1. Navidad

Cada vez que visitaba la mansión de la familia Bentley en Yorkshire con su esposo, Kate tenía la sensación de viajar en el tiempo y no habría podido explicar con certeza la razón pero... Ese caserío inmenso,  antiguo y sombrío rodeado de espeso follaje le provocaba escalofríos, era como ver fotografías en blanco y negro de la era victoriana, esas fotos macabras que había visto en una exposición hacía tiempo. Los Bentley eran una familia rara.

Pero era navidad maldita sea, no podía escapar a pasar con ellos ese día, nunca podía escapar. No hasta que estuviera casada con John por supuesto y eso la inquietaba. Su matrimonio no andaba muy bien…

Kate suspiró mientras su esposo disminuía la velocidad del automóvil mientras lo miraba con fijeza. John era un hombre  muy guapo, al mejor estilo nórdico; y en los primeros tiempos, enamorada, sintió que habría vivido hasta en el mismo infierno solo para complacerle, era un hombre tan bueno, pero ahora, casi cuatro después su entusiasmo y espíritu de sacrificio habían menguado. Soportar a los Bentley era más que una prueba de amor: visitar a esa familia se había convertido en una verdadera tortura para ella. No le tenían aprecio, parecían susurrar a sus espaldas. “Demasiado delgada, ¿estará anoréxica? Siempre tan delgada y se pinta como ramera. Usa faldas muy cortas, es una coqueta. ¿Será estéril? Las mujeres tan delgadas y con caderas tan estrechas lo son, un problema hormonal, dicen… ¡Pero si no hay espacio para que crezca un bebé allí!”

Esos comentarios malignos resonaban en su mente.

Claro, para ser fértil había ser una rubia Bentley como Meg, casada con Fred, que tenía cuatro niños y era tan gorda que Kate sentía vértigo cada vez que se sentaba a su lado y la miraba con esa sonrisa falsa.

No era por su gordura por supuesto, tenía amigas mucho más gordas que eran una monada de alegres y simpáticas, pero esas Bentley eran gordas, malhumoradas y con el tiempo descubrió que lo peor era que eran simplemente malvadas.

Algo debía haber en esa mansión campestre que las engordaba y volvía así, malignas y soberbias.

Afortunadamente ella era anoréxica y estaba a salvo de engordar y ser una Bentley. O eso decían que era.

Cuando entraron al recinto principal de la mansión, luego de ser perseguidos por un buen número de galgos ladradores y cargosos, Kate Bentley posó sus inmensos ojos grises en la matrona de la familia. Lady Rose Bentley. Gruesa, blanca y de grandes ojos oscuros sentía debilidad por su nieto John y este la veneraba más que a su madre, la apocada Sophie. Menuda y rubia, lucía siempre impecable como el resto de la familia pero al saludarles no podía evitar ese sentimiento y embarazo e incomodidad.

—Hola querida, ¡qué bella estás! Espléndida, siempre tan elegante—dijo lady Rose.

Ella sonrió y aparecieron los primos de John, todos rubios altos y muy guapos. Excepto uno. Brent.

La presencia de Brent la puso aún más nerviosa. Era un hombre que vestía siempre trajes caros, oscuros y un perfume fuerte, dulce. Vivía hablando por celular manejando sus negocios de forma constante y era el que menos encajaba en esa casa y en esa familia. Hablaba de acciones, dinero, herencias y lady Rose llegó a decir en voz baja que era vulgar. Su nieto. Si hablaba así de Brent, pues ¿qué no diría de ella? Que no era de la familia más que por accidente. Kate sabía que la detestaban pero fingían cortesía por educación.

—Ven, acércate querida. Acaso… ¿Estás encinta? Te noto algo rara, como si…

Kate enrojeció furiosa, estaba saludando a Brent y a sus primos, no soportaba que dijera esas cosas. ¡Dios bendito! ¡Recién había llegado y sentía deseos de salir corriendo!

John salió en su defensa.

—Todavía no abuela, pero ya vendrá. El primero siempre se hace desear—dijo.

Se miraron en silencio. Llevan días, meses, años buscando un bebé, Kate se moría por ser madre y lo único gratificante de esas reuniones eran los niños. Los hijos de la hermana de John y de sus primos, de edades diversas y hasta había dos bebés ese año. Hermosos. Mary y Andrew. Ella sintió un gozo casi doloroso al estar cerca de esos bebés, sufría por no tener un niño, se había casado por esa razón. Tener una familia numerosa y un esposo amoroso, complaciente. Desgraciadamente no le alcanzaba tener lo segundo.

Kate Bentley tenía una carrera moderna en publicidad, no la atraía la universidad así que hizo un curso rápido para conseguir un buen trabajo en lo que le gustaba: diseño creativo publicitario. Trabajaba seis horas diarias y descansaba los fines de semana. Su jefe, el señor Richards era despótico y en ocasiones intentaba estresarla pero no lo conseguía. Podía dejar ese trabajo en cualquier momento y conseguir uno mejor, y en cuanto quedara embarazada lo haría.

Uno de los espejos de la sala principal, estilo rococó reflejó a los presentes sentados alrededor de la inmensa mesa tubular. Eran como la familia victoriana: conservadores, serios y refinados. Su apellido y la historia familiar era ilustre y en esa sala había un cuadro de la reina Victoria conversando con una Bentley, una amiga íntima… Podía imaginarlo. La dama rubia y gruesa, de cara muy redonda tenía la misma expresión fría y soberbia de lady Rose.

Pero el espejo parecía mostrarla a ella: triste, angustiada y a Brent, observándola.

Al notarlo apartó la mirada, sin embargo esos ojos volvieron a seguirla, sin que se diera cuenta.

Luego llegó el tradicional brindis, los regalos para los niños y un griterío que solo Kate disfrutó. La cara de Brent se transformó, detestaba a las criaturas y era un solterón consumado. Alguien había mencionado que era homosexual y ella se preguntó si realmente lo era, pues la había mirado de forma especial. El día de su  boda. Brent le fue presentado, no lo conocía. Al parecer no lo querían, decían que era vulgar y que solo pensaba en el dinero. Kate recordó la fiesta, la noche de bodas en el hotel más caro de Londres. Estaba cansada y tenía los pies lastimados por los tacos altos, había bailado toda la noche y lo que menos quería entonces era tener sexo. Era de rigor  hacerlo, aunque lo hicieron mucho antes y después. No fue especial, fue una simple obligación. Soy tu esposa y debo dormir contigo y darte los gustos aunque rara vez me divierta o emocione hacerlo.

Recordó esos primeros tiempos con cierta nostalgia. No sabía qué le pasaba… Era navidad y no estaba contenta, habría deseado pasar con sus padres y hermanos en Canterbury, pero era de rigor que todos los Bentley se reunieran en navidad, todos los años igual. Como resultado las navidades le resultaban tediosas y hasta depresivas.

El reiterado brindis con champagne le provocó una rara somnolencia y cuando esa noche él atrapó su cuerpo menudo pensó “es navidad, tal vez si lo hacemos logre quedar embarazada, es una fecha tan especial…”

Y con ese pensamiento se animó al sentir que la desnudaba deprisa. La excitación de John, su deseo la hacía humedecer. Era un hombre guapo, fuerte y le gustaba hacerlo con él y esa noche se propuso enloquecerlo dándole las caricias que tanto le gustaban. Debía excitarlo, hacer que su semen espeso entrara en ella y le hiciera un bebé, no soñaba con otra cosa y las noches que esperaban conseguirlo eran las más placenteras.

—Así nena, más duro, así…—pidió él hundiendo su miembro un poco más en sus labios húmedos y excitados. Kate movió su boca a su ritmo y él creyó que perdería la cabeza, pero era tan placentero. Adoraba cuando ella se convertía en una gata en celo, en ocasiones lo ignoraba por días y semanas pero cuando quería sexo porque soñaba con un bebé, era una verdadera hembra y lo volvía loco como en esos momentos. Acarició sus cabellos y tocó esos labios y la vio, arrodillada ante él con su cuerpo esbelto pero con tentadoras curvas.  Era tan hermosa… sus manos tocaron sus pechos y siguieron más allá hasta alcanzar los delicados pliegues de su vagina pequeña, estrecha. Adoraba ese rincón y sufría por devorarlo pero ahora le gustaba verla así y la apretó un poco más sabiendo que no podría detener más tiempo su placer.

Pero Kate no quería hacerlo así, no le gustaba, quería que acabara en su cuerpo y se apartó despacio tendiéndose en la cama.

John sufrió al ver que se alejaba de él, estaba hirviendo y notó que sonreía mientras abría sus piernas para tener su recompensa.

—Ven aquí perrito, entra aquí y hazme un bebé, lo merezco ¿no crees?—le dijo y sonrió provocativa y él no se detuvo en caricias sino que atrapó su sexo con la desesperación de un preso, hundiendo su boca cada vez más con feroces lamidas. Kate acarició su cabeza mientras gemía y sentía que todo estallaba a su alrededor. Pero él no se detendría hasta dejarla exhausta esa noche y luego de rogarle que le hiciera un bebé él entró en ella como un demonio arrancándole un grito que debió ahogar con su boca.

—SCH mi amor, pueden oírnos. Sabes que no está permitido follar en navidad—le advirtió él.

Ella sonrió y gimió al sentir que la inundaba con su simiente y casi rogó que el señor le diera un hijo esa noche. ¡Lo deseaba tanto!

Pero nunca lo hacían más de una vez. Ignoraba la razón pero John se excitaba al comienzo y parecía desesperado pero luego… sospechaba que padecía algún problema que no quería atenderse.

“Feliz navidad Kate” le susurró. Ella lo miró y notó que se quedaba dormido.

De pronto pensó en las palabras de su madre “deja de obsesionarte Kate, ya llegará el bebé, cuando menos lo esperes”.

Y tardó en dormirse, no comprendía por qué si todos tenían niños, sus primas, y las mujeres Bentley… Ella se había sometido a estudios, habían ido a un clínica privada para intentar una inseminación artificial y sin embargo allí estaba: desesperada por ser madre, temiendo ser estéril o…

Se sentía insatisfecha.

******

Su boda había sido precipitada. Fueron presentados por un amigo de su primo, a ella le pareció muy agradable, rubio, atlético y de ojos muy azules, la atracción había sido inmediata. Luego de su desengaño con Anthony Madison, ese playboy mujeriego, había estado un tiempo sola, estudiando, haciendo un montón de cursos que luego abandonaba. Lo mismo ocurría con sus trabajos. No le duraban, se estresaba y luego… Lo cierto era que sentía un vacío espantoso sin Anthony, lo extrañaba y el día de su boda, celebrada con prisas, lloró al recordarle. Tía Ellen lo notó y le recomendó que disimulara o todos lo notarían.

Y en su noche de bodas había pensado en él, y así había sido todas las noches en que durmió con su esposo, jamás podía escapar del fantasma de su primer amante como si dormir con él la hubiera marcado a fuego. Tres años saliendo juntos y aprendiendo todo en su cama. Era un buen amante, lo había conocido con dieciséis pero mintió para poder salir sin problemas. Cuando supo que era virgen sonrió, no se asustó como lo habría hecho otro, y le dijo “¿quieres aprender conmigo preciosa? ¿Me has escogido para que te enseñe el sexo?”.

Ella temblaba, no estaba segura de querer seguir pero: ¡estaba tan excitada!

Su primera vez había sido dolorosa, pero lo disimuló para que no se sintiera culpable, porque quería que pasara pero… Nunca olvidó esa noche, ni el tiempo que estuvieron juntos. No solo el sexo que era maravilloso, dulce, él le tenía tanta paciencia…  Era un joven bueno, atento, siempre alegre. Se enamoró de él, hasta los huesos y en poco tiempo. Le dijo que quería ser solo suya para siempre. Una boda, una casita en la playa, muchos niños. No trabajaría, se dedicaría a él, a los niños.

Pero Anthony la engañó, tenía otra y estaba confundido. Le pedía tiempo luego de romperle el corazón.

Lloró durante días, semanas, meses, usando lentes negros para salir a la calle porque no sabía en qué momento saldrían las lágrimas. Lo odió, sufrió, lloró y cuando él regresó arrepentido no lo perdonó. No pudo hacerlo. Orgullo, inmadurez, desengaño. Tuvo la sensación de que lo que había vivido con Anthony, no lo viviría nunca más, jamás volvería a querer así, tenía el corazón roto, hecho pedazos y nada le importaba.

Su prima le presentó a otros jóvenes para salir, pero salía para distraerse, cuando intentaban besarla se alejaba. No quería que la tocaran, el sexo, el amor, la pasión, todo había sido con Anthony y pensar en acostarse con un extraño le provocaba náuseas.

Hasta que conoció a John. Y semanas después de salir, la invitó a quedarse a su apartamento y miraron una película luego de charlar y beber cerveza. Una película romántica y antigua Orgullo y prejuicio. Tal vez bebió demasiado pero cuando comenzó a besarla y la tendió en la cama sintió una excitación casi instantánea. No lo rechazó ni escapó como ocurría siempre. Y dejó que la desnudara y le hiciera esas caricias que tanto había extrañado, porque en sus brazos sintió tanta necesidad de sexo… llevaba meses sin dormir con nadie. Estuvieron toda la noche haciendo el amor sin decir nada, ni hacer promesas. Fue una atracción física muy fuerte.

Hasta que le propuso matrimonio mientras lo hacían en su auto, en un lugar oscuro del parque.

Casarse, un hogar, muchos niños, había sido su sueño con Anthony pero él ya no estaba maldita sea, como si hubiera muerto. Y se llevaban bien en la cama, así que aceptó encantada. Kate dejó de cuidarse poco antes de la boda porque tenía prisa, acababa de cumplir veinte años y se sentía rara. Adulta y como de treinta. El desengaño la había marcado. Quería un bebé y durante meses, años lo habían intentado sin ningún resultado.

Tres años después y a punto de cumplir veinticuatro Kate se sentía desilusionada de la vida y ese día, mientras se daba un baño sintió los besos de John en su cuello. La había atrapado en la ducha y apretaba sus pechos y su trasero contra su miembro inmenso y ahora duro…

—Aguarda, espera—le pidió.

Pero su esposo estaba muy excitado a media mañana y quería caricias, sexo rápido y apurado antes de que sonaran las malditas campanas anunciando el desayuno. No podían retrasarse y lo sabía.

Kate terminó de bañarse y se arrodilló en la alfombra para darle placer de forma mecánica, no estaba excitada. En ocasiones cerraba los ojos y lo hacía sin sentir nada.

—Así preciosa, un poco más… Quiero mucho más de ti hoy—su voz ronca se transformó en un gemido al sentir esa boca engulléndolo, devorándolo mientras su lengua lo acariciaba con suavidad. Dulce, tan suave, la boca de Kate era maravillosa y la quería toda. No podría escapar esa vez…No la dejaría. Y de pronto sostuvo esos labios, esa boca, suya, como lo era todo su cuerpo y un placer intenso lo envolvió mientras ella lo engullía todo sin soltarlo, sin dejar de envolverlo y sonaba la maldita campana mientras ella caía hacia atrás rendida y él gemía desesperado. Había sido maravilloso, rápido, placentero… Él la ayudó a incorporarse risueño pero no la dejaría ir a la ducha como quería, quería más sexo, ahora era su turno y pese a las protestas, la atrapó  llevándola a la cama abriendo sus piernas para poder deleitarse con su sexo dulce y tibio, tan delicioso.

Kate quiso escaparse pero pronto no deseó hacerlo.

Estuvo más de media hora allí, lamiéndola sus delicados pliegues y cada rincón sin parar y cuando la penetró como un demonio ella estaba demasiado exhausta para hacer nada más que moverse a su ritmo y tener un orgasmo múltiple, una y otra vez mientras él estallaba de placer en su cuerpo y la mojaba toda.

Llegaron tarde al desayuno y lady Rose lo reprobó, y el resto los miró con una sonrisa cómplice, debieron imaginar por qué habían tardado. Kate sintió deseos de correr. Odiaba estar allí, y por momentos odiaba estar casada con John. No lo amaba. Se había casado con él para tener una vida cómoda, niños, un esposo guapo, y porque pensó que con el tiempo lo amaría. Necesitaba olvidar a Anthony, creyó que su corazón había sanado, se sentía viva de nuevo pero ahora comprendía que había cometido un error. Y lo más triste era que sabía que los Bentley odiaban la palabra divorcio, y que eran todos tan victorianos como la dama que había sido retratada conversando con la reina Victoria.

Por momentos sentía que todos eran reencarnaciones de seres vetustos y malignos, que la reprobaban por follar en navidad y por llegar tarde al desayuno. Porque no era rica ni su familia tan importante. Su padre era un cirujano destacado, y su madre ama de casa. Lady Rose no perdió ocasión en decirle que el trabajo dejaba estériles a las mujeres, y a los hombres… Era un descubrimiento científico.

Durante la hora del té de ese día debió soportar sus consejos y también las miradas de rabia de las esposas de los primos, rubias y rollizas envidiando sus delgadas piernas.

“No tiene hijos por supuesto, su vientre es plano como el de una jovencita. Tal vez sea estéril, sus caderas estrechas”.

Estaba harta de oír esas cosas, de sentir esas miradas malignas llenas de envidia.

Esas mujeres eran rollizas de nacimiento, solo dos de ellas se conservaban flacas luego de tener tres niños cada y debía ser genético. Eran todos tan victorianos que pensaban que solo las caderas anchas de las mujeres vaticinaban fecundidad. Estupideces.

Ella había dormido casi un mes entero con John, todos los días y sufrió un desmayo del cansancio, durante el trabajo, en su desesperación por concebir un hijo y nada.

La voz de lady Rose la despertó de sus pensamientos sombríos.

—¿Cómo es tu nuevo trabajo, Kate? No recuerdo el apellido de tu jefe—los ojos de la dama, fríos y azules se clavaron en ella con disgusto. Debía odiarla. No sabía por qué pero los Bentley no eran cordiales, eran un clan cerrado y solo las esposas fecundas eran aceptadas en el grupo de mujeres precedido por la abuela Rose.

—Richards, Emil Richards.

—¡Vaya nombre, qué vulgar! Nunca he soportado el nombre Emil, no es para un hombre—opinó ella mientras bebía un sorbo de té caliente.

Eve, la esposa de Stephen intervino diciendo no sé qué tontería del tiempo y luego hablaron de gente que Kate no conocía.

Unos niños corrieron por la sala dando alaridos y entonces vio a Brent hablando por su celular. Lo ojos de la abuela se endurecieron con odio al verle, la madre de Brent era la apocada señora Emma, su hija. No podía creer que sintiera tal disgusto hacia su nieto solo porque hablaba por celular.

Kate apartó la mirada con disgusto. Esa familia era muy poco amistosa, y en ocasiones se le antojaba siniestra. Llena de secretos, mentiras, y falsedades…

Observó el reloj dorado de la sala con ansiedad, faltaban horas para marcharse, maldición, deseaba que fuera la noche y luego poder largarse de esa mansión. Se sintió intranquila, incómoda… Tenía la sensación de que esa gente no estaba viva,  eran momias, y se dejaban llevar… eran un clan cerrado, y para ellos solo contaba el pasado. La tradición, la familia.

Y ella quería otra cosa de la vida, quería…

¡Escapar de allí cuanto antes!

Esa sería la última navidad que echaría a perder reuniéndose con los Bentley, nunca más regresaría a Yorkshire. Pensaba mientras John encendía el auto y el oscuro caserío desaparecía de su vista como por encanto.

***********

De regreso al trabajo, la rutina empezó a enfermarla. Tuvo una gripe y pasó días encerrada en la casa. Su jefe se impacientó y su esposo le dijo con filosofía.

—Deja ese trabajo Kate, no lo necesitas. Quédate en casa, tal vez entonces podamos tener un bebé.

Hacía días que no lo hacían, casi dos semanas. Él la miraba con deseo y de pronto sintió que acariciaba sus pechos despacio a través de la tela del corpiño. Kate lo miró, no sentía deseos de hacerlo, estaba con gripe y triste, nada podía animarla. No quería dejar el trabajo ni quería dejar a ese esposo al que no amaba. La vida era como el sexo con John, cuando no lo deseaba se dejaba llevar. Dejaba que él lo hiciera todo como una esposa del siglo pasado, deseando solo la cópula para procrear y tener otro niño, en su caso el primero…

Cerró los ojos cuando su boca buscó su sexo con desesperación. Le gustaba mucho hacerlo y podía pasar horas de haberlo dejado. Pero ese día nada podía despertarla, emocionarla, ni tampoco excitarla y cuando entró en ella lo abrazó y se quedó inmóvil sintiendo su pecho ardiendo y su corazón latir acelerado. “Te amo Kate, te amo tanto” le susurró. Ella lo abrazó cansada sin responderle y se durmió poco después.

A la semana siguiente renunció a su trabajo con la esperanza de que luego todo mejoraría, no estaría estresada y podría ver a sus amistades.

Un fin de semana viajó a Canterbury para visitar  a sus padres y hermanos, necesitaba alejarse de Londres y de esa vida que le provocaba estrés y hastío. La vista de la ciudad, esos pueblos tan pintorescos de Kent la hizo suspirar mientras tiritaba, todavía estaban en invierno y allí se sentía más que en Londres. John la acompañó hasta la estación.

—Hace mucho frío Kate, te congelarás—le advirtió mientras la besaba de forma fugaz.

Ella sonrió, en ocasiones le gustaba tomarse vacaciones de John, su familia lo dominaba, lo tenía atrapado en esa cadena de librerías, un negocio elegante pero estresante. Sabía que ese fin de semana habría concilio en Yorkshire, y era la mejor excusa para escapar. Estaba harta, hastiada y molesta al comprender que nada podía satisfacerle, que su vida se había estancado y que todavía pensaba en Anthony, haciéndose un montón de preguntas tontas.

Nunca sería feliz ni con su esposo ni  con nadie hasta que se lo sacara de la cabeza.

Su madre la llamó entonces para saber por dónde iba.

—Mami, recién tomé el tren, llegaré en media hora o más.

—Bueno, es que tu padre quería ir a buscarte a la estación, Kate.

Ella sonrió, su padre siempre iba a buscarla.

—Mamá pronto cumpliré veinticuatro años, puedo ir sola—dijo.

Luego lo pensó mejor y agregó: —Está bien, avísale.

El paisaje de las ventanas se veía helado, los vidrios se habían empañado por la calefacción. Contempló el paisaje sintiendo alivio de no estar en ese almuerzo, encerrada en Mary house, el hogar ancestral de los Bentley. ¡Pobre John! Lo compadecía de tener semejante familia, ¡él era tan bueno, tan distinto!

Apartó a John de sus pensamientos, el viaje fue corto y sin darse cuenta había llegado a destino. Su padre aguardaba con su Peugeot azul último modelo.

Era tan agradable estar en casa y contemplar el paisaje de la campiña a su alrededor, el mar a la distancia… No importaba cuánto tardaran en llegar, se sintió enferma de nostalgia del pasado, sus días en la escuela, los almuerzos en familia: las navidades y Anthony. Siempre volvía a Anthony.

Sus ojos se nublaron al comprender que Anthony era un pasado que debía olvidar. Ella no lo había perdonado. ¡Mierda, debió hacerlo! El corazón no piensa, el corazón solo pide ser amado. ¿Qué era una aventura? Él le pidió tiempo, se había involucrado con una tonta niña Barbie de cabello lacio y rubio y piernas largas. Jamás imaginó que le gustaran las chicas así. Sabía con detalle cómo se habían conocido y cuánto tiempo había durado el engaño. Su prima Claire se lo dijo en su último encuentro el año pasado: le había confesado que él estaba solo ahora, y que su capricho por la Barbie no duró más de seis meses. Luego tuvo otras relaciones pero nada estable.

“Creo que nunca te olvidó Kate, fuiste especial para él, te quiso mucho”.

Esas palabras le provocaron un escalofrío, Anthony vivía en Rochester, a escasas millas de allí. No quería verlo, no podía retroceder en el tiempo, si su preciosa muñeca rubia lo había abandonado pues que se fuera al diablo. A ella la abandonó sabiendo cuanto lo amaba. Pero sabía por qué lo había hecho: la rubia tonta fue su escape, él no quería comprometerse ni tener hijos. La palabra matrimonio lo espantaba y mientras ella hacía planes de boda: él buscaba a otra para desahogarse, para alejarse. ¡Pues lo había conseguido! Tenía la vida que quería: sin compromisos y sin planes de futuro. La vida que él siempre soñó tener.

Su celular sonó entonces y ella atendió molesta. Pensó que sería John para saber que  había llegado bien pero se equivocó.  Nadie respondió.

Sintió una palpitación furiosa, un estremecimiento intenso. No era la primera vez que recibía esas misteriosas llamadas silenciosas. Llamaban oían su voz y cortaban.

¿Anthony?

No, Anthony era frontal, era sincero. Jamás haría esas cosas tan infantiles de llamar y cortar.

Guardó el celular y olvidó el asunto. Habían llegado a su antigua casa con preciosos jardines y una vista magnífica de ese pueblito antiguo y medieval.  Canterbury, un lugar precioso de ensueño.

Su madre corrió con el delantal puesto, estaba preparando un bizcocho dulce para el postre. Alegre y sonriente, levemente rolliza, era la viva imagen de la felicidad conyugal. Su vida había sido tranquila y sin sobresaltos luego de casarse con el doctor Archie Simonds, su padre. Luego vinieron los niños, con alegría, sin padecer estrés…

La besó y abrazó con fuerza, esa madre regordeta y amorosa de siempre.

—Estás muy delgada Kate, ¿te alimentas bien?—quiso saber su madre durante el almuerzo mientras le servía otra tajada de pastel.

Su hermano Brian sonrió, habían sido cómplices de travesuras en el pasado junto a su otra hermana Lilly. Todos habían ido a esa reunión familiar y no dejaban de recordar viejos tiempos.

—Basta mamá, sabes que jamás pruebo doble porción, ni siquiera puedo terminar una, luego me dolerá la barriga—se quejó ella.

A media tarde, mientras se tomaba un café con sus hermanos y recordaban travesuras de infancia volvió a sonar su celular.

Era John, quería saber si había llegado bien y cómo había pasado.

Su hermana Lilly, periodista y muy parecida a Kate pero en versión rubia intervino:—Eso se llama control, no lo permitas.

Kate rió.

—Exageras Lilly, como siempre. John es el hombre más tranquilo y respetuoso del mundo—aseguró ella.

—Te controla porque no te ve como una mujer: alguien que es independiente de él, te considera su esposa, y su propiedad.

—Sí claro… Una propiedad.

Su madre intervino en la conversación preguntándole por su trabajo. Al enterarse que había renunciado se puso seria.

—Lo imaginaba, ahora te quedarás encerrada en casa yendo al club como todas las Bentley—dijo su hermana.

Pero Kate no se ofendía, su familia siempre se había mostrado cautelosa con respecto a los Bentley, eran de mundos distintos, su familia no era rica y era de corte liberal mientras que la familia de su marido…Eran tradicionalistas, recalcitrantes y soberbios.

Su madre sirvió más café con un biscocho de frutas delicioso y continuaron conversando.

A la mañana siguiente salieron a dar un paseo por el campo, recorrieron las ruinas de Kent y ella pensó si vería a Anthony en esa excursión.

—¿Qué tienes Kate? No te veo muy feliz. ¿Hay problemas con John?—le preguntó su hermana.

Ella se detuvo y la miró, siempre se contaban todo, no tenían secretos.

—Lo de siempre Lilly: me aburro, no puedo tener hijos y me deprimo. La rutina, su familia, todo parece conspirar.

Ella se acercó y palmeó su hombro.

—No tengas hijos con John si no lo amas Kate, luego te verás atada y será más difícil para ti dejarlo. Creo que duró lo que un verano tu entusiasmo por él, el resto fue costumbre. Eres joven Kate, si no eres feliz: pues divórciate, no seas como esas mujeres que se quedan en una relación insatisfactoria. Parece que solo esperas que te haga un niño, no te importa nada más pero luego, ¿es que no piensas en el futuro?

—Llevamos años buscándolo Lilly, no comprendo por qué, mis exámenes dieron bien y él… Él no ha querido hacerse exámenes.

Su hermana asintió, al parecer Kate estaba tan obsesionada por ser madre que no le importaba nada más. La entendía, de niña siempre había jugado con muñecas y adoraba los bebés… Donde había un bebé allí estaba Kate, rogando para darle el biberón o tenerlo en brazos. Para eso se había casado y había estado ensayando mucho antes dejando de tomar las pastillas.

—Es extraño, porque… John no parece un hombre estéril, al contrario, es muy saludable y viril pero… En ocasiones hay incompatibilidad de… ¿Cómo decirte? Le ocurrió a esta reina muy soberbia. Leonor de Aquitania, cuando se casó con uno de los Luises de Francia y no me preguntes cuál y su esposo la repudió por ser estéril… Pero cuando se escapó con el inglés quedó preñada varias veces. Es decir, si cambias de hombre tal vez puedas quedar encinta y tus sueños de ser una mujer doméstica como mamá; se harán realidad. Luego te aburrirás y tal vez tengas un amante para compensarte. Tú no sabes lo que es esa vida querida, no te imaginas siquiera… Los niños dan trabajo, estresan, cansan… Agotan. Yo veo a mis amigas y te aseguro que me gustaría ser estéril.

Kate la miró: —No sabes lo que dices, mi vida está vacía… Siempre quise tener niños, nunca me gustó estudiar ni ser como tú que vives para el trabajo y para hacer nuevos cursos. Estoy tan desanimada que nada puede interesarme, ni el dinero, ni el sexo, solo salir con mis amigas, verlos a ustedes de vez en cuando. Y mi relación con John…

—Ay te entiendo, te conozco, tú eres lo opuesto a mí, eres como mamá, no tiene ambiciones ni piensa… Se conforma con lo que la naturaleza puede darles. Ser esposas, madres, hornear pasteles para los nietos… Pero ¿sabes? Tengo unos años más que tú y más experiencia, y te aseguro que hoy día todo es efímero, Kate: el amor, los hombres, los matrimonios. Nada dura. Todo es volátil, fugaz. El amor, la inspiración de poetas y músicos, pintores y escritores, el amor tampoco dura demasiado. Se matan haciendo películas, canciones y cuando ves la vida real te das cuenta que no es más que una quimera.

Kate miró el paisaje de campo y suspiró.

—No es verdad, yo todavía siento amor por Anthony y me pregunto… sueño con él y sé que soy una tonta, pero no puedo evitarlo. Debí perdonarlo y casarme con él, sería feliz y no sentiría este vacío, esta apatía por todo.

—Anthony es el pasado Kate, un pasado que debes enterrar, pues por algo no funcionó ¿no es así? Pero tampoco te digo que te busques un amante, eso no es para ti. Si estás así de deprimida ve al médico, y no te quedes encerrada en tu casa, búscate otro trabajo. La actividad es fundamental, debes hacer cosas, anotarte en algún curso. Olvida ese asunto del bebé, y por supuesto nada de pensar en Anthony y de preguntarte por qué no resultó. Ya has oído a nuestra madre: cuánto más te obsesionas con tener un hijo… Ellos vienen cuando desean, cuando menos lo esperes.

Kate pensó que su hermana tenía razón.

Ese día no vio a Anthony ni volvió a mencionarlo. Su esposo fue a buscarla a media tarde y se quedó un momento para conversar.

Estaba algo extraño como cada vez que iba al “concilio Bentley” siempre se reunían para tratar temas de negocios, asuntos secretos que solo a ellos concernían.

Llegaron al apartamento cuando anochecía. Kate se sintió más animada luego de ver a sus familiares y cuando John la besó luego de la cena sintió deseos de intentarlo. Tal vez tuvieran suerte y…

Gimió desesperada al sentir que la inundaba con su simiente poco después, había sido rápido pero no le importaba, quería un bebé, el señor no podía ser tan malvado, no podía…

Pero no hubo una segunda vez, John la abrazó por detrás y se durmió casi enseguida.