CAPITULO X

Era un día caluroso aquél, para hallarse ya a fines de octubre. Espesas nubes de tormenta estaban concentrándose sobre el monte Baldy y ensombrecían la luz diurna. Lester se paró en la; puerta de la cárcel y miró al cielo. A su lado, Purdy Barlow, su joven y delgado ayudante, comentó:

—Se nos echará encima antes de un par de horas.

—No sabía que pudiera hacer tanto calor en esta época del año.

—No es corriente, pero a veces lo hace. ¿Se va a comer?

—Sí. Enviaré al mozo del hotel con la comida del preso.

—Está bien. Vaya un tipo hosco y desagradable que tenemos ahí dentro. ¿Cuándo lo van a juzgar?

—Esta tarde, creo. Cuando traigan la comida, vigílalo bien. Es capaz de cualquier intentona,

—Peor para él. Hasta luego.

Atravesó la calle hacia el hotel. ¿Encontraría a Lois Duval en el comedor? Ella seguía esquivándolo, aunque no de modo ostensible. Y a él comenzaba a dolerle la cosa...

No estaba allí. Había un montón de gente comiendo, y el aroma de los guisos le apretó los músculos del vientre. Acercándose a la puerta de comunicación con la cocina, habló al cocinero:

—Oye, Chi. ¿Puedes enviar a tu hijo con la comida de mi prisionero?

El chino de cara reluciente que regentaba la cocina asintió sonriendo:

—En seguida, sheriff. Descuide, que mi hijo la lleva en seguida.

Regresó al comedor y ocupó una de las mesas. Poco después vio al muchacho chino cargado con una marmita de sopa y una cesta pequeña conteniendo pan y más comida.

Lois apareció en la puerta y se acercó despacio. Por suerte, casi todas las mesas estaban ocupadas. Esperó, ansiando que ella viniera a la suya...

Pero hizo ademán de pasar de largo, con sólo un leve Saludo de cabeza. Furioso y a la vez despechado, Lester alzó la voz:

—¿No se sienta?

Ella se detuvo, dudó y al fin cedió. Ocupando la silla frente a él, lo miró fijamente.

—Había mesas libres...

—¿Tan repulsivo le soy?

—Habría preferido comer sola.

—Lo siento. Puede hacerlo.

—Ahora ya no.

Tomó una rebanada de pan y picó un trozo, comiéndolo. Sus manos, tan blancas, suaves y bellas, tan llenas de vida...

—Daría algo por saber los motivos de su encono.

Ella alzó la mirada. Una seria mirada.

—Yo no le odio a usted.

—Pues obra como si fuera así. Odio..., o miedo.

Iba ella a contestar cuando se escuchó, un tanto apagado, el sonido de un disparo de revólver por encima de las conversaciones. Lester se alertó.

Un momento más tarde alguien aparecía en la puerta, gritando:

—¡Ha sido en la prisión!

Se apagaron de golpe los ruidos en el comedor. Todos los comensales miraron hacia Lester. Todos sabían que allí dentro estaba preso un hombre peligroso...

Sol lo sabía también. Apretó el gesto, echó la silla atrás y se levantó, diciendo a Lois secamente:

—Perdone. Parece que tengo trabajo.

Antes de que ella pudiera alzarse a su vez, ya estaba corriendo por entre las mesas hacia la puerta mientras muchos comenzaban a levantarse, previendo una nueva excitación...

El muchacho chino al llegar a la cárcel saludó a Purdy, que le contestó dándole un pescozón.

—Hola, Li. ¡Hum! Buena comida...

—Es “pala” el “pleso". Lo mandó el sheriff...

—Sí. Anda, pasa.

Siguiéndole, tomó el pesado llavero del clavo donde colgaba y se aflojó la trabilla del arma. Con tipos como Hammer convenía no fiarse...

Dos eran las celdas del fondo del edificio y había otras dos laterales. La ocupada por Hammer era una de las primeras, y estaba sujeta por sólido candado. Las otras se hallaban vacías y abiertas. El preso estaba sentado sobre su revuelto camastro, y la luz exterior apenas si permitía descubrir las facciones. Al verles aparecer, se levantó. Tenía ambas manos cruzadas sobre el pecho.

—¡Ah! ¿Ya está aquí la comida? —gruñó—: Ya era hora... ¿Qué es?

—Sopa y “calne” asada, pan y café —le contestó el muchacho chino, mirándole con cierta aprensión.

—Está bien. ¿Qué diablos esperas para dármela, entonces? ¡Tú, Purdy! ¿Es que quieres que como a través de los barrotes?

—Cálmate, Hammer —el agente metió una llave en la cerradura del candado. Luego dio vuelta y echó mano al revólver, añadiendo—: Vale más que no pienses en...

—¡Tiene un “alma”, “señol Pudy...!

El grito asustado del muchacho chino hizo que Purdy alzara la vista y tratara al mismo tiempo de terminar de sacar la suya. Sonó un doble estampido entonces. El chinito había dejado resbalar cesta y marmita. Se hizo atrás con un gesto de horror, viendo caer a Purdy lentamente, pegado a los barrotes de la puerta...

La cara de Hammer era una máscara de ferocidad. El corte sobre su ceja, el chichón al otro lado de la frente, el cabello y la barba erizados, la sangre que le manchaba el hombro, la oreja tumefacta, los ojos estriados en sangre... En su diestra humeaba el arma que había mantenido escondida y con la acababa de matar a Purdy. La bala de éste le había apenad arañado el costado...

De un empellón abrió la puerta lanzando al muerto a tierra y apuntó al chinoto, que se había pegado a la pared.

—Esto me lo enviaron anoche, rata amarilla —gruñó—. Y ya ves que sabe hacer fuego. Ven acá.

Salió de la celda, asió al chinito por un brazo y lo levantó casi en vilo, haciéndole caminar hacia la salida presurosamente.

—Ten cuidado, pequeña rata amarilla. Te romperé los huesos si no me obedeces.

—Pelo....

—¡Calla la boca!

Atravesaron la oficina, llegando a. la puerta de la, calle. En el mismo instante, por la del restaurante, surgid Lester.

Algunos hombres corrían hacia la prisión ya, desde distintos lugares, pero se pararon al ver surgir a Hammer arma en mano; y dieron vuelta, corriendo, en procura de refugio.

Hammer trató de salir. Un rifle estalló en alguna parte y la bala hizo saltar un trozo de yeso junto al marco de la puerta. Jurando soezmente, el grandullón levantó y aplastó contra su pecho al asustado chinito, gritando fuerte:

—¡Si disparáis, mataré a este amarillo!

No ¡hubo más disparos, porque Sol Lester había oído la amenaza e hizo un ademán con la mano izquierda, sin dejar de avanzar. La puerta del restaurante vomitaba gentes curiosas. Entre ellas salió Lois Duval...

Había mucha distancia aún para un disparo de revólver y Hammer quería matar al hombre que. lo venciera, golpeara y encerrara, antes de escapar. Por eso se limitó a salir a la galería y guardar su espalda contra el muro. El chinito no se movía, sus ojos negros girando asustadamente en las órbitas y respirando entrecortadamente.

Chi, el cocinero, salió corriendo y apartando a los hombres. Al ver a su hijo de escudo a Hammer, gimió. Y su grito de angustia llegó a oídos de Lester:

—¡Mi hijo, sheriff! ¡El pobrecillo..., mi hijo!

Sonó un trueno sordo. La tormenta estaba casi encima de Buckskin. Lester apretó los labios y siguió avanzando. No había aún sacado su revólver, y le separaban cincuenta yardas de la oficina.

—Suelta a ese chico, Hammer,

Su voz pareció romper en pedazos el silencio reinante. El aludido sudaba ahora copiosamente, pero mantenía firmemente empuñado el revólver en su manaza.

—¡No lo haré! —gruñó alto—. Tendrás que venir a quitármelo, sheriff.

—Es lo que pienso hacer. Eres un maldito cobarde. Si fueras un hombre, dejarías al chico y pelearías cara a cara. Pero tú eres tan sólo un oso maligno y traicionero...

Hammer se humedeció los labios con la lengua.

—Sé lo que estás buscando, maldito. Pero no te saldrás con la tuya. Anda, acércate a tiro.

Todo el mundo en la calle estaba viendo con claridad lo que iba a suceder. La actitud del sheriff era suicida. Si no quería disparar contra el chico, tendría que acercarse mucho para afinar la puntería, y Hammer no le daría tiempo. Bien protegido por su escudo humano, podría disparar a mansalva, y lo haría...

Lois Duval contemplaba la escena con ojos dilatados y un opresivo nudo en la garganta. Había presenciado muchas escenas sanguinarias, pero ahora era distinto y por primera vez sabía el por qué...

Lester llegó a treinta yardas de Hammer. Una buena distancia.

—Por última vez, Hammer, suelta al chico.

—¡Vete al infierno, tú!

El revólver que empuñaba vomitó fuego y bala estrepitosamente. Pero Lester estaba prevenido. Dio un salto felino y se tiró al suelo, sobre la mano y la rodilla izquierda, al tiempo que sacaba y disparaba su propia arma.

Alcanzado en un costado, Hammer olvidó toda precaución para atender sólo sus ansias vengativas. Creído de haber acertado a su enemigo, arrojó a un lado al chico y disparó de nuevo, pegándole esta vez encima de] codo izquierdo a Lester cuando se enderezaba, veloz.

El golpe hizo contraer las facciones de Sol, pero no consiguió fallar su puntería. Abrió fuego de nuevo, ligeramente encogido, y las balas salieron veloces, una, dos tres...

Allí, sobre la acera, Hammer pareció estar peleando con un oso que lo acometiera a zarpazos, enviándole de acá para allá; siempre de espaldas. Finalmente se dobló sobre sí mismo y rodó al suelo, convertido en una masa informe, sin haber podido apretar el gatillo otra vez.

Se hizo un intenso silencio, roto por un trueno prolongado. El chinito se incorporó, temblando, vio muerto a Hammer y escapó veloz como una liebre a través de la calle hacia el hotel. Su padre le salió al encuentro, gritando en su lengua su alegría.

Por todas partes surgían gentes presurosas. Lester se puso en pie cuán alto era, el revólver humeando en su manó, y avanzó con pasos firmes, el brazo herido colgando a su costado, hacia el edificio de la prisión.

Los demás corrieron también hacia allí. Todo el mundo excepto Lois Duval, que dio media vuelta y entró en el hotel con extraña expresión.

Una hora más tarde, el doctor Gale se incorporaba, terminada la cura del brazo herido, y decía, sonriente, su dictamen:

—No rompió el hueso, aunque lo astilló un poco. Dentro de un mes estará como nuevo, si no se presentan complicaciones. Tuvo usted mucha suerte, sheriff. Tanta como sangre fría y coraje al afrontar así a ese bárbaro.

—Uno tiene que juzgar sus cartas de acuerdo a como viene la partida.

—Sí. Y no cabe duda de que sabe jugarlas. Bien, ahora le conviene echarse y reposar unas horas. Volveré antes de cenar, a ver si se presenta fiebre. Vamos, señores.

El hotelero y los tres o cuatro que estuvieron presentes durante la cura, salieron al pasillo con él, dejándole solo. El primero dijo, mientras se encaminaban al piso bajo:

—No cabe duda que tiene redaños de sobra, ¡caray!...

—A mí me dio frío verle afrontar así una muerte casi segura, sólo por salvar la vida de un muchacho chino...

—Sí, es hombre capaz de dominar cualquier situación. Me alegro, porque así no nos será difícil encontrar un sustituto al pobre Purdy. Habrá muchos que se considerarán honrados colaborando con nuestro sheriff, me parece...

Dentro de su habitación, Lester estaba terminando de liar con destreza un cigarrillo, usando sólo, la mano derecha. Sentíase fatigado, pero no con fatiga física, sino moral, y también satisfecho. Había matado a su primer hombre como sheriff. No era lo mismo que matar como ladrón y salteador, como proscrito. Mientras avanzaba al encuentro de Hammer, se dio cuenta de ello con prístina claridad y también notó que lo impedía una fuerza extraña. La fuerza de la Ley...

Sonó una llamada en la puerta. Lester se envaró, luego levantóse y se quitó el cigarrillo de la boca, echando mano al revólver dejado sobre la silla.

—¿Quién es?

—Lois Duval. ¿Puede abrir?

El aspiró aire lentamente, con fuerza, y su cara cambió a poco a poco de expresión. Soltando el arma, avanzó a la puerta asió el pomo y abrió.

Lois estaba pálida y parecían haberse hundido sus grandes ojos en el fondo de concavidades violeta. Tenía una mirada extraña e intensa.

—Quise saber cómo se encuentra —dijo.

Su voz tenía una nota ronca.

El se hizo a un lado.

—Pase —invitó.

Lois obedeció. Y la puerta se cerró por sí misma, tras ella.

—Usted se jugó la vida para salvar al hijo de Chi.

Sin decir palabra, él alzó la mano sana y la cogió con fiera presión por el hombro. Su miradas se habían prendido.

—Por él, no.

Súbitamente, la atrajo contra su pecho y le soltó el hombro, sujetándole la cabeza con la mano abierta y engarfiada. Luego se inclinó sobre su boca y la besó.

La besó sin que ella hiciera el menor gesto de huida o de rechazo.