Como en las antologías ya publicadas en la colección Anticipación, nos complacemos en ofrecer a nuestros lectores una serie de relatos entresacados y cuidadosamente seleccionados de lo últimamente escrito en Ciencia -Ficción.

En la Barrera Electrónica, se expone el enloquecedor problema de la existencia de un planeta infernal donde las criaturas viven quemando sus vidas por un gradiente de radioactividad que circunda ese mundo. Un científico intenta salvar aquellos seres remanentes de la raza humana de semejante infierno. La Llama Nocturna es un estremecedor relato del heroismo de un hombre que habiendo conocido las atrocidades de los campos de concentración de la segunda guerra mundial, donde perdió a sus dos hijas y a su esposa; pero que conserva su fe religiosa, se sacrifica para liberar al munfo de un enemigo terrible. En Los Creadores, se relata una investigación llevada a cabo por todas las inteligencias de la galaxia en un planeta muerto. En El Leonardo Duplicado, Más Allá de la Ciencia, Transferencia Mental y Las Máquinas Eternas, nos presentan unos aspectos inéditos de la fantasía y la ciencia, debidos a inteligentes y verdaderos maestros de este género universal, la Ciencia-Ficción.

<p>VARIOS AUTORES </p></h3> <p></p> <p></p> <h2>Las maquinas eternas y otros relatos</h2> <p></p> <p></p> <p></p> <p></p> <h2>Traducción de Francisco Cazorla Olmo</h2> <p></p> <p></p> <p></p> <h2>Edhasa</h2> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:10%; page-break-before:always"><p>Sinopsis</p></h3> <p></p> <i><p>Como en las antologías ya publicadas en la colección Anticipación, nos complacemos en ofrecer a nuestros lectores una serie de relatos entresacados y cuidadosamente seleccionados de lo últimamente escrito en Ciencia -Ficción.</p> <p>En la Barrera Electrónica, se expone el enloquecedor problema de la existencia de un planeta infernal donde las criaturas viven quemando sus vidas por un gradiente de radioactividad que circunda ese mundo. Un científico intenta salvar aquellos seres remanentes de la raza humana de semejante infierno. La Llama Nocturna es un estremecedor relato del heroismo de un hombre que habiendo conocido las atrocidades de los campos de concentración de la segunda guerra mundial, donde perdió a sus dos hijas y a su esposa; pero que conserva su fe religiosa, se sacrifica para liberar al munfo de un enemigo terrible. En Los Creadores, se relata una investigación llevada a cabo por todas las inteligencias de la galaxia en un planeta muerto. En El Leonardo Duplicado, Más Allá de la Ciencia, Transferencia Mental y Las Máquinas Eternas, nos presentan unos aspectos inéditos de la fantasía y la ciencia, debidos a inteligentes y verdaderos maestros de este género universal, la Ciencia-Ficción.</p> </i> <p></p> <p></p> <p></p> <p>Título Original: <i>New Writings in SF. 2</i></p> <p>Traductor: Cazorla Olmo, Francisco</p> <p>©1964, Varios Autores</p> <p>©1967, Edhasa</p> <p>Colección: Anticipación</p> <p>ISBN: 5301948774738</p> <p>Generado con: QualityEbook v0.62</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LAS MÁQUINAS ETERNAS Y OTROS RELATOS - John Carnell</p></h3> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>INTRODUCCIÓN</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">R</style>ECIENTEMENTE se me pidió que contribuyera con un artículo apropiado respecto a la ciencia ficción y a su historia, para <i>The Publisher</i>, una nueva y vitalizadora publicación periódica del género. Como idea básica en el perfil general de dicho artículo, se me solicitó que diese mi propia definición respecto a la ciencia ficción..., cuestión poco fácil, ya que escritores de ambas orillas del Atlántico ya habían escrito mucho al respecto y pocos habían estado de acuerdo sobre una explicación concisa y concreta del sujeto. ¿Cómo comprimir dentro de pocas palabras el significado general de un sujeto que virtualmente no tiene fronteras?</p> <p>Mi conclusión final, creo que quedó expuesta en una nota que dejé escrita en el prólogo del primer volumen de esta serie de «Nuevos Escritos de Ciencia Ficción» y que decía así: <i>Es una ficción especulativa basada sobre hechos conocidos y extendida a futuras posibilidades.</i></p> <p>Esta declaración cubre todas las variaciones posibles del género, excepto por lo que respecta al relato de fantasía, una categoría literaria sobre la que puede discutirse indefinidamente. Por ejemplo, Ray Bradbury, ¿escribe ciencia ficción o <i>fantasía</i>? Esto deja a un lado esa terrible palabra «ciencia» que ha embaucado a tanta gente durante años. Una parte, recarga el énfasis de la necesidad de más teoría científica en la Ciencia Ficción, y en su literatura, mientras que otra, expresa su opinión de que los datos científicos pueden obtenerse con más facilidad de los libros de texto o de las revistas científicas. Mientras que la primera escuela de pensamiento, por así decirlo, prevaleció durante muchos años, allá por 1920 y comienzos de 1930 (la Era de la Máquina, de la Ciencia Ficción), cuando muchos autores eran científicos por derecho propio, la tendencia en los años recientes ha sido la de descartar esa era de la «píldora azucarada» conforme más y más autores de ciencia ficción han ido contribuyendo al medio que nos ocupa.</p> <p>Hoy, la ciencia ficción dedica más atención al Hombre, como individuo, y como factor dominante que controla las máquinas que ha inventado, como puede verse en los relatos de este volumen de «Nuevos Escritos de Ciencia Ficción». A veces, como en el relato de John Rackham, <i>La barrera electrónica</i>, la humanidad no acierta a conformarse muy bien, aunque el autor nos permite esperar que, a despecho de nuestras negligencias e imperfecciones, exista una justificación para nuestras acciones. Incidentalmente, el tema que late tras este relato, me ha intrigado durante bastante tiempo porque se plantea el problema de lo que harían los dos primeros visitantes extraterrestres de nuestras emisiones de radio y televisión.</p> <p>El relato de William Spencer, <i>Las máquinas eternas</i>, también hace resaltar el continuo deseo del Hombre por dejar patente su huella en el Universo, mientras que su propia destreza le derrota en el relato de G. L. Lack, <i>El Leonardo duplicado</i> y el de Steve Hall, <i>La mesa de billar redonda</i>. Sin embargo, es en relatos tales como <i>La llama nocturna</i>, de Colin Kapp y <i>Los creadores</i>, de Joseph Creen, donde encontramos las mejores cualidades triunfando sobre la adversidad... al hombre contra el hombre en la primera, y al hombre contra el misterio cósmico en la segunda. Ambos relatos, requieren una mente inquisitiva, una facultad con la que afortunadamente el Hombre está dotado.</p> <p>Facultad que también gozan la mayor parte de los lectores de ciencia ficción.</p> <p style="text-align:right; text-indent:0em;">John Carnell</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LA BARRERA ELECTRÓNICA - John Rackham</p></h3> <p></p> <p></p> <p><style name="h3">1</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">L</style>A astronave surgió suave y rítmicamente, conforme los circuitos cayeron en la secuencia adecuada de la curvatura del espacio. Todos los hombres de a bordo, sostuvieron la respiración desde el grumete hasta el propio Capitán Egla Forsaan. Sobre el puente, sus ojos aparecían ansiosos y sus oídos atentos, como los del resto. Sabía que de su persona se escapaba una expresión de miedo escalofriante, a despecho de todos los esfuerzos que hacía por enmascararlo y tal conocimiento constituía una especie de manantial de sorda rabia. La aprensión a desaparecer en el espacio normal era una cosa esperada y normal; pero aquel miedo escondido era algo nuevo y desagradable. Un temor semejante, se hallaba raramente en la vida de Fahenn de cualquier modo. Las naves Fahenn habían comerciado entre las estrellas por mucho tiempo, hasta donde alcanzaba la memoria y el comercio era su forma de vida para la flota y no una desesperada aventura.</p> <p>Este viaje había comenzado descarriado desde su mismo principio. Su objetivo era el de reconocimiento, más que el comercio y la astronave se hallaba sobrecargada con tres pasajeros de alta categoría. También habían ido mal otras cosas, cosas terribles.</p> <p>La fase final de la curvatura del espacio llegó a su fin. Y entonces llegó el inequívoco e indescriptible sentimiento de la «sensación» del espacio real, juntamente con el zumbido avisador. Y nada más. Nada de súbitos retorcimientos. Ningún grito de alarma. Sólo una salida normal de semejante situación. La <i>Drendel</i> seguía su silenciosa trayectoria contra el espacio salpicado de estrellas, como joyel luminoso del oscuro Cosmos. Egla Forsaan dejó escapar el aliento largamente retenido, relajó sus emociones y las dejó disolverse en una fase de completo alivio. Esta vez todo iba bien. Sintió la misma impresión de alivio a su alrededor y por un momento estuvo tentado de gritar dejando escapar su furia contra aquella situación. Pero no dejaría escapar sus sentimientos de tal forma, no por entonces. Pero el Primer Oficial, Pinat, ya estaba ocupándose de la cuestión. Nils Pinat, estólido y digno de confianza, había sido un hombre del espacio durante casi tanto tiempo como Forsaan y estaría pronto en condiciones de mandar la nave que pronto se le asignaría, hallándose la Compañía, como se hallaba, en continua expansión. Respetando el protocolo, Forsaan permaneció sentado y callado, observando a Pinat seguir adelante con las instrucciones de vuelo y de navegación estelar. Se dirigió al departamento de máquinas, por el sistema de altavoces.</p> <p>—Terminada la fase de curvatura, mister Felder. Disponga lo necesario y vigile para vuelo planetario.</p> <p>—Sala de máquinas a puente —era la voz de Wistal Felder, suave y gentil la que hablaba, con la misma entonación, sin importar qué situación debía enfrentarse—. Informe: El generador de campo número 4, fuera de servicio. Todo el núcleo ha desaparecido. Creo que esta vez, para bien. Estoy disponiéndolo todo para la reacción-masa.</p> <p>Tomada nota de aquello, se volvió hacia el tablero sensor, y hacia donde el viejo Arl Bovy tendría que permanecer sentado. Pero el viejo Bovy no era ya más que una bocanada de moléculas girando ahora y para siempre alrededor de algún sol distante. En su lugar, estaba Slam Hoppik, oficial que en la emergencia había ocupado el lugar del desaparecido oficial Sensor. Aparecía ansiosamente irradiando su determinación de justificar su conducta. Con el rostro crispado; pero tenaz.</p> <p>—Informe de la situación en cuanto pueda, mister Hoppik.</p> <p>—Todo va marchando por ahora bien, señor —repuso con un breve saludo. Pinat dio media vuelta en su silla giratoria para echar un vistazo por el visífono a la situación general del cuarto de máquinas. Aparecía un disco rojo tan grande como la figura de un hombre con los brazos abiertos. Forsaan saltó de su silla mirando fijamente la situación, comprendiendo que su precaución había estado bien justificada. Las dificultades no habían terminado todavía y no lo estarían con mucho tiempo aún por delante. Se encontró con la mirada de Pinat, se comprendieron inmediatamente con sólo mirarse y ambos quedaron gravemente pensativos.</p> <p>—Mal asunto, ¿verdad? —murmuró—. Conecte de nuevo con Felder. Quisiera que viera bien eso —Pinat volvió a conectar con el botón correspondiente.</p> <p>—¿Mister Felder? ¿Tiene la bondad de considerar lo sucedido, por favor? —apartó la vista de Felder y consideró de nuevo los daños sufridos por la astronave—. Tendremos que tener en cuenta los errores instrumentales, considerando lo sucedido...</p> <p>—Por supuesto —repuso Forsaan dejando de lado la cuestión de razonamiento. Lo ocurrido, ya había pasado. Ahora había que enfrentarse con el problema. Un suave zumbido provinente del tablero general de controles anunció que Felder se hallaba en posición de observación en remoto.</p> <p>—Tenemos un endemoniado camino que seguir, Felder, como puede ver. Con un generador fuera de servicio y los otros en dudoso funcionamiento, aunque sólo fuese un corto «retorcimiento» del espacio, está fuera de toda cuestión. Por tanto, tendremos que seguir volando en planetario. Una estimación de bulto nos lleva a la consecuencia de que necesitaremos tres ciclos completos de guardia a un cuarto de la propulsión. ¿Cuánto combustible nos queda? ¿Podremos hacerlo?</p> <p>—Lo haremos —repuso la voz de Felder más tranquila que nunca—. Pero sólo en lo justo. Nuestra carga de combustible es bastante baja también.</p> <p>—Hummm... —rezongó Forsaan. Después, dirigiéndose a Hoppik le solicitó—: Por favor, una lectura de los registros de este sistema.</p> <p>La pantalla se oscureció para volver a resplandecer con una proyección esquemática de aquel sistema planetario. Forsaan puso un dedo señalando la reproducción sobre la imagen proyectada.</p> <p>—Éste, el quinto del exterior, podría proveernos de las necesidades del combustible masa. Además, nos permitiría un respiro razonable. Procuraremos no hacer trabajar mucho las baterías, hasta poder recargarlas.</p> <p>—De acuerdo —convino Pinat—. En curso para el quinto planeta a un cuarto de propulsión, y todo dispuesto para inspección planetaria...</p> <p>—Ya habrá tiempo suficiente cuando nos hallemos más cerca. Utilizaremos el intervalo para llevar a cabo una completa comprobación de toda la estructura. Pondremos al trabajo todas las manos desocupadas. Usted ya puede comenzar a hacerlo en su departamento, Felder. Y dígame en qué estado se encuentra el resto de los generadores. Quiero un informe lo más detallado posible.</p> <p>Se levantó, devolvió el breve saludo de Pinat y se detuvo junto al tablero de control de Hoppik. La tensión del joven era casi algo tangible. Forsaan, comprendiéndolo, hizo cuanto pudo para aliviarla.</p> <p>—Será una larga y penosa experiencia —le dijo—. Una vez haya obtenido todos los datos de ruta, tendrá la oportunidad de comprobar sus circuitos y ponerlos en orden. Necesitamos un análisis completo de la estructura de todo este sistema, siendo preciso reunir el mayor número de datos posible. Veamos de que esta vez todo sea correcto.</p> <p>Y continuó, descartando con un esfuerzo el recuerdo de la imagen del viejo Bovy sentado a los controles, forzándose a sí mismo en comprender que la pena por la muerte del camarada desaparecido no le conduciría a ninguna parte. En la quietud del cuarto de bitácora, tomó asiento ante su mesa, conectó el registrador, lo puso sincronizado con el tiempo absoluto del cronómetro de la astronave y comenzó a dictar. Las frases de rutina, surgieron fácilmente.</p> <p>—«Desaparición lograda sin incidentes. Debido a un posible fallo en los instrumentos, nos hallamos situados aproximadamente a unos veinte diámetros del sistema, alejados del área-objetivo. Navegando a velocidad de economía para conservación de la reacción-masa. Un generador de campo está fuera de servicio, con el núcleo cristalizado...»</p> <p>Bajo el nivel de las respuestas habituales, su mente era un torbellino de pensamientos azarosos. Aquel navegar lento, tedioso y con tan gran pérdida de tiempo, tenía, sin embargo, su lado bueno. En el estado absolutamente irreal del vuelo en dimensión curva, resultaba completamente inútil cualquier intento de ninguna reparación estructural de la astronave, de la que tan necesitada estaba la <i>Drendel</i>. Sólo Lars sabía qué profundamente había sido afectada la totalidad de la estructura principal en aquellos frenéticos momentos ocurridos en Troyarn. Forsaan comprobó el registro por un momento, mientras que una serie de tremendas emociones amenazaron con hacerle perder el control de sus actos.</p> <p>¡Troyarn! El simple recuerdo que evocaba aquel nombre, hacía revivir de nuevo todos los temores sufridos. Por un terrible momento, Forsaan pensó en su hijo, Janna, Primer Oficial del <i>Maldex</i>. Los predecesores prohibieron que Janna tuviera nada que ver con aquella especie de infierno que era Troyarn. Y casi a renglón seguido, maldijo a aquellos antecesores, que sin los debidos cuidados ni precauciones, habían hecho posible el incidente ocurrido en Troyarn. La ambigüedad de lo que aquella denominación de «antecesores» significaba, aparecía clara en su mente. Su plegaria. gastada y suavizada ya por el uso constante que de ella hacía, iba hacia aquellos semilegendarios ursinoides, que entre las nieblas del tiempo pasado habían realizado el salto evolutivo hacia una forma homínida. Desde aquel momento, tan lejano ya en la historia, había comenzado Fahenn ocupando uno tras otro los mundos de su sistema plateado en el corazón de la Galaxia hasta llegar a ser aceptados como dueños y señores de todo el comercio e intercambio de riqueza a través de aquélla. Allí donde surgía la vida parecida a la del tipo humano allí llegaban las naves Fahenn, llevando la cultura, el comercio y los demás lazos sociales precisos para tales propósitos. Se había llevado tanto tiempo y formaba tanto el esquema de las cosas que realmente nadie sabía con exactitud cuándo había comenzado aquel fenómeno vital. Ni realmente importaba apenas a nadie.</p> <p>Pero por lo que respecta a aquellos otros recientes antecesores... bien, aquello era distinto. En cualquier imperio comercial, los registros e informes precisos con todo detalle, eran una riqueza indispensable y Forsaan los tenía a mano. Pero eran falsos, en realidad. No es que lo fuesen deliberadamente, si no a causa de la negligencia en su compilación y su ordenación. Hacía cosa de veinte generaciones atrás, y a causa de una recesión en el comercio, como fenómeno transitorio y temporal, provocado por una carestía de expansión en lo económico, Faheen se había visto compelida a retirarse a sus puestos fronterizos, a abandonar algunas de sus rutas estelares y a economizar algunas de sus bases comerciales. Troyarn había sufrido aquella suerte. Pero ahora, con los negocios de nuevo en pujanza, la tarea principal de la <i>Drendel</i> era la de trazar nuevas rutas, visitar las bases abandonadas desde hacía tanto tiempo y organizar su camino hacia Sami, en las lejanías del Borde. Troyarn había sido la cuarta. Se hallaba catalogado en los registros como un buen planeta, rico en minerales, con buen aire atmosférico respirable y excelente agua, rico por lo demás también en vegetación. Las facilidades de almacenamiento habían quedado en buen estado de preservación, de tal forma que estuvieran al alcance de quienes tuvieran que necesitarlas más tarde.</p> <p>Y de aquella forma, sin apenas sospecharlo, la <i>Drendel</i> había surgido en un retorcimiento propio del vuelo estelar en dimensión curva para adentrarse en un terrible infierno de incandescencia en torbellino. El resultado había sido que la nave sufriera un terrible impacto en los sensores del casco, por fracciones de segundo, desquiciados, los dispositivos magnéticos casi destrozados y todos los miembros de a bordo sufriendo las consecuencias de un profundo «shock» y una auténtica enfermedad masiva. Todos habían tomado cantidades masivas de drogas antirradiactivas, pero así y todo, la tripulación se hallaba en una nave sacudida y baqueteada hasta un límite peligroso, quedando a una distancia segura, sin embargo, observando un sol convertido en nova. Aquello era lo que había matado a Bovy; el «shock», la sobrecarga de trabajo y la edad también, haciendo sentirse culpable a Forsaan, de una forma irracional. Bovy había sido uno de los mejores oficiales sensores de la nave. En alguna parte, allá en el pasado, a veinte generaciones de distancia, otro oficial sensor había descuidado sus obligaciones, dejando de registrar la inestabilidad del sol de Troyarn. Un excesivo orgullo personal, en semejantes circunstancias, era poco racional, pero no por ello menos efectivo e inevitable. Y Forsaan lo sentía. Como ejecutivo de un conjunto de tres personas responsables, llevaba sobre sus hombros la responsabilidad de la nave, hecho de por sí bastante pesado como carga moral de responsabilidad.</p> <p>Sintió una leve llamada de atención y miró para ver a Pinat en el umbral.</p> <p>—He colocado ya los turnos de guardia, señor, y seguimos nuestra ruta. Las perspectivas parecen más favorables de lo que podíamos haber esperado. Si no tiene inconveniente, estoy preparando un escuadrón de exploración, para comenzar las comprobaciones de todas las secciones y mamparos...</p> <p>—Excelente —repuso Forsaan—. Mire —le dijo—, le sugiero que se comience por el espacio dedicado a los pasajeros y seguir adelante a partir de ahí. Nuestros invitados no van a alegrarse mucho de nuestra ruta cometaria. Haré cuanto esté de mi mano para prepararles convenientemente frente a tal necesidad; pero que no se deje de hacer la tarea emprendida por ningún concepto.</p> <p>—A la orden, señor —repuso Pinat disciplinadamente y con cierto tono de humor en la voz—. Así se hará.</p> <p>Los invitados o pasajeros de cualquier clase, era una novedad en la <i>Drenad</i>. Forsaan procuraba ocultar su disgusto cuidadosamente. Aquellas personas eran realmente importantes y era preciso realizar determinadas concesiones, siempre que no fueran demasiadas.</p> <p>—¿Algo nuevo en la sala de máquinas?</p> <p>—Sí, señor. Felder ha hecho una comprobación general de bulto y estima que hemos sufrido una avería general de los sensores del exterior. Los interiores están, al parecer, en buenas condiciones, aunque todavía no es seguro. Ahora está comprobándolos.</p> <p>—Humm... —murmuró Forsaan con cierto mal humor, dirigiéndose hacia el puente de mando—. Creo que deberíamos establecer un plan mejor, mister Hoppik, tan pronto como dispongamos de los datos precisos y buscar un lugar apropiado donde podamos disponer de un coeficiente gravitatorio bajo para las reparaciones. Dentro de una nube de plasma resulta imposible. Compruebe con mister Felder respecto a los parámetros mínimos.</p> <p>—Recibí una visita del Profesor Marn, señor, deseando conocer si ya tenía algunos datos del planeta.</p> <p>Condenado profesor Marn, pensó Forsaan... y su planeta. Yo soy quien manda en esta nave. Pero era preciso conservar una decente postura y suprimir las reacciones desagradables.</p> <p>—Limítese a recibir órdenes mías o de mister Pinat —le dijo con firmeza—. Tenemos frente a nosotros una ruta cometaria, recargar las baterías de la nave y reparaciones masivas que llevar a cabo. Por ese orden, desde luego. Siga estas órdenes y llámeme en el momento que se presente cualquier irregularidad.</p> <p>Forsaan comprobó de un vistazo el entorno cósmico existente a través de la pantalla visora del puente de mando y seguidamente comenzó a descender por la escalera en espiral que conducía a sus habitaciones, rumiando en su interior sus más sinceras maldiciones para los invitados de a bordo. Como si fueran pocas sus dificultades, allí tenía presentes a tres personajes de alta categoría en el terreno científico. Un cosmólogo altamente calificado, una señora etnologista antropólogo y en tercer lugar un experto en tecnología. En realidad y haciendo honor a la verdad, ninguno de ellos tenía razones oficiales para hallarse a bordo y viajaban sólo para efectuar unas exploraciones científicas, más bien unas vacaciones por el espacio. Y Troyarn les había proporcionado más excitación e interés de cuanto pudieron haberse imaginado. A Forsaan no le quedaba otro remedio que conformarse, y el hecho de que alguno de ellos le sobrepasara en categoría científica no contribuía a hacerle la vida más agradable, ciertamente.</p> <p>Mientras se detenía junto a la puerta para ajustarse su equipo de vuelo espacial, oyó claramente las palabras del profesor Marn.</p> <p>—«...no es para formular una teoría del fenómeno del anillo planetario, en absoluto. El objetivo es obtener más datos y después examinar las diversas otras teorías a la luz de nuevos hechos que vayan presentándose.</p> <p>—¡Y que se demuestre qué equivocados estaban, por supuesto! —dijo entonces Hoggar Buffil, malhumorado y desaprobador, como siempre.</p> <p>Forsaan continuó oyendo la réplica animada del profesor Marn.</p> <p>—Pues naturalmente... Ahí radica la totalidad del problema. Una teoría es tan fuerte como los datos de donde procede, y después de todo, sólo hay indicios de otros tres planetas envueltos por un anillo. Éste creo que nos aportará algo nuevo e interesante —y entonces captó la presencia de Forsaan—. ¿Está ahí todavía, verdad? Después de Troyarn, cualquier cosa es posible—. Dikamor Marn tenía un particular sentido del humor. Forsaan no podía decirse que estuviese divertido, ni mucho menos. Y tomó una silla.</p> <p>—Por lo que se ve, este sistema parece estable —dijo—. Pero no estamos en posición de observar sus anillos... o sus simioides, miss Caralen... por algún tiempo.</p> <p>—¿Es que hay algo que va mal? —preguntó Caralen Buffil con una sonrisa en la que se entreveía la ansiedad. Forsaan no pudo evitar el devolverle la sonrisa, al igual que compartir su ansiedad y admirar su cohibimiento. En tal aspecto, su primer contacto íntimo con aquellos personajes científicos le hizo sentirse impresionado por su humildad y la pureza de sus reacciones emocionales.</p> <p>—No es que nada vaya mal, exactamente. Hemos sufrido una mala situación de emergencia —y continuó explicándoles la perspectiva de una larga ruta y la necesidad de una operación de tipo cometario. Los tres sabios le escucharon con la mayor atención, existiendo en aquello algo que pudo comprobar con agrado: la profunda atención con que escuchaban sus explicaciones, suspendidas durante todo el tiempo sus personales emociones. Forsaan dirigió más bien sus explicaciones hacia Caralen, encontrando en ella más interés y atención. Para propósitos «oficiales», su padre la había llevado como secretaria y ayudante. Hoggar Buffil, tecnólogo, era el único de los tres que tenía una razón válida en cierto modo, para realizar aquel viaje, para inspeccionar y comprobar el estado de las instalaciones abandonadas. En el fondo era una débil excusa, ya que Wistal Felder podía haber realizado el trabajo con la misma eficiencia. La excusa de Caralen era aún más inexplicable, ya que ignoraba todo respecto a la tecnología. Su interés se hallaba centrado en su totalidad, aunque breve e improbable, de que la anterior agrupación del personal hubiese sido de criaturas «simio-homínidas» sobre el planeta. Sin embargo, por el momento, el interés de la joven estaba centrado en lo que Forsaan estaba diciendo al respecto.</p> <p>—Esta ruta cometaria suena a algo peligroso, ¿verdad? —preguntó la joven.</p> <p>—Siempre existe el peligro —repuso el capitán sinceramente y con honestidad profesional—. Si nuestros generadores de campo están en condiciones de utilizarse, recogeríamos una reacción-masa con facilidad y confort como usualmente suele hacerse. Una ruta cometaria es una de esas cosas hechas en la teoría más que en la práctica y la forma de ponerla en práctica no tiene nada de fácil. La cuestión es que preciso rogarles a todos ustedes mantenerse en sus cabinas y utilizar sus cinturones de seguridad durante toda la operación.</p> <p>Buffil acomodó lo mejor que pudo su corpachón en el asiento que ocupaba.</p> <p>—Entonces, procederemos hacia el objetivo y tomaremos contacto con el planeta, ¿no es cierto?</p> <p>—No. Mi plan es repasar bien primero los generadores.</p> <p>—Oh, pero capitán, estamos necesitados de aire fresco y de la luz del sol y de alguna comida decente... ¿No podrían hacerse esas reparaciones una vez llegados al planeta?</p> <p>—Mi primera consideración y responsabilidad es mirar por la seguridad de la nave y del personal de a bordo —y Forsaan reafirmó sus consideraciones para que fuesen bien comprendidas por sus interlocutores—. No llevaré a la <i>Drendel</i> a ninguna parte a menos que esté seguro de que podamos volver a despegar de nuevo y pronto.</p> <p>—¿No cree usted que eso es ser excesivamente precavido. Capitán? —sugirió Marn—. Todos recordamos lo sucedido en Troyarn, por supuesto... —y Forsaan le miró duramente.</p> <p>—He perdido ya un gran compañero de la tripulación, profesor. No es fácil que lo olvide. Y lo que es más importante: mis hombres se encuentran mal e intranquilos. Somos comerciantes, y lo demás nos preocupa poco. No puede olvidar estos principios fundamentales de mi misión.</p> <p>—Pero... —y Buffil extendió las manos en un gesto histriónico—, allí existe un equipo bueno y eficiente, dejado por sus predecesores. Ya lo hemos comprobado en las tres bases anteriores...</p> <p>—¿Y la cuarta?</p> <p>—Bien, eso ha sido una cuestión totalmente distinta. No ha tenido que ver nada en absoluto con la eficacia del equipo de asistencia técnica.</p> <p>—Fue un error de los registros. Y no pienso volver a caer en el mismo error ni a correrme el riesgo de otra equivocación. El equipo de este planeta, puede que esté en perfectas condiciones; pero puede que no. Por cuanto sé, esos «simios-homínidos» pueden haberlo destrozado todo y haberlo arruinado..., ¡cualquier cosa parecida!</p> <p>Marn no se dio por vencido y continuó insistiendo.</p> <p>—Los mitos no destrozan el material de ningún equipo...</p> <p>Forsaan se defendió a sí mismo. Se las arregló para evitar un abierto conflicto de autoridad que tuviera lejanas consecuencias; pero ahora tenía que enfrentarse con la cuestión abiertamente.</p> <p>—Me doy cuenta, señores, de que cualquiera de ustedes es superior a mí en su talento y su preparación científica. Eso es algo que no ignoro y no voy a discutir. Pero estoy al mando de esta astronave. Este es mi campo de acción y mi función. ¡Y por lo que concierne a la seguridad de mi nave y a la gente que en ella viaja, seré yo quien tome las decisiones! —y dejó bien sentada aquella declaración, que no admitía réplica, preguntándose el efecto que harían sobre aquellas sabias personas. Para su alivio y, en cierta forma, molestia interna, comprobó con sorpresa que el efecto causado fue el de una reacción ligeramente divertida. Bien, pensó Forsaan, que se rían. Lo importante es que supieran bien el significado de cuanto acababa de decir.</p> <p>En el expectante silencio que siguió, se oyó de repente un imperioso <i>bip</i> de su altavoz de muñeca y su atención quedó instantáneamente enfocada hacia el servicio. Accionando el diminuto dispositivo, preguntó:</p> <p>—¿Sí?</p> <p>—Soy Hoppik, señor. ¡Estoy captando señales de radio bastante extrañas!</p> <p>—¿Y de dónde?</p> <p>—Pues creo que del sistema que tenemos en frente..., ¿de dónde si no?</p> <p>—¿No se tratará de algún rayo guía dejado por nuestros antecesores?</p> <p>—No, señor —afirmó Hoppik cuya voz sonaba excitada—. Son transmisiones perfectamente moduladas y se reciben en todas las longitudes de onda.</p> <p>—¿Puede usted identificar alguna de ellas?</p> <p>—Por el momento, no. Es un sistema diferente al que conozco. Por lo demás, hay un verdadero infierno de interferencias. ¡Pero son señales de radio!</p> <p>Forsaan tomó una rápida decisión. Dejó a un lado la tensión que se advertía en la voz de Hoppik.</p> <p>—De acuerdo. Informe a mister Pinat. Siga sintonizando —y desconectando rápidamente, se puso en pie bruscamente.</p> <p>—Un momento, Capitán... —dijo Marn a su vez, levantándose también, cambiando totalmente su estado de ánimo. Toda la tensión de los momentos anteriores había desaparecido, sumergida en la curiosidad.</p> <p>—¿Resulta singular, verdad? Señales de radio... ¿aquí?</p> <p>—¿Singular dice usted? ¡Imposible! Hoppik ha debido captar algún efecto engañoso o bien se debe a algún error de los instrumentos. A pesar de todo, tengo que preocuparme de ello.</p> <p>—¿Puedo acompañarle? Conozco algo de radio. Y siento una enorme curiosidad...</p> <p>—Como guste —repuso Forsaan encogiéndose de hombros; pero dejando bien sentada su autoridad. Entonces pudo permitirse el relajarse un poco. Y cortésmente se puso a un lado para dejar pasar al Profesor Marn.</p> <p></p> <p><style name="h3">2</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La atmósfera reinante en el puente de mando era casi palpable en aquellos momentos. Pinat ya había tomado el mando, con el oficial de guardia Klegg a su lado. En sus controles y completamente abstraído en ellos poniendo sus cinco sentidos, Hoppik apenas si parpadeaba pendiente del extraño fenómeno que acababa de anunciar. Recorría con dedos nerviosos, pero seguros, los controles de la radio. Ante él una pantalla resplandecía con una serie de líneas dentadas en mil pautas diferentes. Marn se puso a observar por encima de su hombro izquierdo. Forsaan se colocó del otro lado.</p> <p>—¿Se trata de eso? —preguntó el Capitán. Hoppik hizo un signo afirmativo, realizó un delicado ajuste y esperó las instrucciones del Capitán. Pero añadió a renglón seguido:</p> <p>—Creo que lo tengo, señor. No puedo suprimir todas las interferencias..., pero ya lo tengo en audio. ¡Escuchen esto!</p> <p>Movió una palanca y una ráfaga de sonidos surgió a través de los altavoces del panel. Sobre los ruidos estáticos y otros propios de la radio, que se desvanecieron, conforme Hoppik fue manipulando hábilmente los diales, llegó una voz. Era una voz humana propia de un ser masculino, concreta y deliberada. Forsaan escuchaba, mientras sentía que el vello se le ponía de punta.</p> <p>En el curso de su larga carrera, desde cadete de la Escuela del Espacio hasta su grado actual, se había encontrado con muchas supersticiones y aprendido a descartarlas por absurdas e ilógicas; pero aquello... aquella absurda realidad, sobrepasaba cuanto pudo jamás haber imaginado. Pudo darse cuenta del mismo escalofrío de sorpresa sentido por Marn, aunque en menor grado en el profesor. Aquello era imposible a todas luces.</p> <p>Era, ciertamente, una voz humana, prosaica y positiva, leyendo de algo escrito, a juzgar por la entonación. Pero aquello no podía ser en un lugar del espacio en medio de la nada. Y lo que añadía el toque final de irrealidad era el hecho de que el lenguaje que hablaba, no era ninguno que hubiera oído jamás. Como todos los de Faheen, Forsaan era un verdadero lingüista. Y como un elemento de mando ya antiguo en el servicio, era uno de los mejores técnicos en la materia y un cumplido políglota. Hablaba con corrección las cuarenta y ocho lenguas más importantes, pudiendo hacerse entender diez veces más en otras de menor importancia.</p> <p>Pero aquélla, que además sonaba a algo vagamente familiar, no tenía el menor sentido de ningún modo, fuese la que fuese.</p> <p>—Nunca he oído nada parecido antes de ahora —dijo Marn.</p> <p>—Ni yo tampoco. Hoppik, ¿puede usted sintonizar ya la fuente de donde procede, algún planeta, tal vez?</p> <p>—No, señor. Nos hallamos demasiado lejos todavía para tener alguna idea al respecto. Escuche esto... —añadió, mientras manipulaba en otro dial del equipo.</p> <p>La voz se desvaneció; pero dio paso a otra. Era humana, de nuevo, propia de un varón; pero diferente. Resultaba incomprensible; pero obviamente distinta de la primera, en tonalidad, en cadencia y en fraseo. Después, se oyó otra... después una voz de hembra y a continuación otra de varón, seguida de una risa inequívoca y del murmullo colectivo procedente de una multitud. Forsaan no sabía a qué carta quedarse frente a semejante cúmulo de imposibilidades. Era como si todas las diversas culturas de la Galaxia se hubiesen reunido en un solo foco y gritasen unas a otras en una jerga infernal.</p> <p>A despecho de sí mismo, le vino a la memoria uno de los más escalofriantes y favoritos misterios de los mitos del espacio, la existencia de regiones de la no-lógica. Según la leyenda, aquellas naves que fallaban en surgir adecuadamente del «retorcimiento» del espacio curvo, se decía que caían en un lugar como si fuese una zona de pesadilla, donde las leyes lógicas y naturales del espacio-tiempo no tenían aplicación alguna y donde podría ocurrir cualquier cosa y todo, hasta lo más inimaginable. Aquella «cualquier cosa» era siempre algo horrible, y como nadie había vuelto para contarlo con detalle o para suministrar alguna información, sus únicos límites dependían de la imaginación de los que referían tales hechos. Forsaan se estremeció a pesar suyo, luchó por echar a un lado toda aprensión con un supremo esfuerzo, y comprobó que Marn estaba hablando.</p> <p>—Es preciso que registre esto, para ulterior análisis. Tan pronto como conozcamos el planeta de origen, es preciso que investiguemos, lo que nos ayudará enormemente, si es que podemos comprender algo...</p> <p>—No vamos a investigar nada —repuso Forsaan lisa y llanamente—. Sean lo que sean esos ruidos y lo que puedan significar, para mí suponen un peligro, una amenaza. No tenemos tiempo para investigaciones.</p> <p>—¿Y eso? —dijo Marn sonriendo con un cierto aspecto burlón.</p> <p>—Por tanto, nos alejaremos de aquí —continuó el Capitán—. Y tan pronto como nos sea posible. La seguridad de mi astronave...</p> <p>Pero Forsaan se detuvo. Aquella frase comenzaba a sonar como cosa ya gastada, incluso para sus propios oídos y Marn se hallaba muy por delante de él en tal aspecto, habiendo captado de un vistazo cuanto pasaba por su mente en aquellos momentos.</p> <p>—No podemos continuar, al menos en seguridad, ya lo sabe, hasta no haber repostado de combustible la astronave, ¿no lo recuerda? Y reparar los generadores, y recargar las baterías. ¿No es ésa la situación real en que nos encontramos? Sin todo eso, una ruta cometaria se haría imposible, Capitán...</p> <p>—Sí, pero tan pronto como lo hayamos hecho...</p> <p>—Por supuesto. Pero, mientras tanto, podremos prestarle alguna cooperación. Me gustaría estudiar este fenómeno. ¿Es mucho pedir? ¿Pondría eso en peligro su precioso mando de la astronave?</p> <p>Lo que Forsaan hubiera contestado en aquellos momentos, quedó perdido, al proceder Hoppik a manipular con los diales nuevamente, trayendo al interior del puente un torrente de música. Cogido por sorpresa y con el aliento retenido, Forsaan escuchaba, reconociendo las variaciones de aquellos fantásticos efectos. Se apreciaban sonidos de la más variada naturaleza, tales como sonidos de instrumentos huecos, como en eco, percusiones y por encima de todo ello un estridente e insistente ritmo.</p> <p>—¡Por la Osa Mayor! —exclamó Marn, con los ojos brillantes—. Esto es fabuloso. Note el alto grado de destreza, el sofisticado designio de esa música y con todo, el motivo de conjunto, es algo primitivo. Resulta tan improbable e inverosímil como los simio-homínidos de Caralen; pero así y todo, ahí está.</p> <p>—Muy bien, profesor —comenzó a decir Forsaan; pero con una voz tan alta contra la música que en aquel momento estaba desvaneciéndose, que la bajó seguidamente—. No veo razón del por qué no debiera investigarse, sea lo que sea y que usted se proponga, con razón. Respecto a la cooperación, ¿qué es lo que tiene pensado hacer? No puedo dedicar la sección de Hoppik, ni su equipo.</p> <p>—Podría hacerse, señor. Puedo poner este equipo en otro circuito de repuesto, pudiendo disponer de una unidad portátil...</p> <p>—Gracias, mister Hoppik —interrumpió Forsaan, glacialmente. El oficial sensor se sonrojó—. Muy bien. Dejemos que el profesor Marn tenga lo que desea y pronto. Tampoco veo razón para que deje de utilizar el analizador de lenguajes y la biblioteca en microfilm también. Si piensa usted obtener algún resultado de esa endemoniada jerga, creo que lo necesitará. Espero que tenga éxito. Tendré verdadero interés en saber lo que había descubierto pero en tanto y en cuanto no se interfiera en las operaciones de la nave en ningún aspecto. Que quede esto bien claro.</p> <p>Dicho lo cual, se apartó bruscamente y se dirigió junto a Pinat.</p> <p>—Proceda como está planeado —ordenó—, pero vea que todos los hombres de la tripulación estén dispuestos, vigilantes y atentos a la primera orden de vuelo en dimensión curva.</p> <p>—¿En dimensión curva?</p> <p>—Eso es lo que he dicho. A juzgar por ese parloteo que Hoppik ha captado, este sistema debe estar repleto y hormigueando de algo extraño. El Espacio sabrá lo que es; pero yo quiero estar dispuesto a desaparecer de aquí sin previo aviso —y pulsó el botón correspondiente a la sala de motores—. ¿Mister Felder? Cancele cualquier investigación de los generadores y comience a empaquetarlo todo. Tenemos que disponernos a salir en vuelo de dimensión curva, y de prisa.</p> <p>—Estaba precisamente terminando de comprobar la capacidad del último de los dispositivos interiores —repuso Felder con su buen humor de siempre—. Todos han respondido perfectamente. Son sólo los exteriores los que tienen que preocuparnos.</p> <p>Por lo visto, no había nada capaz de preocupar a aquel hombre, pensó el capitán, manteniendo los dedos sobre el botón.</p> <p>—Está bien, y gracias. ¿Eso significa que disponemos de un cincuenta por ciento de campo energético, verdad?</p> <p>—En cualquier momento que lo desee, señor.</p> <p>—Será un infierno el recular hasta la sexta base a media propulsión curva y eso fue lo que acarreó al desastre de Troyarn, y ahora aquí... —dijo Pinat sombríamente.</p> <p>Forsaan no necesitaba que se le recordara. A pesar de cuantas comodidades pudiera brindar una astronave, no había sustituto posible por el alivio producido por un aire planetario respirable a pleno pulmón, alimentos y agua y el tónico que suponía escapar al confinamiento, teniendo bajo los pies la seguridad de un suelo firme. La conformación humana seguía estando hecha para intercambiar sus procesos biológicos con un entorno vivo. Demasiado tiempo en un vuelo en dimensión curva, dentro de la artificial monotonía de una astronave, propendía al desequilibrio físico, la neurosis y muchos peligros derivados de todo ello. Y por encima de todo ello, como si fuera poco, los hombres se hallaban siempre sacudidos por el desastre de Troyarn; pero aquel loco parloteo de la radio, donde nada podía existir, era ya demasiado peligro y peligro de una clase distinta a lo conocido hasta entonces.</p> <p>—Tenemos muy poca elección y casi ninguna alternativa —repuso Forsaan de un humor sombrío también—, pero al menos sabremos con lo que tenemos que enfrentarnos al lanzarnos en la dimensión curva. ¡Cualquiera sabe lo que hay al final de esas voces! Marn va a intentar descifrarlas. Espero que tenga éxito, pero no cuento mucho con ello. Mantenga a los hombres ocupados, mister Pinat.</p> <p>Había mucho que hacer, y así, Forsaan tuvo pocas dificultades en arreglar las cosas para que el contacto entre sus invitados y la tripulación fuese prácticamente nulo en los próximos turnos de guardia. Abundaban toda clase de rumores; pero Forsaan conocía lo bastante como para descartar la mayor parte de ellos. Las voces continuaban llegando y Marn había insuflado un especial entusiasmo en sus colegas respecto a la comprensión del fenómeno. Los rumores no tenían nada que ver con lo que había descubierto, si es que realmente había descubierto algo. Marn seguía sus propios propósitos y Hoppik había permanecido tenazmente en su trabajo, sin informar nada fuera de lo usual. Aquello de por sí ya resultaba singular y cuanto más lo pensaba Forsaan, más singular le resultaba. Nada de señales de Idealización, nada de signos ni señales de naves que anduvieran de un lado a otro en el entorno espacial de la <i>Drendel</i>. Para cuando llegó el momento de la última comida normal, antes de la operación cometaria, se hallaba en una situación de franca curiosidad.</p> <p>Atendiendo primero a los asuntos más importantes, dio a sus tres invitados las oportunas instrucciones respecto a no tomar contacto alguno con la tripulación.</p> <p>—Habrá períodos de quietud —dijo— cuando salgamos fuera de las nubes de gases y arreglemos nuestros tanques. Esto no presupone que todo haya terminado. Estén seguros de no moverse hasta oír el zumbido del cero en el cese de la alarma correspondiente.</p> <p>—Es una lástima que no estemos en condiciones de ver algo —dijo Caralen suspirando con resignación—. Tiene que ser un tremendo espectáculo. Creo que le tengo envidia.</p> <p>—Por el contrario. No hay nada que ver, excepto oscuras sombras, manchas y torbellinos de partículas de gas. La parte espectacular se produce ahora, al aproximarnos y después, al alejarnos. Durante la operación, ninguno de nosotros «ve» nada, excepto la lectura de medida de los instrumentos. —Se detuvo y se volvió hacia el profesor Marn—. Por «ver» supongo que usted ha identificado algunas de esas misteriosas señales como visuales, ¿no es cierto?</p> <p>—Es sólo una conjetura —repuso Marn con cierta frustración—. Tienen una forma distinta, son obviamente informativas y no son de audio. Tal vez, cuando su oficial sensor esté menos ocupado, estemos en condiciones de analizar el sistema de percepciones visuales. Yo sólo tengo un conocimiento amateur en tal campo técnico.</p> <p>—¿Y los lenguajes? ¿Ha descubierto algo?</p> <p>—Muy poco. Ciertamente, muy poco. Todos hemos luchado con el enigma. Nos las hemos arreglado para eliminar ciertas redundancias y hemos descubierto una gran cantidad de irregularidades. Eso es todo.</p> <p>—Hay por lo menos ocho idiomas diferentes —dijo entonces Caralen—. Así y todo, todos tienen ciertas similaridades.</p> <p>—Me sorprende usted. Lo poco que he oído me sorprendió como algo familiar y no más bien tan próximo a algo extraño. ¿El analizador no les ha proporcionado algunos datos? O quizá sea que las muestras tomadas no eran...</p> <p>—Permítame saber cómo utilizar el proceso analítico, Capitán —dijo Marn con agudeza—. Le aseguro a usted que ese parloteo no es tan sencillo como suena.</p> <p>Forsaan hizo un gesto de excusa.</p> <p>—Así y todo, sin embargo —dijo el Capitán—, me suena a algo familiar. Excepto que no he podido comprender ni una sola palabra de todo ello. Pero, vuelvo a insistir, sonaba de forma muy parecida a como sonaba nuestra lengua primitiva...</p> <p>Marn se puso en pie, tocado vivamente por una súbita excitación.</p> <p>—Creo que ha dado usted en el clavo, Capitán. De ser así, me merezco ser degradado de mi categoría por no haberlo visto por mí mismo. Para que sepa, he ido seleccionando muestras de las cuarenta y ocho lenguas más importantes, por frases y fonemas, tratando de hallar alguna similitud. ¡Pero nunca se me ha ocurrido intentar contrastar una comparación con la nuestra!</p> <p>—¿Y por qué tendría que haberlo hecho? El analizador está diseñado para traducir otras lenguas a la nuestra. No hay razón para suponer que esa jerga sea una variante de... Ni tampoco una razón en contra. Es una posibilidad legítima y he cometido un crimen científico al realizar una hipótesis injustificada, una presunción... bueno, no importa. —Se puso en pie decididamente—: Tengo que intentarlo, ¡y ahora!</p> <p>—¡No ha terminado usted sus concentrados de proteínas! —le indicó Buffil.</p> <p>—¡Al diablo con esos concentrados!</p> <p>—Profesor —le indicó Forsaan— no se complique demasiado en esto. ¡No nos queda mucho tiempo, recuérdelo!</p> <p>Pero Marn se desvaneció, sin dejar rastro de haber oído nada.</p> <p>—Estoy preocupada por él —dijo Caralen en un suspiro—. Parece que nada le importa ahora más que descubrir este misterio nuevo.</p> <p>Forsaan diagnosticó un sutil caso de rencilla personal. Durante la primera parte del viaje espacial, Caralen y Marn no habían ocultado el secreto de su mutua atracción y ninguna mujer joven y atractiva gusta de jugar un papel de segunda mano en un problema abstracto. Pero estaba equivocado. Ella desenrolló un trozo de cinta magnetofónica y después levantó los ojos hacia el Capitán.</p> <p>—Aquí existe toda clase de cosas absurdas, ¿no cree usted, capitán?</p> <p>—Tal vez —repuso Forsaan cautelosamente—. ¿Qué quiere usted decir exactamente?</p> <p>—Díselo técnicamente, padre.</p> <p>—Está bien —asintió Hoggar Buffil—. Yo sólo soy un científico de segundo grado y mi cerebro no se halla a su nivel; pero conozco, sin embargo, muy bien mi especialidad. La tecnología gobierna siempre en pautas claramente definidas y es clara y evidente al hallar la radio en un planeta, lo que no presupone una cultura variada. Existen toda clase de razones que abunden en esta certeza y la principal es la propia naturaleza de la radio en sí misma. Una cultura a nivel del uso de la radio argumenta en favor de una cultura planetaria. Si esas singulares señales de las que habla Marn son realmente visuales, entonces ello lo hace aún una cosa más positiva.</p> <p>—¿Quiere usted decir que <i>todas</i> esas señales proceden de un planeta?</p> <p>—Ah, sí, definitivamente. Proceden del tercero. De nuestra base. ¿No lo sabía usted?</p> <p>Forsaan, secamente, ordenó a Hoppik que continuara con sus obligaciones y... «que dejare de oír más señales de fantasmas, por favor».</p> <p>—Un detalle, no obstante —continuó Forsaan—. Tengo otras ideas, pero ésta enlaza muy bien con <i>mi</i> especialidad. Nosotros, los comerciantes, también tenemos nuestros principios axiomáticos y uno de ellos es que sólo un idiota intenta hacer negocios con un planeta dividido. Para esto existen muy buenas razones. Cuando se mezcla uno con dos o más culturas, se encuentra con la rivalidad, la envidia, la competencia y, más pronto o más tarde, el conflicto. Y cuando esto empieza, el comerciante se encuentra cogido entre la espada y la pared. Entonces puede uno considerarse afortunado si consigue escapar con la piel completa. Por tanto, aunque observemos el llegar y venir y el fluctuar de esas diversas culturas, de tiempo en tiempo, no tenemos nada que hacer con ellas hasta que alcanzan el estado de un planeta unificado. Y ahí es donde radica la cuestión que usted recalca, porque no recuerdo jamás haber encontrado un planeta con diversas culturas empleando la radio.</p> <p>—¡Ah! —exclamó Buffil, sentándose y haciendo un movimiento de aprobación.</p> <p>—Esto es una paradoja. Ese lenguaje indescifrable, es la segunda. Pero hay una tercera. Esos antiguos registros que indican la presencia de hombres monos. —Y Caralen, que así había hablado, hizo un movimiento nervioso con el microfilm que tenía en las manos, para continuar—; Por eso estoy realmente aquí. Dikamor confirmará que un simio homínido en su origen no es ni más ni menos improbable que el ursinoide de nuestra tradición. Confío en tener datos positivos de una u otra forma. Cuando se hicieron esos antiguos registros, no existían antropólogos calificados, por lo que sus observaciones son elementales y poco dignas de confianza.</p> <p>Forsaan controló el disgusto que aquello le estaba produciendo y trató de tener paciencia, aunque la sola idea de animales en forma de hombres-monos, ya era de por sí bastante desagradable.</p> <p>—La cuestión es —continuó la joven— que ellos tuvieron que observar algo y se hallaron completamente seguros de que lo vieron y que no fue uno, sino diversos tipos simiescos, todos en el estadio del fuego y las herramientas primitivas, como en el paleolítico de la Tierra. Ahora podemos encontrar diversas culturas de alto nivel...</p> <p>—¿En veinte generaciones? —interrumpió Forsaan—. ¡Pero eso es ridículo! La sola idea de un homínido simiesco con inteligencia ya resulta bastante duro de creer; pero admitir que hayan podido dar un salto semejante desde tal estadio primitivo...</p> <p>—¿Con ayuda? —preguntó calmosamente, y se quedó mirando fijamente.</p> <p>—¿Ayuda? ¿Qué quiere decir? ¿De quién?</p> <p>—Los registros, tal y como los tenemos, nos fueron llevados a la Tierra cuando comenzaron las dificultades, como ya sabe. Pero fueron llevados por el primer grupo de evacuación. El grupo final, de cola, nunca llegó. Algo les ocurrió. Supongamos, aunque sólo sea por un instante, supongamos, repito, que nunca salieron. Estamos asumiendo que se quedaron perdidos en el vuelo en dimensión curva... pero, ¿sucedió así?</p> <p>Forsaan se estremeció a pesar suyo. Se habían conocido casos de personal de una base divirtiéndose poniendo en práctica trucos sobre los habitantes primitivos. Aquellas prácticas estaban estrictamente prohibidas, ya que el resultado era desmoralizador para ambas partes.</p> <p>—Todo esto resulta demasiado para mí —murmuró irritado—. Demasiadas cosas fuera de razón. En cuanto estemos en condiciones, saldremos de aquí y anotaré este sistema en el libro de navegación como «peligroso, evitarlo a toda costa». Les agradeceré se guarden esas especulaciones para ustedes mismos, mientras tanto.</p> <p>—Naturalmente —dijo Buffil en un suspiro, mientras miraba los poco apetitosos trozos de comida que tenía en el plato—. Pero es una lástima, así y todo. Yo buscaba más que todo una comida decente...</p> <p>—Ya lo haremos cuando aterricemos en un planeta adecuado —repuso Forsaan— y cuanto más pronto salgamos de esta situación, más pronto tendremos todo eso. Bien, ahora es tiempo de continuar con nuestros preparativos. ¡Y le sugiero que se pongan confortables, antes de que comience la diversión!</p> <p></p> <p><style name="h3">3</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La astronave se estremeció en su totalidad horriblemente y en cada partícula de su estructura, como sometida a un suplicio. Poco después, el espantoso retemblar de la máquina fue sumiéndose en el silencio, las sacudidas se convirtieron en suaves movimientos y finalmente sólo era audible un zumbido soportable. El Capitán Forsaan aparecía extendido en su sillón de mando, sintiendo profundos dolores en cada hueso y tendón de su anatomía. Tenía todo el puente para sí y se alegró de que nadie estuviera presente para contemplar su fatiga.</p> <p>—Dispongan lo necesario para la quinta vez —murmuró adelantándose hacia los calibradores de la pantalla—. No podemos necesitar muchas veces más. Ni podemos tampoco. Las baterías están casi agotadas.</p> <p>Unas rápidas pisadas se oyeron próximas a su cabeza. Eran las de Nils Pinat, en busca de su sillón mientras duraba la calma. Parecía fatigado también; pero dispuesto a seguir en acción.</p> <p>—La retención delantera ha saltado —informó—. La presión está bajando. No causará daños. En esa sección sólo hay joyería y ornamentos de poca importancia. —Sentándose en su sillón, continuó—: Seguramente hemos conseguido lo suficiente por ahora, si el grupo de Felder no ha estado durmiendo...</p> <p>Sólo ante la idea de dormir a través de la pesadilla de los dos pasados turnos de guardia hizo a Forsaan hacer una mueca de cansancio. Había permanecido continuamente de guardia, todo el tiempo, porque la cuestión del vuelo tangencial a través del infierno del espacio exterior requería un grado de precisión, de juicio y de «sentido» demasiado importantes para confiarlos a un ejecutivo más joven. Las operaciones cometarias no eran cosa para delegarlas en los elementos jóvenes, de los que apenas tenían práctica. En toda su larga carrera en el espacio, Forsaan sólo había conocido unas cuantas y ninguna resultaba tan rigurosa como aquélla. «¿O será que me estoy haciendo viejo?», se preguntó a sí mismo.</p> <p>Su diminuto altavoz de muñeca comenzó a pulsar con el bip de atención, apareciendo en seguida la suave voz de Felder.</p> <p>—Sala de máquinas a puente. Ya está, Capitán. Todo a la máxima capacidad.</p> <p>—Gracias. ¿Hay daños o bajas?</p> <p>—Unas cuantas quemaduras y un par de magulladuras. Un compresor estropeado. Nada serio.</p> <p>—De acuerdo. Gracias, Felder. Procederemos ahora a una órbita de aparcamiento, inmediatamente y a una marcha de rutina durante dos turnos de guardia. Quiero que todos procedan a comer y descansar un poco. Eso le incluye a usted también, Felder. Ya nos preocuparemos de las reparaciones más tarde. —Soltó la conexión, se incorporó y de nuevo sintió que le dolía el cuerpo entero.</p> <p>—Usted también necesita un buen descanso, señor —dijo Pinat—. Yo puedo tomar el mando. Órbita estable y alarma automática en deposición, y después una espera general durante dos ciclos, ¿no es eso?</p> <p>—¡Así es! —farfulló Forsaan, en el último extremo de la fatiga, dirigiéndose, como borracho, hacia su cabina, sintiendo cómo la nave seguía suavemente la nueva propulsión. Al borde de su camastro, se detuvo un instante para sacar su bien escondida botella de licor favorito, propio de tales ocasiones. Se tomó un trago de aquel licor fermentado de jugo de bayas, capaz de arrancar la piel de la garganta, y se volvió a depositarla en su escondrijo. Se sacó las botas, se extendió cuan largo era y a través de los mamparos metálicos pudo oír el 1-2-3 de «motores en orden». Rápido y eficiente, el viejo Pinat. Dejó caer los párpados, cuando se produjo una llamada urgente en la puerta de la cabina.</p> <p>Ocultando una maldición entre dientes, se incorporó de nuevo.</p> <p>—¿Quién va?</p> <p>—Ah... está usted aquí. Oí el punto de cero. —Era Marn, lleno de excitación llevando en las manos una caja con equipo.</p> <p>—Ya tengo las lenguas misteriosas... de cualquier forma, las más importantes. Y resultan visuales, Capitán... ¿Le gustaría ver algunas de las imágenes que he registrado? Es algo fascinante, completamente irracional...</p> <p>—Ahora no, profesor —gruñó Forsaan—. He puesto a la nave en reposo por dos ciclos. Le veré a usted al final de ese tiempo.</p> <p>—Pero... pero esto es la cosa más fascinante que haya podido ver jamás. Son humanos, igual que nosotros, y completamente fuera de razón, es algo increíble...</p> <p>—Le creo a usted, desde luego. Y ahora, ¿querrá marcharse y dejarme dormir?</p> <p>Marn vaciló, después admitió lo inevitable y se retiró. Forsaan sacudió la cabeza, cansadamente, se volvió a estirar y se quedó profundamente dormido en cuestión de segundos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¡No soy ni un tonto ni un supersticioso!! —decía Buffil, cuya voz indicaba una determinación concreta—. Me limito a hacer destacar la cuestión de que donde hay tan contradictorias condiciones, hay una razón obvia para creer que estamos tratando con algo que está totalmente más allá de nosotros, y, por tanto, no deberíamos entrometernos.</p> <p>—Una perspectiva típica de un tecnólogo —arguyó Marn—. Rehúso admitir que cualquiera que sea, por sí mismo, está más allá de mi inteligencia. Ya he tratado individuos, en mis clases, de cada una de las mayores y menores culturas de toda la Galaxia. Les he pronunciado conferencias, me he hecho comprender por todos ellos y aprendido a comprender y a hacerme comprender por todos. Por tanto, no estoy preparado a admitir que esa reunión de culturas extrañas se hallan, en cierto aspecto, <i>más allá</i> de cualquier comprensión...</p> <p>—Creo que las respuestas que ha conseguido son terriblemente ridículas —le interrumpió Buffil—. Todo conduce al mismo resultado.</p> <p>Forsaan, que se había detenido al exterior de la puerta otra vez, creyó que era un buen momento para hacer su entrada en la estancia. Por lo que había oído, daba la impresión de que la disputa duraba ya largo rato. Se produjo el silencio al entrar el Capitán, quien se dirigió a su asiento a la cabecera de la mesa, y comenzó a comer.</p> <p>—¡Capitán! —exclamó Marn, cuya voz implicaba un estado de ánimo en que se mezclaban la inocencia y la astucia—. ¿Cuál es nuestro programa inmediato a seguir?</p> <p>—Recargar las baterías. Encontrar un punto pequeño y sólido y aterrizar para las reparaciones del generador.</p> <p>—¿Preferiblemente dentro de la nube de plasma?</p> <p>—Naturalmente. ¿Por que?</p> <p>—He estado estudiando los datos del sistema. La fuerza solar de irradiación, de la densidad que necesitamos se extiende sólo hasta el tercer planeta y comienza a desvanecerse rápidamente más allá de ese punto. En la órbita del cuarto planeta, es ya casi despreciable.</p> <p>Forsaan dejó de comer. En su mente resonaron las precisas palabras del profesor Marn y de cuanto aquello implicaba científicamente. Había permanecido tan ocupado respecto al vuelo cometario y <i>no</i> pensando deliberadamente respecto a aquel parloteo de la radio, que aquella cuestión tan importante se le había escapado.</p> <p>—¿Está usted sugiriendo que aterricemos en nuestro planeta objetivo, después de todo? ¿A pesar de esas locas señales de radio?</p> <p>—No, no. En absoluto. Pero nuestro planeta tiene un satélite y grande. De hecho es como un sistema doble de dos planetas. Lo he comprobado cuidadosamente con su oficial sensor. El satélite está vacío, deshabitado y sin aire. También lo he comprobado con su ingeniero y su masa es adecuada para una operación de baja gravedad.</p> <p>—Bien, ha estado usted bien ocupado... —farfulló Forsaan—. Entonces, ¿cree usted que será una cosa completamente segura el aterrizar en ese satélite a plena vista de los «simio-homínidos»?</p> <p>Marn apareció disconforme violentamente.</p> <p>—Podemos desechar <i>ese</i> viejo mito para empezar —dijo—. Esas gentes no son simiescas. Son tan humanos en todo como lo somos nosotros. Y no caeremos dentro del campo de su visión, en absoluto. El satélite no tiene movimiento relativo en sí mismo. Podemos tomar tierra con toda seguridad en la cara oscurecida. Podríamos, de hecho, efectuar nuestra aproximación dentro del cono de sombra producido por el cuerpo y quedar así ciertamente seguros de toda detección.</p> <p>—¿Seguros? —repitió con especial intención la palabra el Capitán Forsaan—. ¿Qué ha descubierto usted, profesor Marn, que podamos temer?</p> <p>—El temor nada tiene que ver con esto —repuso Marn irritado—. Mi idea es el observar sin ser vistos. Eso es todo.</p> <p>—¡Oh, vamos! —exclamó Buffil sin poder contenerse por más tiempo—. Caralen y yo hemos visto sus imágenes y aprendido sus lenguas, las más importantes... y hay mucho de que tener miedo, en realidad. ¿Por qué no admitirlo? Capitán, de la evidencia obtenida de la radio y de las imágenes visuales, estamos ahora en condiciones de saber mucho de la cuestión. Por ejemplo, hemos identificado ciudades, transportes por tierra, mar y aire, comunicaciones por radio y visuales enlazadas con relés orbitales, instalaciones atómicas por fisión y muchas otras cosas. Y con todo, sobre tal planeta, que es ligeramente menor que nuestro propio mundo, existen casi tres mil millones de personas y cuando menos cinco grandes culturas. Dios sabe cuántas habrá de orden inferior... pero todas en conflicto, unas con otras.</p> <p>Forsaan pareció helado ante las declaraciones del tecnólogo.</p> <p>—Hemos visto los registros de imágenes, transmitidos a los cuatro vientos, bien ostensiblemente. Esas gentes utilizan y están utilizando dispositivos altamente explosivos, gases letales, productos radiactivos y bacterias venenosas, unas contra otras, y a escala masiva. Y lo que es peor, parecen regocijarse en esta horrible actividad, pareciendo honrar y engrandecer con honores a aquellos que demuestran especial destreza en hacerlo.</p> <p>—Pero... seguramente que eso no es posible, repuso Forsaan, utilizando el sentido común y recalcando sus palabras en tal sentido. Si están practicando una matanza en semejante escala... ¿cómo es que puede sobrevivir una masa tan ingente de población?</p> <p>—Se reproducen en la misma proporción —afirmó Buffil. Como animales. Y despilfarran materiales a un ritmo terrible, increíble. Por lo que puede juzgarse, su único objetivo es consumir de todo en tanta cantidad como resulte posible.</p> <p>—Pero eso tampoco tiene sentido —refunfuñó Forsaan—. Un planeta con tan inmenso número de criaturas tendría que practicar las medidas económicas más restringidas. Esto tiene que ser obvio...</p> <p>—¡Por supuesto que lo es! —interrumpió Marn excitado—. Ve usted, Buffil, incluso el Capitán Forsaan puede apreciar inmediatamente tan manifiesta contradicción. Nuestra información tiene que estar equivocada en algún punto. Por eso insisto en que necesitamos examinar todo este asunto mucho más próximamente. Los datos que tenemos...</p> <p>—Es más que suficiente para convencerme de que no tenemos nada que hacer aquí. Háblale de su forma de reproducción, Caralen. Eso cae más bien dentro de su especialidad.</p> <p>—Primero hemos de considerar nuestra medida del tiempo —informó la joven— y descubrir sus términos por lo que respecta a sus unidades de tiempo. Nos hemos concentrado sobre una cultura importante en busca de detalles; pero la pauta general es común a todas ellas. Como nosotros, se dejan llevar y están afectados por el ritmo de la revolución del planeta, permaneciendo activos durante el período de iluminación y durmiendo en la fase oscura, llamando a esto el «día» y la «noche». Ellos también utilizan el «día» como término que expresa una revolución completa y la palabra «año» para un período completo de su órbita alrededor del sol del sistema planetario. Tomando esto como unidad conveniente, hemos comparado su año con nuestra unidad básica, que supone una «generación». Como sabe, en esto tenemos un doble significado. Una generación es considerada como la duración de la vida aceptada para el individuo en las actividades sociales. Más allá de ese período, el individuo es libre de hacer lo que elija por el resto de su vida. Hasta donde podamos decir, esas gentes tienen una pauta similar, un período de utilidad hacia la comunidad y después la libertad pasado tal período.</p> <p>»Ahora bien, nosotros también utilizamos el término «generación» para denotar una décima parte de la total revolución de nuestro propio sistema alrededor del Centro. En números redondos, eso se produce en un millar de años. Más precisamente, Dikamor tiene trescientos treinta años de edad. Mi padre tiene unos setecientos. Y usted, Capitán, alrededor de setecientos también. Y yo soy un poco más joven que Dikamor.</p> <p>—Esos números y cifras carecen de significado —dijo Forsaan impaciente— sin tener otra referencia.</p> <p>—Esa es la cuestión —asintió ella—. Para que comprendan, esas gentes que estamos estudiando su duración de vida es cuando mucho de ¡unos ochenta años!</p> <p><i>—¿Qué?</i></p> <p>—Eso es lo que demuestran nuestros estudios y conclusiones. Por lo demás, están plagados con un gran número de misteriosas enfermedades que hacen sus vidas increíblemente cortas, miserables en sus estadios finales. Pero lo que es más fantástico: por todo lo que se deduce de su indudable sofisticación, parecen estar completamente locos en sus hábitos de reproducción. Nuestras cifras no son absolutamente dignas de crédito, por el momento, pero parece que son físicamente competentes para reproducirse al vigésimo año, sin que parezca que exista ética alguna en este proceso, ni nada que lo modifique. Siguen adelante con sus instintos y engendran jóvenes, aparentemente al azar y en cualquier número que les parece oportuno. En esto puede que exista alguna extrapolación. Probablemente sea un error; pero no debe ser muy apreciable. y por lo que hemos visto sería posible, para una pareja que viva ochenta años, el sobrevivir y... ¡conocer a treinta de sus descendientes!</p> <p>—¡Pero está fuera de toda razón! —exclamó Forsaan dejando mostrar un evidente disgusto.</p> <p>En Faheen muy pocos llegaban a ser abuelos. Un hombre se emparejaba cuando estaba lo suficientemente maduro para emprender todos los caminos de la sociedad. Solía la pareja tener dos hijos, raramente un tercero. Les proporcionaba un buen hogar y una sana educación, viendo la forma de lanzarlos apropiadamente a la sociedad circundante en las mejores condiciones posibles. Al propio tiempo tenían su propia contribución que hacer al respecto. Esa era la vida constituida para cualquiera. Y era suficiente.</p> <p>—¡Claro que está fuera de toda razón! —exclamó Marn, también indignado—. Tales cifras no tienen sentido alguno, tomándolas en un sentido progresivo o regresivo. Veamos: hace veinte generaciones que nuestras gentes han permanecido en esa forma. En términos de su cultura, eso hace más de veinte mil de sus años. Tomemos ahora las cifras de Caralen al contrario para ese período y hallarán valores negativos, lo que es absurdo. Corriéndolas hacia delante por un período equivalente y entonces toda la Galaxia estaría congestionada de gente con semejantes cifras. ¡Es ridículo!</p> <p>—Lo siento —murmuró Forsaan—. Me temo que no sé adonde quieren ir a parar con todo eso. O bien sus estudios muestran lo que son... o no puede ser...</p> <p>—Eso sólo quiere decir que hemos captado datos parciales —declaró Marn—. Nos encontramos con toda una masa de contradicciones. Sus reproducciones, extensión de vida, cifras, su comercio e intercambio... dan la impresión de ser incapaces como para llevar a cabo transacciones de ninguna clase, sin elaborados símbolos materiales y salvaguardias, y con todo en el mismo proceso hacen todo lo posible por evadirse de las seguridades que han construido. No, creo que no, yo creo... —Y Forsaan emitió un bufido de incredulidad —Tienen una clase especial de personas que no hacen más que manejar tales asuntos...</p> <p>—Tienen un término equivalente a lo que nosotros entendemos por «confiar», y con todo, dan la impresión de ser absolutamente incapaces de confiar en nada ni en nadie —intervino Caralen desconcertada.</p> <p>—¿Ve usted? Otra contradicción. Y su tecnología, como Buffil estará de acuerdo, parece una cosa de locura. Tienen energía, al igual que nosotros, pero la mayor parte de sus sistemas generadores parecen ser de intercambio calorífero. Disponen de algunas instalaciones de fisión atómica; pero esto no hace más que glorificar el procedimiento anterior. Tienen la energía a su disposición; pero parecen tirarla tan pronto como la han conseguido. Actualmente, cualquier cultura lo bastante avanzada para estar en condiciones de generar energía a tal escala tiene sencillamente que estar lo bastante sofisticada para practicar la conservación al mismo tiempo. Las dos cosas van inexorablemente unidas. ¡Pero aquí no!</p> <p>—Por tanto, yo digo que éste es un lugar de locura, y no tendríamos nada que hacer con él —repitió Buffil—. Siento como si estuviésemos junto a una pila inestable. Es una situación explosiva, se lo digo a ustedes.</p> <p>—Y yo le digo a usted —replicó Marn que nuestros datos tienen que ser erróneos. Tenemos que haber conseguido una falsa imagen de la realidad. Tenemos que conocer más hechos y datos. Y si tomamos tierra en el satélite nos hallaremos prácticamente sobre ellos, capaces de ver y oír muchísimo más de lo que hacemos ahora.</p> <p>—Yo estoy preparado para dejarlo en las manos del Capitán Forsaan —dijo Buffil de malhumor—. Estoy bien seguro de que él verá lo que mejor conviene.</p> <p>Pero Forsaan, tan desalentado como los demás, se halló cogido un poco entre la espada y la pared ante la clara visión de los hechos, difíciles de digerir.</p> <p>—Me disgusta esto tanto como a ustedes —dijo—. Dudo mucho que nadie en la nave esté dispuesto a aceptar los hechos y que le guste el provecho; pero el profesor Marn tiene el derecho de hacerlo. Necesitamos energía para nuestras baterías con objeto de llevar a cabo las reparaciones indispensables de la astronave. Es imprescindible repararla, o bien saltar en dimensión curva en una distorsión del espacio-tiempo hasta la próxima base. Eso se lleva mucho esfuerzo. Estamos escasos de alimento, de agua y de aire y sin baterías que proporcionen energía bastante para tales procesos vitales. No tenemos alternativa. Tenemos, necesitamos hacer una inmersión en un plasma denso... y ese satélite parece ser el solo cuerpo celeste que conviene y que tengamos a mano. Les ruego me perdonen, quiero consultar las cartas estelares. Si existe otra posibilidad, lo intentaré.</p> <p>Se encontró a Pinat en la sala de navegación, copiando pacientemente con detalle la situación de la nave y sus progresos. Un zumbido trajo a Felder junto a ellos en persona, con su agradable carácter, despierto, amable y siempre dispuesto al servicio, cuyo celoso amor a las máquinas sólo era comparable al de una madre para sus hijitos pequeños, incapaz de comprender otra cosa. Juntos estudiaron las cartas, revisadas y corregidas por Hoppik durante aquella larga y tediosa travesía.</p> <p>—Es el lugar ideal —declaró Felder—. Vea, el campo magnético del planeta sirve para agrupar el plasma, que es cuanto necesitamos. Y la gravedad superficial es correcta también.</p> <p>—No hay otra parte adonde ir —dijo Pinat sacudiendo la cabeza—; pero está condenadamente cerca de ese lugar de locos para mi gusto. A los hombres no va a gustarles tampoco, señor.</p> <p>—Ya lo sé —restalló Forsaan—. A mi tampoco me gusta. Tenemos que ver la forma de mantenerlos ocupados. Por el momento, tenemos el problema de seguir nuestra ruta. Tenemos que conseguir la más favorable aproximación y tomar contacto en el cono de silencio tan bien y tan lejos como nos sea posible hacer. ¿Cuál es nuestra posición en este momento?</p> <p></p> <p><style name="h3">4</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">En los turnos de guardia que siguieron Forsaan pudo apreciar la tensión creciente por toda la nave, tensión alimentada y acrecentada con rumores y medias verdades. Llegó a afectarle tanto, que apenas si podía dormir lo necesario. Sabía que tendría que hacer algo, o llegaría un momento en que aquellas cenizas se convertirían en un incendio. Ya había visto a muchos hombres del espacio volverse enfermos de la enfermedad propia de los viajes cósmicos y desde luego no tenía la menor intención de volver a verlo si podía evitarlo. Pero su cerebro rehusaba tenazmente suministrarle ninguna solución práctica.</p> <p>La <i>Drendel</i> iba cayendo en la lenta y larga curva que la llevaría a la intersección con la órbita del tercer planeta, cuando una súbita alarma sacó a Forsaan de su duermevela rápidamente, se calzó las botas y subió al puente, casi antes de hallarse convenientemente despierto.</p> <p>—Veamos, Klegg —farfulló medio adormilado—. ¿De qué se trata?</p> <p>Antes de que el segundo oficial pudiera decir algo, Hoppik se presentó a grandes pasos restregándose los ojos cargados de sueño para reemplazar al oficial sensor en el control correspondiente.</p> <p>—Hay algo ahí fuera, señor. Demasiado pequeño para identificarlo; pero está emitiendo señales de alguna clase —dijo Klegg estremeciéndose y con un visible temor pintado en el rostro.</p> <p>—Vayamos derechos al asunto, mister Hoppik —ordenó Forsaan crispado, situándose junto a Pinat. Juntos observaron un punto variable de luz que se deslizaba en el aparato acabando por situarse en el centro del oscilógrafo-sensor. Procedente del equipo, surgió un chillido gorgojeante e irregular.</p> <p>—Suena a un relé de información —murmuró Hoppik—. Se encuentra a 3,8 segundos-luz de distancia y sigue aproximándose.</p> <p>—¿En ruta de colisión?</p> <p>—No, señor. Según estos datos, pasará aproximadamente a dos segundos.</p> <p>—De acuerdo. Continúe observando. Mister Klegg, continúe fijo en su puesto, alerta a la menor alteración. ¿Qué le parece, mister Pinat? ¿Acaso no era una simple cosa sin importancia? Parece que sólo tenga el tamaño de la mitad de uno de nuestros botes salvadidas, ¿eh?</p> <p>—Por lo que vemos, así parece. Difícilmente tiene que estar tripulado, por lo que puede apreciarse. Una estación-espía, ¿no cree usted?</p> <p>—Pronto lo sabremos. Continúe teniendo las señales en el monitor, mister Hoppik. Hágame saber el cambio más insignificante que se presente. Si esa cosa <i>tiene</i> ojos para vernos, entonces tendrá que adoptarse alguna apreciable modificación en nuestros planes de ruta...</p> <p>Aguardaron unos momentos con la respiración contenida, mientras que aquel diminuto punto luminoso llegó hasta la proximidad más cercana a la astronave y entonces, rápidamente, comenzó a alejarse nuevamente. El repiqueteo del altavoz comenzó igualmente a desvanecerse, perdiendo volumen.</p> <p>—Se desplaza a gran velocidad, señor. Sigue una órbita elíptica enfocada en el eje primario. No hay cambios significantes, ni señales. Nada en el campo óptico ni en el magnético.</p> <p>—Entonces no nos vio —dijo Forsaan rascándose la barbilla pensativamente—. Tenía usted razón, probablemente, Hoppik. Es un enlace, un relé. Y viene de ese planeta del infierno... Pero la cuestión es..., ¿por qué...? ¿Se están volviendo inquisitivos o será esto el preludio de algo más? ¿A qué distancia nos encontramos de la sombra, mister Klegg?</p> <p>—Estamos prácticamente en ella, señor. Estaba a punto de advertírselo.</p> <p>—Bien, pueden retirarse. Yo me haré cargo del mando. Mister Pinat, encárguese de que la tripulación descanse un poco, tome algún alimento y después que continúe la alerta en todas las estaciones.</p> <p>Pasados algunos segundos, y tras haberse cumplido las órdenes del Capitán, Pinat preguntó a Forsaan:</p> <p>—¿Qué espera usted, señor?</p> <p>—Dificultades, de una u otra forma. Si ese relé es como supongo, un enlace captando datos de información, será el prólogo para un vuelo espacial, por tanto nuestro próximo paso a dar sería el de saltar a su propio satélite, ¿no le parece? Nuestras cartas estelares lo registran como desierto, sin aire y sin agua; pero ahora hemos de aceptarlo así. Tenemos que estar dispuestos para cualquier cosa.</p> <p>A medio camino del próximo turno de guardia, Marn llegó deambulando hasta el puente, con los ojos adormilados; pero curioso, preguntando qué es lo que estaba ocurriendo. Forsaan se lo dijo en breves palabras.</p> <p>—¿Una indagación? ¿Aquí? Necesitaría ver los registros...</p> <p>—Es preciso que elijamos bien el punto de aterrizaje —murmuró Forsaan, estudiando la pantalla—. Sí, creo que será lo mejor precisamente en el interior de la zona de libración, fuera de su vista; pero no demasiado lejos del borde. No hay caso en hacer más difícil la misión del grupo de Marn. Aproximadamente aquí... Veamos... Vamos a explorar con el telescopio.</p> <p>Hoppik manipuló los controles y la imagen se aumentó considerablemente a gran escala. Las imágenes borrosas aparecieron entonces como zonas amarillo rojizas, se apreciaron colinas, crestas montañosas agudamente recortadas, la impresión de reinar un frío absoluto y de ser aquel satélite hostil y poco agradable para tomar contacto en su superficie desolada y muerta. Hoppik fue informando detalladamente.</p> <p>—Grandes capas de polvo sedimentado, después lavas porosas y terreno sólido bajo ellas.</p> <p>Casi en el acto se oyó un claro «ping».</p> <p>—¡Atención! —restalló el Capitán—. ¡Vea de conseguir eso de nuevo, Hoppik!</p> <p>—Ha de ser algún pequeño objeto metálico... aquí lo tengo a la vista y detección de los instrumentos. Forsaan lo escudriñó detenidamente.</p> <p>—Parece muy verosímilmente otra cosa, muy parecida a ese relé investigador de datos. Observe detenidamente. ¿Supone que haya alguna inteligencia en eso?</p> <p>—Todo lo que se aprecia es un eco metálico —farfulló Hoppik—. Por lo demás, todo aparece sin vida.</p> <p>Forsaan permaneció unos instantes dando vueltas en su cabeza a una docena de variadas cosas.</p> <p>—Bien. No creo que esa cosa vaya a producirnos ningún daño. Seguramente que puede beneficiarnos, de hecho, ya que determina una localización. Podríamos intentar aterrizar lo más cerca posible y después comprobarlo más tarde.</p> <p>Poco a poco y con rumbo firme, la <i>Drendel</i> continuó descendiendo hacia el satélite, hasta llegar suavemente y tomar contacto con la capa superficial de polvo de aquella luna. La toma de contacto fue perfecta y se hicieron las comprobaciones de rigor. Se volvió por tercera vez a hacer las necesarias comprobaciones, hasta hallarse seguros. Después Forsaan pulsó el botón de operación terminada y dejó escapar un suspiro de alivio.</p> <p>—Hasta ahora va bien. Que descanse todo el mundo, mister Pinat. Tendré que hacer un anuncio general de advertencia tan pronto como haya discutido algo con mis invitados. Hasta ahora hemos tenido que hacer todo el trabajo. Ya va siendo hora de que ellos hagan algo también.</p> <p>En su cabina, esperó hasta que los tres científicos invitados llegaron a verle, avisados por su ayudante.</p> <p>—Hemos tomado contacto con seguridad y felizmente en el satélite de ese planeta infernal. Hemos localizado otra prueba de indagación; pero esta vez en la superficie de este satélite, no lejos de donde nos encontramos ahora.</p> <p>—Algo relativo a vuelos espaciales, por supuesto, no hay duda —objetó Marn inmediatamente.</p> <p>—No resulta tan evidente —rezongó Buffil—. El progreso necesario tecnológico para los vuelos espaciales se lleva mucho tiempo tras haber llegado a una unificación planetaria en sus culturas. Esto está más en consonancia con su desenfreno en el gasto de energía y materiales...</p> <p>—¡Por favor, caballeros! —interrumpió el Capitán levantando una mano—. Ya tendremos ocasión de discutir esas cosas más tarde. Por ahora tengo una proposición que hacer. ¿Dijeron ustedes que habían estudiado en detalle una de esas culturas?</p> <p>—Hemos elegido el lenguaje de mayor cobertura. Parece ser que existe una federación de culturas similares, llamándose a sí mismas las Américas Unidas, o un nombre muy parecido.</p> <p>—Me parece muy bien. Ahora me gustaría que siguieran concentrándose en eso y cooperar conmigo en establecer un vocabulario que pueda pasar pronto para que sea aprendido por toda la tripulación.</p> <p>—¿Por qué? —preguntó Marn—. ¿Qué tiene pensado hacer?</p> <p>—Voy a tomar una medida desesperada, para enfrentarme a una situación igualmente desesperada. No me gusta el estado de la mente de mis hombres. Hay rumores de que hay rencillas y toda suerte de peligrosas discusiones y considero de la mayor importancia que no vuelva a repetirse, y todo en relación con ese misterioso planeta. Ahora estamos situados prácticamente encima de él. Necesito hacer algo para cambiar esta atmósfera. La posición es difícil y así continúa. Para que ustedes comprendan, una nave estelar es algo funcional y operativo, y cada hombre tiene su trabajo que hacer. Sobre un planeta, en el curso normal de los acontecimientos, se produce una diferente rutina que toma el curso de las cosas. Hay negocios que realizar, mercancías que traer y llevar, comprobaciones y ajustes que llevar a efecto, aparte de las reparaciones y, por encima de todo, la necesidad de abandonar la nave, como el marino que llega a puerto. Las manos y las mentes ociosas encuentran fácilmente las dificultades, lo mismo que una avispa encuentra el azúcar. Eso, añadido a las supersticiones y los rumores, viene a añadirse a una situación que yo no puedo tolerar. Por tanto, propongo el utilizar el misterio para que se derrote a sí mismo.</p> <p>—No acabo de comprender bien... —dijo Marn, sacudiendo la cabeza dubitativamente.</p> <p>—Es sencillamente una mecánica de un dispositivo de rutina —explicó Forsaan—. Cuando estamos a punto de entrar a un sistema nos cuidamos de adoptar los elementos básicos de su cultura. Procuramos captar lo mejor posible la secuencia de su tiempo, su lenguaje, costumbres, vestidos, etc. Esto nos ayuda a tratar con ellos, a «pensar» en la forma aproximada en que ellos lo hacen. Propongo hacer aquí lo mismo. Con los datos obtenidos por ustedes, una vez aprendidos por toda la tripulación y dispuesto el punto óptimo de observación, trataremos de familiarizarnos con su cultura como lo hemos hecho con otras distintas. Hablaremos como ellos hablan, nos vestiremos a su estilo y adoptaremos su ritmo de vida en la medida que nos sea posible. El temor es siempre el producto de la ignorancia. Una vez que mis hombres hayan conseguido conocer su cultura, dejarán por tanto de sentir temor alguno hacia ella.</p> <p>—¡Esa es una de las cosas más disparatadas que jamás haya oído! —exclamó Buffil; pero Marn se reía para sí mismo y Caralen aprobaba con un gesto.</p> <p>—Sería ciertamente muy interesante —opinó la joven—. Creo que lo mejor es observar sobre el propio terreno. ¿Qué piensa usted, Dikamor?</p> <p>—Creo —repuso Marn secamente— que nuestro buen Capitán es muchacho más listo de lo que pudiéramos haber imaginado. ¿No le ven? En lugar de que dos o tres de nosotros tengamos que resolver el enigma de esa cultura, seremos... ¿cincuenta? Todos participando, compartiendo, combinando las observaciones. Cincuenta diferentes puntos de vista, intercambiados uno con otro. Creo que es una brillante idea. Le felicito, Capitán.</p> <p>—Gracias, profesor. Espero solamente que todo marche tan bien como usted piensa. Y ahora, si se preocupa usted con estos elementos básicos, yo tengo diversos proyectos a la mano que quiero hacer llegar a toda la tripulación y voy a hacerlo yo mismo, tan pronto como sea posible. Después, Hoppik saldrá al exterior con un grupo para establecer puestos de observación, mientras que la primera zona de sombra esté a nuestro favor. Tendré a un par de hombres dispuestos en seguida para que con una grúa traigan esa prueba metálica que debe yacer aplastada por ahí cerca...</p> <p>Pasaron los «días» y llegó lo que podía llamarse allí una «semana» y el Capitán Forsaan había dejado de estar seguro de que hubiese tenido ninguna brillante idea.</p> <p>Marn había dicho que la cultura era irracional; pero no se había arreglado para poner en claro ni la mitad de su trabajo. Posiblemente no conocía la propia extensión de sí mismo. Casi desde el principio el sonido de la radio se había abandonado en favor de lo que era mucho más gráfico: la televisión, teniendo dispuestas pantallas en todos los huecos posibles de la astronave. Y rara vez aparecían en calma.</p> <p>—¡Esto es un trabajo endemoniado! se quejaba Pinat al Capitán mientras que en el comedor de oficiales, daba la espalda a la pantalla. Forsaan tomaba allí sus comidas desde hacía algún tiempo prefiriendo dejar a los huéspedes de la <i>Drendel</i> a solas, en su <i>suite</i> especial. Miró silencioso y como sintiéndose culpable a la silenciosa pantalla y aprobó con un gesto.</p> <p>—Es ciertamente compulsivo. Incluso ahora, tengo la estúpida sensación de que he podido descuidar algo...</p> <p>—Tiene usted que hacer algo, señor. No puedo conseguir que se haga nada, ni volver la espalda por un momento, sin que en mi cubierta esté todo el mundo mirando de un lado a otro, lleno de suspicacias. Felder está en la misma situación. Nunca conseguiremos arreglar esos generadores a la marcha que vamos. Y además, tengo a uno de mis hombres herido...</p> <p>—¿Qué es lo ocurrido?</p> <p>—Dos de ellos, Mowry y Bok, pensaron que podían jugar a uno de esos juegos, de los que tantos tenemos. Pero esta vez era un juego cara a cara utilizando los puños. Bok pegó primero, estrellándole el puño en la cara. Ahora sufre de una ligera contusión, además de algunos cortes y erosiones. He tenido que ponerle inmovilizado con una bolsa de hielo. Y Bok tiene una mano en malas condiciones.</p> <p>—Y con todo, en las imágenes, esa gente parece sufrir sólo una pequeña falta de confort. ¿Sabe usted, Pinat? Creo que todo esto es sólo una pieza del resto...</p> <p>—¿Qué quiere decir, señor?</p> <p>—Que lo que estamos viendo es pura ilusión, en cierta forma. No es real. Nada de ello es real. Todo es como una gran decepción.</p> <p>—No hay nada decepcionante en la forma en que el trabajo está siendo desatendido...</p> <p>—Sí, muy bien. Pero vamos a enfrentarnos con el asunto y a llevarlo de una forma bien simple. Incluso esos ilusorios americanos tienen una especie de concepto especial respecto a las horas del trabajo, ¿no es así? De nueve a cinco, creo, o algo parecido. Dé una orden, Pinat a tal efecto. El trabajo se hará entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde.</p> <p>—¿Cómo va usted a prohibirles que observen esas imágenes?</p> <p>—Hoppik será el responsable de eso en el equipo maestro y a su debido tiempo. Y a propósito, ¿dónde está? ¿Y Felder?</p> <p>—Salieron juntos para echar un vistazo al aparato sensor. Hoppik tiene algún problema relacionado con esa instalación. Al profesor Marn, no va a gustarle esto, señor. Lo de interceptar las imágenes quiero decir. Si vamos a estudiar esa cultura en toda su extensión...</p> <p>—¡Ahora mismo hablaré con él al respecto! —exclamó el Capitán levantándose—. Tendrá que hacerlo siguiendo mis órdenes.</p> <p>Encontró a Marn y a los Buffil, padre e hija, en una atmósfera de tensión, que le impresionó. Marn, levantando la vista hacia el capitán, había perdido todo su aire de alegre confianza y superioridad. En su lugar, aparecía como un hombre cansado e irresoluto.</p> <p>—Quería verle a usted, Capitán —le dijo—. Venga y tome asiento.</p> <p>Forsaan tomó el asiento del profesor, echó un vistazo a su alrededor y comprobó que los tres allí presentes se forzaban en ocultar sus propios sentimientos. Forsaan no pudo evitar un sentimiento de indignación. Aquello iba mucho más allá de un simple problema de disciplina.</p> <p>—Necesito ir allá, Capitán. Sí, a la propia superficie del planeta y mezclarme con la gente, en persona.</p> <p>—¡Por favor, dígale que eso es imposible! —exclamó excitada Caralen—. Hemos intentado toda clase de argumentos contra esa idea pero no hay forma de apearle de semejante propósito.</p> <p>—Pero <i>es</i> imposible —declaró Marn de plano—. He investigado este lado de la cuestión. Y es preciso que vaya. Es la única forma de estar seguro.</p> <p>—Seguro de una muerte rápida, querrá usted decir. Respeto su calidad de hombre de ciencia. Marn, pero esto comporta que la integridad científica se lleve a extremos de ridículo. ¿Y para qué? ¿Puedo tratar con el aspecto físico de la cuestión primero? —continuó el Capitán y su voz aparecía en calma, aunque firme y decidida. La parte emocional de su proposición no había comenzado todavía a aparecer—. Sería una simple operación de rutina, lanzar una pequeña nave auxiliar salvavidas y volverla a traer hasta la <i>Drenad</i>. Lo solemos hacer usualmente en una órbita de aparcamiento, cuando tenemos necesidad de observar una cultura en desarrollo.</p> <p>—Eso es lo que ya le he dicho —opinó Marn.</p> <p>—Pero... en nombre de todos los antepasados, ¿por qué? —rugió literalmente Buffil—. ¿Qué conseguirá usted? Tenemos bastante, demasiada información a estas horas...</p> <p>—No estoy de acuerdo. Es cierto que disponemos de una copiosa información. Pero está soslayada, mal interpretada, en cierta forma para que podamos corregirla convenientemente. Le digo a usted que todo lo que sabemos de ese planeta, está equivocado. Por la información que tenemos, esa cultura es algo loco, disparatado... Es una absurda imposibilidad...</p> <p>—O una ilusión —intervino Forsaan—. Una elaborada mascarada, una ficción bien estudiada...</p> <p>—Sí, a mí también se me ha ocurrido. Pero, sea de la forma que sea, sólo estamos consiguiendo una falsa imagen y unas falsas respuestas que no tienen sentido alguno. La contradicción surge inmediatamente bajo la superficie de cualquier prueba o razonamiento que se consigue. Por ejemplo: exaltan la frugalidad y la economía al propio tiempo que el despilfarro, evalúan en igual forma la honestidad y la granujería, la paz y el conflicto, la seguridad y el peligro. Ahora, tomemos el símbolo universal del valor económico: el dinero. Emplean un constante esfuerzo en amasarlo y ahorrarlo para después dilapidarlo tan pronto como lo consiguen. Pero hay algo más profundo todavía que todo esto. Existe el sentido penetrante, que lo llena todo, de una especie de «evasión», de una insaciable inquietud, de presión. Creo que parte de ello se deriva de su infortunada y escasa duración de la vida. Sólo de esas condiciones, con una fuerte presión que les induce a darse prisa sin descanso, un individuo puede aprender las pautas y modos de esa cultura a tiempo para poder hacer alguna contribución valiosa, antes de su rápido fin. Pero aún hay algo más que eso. Dense cuenta de qué forma están incesantemente buscando algo «nuevo», investigando todo el tiempo... No está claro lo que están buscando. Sospecho que ni ellos mismos lo saben. Pero continúan. Y esto es lo que abre la cuestión básica de todo el problema. ¿Por qué están ahí? ¿De dónde proceden? ¿Quién o qué es lo que les azuza constantemente y hacia qué fin? Es preciso que yo lo sepa. Y la única forma de descubrirlo es que vaya allí y lo vea por mí mismo. Estará usted de acuerdo en que esto es algo que pueda ser hecho...</p> <p>—¡Espere! —exclamó Forsaan con una súbita inspiración—. Dije que había una posibilidad física. ¡Pero no aquí!</p> <p>—¡Ah! —suspiró Buffil, echándose hacia atrás. Los ojos de Caralen se dilataron ante el misterio. Marn daba el aspecto de que un rayo le hubiera caído a los pies.</p> <p>—Aquí no —repitió Forsaan, dominando sus pensamientos—. Una cápsula espacial puede llevar a tres hombres al exterior. Podemos enviarla y recogerla por control remoto, desde la nave. Hasta aquí todo es fácil y va bien. Pero ésa no es ninguna civilización primitiva, profesor. El aire está cuajado de radio-señales. La superficie está enmarañada con caminos, transportes, pueblos y ciudades. Disponen de armas, como ya hemos visto, y con fuerzas de policía y además de una especial violencia respecto a los extraños.</p> <p>—También disponen de grandes extensiones silvestres y hay turistas —replicó Marn—. Cualquier razón que me dé, tiene una respuesta contradictoria.</p> <p>—Vamos a ver... supongamos que le detienen, tras haberle detectado y proceden, como es natural, a comprobar sobre usted y su medio de transporte para llegar hasta el planeta.</p> <p>—Bien, lo suponemos así. ¿Y qué? ¿Irían a creerse mi historia? Si lo hicieran, ¿disponen acaso de tecnología suficiente como para llegar a la última conclusión? Estará usted de acuerdo que esto es ilógico. Capitán, esto sería tan absurdo como el encuentro entre una vieja y un niño recién nacido. Déjeme llevar este proyecto a cabo. Hay peligro en ello, de acuerdo, pero el peligro será para mi y para uno de sus botes salvavidas..., nada más.</p> <p>—Creo que quiere prevalerse de su aventajada posición en su categoría de científico, profesor —repuso Forsaan con cierta irritación, alimentada y multiplicada por la nerviosidad acumulada de los días pasados—. Sepa que sigo siendo siempre el capitán de esta nave. Estaba aprendiendo a dominar mis impulsos antes de que usted comenzara a hablar. Usted puede utilizar su autoridad entre sus discípulos; pero no contra mí. No estoy dispuesto a sacrificar una cápsula espacial salvavidas, ni el tiempo, ni la seguridad de mi tripulación, la integridad de la nave ni su propia vida..., ¡y sólo para resolver sus problemas académicos o para dar gusto a su curiosidad!</p> <p>Marn estaba pálido como un muerto, y su expresión colérica era casi tangible. Forsaan apretó las mandíbulas y se enfrentó contra Marn, en un duelo de rabia contra rabia. El aire de la pequeña estancia parecía cargado de electricidad, en el denso silencio que siguió a las últimas palabras del Capitán. Después, como si soltase un cable arrollado, Marn estalló en risas y se echó hacia atrás.</p> <p>—Esto es ridículo —dijo—. Me fuerza usted a ser heroico contra mi voluntad. Otra contradicción singular. Porque está usted absolutamente en lo cierto y al propio tiempo, completamente equivocado. Déjeme explicárselo. Verdaderamente, si la hazaña sólo condujese a satisfacer mi curiosidad, mi curiosidad académica, sería una locura. En este caso, tendría usted toda la razón a oponerse a mí. Pero es algo más que eso. ¿Cómo puedo hacer para que lo vea usted? Aquí existe el peligro, un grave peligro. Todos ustedes lo han sentido, de una forma u otra. Es algo real y positivo. Pero todos ustedes están tratando de evadirlo, ignorarlo o bien es usted el que quiere huir de él. ¡Y ése no es el camino!</p> <p>—¿Admite usted que existe peligro? —preguntó Buffil preocupado.</p> <p>—Por supuesto. Mucho más del que ustedes suponen. A despecho de todas las confusiones y contradicciones, una cosa está clara: ésta es una situación explosiva.</p> <p>—¿Y con todo, insiste usted en ir hasta el planeta? —exclamó Caralen.</p> <p>—¿Por qué están todos ustedes tan ciegos? ¿Qué les gustaría que hiciéramos... salir corriendo? Buffil, si tuviese usted una planta de energía que comenzase a mostrar signos de peligro..., ¿saldría usted corriendo y la abandonaría? Por supuesto que no. Lo primero que intentaría hacer, es comprobar qué es lo que iría mal en la instalación. Usted no puede, ni nadie, intentar enfrentarse inteligentemente con un problema hasta descubrir primero qué es lo que marcha mal. Ahora, supongamos que nos alejamos huyendo de aquí y volvemos a nuestros mundos conocidos. ¿Qué informe tendríamos que dar? ¿Qué tendríamos que decir? —se detuvo, esperó; pero no obtuvo respuesta alguna. Forsaan sentía la lengua pastosa e inmovilizada, incapaz de dar ninguna razón válida.</p> <p>—Tenemos poca información positiva, y ciertamente no la suficiente para que podamos estimar la verdadera naturaleza del peligro. Y hasta que tengamos esos datos positivos, no podemos actuar racionalmente. Propongo que consigamos esos datos, en la única forma posible. No es asunto para una discusión; es una auténtica necesidad.</p> <p>Forsaan apretó los puños. El razonamiento era consistente y no le fue posible encontrar fallo alguno en él; pero su instinto rechazaba de plano la idea de enviar a un hombre en una cápsula espacial hasta el planeta infernal. Tenía que ser detenida semejante idea de alguna forma.</p> <p>Se produjo una llamada en la puerta y se incorporó para contestar.</p> <p>—¡Pinat! Y usted, Felder... Hoppik..., ¿qué es lo que marcha mal?</p> <p>—Algo que creemos tiene usted que saber y ahora mismo, señor.</p> <p>—Aquí no. Si es urgente...</p> <p>—Creo que es urgente, señor —continuó Pinat impasible—. Y además creo que sus invitados deberían oírlo también.</p> <p>—¡Ah! Bien, tomen asiento. Pasen.</p> <p>Apenas si había sitio para los recién llegados en la pequeña mesa. Forsaan esperó a que todos estuviesen sentados a su alrededor.</p> <p>—Bien, ¿De qué se trata, Hoppik?</p> <p>—De ese planeta, señor —dijo el joven oficial sensor con un estado de ánimo en que se leía claramente una tremenda sensación de temor—. ¡Está protegido con un escudo!</p> <p>—¿Por el Espacio, qué quiere decir eso de que está «escudado»?</p> <p>—Está en relación con las interferencias, señor. Quería comprobar de qué se trataba, impelido por la curiosidad. Y así, envié un detector volante. Después, pedí a mister Felder que se uniera a mí para comprobar los hallazgos. Existe un cinturón total de fuertes radiaciones alrededor de todo el planeta, señor. ¡Es como un caparazón!</p> <p>—Una zona de interacción-radiactiva, donde los campos magnéticos planetarios distorsionan la atmósfera solar —sugirió Marn—. Eso no es nada nuevo, ¿verdad?</p> <p>—Ah, no, señor —corrigió Felder con suavidad—. Las zonas de interacción son bastante comunes. Yo he visto muchas. Se arraciman con el campo de plasma muy diestramente también. Pero ésta es algo rudimentario, brutal. La densidad de partículas es cien veces mayor que lo que debería esperarse que fuese y las energías que ello implica están fuera de toda razón —y se sacó un film arrollado, lo extendió sobre la mesa y tocó el lado, en un lugar correspondiente a la «memoria» para poner en juego una serie de cifras resplandecientes—. Aquí tiene algo de lo que hemos conseguido. —Y el profesor Marn se inclinó para estudiar aquellas cifras, a las que Felder estaba señalando. Buffil se aproximó intencionadamente también. Forsaan les observaba con curiosidad. Hoppik podía ser descontado en aquella cuestión. El propio Felder no haría declaraciones temerarias.</p> <p>—Entonces, ¿cree usted que es algo artificial?</p> <p>—No puedo pensar de otra forma en que haya podido producirse esa concentración. Yo diría que se ha hecho una masiva inyección de partículas pesadas e inestables, en algún tiempo en el pasado. No hay forma de decir qué tiempo hace ya; pero sí que es considerable.</p> <p>—Pero esas... —apuntó Marn— ...son recientes, ¿no cree?</p> <p>—Al menos así lo parece —convino Buffil, cambiando de posición para apreciar mejor el fenómeno—. Son diferentes valores juntos.</p> <p>—Esas cifras más antiguas son casi ciertamente torio-230 y productos de la desintegración. Resulta algo desconcertante.</p> <p>Felder sacudió la cabeza.</p> <p>—Yo creo que puedo —dijo Marn echando un paso atrás con una mirada curiosamente excitada en el rostro. Forsaan tosió, captando su atención.</p> <p>—¿Quisiera alguien explicarse, por favor?</p> <p>—Pues es muy sencillo —repuso Marn sonriendo astutamente—. El planeta está materialmente encerrado en una densa corteza, o serie de capas de radiaciones letales.</p> <p>—Y, según se desprende de todo esto, tiene usted razón para creer que es artificial, ¿verdad? Bien, eso parece responder a su pregunta original respecto a visitar el lugar, ¿no es cierto?</p> <p>—Olvide eso por el momento, Capitán. Lo que ahora me preocupa es por qué. Alguien ha puesto ahí ese escudo. Ahora bien, ¿es para mantenerles a ellos alejados de nosotros, o a nosotros de ellos? No quiero decir a nosotros, personalmente, sino a los visitantes del exterior en general. Quisiera saber cuál es el motivo y por qué.</p> <p>—La segunda respuesta suena más válida —replicó Felder—. El cinturón de radiaciones es lo bastante letal, como usted dice; pero sólo si no se la conoce con anticipación. Presumiblemente, la gente que hay allá lo ignora.</p> <p>—Creo que pueden sospecharlo —murmuró Marn—. Creo que esas partículas pueden ser rastros que hayan ido dejando. Sabemos que tienen explosivos potentes. Sabemos también que han enviado aparatos a hacer experimentos; porque hemos examinado uno de ellos. Sabemos que disponen de métodos primitivos en cierto modo para detectar semejante radiación. Es muy posible que puedan haber explotado alguno de tales dispositivos dentro de la concentración radiactiva, en el intento de destruirla o de afectarla en alguna forma. En resumen, ¡están intentando huir!</p> <p>—Pero ¡no hay nada de eso en sus transmisiones! —objetó Pinat.</p> <p>—Yo sospecho de esas transmisiones, cuanto más pienso en ellas —dijo Marn suspirando preocupado. Después, dirigiéndose a Felder, le dijo—: ¿Por qué dijo usted que ese cinturón radiactivo es letal solamente si lo ignoramos?</p> <p>—Porque podemos protegernos contra él. ¿Recuerda Troyarn? La única razón de que sufriéramos tan mala dosificación fue a causa de que volábamos a un mínimo de protección. Naturalmente. Nadie esperaba que pudiera ocurrir aquello.</p> <p>—¿Es eso cierto, Capitán? ¿Significa eso que aún es posible hacer que una cápsula espacial pueda ser enviada allá al planeta con la debida protección?</p> <p>Forsaan hizo un gesto de asentimiento, de mala gana. Pinat, les miraba fijamente, rígido. Felder pareció, por una vez, salirse fuera de su calma habitual.</p> <p>—¿Quiere usted decir... que quiere ir allá, en una cápsula? —preguntó. Y se volvió hacia Forsaan—. ¿No estará usted nunca de acuerdo con semejante idea, señor, con toda seguridad? Es la cosa más disparatada que jamás haya podido oír. Respetando su categoría científica, Profesor, permítame decirle que no tendrá la menor intención de hacer eso... ¡No sabe usted lo que está diciendo!</p> <p></p> <p><style name="h3">5</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Fueron las palabras de Felder las que parecieron cambiar, con su emoción inesperada, los pensamientos del Capitán Forsaan. Algo de los argumentos del profesor, comenzaba a irritar su sentido de la razón.</p> <p>—Creo que estoy comenzando a convenir con lo que piensa el profesor, Felder. El profesor Marn tiene el derecho de intentarlo, y creo que puedo ver por qué desea hacerlo. Y ahora, un momento —añadió levantando una mano para evitar que Marn interrumpiese—. La cosa en sí no es tan fácil. Trataremos esto como una hipótesis y hagamos lo posible por razonarla, oponiéndonos a ella. Así podremos sacar las conclusiones más adecuadas con tiempo suficiente. Pinat, llame a mi asistente y dígale que traiga algo de comer y alguna bebida, por favor. Esto va a ser algo difícil. Bien, Felder, ¿qué hay respecto al generador de protección para una cápsula espacial auxiliar?</p> <p>Los argumentos, en pro y en contra, las sugerencias y las consideraciones al respecto duraron bastante tiempo, hasta que Hoppik calculó las ocasiones más favorables para la partida y la vuelta descubriendo que disponían de menos de tres días de gracia. Entonces la prisa y la urgencia del proyecto se hizo algo violento y Forsaan tuvo ocasión de sentirse orgulloso de su tripulación. Una vez el hecho quedó establecido, todos los que podían contribuir de alguna forma al éxito del viaje, se prestaron voluntarios llenos de coraje y buena voluntad, haciendo milagros con el tiempo y sus respectivos trabajos.</p> <p>—La cápsula viajará por sí sola, profesor. Todo lo que tiene usted que hacer, es permanecer sentado y sujeto en ella y procurar localizar un buen lugar de contacto en el último momento. Asegúrese de elegir un lugar con árboles, preferiblemente en la cima de algún monte o colina, si le es posible.</p> <p>—Supongamos que alguien le dice a usted «un cuarto». ¿Cuánto significa eso?</p> <p>—Estas cosas son «collares», el metal es platino, las piedras, circones. No tratar de colocarlas todas en un mismo lugar. Repartirlas lo más ampliamente posible.</p> <p>—Bien, volvamos ahora sobre este mapa...</p> <p>—¿Y qué hay de esas sandalias, profesor? ¿Las encuentra confortables?</p> <p>—Supongamos que ensayamos nuevamente este amortiguador de emociones, una vez más, ¿qué le parece?</p> <p>El dispositivo mencionado, era algo completamente nuevo para Marn, aunque Caralen ya había hablado antes con él y se lo había explicado en cierto modo.</p> <p>—Es sólo una variación del «casco de quietud» —dijo ella—. Ya tendrá idea de lo que es, seguramente. Es una pequeña unidad, utilizada extensamente en medicina, que sitúa un campo especial de interferencias y amortigua las reacciones emocionales antes de que lleguen al nivel de las sensaciones. De esa forma, los mecanismos naturales de recuperación del cuerpo pueden proceder sin dolores, desmayos o interferencias procedentes del paciente.</p> <p>—Se lo dimos al viejo Bovy —dijo Forsaan que estaba atento a la conversación—. ¿Recuerdan? Se hallaba ya muy lejos de posible recuperación; pero le ayudó a morir sin angustia y en completa paz, sin sufrimientos.</p> <p>—Bien, esta versión que aquí tenemos —continuó Caralen— proyecta un campo fuera del que lo lleva, amortiguando las respuestas emocionales respecto a cualquier persona que tenga enfrente. El sujeto aparecerá realmente normal, consciente y dispuesto a responder bajo cualquier circunstancia; y no sentirá miedo, hostilidad ni curiosidad alguna. Tampoco recordará lo sucedido muy claramente después.</p> <p>—No había comprobado que la curiosidad es también una emoción —dijo Marn.</p> <p>Colectivamente y en un plan perfectamente organizado, dotados de la mejor voluntad, todos trabajaron en la cápsula salvavidas con un equipo, ropas y suministros de intercambio, el lenguaje que debería adoptar, los gestos y actitudes y cuantos detalles pudieran ser útiles a la empresa. El momento crucial se aproximaba ya demasiado pronto. A pesar de sus razonamientos, Forsaan no pudo evitar un escalofrío de aprensión, al sentarse en el control remoto de la nave y hablar con Marn las últimas palabras Un cronómetro comenzó a marcar la cuenta atrás de los últimos segundos.</p> <p>—Recuerde bien ahora, que al aterrizar y para estar seguro de que todo va bien, cierre la conexión roja. Esta es sólo nuestra única señal para usted. Después, asegúrese de volver a la cápsula en seguridad, antes de que llegue el momento preciso. Vuelva hacia atrás esa conexión, que nos dirá a nosotros que todo va bien con usted. El resto queda a nuestro cargo. Buena suerte y que los antepasados se cuiden de usted. —E hizo un gesto a Caralen que permanecía a su lado y junto al mismo micrófono.</p> <p>—Buena fortuna, Dikamor. Tenga cuidado, y procure volver seguro.</p> <p>—Lo haré lo mejor que pueda —repuso la voz de Marn firme y decidida.</p> <p>Funcionaron los relés, se percibió un suave silbido y como en un suspiro de energía la cápsula salió disparada de la <i>Drendel</i> alejándose en una suave curva con dirección al oscuro limbo de sombras. Minutos más tarde, Hoppik captó la brillante mancha en sus detectores y allí la sostuvo hasta que ya no era distinguible ni por el ruido.</p> <p>Cuatro «días» más tarde. Forsaan escribió en el diario de navegación:</p> <p>—«Nuestras baterías se hallan recargadas, y el repuesto de mineral y demás necesidades esenciales están siendo provistas por inducción directa del plasma. La revisión del generador, procede con eficacia y a ritmo más bien acelerado. Estaremos dispuestos a continuar nuestro viaje por el espacio mucho antes de la fecha de recuperación. Hoy dispondremos de escudos protectores como defensa de los rayos primarios. La observación por televisión ha quedado interrumpida por unas cuantas horas al atardecer, aunque la sección de Hoppik continúa manteniendo una constante vigilancia por radio. No hay nada que señale que Marn ha sido descubierto. Todos en la nave piensan constantemente en él y se preguntan qué tal le irá en ese planeta infernal. Singularmente, esto ha tenido el efecto de calmar los nervios de los hombres de la tripulación y al propio tiempo les ha inducido a trabajar más duro en sus quehaceres. Tal vez nosotros, también, somos susceptibles a la influencia de la imagen del héroe, como suelen hacerlo las gentes de la Tierra. Por lo demás, sus actividades, al observarlas, siguen siendo tan incomprensibles como siempre.</p> <p>»Miss Caralen se hallaba profundamente afectada por la ausencia de Marn; pero continúa ocupada en sus trabajos y aparece de buen aspecto y dispuesta a todo. Ella y su padre, ahora, siguen ocupándose del mismo trabajo...»</p> <p>Al llegar el día decimotercero, el «trabajo» se convirtió en una granada explosiva bajo las propias narices de Forsaan, al llegar Caralen a verle.</p> <p>—He estado estudiando esos viejos registros de nuevo —dijo la joven—. Mencionan una «plataforma». Mi padre ha explicado esto como una posible unidad convertidora de plasma, montada sobre un satélite convenientemente, para transmitir energía hacia la superficie para operaciones básicas.</p> <p>—Vaya... —repuso el capitán haciendo un gesto con la cabeza—. Eso depende de los factores locales, y de si usan un método u otro. Nosotros estamos utilizando ahora la inducción directa. La técnica de la plataforma es correcta, si se dispone de lugar apropiado y recursos para la base.</p> <p>Ahora, en este sistema, hay un gran cinturón de asteroides, lo que probablemente fue la razón del por qué nuestros predecesores lo adoptaron...</p> <p>—Sí —repuso ella—. Creo comprenderlo bastante bien. Pero si había una plataforma, como se dice en los registros, ¿dónde está ahora?</p> <p>Forsaan tenía la boca abierta dispuesto para hablar y tuvo que cerrarla de nuevo, y pensar. Porque lo cierto es que no había respuesta aceptable en absoluto para aquello. La base había sido cerrada, puesta en observación, sí pero no aparecía razón alguna sensible para retirar la plataforma. En una órbita estable, debería permanecer en el lugar adecuado, moviéndose en constante alerta alrededor del planeta hasta ser requerida de nuevo en cualquier momento. Miró a la joven, con el ceño fruncido.</p> <p>—Han ocurrido tantas cosas extrañas, que no es raro que hayamos echado una de menos. Pero ciertamente es algo singular. ¿Le preguntó a su padre qué piensa él al respecto?</p> <p>—Se encuentra tan chasqueado como parece usted estarlo. —La joven vaciló un momento, para añadir—: No estoy calificada en ese campo del conocimiento; pero aún así, veo ciertas conexiones. Esa plataforma, por lo que yo puedo decir, debió estar aproximadamente en el lugar en que ahora se encuentra ese cinturón de radiaciones.</p> <p>—Sí, ahí es donde la localizaron.</p> <p>—Y ahora ese cinturón está lleno de partículas mortales, que no deberían encontrarse allí... Y la plataforma no se encuentra. Y el grupo final de inspección, jamás volvió a su base. Y la superficie de este satélite, especialmente la que da a la cara del planeta ¡está terriblemente marcada con agujeros por impactos y cráteres!</p> <p>Cuanto más pensaba Forsaan respecto al asunto, menos le gustaron las consideraciones deducidas por Caralen con sus palabras. Aquello resultaba aterradoramente plausible... Finalmente, dijo:</p> <p>—Un momento. Veamos de contar con una experta opinión respecto del particular. —Tocó un diminuto dispositivo del visífono de muñeca y al segundo intento tuvo a Felder al habla. El viejo ingeniero escuchó la teoría, impasible como siempre, e hizo un gesto de asentimiento.</p> <p>—Ha podido ocurrir de esa forma —declaró—. Colocar un colector justo en el campo y en el lugar más potente, es la forma más rápida pero resulta algo delicado y difícil. La tolerancia es mucho menor, por lo mismo que el gradiente de energía más profundo. Otra cosa en favor es esa concentración de torio-230. Eso es el principal constituyente de los elementos colectores que tuvieron que haber usado. Pero hay una tercera cuestión: que puedo comprobarlo. Ha estado preocupándome a mí también, de todas formas.</p> <p>—Bien, ¿y de qué se trata?</p> <p>—Estamos extrayendo mineral, como usted sabe. El porcentaje de los elementos pesados debería aquí ser bajo. Lo es en su mayoría, pero de vez en cuando conseguimos una bolsa importante de elementos pesados. Creo que lo mejor será que ordene a mi grupo que tome muestras del interior de uno o dos cráteres.</p> <p>Forsaan, tras de haberse marchado Felder llevándose con él a Caralen, se sentó y durante un buen rato estuvo considerando esta última consecuencia. Lo que habían diagnosticado como «escudo biológico» e imputado a algún agente deliberado y diabólico, se estaba convirtiendo... ¡en un simple accidente! Desafortunadamente, por cierto; pero ciertamente no tan terrible. No habría nada que temer. ¿Cuántos otros aspectos irracionales y disparatados de aquel planeta, probarían no ser más que cosas sencillas y de explicación puramente racional?</p> <p>A la mañana siguiente, en el día decimocuarto, transcurrido ya la mitad del tiempo de Marn, llegó una sorpresa de diferente especie; algo como para que se desvaneciese toda la filosofía y quedase arrinconada en el último repliegue de la mente del capitán, poniendo en su lugar una urgente ansiedad. La voz del locutor de noticias, aparecía deliberadamente neutra, con el rostro impasible, y decía:</p> <p>«Las noticias más estrictas y celosamente guardadas durante la última década, acaban de ser reveladas a primeras horas de esta mañana, con el anuncio hecho simultáneamente por el portavoz de la NASA en la Casa Blanca y en el Kremlin, de Moscú, en el sentido de que los Estados Unidos y la Unión Soviética cooperarán a fondo con todos los medios precisos en el proyecto lunar, con objeto de enviar una cápsula altamente precisa y cargada de pesado instrumental para realizar dos, o posiblemente, tres órbitas controladas y rastrear con todo detalle la superficie de la Luna a una distancia mínima y ser recogida después, esperando con ello, al poder obtener una recuperación segura, disponer de una preciosa información al respecto.</p> <p>»Tras de la eficacia y la importancia con que este proyecto ha sido clasificado, es éste, señoras y señores, el primer anuncio público que se hace del proyecto. Sabemos ya que están dispuestas las gigantescas plataformas de lanzamiento, que se están comprobando cuidadosamente y que el lanzamiento se espera que tenga lugar dentro de catorce días...»</p> <p>El resto del mensaje pasó por los oídos de Forsaan como algo borroso y sin sentido. ¡La fecha! Allí estaba el peligro. Catorce días era el período de colocar aquel instrumento espacial tan útil en órbita; pero precisamente cuando llegase el momento predeterminado de la recuperación de Marn.</p> <p>Llamó a una conferencia inmediata. Hoppik, con cara preocupada, confirmó los tiempos en un dibujo esquemático con los datos obtenidos del computador de a bordo.</p> <p>—Si hacen ese lanzamiento programado, aquí —indicó— y después entra en órbita para cumplir su objetivo, el satélite irá costeando y deslizándose la mayor parte del camino. Y se hallará aquí precisamente al mismo tiempo que entren en funcionamiento nuestros controles de recuperación de la cápsula de Marn. Esto va a ser como la caza del ratón y el gato...</p> <p>—Con todas las antenas y telescopios allá abajo observándonos como águilas —gruñó Forsaan—. En el momento en que suprimamos sus pantallas para hacernos cargo del control... ¡no habrá forma de evitar que seamos vistos!</p> <p>—Pero aunque vean nuestra cápsula salvavidas —indicó Hoppik— no podrán hacer nada en contra. ¿O sí pueden?</p> <p>—¿Que si pueden? —arguyó Felder con su calma de siempre—. Ya ha visto sus transmisiones y oído su lenguaje. Ya sabe lo que hacen con cualquier cohete que se escapa fuera de su control y que puede ser peligroso. Lo hacen explotar. Lo construyen con esa capacidad como medida de seguridad. Y como esperan hacerlo volver tras la órbita, puede usted apostar que hayan pensado en semejante aspecto de la cuestión. Podemos dar como seguro que podrán destruirla.</p> <p>—Pero no van a destruir su propia cápsula espacial sólo porque tengan una extraña visión, ¿verdad?</p> <p>Nadie se molestó en responder a semejante pregunta. Forsaan estudió las posibilidades, tratando de encontrar una salida al problema.</p> <p>—Creo que podríamos esperar que hiciera mal tiempo allá —dijo Pinat—, y con ello el programa quede relegado algo más de la fecha fijada...</p> <p>—Si conseguimos romper ese escudo antes de tiempo y después acelerar su propulsión... —murmuró Forsaan—. Necesitaremos un nuevo juego completo de cifras de vuelo, así y todo. Hoppik, será mejor que se ponga usted a trabajar al respecto. Pinat, hay otra cosa. Supongamos que ese cohete-espía haga sus órbitas...</p> <p>—Sí —convino Pinat en el acto—. No podrá evitar vernos aquí en la forma en que nos hallamos. ¡Camuflaje! ¡Esa es la solución! Voy a poner a mis hombres en ese trabajo sobre la marcha.</p> <p>—Y Felder... siga con las reparaciones. Quiero que todo esté en orden a la mayor urgencia posible. ¡Todo! En el momento en que la cápsula del profesor Marn esté a bordo, nos marcharemos.</p> <p>Si es que de verdad conseguimos tenerla a bordo, pensó para sí Forsaan, cuando los otros se habían marchado. La cuestión iba a resultar peliaguda.</p> <p></p> <p><style name="h3">6</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—«Aquí, el Control de Júpiter —llegó la voz del altavoz que Forsaan tenía junto al codo—. Los informes normales procedentes del Proyecto Lunar son buenos. El período de deslizamiento de 72 horas se completará dentro de dos horas más. En ese momento, se tiene por cierto que la cápsula quedará en una órbita lunar. Todas las señales parecen favorables para ese tiempo...»</p> <p>Hoppik estaba literalmente volcado sobre los controles, para ir desentrañando tales noticias del infernal desconcierto de estáticos en las transmisiones. Forsaan junto al equipo, se hallaba impaciente.</p> <p>—Vamos, vamos —murmuró—. Deberíamos ya haber hecho volver esa cápsula salvavidas del profesor.</p> <p>—Tenemos en nuestra contra ese escudo de radiaciones —opinó Pinat—. No deja apenas trazas de la captación. No es igual que la cápsula terrestre... —La brillante manchita de cápsula procedente de la Tierra parecía colgar inmóvil en el centro de la pantalla.</p> <p>—¡Ya lo tengo! exclamó Hoppik y Forsaan vio la diminuta mancha en el preciso momento. Mientras observaba sin parpadear, comprobó que la cápsula de la astronave seguía su curso, sin interferirse con la otra y que recorría la trayectoria adecuada, según los cálculos. Siguió esperando.</p> <p>—Deberemos ya tener suficientes datos. Veamos la forma de tener una proyección de la ruta de ambas, mister Pinat.</p> <p>Segundos más tarde, unas brillantes líneas dibujaron su rastro en el equipo, superimpuestas en dos brillantes puntos y los tres hombres dejaron escapar un suspiro de alivio.</p> <p>—Gracias a Dios —rezongó el Capitán—. Se dirigen a sitios opuestos, ¿no ven? Marn está llegando con más rapidez. Estará dentro de nuestro radio de captación mientras que la otra cápsula estará tomando altura en su órbita. Habrá entre ambas más del diámetro total del satélite. Eso es lo bastante bueno para nosotros.</p> <p>—«Aquí, el Control de Júpiter. Una hora para el momento de la órbita y todo sigue normalmente...»</p> <p>—Suprimiremos su escudo protector aquí —dijo Forsaan poniendo un dedo en el equipo—. Controle bien el tiempo y la maniobra y nos encontraremos lejos de espía visual en un cuarto de órbita. Quiero a dos hombres en la cámara de compresión, Pinat. No hay tiempo para chapuzas.</p> <p>—Ya lo tenemos pronto a la vista, Capitán —advirtió Hoppik maniobrando con un dial y dejando al Capitán con las manos sobre las palancas de control remoto. El bote espacial salvavidas de Marn se aproximaba a una gran velocidad. Se balanceó un momento, hasta quedar firmemente atrapado por el rayo-guía.</p> <p>—Cámara de compresión abierta y dispuesta —informó Pinat—. Llega a ella como una pluma.</p> <p>—«Aquí, el Control de Júpiter. La órbita ha sido lograda con éxito. La cápsula lunar terrestre está ahora en el primer estadio de su primera órbita. Anticipamos la pérdida de contacto cuando la cápsula pase dentro de la zona de sombra...»</p> <p>En el momento preciso, se produjo un suave temblor en toda la estructura de la nave y un indicador verde se iluminó sobre el tablero de control. En el departamento de naves auxiliares, dos hombres se inclinaron hacia delante, arrastrando el cable para situarlo en el lugar conveniente, recuperando la cápsula de Marn en una perfecta maniobra. Otra luz verde se iluminó en el tablero general de control. Forsaan tocó una conexión.</p> <p>—Profesor Marn... ¿puede oírme? ¿Se encuentra bien?</p> <p>—Capitán Forsaan, es bueno oírle de nuevo. Sí, estoy bien. Cansado pero perfectamente.</p> <p>—Magnífico. Salga de ahí en cuanto pueda, por favor. ¡Todas las demás estaciones: alerta para partir!</p> <p>—¡No! ¡Espere! —exclamó con urgencia la voz del profesor Marn—. ¡Espere!</p> <p>—No <i>podemos</i> esperar —restalló Forsaan—. Si está ya fuera de la cápsula, no perdamos un momento y evitemos que ese ojo-espía nos eche la lente encima...</p> <p>—Pero usted no puede hacer eso. Tiene usted que esperar hasta oír lo que tengo que decirle. ¡En nombre de la Humanidad. Capitán, deténgase y espere!</p> <p>Forsaan dejó escapar unas cuantas maldiciones entre dientes. Parte de su mente se preguntaba qué es lo que la «humanidad» tenía que ver con él. El resto se quedó helado en una angustiosa indecisión. Después, con irritación, ordenó que las demás estaciones esperasen nuevas órdenes.</p> <p>—¡Pospongan esa última orden! —gruñó de mala gana—. El despegue queda pospuesto y demorado hasta nuevo aviso. Restauren el camuflaje. Estén vigilantes y dispuestos a actuar en cualquier momento. ¡Todo el mundo en sus puertos!</p> <p>Cortó la comunicación general de la nave y dio media vuelta en su sillón giratorio. Segundos más tarde, la escotilla se abrió para dar paso primero a Buffil y su hija Caralen, dándose prisa para llegar al puente. Después apareció Marn, polvoriento y arrastrando sus pies, fatigado y ojeroso; pero con un fuego especial en sus ojos y un estado de ánimo lleno de un determinado y firme propósito.</p> <p>—Es bueno estar de vuelta —dijo, deteniéndose y mirando a su alrededor. Y como si leyera el pensamiento de Forsaan, continuó:</p> <p>—Siento como si hubiera pasado fuera la mitad de la vida. Ojalá conociese usted la tentación... pero esto lo hará en absoluto, Capitán. Y a propósito, ¿con cuánta rapidez podría ser dispuesto otra vez ese bote salvavidas, recargado y en forma para un viaje de vuelta?</p> <p>—Pues no mucho. Una hora, posiblemente, dependiendo del estado... pero ¿qué quiere decir?</p> <p>—Sí. Voy a volver. Y esta vez para bien. He venido ahora para que todos ustedes supieran que estaba bien y para conocer lo que he descubierto, recoger algunas cosas que necesito y depositar esto en la caja fuerte de la nave. —Y mostró un juego de cilindros de registro, que dejó sobre un mueble—. Después, volveré. Necesito volver de nuevo.</p> <p>Por el rabillo del ojo, Forsaan vio a Caralen con aspecto desgraciado junto a su padre, sentada en los cojines del mamparo. Sus propios pensamientos eran en aquel momento demasiado caóticos para registrar nada con exactitud. Trató de apartarlo todo de su mente y volver a la razón.</p> <p>—Supongo que tiene usted buenas razones. Así lo espero. Deberé oírlas, profesor, si no le importa. En el ínterin... Hoppik, ¿dónde está ahora ese condenado ojo-espía volante?</p> <p>—Precisamente surgiendo de nuestro horizonte, señor.</p> <p>—Procure no perderle el rastro. Déjeme saber si se produce algún signo de que hemos sido descubiertos. Mister Pinat, vea de que esa cápsula salvavidas esté dispuesta para hacer un nuevo viaje al planeta. Compruebe con mister Felder los dispositivos de propulsión. Vamos a quedarnos aquí hasta que esa cosa haya completado tres órbitas, por ahora. Eso le dará a usted suficiente tiempo, profesor.</p> <p>—Un trago... algo que comer... —dijo entonces Marn, mientras se dirigía a sentarse junto a Caralen, poniéndole gentilmente una mano en el hombro—. Tú y tus simios —murmuró con suavidad—. Ellos <i>son</i> simios, ya sabes. Y nosotros también lo somos, con muy pocas diferencias.</p> <p>—Ha debido usted perder el sentido —dijo Buffil poco amablemente—. Ha tenido que irle la cosa mal allá abajo.</p> <p>—Lo fue: pero no estoy parloteando al azar, se lo aseguro. Muy al contrario. Si ha ocurrido algún cambio, es que mis sentidos nunca han estado tan agudizados como ahora. Y cuanto les diga ahora es absolutamente verdadero. —Y miró a todos fijamente con una dura mirada—. Hace ya entre veinte y veinticinco mil años, más o menos en la fecha en que nuestros predecesores salieron de aquí, esas gentes eran simios prehumanos, que vivían en cavernas y comenzaban sus primeros experimentos con el fuego y las herramientas de piedra y hueso. Y ahora, esto. Tal tremendo desarrollo psicosociológico, en tan corto espacio de tiempo, podría muy bien parecerles increíble a todos ustedes. A mí también me lo pareció al principio. Hasta que lo comprobé con mis propios ojos y obtuve la evidencia. Tienen que darse cuenta que esas gentes se hallan tan próximas en el tiempo a sus orígenes primitivos que sus características faciales, sus registros, lo que aún queda, es cosa que todavía tiene que dejar huella en la historia del planeta. Lo he visto por mí mismo. No puede haber duda alguna al respecto. Ni tampoco de que nosotros fuimos simiescos una vez. Pero esto no importa. Es una trivialidad junto a las otras cosas que he descubierto. Cosas fabulosas... y temibles también.</p> <p>Un repiqueteo de señales surgió del tablero de control en aquel momento, interrumpiéndole. Pinat se dispuso a escuchar atentamente.</p> <p>—El camuflaje está en orden, señor. Se está trabajando en la cápsula salvavidas del profesor. Ha sido preciso ponerle nuevas baterías.</p> <p>—El satélite artificial del Proyecto Lunar está casi sobre nosotros —informó Hoppik—. No hay signo de irregularidad alguna.</p> <p>—Está bien —repuso Forsaan, volviendo su atención hacia Marn—. Esta es la parte que a mí me corresponde. Ahora estamos dispuestos a escuchar la suya. Lo más importante.</p> <p>—Hay mucho que decir —repuso Marn tras haberse echado un trago de una botella que un asistente le había puesto al lado—. Todo está ahí, en detalle, en esos registros. Les proporcionaré un resumen, sin embargo. No importan los mil y un temores que he sufrido ni las tontas equivocaciones que he cometido. Me llevaría tanto tiempo el contarlas, como el que me llevó en hacerlas. En pocas palabras: la cápsula aterrizó exactamente como estaba planeado, en la cima de una colina recubierta de árboles, próxima al centro cultural. A partir de ahí, todo fue cuestión de andar, preguntando el camino, solicitando detalles, como cualquier turista, también en la forma en que se había planeado de antemano. Más por suerte que por destreza, alcancé eventualmente la gran ciudad y hallé el camino hacia el gran centro de sus recuerdos históricos, un gran museo. Eso sólo valía todos los peligros corridos. Allí, todo bien dispuesto y ordenado, está su historia, la totalidad de su historia. Y allí también, tuve mi mayor acierto y una gran suerte. —Se detuvo otra vez, tomó otro sorbo y se quedó pensativo. Forsaan comprobó entonces que su estado de ánimo se inclinaba hacia algo agradable.</p> <p>—Hice un amigo —continuó Marn, sonriendo—. Fue la cosa más simple. Allí estaba yo, estudiando los cráneos primitivos de sus hombres más antiguos, cuando aquella persona, dándose cuenta de mi interés, me habló. Caímos en una interesante conversación y llegamos casi inmediatamente a una agradable y mutua comprensión. Supe entonces, que aquella persona había trabajado en aquella institución, precisamente, que había realizado investigaciones, y que ahora estaba retirado. Había ido para recordar antiguos tiempos y renovar sus recuerdos, y también había sido un maestro, de hecho un profesor, como yo. Tuvimos entonces y tenemos, muchas cosas en común. Piensen ustedes lo que significa que un extraño como yo, sostuviera una hora de amigable conversación que fue desde la estructura atómica a las galaxias en colisión. Me invitó después a su hogar y me hizo su huésped...</p> <p>—¿Y no sospechó... nada?</p> <p>—Estoy completamente seguro de que sí —repuso Marn con una risita entre dientes—. Estoy seguro que piensa que soy un fugitivo de otra nación. Aparentemente, tales cosas no son tan raras en ese mundo. Y sé también, que está sacando toda clase de ideas intrigantes y toda la información que pueda de mí. Pero a mí no me ha importado. No intenté decirle la verdad real; porque sus suposiciones están muy próximas a lo cierto, de todas formas. Lo que importa de veras, es la maravillosa hospitalidad y generosa y cordial acogida de esas gentes; su esposa, sus dos hijos ya adultos y los niños... todos me dieron una cálida bienvenida en la forma más natural y sencilla.</p> <p>—Entonces..., ¿las impresiones que hemos obtenido de la televisión son falsas?</p> <p>—No. Son absolutamente ciertas; pero en un sentido diferente.</p> <p>Forsaan dio rienda suelta a su disgusto.</p> <p>—No ha descubierto usted nada, profesor, excepto unas adicionales contradicciones...</p> <p>—«Aquí el Control de Júpiter. Hemos vuelto a ganar contacto...»</p> <p>—¡Apague esa condenada transmisión! —restalló el Capitán—. Profesor Marn. el tiempo está pasando en vano. Hasta ahora no nos ha dicho nada que dé una razón para ese loco propósito de arriesgarse en volver de nuevo a ese planeta infernal...</p> <p>—Capitán Forsaan —repuso Marn levantándose decidido—. Dígame, ¿cuál es mi estado emocional en este momento? Oh, ya sé que no lo considerará adecuado para hablar de tales cosas; pero le pido esta vez que considere esto: ¡tengo una muy buena razón!</p> <p>—Está usted tenso y nervioso —repuso Forsaan haciendo hincapié en aquellas palabras poco corteses, con la cara enrojecida por la irritación—. Se encuentra usted bajo la presión de alguna urgencia y está usted controlándola. Se siente fuerte, determinado, ¡ya sabe a lo que estoy refiriéndome! No hay palabras...</p> <p>—¡Precisamente! —restalló la voz de Marn como un látigo—. Usted sabe lo que quiero decir. Todos lo saben aquí y además, si usted está diciendo verdad o no, en tanto en que puedan hablarse ciertas cosas. Porque, por supuesto, no hay ruidos adecuados para las «sensaciones». <i>Sabemos</i>. Y ahora, piense en esto. Esas gentes de allá abajo, gente de la Tierra, ¡no tienen estados de ánimo, en absoluto!</p> <p>—¡Pero eso es ridículo! —dijo Caralen en aquel instante—. Una de dos, o son gentes como nosotros y tienen su aura necesariamente, o no la tienen, en cuyo caso no serán como nosotros y todo lo que acabas de decir no tiene ningún sentido!</p> <p>—Calma, no tan precipitadamente, querida —advirtió Marn con precaución, tomando de su bolsillo una pequeña cosa que todos reconocieron—. ¿Recuerdan esto? Tuve que usarlo una o dos veces en contra de mi gusto. Funciona sobre ellos al igual que lo hace con nosotros. Eso es una buena demostración de existir una relación por sí misma. Pero hay algo más todavía. Imagínense un campo en cierta forma similar a éste, no entonteciendo las ligazones cerebrales en el propio cerebro, sino creando interferencias y distorsiones al exterior del cuerpo. ¡Si pudiera hacerlo así, imagínense qué ocurriría si tratase de hablar a ustedes en susurros en una tormenta continua de ruidos!</p> <p>—Lo siento... no consigo comprender bien eso —murmuró Forsaan.</p> <p>Hoppik se inclinó hacia delante.</p> <p>—Eso no sería demasiado difícil intentarlo y hacerlo...</p> <p>Fue Caralen la primera que comprendió el verdadero alcance de las palabras de Marn.</p> <p>—¿Estás sugiriendo que esas gentes están expuestas, en cierta forma, a tal campo de interferencias?</p> <p>—Continuamente —asintió Marn, sombríamente—. Yo mismo he estado sumergido en semejante estado durante veintiocho días. He aprendido a tolerarlo, tras el conveniente esfuerzo. Al principio resultaba intolerable, horroroso. Me sentía amputado, desgarrado, como si me hubiesen cortado la mitad de la vida. Estuve asustado como jamás lo estuve antes en toda mi vida. Después, cuando comprobé que esas gentes han vivido así, desde la cuna a la tumba, generación tras generación, sin haber conocido nunca nada diferente, sino sólo media vida, no supe entonces si lamentar o maldecir a los infames malos espíritus responsables de tal situación.</p> <p>—¿Acaso es que están desprovistos de emociones?</p> <p>—Son tan emocionalmente sensibles como nosotros, incluso. He tenido demasiado tiempo para ponderar este hecho y pensar respecto al asunto profundamente. Estoy convencido de que este horrible factor, por sí mismo, cuenta por casi todo lo que parecen contradicciones, inconsistencias e irregularidades en esas gentes. Imaginen cómo deben haber vivido. Piensen lo que es sentirse completamente cortado en dos, emparedado en el interior de las propias emociones, sin estar nunca en condiciones de saber, de sentir, de compartir los sentimientos de los demás. Esto es lo que desgraciadamente tiene como causa sus inadecuadas interpretaciones respecto al gesto, a la actitud, expresión facial y palabras. Esto, lo digo a ustedes, es el porqué sus lenguajes son tan tortuosos, tan complejos... He ahí por qué sus valoraciones aparecen tan retorcidas, por qué no pueden confiar o comprender a cualquiera, y por qué son hostiles, sospechosos, agresivos y divididos. Nunca pueden estar seguros de cualquier persona ajena. Y al tener que reflexionar dentro de sí mismos, tampoco pueden estar seguros de su propio yo.</p> <p>»Estoy convencido, además, de que todo ello es la causa de que sus vidas sean tan cortas, lastimosamente, tan enfermizas e imperfectas. Su ciencia medica puede parangonarse con la nuestra, e incluso ser superior en ciertos aspectos, y con todo, se sienten plagados, llenos de epidemias, enloquecidos, como poseídos por el demonio y destrozados por las frustraciones de sus necesidades emocionales. El pensar solamente en el increíble conjunto de sufrimientos que tienen que haber conocido a través de toda su historia, es bastante como para hacerle a uno sentirse enfermo.</p> <p>—¿Y así y todo, dice usted que piensa volver ahí? —preguntó Pinat—. ¿A ese infierno?</p> <p>—Sí, es un infierno, en ciertos aspectos. Con todo, con esa suerte negra de sus vidas, a despecho de esa desventaja vital o posiblemente a causa de ella, han conquistado algo maravilloso, algo que nosotros hemos perdido y de lo que carecemos. Todos tienen una inquebrantable determinación y obstinación, un deseo de desafío a esas fuerzas del mal, una confianza en sí mismos la sensación de que pueden conseguir <i>algo</i>. Es como si supiesen, inconscientemente, que están siendo restringidos, bloqueados, y rehúsan sistemáticamente el aceptarlo. Este mismo Proyecto Lunar es un caso típico de lo que estoy diciendo. Cuanto más imposible aparece una idea, más fuerte es el deseo de acometer la empresa para conseguirlo. Es una cualidad impulsora que nos hace a nosotros aparecer como medio dormidos en comparación.</p> <p>—Pero ellos lo ignoran —intervino entonces Buffil—. ¿No se dan cuenta de tal interferencia?</p> <p>—¿Y cómo pueden saberlo? ¿Sabe un pez que el agua está húmeda? Y, así y todo, saben, vagamente, que existen los extrasentidos. Hay fenómenos singulares que atraviesan ese bloqueo de tiempo en tiempo.</p> <p>—¿Tiene usted alguna idea de qué es lo que causa esa «interferencia»? —preguntó el Capitán. Marn aprobó firmemente con un gesto.</p> <p>—Ah, sí. Ahí radica la cuestión principal. Es un subproducto de esas bandas de radiaciones artificiales. La totalidad del planeta está inmerso, como ahogado, en ese efecto. Y por eso, es por lo que deseo volver. Vean lo que está ocurriendo ahora. Esas gentes están desarrollándose a tremenda velocidad. Se ocupan con toda velocidad de muchas cosas; la propulsión en el espacio curvo, el control de la climatologia, la energía por fisión; todo ello necesita una pauta dirigida y calculada en la dirección correcta. Eso es todo y descubrirán nuestras técnicas para tomar la energía del plasma, por inducción. ¿No lo comprenden? Tienen una necesidad, un hambre terrible de energía. La están consumiendo a una escala enorme. De descubrir esto, es como un nuevo recurso, una nueva fuente de energías plasmáticas y una vez que lo dominen y lo pongan en práctica, succionando la energía que les rodea, la interferencia comenzará a tambalearse para desaparecer después...</p> <p>—Bien, ¿y qué ocurrirá después? —interrumpió Forsaan—. Demos por descontado que usted hace eso, que la frecuencia es crítica y que no se llevará mucho tiempo en trastornarlo todo... y que cuando se halla reducido, esas gentes estarán en condiciones para... estar como nosotros, como usted dice. ¿Y después? Sé que esto puede contarse como un gran gesto humano digno de todo elogio. Yo lo aprecio en lo que vale. Pero..., ¿tenemos derecho a mezclarnos en sus cosas y a interferir en sus vidas?</p> <p>—¡Ya nos hemos interferido! —restalló Caralen con indignación. Y se volvió hacia Marn—. Sabemos ahora en qué forma están dispuestas esas bandas. Tenemos que sentir un reproche por esto. Nuestros antepasados, por alguna circunstancia...</p> <p>Y Caralen le contó la historia, según los resultados de sus investigaciones y los hallazgos de Felder, procedentes de las muestras de polvo. Forsaan, observando, vio las huellas de fatiga en el rostro de Marn, según hablaba Caralen. El sabio cosmólogo parecía envejecer visiblemente y su aspecto aparecía recargado con una profunda pena.</p> <p>—No estoy sorprendido del todo —dijo con calma cuando ella hubo terminado—. Ya había imaginado algo de eso, aunque los detalles no me parecían claros del todo. Había demasiadas coincidencias. Tenían que estar conectadas con nosotros en cierto aspecto. Buffil, usted ha visto las imágenes en la televisión de sus pirámides, ¿no es cierto?</p> <p>Son las estructuras construidas más viejas que se conocen. Se encontraron, ante el asombro y el desconcierto de sus arqueólogos, en dos regiones selváticas ampliamente separadas. ¿Acaso éso no le recuerda algo?</p> <p>—¡Por supuesto! Ahora que lo menciona... ¡Es la forma en que se disponen los grandes lugares de sacrificios humanos!</p> <p>—¡Por completo! Pero no hemos dado la respuesta adecuada a la pregunta del Capitán Forsaan.</p> <p>—El satélite del Proyecto Lunar está ahora en su segunda órbita, señor —informó Hoppik, mientras que simultáneamente prestaba atención a las dos importantes cuestiones del momento.</p> <p>—Tiene usted toda la razón al resaltar que el sentimiento no es una base apropiada —dijo Marn cuidadosamente—. Un sentimiento de culpabilidad, amables intenciones, mi amistad personal y la admiración por las gentes que he ido a conocer son mis impulsos personales y no son válidas aquí. Por tanto, lo pondré en sus manos. Hay tres mil millones de personas allá abajo en un puro fermento. Para usar su propia expresión y sus mismas frases, hay que hacer algo y pronto. La alternativa está clara. O se destruirán completamente y a su planeta, o serán impulsados a llevar a cabo acuerdos unitarios de autopreservación. Esa cápsula que ahora está dando vueltas a nuestro alrededor, es una paja en el viento. Es una indicación de que dos de los mayores poderes del planeta han tomado otro paso firme para ahogar sus diferencias y llegar a un nuevo acuerdo. La autopreservación es un poderoso incentivo.</p> <p>—Así, ¿qué seguirá a eso? Usted ha visto, en su televisión, el potencial de que disponen y qué clase de gentes son. Al menos, ha visto una de sus caras. Yo he visto la otra. Pero una cosa es segura. No pueden permanecer en calma. Inevitablemente acabarán por expandirse por toda la Galaxia. Piense de nuevo en esa cápsula y créame cuando digo que se hallan a punto de descubrir la teoría del vuelo en dimensión curva. Y pronto, en consecuencia, saldrán al espacio exterior, expandiéndose en todas direcciones, viniendo a confrontarse con nosotros, cara a cara. La cuestión que tiene que contestar es ésta: ¿qué cosa es la que desea? ¿Quiere a toda una plaga de individuos salvajemente hostiles, llenos de sospechas, agresivos, destructores y medio locos hormigueando a través de nuestras rutas comerciales y cayendo sobre nuestras culturas pacíficas que viven en paz? ¿O prefiere que se conviertan en personas sanas, fuertes, amistosas, curiosas, dispuestas a colaborar, trayendo y aportando una inyección de aliciente y de excitación a nuestros estancados modos de vivir? Se lo digo, porque lo conozco bien. Sólo algo tan fino como un cabello divide una situación de la otra. Y, una u otra, va usted a tener que aceptarla, le guste o no.</p> <p>—Parece usted pensar muy alto de su potencial de recuperación —dijo Forsaan—. ¿No le parece excesivamente optimista su punto de vista frente a sus generaciones sometidas a semejante estado de privaciones? ¿Cómo puede estar tan seguro de que esas gentes no se hallan irremisiblemente perdidas en sus formas irracionales de vida y en sus valores?</p> <p>Caralen se adelantó, ansiosamente.</p> <p>—Eso suena un poco idealizado, Dikamor —convino ella—. Con semejante historia, resulta muy difícil de creer que hayan podido preservar valores éticos en absoluto, o incluso que jamás los hayan tenido.</p> <p>Marn sacudió la cabeza mirando a la joven.</p> <p>—No piensas lo que dices. ¿Recuerdas cómo estudiamos sus lenguajes y los encontramos llenos de contradicciones? ¿Cómo pueden tener términos y valoraciones que, a la vista, no existen en sus vidas? La razón es muy simple, una vez que se tiene a la mano el factor perdido. Dentro del individuo, en su mente, existe el conocimiento de la «verdad», la «honestidad», la «integridad» y todos los demás valores abstractos que respetamos. Ellos tratan de poner en práctica tales valores, aunque les falten los cauces que llevan a tal logro. Como uno de sus grandes poetas expresó: «Lo que es verdad para ti mismo, no puede ser falso para cualquier otro hombre.» Ellos tratan de hacerlo así, a despecho de los obstáculos que encuentran en el camino. Y no todos ellos, por cierto, lo garantizo a ustedes. Pero la cosa realmente sorprendente, es que muchísimos de ellos logran una cierta medida de «confianza» en nada más tangible que el ardiente deseo de creer que eso es así. Ellos le llaman «fe». El profesor North y su familia, sí, incluso sus pequeños nietos, me han aceptado a mí sin nada más que sus propias sensaciones internas de valores éticos —y se volvió hacia Forsaan—. Déme tiempo, Capitán... cinco años, tal vez, para hacer desaparecer esa mortífera y maldita radiación...</p> <p>—¿Y cree usted que costará tanto tiempo?</p> <p>—No puedo contar nada como seguro. Sólo puedo intentarlo. Lo que reclamo es el derecho de hacer esa labor.</p> <p>—Está bien —repuso el Capitán—. Me ha convencido de su sinceridad. En resumidas cuentas, no veo que ello pueda proporcionarle ningún daño. Sólo consideraba la idea de marcharnos de aquí y dejarle solo. Esto no me parecía justo.</p> <p>—No estará solo —intervino entonces Caralen con calma y seguridad—. La cápsula salvavidas llevará a tres personas, ¿comprende? Voy a ir contigo, Dikamor.</p> <p>—Casi me temía que fueses a decir eso —suspiró Marn—. Pero no sería jugar limpio dejarte aquí. No es... agradable el quedarse aislado, sin saber de qué forma piensan otras personas...</p> <p>—No volveré a dejar que te marches solo de nuevo —insistió ella con valor—. Estos últimos días han estado vacíos para mí sin tu compañía, ya lo sabes. No es preciso que te diga lo que siento...</p> <p>—Sí, eso es cierto —repuso Marn gentilmente—. Tampoco es preciso que te diga cuánto me alegro de tu decisión. Nunca te lo hubiera pedido, por supuesto; pero si quieres voluntariamente encararte con ese problema conmigo...</p> <p>—¡Sitio para tres! —exclamó entonces Buffil, levantándose—. Será una pequeña molestia, pero creo que me necesitarás a mí también, Marn. Nunca estarás en condiciones de enseñar a ese pueblo el aspecto práctico de la succión del plasma electromagnético. La teoría parece comprensible, pero necesitas un tecnólogo.</p> <p>Marn puso una mano fuertemente en el hombro de Buffil.</p> <p>—Sé bienvenido. Gracias. Y... creo que puedo prometerte una aventura de primera calidad para tu campo científico, amigo. Creo que tendrás una buena pesca, que esas gentes podrán cocinar a las mil maravillas...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La cápsula del Proyecto Lunar apareció como un punto de luz a lo lejos al borde del alcance de la visión del puente de mando de la <i>Drendel</i>, mientras que Forsaan la observaba detenidamente.</p> <p>—Mientras que están ocupados radiando sus señales, enviaremos la cápsula dando la vuelta por el lado contrario.</p> <p>—Todo está dispuesto —dijo Pinat—. Lo tienen todo preparado con esas colecciones de registros y esas especias Omlik por las que tan interesado estaba el viejo Buffil.</p> <p>—¿Cree usted que están todos chiflados, señor? —preguntó Hoppik mientras realizaba sus últimos cómputos—. ¿No querrá usted que yo me vaya también allá abajo para el resto de mi vida?</p> <p>—No. Lo comprendo —murmuró el Capitán—. Nosotros somos personas de tercera clase. Ellos no piensan en la forma en que solemos hacerlo nosotros. Usted hace su trabajo, mister Pinat, y yo el mío. Para nosotros eso es suficiente. Pero esa gente de alta categoría científica no es así. Si ellos comprenden que es preciso llevar a cabo una cosa, y no saben cómo hacerla, la hacen de una forma natural. Es su forma especial de comportarse en la vida y nosotros nunca estaremos en condiciones de comprender por qué.</p> <p>—¡Atención! ¡Ahora, en cualquier momento! —advirtió Pinat y Hoppik se concentró en su trabajo.</p> <p>La cápsula terrestre alcanzó el momento de su caída libre; se produjo un murmullo dislocado procedente de la radio y Forsaan tomó los controles de la cápsula salvavidas, enviándola y acelerándola a través de la superficie del satélite y hacia un largo viaje, en una sola dirección.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LA LLAMA NOCTURNA - Colin Kapp</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>N algún punto del valle, la voz cantarína de un pájaro lanzaba al viento su nota quejumbrosa y desacorde. Su grito inalterado era sólo uno de los ciegos ruidos que se levantaban en la noche como una protesta.</p> <p>Balchic sudaba al cambiar de postura tumbado sobre el estómago en la hierba de la pradera. Las ranas estaban despiertas y los grillos y todos los sonidos nocturnos que parecían trastornados a una hora en que todo debería permanecer en paz y quietud.</p> <p>Balchic no era extraño a los ruidos de la campiña. Con la percepción propia de las gentes que han vivido en el campo, podía reconocer y localizar cualquier ruido allá de donde proviniese. Conocía el ruido del ratón campestre, de la víbora y de las mil pequeñas y grandes criaturas que se movían, vivían y respiraban bajo la hierba. Y él también sentía miedo. El microcosmos que le rodeaba por todas partes, era como un torbellino de quejumbrosas protestas ante algo desconocido. Nada de lo que debería estar durmiendo dormía ni descansaba e incluso el zumbido sordo de los enjambres de abejas se oía trabajando en aquel aire tenso.</p> <p>Algo iba terriblemente mal, equivocado en el ambiente. Como un vapor invisible, un misterioso e impalpable temor parecía escurrirse por todo el valle, un terror fijado en la oscuridad bajo aquel cielo sin ojos. No se trataba del temor circunstancial que a veces se aferra a la mente de un hombre, sino algo más básicamente arraigado, cimentado, que recorría las hierbas de la pradera como una marea, afectando a todo ser viviente incluido en ella. Balchic soltó un juramento; su imaginación luchaba contra su voluntad de hierro. Dos cosas solamente son las causantes de la universal aprensión de las criaturas vivientes: el fuego y la inundación por las aguas; pero allí no se apreciaba ni una cosa ni otra.</p> <p>Había pasado por aquel camino en la mañana, buscando signos del paso de la llama nocturna. No aparecía nada quemado, ni chamuscado, ni mostraba signos parecidos a tal fenómeno; pero así y todo, en la noche anterior había visto a través de sus prismáticos, brillando en el valle, no el fuego, sino algo brillante, luminoso, algo no tangible; pero perfectamente visible. Y las criaturas que vivían en el valle lo habían visto igualmente, y expresaban en mil formas distintas su temor instintivo.</p> <p>Aquella noche, deseó hallarse más cerca del fenómeno. La ansiedad había hecho presa en él, al entrar en los altos pastizales de la campiña del valle, y sintió como un sexto sentido, una incoercible aprensión, un instintivo aviso, una advertencia abstracta, sin palabras y sin Lógica. Sintió que un escalofrío le recorría la espalda y el sudor le perlaba la frente. Era algo irracional, porque no había nada en el valle de qué tener miedo; nada excepto que la noche anterior la llama nocturna había pasado con su fantástica danza por allí, sin dejar la menor huella de su paso.</p> <p>Balchic escogió el terreno adecuado y se echó sobre la hierba dispuesto a esperar y consultando de tiempo en tiempo su reloj. Los números luminiscentes de su reloj de pulsera, resplandeciendo con desacostumbrada luminosidad, le hicieron sentirse confuso y decidió incluso ocultar el reloj para que nada pudiese traicionar su presencia en la campiña nocturna. Aquella reacción inconsciente le hizo sonreír. Durante dos años, vivía en la casita de campo situada sobre la loma. Conocía ya de memoria, cada roca, cada árbol y cada sinuosidad del terreno del valle. La fría razón acabó por hacerle comprender que no debería existir nada por aquellos alrededores que pudiera causarle ningún temor; pero así y todo, allí se encontraba tumbado boca abajo, en el suelo, sobre la hierba, sudando en plena oscuridad de la noche y asustado como un chiquillo a quien le contaran un relato de duendes y malos espíritus en el patio de un castillo abandonado y poblado de fantasmas. Pero el irritado zumbar de las pequeñas criaturas del valle le advertían que aquélla no era una noche ordinaria, como las demás.</p> <p><i>La llama nocturna</i>. Por unos breves instantes pensó que la vio con sus sombras de color lila contra la noche, como el horizonte fantasmal de lo desconocido, superpuesta contra la colina más lejana. Después, desapareció, extinguida antes de que sus ojos hubieran podido enfocarla convenientemente.</p> <p>En algún lugar, el prolongado silbido de la locomotora de un tren se produjo, llevándole a sus oídos una sensación de realidad conocida y familiar. Al exterior de aquellos campos, llenos de tensión y misteriosa ansiedad, el mundo se movía y continuaba como siempre lo había hecho, y por lo visto, nadie parecía preocuparse de aquel trozo de terreno campestre, de sus aprensiones internas. De haberlo deseado, Balchic habría vuelto caminando por aquellas laderas, traspasaría la retorcida valla de alambre espinoso, y se hubiera alejado de aquel temor y aquella angustiosa ansiedad, y podría olvidar... pretendiendo que no habría estado nunca allí. Pero no, no podría olvidar...</p> <p>Entonces, la llama nocturna se encendió, unos dardos de fuego de color lila, como pintados en una oscura tela, como intangibles perlas brillantes, se movieron sobre un anillo inexistente y fueron desplazándose y trazando una línea desde la cabecera del valle hacia abajo, pasando junto a él y terminando allá en el mar lejano y oscuro, como algo enigmático, inexplicable...</p> <p>El temor dominó a Balchic como una ola, sintiéndose momentáneamente como sobrecogido y paralizado, mientras que su mente luchaba contra un terror ciego. No tenía la menor idea de lo que pudiese ser aquella llama nocturna, no teniendo tampoco razón lógica a la vista del fenómeno para sentir aquella intensa alarma... pero así y todo, era algo fuera de la realidad respecto a la cualidad y el tono de la emoción que experimentaba, era como algo fuera de lugar, ilógico e irreal. En su propia tierra natal, Balchic había conocido bastante el temor, para que aquello pudiera serle familiar en alguna medida, y siempre había un objeto determinado de donde de una u otra forma proviniese el motivo que pudiera producir tal temor. Era algo específico. Un fugitivo podía ser perseguido por alguien, sin que la hormiga tuviera la menor noción ni sentir ningún miedo, ni el saltamontes apareciese afectado con igual irracionalidad, como todos los insectos y pequeñas criaturas de la pradera lo estaban experimentando por igual. ¿Qué podría ser lo que afectaba a todas aquellas miríadas de pequeñas criaturas a apreciar el mismo peligro potencial en una línea de moteada fluorescencia como dibujada a todo lo largo del valle?</p> <p>La curiosidad venció al fin. Balchic se movió aproximándose más cerca de aquellos puntos de fluorescencia, tratando de calibrar su tamaño y la distancia contra un fondo que no le permitía puntos de referencia. Después se detuvo. Aquellas bolas crecían en volumen en tamaño y en proximidad y al hacerlo, Balchic sintió que su temor aumentaba. Creyó que unos dedos de hielo le tocaban todos los huesos del cuerpo y sintió cómo se erizaban sus cabellos en el cuello, y en los brazos el vello. Pero lo que le proporcionó un mayor motivo de alarma, fue el vistazo que dirigió a la esfera de su reloj de pulsera, que emitía una tal luminiscencia, que su mano apareció claramente iluminada por reflexión.</p> <p><i>¡Radiación!</i> Entonces las cosas se situaron en su lugar. Aquello no era un fenómeno natural. Tendría que existir una enorme energía para enviar radiaciones de tal intensidad a semejantes distancias... Pero cuánta energía era precisa, sólo Dios podía saberlo y quienes lo hubieran planeado... ¡Pero Balchic se encontraba de lleno en su paso! Su naturaleza y su origen aparecieron súbitamente como una consideración secundaria. Ahora su temor tenía un motivo tangible y se dispuso rápidamente a reaccionar. La vecindad de un rayo que podía ionizar el aire a presiones atmosféricas no era un lugar conveniente para el cuerpo humano. Volvió sobre sus pasos a todo correr, preguntándose si se habría expuesto lo suficiente como para que la radiación le hubiese causado algún daño irreparable.</p> <p>Afortunadamente, mientras corría de vuelta, lanzó una mirada sobre el hombro y se dejó caer al suelo instantáneamente, viendo que el rayo se movía en su misma dirección. Desesperadamente se pegó contra el terreno, gritando angustiosamente para sí mismo, conforme aquel rayo misterioso se le aproximaba más y más. Después, observó cómo le alcanzaban aquellas bolas luminosas, a tal vez sólo diez pies de distancia, observando aterrado cómo aquellas bolas luminiscentes como balones de fútbol se desplazaban una tras otra con un espacio igual entre ellas. Pequeñas mariposas y diminutas criaturas volantes, captadas en la dirección del rayo, iban cayendo fulminadas a todo su alrededor como diminutas partículas de fuego; después el rayo atravesó lentamente el terreno alejándose como rastreando y yendo en busca de algún objetivo no visto y muy distante.</p> <p>El rayo formaba entonces como una barrera entre él y el camino bordeando tan próximamente los contornos de la colonia que no dejaba espacio para que un hombre pudiera pasar. Balchic se detuvo ante la incertidumbre de si seguir o retirarse valle abajo y subir después las lejanas laderas. Pero el fuego se extinguió de repente, como en un breve colapso y las espectrales bolas de luz siguieron marchando, como las llamas de una vela que reciben el soplo de una corriente de aire. La tensión en aquel ambiente excitado cesó por completo también y todas las criaturas inmersas en el microcosmos de la oscura hierba del campo, parecieron volver a comenzar sus movimientos como relajadas y agradecidas, volviendo a su descanso, excepto, naturalmente, las que tienen una vida nocturna.</p> <p>Balchic permaneció un buen rato en la oscuridad del campo, intentando resolver el problema en su mente, sopesando las implicaciones que ello le planteaba a la vista del fenómeno ocurrido. Estaba absolutamente cierto de haber sido testigo de algo deliberadamente creado y de un fenómeno producto del hombre. También estuvo cierto de que se trataba de algo peligroso. Igualmente surgió la cuestión de por qué existía semejante necesidad de generar un rayo de tan intensa y letal radiación y por qué, también, era preciso el proyectarlo tan lentamente a través del valle. Tuvo que encogerse resignadamente de hombros. Fuese cual fuese la naturaleza de la respuesta al enigma, tendría que esperar a que llegase la luz de la mañana.</p> <p>Al salir del campo y volver bajo los árboles en donde comenzaba el sendero, se detuvo por unos instantes, escuchando en la distancia el primero de los oscuros camiones que comenzaba el ascenso de la cuesta, colina arriba. El paso de aquellos camiones era ahora una casi circunstancia puramente nocturna y a la que no había concedido antes ninguna relación de particular significación. Ahora, de repente, pensó que sabía adonde iban aquellos grandes vehículos, <i>sin</i> luces y <i>sin</i> identificación, <i>sin</i> nada excepto el rumor pesado de su paso en la oscuridad.</p> <p>La luz estaba encendida en la casita de campo cuando Balchic llegó. Su esposa estaba todavía despierta, trabajando en la cocina. Se le aproximó con el rostro ansioso.</p> <p>—Karel, llegas tarde, cariño. Pensé que pudo haberte ocurrido algo.</p> <p>Balchic emitió un profundo suspiro, mirando con ansiedad a las arrugas de preocupación de su mujer y el miedo que se observaba en sus ojos.</p> <p>—Bah, no te preocupes, Marie —le dijo cariñosamente—. Ya te dije que llegaría algo tarde.</p> <p>—Lo sé, Karel, pero...</p> <p>—Algo te preocupa. Y ya te dije también que no tienes nada por qué preocuparte.</p> <p>Ella le miró con los ojos llenos de lágrimas, como dándole las gracias por la fuerza y el ánimo que su marido le proporcionaba.</p> <p>—El Mayor del ejército estuvo aquí hoy de nuevo.</p> <p>—¿Otra vez? Le dije que no viniera. Ya le dije que ésta era mi casa y que lucharía por ella. No tengo la menor intención de que nos vayamos a ninguna parte.</p> <p>—Me pidió que le llamaras por teléfono cuando volvieras. Cuando le dije que vendrías tarde, me dijo que así y todo, llamaras de todas maneras. Ahí he apuntado el número del teléfono. ¿No podrán echarnos de aquí, verdad, Karel?</p> <p>—No, Marie, no pueden hacerlo. Ya he tomado consejo legal al respecto. No hay nada que puedan hacer. Esos soldados no son como... los otros.</p> <p>En la sala de la casita del campo el teléfono estaba medio escondido bajo las ropas y junto a la escalera. Balchic falló al marcar el número la primera vez, mascullando una maldición entre dientes, lo que le dio la ocasión de descargar su propia nerviosidad. Donde quiera que estuviese el teléfono adonde llamó, se llevó un buen rato hasta que obtuvo respuesta.</p> <p>—Control de Mando. El Mayor Saunders al habla.</p> <p>—Me llamo Balchic. Creo que quería hablarme.</p> <p>El mayor soltó un taco entre dientes al otro lado de la línea pero la respuesta llegó a Balchic perfectamente clara y audible.</p> <p>—Sí, mister Balchic. Quería hablarle urgentemente. ¿Puedo hacerle una visita a primera hora de la mañana?</p> <p>—¿Es que no podemos resolver esto por teléfono?</p> <p>—Prefiero no hacerlo así. Tengo unas cuantas cosas que decir, impropias para hacerlo por teléfono.</p> <p>—Si se refiere a mi casa de campo, creo que está usted perdiendo su tiempo. Ya he visto a mi abogado y me ha dicho que...</p> <p>—Sé condenadamente bien lo que le ha dicho su abogado. Da la casualidad de que es correcto; pero hay algo más en este aspecto legal de la cuestión. Tengo que hablarle a usted a solas.</p> <p>—No me preocupan las cosas ni quiero escuchar nada que no pueda ser explicado por teléfono —repuso Balchic.</p> <p>El Mayor soltó otro juramento y la línea quedó desconectada. Balchic miró al teléfono especulativamente por unos instantes y después llamó al operador y le transmitió un telegrama. Una vez hecho aquello, se volvió con su mujer.</p> <p>—Creo que tendremos que recibir al Mayor. Me da la impresión de un hombre que vive con el tiempo prestado. Espero que llegue muy de mañana. Vamos a la cama, porque si no no estaremos en condiciones de recibirle.</p> <p>Su esposa se acostó primero. Como era su costumbre, Balchic se quedó leyendo un poco la Biblia familiar, y después fue también a acostarse. Marie ya estaba en la cama pero no dormía todavía. La luz que se desprendía de una pequeña lamparita existente entre las dos camas iluminaba el periódico caído sobre la colcha. Ella le apretó la mano en una muda señal de agradecimiento, volviendo a aparecer en su frente las arrugas de su ceño fruncido.</p> <p>—Karel, he oído de nuevo esos camiones.</p> <p>—Lo supongo. También yo los he oído —se aproximó a la ventana y descorrió las cortinas, aunque sólo vio la imagen reflejada de su esposa, como una sombra contra otras sombras.</p> <p>—Creo que esta noche han pasado un buen número de ellos...</p> <p>Al final del sendero de la casa de campo, yacía la carretera que se enroscaba desde las praderas y se dirigía hacia arriba entre los farallones blanquecinos y subía hasta los brezales de la cima. Pasados los árboles, al final del bosquecillo, la carretera era visible durante el día desde la casa de campo por unos cientos de yardas hasta que una rápida vuelta la hacía desaparecer contra los pedregales Era en aquella carretera por donde pasaban los gigantescos camiones, siempre pasada la medianoche, siguiendo su tortuoso camino hacia arriba en las colinas y hacia alguna oscura cita.</p> <p>Su esposa se le aproximó a la ventana de la alcoba y se estremeció ligeramente. Sin duda, resultaba imposible ver los camiones, pero cada uno de ellos hacía sentir su presencia por el ruido y la vibración que hacía retemblar los cristales de las ventanas. Uno..., dos...</p> <p>—¿Por qué no llevan luces, Karel?</p> <p>—Pues no lo sé —repuso Karel—. Pero deben tener sus razones. Si quisieran que lo supiéramos no dudarían en decirlo.</p> <p>—Pero, ¿qué es lo que transportan y a dónde irán?</p> <p>—Tampoco lo sé, Marie, ni creo que me agradecieran que lo preguntase.</p> <p>Ella permaneció un largo rato mirando fijamente al camino, siguiendo mentalmente a cada uno de aquellos invisibles gigantes de la carretera, que hacían sonar sus cambios de marcha en el recodo al volverse y enfilar la cuesta.</p> <p>—Estoy muy asustada, Karel. ¿Crees que el ejército estará preparándose para otra guerra?</p> <p>—No hay ninguna guerra. Seguramente debe tratarse de algún ejercicio militar.</p> <p>—¿Todas las noches y así durante meses? ¡Oh, Dios mío! No podría soportar otra guerra...</p> <p>—Ya te digo que no va a haber ninguna guerra. No tengas miedo sobre el particular.</p> <p>—Entonces, ¿por qué conducen esos camiones en la oscuridad? ¿Qué es lo que transportan noche tras noche?</p> <p>—Pues creo que es algo que en nada nos concierne —repuso Balchic.</p> <p>Su esposa le miró con cierto aire de amargura y tristeza y susurró:</p> <p>—Los camiones que circulaban por Auschwitz y en Belsen tampoco le importaban a nadie. Las paredes del infierno parecen que tienen los ojos dirigidos al lado contrario.</p> <p>—No hay ningún campo de concentración allá arriba en la meseta. Estamos en Inglaterra, recuerda, Marie.</p> <p>—No, no es eso. Pero allá arriba hay algo. Creo que presiento. A veces, durante la noche, es como si respirara su aliento. Si no va a producirse otra guerra, ¿qué es lo que intentan esconder allá arriba? ¿Por qué tiene ese Mayor del ejército que venir a intentar desalojarnos de nuestra casa? ¿Por qué tiene siempre ese aire tan fatigado y tan miedoso?</p> <p>—¡Preguntas! —exclamó de mal humor Balchic—. ¡Siempre preguntas! Estás cansada, Marie, y esos camiones han dejado de pasar. Ahora creo que lo mejor es que nos vayamos a la cama y durmamos algo.</p> <p>Pero Balchic no pudo dormir. A poco, encendió la lamparita y recogió el periódico, leyendo en él las noticias relativas a la crisis y a los rumores de una posible guerra. Su mujer se estremecía de vez en cuando, inquieta en el lecho, como asustada en su propio sueño, despertándose finalmente, buscando la mano de su marido en la oscuridad, como un áncora de salvación.</p> <p>—¡Dios mío! He soñado que había comenzado la guerra. ¿No ha sido así, verdad, Karel?</p> <p>—Ya te he dicho que no va a haber ninguna guerra —repuso éste aunque sus palabras traicionaban sus sentimientos.</p> <p>Dejó caer el periódico y se acostó boca arriba, sin dejar de pensar en los camiones que desfilaban rugientes en la oscuridad de la noche, en la misteriosa llama nocturna y en el holocausto a que podría dar lugar y en donde sin duda, moriría.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La lluvia al caer, hacía correr por los cristales de las ventanas como un puñado de gusanos ondulantes. Balchic abrió las hojas y aspiró el aire suave, mientras escuchaba el caer de las gotas en las plantas de los setos que circundaban la casa de campo. Observó el correr del agua deslizándose sobre las piedras marrones del sendero y escuchó el piar de los pájaros en el gran roble existente a alguna distancia de la casa. En su propia tierra, ya había experimentado muchas mañanas que habían comenzado así.</p> <p>El ruido de un «jeep» que entraba por el sendero pedregoso acabó sus divagaciones, dirigiéndose en busca de una camisa. Marie estaba durmiendo aún y tuvo cuidado de no despertarla. El «jeep» estaba ya deteniéndose frente a la casa, cuando Balchic salió a la entrada.</p> <p>—¿Por qué no duerme usted nunca? —preguntó Balchic directamente—. ¿Es acaso su conciencia?</p> <p>El Mayor se peinó su encrespada cabellera con dedos nerviosos y trató de forzar una sonrisa.</p> <p>—No tengo elección posible, créame —llevaba la corbata deshecha y la barba sin afeitar. Con un gesto indicó al conductor que se alejara.</p> <p>—¿Cómo piensa usted volver? —preguntó Balchic.</p> <p>—Caminando —repuso el Mayor cansadamente—. Si no me rompo la crisma primero.</p> <p>—¿En qué clase de ejército está usted metido?</p> <p>—Ojalá que usted lo supiera.</p> <p>Siguió a Balchic a la sala de estar y después a la cocina, donde relucía la vajilla y el dorado resplandor de los cacharros de cobre.</p> <p>—Si viene usted por lo de esta casa, ya ha oído usted todo lo que tengo que decir.</p> <p>—No es solamente eso. Esta mañana temprano envió usted un telegrama al Profesor Nieman solicitando una cita urgente.</p> <p>—¿También sabe usted eso? ¿Qué hay de malo en ello? Nieman es un amigo mío:</p> <p>—Es también un hematólogo. ¿Qué es lo que desea de él?</p> <p>—Quiero que me haga un recuento sanguíneo.</p> <p>—¿Y por qué desea semejante cosa?</p> <p>—No tengo que responder a tal pregunta... y a usted desde luego que no.</p> <p>El Mayor hizo un gesto de impaciencia y se aflojó la corbata más todavía.</p> <p>—Por favor, mister Balchic. No dispongo de mucho tiempo para acertijos. ¿Por qué necesita usted un recuento sanguíneo con tanta urgencia?</p> <p>—Pensé que podría haber estado expuesto a alguna... radiación. Deseaba estar seguro.</p> <p>—¿Radiación? ¿Por estas cercanías? —el Mayor aparecía aún con su aspecto cansado, pero Balchic pudo notar su tensión—. ¿Dónde pensó usted que encontraría semejante radiación?</p> <p>—Ahí fuera, en el valle. Fui a ver la llama nocturna. Afectó los números de mi reloj.</p> <p>El Mayor aparecía entonces perfectamente inmóvil, como el maniquí de un sastre militar exhibiendo un uniforme arrugado y maltrecho.</p> <p>—¿Sabe usted lo que está diciendo?</p> <p>—Sí —repuso Balchic—. Lo vi y lo he sentido. Era una especie de radiación de rayo lineal; pero no sé por qué ni cómo estaba allí.</p> <p>—¿Se lo ha dicho usted a su esposa o a alguna otra persona?</p> <p>—No. Tenía que pensar en la cuestión, primero. ¿Tiene esto algo que ver con que abandonemos esta casita de campo?</p> <p>—Sí; pero preferiría que no me lo preguntara. No me importa admitir que tanto usted como yo estamos en una situación realmente difícil. Nosotros mismos, en parte, tenemos que reprocharnos el no haber despejado esta zona, antes de haber comenzado. Francamente, mister Balchic, está usted sentado sobre uno de los secretos más candentes del siglo.</p> <p>Balchic se encogió de hombros.</p> <p>—Estoy acostumbrado a los secretos. Una vez llevé uno conmigo a través de las cámaras infernales de la policía secreta de mi propio país. Durante nueve meses utilicé la fuerza que me daba tal secreto, en lugar de haberlo cambiado por alimento suficiente y por un mínimo confort humano. Yo no comparto fácilmente la traición ni los malentendidos. Y eso lo debería saber usted.</p> <p>—Lo sé —contestó el militar—; de otra forma, no hubiera recibido usted tales consideraciones. Dígame usted qué es lo que sabe con respecto a la guerra.</p> <p>—No va a haber ninguna guerra —dijo Balchic—. Hemos estado de acuerdo con los equipos de inspección, con el armamento controlado, la garantía de las Naciones Unidas y una nueva carta de los derechos humanos. La civilización se ha convertido en algo más saludable.</p> <p>—¡Por Cristo! ¿Y se cree usted eso?</p> <p>—No. Pero eso es lo que he dicho. Yo siempre tengo mis reservas particulares respecto a las palabras de los políticos —y se miró torpemente a las manos—. No tiene usted nada más que decirme, si no lo desea.</p> <p>—Sí quiero hacerlo. Y por diversas razones. En su propio país, usted fue la víctima del poder político y con todo, usted luchó como individuo. ¡Gracias a Dios que existen todavía individualidades! No sé si yo mismo habría tenido el coraje de aguantar lo que usted. Creo que no; por tanto y al menos, no deje que tenga que tratarle como a un chiquillo. Si usted quiere saber por qué deseamos que abandone esta casa, se lo diré.</p> <p>—¿Es seguramente a causa de esa llama nocturna?</p> <p>El militar aprobó con un gesto de la cabeza.</p> <p>—Es un nombre tan bueno como otro cualquiera. Lo producimos en una estación que hay allá arriba en los brezales.</p> <p>—¿Y es por eso que pasan durante la noche todos esos camiones?</p> <p>—Sí, ahí es a donde se dirigen. Cada noche, un convoy trae nuevo equipo. Asimismo, cada noche se llevan los residuos de la noche anterior. La llama nocturna, como la llama usted, se compra a no poco precio en términos de hombres y aparatos.</p> <p>—¿Es tan desesperada esa batalla?</p> <p>—Una astuta pregunta, amigo mío. Ciertamente, así es de desesperada.</p> <p>—Entonces, ¿estamos en guerra?</p> <p>—Sí, estamos en guerra. Lo hemos estado por muchos meses. Estamos rodeados por un anillo de satélites artificiales que contienen armas más espantosas y horribles que las utilizadas en Hiroshima. Es una guerra en la que tristemente nos hallamos en peligro de perder. Evitamos que estas cosas tengan que utilizarse por medio de dispositivos salidos de cerebros amenazados por el terror de unos cuantos genios. Como nación, estamos debidamente equipados aunque se vea la forma de no tener que utilizarlas.</p> <p>Balchic se apartó de su interlocutor, abrió un poco las cortinas y así pudo contemplar mejor la frescura de la mañana y la lluvia que continuaba cayendo.</p> <p>—¿Qué es lo que desea de mí?</p> <p>—Su casa se halla en el paso en que precisamos dirigir nuestro rayo. Previamente los satélites han utilizado siempre la misma órbita y así podríamos recogerlos en cuanto asomen por el horizonte. Ahora se están utilizando nuevos lugares de lanzamiento y a causa del ángulo de aproximación, sólo podemos tener contacto con ellos durante un breve período. Pronto, llegará el día en que no sea suficiente. Si tenemos que elegir entre perder un satélite y bajar la descarga de rayos, teniendo que freír a usted y a su esposa en la cama..., bien, lo lamento mucho, pero no tengo otra alternativa. Habíamos esperado que se marcharan ustedes, sin tener que emplear ninguna coacción para que lo hicieran. Por encima de todo, tenemos que evitar el pánico colectivo del público.</p> <p>—¿Y no cree usted que la gente tiene derecho a saber que está en guerra?</p> <p>—Mire —repuso el militar—, ellos no están intentando amenazarnos con esas cosas que tienen ahí arriba... están intentando utilizarlas. Gracias a Dios, y a algunos dispositivos electrónicos nos estamos arreglando para evitar la catástrofe... hasta ahora. Bien, ahora no creo seriamente que esté usted dispuesto a litigar contra el hecho de que es mucho mejor para un hombre, frente a la destrucción de todo, el que acepte una plegaria y el funcionamiento de un magnetrón, por terrible que sea, que asistir a la aniquilación de todo lo viviente. Y recuerde que ninguna represalia tendrá efecto sobre los agresores, por violenta y destructora que fuese, ya que no podrá salvarnos de esas cosas que tienen por ahí encima, en órbita...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El teléfono de la sala sonó agudamente. Balchic se dirigió a contestar.</p> <p>—Es para usted, Mayor.</p> <p>El Mayor tomó el aparato y escuchó atentamente. Mientras lo hacía, una explosión como un trueno sonó por toda la extensión de la comarca.</p> <p>—¡Cristo! —sacudió el receptor y pulsó varias veces el botón intentando restablecer contacto—. Se ha producido una explosión en las instalaciones —dijo finalmente. La mano le temblaba como sí tuviera el mal de San Vito y el receptor retembló violentamente en un repiqueteo al colocarlo en su lugar—. Tengo que volver inmediatamente.</p> <p>—Mi coche, mayor. Le llevaré.</p> <p>El Mayor frunció el ceño como enfrentándose a un pensamiento no expresado en palabras; pero siguió a Balchic hacia el garaje. En el interior encontró algunas cuerdas y un hacha que arrojó en la trasera del auto, sin esperar a pedir permiso para hacerlo. Balchic se dio cuenta; pero no hizo comentario alguno, concentrándose en poner en marcha su viejo coche en un servicio, lo más eficientemente posible.</p> <p>Tenía idea de lo que estaba ocurriendo, por trágica experiencia propia.</p> <p>Por una vez, el viejo coche arrancó a la primera, como si el sentido de urgencia y necesidad apremiante se hubiera infiltrado de algún modo en el propio metal de su estructura. Enfiló el camino de la colina, entre los farallones blanquecinos como la tiza.</p> <p>De haber fallado el coche, Balchic tenía el íntimo convencimiento de que el Mayor, bajo el imperativo de las circunstancias, habría arrastrado el vehículo con su fuerza de voluntad. Inconscientemente, las manos del militar se aferraban como garfios al salpicadero como si quisiera imprimir mayor velocidad al automóvil, mientras que con agudos ojos no dejaba de mirar la ligera columna de humo negro que surgía procedente del hueco existente en la cima del valle.</p> <p>—¿Qué es lo que tienen allá arriba —preguntó Balchic— que hace que todo esto sea tan desesperadamente importante?</p> <p>—¿Sabe usted algo acerca de los rayos láser?</p> <p>—Sí.</p> <p>—Si dispusiera usted de uno lo suficientemente potente y encontrase una fuente de energía apropiada, podría usted quemar y perforar un agujero en la tierra de una profundidad de cincuenta pies y de treinta millas de anchura... en menos de un segundo, o barrer una ciudad del mapa en fracciones de segundo también.</p> <p>—¿Desde allá arriba?</p> <p>—Especialmente desde allá arriba.</p> <p>—¿Teniendo en cuenta la ley inversa de la propagación?</p> <p>—Es un haz de rayos cohesivos —dijo el Mayor—. Cuando es posible colectar la energía solar y bombearla en un rayo láser, no se tiene en cuenta la medida de unos cuantos megavatios más o menos. Es posible hacerlo todo. Un gran satélite puede achicharrar toda la vida de la faz de Europa en una simple órbita y, con todo, detenerse selectivamente en ciertas fronteras nacionales. Y recuerde: todo eso sin nada de radiactividad, ni de fallo en su poder destructivo, ni nada que ocupe excepto un precioso osario esterilizado. ¿Genocidio? ¡Diablos, creo que necesitamos unas cuantas nuevas palabras en el diccionario de la humanidad!</p> <p>Cayeron en un denso silencio, mientras que Balchic se concentraba en el camino solamente. Finalmente, preguntó:</p> <p>—¿Tiene usted hijos?</p> <p>—Dos, chico y chica. Todavía me las arreglo para verlos un par de horas de vez en cuando...</p> <p>—Nosotros también tuvimos hijos. Dos hijas.</p> <p>—¿Tuvieron? —por primera vez el militar miró al rostro de Balchic.</p> <p>—Sí, las tuvimos. Deseo que Dios en su misericordia infinita se las llevase en un microsegundo en vez de... de la otra forma.</p> <p>El Mayor se mordió los labios.</p> <p>—¿Cómo puede usted creer en nada tras todo eso?</p> <p>—Es sólo tras haber sufrido tales atrocidades cuando uno sabe el significado que tienen las creencias.</p> <p>—Creo que jamás llegue a adquirir su ecuanimidad —dijo el Mayor—. Es algo adquirido a mayor precio de lo que yo estaría preparado a pagar.</p> <p>La columna de humo se había espesado y oscurecido hasta convertirse en un pilar ascendente de humo negro en donde danzaban miríadas de papeles chamuscados, esparciendo por todas partes y en especial sobre la carretera una especie de lluvia de copos de nieve provinientes del propio infierno. El aire recalentado que surgía más allá hacía estremecer los árboles en la cabecera del valle en una mezcla indistinta y al dar el coche la vuelta por la orilla. la totalidad del desastre ocurrido se mostró a sus ojos atónitos.</p> <p>Allí habían existido cuatro enormes estructuras en forma de cúpula arracimados conjuntamente en el borde de la colina, y que albergaban los grandes proyectores. Dos de aquellas estructuras se hallaban en aquel momento reducidas a montones de chatarra humeante, una tercera se hallaba seriamente dañada pero no incendiada, mientras que la cuarta permanecía todavía intacta. Al borde de los brezales, los edificios adyacentes también habían sufrido de la catástrofe y los soldados se hallaban vivamente ocupados en separar a los vivos de los muertos.</p> <p>Las grandes puertas de la Base aparecían abiertas y sin guardia alguna, por lo que Balchic condujo el coche a toda la velocidad que pudo hacia el interior, mirando al Mayor sobre la dirección que debía seguir. Pasaron los primeros edificios ennegrecidos y deshechos y aceleraron en dirección de las cúpulas donde el terrible calor destructor podía sentirse palpablemente a cien yardas de distancia. El Mayor deseaba alcanzar las cúpulas dañadas y se hallaba en un estado de ánimo entre rezar una plegaria o maldiciendo entre dientes, o a mitad de camino entre una cosa y la otra. En el punto más próximo al desastre, abandonó el coche mientras aún se movía y corrió al interior del bloque habitado existente bajo la cúpula. Balchic frenó el auto y le siguió.</p> <p>El aire en el bloque existente bajo la cúpula era irrespirable, y picante, poniendo su nota crispada de nerviosismo el golpeteo rítmico de las bombas del vacío. El terrible olor de los metales recalentados al rojo vivo hizo que Balchic se detuviera en el umbral. Junto al Mayor, había dos o tres personas en la habitación, sucias y fatigadas, dando el aspecto de curiosos anacronismos contra el fondo de aquella serie de aparatos electrónicos. En la parte central de la gran habitación, se erigía una jaula que parecía albergar un gigantesco dispositivo cuyo canal de salida era lo suficientemente grande como para albergar el cuerpo de un hombre. La totalidad de la estructura del proyector, se hallaba a una terrible temperatura; el inmenso barril de cobre del ánodo resplandecía al rojo cereza que presagiaba el inminente colapso de la montura y de todos sus dispositivos de ultra-energía y la espantosa catástrofe que todo aquello invocaba.</p> <p>—¿Cuándo? —estaba preguntando el Mayor.</p> <p>—Casi en seguida de marcharse usted, la cadena de radar informó de una nueva disposición sobre la órbita 060, que se presume procedía de los fulanos de Novaya Zemlya. El Mando General nos envió unas inmediatas instrucciones en tono imperativo para desactivar el satélite sin importar a qué coste. No teníamos nada capaz de oponer a semejante distancia; pero lo intentamos. Los proyectores Uno y Dos se rompieron bajo el tremendo esfuerzo exigido, llevándose los moduladores y sus tripulaciones con ellos.</p> <p>—¿En qué estado se halla el número Cuatro?</p> <p>—El filamento ha desaparecido. Están rompiendo los precintos ahora; pero no estamos equipados...</p> <p>—Ya sé que no estamos equipados. No estamos equipados para nada, excepto para morir. ¿Cuánto tiempo puede aguantar todavía?</p> <p>El técnico sacudió la cabeza.</p> <p>—Estamos a merced de lo que Dios quiera.</p> <p>—¿Y el satélite continúa activo todavía?</p> <p>—Sigue transmitiendo a la base; lo que es la más positiva indicación.</p> <p>El Mayor se arrancó la corbata de un tirón y se desgarró la camisa en un gesto salvaje.</p> <p>—Voy a darle toda la respuesta de que podamos ser capaces.</p> <p>Uno de los técnicos se encogió de hombros fatalistamente.</p> <p>—No podrá usted incrementar la energía. Ya tenemos una sobrecarga del noventa por ciento. Ese condenado proyector está literalmente salido de sus junturas.</p> <p>—No me importa. Si el satélite hace otra órbita intacto, ya sabe usted lo que ocurrirá a la siguiente —se lanzó a los controles y consultó los calibradores—. ¡Demonios! No veo qué es lo que sostiene al proyector todavía en su sitio...</p> <p>—Ya se lo dije, Mayor. Creo que nuestras oraciones. Aunque parezca un milagro ahí sigue todavía protegido. No disponemos de suficiente energía. Ha sido sólo una cuestión de tiempo el que ellos descubrieran que lo estábamos usando.</p> <p>—Será mejor marcharse de aquí —dijo el Mayor—. No tiene sentido que todos corramos ese riesgo. Voy deliberadamente a llevar a ese proyector a su total destrucción. No puede quedarnos mucho tiempo ya...</p> <p>Nadie se movió. El Mayor manipuló en algunos controles y después le inyectó la energía disponible con un movimiento deliberadamente controlado. El temor se mezclaba con el sudor que le bañaba de pies a cabeza.</p> <p>—¿Qué tiempo queda para que caiga tras el horizonte?</p> <p>—Menos de un minuto a la tolerancia del rayo más bajo.</p> <p>El Mayor incrementó de nuevo la energía. En alguna parte un aislador comenzó a fundirse, llenando el aire con el penetrante olor de los materiales fenólicos ardiendo. El cuerpo del proyector resplandecía más brillantemente en rojo aún.</p> <p>—Cuarenta y siete segundos y le habremos perdido —dijo alguien.</p> <p>De nuevo el Mayor inyectó más energía, hasta que el control se detuvo muy próximo a la línea de peligro. Lo apretó salvajemente como queriendo inyectar su propia energía mental dentro del metal del aparato y pasar de todos los límites prácticos de la máquina.</p> <p>—Treinta segundos y aún sigue transmitiendo.</p> <p>—¡Tiene que ser detenido! ¡Dios de los Cielos... tiene que ser detenido!</p> <p>—Diecisiete segundos de tolerancia...</p> <p>—¡Al diablo con la tolerancia! —restalló el Mayor—. ¡Dispare el dispositivo de seguridad y aguántelo!</p> <p>—Pero se quemará...</p> <p>La frase quedó incompleta. Las implicaciones eran demasiado amplias para ser exploradas en unos instantes disponibles de tiempo. El rayo del proyector se hallaba todavía orillando la hierba en el valle y rastreando hacia abajo el falso horizonte del perfil más próximo de la colina.</p> <p>El Mayor se dio cuenta de pronto de la presencia de Balchic y sus ojos se encontraron.</p> <p>—¿Sabe usted lo que tengo que hacer? Esos segundos extra...</p> <p>—Mi mujer... —repuso Balchic. Y se aproximó reemplazando al técnico que había sujetado el control de seguridad que evitaba que el rayo láser barriera demasiado bajo a través del terreno—. Es mejor que lo haga yo.</p> <p>El Mayor protestó y el mecanismo de seguridad intentó cumplir su función de detener el progreso del rayo del proyector a ras del suelo sobre la colina. Unos dedos fuertes y sin nervios lo sostuvieron mientras que los solenoides se rebelaban.</p> <p>El rayo cayó en su paso más bajo hasta que la colina mostró un rastro de humo que hablaba a las claras de la completa atenuación del rayo por la masa de tierra. En alguna parte y sobre el perfil del horizonte yacía —es decir, había permanecido— la casa de Balchic y su esposa... La traza humeante del efecto del rayo láser se levantaba a la vista ensanchándose entonces.</p> <p>—¡Corte! —gritó el técnico.</p> <p>El satélite estaba entonces bajo el falso horizonte y fuera del alcance del rayo con el que habían visto la forma de desactivarlo.</p> <p>El Mayor alcanzó de mala gana el botón de cortar el efecto del láser; pero al hacerlo un tubo al vacío se rajó sobre el proyector con un agudo chasquido, un sonido infinitamente pequeño; pero con todo algo para el cual sus oídos habían sido entrenados a detectar a través del ruido ambiental. El Mayor y los dos técnicos reaccionaron instantáneamente, sin permitirse el lujo de pensar en nada más. Echaron a correr y la catástrofe les siguió al medio segundo. El Mayor estaba seguro de que su espalda debería estar quemada por las descargas eléctricas que como lanzas en una danza alocada se extendían fuera del proyector y fuera del conjunto de los instrumentos de la instalación. Siguió ciego, sabiendo que sólo Dios y la fuerza de tales descargas de aire ionizado, a semejantes energías, determinarían si tenía que vivir o morir.</p> <p>Al llegar a la puerta, una breve explosión lo bastante violenta en un área tan confinada, le tiró contra el suelo a la entrada, dejándole casi sin sentido momentáneamente. Dos manos le agarraron fuertemente por las muñecas y le arrastraron fuera, devolviéndole a la vida y forzándole a correr y a poner tanta distancia como le fuera posible entre él y la cúpula, antes de la inevitable explosión que la haría volar como una bomba.</p> <p>La explosión llegó a poco, volviéndole a tirar contra el suelo, dejándole casi inconsciente y aferrado a sendos puñados de hierba, como si tuviera el poder de prevenirle contra la horrible presión que le pudiera destrozar arrancándole del contacto con la tierra, mientras que detritus al rojo vivo y llameantes sembraban de un fuego infernal todo su entorno. El calor y la luz que acompañaron a la explosión bañó toda la zona con tal intensidad que cuando amainó un ligero escalofrío recorrió todo su cuerpo, pareciéndole que incluso el sol tenía un aspecto pálido y desvaído.</p> <p>El Mayor se levantó del suelo dolorosamente, no por completo agradecido a sentirse vivo de nuevo. Uno de los técnicos no había tenido tanta suerte y había quedado atrapado bajo los escombros de la cúpula deshecha y al rojo vivo. El otro, había luchado para incorporarse, sangrando de diversas heridas superficiales y caminando como un borracho, aunque sin perder la cabeza.</p> <p>El Mayor le agarró por un brazo.</p> <p>—¿Qué dijo usted?</p> <p>—Dije que destruimos el satélite. Justo antes de la explosión había dejado de transmitir. ¡Dios! ¡Tampoco ése era invulnerable!</p> <p>—No. Ni tampoco nosotros. Es preciso telefonear al Mando General y hacerles saber que este lugar está deshecho.</p> <p>Espero que la cadena marítima americana esté dispuesta para hacerse cargo durante la emergencia. ¡Dios mío! ¡Cómo odio esta sucia guerra! ¿Ha pensado usted alguna vez en esos pobres diablos y de cómo yendo en los satélites tienen que haber sufrido al caer sobre ellos los efectos de los rayos? Los dos bandos explotando la debilidad fundamental de la fisiología del otro: ellos saben que la carne tiene que quemarse, y nosotros que la esfingomielina y lipoides similares del sistema nervioso, tienen que reaccionar cuando se estimula por ciertos tipos de radiación de radiofrecuencia. Ellos tratan de quemarnos en la superficie de la tierra, dejando sus satélites poblados con locos sólo para probar que eso no puede hacerse.</p> <p>Pero el técnico no estaba escuchándole. Su atención estaba dedicada a la infernal caldera que había sido la cúpula, entonces convertida en un charco incandescente de la cual sobresalían irracionalmente los trozos más obstinados de su estructura como porciones retorcidas y deshechas de su construcción, al igual que unas raspas de pescado medio sumergidas en una sopa.</p> <p>—Ese individuo tan curioso que usted trajo consigo... ¿estaba chiflado?</p> <p>El Mayor se estremeció violentamente. Miró con incertidumbre a su alrededor y por primera vez se dio cuenta de que Balchic había desaparecido.</p> <p>—No, no estaba loco —repuso—. Completamente lo contrario. ¿Por qué?</p> <p>—Bien, pudo haber salido el primero; pero no lo hizo. Permaneció con el dedo apoyado en ese condenado botón hasta que todo se incendió a su alrededor. Intenté echarle una mano; pero... —el técnico volvió la cara a otro lado como intentando borrar las imágenes que habían quedado tan fuertemente impresas en su mente—. Saqué la conclusión de que quería morir. No, tal vez no es que quisiera, ésa no debe ser la expresión correcta. ¿Qué especie de mirada tiene un mártir en sus ojos en los últimos segundos? Una acción semejante, ¿tiene sentido?</p> <p>—No es preciso que le encuentre usted ningún sentido —repuso el Mayor y volvió la cara a otro lado por temor a llorar.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LOS CREADORES - Joseph Green</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">—¡C</style>ONTACTO! —dijo Nickno.</p> <p>Fasail dirigió una mirada al esbelto y competente científico una muestra estereotipada de su clase y ajustó los controles sobre la pantalla delantera. Los otros cuarenta y nueve navíos espaciales del Equipo de Aterrizaje Galáctico Autorizado, aparecieron a la vista. Se hallaban agrupados sobre la parte sur del polo del planeta, aunque «hacia el sur» era una pobre descripción como referencia a un planeta en órbita respecto de una estrella que había estado ennegrecida, apagada y muerta por incontables milenios.</p> <p>Fasail conectó la unidad de comunicaciones desde el etergrafo al radio-traductor, con sus dedos regordetes algo torpes en los diales de ajuste, enviando así la señal convenida. La señal fue contestada casi en el acto por el jefe del Equipo de Aterrizaje Galáctico Autorizado, Seffin de Algol.</p> <p>—¿Dónde han estado ustedes, los humanos? Llegan ustedes con ocho períodos de retraso y el equipo se impacienta.</p> <p>—Lamentamos los inconvenientes que hemos causado a los otros miembros del equipo —repuso Fasail en tono educado—. Recordará usted que se nos pidió que trajésemos a dos representantes de Sinkanatanat, por carecer de medios de transporte. Estaban desgraciadamente en comunión con sus bancos de memoria racial cuando llegamos, y rehusaron desconectar hasta que sus investigaciones quedaron completadas. Ésa es la causa de nuestra tardanza.</p> <p>—Su explicación queda aceptada —repuso Seffin. El traductor ofreció sus palabras con cierta crispada brevedad. Su raza de criaturas filamentosas, era famosa por su inseparable devoción a la verdad y su completa falta de tacto, motivo por el cual él era el Jefe y la única inteligencia galáctica representada por un solo individuo.</p> <p>—Tome posición detrás de mí y aterrice inmediatamente. El sol robot ha estado en posición sobre la ciudad durante siete unidades y la temperatura general hace ya tiempo que alcanzó el calor medio convenido.</p> <p>—Comprendido. Cierro —repuso Fasail con igual brevedad, manejando la palanca que decía «recibir solamente». Nickno, que había maniobrado convenientemente, movió la nave cuidadosamente en la posición asignada, utilizando solamente los gravíticos.</p> <p>—Será mejor que avise usted a Jelly y Belly —dijo Nickno conforme completaba la última maniobra—. El aterrizaje podría causarles algún daño en la piel.</p> <p>—De acuerdo —convino Fasail mostrando su disgusto con evidencia en la voz, y proyectó una señal de «alerta». Sus propios poderes psíquicos eran demasiado débiles para una posible comunicación; pero las medusas podían reforzarlo a su vez si fuesen alertadas.</p> <p><i>—Hemos escuchado la conversación, Fasail, y estamos situándonos en el interior de nuestras cápsulas</i> —dijo la voz de Belly en su mente—. <i>Si quisiera usted aguardar un momento... Jelly está ya dentro y yo estoy cerrando mi propia puerta. Estamos seguros. Continúe, por favor, sin volver a preocuparse por nosotros. Y por favor, permítame pedirle perdón por estos inconvenientes...</i></p> <p><i>—¡No es preciso! ¡No es preciso!</i> —proyectó mentalmente Fasail furiosamente. Los sinkanatatatianos eran célebres por ser la más cortés inteligencia conocida, siempre convencidos de que causaban molestias a todo el mundo y siempre pidiendo perdón por ello. Tras algún tiempo, llegaba a hacerse cansado. Sin embargo, de tener que soportar la presencia de criaturas extraterrestres y su proximidad, eran preferibles aquellas medusas a cualquier otra especie. Incluso el haber tenido que instalar sus cuerpos globulares en aquellos recipientes metálicos en forma de ovoides, lo que les había permitido su partida desde Arturo hacía tres días y teniendo que volver a encerrarse en ellas de nuevo al llegar a Sinkanatanat para el esfuerzo de investigación que se llevaba a cabo.</p> <p>—Las medusas están seguras —dijo en voz alta a Nickno y se ajustó su propio cinturón de seguridad. Su cuerpo regordete no encajaba muy bien bajo la presión del aterrizaje gravitacional.</p> <p>Nickno hizo un gesto de asentimiento y comenzó la maniobra de descender lenta y cuidadosamente. Aquel viejo planeta, situado en la Gran Nube de Magallanes, carecía de atmósfera, y siguieron a la nave de Seffin con facilidad mientras se dirigía pasando el polo hacia el lado alumbrado por el sol. Vieron al sol artificial inmediatamente; pequeño, pero intensamente brillante, aproximadamente a una milla sobre el tope de la torre más alta de la ciudad. La flota siguió a Seffin hasta tomar tierra en un inmenso círculo abierto en el propio corazón de la ciudad. Las otras naves, todas ellas pequeños cruceros, se arracimaron a su alrededor, cada una colocada en el lugar predestinado en la zona de aterrizaje.</p> <p>—Debo recordar a todos ustedes, que por el acuerdo tomado por nuestros respectivos gobiernos yo debo quedarme en mi nave, mientras que ustedes, los noventa y ocho componentes de la expedición, tienen que llevar a cabo la investigación actual —dijo la voz de Seffin al tomar tierra la última nave—. Debo también recordarles que los resultados obtenidos deben serme enviados por la noche y que si cualquiera de los datos obtenidos indican una línea prometedora de ataque en nuestros propósitos, dispongo de la autoridad de asignar tareas específicas a los equipos seleccionados. Al final del tercer período galáctico habrá una conferencia general de los equipos. Ni que decir tiene que no necesito recordarles, también, que <i>todos</i> los datos que se obtengan por la investigación serán entregados a cada unidad antes de partir de aquí. Y ahora, a comenzar las líneas individuales de exploración que cada uno ha elaborado y deseo a ustedes todos los mejores variables factores.</p> <p>La puerta del compartimiento de la nave humana se descorrió y Jelly y Belly rodaron al interior de la salida. Los sinkanatatatianos se impulsaban a sí mismos por tierra dejando escapar agua a presión procedente del interior de sus cuerpos redondos en una forma regular, produciendo una propulsión hacia delante, como el rodar de un balón de fúlbol sobre el césped de un campo. Sus epidermis, la sola característica impermeable de sus cuerpos semilíquidos, eran más duras que la piel humana, aunque no invulnerables a los pinchazos de objetos agudos o afilados. Aquellas inteligentes medusas poseían la habilidad de engrosar o adelgazar su piel a voluntad, según lo requerían las circunstancias, una excelente capacidad de supervivencia para las condiciones fuera de lo usual cuando les resultaba necesario tener que dejar su mundo completamente envuelto en el líquido elemento.</p> <p>Lo que las medusas pudieran aprender, considerando que tenían que tratar con objetos físicos, resultaba incomprensible y bastante dudoso; pero existían sólo cincuenta especies de criaturas inteligentes en la Galaxia y ellas no podían ser excluidas.</p> <p>Probablemente una gran parte de las otras cuarenta y ocho inteligencias pudieron igualmente haberse quedado en sus mundos de origen, pensó Nickno mientras él y Fasail se vestían sus trajes exteriores. No más de diez habían descubierto la propulsión estelar sin la ayuda humana, aunque había que admitir que todos, excepto las medusas, habían perfeccionado las técnicas de los viajes por el espacio. Muchos de ellos habían adquirido información técnica a cambio de mercancías o servicios diversos. Sin embargo, en un asunto como aquél, no había forma de predecir quién podría resultar de mayor utilidad, excepto, por supuesto, Fasail. Resultaba razonablemente cierto que no había lugar para un artista en aquella expedición. Por qué habían preferido el enviar uno, en lugar de otro científico, estaba más allá de su comprensión. Cuando estuvo vestido, comprobó su equipo de radio, diciendo algo en voz alta.</p> <p>Fasail, en comunicación, pero no dispuesto todavía, suspiró cansadamente y repuso.</p> <p>—Me envían para resolver el problema, si usted no puede, estimado colega. Por favor, recuerde a esas criaturas, sean quienes sean, que utilicen sus grandes conocimientos técnicos para propósitos artísticos, no para construir más máquinas ni dispositivos mecánicos. Ello tiene una mayor significación para mí que para usted.</p> <p>—Eso podría ser la broma del milenio —dijo Nickno mientras abría la puerta de la cámara de compresión.</p> <p>Las cuatro inteligencias fueron saliendo una tras otra de la nave; los humanos mirando fijamente a la masa de torres de aquella ciudad sin edad y las medusas absorbiendo la escena por todos los medios que sus sentidos psíquicos les proporcionasen. El sol robot situado a dos millas por encima de la ciudad, proporcionaba una excelente iluminación; pero creaba unas sombras muy oscuras allí donde las numerosas torres multiformes cortaban los rayos luminosos.</p> <p>Los otros cuarenta y ocho navíos espaciales fueron desembarcando sus pasajeros hasta formar una asamblea de lo más variado. Las mayores inteligencias presentes, eran los cíclopes, gigantes humanoides de un solo ojo y de cuarenta pies de altura y las más pequeñas, las formadas por los mil individuos diminutos ensamblados simbióticamente hasta formar lo más parecido a un melón con tentáculos. Cerca de la nave de los humanos y a la derecha, estaban los rigelianos, una raza vigorosa y joven de antropoides que habían adquirido recientemente la propulsión galáctica y se habían unido a la comunidad de las inteligencias. Se circulaban rumores poco agradables sobre la forma en que habían adquirido tales conocimientos. Las especies remanentes variaban desde las plantas sensibles y móviles hasta las criaturas casi humanas; pero con un ciclo biológico basado en la cadena del silicio, en lugar de la del carbono. Era la segunda vez en la historia de la Galaxia, en que todas las inteligencias reconocidas se habían unido en un grupo aventurero y a pesar de todo, la desconfianza era tan fuerte, que la mayor parte de los equipos deseaban trabajar solos.</p> <p><i>—Vamos a dejarles ahora</i> —dijo una voz en la mente de los dos humanos—. <i>Belly y yo, a Jally de herramientas, buscaremos el edificio más próximo que contenga las formaciones e internaremos llegar a una comprensión medíante la absorción de las impresiones del Arte. Buenas variables, para ustedes, queridos amigos.</i></p> <p><i>—Y a ustedes también</i> —proyectó mentalmente Nickno, incapaz de repudiar a las amistosas medusas—. <i>Lo necesitarán si buscan el resolver el misterio mediante su «absorción</i>».</p> <p>Sintieron su burla; pero no se ofendieron. Los dos globos de cinco pies rodaron por el desierto pavimento del edificio más próximo y desaparecieron en el interior.</p> <p>—Vamos —dijo Nickno brevemente, y condujo a Fasail hacia el más próximo edificio donde ningún otro miembro de la expedición parecía encaminarse.</p> <p>Previamente, habían convenido en trabajar en un edificio que contenía todo lo relativo a tres clases de fenómenos de energía, las máquinas transmisoras aún existentes frente a ellos por lo que respectaba a las de formaciones energéticas, y aquellas otras sin formaciones de energía y las de formaciones de energía existiendo donde aparentemente ninguna máquina transmisora hubiese estado jamás.</p> <p>El primer edificio fue un fracaso para sus propósitos, ya que no contenía ninguna forma de energía en absoluto. Cuando emergieron de nuevo sobre la planta baja, debatieron brevemente y después se encaminaron al edificio más cercano sobre una línea radial trazada desde el centro del círculo abierto existente tras ellos. La ciudad se extendía en forma de círculos concéntricos, el interior de todos ellos era la zona abierta en donde habían aterrizado. Probablemente contendría diez mil edificaciones, la mayor parte de ellos de más de una milla de altura. Pero las formaciones de energía eran conocidas como lo más común. Aquello era lo que había informado el capitán jefe de la primera expedición procedente de Algol, habiendo despegado para informar del descubrimiento al Cuartel General de Exploraciones. Los algolianos, con su típica honestidad, habían decidido que el hallazgo era demasiado importante para ser investigado por su pequeño grupo y pusieron suficientes explosivos en el planeta para reducirlo a átomos si una nave del espacio intentaba tomar tierra sola. Después, la flota combinada galáctica completó su intento de vigilancia de la Gran Nube de Magallanes y volvió a su propia Galaxia, y de todos los relatos que llevaron con ellos, el que se refería a la ciudad desierta en un planeta sin vida, era el más importante. Ya que el capitán algoliano, un competente científico, había reconocido lo que contenían los edificios. No existía ningún mundo en la Galaxia que pudiese duplicar o repetir la <i>hazaña</i> de la creación de formas de energía pura, formas que compartían y formaban parte de todas las propiedades conocidas de la materia sin tener, de hecho, existencia real. Pero tal vez la parte más fantástica y sorprendente de todo ello, la razón por la que un miembro de la clase de los artistas había sido seleccionado para acompañar a Nickno, era el uso para el cual los científicos desconocidos habían puesto su único don. Habían creado las formas del Arte.</p> <p>Con el control del universo conocido en las yemas de los dedos, con tal poder disponible como jamás había sido conocido para una inteligencia viviente, ellos habían creado Arte. Sus formas de expresión poseían una extraña y sobrecogedora belleza, una variedad de color y de formas casi inimaginable para cualquiera que incluso no fuese artista. Algunos de aquellos inmensos edificios habían sido ahuecados hasta dejar sólo el exterior, rellenándolo desde el suelo hasta el tope con una simple gran formación. Otros contenían pequeñas formaciones de estremecedora belleza y de infinita variedad. Algunos mostraban claramente, por los espacios abiertos próximos a los proyectores que aún quedaban, que habían estado ocupados por formaciones ya desvanecidas. Y fue en una de aquellas inoperables máquinas donde Nickno deseó manipular con sus sensibles y hábiles dedos y su aguda mente. Una máquina que creaba la energía, la proyectaba y hacía con ella formas inmortales a elección de su diseñador, era una invención de la mente creativa que dejaba enana a cualquier otra que hubiese previamente podido soñar.</p> <p>Si sólo una de las especies inteligentes obtenía el secreto, aquello significaba casi la dominación automática de la Galaxia, si se decidían a utilizarlo. Aquel grupo que representaba todas las inteligencias conocidas de la Galaxia, era la respuesta, e incluso muchos de los representantes allí presentes, temían que los demás pudieran defraudarles.</p> <p>El edificio explorado en tercer lugar por los humanos, parecía contar con todos los requerimientos precisos. Estaba construido en forma de dos gigantescos ovoides, uno colocado en el tope del otro. El ovoide inferior, más ancho, aparecía abierto de arriba a abajo, conteniendo una figura flameante, enorme, tan cegadora a los ojos, que no podía ser contemplada sin una protección visual apropiada. El ovoide superior estaba dividido en varios pisos conteniendo millares de figuras más pequeñas de todas las formas y tipos imaginables. En los pisos superiores, aparecían muchos espacios en blanco donde los proyectores instalados en tiempos remotos, debían, sin duda, haber fallado en su servicio.</p> <p>Los dos hombres hablaron muy poco mientras subieron; pero al llegar a la cima, Nickno se sintió inclinado a hablar cuando vio un proyector formando una figura de incomparable belleza no más grande que su mano.</p> <p>—¿Se da cuenta, Fasail, que aunque el tamaño de estas formaciones varía desde lo gigantesco a lo diminuto, los proyectores son siempre aproximadamente lo mismo?</p> <p>La voz de Fasail sonó indiferente cuando repuso:</p> <p>—Sí, eso es comprensible. Un artista utiliza los mismos útiles cuando crea una obra maestra, tanto si es grande como si es pequeña.</p> <p>Nickno, a su vez, no ocultó su impaciencia al decir nuevamente:</p> <p>—Concentrémonos en resolver el problema de <i>cómo</i> ha sido hecho, ¿no lo cree así? Mire, aquí hay otra que ha dejado de operar. Hummm... Creo que esta cubrejunta será relativamente fácil de quitar. ¿Quiere echarme una mano?</p> <p>—No —repuso Fasail.</p> <p>Nickno volvió de la máquina perplejo y asombrado.</p> <p>—¿No? ¿Qué quiere decir con ese no? Por supuesto que tiene que ayudarme. ¿De qué otra forma vamos a obtener la respuesta a lo que estamos buscando?</p> <p>—Leyendo el mensaje que dejaron para nosotros —dijo Fasail con calma—. Mire, yo sé que usted no es un artista, pero, ¿no puede leer el significado de esa diminuta figura que acabamos de ver hace un momento? Es el nacimiento, o el principio, por tanto, obviamente incluso usted tendría que verlo. Creo que hemos hecho un feliz descubrimiento. Este artista parece haberse concentrado en contar la historia de su raza, desde sus comienzos hasta cualquiera que fuese el fin que aconteciese. Propongo aprender este relato estudiando estas formas hasta que las hayamos comprendido.</p> <p>—Estudiar estas formas hasta que..., que... —y Nickno se interrumpió con la voz cortada por la irritación y la rabia. Se calmó con un visible esfuerzo y después añadió—: Suprima usted el canal general de audición, por favor.</p> <p>Fasail, molesto, vaciló unos instantes y después hizo lo solicitado por Nickno. Entonces su comunicación estaba libre de escucha de cualquier otra inteligencia.</p> <p>—¿Cuál es la razón para este secreto? —preguntó.</p> <p>—Fasail, como jefe del grupo, estoy en posesión de una información que se me ha confiado y que no ha sido dada a usted. Se ha hecho un intento de sobornar a un oficial algoliano y obtener la desactivación de una bomba dejada aquí. Fue hecho a través de un intermediario; pero los algolianos estaban ciertos de que los de Rigel se hallaban detrás. Si esas langostas obtienen el secreto, son lo bastante jóvenes y estúpidos para intentar utilizarlo como una amenaza y el resultado podría ser una catástrofe galáctica. Y ahora, ¿comprende por qué necesita ayudarme?</p> <p>—No. Yo era un científico antes de haber progresado hasta un más alto orden de comprensión universal. Dudo mucho de su capacidad para aprender cualquier cosa útil simplemente por disección mecánica.</p> <p>—¡Y yo estudié arte en una Escuela Superior! Y yo encuentro inconcebible que usted pudiese aprender nada quedándose fijo mirando a esas formas de arte completamente extraterrestres, formas que no significan nada para la comprensión de una mente humana. Vamos, deje esa postura absurda y vayamos al trabajo y caso contrario, le aseguro de que como jefe de esta expedición daré parte de usted que irá a parar a los archivos y nunca creará usted ninguna otra forma de expresión.</p> <p>Fasail se volvió y se alejó, completamente indiferente. Nickno, volvió la espalda al proyector mascullando una maldición, metiendo las manos en sus bolsillos en busca de herramientas. Tendría que hacerlo solo. ¡Oh, qué estupidez en todo aquello! Incluso un miembro de los Inteligentes, el mayor de los grupos humanos, que no creaba en absoluto, habría sido mejor que aquel artístico realizador de formas.</p> <p>Pero un científico de su experiencia, podría, aunque sólo fuese aquello, estar en condiciones de captar los conceptos escondidos tras el proyector al examinar sus partes funcionales. Se puso a trabajar de nuevo en la cubierta exterior.</p> <p>Fasail paseó a su gusto por todo el piso superior y por la serie de rampas que conducían a otros niveles. Una vez bajo el ovoide superior, encontró lo que esperaba, varias puertas abiertas a las rampas y a puntos ventajosos diversos, desde donde la enorme construcción podía ser vista a diferentes alturas. Lo fue estudiando todo detenidamente en su camino de vuelta, cuidándose mucho de su propia protección y escudriñando con especial interés su estructura. Tenía una forma circular y tan brillante que sus detalles se borraban y mezclaban juntos al ser observados a simple vista de no mayor capacidad que el ojo humano, pareciéndose mucho a la miniatura sin calor de una estrella. Tuvo la sensación de que la solución de aquel rompecabezas estaba allí; pero por el momento, la inmensidad de aquella creación le dejó atónito más bien que sugerirle alguna cosa práctica.</p> <p>Echó un vistazo final desde el piso bajo y por primera vez surgió una posible forma, como si fuese el principio de una pauta o dispositivo general. Parecía una buena posibilidad que la diminuta aunque bellísima creación situada sobre el piso del tope y aquel monstruo ardiente, fuesen los dos extremos de una forma sencilla y compleja al mismo tiempo. Fasail sintió que se le excitaba el pulso ante semejante pensamiento. Si su suposición era correcta y aquellas formas tenían en sí la respuesta a la desaparición de la gran raza... Después, un pensamiento que le llegó a la mente súbitamente le hizo volver corriendo hacia el tope del edificio, maldiciendo a las rampas y deseando que los elevadores gravíticos hubiesen funcionado todavía. Al final, se detuvo jadeante, no lejos de donde Nickno estaba muy ocupado con su tarea y realizó una detenida inspección de la sala. Saltó sobre una caja transmisora de una gran aluna y su corazón le latió alocadamente en el pecho, ignorando las máquinas y concentrándose en las formas, dejando que su vista recorriese los perfiles de lo que había hallado. La diminuta creación era el centro aproximado de una enorme espiral de círculos entrelazados, con el último de tales círculos situado contra la pared del edificio y terminando en una rampa que conducía al piso más bajo.</p> <p>Fasail se dirigió a prisa hacia la puerta, demasiado excitado para andar y recibió una perpleja mirada de Nickno, que había conseguido con éxito levantar la tapa y miraba fascinado y absorbido a un mecanismo, sencillo en apariencia. Fasail descendió la rampa a un trote ligero hasta llegar al piso próximo, se detuvo brevemente para comprobar las distancias y comenzó a descender por el pasillo circular en frente de las series de formas más próximas a los muros de la estructura. Dio una vuelta completa y descubrió que se hallaba sobre la pista segura cuando emergió en un espacio circular más cerca del centro del edificio, abandonando después el lento camino que llevaba dirigiéndose rectamente hacia el centro del piso.</p> <p>Allí existía un elevador gravítico, como había esperado; pero ninguna rampa.</p> <p>Así era de simple la cosa. Se empezaba en la diminuta muestra de perfección situada en el piso superior y se caminaba en círculos, viendo todas las formas existentes a lo largo del camino y cayendo desde el exterior del círculo superior hacia el más bajo, llegando en el caminar hacia el centro. Al final del camino se emergía sobre el centro de aquella estrella resplandeciente, lo que constituía el clímax y la culminación de toda la obra.</p> <p>Tenía ya la forma, el modo de expresión. Ahora tenía que descifrar las expresiones en sí mismas. Y si tenía que encontrar una pista aún tenía ante sí un terrible obstáculo que vencer. Casi la cuarta parte de los transmisores resultaban inoperantes.</p> <p>Fasail inspeccionó detenidamente el piso próximo y se dirigió hacia el que caía directamente sobre la gigantesca figura. Conforme caminaba hacia el centro de la estancia y en busca de la estrella resplandeciente, su nueva comprensión de la naturaleza de la espiral de la progresión de la forma, le trajo un hecho singular y sorprendente. Aquél era el piso que contenía formas que existían sin la ayuda de los transmisores y la transición desde las formas creadas por transmisión hacia las independientes por sí resultó de lo más chocante. En el tercer círculo a partir del centro, el último transmisor permanecía radiando su bella creación. El resto de aquella espiral y las dos otras interiores, eran formas todas independientes.</p> <p>Parecía mucho, como si el descubrimiento de las formas creadas que allí permanecían con maquinaria portátil, hubiese sido hecha como si el artista desconocido lo hubiese realizado hacia el fin de tan notable composición.</p> <p>Comprobó cuidadosamente la zona cercana a aquellas formas; pero no pudo ver signo alguno en donde cualquier dispositivo portátil pudiese haber sido jamás montado. Pero el misterio más grande consistía en cómo las formas de energía continuaban existiendo después de su creación, mientras en cientos de otros casos, las formas habían desaparecido cuando el transmisor había cesado en su funcionamiento. Su confusión no se alivió por haber observado el hecho de que todas las formas creadas por el uso de métodos portátiles permanecían existentes.</p> <p>Fasail hizo una comprobación final, verificó que la gran estrella en el ovoide más bajo era ciertamente una forma independiente, y después dejó el problema a un lado encogiéndose de hombros. Aquello estaba más en la línea de investigación de Nickno, que en la suya. Sin embargo, no por eso dejó de llamarle poderosamente la atención.</p> <p>En el piso de arriba, Nickno miraba fijamente, maravillado, a las pocas y simples formas ensambladas que tenía ante sus ojos. Había estado haciendo lo posible por captar y comprender si existía alguna ley natural sobre el control de la energía tan superior al conocimiento de cualquier raza conocida de la Galaxia que bordeaba la imposibilidad de toda comprensión adecuada.</p> <p>La maquinaria que tenía ante sus ojos resultaba sencilla a simple vista: pero no el cerebro que necesita absorber y comprender un concepto completamente más allá de toda experiencia. Y no había otra salida...</p> <p>Se detuvo de nuevo, concentrándose esta vez sobre aquel simple mecanismo, el que aparecía ser la fuente de la energía. De poder llegar a la comprensión de aquella básica construcción y ensamblaje, y desde allí, seguir hacia el mecanismo transmisor...</p> <p>Estaba todavía perdido en sus pensamientos al respecto cuando Fasail le llamó por la onda de radio privada.</p> <p>—¿Está usted dispuesto a un descanso, Nickno? Yo me encuentro agotado...</p> <p>Nickno se puso en pie con dificultad, súbitamente consciente de la profunda fatiga que le invadía y de que también estaba completamente agotado. Había bebido y tomado tabletas de alimento sin darse cuenta siquiera de ello. Y seguir trabajando por sí mismos hasta que sus cerebros se nublaran por el esfuerzo, no resultaba la mejor forma de resolver el problema.</p> <p>Al salir del edificio redondo y comenzar a dirigirse hacia el círculo central, Seffin les llamó impaciente con la frecuencia utilizada en el grupo:</p> <p>—¡Aló, aló, humanos! Son ustedes los últimos que todavía continúan fuera. ¿Tienen ustedes dispuesto el informe de la tarde? Respondan, por favor.</p> <p>Nickno respondió por ambos y dio un breve resumen de lo que habían hallado y la tarea que había llevado a cabo. No mencionó la negativa de Fasail de ayudarle, ni de la determinación del artista para resolver el problema a través de la «comprensión» en el mensaje de respuesta.</p> <p>Cuando hubo acabado, Seffin dijo bruscamente:</p> <p>—No tengo objeciones que poner a su línea de ataque; pero deberían ustedes saber que cuarenta y un otros equipos han adoptado precisamente la misma actitud. Si piensan ustedes en otra línea de investigación, no vacilen en cambiarla adoptándola inmediatamente.</p> <p>—Si es que podemos tenerla —convino Nickno y cortó la comunicación.</p> <p>Los otros equipos habían llevado a cabo el mismo trabajo de investigación... Era la única sensible. Para las criaturas como las medusas, en desventaja por falta de herramientas y sin una base técnica, la comprensión mediante la «absorción» era la única forma posible de búsqueda. Pero la cuestión tampoco conducía a nada.</p> <p>—¿Consiguió usted alguna pista? —preguntó Fasail cuando se hubieron desprovisto de los trajes espaciales en el interior de la nave.</p> <p>—Encontré un punto de partida lógico y comencé a trabajar —repuso Nickno brevemente—. Estoy seguro de que es más de lo que ha logrado usted.</p> <p>—Por el contrario. He encontrado y descubierto tanto el comienzo como el fin —repuso Fasail sonriendo—. Sin embargo, le concedo que todo lo que yace entre ello es un misterio por el momento.</p> <p>Nickno reprimió una aguda observación que hubiera hecho efecto sobre un artista para siempre, y tomó su comida. Se retiró a pasar el período nocturno inmediatamente. Fasail le siguió pronto, pero a despecho de su enorme fatiga, transcurrió algún tiempo antes de que el artista consiguiera atrapar el sueño que tanto necesitaba.</p> <p>El trabajo continuó por dos días más y poco a poco, Nickno sintió que iba ganando en comprensión, al menos en lo que respectaba al funcionamiento de la máquina, aunque no de los conceptos operativos de la misma. Había separado ya sus varios estadios operativos y algunos de aquellos estadios en sus partes componentes. Y aquello ya le había proporcionado una prueba para su propia satisfacción. La máquina rebuscaba en el débil planeta donde aún quedaba algún campo magnético, en busca de energía. Era el comienzo.</p> <p>Tuvo que conceder, también, que Fasail estaba trabajando, aunque sus métodos y logros eran casi inexistentes. El artista se pasaba horas enteras en la pura observación de las formas, caminando a su alrededor, examinándolas, hurgándolas, escudriñando en cada detalle visual. Pero sus informes no confirmaban progreso alguno, La cuestión de las formas de energía sobre el segundo piso, que existían independientemente de las máquinas, era un rompecabezas en la teoría que Nickno no tenía la intención de poder resolver. Ellos estaban allí por el propósito práctico de incrementar su conocimiento galáctico del control de la energía. La teoría podía esperar.</p> <p>Cuando volvieron a la astronave, al final del tercer día, encontraron a Belly y Jelly allí, la primera vez que aquellas criaturas encerradas en sí mismas habían vuelto sin salir. Fasail sonrió al verlas y proyectó mentalmente:</p> <p><i>—¿Han resuelto ustedes el rompecabezas, amigos? Si no, tal vez yo pueda ayudarles.</i></p> <p><i>—No es necesario</i> —transmitió Jelly en nombre de ambas. En la voz psíquica había un ligero tono de humor—. <i>Sólo lamento que la respuesta pudiese demostrar la inutilidad de que Nickno y nuestros otros amigos de la expedición se hallen aquí.</i></p> <p>Nickno, que no había recibido la transmisión de Fasail, se quedó mirando fijamente, un tanto intrigado.</p> <p><i>—Encontramos un edificio redondo de varias veces la largura en diámetro de esta nave</i> —transmitió Jelly en nombre de las dos medusas—. <i>Flotando en su centro exacto, existe una diminuta forma de energía, una estrella en miniatura y sobre los muros del edificio otras formas energéticas que han sido dispuestas en lo que ustedes llamarían un fresco. Esta creación refiere la historia de sus especies, desde el nacimiento hasta la muerte... o la inmortalidad, si lo prefiere usted así.</i></p> <p>—¿Debo entender que ustedes tres creen tener ya la respuesta? —preguntó Nickno sin dar crédito a sus pensamientos, mirando fijamente a Fasail y a las misteriosas envolturas de aquellos globos vivientes.</p> <p>—Si con eso quiere significar cómo hacer una máquina transmisora de formas de energía, como objetivo de nuestro viaje, no. Si lo que desea es la respuesta de qué es lo que ha sucedido en esta gran raza y pueda sucedemos quizás a nosotros algún día, creo que puedo decírselo.</p> <p>—Bien, por favor, hágalo —dijo Nickno en tono glacial, impresionado a despecho de sí mismo.</p> <p>Sintió que tanto las medusas como Fasail habían alcanzado idénticas conclusiones.</p> <p>Pero antes de que Fasail pudiese hablar, la unidad de comunicaciones transmitió con voz alterada por cierto tono de irritación:</p> <p>—Habla el Jefe Seffin. Atención a todas las unidades. Llamo a que se celebre la reunión programada en conjunto más pronto de lo provisto, por una traición en nuestro medio. El equipo de Rigel acaba de salir. Repito, el equipo de Rigel acaba de despegar y no responde a mis señales. Puesto que sabemos que su encanijada inteligencia es incapaz de dominar el problema, tenemos que presumir que se han llevado una unidad completa de transmisión a bordo de su nave y están...</p> <p>En aquel momento, se produjo una titánica explosión sobre la ciudad, en la lejanía, tan formidable que incluso las torres más altas de aquellos enormes edificios retemblaron. Por un momento, el sol robot artificial aumentó en luminosidad ostensiblemente, hasta que poco después el resplandor se desvaneció por completo.</p> <p>Se produjo un denso silencio por unos instantes, hasta que de nuevo la voz de Seffin, traducida hábilmente por los correspondientes aparatos, dijo:</p> <p>—Aparentemente nuestros traidores amigos han tenido el destino que se merecían. La conferencia queda pospuesta hasta mañana. Deseo hacer un completo informe de este asunto para esta misma noche y espero que esto sea un buen aviso para cualquier otro equipo que haya tenido similares pensamientos.</p> <p>Nickno miró a Fasail, que se había quedado atónito al escuchar el mensaje. El hombre regordete temblaba ligeramente.</p> <p>—Esos estúpidos... —le oyó decir, más para él mismo que para sus compañeros.</p> <p><i>—Su comprensión era limitada</i> —proyectó telepáticamente la voz de Jelly en sus mentes—. <i>En sus manos, el conocimiento pudo haber sido muy peligroso. Es mejor que todos hayan muerto.</i></p> <p>—Sí, pero tan inútilmente —dijo Fasail en voz alta—. Nickno, intentaré explicar lo que hemos encontrado. Primero, tendrá usted que apartar su mente de los hechos y comenzar pensando en conceptos. Eso no creo que le resulte muy difícil, puesto que está usted trabajando hacia esa conclusión. El primer concepto que debe usted descartar es el de la entropía universal. El universo no camina hacia la muerte y la nada, sólo cambia. Siempre ha existido y siempre existirá. Los solos cambios posibles, se producen en algunas zonas de los átomos del hidrógeno, los bloques básicos de la construcción del universo y que se condensan de tiempo en tiempo en formas más complejas. Segundo: descarte cualquier concepto que tenga usted respecto al destino del Hombre. El destino de todas las criaturas inteligentes, es el mismo y ése es el logrado por estas gentes. Ellos comenzarán el ciclo universal de nuevo otra vez. Tercero: deje de pensar en la vida como algo fuera de la ley en el sistema, es una parte establecida y tiene su propio papel que desempeñar: Cuarto...</p> <p>—Está usted hablando un completo y absoluto discurso que no tiene sentido —interrumpió Nickno fríamente.</p> <p>Fasail dejó escapar un suspiro.</p> <p>—Tal vez lo esté. Déjeme establecer un camino diferente pues. La pequeña figura que hay sobre el piso superior de nuestro edificio, representa la primera chispa de vida en este planeta. Las formas subsiguientes hablan del crecimiento de esa vida, de su gradual evolución a través de diversos miles de millones de años hasta llegar a lo que nosotros consideramos inteligencia. Tras de haber aparecido la inteligencia, la población del mundo se incrementó grandemente; pero nunca agotó los recursos de la gente. Debido a algunas peculiaridades propias de este planeta, nunca emigraron, existiendo solamente en una sola esfera, alcanzando una población (y entonces lanzó una mirada a la parte alta de la pantalla visora donde su propia galaxia resplandecía con brillantez) de aproximadamente cien mil millones. Así, ellos alcanzaron el punto que hemos alcanzado nosotros hace sólo unos pocos miles de años, una completa ausencia de necesidad. Como nosotros, dedicaron sus energías hacia el arte y a incrementar el conocimiento por el puro amor a la sabiduría. Combinaron la ciencia y el arte, para formar, lo que es, tal vez, lo último en la expresión artística: la energía en formas de expresión. Y siempre fueron cavando y cavando más hondo en el gran misterio de todas las cosas, el significado de la vida. Y lo hallaron. O más bien, encontraron que la vida es una parte natural de un universo cíclico. No hay principio ni fin, sólo el cambio. Su más grandioso paso hacia delante, lo obtuvieron cuando aprendieron a duplicar con la mente sola, lo que hubiera tenido que hacer la máquina, la creación y conservación estática de la energía en la forma semipermanente. Desde aquí, sólo había que realizar un pequeño salto hacia la comprensión del ciclo de la vida universal. Mi suposición es que cuando la primera inteligencia hizo su descubrimiento, éste fue transmitido como un rapidísimo destello, a los cien mil millones de sus semejantes casi instantáneamente.</p> <p>Se detuvo haciendo una breve pausa, mirando fijamente de nuevo a la pantalla visora y a la espiral estrellada de los cielos.</p> <p>—Algunos de ellos permanecieron aquí cuando comenzó la gran emigración, incluso a riesgo de tener que viajar más tarde que los demás con objeto de encontrar suficiente hidrógeno libre para sus necesidades. Deseaban acabar sus trabajos en marcha, la mayor parte de los cuales estaban relacionados con la nueva comprensión de la fuerza universal de la vida. No estoy seguro de que debiéramos estar agradecidos.</p> <p>Nickno sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Jelly y Belly escuchaban en silencio con sus sentidos psíquicos, sin poner el menor reparo en las palabras de Fasail.</p> <p>—Veo que comienzan ustedes a captar el principio —continuó Fasail, con voz gentil y sin el menor asomo de burla—. Sí, la capacidad de controlar la energía con la mente sólo, fue solamente un corto paso hacia delante a partir de la mente, una entidad consciente de sí misma, hasta llegar a convertirse en la energía primordial. Y una vez que la mente llegara a ser energía libre, ejerce su derecho soberano para acumular más energía y comenzar de nuevo su proceso de crecimiento. Sólo que no hay sitio para ese crecimiento en una galaxia cualquiera. Los cien mil millones de habitantes se marcharon, separándose en cien mil millones de senderos, aunque todos ellos encaminados a la misma dirección general. La zona abierta más próxima —y volvió a mirar de nuevo a la pantalla visora—. ¿Es que no lo comprende todavía, Nickno? La Gran Nube de Magallanes, es hija de la Pequeña. Nuestra Galaxia es la hija de la Grande. Por consecuencia, es correcto afirmar que sobre este planeta, cada individuo viviente dio nacimiento... a un sol.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>EL LEONARDO DUPLICADO - G. L. Lack</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>L anciano oía el ruido del mundo pasar tras él. Sus rodillas casi habían llegado a acostumbrarse a las baldosas de plástico brillante con el paso de los años, aunque la única cosa verdaderamente familiar era la superficie mate de las losas de cemento en donde se le permitía pintar, utilizándolas como sus lienzos.</p> <p>Apartando la vista de sus lápices de tiza, pudo ver el reflejo de los transeúntes en la parte inferior de la ventana de la tienda ante la cual estaba arrodillado en su trabajo efímero de pintar sobre la acera. El hombre ya viejo, el de mediana edad, el joven y toda clase de curiosos, a veces se detenían para mirar su trabajo, sobre su espalda jorobada. Les oía a todos, conocía sus voces. Especialmente las jóvenes solían cambiar poco.</p> <p>—¡Mira!</p> <p>—¡Mira, papá!</p> <p>—¿Qué está haciendo?</p> <p>Una de sus pinturas favoritas era realmente simple, un rectángulo con la parte inferior en verde y la superior medio azulada, y en aquel cielo un avión y pequeñas nubes en forma de cirros.</p> <p>—Mira, papá. Un cohete con <i>alas.</i></p> <p>—Así es como eran en tiempos. Recuerdo a mi abuelo hablar de ellos. Tienes que haberlos visto en tus cuentos sobre la pantalla visora.</p> <p>—Oye, papá, ¿qué es esa cosa blanca?</p> <p>Una pausa.</p> <p>—Una nube, supongo. Solían permitirlas de vez en cuando, incluso en los pasillos aéreos.</p> <p>Nubes. El viejo recordaba la última de ellas, unos rizos en forma de cirros como el cabello de una mujer, gris antes de tiempo, recordaba los estratos, sucios, bajos y amenazadores, y también las grandes nubes en forma de cúmulos surgiendo hacia el cielo en forma de grandes castillos. Ahora estaban controladas, delimitadas, doblegadas y conducidas como un rebaño de ganado por una pradera, o bien en forma de falsos cúmulos lanzados durante la noche para propósitos de irrigación de las tierras, sin el encanto azul del cielo ni la caída de la lluvia.</p> <p>También recordaba la lluvia. Se presentaba de improviso, o continuamente, a veces con cierta furia, barriendo las aceras y las calles, diluyendo sus pinturas de tiza y convirtiéndolas en unas manchas abstractas.</p> <p>Otra de sus pinturas solía ser una de un rosa fuerte. Un color no visto en ninguna parte de la ciudad. No era el color de algunas rosas u otras flores, ni incluso el resultante de sus lápices de tiza. Las losas de cemento alteraban su tono cromático, dándoles un nuevo aspecto. ¿Habría rosas que creciesen así en alguna parte?</p> <p>Alrededor del mediodía, se adormilaría. El sol cayendo a plomo desde el cénit batía despiadadamente la calle desde un cielo sin nubes, cayendo sobre la plaza. El tráfico disminuía. Los peatones buscaban la sombra. Las palomas se refugiaban también en busca de penumbra, arrullándose suavemente.</p> <p>Ocasionalmente sus ojos se abrían de vez en cuando. Veía el brillante resplandor de la fuente reflejado en las ventanas de la tienda. Y los leones en su postura acurrucada.</p> <p>Estaba en el lado norte de la Plaza de Trafalgar, de Londres.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Ross Trafford era el técnico más antiguo de la Galería de Arte Público en la sección sudoeste. A sus órdenes existía un equipo de ingenieros electrónicos, diestros, hábiles, competentes y faltos de imaginación. Desde su oficina de la ciudad, dirigía las operaciones y atendía todas las llamadas de la zona. La mañana del martes 12 de mayo de 2096 prometió ser típica en su rutina diaria.</p> <p>Llegó a la oficina a las 9.30, conmutó el magnetófono y escuchó los mensajes que habían sido extraídos de los registros entregados por sus ayudantes. Este resumen, le solía proporcionar un breve compendio de la situación general.</p> <p>—«Guildford... Reynolds, haciéndose viejo. Watford... Picasso... un azul demasiado diluido. Maidenhead... un fondo prominente. Harrow... Los verdes del Constable, más bien frescos. Picasso... azul diluido. Canterbury... Leonardo da Vinci... errático. Brighton... Matisse...»</p> <p>Siguió escuchando, anotando los defectos comunes y eligiendo a los ingenieros a quien debería enviar. La lista llegó al fin. Presionó el botón oportuno del comunicador:</p> <p>—Seleccionen los Picassos —ordenó. Condenados Picassos, pensó. Las máquinas se comportaban caprichosamente y resultaba difícil adaptar los estilos solicitados. Básicamente, era la culpa del artista. Siempre le venía a la mente la idea de que el Director Nacional había sugerido el tener diversas máquinas, cada una para un particular período, el Azul, el Rosa, el Negro, el Cubista y el Expresionista. Tener un simple modelo para producir todos los estilos presentó siempre un tremendo desafío y aunque ya había pasado por el estadio en que se irritaba fácilmente, al tener que corregir los detalles por sí mismo, era bueno sin embargo, para los jóvenes y entusiásticos miembros del equipo.</p> <p>Escuchó cuidadosamente los informes individuales respecto a los Picassos. Sus fallas eran similares y decidió enviar el mismo par de ingenieros, Samus y Cater. Ellos habían resuelto muchas de las dificultades surgidas anteriormente y les encantaría poner a prueba la perfección de las máquinas.</p> <p>A las 10.30, ya había oído todos los informes, excepto el correspondiente al errático Leonardo da Vinci. Todos los equipos estaban fuera y puesto que aquél parecía un caso aislado, tendría que ir él mismo. Hacía un día espléndido para darse una vuelta. Siempre hacían días buenos; pero aquél en especial parecía aportar en el ambiente un poco de aire fresco de los lejanos campos.</p> <p>Normalmente era un viaje de pocos minutos desde la cubierta del tejado. Aquella mañana, lo tomó con mucha más calma, mientras observaba las blancas velas de los yates en el estuario.</p> <p>—Un Leonardo errático... Esto no es corriente. Probablemente lo que ocurra debe ser algo completamente simple, una bobina debilitada o un fusible o enchufe fundido. Algo molesto, sin embargo —y procuró apartar la preocupación de su mente para no estropear el placer que le brindaba aquella hermosa mañana.</p> <p>Molesto, porque el primer dólar puesto en la ranura de la máquina de reproducción, había sido un Leonardo da Vinci. ¡Un dólar en la ranura y en el Espacio! Y una perfecta Mona Lisa para la pared de cualquier habitación de estar... Otra moneda, y otra para los Amatts, a quienes les gusta el Arte. Así cualquiera podría tenerla para el cumpleaños de un pariente.</p> <p>Aquello se producía hacía años en los primeros tiempos de lo comercial. Ahora, todos los famosos y la mayor parte de los pintores menos conocidos estaban disponibles. Con el inevitable desarrollo del reproductor variable, donde el operador podía seleccionar cualquier obra de un pintor, el prototipo de Leonardo da Vinci se hizo redundante, quedándose inmovilizado en el Museo de Ciencias, de donde a diario salían docenas de Mona Lisa para las escuelas infantiles.</p> <p>Trafford se dejó caer suavemente sobre Canterbury, aterrizando tan graciosamente como un pájaro en la cubierta del tejado de lo que en el siglo xx había sido la Catedral. La amplia cubierta, aplanada y rígida sobresaliendo del techo, prestaba al edificio una cierta apariencia incongruentemente arquitectónica. Sin embargo, en aquella época de uniformidad, la política consistía en retener unos cuantos edificios de interés, con frecuencia de carácter eclesiástico. La atmósfera resultante en el interior era considerada para compensar el singular exterior. Si se adoptaba el Plan Clow, entonces tales edificios serían completamente encajonados en un recipiente rectangular, proporcionando una simplicidad contemporánea de líneas. Paradójicamente, la de Coventry se había convertido en una de las más nuevas, como sujeto de tal experimento. Se la había diseñado de tal forma, que cualquiera pudiese pasear alrededor de los muros interiores de la nueva estructura a diferentes niveles, con vistas de las principales características del original. En su apertura, la multitud había sido enorme y muy pronto, las escenas de histeria masiva de un carácter semirreligioso, había sido un hecho que hizo pensar a los gobernantes que habían olvidado tal circunstancia.</p> <p>El montacargas fue descendiendo suavemente hacia el piso bajo y Ross Trafford permaneció erecto en la nave, mirando las líneas de plástico y acero de los reproductores, cada uno con su correspondiente pantalla visera.</p> <p>Acilia Clow, la conservadora, estaba esperando para saludarle. Era una encantadora joven, sobrina de Edward Clow, el diseñador del Plan Clow.</p> <p>—Ross... Ha venido usted en persona. ¿A qué debo este honor..., es que los mecánicos están todos fuera?</p> <p>Trafford miró sonriente a la joven conservadora del edificio. Con su severa apariencia y sus cabellos cortos rizados, era un espécimen de las nuevas generaciones de mujeres, muchas en posiciones de responsabilidad a la edad de veinticinco años, proporcionando así a sus maridos tiempo para sus investigaciones.</p> <p>—Bueno, hace un día delicioso —repuso encogiéndose de hombros—. Siempre resulta un placer visitar la Galería de Canterbury.</p> <p>—¿Incluso en el caso de que según parece tenemos dificultades una vez por semana?</p> <p>—¿Y quién no?</p> <p>—¿Le sorprende que sea un Leonardo? —dijo ella con marcada intención.</p> <p>Nuevamente volvió a encogerse de hombros, sonriendo. Pero ella notó las líneas de ansiedad que se reflejaban en su rostro.</p> <p>Caminaron a toda la largura de la planta baja entre filas de máquinas. Unos cuantos visitantes erraban de un lado a otro, presionando ociosamente botones diversos para ver las colecciones. Ocasionalmente el zumbar suave de la maquinaría seguido por un chasquido, indicaba que alguien había manipulado un reproductor.</p> <p>El Leonardo da Vinci fue terminado en un plástico de ante de color pálido. Trafford seleccionó la Mona Lisa y presionó el botón del visor. La pintura apareció en la pantalla en toda su perfección. Contra el fondo de las montañas azules y neblinosas, surgiendo por encima de una llanura rocosa, cruzada por un río ondulante, la mujer sonreía con su sonrisa sin edad. Sus largas trenzas le caían a los lados de su faz redonda hasta recubrirle los hombros y reuniéndose con su vestido oscuro recogido. El brazo derecho cruzado bajo el pecho, con la mano descansando casualmente sobre su muñeca izquierda.</p> <p>—Ahora, una copia.</p> <p>Acilia insertó una ficha convencional y presionó el botón. La maquinaria se puso en suave movimiento, funcionando con la suavidad de un imperceptible cepillado. Los oídos de Trafford, sintonizados con aquel delicado mecanismo, oyeron las cambiantes variaciones y el deslizarse de la pintura dentro de la cámara de envejecimiento. Cuarenta y cinco segundos más tarde, un chasquido le advirtió que la pintura estaba acabada. Tiró del rastrillo situado en la base de la máquina y la pintura, ya completada, emergió encerrada en una caja transparente transportable.</p> <p>A primera vista, la pintura aparecía como algo perfecto. Ross Trafford enarcó las cejas ligeramente en una muda pregunta.</p> <p>—Puede inspeccionarla a su gusto —le advirtió Acilia—, pero ya lo he hecho así con varias selecciones. Vamos a la oficina. El personal ya las ha montado para usted.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Tomaron asiento en cómodas sillas, dando cara a la pantalla de inspección, tomando mientras unas tazas de café. Acilia presionó el botón de control que tenía a su lado. La primera pintura apareció iluminada en la pantalla: la Mona Lisa.</p> <p>—Pasaré la selección rápidamente. Adviértame si quiere que retenga alguna por más tiempo.</p> <p>Y sucesivamente, fueron pasando:</p> <p>La Virgen y el Niño con Santa Ana.</p> <p>La Virgen de las Rocas.</p> <p>La Anunciación.</p> <p>Baco.</p> <p>San Juan Bautista.</p> <p>La Belle Ferroniére.</p> <p>Después, pasaron lienzos aún no terminados y dibujos.</p> <p>El ojo experimentado de Trafford los fue examinando con visión clínica. Por cuanto pudo apreciar, con aquella iluminación normal y a simple vista, todos eran perfectos. ¿Estaría Acilia imaginándose cosas raras o tal vez había algo que ella pretendiera ocultarle?</p> <p>—Volveré a pasar la tanda nuevamente.</p> <p>Y de nuevo no pudo apreciar falta alguna.</p> <p>Ante sus ojos pasaron seis selecciones. En la última demostración, pidió a Acilia que volviera a seleccionar una o dos obras y después las descartó inmediatamente. Para entonces, ya se encontraba saturado de arte florentino y se hallaba irritado. Ella le miró con expresión preocupada y con los labios entreabiertos como para hacer una pregunta en cualquier instante. Trafford estaba aburrido. Ya le había ocurrido antes. Los jóvenes conservadores de los Museos y de obras de arte habían llegado a sentirse supersaturados e hipercríticos. Algunos tenían excesiva imaginación. Trafford se preguntó a sí mismo si no sería mejor recomendarle un mes de vacaciones; pero dejó la cuestión pendiente durante algún tiempo.</p> <p>—Todo está satisfactoriamente —comentó crispadamente—. Hágame saber si sucede algo.</p> <p>Salió rápidamente y una vez arriba, voló durante una hora contemplando las velas de los yates sobre el azul del Támesis. Aquello le relajó los nervios.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Transcurrieron tres semanas, sin ningún informe de la Galería de Canterbury. La cosa no resultaba sorprendente; pero tan completo silencio le tenía preocupado. ¿Sería que Acilia no informaría de los pequeños defectos incurriendo así en su desaprobación si resultaban triviales o no existentes? Aquello había ocurrido una vez en Guildford. En aquella ocasión los ingenieros habían sido informados que las pinturas se hallaban tan por debajo de su condición normal, que fue necesario llamarles la atención e incluso determinar algunos relevos. Así se evitó un escándalo en cuestiones de Arte, sin que apenas nadie se apercibiese.</p> <p>Se preguntó por qué jugaba todo aquello un papel tan importante en su mente. ¿Estaría relacionado con la situación de los Leonardos? ¿O tal vez, la situación y el bienestar de su personal? Él, un hombre ligeramente pasados los cuarenta años, viviendo solo y aferrado a su condición de soltero y a sus hábitos, desde que su matrimonio quedó roto hacía veinte años atrás era, y así tenía que admitirlo, cuando la postura era concienzudamente analizada, realmente preocupante respecto a la joven. ¿Se trataba de un profundo afecto paternal, o...? Al principio, la alternativa le dejó sorprendido. Y aunque no encontró respuesta, comenzó a aceptar que su afecto estaba basado en el amor, de alguna forma.</p> <p>Una noche tuvo un sueño. Aquello también resultaba extraño para sus formas normales de vida. Se hallaba volando hacia el este a lo largo del estuario, con los yates moviéndose de un lado a otro como mariposas. Súbitamente, falló la energía propulsora de su aparato volador y cayó a plomo como una piedra. En el último instante, cuando el miedo parecía ponerle un nudo frío y acerado en el estómago, su descenso aminoró de velocidad y fue a caer sobre el césped primaveral de un suelo virginal. Miré a su alrededor, pero sin hallarse en la máquina. De hecho, no la había visto siquiera.</p> <p>Permaneció en un repliegue del terreno umbroso y fresco. A su izquierda, la colina gredosa se erguía agudamente contra el cielo, suave y redonda como el pecho de una doncella. Se sintió tembloroso ante aquel pensamiento de su juventud. Frente a él y ligeramente debajo, aparecía un sendero pedregoso que descendía hacia el sólido terreno gredoso de la colina. Tomó aquel sendero que le condujo hacia un valle seco. A poco, pasado un contrafuerte, vio que el terreno recubierto ya de hierba daba paso a un campo boscoso a través del cual discurría un sendero estrecho entre los árboles.</p> <p>Una joven que llevaba una cesta bajo el brazo, marchaba por aquel sendero. Aparecía medio escondida de su vista por un matorral espinoso.</p> <p>La joven llevaba un pañuelo a la cabeza de un material casi traslúcido. Al salir fuera del matorral, se volvió hacia donde él se encontraba. La joven era Acilia. Se encontró como transfigurado negándose su lengua a pronunciar una palabra. Ella continuó alejándose y a los pocos segundos, otra chica apareció en el mismo sendero. También iba igualmente vestida con igual ropaje y se volvió pasado el matorral. De nuevo era Acilia.</p> <p>Aquello se repitió cuatro veces. Fue en la quinta ocasión cuando comprobó dándose cuenta de algo más extraño que lo hasta entonces estaba ocurriendo. El rostro de la quinta joven era el de Acilia, pero así y todo, no era ella completamente. Y de nuevo ocurrió la misma cosa por sexta vez. Y la séptima. Cuando ya iba por la undécima o así (ya había perdido la cuenta y se encontraba afectado por un extraño temor), el rostro ya no era el de Acilia, aunque, no obstante, le resultaba familiar. Dos veces más y cambió sutilmente hasta que entonces, aquel rostro llevaba en sus facciones la enigmática sonrisa con la cual estaba tan familiarizado.</p> <p>Se despertó bañado de sudor, pensando en los estúpidos trucos que suelen jugar los recuerdos primitivos escondidos en lo más recóndito del cerebro y que se producían en los sueños. Pero todo aquel sueño fue pronto olvidado.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La rutina diaria fue normal al principio. Los informes fueron breves. Nada en los Picassos. Se había producido un ligero incidente de envejecimiento excesivo con unos Canalettos en tres galenas. Resultaba extraño de qué forma el mismo defecto ocurría en variados lugares simultáneamente. Un día de aquéllos, tendría que estudiar el problema a fondo. No había duda que todo se debería a los retoques del personal con los mecanismos; pero era algo que habría de ser erradicado de una vez y por todas y cuanto antes mejor.</p> <p>Pensó también, que no había coincidencia en que jamás hubiera conocido u oído hablar de que semejante circunstancia hubiese ocurrido con un Van Gogh. Aquello le confirmó su creencia de que el artista había sido un hombre anticipado a su época.</p> <p>No se produjo informe alguno procedente de Canterbury.</p> <p>A la hora de almorzar, salió dando un paseo de la oficina, para un breve rato de descanso. Sus pasos le llevaron hacia Trafalgar Square. Como era de esperar a aquella hora de! día, la plaza aparecía casi desierta. El viejo artista de la acera, estaba acurrucado sobre sus losas. Se detuvo para mirar a aquellos rudos trazos que eran como unos dibujos mecánicos; los aeroplanos, las nubes, el color de rosa.</p> <p>El viejo estaba adormilado, roncando suavemente en armonía con el arrullo de las palomas. Detrás de su andrajosa chaqueta, pudo ver el bosquejo en parte comenzado de un cuadro con lápices de tiza.</p> <p>Eran sólo unas cuantas líneas grises. Constituían el esqueleto de un boceto en cartón. Era el comienzo de una cabeza, cuyo rostro aún estaba en blanco. La imitación de un maestro. Mentalmente, Trafford intentó rellenarlo en detalle. Y sacudió la cabeza sonriendo.</p> <p>Anduvo deambulando por la plaza, hasta tomar asiento bajo uno de los toldos a rayas y en la sombra de un café exterior, pidiendo un limón helado. Aquel líquido frío le resultó un néctar. La mayor parte de la gente se hallaba en el interior, lejos de aquel sol abrasador. Sólo unos cuantos turistas estaban sentados como él. bajo el toldo, bebiendo perezosamente sus bebidas, casi en el mayor silencio.</p> <p>En el fondo de su mente, rebulló un pensamiento casi olvidado. Intentó hacer un esfuerzo para hacerlo aflorar claramente en su cerebro. Se relajó y decidió revivir los acontecimientos del día en una corriente lógica que llenasen la laguna insistente que se interponía entre ellos. Había sido una mañana, prácticamente desprovista de acontecimientos. La sola diferencia de la rutina de todos los días, había sido el paseo a pie hasta la plaza; pero incluso aquello sólo lo hacía ocasionalmente. Recordó entonces su paso junto al anciano artista callejero y el boceto que había observado, lo que sin duda debió haberle alterado el curso de sus ideas imperceptiblemente. La cara de una joven... Volvió a dejar libres sus ideas. De alguna forma, estaba implicada una mujer, pero así y todo, ¿a cuál había visto recientemente? A ninguna, en particular. Incluso sus secretarias preferían utilizar el dictáfono, lo que hacía que transcurrieran días y días sin ver a ninguna. ¿Dónde, fuera de su programa rutinario de las cosas de cada día, había sido tan importante un rostro de mujer como para afincarse tan obstinadamente en su memoria?</p> <p>De nuevo el pensamiento volvió a insistir en su mente. Terminó su bebida rápidamente y cruzó la parte norte de la plaza. El viejo artista estaba trabajando. Trafford miró sobre sus encorvados hombros. Los viejos y retorcidos dedos del anciano, estaban lenta pero confiadamente rellenando en detalle el rostro bosquejado. Los comienzos de una sonrisa, fantasmal y enigmática estaban comenzando a surgir a una expresión viva.</p> <p>Casi al instante, su sueño se convirtió en un recuerdo vivo y forzó a su mente como para que repitiese las secuencias de una película cinematográfica. La procesión de rostros que habían cambiado gradualmente desde el de Acilia... gradualmente cambiados... fundiéndose...</p> <p>Casi a la carrera volvió a su oficina y accionó el botón que le conduciría por el elevador a la plataforma del techo.</p> <p>La Galería de Canterbury estaba casi tan desierta de visitantes como lo había estado Trafalgar Square. La frescura de su interior contrastaba tan fuertemente con el calor y el sol terrible de la plaza, que casi le produjo un choque físico, como cayendo repentinamente al agua del mar. Se dio prisa para llegar a la oficina de la conservadora del Museo. No encontró a nadie. Las demás habitaciones de la sección administrativa, estaban igualmente desiertas.</p> <p>Se detuvo unos cuantos segundos, pensando que había estado siguiendo una extravagante chifladura; pero entonces vio la luz piloto de la habitación de exhibiciones resplandecer con un rojo sombrío y apagado.</p> <p>Descorrió las puertas para encontrarse a sí mismo en la. oscuridad, excepto por la luz expandida por la lámpara de la pantalla de inspección. Más frente a él y en la distancia, pudo discernir la silueta de Acilia sentada en una de las sillas. Estaba presionando el botón de control de las imágenes rápidamente, enviando copias iluminadas de la Mona Lisa a través de la pantalla. Las imágenes se mezclaban como secuencias fundidas de una película de cine.</p> <p>Cada retrato resultaba ligeramente diferente del anterior. Con los ojos ligeramente cerrados, la enigmática expresión se convirtió en algo casi alegre; tres cuartas partes del rostro se convirtieron en toda su cara y con el movimiento, aquel rostro resultó inesperadamente más delicado y sus cejas más pronunciadas. La alegría reemplazó a cierta severidad y todo su ser apareció casi próximo a una franca risa, con la suave caída de sus cabellos sobre los hombros, dándole vida a la belleza que sus ojos habían prometido desde casi hacía seis siglos.</p> <p>Tras ella, el serpenteante río fluía suavemente desde las montañas neblinosas de la lejanía.</p> <p>—¡Alto ahí! ¡Deténgase! —exclamó Trafford sin poder evitarlo.</p> <p>Y se dirigió a encender las luces de la estancia. La imagen quedó relegada entonces a unas vagas sombras.</p> <p>—¡Acilia!</p> <p>Ella le miro fríamente, sin demostrar ninguna sorpresa.</p> <p>—Deje ya de jugar a las extravagancias —restalló Trafford—. ¿Por qué no ha enviado a que se hagan las debidas correcciones?</p> <p>—¡Correcciones! —y la joven pronunció aquellas palabras como si le hubiera arrojado al rostro una paleta llena de pintura—. ¿Y arruinar la máquina? ¿No ve usted que la pintura está <i>desarrollándose</i>, volviendo a la vida, haciéndose vital?</p> <p>—Detenga esa... —y vacuo unos instantes como para encontrar la palabra justa—. Esa herejía.</p> <p>Acilia se puso las manos en las caderas desafiante, airándole cara a cara, casi a su través.</p> <p>—¡Deje de mirarme así! —le gritó Trafford, como tantas veces lo había hecho antes, repitiendo las mismas palabras al igual que si se tratase de una niña traviesa.</p> <p>—¿Qué hará usted? —preguntó ella con calma—. No. No me lo diga, lo sé.</p> <p>Y le volvió la espalda, alejándose.</p> <p>—¿Tiene que ser así? ¿Por qué no dejarlo continuar?</p> <p>Una generación no comprende la réplica de la otra y Trafford permaneció silencioso.</p> <p>Rápidamente, Trafford volvió a cerrar las puertas y se encontraba en el teléfono.</p> <p>—¡Envíen el transportador y llévense el Leonardo inmediatamente!</p> <p>—Ross, por favor... —dijo ella tirándole de una manga.</p> <p>—No seas tonta, Acilia. La máquina es defectuosa. Tiene que ser destruida.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La plataforma móvil rodó suavemente por el pasillo y entre las filas de reproductores. Dos operadores vestidos de blanco, dejaron caer el aparejo sobre el Leonardo da Vinci, provisto de una plancha magnética. Pronto, la totalidad de la unidad mecánica era levantada por el aire y segundos más tarde, llevada lejos de allí.</p> <p>Trafford supervisó el traslado hasta el patio de la chatarra, personalmente. La máquina fue colocada sobre un bloque de acero y un enorme martillo pilón descendió al mismo tiempo que se aplicaba la corriente calorífica adecuada. Los operadores convirtieron la máquina en una especie de plancha de mantequilla y después la manipularon hasta que finalmente quedó convertida en un pie cúbico de metal fundido y plástico.</p> <p>Al día siguiente, cuando el sol ya estaba alto en el cielo, sus piernas le llevaron una vez más a Trafalgar Square. El sol caía inmisericorde sobre las calles. Los turistas sorbían sus refrescos perezosamente bajo los toldos de los cafés exteriores de la gran plaza londinense. Las palomas arrullaban.</p> <p>Al exterior de la tienda había un camión. Junto a él, dos hombres tostados por el sol, trabajaban con sus sombreros de paja y pantalones de algodón, levantando y nivelando las grandes losas del pavimento de la acera.</p> <p>Trafford sólo tuvo que mirarles para recibir la respuesta de su pregunta no formulada aún.</p> <p>—El viejo murió ayer por la tarde. Lo encontraron aquí —y el trabajador golpeó una losa de plástico con su bota.</p> <p>Al marcharse Trafford, la última losa fue arrojada al interior del vehículo. Entre la bocanada de polvo de la tiza de las pinturas del artista callejero, y antes de que la losa se rompiese, Trafford pudo ver una sonrisa enigmática que en ella aparecía y que sólo había durado un día.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>MÁS ALLÁ DE LA CIENCIA - John Rankine</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">—E</style>L Consejo quiere verle ahora, mister Fletcher.</p> <p>Dag Fletcher retiró sus largas piernas del sofá en la felpuda habitación del Cuartel General de los Proyectos del Espacio y siguió a la peripuesta ayudante por el corredor. Le gustaba la forma en que movía el pecho y la parte posterior de su anatomía, encerrada en el uniforme azul gris del Servicio y de buena gana le habría gastado alguna broma al respecto. Pero pronto llegaron frente a las puertas de bronce que daban lugar a un blanco pasadizo. La chica habló con voz suave frente a la rejilla del micrófono situada en la pared izquierda de la entrada.</p> <p>—Mister Fletcher está aquí, señor.</p> <p>Las puertas deslizáronse suavemente introduciéndose en las respectivas paredes, dejando paso franco a la sesión plena del Comité de Proyectos del Espacio. El largo y elíptico despacho aparecía cubierto de luz por todas las curvadas hojas de cristal que formaban el muro circundante de la estancia.</p> <p>Había una silla vacía de cara a la luz y en la parte opuesta al Presidente, y al sentarse en ella, Dag comprobó por una especie de sexto sentido que tendría que enfrentarse con dificultad. La redonda cara del Presidente Paul Y. Spencer, no daba nada a entender; pero otros miembros del Comité tenían el aspecto de la gente que se ven obligados a tomar una desagradable decisión. Dag no estuvo muy seguro de qué iría a ocurrir y en vez de tomar la iniciativa, esperó calmosa y premeditadamente a que se le hicieran preguntas. Transcurrió todo un minuto antes de que Spencer hiciese un movimiento y después tamborileó con los dedos en la carpeta que tenía junto a las manos.</p> <p>—Controlador, usted sabe, por supuesto, que su sugerencia mantendrá en vigor el desarrollo de la nueva flota del espacio, cuando menos por dos años y hará que el costo inicial aumente en otro treinta por ciento.</p> <p>Puesto que Dag ya sabía que su informe había puesto las cosas ciaras como el cristal, sintió que podía permitirse el lujo de considerar aquello como una pregunta retórica, y esperó una segunda parrafada del Presidente. Spencer era un hombre de rostro ancho y pesado con unas quijadas de caballo, coronado por unos cabellos espesos y grises. Le gustaba poner en aprietos a la persona a quien se dirigía en cuestiones importantes, sabiendo que una fracción importante del Comité estaría de su parte ante el efecto que produce un hombre que intenta dar explicaciones imposibles. Usualmente aquella técnica solía darle resultado y más de un ingeniero calificado había aparecido ante él como un pobre peón apabullado por un cuestionario habilidoso. Dag no estaba muy dispuesto a entrar en detalles; sin embargo, el Presidente se vio obligado a continuar.</p> <p>—Se ha visto satisfecho usted al afirmar que la unidad energética de la <i>Nova</i> podría desarrollar características que harían de ella lo que suele usted llamar «no mejor que una bomba de acción retardada».</p> <p>—Así es.</p> <p>—Pero contra sus informes en tal sentido, tenemos los de la Corporación de Desarrollo quienes no ven en ello problema alguno.</p> <p>—Lo están vendiendo.</p> <p>—¿Quiere usted sugerir que el doctor Vedrum y el profesor Fielding, para no mencionar más que dos del equipo investigador, nombres que estará usted de acuerdo en constatar que sen de lo más grande que hay de peso en este campo de investigación, darían su aprobación a algo que no estuviese totalmente investigado?</p> <p>La deliberada y untuosa voz del Presidente hizo la clave principal de su declaración con tales palabras, reuniendo en seguida miradas de aprobación de los otros miembros del Comité. Dag pudo comprender el estado de los asistentes. Uno o dos a quienes Fletcher conocía bien, permanecieron en una actitud grave e inalterada. Respecto a los demás, Dug tenía una idea aproximada de lo que estaban pensando. Él estaba allí para que el Presupuesto de las Finanzas no se excediese y para no incurrir en la falta de tener que solicitar al Control Financiero un aditamento monetario. Pero él y sus colegas tenían que volar en una nave espacial y eran sus vidas y no las de los miembros del Comité las que se ponían en juego.</p> <p>De nuevo Dag tuvo tiempo para responder. Y la respuesta iba a ser de trueno. Fielding y Vedrum habían producido una copia a calco del <i>Interestelar-Dos-Siete</i> y aquélla era casi una máquina perfecta. Pero había algo respecto a la <i>Nova</i> que le había desconcertado. Su sexto sentido le había llevado, echando mano de altas matemáticas hacia los cálculos de energía y había encontrado lo que al menos a él le parecía un argumento de peso en una ecuación que podía representar serias dificultades. Llevaba a la <i>Nova</i> demasiado cerca del límite más bajo del margen de seguridad, sin incrementar el costo de la producción.</p> <p>—Ellos pueden estar satisfechos. Yo no lo estoy. Si queremos estar seguros es preciso que se hagan futuras comprobaciones sin tripulación en el profundo espacio y en eso, estoy de acuerdo que es preciso invertir dinero.</p> <p>El Presidente dirigió sus miradas alrededor de la mesa, invitando a que se produjesen comentarios.</p> <p>—¿Desea alguien hacer al Controlador Fletcher cualquier pregunta?</p> <p>Se produjo un inquieto silencio y Dag sintió que su informe no le había erigido en el favorito número uno, precisamente. Sin embargo, aquello era una situación de tablas en una partida de ajedrez; porque debería tener apoyo suficiente para sus puntos de vista y sólo un voto unánime podría enviar una nave del espacio nueva a la Comisión. Entonces, Spencer puso en juego su triunfo. Tocó el botón para que viniese la asistente, a quien le dijo:</p> <p>—Pida, por favor, al Controlador Lucas que venga aquí.</p> <p>Dag tuvo una intuitiva visión de lo que sucedería de inmediato. Nunca había sentido simpatía por Lucas —que era el Controlador más antiguo, después de él— y sin necesidad de ninguna abierta declaración a tal efecto, resultaba claro que se consideraba a sí mismo como el mejor hombre de su clase. Dag estaba dispuesto a no permitir que nadie le pisara los talones; pero había algo en relación con Lucas que siempre le resultó difícil de expresar y sin que nunca hubieran estado en abierto desacuerdo, los dos hombres habían tenido una actitud hostil el uno respecto al otro. Entonces, Dag oyó la voz del Presidente, que con intención sibilina de nuevo le llegaba a sus oídos.</p> <p>—El Comité no dudaría en escuchar las palabras del Controlador Lucas respecto a la <i>Nova</i>. Deben recordar que este experimento oficial ha estado íntimamente conectado con los primeros ensayos. Ahora puedo decir que se ha prestado voluntario a mandar la nave en este su primer viaje por el espacio.</p> <p>Se produjo un murmullo aprobatorio en la tabla redonda del Comité y en aquel momento, el interfono anunció:</p> <p>—El Controlador Lucas.</p> <p>Lucas era un hombre de mediana altura y de apuesta contextura con un aire marcial un tanto de opereta. Vestía el uniforme semimilitar del Servicio del Espacio con las insignias brillantes azul y bronce sobre el hombro derecho. Fletcher se preguntó irónicamente si saludaría al Presidente; pero el recién llegado se detuvo a una respetuosa distancia de la mesa, donde se detuvo en silencio.</p> <p>La untuosa voz de Spencer resumió la situación con estas palabras:</p> <p>—El Comité se siente agradecido, Controlador, por su oferta de mandar el <i>Nova</i> usted mismo. Nos agradaría oír su opinión, sin embargo, respecto a esa nueva propulsión espacial, ¿considera usted que es precisa una nueva serie de pruebas preliminares?</p> <p>La voz tajante de Lucas resultó de un evidente contraste, al responder:</p> <p>—Respondiendo a su última pregunta, señor, tengo confianza en la nueva propulsión de la <i>Nova,</i> y que es mejor que cuanto hemos tenido hasta ahora. Creo que es totalmente capaz y que no precisa de ninguna nueva prueba. Ahorrará un veinticinco por ciento de tiempo en largas misiones y un ahorro mucho mayor en costo de combustible. Por añadidura a todo esto, la carga de pago en la <i>Nova</i> es casi la mitad mayor de cualquiera de los cruceros espaciales que hayan existido hasta el día.</p> <p>—Gracias —y de nuevo Spencer miró a su alrededor en busca de nuevas preguntas; pero estaba claro que el Comité estaba bien dispuesto a convencerse por completo de la cuestión.</p> <p>—Estoy seguro que mi colega es sincero —intervino entonces Dag— pero sin ningún deseo que oponer a su opinión profesional, yo debo continuar solicitando que se hagan futuras comprobaciones. Es preciso recordar que una tripulación de veinticinco personas experimentadas en el profundo espacio, se hallarán implicadas en el viaje. Son personas, virtualmente irreemplazables. Si, no obstante, el Comité está decidido a seguir adelante, me encuentro en la obligación de hacer una última sugerencia. El <i>Interestelar-Dos-Siete</i> está comisionado y dispuesto para un inmediato servicio. Sugiero que debería acompañar a la <i>Nova</i> en sus primeros tres meses de viaje. Existen algunos fletes solicitados y con ello el costo de la operación sólo se incrementaría en una fracción de poca importancia.</p> <p>Un murmullo de aprobación acogió las palabras de Fletcher. Bradley Parsons, un ex oficial del Servicio del Espacio y que normalmente apoyaba todas las sugerencias de Fletcher, se unió a su exposición para decir:</p> <p>—Me encontraba personalmente inquieto con los informes del Controlador Fletcher y no veo cómo podríamos esperar una decisión unánime, cuando se han producido tales dudas. Pero la inclusión del <i>Inrerestelar-Dos-Siete</i> altera el panorama y vería con completa satisfacción la inclusión de las dos naves en esta misión. Tres meses serán más que suficientes para probar al <i>Nova.</i></p> <p>Los gestos de aprobación que siguieron, hicieron innecesaria la votación; pero Spencer lo consideró así registrándolos como una decisión unánime.</p> <p>—En vista de la importancia de esta misión —dijo Dag—, me agradaría la aprobación de acompañar al <i>Interestelar-Dos-Siete</i>. La acomodación planetaria para el personal no es preciso que sufra cambios en los grupos de servicio. Este es un viaje especial, el mando puede permanecer separado y la <i>Nova</i> no necesita estar bajo mis órdenes.</p> <p>De nuevo se produjo un consentimiento general y los dos Controladores se retiraron de la conferencia del Comité.</p> <p>Ya en el corredor, Lucas dijo:</p> <p>—Está usted equivocado respecto al <i>Nova</i>, Fletcher. Está usted perdiendo su tiempo trayendo al <i>Dos-Siete</i>. En efecto, no habrá problemas de mando; porque se verá usted incapacitado de aproximarse a nosotros, una vez lanzados al espacio.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Las pistas de lanzamiento para las naves de viajes al profundo espacio estaban al extremo más lejano del complejo de edificios de la Administración y un autobús aéreo esperaba para tomar las tripulaciones de sus acuartelamientos. Dag vio al oficial jefe de navegación del <i>Nova</i> y procuró tomar asiento junto a él. Le conocía poco. En aquel caso, era una mujer asiática, esbelta de figura y oscura de piel con unos grandes y brillantes ojos y una figura que parecía arrancada de algún grupo escultórico hindú.</p> <p>—Bien, ¿qué piensa usted del <i>Nova</i>?</p> <p>—Un paraíso para un navegante, por supuesto, Controlador —la baja y severa voz de la asiática parecía contener un toque de ironía en ella y Dag la miró interrogativamente. Sin embargo, la cosa no pasó de allí.</p> <p>—¿Qué piensa usted de la nueva propulsión?</p> <p>—Sensacional, lo verá usted. La <i>Dos-Siete</i> estará a medio año luz detrás de nosotros dentro de tres meses. Pero confieso que no me encuentro completamente satisfecha respecto al margen de seguridad.</p> <p>¿Podría usted alegrarse de vernos después?</p> <p>...Yo siempre me alegro de verle, Controlador, ¿qué más?</p> <p>Esta vez no había duda respecto a la gentil ironía del tono empleado, y Dag tomó mentalmente nota de que Yolanda Siang sería digna de una futura investigación, si la misión llegaba a buen fin.</p> <p>Mientras tomaba asiento en su diminuta cabina, Dag se preguntó como siempre hacía en aquel estadio de una misión, qué iría a hacer con semejante falta de confort, en tanto tiempo. Más tarde, cuando las fantásticas vistas del profundo espacio aparecieran con su mágico hechizo, estaría seguramente menos turbado por las dudas.</p> <p>Se produjo una llamada con los nudillos en la puerta y el Capitán del <i>Interestelar-Dos-Siete</i> hizo su entrada. El Capitán John D. Sherrat era diferente en casi todos los aspectos de su amigo Fletcher. Donde Fletcher era alto y delgado, él era corto de talla y propenso a adoptar una forma esférica. De hecho, en su escafandra espacial, daba el aspecto de un antiguo anuncio de los neumáticos «Michelín». Era versátil de temperamento, dentro de los límites de una completa estabilidad, inclinado a cambiar rápidamente del optimismo a un negro pesimismo. Pero sus ojos daban un mentís a cualquiera que le tomase por un individuo fácilmente gobernable. Nadie permanecía quieto a su alrededor cuando el Capitán se hallaba en misión de guerra.</p> <p>—Como en los viejos tiempos, Dag.</p> <p>—Sólo que esta vez es un paseo de niñera por los espacios.</p> <p>—Estoy contigo respecto a que esto resulta necesario. Algo hay que falla en la <i>Nova</i>, algo falso.</p> <p>Un suave zumbido resonó a través del <i>Interestelar-Dos-Siete</i> y Sherrat salió con facilidad de la cabina, dirigiéndose con sorprendente facilidad velozmente a su puesto de mando. Dag se acomodó en su asiento y lo dispuso para la aceleración del despegue amarrándose convenientemente con los cinturones de seguridad. Guardando la regla impuesta, como si se tratase de un pasajero cualquiera, dejó el control a los miembros de la tripulación. De todas formas, no había espacio para un observador. Los cinco asientos eran estrictamente para el personal esencial de la astronave. El Capitán, el piloto, el navegante, el ingeniero de máquinas y el jefe de comunicaciones.</p> <p>El continuo zumbido se alteró en otra serie de zumbidos de medio minuto y el silencio final indicó que quedaban solamente cinco minutos para el despegue. Sherrat hizo las comprobaciones necesarias con su equipo. Allí estaban Ned Fairolough, el segundo piloto, fuerte y con el cabello cortado a cepillo, que repetía al final de su informe las palabras clásicas de «Todo a punto», al bajar la palanca roja que separaba su sección, conectándola con la consola del Capitán; Lorraine Ravenscroft, el navegante, un tipo vivaz, como un personaje de Renoir, quien a su vez, tras de las comprobaciones de rigor, anunciaba igualmente «Todo a punto» al jefe de la nave.</p> <p>El puesto de control de energía se hallaba bien ocupado con Ray Mortimer, un tipo fornido, de seis pies y tres pulgadas de estatura, de una fuerza física colosal, quien asimismo repitió la fórmula de «Todo a punto» en una voz de bajo de ópera. Finalmente, Peter Wright, el miembro más joven de la tripulación y un especialista en los medios de comunicación en todos sus aspectos. Su anuncio de «Todo a punto» se oyó con un toque de tensión en su voz. Todavía no había traspasado la rejilla de despegue de las astronaves el tiempo suficiente como para haber adquirido la precisa sangre fría y la indiferencia de los profesionales del espacio.</p> <p>Sherrat hizo un gesto afirmativo en su puesto de mando, tras haber recibido las indicaciones de su personal y presionó el botón de «Dispuesto a partir». Dispuso el buscador visual, para una visión completa del exterior de la nave. El zumbido interno desapareció al instante, para dar paso a una serie de chasquidos metálicos que anunciaban la cuenta atrás. La imagen del buscador mostraba la llama anaranjada que como un abanico desplegado surgía bajo la astronave. El <i>Interestelar-Dos-Siete</i> comenzó a temblar ligeramente y después a ascender lentamente, para ir incrementando su velocidad y aceleración progresivas.</p> <p>A media milla de distancia, la <i>Nova</i> completó su cuenta atrás al mismo tiempo y las dos astronaves se alzaron simultáneamente en su trayectoria, como los gemelos Hiperion flameando sobre el umbral del sistema solar para adentrarse en el profundo espacio.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">En el noveno día, con la Tierra lejana como una pálida y distante luna, llegó el momento de hacer una comprobación de ruta con la <i>Nova</i>. Las dos astronaves se hallaban a distancia visible y Dag tomó asiento cerca del rubio Lorraine, que se hallaba entonces en su turno de guardia en el centro de control.</p> <p>—¿Hay algo de la nave?</p> <p>—En absoluto, Controlados pero, ¿lo esperaba usted acaso? El Controlador Lucas quiere, por lo visto, hacer de todo esto un solo.</p> <p>—¿Puede usted conectar en visión <i>a</i> la <i>Nova</i>?</p> <p>—Por supuesto. ¿A quién debo llamar?</p> <p>—Al Capitán Gordon.</p> <p>—Al momento, señor.</p> <p>Lorraine comenzó a sintonizar el equipo de comunicaciones y a poco, apareció la <i>Nova</i>, inmóvil, como si estuviera suspendida en el espacio, dentro de una caja de cristal en una exposición.</p> <p>Esperó hasta que la pantalla se rellenó con la cabeza <i>y</i> los hombros del oficial de guardia de la otra nave. Era Siang, con un bello aspecto en su sari indio de azul pálido.</p> <p>—...¡Hola, Lorraine! ¿Qué podernos hacer por ti?</p> <p>—¡Hola, Yolanda! El Controlador Fletcher quisiera hablar con el Capitán Gordon.</p> <p>—Ahora mismo.</p> <p>La pantalla quedó en blanco y casi al instante apareció Gordon.</p> <p>—¿Hay algún problema, Frank? —preguntó Dag—. ¿Cuándo vamos a presenciar ese famoso despegue a distancia? —Frank Gordon había servido con Dag como primer oficial, cuando Dag había estado al mando del <i>Interestelar-Nueve</i>, y existían motivos para apreciarse y respetarse mutuamente.</p> <p>—En serio, Dag, esta nueva propulsión es un rayo. Por ahora vamos a poca marcha. Puedo obtener la velocidad requerida en cualquier momento que lo desee. Ello puede llevarnos al umbral mismo del margen de seguridad; pero según mis cálculos todo parece indicar que todo discurre satisfactoriamente. Gracias de todas formas por haberme llamado, Dag.</p> <p>—Magnífico, Frank. Tómatelo con calma. Tú y yo sabemos que no hay segundas oportunidades en esta partida. No hay ningún margen de seguridad demasiado amplio para mí en esta situación. ¿Cuándo tienes planeado adelantarte?</p> <p>—El día diez, tiempo medio. Lucas quisiera que hiciéramos un aterrizaje sobre Fingalna en cinco días. Tiene la idea puesta en la cuestión y anotado; «Quince días para Fingalna.» De todas formas, si quieres hablar con él te pondré en comunicación directa.</p> <p>Se produjo el cambio preciso de imágenes, pero dio tiempo a que Yolanda se inclinase hacia delante y le dijese: «¿Está usted siguiéndonos con algo definido en la mente, Controlador?», antes de que conectase con Lucas.</p> <p>—Bien, Fletcher. ¿qué tienes que decir ahora? —preguntó Lucas con el aspecto del hombre que se siente muy satisfecho de sí mismo.</p> <p>—Hasta ahora va bien, desde luego. Ya conoces mis puntos de vista. Es una cuestión de pura estadística. Las circunstancias especiales pueden surgir cuando la <i>Nova</i> esté en peligro. No con frecuencia. Tal vez nunca. Pero no hemos aceptado incluso esta posibilidad en previos diseños.</p> <p>—Los riesgos hay que tomarlos, como bien sabes, Fletcher.</p> <p>—Sólo en la práctica. Nunca, a mí por lo menos, en el estadio teórico.</p> <p>—Bien, te veremos en Fingalna. Esperaré a que lleguéis allí hasta el día cuarenta y cinco y después nos moveremos en una elipse hacia Kappodan.</p> <p>—Con toda honradez. Lucas, espero que esté equivocado. ¡Buena suerte!</p> <p>La imagen se disolvió en la pantalla y de nuevo Lorraine volvió a obtener una imagen del <i>Nova</i> suspendido en el vacío como un modelo de juguete, y pasados pocos segundos la pantalla se oscureció totalmente.</p> <p>—Gracias, Lorraine. Llámeme, por favor, mañana, a tiempo medio. Me gustaría ver al <i>Nova</i> despegar.</p> <p>—Desde luego, Controlador.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La posición relativa de las naves era la misma, cuando Dag miró nuevamente la pantalla, tras del lacónico aviso de Lorraine, de «tiempo medio, menos sesenta: <i>Nova</i> a la vista».</p> <p>Fletcher miró cuidadosamente al navío brillante como un pez plateado y de forma particular a las toberas. Mentalmente fue haciendo una cuenta atrás y ya había alcanzado la cifra diez, cuando comenzó la decoloración en el tubo más próximo a su vista. Simultáneamente la <i>Nova</i> comenzó a acelerar y Lorraine tuvo que hacer girar los diales rápidamente para conservar su imagen. Pero ésta fue hundiéndose pronto y cuando la segunda cuenta estaba a punto de acabarse, el <i>Nova</i> era sólo un puntúo brillante que parpadeaba como una lejana estrella, dejando a Dag pensativamente mirando sólo a una pantalla vacía, segundos después. Si Lucas había querido decir que desaparecería en el tiempo medio, aquello iba bien; pero si lo que había pretendido significar es que comenzaba su aceleración, va era cosa muy diferente y la propulsión del <i>Nova</i> estaba mostrando unas reacciones más rápidas de las que se habían afirmado en todas las pruebas anteriores.</p> <p>Llamó a Sherrat.</p> <p>—John, lamento tener que hacer esto; pero deberías mantenerte a la escucha constante hasta que lleguemos a Fingalna, y tener en turno permanente de vigilancia.</p> <p>Era de uso corriente en el profundo espacio suspender los turnos de guardia regulares, disponiendo los sistemas de comunicación a intervalos regulares, sólo para ir recibiendo los mensajes del Control del Espacio.</p> <p>—Me parece muy bien, Dag. Lo dispondré así.</p> <p>Sobre el día treinta, Dag comenzó a sentir que podría muy bien dejar de lado todo aquello y no preocuparse más. Se imaginó, incluso a Lucas, esperando tranquilamente en el Espaciopuerto de Fingalna, aburriendo soberanamente a sus oyentes con sus relatos del fantástico vuelo del <i>Nova</i>. De todas formas, el <i>Dos-Siete</i> tendría que completar su flete y los encargos recibidos, para volver después a su despacho de Controlador. Aquella idea le alegró interiormente. Cualquier tiempo no empleado amarrado a su sillón, era siempre algo interesante, de cualquier forma que se considerase. Se dirigió al puente y halló a Peter Wright haciendo una inspección visual de rutina con el buscador, a la caza de señales no programadas. El ojo rastreador del espacio, hizo una serie de pasadas en los 360º de la esfera celeste y en 360 pasos diferentes, comprobándolo todo exhaustivamente en cualquier dirección concebible, sin dejar de consultar constantemente en las cartas estelares de navegación, sobre la pantalla de navegación de la astronave.</p> <p>En el último momento de su circuito sobre Taurus, el único planeta cercano, había un leve «blip» y un destello que hizo pronunciar un comentario a Wright.</p> <p>—Esto ha ocurrido ya dos veces al hacer la pasada en ese meridiano celeste. He procurado retener esa traza; pero no me satisface hasta ahora.</p> <p>—Procura mantenerla, si es posible.</p> <p>Wright manipuló un dial y el buscador de la nave giró en la misma órbita una y otra vez. Taurus se repetía constantemente mostrándose sombrío, verde y amenazador en su aspecto. Dag había aterrizado una vez allí. Era marginablemente habitable para los hombres; pero su gravedad era mucho mayor que la de la Tierra y el aire más sutil y enrarecido. Una moribunda raza de homínidos vivía en un decadente y violento episodio de su tormentosa historia. El Control del Espacio había decidido no intervenir, pero en alguna fecha futura se aplicaría un plan de renovación de la atmósfera y una nueva raza sería asentada en el planeta.</p> <p>A la novena vuelta en la misma órbita, se produjo un relámpago de nuevo y Dag se irguió tenso.</p> <p>—¡Esto es una versión corrompida de una llamada de la <i>Nova</i>! Envía un rayo directamente sobre Taurus.</p> <p>Cinco segundos más tarde, el rayo directo recogió la inequívoca señal de dos cifras de identificación de la <i>Nova</i>, seguida por la angustiosa llamada intergaláctica y la palabra «Taurus».</p> <p>Dag levantó la palanca roja que avisaba a toda la nave y se volvió hacia Sherrat que rápida pero silenciosamente se materializó tras él.</p> <p>—Están ahí abajo en Taurus, John. Tendremos mucha suerte si conseguimos sacarles de ahí.</p> <p>Sherrat aprobó con un gesto. Él también conocía las ocasionales visitas hechas a Taurus y de las naves que se habían perdido allí con lodos sus hombres.</p> <p>El Capitán tomó asiento tras la consola de mando y al instante el personal clave estaba ya al frente de sus controles respectivos. Dag dejó en manos del Capitán la truculenta operación de rehacer el curso de navegación y se hallaba en su cabina cuando el intercomunicador comenzó la cuenta atrás.</p> <p>—Capitán, a todos los miembros de la tripulación, de guardia para alterar la ruta en curso. Comienza la cuenta atrás...</p> <p>Comenzaron los chasquidos metálicos; 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1. Se produjo entonces un empuje de aceleración, no tan duro como en el despegue de tierra; pero lo suficiente fuerte como para hacer sentir sus efectos incluso en el hombre del espacio más experimentado.</p> <p>Dag trazó una línea en el mapa solar.</p> <p>—Mi suposición es que se enfrentaron con el hecho de que el reactor subía de potencia incontrolada y pensaron en detenerse antes de exponerse a una gravísima emergencia. Sólo tuvieron que reducir la energía unos cuantos segundos para disponer un aterrizaje. Su ruta original era muy parecida a la nuestra; por lo tanto, deben haber tomado tierra en alguna parte de la faja costera de Guernica, aquí en Taurus —y señaló el mapa de Taurus que Wright había desenrollado sobre la mesa de navegación—. Ésta es una zona bien poblada, por lo que no hay que perder tiempo. Si permanecen en la nave estarán seguros por lo menos durante uno o dos días.</p> <p>—Tendrán que preocuparse bien de permanecer en la nave, Dag. Nadie saldría al exterior en Taurus a menos que resultara algo forzado.</p> <p>Sherrat visualizó la escena. La nave plateada embarrancada como una ballena fuera del agua y los salvajes homínidos golpeándolo con palos y piedras. El alimento y el agua no sería problema; pero la nave podría sufrir daños. Nada más seguro. Una nave en misión pacífica como la <i>Nova</i> no llevaba armamento defensivo. Podría tener como inedia docena de pistolas láser, como mucho, armas seguras como para matar a un individuo a treinta o cuarenta yardas, pero no para detener un ataque en masa.</p> <p>—Depende mucho del sitio en que se encuentren. Pero si podemos dejarnos caer sin ser vistos en alguna parte sobre la planicie, creo que podríamos hacer algo bueno por ellos.</p> <p>El verde sombrío de Taurus llenaba por completo el buscador, cuando Dag y Sherrat se hicieron cargo de la situación al día siguiente. No se había recibido ulterior mensaje, aunque el turno de escucha se había concentrado en una estrecha banda. La sola circunstancia había sido una transmisión programada de base a base con un débil mensaje de Sherrat dando a conocer los hechos al desnudo. La Base contestó con la confirmación de que habían perdido contacto con la <i>Nova</i> que desde hacía tres días había dejado de transmitir las informaciones programadas en tal espacio de tiempo.</p> <p>—Asumiendo que la <i>Nova</i> haya seguido la ruta que hemos seguido nosotros hasta ahora, debe estar en alguna parte ahí abajo —dijo Dag. Y apuntó hacia la faja costera llana y extensa que bordeaba las tétricas aguas del gran mar interior. La mayoría de las tribus supervivientes de homínidos vivían en cuevas de roca sobre las bajas laderas del escarpado que surgía hasta la altura de la desnuda planicie que como una meseta se hallaba al interior. La llanura constituía su terreno de caza y sus primitivas tierras de cultivo. Algunos animales domesticados se guardaban en corrales primitivos, construidos con piedras macizas, dejándoles pastar fuera durante el día.</p> <p>—Ordena que aterricemos aquí, John —continuó Dag apuntando hacia una suave concavidad rocosa aproximadamente a unas cinco millas desde el borde del escarpado—. Podemos hacer una inspección visual del terreno desde ese punto y movernos según convenga.</p> <p>—Cuenta con ello.</p> <p>Sherrat dio las órdenes precisas y la nave se inclinó en una dirección que correspondía al terreno determinado por Dag Fletcher. Y así, a poco el <i>Interestelar-Dos-Siete</i> tomaba tierra en el lugar indicado. En seguida y sin prisa, su voz se dejó oír sobre el intercomunicador.</p> <p>—Aterrizado en Taurus a las 13.000 horas, día treinta y dos, para investigar lo que haya podido suceder a la nave compañero <i>Nova</i>. Mantengan vigilancia.</p> <p>Todas sus órdenes fueron conservadas en los registros, que constituían el diario de navegación de la nave y que podrían ser posteriormente utilizadas en el caso de investigar las acciones del Capitán. Sherrat, además, quería que quedase constancia de todos los acontecimientos que le llevaban a poner en riesgo su propia nave a su mando.</p> <p>La alta gravedad de Taurus hizo el aterrizaje algo duro para los motores de retrocohetes; pero el <i>Dos-Siete</i> se posó como una bomba hidráulica, con una fuerte insistencia sobre su trípode telescópico.</p> <p>La voz de Sherrat se dejó oír de nuevo sobre el intercomunicador:</p> <p>—Aterrizaje cumplido. Lugar: rocas suaves, sólo será preciso efectuar algunos ajustes de menor importancia para el despegue. Ray, lleve con usted a dos de sus técnicos para preparar el despegue inmediato, en caso de urgencia. Pete, eleve la antena más alta disponible para un recorrido visual de la zona. Lorraine, deseo un mapa del terreno que existe entre este punto y la <i>Nova...</i> cuando se descubra su paradero.</p> <p>Habíanse posado en un hueco poco profundo, desnudo de toda vegetación, rodeado de rocas dentadas; pero a menos que hubiesen sido vistos en el cielo, no era verosímil que pudieran serlo por ninguna criatura desde los escarpados. No existía nada a la vista sino las rocas dentadas, de un color verde jade. Era como estar situados en un gigantesco cenicero ornamental. La antena comenzó a salir hacia arriba del morro de la nave hasta alcanzar una ligera mayor altura que el borde del hueco situado en el valle. Delgada y fina pero inmensamente fuerte, siguió subiendo hasta hallarse a más de cincuenta pies por encima del cono de la astronave.</p> <p>Dag permaneció junto a Wright observando el ojo buscador de la cámara, investigando en aquella luz verdosa que les envolvía. Más allá del borde del valle, aparecían unos barrancos afilados como pequeños canales y algún grupo peñascoso de rocas destrozadas que mostraban su brillante contraste en el verde del entorno. Después y como hasta una milla, sólo aparecía un terreno llano pedregoso con algunos árboles achaparrados que caían suavemente por una ladera poco inclinada sobre una media milla de distancia hasta el borde del escarpado. Lo que pudiera haber inmediatamente sobre el borde aquel, era algo imposible de detectar visualmente; pero desde una milla más allá el ojo buscador de la cámara captó la llanura costera y en la distancia lejana, al límite de la visión, la negra línea del mar.</p> <p>Wright puso el dispositivo en posición de «búsqueda» y una rejilla de finas líneas captó la imagen. Entonces, comenzó a investigar cada parcela sistemáticamente y con método adecuado, aumentando la visión a su máxima magnificación. Cualquier cosa mayor que un perro se dejaría ver a tal grado de aumento, pero aun dedicando diez segundos a cada cuadrícula, se llevaría horas enteras antes de haber cubierto una pequeña parte de la zona investigada. El tiempo, ciertamente, era algo de la mayor importancia para la <i>Nova</i>. Dag tomó una súbita decisión.</p> <p>—Sacaré el tanque oruga al exterior y echaré un vistazo sobre el escarpado. Puede que estén más cerca de lo que nos creemos.</p> <p>Sherrat habló a la sección de máquinas.</p> <p>—¿Cómo van las cosas, Ray?</p> <p>—Muy bien, Capitán, puede disponer del aparato cuando quiera. Podemos salir en seguida.</p> <p>Ray hablaba, al parecer, sin aliento y pocos minutos después apareció en persona a través de la escotilla con aspecto gris y cansado.</p> <p>—He preparado una escafandra espacial para cada uno de los que salgan al exterior, con una gran autonomía de estancia —se detuvo para recobrar el aliento—. ¡Valiente aire hay aquí! El moverse por ahí fuera, es como caminar con el barro hasta las rodillas...</p> <p>—¿Cree que el tanque oruga se moverá bien por esa superficie?</p> <p>—Seguro, señor, es lo bastante suave. Pero no le pido a nadie que corra durante cien yardas, sin embargo.</p> <p>La gran escotilla inferior se deslizó de costado y la rampa de carga comenzó a extenderse telescópicamente.</p> <p>—Puedes retraerla cuando estemos abajo, John —dijo Dag—. Tendremos que abandonar la oruga de cualquier forma. El peso extra de la tripulación de la <i>Nova</i> añadirá una gran diferencia a nuestro propio peso.</p> <p>Procuró vestirse con el mínimo peso posible. Cada onza contaba. Adaptó una escafandra espacial, tomando sólo la máscara de oxígeno con una botella sujeta a la espalda come un hombre rana, suprimiendo el resto de la ropa y en la cintura se sujetó una pistola de rayos láser y un diminuto equipo de radio comunicación. Su cuerpo alto, musculoso, delgado y moreno, que en la nave se movía con tanta facilidad, comenzó a sentir los efectos de la gravedad.</p> <p>El cajón de carga era como una gran bandeja sobre el tanque oruga; pero la máquina estaba dotada de un gran poder mecánico y podría arrastrar cualquier peso que se le depositase encima. El operador se situó en su puesto. Empleando hábilmente las dos manos, podría hacer que la máquina desarrollase una velocidad de casi veinte millas por hora. Según que cediera una u otra mano, con los mandos correspondientes, sortearía los obstáculos que pudiera presentar el desnivel del terreno a recorrer.</p> <p>Los dos ingenieros se hallaban ya al pie de la rampa y tomaron un elevador libre que se retrajo después lentamente hacia la nave. Desde abajo, el navío interestelar aparecía como algo masivo y enorme, descansando sobre el trípode. Sin embargo, también era vulnerable. Un fuerte ataque masivo de los tautatianos podría pronto dejar fuera de servicio una de las patas del trípode, y lo demás sería cuestión de tiempo.</p> <p>Dag puso en marcha los controles del troley con cuidado y arrancó potentemente, comenzando a marchar hacia delante. Tras unos dos minutos, comenzó a disfrutar del placer de conducir la máquina. Aquello pudo haberle conducido a un exceso de confianza y al desastre. Era una máquina muy sensible y una corrección de mayor energía en sus motores, hizo que en un momento determinado diese media vuelta poniéndole frente a un serio peligro. «Cuidado», se dijo a sí mismo y con mayor cuidado aún inyectó la energía necesaria en la forma correcta.</p> <p>A poco, pasados otros dos minutos, comenzaba a salir fuera de la depresión en que se había posado el <i>Dos-Siete</i>. Tuvo que poner a contribución todos sus nervios y su mejor atención para poder seguir un curso adecuado entre los matorrales y riscos, y caminar a un cuarto de la velocidad normal del troley.</p> <p>Aproximadamente a unas cincuenta yardas del borde del escarpado se detuvo y giró en redondo hasta dar cara al camino que había traído hasta entonces. Reinaba un absoluto silencio. Una verdosa palidez se enseñoreaba por todo el panorama. Sabía que la nave era ya invisible desde aquel punto, hundida en la depresión. Frente a él, el borde del escarpado constituía el horizonte cortando el cielo turquesa con su línea verde dentada. Dejando el troley se movió hacia delante con lentitud. Era como andar con suelas magnéticas sobre una plancha de hierro. El tirón de la gravedad tenía una calidad de pesadilla. A unas cuantas yardas del mismo borde, se echó al suelo y se arrastró literalmente sobre pies y manos. Era casi preferible.</p> <p>Una especie de canal excavado en el suelo, producido seguramente por algún antiguo movimiento volcánico y recubierto de lava petrificada, le proporcionó un punto de observación ventajosa y se apresuró a esconderse en él. Entonces, la escena cambió repentinamente de aspecto. Directamente debajo, el terreno descendía en dos laderas profundas, una tras otra, con un ancho arrecife entre ellas. Al pie de la última ladera, aparecía uno de los grandes corrales para encerrar bestias, vacío, con el tronco que servía de cierre puesto a un lado. En aquel momento un homínido, ancho y corpulento y forrado de vello negro, apareció sobre el arrecife y permaneció erecto casi inmediatamente bajo él. La entrada de la cueva no era visible; pero sin duda alguna la totalidad de la zona estaba sembrada de habitáculos cavernosos. El homínido parecía estar escuchando y ladeaba su maciza cabeza de un lado a otro. La evolución sobre aquel planeta moribundo no podría ir muy lejos, pero los enormes miembros y el pecho en forma de barril de aquella criatura, estaban adaptados muy bien a la situación allí y en tales circunstancias. Pareció satisfecho de que todo iba bien y Dag recordó que las tribus remanentes de Taurus vivían en un estado de guerra intestina permanente, de carácter suicida, y que los ataques a diario eran cosa de la realidad de todos los días. Observó a aquel hombre-mono conforme comentó a descender la ladera más baja con una tranquilidad aparente y comprobó que el tropezarse entre aquellos matorrales con aquellas bestias, sólo podría tener un solo fin.</p> <p>La visión en aquella luz verdosa era clara en unas veinte millas terrestres de extensión y Dag comenzó sistemáticamente al examen del panorama que se extendía ante él. Hacia el lejano este, las laderas de la montaña se hacían más abruptas y en algunos lugares unos acantilados casi cortados a pico se extendían de arriba a abajo. Una jungla casi virgen rellenaba la planicie llana que se extendía hasta el horizonte. Frente a él, algunas manchas irregulares de color verdoso, sugerían claros del terreno donde probablemente obtendrían algunas cosechas primitivas. A la derecha, el escarpado avanzaba como el brazo de una gran bahía y las laderas se hacían gradualmente más profundas hasta la punta, en que sólo era la pura roca al descubierto. Allí también existían trozos de terreno de color marrón y una zona circular negruzca como si un fuego localizado en ella hubiese quemado toda la vegetación.</p> <p>Entonces la vio. Una rama surgiendo en alto, demasiado derecha y angular para proceder de la jungla caótica del lugar. Al enfocarla con los potentes binoculares, se le hizo claro que pertenecía al trípode de la <i>Nova</i>, viendo después vagamente el cuerpo de la astronave como un largo y esbelto lápiz apuntando hacia el cielo. Se imaginó entonces el aterrizaje. Incapaz de utilizar su energía, la <i>Nova</i> con sus retrocohetes no había encontrado la amortiguación precisa y el tren tripodal de aterrizaje debió haber quedado deshecho. Debió haber caído en plena jungla. Aterrizando allí de cara a las cavernas, tuvo que haber sido vista necesariamente por muchas de las tribus. Con la tripulación apostada en lugares de emergencia, existían posibilidades de haber sobrevivido al aterrizaje; pero, ¿qué pudo haberles ocurrido después?</p> <p>La <i>Nova</i> daba la impresión de hallarse aproximadamente a unas diez millas terrestres de distancia y al pie de las laderas que Dag tenía a sus pies. De haber dispuesto del buscador seguramente habría calculado la misma distancia. Le llevaría varias horas hasta llegar al lugar de la catástrofe. La jornada debería ser llevada a cabo cuando los homínidos permaneciesen en sus cavernas, durante la noche. Aquello significaba tener que marchar con la ayuda de una brújula sobre un terreno totalmente desconocido. Probablemente dos noches, una de ida y otra de vuelta. De todas formas, no podría hacer nada sin consultarlo previamente, por lo que comenzó lentamente a rehacer hacia atrás el camino llevado hasta entonces.</p> <p>En aquel preciso momento, un movimiento al borde de la jungla inmediatamente bajo él, atrajo su atención un grupo de diez o doce homínidos surgió a la vista, a cielo abierto. Conducían una manada de pesados cuadrúpedos en dirección al corral. Dag consultó su reloj y comprobó que apenas le quedaba una hora del día. Aquellas criaturas se preparaban para la noche. Aquellas pesadas bestias parecían bastante dóciles, pero dando el aspecto de ser aún más estúpidas que las ovejas. Por la forma tenían el aspecto del hipopótamo terrestre, pero con una crin alargada de pelo enhiesto desde la cabeza hasta el rabo.</p> <p>Fijándose con más detenimiento en los homínidos, Dag halló la respuesta a una pregunta formulada mentalmente. Uno daba golpes a derecha e izquierda con un palo largo y recto que relucía como el metal. Enfocando bien el objeto. Dag lo identificó como una tira de una aleación de metal blanco. Aquello sólo podía provenir del dispositivo retráctil de una astronave. Y a menos que no se hubiesen producido otras catástrofes semejantes, aquel trozo de metal sólo podía provenir del <i>Nova.</i></p> <p>Las bestias fueron finalmente encerradas dentro del corral y dos homínidos levantaron los tres troncos tapando la puerta de entrada, tosca y primitiva de aquel redil. Después se dirigieron lentamente ladera abajo, desapareciendo finalmente tras un grupo de rocas que parecía marcar la entrada a la caverna.</p> <p>Dag procuró moverse cuidadosamente y se volvió. En cinco minutos estaba bajo la nave y la cabria estaba ya haciendo descender un atalaje.</p> <p>En la sala de control, Wright continuaba pacientemente rebuscando de una forma sistemática cuadrado a cuadrado. Dag apuntó a los dos situados a la extrema derecha.</p> <p>—Ilumina esos dos, Pete.</p> <p>El primero aparecía en blanco; pero el segundo les mostró al <i>Nova</i> en tierra en la forma en que Dag había supuesto, entre un amasijo de tupidos árboles, rotos y tronchados. Daba la impresión de haber caído del lado de las escotillas de acceso. La base era un revoltijo desastroso y dos de las patas del trípode se habían separado del fuselaje de la nave.</p> <p>—Si llegamos allá deberemos estar en condiciones de poder entrar al interior —advirtió Sherrat—. Tendremos que llevarnos un soplete y cortar la plancha exterior. Eso precisa llevar ciertos utensilios. Disponemos de seis equipos de aparatos de respiración y la nave puede que necesite de seis personas más para el despegue. Estará oscuro dentro de media hora en esta época del año y según las tablas hay unas diez horas de noche en esta latitud. ¿Podremos llegar en cuatro horas, abrir una entrada y volver antes de la aurora?</p> <p>Se produjo un pesado silencio.</p> <p>Dag dio una palmada sobre el buscador.</p> <p>—Podemos llegar lo más cerca siguiendo el acantilado alrededor de ese punto. Eso supone caminar unas tres millas a través de la jungla. Podemos transportar el equipo con luz. Si nos llevamos la cabria podremos actuar desde el borde del acantilado y de paso evitar las cavernas.</p> <p>Sherrat estaba ya dando órdenes por el intercomunicador. A los pocos minutos el troley estaba en marcha cargado con el utillaje preciso y tripulado por dos ingenieros.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La pálida luz verdosa de Taurus se oscureció rápidamente y a poco se extendió por el planeta una fuerte oscuridad, moteada únicamente por la presencia de las tres lunas que giraban a su alrededor, con movimiento propio sobre su eje. Dag iba acurrucado junto a la cabria que había sido montada en un extremo del tanque oruga, que permitía dejar caer una resistente cuerda a cien pies de profundidad desde el filo del promontorio. Vio cómo el hombre que descendía tocó tierra y levantó el brazo en señal de detener la cabría.</p> <p>—Se ha llevado la operación dos minutos. Teniendo que traer a veinte personas arriba, el tiempo será mucho mayor y va a ser todo un problema.</p> <p>—Está bien, Dag —convino el Capitán—. Ya conozco tus opiniones respecto al tiempo. Podrían ser como mucho cuarenta minutos más. Pero deberemos estar aquí tal vez mucho más temprano de lo previsto.</p> <p>—Ahora tú, John.</p> <p>—Está bien. Suelte la cuerda, Stevens.</p> <p>El hombre al cuidado de la cabria puso el aparato en «caída libre» y Sherrat cayó verticalmente como una piedra por casi veinticinco pies; después el freno automático fue entrando en funciones y dejándole caer lentamente hasta tocar el suelo.</p> <p>Dag se deslizó entre el atalaje.</p> <p>—Suba la cuerda cuando haya llegado, Stevens, y permanezca quieto sin encender la más pequeña luz. Si todo va bien, podremos estar de vuelta antes del amanecer. Esos homínidos probablemente permanecerán en sus cavernas durante toda la noche y así todo iría bien, pero si le atacan, ponga en marcha el tanque y acérquese a la nave. Mister Fairclough tiene órdenes de hacer fuego si llegase el momento de que desarrollasen un ataque. ¡Buena suerte!</p> <p>—Lo mismo le deseo, Controlador. ¡Buena suerte!</p> <p>Dag llegó abajo. Sherrat ya tenía distribuidos los pesos correspondientes. En la partida de rescate iban cinco hombres. Ray Mortimer y uno de sus ingenieros —otro hombretón de seis pies, Alan Beresford— y Simón Tyndale, el segundo navegante. Los dos ingenieros llevaban entre ambos una camilla estrecha, en donde llevaban los aparatos de cortar la plancha del <i>Nova</i>. Tendría que hacerse con luz; pero aquello pesaba setenta y cinco kilos del peso de la Tierra y allí representaba mucho más en razón de la fuerte gravedad de Taurus. Tyndale había fijado la posición de la <i>Nova</i> y estaba llamando al <i>Interestelar-Dos-Siete</i> con ayuda de un intercomunicador portátil.</p> <p>—Llamando a <i>Dos-Siete</i>. Todos bajo el acantilado. Salimos en este momento.</p> <p>Se oyó la respuesta en la voz de Lorraine.</p> <p>—Comprendido. Les deseamos todo lo mejor. Fuera.</p> <p>No había mucho en los Manuales del Espacio respecto a Taurus y ninguno de ellos había puesto un pie antes en la jungla. Caminaron un buen trecho sobre un suelo alfombrado de pequeños matorrales y monte bajo.</p> <p>El color predominante en Taurus era el verde y se mostraba de una pálida tonalidad en los ocasionales claros de luz que procedían de ellos mismos. Los árboles tenían una corteza suave y correosa y los troncos eran de una exagerada anchura con ramas enormes y macizas, a poca altura. Aquello suponía el inconveniente de un continuo estorbo y una pérdida de tiempo en sus movimientos en busca de su objetivo, siguiendo el sendero trazado mentalmente para acercarse al <i>Nova. A</i> los diez minutos ya estaban todos cubiertos de sudor por el esfuerzo realizado en aquella tan fuerte gravedad.</p> <p>Dag se preocupaba de controlar el tiempo.</p> <p>—Nueve horas para llegar. ¿Dónde estamos ahora, navegante?</p> <p>Hicieron un breve descanso. Ahora que se encontraban bien al interior del bosque y la jungla, la opresiva atmósfera de aquel planeta moribundo era algo tangible y amenazador.</p> <p>—Aproximadamente a una milla de marcha.</p> <p>—Sigamos, pues.</p> <p>Continuaron a un paso más lento. Resultaba claro que cualquier ataque de los homínidos podría resultarles fatal. Pasó casi una hora antes de que llegaran dando traspiés por el cansancio a un claro en donde los cohetes del <i>Nova</i> habían achicharrado una franja de terreno en su descenso.</p> <p>Dag felicitó al navegante por su trabajo.</p> <p>—Buen trabajo, Simón. Gracias a usted hemos podido llegar sin rodeos. Tengamos cuidado ahora. Es posible que tengan una guardia permanente. El <i>Nova</i> puede que esté echado del costado izquierdo.</p> <p>Con la corta iluminación del rayo de luz de una linterna se les mostró la evidencia de la base de la nave. Maciza e inerte como algo sin vida. Saltaron uno tras otro por los restos del desastre hasta donde el casco redondo de la astronave sobresalía por encima de ellos. Desde la profunda sombra bajo la curva se produjo un movimiento de una oscura sombra en otra más oscura todavía. No se ganaba nada entonces con pretender que no estaban allí, y Dag se reprochó el no haber permitido el uso de las luces como medida de previsión.</p> <p>—¡Luces! —gritó, y cinco potentes linternas iluminaron todo el costado del <i>Nova</i>. Acurrucados desde donde habían estado momentos antes, bajo la nave, había seis enormes homínidos forrados de pelaje oscuro. Sus ojos flamearon de rojo a la luz de las linternas, y aunque daban el aspecto de gorilas resultaba evidente que sus motivaciones eran las propias de los hombres primitivos. Se oyó un gruñido como una voz de mando procedente del jefe del grupo y los seis avanzaron en línea, lentamente, con pesadez, con sus enormes manazas y brazos colgando a ambos lados del cuerpo. dispuestos a destrozar lo que hallasen al paso.</p> <p>Dag ordenó con urgencia:</p> <p>—¡Apunten a uno por uno y tiren a matar!</p> <p>Todos se habían dejado las pistolas láser en la astronave. Sólo los jefes podían llevar armas y su uso sólo era permitido con restricciones. El uso de una pistola tenía que ser registrado, incluso en un mundo tan hostil como Taurus.</p> <p>Si los hombres primitivos hubiesen continuado avanzando a tan lenta y segura marcha habrían avanzado hacia su muerte. Por medio de alguna señal que los hombres de la Tierra no advirtieron se hallaron galvanizados repentinamente para entrar en acción y con un rugido de aquellas bocas de bestia se arrojaron hacia delante. Cuatro murieron antes de llegar a la línea de las linternas y uno se agarró al hombro peludo de uno de los homínidos que había sido atravesado por un rayo láser; pero se rehizo y una de las linternas se escapó al tropezar con Simón Tyndale. Dag dio media vuelta y asestó un brutal golpe con su linterna en el cuello del salvaje, que cayó fulminado como un árbol abatido por un rayo. El sexto había alterado el curso de su marcha cuando cayeron los otros y se puso oír el ruido que hacía escapando a través de los matorrales y los árboles de la jungla, como un tanque rugiente que se escapaba del lugar de la lucha.</p> <p>Tyndale estaba muerto. Un enorme pie le había aplastado el pecho. El equipo de comunicaciones estaba desecho. El lamentarse por su pérdida sería cosa de hacerlo más tarde; pero si no salían de allí no habría aquel más tarde.</p> <p>—¡Vea de comenzar la labor de soplete, Ray! No tenemos tiempo que perder antes de que ese salvaje traiga a toda la tribu...</p> <p>Recordando los planos de la <i>Nova</i>, que había estudiado en detalle, Dag apuntó hacia el morro.</p> <p>—Allí tiene que haber un corredor de comunicación muy próximo a la envoltura del casco. Por Dios, démonos prisa...</p> <p>Los dos ingenieros tendieron una cuerda flexible desde el vibrador. La punta candente del soplete rasgó el casco con el terrible calor del aparato, como si hubiese sido una hoja de papel, en forma de un arco gótico. Por debajo apareció el primer mamparo de la nave, y conforme fueron suprimiendo la estructura y sus instalaciones apareció una abertura en e! corredor del cono de la astronave. No se produjo el silbido propio del escape de la atmósfera interna, lo que significaba que aquella sección tuvo que haber sido afectada en la catástrofe. Cualquiera sin un aparato de respirar podía sentir la tremenda presión exterior a partir de aquel momento.</p> <p>Dag se puso al frente y los demás le siguieron por el estrecho pasaje en el interior de la nave. A diez yardas, una nueva colisión contra otro mamparo. En él había una intercomunicador colgando de la horquilla. Dag presionó el botón y dijo con voz alterada por la emoción:</p> <p>—¡Adelante, <i>Nova</i>! Les habla Fletcher.</p> <p>La incrédula voz de Yolanda contestó:</p> <p>—¡Bienvenido a bordo, Controlador!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">En el interior de la sala de control de la <i>Nova</i> la tripulación había montado un pequeño hospital de urgencia. Ninguno de los ingenieros de la sala de máquinas había sobrevivido en el aterrizaje al enfundarse sus partes como los tubos de un telescopio en su sección. Sin embargo, los que permanecieron en la sala de control de arriba, estaban todos con vida. Lucas, en su propia cabina, había tenido que ser extraído mediante cortes en el metal en donde había sido atrapado, quedando con un muslo roto y un hombro casi aplastado. El médico de la astronave, Janet Young, Elaine Foster, el segundo navegante, Banister, el segundo piloto, Yolanda y Gordon resultaron ilesos. Otros cinco tenían heridas de poca importancia.</p> <p>Aquello hacía un balance de once personas de las veinticinco que constituía el personal del <i>Nova</i>. La nave había sido sitiada y rodeada por los hombres monos una hora después de su aterrizaje forzado, y puesto que la unidad de energía de la nave no pudo ser utilizada, los computadores tan complicados de a bordo permanecieron también fuera de servicio y no existía forma de tener una idea de lo que ocurría en el exterior.</p> <p>—La unidad de energía es ahora una bomba atómica con el gatillo levantado —dijo Lucas—. La hemos estabilizado, pero una vibración excesiva puede dispararla Después puede que contemos con dos horas antes de que llegue al punto crítico. Tenemos que salir de aquí esta misma noche.</p> <p>—No creo que lo consigamos todo esta noche —replicó Dag—. Quiero que todo el mundo salga de aquí dentro de cinco minutos, llevándose los aparatos de respiración si es posible. Pistolas, linternas, cuanto pueda sernos útil, y que la gente salga cuanto antes. No podemos perder tiempo. ¿Quiere hacerlo, Frank?</p> <p>Frank Gordon se levantó del asiento que ocupaba en el control deshecho de la nave y se disparó a una acción inmediata. Diez minutos más tarde todos estaban al exterior de la <i>Nova</i>. Sin el infortunado Tyndale como navegante experimentado tendrían que seguir las huellas que habían hecho en su viaje de llegada a la <i>Nova</i>. Lucas fue depositado en la camilla improvisada con unas planchas del liviano acero del interior de la nave. Mortimer y dos hombres del equipo de comunicaciones de la <i>Nova</i> se pusieron en cabeza. Yolanda y las otras dos mujeres iban en el centro con el grupo que portaba la camilla.</p> <p>No pasó mucho tiempo antes de que se esfumara el primer esfuerzo y la energía de la pequeña comitiva por la jungla y la jornada se convirtiese en una pesadilla, sintiendo dolores en los miembros y un verdadero dolor opresivo en los pulmones. Incluso con el mínimo de ropas el exceso de gravedad resultaba algo terrible de soportar. Cada rama que se encontraban al paso les parecía una muralla que sortear y los músculos protestaban, negándose a seguir adelante.</p> <p>Los portadores de la camilla se relevaban cada cinco minutos, y el hecho de tener que transportar a Lucas resultaba el más espantoso inconveniente de la dura jornada. Su estado resultaba también alarmante. Janet Young, la doctora, con un saco de medicamentos y primeros auxilios médicos al hombro, detuvo la columna y prestó al paciente sus mejores cuidados.</p> <p>—He hecho ya lo que he podido, Controlador; pero su estado seguirá empeorando. Cada movimiento brusco le causará más y más daño.</p> <p>—¿Se halla consciente?</p> <p>—No todo el tiempo. He procurado suprimirle el dolor; pero la perspectiva de una intervención quirúrgica es desastrosa por el deterioro de los tejidos y la pérdida de sangre.</p> <p>—Gracias, Janet. Sin embargo, es preciso seguir adelante. Si nos atrapan aquí, podemos ciarnos todos por muertos. Procure que permanezca tranquilo y sigamos adelante.</p> <p>Dag se aproximó a Mortimer con un gran esfuerzo de su poderosa voluntad.</p> <p>—¿Qué distancia todavía, Ray?</p> <p>—No más de media milla.</p> <p>—¿Veinte minutos?</p> <p>—¡Podría ser!</p> <p>—¡Escuchen!</p> <p>Todos se detuvieron y la columna cesó en su avance. Desde atrás se escuchó el familiar silbido de la primera fase de una nave del espacio dispuesta a salir. Un arco de fuego de color naranja comenzó a subir por encima de la jungla, próximo y amenazador sobre los árboles.</p> <p>—¡Por Dios! Están en la <i>Nova...</i> ¡Tienen que haber disparado la propulsión!</p> <p>Cordón jadeó.</p> <p>—No tenemos mucho tiempo, Dag. Tanto si nos atrapan como no, creo que no nos quedará mucho tiempo que vivir en esta parte de Taurus cuando alcance el lugar crítico. Cuanto antes nos alejemos, mejor de todas formas.</p> <p>—De acuerdo, Ray: llévate a Yolanda y a Elaine con dos de tus muchachos y seguid adelante. No podremos realizar la operación de la cabria en el acantilado. Cuando lleguéis arriba, envía a Stevens que vaya a ver a Fairclough con un informe. Y que nos envíe un servicio adecuado con el troley.</p> <p>Ray abrió la boca para argumentar algo y vio la mirada de los ojos de Dag. Yolanda tenía un aspecto sombrío y arisco; pero continuó adelante y su cálida espalda de marfil relucía con la luz reflejada de color naranja, hasta desaparecer de la vista. El resto se unió al grupo de la camilla del herido y siguió arrastrándose penosamente por la jungla.</p> <p>El rugido de los cohetes de la nave se había convertido en un aullido insoportable y las vibraciones de su poderosa maquinaria podían sentirse bajo los pies del mullido terreno de la selva. Una ancha columna de fuego de color violeta iba surgiendo de la zona de la catástrofe e incluso los árboles próximos con su corteza correosa estaban ardiendo en aquel calor espantoso. Había con ello suficiente luz como para ver el acantilado que yacía frente a ellos en la oscura línea que lo separaba del horizonte. Una vez en el barranco podrían defenderse mejor de los homínidos. En caso de lucha, se las habrían con uno cada vez.</p> <p>Mientras levantaban a Lucas sobre la última rama maciza y salieron a cielo abierto bajo el acantilado, los homínidos irrumpieron por la derecha e izquierda a unas cincuenta yardas de distancia por cada lado. La intención estaba clara. Tuvieron que haber permanecido aguardando escondidos a cierta distancia por algún tiempo con la intención de atacar a la columna a cielo abierto con el muro del acantilado a la espalda.</p> <p>Unas guturales voces de mando llevaron a los homínidos a formar dos líneas desde las rocas hasta el bosque y desde allí a comenzar un lento movimiento. En aquella fantástica iluminación tenían el aspecto de una pintura medieval del infierno. Se movían en silencio, con sus ojos negros y sus fauces enrojecidas. Dag esperó el ataque que podría aniquilarlos a todos antes de llegar al barranco.</p> <p>Diez yardas todavía que recorrer. Los seis hombres que quedaban en el grupo se abrieron en abanico alrededor del que portaba la camilla.</p> <p>Una figura apareció en el borde a treinta pies por encima del suelo y sobre el acantilado. Iluminada por la pálida luz del fuego de los cohetes, Yolanda parecía mayor, apenas la mitad de su tamaño normal. Vestía sólo dos brazaletes dorados. Centra el color verdoso del acantilado, su piel tenía una palidez extraterrestre. Era como la encarnación de las esculturas en roca de la mitología antigua hindú. La Kali de los pechos de oro. La Gran Diosa de la Tierra. Sensual. Apremiante.</p> <p>La línea de salvajes, que avanzaba se detuvo en seco y lodos los ojos se dirigieron hacia la roca. Después, un rugido terrible salió de todas las gargantas.</p> <p>laicas se hallaba consciente. Los oíros siguieron dando tumbos en la oscuridad de las sombras. Dag vio el barranco que conducía hacia donde Yolanda había aparecido y se arrojó hacia él.</p> <p>El clamor de los salvajes homínidos se había tornado en un tronar de ataque furioso cargando y lanzándose hacia delante y de cara a la roca. Sólo dos pudieron llegar los primeros y entonces ya estaban en el camino de acceso; pero cayeron inmediatamente fulminados. Otros dos más murieron sobre los primeros y bloquearon así la estrecha entrada al barranco. Estaban deshechos formando una masa mientras que la horda presionaba sobre ellos como una partida de rugientes monstruos, Entonces, tan rápidamente como habían llegado, fueron cayendo uno tras otro.</p> <p>Dag había alcanzado a Yolanda sobre el filo del barranco. Para hacer aquella exhibición se había desprovisto de la máscara de respiración y se hallaba inclinada jadeando angustiosamente sobre la superficie de las rocas.</p> <p>—¡Bien por la India! —le gritó Dag mientras se la ponía sobre los hombros y siguió por el sendero.</p> <p>Cuatro hombres permanecieron a la entrada del barranco, pistola en mano y dispuestos a malar. Lucas seguía consciente, y antes de que Dag pudiese dirigirle la palabra dijo dolorosamente:</p> <p>—Lamento lo sucedido, Fletcher. Todo esto es culpa mía desde el principio. No, no me interrumpas. Les dije que me dejaran aquí. No puedo continuar tampoco ahora. Llevadme un poco más arriba y dejadme dos pistolas. Janet es una buena chica; pero sé que estoy acabado. Puedo arreglármelas durante una hora, hasta que todos podáis llegar hasta el <i>Interestelar-Dos-Siete</i>. ¡Dejadme hacer esto! ¡Vamos!</p> <p>—De acuerdo, Controlador, si ésa es la forma en que lo deseas. Pero no pienses que te echo la culpa. Tú disponías de una gran nave y no estabas solo en tal opinión respecto a su seguridad.</p> <p>Dag llamó a uno de los hombres y entre ambos subieron la camilla a un trozo de terreno de alguna elevación a unas cuatro yardas dentro del barranco. Fijó cuatro linternas eléctricas para alumbrar la entrada, que ahora aparecía brillantemente iluminada como un punto de luz sobre el pesado humo que recubría la jungla Aquello cegaría a cualquiera que intentase entrar, escondiendo al propio tiempo el número de defensores que eventualmente pudiera haber. Junto a la camilla se le dejaron dos pistolas de rayos láser bien cargadas.</p> <p>Dag fue el último en marchar. Lucas le dijo fatigosamente:</p> <p>—Gracias, Fletcher. Buena suerte. No había otra salida para mí.</p> <p>—Buena suerte, Lucas.</p> <p>Mientras Dag se alejaba con la rapidez que le era posible se produjo otro intento de asalto por el estrecho pasaje del barranco. Lucas, con toda calma tomó una pistola láser y pulverizó a dos de aquellos salvajes que se habían atrevido al asalto. A aquella distancia, la pistola láser era segura y terrible. El ataque no parecía de mucha importancia y mientras Dag se alejaba pensó si aquello no sería una añagaza de los salvajes. Aquello podría significar muy bien que alguien más había dado la vuelta por detrás de ellos y que el <i>Dos-Siete</i> había sido hallado.</p> <p>Al llegar arriba de todo, encontró a Mortimer junto a la cabria con Frank Gordon dando vueltas al tanque oruga.</p> <p>—Dejémoslo, Ray, y que se vaya al diablo.</p> <p>—De acuerdo, Dag. ¿Qué hay de Lucas?</p> <p>—Por el momento está bien.</p> <p>Empujaron el troley hasta el mismo borde de la roca de la altiplanicie. El ocultar la máquina ya no tenía objeto y su proyector luminoso se dirigió hacia el frente. La luz procedente del bosque iluminó el borde del escarpado con un resplandor parecido al de una aurora boreal. Mientras se dirigían al valle vieron el <i>Interestelar-Dos-Siete</i> surgiendo hacia el cielo frente a ellos y la primera línea de los homínidos que habían flanqueado el terreno apareció sobre la ladera donde Dag había permanecido al principio, cuando llegaron. No pudieron ver la nave; pero sí se habían apercibido de las luces del troley. Sus salvajes gritos habían sido oídos en la distancia y entonces dos hordas de homínidos convergían sobre el valle.</p> <p>—¡Arriba cuanto antes, Ray! Ahora tú, Frank. Retirad la escala en cuanto entre yo.</p> <p>Conforme la flexible escala de acero se volvía hacia el interior de la nave, Dag vio las siluetas de los primeros homínidos aparecer contra el horizonte en llamas. Cuando apenas hubo podido estar en condiciones de ocultarse y sellar la escotilla de acceso, unos gritos espantosos le llegaron a sus oídos, que quedaron mortalmente silenciados al cerrarse herméticamente la escotilla.</p> <p>—¡Despegue inmediato!</p> <p>La sala de control estaba llena de gente y el intercomunicador advertía a todas las personas de la nave que se dispusieran con urgencia para despegar. Se utilizaron lodos los asientos disponibles.</p> <p>Dag procuró aproximarse a Sherral y como pudo tomó unos trozos de gomaespuma para la aceleración que se ató al pecho y miembros. El buscador de la nave mostraba ya a la vista la inmediata vecindad de la carga furiosa de los homínidos por ambos lados del valle.</p> <p>Acelerando los preparativos al máximo, Sherrat estaba ya tomando la cuenta atrás para el despegue. Fairclough, desde que hubo recibido el primer mensaje, tenía a la nave dispuesta para la maniobra. Casi al mismo tiempo de aproximarse los primeros homínidos al trípode de sustentación se encendieron los retrocohetes, los salvajes que había directamente bajo ellos quedaron literalmente desintegrados en un gas hirviente, a cuya vista los más alejados se retiraron llenos de pavor. El <i>Interestelar-Dos-Siete</i> comenzó a elevarse...</p> <p>Habían ya abandonado Taurus y se hallaban en ruta hacia Kappodan cuando ocurrió. El verde planeta ocupaba la casi totalidad de la pantalla como un maléfico zurrón cuando empezó a desmenuzarse ante sus ojos. Una enorme grieta negra apareció en la zona costera, que por instantes se hacía más profunda y más ancha. La totalidad de la esfera comenzó a perder su forma y a rajarse de parte a parte. Lucas tenía compañía en el olvido...</p> <p>Dag se volvió solitario y con lentitud hacia su cabina. No sentía ningún placer en demostrar que había tenido razón. Sólo la angustia íntima y el sentido de la pérdida en aquella gran catástrofe de un buen hombre del espacio. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué no haber sido un banquero o un agente de ventas? Al entrar en su cabina, sintió el perfume de la madera de sándalo.</p> <p>—Entre, Controlador —dijo Yolanda—. Espero que no le importe que comparta su cabina. Yo necesito muy poco espacio...</p> <p>Ella aparecía todavía vestida como una vestal del culto védico.</p> <p>—Sé mi huésped —repuso Dag.</p> <p>Después de todo, quedaba mucho por decir del Servicio del Espacio.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>TRANSFERENCIA MENTAL - Dennis Etchison</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>STABAN los tres sentados sobre el puente marrón de viejas maderas en alguna parte cerca del viejo molino a ruedas que crujía bajo su peso, tras un siglo de soportar toda clase de insectos y los ataques de los cangrejos del río. El muchacho sentado en el borde del puente lanzó a lo lejos la rama con la que estaba jugueteando <i>y</i> se limpió las palmas de las manos en sus pantalones.</p> <p>—Dame un cigarrillo —dijo, alzando la vista hacia el aire tibio salpicado con el perfume de las hojas de la vegetación próxima.</p> <p>La chica rubia que estaba sentada con las piernas entrecruzadas se metió los dedos en el bolsillo de su blusa y sacó un paquete casi aplastado.</p> <p>—Sólo me quedan dos.</p> <p>Ella levantó el paquete hasta la nariz.</p> <p>—Hummm... —murmuró oliendo los cigarrillos. Y sacando uno se lo alargó al muchacho.</p> <p>El chico lo tomó, se lo puso en los labios y encendió una cerilla de papel. Sus ojos se entrecerraron.</p> <p>—Casi puedo conseguirlo. A veces. Hasta hace un minuto, lo vi claramente, mientras que todos ellos se movían alrededor del remolque. —Cerró los ojos y dio una profunda chupada al cigarrillo, arrugando la frente.</p> <p>—¿Zoé? —La chica se aproximó a la otra que estaba tumbada de espaldas, con un brazo sobre los ojos. Zoé se estiró suspirando.</p> <p>—Nada.</p> <p>—¿Cuánto tiempo hace que lo está intentando, Carrie? —preguntaó el muchacho.</p> <p>La propia Zoé respondió con calma.</p> <p>—Hace ya casi una hora, contando antes de que tú vinieras.</p> <p>De los tres, sólo Zoé llevaba un reloj de pulsera.</p> <p>—¿Has conseguido aunque sólo sea una sombra de imagen?</p> <p>—Lo siento, Cam. Ni siquiera una sombra. —Zoé aguantó la respiración y la dejó escapar lentamente de su pecho, recubierto con la camisa—. Lo siento. Supongo que puedo continuar intentándolo.</p> <p>Carrie se puso en pie y se tiró del borde de su blanca blusa, dejando de permanecer con las manos entrelazadas detrás del cuello.</p> <p>—Déjala descansar, Cam. Y tú también Sólo son aproximadamente las cuatro. Hay que darles algún tiempo más. —Se encontró con la mirada de Cam y suprimió una cierta especie de mueca—. Dejemos que tengan tiempo de cocinar la cena.</p> <p>Cam no repuso una palabra.</p> <p>Ella se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y comenzó a pasear a lo largo del viejo puente, haciendo resonar con sus pies desnudos las viejas planchas de madera. Cuando llegó al final del puente se escabulló hacia el borde del agua y allí se sentó con las piernas cruzadas, presionando con las manos suavemente las lisas piedras marrones y verdes de debajo de la superficie. Cuando levantó la vista hacia los dos que permanecían en el puente sonrió.</p> <p>La chica morena se levantó, frotándose las sienes.</p> <p>—No sé qué es lo que va mal conmigo. —Tomó el cigarrillo de las manos de Cam y fumó de él, entornando los ojos de placer. Sus labios eran rojos y sus facciones muy atractivas, con sus cortos cabellos que le iban muy bien a su figura.</p> <p>—Ni siquiera una sombra —volvió a decir con una sonrisa forzada, mirando fijamente al cigarrillo.</p> <p>Sin molestarse en mirarla, Cam se volvió y la tomó firmemente por un brazo. No dijo nada; pero miró hacia arriba y a su alrededor por la arboleda que les rodeaba en el entorno. Sostuvo la cabeza en alto, como si escuchase el rumor del agua murmurando en el molino en la distancia.</p> <p>—¿Es el lugar en que están acampados, verdad? —preguntó la chica, estudiando el lado de la cara del muchacho que tenía a la vista.</p> <p>—Tiene que ser. —Y la miró entonces—. Estoy seguro de que es un remolque. Azul por dentro. Es el único remolque que cae dentro de mi alcance.</p> <p>—¿Podremos alcanzarles... a la caída de la noche? —Y acabó vacilante—: Quiero decir..., ¿estaremos en condiciones de hacer la transferencia?</p> <p>—Creo que puedo solucionarlo. —Y tomó el cigarrillo de los dedos de la chica y lo acabó rápidamente. Tiró la colilla al agua.</p> <p>—¿Es una familia? —preguntó la chica.</p> <p>—Sí. Un niño pequeño. Le he estado probando. Creo... —y frunció el entrecejo, para terminar en voz baja—: Lo hará.</p> <p>Ella repuso lentamente, mirándose a los dedos:</p> <p>—Cam, deseo... quisiera ser de más ayuda. Carrie estuvo en condiciones de probar a alguien hoy en el campo; pero hasta ahora yo no he sido capaz de...</p> <p>—No te apures, sólo es cuestión de que uno lo haga. Para mí no es tan difícil como para li. Se lleva sólo el tiempo preciso para probar al sujeto y el tiempo de la transferencia. No te preocupes y tómatelo con calma. Y Carrie también. —Y observó a la chica que jugueteaba al borde del agua—. Pero no se lo digas.</p> <p>Carrie tiró una piedrecita al río, donde al caer produjo una serie de círculos en unas cuantas yardas de distancia.</p> <p>—Deberías tomarte un buen descanso, Cam —dijo la chica morena mirando hacia el río—. Demos un paseo. El sol no estará bajo en el cielo en cuatro horas por lo menos. ¿O no quieres?</p> <p>—Vamos —repuso tomándola por el brazo—. Vamos.</p> <p>Cam forzó una sonrisa. Miró de soslayo a Carrie, pero ella no dijo nada al dejar el puente y encaminarse hacia los árboles.</p> <p>Anduvieron vagabundeando por el bosque hasta que llegaron a un amplio lugar familiar de varios pies de anchura.</p> <p>—Aquí está ella —anunció Cam—. La Tabla Redonda. —Se colocó en medio del claro—. ¿Regaliz? No creía que me quedaba algo todavía. —Masticó un trozo redondo <i>y</i> tiró la cajita hacia la chica.</p> <p>Ella se sentó sobre el filo <i>y</i> buscó otra pastilla de regaliz dentro de la cajita.</p> <p>—Cam, no sé qué debería decirte; pero sí sé que tengo que decirte algo antes... bien, antes de que nuestro último día termine. —Y se frotó la nariz con el dedo índice—. Je, esto suena a algo dramático, ¿verdad?</p> <p>Cam se limitó a observarla.</p> <p>—Pero deberíamos... quiero decir, me parece a mí que debemos decir lo que es preciso que nos digamos el uno al otro, entre los tres, mientras tengamos tiempo para hacerlo. Porque ¿quién sabe cuándo podamos tener otra oportunidad? —Los ojos de la chica buscaron los de Cam—. ¿Qué oportunidad habrá de que seremos, quiero decir... podremos volver a vernos el uno al otro después? ¿Qué ocurrirá a cada uno de nosotros tres?</p> <p>—Bien... —repuso Cam con un tono casualmente decepcionante—. Después de mi transferencia, vosotras dos seréis seguramente advertidas por la Conexión para que vayáis a otra zona más próxima a donde existan otros de nuestra especie. Si tú tienes también que transferirte después de eso... Tendréis que seguir vuestro camino bajo vuestro propio poder. Ellos nos darán tiempo para mejorar nuestra destreza. —Y mirándola fijamente continuó—: Ha sido una buena cosa para nosotros el haber crecido juntos, ¿verdad? Ya sabes...</p> <p>—¿Qué, Cam?</p> <p>—Nada.</p> <p>—Dilo, por favor, mientras puedas...</p> <p>—Es sólo que... bien, este chiquillo tiene dos hermanas aproximadamente de la misma edad que él, ¿sabes? Si vosotras dos sois lo bastante buenas para ello, podríamos probablemente seguir juntos y hacerlo todos al mismo tiempo. Lamento haber dicho esto. —Y levantó los ojos, intentando romper la tensión que le oprimía—. ¿Un cigarrillo?</p> <p>—Lo siento, Cam. Se me han terminado.</p> <p>Cam intentó sonreír, pero sólo le salió un ruido extraño de la garganta.</p> <p>—No, supongo que yo soy el único que ha terminado. Terminado de una forma muy singular...</p> <p>Por unos instantes la chica no respondió nada. Finalmente dijo:</p> <p>—Siento mucho todo esto, Cam. No sé cómo decírtelo realmente, cómo darte mis excusas... pero tienes que creerme. Lo sabes bien. —Y al levantar una mano hacia sus ojos estaba temblando—. Supuse que yo siempre podría ayudaros a Carrie y a ti. Sé que tengo que reprocharme por que seas tú el que tengas que ser transferido. —Y le miró con los ojos humedecidos por las lágrimas.</p> <p>Cam la miró de soslayo.</p> <p>—Bien, escúchame ahora. Tú has estado a veces en condiciones de llegar a la meta, de realizarlo. Carrie me dijo cómo a veces has conseguido una sombra de prueba sin previo aviso a mediados de la tarde. De cualquier forma, tú eres uno de nosotros y eso es suficiente. Ello no tiene que ver respecto al otro, incluso siendo verdad. Lo que por cierto no es. Sé que están en condiciones de intentarlo como cualquiera de los de nuestra especie. Carrie me lo dijo y sé que ella no miente. No, Carrie no miente. No es culpa tuya que haya sido yo elegido. Lo fui, simplemente, y eso es todo lo que tenemos que pensar al respecto. Ellos decidieron que yo seré de mayor utilidad en algún lugar más. Tal vez yo me haya hecho a mí mismo demasiado apropiado para el caso.</p> <p>La chica de los cabellos oscuros tomó un pañuelo de papel y se limpió la nariz.</p> <p>—Gracias, Cam —dijo sencillamente.</p> <p>Ambos permanecieron en silencio por unos instantes.</p> <p>—Y así es cómo me ha llegado mi turno —dijo Cam—. Me ha llegado la hora de jugar mi papel. No sería yo quien te llevara fuera de aquí para semejante ejercicio, chiquilla. —Y le sonrió.</p> <p>Zoé se aclaró la garganta.</p> <p>—No, espera...</p> <p>Cam esperó.</p> <p>—Hay... algo más. No sé, yo... —Y la chica se apartó un poco, presionando el puño derecho sobre la frente, con los ojos cerrados.</p> <p>El muchacho estiró las piernas y permaneció en pie frente a ella, muy cerca. Tras algunos segundos, cuando su mano permanecía sobre los ojos y la joven comenzó a sacudir la cabeza de un lado a otro. Cam le advirtió:</p> <p>—¡Eh, tú!</p> <p>Un segundo después, ella levantó el rostro que él tenía descansando sobre su cuello, sin pronunciar una palabra. La mano de Cam acarició la espalda de la chica y la agarró firmemente por el hombro. A punto de decirle algo, ella murmuró rápidamente:</p> <p>—No digas nada.</p> <p>Tras otro minuto, ella se retiró lejos de Cam y comenzó a hablar como para ella misma.</p> <p>—¿Siempre lo supiste, verdad? No sé qué decirte ahora.</p> <p>Hace tres o cuatro años, cuando yo tenía trece o catorce, planeaba la forma de decírtelo. Alguna tarde en el bosque, o alguna noche, ya tarde, cuando nuestras gentes estaban dormidas, yo solía ir a tu remolque y me quedaba sola contigo con idea de decirte que no esperaba nada de ti, que nunca esperaba que sintieras por mí algo parecido a lo que siempre has sentido por Carrie. Yo sabía siempre que tú serías para Carrie. Pero solía vigilarte, Cammy. ¿No sabes eso? Acostumbraba a verte cómo nadabas en el río, y a veces Carrie estaba contigo y otras no; pero yo vigilaba siempre... Yo... —las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas—. Carrie era siempre la orgullosa, la brava, con sus cabellos tan sueltos y tan bonitos. ¡Oh, erais dos de la misma especie! ¡Oh, Cammy! —y la chica escondió el rostro entre las manos.</p> <p>Cam se sentó con las piernas cruzadas frente a ella y, milagrosamente, estaba sonriendo.</p> <p>—Bien, ¿qué diablos crees que he venido desde tan lejos a decirte de todos modos, criatura?</p> <p>Cam la tomó por los hombros.</p> <p>—Tengo ojos en la cara. He tratado muchas veces de mostrarte que lo sabía; pero imagino que nunca estuve en condiciones de hacerlo. Seguro que era Carrie y yo, como has dicho tú misma y que éramos como dos criaturas de la misma especie. Nosotros supimos siempre que tú eras uno de los nuestros, tan pronto como te sorprendí probando a Carrie la primera vez, cuando ella tenía cinco años. Y tú tenías tres. De no haber sido por... —y Cam miró al suelo—. Bien, de no haber sido por aquello, no sé...</p> <p>Espontáneamente, de forma casi infantil, se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla.</p> <p>Zoé respiró fuerte un par tic veces y se secó los ojos con gesto decidido.</p> <p>—Cam... —ella volvió a suspirar de nuevo y se suavizó el cabello en la frente—. Cam... qué... quiero decir... odio el preguntarlo; pero es algo que nunca he sabido —la chica le miraba fijamente hablando en voz baja—. ¿Qué... le ocurrirá a tu... cuerpo?</p> <p>Cam se irguió y se apartó unos cuantos pasos en dirección a un árbol, de donde arrancó unos trozos de corteza.</p> <p>—Carrie sabe lo que tiene que hacer.</p> <p>—Bueno, yo quisiera saber... —la voz de Zoé era casi un susurro y parecía que iba a estallar en sollozos en cualquier momento—. ¿Es que no seguirás vivo o algo así en ese cuerpo, ¿verdad? Parecerá como si...</p> <p>—No quedará sino un cadáver, una cáscara vacía. Quemarlo todo. Después de la transferencia...</p> <p>—¡Oh!</p> <p>Ella se había incorporado con la mano sobre la boca, mirándole fijamente con los ojos que le saltaban de las órbitas.</p> <p>—Tú no tendrás que hacer nada. Carrie puede hacerlo.</p> <p>Ella produjo un ahogado sonido en la garganta.</p> <p>—Mira... tiene que ser destruido. Si se encontrase algo... bien, no habría manera de decir lo que habría ocurrido; pero así y todo, habría un procedimiento judicial. Quemar el cuerpo con todas sus ropas hasta reducirlo todo a cenizas. No podemos permitirnos el lujo de dejar ningún cabo suelto en ninguna parte, Zoé; el cuerpo, como te digo, no será más que una cáscara vacía. Yo estaré en uno nuevo, uno más joven con mucho que hacer mientras vaya creciendo nuevamente otra vez.</p> <p>Zoé se apartó de Cam, con las manos en los ojos. Se aproximó a un árbol y apoyó la cabeza en el tronco.</p> <p>Tras algunos segundos, dijo Cam:</p> <p>—Volveré hacia atrás —y comenzó a caminar pasando junto a ella.</p> <p>Tan pronto como comenzó a hablar, la voz de la chica se rompió en lágrimas.</p> <p>—A veces, Cam, a veces —ha ocurrido ya varias veces antes—, siento como si no quisiera ser lo que somos. Que los padres que nos criaron fuesen realmente propios, que no hubiésemos sido enviados aquí por el Grupo para hacer lo que quiera que ellos piensen hacer con este mundo, y no tener ese lóbulo de telepoder que llevamos en nuestro cerebro... que pudiésemos sencillamente casarnos y... vivir como el resto de las gentes lo hacen aquí. Sé que estoy pareciendo inmoral para los principios del Grupo, o falta de ética, o sea lo que tú quieras llamar a esto. Pero..., ¿Cam? ¿Puedes decirme por qué tenemos que ser nosotros? ¿Puedes decirme aunque sólo sea una sola cosa, para que yo pueda sentirme como realmente creo que soy, perteneciendo a este cuerpo que me sustenta después de hoy? ¿Puedes decirme algo que me aparte de... <i>Cam</i>! Lo sabes. ¿Sabes por qué teníamos que ser nosotros? ¿Vas... vas a ser capaz de conservarle cuerdo durmiendo esta noche en el cuerpo de un niñito pequeño?</p> <p>Tras un largo y doloroso intervalo, comenzó a retirarse, parpadeando rápidamente, y manteniendo los ojos fijos en el sol poniente que como una moneda de oro enviaba sus rayos de luz a través de las hojas de los árboles.</p> <p>Carrie se levantó cuando salió del bosque, se limpió las manos en sus pantalones cortos y se enfrentó con su mirada. Después, la joven se alejó dirigiéndose bajo el puente, mientras se miraba a los dedos de los pies en la grava mojada de la orilla del río.</p> <p>Cam la vio allí de pie, con los brazos en las caderas y los pies firmemente asentados en el suelo, mientras que el sol hacía juegos de luz en sus cabellos. Se advertía una misteriosa fuerza en su conducta, desde los pies hasta la cabeza, siguiendo la línea de sus piernas perfectas, sobre sus caderas y sus redondos y bellos hombros. Antes de que ella se volviese, Cam pudo advertir sus carnosos labios, su nariz estrecha y bien dibujada y sus ojos sin expresión e indiferentes bajo su amplia frente.</p> <p>Al primer roce rudo de su rostro con el de ella, Carrie se volvió. Pudo muy bien haber sido la primera vez en toda su vida que ella le vio realmente llorando...</p> <p>Tomaron asiento en la boca del puente en la pálida luz de un sol ardiente y anaranjado ya al atardecer, que lanzaba destellos de oro a través de la arboleda.</p> <p>Cam cruzó las piernas bajo su cuerpo y sus ojos aparecían cerrados, haciendo un fruncido ceño entre ellos, mientras que con las yemas <i>de</i> los dedos tocaba la tierra. Frente a él y arrodillada, la rubia le miraba intencionadamente a sus ojos cerrados. Zoé estaba en pie lejos, al otro lado del río, observando.</p> <p>—Ahora ha perdido su balón —murmuró Cam, casi imperceptiblemente.</p> <p>—Y ahora, ella está poniendo platos y vasos de papel en la mesa del remolque —dijo Carrie, cerrando fuertemente los ojos para estar segura.</p> <p>Lejos, sobre la orilla, donde el río se inclinaba para entrar en el viejo molino, un pájaro voló en dirección al sol poniente.</p> <p>—El niño está ahora dando vueltas por la trasera del remolque, lentamente, mordiéndose las uñas...</p> <p>—La comida está dispuesta... Ahora está llamando a los niños para la cena —Carrie se puso las manos sobre los muslos y se balanceó ligeramente.</p> <p>—Al final del extremo del remolque donde cree que ella no los verá. Sabe que será demasiado de noche para jugar cuando haya terminado de comer. El niño pretende no haber oído la llamada de su madre...</p> <p>—Y ella está sonriendo y yendo hacia la puerta... se inclina hacia fuera...</p> <p>En las copas de los árboles, por primera vez en todo el día, una brisa comenzó a dejarse sentir y a silbar dulcemente por el follaje.</p> <p>—Sabe que sus dos hermanas están llegando... se está volviendo para observar como ellas entran...</p> <p>—Y la madre sonreía a las niñas al entrar ahora por la puerta diciéndoles que se laven las manos...</p> <p>—Y... él se está volviendo para entrar... <i>ayúdame.</i></p> <p>—Qué...</p> <p>—¿Está ella saliendo ahora...?</p> <p>—No. Esperará todavía un par de minutos. Está pensando en algo.</p> <p>—Él está allí de pie, esperando que su madre le vuelva a llamar.</p> <p>—¿Hay alguien por los alrededores?</p> <p>Escuchando, Zoé comenzó a caminar hacia ellos.</p> <p>—No. No hay otros niños que jueguen por los alrededores.</p> <p>—Ella les dará todavía otro minuto, Cam...</p> <p>—Entonces... —sus dedos frotaron sus sienes—. Entonces... ¡AHORA!</p> <p>Con un movimiento como si quisiera dirigirse a alguna parte, Carrie cerró los ojos.</p> <p>Cam se quedó rígido por unos instantes y después cayó hacia delante, ante ella. Y aquello fue todo.</p> <p>Carrie no se movió.</p> <p>El aire del bosque susurraba dulcemente al final del día.</p> <p>Zoé adelantó una mano vacilante, se detuvo unos instantes, y después le tocó. Así fue todo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">A la primera llamarada, Carrie dejó caer la cerilla en su cuerpo.</p> <p>Desde el otro lado del río, Zoé pudo ver las llamas reflejadas en las oscuras aguas. Los palos de la hoguera ardieron rápidamente, volviendo la pira en algo brillante y como un dispositivo angular en la noche.</p> <p>En el resplandor, Carrie saltó hacia atrás huyendo de las llamas.</p> <p>—¡Zoé! —gritó con un aullido casi animal—. ¡ZOÉ!</p> <p>Ésta cruzó el puente y corrió a su lado. Carrie estaba todavía temblando con los puños apretados. Parecía buscar palabras adecuadas, mirando fijamente hacia delante y en el interior del fuego. Finalmente, dijo con una voz llena de pánico:</p> <p>—Vuelve... En el último instante, él..., ¡ha vuelto!</p> <p>Zoé produjo un sonido gutural en la garganta.</p> <p>—Pude ver... a través del fuego..., ¡yo pude ver sus ojos abiertos. —Y cayó de rodillas—. No se había marchado. Intentó gritar algo respecto a no hacer todo el camino... intentó gritar, mientras tuvo la oportunidad... —Su rostro no estaba distorsionado; pero las lágrimas le caían por las mejillas—. Algo ha debido ir mal.</p> <p>Y comenzó a balancearse lentamente, sin fijar los ojos en nada, diciendo lo que tenía que ser dicho.</p> <p>Unas ramitas secas surgieron y se esparcieron, borboteando algo en la corriente del río.</p> <p>—Algo ha debido asustar al niño en el último instante el contacto no fue completo... sólo a medio camino... y Cam fue cogido entre los dos cuerpos... y no se ha situado en el cuerpo del niño todavía en debidas condiciones... —su boca se retorció y sollozó dolorosa y pesadamente, muerta de angustia.</p> <p>El fuego resurgió repentinamente de nuevo contra la oscuridad del ambiente.</p> <p>La chica que estaba de rodillas se dejó caer hacia delante sobre el suelo. Sus cabellos formaron una maraña por sobre su cabeza.</p> <p>Zoé paseó a lo largo del río, volviendo su rostro hacia la noche.</p> <p>Mucho más tarde, cuando la oscuridad del bosque se había convertido en un manto de terciopelo oscuro alrededor de las copas de los árboles, Zoé volvió sobre sus pasos hasta llegar hasta las ascuas remanentes del fuego.</p> <p>La otra chica yacía en el mismo lugar en que había quedado antes; pero había dado la vuelta, y ahora descansaba sobre la espalda, llorando y mirando los cielos de un lado a otro. La estrella Antares refulgía con su rojo resplandor en el cielo meridional, en la constelación del Escorpión. Ocasionalmente algo brillaba y moría rápidamente sobre su cabeza. Su rostro, el cuello y los brazos, estaban grasientos por la respiración, el sudor y la suciedad. Sus labios entreabiertos, dejaban adivinar su respiración profunda y rítmica que confirmaba el lento movimiento de su pecho.</p> <p>Zoé permaneció un rato sobre ella y después le ayudó a ponerse en pie. Lentamente, Zoé, haciendo que se apoyase en ella, la llevó hacia el puente. Desde la mitad de la vieja construcción, la pira no era más que una llamita vacilante que moría.</p> <p>—Me encuentro bien —Zoé la dejó marchar sola y ella se puso a caminar por el antepecho—. Antes de que empezáramos, pregunté si podíamos verle —ver el qué será— tras de la transferencia. Me dijo que no lo sabía. Yo le dije que cuando probé a la madre ella estaba pensando en trasladar de lugar el remolque en la mañana. Él dijo de venir al campamento temprano y que trataría de hacerse visible, conforme se marcharan. Me dijo que le gustaría habernos visto de pasada, también, antes de marcharse, porque... porque no sabía cuánto tiempo estaría así, si es que alguna vez... —algo le cayó de los ojos, que ella dejó correr, para continuar—: Explicó de nuevo que saldría ganando por la absorción de la otra mentalidad y que la única pérdida sería en soledad. Le pregunté qué sería de nosotras y al principio no respondió. Finalmente, me dijo que nosotras tendríamos probablemente que hacer una transferencia también, antes de poco tiempo. Después añadió algo respecto a vernos de vez en cuando... esto es, si nuestras transferencias no nos llevaban demasiado lejos. Y después... bien, el resto no fue expresado con palabras.</p> <p>Carrie esperó. Zoé, caminaba delante de ella y se inclinó sobre el antepecho del puente. Carrie se erguía derecha y una vez más casi orgullosa. Casi.</p> <p>—Sabes... él ...el niño ...tiene dos hermanas... dos niñitas con las que poder crecer juntos —cuándo Carrie miró a Zoé, tenía en los labios una débil sonrisa. Una sonrisa que apenas permaneció en sus facciones.</p> <p>—Pero no fue completa... Perdimos la mitad de Cam esta noche... ya sabes... Volvió... a medio camino... y no fue... completa.</p> <p>El agua batía suavemente la arena de la orilla. Al retirarse cada vez, una porción del ligero resplandor se retiraba con ella, para ser esparcido como un viento cálido que rizara la superficie tranquila de la corriente.</p> <p>Y entonces, tras una larga y quieta espera, el resto tenía que ser dicho en una voz rota antes de terminar.</p> <p>—Y así nosotras iremos mañana por la mañana, temprano, justo después de la aurora, y le buscaremos... y tal vez, si tenemos suerte, le veremos cómo salta en el coche con sus hermanas para comenzar el viaje. Pero tal vez... quizá no se marchará fuera mañana, después de todo. Tal vez la madre cambiará de opinión. A lo mejor estará en el campo jugando con otros niñitos en la pradera. Y ya sabes, Zoé, no será... demasiado difícil de localizar, si se piensa al respecto... Todo... todo lo que tenemos que hacer... es mirar en busca de uno que... que actúa como una especie de loco... como... como si sólo tuviera la mitad de una mente... la mitad que no pudo conseguir hacer arder... del todo...</p> <p>Tras mucho, mucho tiempo... Zoé fue la única que abandonó el puente y volvió caminando junto al agua. Alguien tenía que verse libre de la evidencia.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LAS MÁQUINAS ETERNAS - William Spencer</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">R</style>OSCO comprobó de nuevo el radio de acción.</p> <p>La gran nave auxiliar descendía arqueándose en una suave curva. La mancha de luz sobre la pantalla indicaba su posición, y estaba cruzando el paso de hilos de araña del aparato que informaba de su distancia y altitud a intervalos programados de antemano. Sería, como siempre, un aterrizaje de rutina.</p> <p>Dentro de un momento, el resplandeciente casco de la gran nave del espacio rompería el banco de nubes de la base con sus cohetes en llamas, aproximándose para tomar contacto con la chamuscada pista de aterrizaje que se extendía a unos cuantos cientos de yardas del centro de control de Rosco.</p> <p>El creciente tronar de los cohetes ensordeció los oídos de Rosco, poniendo en una fuerte vibración un panel transparente que, a modo de cúpula, tenía sobre su cabeza. El proceso de aterrizaje era completamente automático. En realidad, no había nada que tuviese que hacer Rosco. Se volvió deliberadamente, alejándose, de la gran ventana curvada que abarcaba en toda su visión la zona de aterrizaje, y se dirigió con la pretensión de hacer comprobaciones sobre una línea de equipos de telecomunicación del lado opuesto de la sala de control.</p> <p>Había visto ya demasiados de aquellos navíos, no tripulados, llegar hasta allí, en busca de toma de tierra, sobre la polvorienta superficie del planeta, observándolos llegar en un cono de llamas y aproximarse a la pista de aterrizaje entre olas de atmósfera recalentada. Solían llegar siempre de igual o parecida forma. Tocar el suelo con sus patas de araña telescópica, extenderse sobre sus juntas neumáticas, con los extremos asentándose en sólidos puntos de apoyo, oscilar, balancearse hasta quedar en reposo y comenzar seguidamente la operación de deslizamiento de su rampa telescópica y los camiones elevadores automáticos comenzar de acá para allá, con sus cargas.</p> <p>Tantos y tantos navíos espaciales habían llegado ya y se habían vuelto a marchar, que el acontecimiento había dejado de producirle la sensación de alguna emoción particular.</p> <p>¿O tal vez sí? Quizás, si había de ser completamente honesto consigo mismo, aquello le afectaba en una forma subliminal. La irritación contenida que sentía a la vista de una nave espacial que llegaba desde planetas habitados, planetas en que hombres como él vivían sus vidas, ¿serían síntoma de algo más profundo?</p> <p>¿Eran aquellas leves oleadas de resentimiento, vagas sacudidas de intranquilidad, o simplemente la máscara de una genuina nostalgia y necesidad de compañía humana?</p> <p>Rosco procuró barrer la cuestión de su mente, dejándola de lado. Desde la última vez, hacía ya catorce años, que había estado en el hogar, el recuerdo constituía una pálida imagen que parecía llegarle por un canal de los sistemas de intercomunicación planetaria, Un confuso sonido de voces, distorsionadas y adulteradas por el polvo y las bandas de ionización de muchos millones de millas de espacio.</p> <p>Rosco manipuló las palancas y controles del panel con innecesaria fuerza. Maldita sea, no lamentó su decisión de cuidarse como un vigilante, de Caos (el nombre escogido para el planeta más alejado, en el momento en que su descubrimiento se efectuó, pareciendo una inconsciente ironía a la luz de la utilización que había de dársele en el futuro).</p> <p>Bien, así él mismo <i>había</i> obtenido el trabajo más solitario de la totalidad del sistema. Le había gustado que fuera así. Él, Rosco, era el único habitante del planeta Caos: un trillón de toneladas de planeta con varios millones de toneladas de la más diversa chatarra que recubría una vasta porción de su estéril superficie.</p> <p>Caos era el vaciadero municipal de basura de todo el sistema. Sólo que no era aplicable el nombre de vaciadero municipal de basura, ni nadie se lo daba. Funcionaba con otro nombre más fino y delicado. ¿Depósito de mercancías estropeadas? ¿Zona de desahogo? Así era.</p> <p>Naves robot iban llegando desde los planetas más favorecidos del sistema, trayendo con ellos una gran carga de maquinarias y dispositivos mecánicos pasados de moda o que ya no hacían falta, de todo género. Reliquias ya gastadas de metal y fibras modernas, cristal y aleaciones poliméricas, pasadas de moda antes casi de que pudieran ser declaradas como inútiles. Eran los desperdicios de una cultura dominada por la máquina, en la cual, sólo los últimos inventos, las técnicas más avanzadas, los estilos más atrevidos y vanguardistas eran aceptados en los círculos civilizados. Eran los detritus de una marcha terrible de progreso... una marcha que se estaba ya convirtiendo desde hacía tiempo en una carrera alocada y fuera de juicio.</p> <p>Los navíos llegaban, descargaban su cupo de máquinas en desuso, y recogían de vuelta un cargo de mineral de alta graduación de niobium. Y sobre la marcha, despegaban y se marchaban.</p> <p>El peso del mineral extraído equilibraba exactamente el de la llegada de aquella masa de maquinaria. Y así. Caos permanecía perfectamente en su órbita, sin inclinarse ni alejarse de sus hermanos más favorecidos por la Naturaleza, o inclinarse a tomar otra órbita nueva en las profundidades del espacio.</p> <p>Rosco miró al nuevo navio espacial, reposando con seguridad en la pista de aterrizaje, envuelto en oleadas de calor, comprobando que los camiones automáticos ya estaban enzarzados en su trabajo de distribuir la maquinaria de un lado a otro, cargando <i>y</i> descargando. Comprobó la entrada del nuevo envío y comenzó a disponer el control del centro para la noche.</p> <p>No había otra cosa que tuviese necesidad de hacer de su parte.</p> <p>El trabajo de la descarga se llevaría a efecto sin interrupción durante las horas de la noche y los camiones iban y venían recibiendo las señales electrónicas correspondientes para sus movimientos en los sensores adecuados. Rosco podría irse a dormir tranquilamente. Por la mañana, de acuerdo con lo programado, el gran carguero espacial se habría marchado. Otro navio llegaría después y volvería a marcharse, docenas de veces, en idéntica forma, quienes eran sus únicos acompañantes eventuales en aquel solitario planeta cuya estéril superficie era imposible para mantener la vida de cualquier especie, envuelto en su atmósfera de nitrógeno, criptón y argón.</p> <p>Rosco se volvió a sus habitaciones adjuntas a la cúpula del centro de control. Aquellas habitaciones tenían el aire funcional y poco grato que suele acompañar a los gustos de un hombre que lo gobierna todo a su pura conveniencia, sin importarle un comino las apariencias.</p> <p>Sobre una mesa y junto a la ventana, había un enorme montón de libros viejos, apilados en aparente desorden, la mayor parte relatos pasados de moda respecto a la tecnología y manuales y catálogos, igualmente pasados de fecha. Aquella colección revelaba la sola autoindulgencia que se permitía Rosco, su única concesión a la debilidad humana.</p> <p>Usualmente, las naves le llevaban paquetes de nuevos libros en cada visita, y un gran paquete sellado especialmente conducido sobre uno de los transportadores y que solían dejarle a la misma entrada de la cámara de compresión de la cúpula de control.</p> <p>Los superiores de Rosco en el Cuartel General miraban con indulgencia su singular obsesión, a despecho de ser algo tan pasado de moda. Todo el mundo necesita tener su particular afición; esto es cosa por demás bien sabida. Y Rosco era un buen guardián, el mejor que habían tenido en la mayor parte de aquel siglo. Jamás se quejaba de la soledad en que vivía o solicitaba permiso para volver a casa. Un día se encontraría con una real dificultad cuando tuvieran que reemplazarlo.</p> <p>Rosco eligió un libro de entre aquel montón, para leerlo mientras preparaba su cena, ya previamente precocinada. Más tarde, se tomó una ducha y después se dejó caer en su camastro para disfrutar del ejemplar del «Desarrollo del Motor Centrífugo» (Accra, 2.035).</p> <p>Ajustó el ángulo de luz para la lectura y la altura de las almohadas a su satisfacción y se preparó para leer hasta quedarse dormido.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Faltaban tres horas para el amanecer cuando Rosco se levantó al comprobar que la luz se esparcía dentro del dormitorio a través de la ventana redonda, y una oleada suave de música electrónica le llegó del reloj de frecuencias.</p> <p>El gran carguero espacial se había marchado y pasarían tres días más antes de que otro llegase incidiendo en el rayo guía de sus controles.</p> <p>Cada día en Caos tenía 35 horas de duración. El sol relucía como un pálido disco, a través de la alta capa de polvo gris que ocultaba las estrellas durante la noche.</p> <p>Tenía de nuevo ante sí tres días de completa soledad. Casi cien horas de absoluto aislamiento. O, si se prefería llamarlo de otro modo, tres días en que era el indiscutido rey de todo el planeta. No existía nadie que desafiara su completa autoridad, ni incluso algún inteligente robot.</p> <p>Rosco acabó a su gusto un buen desayuno, después rodó en uno de los camiones utilitarios por el exterior a través de la llanura que rodeaba la zona de aterrizaje y que ocupaba una vasta extensión de la superficie del planeta. Mientras que el coche rodaba sobre el camino metalizado, Rosco observaba las murallas de maquinaria vieja deslizarse ante sus ojos. Los desperdicios de la civilización yacían apilados en una fantástica profusión. Una verdadera jungla de aparatos domésticos rotos, robots muertos, aviones modernos aplastados o rotos por alguna catástrofe, rotores de toda especie, fragmentos de unidades electrónicas, aparatos de comunicación y computadores en desuso. Era el detritus de una sociedad consumidora y voraz. Para Rosco, aquello representaba la insaciable búsqueda de ingentes cantidades de materias primas. Los hombres habían extraído los elementos necesarios de túneles subterráneos, los habían captado del aire, o buscado en las profundidades de los mares. Construidos en una extraordinaria complejidad, para en cuestión de un año o de pocos meses, a veces, algún nuevo avance había vuelto la modernísima máquina o dispositivo, en chatarra pasada de moda, digna sólo de ir a parar al vaciadero de Caos.</p> <p>Sus dianas correrías a través de aquellas máquinas amontonadas en filas interminables, se habían convertido para Rosco en un ritual solemne y altamente satisfactorio para su forma de ser.</p> <p>Sentía una especie de magnificencia en aquellas montañas de enmarañados artefactos. En su muerte mecánica, revelaban un destello de concepción, que cuando estuvieron en uso, hubieron estado con frecuencia enmascarados por sus opacos embalajes, en suaves y lustrosos envoltorios.</p> <p>Entonces, la sección de computadores, desgarrados hasta las raíces, mostraban en sus intrincadas disposiciones multicolores y en sus conexiones una especie de artística tecnología. Las partes de aquella maquinaria automatizada, refinada por varios siglos de desarrollo, tenían la misma destreza de forma funcional que aparece en una mandíbula de mamífero o en el omóplato de un hombro humano.</p> <p>Rosco marchó lentamente entre las largas filas del vaciadero que alcanzaban a treinta pies de altura tapándole casi el perfil del cielo. En todas direcciones aquellos ingentes montones de máquinas alcanzaban casi la misma altura, mostrando la precisión con que los camiones automáticos habían ido realizando su trabajo.</p> <p>Su ruta de aquel día le llevó hasta un par de millas de distancia en un curso de zig-zag pasando por las encrucijadas de las callejuelas que se entrecruzaban con frecuencia en el gigantesco vaciadero, hasta llegar a una de las intersecciones menores donde detuvo el camión y apagó el motor.</p> <p>Saltando fuera de la cabina, paseó a través de una de tantas pilas de desperdicios mecánicos. A poco llegó a un claro, escondido desde el paso principal, de casi doscientas yardas cuadradas de espacio abierto. Rosco había arreglado, hacía ya algún tiempo en el pasado, aquel espacio abierto y libre de chatarra. Lo había hecho así para facilitar la tarea de suministrar las coordenadas precisas a las naves procedentes del sistema.</p> <p>Aquella especie de espacio abierto, como un solitario parque, había llegado a ser para Rosco, su retiro privado. Un oasis de orden en medio de un desorden general, a pesar del buen trabajo de apilamiento de las máquinas, efectuado por los transportadores automáticos. Allí podía continuar su obsesión sin ser perturbado.</p> <p>Con el amoroso cuidado de un coleccionista aficionado, había ensamblado algunas de las máquinas originalmente depositadas en el vaciadero general, salvando una parte de aquí y otra de allí. En la inerte atmósfera del planeta, aquellos especimenes de equipo de la alta tecnología humana, podrían permanecer inalterados, prácticamente, durante millones de años. Rosco fue paseando entre las filas de tales ejemplares.</p> <p>Le proporcionaba su vista una sensación de logro alcanzado, y una profunda satisfacción interior. De no ser por su intervención, aquellas máquinas habrían desaparecido irremisiblemente en forma irrecuperable, por lo demás, en el limbo del olvido.</p> <p>Algunas de las máquinas tenían el aspecto giboso de gigantes adormecidos. Otras sobresalían sobre su cabeza en altas y esbeltas formas con un aire misterioso de querer preguntar algo, o de silenciosa admonición. Tuvo la sensación del hombre que llega a formar parte de un grupo de amigos.</p> <p>Rosco fue paseando lentamente y se dirigió hacia un comunicador de infrarrojos de diseño pasado de moda. Le frotó uno de los flancos con la mano, como una caricia. Aquella máquina era una de sus favoritas. Presionó un botón retráctil que la ponía en movimiento, haciéndola volver a su vida mecánica.</p> <p>La máquina, tras haber emitido unos breves chasquidos, comenzó a emitir y recitar claramente un poema:</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Fragmentos rotos</p> <p>Tras breve gloria</p> <p>Descartados...</p> <p>Ahora con el tiempo</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Recordamos</p> <p>Nuestro primer sueño subterráneo...</p> <p>¿Dónde estuvo el mérito</p> <p>de habernos despertado?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La palabra «subterráneo» surgió de una forma especial, algo borrosa y Rosco tomó nota mental para clarificar el registro en cualquier otra ocasión.</p> <p>El comunicador había rebuscado las palabras procedentes de un banco de memoria dentro del cual Rosco las había escrito algunos años antes. Al leerlas la máquina, transmitía un rayo modulado infrarrojo por todo el claro.</p> <p>Al lado opuesto, existía otra máquina similar. El rayo tocaba sus receptores y el mensaje quedaba inserto en la memoria de aquella segunda máquina. Un minuto más tarde, la segunda máquina, volvía a reenviar mediante su rayo el mensaje, de nuevo a la primera. Aquella conversación mecanizada continuó de un lado a otro hasta que Rosco cerró el dispositivo que las mantenía en funcionamiento.</p> <p>Rosco, que no sentía necesidad del discurso humano, se fue aficionando a aquel extraño placer del estéril chismorreo de las máquinas. Pero tras de tres ciclos completos, se cansaba de las repeticiones y detenía los comunicadores.</p> <p>Cerca del centro del espacio abierto, se hallaba un complejo computador, una extensa máquina ensamblada con unidades de diferentes diseños y piezas de otras, y que Rosco había ido montando poco a poco con un acabado bastante bueno aunque en su terminación suponía una cierta modificación del original Recordó el problema que le había insertado en su última visita por aquella zona y se aproximó al computador.</p> <p>La máquina, oteando el aire de sus proximidades con sus hipersónicos órganos sensoriales, emitió una especie de silbido indicando que había sentido la proximidad de Rosco.</p> <p>—Buenos días. Rosco —dijo el computador—. ¿Quieres oír ahora el resultado tic tu problema?</p> <p>Rosco permaneció en pie ante la máquina.</p> <p>—Sí, adelante.</p> <p>El computador se detuvo brevemente, como si rebuscase en sus bancos de memoria y después anunció:</p> <p>—La probabilidad de que un meteoro oblitere esta zona, sobre la base de los datos que roe has dado es de un choque por cada 10 años elevado a la 10ª potencia.</p> <p>—Gracias —repuso Rosco sonriendo.</p> <p>—¿Tienes algún otro problema que darme hoy?</p> <p>—No. Puedes volver a tu situación de reposo.</p> <p>Rosco se alejó completamente satisfecho de la respuesta. No había pues, que preocuparse.</p> <p>Diez elevado a la 19ª potencia. Una cifra astronómica. A semejante escala no habría ningún desgraciado meteorito que hiciese impacto y que aplastase su colección: antes de semejante tiempo, un tiempo inimaginable en el remoto futuro, ya haría muchos millones de años que la inerte atmósfera de Caos habría corroído las máquinas hasta hacer de ellas una irreconocible masa de polvo y cenizas metálicas. La personal imagen de Ruco, tomó en sí mismo una nueva postura de seguridad a la luz de semejante información.</p> <p>Era el custodio del museo más duradero de todo el sistema, tal vez del entero Cosmos. Cuando los hombres que lo habían creado no fuesen más que polvo olvidado por los siglos, aquellas máquinas podrían todavía permanecer de pie en su inmaculada e intocada integridad.</p> <p>Los hombres habían enviado a aquellas máquinas al montón de la chatarra. Ahora eran las máquinas, en efecto, quienes estaban relegando a los hombres a un completo olvido. En realidad, en todo aquello existía una especie de justicia. Miró a su alrededor y por todas las enormes filas de máquinas que había ido salvando. Excepto para él, las máquinas habrían quedado apiladas en una espantosa maraña, inútiles, todo como una catástrofe inidentificable, Ahora estaban embarcados en una carrera de inimaginable duración y majestad.</p> <p>Rosco sabía muy bien que nunca podría compartir la longevidad de las máquinas. Su metabolismo seguía funcionando y quemando lentamente su organismo, como el de todos los seres humanos, por medio del oxígeno, que mediante los ciclos correspondientes se producía en las instalaciones hidropónicas, completados por suministros que de tiempo en tiempo le traían las naves cargueras del espacio. Varios grandes cilindros a presión, conteniendo cada uno una tonelada de gas, estaban siempre almacenados en el almacén principal, dispuestos a ser utilizados en cuanto fuese necesario.</p> <p>Pero aunque la duración de su vida, medida contra la encala cósmica, fuese solo un momento, Rosco estaba preparándose para perpetuar su propia imagen por tanto tiempo como durase el museo.</p> <p>Su genio, en forma de previsión hacia un futuro remotísimo, crearía un cementerio, una especie de monumento que sobrepasaría a toda la raza humana y tal vez no se perdiese jamás para la posteridad, fuesen quienes fuesen las criaturas del futuro lejano. Por lo menos, así lo pensaba Rosco modestamente, de cualquier forma.</p> <p>Se aproximó a la plataforma del vídeo, donde el registrador principal se hallaba situado. Usualmente, no solía abandonar el museo sin antes dejar allí algunos pensamientos memorables del día grabados en el registro. Así se revelaría algún día una serie de nuevas facetas de sí mismo para la asombrada mirada de las futuras generaciones. Rosco recorrió con los dedos el selector poniendo en marcha las piezas importantes de comunicación. ¿Qué deseaba ver aquel día? Ya estaba: el registro E-73. 291. Se daría el placer de resumir el historial de su vida admirablemente. Era seguramente la mejor obra que había llevado a cabo.</p> <p>Tuvo que esperar unos momentos mientras que la cápsula se insertaba en el magnetoscopio. Después la imagen en colores surgió. Allí estaba él... unos cuantos años más joven: pero aún perfectamente reconocible a Rosco y comenzó a hablar desde la pantalla vídeo.</p> <p>—Y así he llegado a la conclusión de que el hombre ha estado consumiendo las materias primas vitales del Cosmos a una escala espantosa. Como un ciego avaro, ha consumido y aniquilado los minerales y los depósitos fósiles de forma que jamás podrá reemplazarlos. Acelerando el proceso de entropía con una prisa sin descanso.</p> <p>»El hombre se está comportando, de hecho, como un niño goloso y glotón a quien se le pone delante un pastel tan grande como una montaña. Sólo piensa en comer, comer, hasta hacerse totalmente insensible, al paso del tiempo, del paladar de lo que está comiendo. Ha perdido el placer ce cualquier nueva alegría. Consumir simplemente por la urgencia de consumir.»</p> <p>Rosco, mirando la pantalla, con un absorbente interés, hacía gestos de aprobación con la cabeza, inconscientemente, como estando de perfecto acuerdo consigo mismo.</p> <p>—Se está conviniendo, de hecho, en nada distinto de un gusano hinchado que se va comiendo todo a través de un inmenso bloque de madera.</p> <p>»Bien, muy bien, pensó Roco.</p> <p>»El ejercicio, si es que lo hay, se ha perdido por completo en el sobrecogedor complejo de todo el sistema moderno de la vida actual. El hombre casi ha perdido la visión del proceso del tiempo. Y puesto que su existencia se ha convertido en algo sin significado, no tiene prisa para extraer el significado de su experiencia y preservarla para las futuras generaciones de hombres o por los seres que hayan de venir después, cuando el hombre haya desaparecido totalmente del Cosmos.</p> <p>»Por lo tanto, yo, Rosco, concebí la necesidad de hacer un mausoleo perpetuo de toda la locura y las extravagancias del Hombre.»</p> <p>La cara joven del Rosco de varios años atrás, llena de juvenil entusiasmo, se desvaneció de la pantalla. Rosco aprobó con un gesto pensativo al terminar el registro y quedar enrollado de nuevo en su lugar.</p> <p>Después, tras haber dispuesto los numerosos micrófonos y cámaras a su satisfacción, subió a la plataforma y comenzó a dictar todavía otro episodio a sus interminables memorias.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Y así, Rosco fue trabajando, cortando, y editando aquel registro, trabajando dolorosamente hacia la final perfección de expresión que siempre, al fin, se le escapaba. Mientras lo hacía, los acontecimientos estaban teniendo lugar sobre su cabeza y que tendrían que sorprenderle, como no podría figurarse.</p> <p>Muy alto y por encima de la atmósfera velada por el polvo de Caos, en los alcances exteriores del campo gravitacional del planeta, una nave del espacio se hallaba en dificultades.</p> <p>Las naves tripuladas estaban prohibidas en su aterrizaje sobre Caos. Su aproximación podría interferir fácilmente con el trabajo de la maquinaria automática, estropeando el delicado equilibrio de su funcionamiento en la recolección del preciado niobium. Además y también en vista del alto precio que el niobium alcanzaba en la demanda de los mercados internacionales, se había considerado indeseable el autorizar que aterrizasen y despegasen naves sobre su valiosa superficie.</p> <p>El <i>Honecomer</i>, un navio interplanetario de seiscientas toneladas, con una tripulación de tres hombres, estaba teniendo serias dificultades con una pareja de verniers en sus motores. El capitán de la nave, el doctor Graves, había tenido la oportunidad de colocarlo en órbita alrededor de la masa de Caos, mientras que él y su especialista en el plasma cósmico realizaban ciertas investigaciones.</p> <p>Trabajando con escafandras de presión espaciales al exterior del casco, consiguieron desmontar los motores de su lugar y pasarlos a través de la cámara principal de compresión, maniobrando las masas de media tonelada de metal con relativa facilidad, teniendo en cuenta su situación de casi total ingravidez.</p> <p>El proceso de ir rebajando la elevada temperatura en la sección no podía acelerarse y les llevó a todos ellos unas tres horas. Cuando tuvieron las parles afectadas en una operación casi quirúrgica sobre los bancos de trabajo, resultó claro que todos los principales refractarios se hallaban resquebrajados y en mal estado.</p> <p>—¿Qué dice usted, Dale? —preguntó Graves a su especialista en plasma.</p> <p>El joven técnico se frotó la mejilla.</p> <p>—Parece que tenemos trabajo para mucho tiempo. Y un trabajo endemoniado, además. Para hacerlo adecuadamente, necesitamos más equipo del que podemos llevar a bordo de esta astronave.</p> <p>—Entonces ¿llamamos a un navio de reparaciones, o...?</p> <p>—¿Es que hay otra alternativa?</p> <p>—Estoy pensando en tomar tierra en el planeta. Tienen que disponer de facilidades de reparación allá abajo...</p> <p>El navegante, Harley, intervino en aquel momento de la discusión, diciendo que sólo las naves oficiales, tenían permiso para tomar tierra en Caos.</p> <p>—¿Por qué esa prohibición?</p> <p>—Prácticamente, la totalidad de la superficie de ese planeta es niobium. Lo están trabajando para todo el sistema.</p> <p>Graves emitió un silbido de asombro.</p> <p>—Niobium... Bien, no hay problema. Emitiremos una señal de angustiosa llamada de socorro y nos darán el rayo guía de aterrizaje. Tienen que verse obligados a hacerlo, según las leyes internacionales, no lo olvide. La cosa es tan simple como suena. Desde luego, no voy a esperar aquí dando vueltas tres o cuatro días a que venga una nave de reparaciones.</p> <p>Los jóvenes se miraron unos a otros con disgusto. ¿Se estaría Graves haciendo demasiado viejo para el espacio? Ya había mostrado en varias ocasiones opiniones disparatadas y su temperamento parecía confirmarlo cada vez más.</p> <p>—¿Una llamada urgente de socorro? —preguntó Harley con lentitud y calma—. ¿No cree que es sacar las cosas un poco de quicio, cuando sólo hemos perdido un par de nonios?</p> <p>La dificultad con los nonios pudo haber sido evitada, si Graves hubiese tenido en cuenta los evidentes síntomas de su mal funcionamiento con anterioridad suficiente, como correspondía a los conocimientos elementales de un capitán de astronave, pensó Harley profundamente preocupado.</p> <p>El doctor Graves hizo un gesto de impaciencia.</p> <p>—Me preocuparé de la cuestión legal, cuando llegue el caso. Envíe ahora mismo la señal de socorro, eso es todo.</p> <p>Y volvió la espalda, como cortando definitivamente la conversación.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Rosco hizo pasar el registro nuevamente, con una mezcla de placer y de malestar. De placer, porque sin duda alguna, había allí contenidas muchas cosas buenas y bien dichas. De malestar porque se daba cuenta cabal todavía de muchas imperfecciones que había fallado en eliminar. Tal vez la próxima vez que viniera al museo, podría repasarlo con mejor éxito.</p> <p>Mientras cerraba y apagaba el aparato y se volvió para marcharse, sus sentimientos internos le resultaron del todo satisfactorios. Se hallaba consciente de que aunque el resto de la raza humana pudiese estar malgastando sus energías estúpidamente, él, Rosco, estaba creando un mausoleo donde el tiempo apenas contaba y que sobrevivía a todos.</p> <p>Las eternas máquinas se erguían a su alrededor, como si aprobasen silenciosamente su decisión y su juicio, en aquella inmóvil e incorruptible atmósfera.</p> <p>Rosco miró una vez más a su alrededor, en aquellas enormes filas de formas metálicas. Después, mientras caminaba hacia los corredores formados por las máquinas, fuera del gran espacio abierto, sus oídos captaron un zumbar distante. Las nubes tormentosas eran una cosa muy rara en Caos. Para su oído entrenado, aquello sonaba más bien al remoto rugido de los cohetes de motores lejanos de una astronave. Pero con seguridad que la próxima nave espacial no llegaría al menos en otro par de días...</p> <p>Manejando un control de su comunicador de bolsillo, Rosco interrogó al centro principal de control, que había dejado en automático para los programas de rutina. La respuesta codificada le dijo que un navio sin identificar llegaba en un aterrizaje de urgencia.</p> <p>Rosco desconectó el comunicador. Por alguna razón, la información de que los visitantes ya venían de camino le había causado una sensación de premonición que le puso escalofríos en la espalda. Tal vez llevaba ya demasiado tiempo alejado de sus congéneres, los seres humanos, para dar la bienvenida a una interrupción de su total aislamiento. Tras haber estado solo por tanto tiempo, resultaba una perspectiva perturbadora el tener que encararse con sus congéneres de nuevo. Tener que sonreír, intervenir en diálogos, intercambiar frases de cortesía y mantener una prolongada conversación le iba a resultar difícil, en verdad.</p> <p>El rugido de la nave descendiendo, aumentaba más y más. Rosco llegó a la avenida principal donde había dejado su transportador. Lo mejor sería ir a la zona de aterrizaje lo más pronto posible. Tal vez, si aquella gente llegaba con algún caso urgente de rutina, necesitaría ayuda tan pronto como tocase tierra en Caos. Estaba totalmente equipado, en la cúpula y en los almacenes, con todo lo esencial para asistencia médica y quirúrgica e incluso contaba con un computador portátil de diagnósticos.</p> <p>Rosco estaba a punto de saltar al transportador y a ponerlo en marcha, cuando la nave que descendía apareció atravesando la base de las nubes a unos cuantos miles de pies de altura. El casco, recalentado por la fricción, resplandecía de un sombrío color naranja, al perforar las nubes grises de polvo, como un sol enorme, tiñendo los jirones próximos de un escalofriante matiz rojizo.</p> <p>El rugir de los motores era como una muralla maciza de sonido, descendiendo desde el techo formado por las nubes hacia el terreno, estremeciéndolo todo.</p> <p>Rosco se detuvo, con medio cuerpo dentro del transportador y medio fuera, observando a la enorme nave conforme iba cayendo hacia abajo, y estremeciéndose a consecuencia de las ondas concéntricas de calor y sonido que surgían de los potentes motores funcionando, sin duda, a un ritmo enloquecido.</p> <p>Todos los sentidos de Rosco se alertaron rápidamente y su mente funcionó urgentemente sin poder generar ningún pensamiento coherente. Pero sí le pareció oír una nota irregular en el tronar de la astronave como si el piloto tuviera que luchar frenéticamente con los mandos para ponerlos bajo control.</p> <p>Ya descendía los últimos centenares de pies para tocar tierra, y entonces se dio cuenta vividamente del vasto bulto de la nave al caer desde el cielo de una forma loca, ladeándose de un lado a otro en una forma que obligó a Rosco a enterrarse en la cabina del transportador y arrancar frenéticamente el motor, con la cabeza en alto al hacerlo, para mantenerse a la vista de la nave que caía como una bomba.</p> <p>Tuvo la repentina noción de que no podría estar en condiciones de escapar en el transportador, escapando así de lo que se le venía encima y que entonces parecía ocupar todo el cielo visible con el casco al rojo cereza.</p> <p>Después, vio dónde la nave iba a estrellarse y dónde iba a producirse el impacto. Rosco saltó del transportador, gritando hasta enronquecen Comenzó a correr de vuelta al claro del terreno gesticulando y gritando al tope de su voz a la nave que caía como un meteorito. El ruido de sus gritos se perdió en el rugir fenomenal de los motores, mientras que el enorme casco caía rápidamente sobre su cabeza.</p> <p>Los hombres del interior de la nave, braceaban forcejeando contra el inevitable impacto, viendo sobre sus pantallas a Rosco corriendo hacia delante como un loco. Pero ya no podían hacer nada contra lo inevitable.</p> <p>La nave se estrelló a pocas yardas del centro del museo de Rosco. Enormes ondas de llamaradas lo engulleron, produciéndose una serie de agudas explosiones. Todas aquellas hermosas piezas que eran el orgullo de Rosco fueron destruidas por el impacto y las restantes medio derretidas por las llamas.</p> <p>Después, por unos cuantos momentos, se produjo una especie de silencio.</p> <p>Cuando los temblorosos hombres del interior de la nave pudieron surgir al exterior dentro de sus escafandras, como les fue posible, pasearon inciertos a través del suelo achicharrado, solo había unas cuantas lenguas de fuego aisladas consumiendo los esqueletos de aquellas máquinas que habían contenido material combustible.</p> <p>Encontraron a Rosco yaciendo de cara al suelo, a poca distancia, en uno de los callejones y cuando le volvieron hacia arriba, comprobaron que una esquirla procedente de una de las maquinas que habían explotado, le había desgarrado el visor y rajado la frente.</p> <p>Con toda rapidez, el doctor Graves cerró la abertura del casco con un compuesto especial de plástico y le inyectó una gran cantidad de oxígeno en el interior del traje espacial, presionando el esternón de Rosco rítmicamente con el puño cerrado.</p> <p>Todo resultó inútil. Rosco debió haber muerto ya en el momento en que le encontraron.</p> <p>Tras unos minutos de persistente esfuerzo, cuando ya estaba claro que no había forma de resucitarlo, el doctor Graves se incorporó y se volvió a sus compañeros con los brazos extendidos en un gesto de muda impotencia.</p> <p>Los tres permanecieron indecisos por unos momentos, sin saber qué hacer, mirando a su alrededor y a lo que quedaba del museo de Rosco, aplastado y deshecho. Las máquinas todavía retenían en su retorcida destrucción un extraño sentido de orden y disposición, fila tras fila, en contraste con las confusas pilas de desperdicios y de chatarra que les envolvía por todas partes.</p> <p>Harley se aproximó a una de aquellas reliquias más próximas, cuyo tamaño se imponía a su propia altura en una actitud que sugería, para una mente imaginativa, una especie de grotesca súplica, una llamada a la justicia de cualquiera que fuese el poder que controla el Cosmos. Pero no sugirió nada parecido a Harley. El viajero del espacio sólo trataba de descifrar cuál era el propósito original de lo que había sido aquella máquina.</p> <p>Estaba mirando el comunicador de infrarrojos en aquella reliquia funeraria. Pero el diseño estaba tan pasado de moda que Harley, desprovisto de gusto para los estudios anticuarios, le volvió la espalda fríamente y con todo desinterés. Estaba a punto de alejarse de allí, habiendo perdido todo interés en el problema. Pero entonces, algún oscuro proceso electromecánico de los restos de la máquina, y que tal vez pudo haber sido producido por inducción del progresivo enfriamiento de su casco achicharrado, hizo que el comunicador entrase en acción.</p> <p>Una vez más, los discos de los bancos de memoria comenzaron a rotar; pero los discos estaban irreparablemente dañados por el calor y por las ondas de choque de la explosión cercana, en el desastre.</p> <p>Todo lo más que el comunicador pudo hacer fue emitir una extraña especie de tos y después:</p> <p>Fragmentos ro... Fragmentos ro... Fragmentos ro...</p> <p>Otra pausa, otra especie de golpe de tos y a renglón seguido:</p> <p>Fragmentos ro... Fragmentos ro... Fragmentos ro... Fragmentos ro...</p> <p>Harley se volvió a sus compañeros con una mirada de estupor en su rostro. Después se volvió hacia el comunicador;</p> <p>Fragmentos ro... Fragmentos ro... Fragmentos ro...</p> <p>Harley se aproximó más a la máquina.</p> <p>—¡Maldito y estúpido cacharro! —dijo sin ninguna particular emoción en la voz.</p> <p>Y con su bota del espacio, propinó un fuerte puntapié a un costado de la máquina, que quedó colapsada en el más completo silencio.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LA MESA DE BILLAR REDONDA - Steve Hall</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">¿H</style>AN oído ustedes alguna vez el relato del fabricante de mesas de billar, que recibió un encargo de un millonario excéntrico? El millonario dio su nombre, y tras haberse establecido la confianza necesaria, solicitó que se le hiciera una mesa especial. Le dijeron, que estarían encantados con hacerle lo que se dignase ordenar, fuese lo que fuese; si bien tendría precios especiales en razón de las características extra que el señor solicitase, fuera de lo normal. Bien, el millonario expresó concretamente su capricho: quería una mesa que fuese redonda en vez de oblonga (una considerable consternación por parte del fabricante; pero finalmente estuvo de acuerdo); después expresó su deseo de que la mesa tuviese un agujero en lugar de seis, y que tal agujero debería hallarse en medio (sólo una ligera sorpresa ante esto) y mister Sacos-de-Dinero también quiso piel de visón para forrarla en vez del clásico tapete verde. Hubo además otros detalles accesorios; pero ya pueden ustedes tener la idea general de la cuestión. Aquel tipo podía estar chiflado; pero teniendo tanto dinero, ¿a qué preocuparse? El fabricante podía hacerle algo cien veces mejor si así lo mandaba el ricachón. «De acuerdo, pues —dijo finalmente mister Sacos-de-Dinero—, adelante con ella y dígame cuándo estará lista y terminada».</p> <p>El fabricante de las mesas de billar puso a contribución hasta la última fibra de su sistema nervioso y muscular y acabó el trabajo en tres semanas. Llamó entonces al millonario para darle la buena noticia... y se encontró que el tipo aquél había cambiado de opinión. Cualquiera de ustedes puede acabar este relato mirando fijamente a los ojos a quien le escucha, diciéndole con un aire muy confidencial: «Y así, si conoce usted a alguien que quiera una mesa de billar redonda, con un agujero en medio y una piel de visón como forro, podrá decirle dónde hay una que es más barata.» ¿Una locura, verdad? Bien, recordé este cuento increíble por algo que me sucedió hace unos pocos meses.</p> <p>En Amsterdam se celebró una reunión de la Convención de Escritores Europeos de Ciencia Ficción, procedentes de todas partes, y por cierto que la totalidad de la Convención discurrió como una bomba explosiva. En la tercera y última tarde, un puñado de nosotros nos hallábamos reunidos en el bar y la conversación recayó en la famosa novela de H. G. Wells, <i>El Hombre Invisible</i>. Nosotros, los continentales, incluyendo el propio contingente de Amsterdam, pensábamos que era buena y una excelente concepción de intriga y misterio y así estábamos expresándolo. Hubo muchas especulaciones al respecto y en relación con lo que cualquiera pudiese hacer, de ser invisible, cuando de repente, una nueva voz interrumpió la conversación.</p> <p>—Todo eso está muy bien —afirmó pedantemente—; pero si ustedes fuesen invisibles, no podrían ver nada.</p> <p>Nos apercibimos de la presencia del recién llegado, entonces por primera vez. Era un tipo alto, lánguido, con una cara rubicunda y un bigote de granadero, de buena presencia y con un constante cigarrillo en las manos.</p> <p>Vaya, pensé, he aquí un iconoclasta, teniendo ante mí unos cuantos tragos de licor para continuar las argumentaciones de aquella nueva sugerencia.</p> <p>—Por favor, continúe —le dije con mi mejor acento inglés.</p> <p>Me dedicó un gesto de cabeza condescendiente.</p> <p>—Bien, para ser invisible... un objeto tiene que ser completamente transparente, como por ejemplo, cuando la luz pasa a través de algo sin ser reflejada..., ¿me comprende?</p> <p>Yo le seguí dando cuerda.</p> <p>—No del todo, señor mío..., ¿por qué la luz no tiene que ser reflejada?</p> <p>Levantó las cejas ante mi evidente ignorancia.</p> <p>—¿Es que no lo ve? Si la luz <i>fuese</i> reflejada, aunque fuese todo lo ligeramente que usted quiera, veríamos que la cosa tendría alguna forma o reflejo, algo perceptible, como ocurre con un panel de cristal.</p> <p>—¿De veras? —interrumpí haciéndome el sorprendido.</p> <p>—Por tanto, si su sujeto tiene que ser completamente invisible estaría inevitablemente ciego, porque sus ojos tendrían que ser absolutamente transparentes, y si lo <i>fuesen...</i> (Aquí hizo una pausa para dar una chupada al cigarrillo antes de revelarnos el secreto), si lo <i>fuesen</i>, no podría ver maldita la cosa, porque la luz no podría formar en sus retinas ninguna imagen de lo que hubiera ante él. Tendría la impresión como si se hallase en una completa oscuridad —y acabó con la nota del triunfo propia del conocimiento sobre la ignorancia.</p> <p>—Entonces, ¿usted cree que la invisibilidad es un completo absurdo?</p> <p>Pude darme cuenta que el resto de mis colegas se apartaban aburridos del giro de la conversación. Aquel tipo les estaba pareciendo un imbécil y sabían además, la clase de bromista que era yo, y no estaban con ganas de aguantar ni una cosa ni la otra. Yo tenía que saberlo todo por mí mismo.</p> <p>El inglés cayó en la trampa.</p> <p>—Por supuesto que lo es..., por completo.</p> <p>Yo me eché al coleto un buen trago del aperitivo que estaba tomando y le dejé disfrutar de su seguridad durante un rato. Al final, le dije:</p> <p>—Bien, ¿qué diría usted si yo le demostrase que un objeto puede hacerse totalmente invisible?</p> <p>—Pues diría que quiere usted tomarme el pelo, amigo.</p> <p>—¿No cree usted que eso sea ni remotamente posible?</p> <p>—Ya se lo he dicho —repuso con impaciencia—, está fuera de toda cuestión. Es un completo disparate, un absurdo. Además, sepa que estoy dispuesto a apostar lo que quiera —y sacó del bolsillo un talonario de cheques de viajero que depositó sobre el mostrador del bar—. Aquí tiene el dinero.</p> <p>Aquel tipo es de los que siempre están convencidos de que el dinero es lo que tiene la voz más alta y a salirse siempre con la suya.</p> <p>Yo di la impresión de vacilar un poco.</p> <p>—No me gustaría quedarme con su dinero, misten..</p> <p>—Lloyd —repuso rápidamente— e insisto en que se quede con él como apuesta, si es que puede hacer lo que dice.</p> <p>—De acuerdo contesté yo y cubrí aquella cantidad con otra mía. Aquello pareció achicarle un poco en sus vuelos, puesto que no creía que yo aceptara el desafío—. La apuesta consistirá en que yo puedo hacer cualquier objeto mío en algo completamente invisible.</p> <p>Aquello estaba tan claro, que realmente había pocas objeciones que hacer.</p> <p>—Bien, vamos.</p> <p>—¿A dónde? —inquirió Lloyd lleno de sospechas.</p> <p>—Pues al laboratorio en que trabajo... allí le haré una demostración convincente y me quedaré con su dinero —y alargué la mano para recoger los cheques que había en la barra.</p> <p>—Un momento —objetó Lloyd— todavía no ha ganado la apuesta, yo lo llevaré —me miró fijamente, evidentemente calculando si yo pudiera engañarlo o cosa parecida y después decidió que era hombre de calibre igual al mío, por lo menos, para enfrentarse sin temor a la prueba.</p> <p>Nos dirigimos al laboratorio Tecnológico. El viejo Willi, el guardián del Centro, nos dejó pasar, farfullando algo respecto a que era demasiado tarde para ello. Le prometí que estaríamos solos y que podía cerrar la puerta con seguridad, lo que le suavizó bastante en su conciencia profesional.</p> <p>—Vea lo que hace, profesor Schroeder —murmuró y se fue a paso ligero en dirección a sus habitaciones de guardia del Centro.</p> <p>Lloyd miró cuidadosamente alrededor de aquel laboratorio experimental.</p> <p>—Bien, veamos ese truco suyo de hacer desvanecerse las cosas.</p> <p>Busqué en un cajón algo que deseaba encontrar.</p> <p>—¿Es usted un científico? —le pregunté.</p> <p>—No —admitió Lloyd— pero esto es una demostración y no preciso de ninguna conferencia al respecto.</p> <p>—Pues la tendrá —le aseguré—. Todavía está a tiempo de retirar su apuesta, antes de que lo haga.</p> <p>Lloyd daba la impresión de haberse vuelto más aprensivo; pero mi aparente buena voluntad, tuvo el efecto de obstinarle en su propósito. Pensó, sin duda, que mi juego sería una tontería y que no conseguiría nada.</p> <p>—No —repuso—. La apuesta está en pie.</p> <p>—Bien, queda la apuesta en firme —le dije y le mostré lo que había sacado del cajón—. Si consigo hacer que estos dos trozos de mármol se vuelvan totalmente invisibles, ¿se quedará usted satisfecho?</p> <p>Los tomó de mis manos y los examinó de cerca y cuidadosamente mirando uno tras otro, por si había algún truco. No lo había, naturalmente, eran sencillamente dos trozos de mármol corriente, duros, esféricos y con un leve tinte verdoso en ellos... algo perfectamente visible.</p> <p>Le ofrecí la bandeja de una caja de cerillas.</p> <p>—Póngalos allí y sosténgalos por un momento.</p> <p>Sobre el banco de trabajo y a mi derecha, estaba el Polarizador Múltiple que yo había desarrollado.</p> <p>Abrí la puerta de su cámara de acción y le hice una seña a Lloyd.</p> <p>—Póngalo ahí usted mismo.</p> <p>Lloyd oteó con cuidado en el interior, antes de hacerlo; pero allí había poco que ver, excepto las espirales de alta frecuencia a ambos lados, y las planchas electrostáticas estaban en el techo y en el fondo de la cámara.</p> <p>Cerré y mantuve la puerta cerrada, después fui hacia el control y dejé pasar la corriente.</p> <p>—Sólo cinco minutos.</p> <p>Lloyd no dijo una palabra mientras fueron pasando aquellos minutos, segundo a segundo. Unas gotas de sudor le perlaban la frente, sin embargo, y encendió un cigarrillo, olvidando de utilizar la boquilla.</p> <p>El tiempo requerido transcurrió al fin y yo, pausadamente abrí la puerta.</p> <p>—Tome la bandeja usted mismo —le dije.</p> <p>—No habrá calor ahí dentro, ¿verdad?</p> <p>—No.</p> <p>Un poco nerviosamente, alargó la mano y tomó la bandeja. Pude oír que los trozos de mármol rodaban y resonaban en la bandeja al retirarla de la cámara. Lloyd pensó que aquellos efectos de sonido provendrían de alguna otra parte, cuando la vio aparentemente vacía del todo.</p> <p>—Tóquelos —le dije.</p> <p>—Ya he visto este truco otras veces —repuso—, los trozos de mármol no estarán aquí, ¿verdad?</p> <p>—Tóquelos si quiere —volví a repetirle.</p> <p>Lloyd rebuscó a tientas con los dedos hasta que la expresión de sus ojos era tan incrédula y tan asombrada que daban ganas de soltar la carcajada, cuando localizó por el tacto las esferas invisibles. Sus manos temblaban visiblemente.</p> <p>—No las vuelque —le dije— o las perderemos. —Extendí mi pañuelo sobre el banco de trabajo—. Ponga la bandeja ahí.</p> <p>Lloyd hizo lo que le había dicho.</p> <p>—Ahora, dele vueltas lentamente.</p> <p>De nuevo siguió mis instrucciones, sintiendo las esferas suavemente contra sus ropas y recogiendo con los dedos las invisibles esferas de mármol, una cada vez, entre el pulgar y el índice y levantándolas hacia la luz.</p> <p>—Está bien —dijo finalmente—. Usted ha ganado. Pero, ¿cómo lo ha hecho?</p> <p>Yo tomé los mármoles y mi pañuelo y lo puse todo en el bolsillo de mi chaqueta.</p> <p>—Es una curiosidad de laboratorio —le dije—. Como usted mismo dijo antes, si se hace algo <i>perfectamente</i> transparente, no puede verse, eso es justamente lo que he hecho. Una pieza ordinaria de cristal es en realidad altamente traslúcida. Este dispositivo hace girar los planos de las moléculas de cristal de forma que la luz pasará entre ellas sin reflexión alguna... y de aquí su invisibilidad.</p> <p>—Pero, ¿qué es lo que hace usted con eso?</p> <p>—Nada —le repuse sencillamente—. Es sólo un fenómeno de laboratorio que funciona con materiales traslúcidos, y su efecto es temporal, de todos modos.</p> <p>—¿Quiere usted decir que esas esferas de mármol volverán a ser visibles de nuevo?</p> <p>—Sí. Dentro de cuarenta y ocho horas aproximadamente, las moléculas volverán a su posición normal de forma parecida a como un trozo de hierro dulce perderá su magnetismo inducido.</p> <p>Lloyd se marchó con el dinero apostado, tras habérselo perdonado y le urgí a que se marchara cuanto antes. Así, pensé que sería la última vez que le vería.</p> <p>Sin embargo, dos días más tarde, precisamente cuando estaba a punto de marcharme terminado el trabajo de la tarde, volvió con otro individuo, un enano de mirada de reptil y ojos de hurón.</p> <p>—Buenas tardes, profesor Schroeder —dijo Lloyd saludándome afectuosamente, ofreciéndome la mano.</p> <p>—¿Qué le trae a usted por aquí?</p> <p>—Tengo un amigo mío que no cree en la invisibilidad, y hemos hecho una apuesta sobre ello..., ¿quisiera usted hacer una nueva demostración para nosotros?</p> <p>—No tengo tiempo para nuevas bromas —repuse.</p> <p>—Oh, vamos, doctor, ¿qué trabajo le cuesta? Déme una oportunidad... usted es un sabio.</p> <p>Pensé que seguramente era más fácil hacerlo que discutir.</p> <p>—Bien, adelante, pasen ustedes —les conduje hacia el Polarizador y rebusqué en busca de los mármoles que ya habían vuelto de nuevo a su estado normal.</p> <p>—No se moleste —farfulló Lloyd—. Mi amigo tiene unas muestras propias.</p> <p>Aquel ratón de individuo se sacó una caja de cerillas del bolsillo, sacó el cajoncillo de la misma y mostró su contenido. Dentro, seis piedrecitas talladas, centelleantes e idénticas, esparcían un maravilloso fulgor.</p> <p>Yo abrí la puerta.</p> <p>—Está bien. Póngalas ahí.</p> <p>El hombrecito lo hizo así y aguardó como un halcón mientras que yo cerraba la puerta de la cámara.</p> <p>—Esos cristales son muy duros —comenté— pero démosles ocho minutos para que se «cuezcan».</p> <p>Finalmente, el hombrecito sacó su cajita y miró afanosamente en ella. El contenido era absolutamente invisible, como estaba programado. Sin embargo, no estaba satisfecho, hasta que tocó con los dedos, una tras otra, las seis piedras que envolvió más tarde en un saquito de terciopelo. A continuación, sólo hizo un comentario, dirigiéndose a Lloyd.</p> <p>—Tenías razón.</p> <p>Les conduje a la puerta del laboratorio.</p> <p>—Mire —le dije a Lloyd—. <i>No hagan</i> de esto una costumbre. Y no vuelvan más por aquí. No lo olviden.</p> <p>—Por supuesto, querido amigo, ni que decir tiene.</p> <p>Pensé que sería lo último que vería de Lloyd mientras les repetí:</p> <p>—No lo olviden. No vuelvan de nuevo.</p> <p>—Vuelvo a casa en el vuelo de esta noche —me dijo—. No tiene por qué volver a preocuparse.</p> <p>Y se marcharon de prisa.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Una semana más tarde, el viejo Willi entró en mi estudio y me dijo que dos caballeros deseaban verme.</p> <p>—¿Qué es lo que desean?</p> <p>—No lo sé, profesor; dicen que es un asunto privado.</p> <p>—Bien, hágalos pasar.</p> <p>Segundos más tarde, Lloyd y el enano irrumpieron en la estancia, ambos con una mirada sombría.</p> <p>—¿Qué diablos desean ustedes ahora? —casi les grité—. Les dije que no volvieran más.</p> <p>Lloyd extendió una mano suplicante.</p> <p>—Espero que sólo le molestemos unos momentos, profesor.</p> <p>—Y bien, ¿de qué se trata?</p> <p>—Aquellos pequeños cristales que hizo usted invisibles para nosotros... continúan invisibles.</p> <p>—No tiene sentido —rezongué molesto— que después de siete días no hayan revertido ya a su estado normal.</p> <p>En forma de respuesta, el hombrecito se sacó silenciosamente una caja de fósforos del bolsillo y la sacudió ligeramente. Tiró del cajoncito de las cerillas y me mostró el interior. No pude ver nada, aunque sí sentí las piedras con mis dedos. Había, ciertamente, seis objetos en el interior... objetos tallados en facetas, como si fuesen diamantes.</p> <p>—Tienen ustedes aquí algunos cristales de capricho —comenté como un niño recién nacido, tal era la inocencia fingida de mi comentario—. Tal vez tarde algún tiempo más en volver a su estado primitivo... los cristales de gran dureza siempre lo hacen así.</p> <p>Los dos se intercambiaron miradas de curiosidad. Al final, Lloyd dijo algo a mi amigo respecto a 64 dólares.</p> <p>—¿Cuánto tiempo? —preguntó.</p> <p>—No lo sé exactamente —dije irritado e intrigado al mismo tiempo respecto a aquellos cristales tallados—. Unas cuantas semanas, tal vez...</p> <p>—Suponga que no eran cristales —insistió Lloyd.</p> <p>El enano le envió una mirada asesina; pero el inglés pareció ignorarlo.</p> <p>—¿Cuánto tiempo se llevaría, en el caso, digamos, de que fuesen diamantes?</p> <p>Por fin capté la cuestión.</p> <p>—¿Lo eran realmente?</p> <p>De nuevo un intercambio de miradas, esta vez más profundas y desconfiadas y el hombrecito hizo un gesto de asentimiento a Lloyd. El inglés vaciló por un momento y después disparó al fin la verdad.</p> <p>—Mire, yo me dedico a la cuestión de piedras preciosas en Hatton Carden..., no soy el propietario, ni nada que se le parezca, pero yo compro y vendo piedras para la Compañía. Yo estaba aquí combinando los negocios con el placer, cuando caí en la Convención de escritores de Ciencia Ficción la última semana.</p> <p>—¿Y se le ocurrió que incrementaría sus negocios con mi demostración... Como, por ejemplo, contrabandear con diamantes en Inglaterra, diamantes invisibles, ¿eh?</p> <p>—Pues más o menos así es la cosa —admitió Lloyd—. Somos socios en esta operación —añadió haciendo un gesto hacia el enano— y hemos metido en esto todo el dinero que teníamos.</p> <p>—Y ahí seguirá metido —repuse secamente—. Son ustedes un par de estúpidos.</p> <p>Lloyd se pasó un nervioso dedo alrededor del cuello que parecía apretarle demasiado.</p> <p>—¿Por qué dice usted eso?</p> <p>—Por lo que yo sé, la rotación de los planos moleculares es un proceso en una sola dirección —expliqué—. Vuelven a su estado normal por su propia voluntad... y nada hemos podido hacer jamás para acelerar o retardar el proceso en el cristal.</p> <p>—Entonces..., ¿no había usted experimentado nunca con diamantes?</p> <p>Yo sacudí la cabeza negativamente, asombrado de que un individuo entendido en diamantes fallase en ver lo que era evidente.</p> <p>—Los cristales de gran dureza, se llevan mucho tiempo en revertir a su estado primitivo, más desde luego que las variedades corrientes y cuanto más duro sea, más tiempo se lleva. <i>Así pues, como usted sabe, el diamante es la sustancia más dura que se conoce..., ¿correría usted el riesgo de hacer experimentos con ellos?</i></p> <p>A Lloyd se le puso blanca la cara.</p> <p>—Pero, ¿no podría usted revertir ese proceso de alguna forma?</p> <p>Negué con la cabeza definitivamente.</p> <p>—Será mejor que piense en uno —dijo el hombrecito con malas pulgas.</p> <p>—Y ustedes dos será mejor que piensen en esto —dije poniéndome en pie—. Han admitido ustedes el contrabando y ahora añaden la amenaza a su repertorio de delitos... y me pregunto qué pensarán los muchachos del uniforme azul sobre el particular —me dirigí a la puerta, la abrí de par en par y les grité—: ¡Fuera!</p> <p>Lloyd no era un luchador en realidad, como había imaginado y el otro no era más que un granuja y un enano, mental y físicamente, una vez se le paraba en seco su fanfarronada. Y se marcharon como dos pompas de jabón que desaparecen en una corriente de agua.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">A veces veo a Lloyd dando vueltas a mi alrededor... siempre lleva con él la caja de cerillas y siempre trata de aproximarse a mí como si tuviera en las manos la forma de ayudarle. Nunca menciona al enano, a quien por cierto no he vuelto a ver más.</p> <p>Pero mi respuesta es siempre la misma:</p> <p>—Lo lamento.</p> <p>Así, si conocen ustedes a alguien que le gustara poseer media docena de diamantes invisibles..., va lo saben.</p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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