Huida

Kate sabía que no podía regresar a su casa y enfrentar a su esposo. ¿Cómo le explicaría esa noche que había pasado fuera?

Aguardó a que no estuviera, pues sabía que a las nueve estaba en su trabajo y entró. Se dio un baño rápido y escribió una carta. Debía actuar con rapidez. ¡Maldita sea! ¿En qué jodido lío se había metido?

Estuvo más de una hora bañándose y aún entonces podía sentir el perfume fuerte de ese demonio en su piel.  Llamó la farmacia, necesitaba urgente la píldora de emergencia pero antes debía pensar a dónde podría escapar.

Juntó su ropa y pensó en tía Ellen, había prometido hacerle una visita, era primavera y tenía ganas de hacer un viaje. Era temprano, podría llegar al mediodía y tal vez… Desayunó huevos y panceta, un zumo de naranja y luego llamó a su tía.

Pero un súbito mareo la hizo caer. Había pasado semanas en ese estado, escondiéndose, fingiendo que todo estaba bien, mientras vivía la aventura más demente de su existencia. La más peligrosa.

Ese hombre estaba loco y tal vez…

Comenzaba a comprender que seguramente lo había planeado todo para vengarse de su esposo porque lo odiaba.

Debía buscar la forma de remediar lo que había hecho, maldita sea.

Hacía días que lo sospechaba pero se negaba a dar crédito. Despertaba cansada, mareada y empezó a comprender que no era el estrés espantoso de acostarse de Brent a escondidas, era algo más.

Su celular sonó. Era él, maldita sea… no iba a atenderlo. No quería verlo nunca más.

Escribió una carta deprisa. Debía explicarle a su esposo que necesitaba alejarse un tiempo y que no la buscara.

Llamó de nuevo a su tía y la atendió Bessie, su antigua criada.

—La señora Ellen está durmiendo, ¿qué desea señora Bentley?

Kate sintió que una mano se apoyaba en su garganta y no podía respirar. Necesitaba escapar, alejarse, no quería seguir con esa maldita historia, ni con John. Quería que la tierra se la tragara, solo eso.

Debía llamar a su esposo, explicarle… Le debía una explicación pero en cambio llamó a su madre, tenía la imperiosa necesidad de hablar con alguien.

—¿Qué tienes Kate?

—Me iré a casa de tía Ellen mamá, quiero avisarte. Pasaré unos días allí, iré sola…

—¿De veras? ¿Qué pasó? Peleaste con John?

—Luego te contaré mamá, ahora debo irme. Solo quería que lo supieras.

—Está bien Kate, descansa, envíales mis saludos a la tía por favor.

—Lo haré, mamá.

*****

Tomó un taxi con su maleta a la estación.

Se detuvo en la parada del ferris y respiró aliviada pero su celular sonó de nuevo. John. Debía atenderlo, explicarle. Lo hizo en pocas palabras, se iba al sur por unos días.

—¿Dónde estabas, Kate? ¡Estuve llamándote toda la noche! Y llamé a casa de tu amiga Claire, no estabas allí, nunca fuiste.

John estaba enojado y tenía razón. 

—Es que fui a casa de mis padres, no fui a casa de Claire, se hizo tarde y...—mierda, ¿es que nunca dejaría de mentir?— Te llamé pero me quedé sin carga. Perdona John. Ahora debo irme al sur. Te dejé una carta en casa John, debo irme ahora, necesito alejarme. Estoy muy estresada y no puedo… Perdóname John.—su voz se quebró y no pudo seguir hablando. En un momento estaba hecha un mar de lágrimas y buscó sus lentes oscuros en su bolso.

De pronto escuchó una voz cerca de la estación y se sobresaltó, por un instante temió que fuera…

Pero no era Brent, era Anthony, su ex. No podía creerlo.

—Kate… ¿Qué haces aquí con esa maleta y…?

Ella no podía contarle, estaba tan desesperada que lo hubiera hecho pero se contuvo. Anthony no había cambiado, seguía siendo tan guapo, un elegante yuppie de la City, alto, de atractivos ojos castaños y una sonrisa seductora. Su antiguo amor. Qué extraño, años llorando por él y ahora descubrió que no sentía nada, que su estado mental era tal que era incapaz de pensar en algo que no fuera John y Brent.

—Debo irme al sur Anthony, a visitar a mi tía—dijo con calma.

Él la miró con fijeza, la había visto cuando se dirigía a almorzar a un restaurant del centro y se detuvo. Era su antigua novia, la joven que un día había amado y que había perdido. Muchos recuerdos tiernos le vinieron a la mente y tembló. Kate, la joven de dieciséis años que le mintió diciendo que tenía dieciocho para salir con él, que entonces tenía veinticinco y era un hombre de mundo. Con mucha experiencia.

La joven a quién despertó al amor y la hizo mujer. Una mujer dulce, apasionada y que perdió por una estupidez. Una maldita aventura con una zorra loca y descarada que terminó traicionándolo.

—Tengo prisa, otro día hablamos, por favor. Hoy no podría… Quiero tomarme ese tren y desaparecer ¿entiendes?—insistió ella.

Estaba desesperada y necesitaba su ayuda. ¡Cuánto le dolía verla así! El día de su boda con ese imbécil, Kate estaba tan hermosa, tan radiante y feliz… Porque había encontrado un hombre bueno, nada mujeriego (como lo era él) y soñaba con tener una familia numerosa, niños… Cuatro años y no tenían hijos, ni parecía feliz.

—Aguarda por favor, ¿crees que puedo dejarte ir así Kate? ¿Qué te hizo el bueno de Bentley? No puedo creer que ese imbécil se haya atrevido a hacerte daño. Las apariencias engañan, o eso parece.

Debía retenerla, convencerla de que esperara.

Su celular sonó y ella se desesperó.

—Perderé el tren, debo escapar de esta ciudad. Tú no puedes hacer nada Anthony, esto debo resolverlo yo y escucha por favor. No es John, John jamás me haría daño ¿entiendes? Y lo sabes. Es un buen hombre pero yo estoy dejándolo. Me enredé en una aventura con un maldito y ahora… Debo escapar de los dos. Alejarme un tiempo hasta saber qué quiero hacer.

Kate quería escapar y podía entender su angustia. Ella no era una mujer de engañar a nadie, seguramente lo hizo porque se había hartado del bueno de John. No la juzgaba, desde el principio supo que era muy poco para ella, una joven alegre y vital…  Guapo y rico, nada más. Manejado por su madre y su familia, un tipo aburrido y predecible.

Debía dejarla ir, era su vida y él ya no formaba parte de ella.

Abandonaba a su esposo y a su amante. Sí, Kate era así, cuando se hartaba de algo lo abandonaba sin mirar atrás. A él también le había tocado, pero se lo merecía por imbécil.

—Aguarda, no puedes ir así… Te ves mal, pálida. ¿Qué tienes en el brazo?

Ella palideció al notar las marcas de las sogas, no podía ser… El muy bruto le había dejado huellas de su aventura.

—Escucha, ¿quién ha estado jugando al dom contigo bebé? Eso es serio ¿sabes? Muchas chicas mueren mientras esos desgraciados las atan y las asfixian—ahora estaba alarmado, odiaba que algo así le pasara a Kate, la había amado tanto, todavía la quería y deseaba ayudarla. ¡Maldita sea!

Kate negó con un gesto, estaba muy nerviosa, no quería hablar de Brent, quería escapar, se sentía mareada y enferma. Llevaba días, semanas de angustia, de sexo, escapadas, mentiras y necesitaba tomar esas pastillas para evitar el embarazo.

Pero ahora no tenía tiempo, luego lo haría.

—¿Qué ocurre, Kate? Estás muy extraña, tú no eres así, no eres impulsiva, eres cerebral por eso me dejaste. ¿En qué jodido embrollo te has metido?

Ella lo miró con expresión extraña, parecía acorralada, pero sus labios estaban cerrados. No le diría una palabra. En parte porque le guardaba rencor por lo que le había hecho tiempo atrás, y porque además estaba asustada. No sabía qué hacer, solo escapar al sur, a donde fuera.

—Esto no te incumbe Anthony, ya no. Y no soy una débil mental, tengo veinticuatro años, soy una mujer y deja de pensar que algo va a pasarme. Mi esposo es un hombre bueno. Y en cuanto a lo otro, se terminó. Cometí una estupidez pero se terminó, nunca más…

No pudo retenerla, lo intentó, pero ella corrió hecha una furia y se alejó de él una vez más. Tomó el tren decidida escapar y a salirse con la suya. Y sin embargo mientras la veía alejarse tuvo la sensación de que el tiempo se había detenido, que era su novia inocente y buena, tan dulce. Fue un imbécil, lo que hizo… Debió casarse con ella, debió amarla o reconocer que la amaba, en vez de quedarse hecho un trapo cuando lo abandonó. Pero su orgullo se lo impidió.

Y su orgullo le decía que olvidara ese asunto, no era su novia ni su esposa, Kate era el pasado. Un pasado que debía dejar atrás de una vez.

***** 

John leyó la carta que le había dejado su esposa y se sintió muy alterado.

No era usual que se marchara a mitad de semana al sur, a casa de una tía con la excusa de que necesitaba estar sola un tiempo. ¿Qué broma era esa? Su esposa lo estaba abandonando, no podía estar pasando… no podría soportarlo. Él la adoraba.

“Necesito estar sola y descansar, estoy muy estresada y nerviosa. Por favor, no vengas, quédate en Londres en tu trabajo, te lo pido”...

¿Dejarla sola y pasar esos días solo como un perro en ese apartamento vacío? ¿Qué diablos le ocurría a Kate? Hacía tiempo que la notaba cambiada, rara, silenciosa… En ocasiones parecía triste y hacía semanas que no hacían el amor. Como si luego de aquellas noches de pasión todo se hubiera enfriado de repente. Tenía un amante, no se engañaba y podía imaginar quién era, hacía tiempo que lo sospecha, no era estúpido.  Pero luego pensaba que debía haber un error, ella era incapaz de engañarlo. ¿O tal vez sí? La gente cambiaba y ella había cambiado demasiado en las últimas semanas. Se veía nerviosa, alterada y siempre le dolía la cabeza o sufría mareos.

“Ve al médico, puedes tener presión alta. Es ese maldito trabajo que estresa. Manda al demonio a mi primo Kate” le había dicho él y ella lo había mirado de forma extraña.

Lo dejaba porque se había enamorado de otro hombre, por eso había cambiado tanto. Algún maldito oficinista se había metido entre sus piernas, ¡pues lo mataría! Debía averiguar quién estaba durmiendo con su esposa poniéndola en ese estado, porque ni siquiera sabía cumplir su tarea con discreción.

Dejó la carta tirada en la cama y se sentó. Estaba cansado, exhausto. Pero la llamó. Saber que se había viajado sola a Devon lo dejó muy intranquilo. Era su esposa maldición, no se quedaría muy tranquilo viendo como otro se la robaba.

Ideas descabelladas cruzaron por su mente en esos momentos. ¿Y si acaso había sido raptada por un grupo de raptores y obligada a escribir esa carta? Pedirían un rescate para liberarla y luego…

Se dio un baño y luego, con un vaso de whisky en las rocas la llamó al celular.

Necesitaba saber que estaba bien, que no había sido raptada ni lo había abandonado por otro hombre. Siempre había temido que eso ocurriera, era una mujer preciosa, joven y a donde iba despertaba miradas de deseo y lujuria.

El teléfono sonó y nadie atendió. No le agradó saber eso y de pronto llamó a su primo Brent.

—¿Qué ocurre John? —la voz se oía cansada. La codicia de ese hombre debía consumirlo. ¿O tal vez su nuevo amante masculino? Porque jamás lo había visto con una mujer y de niño tenía los genitales muy pequeños. Debía ser impotente, muchos gays lo eran.

—Mi esposa se marchó Brent, y quería preguntarte si acaso tú y ella riñeron. Trabajan juntos y pensé que  tal vez… Has visto algo raro en Kate.

Su voz se oía insegura y su primo guardó silencio.

—¿Estás hablando en serio John o estás ebrio? ¿Crees realmente que tu esposa te abandonó por una pelea en el trabajo? No hubo ninguna pelea. Y oye, no puedo seguir hablando, estoy conduciendo, hasta pronto.

Cortó el celular y John comenzó a dar vueltas en la casa como perro enjaulado; furioso y frustrado. No podía ser verdad. Ese cretino había dicho que ella lo había abandonado. ¿Qué sabía él de Kate? ¿Acaso ese tunante estaba interesado en su esposa? No dejaba de llamarla, de estresarla, los últimos días ella pasaba horas en la cama durmiendo, cansada, con dolor de cabeza. Reñían. Nunca antes habían vivido algo así, todo había sido tan maravilloso desde el comienzo. Era una mujer tranquila, adorable. Solo había tenido una relación en toda su vida con ese tonto playboy… Luego lo dejó porque él la engañó. No había misterios, ni secretos sórdidos en su vida, era preciosa y decente y lo había enamorado desde el primer día como si toda su vida hubiera esperado el instante mágico en que se habían conocido. Se casaron seis meses después, una boda preciosa. Ella quería tener muchos hijos y él pensó que tendrían media docena. Cuatro años después su hogar estaba vacío; sin niños, y sin Kate… Parecía una pesadilla. Anthony. ¿Anthony qué? ¿Cómo carajo se llamaba ese ex al que ella había amado tanto?

Sintió que las piernas se le aflojaban.

¿A dónde demonios iba con tanta prisa ese cretino en su auto? Eran más de las doce del día y según sabía tenía un bonito pent-house a escasas calles de la empresa. No necesitaba correr en su auto. Bueno, tal vez habría ido a encontrarse con algún chico guapo y dotado. Musculoso. Un buen maromo, ellos adoraban a los maromos…

Esa noche, antes de dormirse recordó el apellido del playboy, su ex. Madison. Anthony Madison. Pero entonces una somnolencia lo envolvió, el whisky le había dado sueño y estaba exhausto, después de un día de estrés y sin su esposa, fue como si cayera en un hondo abismo, oscuro, denso… y una opresión lo envolvió, un sudor frío mientras sufría pesadillas en mitad de la noche. Ella lo había abandonado, ya no lo amaba, no quería estar con él porque no podía darle hijos, ya no sabía cómo hacerla sonreír. La horrible angustia lo llevó a un sueño profundo, intranquilo y en sueños vio una sombra oscura agazapada en un rincón, una sombra gigante que se acercaba a él y buscaba su ruina. Quiso gritar pero una pesadez lo envolvía, no podía moverse. La sombra se acercó y él pudo ver esos ojos llenos de odio provocándole un frío helado, espantoso. Ese demonio quería matarlo, planeaba su fin y no se detendría. Lo odiaba con toda su alma y él sabía bien por qué. Ese odio había crecido con el tiempo, el patito feo se había convertido en cisne. Todos se burlaban de ese primo que usaba aparatos y era de poca estatura y mimado por su recalcitrante madre.

Un día lo habían pillado en el baño tocando su pequeñez, todos lo hacían, empezaban a tocarse a los diez años o antes. Era el menos dotado de sus primos, todos medían sus miembros en el baño y él jamás quería enseñar el suyo. Seguramente porque era muy pequeño y lo avergonzaba.

Hasta que lo vieron tocando su cosita allí. Tenía nueve años y le gustaba mucho tocarse. Su primo Albert lo vio primero y se burló. Brent lo miró con odio. Todos lo odiaban porque era un imbécil presumido, siempre alardeando de todo el dinero de su padre… ese padre loco y violento que no le prestaba atención, pero tenía mucho dinero y era un ogro hijo de puta.

Él también rió cuando sus primos lo desnudaron y se rieron del tamaño de su pene, minúsculo, como el de un niño de cinco años.

No debieron hacerlo. Todos disfrutaron el espectáculo y Brent los miró con odio, a pesar de su baja estatura comenzó a pegarles. Nunca olvidaría esa humillación.

Maldito estúpido. Al final, llegaste lejos… ahora tú debes reírte al adivinar que mi esposa acaba de dejarme.

********

Kate temblaba cuando llegó a casa de su tía Ellen. El frío, la lluvia y la angustia parecían cubrirla con un manto espeso, mientras que ese cielo plomizo que presagiaba lluvia la deprimía terriblemente. ¡Vaya primavera! En ese país nunca se sabía cómo estaría el tiempo.

Era la casa de su tía: señorial, antigua, rodeada de un parque. Un día sería suya, lo sabía, su tía la quería mucho y se la había legado en vida, pero no podría tomar posesión hasta su muerte.

Una criada de torvo semblante, gruesa y de andar lento le abrió la puerta. Era Bessy, su criada de toda la vida, encargada de la cocina y las pequeñas tareas. Kate se esforzó en esbozar una sonrisa, mientras hablaba de forma entrecortada, aterrada.

—Pasa querida, ¡qué delgada estás!—observó Bessy mientras un criado silencioso se hacía cargo de la maleta y ella entraba en la sala, tiritando.

—Sospecho que no te alimentas bien—insistió la vieja criada—Tu tía está resfriada y se metió en la cama temprano hoy. Este tiempo… Pasa por favor.

Al entrar en la casa no podía dejar de temblar y la cabeza le dolía tanto.

Bessie la miró preocupada mientras ordenaba a la otra criada que preparara la habitación de la señora Bentley.

Kate se dio un baño caliente y almorzó un plato de pollo en salsa con hongos y se sintió mucho mejor. Adoraba la comida casera, la que cocinaba la señora Bessie, siempre con sus recetas que eran un secreto de familia.

Kate se retiró a su habitación, necesitaba descansar, relajarse. Estar allí le hacía mucho bien, hacía tiempo que le había prometido una visita.

Su matrimonio ya no funcionaba, buscarse un amante lo había arruinado todo y por esa razón tiró el celular en la estación de tren. Brent no podría encontrarla, tampoco su esposo. No quería verlos, necesitaba tanto descansar y recuperar sus nervios. Su vida se había convertido en un infierno.

Su tía apareció a media tarde con su bastón y ella sufrió un sobresalto. Estaba muy tensa y nerviosa.

No debió decirle a John que estaba allí, nadie debía encontrarla.

Tía Ellen hablaba sin parar durante la cena de ese día mientras devoraba un plato suave de verduras y pollo en escabeche.

—Estás algo pálida, querida. Y delgada. Bueno tú siempre fuiste muy delgada pero creo que no te sienta.

Su tía debió pensar que había reñido con su esposo, no hizo preguntas, solo le aconsejó que descansara.

Esa noche le costó conciliar el sueño y luego despertó a mitad de la noche sufriendo pesadillas. Brent estaba con ella, podía sentir sus manos fuertes en sus brazos, despertó gritando y durante días padeció esos sueños inquietantes.

Pasaron los días y tía Ellen estaba preocupada, no dejaba de mirarla con expresión pensativa.

—¿Qué tienes, Kate? Pareces sufrir una de esas crisis de pánico. ¿Acaso sufriste un desengaño con John? Me cuesta creerlo pero mi madre decía “no te fíes de los hombres tranquilo querida, en ocasiones te llevas una sorpresa nada grata con ellos” y me pregunto si tu marido será  de esos hombres en apariencia apacibles que de repente dan sorpresas non gratas.

Kate la miró con fijeza.

—Voy a separarme tía Ellen, no soy feliz con John. 

Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas y su tía la dejó que se desahogara.

—Oh Kate, ¿estás segura de que quieres separarte? Sé que hoy día todo el mundo se divorcia y luego encuentra otro hombre pero… Es un joven tan bueno, me cuesta creer que…

La dama guardó silencio, no quería ser pesada, su sobrina estaba pálida, demacrada y debía distraerla en vez de atosigarla con sus buenas intenciones de salvar su matrimonio. Todo el mundo lo hacía por supuesto con frases hechas de “es una crisis, ya pasará, no te separes” ¿y qué habría pasado con John? ¡Era un hombre tan guapo y caballero, tan encantador! Pero ella no lo amaba. El día de su boda lloró al pensar en Anthony, porque todavía lo amaba y al parecer no lo había olvidado. Porque esas cosas se sentían, era imposible mandar al corazón, hacerle razonar ni entender…

Kate dio un paseo al día siguiente sola, le gustaba caminar por los jardines y contemplar el paisaje a la distancia. Adoraba esa casa, había pasado sus vacaciones más divertidas de su vida. Su infancia, cuando todo era fresco… Los veranos en España o Italia, y también en casa de esa tía divertida y simpática que siempre la consentía con dulces y postres.

Sintió tanta pena al recordar los tiempos felices del pasado, antes de que conociera a Anthony en una salida de Londres con sus amigas adolescentes y él le rompiera el corazón. Primero la sedujo, la enamoró y luego… ella lo amaba tanto y había soñado que tenían un hijo y ese hombre Brent, se había sentido atraída por él porque se parecía a su ex. Anthony tenía una personalidad fuerte, algo avasallante pero no era malvado como lo era Brent y jamás la había tratado mal.

Pero era muy guapo y lo perseguían las chicas.

El sexo lo era todo para él, pero la quería, y ese encuentro la había afectado porque de pronto tuvo ganas de llorar y arrojarse a sus brazos y borrar el presente y el pasado. Deseó que nuca se hubiera ido a la cama con ese patán desalmado ni se hubiera casado con John, solo Anthony.

Pero no podía cambiar el presente, y el pasado estaba muerto. No podría volver atrás.

Regresó a la casa sintiéndose mejor.

Durante días se quedó así, sin hacer nada, descansando, disfrutando las pequeñas cosas de la vida en ese Cottage: los parloteos de tía Ellen, sus viajes al pasado, las comidas caseras y quedarse hasta tarde en la cama sin tener que correr a su trabajo. Ver la lluvia a través del cristal y pensar en  Brent. ¡Maldito hombre! Era como si pudiera sentir sus besos grabados en su piel, sus caricias y deseara estar con él.

Observó la lluvia e intentó poner en orden sus pensamientos. Debía hacer algo, pero no ese día, ese día de lluvia solo podía quedarse en la casa y dormir. Tenía mucho sueño, se sentía cansada, desganada…

Cuando regresaba a su cuarto escuchó el sonido del teléfono. Sonó una vez y ella lo miró aterrada. Algo le decía que era él. Llamaba una vez y cortaba, lo había hecho antes, era una señal, no era alguien que había marcado equivocado; era él.

No podía ser, ¿cómo demonios había sabido? La había encontrado. En el momento en que pensaba en Brent él la llamaba.

Al día siguiente corrió al pueblo más cercano a comprarse un test de embarazo. Debía sacarse la duda, porque si llegaba a estar embarazada se lo quitaría. Oh, se oía espantoso. Ella quería tanto un bebé, lo había deseado durante años y ahora…

Una mujer alta de cabello gris se le acercó risueña cuando llegaba a la farmacia. En ese pueblo todos se conocían, y se trataba de la hija del reverendo Williams, antiguo amigo de su tía.

Charló un momento con ella y luego compró el test.

Estaba ansiosa por hacérselo. Se había hecho tantos durante esos cuatro años, ansiando que diera positivo y siempre señalaba el mismo resultado. Ahora sabía la razón. Brent había dicho que su marido era estéril. Los Bentley ocultaban esas cosas, siempre escondían sus secretos y John lo había hecho. Ahora comprendía por qué no había querido hacerse exámenes en la clínica. ¿Y cómo demonios esperaba embarazarla si era estéril? Debió decirle, y permitir que adoptara un niño. Pero no lo había hecho.

Hacía días que se sentía rara, con malestares y mientras aguardaba el resultado; encerrada en la habitación del Cottage: tembló. Tembló porque el resultado fue instantáneo. Antes se había quedado un buen rato esperando que marcara el resultado deseado y ahora aparecía sin casi darse cuenta. Lo había hecho, ese malvado la había dejado preñada. Estaba allí, era un ser pequeñito, inocente… Nacido de una salvaje aventura extra conyugal. Porque sabía que ese bebé era de Brent. Su esposo era estéril, y ella… Era culpable, porque sabía que era peligroso hacerlo así, Anthony siempre la había cuidado usando el preservativo desde el comienzo para no dejarla preñada. En ocasiones ella bromeaba y le pedía un bebé.

Él le decía que sí, que un día le haría un bebé pero jamás lo hacía.

—Ahora no preciosa, luego tendremos uno—solía decirle.

Pero no podía tener a ese hijo, no debía pensar que existía. Era un error, una equivocación, debía quitárselo…

Se sentó en el baño derrotada, vencida. No podía dejar de llorar. Un bebé. Estaba embarazada: estaba allí, una vida, un minúsculo ser que en menos de nueve meses sería ese bebé que tanto había buscado. Un hijo suyo… Parecía un milagro. ¡Maldita sea! ¿Y qué importaba si el padre era un lunático, o alguien se lo había hecho a la fuerza? Deseaba tanto un hijo que ya no le importaba. Estaba allí, en su vientre, tenía vida.

Lloró sin poder contenerse y entró en su habitación incapaz de hacer nada más ese día. Quería quedarse así sin pensar nada, estaba embarazada, y la rapidez con que apareció el resultado la hizo comprender que tenía más de dos meses. Había olvidado la fecha de su última regla y de pronto comprendió alarmada que durante todo ese tiempo no había menstruado y no pensó en eso. El estrés, la locura de esa relación clandestina, todo había sido tan repentino… Se lanzó a sus brazos y no se cuidó, jamás tomó la píldora de emergencia como si ella misma lo hubiera planeado.

Pero cómo diablos le diría a John? Qué sería de ese niño sin padre, sin hogar… No podía quedarse allí y tenerlo en casa de su tía.

Le llevó unos días recuperarse de la depresión que la envolvió entonces y en esos días la llamó Anthony en varias ocasiones para saber que estaba bien. Quería ir a verla pero ella le rogó que no lo hiciera.

Un día su tía, al verla tan abatida, le dijo:

—Todavía amas a ese hombre Kate, nunca le olvidaste. Debes tomar una decisión, tu vida parece en suspenso pero no puedes vivir siempre así.

Ella miró a su tía con tristeza. Se sentía tan culpable y atormentada, estaba preñada de su amante, había engañado a John y ahora comprendía que se había enredado con ese hombre porque le recordaba a su primer y gran amor: Anthony. Llevaba un hijo suyo en su vientre ¿y cómo podría enfrentar a John y decírselo?

Su situación, su vida no podía ser peor en esos momentos.

Estaba embarazada de ese demonio y no tenía valor para abortar ese hijo que no había deseado porque también era suyo y lo quería. Ella debió buscar ese embarazo, o fue él que no le importó ser cuidadoso. Porque sabía que su primo no podía tener hijos y todo eso parecía una siniestra venganza. No podía olvidar sus palabras “te haré un bebé y luego John lo criará como suyo”. Era un maldito.

Pero ella quería a ese bebé y comprendió que sería incapaz de matarlo. Jamás lo haría.

No podía seguir engañando a su esposo ni hacerle creer que era suyo como ese cretino esperaba que hiciera.  La farsa debía terminar, tendría ese bebé pero…

Necesitaba ayuda, tenía algunos ahorros y podría estar un tiempo sin trabajar.

Contempló el paisaje y pensó en Anthony y en ese bebé que crecía lentamente. No molestaba, a veces en las mañanas tenía mareos pero empezaba a hacerse a la idea y era feliz de que estuviera allí.  Aunque fuera el resultado de una relación fatal y obsesiva.

Al menos le había sacado un hijo. Ni que lo hubiera planeado pero en realidad fue muy astuta, no podía esperar nada bueno de esa relación, excepto el bebé… Un suvenir, esas habían sido sus palabras. Pero ese suvenir sería solo suyo. Había luchado tanto por tener a ese bebé, y no lo había planeado, aunque pareciera lo contrario.

Kate comprendió que no podía quedarse allí eternamente, habían pasado dos semanas y debía ir al médico y hacerse exámenes.

La idea de regresar a Londres la espantaba, no podía hacerlo y pedir ayuda a su tía… Era una mujer de otra época, conservadora, jamás entendería lo que habría hecho ni quería provocarle disgustos a su edad. Estaba delicada del corazón y prefería que creyera que su mayor drama era regresar con su marido sabiendo que nunca olvidaría a Anthony, algo que sabía era falso por completo.

Así que llamó a su madre, odiaba  hacerlo pero estaba nerviosa, sabía que no podía quedarse eternamente en Rose Cottage.

—Kate, esto es muy extraño. Irte así de repente a casa de tu tía, sin John…

—Estoy separada mamá, voy a iniciar el divorcio y necesito tu ayuda, un abogado.

Esas palabras hicieron que su madre se asustara.

—No puede ser, oh, Kate, pensé que… Nunca imaginé que las cosas estuvieran tan mal. ¿Qué pasó?

—Mamá por favor, ocurre todo el tiempo, la gente se divorcia, no seas tan victoriana. Tú me conoces, tengo una buena razón para hacerlo. Mi matrimonio se estancó y pasaron algunas cosas, no puedo contarte ahora por teléfono—suspiró—Necesito tu ayuda.

Tampoco podía decirle la verdad a su madre, era casi tan conservadora como tía Ellen y sufriría un shock nervioso. ¿Y a quién podría decirle? “Oye, ayúdame, estoy preñada de mi amante y tengo miedo, porque me acosté con un loco por más de dos meses y ahora no sé qué hacer.” A nadie que conociera.

—Está bien… —dijo su madre—Imagino que sí, que debes tener una buena razón para abandonar a un marido tan amoroso. Tan bueno. Espero que no estés planeando regresar con Anthony.

—No mamá, solo consígueme un buen abogado, esos Bentley son muy conservadores y no querrán… Me harán la vida imposible si me divorcio. Ya los conoces ¿verdad?

—Lo haré Kate, lo prometo. Ten calma y por favor, envíale mis cariños a tía Ellen. Iré a verla en unas semanas.

Un buen abogado y coraje.

No podía regresar a Londres embarazada de su amante. Si él era estéril también sabría que ese niño no era suyo. Además su matrimonio se había terminado mucho antes, él le había mentido, jamás tendrían un bebé, no podía tener hijos. Y lo suyo había sido peor: se había acostado con su primo y había quedado preñada. Necesitaba ayuda, más que un abogado, necesitaba un refugio donde pasar su embarazo tranquila.

Mientras se alejaba escuchó el teléfono; de nuevo la llamada fantasma de llamar y cortar. ¡Maldito! Debía abandonar esa casa, no sabía cómo mierda  sabía que estaba allí y se dedicaba a torturarla, a recordarle lo que habían hecho y también le decía “estoy aquí nena, no te he olvidado”.

Kate corrió a su habitación y se encerró. Se sentía cansada y con sueño.

Necesitaba hablar con alguien y desahogarse, pero luego de su matrimonio se había distanciado de sus amigas. Y las amistades que hizo luego no eran profundas, no podía llamarlas y decirles “oye, la hice grande, acabo de quedar preñada de mi amante, ¡por favor, dime qué hacer!”. No, sus amigas no eran tan locas. Ella no tenía amigas así, y ahora comprendía que había sido un desperdicio completo no hacer amistades menos formales que ellas porque en ocasiones la gente así es muy útil para aconsejar, para dar su apoyo… Pero no tenía a nadie, estaba sola, y necesitaba tanto ayuda, consejo…

Entonces comprendió que en los peores momentos de su vida el ser humano estaba solo, y debía arreglárselas siguiendo su instinto o su sentido común.

Lo que sí sabía era que no podía seguir escapando. Llevaba semanas en esa situación y durante mucho tiempo había vivido esa rutina, las reuniones familiares, y demás. Debía poner un punto final y tener coraje para hacerlo.  Había llegado demasiado lejos con ese asunto y John se merecía una explicación, no sabía cómo demonios lo haría pero…

A media tarde el teléfono sonó en su habitación, era un derivado del principal, lo tomó con el corazón palpitante pues se había dormido sin darse cuenta.

—Hola…

Un silencio fue la respuesta, un silencio que se le hizo eterno, sabía que era él y cuando iba a decirle un par de verdades escuchó su voz: —Hola preciosa, ¿cómo estás? ¿Es que piensas quedarte toda la vida escondida en tu almeja junto a tu  tía solterona? El pobre John está desesperado ¿sabes? Pero se lo merece, es un imbécil. Los hombres como él siempre terminan abandonados. Él vino a verme, y me preguntó si sabía con quién lo estabas engañando.

—¿Le dijiste la verdad Brent?

—No, no lo hice todavía… Cree que duermes con tu ex, Madison. Me cree gay y ciego… No se imagina siquiera que lo hicimos varias veces. ¿No sientes nostalgia de esos momentos? Me pregunto si no estarás extrañando tener un verdadero hombre entre tus piernas y no ese imbécil estéril con el que te casaste. Pobre tonto. A pesar de todo creo que merece saber la verdad, estuve a punto de decírsela. Pero tengo sangre Bentley, soy un caballero. No lo haré todavía. Te daré unos días para que descanses en Rose Cottage. Luego iré a buscarte para regreses al mundo, mi amigo y yo te echamos mucho de menos.

—No volveré contigo Brent. ¡Déjame en paz! Si no lo haces juro que te denunciaré por acoso. Lo haré.

—Vamos, pareces histérica. Lo disfrutaste mucho preciosa, te gustaba… Y seguramente me extrañas. ¿Quieres que le diga a John la verdad? Tú lo amas ¿no es así? El guapo y tonto John.

—Eso no te incumbe. No entraré en tu juego sabes, si quieres habla con John, me ahorrarás el trabajo de hacerlo, no regresaré a Londres ni volverás a verme. Se terminó ¿entiendes?

—¿De veras crees que se terminó? ¿Y qué harás con el regalito que tienes escondido allí? Porque sé que te hiciste un test de embarazo, fuiste al pueblo a comprarlo. Dime, ¿es que no vas a darme la feliz noticia de que seré padre?

Kate se quedó sin habla. Había estado siguiéndola, como un loco psicópata, pero no se había acercado a ella, aguardaba su oportunidad.

—Estás loco Brent, eres un maldito loco y maldigo la hora que me acosté contigo.

—Claro, ahora me desprecias, ya conseguiste lo que querías… Lo tienes allí y no vas a quitártelo. Te conozco Kate, es tu oportunidad de tener un bebé. John se pondrá tan feliz cuando lo sepa, y pensará que es suyo… Yo te lo di preciosa, me debes una ¿no crees?

Kate lloró y cortó el teléfono.

No iba a entrar en su juego, en su maldito chantaje emocional, amenazas y demás. Pero maldita sea, estaba temblando y comenzó a llorar. La paz que había disfrutado esos días se había terminado. Intentó serenarse, no podía escapar, ahora había oscurecido y… ¿A dónde iría?

Tomó el teléfono y quiso llamar a John, estaba furiosa, pero no tuvo valor para hacerlo, tampoco podía llamar a Anthony a esa hora, se preocuparía y…

Dios, debía calmarse, tenía más de dos meses de embarazo y aunque odiaba a ese hombre quería a su bebé, era suyo y se sentía como esas mujeres que iban a las clínicas a embarazarse. Al menos ese desgraciado le había servido de algo, la había usado para vengarse y ella también lo había usado para tener un bebé. El desquite era justo.

No supo cómo pudo dormir esa noche pero lo hizo y al despertar comprendió que debía marcharse, él había adivinado dónde estaba: la seguía, la espiaba, era un maldito psicópata.  No era más que una muñeca que le daba placer, no significaba nada para él, así pensaban los dementes como él.

Porque sospechaba que lo había planeado todo hacía tiempo.

******* 

Despertó mareada y cansada, incapaz de dar un paso más. Llamó a Bessie desesperada y corrió al baño. Todo le daba vueltas y se sentía al borde de la muerte.

Debían ser los primeros malestares del embarazo y podían durar días, semanas. Lo había leído en una revista.

Su tía se preocupó y fue a verla.

—He llamado al médico Kate, no te ves nada bien. Estás muy delgada, y le pediré que te recete vitaminas.

Ella se asustó.

—No llames a un médico tía, no es necesario. Estoy bien.

Estaba embarazada pero no podía decirle maldición, porque su alarma sería mucho peor, porque el hijo no era de su esposo y si su pobre tía se enteraba…

No pudo evitar que el anciano doctor fuera a verla y la examinara.

Le hizo preguntas, tomó su presión arterial y le hizo más preguntas.

—Estoy embarazada, doctor—dijo al fin, acorralada.

El hombre que tenía más de sesenta años, cabello blanco y grandes ojos grises la miró imperturbable, como si fuera un cura acostumbrado a recibir confesiones vergonzosas.

—MI tía no lo sabe, le ruego que no se lo diga… Acabo de hacerme un test casero y no quiero preocuparla.

—Debe hacerse los exámenes de rutina, de sangre y controlarse el embarazo señora Bentley. La felicito.

Ella sonrió, pálida y etérea era una joven muy hermosa, pero se veía muy delgada.

—Vigile la alimentación. Si sufre náuseas… Debe usted atenderse, en ocasiones hay complicaciones… El embarazo no es una enfermedad pero requiere cuidados, una nueva vida comienza en usted y debe velar por ese bebé y cuidar su salud.

Kate lloró al oír esas palabras y se sintió mucho peor al recordar que había querido provocarse un aborto porque el hijo era de Brent.

—Disculpe, no quise angustiarla. Debe estar tranquila. ¿Dónde está su esposo? ¿Sabe de su embarazo?

Ella se apuró a negarlo.

—Mi esposo no lo sabe, estamos separados doctor y el hijo no es suyo.

El médico tomó esa información con naturalidad, todas las parejas estaban peleadas hoy día, los matrimonios no duraban y la gente había dejado de pensar que eso era raro, lo raro era estar toda una vida con la misma persona.

Decidió no hacer más preguntas y le rogó que se cuidara.

Kate se quedó en cama ese día y al siguiente. Afortunadamente nadie volvió a llamarla y pudo pasar sus malestares en soledad. Tranquila. No deseaba otra cosa, estaba allí: su bebé y lo cuidaría con su vida.

Sin embargo sabía que debía abandonar la casa de su tía, antes que ese demente la encontrara y no sabía a donde ir. Pensó en llamar a su madre pero luego se dijo que no podía, que debía llamar a John y explicarle.

Lo hizo a media tarde cuando fue capaz de levantarse y su voz se oyó insegura.

—John, soy yo… Kate. Debo hablar contigo. ¿Puedes venir a casa de mi tía, por favor?

No iba a decirle adiós por teléfono, era su esposo y durante un tiempo habían sido felices, lo había querido… No con un amor avasallante, pero debía confesarle toda la verdad…

—Iré ahora, dime la dirección por favor—la voz de John se oía cansada.

—No, ahora es tarde.

Bentley estaba desesperado, había pasado unos días de furia que ni él podía conocerse.

Había peleado con su primo, y con toda su familia. Sospechaba que le había hecho algo a su esposa el muy perro. Le habría sacado la verdad a golpes pero el zorro pateó la pelota para otro lado. “Pregúntale a su ex, ¿Madison se llama? Vivía llamándola al trabajo, todo el tiempo. ¿No lo sabías? Y fue algunas veces a buscarla al trabajo.

Buscó a ese Madison por todo Londres, hizo llamadas y lo encontró. Alto, atlético y con una empresa de marketing. Era el típico ejecutivo elegante y refinado.

Su presencia lo incomodó.

—Yo nunca llamé a tu esposa, no comprendo quién te ha dicho eso, Bentley. Kate es una buena chica, no merece tu desconfianza. 

Habría deseado golpearlo pero el tipo no estaba interesado en él, tenía mucho trabajo y parecía cansado, estresado. Era el ex, su primer amante, el adorado Anthony…

—¿Qué pasó con Kate? ¿Por qué estás aquí preguntando por ella? ¿Qué ocurrió? ¿Riñeron?—quiso saber.

Él se detuvo y lo miró, estaba desesperado.

—Kate me abandonó y seguramente tú podrías decirme lo que pasó.

—No, yo no sé nada de Kate, hace años que no la veo.

—Supongo que no estás mintiendo.

—Sigo sin entender por qué viniste aquí, deberías buscar a tu esposa y hablar con ella. Que te diga lo que pasó.

John se alejó sin decir más, estaba furioso. El ex no había sido, y su primo no quería decirle quién había estado encamándose con su esposa. Pero había alguien más, por primera vez tuvo la certeza de que ella estaba con otro hombre. Con un desconocido que había conocido en el trabajo o en algún lado. En internet se conocían personas, se tramaban infidelidades, aventurillas, sus amigos lo hacían todo el tiempo, pero él no. Él siempre había amado a Kate, la adoraba, desde la primera vez que fueron presentados en aquella fiesta. Era preciosa, perfecta y se había sentido tan afortunado de que fuera su esposa. Pero no había podido darle hijos, sabía la razón: siempre la había sabido.

Ahora manejaba como un loco por la carretera. Estaba en casa de su tía, entonces no había otro hombre pero ¿por qué irse así? ¡Todo era tan extraño! ¿Acaso estaba metida en algún lío legal? Maldición, ni su madre sabía que se había ido de Londres, ni su amiga Diana, era muy raro, no tenía sentido. Pero su angustia había terminado.

Mientras conducía sonó su celular.

Era su primo Brent.

—¿Encontraste a tu esposa John?

—Sí, voy a buscarla.

—¡Qué bueno! ¿Pero no es un poco tarde para ir por ella?

—Si fuera tu esposa irías al infierno a buscarla ¿no es así? Pero tú no tienes esposa, no te gustan las mujeres aunque te guste fingir lo contrario. Siempre fuiste un marica, desde niño.

Brent no respondió, y John cortó el celular exasperado. No tenía tiempo para hablar con su primo ni explicarle, encontrar a Kate era su prioridad. Pero mientras doblaba la curva de la ruta principal se preguntó por qué carajo lo habría llamado. No tenía sentido. Ese tonto siempre había sido un nene de mamá, una nenasa desde pequeño y luego… estaba seguro que era impotente y marica, y que salía con hombres a escondidas. Pero no había tenido la lealtad ni la decencia de decirle con quién demonios se estaba acostando su esposa, dijo no saberlo, sugirió que podía ser Anthony…

Manejó como un loco toda la noche y al llegar a casa de tía Ellen se detuvo inseguro.

Una mujer gruesa y de aspecto poco amistoso lo recibió.

—Buenas noches. ¿Quién es usted por favor?—la dama lo miraba como si fuera una especie de sátiro y como si quisiera él fuera capaz de violarla o algo así.

—Soy John Bentley, el esposo de Katherine—respondió.

—Oh… Pero ella está dormida y no se ha sentido nada bien.

—Debo verla, por favor, avísele que estoy aquí, sé que es muy tarde pero…

Kate estaba despierta pero se sentía mal y se asustó. La presencia de John en esos momentos fue de gran ayuda.

—Llévame al hospital por favor, estoy embarazada, temo que… No quiero perder al bebé.

Él no salía de su asombro, ¿embarazada? Era un milagro. No podía creerlo.

No le importó conducir a toda prisa al hospital más cercano, ella se veía tan mal, tan pálida que por un instante temió...

—Perdóname John… Perdóname. Eso no debió pasar, nunca… —dijo ella de pronto y se desvaneció.

En el hospital dijeron que estaba anémica y muy débil y la dejaron unos días internada.

El bebé estaba bien y pudo verlo en la ecografía, un ser pequeñito prendido al útero de Kate, luchando por vivir. Debía hacer quietud absoluta pues había tenido un pequeño sangrado.

Estaba muy pálida y pasó el día entero durmiendo, alimentada por suero y monitoreada por esas máquinas que mostraban.

Sus padres fueron a verla y tía Ellen llamó a su celular para saber qué había pasado.

La noticia del bebé fue celebrada con entusiasmo y alegría y John tuvo el placer de comunicarle la noticia a su primo.

Brent se quedó mudo y él lo disfrutó. Parecía muy contento de enterarse de que su esposa lo había abandonado, pues ahora debería tragarse esa: Kate le daría un bebé.

Todo sería diferente, al fin tenían algo para recomenzar y olvidar el pasado. Una esperanza, una nueva vida. Su hijo. El hijo que tanto había deseado estaba allí, en su vientre y sabía que no iba a abandonarlo. Lo necesitaba, más que nunca en su vida.