Capítulo 19

Tate estaba furiosa. No cabía en sí de indignación. Habían conducido cien kilómetros hasta la ciudad vecina de South Sherley para una entrevista en un programa de radio que se emitía hasta en China y a dos horas de comenzar la misma, el celular sonó y la voz de John fue tajante y apremiante.

—Samantha debemos reunirnos. Ya mismo si es posible.

Samantha no se disculpó con la radio pero sí con Tate quien estuvo a punto de llamar a John en un acceso de ira que era inusual en ella. Estaban en un café esperando a que la hora llegara y el primero en recibir su enojo fue un mesero de baja estatura con enormes gafas que seguramente era nuevo en el local.

—Este azucarero está casi vacío —le ladró Tate, golpeando el vidrio del recipiente contra la mesa y haciendo que la tapa del mismo saliera despedida hacia arriba para caer en la falda de Samantha.

Luego intentó persuadir a su cliente de que solo faltaban dos horas para cumplir con un espacio publicitario que brindaría un gran apoyo a la difusión internacional de su libro. Pero Samantha alquilaría un automóvil hacia Pearce’s Valley en ese instante si es que Tate no se ofrecía a llevarla. La llamó desagradecida, irresponsable, infantil e inclusive descargó una serie de epítetos relacionados con la demencia sobre ella, que emanaban de su incontenible boca como raudos aguijones venenosos. Samantha se quedó muda luego de que Tate hizo una pausa para contestar una llamada que despachó sin darle oportunidad al otro para siquiera decir su nombre. Tate estaba irreconocible. Su enojó iba más allá de la cancelación de la entrevista. Era evidente que un contratiempo como aquel, por más que le hubiera costado cien kilómetros y la postergación de otros compromisos, no hubieran hecho reaccionar de tal manera a alguien que Samantha conocía muy bien, más como amiga que como agente.

Antes de que Samantha pudiera decir algo, Tate se frotó la frente con los dedos de una mano aprovechando para esconderse de cualquier mirada que buscara saciar su curiosidad en la pequeña escena que había interpretado.

—Te estoy pidiendo esto por mí, Sam —la voz de Tate se había trastocado a un tono confidencial y vergonzoso. Parecía otra la que hablaba y por un segundo Samantha dudó de que se tratara de ella.

—Tómalo cómo un favor personal. Una pequeña muestra de agradecimiento que dejará contenta a esta triste mujer. Ni siquiera pienses en el provecho que sacarías tú de esto. Olvídate del libro por un segundo. Yo… necesito que me ayudes en esto. Y cuando digo que lo necesito, créeme que es la pura verdad.

Tate le habló de su madre por primera vez. La mujer que se había empeñado después de quedar viuda para que Tate tuviese una buena educación. Llegó a la jubilación con un serio problema en la espalda y las piernas por lo que apenas podía mantenerse en pie y mucho menos ocuparse de los quehaceres de la casa. Sin embargo, para esas alturas Tate había contratado a una cuidadora que en poco tiempo se convirtió en una querida amiga para su madre. Pero después de la tercera influencia del portal en el mundo, su madre empezó a ver muy seguido a su padre. Decía que se acostaba con ella por las noches e inclusive le besaba la frente antes de dormirse como tenía acostumbrado. Después de dos meses de encontrarse en la cama con el hombre que en otro tiempo había enterrado, amaneció muerta una mañana cuando la cuidadora la fue a despertar para darle el desayuno. Tenía la piel pegada al cráneo como un trapo húmedo sobre una roca con filos y lágrimas secas en sus mejillas. No fue un suicidio como todos los demás que se sucedieron luego de la llegada de los cinco viajeros, aunque Tate pensaba que si su mente no hubiera fantaseado con su padre a causa de la distorsión espacio-temporal, habría una importante chance de que su madre siguiera con vida. Le habló de ella misma y de su nuevo ritual que consistía en mirarse al espejo y concentrarse en comparar sucesos pueriles del pasado en cada tiempo mental en los que ahora se dividían las mentes de todos. Lo hacía para no escoger la otra salida, que actualmente aparecía tan suculenta que era una estupidez no tomar un atajo para huir del gran espejo quebrado de la realidad.

—Si tan fácil se multiplica el universo —dijo Tate sonriendo con unos labios endurecidos por la angustia—, si nuestra vida no es otra cosa que el reflejo de otra similar, entonces lo más horrible de este mundo es que esa pesadilla metafísica se filtrara en este mundo.

Samantha le prometió que iría a la entrevista. El peso de la sensación de que sus acciones habían colaborado para traer ese desastre al mundo inclinó más a favor de Tate la balanza que su deseo de ver a John después de un largo tiempo en que su mejor amigo la mantuvo en la ignorancia de lo que estaba haciendo en relación a cualquier cosa referida al portal de Corin y Theroy y hasta de su propia vida. Después de todo, ante Tate, Dixie y John, Samantha podía ceder a la tentación de considerarse una culpable de las situaciones a las que los había llevado aunque en lo que se refería al resto de la gente, ella se viera a sí misma como el elemento indolenteque solo estuvo en el lugar y momento fortuito en el que desencadenó la tormenta paranormal. La diferencia radicaba en la amistad y el afecto que los unía a ellos, aunque también en una no infrecuente sensación de liberación provocada por la idea de una posible destrucción que barriera un error que no había empezado con la apertura del portal, sino que gracias a esta, se había alumbrado a ojos de todos.

El periodista le hizo preguntas cuyas repuestas ella ya tenía memorizadas de entrevistas anteriores para otros de sus libros. Dio algunos indicios del argumento de la novela, habló de los personajes de manera muy superficial y respondió algunas preguntas del público radioescucha. Una sola de estas fue acerca de la novela. Las otras eran para mantenerla al tanto de cuántos habían muerto durante el tiempo en que ella había estado intentando lucrar con su libro a nivel mundial. Cuando la entrevista terminó, Samantha no se quedó a escuchar las falsas disculpas del periodista en nombre de los desconocidos que la incomodaron. Para Samantha si uno de los que había llamado hubiese sido un extraño para aquel hombre, hubiese sido por un descuido de su equipo técnico. Ella y Tate regresaron a Pearce’s Valley antes de la siete de la tarde. El sol era una protuberante esfera anaranjada que se dilataba en un cielo con tonos amarillos y rosados. Tate le pidió estar a su lado cuando hablara con John. Samantha se negó en un principio notando el agotamiento en aquel rostro impregnado de una calma vacía pero terminó aceptando, ya que consideró que Tate tenía tanto derecho como ella de enterarse de qué manera, según los hallazgos de John, se seguiría yendo todo a la mierda. Cuando estuvieron ante la puerta de la casa de tejas azules de John Feraud, Samantha contempló su exitosa carrera de escritora como si fuera algo lejano e irreal. La lógica consecuencia de una serie de sucesos que no tenían nada de lógico. La representación de un personaje que había cambiado atravesando los tres tiempos en los que los demás fueron expulsados como de una corriente de río a otra, atrapados, teniendo la oportunidad de contemplar desde un mirador al final, cómo sus fracasos se convertían en éxitos, sus muertes en resurrecciones, sus problemas en soluciones y todo viceversa de un modo tan aleatorio que uno no podía evitar sentirse una hoja quebrada y mustia flagelada por el viento. La unanimidad en el manoseo de la vida de todos se reproducía en cada momento en que uno dejaba de ocuparse de sus asuntos. El timbre sonó y en un acto mecánico, Samantha encendió un cigarrillo. En el tiempo en que le tomó a John abrir la puerta, Tate dejó las huellas de sus dientes superiores sobre su labio. Por primera vez, la agente estaba nerviosa por algo más que por ver cumplir sin demora su agenda.

El baldazo de agua vino de adelante, contrario a lo que uno se esperaría de una broma de ese tipo. A Samantha le dio desde la barbilla hasta la cintura y a Tate en plena nariz. La agente estuvo tosiendo y espirando con fuerza para sacarse el líquido que le había entrado hasta en los pulmones. Uno de los bromistas era John joven que por fin daba muestras de vida luego de dejar el hospital. El otro era un tipo que Samantha nunca había visto. Ese fue el que había bañado a Tate.

Tate no pudo decir nada hasta que no expulsó toda el agua que había entrado por el conducto del oxígeno. Samantha permaneció con los brazos colgados a los costados como un gorila, escuchando cómo John adulto se desternillaba de risa detrás y John joven hacía lo mismo, teniendo la cautela de alejarse lo más que podía de las dos mujeres por si estas reaccionaban con una parte nada agradable de sus genios. El otro tipo sonreía, pero era un gesto forzado como si no quisiera desentonar con esa secuencia de la broma. Cuando Tate se repuso, tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo que le había significado toser y quitarse de adentro la mucosa mezclada con el agua.

—¿Qué carajos le pasa a ustedes, malditos imbéciles? —Tate se escurrió el agua de su cabello desarmado por el impacto y su voz adquirió el matiz de un chillido afónico que propició una dosis más de tos y arcadas.

Esta vez la que rio fue Samantha que no pudo evitar vera Tate convertida en un estropajo empapado que no cabía en sí de rabia. Era una caricatura de su agente que alguien había hecho para meterse con ella no de un modo insultante, sino como una parodia inofensiva.

Cuando el festejo de la broma dio fin, tanto los dos John como el desconocido se disculparon con ellas. Samantha dijo que si hubieran querido hacer una broma se hubieran tomado el tiempo para inventar una trampa más digna en la que caer. Lo que habían hecho no era más que el acto impulsivo de un aficionado sin imaginación. Pero John le dijo que no habían planeado la broma sino hasta después de que él la hubiese llamado por teléfono y para ser sinceros no pensaron llevarla a cabo sino hasta el último momento. A Samantha le parecía insólito que después de seis meses de no ver a su amigo por circunstancias que él le había mantenido ocultas, ahora se encontraba con un John que se había animado hacer algo así. Además estaba de un humor con el que nunca lo había visto. Relajado, divertido, fuera del ámbito en el que siempre buscaba estar inmerso, que implicaba sus estudios y su investigación acerca de la naturaleza del portal. Era un John fuera del traje de doctor que no se quitaba ni para bañarse. Samantha no estaba segura de cómo tratar con él. Esperó a que John explicara la razón de su llamada. Cualquiera de los dos.

—Él es KillerMonkey —dijo John presentando al extraño que asintió con timidez ante Samantha y Tate, a la que no le quitaba los ojos de encima, como si esperara que en cualquier momento la agente lo mordiera—. Es uno del otro bando. De los que no nos odian. De los que cree que somos como Colón pero sin océano ni carabelas, sino con un agujero de gusano.

—Es un artista de la programación, un Da Vinci del diseño gráfico, un visionario del mundo virtual —dijo el John joven que llevaba puesto la ropa del John viejo y tenía los ojos muy abiertos como si le asombrara el sonido de las palabras que emitía.

—Y alguien que recibe a una extraña con un chapuzón con el que casi la ahoga dijo Tate en tono amenazante.

—No sabe cuánto lo lamento, señora —KillerMonkey se frotó las manos, repitió varios vaivenes hacia adelante, hizo amague de extenderle una mano vacilante a Tate pero la recogía al menor atisbo de que esa mano no sería estrechada—. Pero el doctor Feraud me tomó de sorpresa cuando llenó el balde de agua y me lo puso en las manos para… ya sabe…

—¿Y tú acaso no tienes boca para negarte a mojar a una mujer a la que ni siquiera has visto nunca? ¿No pensaste que esa broma me enfadaría a tal punto de que quisiera partirte la cara hasta que uno de tus dientes, al menos, quedara flojo?

Un silencio inundó el vestíbulo de la casa de John donde ellos estaban. Lo único que se oía era el tic-tac del reloj y la respiración de Tate que con frecuencia se sorbía los mocos. Después, la tensión aumentó cuando Tate se acercó a KillerMonkey fijando sus ojos en él, sin parpadear y de repente extendió su mano hasta el rostro del hombre y le dio dos palmaditas en la mejilla.

—Tranquilo —dijo Tate—, no me gusta golpear a alguien cuando estoy mojada.

Después de eso KillerMonkey se sintió más él mismo y les relató a Samantha y a Tate cómo se había puesto en contacto con los dos John para ponerse a crear la obra maestra de su vida.

—El mundo de los túneles blancos —volvió a repetir el título de su creación cuando la contestación de Samantha y Tate fue un largo silencio en el que ambas se preguntaron si no se trataba de una segunda parte de la broma.