La Colección Anticipación significa un importante paso en el terreno de la Fantasía Científica, pues ofrece por primera vez a los amantes del género, relatos inéditos escritos especialmente para esta serie por autores de reconocida fama.
Este cuarto volumen empieza con una verdadera pieza de antología, en la que Colin Kapp describe el hallazgo de una cultura distinta a la nuestra. El Espíritu del Mal es una nueva modalidad en el arte de Frederik Pohl que sorprenderá a sus numerosos admiradores. En Poderes Extrapsiquícos, John Kingston sondea el poder de la mente mientras Keith Roberts examina con mirada científica el fenómeno del poltergeist. La Raza Moribunda de John Baxter y Asov de James Inglis son dos relatos que tratan del fin de la vida, pero ambos no pueden ser más distintos y con estilos también completamente diferentes. Dan Morgan y James H. Schmitz abordan los peligros que ofrece la exploración del espacio.
Una nueva antología recopilada por John Carnell, que deleitará a sus lectores.
VARIOS AUTORES
Un paraiso olvidado y otros relatos
Traducción de Francisco Cazorla Olmo
Edhasa
Sinopsis
La Colección Anticipación significa un importante paso en el terreno de la Fantasía Científica, pues ofrece por primera vez a los amantes del género, relatos inéditos escritos especialmente para esta serie por autores de reconocida fama.
Este cuarto volumen empieza con una verdadera pieza de antología, en la que Colin Kapp describe el hallazgo de una cultura distinta a la nuestra. El Espíritu del Mal es una nueva modalidad en el arte de Frederik Pohl que sorprenderá a sus numerosos admiradores. En Poderes Extrapsiquícos, John Kingston sondea el poder de la mente mientras Keith Roberts examina con mirada científica el fenómeno del poltergeist. La Raza Moribunda de John Baxter y Asov de James Inglis son dos relatos que tratan del fin de la vida, pero ambos no pueden ser más distintos y con estilos también completamente diferentes. Dan Morgan y James H. Schmitz abordan los peligros que ofrece la exploración del espacio.
Una nueva antología recopilada por John Carnell, que deleitará a sus lectores.
Título Original: New Writings in SF. 3
Traductor: Cazorla Olmo, Francisco
©1965, Varios Autores
©1967, Edhasa
Colección: Anticipación
ISBN: 5814489709034
Generado con: QualityEbook v0.62
UN PARAÍSO OLVIDADO Y OTROS RELATOS - John Carnell
LOS SUBTERRÁNEOS DE TAZOO - Colin Kapp
ENIENTE Van Noon, acuda por favor a la oficina del coronel Belling.
—¡Maldita sea! —exclamó Fritz Van Noon mirando irritado al altavoz—. Parece que Belling haya vuelto a desenterrar el hacha de guerra.
—¿Puedes imaginar de qué se trata? —le preguntó Jacko Hine mientras le ayudaba a salir de un complejo número de piezas a medio ensamblar—. Encarémonos con lo que sea, Fritz, algunos de nuestros recientes proyectos han sido deshechos de una forma bastante espectacular.
—Es cierto, pero nunca se ha dicho que los ingenieros no ortodoxos hayan producido ningún mal trabajo. Nuestros resultados, por el contrario, han excedido a las mayores fantasías.
—O a los temores más exaltados de Belling —repuso Jacko ásperamente.
Al entrar Fritz en la oficina del coronel Belling, éste se levantó a medias de su asiento para saludar al recién llegado.
—¡Ah, Van Noon! Precisamente la persona a quien deseaba ver.
—¿Señor? —dijo Fritz con recelo. El coronel Belling no era hombre dado a conceder la menor cordialidad a sus subordinados.
Belling sonrió como lo habría hecho un lobo.
—Acabo de volver de la conferencia del Estado Mayor General. Desde que usted volvió a instalar los ferrocarriles allá en Cannis, incluso el Viejo se ha visto forzado a admitir que puede haber ocasiones en que la ingeniería no ortodoxa tiene sus virtudes. Por mi parte me siento impelido a destacar que estoy tratando de establecer una reserva de especialistas de ingeniería, aunque debo participarle que tengo mis dudas respecto a ellos, ya que apenas uno entre mil vale algo.
—¿No considera usted su punto de vista algo exagerado, señor? Quiero decir...
—Sé a lo que se refiere, Fritz, y no lo acepto. La ingeniería es una disciplina y la consideración que a usted le merece casi podría decir que es una falta completa de respeto. El éxito de la conferencia ha sido que el coronel Nash, de quien estoy empezando a sospechar que padece de tendencias masoquistas, se ha prestado voluntario para mandar el grupo de la expedición a Tazoo.
Fritz consideró aquello unos instantes.
—Y... ¿qué es lo que se está haciendo exactamente en Tazoo, señor?
—Se lleva a cabo una expedición arqueológica. La vida en Tazoo está extinguida ahora, pero la evidencia tiende a demostrar que una vez gozó de civilización tan altamente desarrollada como la nuestra propia o tal vez mayor. En términos del conocimiento que con ello puede adquirirse, es probablemente la mayor oportunidad que jamás se nos haya proporcionado. Es dudoso que los seres que vivieron en Tazoo fuesen humanos o incluso de tipo humanoide; de todas formas, sus criaturas se extinguieron hace ya dos millones de años. Nuestro problema es captar y recoger lo que aún subsista de su cultura mecánicamente compleja, tan extraña como antigua, e intentar comprender para qué fines se llevó a cabo.
—Ni siquiera me había imaginado que fuese tan difícil, señor.
—No, Fritz, nunca supuse que lo imaginara. Eso es una parte de la razón de ir allá. Su especial forma de ver las cosas, invertida respecto a la ingeniería ortodoxa, es lo más cercano a la tecnología extraterrestre con que contamos. Eso le convierte a usted en un especialista.
—¡Ah!, muchas gracias, señor. Y... ¿la otra parte de la razón para ir a Tazoo?
—Las condiciones climáticas de ese planeta son tan infernales, que el coche todo terreno de tipo medio con que contamos, incluso el más perfeccionado, tiene sólo unas dos semanas de vida funcionando allá. Eso significa que los arqueólogos no pueden explorar muy lejos de la base y que les resulte imposible alcanzar las grandes cosas que de cierto existen. Fritz, quiero que les provea con un tipo de transporte que sea del máximo rendimiento y, si no puede hacerlo, mejor será que busque otro equipo de reserva de ingenieros cuando vuelva, porque si vuelve aquí...
—Ya lo sé —repuso Fritz con aire desgraciado—: hará usted lo posible por que pase el resto de mis días en Tazoo.
—Bueno, eso es ponerse en razón, Fritz. De todas formas, espero que tengan éxito. Deben tenerlo.
* * *
Toma de contacto con el planeta Tazoo. El transportador de tierra con la astronave no disponía de mirillas que permitiese a los pasajeros percibir la menor vista panorámica de su destino. Incluso el pasadizo que encajó con la escotilla de la astronave antes de que se realizase el trasbordo tampoco tenía la menor abertura que permitiese a los recién llegados mirar el infernal planeta de llegada. En la cabina del transportador oruga las mirillas plegables de las ventanas metálicas estaban totalmente cerradas, oscureciendo toda visión para Fritz.
—Permítame presentarme —dijo el ocupante de la cabina—. Mi nombre es Philip Nevill, arqueólogo jefe de la expedición.
—Encantado. Soy Fritz Van Noon, ingeniero especialista, y mi compañero es Jacko Hine, uno de mis ayudantes.
Nevill correspondió afablemente con un gesto.
—Su reputación le ha precedido, amigo mío. Francamente, cuando oí hablar de usted, persuadí al coronel Nash para que le trajese aquí a cualquier precio. Hay cosas en Tazoo, que precisan de una mente muy liberal, ciertamente, para que puedan comprenderse.
El coche oruga se apartó de la nave espacial con el motor tosiendo en una asmática queja.
—Así lo he oído decir —dijo Fritz—. Oiga, ¿no le importaría si abro la ventanilla un segundo? Me gustaría conocer lo peor desde el comienzo.
—Bien, puede hacerlo si gusta —repuso Nevill—, pero le prometo que será una pasión que perderá usted en el acto.
Fritz luchó con la ventanilla y sus rejillas plegables y lanzó su primera mirada al exterior, en Tazoo. Unos pesados bancos de nubes filtraban la furiosa luz brillante del sol del sistema convirtiéndola en una roja y monocromática que hería los ojos y hacía aparecer todo con las gamas del rojo o sombras de un negro hollín. El terreno en sí mismo, sólo era una llanura sin características especiales, desértica y hostil hasta donde la vista podía alcanzar.
—¿Satisfecho? —le preguntó Nevill.
Fritz dejó caer las rejillas de la ventana de un golpe seco y cerró los ojos.
—Doloroso, ¿verdad? —insistió Nevill—. Todo lo más que puede soportarse son cuarenta y cinco minutos, antes de que sobrevenga la ceguera del rojo. Es algo fatal para los ojos. Incidentalmente, la radiación ultravioleta es fuerte durante dos horas al amanecer y dos en el crepúsculo y lo bastante intensa como para perder la piel como una serpiente.
—¡Encantadora perspectiva! —comentó Fritz—. ¿Y a mediodía qué tal?
Nevill alzó los ojos hacia el techo del vehículo.
—¡De un rojizo espantoso!
Al oír el sonido de la bocina del transportador, Nevill abrió la ventanilla por un momento.
—Ahí está la base... hacia allá.
Fritz lanzó una mirada general hacia el panorama. Tal vez a medio kilómetro de distancia, se hallaba la Base, en forma parecida a un racimo de cerezas medio sumergido en escarcha de azúcar, de color rosado.
—Subterránea ¿eh? Una precaución muy interesante.
—No es nada subterráneo —le repuso Nevill en tono ligeramente molesto—. Es una instalación de superficie.
—Pero todo lo que puedo ver son unas enormes bolas de barro.
—Son unos cobertizos del tipo Knudsen recubiertas de una superficie protectora. De no ser así, cada tormenta de arena dejaría esos cobertizos convertidos en un esqueleto antes del amanecer, barriéndolo todo en una sola noche. Rociamos semanalmente esas chozas con una mezcla potente de sustancias poliméricas, un producto razonablemente resistente a los abrasivos. El plástico de su estructura, parte de la arena y sus materiales incrementan su resistencia; pero arruinan su forma.
De repente, el motor del transportador oruga, dejó escapar varias falsas explosiones y se detuvo en seco. Nevill tuvo una rápida conversación con el conductor a través del intercomunicador.
—El motor ha liquidado —dijo finalmente el conductor—. O el carburador se ha deshecho o esa condenada arena ha penetrado en los cilindros. De cualquier forma, la oruga ha quedado fuera de todo servicio práctico; y no queda nada que hacer, sino continuar andando... y está demasiado cercana la noche para esa diversión.
Descendieron de la cabina. Fritz y Jacko se vieron sorprendidos al instante por el acre olor de la atmósfera que pareció arañarles literalmente los pulmones. Nevill, más aclimatado al ambiente, se dedicó a otear el cielo con ansiedad. Por encima de ellos, los hirvientes bancos de nubes en constante movimiento, de una tonalidad púrpura y negra, corrían una ciega danza a través del cielo oscurecido y tan bajos, que Fritz sintió casi el deseo instintivo de alcanzarlos con las manos. Debería, sin duda, existir una fuerte corriente de viento en la altura, ya que los bancos de nubes se desplazaban seguramente a más de cien kilómetros por hora y con todo, en el suelo la cálida humedad permanecía inmóvil e inalterable, como si una lámina de vidrio les aislase de aquella turbulencia atmosférica.
Nevill tenía aspecto de hombre preocupado.
—Parece una tormenta —dijo.
—¿Es algo tan malo? —preguntó Fritz.
—Sólo si se tiene la mala suerte de encontrarse en ella. Esperemos que sea una tormenta húmeda, es bastante inconfortable, pero no fatal corrientemente, si se tiene la precaución de buscar refugio inmediatamente.
—¡Bueno! ¿Y qué ocurre?
—Nada espectacular si se puede encontrar refugio de una tormenta de lluvia a cien kilómetros por hora y si se da la circunstancia de disponer de suficiente álcali para neutralizar la lluvia sobre la piel.
—¿Neutralizar la lluvia? ¿Qué diablos ocurre con ella?
—Oh, pues aproximadamente un cinco por ciento de ácido sulfúrico, más trazas de cloruro de hidrógeno con algo de cloro libre ionizado. Apesta como el infierno; pero aún así, es mejor que una tormenta seca.
—Vaya, pues si una tormenta húmeda es el equivalente a un proceso de corrosión metálica, ¿a qué es igual una tormenta seca?
Pero Nevill estaba demasiado preocupado, oteando la furiosa barrera de las nubes con ojos experimentados en los que se leía una fuerte ansiedad. Todavía quedaban como unos trescientos metros al punto más próximo de la Base. Jacko y el conductor estaban tras ellos, a poca distancia.
—Creo que va usted a tener una demostración práctica de lo que es una tormenta seca, Fritz. Si el olor a ozono se le hace intolerable, o si oye usted un zumbido parecido al de una abeja, no vacile: tírese inmediatamente al suelo con toda la rapidez que le sea posible. Si encuentra algún hueco, aprovéchelo, en caso contrario, no se preocupe pero sea lo que sea, actúe rápidamente.
—¿Un zumbido de abeja?
—Es el paso de una corriente de aire ionizado, el preludio de la descarga de un rayo. Por ahí encima y a corta distancia hay muchísimos megavoltios, lo suficiente, no para achicharrar a un hombre, sino para fundirlo con la arena. El carbono procedente de los cuerpos, reduce una gran parte de los óxidos metálicos del suelo, por lo que el efecto resultante, es el de un notable apilamiento de cristales.
—Bueno, dejemos la química —repuso Fritz, nervioso—. No puedo imaginarme a mí mismo convertido en un pisapapeles convincente.
—Entonces... ¡al suelo! —exclamó Nevill uniendo la acción a la palabra.
Todos se arrojaron al suelo. El olfato de Fritz no habría detectado bien el ozono, virtualmente paralizado como se hallaba por la tremenda acritud del ambiente, pero sus oídos registraron claramente el agudo zumbar de abeja de que Nevill le había advertido segundos antes. Entonces, estalló el rayo, con un vivido resplandor, a treinta metros de distancia, y como un terrible haz de fuego que se elevaba a los cielos. El ruido y la onda sonora le dejaron momentáneamente aturdido; pero pronto se armó de valor y vio cerca un amplio parche de arena fundida y una fortísima concentración de ozono que marcaba el lugar en que había caído la descarga eléctrica.
—¡Malo! —dijo Nevill—. Las he visto peores aún. Ha caído muy bajo, lo que significa que no tendremos cobertura por aquí cerca. Será mejor que tiren ustedes cualquier objeto de metal que lleven encima y tratemos de volver como sea al transportador oruga. Pero, ¡cuidado con llevar la cabeza baja!
Otro rayo cayó en las proximidades, más grande y más próximo que el primero, estrellándose contra la arena tras ellos como la explosión de un gigantesco obús, seguido por otros tres más en la reducida zona en que se hallaban.
Desesperadamente, el pequeño grupo se fue arrastrando hacia el transportador, que aparecía ofreciendo poca altura en la zona tormentosa. Por todas partes, aquí y allá, tremendos estallidos marcaban la sucesiva descarga de los rayos, con una terrible energía eléctrica, como flechas de castigo lanzadas por algún dios encolerizado, loco y cargado de electricidad. Entonces, como una gigantesca chimenea pareció surgir del propio transportador. Aquella fantástica corriente fundió el transportador convirtiéndolo en una enorme burbuja al rojo blanco que después se abrió por el aire expandido encerrado en el interior. Ante sus ojos aterrorizados, el transportador se disolvió como un juguete de plomo, deshecho en mil ascuas ardientes convirtiéndose después en un parche de metal mezclado con los silicatos en aleación de la roja arena de Tazoo.
Después, y misericordiosamente, comenzó a llover. Nevill apartó la cara de aquella apestosa y acre precipitación y dejó escapar un fuerte suspiro de alivio. Pocos segundos más tarde todos corrieron como unos locos medio ciegos a través de aquellas aguas corrosivas en dirección al campamento de la Base, sin el peligro de las descargas eléctricas, que se habían retirado al borde del cinturón de lluvia. Estaban ya afortunadamente a pocos pasos de la Base, cuando una muralla de arena abrasadora, lo barrió todo con una furia incontenible, arrastrada por un fuerte viento huracanado cayendo sobre ellos con el color púrpura de la noche próxima.
—¡Bienvenido a Tazoo, teniente! —le saludó el coronel Nash al entrar en su oficina.
Fritz exploró la cara todavía fresca y bien parecida del alto oficial, apreciando dolorosamente las profundas ojeras que circundaban sus ojos.
—Gracias, coronel. Ha sido toda una ceremonia de recepción la que hemos tenido ahí fuera.
El coronel Nash le sonrió afablemente.
—Impremeditada, se lo aseguro; pero el tiempo es parte de la razón por la que usted se halla aquí. Un transportador de oruga es la máquina más fuerte disponible; pero según habrá apreciado por sus propios ojos, es totalmente incapaz de soportar el entorno ambiental de este condenado planeta. El bajo pH de las aguas de lluvia conspiran con la arena para desgarrar y hacer añicos las entrañas de cualquier medio de transporte de los que hemos importado hasta Tazoo. Cuando se considera la composición atmosférica, el cloruro de hidrógeno, el ácido sulfúrico libre y el ozono, además de la alta humedad y las extremas radiaciones ultravioleta junto con alguna adicional tormenta de arena nocturna, puede suponer que la prevención contra la corrosión de los metales, no es la menor de nuestras dificultades.
Fritz se estremeció involuntariamente.
—Tengo que admitir —continuó Nash—, que nunca antes me había enfrentado con usted respecto a la cuestión de la ingeniería no ortodoxa; pero si puede usted resolver el problema de nuestro transporte; estaré decidido a entrar en el terreno de la persuasión. Ciertamente que ningún ingeniero no ortodoxo puede darnos el transporte que precisamos en Tazoo a un costo menor que el presupuesto total de la totalidad de la empresa emprendida.
—¿Con qué facilidades contamos? —preguntó Fritz.
—En Tazoo... cualquier cosa que pueda encontrar. Si precisa algo que tenga que ser enviado desde Tierra, necesitará una condenada gran caja de embalaje y el costo es enorme. Desde luego, no podemos pensar en que nos traigan más vehículos hasta aquí. Ahora es cosa suya, con su famosa ingeniería revolucionaria, quien tiene que ponerse a inventar algo práctico.
—¿Y cómo va la empresa emprendida aquí en Tazoo?
—Lentamente —repuso el coronel—. En gran parte por las limitaciones del transporte. El equipo de Nevill ha descubierto ya una gran cantidad de monstruosidades arqueológicas; pero la gran suerte y nuestra mejor recompensa sería el poder descubrir cualquier artefacto mecánico. Si eso ocurre y si resulta la mitad de lo fantástico de los hallazgos hasta ahora encontrados, requerirá todo su genio peculiar para identificarlo e interpretarlo debidamente. Esperamos hallar algunas muestras de ingeniería no ortodoxa, procedente de una cultura que murió antes del fin del período Plioceno en la Tierra.
—¿Y qué signos hay de que tuviesen una cultura científicamente elevada? —preguntó Fritz—. Seguramente que los hallazgos, hasta ahora, no habrán señalado nada importante...
—Las exploraciones preliminares del grupo de investigadores, encontraron signos de que los habitantes de Tazoo, habían llegado a los dos satélites de este planeta y estamos razonablemente ciertos de que también llegaron hacia el planeta más próximo en dirección al sol de este sistema planetario y de que consiguieron establecer alguna estación allá.
—Todo eso suena a algo altamente prometedor —comentó Fritz—. Pero dos millones de años, es mucho tiempo. ¿Habrán quedado algo relativo a máquinas o mecanismos tras semejante período?
—Nevill teoriza respecto a que para desarrollar una civilización funcional de alto nivel, los habitantes de Tazoo tuvieron que disponer de ingenieros altamente calificados, quienes supieron cómo tratar con la atmósfera de este condenado planeta. Además, las condiciones de humedad no debieron penetrar demasiado profundamente en la arena, y así cuanto más profundo se hubiese enterrado un artefacto, más grandes han podido ser sus posibilidades de una supervivencia casi infinita. Una exploración profunda en el sitio adecuado, nos proporcionaría una buena información de la civilización de Tazoo en un estado de conservación razonablemente bueno. Todo lo que necesitamos ahora, es dar con ese lugar adecuado, para justificar la totalidad de esta empresa que se lleva a cabo en Tazoo.
* * *
Al día siguiente, Fritz encontró a Philip Nevill en el cuartel general de los arqueólogos, y aparentemente con ninguna señal nociva de la explosión a que se vio expuesto en la víspera.
—¡Hola, Fritz, amigo mío! ¿Qué podemos hacer por usted?
—Espero que pueda responderme a una pregunta. ¿Sabe usted qué pudo haberles ocurrido a las criaturas que habitaron en Tazoo?... Quiero decir ¿por qué se extinguieron tan rápidamente cuando habían logrado un nivel tecnológico tan aparentemente elevado?
Nevill dejó escapar un suspiro.
—Está usted equiparando la tecnología con la capacidad para manejar el estado climatológico del entorno y de esa forma, poder asegurar un gran potencial de supervivencia. Bien, me temo que no pueda responder a su pregunta. Hay ciertas indicaciones de que abandonaron áreas muy pobladas y se marcharon en masa hacia las regiones ecuatoriales. De las cifras de distribución se desprende que la totalidad de la población se dirigió a establecerse en los trópicos y que fueron diezmados en su emigración. Esto sugiere que huyeron a toda prisa de algo biológicamente intolerable.
—¿Un drástico cambio climatológico?
—Climático, no...; ambiental, más posiblemente. Buscamos una evidencia en cambios climáticos de mayor importancia sin encontrar nada realmente significante. La única cosa que es reciente, geológicamente hablando, es la arena.
—¿La arena?
—¡Hum! Probablemente un desequilibrio ecológico. Las llanuras más importantes aparecen como si alguna vez hubieran estado pobladas de prolíficas selvas y grandes bosques, tal y como se encuentran ahora en algunas zonas de mejor clima. Por alguna razón, bien fuese por la sequía, el fuego o quizás por grandes plagas vegetales, los bosques murieron. Los resultados son típicamente iguales a los producidos en idéntica forma en la Tierra.
—¿La erosión del suelo?
—Sí, pero a una escala catastrófica. Una vez que la arena comienza a invadir un suelo desprotegido, resulta casi imposible la oportunidad de que germine algo en ella. Estamos recogiendo semillas útiles aún, de excavaciones profundas; pero o están huecas o al comenzar a crecer se les ha podrido la raíz.
—¿Y cuándo ocurrió... esa erosión?
—No podemos decirlo con certidumbre; pero por las apariencias debió ocurrir ligeramente con anterioridad a la extinción de los propios habitantes de Tazoo. Si ambos factores tienen alguna relación, es algo que habrá que demostrar en el futuro con otras pruebas exploratorias. ¿Responde eso a su pregunta?
—Sí, pero sólo para hacerle otra —dijo Fritz—. No puedo comprender cómo cualquier cultura técnicamente capaz de explorar los satélites próximos a su planeta haya podido ser barrida del mapa por algo tan reversible y que pueda predecirse como es la erosión del suelo. Y... ¿por qué emigrar a los trópicos cuando la fertilidad del suelo continuaba en las franjas térmicas?
—Lo ignoro —repuso Nevill—. Es un problema difícil. Los habitantes de Tazoo no eran ni incluso humanoides y lo probable es que ni su fisiología ni su lógica tuvieran nada en común con las nuestras. Podría darse el caso de incurrir en un gran error si intentásemos, por el momento, interpretar sus acciones por la simple extrapolación de lo que nosotros pudiéramos haber hecho en circunstancias similares.
—Sí, es un punto muy interesante. No tengo necesariamente que estar de acuerdo con él; pero lo tendré en cuenta, sin embargo. Gracias, Philip, me ha dado usted algo interesante en qué pensar.
* * *
Habiéndose establecido de forma que el escuadrón exploratorio estuviese razonablemente bien acuartelado, Fritz volvió su atención al problema del transporte. Aquello le hizo volver a Jacko, que ya había imaginado algo al respecto, pero que se lo presentó con tanto entusiasmo como una sentencia de muerte.
—Estamos en verdaderas dificultades, Fritz. De los cien orugas originalmente suministrados por la empresa, sólo hay veinte que aún funcionan. Doscientas horas de trabajo y funcionamiento en Tazoo reducen a una oruga a tal condición que ni siquiera podría venderse como chatarra. Tomando una pieza de aquí y otra de allá, creo que podríamos poner en servicio otros cinco transportadores-oruga, pero sólo podemos calcular sobre un máximo de seis mil horas de trabajo antes de echar a andar.
Fritz miró desconsoladamente a un cuaderno de notas en blanco que tenía ante sí.
—¿Y qué hay respecto a los tractores y al equipo pesado?
—No están demasiado mal, pero sólo debido a que en su mayoría se encuentran bien encerrados en sus cubiertas protectoras. Una vez levantados los precintos y sus seguridades protectoras, no hay razón alguna para suponer que no se comporten como lo hacen las orugas. Esta combinación de corrosión y abrasión es algo que hace que no expusiera alegremente un sencillo aparato de relojería.
—Comprendo tus razones —comentó Fritz—. Como veo las presentes circunstancias y necesidades, no nos daría mucho más de un potencial de transporte de sesenta días. ¿Qué protección podemos dar a los orugas para extender su vida de trabajo?
—Una gran parte de cada vehículo puede ser revestida de una capa de plástico, como hacen con los refugios Knudsen. Los motores tienen un problema difícil. Algún genio pensó en proveerlos con tipos normales de turbinas protegidas de aleación de aluminio; pero lo que la atmósfera de Tazoo hace con la aleación me pone la carne de gallina. Incluso los productos vitrificados se destrozan y dejan partículas de sílice en el interior de los cojinetes.
—No te molestes en hacerme la descripción —dijo Fritz—. Ya sabemos lo que la sícile hace con los cojinetes. Creo que debemos encararnos con el hecho de que mientras podemos salvar la mayor parte de los transportadores oruga, no podemos hacer igual con sus motores. Podríamos diseñar un sistema que permitiese encerrar los motores en una atmósfera inerte..., pero dudo de si tenemos facilidades aquí para hacer un trabajo duradero. Necesitamos, además, un suministro de oxígeno libre de pH controlado para la admisión de aire. Creo que podríamos producirlo mediante la electrólisis; pero también dudo de que podamos manejar cantidades suficientes para que sean de verdadero valor.
—Y así hasta el infinito... —terminó lamentándose Jacko.
Fritz hizo un gesto afirmativo.
—Intentémoslo de todas formas. Quiero dos orugas modificados. Vamos a rociarlos con plástico por todas partes, hasta donde sea posible, y precintar el compartimiento del motor rellenándolo con una mezcla de hidrógeno y nitrógeno de una composición no inflamable. Vamos a poner en funcionamiento nuestra columna de Micro-Linde para el nitrógeno y a construir una planta para el hidrógeno. Necesitaremos el Micro-Linde y la fábrica de electrólisis para obtener oxígeno para el suministro de aire en la admisión de los motores, y mejor será que diluyas el oxígeno con cualquier nitrógeno que se tenga a mano y después ajustar las turbinas para que funcionen en ese régimen.
—¿Y qué hago para conservar el oxígeno? —preguntó Jacko.
—Existe un buen suministro de plástico polimerizado del que utilizan para rociar los refugios. No creo que esté más allá de nuestra capacidad que podamos hacer con él un buen recipiente de gas.
—Pues sí, es factible; pero pongo en duda que el Micro-Linde nos dé todo el nitrógeno que necesitamos.
—Y yo también —convino Fritz—. Por eso sólo quiero modificar dos transportadores solamente. Hay otras muchas cosas que hacer, pero esto es lo más urgente y no disponemos ni de tiempo ni de otros recursos para la fijación del nitrógeno en otra forma distinta. —Se dirigió a la ventana, abrió la contraventana y se quedó mirando fijamente a aquella extensión desértica de terreno, con aire profundamente preocupado.
—Arena... Sólo arena, arena de grano fino, abrasiva y que lo llena todo. Lo que necesitamos, Jacko, es algo completamente nuevo para los transportes en Tazoo. Quisiera saber qué medios fueron los empleados por los habitantes de este planeta infernal.
* * *
Tres días más tarde, y ya estaba uno de los orugas en completo proceso de transformación, cuando sonó el teléfono.
—Habla Noon.
—Fritz, soy Nevill. Tengo un trabajo para usted.
—Envíelo —repuso Fritz—. Un poco más no establecerá mucha diferencia.
—Está bien. Estaré con usted en cuestión de minutos. Se trata de uno de esos mecanismos de Tazoo de los que hemos estado buscando.
—¡Hola! Ahora me interesa mucho más. ¿De qué se trata?
—Eso es lo que quiero que me explique usted.
Diez minutos después Nevill llegó y ceremoniosamente golpeó su pipa en el umbral, en deferencia al visible letrero inexistente en que se rogaba no fumar, en la planta de electrólisis. Después hizo una señal a sus ayudantes, que introdujeron un objeto ancho en el refugio y lo dejaron caer en el suelo. Fritz lo miró desconcertado.
—Creo que viene usted al departamento equivocado. Tiene el aspecto del bisabuelo de un pollo extraterrestre con sus huesos de la pechuga, que una vez debieron pertenecer a alguna abuela de tal pollo. ¿Por qué no lo lleva a los muchachos de la Biología?
—Ya lo hice —afirmó Nevill—, pero me enviaron aquí inmediatamente con el mensaje de que usted era el responsable de la investigación en cuestiones de maquinaria.
—¿Maquinaria? ¿Supone usted que eso encaja dentro del departamento de maquinaria? Quizá sería mejor llevarlo al cocinero para que intente sacar una buena sopa.
—Es maquinaria —afirmó Nevill decididamente—. Y voy a decirle por qué. Esto no es animal, es vegetal. Concretamente madera de la variedad Dalbergia oliven, la madera de hierro, de Tazoo, para ser precisos. Además, no ha crecido en esa forma. Es un producto manufacturado, o al menos se aprecian trazas de haber sido conformado inteligentemente, como lo atestiguan las señales de las herramientas. Además de esto, los habitantes de Tazoo fueron muy aficionados a ella porque la gran planicie del Sur que se extiende más allá tiene una densidad estimada de casi medio millón por kilómetro cuadrado.
Fritz pareció asombrado.
—¿Medio millón?
Nevill hizo un gesto de asentimiento.
—Sí, y esa llanura es enorme. Si la muestra que hemos tomado es representativa de la totalidad de la zona, podría haber como cinco millones de artefactos iguales a ése en esa sola llanura. Sé que los habitantes de Tazoo eran unas criaturas extrañas más allá de toda comprensión para nosotros; pero me resulta imposible concebir que hicieran todo esto por simple gusto. Eso sería como imaginarse que en el desierto de Sahara la gente se dispusiera a pavimentarlo con sacapuntas, pongamos por caso. Estoy seguro de que estos artilugios como huesos de la pechuga de un pollo son algo funcional. Quiero que me diga lo que fueron y cuál era su finalidad funcional.
Fritz aprobó con un gesto.
—Le enviaré un informe preliminar dentro de un día o dos; pero si eso es una máquina, odiaría ver su idea convertida en una muestra grande de lo que parece ser una osamenta de la pechuga de un pollo.
Después de que Nevill se hubo marchado, Fritz empleó casi una hora examinando cuidadosamente aquel extraño dispositivo desde todos los ángulos posibles y mirándolo incluso con lentes de aumento en busca de alguna pista que sacara a relucir su función. Más tarde, Jacko se llevó aquel extraño artilugio hacia el banco de trabajo para una completa investigación. Cuando estuvo completado el trabajo volvió a Fritz con su informe.
—Creo que tenemos aquí algo, Fritz. Estos nódulos existentes en las superficies interiores... Bien, el fluoroscopio muestra una masa oscura de algún extraño material depositado en cada una de ellas. Si me das permiso podemos cortar una y examinar más de cerca lo que contiene.
—Empieza a cortar —dijo Fritz—, porque si es una muestra de la ingeniería de Tazoo, cuanto más pronto comencemos a estudiarla y a captar su secreto, mucho mejor.
De cierta mala gana, la sierra eléctrica de banda comenzó a cortar la madera antigua. A medio camino del corte, la hoja de acero chirrió como protestando por algún duro inconveniente en su camino. Entonces el nódulo se desprendió y Jacko sacó de su interior un brillante cristal que depositó en la mesa.
—¡Vaya! —exclamó Fritz—. Hay fibras de metal en la estructura de este artilugio y facetas metalizadas en el cristal. Con esta evidencia, yo diría que esto fue una cierta forma de dispositivo piezoeléctrico. Y fíjate cómo está el cristal perforado... ¿Supones que hubiera cuerdas montadas en ese caparazón de pechuga de pollo?
Jacko contó los nódulos, que eran iguales a ambos lados.
—¡Señor, un arpa! —exclamó con una voz impregnada de completa incredulidad.
—O un transductor de sonidos —opinó Fritz—. Existen pasos eléctricos comunes a través de esa madera de hierro y conexiones con los cristales. Si se le aplica una corriente alterna a esos contactos, los cristales excitarían las cuerdas por simpatía de acuerdo con la frecuencia de resonancia de ese sistema particular. Quisiera saber qué diablos de sonido produciría... Jacko, comienza a reencordar lo que queda de esa cosa mientras que dispongo de un amplificador conveniente. Con eso creo que produciremos alguna música agradable.
—Muy bien —convino Jacko—, pero si tu concepción de la música es algo parecido a tu idea de la ingeniería, creo que voy a divertirme de lo lindo...
Les llevó tres horas ensamblar el conjunto. Fritz desapareció en el refugio de comunicaciones y volvió con una especie de equipo que más parecía que iba a ser ensamblado por la inspiración que siguiendo un diseño determinado. Cuando todo estuvo dispuesto conectó la energía. El primer resultado fue muy dudoso, necesitando la parte electrónica una drástica revisión antes de que pudiera obtenerse un resultado tolerable.
Tras de algunos ajustes finales, Fritz se pronunció satisfecho con los resultados obtenidos y se dejó caer en una silla para escuchar atentamente, mientras que con la mirada oteaba el crepúsculo teñido de rojo que se extendía al exterior en la inmensa llanura.
—¡Escucha eso, Jacko! —dijo Fritz sintiéndose contento—. Extraterrestre y bello más allá de lo que podamos recordar...
—Pues yo diría que si alguien intentase encordar un piano de dos millones de años de antigüedad con cuerdas viejas y sin la menor idea de la escala y el tono convenientes, los resultados serían igualmente extraterrestres.
—Vamos, no estoy en disposición de ánimo para discutir con alguien que tenga un alma tan mezquina —dijo Fritz—. Para mí esta música, tal y como los antiguos pobladores de Tazoo la conocían, resulta ahora como si estuviera resonando en aquellos lejanos tiempos pasados. ¿Es que no puedes imaginarte, Jacko, esta increíble música producida por millones de arpas en un crepúsculo rojo como la sangre y en una tierra fantástica como ésta?
—Creo que me dolería la cabeza —repuso Jacko—. ¿Qué es lo que has estado introduciendo en esta condenada cosa, de todas formas?
Fritz tosió ligeramente.
—Realmente son las señales telemétricas procedentes del satélite monitor de la ionosfera de Tazoo; pero el arpa contribuye a una distorsión de un cinco por ciento aproximadamente, por lo que nunca llegarás a reconocer sus tonos como música.
—No puedo evitar sentirme francamente a disgusto pensando en que alguien deseara escuchar a medio millón de arpas locas sonando por sí solas dentro de un kilómetro cuadrado. Ninguna cultura ha podido ser tan amante de la música y, con todo, sobrevivir.
—No sobrevivió. Ni tampoco podemos comprenderla siendo tan extraña a la nuestra. Si quieres un paralelo en tal cuestión puedes pensar en los millones de transistores personales llevados a una gran playa de la Tierra en un día de fiesta. ¡Cuánto más sencillo resultaría si se erigieran altavoces a cuatro pasos de intervalo, uno de otro, en todas las playas y que dieran como resultado escuchar todo el tiempo la radio a la fuerza más bien que serlo meramente inevitable.
A despecho de la tibia temperatura reinante en el interior del refugio, Jacko se estremeció con un escalofrío visiblemente y cerró los ojos, mientras que los tonos complejos del arpa cantaban extrañamente con inescrutables armonías, produciendo un curioso fenómeno en el estómago.
—Estoy comenzando a captar la idea —dijo— de por qué exactamente los habitantes de Tazoo decidieron emigrar. Escuchando esto, yo siento la misma prisa en emigrar de aquí adonde sea...
En aquel momento la puerta se abrió de par en par y Nevill, con los ojos brillantes de alegría, entró en tromba en el refugio.
—¡Fritz! ¡Ya lo tenemos! Un real hallazgo al final. A juzgar por la extensión de las resonancias, nos parece haber dado con la localización de toda una ciudad de Tazoo bajo la arena.
Fritz saltó de entusiasmo.
—¡Enhorabuena, Philip! Eso suena realmente a la gran hazaña que todos estábamos esperando. Y exactamente, ¿dónde está el sitio?
—Lo tenemos bajo nuestras propias narices..., aproximadamente a unos veinte kilómetros al Este de aquí. Te lo digo, Fritz, amigo mío, hay toda una metrópoli real bajo el suelo.
Y se detuvo, dándose cuenta por primera vez del arpa cantarina.
—¿Qué diablos es esto?
—Pues una genuina arpa de Tazoo en acción —dijo Fritz modestamente—. ¿No te gusta?
—No, porque me parece una locura. A nadie, por extraño que sea, le habría gustado escuchar algo que sonase así. Además —continuó mientras que se limpiaba el sudor de la frente—, los habitantes de Tazoo tenían unas cavidades auriculares más pequeñas. Su alcance audible era indudablemente a mitad de lo ultrasónico. Francamente, nunca pudieron haber escuchado cualquier cosa de tonos tan bajos como eso. ¡Lo siento! Intenta hacer algo diferente, algo así como fuegos artificiales o cualquier otra cosa.
Y diciendo aquello se marchó, dejando a Fritz decepcionado, sintiéndose desgraciado con todo su equipo y evitando la mirada de Jacko.
—Está bien —dijo Fritz—. Se ve que nunca tengo la razón la primera vez. —Y desconectó el amplificador desconsoladamente—. Todavía sigo creyendo que era una buena idea.
—Ésta es la segunda de tus buenas ideas que descarrila hoy —dijo Jacko tocándose nerviosamente las orejas.
—¿La segunda?
—Sí, olvidé decírtelo. Tu idea de obtener nitrógeno puro para los transportadores por la destilación fraccional en el Micro-Linde no resolvió el problema; simplemente lo transfirió. La maldita atmósfera de Tazoo se come las entrañas del compresor Linde.
—¡Vaya, eso era lo que me faltaba para completar el día! —se quejó Fritz amargamente—. Mejor será que reúnas a los muchachos, Jacko. Quiero que todos los transportadores oruga y los tractores se encuentren preparados para entrar en acción con todas las grúas y medios de arrastre de que se disponga.
—¿Qué es lo que estás planeando, Fritz?
—Demos cara a la situación, Jacko; no podemos transportar lo suficiente en un viaje de cuarenta kilómetros diarios entre ida y vuelta hasta el lugar hallado de la ciudad subterránea. Lo mejor es disponer de una Base lo más próxima al lugar del hallazgo. Lo lógico es emplear todos nuestros recursos, llevándose la totalidad de la Base al nuevo lugar.
—¡Estás loco! Se llevaría meses en desmantelar todo esto y transportarlo a tal distancia.
—No he dicho nada de desmantelar la Base. Un refugio Knudsen es una estructura rígida por sí misma. Puede moverse como un todo. ¿Puedes pensar alguna razón en contra para que no enganchemos una oruga o un tractor a cada refugio y arrastrarlo por la arena hacia el nuevo emplazamiento?
—Sí, el coronel Nash y el psiquiatra de la Base, por no mencionar más que dos. Un refugio Knudsen no puede arrastrarse en semejante forma y esperar a que llegue de una pieza.
—Ordinariamente, no; pero éstos han sido recubiertos con capas alternadas de resina y arena hasta un espesor que ya peca de ridículo. ¡Maldita sea, Jacko!.., ¿no ves que es algo parecido a un laminado de resina y arena que tiene que ser ciento cincuenta veces más fuerte que el original?
—Bueno, es cierto —dijo Jacko—. Pero no me hace ninguna gracia pensar en las explicaciones que vas a darle al coronel Nash.
* * *
—Está bien —dijo Nash al fin—. Puede usted comenzar a mover la Base en cuanto disponga de los cables necesarios para el arrastre y demás servicios. No tengo que recordarle que todo tiene que estar terminado para el atardecer. Y le advierto que si hay algo que va mal...
Y se echó hacia atrás especulativamente por unos instantes.
—Sepa, Fritz —continuó—, que estoy decepcionado. Esperaba grandes cosas de la ingeniería no ortodoxa; pero cuando llega el momento ni siquiera puede usted prometerme un decente sistema de transportes que entre en operación.
—Un copo de nieve —protestó Fritz— no tendría muchas oportunidades de mantenerse en el infierno a menos que dispusiera usted de una tonelada de equipo refrigerador con él. La culpa no la tiene el infierno, sino el ser un copo de nieve. Usted tiene una condición similar con sus transportes oruga en Tazoo. Un transportador conveniente tuvo que haber sido diseñado para estas condiciones; pero ello comportaría los recursos de la Tierra especialmente para el transporte hasta aquí. El costo sería astronómico. La limitación está en asociar el transporte con la idea de un transportador oruga.
—Me doy perfecta cuenta de lo que está diciendo —dijo Nash—. De hecho, ésa es la razón por la que envié a buscarle a usted. Usted goza de la reputación de hacer lo imposible y con pocos medios. Pues bien, le desafío a que produzca lo que necesitamos.
—Los milagros solemos hacerlos casi inmediatamente —repuso Fritz—. Lo imposible requiere algún tiempo más. Después de todo, sólo llevamos aquí una semana.
Nash le miró con el ceño fruncido por un momento.
—Fritz, francamente no creo que nadie tenga la más remota posibilidad de hacer lo que pido; pero estoy apelando a su raro talento, si es realmente como se dice. Si es usted capaz de instalar un sistema de transportes en Tazoo en un plazo de tres meses, seré el primero en retirar cuantos comentarios he hecho acerca de la ingeniería no ortodoxa. Si no lo hace, lo enviaré de vuelta a la Tierra. La empresa de Tazoo no está proyectada para soportar ningún peso muerto.
—Bien, es un desafío que acepto —dijo Fritz—, pero no espere equiparar el transporte que resulte con cualquier tipo de vehículo de los que usted haya visto nunca, porque para eso hay un millón de posibilidades contra una de que así suceda.
* * *
Jacko estaba esperándole al exterior de la oficina.
—¿Mal?
—No muy bueno —repuso Fritz—. Disponemos de tres meses para resolver el problema del transporte, o nos echarán de aquí a patadas como inútiles. El honor, incluso el hecho de continuar en la ingeniería revolucionaria, está en entredicho. De alguna forma tenemos que arreglárnoslas para fabricar una especie de vehículo; pero esto, de cara al hecho de que no disponemos de ninguna clase de material de construcción capaz de soportar el entorno ambiental de este maldito planeta.
—Entonces ¿adonde iremos desde aquí? —preguntó Jacko preocupado.
—Maldito si lo sé. Vete y dispón las cosas para el traslado general de la Base. Yo me voy al lugar del nuevo emplazamiento para ver lo que Nevill está haciendo. Puede que con sus excavaciones haya proporcionado alguna inspiración al problema, y bien saben los Cielos la falta que me hace ahora.
Nevill vio el oruga arrastrándose por el desierto rojizo y se aproximó al filo de las excavaciones para atender la llegada de Fritz.
—¿Cómo van las cosas, Philip?
—Maravillosamente, amigo mío. Sabíamos que habíamos logrado un importante descubrimiento; pero esto... ¡esto es el paraíso! Estamos descendiendo sobre una gran ciudad; por el aspecto que ofrece y todo lo que hay en los bajos niveles, donde la arena está seca, se halla en perfecto estado de conservación. Algunos de esos edificios de tres pisos están tan bien, que podríamos utilizarlos perfectamente para nuestros propios propósitos. Te digo, Fritz, que esta empresa arqueológica de Tazoo nos está pagando dos millones por uno de interés. El completo análisis de todo eso creo que mantendría ocupadas a generaciones enteras.
Fritz miró hacia abajo en aquella impresionante cantera que era el aspecto que ofrecían los trabajos de excavación. Todo el mundo parecía atacado de una verdadera fiebre de trabajo y los equipos arqueológicos, con un entusiasmo contagiado de unos a otros, rivalizaban en sus quehaceres. Los relevos se habían alargado en el horario de forma voluntaria; pero aun así aquello parecía que iba a terminar con los hombres por agotamiento.
Aquí y allá, las extrañas torres de los fantásticos edificios descubiertos, ya aparecían expuestos por encima de la arena en forma de inimaginables obeliscos de una arquitectura incomprensible, curiosamente distorsionados y atacados por el paso del tiempo y la furia del viento y la arena. Algunos, con la arena caída a grandes profundidades, se hallaban más firmes en los niveles más bajos, siendo la arquitectura aún más maravillosa y más inconcebiblemente elaborada. Ocasionalmente, unos pozos verticales descendían a puntos donde la lógica perdía todo su sentido, lo que le hacía todavía más excitante.
Fritz se quedó fascinado más allá de toda medida. Aquella visión captó su imaginación con su inescapable hechizo. Como ingeniero, su sentido común luchaba por tratar de comprender la lógica de aquellas estructuras que se estaban descubriendo ante él; pero en su espíritu, tal vez la poesía le negaba la identificación de las partes componentes, quedando como atrapado en la maravilla del conjunto. Era el técnico que llegaba para realizar un desapasionado análisis y se convertía en una especie de adoración.
Haciendo un gran esfuerzo trató de volver a la realidad y miró perplejo a Nevill. El arqueólogo le dio unas palmadas en el hombro con aire simpático.
—Sé lo que estás pensando, amigo. A todos nos está ocurriendo igual. Es a la vez maravilloso y triste estar descubriendo los restos de una tan grande cultura; maravilloso porque esta cultura debió ser algo extraordinario y grandioso, y triste porque encontramos esta ciudad vacía de las criaturas que la crearon.
—Pero... ¿por qué diablos tuvieron que marcharse? —preguntó Fritz—. Tras haber recorrido tan largo camino... consiguieron dominar el entorno en un grado comparable al nuestro en la Tierra, y después debieron bastar unos pocos siglos para desvanecerse, perecer y ser como barridos del mapa, y la arena se encargó de enterrar todas estas maravillas... Pero ¿cuál fue la verdadera razón que les impulsó a desaparecer? Creo que es algo que estamos obligados a descubrir, no sea que nos ocurra algún día a nosotros también.
Para la hora del crepúsculo, la última choza Knudsen había sido transferida a las inmediaciones de los trabajos. El día había sido de una gran actividad entremezclada con la frustración. Como Fritz había previsto, los refugios habían demostrado ser capaces de ser arrastrados enteros por sobre la arena, pero las condiciones de los tractores y orugas había sido tal, que el paso del traslado había quedado marcado sobre la arena con una procesión de vehículos abandonados esparcidos ampliamente a través de las dunas arenosas. Al final de la jornada sólo quedaban cinco transportadores oruga en funcionamiento.
Tras haber organizado un equipo para recuperar algunos de los transportadores reparables, Jacko se fue en busca de Fritz y le encontró en los trabajos de excavación, perezosamente escuchando y manipulando en su tienda un arpa de Tazoo, como el hombre que busca una inspiración evocando a las musas.
—Me gustaría saber qué fue lo que les sucedió a estos habitantes de Tazoo, Jacko. Es que no llego a comprender por qué una tan avanzada y organizada cultura pudo haberse roto súbitamente en mil piezas. No hay señales de ninguna guerra importante y tampoco hay indicios de suficiente material radiactivo en el planeta que indique que pudo haber tenido lugar un holocausto atómico. Es terriblemente inquietante que semejante catástrofe pudiera haber aniquilado a toda una raza, con semejante nivel tecnológico, habiendo dejado tan pocas huellas. Es como si de repente hubieran cerrado sus ciudades y emigrado en masa lejos de aquí para morir en un éxodo hacia el ecuador.
—¿Has pensado en el hambre?
—Posiblemente pudo haber sido algo parecido. Eso es lo que Nevill sugiere virtualmente..., una amplísima erosión del suelo. Por alguna razón, los grandes bosques en esta zona murieron súbitamente. Esto más bien sugiere una prolongada y terrible sequía..., pero es preciso pensar que una alta tecnología habría luchado por la supervivencia incluso en semejantes circunstancias. El mar es un enemigo terrible; pero aun así, me apostaría cualquier cosa a que habría sido posible destilar el agua suficiente para mantener una agricultura en determinadas zonas, como un gran cinturón, de haber llegado la precisión de hacerlo en alguna zona del planeta.
—Pero sin energía nuclear, ¿de dónde sacarían la energía suficiente? —preguntó Jacko—. La destilación del agua del mar a gran escala precisa de una gran fuente de energía...
—¡La energía! —exclamó Fritz súbitamente—. ¡He aquí la gran idea! Pensemos en eso, Jacko... ¿De dónde pudieron obtenerla? Pongamos algunos hechos uno junto a otro. Sabemos que en un determinado estadio de la historia de Tazoo ocurrió algo..., algo que en dos siglos solamente aniquiló a los habitantes civilizados del planeta. De una manera curiosa, las formas salvajes de vida sobrevivieron por un considerable tiempo después de aquello y algunas incluso pueden ser halladas en los cinturones ecuatoriales, en los bosques que aún quedan. Ahora la diferencia básica entre las formas civilizadas y las salvajes es que las primeras eran criaturas dependientes de la energía eléctrica, mientras que las últimas no. Jacko, querido amigo, ¿no ves algo en todo esto? Puede que hayas tocado en la verdadera cuestión.
—Bueno, ha sido sólo una modesta opinión.
—No lo creo así, y si continúas pensando en esta cuestión fundamental creo que podrías llegar más lejos. Juguemos por un momento con la presunción de que los habitantes de Tazoo llegaron a ser criaturas esclavizadas y dependientes de la energía eléctrica... como lo somos nosotros. ¿Cuál pudo haber sido su básica fuente de energía al haber fallado todo tan súbita y desastrosamente?
—El petróleo o el gas natural posiblemente.
—No me parece muy convincente. Por todas las apariencias, los habitantes de Tazoo eran grandes consumidores de energía. De lo que Nevill ha descubierto en esa fantástica ciudad, yo diría que el consumo de energía en esta zona tuvo que haber sido fantástico, según nuestras concepciones terrestres. Entonces no es posible desarrollar una tecnología de gran consumo energético a menos que se tenga una buena idea de las fuentes precisas para mantenerla con sus recursos adecuados. Hacer otra cosa hubiera sido un suicidio tecnológico.
—Todo eso es presumiendo que ellos pensaran, respecto del problema, de la misma forma que nosotros los humanos lo habríamos hecho.
—No creo que eso tenga nada que ver con los seres humanos —repuso Fritz—. Un ingeniero tiene que seguir sus procesos mentales de forma similar tanto si tiene una cabeza como seis. Hay infinitas formas de resolver un problema de ingeniería, pero las respuestas son similarmente parecidas. Eso forma parte de la naturaleza de los seres inteligentes. Toma, por ejemplo, un Dingbat de diez brazos y proporciónale una corriente de vapor, pidiéndole que la transforme en energía. No importa qué influencia puedan suponer sus características raciales, su entrenamiento o su personal concepto de la geometría; en alguna parte irá a parar a un encadenamiento lógico, familiar a los ingenieros de similar calibre existentes en cualquier mundo. Por tanto, no creo que estemos muy equivocados si tocamos este asunto desde nuestro particular punto de vista, partiendo de la base corriente de que tuvieron un suministro de energía que aparecía como infalible y, con todo, les falló. Ahora necesitamos saber cuál fue esa fuente de energía. Si la conocemos, tal vez podamos calcular por qué se detuvo.
En aquel instante sonó el teléfono y Fritz contestó a la llamada. Nevill le había estado buscando.
—Fritz, me gustaría verte antes que nada en la mañana. Hay algo que quiero que veas inmediatamente.
—¡Magnífico! ¿Algo prometedor?
—Imagino que así es. El equipo acaba de descubrir algo que parece la entrada de una mina de alguna especie. Tal vez te gustaría verlo en persona.
—Será la primera cosa que haga.
—¿Qué ocurre ahora? —preguntó Jacko.
—El equipo de Nevill ha descubierto lo que supone debe ser la entrada a una mina.
—¿En el centro de una ciudad?
—Eso mismo se me ha ocurrido a mí —dijo Fritz—. No creo que sea probable la existencia de ninguna mina en particular, aunque bien pudiera estar relacionada con la fuente de energía que estamos buscando..., o muy bien pudiera ser que se haya dado de manos a boca con algo que debería yo haber encontrado por mí mismo.
—¿Y qué es eso?
—Jacko, en una ciudad tan grande y tan completa como ésa que han descubierto y como parecer ser, ¿dónde supones que debe situarse el punto principal de transporte de pasajeros con todo su sistema adecuado?
—Bajo tierra, como siempre —repuso Jacko.
—Precisamente, y eso es lo que espero que Nevill haya encontrado.
—¡Bueno! Un sistema metropolitano de transporte extraterrestre es lo último en que puede pensarse...
* * *
Más tarde, y al emprender el descenso, tuvieron que utilizar sus linternas eléctricas. Allí la arena apenas si había penetrado, encontrándose sólo con una leve película polvorienta.
La chimenea descendente estaba equipada con el tipo de escalera normal en Tazoo, un eje central con barras redondas horizontales dispuestas en forma de hélice, pero en una disposición más amplia y sorprendente, impropia evidentemente para su utilización para la fisiología humana. Sin embargo, era utilizable aunque, justo es decirlo, sólo para aquellos acostumbrados a saltar o que suelen emplear métodos suicidas. Jacko no tenía ni una cosa ni otra.
—¿Hacia abajo? —protestó con resquemor, mientras que con la linterna intentaba descubrir las profundidades de la escalera helicoidal de la gran chimenea.
—Sí, Jacko, abajo. ¿Dónde ha quedado tu espíritu de aventuras?
—Se quedó bien anclado en mi niñez, junto con el sentido necesario para meterme en líos como éste.
—¡Vamos, abajo! —le ordenó Fritz con firmeza, uniendo la acción a la palabra.
Juntos comenzaron a descender hasta unos cien metros. Puesto que resultaba imposible ir saltando y llevar al propio tiempo las linternas, la bajada se llevó a cabo en casi una completa oscuridad, y el ritmo regular de ir saltando de una barra en otra les captó con hipnótica fascinación. Ambos tuvieron que permanecer un rato en el fondo para poder volver a orientar sus sentidos.
La conservación y preservación de aquellos pasadizos a semejante nivel resultaba notable y probablemente completa. El aire era más fresco y menos agresivo que en la superficie. Muy notable también le pareció a Fritz la sequedad de la conexión de los túneles, que habían permanecido así por tan enorme período de siglos y a tal profundidad, indicando la absoluta carencia de agua por encima del nivel y la profundidad muy superior a que deberían hallarse las filtraciones procedentes de los mares de Tazoo. Las paredes eran todas metálicas, elaboradas de forma curiosa en una disposición que o bien eran de tipo funcional o tal vez simbólica. La sensación de conceptos extraterrestres de todo el entorno de Tazoo en aquellas profundidades, pareció oprimirles el corazón con una extraña forma de temor que nada tenía que ver con la idea de autopreservación. Por primera vez sintieron el completo impacto de permanecer en presencia de unos lógicos aunque inimaginables logros propios de una cultura que no tenía absolutamente ninguna raíz común con la suya. Pudieron ir comprendiendo vagamente, pero sin predecir nunca el contenido de aquella tecnología extraterrestre que les rodeaba por todas partes.
Máquinas o efigies, ninguno pudo tener clara idea de saber qué era lo que aparecía erecto en la oscuridad como mudos centinelas en la incierta luz de las linternas y en las sombras que su luz producía en el entorno: las tortuosas paredes y los acanalados techos aparecían estriados y moldeados con mil bocas de metal conectadas con insospechadas gargantas, y por inconcebibles razones sólo el suelo daba la impresión de ser parecido en su conformación al de la Tierra, teniendo una función común desde el punto de vista de la ingeniería, suministrando un pasaje sin obstáculos a los peatones que por allí tuviesen que circular.
Dieron vuelta a otra esquina y se detuvieron de repente cuando el haz de luz de las linternas dio contra el vacío sin poder apreciar nada a su alrededor. Su consternación se alivió por la comprobación de que se hallaban entonces dando cara a lo largo de un túnel muchísimo más grande que cualquiera de los que hasta entonces hubiesen tenido que atravesar. De una forma vaga pudieron ir descubriendo el completo techo embovedado hasta la cúspide en una serie de conformados paneles parecidos a alguna intrigante ecuación algebraica. A sus pies el suelo continuaba sin cambiar hasta el límite de los haces de luz de las linternas eléctricas, mientras que a su derecha el nivel caía abruptamente tal vez en dos metros para formar un canal de unos siete metros de anchura. Más allá del canal las paredes volvían a levantarse arqueándose hacia arriba.
—¿Estás pensando lo que yo? —preguntó Fritz.
—¡Uh! —repuso Jacko—. No importa cómo se construya, una estación del metro es una estación del metro, y ésta es una de ellas.
Juntos inspeccionaron el canal, observándolo en detalle a la luz de las linternas.
—No hay raíles —dijo Jacko al fin con cierto tono de decepción en la voz—. Es posible que nos hayamos equivocado en nuestra apreciación de este lugar. Tal vez sea un albañal...
—Yo no estoy equivocado —dijo Fritz—. Conocería un tren subterráneo cuando lo encontrara, incluso estando sordo y ciego y encerrado en una caja. Es parte de la química de cuáles sean los genes que conspiran para hacer de un hombre un ingeniero. Vamos, ayúdame. Quiero explorar.
—¿No piensas que sería mejor que volviéramos y buscásemos algunos refuerzos? —preguntó Jacko. Fritz ya había comenzado a caminar entrando por un túnel más pequeño que, de alguna forma, era inequívocamente la reminiscencia de un metro terrestre—. ¡Por los Cielos, Fritz, no sabes qué es lo que podamos encontrarnos por ahí!
—¿Qué bicho te ha picado, Jacko? ¿No será que habrás perdido todos tus nervios de golpe?
—No, es sólo que caminar por un túnel que pudiera contener algún tren de emergencia va contra mi más fina sensibilidad, aunque haga dos millones de años que venga con retraso.
Fritz caminó unos quince pasos en el interior del túnel y dejó escapar un silbido de sorpresa que dejó paralizado por el momento a Jacko con un escalofrío.
—¡Jacko! ¡Vamos, ven aquí y rápido! He encontrado uno.
—¿Encontrado qué? —repuso Jacko cuando hubo recobrado la facultad de hablar.
—Un tren, pedazo de idiota. ¡He encontrado un tren! Tráeme la otra linterna...
Contra cualquier otra opinión, Jacko obedeció al ingeniero y se adelantó por el túnel siguiendo a Fritz. Después, con una extraña sensación en el estómago y la cabeza demasiado excitada, examinó el artefacto que impedía cualquier posible avance por el túnel.
—Y eso... ¿es un tren? —preguntó al final.
—No puede ser otra cosa distinta —repuso Fritz, no muy feliz—. No parece que sea una caja de señales y no creo que haya mucho que discutir respecto a que pueda ser una casa de verano de hierro afiligranado a esta profundidad subterránea. Por su aspecto, tiene la forma correcta de encajar muy bien en este túnel; por lo tanto es probable que sea muy bien una máquina altamente elaborada de hacer túneles o un tren subterráneo.
—¡Extraño! —exclamó Jacko con cierto tono de temor en la voz—. Lo que esto implica, el sentido de lo extraterrestre, va perdiéndose por el uso que de ello va haciéndose gradualmente. Pero es terrible pensar en qué forma estas criaturas debieron tener una diferente clase de lógica. Estas gentes poseían diferentes valoraciones de las cosas y diferentes puntos básicos de estimación. La mente se retuerce y se vuelve medio loca para reajustarse a ello...
—No es que tuvieran diferentes valoraciones básicas —repuso Fritz—. Sencillamente, era un énfasis diferente sobre los valores básicos antiguos y comunes a toda inteligencia. No podemos todavía intentar comprender esta cultura; pero cuando llegue el momento de desembrollar su ingeniería, creo que deberemos encontrar muchísimas cosas en común.
—¿Como una jaula de hierros afiligranados sin ruedas ni raíles y que presumimos que es un tren porque no tiene el aspecto de ser otra cosa distinta?
—Precisamente por eso. Tenemos que separar la mecánica de la cultura. Hasta ahora, y por lo que hemos encontrado y visto, hay en Tazoo muy pocas aplicaciones de los principios de los cuales lo ignoramos todo. Por supuesto, es evidente que parece que nos hayan llevado la delantera en muchos aspectos y una curiosa falta de principios mecánicos en otros..., pero hay que tener en cuenta que no tenían una química orgánica, por ejemplo. Pero no parece que hayan manejado cosas misteriosas, y así, si esto es un tren, es sólo cuestión de tiempo lo que nos conduzca a ponerlo en marcha o a saber utilizarlo.
Con toda clase de precauciones otearon cuidadosamente examinando el curioso vehículo y la pared del túnel para ver la complejidad de su estructura y su rareza.
—Esto es una jaula de pájaros hecha por un loco —comentó Jacko—. Una aplicación mecánica para encerrar pájaros locos y retorcidos...
Fritz escudriñó con toda atención los complejos y elaborados mecanismos.
—Sería mejor que trajéramos algunas luces más aquí y pasar revista a todo con algunos elementos de una escuadra de exploración. Quiero desmantelar este endemoniado mecanismo, examinar sus componentes y volver a ensamblarlo una vez examinadas todas sus piezas.
—Puedo comprender lo que significaría la canibalización, pero ¿para qué la resurrección?
—Porque aunque sea la última cosa que haga, quiero poner en funcionamiento este metro de Tazoo. Podemos, obviamente, construir un sistema de transportes en la superficie; pero aquí contamos con algo ya hecho y casi dispuesto que nos lo pone todo al alcance de la mano.
—Solicito ser dado de baja fuera del Servicio y volver al terreno de la cordura —dijo Jacko muy en serio—. Tu cordura, Fritz. Yo creía que ya teníamos bastante con los ferrocarriles que construimos allá en Cannis.
—Aquello fue diferente. Allá estábamos a merced de los volcanes errantes como obstáculos físicos más importantes. Esto es simplemente una confrontación y un ejercicio de tecnología. Todo lo que tenemos que hacer es determinar qué parte de este sistema de ferrocarril subterráneo se mueve y cuál permanece quieto. Eso no será demasiado difícil, ¿no lo crees así?
—No cuando la cosa queda reducida a términos básicos —convino Jacko con cierta acritud—. Pero te conozco. Tú nunca te das cuenta cuando estás derrotado.
—Ya te dije antes —continuó Fritz obstinadamente— que no existe ninguna imposibilidad física. Una limitación es un estado mental, no una cuestión de hecho. Aquí nos enfrentamos con el trabajo de una raza extraterrestre que, sin embargo, tenía un nivel tecnológico y científico casi comparable al nuestro. Llegado el caso de que dominemos este hecho indiscutible, deberemos estar en condiciones de desentrañar cualquier dispositivo que nos ofrezca este planeta y hacerlo funcionar para nuestro propio servicio si lo deseamos.
—En el caso de que sea algo bueno —dijo Jacko—. Tenemos primeramente que estar en condiciones de reconocer una cosa por lo que es. No es bueno desmantelar un filtro de leche si estamos bajo la impresión de que debe ser un calentador de transistores o al contrario... Piensa bien en eso.
Fritz informó a Philip Nevill. Este último escuchó los detalles del hallazgo con el aire de una alegría reprimida que fue convirtiéndose rápidamente en lo que solía ser su permanente expresión. Después se pasó los dedos por sus alborotados cabellos y se rebuscó la pipa con un gesto distraído.
—Fritz, amigo mío, esto es perfectamente maravilloso. ¡Qué día hemos tenido todos! Hemos abierto tantas líneas de investigación, que todo este condenado conjunto de cosas parece escaparse de nuestras manos. Ni con quinientos arqueólogos bien entrenados podríamos digerir todo esto, ni siquiera rascar su superficie. El impacto de las técnicas de construcción sólo en la Tierra será fantástico, y cuando la totalidad del conjunto sea ensamblada en nuestro mundo, el efecto será tal, que nuestra cultura ya dejará para siempre de ser lo que ha sido hasta aquí. Si quieres dejar tu marca en esta empresa, entonces hazte cargo de ese subterráneo por completo, porque yo no podré hacerlo en cinco años por lo menos. Realiza un estudio técnico completo tan detallado como te sea posible. Haz lo que quieras, pero cuidando de no destrozar su valor arqueológico. Todo lo que quiero es reunir un informe minucioso para ser enviado a la Tierra.
—Me parece muy bien —repuso Fritz—. Quiero abrir los edificios que caen directamente sobre la estación para mirar cuanto de subsidiario contenga ese sistema de transporte.
Nevill lanzó una mirada a su mapa en bosquejo y trazó una línea a través de dos bloques diagramáticos allí registrados.
—Todo esto es tuyo, pero no te des demasiada prisa para comprender las cosas con demasiada premura. Verás que tendrás que absorber el entorno de Tazoo más bien que entenderlo directamente. Más pronto o más tarde las piezas sueltas encajarán por sí solas en el conjunto deseado. Y los cielos saben que existen piezas suficientes como para emplear todo el tiempo y el talento que ha sido empleado por toda una cultura antiquísima.
—Todo lo que nos interesa es ese metro —dijo Fritz cuando se reunió con Jacko en los trabajos y excavaciones—. Vamos a abrir el edificio por esta parte y a mirar lo que contiene en el interior.
—¿Quién es la otra persona? —preguntó Jacko al oír decir a Fritz «nosotros».
—Tú —afirmó el ingeniero—. Yo voy a bajar de nuevo para ver si puedo trazar o rastrear alguna secuencia de control que llegue arriba desde abajo. Quiero que tú hagas lo mismo, pero partiendo desde aquí arriba. Nos encontraremos al final del relevo de los trabajos y compararemos nuestras anotaciones. Ya sabes lo que tienes que buscar: agrupaciones de cables o cualquier cosa que sugiera que pueda significar un control o una función de energía.
—De manera que estás decidido a llevar esto adelante, ¿verdad? Quiero decir a utilizarlo.
—Ni que decir tiene —dijo Fritz—. Encarémonos con la realidad, Jacko. Si Fritz Van Noon no puede volver a poner en marcha un ferrocarril, ¿quién en el Universo esperarías que lo hiciera?
—Temía que me dijeras eso.
Una hora más tarde, volvían a encontrarse en los portales del edificio.
—Hay una especie de complejo de control de energía que aparece como bajando en alguna parte cerca de aquí, al otro extremo.
Jacko hizo un gesto de aprobación.
—Llegué hasta el final —repuso—. Hay un canal que corre a través de los cimientos del edificio y ese complejo se eleva allá, dividiéndose en secciones que van a alimentar a los pisos superiores.
—¿Y qué aspecto tiene?
—Fantástico —repuso Jacko—. No hay otra palabra para describirlo. Es algo así como el epitafio para una gigantesca araña que ha perdido el juicio.
—Gracias. Puedo imaginarlo con bastante claridad.
* * *
La descripción que Jacko había dado de los cimientos del edificio, era, de ser algo, una reticencia, una declaración incompleta de la realidad. El piso bajo demostró ser algo inconcebiblemente peor, deteriorándose la situación rápidamente conforme ascendieron a los pisos superiores. El ferrocarril subterráneo tenía la cruda simplicidad de una unidad funcional; pero el detalle y la complejidad de los niveles por encima del edificio desafiaba cualquier análisis o descripción. Durante mucho tiempo, ninguno de los objetos que observaron, les prestó la menor pista de su funcionamiento ni de su finalidad, atravesando los sucesivos niveles con un creciente sentimiento de desmayo y frustración.
Al igual que la mayor parte de los grandes edificios, sólo los pisos superiores habían sufrido algún considerable desgaste, no habiendo penetrado la humedad ni la arena a considerable distancia en el interior, por lo que el estado de preservación de los niveles que iban recorriendo podía considerarse como excelente.
Los arrestos de Fritz se iban aproximando a su más reducida expresión mientras batallaba con aquel océano de cosas incomprensibles, hasta entrar en la galería final. Allí se detuvo, esforzándose en captar alguna idea de conjunto de la fantasía alocada que le rodeaba por doquier; después, como una chispa que brota inopinadamente, pareció hacerse la luz en su imaginación que trabajaba febrilmente.
—¡Jacko! ¿Sabes lo que es esto? ¿No lo ves...? ¡Es el engranaje de un control eléctrico!
A Jacko no le impresionaban las palabras del ingeniero.
—Si esta es tu idea de un montaje de control eléctrico, odiaría tener que ver su versión de una colección de lo que serían unos condenadamente locos y retorcidos proyectos de televisión.
—Bueno, eso no importa —continuó Fritz—. A primera vista todo esto resulta, en efecto, fantástico, pero la lógica que yace en todo ello, es inescapable. A menos que yo haya fallado en mi suposición, esto es un sistema automático de conexión, y de su complejidad, yo diría que resulta bastante comprensible. Puede que haya sido precisamente el único sistema de conexión para la totalidad de los ferrocarriles subterráneos de Tazoo. ¿Te das cuenta de lo que esto significa?
—Sí, aproximadamente quince años de analizar circuitos —repuso Jacko ásperamente.
—No. Mira la condición de todo esto. El estado de preservación es tan bueno aquí como en el propio ferrocarril subterráneo. Las posibilidades siguen siendo todavía de que funcione. Todo lo que tenemos que hacer, es volver a conectar la energía para conseguir que la totalidad del sistema vuelva a ponerse en funcionamiento.
—¡Valiente idea! —exclamó Jacko—. Yo puedo ser un tanto simple; pero asumiendo, sólo para seguir adelante con este argumento, que lo que encontramos sea un ferrocarril subterráneo, ¿de dónde vas a sacar la energía para suministrarle la fuerza necesaria? Un Metro necesita mucha fuerza y si los habitantes de Tazoo se marcharon de aquí, ¿a dónde puedes ir a buscar esa fuerza?
—De eso ya nos ocuparemos más tarde. Puede que no sea fácil, pero yo tengo una ventaja que los habitantes de Tazoo no tuvieron: el acceso a la tecnología completa y a los recursos de una cultura científica completamente extraña a los que habitaron en este planeta. No pongo en duda que el coronel Nash pudiera ser persuadido de que trajese de la Tierra un generador oscilante de plasma MHD; pero eso sería como un último recurso. Como ingeniero no ortodoxo, yo prefiero localizar la fuente originaria de energía de Tazoo y ver si una nueva clase de ingeniería puede volver a producirla de nuevo.
—¿Así, ese es tu plan?
—Tráete a Harris y a un par de muchachos electricistas para que se reúnan conmigo aquí y tratar de analizar la lógica de estos circuitos. Mientras tanto, vete con el resto del escuadrón, vete abajo y comienza a desmantelar el tren. Entre ambos, creo que podremos descubrir bastante respecto a la forma en que los habitantes de Tazoo manejaban la electricidad y sus mecanismos y tener una clara idea de cómo hacer que todo esto funcione.
—¿Te lo crees así? Todavía no he olvidado lo que hiciste con aquella arpa rojiza.
* * *
El equipo de Fritz, comenzó desde luego, a establecer y a captar un cierto número de conocimientos, producto de su cuidadosa inspección de la lógica de aquellos extraños circuitos y una vez conocidos algunos principios, el trabajo progresó rápidamente. Se concentraron principalmente sobre las enormes columnas de conexión, comprobando rápidamente que lo que a primera vista podía ser mal interpretado por tosquedad en el montaje, de hecho, era un ingenioso y sofisticado sistema de técnica de cortacircuitos para resolver un complejo sistema de secuencias en las conexiones. Entre otras cosas, descubrieron que el ensamblaje en conjunto, era probablemente el resultado de haber sabido manejar la corriente alterna con unos períodos de máximo consumo de aproximadamente diez kilociclos por segundo, aunque semejante periodicidad parecía inverosímil en la práctica. La capacidad de manejar la corriente en el montaje resultaba desconcertantemente alta. Las caídas de voltaje, eran también demasiado altas; pero no permitían el obtener pistas reales como potenciales que operasen normalmente. Las precauciones de seguridad contra los conductores sin protección exterior alguna, eran algo inexistente; viéndose forzados a llegar a la conclusión de que, o bien el equipo estaba diseñado para funcionar sin asistencia alguna o la fisiología especial de los habitantes de Tazoo era inmune a las descargas eléctricas que habrían resultado mortales para los terrestres. Los aparatos que deberían tener sin duda una finalidad de calibramiento de la energía, no ofrecían tampoco significado alguno.
Alguno se las arregló pronto para estar en condiciones de conectar un comunicador desde la galería, con el ferrocarril subterráneo de abajo. Cuando la línea estuvo dispuesta al funcionamiento, Jacko fue el primero en comunicárselo al ingeniero.
—Fritz, hemos tropezado con un serio obstáculo en el proyecto de desmantelamiento de este tren. No hemos podido conseguir que este endemoniado artilugio se descomponga en partes. Dime que soy un loco, si quieres, pero te juraría que ese tren ha sido fundido en un solo bloque y no fabricado... incluyendo las partes móviles.
—¿Fundido en semejante complejidad de acero? —preguntó Fritz incrédulo.
—No es acero —repuso Jacko—. Es titanio, a menos que yo no entienda de metales.
—Eso pone las cosas peor aún. Tenemos que pensar seriamente en ello. Creo que hemos pecado un poco de simples al esperar que una cultura extinguida hace dos millones de años, haya dejado algo que pudiéramos desmantelar con un martillo y un par de alicates. ¿No hay ninguna esperanza?
—Podríamos emplear un soplete de hidrógeno atómico o un aparato de láser que cortase el tren en rodajas de dos pulgadas; pero dudo mucho que el coronel Nash o Nevill reaccionasen favorablemente ante tal idea.
—Ni que decir tiene. Yo tampoco comparto semejante idea. Es mejor abandonar la totalidad del proyecto, Jacko. Vamos, sube arriba conmigo. Creo que se me ha ocurrido una idea mejor.
—¿Qué estás planeando ahora, Fritz?
—Mi idea es la siguiente: hay dos formas de hacer una pieza de equipo y que rinda el secreto de su función, bien desmantelándola sin preocuparse del principio de sus componentes, o sencillamente poniéndola en funcionamiento.
—Me temo que no te comprendo muy bien —dijo Jacko—. Por un momento he creído que te proponías volver a poner en marcha los ferrocarriles subterráneos de Tazoo sin saber cómo funcionan.
—Eso es precisamente lo que estoy proponiendo. ¿Puedes imaginar otro camino más rápido de encontrar cómo trabaja algo, más que poniéndolo en funcionamiento?
—¿Le está permitido a uno dimitir del proyecto? —preguntó Jacko alarmado—. ¿O es el suicidio la única forma lógica de escape?
—También puedes ser fusilado por tu oficial superior, si te obstinas en desertar de tu puesto de trabajo y eres aficionado al fusilamiento. Creemos que hemos puesto al descubierto las líneas de energía aquí en esta galería y hemos hecho una suposición de lo que deberían ser la demostración de las principales líneas de entrada.
—¿Y bien?
—Por tanto, quiero rastrearlas hasta su fuente principal. Entonces, podemos comenzar a investigar si podemos o no volver a poner en marcha la fábrica generadora original. Quiero que todos los hombres disponibles, se empleen en ese rastreamiento Jacko, y quiero que los supervises tú personalmente. Recuerda, tenemos que tener esto en funcionamiento dentro de tres meses si queremos salir ganando la partida al plazo fijado por el coronel Nash.
—Sigo todavía creyendo que es perder el tiempo —dijo Jacko—. Si tenemos razón en el hecho de que la civilización de Tazoo cayó en completo colapso por causa de la falta de electricidad y energía, ¿qué oportunidades tenemos de averiguarlo dos millones de años más tarde?
—Sospecho que la respuesta es cuantitativa —dijo Fritz—. Ellos intentaban seguir con toda una civilización adelante, nosotros sólo intentamos poner en marcha un Metro. Yo estimaría que nuestros esfuerzos están en la proporción de una diezmillonésima parte, o menos aún. Visto a la luz de tal evidencia ¿te sigue pareciendo una gran tarea?
El equipo de Nevill, se había concentrado en descubrir sólo el tope de los edificios más grandes. Generalmente, la penetración de la arena en el interior, no era total y así, pudieron tener acceso a los grandes módulos del entorno arquitectónico de Tazoo, sin tener que esperar a su total limpieza, cosa que llegaría como cosa última, cuando se dispusieran de medios suficientes. Una vez obtenida la entrada al interior de un edificio, se hallaban relativamente libres de explorar su contenido total en los niveles inferiores. Arqueológicamente, los hallazgos eran algo tan increíble, que su completa clasificación y análisis se llevaría todavía varias décadas. Por tanto, el método a emplear fue el de disponer a grupos de especialistas que hiciesen el estudio de ciertas zonas típicas como guía, para separar rápidamente lo extraordinario de lo corriente, y continuar con la apertura de nuevas zonas. Muestras representativas de aquellos extraordinarios hallazgos fueron cuidadosamente embaladas para su envío a la Tierra donde pudiese ser efectuada una exhaustiva investigación y examen de tales muestras.
Durante las dos semanas que siguieron, Fritz en persona se dedicó por completo a su papel de autoridad en tecnología y ciencia extraterrestre, hallándose que lo que se había descubierto y con lo que se encaraba entonces, le habría llevado para su examen minucioso, varias veces la total duración de su vida. Resultaba dolorosamente obvio que los cerebros que dirigían la gran empresa de Tazoo, aun siendo multiplicados por cien, todavía serían insuficientes para examinar cuidadosamente los hallazgos arqueológicos de todo tipo. El propio trabajo de Fritz, en el campo de su especialidad resultaba agotador, porque trabajaba sin ayuda, ya que la totalidad del escuadrón de la ingeniería no ortodoxa se había dedicado devotamente a localizar el manantial de energía en su origen de donde los habitantes de Tazoo habían tenido su suministro.
En este punto, incluso el mismo Nevill resultó incapaz de ofrecerle ninguna ayuda. Aunque se habían comenzado a construir mapas detallados de los sectores de la ciudad enterrada, no existía en ellos nada que sugiriese cualquier estación generadora de energía, o sistema de distribución de la misma. La cuestión no resultó conclusiva; porque en varias zonas había sido ya posible excavar por debajo del nivel del piso sobre el cual había sido construida la ciudad, siendo lo que yaciese más abajo una mera conjetura; pero la disposición general de que los conductores desaparecieran en las profundidades, fue suficiente para convencer a Fritz de que cualquiera que fuese el proceder de la fuente de energía, no estaría probablemente localizada dentro de los confines de la ciudad. El informe de Jacko, tampoco arrojó mucha luz sobre la situación.
—Te digo, Fritz, que el cable principal de entrada no nos dice nada. Durante quince condenados días, he estado con los muchachos rastreándolo por todas partes. Puede que realmente sea un cable; pero creo que es un circuito de distribución, de ser algo.
Fritz frunció el ceño.
—¿Estás seguro de que no habéis perdido el rastro y habéis seguido otro cable por error?
—¡Vamos, hazme el favor! Hemos ido señalando esa cosa desde el punto de partida y seguido el cable en toda su extensión. Te digo que esa cosa es una compleja distribución que se origina y no termina en el edificio del ferrocarril subterráneo.
Fritz pareció captar una idea luminosa en aquel instante.
—¿De dónde puede provenir esa energía de distribución?
—Odio tener que decírtelo; pero cubre una gran proporción de la llanura del Sur. El cable se divide y se subdivide hasta el infinito, por lo que podamos decirte según nuestra experiencia. Hemos contado divisiones en las que hay casi cuarenta mil pares, sin haberlas contado del todo en su mayoría..., pero tuvimos que rendirnos cuando encontramos que estaban al final de una docena aproximadamente de los colectores. Te daré tres suposiciones...
—No me lo digas —repuso Fritz—. Puedo imaginarlo..., las grandes arpas rojizas de Tazoo.
—Arpas, arpas, y nada más que arpas, sin una cuerda entre ellas. Escuchándolas como música podría comprender algo, pero, ¿puedes mantener seriamente que esas gentes instalaron cinco mil millones de altavoces a todo lo ancho de las llanuras del planeta para que pudieran oírse en los trenes? ¡Nadie podría ser tan fantástico!
Fritz tamborileó con los dedos en la mesa.
—Jacko...,¡eres un gran genio!
—¿Cómo? ¡Déjate de bromas!
—Sí, querido. Acabas de darme la pista que andaba buscando. Reúne a la gente del escuadrón. Jacko, vamos a restablecer en pleno funcionamiento los ferrocarriles subterráneos de Tazoo.
* * *
Diez semanas de los preciosos tres meses correspondientes al ultimátum dado por el coronel Nash, habían transcurrido antes de que se hallasen en condiciones de hacer las comprobaciones preliminares. El período existente en ese tiempo, había pasado con una furiosa actividad por parte del personal del escuadrón de la Ingeniería no Ortodoxa, mientras que Fritz había corrido un velo de secreto para que nadie al exterior del grupo, tuviese alguna idea de la lenta marcha del desarrollo de sus planes. Pero una tarde, finalmente, todo estuvo dispuesto. Cables nuevos procedentes de la Tierra se habían tendido hasta la entrada del subterráneo y en la plataforma dos docenas de reflectores potentes iluminaban el logro mecánico de una cultura que había muerto hacía ya dos millones de años, alumbrando en el interior del túnel, para iluminar a su vez al vehículo que se había detenido al mismo tiempo que en la Tierra, el elefante vivía naturalmente en el bajo Sussex y los animales en evolución, antepasados del hombre, no podían distinguirse ellos mismos de los demás que con ellos compartían el mundo terrestre.
Poco después del crepúsculo de aquel día, Fritz y sus equipos se reunieron en asamblea en el edificio de los subterráneos. Ya la calma estática del día comenzaba a temblar con los preludios de las nubes cargadas y rodando a baja altura, como heraldos de una tormenta nocturna por sobre aquel terreno terrible de la superficie de Tazoo. En cuanto comenzaron los primeros síntomas de la terrible tormenta de arena, todos se cubrieron en las profundidades.
Fritz se encontró a sí mismo atemorizado frente a lo que estaba haciendo. A pesar del aspecto inmaculado de los artefactos de Tazoo, no pudo evitar el recordar, como ingeniero, los procesos de degradación de los metales a bajas temperaturas, la corrosión posible, la difusión y toda la serie de propiedades de la degradación que los metales fabricados tuvieron que haber sufrido necesariamente tras dos millones de años de inmovilización en la quietud de aquellos subterráneos. Afortunadamente, los pobladores de Tazoo habían comprendido muy bien sus materiales al igual que su atmósfera y, aparentemente, todo lo habían dispuesto para que perdurase, con un éxito, que a la vista, indiscutiblemente había sido fenomenal.
En cualquier caso, Fritz estaba entonces confiado. Sentimientos y curiosidad aparte, la mismísima continuación de la agrupación de la Ingeniería no Ortodoxa dependía de su habilidad y capacidad para reactivar el ferrocarril subterráneo. Ya no podía volverse atrás aunque la totalidad del lugar amenazase caerle sobre la cabeza en una catástrofe de polvo y cascotes.
Como era su costumbre cuando no había otro remedio que correrse riesgos, Fritz se ocupó sólo de atender a la gran cantidad de instrumentos instalados en el mismo subterráneo. Jacko se hallaba en la galería de conexión, al otro extremo del comunicador, en un control concebido de prisa y corriendo que incluía el resto de los instrumentos monitores que habían montado para completar los inadecuados suministros traídos a Tazoo. Jacko, consciente y preocupado del peligro de la posición de Fritz, había buscado la forma de disuadir a su superior de hallarse presente del inmediato ensayo de funcionamiento del Metro; pero Fritz en previsión de los daños y del cataclismo que pudieran resultar de aquella instalación, había decidido por su parte estar presente para ganar de primera mano cualquier experiencia de los principios operacionales de aquellos aparatos extraños propios de la extraterrestre cultura de Tazoo.
Faltaban cinco minutos para la hora cero y Fritz realizó una última revisión a sus instrumentos. Ya había señalado a Jacko que comenzase con las conexiones preliminares, cuando oyó ruido de pasos y de voces expandiéndose con ecos diversos por los corredores que daban a la plataforma. Suspendió toda operación momentáneamente.
—Un momento, Jacko, creo que voy a tener compañía. No hagas nada hasta que recibas mi aviso.
—De acuerdo —repuso Jacko—. Pero no es ninguno de nuestros muchachos los que deben andar por ahí, te lo prometo.
—No; pero a menos que esté confundido con esos bufidos especiales, creo que es el coronel Nash y sus asistentes. Tendré que quitármelos de encima, por supuesto. Conseguiríamos una mala reputación si echásemos de aquí a toda esa gente de mala manera. —Y se despegó de la plataforma para salir al encuentro de Nash y sus ayudantes.
—Teniente Fritz Van Noon —dijo el coronel glacialmente—. Acabo de ser informado de su intención de intentar la nueva puesta en marcha de los ferrocarriles subterráneos de Tazoo esta noche. Siendo este proyecto uno de primera magnitud, creo que tendría que haberme informado directamente.
—Y lo será, señor, en cuanto haya algo de qué informarle.
—No creo que se haya dado cuenta de lo que quiero decirle —recalcó el coronel Nash—. Si tiene usted éxito en esto, sería el primer artefacto mecánico de Tazoo que se haya puesto en movimiento, por primera vez en su historia, tras esos millones de años de muerte y quietud. Como comprenderá esto es... bueno, una ocasión histórica. Naturalmente, me hubiera gustado el que se me hubiera solicitado de estar presente en semejante acontecimiento.
—Tampoco creo yo que se haya usted dado cuenta de mi punto de vista. Hay un momento determinado en todo proyecto de ingeniería, en que necesariamente debe aparecer un cartel que diga: PELIGRO. ENSAYOS DE INGENIERÍA. Por lo que sabemos hasta ahora, los subterráneos están intactos y perfectamente preservados. Desde el punto de vista de un ingeniero, no hay razón aparente del por qué no se pueda conectar la corriente y ponerlos en operación, tal y como estaban hace dos millones de años.
—¿Y bien? ¿Qué problema hay, entonces?
—Pues sencillamente, éste: ¿cómo sabemos que lo que era normal para los habitantes de Tazoo, pueda ser ni remotamente tolerable para nosotros? La entrada de corriente en este sector de la línea es completamente fantástica, según nuestras estimaciones terrestres. Los habitantes de Tazoo, no parece que hubiesen sido unos tontos respecto a la eficiencia de la conversión de la energía, por lo que debo concluir que la puesta en marcha de este Metro de Tazoo fue un procedimiento bastante corriente para ellos. Pero cuando esto se ponga en marcha, no quiero absolutamente a nadie aquí presente y que no sea indispensable para el éxito de la operación.
El coronel Nash rebufó con indignación.
—La mejor información disponible hasta la fecha, indica que los habitantes de Tazoo eran de débil esqueleto, avícolas y en cierto modo, unas criaturas frágiles. Estoy perfectamente cierto de que los oficiales de la fuerza Exploratoria Terrestre son capaces de tolerar las condiciones que sean, dentro de un subterráneo desierto y abandonado, en iguales o mejores condiciones que esas anteriores criaturas. Pero si da la casualidad de que usted no está seguro de su aptitud mecánica, ¿por qué no ve la forma de ir conectando esas piezas poco a poco?
—Pues porque por todo lo que pueda decirle, la totalidad del sistema está estrechamente unido a un edificio principal de computación de tal complejidad, que nos habría llevado diez años el desenmarañar los controles individuales. Por razones mejor conocidas por los habitantes de Tazoo, no parecieron estar de acuerdo en favor de circuitos locales aisladores, y así tenemos que aceptar todo, o nada en absoluto. Les estoy haciendo una petición formal, señor, rogándole que se vaya. Si se queda, no seré responsable de las consecuencias.
—¿Va usted a quedarse, teniente?
—Sí señor.
—Entonces me quedaré yo también. Comprendo que esto es su exhibición particular; pero creo que está usted sobreestimando el peligro que pueda representar.
—Muy bien —dijo Fritz—. Pero recuerde que ha sido su propia decisión. —Y se volvió hacia su punto de comunicaciones—. Jacko, prepárate para la conexión.
—¿Se han marchado?
—No, han insistido en ser testigos de los fuegos de artificio.
—¡Buahh! Espero que sepas lo que estás haciendo.
—Si lo supiera, las probabilidades serían de que no habría nada en Tazoo que pudiera persuadirme para quedarme en esta plataforma, mientras que tú conectas. Pon la corriente al máximo en treinta segundos y sostenla por unos tres minutos. Si no puedes tomar contacto conmigo inmediatamente sobre el comunicador, desconecta y ven a buscarme con todo el equipo tan rápidamente como te sea posible.
—De acuerdo, como mandes —convino Jacko—. Y... ¡buena suerte! Voy a darte una cuenta atrás de hasta diez...
Si Fritz Van Noon estaba preparado para la peor experiencia de su vida, no lo estaba, en cambio, para la terrible intensidad y calidad de las impresiones que le asaltaron. La totalidad del hueco de la cavidad del túnel se iluminó como un calidoscopio de luces de increíble brillo y gama de colores. El aire, se hizo rápidamente irrespirable y caliente, con los acres vapores que sus pulmones rehusaban respirar, y que además le quemaban la piel como un soplete gigantesco.
Pero fue el ruido lo que más dolorosa impresión le causó. Una serie de terribles aullidos en aumento, como procedentes de una docena de gargantas mecánicas, pasó por todos los tonos posibles audibles hasta el bajo ultrasónico, haciendo que el polvo de la plataforma incluso pareciera incendiarse a intervalos. Los dispositivos martilleaban, chasqueaban y chirriaban en una cacofonía que le martirizaba los oídos como agujas al rojo vivo. Literalmente, cada fragmento de la instalación vibraba o resonaba, o bien contribuía en cierta forma a que toda aquella atmósfera hiciese un ruido infernal, como un tronar explosivo. El tren que Fritz tenía estacionado frente a sí y al que estaba observando sin quitar la vista de encima pareció sostenerse inmóvil por unos instantes, hasta ponerse en movimiento con un espantoso ruido, lanzándose hacia la estación y siguiendo después hacia el túnel con el ruido cataclísmico que contenía todas las propiedades acústicas de una colisión continuada con una serie de cacharros de hojalata.
Apenas si había desaparecido el primer tren de la vista, cuando el esqueleto de otro monstruo llegó a la estación y pasó como un rayo, desapareciendo antes de que su vista pudiera interpretar su llegada. Fritz hizo un terrible esfuerzo para aguantar la onda expansiva del paso del tren y observó que sus preciosos instrumentos monitores se esparcían en todas direcciones. Apretó los dientes, sintiendo un dolor mental ante el sonido horripilante del metal torturado. Toda clase de chispas de fuego y fragmentos de rojo vivo rociaron la plataforma y le agujerearon el mono de trabajo con incontables pequeños agujeros.
El coronel Nash y sus asistentes permanecían arrinconados en un extremo lejano de la plataforma, con los rostros pálidos y las manos tapándose los oídos, mientras que alguna especie de instrumento productor de espantosos ruidos parecía desde lo alto dirigir hacia ellos terroríficos sonidos directamente sobre sus cabezas. Bajo sus pies, el polvo se levantaba y revolvía con un olor repulsivo y miasmático, reminiscencia del kakodilo y el mercaptán, productos que era preciso olerlos, para creerlo.
Antes de que Fritz tuviese tiempo de comprobar la sonrisa que surgía de su interior, ya entraba otro tren en la estación, pero éste luchando consigo mismo con un chirrido que ponía un escalofrío en la espina dorsal, al utilizar unos invisibles frenos que valientemente mataron el momentum físico de la velocidad. Fritz chirrió los dientes y observó la forma en que se fue deteniendo a poca distancia en forma tan increíble. Con sus monitores fuera de servicio, tuvo que verse forzado a estimar la velocidad del vehículo mentalmente y calcular una suposición a bulto de las fuerzas que habrían actuado sobre los pasajeros en tan drástica reducción de velocidad.
La respuesta le dijo más acerca de la fisiología de los habitantes de Tazoo, que cuanto Nevill había deducido en sus investigaciones en los doce meses anteriores.
De repente, la energía cesó y sus ojos se vieron forzados a adaptarse a la relativa lobreguez de los focos terrestres. Los oídos le silbaban todavía, doliéndole por la prueba sufrida mientras que el calor y la humedad intolerablemente reinantes le hicieron sentirse como un ocupante de algún baño turco. El coronel Nash se puso torpemente en pie con una expresión totalmente ilegible en su rostro, comenzando a moverse cuidadosamente entre los trozos de metal fundido salpicados por la plataforma. Sus ayudantes, faltos de su aplomo, aparecían abiertamente expresando el alivio experimentado al fin de aquella prueba y se dieron prisa hacia la salida.
Nash se dirigió rectamente hacia el ingeniero.
—Van Noon...
—¿Señor? —Fritz le saludó brevemente, mientras trataba de mantener en equilibrio un analizador de espectros de audición-frecuencia que se hallaba en peligro de caer desde la plataforma hasta el lecho del túnel.
—Le debo una explicación —dijo el coronel—. ¡Señor, ha sido algo terrible! Pero me ha dado usted una base sólida en qué pensar. No estoy diciendo que no me advirtiese... pero, ¿dónde diablos ha obtenido usted esa fuente de energía?
—Le informaré detalladamente, señor, en cuanto concluya lo necesario.
—Muy bien, teniente —dijo el coronel—. Habrá una conferencia del Estado Mayor mañana a las tres en mi oficina. Le apreciaré mucho sus informes.
Se volvió para marcharse y mientras se alejaba, Fritz se dio cuenta de que un zumbador insistía con urgencia.
—Fritz, ¿te encuentras bien?
—Lo preciso. Ha sido terrible, muchacho. Todo se ha producido al menos con una rapidez cinco veces mayor de lo que hubiera ocurrido en la Tierra y por lo menos, veinte veces más ruidoso, para no hablar del calor. Si esto es una muestra de lo que es este ferrocarril subterráneo abandonado en Tazoo, espero que jamás estaría en condiciones de soportarlo por una hora siquiera.
—Tengo noticias para ti —le dijo Jacko—. Tuvimos dificultades aquí sobre los cables que temporalmente tendimos. De acuerdo a nuestros cálculos, sólo estábamos en disposición de suministrar el cuarenta y cinco por ciento de la carga estimada globalmente. Si quieres subir un momento, te daré una demostración de lo que sería con el ciento por ciento de carga.
—No te molestes —se apresuró Fritz a responder—. Para eso necesitaría algunos repetidores y equipo telemétrico además de algunas cámaras de TV. Desde luego no voy a quedarme para presenciar lo que sería una carga del ciento por ciento.
—¿Has descubierto algo?
—Bastante. Inicialmente, la debilidad potencial de este sistema, quedaría confinada sólo a los pasajeros. Los habitantes de Tazoo, utilizaron aparentemente una adaptación de motores de tracción lineales de corriente alterna, con el fondo del canal como elemento reactivo. Sobre el mismo principio, utilizaron un flujo magnético de repulsión para elevar el tren sobre el terreno, por lo que virtualmente discurría cerniéndose en un campo de flujo magnético. Sospecho que el mismo principio tendría que actuar operando en cada lado y hacia el centro del tren con respecto a las paredes del túnel, sólo que no hemos dispuesto de suficiente corriente para hacerlo totalmente efectivo. Tenemos que pensar en esto, es una idea condenadamente buena. Un tren que transcurre mecánicamente sin fricción soportando su campo de tracción, solamente por inercia, la resistencia al aire y la pérdida de velocidad que suponen los sistemas de tracción por contacto. No puedo comprender todavía cómo fue dispuesta la corriente; pero debe ser también por inducción. Es suficiente que te diga que pronto estaremos en condiciones de solucionarlo y utilizarlo también nosotros para nuestros propios fines.
—Bueno —convino Jacko— sólo que me parece difícil comprender cómo va a lograrse. Nos han pedido un sistema de transporte, y nosotros le estamos ofreciendo un Metro con todas sus comodidades en forma de rutas limitadas y puntos limitados de acceso. ¿Hasta qué extremo supones que va eso a satisfacer a Nevill?
—Cuando menos, para toda su vida, diría yo —dijo Fritz—. La construcción de un tren metropolitano es un gran logro en cualquier cultura, requiriendo, como es natural, la coordinación de una considerable cantidad de recursos tecnológicos, por consiguiente, se construye para conectar entre sí puntos que son suficientemente importantes para garantizar tal conducta. Demos a Nevill un Metro funcional bajo su ciudad y tendrá inmediato acceso a todos los puntos de la ciudad que los habitantes de Tazoo consideraron que valía la pena de ser visitados o alcanzados. No sólo dispondrá de un sistema de transporte, sino de una clave importantísima que le explicará la psicología y las costumbres culturales de los propios habitantes de Tazoo.
* * *
Cuando Fritz llegó, la conferencia del Estado Mayor estaba ya reunida y el ingeniero sintió y pudo percibir claramente que además estaba enfrascada en discusiones desde hacía bastante tiempo antes de su llegada. Nevill aparecía atareado rebuscando y anotando datos entre un formidable montón de papeles y documentos. El coronel Nash ocupaba la presidencia.
—Ah, teniente, tome un asiento. Espero que nos diga la forma en que llegó a descubrir esa formidable fuente de energía, que le ha capacitado para darnos esa impresionante demostración la noche pasada en el ferrocarril subterráneo.
—Puedo hacer algo más que eso, señor —dijo Fritz—. Creo que puedo añadir bastante del conocimiento que poseían los propios habitantes de Tazoo. Pero comencemos con las arpas... las arpas de Tazoo. Comprobé súbitamente lo que significaban.
—¿Y qué eran, pues?
—Convertidores mecanoeléctricos de energía, o si lo prefiere, generadores piezoeléctricos. Las arpas son sencillamente conjuntos de cristales piezoeléctricos altamente eficientes, operados por la vibración de las cuerdas del arpa. Las cuerdas están puestas en esas arpas para vibrar por la acción de los fuertes vientos nocturnos de este planeta.
—Yo no soy un científico —confesó el coronel Nash— pero habría pensado que los efectos piezoeléctricos eran escasamente de suficiente magnitud para ser útiles en la conversión de energía a semejante escala.
—Es una común mala interpretación. Incluso nuestras cerámicas ferroeléctricas de la Tierra relativamente poco desarrolladas, son capaces de algo mejor que la generación de energía en una densidad de dieciséis vatios por centímetro cuadrado, que suministran las células solares. Los cristales de Tazoo, son capaces de engendrar ochenta vatios por centímetro cuadrado y con una eficiente conversión de algo más del noventa y cinco por ciento, una eficiencia que incluso los más avanzados reactores de plasma oscilantes de la Tierra son incapaces de generar. La conversión mecanoeléctrica ha tenido siempre una línea altamente prometedora de desarrollo; pero que ha sido descuidada por el hecho de que en la Tierra existió siempre una escasez de recursos a gran escala de energía mecánica de útil frecuencia. Los habitantes de Tazoo lo hicieron a escala gigantesca, utilizando un nivel medio de energía al aprovechar los vientos para activar las cuerdas de las arpas. Un arpa de Tazoo en una noche típica de los terribles vientos que azotan su superficie, es capaz de lograr una energía que se aproxima a dos kilovatios. Esto hace que se obtenga un megavatio de energía por cada kilómetro cuadrado de llanura equipada con esas arpas.
—¿Está usted seguro de lo que dice, Fritz?
—Completamente seguro. Proporcionamos energía al ferrocarril subterráneo encordando algunas de las arpas que existen por las llanuras circundantes.
—Pero la potencia y rendimiento ¿no varía con la fuerza del viento?
—Sí, pero con las arpas diseminadas en una amplia zona, las variaciones por término medio funcionan bastante bien.
—Pero... ¿cómo puede obtenerse energía cuando no había viento?
—No se obtenía, por supuesto —dijo Fritz—. No hemos encontrado nada que indicase cualquier intento de almacenar la energía ni sugerencia alguna de un suministro alterno. Cuando el viento se detenía, todo se detenía. Así, por hábito, si no por naturaleza, los habitantes de Tazoo eran criaturas de vida nocturna.
—Pero eso es ridículo —dijo Nevill—. Sigo sin concebir todavía que pudieran sembrar literalmente inmensas zonas con transductores generadores de electricidad.
—¿Por qué no? No tenían grandes necesidades de vivir al exterior. En conjunto, su entorno nativo les resultaba absolutamente intolerable.
Nevill replicó con agudeza:
—Eso es una declaración altamente especulativa. ¿Cómo has podido llegar a semejante conclusión?
—Es simple. Primeramente, estaban casi ciegos; de aquí la necesidad de tan terrible iluminación, tal como la hemos hallado en el subterráneo del Metro. Si mis cálculos son correctos, incluso a la luz del mediodía de la superficie del planeta, la visión de sus habitantes resultaría casi lóbrega. En segundo lugar, la temperatura del ferrocarril subterráneo es tan elevada, que hace creer como una suposición muy razonable que no podían tolerar las temperaturas exteriores mucho tiempo. Tenían un cuerpo de muy escasa masa y presumiblemente deberían enfriarse rápidamente.
—¡Increíble! —exclamó Nevill—. Yo sabía que tenían un esqueleto frágil y de pequeños huesos; pero la masa del cuerpo...
—Si hubieras visto las formas de aceleración y deceleración de un ferrocarril subterráneo de Tazoo, pronto habrías comprendido que sólo unas criaturas de pequeña masa corporal, habrían podido sobrevivir a ellas.
—Está bien —intervino entonces el coronel Nash—. Parece que tiene usted a la mano todas las respuestas. Tal vez, esté en condiciones de explicarnos por qué se extinguieron los habitantes de este planeta.
—Podría hacer una suposición muy aproximada a la realidad verdadera de la cuestión. Los habitantes de Tazoo eran criaturas dependientes de la energía por las razones ya expuestas. Habían llegado a un punto en su evolución social, en que no podían existir sin energía para la luz y el calor precisados vitalmente, habiendo presumiblemente alcanzado un punto muerto, esto es, un callejón sin salida en su evolución, que llegó a desfasarles, por decirlo así, con su entorno nativo. Y ahora, recuerden ustedes que dependían de la energía solamente proveniente de sus arpas, no disponiendo de otros recursos alternativos, ni de combustible fósil o de origen nuclear. Recuerden también que las estructuras de las arpas estaban hechas de palo de hierro, una madera durísima procedente de los árboles de sus bosques y que tenían en grandes cantidades adornando las llanuras. Estoy seguro que incrementaron su energía disponible, aumentando las zonas a expensas de los árboles, hasta que llegado cierto punto de su historia, comenzó la erosión del suelo. Normalmente, la erosión del suelo es un fenómeno reversible, si se toman las necesarias medidas para combatirla; pero...
—¿Y bien? —preguntó Nash.
—La erosión del suelo, deja paso a la invasión de la arena, y el viento con la arena, conspiraron para corroer y destruir las cuerdas de las arpas. El fracaso de las arpas, supuso la pérdida de la energía precisada, una energía que precisamente faltaba para haber purificado el agua de los mares y haber podido irrigar las zonas de los bosques y combatir la erosión del suelo. El proceso se desenvolvió en un círculo vicioso... más arena, menos arpas y cuantas menos arpas, más arena y así hasta el infinito. Cada día la situación debió ir empeorándose y la arena fue robándoles la energía que necesitaban para combatir su formación. Cuando la arena creció lo suficiente hasta un extremo de ruina, llegó también el momento en que las semillas de esos árboles de palo de hierro resultaron estériles y los bosques fueron muriendo gradualmente. Los habitantes de Tazoo, encarados con una gradual e inalterable pérdida de energía vital, tomaron el único camino que les quedaba... trataron de emigrar a las regiones tropicales donde el clima era benigno para soportar su vida, sin necesidad de esa energía tan vitalmente indispensable aquí. La Historia parece registrar que algunos de ellos llegaron hasta allá, lo que no resulta sorprendente cuando se considera que el viento nocturno es capaz de barrerlo todo de la faz de este planeta, por lo que de haber llegado a las regiones tropicales, debieron ser poquísimos.
Se produjo un denso silencio durante unos instantes.
—¿Y las arpas? —preguntó Nash—. ¿Eran sólo su única fuente generadora de energía?
—No hemos hallado nada que indique otra cosa.
—¡Lástima! Philip Nevill había llegado casi a persuadirme hacia un proyecto más ambicioso. De resultas de su demostración, tanto de energía como de producción y un potencial sistema de transporte. Philip estaba proponiendo el volver a establecer la ciudad de Tazoo, inicialmente para saciar el interés de los arqueólogos en obras y trabajos extraterrestres y después, más tarde, el establecimiento de una colonia permanente y una base de abastecimiento para las naves del espacio que se dirigen hacia el Borde.
—¿Quiere usted decir repoblar todo esto... y volverlo a poner en marcha, convirtiendo esta ciudad en una metrópoli viva?
—Con el tiempo suficiente, sí. De ser posible, podrían ser irrigados esos desiertos y volver a ganar la fertilidad de esas vastas llanuras. Es una gran lástima que tenga usted tan admirables razones para que tal cosa no pueda llevarse a cabo.
—Pero yo no he afirmado eso; puede hacerse —dijo Fritz— contando con tiempo suficiente y aplicando el trabajo necesario para encordar de nuevo las arpas; habría energía bastante para suministrar la fuerza necesaria para toda la ciudad y una docena de otras más.
—Bien, pero yo pensé que las tormentas de arena...
—Arruinaron las cuerdas de las arpas, en efecto. Sí, así ocurrió, pero esto fue posible antes de que viniera Fritz Van Noon. Los tazonianos utilizaron probablemente unas cuerdas de metal al desnudo, posiblemente hechas de titanio, susceptibles a la abrasión. Recuerden ustedes que, no teniendo química orgánica de la que pueda hablarse, no dispusieron de materias plásticas. Estamos utilizando ahora un cable de acero altamente elástico recubierto de una mezcla de polisiliconas elastómeras cuya combinación las vuelve altamente resistentes a la abrasión, y que puede proporcionar muchos años de servicio, sin dificultades. Desgraciadamente, esa recubierta disminuye su capacidad de vibración; pero piensen que así y todo no nos es precisa tanta cantidad de luz ni de calor como la que precisaron los tazonianos.
—¿Y cree usted realmente que los tazonianos se extinguieron por falta de revestimiento para esos cables de las arpas?
—Sí, precisamente por eso. Y dejemos que constituya una lección para nosotros mismos. No sabemos qué factores pueden estar faltando en nuestra tecnología para que cuando lleguen nos encaremos con una nueva e inesperada crisis. Nuestro desarrollo es probablemente de la misma suerte que la de los tazonianos, aunque en otra dirección distinta. Por consiguiente, nada, sino beneficio, puede provenir de la completa asimilación de cada fase de la ciencia y de la tecnología de los que habitaron Tazoo, en nuestro propio provecho. Si la colonización puede hacer eso, yo veré después que tengan ustedes la energía necesaria para colonizar.
—Vaya, por tener necesidad de un clavo... —dijo Nevill especulativamente.
—Fritz —dijo el coronel Nash—, he estado pensando respecto a usted sobre la posibilidad de una permanente Ingeniería no Ortodoxa como una rama importantísima de la fuerza Exploratoria Terrestre, en vez de constituir simplemente una sección de la Reserva de Ingeniería. ¿Qué le parece esto? Por supuesto, eso significa un gran ascenso...
—Personalmente yo daría la bienvenida a tal idea, señor —repuso Fritz—, pero me temo que ya he aceptado otra empresa en el planeta Tiberius II. Están tratando de establecer un sistema de monorraíl allá.
—Comprendo. Pero ¿qué puede haber en ese sistema de monorraíl en el sistema de Tiberius II que requiera su peculiar talento?
Fritz tosió discretamente.
—Creo que hay algo muy particular respecto a la gravedad del planeta. Aparentemente, cambia de dirección en setenta grados cada martes y jueves por la mañana —repuso y se dirigió resueltamente a buscar su chaquetón de viaje espacial.
EL ESPÍRITU DEL MAL- Frederik Pohl
UÉ bella estaba, pensó Dandish, y qué desamparada...! La cinta de plástico de identificación alrededor de su cuello permanecía inmóvil y, tal como se encontraba en la cápsula de transporte, su cuerpo no vestía otra cosa más.
—¿Estás despierta? —preguntó; pero ella ni siquiera se estremeció.
Dandish sentía cómo la excitación crecía salvaje dentro de sí mismo, según aparecía de, pasiva e indefensa. Un hombre podría entonces llegar hasta ella, hacer lo que quisiera sin que ella ofreciese la menor resistencia. O, por supuesto, responder. Sin necesidad de tocarla, Dandish sabía que su cuerpo estaba cálido, tibio y seco. Estaba completamente vivo y dentro de unos minutos estaría consciente completamente de todos sus actos.
Dandish, que era el capitán y el único miembro de la tripulación de la nave interestelar sin nombre, que llevaba colonizadores congelados en estado de hibernación artificial a través de un largo y lento espacio vacío desde la Tierra a un planeta que giraba en torno a una estrella que nunca había tenido nombre en las cartas estelares, sino sólo un número y que ahora se llamaba Eleanor, pasó varios minutos sin volver a mirar a la joven, cuyo nombre sabía que era el de Silvia, pero a quien nunca había conocido.
Cuando volvió a mirarla de nuevo estaba despierta y atrapada con los cinturones de seguridad en su nicho transparente, con sus cabellos alrededor de la cabeza y en el rostro una expresión de rabia.
—Está bien. ¿Quién es usted? Ya sé lo que pretende —dijo la chica—. ¿Sabe usted lo que le harán por esto?
Dandish se quedó atónito, y no le gustó su propia actitud, más bien atemorizada. Durante nueve años la nave había cruzado como un rayo los espacios cósmicos; y había sufrido demasiada soledad, habiendo llegado ya al límite de sus fuerzas. Se sentía aterrado. Existían 700 nichos transparentes de colonizadores dentro de la nave, pero todos yacían inmóviles en su baño de helio líquido y no constituían muy buena compañía. Al exterior de la nave, el ser humano más cercano se hallaba tal vez a dos años luz de distancia, suprimiendo casi por completo la oportunidad de encontrarse otra nave en la misma dirección, que era, de hecho, mucho más remota que cualquier otra estrella, puesto que las fuerzas implicadas en detenerse y tomar una nueva ruta, se llevarían dos veces más tiempo del que implicaba el viaje en sí mismo.
Todo lo concerniente al viaje era estremecedor y terrible. La soledad era un verdadero terror. Estar mirando constantemente y con fijeza a través de una pulgada de cristal y no ver nada más que estrellas conducía al pánico. Dandish había decidido ya cinco años atrás dejar de mirarlas, pero no se había encontrado capaz de llevar a cabo tal decisión, y así una y otra vez oteaba por la mirilla para ver sólo la horripilante visión de sentirse envuelto en el cosmos, encerrado en aquella prisión y viajando siempre hacia adelante en dirección a una de los diez millones de estrellas que tenía ante sí.
En aquella nave cualquier ruido era una verdadera alarma. Puesto que nadie, sino él, permanecía despierto, el oír cualquier vibración metálica o el más pequeño ruido procedente de cualquier parte, por pequeño e insignificante que fuese, era como una amenaza y más de una vez Dandish había sufrido la tortura del miedo un día entero hasta averiguar la causa de la procedencia de ese ruido, bien fuese la explosión natural de un bulbo eléctrico o una puerta no lo bastante segura.
Solía soñar con terror del fuego. Aquello era algo realmente absurdo en aquella nave de acero y cristal; pero no era el fuego que puede producirse en una casa cualquiera, sino el de las estrellas que le rodeaban por doquier en el espacio sin límites.
—Póngase donde yo pueda verle —le ordenó la chica.
Dandish notó que no se había preocupado de taparse su desnudez total. Se despertó desnuda y así permanecía. Se había desembarazado de sus ligaduras y dejó el nicho transparente, paseando entonces por la estancia en donde había sido despertada y se dirigía hacia él.
—Ya nos advirtieron —dijo la joven—. ¡Cuidado con los chiflados del espacio! ¡Lo lamentarán! Eso es todo lo que oímos en el Centro de Recepción y ahora se encuentra usted aquí. Muy bien. Cualquiera que sea..., ¿quién es usted? Por amor de Dios, póngase donde yo pueda verle.
La joven aparecía medio erguida y medio flotando en un ángulo respecto al suelo mientras se quitaba algunos trozos de piel muerta de sus labios y miraba desmayadamente de un lado a otro.
—¿Qué va a ser la historia que va a contarme, eh? —dijo la joven—. Un meteorito del subespacio ha destrozado la nave y sólo quedamos usted y yo, condenados a volar por la eternidad hacia cualquier punto indeterminado del Universo, por lo que sólo nos queda hacer una vida para los dos, ¿verdad?
Dandish la contemplaba a través del visor del cuarto de revivificación, pero no respondió. Era un buen conocedor de sus víctimas. Había empleado mucho tiempo planeando aquello. Físicamente era perfecta, muy joven, esbelta, una Venus de carne y hueso. La había elegido entre las 352 hembras hibernadas como colonizadoras, mirando una y otra vez sus características personales en el archivo fotográfico que acompañaba el expediente de cada colonizador del nuevo planeta adonde la nave se dirigía, como un aficionado a la alta fidelidad mirando un catálogo de la especialidad. Ella había sido lo mejor de todo el embarque.
Dandish no era lo suficientemente habilidoso como para leer una personalidad de perfil y, de cualquier forma, consideraba a los psicólogos como unos estúpidos y a sus rasgos faciales como otra tontería, por lo que hizo sus deducciones con los índices de referencia propios. Había deseado que su víctima fuese joven y confiada. Silvia, con sus dieciséis años y una inteligencia de tipo medio, había parecido lo más prometedor. Se había sentido realmente decepcionado de que ella no hubiese reaccionado con más temor.
—¡Le echarán a usted cincuenta años por esto! —gritó Silvia mirando hacia donde pudiera hallarse escondido—. Lo sabe, ¿no es cierto?
El nicho de reavivamiento, sintiendo que su ocupante se hallaba fuera, procedía lentamente a cerrarse y a volver a su estado primitivo, dispuesto a ser accionado de nuevo. Sus hojas de plástico se deslizaron libremente de sus esquinas, se enrollaron en una espiral y se escurrieron hasta caer al suelo, mostrando otro nuevo juego de hojas en forma de sábanas traslúcidas. Sus generadores de calentamiento por radio se comprobaron a sí mismos con una descarga eléctrica de alto voltaje; no encontraron obstáculo alguno y volvieron a cerrarse. Los lados del nicho se enrollaron suavemente. La tabla de instrumentos mostró la luz correspondiente apagada. La joven se detuvo para observarla y después sacudió la cabeza y soltó una carcajada.
—¿Tiene miedo de mí?—llamó Silvia—. Vamos, acabemos con esto. De lo contrario, tendrá que admitir que es un cretino. Deme algunas ropas y charlemos sobre el particular tranquilamente.
Lleno de inquietud, Dandish volvió la vista a otro lado. Un dispositivo marcador del tiempo le recordó que era llegado el momento de hacer su comprobación de rutina de media hora en los sistemas de la nave, como ya lo había hecho unas 150.000 veces y tendría que seguir haciéndolo otras 100.000 veces más, y así se apresuró a comprobar las lecturas relativas a la temperatura ambiente en el departamento de hibernación, medir con exactitud la pérdida del helio líquido y equilibrarlo mediante las oportunas reservas; comparar la ruta de la nave con el plan de vuelo y la tasa de su flujo constante. Lo encontró todo en perfectas condiciones y lentamente se volvió hacia la joven.
Todo aquello le había llevado un par de minutos; pero ella ya se las había arreglado para encontrar un peine y un espejo, dedicándose furiosamente a arreglarse los cabellos. Un fallo en la técnica de la hibernación y reavivación residía en lo que solía ocurrir con las uñas y los cabellos. A la temperatura del helio líquido, toda la materia orgánica se tornaba quebradiza, y aunque las técnicas de manipulación estaban planeadas con tal hecho en cuenta, lo relativo a los cabellos y las uñas no había dado el resultado apetecido. El Centro de Recepción había insistido una y otra vez en llevar las uñas muy cortas y los cabellos casi afeitados, pero los miembros femeninos del grupo de colonizadores no siempre se sintieron propensos a llevarlo a cabo. Silvia tenía el aspecto de una maniquí donde un aprendiz de constructor de pelucas hubiera hecho un desaguisado. Acabó resolviendo el problema, tomando los cabellos que le quedaban y haciéndose un gracioso moño, sujetándolo con el peine, y el resto dejado al aire como si le azotara una tormenta de arena.
Se dio unos golpecitos en el moño y comentó:
—Supongo que cree usted que es bastante divertido.
Dandish consideró la cuestión. No estaba inclinado a reírse. Veinte años antes, cuando Dandish era un joven de diecisiete años, con sus largos cabellos permanentemente y sus uñas lacadas que eran la moda de los muchachos de aquella época, había soñado casi todas las noches en una situación parecida a la que ahora tenía realmente ante sus ojos. Tener una chica para sí solo, no amarla ni violarla, ni pensar en casarse con ella, sino poseerla como una esclava, sin nadie que pudiera detenerle ni interponerse en su capricho en cualquiera que fuese lo que quisiera imponerla. Aquel sueño había ido siendo elaborado en mil variantes cada noche distinta.
Nunca contó a nadie sus sueños, sino que en sus prácticas de estudiante, durante su período escolar, se dedicó a la psicología práctica, y en lugar de contar sus experiencias oníricas directamente, lo mencionó a un profesor diciendo que lo había leído en un libro. El profesor, calando a través de tales sueños, le dijo que se trataba tal fenómeno de un deseo reprimido de jugar con muñecas. «Ese individuo está jugando al papel de ser mujer —le dijeron—, actuando con iguales deseos. Esos claros ejemplos de homosexualidad reprimida suelen adoptar mil formas distintas», y así recibió una amplia explicación de sus sueños. Pero aunque los sueños continuaron siendo para él tan físicamente satisfactorios como siempre, a partir de entonces se despertaba el joven Dandish resentido y lleno de reproches hacia sí mismo.
Pero Silvia no era ni un sueño ni una muñeca.
—No soy una muñeca —dijo Silvia en aquel momento, tan agudamente y con tanta franqueza que a Dandish le produjo un verdadero estremecimiento—. ¡Vamos, salga y pongamos esto en claro!
Silvia consiguió ponerse de un salto bien erecta y, aunque parecía enfadada y molesta, aún no parecía sentir miedo.
—A menos que esté usted loco realmente —dijo de manera clara—, lo que dudo mucho, aunque tengo que admitirlo como posibilidad, no va usted a hacer nada que yo no quiera, ya lo sabe. Porque no va a hacer lo que le venga en gana, ¿de acuerdo? Usted no puede matarme, ya que nunca podría explicarlo, y además no permiten a los asesinos que gobiernen naves del espacio en primer lugar, y así, cuando aterricemos, todo lo que tengo que hacer es llamar a la policía y sólo le quedaría a usted el permanecer en una vagoneta en un subterráneo por noventa años de castigo. —La joven rió maliciosamente—. Conozco esta cuestión. Mi tío fue detenido por la ley, por evasión de impuestos, y ahora está en una draga autopropulsada en el delta del Amazonas, y tendría usted que ver las cartas que escribe de su situación. Por lo tanto, salga de ahí y aclaremos esta ridícula tontería y veamos qué es lo que se propone.
Ninguna respuesta. Silvia se impacientó.
—¡Crisss... to! —exclamó sacudiendo la cabeza—. Vamos, sé lo que tengo que hacer. Y a propósito, necesito un desayuno.
Dandish se sintió un tanto satisfecho en aquella solicitud que al menos había previsto de antemano. Abrió la puerta del cuarto de baño y se volvió hacia la estufa siempre dispuesta donde las raciones de emergencia estaban igualmente siempre dispuestas. A poco, tras haber ido al servicio de mujeres, Silvia volvió con algunos bizcochos, tostadas y café caliente dispuesto para ella.
—Supongo que no tendrá un cigarrillo —preguntó—. Bien, viviré; no es cosa de morirse por eso. ¿Qué tal si me entrega algunas ropas? Y... ¿qué le parece si se muestra en persona y puedo echarle la vista encima? —Se estiró, bostezó y comenzó a tomarse el desayuno.
Aparentemente, la chica se había dado una ducha, como era generalmente deseable al despertarse de aquel sueño helado y quitarse así de encima la piel exfoliada, habiéndose envuelto lo que le quedaba de su arruinado cabello en una toalla.
Dandish había dejado a regañadientes en el cuarto de baño una pequeña toalla, pero no se le había ocurrido que su víctima la utilizase para envolverse los cabellos. Silvia seguía sentada mirando con fijeza y pensativamente a lo que había quedado del desayuno y después, tras un rato, dijo, como el que pronuncia una conferencia:
—Según tengo entendido, los navegantes de las naves estelares son una especie de chiflados porque ¿quién, si no, saldría a volar por los espacios veinte años seguidos, incluso por dinero, por cualquier clase de dinero que exista? Pues bien, usted es un chiflado. Y así, si usted me ha despertado y no sale a que le vea para hablar conmigo, no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Sin embargo, trato de hacerme cargo de lo que le ocurre. Tal vez lo que desea es un poco de compañía... Podría incluso cooperar y no decir nada después de todo esto...
»Pero, por otra parte, tal vez esté usted pensando en hacer conmigo una atrocidad salvaje, propia de un loco de atar. No sé si podría hacerlo; pero, suponiendo que así fuera, ¿qué ocurriría entonces? Si me mata usted le cogerán. Y si no me mata, cuando aterricemos en nuestro punto de destino diré lo sucedido y también le echarán las manos encima.
»Ya le conté lo que ocurrió con mi tío. Ahora su cuerpo está en congelación en el lado oscuro de Mercurio. Tal vez se le ocurra pensar que eso no es tan malo. A tío Henry no le gusta una pizca. No tiene compañía alguna y es algo tan malo como lo que a usted le ocurre. Pero su vida es espantosa, ¡y así por noventa años! Hasta ahora sólo ha cumplido seis de semejante castigo. Me refiero a seis años desde que dejamos la Tierra. No creo que le gustaría una cosa así. Por tanto, ¿por qué no sale y charlamos un poco?
Dandish se retiró y escuchó los murmullos de la nave por unos cuantos minutos, y después activó los mecanismos de los nichos de reavivación. Ya había escuchado demasiado de la joven para perder toda esperanza. La joven se sintió puesta en pie a los lados del nicho, completamente desnuda como se hallaba. Suave y lentamente, unos tentáculos la aprisionaron y la volvieron a poner en el nicho de hibernación, cerrando las ataduras en forma de tela de araña sobre sus pechos. —¡Maldito estúpido! —gritó; pero Dandish no repuso al grito de la chica.
El cono de anestesia descendió hacia ella y sobre su rostro, que luchaba por escapar, mientras gritaba:
—¡Espere un momento! Nunca dije que no quisiera...
Pero no llegó a completar la frase ni a explicar qué es lo que no hubiera querido, porque el cono anestésico la cubrió. Un saco de plástico se extendió por todo su cuerpo, moldeando su rostro y sus formas, sus piernas y brazos, incluso sobre sus cabellos envueltos en la toalla, y el nicho de hibernación rodó silenciosamente hacia el cuarto de congelación.
Dandish no quiso seguir observando nada más. Sabía lo que ocurriría y, además, el avisador de tiempo le recordó que tenía que volver a ocuparse de las comprobaciones de rutina de la nave. Temperaturas, normales; consumo de combustible, normal; ruta, normal; el cuarto de congelación mostraba una cápsula en vías de ser ocupada; por lo demás, todo estaba normal. «Adiós, Silvia —se dijo Dandish para sí mismo—; fuiste una mala equivocación...».
Concebiblemente, más tarde, con otra chica...
Pero le había llevado nueve años el despertar a Silvia y no pensó que pudiese hacerlo de nuevo. Pensó en la suerte de su tío Henry en una draga allá en el litoral Atlántico del Sur. Podía muy bien haber sido él. En vez de aquello, era mejor seguir pilotando una nave del espacio.
Miró fijamente a los diez millones de estrellas que tenía a la vista de sus receptores ópticos. Puso en marcha, en el mayor desamparo, el radar celeste. Comprobó la corriente de iones de cinco millones de millas que los reactores de la nave iban dejando tras sí como una estela perdida en el cosmos. Pensó en las toneladas de carne viviente que la nave llevaba en sus entrañas, en los cuerpos con los cuales se hubiera deleitado si su propio cuerpo no tuviera que ir a parar al lado oscuro de Mercurio y los temores y horrores que le podían esperar... Y Dandish habría sollozado de desesperación si hubiese encontrado la voz necesaria para sollozar...
PODERES EXTRAPSíQUICOS - John Kingston
O!
¡No! ¡No! ¡No!
Dije que jamás volvería a emplear mi Poder de nuevo. No lo haré. Es algo equivocado y vil. Recuerdo que me prometí a mí mismo, hace diez años, no hacerlo, mientras paseaba en la oscuridad, cuando murió mi madre.
La sostuvo viva durante años. Los médicos nunca habían visto nada parecido. Se trataba de su corazón...
Dios sabe que fue difícil. No como lo que voy a hacer ahora. Esto puede ser muy fácil.
Cuando mamá estaba viva, yo solía permanecer despierto noches enteras, trabajando en el reloj que era su débil corazón, alargando su vida, renovándolo. Construí una válvula una vez, a base de una y otra pieza microscópica. Aquello me llevó tres días y tres noches sin descansar un segundo. ¿Sabe alguno de ustedes cuántas células hay en el ventrículo de un corazón humano?
Yo sí...
Mamá sabía lo que estaba pasando. Ella podía sentir los ajustes que estaba haciendo y los inauditos esfuerzos que realizaba para mantenerla viva. Ella trató de rendirse por tres veces. Pero no podía evadirse de la vida porque su corazón no podía detenerse. Y su corazón no se detenía, porque yo lo dirigía y gobernaba.
Técnicamente, ella murió una vez. Trabajé en aquel corazón durante veinticuatro horas antes de que volviera a palpitar de nuevo. Entonces no existía; ahora suelen utilizar un marcapasos.
Yo nací con el Poder. No parecía nada malo que tuviera que utilizarlo. En el caso de mi madre, no podía sentarme y dejarla morir. Nunca pude darme cuenta, hasta el final, de qué forma llegó a odiarme. Odiar mis ojos fosforescentes y mis millones de manos diminutas, invisibles, manos que nunca descansaban...
Yo me echaba las ropas de la cama sobre la cabeza, tratando de oscurecer mucho más, la oscuridad del dormitorio. Enterraba la cara en la almohada para evitar el oír el tremendo ruido de la loca carrera que Julie hacía al cambiar cerca de mi casa, en la esquina. Pero sólo conseguía amortiguar algo el ruido en mis oídos.
Mamá venció al fin. Era demasiado inteligente para mí. Si se hubiera querido cortar las venas de las muñecas o haberse abierto la garganta, no habría importado, porque con mi Poder yo habría apartado el objeto cortante de su cuerpo tan pronto como hubiese intentado tocar su carne. Si se lanzaba a la calle de cabeza, yo la habría cogido en el aire antes de haber llegado al suelo. Pero se tragó un centenar de píldoras blancas, pequeñas, y contra lo que nada se podía hacer.
Me desperté en la noche. Yo estaba ya en su interior. Sabía dónde estaba el mal. Y me di cuenta de que me había derrotado. Me di una prisa loca para rebuscar entre las células de su organismo mientras se multiplicaban y morían; pero eran moléculas contra las que luchar. Aquellas malditas moléculas se extendieron inundando todo su cuerpo, como en un pequeño universo viviente que iba a morir para siempre. Podía ver los aminoácidos y las peptonas, observar a las proteínas construirse como collares de perlas en el vacío; pero entonces, ya había demasiadas moléculas. Luché contra ellas, estaba en todas partes casi al mismo tiempo, alterando su curso, dominándolas, haciéndolas inocuas. Pero fue inútil. Era como una plaga de langosta. Era como ir cogiendo un insecto tras otro en las manos y matar los suficientes para detener un enjambre monstruoso, mientras en el cielo se oscurecía la luz del sol por millas de distancia...
Tuve que abandonar el interior de su cuerpo y dejarlo para siempre tranquilo y en paz. Salí corriendo de mi casa, utilizando sólo mis pies para huir. Nunca volví a ella. Desde entonces, nunca más he vuelto a utilizar el Poder. No lo haré ahora tampoco. He estado hambriento y no lo he utilizado. Me encerré en una celda, abriendo y cerrando el cerrojo por toda una noche. Era una pobre cosa de acero, inútil y sencilla y jugué con él; pero no quise hacer nada para ayudarme a mí mismo. Mi madre se mató para huir de aquello... de esta cosa que yo soy capaz de hacer. Nunca volveré a usar este Poder de nuevo.
Ustedes pueden saber cosas respecto a la telekinesis en los libros. Ellos les dirán que existen personas que pueden mover objetos sin tocarlos y producir cambios físicos a distancia. Muchos sacarán la consecuencia de que eso no es cierto.
Yo soy uno de ellos...
Me tapo los ojos con las manos. Los pavos reales exhiben sus colas de arco iris bajo mis párpados. Los nervios iluminan la figura de Julie en colores disparatados, en lila, rojo de anilina y un verde terrible; pero no pueden bloquear su visión. La veo conduciendo un arco iris con ruedas. Los colores surgen de su cuerpo como un chorro de luz multicolor pero aunque relaje la presión y se desvanezca su iridiscencia, ella continúa allí...
No puedo evitarlo. De nuevo me siento como si tuviese un millón de manos puestas sobre el coche volador, agarrándose a él. Me siento como metido entre el chasis, en los muelles, sintiendo los choques de sus mecanismos, en el metal sometido a continuo funcionamiento. Siento que observo las peligrosas curvas de la carretera, mirando a través del parabrisas o desde los faros, sintiendo y comprendiendo todo el entorno de la máquina. Me siento como estando dentro del motor, viendo a pesar de la oscuridad el funcionamiento de pistones y válvulas. Siento como mías las sensaciones de Julie puesta al volante. Creo incluso sentir la resistencia entre su carne y la máquina, cuando hace algún esfuerzo al conducirla...
Siento que mi pulso se acelera. Ese batir no es del motor, es el de mi propio corazón. Me quedo rígido, sin respirar, pensando en lo que voy a hacer. Pongo dos de mis manos sobre sus muñecas, otras sobre los lados del camino en las curvas cuando comprendo que existe peligro de los giros del camino. En un segundo voy a poner sus brazos a su espalda, sujetándolos, y voy a hacerme con el control de la máquina. Voy a observar su rostro, mientras que la plateada carretera se desliza como una serpiente frente a ella junto con los árboles, mientras que las revoluciones aumentan y se hacen más peligrosas en el correr de la máquina por las curvas. Más rápido, más y más rápido cada vez... y cuando haya tenido bastante, cuando ella no pueda más... voy a dejarla ir.
Me tiro de la cama y de un golpe enciendo la lámpara de mi dormitorio. Mi cuerpo y mi cara están cubiertos de sudor. Dejo correr el agua abriendo el grifo del lavabo y pongo la cabeza debajo del chorro. El agua fría me produce un verdadero choque. Veo las cosas dobles. Los detalles de aquel cuarto charro y chillón se parecen a unos árboles iluminados de blanco, con destellos en un fondo sombrío. El ruido del motor, me martillea los oídos. Doy media vuelta y pongo mis manos sobre el asfalto constituido por la pared. Sé que tengo que romper este eslabón. Me concentro y pongo toda mi voluntad en conseguirlo. Las imágenes que deseo se forman en cierto modo. Es como querer apagar un fuego en un pozo de petróleo. Dando vueltas a la espoleta, esperando, presionando el disparador... ¡Ahora!... Y un enorme relámpago que lo desvanece todo.
Silencio. Lobreguez. Una pequeña estancia en una casa de huéspedes barata. Papeles destrozados, desvaídos. Unas lámparas de gas inútiles envueltas en telarañas. Un espejo roto. Mi chaqueta y mis pantalones están tirados sobre una silla. Estoy apoyado sobre la pared, temblando. Voy a sentarme en la cama. Enciendo un cigarrillo y me trago el humo profundamente. Esto es mejor. De nuevo me encuentro bien.
No creo que sea precisamente un telekinético.
¡Señor, escúchame! Precisamente un telekinético... Es cierto, sin embargo. Tengo esta otra cosa, el factor psíquico, la posesión del diablo, no sé qué nombre darle... Para hacer cualquier cosa, no es preciso que me encuentre en el sitio conveniente. Puedo pasear por una ciudad a millas de distancia, ver las luces de neón y las muchedumbres, los gatos que pululan por las callejuelas, las hojas de los árboles y los paquetes de cigarrillos vacíos tirados por el suelo, la lluvia caer y rodar por las calles. Puedo observar cómo se comete un asesinato, o un acto de amor y tengo que encontrar la palabra adecuada para explicar donde he estado...
La distancia no significaba nada para mí. Cerca o lejos, para mí es igual. Por ejemplo, ahora mismo sé que Julie está conduciendo un coche, pero no sé donde. Puede estar a una milla de distancia. O puede que se encuentre en Nevada.
Pienso en algo más, en cualquier otra cosa. No quiero volver con Julie por el bien de los dos. Doy chupadas a mi cigarrillo. Me estoy volviendo loco. Me pregunto a mí mismo qué importan los libros y los nombres cuando el infierno es un nombre... Nadie como yo ha existido antes jamás. Poseo un talento único, fantástico.
La habitación se halla tranquila como una tumba. Acabo un cigarrillo y con la colilla, enciendo el siguiente. Todavía me siento estremecido. Me levanto y me dirijo al lavabo y en la alacena que hay sobre él rasco con las uñas un poco de pintura que una vez existió allí. No era de madera. Es algo confeccionado con trozos de periódicos antiguos, seguramente de la época victoriana, pegados unos sobre otros. Cerca de la alacena, está el espejo, al que falta un canto y cuyo cristal desvaído y roto, está lleno de manchas de grasa. Así es donde vivo. Y pude haber hecho mi fortuna. Abro la alacena y saco una botella de whisky escocés y un vaso. Escancio un buen trago y vuelvo la botella a su sitio. De repente, la habitación parece como si estuviera llena de humo. Me voy hacia la ventana y descorro el pestillo, abriéndola de par en par. Un aire fresco me da en el rostro y me llega el ruido de la carretera principal que pasa junto a la colina. Me apoyo en el antepecho y miro fijamente a las luces con sus movimientos cambiantes. La carretera ruge como toda la noche. Julie está en la carretera en este momento, conduciendo su coche en alguna parte. Dios sabe dónde...
Algo parece despertar en mi mente: es como dirigirse hacia un perro que no se sabe dónde está viendo como se le tira a uno a la cara. Es algo tan rápido como eso. Por un segundo estoy viendo el techo de un coche a toda velocidad, escuchando el ruido del motor más fuerte que los que hay afuera en la calle. Me vuelvo a la habitación preso del pánico. El coche se desvanece. Me doy cuenta del cuidado que tengo que tener.
* * *
Descanso tumbado de espaldas en la cama, con el vaso en la mano. Comienzo a construir una imagen mental. Suspendo algo como una pantalla frente a mis ojos, para evitar lo que no deseo ver. Compongo la imagen desde puntos opuestos. El coche de Julie corre disparado haciendo ochenta o noventa millas a la hora. Es un coche rojo; pero tomando algo neutral como por ejemplo una roca, lo que veo es una especie de roca azul gris. El coche se desplaza en la oscuridad; pero la roca que yo veo está iluminada por el sol. Sí, ahí está, grande y azul. Algo inmensamente estático. Unas sombras profundas rodean la base que se halla como empotrada en el terreno. Es una imagen buena y clara, aguda, puedo apreciar incluso las estrías de la roca y el tiempo que la rodea ambientalmente, siento el calor del sol que se refleja en mi propio rostro. Hago un esfuerzo mental y afirmo mi trabajo extrapsíquico. Sí, eso irá bien, magnífico. Esa roca no se moverá en absoluto.
Las luces de la habitación comienzan a molestarme, con sus destellos sobre mis ojos. Se trata de unos bultos eléctricos al desnudo, sin sombras. Los filamentos proyectan unas formas parecidas a las de un cangrejo que se dibujan en el techo. Me tapo los ojos con una mano y apago las luces. No necesito la luz para nada.
Acabo el whisky y vuelvo a mi imagen de la roca. Ahora la reconozco bien. Es una roca que vi una vez cuando estuve de vacaciones con Bill hace años. Hay una pequeña bahía tras ella y donde se goza de la luminosidad del sol y el rizo de las olas en el mar. Recuerdo muy bien aquellas vacaciones, de las cuales algunos retazos de impresiones visuales me aparecen vivas y como si las viera ahora con toda nitidez. ¿Qué edad tenía yo entonces? ¿Nueve, diez años? Algo así. Intento calcular cuánto tiempo hace desde que vi por última vez a mi hermano. Tiene que hacer cuando menos seis años. Bill era un gran muchacho. Si no hubiera tenido mi... don especial, habría sido distinto.
Él sabía lo de mi Poder especial. Por eso éramos como extraños. Pienso en aquellas vacaciones y las evoco tanto como puedo. El cigarrillo describía como un arco de fuego en la oscuridad de la noche, y recuerdo el reflejo del sol sobre el mar, la arena cálida, y la altura de los acantilados. Cuando el sol se apartaba de sus enormes flancos rocosos, el fresco nos acariciaba y gozábamos de las grandes cavernas marinas situadas en la base de los arrecifes...
Julie se había marchado también de vacaciones. Se marchó a la costa con Ted para reír, besarse y mentir en el sol y exhibir su cuerpo...
El whisky comienza a hacer efecto. Comienzo a sentirme algo embriagado y confuso. Creo que he bebido demasiado al llegar la noche. Me siento junto a Bill de nuevo; pero no le veo sentado en las rocas, le veo como si las condujera como un coche. Es rojo, tiene faros potentes y su motor ruge. La carretera se desliza rápida bajo las ruedas...
La colilla del cigarro me quema los dedos. Me levanto para arrojarla lejos y vuelvo a echarme en la cama. Mi mano palpita. Pero no me preocupo de cuidarme de la quemadura. Casi estoy contento de sentir el dolor. Me mantiene dentro de mí mismo, tumbado en una cama en esta pensión solitaria y en seguridad a solas conmigo mismo. Allí continúo por una hora más, observando a la Luna levantarse por encima de los tejados de las casas. Oigo el ruido distante de los coches en la distante carretera. Y me duermo...
Es un sueño extraño y como vacío de sentido. Aparece Julie con la cara débilmente iluminada por los controles del coche con sus grandes ojos y de mirada suave y acariciadora. El viento penetra con su perfume variado de los campos a través de las ventanillas abiertas a plena marcha y juguetea con sus hermosos cabellos. Lleva el cabello corto, alegremente descuidado y de un hermoso marrón cobrizo. Es pelirroja, pero no tiene los ojos verdes. Son unos ojos profundamente azules como aguamarinas. Ahora todo está oscuro, solemne. Se concentra en la carretera. Es una magnífica conductora. Siento qué bien responde con estupendos reflejos a la máquina lanzada a todo correr por la carretera. No está maniobrando ni controlando el motor del coche; forma parte de él. Las ruedas, los engranajes, todo es como una extensión de su propio cuerpo. Giro la cabeza para comprobar el velocímetro. Mantiene firmemente las ochenta millas continuando la velocidad, milla tras milla de camino. Sin ningún esfuerzo aparente. Me pregunto dónde diablos irá a tal velocidad y con tanta prisa. Esto no estaba previsto..., y me pregunto respecto al coche. No es suyo, de eso estoy bien seguro, ni tampoco podía pertenecer a Ted. Es sencillamente un estupendo motor, no lo suficiente brillante ni cromado para ser de Ted.
No me preocupo por mucho tiempo. En sueños uno lo acepta todo... Observo la carretera que se aparta del coche y oigo un ruido sibilante en la trasera del auto. Tras algún tiempo siento que el coche parece inmóvil, como estático, aunque las ruedas siguen girando en el aire. Entonces compruebo que la tierra queda muy por debajo y el coche fijo en el espacio, pero siguiendo una ruta que parece dirigirse hacia el sol naciente. Me siento a mí mismo girando como el planeta, con la presión de la gravedad hundiéndome hacia abajo. Comienzo a perder todo sentido de la identidad...
Un signo de señalización de la carretera pasa tan rápido que no tengo tiempo de leer lo que dice. Me muevo nervioso en la cama, consciente de que algo va mal, demasiado soñoliento para salir de aquel sueño en donde estoy inmerso. Comienzo a jugar el papel de hacerme cargo del control del vehículo.
Resulta divertido. Estoy aguantando el volante con fuerza, abriendo mis manos fuertemente agarradas al volante y dejando que en las curvas ruede junto al mismo borde, sintiendo el esfuerzo que hace Julie para mantener el motor en funcionamiento correcto. Después, vuelta a sostenerlo, a relajarme, a agarrarlo de nuevo... Si Julie desea mover el volante, ahora no puede porque lo tengo sujeto; no podría moverlo ni en una fracción de pulgada. Soy mucho más fuerte que ella...
¡Condenación!...
¡Oh!, entonces fue demasiado tarde. Fue por una centésima de segundo; pero, así y todo, demasiado tarde. Debería haberlo sabido... Ella se dio cuenta en el acto de que algo iba mal en la conducción del coche. Sabía que había algo extraño. Un súbito tirón inesperado, tratando de apartarme. Mis manos ya estaban apartadas del volante en un relámpago de tiempo, pero ella sintió la resistencia. Ahora ella comprueba la dirección cautelosamente, girando cuidadosamente de un lado a otro..., pero el volante gira libre...
Me siento en la cama lentamente. Hace un segundo yo estaba casi dormido. Ahora el sueño está a un millón de millas de distancia. Parecía que nunca despertaría de aquel sueño...
Yo... sentí algo entonces. Sólo por un momento; pero estaba allí. Era un nuevo sentimiento, el comienzo de sentir un verdadero pánico. Pero el temor no era mío...
Traté de tragar saliva; pero tengo la boca seca, sin saliva. Los huesos están secos, como disecados, ásperos. Encuentro los cigarrillos. Mi mano está torpe y se mueve errática sobre la cama y por el suelo. Encuentro uno en la oscuridad, lo enciendo y tiro lejos la cerilla. Sigo acostado con el cigarrillo entre mis dedos, comprobando la luminosidad pálida de cada bocanada reflejada en el techo. Mi cuerpo yace inmóvil y quieto, pero no así mi corazón y mi cerebro. El corazón me palpita salvajemente y puedo oír claramente sus latidos repercutiendo en toda la habitación. Funciona intensamente vivo y lo siento desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Mi cuerpo lo siente todo, lo sabe todo. Siento la tierra cómo gira y a mí mismo lanzado en el espacio con los brazos extendidos como un águila hacia el Sol...
Esto es lo que explica que mamá me tuviera odio. Al final de su vida, cuando luchaba así, deseando por mi parte tenerla viva, y ella, por el contrario, deseando terminar de una vez. Puedo percibir incluso el estado de su mente. Lo sé muy bien ahora. El odio era como una llama ardiente quemándose al principio, y después balbuceante, apagada, desvaneciéndose... No hubo palabras. Nada. Fue algo peor que las palabras. Más tarde, cuando el choque terrible de su muerte se hubo desvanecido un poco, quise hacerlo de nuevo, tomar contacto con alguien más. Pero ya no pude. La telekinesis dejó de ser ya una dificultad. Se refino en sí misma y se agudizó, se hizo más y más sensitiva, incluso dejándola de mi parte que se enmoheciera...
Sé por qué mi corazón está protestando de esta forma. Es porque he comprobado subconscientemente en una fracción de segundo, cuando estaba tocando la mente de Julie, que la otra cosa crecía en la oscuridad. Ahora sé que puedo hacerlo otra vez. Voy a ser un telépata.
Y ellos no existen tampoco...
Vuelvo atrás, esta vez deliberadamente, hacia el coche. Siento como si estuviera caminando hacia una ruta predestinada que sólo puede tener un fin, una salida. Y estudio a Julie en detalle microscópico.
Ahora está conduciendo mucho más despacio, no más de cincuenta millas por hora. Todavía sigue haciendo comprobaciones virando hacia el borde de la carretera y después en sentido contrario. Comprobando todos los mecanismos del vehículo, intentando darse cuenta de lo que está pasando y sintiendo. No sé, sin embargo, lo que hay en su mente. Me esfuerzo por realizar un nuevo contacto, pero no encuentro nada en ella. Julie centra el volante y acelera. Capto un leve movimiento de los párpados, el más pequeño movimiento de sus cejas. Ella decide que ha estado a punto de dar una cabezada de sueño por un momento. Tendrá que tener más cuidado en lo sucesivo. Lleva conduciendo mucho tiempo y se encuentra más soñolienta de lo que ella misma cree.
Entonces ya no eran suyos sus pensamientos; estaban en mi poder lejano. Sé cuándo me encuentro en otra mente... Es algo especial difícil de describir. Es algo extraño y raro... Todos los colores y formas son diferentes. Una nueva forma de respirar, de pensar. Imposible describirlo con palabras. Es algo extraño y fantástico. Es como si uno poseyera otro cuerpo, otra alma...
Tengo que poner cuidado en esto. No estoy seguro, pero creo que ella sospecha de mí... Me mezclé en su vida una vez que la vi. Hace ya bastante tiempo de ello. Era tarde en la noche y yo estaba borracho. Ella sintió la presencia del íncubo y estoy seguro de que me tomó a mí por él. No fue nada bueno... Después aquello me proporcionó todo un infierno...
Sigo acostado intentando descansar. Mi corazón sigue latiendo terriblemente bajo las ropas de la cama. Me llevo la mano a la caja torácica y lo siento latir bajo las costillas como algo que fuese a cascarse como un huevo. Y sé de alguna forma que mi cuerpo no podrá soportar este esfuerzo y esta presión por siempre. Tendré que tomar algo. De una u otra forma tengo que resolver este problema. Después podré relajarme.
Primero tengo que derrotar el miedo.
Hay muchas clases de temor. Supongo que uno de esos temores es el que se sufriría si uno mismo se cortara una arteria sin tener a nadie que le prestase ayuda, sabiendo que la muerte es cosa de minutos. Eso es el miedo. Otra clase de temor se produce cuando se oyen pisadas en la noche, una rama golpea la ventana y se oyen carcajadas y ruidos extraños, pero sin que haya nadie a la vista ni ninguna rama que golpee sobre la ventana.
Estoy a punto de entrar en otra mente. Ése es el peor temor de todos...
Ya lo he hecho antes, pero sólo por segundos cada vez. Y resultó algo bastante malo. Esto es peor que abrir un diario privado lleno de notas que se refieren a uno mismo. Peor que mirar a un espejo bajo una luz cegadora. Sí, peor que todo eso, más verdadero que el diario y más molesto que la luz. Comienzo a ver que la única cosa que nos mantiene al borde de la locura es que no podemos comunicarnos. ¡Oh!, podemos hablar, escribir cartas o componer música, un poema; todo esto son formas de ir pasando la vida, pero aún así no es forma de hallarse sintonizado con nadie y nadie tampoco se halla cierto de lo que contiene verdaderamente el mensaje... Todos nos hallamos como envueltos en una neblina espesa, como si fuera de algodón. Nos ocultamos en ella unos de otros, de nosotros mismos, y nos envolvemos para escapar y no ser vistos como realmente somos. En lo profundo lo deseamos así porque creemos que es lo mejor...
Pero dentro de nosotros hay un diablo a quien podemos llamar la esperanza. Aquella pequeña cosa que la chica dejó salir de la caja fue la peor plaga de todas. Es la esperanza lo que le hace a uno preguntar algo cuando ya se sabe la respuesta; la esperanza es lo que hace a uno abrir ese diario cerrado y volverse hacia la luz cegadora... No deseo la esperanza; yo me lanzo a su través, hecha realidad. Sin embargo, yo espero también...
Intento apaciguar mi corazón, pero mi cuerpo fuera de control no me obedece. Voy a hacer algo que nadie ha hecho antes. Voy a desarrollar mis alas, a batirlas y a remontarme porque, volviendo mis oídos hacia dentro de mi cuerpo, oigo cómo mi sangre discurre por mis venas como el agua empujada por un émbolo.
Me doy cuenta de que busco afanosamente aire para respirar y me ahogo. Ahora veo que mi vida tiene que dirigirse hacia otra finalidad distinta, y como antes digo, haré eso, desarrollar mis alas, batirlas fuertemente y remontarme. Es algo que tengo que hacer sin remedio. Ninguna otra razón es lo bastante grande. Este deseo será un punto crucial en la historia del mundo, el primer acontecimiento en un nuevo orden de cosas. Y va a ocurrir aquí en este maloliente y húmedo ático y en esta habitación. Bien, un hombre no siempre puede elegir el lugar y el tiempo a su gusto.
Pero ¿porqué Julie, Señor? ¿Por qué tiene que ser con Julie?
He conseguido dejar de pensar en esto. Me digo a mí mismo que no importa; yo estoy muerto, no soy más que polvo... Intento ver la grandeza de lo que va a ocurrir, su significado panorámico. Por unos momentos casi lo consigo. No es exactamente como una visión; es algo así como permanecer al borde de un gran mar y oír el murmullo eterno de las olas sabiendo que se extiende más y más allá eternamente...
Una vez existió la primera célula. Permaneció como suspendida en el vacío y era completa y perfecta, tenía conciencia y vida por sí misma. Pero la célula tuvo que dividirse en dos y las dos mitades se separaron una de otra, y comenzó el misterio. Y el misterio se hizo mayor, creció a través de los millones de años sin cuento en ese período al que llamamos la Evolución. Existían criaturas andando a tientas en la niebla, tratando de saber... El hombre y la mujer, la mujer queriendo ser abrazada y el hombre abandonándose a sí mismo, yendo rectamente hasta el núcleo primitivo de la unicidad, la singularidad. Ésa es la única paz que buscamos hasta la tumba. No existe nada en la vida sino la necesidad de reunirse, de unirse, y es una necesidad que compartimos con todas las cosas que han vivido siempre a través del tiempo. El alma que pasa al Nirvana, ése es el estado del no ser, la unión de todas las cosas, el último descanso... Los dioses morirán en el Ragnarok, y todas las cosas acaban en el Armagedon... El no ser es la fusión, la fusión el no ser. Veo la totalidad de la forma de la evolución con su complejidad en aumento progresivo, con la vieja célula moviéndose, saltando, arrastrándose, goteando, volando y después deslizándose hacía atrás, recombinándose en una unidad que lo ve todo, sabiéndolo todo. La vuelta al bloque único, el fin del misterio. Aquí en esta sucia habitación la reversión está a punto de comenzar. Dos entidades vuelven hacia la unidad. La célula que se escindió en dos partes hace ya tanto tiempo lo sabe por sí misma de nuevo...
Esto será ahora. Continúa firme, muchacho. Estás con el espíritu levantado, fuera de ti mismo. Has dejado tras de ti tu propio ser. Nada importa excepto que tienes que seguir firme, marchar con lentitud, construir tu base...
Puedo ver su cara de nuevo a la luz desde el parachoques del coche. Sus ojos, su boca..., un bello y diminuto lunar sobre el labio superior, sus dientes, sus cabellos rizados rozando con el cuello de su gabardina. Nunca había prestado tanta atención a Julie antes. Siento que me encuentro mucho más cerca de la cosa que quiero hacer.
Sorpresa.
Conozco vagamente el camino que voy a elegir para dar el salto definitivo. Cómo conseguir introducirme en la otra mitad de la percepción, la parte que llaman telepatía. Es una especie de... retorcimiento, una pieza de acrobacia mental. No hay diferencia básica entre esto y lo que pude hacer antes. Pero pensé... No importa. Adelante, no tiene importancia. Ya se verá más tarde. Lo que cuenta es el fin, no los medios ahora.
Antes lo intenté con demasiada fuerza, pensando que existía una diferencia. Es aún el caso de captar algo a distancia, sólo que nunca tuve que sostener algo tan nebuloso como esto. Es como querer coger con la mano un fuego fatuo. Retengo la imagen física de Julie, tan clara y tan aguda como la imagen de una película estereoscópica, y sigo, continúo... moviéndome hacia adelante; es la única forma en que puedo describirlo, acuciando, persiguiendo esta especie de fuego fatuo que aún no tiene una forma completa. El pensamiento de Julie...
Estoy ahora consiguiendo una clara imagen a través de sus ojos. Esto es algo que nunca imaginé pudiera haber conseguido antes. Y compruebo arbitrariamente qué buena es su vista. Observo el movimiento de las luces en la carretera. Nuestras mentes están ahora muy próximas. Ella está medio hipnotizada por el rítmico pasaje de los postes señaladores del borde de la carretera. Y yo también.
Otra vez más profundo, más cerca... Atrás, sobre la cama, mi cuerpo ha cesado de respirar. Estoy casi en mi hogar. Un pensamiento se forma en alguna parte: Ha sido una larga noche. Otro responde: Sí, pero la noche está a punto de acabar.
¿Sus pensamientos?
No, son los míos. Sin embargo, hay uno que es de ella. En la neblina. ¿Neblina? ¿Niebla espesa? El vacío. Lo primigenio. Es algo iridiscente con una contextura, una resistencia propia. Imposible aquí el darse prisa. Es como nadar bajo el agua. Una pesadilla, viendo la cosa por delante, incapaz de moverse. No sé dónde estoy. En el borde de lo físico de las cosas..., dentro de un átomo...
Al final lo veo fácil. El pensamiento, la cosa que llena su mente está allí delante, abriéndose como una flor. Yo permanezco estacionario, sin empujar ya, tragando un fuego que no quema.
Un chasquido. Una lente que cae en algún complejo aparato. El ajuste final...
Un súbito reflejo. Un brinco, una gorgoteante convulsión que me arranca de ella, en cuerpo y mente, con un frío arrebato, y me deja caer desde cien millas de altura sin paracaídas, mientras el suelo da vueltas bajo mis pies para encontrarme, conforme me dirijo rectamente hacia abajo, hacia la tierra...
Me siento de nuevo acostado en la pequeña habitación. Parece como si sobre mi pecho pesara algo terrible, hundiéndome hacia abajo. Mi estómago está lleno de mercurio o de plomo; algo pesado, frío y final. En mi boca hay un sabor rancio, salado, como la sangre. El latido de mi corazón continúa todavía, pero más lento, más pesado. Como si todo el esfuerzo estuviera hecho.
Y siento algo indefinible. Es un fuerte sentimiento de amor, y un compuesto de lástima y de dolor. Y una imagen, vaga al principio y temblorosa después, como algo visto a través del agua, que se va afianzando y tomando forma y color, haciéndose reconocible...
Es Ted, que me hace muecas desde lo profundo del cerebro de Julie.
Alargo una mano en la oscuridad frente a mí, y cierro los dedos con todas mis fuerzas como si quisiera aprisionarla y encerrarla en el puño. Abro los dedos de nuevo y veo las dos blancas medias lunas sobre la palma oscurecerse y llenarse de algo. La sangre fluye de mi muñeca. No profiero el menor sonido.
Trato de recordar lo que estaba pensando al respecto hace sólo unos minutos. Ahora me resulta vago y nebuloso. Iba a cambiar el curso de la Historia, ¿verdad? Lograr algo de importancia cósmica, invertir la evolución. Dar al propio Dios una mano de ayuda, resolver el Misterio de la Vida. ¿Hasta dónde puede uno engañarse totalmente? No voy a resolver nada. Ni a lograr nada tampoco. Veo que estaba demorando el momento en que hurgase en la mente de Julie porque estaba aterrado de lo que pudiera haber allí. Nunca quise cambiar el universo. Yo sólo deseaba una cosa, a Julie. Ahora es más que un deseo, es una necesidad enorme, acuciante, desesperada, algo que quema todo mi ser. Pero no puedo tenerla conmigo. Lo sé finalmente de cuanto he visto en su mente.
No soy nada. Nunca fui nada. La telekinesis..., un juguete para niños. Ahora puedo verlo claro. Todos poseemos la telekinesis, la hemos tenido desde hace años. Podemos mover cosas a millas de distancia, mirar dentro de cajas cerradas, ver lo que hay detrás de la esquina. Bien, ¿no es cierto? Tenemos máquinas que pueden hacerlo todo por nosotros, todo eso y más; la telekinesis no es ya nada nuevo. Y la otra cosa, que buena es, puede mostrarme cómo la gente odia, desprecia... Puedo verme a mí mismo en sus mentes como orgulloso, repelente, como el reflejo de una Sala de Espejos... No me deseo a mí mismo así, no quiero verme de tal manera, pintado de absurdos colores por el temor de Julie y aborrecido. No quiero ver la sublimada visión que ella tiene de Ted. No quiero en realidad nada más.
Precisamente hace tan poco tiempo, mi Poder era la razón de mi existencia. Ahora no quiero el Poder. No queda ya nada. No hay razón alguna para seguir adelante.
* * *
Seguí descansando durante un buen rato bajo el peso de aquel pequeño retazo de conocimiento. Después, lentamente al principio, comienzo a ver el disparatado humor de la cuestión. Comienzo a reír casi histéricamente.
Mi cabeza rueda de un lado a otro de la almohada. Puedo verme a mí mismo como una especie de payaso cósmico, sacudiendo mi capa extraterrestre y los cascabeles. La imagen que resulta es risible. La risa se hace más fuerte, surgiendo a borbotones fuera de mi garganta. Compruebo que el ruido que hace es demasiado en aquella pequeña habitación. Trato de contenerme. Retengo la respiración; por algunos instantes me siento tembloroso y acabo por volver a estar en calma.
Todavía tengo una decisión que tomar. No es la decisión que pensé anteriormente; es algo completamente distinto.
Repentinamente recuerdo ahora a un tipo a quien conocí hace años. Su nombre era Lorimer o Latimer. Sí, eso es, Eddie Latimer. Un individuo de buen aspecto, con un rostro moreno y de facciones sensibles y con unas manos de la especie que suele apreciarse en un artista o un artesano. Pero fue derrotado, vencido, cayendo hacia lo más bajo. Era un escultor, o lo había sido, y para vivir había hecho algo sucio. Todo el odio del mundo se asomaba a sus ojos. Solíamos tomarnos una cerveza de vez en cuando en cierta población cuyo nombre he olvidado. Sólo tenía un mensaje para mí: «Odio», solía decirme. El odio es bueno, es lo mismo que el amor. Hay muy poca diferencia; si no puedes ser amado, sé odiado.
Y en nombre del odio, Eddie cometió cosas inconfesables.
No hay ya ninguna decisión, creo que es eso lo que voy a hacer. Me viene a propósito. Yo habría utilizado el Poder para lo bueno, haber dado un paso hacia delante, paso que tal vez las gentes, por todas partes, hubieran aprendido a copiarlo. Fue un gran experimento. A mí no me importó ser el conejillo de Indias. Pero la primera cosa que vi incrustada en la mente de Julie, la imagen de aquel chulo haciendo muecas y que había elegido por compañero... No pude soportarlo. No esperaba semejante cosa.
Así, parece que esto es la Voluntad de Dios...
Nada que respire puede nunca realmente estar inmóvil; sólo lo está con la muerte. Con la muerte le llega la paz y la tranquilidad. Y no voy a matarme a mí mismo. Ahora no puedo detenerme en utilizar el Poder. Si no puedo hacer buen empleo del Poder para el bien, lo haré para el mal. Lo mismo que Eddie. Si no puedo ser amado, entonces seré odiado. No se burlarán de mí...
Ahora necesito el estímulo de la furia. Podría rebuscar en mi interior y hacer que funcionen mis glándulas suprarrenales lanzando al torrente sanguíneo adrenalina y hacer que sigan funcionando, bombeando esa secreción glandular. Pero no lo haré. Lo haré de una forma más lenta. Es mejor porque puede uno sentir el poder crecer más y más en su interior. En esta forma se produce una consumación de las cosas.
Vuelvo mentalmente a los tiempos anteriores a la muerte de mi madre. Como en un desfile, contemplo aquellos días vacíos, el esfuerzo, el desamparo, la inutilidad de mi propósito.
Como he dicho, renuncié a la telekinesis. Le debía mucho a ella, a mamá. Pero fui listo y utilicé en su lugar la otra cosa, la capacidad de observarlo todo sin daño para nadie. Me tracé un plan.
Desde que era casi un niño, yo sabía lo que quería. Dinero, y con el dinero, el poder. Iba a asegurarme de que nadie tuviera que empujarme, explotarme, hacer que trabajara para otro y destrozar mi vida como hicieron con mi madre. La vi cómo se hizo vieja tratando de sacar la familia adelante y darnos a todos de comer. Así es la forma corriente de las cosas en esta vida. Y mi madre se quemó. O uno quema a la gente, o uno resulta quemado en la lucha por la existencia. Tal vez ella fue feliz en tal estado de cosas. No lo sé y ahora ya no importa. Todo lo que realmente es cierto es que su vida se quemó. Yo lo vi muy bien y solía decirme a mí mismo, viniese lo que viniese, que aquello nunca me ocurriría a mí.
Las cosas de este mundo... Pensé que podría hacerlo incluso sin el Poder. Todo lo que tenía que hacer era tomar un empleo, cualquier empleo. Y esperar. Seguir a la gente en la forma en que yo puedo hacerlo. Conocer a sus amistades, oírles hablar de sus negocios. Seguirle hasta los bares, al interior de las oficinas cerradas donde se hacen los grandes negocios y los grandes tratos. Tener conciencia anticipada de lo que pudiera suceder y llevarlo hacia mi propio provecho. Adquirir, por ejemplo, el terreno de un supermercado y hacer que las acciones quedasen retenidas hasta que subieran al máximo precio...
Pero aquello no dio resultado.
El mundo es un lugar demasiado grande. Tomen una ciudad, una población cualquiera. ¿Han tratado ustedes de observar de una sola vez a mil personas simultáneamente? ¿Han intentado alguna vez escucharlas?
Les diré algo al respecto. Es como un mar. Es como un mar y uno se ahoga. No puede abarcarse. No tiene sentido. Pueden oírse retazos como algo incoherente, precisamente al borde de lo que puede tener sentido. Después uno pierde la pista y el hilo de lo que quiere seguir, se abre uno algo más al mundo y entonces se le viene a uno como una ola de una gran marea de voces y uno se ahoga...
Al final descubrí cómo seleccionar lo que quería. Pude sintonizar mi cerebro y captar a cualquiera en cualquier parte y adueñarme de esa persona, como lo hice con Julie. Entonces aprendí muchas cosas. Yo siempre supe dónde diez billetes podrían convertirse en cincuenta o en un centenar y de ahí en un millar. ¿Y saben ustedes lo que ocurrió? Nunca dispuse de esos billetes. No los cien, sino los diez. Y no es posible hacer dinero sin dinero. ¿Se lo ha dicho alguien a ustedes o lo han hallado por sí mismos? En los viejos tiempos yo me hubiera quedado en el exterior de un banco, cerca de las cajas de seguridad nocturnas. Y los billetes de mil me habrían llenado los bolsillos a rebosar, pero esos viejos tiempos pasaron. Yo había renunciado ya al Poder.
Había otra cosa. Para mí fue lo peor de todo.
Una vez tuve un jefe. Un gran hombre. Solía llamarle señor. Y transcurrían aquellos malditos días repitiendo una y otra vez sí señor, no señor, gracias, señor; por favor, señor. Hasta... que le seguí a su propio hogar. Contemplé su castillo. Su pequeño reducto atrincherado. Vi cómo su esposa le manejaba cuando no había nadie cerca. Entonces supe por qué era un gran hombre durante el día. Porque era algo despreciable durante sus noches... Y tras aquel sí señor, no señor, aquello no sería jamás para mí. Y así me marché lejos...
Una vez trabajé con un tipo en una máquina. Nosotros dos solos con aquella enorme máquina todo el día. Era un tipo encantador y tranquilo. Solía ir con él de vez en cuando a tomarme un trago. Era, como dije antes, un individuo encantador. Solíamos hablar tranquilamente, sin alterarnos, respecto a todo lo malo que hay en el mundo y lo bueno que sería que hubiera un poco más de bondad y vivir en paz. Bien, una noche también le seguí. Pero con mi mente. Se había tomado unos cuantos tragos y quise ver si llegaba a su hogar normalmente, aquello era todo. Pero no se fue a su casa. Cruzó sobre unas vastas parcelas de terreno, patrulló de acá para allá y esperó. Se encontró con una chiquilla estudiante, jovencita y desamparada, sola y ya tarde en la noche. Me marché de su lado. Porque, tras aquello, no podía trabajar más en la máquina con él ni una hora más, ni beber con él o tratarlo como a una buena persona...
Siempre fui así. Hubo además gente insignificante a mi alrededor empujándome y molestándome, teniendo, como tenía, el gran don con el que había nacido, pero que no podía usar porque me habrían atrapado y encerrado en una celda... ¿Saben ustedes lo amarga que es la soledad o la frustración? Yo supe lo que Eddie había sentido mientras trabajó en aquellos asuntos sucios, mientras que aquellas grandes y fuertes manos de artista tiraban de palancas o retorcían válvulas y la máquina arrastraba estiércol de una parte y lo depositaba en otra.
Entonces conocí a Julie.
Recuerdo la primera vez que la vi. Fue en esta población hace un par de años. Yo ganaba algún dinero tirando cerveza en uno de los locales de la población. Era en verano; el aire era caluroso, pesado y húmedo. Era la semana de los festivales y los bares estaban llenos a rebosar de gente. Por doquier se oían bandas de música; todo el mundo trataba de divertirse fuera de lo normal haciendo alguna locura y soltándose el pelo. Ella no se hubiera dado cuenta de mi presencia. Las chicas como Julie no se fijan en los tipos que les sirven las bebidas que piden. Pero ella me vio. Aquellos ojos... Puedo recordarla como si hubiera sido ayer, de pie en la barra, riendo entre el humo del tabaco y la luz intensa del bar. Pero sus ojos no reían. Estaban observando calmosa y profundamente, y cualquier cosa que uno pudiera imaginarse estaba en aquellos ojos...
La volví a ver de nuevo. Fuera del trabajo. Quizá yo fui rudo al respecto o quizás hasta brutal. Pero a ella no le importó. Tenía un coche de risa con el que solíamos ir a cualquier parte y encontrar un lugar tranquilo para tomar una comida o salir al campo, sentarnos y escuchar el rumor del viento y el piar de los pájaros bajo los árboles. Ella observaba siempre, hablaba poco y todo iba bien. Me constaba. Para mí fue todo lo que necesitaba. Hasta que Ted se puso de por medio.
Al principio no me lo creía. Pensé que conocía a Julie, y que la conocía realmente. Intenté bromear una vez sobre el particular. Pero ella no sonrió siquiera. Y me dijo:
—Es un muchacho encantador. Me gusta; lo pasamos muy bien.
Y en la forma con que acentuó tales palabras fue suficiente para mí. Aquellas palabras me traspasaron como un cuchillo. Después siguió observándome siempre cuidadosamente. Esperaba a ver cómo reaccionaba...
Incluso tras aquello seguí intentando pensar qué clase de juego estaba empleando conmigo. Su cara comenzó a hechizarme. Ahora puedo ver claramente aquella maldita cara. Pálida y triangular, con unas lentes de fuerte armadura y con aquel suave mechón de pelo sobre la sien. No olvido la forma de los cabellos, el símbolo de su calidad de estudiante aún. Y los ojos. Unos ojos almendrados, oblicuos graciosamente y mirándome de soslayo, siempre de esa forma, recreándose en el mal que me hacía. Incluso la forma de su andar era un insulto. Solía andar como un animal. Moviendo las caderas de una cierta forma provocativa y excitante que me resultaría difícil explicar..., pero en lo que había algo de primitivo y de animal. Pero así era como yo la había deseado, ¿no era cierto?
¿Era cierto de veras?
Ted era un vendedor de coches. Cuando no estaba vendiendo coches, los conducía. Coches grandes, de lujo, la clase de máquinas que yo hubiera poseído con sólo haber extendido la mano... Eran las cosas que a ella le gustaban. Y llegó la noche en que me dejaste plantado, yendo carretera arriba y abajo, con tus hermosos cabellos al aire, y me hiciste una seña con la mano, mientras que yo iba renqueando en mi viejo Ford 8. Aquella fue tu gran noche, Julie, ¿Lo recuerdas?
Quizá no fuese tuya la culpa. De la forma en que lo siento ahora pude casi haberlo sentido por ti misma. Pensé que había algo más profundo en tu mente. No fue tal vez tu culpa; era que yo me había equivocado.
Sólo me di cuenta, tras de haberla perdido, lo mucho que significaba para mí. Después no vi nada más que la lluvia, las estrechas callejuelas, la miseria y el frío extendiéndose hasta el fin de los tiempos. Creo que hubieras alejado de alguna manera de mí los años de frustración que siguieron. Cuando estaba contigo, era como si nada hubiera sucedido. Pero ahora todo dolor quedó atrás y no supe cómo continuar viviendo.
Pero de ahora en adelante las cosas van a ser diferentes. Mañana voy a hacerme con un par de cientos de viejos billetes inlocalizables y más dinero en plata. Después comenzaré a trabajar en ello. Para fin de mes tendré dos mil, Julie, y en dos meses tendré diez mil y una coartada que nadie será capaz de destruir aunque lo intente durante años y años. Entonces tendré un coche, uno de los coches que a ti te gustan, y ropas como las que esperas ver en un hombre bien vestido de los que te rodean. Y tendré mujeres y vino, y canciones, aunque no las cante más. Y seguiré adelante, siempre adelante, sin detenerme nunca. Tú has tocado el detonador, Julie, y la bomba tiene que explotar, y será la bomba más grande que nadie haya puesto en este dulce mundo. Y producirá una maravillosa explosión.
Pero precisamente hay una cosa. Tú no estarás viva para observarla...
No sabías que yo puedo matar, ¿verdad? Tampoco yo hasta hace pocos minutos.
¡La furia!
Ahora quedará libre y desgarrará, destrozará y correrá con las manos rojas de sangre por las calles. Pero voy a sostenerla; todavía tengo que andar con cuidado. Más tarde, cuando sepan que hay algo nuevo sobre la tierra, no importará...
Me gustaría invitar a una audiencia particular a ciertas personas para que lo vean. El único ingeniero telekinético del mundo está a punto de hacer su primera demostración. Voy a matar una cosa falsa llamada Julie porque puso la vergüenza sobre mí. Y la vergüenza es algo que no puedo soportar. No será una muerte agradable.
Tiene que suceder como si se tratara de un accidente. Yo podría matarla abruptamente, acabar con ella con la misma rapidez como se despacha a un conejo, pero no quiero que sea así. Todavía no por cierto tiempo. Hay un pequeño número de personas que sospechan de mí. Eddie es uno y el otro es mi hermano, y no sé cuánto pudieran comprender... Alguien podría ver una noticia en un periódico y atar cabos. Podrían preguntarse qué es lo que ha roto el cuello de una chica en un coche a toda velocidad y que aparece intacto. Y podrían hacer cábalas. Después el rumor se extendería y los murmullos seguirían y se pronunciaría la palabra mutante...
Y vendrían hacia mí con la muerte en las manos. Conozco a los seres humanos cuando sienten pánico...
* * *
Estoy moviendo mis dedos hacia delante y hacia atrás por todo el chasis del coche de Julie; examinando cada proyección, cada clavija, cada tuerca. Estoy buscando un punto débil, en pos de alguna parte que pueda separar aparte, para que parezca que se haga añicos por sí misma. Pienso en los frenos. Voy desde el pedal del pie hacia el cilindro maestro bajo el chasis, y a lo largo de los cables hidráulicos, en los puntos en que se retuercen a través del chasis y entran en los cubos de las ruedas. No necesito tocar el eje principal; eso resultaría demasiado evidente, sino las uniones en que exista una posibilidad. Desenroscar una de esas tuercas y el líquido de los frenos fluiría hasta agotarse cuando tuviera que pisar el pedal del freno, así no habría frenaje posible. Pero no estoy cierto de que pudiera estrellarse. Ella es una gran conductora y todavía le quedaría el freno de mano y las marchas en la caja de cambios. Ella sentiría la falta de seguridad en el pedal tan pronto como algún cable comenzara a sangrar y lograría detenerse de alguna manera. Esto tiene que ser algo que haga el motor incontrolable, desde el momento en que el coche quede a la deriva. Como el súbito reventón de un neumático. Pienso en los neumáticos; pero no hay un medio suficientemente rápido de debilitar la superficie de rodamiento.
Observo el rostro de Julie por un momento. Me pongo enfermo. Me pregunto a mí mismo por qué tuvo que elegir aquel momento para pensar en Ted... No puedo imaginarme en qué forma lo hará. ¿Cómo sé las horas al día que emplea ella pensando en él?
Sigo adelante pensando entonces en el fuego. Echo un vistazo al calibrador del tanque de la gasolina. No hay allí ninguna oportunidad interesante, aquello está muy bien encerrado. Podría producir una chispa; pero no alcanzaría al gas. De todas formas, la gasolina es también una cosa caprichosa, no siempre arde cuando uno quiere. Vuelvo a lo largo del chasis, suspendido en el ruidoso espacio que existe bajo la unión que une el capot con la carrocería y observo la aceleración del árbol de transmisión del motor, con los amortiguadores frente a mí. No es tan fácil como había supuesto.
El coche es una gran máquina compleja, que se convierte en un monstruo cuando se le conduce; pero este monstruo se halla prácticamente indefenso. No puedo romper el eje de una rueda, no soy esa clase de superhombre. He comprobado que no me atrevo a tocar a Julie, los dedos dejarían huellas y ello sería un mal asunto... Me gustaría sacar una rueda de su sitio por completo; pero aún así podría no dar el resultado que apetezco. Se puede perder una rueda yendo a noventa millas por hora; pero el coche no tiene necesariamente que perder el equilibrio inmediatamente. Se puede sujetar el coche poco a poco, después aplicar los frenos y pueden darse algunas vueltas; pero hay muchas oportunidades de salir con bien del accidente. Y de todas formas, me es imposible desenroscar las tuercas de cualquiera de las cuatro ruedas. Se puede calcular la trayectoria de una de esas tuercas cuando el coche está en movimiento y se encontrará que puede saltar en una serie de elipses como un saltamontes a gran velocidad. No puedo tampoco sostener una tuerca cuando está actuando así...
Algo se mueve bajo mi mano. Miro hacia abajo y encuentro la respuesta. Bajo el capot, la barra de la dirección termina en una caja abultada. Las ruedas se ensamblan por conexión con ella mediante las uniones correspondientes mediante los brazos que sostienen en su lugar la caja con tuercas encastilladas. Tomo mentalmente el cálculo de aquella unidad mecánica. Si aquella tuerca queda libre, nada podrá detener las uniones laterales.
Sí, Julie, no podrás hacer nada con esas ligazones fuera de lugar. Y si frenas, con las ruedas frontales libres... Hay muchas cosas que pueden ir mal con un coche mientras se conduce. Y remedio para la mayor parte de ellas. Pero no hay solución para esto que estoy intentando. Esto es la muerte...
Respiro hondo y la sostengo. Después, encuentro la conexión que conserva la tuerca de ensamblaje en su lugar, la comprimo con los dedos, la desenrosco y espero que vaya cayéndose. Y la catástrofe. Pero no ocurre nada. No se mueve. Lo compruebo. Todavía apretada.
Allá en la cama, mi cuerpo se estremece y se muerde los labios. Hago un esfuerzo mayor. Es inútil. Pongo en ello todas mis fuerzas por un momento, y me relajo con un gruñido. La tuerca sigue firme.
Julie acorta la marcha en una intersección de la carretera y repentinamente, aparece un enorme tráfico. Veo carteles con señales pero no puedo leer lo que dicen. Abandono el coche y me doy prisa para volver atrás; pero me pierdo en la oscuridad. Resido en la propia mente de Julie y continúo con lo que he emprendido.
Uso una técnica que desarrollé una vez para tratar con cosas así. Normalmente, yo no puedo poner mucha fuerza a una distancia que pueda actuar con mis manos corporales; pero a veces, da resultado. Coloco, por decirlo así, un par de manos sobre la tuerca y la sostengo firmemente. Después, pongo otro par en juego en ángulo recto respecto al primer par y otro, hasta conseguir que se vea rodeada por un cinurón de fuerza. El apalancamiento es el mismo que se obtiene de una cruz de soporte o de uno de esos mecanismos de muchos brazos mecánicos que se utilizan en los garajes. Espero y reúno fuerzas. Y retuerzo.
Me ayuda un salto brusco de la carretera, la tuerca comienza a salir, dando vueltas. Más que eso, el brazo de unión queda libre en la ranura. Ayudo y doy vueltas para aflojar definitivamente la tuerca. Cae a la carretera, choca con el suelo y se pierde atrás. Temo que pueda rebotar en alguna parte del chasis y se oiga el ruido; pero se desvanece sin el menor sonido. Esto va bien... Las ranuras son las que sostienen únicamente los brazos de unión a la caja y Julie continúa rodando tan fuerte como siempre. Facilito la salida del brazo mecánico de unión, cerca del final de las ranuras y lo sostengo allí. Y entonces grito, con un lamento terrible que atraviesa la negrura de la noche.
Ya que no es tuya, sino mía... mío es el reino y el poder...
Sólo falta un octavo de pulgada ahora en las ranuras y todo el mecanismo de sujeción está a punto de saltar, ya es difícil de aguantar. Y dedico una mirada final a Julie...
Julie, maldita seas... no puedes hacer eso. ¿Qué estás haciendo?
Debería haberlo esperado. Se es grande y fuerte hasta el último instante cuando se sabe que se va a morir. Entonces te acuerdas de que eras una mujer y las pestañas de tus ojos se ponen saladas con las lágrimas, lágrimas que corren por tus mejillas; pero eso no establece diferencia alguna, Julie, esto es la jungla y somos animales y tú te has perdido porque yo era más fuerte de lo que pensabas. Pero esto no debe figurar, los animales no lloran...
La noche y el espacio parecen separarse, una risa cósmica resuena en las esferas. Julie está llevando el coche a noventa millas por hora como una flecha negra, está llorando y yo iba a barrerla del mapa como a una chinche de una pared; pero no puedo hacerlo ahora que llora y veo sus lágrimas. Ellas me recuerdan que es real y que puede herirse mortalmente, y estar aterrada, y sus cabellos están perfumados y su cuerpo fuerte y tibio. Me doblo en la cama y hay dos brazos vibrantes que surgen de mi mente y van hacia la caja de conexión del coche sosteniendo la conexión de las ruedas delanteras en su sitio y no puedo pensar en nada más. Sólo que se trata de Julie, que la estoy matando, y no puedo hacer eso... no puedo soportar la imagen odiada mientras veo sus lágrimas, es como tratar de hacerse un retrato con agua y ver como los trazos se desvanecen y se pierden... Ahora puedo ver cómo se estrella, con los ojos dilatados por el espanto y su boca que trata de gritar y unos dedos afilados de metal llegan hasta su cuerpo abriéndolo como una rosa de seda roja...
Julie, soy Alan, sal de ahí, vete fuera de la carretera, fuera de la carretera, fuera...
Pienso en algo y actúo antes de que el pensamiento tenga tiempo para acabar de formarse, alargo las manos e intento sacar las bujías del bloque; pero no puedo suprimir la energía de la máquina y los saltos de la conexión y casi estoy a punto de perderlos. Me lanzo sobre la caja de cambios intentando forzar las ranuras y mi cuerpo se sale fuera de la cama; pero el eslabón no se desviará, sólo puedo aferrarme a él y sostenerlo donde está. Hay algo que va mal... ¿por qué no volverá a caer de nuevo el brazo del eje sobre la ranura? No dispongo tampoco de mano para apagar el motor en la llave de contacto. No tengo nada que me ayude... Mi voz está gritando a Julie y alguien da unos golpes en la pared. Puedo ver la ventana como en una vorágine, más allá el cielo que brilla con la luz de la luna y unas sombras que se mueven contra las estrellas. Las formas están en mi cerebro.
Solían quemar vivas a las gentes por hacer lo que yo intento hacer ahora. ¿Por qué no puedo ser yo como esas otras personas, las únicas que van a la cama a dormir...?
Me resulta imposible operar a tan larga distancia, nunca pude. Todavía sigo sosteniendo el brazo del eje de la rueda pero ahora está recubierto de ácido, que recome la carne de mis manos. La tensión va en aumento más y más rápidamente. Pónganla ustedes sobre una gráfica y obtendrán una asíntota porque hay una ecuación cuadrática implicada en la expresión básica y la curva se eleva desde el eje del tiempo hasta el infinito... Esta estúpida idea me da vueltas en la cabeza mientras que busco y encuentro la ropa.
Se ve luz bajo la puerta, alguien intenta entrar en la habitación. Mi cuerpo cae contra la pared y permanece respirando con un horrible jadeo. ¿Por qué estoy intentando vestirme? Está todo tan brumoso... Lo poco que hay en mí que aún razona me dice que debo intentar y cerrar la abertura que existe entre el ser y el sujeto. Rebusco afanosamente en busca de la llave...
Hay unas escaleras frente a mí. Formas oblongas de luz procedentes de otras puertas de dormitorios. Unas manos se aferran a mí y yo lucho, después caigo, sosteniendo desde lejos aún el brazo del eje. El portal de la casa viene a mi encuentro. Caigo por la escalera rodando y aterrizo al final golpeándome las costillas, se me escapa el eje que sostengo a distancia con mi Poder y pienso en Julie... ¿por qué tuviste que haberme hecho tanto daño, por qué tan duramente? Me encuentro otra vez en pie, pero hay unos alambres al rojo que me queman el cuerpo conforme me muevo. Sigo sosteniendo aún el lejano contacto; pero mis dedos están ahora tan débiles que parece como si fueran trozos de algodón en rama. Tengo que ir más cerca de Julie, tal vez así pueda ayudarla...
Hurgo en la puerta de la calle y se abre. Una bocanada de aire frío. Entonces me pongo a correr, con aquel fuego que me quema en el pecho. Me has destrozado, Julie, todos mis huesos parecen dislocados en mi esqueleto... Me detengo en la esquina, saco una linterna corriente que desgarra la oscuridad; pero las pisadas vienen aproximándose a mí a gran velocidad y corro de nuevo. Unos negros edificios van pasando a ambos lados. Me dirijo al aparcamiento de coches y a la luz de la luna, encuentro el viejo Ford junto a la pared. Tengo una sensación en la boca como si la tuviera llena de sangre.
La llave de contacto está en el salpicadero y pongo el coche en marcha... Julie, me siento enfermo, muy enfermo. ¿Por qué me has tenido que hacer esto a mí? Vete fuera de la carretera...
Acelero y la gente que viene detrás de mí se aparta del camino de alguna forma. Sus rostros aparecen como espectros delante de los faros y se mueven a ambos lados. Encuentro la salida del aparcamiento y me lanzo por ella con los neumáticos haciendo un ruido como de algo que agonizara bajo las ruedas del viejo coche. Ante mí tengo la carretera principal y las luces. Mi pie aprieta el acelerador y el Ford ruge... Interiormente suplico y rezo por Julie, para que se vaya a cualquier parte, o para que venga hacia mí desde el oeste, y que no se vaya por otro camino...
Oigo claramente los golpes de los amortiguadores del viejo coche en su fondo. Los faros me ciegan, brillan como endemoniados ojos de gato por todas partes y no sé dónde me encuentro en realidad... Estoy viendo a través de los ojos de Julie y no puedo conducir en seis dimensiones... Me inclino hacia una curva pero la curva no está allí, consigo volver a la carretera principal y oigo tras de mí un estruendo terrible de bocinas y el brutal chirrido de frenos. Voy a sesenta millas por hora y el viejo Ford va aumentando su velocidad, mientras que los cojinetes de la pobre y vieja máquina parecen suplicar misericordia, y yo sigo rogando nuevamente... dulce Jesús, no permitas que se estrelle, no dejes que se mate... Dos carreteras se bifurcan frente al parabrisas, una de ellas es como un fantasma; pero apenas si sé lo que hago... Veo como un amasijo de imágenes a Rayos X y en ellas están las carreteras, la noche, el eje del coche de Julie, que está fuera de la ranura y veo a Julie, sus lágrimas...
No puedes ver dónde estoy... a mi lado... párate, échate en la hierba del campo, vomita todo el dolor... Pongo el pie en el freno; pero el pedal está agarrotado y yo me siento como dentro de una horrible pesadilla, el regulador sigue presionando sobre el piso... Apago el motor con la llave de ignición pero la llave se retuerce bajo mis dedos, el silenciador vuelve a entrar en acción y el motor en marcha y yo siento que voy a morir... no puedo respirar. Grito... Julie...
Entonces parece como si el sol viniese a mi encuentro, abrazándome con sus brazos de oro...
No puedo captar las imágenes que ella me envía. Ella es tan feliz... las imágenes se estrellan como cuando un niño juega con el agua. Ella me pregunta: ¿Es que no pude decírtelo? ¿No pude decírtelo cuando viste mis ojos?
Debería haberlo sabido. Hubo mil cosas que deberías haberme dicho... Cuando la sentí a ella en el coche, nadie podría conducir así y ser parte de las levas y los engranajes, a menos que fuera como yo... Ya no estoy solo más...
Ella hace un mar, un mar dorado y quiere que vaya con ella a hundirme en él, a hundirme quietamente en sus aguas frías donde todo es medio azul y medio dorado; pero no puedo ir a ese mar a causa de la varilla elevadora... Intento decirle lo que pasa bajo su máquina; pero ella me sumerge. Me envía su risa que explota dentro de mí como un fuego espantoso. Me llevo las manos a la cara intentando detener aquel brillo increíble y el volante se mueve por sí solo y Julie está jugando conmigo como un gatito con una madeja de lana... Ella me envía la imagen de Ted de nuevo y algo llega saltando tras ella, la capta y Ted se retuerce como un gusano bajo un cristal que lo achicharra. Ella sabía que había alguien como ella misma, y pensó que era yo; pero no estuvo segura y debía tener cuidado... Solía por eso hacerme reaccionar; pero yo no me atrevía a moverme, simplemente la dejaba hacer... Ella le dejó, se fue a casa y suplicó a su padre que le dejase el coche y condujo a toda marcha, rápido, viniendo a buscarme porque entonces ya estaba segura de quien yo era... Y ella me dejó en los controles, y era feliz, después me perdió y comenzó a llorar porque pensó que yo me habría marchado...
Pero yo no me había marchado, estaba debajo del coche, en la caja de cambios, dispuesto a matar... Julie, la caja de cambios... vete fuera de la carretera...
Ella me pregunta, ¿qué? ¿Qué fue eso? Entonces surge un estallido de rabia y sé que ella ha encontrado la ligazón que nos une y nuestras mentes están allá bajo el coche, sosteniendo la caja y ella está intentando frenar...
Las manos se aferran al volante del Ford y ahora hay dos carreteras, entrecruzándose y dando extraños giros. Conduzco por la que veo recta frente a mí y entonces sé que me he equivocado, que hay una curva frente a mí y que no voy a tomar esa curva. El capot del coche se sumerge bajo los frenos y ella comienza a dar vueltas y los árboles vienen hacia mí, como si crecieran terriblemente de tamaño en la noche, y Julie grita y el eje de la rueda salta fuera de la caja...
El tiempo comienza a detenerse. Tendré tiempo de contarte algo respecto a la muerte...
Siento que el Ford da tumbos en medio de la carretera, veo los faros sorprendidos del tráfico que se me echa encima, intentando apartarse del camino. Paso las primeras luces; pero el segundo par gira sobre mí y me doy cuenta de lo que es. Y me doy cuenta de que el Poder que se nos dio a ambos, era demasiado para soportarlo juntos. La carga era demasiado pesada, tuvimos que habernos desprendido de ella. Lo lamento, Julie, no quería hacerte llorar...
La cosa que va a matarme está ahora muy cerca, dando la vuelta para chocar con el Ford. Los faros relumbran; pero puedo ver entre ellos y bajo ellos. La luz de un coche que me sigue da entre las ruedas y veo la inutilidad de seguir intentando aguantar el lazo que se rompe y parece arrastrarse por la carretera, alejándose...
No habrá tiempo, después de todo. Sólo me queda medio segundo para reír...
LA RAZA MORIBUNDA - John Baxter
REFERIRÍA no hablar de esto. Hay en mí la sensación que he tenido antes sólo cuando estuve en un gran peligro, la sensación de que los dioses están irritados y necesitan ser satisfechos. Contra su furia, no hay protección. Tengo la boca seca, como cada vez que pienso en esto. Las manos me sudan y mi cuerpo tiembla. Hablar de lo que ha sucedido, hace que mis temores sean aún peores y más bien debería permanecer en silencio. Pero los mayores me han ordenado que declare lo que ha sido hecho, para que aquellos que vengan después, puedan saberlo y comprenderlo mejor. Por eso, cuento este relato.
Empezó el último mes del año de la sequía. Aquellos eran malos tiempos. Mi familia no había gustado una verdadera comida desde hacía ya semanas. Disponíamos solamente de semillas secas de hierbas del campo y para beber, del poco jugo que podíamos obtener de algunas plantas carnosas. No teníamos ni carne, ni sangre. Siempre estábamos sedientos. Incluso en los templos, el pozo sagrado estaba vacío y a los jóvenes que a él acudían a la ceremonia de la iniciación, se les ordenaba regresar. Los ancianos les dijeron que volviesen cuando de nuevo hubiese agua en el canal. A juzgar por aquel cielo siempre azul y seco, ardiente e inmisericorde, parecía que tendría que pasar mucho tiempo todavía.
Finalmente, cuando nuestras semillas estaban a punto de agotarse, decidí intentar cazar lagartos de arena en las colinas. Ello era peligroso y la recompensa, en el mejor de los casos, sería bien pequeña; pero estábamos desesperados. Cuando hace un tiempo cálido y seco, los lagartos se emparejan y en esa época se vuelven más salvajes que nunca. Quizás aquello me costara la vida, pero ¿por qué vivir teniendo que reducirme a quedarme sentado junto a mi mujer y mis niños para morir de todas formas de inanición? Tras haberlo decidido, tomé mis lanzas de la pared y las afilé. Para la caza, tenían que estar bien afiladas y con la punta bien aguda.
Al despuntar la mañana, salí fuera del poblado. Hacía frío y sentía una fuerte humedad en la oscuridad. El rocío se depositaba en mi piel como el toque de unas manos heladas. Las chozas conducían al canal. No se movía un alma. Incluso mi familia ignoraba mi salida, por lo tanto, no había el menor sonido a mi alrededor. Así es como yo quería que sucediese; pero no volví la cara al desierto sin murmurar una palabra de despedida, queriendo haber oído el ladrido de algún perro o cualquier gesto hecho por una mano amiga. Era como si fuera a entregarme a la muerte.
Al llegar a la llanura, comencé a correr. De aquella forma, podría mantenerme en calor hasta que el sol saliera por el horizonte. Era una marcha fácil, incluso llevando las lanzas a la espalda, porque el suelo estaba aún helado. Sonaba como las piedras bajo mis sandalias y cada vez que daba un paso, sentía el crujido del hielo. Tras un rato, me detuve y miré hacia atrás. El poblado estaba escondido en la depresión del canal. Entonces me encontré completamente solo bajo aquel cielo oscuro, apenas iluminado levemente por el próximo sol naciente. Pasarían horas antes de que pudiera calentarme. Pero al mirar las crestadas colinas en la distancia, me parecía que el cielo se desplomaría sobre mí, aplastándome. Me apreté el chaquetón de pieles, estremecido de frío. Pronto reaccioné con un poco más de calor. Volví a tomar las lanzas y continué mi camino.
Cuando ya había corrido a buen paso cerca de una hora, el sol ya estaba alto en el cielo y el cielo mejor alumbrado. Lo negro se convirtió en un púrpura claro y entonces ya pude contentarme pensando en que la luz me calentaría más y que todo iría bien. Para cuando llegué a las faldas de las colinas, me resultaba difícil pensar que había pasado tanto frío. El sol calentaba fuerte y mi boca estaba tan seca como mis ropas. Estaba sediento de alguna bebida, jugo vegetal, sangre, alguna cosa. Una vez me encontré soñando con el agua. Aquello me sorprendió. Nunca hubiera pensado que pudiera haberme hallado tan sediento, ni recordar a qué sabía el agua. La única vez que estuve borracho, fue con ocasión de mi iniciación, hace tres años y todavía, cuando estoy en el desierto, mi memoria me lo trae a la imaginación cómo si hubiera sido ayer mismo. Para dulcificar la sed, chupaba los guijarros. De encontrar caza, entonces tendría la oportunidad de saciarme. Sólo tal pensamiento me confortaba al rehacer el camino en dirección hacia las grietas profundas del glaciar.
Me llevó otra hora alcanzar los altos lugares en donde viven los lagartos. Allí, parece que el mundo ha sido destrozado por obra de los diablos. Alrededor de cada vuelta, hay un agujero que puede albergar una docena de lagartos esperando lanzarse contra cualquiera, furiosos, con garras y colmillos. Desaté el haz de lanzas y las comprobé cuidadosamente. Había una con un borde muy afilado que mi mujer había hecho para mí. La hoja había sido batida de un trozo de metal que había encontrado en las ruinas. Ambos sabíamos que aquello significaba un castigo si los sacerdotes descubrían que habíamos ofendido la Ley; pero el metal corta mejor que la piedra y tengo que tener cuidado con las herramientas que sirven para llevar alimento a mi familia. Por eso, llevaba aquella lanza en mi mano derecha, dispuesto a lanzarla, apoyando el resto en el hombro. Y sí fui caminando entre las rocas.
Tenía mucho miedo; pero hice un esfuerzo para olvidarme del temor y empuñé el arma arrojadiza con más fuerza.
El temor no me serviría de nada... y el coraje sí. Fue mi concentración en esto lo que me volvió cuidadoso. Había estado cazando durante algunos minutos antes de que sintiera algo extraño a mi alrededor. Me detuve y escuché. Podían sobrevenirme muchas cosas extrañas. Primero, no había lagartos. El sol calentaba fuertemente y sabía que tenía que moverme demasiado lentamente para evitar que conocieran de mi presencia allá, pero con todo, estaban escondidos profundamente entre las rocas. No se oía tampoco ningún ruido, sólo el del viento susurrando entre las rocas con su propia voz. Entonces, mirando hacia abajo, vi que la arena del sendero que yo seguía, había sido hollada por el paso de algo. Aquí y allá, aparecían huellas confusas de algo que nunca había visto antes. Mi primera idea, fue la de alejarme de allí; pero la curiosidad fue más fuerte y es como si me tomara del brazo y comencé a bajar entre la confusión de rocas siguiendo el rastro.
No me llevó mucho tiempo encontrar la cosa que las había producido. Preparé la lanza y casi corrí hacia aquello. Estaba en la sombra de una roca y a mí me pareció que era una criatura dispuesta a lanzarse sobre mí. Di un salto hacia atrás escondiéndome tras una roca; pero aquella cosa no se movió y pronto vi que no estaba viva. Me aproximé más. Todavía nada. Ahora que me hallaba muy cerca, pude apreciar bien que no se trataba de ningún animal. Parecía, aunque sé que esto puede parecer ridículo, como una pequeña choza sobre ruedas. Pero en una choza tan pequeña, ni mis chiquillos podrían haber entrado. Y aquellas ruedas, eran pequeñas, pero perfectamente redondas y firmes mucho mejor de las que nosotros podríamos haber construido con trozos de metal. A todo alrededor de la vivienda, existían unas aberturas llenas con lo que al principio pensé que fuera hielo. Pero la toqué y hallé que era algo tibio y seco. Aquello me produjo una gran confusión; pero estaba demasiado embebido en la cuestión y era demasiado curioso para pensar más. Me incliné y miré a través de las aberturas. En el interior había unos asientos y extrañas herramientas llenando casi todo el espacio. Pero era tan pequeño todo... Me pregunté qué clase de artesano pudo haber hecho semejante juguete. Después, un pensamiento me vino a la mente como una chispa de fuego.
Quizás sería un demonio...
Me volví rápidamente miré alrededor y lo hice con nuevos ojos. ¿Sería una trampa? Con mi temor, no resultaba difícil imaginarse una cosa así. Cualquier sombra podría albergar un monstruo, pero estarían tan profundamente ocultos en aquel mediodía que no hubiera podido verlos. El silencio que me rodeaba era algo fantástico e irreal. Sólo el viento silbaba suavemente entre las rocas. Me incliné sobre una de ellas, escuchando. Y pronto oí el ruido de unos pies caminando.
Al principio creí que sería alguna piedra rebotando entre las rocas. Pero después, era algo más fuerte y sentí la regularidad con que se producía. Algo andaba cerca de mí y deprisa. No podía decir dónde. Los ecos se dislocaban a mi alrededor. Me acurruqué con mi lanza levantada en disposición de cazar y ser disparada. Ambos esperamos. Las pisadas se hacían más fuertes y se oían más cerca. Unos pasos cortos, dándose prisa para llegar hasta mí. Más cerca aún... y de repente, tuve a su dueño frente a mí. Creí gritar lleno de horror. Imposiblemente pequeño, allí había un enano trotando, con un gran ojo que brillaba en su cara. Antes de que el terror me sobrecogiera, le lancé el arma que cortó el aire silbando agudamente y se clavó profundamente en aquello. Por un instante, aquella criatura intentó arrancarse la lanza del cuerpo. Después, como si obedeciera la voluntad de los dioses, se inclinó y cayó al suelo. No se produjo ningún sonido, excepto un silbido de aire que se escapara y que cesó al poco rato. Me resultaba imposible decir de dónde vendría, aunque cuando cesó el cuerpo parecía caído por aquella causa, vacío y en cierta forma muerto, más muerto que cualquier otra cosa que jamás hubiera visto.
Esperé durante bastante tiempo, temeroso de que se hubiera levantado de nuevo; pero no se movió. Como antes, el viento seguía murmurando entre las piedras. El sol brillaba.
Cuando mi cuerpo cesó de temblar, me incorporé y me aproximé a la cosa que había matado. No se movía en absoluto. ¿Acaso se movería un demonio tras haber sido atravesado por una lanza? Yo no lo sabía. Anduve hasta aproximarme más. Muerta, aquella criatura era menos horrible. Estaba tirada por el suelo como una muñeca desarticulada, piernas y brazos grotescamente extendidos. Sólo una mancha de sangre alrededor de la lanza mostraba que aquella cosa había vivido antes. Ahora que mis temores habían casi desaparecido, pude ver las cosas con más claridad. Lo que había pensado que era un ojo horrible, era sólo una ventana del mismo material que había en la choza con ruedas. Y cuando me incliné más cerca, pude ver algo tras aquella pequeña ventana, algo así como un rostro que miraba al mío.
Con todo, aquello no debería ser una criatura natural. El cuerpo se asemejaba al mío en ciertos aspectos, los brazos, las piernas, la cabeza, pero eran tan pequeños... Algo así como los de un niño deformado. ¿Cómo podría respirar un pecho así? El mío era por lo menos tres veces más ancho y con todo, yo encontraba dificultad en respirar el aire allí, ligeramente enrarecido por la altura. Me quedé reflexionando por bastante tiempo, haciéndome preguntas. La lanza era como una marca en una tumba, apuntando derecha hacia el cielo. Tuve la decisión casi inmediata de arrancarla de un tirón. Y la sangre fluyó a chorro. Al ocurrir aquello, sentí que mi cuerpo ardía. Sentí por primera vez la excitación y el estremecimiento de haber matado. Recordé que mi boca estaba seca como la arena y los dolores que el hambre me producían en el estómago. Tal vez había cometido una equivocación; pero con razón o sin ella, no pude haber actuado de otra forma. Tomé mi taza para beber y bebí profundamente hasta que mi sed cesó por completo.
Pasó una hora. Me acosté junto a las rocas y me quedé dormido. El sol calentaba e incluso en la sombra, no tuve necesidad de cubrirme. Nada interrumpió mi sueño. El único ruido era el soplar del viento que silbaba regularmente entre las rocas de la montaña. Cuando desperté, el sol ya estaba bajo en el cielo. A menos que me diera prisa, se haría oscuro antes de llegar a mi casa. Ya había dejado de existir extrañeza alguna en aquel animal que había matado. Había bebido su sangre, por lo tanto, era una pieza de caza y nada más. Me lo eché a la espalda y me encaminé al poblado.
Con el cuerpo alimentado, la marcha fue fácil. Casi corrí a pesar de la carga, y canté una vieja canción de caza tan en voz alta que podía oírse desde lejos. Marchaba contra el sol poniente orgullosamente, pensando en una buena fogata, una buena comida y viendo las caras de mis gentes cuando vieran lo que les llevaba. Resultó tan bueno como había esperado. Los chiquillos me vieron primero y salieron corriendo fuera del poblado a recibirme. Cuando llegué por el sendero, todos estaban frente a sus casas, gritándome en un saludo de bienvenida. Me estremecí de orgullo. Mí pecho se erguía firme y sentí por primera vez el triunfo de una buena caza. En el centro del poblado, dejé caer al suelo mi pieza cazada. Las gentes se agruparon a su alrededor. Una de aquellas personas, mirando más de cerca, vio que no se trataba de un animal ordinario. Los otros lo vieron también, sintieron miedo y comenzaron a murmurar entre ellos.
Y entonces saqué una botella llena de sangre que había llenado procedente de aquel animal. Unos cuantos bebieron de ella, y sentí sus gritos de delicia y otros pidieron compartir la bebida para apagar su sed crónica. Volvió a todos un estado de ánimo feliz. Tal vez no sabíamos qué era aquella rara especie de animal; pero muy poca gente se aventuraba en las tierras salvajes del norte y nadie sabía qué clases de animales vivían por allí. Aquella choza sobre ruedas, su extraña ropa, mucho mejor que la que nosotros podríamos hacer, todo aquello quedó fuera de nuestra mente. Es fácil olvidar. Nos estábamos muriendo de hambre desde hacía mucho tiempo y no estábamos en situación de despreciar aquel regalo que los dioses nos habían enviado. Cuando los ancianos hubieron gustado la sangre, las mujeres se hicieron cargo de todo para prepararlo convenientemente. Se cavó un hoyo para cocinar que se roció con especias guardadas en jarras de barro. Aquello sería un gran festín.
Mientras esperamos, me senté junto al fuego hablando con los demás hombres del poblado, contándoles una y otra vez mi gran aventura de caza. Aquello era una gloria para mí y la saboreé cuanto pude. Pero pasados algunos minutos, comencé a sentirme enfermo. Al principio sonreí un poco fuerte y traté de olvidarlo; pero pronto dejó de ser suficiente. Mi cuerpo sudaba por todas partes y sentía un peso terrible en el estómago. Un momento más tarde, estaba atormentado con unas náuseas que no podía evitar, ni detener. Los que estaban sentados alrededor del fuego me miraron, después se miraron entre sí y sus ojos aparecieron turbados. Yo me excusé tratando de explicar que aquel mareo era debido a la excitación de la caza y me aparté solo para estar aparte un rato; pero para entonces, todos nosotros ya sabíamos que había algo que iba mal en todo aquello y el temor cayó sobre todos nosotros. ¿Por qué me había puesto enfermo aquella sangre? Pues sí... a pesar de todo podía ser que no fuese un alimento natural.
Temblando de temor al propio tiempo que me sentía enfermo, fui hasta donde las mujeres estaban preparando la comida. No hice más que aproximarme al círculo que formaban, para comprender que todas ellas también lo sabían. No estaban haciendo nada. Antes habían cantado... ahora permanecían silenciosas. Conforme me aproximaba, se alejaron del hoyo hecho para cocinar y miré con detenimiento a la criatura que había matado. La ropa resistente que vestía, había sido hecha tiras y apartada del cuerpo y entonces vi a aquel hombre por primera vez. A mi alrededor, todas las mujeres me observaban. Sus ojos parecían quemarme en la espalda.
Conforme caía la noche, hubo señales en las sombras que se formaban agrupándose. Nos apretujamos ante nuestras chozas, esperando. Más allá de las colinas, se observaba un resplandor y el sordo rugir de un fuego más grande que cualquiera que nosotros hubiéramos podido encender. Después, precisamente al cerrarse la noche en su completa oscuridad, una cosa vino volando y se dirigió hacia nuestro poblado. Primero, parecía sólo una manchita brillante en el cielo; pero cuando la vimos mejor, era un pájaro terrible echándosenos encima, más grande y más veloz que cualquiera de los que jamás habíamos visto. Y volaba con una firmeza y una seguridad distintas a cualquier animal natural. Cuando llegó al poblado, comenzó a dar vueltas por encima, como hacen las aves de presa. Parecía observarnos, mirándolo todo con unos ojos fríos e impasibles. No podíamos verlo bien en la oscuridad; pero su forma nos produjo una temerosa aprensión familiar en conjunto. Todos nosotros ya habíamos visto aquella forma antes. Permaneció dando vueltas en forma de círculos sobre nosotros, por bastante tiempo, hasta que la luz se desvaneció del cielo, y entonces, se echó a un lado y se alejó.
Mirando a mi alrededor en aquellos rostros silenciosos, supe que todos estaban pensando lo que yo. La forma de la cosa volante era terrible, como los corroídos restos de la catástrofe y que estaban esparcidos por las ruinas. Allá lejos, en el desierto, yacía el armazón de alguna enorme construcción cuya finalidad ni siquiera la conocían los más ancianos. Esparcidos alrededor, aparecían recipientes grandes y rotos hacía ya mucho tiempo carcomidos por los vientos y la arena del desierto.
Aquel era el lugar donde un gran pájaro se había estrellado contra la tierra, tras habernos traído procedentes de otro lugar... al menos así lo relataba el mito creído por todos. Pero de aquello hacía ya un tiempo inimaginable en el pasado, mucho antes de que hubieran nacido los más ancianos, y no había ya nadie capaz de decir si aquella leyenda era verdadera. Pero entonces, supe que era cierto. También supe que el hombre que había matado, era un hermano.
Ahora, en mi alma, hay un gran temor. Las mujeres han vuelto a tomar el cuerpo y lavado sus heridas. Ha sido envuelto en sus mismas ropas, cosidas de la mejor manera que han sabido hacer. Todos sabemos, sin embargo, que no es bastante. Las lágrimas, como las cicatrices, no pueden ser ocultadas. Los sacerdotes, han colocado el cuerpo en una alta plataforma, para que pueda hallarse un poco más cerca de su hogar, allá en el cielo, y ahora se sientan cerca de la plataforma, rezando sus plegarias, para pacificar a los dioses. Yo había mirado al hombre que maté. Sus facciones muertas miran fijamente a través de su casco hacia el firmamento y en sus ojos hay un terrible anhelo. Sabe que nunca más podrá volver a su hogar. Y todos nosotros también sabemos que nuestros hogares jamás estarán allá, para volver hacia ellos. Ocurra lo que ocurra, nada será ya nunca lo mismo.
Ahora, he recubierto mi cuerpo con cenizas y me he revestido con el manto de la hombría. Junto con los sacerdotes, me sentaré y recitaré las preces, esperando la sentencia.
ASOV - James Inglis
ON el brillo instantáneo de un relámpago, nacieron a la vez la vida y la conciencia. La jornada desde el vacío muerto al vivido despertar fue más rápido que el paso de un meteorito, al instante y completa.
Comenzó la búsqueda de la propia identidad. Segundos después de su despertar, el nuevo ser recién nacido, sometió su entorno y a sí mismo a una minuciosa y detallada explicación y examen. Descubrió dentro de sí mismo, en el mismo centro nebuloso de su conciencia, una riqueza de conocimiento, por el momento sin especial significado, hasta que se hallase eslabonado con el estímulo de la experiencia del exterior.
Aprendió una cosa. Tenía un nombre. Aquello era algo conveniente y necesario. Era el símbolo de una identidad individual. Definía la cosa más importante de su entorno; a sí mismo. Supo que era mucho más que aquello, supo que su nombre contenía el misterio de su existencia. Cuando tuvo éxito en interpretar el misterio, tuvo la certeza del propósito para el cual había sido creado.
Mientras tanto, era bastante el que tuviese un nombre. Su nombre era ASOV¹.
Volvió su atención al mundo que le rodeaba, a aquel sorprendente e incomprensible mundo en el que había nacido. Era un mundo de contrastes, tanto resplandecientes como sutiles. Asov fue inmediatamente sensible a aquellos contrastes, y comenzó a compararlos y a medirlos, comenzando a construir una imagen de su entorno en el nuevo, fresco y fértil medio de su experiencia.
Luz y oscuridad. Movimiento y reposo. Crecimiento y cambio.
Tales eran los conceptos con los cuales Asov comenzó su vida insertando cada nuevo concepto ya aclarado de información en el milagroso depósito de su fantástica memoria, relacionándolo en su interna capacidad de almacenamiento de datos, prácticamente infinito.
El mundo tomó forma y significado. Sus sentidos plenamente iluminados, podían ahora reconocer instantáneamente mil variantes en el juego de energía con que comenzaba a ver el mundo. Al igual que él, el mundo también había tenido un nombre. Se le había llamado la Galaxia.
Al emerger de su sorpresa infantil, Asov pudo también al fin comprender el misterio de su propio nombre. Con tal conocimiento, le llegó asimismo la comprensión de su puesto en la Creación. Su propósito esencial, había dejado ya de serle desconocido.
ASOV. Automatic Stellar Observation Vehicle.
De repente, se dio cuenta de que un objeto reclamaba su atención en sus proximidades, sacándole fuera de las innumerables distracciones de presiones y radiaciones que eran como la vista y el oído para él. La intensidad de la atracción del objeto creció firmemente, por lo cual Asov interpretó que significaba que él mismo estaba en movimiento, y moviéndose hacia la zona de fulgurante conmoción y desorden. Aquello fue, pues, la fuente de origen de su despertar. Por un tiempo sin cuento, había permanecido a la deriva en el vacío, como una dormida semilla de inteligencia, esperando la señal que pusiera en marcha sus sentidos inconscientes, y el primero de todos, fue la suave caricia de la luz y del calor que tendrían que activar, por vez primera, sus sensores dormidos y aletargados.
La estrella se registró a sí misma en el cerebro de Asov, como un frenético dispositivo de reacciones nucleares y continuas explosiones. Esta imagen, fue relacionada con la información previamente inserta y traducida a los términos de referencia de sus creadores. La estrella, era una roja enana, de la clase espectral M5, con temperatura superficial de 4.000 grados centígrados². Al inclinarse en una amplia órbita alrededor de su presa estelar, Asov captó el contraste de las ligeras emanaciones de luz y calor de cuerpos más pequeños y más fríos que giraban a su alrededor, en sendas órbitas de tiempo incalculable sobre la vieja estrella, y gravitando en el sistema. De nuevo relacionó los datos recién obtenidos en su innata memoria enciclopédica.
Planetas: cuatro. Fluctuaciones de temperatura: desde el cero absoluto³hasta la proximidad de la congelación. Condición: sin vida, perdidas sus atmósferas gaseosas...
Meticulosamente, inconsciente del paso del tiempo, Asov continuó su inspección. Cuando la hubo terminado y las células de su cerebro estuvieron debidamente cargadas con una plena información, pasó una señal a su sistema nervioso motor y con una súbita arrancada, fue acelerando hasta apartarse lejos y a distancia del dominio de la estrella roja.
Conforme la vieja estrella se alejaba lentamente, completó el programa de su primera misión. Los datos almacenados en sus células cerebrales, fueron debidamente relacionados, codificados y despachados en un apretado haz de radioondas, dirigido hacia una diminuta zona del firmamento donde estaba situada la remota estrella llamada Sol y el planeta Tierra. El planeta que no había conocido nunca; pero de donde procedía.
Al final, la urgencia de su encuentro estelar fue apaciguándose y Asov buscó la más próxima fuente de luz disponible, arrastrándose sobre las dormidas energías del espacio que le propulsaban hacia su nuevo encuentro. Habiendo completado las maniobras requeridas, Asov se puso a la deriva en la relativa paz del vacío interestelar, donde la gravedad no llega en oleadas, sino en suaves ondas y las voces nucleares de las estrellas no son más que un suave canto, un arrullo cósmico. Asov se durmió.
* * *
El ciclo se repitió cada vez que pasaba dentro del abrazo gravitacional de cualquier objeto interestelar capaz del más ligero grado de brote de energía. Las fuentes de su ciclo de reavivamiento, eran principalmente estrellas del tipo de las enanas rojas, que comprenden una gran mayoría de la masa de la población galáctica. Pero había raras ocasiones en que se despertaba ante el estímulo de gigantes masivas y su proporcionalmente enorme cortejo de planetas. Tales ocasiones exigían una inspección más larga y más detallada, aunque, por supuesto, Asov estuviese inconsciente del elemento tiempo.
Varias veces pasó a través de años-luz de tenue hidrógeno, la materia prima para la vida del Universo. A veces, aquellas fantasmales regiones, eran suficientemente densas y luminosas para despertar sus sensores, además de recargar sus reservas de energía nuclear. Ocasionalmente, tales nebulosas contenían el material embrionario de estrellas recién nacidas, calientes, azules y amorfas. Había mucho que aprender entonces, particularmente en lo concerniente al primitivo desarrollo evolutivo de las estrellas. Con cada encuentro sucesivo de aquellos, su comprensión del proceso galáctico se fue incrementando, siendo debidamente transmitido a su punto de origen, cada vez más distante.
Otro raro acontecimiento que Asov solía experimentar, era el descubrimiento de ciertas características secundarias de algunos sistemas planetarios. El fenómeno de la Vida. Estas características eran anotadas en sus circuitos de instrucción —ya insertos en su estructura antes de haber nacido Asov— y como datos de la más alta prioridad.
Su primer encuentro con el fenómeno, ocurrió mientras se hallaba en la vecindad de una estrella pequeña, de color naranja, de la clasificación espectral G-7. Una estrella no muy distinta de su Sol nativo. Se despertó siguiendo la misma pauta: un reforzamiento de las mareas gravitacionales que le aportaban una intensificación de luz, calor y un amplio espectro radiactivo. Una nueva fuente de energía se hallaba frente a él.
Tras las observaciones de rutina de la estrella, su atención se volvió hacia los cuerpos sólidos que tenía en órbita. De aquellos planetas, dos ofrecían claras trazas de la presencia de moléculas orgánicas. Incluso a remota distancia, la visión espectroscópica de Asov podía desvelar los secretos planetarios con facilidad. Sin embargo, para una inspección más detallada, se hacía necesaria una mayor aproximación. Actuando sobre la base de sus datos preliminares, sus nervios motores fueron estimulados inmediatamente para inyectarle una trayectoria que le llevaría en órbita alrededor de cada uno de aquellos planetas objetivos.
Era el segundo el que poseía las mejores condiciones, como recompensa a su investigación. Primero anotó el dispositivo de abundantes zonas de océanos. El examen espectroscópico le reveló que los mares, como la atmósfera, eran ricos en constituyentes para la vida. Después, le llegó la evidencia directa de una vida avanzada, revelándose tanto en los mares como en la atmósfera. Conforme iba deslizándose en órbita alrededor de aquel planeta y aproximándose a las altas capas atmosféricas, Asov observó sus inequívocos signos: áreas iluminadas en el hemisferio nocturno, grandes estructuras artificiales y comunicaciones y especialmente y lo más inesperado de todo, el contacto. Tras muchos circuitos de reconocimiento, interceptó como un descarriado tentáculo de radiación. Un breve análisis fue suficiente para convencerle de que aquello no podía contar como una emisión natural del planeta. La sola explicación posible, era que la señal de radio había sido dirigida hacia él por una inteligencia.
¡El Indagador estaba siendo indagado!
De acuerdo con las respuestas insertas en sus circuitos, Asov envió como respuesta una señal hacia aquella fuente desconocida en la misma longitud de onda que la recibida. La señal, comprendía un compacto y abreviado relato debidamente codificado del sistema de donde Asov procedía, un registro completo y resumido del pensamiento terrestre y de su historia. En aquel pequeño rayo señal, estaba contenida toda una biografía del Hombre, sus progresos tanto en la Medicina como en la Filosofía, sus conocimientos científicos, sus progresos y sus desastres.
Simultáneamente, Asov trabajaba calculando y desentrañando en el mensaje recibido de aquellos seres extraterrestres. Aquello también se hacía en forma de un código matemático, que cuando llegase el momento y fuese enviado a su punto de origen, revelaría una detallada historia de los dos planetas. Como el hombre, aquellas criaturas inteligentes, estaban todavía confinadas a su propio sistema local, aunque a diferencia de los creadores de Asov, tan distantes entonces, habían evolucionado en una forma de vida global que les permitía una comprensión universal, que además alentaba las esenciales diferencias entre los seres de las mismas especies, en sus principios válidos.
Como complemento final de aquel intercambio, Asov pasó próximo al reino de aquella estrella de color naranja, totalmente ajeno a que había sido la causa del más grande y sencillo acontecimiento ocurrido en toda la historia de un sistema solar.
* * *
Aunque virtualmente indestructible a la erosión del vacío cósmico y aunque los suministros de su energía vital estaban disponibles en cantidades ilimitadas, procedentes de los soles y las nebulosas y gases del espacio, llegaría un momento en que Asov podría encontrarse con un peligro inesperado. Normalmente, sus sensores eran lo bastante rápidos para evitar una posible colisión con otro cuerpo celeste. Este peligro, se hacía sólo posible dentro de los confines de un sistema solar, al pasar a través de los cinturones de asteroides y restos cometarios, las defensas costeras de las estrellas. Ocasionalmente, los proyectiles cósmicos aquellos, se deplazaban a velocidades más allá del poder de maniobra de Asov. En la vecindad de las grandes masas solares, las mareas gravitacionales, eran tan inmensas, que requerían una fabulosa energía para realizar un drástico cambio de ruta o la corrección de su curso, al propio tiempo que para evitar cualquier flota local de meteoritos que se desplazasen a velocidades orbitales muy elevadas.
Le ocurrió al prepararse a salir fuera del sistema de una estrella roja gigante. La enorme estrella había sido un raro hallazgo, ciertamente, y poseía la rara característica de un cortejo de estrellas mucho más pequeñas, en lugar de planetas normales. Aquellas estrellas satélites, eran del tipo enano, la mayor parte ya en el estado de la senilidad estelar. Se movían alrededor de la enorme gigante, en unas órbitas fantásticamente excéntricas. Tan excéntricas, que la totalidad del sistema solar era un verdadero torbellino, turbulento y enloquecido de fuerzas gravitacionales. Enormes fragmentos de planetas esparcidos aquí y allá se movían dentro del sistema, sin curso predeterminado, a locas y a ciegas, como ramitas y hojas arrastradas por una corriente en un torbellino de agua. Asov, contando con el tiempo preciso, habría calculado la mecánica de la totalidad del complejo sistema. Poseía el equipo necesario para predecir con exactitud, la velocidad y la trayectoria de cada fragmento dislocado. Pero el tiempo, o mejor dicho, la falta de él, fue su ruina.
La colisión, cuando llegó, no fue con ninguna gran masa. Las grandes masas habían sido vistas por Asov y había tomado las necesarias medidas de evasión. El proyectil que parecía estarle destinado por el hado, era una diminuta partícula de roca, que compensaba su insignificancia como masa, con su fabulosa velocidad. Le golpeó en un punto, que en sí mismo era desdeñable, ya que lo había sido sobre una antena de transmisión aérea de las que poseía varios duplicados. Pero el choque del impacto fue muy grande, lo bastante para amenguar alarmantemente la sensibilidad de su control de los mecanismos. Sumido en un coma, casi tan profundo como la muerte, Asov quedó a la deriva desamparado, en aquellas vastedades oscuras, sin guía, sin objetivo, y totalmente fuera de funcionamiento.
Aquello pudo haber sido el fin de todo. Lo que era, podía haber flotado por la eternidad, perdido en el espacio cósmico, como otro objeto cualquiera producto del desperdicio de un Universo ya familiar con la falta de vida, lo inerte y lo inútil. Pero no era el fin.
En los lejanos límites del espacio interestelar, como en el reino de los planetas habitados, ocurre dentro de su estabilidad y calma, lo inesperado, lo impredecible de vez en cuando. Dado el tiempo suficiente, y Asov tenía frente a sí todo el Tiempo, tal acontecimiento estaba destinado también a ocurrir. No fue su inmediata resurrección. Voló a la deriva en la inconsciencia por la duración de toda una estrella. Mientras que sus sensores yacían sumidos en el sueño, se formaron planetas, produciendo los mares y el barro de donde surgirían lenta y paulatinamente, las maravillosas singularidades, comienzos de la vida, que después emergerían a la superficie y a los espacios abiertos para luchar con los monstruos primitivos y crear civilizaciones en el curso de millones de siglos. Algunas de aquellas civilizaciones, llegarían a salir al espacio exterior con brillantes máquinas, esbeltas y rápidas. Algunas de ellas, morían por el holocausto nuclear y otras por introspección. Aunque la totalidad del Universo mantenía su firme estado, las estrellas individualmente consideradas y las galaxias, evolucionaban y cambiaban. Mucho ocurrió en el intervalo durante el cual Asov permaneció dormido e inconsciente; pero en un sueño que no significaba el olvido, aunque estuviera tan próximo a tal estado.
Su daño, no era «orgánico». Era una cuestión de grado. La sensibilidad de sus sentidos ópticos y otros, había quedado reducida por la colisión, en forma que ninguna fuente de energía disponible era lo suficientemente potente como para volver a activarla. Ninguna fuente de energía normalmente disponible. Un solo fenómeno poseía suficiente energía para sacudirle fuera de su estado letárgico. Un fenómeno raro; pero que ocurre regularmente y que una galaxia produce de tiempo en tiempo para asombrar al Universo con su poder.
La supernova.
En una galaxia de tipo medio, suele haber unos cien mil millones de estrellas. Cuando uno de esos soles se hace inestable a través del exceso de creación del helio, produce un fenómeno que puede catalogarse como uno de los acontecimientos más asombrosos del Cosmos. Repentinamente, en una fracción de segundo en el tiempo, tal estrella estalla en una fabulosa incandescencia de tal magnitud, que llega a desafiar a la producida por el brillo combinado de media galaxia.
Durante su largo estado de coma, Asov había volado a la deriva a través del lejano oleaje de varias explosiones de supernovas. Pero llegaría el momento, en que se encontrase en el paso directo de tal acontecimiento cósmico. El espacio existente a su alrededor, ya no sería el pasivo vacío, sino un horno inimaginable de fuegos del propio infierno. En tal Hades cósmico, Asov fue resucitado. Y emergió del fuego como el Ave Fénix, de sus propias cenizas, vuelto a nacer, triunfante.
A su segundo nacimiento, siguió una pauta similar a la primera. De nuevo, las puertas de los flujos exteriores se abrieron a sus reservas internas. Su almacenado conocimiento, le permitió beber ávidamente todo un nuevo diluvio de información. En poco tiempo ya, Asov estuvo una vez más en completo control y gobierno de sus facultades; pero antes de cualquier análisis particular de la inmensa escena, Asov tenía todavía que investigar la inmediata fuente de energía; la supernova que le había sacado literalmente de la muerte cósmica.
Como suele ser frecuente en tales casos, la estrella era una azul supergigante, de un tamaño equivalente a cuatrocientos diámetros solares. (La estrella Sol de donde procedía Asov estaba considerada dentro de su maravilloso centro de inteligencia, como el patrón medida para tales cálculos.) Era, por supuesto, en aquel momento, cuando se estaba produciendo una expansión que un día resultaría en la creación como una nebulosa, con el núcleo más pesado, como la estrella central de todo un sistema solar. Asov era incapaz de detectar cualquier sistema planetario, mientras que la atmósfera exterior de la estrella se hubiese ya expandido hasta un punto más allá del planeta más lejano. Cualquier sistema así, se habría evaporado, en cualquier caso, en los primeros minutos de la conflagración.
Asov, captado en la rápida expansión de tal masa gaseosa, perdió la traza del tiempo del Universo exterior. Se dirigía a ciegas en el centro de una tormenta cósmica, una tormenta de luz cegadora y de polvo cósmico, que parecía extenderse hasta los límites del tiempo y del espacio en su convulsivo y frenético esfuerzo expansivo.
Cuando emergió, finalmente, de aquella danza estelar de la muerte, sus sensores se saturaron con un nuevo conocimiento. Y Asov volvió su atención a la escena exterior.
Al principio, parecía como si su equipo de sensibilidad estuviese funcionando mal. La imagen compuesta de la galaxia que estaba recibiendo, no estaba de acuerdo con lo que sus inalterables circuitos de memoria le tenían preparado. Comprobó rápidamente sus sistemas sensores; pero sin descubrir nada que fallase. De nuevo inspeccionó las características a gran escala de su entorno y de nuevo una imagen apenas creíble, le confrontó.
No teniendo otra alternativa sino creer en sus sentidos; Asov sólo pudo hacer una deducción de aquella imagen: la galaxia se había envejecido. Aquello sólo podía significar que su período de inconsciencia había sido muy largo, inmenso ciertamente, en términos del propio espacio.
El inmediato problema, fue el de la energía. Poder y fuerza para la transmisión, propulsión, correlación. Las fuentes de energía estaban, por primera vez en toda su experiencia, severamente limitadas. En su inmediato entorno, eran casi incaptables.
Su viaje galáctico le había llevado en una gran elipse alrededor del sistema. Era en aquellas regiones exteriores, límite, donde la población estelar había disminuido drásticamente. Hacia el centro de la galaxia, que era observable para Asov como una resplandeciente isla de neblina, las estrellas retenían al menos una semblanza de su vieja densidad. Allí, en las regiones fronterizas en la espiral galáctica, las estrellas habían sido siempre relativamente escasas y el tributo a la muerte estelar, más severo. Aunque las estrellas centrales tendían a envejecer, estaban también las más estables. Las gigantes exteriores, habían sido siempre de corta vida, quemándose con una tremenda furia, mientras que las del centro, lo hacían a escala más moderada, conservando su vida tanto tiempo como era posible.
Aunque no por la eternidad.
Siempre práctico, Asov se concentró sobre el problema de las fuentes de energía. Pronto estuvo dispuesto a predecir que su presente ruta le llevaría en seguida más allá de una zona de mínima energía, donde sus sensores se eclipsarían una vez más por las nubes del olvido.
Sólo era posible una decisión. Tal decisión habría sido tomada por cualquier ser, bien por deseo emocional, por necesidad de autopreservación o por la lógica necesidad de cumplir una misión encomendada. Dirigiéndose hacia las abundantes energías que aún fluían de la supernova, Asov preparó y puso en práctica una mayor y más importante maniobra, alterando su vector de curso estelar hasta un punto no conocido en sus anteriores experiencias y lanzarse navegando hacia el centro de la galaxia.
En busca de vida y de luz, dejó tras de sí los lóbregos silencios de la frontera desolada de la galaxia.
En su camino, Asov trazó un mapa constatando la degradación y hundimiento de la galaxia. Observó cada estrella muerta o la que se hallaba en trance de fenecer, y que caían dentro de sus sensores de tan largo alcance. En muchas ocasiones tuvo la oportunidad de pasar cerca como para observar el verdadero cortejo fúnebre de todo un sistema solar.
El mismo caso, siguiendo la misma pauta, constituyó una sombría repetición.
La estrella, que había proporcionado la vida, la luz y el calor para tantos millones de años, se deshacía en una neblina rojiza, sin cohesión y moribunda. Los planetas helados, una vez habitados y bullentes de formas de vida, aparecían como vacíos cementerios, desolados cuerpos rocosos, en cuyos cielos aún brillaban las desnudas estrellas en su agonía final.
El ritmo de la vida y el conflicto de sus elementos aparecían por todas partes en cuanto se aproximaba. Pero Asov, a desemejanza de cuanto le rodeaba, permanecía incambiado. Sus instintos y sus motivaciones básicas eran las mismas como lo eran desde el primer día en que la caricia de la luz de una estrella había abierto sus ojos al Universo. A pesar de todo, algo sombrío y temible le afectaba ahora sus sensores, pero debía, no obstante, continuar sus exploraciones con la fe de que en alguna parte, alguna vez, tuviera que descubrir algo nuevo.
Constantemente, una nueva y fresca información le llegaba a sus células cerebrales, que invariablemente disponía en forma de rayo de larguísimo alcance, enviando la debida información al punto de su lejana procedencia. Y continuó aquel ritual, a despecho de la incrementada posibilidad de que el planeta que le había despachado al Cosmos, tanto tiempo atrás, no fuese ya más que un cascarón muerto y sin ninguna vida, dando vueltas alrededor de un sol pequeño y ya gastado.
Incluso cuando llegó al grande y resplandeciente corazón de la galaxia, Asov detectó los signos de su próxima condenación. Inmensos espacios de oscuridad yacían de estrella a estrella, como una marea gradual e inexorable que finalmente lo abarcaría todo, sumergiendo a la galaxia entera en una sombra final.
Continuó su misión. Al paso de las edades y conforme declinaban las estrellas en su larguísima vida cósmica, fue testigo de la larga y perdida batalla contra la noche. Notaba cada estadio sucesivo de la decadencia de una estrella, sus expansiones y contracciones, el breve resplandor de su último brillo y el subsiguiente colapso que lo reducía todo a una frígida oscuridad, cerrando así, capítulo a capítulo, la gran obra de la galaxia.
Pero la edad de lo inesperado no había pasado aún. Repentinamente, en mitad de aquella familiar tragedia que le rodeaba por doquier, un fenómeno inusitado vino a trastornar y a poner en alerta el curso de las cosas al que Asov ya se había acostumbrado.
Al principio fue algo leve para ser correctamente analizado, una nueva y sorprendente fuente de emisión, que vino a interrumpir su silenciosa vigilancia. La perturbación ocupaba sólo un diminuto fragmento de su completo campo ambiental electromagnético; pero fue lo suficiente como para disponer a Asov a una inmediata investigación. Aquel era su esencial propósito de existencia, el localizar y explorar lo inesperado.
Rastreó el factor de perturbación, midió su frecuencia y estimó su posición relativa respecto a sí mismo. Estaba comparativamente próxima. La parte más sorprendente era que no residía ninguna fuente de energía en tan particular dirección. Cualquiera que fuese lo que emitía tal radiación, era invisible, incluso para la visión supersensible de Asov. Invisible, o muy pequeño.
La experiencia de Asov le aconsejaba como cierto que ningún objeto cósmico diminuto transmitía más que un diminuto impulso de radiación. Aquel hecho le permitió deducir la básica naturaleza del fenómeno antes de que hubiese llegado a tener la certeza de su aserto.
Tenía que ser artificial.
Confirmando esta deducción, el objeto comenzó a gravitar hacia él, significando así que él también había captado una inesperada fuente de radiofrecuencias, en este caso, Asov.
Al final se encontraron el uno al otro, como dos solitarios viajeros que se conocen a orillas de un mar muerto. Grado a grado, el mutuo intercambio de datos que fluía entre sus centros de radio, fundados sobre los mismos principios que los que existían en Asov, fue evolucionando hasta permitir un suave flujo de completa información.
Asov supo que el misterioso objeto era algo muy familiar y al propio tiempo totalmente extraño. Era un explorador interestelar, casi una imagen reflejada en un espejo de sí mismo, aunque había partido de la otra mitad de la galaxia, en distancia, con respecto a él.
Tras el acontecimiento, Asov pudo ver que tal encuentro, inimaginable e inverosímil en cualquier otra circunstancia, era perfectamente lógico en aquel momento y en aquel lugar. Sabía, y lo había sabido ya por incontables años, que habían existido otras razas en la galaxia y que su número había sido legión. Era razonable esperar que ellas también, en su día, creasen seres similares a Asov, exploradores cósmicos que viajarían por toda la galaxia, con independencia de sus creadores, sin ser afectados por la irremisible condenación y extinción de aquellos.
Era de esperar que tales exploradores, al igual que Asov, buscaran el centro galáctico, allí donde la vida durase lo más posible. Con el persistente encogimiento y reducción de la zona habitable de la galaxia, era inevitable que alguna vez aquellos exploradores se moviesen hacia ella y que terminasen gravitando unos respecto a otros. Hasta que un día se encontraron.
La prueba de que el encuentro no era un raro capricho del azar, se produjo bien pronto. Otros encuentros fueron teniendo lugar, al principio muy ampliamente separados en el tiempo y en el espacio y más tarde sobre la base de un mayor incremento. Cada encuentro ocurría en la vecindad o en medio de un núcleo de estrellas firmemente condenadas a su desaparición.
Aunque de variado diseño y complejidad, aquellos últimos representantes del hombre cósmico, todos poseían el mismo instinto, el instinto que les había sido programado en su interior durante su construcción. El declive y la muerte de sus creadores no les privaba en modo alguno de su primitivo instinto; la búsqueda de la luz era su misión y su vida. Terminaría sólo cuando los fuegos del Universo acabaran por apagarse y desapareciesen para siempre.
Mientras que los expectantes observadores giraban alrededor de los restos en decadencia inevitable de lo que una vez fue una orgullosa galaxia, su número continuó en proporciones cada vez mayores, en proporción directa del número de avanzadas especies que una vez hubieron habitado la galaxia, las desaparecidas inteligencias que habían despachado a sus silenciosos centinelas a mantener su observación y exploración sobre las estrellas.
En tanto que las oscuras aguas de la nada inundaban gradualmente el firmamento, Asov ocupó su tiempo en intercambiar relatos con sus compañeros recién hallados en el espacio. Entre ellos se construyó una historia galáctica con cada antiguo explorador cósmico contribuyendo con su propio conocimiento y experiencia al acervo común. Donde antes cada explorador poseía solamente una fragmentaria información respecto a la Ley Cósmica, la experiencia combinada permitió un más completo conocimiento de la totalidad del espectro de la creación.
En cierto sentido, la reunión de todos los exploradores formó una especie de simple entidad. Un ser multiforme y compuesto, en posesión de casi la ilimitada experiencia de toda una galaxia entera.
Pero al irse desvaneciendo el resplandor de las estrellas próximas y últimas, su actividad intelectual comenzó a disminuir. La energía era indispensable, las primeras e indispensables necesidades de prioridad para la propulsión y actividad sensorial. La transmisión se hizo menos frecuente y la comunicación menos intensa.
Y comenzó una desesperada búsqueda de fuentes de energía.
Asov estaba ya aproximándose al estado de conciencia suspendida, parecida a la que había sufrido y había quedado antes a la deriva cuando sufrió la colisión, producto del azar; pero mientras quedase en pie una chispa de percepción debía continuar su misión de ir en busca de la luz. Le resultaba imposible anticiparse al olvido y quedarse indiferente en la oscuridad. Sus sensores de largo alcance exploraron en la noche, comparando, rehusando, seleccionando. Con frecuencia, la particular fuente de luz que estaba siguiendo se apagaría desvaneciéndose ante él, conforme la arrolladura marea de oscuridad apuntaba hacia otra víctima estelar. Muchas veces, su ruta tendría que ir cambiando, con frecuencia mayor incrementada, hasta que pareció que el Universo pronto quedaría desprovisto de luz, y sus sentidos muertos para siempre.
Pero aún quedaban ciertos manantiales de luz, que aunque débiles en extremo, permanecían todavía firmes y aparecían como siendo el remanente inafectado por el destino de su inmediato entorno. Aquellas fuentes de luz no eran, de ningún modo, extrañas a Asov, habían estado presentes a través de toda la larga leyenda de su vida interestelar; pero habían permanecido más allá del área de su actividad preestablecida. Sus distancias ya no eran meramente interestelares, sino extragalácticas. Hasta entonces, no había habido razón para conceder una excesiva importancia a aquellas remotísimas fuentes de luz.
Pero tampoco hasta entonces había tanta necesidad de buscar cualquier fuente de emisión de luz y de vida.
Con la continuada degradación y el desvanecimiento del fuego de la galaxia, Asov y sus compañeros se volvieron al fin hacia aquellas nebulosas resplandecientes en la lejanía; el último refugio, la tenue y final fuente de energía. A pesar de lo sin precedentes de la situación con que se tuvieron que encarar, la comunidad de exploradores actuó rápidamente, con espontaneidad y al unísono. En cierto sentido, era como la consumación de sus vidas galácticas y la introducción al principio a otra forma de existencia más elevada. En la hora final y desde diversas rutas del espacio, los exploradores habían convergido para ser testigos de los últimos momentos de la galaxia. Aunque hacía falta no mucha energía para el ajuste final, necesario para sus nuevas rutas al lejano exterior de la galaxia, disponían de la suficiente con la gravedad que seguía a la luz a lo largo de los corredores de la disolución final. Y conforme progresaban hacia los confines de la galaxia, los últimos y exhaustos fuegos se fueron apagando, estableciéndose en su lugar la total oscuridad. El último de los soles se había eclipsado para siempre.
Aunque inimaginablemente distantes, los Universos Islas, hacia los cuales pusieron proa los exploradores cósmicos, eran lo suficientemente perceptibles y un día serían tangibles. En los milenios por venir en el futuro, aquellas señales de luz y de calor resplandecerían en el vacío para despertar y estimular sus sentidos, tan largamente adormecidos. Y entonces el ciclo recomenzaría de nuevo. Se almacenarían nuevas energías procedentes de los jóvenes fuegos de otras estrellas y se escribiría otro capítulo de la tan antigua epopeya de la exploración cósmica.
La gran flota de exploradores, custodios y guardianes de la historia cósmica navegó hacia los inmensos espacios sin estrellas en busca de otras galaxias a las que poder considerar como su nuevo hogar, su nueva patria.
EL RETORNO DE LOS DUENDES - Keith Roberts
ONOZCO a Alec Boulter desde hace muchos años. Ha sido siempre un buen amigo, estupendo y condenadamente inteligente. Suele mantener siempre un buen freno sobre su poderosa imaginación: Una vez tuvo que ser demasiado inteligente para sobrevivir.
Boulter es ingeniero de carrera y de profesión, aunque muy bien puede abrirse paso en la electrónica tan bien como otro cualquiera. Es además un habilidoso tornero y ajustador, y si también menciono que escribe y pinta y que tiene interés en las ciencias ocultas y en lo esotérico, comenzarán ustedes a tener una idea más clara de cómo son su carácter y personalidad.
Ni que decir tiene que nunca ha conseguido hacer mucho dinero. Ésta es la Era de la Especialización. El rumbo que la gente de nuestros días sigue es saber más y más sobre menos y menos cosas. No hay apenas oportunidades en el comercio, y lo mismo podría decirse en las ciencias o en las artes, por una combinación que no se puede predecir de la mecánica y la mística. A veces creo que Boulter debió haber nacido en el Renacimiento. Leonardo da Vinci probablemente le hubiera comprendido muy bien.
En el tiempo que voy a relatar a ustedes, mi amigo Alec se hallaba muy interesado en las películas de amateur. Yo mismo he hecho también algo, aunque de escasa importancia, si bien algo mejor que la conocida película familiar del nene dando pasitos por el césped del jardín que todos hemos visto. Cuando Boulter comenzó a interesarse por el cine amateur di un paso atrás y esperé a ver algo notable. No tardó mucho en llegar.
Boulter se tomó la desventaja de comenzar a trabajar con películas de dieciséis milímetros. Éste no es, en absoluto, el tipo apropiado para el cineasta aficionado. Mi amigo quería, sobre todo, la calidad por encima de todo y en aquellos días el tipo de equipos de manipulación era mucho más bajo que ahora. Si se nos hubiera dicho, por ejemplo, que un equipo de precio medio nos habría dado resultados aceptables procedente de un ocho milímetros, nos hubiéramos echado a reír. Pero el costo de manipulación de un material de buenos resultados era alto y hubiera impedido a Boulter sus actividades más que otra cosa cualquiera.
Nunca se interesó por películas de tipo corriente sin sonido. Les acopló la banda sonora desde nada más que empezar. Recuerdo que la primera banda sonora era de lo más barato. Es fantástico pensar en lo primitivos que éramos en tal aspecto, pero hace ya un puñado de años. Pronto se hizo un experto y tuvo a su disposición uno de los primitivos ferrografs. Más tarde utilizó un Emi y después un ferrograf con estéreo. Después construyó algunas máquinas por sí mismo. Como lugar de trabajo y laboratorio, se las arregló para montar un banco en la trasera de su furgoneta. Los resultados fueron excelentes.
Viajamos mucho cubriendo objetivos que despertaban su fantasía. Intentaba los asuntos más dispares, desde las regatas hasta las subastas de automóviles. Obtuvo un par de premios en Edimburgo, pero en el fondo nunca estuvo interesado en tales cuestiones de fama ni de menciones honoríficas. Había comenzado una nueva ruta en su imaginativa inteligencia.
Fui a verle un día y le encontré rodeado de una serie de libros de texto, algunas hojas de las Inspecciones de Ordenanzas y una guía completa de Inglaterra. En cuanto me vio me disparó la siguiente pregunta:
—¿Has oído alguna vez hablar de la Abadía de Frey, Glyn?
Yo hice un signo afirmativo.
—Vagamente. Creo que está hacia el Norte, ¿no es así?
—Sí. Se encuentra a unas ciento veinte millas de aquí poco más o menos. ¿Qué sabes acerca de ella?
—Pues no mucho. ¿No ha sido allí donde se habló algo respecto a cierta actividad de los duendes?
Mi amigo se puso a reír.
—«Algunos rumores» corren acerca de eso en doce volúmenes. Por todo lo que se dice, es uno de los lugares más encantados de todo el país.
—No estoy muy de acuerdo con eso —le dije—. ¿Y qué si lo fuera?
Alec cerró el libro que tenía en la mano decisivamente.
—Es interesante. Voy a ir hasta allá. ¿Quieres darte una vuelta conmigo?
—Está bastante lejos, Boulter. Bueno, no me importa; iré si quieres. ¿Y qué es lo que vas a hacer allí?
—Tomar películas de los duendes.
Yo me puse a reír; pero después, más en serio, le repuse:
—¿Y cómo vas a arreglártelas para conseguirlo?
—No lo sé en este momento; espero que surja algo que lo sugiera. Echa un vistazo a eso. —Y me alargó unas cuantas fotografías.
Las estuve ojeando una tras otra.
—Supongo que no serán tuyas, ¿verdad? —le dije.
—No, pertenecen a Kevin Hooker. Ya sabes, ese individuo de la sociedad de cine amateur, delgado, con gafas. Estuvo en Frey la semana pasada. Pensó que era interesante hacer una prueba.
—Bien; dile, antes de que lo intente otra vez, que se compre una cámara nueva.
—Bueno —me dijo Boulter—, no le pasa nada a la que tiene. Es una Rollei y funciona perfectamente. Estas fotografías están controladas y proceden del mismo negativo. Son bastante interesantes. Las tomó entre otras; una es de las ruinas, otra tomada a un cuarto de milla de distancia y después otra de las mismas ruinas, y así sucesivamente.
Volví a examinar las fotos nuevamente con más cuidado. Quedaba muy poco que ver de la Abadía. Sólo unas pocas piedras y algunos montecillos en un campo.
—Desmantelaron el edificio original en el siglo XVII —me dijo Boulter—. Supongo que estaban cansados de las manifestaciones. Un prior de la Abadía lanzó un exorcismo sobre aquello. Y fue enterrado una semana más tarde. Todo está en este libro. No resulta demasiado agradable.
Yo fruncí el ceño. Cada fotografía de aquellas ruinas llevaba consigo unas manchas misteriosas. Aquellos parches oscuros parecían no tener relación alguna con el campo de la cámara. Daban la completa impresión de haber sido dispuestos aquí y allá sobre las ruinas de los muros de la vieja Abadía. Aparte de las manchas, la calidad de las tomas fotográficas era excelente y su revelado igual. Evidentemente no había nada que tuviese que ver con los negativos ya comprobados.
—¿Por qué hizo Kevin esas otras fotografías, Alec? —le pregunté.
—Es un viejo truco. Nadie saca fotografías de Frey. Kevin lo sabía. Por eso fue hasta allá.
—¿Quieres decir que eso ya ha ocurrido antes?
—Siempre.
—¡Pero eso es fantástico! —exclamé yo.
—Sí, ya lo sé. Por eso voy a ir.
Yo comencé a mostrarme más interesado.
—Pero tú estás haciendo películas. ¿Se ha intentado antes?
—No podía decirlo. Siempre hay una primera vez para todas las cosas.
* * *
Nos pusimos en marcha al siguiente fin de semana. En el camino fue exponiéndome sus teorías.
—Se dice que hay allí un duende. Yo no estoy de acuerdo con semejante tontería. El lugar ha estado abandonado por siglos y en la naturaleza de los duendes no está el permanecer donde no hay personas. Si la gente supiera más acerca de los duendes no se hubieran precipitado a hacer tales conjeturas.
—¿Cómo puedes decir lo que no está en un lugar abandonado? —le dije. Yo ya estaba haciéndome los más diversos pensamientos y expresando mis propias teorías sobre cosas que están en un sitio precisamente cuando no hay nadie para verlo.
Pero Boulter insistió.
—Para mi forma de ver la cosa, un duende no es un fantasma en absoluto. Al menos en el clásico sentido del término. Es una especie de proyección de energía. En cualquier encantamiento bien documentado encontrarás que siempre hay un niño o un adolescente a quien concierne en alguna parte. La cosa les sigue de un lugar a otro, vayan donde vayan. Eventualmente, la manifestación se desvanece y se aleja. Nunca hay una cualidad de propósito definido en sus acciones. No creo que un duende tenga existencia real fuera de la mente que lo creó. Dicen que emiten descargas de energía y ruidos y cosas por el estilo. No comparto semejante idea. Creo más bien que se trate de fenómenos de telequinesis, etiquetados con un nuevo nombre.
Cuando mi amigo habla así, hay que creerlo.
—Bien, y ¿qué cosas son ésas que aparecen en la Abadía de Frey? —le pregunté.
—No lo sé realmente. Mis suposiciones son puramente elementales.
—¿Y qué son cuando están en su hogar?
—Nadie puede decirlo. Es más una proposición que una definición. Supongo que podrías describirlos como los Espíritus de la Naturaleza. La investigación hecha por las gentes a lo largo de los tiempos ha explicado siempre que son espíritus que nunca habitaron dentro de una forma humana. Una especie de energía que siempre ha existido.
—¿Y es eso posible?
—Explícame qué es la posibilidad y te daré la respuesta.
—Eso me saca un poco de quicio. Yo esperaba una especie de retorcimiento diabólico. Ya sabes, la Casa del Señor siendo asaltada por el Gran Enemigo.
Mi amigo sonrió:
—No mezcles a Dios en esto; eso hace las cosas demasiado complicadas.
Encontramos el lugar sin mucha dificultad. Nos detuvimos en un pueblo próximo, nos tomamos un par de copas y un bocadillo en una taberna pública y dispusimos lo necesario para pasar la noche. Después nos dirigimos hacia la Abadía.
No era nada impresionante ni sobrecogedor. Había muy poco que ver. Caminamos entre los viejos cimientos y saltamos algunos remanentes de los viejos muros, recubiertos de hierba y musgo. No habíamos llevado el coche con nosotros. Boulter planeó el comenzar por la mañana. Descubrimos el mejor sitio para emplazar la cámara y calculamos a pie la distancia en donde podríamos dejar la furgoneta para asegurarnos de que el registro de sonido alcanzara bien. Después, Alec se sacó un paquete de cigarrillos y encendimos uno. Yo me quedé de pie con los hombros encogidos contra el viento fresco del atardecer.
—El problema consiste en que tendremos que fotografiar a ciegas —opiné yo.
—¿Qué?
—No sabremos si podremos captar alguno de esos duendes hasta revelar lo tomado.
—¡Ah, sí, claro! —Boulter pareció preocupado—. Esperabas oír algo en alguna parte, ¿verdad?
—¿Qué clase de cosa?
Boulter hizo un vago gesto en dirección a las colinas y al cielo que oscurecía poco a poco.
—No sé. Una alondra. O cualquier otro pájaro. No hay nada, Glyn, ¿te has dado cuenta?
Yo había ya sentido algo o, mejor dicho, la falta de algo. Escuché cuidadosamente. Aparte de nuestras propias voces no se oía ni el más leve ruido. El viento me acariciaba el rostro, pero incluso el viento parecía volar en completo silencio. Era como si alguna muralla invisible aislara el lugar, dejándolo solo y apartado del resto del campo que nos rodeaba. Miré alrededor a aquella tierra pelada, con unos grandes páramos tras nosotros. En la lejanía, las luces del pueblo comenzaban a parpadear.
—Esperarías el canto de una alondra por lo menos —dijo Alec.
—Ya es demasiado tarde en esta época del año para oírlas —le contesté.
Boulter se encogió de hombros.
—Puede ser. De todas formas, vamos a intentar algo. —Se volvió y se alejó a cierta distancia. Le seguí y me hizo una señal con la mano—. Quédate ahí un momento, Glyn. —Se movió alejándose algunos pasos más, se detuvo y se volvió hacia mí—. ¿Suena mi voz normalmente?
Ciertamente que no sonaba. Yo le repuse:
—Muy débilmente. Suena como si estuvieras hablando a través de un fieltro.
Hizo un gesto de asentimiento, como si las palabras simplemente confirmaran sus sospechas. Caminó otras diez yardas y el efecto se incrementó. Aumentaba rápidamente con la distancia. A sólo cincuenta yardas yo veía su boca moverse y sabía que estaba gritando, pero no me llegaba ni el más leve sonido de su voz. El lugar estaba tan muerto como una cámara anecoica. Comencé a hacer grandes gestos con los brazos y apunté hacia la carretera. Estaba oscureciendo rápidamente y no me hacía ninguna gracia quedarme allí cuando hubiera llegado la noche. Se me unió a la entrada.
—Ésta es la cosa más condenadamente divertida que haya visto —me dijo—. Es el efecto más misterioso de acústica que jamás haya presenciado.
Convine con él en que era ciertamente singular. Esperé que sólo fuese una cuestión de acústica.
* * *
La mañana siguiente se presentó fresca y ventosa. Situamos la cámara en el lugar que habíamos elegido, un montecillo de hierba desde el cual se dominaban las ruinas. Después traje el registrador de sonido desde la furgoneta. Puse un micrófono a pocos pies de la cámara y volví para comprobar el sonido del viento. El altavoz del banco de trabajo aparecía mudo. Comprobé las conexiones. Todas parecían estar perfectamente en orden. Llamé entonces a Boulter. O el efecto enmudecedor había disminuido más aún o la oscuridad de la noche anterior le había vuelto peor de lo que era.
—El registro de sonido no funcionará, Alec. No puedo decir por qué —le dije.
Se aproximó a mí con aquella mirada especial que solía poner al enfrentarse con algún problema. Anduvo manipulando algún tiempo, poniendo en marcha y deteniendo los motores. Los aparatos funcionaban correctamente. Entonces sacó el Avo de la furgoneta, lo comprobó sistemáticamente, lo volvió a su sitio y sacudió la cabeza.
—Debería estar todo perfectamente, Glyn. Inténtalo otra vez.
Puse de nuevo la posición de audio para captar la corriente de aire a través del altavoz de la furgoneta. No había nada que hacer. Boulter tenía un aspecto de hombre chasqueado totalmente. Nunca le había visto vacilar hasta entonces y aquél era su propio equipo. Después dijo:
—Está bien; llévatelo a la furgoneta, ¿quieres, Glyn? No lo desconectes, sin embargo. Quiero que registres la canción de «Mary tenía un corderito». Ponlo allí, en cualquier parte. —Y apuntó en dirección al pueblo.
Yo lo hice mejor que discutir. Boulter nunca hace nada sin una buena razón. Me lo llevé al coche, solté el freno y me volví dando la vuelta por la entrada de las ruinas llevando la furgoneta a cierta distancia. A un cuarto de milla de distancia la máquina funcionaba perfectamente. Aquello me produjo una tremenda sorpresa. Comencé entonces a experimentar. Fijé el micrófono en la ventana, puse en marcha el registro de sonido y me volví conduciendo hacia las ruinas. A doscientas cincuenta yardas el ruido del viento falló en el monitor. A doscientas no se oía nada ya. Repetí la prueba para estar seguro y volví hasta donde estaba Alec. Mi amigo se encogió de hombros.
—Entonces dejémoslo por el momento. No podemos gobernar un micrófono a esa distancia. Deberemos pensar en otra cosa.
—¿Crees que hay algo que podamos registrar?
—Sé que hay algo que no podemos —repuso ambiguamente.
Tomó unas cuantas fotografías de las ruinas, contando conmigo para ir caminando con él y demarcándole las líneas de los viejos muros. Lo dejamos después hasta llegada la tarde, en que repetimos el experimento. Nos volvimos el domingo, tras la última ronda, y Alec envió el negativo de los trabajos para que se hiciesen lo más pronto posible.
Los resultados fueron decepcionantes. Existían en las fotos algunas peculiaridades; en una de ellas el campo aparecía neblinoso por alguna razón que nos resultó desconocida, y con ciertos parches oscuros donde el foco parecía desencajado. Sin embargo, la mayor parte de las fotos eran completamente normales. Yo me encogí de hombros.
—Bien, al menos creo que hemos terminado con el mito. Puedes fotografiar la Abadía. Supongo que nada lo impedirá.
Boulter sacudió la cabeza dudoso.
—Has olvidado el aparato de registro de sonido, que no registra nada. Hay algo allí, Glyn. Voy a ir en el próximo fin de semana. Sí, quiero dar otra vuelta.
* * *
Ocurrió que no pude ir con él en aquella ocasión. Mi amigo hizo además otras dos peregrinaciones por su cuenta. Me llamó por teléfono un mes después de nuestro primer viaje. Parecía excitado en el teléfono.
—He encontrado algo condenadamente extravagante, Glyn. ¿Puedes venir?
Y fui a verle. Había convertido su sala de estar en un razonable escenario en el que había instalado una pantalla, un proyector y un control de luces en los brazos del butacón cómodo en que solía tomar asiento. Tenía en marcha la máquina cuando entré. La conectó rápidamente, rebobinó la película y me dijo:
—Voy a comenzar desde el principio. Creo que encontrarás algo que valga la pena.
Le eché la vista encima a una botella de buen whisky escocés y algunos vasos en una mesita cercana. Hizo un gesto hacia ellos.
—¿Estabas celebrando algo?
—Sí. El habernos abierto camino. Nos tomaremos un trago primero. Pero me gustaría que pusieras interés en la película. Lo que verás tendrá más importancia.
La máquina había terminado de enrollar la película en el proyector y tocó la consola que tenía frente a él para detenerla. Tomé asiento.
—¿A qué estabas jugando? —le pregunté.
Mi amigo escanció las bebidas.
—Con filtros —me repuso—. Estupendo; a propósito, Glyn. He empleado los mejores, tras haber ensayado de varios tipos. Estuve pensando en haber empleado infrarrojos o algo parecido. Utilicé los filtros como último resorte. La respuesta ha sido fácil, Glyn; es un caso de polarización.
—¿Y qué ocurre con eso?
—Los hace invisibles. Bien, deja algo visible de todas formas. Todavía no lo sé completamente. He puesto una pantalla polaroid sobre las lentes. Creo que es más bien efectivo en algunos ángulos que en otros, pero no podía estar seguro. De todas formas, es bastante bueno el resultado. —Se levantó, enlazó el proyector, volvió y lo puso en marcha—. Dime lo que piensas de todo esto.
Se apagaron las luces de la habitación. En la pantalla apareció un cuadrante. Estaba montado sobre una pizarra y bajo ésta aparecía a su vez un dispositivo indicando la fecha. Boulter no era nada sin ordenarlo todo perfectamente con un riguroso método. Entonces me dijo:
—Sabía que el filtro funcionaría porque lo ensayé la semana pasada. Y utilicé el cuadrante del reloj porque había concebido cierta idea de establecer un ciclo de actividad. Tal y como las cosas se han ido desenvolviendo, no había necesidad real de haberlo utilizado. Y verás por qué.
El cuadrante del reloj marcaba las once y cuarto. Pasaron dos minutos de película sin nada especial, y entonces Boulter me tocó el brazo.
—Mira ahora con cuidado.
En el campo existente tras el reloj apareció algo como una forma. Era algo totalmente carente de definición. Sus bordes eran algo pulsátil y movedizo. Era exactamente algo así como una exposición de un jirón de niebla excepto que se movía con mucha lentitud, arrastrándose por la hierba procedente de la parte derecha hacia el centro de la pantalla. Se detuvo al fondo de uno de los muros en ruinas. Boulter se inclinó ligeramente hacia adelante y supuse que algo notable iba a suceder entonces. Aquella forma permaneció unos instantes en el mismo lugar, moviéndose ligeramente; y después saltó...
—¡Buen Dios, Alec! —dije—. Eso es... Está...
—Siguiendo el contorno del muro. Exactamente. Y si me dijeras que cualquier defecto de una cámara tomavistas pudiera proporcionar un efecto así de fascinante, sería cosa de mostrarse agradecido.
Yo sacudí la cabeza.
—Estás en lo cierto, Alec. Esto me deja atónito.
Cuando aquella cosa alcanzó el tope del muro, fue acompañada por una segunda aparición que también entró en escena procedente de la parte derecha. El duende número dos se movía con bastante mayor rapidez y pareció mezclarse con el primero. Después se separaron ambos y dejaron el soporte, flotando entonces en dirección a la cámara, expandiéndose conforme se aproximaban en forma de una estrella o de un pulpo con sus tentáculos neblinosos y negruzcos. Yo respiré profundamente, perplejo, y en aquel momento la pantalla apareció en blanco. Boulter se puso a reír.
—En ese momento detuve el ensayo. No sabía qué es lo que había captado, por supuesto. Es sólo una película de cinco minutos de duración. Volví a hacer dos ensayos más con media hora de intervalo. Ahora vas a ver el segundo.
Esta vez sólo era visible una de las formas. Parecía ir moviéndose a través de la parte alta del muro. Tras unos momentos flotó verticalmente fuera de la pantalla. Los últimos dos minutos de la película no mostraron nada. Boulter detuvo la máquina.
—Se ve que la actividad es bastante constante —opiné—. ¿Qué diablos son esas cosas, Alec?
Se encendieron las luces de la habitación y parpadeé por unos instantes. Boulter tomó el paquete de cigarrillos y me lo ofreció.
—No son nada físico, en el sentido general que damos a este término —me dijo—. No estamos fotografiando nada allí, sino un agujero dentro del cual la cámara no ve nada. Por qué esto afecta a la película virgen dentro de la cámara y no a la retina humana es algo que ignoro por el momento. Pero por lo que respecta a la actividad, fíjate en esto.
Y de nuevo puso la máquina en movimiento. Esta vez las manecillas del reloj se movían lentamente alrededor de la esfera. Yo advertí:
—Detén la acción. ¿Quieres explicarme lo que es eso?
—Diminutos intervalos entre las estructuras. Es lo máximo que he conseguido. Puedo construir un equipo especial para eso. Parece la mejor forma de conseguir una buena observación de lo que pretendemos en Frey en otro fin de semana.
Se observaba una serie de rápidos y oscuros movimientos por todo el lugar. Momentos después, la imagen se desvaneció.
—Ya era anochecido, por supuesto; medio minuto a tal velocidad representaban doce horas de tiempo real. En la oscuridad, las cosas eran todavía visibles, rodeadas por leves halos que la luz del día había prohibido. Por lo que pude apreciar, no cesaba la actividad.
—Unos tipos muy ocupados, ¿eh? —bromeé.
—Eso parece; el domingo fue todavía mayor. Ahora voy a mostrártelo.
La primera aceleración se produjo a una sucesión de forma por treinta segundos, la próxima de quince. A aquella velocidad los movimientos eran más efectivos. Las cosas parecían desplazarse con rapidez y volar de un lado a otro, deteniéndose aquí y allá para mostrar sus vagos perfiles sobre el tope de los viejos muros en ruinas. Entonces fue cuando acuñé la frase mediante la cual tales cosas fueron conocidas después para nosotros y así las llamábamos.
—Cristo, están dando saltos por todas partes como canarios rojizos. Boulter sonrió entre dientes.
—Son una nueva raza. Los canarios de Boulter. Suena bien, ¿no te parece?
La comprobación a cámara lenta continuó. La estuve observando, fascinado, mientras Boulter explicaba las próximas escenas. Había dejado a la cámara funcionar mientras había intentado un nuevo experimento. Había instalado el tablero de controles de la furgoneta de nuevo y dispuesto a su alrededor una estructura de tela metálica que había sido enterrada en el suelo junto con un tubo perforado de cobre relleno de salmuera. Con ayuda del dispositivo, se las había arreglado para registrar una cinta magnetofónica de ensayo. Detuvo el proyector, cruzó hasta el rincón de la habitación y lo puso en marcha. Su voz resonó a través del altavoz algo cascada, como si fuera el registro de un disco fonográfico de cincuenta años de antigüedad.
—Creo que esto ha tenido que molestarlos bastante —me dijo.
—¿Por qué?
—Intenté dar voces aquella tarde. Fíjate lo que hicieron.
Puso en marcha de nuevo el proyector. Aparecieron las formas misteriosas en la pantalla. Esta vez parecía que todas tenían un decidido propósito. Desde los muros se lanzaron al aire y cada una flotó directamente hacia la cámara, extendiendo sus tentáculos, cosa que ya había visto antes. Cada una de aquellas formas llegaba a tapar el campo visual de la cámara antes de desvanecerse para dar paso a otra, pasando por las lentes. Tras algún tiempo, la pantalla quedó en blanco. Boulter desconectó el proyector y se encendieron las luces.
—Bien —dijo—, ahí lo tienes. No sé por cuanto tiempo juegan a la zorra y a la gallina. Yo, lo que hice, fue empaquetarlo todo y volver a casa.
Estuvimos discutiendo la cuestión hasta bien entrada la noche. Boulter se hallaba inclinado hacia la teoría de alguna perturbación electrónica localizada y bosquejó unas cuantas ideas para saber mucho acerca de la cuestión. Yo no estaba tan seguro de lo mismo. Tales ideas no me habían entrado en la mente en la misma forma que él las consideraba; pero aquella progresión de formas misteriosas me tenía fascinado. Hubo una larga deliberación sobre el particular. Boulter se burló de la idea de que en ello hubiese algún peligro.
—No puede haber sensibilidad en la forma que la entendemos —me dijo—. Menor aún de que exista la posibilidad de un cerebro en una aurora boreal. La cuestión es, que podemos atraerlos. Estaremos en condiciones, a partir de ahí, sin muchas dificultades, de llegar a saberlo todo claramente.
Yo sacudí la cabeza con un gesto de duda.
—El viejo abad intentó alguna investigación por su cuenta. No vivió para contarlo más que cinco días. Además, también hubo un monje. Se encerró solo toda la noche en una celda encantada, como un acto de fe. A fuerza de rascar y luchar por salir de ella, se gastó media pulgada de las uñas de los dedos. Lo encontraron rígido como una momia a la mañana siguiente.
—Creo que estás exagerando un poco, Glyn —dijo Boulter—. Yo estoy tan dispuesto como cualquiera, a admitir la existencia de cosas paranormales; pero en este caso, no estamos tratando con ninguna cosa tan compleja como eso. Después de todo, hemos conocido la historia de la Abadía de Frey de segunda mano a través de toda una nube de ignorancia y de superstición. Cualquiera de esas cosas chocantes puede ser atribuida probablemente, en el uno por ciento a los canarios y el noventa y nueve a la autosugestión, la auto-hipnosis, llámalo como quieras. Esto es una perturbación electromagnética de alguna especie. Lo prueba la conducta del registrador de sonido. Está localizada y tiene algunas características condenadamente interesantes. Por ejemplo, esas cosas que se suben por las piedras. No se puede sacar en conclusión la posibilidad de un efecto estático allí. Si tú ves un balón que sube por mi brazo y no tienes conocimiento de la electricidad, me tomarías por un mago. —Y soltó la carcajada—. El viejo Ronnie, ya le conoces, el que una vez pronunció una conferencia en el club, estaba hablando conmigo en el laboratorio poco antes de venir tú. Le estaba hablando de un nuevo efecto óptico que estábamos empleando. Me ha ofrecido quinientas libras en el acto por las lentes que estábamos utilizando.
Dispusimos el volver a Frey otra vez durante la próxima vacación del fin de semana. Yo tenía una gran fe en la capacidad de Boulter para resolver la situación. La cuestión me dio muchas vueltas en la cabeza la semana entera. Supongo que las Aves Boulter se han aferrado bien a la mente de ambos.
* * *
Esta vez sólo montamos el aparato de registro de sonido. Hicimos unas cuantas pruebas con la consola protegida por su jaula de un aspecto algo singular y después Boulter dispuso el micrófono sobre un trípode y en un reflector parabólico. No sé qué es lo que resulta de ese montaje; pero mi amigo parece estar muy cerca de adivinar la mejor forma de alcanzar su investigación fundamental. Observé cómo avanzaba el dispositivo de registro de sonido mientras que Alec lo movía lentamente, rebuscando por toda la zona de hierba de los cimientos de la Abadía. Se había tomado la molestia de calibrar el micrófono de tal forma, que en todo momento supiera a donde dirigirlo. No tuvimos suerte en el primer intento y entonces, Alec dispuso unos postes numerados a distancias medidas desde el trípode. Al mirarlos y actuar desde allí, podía disponer de un alcance mayor en la experiencia. Me explicó que estaba intentando captar lo que hubiese a una distancia de cuatro pies del suelo y calcular el término medio de la altura aparente de los canarios. Comenzó a mover nuevamente el reflector.
—He estado imaginando si hemos querido conseguir imágenes reales o virtuales —me dijo—. Esto, al menos, debería dar la respuesta.
Estaba a punto de preguntarle cómo podía estar seguro de que los canarios emitiesen algo, cuando el medidor de sonido sufrió un retorcimiento especial. Le cogí del brazo y Alec miró hacia abajo. El aparato señalaba en dirección a la parte más alta de los viejos muros, allí donde habíamos visto la mayor parte de los efectos. Traté de oír algo; pero no se oía nada. El calibrador indicó cero y tomé con la mano el dispositivo enfocándolo al sitio deseado. Obtuvimos la emisión de sonidos por medio minuto antes de que se desvaneciera. Boulter volvió a poner el dispositivo en la base del muro y recogimos algo más inmediatamente. Me quité los auriculares y le dije a mi amigo:
—¿Qué pasa, Alec? No puedo oír nada ahora...
Boulter frunció el seño. Estaba intentando manipular con el reflector y mantener un ojo sobre el calibrador de sonido.
—Deja correr la cinta, Glyn, a 15 por segundo. Creo que es preciso. No pueden ser subsónicos si queremos seguirlo con un espejo parabólico tan pequeño como éste. Tiene que ser alta frecuencia. Sin embargo existe una endemoniada amplitud. Ah, mira cómo se mueve esa aguja... No es de extrañar que nuestros oídos estén como cerrados con llave.
Estuvimos registrando durante unos diez minutos y después pasamos la cinta magnetofónica. Cerré el dispositivo y Boulter cerró a su vez el equipo y sacó unos cigarrillos. Ninguno de los dos nos sentíamos satisfechos realmente.
—Supongo que hemos vuelto a molestar de nuevo a esas cosas —le dije.
Miré hacia las ruinas, de color marrón entonces a la luz del sol. No se veía nada. Boulter se puso a reír.
—No deberías preocuparte demasiado, Glyn. No hay en realidad nada por lo que preocuparse.
De repente se produjo un golpe seco y metálico y el trípode cayó sobre la hierba. Boulter se movió con mayor rapidez de lo que yo había visto jamás en él. Yo estaba sentado cerca de la prominencia en donde habíamos puesto por primera vez la cámara y Boulter vino volando a sentarse a mi lado.
—¡Baja de ahí, Glyn!
—Pero ¿qué diablos...?
Me dio un tirón y tuve que bajar de allí de todas formas. Alec miró atentamente a su alrededor. Después me dijo:
—Hay algún bastardo que nos está disparando...
—¿Qué?
—Mira eso —me dijo—. Ha estado a punto de destrozarlo todo. —Y apuntó hacia el trípode donde pude ver una brillante marca que había desgarrado la montura. Bajo ella, la montura de madera presentaba una larga estría. Yo la miré fijamente con la mayor incredulidad.
—Bien —le respondí— es como si ese disparo viniese directamente desde encima de donde nos encontramos.
Ambos miramos hacia arriba en una de esas estúpidas e involuntarias acciones. El cielo aparecía vacío, por supuesto. Nos quedamos donde estábamos. La tensión comenzó a subir de grado. Después de todo, resultaba aquello una situación inquietante y disparatada. Nosotros dos allí, las ciénagas y pastizales a nuestro alrededor, desiertos, las ruinas de la Abadía, el brillante coche de mi amigo en la distancia y un tirador, aparentemente aéreo, esperando otra oportunidad de dispararnos... Tras pasado un rato, Boulter se irguió, frunció el ceño y comenzó a andar mirando cuidadosamente por el horizonte con las manos apoyadas en las caderas. Después llamó. Su voz tenía la misma cualidad evanescente que hubimos notado en la primera tarde que visitamos la Abadía de Frey.
—Ven aquí, Glyn —me dijo—. Así aparecerás más grande si nuestro deportista amigo tiene otra ocurrencia de la misma brillantez.
Soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás, como si hubiera producido la broma del siglo. Y añadió:
—Nadie dispara a la gente en un páramo cenagoso abierto como éste en los días que vivimos, Glyn. Estamos en el siglo XX.
Recogí el trípode y con los dedos comprobé la marca dejada en la madera. Todavía tenía el mal presagio de que tenía a alguien a mi espalda:
—Entonces... ¿quién hizo esto?
Mi amigo se encogió de hombros.
—Eso tiene que haber sido producido por un granizo solitario.
Y esa fue toda la explicación que se le ocurrió darme.
Pronto recogimos todo en el coche. Yo casi había perdido todo el entusiasmo en el proyecto. Nos dirigimos hacia el poblado cercano e hicimos una comida. Entonces, de la forma más sorprendente, Boulter decidió dirigirse al sur aquella noche. No discutí con él. Ya había visto lo bastante en Frey para una semana, por lo menos.
Llegamos relativamente pronto a la casa de Alec y allí pasamos la noche. Para cuando me levanté a la mañana siguiente, ya se había tomado el desayuno y andaba moviéndose en el taller. Tenía allí instalado un banco de pruebas de velocidad variable, y allí comenzamos a oír los sonidos.
Yo estaba todavía tomándome el mío cuando vino y me llevó a escucharlos. Había calculado la frecuencia de las emisiones y lo había hecho desde 15 hasta 20 kilociclos. Conectó el aparato y el registro de sonido. El altavoz de la pared comenzó a sonar. Se oía un sonido extravagante, ondulante y temblón. Era como un coro de cantores que quisieran dar el do de pecho y no lo consiguieran. Pero así y todo, no parecían cantores humanos. Aquello me produjo mayor impresión que las que me había producido el registro visual de la cámara tomavistas; pero Alec parecía entusiasmado. Trató de decirme que volviera a Frey otra vez con él. Tenía una serie de cosas que le gustaría descubrir todavía.
Yo rehusé. Mis nervios comenzaban a estar desquiciados.
—De cualquier forma, estoy comprometido hasta el próximo fin de semana —le respondí.
Boulter se echó a reír.
—¿Quién ha hablado del fin de semana? Voy a volver esta misma noche.
Le di toda clase de explicaciones y razones respecto a mi punto de vista sobre la proposición. Intentó hacerme cambiar de opinión; pero es como si le hubiera hablado al Peñón de Gibraltar. Le dejé a poco, todavía algo furioso respecto a sus disparatadas ideas. Aparentemente, deseaba comunicarse con los canarios. Y se las arregló para hacerlo; aunque no precisamente, del todo, en la forma en que lo había pensado.
* * *
Era a mediados de semana cuando tuve noticias de Alec. Creí oír que su voz sonaba alterada en el teléfono. Aparecía más bien un tanto misterioso, y me pedía sólo si me gustaría ir a verle para ver algo realmente notable. Estuve conforme. Y me dijo una cosa curiosa, antes de colgar el teléfono:
—Ven cuando estés dispuesto, Glyn, no creo que haya ningún riesgo.
Por mi parte colgé el receptor y me quedé mirando al aparato. ¿Riesgo? No me gusta ni oír pronunciar siquiera semejante palabra. ¿Qué riesgo y por qué aquella noche? Acabé por encogerme de hombros. Boulter era difícil de entender y con frecuencia, incomprensible. Y busqué la chaqueta.
Me encontraba a la puerta de mi piso, echando un último vistazo antes de apagar las luces, cuando se produjo un ruido infernal de vidrios rotos en el cuarto de baño. Me precipité hacia él, pensando en algún gato o algo que se hubiera colado por la ventana. No había nada. Al principio no tuve en cuenta el ruido, después vi mi espejo, en que solía afeitarme, aplastado totalmente. Los fragmentos se hallaban esparcidos por todo el cuarto de baño. El mayor no era más grande que un guisante. Recogí uno y lo examiné perplejo. Mientras me encontraba así, se abrió la puerta de la alacena de la pared y las botellas de agua de colonia y las brochas comenzaron a volar sobre mi cabeza. Salí disparado, cerré la puerta del piso de un portazo y me dirigí al coche a todo correr.
Era una noche desagradable, fría y con una lluvia ligera y molesta. Por el parabrisas busqué el auto de Boulter. Me volví hacia su casa y apagué el motor. En aquel preciso momento, se produjo un agudo impacto y mi coche se inclinó de un lado a otro sobre sus muelles de amortiguación. Me sentí perplejo de nuevo. Ya eran dos veces las que tenía un vehículo frente a mí y lo sucedido había sido achacado a un granizo solitario. Recordé el ataque proferido al trípode del micrófono en Frey. Se veía que tenían mi número de matrícula, dondequiera que «ellos» estuviesen.
Algo me dijo que Boulter no debía hallarse muy lejos. Toqué la manecilla de la portezuela del coche y se escapó de la mano, al abrirse violentamente. Eché a correr hacia la casa encogiendo los hombros contra la lluvia.
Boulter me abrió la puerta. Estaba fumando cuando llegué hasta ella y comprobé que no se había afeitado. No empleó tiempo en preliminares de ninguna especie.
—Vamos, Glyn, quítate esa chaqueta y ven conmigo. Esto es digno de ver, pero no sé por cuanto tiempo lo tendremos.
Mientras le seguía, vi cómo aparecía bajo la alfombra un hueco abombado. Se desplazó de prisa hasta el final del corredor. Alec me abrió la puerta de su sala de estar y una guía de teléfonos salió volando de la mesita donde tenía el aparato. Dio una vuelta airosa por la estancia, pasó por sobre su cabeza y cayó pesadamente en el lugar que anteriormente ocupaba.
—Bah, es un truco de circo. No dejes que te asuste —me dijo.
Yo le seguí y cerró la puerta tras de mí. Instantáneamente comenzó a oírse una serie de golpes en ella como un trueno constante. Vi cómo se abombaban los paneles de la puerta por la fuerza de los golpes. Boulter gritó:
—¡Oh, callaos! Estoy hablando.
El ruido desapareció como por encanto. Tomé asiento y le dije:
—Así, es cierto que fuimos atacados el otro día ¿no es verdad?
Alec levantó la vista del proyector que estaba preparando y me repuso:
—Bien... sólo indirectamente.
—Entonces acabo de ser atacado de nuevo, indirectamente.
—¿Quién, tú? —me preguntó incrédulo.
—Bueno, el coche. Tiene una buena abolladura en el parabrisas. Y a pesar de tu cinismo bien conocido, mi piso ha sido tomado por asalto por un duende. Y por lo que veo, también tú tienes uno por aquí.
—Era algo que se esperaba. Pero no hay peligro ninguno. Creo que puedes estar mejor fuera de aquí de todas formas, yo estoy asegurado.
Me pregunté sobre qué estaría hablando. Después, vi que tenía la cámara y el micrófono instalado dando cara a las altas ventanas.
—Oye, Alec, ¿a qué diablos estás jugando ahora?
Acabó con el proyector, se acercó a mí y aplastó el cigarrillo en el cenicero. Encendió otro y se sentó.
—No me interrumpas, Glyn. Después harás las preguntas que quieras. Quiero hacerte una completa exposición del asunto con la mayor rapidez posible, rellenando los huecos aparentes que hay en todo esto. Volví a Frey el pasado domingo, como dije que lo haría. La película fue obtenida el lunes. Los resultados han sido obtenidos esta noche. Tendré que pedirte que me ayudes a pasarla. Como he dicho, deseaba instalar una especie de comunicación. Cambié de opinión respecto a las cosas no sensibles. Y lo hice, precisamente, tras nuestro último viaje a la Abadía. Mi razonamiento fue así: Los canarios —los llamaremos así a falta de mejor término—, emiten frecuencias de hasta veinte mil ciclos. No son sonidos que podamos oír; pero pueden ejecutarse. Eso es suficiente para nuestro propósito presente. También, parecían atraídos por cualquier perturbación electromagnética en su zona. Y decidí tener una charla con ellos.
—Pero ¿cómo diablos...?
—Pues es comparativamente simple. Construí un generador de señales. Y les disparé veinte kilociclos por segundo con una clave Morse.
Me quedé mirándole fijamente. Estaba comenzando a ver la razón de todo el trastorno.
—Pero, tú payaso chiflado, has podido acabar con los dos... Boulter sacudió la cabeza impaciente.
—No lo creo así. Como estaba diciendo, les hice esa señal directa. Les envié una progresión aritmética, uno, dos, tres, cuatro y así sucesivamente, después algunos esquemas geométricos, cuadrados y cubos de los números en pequeñas series de cifras.
A despecho de mi sorpresa, me encontré realmente interesado en la cuestión.
—¿Y cómo pudiste comprobar los resultados?
Alec puso en marcha el proyector. Vi que había dispuesto los datos de nuevo en una pizarra de fondo y esta vez de forma que los números pudiesen percibirse bien.
—Esto fue antes de que les dirigiese la señal —me dijo—. Como verás, una de esas cosas está en el campo de la cámara.
La pantalla se quedó en blanco y Alec apagó el proyector por un momento.
—¿Puedes manejar el registrador de sonido, Glyn? Bien, puedes acercármelo aquí al sillón y yo lo controlaré. Después puedes mirar a la pantalla.
Hice lo que había pedido. Cuando estuve sentado de nuevo, Boulter me dijo:
—De acuerdo, ponlo en marcha. Esto es un registro ya tomado, por supuesto. Yo disminuí su velocidad como hice al principio y volví a registrarlo de nuevo.
Oí su voz en el altavoz un tanto distorsionada como la había oído anteriormente en la Abadía de Frey.
—Cámara en marcha. Primeras series transmitidas. Progresión aditiva en unos.
Aquellas voces embriónicas comenzaron a dejarse oír en tonos altos, como los cantos de ciertos pájaros. El proyector comenzó a funcionar, mostrando lo que ya era usual y que había tomado al mismo tiempo. El sonido disminuido no parecía tener relación con la imagen, desde luego; pero la película confirmó que era el rastro que ya había sugerido. Aquellas cosas estaban presentes en grandes cantidades. Parecían estar agitadas y se subían y bajaban rápidamente a los salientes de las piedras. Dejé correr el registrador de sonido y Boulter sincronizó el aparato con el proyector. Tras cada transmisión, desde el generador que había puesto en marcha, cambiaba el número puesto sobre las tomas, produciéndose así períodos de quince minutos de acción retardada. Se hacía evidente, que los canarios habían sido enormemente excitados por las señales. Sus movimientos se hicieron más y más rápidos y pronto llegó a ser una masa flotante dirigida hacia el origen de la perturbación que les molestaba y que ya habíamos visto antes también. Esta vez, el movimiento fue demasiado rápido para la cámara. Boulter alargó la mano y puso el proyector a marcha más lenta. Observamos cómo aquellas formas con aspecto de medusas se lanzaban hacia nosotros, se cernían un instante y se desvanecían. Boulter se puso a reír.
—Son poco bonitas vistas de cerca ¿eh?
Yo me encogí de hombros y estuve de acuerdo con él.
—Para cuando había hecho el noveno ensayo —dijo Alec—, que era el fin de las series tomadas, las cosas se habían puesto al rojo vivo. —Entonces volvió a acelerar el proyector, puso el número 9 en la pantalla y me hizo un gesto para que se pusiera en marcha el sonido—. Ésta era la progresión cúbica. Por si no la recuerdas ahora, la progresión es de 2, 8 y 512. —Su voz se oyó por el altavoz en aquel momento—. «Noveno ensayo, una progresión cúbica a partir del número 2. Parcialmente completada». Me detuve a partir aproximadamente del 200 en la tercera cifra. Lo tenía ya, ellos golpearon el generador desde unos cincuenta pies. Y tomé esto inmediatamente después.
El proyector mostró un relampagueante torbellino de oscuros movimientos. El sonido correspondiente era algo irreal. Era como si cientos de aquellas cosas estuviesen presentes, piando y emitiendo tonos en su mejor forma. Se produjo igualmente otro ruido que no había yo escuchado antes. Era mucho más bajo que la emisión normal, sonando por comparación casi ronco; era un sonido espeluznante, fantástico, sonido que hizo que se me pusiera la carne de gallina.
—Son ciertamente los canarios que están muy contrariados —dijo Boulter entonces.
Se terminó la película, mi amigo detuvo el proyector y las luces se encendieron. Yo cerré el registro de sonido, y me alegré bastante de haberlo hecho. Se hizo un denso silencio entre ambos durante algún tiempo. Yo estaba intentando digerir lo que había estado viendo.
—Bien, Alec —dije—. Has sacudido un nido de avispas, no hay duda. Fueron ellos los que golpearon el micrófono aquel día. Y lo hicieron sobre el generador de señales el lunes. —Mi voz se alzó ligeramente—. Y algo mejor que eso. Te siguieron hasta tu casa. Y todo lo que se te ocurre es llamarme por teléfono, para que vinieran hasta la mía. Parece que han extendido su campo de operaciones. Debí haberte escuchado más pronto.
Saqué un cigarrillo. Creo que entonces lo necesitaba. La mitad de la habitación, es decir en medio de ella, la luz resultaba bastante brillante; pero alrededor de las paredes las sombras parecían reunirse como arrastrándose, espesándose y volviéndose más oscuras. Yo miré fijamente aquella evidencia tan inesperada en el siglo XX y los aparatos producto de la ciencia humana allí presentes, la cámara, el registro de sonido y el micrófono. Creí que me encontraba inmerso en una especie de sueño. Pero era lo bastante real para no engañarse. Creo que dije con una voz temblorosa:
—Si alguna vez ha habido hombres encantados, somos nosotros.
Alec se quedó quieto por unos instantes.
—Sí, sé lo que te dije, Glyn. Todavía lo sigo creyendo.
—Pero ¿qué vas a hacer ahora?
Se levantó y se inclinó sobre la instalación del registro magnetofónico. Dejó correr los carretes, después los detuvo y puso en marcha el aparato a velocidad normal. El altavoz comenzó a emitir una nota aguda y firme.
—Cuatro mil ciclos. A esta velocidad no reaccionarán.
Yo experimenté una sensación desoladora.
—Mira, esto no es un pacto de suicidio. ¿Qué diablos te propones?
—Están irritados, Glyn —repuso—. Se resienten de la perturbación que se les ocasiona. Tal vez no les guste que nadie tenga cualquier comprensión real de su existencia. Pero hay una esperanza. La de que no están furiosos con nosotros. Y para mi forma de ver la cuestión, sólo hay un método de descubrirlo. Ellos han rastreado algo de lo que se resienten y que se encuentra en esta habitación. Tenemos que encontrar la profundidad y el resentimiento que les guía. Y la dirección de ese resentimiento. No dudo de que ya nos habrían matado de haberlo querido. Si lo hacen, será una lástima. No creo que lo deseen. Si nos dejan vivos, podremos dormir tranquilamente de nuevo. Es la única salida.
Alargué mi mano para cogerle la muñeca; pero ya era demasiado tarde. Ya había accionado el control de la velocidad. La nota que emitía el aparato magnetofónico subió de intensidad, se convirtió en un silbido, un murmullo y se desvaneció en supersónicos. Intenté echar mano del aparato; pero Alec me apartó a un lado.
—¡Estás completamente loco! —le grité. Me avalancé hacia él y luchamos. Ambos caímos por el suelo. Y entonces ocurrió.
La puerta y las ventanas resonaron con una serie de golpes terribles, como si todo estuviera saltando hecho pedazos. Después, se oyó el último estampido y la puerta, deshecha de verdad se abrió de par en par. Las ventanas, con los marcos y cristales, explotaron hacia adentro en una verdadera implosión, con una lluvia de fragmentos entremezclados. Vi como el aparato magnetofónico saltaba por el aire y se quedó en una situación imposible en un rincón, mientras que el proyector y los demás aparatos parecían estar siendo demolidos a golpes provinientes de un batallón de fantasmas. Me quedó sólo el tiempo de ver la cámara venir volando hacia mí, después se produjo un chispazo cegador y las luces quedaron todas apagadas al instante. Me quedé tumbado en el suelo en plena oscuridad, mientras me parecía oír una bandada de gorilas que lo estaban haciendo todo añicos. El aire daba la impresión de ser sofocante y espeso y las oleadas de presión me sonaban en los oídos como verdaderos estallidos de obuses en plena acción de guerra. Oí la voz de Boulter decir débilmente:
—No te muevas. No intentes ponerte en pie, ni dirigirte hacia la puerta... Ni a ningún sitio.
Hice lo que Alec me dijo. No creo que hubiera podido hacer otra cosa; estaba paralizado por el espanto.
La destrucción pareció continuar por toda una hora, aunque tal vez no durase más de diez minutos. El ruido comenzó a menguar. Mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y vi las cortinas ondear sobre las ventanas hechas una ruina, de un lado a otro como algo invisible que fuera echándolas aparte. Por fin se hizo el silencio y cesó todo movimiento. Boulter se incorporó. Vi su silueta contra la escasa luz que provenía de las ventanas. Y me dijo con calma:
—Bien, ahí lo tienes. En alguna parte se ha producido un corto-circuito.
Más tarde, cuando habíamos quitado lo más importante de en medio y los objetos de dural y vidrio, que en forma de pedazos irreconocibles habían sido la instalación electrónica de Boulter, condescendió a explicarme por qué seguíamos todavía con vida.
—Lo había calculado más o menos, tras aquel incidente del disparo en el trípode. Esas cosas son entes sensibles y están muy irritadas. Pero ahora han llegado al límite. Supongo que cualquier inteligencia se comporta así, excepto el Principio Motor. Por ejemplo, ellos pudieron haber detenido las operaciones con mucha más facilidad yendo por nosotros esta mañana. Conforme estábamos allí, éramos una fácil presa. Pero de alguna manera no pudieron aceptar nuestra radiación como agente motivador. Se limitaron simplemente a volar en dirección a la cosa que pudieron detectar. En aquel caso, fue el micrófono. Más tarde, la señal generadora. Y ahora, por supuesto, han arramblado con todo. Es una lástima, porque tenía cosas buenas en mis equipos. Pero son sólo máquinas, Glyn, sólo máquinas. En todos los siglos que han vivido, sin que nadie les diga la edad que tienen, nunca han llegado a términos de comprensión con el cerebro humano. Tal vez lo hicieron alguna vez; pero debieron haberlo olvidado. Sencillamente, lo ignoro. No sé si han comprendido las progresiones tampoco, o si su reacción fue simplemente hacia la emisión de sonar. Es una verdadera lástima; me habría gustado saber mucho más del asunto; pero creo que no volvería sobre los pasos andados, aunque pudiera permitirme el lujo de hacerlo de nuevo. Creo que la próxima vez nos retorcerán el cuello...
Ni que decir tiene que tal sentimiento lo compartí de todo corazón con mi amigo Alec Boulter.
Por lo que a mí concierne, aquí termina todo. No he vuelto más a Frey, ni tengo la menor intención de hacerlo. Creo que viviré en paz, mientras que me mantenga alejado de los «Canarios de Boulter». Pero me consta que siguen allí, la idea ya no tiene nada de fantástico para mí. Es un hecho real.
Por lo que sé, Boulter ha olvidado la totalidad de la cuestión al poco tiempo. Le gusta estar en permanente actividad y poner en práctica siempre nuevas ideas. Hace poco tiempo, oyó algo respecto a los impresionantes experimentos con las emisiones de luz del láser que se estaban llevando a cabo en los Estados Unidos y ya está pensando en encontrar un sucedáneo de las materias primas más importantes, con objeto de tener para sí un equipo de rayos láser. Estoy seguro que lo hará; tras lo que hizo en la Abadía de Frey, los rayos de la muerte parecen positivamente destinados a ser un instrumento casero.
UN PARAÍSO OLVIDADO - Dan Morgan
AVID Philips se balanceaba en una mecedora, respirando el aire tibio y perfumado de Lequin, sin un gran gozo por su parte. Si pudiera haber pensado de sí mismo en otra distinta forma que la de un urdidor de patrañas intergaláctico, tal vez le hubiese ayudado en algo.
La casa de Das Tyghil se alzaba al borde de un claro, entre un lozano y verde bosque. Mirando hacia abajo desde la balconada, Philips pudo contemplar los chiquillos desnudos, hermosos como querubines, jugando al otro lado del bosque. Subían y bajaban por los árboles, mientras que sus risas se entremezclaban con el dulce piar de unos pájaros como joyas resplandecientes y multicolores.
El Turismo Interplanetario pagaría a Philips un abultado cheque por obtener una descripción escrita a máquina del sueño paradisíaco que era Lequin, cuando volviese a la Tierra. Tras aquello, en seis meses o un año, el primer crucero del TI, saltaría al hiperespacio para llegar en órbita a Lequin y desembarcar a sus pasajeros. ¡A sólo treinta y seis horas de distancia mediante uno de nuestros lujosos navíos hiperespaciales!, diría uno de aquellos lujosos y elegantes folletos de propaganda, ilustrado con fotografías de Philips. Y unos hombres pálidos, achacosos y con rodillas temblonas, acompañados de mujeres obesas, vestidas extravagantemente con sus joyas y sus maquillajes fantásticos se dejarían caer en aquel paraíso olvidado. ¡Haga nuevas e interesantes amistades... Conozca a gentes de nuestra misma especie en los románticos ambientes de un nuevo Edén! Los turistas serían conducidos en rebaños a los hoteles recién construidos del TI y servidos por un personal recién entrenado de Lequin en el arte de cocinar las hamburguesas, la pizza italiana y las más delicadas comidas orientales de la Tierra. ¡Tome alimentos extraterrestres en uno de los más bellos lugares fuera de nuestro mundo!, escribiría Philips.
Philips era un buen explorador, con una larga práctica de adquirir amistades y en influir en el carácter de las criaturas extraterrestres, y como de costumbre, había ido preparando adecuadamente el terreno. Los habitantes de Lequin se hallaban ya dispuestos a dar la bienvenida a la plaga de langosta procedente de la Tierra, en forma de turistas. Siempre se las había arreglado para suavizar los ligeros reproches que le había hecho su conciencia, pero esta vez la cosa era distinta. Una oleada de aturdimiento y malestar le invadió y apretó los brazos contra la butaca. ¿Para qué molestarse en trabajar por un sustancioso cheque que nunca iría a cobrar?
La sacudida que sufrió al salir del hiperespacio cerca de Lequin había confirmado lo que sospechaba desde hacía algunos meses. En quince años de explorador, había visto ya la enfermedad del Hiperespacio afectar a otras gentes; pero por su parte había seguido creyendo que personalmente tenía una especie de inmunidad contra ella. El complejo mente-cuerpo acababa irremisiblemente por sufrir el castigo de los saltos al hiperespacio y se mostraba antes de comenzar el proceso de deterioro más allá de un punto irreversible y donde entonces comenzaba a acelerarse. Era como si en cada salto al hiperespacio, algo del ser de una persona quedase tras ella, hasta no quedar nada sobre cuya base poder seguir viviendo. Si Philips se quedaba en Lequin duraría aún dos, tres, tal vez cuatro meses antes de que la oscuridad se cerrase sobre él para siempre; pero le quedaba muy poca oportunidad de vivir, con tan sólo un salto más en el hiperespacio, Sonrió con una amarga mueca de ironía. Se había prometido a sí mismo, durante años, que un día se guardaría un planeta para sí, donde vivir a placer por el resto de su vida. Lequin pudo muy bien haber sido aquel planeta. Contenía todas las cosas que necesitaba y quería. Hasta entonces, apenas si había podido hallar nada que poner en el debe de su informe. La radiación estaba por debajo del nivel medio de la Tierra. Los naturales de Lequin tenían muy poco interés por las ciencias; su cultura era básicamente pastoril y bucólica. La atmósfera contenía un porcentaje ligeramente más alto en oxígeno que el de la Tierra y una menor densidad de microorganismos ninguno de los cuales parecía ser nocivo para los terrestres. Los propios lequinianos eran una raza de humanoides, hermosa y gentil, amistosa y confiada hasta un grado notable. De nuevo, Philips creyó ver los folletos de propaganda del TI: ¡Viva como un rey, con maravillosas mujeres que sólo esperan satisfacer sus menores deseos!
Claramente habría empleado allí el resto de su vida; pero si quería mantener un historial de explorador profesional, debería enviar de vuelta su nave hacia la Tierra en automático llevando con ella toda la información recogida.
De repente, las risas de los chiquillos desaparecieron como por encanto. El coro formado por los pájaros se hizo más agudo emitiendo una sonora nota de alarma. Philips se puso rígido en su sillón y miró a través de la explanada. Los niños continuaban todavía allí; pero había cambiado por completo la naturaleza de sus juegos. Con un súbito escalofrío, observó los silenciosos y repentinamente siniestros movimientos de aquellas figuras desnudas. Cada uno llevaba en la mano un largo y brillante cuchillo, como el que pendía de la chimenea de la casa de Dras Tyghi. Aquellos cuchillos no eran juguetes. Uno de los chiquillos estaba desarmado, el único que permanecía temblando en el centro del grupo convergente de los atacantes.
Philips se puso en pie, con las manos crispadas en la baranda. El grito de aviso que brotaba de su garganta, cambió por un gesto de horror, al ver que los chiquillos atravesaban a cuchillada limpia al que estaba en el centro desarmado. Aquellos enormes cuchillos apuñalaban sin piedad a plena luz del día y lo hacían con una mortal y asesina eficacia. La víctima cayó pronto al suelo. Philips se precipitó para salir fuera de la casa. Aquella criatura tirada en el suelo, no podría sobrevivir mucho tiempo.
Con el estómago contraído con una sensación de náuseas, Philips se apresuró atravesando el dormitorio, después por el corredor y bajó precipitadamente la escalera. Al pie, le esperaba su anfitrión.
—Esos niños... ahí fuera, junto a los árboles. ¡Están matando a un compañero de juego!
Dras Tyghi, alto y de hermoso aspecto, vestido con su túnica escarlata, levantó una mano en señal de calma.
—Es un juego... son los chiquillos que se entretienen. Nada más.
—¡No! Era un juego... pero ahora, es algo más. Véalo usted por sí mismo. —Y Philips se asomó a la ventana más próxima.
La mano de Dras Tyghi se posó en su hombro reposadamente.
—El sol de la tarde, suele ser decepcionantemente fuerte. Vamos, no se preocupe usted por eso.
—Pero... es que no lo comprende —protestó Philips—. ¡Tienen cuchillos!
Dras Tyghi sonrió suavemente.
—Juguetes... Usted me ha dicho que los niños de la Tierra a veces se entretienen con juegos violentos.
—Pero la nuestra, es una cultura violenta —dijo Philips—. Usted dice que siempre han vivido en paz en Lequin, unos con otros.
Dras Tyghi se encogió de hombros.
—En los tiempos registrados por la historia. Pero ¿quién sabe lo que pudo ocurrir en la prehistoria? Tal vez los juegos violentos son un brote esporádico de un recuerdo arquetípico.
—¡No! Esto no era ningún juego. Vi la sangre correr. —La voz calmosa del extraterrestre resultaba casi hipnótica; pero Philips continuaba insistiendo.
—El jugo de la baya peytru resulta de un aspecto impresionante; pero se desvanece con facilidad. Su horrible efecto, parece divertir a los chicos. —Dras Tyghi condujo al hombre de la Tierra hacia el arranque de la escalera—. Olvide esto, amigo mío. Ah, estaba a punto de decirle que mi esposa ha preparado un plato de trefygal para la delicia de su paladar.
La imagen de aquel delicioso merengue de color de rosa le hizo la boca agua; pero no fue suficiente como para apartar a Philips de su idea obsesiva. Una especie de timbre de alarma resonaba insistente en su mente exploradora. Hasta entonces los habitantes de Lequin habían sido personas amables que habían cooperado en todo; todas las puertas se le habían abierto. ¿Por qué estaría Dras Tyghi tratando de que no creyese en la evidencia de sus propios ojos?
—Lo siento, Tyghi, pero es preciso que vea por mí mismo qué ha ocurrido junto a los árboles.
—Por supuesto, querido amigo, si eso le parece tan importante —repuso el extraterrestre al punto, con tanta naturalidad, que hizo a Philips vacilar. Tal vez se había pasado de raya en sus sospechas y se estaba comportando como un estúpido.
—Iremos allí ahora mismo... después volveremos y nos tomaremos el trefygal —añadió Dras Tyghi mientras se encaminaba al lugar de lo sucedido.
Dieron la vuelta a la gran casa de Dras. Philips maldecía en su interior la formalidad lequiniana que le obligaba a caminar con la misma pausada y digna marcha que su compañero. Ante sus ojos, a poco apareció el lugar en que habían estado jugando los chiquillos.
—Se han marchado —comentó Philips.
—Bien, en tal caso, ¿por qué preocuparse? El trefygal estará a punto antes de quince minutos.
—No. Es preciso que lo vea bien —insistió Philips.
No había el menor movimiento a su alrededor mientras se dirigían pisando por la esponjosa hierba en dirección a los árboles. Las sombras se alargaban. Philips se detuvo con otro sobresalto en el estómago. La hierba, en el lugar de lo sucedido, estaba manchada de rojo.
—Debió de ser aquí donde estuvieron jugando —dijo Dras Tyghi—. Sí, comprendo. Desde la balconada tiene usted una amplia visión del panorama.
Philips se inclinó para examinar la hierba manchada de rojo. Mojó un dedo y comprobó el espesor del fluido que había tomado entre los dedos.
—El jugo del peytru se espesa muy lentamente —comentó con toda naturalidad Dras Tyghi.
—¿Y la sangre? —Philips se limpió cuidadosamente los dedos en un trozo de su pañuelo de bolsillo; pero lo espeso de aquel líquido parecía continuar.
Dras Tyghi se puso a reír.
—Vamos, amigo mío. Esta broma creo que ha ido ya demasiado lejos. Si ese ataque que usted imagina fue algo tan grave como parece usted creer... ¿dónde está ese chico apuñalado?
—Pudo muy bien haber sido escondido por ahí. —Además del emplasto sangriento de la hierba, ésta parecía empapada en una pequeña zona de un pie cuadrado, con un líquido casi incoloro.
—¿Y escondido indefinidamente de los Ancianos del poblado?
—Han podido enterrarlo en el bosque...
—¿Y los padres de la víctima? Es seguro que habrán informado inmediatamente del hecho a los Ancianos. El hecho de que se pierda un niño, no puede pasar desapercibido en esta comunidad tan pequeña.
—Entonces, veamos si falta alguno —dijo Philips. Y se dirigió a través del calvero en dirección al poblado.
—¿Y el trefygal?
—Ah, dispense Dras, me excusaré ante su esposa más tarde —repuso Philips—. ¿Qué se debe hacer para comprobar el número de niños del poblado?
—Si tiene un poco de paciencia, no es nada difícil. Se efectuará en la Reunión del Crepúsculo. Mientras tanto, no hay motivo para decepcionar a mi esposa.
De mala gana, Philips se dejó conducir nuevamente a la casa de Dras Tyghi. Ya sabía desde algún tiempo atrás, que resultaba imposible llevar ningún sentido de urgencia a la mente de los lequinianos. Los días transcurrían plácidamente hasta convertirse en semanas, y las semanas en meses en aquel mundo feliz y sin perturbaciones.
Si la religión panteísta y tolerante de Lequin tenía algún artículo básico de dogma, era que el Sol no aparecía por el Horizonte a causa de la irritación y el sufrimiento pasado el día anterior. Todos los problemas, domésticos o de la comunidad, eran discutidos en la Reunión del Crepúsculo, donde todos los miembros de la comunidad, hombres, mujeres y niños y donde a todos se les permitía hablar libremente.
* * *
Cuando llegó Dras Tyghi con su esposa y Philips, la mayor parte de los ciento cincuenta habitantes del poblado estaban ya en el lugar de la Reunión del Crepúsculo, una depresión en forma de espejo parabólico, acondicionado con asientos y un pasillo central de piedras blancas. En un estrado se hallaban dignamente sentados los miembros del Consejo de los Ancianos observando la asamblea de la comunidad.
Dras Tyghi, con Philips detrás y muy cerca, se aproximó a un Anciano de cabellos muy blancos que vestía una túnica color de azafrán, en contraste con la blancura de las de los demás.
—Dras Yoevar, has conocido a nuestro amigo David Philips, que es del planeta Tierra. Está muy interesado en la forma en que llevamos los asuntos de nuestra comunidad.
El Anciano miró a Philips con benevolencia y sonrió:
—Sé bienvenido, hijo mío.
—Estas reuniones suyas me intrigan —dijo Philips—. La gente de la Tierra no presta tal dedicación al bien público. Vuestra asistencia parece ser de un ciento por ciento.
—Todo los que pueden asistir físicamente lo hacen —contestó dignamente Dras Yoevar—. Es una cuestión de estricta costumbre, de que cuando se produzca cualquier abstención, aunque sea la del más pequeño de los niños, sea seguida de una excusa formal y registrada por el Anciano encargado del registro.
—Entonces, sabrá usted exactamente cuántas personas han asistido aquí esta noche ¿verdad?
Los ojos azules del Anciano, ya un poco desvaídos, recorrieron la asamblea.
—En efecto, hay 147 de nosotros; 10 ancianos, 15 hombres, 42 mujeres y 45 niños. Así es como debería ser.
La apertura formal de la asamblea era ya inminente y Dras Yoevar se excusó ante ellos. Se reunieron con la esposa de Dras Tyghi que ya estaba sentada en un banco.
—Cuente los chiquillos, Philips —le dijo el lequiniano.
Philips ya estaba haciéndolo, precisamente. «Cuarenta y cinco». Philips continuó mirando al chiquillo. Aquello parecía incontestable; pero muy bien podía ser el gemelo de la víctima del ataque asesino sucedido en la tarde.
—Exactamente —dijo Dras Tyghi—. La memoria de Dras Yoevar es perfecta, y jamás comete una equivocación. Todos los miembros de la comunidad están contados. Y ahora... ¿me cree?
—Tengo que creer en la evidencia de mis propios ojos y es que he visto cometer un asesinato esta tarde —repuso Philips.
—¿Todos los hombres de la Tierra son tan obstinados como usted? —preguntó Dras Tyghi sonriendo—. Si es así, no me sorprende de que su civilización sea tan poderosa.
Conducida por los Ancianos, la comunidad comenzó a cantar un dulce canto, rico en ecos, que abría la Reunión del Crepúsculo. Esta vez, Philips no cayó en el hechizo que sobre él ejercía aquel sonido. Hasta entonces, había encontrado a los lequinianos completamente honestos y dignos de toda confianza; pero su mente entrenada de explorador insistía en que estaba siendo engañada. Si sus angélicos niños eran asesinos que mataban sin piedad, ¿qué maligno misterio podría ocultarse tras aquellos hermosos rostros de los extraterrestres vestidos de verde que se sentaban a su alrededor? Se sacó del bolsillo el pañuelo manchado de rojo, lo miró de nuevo y creyó seguir estando seguro de lo que pensaba desde un principio.
Philips pidió excusas tras haber terminado la Reunión del Crepúsculo, diciendo que tenía trabajo de rutina que hacer en su nave. Cerró bien la puerta al entrar, asegurando la escotilla y comenzó a trabajar, insertando todos los datos relativos a los acontecimientos del día en el computador que era su memoria y su consejero. La respuesta, era la que esperaba. El computador afirmaba que Lequin era un planeta adecuado para el turismo; pero solicitaba más información.
El primer paso a dar, era hacer un análisis del pañuelo manchado. El resultado confirmó, más allá de toda duda, que el fluido rojo aquel, era sangre de alguna especie, aunque no perteneciese a ningún grupo humano. Sería preciso obtener muestras de sangre lequiniana, de alguna forma, antes de poder hacer una comparación definitiva. Cuando alimentó con aquellos datos el computador de la astronave, la información adicional fue más completa; pero el cerebro electrónico repitió que era preciso aún una mayor información. Por el momento, estaba en un callejón sin salida frente al problema.
De vuelta a la casa de Dras Tyghi, la esposa de su anfitrión estaba tocando una ypurr, un instrumento de muchas cuerdas que era algo como un cruce entre un arpa y una guitarra. Philips tomó asiento, escuchando a los dos extraterrestres. Años antes, cuando había elegido su profesión, la idea de que pudiera haber tenido él mismo tal serenidad y dulce paz doméstica, le hubiera resultado ridícula. Entonces sintió la falta como un doloroso vacío en su pecho. Moriría allí en Lequin, sin que hubiera nadie en la galaxia que llevase luto por él.
—¿Hasta qué extremo necesitan sus gentes el turismo de la Tierra? —preguntó Philips, cuando la esposa de Dras Tyghi hubo terminado de tocar el instrumento y se fue a la cama.
—La mayor parte está en su favor y la minoría progresista cree que es esencial —repuso Dras Tyghi—. La vida en Lequin es confortable, tal vez demasiado confortable. Soñar y descansar apoyándose en las viejas tradiciones está muy bien, pero existe el peligro más o menos próximo del estancamiento.
—¿Ha considerado usted que el impacto de una cultura extraña pueda ser destructivo, como una posibilidad?
—Queremos corrernos ese riesgo.
—Puede que no tengan ustedes esa oportunidad.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Dras Tyghi, con aire de una persona inmediatamente alerta ante un peligro. Philips vaciló, eligiendo sus palabras cuidadosamente.
—Sea franco conmigo, Tyghi. ¿Qué fue lo que vi esta tarde? ¿Es eso, tal vez, una ceremonia sangrienta... algo antiguo, como un salvaje ritual que sigue mantenido por su pueblo?
—Era un juego, Philips. Ya se lo dije antes —repuso Dras Tyghi con una voz monótonamente insistente.
—¡No, Tyghi! Un chiquillo ha sido acuchillado hasta morir esta misma tarde ante mis propios ojos.
—Pero ya lo vio usted mismo... no se había extraviado, ni faltaba ningún niño a la Reunión del Crepúsculo.
—No vi en realidad nada de esa suerte —insistió Philips machaconamente—. Se me dijo el número de niños que debería hallarse presente, pero ¿cómo puedo saber si ese número era correcto? Debería usted saber, amigo Tyghi, que el análisis de ese fluido, revela que es sangre. ¿Por qué quiere seguir escondiéndome la verdad por más tiempo?
Dras Tyghi se puso en pie, con sus hermosas facciones inmóviles.
—Lo lamento, no puedo seguir discutiendo este asunto más por esta noche.
—Vamos, sea razonable, Tyghi. Si me cuenta toda la verdad, encontraré la forma de comprender y solucionar lo que ocurre. En caso contrario, no habrá ninguna oportunidad de que el Turismo Interplanetario considere para nada a Lequin como un planeta turístico.
—Es hora de irse a la cama. —Y Dras Tyghi se dio prisa por encerrarse en su habitación.
Philips se quedó sentado durante un buen rato, mordiéndose los labios pensativamente. Ningún hombre, sea quien sea, acepta que se le llame un embustero. Tal vez habría ofendido profundamente a Dras Tyghi; pero no había otra alternativa, si quería tener toda la verdad en sus manos.
* * *
Philips durmió mal. Soñó con chiquillos angélicos en su hermosura; pero con unos largos y asesinos cuchillos afilados en sus manos, manchados de sangre. Por primera vez desde su llegada a Lequin, tuvo que tomar un calmante para poder dormir.
En las anteriores mañanas, se había despertado con la luz del sol acariciándole las mejillas; pero aquel día se estremeció de frío y se arropó como sintiendo falta de calor. El cielo aparecía de un gris plomizo. Una llovizna pertinaz caía por todo el claro que tenía ante sus ojos. Era como si la bienvenida que tan graciosamente se le había dado al llegar al planeta, estuviese ahora determinada a despedirlo de allí cuanto antes. Intranquilo y nervioso se echó fuera de la cama. Recordó el antiguo adagio de los exploradores: «Si un extraterrestre se parece y actúa como un hombre de la Tierra, ¡cuidado! Probablemente significa que es parecido a un hombre... ¡pero que se trate de un gran bastardo!».
Afeitado y duchado, se vistió y bajó la escalera. Dras Tyghi y su esposa le saludaron con su gracia y cortesía usual y le sirvieron el desayuno compuesto de frutas y leche. El propio Tyghi parecía curiosamente ausente. Philips se preguntó hasta dónde pudo haber ofendido la noche anterior a su anfitrión.
Para cuando hubo terminado su desayuno, la lluvia había cesado y el cielo se aclaró. Philips salió a pasear en la húmeda hierba del calvero, respirando un aire fresco y perfumado en la mañana de un mundo bajo un sol sonriente. No había más que pudiera hacer, hasta que hubiese hablado nuevamente con Dras Tyghi, a quien le habían asignado los Ancianos como anfitrión y guía. Después, si continuaba insatisfecho, iría directamente hasta el Consejo.
Se detuvo al otro lado del calvero; pero las manchas sobre la hierba habían sido borradas por la lluvia. No le quedó otra cosa que hacer que pasear perezosamente, y así lo hizo, dirigiéndose hacia el hermoso bosque. El musgo estaba casi seco, abrigado por el espeso follaje de los árboles. El aire continuaba tibio, mientras paseaba entre los claros existentes de un árbol a otro, cargado con el dulce aroma de las diminutas flores del bosque, florecillas blancas y preciosas que parecían enjambres de estrellas diseminadas por el suelo, a sus pies. La luz tenía un tinte difuso y verdoso. Era como pasear a través de una inmensa catedral, cuyo techo estuviera soportado por aquellos enormes y altos troncos, perdiéndose todo el sentido del tiempo y la distancia y con la mente ocupada en el problema que le tenía tan preocupado.
Eventualmente, se dio cuenta de algo que se movía en el bosque ante él, una figura no muy precisa, sin perfil definido en la luz difusa que se filtraba por las hojas de los árboles. Cambió ligeramente de dirección, de forma que su camino pudiera interceptar el de aquella figura, curioso de ver que alguien también pudiera estar paseando por el bosque a aquella hora del día. La mayor parte de los lequinianos estarían trabajando en sus granjas o en sus diversos oficios.
Su paso se hizo más rápido al aproximarse y ver que aquella figura extraña era una mujer. No vestía la ropa vaporosa de hembra lequiniana. Sus pantalones y su blusa, parecían el eco de una moda de la Tierra de pocos años atrás... y en un estilo que siempre le había gustado.
Cuando sólo estuvo a diez yardas de distancia, la llamó:
—¡Hola! ¿Quién va por ahí?
La chica se detuvo y se volvió hacia él. Sus cabellos cortos eran negros en pequeños rizos alrededor de su cabeza. Philips se quedó sin respiración al contemplar sus facciones. Era lo más próximo a su ideal de mujer, que jamás hubiera visto en su vida.
—¡Hola! ¿Qué tal? —repuso la voz de la joven, en un tono agudo y femenino, con una intrigante insinuación.
Resultaba a todas luces evidente que cualquier mujer de la Tierra en un lugar tan lejano, no podía ser otra cosa que una exploradora como él. Algunas de las pequeñas Compañías, como la Astral, daban empleo a mujeres en misiones eventuales de exploración planetaria. Podría ser aquello una explicación, tratándose del planeta Lequin, tan agradable y hermoso, como un paraíso olvidado. Pero en muy raras ocasiones había visto exploradores femeninos en su larga carrera. Normalmente, no había empleo para mujeres.
—No puedo decir que me disguste verla, aunque para ello tuviera un motivo —comenzó a decir Philips, haciendo una mueca de simpatía—. Me llamo David Philips, del Turismo Interplanetario.
—Debería haber imaginado que este paraíso no iba a ser para mí sola —repuso la chica adelantándose y ofreciéndole la mano—. Soy Carol Remick, de la Empresa Astral.
Aquel nombre le hizo perder el equilibrio por un momento, pero después, dándose cuenta de que estaba comportándose como un colegial frente a ella, estrechó afectuosamente la mano ofrecida por la bella joven.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí, Carol?
Ella dejó su cálida mano entre las de Philips.
—Pues como unas tres semanas.
—Pues tuviste que haber aterrizado casi al mismo tiempo que yo. —Y mentalmente se preguntó si permanecería en algún poblado como lo estaba él. Como un eco mental a su pregunta, la bella joven repuso:
—Estos lequinianos son unos anfitriones tan maravillosos, que no me importaría quedarme por tres años. Estoy viviendo en casa de un importante miembro de un poblado, con su esposa.
La sonrisa de Carol era algo medio recordado en algún sueño. Philips se dejó caer en el marrón profundo de sus ojos. Se sintió poseído de un extraño vértigo. La chica se le aproximó rápidamente y con una fuerza sorprendente le llevó junto al tronco de un árbol próximo y después, le ayudó a sentarse en el suelo con la espalda apoyada en el árbol, sintiéndose totalmente indefenso. La severidad de aquellos ataques se incrementaba rápidamente.
—Necesitas cuidados —dijo ella, aflojándole el cuello de su túnica.
—Oh, no es nada, pronto estaré perfectamente —repuso Philips mirándola de cerca.
Por la naturaleza de su profesión los exploradores eran seres solitarios y gregarios alternativamente. Mientras que un explorador podía tener la tradicional «chica en cada planeta» siempre que las costumbres locales y la situación lo permitieran, por supuesto, él tenía necesariamente que emplear una gran parte de su tiempo sólo en su nave estelar de una sola plaza. Y un hombre solitario, necesariamente tiene sus sueños. El encontrar su sueño ideal en un bosque extraterrestre a cien años luz de la Tierra, era algo como para trastornar al más endurecido de los veteranos.
—Gracias —dijo Carol.
—¿Por qué?
—Por la forma en que miras. Se vive muy solo en esas naves pequeñas. A veces una se olvida de que es una mujer. —Y se deslizó hasta sentarse junto a él.
—Te ayudaré a recordarlo —dijo Philips. El mareo había pasado ya. Pensaba con toda lucidez. Lequin era su planeta. Nunca lo dejaría. Si ella quisiera compartirlo con él...
—David... ¿vamos a permitir que este planeta sea entregado a una raza de ratas? —preguntó la joven.
—¿Tú también?
La joven era como la portadora de otros pensamientos, los que martilleaban en su mente desde algún tiempo atrás. No, no deseaba que Lequin se echara a perder por los turistas de la Tierra, que le fuese robado su encanto paradisíaco y que fuese comercializado como Coney Island.
—Sería como una imitación de Coney Island —dijo ella.
—¿Y eso te molesta?
—Claro que sí ¿no es justo?
—A mí siempre me había gustado la idea de tener un planeta para mí solo —dijo Philips—. Tal vez Lequin sea el único.
—¿No crees que todos hemos tenido el mismo sueño? —dijo Carol insinuante—. Lo único malo de esto, es que aún encontrándolo para una misma, no se tiene a nadie con quien compartirlo.
—Quizás haya yo encontrado también eso.
Ella sonrió con el mayor encanto.
—Has estado en el espacio demasiado tiempo, David. ¿De qué parte de la Tierra procedes?
David se lo dijo y comenzó a contarle los lugares que ambos conocían. Sus recuerdos de la Tierra eran tan semejantes que a Philips le pareció casi imposible que nunca se hubieran podido conocer antes. Quizás de haberlo hecho, no se hubiera dado tanta prisa en salir al espacio.
—Tengo que irme —dijo Philips, poniéndose en pie. Después le alargó una mano a la joven para ayudarla a hacer lo mismo.
—¿De veras tienes que irte tan pronto?
—Asuntos profesionales —le repuso él, sonriendo—. Pero ¿por qué no vienes conmigo a la casa de Dras Tyghi? Estoy seguro de que serías muy bien recibida en aquel hogar.
—No... tienes razón. Yo también tengo muchas cosas que hacer en mi nave.
—¿No serán preparativos para abandonar Lequin? —preguntó David con ansiedad.
Sus ojos aparecían radiantes al mirarle.
—Nunca pensaré en salir de aquí... ahora. ¿Podré verte esta noche?
—Sí, vendré aquí cuando los lequinianos se encuentren en la Reunión del Crepúsculo.
—Esperaré hasta entonces —dijo ella despidiéndose.
* * *
Philips emprendió el camino de regreso por el bosque, todavía con la dulce impresión de la tibia mano que había tenido entre las suyas en el momento de partir. Sentía una dulce embriaguez que casi parecía una intoxicación. A la noche, presentía que sus sueños y los de Carol se fundirían en un éxtasis glorioso.
Dras Tyghi, con el rostro solemne, le estaba esperando cuando llegó a la casa.
—Tengo que presentarle mis excusas y darle algunas explicaciones, amigo mío.
Conforme se dirigieron a la sala de estar, su entrenamiento profesional surgió de nuevo, dejando de lado la delicia romántica acabada de gozar con la presencia de Carol.
—Mi grupo está más convencido que nunca que el estímulo de cruce entre nuestras dos culturas, puede proporcionar grandes beneficios a Lequin —comenzó a decir Dras Tyghi, una vez sentado confortablemente en un sillón y como si buscase las palabras apropiadas—. Lo que vio ayer tarde no era la broma ni el juego de unos niños que pretendí hacerle creer... pero tampoco el asesinato que usted había imaginado.
—No iremos a ninguna parte si trata de decirme que no vi a ese grupo de chiquillos matar a otro niño.
—Usted pensó que había visto —corrigió Dras Tyghi—. De hecho era un Emreth, que había asumido la perfecta apariencia de uno de nuestros niños.
—¿Asumido? —preguntó Philips intrigado profundamente—. Tal vez me ayudará mejor a comprender lo que quiere decir, si me explica qué es ese Emreth.
—Nuestras únicas especies de animales de presa —le contestó Dras Tyghi—. Una que ha sobrevivido a través de su capacidad única de adaptación. Un Emreth tiene ciertos poderes telepáticos que le capacitan para hacer una inmersión de fondo en la mente de su víctima y formar una imagen perfecta hasta en sus más ínfimos detalles. Ayer, un Emreth apareció como un niño compañero de juego de uno los chicos, a imagen y semejanza completa de uno de los que se dirigían a jugar con el grupo de sus amigos. El engaño fue descubierto cuando se incorporó al grupo. El chico cuya imagen había sido copiada, estaba ya allí, por lo que el engaño resultaba evidente. Los otros chicos tomaron la inmediata acción de matar a esa criatura. Eso, exactamente, fue lo que vio usted.
—Pero si el Emreth tuvo a ese niño a su alcance, ¿por qué no le atacó? —preguntó Philips—. Pudo haberlo matado sin tener que haberse expuesto a todo el grupo.
—El Emreth no mata —dijo Dras Tyghi—. La muerte es un subproducto de su forma de alimentarse. Lo que hace es absorber la fuerza vital de su víctima a través de un contacto físico, pero puede transcurrir un mes o varios antes de que esa succión demuestre que es fatal.
—Entonces ¿la víctima deberá oponer necesariamente alguna resistencia?
Dras Tyghi sacudió la cabeza.
—Una vez que la relación se ha establecido realmente, la víctima no tiene el menor deseo de resistirse. El proceso de absorción produce una intensa sensación de placer en la víctima y ese éxtasis llega a ser más importante para ella que su propia vida.
—Entonces... ¿tales ataques son siempre fatales?
—No, la suerte a veces está del lado de la víctima. El contacto puede ser roto por alguna razón, la súbita interrupción de otro humano en un punto crucial, por ejemplo. Es posible tener un breve encuentro con un Emreth e incluso no darse cuenta de que uno ha estado tan próximo a la muerte. En tal caso, la víctima queda abandonada con una sensación de enervación o de cansancio, síntomas que pueden producirse por otras circunstancias.
—¿Y hay muchos de esos Emreths?
—A veces transcurren seis meses sin que se detecte ninguno. Su número está menguando gradualmente, en parte debido a las medidas adoptadas con contar las criaturas verdaderas, alguna de las cuales se ha hecho ya tradicional, como la de la Reunión del Crepúsculo. Si el Anciano registrador descubriese una persona más en la reunión que el número concreto que debe estar presente, sabría al punto que se trata de un Emreth enmascarado como un miembro de la comunidad. Pero esto no ocurre con frecuencia, porque un Emreth, de todas formas, tiene una gran dificultad en mantener su forma aparente en presencia de muchas mentes próximas.
—Así... cualquier persona que rehusara asistir a la reunión, ¿sería sospechosa?
—Exactamente.
Philips apuntó a los dos brillantes cuchillos que colgaban de la chimenea en el hogar.
—¿Y ésos?
—Un Emreth produce una perfecta imagen al exterior; pero sus órganos internos no guardan necesariamente la misma posición que la de un cuerpo humano. Esos cuchillos son las mejores armas para infligir el máximo número de heridas en el tiempo más breve posible, incrementando así la posibilidad de dar con un lugar mortal en su cuerpo. Se guardan tradicionalmente para ese solo propósito, y cada familia, al menos, posee uno.
—¿Y cuando el cuchillo encuentra el sitio mortal?
—En su estado natural, un Emreth es una ameba transparente. Por eso se explica su fabulosa capacidad de adaptación. Cuando está muerta, sólo queda un charquito de fluido que se evapora rápidamente.
—El charco de fluido con que estaba empapada la hierba —dijo Philips—. ¿Pero qué me dice usted de la sangre?
—Mi pequeña historia sobre la baya peytru no le convenció por el momento ¿verdad? —repuso Dras Tyghi—. La sangre era, de hecho, sangre. Cuando aparece en forma humana, el Emreth puede derramar sangre que resulta indistinguible de la humana, al igual que su reproducción de la imagen de un ser humano es casi perfecta.
—Entonces... ¿cómo es posible detectar a un Emreth? Parece así algo imposible...
—Si la imagen se mantiene, la única forma cierta es la de matar a esa criatura. Esto puede conducir a infortunados accidentes, de no ser por el casi misterioso instinto que poseen algunas personas de nuestra raza.
—¿Tiene usted ese instinto?
—No... pero mi esposa sí lo posee. Ella se las ha arreglado para escapar a las atenciones de un Emreth tres veces en su vida. Dos veces siendo niña y la última hace un año. Yo maté a esta última, ahí en el jardín, cerca del seto púrpura.
—¿Y qué forma había tomado?
—En este caso había asumido la forma y el aspecto de un antiguo pretendiente de mi esposa, uno de nuestros extraños vagabundos, que abandonó el poblado hacía diez años. En el caso de los adultos, el Emreth suele adoptar con frecuencia la forma de un individuo del sexo opuesto. Es la presa más fácil, por supuesto, si la persona está en solitario.
—Sí... creo comprender que una persona solitaria podría ser más receptiva —concluyó Philips pensativamente.
* * *
De vuelta en la nave, Philips insertó nueva información en la computadora. La lectura provisional que ofreció la máquina electrónica, hizo que mostrase a Lequin como un planeta adecuado para el turismo hasta la cifra D; pero de nuevo, la computadora exigió más información sobre el número de los Emreth. Philips tenía una idea que iba a resultar difícil de obtener como estadística. Los lequinianos, con su sociedad parroquial no considerarían nunca en serio una inspección a escala planetaria para determinarlo.
Permaneció sentado frente a su consola de trabajo, pensativo y con un block de notas y un bolígrafo en las manos, comenzando finalmente por ir apuntando una lista de las cosas que precisaba. Lo primero en tal lista, era el descubrir alguna forma de poder detectar a los Emreth. No era suficiente confiar en el innato instinto que poseían algunas de aquellas personas de Lequin, como la esposa de Dras Tyghi. Una vez encontrado un método de detección, la inmediata necesidad era una prueba completa y rápida que llevase a la obtención de un método de exterminación total a escala planetaria. Pero el Turismo Interplanetario no consentiría, con toda seguridad, en lanzarse a unos gastos tan enormes como serían los de enviar un equipo para semejante proyecto. Incluso tomando en consideración todos los buenos aspectos de Lequin como un verdadero paraíso olvidado, lo seguro es que borraran al planeta de la lista de los probables, como negocio a explotar. Existían muchísimos otros planetas en la galaxia que podían ponerse a punto, como un traje a la medida, para sus propósitos turísticos sin tales complicaciones.
Pero pronto se fatigó de pensar en el asunto. El hábito de ser un explorador eficiente, le abandonó. ¿Por qué tenía que preocuparse tanto por el TI? Su única responsabilidad era vivir la poca vida que le quedaba tan felizmente como le fuera posible. Y ello significaba... Carol. Una súbita alarma surgió en su mente ante el posible peligro que corría la joven. Tenía que ser advertida de la presencia de los Emreth.
Philips ensayó con la radio de la astronave. No había la menor señal en el registro de ninguna llamada procedente del exterior. La sola persona que pudo haber llamado, habría sido Carol, en Lequin, si bien no había tenido noción de su existencia hasta hacía unas horas antes. Entonces transmitió una llamada en la frecuencia normal de los exploradores del espacio, y en la banda correspondiente, se sentó y esperó a recibir respuesta. Carol no estaría seguramente a bordo de su nave, y al igual que él, tendría regulado el servicio con un equipo monitor robot.
Pasados diez minutos, le pareció claro que ninguna respuesta le llegaría y resultaba inútil seguir esperando. Se puso en pie sudándole las palmas de las manos. La radio de Carol debía estar fuera de servicio. Aquélla tenía que ser la única explicación. No podía soportar el pensar en la otra posibilidad que se cernía en lo más profundo de su mente como una calavera que le hacía señales constantes de alarma. Abandonó la nave a toda prisa. Había cosas que tenía todavía que discutir con Dras Tyghi.
* * *
El lequiniano estaba en el jardín de su casa, cuidando unas plantas que crecían como una oleada de colores y perfumes en revuelta confusión. Levantó los ojos de su trabajo al aproximarse Philips, observando la preocupación estampada en su rostro.
—¿Ha llegado usted a alguna decisión? —le preguntó.
—Hago informes... no decisiones —repuso Philips—. Pero puedo decirle con absoluta certidumbre que el TI nunca tomará en consideración a Lequin como un planeta para el turismo.
—Entonces nuestra decepción no conocerá límites, David.
—Créame, Tyghi, no pierden ustedes nada. ¿Qué tiene de deseable que un planeta tan paradisíaco como éste se vea invadido por hordas de turistas procedentes de la Tierra?
—Lequin se vería abierto al conocimiento de que goza la Tierra, a las técnicas científicas... El estímulo sería tremendo.
—No, Tyghi. Ya he visto esta clase de situación antes. Lo que usted supone que sería un estímulo, sería sólo el beso de la muerte, sin lugar a duda. Su pueblo podría aceptar los beneficios de la tecnología de la Tierra; pero prestarían muy poca atención a la comprensión del proceso que ello implica.
—Eso es muy fácil de decir.
—¡En absoluto! Le repito... no perderán nada. Se volverían ustedes totalmente esclavos dependientes de la Tierra, sacrificando su presente situación por una esclavitud complaciente. Puedo ofrecerle ahora mismo una oportunidad muchísimo más grande.
Dras Tyghi frunció el entrecejo.
—¿Qué quiere usted decir?
—En mi nave, existe una biblioteca en microfilm que contiene una línea general comprensible de todo el conocimiento de la Tierra en cada concebible campo del saber y la técnica, en sus bosquejos generales y completos. Contiene las teorías básicas que han producido mil años de civilización científica. Yo puedo permanecer aquí en Lequin y ayudar a su pueblo a comprender este inmenso conocimiento. A partir de ahí, es cosa de ustedes lo que hayan de hacer con esos conocimientos y le aseguro que en ese período de largo estudio, la recompensa será mucho mayor y mejor que si le son presentados los frutos de la tecnología de la Tierra, ya fabricados y listos para utilizar.
Los ojos de Dras Tyghi brillaron.
—¡Sí! Ahora comprendo lo que quiere decir, amigo Philips. Mi pueblo le bendecirá para siempre y por todas las generaciones que están por venir en el futuro.
—Tal vez sí... pero algunas de esas generaciones, me maldecirán. El conocimiento está ahí; pero tendrán ustedes que trabajar de firme para descubrir las formas de aplicarlo.
—¿Cómo podríamos pagarle a usted semejante favor?
—Sólo con permitirme que me quede a vivir en paz en Lequin.
—¿Es que no va usted a regresar a la Tierra? Seguro que los que le enviaron, mandarán a otros en su busca...
—No soy un personaje tan importante, Tyghi —dijo David—. Los exploradores están al alcance de la mano y la Galaxia es muy grande. En alguna parte del Turismo ínterplanetario, y en su oficina principal, un computador tomará nota de mi desaparición y Lequin será tachado de la lista de los planetas probablemente útiles. Tal vez de aquí a cincuenta o cien años, lo intenten de nuevo...
Dras Tyghi abrazó a Philips sonriendo.
—Recibirá usted todos los honores que nuestro pueblo sea capaz de darle. Tiene que venir conmigo al Consejo de los Ancianos.
—No... todavía no. Creo que es mejor por ahora que les hable usted solo. Hay algo que tengo que hacer antes. Nos encontraremos después en la Reunión del Crepúsculo.
—Bien, como quiera, amigo mío.
—Me gustaría particularmente oír a su esposa tocar de nuevo el Ypurr esta noche.
—Ah, eso es cosa hecha. No tiene que preocuparse.
* * *
Philips aguardó hasta que su anfitrión le dejó para asistir a la Reunión del Crepúsculo. Después se dirigió a la sala de estar. Le temblaron las manos cuando tomó el largo y brillante cuchillo que pendía de la chimenea del hogar. Se quedó mirándolo por unos instantes y después salió de la casa, comenzando a caminar en dirección al bosque sumido en sombras.
Carol estaba esperándole, todavía más bella que como la recordaba. Se detuvo a unos diez pasos de distancia de la joven.
—Traté de llamarte esta tarde —le dijo.
—¿Llamarme? —repuso ella confusa.
—Por radio. ¿Hay algo que funcione mal en tu transmisor?
Ella vaciló un instante y después repuso:
—Ah, sí. Se descompuso hace un par de semanas. No me es de mucha utilidad estando aquí, por lo que no me he preocupado en arreglarlo hasta ahora.
—Los exploradores han sido destituidos para toda su vida por menos motivo... o ¿es que no recuerdas el Reglamento?
—El Reglamento... ¿aquí? —Y sus ojos se dilataron al mismo tiempo que se endurecía el tono de su voz—. David... ¿qué es lo que pasa?
—Ya te lo dije. Intenté llamarte.
—No... no comprendo... Pareces diferente. —Y la joven se adelantó hacia él.
Philips echó unos pasos hacia atrás. Su cuerpo estaba enloquecido por el deseo de abrazarla; pero la evitaba, sosteniendo el cuchillo tras él y fuera de la vista de la chica.
—Llévame a tu astronave, Carol. Yo arreglaré tu equipo de radio.
—No... hay mucho tiempo de sobra para eso.
—¿Quieres decir que no deberá preocuparme más tarde de que no haya radio... ni incluso ninguna nave?
—¡David! ¡Te estás comportando brutalmente! —La joven temblaba. El perfil de su cuerpo parecía vibrar, haciéndose brumoso en la sombría luz del crepúsculo.
—Ven conmigo a la casa de Dras Tyghi —dijo Philips. Tenía que luchar entre la urgencia de tomarla en sus brazos con casi un verdadero esfuerzo físico—. Me gustaría que conocieras a su esposa... ella posee un talento especial que podría interesarte.
—¡David, por favor! ¿Por qué me estás hiriendo de esta forma? —suplicó la joven con los brazos extendidos hacia él.
—¿No puedes imaginártelo, Carol Remick? Descubrí la forma que presentas; pero no el nombre. Aquél pertenecía a alguien distinto... a una chica que murió hace ya mucho tiempo, allá en la Tierra. Al principio me hallaba solitario y lo bastante desesperado para descartarlo como una coincidencia; pero desde entonces he aprendido muchas cosas respecto a los de tu especie.
—Podemos ser muy felices, aquí en Lequin. ¿Eso es lo que quieres que hagamos, no es cierto? —Y se aproximó más a Philips.
—¡Vuelve atrás! —le gritó evitando cualquier contacto físico.
—Puedo darte una felicidad que se halla más allá de tus más locos sueños —murmuró ella insinuante y provocativa.
Philips levantó la mano derecha, teniendo bien agarrado el cuchillo. Para aquello servía el arma. Un golpe rápido y aquella cosa... sería destruida completamente para siempre. Ya no quedaría nada más en la imagen de sus sueños.
—Ámame —le suplicó ella.
Ella entonces, apareció a los ojos de Philips como lo más bello que jamás hubiera contemplado. El profundo marrón de sus ojos era como la luz de hogar en una noche de invierno. Su rostro resplandecía como la maravilla de fulgor de la Vía Láctea. Su cuerpo era como la entrada en los cielos. Era todo esperanza, todo vida...
La conciencia comenzó a girar como un giróscopo conforme el vértigo se apoderó de su mente. Sus rodillas se aflojaron mientras que toda claridad de percepción mental desaparecía como un corcho arrastrado en un torbellino.
Cuando abrió los ojos, ella estaba inclinada sobre él. Su cuerpo desnudo era perfecto en su fascinación hechizante y sus pechos erectos le mostraban las rosadas perlas de sus puntas.
—Quiéreme, hazme el amor... —suplicó de nuevo.
Ella se abrazó al cuerpo de Philips. Se resistió por unos breves instantes y después gritó en una agonía de placer, mientras que una corriente de blanco fuego se introducía recorriendo sus venas...
LOS PELIGROS DEL COSMOS - James H. Schmitz
L sueño estaba recediendo.
Haddan sabía que así era porque había insistido hacia sí mismo en que era un sueño, una muy vivida experiencia; pero engañosa, una decepción que no habría intentado retener. Y estaba olvidándose del sueño conforme se despertaba. Quedaba aún un recuerdo final de una lluvia menuda, de algunos estampidos de un trueno lejano y después, al final de todo, el sonido de Auris llorando desconsoladamente muy cerca. Por un momento, Haddan caviló, esperando retornar a ella. Pero ella era parte del sueño...
Despertó totalmente.
Se hallaba sentado en una habitación junto a una mesa proyectada como un anaquel de la pared en blanco que tenía frente a él. Aquella pared estaba construida de algún material ligeramente resplandeciente, donde Haddan pudo ver su propia imagen reflejada, aunque sin detalle.
Su mente pareció recogerse por un instante en aquel punto, como si no quisiera aceptar la amarga idea de hallarse a bordo de una nave de los Amos del Espacio, de haberse convertido en un prisionero de aquellos cínicos envilecedores dueños y señores del género humano. Luego estaban Auris y los otros con él... detectados en el acto de violar la ley básica de los Amos del Espacio...
Pronto sabría qué penalidad le sería aplicada por ello. Parecía muy improbable que hubiese caído sencillamente en sueños y se hubiera dormido inmediatamente después de la captura; tuvo sin duda, que haber sido drogado. Ahora, los Amos del Espacio le habían despertado. Intentarían hacerle preguntas, por supuesto. Se había ya identificado a sí mismo como el dirigente del grupo, el hombre responsable para la construcción de la espacionave que había abandonado secretamente la Ciudad de Liot dos años antes. Era la verdad y su declaración podía hacer que las cosas fueran más fáciles para los otros.
Pero ¿por qué se hallaba sentado allí y solo? ¿Estaría siendo observado? La mesa en la que descansaban sus manos, aparecía totalmente desnuda de todo objeto y era del mismo material que el de la pared, satinado al tacto. Aparte de la mesa y la silla, la habitación estaba totalmente desprovista de todo ornamento. Tras él, tal vez a unos veinte pies de distancia, estaba la otra pared desnuda. Hacia la derecha e izquierda y aproximadamente a la misma distancia y allí donde las paredes comenzaban a curvarse suavemente una hacia otra, el espacio entre el techo y el suelo aparecía lleno de cortinas de un brillo irisado y ondulante a través del cual la luz y los colores parecían moverse constantemente en suaves rizos. Aquello daba la impresión de ser completamente insustancial, aunque Haddan comprobó que no podía ver nada en su interior. A despecho de la falta de ornamentación, la habitación daba la impresión de una fría elegancia. Todo estaba en silencio. No se oía el más leve murmullo, excepto el de su propia respiración.
Era muy posible que estuvieran comprobando su nervio, sus reacciones. Pero no ganaba absolutamente nada con seguir sentado allí.
Haddan intentó retirar la silla hacia atrás y encontró que era totalmente inmóvil. Intentó a renglón seguido levantarse de ella pero el cuerpo se negaba a moverse del lugar que ocupaba, como si le pesara toneladas. Sería algún truco de la gravedad... Se comprendía que ellos querían que continuase donde estaba. Volvió a retreparse en la silla, sintiendo entonces que su cuerpo volvía a su peso normal.
Quizás dos minutos más tarde, una ola de luz llegó a través de la sección que se hallaba frente a él en la pared, como deslizándose misteriosamente y tan repentinamente que le resultó desconcertante. Entonces, la pared se desvaneció en aquel punto. La mesa a la cual estaba sentado Haddan, se extendía sin soporte visible más allá de la partición como una plancha lisa y cuadrada de un material gris resplandeciente, al otro lado de la cual con los ojos puestos en Haddan, apareció sentado un hombre vestido con un uniforme verde y rojo.
Haddan le miró sin decir una palabra. En toda su vida, apenas si había visto a unas pocas docenas de Amos del Espacio; todos los demás allá en la Ciudad de Liot y en su mayoría en diversas ocasiones antes de hacerse un adulto. Todos mostraban una pronunciada similitud racial; fornidos, fuertes y corpulentos y con un rostro huesudo en donde resaltaban unos ojos grises ligeramente oblicuos. Aquel que tenía ante sí, cuyo nombre era Vinence, había hecho a Haddan una docena de preguntas en un tono totalmente desprovisto de toda emoción cuando habían sido capturados y llevados a bordo de la espacionave del Amo del Espacio. Haddan no pudo recordar lo que ocurrió después claramente; pero le pareció que no pasaron muchos minutos sin que cayera en un profundo sueño. Tampoco pudo recordar las preguntas que le habían hecho, ni lo que había respondido. No cabía la menor duda que el Amo del Espacio había utilizado alguna droga contra él.
Vinence, parecía no tener prisa alguna en hablar por el momento. Continuó estudiando a Haddan pensativamente. Haddan miró entonces a la otra parte de la sección abierta y que dividía en dos la gran estancia. Era casi la imagen duplicada en un espejo de la parte en que se hallaba; pero la pared del extremo lejano, aparecía alineada desde el suelo hasta el techo con lo que parecían ser vitrinas y la sección de la mesa ante la cual se hallaba el Amo del Espacio, estaba cubierta con hileras de pequeñas figuras geométricas y coloreadas.
La voz casi impersonal de Vinence, preguntó repentinamente:
—¿Con qué estuviste soñando, Haddan?
No había una inmediata razón para decir la verdad en detalle y Haddan sacudió la cabeza.
—No recuerdo ningún sueño.
—Creo que mientes —le dijo Vinence tras una pausa; pero como si diese a entender que le importaba poco que Haddan hubiese mentido o no. Los ojos grises mantenían su mirada de fría especulación—. Había ciertos registros en tu nave —continuó— que destruiste junto con otro material, cuando paralizamos la propulsión y detuvimos la astronave. Esos registros, me refiero ahora a los que trataban de los delitos de los Amos del Espacio, han sido restaurados, sin embargo. He encontrado muy interesante su lectura.
Haddan sintió que la sangre se retiraba de sus facciones. El ser capturado al querer escapar de los Amos del Espacio y salir fuera de las fronteras de sus dominios era una cosa. Pero el haber planeado, como él y Auris, el demostrar todo el mal que hacían los Amos del Espacio y trabajar por su destrucción, tal vez no en la duración de toda su vida, ni en un siglo o dos más, pero con el tiempo, era otra cosa muy distinta. Ignoraba si los Amos del Espacio eran capaces o no de restaurar cualquier material destruido; pero al menos le pareció algo posible. Sabían así, pues, muchas cosas que habían evitado que supieran sus súbditos. Vinence podría también haber adquirido el conocimiento de los registros que llevaba Auris, mientras hubiese permanecido drogado. Aquello sería el fin, sin lugar a dudas.
No contestó nada. Observó la mano tostada por las radiaciones del espacio de Vinence que se movía apenas por encima de la mesa y hacia la derecha, viendo un rectángulo de luz pálida aparecer en la superficie de la mesa con aquel solo movimiento. Vinence retuvo la mirada unos instantes en la zona iluminada. Haddan tuvo la clara impresión de que el Amo del Espacio estaba leyendo. Entonces, Vinence, se volvió hacia él.
—¿Por ventura sabes cuándo fue construida la Ciudad de Liot y estacionada en órbita alrededor del Sol de Liot?
—No —repuso Haddan—. No hay registros disponibles de ese período.
—Los registros deben estar aún en la ciudad, aunque seria bastante difícil dar con ellos por ahora. Liot fue construida hace casi tres mil años. Fue destruida en parte, en cierto número de ocasiones por guerras entre ciudades; pero su estructura permanece esencialmente intacta hasta nuestros días... Liot es una de las mayores ciudades que jamás se hayan construido para ser puestas en el espacio.
Haddan pensó que los habitantes de la Ciudad de Liot no lo habían pasado tan bien con el paso del tiempo, como su ciudad. Y por lo que respectaba a los Amos del Espacio, para qué hablar...
—El tratado entre los Amos del Espacio y las Ochenta y Dos Ciudades —continuó Vinence, casi como si hubiera captado los pensamientos de Haddan—, entró en vigor hace ya siglos. Bajo sus cláusulas, las ciudades se comprometían a no construir naves espaciales, tanto para la guerra como para la paz, y a destruir además, las que poseían. Los Amos del Espacio, se comprometieron a su vez a asumir la responsabilidad de proveer de medios de tránsito y de comercio entre las ciudades, según sus necesidades.
—He visto una copia de ese tratado —dijo Haddan secamente—. No parece que las ciudades lo firmaran muy gustosamente.
Vinence hizo un gesto aprobatorio.
—Los Amos del Espacio encontraron una muy considerable oposición hacia los términos contratados durante las primeras décadas de su puesta en vigor. Sin embargo, los términos se reforzaron y eventualmente la oposición desapareció prácticamente. Aunque no del todo. De tanto en tanto, durante las próximas generaciones un grupo u otro intentaba volver a obtener los medios de poseer un espacio independiente para sus viajes, bien de una forma abierta o furtivamente. Entonces se adoptaron las medidas necesarias y el intento falló al fin por completo.
»A partir de entonces, todo ha permanecido en paz. Con anterioridad al caso que nos ocupa, el vuestro, hubo otro caso hará unos ciento cincuenta años en que se inició la construcción de una astronave en la Ciudad de Liot. En aquella ocasión también se trató de una acción secreta y en parte tuvo éxito. Se completó una pequeña astronave y fue lanzada desde la Ciudad, sin ser observada, llevando en ella a dos miembros de la conspiración. Poseían viejos mapas estelares, que sirvieron para guiarles hacia el único mundo en esta sección de la galaxia del que se tenían informes que disponía de condiciones naturales para vivir la vida humana sin las elaboradas precauciones de construir refugios ni cúpulas. Se supone, de hecho, que esos refugiados han vivido allí en tal forma durante un cierto período del distante pasado.
»A pesar de su falta de experiencia, los dos viajeros tuvieron éxito en alcanzar su objetivo. Volvieron a la Ciudad de Liot años más tarde con la noticia de que existía tal planeta y que en él todavía existían seres humanos, aunque su número era muy escaso y que habían retrocedido a una condición casi inconcebible de primitivo salvajismo.
»Los conspiradores... varios centenares en número... entonces se dieron prisa para llevar adelante sus planes de construir una gran astronave que les llevara a ellos y a un equipo suficiente, para dar comienzo a un núcleo de una nueva civilización en aquel mundo. Pero en esto fracasaron. Los Amos del Espacio conocieron el asunto y todo el grupo se suicidó al levantar barricadas en el edificio aislado en que se albergaban, haciendo detonar una enorme bomba que desintegró todo el complejo. Se asumió falsamente por aquel tiempo, que la astronave que habían estado construyendo y el material que habían acumulado fue destrozado con ellos en la misma explosión. La astronave y otros artículos y equipo fueron escondidos en otra sección de la ciudad y permanecieron escondidos sin que nadie los descubriese hasta hace pocos años.
»Lo cual nos trae ahora hacia ti, Haddan... La forma en que llegaste a descubrir la existencia de esa astronave y su propósito original, no importa gran cosa por el momento. Te pusiste a la cabeza de un grupo de descontentos y secretamente terminasteis la construcción de la astronave y eventualmente comenzasteis el viaje que tus predecesores habían fracasado en hacer. Y fuisteis detenidos dos años más tarde mientras preparabais el aterrizaje en ese planeta.
Vinence se tomó una pausa, miró de nuevo al rectángulo resplandeciente que tenía sobre la mesa y con la mano hizo un vago gesto hacia él. Al apagarse su luz, continuó:
—Esto, según creo, es esencialmente la historia presentada por este caso, ¿no estás de acuerdo? —Su voz y su expresión continuaban impasibles.
Haddan permaneció silencioso durante unos momentos. En su garganta se apretaba un nudo de rabia, que le hacía imposible casi pronunciar una palabra. En sus detalles de hecho, el relato de Vinence era correcto. Pero estaba muy lejos de ser completo y verdadero del todo. Fue la cínica omisión del Amo del Espacio sobre las circunstancias que habían propulsado a dos grupos de personas hacía siglo y medio ya, a hacer el mismo esfuerzo desesperado de escapar de Liot, lo que le pareció repulsivo. Vinence y los de su clase, estaban perfectamente advertidos de lo que se había hecho en las ciudades. Había sido una cosa deliberada, y completamente planeada.
Hacía tiempo, los Amos del Espacio tuvieron que haber sospechado una competencia para el poder en Liot y sus hermanas gigantes en aquella zona del espacio. Primero fueron aisladas las grandes ciudades una de otra y después, se procedió a abatirlas individualmente. En Liot, el Amo del Espacio había asumido el control paso a paso, en algunas décadas, de todas las grandes funciones de la gran ciudad. En la vida de Haddan, el proceso hacía ya algún tiempo que había quedado completado. Sólo los Amos del Espacio tenían alguna comprensión entonces de la complejidad de la vasta máquina que suministraba energía a la ciudad de Liot y que la sostenía y sólo él tenía acceso a las secciones de la ciudad donde la máquina se hallaba instalada. Cuando se comenzaba a mirar y a comprobar, como Haddan había hecho, se hacía claro que ni incluso una sombra de autogobierno habían quedado en pie.
Pero aquel no era el verdadero crimen. El crimen había sido cometido de una forma más inmediata contra los habitantes de la ciudad; pero tan solapadamente y en silencio que sólo se había hecho ostensible cuando se había obtenido, como Haddan de nuevo había hecho, una comprensión de las diferencias entre la población actual y la de cinco o seis generaciones anteriores.
Se lo dijo a Vinence, procurando no alterar demasiado el tono de su voz.
—No puedo estar de acuerdo en absoluto en el hecho de que haya presentado usted la parte significante de lo sucedido.
—¿No? —repuso Vinence—. ¿Crees que debe recargarse el énfasis sobre las fechorías de los Amos del Espacio?
Haddan le miró sintiendo que en su garganta el nudo de rabia se hacía mayor aún y que sus manos estaban hambrientas de poder haber estrangulado a aquel monstruo a través de la mesa. ¡Fechorías! Cuando en una ciudad, que podía calcularse haber sido construida para contener quince millones de personas, quedaban sólo veinte mil —veinte mil cuando mucho, ya que la cifra precisa, simplemente había dejado de ser disponible. Y cuando la duración de la vida por término medio en Liot aparecía siendo sólo de dieciocho años... Cuando sólo dos o tres de los descendientes de los que construyeron la ciudad, se les veía pasar con la mandíbula inferior colgando y temblona, con caras de idiotas y los ojos vacíos de toda expresión...
¿De qué específica «fechoría» había sido culpable allí el Amo del Espacio? Por su parte no había estado en condiciones de descubrirlo, ni tampoco Auris, mucho mejor informada en tales materias que el propio Haddan. Ellos habían deseado conocer y saber, para completar el registro del caso de aquel crimen contra la humanidad a cargo del Amo del Espacio. Pero demasiados pocos otros habían estado en condiciones de proporcionarle cualquier asistencia. Campos enteros y ramas del conocimiento y del saber, se habían borrado ya de la mente de los hombres, y en cualquier caso, tal zona de conocimiento era siempre un secreto del Amo del Espacio. No había habido tiempo suficiente para estar seguro. Pero la condición de la gente de Liot mostraba en sí misma que una enormidad de alguna especie se había llevado a cabo contra ellos. Haddan y Auris habían corroborado la evidencia de su certidumbre.
La voz de Vinence llegó de nuevo a los oídos de Haddan.
—Estaba refiriéndome al hecho de que los registros restaurados contienen un número de interesantes especulaciones respecto al Amo del Espacio y a sus actividades. ¿Esos registros fueron recopilados, según creo, por ti mismo?
—Lo fueron.
—Y fueron elaborados para ser llevados eventualmente a la atención de la humanidad galáctica ¿no es cierto?
Haddan vaciló un instante; pero después afirmó:
—Sí, tal era el propósito.
Los ojos oblicuos de su oponente le consideraron por un instante.
—Me gustaría —continuó Vinence— escuchar, mediante qué razonamiento llegaste a vuestras conclusiones. Puedo asegurarte al decirte ahora mismo, que nada de cuanto me digas puede afectar por ningún motivo a las medidas que se tomarán con respecto a ti y a tus compañeros. Esto es una cosa perfectamente aclarada.. —Se detuvo un instante, se encogió de hombros y añadió casi de forma casual—: Algunos de vosotros, perderéis la memoria del pasado. Otros vivirán el resto de sus vidas sin despertar por completo de un sueño no demasiado desagradable. Para que veas, no somos inhumanos. Hacemos simplemente lo que es necesario. Como lo son las medidas que hay que adoptar, llegado el caso.
Haddan le miró desamparado. Sintió frío. Había esperado la muerte para sí mismo, aunque tal vez no para los otros compañeros. Él había sido, después de todo, el cabecilla. Sin él, ninguno de ellos hubiese abandonado la Ciudad de Liot. Trató de no pensar en Auris.
Pero allí estaba la forma de conducirse de un Amo del Espacio. No aplicando una muerte inmediata, sino arruinando la mente del individuo, provocando el lento e inexorable proceso de destrucción del cuerpo. Como lo habían hecho, en una forma parecida, en Liot, aunque ligeramente distinta.
—Supongo que tendrás que hacer algunas observaciones —dijo Vinence—. O quizás lo haga el Dr. Auris...
Haddan, de repente, se encontró a sí mismo, hablando. Las palabras surgían de su boca lentamente, de una forma glacial, aunque tras ellas estaba la furia. Era, por supuesto, completamente inútil. Vinence sabía lo que había ocurrido y no era un hombre como para ser afectado sensiblemente por las acusaciones de una víctima. Pero quedaba aún cierta satisfacción en hacer saber que el Amo del Espacio no había tenido todo el éxito que había creído tener, ocultando el hecho de que estaba comprometido en una sistemática destrucción genética.
Algo vino a sospecharlo, aunque para ese tiempo ya había muy poco que hacer, excepto el evitar para sí mismos las trampas que el maravilloso Centro Médico de los Amos del Espacio comenzó a instalar, con ramificaciones en toda la ciudad...
Vinence le interrumpió irritadamente:
—Hace casi doscientos años, el número de médicos humanos capacitados, descendió a un número tal que tales instalaciones se hicieron necesarias, Haddan. Era uno solo de los muchos pasos tomados durante el período del tratado para mantener la vida en las ciudades, en tanto como fuera posible.
Sólo uno de los muchos pasos dados, sin duda, convino Haddan. Pero difícilmente creíble que fuera con el propósito de mantener la vida. Entonces, incluso ya era difícil hallar registros adecuados de lo sucedido; pero existía alguna razón para especular si no habrían hecho sucumbir a los más fuertes e inteligentes en aquellos centros de los Amos del Espacio...
—¿Crees que fueron asesinados allí? —preguntó Vinence.
—O sacados fuera de la ciudad.
—Para debilitar más tarde su capacidad... sí, ya veo —dijo Vinence pensativamente, como si ésta fuera una posibilidad que tuviese que considerar por primera vez—. ¿Cómo has sabido de estas cosas que pasaron hace ya tanto tiempo, Haddan?
—De un mensaje dejado por uno de los diseñadores originales de la nave que utilizamos —repuso Haddan.
—¿Y descubristeis el mensaje en esa forma?
—No, fue por accidente —dijo Haddan—. El que lo escribió se suicidó con los otros para que el Amo del Espacio no supiera que la nave no había sido destruida. Yo soy un descendiente por línea directa de ese hombre. Se las arregló para que la información respecto a la astronave fuese otra vez disponible dado que ese mensaje llegase eventualmente a manos de alguien que pudiese entenderlo. La suposición era que tal persona pudiera, además, ser capaz de actuar con dicha información.
—¿El mensaje estaba codificado?
—Por supuesto.
—Lo encuentro curioso —dijo Vinence—. Sí, es curioso que no hayas llamado nuestra atención antes sobre eso.
Haddan se encogió de hombros.
—Mis más inmediatos antepasados siguieron la tradición familiar de permanecer alejados de los centros médicos. Supongo que ésa es la razón de por qué el esfuerzo ha sido continuado en nosotros... y otra, de no tomar como pasaje para salir de Liot ninguna nave de los Amos del Espacio.
—¿Crees que ésa ha sido otra de nuestras trampas?
—No he descubierto la evidencia, tengo que reconocerlo —dijo Haddan— de que cualquiera que presentase las exigencias requeridas para el vuelo en el espacio y fuese aceptado como pasaje, volviese más tarde a Liot.
—Ya veo. Según eso, aparece que estuviste notablemente ocupado en un número de zonas distintas durante los años anteriores a tu escapada de la ciudad. Y supongo que te pusiste en contacto con el doctor Auris con objeto de confirmar que las sospechas de tus antepasados respecto a nuestros procedimientos en los Centros Médicos, eran ciertas...
Haddan había esperado evitar el interés del Amo del Espacio en la persona del Dr. Auris; pero la evidencia revelaba claramente el papel que ella había jugado.
—Sí, obtuve alguna información adicional de esa forma.
Vinence hizo un gesto de aprobación.
—Ella es otro miembro fuera de lo corriente de tu generación. Solicitó entrenamiento médico desde que era una chiquilla estudiante... la primera persona voluntaria que apareció en los Centros para tal propósito en una década. Ella quería ayudar a la ciudad... pero ésa es cosa que ya la sabes. Se le dio toda clase de instrucción...
—Una instrucción cuidadosamente limitada.
—Sí, cuidadosamente limitada. Hicimos un estudio del Dr. Auris. Parece que bajo tu instigación, ella comenzó a estudiarnos sistemáticamente. Cuando ella desapareció, se presumió que habría muerto en alguna parte de la ciudad. Haddan, tú nos estás acusando de la destrucción genética del espacio de civilización de las Ochenta y Dos ciudades. ¿Qué provecho piensas que se deriva de semejante acto en favor de los Amos del Espacio?
Aquella era una pregunta que el propio Haddan se había hecho con frecuencia a sí mismo, creyendo que conocía la respuesta. Pero existía siempre una duda indefinida en su mente y entonces dijo:
—Las ciudades estaban amenazando con disputar el espacio dominado por ustedes. Por la época en que se vieron forzadas a aceptar sus términos en el Tratado, seguramente que no estarían muy lejos para ser iguales a ustedes. Pero ustedes todavía conservaban ciertas ventajas tecnológicas, y así lo primero que hicieron fue hundirlas, anulándolas. Después, no sintiéndose lo bastante fuertes para controlarlas indefinidamente por el solo hecho de prohibirles los vuelos en el espacio, decidieron seguir con un programa de una deliberada y gradual exterminación.
—¿Y por qué seguir ese lento y casi interminable método? —dijo entonces Vinence—. La solución más fácil y de menos esfuerzo a tal problema habría sido abrir el espacio totalmente a las ciudades.
—No habría sido una solución segura para los Amos del Espacio —argumentó Haddan—, si el género humano de la galaxia conocía el ultraje inferido. —Haddan vaciló, con la sensación de ser más fuerte en él la intranquilidad mental que venía sufriendo al respecto. Por un momento, le pareció hallarse al borde mismo de alguna cosa que había recordado y después olvidado, sintiendo que las palmas de sus manos se cubrían de sudor. Tales sensaciones se desvanecieron pronto. Vinence continuaba observándole, con su expresión totalmente inalterada, y Haddan continuó de una forma incierta e insegura—: Ustedes prefirieron asesinar a las ciudades en una forma que pudiese, en caso necesario, ser atribuida a un proceso natural... algo de lo que ustedes no sintieran ni apareciesen como responsables. Ustedes...
No vio a Vinence que hiciera ningún movimiento, pero repentinamente todo quedó inmerso en la más completa oscuridad. El Amo del Espacio y todo lo demás se había desvanecido. Haddan intentó automáticamente levantarse de la silla en que estaba sentado, pero el peso intolerable de su cuerpo lo hizo imposible y tuvo que renunciar a moverse. Esperó respirando con dificultad, mientras que la pesadez fue desvaneciéndose de nuevo.
Entonces habló Vinence, y su voz se oyó como procedente de algún punto por encima de la oscuridad que rodeaba a Haddan, tal vez a veinte pies de distancia y un poco a su derecha.
—La nave está en movimiento, Haddan. Estamos volviendo al planeta de cuya ruta os interceptamos...
Y repentinamente se hizo la luz.
No era la luz que previamente había existido en la habitación, sino la rica y brillante propia de un mundo que gira alrededor de un sol. Todas las paredes de aquella doble habitación, el techo y el suelo, parecían formar una simple y continua ventana a través de la cual se filtraba el resplandor.
Haddan no pudo ver a Vinence, pero existía una zona algo borrosa y gris hacia la derecha que podía ser un bloque de energía tras el cual estuviese sentado el Amo del Espacio. Y aquello, pensó Haddan, muy bien podría ser —no se le había ocurrido antes— la sala de control de la astronave.
La nave permanecía estacionaria en la atmósfera, a escasa altura del suelo. Aquella forma de llegar casi instantáneamente al planeta resultó fantástica para Haddan. Semejante maniobra hubiera sido imposible para la astronave que con tanto trabajo había construido allá en Liot. Haddan pudo ver con sus propios ojos, allá abajo, las colinas recubiertas de bosques y abultamientos de un verde oscuro, de donde tres anchos ríos se apartaban curvándose y unas nubes cargadas de lluvia cerníanse sobre ellos. En la lejanía, y hacia su izquierda, aparecía la vasta expansión de un mar. La zona parecía corresponder a la zona tropical del planeta, muy similar en aspecto a la que Auris y él habían explorado en un bote auxiliar para decidir en dónde debería tomar contacto su astronave. Como entonces, la escena le puso un nudo en la garganta, una sensación de llegar a un hogar largamente deseado y que por un instante borró de su mente todo lo demás.
—Bastante distinto de los parques de la Ciudad de Liot —comentó la voz de Vinence—. Pero hay algo más de lo que vosotros sabíais, Haddan. Nuestros ensayos y comprobaciones de lo que teníais a bordo demostraron que la mayoría no hubiese podido vivir por mucho tiempo en un mundo abierto sin cúpulas. Tú y el doctor Auris sois afortunados en tal respecto. Muchos de los otros también han tenido la fortuna de que el Amo del Espacio los encontrara antes de que hubiesen sido gravemente atacados por las infecciones que vosotros llevasteis de vuelta a la nave...
No tan afortunados, pensó Haddan; de otra forma, sin embargo, aquella declaración podría ser cierta. Era uno de los incalculables riesgos que todos y cada uno de los componentes del grupo habían tomado voluntariamente, a conciencia de saberlo y desearlo. No estaban en condiciones de predecir cuál pudiese haber sido el impacto del vuelo por el espacio sobre cuerpos genéticamente debilitados. Nueve hombres y cuatro mujeres de los ochenta y cinco miembros del grupo que escapó de Liot habían muerto durante el primer cuarto de aquel viaje de dos años. La ironía era que habían corrido tales riesgos sin saber que el Amo del Espacio consideraba el mundo hacia el cual se dirigían como otra de sus posesiones. De haber podido aterrizar en él, y sobrevivido lo suficiente, habría sido inverosímil poder haber escapado a una detención que evidentemente hubiera echado por tierra todos sus planes.
—Bien, ahora miraremos, a través de los instrumentos, a los que pudieron haber sido vuestros vecinos aquí —continuó la voz de Vinence—. Una pandilla excepcionalmente grande permanece aquí en esa zona inmediata. Sí, allí en la curva del río norte... ¿Puedes ver el enjambre de chispas doradas que hay por encima de los árboles, Haddan? Su densidad indica la presencia de la pandilla, en la cual cada chispa representa un ser humano individualmente.
La mirada de Haddan recorrió el más ancho de los ríos que se deslizaban en aquella zona del planeta. Se detuvo en aquel racimo de luciérnagas diminutas, como brillantes luces en el aire a ambos lados de una de las curvas del curso del río. Por supuesto habrían sido totalmente invisibles a simple vista, lo que representaba un método conveniente para que los Amos del Espacio tuvieran una forma de comprobar lo necesario respecto a los esparcidos habitantes de aquel planeta y, de desearlo, incluso poder contarlos. No, pensó Haddan: ni él ni sus compañeros habrían permanecido mucho tiempo sin ser descubiertos.
Aquella especie de gusanos de luz desapareció; después la escena existente en el exterior de la astronave se oscureció repentinamente, convirtiéndose en una neblina de verde y oro. Al ir aclarándose la neblina confusa y borrosa, Haddan vio que los dispositivos con los que Vinence estaba operando habían producido una vista casi al mismo ras del suelo en la zona del río y a unos cincuenta o sesenta metros de la «pandilla» humana. Era una convincente ilusión, tanto que parecía como si hubieran podido tomar asiento entre ellos, y algo más que una vista. Sus oídos percibieron un murmullo de agudos chillidos y llamadas procedente de un grupo de chiquillos al borde del agua; dos mujeres les gritaban desde la otra orilla. Tras algunos segundos, Haddan comprobó que existían incluso sensaciones táctiles... y una sensación también de calor del aire en movimiento, y muy sutilmente los olores de la vegetación y del agua.
Su mirada se dirigió al grupo viviente de aquellas criaturas. No eran gentes notablemente hermosas de aspecto, aunque existía ciertamente una gran variación de tipos entre ellas. Todos, incluso los niños que estaban bañándose, parecían sucios y casi todos desnudos. Parecían principalmente enfrascados en la tarea de escarbar alrededor de las cañas y matojos en busca de algo comestible, ya fuese vegetal o animal. Sólo unos cuantos de los rostros más próximos le dieron la impresión de poseer una inteligencia calculadora. Pero había, con pocas excepciones, un aire de viveza y de robusta energía en ellos que ningún grupo del tamaño correspondiente en Liot pudiera haber sugerido. Y el número de ancianos y niños del grupo resultaba sorprendente. Nunca había existido gente vieja saludable en Liot.
Era un grupo a quien se hubiera podido volver a enseñar muchas cosas, largamente olvidadas en aquel planeta, pensó Haddan, y que las hubieran aprendido rápidamente. El plan no hubiera sido sin esperanza al respecto; la posibilidad de desarrollar una nueva civilización en aquel mundo existía de una forma evidente, o al menos había existido. Lo que hacía más extraño el problema era que no existiera ciertamente una verdadera civilización, aunque poco desarrollada, y que los descendientes de los antiguos colonizadores hubiesen retrocedido a aquella manera de vivir... casi exactamente, aparte de una rústica destreza en utilizar trozos de piedra y de madera en su variada forma de obtener sus alimentos, como un rebaño animal. Vinence podía haber usado el término con cierto desprecio, pero lo cierto es que tenía razón, a pesar de lo dolorosa que tal evidencia pudiera resultar.
¿Sería otra hazaña del Amo del Espacio? Podría serlo fácilmente, decidió Haddan, y probablemente lo era. ¿Por qué, si no había tan pocas personas en un mundo que obviamente podría sostener a una población infinitamente más densa? Incluso a una población que hubiese perdido toda traza del conocimiento tecnológico. Sí, era obra del Amo del Espacio, casi con toda certidumbre. Allí existía una forma de degradación en cierta forma diferente, tal vez llevada a cabo por algún propósito totalmente distinto. Pero tenía que haber sido hecho deliberadamente...
—La humanidad galáctica —dijo entonces la voz de Vinence por encima de Haddan—. Estás mirando a una parte de ella en ese mundo, ya lo ves, Haddan. Así es cómo la hubieras encontrado en cualquier parte de ese planeta. Bien, y ahora que lo estudias tan de cerca, ¿crees realmente que al Amo del Espacio le hubiera importado lo más mínimo que hubieras dicho cuanto hubieras querido? Hubiera resultado de lo más interesante observarte tratando de describir lo que es la ciudad de Liot a esa gente animal con el vocabulario de gruñidos que suele utilizar para expresar sus más elementales instintos.
»Pero, por supuesto, creo que esto ya lo sabías. Sabías eso seguramente y ahora creo estar seguro de que has comprendido que se habría llevado generaciones y generaciones para establecer algún cambio progresivo de interés contigo solo y tus compañeros para iniciar ese proceso. Pero esto es sólo una ramita perdida en la vorágine de una cascada caída del gran árbol del género humano. Planeabas correr la noticia a los otros. El número de los que hay así te resultaría aterrador. Hace sólo catorce mil años el género humano estaba únicamente confinado a vivir en un simple planeta no muy diferente de ése que estás viendo. Pero un día comenzó a extenderse por la Galaxia y estableció grandes civilizaciones en mil nuevos mundos esparcidos y gigantescas ciudades autosuficientes a través del espacio. Eso es lo que los Amos del Espacio hubieran podido temer, de saber lo que hicimos con las Ochenta y Dos ciudades, ¿no es cierto?
—O si se supiera qué es lo que hicieron con este mundo. Eso sólo les condenaría, y al final se hará. No escaparán ustedes para siempre al juicio de la raza humana.
Se produjo un denso silencio por algunos instantes. Incluso la actividad de la gente que había junto al río dejó de percibirse. Entonces Vinence volvió a hablar.
—Aquí hay un hecho curioso, Haddan. Tú..., y estás lejos de ser el único en esto, te has hipnotizado a ti mismo al creer ciertos hechos en relación con los Amos del Espacio. Al hacerlo te ha sido imposible estar en condiciones de hallar otra posible explicación por la forma en que las cosas han ido en Liot, aunque hay indicios de que nunca han estado lejos totalmente de tu comprensión. Tal vez no se te puede reprochar por esa continua decepción en ti mismo, pero ahora va a terminar. Y creo que es esencial que quieras conocer la verdadera razón de lo que sucederá contigo, el doctor Auris y tus amigos.
Aquellas palabras parecían no tener sentido para Haddan. Un extraño y agudo pánico comenzó a surgir en la mente de Haddan. Se sintió a sí mismo decir:
—¿De qué está usted hablando?
No hubo respuesta. En su lugar, una completa oscuridad se cerró sobre él de nuevo. Haddan esperó, con la mente dándole vueltas y sumido en el temor y la angustia, como borracho y sin saber qué podría sobrevenirle. ¿Qué había dicho Vinence? Le pareció imposible recordarlo con claridad. ¿Qué era aquello de haber sufrido una continua decepción?
Se dio cuenta de que Vinence le estaba hablando de nuevo.
—Se llevó dos años en cubrir la distancia que hay entre Liot y el mundo que acabamos de dejar —dijo la voz—. Pero no se nos llama Amos del Espacio por capricho; por lo tanto no te sorprendas ahora de nada. Lo que verás es tan real como lo ven tus propios ojos.
La espesa oscuridad comenzó a desvanecerse de la doble habitación mientras hablaba, y a través de la ventana sin fin que era todo el contorno circular de la astronave, incluido el techo y el suelo, las estrellas brillaron en el espacio por todas partes. A la izquierda de Haddan estaba el resplandor blanco amarillento de un sol próximo y delante, en la distancia, reflejando el brillo como una joya tallada en mil facetas, aparecieron las murallas de la Ciudad de Liot. Reconoció a la ciudad instantáneamente, sin la menor vacilación, aunque sólo la había visto desde el exterior un instante cuando partió de ella en la astronave que había sido capturada por el Amo del Espacio. La propulsión les había empujado lejos del sol de Liot casi a la velocidad de la luz.
La ciudad, entonces un tanto borrosa, se aclaró como cobrando su verdadera forma, ya mucho más cerca. La nave del Amo del Espacio se deslizaba como una flecha en dirección a una gigantesca entrada, como una escotilla de enormes dimensiones. Otro oscurecimiento y quedó suspendida momentáneamente en la boca de la entrada.
—¿Qué ves, Haddan?
Se quedó mirando fijamente a la escotilla brillantemente iluminada. Al extremo lejano, como a una milla de distancia, aparecía otro vasto círculo. Más allá, más luz...
La idea le asaltó súbitamente como una sentencia de muerte.
—¡La ciudad está vacía!
Haddan no sabía casi ni lo que había dicho. Pero oyó la voz de Vinence replicarle:
—Sí, vacía..., abierta al espacio. Liot fue la última de las Ochenta y Dos Ciudades. Se halla sin vida desde hace casi un año. Y ahora —la voz era inalterable y sin expresión como siempre— iremos a los mundos y ciudades de la humanidad galáctica en los cuales basabas tus esperanzas. Creo que has comenzado a comprender conscientemente qué es lo que encontraremos allí.
Y al instante estuvieron.
* * *
Quizá sólo unas horas más tarde Haddan se hallaba de pie junto a una ventana de la gran estructura globular que flotaba a menos de media milla por encima de la superficie de un mundo llamado Clell. Una sensación de pesado y casi paralizante choque físico no le había abandonado todavía, sintiéndolo en todo su cuerpo; pero sus ideas se hallaban perfectamente claras.
Había visto ya los mundos muertos, las ciudades muertas del espacio, de la humanidad galáctica..., bastantes de ellas, demasiadas. Clell aún vivía a su manera. Los techos cristalinos de los edificios amplios que se extendían hacia el horizonte y a través de la hermosa llanura bajo Haddan cobijaban aún ochenta mil seres humanos..., la mayor parte de lo que quedaba de las orgullosas especies del Hombre. Clell era el último mundo que vería mientras aún retuviese el conocimiento de quién y qué era él.
Los planes de los Amos del Espacio por su futuro personal en sí mismos no eran acongojantes. Le suprimirían sus recuerdos, pero podría vivir en el mundo verde lejos de Clell, donde existían el trueno y la lluvia, tal vez como un miembro de la banda de seres bestiales que había observado moverse junto a la orilla del río, no la más hermosa clase de gente en el conjunto, y en cierta forma sucio y desharrapado, pero no del todo infeliz. En palabras de Vinence, se convertiría en un hombre neoprimitivo, como factor diminuto, temporal y útil elemento en los planes gigantescos del Amo del Espacio, de siglos de duración para obtener la supervivencia de la raza humana. Y Auris estaría allí con él, aunque Haddan no estuviese en condiciones de reconocerla como antes, ni a ella ni a él. Recordó sus sensaciones cuando había mirado a aquel mundo y durante las pocas horas que había paseado en su superficie, y supo entonces que el otro Haddan estaría contento con su nueva existencia. Prefería, sin vacilación, aquella perspectiva a la confortante fantasía producto de las drogas, que sería la final experiencia vital de la mayoría que todavía quedaba en Clell..., la mayoría que no podía ser empleada en el grandioso plan.
Pero no era todo lo que deseaba. La inmediata cuestión era saber hasta qué extremo podía ser creído el Amo del Espacio.
Haddan miró a la mesa que había tras él. Se hallaba literalmente cubierta de mapas, cartas estelares, masas de todo tipo de información, material computable e instrumentos, la mayor parte de lo cual le resultaba totalmente incomprensible. Pero añadido a lo que había visto y se le había mostrado desde la increíble astronave del Amo del Espacio, había comprendido bastante de la historia del colapso genético del Hombre... o de la versión que el Amo del Espacio le había dado de ella.
No era del todo improbable. La semilla de la muerte de los genes anormales en ingentes multitudes había sido implantada en la raza antes de salir fuera al espacio y explorar y habitar la Galaxia, y con su expansión la escala de su desarrollo se había aumentado mucho más. Durante mucho tiempo las técnicas médicas, diestramente desarrolladas, mantuvieron la apariencia de un cierto equilibrio; se había hecho mucho menos fácil morir para el hombre civilizado incluso bajo el gravamen de su herencia genética. Pero puesto que había continuado esquivando la audaz tarea emprendida por algunos gobiernos para intentar la regulación de las uniones matrimoniales, dejando a un lado las preferencias de la pareja humana, aquel gravamen continuó creciendo.
Pero llegó el momento en que la ciencia médica, grandiosa como lo era, se encontró súbitamente incapaz de llevar a cabo la restauración necesaria para conservar alguna específica civilización en pie. Los genes letales, las innumerables mutaciones casi imperceptibles y otros factores fatales en el mismo proceso, habían establecido al fin una población subnormal, crónicamente enferma y que comenzaba rápidamente a decrecer en número. Las estadísticas de los Amos del Espacio indicaban que este período, una vez comenzado, no se prolongaba mucho. Cuando simplemente no había bastantes mentes sanas y cuerpos fuertes para atender a los requerimientos de la existencia, el descenso final se precipitaba catastróficamente con enorme rapidez, siendo, por lo demás, algo irreversible. En Liot, Haddan había estado viviendo a través de los últimos años de tal período, modificado sólo por la intervención de los Amos del Espacio. Los Amos del Espacio, con sus supermáquinas y su superciencia, habían surgido a la existencia pública como una organización casi demasiado tardía para actuar con la debida eficacia. En menos de quince siglos la raza había ido por todas partes, desde el pináculo de sus logros más ambiciosos y su expansión, hasta la casi total extinción. Los Amos del Espacio creían que aún podía ser rehecha a partir de sus remanentes, pero tal reconstrucción requería una intervención quirúrgica inmisericorde de una altísima tecnología médica y una continuada y larga supervisión.
Aquélla era la historia que Haddan había escuchado de Vinence... ¿Por qué se habrían tenido que molestar en mentirle a él? Sin embargo, había ciertos aspectos confusos, como piezas sueltas de un rompecabezas, y preguntas aún sin contestar. ¿Qué era un Amo del Espacio? ¿Algún tipo superior genético que había sabido desterrar la carga que soportaban los demás y que poseía una autodisciplina y una visión del porvenir para eliminar cualquier amenazante debilidad en sus filas y permanecer aparte de los grupos ya deteriorados? Entonces... ¿por qué tendrían que haber emprendido aquella formidable tarea de intentar recrear la raza humana a partir de los supervivientes de las civilizaciones ya hundidas en el colapso final? Ellos por sí solos, con tan incomparable tesoro de conocimientos y elevada tecnología, eran, de hecho, la nueva humanidad.
Aquella reflexión había hecho surgir en la mente de Haddan posibilidades irreales. Existía el hecho de encontrar algo imposible, el de sentirse a gusto en presencia de Vinence. Algo extraño en la apariencia del Amo del Espacio, la manera en que se movía, enviando constantes señales de alerta al cerebro de Haddan... Sí, existía una diferencia misteriosa, no demasiado evidente, pero profundamente perturbadora. Era como si sus sentidos no aceptasen que Vinence fuese otro ser humano, y llegó hasta pensar que tal vez proviniese de alguna raza de robots procedente de un mundo moribundo a los que se les hubiera asignado la tarea de salvar la raza humana y que Vinence y sus compañeros estaban aún intentando llevar a cabo la tarea con una mecánica perseverancia, y la mecánica falta de interés y casi, de hecho, sin demasiada inteligencia.
Porque el plan del Amo del Espacio..., o por lo menos mucho de lo que Haddan pudo comprender y que se le había permitido que supiera, contenía obvios elementos de una futilidad profunda, extraña y sin sentido...
O tal vez Vinence podría ser, si no un robot, un miembro de una genuina especie extraterrestre, como una máscara de un ser humano y con muy diferentes designios para los supervivientes de la humanidad de como se le había dicho a Haddan. Estaba el planeta Tayun, al cual él, Auris y otros del grupo de Liot iban a ser destinados y no retenidos en Clell. Debería ser tal vez el último grupo que los Amos del Espacio podrían añadir a la generación dispersa y escasa de Tayun. Había conservado la ciudad de Liot funcionando durante un año tras la partida de Haddan. Después era obvio que ya no habría más nacimientos en la ciudad y que la última gota de utilidad genética había sido agotada de la población extinguida. Los supervivientes fueron transferidos a Liot y la ciudad abierta al espacio, pero intacta..., porque eventualmente los seres humanos podrían retornar y necesitarla de nuevo.
* * *
Aquello, según palabras de Vinence, era el propósito de los Amos del Espacio. Durante siglos habían retirado a aquellos que todavía parecían suficientemente sanos fuera de los grupos subnormales bajo su atención y llevados a Tayun, que de todos los mundos conocidos estaba como más próximo a proporcionar casi idénticas condiciones de la lejana Tierra para los seres humanos.
No era un mundo demasiado fácil para los seres humanos, al tener que vivir sin las herramientas y útiles y comodidades de una verdadera civilización, pero tampoco demasiado difícil. Como si fuese exactamente lo que convenía a los propósitos de los Amos del Espacio. Tayun era el laboratorio en el cual, en el transcurso de las generaciones, cualquier debilidad escondida y heredada sería estudiada y erradicada para que no continuase influyendo malignamente en los nuevos seres por venir. A través del largo período de experiencias tendrían que enfrentarse de una forma natural con los problemas que se encontrasen. Ésta era la razón de que al transferir a personas adultas no se les permitiese retener los recuerdos de su vida anterior. Haddan, Auris y los demás serían dejados en la vecindad de algún grupo que no les recibiese hostilmente ni con ninguna actitud inamistosa. Puesto que todos ellos eran física y mentalmente superiores al nivel medio presente en Tayun, no les llevaría mucho tiempo el vencer sus desventajas iniciales entre los miembros de aquellos grupos. Si sus recuerdos se les dejasen intactos les resultaría absolutamente imposible evitar la tentación de introducir aunque sólo fuesen pequeñas innovaciones para hacer la vida más fácil para sí mismos y para los demás.
—No se tiene la intención de que la vida sea demasiado fácil por unos cuantos siglos —había dicho Vinence—, excepto cuando mejore su natural capacidad en los individuos para conocer las condiciones del entorno vital.
Haddan pensó por un buen rato que parecía como si el experimento del Amo del Espacio en Tayun fuese demasiado drástico y que fracasaría. Las enfermedades, las variaciones del clima, los animales enemigos y su propio y latente riesgo genético parecía que matarían a los «neoprimitivos» mucho más rápidamente de lo que pareciese a primera vista. Pero durante los últimos sesenta años su número se había estabilizado primero, y después había comenzado a incrementarse de una forma claramente ostensible. La primera crisis había terminado.
Hasta allí las cosas parecían completamente lógicas. Haddan sabía poco de genética en la forma en que lo entendía el Amo del Espacio; se hallaba entre las ciencias perdidas de Liot. Quería aceptar que no había más fácil alternativa que dejar una especie a que se desarrollase por sí sola en un ancho mundo lleno de recursos naturales y con individuos que estaban faltos de las esenciales calificaciones para sobrevivir. Y habiendo visto los neoprimitivos de Tayun por sí mismo, no se había sorprendido grandemente por las explicaciones de Vinence.
Pero los futuros pasos del plan del Amo del Espacio eran, al detenerse a examinarlos cuidadosamente, completa e increíblemente faltos de cordura...
Oyendo una puerta abrirse y cerrarse tras él, Haddan se volvió y vio a Vinence atravesar la estancia. Se quedó en pie observando aquel macizo y fuerte ejemplar, y su mirada impasible con sus ojos grises ligeramente oblicuos. Todos los Amos del Espacio que había visto hasta entonces se parecían muchísimo a Vinence. ¿Qué había de misterioso en ellos? No pudo decirlo exactamente. Tal vez fuese una cierta forma de moverse lo que le sugería una marioneta propulsada a distancia por unas manos expertas que manejaban unos hilos invisibles. Aquellas suaves facciones y los ojos fríos y calculadores... ¿eran un robot? Haddan sintió una especie de aversión, un oculto sentimiento de horror y un escalofrío por la espina dorsal.
Vinence se detuvo al otro lado de la mesa, echando un vistazo al material esparcido por ella. Tomó una silla y se sentó.
—¿Ha aprendido mucho de todo esto? —preguntó a Haddan.
—No demasiado.
—Es un problema difícil y extenso —reconoció Vinence. Se quedó mirando fijamente a Haddan y continuó—: Nuestros asuntos en Clell han terminado. Además del doctor Auris y tú, cuatro de tu grupo eligieron ir a Tayun. Los otros se quedarán aquí.
—¿Sólo cuatro han elegido Tayun? —preguntó Haddan no dando crédito a sus oídos.
Vinence se encogió de hombros.
—Pues es un promedio alto, Haddan. No esperaba tantos. En las generaciones terminales de una cultura como la de Liot no queda casi nada como motivación para la supervivencia de la especie. Había tres de vosotros de quienes estábamos casi seguros. Pero la mayoría de vuestro grupo eran intelectuales rebeldes que se encararon con el riesgo de dejar Liot sin el menor escrúpulo porque siempre han estado un poco despegados de las realidades vivientes. Para ellos no habría compensación alguna en comenzar de nuevo una vida como un salvaje de menos recuerdos. Los sueños falsos de Clell les producen un mayor interés.
Hizo una pausa y continuó:
—Hubo un tiempo en que los Amos del Espacio pudieron haber tomado otra docena de cualquier grupo particular de humanos para Tayun sin su consentimiento, previos los ensayos corrientes. Pero ninguna combinación de análisis muestra todo lo esencial. Aprendimos que cuando lo hicimos sólo por ellos, y a juzgar por nuestro propio juicio sin nada más, terminábamos casi invariablemente por haber debilitado el esfuerzo vital de Tayun.
—¿Y qué van ustedes a conseguir finalmente al reforzarlo? —preguntó Haddan.
Algo brilló por un instante en los ojos del Amo del Espacio. Entonces su expresión cambió lentamente, se hizo burlona, tal vez amenazadora, observadora, y la certidumbre creció en Haddan en el sentido de que la pregunta no había sido ninguna sorpresa para Vinence.
—Es una curiosa pregunta hecha en estos últimos momentos —repuso el Amo del Espacio. E hizo un gesto de aprobación a la mesa ante él—. ¿Estás en desacuerdo con alguna de las conclusiones que encontraste allí?
Haddan le miró. ¿Para qué discutir realmente? No iría a cambiar los planes del Amo del Espacio..., excepto tal vez desfavorablemente por lo que a él respectaba. La actitud expectante de Vinence le sugirió que se hallaba al borde de comenzar una trampa ya preparada. Su reacción hacia la información permitida hacia Haddan, sin aparente razón hasta entonces, podía ser el factor que determinase qué haría en aquel caso. Y era muy posible que prefiriese excluir el hacer preguntas sobre la nueva pauta genética de los hombres.
¿Por qué no aceptar ir a Tayun? Para él, como entidad, existía ciertamente compensación al llegar a ser absorbido por el esfuerzo racial de vivir. En último extremo, siempre sería mejor que gastar el resto de sus días en los estériles salones de los sueños de Clell...
—Era una pregunta lógica —dijo Haddan al fin—. Las cartas y estadísticas demuestran lo que usted me ha dicho. Eventualmente al Hombre de Tayun se le permite desarrollar su propia civilización. Durante el período que transcurra será algo más duro físicamente, y algo más mentalmente competente, que las especies eran quizás hace veinte mil años. Desaparecerán algunos graves defectos genéticos, aunque en lo esencial será la misma especie. Los Amos del Espacio proveerán a la especie de un nuevo comienzo, una nueva vida. Eso es lo que cuenta, ¿no es cierto?
Vinence hizo un gesto aprobatorio.
—Muy aproximadamente.
—Vuestra ayuda va algo más lejos, por supuesto —dijo Haddan—. El desarrollo de la civilización, cuando comience, no se dejará al azar. El Hombre marchará hacia adelante automáticamente a través de una preparada información en alguna forma secreta hasta el momento en que pueda hacer el mejor uso de ella. Así, esta segunda vez, podría avanzar mucho más rápidamente. Pero ¿habrá alguna superorganización como la de los Amos del Espacio todavía en control del Hombre para entonces?
—Difícilmente —repuso Vinence—. Y no, en absoluto, tras que hayan comenzado los hombres de nuevo a extenderse por toda la Galaxia. Eso no sólo sería indeseable, sino imposible. Aprendimos mucho al respecto.
—Entonces —dijo Haddan a su vez— lo que los Amos del Espacio están cometiendo es más bien un acto de locura intermitente. Si sólo va a existir un nuevo comienzo, la totalidad del ciclo se repetiría en sí mismo a pocos miles de años de este momento y todo sería igual. Cometerían los mismos errores y nuevamente se encontrarían en el nuevo proceso de autodestrucción. No hay razón para esperar otra cosa distinta... y, por supuesto, usted tiene que estar advertido del peligro. Pero a menos que usted sepa ya cómo poder evitarlo...
Vinence sacudió la cabeza negativamente.
—Lo ignoramos. —Pareció vacilar por un instante—. Existe una enorme diferencia entre restaurar la salud de las especies e intentar cambiar sus naturales actitudes de alguna manera significativa. Esto último es un proceso enormemente complejo que en sí contiene mucha mayor probabilidad de hacer el mal en vez del bien, de que actúe hacia lo malo que hacia lo bueno.
»Yo mismo, como uno de los Amos del Espacio, estoy comprometido en investigaciones de posibles medios para evitar que se renueve un suicidio racial, y lo llevo estando desde hace mucho tiempo. No estamos absolutamente ciertos de que incluso pueda encontrarse una solución teórica. —El tono de su voz era suave y sus ojos grises miraban fijos, sin pestañear, a Haddan.
Este último insistió con tenacidad.
—Tiene que hallarse una solución, o el plan es algo casi sin significado alguno. Y hasta que se encuentre, los Amos del Espacio perderán inútilmente a personas como yo o como la doctora Auris en Tayun..., y a cualquiera capaz de tener pensamientos abstractos independientes, lo cual no es ciertamente un requisito vital en Tayun para el Hombre en el presente. Ese esfuerzo puede continuar adelante sin gentes como nosotros por mucho tiempo. Creo que usted debería poner toda mente que funcione con inteligencia a utilizar el talento que posee para buscar las respuestas que ustedes aún no tienen a la mano. Ésa debería ser nuestra designación en el plan de los Amos del Espacio. Cualquier otra cosa es indefendible.
Vinence se quedó silencioso por unos momentos. Se encogió de hombros ligeramente después y dijo:
—Hay una cosa equivocada en esa presunción, Haddan. Mencioné antes que existen complejidades en tal proyecto. Y son mucho mayores de lo que tú puedes suponer por ahora. Ciertamente que ni tú ni la doctora Auris sois personas estúpidas, pero vuestra vida actual sólo tiene una probable duración de unos cincuenta años. Tú deberás estar ya muerto antes de poder aprender la mitad de lo que necesitas saber para comenzar a sernos útil a nosotros en este trabajo gigantesco y de tan larga duración. Es, sencillamente, que es demasiado para ser comprendido.
Haddan le miró fijamente.
—¿Pero usted es capaz de comprenderlo? ¿Y lo ha sabido?
—Sí, así es.
—Entonces, ¿qué...?
La voz de Haddan se hizo un nudo en su garganta. Vinence había levantado sus manos hacia la cara, metiendo las mejillas en el hueco de las manos y presionando con los dedos a lo largo de las mejillas. Las manos parecieron hacer un ligero movimiento de torsión; a poco levantaron la cabeza del Amo del Espacio de la pesada estructura de su cuello y la colocaron sin prisa de pie sobre la mesa, un poco hacia un lado.
* * *
Haddan se sintió incapaz de respirar ni de moverse. Se quedó mirando con fascinación y repugnancia a la cabeza, a los ojos..., todavía fijos en él..., y a la gris y brillante superficie del cuello, que tenía un cierto aspecto de medusa al ser seccionado de la cabeza. Entonces la boca comenzó a moverse en aquella cabeza separada de su tronco.
—El cuerpo de un Amo del Espacio —decía la voz de Vinence— es una interesante máquina biológica, Haddan. En realidad representa una solución parcial del problema que hemos estado discutiendo, aunque no la realmente satisfactoria. Existen pronunciadas desventajas. Este cuerpo mío, por ejemplo, no puede existir unos minutos si se expone al aire libre incluso en un mundo tan delicioso como Clell. Si se hubiera dado el caso de que me hubieras tocado, habría muerto casi al instante. Y si no hubieras estado encerrado en un campo energético que hubiera impedido filtrarse las energías desde el instante en que nos encontramos, el resultado habría sido igualmente lamentable. Los «Amos del Espacio» que habéis visto en la Ciudad de Liot eran robots manipulados, exhibidos ocasionalmente para producir un específico efecto sobre la población. El cuerpo de un Amo del Espacio puede tolerar muy pocas cosas en relación con las realidades de la vida, tal y como vosotros las conocéis. Sus experiencias son casi todas a través de instrumentos, como si dijéramos, de segunda mano. No utiliza alimento, no puede dormir ni puede reproducir su especie.
»Pero somos humanos, y hemos tenido cuerpos humanos en su totalidad. Lo que tú ves ahora es el resultado de la fusión con algo que está próximo, aunque no del todo, con otra forma de vida y con la instrumentación no viviente que nos permite movernos, ver, soportar la gravedad normal y, como te habrás dado cuenta, hablar en parlamentos considerables del lenguaje. Sin embargo, nosotros recordamos que las realidades humanas eran parecidas y a veces las echamos de menos desesperadamente. Nosotros experimentamos el remordimiento, la frustración, el sentido del fracaso y con frecuencia nos sentimos vividamente conscientes de las artificiales monstruosidades en que hemos llegado a convertirnos. Como he dicho, hay desventajas para esta forma de vivir.
»El otro aspecto de la cuestión es que el Amo del Espacio vive con su cuerpo, tal y como es, muchísimo tiempo, aunque eventualmente se desgasta con su componente humano. De esta forma hay mucho tiempo disponible para aprender y comprender algunos de esos muy complicados problemas que es preciso que sepamos al objeto de hacer lo que es necesario.., y que es lo que los Amos del Espacio han estado haciendo desde los dos mil últimos años.
—¿Cuánto tiempo hace que usted...?
—No ese período por completo. Hace sólo aproximadamente unos novecientos años que me encaré con la misma elección con que tú te has enfrentado hoy. Yo ya estoy un poco deslucido ahora, aunque no te lo parezca a simple vista.
Las manos de Vinence se dirigieron a la cabeza, la levantaron, la volvió a colocar sobre su cuello, hizo un diestro movimiento, rápido y eficiente, quedando perfectamente encajada en su lugar como lo había estado antes.
—Esto puede que te parezca una demostración más bien algo dramática —continuó diciendo el Amo del Espacio—, pero tiene sus ventajas y su utilidad. Más de un candidato ha perdido todo su interés en seguir la discusión alrededor de este punto.
Haddan respiró profundamente y le preguntó:
—¿Está usted ofreciéndome un cuerpo de esa especie?
—¿Por qué, si no, habríamos estado discutiendo al respecto?
Algo se estremeció en el fondo de la mente de Haddan, una suave confusión de luz y color, como una lluvia murmurante, en la que se encontraba la inteligente cara de Auris. Después todo se desvaneció.
—Bien, acepto desde luego.
—Lo esperaba, por supuesto —repuso Vinence—. Sabía que casi no habría discusión al respecto. Pero hemos aprendido a esperar hasta que un reclutamiento potencial vea la necesidad de contar con más miembros y lo demande, como es correcto, antes de revelar las condiciones. En el pasado, muchísimos que fueron persuadidos de hacerse Amos del Espacio sobre la base de nuestro juicio de sus calificaciones encontraron que ello les representaba una carga demasiado pesada para aceptarlo. Y es tan fácil para cualquiera de nosotros salir a uno de esos agradables planetas, respirar su aire y morir...
»Pero tú has hecho ya tu elección. No queremos perderte con lo que vales para el propósito común. Tampoco tenemos miedo de perder a la doctora Auris, que ya hizo también su elección unas cuantas horas antes que tú.
A despecho de todo aquello, a Haddan le produjo un fuerte impacto. Tras unos momentos, Haddan preguntó:
—Entonces... ¿cuándo empezamos?
—No hay formalidades especiales. Seréis inoculados inmediatamente. Habrá después algunos meses de situación poco confortable hasta que la fusión se haya hecho completa. Pero después... nosotros construiremos mejores cuerpos que este mío. Tú dispondrás, y Auris también, de una vida futura de mil doscientos años por delante para trabajar en los grandes problemas de los Amos del Espacio, y en el del Hombre, como el gran objetivo. Y... ¿quién sabe? Ése puede ser el período en que la respuesta sea finalmente hallada.
1 ASOV. Sigla de las palabras inglesas Automatic Stellar Observation Vehicle, es decir: Vehículo automático de observación estelar. (N. del T.)
2 Nuestro Sol, pertenece a la clase espectral G, es una enana amarilla y tiene una temperatura supeficial de 6.000° C. (N. del T.)
3 El cero absoluto es en Física el producido a 273 grados bajo cero, allí donde cesa todo movimiento molecular. (N. del T.)