Capítulo 29
La semana que siguió a la reunión inesperada en casa de John, sucedieron algunos hechos que un historiador de lo insólito en la vida de cualquier ciudadano común, podría valorar como material de primera. Por ejemplo, la señora Holarson de la calle Gilmore al ciento veintisiete, salió de su casa, la única habitada de tres manzanas hacia el este y de dos hacia el oeste, vestida con una ropa de gimnasta que le quedaba como si su cuerpo se hubiese encogido tres talles. La señora Holarson había enterrado a su marido, a sus dos hijos, uno de estos, odontólogo de South Sherley y el otro, un supervisor de calidad en la fábrica de artículos para oficina Polter. Había viajado doscientos quilómetros hacia la costa este de los Estados del Norte para encargarse de identificar el cuerpo de su único nieto, hijo del odontólogo, que se había arrojado al vacío desde un avión cuyos dueños ofrecían la posibilidad de lanzarse en paracaídas a los osados que necesitaban echarle un poco de condimento a sus desabridas vidas. El nieto había escogido la opción sin paracaídas de una lista apócrifa de la pequeña empresa aeronáutica. Era la única superviviente de la familia que había permanecido respirando después de las tres tormentas temporo-dimensionales que alteraron la paz caótica o la caótica paz universal en la monótona realidad con sus consiguientes efectos ontológicos, perceptivos y psíquicos en la monotonía humana. La señora Holarson caminó, aprovechando el buen tiempo que ese día ofrecía un sol de calor picante pero cubierto con un aire fresco que mantenía la piel en un perfecto equilibrio de tibieza, hasta una mansión en la alta zona residencial de Pearce’s Valley donde la recibieron sus amigos. Algunos llevaban sombreros de paja, otros de poliéster y otros tenían una bandana cubriéndoles la cabeza y que les servía como esponjas de sudor. El terreno que rodeaba la mansión, una soberbia porción de tierra dividida en rectángulos por unas estacas de madera y unos cordeles blancos que podían ser fácilmente detectados por la vista, había sido convertido en campo de cultivo. Papas, zapallos, zanahorias, lechuga, tomate y otras delicias naturales de cualquier mesa era el trabajo que algunos de los pocos habitantes de una ciudad comercial e industrial como Pearce’s Valley habían decidido llevar a cabo, luego de que la jornada laboral se había achicado a la mitad y los días hábiles habían pasado de seis a tres semanales. Ya no había necesidad de producir tanto. Ya no había necesidad de consumir tanto. La maquinaria había visto mermada colosalmente el elemento humano que la mantenía engrasada y en funcionamiento y los que quedaban no tenían pensado traer más vidas a un mundo que podía volverse una gelatina de un momento a otro. El hábito de la gente había cambiado hasta el punto de que lo único que no parecía alterar la fisonomía del mundo antes del portal, era la apariencia de una ciudad que por su número de habitantes entraba a clasificar en las listas más bajas de «pueblo fantasma», pero que si se la observaba de lejos, uno podía decir que allí el mundo no había cambiado. Otros decidieron que era una oportunidad para recorrer el mundo a la vieja usanza. Pidiendo aventones, lanzándose al vagón de un tren, limpiando los baños de un barco o dejando que la suerte guiara el paseo. Fue la semana de la rendición del viejo mundo. De los viejos relatos, de las viejas luchas, de las viejas rivalidades, de los viejos éxitos y fracasos. Negocios cerraron sus puertas, no por bancarrota, sino porque los pocos encargados que quedaban habían decidido intentar responder a preguntas que siempre habían quedado aplazadas en la vorágine acelerada de las demandas de los bolsillos y las billeteras. El individuo se emancipaba de los grupos humanos. También fue la semana post ruptura de la amistad de Samantha Polson y John Feraud. Al día siguiente de su última visita a su amigo y tutor de toda la vida, Samantha visitó a Gillian en su apartamento, cargando toda la responsabilidad que eso pudiese significar para su propia vida.
—Quiere matarte —afirmó después de decirle sí al ofrecimiento de un vaso de soda que Gillian le trajo mientras corría una de las cortinas de sus ventanas para que Samantha se recreara con la vista del pequeño patio rodeado por un muro tapizado por una enredadera de la que brotaban flores violetas—. Tiene el respaldo del gobierno, quienquiera que sean lo que estén ahora. Los convenció de que todos los que aceptaron introducir a la entidad en sus mentes deben ser eliminados. Tú eres un «Elemento de suma peligrosidad para la vida en el planeta». Creo que esa es la clasificación recibida.
—Hoy encontré a Sal en mi universo mental —dijo Gillian, como si lo que hubiese dicho Samantha tuviera la misma gravedad que un comentario acerca de un nuevo video de un influencer de las redes sociales—. Me dijo que ha muerto pero que no se anima a dejar ese lugar porque no está seguro de si lo que encontrará después será mejor o peor que la existencia que llevaba ahora. Le pregunté si era católico o de alguna otra religión. Me dijo que no pero que después de lo que estaban viviendo, ya no podía estar seguro de que cualquier creencia pudiera ser descartada como un disparate desde el punto de vista del mundo de las evidencias. Después de todo, lo que entendíamos por evidencia se ha convertido en un átomo, y no solo para nosotros.
—¿Has oído lo que dije, Gillian? En cualquier momento, alguien va a entrar por tu puerta o ventanas o te va a estar esperando en algún lugar de afuera y te va a eliminar sin ningún tipo de consecuencia.
—Me contó que la entidad le dijo que hiciera lo que le viniera en gana. Que si yo dejaba que se quedara, él o ella estaría de acuerdo. También dijo que ya había conseguido tres nuevos accesos a las autopistas mentales y que había pasado de ser bipresencial a ser tripresencial siempre y cuando accediera a los tres individuos desde el universo mental de otro. Por eso pudo atraparlos a los tres sin problemas. Pero que se cuida mucho de hacer que sus experiencias sean lo más placenteras posible porque no quiere más muertos. Theresa, que es como la entidad se presenta en mi mundo, me contó que le es más difícil conectar las autopistas ahora que el mundo se ha vaciado bastante de seres humanos. Los puntos de accesos están bloqueados y los pocos que puede encontrar necesitan un desgastante trabajo de ingeniería mental para convertirlos en puertas de enlaces por las que pueda construir autopistas. Si mueren más humanos de los que permanecen con vida, su expansión se va a ver complicada, cada vez más. Por eso ha tomado varios recaudos, como por ejemplo, manipular las cuerdas que señalan las parábolas de la existencia en nuestro mundo con más precisión. Hay una parte del ser humano que puede escapar a su lectura, como lo he comprobado yo misma, que no depende de esas cuerdas. De ahí que no haya contado con tantos suicidios como esperaba…
—Gillian, creo que no me estás entendiend…
—Esas cuerdas son las que convirtió a John en doctor, esas cuerdas son las que mantuvo al gobierno incapaz de acceder a tu casa después de los dos primeros incidentes, esas cuerdas son las que mandaron la fortuna heredada a tu padre, esas cuerdas son las que mantuvieron alejados a cada hombre o mujer que intentara justicia por mano propia contra John y contra ti. Esas cuerdas son las que te han mantenido con vida y la entidad ha podido dirigirlas de acuerdo a su designio. No con gran habilidad, por supuesto, pero sí con la suficiente para que el portal funcionara dos veces más después de su fortuita aparición.
¿Fortuita?, pensó Samantha. ¿Cuánto de fortuito había después de todo? En la versión original del tiempo, ella había adquirido la casa con lo que había ganado como escritora de libros de autoayuda. Sin embargo, la segunda versión lo pone a su padre como comprador gracias al dinero recibido por ese pariente desconocido de Europa. Entonces se supone que la criatura había empezado a redireccionar los hilos luego de que el tiempo cambiara por primera vez, es decir, con la aparición del portal en el Y/Z, cuando John Feraud era solo un camarero que ganaba la mínima más propinas. Pero… ¿y el mito apócrifo de Pearce y la primer apertura del portal? Si fuese verdad, ¿toda esta historia no se remontaría hacia esos inicios o más allá?
—La entidad lo sabe. Sabe que John quiere matarte —Samantha miraba las burbujas de su soda ascender hasta la superficie y formar un aro en los bordes del vaso.
—Si no es así —dijo Gillian—, entonces se ha vuelto muy descuidada y ya no le interesa su propia supervivencia.