El nuevo jefe

—Kate, estás tensa, ¿qué tienes?

Ella se alejó y corrió a darse un baño. Había pasado una tarde espantosa y no quería hablar ni que su esposo le hiciera preguntas. Se sentía tan desdichada y por momentos… No deseaba regresar al apartamento que compartían en Squard garden. Un pent-house lujoso, con una vista magnífica. Pero no quería estar allí.

Él esperó a que se bañara y relajara y entró con paso lento.

La deseaba y se moría por hacerle el amor, por buscar a ese bebé que no quería aparecer. Maldición, la quería a ella y la tendría. Era su esposa.

Kate lo vio entrar desnudo en la ducha sin sentir nada. Pensó que iba a darse un baño y le hizo lugar. Pero cuando intentó escapar él la abrazó por detrás.

—Te amo Kate, ven aquí—le susurró.

Llevaba semanas sin tocarla. Siempre estaba cansada o triste, o le dolía la cabeza. Estaban tan alejados. Pero él tenía la solución, allí…

Kate quiso apartarlo pero sus fuerzas flaquearon, sus besos y caricias lograron despertarla. Necesitaba sexo para calmarse, para sentir alivio y placer… Lo necesitaba y cuando comenzó a hacerle caricias notó su sexo húmedo y anhelante.

La devoraría, quería hacerlo y lo hizo. Dos veces la llenó con su simiente arrancándole gemidos de placer, sintiendo que era suya, arrastrándola primero a la alfombra y luego a la cama. Allí aguardó para recibir su recompensa y sentir sus labios en su miembro inmenso y levemente mojado con la excitación.

—Así preciosa, un poco más, tú sabes hacerlo…—dijo acariciando su cabellera castaña húmeda del baño mientras la veía devorar su miembro un poco más, haciendo un movimiento cada vez más rápido mientras su lengua lo envolvía. Era maravillosa… Podía estar tiempo sin sexo pero luego… Se moría por atraparla y la tendió boca abajo, diciéndole que se pusiera en cuatro patas. Quería tener su trasero en esos momentos, maldita sea, nunca podía, ella no quería, temía hacerlo de esa forma.

—No aguarda…—protestó Kate y de pronto sintió su boca húmeda y excitada allí, lamiéndola sin parar, arrancándole gemidos de placer.

Pero ella no lo dejó seguir y él debió conformarse con lo de siempre. No se quejó entonces, le gustaba hacerlo de todas formas. Y en una penetración rápida comenzó a rozarla en esa posición, dejándola casi inmóvil mientras le susurraba “Te amo Kate, mi preciosa Kate, solo mía…” Y de pronto sus palabras se convirtieron en un gemido ronco, desesperado porque estaba fundido en su cuerpo por completo y no podía detenerse, debía hacerlo.

La adoraba y habría muerto de solo pensar que alguien podría robársela, no lo soportaría. Estaba seguro.

******

Ese día se sentía animada, se había reunido con unas amigas a almorzar en un restaurant muy caro y casi no quería volver al trabajo. Quería tomarse el día libre pero su jefe no se lo permitiría, estaba seguro.

Entró resignada a su oficina y lo encontró allí: al imponente Adam Barton sentado en su despacho conversando con un hombre de traje y cabello oscuro corto, frente alta despejada e inmensos ojos azules.

Era él. Brent Ferguson, el primo de su esposo y verle allí en ese lugar la hizo sentir incómoda.

Él debió notar su turbación pues le vio sonreír levemente. Sus ojos brillaron un instante pero se mantuvo frío y formal cuando hablaron.

—Señora Bentley, él es Brent Ferguson mi sobrino y heredero. Perdona que te llame así pero es la verdad… —vaciló—Deseo que hablen y que luego… Él será su nuevo jefe ahora, temo que deberé irme mañana y no regresaré hasta dentro de una semana.

Ella escuchó sintiendo un nudo en la garganta.

¿Ahora trabajaría para el primo raro de John? Lo había visto sentado con las piernas cruzadas y por un momento sospechó que… No estaba segura ni le importaba ese asunto, solo que nadie hubiera mencionado ese parentesco ni John tampoco cuando mencionó al señor Barton.

Cuando se quedaron a solas, Kate sintió deseos de escapar, era muy incómodo, no podía ser.

—Prima Kate, hola…—él parecía algo tentado.

—¿Pero usted es sobrino de Barton? Jamás lo mencionó ni…—dijo ella incómoda.

Él sonrió.

—Es tío segundo, por parte de padre. Y en realidad, fue un descuido. Kate, necesito su ayuda, por favor siéntese. Mi tío está enfermo, muy enfermo y necesita hacerse unos estudios urgentes y se internará esta misma tarde.

Esa noticia la sorprendió. ¿Un hombre tan vital, enfermo?

No tardó en enterarse, tenía cáncer en los huesos como consecuencia de un cáncer de pulmón mal curado. Tosía mucho y fumaba como murciélago, su oficina siempre tenía olor a tabaco, pero jamás creyó que pudiera estar enfermo.

—Todo esto fue inesperado, me llamó hace días y le dije que no podía estar aquí pero ahora… Soy todo lo que tiene en el mundo y le espera algo espantoso de soportar y no sé… Es muy triste terminar así y su enfermedad no tiene cura. Nunca lo supo ni solía ir a los médicos.

Kate se sintió mal.

—No puede ser, es un hombre tan fuerte… Nadie habría imaginado.

—Las apariencias engañan, prima Kate. Ahora te ruego que me ayudes en esto. Por un tiempo deberé saber cómo funciona esta empresa y no podrás… Te pido que olvides tu trabajo como creativa publicitaria y me ayudes…

Ella lo aceptó.

Todo era tan extraño.

Sus ojos azules siguieron cada uno de sus movimientos.

El señor Barton moriría en poco tiempo, tenía cáncer terminal en los huesos… No había nada qué hacer. Un hombre fuerte, saludable, rico… Cuando llegaba la hora nadie se escapaba. ¡Qué triste terminar así!

Kate sintió ganas de escapar. Tenía sus problemas y se había vuelto sensible, no quería enterarse de la muerte de Barton ni saber los detalles ni…

—Por favor, quédese—le pidió él.

No, no lo haría.

Pero lo hizo.

Durante días, semanas, trabajó para su nuevo jefe. Lo ayudó a encontrar los documentos de la empresa, le explicó su funcionamiento y le dio los teléfonos para que hablara con los administradores. Trabajó sin parar más horas de las que hacía antes y estar allí fue más importante que estar en su apartamento con su esposo.

Él tuvo que alejarse por un viaje de negocios y Kate se dedicó a la empresa.

“Bueno, me alegra que tengas un jefe gay, nada debo temer de mi primo Brent” le había dicho en son de broma. Kate enrojeció furiosa, no comprendía la insinuación.

A ella no le parecía gay, pero tampoco estaba segura de que le gustaran las mujeres.

Siempre estaba rodeado de hombres y no era como… Esos hombres que miran faldas y escotes.

Bueno, no era asunto suyo, ni le molestaba que fuera gay.

Tenían una relación laboral y en ciertos momentos le recordaba a su tío, tenía ese temperamento fuerte, viril, que no era exclusivo de los hombres mujeriegos.

En ocasiones notaba sus miradas intensas, pero no eran hacia sus piernas, siempre miraba sus ojos, la observaba como si estuviera pendiente de sus estados de ánimo o sintiera curiosidad.

Tenían una buena relación laboral pero Kate estaba esperando no ser necesaria para escapar. Se acercaba la primavera y quería… Deseaba visitar a sus padres y le debía una visita a su tía Ellen en Devonshire.

Adam Barton estaba grave, y todos los empleados comentaban cosas que no quería escuchar. Odiaba todo lo relacionado con las enfermedades y sentía terror de padecerlas.

Una mañana él la llamó. Su tío había muerto de un ataque al corazón en la madrugada.

Cuando llamó a su esposo para decirle este dijo sin rodeos: —Creo que es una buena oportunidad para que dejes ese trabajo, Kate.

—Pero ¿por qué? ¿Qué haré en casa? Tú trabajas todo el día y sabes que me deprime estar encerrada.  Ya lo hemos hablado, debo hacer algo, mis amigas… Todas trabajan.

Y Kate odiaba quedarse en casa y ser como su suegra: una elegante señora inglesa que no hace nada más que ir a restaurantes, clubes exclusivos y viajar por el mundo de vez en cuando al estresarse de no hacer nada.

—Quiero que tengamos un bebé y un tiempo para nosotros Kate, ese trabajo… ¿Es que no puedes vivir sin trabajar? Lo tienes todo, no necesitas… Y he oído que el estrés provoca esterilidad.

Esas palabras la enfurecieron.

—Yo no soy estéril John y lo sabes.

Su esposo se arrepintió de haber dicho eso.

—Tienes razón perdóname. Pero quisiera que pensaras. Es tiempo que te quedes en casa, ese tipo está abusando, te hace quedar fuera de hora. ¿Qué se ha creído? ¿Que eres su esclava o algo así?

Se hizo un silencio.

Kate asistió al funeral y se reunió con sus compañeros de trabajo luego de saludar a Brent que permaneció cerca del cajón de su tío con expresión sombría. Parecía afectado y por momentos, lo notó deprimido, afectado. Tal vez pensaba en lo triste que era morir así, sufriendo y solo. Porque Adam estaba solo, su familia, sus amigos… No tenía a nadie, solo a Brent.

********

Regresó al trabajo días después y lo notó raro. Bueno en realidad su nueve jefe era algo extraño y al recordar las palabras de su marido sonrió para sus adentros: falso, malvado, trepador, no era un hombre para vivir una aventura romántica. Era tan frío y al parecer solo le interesaban las herencias y el dinero, y no le gustaban las mujeres sino los hombres. Sin embargo él le había dicho en el cumpleaños de lady Rose; “no soy gay muñeca, y si quisieras te lo demostraría”…

Su voz fuerte, viril lo despertó de sus pensamientos.

—Kate, disculpa, necesito encontrar esa carpeta con las facturas.

Ella lo miró sorprendida; empezaba a detestar ese trabajo de asistente. Odiaba buscar papeles, facturas, ordenar como si fuera una secretaria tonta y sexy. Ese no era su trabajo y no le gustó el tono autoritario de ese hombre y la expresión casi maligna de sus ojos. ¡Mierda! Tenía un título, y John dijo que podía montarle su propio negocio, ¿qué hacía en esa oficina dejándose maltratar por ese tunante?

Lo miró con fijeza.

—Señor Ferguson estoy cansada de buscar documentos y facturas. Temo que no podré seguir en este empleo, lo lamento.

Él sostuvo su mirada.

—No puede irse ahora por favor, la necesito. Escuche, lamento todo esto pero usted fue asistente de mi tío y sabe muchas cosas.

Le dijo en pocas palabras que la compensaría y que no volvería a molestarla cuando encontrara esos papeles. Tuvo la sensación de que le decía eso para calmarla.

John estaba furioso porque decía que no necesitaba del dinero de ese primo rico que la trataba como esclava. Había empezado a presionarla para que dejara el trabajo.

—Señor Ferguson debo aclarar algo: su tío no compartía secretos conmigo, he colaborado con usted en todo lo que ha estado a mi alcance pero todo esto me altera. Me hace sentir usted como una secretaria insignificante, y yo soy publicista, y hace semanas que no puedo hacer mi trabajo con calma.  Debería hacer esas preguntas al señor Jefferson, su tío le confiaba muchas cosas.

Era su pareja, su amigo, tenían una relación muy estrecha. Lo sabía por chismes de oficina.

Esas palabras lo enojaron.

—¿Se refiere usted a que Jefferson sabe cosas de esta empresa: asuntos privados y también…?—sus ojos echaban chispas.

Kate sostuvo su mirada.

—Su tío valoraba mi trabajo sí, pero jamás me habría confiado  problemas ni asuntos delicados.

—Pero usted era su asistente, estaba con él casi todo el tiempo.

—Jefferson estaba mucho más cerca, él sabe dónde están esos documentos que necesita. Lo mío son sospechas, conjeturas, pero sabe, esto no me incumbe.

Él la observó con intensidad y su mirada resbaló por su vestido de forma intencional, pero se controló.

—Siéntese por favor, regrese, no puede dejarme aquí solo, somos parientes ¿no es así? Su esposo no lo aprobaría.

Ella sonrió.—Mi esposo quiere que renuncie, y creo que lo haré. Siempre llevé a cabo mi trabajo con calma, sin demasiadas presiones pero ahora…

Kate vaciló.

—Siéntese por favor, no haga caso a su esposo, usted no es una mujer para estar encerrada en su casa, es demasiado inteligente para eso. Lamento haberle causado incomodidad, es que todo esto… He descubierto algo muy grave señora Bentley, tengo mis sospechas, necesito averiguar un poco más pero mi tío desvió sumas importantes a una cuenta bancaria en suiza. Como si fuera un chantaje o algo así,  y he descubierto que esta empresa casi ha quebrado en poco tiempo. Soy el único heredero de mi tío, no tenía otros parientes y todo esto me enfurece.

Ella lo miró y guardó silencio. No podía decirle lo que sabía, no era correcto.

—Todas las empresas sufren pérdidas, pero en esta empresa entraba mucho dinero, ignoro qué ocurría después pero… Es una empresa sólida, con muchos años en el mercado y me cuesta creer que…—Kate pensó en Jefferson. Debió quitarle dinero, era un tipo ambicioso y sin escrúpulos.

—Mis abogados están investigando pero luego de entrar en esta oficina he descubierto que al parecer mi tío no solo gastaba a manos llenas comprando propiedades  y objetos de arte, sino que también… Era muy generoso con uno de sus empleados. Usted mencionó a Jefferson  Roberts, ¿no es así?

Kate desvió la mirada.

—Esto es muy incómodo para mí, señor Ferguson, por favor.  No sé nada de esos desvíos de fondos, mi trabajo era muy distinto y yo estaba abocada a él.

Él lo entendió y no insistió y permitió que ella regresara a su oficina para dedicarse de lleno a la nueva campaña publicitaria.

Sus ojos la siguieron, la recorrieron con un deseo casi salvaje. Las piernas y su cuerpo delgado y delicado. Adoraba sus piernas y soñaba con besar esos suaves pétalos femeninos escondidos allí y deleitarse con su respuesta durante horas. Imaginarlo le estaba provocando una erección. Nunca había deseado tanto a una mujer en toda su vida, tenía chicas para salir pero había empezado a hartarse. La quería a ella y la tendría. Un día la tendría.

Luego pensó en asuntos mucho menos agradables que su prima Kate. Su tío era un maldito cretino, ¿o debía decir un estúpido cretino?

Una de sus empleadas confesó que Jefferson Roberts, un tipo casado con hijos, atractivo y bisexual, se había prestado a tener sexo con su tío, en su despacho, durante las horas libres. El tonto de su tío se había involucrado en esa aventura mucho más de lo deseado. Jeffrey tenía cuarenta años y él sesenta y cinco. Era guapo, musculoso y muy rubio, y al parecer le fue muy sencillo embaucarlo. Y robarle todo el dinero.

Los giros fueron cada vez más generosos. Los regalos: tarjetas de crédito para usar sin límites, la cuenta bancaria en Suiza. Esa relación fue duradera y al parecer, planeaban irse a vivir juntos al extranjero el año siguiente.

Bueno, su tío no lo quería demasiado pero al ser su único heredero quiso dejarle el negocio. Un negocio casi en quiebra, con deudas y un montón de dinero girado al señor Roberts.

Sus abogados investigaron las cuentas, los giros, las firmas y descubrieron que podían impugnar todo acusando a Roberts de estafa y recuperar los fondos. Eso llevaría tiempo y dinero pero lo haría, estaba furioso, se sentía burlado y estafado. Su tío no pudo ser tan estúpido, pero en ocasiones los hombres solteros hacían esas locuras. En vez de hacerle regalos a una mujer lo hacían a su pareja hombre.

Ese día decidió interrogar a una joven, una antigua amiga de su prima Kate. Él quería saber ciertas cosas de su parienta y la señorita Anne parpadeó inquieta.

Fue muy hábil para hacerla hablar y se maravilló de todas las cosas privadas de las que se enteraban las mujeres, bueno, en otro tiempo habían sido amigas pero luego se habían peleado por una tontería del trabajo y no habían vuelto a acercarse.

Al día siguiente, Kate fue a trabajar como de costumbre y se alegró de poder encerrarse en su oficina y trabajar lejos de Brent. Necesitaba alejarse, ese día se sentía triste y desanimada. Había despertado con dolor de cabeza sabiendo que su amiga de todos los meses había llegado para recordarle que no habría un bebé ni una razón para quedarse en casa ni en ese matrimonio. Odiaba esos días, se sentía fatal, le dolía todo y solo se le pasaba a las horas luego de tomar dos analgésicos. Y lo peor era la depresión que la envolvía al pensar en su vida sin hijos, vacía, hueca, junto a un hombre que ya no amaba.

Ella no era estéril: el médico se lo había dicho, se había hecho un montón de exámenes pero John no quiso hacérselos, dijo que no soportaría que le pincharan los testículos…  

Ahora además de eso habían reñido porque él quería que renunciara, que dejara de trabajar con su primo, que era según él: peor que el diablo.  Ella siempre estaba a punto de renunciar porque ya no soportaba la tensión y sin embargo se negaba a quedarse en su casa encerrada, intentado juntar fuerzas para separarse. Nunca podía hacerlo, hablaba con su hermana Lilly con sus padres y amigas, todas le decían que era una crisis, que todos los matrimonios las tenían.

Kate sintió deseos de irse al demonio, alejarse para siempre de John y esa vida que había empezado a detestar. Tenía algunos ahorros, no era mucho pero podría recomenzar y alquilar algo por su cuenta hasta que…

Brent entró en su oficina y ella dejó lo que estaba haciendo sorprendida. La presencia de ese hombre la ponía tensa, nerviosa, diablos ¡era el primo de su marido!

—La necesito en mi oficina, por favor Kate.

Siempre buscaba alguna excusa, era como su asistente, su espía e informante y no le agradaba eso. No le agradaba ese acercamiento ni comprender que ese hombre le despertaba cosas que no deseaba sentir. Tal vez debería buscarse otro trabajo, no le agradaba que le pagaran un sueldo de secretaria, espía y no sé qué más. Además el ambiente había cambiado, su tío era distinto, un tipo derecho y aunque cascarrabias le tenía aprecio en cambio ese hombre… empezaba a sentir debilidad por él. Maldita sea, le gustaba ese hombre, fuera gay o no. Siempre le había gustado pero no era más que ver a un hombre guapo en las aburridas reuniones Bentley y nada más. Pero ahora que trabajan juntos, en ocasiones empezaba a tener fantasías…

Días estuvo en ese estado, desorientada y triste, sin ganas de regresar a su casa pero dejándose llevar.

De pronto notó que su esposo había cambiado, que ya no era ese hombre tranquilo y paciente, parecía furioso y malhumorado. Y no dejaba de presionarla para que dejara el trabajo.

Esa noche mientras sentía sus besos, su boca en su sexo devorándola con desesperación pensó en Brent, no pudo evitarlo, y cuando entró en ella y la poseyó ferozmente pensó “es él, el diablo” y cerró los ojos sintiendo que lo hacía con Brent y que eso le daba un placer nuevo, tan intenso que pensó que se desmayaría cuando su cuerpo estalló en convulsiones una y otra vez.

Y cuando se estaba por dormir exhausta entre sus brazos él le susurró:—Deja ese trabajo Kate, quédate en casa, te necesito aquí…

***********

Un día tomó la decisión de renunciar. No soportaba más esa situación ni sentir que su propia infelicidad la empujaba a los brazos de ese hombre. Renunciaría ese día. Preparó la nota y se presentó en su oficina a primera hora. Sabía que no sería sencillo, intentó serenarse mientras sus ojos de un azul muy oscuro la observaban muy serios y retadores.

La dejó hablar, la observó hasta que sus nervios la traicionaron.

—Bueno, lamento que tomara esta decisión señora Bentley, de veras que sí, me ha sido de mucha ayuda y… Comprendo que está usted algo estresada por los cambios en la empresa pero… No renuncie, no lo haga, yo la necesito aquí.

Kate tembló al sentir esa mirada. Sabía lo que pasaba entre ambos, lo había sabido desde el primer día que se conocieron en su fiesta de bodas. Él no había dejado de mirarla pero ella pensó bueno, todos me miran, soy la novia y tengo un bonito vestido blanco. Pero en sus ojos había algo más y cuando fueron presentados formalmente ella sintió un estremecimiento recorrerla por completo. El mismo que sentía ahora.

—Necesito tomar distancia, tengo algunos problemas y me iré un tiempo al sur. Si necesita algo avíseme, estaré a sus órdenes un tiempo más. Usted puede…

Se levantó para irse. Había deseado renunciar a ese trabajo durante semanas pero él la mantenía atrapada con excusas y ahora, debía estar odiándola. Pero se equivocaba, no era odio, era furia y desesperación al ver que ella se le escurría como agua entre las manos. Deseaba retenerla.

—Aguarde, por favor… —dijo.

Se acercó a ella con rapidez y le frenó el paso. Kate tembló al sentir que quería besarla, que lo haría… No, no se atrevería, era un hombre muy frío, controlado. Su esposo decía que solo le importaba el dinero, no las personas, y que su ambición podía más que sus escrúpulos.

—No se vaya por favor, no lo haga—dijo entonces.

—Debo hacerlo, perdóneme. Lo lamento. Es lo mejor, necesito unas vacaciones, alejarme… No hago bien mi trabajo, no puedo concentrarme.

Él avanzó hacia ella y quedaron enfrentados y de pronto nunca supo ni cómo pero él la atrapó como si fuera un bandido y la besó. Ese beso apretado y ardiente la excitó tanto que venció su resistencia. Su boca atrapó la suya y al sentir su olor, su calor se excitó sintiendo que iba a perder la cabeza. Brent la retuvo y ella quiso apartarlo, forcejearon. “No” susurró, no por favor…

Pero él la retuvo, había deseado hacer eso mucho tiempo atrás, años llevaba aguardando ese momento y no se le escaparía. Era una locura pero… Bendita locura, no se detendría, no la dejaría ir.

Forcejearon y de pronto ella tropezó y cayó en la alfombra y él atrapó su boca, la besó de una forma que la dejó sin aliento.

Kate no pensó que alguien podía verlos, en esos momentos su mente era un torbellino, arrastrada por oleadas de placer, dejó que la desnudara y la observara con fascinación.

—Hermosa, preciosa Kate…—dijo y besó sus pechos redondos y llenos tendiéndola en la alfombra. Era una locura, hacerlo allí, pero el instinto ciego lo impulsaba y ella estaba demasiado excitada y lo deseaba tanto…

“Kate, hermosa!” dijo y abrió su camisa y el cinturón de cuero. Ella tragó saliva al ver su miembro erguido, rosado e inmenso y pensó que se moría por besarlo, por sentirlo en su boca pero no se atrevió y se quedó inmóvil, en ropa interior negra de encaje, deseando escapar y quedarse. Mareada por el cúmulo de sensaciones que recorrían su cuerpo. No podía hacerlo, era una locura. No podía acostarse con su jefe maldición, era pariente de su esposo y ella estaba casada.

—Tranquila preciosa, ven aquí… Sé que te mueres por hacerlo, yo también, hace tiempo, mucho tiempo que te espero… ven…

La llamó, volvió a besarla, guiándola a su miembro porque quería sentir esos labios rojos allí. Kate no pudo resistirlo, y gimió al sentir su suave miembro prisionero en sus labios. Quería darle placer, tanto lo había deseado que no podría detenerse. Brent se incorporó intentado controlar la excitación. La visión de Kate arrodillada, y desnuda, adorándole era demasiado y acarició su cabello castaño tan suave y sujetó su cabeza lentamente mientras sus manos la tocaban y buscaban su tibio rincón… estaba muy húmeda para él, tan húmeda que sintió que se volvería loco si no lamía esa tibia respuesta y se perdía en su pubis de fuego.

Kate gimió al sentir las rápidas y feroces lamidas en su sexo y se arqueó hacia atrás devorando mucho más su miembro duro, deleitándose con su primera respuesta. El olor de su piel, y ese sabor… nunca había deseado tanto el sexo como en esos momentos.

Quiso gritar al sentir que él separaba sus piernas y hundía su boca hambrienta en ella pero no pudo hacerlo. Estaba atrapada en su cuerpo, en su miembro y respondía a sus caricias como una mujer apasionada, ardiente.

Pero él no iba a hacerlo así, en esa posición, quería hundir su vara en ella, hasta el fondo y sentir ese sexo pequeño y apretado, fundirse por completo y la apartó despacio dándole un beso profundo.

Ella gritó al sentir el impacto de la feroz invasión, no estaba preparada para que la penetrara, estaba excitada pero siempre necesitaba más tiempo, su vagina era estrecha y él, era más dotado de lo usual.

—Aguarda no…Por favor, espera—le susurró.

No se detendría, estaba demasiado excitado y la llenó por completo sintiendo un placer exultante que no había sentido jamás, como si ella fuera la única mujer que había tenido en su vida y ella su primer hombre. “Oh Brent” gimió al sentir que su sexo luchaba por acomodarse a su inmenso miembro y todo su cuerpo se abrazaba a él, desesperado… él ahogó sus gemidos con un beso profundo mientras comenzaba a rozarla sin piedad, sintiendo que era perfecta para él, tan bella y apretada. No notó su molestia ni que le pedía que se cuidara. ¿Qué importaba tomar precauciones en esos momentos? Bueno, sabía que ella solo dormía con su marido y le era fiel, no era la clase de chica de la cual debiera cuidarse como algunas rameras que había tenido antes. Y no pudo detener su placer ni dejar de llenarla con su semen espeso y desesperado. Diablos, hacía días, semanas que no tenía una mujer en sus brazos, que no disfrutaba del calor de una dulce fémina y ella era un ángel, hermosa, suave, tan dulce toda ella… Habría estado horas deleitándose en su femenino rincón pero estaba excitado y quería poseerla, sentir que era suya. Dios, ese momento fue único, salvaje.

Kate quiso apartarlo pero fue imposible, lo había hecho, sin cuidarse, como un salvaje, sin preguntarle… Sentir que la llenaba por completo con su semen le había provocado un nuevo orgasmo, mucho más fuerte que el anterior y se dejó llevar sin pensar en nada. Y se quedaron así fundidos, apretados y jadeantes un momento mirándose con curiosidad.

—Fue grandioso muñeca, sospecho que ahora no renunciarás, te quedarás aquí…—le dijo con una sonrisa y la besó.

Kate se sintió mareada, confundida, y débil…

—Debiste cuidarte Brent, debiste hacerlo—esa fue su respuesta.

Ella jamás tomaba pastillas, buscaba un bebé, pero ahora debía tomar algo. De pronto lloró mientras intentaba alejarse de él.

—Hey tranquila muñeca deja de llorar, somos adultos ¿verdad? Deseábamos que pasara y ocurrió, ¿por qué lloras?

Kate secó sus lágrimas y lo miró furiosa.

—Esto no debió pasar, soy la esposa de tu primo. Y debiste cuidarte.

Él sostuvo su mirada y sonrió.

—No diré nada preciosa. ¿Crees que correré a decirle?

—No es eso. Pero yo me siento como una zorra de oficina, durmiendo con el jefe ¿entiendes? Esto nunca debió pasar, déjame por favor.

Él escuchó sus palabras sorprendido y acarició su cabello.

—No diré nada preciosa,  puedes estar tranquila. Y no eres una zorra.

Kate sintió que necesitaba darse un baño, se sentía sucia y se vistió con prisa. Corrió a darse un baño en el lavatorio de la oficina. Se dio una ducha rápida y procuró estar limpia y libre de su semen. No quería quedarse embarazada de ese hombre, la idea le parecía espantosa. Había una píldora de emergencia, debía comprarla de inmediato.

Cuando entró de nuevo en la oficina encontró a Brent hablando por teléfono, de traje oscuro, serio y formal, nadie habría creído que momentos antes habían estado teniendo sexo en ese lugar, tendidos en la alfombra como dos locos.

Debía irse y no regresar jamás. Él cortó la llamada de su celular y la detuvo cuando llegaba a la puerta.

—Aguarda Kate, está cerrada.

Había trancado la puerta, y fue a abrirla y sintió su voz en su oído—Fue hermoso preciosa, no renuncies, regresa… Quédate conmigo. Sabes que nunca olvidaré este día, ¿tú podrás hacerlo?

Ella lo miró confundida y atormentada. “No regresaré Brent” susurró.

Él no esperaba esa respuesta, esperaba una sonrisa cómplice, un cambio, algo que le diera esperanzas de que luego repetirían esa experiencia. Porque sabía que era solo el comienzo, tenía muchas cosas que enseñarle a esa chiquilla.

Pero Kate no era una mujer fácil de domeñar y cuando al día siguiente no fue al trabajo se inquietó. ¡Mierda! ¿Así que su primita lo quería abandonar? Debía querer al imbécil de su primo o sentirse atormentada. Pero a ella le había gustado y había sido ardiente, mucho más ardiente de lo que había soñado. Se excitaba al recordar la imagen de su pubis pequeño y rosado, envuelto en delicados pliegues. Era la vagina de una virgen, de una jovencita y había disfrutado como un loco entrando en ella maldita sea. Tanto lo había deseado y soñado. Debían repetir ese encuentro, debían tener una aventura, follar a la esposa de su primo había sido la mejor experiencia sexual de su vida. Ese imbécil siempre lo había tenido todo y por supuesto, se había casado con una mujer preciosa, dulce… Nunca había tenido mujeres bonitas hasta que conoció a Kate. Y él la conoció el día de su boda y entonces sintió algo… Era preciosa como una princesa, con sus ojos grises y el cabello castaño enrulado, delicada, femenina…

“No regresaré Brent. Me siento como una zorra de oficina” había dicho. Y cuando la hizo suya lloró, lloró entre sus brazos. “No, por favor”. Estaba demasiado excitado para comprender que había ido rápido y la penetración para ella era algo molesta al comienzo, luego pareció relajarse y disfrutar… Había tenido más de un orgasmo y cuando lo hizo, cuando la llenó con su placer sintió que ella lloraba apretándolo contra su pecho. Dulce, tierna y apasionada. Kate no se habría acostado con él de no haber sentido algo, no era una mujer de tener aventuras, un amigo de su primo había dicho que el sexo entre ambos era irregular. Que no era apasionada y que no eran felices porque él no era capaz de darle un hijo. Sin embargo él había conocido a otra Kate…

Estuvo días de mal talante al comprender que ella no esperaba regresar y que estaba arrepentida por lo que había pasado entre ambos ese día. Debía amar a su primo… De lo contrario no se habría casado con él. Pero si lo amaba tanto ¿por qué se había fijado en él?

Al día siguiente la llamó y la citó en su apartamento.

—No iré Brent. ¡Por favor, déjame en paz!—le había rogado.

Pero a las ocho fue a verlo. Él pensó que no iría y estaba bebiendo un whisky cuando sintió el timbre de la puerta. Era la prima Kate… Preciosa, con una blusa negra de encaje y una falda corta roja con medias negras y tacos altos. Sus ojos dulces y luminosos lo miraron con expresión insegura.

Sin decir nada se acercó y lo besó y poco después rodaron en la cama como dos desesperados. Él la desnudó con prisa y la preparó para ese momento.

—Esto es una locura Brent—dijo de pronto y gimió al sentir sus feroces y desesperadas lamidas en su sexo húmedo y anhelante.

Pero cuando quiso hundir su miembro en ella lo detuvo, le rogó que lo hiciera despacio. Sufría de estrechez y él sonrió, deleitado y embriagado con su sabor, de pronto sintió que adoraba cada fibra de su ser y que debía ser suya muchas veces esa noche.  Una vez no sería suficiente.

Lo obligó a cuidarse, ese fue el trato, no podía tomar pastillas, le hacían mal y temía que le causaran esterilidad, porque quería tener un hijo con John.

Él aceptó calzarse un condón de mala gana.

—Me lo pondré después preciosa… ¿Y tú por qué no tomas pastillas?

—No puedo, me hacen mal.

Brent sonrió.

—Pobre John, debía vivir con un condón puesto.

La mención de su esposo la espantó y él se disculpó.

—Está bien preciosa, perdóname… Se me olvida que es tu marido.

Kate tembló, era una locura lo que estaba haciendo pero no podía evitarlo, ese hombre realmente era un demonio y despertaba en ella una lujuria intensa, desenfrenada. Con su esposo nunca había sido así pero él la guió por caminos nuevos, provocándole sensaciones desconocida, tan fuertes…

Esa noche la tendió de espaldas y la obligó a quedarse allí mientras comenzaba a besar sus nalgas.

Ella quiso detenerle, el sexo anal siempre le había dado miedo, decían que era doloroso. 

—No déjame por favor—le susurró asustada.

Él la abrazó con fuerza, quería hacerlo, Kate le confesó que le daba miedo y que nunca lo había hecho. Saber eso le animó mucho más, imaginaba que el tonto de su primo era pésimo en la cama, pero él sería el primero. “Relájate preciosa, tranquila, deja que yo lo haga todo, te gustará… “le susurró sofocando sus gemidos con besos ardientes. Adoraba su cuerpo y ese trasero redondo y femenino lo tentaba, era perfecto y debía ser suyo. Tenía un preservativo lubricado especialmente para eso y la llenó de caricias para llevarla, esperando que estuviera rendida para hacerlo. Sabía que algunas mujeres sentían dolor y rechazo, pero él quería intentarlo, adueñarse de cada rincón de su cuerpo. Era suya y lo sería por completo…

Kate pensó que todo era una locura, y que él la llevaba a entregarse por completo, a someterse a sus deseos. Gimió al sentir que la llenaba por completo y disfrutaba ese momento pegado a ella. “¿Estás bien, preciosa?” Quiso saber. Ella asintió en silencio mirándolo con intensidad sintiendo que era suya por completo, embriagada por sus caricias y su calor… Brent llenaba su cuerpo y su alma, esos días sin ir al trabajo habían sido una pesadilla. Lo necesitaba, no podía dejar de recordar ese día en su oficina haciendo el amor como dos locos tendidos en la alfombra.

Él la apretó contra su pecho y la besó.

No podía quedarse mucho, había inventado una mentira, la primera y John sospecharía.

—Quédate preciosa, y cena conmigo… Necesitas juntar fuerzas—le dijo.

Ella sonrió, pero apenas mordisqueó una hamburguesa, estaban sentados y comenzaron a besarse, a tocarse con desesperación y él levantó su falda y casi destrozó sus bragas para poder penetrarla.

Kate perdió la cabeza cuando entró en ella y él no tuvo tiempo de cuidarse, ni pudo hacerlo.

Y durante dos semanas abusó de su amor y la tuvo en su cama casi todos los días.

Tenía mucho que aprender del sexo y de él, sobre sus gustos. No importaba, tenía tiempo para enseñarle.

Un día mientras comenzaban el ritual él la ató a la cama sin que se diera cuenta.

—¿Qué haces, Brent? Quítame esto, por favor—suplicó ella asustada y excitada por la situación.

—Es un juego nuevo, Kate, te agradará. Jugaremos al amo y a la sumisa. Si me obedeces tendrás tu recompensa.

Ella tragó saliva al ver que abría el cierre de sus pantalones. La visión de su miembro inmenso y erecto la excitó y cuando lo acercó a sus labios tembló.

—De rodillas, preciosa, inclínate ante tu amo—le ordenó. No había vacilación en su voz ni en su mirada, conocía bien esos juegos de bondage y la dominaba por completo. Pero necesitaba una muestra de su sumisión.

Ella obedeció luego de una breve vacilación y atada como estaba se arrodilló y besó su miembro hasta que comenzó a devorarlo, a envolverlo con sus labios mientras su lengua degustaba su sabor y suavidad. Él le había enseñado a hacerlo, era extraño, pero había tenido dos amantes y ninguno le había despertado ese deseo desesperado.

—Así preciosa, un poco más… no te detengas, demuéstrame  que soy tu dueño.

Ella cerró los ojos y lo envolvió con lamidas cada vez más fuertes mientras él se deleitaba con ellas y con la visión de su cuerpo tendido ante él, adorándole. Porque ella adoraba su miembro y lo adoraba a él… y esta vez no la detuvo y la atrapó al sentir que su boca lo devoraba por completo, succionándolo con desesperación hasta tener su recompensa. Kate se moría por sentir ese sabor y la forma en que la llenaba con su placer y gimió mientras él se abrazaba a ella.

Pero era solo el principio y ahora era su turno y sin desatarla la tendió en la cama para  devorar su sexo húmedo, tan dulce. Oh, ahora la follaría con su lengua hasta arrancarle gemidos desesperados. Kate se resistió, gritó y él pensó que se volvería loco si no la penetraba en esos momentos. Debía hundir su miembro en esa deliciosa vagina apretada y dulce, era el cielo.

En algún momento ella le rogó que se cuidara, pero mierda, no lo haría, quería llenarla con él y sentir como derramaba en su cuerpo su simiente y placer.

Kate sintió que estallaba de nuevo y aprisionaba su miembro expulsando su semen hacia dentro como cuando buscaba un bebé. Pero no podía quedarse embarazada de su amante, era una locura.  Así que cuando cayó en sus brazos exhausta, le rogó que la desatara.

Él la miró con una sonrisa extraña.

—Todavía no he terminado contigo muñeca—fue su respuesta.

—Debo lavarme, por favor…

Él acarició su cabello.

—¿No sueñas tanto con tener un bebé? Pero tú tonto esposo nunca podrá dártelo ¿sabes?

Esas palabras le provocaron un escalofrío intenso. ¿Cómo sabía Brent del bebé? Ella jamás lo había mencionado, jamás  hablaban de John ni…

—¿Cómo sabes que John es estéril? Eso es mentira, no puede ser.

Él sonrió mientras la desataba.

—En la familia Bradley los chismes vuelan preciosa, todos dicen que eres estéril y que sufres por ello, pero yo sé la verdad. Mi primo tuvo paperas de niño, y el médico dijo que tal vez le costara tener hijo y luego… Tuvo un accidente en los genitales, una broma de uno de sus primos…

Ella se alejó  y se dio un baño. Quería borrar toda huella de ese momento, maldición, ¿qué estaba haciendo? Era una zorra malvada. John no merecía eso, fingía ir al trabajo pero se quedaba en su apartamento, en su cama.

No era sencillo para ella, comenzaba a sentirse culpable, y enferma.

Salió de la ducha y se vistió aprisa, estaba temblando. Él la observó con una sonrisa, tenía un físico atlético y trabajado, algo poco común entre los yuppies. Su cuerpo era una escultura, las piernas, los brazos y ese pecho marcado…

—¿Ya te vas, muñeca?

Ella lo miró furiosa, no le agradaba que la llamara así, ella no era su muñeca ni su cosita bonita.

—No puedo seguir con esto Brent, me siento una porquería ¿sabes? Esto no es para mí, yo no soy así.

Él avanzó con paso lento pero sin detenerse, solo llevaba un bóxer negro pegado a la piel.

—Es algo tarde para volver atrás ¿no crees? Además, sé cuánto te gusta cuando lo hacemos. No estarás pensando en abandonarme ahora… Sientes pena por el tonto de tu marido ¿eh? ¿Es eso? Dime algo Kate, ¿por qué te casaste con él? No fue por amor, porque tú no eras una novia enamorada. ¿Por qué fue?

Kate frunció el ceño.

—No quiero hablar de John. Además, yo no te hago preguntas Brent. Debo irme y no regresaré ¿entiendes? No me agrada esto, no puedo manejarlo ni… 

Esas palabras lo enfurecieron, odiaba quedar fuera y que ella negara que le importaba y de pronto la atrapó y la retuvo a la fuerza.

—Dijiste que me amabas hace un momento, ¿o escuché mal? ¿Tú me amas y por eso me abandonas? Una rara forma de querer tienes tú, muñeca.

Kate lo enfrentó furiosa.

—Suéltame, odio que me agarres así… ¿Qué te importa a ti de mi matrimonio o de mis sentimientos? Tú solo te diviertes, no sientes nada por mí, para ti todo esto es una aventura divertida. Y yo no soy tu muñeca, ni tu juguete. Tengo esposo y esto no es para mí. No volveré Brent. Déjame por favor, me haces daño.

Era suya maldita sea, su muñeca, la única mujer que había amado. Pero no se lo diría, no era uno de esos tontos que perdía el tiempo regalando rosas y frases bonitas.

—Quédate un poco más, es temprano preciosa. Y mañana quiero que regreses al trabajo, ¿entiendes?

—No, no volveré a la empresa ni quiero…Déjame por favor.

Él atrapó su boca y le dio un beso que la dejó sin aire, no comprendía cómo un hombre tan frío podía llegar a ser tan tierno y apasionado. Lástima que solo era dulce en la cama. Y que a fin de cuentas era solo sexo, no había nada más, para él no lo había. Era un hombre frío y no le agradó su reacción de retenerla, de exigirle que regresara.

Sin embargo no le había molestado que la atara a la cama. Eso lo había disfrutado.

Cada vez era más difícil regresar a su casa. No podía hacerlo, ni mirar a su esposo.

Debía terminar esa aventura de inmediato.

Pero él no tenía intención de dejarla en paz y como no acudió a la cita la llamó a su casa. Llamó y cortó como aquellas veces que recibía llamadas anónimas. Oían su voz y cortaban.

Kate tembló al comprender que había sido él, Brent era el responsable de las llamadas misteriosas pero… ¿Por qué lo había hecho?

Durante días la torturó con esas llamadas hasta que se hartó y fue a verlo a su apartamento.

Brent fingió sorpresa: tenía un vaso de whisky en la mano y sus ojos brillaron al recorrer su cuerpo. Acababa de darse un baño y lucía unos cómodos jeans gastados y una remera blanca de cuello.

—Hola Kate ¿me extrañaste, preciosa? Ven, pasa, no te quedes allí, no voy a comerte—dijo mirándola con deseo.

Ella entró vacilante, estaba decidida a decirle algunas cosas, pero no iba a pelear si podía evitarlo.

—Siéntate, te ves cansada amor. Pálida… te hace falta un poco de amor, ¿no?

Sí, había pasado el día sintiéndose débil y mareada pero eso no era el caso.

—No vine aquí para eso Brent, vine a decirte algo muy importante, espero que me escuches. Has estado llamándome ¿no es así? No lo niegues. Eras tú, tú llamabas y cortabas, durante un tiempo lo hiciste. Y ahora has vuelto a hacerlo. ¿Por qué?

Él sonrió sin decir palabra mientras se servía otro whisky.

—¿Por qué lo haces? ¿Quieres vengarte, volverme loca? Odio que hagas eso.

—Deja de hablar así Kate, yo no soy tu marido y detesto las escenas. Si quieres pelea vamos a la cama, no reñiré contigo. No soy tu esposo ni nada muñeca, solo tu amante. Un amante resentido y abandonado—puntualizó mirándola con intensidad.

—Si no eres nada, entonces déjame en paz. Deja de molestarme. ¿Eras tú el de las llamadas? ¿Por qué lo hacías?

Él sonrió sin responderle, parecía pensativo. De pronto dijo:

—Quería escuchar tu voz, solo eso… Iba a esas estúpidas reuniones familiares con la esperanza de verte. El primo gay de John… Estaba loco por ti, ¿sabes? Soñaba con hacerse hombre en tus brazos.

—Esto es una locura Brent.

—Bueno querida, soy un Bentley también, ¿qué esperabas? Esa familia es una locura por dónde mires. Nadie escapa, ni siquiera tu perfecto John, te lo aseguro.

Kate dio unos pasos por la habitación.

—Dijiste que éramos adultos, que lo ocurrido entre nosotros… Y que serías discreto. Pues yo no puedo hacerle esto a John, no se lo merece.

Él se acercó y la atrapó entre sus brazos dándole un beso fugaz.

—Ya está hecho preciosa, fuiste mía muchas veces y te gustó, lo disfrutaste, no lo niegues y no viniste a decirme adiós, has venido a que te haga el amor de nuevo.

—¡No, no, suéltame Brent, estás loco! Es tu primo, no puedes ser tan insensible, tan malvado, esto jamás debió pasar. Déjame en paz Brent, se terminó ¿entiendes? No quiero seguir, mis nervios no resisten y me siento enferma.

—Pues tranquilízate, relájate Kate. No voy a dejarte en paz, me gusta hacerlo contigo, tú me gustas mucho muñeca, hace años que te miro y espero como un tonto una oportunidad para dormir contigo. Y ahora que lo conseguí, ¿crees que podría dejarte ir? No, no lo haré, esto es solo el comienzo, preciosa. No puedes manejarme, yo soy quien manda aquí ¿sabes?

Kate quiso apartarlo pero él la sentó en su falda y comenzó a besarla con desesperación. Forcejearon y ella quiso escapar pero no pudo porque él usó la fuerza para retenerla, para seducirla con besos mientras sentía su miembro convertido en roca rozando su vagina con suavidad.

—No, déjame por favor—dijo ella, pero su protesta fue ahogada por su boca atrapando sus pechos mientras el olor de su piel y el calor de su cuerpo la envolvía y hechizaban. Era él, el responsable de esas noches de insomnio, el único hombre capaz de doblegarla y seducirla. Maldita sea, por primera vez podía dormir con un hombre sin pensar en Anthony. Pero no era un amor normal, parecía una obsesión oscura, enfermiza, la de ese hombre que la había buscado desde el día de su boda y todo ese tiempo había estado allí como un fantasma: llamándola a su celular, o apareciendo de repente en las tediosas reuniones familiares.

Gimió al sentir que la arrastraba a la cama para entrar en ella. Odiaba que lo hiciera tan rápido, su cuerpo no estaba preparado y sentía una molestia mientras su vagina lograba estirarse y adaptarse a su inmenso miembro.

—Despacio por favor, Brent…—le rogó.

Él la miró con intensidad, estaba furioso por su abandono, porque se resistía a él y quería escapar, abandonarlo, porque debía querer a ese primo suyo o qué demonios… Ardía de rabia y no se detuvo ni se cuidó como hacía a veces. Quería hacerla estallar y estallar de placer en su cuerpo, llenarla con su semen solo para fastidiarla. Para que rabiara y llorara como hizo luego.

Siempre hacía esas cosas, la volvía loca, la dejaba exhausta y luego la hacía llorar. Pero ese día llegó más lejos y cuando quiso irse cerró la puerta con llave.

—¿Estás loco? Abre la puerta, Brent—Kate tembló al sentirse atrapada. Habían estado haciendo el amor durante horas y no tenía fuerzas para resistir un minuto más.

Él se sentó en la cama y encendió la televisión ignorándola como un cretino. Kate sintió una rabia espantosa y se acercó. Tenía ganas de darle una bofetada por no contestarle, por hacerse el estúpido mientras cerraba la puerta con llave de su apartamento.

De pronto él la miró y ella se estremeció porque tuvo la sensación de que el demonio la estaba mirando. Era un demonio oscuro y terrible, una criatura infernal y comprendió que acostarse con él había sido el peor error de su vida. Era malvado, cruel y muy sádico. Una especie de atracción fatal en versión masculina.  Y eso no era amor, era calentura, deseo sexual, atracción salvaje: ella no podía amar a un ser como ese que hacía toda clase de cosas para enfurecerla: que la perseguía si no aparecía, como la amante loca de un hombre casado, acosándolo, amenazándolo con decirle a su esposa. Ahora entendía lo que era para un hombre casado enredarse con una persona así y sufrir las consecuencias.

—Tranquila muñequita, eres una pequeña consentida… Te has acostumbrado tanto al pelele de tu marido que crees que puedes llevar a todos los hombres de las narices ¿verdad? Por eso te casaste con él, yo no recibo órdenes de nadie preciosa. ¿Entiendes? Pues recuérdalo y suplica, suplica si quieres algo de mí.

—No quiero nada de ti Brent, solo abre la maldita puerta, no puedo quedarme aquí toda la noche. Tengo un marido que me espera y deja de burlarte de John, mi esposo no es ningún dominado.

Él se acercó y la atrapó de los brazos.

—Si fuera tan bueno tu John, no estarías tan contenta conmigo preciosa, es un tonto, hace todo lo que tú le dices, pero yo soy el jefe, acostumbrado a dar órdenes, no a recibirlas, pequeña bandida. Y si se me antoja que te quedes, te quedarás, ¿lo has entendido?

—¿A qué estás jugando, Brent? ¿Por qué haces esto? Pensé que tú…

Él sostuvo su mirada: una mirada maligna, intensa, y por momentos enigmática, mientras sonreía burlón.

—¿Pensaste que estaba enamorado de ti como el tonto de mi primo? Yo no soy esa clase de hombres, no creo en el amor, me gusta estar contigo, me gusta tu olor, y cada rincón de tu cuerpo. Pero nunca me convertirás en un perrito faldero que corra a ti con besos moviendo la cola. Hace tiempo que te deseo muñeca, y por eso mi deseo por ti es monstruoso, insaciable, pero no soy un demonio, soy muy tierno en la cama ¿no crees? Y si quieres te haré un bebé ahora. Porque tú quieres un bebé ¿no es así? Ves pasar los años y el muy imbécil no ha podido hacerte un hijo, ni uno… pero yo te lo haré, será mi regalo para ti. Un pequeño suvenir.

Forcejearon, ella lo apartó furiosa y lloró y hasta llegó a pegarle.

—No quiero un hijo tuyo, eres un demonio insensible, no soy más que un capricho para  ti, una cosa para satisfacerte. Pero me iré de aquí mañana y no volverás  a verme nunca más, ¿entiendes? Nunca más.

—Esos dices siempre nena, y luego regresas. Debe ser que realmente me amas ¿verdad? Amas la forma en que lo hacemos, pero no me puedes amar a mí porque no puedes ponerme el collar y convertirme en tu perrito de bolsillo. Mírame, soy un hombre con todas las letras, o como los hombres deben ser: salvajes e ingobernables. Nuestro rol no es correr tras las faldas y dejar que ustedes las mujeres hagan todo lo que se les antoje. El rol de un hombre es primero ser hombre y luego ser quien lleva los pantalones y dar las órdenes, pequeña gata mimada. Y como te has comportado muy mal hoy te quedarás y aprenderás disciplina.

Kate gritó, lloró y lo arañó, pero no pudo escapar a que la atara a la cama y la amenazara con darle con su fusta si no calmaba.

Ella dejó de intentar soltarse y lo miró. Así fue al comienzo, un amor loco y salvaje, ella estaba furiosa pero asustada de que cumpliera sus amenazas. Observó la fusta de cuero y suspiró.

Brent se acercó y acarició sus mejillas húmedas por las lágrimas.

—Así me gusta muñeca, que seas obediente y entiendas que no soy John, soy tu amo, tu dueño absoluto y te daré todo lo que quieras si me obedeces. Tranquila… No te haré daño.

Su celular sonó entonces y ella tembló. Debía ser su esposo.

Brent lo tomó de su bolso y sonrió mostrándole el número y luego... Hizo algo espantoso: movió el dedo como si fuera a atender y ella contuvo la respiración y en esos momentos sintió que lo odiaba con toda su alma.

Pero no iba a ser tan imbécil de atender a su primo, así que lo dejó sonar y sonar y fue en busca de la cena. Tenía la sensación de que ella no se alimentaba bien, se veía pálida, cansada, así que pidió una comida balanceada con muchas verduras y bistec y la desató para que pudiera sentarse a la mesa con él.

Kate miró la puerta con desesperación, pero él; que adivinó sus intenciones: le dijo: —Ni lo intentes preciosa.  Y ahora, siéntate a la mesa como una buena chica y come. No me agradan tan flacas, ¿sabes? Además te ves pálida.

No podía probar bocado pero lo hizo. Por primera vez comprendía que todo había sido un error, que nunca se sometería a él y que debía escapar de esa relación cuanto antes.  Estaba harta de mentir, de temblar cada vez que sonaba el teléfono en su casa, temía que John se enterara y… No podía manejar tanta tensión y además, él no era el amante tranquilo que una mujer como ella necesitaba. En realidad ella no necesitaba un amante, se había enredado con ese hombre por una atracción que no había podido resistir. La había seducido, todo ese tiempo…

Luego de la cena, Kate se preguntó si volvería a atarla pero él tenía otros planes y tomando su mano la llevó de regreso a la cama y la abrazó con fuerza.

Ella quiso negarse, no quería, estaba furiosa con ese hombre y lo que menos deseaba era tener sexo pero tenía miedo, estaba asustada. Brent estaba loco y era… Era mucho peor de lo que su esposo le había dicho.

Pero el muy zorro fue más suave que otras veces y la besó casi con ternura susurrándole “te mueres por un bebé, yo te lo daré preciosa y luego le dirás a John que es su hijo… Y lo criarás dentro del santo matrimonio y todo quedará en familia.” Kate estaba tan horrorizada de sus palabras que tembló al comprender que ambos se odiaban, pero el odio de Brent hacia su esposo era mucho más intenso. Y usaría a un inocente para vengarse. No podía permitirlo, si ese malvado la dejaba embarazada se lo quitaría.

¡No, no! Quiso gritar pero ya era tarde, lo había hecho, la tenía a su merced y haría lo que quisiera.