Capítulo 24
Habían dejado los cascos antes de que ella decidiera cortar la película inmersiva. Sin hacer ningún comentario y evitando la mirada de todos, Samantha dejó su visor de VR sobre el suelo, se sirvió un vaso de agua helada y caminó hasta la habitación de John. Escucharon que la televisión se encendía allí y la cama hizo un suave chirrido cuando el cuerpo de ella se dejó caer sobre el colchón. Tate había fijado una mirada de reproche sobre John del presente desde el momento en que él dejó el mundo creado por KillerMonkey, seguido de John del pasado. Sabía que su amiga no había reaccionado de una manera favorable a la experiencia. ¿En qué había pensado John cuando la llevó a esa situación? Ver a sus padres en los tiempos en que su consciencia era incapaz de recrearlos por medio de pensamientos debía ser una sensación tan extraña como angustiante. Pero sobre todo, había sido planeado por su mejor amigo, que había actuado como un segundo padre para ella. Ni siquiera la había preparado para lo que iba a encontrar allí. Para la meticulosa y profesional Tate, lo que había hecho John, había sido una invasión en clave de episodio de ciencia ficción a los sentimientos privados de Samantha, a ese lugar que ella siempre había querido que permaneciera ignoto.
—No sé qué suponías que pasara, Johnny —dijo Tate mientras este esperaba que Samantha saliera del dormitorio con su humor de siempre para hablar sobre el experimento—, pero dudo mucho de que fuera esto.
—Tenía que verlo, Tate. A lo largo de estos años he tratado de llevarla de a poco al conocimiento de que su padre había visto a la criatura y de que su idea casi nos lleva a ella y a mí a quedar atrapados bajo su control, pero apenas empezaba a hablar de eso, ella me imploraba, disfrazándolo de una orden, de que no me hablara más de él. Nunca entendí por qué se negaba tanto. En más de una ocasión estuve a punto de romper la promesa que le había hecho a Louie, de no hablar sobre lo que le ocurría, a no ser que los estudios nos condujeran a un callejón sin salida. Pero siempre estuvimos en peligro, siempre estuvimos bajo su vigilancia. Nunca nos encontramos a salvo desde el momento en que el ser del portal supo de nuestra existencia. Y ahora creo que el peligro se extiende como una plaga, con la velocidad de una plaga que puede ocultarse en la infinidad del universo mental.
—Si estamos todos condenados, John, podrías haberle anticipado algo de lo que ella vería. Ahora cree que su amistad vale tan poco para ti que no solo le mostraste con todo el color de un videojuego algo que tal vez ella no quería saber, sino que ni siquiera tuviste el tacto para preguntarle si quería o no presenciar algo así.
—Con respecto a lo de videojuego —acotó KillerMonkey—, creo que el término que buscamos…
—Mejor te callas tú si no quieres tragarte esos juguetes tuyos uno por uno —sentenció Tate.
KillerMonkey fingió que algo en las pantallas de los ordenadores llamaban su atención y no reanudó su corrección.
—Necesitaba que lo viera de ese modo —prosiguió John— para poder decirle al final la verdad acerca de la muerte de su padre. Una verdad que nos compete a todos los que hemos tenido algún contacto con la criatura del portal.
—Tus modos John, tus modos. No todos tenemos que llegar al entendimiento de algo por los caminos enrevesados que a ti te parecen los más acertados. Sencillez y discreción. Hubiese sido todo más fácil de esa manera. No estaríamos aquí discutiendo y Samantha no estaría en tu habitación, tal vez pensando en cómo mandarte a la mierda antes de seguir con este problema.
—También quería que los viera —suspiró John—. Bien, sí, puede que haya tenido motivos egoístas pero creí que si ella tuviera ese acercamiento tan realista hacia sus padres, quizás vería que sus temores habían estado infundados todo este tiempo y no solo eso. Quería que se alegrara de verlos vivos, al menos en el mundo virtual. KillerMonkey hizo un trabajo perfecto con lo poco que teníamos sobre ello. Con lo poco que yo había conservado sobre Louie y Hanna. Fue también un regalo de mi parte. Impulsivo sí, pero con las mejores intenciones.
—Su madre muere por la picadura de una serpiente y su padre no es más que un maniquí controlado por el dominio de la criatura. Ambos, extensiones del ser del portal. En ese mundo ni siquiera ellos son reales. El único real eres tú. Tú eras el protagonista. Toda esa maldita historia es acerca de cómo tú tuviste un encuentro cercano con la criatura. John, maldito idiota, ¿acaso con tu cabezota de físico no lo pudiste ver?
El silencio empezó a elevarse entre ellos hasta que todos quedaron sumergidos en su peso. Los dos John tenían el seño fruncido y los mismos ojos en movimiento frenético. Era claro que estaban dando un repaso de lo vivido, y de lo que ellos habían esperado y del análisis de Tate. Mientras tanto, el volumen de la televisión subió, ahogando el silencio dentro del cual también KillerMonkey había desaparecido.
La voz de un hombre anunciaba que hoy estaban con ellos una madre que había perdido un hijo en el tiempo antes de la primer división, lo había reencontrado en el segundo, gracias al efecto mariposa que afectaba al mundo físico y lo había vuelto a perder en la tercer versión del tiempo, con la llegada de los viajeros del portal.
KillerMonkey se levantó de su cómoda silla de informático, que elevó un poco su asiento, produciendo un ruido neumático al verse libre de su peso y se dirigió a la habitación de John. Tate, después de negar con la cabeza y decirse unas cosas más a sí misma que decidió no compartirlas con los Johns, caminó con los brazos en jarra hacia donde estaba su amiga. Finalmente, los dos John la siguieron luego de que ambos se preguntaran entre ellos, con la omisión de toda palabra que dos seres idénticos pero de diferentes tiempos permitía, si Tate no tenía en gran parte razón o ella solo pensaba eso porque no conocía a Samantha como John del presente la conocía.
La mujer que perdió a su hijo dos veces estaba sentada en una silla roja en medio de otras dos personas. Tenía entre sus manos, el retrato de un adolescente con una gorra de Batman. El chico sonreía hacia la izquierda de la cámara. Al fondo del escenario del programa, se leía Andy Cane’s Show en letras amarillas contorneadas por luces naranjas. El conductor se había ubicado en un sillón del mismo color que la silla a la derecha de los tres invitados.
—¿Qué quisieras decirles a John Feraud y a Samantha Polson ahora mismo, Vivian? ¿Crees que ellos son los responsables de que tu hijo hubiese desaparecido por segunda vez?
Pero Vivian no contestó. Sus ojos anegados en lágrimas lo hicieron por ella. El portarretrato de su hijo cayó hacia delante sobre su falda cuando sus manos acudieron a taparse el rostro. El público prorrumpió en un estridente bullicio de disconformidad. Andy, el conductor, dejó que la expresión de las emociones de su audiencia en el canal acompañaran a Vivian y subieran un poco más el rating a su programa. Andy estaba preocupado, tenía la cabeza gacha y cualquiera que lo observara en ese momento, podía encontrarse con un hombre profundamente afectado por la desgracia ajena. Sin embargo, ninguno del grupo en el dormitorio de John le prestaba la mínima atención a él, sino a esa mujer, cuyas manos temblaban ocultando un rostro enrojecido por la tristeza y la impotencia. Como si el conductor hiciera otra pregunta a la mujer, Samantha oyó en su mente: ¿Qué le dirías Samantha a Vivian sobre la muerte de su hijo? ¿Qué le dirías al mundo sobre todas la muertes que comenzaron cuando tú pusiste esa vieja mesa redonda de restaurante en el mismo sitio que antes ocupaba, poniendo, de ese modo, en funcionamiento la maquinaria oculta gracias a la cual, el misterioso Pearce pudo abrir el portal por primera vez?
Claro, no tenía una respuesta, pero tampoco sentía el aguijón de la culpa como había esperado. Sin embargo, una parte de ella, la parte inoportuna, respondió a esas preguntas: Bueno, Andy, creo que en este universo, ahora sabemos que debemos tener cuidado dónde ubicamos una mesa. Podrías activar un agujero negro o partir al planeta en dos mitades.
Samantha cambió de canal. Tate se sentó a su lado con las rodillas pegadas y la espalda recta. Las manos ubicadas casi al mismo nivel sobre cada una de las rodillas. KillerMonkey había buscado un sitio en el lado derecho de la cama, sentado en el sitio de las almohadas con la espalda apoyada contra el respaldar de madera en forma de arco. John del pasado apoyó sus posaderas en el lado izquierdo, con las piernas hacia afuera de la cama. John del presente se había quedado a un paso de la puerta, con los brazos cruzados, pasando sus ojos del televisor a Samantha, quien se había estirado boca abajo todo a lo largo en medio de la cama. Las dos manos sostenían su cabeza. Todos parecían un grupo de amigos que habían caído sin avisar, atraídos por el zapping que la escritora había puesto a rodar.
Cuando cambió de canal justo después de que Vivian se quebrara intentando decir alguna palabra, dos hombres con barba y una mujer con el cabello teñido de verde y rosado mostraban en una gran pantalla blanca unos gráficos proyectados por un cañón. Había un público de estudio más escaso que en el show de Andy y el escenario no mostraba más mobiliario que una pequeña mesa que sostenía el cañón, otra en la que había una laptop y la pantalla. Uno de los hombres con barba estaba parado al costado de la pantalla y tenía un apuntador láser, el otro estaba sentado frente a la laptop y era el encargado de mostrar las imágenes del cañón. La mujer de cabello rosa y verde tenía un micrófono y movía constantemente las manos al hablar.
—John Feraud —dijo la mujer con un acento que la delataba como proveniente del norte del país— dice que la formación del portal ha sido posible gracias a un juego de mecanismos secretos activados mediante el conocimiento de una ciencia oculta que para los hombres de ciencia de hoy parecería superstición o ciencia ficción. Si nos detenemos en este dibujo, veremos enseguida que su forma circular se asemeja a la mesa que la escritora Samantha Polson utilizó la primera vez para que el portal se materializara.
—Claro —comentó Samantha—. Esa fue mi primera idea, para poner la mesa en ese lugar. «Tengo ganas de que el portal esté en esta parte del comedor».
—… pero creemos que es una pieza de ese mecanismo secreto que hizo posible la apertura del agujero de gusanos.
La imagen mostró ahora la misma figura circular que ocupaba la mitad de la pantalla y en la otra una forma similar. Sin embargo, en la parte superior de la pantalla, centradas en cada una de los recuadros de las imágenes, había dos años diferentes. El de la izquierda era el año actual y el otro el de mil novecientos ochenta y cinco.
—La segunda pieza es la otra mesa, en el Y/Z del ochenta y cinco, ocupando exactamente el mismo espacio que su sucesora, treinta años después. El lugar en el que se dispusieron las mesas es la clave y no las mesas en sí. También la forma de las mesas, que de acuerdo a Feraud estarían trabajadas con el mismo arte que los símbolos utilizados en esa ciencia oculta capaz de comunicar dos tiempos por medio de una abertura en la realidad temporo espacial. Por último, y no menos importante, la criatura. No debemos olvidar su incidencia en todo esto, tal vez es la parte de todo este mecanismo que más importa, sin embargo, no sabemos nada de ese ser.
—Vaya —dijo Samantha— tu libro ha modificado no solo la profesión del autor, sino que parece que también su contenido o esta tipa no tiene la menor idea de lo que está diciendo.
—La tiene —afirmó John del presente—. Es la nueva versión del libro que mandé a imprimir a la universidad en este tiempo que no nos vimos. Contiene las modificaciones que hice basadas en la experiencia de John del pasado.
—Sssh —los cayó Tate.
—¿Quiere decirme —preguntó un hombre con camisa a cuadros y unos lentes que descansaban a penas un milímetro por encima de la punta de su nariz— que dos mesas comunes y corrientes funcionaron como llaves que, giradas al mismo tiempo, activarían el lanzamiento de un misil?
—Yo diría más bien, «giradas al mismo espacio», aunque la gramática no nos lo permita. Lo grandioso de esto es que la casualidad hizo que los dos objetos coincidieran sin margen de error en las mismas coordenadas espaciales, sin intervención de ninguna máquina y sin que los responsables supieran lo que estaban haciendo.
—Wow —dijo el mismo hombre de los lentes que se los subió con el índice hasta que sus ojos se agigantaron detrás de los cristales—. Si lo pones así, creo que la casualidad en esta ocasión se asemeja mucho en aspecto a su hermana causalidad.
Las risas de la escasa audiencia fueron seguidas de un nuevo cambio de canal. Esta vez una periodista estaba en el exterior. Detrás de ella se veía un grupo de hombres y mujeres vestidos con sencillas túnicas y sentados sobre un terreno sembrado con finas hebras de césped que temblaban por efecto del viento. El cielo a su alrededor era de un azul marino en el que se destacaban algunas nubes deshilachadas que se movían en torno a la curvatura de la tierra hacia el lejano horizonte. Una cámara aérea mostraba que ese lugar correspondía a un risco recortado a una altura de cien metros del mar. La espuma del mismo se acumulaba a los pies del risco, entre rocas que recibían constantemente la arremetida de las aguas.
—Estamos ante una nueva era para nuestra humanidad —dijo un hombre de los que llevaban túnica, hablando al micrófono de la periodista—. Las muertes y los suicidios producidos por la apertura de este portal es una prueba de que el universo quiere algo de nosotros. Los que quedamos vivos, los que aún persistimos a pesar de las pesadillas, a pesar de que nuestra mente fue transformada por la coexistencia de tres líneas temporales diferentes, a pesar de que tuvimos que enterrar a nuestros hijos, esposas, maridos, amigos, nietos, algunos más de una vez, hemos abandonado la vida sin sentido, artificial que vivíamos para conectarnos con ese universo que quiere que de una vez por todas seamos seres espirituales, que trascendamos esta materialidad tan imperfecta y busquemos en nuestro interior las respuestas que siempre han estado allí.
—¿Y cuáles son esas respuestas? —preguntó la periodista.
—Sí, ¿cuál?, por favor —preguntó Tate en tono sarcástico.
—Que nada de esto es importante —dijo el hombre de la túnica, con un brillo en sus ojos—, que hemos vivido en una ilusión de lo que debía ser nuestra vida que nos ha costado milenios de sufrimiento, de esfuerzos vanos, de perseguir aquello que siempre nos ha hecho miserables. Que el viaje no debía ser hacia afuera, hacia la misma realidad en otros planetas, sino hacia adentro, donde podemos unirnos a ese gran espíritu universal que lo contiene todo y que nos salva de las prisiones del ego.
—Es como un pensamiento que cobra vida, ¿no? —preguntó Samantha a la pantalla de televisión.
—¿Qué cosa? —John del presente vio que todos los demás también iban a preguntar lo mismo en algún u otro momento.
—El ser del portal. Es como una idea que cobra vida y adquiere autonomía en nuestro universo mental. Que vive allí. Está hecho del mismo material que el pensamiento pero no es tal cosa, como nosotros estamos hecho del mismo material que otro mamífero pero no somos tal cosa.
A pedido de KillerMonkey habían sintonizado el programa de Mathew Fischer, El ojo en la cerradura sobre acontecimientos paranormales que antes de la aparición del portal se mantenía al aire a duras penas, pero que después, su rating había empezado a subir y a comerse a sus canales rivales con asombrosa rapidez. Mathew, que había cambiado su look de camisas hawaianas y bermudas cargo por un traje de etiqueta y se había cortado su cola de caballo para lucir un cabello rasurado a los lados y atrás y algo erizado en la parte delantera como un hipster que estuviera comunicando al mundo que su vida estaba cosechando nuevos éxitos, estaba conversando cara a cara con un joven que apenas podía estar saliendo de la adolescencia hacia la adultez.
—Son golpes durante el sueño —dijo el joven, inclinado hacia adelante con los antebrazos apoyados en las rodillas—, y el sueño no es como cualquier otro. Es lúcido, como si conservaras la consciencia que tienes durante la vigilia pero dentro del sueño.
—¿Cómo son esos golpes, Adam? —preguntó Mathew, enviando una mirada furtiva a la cámara.
—Golpes sordos, como los dados por un puño a una puerta metálica. En el sueño, esos golpes significaban algo para mí. Pero no solo para mí. Tres de mis vecinos en el mismo edificio donde vivo también oyeron esos golpes y también tuvieron esos sueños lúcidos.
—¿Y cómo se encuentran esos vecinos? ¿Podrían hablar de esa experiencia si hablamos con ellos?
Adam se mantuvo en silencio. Para Samantha, Mathew ya sabía la respuesta pero había que recrear el drama para satisfacción de los espectadores. Adam negó con la cabeza y respiró hondo mientras sus ojos parpadeaban insistentemente como si estuvieran batallando con un soplo de polvillo invisible.
—Solo queda vivo uno de los tres. Los otros dos me dijeron que aceptaron su ayuda pero que después no podían soportar verlo a todas horas, oyéndolo construir esas carreteras en sus sueños e incluso cuando estaban despiertos y cerraban los ojos podían contemplar cómo sus memorias eran removidas y esas cosas blancas, como tentáculos o raíces vivas, seguían creciendo sobre el vacío donde antes no había nada. A los pocos días, uno se arrojó desde la terraza y el otro se ahorcó minutos antes de que sonara la alarma para ir a trabajar. Al menos eso dijeron los forenses.
—¿Y tú Adam? —la voz de Mathew había descendido y había adquirido un leve siseo que le otorgaba más tensión a la charla—. ¿Tú aceptaste su ayuda?
—No tenía otra salida —respondió Adam con un hilo de voz distorsionado por el mal sabor del recuerdo—. Estaba en mi habitación, por la ventana se veía el mismo vecindario de siempre. Todo parecía igual, solo que yo sentía que era diferente. Sabía que estaba soñando con la certeza inexplicable que uno tiene cuando ocurre eso. Entonces empezaron a golpear, como llamando a una puerta desde una remota distancia. Escuchaba los gritos del señor Gramond que pedía a quien estuviera golpeando a esa hora que dejara de hacerlo. El señor Gramond es quien se lanzó al vacío después. Después empezaron los disparos en el edificio. Desde la planta baja, las balas atravesaban paredes, puertas y los gritos de terror se elevaron hasta la última planta. Yo vivía en el tercer piso y cuando los disparos habían llegado al segundo, esa cosa apareció. Detrás de la puerta del baño que se hallaba cerrada. Había sentido los golpes ahí y temiendo que uno de los locos que disparaban debajo se hubiese colado a mi casa en algún momento de la noche, no quise abrir. Pero después oí su voz que me decía que estaba ahí para sacarme antes de que los disparos derribaran mi puerta. Era una voz agradable, sensata. De alguien que conoce el peligro que corre pero tiene un plan para salvar otra vida además de la suya. Podía haberme preguntado cómo había llegado ese tipo ahí pero los gritos de abajo y el ruido de las balas y las explosiones tan de cerca eran mi principal preocupación. Entonces abrí la puerta y ahí estaba él. No recuerdo su rostro ni cómo era el resto de su cuerpo porque en el sueño su imagen era difusa, cambiante, como si varias formas se estuvieran disputando su derecho a dominar la apariencia. Pero sí recuerdo lo que me dijo.
—¿Qué fue, Adam? —preguntó Mathew después de unos segundos de espera.
—«Si una parte de ti cree que por estar en un sueño, las posibilidades de morir son nulas, y otra parte de ti abrió esta puerta porque tu instinto de supervivencia piensa que esas balas que oye son tan verdaderas como las marcas que permanecen en la piel después de dormir, déjame decirte algo: Ambas partes tienen un cincuenta por ciento de razón. Esto es un sueño, pero no como cualquier sueño, es el tipo de sueño en donde las balas te matan y en donde si te caes de un edificio, no te despiertas vivo y con el corazón a mil en la cama. Tu consciencia funciona a toda su capacidad, solo que aún no sabes cómo. Solo has usado una parte de ella en la prisión del mundo físico y en la otra prisión más pequeña formada por sus propios adoctrinamientos sociales. Este es un universo, como el de afuera. Al que se entra por una carretera, como las que conectan las ciudades en tu mundo. Y en este universo puedes vivir como siempre has deseado. Y siempre salir vivo de las balas. Si me permites ayudarte, te lo mostraré y a cambio solo te pido que me dejes construir algunos caminos por mi cuenta dentro de tu universo. Algunas autopistas por una libertad como ni te imaginas, ¿qué me dices de eso?».
Entonces —prosiguió Adam—, le pregunté si me salvaría de las balas que habían llegado a mi piso y estaban tirando abajo la puerta a dos departamentos de distancia… Cuando acepté, me tomó del brazo, me empujó hacia el baño y en el siguiente segundo estaba con las manos sobre el volante de un Ferrari y a mi lado había una rubia cuyos pechos podían noquear a cualquier boxeador.
Adam sonrió y después la risa le salía de entre los dientes. Pero enseguida se extinguió porque el recuerdo de aquel sueño lo perturbaba.
—¿Qué más te dijo, Adam? —Mathew quería que Adam confesara algo más que él mismo sabía y que por la ansiedad de su rostro, prometía ser más inquietante aún que lo que había contado.
—Fue cuando desperté en mi cama. Cerré los ojos y la oscuridad ordinaria se había transformado en el escenario de los túneles blancos. Oí su voz en mi cabeza. Dijo que de ahora en adelante podía viajar al lugar que él había creado para mí. Sin límites, donde el tiempo no sería un problema que me acercaría a la muerte y donde la vida realmente valdría la pena vivirla. Me señaló el sitio. Era uno de los nudos que se formaban en la unión de los túneles. Solo bastaba con que cerrara los ojos y quisiera estar allí.
—Un ser que te introduce en el universo mental para que puedas vivir tu vida como más te guste —dijo Mathew mirando a la cámara—. Y lo que te pide a cambio es construir carreteras o túneles blancos. ¿Con qué propósito?
—No lo sé —dijo Adam.
—Más nudos —dijo John del pasado—. Eso es lo importante. Es su alimento.
—Y expansión —dijo KillerMonkey—, a través del universo mental de todos.
—Pero hay algo más importante que todo eso —comentó John del presente—. Es lo que me lleva a pensar si la adquisición de la casa de Corin y Theroy por Samantha en la primera línea temporal fue la causa o solo un segmento más en una secuencia de acciones que se han venido produciendo hace mucho tiempo.
—¿Quieres decir que tú y yo no seríamos los malvados de la película?
—¿Qué más? —preguntó Tate con un tono de fastidio y cansancio—. ¿Qué rayos quiere esta cosa de nuestras cabezas?
—Lo que siempre le ha faltado —respondió John del pasado—, y que a nosotros nos sobra a pesar de que no podamos tener control de esas creaciones de la manera en que ese ser lo tiene. Capacidad para crear.