RESEÑA

Una serie de asesinatos, sin relación aparente entre ellos, sacude Boston.

Kara Brown, una bella e inteligente agente especial de homicidios, se verá sumergida en el caso para encontrar las pistas que la lleven a dar con el autor de lo hechos.

Sin embargo, un símbolo celta en cada una de las víctimas, suma a la investigación a Marc O´Brien, un profesor de historia antigua, quien no sólo formará parte de la misma, sino que además despertará en Kara sentimientos que ella creía tener dormidos.

 

 

Yolanda REVUELTA MEDIAVILLA

 

NOCHES EN LA NIEBLA

 

 

PARA MI MARIDO, POR SU TIEMPO Y DEDICACIÓN A MI LIBRO.

A MI HIJA CARLA POR SER MI PRECIADO TESORO.

A MIS PADRES, POR NO DEJAR DE CREER NUNCA EN MÍ.

A MIS AMIGAS, POR SU APOYO INCONDICIONAL.

<p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 1</p></h3> <p></p> <p><i>Boston</i></p> <p></p> <p><i>8 de Febrero</i></p> <p></p> <p></p> <p></p> <p>Clark Sloan era un hombre que ambicionaba el poder y las mujeres en todo el amplio sentido de la palabra.</p> <p>Su mente divagaba, mientras los últimos espasmos de placer recorrían su cuerpo. Acariciaba lentamente con los nudillos de la mano el rostro de la mujer, que sentada frente a él y con las piernas aún alrededor de sus caderas, intentaba controlar el ritmo de su respiración, después de una intensa sesión de sexo.</p> <p>—Debemos marchar. Las personas de ahí abajo no tardarán en percatarse de nuestra ausencia -murmuró él en voz baja, a la vez que un escalofrío le recorría por todo el cuerpo al salir de entre las piernas de la mujer.</p> <p>—Odio las fiestas y todo lo relacionado con ellas.</p> <p>Él soltó una protesta que se confundió con una risotada.</p> <p>—Gracias a esta vorágine, tu marido estrecha relaciones y dinero. Algunos están tan borrachos por los litros de champán que recorren esas finas copas de cristal, que mañana ni se acordarán de que su firma está estampada en un nuevo contrato que a ellos no les beneficia en absoluto.</p> <p>—¿Hablas por experiencia propia?</p> <p>—Soy un hombre de negocios. Y como tal, a veces estafo y me intentan estafar, pero respecto a tu marido, creo que he salido ganando yo, ¿no crees? —arguyó a la vez que recogía unas braguitas olvidadas en una esquina de la estancia.</p> <p>Observó su reloj y comprobó que llevaban más de veinte minutos ausentes.</p> <p>—No estaríamos con estas prisas, si no te empeñaras en hacerlo en su despacho. Podríamos haber escogido cualquier dormitorio de esta planta.</p> <p>—Cariño, me gusta el riesgo. Y me pone cachondo tirarme a su mujer sobre su mesa de trabajo -le explicó, rozando suavemente sus labios con los de ella.</p> <p>—Eres un depravado -exclamó ella visiblemente molesta.</p> <p>—Sin duda alguna. Y eso, cielo, es lo que más te gusta de mí. Debes reconocerlo.</p> <p>Un silencio sepulcral se hizo entre ambos al escuchar unas pisadas en el corredor. Clark sintió como la mujer que estaba a su lado aguantaba la respiración y su rostro se volvía blanco por momentos, sin embargo no era su caso, le encantaban los retos y con las situaciones de peligro, su cuerpo se envolvía en un halo de excitación.</p> <p>Las pisadas pasaron de largo y la mujer expulsó el aire contenido de los pulmones de un solo golpe. Sin mirarle siquiera, avanzó hasta la puerta y la abrió despacio. Clark se percató de que ella asomaba la cabeza con cuidado y miraba a ambos lados del corredor. Se giró y lo miró directamente a los ojos.</p> <p>—Me prometiste que ibas a hablar con él y resolver todo esto.</p> <p>—Estoy en ello, cielo. Ten un poco de fe en mí.</p> <p>—Eso dijiste la última vez y todavía seguimos en el punto de partida.</p> <p>—Dame unas semanas. Debo finiquitar unos asuntos con él. No querrás a un hombre pobre como amante... ¿no?</p> <p>—Mañana, Clark, habla con él mañana o lo haré yo por ti. No hay más plazos. —Y sin dar más explicaciones, salió de la estancia.</p> <p>Clark maldijo para sus adentros, esperó unos minutos e imitó a la mujer. Bajó por las escaleras sin prisas, no quería llamar la atención. Tomó una copa de champán de una bandeja llevada en alto por un camarero y se dirigió directamente a la entrada. Por el camino saludó a varios conocidos pero farfulló una disculpa y se deshizo de ellos rápidamente.</p> <p>Ya en la puerta, pidió su abrigo al guardarropa y se dispuso a salir. En las escaleras de la entrada principal un muchacho vestido con un uniforme que le quedaba grande se ofreció para ir en busca de su coche. Él declinó la oferta le apetecía pasear y pensar detenidamente en la última hora de la tarde y también en el embrollo en el cual estaba metido hasta el cuello a causa de una mujer... Siempre las culpables eran las mujeres.</p> <p>Caminando entre los aparcamientos, se preguntó en qué momento la situación se había enredado de aquel modo y cómo podría solucionarlo. Quizás unas rosas y una joya de varios quilates ayudarían. Tendría que intentarlo, al menos, ganaría tiempo.</p> <p>Estaba tan inmerso en sus planes que no se percató de la silueta que se acercaba por su espalda. Para cuando quiso comprender lo que estaba sucediendo recibió un golpe atroz en la nuca. El dolor se hizo insoportable y todo se volvió negro.</p> <p>Cuando despertó, sintió frío y se percató de que estaba desnudo en medio de la noche. Sólo veía árboles y vegetación a su alrededor. Un pequeño fuego brillaba cerca de él. Se acercó despacio a las llamas buscando un poco de calor. La cabeza parecía que se le abría a causa del golpe. A su altura deslumbró una túnica clara y unas sandalias de cuero. Elevó la mirada y vio un brillo borroso que avanzaba hacia él. El olor a carne quemada impregnó sus sentidos. El pecho le ardía pero no tuvo que esperar mucho para ver el filo del puñal que se acercaba.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p><i>36 horas más tarde</i></p> <p></p> <p><i>Boston</i></p> <p></p> <p></p> <p></p> <p>En el bosque ululaba un búho. Su llamada rompía el silencio reinante en la fría noche sin luna. Las nubes envolvían el cielo y las estrellas se ocultaban tras ellas.</p> <p>Los árboles centenarios impregnados por el verde musgo en la cara norte de su tronco, agitaban sus desnudas ramas al son del viento. Las grandes rocas se alzaban majestuosas, desafiando la gravedad.</p> <p>Las aguas de un río murmuraban sin cesar a su paso, por una garganta erosionada por el transcurso de los milenios. Un camino de piedras y escajos se abría en su rivera sin destino aparente. Nadie solía pasar por allí. La vegetación caprichosa cubría parte de los senderos, formando sombríos espacios, aún vírgenes para el hombre.</p> <p>Cerca de allí, la tierra temblaba. Un montículo de tierra removida recientemente, parecía vivo ya que se agitaba.</p> <p>Una mano se adentró en la húmeda tierra y buscó, a ciegas, en su interior. Al encontrar un obstáculo, se detuvo. Escarbó intensamente, casi con desesperación, hasta hallar su objetivo. El rostro mortecino de un hombre de mediana edad, sus labios amoratados por el rigor mortis formaban una línea recta contenida de dolor. Su piel blanca, casi transparente, se quebraba al contacto. De pronto, sus ojos se abrieron y un grito se ahogó en la noche.</p> <p>Kara se despertó agitada. Su respiración no llegaba a los pulmones y eso la hacía hiperventilar. Se incorporó de inmediato en la cama y, en la oscuridad se frotó los brazos, aún sintiendo la humedad de la tierra en sus manos.</p> <p>El timbre del teléfono que descansaba en la mesilla de noche comenzó a sonar. Kara brincó y se llevó la mano al corazón. Tragó saliva e intentó ignorar el frío sudor que empapaba su cuerpo. Encendió la luz de la lámpara a trompicones, haciendo caer un vaso de agua que reposaba al lado del teléfono, que no dejaba de sonar. Achicó los ojos haciendo un esfuerzo por descifrar la hora del reloj y pudo entrever que eran las tres de la madrugada. Suspiró cansada y levantó resignada el auricular.</p> <p>—Kara Brown, al habla.</p> <p>Inmediatamente reconoció la voz del capitán, que se entremezcló con las interferencias del teléfono.</p> <p>—Kara —dijo un hombre, al otro lado de la línea, enfatizando su nombre—, ha vuelto a actuar. Hemos hallado un cuerpo y todavía no se encuentra en avanzado estado de descomposición. Esta vez podremos encontrar más huellas y darle un nuevo giro al caso. El cadáver está enterrado...</p> <p>—Bajo un montículo de tierra, en un bosque no lejos de aquí -le interrumpió irónicamente Kara.</p> <p>—¿Cómo demonios...lo has sabido...? Está bien. No importa, no quiero saberlo. Te espero en veinte minutos en mi despacho.</p> <p>—De acuerdo, jefe.</p> <p>—Kara, ¿estás... bien?</p> <p>—Sí, estoy bien, no se preocupe. Le veré en veinte minutos.</p> <p>Colgó el auricular y se pasó con resignación la mano por el rostro, el sudor se impregnó en su palma y bufó. Odiaba tener esas pesadillas. Echó para atrás las sábanas y se incorporó rápidamente. Una vez de pie, sorteó los cristales del vaso roto que se encontraban diseminados por el suelo. Deslizó sutilmente una bata sobre sus hombros y sin más, se dirigió a la ducha. Al jefe, no le gustaba que le hiciesen esperar. Y ella no iba a ser su cabeza de turco.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Quince minutos después de la llamada, Kara se encontraba en su coche conduciendo a una velocidad que sobrepasaba los límites establecidos en una vía urbana.</p> <p>A las tres y cuarto de la madrugada, el tráfico era denso. Vivir en Boston tenía sus ventajas e inconvenientes y éste era uno de las mayores desventajas de vivir y trabajar en una ciudad grande.</p> <p>Miró a través del espejo retrovisor varias veces, antes de iniciar un giro a la izquierda. Dudó unos segundos de si debía colocar la sirena sobre el techo del coche y así omitir cualquier obstáculo en su camino. Lo desestimó de inmediato. No había ninguna emergencia. El hombre ya estaba muerto. Nada se podía hacer por él, excepto descubrir a su asesino que, no cabía duda, sería el mismo que había decidido actuar dos meses antes.</p> <p>A sus espaldas recaían los asesinatos de una joven de la alta sociedad y de una prostituta, con una semana de diferencia en ambos casos. Los casos no se hubieran relacionado entre sí, si no fuera porque ambas jóvenes habían muerto en la mismas circunstancias y en su pecho izquierdo, grabado a fuego en su piel, habían hallado tras varios estudios, un símbolo que podría pertenecer a la cultura celta.</p> <p>“Otro asesinato de arma blanca trae de cabeza a la policía”. Así se leería la primera página “ The Boston Globe” a primera hora de la mañana. A pesar de todos los esfuerzos que habían hecho por ocultar a la prensa los pequeños detalles del caso, no hubo sin éxito alguno. El titulo atravesó su mente como un rayo y maldijo por lo bajo. Alargó la mano hasta el asiento del copiloto y rebuscó entre galletas saladas, chocolate, frutos secos y algunos dulces más que se hallaban esparcidos sobre el asiento. Se decantó por el chocolate. Era una hora intempestiva para meter un exceso de calorías en su cuerpo, pero necesitaba energías. No sabía cuántas horas de trabajo le quedaban por delante ni cuando comería. A lo largo de los años que iba profesando su oficio, había aprendido una cosa esencial: vivir y disfrutar el presente. Saboreó el chocolate, haciendo que se deshiciera en su boca. Le encantaba la textura, su sabor. Siempre lo comparaba con su definición de la felicidad. Para ella, la felicidad no era un estado, sino pequeños momentos propicios, esparcidos a lo largo de la vida.</p> <p>Posó el pie en el freno y aparcó frente a un inmenso edificio, en el cual, en su parte más alta de su puerta principal se leía:</p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">DEPARTAMENTO DE POLICIA DE BOSTON</p> <p></p> <p>Buscó a tientas su bolso, olvidado en el asiento trasero y abrió la puerta. Respiró el aire frío de la madrugada y sin más, se encaminó a su lugar de trabajo. Eran las cuatro menos veinte, su jefe debería estar echando humo por las orejas. Esa imagen la hizo sonreír, siempre le gustaba comenzar a trabajar con un desafío y este no iba a ser pequeño.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Jason Bann se creía un hombre tranquilo por naturaleza, pero estos dos últimos meses estaban siendo un infierno. A veces maldecía a su antecesor por haberlo propuesto como capitán del departamento en una ciudad como Boston y a sí mismo también, por haberlo aceptado, sin saber los entresijos que conllevaba el cargo. Llevaba levantado desde la una de la madrugada. Mejor dicho, no se había acostado.</p> <p>La vio entrar. Conocía cada uno de sus movimientos. No se dirigiría directamente a su despacho, Kara no era así. Era una mujer de costumbres, aunque fuesen casi las cuatro de la madrugada. La había observado en innumerables ocasiones para saber cuál era su rutina. En primer lugar, se acercaría a su mesa con ese paso tan característico de ella; encendería la lámpara situada a un extremo de su mesa de trabajo y después abriría el segundo cajón y guardaría allí su bolso, sin olvidar antes de sacar su teléfono móvil; pondría en marcha su ordenador y a continuación, acudiría a su despacho. Cuando vio el último ritual de Kara, Jason resopló e intentó encontrar las palabras más adecuadas para convencer a la mujer de lo que tenía en mente. En ese momento el teléfono sonó y cortó el hilo de sus pensamientos.</p> <p>Kara vio a Jason a través de los cristales de su despacho. ”No tiene buena cara”, pensó. Pero claro, ¿quién estaría de buen ánimo a las cuatro de la madrugada mientras trabajaba?</p> <p>Con una libreta y un bolígrafo en la mano, se adelantó, golpeó con suavidad la puerta y vio que Jason le hacía un gesto con la mano, invitándola a entrar.</p> <p>El capitán la indicó con gestos que se sentara en una silla situada frente a su mesa de despacho y con el auricular en la oreja, asentía mientras garabateaba sobre un papel blanco palabras sueltas y unos gráficos que para ella no tenían sentido alguno.</p> <p>Kara observaba como Jason fruncía el ceño y asentía con monosílabos. La conversación no debía llevar mucho rato, por la serenidad que intentaba mostrar su rostro, un rostro marcado por los años de la experiencia.</p> <p>Jason rondaba los cincuenta y cinco años. Las canas salteadas por su pelo le daban cierto aire de hombre maduro que tanto atraía a las mujeres, si no fuera porque estaba casado desde hacía veinte años con Lisa, estaba segura que más de una en la oficina ya hubiese caído rendida a sus pies. Pero ella no lo miraba como las demás. Jason había sido su instructor en los años que había estado estudiando en la academia, su confesor en los momentos difíciles que habían sido muchos últimamente y además, parecía haber adoptado un papel protector hacia ella, lo cual no significaba que su trabajo resultara más fácil.</p> <p>Kara cruzó las piernas resignada e hizo tamborilear el bolígrafo sobre la libreta con suaves golpes. Fijó la mirada en su jefe y no le gustó lo que vio. Las cosas no marchaban bien.</p> <p>Escuchó el clic de teléfono al colgar y miró directamente a los ojos al hombre que tenía enfrente.</p> <p>—¿Problemas en el paraíso? —dijo Kara amoldándose de nuevo a la silla.</p> <p>—Tú, ¿qué crees? Para qué te hago venir a las cuatro de la madrugada si no los tuviera. Por cierto, llegas tarde.</p> <p>—El tráfico, ya sabes. Está imposible a estas horas —ironizó.</p> <p>Jason se recostó en el respaldo de la silla y observó detenidamente a Kara.</p> <p>—¿Me vas a explicar cómo sabías donde estaba enterrado el cadáver?</p> <p>—No hay mucho que explicar, Jason. Llevo dos meses comiendo y durmiendo con este caso, estudiando a las víctimas, por muy dispares que fuesen sus vidas. Respiro con cada pista...</p> <p>—¿Y...? —la interrumpió él, depositando las manos entrelazadas en la nuca.</p> <p>Kara respiró hondo. Conocía a Jason demasiado bien para saber dónde quería llegar.</p> <p>En dos meses que llevaba con el caso, no había avanzado todo lo que hubiese deseado. A cada giro, se topaba con un callejón sin salida y debía comenzar de nuevo. Las muchachas pertenecían a dos mundos muy dispares, ambos muy cerrados. Nadie hablaba más de la cuenta. Siempre existía alguien muy por encima de ellos que movía los hilos y cerraba las bocas a los posibles testigos.</p> <p>Vio la sonrisa de Jason en sus labios y no le gustó. Nunca había logrado convencerlo de lo contrario. Y esta era una de esas ocasiones. Se encontraba en tiempo muerto, el caso no avanzaba lo necesario. Necesitaba una vuelta más de tornillo y, quizás esta nueva víctima, a su pesar, fuese esa vuelta que ella tanto necesitaba para avanzar.</p> <p>—¿No vas a contestar? ¿Te ha comido la lengua el gato? —preguntó Jason, abriendo uno de sus cajones y rebuscando en su interior.</p> <p>—Necesito un poco más de tiempo, jefe. Sé que estoy cerca. Lo presiento -refutó ella, inclinándose hacia adelante y acortando el espacio existente entre ambos.</p> <p>Jason levantó la mirada y se encontró con la de Kara.</p> <p>—Justamente me pides lo que no tengo, Kara: tiempo. Llevamos dos meses con este caso y no avanzamos. El laboratorio revisa cada una de las pruebas una y otra vez, sin encontrar más de lo que habían hecho... ¿Sabes quién es la persona con la que estaba hablando por teléfono cuando tú entraste? —preguntó él, elevando el tono de su voz.</p> <p>Kara negó con la cabeza.</p> <p>—Dan Lewis, el teniente alcalde. Y ¿sabes lo que quería, Kara? -dijo Jason, enfatizando la última pregunta.</p> <p>Kara volvió a negar con la cabeza. Sabía por experiencia que era mejor no interrumpirle y dejarle continuar hasta el final. Lo conocía demasiado bien. Si no lo hiciese, un tornado arrasaría aquella oficina en décimas de segundos.</p> <p>—Pues bien, te lo diré. Me preguntaba quién había sido el hijo de puta que había asesinado a Clark Sloan, su principal benefactor. La persona que corrió con la mayor parte de los gastos de su campaña electoral. Y, ¿sabes quién es Clark Sloan? El hombre que han desenterrado esta noche bajo el tronco de un frondoso árbol. ¡Maldita sea, Kara, tenemos a la alcaldía metida en esto! -especificó Jason, señalando la carpeta referente al caso. Se ha pasado de importante a urgente y confidencial, ¿comprendes mi situación, mi estado de nervios? Si no me da un ataque cardíaco, muy cerca se andará.</p> <p>Jason se levantó del sillón y se paseó por un extremo al otro de los veinte metros cuadrados que ocupaba su oficina. Se llevó la mano al bolsillo del pantalón y maldijo para sus adentros.</p> <p>—¡Maldita la hora que dejé de fumar! -arguyó en voz baja.</p> <p>A Kara le costó unos segundos tragar el nudo que se le había formado en la garganta e intentó expulsar el aire contenido por la boca. Las ideas volaban por su cerebro a una velocidad impresionante. Lo último que quería era que la retirasen del caso y para eso tenía que buscar una respuesta rápida a las dudas de su jefe. Nunca la había molestado trabajar bajo presión, pero recordó con una punzada de dolor a Nick, su compañero, muerto en un cruce de disparos el día que iban a detener a un traficante de drogas, seis meses atrás.</p> <p>No escuchó cerrarse la puerta a sus espaldas ni la disculpa por parte de Jason, al salir de la oficina. Su mente se impregnó de imágenes que había obligado a bloquear tiempo atrás y como si de una visión se tratase, vio la sangre roja que cubría la calzada, el cuerpo inerte de Nick en el suelo, sus ojos vidriosos sin vida, sus gritos de socorro mezclado con el sonido de las sirenas y el murmullo de los transeúntes curiosos que se aglomeraban alrededor de la escena; las sienes que le martilleaban, el corazón desbocado, el frío que helaba sus arterias. Y sobre todo, la sensación de vacío que nunca la había dejado.</p> <p>¿Cuántas veces había gritado al destino que debiera ser ella la que hubiese muerto? Si fuese así, Nick estaría disfrutando de su esposa y de su pequeña que dentro de unos días cumpliría tres años. Ella sabía bien lo que era crecer sin padre, sin la figura paterna...</p> <p>Había repasado aquella tarde segundo a segundo, buscando dónde había fracasado. Sabían que en aquel almacén se encontraba el mayor alijo de drogas de los últimos cinco años. Conocían a cada uno de los integrantes de la banda incluso lograron infiltrar un topo que les informaba de cualquier movimiento extraño. Todo estaba calculado al milímetro... Entonces, ¿qué había fallado?</p> <p>La banda fue arrestada y cumplían condena, estarían en las sombras varios años, pero ya nada importaba... Nick estaba muerto.</p> <p>Este nuevo caso que tenía entre las manos, era el primero sin su compañero. Lo echaba de menos. Era el único al que había abierto su alma, el único al que no podía engañar con sus continuos cambios de ánimo. Nick era como un hermano para ella y con él había muerto una parte de ella.</p> <p>El portazo la devolvió a la realidad. Cerró y abrió varias veces los ojos e intentó controlar los latidos de su corazón, que golpeaban fuertemente en su pecho. Sintió los dedos de las manos agarrotados. Los nudillos estaban blancos, a causa de la presión que se estaba ejerciendo en ellos, en el preciso instante en el que su jefe entraba por la puerta.</p> <p>Jason se sentó en su sillón y levantó la mirada. Kara estaba blanca como la pared situada tras ella.</p> <p>—Kara, ¿te encuentras bien?</p> <p>Ella se removió en la silla y centró toda su atención en la persona que tenía ante sí.</p> <p>—Sí, claro —musitó.</p> <p>Jason continuó no muy convencido. Abrió la carpeta que descansaba en la mesa y deslizó el dedo índice por una lista impresa en un papel.</p> <p>—Nada relevante, al igual que las otras dos víctimas tenía grabado a fuego un símbolo celta, la única diferencia, es que esta vez estaba situado al lado izquierdo del pecho. Ha utilizado el mismo modus operandi: un puñal le ha atravesado y partido el corazón, según el forense la muerte ha sido alrededor de treinta horas, más o menos a las diez de la noche del día de ayer. Fue enterrado desnudo, sin ningún objeto de valor.</p> <p>Jason levantó la mirada y se encontró con unos ojos azules celestes expresivos y brillantes. Se reclinó hacia atrás. Aún se veía dolor en ellos. No iba a ser fácil que Kara asumiese sus próximas órdenes sin rebelarse.</p> <p>—Tienes dos horas. A las siete en punto de la mañana quiero sobre esta mesa un informe con todo lo sucedido desde el primer día hasta hoy. Quiero saber qué relación tenían entre sí las víctimas. Si se conocían, si frecuentaban los mismos ambientes, si tenían personas con algún nexo de común, si mata al azar o por el contrario, sigue un plan. ¿Cuál es la razón que le lleva a cometer estos asesinatos? Lo quiero todo Brown, absolutamente todo. No quiero que le falte ni una sola coma a ese informe, ¿entendido?</p> <p>Kara se levantó despacio y extendió la mano para recoger la carpeta que le entregaba su jefe. Al recogerla, notó cierta resistencia. Jason sujetaba con fuerza el informe y ella lo miró de manera dubitativa.</p> <p>—Todo... Brown, no lo olvides, absolutamente todo.</p> <p>Y sin más, soltó la carpeta y se la entregó.</p> <p>Kara giró y se dirigió a la puerta. Dos horas no era mucho tiempo, pero si en algo era buena era en eso, en hacer informes. Era una mujer meticulosa en el trabajo y cada vez que comenzaba un caso escribía en un cuaderno de notas sus impresiones, los testigos interrogados, direcciones, en fin, todo aquello que tenía entre manos referente al caso. Ya fuera de la oficina y cerrando la puerta, la voz de Jason la detuvo.</p> <p>—Sé puntual. Quiero presentarte a alguien -puntualizó con voz firme.</p> <p>Kara no quiso saber más. Si de una cosa estaba segura, era que Jason le diría lo que quisiera saber en su preciso momento. Pero esta vez, no tenía un buen presentimiento.</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 2</p></h3> <p></p> <p>Marc O`Brien se definía como un hombre sencillo. Le sorprendió sobremanera la llamada telefónica de Jason Bann, cuando se encontraba en la biblioteca el día anterior. Su llamada era referente a la cultura celta y todos sus ritos ancestrales.</p> <p>Paró unos segundos frente a un semáforo, la luz verde indicaba que los peatones podían cruzar la calzada y él, al igual que los demás, lo hizo. Le gustaba pasear y utilizar el transporte público. El contacto con otras personas le parecía enriquecedor. La mezcla de razas, culturas y el origen de nuevos argots lingüísticos no se encontraba en los libros. Le gustaba ser un espectador activo de la evolución humana.</p> <p>Siguió a píe varias manzanas, hasta encontrar la dirección indicada. El edificio no le impactó en absoluto y sin detenerse, entró en él. Tenía una cita concertada a las siete de la mañana con el capitán Bann. Miró su reloj y las manecillas marcaban las siete menos diez. Le gustaba la puntualidad. Para él, ser puntual era un signo de respeto hacía la otra persona. No tuvo oportunidad de perderse en esos anchos pasillos. Todo estaba perfectamente indicado. Bajo el brazo portaba algunas anotaciones que versaban sobre las cuestiones emitidas por Jason Bann a través de la línea telefónica. No había sido muy explícito, pero eso no le inquietó, él era un hombre paciente. Había un tiempo para todo.</p> <p>Se notaba que era una hora de alto rendimiento. El personal andaba y corría los pasillos con los teléfonos pegados a la oreja o transportando docenas de cajas de folios de un lado para otro. Parecía como si la era de la informática no hubiese llegado aún a esas oficinas.</p> <p>Entró en una gran sala. Diseminada en ella, había unas diez mesas, todas ellas con un ordenador y un teléfono encima y abarrotadas de papeles que no dejaban apreciar el material del cual estaba hecha la mesa. En ese momento, la mayoría de ellas se encontraban vacías, excepto un par de ellas. Una estaba ocupada por un hombre que debía sobrepasar los cien kilos y que comía pasteles con crema como si fueran los últimos del mundo. En la otra estaba sentada la mujer más hermosa que hubiese visto en su vida. Estaba totalmente inmersa en su trabajo, tecleando con gran rapidez y mirando la pantalla del ordenador. En sus labios carnosos descansaba un bolígrafo que sostenía entre los dientes. De su cabello rubio se escapaban unos mechones rebeldes que intentaba sujetar con una especie de moño atravesado por un lápiz. Esa escena lo hizo sonreír y decidió acercarse a ella.</p> <p>Ya a su lado, percibió un olor agradable. No hubiera podido definirlo. Quizás fuera una mezcla de café y chocolate que debió haber comido con anterioridad, cosa que dedujo al ver los envoltorios de los bombones y caramelos esparcidos alrededor de un cenicero repleto.</p> <p>Carraspeó una vez y al no darse por atendido, volvió a repetirlo, pero con más fuerza.</p> <p>—Disculpe... ¿Podría indicarme, si es tan amable...?</p> <p>—Al fondo, a la derecha -le interrumpió ella, sin levantar las manos del teclado.</p> <p>—¿Cómo dice? Perdone, creo que no me ha comprendido. Le preguntaba por dónde...</p> <p>—Los aseos están al fondo a la derecha, ¿de acuerdo? —respondió ella con voz fría—. Y ahora, ¿podría dejarme terminar esto? Tengo que entregarlo en menos de dos minutos.</p> <p>Elevó la mirada hasta encontrarse con la de él. Marc obvió el ceño fruncido de ella y creyó desfallecer al ser penetrado intensamente por aquella mirada azul. Se quedó sin palabras, olvidó la pregunta y descaminó varios pasos hacia atrás, tropezó con alguien, que en ese preciso instante pasaba por allí, murmuró una disculpa y se retiró del campo de visión de aquella mujer. Si tuviera que jurar, diría que había hablado con una diosa.</p> <p>Siguió su camino, no volvió la vista atrás y se encaminó por la hilera de mesas hasta encontrar un oficina que parecía un cubo de vidrio. Excepto la pared del fondo, las restantes eran de cristal, parecía una ventana abierta a aquel bullicio de fuera. Dentro, sentado, se encontraba un hombre hablando por teléfono. Por su expresión corporal se deducía que estaba tenso, porque se pasaba la mano por la maraña de pelo, dándole un aspecto más bien cómico. En la puerta colgaba una placa, en ella se podía leer:</p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">JASON BANN</p> <p></p> <p>Marc golpeó con los nudillos la puerta de cristal y esperó unos segundos antes de decidirse a entrar. Estaba más nervioso de lo que suponía, pero se armó de paciencia y esperó hasta que Jason Bann levantó la vista y le invitó a pasar. En ese instante, el policía colgó el auricular y se levantó con, se diría, algún que otro contratiempo, por su mueca de dolor reflejada en el rostro.</p> <p>—Marc O´Brien, debo suponer, siendo las siete en punto de la mañana -Jason le ofreció la mano a título de saludo.</p> <p>—El mismo que calza y anda -respondió Marc, estrechándole la mano al mismo tiempo.</p> <p>—Siéntese, por favor.</p> <p>Marc lo hizo en la silla que le había indicado Jason. La mesa de despacho separaba a los dos hombres.</p> <p>Jason alcanzó con la mano un caramelo de otros tantos que se encontraban apilados en un cuenco sobre la mesa y lo desenvolvió despacio, para quizás buscar las palabras precisas en su mente, después lo metió a la boca y lo saboreó.</p> <p>—He dejado de fumar hace unas semanas -se excusó-, quizás no muera de cáncer de pulmón y lo haga de una sobredosis de glucosa, al paso que voy.</p> <p>Marc sonrió ante las palabras del hombre. Le parecía una persona afable y en ese momento parecía cansado. Sobre la mesa reposaba una fotografía enmarcada por un cuadro de madera oscuro, no pudo evitar fijarse en ella ya que la en ella se apreciaba una hermosa mujer de dulce sonrisa con una intensa mirada. Parecía feliz, en el momento de salir en la foto.</p> <p>Jason se había tomado más tiempo de lo acostumbrado en desenvolver el caramelo, quería estudiar los gestos, cómo él se desenvolvía en un lugar desconocido. Llevaba demasiados años en su oficio para dejar de observar el lenguaje corporal. Para él ya era algo tan habitual como lo innato. No le desagradó que observase la foto de su esposa. En ella, Lisa estaba radiante. Fue tomada dos días después de que naciese su hijo Simón. Era la primera foto en la cual formaban una familia en pleno sentido de la palabra.</p> <p>Le gustó que no fuese impaciente y comenzase a preguntar. No estaba calmado, pero sabía disimular sus nervios.</p> <p>Jason carraspeó volviendo a centrar la atención de Marc en él.</p> <p>—Bien, señor O´Brien, se preguntará por qué le he hecho venir a primera hora a mi despacho y cuáles son las circunstancias que me han llevado a ello.</p> <p>Marc asintió con la cabeza.</p> <p>—Sí señor, no todos los días llama a tu móvil el FBI.</p> <p>Jason sonrió. Le estaba empezando a gustar ese hombre.</p> <p>—En primer lugar, quiero que quede claro una cosa: todo lo que oiga aquí, todo lo que se diga, va a ser confidencial y necesito su palabra de que lo va a cumplir. Según mis referencias, es usted un hombre de fiar señor O´Brien, muy inteligente y perseverante. Mis fuentes no suelen fallarme y esta vez, estoy seguro de que tampoco es así.</p> <p>Marc procesó las palabras de Jason en la mente, aún estaba a tiempo. Podía salir de aquella oficina y estaba seguro que nadie le recriminaría nada, seguiría siendo una persona más, de aquellas que se cruzaba cada día caminando por la calle. Pero, él era un hombre de raíces profundas, donde los enigmas los trasformaba en historia, y la curiosidad comenzaba a bullir por sus venas.</p> <p>—Señor Bann, estoy seguro de que no decepcionaré a las personas que me tienen en tan buena estima. Puede confiar en mí. Le ruego que continúe. Soy todo oídos.</p> <p>—Bien, pues que así sea. Le haré una presentación rápida de los hechos. Más tarde podrá leer un informe más detallado del caso -arguyó, sin cambiar un ápice su tono de voz—. Me imagino que ha oído hablar del asesino del puñal. Los periódicos se sumergen en especulaciones y entremezclan realidad con leyenda. Que hay de cierto y que hay de mentira, en realidad, no lo sabemos ni nosotros mismos. Todo es muy confuso. Sólo sabemos que hay tres víctimas: dos mujeres y un hombre apuñalados y con el corazón atravesado y partido en dos -se pellizcó el puente de la nariz-. En todos los cuerpos deja una marca que no hemos podido identificar...bien. Usted es profesor en la universidad, tiene un doctorado en historia antigua celta y ha escrito varios libros relacionados con el tema. Es descendiente de irlandeses, por lo que tengo entendido sus padres vinieron desde Irlanda poco después de nacer usted.</p> <p>—Está bien informado.</p> <p>—Siempre lo estoy. Es mi trabajo, créame. Estoy seguro de que su ayuda nos puede ser muy valiosa. Tengo presiones hasta en el retrete. Dos de las víctimas son personas muy influyentes en la sociedad de Boston... ¿Y bien? ¿Está dispuesto a ayudarnos con el caso? No quiero que se sienta usted obligado, si necesita unos minutos para meditarlo a solas, se los daré. Me encantaría ofrecerle más tiempo, pero en mi mundo ha desaparecido.</p> <p>Marc no lo pensó, no le hacía falta.</p> <p>—No es necesario, señor Bann. Creo que antes de entrar en este edificio, mi decisión estaba ya tomada.</p> <p>—Bien -Jason suspiró y se acomodó en su sillón como si le aliviara un peso en la espalda—. Me alegro de su decisión, no se imagina cuánto.</p> <p>En ese instante, Jason Bann frunció el ceño y la preocupación volvió a su rostro. Marc se giró y buscó con la mirada el objeto de preocupación del capitán, pero en lugar de eso vio como se acercaba a paso decidido la diosa de antes.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Kara se preguntó qué hacía aquel hombre en el despacho de Jason tan temprano. No era policía, de eso estaba segura. No hacía más de cinco minutos le había indicado el lugar donde estaban los aseos. Bueno, a decir verdad, la oficina del capitán se asimilaba últimamente a ellos. Últimamente, no hacía más que llegar mierda.</p> <p>Se fijó en el hombre que estaba sentado frente a Jason: cabello cobrizo, ojos claros y grandes ¿o eran las gafas que hacían sus ojos más expresivos? Su nariz no era pequeña pero estaba en consonancia con sus facciones, y sus labios parecían ser voluptuosos, lo averiguaría en cuanto lo tuviese más cerca.</p> <p>No llamó a la puerta. No hizo falta, Jason le hizo un ademán para que entrase. Ambos hombres se levantaron nada más entrar ella.</p> <p>—“Vaya, la caballerosidad aún perdura en el siglo XXI “-pensó Kara acercándose a la mesa.</p> <p>—Señores -saludó ella.</p> <p>—Kara, quiero presentarte a Marc O´Brien. Marc ella es Kara Brown, una de nuestros mejores agentes.</p> <p>Kara miró a Jason complacida. A su ego le gustaba escuchar que era una de las mejores. Se volvió unos centímetros y tomó la mano que Marc le ofrecía. Se percató que era una mano grande, suave, de tez muy blanca.</p> <p>Debía medir cerca del metro noventa. Era delgado y sus músculos parecían no haber visitado un gimnasio ni por asomo.</p> <p>—Agente Brown, es un placer conocerla.</p> <p>Tenía una voz suave, profunda y cálida, que parecía ir en concordancia con su cuerpo.</p> <p>—Lo mismo digo, señor O´Brien.</p> <p>—Bien. Ya que hemos acabado con las presentaciones, sentémonos. Kara, ¿tienes lo que te pedí? —preguntó el capitán.</p> <p>Kara extendió el brazo y le ofreció la carpeta que llevaba consigo. Cruzó las piernas y aun, sin tener la paciencia suficiente, esperó. Aunque, en el fondo sabía que no le iba a gustar lo que iba a venir a continuación. Pocos civiles pasaban por el despacho de Bann, a no ser que fueran altos cargos, y el hombre sentado a su lado, no parecía uno de ellos, si su intuición no le fallaba.</p> <p>El capitán estaba sumergido en la lectura del informe, leía a prisa. Un silencio violento se hizo en la oficina. Jason cerró de un carpetazo el informe.</p> <p>—¿Qué te parece? —preguntó Kara.</p> <p>—Lleva tu firma, Kara, buen trabajo.</p> <p>Jason cogió el informe y se lo ofreció a Marc, quien hasta ese momento, no había hablado.</p> <p>—Léalo -le pidió—, encuentre una coherencia a estos actos. Necesito saber que significan los rituales y los símbolos grabados en sus cuerpos.</p> <p>Kara iba de hito en hito, mirando a los dos hombres como si tuvieran dos cabezas. Su jefe le había ordenado escribir un informe detallado para entregárselo a un desconocido. ¿De qué iba eso?</p> <p>—Jefe, el informe es confidencial -comentó con voz estrangulada.</p> <p>—Kara, creo que se me ha olvidado comentarte que Marc es profesor de historia en la universidad de Adarvar, es un erudito en su campo. Nos reportará la suficiente información para cerrar este caso lo antes posible, a partir de este momento, te acompañará en tus pesquisas, quiero que le pongas al día con el caso y que colaboréis mutuamente en la resolución de éste.</p> <p>Jason vio que el rostro de Kara se transformaba en un arco iris, desde la incomprensión a la irritación y hasta llegar a la rabia, lo traspasaron en unos segundos. Sabía que estaba a punto de estallar. La conocía bastante bien y había temido ese momento desde el instante que había tomado la decisión.</p> <p>Kara se incorporó de su silla hasta quedar en pie, con los brazos en jarras y las manos en la cintura, enervándose.</p> <p>—No puedes hacerme esto, Jason. Sabes muy bien que trabajo sola.</p> <p>—Ya no.</p> <p>—No me vengas con esas, ahora, jefe. Llevo meses trabajando sola.</p> <p>—Pero no ante un caso tan complicado y peligroso como éste -antes de seguir hablando puso la palma de la mano delante de Kara, ésta calló en el acto y se frotó la frente cansada—. Marc, te importaría dejarnos a solas un momento, por favor.</p> <p>Marc pareció aliviado al escuchar las palabras del capitán ya que murmuró una disculpa y sin mirar atrás, salió.</p> <p>No se distanció mucho de la oficina. Se apoyó sobre una mesa vacía y cruzó los pies a la altura de los tobillos, las manos las situó a ambos lado del cuerpo, rodeando el borde de la mesa y esperó el primer estallido. Era como estar en el cine y en la pantalla se proyectara una película muda.</p> <p>El capitán recorría la oficina a grandes zancadas, de un extremo a otro, vociferando. Su rostro pasaba por segundos por varias tonalidades, del granate al rojo.</p> <p>Kara no se quedaba atrás. Gesticulaba violentamente sus brazos y su cuerpo estaba en tensión. Y menudo cuerpo, lleno de curvas, los pantalones vaqueros le marcaban unas piernas largas y un trasero redondeado y perfecto. El suéter se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel y dejaba ver unos senos pequeños, redondos y firmes. Era perfecta.</p> <p>Vio que la puerta se abría bruscamente. Kara salió de la oficina enfadada y parecía desilusionada. Le echó una mirada de soslayo y, al llegar a su altura, soltó una retahíla de tacos.</p> <p>Jason Bann salió de la oficina y le invitó a entrar. Por sus caras pudo averiguar que el capitán había ganado el primer asalto.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Disfrutaba acariciando el frío metal del puñal, una y otra vez, su hoja estaba tan resplandeciente que su rostro se reflejaba en él. Abrió la boca y exhaló un poco de su aliento. Con un paño seco volvió a repetir varias veces la operación.</p> <p>Lo alejó y a la distancia no encontró ninguna huella, lo giró de un lado a otro y quedó satisfecho. El doble afilado era perfecto. No podía ser de otra manera. Era su arma, el puñal de los sacrificios.</p> <p>Esperaba que su señor le enviase otro mensaje. Hasta ese momento no había sido difícil. Dos mujeres y un hombre, la balanza no estaba equilibrada.</p> <p>Recordó las últimas horas y se enorgulleció de su trabajo, no había sido fácil arrastrar a un hombre inconsciente hasta su coche y desnudarle en el bosque. Había disfrutado viendo la cara de terror de su víctima y sus últimos segundos de vida.</p> <p>Con las mujeres había sido todo más sencillo. Con la prostituta había sido pan comido.</p> <p>Cuando le enseñó el fajo de billetes de cien dólares, sus ojos habían resplandecido de placer. Convencerla de ir a un lugar apartado resultó fácil, y que se desnudase para él fue un espectáculo difícil de olvidar. Lo demás fue como leer un guion y llevarlo a cabo. No hubo sexo, su maestro se lo dejó bien claro. Nada de enturbiar la ceremonia. Y él siempre obedecía, por eso, era un discípulo y de momento, su misión era obedecer para seguir con su aprendizaje de habilidades y de conocimiento. Pronto llegarían los conjuros espirituales. No había prisa, había sido llamado y él había acudido sin demora.</p> <p>La otra mujer, a decir verdad, no había mucha diferencia respecto a la prostituta. Si era cierto, que sus ropas eran de firma, sus joyas incluían diamantes y oro, y su perfume, difícil de olvidar. Esa invasión de rosas embriagaba aún sus fosas nasales.</p> <p>Su piel era suave como el terciopelo pero no le importó traspasarla con el puñal. Salir de una fiesta borracha y sola, no había sido una decisión acertada.</p> <p>De la mesa cogió la portada del periódico y leyó, de nuevo, el artículo que hablaba de él. Sonrió para sus adentros. Esos periodistas no tenían ni idea de lo que escribían, muy a su pesar. La policía ni se había acercado. Estaba siendo un juego de niños.</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 3</p></h3> <p></p> <p>Kara respiró hondo varias veces y contó hasta veinte, intentando no perderse en la secuencia de números mientras buscaba razones de peso que convenciesen a Jason Bann. Hasta aquel momento todas habían sido ineficaces. Su jefe la conocía demasiado bien. Tal era el caso, que parecía tener la respuesta adecuada antes de formular ella la pregunta.</p> <p>Pero no era justo, ella era una agente veterana, no una niñera. Aún no alcanzaba a ver cómo su jefe había tomado tal decisión. La vida de ambos estaba en peligro. Pensó que nunca echaría tanto en falta a Nick, pero se equivocaba. En este momento lo añoraba más que nunca. Acto seguido, arrugó una hoja de papel y la pasó de mano en mano como si fuese un juego de malabares. Sus pasos se coordinaban con cada movimiento de la bola. Y creyó visualizar los engranajes de sus pensamientos recorriéndole el cerebro.</p> <p>La voz de Marc sonaba al fondo, en un lugar más recóndito de su mente y allí la hubiese dejado de no ser por el fuerte golpe que escuchó. Se paró en seco y se giró rápidamente. La situación le hubiese parecido cómica, si no estuviese tan enfadada. Marc, arrodillado en el suelo, buscaba nervioso sus gafas. A escasa distancia de él, varios libros de gran grosor abiertos, alrededor de una veintena de bolígrafos y cientos de folios esparcidos por el suelo.</p> <p>—¿Ha perdido algo, profesor? —preguntó divertida Kara.</p> <p>—Disculpe, he tropezado y sin pretenderlo todo ha volado por los aires -dijo Marc a modo de disculpa. Jamás reconocería que ella lo ponía nervioso.</p> <p>Llevaban trabajando una semana juntos y ella se había mostrado colaboradora y poco interesada por sus hipótesis. Sabía que debía ganarse su confianza, pero él era un desastre con las mujeres, hasta tal punto, que llevaba más de un año sin tener una relación en serio con el sexo opuesto. Su trabajo ocupaba la mayor parte del tiempo, entre dar clases, corregir exámenes y las juntas de evaluación, era todo lo que giraba su vida. Hasta hacía una semana, cuando la había visto por primera vez. Llevaba siete días sin poder quitarse a esa mujer de la cabeza. Tal era su obsesión, que más de un alumno le había encontrado soñando despierto en horas de clase. Cualquier tema le recordaba a ella.</p> <p>Pero tenía que ser realista y lo intentaba. Él era un hombre tímido, un fracaso con las mujeres y vulnerable al amor. No había futuro. Así que era hora de volver a la cruda realidad, al caso que tenía entre manos y recobrar dignamente la compostura, si aquello era posible.</p> <p>—Por fin, el último libro —exclamó jubilosa Kara-. ¡Vaya! Debe tener mucho tiempo libre para leerse este pedazo libro. Veamos —comentó abriendo el libro como un abanico—,mil trescientas páginas, definitivamente tu vida debe ser un aburrimiento... ¡Oh! Disculpa —se zafó—, lo he dicho en voz alta, ¿no? Lo siento, de verás —ironizó ella esbozando una ligera sonrisa.</p> <p>Marc recogió los últimos folios y se incorporó. No estaba preparado para la sacudida repentina que recorrió su cuerpo al estar tan cerca de ella. Su olor no era definido, nunca olía igual, esta vez su olfato distinguió el olor a menta. Debía ser por toda la cantidad de caramelos, chocolates y dulces que rodaban sobre la mesa lo que le daba ese olor tan característico.</p> <p>—No tiene por qué disculparse, pero debo discrepar con usted. Los libros juegan un papel muy importante en mi vida. Son mundos paralelos desconocidos, crucigramas de la historia. Un libro no se cataloga por el número de sus páginas sino por su contenido, al igual, que a una persona no se la juzga por su físico sino por su personalidad - respondió él serio.</p> <p>Kara no se rio, como hubiese esperado él, se sintió como una tonta al juzgar a ese hombre, sin conocerlo. Le sostuvo la mirada. Hechizado, Marc la imitó.</p> <p>Nervioso y sin saber qué decir, dio varios pasos atrás, chocó contra una silla y ésta cayó al suelo estrepitosamente.</p> <p>—Lo siento, de verás. Verdaderamente hoy no es mi día. Le ruego que me disculpe, agente Brown.</p> <p>Kara comenzó a reír, incrédula ante semejante situación. Y a él le encantó verla sonreír por primera vez. Era tan hermosa.</p> <p>—Bueno, Marc, tras este encuentro fortuito los dos de rodillas en el suelo y con una postura de lo más inapropiada, es mejor, que comencemos a tutearnos, ¿no crees?</p> <p>Marc no tuvo oportunidad de responder. En ese instante, se acercaron a ellos dos agentes con cara de cansados y la ropa desaliñada. El más alto y corpulento, quien verdaderamente parecía un armario, se sentó en un espacio que quedaba libre, y su compañero, un tipo bajo y ya con entradas, se dejó caer en una de las sillas vacías, la giró y apoyó los brazos en el respaldo. Realmente, parecían una versión del gordo y el flaco.</p> <p>—Marc, te presento a Lucas Bradlee, refiriéndose al más alto y a Morgan Holmes.</p> <p>—Ni un solo comentario sobre mi apellido —apuntó el agente más bajo—. A hacer referencia al lumbreras del detective de Conan Doyle -comentó, dirigiéndose a Marc con cara de pocos amigos.</p> <p>—Ni siquiera se me ha pasado por la cabeza —mintió Marc. Aunque realmente tenía más aspecto de Watson que de Sherlock Holmes, pero prefirió dejar su observación para sí mismo.</p> <p>—Bien, princesa de los hielos, ¿nos ponemos al día? Tengo ganas de ir a casa darme una ducha y comerme un bocadillo tan grande como mi brazo bañado con una exquisita cerveza irlandesa —repuso con interés Morgan.</p> <p>—¿Qué tenéis hasta ahora? —preguntó Lucas mirando a Marc, quien hasta ahora no había hablado.</p> <p>Marc se dio por aludido. Colocó la silla caída en el suelo lo más dignamente posible y trató de pensar algo lógico que decir.</p> <p>—No son muchos los detalles que tenemos - carraspeó, dándose unos segundos.</p> <p>—Pero sí creo que podemos enfrentamos a un asesino en serie. Actúa de la misma manera, creo. Y aún no estoy del todo seguro que se tratara de un ritual. Según el forense en las tres víctimas el puñal entró sin divagación, sabía lo que hacía y conoce anatomía. No es fácil partir el corazón en dos en una sola embestida.</p> <p>—¿Por qué hablas en masculino? ¿Por qué crees que es un asesino y no una mujer? o ¿por qué no hablamos en plural, quién no dice que es una pandilla de idiotas que recorren la ciudad con un puñal en la mano? —preguntó irónico Morgan removiéndose inquieto en la silla.</p> <p>—No hablamos de un grupo -argumentó Kara-. Por la sencilla razón de que una persona sola pasa más inadvertida que un grupo. Habría testigos que nos hubiesen contado que una panda va montando camorra y además les gusta la publicidad. Les encantaría verse en las noticias de las ocho, su nombre escrito en mayúsculas en la pantalla y no olvidemos que les chifla dejar su firma allá por donde van.</p> <p>—Entonces descartamos una banda callejera —puntualizó Lucas, mientras desenvolvía un caramelo y se lo metía en la boca.</p> <p>Kara asintió con un gesto afirmativo.</p> <p>—¿Y una mujer sola queda descartada por...? —replicó Morgan.</p> <p>—Por dos razones. La primera no es el modo operandi del perfil de una mujer y en segundo lugar...</p> <p>—Una mujer no tiene suficiente fuerza física para atacar a un hombre y arrastrarlo hasta su coche, ¿no es así? —preguntó algo inseguro Marc.</p> <p>Kara sonrió abiertamente.</p> <p>—Ahí lo tienes Morgan, una respuesta lógica a una pregunta sencilla.</p> <p>—No te pases, princesa.</p> <p>Marc arqueó las cejas ante aquel apelativo que escuchaba por segunda vez, pero no se atrevió a preguntar. No era ni por asomo el momento más adecuado.</p> <p>—Está bien. Hablamos de un solo autor -continuó Lucas-. Hasta ahí, podemos darlo por válido. ¿Pero de qué tipo de ritual o ceremonia estamos hablando? —preguntó mirando directamente a Marc.</p> <p>Tres pares de ojos miraron inquisitivamente a Marc buscando una respuesta.</p> <p>Marc trató de relajarse y colocar sus ideas en orden antes de hablar.</p> <p>—Esta mañana hemos hablado con el forense. Se ha utilizado el mismo arma para los tres asesinatos y ello me ha dado una ligera idea de cómo es el puñal por el rastro que ha dejado al penetrar en los cuerpos. Lo he dibujado -dijo enseñando un bloc y poniéndolo a la altura de los agentes—. La empuñadura, ha sido una idea fraguada por mi imaginación, por supuesto y he divagado con la idea de darle un aspecto con motivos vegetales.</p> <p>Los tres agentes asintieron al ver el dibujo de un puñal, no muy grande, con doble filo y en su empuñadura engarzada una rama de hiedra en relieve que la cubría en su totalidad.</p> <p>—Buen dibujo, profesor —repuso Lucas.</p> <p>—Y ¿con las indicaciones del forense has logrado dibujar el arma homicida? —preguntó incrédula Kara.</p> <p>—Más o menos. El forense me orientó en la longitud y la forma de la hoja ya que la base de la empuñadura ha dejado marca en los cuerpos. Era un corte limpio por lo cual me sugirió ciertos detalles que he intentado plasmar en el dibujo que os muestro.</p> <p>—Bien. Pues, supuestamente ya tenemos el arma homicida, ahora nos falta saber el móvil del crimen —afirmó Morgan con el bloc en la mano.</p> <p>—En el transcurso de la historia -continuó Marc—, han existido muchas civilizaciones que han procesado el culto del sacrificio humano. Hoy por hoy, me atrevo a asegurar que todas ellas están extinguidas...</p> <p>—Pero siempre hay algún tarado mental que quiere darnos una lección de historia con ejemplos reales —prosiguió Kara.</p> <p>—Y ¿qué nos dices de los símbolos? ¿Son diferentes, no?</p> <p>—Sí, Lucas -respondió Marc, enfatizando sus palabras—. Son diferentes, pero pertenecen a la misma cultura. Y no hay que olvidar que el hombre ha sido marcado al igual que las mujeres pero en el lado opuesto del pecho.</p> <p>—¿Y de qué cultura estamos hablando, Marc? —preguntó Kara, paseando de un extremo a otro del espacio compartido por todos ellos.</p> <p>Marc ya se iba acostumbrando a los largos paseos interminables de Kara y comenzaba a gustarle tan metida y comprometida con su trabajo. Seguramente que en el fondo, tenían más cosas en común de lo que parecía.</p> <p>—A mi parecer, aún son conjeturas y por los símbolos hallados en los cuerpos pueden tratarse de la milenaria cultura celta. Pero, queda mucho por estudiar y muchos datos que replantearse.</p> <p>—Bueno es un comienzo -convino Kara.</p> <p>—¿Por qué dos mujeres y un hombre? Y lo más curioso de este caso: ¿qué tienen en común una prostituta, con una joven de la alta sociedad y un empresario hambriento de poder? —preguntó con interés Morgan.</p> <p>—Volveremos a interrogar a las familias y amigos de las víctimas. Marc y yo, iremos a casa de los Forbes -Kara miró interrogativamente a Marc, buscando en sus ojos una respuesta, al ver su asentimiento, prosiguió—: Y vosotros podéis patear la calle en busca de testigos referente a la otra mujer, Nancy Lowell.</p> <p>—¿Se puede saber porque vosotros visitáis uno de los barrios más exclusivos de la ciudad mientras nosotros nos tenemos que patear los suburbios? -espetó Morgan, incorporándose y poniéndose de píe con un rápido movimiento.</p> <p>Marc comprobó que a Morgan no se le debía subestimar. Su mal genio atravesaba cada poro de su piel. Se compadeció del pobre Lucas.</p> <p>—Elemental, Holmes. Soy una mujer con clase.</p> <p>La silla salió volando por los aires, Kara corrió al lugar opuesto. Los libros y folios volvieron a caer al suelo.</p> <p>—No vuelvas a ridiculizar mi apellido, ¿comprendido? —estalló Morgan en un arranque de ira.</p> <p>Marc dejó los ojos en blanco, al ver marchar a la pareja se dijo que tendría que recoger, de nuevo, todo lo que estaba esparcido por el suelo.</p> <p>La carcajada de Kara le animó en su tarea.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Los Forbes vivían es uno de los distritos más prestigiosos de Boston, en Beacon Hill. Un barrio en el que la modernidad y la historia iban de la mano. Con la mano en el volante, Kara no se dejaba de sorprender cada vez que lo visitaba. Sus calles adoquinadas y su alumbrado en base a los antiguos faroles de gas le daban un aspecto anclado en la historia de siglos anteriores. Miró hacia el asiento del copiloto. Marc, al igual que ella, estaba inmerso en observar la arquitectura victoriana de algunas casas.</p> <p>Kara quitó un momento una mano del volante y alcanzó varios folios arrugados situados a su derecha.</p> <p>—Aquí es, número veintisiete.</p> <p>—¿Estás segura? —preguntó Marc sin dejar de mirar por la ventanilla—. A mi todas las casas me parecen iguales, con todas esas ventanas de color púrpura y jardines repletos de macetas con las mismas flores.</p> <p>Kara se inclinó hacia adelante buscando la posición adecuada que le permitiese ver el número de la casa. Se inclinó hacia Marc, y éste la vio entrecerrar los ojos, como si de esa manera pudiera ver mejor el dos y el siete que coronaban el dintel de la puerta.</p> <p>Marc sintió como su espacio se cerraba entre el asiento y la cabeza de ella. El olor floral de su cabello lo sacudió e hizo un gran esfuerzo para no deslizar su mano por aquella mata rubia de diferentes matices como un campo de trigo a punto de ser cosechado.</p> <p>—Sí, aquí es -convino Kara incorporándose.</p> <p>Al abrir la puerta, salió un golpe de aire frío que la hizo ajustarse el abrigo más al cuerpo, buscando su propio calor. Se percató de que Marc también había sentido la diferencia de temperatura ya que situado al otro lado del coche, se frotaba las manos y echaba su aliento en ellas, intentando que así entrase también en calor.</p> <p>—Vamos, profesor. Sígueme y aprende lo que no se enseña en las aulas.</p> <p>Marc la siguió diligente hasta la puerta principal y se puso a su altura.</p> <p>—No era necesario que me acompañes, imagino que tienes cosas más importantes que hacer —repuso ella, mirando al frente mientras tocaba el timbre de la vivienda.</p> <p>Marc intentó descifrar su tono de voz. No era de enfado pero tampoco era amistoso.</p> <p>—Tengo unas horas libres. Hasta las tres no empiezan mis clases -apuntó él, mirando su reloj de pulsera para comprobar la hora que era.</p> <p>—¿Qué hora es?</p> <p>—Las doce y media -respondió él, sacudiéndose el frío maltrecho que se adueñaba de sus músculos y le impedían moverse con naturalidad.</p> <p>Kara iba a replicar pero en ese instante se abrió la puerta. Una mujer de mediana edad y vestida con uniforme doméstico les recibió sin ningún atisbo de simpatía por su parte.</p> <p>—Disculpe que nos presentemos en la casa sin avisar antes —metió la mano en el bolsillo del abrigo y sacó la placa de policía y la expuso en alto. La mujer de origen hispano observó la placa pero no se inmutó—. Soy la agente Brown y éste es mi compañero Marc O'Brien. Nos gustaría hablar con los señores Forbes. ¿Se encuentran en casa?</p> <p>La mujer tardó varios segundos en contestar. Kara examinó su rostro en busca de algún gesto de asentimiento e incluso llegó a dudar que la mujer hablase inglés.</p> <p>La asistenta se echó a un lado y les indicó con la mano que pasaran, tanto Kara como Marc no se lo pensaron dos veces.</p> <p>—Me permiten sus abrigos, la señora Forbes les recibirá en unos minutos, pasen al salón, por favor, y pónganse cómodos.</p> <p>Marc y Kara entraron en el salón. Era más grande de lo que ella suponía. Tres grandes cristaleras dejaban pasar la luz natural. Los débiles rayos de sol penetraban dándole un aspecto acogedor. La elegancia de la estancia saltaba a la vista. Los sillones eran de piel y rompían su tono monocromático con cojines de colores y diferentes tamaños. Una gran alfombra persa reposaba a los pies de la chimenea encendida. Su calor hacía de la estancia un lugar cálido y cómodo para descansar. Las fotografías de los familiares se dispersaban por el salón. Unos colgaban de la pared, y otros adornaban las baldas de los muebles. Éstos destacaban por su sencillez. Eran muebles de madera de calidad y líneas suaves. Al otro extremo, estanterías repletas de libros de autores clásicos y contemporáneos, estaban ordenados por orden alfabético.</p> <p>—Pensé que la sirvienta era sorda —musitó Kara al oído de Marc.</p> <p>Marc sonrió y pasó el dedo por una máscara de madera de origen africano que colgaba de la pared.</p> <p>Kara lo imitó, recorriendo con el dedo índice uno de los aparadores. “Ni una gota de polvo. La criada se ganaba bien el sueldo” -pensó. Le llamó la atención una pequeña tarjeta de visita que reposaba sobre una fuente de cristal en forma de racimo de uvas. La cogió y observó el dibujo en ella, hacía referencia a un icono religioso, en el reverso se podía leer “Iglesia Cristiana de Cambridge”, y más abajo indicaba la dirección donde estaba situado el templo.</p> <p>Dejó la tarjeta en donde la había encontrado y asintió divertida ante la respuesta de Marc.</p> <p>—A más de uno le gustaría esa idea. Sirvientas sordas para que sus trapos sucios no saliesen a la luz.</p> <p>—¿Insinúas que el servicio doméstico trae y lleva los entresijos de la casa? —ironizó Kara con sarcasmo.</p> <p>Marc no tuvo opción de réplica. En ese instante apareció por la puerta Ofelia Forbes. Era una mujer alta y delgada, y lucía jersey de cisne, y pantalón negro. Llevaba el pelo recogido en un tirante moño que coronaba en su nuca.</p> <p>No portaba joya alguna. Se acercó a ellos con aspecto cansado.</p> <p>—Rosa me ha dicho que deseaban hablar conmigo. ¿Tienen nuevas pistas sobre el caso?</p> <p>—Sí, señora Forbes. Estamos intentando atar cabos.</p> <p>Kara le ofreció la mano a modo de saludo. La mujer dudó un par de segundos, pero respondió al apretón de manos de Kara y Marc sin mucho entusiasmo.</p> <p>—Ustedes dirán, tomen asiento por favor.</p> <p>Los tres se sentaron Marc y Kara juntos en un sillón de tres plazas, y la señora Forbes los imitó y se sentó en un sillón situado en frente de ellos.</p> <p>—Yo a usted la conozco. Ha estado en mi casa en alguna otra ocasión -repuso Ofelia mirando directamente a Kara.</p> <p>—Así es, señora Forbes, pero no tuvimos oportunidad de hablar con usted. Como es lógico, estaba muy afectada por lo sucedido y usted no estaba en condiciones de atendernos. Me pregunto si hoy podría contestar a varias de nuestras preguntas. Le prometo que seremos breves y no le robaremos mucho tiempo.</p> <p>Ofelia suspiró e intentó deshacerse del nudo que se le había formado en la garganta no era fácil hablar de su única hija asesinada semanas atrás por un homicida sin escrúpulos. Desde ese día su vida había sido sesgada de tal manera que si no hubiese tenido fuertes lazos con Dios y su iglesia hubiese cometido una locura y ella misma se hubiese arrancado el corazón. Sabía que no iba a padecer más de lo que estaba sufriendo, si llevaba a cabo su hipotética muerte.</p> <p>—¿Señora Forbes? ¿Entiende lo que le pido?</p> <p>La voz de la policía desvió sus pensamientos a la realidad. ¡Cuántas veces se preguntaba si estaba dormida o despierta!</p> <p>—Por supuesto, agente —alegó Ofelia con voz distante.</p> <p>Kara dudó en proseguir, se veía que la mujer no estaba preparada para un interrogatorio, así que decidió ser concisa.</p> <p>—Señora Forbes, cuénteme algo de Natalie.</p> <p>Los ojos de la mujer brillaron orgullosos ante el nombre de su hija. Entrelazó los dedos de ambas manos y suspiró.</p> <p>—Natalie no era una adolescente fácil, pero dígame, a esa edad ¿quién no comete locuras o cree que tener razón en todo, pensando que el mundo está equivocado respecto a su persona? —la voz se le quebró al hablar de su hija—.Estudia, perdón, no me acostumbró hablar en pasado cuando se trata de ella. Estudiaba en Harvard la carrera de derecho. Era una chica inteligente y muy bella -desvió la mirada hacia la derecha.</p> <p>Kara y Marc siguieron su mirada y toparon con la fotografía de una joven morena de ojos grandes y muy sonriente.</p> <p>—Ciertamente era muy bella, señora Forbes. Tiene un gran parecido a usted —reconoció Marc.</p> <p>—Es usted muy amable. Sí, eso dicen todos. Físicamente era igual que yo, pero de carácter le puedo asegurar que ha heredado el de su padre.</p> <p>Kara se percató del esfuerzo que hacía esa mujer al hablarles de su hija.</p> <p>—Esa noche había salido con varias amigas o eso fue lo que a mí me dijo. Más tarde se confirmó que no era cierto y que me había mentido.</p> <p>—¿Lo hacía a menudo?, lo de mentir, quiero decir —aclaró Kara.</p> <p>—Para mi desgracia, sí.</p> <p>—Según nuestra investigación esa noche Natalie acudió a una fiesta.</p> <p>—Eso tengo entendido.</p> <p>—¿Qué le dijo a usted?</p> <p>—Que iba al cine con unas amigas.</p> <p>Kara percibió que los hombros de Ofelia se hundían hacía abajo. Estaba claro que se sentía culpable. ¿Cuántas veces se habrá preguntado qué hubiese sucedido si ella le hubiese negado la salida esa tarde?</p> <p>Como si la leyera el pensamiento, Ofelia levantó los ojos rasados por las lágrimas.</p> <p>—Ni siquiera intenté persuadirla.</p> <p>—Usted no es responsable -repuso Marc.</p> <p>—¿Por qué todo el mundo me dice eso y yo no soy capaz de creerlos?</p> <p>Veinte minutos más tarde Kara y Marc, más taciturnos de lo acostumbrado, se subieron al coche. Ninguno de los dos dijo una palabra, habían puesto rostro a la incertidumbre.</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 4</p></h3> <p></p> <p>Días más tarde, Kara aparcaba el coche frente a una pequeña casa amarilla. Era la casa de Susan, la mujer de Nick. Hoy era el cumpleaños de la pequeña Sally.</p> <p>Durante los seis meses transcurridos tras la muerte de Nick, las dos mujeres se habían dado apoyo mutuo y habían centrado toda su atención en la niña.</p> <p>Kara sacó del maletero un paquete enorme envuelto en papel de regalo. Abrió la portilla y entró en el jardín. Tuvo bien cuidado de ver por dónde pisaba ya que los juguetes se encontraban dispersados por todas partes.</p> <p>Entró en la casa sin llamar.</p> <p>—¿No hay nadie en esta casa? —preguntó risueña.</p> <p>La voz de una niña retumbó mientras bajaba las escaleras.</p> <p>—Kara ¡Has venido! ¿Sabes?, hoy es mi cumpleaños -dijo la niña, sin perder de vista el paquete que portaba Kara bajo el brazo.</p> <p>—Entonces si hoy es tu cumpleaños, habrá una fiesta, ¿no?</p> <p>La cara de la niña se iluminó con sólo oír la palabra fiesta. Se formaron dos pequeños hoyuelos en la comisura de los labios al sonreír abiertamente. El corazón de Kara latió más deprisa ya que identificó de inmediato la sonrisa de Nick en los labios de su hija.</p> <p>—¿Me has traído un regalo? -preguntó, abriendo sus enormes ojos negros.</p> <p>—Bueno es lo que se hace en estos casos, ¿no? —apuntó Kara pasando la mano por el pelo de Sally.</p> <p>—¿Y qué es?</p> <p>—¡Sally! —exclamó su madre, acercándose a ellas- Ya te he advertido que es de mala educación preguntar por el regalo.</p> <p>Sally hizo un mohín con los labios ante el comentario y se cruzó de brazos disgustada.</p> <p>Susan se acercó a Kara y la abrazó.</p> <p>—Lo siento, hoy está muy nerviosa.</p> <p>—No digas bobadas no hay por qué disculparse. El día del cumpleaños está todo permitido. ¿A qué sí, Sally?</p> <p>La niña comprendió de inmediato que tenía que asentir, si quería recibir su regalo.</p> <p>Kara se arrodilló y se puso a su altura, la acercó a ella y depositó un beso en su mejilla. La niña soltó una risilla nerviosa. Kara le ofreció el regalo y Sally suspiró emocionada, miró a su madre y ésta asintió. En pocos segundos trozos de papel de regalo volaban por el aire. Sally giró el regalo para comprobar lo que era, sonrió emocionada al ver el dibujo impreso en la caja.</p> <p>—¡Es una casa de muñecas! —exclamó emocionada.</p> <p>Sally saltó varias veces en el aire dando botes de alegría.</p> <p>—¡Sally! —le advirtió su madre.</p> <p>La pequeña como un resorte se levantó estiró los brazos y con ellos abiertos rodeó la cintura de Kara.</p> <p>—Gracias. Es el regalo más perfecto de todos.</p> <p>Las dos mujeres rieron al unísono.</p> <p>—Me alegra que te haya gustado, dudé entre la casa de muñecas o un camión de bomberos -alegó Kara sin dejar de sonreír.</p> <p>La niña pareció meditarlo unos segundos y al momento negó con la cabeza.</p> <p>—La casa de muñecas está mejor.</p> <p>—Bien, me alegro por las dos de haber elegido la casa de muñecas.</p> <p>La niña asintió satisfecha, se arrodilló de nuevo en el suelo y se dispuso a jugar.</p> <p>—Vamos a la cocina, Sally estará entretenida un buen rato —señaló Susan cogiendo por el antebrazo a Kara-. La mimas demasiado.</p> <p>—No puedo remediarlo, es hija de Nick- nada más pronunciar esas palabras se arrepintió, al ver el dolor en los ojos de Susan.</p> <p>—¿Sabes? Llevaba preguntándome toda la semana como sobrevivir a este día sin él. Está siendo más complicado de lo que pensaba en un principio. Las llamadas de teléfono se suceden para felicitar a Sally, nadie nombra a Nick pero todas esas personas dejan en el aire su nombre, tú eres la única que lo nombras y hablas con naturalidad de él.</p> <p>Kara se acercó a Susan y la abrazó. La mujer de Nick era una mujer menuda y con unas curvas que la hacían parecer una mujer muy seductora, de ojos negros intensos. Su pelo azabache estaba cortado con un estilo muy moderno que enfatizaba sus facciones, haciéndolas más delicadas.</p> <p>Aún recordaba el día en el cual Nick se presentó en la oficina, insultante de alegría porque había conocido a la mujer de su vida. Ella trabajaba de camarera en una cafetería muy cercana al edificio donde se encontraba el departamento de policía. Kara se mostró feliz por su amigo. Dos meses más tarde se casaban en la Iglesia de La Trinidad, rodeados de familiares, amigos y compañeros. Qué lejos le quedaban a Kara esos momentos...</p> <p>Susan se separó de los brazos de su amiga y se pasó la mano por los ojos impidiendo que las lágrimas pudiesen salir.</p> <p>—Me siento tan culpable Susan. No os merecíais que ocurriese esto.</p> <p>—Por supuesto que no, pero el destino a veces nos juega malas pasadas y nos cuesta asimilar los golpes -convino Susan con una triste sonrisa—. ¿Cuéntame cómo van las cosas por el departamento? —preguntó intentado cambiar de tema.</p> <p>Kara suspiró profundamente, comprendiendo la actitud de Susan, mientras se recostaba en la encimera.</p> <p>Susan abrió el frigorífico y sacó una tarta casera de galleta y queso.</p> <p>—¿Te importaría coger la mermelada de fresa que está en la bandeja de arriba?</p> <p>—¡Vaya, ya veo que es una fiesta en toda regla! —exclamó Kara, al ver la tarta sobre la encimera.</p> <p>—Sí. Van a venir algunos amigos del colegio de Sally. Con la mermelada intentaré tapar ciertos defectos ocasionados involuntariamente -señaló Susan, indicando la parte superior de la tarta.</p> <p>—Está perfecta, debes sentirte orgullosa.</p> <p>—Lo estoy, créeme. ¿Y bien? No has respondido a mi pregunta ¿O la estás evadiendo a propósito?</p> <p>—Llevo varias semanas, por no decir un par de meses, atascada en un caso - suspiró Kara-. Imagino que hayas oído hablar de él.</p> <p>Susan asintió.</p> <p>—Te refieres al hombre que han encontrado enterrado tras ser apuñalado.</p> <p>—Si, a ese y el de las dos chicas que han muerto en las mismas circunstancias.</p> <p>—¿Están relacionados los casos? ¿Creéis que es el mismo asesino? —preguntó incrédula Susan.</p> <p>—Eso creemos. Jason quiere que coopere con un profesor de universidad. Él se dedicaría a la teoría y yo a la práctica, digamos.</p> <p>Susan se preguntó a que venía ese cambio de tono al referirse al profesor.</p> <p>—¿Es joven?</p> <p>—Rondará los treinta y dos o treinta y cuatro años, no sabría decirte.</p> <p>—¿Y qué te preocupa?</p> <p>Kara sabía que debía ser sincera con Susan. Últimamente la figura de Marc se colaba en su cerebro. Había en él algo que le llamaba la atención, pero que aún no llegaba a comprender del todo.</p> <p>—Su forma de mirarme -reconoció Kara, a la vez que cogía un trozo de galleta y distraídamente se la metió en la boca.</p> <p>—¿Y cómo te mira? —preguntó divertida Susan.</p> <p>—No sé cómo explicártelo, pero me pone nerviosa. Me hace estar en alerta, cuando estoy con él.</p> <p>—Bueno, ¿es guapo?</p> <p>Kara se dirigió hasta la ventana y desde ella apreció a Sally jugar con su nuevo regalo.</p> <p>—Genes irlandeses.</p> <p>—Mmmm, ¿podrías se más precisa?</p> <p>Susan se preguntó que tendría ese profesor que no tuviesen los demás hombres. Todos ellos miraban a Kara de una manera intensa pero ella parecía no percatarse de su belleza y ninguno de ellos la ponía nerviosa, como decía sentirse ahora.</p> <p>Susan nunca le había confesado que hasta ella misma había tenido celos.</p> <p>Eran tan diferentes. Kara alta, con un cuerpo revestido de curvas y bien proporcionado, un rostro ovalado donde sus ojos azules brillaban con intensidad, un cabello largo y dorado.</p> <p>Y ella morena de pelo corto, con una estatura más baja de la media y con un cuerpo no tan bien proporcionado en algunas partes de su anatomía como ella hubiera querido.</p> <p>Recordó el momento en el cual se lo confesó a Nick al sentirse culpable por los celos que la reconcomían cada día. Fue una noche después de hacer el amor. Él se acodó en la cama y la miró con el ceño fruncido. Nunca hubiese esperado esa respuesta por parte de él. La acarició suavemente, casi sin llegar a tocarla con el dedo índice desde su cuello, pasando por su brazo hasta llegar a la cadera, allí se detuvo y le separó cuidadosamente las piernas. Recordaba como Nick la aplastó delicadamente con su cuerpo y se introducía suavemente en su interior susurrándole al oído que ella era la mujer de su vida, la mujer que deseaba cada noche en su cama.</p> <p>Los celos no volvieron. Esa noche se disiparon como por arte de magia.</p> <p>—No es un hombre extremadamente guapo pero tiene un algo que me irrita y me gusta a la vez. Imagino que sea mi afán de sobreprotección lo que se ha puesto en alerta. No sé en qué estaría pensando Jason, cuando me lo ha endosado. Tengo demasiado trabajo como para dedicarme a hacer de niñera -bufó Kara.</p> <p>Susan volvió a la realidad. No sabía cuánto tiempo había estado pensando en Nick. Hoy más que nunca lo tenía muy presente.</p> <p>—No sabía que ahora se llamase así.</p> <p>—¿El qué? —preguntó Kara, mientras abría el frigorífico para que Susan metiese de nuevo la tarta recubierta de mermelada de fresa.</p> <p>—Mmmm, me da la sensación que ese profesor tuyo te importa más de lo que quieres reconocer.</p> <p>Kara abrió los ojos como platos.</p> <p>—¿Qué me intentas decir? ¿Que me gusta, que pienso en él de una manera diferente a otros hombres?</p> <p>—Bueno, verdaderamente eso lo has dicho tú, no yo. ¡Venga, ayúdame! Tenemos una fiesta por delante y te aseguro que estos invitados son muy exigentes -abrió un cajón y sacó un mantel con las servilletas a juego—. ¡Que no se diga que nosotras no somos buenas anfitrionas!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>La luz del amanecer penetraba por cada una de las vidrieras de la iglesia cristiana situada en Cambridge. La nave central se iluminaba como si el arco iris hubiese invadido un espacio que no le perteneciese. El silencio sólo era roto por los pasos lentos pero precisos del reverendo Abbott. De su bolsillo extrajo una caja de cerillas e hizo fricción la cabeza del fósforo con el lateral de la caja. La llama resurgió altiva y voraz. Rápidamente, antes de que la llama se consumiese o devorara el fragmento corto y delgado de madera que sostenía entre los dedos pulgar e índice, lo acercó a la mecha de las velas blancas que custodiaban el altar. Con manos temblorosas, ya algo torpes debido a sus setenta años, agitó la cerilla y el pequeño fuego desapareció dejando tras de sí, una hilera de humo.</p> <p>Al oír como la puerta principal se abría con un chirrido estridente por el peso y la herrumbre de las bisagras, levantó la vista y esperó a ver la silueta que penetraba al interior del templo. Al principio no pudo distinguir de quién se trataba, por el contraste de luces. Sólo pudo apreciar una sombra proyectada que caminaba por el pasillo central.</p> <p>Achicó los ojos, con intención de enfocar mejor y ajustar su malograda vista. El firme y rítmico taconeo le sugirió que era una mujer la que avanzaba hasta el altar.</p> <p>Ofelia Forbes era mujer creyente y ferviente de un Dios que la había traicionado, tras la muerte de su hija. Aun así, se arrodilló e hizo la señal de la Santa Cruz con su mano derecha al llegar a la altura del Cristo crucificado.</p> <p>El reverendo Abbott exhaló un prolongado suspiro al ver a la mujer arrodillada, cabizbaja y vestida entera de negro que se postraba ante Dios.</p> <p>Bajó reticente los escalones que los separaban y se acercó a ella. Conocía a Ofelia desde hacía años. Era una mujer muy devota, cuya vida, por circunstancias inesperadas y fatídicas, había dado un giro de ciento ochenta grados.</p> <p>El reverendo llegó hasta ella y le posó su mano en el hombro. La mujer levantó lentamente su cabeza.</p> <p>—Levántate, Ofelia. Dios sabe que vienes con el corazón limpio de cualquier mal.</p> <p>La mujer obedeció y él la guio hasta un banco, donde ambos se sentaron.</p> <p>—No aguanto más. El dolor me invade e impide sentir absolutamente nada. No logró entender nada. Me parece que vivo en una pesadilla. ¿Por qué Natalie? —preguntó Ofelia con voz cansada.</p> <p>—Los caminos de Dios son inescrutables. —logró responder el reverendo.</p> <p>La mujer sacó un pañuelo del bolso y se lo pasó por su rostro pesaroso.</p> <p>—La policía estuvo en casa. Volvieron de nuevo, haciendo preguntas. Esta vez, estaba en mejores condiciones y pude hablar con ellos. Creen tener nuevas pruebas que les lleven al asesino. Mi marido, no se encontraba en casa, como de costumbre. Nos hemos convertido en dos desconocidos. Su trabajo en el Ayuntamiento parece ser absorbente y no tiene tiempo para una vida en familia.</p> <p>El reverendo asintió condescendiente con la cabeza.</p> <p>—Espero que Dios los guie y puedan terminar pronto con esta pesadilla.</p> <p>Tan centrados estaban en la conversación que ninguno de los dos se percató de la sombra que huía a la sacristía, meditando en silencio las palabras que acababa de escuchar.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Por milésima vez, se preguntó si debía cruzar el umbral de esa puerta. Cientos de estudiantes cargaban con sus libros bajo el brazo. Unos pedaleaban con mayor o menor ritmo sus bicicletas por el campus, otros corrían al encuentro de una clase, a la cual llegaban tarde. El amor parecía aflorar en cada esquina, banco o árbol. Las hormonas parecían estar muy presentes en la Universidad de Harvard.</p> <p>Kara, divisó el río Charles que serpenteaba a lo lejos desde tiempos inmemoriales, como único testigo de la evolución de Harvard College.</p> <p>Entró, sin estar muy segura de si quería ver a Marc. Siempre estaba a tiempo y se podía dar la vuelta en cualquier momento. Se engañó a sí misma, diciendo que la presión por parte de Jason la había llevado hasta allí. No era cierto. Lo que ocurría era que llevaba tres días sin saber nada de Marc, excepto sus e-mails, en los cuales se podían leer algunas conclusiones o referencias de algún libro que versara sobre la cultura celta.</p> <p>Le había extrañado el comportamiento de Marc. En un principio supuso que estaría enfermo. Más tarde llegó a la conclusión de que era un hombre ocupado y ya por último, tras estar mirando el vacío más de veinte minutos con alguna que otra interferencia de Holmes y Bradlee le vino a la mente una pregunta: ¿y si la estaba evitando?</p> <p>En cuestiones de trabajo era una mujer que se implicaba al máximo llegando a anular de esa manera su vida privada. En el fondo, no le importaba. Nadie la esperaba en casa. No tenía familia con la cual compartir momentos ni felices ni tristes.</p> <p>Estaba sola desde los doce años. Lo más parecido que tenía a una familia eran los Bann.</p> <p>Recorrió el pasillo principal, sin perder detalle de la exquisitez de la arquitectura de tan emblemáticos edificios. En secretaría, preguntó por Marc O´Brien a una mujer muy amable que le indicó cuál era su aula.</p> <p>Miró curiosa a través del pequeño rectángulo de cristal, ubicado en la puerta, que facilitaba lo que estaba ocurriendo en su interior.</p> <p>Marc estaba sobre una tarima. Se paseaba tranquilo y parecía seguro de sí mismo. Se le veía desenvuelto. No lo pensó dos veces, despacio abrió la puerta y se deslizó al interior del aula. La voz de Marc era profunda y convincente. Creyó llevar su hazaña con éxito, cuando de repente, varios de pares de ojos se posaron sobre ella. El zumbido de los susurros comenzó a aumentar. Varios estudiantes le guiñaron un ojo, en señal de complicidad, otros le sonreían con cara de bobos buscando una repuesta parecida por parte de ella. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió una intrusa.</p> <p>Marc estaba centrado en su explicación de espaldas a sus alumnos. Disfrutaba con su profesión. Le encantaba transmitir sus conocimientos a mentes despiertas y hambrientas de saber.</p> <p>En un principio, la elevación de algunas voces lo tomó como muestra de una pequeña rebelión. Escribía en la pizarra mientras que el murmullo se acrecentaba. Un poco incómodo por la aptitud de sus alumnos y dispuesto a tomar represalias, giró sobre sus talones y se enfrentó al foro que tenía ante sí. Ni siquiera llegó a pronunciar palabra alguna, simplemente tuvo que desviar la mirada hacia donde sus alumnos observaban. De repente, la boca se le quedó seca al ver en la puerta a la mujer con la que llevaba soñando días atrás.</p> <p>Sus miradas se cruzaron. Kara tuvo la oportunidad de comprobar que la intromisión en el aula no había sido un acierto, al ver el ceño fruncido de Marc. Se sintió incómoda y un poco desilusionada. Se mordió el labio inferior, inquieta ante el silencio tenso suspendido en el aire. Los estudiantes parecían estar disfrutando de un partido de tenis. Sus miradas se posaban en su rosto, para segundos después buscar el de Marc en señal de alguna respuesta. Decidió que lo mejor era marcharse. Sabía cuándo no era bien recibida. Si hubiese sido una visita rutinaria para interrogar a un testigo o la inspección de un lugar, hubiese sacado su placa y tras ella surgiría la agente del FBI, asunto arreglado. En los temas personales era más vulnerable, por esa razón, los hombres para ella eran de un solo uso. Cuando necesitaba sexo lo buscaba. Para ella era realmente sencillo, tras una noche de pasión, volvía a su vida como si nada hubiese pasado.</p> <p>Y allí estaba de pie, ante cientos de alumnos curiosos y un profesor no tan amigable, como ella hubiese deseado.</p> <p>El timbre que daba fin a la clase sonó. Ella se sobresaltó, al oír el agudo sonido. No tuvo tiempo de reacción, en décimas de segundos, los estudiantes se levantaron montando un claro alboroto de idas y venidas. Algunos chicos, le soltaron algún improperio propio de su edad, al pasar por su lado. Por el contrario algunas chicas la miraban con recelo. Ya había olvidado lo que era la vida de estudiante. En ese momento, se alegró de haber dejado atrás esa etapa y tener un trabajo con el que ganarse la vida.</p> <p>Marc recogía sus libros y objetos personales, sin perder ojo de lo que sucedía a su alrededor. Maldijo para sus adentros, cuando escuchó a sus alumnos manifestar alguna de las típicas frases usadas en el argot juvenil para impresionar a una mujer.</p> <p>Kara parecía indefensa, un rasgo desconocido para él. Parte de su trabajo consistía en observar a las personas y estaba claro que Kara no estaba disfrutando del momento.</p> <p>Terminó de recoger sus cosas, se armó de valor y se acercó a ella con una intención muy poco amable por su parte.</p> <p>—Kara Brown, ¿qué se te ha perdido por Harvard? ¿Es una visita oficial? —le preguntó al llegar a su altura.</p> <p>—Es muy posible -se defendió ella con una mirada directa y carente de recelo.</p> <p>Pudo ver en Marc un atisbo de sonrisa en su rostro.</p> <p>—Tengo trabajo. Lo siento, no tengo mucho tiempo.</p> <p>Y sin más, salió del aula. Kara lo miró incrédula y no tuvo otra opción que seguirlo por un pasillo repleto de estudiantes que se cruzaban a su paso. Malhumorada, se disculpó al tropezar con varios de ellos. Sin perder de vista a Marc, lo siguió a varios pasos de distancia esquivando la marea humana que la rodeaba.</p> <p>Su humor iba empeorando por momentos. Vio que Marc giraba a la derecha y abría una puerta en un corredor más despejado que el anterior. Al Llegar a la puerta leyó: “despacho de Marc O`Brien”. La puerta estaba abierta, sin pensarlo dos veces, entró enojada.</p> <p>—¡Se puede saber qué mosca te ha picado! —bramó ella enfadada.</p> <p>—¿Qué es eso tan importante que te ha hecho venir hasta aquí, Kara?</p> <p>Ella pareció meditar unos instantes sus respuestas.</p> <p>—Tus e-mails. Hay ciertas puntos que no logro entender.</p> <p>Él levantó la vista del libro que tenía sobre la mesa y al que le pasaba las hojas de forma distraída. Cualquier cosa antes que ahogarse en aquellos ojos azules que lo atormentaban.</p> <p>Esa mujer, lo atraía de una manera casi irracional, desde el momento que se cruzó en su vida. Estaba dispuesto a guardar las distancias.</p> <p>—No has contestado a ninguno de mis e-mails. Di por hecho que todo estaba claro.</p> <p>Ella hizo una mueca y sintió un dolor agudo que no supo interpretar. Tragó saliva desesperadamente.</p> <p>Por primera vez, se fijó en las paredes del despacho. Estaban cubiertas de títulos, se aproximó a ellos y leyó atentamente. Estaba claro que era muy ducho en su materia.</p> <p>—¿Todos son tuyos? —preguntó incrédula.</p> <p>—Eso parece, en todos aparece mi nombre.</p> <p>A ella no le pasó por alto su tono irónico.</p> <p>—No me extraña que Jason te hiciese ir a su despacho y buscase tu colaboración —señaló sin dejar de mirar las paredes cubiertas de títulos enmarcados.</p> <p>Marc se ajustó las gafas con el dedo índice, a Kara ese detalle le pareció muy tierno y en cierta manera excitante, se lo había visto hacer en ocasiones anteriores, y a ella no se le había pasado por alto aquel gesto. Marc no entraba en el perfil de hombre con los cuales ella solía mantener relaciones. Por esa razón, estaba tan confusa.</p> <p>Kara se quitó el abrigo, lo dejó sobre una silla, se sentó sobre la mesa de trabajo, a escasos centímetros de distancia de Marc y se envolvió con los brazos.</p> <p>Marc la miró de soslayo. Vestía como solía hacerlo ella. Pantalón vaquero ajustado y un jersey color celeste que hacía resaltar su blanca piel. El conjunto estaba complementado por unas botas de piel de tacón alto que estilizaba más, si cabía, su figura.</p> <p>Marc se mesó el pelo varias veces e intentó poner distancia entre ellos, pero ella le interceptó el paso con una pierna. Él subió su mirada hasta toparse con los ojos de ella y en ese instante supo que estaba perdido en aquella marea azul.</p> <p>—Kara -susurró él en un intento desesperado de salir de aquel aturdimiento.</p> <p>—Necesito probarte -reconoció ella con una sonrisa fácil e inocente.</p> <p>—¿Probarme? —preguntó él sin entender muy bien.</p> <p>—Sí. Creo que ésa es la razón por la cual estoy aquí. He intentado convencerme y buscar un pretexto, por cierto no demasiado argumentado, para visitar Harvard.</p> <p>—Kara, necesito alejarme de ti. Espero que lo comprendas. Sé que no quieres compromisos en tu vida. Y yo, no sé vivir de otra manera que comprometiéndome con todo aquello que quiero y necesito. Es mejor, dejar las cosas como están. Por el bien de la ciudad, trabajaremos juntos en el caso que tenemos entre manos. Nos limitaremos al terreno profesional.</p> <p>Ella dejó escapar una sonrisa breve y seca. Era la primera vez que un hombre le negaba algo.</p> <p>La mirada en los ojos de ella era un desafío. Intentó ignorar el cosquilleo de emoción que lo embargó al sentirla frente a él, con los labios jugosos y entreabiertos.</p> <p>Él se limitó a cambiar de posición las piernas. Era un hombre inteligente y sabía que había tomado la decisión más acertada.</p> <p>—Está bien. Una mujer debe saber cuándo ha perdido. Siento haberte puesto en esta situación. Te prometo que no volverá a ocurrir. A partir de ahora, nos centraremos en el territorio profesional -convino ella con una lenta sonrisa—. Bueno. Ahora, si me disculpas, me pondré el abrigo y seguiré con la investigación. Te mantendré al tanto y tú no dejes de enviarme toda la documentación posible. Tus credenciales hablan por ti. No quiero despedirme de ti sin darte las gracias por acompañarme el otro día a casa de los Forbes. Llevaba tiempo sin un compañero y me hiciste sentir bien.</p> <p>—No hay porque darlas. Fue un placer -musitó él.</p> <p>Kara se incorporó dispuesta a coger su abrigo. Rozó con la palma de su mano la mejilla de él y le rozó suavemente los labios con los suyos.</p> <p>—Me gusta lo dulce -murmuró boca contra boca- y me es complicado no probarlo.</p> <p>Él tomó su mano y entrelazó los dedos con los de ella. Estaba perdido, lo supo desde el momento que la vio en el aula, pero no quiso reconocerlo.</p> <p>Ella bajó la mirada hacia la unión de sus manos entrelazadas. Notó que su respiración se aceleraba. Elevó el rostro, buscando los ojos de Marc. Él se inclinó sobre ella y la besó tímidamente al principio. Al notar sentirse correspondido, se apoderó de su boca saboreando sus labios. El simple hecho de tenerla entre sus brazos, lo encendió de tal manera, que profundizó en el beso.</p> <p>Kara no estaba preparada para la sacudida de deseo que envolvió su cuerpo. Cuánto más tenía, más quería. Se acercó más a Marc, buscando su calor. Él deslizó la palma de la mano por su espalda y ella sintió que la atravesaba una corriente eléctrica desde la cabeza hasta los pies. Kara lo incitó con la lengua y él salió a su encuentro. Una danza frenética y tortuosa comenzó. Kara gimió, y eso hizo que Marc se excitara aún más. Jugueteó con su pelo y lo enrolló en sus dedos, comprobando su textura. Esa mujer lo consumía hasta límites insospechados. Se apartó delicadamente de ella y observó sus ojos cegados de deseo. Sus pantalones le comenzaron a ceñir en la zona de la entrepierna.</p> <p>—Tengo que dar una clase en menos de cinco minutos - murmuró con voz ronca.</p> <p>—Por supuesto. Y yo he de irme.</p> <p>Él deslizó sus labios por el cuello de ella hasta llegar a la clavícula saboreando cada centímetro de su piel. Un jadeo salió de la boca de ella. Le pasó la mano por el pelo y lo atrajo de nuevo a ella buscando la forma de deshacerse de esta ansiedad que la torturaba.</p> <p>Se escuchó el timbre en los pasillos. Ambos se separaron despacio buscándose con la mirada.</p> <p>—Kara -intervino Marc-, esto complica las cosas.</p> <p>—No. No tiene porque. Yo he satisfecho mi curiosidad y realmente he de decirte que eres muy dulce —dijo con una sonrisa sesgada—. Somos personas adultas y yo respetaré tu opinión. No volverá a suceder.</p> <p>—Tengo que protegerme de ti. No quiero sufrir. Eres una mujer muy hermosa que tiene todo lo que desea respecto a los hombres. Yo, por el contrario, soy un hombre de pocos recursos. Mi vida sexual no es que digamos muy activa. Creo en el compromiso. En el matrimonio para toda la vida. Cosa en la cual...</p> <p>—Yo no creo -zanjó ella.</p> <p>—Debo irme, llego tarde.</p> <p>—Claro. Perdona, te estoy entreteniendo.</p> <p>Marc metió varios libros en su maletín y al pasar a su lado, la besó en el pelo.</p> <p>Ya en la puerta, él se volvió.</p> <p>—¿Kara?</p> <p>—Sí, Marc, dime.</p> <p>—¿El sábado por la tarde tienes planes?</p> <p>—No. Realmente no tengo nada que hacer. ¿Es una cita, profesor? -preguntó ella.</p> <p>—No exactamente, pero me gustaría que me acompañases a un lugar. Paso a recogerte a eso de las seis de la tarde por la oficina. ¿Te parece bien?</p> <p>Ella asintió, un nudo se le había formado en la garganta que le impedía articular palabra.</p> <p>Marc cerró la puerta, dejando tras de sí a una mujer confundida y desconcertada por sus sentimientos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Kara bebió un sorbo de café. Se quemó los labios y soltó una maldición. Sopló varios segundos y revolvió el ansiado líquido dando vueltas con un pequeño palillo de plástico. Era sábado, las ocho de la mañana, y ese era su tercer café.</p> <p>Jason estaba de un humor de perros y ella al borde del colapso, a causa del estrés diario.</p> <p>Alguien tropezó con su brazo y estuvo a punto de que se le derramase el café encima.</p> <p>—¡Eh! ¡Mira por dónde vas! —vociferó ella en mitad del pasillo.</p> <p>Una disculpa se escuchó al fondo.</p> <p>—Princesa, Jason nos reclama -farfulló Morgan Holmes, al pasar por su lado.</p> <p>—Kara -dijo Lucas Bradlee a modo de saludo.</p> <p>Kara observó que los dos agentes se adelantaban a ella. Morgan volvió la cabeza y le guiñó un ojo, acompañado de una sonrisa pícara.</p> <p>Ella entrecerró los ojos y Morgan se carcajeó al ver su expresión.</p> <p>Kara encontró una papelera y vaciló en tirar el café. Lo pensó mejor, dio un trago largo, antes de tirar el vaso de plástico a la papelera. El sabor amargo del café le pasó por la garganta, abrasándola. Carraspeó varias veces, intentando aliviar esa quemazón en la lengua.</p> <p>Estaba claro que hoy no era su día. Buscó en el bolsillo de su pantalón y encontró un caramelo. Lo desenvolvió y se lo metió en la boca. Resopló y siguió caminando por el pasillo con paso decidido. Observó el reloj que colgaba en la pared y calculó el tiempo. Aún quedaban diez largas horas para poder volver a ver a Marc.</p> <p>El recuerdo del beso golpeó su mente como un puño de acero. Un cosquilleo de deseo recorrió su estómago. Se llevó la mano a él pero al llegar al despacho de Jason, su fantasía sexual desapareció como por arte de magia. Tres pares de ojos la escrutaban con impaciencia.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>—Algo, se nos escapa. Comienza a leer de nuevo el informe, Morgan -instó Jason.</p> <p>Morgan se hundió cansado en la silla.</p> <p>—Nancy Lowell, la primera víctima -leyó Morgan de la libreta que sostenía entre las manos-, tenía veintidós años. Era de Arizona. Llevaba viviendo en Boston dos años.</p> <p>Según, algunos testigos, se dedicaba a la prostitución desde hacía unos ocho meses.</p> <p>Por lo visto, el tipo con el cual estaba viviendo, la dejó tirada de la noche a la mañana, dejándola con lo puesto, y sin un centavo en el bolsillo.</p> <p>—¿Su nombre era? —preguntó Kara.</p> <p>—Peter Harrison, un motorista de tres peras al cuarto. Sin motivación alguna. Trabajó varios meses en un par de talleres de automoción. En ambos, le dieron puerta en cuanto comprobaron que las piezas y el dinero de la caja volaban a su bolsillo. Kara tomó nota de esto último.</p> <p>—Nancy estuvo viviendo en un albergue durante dos meses pero pasado ese tiempo se largó y no volvieron a saber de ella —continuó Morgan—. Siguiendo su rastro, descubrimos que compartió piso con una mujer llamada Victoria Parks.</p> <p>—También prostituta -confirmó Lucas.</p> <p>—¿Está localizable? —preguntó con interés Jason.</p> <p>—Se le dio la orden de no abandonar Boston - continuó hablando Lucas—. Tras varios intentos fallidos, la encontramos hospedada en un motel de las afueras.</p> <p>—Un antro llamado “La cueva” -prosiguió Morgan.</p> <p>—El nombre deja mucho que desear -recalcó Kara con un extremo del lápiz entre los dientes.</p> <p>—Pues imagínate el lugar, princesa -recalcó Morgan mordaz.</p> <p>—¡Maldita seas, Morgan no utilices ese apelativo conmigo!</p> <p>Él le lanzó una sonrisa fácil e inocente.</p> <p>Kara lo miró desafiante.</p> <p>—¡Al grano! —bramó Jason-. No tengo tiempo para vuestras disputas infantiles. —¿Recuerda algún dato nuevo que nos pueda ser útil?</p> <p>—A nuestro parecer, jefe, nada nuevo -señaló Lucas-. Estaba muerta de miedo. Teníais que haber visto su cara cuando le dijimos que el asesino había actuado otra vez.</p> <p>Jason se pasó la palma de la mano por la frente e intentó ordenar los datos en su cabeza.</p> <p>—¿A parte de sus clientes con quién se relacionaba? —preguntó Jason con voz cansina.</p> <p>Esta vez, fue Lucas quien retomó la conversación:</p> <p>—Nos comentó que Nancy era una mujer algo ingenua para el lugar donde vivía y para la gente que la rodeaba. Solían dormir de día y hacer la calle de noche. Nancy solo rompía esa rutina un par de días a la semana. Generalmente, los martes y los jueves, se acercaba hasta la iglesia cristiana de Cambridge.</p> <p>—Un momento, ese dato le habéis pasado por alto antes -recalcó Kara mientras pasaba las hojas de su libreta intentando recordar porque el nombre de la iglesia repicaba en su cabeza de forma incesante.</p> <p>—¿Qué hay que explicar, princesa? —se zafó Morgan.</p> <p>—Morgan, ¡basta ya! -le advirtió Jason.</p> <p>Morgan resopló cansado y la mirada que dirigió a Kara dejaba traslucir su enfado.</p> <p>—¿Por qué una prostituta acude dos veces a la semana a la Iglesia? —convino ella, ignorando a su compañero.</p> <p>—Querría expiar sus pecados -se guaseó Morgan.</p> <p>—¡Maldita sea, Morgan! —exclamó Kara levantándose y enfrentándose a su compañero.</p> <p>Morgan no se achicó, sino todo lo contrario, se levantó y la miró con cara de pocos amigos.</p> <p>Lucas, intentando ser mediador, se posicionó entre ambos y con los brazos extendidos en cruz colocó una barrera entre ellos.</p> <p>Los ojos azules de Kara relampaguearon. Morgan era la gota que colmaba el vaso de su paciencia esa mañana.</p> <p>—¡Se acabó! ¿Lo entendéis? No voy a permitir que ninguno de mis agentes llegue a las manos en mi departamento -atajó Jason—. ¡Morgan ve a por café!</p> <p>Morgan giró la cabeza y elevó la barbilla desafiante, la mirada de su jefe le dijo que era mejor zanjar la cuestión.</p> <p>Salió de la oficina dando un portazo.</p> <p>—Bien. Tras este paréntesis, sigamos. ¿Qué recuerda el sacerdote? —inquirió Jason, acodándose en la mesa con su atención puesta en Lucas y obviando a Kara.</p> <p>Tanto Lucas como Kara se sentaron en sus respectivas sillas.</p> <p>—El reverendo Abbott recuerda que no era una mujer muy habladora -apuntó Lucas-. Se solía sentar en el último banco. El hecho de que fuese martes y jueves a la iglesia no era una casualidad. Esos días, la iglesia organiza un mercadillo con precios simbólicos de ropa y objetos de segunda mano donados por sus feligreses. Con ese dinero se sufragan los gastos más básicos del templo, como pueden ser las velas o las flores por citar algún ejemplo.</p> <p>Jason se percató de la mirada de Kara.</p> <p>—¿Kara?</p> <p>La mujer miró directamente a su jefe y esbozó una media sonrisa.</p> <p>—La señora Forbes es una mujer muy devota. El día que Marc y yo estuvimos en su casa encontré por casualidad una tarjeta de visita.</p> <p>—¿A dónde quieres ir a parar? —preguntó Lucas.</p> <p>—En ella se podía leer Iglesia Cristiana de Cambridge.</p> <p>—¡Bingo! —exclamó Jason.</p> <p>En ese momento, la puerta se abrió.</p> <p>Marc entró a la oficina tímidamente y saludó. El corazón de Kara comenzó a latir fuertemente contra su pecho. Miró su reloj de pulsera y comprobó que Marc había venido a la oficina ocho horas antes de lo previsto.</p> <p>—Bienvenido, profesor -dijo Jason, levantándose y estrechándole la mano.</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 5</p></h3> <p></p> <p>Susan extrajo la tarjeta del hotel del bolsillo, comprobó el número de habitación y lo verificó con el listado que llevaba en la mano antes de entrar. La habitación se encontraba a oscuras. Palpó la pared con la mano hasta que encontró el interruptor, introdujo la tarjeta y las luces automáticamente se encendieron. Cuando vio el desorden de la habitación sus ánimos decayeron hasta tal punto que creyó desfallecer. Era la octava habitación que limpiaba esa mañana. Entró con el carro de limpieza, lo aparcó a un lado y descorrió las cortinas. La claridad la cegó por unos instantes.</p> <p>Hizo la cama con diligencia, pensando en lo que diría Kara cuando se enterase de que había tenido que incorporarse de nuevo al mundo laboral.</p> <p>Sally había comenzado el colegio. Nick y ella habían hablado en varias ocasiones sobre la educación de su hija y habían decidido enviarla a una escuela privada. Pero todo eso fue antes de que Nick muriera...</p> <p>Una vez terminado de hacer la cama, se puso los guantes y del carro cogió lo necesario para limpiar el aseo. Suspiró pero el aire no pareció llegar a sus pulmones.</p> <p>Debía haber optado por un colegio público y ella, seguramente, no hubiera tenido que buscar un trabajo. Pero no quería otro sueño roto.</p> <p>Estaba agotada. Llevaba casi cuatro años sin trabajar y sus músculos acusaban la falta de disciplina. Por fin, la jornada había terminado. Habían sido las ocho horas más largas que recordara últimamente.</p> <p>Empujó el carro hasta la lencería y allí depositó el resto de las sábanas y toallas limpias que no había utilizado.</p> <p>—¡Susan!</p> <p>Susan se volvió y ante ella se encontró con la gobernanta, una mujer de mediana edad, de aspecto afable que según ella tenía entendido, llevaba más de veinte años trabajando en el hotel “Royal Palace”.</p> <p>—Señora Grant.</p> <p>La mujer esbozó una media sonrisa. Sabía cuándo tenía ante sí una buena trabajadora.</p> <p>—¿Has comido?</p> <p>Susan negó con la cabeza.</p> <p>—Bien, entonces, será mejor que bajes a la cocina y comas algo. Necesitarás recobrar fuerzas.</p> <p>—Y las demás compañeras, ¿ya han comido?</p> <p>—Sí, algunas de ellas han terminado su turno antes que tú —la agarró la gobernanta por el antebrazo y la guio hasta el ascensor.</p> <p>—No sé, si debería -comentó dubitativa Susan.</p> <p>—Por supuesto. No te prometo la especialidad de la casa, pero te aseguro que la sopa está deliciosa. Tenemos un chef excepcional quizás, para mi gusto, un poco puntilloso —pulsó la gobernanta el botón del ascensor—. Ante él, estas palabras no han salido nunca de mi boca.</p> <p>El comentario hizo sonreír a Susan. La señora Grant parecía una gran mujer. De su misma estatura pero con unos kilos de más que parecía sobrellevar con estilo. Abrió la puerta y Susan la siguió hasta el interior del ascensor.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Anthony Castro se lavaba las manos en la pila cuando escuchó un ruido al otro extremo de la cocina. Cogió un paño y se secó. La jornada de la mañana ya había concluido, y a él no le apetecía que nadie husmease en su lugar de trabajo fuera de horas. Le costaba gran esfuerzo mantenerlo todo en orden y limpio. No le gustaban las sorpresas y estaba dispuesto a dar una lección de modales a quien fuera, con tal de que no volviese a entrar sin su permiso en la cocina.</p> <p>Susan se dispuso a echar la sopa con ayuda de un cazo a su plato. Unos pasos llamaron su atención y levantó la mirada. Ante sus ojos apareció un hombre vestido de uniforme, con el ceño fruncido.</p> <p>—Siento molestarle, pero la gobernanta me ha dicho que podía comer aquí.</p> <p>Ante el mutismo del hombre, Susan suspiró nerviosa.</p> <p>—No es la gobernanta la que debe darla permiso, sino yo.</p> <p>Susan al escuchar esas palabras se quedó perpleja y depositó con cuidado el cazo sobre la encimera.</p> <p>—Lo lamento. Quizás sea mejor que me vaya.</p> <p>—No es mala idea, pero ya que está aquí puede comer - se dirigió Anthony a la nevera bajo la atenta mirada de ella y de su interior extrajo un cuenco de ensalada lo depositó con un golpe seco cerca de la mano de Susan.</p> <p>Ella se sobresaltó ante esa actitud, elevó su mirada ya que él rondaría el metro ochenta y cinco y lo miró directamente a sus ojos grises que en ese momento relampagueaban. Parecía joven, no más de treinta y cinco años. Su pelo era muy corto y moreno, al igual que su tez. Por su acento pudo distinguir que era de origen hispano pero hablaba perfectamente el inglés.</p> <p>—¿Trata así a todo el mundo o yo soy una excepción -exclamó malhumorada Susan.</p> <p>A él le gustó el tono desafiante de ella. No eran muchos los que se atrevían a levantarle la voz al chef.</p> <p>—Soy así por naturaleza.</p> <p>Susan abrió desmesuradamente los ojos.</p> <p>—¿Sabe lo que le digo? ¡Que puede meterse la sopa y la ensalada por donde yo le diga! —y sin más, se dio la vuelta y salió de la cocina. Atrás, sólo quedó la carcajada de él.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>—Buena exposición, profesor.</p> <p>Marc se sintió nervioso al lado de Kara. La deseaba más que nunca pero sabía cuánto podría eso complicar su vida.</p> <p>—Sólo es teoría, Kara. No es fácil pensar como vosotros. Nosotros versamos nuestras especulaciones con un pasado ya escrito. Al contrario, que vosotros que debéis impedir que un asesino deje huella en un presente incierto.</p> <p>Kara chasqueó la lengua, ciertamente ese hombre sabía hablar. Observó el reloj en su muñeca. Marcaba las cuatro de la tarde. A Marc no le pasó desapercibido el gesto de Kara. Se la veía impaciente y hasta cierto punto eso le gustó, el no verla tan segura de sí misma. La mujer daba paso a la agente federal.</p> <p>—Tienes planes inmediatos -preguntó Marc mientras recorrían el pasillo del departamento.</p> <p>—Sí, comerme una vaca entera. Estoy hambrienta. ¿No sé si sabrás, pero llevo metida en ese despacho dos horas más que tú? Tengo el estómago en los pies. ¿Me acompañas?</p> <p>Marc notó que Kara no enfatizó esa última frase. La había dejado en el aire, en él estaba cogerla o dejarla.</p> <p>—No. No me es posible acompañarte.</p> <p>La desilusión de Kara se puso de manifiesto en el momento que escuchó esas palabras pero no lo dejó entrever. “¿En qué estaba pensando cuando lo había invitado a comer? ¿No le había dejado él bien claro, que no quería ningún tipo de relación personal con ella que debían ceñirse a lo estrictamente profesional?”. Era una estúpida. ¿Desde cuándo invitaba ella? Eran los hombres, los rechazados. Nunca al contrario. No le gustó en absoluto, sentir estar en la otra parte.</p> <p>Nick voló a sus pensamientos nuevamente. ¡Cuántas veces le había advertido su compañero que cuando llegase un hombre que le importase le haría pasar un mal rato!</p> <p>Bien, pues el hombre había llegado y el momento también.</p> <p>Marc se puso el abrigo antes de salir al exterior. El frío seguía marcando unas temperaturas muy bajas para esa época del año.</p> <p>Observó el rostro de Kara a su lado. En ese instante, estaba muy lejos de él. Su mirada estaba perdida, y él hubiese dado todo lo que tenía en ese momento en el bolsillo para saber en qué pensaba la mujer de la que estaba locamente enamorado.</p> <p>—Bueno O´Brien doy por hecho que has venido en transporte público -se guaseó Kara, una vez fuera del edificio—. ¿Te acerco a alguna parte?</p> <p>—A decir verdad —dijo Marc caminando a la altura de Kara—, necesito un consejo femenino. Quizás tú puedas ayudarme.</p> <p>Kara se detuvo unos instantes mientras buscaba las llaves del coche en el fondo del bolsillo del abrigó. Sopesó la oferta de Marcy y se dijo a sí misma que era mujer de correr riesgos a diario. ¿Por qué no, uno más?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Caminaba con paso ligero y algo distraído. El sonido del claxon de un coche al pasar la calle con semáforo en rojo, lo sacó de su aturdimiento. Ni siquiera pidió disculpas, tampoco se paró a escuchar al conductor que casi lo atropella y quien gritaba malhumorado improperios desde la ventanilla de su vehículo. Cruzó a grandes zancadas hasta alcanzar la acera y sin demora siguió hacia su destino.</p> <p>Seguía instrucciones del Maestro. No debía demorarse en su misión, si quería llevarla con éxito. El día señalado se acercaba y las agujas del reloj giraban en su contra.</p> <p>La policía no tardaría en relacionar la Iglesia Cristiana de Cambridge con los asesinatos cometidos en las últimas semanas.</p> <p>¡Maldita Ofelia Forbes! Ella tan casta a los ojos de la Iglesia y tan puta a los ojos de Dios. Ella que se abría de piernas tan fácilmente a Clark Sloan. Se había preguntado muchas veces en los últimos días por quién lloraría esa zorra. ¿Por su hija muerta que, al igual que ella ambicionaba el poder a través del sexo o por su amante?</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 6</p></h3> <p></p> <p>Kara miró la fachada del edificio y se preguntó para qué quería Marc visitar una floristería. Siguió a Marc y entró tras él. El perfume de las flores invadió sus fosas nasales. Las plantas se diseminaban por todos los rincones de la floristería, dando un aspecto de selva en miniatura. Tras el mostrador, una mujer joven, morena y con una sonrisa risueña despachaba a un hombre que llevaba en su mano un gran ramo de rosas.</p> <p>—Estoy segura de que le van a encantar -dijo la dependienta, dando el dinero de la vuelta al cliente.</p> <p>—Eso espero. Es nuestro primer aniversario y no quisiera defraudarla de ninguna manera —comentó el hombre, guardándose el dinero en el bolsillo.</p> <p>—No lo hará, se lo aseguro. Lleva usted el ramo idóneo para su esposa -respondió la dependienta con una sonrisa en media luna.</p> <p>Kara pudo ver al hombre cuando se giró y percibió en él una cara de satisfacción y orgullo, portando el ramo de rosas como si fuera el abanderado del amor.</p> <p>—¿En qué puedo servirles? —preguntó la dependienta tras el mostrador.</p> <p>—Quisiera un ramo de flores -dijo Marc, mirando indeciso a su alrededor.</p> <p>Kara, en el más absoluto mutismo, puso todos los sentidos en la conversación de Marc.</p> <p>—¿Tiene alguna idea de lo que quiere?</p> <p>—No. A decir verdad, estoy un poco indeciso, quizás podría ayudarme.</p> <p>—Por supuesto, dígame ¿Cómo es ella? —preguntó la dependienta sacando una pequeña libreta del delantal y un bolígrafo para tomar notas.</p> <p>—Es una mujer guapa, segura de sí misma, testaruda pero a la vez muy cariñosa, generosa, alegre, con una pizca de humor y muy hogareña.</p> <p>—Parece una mujer muy especial -dijo la dependienta, mientras escribía la última palabra en su libreta.</p> <p>—Le puedo asegurar que lo es -comentó Marc, dándose la vuelta y buscando a Kara tras de sí.</p> <p>Le encantó ver su precioso rostro sembrado de duda. Sus ojos más abiertos que de costumbre huían de su mirada. Se le notaba incómoda e insegura y eso le encantó.</p> <p>—Espere un minuto, le traeré algo que creo que le va a gustar —y sin más, desapareció por una cortinilla que daba acceso a la trastienda.</p> <p>—Ven, acércate -la invitó Marc.</p> <p>—No sé para qué me necesitas. Te las arreglas muy bien solo -espetó Kara poniéndose a su lado.</p> <p>A él, le supo a gloria el tono de voz de ella.</p> <p>Parecía desubicada e incluso algo molesta.</p> <p>—¿No te gustan las flores, Brown?</p> <p>Ella pareció sopesar la pregunta.</p> <p>—Son bonitas —reconoció sin mucho entusiasmo.</p> <p>—¿Cuál es tu favorita? —preguntó Marc echando una mirada de soslayo hacia la cortinilla.</p> <p>—No tengo ninguna preferencia especial.</p> <p>—Bueno, te lo preguntaré de otra manera. Si alguien te regalase flores, ¿qué flor sería la que te gustaría?</p> <p>—Nadie me ha regalado flores jamás -contestó ella con una mirada inquisitiva.</p> <p>En el instante en el que pronunció esas palabras se arrepintió. No le gustó lo que vio en los ojos de Marc. ¿Lástima?</p> <p>“¿Qué se suponía que hacía allí, con un hombre que había conocido unas días antes comprando flores para otra mujer que quizás ya ocupase parte de su vida?” —pensó con un nudo en el estómago.</p> <p>En tenso silencio se rompió cuando la dependienta apareció tras la cortina con un ramo de lirios en la mano.</p> <p>—Espero que le gusten. Son lirios blancos. Representan la pureza, la inocencia y la alegría. ¿Qué le parecen?</p> <p>Kara puso los ojos en blanco.</p> <p>No se encontraba cómoda entre ese arco iris de flores. No le gustó sentirse extraña, huérfana de un sentimiento que no podía describir.</p> <p>—Está bien. Es perfecto. Me llevaré el ramo ha sido usted muy amable y muy profesional. Muchas gracias.</p> <p>Marc no le volvió a pedir opinión a Kara, porque en ese momento comprendió algunas cosas. Ella no podía dar algo que no había conocido e incluso para ella podía ser inexistente el amor.</p> <p>La florista curvó sus labios en una vacilante sonrisa y se dispuso a adornar el ramo con esmero.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>—Hemos llegado -dijo Marc con tono jovial.</p> <p>—¿Y se puede saber dónde estamos, profesor?</p> <p>Desde que habían salido de la floristería, Kara se había mantenido distante con él, más de lo que Marc hubiese deseado. Anhelaba a la mujer locuaz, apasionada y con carácter. En vez de ello la mujer que estaba sentada tras el volante, era fría y calculadora, disfrazando sus sentimientos con una mirada azul y glacial.</p> <p>—Es la casa de mis padres. Bueno y de mis hermanos.</p> <p>Kara se volvió hacia él despacio, como si quisiera evaluar la situación mientras giraba el cuello, con el ceño fruncido lo miró taladrándole con la mirada.</p> <p>—¿Voy a conocer a tu familia y no me dices nada? —preguntó ella incrédula.</p> <p>—¿Qué hay que preguntar? Te puedo asegurar que mi familia es gente corriente.</p> <p>—Pues, por ejemplo si me apetece venir, ¿no crees?</p> <p>—Hubieses dicho que no, por esa razón he obviado la pregunta.</p> <p>Ella achicó los ojos sin llegar a comprender la situación.</p> <p>—¿Te estás burlando de mí? ¿Y si yo no deseo conocerlos? —preguntó ella nerviosa.</p> <p>—En primer lugar, jamás me burlaría de ti. Y en segundo lugar hasta que no los conozcas, no los juzgues. Si mi familia no te gusta, te prometo que jamás tendrás que volver a pisar esta casa.</p> <p>—¿Cuántos hermanos tienes?</p> <p>—Dos. Patrick y Katy, la más pequeña.</p> <p>Kara miró tras la ventanilla. A pesar de que estaba puesta la calefacción, sintió un frío que la recorrió de la cabeza a los pies.</p> <p>Marc pudo notar que las manos sujetaban con fuerza el volante hasta tal punto que los nudillos se tornaron blancos de la presión que estaba ejerciendo.</p> <p>Se compadeció de ella. Estaba luchando en su interior, algo se estaba rompiendo, algo la estaba desequilibrando y deseó con todas sus fuerzas ser él, ese algo.</p> <p>Le gustaba el barrio residencial, todas las casas formaban una hilera, eran pequeñas, sencillas pero parecían acogedoras. Se parecían mucho a la casa de Susan, a la casa con la cual ella soñaba en la cama de su apartamento cada noche.</p> <p>Con un pequeño jardín bien cuidado en la parte delantera y la valla de color azul a juego con la fachada de la casa. Las ventanas destacaban por un marco pintado de amarillo a su alrededor. El tono rojo del tejado le daba un aspecto de casa de cuento de hadas.</p> <p>La mano de Marc sobre su pelo la sobresaltó y dio un respingo. Él no apartó la mano, sino todo lo contrario. La dirigió a su tirante moño, jugó con su pasador hasta que lo desató y lo dejó caer. El cabello de ella se convirtió en una cortina dorada. Con un suave movimiento, le apartó el pelo de la cara. Ella no se atrevió a moverse por miedo a que el hechizo del momento se rompiese. El primer cosquilleo de deseo no se hizo esperar y comenzó a sentir punzadas en la zona baja de su vientre Su cerebro comenzaba a lanzar señales de retirada, pero al parecer su cuerpo no correspondía.</p> <p>Marc sintió que la respiración de Kara comenzaba a aumentar de ritmo. Él tomó su barbilla con las manos para mirarla a sus ojos azules, velados por el deseo.</p> <p>—¿Para quién son las flores? —preguntó ella indecisa.</p> <p>Marc supo distinguir la vacilación en la voz de ella. Se preguntó cuánto valor había tenido que reunir ella para formularle esa pregunta.</p> <p>—Son para mi madre -respondió él sin dilación.</p> <p>—¿Le regalas a menudo lirios blancos a tu madre?</p> <p>—Ya me gustaría. Pero hoy es un día especial. Es su cumpleaños.</p> <p>—¿Y quieres que vaya a su casa en un día tan señalado? —dejó escapar un sonido estrangulado y prosiguió hablando—. ¡Ni hablar! ¡No pienso entrar! Las reuniones familiares por aniversarios o navidades, no van conmigo.</p> <p>—A mí, me gustaría que entrases conmigo y que conocieras a mi familia -dijo Marc sin perder la paciencia.</p> <p>—Además, no tengo ningún regalo para ella -comentó Kara mirándolo con gesto sombrío.</p> <p>Él soltó una risa ahogada. La fortaleza de Kara iba cayendo por momentos sin darse cuenta ni ella misma.</p> <p>—Te puedo asegurar que mi madre no te tendrá en cuenta que no le hayas traído un regalo -dijo él pausadamente.</p> <p>Enredó los dedos entre su pelo.</p> <p>Marc recorrió su rostro con la mirada y se movió despacio, muy despacio, acercándose a los labios de ella. Su contacto fue suave e íntimo al principio. Ella entreabrió los labios en forma de invitación. Gimió y ese sonido lo volvió loco de deseo. Se colocó oblicuamente para atrapar mejor su boca.</p> <p>Disfrutaba de su sabor, de su textura hasta límites insospechados. Su boca era delicada e increíblemente excitante. Finalmente y muy a su pesar, él se apartó e interrumpió el beso.</p> <p>—Para ser un hombre que no quiere complicaciones, no lo haces del todo mal -dijo Kara con la voz agitada.</p> <p>—Una vez que estemos dentro, quiero que recuerdes este beso.</p> <p>Ella lo miró directamente a los ojos sin comprender. A través de sus lentes pudo apreciar una mirada de incertidumbre. Sin más, él abrió la puerta del coche y salió al exterior. Tras el parabrisas, ella vio su alta figura que se acercaba a su puerta. Parecía no haber vuelta atrás, si no quería decepcionarlo. Entraría, saludaría y diez minutos después se despediría. ¿Qué podría perder?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Entró como un cliente más en el hotel “Royal Palace”. Pasó de largo la recepción. No quería preguntar a ningún empleado para que luego le recordasen y diesen una descripción exacta de él a la policía. Sacó el teléfono móvil del bolsillo y marcó rápidamente varios números. Esperó respuesta por la otra línea y mientras tanto se mezcló entre el gentío de clientes que paseaban por el hall.</p> <p>Una voz se escuchó a través del teléfono.</p> <p>—¿Dónde estás?</p> <p>—Ya estoy en el hotel.</p> <p>—¿Has venido solo?</p> <p>—Sí. Fue eso lo que acordó con el Maestro, ¿no?</p> <p>—Sí. Ese fue nuestro acuerdo -respondió una voz impaciente.</p> <p>—Sube a la suite del ala norte, no te pares ni hables con nadie.</p> <p>—De acuerdo.</p> <p>Un clic en la línea dio por finalizada la conversación.</p> <p>Guardó el teléfono en el bolsillo, cruzó cabizbajo el hall de un extremo al otro y se dirigió a uno de los dos ascensores que subían al ala norte. Presionó el botón en el cual se leía ático, mientras esperaba a que una mujer de unos sesenta años se colocara a su lado. La mujer vestía de una forma sofisticada, con una túnica de atrevidos colores que le llegaba hasta los tobillos y un turbante en la cabeza. Le pareció irónico que una mujer de raza blanca vistiese con estilo. “A decir verdad, parece un árbol de navidad” -pensó de tantas joyas que lucía en el cuello y en los dedos de las manos. Entre sus brazos protegía a un caniche blanco. Éste, orgulloso, levantaba la cabeza mirando desafiante a todas las direcciones.</p> <p>El perro estiró el cuello para olisquearle el brazo. Él se apartó sin fingir cierto recelo al animal.</p> <p>La mujer lo miró con desaprobación y pasó cariñosamente la mano por la cabeza de su mascota.</p> <p>Lo pensó mejor. Estaba harto de esperar y aguantar las excentricidades de los ricos, así que se encaminó a la puerta de servicio y decidió subir por las escaleras. El ejercicio era bueno para el cuerpo y el alma. No pensó en los cientos de escalones que le esperaban hasta llegar al ático. Simplemente, comenzó su ascensión.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Susan volvió a besar la frente de Sally. Estaba caliente. La fiebre continuaba subiendo. Sentada en la cama, la niña se amoldaba a su regazo, sin atisbo de esa alegría propia de ella.</p> <p>Se sintió culpable cuando fue a recogerla al colegio esa tarde y su profesora le comentó que la niña se había puesto indispuesta hacía aproximadamente una hora.</p> <p>Estaba claro que el día no estaba siendo para nada como ella lo había imaginado. Estaba agotada, los párpados se le cerraban a cada momento pero no se permitía tal concesión porque cada vez que cerraba los ojos aparecía aquel empleado de la cocina, mofándose de ella. La rabia la consumía por dentro, no tenía que haberse ido, sino darse la vuelta y decirle todo lo que pensaba de su estúpida actitud.</p> <p>Sally se removió inquieta en sus brazos, y ella comenzó a cantar una nana en voz baja, para calmarla. La niña al sentir la voz melódica de su madre volvió a relajarse y en pocos minutos, su respiración pasó a ser profunda y rítmica.</p> <p>Susan pensó en sus padres que vivían en California. Siguiendo el sueño de su padre de trasladarse allí, una vez que se hubiera jubilado como agente inmobiliario, trabajo que había realizado durante los últimos treinta años.</p> <p>Sabía que podía recurrir a ellos. No tenía la menor duda de que si los llamaba, en unos días ellos estarían en Boston para ayudarla con la educación de Sally.</p> <p>Al morir Nick, sus padres le propusieron el mudarse con ella e incluso la invitaron a vivir en su casa de California.</p> <p>Ella declinó ambas ofertas. Necesitaba estar sola y superar el dolor, enfrentarse a la realidad de una vida sin Nick. No se arrepentía de su decisión, Kara siempre había estado a su lado, y eso la reconfortaba.</p> <p>Pasó de nuevo la mano por la frente de Sally. La temperatura parecía que iba disminuyendo. Besó a su hija cariñosamente en la mejilla y pensó que no necesitaba a nadie, lo más importante de su vida, lo tenía entre los brazos. Se dejó llevar por el cansancio, cerró los ojos y obvió de su pensamiento la figura de un hombre alto y de origen hispano.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>No supo cómo había podido ocurrir, pero se enamoró de la familia O`Brien en el mismo momento que puso un pie en la casa.</p> <p>Una mujer menuda y pelirroja salió a su encuentro. Era una réplica de Marc, pero en versión femenina. No se podía negar de dónde había heredado Marc sus genes. Sus ojos maternales se detuvieron en el ramo que llevaba Marc en la mano. La ternura invadió su mirada y con los brazos abiertos recibió a su hijo. Le dio dos besos, uno en cada mejilla.</p> <p>—Imagino que son para mí -dijo mientras cogía el ramo de lirios.</p> <p>—Felicidades, mamá.</p> <p>Marc le pasó el ramo y ella sumergió la nariz en los lirios llenándose con su fragancia.</p> <p>—Son realmente hermosos -dijo su madre echando una mirada de soslayo a la mujer que acompañaba su hijo—. ¿No vas a presentarnos?</p> <p>—Por supuesto, mamá —se disculpó Marc-. Ella es Kara Brown.</p> <p>—Kara, te presento a mi madre, Claire -dijo, apartándose hacia un lado y dejando paso a Kara.</p> <p>—Felicidades, señora O´Brien. Es un placer conocerla.</p> <p>—El placer es mío, créeme Kara, —dijo con una sonrisa sincera en los labios mientras miraba a su hijo—. Eres bienvenida a nuestra casa. Por favor, dame el abrigo y pasa, te presentaré al resto de la familia.</p> <p>Kara se despojó del abrigo e imitó a Marc, colgándolo en un perchero situado tras la puerta principal.</p> <p>Estaba nerviosa, las manos le sudaban. No era su entorno y estar en un terreno desconocido la hacía estar en alerta.</p> <p>Se sobresaltó al sentir la mano de Marc en su espalda. Percibió una corriente eléctrica que comenzó en el cuello y se detuvo en la zona donde Marc tenía depositada la mano No estaba acostumbrada al contacto de otras personas. Éste ignoró su tensión y la guio por un pasillo que comunicaba con diferentes estancias de la casa. No podía hacer nada para evitar esa sensación desconocida que invadía su cuerpo cada vez que Marc la tocaba y eso realmente la desconcertaba.</p> <p>Intentó relajarse pero le fue imposible. Llegaron al salón. En él, un hombre de mediana edad estaba sentado cómodamente en el sillón viendo embelesado un partido de béisbol en la pantalla del televisor.</p> <p>—Alan, tenemos visita -repuso su esposa con el ramo aún entre las manos.</p> <p>El hombre giró el cabeza, movido por la curiosidad. Al ver a Kara, se levantó precipitadamente y se dirigió a ella con la mano extendida.</p> <p>—Es un placer conocerla, señorita...</p> <p>—Kara Brown -dijo ella, estrechándole la mano.</p> <p>El hombre se giró hacia su esposa con mirada interrogativa.</p> <p>Caire le sonrió.</p> <p>—Será mejor que vaya a buscar un jarrón para este precioso ramo. No quiero que se estropee, y de paso, llamaré a Patrick y a Katy para que conozcan a Kara.</p> <p>Alan O´Brien era un hombre alto, robusto y a pesar de su edad, aún mantenía su mata de pelo oscuro salpicado por mechones grises. No había rastro de calvicie en su cabeza, sus ojos eran negros y expresivos.</p> <p>Se produjo un silencio tenso, que inmediatamente Marc supo romper.</p> <p>—¿Quién va ganando? —preguntó Marc señalando el televisor.</p> <p>Alan pareció relajarse al ver que la conversación tornaba a un campo que conocía perfectamente.</p> <p>—Los Boston Red Sox, la victoria va a quedar en casa.</p> <p>Kara escuchó voces. Se volvió despacio y con cautela. En el umbral de la puerta apareció Claire, acompañada de sus otros dos hijos.</p> <p>—Katy, saluda a la señorita O´Brien.</p> <p>Katy, al igual que Marc y su madre era pelirroja y tenía los ojos claros. Su nariz y mejillas estaban salpicadas por graciosas pecas. Kara calculó que no debía tener más de quince años. La joven se acercó hasta ella con una bonita sonrisa en los labios.</p> <p>—Es un placer conocerla, señorita Brown.</p> <p>—Lo mismo digo, Katy, puedes llamarme Kara.</p> <p>Katy pasó tímidamente al lado de Kara y se echó a los brazos de su hermano.</p> <p>Marc la acogió y la rodeó, depositó un beso fraternal en la frente de su hermana y le revolvió el pelo con un gesto cariñoso.</p> <p>Kara miraba la escena embelesada. Katy era una adolescente feliz, rodeada de personas que la querían y protegían. Tenía suerte de pertenecer a una familia que cuidaba de ella.</p> <p>Alguien carraspeó y la mirada de Kara se desvió al lugar donde se encontraba Claire con su otro hijo.</p> <p>—Bueno, como veo que nadie me presenta, lo haré yo mismo. Soy Patrick, el hermano que queda relegado en segundo plano.</p> <p>Kara no pudo más que sonreír al oír el comentario.</p> <p>Patrick no se parecía en Marc en nada. Era el vivo retrato de su padre. Alto, moreno, ojos negros. Sus músculos le decían que su profesión estaba relacionada con el ejercicio activo.</p> <p>—Marc es el primogénito y es el bueno, Katy la pequeña y se lleva la palma y yo... bueno...</p> <p>—Patrick... -le interrumpió su madre- no aburras a Kara con tus argumentos familiares.</p> <p>—Patrick es militar. Ahora está de permiso por unos días en casa -señaló Katy.</p> <p>—¿Y tú Kara, a que te dedicas? —preguntó Patrick.</p> <p>—¿Eres modelo? -interrumpió Katy.</p> <p>Kara pensó que por muchos años que pasasen, las adolescentes seguían teniendo los mismos sueños.</p> <p>—No. Soy detective de homicidios. Trabajo en el departamento de policía de Boston.</p> <p>Kara escuchó algunas exclamaciones ahogadas a su alrededor. Katy se volvió hacia Marc con los ojos abiertos como platos.</p> <p>—¿Tienes una novia policía? —preguntó asombrada.</p> <p>—No es mi novia, Katy -dijo, mirando a Kara directamente a los ojos.</p> <p>—¿No salís juntos? —preguntó Patrick midiendo las oportunidades que tenía con una mujer como Kara.</p> <p>—No. Somos amigos -comentó Marc. Él la observaba calladamente de pie, muy quieto.</p> <p>Kara no se sintió cómoda escuchando eso de los labios de Marc. ¿Le hubiera gustado que él la implicase más en su vida? No estaba muy segura de lo que deseaba realmente.</p> <p>—Bueno, creo que para mí eso es una buena noticia. Quizás podríamos quedar algún día para tomar una copa - dijo Patrick intentando sacar partido a la situación.</p> <p>Marc paseó su mirada de Kara a Patrick. No eran necesarias las palabras, entre hombres siempre había un código secreto que solo ellos sabían descifrar. Patrick pudo leer en los ojos de su hermano: “¡Cuidado, es mía!”.</p> <p>Claire había parido a tres hijos y una madre conocía a la perfección a cada uno de ellos, por eso sabía cuándo se aproximaba un vendaval de testosterona. No le pasó desapercibida la mirada de Marc a su hermano.</p> <p>Esa mujer parecía importante a su hijo, pero ella necesitaba saber cuánto. Tenía por delante un evento familiar para descubrirlo.</p> <p>—Katy, ¿por qué no le enseñas a Kara la casa mientras yo termino en la cocina?</p> <p>A Katy le entusiasmó la idea.</p> <p>—Claro que sí.</p> <p>—¿Si puedo ayudarla en algo, señora O´Brien?</p> <p>—Llámame Claire. No te preocupes Kara, ve con Katy.</p> <p>Kara buscó a Marc con la mirada, y éste asintió.</p> <p>Ella le dedicó una leve sonrisa y salió con Katy del salón.</p> <p>—Marc, ¿me ayudarías con la ensalada?</p> <p>—Claro que sí, mamá.</p> <p>Marc sabía que había llegado la hora del interrogatorio materno.</p> <p>—Bueno papá están todos ocupados, solo nos queda ver terminar el partido, ¿no crees? —dijo Patrick antes de que su madre le diese otra de sus obligaciones.</p> <p>Alan palmeó a su hijo en la espalda cuando pasaba por su lado. Conocía lo suficiente bien a su esposa para saber que no quería interrupciones, mantener a Patrick ocupado viendo el partido, era su misión.</p> <p>Padre e hijo se sentaron en el sillón.</p> <p>—Una mujer guapa, ¿eh?</p> <p>Patrick chasqueó la lengua e intentó poner en orden sus pensamientos.</p> <p>—Más que guapa, papá. Es preciosa.</p> <p>Patrick maldijo para sí la suerte de su hermano.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>—Es muy guapa -dijo Claire a su hijo mientras pelaba unas zanahorias para la ensalada.</p> <p>Marc curvó un poco los labios mientras lavaba la lechuga bajo el grifo. Su madre iba directa al grano, no cabía la mínima duda, estaba intrigada. Desde Melanie no había presentado a ninguna mujer a su familia y de eso, hacía más o menos un año.</p> <p>—Sí, es una mujer muy atractiva.</p> <p>—¿Tenéis algún tipo de relación? —preguntó su madre distraídamente, cortando las zanahorias en tiras muy finas.</p> <p>Marc escurrió la lechuga y sacó un cuchillo de uno de los cajones superiores situados a su derecha.</p> <p>—No. Ya os lo he dicho, solamente somos amigos.</p> <p>Claire dejó las zanahorias sobre la encimera y miró directamente a su hijo. Había algo más, lo intuía.</p> <p>Marc colocó la lechuga sobre una tabla de madera y se dispuso a cortarla al estilo juliana.</p> <p>—Marc, te conozco. Si no estás enamorado de ella ya, no tardarás en hacerlo, lo veo en tu mirada.</p> <p>—No es para mí, mamá, podemos compartir los mismos gustos pero te aseguro que no los mismos valores —dijo Marc, cortando la lechuga y echándola a una ensaladera-. Yo me puedo pasar horas leyendo un libro y disfrutando de cada página, Kara es diferente. No puede estar quieta. Necesita acción en su vida, algo de lo que yo carezco.</p> <p>—Pareces conocerla bien. Marc, eres mi hijo y te quiero. No es bueno esconderse tras los sentimientos, a veces, hay que arriesgarse y atrapar lo que te brinda la vida, por escaso que sea.</p> <p>Claire apoyó la mano en el brazo de su hijo e hizo que se girara, quedando frente el uno del otro. —Melanie se marchó. En un momento de vuestra vida, decidió dejar atrás su pasado.</p> <p>—Mamá...</p> <p>—Lo sé. Sé lo que me vas a decir, que hace años que ya eres mayorcito y que no necesitas que nadie te sermonee, pero una madre no puede evitar hacerlo aunque lo pretenda, espero que lo comprendas -dijo, secándose las manos en el delantal y cogiendo de nuevo el cuchillo.</p> <p>Marc suspiró y pensó en Melanie.</p> <p>Estudiaron juntos la carrera. Ella era una alumna brillante, hija de un abogado muy reconocido en Boston. Se habían sentido atraídos desde el primer momento, pero nunca se atrevieron a dar el paso de consolidar su relación.</p> <p>Años más tarde, se encontraron en una reunión de antiguos alumnos de la facultad. Ambos estaban solteros, sin compromisos. Melanie había roto su relación sentimental con unos de los socios del bufete de su padre.</p> <p>Recordó como esa noche ella bebió más de la cuenta. Marc, percatándose de la situación, se ofreció a llevarla a su casa. Llamaron un taxi y en volandas la subió hasta el segundo piso. Una vez dentro, la depositó en la cama, su primera intuición era salir de allí y llamarla a la mañana siguiente para preguntarle por su estado. Ni siquiera, recordaba en qué momento se besaron o en qué instante ella yacía desnuda bajo su cuerpo. Había atracción sexual, no cabía duda de ello. Se fueron a vivir juntos y durante un par de meses las cosas parecieron ir bien, hasta que un día, encontró una nota sobre la cama donde le decía que necesitaba estar sola, conocerse a sí misma y labrarse un futuro fuera de Boston, donde nadie la conociese por su apellido.</p> <p>No supo más de ella. Quedó desolado y durante meses se culpó de no darle a Melanie lo que se merecía. Su familia fue su mejor apoyo para superar su ruptura sentimental.</p> <p>Pero el mes de diciembre del año anterior, el destino cruzó sus caminos en una librería. Ella había venido a pasar las vacaciones navideñas a casa de sus padres y estaba comprando sus últimos regalos antes de Navidad. Se había casado con un diplomático y era madre de gemelos.</p> <p>¿Cuántas veces se había preguntado si había estado enamorado?</p> <p>Ya no importaba. La herida estaba de nuevo abierta y parecía no haber cicatrizado.</p> <p>Recordó que en cierta manera Kara y Melanie eran muy parecidas.</p> <p>—No es Melanie —le dijo su madre, como si le estuviese leyendo el pensamiento.</p> <p>Kara admiraba la vitalidad de Katy. ¿Realmente tenía ella esa energía a los quince años? Seguramente sí, pero no lo recordaba. En el centro de acogida, la adolescencia se vivía de otra manera.</p> <p>Recorrió toda la casa de la mano de Katy. Debía decir que el gusto de Claire, a la hora de decorar la casa, era sencillo, pero muy práctico.</p> <p>Se sintió cómoda y poco a poco se iba relajando mientras escuchaba a una Katy parlanchina y entusiasta.</p> <p>—Y esta era la habitación de Marc —comentó Katy abriendo una puerta—. Bueno, a veces se queda a dormir cuando viene a cenar y se hace tarde.</p> <p>Kara entró despacio, evaluando el interior. Era una habitación sencilla. La cama perfectamente hecha y cubierta por una colcha gris estaba en el centro, custodiada por ambos lados por dos mesillas de noche.</p> <p>De las paredes, al igual que en su despacho, colgaban algunos diplomas. Junto a ellos, varias estanterías soportaban el peso de varios libros, muchos de ellos de un grosor considerable.</p> <p>Le llamó la atención una fotografía en blanco y negro. En ella se apreciaba un paisaje con una pequeña casa de madera protegida por una valla de troncos de árboles. La casa parecía sacada de uno de los cuentos de los hermanos Grimm.</p> <p>Katy se acercó a ella por detrás.</p> <p>—Es la casa de mis abuelos maternos, en Irlanda.</p> <p>—Es realmente preciosa -logró decir Kara, pasó un dedo por la fotografía acariciando la casa—. ¿Viven tus abuelos aún en ella?</p> <p>Katy asintió.</p> <p>—Mis abuelos todavía viven, aunque son muy mayores. Yo no los recuerdo, los conocí cuando tenía tres años. Ha sido la última vez que hemos visitado Irlanda, Marc no descarta volver algún día.</p> <p>Kara sonrió e imaginó a Marc caminando por esos grandes y vastos pastizales. No desentonaba en absoluto. Ahora comprendía mejor por qué no quería una relación con ella. La meta de él se encontraba al otro lado del Atlántico, muy lejos de Boston.</p> <p>Eran una familia muy ruidosa. Todos hablaban a la vez de diferentes temas y todos parecían entenderse.</p> <p>Kara los observaba embelesada. Nunca había compartido mesa con una familia numerosa y se preguntó si todas actuarían de la misma manera.</p> <p>Se sentía observada por todos ellos, pero no le importaba. Era una extraña y evaluaban su forma de expresarse. Quizás el más directo era Patrick.</p> <p>Debía reconocer que era un hombre muy atractivo, con un cuerpo musculoso que no pasaba desapercibido. Si antes no hubiese conocido a Marc, seguramente él sería uno de su colección de amantes de una sola noche. Pero Marc se había colado en su vida sin previo aviso, la había cogido desprevenida. En ese instante, comprendió el beso y las palabras de Marc en el coche, antes de entrar en la casa. Ese beso lo revivía su mente constantemente e incluso aún podía apreciar el sabor de él en su boca. Solo había cabida para Marc.</p> <p>Marc la escrutaba con disimulo. La cena le estaba gustando, no cabía duda. Había repetido dos veces del puré de patata. Sonreía y cuando lo hacía se le iluminaban los ojos como si fueran dos luceros. Escuchaba y asentía, opinaba poco pero se le veía disfrutar.</p> <p>Su familia estaba cómoda con ella en la mesa. Patrick la observaba con interés, pero no le culpaba, Kara era una mujer hermosa.</p> <p>Sintió una sensación desconocida para él y se percató de que eran celos. Si Kara aceptaba la invitación de su hermano para tomar una copa, alguno de los días de los cuales él estuviese de permiso, no pondría objeción o acaso no había sido él el que le había dicho a Kara que no quería complicarse la vida.</p> <p>Pero tenía que reconocer que la idea no le gustaba en absoluto.</p> <p>Con el postre llegaron las velas. Su madre se levantó miró a cada uno de los miembros de su familia, incluyendo a Kara. Cerró los ojos y sopló con fuerza. Los aplausos no se hicieron esperar y todos cantaron al unísono la clásica canción de cumpleaños feliz.</p> <p>Claire se emocionó. No siempre podía tener a sus tres hijos reunidos alrededor de la mesa.</p> <p>Estaba siendo un cumpleaños muy especial. Estaba feliz. Había cumplido un año más pero todos sus sueños la rodeaban.</p> <p>Pensó en Marc y en la conversación mantenida en la cocina. Deseaba que encontrase la felicidad pronto, que se dejase llevar por esos sentimientos que los agarrara con fuerza y que no los dejara galopar libremente.</p> <p>Estaba enamorado de Kara, solo había que ver como la acariciaba con su mirada, y ella le correspondía con tímidas sonrisas.</p> <p>La hora de la despedida fue igual de ruidosa, se abrazaron, se dieron besos en las mejillas y la invitaron a pasar el día de San Patricio con ellos. Kara no había aceptado pero tampoco se había negado, había dejado la propuesta en el aire. Su trabajo no conocía horarios.</p> <p>En el recibidor, Marc le ayudó a ponerse el abrigo, y ella estaba encantada. Como mujer, en algunas ocasiones la gustaba sentirse mimada.</p> <p>Observó que Marc se ponía su abrigo.</p> <p>—¿Te llevo algún sitio?</p> <p>—Te acompaño a casa.</p> <p>—Tengo el coche aparcado en la acera de enfrente, no hay problema, además, por si no lo recuerdas, soy policía, estoy armada y puedo ser muy peligrosa -comentó ella con un tono burlón.</p> <p>—Mi madre me mataría a charlas sobre cómo hay que tratar a las mujeres si no te acompaño a casa, y te aseguro que no estoy dispuesto a arriesgarme. ¿Lo comprendes?</p> <p>Kara asintió divertida.</p> <p>Abrieron la puerta y un viento helado les hizo ajustarse el abrigo más a sus cuerpos, la niebla no dejaba ver a más de dos pasos de distancia, verdaderamente marzo era un mes frío.</p> <p>Subieron al coche y Kara giró la llave y arrancó. El sonido del motor invadió la calle. Ya era tarde y no se veía a nadie por los alrededores.</p> <p>Se mantuvieron en silencio. Marc observaba en la ventanilla su propio reflejo, su imagen se distorsionaba al paso de las luces que iluminaban las calles de Boston.</p> <p>Kara conducía rápido y con precisión, segura de sí misma y al cabo de unos minutos llegaron a su destino. Ella aparcó el coche cerca de su portal, extrajo su arma de la guantera bajo la atenta mirada de Marc. Ambos descendieron del coche taciturnos.</p> <p>—¿Te apetece subir? —preguntó ella, elevando la vista y mirándolo directamente a los ojos.</p> <p>La mirada de Marc era indescifrable. Ella temió una negativa, tragó saliva e intentó deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.</p> <p>Los segundos se alargaban de tal manera que Kara comenzaba a perder la paciencia.</p> <p>—Sí. Subiré contigo.</p> <p>A la hora de meter la llave en la cerradura, Kara intentó controlar el temblor de las manos. Se escuchó un clic y la puerta se abrió. Marc dejó paso a Kara y ambos comenzaron a subir las escaleras.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>No hubo palabras, ni se hicieron promesas. Sólo se miraron intensamente con anhelo, como lo habían estado haciendo durante toda la velada, con la diferencia de que esta vez estaban solos. Nadie perturbaría su momento.</p> <p>Marc se acercó y recorrió con su pulgar los labios de Kara. Ella se dejó llevar. El tiempo y el espacio parecían haber desaparecido. Su cuerpo temblaba, se sentía volar a su lado. Marc ascendió su caricia hasta la mejilla y se detuvo allí, en la profundidad de su mirada.</p> <p>En ese instante, comprendió que toda resistencia era inútil. Lo fue desde el primer momento que la vio con aquel lápiz entre los labios sentada frente a su ordenador.</p> <p>Se sumergió en sus ojos color cobalto que lo atravesaban como hierro candente. Se aproximó despacio y con cautela a sus labios y atrapó suavemente con los dientes su labio inferior. Kara se tambaleó, estremecida de puro deseo. Dio dos pasos atrás y topó con la pared. Sintió la mano de Marc recorrer su espalda. Allí, por donde pasaba dejaba una sensación de calor que la enardecía.</p> <p>Marc saboreó los labios deleitándose, esculpiendo con su lengua los contornos de su boca.</p> <p>El corazón de Kara latía a una velocidad prodigiosa contra su pecho.</p> <p>Nunca había sentido algo así, la sensación arrolladora de ser amada, de ser deseada.</p> <p>Temblaba exaltada por la cercanía de Marc. Sus manos recorrían su cuerpo despacio, sin prisas, deleitándose con cada curva, incitándola a acercarse más a él.</p> <p>Marc levantó la boca para rozar su cuello largo y esbelto. Kara gimió excitada. Buscó a tientas la camisa de Marc y comenzó a desabrocharla. Cuando la camisa se abrió en dos, Kara no esperó, pasó su mano por su torso. Su piel estaba ardiendo. Ascendió y descendió por los costados con ambas manos y le sintió estremecerse. Desabrochó el cinturón y acto seguido, el botón del pantalón. Sintió que él dejaba de respirar por unos segundos. Sacó los faldones de la camisa para facilitar el acceso al interior de sus pantalones, introdujo la mano y se encontró con su protuberancia firme y dura.</p> <p>Marc apoyó las manos contra la pared, a ambos lados de la cabeza de Kara intentando controlarse. Esa mujer era puro fuego. Si seguía así, ese asalto no duraría ni cinco minutos. Más de un año sin practicar sexo tenía sus inconvenientes. Apretó la mandíbula e intentó relajarse unos segundos, sin éxito alguno.</p> <p>Descendió despacio las manos buscando la textura de su cabello, inclinó la cabeza y enterró el rostro en su larga mata de pelo y respiró profundamente... Olía a limón y a lavanda. Sus manos siguieron descendiendo hasta toparse con la línea de sus senos, la ayudó a quitarse el jersey y Marc palideció cuando vio el encaje blanco del sujetador cubriendo sus pechos. A través de la fina tela palpó con el dedo pulgar sus erguidos pezones. Kara se estremeció y se mordió el labio inferior, ese gesto hizo que Marc se apresurara a quitar la barrera existente entre ellos, sus pechos quedaron expuestos. Él quedó sorprendido por su belleza. Descendió y capturó con su boca un pezón. Kara creyó morir de puro placer. Nunca había sentido de esa manera, estaba aturdida y mareada por el contacto de la boca Marc.</p> <p>Éste le bajó los pantalones y se los quitó sin dificultad. A través de sus braguitas, notó su hendidura húmeda. La recorrió varias veces con el dedo hasta que ella se arqueó hacía él, buscando lo que su cuerpo tanto ansiaba.</p> <p>Una ola de calor se precipitaba por todo su ser. Él le separó un poco las piernas con las rodillas y de un salto la acomodó en sus caderas, mientras ella se abría para él. Marc arrancó de un tirón su ropa interior y quedaron carne contra carne.</p> <p>No aguantaría más, lo sabía. Acercó los labios al oído de ella.</p> <p>—Kara, cariño, necesitamos protección...</p> <p>Ella asintió, pero no se movió ni un ápice. Seguía con la cara hundida en el cuello de él y sus largas piernas rodeándole la cintura.</p> <p>Marc se estaba volviendo loco al verse a los dos desnudos. No veía el momento de estar en su interior, de penetrarla y dejarse llevar.</p> <p>Marc se retiró un momento y la miró directamente al rostro, besando sus labios delicadamente.</p> <p>—¿Estás seguro? —murmuró suavemente sobre sus labios.</p> <p>—Kara, no me has escuchado. Me muero por estar dentro de ti.</p> <p>Ella pareció entender en ese preciso instante, porque estiró un brazo y le señaló un cajón del armario del recibidor.</p> <p>Después de eso, no hubo tiempo para más. Marc la penetró y comenzó a empujar, primero con movimientos suaves y rítmicos hasta que sintió que Kara se estrechaba en su interior, llegando jadeante al clímax. No pensó más, solo sintió y se movió dentro de ella varias veces, cada vez con más fuerza y profundad, hasta que un espasmo lo llevó a un abismo y llegó su propio orgasmo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Kara abrió los ojos desorientada. Sintió una mano suave y firme sobre su vientre, se giró despacio y se encontró con el rostro de Marc, plácidamente dormido sobre la almohada. Recordó la noche anterior y sintió una leve presión entre sus muslos. Se habían dormido tarde, no recordaba las veces que habían hecho el amor ni en qué momento habían llegado a la cama fundidos el uno por el otro.</p> <p>Levantó la mano y acarició suavemente su pelo rojo. Kara nunca creyó que ese hombre delgado y larguirucho fuese un amante tan maravilloso y tuviese tanta resistencia en la cama.</p> <p>Se encontraba distinta. Por lo general ella nunca llevaba hombres a su casa, era ella la que iba a casa de ellos o alquilaban una habitación de un hotel. No le gustaba despertarse en los brazos de sus amantes. Antes de que amaneciera, ella se vestía en silencio y descalza abandonaba la habitación. No quería ningún tipo de conexión con ellos. No intercambiaba ni direcciones, ni teléfonos con nadie. Por experiencia, sabía que a la larga era lo mejor.</p> <p>Entonces, ¿qué la había llevado a invitar a Marc a su casa?</p> <p>El no tener respuesta para eso la puso nerviosa. Había roto una de sus reglas más sagradas y no sabía lo que iba a ocurrir a continuación.</p> <p>Intentó obviarlo pero no resultó. Allí estaba él, al otro lado de la cama, con un semblante dulce y relajado.</p> <p>¿Cuál era el paso a seguir ahora?</p> <p>Bien se podría levantar, se ducharía y se iría a trabajar, le dejaría una nota, eso estaría bien y la próxima vez que se vieran decidirían como adultos qué hacer. Incluso podían quedar como amigos o quizás volver a repetir una impresionante experiencia sexual como la de anoche.</p> <p>También, podría despertarlo y decirle que lo de anoche había estado magnifico. Eso inflaría su ego como un globo y seguramente él no tendría problemas en marcharse.</p> <p>Claro, que quedaba otra cuestión ¿y si era él quien no quisiera tener ningún tipo de relación con ella, el que se vistiese despacio y en silencio y no quisiera volver a verla?</p> <p>Intentó ignorar su desilusión pero no lo consiguió. ¡Dios! Ese hombre le importaba más de lo que ella creía reconocer.</p> <p>Estaba tan asustada que tenía el corazón en un puño, se dijo a sí misma que no quería sentir, que no quería sufrir... Se incorporó despacio en la cama, se llevó las rodillas al pecho y apoyó la frente en ellas.</p> <p>Así la encontró Marc cuando despertó. Parecía un ovillo, protegiéndose del exterior. Se la veía asustada y nerviosa. ¿Se arrepentiría de lo sucedido durante la noche? Dios, esperaba que no.</p> <p>Ella, presintiendo que Marc estaba despierto, ladeó la cabeza y sus miradas se encontraron irremediablemente.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Susan se despertó varias veces a lo largo de la noche. Su hija dormía a su lado, la pequeña se encontraba mejor pero sus mejillas aún estaban rosadas, a causa de la fiebre. La apartó el pelo de la cara con sumo cuidado, para no despertarla. Sally no se movió. Su respiración le decía que estaba profundamente dormida. Pobrecilla, debía estar agotada tras una noche tan agitada.</p> <p>Miró el reloj. Eran las cinco y media de la mañana. En el espacio de una hora debería estar en el trabajo.</p> <p>Era domingo y en un principio contaba con su vecina, la señora Brandon, una mujer agradable y cariñosa, para que cuidase de la niña los fines de semana pero casualidades de la vida, ese fin de semana en concreto, la señora Brandon tuvo que marcharse precipitadamente. Su hija Megan había sufrido un accidente de coche y aunque no revestía gravedad, la mujer quedó más conforme en ir a visitarla y pasar unos días en Fitchburg, Massachusetts, junto a su hija y acompañarla en su convalecencia.</p> <p>El destino se cruzaba de nuevo en su vida, cogió el teléfono y marcó el número de Kara, tras un par de señales de llamada, un agudo pitido se escuchó por el auricular, el teléfono estaba fuera de línea.</p> <p>“¡Qué raro!”, pensó, pero no le dio importancia, Kara era una mujer ocupada y aun siendo domingo, seguramente estaría trabajando.</p> <p>Bien, no quedaba otra alternativa. Llevaría a Sally al hotel. Allí hablaría con la señora Grant y le preguntaría si cabría la posibilidad de trabajar media jornada o con un poco de suerte, tener el día libre. Quizás entre ambas pudiesen buscar una solución a un domingo de lo más extraño.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Marc la observó en silencio buscando algún indicio de arrepentimiento en su rostro, pero lo desterró inmediatamente de su mente, cuando se vio envuelto en su mirada azul.</p> <p>“¡Dios! Era aún más preciosa por las mañanas con el pelo revuelto y su aspecto adormilado” -pensó, acodándose en el colchón.</p> <p>—¿Has dormido bien? —preguntó ella algo insegura.</p> <p>—Bueno, el rato que he dormido, lo he hecho profundamente -contestó él con una sonrisa fácil e ingenua.</p> <p>Kara asintió despacio.</p> <p>—Será mejor que me levante y me vista. En menos de una hora tengo una reunión con Jason y como bien sabes, no le gusta demasiado esperar -retiró las sábanas a un lado y puso un pie fuera de la cama.</p> <p>—¿Es tu forma de habitual de actuar? ¿Haces el amor con un hombre toda la noche y luego dices que tienes una reunión de trabajo y desapareces de la escena sin más?</p> <p>Kara movió los hombres inquieta.</p> <p>—Marc, no lo hagas más difícil de lo que es —cogió ella un extremo de la sábana y lo arrugó con la mano. A Marc, no le pasó desapercibido el gesto.</p> <p>—Mira, ha sido una noche maravillosa...</p> <p>—Pero... -la interrumpió él.</p> <p>—No es fácil para mí, Marc -dijo Kara, hablando con voz tensa y baja-. Tengo miedo de rodearme de gente y que luego desaparezcan sin más... Tienes una familia maravillosa, ayer en tu casa me sentí feliz, en un escenario atípico y disfruté de todos y cada uno de ellos -se sentó más erguida y se cubrió con la sábana-, pero si me agarro a la realidad solo sé que fue una ilusión óptica, un momento extraordinario que yo nunca podré tener. Es mejor, no dejarte llevar por los sueños y tener los pies en la tierra.</p> <p>—Kara, mi familia son de carne y hueso, no son ninguna fantasía. Existen. Ayer hablaste con ellos, cenaste con ellos, reíste con ellos...</p> <p>—Son tu familia Marc, no la mía.</p> <p>—Kara... escucha.</p> <p>—No Marc, escúchame tú a mí —exclamó ella en un tono suave y frío—. Intento no recordar mi pasado, ¿comprendes? Pocos saben de dónde provengo, pero creo que te mereces una explicación -observó a Marc callado y atento a sus palabras—. Mi madre era una drogadicta que conseguía la droga a través del sexo. Siempre había algún hombre por casa, al principio los enumeraba y así no me equivocaba con los nombres. Cuando el número alcanzó la veintena dejé de contar, porque no sabía qué número seguía al veinte.</p> <p>Era demasiado pequeña y pasaba desapercibida e imaginaba quién de ellos pudiese ser mi padre. Solía mirarme en un espejo a menudo y entonces comparaba las facciones de mi rostro con las de ellos. Nunca supe quién era mi verdadero padre. Supongo que ahora me alegro, pero de niña era frustrante. Mi madre siempre estaba dormida en la cama o el sofá. ¡Qué más daba si estaba despierta, no había mucha diferencia al respecto!</p> <p>Pronto empecé a valerme por mí misma. A los ocho años ya cocinaba y limpiaba la casa, en la medida de mis posibilidades. Aprendí a pasar desapercibida cuando notaba que las miradas de esos hombres se detenían más intensamente en mí que en mi madre.</p> <p>Iba al colegio e intentaba estar lo menos posible en casa pero en invierno hacía frío y no me quedaba más remedio que aislarme en mi habitación, atenta a cualquier movimiento sospechoso detrás de la puerta de mi habitación...</p> <p>Kara se volvió hacía Marc y descubrió que su rostro se había vuelto glacial.</p> <p>—No era fácil, pero con el paso de los años mi técnica se perfeccionó. Hasta que cumplí los catorce años. Mi cuerpo ya no era el de una niña. Se estaba transformando: los pechos aumentaban de tamaño, las caderas se ensanchaban y las curvas se acoplaban magistralmente a mi físico.</p> <p>Una noche oí unos pasos que se acercaban a mi habitación. En un principio pensé que era mi madre pero me equivoqué. Escuché girarse el pomo de la puerta, me escondí bajo las mantas pensando que allí debajo estaría más segura, que estaría protegida de la realidad. Aún siento el estupor y la sensación de frío que me produjo cuando las mantas se despegaron bruscamente de mi cuerpo...</p> <p>—Kara, no es necesario que continúes, si no lo deseas.</p> <p>—Nunca se lo he contado a nadie. Ni siquiera a Susan, aunque creo que se lo imaginaba. ¿Sabes? —sonrió lentamente—. No puedes imaginarte lo que es sentirse indefensa, cien kilos frente a cuarenta y cinco.</p> <p>Grité, de tal manera que mi garganta ardía. Llamé a mi madre, pidiéndole ayuda. Aun sabiendo que era posible que no acudiese a mi rescate, le supliqué, Marc —Kara meneó la cabeza al recordarlo—. No era más que una niña.</p> <p>—¿Te violó? —preguntó Marc con un tono de voz apagada.</p> <p>Kara negó con la cabeza.</p> <p>—Y no porque no lo intentara, algún vecino debió escuchar mis gritos de auxilio, porque al poco tiempo llegó la policía.</p> <p>—¿Qué ocurrió después, Kara?</p> <p>Marc observó como ella tenía la mirada vacía, oyó como tomaba aire y se preparaba para continuar.</p> <p>—Todo pasó demasiado deprisa. Mi madre yacía muerta en su cama, me imagino que esa fue la razón por la cual él intentó aprovecharse de la situación. Supongo o quiero creer que mi madre no lo hubiese permitido -su garganta emitió un sonido agudo—. Había muerto de una sobredosis... Tenía treinta y cuatro años... No culpo a nadie ni siquiera la culpo a ella. Comprendo que fue víctima de las circunstancias y de una sociedad poco comprensiva con las personas con dependencia a las drogas. Me imagino que lo intentó hacer lo mejor posible, pero que no fue suficiente —exhaló otro suspiro—. Fue ese día cuando conocí a Jason, no era más que un agente novato. No hacía más de un año que había salido de la academia. Recuerdo que fue el primer rostro que vi después de que me quitasen a ese energúmeno de encima. Me envolvió en una manta y fue él, en persona quien me trasladó al hospital. De allí fui a un centro de acogida hasta que cumplí los dieciocho años. No volví a ver a Jason -sonrió para sí misma— hasta el día que tuve que abandonar el centro de acogida. Como posesión sólo llevaba unos dólares y algunos de los regalos que alguien anónimo dejaba siempre por Navidad y el día de mi cumpleaños. Nunca supe quién era pero le estaré gratamente agradecida toda mi vida. Al abrir la puerta principal, una de las asistentes me entregó un papel con una dirección. En él se podía leer la dirección de la Academia de Policía y de Jason, uno de los profesores que estaba impartiendo clases en ese momento. Traspasé la puerta, regresé al mundo cruel que había dejado años atrás. No me malinterpretes —ella se giró hacía Marc con una expresión intranquila-, fui más feliz en el centro de acogida que en mi casa. Decidí que sería buena idea ser policía. Parecía que el destino ya había decidido por mí, de esta manera podría evitar que otra niña pasara por mi situación. No es fácil, pero intento dar lo máximo de mí en cada caso. Cómo verás no tengo tiempo para tener una familia —su risa sonó hueca a los oídos de Marc.</p> <p>—Yo estoy aquí, Kara.</p> <p>Ella asintió despacio.</p> <p>—Sí. Al igual que lo estaba Nick. Y ahora está muerto porque no supe proteger a mi compañero, a mi amigo, a mi hermano.</p> <p>Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Kara, Marc atravesó la cama apresurado y la sostuvo entre sus brazos. Hasta ese momento se había mostrado distante, dejando el espacio que Kara parecía necesitar. La meció como si fuera una niña pequeña. Ella estalló en un sollozo profundo. Lloró por su infancia, por la niña que nunca llegó a ser. Lloró por su madre muerta esa noche. Lloró por Nick y por su avenir que nunca llegó.</p> <p>Las palabras de consuelo de Marc llegaban a sus oídos como un bálsamo de paz. Comenzó a hipar. Nunca había llorado en brazos de otra persona, nadie la había abrazado como lo hacía Marc en ese instante y las lágrimas parecían llevarse la carga de tantos años de silencio. El dolor comenzó a disiparse y sintió la necesidad de besarle, de sentirse viva a través de su cuerpo, de demostrarse a sí misma que ya no estaba herida de muerte.</p> <p>Alzó la cabeza y buscó sus labios. Marc parecía reticente al principio, pero al ver su mirada comprendió que Kara necesitaba ser amada.</p> <p>Unió sus labios a los de ella y la besó suave y lentamente, para más tarde profundizar en el beso, dejándose llevar por las sensaciones que transmitía la mujer que tenía entre sus brazos.</p> <p>La habitación estaba envuelta por una luz pálida. Sólo el enredo de sus cuerpos entre las sábanas y sus jadeos rompían el silencio reinante.</p> <p>El teléfono sonó, una, dos, tres veces.</p> <p>—Por favor, no permitas que nadie nos interrumpa -susurró Kara al oído de Marc.</p> <p>Él estiró el brazo y descolgó el auricular. Buscó a tientas el cable y lo desconectó de la pared.</p> <p>—Gracias -musitó ella, ciñendo sus piernas en torno a su cintura.</p> <p>Kara escuchó decir algo a Marc pero sus palabras se volvieron ininteligibles cuando la boca de él se desplazó desde sus pechos hasta su vientre. Ella sostuvo la respiración, al sentir un latido insistente entre sus muslos.</p> <p>Él descendió despacio, saboreando cada centímetro de su piel. Pasó su boca por el monte de venus hasta toparse con su sexo húmedo, la escuchó gemir cuando la abrió con sus dedos y la acarició con su lengua. Le separó más las piernas y se colocó entre ellas. No necesitaba más preliminares, ambos estaban deseosos de ser consumidos por la pasión, por lo que la penetró rápidamente. Kara gritó, a causa del estremecimiento que la recorría por todo el cuerpo, se aferró a los hombros de él, al sentir el primer espasmo de placer. Marc continuó moviéndose con destreza dentro de ella, hasta que sintió que su propio orgasmo llegaba a su fin.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Susan pagó al taxista que se detuvo frente a la puerta principal del hotel “Royal Palace”. Llevaba a Sally de la mano. La niña se había despertado mejor y no había rastro de la fiebre de la noche anterior.</p> <p>—¿Adónde vamos, mami?</p> <p>—Cariño, este es el lugar donde trabaja mamá.</p> <p>La pequeña miró primero a su madre intrigada y luego elevó la vista hasta perderse en la altura de los pisos del hotel. ¿Su madre trabajaba en un edificio tan alto? Quizás esa era la razón por la cual, ella venía tan cansada últimamente a casa.</p> <p>En la puerta se encontraron con un hombre de raza negra vestido de uniforme y gorra que las saludó con una gran sonrisa, enseñando una gran hilera de dientes blancos. A Sally le pareció simpático desde el primer momento que lo vio.</p> <p>Su madre se paró varios minutos con él, pero ella no entendía de qué hablaban. El hombre la miraba y asentía a cada palabra que su madre decía.</p> <p>—Cariño, este es el señor Redman. Te cuidará mientras yo voy al encuentro de la señora Grant, no tardaré, te lo prometo.</p> <p>—¿La señora Grant? —repitió Sally—. ¿Quién es la señora Grant, mami?</p> <p>Susan se puso a la altura de su hija, sonrió al ver su carita con el ceño fruncido.</p> <p>—La señora Grant es la gobernanta del hotel. Digamos, para que lo entiendas, que es mi jefa.</p> <p>Los labios de la niña formaron una O perfecta y asintió con la cabeza.</p> <p>—El señor Redman es muy amable de quedarse contigo unos minutos, ¿comprendes? Debes ser obediente y responsable.</p> <p>Sally levantó la vista hasta el hombre de los dientes blancos. No le gustaba estar con desconocidos, pero para su madre parecía ser importante aquello, así que accedió. Si se lo proponía podía ser una niña muy buena.</p> <p>Su madre depositó un beso en su cálida mejilla y desapareció tras las grandes puertas de cristal del hotel.</p> <p>—Bueno, Sally, ¿qué me cuentas? Hasta que venga un nuevo cliente tengo tiempo de charlar contigo.</p> <p>Sally se sintió importante. Ese hombre quería hablar con ella y no perdió oportunidad, así que comenzó a parlotear. Si hay alguien dispuesto a escuchar, ¿para qué perder el tiempo con juegos?</p> <p>Susan estaba desesperada. Llevaba más de quince minutos buscando a la señora Grant. Primero se dirigió a su despacho. Estaba vacío. Todo el mundo parecía haberla visto pero no había rastro de ella.</p> <p>Subió a la novena planta y recorrió el angosto pasillo con puertas a cada lado. Intentó no hacer ruido, muchos de los clientes aún dormían. Al fondo vio una puerta abierta. Por fin se dirigió a la claridad con pasos ligeros. Al llegar al umbral, golpeó suavemente la puerta y esperó con impaciencia.</p> <p>Como respuesta apareció la figura de su compañera Lisa.</p> <p>La desilusión en el rostro de Susan fue palpable.</p> <p>—Vaya, por tu cara deduzco que no soy la persona que buscas.</p> <p>—Lo lamento Lisa. No quería ser desagradecida pero busco a la señora Grant. ¿No la habrás visto, verdad?</p> <p>Lisa se quitó los guantes con aire ausente.</p> <p>—No hace más de cinco minutos que ha pasado por esta planta.</p> <p>Susan soltó un suspiro de desesperación.</p> <p>—¿No te habrá dicho a dónde iba, verdad?</p> <p>Lisa negó con la cabeza.</p> <p>—Lo siento, Susan. ¿Ocurre algo malo? —preguntó su compañera viendo el semblante de preocupación de Susan.</p> <p>—Ya te contaré más despacio otro día. Es importante que la encuentre ahora, necesito hablar un tema personal con ella.</p> <p>—Quizás si llamamos a recepción puedan decirnos dónde localizarla.</p> <p>—Eres un genio, Lisa. ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes?</p> <p>Ambas se dirigieron al teléfono situado sobre una de las mesillas, iban a descolgar y marcar cuando apareció la gobernanta tras ellas.</p> <p>—Susan.</p> <p>Susan se giró sorprendida.</p> <p>—¡Ah... señora Grant, la andaba buscando! Necesito hablar con usted, verá...</p> <p>—Susan -la interrumpió la gobernanta—, ¿tienes una hija que se llama Sally?</p> <p>El rostro de Susan palideció por momentos.</p> <p>—¿Qué... qué ha ocurrido?</p> <p>—Será mejor que bajes a la cocina, el chef quiere hablar contigo.</p> <p>—¿Y Sally? —preguntó Susan angustiada, cuando pasó al lado de la señora Grant.</p> <p>—Cocinando.</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 7</p></h3> <p></p> <p>Ofelia Forbes seguía sentada en el banco tras la homilía. Como cada domingo, acudía a la iglesia. Últimamente creía necesitarlo más que nunca.</p> <p>Su matrimonio estaba roto, mucho antes de que su hija muriera o de que Clark apareciera en su vida. Cuando Natalie murió, fue Clark quien la consoló, quien la escuchó y quien le hizo ver la luz a través de la oscuridad que se cernía sobre ella. ¿Cuántas promesas incumplidas había en su vida? ¡Tantas que no podía enumerarlas!</p> <p>Si Clark estuviese vivo, ella no estaría sentada en ese mismo instante en el banco de la iglesia... Se habría fugado con él. Hubiese comenzado una nueva vida lejos del dolor, la desolación y un matrimonio roto por el paso de los años.</p> <p>Estaba sumergida en sus pensamientos y no escuchó llegar al hombre que se acercaba por su derecha.</p> <p>Su voz le sobresaltó de tal manera que dio un brinco y se llevó la mano al pecho, allí pudo sentir que su corazón palpitaba rápidamente.</p> <p>Tras esos segundos de confusión, comprobó que era el diácono, un hombre más bien joven, que vestía ropas holgadas. Su pelo estaba rapado al milímetro, parecía más alto que la media. Ofelia lo conocía bien, pues llevaba en su puesto y a las órdenes del reverendo Abbott desde que era un niño. De pronto, se percató de que él estaba a la espera de una respuesta.</p> <p>—Disculpe, estaba inmersa en mis pensamientos y no he oído su pregunta. ¿Sería tan amable de repetirla?</p> <p>El diácono hizo un gesto de resignación.</p> <p>—Le preguntaba si deseaba hablar con el reverendo Abbot. Él se encuentra en este instante en la sacristía, atendiendo a unos feligreses, pero me ha encomendado decirle que no tardará si desea hablar con él -dijo, levantando más el tono. Su voz resonó entre las paredes, retumbando por el templo.</p> <p>—Es usted muy amable. Dígale que le esperaré en el confesionario.</p> <p>El diácono asintió y según Ofelia se retuvo más de lo que exigía el decoro, escrutándola. Cuando ella creyó que iba a tener que tomar cartas en el asunto y darle una lección de buenas maneras, el diácono dio varios pasos atrás y se giró, alejándose de ella, sin mediar palabra.</p> <p>Se levantó del banco despacio como si toda la carga del mundo recayera en sus hombros. Se dirigió despacio, sin prisas al confesionario. Al llegar a su altura, se arrodilló y entrelazó sus manos y apoyó la frente en ellas. No fue consciente del tiempo, hasta que la voz del reverendo Abbott interrumpió sus pensamientos a través de la celosía de madera.</p> <p>Ofelia suspiró y comenzó a hablar despacio y cerró fuertemente los ojos intentando concentrarse en las palabras amontonadas en la cabeza. No era fácil expiar sus pecados, pero al menos lo iba a intentar.</p> <p>—Ofelia, hija -dijo el reverendo Abbott—, ¿qué pecado oculta tu corazón?</p> <p>—Padre - le tembló la voz a Ofelia—, esta mañana le he confesado a mi marido en medio de una trifulca de gritos y de acusaciones mutuas, como suele ocurrir tan menudo últimamente, que le fui infiel, que amé a otro hombre...</p> <p>—¿Cuál fue su reacción? —preguntó el reverendo preocupado.</p> <p>—No hubo ninguna reacción, padre.</p> <p>¿Cómo?...—repuso incrédulo—. ¿Le dices a tu marido que le has sido infiel y él como respuesta, guarda silencio?</p> <p>El reverendo Abbott, más nervioso de lo acostumbrado y con el ceño fruncido, miró a través de la celosía. Allí, de rodillas y con las manos entrelazadas a modo de oración, vio a la mujer asentir cabizbaja.</p> <p>Conocía el desliz de Ofelia. Ella se lo había confesado semanas atrás, antes de la muerte de su amante. Él estuvo en desacuerdo de inmediato con semejante situación. La hizo prometer que se olvidaría de ese hombre, que no lo volviese a ver y que se centrase en su marido como mujer católica y practicante que era. Comprendía que de alguna manera a esa mujer, desbordada por el dolor y sin rumbo en una vida marcada por la desgastada alta sociedad y la política, pero eso, no le daba derecho a romper sus votos matrimoniales. Ofelia no cumplió y siguió viendo a su amante. Ello quedó claro para el reverendo en ese momento. Para ella no había sido un simple desliz. Creía encontrarse enamorada de un hombre que como él sabía muy bien, utilizaba a las mujeres para subir en la escala social.</p> <p>Cuando Ofelia le confesó su nombre, él hizo sus propias averiguaciones y descubrió que esa relación no era buena para nadie, incluido él.</p> <p>Escuchó el sollozo de la mujer y sus elucubraciones cesaron de inmediato.</p> <p>—No me deja marchar, padre.</p> <p>—Tu deber como esposa es estar junto a él.</p> <p>—Ya no nos une nada. Natalie era nuestro nexo de unión. Ahora que ella se ha ido... —los sollozos se intensificaron y su voz quedó quebrada en la última frase.</p> <p>—Te recuerdo Ofelia, que juraste ante Dios unos votos matrimoniales que no se pueden romper. Sé que no lo quieres oír, pero él tiene razón, debes pertenecer a su lado hasta que la muerte os separe.</p> <p>Nada más pronunciar estas palabras se arrepintió. Ofelia era una mujer débil e insegura, y él sabía que el suicidio podría rondar por su cabeza.</p> <p>Ella pareció obviar esa última frase porque continuó hablando de su marido.</p> <p>—Las elecciones del ayuntamiento son el año que viene. Necesita una mujer “florero” a su lado. Su meta es convertirse en alcalde.</p> <p>El reverendo Abbott se pellizcó el puente de la nariz pensativo. Esa información ya la conocía él de primera mano, pero por diferentes fuentes.</p> <p>—Ofelia, ¿qué vas a hacer?</p> <p>—No lo sé. No tengo a dónde ir. No tengo familia cercana a la cual acudir, y él me ha asegurado que si me voy, no veré un solo dólar. Si me marcho, es posible que él no alcance su objetivo, pero le aseguro que yo tampoco. Sin dinero y sin nadie que me respalde, porque de eso se encargará mi marido. Es difícil que pueda emprender una nueva vida lejos de aquí.</p> <p>—Busca en tu interior. Estoy seguro de que ahí hallarás la respuesta adecuada.</p> <p>Ofelia se levantó despacio. Le dolían las rodillas, pero suponía que eso era una pequeña penitencia que debía pasar. Un frío le atenazó el cuerpo. Estaba cansada. A decir verdad, se encontraba agotada. No quería coger su coche ya que no se veía con fuerzas para conducir. Tras pensarlo mejor, decidió llamar un taxi.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Susan respiró aliviada al ver a su hija. Allí estaba, en la cocina del hotel, sentada en un taburete alto y siendo participe del mejor de los manjares: tarta de chocolate y un gran vaso de leche.</p> <p>Se la veía bien e incluso se atrevería a decir que estaba feliz. Sus labios estaban manchados por el chocolate, y en el superior se había formado un pequeño arco de color blanco. Estaba disfrutando.</p> <p>Susan intentó apaciguar los nervios. El recorrido desde la novena planta hasta el entresuelo había sido espantoso. Por su mente pasaron cientos de imágenes, unas mejores que otras pero ninguna buena.</p> <p>Intentó serenarse. No quería presentarse ante su hija hecha un manojo de nervios. La niña no tenía culpa de nada. Si había a alguien a quien responsabilizar, sería a ella misma. No era fácil ser madre y padre al mismo tiempo. ¡Sabía Dios! que se lo proponía cada mañana pero a la hora de acostarse se iba a la cama con la impresión de que había vuelto a fracasar.</p> <p>Respiró hondo y se enderezó. Su preciosa niña estaba bien, eso es lo que contaba en ese momento. Ya tendría tiempo más tarde de analizar con más detenimiento lo sucedido.</p> <p>Fue a dar el primer paso para avanzar, cuando de repente se quedó inmóvil: muy cerca de Sally se encontraba aquel cocinero de pacotilla, el mismo que la había echado de la cocina ayer con aguas destempladas.</p> <p>Un momento, ¿realmente era él? Susan achicó los ojos, intentando visualizar mejor al hombre que estaba con su hija. No, no podía ser el mismo. Éste estaba sonriendo y sus labios se curvaron más hacía arriba, cuando Sally le comentó algo al oído; sus ojos brillaban y en ellos se podía apreciar una pizca de humor. Imposible. No, definitivamente no era él. El hombre que ella recordaba era tosco, malhumorado y muy irritante.</p> <p>—Mami, mami -la voz de Sally la sacó de su aturdimiento. La pequeña se bajó con cierta dificultad del taburete y corrió hacía ella con los brazos abiertos—. ¡Has venido!</p> <p>El corazón de Susan estalló de ternura, su pequeña, su vida. Se puso de cuclillas y la recibió con un gran abrazo.</p> <p>—Sally, me has dado un susto de muerte, tenías que quedarte con el señor Redman. No deberías estar correteando de un lado para otro, puede ser peligroso. ¿Comprendes?</p> <p>Susan alzó la mirada al frente y se topó con los ojos del cocinero irritante. Sin duda era él, esa mirada era inconfundible.</p> <p>Se puso nerviosa en el instante que le vio acercarse, cogió a su hija en brazos y sin pretenderlo, la utilizó de escudo.</p> <p>—Sally ¿es su hija? —preguntó él con un tono de voz más elevado de lo que pretendía.</p> <p>Susan, acercó a la niña más aún a su cuerpo.</p> <p>—Sí, me gustaría pedirle disculpas, espero que Sally no le haya ocasionado ninguna molestia.</p> <p>Él pareció obviar la disculpa.</p> <p>—¿Pierde a su hija a menudo u hoy era un día especial?</p> <p>Susan abrió desmesuradamente los ojos por el comentario. ¡Cómo se atrevía ese cocinero de tres al cuarto a juzgarla!</p> <p>—¿Qué le da derecho a decirme algo así?</p> <p>—No me malinterprete, señora...</p> <p>—Llámeme Susan -respondió ella con decisión.</p> <p>—Bien Susan. Verá, Sally se ha perdido en un momento de confusión del personal con un cliente del hotel un poco exigente.</p> <p>Ha sido un poco intrépida, tenía hambre y su olfato la ha traído hasta la cocina.</p> <p>Susan reprimió un suspiro de frustración. La pequeña se removió inquieta en el regazo de su madre.</p> <p>Era el momento de huir. Su madre no estaba contenta y muy cerca le esperaba una tarta de chocolate deliciosa.</p> <p>Ante la insistencia de Sally, Susan dejó a su hija en el suelo. La niña supo que era su oportunidad. Salió disparada, y a media carrera se paró en seco, se giró y observó la cara de enfado de los adultos. Iba a tener problemas, así que lo mejor era sacar su mejor faceta. Así que puso cara de niña buena, aleteó sus grandes pestañas de forma exagerada y se llevó las manos a la espalda, contoneándose de un lado a otro.</p> <p>Sí, estaba dando resultado. Tanto su madre como el señor que hacía unas tartas maravillosas comenzaron a sonreír. Se acercó despacio a ellos y buscó en su garganta la voz que tantos problemas le quitaba de encima.</p> <p>—Señor, no se enfade con mi mamá. Anoche, estaba enferma y mamá me ha cuidado mucho tiempo.</p> <p>Había dado resultado otra vez: su mamá tenía los ojos brillantes y el señor le sonrió de nuevo.</p> <p>De acuerdo. No era necesario perder más tiempo, se dio la vuelta rápidamente y corrió hacia la tarta.</p> <p>—Lo lamento de verás. Si fuera tan amable de decirme dónde está el chef... Creo que le debo una disculpa —dijo Susan tratando de que no le temblara la voz.</p> <p>—Está hablando con él.</p> <p>Susan levantó la cabeza de golpe. El día iba de mal en peor. Deseó con todas sus fuerzas de que la tragara la tierra. Sin duda, estaba despedida.</p> <p>Anthony observó con detenimiento a la mujer que tenía ante sí. Se la veía cansada. Bajo sus ojos se apreciaba una zona más oscura que confirmaba lo que la niña había dicho.</p> <p>—Sally, parece encontrarse mejor -dijo él, esforzándose por mantener una expresión neutra.</p> <p>—Sí, los niños se recuperan rápido. Por supuesto aún hay que vigilar la fiebre, pero espero que mañana ya se encuentre mejor para ir al colegio - cruzó Susan los brazos alrededor de su cintura-. Verá, no hemos empezado con buen pie, lo reconozco...</p> <p>—¿Sally no tiene padre?</p> <p>—¿Cómo dice...? —preguntó Susan algo desorientada.</p> <p>—Espero que no me crea un impertinente -se disculpó Anthony—. Simplemente me ha extrañado que no fuera su padre quien se hiciese cargo de la niña si tenía que venir usted hoy a trabajar.</p> <p>—No se preocupe. Para su información, soy viuda...y como le iba diciendo...</p> <p>—Debe ser difícil -la interrumpió él- educar a una hija, usted sola.</p> <p>Susan desvió la atención a Sally. No había dejado nada en el plato. La tarta había desaparecido en menos de cinco minutos. La risa de la niña invadió la cocina, uno de los ayudantes la tenía en brazos, removiendo con una gran cuchara el interior de una cazuela.</p> <p>—No. Como usted bien dice, no es fácil —alegó ella con aire ausente.</p> <p>—¿Tiene que trabajar?</p> <p>Ella parpadeó varias veces hasta que comprendió la pregunta iba dirigida a ella.</p> <p>—Sí. Desgraciadamente, no me queda otro remedio. Se acerca el día de San Patricio y hay muchas reservas.</p> <p>—¿No tiene a nadie quien cuide de la niña?</p> <p>Él sabía que no era de su incumbencia, pero le gustaba aquella mujer. Más que gustarle, la deseaba desde la primera vez que la vio, y ahora que sabía que era viuda, ese deseo se intensificó.</p> <p>—Generalmente, se ocupa la señora Brandon pero su hija ha sufrido un accidente de tráfico y...</p> <p>—Comprendo -la volvió a interrumpir Anthony.</p> <p>¿Por qué le estaba dando ella explicaciones?</p> <p>Anthony sopesó seriamente la idea que vagaba por su mente.</p> <p>—En ese caso yo me quedaré a su cuidado.</p> <p>Susan arqueó las cejas hacía arriba y trató de asimilar la información, mientras lo miraba de hito en hito.</p> <p>—¿Cómo dice?</p> <p>—Yo cuidaré de ella.</p> <p>—Usted está trabajando. No puede abandonar su puesto así, por las buenas.</p> <p>Él lo sabía, pero confiaba en su gente. Además, la niña era un cielo. El rato que había estado con ella había sido maravilloso.</p> <p>—No se preocupe, estaré encantado. La mayor parte del trabajo está hecho y lo bueno de ser chef, es que tengo buenos ayudantes a mi cargo.</p> <p>—No sé, es todo tan precipitado. Quizás...</p> <p>Sally salió de entre la nada y se interpuso entre ellos.</p> <p>—¡Tony ven! He hecho sopa y está buenísima. ¡Ven a probar un poco! —dijo la niña, cogiéndole de la mano y tirando con fuerza de él.</p> <p>—Sally, cariño, no debes molestar al señor...</p> <p>—Anthony -contestó él divertido.</p> <p>—Pues, que sea Anthony -asumió ella.</p> <p>—No debes molestar a Anthony mientras trabaja.</p> <p>La niña asintió cabizbaja.</p> <p>—Sally, ¿te apetecería quedarte conmigo mientras mamá trabaja?</p> <p>Los ojos de la pequeña se iluminaron.</p> <p>—De verdad, mamá, ¿puedo? Por favor, mamá. Di que sí... ¿Puedo, puedo, puedo? —rogó la niña.</p> <p>Susan buscó la mirada de Anthony, y éste asintió.</p> <p>Dudaba de su cordura, tenía que estar loca para aceptar algo así, pero estaba desesperada y necesitaba el dinero urgentemente.</p> <p>—Está bien. Puedes quedarte con Anthony.</p> <p>La niña comenzó a dar saltos en el aire.</p> <p>—Vamos, tienes que probar la sopa -dijo Sally risueña.</p> <p>—El deber me llama. Será mejor que me marche —comentó él con un tono de guasa en la voz.</p> <p>—Gracias. No sé cómo voy a pagarle.</p> <p>—Creo que dado el caso es mejor que nos tuteemos, ¿no crees? Bueno, por una vez y sin que sirva de precedente, me gustaría que me hiciesen la cena.</p> <p>Susan lo miró perpleja. ¿Por qué le daba la impresión de que había caído en una trampa?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Los agentes Bradlee y Holmes miraban, apoyados en su mesa de trabajo, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, como si de un partido de tenis se tratara, pero en lugar de seguir una pelota, sus ojos observaban con atención la figura Jason Bann, su jefe.</p> <p>—¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó Lucas Bradlee a su compañero.</p> <p>Éste levantó el brazo y miró su reloj.</p> <p>—Aproximadamente una hora.</p> <p>—¿Deberíamos entrar?</p> <p>—¿Estás loco? -respondió Morgan Holmes, echando una mirada de soslayo a su compañero—. Parece un tigre enjaulado dispuesto a atacar al primero que entre.</p> <p>Bradlee levantó los ojos al cielo, perdiendo la paciencia.</p> <p>—Bien, pues ya me dirás qué hacemos. Nos ha hecho llamar hace más de media hora. A cada minuto que pasa está más nervioso, ¿no te parece?</p> <p>Holmes asintió a su compañero sin desviar la vista a la oficina de su jefe.</p> <p>—Esperaremos a Kara, así repartiremos un aluvión de reproches y gritos. Las broncas compartidas son más llevaderas.</p> <p>—¿Sabes algo de ella?</p> <p>—No. Tiene el móvil apagado o fuera de cobertura y el fijo sin línea —respondió Holmes cambiando el peso de un pie al otro.</p> <p>—Eso, no es propio de ella. ¿Crees que estará bien?</p> <p>Holmes, no tuvo que responder. Kara y Marc hicieron su entrada en ese instante. Al ver a los dos agentes, se acercaron a ellos.</p> <p>—¿Cómo está? —preguntó Kara todavía con la respiración agitada.</p> <p>Marc los saludó con un leve movimiento de cabeza.</p> <p>—Enfadado, es poco -respondió Bradlee—. Estábamos esperando a que vinieses y hacer un frente común.</p> <p>—Lamento la tardanza, será mejor que entremos y terminemos con esto cuanto antes.</p> <p>—¿Se puede saber dónde estabas, princesa?</p> <p>—No es de tu incumbencia, Holmes —bramó Kara, al pasar a su lado. Se adelantó y el trío de hombres la siguió.</p> <p>Holmes palmeó la espalda de Marc, cuando llegó a su altura.</p> <p>—Si eres capaz de descongelar ese corazón de hielo, serás mi héroe.</p> <p>Marc se mantuvo en silencio. Pensó en Kara. Su interior no era frío, como pensaban aquellos que la rodeaban y no la conocían bien, sino un volcán dormido.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Jason levantó la voz por enésima vez desde que habían entrado todos a su oficina. Se acercó a una pizarra en blanco situada en la pared del fondo y con un rotulador en la mano, comenzó a escribir en la parte superior los nombres de las tres víctimas.</p> <p>—Nancy Lowell, Natalie Forbes y Clark Sloan —subrayó los tres nombres y se giró—. Decidme ¿qué hay en común entre ellos?</p> <p>Todos callaron unos segundos mirando fijamente la pizarra.</p> <p>—La Iglesia Cristiana de Cambridge —arguyó Kara analizando los tres nombres—. Nancy acudía dos veces por semana a su mercadillo de segunda mano, Natalie Forbes es hija de Ofelia, quien acude con regularidad a los actos religiosos.</p> <p>—Bien —respondió Jason escribiendo en la pizarra las respuestas de Kara—. ¿Y, que me decís de Clark Sloan?</p> <p>—Soltero y un adicto a las esposas de los hombres más influyentes y con más renombre de Boston. Empresario de éxito, aunque sus empresas no estaban pasando ahora por un buen momento. Pero quizás, lo más relevante es que él pagó buena parte de la campaña electoral del alcalde.</p> <p>—Esto va cogiendo forma —escribió Jason con letras mayúsculas la palabra “Iglesia” y “Ayuntamiento” debajo de los nombres de las víctimas.</p> <p>—Y en el ayuntamiento trabaja...</p> <p>—Richard Forbes, esposo de Ofelia y padre de Natalie —le interrumpió Holmes.</p> <p>—Richard Forbes ocupa el puesto de asesor legislativo de la concejalía de hacienda —continuó Kara.</p> <p>—¿No son demasiados nexos de unión? —argumentó Jason.</p> <p>—¿Cabe la posibilidad de que Sloan y Ofelia fuesen amantes? —preguntó Lucas.</p> <p>—No descartamos absolutamente nada. Todas son piezas de un puzzle y de momento, todas las piezas están sobre la mesa.</p> <p>—¿Dónde encaja Nancy? —recalcó Holmes.</p> <p>—No lo sé, pero ten por seguro que lo averiguaremos -señaló Jason con voz dura, pero no cortante.</p> <p>Unos golpes interrumpieron en la puerta. Todos los asistentes a la reunión se giraron para ver a entrar a Esther, una de las secretarias del departamento forense.</p> <p>—Pase, Esther, por favor —dijo Jason levantando la mano.</p> <p>—Disculpen... Señor Bann, le traigo el último informe forense que me pidió.</p> <p>—Gracias Esther, es usted muy amable. Lo estaba esperando.</p> <p>La secretaria zigzagueó entre las sillas y entregó en mano una carpeta al capitán.</p> <p>La secretaria al salir guiñó un ojo a Bradlee. Éste sonrió con disimulo. A Holmes no le pasó desapercibido el gesto y dio un codazo de complicidad a su compañero.</p> <p>—Marc, ¿puedes ir leyendo este informe, por favor? Me gustaría saber qué piensas sobre él. Tu opinión puede esclarecernos algunos puntos.</p> <p>Marc se levantó. Hasta entonces no había pronunciado palabra. No quería interrumpir. No siempre uno podía ser testigo de una reunión de agentes federales. Se levantó y tomó la carpeta que Jason le ofrecía, la abrió y le echó un rápido vistazo, por encima a las primeras páginas. Lo que más le llamó la atención fueron los símbolos celtas dibujados a pie de página, a su lado unas fotografías. En ellas se podía apreciar con detalle el grabado en la piel humana.</p> <p>Pudo apreciar que los símbolos eran diferentes, uno lo compartían las mujeres. El de Clark era distinto, pero no menos importante.</p> <p>Eran símbolos muy conocidos en la cultura celta, uno representaba una espiral, estaba grabado en el cuerpo de Natalie y Nancy, el otro era una cruz cerrada dentro de un circulo.</p> <p>—Tras varios estudios preliminares el forense ha podido esclarecer los símbolos impresos en los cuerpos —recalcó Jason mirando a Marc.</p> <p>—¿Me permite? —preguntó Marc, cogiendo el rotulador con la mano y dirigiéndose a la pizarra.</p> <p>—Todo tuyo -respondió Jason, sentándose al extremo de su mesa.</p> <p>Marc dibujó ambos símbolos, uno al lado del otro.</p> <p>La voz de Marc fue callando las voces de los agentes, y pronto sintió como cuatro pares de ojos estaban fijos en él. Estaban atentos, conocía bien esa expresión, pocas veces la veía en las aulas, pero cuando lo hacía sacaba su mejor artillería y la lanzaba a sus alumnos a modo de nombres y fechas.</p> <p>—Este símbolo -dijo refiriéndose a la espiral— que comparten Natalie y Nancy, según los celtas representa al sol en su máxima expresión. Para los celtas este símbolo no tenía ni principio ni final, lo que significa que un ciclo comenzaba cuando otro terminaba, simbolizando de esta manera, la vida eterna, razón por la cual es muy frecuente en los túmulos funerarios. No es casualidad entonces, que los celtas representasen con esta trayectoria en espiral como una ascensión de las almas a una vida futura.</p> <p>—¿Quieres decir que las marcó para que sus almas tuvieran otra vida? —señaló Kara.</p> <p>—Es probable Kara. Si nos ceñimos a los hechos, en este caso hay que interpretar. Según mi criterio, se busca la liberación de las almas encerradas en un cuerpo no factible con la pureza, por eso utiliza el fuego en sus sacrificios, otro culto importante en la cultura celta.</p> <p>—En el caso de Nancy lo puedo entender, era prostituta pero en Natalie Forbes... —comentó intrigado Lucas.</p> <p>—El asesino las trata por igual. Las marca con fuego utilizando el mismo símbolo, eso solo tiene una lectura, se abría de piernas al igual que Nancy. Supuestamente no a la plebe, pero no me cabe duda que sí a los de su clase social —argumentó Holmes.</p> <p>—No sé si esto simplifica más las cosas o por el contrario las complica -recalcó Jason, pellizcándose el puente de la nariz.</p> <p>—Lo que está claro, es que el asesino tiene más información que nosotros. Nos lleva delantera. Si por un casual decide matar otra vez, lo tiene planificado al dedillo y nosotros estamos en ascuas —subrayó Kara con amargura.</p> <p>—¿Y el otro símbolo profesor, qué nos puede decir de él? —preguntó Holmes.</p> <p>—Los celtas lo llamaban la cruz solar representada en su forma más simple, al cruzar dos líneas en ángulo recto, formando una cruz dentro de un círculo. Es probablemente el símbolo espiritual más antiguo del mundo se usaba para la representación del sol, al igual que el de las mujeres —aclaró Marc— y a las cuatro estaciones. Puede decirse también que representa el culto y la protección. ¿Hacía qué? No se sabe.</p> <p>Pero esta cruz ha ido pasando por los siglos como testigo de innumerables hechos históricos y religiosos. Quizás lo más conocido sea la leyenda de San Patricio, la que narra que durante una predicación a una comuna pagana le fue presentada una tabla, representada en ella un circulo simbolizando al dios sol. Patricio hizo la marca de la cruz sobre el círculo y la bendijo dando así origen a la primera cruz celta.</p> <p>Esto, unido al ritual de atravesar el corazón con un puñal denominado “Athame”, un arma blanca de doble filo curvo, que los celtas nunca usaban para cortar algo físico, sino vegetales o raíces de plantas pero que este caso concreto lo ha utilizado para matar. A mi modo de ver, esto es un sacrilegio en toda regla. Aquí el asesino se ha tomado la libertad de convertir la cultura celta en un esperpento —se detuvo Marc y observó con detenimiento a las personas que tenía ante sí. Lo escuchaban con atención, cada uno interpretaba la información a su manera y no le cabía duda de que eran los mejores, sus mentes funcionaban con otro razonamiento—. ¿Alguna pregunta?</p> <p>—Sí, yo tengo una -dijo Lucas, levantando la barbilla—. ¿Crees que cuando el asesino marcó a Sloan, quería protegerlo de algo?</p> <p>Fue Holmes quien contestó.</p> <p>—¿O habría que proteger a la sociedad de un tipo como Sloan?</p> <p>—Tenemos que ir despejando dudas. Marc nos ha dado una clase de teoría. Ahora está en nosotros ponerla a la práctica -argumentó el capitán, levantándose de la mesa y recorriendo el camino marcado por sus pasos de un lado a otro de la oficina.</p> <p>—Puede haber otra interpretación —comentó Kara mirando directamente hacia Marc.</p> <p>Jason se percató de que en los ojos de Kara había un brillo especial, inexistente hasta ese momento. Desvió su mirada a Marc y luego a Kara.</p> <p>“¡Vaya! Marc y Kara juntos”, pensó.</p> <p>La voz de Kara y el murmullo a su alrededor lo sacó de su embelesamiento.</p> <p>—Perdona Kara, ¿puedes repetir lo que has dicho?</p> <p>—San Patricio es pasado mañana. ¿Y si el asesino nos está dando una pista y si decide actuar ese día?</p> <p>Jason Bann sintió un pálpito. En Boston la comunidad irlandesa estaba diseminada a lo largo y a lo ancho de la ciudad, y sus alrededores celebraban la festividad de San Patricio. No quería ni imaginar el cinturón policial que debía activar para proteger a miles de personas vestidas de verde, desfilando por las calles y otros tantos de miles de ciudadanos disfrutando del desfile.</p> <p>Y, lo peor de todo —el dolor de cabeza lo atenazó con fuerza por las sienes—, esa tarde había recibido una llamada del teniente alcalde, Dan Lewis. Quería saber cómo iba marchando el caso. Jason le soltó un discurso programado. No tenía intención de aguantar las gilipolleces de un político que no tenía ni idea de lo que se fraguaba en el departamento de policía. Pero una campanilla sonó en alguna parte de su cerebro.</p> <p>—¡Qué Dios nos proteja!</p> <p>No supo que había hablado en voz alta hasta que sintió que sus agentes y Marc lo miraban con gesto preocupado. Se mesó el pelo y al sentir la boca seca y pastosa, desenvolvió un caramelo y lo metió en la boca, bajo la atenta mirada de los demás.</p> <p>—Esta tarde he hablado con el teniente alcalde. Todas las autoridades tienen previsto cenar en el hotel “Royal Palace”, el día de San Patricio. Si nos tomamos en serio la sugerencia de Kara, cosa que yo hago, tenemos un problema.</p> <p>—El asesino estará en el hotel -musitó Kara.</p> <p>Un silbido rompió el silencio reinante. Marc comprobó que había sido Holmes el causante del agudo sonido. En pocos minutos, todo eran órdenes y prisas.</p> <p>—Bradlee y Holmes quiero que vayáis al “Royal Palace” y reviséis todas las salidas tanto de servicio como de incendios -ordenó el capitán con el auricular del teléfono en la mano—. Necesito un plano del edificio y quiero el nombre y direcciones de todos los jefes, encargados y trabajadores...y lo quiero para ya mismo. ¿Entendido?</p> <p>La orden tuvo su efecto de inmediato, Bradlee y Holmes salieron escopetados por la puerta, aún con la última palabra en los labios de Jason.</p> <p>—Tú, Kara, vendrás mañana conmigo al Ayuntamiento, a ver si somos capaces de convencer a esos políticos de tres al cuarto de suspender la celebración de San Patricio, aunque lo veo difícil. Pero al menos que no nos quede la duda de haberlo intentado— deslizó Jason el dedo índice en una las páginas de la agenda que tenía abierta a la mitad sobre la mesa—. Hazme un favor, Kara. Busca el informe que Bradlee y Holmes han redactado sobre la Iglesia Cristiana de Cambridge. Está clasificado en la “I” en el archivo del final del pasillo, quiero leerlo de nuevo.</p> <p>—Hecho, jefe.</p> <p>Kara salió como una exhalación. Estaba claro que todos estaban metidos en su papel. Sabían cuál era su trabajo y lo hacían bien, a Marc no le cabía la más mínima duda. Se quedó a solas con Jason en la oficina. Jason estaba ocupado, marcando un número de teléfono. Su misión allí había acabado, sería mejor salir de allí como había entrado, en silencio.</p> <p>Ya se encontraba en el umbral, cuando la voz tosca de Jason le detuvo.</p> <p>—Más te vale que no le hagas daño, Marc. Si resulta herida, no te lo perdonaré nunca.</p> <p>Marc se giró con cautela y vio el rostro preocupado de Jason. Recordó las palabras de Kara: el hombre que tenía delante fue la persona que llegó a tiempo para evitar que Kara fuese violada. De alguna manera, Marc sabía que Jason era el responsable de esos regalos de Navidad y de cumpleaños que Kara recibía todos los años. Había sido su guardián durante todos esos años, ahora tocaba el relevo.</p> <p>—Hazla feliz.</p> <p>No fue un consejo sino una orden. Marc asintió con la cabeza y salió pausadamente de la oficina.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Susan arropó a su hija ya en la cama y le dio un beso de buenas noches en la frente. Gracias a Dios estaba fría, no había rastro de fiebre.</p> <p>—¿Tony está abajo?</p> <p>—Sí. Está fregando los platos —intentó Susan ocultar la sonrisa que le producía al recordar a Anthony con las mangas remangadas hasta los codos y las manos sumergidas en un balde con agua y jabón—. No deberías llamarle Tony, sino Anthony.</p> <p>Sally hizo caso omiso del comentario de su madre e intentó levantarse de la cama.</p> <p>—¿A dónde crees que vas?</p> <p>—A despedirme de él y decirle lo bien que me lo he pasado hoy.</p> <p>—Sally, ya te has despedido tres veces de él. Es tarde, mañana hay colegio y has de madrugar.</p> <p>—Está bien -renegó la niña. Sabía cuándo tenía una batalla perdida.</p> <p>—Buenas noches, cielo.</p> <p>—Buenas noches, mami.</p> <p>Susan repitió el ceremonial nocturno y apagó la luz de la habitación.</p> <p>Estaba nerviosa. La cena había ido estupendamente. La falta de tiempo la hizo ser poco original, pero unos espaguetis con carne y una ensalada fue más que suficiente para que la cena fuera un éxito.</p> <p>Se dirigió al baño para refrescarse, a pesar de las bajas temperaturas exteriores, ella tenía calor. Abrió el grifo del agua y lo dejó correr unos segundos, el contacto y el sonido del agua al fluir la tranquilizó. Levantó la cabeza y se encontró con el espejo, conocía los rasgos de la mujer que veía reflejada, pero no reconocía la inquietud en sus ojos. Se pasó el dedo índice por el cutis, señalando las pequeñas arrugas de las comisuras de los labios y pensó que antes de casarse, esas arrugas no existían.</p> <p>Su piel estaba pálida y le faltaba la luminosidad que daban unas horas de descanso. Consideró el echarse un poco de perfume o darle un poco de color a los labios, quizás si se maquillase un poco...</p> <p>“Por el amor de Dios” ¿¡En qué estaba pensando?! Sólo le faltaba que Anthony confundiese unas gotas de perfume con una invitación más personal. Le debía un favor y el favor estaba cumplido.</p> <p>Cerró el grifo, salió del baño y apagó la luz, bajó las escaleras despacio, intentando buscar las palabras adecuadas. No fue necesario porque toda idea de la cabeza desapareció en cuanto lo vio allí, de pie con los brazos cruzados, apoyado con la cadera en la encimera y con una sonrisa que quitaba la respiración.</p> <p>Ella se quedó en el umbral de la puerta, a un espacio prudencial de él.</p> <p>—¿Ya se ha dormido?</p> <p>—Espero que sí. Estaba un poco nerviosa, ha sido un día diferente y al mismo tiempo maravilloso para ella. Gracias.</p> <p>—No hay por qué darlas. Para mí también ha sido un día especial.</p> <p>Ella no supo qué responder. ¿Qué se hacía en estos casos? ¿Se invitaba a tomar una copa o un café, o por lo contrario debía excusarse diciendo que era muy tarde? ¡Por todos los santos! Llevaba fuera de la circulación demasiado tiempo.</p> <p>—Debo irme. Es tarde y tú debes estar cansada —dijo él con educación.</p> <p>Bueno, no cabía duda de que Anthony le había facilitado el camino. A partir de ahora, todo parecía más sencillo.</p> <p>Ella asintió.</p> <p>—Espera, iré a buscar tu abrigo.</p> <p>—No es necesario, lo he dejado en la entrada, lo encuentro de camino a la puerta.</p> <p>Él se movió despacio, como si no tuviese prisa. Al llegar a su lado, se detuvo unos segundos. Susan se percató de que estaba aguantando la respiración, cuando sus pulmones comenzaron a quejarse por la falta de aire.</p> <p>—Susan, deseo besarte desde el momento en que te vi, pero no sé si será buena idea hacerlo. No quiero por nada del mundo que me malinterpretes.</p> <p>Ella levantó los ojos y supo que estaba perdida en cuanto se sumergió en su mirada de azabache. Era endiabladamente guapo.</p> <p>Anthony le acarició la barbilla con el pulgar y ella sintió que todo su cuerpo se estremecía ante el delicado roce de su dedo. Cerró los ojos, intentando controlar los nervios. Para Anthony eso fue un sí y descendió despacio, hasta encontrarse con la boca de ella.</p> <p>Susan sintió un beso suave y lento posarse sobre sus labios. Percibió en la piel un cosquilleo que la dejó aturdida, abrió más la boca para recibirlo y se vio sumergida en una vorágine de sentimientos hasta entonces dormidos en su interior.</p> <p>Anthony detuvo bruscamente el beso, retiró la mano de la nuca de Susan y unió su frente con la de ella.</p> <p>Susan no pudo evitar que un gemido escapara de sus labios.</p> <p>—Será mejor que me vaya. Si continúo, no seré capaz de parar a tiempo, y Sally está arriba durmiendo.</p> <p>A ella le conmovió que pensase en su hija, y no en sus necesidades.</p> <p>—Me gustaría volver a verte, Susan. ¿Sería posible?</p> <p>Susan incapaz de articular palabra, asintió con un leve movimiento de cabeza.</p> <p>Lo siguió hasta la puerta principal y reparó en su corazón que golpeaba con fuerza contra el pecho.</p> <p>Anthony cogió una fotografía del recibidor.</p> <p>—¿Es Nick? —preguntó sin dejar de mirar al hombre que sonreía en la foto junto a Susan y una Sally más pequeña.</p> <p>—Sí.</p> <p>—Debió ser un gran hombre.</p> <p>—Si es cierto, lo fue —la voz se quebró en la última palabra.</p> <p>Anthony devolvió la foto a su lugar de origen.</p> <p>—¿Trabajas mañana?</p> <p>Ella parpadeó varias veces, intentando asimilar la pregunta y el cambio brusco que había tomado la conversación.</p> <p>—Sí -respondió ella con la voz entrecortada.</p> <p>—Bien, entonces te veré en el hotel —se disponía a marchar, cuando pareció acordarse de algo—. ¿Tienes con quién dejar a la niña?</p> <p>Lo había vuelto hacer de nuevo.</p> <p>—Mañana hay colegio y Sally se encuentra mejor, no creo que haya problemas.</p> <p>Con el abrigo puesto y la mano en el pomo de la puerta, se volvió a mirarla.</p> <p>—Si me necesitas, no dudes en llamarme, en la cocina te he dejado mi tarjeta con el número de mi móvil. O puedes llamarme al hotel, como prefieras -se acercó a ella en dos zancadas y depositó un beso fugaz en sus labios.</p> <p>Sin más, abrió la puerta y se marchó.</p> <p>Era una estúpida, se dijo cientos de veces, camino a la cocina.</p> <p>No había sabido reaccionar ni a sus preguntas, ni a sus caricias. ¿Qué iba a pensar él de su comportamiento?</p> <p>Una adolescente habría actuado mejor que ella esa noche.</p> <p>No importaba, él se había ido y ya era tarde para lamentaciones.</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 8</p></h3> <p></p> <p style="text-align:left; text-indent:0em;"><i>Un día antes de la celebración de San Patricio</i>.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p>Kara se removió inquieta en la silla. Jason estaba sentado a su lado, revisando el informe que tenía entre manos. No le gustaban los despachos y este menos todavía. Sobre la mesa descansaba una placa y en ella se podía leer en letras grandes y doradas: “Thomas Stuart”. Una línea más abajo y con letra más pequeña especificaba su cargo: “Alcalde de la ciudad de Boston”.</p> <p>La secretaria, una mujer morena, relativamente joven y bien vestida, había insistido en que esperasen dentro del despacho. “Órdenes del jefe”, les dijo cuando les trajo un café para que la espera fuese menos pesada.</p> <p>Se había tomado ya el café y deseó fervientemente un dulce. En aquel despacho se sentía fuera de lugar. Excesivamente masculino para su gusto: sillones tapizados de cuero negro, alfombras que parecían no haber sido nunca pisadas, armarios con puertas de cristal, con cientos de volúmenes que compartían la misma encuadernación. Se fijó en la mesa: ninguna foto familiar. Ni siquiera un retrato pescando un enorme pez. Nada. Todo eran objetos de oficina perfectamente colocados. Parecía como si todo tuviese un lugar exclusivo.</p> <p>En las paredes ocurría lo contrario. Estaban decoradas con fotografías de senadores y parlamentarios, enmarcadas en ostentosos marcos de madera. Incluso distinguió una en la que el alcalde Thomas Stuart y el presidente de los Estados Unidos de América posaban distendidos y sonrientes.</p> <p>La mesa de castaño presidía la estancia y estaba custodiada por dos grandes banderas, una de ellas la de Estados Unidos, y la otra la bandera de estado de Massachusetts.</p> <p>Estaba nerviosa y cansada de mirar a todas partes y no encontrar nada que le gustase. Además había dormido poco. Marc se había ocupado de ello. “¡Dios! Adoraba las manos de ese hombre acariciando su cuerpo”, pensó mientras los músculos de su vientre se encogían, recordando los orgasmos de la noche anterior.</p> <p>La voz grave de Jason rompió el hilo de sus pensamientos.</p> <p>—¿Cuánto llevamos esperando? -dijo, cerrando la carpeta de golpe—. Han pasado más de quince minutos y por aquí no aparece nadie.</p> <p>Kara iba a responder cuando la puerta del despacho se abrió de golpe. Dos hombres vestidos de traje oscuro cruzaron el umbral.</p> <p>Kara y Jason se miraron y se levantaron a la vez, al ver entrar a los dos hombres.</p> <p>—Capitán, mis más sinceras disculpas -dijo el hombre más bajo y con incipientes entradas en las sienes, sonrió y extendió su mano abierta a Jason, a modo de saludo-. Un último imprevisto que nos ha llevado más tiempo de lo necesario.</p> <p>Jason le estrechó la mano.</p> <p>—Le presento a Kara Brown, agente especial del departamento de policía de Boston.</p> <p>Kara le estrechó la mano y sintió el apretón fuerte y conciso.</p> <p>—Agente Brown, es un placer conocerla -comentó el alcalde mientras señalaba la silla-. Por favor siéntense. A Dan Lewis ya le conocen, ¿no?</p> <p>—Sí, hemos coincido en algunos actos -respondió Jason mirando al teniente alcalde-, y últimamente hemos hablado mucho por teléfono.</p> <p>Lewis acercó una silla que estaba al otro extremo del despacho y la colocó tras la mesa, al lado del alcalde.</p> <p>—Si, como usted bien dice hemos hablado, y yo más bien diría que hemos tenido diferentes puntos de vista sobre el caso -antes de sentarse guio su mano hasta la de Kara y ella respondió al saludo.</p> <p>Dan Lewis era un hombre alto. Su pelo castaño claro tenía ya ciertos matices blancos. Sus ojos parecían pequeños en comparación con la nariz de porte poderosa, labios finos y de sonrisa fácil.</p> <p>Kara le echaba alrededor de los cuarenta y cinco años. Estaba delgado, pero sus hombros eran anchos y parecían fuertes. Podría decirse que Dan Lewis era un hombre que se cuidaba, seguramente visitaba el gimnasio a diario. Por supuesto, eso corroboró la teoría de Kara, la imagen vendía más que la inteligencia.</p> <p>—Cuando hablé esta mañana por teléfono, capitán, me dijo que se trataba de algo de suma importancia. Pues bien, ¿ustedes dirán?</p> <p>Jason abrió la carpeta por la mitad y la dejó sobre la mesa, con la mano la deslizó hasta el campo visual del alcalde.</p> <p>Kara pudo comprobar como el alcalde leía con detenimiento el informe, en ese instante tuvo tiempo de comparar a los dos hombres: lo único que tenían en común era un traje de firma.</p> <p>A Thomas Stuart ya le conocía, a través de los medios de comunicación. Comprobó que era cierto lo que decían, que la televisión agrandaba los rasgos y el peso. Se le veía más relajado, por esa razón le pareció ver en él un aire de bonachón.</p> <p>—Pero, según este informe, no hay un sospechoso en concreto, ¿no es cierto?</p> <p>Jason se acomodó en la silla antes de hablar.</p> <p>—Así es señor, pero estamos casi seguros de que el asesino podría actuar en la velada nocturna a la cual van a asistir ustedes, en el hotel “Royal Palace”.</p> <p>—Casi, dice usted —proclamó con seriedad el teniente alcalde, quien hasta entonces había estado callado.</p> <p>—Verán... - comenzó a decir Jason.</p> <p>Unos golpes en la puerta interrumpieron la reunión.</p> <p>—¿Se puede? —preguntó un hombre asomando la cabeza por el hueco de la puerta.</p> <p>—¡Richard! Estupendo que hayas venido, pasa por favor —saludó el alcalde al hombre que entraba al despacho—. ¿Creo que no hacen falta presentaciones, ustedes ya conocen a Richard Forbes, ¿me equivoco?</p> <p>Kara observó al hombre que entraba al despacho. Por supuesto que lo conocía. Era el padre de Natalie Forbes y marido de Ofelia, respectivamente. Sin embargó, agradeció que el alcalde hiciese las presentaciones. Si se hubiese topado con él en uno de los pasillos, no le hubiese reconocido. Parecía haber envejecido quince años de golpe. Su rostro estaba marcado por unos surcos que no tenía meses atrás; su pelo se había tornado blanco y la alopecia comenzaba hacer estragos en su cuero cabelludo. Echó una mirada de soslayo a Jason, y por su forma de mirar al hombre que tenía ante sí, supo al instante que pensaba como ella.</p> <p>Richard les ofreció su mano y tanto Jason como Kara, respondieron al saludo. Ni que decir tiene que si la reunión ya era tensa, con la incorporación de Richard, parecía hacerse insoportable o al menos eso supuso Kara, cuando vio sentado detrás de la mesa, como si de una barrera se tratase, un muro de rostros inexpresivos.</p> <p>El denso silencio se rompió con la voz espesa y grave de Richard.</p> <p>—¿Hay nuevos indicios que lleven a saber quién asesinó a mi hija?</p> <p>—De eso mismo estábamos hablando cuando llegó usted, señor Forbes -repuso Jason mirando a los tres hombres que tenía ante él—. Lo que sí podemos asegurar es que ha sido la misma persona el artífice de los tres homicidios.</p> <p>—¿Estamos hablando de un asesino en serie, capitán? —preguntó el alcalde asombrado.</p> <p>—Así nos consta —respondió Jason con semblante serio.</p> <p>—¿Hay algún sospechoso? —la voz de Richard sonó quebrada al terminar su pregunta.</p> <p>—Aún no, pero el círculo se va estrechando -aclaró Jason— y estamos casi seguros que actuará el día de San Patricio.</p> <p>—Volvemos al punto de partida antes de que Richard entrase. “Casi” no es una afirmación -argumentó Dan Lewis—. No podemos anular o suspender, como usted quiera llamarlo, la velada en el hotel por una suposición. Necesitamos hechos, capitán.</p> <p>—Llevamos días sin dormir, comiendo en la oficina, interrogando a testigos una y otra vez. Nos dejamos las suelas de los zapatos en la calle, por no decir nuestra vida. No me venga con uno de sus discursos de propaganda electoral -vocifero Jason- y me diga lo que tengo que hacer en mi trabajo. Si vengo aquí, es para avisarles que esta cadena asesinatos tiene tinte de tener un denominador común, la política...</p> <p>Jason sintió la mano de Kara en su antebrazo, respiró hondo e intentó relajarse, pero le fue imposible.</p> <p>—Vamos a calmarnos todos -levantó el alcalde ambas manos hacía arriba, como si quisiera detener las palabras de Jason—. Puedo entender, capitán, que la muerte de Clark Sloan esté relacionada con la política e incluso la de Natalie, por ser hija de quien es. Pero ¿qué tiene que ver una prostituta en todo este embrollo?</p> <p>—Señor —Kara intentó que su voz no temblase, al sentir tres pares de ojos mirándola fijamente—, muchos de nosotros estamos investigando este caso, lo cual quiere decir que estamos dejando otros casos, no menos importantes de lado. Estoy de acuerdo en que lo que le estamos presentando son conjeturas y no sabemos cuál ha sido el móvil que ha llevado a morir a Nancy Lowell, pero sí podemos demostrarle que los tres casos están íntimamente relacionados.</p> <p>Si ustedes leen el informe detenidamente, verán que los cuerpos fueron marcados a fuego —Kara percibió que Richard bajaba los ojos, no debía ser fácil para él escuchar con todo lujo de detalles como había muerto su única hija—. El asesino dejó unos símbolos impresos en la piel de sus víctimas. Lo que tenemos claro es que ha ido subiendo de escalafón. Empezó matando a una chica de la calle, luego a la hija de un concejal y por último a la persona que ayudó económicamente al alcalde para llegar al poder. Ahora, deduzcan ustedes ¿quién está en el siguiente peldaño?</p> <p>Unas miradas se cruzaban con otras, pero nadie hablaba. Los rostros se tornaban de la preocupación a la incertidumbre.</p> <p>Kara buscó refugio en Jason, y éste le sonrió. Parecía decir: “Buen trabajo”.</p> <p>—Agente Brown —esta vez fue el alcalde el que habló—, con su clara exposición de los hechos, nos ha dejado muy claro que sus pesquisas van por buen camino, pero nos debemos a un pueblo y a unas costumbres. No quiero ni debo suspender la velada benéfica, porque el hospital comarcal depende del dinero que se pueda recaudar mañana por la noche. Sí que puedo atrasar la hora de la cena, de esta manera, no habrá muchas personas en la calle, porque ya estarían en sus casas. El frío aprieta y las temperaturas no permitirán disfrutar de una noche al aire libre. ¿Estamos de acuerdo, señores?</p> <p>Dan Lewis miró con detenimiento a Jason y a Kara antes de responder.</p> <p>—Estoy de acuerdo -alegó con una sonrisa sesgada.</p> <p>—¿Richard? —preguntó el alcalde.</p> <p>—Creo que será lo mejor -comentó apesadumbrado.</p> <p>—Capitán, agente Brown... ¿Qué les parece?</p> <p>Jason observó a los tres hombres que tenía enfrente. Su trabajo estaba ligado, al menos en parte, con la política, así que asintió con la cabeza. Sabía que no iba a conseguir más de lo acordado.</p> <p>Kara emuló a Jason.</p> <p>—Bien, entonces todo decidido: la cena en vez de las siete y media que sea a las nueve, me encargaré de comunicárselo al resto de concejales e invitados —dijo el alcalde levantándose de su sillón—. Confío en el departamento de policía de Boston para que se garantice nuestra seguridad. Aun así, los altos cargos llevaremos escolta. Le ruego, capitán, que se ponga en contacto con un listado de nombres que le dará mi secretaria. Hable con ellos y le sugiero que les de las instrucciones necesarias para evitar más desgracias.</p> <p>Kara estrechó las manos del alcalde y teniente alcalde. Cuando iba a despedirse de Richard Forbes, éste la sujetó suavemente por el hombro.</p> <p>—Me gustaría hablar con ustedes antes de que se marchasen, ¿es posible?</p> <p>Kara miró hacia atrás, buscando la atención de Jason. El capitán estaba inmerso en una conversación con el alcalde y Dan Lewis.</p> <p>Kara volvió su mirada a Richard.</p> <p>—Por supuesto, señor Forbes.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>—Bueno, las piezas del puzzle van encajando -afirmó Bradlee, llevándose la taza de café a los labios.</p> <p>—Eso parece -comentó Kara sentada tras su mesa.</p> <p>—Realmente, hay que tener huevos para confesar a la policía que tu mujer te ha estado poniendo los cuernos -alegó Holmes con una sonrisa sesgada.</p> <p>—Es cierto. Tanto Jason como yo, nos quedamos de piedra al oír la confesión de Forbes, no ha tenido que ser fácil para él reconocerlo -dijo Kara, levantándose de la silla—. Eso nos confirma que no vamos desencaminados.</p> <p>—¿Por qué sacarlo a la luz? Seguramente si él no hubiese comentado nada, igual jamás nos hubiésemos enterado de la verdad, ¿no? —razonó Bradlee.</p> <p>—Tarde o temprano, lo hubiésemos descubierto, no hay cosa peor que un secreto a voces y para él, colaborar con la policía le hace ganar puntos cara a nosotros, no nos olvidemos que estamos hablando de políticos —aclaró Kara.</p> <p>—Totalmente de acuerdo -añadió Bradlee, dejando la taza de café vacía sobre la mesa-. Compañeros, mañana va a ser un día de lo más ajetreado, así que con vuestro permiso, me voy a tomar una cerveza. Necesito desconectar de toda esta mierda.</p> <p>—¿A dónde vas a ir? —preguntó Holmes poniéndose el abrigo.</p> <p>—Había pensado ir al Black Rose, en la 160 State Street.</p> <p>—No es mala elección. ¿Te apetece compañía? -se apuntó Holmes, dando una palmada en la espalda de su amigo.</p> <p>Kara rio al ver la expresión de Bradlee.</p> <p>—Depende de quién sea la compañía. Si es rubia, de metro setenta y con cuerpo de los que quitan el hipo -respondió Bradlee, dibujando con las manos en el aire el cuerpo curvilíneo de una mujer-, estoy más que dispuesto a tener más que una conversación con ella.</p> <p>—Amigo -se zafó Holmes-, tendrás que conformarte conmigo.</p> <p>—Bueno de sueños tiene que vivir el hombre -respondió Bradlee levantando los hombros algo afligido-. Kara, ¿te apetece venir con nosotros?</p> <p>—En otra ocasión, chicos -comentó ella, mientras recogía su abrigo del perchero que estaba junto a la puerta.</p> <p>—Tú te lo pierdes, princesa -señaló Holmes, despidiéndose con la mano.</p> <p>—Nos vemos mañana, Kara.</p> <p>—Sí, Bradlee, nos vemos mañana. Espero que lo paséis bien y que controléis el número de cervezas ingeridas.</p> <p>—A sus órdenes -respondió Bradlee, llevando la mano a la sien.</p> <p>Kara no pudo más que reír ante la imagen de su compañero saludando como un militar disciplinado. Debía reconocerlo, sin ese par, el trabajo sería más duro, aunque tuviese que tragarse, muy de vez en cuando, el malhumor de Holmes.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Era ya de noche cuando salió del edificio. El viento soplaba fuerte, llevando consigo el frío a los lugares más recónditos de la ciudad. Elevó los ojos al cielo y en él distinguió grandes nubes teñidas de negro que rondaban a una hermosa luna llena.</p> <p>Miró al horizonte y advirtió que la niebla comenzaba a surcar por las calles, envolviendo con su capa fina todo lo que encontraba a su paso. Kara respiró hondo y expulsó el aire despacio, sin prisa. Una pequeña nube blanca salió de sus labios. A continuación se colocó el gorro sobre la cabeza y protegió las manos del frío con los guantes de lana; se encaminó al coche, pero algo a su derecha le llamó la atención y allí, estaba él. Tenía la pierna flexionada y la planta del pie apoyada contra la pared, las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte. Si hubiese tenido una cámara de fotos, lo hubiese inmortalizado en aquel preciso momento, solitario, pensativo, como una sombra más de la noche.</p> <p>No tuvo que llamarle, él percibió su presencia, giró la cabeza y sus miradas se encontraron. No necesitaban palabras.</p> <p>Kara intentó ignorar los latidos de su propio corazón.</p> <p>“Cuidado, Kara, te estás enamorando” —pensó ella, mientras acortaba los pasos que los separaban.</p> <p>—Es tarde -dijo ella con una sonrisa.</p> <p>Marc no se movió. Kara era perfecta, su cabello dorado, sus ojos, su nariz, su boca, sus manos, todo en ella era hermoso. Si pudiese ser, la llevaría lejos de Boston hasta que todo el peligro hubiese pasado, hasta que el asesino estuviera entre rejas. Su afán era protegerla y en ese instante, se percató de que no la podía perder, la necesitaba a su lado.</p> <p>—Sí, es tarde y además hace frío.</p> <p>—¿Cómo es que no has subido? Diez minutos más y te habrías congelado -bromeó ella.</p> <p>Él sonrió y a Kara le pareció el hombre más guapo de la faz de la tierra.</p> <p>—Holmes y Bradlee me han comentado que no tardarías en salir y he decidido esperarte aquí.</p> <p>—Pues, la verdad, he de decir que está siendo una grata sorpresa. No te esperaba.</p> <p>Por supuesto, ella no le iba a decir que su desilusión iba creciendo a lo largo del día, esperando una llamada de él.</p> <p>—¿Cómo ha ido todo? —preguntó Marc, empujando con el dedo índice la montura metálica de sus gafas.</p> <p>—Pues, todo lo bien que puede ir un despliegue policial de este calibre. Como era de suponer, el alcalde no ha querido suspender la cena de mañana por la noche.</p> <p>Él asintió despacio intentado que su preocupación no se viese reflejada en su rostro.</p> <p>—¿Caminamos un poco?</p> <p>Ella miró a su alrededor, la niebla los había rodeado por completo, pero optó por caminar junto a él un trecho.</p> <p>—¿A qué hora va a ser la cena?</p> <p>—Según el nuevo plan previsto por el alcalde, será a las nueve de la noche.</p> <p>Marc se amoldó a los pasos de Kara. Le gustaba pasear a su lado, era una experiencia nueva para ambos y parecían estar disfrutando de ella.</p> <p>—¿Crees que el asesino acudirá? —preguntó Marc intentando que su voz no temblase.</p> <p>—Creo que irá, Marc. No puedo atar todos los cabos, me faltan piezas, pero mi olfato me dice que lo que busca estará en ese hotel mañana.</p> <p>“No vayas”, pensó Marc, “quédate conmigo”.</p> <p>—¿En qué piensas? —preguntó ella, interrumpiendo el paseo.</p> <p>Él la imitó y quedo frente a ella, esforzándose en mantener una expresión neutra.</p> <p>“No tienes ningún derecho a pedírselo”.</p> <p>—En nada importante -mintió él.</p> <p>Ella lo observó extrañada y buscó con la mirada algún indicio de lo que estaba pensando, pero le fue imposible, porque los ojos de Marc estaban velados por el deseo. Supo al instante que la iba a besar, y un hormigueo atenazó sus ingles. Lo reconoció al momento, era el anhelo de ser amada y al mismo tiempo la tentación de ser poseída por él.</p> <p>Los labios de Marc no fueron suaves, como hubiese esperado Kara en un principio, sino exigentes. Él ladeó la cabeza para amoldarse mejor a su boca y con la lengua la apremió para que lo dejase entrar en su interior. Kara le rodeó con las manos el cuello, sucumbió a su deseo y salió a su encuentro. Él la saboreó, profundizando el beso.</p> <p>A ella se le escapó un gemido y eso hizo que Marc se excitase más y apretase más los labios contra los de ella.</p> <p>Sus cuerpos se reconocían, se necesitaban, estaban hambrientos el uno del otro.</p> <p>“Te necesito”, gritaba Marc desde lo más profundo de su ser.</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 9</p></h3> <p></p> <p><i>Día de San Patricio.</i></p> <p></p> <p><i>Nueve horas antes de la cena en el hotel Royal Palace.</i></p> <p></p> <p></p> <p></p> <p>El teléfono sonó ininterrumpidamente en varias ocasiones en la sacristía. El reverendo Abbott con paso aletargado y cansino llegó a tiempo al último tono para descolgar el auricular.</p> <p>—Buenos días, Iglesia Cristiana de Cambridge.</p> <p>—¿Reverendo Abbott?</p> <p>—Al habla.</p> <p>El reverendo reconoció de inmediato esa voz grave, cansado buscó a tientas una silla situada a su espalda, al alcanzarla exhaló un leve suspiro de alivio y se sentó.</p> <p>—Cambio de horario, la cena se ha retrasado a las nueve de la noche, necesito que hable con John y se lo haga saber.</p> <p>—No se preocupe, así será. ¿A qué se ha debido ese cambio?</p> <p>—La policía está demasiado cerca, atan cabos muy rápido pero no tenga miedo, el plan sigue en marcha. ¿Todo bien?</p> <p>El reverendo se acomodó en la silla, sudoroso y con un palpitante dolor de cabeza que abarcaba ambas sienes. Sus razonamientos se veían aletargados por el incesante martilleo.</p> <p>—La señora Forbes -dijo el reverendo con voz fatigada- se ha confesado y ha confirmado nuestras sospechas respecto a su relación con Sloan.</p> <p>—No se inquiete, reverendo, su iglesia quedará libre de todo pecado, ninguna puta más pisará suelo sagrado.</p> <p>Al reverendo le reconfortó oír esas palabras. No quería Marías Magdalenas en su templo. Las mujeres sólo servían para envenenar el pensar y el razonamiento de los hombres.</p> <p>Un silencio prolongado se hizo a través de la línea. El reverendo sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón y se lo pasó por la frente.</p> <p>—¿Acudirá con su esposo al evento?</p> <p>—Lo hará -respondió el reverendo-. Como mujer católica, acompañará a su esposo, no me cabe la menor duda. Está atrapada en su propia mentira.</p> <p>—Bien -se escuchó a través de la línea-, hable con John.</p> <p>—Lo haré, no tiene de qué preocuparse.</p> <p>Sonó un clic que dio por finalizada la conversación. El reverendo colgó el auricular y con piernas temblorosas se levantó de la silla.</p> <p>Un movimiento a su alrededor lo hizo detenerse.</p> <p>El diácono entró en la sacristía con un manojo de llaves en la mano.</p> <p>—Maestro, todas las puertas están cerradas excepto la de atrás, como usted mandó.</p> <p>—Bien, John, eres un buen muchacho. Tengo noticias para ti.</p> <p>—Usted dirá -dijo el diácono, posando las llaves sobre la mesa de madera.</p> <p>—La cena lleva retraso, será a las nueve, ¿de acuerdo? —preguntó el reverendo dando un traspiés al ponerse en marcha.</p> <p>—¿Se encuentra bien?</p> <p>—Nada que no se remedie con una pequeña siesta. ¿Lo tienes todo preparado?</p> <p>El diácono asintió.</p> <p>—No te olvides del ritual, debes ir limpio de cuerpo y alma. Vete ya, tendrás cosas que hacer... y que Dios te proteja —repuso el reverendo, haciendo el signo de la cruz en el aire.</p> <p>John se giró sin despedirse y se encaminó a la puerta de atrás con el semblante serio y pasos vigorosos. “Sería la gran noche, no solo iba a morir Ofelia Forbes, el plan consistía en radicar todo mal, y eso llevaba planeado desde hacía días en la entrevista que mantuvo con el inquilino del ático del hotel “Royal Palace”, pero de eso no tenía por qué enterarse el maestro, solo serían daños colaterales.</p> <p>El reverendo Abbott con paso lento llegó hasta el altar, se arrodilló ante el cristo crucificado y puso los brazos en cruz.</p> <p>—Señor, me has enviado a la tierra para luchar contra el pecado de los hombres, esta noche se volverá hacer justicia.</p> <p>La luz entró por las vidrieras en forma de rayos e iluminaron el altar.</p> <p>El reverendo sonrió para sí mismo. Un sudor frío lo invadió por completo, el dolor de cabeza se intensificó de tal manera, que lo cegó y le atenazó el cuerpo. El reverendo se llevó las manos a las sienes, pero no tuvo tiempo de reacción: se desplomó como un muñeco de trapo sobre el altar y lo último que sintió, fue un hilillo de saliva que corría por la comisura de su boca.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Anthony Castro se creía un hombre cabal pero llevaba la última hora sin pasar una hoja del block de anotaciones que tenía sobre la mesa con los menús preparados para toda la semana.</p> <p>En su pensamiento solo cabía Susan. Recordaba la noche anterior fotograma a fotograma, como si de una película se tratase. A veces lo hacía a cámara lenta saboreando los labios y el tacto de la mujer más exquisita que hubiese conocido, y otras a cámara rápida quedándose con los mejores momentos de la velada.</p> <p>La fotografía que sostuvo anoche entre las manos rondaba por su mente constantemente. Habían sido una familia feliz, no le cabía la más mínima duda, sus expresiones relajadas y sonrientes hablaban por sí solas.</p> <p>Le recordaba un poco a su familia, siempre unida. Para sus padres no había sido nada fácil entrar como espaldas mojadas al nuevo mundo.</p> <p>Pero todos juntos lo habrían logrado. Recordó el lema de su padre, muerto dos años atrás: “Unidos, las penas pesan menos”.</p> <p>Y qué razón tenía. ¡Cuánto lo echaba de menos! Y ahora más ya que llevaba un par de meses solo. Su madre se había ido a España a conocer a su primera nieta, su hermana Micaela, había dado a luz hacía unas semanas a una niña preciosa llamada María.</p> <p>Su padre se habría mostrado insultante de alegría con la llegada de su nieta, pero no siempre el destino jugaba las mismas cartas, como había sido el caso de Susan. No debía ser fácil ser viuda tan joven y con una niña pequeña a su cargo.</p> <p>Cerró el block de golpe, no podía concentrarse y estaba perdiendo un tiempo precioso. Se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.</p> <p>—¿Te vas? —preguntó su segundo al mando.</p> <p>—Estaré de vuelta en media hora -respondió Anthony cruzando el umbral.</p> <p>—¿Y se puede saber a dónde vas? Te recuerdo que esta noche tenemos una cena de suma importancia y hay todavía mucho por hacer.</p> <p>—No seas aguafiestas, Steve, volveré antes de que me eches en falta.</p> <p>—Y bien, ¿no me lo vas a decir? —preguntó Steve con el ceño fruncido.</p> <p>Anthony sonrió al ver la expresión de su compañero.</p> <p>—Voy a tomarle un pulso al destino.</p> <p>Y sin más salió, cerrándose la puerta a su espalda.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Susan estaba agotada, cogió un buen número de sábanas pulcramente dobladas y empaquetadas en bolsas precintadas de plástico y las colocó sobre uno de los carros de lencería, la jornada se estaba haciendo eterna. No había pegado ojo en toda la noche, pensando en Anthony, en sus besos y sus caricias. Todo era tan diferente a Nick y al mismo tiempo tan conocido. En ningún momento, sintió estar traicionando a su esposo. Bien sabía Dios que había llorado su muerte hasta la extenuación.</p> <p>Era hora de mirar al futuro cara a cara, sin la carga de un dolor ya perdido en el tiempo.</p> <p>Ojeó de nuevo la innumerable lista que tenía en la mano y exhaló un suspiro, aún le quedaba mucho trabajo por delante y además tenía turno partido. Tenía que estar de vuelta en el trabajo a las siete y media de la tarde, ella sería una de las camareras que estarían en el salón principal del hotel, sirviendo la cena del alcalde y los concejales de la noche de San Patricio. A decir verdad, esa velada estaba siendo un rompecabezas para el personal del hotel.</p> <p>Gracias a Dios, la señora Brandon había vuelto de la casa de su hija aún convaleciente.</p> <p>Sally estaba emocionada con su llegada, la mujer había traído un par de regalos para la niña y ésta estaba muy ilusionada con ellos.</p> <p>Pensó de nuevo en Kara, la había llamado al móvil en un par de ocasiones, pero sin éxito alguno. Se estaba comenzado a preocupar. No era muy habitual en su amiga el estar incomunicada tanto tiempo. Se prometió a sí misma que esa noche después de un baño, la llamaría y hablarían largo y tendido por teléfono.</p> <p>La luz parpadeó y amenazó con apagarse. Miró hacia el techo y comprobó los tubos fluorescentes. Por nada del mundo le gustaría quedarse a oscuras en el office que ofrecía el servicio de almacén para las habitaciones. Observó a su derredor como tantas veces hacía cuando bajaba al subsuelo. Estaba rodeada de decenas de colchones apilados por medidas, somieres, sillas con y sin respaldo, mesas ovaladas, cuadradas y rectangulares de una sola pata o cuatro según sus dimensiones, alfombras, espejos cubiertos por sábanas blancas, cabeceros de cama de diferentes estilos estaban apoyados en la pared como si de una exposición se tratase, lámparas altas con tulipa años sesenta o lámparas más modernas en consonancia con el siglo XXI. Todo estaba colocado en perfecto orden y con etiquetas identificativas.</p> <p>Aquel depósito de muebles abandonados por las nuevas tendencias podría haber sido el sueño de cualquier anticuario o diseñador de estilo retro.</p> <p>Escuchó abrirse la puerta y esperó impaciente. Podría ser alguna de sus compañeras que venía a tomarla el relevo o ayudarla con la larga y fastidiosa lista.</p> <p>—Te escondes muy bien, es difícil encontrarte.</p> <p>Susan, no pudo evitar dar un pequeño salto al escuchar una voz profunda. Lo hizo de tal manera, que tropezó con el carro de lencería y parte de las sábanas empaquetadas cayeron al suelo.</p> <p>—¡Anthony! ¡¿Por el amor de Dios, que estás haciendo aquí abajo!?</p> <p>—Buscarte.</p> <p>—¿Cómo me has encontrado?</p> <p>—Siempre hay un alma caritativa que se apiade de un hombre perdido.</p> <p>—¿Ha ocurrido algo? -preguntó inquieta, sin poder evitar pensar en Sally.</p> <p>—Sally, imagino que está bien —respondió él, como si pudiese leerle la mente.</p> <p>Susan se relajó en el acto, hasta que centró su mirada en la de Anthony... Inmediatamente, su sistema nervioso se puso en alerta.</p> <p>—¿Necesitas algo? —preguntó ella indecisa, no se podría imaginar qué era lo que podría buscar un chef de cocina en un almacén de muebles y ropa de cama.</p> <p>—A decir verdad, si necesito algo —comentó él, acortando la distancia que había entre ambos.</p> <p>Ella le miró dubitativa, pero como Anthony no hablaba, optó por preguntar de nuevo.</p> <p>—Y bien, ¿qué necesitas?</p> <p>—Te necesito a ti.</p> <p>En ese preciso momento la mente de Susan se bloqueó.</p> <p>Él sintió un impulso repentino de soltar una carcajada al ver la expresión en el rostro de ella, pero se abstuvo de hacerlo.</p> <p>¡Cuánto más la miraba, más hechizado quedaba de ella!</p> <p>—¿No vas a decir nada? —preguntó él algo confuso.</p> <p>Ella negó con la cabeza. No podría articular palabra ni aunque quisiera. Deseaba fervientemente fundirse en sus brazos y dar rienda suelta a esa sensación que la embriagaba desde anoche.</p> <p>Anthony acarició lentamente su mejilla y dibujó el contorno de sus labios con el pulgar. Ella los entreabrió como respuesta y atrajo el dedo en el interior de su boca.</p> <p>Anthony sintió que algo estallaba en su interior. Un dolor palpitante se centró entre las ingles y sintió como su miembro erecto despertaba vigoroso en el interior de sus pantalones.</p> <p>Él ladeó la cabeza y se inclinó despacio sin dejar de sumergirse en el mar negro de su mirada.</p> <p>—¿Susan?</p> <p>Si no hubiese estado tan excitada, se hubiese echado a reír por la situación tan inverosímil de que él la estuviese pidiendo permiso para ser besada. De nuevo.</p> <p>Ella acercó sus labios a los de él sin prisas, disfrutando del momento de ser absorbidos por la fuerza de un deseo ferviente que anhelaba ser consumido.</p> <p>El beso fue cálido, suave y húmedo al principio, después las sensaciones más primitivas de sus cuerpos cogieron las riendas de la situación hasta convertir el beso en un contacto hambriento y salvaje.</p> <p>Susan apoyó la palma de la mano temblorosa sobre el pecho de Anthony. La tela de la camisa le impedía un contacto más íntimo con su cuerpo. Se sintió más atrevida y a la vez temerosa con cada botón que desabrochaba. Él apretó la mandíbula y se dejó hacer, la dejó tomar la iniciativa. No sabía por cuánto tiempo podría aguantar ese ritmo, su miembro le pedía a gritos acelerar cada movimiento hasta llegar a enterrarse en su interior.</p> <p>Al contacto con la piel y el torso de Anthony, Susan sintió una corriente eléctrica que la recorrió de la cabeza a los pies. Posó sus labios en su pecho y apreció su sabor, su boca se deslizó hasta el cuello. Escuchaba la respiración agitada de Anthony muy cerca de su oído y eso la impulsó a ser más osada. Buscó a tientas la mano de él y se la llevó hasta su pecho.</p> <p>Anthony creyó morir en el instante que con su mano atrapó el pecho de Susan. No había vuelta atrás, le haría el amor en aquel almacén. Bien sabía Dios, que Susan necesitaba un lugar más apropiado, pero no había tiempo para nada más que no fuera la satisfacción sexual de ambos.</p> <p>—¿Te he comentado que siempre me han puesto las mujeres vestidas de uniforme? -susurró Anthony con voz ronca.</p> <p>Susan ahogó una risilla en el cuello de él, cerca de la clavícula.</p> <p>Anthony la levantó en volandas y ella tuvo que sujetarse fuertemente a sus hombros para no caer. Anduvieron juntos unos pasos, hasta que él la dejó caer en uno de los colchones que había en el suelo.</p> <p>—Soy muy consciente de que este no es el lugar apropiado y que mereces algo mejor, Susan, pero necesito tenerte, necesito amarte.</p> <p>Susan levantó los brazos y rodeó su cuello.</p> <p>—Bésame -fue lo único que pudo pronunciar.</p> <p>Anthony lo hizo. Al mismo tiempo, le alzó el vestido y una grave exhalación de aire salió de su boca al rozar las medias de ligero, que le cubrían parte de sus piernas. Tiró de las braguitas hasta romperlas y su mano se sumergió entre sus muslos buscando la deseosa hendidura. Se abrió paso entre los suaves rizos. La encontró y profundizó con un dedo en su interior.</p> <p>Susan se arqueó hacía él, buscando más profundidad en aquel contacto que la estaba volviendo loca.</p> <p>—Susan, ¡mírame!</p> <p>Ella lo hizo.</p> <p>—Necesito estar dentro de ti, ¿lo comprendes?</p> <p>Ella asintió.</p> <p>—Susan, cariño, dime que sí, no puedo esperar un segundo más.</p> <p>—Sí.</p> <p>Fue suficiente para Anthony. Se desabrochó los pantalones y se enterró en su interior. Un placer inigualable invadió su cuerpo. Al principio las embestidas fueron suaves y controladas, ella abrió más las piernas y las enroscó alrededor de la cintura de Anthony para tener una mayor accesibilidad.</p> <p>Para él fue demasiado. Sabía que debía ir más despacio, que necesitaba adecuar el ritmo al de ella, pero le fue imposible. Se abrió paso de nuevo y empujó de nuevo más deprisa. La escuchó gemir, gritar y se perdió en un laberinto de emociones y sensaciones hasta que sintió que ambos llegaban al mayor de los placeres.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Observó la imagen que le devolvió el espejo. En ella se veía reflejado un hombre de mediana edad con aspecto lozano. La mayoría de las arrugas habían desparecido a golpe de botox y talonario. Se mesó el pelo despacio. Las canas le daban un aspecto de hombre maduro y amante experimentado. Sabía que las mujeres valoraban ese tono grisáceo en las sienes, muchas se lo habían dicho entre las sábanas revueltas de la habitación de un hotel, y él, como hombre que se debía a su imagen, sabía admitir un consejo del sexo opuesto.</p> <p>Con manos diestras se ató la pajarita del esmoquin, mientras escuchaba al fondo el murmullo de su esposa en el vestidor.</p> <p>—Cariño, ¿has visto mis sandalias doradas de Manolo Blahnik? —preguntó su mujer al fondo del vestidor.</p> <p>Él se encogió de hombros y frunció el ceño.</p> <p>—Por supuesto que no, querida.</p> <p>Escuchó caer varias cajas al suelo y a continuación su esposa soltó una maldición.</p> <p>Esa mujer terminaría acabando con su paciencia. ¡Bien sabía Dios! que la soportaba porque su cargo requería estar debidamente casado y mejor, si cabía, con la hija de un hombre millonario de apellido importante de las finanzas, como era su caso.</p> <p>Bianca cumplía todos los requisitos establecidos, era hermosa, alta y su espléndida figura siempre estaba embutida en las mejores firmas, fría y lo suficiente simple para sonreír siempre que requería la situación.</p> <p>No tenían hijos. Tampoco los necesitaban. En la política la descendencia era un estorbo, hasta no haber adquirido el puesto ambicionado.</p> <p>Para él ese tiempo tenía fecha de caducidad, esa noche lograría su objetivo, sería alcalde de Boston.</p> <p>Se alejó del espejo lo suficiente para verse de cuerpo entero y dio su aprobación. La chaqueta del esmoquin se ajustaba perfectamente a sus hombros y le daba el aspecto de hombre serio y enigmático que quería dar a la prensa.</p> <p>Esa noche sería fotografiado cientos de veces, mañana sería portada de los periódicos y los noticiarios nacionales divulgarían su imagen. Únicamente esperaba que la noticia sobre el asesinato del alcalde no dejase en segundo plano su repentino acenso político.</p> <p>A su mente vino de pronto la llamada hecha esta mañana al reverendo Abbott. Todo había salido tal cual lo había planeado. Le había llevado meses concebir ese plan, a decir verdad, se había complicado más de lo que él hubiese querido en un principio.</p> <p>“El fin justifica los medios”, pensó, mientras repasaba una vez más su imagen en el espejo.</p> <p>Recordó como lo conoció. El reverendo Abbott era una persona influyente y bien recibida en casa de su suegro. Dos cenas compartidas y varias copas de vino de más en casa de los padres de Bianca fueron suficientes para entablar una amistad con él, comprobar su ferviente ideología y destapar su aversión por las prostitutas.</p> <p>Sin querer, su plan se fue fraguando. Al principio lo desestimó, pero luego la idea se fue formando en su mente hasta llegar a ser un plan de lo más conveniente para él.</p> <p>El reverendo Abbott tenía la lengua muy suelta y a través de él supo las idas y venidas de algunos feligreses, unos más influyentes que otros. Sin querer se había topado con Nancy, una prostituta de barrio y la esposa de Forbes, Ofelia, su mayor contrincante en las próximas elecciones a la alcaldía.</p> <p>—Dan, cariño, ¿me puedes abrochar el collar?</p> <p>La voz de su esposa lo sacó de su ensimismamiento. Allí estaba ella, preciosa con aquel vestido rojo palabra de honor de Carolina Herrera que se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel, con sus tacones vertiginosos y un maquillaje sutil pero favorecedor a sus ojos.</p> <p>—Claro, querida.</p> <p>Se colocó tras ella y sujetó con ambas manos los extremos del collar de diamantes. Bianca retiró su extensa melena azabache hacía un lado mientras él abrochaba el collar alrededor del cuello.</p> <p>Posó las manos sobre los hombros desnudos de su esposa y los acarició suavemente mientras observaba como su esposa posaba la mano delicadamente sobre la elegante joya. Le sonrió a través del espejo y ella le devolvió un atisbo de sonrisa. Con un movimiento despreocupado, Bianca se retiró.</p> <p>Dan Lewis creyó por un momento que su fría esposa se dejaría envolver en su abrazo, pero no fue así, como de costumbre.</p> <p>Ansió con todas sus fuerzas tener a Natalie Forbes debajo de él, como en tantas otras ocasiones que habían compartido increíbles sesiones de sexo. Lástima que la muchacha hubiese deseado más y lo hubiese amenazado con contárselo todo a su padre. Eso, sin lugar a dudas, hubiese destruido su carrera política.</p> <p>No, no lo podía permitir pero siempre sabía a quién podía acudir. El reverendo Abbott estuvo de acuerdo con él desde el principio, mandaría a John para que la asustase un poco, las adolescentes no debían jugar con hombres casados.</p> <p>Él, Dan Lewis, se ocupó personalmente de que John llevara a cabo su cometido, de que Natalie Forbes no volviese a hablar jamás.</p> <p>Se puso el reloj en la muñeca izquierda y se colocó bien los gemelos de oro que sujetaban el puño de la camisa.</p> <p>Todo se había complicado. Si no hubiera sido por la puta de Nancy, todo hubiese ido sobre ruedas, lo único que tenía que hacer era chupársela al alcalde en un lugar donde los medios de comunicación podrían tener acceso, él se encargaría de llevarlos hasta el encuentro sexual y así terminar de un zarpazo con Thomas Stuart.</p> <p>Nancy aceptó en un principio. El dinero que se le ofrecía la podía sacar de la calle por una buena temporada. Si sabría administrarlo bien, incluso podía olvidarse de la prostitución para siempre. Pero a la muy estúpida, le entraron en el último momento dudas morales y quiso olvidarse del asunto.</p> <p>Dan Lewis sabía cómo manejar los pensamientos del reverendo. Él movía los hilos y John los ejecutaba cuidadosamente a su manera, utilizando cultos druidas. Al principio lo desconcertó, pero luego le sacó partido a la situación: de esa manera nadie sospecharía de él.</p> <p>Claro que más tarde se ocuparía de ellos, igual que había hecho con el estúpido de Sloan. Tirarse a la mujer de Richard era una cosa, pero chantajearle a él por escuchar una maldita conversación telefónica, que lo ponía en una situación muy incómoda con el alcalde, no fue una decisión acertada, que digamos. Nadie había nacido aún, capaz de llevar a cabo tal fechoría.</p> <p>Pero ahora no era el momento de más elucubraciones. Debía acudir a una cena muy especial.</p> <title style="font-weight:bold; font-size: 125%; color:#888;"> <p> </p> <p style="margin-top:10%">CAPÍTULO 10</p></h3> <p></p> <p style="text-align:left; text-indent:0em;"><strong>Día de San Patricio, HOTEL Royal Palace.</strong></p> <p></p> <p style="text-align:left; text-indent:0em;"><strong>20:30 horas.</strong></p> <p></p> <p></p> <p></p> <p>Kara se llevó la mano derecha a la oreja. A través del pequeño pinganillo, situado cerca de su conducto auditivo, pudo escuchar claramente las órdenes de Jason.</p> <p>Todos estaban en sus puestos establecidos.</p> <p>Holmes estaba situado en la puerta principal, con varios agentes más, asegurándose de que no entrase ningún tipo de arma oculto entre los abrigos de los invitados.</p> <p>Bradlee se encontraba cerca del estrado, donde un atril se erguía como un pequeño mástil, para recibir al primer orador. Según el programa del ayuntamiento, sería el alcalde quien hablase primero.</p> <p>Jason parecía estar en todos los sitios al mismo tiempo, daba órdenes a sus agentes con voz tensa y cargada de preocupación.</p> <p>Y el cometido de ella, junto a otros agentes de paisano, era tener controlada la zona cero, el lugar más previsible donde se podía llevar a cabo la acción, como le gustaba denominarlo a Jason.</p> <p>Su mente voló a Marc. Últimamente lo hacía muy a menudo y eso comenzaba a preocuparla. Ese hombre se había apoderado de su corazón... No, no era cierto, ella le había abierto su alma. Sus cicatrices ya no dolían como antes. Al pensar de esta manera, sintió que un peso en su interior se desvanecía, dando paso a un sentimiento desconocido por ella: el amor, al contrario de lo que hubiese podido pensar al principio, ese sentimiento la hacía más fuerte, más feliz.</p> <p>Recordó la última conversación mantenida con Marc la noche anterior, su mirada parecía diferente a la de otros días, aunque no distante.</p> <p>¿Quizás esperaba por parte de ella el primer paso para consolidar la relación? Le estaba ofreciendo espacio, y ella lo sabía, era su turno y no lo iba a perder. Esa noche, una vez terminada la cena en el hotel, lo llamaría, sin importar la hora que fuese y le diría que lo amaba, que lo necesitaba todos los días de su vida a su lado. Sonrió, al formular por primera vez un deseo tan específico y maravilloso.</p> <p>Anheló estar con los O´Brien en aquella fantástica cena familiar, a la cual había sido invitada, donde las risas y las bromas formaban parte de su vida cotidiana. Supo que Marc estaba pensando en ella, al igual que ella lo hacía en él. Por primera vez, pudo sentir lo que eran los lazos de amor.</p> <p>Parpadeó y volvió a la dura realidad, tenía trabajo por delante. Así echó un último vistazo antes de que llegasen todos los comensales al enorme comedor compuesto de sesenta mesas ovaladas, cubiertas con vaporosos manteles rojos y un pequeño cuadrante dorado, que hacía el servicio de salvamanteles. Velas rojas y un centro de margaritas Gerbera, que daban un toque de color. La cubertería de plata, la vajilla con ribeteado de oro Villeroy & Boch classic, al igual que la cristalería de bohemia, estaban dispuestas magistralmente sobre las mesas. Las sillas envueltas en fundas de algodón blanco, decoradas en la parte de atrás con un gran lazo del mismo color que los manteles.</p> <p>Las cortinas cerradas caían majestuosas por las paredes de un tono neutro grisáceo aportando elegancia y armonía al salón.</p> <p>La voz de Holmes se escuchó por el pinganillo.</p> <p>—Esto parece que nunca va a terminar. En mi vida había visto tal cantidad de coches negros de alta gama. Ahora ya sé a dónde van a parar nuestro impuestos.</p> <p>—Holmes, céntrate. No me interesan los coches, sino las personas —comentó Jason con la voz algo distorsionada—. ¿Bradlee, cómo van las cosas en tu puesto?</p> <p>—No hay problemas, jefe, el alcalde y Dan Lewis están saludando a varias personas, parece una conversación distendida —respondió Bradlee desde el extremo del comedor.</p> <p>—¿Kara?</p> <p>—Todo parece estar en normal, jefe, en este momento entran por la puerta Richard Forbes y su esposa Ofelia —respondió ella a través del pinganillo.</p> <p>—No los pierdas de vista, ¿me has entendido, Kara?</p> <p>Aunque el tono de voz de Jason pudiese sonar desenfadado, Kara sabía que se trataba de un orden.</p> <p>Kara no pudo evitar comparecerse de Ofelia. Aunque vestía de forma glamurosa y elegante, sus ojos se perdían en el infinito, su marido sonreía y estrechaba la mano a todos los que se acercaban a saludarlos, mientras ella parecía impertérrita a todo lo que sucedía a su alrededor.</p> <p>Kara no la juzgaba. Ella mejor que nadie sabía que a veces el destino jugaba malas pasadas y que una misma tenía que asumir las consecuencias en su propia carne.</p> <p>Observó a la pareja hasta que llegaron a la altura del alcalde y Dan Lewis.</p> <p>—¿Bradlee?</p> <p>—Los tengo, Kara, tranquila -respondió su compañero, refiriéndose a los Forbes.</p> <p>Kara escrutó a cada una de las parejas que entraban en el comedor.</p> <p>Las mujeres vestían con elegancia tanto en sus diseños como en sus joyas, la mayoría de ellas se había decantado por recogidos trabajados que coronaban en lo alto de sus cabezas. Sus sonrisas artificiales y sus gestos eran estudiados al mínimo detalle. Cuando saludaban asqueaban de sobremanera a Kara, parecían Barbies de carne y hueso sin un atisbo de personalidad.</p> <p>Ellos vestían de riguroso negro, con esmoquin. No a todos les sentaba bien, pero claramente desfilaban por su lado con prepotencia y orgullo, alardeando de su posición social.</p> <p>La voz de Jason interrumpió el hilo de sus pensamientos.</p> <p>—Kara, ¿cómo va todo?</p> <p>—Bien, jefe, los comensales van cogiendo asientos, algunos ya están sentados en sus mesas —levantó el brazo y miró la hora-. Faltan cinco minutos.</p> <p>—Bien, todos a sus puestos —dijo Jason a sus agentes, a través del pinganillo—. Comienza la operación “Celta”.</p> <p>El alcalde subió al estrado, sacó un folio doblado del interior de la chaqueta de su esmoquin y lo desdobló. El micrófono se hacía eco del de la rugosidad del papel, lo posó en el atril y carraspeó. Antes de hablar, tomó un sorbo de agua del vaso situado a su derecha. Kara lo observó con detenimiento, se apreciaba que era un hombre acostumbrado a hablar en público, su voz resonó clara y alta a través del micrófono.</p> <p>El silencio sólo se rompía por algunas sillas que arañaban el suelo, todos los invitados parecían estar atentos al discurso.</p> <p>Los camareros uniformados comenzaron a desfilar de uno en uno con botellas de vino y champán en la mano.</p> <p>Una de las camareras le resultó familiar a Kara, pero no la logró ubicar en su mente, la distancia se lo impedía y además, antes de que pudiese reaccionar, la camarera se mezcló con el resto de sus compañeros a la entrada del comedor.</p> <p>Kara controló el tiempo. El alcalde llevaba cinco minutos hablando. Todo parecía estar en orden. Ella se encontraba de pie, así podía hacer un barrido general. Para la ocasión se había un traje de pantalón y chaqueta color beige, a juego una blusa de color verde botella. No llevaba tacones y ningún accesorio que pudiese entorpecer su trabajo.</p> <p>El pelo lo llevaba recogido con un moño en la nuca. Deseó poder llevar gafas oscuras, la luz de las lámparas dañaban sus ojos claros.</p> <p>El alcalde se estaba despidiendo, su discurso estaba llegando a su fin. Kara hizo un rápido repaso a los rostros de los invitados. Nada parecía desentonar.</p> <p>De pronto, la luz se apagó. El comedor quedó en la más absoluta oscuridad. Las protestas, los murmullos y las amonestaciones iban aumentando a medida que pasaban los segundos.</p> <p>—¿Holmes, Bradlee, me oís? —preguntó con voz tensa Jason—. ¿Cuál es el problema?</p> <p>—Maldita sea, Kara.</p> <p>La voz de Holmes sonó estrangulada.</p> <p>—¿Qué ocurre Holmes?</p> <p>—La puerta principal está cerrada. ¿Quién demonios la ha cerrado desde dentro? ¡No podemos entrar! ¿Me oís? No podemos entrar, vamos en busca de la puerta de servicio.</p> <p>—Holmes —la voz de Jason retumbó como un trueno a través del pinganillo—, no os mováis de ahí, ¿me habéis comprendido? No os mováis de vuestros puestos.</p> <p>—Comprendido, jefe. Esperamos órdenes —respondió Holmes.</p> <p>—Kara, informa.</p> <p>—Jefe, estoy a las siete en punto, desde mi puesto no se ve nada en absoluto. Por decir, no funcionan ni las luces de emergencia.</p> <p>—¿Bradlee? —preguntó Jason nervioso.</p> <p>No obtuvo respuesta.</p> <p>—Maldita sea —exclamó Jason—. Kara, no te muevas de tu situación. Veré lo que puedo hacer, ¿comprendido?</p> <p>—Sí, jefe.</p> <p>La luz de las lámparas parpadearon unos segundos para volverse a apagar de nuevo.</p> <p>Kara se llevó la mano al arma, sintió el contacto con el frio metal y eso la tranquilizó. No le gustaba lo que estaba sucediendo, por su experiencia sabía que cuando las cosas se ponían feas, por lo general terminaban peor.</p> <p>Las luces volvieron a parpadear, pero esta vez quedaron encendidas. Los gritos no se hicieron esperar, y Kara se dirigió al lugar donde estaba el alboroto.</p> <p>—¿Bradlee, me escuchas? —preguntó Kara con una mano en el pinganillo y la otro sosteniendo su arma.</p> <p>—¿Kara?</p> <p>La voz de Bradlee sonó apagada y confusa.</p> <p>—¿Estás bien?</p> <p>—Alguien me ha golpeado, he debido estar inconsciente unos segundos, ¿qué ha pasado?</p> <p>Kara soltó una maldición.</p> <p>—¿Tienes al alcalde en el punto de mira? —preguntó Kara mientras intentaba esquivar a las personas que se encontraba a su paso.</p> <p>Los gritos se hicieron más agudos y muchos de los invitados corrieron hacia la salida formando un muro humano que a Kara le costaba traspasar.</p> <p>Observó que los escoltas. Sostenían las armas entre las manos y miraban de un lado a otro, escrutando todo lo que se encontraba a su alrededor.</p> <p>—Kara, el alcalde está herido, tiene un puñal clavado en el hombro.</p> <p>Ella se paró en seco, las cosas no iban bien, escuchó maldecir a Holmes y a Jason por el pinganillo.</p> <p>—Kara, ¿puedes llegar hasta el alcalde...? —la voz de Jason se perdió en el tumulto.</p> <p>—Lo estoy intentado.</p> <p>A Kara le vino a la mente la película “Titanic”, que tras chocar con el iceberg y mientras el barco se hundía, las personas corrían despavoridas de un lado para otro. Ellos no estaban en un barco, pero de alguna manera se hundían también.</p> <p>No había forma de controlar la situación. De pronto se escuchó un disparo y la gente se tiró al suelo por inercia. A pocos metros vio al alcalde rodeado de un charco de sangre. Con él, varios escoltas haciendo presión en la herida y Bradlee con el arma en alto protegiendo al séquito.</p> <p>Kara se encaminó hacía su compañero, tropezó con alguien y a punto estuvo de caer al suelo, miró hacía el suelo y se encontró con Ofelia hecha un manojo de nervios.</p> <p>—He perdido a mi marido. No sé dónde se encuentra -dijo la mujer con ojos despavoridos.</p> <p>Kara se puso a su altura.</p> <p>—No importa. Corra y no pare hasta llegar a la puerta principal, no creo que tarden mucho en abrirla. ¿Me ha comprendido?</p> <p>La mujer asintió despacio como si intentara asimilar la información obtenida.</p> <p>Kara se incorporó y la ayudó a levantarse, la mujer desapareció entre la muchedumbre con gesto agradecido.</p> <p>No estaba preparada para lo que sus ojos vieron: Dan Lewis rezagado tras una planta de gran tamaño con un arma en la mano. Kara observó la trayectoria que iba a tomar el arma. El punto referido era Bradlee y por supuesto el alcalde. Los escoltas intentaban desplazar el cuerpo del herido a una de las esquinas, pero no era fácil. Los gritos de dolor de Thomas Stuart vibraban en el ambiente.</p> <p>Kara sabía por experiencia que aquel hombre estaba dispuesto a matar. Una sombra cerca del estrado le llamó la atención. Una camarera se dirigía hacía Bradlee. Kara achicó los ojos para poder enfocar mejor a la persona.</p> <p>Se le paró el corazón, cuando comprendió que era Susan quien se interponía entre la bala y el alcalde.</p> <p>¡Qué narices hacía Susan allí y vestida de esa manera!</p> <p>Bien era cierto, que llevaba varios días sin hablar con ella, incluso había visto varias llamadas perdidas en el móvil, pero había estado tan ocupada con el caso que lo pospuso para más tarde.</p> <p>Iba a llamarla. Debía avisarla. Pensó en Nick, su compañero y las imágenes de Sally se congestionaban en su cerebro. No había tiempo... Corrió hasta Susan y disparó sin precisión al objetivo intentado desorientar a Dan Lewis.</p> <p>El tiempo se paralizó, los movimientos parecían ir a cámara lenta. Kara intentó correr más deprisa pero una quemazón la dejó sin respiración y ahogó un grito de dolor. El golpe al sentir el suelo la martilleó por todo el cuerpo. Sintió que su blusa se empapaba, se llevó la mano al costado y notó la sangre fluir. Escuchó algunos gritos, voces que se iban apagando. En su campo visual apareció Susan con el rostro lleno de lágrimas y gesto compungido...</p> <p>¡Susan estaba viva! Los miembros se le estaban durmiendo... Tenía frío, los dientes la castañeteaban sin que pudiera evitarlo... Un sopor la invitaba a cerrar los ojos, lo último que vio fue a Nick, su compañero muerto meses atrás, sonriéndole.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Marc se llevó la mano al bolsillo por enésima vez esa noche. Deseaba con todas sus fuerzas que su móvil sonase y escuchara, de una vez por todas, la voz de Kara.</p> <p>Deseó fervientemente llevar su mente a otro territorio. Si no lo hacía, se volvería loco.</p> <p>Con gran esfuerzo, intentó centrarse en la conversación que estaban manteniendo sus padres, Katy y Patrick.</p> <p>Katy se rio y sus padres la siguieron. Patrick, con gestos desmesurados y teatrales, continuaba contando su anécdota.</p> <p>Él, perdido en el tiempo y la incertidumbre, tomó nota de la última frase de Patrick.</p> <p>“...y así nos encontró el capitán: en calzoncillos, en plena noche, desorientados en aquel inmenso pasillo”.</p> <p>Sus padres y Katy estallaron en carcajadas. El sonido del teléfono se ahogó entre las risas. Marc lo sintió vibrar y se llevó rápidamente la mano al bolsillo.</p> <p>Como si de una señal tácita se tratara, todos quedaron en silencio, expectantes. Marc miró la pantalla, esperaba a Kara pero en su lugar pudo leer el nombre de Jason. Un mal presagio le recorrió el cuerpo.</p> <p>Contestó raudo, la voz de Jason se escuchaba distante y temblorosa.</p> <p>—Marc, tengo malas noticias.</p> <p>En ese instante, sintió un vacío en el estómago que le revolvió las entrañas. Amortiguó, no sin esfuerzo, el vómito que amenazaba con salir por su garganta. A la vez, percibió un sudor frío que comenzó a empapar su ropa. Por primera vez desde que era niño volvió a sentir lo que era el miedo.</p> <p>Las frases de Jason se perdían en su mente, se había quedado bloqueado en: “Han herido a Kara, está muy grave”.</p> <p>—¿A qué hospital la han llevado? —logró preguntar al cabo de unos segundos.</p> <p>Su madre ahogó un grito. Su padre y su hermano se levantaron al mismo tiempo de sus respectivas sillas, y Katy se acercó inmediatamente a él con gesto afligido.</p> <p>Jason colgó y Marc nervioso se incorporó de su silla. Sin tan siquiera despedirse de su familia se dirigió presuroso a la puerta, cogió su abrigo y salió de casa de sus padres. La voz de su madre se perdió en algún momento. Comenzó a correr desesperado, su corazón golpeaba fuertemente entre sus costillas y el nombre de Kara se perdía en sus labios. Luchó para evitar las lágrimas, necesitaba todas sus fuerzas en cada zancada que daba.</p> <p>“Dios, no permitas que muera”, rezó, convirtiendo esas palabras en una plegaría.</p> <p>El claxon de un coche llamó su atención. Su hermano Patrick se encontraba al volante.</p> <p>—¿No crees que llegarías antes en coche?</p> <p>Marc asintió y se fue al encuentro de su hermano.</p> <p>—¿A dónde?</p> <p>—Hospital General -respondió Marc, subiéndose al coche con respiración agitada.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Marc estaba sentado en uno de los sillones de la sala de espera del hospital con las piernas abiertas y los antebrazos apoyados en ellas. Le costaba creer que Kara estuviera debatiéndose entre la vida y la muerte en ese momento dentro de un quirófano.</p> <p>Sintió la necesidad de acariciar su aterciopelada piel, de enredar sus dedos en su hermoso cabello dorado, de besar sus labios con la palabra te quiero sobre ellos y quedar atrapado entre sus brazos.</p> <p>Cerraba los ojos y la veía sentada delante de su ordenador con un lápiz entre los dientes, como tenía por costumbre, sonriéndole a él.</p> <p>Kara tenía que vivir. Amaba la vida a pesar de haber tenido una infancia y adolescencia difícil.</p> <p>—Por favor no me dejes, quédate conmigo -susurró.</p> <p>Llevaban tres horas esperando. Sus padres, que habían llegado pocos minutos más tarde que ellos, estaban a su lado. Se habían negado a regresar a casa hasta saber cómo estaba Kara. Su hermana Katy apoyaba la cabeza en el hombro de Patrick, que se encontraba más callado que de costumbre.</p> <p>A escasos pasos, Susan lloraba desconsoladamente entre los brazos de Anthony o al menos ese era el nombre que había creído entender Marc, cuando se habían hecho las presentaciones.</p> <p>Las puertas se abrieron y todas las miradas se posaron en Bradlee y Holmes. Ambos hombres saludaron con un pequeño movimiento de cabeza a todos los presentes. Habían llamado varias veces por teléfono para informarse por la salud de Kara. El trabajo no les había permitido acudir antes al hospital.</p> <p>Se dirigieron hacía Marc. Sabían que Kara y el profesor mantenían una estrecha relación, que iba más allá de la amistad.</p> <p>—¿Cómo va todo? —preguntó Holmes a Marc.</p> <p>—Seguimos sin tener noticias.</p> <p>Holmes asintió y suspiró resignado.</p> <p>—¿Ya han cogido al hombre que disparó a Kara? —preguntó Katy como si hubiese salido de un inmenso estupor.</p> <p>—Si -apuntó Bradlee—. Dan Lewis está entre rejas, acusado de intento premeditado de asesinato. No volverá a ver un despacho en su vida.</p> <p>—¿Y el alcalde? —preguntó Marc.</p> <p>—Ha salido del quirófano hace una hora. Su evolución, según los médicos, es buena.</p> <p>—¿Dan Lewis apuñaló también al alcalde?</p> <p>Todos desviaron la mirada hacía Susan, la persona que había hablado.</p> <p>—No, fue John Cannon, el diácono de la Iglesia Cristiana de Cambridge —puntualizó Holmes—. Lo atrapamos armado cuando intentó escapar entre la multitud. Al menos no le ha sido posible hacer ninguno de sus numeritos. Esta vez no ha tenido oportunidad de marcar con fuego a su víctima. Puedo aseguraros que es un tipo de cuidado. El registro en su casa ha sido de lo más provechoso: velas, puñales, símbolos celtas, túnicas y libros relacionados con el tema...</p> <p>Se ha venido abajo cuando lo hemos traído esposado a ver al reverendo Abbott, quien está ingresado desde este mediodía en el Boston Medical Center a causa de una apoplejía. Tiene grave secuelas que lo ha dejado sin habla y en silla de ruedas para el resto de sus días.</p> <p>Su punto de mira estaba también en Ofelia -según nos ha confesado—, pero esta vez la suerte ha estado de parte de los Forbes.</p> <p>—¿Qué sacaba Cannon cometiendo esos crímenes? —preguntó Patrick.</p> <p>—Por lo que hemos averiguado hasta ahora —aclaró Bradlee—, las facultades psíquicas de Cannon están alteradas. Según una primera valoración de psiquiatría no distingue la realidad de la ficción.</p> <p>Imaginamos que fue manipulado por Abbott y Dan Lewis para llevar a cabo tales atrocidades...</p> <p>Jason irrumpió en la sala de espera con aspecto cansado.</p> <p>—¿Hay algo nuevo?</p> <p>—Nada —respondieron Bradlee y Holmes al unísono.</p> <p>Jason paseó la mirada por la sala. Los rostros estaban desencajados, el dolor se podía respirar en el ambiente junto a la mezcla de medicamentos.</p> <p>Saludó a Anthony y a Susan, se presentó a los padres y hermanos de Marc. Tras varios minutos de ambiente distendido, se sentó al lado de profesor. Su cara lo decía todo, no era necesario preguntarle qué tal estaba.</p> <p>Marc le echó una mirada de soslayo.</p> <p>—Jason, no la puedo perder...</p> <p>El capitán palmeó la rodilla de Marc.</p> <p>—No la podemos perder, Marc... no podemos.</p> <p>Cuando las puertas se abrieron de nuevo y apareció un doctor de bata verde con la mascarilla en la mano, todos se levantaron poniendo todas las esperanzas en unas palabras todavía no pronunciadas.</p> <p>—¿Familiares de Kara Brown?</p> <p>—Sí -respondieron todos al mismo tiempo.</p> <p>El doctor elevó las cejas algo asombrado por la situación.</p> <p>—¿Algún familiar cercano...? —volvió a preguntar el doctor esperanzado.</p> <p>—Yo soy su padre -alegó Jason, dando un paso al frente.</p> <p>Nadie desmintió la afirmación de Jason. De alguna forma él había representado la figura paterna en la vida de Kara.</p> <p>—Bien. Le comunico que su hija Kara ha perdido mucha sangre. Ahora se encuentra estable. Tiene dos costillas fracturadas a causa de la trayectoria de la bala. He de decirle que ha tenido mucha suerte, las costillas han impedido que la bala haya llegado al pulmón por escasos centímetros. Si hubiese sucedido esto, puede asegurarle que nuestra conversación estaría tomando un rumbo muy diferente, en estos momentos.</p> <p>Todos parecieron respirar tranquilos, Kara estaba viva y eso es lo único que importaba por ahora.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:left; text-indent:0em;"><strong>Quince días más tarde.</strong></p> <p></p> <p></p> <p></p> <p>Kara descolgó el teléfono y se relajó al escuchar la voz de su amiga Susan a través de la línea.</p> <p>—¿Te tratan bien los O´Brien?</p> <p>—Me puedo acostumbrar, te lo aseguro —respondió Kara ahuecando una almohada y poniendo el codo sobre ella.</p> <p>—¿Cómo te encuentras?</p> <p>Kara paseó la mirada por la espaciosa habitación de Marc, en casa de sus padres.</p> <p>Suspiró tumbada en la cama. Llevaba así dos semanas. Al menos los intensos dolores habían ido disminuyendo, gracias a los analgésicos y a los antiinflamatorios.</p> <p>—Cansada pero bien. Es duro necesitar ayuda para realizar cualquier movimiento. Ni vuelta en la cama me puedo dar yo sola.</p> <p>—Debes tener paciencia.</p> <p>La voz de Susan se escuchaba suave y maternal. Kara sabía que su amiga tenía toda la razón, pero era complicado estar en su lugar. Sus necesidades más básicas debían realizarse siempre con la ayuda de otra persona, bien Marc, Clare o Kate. Era extremadamente difícil para alguien que se había valido sola toda la vida.</p> <p>—Ya está bien de hablar de mí. ¡Cuéntame! ¿Cómo os va a ti y a Anthony?</p> <p>—Bien -fue la escueta respuesta de Susan.</p> <p>—No se te oye muy convencida, Susan.</p> <p>—No me malinterpretes, Kara. Le quiero, lo que ocurre es que no sé si Sally y yo juntas seremos demasiada carga para él. No quiero hacerme ilusiones y comprendería su posición si quisiera dejar de vernos.</p> <p>—¡Susan! —exclamó Kara.</p> <p>—Hace muy poco que nos conocemos. Además aún es pronto, mis padres vienen este fin de semana de visita... y estoy pensando seriamente si debo presentárselos a Anthony. No quiero que se sienta presionado.</p> <p>—¿Por qué piensas de esa manera? Quizás lo que debas hacer es preguntarle si desea conocerlos —alegó Kara intentando ignorar el punzante dolor del costado.</p> <p>—Sí, supongo que tienes razón. Lo que ocurre es que él nunca me habla de su familia y tengo la impresión de que no les ha hablado de nosotras. —Susan sintió que alguien tiraba de su jersey, miró hacia abajo y se encontró con los preciosos ojos de su hija. —Kara un momento, Sally intenta decirme algo.</p> <p>La niña señaló con el dedo la puerta que daba acceso al jardín. Susan asintió, la niña no esperó más y corrió hacía ella.</p> <p>Kara escuchó de nuevo la voz de su amiga a través de la línea.</p> <p>—Sally, me estaba pidiendo permiso para salir al jardín.</p> <p>—¿Cómo se encuentra?</p> <p>—Más bonita que nunca, que voy a decir yo que soy su madre —bromeó Susan.</p> <p>—Dale un beso de mi parte.</p> <p>—Lo haré.</p> <p>—¿Susan?</p> <p>—Sí.</p> <p>—No olvides ser feliz.</p> <p>—Lo mismo te digo, amiga.</p> <p>Kara colgó el teléfono y miró al vacío. Estaba cansada de estar tumbada, con un gran esfuerzo se incorporó lentamente. Intentó ignorar el palpitante dolor que la atenazaba como un hierro candente en el costado donde había recibido el balazo.</p> <p>Despacio posó los pies en el suelo y haciendo presión con las manos sobre el colchón, se puso de pie. El mareo la aturdió unos segundos, se agarró al cabecero de la cama con fuerza y reprimió la arcada que le subía por la garganta.</p> <p>Puso el pie derecho por delante del izquierdo y luego viceversa. Al principio se tambaleó, pero unos segundos después el equilibrio se estabilizó y pudo andar despacio, pero segura. Llegó hasta la puerta. La abrió y escuchó voces en una de las habitaciones del fondo del pasillo. No estaba segura, pero creyó oír a Marc. No lo pensó y con la mano apoyada en la pared se dirigió hasta allí.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>Sally escuchó chirriar la puerta del jardín. Precavida miró y allí se encontraba Anthony, con esa sonrisa que tanto a ella le gustaba y que hacía feliz a su madre.</p> <p>Le gustaba que Anthony estuviera en casa, todo era más divertido. A veces los pillaba besándose, cuando creían no ser vistos por ella. Al principio se sintió extraña, viendo a su madre besar a un hombre, pero después comprobó que su madre reía constantemente y que sus ojos siempre estaban brillantes.</p> <p>—Hola, pequeña -dijo Anthony, sentándose a su lado.</p> <p>Sally le sonrió. Anthony siempre hablaba con ella y eso le gustaba.</p> <p>—Hola, Anthony. Mamá está dentro.</p> <p>Anthony asintió, pero no se movió de su lado.</p> <p>—Es una muñeca preciosa -comentó Anthony, refiriéndose a la muñeca de trapo con la que Sally jugaba.</p> <p>—Se llama Hanna. Es un regalo de la señora Brandon.</p> <p>El hecho de que Anthony siguiese a su lado y no tuviera prisa por marchar, le encantó a Sally.</p> <p>—Anthony ¿puedo hacerte una pregunta?</p> <p>—Por supuesto. Puedes preguntarme todo lo que tú quieras.</p> <p>Sally lo miró a los ojos y creyó lo que él decía.</p> <p>—¿Crees que mamá y yo estamos gordas?</p> <p>Sally comprobó que la pregunta lo había pillado por sorpresa, pero en ningún momento se rio. Eso lo hacía ganar puntos como futuro padre.</p> <p>—Claro que no. ¿A qué viene esa pregunta?</p> <p>—Es que mamá estaba hablando ahora por teléfono con Kara y le decía que igual las dos juntas pesábamos mucho para ti —dijo Sally vacilante-. Los abuelos vienen este fin de semana a visitarnos y mamá no te lo ha dicho...</p> <p>Anthony sintió que se le paraba el corazón al escuchar a Sally.</p> <p>“¡¿Que nos la quería?!” Mejor dicho, no podía vivir sin en ellas.</p> <p>Aún no se le había quitado el miedo en el cuerpo, todavía sentía resonar las palabras de Steve, su ayudante de cocina, en su cabeza.</p> <p>“¡Se han escuchado disparos en el comedor!” Corrió por aquellos pasillos como alma que lleva el diablo. Sólo pensaba en Susan.</p> <p>Los gritos de Steve se perdían a cada zancada que daba.</p> <p>Llegó al comedor sin resuello. Cuando abrió las puertas y vio a Susan de rodillas al lado del cuerpo de una mujer cubierta de sangre, sus rodillas flaquearon. Aún recordaba como temblaba y lloraba ella, alrededor de sus brazos.</p> <p>Las adoraba a las dos. ¿Cómo podía pensar Susan que ellas eran una carga para él?</p> <p>Anthony metió una mano en el bolsillo y sacó una pequeña caja cuadrada, se la entregó a Sally.</p> <p>—¿Qué es? —preguntó la niña curiosa.</p> <p>—Ábrelo y lo verás.</p> <p>Sally abrió la boca y después no pudo cerrarla, era el anillo más precioso y brillante que hubiese visto jamás.</p> <p>—Es para tu madre. ¿Te gusta? —preguntó nervioso Anthony—. Me gustaría casarme con ella, pero quiero saber primero tu opinión al respecto. ¿Qué te parece?</p> <p>—Me gusta.</p> <p>Anthony sonrió. No sabía si se refería al anillo o a la pregunta. A decir verdad, los niños parecían complicados a la hora de mostrar sus emociones.</p> <p>—A mí también me gusta.</p> <p>Tanto Sally como Anthony levantaron la cabeza presurosos. Allí, más bella que nunca, estaba Susan. Les sonrió y se acercó a ellos.</p> <p>Anthony se levantó y fue a su encuentro, enmarcó con sus manos el rostro de ella y depositó un suave beso en sus labios.</p> <p>—¿Aceptas? —preguntó él con un susurro contra sus labios.</p> <p>—Sí.</p> <p>Él se giró inmediatamente mirando a Sally.</p> <p>—Sally, ¡ha aceptado! —gritó Anthony.</p> <p>Sally corrió a su encuentro con la pequeña caja entre las manos.</p> <p>Anthony cogió el anillo y lo deslizó en el dedo de Susan.</p> <p>Susan lloró por la emoción del momento.</p> <p>—Este fin de semana vienen mis padres...</p> <p>—Lo sé, cariño.</p> <p>—¿Lo sabes?</p> <p>Anthony asintió despacio.</p> <p>—Mi familia está ahora en España. Mi madre y mi hermana ya saben que tendrán boda en cuanto lleguen, si tú me aceptas, claro. Están locas de contentas.</p> <p>—¡¡¡Bien!!! -dijo Sally, dando saltos de alegría alrededor de ellos—. ¿Podremos irnos a Disney Word de viaje de novios?</p> <p>La pareja rio ante la propuesta de la niña.</p> <p>—Claro que sí —respondió sonriendo Anthony.</p> <p>Susan apoyó la cabeza en el hombro de su futuro marido, hacía mucho tiempo que no era tan feliz.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p>No había caminado más de una veintena de pasos por el pasillo, pero Kara se encontraba agotada.</p> <p>Agudizó el oído y pudo escuchar con claridad las tres voces que se encontraban dentro de la habitación.</p> <p>—¡Debes decírselo, Marc! —exclamó Claire a su hijo—. Lleva dos semanas aquí.</p> <p>—Mamá no es tan fácil —respondió Marc.</p> <p>—Tarde o temprano tendrá que irse, es mejor que se lo digas ahora y vaya haciéndose a la idea —comentó Katy—. Aún tardará varias semanas en recuperarse.</p> <p>¿De qué hablaban? Se sentía como una intrusa y tras varios segundos de confusión, comprobó que la conversación giraba en torno a ella.</p> <p>—No está preparada, todavía -dijo Marc con un susurro tenue.</p> <p>—Por el amor de Dios, Marc. Han pasado quince días, debes hablar con ella -recalcó Claire.</p> <p>—No, quizás dentro de un par de días...</p> <p>No escuchó terminar de escuchar la frase.</p> <p>Cuando Marc le propuso ir a casa de sus padres a recuperarse, a ella no le pareció una mala decisión. Tendría a su lado a la familia que quería, además debía reconocer que necesitaba ayuda, que por sí sola no podría valerse hasta que hubiese pasado un tiempo.</p> <p>Por la cabeza se le pasó ir a casa de Susan o de Jason, pero su amiga estaba ocupada con su nueva vida y por nada del mundo querría interferir. Jason se había marchado de viaje junto a su esposa nada más salir ella del hospital, por lo tanto ir a casa de los O´Brien no era una idea tan descabellada, además podía estar más cerca de Marc.</p> <p>Claro que no había contado con que Marc no la había besado una sola vez desde que habían llegado a casa de sus padres. Dormía con ella todas las noches, pero sentado en un sillón, cerca de su cama. Cuando ella despertaba, él ya se había marchado a la universidad. No le cabía duda de que él era muy cariñoso con ella, pero en eso se había convertido su relación, en cariño.</p> <p>Ahora tras escuchar esta conversación, no le cabía duda: estaba siendo una carga para los O´Brien. Su recuperación estaba siendo muy lenta, quizás demasiado.</p> <p>Con pasos torpes e intentando no llorar, Kara se dirigió a su habitación. Haría la maleta y marcharía a su casa. Estaría sola, pero no era nada nuevo, siempre lo había estado.</p> <p>Al llegar a su habitación, respiró varias veces suavemente. Si lo hacía profundamente, el dolor la doblaba en dos. Abrió el armario y sacó una bolsa de viaje, en ella metió sus escasas pertenencias. Necesitaba llorar, necesitaba barrer esa pena que la estaba consumiendo por dentro. Tragó saliva y sintió la garganta áspera. Se pasó las manos por las mejillas y se limpió las lágrimas.</p> <p>Estaba tan cansada que las piernas se le doblaban. Era consciente de que no podría vestirse sola, por esa razón deslizó una bata por los hombros sobre el pijama que llevaba puesto. El dolor le nubló la vista durante unos segundos. Debía irse acostumbrando hacerlo sola, si deseaba sobrevivir.</p> <p>Llamaría a un taxi. Quizás el taxista fuese amable y la ayudase a subir hasta casa. Se esforzó por no pensar en la propina que tendría que darle.</p> <p>Abrió despacio la puerta y al levantar la vista se encontró con un Marc sorprendido.</p> <p>—¿A dónde crees que vas?</p> <p>Kara sintió débiles las piernas intentó que no flaqueasen, pero le fue imposible. Soltó el asa de la bolsa de viaje y la dejó caer. El golpe seco que produjo al llegar al suelo fue lo único que se escuchó.</p> <p>Marc se maldijo mil veces al ver el rostro de Kara. Había llorado. Sus ojos rojos y dilatados lo demostraban, se la veía agotada.</p> <p>La sujetó por el brazo cuando vio que ella se tambaleaba. Kara no renunció a su ayuda, sino todo lo contrario, reposó su cabeza sobre el pecho de Marc.</p> <p>—¿A dónde vas con esa bolsa de viaje? —le susurró suavemente Marc cerca del oído.</p> <p>Kara se estremeció al escuchar a Marc. Su cuerpo reaccionó de inmediato, deseó levantar el rostro y besar los labios de él que distaban escasos centímetros de los suyos, pero no lo hizo.</p> <p>—A mi casa -respondió ella con un hilo de voz.</p> <p>—¿Por qué? —preguntó él con voz trémula.</p> <p>Kara hubiese deseado que Marc le gritase, que se enfadase, así todo sería más sencillo. Pero Marc no era así, recordó. Él era dulce, paciente y dedicaba a cada situación el tiempo necesario y eso era lo que había hecho y estaba haciendo ahora con ella, le estaba dedicando tiempo y espacio.</p> <p>Se recordó que debía ser sincera. Él se lo merecía.</p> <p>—He escuchado la conversación que tenías con tu madre y tu hermana en la habitación del fondo.</p> <p>—¿Has escuchado la conversación? —repitió Marc incrédulo.</p> <p>Ella asintió.</p> <p>—Creo que para ser agente federal no soy muy perceptiva. Han pasado varios días y la recuperación está siendo demasiado lenta, creo que ya habéis hecho suficiente por mí.</p> <p>—¿Por qué piensas eso? —preguntó él sin llegar a entender.</p> <p>—Lo he sacado en conclusión tras escucharos -farfulló ella—. Si llamas un taxi te estaré eternamente agradecida.</p> <p>—¿Y nosotros, Kara?</p> <p>Ella sintió que algo se rompía en su interior y que nunca iba a cicatrizar. Amaba a ese hombre más que a su vida, pero debía ser consecuente con las circunstancias.</p> <p>—No me has besado en dos semanas. Duermes conmigo en la misma habitación, pero no en la misma cama, no me tocas —dijo con voz apagada—. Nos vemos poco y para colmo de males soy una carga para ti.</p> <p>—¿Has llegado a esa conclusión tú sola? —preguntó él-. Creo que tu recuperación te deja demasiadas horas para darle vuelta a esa linda cabecita.</p> <p>—No te burles de mí, Marc -replicó Kara, apartándose de su lado. Marc intentó retenerla a su lado, pero el dolor la aguijoneó y la dejó sin respiración.</p> <p>Marc respiró profundamente. Kara podría jurar que estaba contando hasta diez.</p> <p>—Kara espero que me escuches, porque solamente te lo voy a repetir una vez, ¿comprendido?</p> <p>Kara intentó escaparse de sus brazos pero él la sujetaba con fuerza por los hombros.</p> <p>—No te beso y no te acaricio no porque no quiera hacerlo. Ni imaginas lo que tengo que controlar para no empujarte sobre esa cama, desnudarte y hacerte el amor salvajemente -alegó furioso-, pero el médico me dejo muy claro que debía tener cuidado contigo. Necesitas de reposo. Nada de movimientos bruscos ni relaciones sexuales hasta que no pasase al menos un mes. Te juro Kara que si te beso ahora mismo, no sabría parar.</p> <p>Kara lo miraba de hito en hito.</p> <p>—Vigilo tu sueño todas las noches y soy consciente del dolor que te produce girarte en la cama, por esa razón no me acuesto a tu lado para no provocar posibles lesiones mientras dormimos, antes me cortaría un brazo que hacerte el más mínimo daño.</p> <p>Kara enmudeció. No sabía qué decir. Había estado tan preocupada por sí misma, que había ignorado los sentimientos de Marc.</p> <p>—Respecto a esa conversación...</p> <p>Kara le puso su dedo índice sobre los labios.</p> <p>—Lo siento. ¿Podrás perdonarme? Te quiero Marc, te necesito y tengo miedo a perderte, esa es la única razón que puedo exponer como defensa propia.</p> <p>Los ojos de Marc la miraron sin pestañear. Se pasó los dedos por el pelo y dejó escapar un largo y lento suspiro.</p> <p>—Pensé que nunca me lo ibas a decir.</p> <p>Ella le sonrió y le quitó con cuidado las gafas, se acercó despacio y le besó atrapando suavemente su labio inferior entre sus dientes.</p> <p>Marc gimió y profundizó en el beso con cuidado de no rozar su costado.</p> <p>—Me gusta tu familia y desearía ser un miembro más - murmuró ella suavemente sobre sus labios.</p> <p>—A esa propuesta -dijo él con una sonrisa sesgada-, sólo le veo una solución.</p> <p>—Tú dirás.</p> <p>—Para pertenecer a esta familia, debes ser una O`Brien y sólo se me ocurre una manera de conseguirlo.</p> <p>—¿Cuál? —preguntó ella inocentemente.</p> <p>—Casándote conmigo, te convertirías en Kara O´Brien.</p> <p>Ella reprimió la carcajada que le subía por el pecho.</p> <p>—Me gusta como suena.</p> <p>—¿Significa eso que aceptas?</p> <p>—Sí, Marc. Acepto.</p> <p>Con una sonrisa cálida, él la atrajo hacía su cuerpo. Cerca de su boca se detuvo y Kara lo miró dubitativa.</p> <p>—Mi madre y mi hermana estarán encantadas. No imaginas la charla que me han dado en la habitación del fondo, respecto a este tema.</p> <p>Kara sonrió feliz por primera vez en su vida.</p> <p>—¿Me llevarás a Irlanda a conocer a tus abuelos?</p> <p>—Sí, cariño. Nada me haría más feliz. Excepto esto, claro.</p> <p>Él acercó la boca a sus labios y se perdió en ellos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">Fin</p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><img src="/storefb2/R/Y-Revuelta/Noches-En-La-Niebla/i1"/></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">Enero 2013</p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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