Capítulo 15
Por esas curiosidades del azar, Sal había conseguido un puesto en la empresa que treinta años atrás había decidido hacer autor exclusivo de su proyecto al hijo del jefe. Como era un viajero del tiempo y teniendo en cuenta su experiencia en el puesto, contratarlo como empleado le brindaba a la empresa de publicidad una excelente imagen hacia el resto del mundo y la convertía en una celebridad dentro del mundo de los negocios. Ah, y por supuesto, le daba una mano a un hombre que quizás nunca pudiese volver a su época. Sin embargo nadie podría decir que Sal Whitman fuese un hombre feliz, ni siquiera alegre. Su primer día de trabajo que fue una semana después de salir del hospital, Sal tenía el aspecto de alguien que no pudiera controlar alguna adicción. Sus ojeras doblaban el tamaño de sus ojos. Tenía el cabello duro y apenas peinado hacia el costado. La barba había brotado de forma dispareja en su rostro y su traje arrugado tenía un par de manchas de lo que parecía café o mermelada de algún tipo. Mientras el supervisor le daba las escasas instrucciones de lo que consistiría su tarea en la empresa, Sal recibía los sonidos de las palabras como si fuesen una música por la que no sentía ninguna afinidad. El compañero que tenía más cerca de su escritorio dividido por biombos, fue el primero en preguntarle cómo se sentía eso de viajar por el tiempo pero Sal le dio la misma respuesta que a todos los que querían atraer su amistad bajo los mismos motivos: el silencio de su voz y una mirada desprovista de vida y sanidad.
En la primera semana, Sal no rindió como la empresa hubiese esperado. Con sesenta y cinco años, el hijo de su exjefe, estaba a la cabeza de la junta directiva y a pesar que Sal no había cruzado ni diez palabras con él desde su regreso, aún mantenía cierta esperanza en que el viejo Whitman, visionario, recobrara su ánimo de hacía treinta años y le hiciera dar a la empresa un nuevo salto que realmente necesitaba por esas fechas. Cuando hablaba con Sal, se veía que el jefe estuviese a punto de hacer un descubrimiento asombroso y el resto del plantel aguardaba con impaciencia a que el viajero del tiempo terminara de atravesar lo que pensaban que era un trauma «post traspaso dimensional» para relatarles la historia de cómo había llegado allí. Pero al iniciar la segunda semana, la cosa no mostraba ninguna mejora. Inclusive quien había estado siguiendo la evolución de Sal, como era el caso de Scott, su vecino de escritorio, podría haber dado fe de que ese hombre estaba cayendo cada vez más en un enorme pozo depresivo. Y al segundo día ocurrió algo que dejó en shock a varios empleados de la agencia de publicidad Sforda. Empezó cuando Scott notó que Sal se había quedado dormido en mitad de una llamada telefónica. La voz del cliente preguntaba repetidamente si todavía seguía en línea. Scott intentó despertarlo moviendo su hombro y llamándolo pero Sal no respondía de ninguna manera. Antes de avisar a su superior, Scott se quedó petrificado al encontrarse solo en toda la planta. Nada más que los cubículos divididos por los biombos, los escritorios y las luces rojas de los teléfonos parpadeando en cada uno de ellos. Todos los auriculares con sus micrófonos estaban puestos en su lugar como si ese día nadie hubiese ido a trabajar. Por supuesto resultaba imposible, teniendo en cuenta que todos los trabajadores habían estado allí antes de que él se ocupara de intentar despertar a Whitman. Scott caminó hasta la oficina de su jefe pero también la encontró cerrada. Tampoco había nadie del personal de limpieza. Cada aparato electrónico del edificio funcionaba pero las vidas humanas habían desaparecido. Scott ya había experimentado lo que significaba un drástico descenso en el número de habitantes de su ciudad a causa de las cadenas de suicidio que siguieron a la llegada de los viajeros. La empresa había tenido que contratar a un considerable número de nuevos vendedores para suplir a los que se habían marchado antes de que sus cabezas estallaran de un absurdo que no podían ocultar como lo hubiesen hecho en situaciones normales. Pero una ausencia total de seres humanos era algo que se podía imaginar de millones de maneras, pero experimentarlo lo había dejado sin palabras. Abajo, en la calle, los autos estacionados contra el cordón formaban dos líneas de colores que contorneaban un pavimento vacío. De ningún edificio se veía entrar o salir a nadie. Scott desechó la idea de bajar y preguntar a alguien qué carajos había pasado. Adentro era lo mismo que afuera. Sal Whitman seguía durmiendo, así que Scott lo despertaría como fuese para afrontar ese insólito suceso en compañía de otra alma. No le gustaba mucho la idea de pedir ayuda a un hombre que no podía salir de un abismo depresivo pero allí no había alguien más que lo ayudara. Con excepción de los que esperaban a ser atendidos por algunos de los teléfonos. Scott los había olvidado y una bocanada de alivio entró a sus pulmones. Tomó su auricular y presionó el botón para contestar la llamada.
—Necesito contratar el paquete completo —dijo la voz de una mujer del otro lado—. Es para una nueva marca de desodorante de ambientes. ¿Con quién hablo?
Scott no dijo nada por unos momentos. No esperaba que el negocio siguiera funcionando teniendo en cuenta la repentina ausencia de posibles clientes y consumidores. Pero, tan sencillo como eso, alguien estaba solicitando todo el pack de servicio de publicidad de la agencia. Eso significaba una buena dote de verdes para él y unos valiosos puntos como vendedor. Scott estaba por decir algo referido a que estaba solo en el mundo pero reconsideró que no había nada de malo cerrar la venta primero, por si en cualquier momento todo volviera a la normalidad. Tal vez, estaba experimentando un episodio de psicosis como efecto de la división espacio-temporal en su cabeza, como lo habían dicho en ese programa de ciencia en la tele.
—Sí, señora. Necesito primero que me diga la razón social a la que representa y algunos datos sobre el tipo de producto que quiere promocionar a través de nosotros.
—Primero necesito que me digas si tú estarás de acuerdo en representarnos a partir de ahora.
Era un pedido inusual de un cliente. Scott no entendía que falta podría hacer contestar a esa pregunta si eso ya estaba implícito en el momento en que ella solicitó antes de cualquier saludo, los servicios de la agencia, pero debía tratarse de una empresa extranjera que obligaba a sus representantes a adoptar un protocolo especial en el trato. Como fuese, Scott no veía nada de malo en acordar lo que la mujer quería.
Sal se removió en su asiento. Un ruido que podría haber sido un ronquido o unas palabras desde el sueño emergió de su boca para terminar con un profundo gemido encerrado en su garganta que hizo estremecer a Scott.
—¿Y bien, joven? —lo apuró la mujer—, no tengo todo el día. ¿Está usted de acuerdo o no?
Luego de aceptar Scott levantó la cabeza de su banco y se limpió la baba que caía de su boca. En el otro escritorio, Sal seguía durmiendo. El barullo de las voces de los empleados de Sforda y el ir y venir de las pisadas le indicaron que recién había vuelto al mundo de la vigilia. Pero eso no era todo. Scott se puso de pie y no pareció oír a un compañero que lo llamaba desde el otro extremo de la oficina. Toda su atención estaba centrada en la ventana por la que hacía un momento había mirado la desolación en su sueño. Sabía que todo había vuelto a la normalidad, con excepción de él mismo. Como si tuviese ojos que le permitieran observar en trescientos sesenta grados, Scott podía percibir que algo lo acechaba, no como un depredador que estuviera esperando un momento de debilidad para saltarle encima sino más bien como una fuerza viva que se hubiese colado en las profundidades de su alma y estuviese contemplando todo como alguien que descubre un nuevo territorio que nadie hubiese pensado que existía. Ese territorio era él, y el explorador era la causa por la que Scott caminó directo hacia la ventana. Saltó desde el décimo piso porque era la única manera que encontraba para taparle los ojos a la visión de trescientos sesenta grados y así evitar encontrarse cara a cara con ese explorador.
Después de ese día Sal Whitman no volvió a la oficina y fue en vano todos los esfuerzos que Tate hizo para localizarlo. Más tarde hallaron sus ropas flotando en el río Jackson de Pearce’s Valley. No había familiares ni amigos a los que pudieran contactar para informarles de su posible muerte por ahogamiento. El cuerpo no fue hallado.