Capítulo 13
En la primera semana, Dixie había tenido que pedirles a uno de sus payasos y a su novia que se mudaran a la pequeña casita de madera que estaba cerca del gallinero. Si bien estaban usando la habitación de huéspedes, ella había considerado que Samantha no aguantaría vivir en un lugar en el que hubiese más de dos almas y no era que Dixie tuviese mayores privilegios ante una regla sobreentendida en lo referente a la vida social de su novia, pero ella misma se había incluido como tal apostando al lugar que le daba su categoría.
Fue la semana de las muertes de todas las convenciones que todavía se mantenían en pie en la civilización humana, no solo de los cuerpos. En cada hogar las familias fueron perdiendo sus miembros, en cada país, la emigración al más allá actuó al unísono como si de repente hubiese una oferta de pasajes para viajeros frecuentes. Esta fuga de personas se resintió en cada institución encargada de congelar el orden establecido. Nadie se salvaba de la crisis espacio-temporal que escindió las mentes y produjo disturbios en las leyes físicas más venerables. Así como muchos elegían la forma más atractiva para morir, otros habían encontrado terreno fértil para la creación de nuevos grupos encargados de dar vida a extravagantes ídolos del caos, la naturaleza de lo desconocido y criaturas invisibles que mantenían insidiosos vínculos con el universo. Y a pesar que los que conservaban el control de su razón y el sentido de sus actos corrientes intentaban que las riendas de sus vidas en comunidad no se cortaran del todo, si uno se detenía un momento a contemplarlos, se podía ver el agotamiento tanto físico como espiritual adelgazándolos, engordándolos e imprimiéndole en sus rostros una paranoia que los convertía en autómatas sacudidos por los nervios. Pearce’s Valley, el punto de ignición desde el que el síndrome del efecto mariposa estalló en todas partes del globo, había entrado en la tabla de clasificación de los pueblos fantasmas más famosos del mundo. Hileras de casas con el cartel de SE VENDE y otras tantas en el que las puertas y las ventanas no se volvieron a abrir. De pronto había en la ciudad, una explosión de demandas para cubrir toda clase de puestos. Negocios que caían en manos de otros dueños que toleraban el tiempo tripartito y funcionarios que hacían el juramento correspondiente para tomar la gestión de la ciudad en reemplazo de anteriores colegas recientemente difuntos. Y tampoco había que olvidar a gente como Gertrudis, pero aún más radicales, que veían en Samantha y John, los responsables directos del infierno desatado, por eso se habían tomado la libertad de llegar al punto de hacer circular carteles de recompensa para borrarlos del mapa antes de que produjeran un nuevo cataclismo.
El cielo estaba nublado, cinco días después de que Samantha había desempacado sus pertenencias más indispensables en la casa de su novia. Ese mismo día estaba Tate con ellas, ahora con un mayor tiempo libre que lo usaba para afianzar lazos con sus escasos y antiguos clientes y para esquivar la llamada que le pondría punto final a una vida en la que de un momento a otro todo a su alrededor se había ido irremediablemente al carajo y por lo que se veía se seguiría yendo.
—A veces quiero hacer lo que ya es una práctica habitual en el mundo —dijo Tate, terminando su tercer cigarrillo en la hora en que Samantha, Dixie y ella llevaban hablando sentadas al borde del techo de la casa de dos plantas de Dixie—. Después de todo, mis ingresos disminuyeron luego de que varios de mis artistas tiraran la toalla y de que las obras de arte ya no tienen el impulso que tenían cuando el mundo marchaba por un solo carril.
—Mi problema —dijo Dixie—, no es tanto vivir en tres versiones posibles de la realidad, como saber si lo que hago tiene la misma intensidad en cualquiera de las tres o si por el contrario estoy forzando algo que solo tenía lugar en una sola de esas versiones. Claro, disfruto de lo que hago, pero al notar el cambio drástico que afectó al tiempo, me pregunto si mi actual situación es mía y no el producto de una reestructuración de la realidad en el que yo no soy más que uno de sus tantos elementos manipulables.
—En ese caso, Dix —comentó Samantha—, si somos una conjunción del espacio-tiempo y al ver que este puede multiplicarse en nuestras mentes pero no en el plano material, hay que preguntarse cuál de todas esas variaciones somos nosotras. ¿Alguna de lasque existen en nuestras mentes o la que persiste en el plano material a pesar de que esta solo puede ser percibida por nuestra consciencia?
—Si muchas cosas cambiaron siguiendo el nuevo orden, ¿no pudo haber variado algo o mucho también en los sentimientos que las dos sentimos por nosotras? Esos sentimientos fueron forjados en una conjunción que ya no es en la historia material oficial aunque todavía permanezca activa en nuestras mentes.
—Tú lo has dicho —contestó Tate—. Lo que tenemos en nuestras mentes también tuvo su historia material. Nosotros todavía cargamos con esa película de cómo el mundo era antes. Sin embargo, lo que planteas, podemos comprobarlo más adelante, con el tiempo.
—A veces creo que no somos más que eso —dijo Dixie poniéndose de pie, con las puntas de sus zapatillas asomando al vacío—, y que todo lo demás son habladurías. Si se dice que cada objeto de este universo es energía en mayor o menor medida condensada, también puede decirse que nosotros no somos más que tiempo actuando de diversos modos.
—¿Entonces qué sería el portal o el agujero de gusanos en tu teoría? —preguntó Samantha calculando qué se necesitaría para que su novia se arrojara al suelo cubierto de césped, dibujando una pirueta en el aire.
—No es mi teoría, Sam —rio Dixie, extendiendo los brazos a los costados. Tate mantenía el cigarrillo en tensión entre sus labios, aguardando como un perro que espera que le arrojen la pelota en cualquier momento—. Alguien la debe haber escrito ya. Como todas las cosas.
—Es otra forma del tiempo —dijo Tate, entrecerrando los ojos cuando una ráfaga de viento arrojó el humo hacia su rostro—. El portal es una de las formas en la que actúa el tiempo.
—Quisiera saber qué tiene que decir John, acerca de eso —se lamentó Samantha.
De repente Dixie se agachó cerrando los brazos contra su cuerpo y dio un salto en cuclillas al tiempo que daba media vuelta.
—Te dije que John es el que más afectado salió de nosotros, maldita insensible —Dixie unió sus labios a la mejilla de Samantha y sus palabras se filtraron por los costados de su boca—. Tiene un clon viviendo en un tiempo que debería ser solo para una versión de él. Te hablará cuando así lo sienta.
—John es un depresivo. Dudo si él y su clon siguen con vida en estos momentos —añadió Samantha con tono de queja.
—Realmente estaba esperando que saltes, Dix —dijo Tate—. Aunque dudo que esta distancia te hubiese dado otra cosa que huesos rotos. ¿Cuántas veces has caminado por la cuerda floja en tu circo?
—Antes de que Paola se encargara de ese número, pues durante quince años más o menos.
—¿Y cuántas caídas has sufrido?
—Una vez casi termino con el cuello roto. Me salvó la malla de seguridad. Fue poco tiempo antes de conocer a Samantha.
—Ahí lo tienes. Tal vez esa caída afectó tu juicio y terminaste con la lunática Polson.
—La lunática Polson tiene que empezar a escribir su nuevo volumen para el público que le queda con vida —dijo Samantha, mientras jugaba con un guijarro que acabó por arrojarlo hacia un montón de paja acumulada a unos pocos metros de la casa.
—¿Qué va a pasar con tu casa? —quiso saber Tate, con la duda subrayando sus palabras—. El portal puede aparecer en cualquier momento.
—Eso es asunto de mis abogados, Tate. Además el portal no le pertenece a nadie más que así mismo. Pero lo que yo quiero es mi casa y pronto.
—¿Y John? —reanudó Tate—. ¿Seguirá con sus investigaciones?
—Espero que sí, cuando todo esto se tranquilice. Pero también desearía que pensara en otra alternativa. Tal vez, esos loquitos de los carteles tengan razón y tengamos algo de culpa por dejar que las consecuencias llegaran hasta donde lo han hecho. O tal vez, solo era el lugar que nos tocaba en un evento que se hubiese desatado de una u otra manera.
Tate arrojó la última colilla cuando una fina llovizna empezó a caer desde todas las direcciones con ayuda del viento arremolinado.
Un día, a una distancia de medio año desde el incidente de los viajeros, Samantha y Dixie estaban fingiendo ser paracaidistas de un mundo virtual en el que la meta máxima era caer en el punto fijado en cada mapa, o con la mayor proximidad posible. Era el turno de Dixie, quien tenía en ambas manos los mandos de la consola, y los sostenía como si se tratara de las bandas de control de un paracaídas real.
—Tate sonaba muy enojada en el teléfono —comentó Samantha, que estaba bebiendo una taza de té mientras seguía la dirección de la paracaidista anciana que había escogido Dixie—. Nunca la había escuchado hablar en ese tono.
—¿Y qué esperabas? Primero la pones a dirigir un circo amenazándola con despedirla y una elefante de cinco mil quilos, que solo estaba de visita por cierto, estuvo a punto de batearla hacia un pantano de estiércol. Y luego fracturas su mente con una nueva versión de la realidad. Espero que le estés pagando más que bien. Esa pobre mujer se debe estar preguntando qué diablos hace todavía representándote.
—John no me ha respondido los mensajes desde hace tres días. Ni siquiera veo que esté en línea. Temo que algo le esté ocurriendo.
—John va a estar bien —contestó con indolencia Dixie—. No se me hace como alguien que busque el suicidio como primera opción. John es un investigador, necesita primero llenar varias páginas de un libro para encontrar alguna explicación de lo que está ocurriendo aunque se trate de la pesadilla de un adicto al LSD.
—Aún así —continuó Samantha—. El muy estúpido debería mandarme un pulgar aunque sea.
—¿Qué hay de su clon? —quiso saber Dixie mientras pasaba a centímetros de una avioneta que planeaba tranquilamente por aquel cielo despejado de nubes.
—No es un clon, Dix. Es él mismo pero en la época que conoció a mi padre. Bueno, ahora no lo conocerá. Pero John sigue siendo mi mejor amigo a pesar de lo que diga el nuevo estado de las cosas.
—Lo sé, lo sé. Para mí es lo mismo. Conozco al John de antes, y este es como un actor que lo imita a la perfección, pero sé que detrás del disfraz no hay más que John Feraud, aunque de algún modo se sienta como si fuera otra persona. Son experiencias muy nuevas para mí y yo creí que ya había agotado el abanico de sensaciones en esta vida.
El timbre sonó y por la ausencia de ladridos del perro de Dixie, ambas supieron de quién se trataba. Tate vestía con la elegancia de la mujer entregada cien por cien a su trabajo. El cabello peinado hacia atrás y recogido con un broche que hacía juego con su chaqueta de tres botones. Zapatos con taco que habían recibido un poco del polvo de la granja. Tate odiaba ir a casa de Dixie y más aún después de su breve pasaje por la conducción de un circo. Dixie lo sabía, con lo que aumentaba sus deseos de que Tate se encariñara con los ejemplares de animales aleccionados que vivían en su terreno. Tate no quería saber nada al respecto pero para Dixie solo se hacía la dura. Samantha se divertía viendo como su agente se alejaba de los cachorros de cerdo, de los terneros y lanzaba por los aires a los pollos cuando Dixie le pedía que vieran qué educados eran.
—Maldita suertuda —fue lo primero que dijo Tate al entrar—. Los números de tu venta superaron a Goshbaw. Necesitamos organizar otra gira de firmas. Ahora mismos encabezas las listas de ventas en casi todos los países del mundo.