Capítulo 16

Gillian se había alojado en una casa de un ambiente, con un patio casi de las mismas dimensiones que la casa. Lo pagaba con lo que recibía de los programas de entrevistas que visitaba más lo que obtenía por el contrato que había firmado con una editorial para relatar su periplo por el tiempo a través de un agujero de gusano generado en la famosa casa de la esquina de Corin y Theroy. A pesar de haber perdido su vida ideal en aquella casa en la que había caído a través del portal, su camino al éxito se desplegaba frente a ella con las nuevas oportunidades que un mundo sensacionalista, desinformado y alimentado por las habladurías de millones en las redes sociales tenía para ofrecerle a una mujer que había atravesado una puerta dimensional a través de la cual, se había trasladado treinta años hacia el futuro. Había algo, sin embargo, que no le resultaba con la facilidad que ella hubiese deseado. Y eso era su escritura. Gillian comenzó a notar que las palabras no salían tan fluidas como los pensamientos que contaban la historia que ella quería ofrecer al mundo. Las preposiciones se formaban con una lentitud irritante. Repetidas veces borraba una misma frase de diez palabras porque le sonaba tan artificial y forzada como una publicidad de televisión. Al final de quince días desde que había empezado a llenar las páginas de su ordenador, Gillian no había conseguido más de diez de ellas, todas con párrafos que prefería incendiar antes de enviárselas a la editorial. Para ella, su escritura eran los balbuceos de alguien que tenía una débil idea de lo que significaba construir un texto en donde el interés se mantuviera de forma equilibrada en cada estadio de la historia. Había partes que no venían a ningún cuento pero que ella se obligaba a dejar porque creía que de ese modo la historia no iba a perder el realismo que debía tener. Después de todo no estaba escribiendo una ficción, sino una crónica. Sin embargo, en poco tiempo sentía que había agotado todo lo que podía decir sobre un momento de la historia y además su prosa abundaba en repeticiones, adjetivos innecesarios y una incapacidad para trasladar las sensaciones que tuvo en su viaje a las imágenes que podían ofrecer las combinaciones de palabras que ella utilizaba. Había llegado a un estancamiento por más que la historia que debía contar ya hubiese ocurrido en la realidad. Las palabras tenían sus manías, sus obstinados comportamientos. Como engranajes que no hacían funcionar al conjunto sino se colocaban del modo indicado entre los otros engranajes. Por eso, la llamada de Tate, la representante de Samantha Polson, despertó en Gillian una esperanza que consistía en poder solicitar apoyo técnico a alguien que dedicaba su vida a eso que para ella se había convertido en una carrera contrarreloj.

Samantha la invitó a un restaurante en donde también tenían un show de stand up libre. Se llamaba Trudy’s y en la época de Gillian donde había estado ese negocio, prosperaba una tienda de mascotas en donde siempre exhibían pájaros de varias especies trinando y aleteando en sus jaulas. Gillian había planeado el encuentro en su departamento ya que tenía pensado hacerle una serie de preguntas sobre el trabajo de escritor y sacarle algunos consejos a Samantha y deseaba que toda la conversación no saliera del ámbito de sus cuatro paredes. No quería ningún periodista encubierto que revelara al mundo cómo la novel escritora había cosechado su éxito gracias a la ayuda que había recibido de la conocida Samantha Polson. No era para nada una buena publicidad para alguien que todavía tenía que empezar a ganarse su séquito de seguidores. Pero Samantha insistió en que la entrevista se llevara a cabo fuera de su departamento a causa de un episodio peligroso que había vivido con Matilde, la mujer que había expandido una nueva religión en todo el país pero que vivía recluida en soledad a partir de su encuentro con la escritora. Así que, viendo el modo de poner en marcha con mayor discreción su proyecto, accedió a la propuesta de Samantha.

El lugar no estaba tan mal después de todo. La concurrencia era muy escasa después de la hora del almuerzo y las luces del interior era tan tenues que daba la impresión de que afuera el sol ya se hubiera ocultado hacía tiempo. Las pocas ventanas del local habían sido oscurecidas para que el exterior quedara oculto a los clientes. Las mesas estaban lo suficientemente apartadas unas de otras con el fin de favorecer la privacidad de cada comensal. También había un escenario de escasas proporciones que servía a los comediantes o artistas callejeros para dar a conocer su obra ante un público que no iba allí con ningún tipo de exigencia. Un cartel a los pies del escenario mostraba los nombres de los artistas que iban a realizar su número a continuación. Samantha y Gillian se sentaron junto a una de las ventanas con los vidrios negros desde el que podían ver el escenario con un ligero desvío diagonal. Las dos pidieron café y una torta dulce que era una especialidad de la casa. Durante el viaje a Trudy’s no habían tenido más que una conversación trivial sobre temas culturales de los ochenta y de la contemporaneidad. Gillian pensaba que abordarían la cuestión principal cuando estuvieran una frente a la otra en la mesa del restaurante. Y exactamente eso sucedió. Después que el mesero dejó sus tasas y los platos con sendas porciones de torta, Samantha dejó la cuchara con la que estaba revolviendo la bebida y adoptó un aire que manifestaba cierta vacilación para dar el puntapié inicial del motivo de la llamada de Tate.

—Hay algo que no salió bien —dijo Samantha—. El viaje por el tiempo. Creo que no fue tan sencillo como cruzar un túnel subfluvial.

—Te refieres a que casi terminamos muertos —señaló Gillian y luego dio un sorbo a su tasa—. Dijeron que nuestros órganos estaban en estado de descomposición y nos manteníamos con vida porque nuestro corazón resistió hasta el final. Bueno, no el de Norman.

—Leí eso —Samantha sonrió y enarcó las cejas en señal de una sorpresa pasada—. Nadie entendía cómo era posible. Me gustó algo que dijo un médico que llevaba puesto un sombrero gracioso con muchos colores y tejido con lana. Algo como si ustedes hubiesen estado en un lugar donde la vida como la conocemos, jamás tendría ningún tipo de probabilidad. Luego dijo que sus cuerpos estaban desapareciendo.

—Eso me estremeció —dijo Gillian pasándose una mano por su cabello con bucles que hace poco había abandonado el estilo abultado de aquella época dorada del pop y las películas de ciencia ficción—. Nos habíamos reducido de tamaño inclusive, encogiéndonos hasta…

—Hasta que la vida ya no tuviese ninguna probabilidad —terminó Samantha dando un mordisco a su porción de torta.

—Sin embargo, yo no lo sentí así —continuó Gillian cruzando sus manos por debajo de su pecho en evidente señal de que los recuerdos eran tan fríos como una helada antes del alba—. Creí que había llegado al lugar enel que imaginaba la mejor vida posible para mí. Sin embargo allí estaba esa criatura. Ni siquiera me dio tiempo a nada. Fue un engaño.

Gillian contó a Samantha todo lo ocurrido desde el momento de encontrarse con el hombre misterioso que apareció en la casa que la había llevado el portal y la extraña aventura que tuvo lugar en la aldea a las afueras del pueblo y en el autocinema donde las personas y eventos del sueño no se desarrollaron de un modo tan absurdo como cabría de esperarse de un paseo onírico.

—Esas montañas ya no estaban allí —dijo Gillian en referencia a las cadenas montañosas que rodeaban todo el lugar a una distancia incalculable—. Sabía como cualquiera puede saber lo que ocurre en el sueño sin necesidad de que se manifieste de forma literal, que yo estaba del otro lado de las montañas. Y allí también estaba eso. No como presencia física, sino como algo que contiene todo en su mirada. Era como estar dentro de los pensamientos de alguien pero a la vez siendo visto por ese alguien. Una sensación para nada común como puedes ver.

Gillian rio, pero fue una risa fingida. Samantha comprendió que no fingía para ella sino para sí misma.

—Y nada envidiable sino me equivoco —comentó Samantha.

—Hace una semana recibí una llamada de mi hijo —Gillian centraba su atención en el centro del café apenas probado—. No sé qué es lo que quería. Creo que ni él estaba seguro de porqué llamaba a la mujer que lo había abandonado para buscarse una libertad en otra dimensión. En algún punto de la conversación dijo que quería verme. No fue una demanda, ni una orden… fue una resolución que había tomado mientras hablaba por teléfono porque en su tono se percibía su inseguridad. Antes de decirle que sí, salió un no rotundo de mi boca. Porque estaba seguro de que esa criatura no me había abandonado al salir del portal. Ese no era su plan. No se había tomado tantas molestias para que todo terminara conmigo en otra época sin obtener nada a cambio. Cuando duermo tengo noticias de él. Ya no lo veo de forma directa como las primeras veces, sino que me entero por los “arreglos” que está haciendo en el universo de autopistas mentales como él le llama al mundo del que provienen nuestros pensamientos. No sé a ciencia cierta en qué consisten sus planes de expansión pero estoy segura que involucran a otros. No puedo estar cerca de nadie por mucho tiempo Samantha. Yo lo sé y los demás que salieron con vida deben saberlo. Matilde lo sabe y tú misma has visto que es así.

—Sus autopistas —dijo Samantha cuando Gillian hizo una pausa para mojar la punta de su lengua con café—, es para acercarse a los otros, ¿no es así?

—Creo que me quitaste las palabras de la boca. ¿A ti también se te da bien la telepatía?

—No tanto como a esa criatura —dijo la escritora—. Creo que como John, que desdela primera vez que tuvo un acercamiento a ella no puede dejar fija la mirada en algún punto sino quiere que la realidad se vuelva transparente y se muestren las siluetas de ese lugar, yo también soy capaz de atisbar algo de ese abismo desde el que esa cosa nos observa. Todos estamos metidos en esta mierda, Gillian.

El sonido de prueba del micrófono sonó en los parlantes del local. Era el primer artista que subía al escenario. Un muchacho delgado y con una fina barba candado. No llevaba ningún instrumento musical por lo que Samantha y Gillian supusieron que se trataba de un comediante.

—Tengo que ir al baño —dijo Gillian mientras la poca audienciadel restaurante bajaba sus voces ante el comienzo del show.

—Te vas a perder lo que podría ser el punto de inicio de una gran estrella de la comedia —dijo Samantha aplaudiendo al muchacho quien hizo una reverencia luego de unos segundos de bochornosa parálisis.

Gillian ya estaba de camino al baño antes de que Samantha terminara con su prematura ovación.

—¿Han visto un humano? —comenzó el muchacho—. ¿No son graciosas esas criaturas?

Algunas risas de dos mesas del otro lado de la sala.

—Vamos, ¿me van a decir que tener dos de estas cosas saliendo por los costados de un trozo de carne que no se necesita mucho para dañar no es algo para considerar gracioso?

El muchacho dio saltitos alternando un pie y el otro e hizo movimientos ostentosos con los brazos que para Samantha provocaban cierta gracia por la rapidez con la que los efectuaba pero nada más. Sin embargo al público pareció encantarles ya que hubo un clamor de risas. Algunos se tapaban la cara para que sus dentaduras no fuese un mayor motivo de diversión.

—Brazos y piernas —continuó el muchacho—, tan frágiles, tan débiles con falanges que podrían quebrarse con esfuerzos poco más que insignificantes. ¿Y qué me dicen de su piel? Hasta un escarbadientes en manos de un niño gordo y alto podría atravesarla.

El muchacho se sacó la camiseta y luego hizo gestos de apuñalarse con el micrófono en el abdomen y en el pecho.

Ahora no hubo ninguno que no festejara algo que por su obviedad pasaba desapercibido para el espectador común. Sin embargo, Samantha consideraba que había algo extraño en un número de comedia que para ella sola era insulso o simplón. Gillian todavía no volvía del baño. Ella intentó llamar la atención de la mesera pero esta se hallaba tan concentrada en el acto del muchacho que se había olvidado que era una empleada de Trudy’s.

—Además tiene más de un agujero por el que le salen o entran excresencias de todo tipo. Díganme ¿quién quiere ir por ahí ingiriendo, vomitando, cagando, meando, acumulando cera, lanzando gases? Ah, esperen, yo sí sé quién: los humanos.

Un tumulto que hizo temblar los cristales negros del restaurante fue motivo de que Samantha se pusiera de pie y saliera por la puerta principal con un cigarrillo entre sus dedos y un encendedor en la otra mano. Se sentía algo aturdida y el comediante le daba mala espina como si el verdadero significado de su acto se mantuviese siempre oculto debajo de sus observaciones y aun así era incapaz de atravesar la delgada capa de estas para acceder a aquel. Afuera, el sol se había ocultado detrás de alguna nube y el cuenco azul boca abajo del cielo estaba despejado al menos donde alcanzaba la vista. Los murmullos de las palomas llegaban desde los recovecos de las fachadas de los edificios. Cuatro autos pasaron entre la calle ante la que estaba parada Samantha y la perpendicular que atravesaba de norte a sur la ciudad. La baja demográfica se hacía sentir. Pensó en Gillian y se la imaginó abriéndose el cuello sentada sobre uno de los retretes del baño de Trudy’s o ingiriendo algo que tuviese el mismo efecto pero con más higiene. Imaginó atravesar los cristales de las ventanas de los edificios que tenía cerca y contemplar cómo muchas vidas terminaban de manera similar al no poder asimilar que el tal querido tiempo material de una dirección se había multiplicado y que en cada versión del mismo había una imagen de ellos como rostros congelados en el espejo de un sueño. Tal vez algunos de ellos preguntándose cuánto tiempo quedaría para que el nuevo rostro tuviese el mismo destino de imagen truncada. Trató de encajar el adjetivo de afortunados en las vidas de ella y su grupo cercano. Dixie, Tate, John, ninguno de ellos había elegido ese camino… todavía. Aunque algunas veces había visto a Dixie muy seria en medio de uno de sus espectáculos en el circo de granja y había entrevisto a Tate hablando sola mientras había alguien más junto a ella. Nuevos comportamientos en viejos conocidos. Señales de que lo impredecible hacía más frecuentes sus visitas. Se dio cuenta de que no había encendido el cigarrillo y de que su celular estaba vibrando en el bolsillo de su pantalón. Era John.

Samantha salió de su estado hipnótico y se apresuró a contestar, deseosa de que John tuviera nuevas noticias, malas o buenas.

—Sam… ebes… igro…

La interferencia le impidió unir un solo enunciado de John. Lo único que sí podía percibir era la alarma en el tono de su voz, como si lo que fuese que intentara decirle fuese una emergencia.

—John, no te entiendo nada —elevó la voz y agitó el celular por encima de su cabeza—. Maldita porquería. John, ¿qué quieres?

—Lárga… no estás… pierta a Gil…

Y la voz de la operadora de la empresa de telefonía le anunció que la llamada se había perdido.

—Al carajo, perra —dijo Samantha y antes de que volviera a marcar el número de John, jugando una posible carrera contra los dedos de este, el celular anunció que se apagaría por falta de energía en la batería.

—Mierda, mierda —se enfadó Samantha y casi arrojó el celular hacia la calle para ver cómo el próximo vehículo que pasara por allí lo hacía trizas.

La luz del sol se hizo más tenue y por primera vez desde que había salido afuera buscó el punto donde podría estar el sol entre las cimas de casas y departamentos. No tardó en enterarse de que el sol se había ocultado detrás del pico de unas montañas que antes no estaban allí porque en Pearce’s Valley no existen cadenas montañosas de ningún tipo.

Tiró el cigarrillo sin usar en la canaleta y entró en Trudy’s. Iba a continuar directo hacia el baño al ver que Gillian todavía no había regresado pero el escenario captó toda su atención. El joven comediante estaba totalmente desnudo pero eso era lo de menos. Su pecho tenía una herida abierta justo debajo de su tetilla izquierda y la sangre manaba de allí en pequeños borbotones. También se había dibujado una sonrisa trémula a lo ancho del abdomen y con cada movimiento un observador agudo podía ver algún punto de sus entrañas. Su nariz estaba partida como la de un boxeador que hubiese recibido de lleno un preciso puñetazo del contrincante. De sus oídos también caían hilos sanguinolentos que se unían a los afluentes de más abajo en una cascada cárdena y grotesca. Samantha no pudo evitar sentir náuseas al comprobar que sus ojos habían sido arrancados de sus cuencas negras y rodeadas de un halo sangriento brindando a su rostro la máscara de un cadáver viviente que no dejaba de sonreír. El público se desternillaba de risa en sus lugares. Los camareros estaban morados por no poder resistirse a las gracias del comediante.

—Pero olvidémonos un poco del cuerpo de los humanos, ya que esta frágil y ridícula forma de la materia que se desplaza con tanta lentitud, que se enferma por casi cualquier cosa, que no puede resistir heridas como las que yo me he infligido sin terminar bajo tierra o en un jarrón sobre la repisa de la chimenea. No pensemos ahora en esta penosa confluencia de elementos perecederos, atrapado en sus propias limitaciones dimensionales, incapaz de resistirse al unidireccional curso del tiempo, sino en el envidiable acceso vip que tiene, esta enclenque forma de vida, al universo de las autopistas mentales. Claro, las cargan con ellos. Así como lo oyeron. Esta escoria de carbono contiene dentro de lo que ellos llaman cerebro vía libre para acceder a las profundidades de mundos que ellos ni siquiera imaginan o si lo hacen son tan patéticos que le dan predominancia a la pobreza de planos donde se mueve su cuerpo. ¿No es realmente el humano un animalillo muy gracioso?

Muchas copas cayeron y se hicieron añicos, los cubiertos golpeaban sobre la porcelana de los platos como la percusión de un público que ya no sabía cómo elogiar el ingenio del artista. Los camareros se sostenían entre ellos para no terminar en el suelo enroscados por una boa de incontenibles carcajadas. Y Samantha tenía la piel erizada y el frío del miedo había paralizado su mandíbula en un rictus de horror. Cuando el comediante cruzó su mirada ausente con ella, un instinto de conservación la mandó en una torpe carrera hacia el baño de mujeres en busca de Gillian. Las risotadas la siguieron como una bandada de murciélagos hasta que la puerta del lavabo se cerró a sus espaldas.

En el baño había una hilera interminable de cubículos de retretes con las puertas cerradas. Podría estar siguiendo la formación de esos cubículos por la eternidad. Una cosa era segura, no volvería a salir hasta hallar a Gillian. Un cambio se había producido, como con la entrevista a Matilde. Ya no estaba en Trudy’s sino en una versión de pesadilla de la misma. No tendría que haberse separado de Gillian. Entonces volvió a escuchar las palabras de John entrecortadas por la interferencia. Especialmente “Lárga…” que debía ser “lárgate” y “…pierta a Gill…” y pensando en Matilde que se había quedado dormida parada, se le ocurrió que podía ser “despierta a Gillian”. Empezó a abrir las puertas una tras otra sin detenerse más que el nanosegundo suficiente para saber si estaba ella allí. No dejaba de llamarla a gritos. Su estentórea voz se propagaba en olas acústicas por ese baño interminable y seguía sonando en finos susurros cuando se perdía en la distancia. Gillian no aparecía después de haber recorrido lo que parecían trescientos metros de un baño que podría contener el universo entero. Continuó llamándola, echando un vistazo de vez en cuando hacia atrás para ver si alguien la seguía pero solo se encontraba con el absurdo trayecto recorrido en el que al final todavía podía ver la puerta del baño a pesar de que ya tendría que haber desaparecido, convertida en un punto de unión de paredes, techo y piso. Entonces, detrás de una puerta cualquiera la encontró. Se había quedado dormida con la mano colgando agarrando la punta del rollo del papel higiénico. Su barbilla descansaba inclinada hacia la izquierda con la misma flexibilidad de un muñeco de trapo descansando en algún rincón de la casa.

—Gillian, vamos despierta —la sacudió por los hombros, le tiró de los pelos y le gritó con la boca pegada al oído y aun así no despertaba—. Despierta, perra o ese hijo de puta vendrá. ¡Oh, carajo, siento que vendrá! ¡Despierta!

—Por años lo único que ha hecho es ocuparse de las mismas cosas que un animal con un poco más de sesos —la voz del comediante emergió desde algún parlante muy lejos de donde ella estaba—. Asegurarse su supervivencia física, propagar su vida material a través de la reproducción, crear extensiones de sus sentidos físicos cada vez más sofisticadas para percibir las profundidades del entorno en el que estaba atrapado con la idea de conocer el origen de todo a través de cálculos, mediciones de todo tipo y razonamientos que justificaban lo descubierto por medio de una lógica que no hubiese podido existir sin lo anteriormente descubierto. Todo en un círculo que siempre estaba cerrándose en sí mismo mientras la pobre bestia ridícula pensaba que avanzaba hacia algún lugar. Y no me hagan hablar de sus filosofías, religiones y artes. Sistemas arbitrarios que subyugaban y limitaban los alcances del acceso al que podían acceder si no hubiesen sido tan frágiles, tan breves, tan dementes.

Las risas llegaron como una ola que hizo temblar las paredes y el piso del baño. Las puertas se abrieron y cerraron con estrépito repetidas veces. Samantha tuvo que pegarse a Gillian para evitar que la puerta la empujara con violencia.

—Es la criatura con más derecho a la lástima porque carga con una puerta hacia cualquier lugar en el improbable y mudable multiverso y ni siquiera puede cruzar el umbral con tantas ocupaciones que tiene en cada una de las prisiones qué el mismo se ha edificado. Pobre, tonta, ciega y frágil criatura. ¿No les parece adorable el ser humano?

Otra vez el terremoto festivo del público. Samantha perdió el equilibrio y tuvo que sostenerse de la mampara a su derecha para no caer. Siguió intentando despertar a Gillian pero la mujer se hallaba tan dormida que parecía haber entrado en una especie de coma, si es que realmente estaba allí. Esta idea cruzó por la mente de Samantha y por un momento estuvo tentada de salir al pasillo y seguir recorriendo los retretes. Pero tenía que ser, se aferraba a su episodio con Matilde y cómo ella era la única que había estado en su inmersión en aquella dimensión cuando todo lo demás que ella conocía había desaparecido o se había transformado en otra cosa. Fue cuando la presencia de eso que habitaba dentro del agujero de gusano que ella había apenas atisbado en la casa de Corin y Theroy se hizo cada vez más intensa, como la temperatura que había ido subiendo de forma imperceptible hasta que por los poros ya estaban emergiendo las primeras gotas de sudor. El aire tenía otro peso, como si algo estuviese suspendido por encima del mismo, algo invisible que descendiera sobre todo el lugar. Samantha notó que tenía dificultades para respirar y las luces led que iluminaban el baño se habían vuelto más lánguidas, frías, como si la electricidad que las mantenía encendidas estuviera perdiendo fuerza. La cosa del portal venía a por ella. No era una certeza. Era un hecho que todavía no había sucedido. Tan extraño como eso. Allí el tiempo no era algo que un reloj pudiera seguir a la par.

Entonces la golpeó. Primero dándole un bofetón que hundió sus dedos en la piel del rostro antes de seguir su curso. Después, aguijoneada por lo que se iba acercando, un puñetazo en la mandíbula y otro segundo hasta que una herida se abrió en los labios. Gillian abrió los párpados hasta la mitad como quien vuelve pesadamente de un sueño todavía no satisfecho.

—Samantha, Samantha —dijo la voz del comediante—. ¿Te vas tan pronto antes de disfrutar de lo mejor? Voy a invitar una ronda de cervezas para todos aquí.

El aplauso de la gente llenó cada recoveco de la mente de Samantha hasta el punto de que ya no podía escuchar ni sus propios pensamientos.

—Después de esa cerveza te vas a sentir mejor —prosiguió el muchacho humorista—. Vas a poder ver con claridad por primera vez en tu vida. Tal como lo hace Gillian, aunque ella todavía no se haya puesto a pensarlo en profundidad. Dejarás de ser un paria al que dejan siempre fuera de la fiesta y podrás ver lo que hay detrás de la puerta de esa muralla que siempre estuvo abierta para ti, a pesar del foso profundo que hay en medio. Lo único que yo quiero es ser tu puente a esa puerta y después seguir el viaje.

Lo oía con la misma entrega que si estuviera leyendo un ensayo existencialista, la poesía de un autor olvidado o una historia escrita por un novelista al que ella valorara. Los párpados de Gillian volvían a descender, entonces Samantha, en un esfuerzo que era el equivalente a levantar veinte kilos después de tres días sin comer ni dormir, golpeó por última vez a Gillian, dejando que su puño atinara al lugar que se le diera la gana. Gillian se removió con violencia sobre la taza del retrete y arranco de un solo tirón el papel higiénico con rodillo y todo.

—¿Por qué me duele tanto el rostro? —preguntó a la mujer que tenía delante, que por el estado en que se encontraba bien podría ser Samantha o cualquier desconocida.

—Tuve que practicar mis golpes contigo, mujer. De repente te me hiciste muy parecida a mi bolsa de boxeo.

—Tengo gusto a sangre en la boca —dijo Gillian, arrastrando sus palabras con lentitud.

—Tenemos que terminar con esto, amiga. Lo que hay en ese portal nos está jodiendo muy bien a todos. No sé lo que sea, pero tenemos que terminarlo o sino…

—¿O si no qué? —preguntó Gillian luego de unos segundos en que Samantha no reanudó sus palabras.

Pero la escritora no pudo terminar su discurso porque ni ella misma sabía qué pasaría si no hacían algo para solucionar algo que había diezmado la población mundial y trastornaba la mente de todos. La naturaleza de lo que estaba ocurriendo era tan confusa y por fuera de todo lo que era razonable pensar que cualquier justificación que Samantha buscara para dar fin a lo que había empezado a ocurrir desde el primer billete que había aparecido sobre la mesa que había restaurado en su casa, era un esfuerzo por volver a una normalidad que a estas alturas se preguntaba si alguna vez había existido.

De algo estaba segura. Tenía que hablar con John. ¿Por qué no se había comunicado con ella en todo este tiempo? No importaba. Tenía que verlo, le gustara a él o no.