Enigmas milenarios
—¡Muy bien, estupendo! —dijo Memi observando el modo rápido e impecable con que Jorge había clavado en el suelo el palo de madera. Luego añadió—: Y ahora, la sombrilla.
Un momento después todos admiraban, satisfechos, la enorme sombrilla a gajos naranja y verde plantada en un trecho casi llano junto al lugar de la excavación.
—Esto es el primer acto —prosiguió tía Memi—. Cada vez que planto la sombrilla me parece desplegar una gran bandera.
—No me imaginaba que fuera tan importante —observó Roberta.
—¡Cuántas cosas aprenderías si estuvieras con nosotros! —le dijo su tía, mientras verificaba que la mesita de campo fuera colocada a la sombra y perfectamente nivelada.
Los muchachos habían efectuado varios viajes desde el coche a la sombrilla transportando un montón de cosas: rollos de papel milimetrado, cajas de lápices, extraños cuchillitos que tía Memi y Alejandra denominaban «bisturíes».
—Cuando viajes por la campiña y veas una sombrilla —continuó la arqueóloga, empezando a ordenar sus cosas sobre la mesita— te conviene detenerte y echar un vistazo. Muchas veces se tratará de alguien que desea tostarse resguardándose la cabeza del sol. Pero en otros casos, especialmente en estas regiones, darás con una excavación en curso.
—Aún no me parece verdad... —susurró Ada—. Por más que diga usted que esta sombrilla es una especie de símbolo, fíjese: somos tres muchachos, una señorita que parece salida de la cubierta de una revista de modas —el cumplido iba por Alejandra, monísima vistiendo un playero verde como sus ojos— y una señora de lo más deportivo. ¡Quien pasase por aquí jamás nos tomaría por arqueólogos!
Todos celebraron con risas aquella salida, y tía Memi prosiguió.
—Y esos hombres ocupados en excavar, ¿qué puede una imaginarse que hacen? ¿Enterrar un cadáver? A pesar de las apariencias, esto no es un juego, chicos, y si habéis venido para ayudar, hacedlo. ¡La silla aquella aquí, Jorge! —ordenó Memi. Y luego, en respuesta a una seña de un obrero—: ¡Voy en seguida!
* * *
Bajo la dirección de Memi, dinámica y eficiente, los trabajos de excavación de Roccapineta tomaron rápido incremento.
La investigadora en etruscología había obtenido de la Administración el permiso de supervisar también aquel nuevo sector, además del de Roselle, el cual por ningún motivo debía ser abandonado. Como favor especial se había consentido para Alejandra al traslado oficial de Roselle a Roccapineta, y esto era todo cuanto los «jefes» habían podido hacer para desvelar el misterio oculto bajo la losa calcárea aparecida en el terreno.
—Pero, ¿por qué no podéis abandonar Roselle? —se informó Roberta, quien trataba de comprender todos los problemas que agobiaban a la simpática arqueóloga.
—Es largo de contar —dijo la tía—. Roselle es una especie de novela policíaca... ¡por entregas!
—Te lo ruego, ¡cuéntanos algo! —insistió su sobrina.
—¿Pero de verdad te apasiona tanto todo esto?
Roberta afirmó vigorosamente con la cabeza, incluyendo en el gesto a Jorge y a Ada, los cuales se habían acercado y esperaban las explicaciones con visible curiosidad.
—¿Veis allá arriba, sobre las colinas? —dijo Memi, señalando hacia oriente—. A unos quince kilómetros de aquí, donde hoy se alza una pequeña y linda población, se asentaba antiguamente una famosa ciudad etrusca: Vetulonia. De esta ciudad se sabe que entre el siglo VIII y VII antes de Jesucristo fue rica y floreciente. Luego declinó con rapidez.
—¿Cómo se sabe que era importante? —inquirió Jorge.
—Por la necrópolis que la circunda. Vasta y con tumbas tumulares delimitadas por círculos de piedra. En los sepulcros se hallaron objetos funerarios de bronce y bonitas piezas de orfebrería, que hoy figuran en el Museo Arqueológico de Florencia.
—¿Y qué tiene que ver Vetulonia con Roselle? —interrumpió Roberta.
—¡Paciencia, niña! Recordad que la paciencia es la primera virtud del arqueólogo... Como decía antes, Vetulonia declinó rápidamente, y los historiadores querían saber la razón , de esta decadencia. Primeramente se pensó que eso podía derivarse del incremento progresivo de la ciudad de Populonia, en etrusco Puplona o Fufluna, enclavada junto al mar, lo cual importaba mineral de hierro de la isla de Elba y lo trabajaba.
—¿Lo trabajaba?
—¡Desde luego! Populonia era uno de los centros siderúrgicos más importantes del mundo antiguo. Todavía hoy las escorias de hierro que cubren las tumbas milenarias pueden ser extraídas y sometidas a un nuevo proceso de elaboración, con un discreto resultado en el campo industrial.
—¡Hierro en la época de los etruscos...! ¡Caramba! —exclamó Jorge.
—Pero... ¿y Roselle? —insistió Roberta, que no deseaba que se apartasen de su problema.
—Estudios recientes han excluido que Vetulonia declinase debido al auge de Populonia, bastante distanciada, pues las dos ciudades, aun siendo quizá rivales, no se molestaban demasiado. De ahí que se formulara la hipótesis de que otra ciudad, mucho más cercana, había acelerado el declinar de Vetulonia. Esta ciudad podría ser Roselle.
—¿Pero todavía no saben si esta hipótesis es acertada? —preguntó Ada.
—Nos hallamos muy lejos aún de conocer la verdadera importancia de Roselle. No se han iniciado las excavaciones sistématicas hasta hace muy poco, y tendré canas antes de haberse obtenido resultados seguros.
—¡Dios mío, cuánta paciencia! —suspiró Roberta.
—¡Y cuánto trabajo! —exclamó Alejandra, quien llegaba transportando con precaución una modernísima cámara fotográfica equipada con flash, trípode y demás accesorios—. ¿Estáis ya cansados de ayudar vosotros tres?
—¡Oh, no! Sólo estábamos escuchando la historia de Roselle...
—Ya. ¡Es el cuento de nunca acabar! —se rió Alejandra—. Ahora sólo faltaba Roccapineta para frenar el entusiasmo por la pobre Roselle...
—No digas eso —la reconvino, sonriendo, Memi—. Es igualmente importante conocer exactamente con qué nos enfrentamos en este lugar. Hay quien opina, como sabes tú bien, que los habitantes de Vetulonia quizá se trasladaron más al norte, y precisamente en la colina de Castiglione... Y si así fuese...
—¡Ésta podría ser la necrópolis! ¿Es eso lo que quieres decir, verdad, tía?
Roberta había pronunciado la frase en un tono tan grave que Memi se sintió impresionada.
—¡Exactamente! Veo que ahora has penetrado en el meollo del asunto, y que has deducido por ti misma que las necrópolis de entonces se construían a una cierta distancia de la ciudad, preferiblemente más abajo...