Con Cadena de Fuego, Timun Mas alcanza la decimoctava entrega de una de las sagas de fantasía de mayor éxito de todos los tiempos.

En su búsqueda de Kahlan, Richard viaja a las Fuentes del Agaden para pedir ayuda a la bruja Shota. Pero la información que obtiene resulta tan enigmática que no parece que vaya a serle de ninguna utilidad. Y el precio que ha de pagar por ella es muy alto.

Desesperado, con Zedd, Ann y Nathan insistiéndole para que se reúna con el ejército y se enfrente a Jagang en lo que podría ser la batalla definitiva, Richard está a punto de abandonar.

En un último intento desesperado por averiguar la verdad, Richard huye del Alcázar del Hechicero en busca de respuestas a la enigmática información que le dio Shota. ¿Qué es la Cadena de Fuego? ¿Qué es la Profunda Nada? ¿Qué simboliza la víbora con cuatro cabezas?

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A Vincent Cascella, un hombre de intelecto inspirador, ingenio, energía y valor… y un amigo con el que siempre puedo contar.

<p style="line-height:400%">Capítulo 1</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">—¿Qué crees que podría significar? —preguntó Berdine.</p> <p>Verna echó una ojeada a los ojos azules de la mord-sith.</p> <p>—Ann no lo decía.</p> <p>La biblioteca estaba silenciosa como una tumba salvo por el quedo siseo de las lámparas de aceite. Con todas aquellas filas interminables de pasillos, además del enmaderado y las estanterías de oscura madera de nogal, los quinqués y las velas apenas conseguían iluminar el vasto santuario interior. Si Verna hubiese encendido todas las lámparas reflectoras que cubrían las paredes y colgaban de los extremos de los estantes, el lugar habría resultado considerablemente más luminoso pero, para lo que querían, no lo consideró necesario.</p> <p>En cierto modo, Verna tenía la impresión de que si encendían demasiadas lámparas y sacaban demasiados tomos antiguos, alteraban el sanctasanctórum en exceso, y ello podría despertar a los espectros de todos los amos Rahl que vagaban por el lugar.</p> <p>Vigas gruesas dividían el oscuro artesonado y las bovedillas revestidas con paneles del techo. Tallas doradas de enredaderas y hojas ascendían serpenteantes por columnas laterales. Había símbolos extraños, pero a la vez hermosos, pintados en colores vivos en las superficies de las vigas, y el suelo estaba cubierto por lujosas alfombras tejidas con dibujos intrincados en colores apagados.</p> <p>Y por todas partes, alrededor de las paredes, dentro de vitrinas y en estanterías colocadas en una ordenada hilera tras otra, había libros a millares. Sus tapas de cuero, la mayoría en colores intensos con al menos un poco de pan de oro o plata en los lomos, añadían una textura suntuosa y como jaspeada al lugar. Verna pocas veces había visto bibliotecas tan espléndidas. Las criptas del Palacio de los Profetas, donde había pasado gran cantidad de tiempo estudiando, también habían contenido miles de libros, pero el lugar había sido diseñado de un modo práctico, para desempeñar únicamente la función de almacenar libros y proporcionar un lugar conveniente donde leerlos. Este palacio revelaba una veneración por los libros y los conocimientos que contenían.</p> <p>El saber era poder, y a lo largo de las eras cada lord Rahl había tenido tal poder al alcance de la mano. Si usaron o no tales conocimientos juiciosamente era otra cuestión. El único problema con tan vasta cantidad de información sería acceder a un dato concreto, o incluso saber que existía en una colección tan inmensa.</p> <p>Desde luego, en tiempos muy lejanos habría habido amanuenses, quienes, aparte de su trabajo de realizar copias de obras importantes, cuidaban las bibliotecas y eran responsables de secciones concretas. El amo podía tranquilamente efectuar unas cuantas preguntas pertinentes, y luego identificar al individuo dedicado a la zona concreta que le interesaba, de quien recibía las indicaciones correctas sobre dónde consultar. En la actualidad, sin tales especialistas, la inapreciable información contenida en los innumerables tomos resultaba considerablemente más difícil de recuperar. La magnitud de la información se convertía en un obstáculo para la consecución de un dato en concreto, y, al igual que un soldado que transportase tantas armas que no pudiese moverse, tanta información resultaba casi inútil.</p> <p>Los libros que contenía aquella biblioteca en concreto representaban una cantidad de trabajo casi inimaginable, llevada a cabo por innumerables estudiosos y un gran número de profetas. Un corto paseo por los pasillos había revelado la presencia allí de obras sobre historia, geografía, política, el mundo de la naturaleza y profecías que Verna jamás había visto. Una persona podía pasar toda una vida en aquel lugar, y sin embargo, Berdine había dicho que en el Palacio del Pueblo existían varias de tales bibliotecas, desde algunas a las que se permitía el acceso casi libremente, a otras en las que nadie salvo el lord Rahl, y, supuso Verna, sus confidentes de más confianza, podía entrar. La biblioteca en la que estaba era una de estas últimas.</p> <p>Berdine había dicho que debido a que ella conocía el d'haraniano culto, Rahl el Oscuro la había llevado a veces a las bibliotecas más privadas para recabar su opinión sobre traducciones de pasajes poco claros de textos antiguos. En consecuencia, Berdine se hallaba en una posición privilegiada para saber más sobre la profusión de información potencialmente peligrosa almacenada en el palacio.</p> <p>Aunque no todas las profecías eran igualmente problemáticas. Una gran parte de ellas resultaban de menor importancia, más bien inofensivas, pues casi podían calificarse de chismorreos.</p> <p>Pero ni mucho menos eran todas las predicciones tan frívolas. A veces el lector deambulaba por las estimulantes banalidades de algunas vidas cotidianas, lo que proporcionaba una sensación de complacencia, y entonces, cuando uno menos lo esperaba, cosas siniestras surgían de las páginas.</p> <p>Si bien existían tomos que eran completamente inofensivos, existían otros que eran peligrosos desde la primera palabra a la última. Esta biblioteca en particular contenía algunos de los libros de profecías más peligrosos que Verna conocía, libros que en el Palacio de los Profetas no se guardaban en el sótano principal, sino en criptas más pequeñas fuertemente protegidas, restringidas a todo el mundo a excepción de un puñado de personas. La presencia de aquellos libros era probablemente la razón de por qué esta biblioteca específica era un refugio muy privado del amo Rahl. Verna tenía serias dudas de que los guardias la hubiesen dejado entrar de no haberla estado escoltando una mord-sith.</p> <p>Verna podría pasarse la vida en un lugar tan acogedor, explorando innumerables libros que nunca antes había visto pero, por desgracia, no podía permitirse el lujo de pasar mucho tiempo allí. Se preguntó distraídamente si Richard había visto siquiera lo que era ahora suyo por ser el lord Rahl.</p> <p>Berdine dio un golpecito con un dedo a la página en blanco de <i>El libro Glendhill de la teoría de la desviación.</i></p> <p>—Te lo estoy diciendo, Prelada, estudié este libro con lord Rahl en el Alcázar del Hechicero de Aydindril.</p> <p>—Eso dijiste.</p> <p>Verna encontraba interesante, por no decir otra cosa, que Richard conociera la existencia de <i>El libro Glendhill de la teoría de la desviación,</i> y aún más curioso, teniendo en cuenta la aversión del joven por las profecías y el hecho de que este libro versara en su mayor parte sobre él, que lo hubiese estudiado.</p> <p>Parecía no existir fin a las pequeñas curiosidades que de vez en cuando Verna descubría sobre Richard. Sabía que parte de la repugnancia que éste sentía por la profecía provenía de su aversión por los acertijos. Los odiaba. También sabía, no obstante, que en gran medida su animadversión por la profecía se debía a su creencia en el libre albedrío, a su creencia en que él mismo, y no la mano del destino, hacía que su vida fuese como era.</p> <p>Si bien era enormemente compleja y con niveles de significado más allá de la comprensión de la mayoría de las personas, la profecía ciertamente giraba en torno a ciertos elementos esenciales que acababan cumpliéndose, por eso Richard había cumplido la profecía en más de una ocasión a la vez que demostraba que estaba equivocada en los detalles.</p> <p>Verna sospechaba amargamente que, de un modo perverso, la profecía había pronosticado el nacimiento de Richard sólo para que éste pudiese venir al mundo a demostrar que el concepto de «profecía» no era válido.</p> <p>Las acciones de Richard nunca habían sido fáciles de predecir a la luz de la profecía. Al principio, a Verna la habían desconcertado las cosas que él haría y continuamente se veía incapaz de predecir cómo reaccionaría él a las situaciones o qué podría hacer a continuación. Había aprendido, no obstante, que lo que había pensado que era su condenada costumbre de cambiar en un abrir y cerrar de ojos de una cuestión a otra que no guardaba en absoluto la menor relación era, simplemente, en esencia, su singular coherencia.</p> <p>La mayoría de las personas eran incapaces de mantener la vista fija en un objetivo con tal determinación; tenían tendencia a dejarse distraer por otras cuestiones urgentes que requerían su atención. Richard, como si estuviese inmerso en un combate a espada con diversos adversarios a la vez, se ocupaba de solucionar los acontecimientos secundarios, dejándolos en suspenso o despachándolos según fuese necesario, mientras mantenía en todo momento su objetivo fijo en la mente. Tal cosa en ocasiones daba a la gente la falsa impresión de que el joven saltaba de una cosa que no tenía relación a otra, cuando en realidad lo que hacía era avanzar sin pausa hacia el problema principal.</p> <p>En ocasiones era el hombre más fabuloso que Verna había conocido. En otras, el más exasperante. Hacía mucho tiempo que había perdido la cuenta de cuántas veces había querido estrangularle. Además de ser el hombre nacido para conducirlos en la batalla final, había conseguido convertirse por la fuerza de su propia voluntad en su líder, el lord Rahl, el eje de todo por lo que ella había luchado como Hermana de la Luz.</p> <p>Tal y como pronosticaba la profecía.</p> <p>Pero en absoluto de la forma en que ésta lo había planteado.</p> <p>Más que cualquier otra cosa, Verna valoraba a Richard como amigo, y anhelaba que fuese feliz, tal y como ella había sido feliz en una ocasión con Warren. El tiempo que había pasado con Warren después de que se casaran y antes de que lo matasen, había sido el más pleno de su vida. Desde entonces, se sentía como los muertos vivientes, viva pero sin ser parte de la vida.</p> <p>Verna esperaba que algún día, quizá cuando finalmente ganaran la contienda contra la Orden, Richard podría encontrar a alguien a quien amar. Él amaba tanto la vida… necesitaba a alguien con quien compartirla.</p> <p>Sonrió interiormente. Desde el primer día en que lo había conocido y colocado el collar alrededor del cuello para llevarlo de vuelta al Palacio de los Profetas para ser adiestrado en el uso de su don, le había parecido como si su vida se hubiese visto atrapada en la vorágine que era Richard. Recordaba con nitidez aquel día nevado, allá, en el poblado de la gente barro, cuando se lo había llevado con ella. Había sido profundamente triste, porque fue contra la voluntad del muchacho, y al mismo tiempo había sido un alivio sin precedente tras haberlo buscado durante veinte arios.</p> <p>Lógicamente, él no se había prestado voluntariamente a tal cautividad. De hecho, dos de las Hermanas que acompañaban a Verna habían muerto durante el esfuerzo de conseguir que Richard se pusiera aquel collar que tanto odiaba.</p> <p>Verna frunció el entrecejo… que se pusiera el collar.</p> <p>Era curioso. Intentó recordar con exactitud cómo había conseguido hacer que se pusiese el collar alrededor del cuello. Richard odiaba los collares —en especial tras haber estado prisionero en una ocasión de una mord-sith—, y sin embargo se lo había puesto por propia voluntad. Por algún motivo peculiar, no obstante, no parecía conseguir recordar exactamente cómo había conseguido que él…</p> <p>—Verna, esto es realmente extraño…</p> <p>El cuero marrón del traje de Berdine crujió cuando ésta se inclinó un poco más, escudriñando la parte final del texto del antiguo tomo abierto sobre la mesa. Pasó una página con cuidado, comprobando, y luego volvió atrás. Alzó los ojos.</p> <p>—Sé que este libro tenía escritas más cosas. Ahora han desaparecido.</p> <p>Mientras contemplaba cómo la luz de las velas danzaba en los ojos azules de Berdine, Verna dejó de lado recuerdos de mucho tiempo atrás y devolvió toda su atención a las importantes cuestiones que tenían entre manos.</p> <p>—Bueno, pero no era este libro, ¿verdad? —Cuando Berdine frunció el entrecejo, Verna siguió diciendo para explicarse—: Puede que fuese el mismo título, pero no era este volumen. Estabas en el Alcázar… era una copia diferente de este libro. ¿Verdad?</p> <p>—Sí, claro, supongo que tienes razón en lo de que no era este libro propiamente dicho… —La mord-sith irguió el cuerpo y se rascó la cabeza de ondulado cabello castaño—. Pero si es el mismo título, ¿por qué crees entonces que la copia del Alcázar del Hechicero contiene todo el texto mientras que en ésta hay grandes secciones que faltan?</p> <p>—No dije que la copia de allí tenga aún todo el texto. Sólo digo que la copia del Alcázar, no ésta, fue la que estudiaste con Richard. Que recuerdes lo que leíste en el otro y no ver ahora ninguna página en blanco no prueba nada, porque no era este mismo libro. Pero lo que es aún más importante, de hecho este libro podría ser idéntico y contener el mismo texto íntegro, pero el escriba que realizó este duplicado simplemente podría haber dejado páginas en blanco por muchas razones.</p> <p>Berdine mostró un semblante escéptico.</p> <p>—¿Qué razones?</p> <p>Verna se encogió de hombros.</p> <p>—A veces, a libros con profecías incompletas, como éstos de aquí, les dejaban páginas en blanco para que hubiera espacio para que futuros profetas finalizaran la profecía.</p> <p>Berdine colocó los brazos en jarras.</p> <p>—Estupendo, pero respóndeme una pregunta. Cuando hojeo este libro recuerdo las cosas que leo. Puedo no comprender la mayor parte, pero lo recuerdo en un sentido general, recuerdo haber leído estos pasajes. Así que, ¿cómo es que no puedo recordar ni una sola cosa de las secciones que le faltan al libro?</p> <p>—La simple explicación es que no recuerdas nada de las secciones en blanco porque son sencillamente eso, zonas en blanco, como dije, que dejó en el libro la persona que hizo la copia.</p> <p>—No, no es eso a lo que me refiero. Quiero decir que recuerdo la índole general de las profecías… Como persona con el don tú estarías más en sintonía con lo que lees. Yo no. Puesto que jamás comprendí realmente estas profecías, en su lugar recuerdo lo largas que eran. Estas ya no están completas. No las comprendía, y recuerdo lo difícil que era interpretar unas profecías tan largas.</p> <p>—Cuando algo es difícil de comprender siempre parece más largo de lo que es en realidad.</p> <p>—No. —Berdine torció el gesto—. No es eso. —Volvió la cabeza en dirección a la última profecía y dio un golpecito sobre la página—. Ésta de aquí es sólo una página seguida de varias páginas en blanco. No puedo decir que recuerde las otras tan bien, pero por algún motivo presté más atención a la última. Te lo digo en serio, recuerdo perfectamente que ésta era mucho más larga. No puedo jurar lo largas que eran las demás, pero sí sé con seguridad que esta última tenía más de una página. No estaba incompleta, como lo está ahora. No importa lo mucho que me esfuerce, no consigo recordar lo larga que era, o lo que decía, pero sí sé que tenía más de una página.</p> <p>Era la confirmación que Verna había estado esperando.</p> <p>—Si bien la mayoría de ello apenas tiene sentido para mí —prosiguió Berdine—, sí que recuerdo esta parte, este principio que tiene que ver con toda esta discusión sobre una fuente bifurcada y la confusa cuestión sobre retroceder a una raíz adivinatoria, y luego el «dividir la horda que alardea de defender la causa del Creador»… Esa parte al menos suena como si se tratara de la Orden Imperial; pero no puedo recordar el resto que está en blanco, después de «la pérdida de confianza en un líder».</p> <p>»No lo estoy imaginando, Verna, no lo hago. No puedo decir por qué estoy tan segura de que falta el resto, pero lo estoy. Y en eso reside lo que me tiene tan preocupada: ¿por qué recuerdo esta parte que le falta al libro?</p> <p>Verna se inclinó más cerca y enarcó una ceja.</p> <p>—Pues, esa, querida mía, es la cuestión que me inquieta.</p> <p>Berdine pareció sobresaltada.</p> <p>—¿Te refieres a que sabes de que hablo? ¿Me crees?</p> <p>—Eso me temo —respondió Verna, asintiendo—. No quería plantar la semilla de la sugestión en tu mente. Quería que tú confirmases mis propias sospechas.</p> <p>—¿Entonces esto es lo que preocupaba a Ann, lo que quería que comprobásemos?</p> <p>—Lo es. —Verna revolvió entre el desordenado revoltijo de libros que había sobre la sólida mesa. Al poco halló el que quería—. Mira aquí, en este libro. Este es tal vez el que resulta más perturbador para mí. <i>Orígenes reunidos</i> es una profecía sumamente rara por el hecho de que se escribió por completo en forma de relato. Estudié este libro antes de abandonar el Palacio de los Profetas para ir en busca de Richard. Prácticamente conocía el relato de memoria. —Verna pasó rápidamente las páginas—. El libro está ahora completamente en blanco y no puedo recordar ni una palabra sobre él, excepto que tenía algo que ver con Richard. Exactamente qué, no tengo ni idea.</p> <p>Berdine estudió los ojos de Verna del modo en que sólo una mord-sith podía estudiar los ojos de alguien.</p> <p>—Así que tenemos un problema, y ese problema es una amenaza para lord Rahl.</p> <p>Verna soltó un profundo suspiro y las llamas de varias de las velas más próximas aletearon cuando lo hizo.</p> <p>—Mentiría si dijese lo contrario, Berdine. Si bien no todo el texto desaparecido tiene que ver con Richard, todo él concierne a un tiempo posterior a su nacimiento. No tengo ni una pista sobre la naturaleza del problema, pero admito que me tiene muy inquieta.</p> <p>El semblante de Berdine cambió. Por lo general la mujer era la más bonachona de todas las mord-sith que Verna conocía. Berdine poseía una especie de sencillo regocijo infantil respecto al mundo que la rodeaba, y en ocasiones podía ser conmovedoramente curiosa. Pese a haber pasado penurias que hacían que otras se quejaran, Berdine por lo general lucía una sonrisa sincera.</p> <p>Pero ante la impresión de alguna clase de amenaza para Richard, cambiaba en un instante para convertirse en la eficiencia personificada. Y ahora se había vuelto tan suspicaz y fríamente amenazadora como sólo podía serlo una mord-sith.</p> <p>—¿Cuál podría ser la causa de esto? —inquirió Berdine—. ¿Qué significa?</p> <p>Verna cerró el libro lleno de páginas en blanco.</p> <p>—No lo sé, Berdine, realmente no lo sé. Ann y Nathan están tan perplejos como nosotras… y Nathan es un profeta.</p> <p>—¿Qué significa esa parte sobre que la gente pierde la confianza en su líder?</p> <p>Para ser una persona sin el don, Berdine había conseguido señalar la parte más crucial de una profecía muy ambigua.</p> <p>—Bien —dijo Verna, formulando con cuidado su respuesta—, podría significar varias cosas. Es difícil de decir.</p> <p>—Quizá sea difícil para mí, pero no para ti.</p> <p>Verna carraspeó.</p> <p>—No soy una experta en profecías, ya lo comprendes, pero creo que tiene algo que ver con Richard.</p> <p>—Hasta ahí lo sé. ¿Por qué tendría que hablar esta profecía sobre que la gente perdía la confianza en él?</p> <p>—Berdine, la profecía raramente es tan directa como parece. —Verna deseó que la mujer dejase de mirarla fijamente—. Lo que parece que dice por lo general no tiene nada que ver con el acontecimiento real involucrado en el conjunto de la profecía.</p> <p>—Prelada, esta profecía a mí me parece que sugiere que cuestiones de salud mental van a ser la causa de «la pérdida de confianza en un líder». Puesto que esta profecía nombra al líder como la persona que se opone a la horda que alardea de defender la causa del Creador… eso sería la Orden Imperial… Y por tanto tiene que estar hablando de lord Rahl. De lo que se deduce entonces que lord Rahl es el líder en quien la gente perderá la confianza. Y sigue la parte sobre la división de la horda, que la Orden ha hecho ahora. Eso convierte la amenaza en inminente.</p> <p>Verna sintió lástima por cualquiera que cometiese jamás el error de subestimar a Berdine.</p> <p>—Sé por experiencia que la profecía en ocasiones tiende a inquietarse por Richard como si fuese una abuela afectuosa.</p> <p>—Esto me suena como una amenaza explícita.</p> <p>Verna cruzó las manos ante sí.</p> <p>—Berdine, eres una mujer muy lista, así que espero que puedas comprender por qué sería un grave error que yo expresase mi punto de vista o incluso discutiese esta profecía contigo. La profecía está más allá de la comprensión de los que carecen del don. Tiene poco que ver con lo lista que sea una persona. La profecía es una creación de los que tienen el don y está pensada únicamente para aquellos que poseen el don. Ni siquiera está dirigida a otras clases de magos.</p> <p>»Incluso nosotras, las Hermanas, por muy hechiceras con talento que podamos ser, tuvimos que prepararnos durante años antes de que se nos permitiera siquiera mirar la profecía, y mucho menos trabajar con ella. Es sumamente peligroso para los no preparados el aventurar conjeturas sobre el significado de las profecías. Puedes reconocer las palabras, pero no el significado de esas palabras.</p> <p>—Eso es estúpido. Las palabras son palabras. Tienen un significado. Es así como podemos comprender el mundo que nos rodea. ¿Por qué tendría la profecía que tomar palabras que significan algo y usarlas para otro significado desconocido?</p> <p>Verna tuvo la impresión de estar cruzando cautelosamente un campo repleto de trampas.</p> <p>—Eso no es exactamente lo que quería decir. Las palabras se pueden utilizar para hacer que la gente comprenda, para explicar, para ocultar y para interpretar el mundo, pero también se pueden usar para explicar cosas que son únicamente especulaciones. Si pronostico que llegarán tiempos aciagos a tu vida, esas palabras pueden ser ciertas, pero podría significar que padecerás una pérdida que te entristecerá, o podría significar que serás asesinada. Aunque las palabras pudiesen ser ciertas, su significado exacto no se conoce aún. Sería una grave injusticia usar esas palabras como un motivo para empezar a matar a todo el mundo a tu alrededor porque las palabras te hacen temer que será asesinada.</p> <p>»Se han iniciado guerras basadas en tales malentendidos con profecías. Ha muerto gente no preparada como resultado de haber oído las palabras de la profecía. Por eso los libros de profecías se guardaban en sótanos seguros bajo el Palacio de los Profetas.</p> <p>—Estos libros de profecías no están guardados en sótanos.</p> <p>Verna arrugó la frente a la vez que se inclinaba hacia la mord-sith.</p> <p>—Tal vez deberían estarlo.</p> <p>—¿Me estás diciendo que estoy equivocada sobre lo que creo que dice esta profecía?</p> <p>Verna lanzó otro suspiro.</p> <p>—Eso es imposible de discernir en este caso. No podemos ni empezar a diseccionar de un modo inteligente esta profecía porque está incompleta. Aquí tenemos sólo su principio y luego un montón de páginas en blanco.</p> <p>—¿Así pues?</p> <p>—Así pues, podría ser simplemente como tú dices, que trata sobre Richard y que la gente pondrá en duda su criterio y perderán la fe en él; pero a lo mejor el texto que falta dice que la cuestión quedará resuelta al día siguiente mediante otro acontecimiento de importancia y lo tendrán en mejor concepto de lo que lo han tenido nunca antes. No sólo se puede bifurcar la profecía, sino que la misma profecía podría significar cosas opuestas.</p> <p>—No veo cómo puede significar cosas opuestas. ¿Y cómo podría suceder algo en el texto que falta de esta profecía que cambiase el parecer de la gente?</p> <p>Verna se encogió de hombros a la vez que paseaba la mirada por la enorme biblioteca débilmente iluminada, intentando pensar en un ejemplo.</p> <p>—Bueno, digamos que pensaron que su plan de batalla era una locura. Quizá los oficiales del ejército lo consideran desacertado. Eso podría ser algo que tuviese como resultado que la gente perdiese la fe en él. Entonces, digamos que, a pesar del parecer de los oficiales, Richard insiste y los soldados siguen su plan como les ordena y logran una victoria que jamás pensaron que podrían obtener. Su fe en Richard como su líder quedaría restituida y probablemente sentirían aún más respeto por su criterio.</p> <p>»Pero si se actuase sobre la base de la profecía sin comprender su significado auténtico, esas actuaciones muy bien podrían revocar el resto del acontecimiento tal y como habría tenido lugar de forma natural y proporcionar la ilusión de que la profecía se había cumplido, pero de hecho los acontecimientos auténticos profetizados habrían sido pasados por alto al invocar tontamente una mala interpretación de la profecía real.</p> <p>Berdine, sin dejar de observar a Verna ni un momento, se toqueteó su trenza castaña.</p> <p>—Supongo que podría tener sentido.</p> <p>—¿Te das cuenta, Berdine, de por qué la profecía es tan confusa, incluso para aquellos de nosotros que hemos recibido instrucción para comprenderla? Pero para empeorar las cosas, sin la profecía completa no nos atrevemos siquiera a empezar a intentar comprenderla ni a asignarle un significado. El texto completo es indispensable si se quiere empezar a comprender la profecía. Sin todo el texto es como si la profecía se hubiese quedado ciega. Esa es una de las razones de por qué esto me resulta tan alarmante.</p> <p>—¿Una de las razones? —Berdine volvió a alzar la mirada, sin dejar de toquetearse la trenza—. ¿Cuál es la otra razón?</p> <p>—Ya es bastante malo carecer del texto que estaba ahí anteriormente, pero la causa que hay detrás de un incidente tan inaudito…, que el texto de una profecía desaparezca…, es sumamente preocupante.</p> <p>—Pensaba que acababas de decir que no deberíamos precipitarnos a sacar conclusiones cuando se trata de profecías.</p> <p>Verna carraspeó, sintiéndose como si una de aquellas trampas acabase de cerrarse sobre su pierna.</p> <p>—Bueno, eso es cierto, pero resulta evidente que está pasando algo.</p> <p>Berdine cruzó los brazos mientras cavilaba sobre el problema.</p> <p>—¿Qué crees que podría estar sucediendo?</p> <p>Verna negó con la cabeza.</p> <p>—No puedo ni remotamente imaginarlo. Una cosa así, por lo que yo sé, no ha sucedido nunca antes. No tengo ni idea de por qué sucede ahora.</p> <p>—Pero crees que se trata de problemas que afectan a lord Rahl.</p> <p>Verna dedicó a Berdine una mirada de soslayo.</p> <p>—El simple hecho de que tanto de la profecía le implique a él hace que sea imposible evitar tal conclusión. Richard ha nacido para tener problemas.</p> <p>A Berdine aquello no pareció gustarle nada.</p> <p>—Por eso nos necesita.</p> <p>—Jamás he discutido que no fuese así.</p> <p>Berdine se relajó, aunque sólo fuese una pizca, y echó la trenza hacia atrás, por encima del hombro.</p> <p>—No, no lo has hecho.</p> <p>—Ann lo está buscando. Esperemos que pueda encontrarle, y pronto. Lo necesitamos para que nos conduzca en la inminente batalla.</p> <p>Mientras Verna hablaba, Berdine extrajo distraídamente un libro de una de las vitrinas y empezó a hojearlo.</p> <p>—Se supone que lord Rahl es la magia contra la magia, no el acero contra el acero.</p> <p>—Ése es el proverbio d'haraniano. La profecía dice que debe conducirnos en la batalla final.</p> <p>—Supongo —farfulló Berdine sin alzar los ojos mientras pasaba lentamente las páginas.</p> <p>—Con parte de las fuerzas de Jagang dirigiéndose al sur rodeando las montañas, sólo podemos esperar que Ann lo encontrará a tiempo y nos lo traerá.</p> <p>Berdine contemplaba el libro con perplejidad.</p> <p>—¿Qué está enterrado con los huesos?</p> <p>—¿Qué?</p> <p>Berdine seguía frunciendo el entrecejo mientras intentaba entender algo del libro.</p> <p>—Este libro me llamó la atención antes porque pone <i>Fuer Grissa Ost Drauka</i> en la tapa. Es d'haraniano culto. Significa…</p> <p>—El portador de la muerte.</p> <p>Berdine alzó los ojos.</p> <p>—Sí. ¿Cómo lo sabías?</p> <p>—Había una profecía muy conocida que las Hermanas del Palacio de los Profetas acostumbraban a debatir. En realidad, ha sido debatida apasionadamente durante siglos. El primer día que llevé a Richard al palacio él declaró ser el portador de la muerte y de ese modo se significó como la persona de la que hablaba la profecía. Provocó todo un revuelo entre las Hermanas, te lo puedo asegurar. Un día, abajo en los sótanos, Warren mostró a Richard la profecía, y éste resolvió el acertijo, aunque para Richard no era un acertijo. La comprendió porque había vivido partes de la profecía.</p> <p>—Este libro tiene muchísimas páginas en blanco.</p> <p>—Sin duda. Probablemente hay un gran número de libros aquí que tratan de él.</p> <p>Berdine volvía a leer.</p> <p>—Esto está en d'haraniano culto. Como dije, conozco el d'haraniano culto. Tendría que trabajar en él para poder traducirlo mejor, y ayudaría que no faltase tanto texto, pero este pasaje al parecer habla sobre lord Rahl. Dice algo como: «Lo que busca está enterrado con los huesos», o quizás incluso: «Lo que busca son huesos enterrados»…, algo así.</p> <p>Alzó los ojos hacia Verna.</p> <p>—¿Alguna idea sobre a qué se refiere? ¿Qué podría significar?</p> <p>—«¿Lo que busca son huesos enterrados?» —Verna sacudió la cabeza con pesar—. No tengo ni idea. Probablemente hay innumerables volúmenes aquí que dicen cosas interesantes, desconcertantes o aterradoras respecto a Richard. No obstante, como te dije, con partes de la copia desaparecidas lo que hay ahí es prácticamente inútil.</p> <p>—Supongo —dijo Berdine con desilusión—. ¿Y qué significa «emplazamientos principales»?</p> <p>—¿Emplazamientos principales?</p> <p>—Sí. Este libro menciona unos «emplazamientos principales». —Berdine miró al vacío mientras consideraba algo para sí. Emplazamientos principales. Kolo mencionaba algo sobre ellos.</p> <p>—¿Kolo?</p> <p>Berdine asintió.</p> <p>—Es un diario escrito hace muchísimo tiempo… durante la gran guerra. Lord Rahl encontró el libro en el Alcázar del Hechicero, en la habitación de la sliph. Al hombre que llevaba el diario se le identifica como Koloblicin. En d'haraniano culto el nombre significa «consejero poderoso». Lord Rahl y yo lo llamamos Kolo, para abreviar.</p> <p>—¿Qué tenía que decir ese Kolo sobre esos lugares, esos emplazamientos principales? ¿Qué son?</p> <p>Berdine pasó las páginas del libro que sostenía.</p> <p>—No recuerdo. No era nada que yo comprendiese en su momento así que no le dediqué mucho tiempo. Tendría que ponerme a estudiarlo otra vez para refrescar mi memoria. —Entrecerró los ojos, rememorando—. Parecía como si hubiese algo enterrado en esos emplazamientos principales. No puedo recordar si decía lo que estaba enterrado.</p> <p>La mord-sith permaneció totalmente inmóvil mientras estudiaba el pequeño libro.</p> <p>—Esperaba que esto podría darme una pista.</p> <p>Verna dejó escapar un profundo suspiro mientras echaba un vistazo a la biblioteca.</p> <p>—Berdine, me encantaría quedarme y dedicar tiempo a investigar todos estos libros. Verdaderamente me gustaría saber qué contienen esta biblioteca y las otras que hay aquí, en el palacio, pero tenemos que ocuparnos de cuestiones más apremiantes. Es necesario que regresemos junto al ejército y mis Hermanas.</p> <p>Echó una última mirada en derredor.</p> <p>—No obstante, antes de marcharme, hay una cosa aquí en el Palacio del Pueblo que me gustaría comprobar. Quizá puedas ayudarme.</p> <p>Berdine cerró el libro de mala gana y volvió a dejarlo en el estante. Luego, cerró con cuidado la puerta de cristal.</p> <p>—De acuerdo, Prelada. ¿Qué quieres ver?</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 2</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Verna se detuvo al escuchar el aislado y prolongado repique de una campana.</p> <p>—¿Qué ha sido eso?</p> <p>—La oración —contestó Berdine, deteniéndose para mirar atrás, a Verna, mientras el profundo tañido resonaba a través de los inmensos corredores de mármol y granito del Palacio del Pueblo.</p> <p>Todas las personas, sin importar adónde parecieran dirigirse, daban la vuelta y en su lugar se encaminaban hacia el ancho corredor del que había surgido el profundo y retumbante sonido de la campana. Nadie parecía tener prisa, pero todos ellos, con gran premeditación, caminaban en dirección al sonido de la campana, que se apagaba lentamente.</p> <p>Verna dirigió una mirada perpleja a Berdine.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—La oración. Ya sabes lo que es una oración.</p> <p>—¿Te refieres a una oración al lord Rahl? ¿Esa oración?</p> <p>Berdine asintió.</p> <p>—La campana anuncia que es hora de la oración.</p> <p>La mord-sith dirigió la mirada en dirección a la sala a la que se encaminaba la gente.</p> <p>Muchos de los que se congregaban allí iban vestidos con túnicas de colores apagados. Verna dio por sentado que las túnicas blancas con ribetes dorados o plateados las portaban funcionarios de una clase u otra que vivían y trabajaban en el palacio. Ciertamente, tenían el porte de funcionarios. Todo el mundo proseguía con sus conversaciones informales al tiempo que dirigían sus pasos hacia el repique de la campana. Otras personas, las que trabajaban en tiendas, iban vestidas más en consonancia con su profesión, tanto si era trabajando el cuero, la plata, la cerámica, remendando zapatos, confeccionando trajes, proporcionando comida y servicios o llevando a cabo cualquiera de las diferentes tareas de palacio desde el mantenimiento a la limpieza.</p> <p>Había otros vestidos con las ropas sencillas de los granjeros, muchos con sus esposas y algunos con niños. Otros, no obstante, iban vestidos con elegancia para su estancia en el palacio. Por lo que Verna había averiguado a través de Berdine, existían habitaciones que los huéspedes podían alquilar si deseaban quedarse durante un período prolongado. Había, asimismo, alojamientos para las muchas personas que vivían y trabajaban en el palacio.</p> <p>La mayoría de las personas ataviadas con túnicas andaban con calma, como si fuese simplemente otra parte de su quehacer diario. Los que vestían con elegancia intentaban parecer igual de tranquilos y no contemplar boquiabiertos la exquisita arquitectura del palacio, pero Verna veía cómo sus ojos, abiertos como platos, no dejaban de ir de un lado a otro. Los visitantes vestidos con sencillez, a medida que se unían a la corriente de todas las personas que iban hacia donde se hallaba la campana, lo escudriñaban todo: las estatuas imponentes de hombres y mujeres en posturas orgullosas talladas en piedra multicolor, las pulidas columnas estriadas de dos pisos que sostenían terrazas, los espectaculares suelos de granito negro y ónix color miel.</p> <p>Verna sabía que tales diseños intrincados y precisos en los suelos de piedra sólo podían haberlos creado los maestros artesanos de más talento de todo el Nuevo Mundo. Sirviendo como Prelada en el Palacio de los Profetas durante un tiempo, había tenido que ocuparse de la sustitución de una sección de suelo de hermoso diseño que en el remoto pasado había sido dañado por unos magos jóvenes en período de adiestramiento. Las circunstancias precisas que habían conducido a los destrozos y quién, exactamente, había sido el culpable era algo que permanecía envuelto en juramentos de no divulgarlo, pero el resultado era que la magia había hecho pedazos en un instante una larga sección de suelo de mármol colocado de un modo exquisito. Aunque los cascotes y baldosas sueltas se habían retirado hacía ya mucho, el suelo permaneció dañado durante décadas, rellenado con piedra caliza, resistente pero antiestética, mientras la vida en el Palacio de los Profetas seguía adelante. La actitud del palacio hacia esos traviesos magos había sido de indulgencia, en parte por un sentido de compunción por tener que retener a tales jóvenes en contra de su voluntad.</p> <p>A Verna siempre le había irritado que no se hubiesen reparado los desperfectos; en parte porque el no repararlos representaba para ella consentir tan mal comportamiento. Siempre había parecido como si ella fuese la única —excepto tal vez hasta la llegada de Richard— a la que molestaba ver estropeada tal belleza. Richard esperaba que los muchachos que había allí se responsabilizasen de sus acciones, e, incluso, a pesar de estar retenido en contra de su voluntad, jamás toleró tal insensato comportamiento destructivo.</p> <p>Warren veía las cosas del mismo modo que Richard. Tal vez por eso se habían hecho tan buenos amigos. Warren siempre había sido serio en todo. Después de que Richard abandonara el palacio, Warren había recordado a Verna que, como la nueva prelada, ya no tenía que quejarse ni sobre los comportamientos ni sobre el suelo; la había animado a actuar según sus convicciones. Así pues, como Prelada, impuso normas nuevas y acometió la tarea de terminar las reparaciones del suelo.</p> <p>Fue entonces cuando aprendió unas cuantas cosas sobre tales suelos, y que si bien existían un sinnúmero de hombres que se jactaban de ser maestros artesanos, muy pocos lo eran en realidad. Aquellos que lo eran dejaban que su trabajo marcara con claridad la distinción. Los primeros convertían la tarea en una pesadilla, los segundos en una alegría.</p> <p>Recordaba lo orgulloso que Warren había estado de ella por ocuparse de que se llevara a término la tarea y por sólo aceptar lo mejor. Echaba tanto de menos a Warren…</p> <p>Verna paseó la mirada por el espectacular palacio, el intrincado trabajo con la piedra. Pero tal belleza no conseguía emocionarla ahora. Desde que Warren había muerto todo le parecía insulso, sin interés. Desde que Warren había muerto, la vida misma parecía un trabajo fatigoso.</p> <p>Por todo el palacio patrullaban soldados cautelosos, probablemente sin advertir jamás, ni siquiera tener en cuenta, la asombrosa cantidad de imaginación, talento y esfuerzo humano que se había dedicado a la creación de un lugar como el Palacio del Pueblo. Ahora formaban parte de ello, una parte que lo mantenía viable, igual que miles de hombres exactamente como ellos durante siglos habían recorrido aquellos mismos pasillos y los habían mantenido seguros.</p> <p>Verna reparó en que algunos de los guardias transitaban por los pasillos en parejas, mientras que otros patrullaban en grupos. Los fornidos jóvenes vestían uniformes elegantes con hombreras y placas pectorales de cuero moldeado y todos llevaban al menos una espada. Muchos de los soldados también llevaban picas relucientes. Verna advirtió la presencia de unos guardias especiales que lucían guantes negros y llevaban ballestas colgadas al hombro; las aljabas de sus cintos contenían saetas con plumas rojas.</p> <p>Los ojos de los soldados estaban en movimiento permanente, vigilándolo todo.</p> <p>—Creo recordar que Richard mencionó la oración —dijo Verna—, pero yo no creía que siguieran haciéndola cuando el lord Rahl no está en el palacio. Y en especial desde que Richard se convirtió en el lord Rahl.</p> <p>Verna no había tenido la intención de ser condescendiente, aunque advirtió, después de haberlo dicho, que debía de haber sonado así. Era sólo que Richard era… bueno, Richard.</p> <p>Berdine miró a Verna de soslayo.</p> <p>—Sigue siendo el lord Rahl. Nuestra adhesión a él no es menor porque esté fuera. La oración se lleva siempre a cabo en el palacio, tanto si el lord Rahl está aquí como si no está. Y a pesar de cómo puedas considerarlo, es el lord Rahl en todos los aspectos. Jamás hemos tenido a un lord Rahl al que respetemos tanto como lo respetamos a él. Eso hace que la oración tenga más significado que nunca.</p> <p>Verna mantuvo la boca cerrada, pero lanzó a Berdine una mirada que le salía con mucha facilidad como Hermana de la Luz y ahora como Prelada. Incluso a pesar de comprender los motivos que había detrás, ella era la Prelada de las Hermanas de la Luz, consagrada a encargarse de que se hiciera la voluntad del Creador, y, como una Hermana de la Luz, viviendo en el Palacio de los Profetas, bajo el hechizo que volvía más lento el envejecimiento de sus moradores, había visto ir y venir a muchos gobernantes. Las Hermanas de la Luz jamás se inclinaban ante ninguno de ellos.</p> <p>Se recordó que el Palacio de los Profetas había desaparecido. La Orden Imperial controlaba ahora a muchas de las Hermanas.</p> <p>Berdine alzó una mano, indicando el palacio a su alrededor.</p> <p>—El lord Rahl hace todo esto posible. Nos da una patria. Es la magia contra la magia. Su gobierno nos mantiene a salvo. Aunque en el pasado tuvimos amos que consideraban la oración como una demostración de servidumbre, su origen no es en realidad otra cosa que una expresión de respeto.</p> <p>La irritación de Verna bullía dentro de ella. No era de algún líder místico de lo que hablaba Berdine, de algún sabio rey anciano; hablaba de Richard. Por mucho que Verna lo respetase y valorase, seguía siendo Richard: el guía del bosque.</p> <p>Instantes después de su ramalazo de indignación llegó el arrepentimiento ante pensamientos tan poco caritativos.</p> <p>Richard siempre luchaba por lo que era correcto. Con toda valentía, había puesto su vida en peligro por sus nobles creencias.</p> <p>También era aquel a quien mencionaba la profecía.</p> <p>También era el Buscador.</p> <p>También era el lord Rahl, el portador de la muerte, que había puesto al mundo patas arriba. Debido a Richard, Verna era Prelada, aunque no estaba segura de si eso era una bendición o una maldición.</p> <p>Richard también era la última esperanza que les quedaba.</p> <p>—Bueno, pues si no se da prisa y se reúne con nosotros para conducir al ejército d'haraniano en la batalla final, no quedará nadie para mostrarle respeto.</p> <p>Berdine retiró la dura mirada llena de reproche y sin previo aviso empezó a andar en dirección al pasillo que giraba a la izquierda, de donde venía el repique de la campana.</p> <p>—Nosotros somos el acero contra el acero. Lord Rahl es la magia contra la magia. Si no acude a combatir con el ejército, será solamente por su deber de protegernos a todos de las fuerzas siniestras de la magia.</p> <p>—Sandeces —masculló Verna para sí mientras apresuraba el paso para alcanzar a la mord-sith—. ¿Adónde vas? —gritó.</p> <p>—A la oración. En el palacio todo el mundo acude a la oración.</p> <p>—Berdine —gruñó Verna a la vez que agarraba el brazo de la mord-sith—, no tenemos tiempo para eso.</p> <p>—Es la oración. Es parte de nuestro vínculo con lord Rahl. Sería aconsejable que acudieses a la oración. Deberías recordarlo.</p> <p>Verna se quedó totalmente inmóvil en el inmenso corredor, pasmada, contemplando como la mord-sith se alejaba con paso digno. Verna conservaba un vívido recuerdo del tiempo en que el vínculo con Richard había quedado roto. No había sido durante mucho tiempo, pero durante la ausencia de Richard del mundo de la vida la protección del vínculo con el lord Rahl había dejado de existir.</p> <p>Durante aquella breve ventana en el tiempo, en que Richard y el vínculo ya no estaban con ellos, Jagang había entrado clandestinamente en los sueños de Verna para capturar su mente. También había capturado a Warren. Había sido un horror indescriptible tener al Caminante de los Sueños controlando su conciencia, pero había sido mucho peor saber que Warren se hallaba igual de indefenso. La presencia brutal de Jagang había dominado cada aspecto de las existencias de ambos, desde lo que podían pensar a lo que tenían que hacer. Ya no tenían control sobre la propia voluntad; la voluntad de Jagang era todo lo que importaba. El simple recuerdo del dolor abrasador que había sentido a través de aquella conexión y también Warren— hizo que las lágrimas acudieran inesperadamente a los ojos de Verna.</p> <p>Eliminó las lágrimas de un manotazo y corrió tras Berdine. Verna tenía cosas importantes que hacer, pero perdería un tiempo indecible intentando encontrar el camino por sí sola en el vasto interior del Palacio del Pueblo. Necesitaba a la mord-sith para que se lo mostrara. De poseer Verna el control de su don éste podría ayudarla a encontrar lo que buscaba, pero en el palacio su han era prácticamente inútil; así que tendría que acompañar a Berdine y esperar que pudiesen regresar a su tarea sin perder demasiado tiempo.</p> <p>El pasillo de la izquierda conducía bajo un puente interior con una barandilla y balaustres de mármol gris recorrido de vetas blancas. En un punto en el que convergían cuatro corredores, el pasillo dio a una especie de plaza. En el centro de la plaza había un estanque cuadrado con un asiento bajo y pulido de moteado granito gris que lo rodeaba por completo. Había una gran roca llena de hoyos en el agua, un poco descentrada, y encima de la roca estaba una campana. Al parecer, la que había repicado llamando a la gente a la oración.</p> <p>Una mansa lluvia había empezado a caer a través del techo abierto y la superficie del estanque danzaba con las gotas. Verna vio que el suelo alrededor de toda la plaza estaba ligeramente inclinado en dirección a desagües que se ocupaban de cualquier precipitación de agua. Las baldosas de arcilla ayudaban a reforzar la idea de que la plaza estaba realmente al aire libre.</p> <p>Por todas partes a su alrededor, la gente empezaba a arrodillarse, inclinándose sobre el suelo, de cara al estanque que contenía la ahora silenciosa campana de bronce.</p> <p>El sombrío descontento de Berdine se esfumó cuando vio que Verna la acompañaba. Le dedicó una sonrisa de felicidad y luego hizo la más extraña de las cosas: alargó el brazo y le cogió la mano a Verna.</p> <p>—Vamos, deja que te lleve hasta el estanque. Tiene peces.</p> <p>—¿Peces?</p> <p>La sonrisa de Berdine se ensanchó.</p> <p>—Sí. Me encantan los peces.</p> <p>Se abrieron paso a través de todas las personas arrodilladas en el suelo y alcanzaron la parte delantera de la multitud, cerca del estanque. Verna vio que había bancos de peces color naranja vagando en el agua. Apenas había espacio para que pudiesen permanecer de pie entre todas las personas arrodilladas a su alrededor.</p> <p>—¿No son bonitos? —preguntó Berdine, y volvía a mostrar aquel aire de niña pequeña.</p> <p>Verna dirigió una mirada feroz a la joven.</p> <p>—Son peces.</p> <p>Berdine pareció no inmutarse y se arrodilló en un punto que quedó libre cuando la gente se hizo a un lado para dejarles sitio. Verna pudo ver por las miradas de reojo que todo el mundo sentía respeto por la mord-sith, por no decir temor. Si bien nadie parecía lo bastante asustado como para irse, estaba claro que no querían estar donde Berdine. También parecían más que un poco preocupados sobre a quién estaba arrastrando la mord-sith a la oración, como si pudiese ser una pecadora arrepentida y la lección pudiese involucrar derramamiento de sangre.</p> <p>Berdine echó un vistazo a Verna antes de inclinarse al frente y colocar las manos sobre el suelo. La breve mirada había sido una advertencia a Verna para que hiciese lo mismo. Verna vio que los guardias la vigilaban. Aquello era de locos; ella era la Prelada de las Hermanas de la Luz, una consejera de Richard y se contaba entre sus amigos íntimos.</p> <p>Pero los guardias no lo sabían.</p> <p>Verna no desconocía que su poder quedaba reducido casi a la nada en el palacio. El lugar era el hogar ancestral de la Casa de Rahl, y el palacio entero había sido construido siguiendo la configuración de un hechizo diseñado para intensificar su poder y negarles a otros el suyo.</p> <p>Profirió un suspiro y finalmente se arrodilló, inclinándose al frente sobre las manos como todos los demás. Estaban cerca del estanque, pero la abertura en el techo era sólo aproximadamente del tamaño del mismo estanque, de modo que la lluvia quedaba confinada en su mayor parte a él y a aquellas gotas vagabundas que la suave brisa transportaba un poco más allá. Lo cierto era que las escasas salpicaduras que la alcanzaban resultaban más bien refrescantes.</p> <p>—Soy demasiado vieja para esto —se quejó Verna en un susurro a su compañera de oración.</p> <p>—Prelada, eres una mujer joven y sana —reprendió Berdine.</p> <p>Verna suspiró. No servía de nada usar como argumento lo estúpido de arrodillarse en el suelo y elevar una oración a un hombre al que ya estaba consagrada en más de un modo. Pero era más que estúpido: era ridículo. Y una pérdida de tiempo.</p> <p><i>—Amo Rahl, guíanos</i> —empezó a decir la multitud a la vez, si bien no todos en armonía, mientras se inclinaban y posaban las frentes sobre el suelo.</p> <p><i>—Amo Rahl, enséñanos</i> —dijeron todos, empezando a ir más al unísono.</p> <p>Berdine, con la frente contra una baldosa, consiguió lanzar una mirada enardecida en dirección a Verna, quien puso los ojos en blanco y se inclinó hacia adelante, posando la frente sobre la baldosa.</p> <p><i>—Amo Rahl, protégenos</i> —masculló, uniéndose por fin a la oración que conocía y que ya había ofrecido en una ocasión al propio Richard—. <i>Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</i></p> <p>Verna consideró agriamente que, si Richard no tenía el buen sentido de darse prisa y unirse al ejército d'haraniano, éste no iba a poder proteger a nadie.</p> <p>Juntos, los allí congregados volvieron a entonar la oración en voz queda.</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>Verna se inclinó un poco hacia Berdine y musitó:</p> <p>—¿Cuántas veces vamos a tener que decir la oración?</p> <p>Berdine, adoptando todo el aspecto de una mord-sith, lanzó a la mujer una mirada severa. No dijo nada; no tenía que hacerlo. Verna reconoció la mirada, pues ella misma había usado la misma mirada incontables veces mientras contemplaba despectiva a novicias que se portaban mal o a jóvenes magos en proceso de adiestramiento que se mostraban testarudos. Verna devolvió los ojos a la baldosa que tenía debajo, sintiendo como si volviera a ser una novicia mientras pronunciaba en voz baja el cántico junto con el resto de personas.</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>El murmullo de la oración salmodiada, en una única voz conjunta de todos los reunidos en la plaza, resonó por los corredores.</p> <p>Tras la mirada que Berdine le había dedicado, Verna consideró que era mejor si, por el momento, se guardaba para sí sus objeciones y pronunciaba la oración junto con todos los demás.</p> <p>Decía las palabras en voz baja, pensando en ellas, y en cuántas veces habían demostrado ser ciertas para ella. Richard lo había cambiado todo en su vida. Verna había pensado que la misión más importante de las Hermanas era colocar un collar alrededor del cuello de muchachos poseedores del don y adiestrarlos en el uso de su habilidad. Richard la había puesto en su sitio respecto a aquella creencia irreflexiva; lo había cambiado todo, había hecho que lo reconsiderara todo.</p> <p>De no haber sido por Richard, Verna dudaba de que se hubiese unido a Warren y que su mutuo cariño se hubiese transformado en amor. Richard le había dado la cosa más importante que había tenido en toda su vida.</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>La cadencia de las palabras murmuradas por todas las voces de los allí congregados se unificó en forma de sonido reverencial que creció hasta reverberar por el enorme vestíbulo.</p> <p>Verna se sentía tan sola, incluso en medio de aquella congregación. Le producía un gran dolor lo mucho que echaba de menos a Warren; había alzado un muro alrededor de sus sentimientos y se había recluido lejos de tales pensamientos, así como de todos los que la rodeaban, con la esperanza de ahorrarse el dolor que siempre parecía acechar bajo la superficie. Ahora se veía repentinamente abrumada por el descarnado sufrimiento de lo mucho que echaba de menos a Warren, de lo mucho que lo amaba. El era lo mejor que le había sucedido en toda su vida… y ahora ya no estaba. El dolor desesperado hizo aflorar las lágrimas. Se sentía tan sola…</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>Verna sorbió un sollozo mientras recordaba el beso que dio a Warren por última vez mientras éste yacía agonizante. Aquél había sido el momento más espantoso de toda su vida. A pesar del tiempo transcurrido, parecía como si hubiese sucedido ayer. Lo echaba tanto de menos que su ausencia le dolía físicamente.</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>Verna pronunció las palabras de la oración junto con todas las demás personas, vertiendo sus sentimientos en ellas, una y otra vez, lentamente. El cántico murmurado ocupaba su mente, y lloró a la vez que recordaba el tiempo que había pasado junto a Warren.</p> <p>Recordó las últimas palabras que él le había dicho: «Dame un beso —había musitado Warren—, mientras sigo vivo. Y no llores por lo que termina, recuerda los buenos momentos que compartimos. Bésame, amor mío.»</p> <p>El dolor y la nostalgia le retorcieron las entrañas. Su mundo había quedado reducido a cenizas. Nada parecía valer la pena. No quería seguir viviendo.</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>Verna contuvo los sollozos mientras salmodiaba la oración. En ningún momento se le ocurrió siquiera preguntarse si alguien advertía lo que le sucedía.</p> <p>Había sido todo tan sin sentido… Un joven sin aptitudes para nada que mereciera la pena, sin sentir interés por ninguna clase de valores, que no le era de utilidad a nadie, incluido él mismo, asesinó a Warren sólo para demostrar su lealtad a la causa de la Orden Imperial, que era, en esencia, que personas como Warren no tenían derecho a vivir su propia vida sino que debían sacrificarse por gentes como su asesino.</p> <p>Richard luchaba para poner fin a tal locura. Richard luchaba con todo lo que tenía contra quienes traían al mundo tal brutalidad insensata. Richard se había entregado a la causa de ponerle fin de modo que otros no tuviesen que perder a aquellos que amaban, como Verna había perdido a Warren. Richard comprendía verdaderamente su dolor.</p> <p>Verna se sumió en el ritmo del cántico, permitiendo que fluyera a través de ella. Richard representaba todo por lo que ella había peleado toda la vida: significado, propósito… Una oración a un hombre así, más que ser una blasfemia, parecía totalmente correcta. En cierto modo, debido a quién era Richard y lo que representaba, era en realidad una oración a la vida misma.</p> <p>Richard había sido un buen amigo de Warren, su primer amigo auténtico. Richard lo había sacado de los sótanos y lo había hecho salir a la luz del sol, al mundo. Warren amaba a Richard.</p> <p>La suave salmodia se había convertido en un refugio tranquilizante.</p> <p>Sintió que un cálido haz de luz solar se posaba sobre ella al abrirse paso a través de las nubes y se encontró bañada en el delicado resplandor dorado de aquella luz. Ésta la envolvió en su calidez, que pareció filtrarse a su interior y alcanzarle el alma misma.</p> <p>Warren querría que abrazase toda la preciosa belleza de la vida mientras la tenía.</p> <p>Bajo el tierno contacto de la refulgente luz sintió paz por primera vez desde hacía una eternidad.</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>El suave fluir de las palabras del rezo, mientras permanecía arrodillada bajo el cálido haz de luz solar, la llenó de un profundo sosiego, una serena sensación de pertenencia que no se parecía a ninguna que hubiese sentido antes. Susurró las palabras, dejando que transportaran lejos las esquirlas de dolor, y mientras permanecía arrodillada, con la cabeza sobre las baldosas, poniendo el corazón y el alma en las palabras que pronunciaba, se sintió libre de todas y cada una de sus preocupaciones; se vio invadida por la simple alegría de vivir, y por un sentimiento de veneración hacia la vida. Mientras salmodiaba junto con todos los demás, se complació en el delicado resplandor de la luz del sol. Resultaba tan cálido, tan protector. Tan afectuoso.</p> <p>Casi parecía como si fuese el abrazo cariñoso de Warren.</p> <p>Mientras entonaba el cántico junto con todos los demás, una y otra vez, sin interrumpirse para respirar, el tiempo fue pasando inadvertido dentro del núcleo de calma que sentía.</p> <p>La campana repicó dos veces, en una afirmación queda, melodiosa y reconfortante de que la oración había finalizado, pero que al mismo tiempo permanecería siempre allí.</p> <p>Verna alzó los ojos al sentir una mano sobre el hombro. Era Berdine, que le sonreía. Verna miró a su alrededor y vio que la mayoría de las personas ya se habían marchado, que sólo ella permanecía aún de rodillas, inclinada, delante del estanque. La mord-sith estaba arrodillada junto a ella.</p> <p>—Verna, ¿te encuentras bien?</p> <p>La Prelada se irguió sobre las rodillas.</p> <p>—Sí… es sólo que se estaba tan bien bajo la luz del sol…</p> <p>La frente de Berdine se crispó, y la mujer echó una ojeada a las gotas de lluvia que danzaban en el agua del estanque.</p> <p>—Verna, ha estado lloviendo todo el tiempo.</p> <p>Verna miró con detenimiento a su alrededor a la vez que se ponía en pie.</p> <p>—Pero… lo noté. Vi el resplandor del haz de luz envolviéndome.</p> <p>Berdine pareció caer en la cuenta, entonces, y posó una mano reconfortante en la región lumbar de Verna.</p> <p>—Comprendo.</p> <p>—¿Lo haces?</p> <p>Berdine asintió con una sonrisa.</p> <p>—Asistir a la oración en cierto modo te proporciona una oportunidad de contemplar la propia vida y junto con eso proporciona consuelo. A lo mejor alguien que te quiere vino a consolarte.</p> <p>Verna se quedó mirando fijamente la apacible sonrisa de la mord-sith.</p> <p>—¿Te ha sucedido eso alguna vez?</p> <p>Berdine tragó saliva a la vez que asentía; sus ojos rebosantes de lágrimas indicaron que así era.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 3</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Siguieron lo que pareció una ruta serpenteante, errabunda y enrevesada a través del Palacio del Pueblo, no porque estuviesen perdidas o porque se tomaran su tiempo y eligieran rutas al azar cuando llegaban a intersecciones de pasillos, sino porque no existía una ruta en línea recta.</p> <p>La compleja y confusa travesía a través del laberinto era necesaria porque el lugar no había sido construido pensando en facilitar los movimientos a través del palacio, sino siguiendo la forma de un hechizo de poder que se había dibujado sobre la superficie del terreno. A Verna le resultaba asombroso pensar que ella se encontraba dentro de los elementos que conformaban ese hechizo. Eso ofrecía una perspectiva totalmente nueva de la conjuración de magia, y a una escala impresionante. Puesto que el hechizo de poder para la Casa de Rahl seguía activo, comprendió que la configuración de los cimientos probablemente la habrían tenido que dibujar con sangre… sangre del lord Rahl.</p> <p>Mientras recorrían amplios corredores, Verna no podía sobreponerse a su asombro ante la absoluta belleza del lugar, por no mencionar el tamaño. Había visto lugares espléndidos en el pasado, pero la magnitud del Palacio del Pueblo resultaba pasmosa.</p> <p>El palacio, situado en lo alto de la inmensa meseta, era únicamente una parte del vasto complejo. El interior de la meseta era un laberinto de miles de habitaciones y pasillos, y había innumerables escaleras que tomaban distintas rutas a través de las estancias del interior. Una gran cantidad de personas vendían mercancías y servicios en los confines más inferiores de la meseta; y era precisa una larga y agotadora ascensión de interminables tramos de escalera para alcanzar el sofisticado palacio de la cima, así que muchos de los visitantes que acudían a comerciar llevaban a cabo sus transacciones en aquellas zonas inferiores, sin dedicar nunca tiempo a visitar el palacio propiamente dicho; y muchas más personas efectuaban transacciones en los mercados al aire libre que rodeaban la base de la meseta.</p> <p>Había una única calzada sinuosa, interrumpida por un puente levadizo, a lo largo de la parte exterior de la meseta; pero incluso aunque ésta no estuviese fuertemente defendida, resultaría virtualmente imposible atacar el palacio por ahí. El interior de la meseta ofrecía más modos de ascender —incluso había rampas que usaban los jinetes—, pero había miles de soldados custodiando los pasillos interiores, y, de ser necesario, existían puertas colosales que podían cerrarse, aislando la meseta y el palacio.</p> <p>Estatuas de piedra negra a ambos lados de un amplio vestíbulo de mármol blanco contemplaron a Verna y a Berdine mientras éstas lo recorrían. La luz de las antorchas se reflejaba con un brillo trémulo en la pulida piedra negra de los imponentes centinelas, haciendo que casi parecieran tener vida. El contraste entre las estatuas negras y el mármol blanco añadía una sensación de desasosiego al lugar.</p> <p>La mayoría de los huecos de escalera por los que ascendían eran muy grandes, algunos con balaustradas de pulido mármol blanco de una anchura de más de un brazo. Verna encontraba asombrosa la variedad de tipos de piedra que había dentro del palacio; parecía como si cada estancia, cada pasillo, cada hueco de escalera, tuviese su propia combinación de colores. Unas cuantas de las zonas más funcionales por las que Berdine la condujo a Verna estaban construidas con anodina piedra caliza, mientras que las zonas públicas más importantes estaban construidas con colores asombrosamente intensos en dibujos contrastados que proporcionaban una exaltarte sensación de vida al espacio. Algunos de los corredores que servían como atajos para los funcionarios estaban revestidos con paneles de maderas intensamente pulidas, iluminados por lámparas reflectoras de plata que añadían una luz cálida.</p> <p>Si bien algunos de aquellos corredores eran relativamente pequeños, los principales se elevaban varios pisos. Algunos de los de mayor tamaño —los principales— estaban iluminados desde lo alto por ventanas practicadas en el techo que dejaban que la luz penetrase a raudales. Hileras de columnas altísimas a cada lado se alzaban hasta el techo. Terrazas, entre aquellas columnas acanaladas, ofrecían vistas de las personas que pasaban por debajo, y en varios lugares había pasarelas que cruzaban sobre la cabeza de Verna. En un lugar, vio dos niveles de pasarelas, uno por encima del otro.</p> <p>En ocasiones tenían que ascender a algunos de aquellos niveles más altos, cruzar pasarelas y luego descender otra vez a un ramal distinto de corredores, sólo para encontrarse con que tenían que volver a subir en otro lugar. No obstante los ascensos y descensos, mantenían una ruta continua ascendente hacia la parte central del palacio.</p> <p>—Por aquí —dijo Berdine al llegar ante un par de puertas de caoba.</p> <p>Las puertas eran el doble de altas que Verna. Talladas en la superficie de la gruesa caoba había un par de serpientes, una en cada puerta, con las colas enroscadas en ramas. Sus cabezas quedaban a la altura de los ojos, y sobresalían colmillos de sus fauces abiertas, como si la pareja de ofidios estuviese a punto de atacar. Los pomos, no mucho más abajo que las cabezas de las serpientes, eran de bronce, con una pátina que indicaba su edad. Esos pomos eran calaveras de tamaño natural que sonreían burlonas.</p> <p>—Encantador —rezongó Verna.</p> <p>—Son una advertencia —dijo Berdine—. Esto tiene por intención que la gente se mantenga alejada.</p> <p>—¿No podrían limitarse a pintar «prohibido el paso» en la puerta?</p> <p>—No todo el mundo sabe leer. —Berdine enarcó una ceja—. Y no todo el mundo que sabe leer lo admitiría si lo atrapasen abriendo la puerta. Esto les niega toda excusa para franquear el umbral.</p> <p>Por el escalofrío que le produjo la visión de las puertas, Verna pudo imaginar que casi todo el mundo se mantendría apartado de ellas. Berdine utilizó todas sus energías para abrir la pesada puerta de la derecha.</p> <p>Dentro de una acogedora habitación alfombrada, revestida con paneles de la misma caoba que las puertas, cuatro soldados fornidos montaban guardia. Parecían más temibles que las calaveras de bronce.</p> <p>El soldado situado más cerca les salió al paso con tranquilidad.</p> <p>—Esta zona está restringida.</p> <p>Berdine, frunciendo el entrecejo con expresión sombría, rodeó al hombre.</p> <p>—Estupendo. Ocúpate de que siga así.</p> <p>Recordando muy bien que su poder era prácticamente inútil en el palacio, Verna permaneció pegada a los talones de Berdine. El soldado, al parecer no muy ansioso de agarrar a la mord-sith, hizo sonar un silbato que emitió un fino sonido agudo, seguramente destinado a otros guardias. Los dos soldados situados más atrás, no obstante, avanzaron juntos para cerrarles el paso.</p> <p>Uno de los dos alzó una mano, aunque educadamente, ordenándoles que se detuvieran.</p> <p>—Lo siento, ama, pero como él dijo y como deberíais saber bien, ésta es una zona restringida.</p> <p>Berdine posó una mano en una cadera. Cogió el agiel y la mujer hizo gestos con él mientras hablaba.</p> <p>—Puesto que ambos servimos a la misma causa, no te mataré aquí mismo. Da gracias de que no lleve mi traje de cuero rojo hoy, o podría dedicar algún tiempo a enseñarte modales. Como deberías saber bien, las mord-sith son guardaespaldas personales del mismísimo lord Rahl y tenemos libre acceso a cualquier parte a la que decidamos ir.</p> <p>El hombre asintió.</p> <p>—Soy muy consciente de eso. Pero no os he visto por el palacio desde hace algún tiempo…</p> <p>—He estado con lord Rahl.</p> <p>El hombre carraspeó.</p> <p>—Sea como sea, desde que habéis estado fuera, el comandante general ha endurecido las medidas de seguridad en esta zona.</p> <p>—Estupendo. A decir verdad, estoy aquí para ver al comandante general, Trimack, precisamente para tratar de ese tema.</p> <p>El hombre inclinó la cabeza.</p> <p>—Muy bien, ama. Al final de la escalera. Alguien se ocupará de complacer vuestros deseos.</p> <p>Cuando los dos guardias se separaron, Berdine lanzó una sonrisa hipócrita y pasó majestuosa entre ellos, con Verna a remolque.</p> <p>Atravesando gruesas alfombras doradas y azules, llegaron a una escalera construida en un mármol leonado entretejido de venas color óxido. Verna no había visto nunca una piedra que se le pareciese. Era impresionantemente hermosa, con pulidos balaustres en forma de jarrón y un pasamanos ancho que tenía un tacto suave y fresco bajo sus dedos.</p> <p>Cambiando de dirección en un amplio rellano, distinguió en lo alto de la escalera lo que parecía ser todo un ejército esperándolas. Berdine no podría superarles con facilidad.</p> <p>—¿Qué crees que hacen todos esos soldados ahí? —preguntó Verna.</p> <p>—Ahí arriba y luego siguiendo por un corredor —respondió Berdine en voz baja—, está el Jardín de la Vida. Hemos tenido problemas allí en el pasado.</p> <p>Ésa era precisamente la razón de que Verna quisiera comprobar cómo estaban las cosas. Pudo oír que se transmitían órdenes y el tintineo de metal de hombres que acudían corriendo.</p> <p>Fueron recibidas en lo alto de la escalera por docenas de guardias, muchos con las armas desenvainadas. Verna reparó en que había muchos de aquellos hombres que llevaban guantes negros y sujetaban ballestas. Y en esta ocasión, sus ballestas estaban montadas y cargadas con las flechas de plumas rojas.</p> <p>—¿Quién está al mando aquí? —exigió Berdine a todos los jóvenes rostros que la miraban fijamente.</p> <p>—Yo —respondió con voz sonora un hombre más maduro a la vez que se abría paso entre el apretado círculo de soldados.</p> <p>El recién llegado tenía unos penetrantes ojos azules, pero fueron las lívidas cicatrices de la mejilla y mandíbula lo que llamó la atención de Verna.</p> <p>El rostro de Berdine se iluminó al ver al hombre.</p> <p>—¡General Trimack!</p> <p>Los hombres le dejaron paso a medida que avanzaba hasta colocarse en primera fila. El militar evaluó lentamente a Verna antes de dirigir su atención a Berdine. A Verna le pareció detectar una levísima sonrisa.</p> <p>—Bienvenida de vuelta, ama Berdine. No os había visto desde hace bastante tiempo.</p> <p>—Parece una eternidad. Es bueno estar en casa. —Alzó una mano para presentar a Verna—. Esta es Verna Sauventreen, la Prelada de las Hermanas de la Luz. Es amiga personal de lord Rahl y está a cargo de los que poseen el don y que acompañan a las fuerzas d'haranianas.</p> <p>El hombre inclinó la cabeza pero mantuvo la cautelosa mirada puesta en ella.</p> <p>—Prelada.</p> <p>—Verna, éste es el comandante general Trimack de la Primera Fila del Palacio del Pueblo del D'Hara.</p> <p>—¿Primera Fila?</p> <p>—Cuando él está en su palacio, nosotros somos el círculo de acero alrededor del mismísimo lord Rahl. Peleamos como un solo hombre antes de que sufra el menor daño. —Los ojos del oficial se movieron entre ambas—. Debido a la gran distancia, sólo podemos percibir que lord Rahl está en alguna parte muy lejos en el oeste. ¿Sabríais por casualidad dónde está lord Rahl, exactamente? ¿Alguna idea de cuándo volverá a estar con nosotros?</p> <p>—Hay varias personas que quieren conocer la respuesta a esa pregunta, general Trimack —dijo Verna—. Me temo que tendréis que colocaros al final de una cola muy larga.</p> <p>El hombre pareció decepcionado.</p> <p>—¿Qué hay de la guerra? ¿Tenéis noticias?</p> <p>Verna asintió.</p> <p>—La Orden Imperial ha dividido sus fuerzas.</p> <p>Los soldados se dirigieron miradas de complicidad, y el rostro de Trimack se endureció de preocupación mientras esperaba que ella entrara en detalles.</p> <p>—La Orden dejó una parte considerable de su ejército en el otro lado de las montañas, arriba, cerca de Aydindril, en la Tierra Central, así que tuvimos que dejar hombres en este lado de las montañas para custodiar los pasos, de modo que el enemigo no pueda pasar al otro lado y penetrar en D'Hara. Un gran contingente de las mejores tropas de la Orden vuelve a bajar en estos momentos por la Tierra Central. Creemos que su plan es conducir al grueso principal de su fuerza abajo, rodeando el lado más alejado de las montañas y luego, finalmente, volver a girar y ascender para atacar D'Hara desde el sur. Estamos conduciendo a nuestro ejército principal al sur para ir al encuentro del enemigo.</p> <p>Ninguno de los hombres dijo una palabra. Permanecieron mudos, sin mostrar ninguna reacción a lo que probablemente eran las noticias más aciagas a las que se habían enfrentado en sus jóvenes vidas. Sin lugar a dudas eran hombres de acero.</p> <p>El general se pasó una mano por el rostro, como si toda la preocupación de sus hombres se concentrara en él.</p> <p>—Así que vuestro ejército que marcha al sur está cerca del palacio.</p> <p>—No, todavía están a cierta distancia, en el norte. Los ejércitos no se mueven con rapidez a menos que sea necesario. Puesto que no tenemos ni con mucho tanta distancia que cubrir como la Orden, y Jagang mueve a sus tropas a un ritmo lento, consideramos que sería mejor mantener descansados a nuestros hombres antes que agotarlos en una larga carrera al sur. Berdine y yo nos adelantamos porque era urgente que yo examinase algunos de los libros que hay aquí… sobre cuestiones relacionadas con la magia. Y una vez aquí pensé que debería comprobar cómo están las cosas en el Jardín de la Vida, para asegurarme de que todo está a salvo.</p> <p>El hombre tomó aire mientras hacía tamborilear los dedos sobre el cinto de sus armas.</p> <p>—Me gustaría ayudaros, Prelada, pero tengo órdenes de tres magos de mantener a todo el mundo fuera de allí. Fueron de lo más explícitos: a nadie, ni siquiera al personal de jardinería, debe permitírsele entrar ahí.</p> <p>La frente de Verna se frunció.</p> <p>—¿Qué tres magos?</p> <p>—El Primer Mago Zorander, luego lord Rahl en persona, y por último el mago Nathan Rahl.</p> <p>Nathan. Debería de haber sabido que él intentaría darse importancia en el palacio, sin duda representando con teatralidad el papel de ser un antepasado de Richard. Verna se preguntó con qué más habría estado enredando aquel hombre mientras estaba en el Palacio del Pueblo.</p> <p>—Comandante general, soy una Hermana, y Prelada de las Hermanas de la Luz. Peleo en el mismo bando que vos.</p> <p>—Hermana —repuso él con una acusadora mirada de soslayo propia de un alto oficial del ejército —. Ya nos vino a visitar una Hermana en el pasado. Hace un par de años. ¿Recordáis, chicos? —Paseó una veloz mirada por los rostros sombríos de los soldados antes de volver a mirar a Verna—. Tenía cabellos castaños, ondulados hasta los hombros, más o menos de vuestra estatura, Prelada. Le faltaba el dedo meñique de la mano derecha. ¿Quizá la recordáis? Era una de vuestras Hermanas, creo.</p> <p>—Odette —confirmó Verna, asintiendo con la cabeza—. Lord Rahl me contó el problema que tuvisteis con ella. Era una Hermana caída, se podría decir.</p> <p>—En realidad no me importa de qué lado de la gracia del Creador estaba el día en que nos visitó. Únicamente sé que mató a casi trescientos hombres para conseguir entrar en el Jardín de la Vida. ¡Trescientos! Mató a casi cien más para conseguir volver a salir. ¡No pudimos hacer nada contra ella! —A medida que su rostro enrojecía, las cicatrices resaltaron aún más—. ¿Sabéis lo que es ver morir a hombres y no poder hacer ni una maldita cosa al respecto? ¿Sabéis lo que es no sólo ser responsable de sus vidas sino saber que tú deber es mantenerla fuera de allí…? ¡y no ser capaz de hacer nada para detenerla!</p> <p>Verna apartó la mirada de los decididos ojos azules del hombre.</p> <p>—Lo lamento, general. Pero ella peleaba contra lord Rahl. Yo no. Yo estoy de vuestro lado. Lucho para detener a los que son como ella.</p> <p>—Eso podría ser totalmente cierto, pero mis órdenes tanto por parte de Zedd como de lord Rahl en persona, después de que matase a aquella mujer detestable, son que no se permita a nadie más la entrada allí. Nadie. Si fueseis mi propia madre no podría permitiros entrar.</p> <p>Algo no tenía sentido para ella.</p> <p>Verna ladeó la cabeza.</p> <p>—Si la hermana Odette consiguió entrar allí, y vos y vuestros hombres no pudisteis detenerla —enarcó una ceja—, entonces ¿qué os hace pensar que podéis detenerme?</p> <p>—No me gustaría llegar a eso pero, de ser necesario, esta vez tenemos los medios para cumplir nuestras órdenes. Ya no estamos indefensos. Verna frunció el entrecejo.</p> <p>—¿A qué os referís?</p> <p>El comandante general Trimack extrajo un guante negro de su cinturón y se lo puso. Flexionó los dedos para ajustarse el guante. Con el pulgar y el índice de la mano enguantada, alzó con cuidado una flecha de plumas rojas del soporte de seis que había en una aljaba colgada del cinto de un soldado que tenía al lado. El soldado tenía ya una de las saetas colocada en su ballesta, lo que dejaba sólo cuatro en el soporte especial de la aljaba.</p> <p>Sujetando la saeta por el extremo que se ajustaba a la ballesta, el general Trimack alzó la punta de afilado acero ante el rostro de Verna de modo que ésta pudiese verla de cerca.</p> <p>—Esto está guarnecido de algo más que acero. Está recubierto con el poder para acabar con los que poseen magia.</p> <p>—Sigo sin saber de lo que habláis.</p> <p>—Está recubierta con una magia capaz de penetrar cualquier escudo que los que poseen el don puedan levantar.</p> <p>Verna alargó el brazo y con un dedo tocó con cuidado la parte posterior del astil. Un fuerte dolor le recorrió la mano y la muñeca antes de que retirara violentamente el brazo. A pesar de que su don se veía reducido en el palacio, no tuvo problemas para detectar la poderosa aura que despedía la telaraña mágica que se había tejido alrededor de la mortífera punta. Era sin lugar a dudas un arma poderosa. Incluso con todos sus poderes, los poseedores del don tendrían realmente problemas si se encontraban con una de aquellas flechas yendo hacia ellos.</p> <p>—Si tenéis estas flechas, ¿por qué no pudisteis detener a la hermana Odette?</p> <p>—No las teníamos entonces.</p> <p>La expresión de pocos amigos de Verna se ensombreció más.</p> <p>—Y… ¿cuándo las conseguisteis?</p> <p>El general sonrió con la satisfacción de un hombre que sabía que no volvería a estar indefenso contra un enemigo poseedor del don.</p> <p>—Cuando el mago Rahl estuvo aquí me preguntó sobre nuestras defensas. Le hablé del ataque llevado a cabo por la hechicera y cómo estuvimos indefensos ante su poder. Registró el palacio y encontró estas armas. Al parecer estaban en algún lugar seguro del que sólo un mago podía recuperarlas. Es él quien suministró a mis hombres las flechas y las ballestas con las que dispararlas.</p> <p>—Todo un gesto por parte del mago Rahl.</p> <p>—Sí, lo fue.</p> <p>El general volvió a colocar con cuidado la saeta en el un soporte especial de la aljaba. Verna comprendió, entonces, por qué era eso necesario. No había forma de saber lo antiguas que esas armas eran, pero Verna sospechó que eran reliquias procedentes de la gran guerra.</p> <p>—El mago Rahl nos dio instrucciones sobre cómo manejar armas tan peligrosas. —El oficial alzó la mano y movió los dedos enguantados—. Nos dijo que siempre debemos llevar puestos estos guantes especiales para manejar las flechas.</p> <p>Se quitó el guante y lo guardó. Verna entrelazó las manos ante sí e inspiró profundamente. Y sopesó cómo formular lo que quería decir.</p> <p>—General, conozco a Nathan Rahl desde mucho antes de que naciese vuestra abuela. No siempre es franco respecto a los peligros involucrados en las cosas que hace. Si yo fuese vos, manejaría esas armas con el mayor cuidado, y trataría cualquier cosa que os contase sobre ellas, como una cuestión de vida o muerte.</p> <p>—¿Estáis sugiriendo que es imprudente?</p> <p>—No, no deliberadamente, pero a menudo acostumbra a quitar importancia a cuestiones que encuentra… poco convenientes. Además de eso, es muy anciano y posee un gran talento, así que en ocasiones es fácil para él olvidar lo mucho que sabe sobre algunos objetos muy arcanos. Podríais decir que es un anciano que olvida decir a las visitas que su perro muerde.</p> <p>Los soldados del vestíbulo intercambiaron miradas. Algunos apartaron la mano de las aljabas de sus cintos.</p> <p>El general Trimack rodeó con la mano la empuñadura de la espada.</p> <p>—Si bien me tomo muy en serio vuestra advertencia, Prelada, espero que comprenderéis que también me tomo muy en serio las vidas de los cientos de mis hombres que murieron la última vez que una Hermana apareció por aquí y nos encontramos indefensos ante su magia. Tomo en serio las vidas de estos hombres que hay aquí. No quiero que ninguna cosa parecida vuelva a suceder.</p> <p>Verna se humedeció los labios y se recordó que el oficial sólo hacía su trabajo. Por hallarse en el palacio, sentía una empatía incómoda con los sentimientos de impotencia que había tenido el oficial.</p> <p>—Comprendo, general Trimack. —Se alisó una onda de pelo—. También yo sé lo que es la pesada carga de la responsabilidad por las vidas de otros. Desde luego que las vidas de vuestros hombres son valiosas y cualquier cosa que impida que el enemigo acabe con esas vidas vale la pena. Por eso os aconsejo que seáis cuidadosos con armas que están forjadas con magia. Tales cosas no acostumbran a estar pensadas para su uso sin supervisión por parte de aquellos que carecen del don.</p> <p>El hombre asintió.</p> <p>—Tomamos vuestra advertencia muy en serio.</p> <p>—Estupendo, entonces debéis saber también que lo que hay dentro del jardín es sumamente peligroso. Es un peligro para todos nosotros. Iría en interés de todos nosotros si, mientras estoy aquí, simplemente me aseguro de que está a salvo.</p> <p>—Prelada, comprendo vuestra preocupación, pero debéis comprender que mis órdenes no me permiten hacer excepciones. Simplemente no puedo permitiros que entréis ahí basándome en vuestra palabra de quién decís que sois, o que vuestra intención es tan sólo ayudarnos. ¿Y si fueseis una espía? ¿Una traidora? ¿El Custodio mismo encarnado? Por muy aspecto de mujer sincera que tengáis, no llegué al rango de comandante general dejando que mujeres atractivas me convenciesen de ciertas cosas.</p> <p>A Verna la sobresaltó momentáneamente verse llamada una «mujer atractiva».</p> <p>—Pero puedo aseguraros personalmente que nadie… nadie en absoluto… ha estado ahí dentro desde la última vez que lord Rahl en persona entró. Ni siquiera Nathan Rahl. Todo en el Jardín de la Vida permanece intacto.</p> <p>—Lo comprendo, general.</p> <p>Pasaría mucho tiempo antes de que ella consiguiese regresar al palacio, y no había modo de saber dónde estaba Richard o cuándo regresaría. Se frotó la frente mientras consideraba el dilema.</p> <p>—Os propongo una cosa, me limitaré a permanecer en el umbral del Jardín de la Vida, y miraré al interior para asegurarme de que las tres cajas que se guardan allí dentro están seguras. Podéis incluso tener a una docena de vuestros hombres apuntándome con esas flechas letales a la espalda.</p> <p>El se mordisqueó el labio mientras reflexionaba.</p> <p>—Hombres delante de vos, hombres a los lados y hombres a la espalda os tendrán bajo las puntas de sus flechas y sus dedos estarán en los gatillos. Podéis mirar por detrás de mis hombres, a través dé la entrada pero no podéis cruzar el umbral bajo pena de muerta.</p> <p>Lo cierto era que Verna no precisaba tocar las cajas. A decir verdad, en realidad ni siquiera quería estar cerca de ellas. Todo lo que realmente quería era asegurarse de que no las había tocado nadie. Al mismo tiempo, no le gustaba mucho la idea de todos aquellos hombres con el dedo puesto en el disparador y listos para lanzarle una de aquellas flechas mortíferas. Después de todo, la idea de comprobar cómo estaban las cajas del Destino sólo había sido un pensamiento de última hora, estando como estaba ya en el palacio. No era el motivo de que hubiese venido al palacio. Con todo, estaba tan cerca…</p> <p>—Trato hecho, general. Únicamente necesito ver que están seguras para que todos podamos dormir un poco más tranquilos.</p> <p>—Estoy del todo a favor de dormir más tranquilo.</p> <p>Con un grupo de soldados rodeándolas, el comandante general Trimack condujo a Berdine y a Verna por un amplio corredor de granito pulido. Columnas colocadas a intervalos contra la pared enmarcaban grandes losas de piedra como si fuesen obras de arte. Para Verna, eran testimonio de la mano del Creador, obras de arte del jardín que era el mundo de la vida. El sonido de todos los hombres avanzando junto con ellas resonaba por todo el gran pasillo mientras dejaban atrás una serie de intersecciones que eran brazos del hechizo que avanzaban hacia el Jardín de la Vida. Por fin llegaron ante un par de puertas cubiertas de tallas de colinas ondulantes y bosques, y revestidas de oro.</p> <p>—Al otro lado está el Jardín de la Vida —le dijo el general en tono solemne.</p> <p>Mientras los soldados la rodeaban, alzando las ballestas, el general empezó a tirar de una de las enormes puertas de oro para abrirla. Algunos de los hombres situados a los lados y detrás apuntaron con las armas a la cabeza de Verna. Los cuatro hombres que se colocaron frente a ella le apuntaron al corazón. La Prelada se sintió aliviada, al menos, al ver que los que tenía delante no le apuntaban a la cara. Consideraba que todo aquello era una estupidez, pero sabía que aquellos hombres se lo tomaban muy en serio, así que se comportó del mismo modo.</p> <p>Cuando la puerta quedó totalmente abierta, Verna, marchando en fila cerrada con varios soldados, avanzó, arrastrando los pies, hasta colocarse en el umbral. Tuvo que estirar el cuello y finalmente agitar una mano para instar con suavidad a uno de los hombres a moverse un poco a un lado, de modo que pudiese disponer de una visión clara del enorme jardín.</p> <p>Desde el pasillo, Verna atisbó al interior y vio que el cielo iluminaba el lugar en todo su esplendor a través de ventanas emplomadas situadas en lo alto. La dejó atónita ver que, situado justo en lo más alto, en el centro del Palacio del Pueblo, el Jardín de la Vida parecía simplemente… un jardín frondoso.</p> <p>Por lo que podía ver, alrededor de la parte exterior del jardín serpenteaban unos senderos entre arriates de flores. El suelo estaba cubierto de pétalos, unos pocos todavía de vistosos rojos y amarillos pero la mayoría marchitos desde hacía mucho. Más allá de las flores crecían árboles pequeños y luego detrás de éstos había paredes de piedra cubiertas de hiedra. También había arbustos y plantas ornamentales, aunque presentaban un aspecto lamentable por falta de cuidados; muchos aparecían larguiruchos con brotes nuevos y largos; y necesitados de una buena poda, mientras que otros estaban infestados de malas hierbas. Daba la impresión de que el general Trimack había dicho la verdad sobre que no se había permitido a nadie, ni siquiera a los jardineros, la entrada en el lugar.</p> <p>En el Palacio de los Profetas habían tenido un jardín interior, aunque a una escala mucho menor. Allí había existido un sistema de cañerías procedentes de barriles de recogida de agua en el techo que mantenía irrigado el jardín. Verna reconoció unas cañerías similares en un rincón, y comprendió que el agua de lluvia que se recogía en el tejado proporcionaba también un suministro constante de agua al jardín.</p> <p>En el centro, había una zona de césped descuidado en forma de círculo. Ese anillo de hierba estaba interrumpido por una cuña de piedra blanca. Sobre la piedra descansaban dos pedestales cortos y acanalados que sostenían una losa de granito.</p> <p>Encima del altar de granito había tres cajas, sus superficies de un negro tan intenso que casi le sorprendió que no absorbieran por completo la luz de la habitación y arrastraran al mundo entero con ella al interior de la oscuridad eterna del inframundo. La simple visión de tan siniestros objetos hizo que se le hiciera un nudo en la garganta.</p> <p>Verna conocía las tres cajas bajo la denominación de «la entrada», y eran exactamente lo que ese nombre implicaba. Juntas eran una especie de paso entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Si aquel pasillo entre mundos quedaba anulado alguna vez, el velo se desgarraría y desaparecería el sello colocado sobre el Innombrable… el Custodio de los Muertos.</p> <p>Debido a que la información había estado en libros de acceso sumamente restringido, sólo unas pocas personas en el Palacio de los Profetas conocían la entrada por su antiguo nombre, las cajas del Destino. Las tres cajas actuaban juntas, y juntas constituían la entrada. Hasta donde sabía, la entrada había estado perdida durante más de tres mil años, y todo el mundo creía que ya no existía, que se había desvanecido, que había desaparecido para siempre. Incluso se había especulado durante siglos sobre si tal entrada había existido o no en realidad.</p> <p>La entrada —las cajas del Destino— sí existía, y Verna tenía dificultades para apartar los ojos de ella.</p> <p>Le aceleraba el corazón ver tales cosas inmundas. Un sudor frío le empapó el vestido.</p> <p>No era de extrañar que tres magos hubiesen ordenado al general no permitir la entrada de nadie en el jardín. Verna reconsideró su opinión de equipar a la Primera Fila con armas tan peligrosas.</p> <p>Habían retirado la envoltura cubierta de piedras preciosas, dejando a la vista el siniestro negro de las cajas, porque Rahl el Oscuro había puesto en funcionamiento las cajas y había planeado usar su poder para reclamar el dominio sobre el mundo de los vivos. Por suerte, Richard lo había detenido.</p> <p>Robar las cajas ahora, no obstante, no le serviría de nada a ningún ladrón. Se requería una información muy vasta para comprender el modo en que actuaba la magia de las cajas y cómo funcionaba la entrada. Parte de esa información estaba contenida en un libro que ya no existía, excepto en la mente de Richard. Y había formado parte del modo en que había conseguido vencer a Rahl el Oscuro.</p> <p>Además de unos conocimientos vastísimos, cualquier ladrón necesitaría también poseer tanto Magia de Suma como de Resta para poder usar la entrada o reclamar el poder de las cajas para sí.</p> <p>El auténtico peligro probablemente sería para los estúpidos que quisieran manejar objetos tan traicioneros.</p> <p>Verna suspiró aliviada al ver las tres cajas intactas, justo donde Richard había dicho que las había dejado. Por el momento, no existía lugar más seguro para guardar magia tan peligrosa. Algún día, quizá Verna podría ayudar a hallar un modo de destruir la entrada —si tal cosa era posible—, pero por ahora estaba a salvo.</p> <p>—Gracias, general Trimack. Me tranquiliza ver que todo está como debería.</p> <p>—Y seguirá estando así —repuso él mientras cerraba la puerta—. Nadie va a entrar aquí excepto lord Rahl.</p> <p>Verna sonrió.</p> <p>—Magnífico.</p> <p>Echó una ojeada al magnífico palacio que la rodeaba, a la ilusión de permanencia, paz y seguridad que emanaba. Ojalá fuese así.</p> <p>—Bien, me temo que debemos ponernos en camino. Tengo que regresar con nuestras fuerzas. Diré al general Meiffert que las cosas aquí, en el palacio, están bajo control. Esperemos que lord Rahl se reúna con nosotros pronto y podamos detener a la Orden Imperial antes de que puedan llegar a este lugar. La profecía indica que si se reúne con nosotros para la batalla final, tenemos una posibilidad de aplastar a la Orden Imperial, por no decir expulsarlos de vuelta al Viejo Mundo.</p> <p>El general asintió, sombrío.</p> <p>—Que los buenos espíritus os acompañen, Prelada.</p> <p>Con Berdine a su lado, Verna desanduvo el camino para abandonar la zona restringida y alejarse del Jardín de la Vida. Mientras volvían a descender las escaleras, se sintió aliviada por ir ya de regreso junto al ejército, incluso a pesar de estar preocupada respecto a la misión que tenían. Advirtió que desde que había llegado al palacio sentía una mayor sensación de compromiso, y una mayor sensación de conexión con lo que se había convertido en el imperio d'haraniano bajo el mando de Richard. Aún más que eso, parecía importarle más la vida.</p> <p>Pero si no encontraban a Richard y conseguían que liderara sus fuerzas en la batalla a la que tendrían que hacer frente cuando se encontraran por fin con la Orden Imperial, entonces el objetivo de detener al ejército de Jagang era una misión suicida.</p> <p>—¿Prelada? —dijo Berdine a la vez que empujaba la puerta con una serpiente tallada en ella para cerrarla.</p> <p>Verna se detuvo y aguardó mientras la mord-sith daba un golpecito con la palma de la mano sobre el cráneo de bronce que hacía de pomo.</p> <p>—¿Qué sucede, Berdine?</p> <p>—Creo que debería quedarme aquí.</p> <p>—¿Quedarte? —Verna trabó la mirada con la de la mord-sith—. Pero ¿por qué?</p> <p>—Si Ann encuentra a lord Rahl y lo lleva junto al ejército, él te tendrá a ti y a varias otras mord-sith que están allí para protegerlo… y estará donde tú dices que es necesario que esté. Pero a lo mejor ella no lo encontrará.</p> <p>—Debe hacerlo. Richard también es consciente del peso de la profecía y sabe que debe estar en la batalla final. Incluso si Ann no lo encuentra, tengo confianza en que vendrá a reunirse con nosotros.</p> <p>Berdine se encogió de hombros ante la dificultad de encontrar las palabras correctas.</p> <p>—Quizá. Pero quizá no. Verna, he pasado mucho tiempo con él. No piensa así. La profecía no significa tanto para él como para ti.</p> <p>Verna exhaló un suspiro.</p> <p>—Qué razón tienes, Berdine.</p> <p>—Esto es el hogar de lord Rahl, incluso aunque nunca vivió aquí en realidad, excepto como cautivo. Aun así, hemos llegado a ser importantes para él como su pueblo, y como sus amigos. He pasado tiempo con él; sé lo mucho que le importamos y sé que es consciente de lo mucho que todos nos preocupamos por él. A lo mejor sentirá la necesidad de venir a casa.</p> <p>»Si lo hace, creo que yo debería estar aquí esperándolo. Depende de mí para que lo ayude con los libros, con las traducciones… al menos, me gusta creer que así es. Hace que me sienta importante para él, en cualquier caso. No sé, simplemente pienso que debería permanecer en el palacio por si acaso viene aquí. Si lo hace, necesitará saber que intentas desesperadamente localizarle. Necesitará saber lo de la inminente batalla final.</p> <p>—¿Te indica tu vínculo dónde está?</p> <p>Berdine señaló al oeste.</p> <p>—En algún lugar en esa dirección, pero muy lejos.</p> <p>—El general dijo lo mismo. Eso sólo puede significar que Richard está de vuelta en el Nuevo Mundo. —Verna halló motivos para sonreír—. Por fin. Es bueno saber eso por lo menos.</p> <p>—Cuanto más cerca estén de él aquellos que poseen el vínculo, más capaces serán de ayudarte a encontrarle.</p> <p>Verna reflexionó sobre ello durante un momento.</p> <p>—Bueno, echaré de menos tu compañía, Berdine, pero imagino que debes hacer lo que creas conveniente y tengo que admitir que lo que dices tiene sentido. En cuantos más lugares estemos esperando que aparezca, mayores serán nuestras posibilidades de encontrarlo a tiempo.</p> <p>—Realmente creo que es lo correcto por mi parte el permanecer aquí. Además, quiero estudiar algunos libros e intentar cotejar algunas de las cosas que Kolo dice. Hay unos cuantos detalles que me molestan. A lo mejor si lo resuelvo, puedo incluso ayudar a lord Rahl a ganar esa batalla final.</p> <p>Verna asintió con una sonrisa entristecida.</p> <p>—¿Me acompañas a la salida?</p> <p>—Desde luego.</p> <p>Ambas se giraron al oír unos pasos. Era otra mord-sith, vestida de cuero rojo. Era rubia, y más alta que Berdine, y los taladrantes ojos azules evaluaron a Verna con una especie de astucia mesurada que delataba una total e intrépida seguridad en sí misma.</p> <p>—¡Nyda! —la saludó Berdine.</p> <p>La mujer sonrió con un lado de la boca a la vez que se detenía. Posó una mano sobre el hombro de Berdine, un gesto que Verna reconoció como tan próximo a la alegría como podía darse en una mord-sith, excepto tal vez Berdine.</p> <p>Nyda recorrió a Berdine con la mirada, contemplándola con deleite.</p> <p>—Hermana Berdine, ha pasado bastante tiempo. D'Hara se ha sentido sola sin ti. Bienvenida a casa.</p> <p>—Me alegro de estar en casa y volver a ver tu rostro.</p> <p>La mirada de Nyda se deslizó hacia Verna. Berdine pareció recuperar las formas.</p> <p>—Hermana Nyda, ésta es Verna, la Prelada de las Hermanas de la Luz. Es una amiga y consejera de lord Rahl.</p> <p>—¿Viene él de camino aquí?</p> <p>—No, por desgracia —respondió Berdine.</p> <p>—¿Sois hermanas vosotras dos, entonces? —preguntó Verna. —No —dijo Berdine, agitando una mano ante la idea—. Es parecido a una «Hermana», como vosotros decís. Nyda es una vieja amiga.</p> <p>Nyda miró en derredor.</p> <p>—¿Dónde está Raina?</p> <p>El rostro de Berdine palideció al oír el nombre, y su voz descendió hasta ser un susurro.</p> <p>—Raina murió.</p> <p>El rostro de Nyda era inescrutable.</p> <p>—No lo sabía, Berdine. ¿Murió bien, empuñando el agiel?</p> <p>Berdine tragó saliva mientras mantenía la mirada fija en el suelo.</p> <p>—Murió debido a la plaga. Peleó hasta su último aliento… pero al final la plaga se la llevó. Murió en los brazos de lord Rahl.</p> <p>Verna se dijo que podía detectar que los ojos azules de Nyda eran un poquitín más líquidos mientras contemplaba a su hermana mord-sith.</p> <p>—Lo siento mucho, Berdine.</p> <p>Berdine alzó los ojos.</p> <p>—Lord Rahl lloró cuando ella murió.</p> <p>Por el semblante mudo pero atónito de Nyda, Verna pudo advertir que era algo sin precedentes que al lord Rahl le importara si una mord-sith vivía o moría. Por la expresión maravillada que afloró a la superficie, tal veneración por una de ellas era un homenaje de proporciones insondables.</p> <p>—He oído contar tales cosas de ese lord Rahl. ¿Son realmente ciertas, entonces?</p> <p>Berdine sonrió radiante.</p> <p>—Son ciertas.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 4</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">—¿Qué lees que es tan absorbente? —preguntó Rikka a la vez que utilizaba un hombro para cerrar la gruesa puerta.</p> <p>Zedd profirió un gruñido de desagrado antes de alzar la vista del libro que tenía abierto ante él.</p> <p>—Páginas en blanco.</p> <p>A través de la ventana redonda que tenía a la izquierda, podía ver los tejados de la ciudad de Aydindril extendiéndose muy por debajo de donde estaba. A la luz dorada del sol poniente la ciudad resultaba hermosa, pero aquella apariencia no era más que una ilusión. Desaparecidos todos los habitantes, que habían huido para salvar la vida ante las hordas invasoras, la ciudad no era más que un cascarón vacío y sin vida, como la piel de la muda de las cigarras que habían hecho su aparición recientemente.</p> <p>Rikka se inclinó hacia él por encima del espléndido escritorio de madera pulida y ladeó la cabeza para ver mejor el libro.</p> <p>—No está todo en blanco —sentenció—. No puedes leer algo que está en blanco. Por lo tanto debes de estar leyendo lo escrito, no los espacios en blanco. Deberías de intentar ser más exacto en lo que dices.</p> <p>La expresión enfurruñada de Zedd se ensombreció al alzar la mirada para trabarla con la de ella.</p> <p>—En ocasiones lo que no se dice es más elocuente que lo que se dice. ¿Lo habías pensado alguna vez en eso?</p> <p>—¿Me estás diciendo que no hable?</p> <p>Depositó una enorme escudilla de madera que contenía la cena de Zedd, y desprendía un vapor que transportaba un aroma de cebollas, ajo, verduras y suculenta carne. El olor era perturbadoramente delicioso.</p> <p>—No. Exigiéndolo.</p> <p>Por la ventana redonda de su derecha, Zedd podía ver los oscuros muros del Alcázar irguiéndose hacia las alturas. Construido en la ladera de la montaña que dominaba Aydindril, el Alcázar del Hechicero era casi una montaña él mismo. Al igual que la ciudad, también él estaba vacío; con la excepción de Rikka, Chase, Rachel y Zedd. No obstante, no pasaría mucho tiempo antes de que hubiese más gente en el Alcázar. Finalmente el lugar volvería a tener una familia viviendo allí, y los corredores vacíos volverían a resonar llenos de risas y amor como había sucedido en el pasado, cuando innumerables personas llamaban al Alcázar su hogar.</p> <p>Rikka se contentó con pasear la mirada por las estanterías de la enorme habitación redonda, que estaban repletas de recipientes de cristal, algunos llenos de ingredientes para hechizos. Al lado del escritorio estaban una silla de roble de respaldo recto y profusamente tallada, un arcón y más estanterías. Libros en toda una diversidad de idiomas llenaban la mayor parte de los estantes. Vitrinas esquineras contenían más volúmenes.</p> <p>Rikka cruzó los brazos a la vez que se inclinaba y estudiaba algunos de los lomos dorados.</p> <p>—¿De verdad has leído todos estos libros?</p> <p>—Desde luego —refunfuñó él—. Muchas veces.</p> <p>—Debe de ser aburrido ser un mago —repuso ella—. Tienes que leer y pensar demasiado. Es más fácil conseguir las respuestas haciendo sangrar a la gente.</p> <p>Zedd gruñó de forma pomposa.</p> <p>—Cuando una persona padece un dolor atroz puede que esté ansiosa por hablar, pero tienden a contar lo que creen que tú quieres oír, tanto si es cierto como si no.</p> <p>La mord-sith sacó un volumen y lo hojeó antes de devolverlo al estante.</p> <p>—Por eso nos entrenan para interrogar a las personas usando los métodos adecuados. Les mostramos lo mucho más doloroso que es para ellos cuando nos mienten. Si comprenden las consecuencias sumamente terribles de mentir, las personas dirán la verdad.</p> <p>Zedd no la escuchaba en realidad. Se concentraba en averiguar lo que podría significar el fragmento desaparecido de la profecía, y todas y cada una de las posibilidades que se le ocurrían sólo servían para quitarle el apetito. La humeante escudilla permanecía allí, esperando. Comprendió que Rikka probablemente también seguía allí, haciéndose la remolona, a la espera de que él hiciese algún comentario sobre la cena. Quizá aguardaba para recibir una alabanza.</p> <p>—Así pues, ¿qué hay para comer?</p> <p>—Estofado.</p> <p>Zedd alargó el cuello un poco para echar un vistazo a la escudilla de madera.</p> <p>—¿Dónde están los panecillos?</p> <p>—No hay panecillos. Sólo estofado.</p> <p>—Ya veo que es estofado. Pero ¿dónde están los panecillos para acompañar el estofado?</p> <p>Rikka se encogió de hombros.</p> <p>—Puedo traerte un poco de pan tierno si quieres.</p> <p>—Es estofado —exclamó él con el ceño fruncido—. El estofado requiere panecillos, no rebanadas de pan.</p> <p>—De haber sabido que querías panecillos para la cena te habría preparado panecillos en lugar de estofado. Deberías haberlo dicho antes.</p> <p>—No quiero panecillos <i>en lugar</i> de estofado —gruñó Zedd.</p> <p>—Cambias de idea una barbaridad cuando estás malhumorado, ¿no? Zedd la miró de soslayo con un ojo.</p> <p>—Realmente tienes talento para la tortura.</p> <p>Ella sonrió, se volvió y abandonó con paso regio la pequeña habitación. Zedd pensó que las mord-sith debían de ir dándose aires incluso cuando estaban solas.</p> <p>Regresó al libro, intentando acometer el problema desde un ángulo distinto. Sólo había tenido tiempo de leer otra vez el párrafo un par de veces cuando el pestillo del cuarto se alzó y Rachel entró arrastrando los pies llevando algo en ambas manos. Usó el pie para cerrar la puerta.</p> <p>—Zedd, deberías guardar ese libro, ahora, y cenar algo.</p> <p>Zedd sonrió a la niña. Siempre le hacía sonreír.</p> <p>—¿Qué llevas ahí, Rachel?</p> <p>Ella alzó las manos y depositó un cuenco de hojalata sobre el escritorio, luego lo empujó a través de la mesa hacia él.</p> <p>—Panecillos.</p> <p>Estupefacto, Zedd se alzó un poco de la silla para inclinarse y mirar el cuenco.</p> <p>—¿Qué haces tú con panecillos?</p> <p>Los enormes ojos de Rachel lo miraron con un pestañeo, como si fuese la pregunta más rara que había oído jamás.</p> <p>—Son para tu cena. Rikka me pidió que los trajese.</p> <p>—No deberías ayudar a esa mujer —dijo Zedd con una amenazadora mueca de enojo mientras volvía a sentarse—. Es diabólica.</p> <p>Rachel lanzó una risita divertida.</p> <p>—Eres tonto, Zedd. Rikka me cuenta historias sobre las estrellas. Crea dibujos con ellas y luego me cuenta una historia de cada uno de ellos.</p> <p>—Si eso es así… Bueno, suena como una cosa muy bonita por su parte.</p> <p>Con la luz desvaneciéndose, empezaba a resultar difícil leer. Zedd alargó una mano, enviando una chispa de su don a las docenas de velas que había en los intrincados candelabros de hierro. La cálida luz iluminó la pequeña y acogedora estancia, alumbrando la piedra delicadamente encajada de las paredes y las gruesas vigas de roble que atravesaban el techo.</p> <p>Rachel sonrió de oreja a oreja, los ojos reluciendo con el reflejo de los puntitos de luz de las velas. Le encantaba ver cómo las encendía.</p> <p>—Tienes la mejor magia, Zedd.</p> <p>Zedd suspiró.</p> <p>—Desearía que no me dejaras, pequeña. Rikka no aprecia mi truco para encender velas.</p> <p>—¿Me echarás de menos?</p> <p>—No, no en realidad. Simplemente no quiero quedarme solo con Rikka —respondió él mientras volvía a leer el último trozo.</p> <p>«Contenderán con él antes de conspirar para curarlo.» ¿Qué podía significar eso?</p> <p>—A lo mejor podrías conseguir que Rikka te cuente algunas historias sobre las estrellas —empezó a decir la niña con expresión triste mientras rodeaba el escritorio—. Te echaré de menos una barbaridad, Zedd.</p> <p>Zedd alzó los ojos del libro. Rachel se dirigió hacia él, pidiendo un abrazo, y él no pudo contener una sonrisa mientras la tomaba en sus brazos. Había pocas cosas en la vida que resultaran tan agradables como un abrazo de Rachel, que era una entusiasta de este gesto.</p> <p>—Abrazas muy bien, Zedd. Richard también.</p> <p>—Sí que lo hace.</p> <p>Zedd recordaba haber estado en aquella misma habitación, hacía mucho tiempo, cuando su propia hija tenía más o menos la edad de Rachel. También ella acudía a verle y quería que la abrazasen. Ahora, todo lo que quedaba era Richard, y lo echaba terriblemente de menos.</p> <p>—Te añoraré mucho, pequeña, pero antes de que te des cuenta estarás de vuelta aquí con el resto de tu familia, y entonces tendrás hermanos y hermanas con los que jugar en lugar de tan sólo a un anciano. —Zedd la sentó sobre su rodilla—. Será agradable teneros a todos vosotros en el Alcázar del Hechicero conmigo. El Alcázar será un lugar alegre al volver a tener vida en su interior.</p> <p>—Rikka dijo que no tendrá que volver a cocinar una vez que mi madre venga aquí.</p> <p>Zedd tomó un sorbo de té tibio de una jarra de peltre que había sobre el arcón situado junto a él.</p> <p>—Así que eso dijo.</p> <p>Rachel asintió.</p> <p>—Y dijo que mi madre probablemente te obligaría a cepillarte el pelo.</p> <p>La niña alargó las manos, deseando compartir un trago de su jarra. Él le permitió tomar un sorbo de té.</p> <p>—¿Cepillarme el pelo? —Zedd ladeó la cabeza.</p> <p>Rachel asintió con semblante serio.</p> <p>—Está todo de punta. Pero me gusta.</p> <p>—Rachel —dijo Chase a la vez que asomaba la cabeza por la entrada en forma de arco—, ¿otra vez estás molestando a Zedd?</p> <p>La niña negó con la cabeza.</p> <p>—Le traje panecillos. Rikka dijo que le gusta comer panecillos con el estofado y que debía traerle todo un cuenco lleno.</p> <p>Chase se puso en jarras.</p> <p>—¿Y cómo se supone que va a comer sus panecillos con niñas feas sentadas en su regazo? Podrías quitarle el apetito de golpe.</p> <p>Rachel lanzó una risita al mismo tiempo que saltaba al suelo. Zedd volvió a echar una ojeada al libro.</p> <p>—¿Lo tenéis todo empaquetado ya?</p> <p>—Sí —respondió el hombretón—; quiero ponerme en marcha temprano. Partiremos a primera hora de la mañana, si te sigue pareciendo bien.</p> <p>Zedd desechó tal preocupación con un movimiento de la mano.</p> <p>—Sí, sí. Cuanto antes traigas a tu familia aquí contigo, mejor. Todos nos sentiremos mejor teniéndolos aquí, donde sabemos que estarán a salvo.</p> <p>Las gruesas cejas de Chase descendieron aún más sobre sus penetrantes ojos castaños.</p> <p>—Zedd, ¿qué pasa? ¿Qué es lo que no va bien?</p> <p>Zedd alzó los ojos con el entrecejo fruncido.</p> <p>—¿Qué no va bien? Nada. Nada está mal.</p> <p>—Simplemente está atareado leyendo —aseguró Rachel a Chase mientras le abrazaba la pierna y apretaba la cabeza contra su cadera.</p> <p>—Zedd —dijo Chase, arrastrando el nombre en un tono exigente que indicaba que no se creía ni una palabra.</p> <p>—¿Qué te hace pensar que algo va mal?</p> <p>—No has comido nada.</p> <p>Chase posó una mano sobre el mango de madera de un largo cuchillo que llevaba al cinto y con la otra acarició la cabeza de largos cabellos rubios de Rachel. El hombre probablemente tenía una docena de cuchillos de distintos tamaños sujetos alrededor de la cintura y en las piernas. Cuando marchara por la mañana, también iría provisto de espadas y hachas.</p> <p>—Eso sólo puede significar que algo no va bien.</p> <p>Zedd introdujo un panecillo en su boca.</p> <p>—Ya está —farfulló mientras masticaba—. ¿Satisfecho?</p> <p>Mientras Zedd mascaba el panecillo caliente, Chase se inclinó hacia el suelo y alzó la barbilla de la niña.</p> <p>—Rachel, ve a tu habitación y acaba de empaquetar tus cosas. Espero que tus cuchillos estén limpios y afilados.</p> <p>Ella asintió muy seria.</p> <p>—Lo estarán, Chase.</p> <p>Rachel había tenido una vida dura para ser alguien tan joven. Por motivos que siempre habían hecho recelar a Zedd, había estado en el centro de muchas situaciones trascendentales. Cuando Chase se había hecho cargo de la huérfana para criarla como si fuese su hija, el mismo Zedd lo había prevenido de que enseñara a la pequeña a protegerse, que le enseñara a ser como él, de modo que pudiese defenderse y mantenerse a salvo. Rachel adoraba a Chase y aprendía con entusiasmo todas las lecciones que él le enseñaba. Con uno de los cuchillos más pequeños que llevaba, podía clavar una mosca a una valla a diez pasos de distancia.</p> <p>—Y te quiero acostada temprano para que estés descansada —le indicó Chase—. No voy a llevarte en brazos.</p> <p>Rachel le dedicó una mirada intrigada.</p> <p>—Me llevas en brazos cuando te digo que no estoy cansada.</p> <p>Chase lanzó una mirada apenada a Zedd antes de dedicar a la niña una mueca de enojo fingido.</p> <p>—Bueno, pues mañana vas a tener que mantener el ritmo por tu cuenta.</p> <p>Rachel asintió muy seria, sin inmutarse ante el hombretón que se alzaba amenazador ante ella.</p> <p>—Lo haré. —Miró a Zedd—. ¿Vendrás a darme un beso de buenas noches?</p> <p>—Desde luego —contestó Zedd con una sonrisa—. Entraré dentro de un ratito a arroparte.</p> <p>Se preguntó si Rikka pasaría por el dormitorio de la niña a contarle una historia. Resultaba reconfortante pensar en la mord-sith contando a una criatura historias sobre dibujos que las estrellas hacían en el cielo. Rachel parecía tener ese efecto sobre todo el mundo.</p> <p>Chase observó a través de la entrada cómo su hija marchaba corriendo por la amplia muralla. A Zedd le había complacido el modo en que la pequeña se había adaptado al Alcázar. Enseguida lo había hecho suyo. Tenía mucho cuidado y nunca se alejaba de las zonas sobre las que Zedd le había advertido; comprendía el peligro. Fuera, en la muralla, parecía totalmente a sus anchas mientras se detenía por un instante para mirar abajo, a la ciudad situada a sus pies, antes de volver a echar a correr. A Zedd le maravillaba que unas piernas tan largas y flacas pudiesen transportarla a tal velocidad.</p> <p>Una vez que Chase estuvo seguro de que la pequeña seguía su camino sin percances, cerró la gruesa puerta de roble y se acercó más al escritorio. Su tamaño hizo que la confortable habitación, una habitación que Zedd siempre había considerado muy cómoda, pareciese más bien pequeña y atestada de cosas.</p> <p>—Bien, ¿cuál es el problema?</p> <p>Chase no iba a darse por satisfecho hasta que supiese más. Zedd suspiró y con un dedo hizo girar el libro para que el custodio del límite leyera.</p> <p>—Echa una mirada. Dímelo tú.</p> <p>Chase echó una ojeada al antiguo libro. Alzó una página de cada lado y las miró brevemente antes de volver a bajar cada página.</p> <p>—Como dije, ¿cuál es el problema? No parece que haya mucho aquí de lo que preocuparse.</p> <p>Zedd enarcó una ceja.</p> <p>—Ése es el problema.</p> <p>—¿A qué te refieres?</p> <p>—Es un libro de profecías. Se supone que tiene que haber cosas escritas en él: profecías. No puedes tener un libro sin nada escrito y que siga siendo un libro auténtico, ¿no? La escritura ha desaparecido.</p> <p>—¿Desaparecido? —Chase se rascó una sien—. Eso no tiene ningún sentido. ¿Cómo puede desaparecer lo que está escrito? No es como si alguien pudiese robar las palabras de una página…</p> <p>Ese era un modo interesante de considerarlo; que alguien había robado las palabras de la página. Al haber sido un custodio del límite la mayor parte de su vida —hasta que el límite desapareció hacía unos arios—, Chase era la clase de hombre que sospecharía un robo antes que cualquier otra cosa. Zedd no había considerado esa posibilidad, pero su mente corría veloz ya por ese inexplorado callejón siniestro.</p> <p>—No sé cómo podrían haber desaparecido las palabras —le confió, y tomó un sorbo de té.</p> <p>—¿De qué trata esta profecía? —preguntó Chase.</p> <p>—Resulta que trata mayoritariamente de Richard.</p> <p>Chase mostró una calma total, lo que significaba que estaba cualquier cosa menos calmado.</p> <p>—¿Estás seguro de que tenía cosas escritas? —preguntó—. Si es viejo, a lo mejor simplemente olvidaste que tenía páginas en blanco. Al fin y al cabo, cuando se lee un libro uno acostumbra a recordar el texto, no las páginas en blanco.</p> <p>—Muy cierto. —Depositó la taza alta de peltre a un lado—. No puedo jurar con seguridad que recuerdo el texto, pero sencillamente no creo que estuviese en blanco en su mayor parte. Ahora lo está.</p> <p>La expresión de Chase no delató lo que sentía mientras reflexionaba sobre el misterio.</p> <p>—Bueno, admito que sí que suena raro… pero ¿es realmente un problema? A Richard nunca le han gustado las profecías. No las habría tenido en cuenta de todos modos.</p> <p>Zedd se puso en pie y golpeó insistentemente el libro con un dedo.</p> <p>—Chase, este libro ha estado aquí en el Alcázar durante miles de años. Durante miles de años ha tenido cosas escritas… profecías… Estoy seguro de ello. Ahora está repentinamente en blanco. ¿Te parece trivial eso?</p> <p>Chase se encogió de hombros a la vez que introducía los pulgares en los bolsillos.</p> <p>—No sé, Zedd. No soy experto en estas cosas. Pero si tienes que acudir a mí en busca de respuestas sobre libros de profecías significa que tienes un buen problema… Tú eres el mago, dímelo tú.</p> <p>Zedd apoyó todo su peso en las manos mientras se inclinaba hacia el hombre.</p> <p>—No puedo recordar nada de lo que había en este libro. No puedo recordar nada sobre las páginas en blanco de todos los otros libros de profecía a los que les falta texto.</p> <p>El semblante de Chase se tornó sombrío.</p> <p>—¿Hay otros con páginas en blanco?</p> <p>Zedd asintió, y se alisó el pelo hacia atrás. Miró por la ventana cada vez más oscura, intentando verse reflejado en ella, pero no pudo; todavía había demasiada luz en el exterior.</p> <p>—¿Iría bien que me cepillara el pelo? —Volvió la mirada hacia Chase—. ¿Está demasiado alborotado?</p> <p>Chase ladeó la cabeza.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—No importa —farfulló Zedd con un displicente movimiento de la mano—. La cuestión es que he descubierto zonas en blanco en varios libros de profecías, y eso me desconcierta.</p> <p>Chase pasó el peso del cuerpo de una pierna a otra y cruzó los brazos. La frente se le arrugó. Empezaba a parecer realmente inquieto, lo que en Chase significaba que parecía como si fuera a acabar con un gran número de personas.</p> <p>—Quizá sería mejor que me quedase por ahora. No es necesario que nos marchemos mañana. Podemos esperar hasta que averigües si se aproxima algún peligro.</p> <p>Zedd suspiró, empezando a desear no haber mencionado nada. Esto no era en realidad un problema para Chase. Zedd no debería de haber preocupado así a Chase respecto a algo que él no comprendería, ni sobre lo que no podía hacer nada. Pero aquello era tan condenadamente raro…</p> <p>—Eso no es necesario. Esta clase de problema no se resuelve con la fuerza. Es una clase de problema del todo distinto. Esto es un problema de libros. No quiero agobiarte con preocupaciones. Es mi terreno, y estoy seguro de que lo resolveré más tarde o más temprano. Únicamente me preguntaba qué podrías pensar tú de algo así. A veces ayuda tener un punto de vista nuevo.</p> <p>Chase movió un dedo por encima del libro.</p> <p>—Bien, ¿qué significa esta última parte? ¿Esa parte con «primero contenderán con él antes de conspirar para curarlo»? Dijiste que era profecía sobre Richard. Eso suena a problemas; como si alguien fuese a conspirar contra él.</p> <p>—No, no necesariamente. —Zedd se pasó una mano por la boca mientras intentaba pensar en un modo de explicarlo—. La palabra «conspirar» en una profecía a menudo no significa nada más siniestro que «trazar un plan». Como trazar un modo de actuar. En este caso, el párrafo habla sobre aquellos que son sus consejeros más íntimos, sus aliados, así que, al hablar de conspirar para curarlo, puede que se refiera a que primero deben convencerlo de que necesita su ayuda. Lo más probable es que algunos de nosotros vamos a acometer la tarea de planear un modo de curarlo.</p> <p>—¿Curarlo de qué?</p> <p>—No lo dice.</p> <p>—Así pues no es algo serio.</p> <p>Zedd dedicó al custodio del límite una mirada elocuente.</p> <p>—Creo que lo decía la parte que está en blanco.</p> <p>—Entonces es serio. Richard está en dificultades. Necesita ayuda. A lo mejor está herido.</p> <p>Zedd sacudió la cabeza con tristeza.</p> <p>—En mi experiencia, las profecías raras veces son tan explícitas.</p> <p>—Pero podría ser ése el caso.</p> <p>Zedd evaluó al hombre por un instante.</p> <p>—Estamos muy lejos de necesitar imaginar cosas de las que preocuparnos. Además, la cronología de una profecía siempre es problemática. Por lo que sé, la parte que estamos discutiendo podría haber sucedido ya. ¿Y si estuviera hablando, por ejemplo, de una época en la que Richard tuvo unas fiebres siendo niño y tuve que encontrar las hierbas adecuadas para curarlo?</p> <p>—Entonces bien podría ser que fuese cosa del pasado.</p> <p>Zedd hizo un gesto de contrariedad.</p> <p>—Pudiera ser. Sin el texto desaparecido… o sin saber mucho más sobre la profecía de lo que yo sé… probablemente es imposible situar esto en el contexto de su vida.</p> <p>Chase asintió pero a continuación se hizo a un lado cuando la puerta se abrió. Y Rikka entró como una exhalación en el cuarto. Alargó la mano para tomar los cuencos, pero se detuvo al ver que seguían llenos.</p> <p>—¿Qué sucede? ¿Por qué no has comido? —Cuando Zedd agitó una mano como si intentara sacudirse de encima la pregunta, ella se volvió hacia Chase—. ¿Está enfermo? Pensaba que a estas alturas ya habría rebañado el plato y lamido el aroma del techo. Quizá sería mejor que pensemos en un modo de hacerle comer.</p> <p>—¿Ves a lo que me refiero sobre conspirar? —dijo Zedd a Chase—. Podría no ser nada más serio que esto.</p> <p>Rikka inspeccionó el rostro de Zedd por un momento, como si buscase una señal manifiesta de demencia, luego dedicó su atención a Chase.</p> <p>—¿De qué va esta jerigonza?</p> <p>—Algo sobre los libros —le respondió Chase.</p> <p>Ella dedicó una creciente mirada iracunda a Zedd.</p> <p>—Bueno, pues tras todas las molestias que me tomé para prepararte esta comida, te vas a sentar ahora mismo y te la comerás. Si no lo haces, se la daré a los gusanos del estercolero. Luego, cuando tengas hambre más tarde y me vengas a ver quejándote, sólo podrás culparte a ti mismo. No recibirás ninguna compasión por mi parte.</p> <p>Sobresaltado, Zedd la miró pestañeando.</p> <p>—¿Qué? ¿Qué has dicho?</p> <p>—Voy a dársela a los gusanos si no te la…</p> <p>—¡Córcholis! —Zedd chasqueó los dedos—. ¡Eso es! —Extendió los brazos hacia ella—. Rikka, eres un genio. Podría abrazarte.</p> <p>Rikka se irguió, desafiante.</p> <p>—Prefiero aceptar tu adoración de lejos.</p> <p>Él no la escuchaba. Se frotaba las manos mientras intentaba recordar con exactitud dónde había visto la referencia. Había sido hacía una eternidad. Pero ¿exactamente hacía cuánto tiempo? ¿Y dónde?</p> <p>—¿Qué pasa? —preguntó Chase—. ¿Has resuelto el rompecabezas?</p> <p>La boca de Zedd se crispó con el esfuerzo de pensar.</p> <p>—Recuerdo que leí una referencia a tal acontecimiento. Recuerdo haber visto alguna clase de exégesis.</p> <p>—¿Una qué?</p> <p>—Una explicación. Un análisis.</p> <p>—En ese caso se trata de algún… libro.</p> <p>—Sí —asintió Zedd—, exactamente. Sólo necesito recordar dónde vi el pasaje. Trataba de gusanos.</p> <p>Chase lanzó una mirada de soslayo a Rikka antes de rascarse la espesa mata de canoso pelo que le cubría la cabeza.</p> <p>—¿Gusanos?</p> <p>Zedd se frotó las manos mientras vagas reminiscencias le pasaban fugazmente por la cabeza. Aquellos recuerdos imprecisos eran reales, estaba seguro de ello, pero no obstante sus frenéticos esfuerzos para capturarlos y arrastrarlos a la luz de la conciencia, permanecieron fuera de su alcance.</p> <p>—Zedd, ¿de qué estás hablando? —preguntó Rikka—. ¿Qué dijiste? ¿Gusanos?</p> <p>—¿Qué? Ah, sí, eso es. Gusanos. Gusanos de la profecía. Era alguna clase de evaluación, creo… que examinaba si una cosa así podría ser capaz de erosionar la profecía.</p> <p>Chase y Rikka se lo quedaron mirando fijamente, como si estuviese loco, pero no dijeron nada.</p> <p>Zedd paseó de la mesa a una vitrina esquinera y de vuelta. Apartó la pesada silla de roble a un lado con un pie mientras caminaba de un lado a otro, pensando. Repasó una lista de lugares que podrían tener el libro que contendría tal referencia. Había bibliotecas por todo el Alcázar, y había miles de libros en aquellas bibliotecas; tal vez decenas de miles. Si es que había visto la referencia en el Alcázar del Hechicero. Había visitado un sinfín de bibliotecas en otros lugares. Había varios archivos en el Palacio de las Confesoras, abajo en Aydindril; había palacios en el Bulevar de los Reyes, también en Aydindril, que contenían extensas colecciones de libros. Existían muchas ciudades que Zedd había visitado con depósitos y archivos. Había tantísimos libros, ¿cómo iba a recordar uno que no había visto desde hacía una eternidad… quizás desde que era joven?</p> <p>—¿De qué, exactamente, estás hablando? —preguntó Rikka cuando se cansó de observarle pasear—. ¿De qué explicación hablas?</p> <p>—No estoy seguro aún. Fue hace mucho tiempo. Tuvo que ser cuando yo era joven. Lo recordaré, estoy seguro. Simplemente tengo que pensar un poco. Incluso aunque me lleve toda la noche, recordaré dónde vi el pasaje. Ojalá tuviese mi silla de discurrir —masculló.</p> <p>Rikka frunció el entrecejo en dirección a Chase a la vez que mantenía un ojo puesto en Zedd mientras éste paseaba.</p> <p>—¿Su qué?</p> <p>—Allá, en la Tierra Occidental —repuso Chase en voz baja, tenía una silla en su porche donde se sentaba y pensaba; donde analizaba problemas. Eso fue en la época en que todo empezó, cuando Rahl el Oscuro vino e intentó capturarle a él y a Richard. Huyeron justo a tiempo. Vinieron a verme y los conduje a través de una brecha hasta el límite.</p> <p>—A mí me parece que hay sillas suficientes por aquí. Prácticamente está tropezando con aquella de allí. —Rikka hizo una mueca de exasperación—. Además, una persona no necesita una silla para hacer trabajar el cerebro. Si lo hacen, es que tienen problemas mayores.</p> <p>—Supongo.</p> <p>Junto con Rikka, Chase observó cómo Zedd paseaba durante un rato. Por fin, puesto que no era de los que se quedaban parados, agarró una manga de la túnica del mago.</p> <p>—Imagino que será mejor que vaya a ocuparme de Rachel mientras tú encuentras la solución. Quiero asegurarme de que reúne sus cosas y se acuesta.</p> <p>Zedd agitó veloz una mano, instándole a ponerse en marcha.</p> <p>—Sí, tienes razón. Adelántate. Dile que iré a darle un beso de buenas noches dentro de un rato. Simplemente necesito pensar sobre esto un poco.</p> <p>Una vez que se hubo marchado, Rikka apoyó una cadera contra el pesado escritorio y cruzó los brazos bajo los pechos.</p> <p>—¿Estás diciendo que el que las palabras de la profecía desapareciesen lo provocó alguna clase de gusano, como una polilla que se come la pasta o el papel?</p> <p>—No, se come las palabras, no el papel.</p> <p>—Entonces es… ¿qué? ¿Alguna especie de gusano diminuto que come tinta?</p> <p>Enojado ante la interrupción, Zedd interrumpió su deambular para quedársela mirando.</p> <p>—¿Come…? No, no, no funciona de ese modo. Esto es algo mágico. Algo más ingenioso. Si lo recuerdo correctamente se aludía a ello como «un gusano de las profecías», porque podía comerse las ramificaciones de la profecía, de un modo muy parecido a como la carcoma devora un árbol. Empieza con una profecía relacionada, bien por tema o por cronología. Una vez conjurado, esta clase de gusano empieza a devorar el tronco de la profecía. En este caso, la rama es la que tiene que ver con el tiempo transcurrido desde el nacimiento de Richard.</p> <p>Rikka parecía fascinada y al mismo tiempo angustiada. Se irguió y ladeó la cabeza.</p> <p>—¿De veras? ¿Puede hacer algo así la magia?</p> <p>Zedd, sosteniendo el codo con una mano y la barbilla con la otra, emitió un sonido quedo en lo más profundo de la garganta.</p> <p>—Eso creo. A lo mejor. No estoy seguro. —Lanzó un suspiro cargado de irritación e impaciencia—. Intento recordar. Sólo vi la referencia una vez. No puedo recordar si era una teoría que leí o si era el hechizo mismo… o si era únicamente una sugerencia en un libro de anotaciones, o si… Aguarda…</p> <p>Clavó la mirada en las vigas del techo a la vez que entrecerraba los ojos por el esfuerzo de recordar.</p> <p>—Fue antes del nacimiento de Richard, de eso al menos estoy seguro.</p> <p>»Recuerdo que yo era un hombre joven. Eso significaría que tuvo que ser cuando yo estaba aquí. Hasta ahí tiene sentido. Y si yo estaba aquí…</p> <p>La cabeza de Zedd volvió a descender.</p> <p>—Queridos espíritus.</p> <p>Rikka se inclinó hacia él.</p> <p>—¿Qué? Queridos espíritus, ¿qué?</p> <p>—Lo recuerdo —musitó él mientras los ojos se le abrían de par en par—. Recuerdo dónde lo vi.</p> <p>—¿Dónde?</p> <p>Subiéndose más las mangas por los huesudos brazos, Zedd se encaminó a la puerta.</p> <p>—No importa. Me ocuparé de ello. Tú limítate a seguir patrullando, o a lo que sea. Regresaré más tarde.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 5</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Con el sol descendiendo, el aire empezaba a refrescar mientras Zedd corría por la amplia muralla. Las enormes piedras del almenado muro irradiaban el calor que habían acumulado después de que el ardiente sol cayera sobre ellas todo el día. La ciudad, muy por debajo de la ladera, se desvanecía en un mar de penumbra, en tanto que los rayos rosados del sol acariciaban las partes superiores de las torres más altas del Alcázar. La moribunda luz del crepúsculo trajo una calma silenciosa sólo rota por el distante susurro de las cigarras.</p> <p>En una intersección de las murallas, Zedd dobló a la derecha. A diferencia de la muralla del borde del Alcázar, que daba a un precipicio de cientos de metros, el muro interior, más estrecho, daba a unas explanadas que proporcionaban el frescor del aire libre a algunos de los pisos inferiores del interior del Alcázar. Zedd imaginaba que las personas que en el pasado habían trabajado en los confines inferiores del Alcázar debían de haber agradecido poder salir al exterior de vez en cuando.</p> <p>Mientras corría por el estrecho camino del bastión, puentes que daban a distintas torres cruzaron sobre su cabeza. Elevándose imponente ante él al final del camino había un muro inmenso con hileras verticales de sillares de clave que sobresalían. Había una espléndida doble puerta en la base de aquella pared impresionante, con columnas talladas en la pared. En su lugar, Zedd fue hacia una abertura en la barandilla lateral para descender por una escalera que corría paralela al costado del muro vertical del bastión.</p> <p>Necesitaba descender a los confines más inferiores del Alcázar, a lugares donde nadie iba jamás.</p> <p>A lugares que nadie excepto él sabía siquiera que existiesen.</p> <p>El pasamanos de piedra del lado abierto de la escalera no era muy alto y, como consecuencia, el descenso por ella era una experiencia angustiosa. A su izquierda se alzaban los bloques cuidadosamente encajados de piedra de la imponente pared del bastión, a la derecha había una pared vertical que enorgullecería a cualquier precipicio digno de ese nombre. Descender por aquel monumental trecho de escalones hacía que Zedd se sintiese minúsculo. Apenas podía ver el fondo.</p> <p>Llevaba un rato descendiendo cuando Zedd advirtió que oía pisadas que corrían para alcanzarlo. Se detuvo y giró. Era Rikka.</p> <p>—¿Qué crees que haces? —le gritó.</p> <p>El viento que ascendía por el estrecho desfiladero formado por las paredes de piedra circundantes le alzaba cabellos y ropas. Casi parecía que su cuerpo huesudo pudiese levantarse de la escalera y verse transportado lejos, igual que una hoja seca en una corriente ascendente.</p> <p>Rikka se detuvo jadeante unos pocos peldaños por encima de él.</p> <p>—¿Qué parece que hago?</p> <p>—Parece que no haces lo que te dije que hicieses.</p> <p>—Vamos —repuso ella, agitando la mano para instarle a seguir—. Voy contigo.</p> <p>—Te dije que me ocuparía de esto. Te dije que patrullases o algo así.</p> <p>—Estos problemas conciernen a lord Rahl.</p> <p>—Es sólo un poco de información en libros viejos que necesito comprobar.</p> <p>—Chase y Rachel se van a primeras horas de la mañana. Estarías dentro con Rachel, contándole una historia y arropándola, a menos que estuviese sucediendo algo que te tiene realmente preocupado. Esto se refiere a lord Rahl. Si a ti te tiene preocupado, entonces a mí también me preocupa. Voy contigo.</p> <p>Zedd no quería permanecer allí parado, en los peldaños, discutiendo con ella, así que no lo hizo. Giró y descendió a toda velocidad, sujetando en alto la falda de la túnica con ambas puños para no tropezar y caer. Además de continuar sin que pareciesen tener fin, los escalones era aterradoramente empinados; una caída podría resultar fatal.</p> <p>Alcanzando por fin el fondo, Zedd se detuvo y se volvió.</p> <p>—Mantente sobre las piedras del sendero.</p> <p>Rikka paseó una veloz mirada por la extensión de vides y enredaderas que cubrían el suelo. Más allá dos paredes se alzaban decenas de metros sin interrupción; detrás estaban las escaleras y el muro del bastión; a la derecha había una masa de lecho rocoso desde la que se alzaba la torre.</p> <p>—¿Por qué? —preguntó mientras seguía a Zedd por la senda de piedras.</p> <p>—Porque yo lo digo.</p> <p>No se sentía con ganas de perder tiempo explicando trampas mágicas. En el caso de que la mord-sith pisara fuera de las piedras, los escudos le impedirían ir a donde no debería estar. Con todo, para aquellos que no poseían el poder adecuado, siempre era mejor mantenerse totalmente alejados de cualquier escudo.</p> <p>Si los escudos no conseguían impedir a los intrusos cruzar la explanada, las enredaderas los atraparían. Mientras la víctima forcejeaba para escapar, estas enredaderas lo sujetarían por los tobillos y, estimuladas por el forcejeo, harían que brotaran rápidamente de ellas pinchos afilados que penetrarían en el hueso, donde se sujetarían. Liberar a cualquiera atrapado en las enredaderas era algo doloroso, sangriento y, la mayoría de las veces, fatal. Las defensas del Alcázar del Hechicero no se mostraban vacilantes en su propósito.</p> <p>—Esas enredaderas se están moviendo. —Rikka le agarró la manga—. Esas enredaderas se mueven como un nido de serpientes.</p> <p>Zedd volvió la cabeza y le dirigió una mirada enfurruñada.</p> <p>—¿Por qué crees que te dije que te mantuvieses sobre las piedras del sendero?</p> <p>Alzó una palanca y abrió la segunda puerta en arco. Llegó hasta ella y pasó al otro lado agachando la cabeza. Podía sentir a Rikka respirando prácticamente sobre su cuello. Alargando los huesudos dedos a ciegas en la oscuridad localizó una esfera en el soporte situado a la derecha. Al pasar la mano sobre la lustrosa superficie ésta empezó a resplandecer con una luz verdosa. La habitación era pequeña, hecha de sencillas paredes de bloques de piedra sin decorar. En lo alto había un techo de vigas y tablas, y contra la pared de la derecha un banco de pizarra por si las escaleras habían dejado a algún visitante necesitado de un breve descanso. En las dos otras paredes había dos corredores oscuros que marchaban en direcciones distintas.</p> <p>A lo largo de la pared por encima del banco había docenas de soportes, más de la mitad de ellos sujetando esferas que brillaban tenuemente con el mismo tono de luz verdosa que la que él había tocado al entrar. Zedd alzó una de las esferas. Era pesada, construida en cristal macizo, pero había otros elementos fusionados con el interior del cristal y esos elementos respondieron al estímulo del don. En su mano el tono verdoso cambió a un resplandor amarillo más cálido. Zedd dejó que una chispa de su don se alzara a través de la esfera y ésta intensificó su luz, proyectando fuertes sombras a lo largo de los dos pasillos.</p> <p>Con un violento empujón, sentó a Rikka sobre el banco.</p> <p>—Tú no sigues adelante.</p> <p>La mujer tenía una sombría determinación dibujada en el rostro mientras sus ojos azules lo contemplaban con atención.</p> <p>—Algo extraño está sucediendo con los libros de profecías. Llevas días con los nervios alterados debido a esos libros. No has comido ni dormido. Pero mucho peor aún es que las profecías que están desapareciendo tratan de lord Rahl.</p> <p>Era una afirmación, no una pregunta. Él había pensado que su agitación había pasado inadvertida, pero ella había estado prestando más atención de la que él había creído; o a lo mejor él había estado demasiado angustiado para advertir que ella prestaba atención. En cualquier caso, no era una buena señal que hubiese estado tan preocupado que no se hubiese dado cuenta siquiera de que ella advertía lo absorto e inquieto que había estado.</p> <p>—Hasta donde puedo decir, tienes razón en que gran cantidad de esas profecías desaparecidas son sobre Richard, pero no creo que todas lo sean. Por lo que he podido determinar, todas están relacionadas con profecías que conciernen a una época posterior a su nacimiento. Sin embargo, eso no significa que sean todas sobre él. Las páginas en blanco en los libros son abundantes, y puesto que no puedo recordar qué decían esas páginas en blanco, evidentemente no existe modo de saber de qué trataban, lo que hace imposible conocer el tema concreto de las profecías desaparecidas.</p> <p>—Pero por lo que puedes reconstruir en su mayoría tienen algo que ver con lord Rahl.</p> <p>Tampoco esto había sido una pregunta, sino una afirmación basada en la observación. Era una mord-sith haciendo preguntas que giraban en torno al tema de la seguridad de su lord Rahl. Zedd se dio cuenta de que ella no estaba de humor para evasivas.</p> <p>—Tengo que estar de acuerdo en que Richard, si no es central, al menos está profundamente conectado con el problema de los libros. Rikka se levantó del banco.</p> <p>—Entonces éste no es momento para que te muestres reservado conmigo. Esto es importante. Lord Rahl es vital para todos nosotros. Esto no trata sólo de la seguridad de tu nieto, sino del futuro de todas nuestras vidas.</p> <p>—Y me estoy ocupando de…</p> <p>—No es sólo importante para ti. El es importante para todos nosotros. Si sólo tú descubres algo de importancia y te sucede cualquier cosa, podríamos hallarnos todos en un callejón sin salida. Esto es más importante que el que mantengas tus secretos.</p> <p>Zedd se colocó las manos sobre las caderas y le dio la espalda por un momento, reflexionando. Finalmente volvió a girarse hacia ella.</p> <p>—Rikka, hay cosas ahí abajo cuya existencia nadie conoce. Hay buenos motivos para ello.</p> <p>—No voy a robar ningún tesoro, y si temes que vea algún «secreto inmemorial», entonces te juro por mi vida que no lo revelaré, a menos que sea necesario que lo sepa lord Rahl.</p> <p>—Es más que eso. Muchas de las cosas que hay en los confines más profundos del Alcázar son increíblemente peligrosas para cualquiera que se acerque a ellas.</p> <p>—Hay cosas increíblemente peligrosas fuera del Alcázar también. Ya no disponemos del lujo de tener secretos.</p> <p>Zedd se la quedó mirando a los ojos. Rikka no andaba errada. Si algo le sucedía, la información también moriría con él. Siempre había planeado dejar que algún día Richard lo supiera todo sobre esto, pero nunca había habido tiempo y, hasta que había surgido el problema con los libros de profecía, no había parecido crítico. Con todo, no era Richard quien vería esas cosas.</p> <p>—¿Qué piensas, mago? ¿Que iré a la ciudad y chismorrearé sobre lo que he visto? ¿Quién queda para que se lo cuente? La Orden ha invadido la mayor parte del Nuevo Mundo y todos han huido de Aydindril en dirección a D'Hara. D'Hara pende de un hilo. Nuestro futuro pende de un hilo.</p> <p>—Existen motivos para que algunos conocimientos se mantengan ocultos.</p> <p>—También hay motivos para que hombres sabios deban compartir en ocasiones lo que saben. La vida es lo que importa. Si el conocimiento ayuda a preservar y potenciar la vida, ese conocimiento no debe estar oculto; en especial cuando puede perderse justo cuando podría ser más necesario.</p> <p>Zedd apretó los labios mientras consideraba sus palabras. Él había descubierto ese secreto cuando era un muchacho, y durante toda su vida jamás había hablado a ninguna otra persona de él. Nadie le había ordenado que lo mantuviera oculto… ni podían. Nadie excepto él lo conocía. Con todo, sabía que tenía que existir una razón para que eso se hubiese mantenido en secreto por un motivo.</p> <p>Pero él no sabía cuál era ese motivo.</p> <p>—Zedd, por el bien de lord Rahl, por el bien de nuestra causa, déjame ir contigo.</p> <p>Evaluó la determinación de la mord-sith durante un momento.</p> <p>—No puedes revelarle esto nunca a nadie.</p> <p>—A excepción de lord Rahl, jamás se lo revelaré a otra persona. Las mord-sith a menudo se van a la tumba sin revelar las cosas que saben. Zedd asintió.</p> <p>—De acuerdo. Se irá a la tumba contigo, a menos que algo me suceda. Si es así, entonces debes contar a Richard lo que te muestre esta noche. Debes jurarme, no obstante, que jamás hablarás a nadie más de esto, ni siquiera a tus hermanas mord-sith.</p> <p>Sin una vacilación Rikka le tendió la mano.</p> <p>—Lo juro.</p> <p>Zedd le estrechó la mano y al hacerlo aceptó su palabra.</p> <p>Cuando había sido Primer Mago durante la guerra con D'Hara, antes de que hubiese alzado los límites y matado a Panis Rahl, el padre de Rahl el Oscuro, si alguien le hubiese dicho que algún día efectuaría un acuerdo así con una mord-sith sobre algo tan importante, habría pensado que estaban locos. Daba gracias de que tales cosas hubiesen cambiado para bien.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 6</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">—Es una ruta complicada —le dijo Zedd.</p> <p>Rikka arqueó una ceja.</p> <p>—¿Alguna vez has tenido que ir en mi busca porque me haya perdido patrullando el Alcázar?</p> <p>Zedd reparó en que no lo había hecho, y sabía muy bien lo fácil que era perderse en el Alcázar. De hecho, era una de las defensas del lugar.</p> <p>En varios puntos, cuando se intentaba viajar a través del Alcázar, uno tropezaba con habitaciones interconectadas, de las que había miles. En aquellos lugares no había pasillos, sólo las escaleras que ascendían o descendían. El paso a través de aquellos laberintos tridimensionales era necesario para acceder al interior de varias zonas bien protegidas, y resultaba engañosamente simple perderse para siempre en el cenagal de esas habitaciones conectadas entre sí. Incluso personas que se habían criado en el Alcázar podían perderse con facilidad allí dentro.</p> <p>Un invasor, no familiarizado con el Alcázar y que se adentrara demasiado en el laberinto, se enfrentaba a un desafío formidable sólo para encontrar el camino para volver a salir, y aún más para efectuar la travesía a través de todo él, y luego escapar. Una vez que se habían atravesado unas cuantas habitaciones, que se habían cruzado unas cuantas entradas, resultaba sorprendente lo parecido que resultaba todo, y el sentido de la orientación no tardaba en convertirse en algo sin sentido. Prácticamente no existía ningún modo de saber si uno recordaba haber visto una habitación o una entrada antes, pues cada una resultaba muy parecida a la última docena que se había visto. Había habido espías y gentes de esa calaña que se habían perdido en el laberinto de estancias. En épocas pasadas no había sido insólito hallar un cadáver allí dentro.</p> <p>Desde luego, no todos los que intentaban causar daño eran desconocidos. También había habido traidores.</p> <p>No, imagino que nunca te has perdido —concedió por fin Zedd—. Por ahora. No has estado aquí el tiempo suficiente para empezar a explorar la mayor parte del lugar. Existen peligros de toda clase. Perderse en el laberinto que es el Alcázar es únicamente uno de los peligros. A donde vamos es algo parecido. Es aún más fácil perderse ahí abajo. Tendrás que esforzarte al máximo para recordar el camino. Te ayudaré donde pueda.</p> <p>Rikka asintió, aparentemente sin sentir ninguna preocupación.</p> <p>—Se me da bien recordar cosas como una serie de giros. Los memorizo cuando patrullo.</p> <p>—No te confíes en exceso. Esto es más complejo que una serie de giros. Yo mismo me he perdido alguna vez en el Alcázar, y crecí aquí. No hay únicamente un camino correcto para llegar a donde vamos. A veces la ruta que se tomó la última vez no servirá la próxima porque abajo, en los confines más inferiores del Alcázar, los escudos en ocasiones se trasladan por sí mismos a otros corredores. Forma parte de su diseño para hacer que sea más difícil pasar… Por ejemplo, en el caso de que un espía dibujase un mapa.</p> <p>Nada impresionada, Rikka se encogió de hombros.</p> <p>—Comprendo. El Palacio del Pueblo es así en algunas de las secciones que no son de acceso público. Es también complicado, los pasillos accesibles van cambiando de vez en cuando. Además, no existe una ruta directa a ninguna parte, incluso aunque resulte que todos los corredores son accesibles, lo que nunca sucede.</p> <p>—Lo recuerdo. Estuve allí, aunque en las zonas públicas, pero eso ya resultó de lo más desconcertante. —Había sido después de que Rahl el Oscuro capturase a Richard—. Sin embargo yo tenía la ventaja de que el Palacio del Pueblo está construido en forma de un hechizo dibujado sobre la superficie del suelo y sé cómo está construido este hechizo concreto, así que sé dónde están ubicados los brazos principales.</p> <p>—Bueno —repuso Rikka—, teníamos que ser capaces de encontrar diferentes pasos a través del lugar de modo que pudiéramos acceder de una zona a otra en el caso de que fuese invadido alguna vez. O, en el caso de perseguir a alguien, teníamos que poder pensar en un modo de adelantarnos a esas personas. Y debemos hacer algo más que recordar sencillamente una serie de giros; tenemos que comprender la totalidad del lugar. En mi cabeza los giros conforman partes de una imagen del lugar. Cada giro acrecienta ese dibujo, y con esa imagen, que no deja de crecer en mi mente, puedo encontrar el camino porque puedo ver dónde están las otras partes y cómo se enlazan entre ellas.</p> <p>Zedd pestañeó, estupefacto.</p> <p>—Ésa parece una habilidad muy notable.</p> <p>—Siempre pude comprender esas cosas mejor de lo que puedo comprender a las personas.</p> <p>Zedd gruñó una breve carcajada.</p> <p>—Creo que comprendes a las personas más de lo que admites.</p> <p>Ella se limitó a sonreír.</p> <p>—De acuerdo, ahora escúchame —dijo él—. No sólo necesitarás recordar una gran cantidad de giros esta noche. Hay más. El único modo de llegar a donde vamos es a través de varios escudos. Careces del don, así que el único modo que tienes de cruzar esos escudos es que una persona con el don te ayude a pasar. Si alguna vez resulta necesario hacerlo, Richard puede conducirte a través de ellos, como lo haré yo esta noche. Pero no importa lo bien que conozcas el lugar, o cómo cambien de lugar los escudos, no existe ningún modo de cruzar sin tener que pasar por los escudos, así que no conseguirás pasar sola. Lo que significa que no tendrás la posibilidad de venir aquí por tu cuenta.</p> <p>Agitó un dedo ante su rostro para dejarlo bien claro.</p> <p>—Ni se te ocurra jamás intentar abrirte paso por la fuerza a través de los escudos. Te resultaría fatal.</p> <p>Rikka asintió.</p> <p>—Comprendo. Pero no tendré motivos para venir aquí sin ti o sin lord Rahl.</p> <p>Zedd se inclinó aún más hacia ella.</p> <p>—Das tu palabra y lo juras por tu vida.</p> <p>—Ya he dado mi palabra y jurado por mi vida. Así será.</p> <p>Zedd dio por zanjado el asunto con un asentimiento de cabeza.</p> <p>—Estupendo. En marcha.</p> <p>Con Rikka pegada a los talones, Zedd echó a andar a toda prisa por el angosto pasillo de piedra situado a la izquierda, el camino de ambos iluminado por la esfera que sostenía. Esferas de cristal colocadas en soportes a lo lejos refulgían tenuemente una vez que quedaban a la vista, pero cuando pasaban ante ellas, cada una se iluminaba más y luego la luz perdía intensidad al seguir adelante. Zedd ascendió la primera escalera que encontraron, sabedor de que, para descender a su destino, primero tenía que atravesar varias zonas infranqueables del Alcázar inferior yendo hacia arriba.</p> <p>Avanzaron por corredores amplios revestidos de elegantes paneles de madera y suelos de piedra con dibujos, y luego cruzaron varias estancias que servían de zonas de estudio a una serie de bibliotecas. Las habitaciones tenían gruesas alfombras bajo los cómodos asientos. Las mesas eran muy espaciosas y había varias lámparas para proporcionar luz adecuada para la lectura. Zedd lo sabía porque había pasado una gran cantidad de tiempo leyendo libros sacados de esas bibliotecas.</p> <p>Tras cruzar una serie de pasillos de piedra que provenían de diferentes partes del Alcázar, alcanzaron por fin el corredor que era la arteria principal de la sección por la que tenían que pasar. El corredor tenía casi treinta metros de altura, con las inclinadas paredes acercándose más en la parte superior. El sol se había puesto ya, de modo que las altas rendijas abiertas en la piedra no servían de mucho para iluminar el pasillo, aunque, no obstante, sí permitían la salida de los murciélagos. Cada día al anochecer, miles de murciélagos fluían como una avalancha hacia arriba desde zonas ocultas, oscuras y húmedas del Alcázar, y salían al exterior por las altas rendijas del corredor principal.</p> <p>Al llegar ante una entrada dorada, Zedd volvió la cabeza hacia Rikka.</p> <p>—Este pasadizo está protegido. Toma mi mano y podrás pasar.</p> <p>Ella no vaciló. Zedd atravesó el escudo, y éste le produjo una suave sensación hormigueante en la piel. Cuando se giró hacia la mord-sith y tiró de su mano a través de aquel plano del escudo de la entrada, ella se echó atrás.</p> <p>—No te hará daño mientras yo te sujete —le aseguró—. ¿Vamos? La mujer asintió.</p> <p>—Es tan frío… La sensación me sorprendió, eso es todo.</p> <p>Sujetándole la mano con fuerza, tiró de la mord-sith para que acabara de cruzar la entrada. Una vez al otro lado ella se frotó los brazos enérgicamente.</p> <p>—¿Qué habría sucedido de haber intentado yo cruzar sola?</p> <p>—Es difícil decirlo, ya que escudos distintos hacen cosas distintas, pero limitémonos a decir que no habrías conseguido cruzar. Este carece de campo de advertencia preliminar, así que puede no resultar fatal. Hay varios escudos que tendremos que cruzar que te arrancarían la carne directamente de los huesos. De todos modos, los de esa clase avisan con mucha anticipación.</p> <p>No pareció nada complacida al oírlo, pero no protestó. A las mord-sith no les gustaba la magia. Zedd sabía que ella hacía un gran esfuerzo para reprimir su natural resistencia.</p> <p>La entrada dorada conducía a un vestíbulo todo él de mármol blanco: suelos, paredes y techo. El color blanco tenía como propósito impedir ciertas tácticas de la magia que usaban conjuros en los que estaba involucrados colores para engañar al escudo situado a cada extremo del vestíbulo. En el extremo opuesto, Zedd ayudó a Rikka a cruzar el escudo… que desprendía calor en lugar de frío como el anterior.</p> <p>Una vez fuera del vestíbulo, descendieron varios tramos de polvorientos escalones de mármol negro. Al final de los peldaños Zedd la condujo por el camino de la izquierda en tres bifurcaciones. La esfera que sostenía proporcionaba una burbuja de luz alrededor de ambos mientras caminaban por el túnel de piedra toscamente tallada que los conducía al interior de sencillas estancias.</p> <p>La mayoría de las habitaciones tenían una o dos entradas, pero algunas tenían tres, o incluso cuatro aberturas, que llevaban a otras habitaciones. A algunas se llegaba mediante un corto tramo de escalones que daba a más habitaciones aún. A cierto número de habitaciones se accedía subiendo o bajando sólo uno o dos escalones, pero la mayoría estaban a la misma altura unas de otras. Los tamaños de las estancias variaban poco y ni una sola tenía la menor pieza de mobiliario. Algunas de las habitaciones estaban encaladas para que las paredes resultases lisas y varias de esas estaban pintadas, aunque la pintura, desconchada, estaba tan descolorida que apenas era posible distinguir los colores, lo que les daba a todas un similar color deslustrado. Cuando Zedd era un niño se había perdido en ese laberinto de habitaciones durante todo un día. El lugar estaba tan intacto que todavía eran detectables tenues huellas de pisadas en la fina capa de suciedad que recubría los suelos.</p> <p>Tras recorrer una serie de habitaciones aparentemente interminables, salieron por fin a un amplio corredor de toscos bloques de granito gris. Con todo, el techo era tan bajo que tuvieron que encorvarse ligeramente para no golpearse las cabezas. Aquél era un lugar que a Zedd siempre le había parecido de mal augurio. Al doblar una esquina, unos soportes de hierro que sostenían más esferas de cristal se iluminaron a su paso. Se apagaron cuando siguieron adelante.</p> <p>El amplio y bajo corredor daba a un pasillo enlucido y pintado de color beige. Pilares con relieves espaciados a lo largo del pasadizo le proporcionaban una apariencia más espléndida. Cuando llegaron a la mitad, Zedd se detuvo y señaló al techo.</p> <p>—¿Ves ahí, esa rejilla de hierro de lo alto que permite que entre aire fresco aquí abajo?</p> <p>Ella alzó la vista para inspeccionar la ornamentada rejilla.</p> <p>—¿Es eso un libro?</p> <p>Dentro del diseño, creado a partir de las barras de hierro, había el contorno de un libro abierto. El dibujo reproducía una sección del Alcázar que contenía varias bibliotecas.</p> <p>—Sí, esa rejilla te ayudará a recordar que es aquí donde debes girar. Este corredor es un tronco principal de pasillos. Hay varios caminos para bajar a este lugar, y desde aquí puedes ir mediante varias rutas a casi cualquier parte del Alcázar; pero aquí, bajo esta rejilla, tienes que doblar por este pasillo —señaló en dirección a un pasillo pequeño—. Es el único camino para llegar a donde vamos.</p> <p>Zedd la observó pasear la mirada por lo que la rodeaba. Luego echó un nuevo vistazo a la rejilla. Cuando estuvo segura y hubo asentido, iniciaron la marcha por el pequeño pasillo lateral.</p> <p>El pasillo daba a una serie de habitaciones que Zedd creía que se habían usado en el pasado como almacenes. Sabía que uno de los cuartos todavía contenía cierta cantidad de herramientas. Más allá, al final del corredor, había unas cuantas habitaciones construidas toscamente en piedra seguidas por pequeños pasadizos de sección cuadrada que partían en varias direcciones. Al final del pasillo central, llegaron a un laberinto de trechos cortos que los condujeron por una ruta sinuosa que cambiaba de nivel cada pocos metros. Pasaron ante habitaciones vacías y oxidadas puertas de hierro que permanecían cerradas. En algunos lugares las telarañas obstruían el paso; en otros sitios, secciones del pasadizo contenían agua estancada. Cuerpos putrefactos de ratas flotaban en el agua fétida. Sin decir una palabra cruzaron aquellas zonas para alcanzar terreno más elevado más adelante.</p> <p>Cuando llegaron a una escalera de caracol en piedra, fuera del laberinto, descendieron al interior de la oscuridad total, con la silenciosa esfera llevando una luz cruda y sombras a lugares que no habían estado iluminados en años. La escalera era diminuta, únicamente lo bastante grande para que una sola persona descendiera cada vez, y producía la impresión de que uno estaba siendo engullido por el gaznate de un monstruo de piedra.</p> <p>Al pie de la escalera de caracol, la luz proyectó fuertes sombras a lo largo de pasadizos toscamente tallados. Motas de cuarzo en los bloques de piedra de los cimientos centelleaban al caer la luz sobre ellas. Zedd condujo a Rikka a la estrecha escalera que descendía junto a la superficie de aquel centelleante muro de contención y ambos miraron con atención por encima del borde de la hendidura en el terreno antes de iniciar el descenso.</p> <p>Una vez abajo siguieron la estrecha hendidura a lo largo de la base de los bloques de los cimientos. La piedra se alzaba hacia la oscuridad, con el cuarzo centelleante sobre sus cabezas, dando la impresión de que eran estrellas. A la derecha había un muro toscamente tallado de roca que se desmoronaba. De desplomarse aquella pared más blanda, quedarían enterrados vivos. Y allí nadie los buscaría jamás.</p> <p>Los cimientos en aquella parte del Alcázar quedaban apartados de la roca blanda circundante de modo que se podía mover un poco si debía hacerse. Habían fijado los bloques en el lecho de roca más dura que encontraron debajo y la estrecha hendidura se abría a una sección ancha para la inspección de los cimientos. A Zedd siempre le había parecido notable el no haber hallado jamás ningún bloque que fuese a ceder. Había algunos que tenían grietas, pero se decía que éstas no eran problemas estructurales. Cuando llegaron ante otro estrecho tramo de escaleras al final de la negra hendidura, volvieron a descender más al interior.</p> <p>—¿Acaba esto en algún momento? —preguntó Rikka.</p> <p>Zedd volvió la cabeza, la refulgente esfera proyectaba una cegadora luz amarilla sobre el rostro de la mord-sith.</p> <p>—Estamos en las profundidades de la montaña y acercándonos a una de las faldas laterales. Aún nos queda un buen trecho.</p> <p>Ella se limitó a asentir, resignada a cualquiera que fuese la distancia a recorrer.</p> <p>—¿Crees que puedes llegar hasta aquí… siempre y cuando me tengas a mí o a Richard para conseguir que cruces los escudos?</p> <p>Había habido varios escudos, algunos que a Rikka no le había gustado nada cruzar. Para alguien carente de la protección del don en algunos lugares resultaba una experiencia muy desagradable, incluso con Zedd ayudándola.</p> <p>—Eso creo —respondió ella.</p> <p>Llegaron a túneles de sección circular revestidos de baldosines que, cuando era necesario, también servían de desagües. Zedd tomó intersecciones que recordaba desde que era un muchacho. El gotear del agua resonaba por los pasadizos, y hacía el frío suficiente como para que pudiesen ver su propio aliento en el aire húmedo. Goteaba agua entre los baldosines en algunos lugares, haciendo que el túnel resultase resbaladizo.</p> <p>En varios sitios, justo en mitad de los túneles, tropezaron con escudos potentes que él ayudó a franquear a la mord-sith. Algunos eran tan poderosos que emitían advertencias con mucha antelación. Zedd tuvo que rodearla con los brazos para protegerla y hacerle cruzar sana y salva.</p> <p>—Hay una barbaridad de ratas aquí abajo —dijo Rikka.</p> <p>Zedd podía oírlas chirriando a centenares por todo el laberinto de pasadizos. Los animalillos parecían dispersarse antes de que la luz los pudiese iluminar totalmente, así que sólo se manifestaban mediante el sonido.</p> <p>—Sí. ¿Te asustan las ratas?</p> <p>Ella se detuvo y lo miró con cara de pocos amigos.</p> <p>—A nadie le gustan las ratas.</p> <p>—Eso no puedo discutírtelo.</p> <p>En cada cruce, Zedd le indicaba el camino por el que tenían que ir, aunque no conseguía imaginar cómo podría ella recordar el camino. Confiaba en que jamás fuese necesario. Esperaba ser él quien se lo mostrase a Richard. De muchacho, Zedd había usado trazadores de magia para aprenderse el camino. Rikka prestaba suma atención y observaba cada una de las oscuras intersecciones a las que llegaban, pero estaba seguro de que era más de lo que ella había esperado y que no podría recordar el camino. Pensó que tal vez podría hacerle recorrer el camino varias veces más para ayudarla a tener todo el mapa del trayecto en la cabeza. Después de eso, la pondría a prueba y le permitiría que fuera ella quien guiara en el descenso.</p> <p>Tras lo que pareció un viaje interminable abriéndose paso cada vez más abajo, finalmente entraron en una inmensa estancia con aspecto de caverna, excavada en el interior de la montaña. El granito extraído de la galería había proporcionado parte de la piedra para los cimientos. La cantera, abandonada una vez completada la construcción, había dejado atrás la enorme habitación.</p> <p>En algunos sitios, en torno a los laterales, los constructores del Alcázar habían colocado gruesos pilares de piedra para sostener lo que les había parecido que eran las partes más débiles del techo. En algunas zonas de la estancia había anchas vetas de obsidiana, una roca negra y vítrea que no era adecuada como material de construcción. Zedd la había visto utilizada en unos cuantos lugares en el palacio, en su mayor parte como decoración. Bajo el resplandor de la esfera, la superficie de la obsidiana mostraba las relucientes marcas dejadas por la acción de los cinceles al desportillarla, que tenían el aspecto de deslumbrantes escamas de pez.</p> <p>El centro de la gigantesca habitación, donde la roca tenía la mayor dureza, estaba abovedado a una altura de más de setenta y cinco metros. Por el testimonio que daba la piedra, parecía que los obreros habían empezado en la parte superior, extrayendo enormes bloques justo de debajo de lo que era el techo actual; luego empezaron a excavar el nivel siguiente de roca, hasta que finalmente excavaron por completo toda la estancia con aspecto de caverna. Los distintos niveles de galerías que rodeaban los laterales eran lo bastante altos y anchos, entre las enormes columnas cuadradas, para permitir el arrastre de los bloques que componían los cimientos. Más allá de la habitación había rampas por las que se habían hecho bajar los bloques a las zonas más inferiores de los cimientos.</p> <p>—¿Ves ahí, al otro lado de la habitación? —preguntó Zedd, señalando un enorme corredor oscuro al que sabía que conducían las rampas que los rodeaban—. Eso se construyó primero. Es el canal principal por el que se transportaron los bloques desde esta habitación a los cimientos situados a lo largo de esa sección del Alcázar. Mira cómo está erosionado el suelo por el trabajo.</p> <p>El suelo que conducía a la enorme sima estaba tan liso por la erosión que casi parecía que lo hubiesen pulido.</p> <p>—¿Por qué no vinimos por ese camino? Habría sido una ruta mucho más corta.</p> <p>Le impresionó que ella advirtiera que el pasadizo primario discurría en la dirección por la que habían venido.</p> <p>—Tienes razón, habría sido más corto, pero hay escudos allí que no puedo cruzar. Puesto que no puedo entrar, por allí, debido a esos escudos, no sé qué hay, aunque sospecho que los constructores probablemente crearon habitaciones que contienen cosas que deben ser protegidas. No se me ocurre ningún otro motivo para esos escudos.</p> <p>—¿Por qué no puedes cruzarlos? Eres el Primer Mago.</p> <p>—Los magos de esa época poseían los dos lados del don. Richard es el primero en miles de años en nacer con el lado de Resta a la vez de con el de Suma. Los escudos con Magia de Resta son mortales y normalmente están reservados para los lugares más peligrosos, o los lugares que contienen objetos de una importancia excepcional que a ellos les interesaba proteger más que a ninguna otra cosa.</p> <p>Zedd condujo a Rikka a través de la vasta caverna por una ruta que los mantuvo cerca de la pared exterior. Raras veces descendía a aquella espelunca y por lo tanto tuvo que observar la pared de roca con atención mientras la recorrían. Cuando llegaron al lugar que buscaba, agarró el brazo de Rikka y detuvo en seco a la mord-sith.</p> <p>—Es esto.</p> <p>Rikka pestañeó a la vez que miraba a su alrededor. Para el ojo inexperto, parecía igual al resto de la estancia.</p> <p>—Esto es ¿qué?</p> <p>—El lugar secreto.</p> <p>Tenía el mismo aspecto que el resto de la enorme espelunca. Por todas partes las paredes estaban marcadas con las estrías dejadas por los obreros miles de años atrás.</p> <p>Zedd alzó la esfera de cristal para que ella pudiese ver el lugar que indicaba.</p> <p>—Ahí. ¿Ves esa muesca ahí arriba? ¿La que discurre en ese ángulo, siguiendo la fisura, y que es un poco más gruesa en el medio? Desliza la mano al interior. Hay una hendidura.</p> <p>Rikka lo miró con el entrecejo fruncido pero luego se puso de puntillas y deslizó la mano en la acanaladura hasta los nudillos.</p> <p>—Hay un reborde en la roca —indicó él—. Yo lo usaba cuando era más pequeño. Si no alcanzas, súbete al borde.</p> <p>—No, ya llego —dijo ella—. ¿Ahora qué?</p> <p>—Estás sólo medio dentro. Mete más la mano.</p> <p>Ella meneó los dedos e hizo avanzar más la mano hasta tenerla dentro hasta la muñeca.</p> <p>—No quiere entrar más. Estoy tocando una pared sólida.</p> <p>—Mueve el dedo índice arriba y abajo hasta que encuentres un agujero.</p> <p>La mord-sith hizo una mueca mientras movía los dedos.</p> <p>—Lo tengo.</p> <p>Zedd le tomó la mano derecha y la guió al interior de una ranura similar en situada a la altura de su cintura.</p> <p>—Encuentra un agujero en el fondo de ésta también. Cuando lo hagas, empuja los índices con firmeza en el interior de ambos agujeros.</p> <p>La mujer profirió un gemido por el esfuerzo.</p> <p>—¡Lo encontré! Los tengo los dos. Estoy empujando…</p> <p>—De acuerdo, ahora mientras aprietas con ambos dedos, pon el pie derecho aquí arriba, en la pared, justo en el otro lado de esta abertura, y dale un buen empujón.</p> <p>Ella lo miró con cara de pocos amigos, pero hizo lo que decía. No sucedió nada.</p> <p>—¿No puedes empujar más fuerte que eso? No me digas que no eres tan fuerte como un anciano flacucho.</p> <p>La mord-sith le lanzó una mirada severa y usó la sujeción a los asideros para hacer palanca a la vez que gruñía por el esfuerzo y daba a la pared un buen empujón con la bota. De improviso, la superficie de roca empezó a apartarse. Zedd instó a Rikka a retroceder, y ambos contemplaron cómo una sección de la pared se deslizaba hacia atrás en silencio.</p> <p>—Queridos espíritus —susurró Rikka a la vez que se inclinaba hacia la abertura y atisbaba en las oscuras fauces—. ¿Cómo hallaste un lugar así?</p> <p>—Lo encontré de niño. En realidad, encontré el otro extremo. Una vez que crucé hasta aquí, supe dónde estaba este punto y tomé buena nota para poder encontrarlo de nuevo. Las primeras veces no pude localizarlo, así que tuve que cruzar otra vez.</p> <p>—Bueno, ¿qué es?</p> <p>—Cuando era un muchacho, fue mi salvación. Era el camino por el que podía escabullirme de vuelta al interior del Alcázar sin tener que cruzar el puente y entrar por delante, como todos los demás.</p> <p>La mord-sith enarcó una ceja con suspicacia.</p> <p>—Debes de haber sido una criatura problemática.</p> <p>Zedd sonrió.</p> <p>—Tengo que admitir que había quienes habrían estado de acuerdo con eso. Este lugar me hizo un buen servicio. También me permitió entrar aquí cuando las Hermanas de las Tinieblas se habían apoderado del Alcázar. Ellas sólo sabían que tenían que proteger la entrada delantera. No conocían la existencia de este lugar.</p> <p>—¿Así que esto es lo que querías mostrarme? ¿Un camino secreto al interior del Alcázar?</p> <p>—No, eso es lo menos importante de este lugar. Vamos y te lo mostraré. Las suspicacias de Rikka se recrudecieron.</p> <p>—¿Exactamente qué clase de lugar es éste?</p> <p>Zedd sostuvo en alto la esfera luminosa a la vez que se inclinaba hacia ella y musitaba:</p> <p>—Más allá está la noche eterna: el pasadizo de los muertos.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 7</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">E1 aullido lejano de un lobo despertó a Richard de un sueño muy profundo. El acongojado grito resonó por las montañas, pero no obtuvo respuesta. Richard permaneció tumbado, bajo la luz surrealista de un falso amanecer, escuchando, aguardando un grito de respuesta que nunca llegó.</p> <p>Por mucho que lo intentó no fue capaz de abrir los ojos durante un tiempo mayor que la duración de un latido lento, y mucho menos reunir la energía para alzar la cabeza. Imprecisas ramas de árboles parecían moverse en la lóbrega oscuridad.</p> <p>Richard lanzó un grito ahogado al despertar por completo. Y enojado.</p> <p>Estaba tumbado sobre la espalda, con la espada descansando sobre el pecho y una mano aferrando la vaina y la otra la empuñadura con tal fuerza que las letras de la palabra VERDAD presionaban dolorosamente en la palma y en las yemas de los dedos. La <i>Espada de la Verdad</i> estaba fuera de la vaina en parte, y también su cólera se había descontrolado. En parte.</p> <p>Las primeras trazas del amanecer empezaban a abrirse paso en silencio por la ladera arbolada. Los espesos bosques estaban callados.</p> <p>Contrajo las piernas hacia arriba y colocó los brazos sobre las rodillas. Se pasó los dedos por el pelo. El corazón todavía le latía aceleradamente con la cólera de la espada, que se había introducido en su interior sin su conocimiento consciente o su supervisión. Pero eso no lo sorprendía ni alarmaba. No era la primera vez que había empezado a desenvainar la espada al recordar aquella aciaga mañana mientras se liberaba de las cadenas del sueño. En ocasiones despertaba y se encontraba con que había sacado la hoja por completo.</p> <p>¿Por qué seguía teniendo aquel recuerdo al despertar?</p> <p>Conocía perfectamente el motivo. Aquella mañana, al despertar, había descubierto que Kahlan no estaba. Era el recuerdo terrible de la mañana en que ella había desaparecido. Era una pesadilla en el momento de despertar. Y hasta su vida se había convertido en una pesadilla. La había repasado miles de veces pero no conseguía averiguar qué era tan significativo en aquel recuerdo. El que el lobo lo despertara había sido un poco raro, pero no parecía tan extraño.</p> <p>Paseó la mirada por la intensa penumbra pero no vio a Cara. A lo lejos, entre los espesos grupos de árboles, pudo distinguir la tenue mancha roja que surcaba el borde del cielo oriental. La cuchillada de color casi parecía sangre filtrándose a través de un tajo en el firmamento negro de los árboles totalmente inmóviles.</p> <p>Estaba agotado por el ritmo de la desenfrenada ascensión a caballo desde las profundidades del Viejo Mundo. Patrullas de soldados desperdigadas por la Tierra Central y tropas de ocupación les habían dado el alto en diversas ocasiones. No se trataba ni con mucho de la fuerza principal de la Orden Imperial, pero habían causado suficientes problemas. En una ocasión habían permitido que Cara y Richard, que se hacían pasar por un tallista de piedra y su esposa, siguieran su camino a un trabajo que Richard había inventado a mayor gloria de la Orden. El resto de las veces los dos habían tenido que combatir para salir del apuro. Aquellos enfrentamientos habían sido sangrientos.</p> <p>Necesitaba dormir más, pero mientras Kahlan siguiera desaparecida no podían permitirse dormir más de lo absolutamente necesario. No sabía de cuánto tiempo disponía para encontrarla, pero no tenía intención de desperdiciar ni un minuto y se negaba a creer que hacía mucho que se había quedado sin ese tiempo.</p> <p>Uno de los caballos había muerto de agotamiento no hacía mucho; no podía recordar exactamente cuándo. Otro había empezado a renquear pocas horas antes y lo habían tenido que abandonar. Richard ya se preocuparía de encontrar caballos más adelante; tenía preocupaciones más importantes en la actualidad. Estaban cerca de las Fuentes del Agaden, el hogar de Shota. Durante los dos días anteriores habían estado ascendiendo sin pausa por las formidables montañas que circundaban las Fuentes.</p> <p>Mientras estiraba los músculos doloridos y cansados, volvió a intentar pensar en cómo convencería a Shota para que lo ayudara. Lo había ayudado antes, pero eso no era garantía de que fuese a ayudarlo esta vez. Shota podía resultar difícil, por no decir algo peor. Había personas que sentían tal terror de la bruja que ni siquiera eran capaces de pronunciar su nombre en voz alta.</p> <p>Zedd le había contado en una ocasión que Shota jamás te contaba nada que quisieses saber sin contarte también algo que no deseabas conocer. A Richard le costaba mucho imaginar qué no querría saber, pero comprendía con toda claridad qué era lo que sí quería saber, y se proponía conseguir que Shota le dijese lo que sabía sobre la desaparición de Kahlan o dónde podría estar ésta. Si Shota se negaba, habría problemas.</p> <p>A la vez que su cólera se inflamaba, reparó en que sentía el fresco contacto de la neblina en el rostro.</p> <p>Fue entonces cuando también reparó en que algo se movía entre los árboles.</p> <p>Entrecerró los ojos en un esfuerzo por ver en la oscuridad. No podía ser la brisa moviendo las hojas. No soplaba viento en el silencioso bosque. Umbrías ramas parecían moverse en la lóbrega oscuridad.</p> <p>Tampoco había soplado el menor viento aquella mañana.</p> <p>La sensación de alarma de Richard creció para emparejarse con la velocidad de los latidos de su corazón. Se puso en pie sobre el saco de dormir.</p> <p>Algo se deslizaba entre los árboles.</p> <p>No perturbaba las ramas ni la maleza del modo en que una persona o un animal lo harían. Estaba más arriba, probablemente a la altura de los ojos. Pero no había luz suficiente para que viese lo que era; y, oscura y silenciosa como era la mañana, no podía estar seguro de que hubiese algo en realidad allí. Podría haberse tratado de su imaginación; estar tan cerca de Shota era suficiente para intranquilizarlo. Si bien la mujer lo había ayudado en el pasado, también le había causado infinitos problemas.</p> <p>Pero si no había nada en los árboles, ¿por qué le hormigueaba la piel con una sensación de terror? ¿Y qué era ese sonido casi imperceptible que oía, parecido a un siseo?</p> <p>Sin apartar los ojos de los oscuros bosques, alargó el brazo y posó los dedos en una pícea cercana para mantener el equilibrio mientras se acuclillaba lo suficiente para recoger la espada del lugar donde descansaba. A la vez que se deslizaba en silencio el tahalí por encima de la cabeza, intentó fijar los ojos en la oscuridad que tenía al frente para ver qué se movía. Lo que fuera que se estaba moviendo, no podía ser gran cosa, pero algo se estaba moviendo.</p> <p>Lo más desconcertante era el modo en que se movía; no se movía en pequeños estallidos, como un ave revoloteando de rama en rama, ni en rachas veloces de carreras y paradas como haría una ardilla; ni siquiera se movía con el sigilo de una serpiente que se deslizaba, luego paraba, luego se deslizaba un poco más.</p> <p>Eso se movía con fluidez y quietud, sin pausa.</p> <p>Los caballos, más allá entre los árboles en un corral que Richard había construido usando arbolillos jóvenes, resoplaron y piafaron. Una lejana bandada de pájaros abandonó repentinamente el lugar donde estaban posados y alzó el vuelo.</p> <p>Richard advirtió que las cigarras habían callado.</p> <p>Detectó un aroma apenas perceptible de algo que estaba fuera de lugar en el bosque. Con cuidado, sin hacer ruido, olfateó el aire, intentando identificar el aroma. Pensó que podría ser algo que ardía. El olor no era ni con mucho tan fuerte como lo sería el de un fuego, pero casi olía corno una fogata. No obstante, ellos no tenían una fogata; Richard no había querido dedicar tiempo a encender una ni tampoco arriesgarse a atraer la atención. Cara tenía un farol con un protector, pero aquello no olía como la llama del farol.</p> <p>Escrutó el bosque a su alrededor, buscando a Cara. Estaba de guardia, de modo que probablemente se hallaría cerca, pero Richard no la vio por ninguna parte. Sin duda no habría ido lejos, en especial después del ataque de la mañana en que Kahlan había desaparecido, ya que le preocupaba demasiado la seguridad de Richard y sabía que esta vez, si le clavaban una flecha, no tendría a Nicci para que le salvara la vida. No, Cara estaría cerca.</p> <p>Su impulso fue llamarla en voz alta, pero lo reprimió. Primero quería descubrir qué sucedía, descubrir qué no iba bien, antes de dar la alarma; una alarma alertaría también a cualquier adversario. Era mejor dejar que un enemigo, especialmente uno que se acerca a hurtadillas, creyera que no ha sido detectado.</p> <p>Mientras estudiaba la zona circundante, Richard se dijo que había algo que no estaba bien en el bosque. No podía señalarlo con precisión, pero era como debía de ser, aunque supuso que esa impresión se debía en parte al curioso olor a quemado. Seguía estando demasiado oscuro para ver nada con claridad, pero las ramas no parecían tener el aspecto que deberían. Había algo curioso en las gruesas ramas de los pinos, en las hojas. No colgaban de un modo natural.</p> <p>Recordaba perfectamente su llegada a las Fuentes del Agaden la primera vez. Más atrás, montaña abajo, le había atacado una criatura extraña y mientras la combatía frenéticamente, Shota se había apoderado de Kahlan y la había llevado abajo, a las Fuentes. Aquel ataque había sido llevado a cabo por un desconocido que intentaba conducirle a una emboscada, y finalmente había conseguido ahuyentar a la criatura. Y esta vez no había tal desconocido. Con todo, eso no significaba que tal criatura, habiendo fracasado antes, no pudiera intentar esta vez un enfoque distinto. También recordó que su espada había sido todo lo que había mantenido a raya a la monstruosa criatura.</p> <p>Tan silenciosamente como le fue posible, Richard desenvainó la espada poco a poco. En un intento de impedirle emitir ningún sonido, pellizcó los lados de la hoja justo en el cuello de la vaina, dejando que el acero resbalase entre el índice y el pulgar al deslizarse fuera de la funda. Aun así, la hoja siseó muy quedo al quedar libre. También la cólera de la espada se descontroló.</p> <p>A la vez que extraía la espada con firmeza, empezó a moverse con cautela hacia el punto donde le parecía ver movimiento. Cada vez que miraba a otro lugar, le parecía que por el rabillo del ojo podía ver una forma tenue de algo por delante de él, pero cuando miraba directamente allí, no conseguía ver nada. No sabía si los ojos lo engañaban o que no había nada que ver.</p> <p>Era muy consciente de que, en la oscuridad, la visión del centro de los ojos no era ni con mucho tan buena como la visión periférica. Al ser un guía y haber pasado mucho tiempo al aire libre de noche, a menudo había usado la técnica de no mirar directamente lo que necesitaba ver, sino mirarlo al menos con una desviación de quince grados. De noche, la visión periférica funcionaba mejor que la directa. Desde que abandonó los bosques donde había sido guía, había aprendido esa treta.</p> <p>No había dado tres pasos cuando una pernera de su pantalón topó con algo que no debería haber estado allí. Fue un contacto leve. Paró al instante, antes de ejercer presión contra ello. Volvió a oler algo, sólo que más fuerte. Olía a tela chamuscada.</p> <p>A continuación notó un calor intenso contra la espinilla. Rápidamente, y sin proferir ni un sonido, retrocedió.</p> <p>Richard no era capaz de comprender qué había tocado. No se le ocurrió nada natural que lo justificase. Podría sospechar que era un cable trampa de alguna especie para advertir a cualquiera que estuviese oculto en los árboles, a poca distancia, si él se movía, pero un cable trampa no quemaba.</p> <p>Fuera lo que fuese, tiró de los pantalones cuando se apartó. Al retroceder y soltarse, el levísimo movimiento en los árboles cesó bruscamente. El silencio sepulcral del bosque era ahora casi doloroso.</p> <p>La neblina era demasiado fina para que goteara y produjera ruido al caer de los pinos. Además, el sonido que había oído había sido distinto. Intentó distinguir qué había dejado de moverse.</p> <p>Entonces, volvió a empezar, sólo que más rápidamente, como con más determinación. El sonido quedo y sedoso murmuró entre las ramas de los árboles de un modo que le recordó la cuchilla de un patín de hielo deslizándose sobre hielo.</p> <p>Al retroceder Richard, algo atrapó la otra pernera. Era pegajoso, idéntico a la cosa que se le había enganchado antes. También tenía un tacto caliente.</p> <p>Cuando se giró para ver qué se le había pegado a la pernera, algo le rozó el brazo, justo por encima del codo. No llevaba camisa, y en cuanto la cosa pegajosa lo tocó le quemó la carne. Apartó el brazo con un violento gesto y luego se apartó de la cosa que le tocaba el pantalón. Con la mano que sujetaba la espada, trató de mitigar el dolor abrasador que sentía en el brazo izquierdo. Sangre caliente le corrió por los dedos. Su cólera, y la cólera que fluía a su interior desde la espada, amenazaron con echar por la borda su sentido de la cautela.</p> <p>Se dio la vuelta, intentando ver en la oscuridad qué había allí que no debería estar. La roja cuchillada de luz, fina como el filo de una navaja, en el horizonte centelleó en la hoja cuando giró, haciendo que el bruñido metal pareciera recubierto de sangre para hacer juego con la sangre de verdad que cubría la mano que sujetaba la empuñadura.</p> <p>Las sombras que lo rodeaban empezaban a arrastrarse en dirección a él. Lo que fuera que fuese, a medida que se acercaba más, atrapaba ramitas y ramas gruesas alrededor, apartando con suavidad hojas y maleza a medida que avanzaba. Richard sospechó que el siseo que oía era en realidad el sonido de vegetación que quedaba chamuscada por su contacto. El olor a hojas quemadas que había detectado al principio empezó a tener sentido para él. Pero no tenía ni idea de qué podía estarlo provocando. Dudaría de su propio criterio, dudaría de que tal cosa pudiese ser real, de no ser por el dolor abrasador que sentía. No imaginaba cuánta sangre le corría por el brazo.</p> <p>Instintivamente, Richard supo que se estaba quedando sin tiempo.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 8</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Con rapidez, pero en silencio, Richard alzó la espada ante él en preparación para un ataque; qué clase de ataque no estaba seguro, pero tenía toda la intención de estar listo. Se acercó el frío acero de la hoja a la frente pegajosa de sudor.</p> <p>Pronunció las palabras: «Espada sé fiel este día», en un susurro casi inaudible.</p> <p>Unas cuantas gotas de lluvia le salpicaron el pecho desnudo. La lluvia empezó a arreciar. El quedo susurrar de las gotas contra el espeso dosel de hojas empezó a extenderse por la quietud de los bosques. Richard pestañeó para librarse de unas gotas de las pestañas.</p> <p>Oyó entonces el repentino alboroto de unas pisadas que empezaban a correr hacia él. Reconoció el especial modo de moverse de Cara. Al parecer, la mord-sith había estado patrullando alrededor del perímetro del campamento y había oído los mismos sonidos que él.</p> <p>Pero bajo la cobertura que proporcionaba el sonido de la lluvia, a su alrededor, Richard podía oír aquí y allí ramas que se quebraban a medida que algo se iba aproximando desde todas partes. Algo le tocó el brazo izquierdo. Se estremeció y retrocedió un paso, apartando el brazo del contacto pegajoso. La quemadura le produjo un dolor punzante. Sangre caliente le descendía ahora por el brazo en dos lugares. Notó que algo le agarraba la parte posterior de la pernera y apartó de un tirón la pierna.</p> <p>Cara se abrió paso violentamente entre los árboles, no muy lejos. Abrió a toda prisa una de las protecciones del farol que llevaba, dejando que un mayor haz de luz cayera sobre el campamento.</p> <p>Richard pudo ver lo que parecía una extraña telaraña oscura que se entrecruzaba a su alrededor, entre los árboles y los matorrales. Parecían gruesas cuerdas, pero eran orgánicas y pegajosas. No podía ni imaginar qué era o cómo había conseguido colocarse por todas partes a su alrededor.</p> <p>—¡Lord Rahl! ¿Estáis bien?</p> <p>—Sí. Quédate donde estás.</p> <p>—¿Qué sucede?</p> <p>—No estoy seguro aún.</p> <p>El sonido se acercó más cuando los inmóviles filamentos oscuros que lo rodeaban volvieron a acercarse. Uno se apretó contra su espalda. Él reculó a toda prisa, giró en redondo y lanzó un mandoble.</p> <p>En cuanto lo cortó, toda la maraña que lo rodeaba se tensó y contrajo hacia él.</p> <p>Cara abrió las otras protecciónes del farol, con la esperanza de ver aún mejor, Richard pudo ver que los relucientes filamentos casi lo envolvían como un capullo. Vio líneas de aquel material entrecruzándose en lo alto. Le envolvía todo él tan de cerca que empezaba a quedarse sin espacio para maniobrar.</p> <p>Con un fugaz momento de comprensión, supo qué era el sonido sedoso que había oído al principio. El fluido movimiento continuo era algo que tejía los filamentos a su alrededor. Aquellos filamentos eran gruesos como su muñeca. Y aún no sabía qué era aquello. Lo que sí sabía era que cuando esa telaraña lo había tocado, pegándose a la pernera del pantalón, al brazo izquierdo y a la espalda había provocado quemaduras dolorosas.</p> <p>Vio cómo Cara se movía a un lado y a otro, en busca de un modo de cruzar hasta él.</p> <p>—¡Cara, mantente atrás! Te quemará si te toca.</p> <p>—¿Quemar?</p> <p>—Sí, es como ácido, creo. Mantente alejada o es probable que acabes atrapada.</p> <p>—Entonces ¿cómo vais a salir de ahí?</p> <p>—Tendré que abrirme paso a mandobles. Tú quédate donde estás y deja que vaya hacia ti.</p> <p>Cuando los filamentos se acercaron más por la izquierda, blandió la espada y los golpeó. La hoja centelleó a la luz del farol de Cara, cercenando la maraña de fibras pegajosas que lo envolvía. A medida que la hoja las partía, chasqueaban en el aire como si hubiesen estado bajo tensión y algunas se pegaban a troncos o ramas, quedando adheridas allí igual que el musgo. A la luz del farol, pudo ver que las hojas se marchitaban, evidentemente quemadas al entrar en contacto con los filamentos.</p> <p>Lo que fuese que creaba las telarañas de aquel material, Richard no lo veía.</p> <p>La lluvia empezó a caer con más virulencia mientras Cara corría de un lado a otro, intentando hallar un modo de llegar a Richard.</p> <p>—Creo que puedo…</p> <p>—¡No! —le aulló—. ¡Mantente alejada!</p> <p>Richard blandía la espada contra las gruesas cuerdas oscuras siempre que éstas se le acercaban, intentando frenar la constricción y debilitar su integridad, pero los filamentos pegajosos empezaban a aferrarse a la hoja.</p> <p>—¡Tengo que ayudaros a detener esa cosa! —le gritó ella, impaciente por verlo libre.</p> <p>—Sólo lograrás quedar atrapada. Si te sucede eso, no podrás serme de ayuda. Quédate atrás. Ya te lo dije, deja que me abra paso a mandobles y llegue hasta ti.</p> <p>Esas palabras parecieron haberla disuadido de cualquier intento inmediato de abrirse paso. Permaneció medio acuclillada, con los labios muy apretados en contrariada rabia, con el agiel en la mano y sin saber qué hacer —no deseando ir en contra lo que Richard le había dicho y comprendiendo que realmente tenía sentido lo que decía—, pero no queriendo al mismo tiempo que él tuviese que abrirse paso por si solo.</p> <p>Aquello era una desconcertante batalla. No parecía existir prisa. Los golpes que Richard infligía no parecían causar ningún dolor a la cosa, y la lenta e inexorable aproximación de la maraña que lo rodeaba parecía intentar embotarlo.</p> <p>No obstante la apariencia tranquila, la calma aparente, Richard encontraba el avance implacable de la trampa que lo circundaba de lo más alarmante. No queriendo ceder a aquella atracción de la inactividad, volvió a blandir la espada, atacando la enmarañada red.</p> <p>Richard pudo ver que más filamentos aparecían en los árboles, rodeándolo. Se estaba reforzando. Por cada docena de filamentos que cortaba, otras dos docenas lo circundaban. Escudriñaba constantemente el bosque, intentando descubrir qué creaba esa creciente maraña de modo que pudiese atacar la causa y no el resultado; pero por mucho que lo intentaba, no conseguía ver un ramal principal o lo que tejía la red, pero las viscosas sogas de aquello se movían con rapidez entre los árboles y la maleza, los filamentos alargándose y multiplicándose todo el tiempo, añadiendo y formando constantemente más a su alrededor.</p> <p>Incluso aunque parecía que tenía tiempo de sobra para deducir un modo de salir, sabía que tal idea era la esperanza vana de un idiota y era muy consciente de que se le agotaba el tiempo. Su alarma crecía sin cesar. La carne quemada le producía un dolor punzante, que le recordaba el destino que le aguardaba si no salía de allí. Llegaría un punto, sabía, en que la acción ya no sería posible, y una vez que la intrincada trampa se contrajera lo suficiente, moriría. Pero dudaba que fuese a ser una muerte rápida.</p> <p>A medida que la red se reforzaba a su alrededor y avanzaba, Richard atacaba, lanzando furiosos tajos y efectuando un enloquecido esfuerzo por abrirse paso a mandobles. No obstante, cada vez que blandía la espada, la hoja quedaba más atrapada en la pegajosa sustancia que formaba los filamentos. Cuanto más cortaba, más de aquello se adhería a lo que estaba ya tenazmente pegado a la espada.</p> <p>Mientras intentaba pasar soltando reveses y mandobles, un puñado de filamentos siguieron enmarañándose entre sí en una masa alrededor de la hoja, haciendo que resultase una tarea formidable el simple hecho de mover la espada. Se sentía como una mosca atrapada en una telaraña.</p> <p>Era la primera vez que Richard se había encontrado con un adversario que creara tales dificultades a la espada. Había atravesado armaduras y barrotes de hierro con ella, pero esta sustancia pegajosa, a pesar de que se dejaba cortar, se pegaba a todo.</p> <p>Recordó que Adie le preguntó una vez qué consideraba él que era más fuerte, si los dientes o la lengua. Ella había respondiendo que la lengua era más fuerte, a pesar de ser mucho más blanda, y que resistiría mucho después de que los dientes cedieran. Aunque fue en un contexto distinto, tenía un significado aterrador en este caso.</p> <p>Algunas de las cintas viscosas se estiraron y se pegaron a las perneras del pantalón. Al tirar hacia atrás de la espada, un trozo de telaraña le cayó sobre el brazo derecho. Soltó un grito de dolor y cayó de rodillas.</p> <p>—¡Lord Rahl!</p> <p>—¡Quédate ahí! —gritó antes de que Cara tuviera una oportunidad de volver a intentar llegar hasta él—. Estoy bien. Quédate donde estás.</p> <p>Agarrando un puñado de hojas, corteza y tierra, se protegió la mano mientras arrancaba la oscura sustancia pegajosa del brazo. El dolor abrasador provocó que casi olvidara todo lo que no fuese quitarse aquello de encima.</p> <p>Al contraerse más la estructura fibrosa circundante, aquellos tentáculos tiraron. Partieron ramas y arrancaron árboles, y el bosque se llenó de un acre olor a quemado.</p> <p>Incluso con la furia de la espada ascendiendo por su interior como un vendaval, empujando su cólera, Richard comprendió que estaba perdiendo la batalla. Dondequiera que asestara un tajo, los filamentos cortados se replegaban para pegarse a otros y cerrar la brecha, creando una telaraña aún más estrechamente entretejida.</p> <p>La frustración empezó a ceder el paso a una comprensión aterrada de que estaba atrapado. Podía imaginar a la extraña masa oscura atrapándolo, quemándole la carne, solidificándose a medida que lo envolvía, hasta que por fin lo asfixiaba, si es que no lo mataba primero abrasándole la carne.</p> <p>Richard descargó la espada con todas sus fuerzas una y otra vez, impelido por ese temor. Los filamentos que cortaba sólo servían para reforzar otros que estaban más allá. No sólo estaba fracasando en su intento, sino que al hacerlo fortalecía a su ejecutor.</p> <p>—Lord Rahl… necesito llegar hasta vos.</p> <p>Estaba claro que Cara comprendía la naturaleza letal de la amenaza bajo la que él se hallaba y quería encontrar un modo de ayudarlo a salir del apuro. Y, como él, realmente no tenía ni idea de qué hacer.</p> <p>—Cara, escúchame. Si quedas enredada, morirás. Mantente lejos… y hagas lo que hagas no lo toques con tu agiel… Pensaré en algo.</p> <p>—Entonces daos prisa y hacedlo antes de que sea demasiado tarde.</p> <p>Como si él no lo estuviese intentando.</p> <p>—Sólo dame un minuto para pensar.</p> <p>Jadeando, intentando recuperar el aliento, apoyó la espalda contra una pícea enorme cercana al saco de dormir mientras intentaba averiguar qué podía hacer para escapar. No quedaba mucho espacio libre alrededor del árbol. Le corría sangre por los brazos procedente de las heridas que tenía en los lugares donde la sustancia oscura lo había tocado; heridas que ardían y que le producían un dolor punzante, dificultándole la tarea de pensar. Necesitaba un modo de cruzar la pegajosa maraña, antes de que finalmente lo capturara.</p> <p>Y entonces se le ocurrió.</p> <p>Usar la espada para aquello que la espada podía hacer mejor.</p> <p>Sin perder ni un instante más, Richard se apartó del árbol, giró en redondo, retrocedió y con todas sus fuerzas blandió la espada. Sabiendo que su vida dependía de ello, puso absolutamente toda la furia y energía tras la hoja, empujando con todas sus fuerzas. La punta silbó al girar con la velocidad del rayo.</p> <p>La hoja chocó contra el árbol, atravesándolo con un estampido que sonó como un rayo al caer. El tronco del árbol despidió astillas largas e irregulares que volaron por todas partes. Largos fragmentos salieron disparados por el aire girando sobre sí mismos. La maraña pegajosa recibió las esquirlas más pequeñas y una lluvia de corteza.</p> <p>El imponente árbol gimió mientras la elevada copa se abría paso entre el enmarañado dosel a medida que el árbol empezaba a desplomarse. Con una velocidad creciente, impactó entre el apretado grupo de árboles, desgarrando ramas gruesas de otros.</p> <p>En su caída, el árbol rasgó los filamentos, arrastrando las viscosas sogas con él, y luego se estrelló contra el suelo, encima de la maraña de hilos pegajosos, aplastándolos contra el suelo a la vez que los sepultaba bajo el tronco y la espesa techumbre de ramas.</p> <p>Antes de que la telaraña tuviese tiempo de volver a formarse y cerrar la enorme abertura, Richard saltó sobre el tronco. Extendió los brazos y se acuclilló para mantener el equilibrio. La lluvia arreciaba y el tronco del árbol estaba resbaladizo. Richard corrió a lo largo de la pícea, usándola como un puente para cruzar la pegajosa red.</p> <p>Sin aliento, llegó hasta Cara, libre por fin de la trampa. La mord-sith, que lo había visto venir, había trepado a una rama resistente para ayudarle a cruzar. Le agarró el brazo para impedir que cayera sobre la húmeda corteza.</p> <p>—¿Qué diantres está pasando? —preguntó Cara por encima del rugido del aguacero.</p> <p>Richard seguía intentando recuperar el aliento.</p> <p>—No tengo ni idea.</p> <p>—Mirad —dijo ella, señalando la espada.</p> <p>La sustancia viscosa pegada aún al arma había empezado a derretirse bajo la lluvia.</p> <p>La masa de filamentos enmarañados por todo el bosque también comenzó a ablandarse y combarse. A medida que las hebras se deshacían, la lluvia echaba abajo la red, y ésta caía al suelo, donde siseaba bajo la lluvia y se derretía igual que las primeras nieves de la temporada cuando llega la primera tormenta de lluvia.</p> <p>En el gris amanecer Richard pudo ver la enorme masa que se había entretejido a su alrededor. Era una maraña inmensa.</p> <p>La fría lluvia, que caía cada vez con más fuerza, empujaba los oscuros filamentos fuera de las ramas y la maleza, y los depositaba en el suelo, donde no parecían otra cosa que las oscuras vísceras de algún gran monstruo sin vida.</p> <p>Richard limpió la espada en unos matorrales hasta que toda la viscosa sustancia hubo desaparecido.</p> <p>La masa del suelo se disolvió con creciente rapidez, evaporándose en forma de una niebla gris. Igual que el vapor que se eleva de las entrañas de un cadáver reciente en un día de invierno, aquella niebla gris ascendió lentamente del suelo y, transportados por una leve brisa, lóbregos retazos de la misma se dispersaron más allá del espeso velo de los árboles.</p> <p>De repente, aquella niebla oscura cambió bruscamente de forma de un modo vago que Richard no consiguió seguir del todo, solidificándose en una sombra de un negro intenso. En un abrir y cerrar de ojos, antes de que pudiera explicárselo, la siniestra aparición se desintegró en un millar de formas revoloteantes que salieron disparadas en todas direcciones, como si un negro espectro se descompusiera. En un instante ya no estaban allí.</p> <p>Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Richard.</p> <p>Cara abrió de par en par los ojos.</p> <p>—¿Habéis visto eso?</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—Se parece a lo que hizo aquella cosa en Altur'Rang después de atravesar las paredes para llegar hasta mí. Desapareció de un modo muy similar justo antes de que hubiese podido atraparme.</p> <p>—Entonces tiene que ser la misma bestia.</p> <p>Bajo el aguacero, Richard inspeccionó las sombras que había entre los árboles que los circundaban.</p> <p>—Eso diría yo.</p> <p>También Cara observó el bosque en busca de cualquier indicio de amenaza.</p> <p>—Tuvimos suerte de que la lluvia llegara cuando lo hizo.</p> <p>—No creo que la lluvia lo hiciese.</p> <p>—Entonces, ¿qué ha sido? —preguntó ella, secándose agua de los ojos. No lo sé con seguridad, pero a lo mejor simplemente el hecho de que escapé de su trampa.</p> <p>—No puedo imaginar que una bestia con esa clase de poder se desanime con tanta facilidad…</p> <p>—No tengo otras ideas. Aunque conozco a alguien que podría. —Cogió a Cara del brazo—. Vamos. Recojamos nuestras cosas y salgamos de aquí.</p> <p>La mord-sith señaló hacia los árboles.</p> <p>—Id en busca de los caballos. Dejad que guarde los sacos de dormir. Podemos secarlos más tarde.</p> <p>—No, quiero que nos marchemos de aquí ahora mismo. —Extrajo a toda prisa una camisa de su mochila, junto con una capa para mantenerse relativamente seco—. Dejaremos los caballos. Tienen pastos y agua, estarán perfectamente donde están durante un tiempo.</p> <p>—Pero los caballos nos sacarían de aquí más deprisa.</p> <p>Richard mantuvo un ojo puesto en los bosques circundantes mientras introducía los brazos en las mangas de la camisa.</p> <p>—No podemos llevarlos por el puerto de montaña… es demasiado estrecho en algunos lugares… y no podemos hacer bajar los caballos a las Fuentes del Agaden, donde vive Shota. Pueden disfrutar de un descanso necesario mientras vamos a ver a la bruja. Luego, cuando averigüemos lo que Shota sabe sobre Kahlan, podemos regresar y coger los caballos. A lo mejor Shota sabrá incluso cómo podemos deshacernos de esa bestia que me sigue.</p> <p>Cara asintió.</p> <p>—Tiene sentido, salvo que preferiría salir de aquí tan rápido como podamos y los caballos ayudarían en eso.</p> <p>Richard se agachó y empezó a enrollar el empapado saco de dormir.</p> <p>—Coincido con tu parecer, pero el paso está cerca y los caballos no pueden cruzar al otro lado, así que limitémonos a ponernos en marcha. Como dije, los caballos necesitan un descanso o no nos van a ser de ninguna utilidad.</p> <p>Cara volvió a meter las pocas cosas que había sacado de su mochila. También ella sacó una capa. Alzó la mochila por una correa y se la colgó al hombro.</p> <p>—Tendremos que coger cosas de las sillas de montar, que están con los caballos.</p> <p>—Déjalas. No quiero tener que cargar con más de lo que debamos; sólo haría que fuésemos más despacio.</p> <p>Cara miró a través del velo de la lluvia.</p> <p>—Pero alguien podría robar nuestras provisiones.</p> <p>—No se acercarán ladrones a Shota.</p> <p>—¿Por qué no? —preguntó ella, mirándolo con el entrecejo fruncido.</p> <p>—Shota y su compañero deambulan por estos bosques. Es una mujer más bien intolerante.</p> <p>—¡Fantástico! —exclamó Cara.</p> <p>Richard se echó la mochila a los hombros y empezó a andar.</p> <p>—Vamos. Date prisa.</p> <p>La mord-sith apresuró el paso tras él.</p> <p>—¿Habéis considerado en algún momento que a lo mejor la bruja es más peligrosa que la bestia?</p> <p>Richard volvió la cabeza.</p> <p>—Esta mañana te has levantado llena de optimismo, ¿verdad?</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 9</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">La lluvia se había convertido en nieve una vez que la ascensión los sacó del espeso bosque y llegaron a unos retorcidos árboles. Debido a las rigurosas condiciones climáticas de la montaña, los achaparrados árboles, cubiertos con un manto de exigua vegetación, crecían con formas estrafalarias. Recorrer el retorcido bosquecillo era como pasar entre las formas petrificadas de unos seres desecados cuyas extremidades estaban paralizadas para toda la eternidad en posturas atormentadas, como si hubiesen emergido de sus sepulturas para descubrir que tenían los pies anclados para toda la eternidad.</p> <p>Si bien existían aquellos que no entrarían en el tortuoso bosque sin alguna forma de protección mágica, Richard no era supersticioso respecto a aquel lugar. De hecho, consideraba que tales creencias eran propias de ignorantes. Richard sabía ver lo que yacía bajo toda superstición: la claudicación del hombre ante el reto de conseguir sus propios fines y lidiar con la realidad del mundo que lo rodea, y abrazar en su lugar la idea de que existía sólo por el capricho de fuerzas imprecisas e incognoscibles a las que sólo puede persuadirse para que contengan sus impulsos crueles y despiadados.</p> <p>Richard sabía por qué eses arbolillos habían crecido así, incluso aunque siguiesen resultando un tanto inquietantes. En general, era consciente de que existían básicamente dos modos de manejar aquella emoción primigenia.</p> <p>La solución supersticiosa era llevar encima talismanes y amuletos sagrados para protegerse de demonios malévolos y fuerzas tenebrosas incomprensibles que se creía habitaban en tales lugares, con la esperanza de que se persuadiría a los hados para que refrenaran su veleidoso capricho. Incluso a pesar de que la gente proclamaba con total seguridad que tales fuerzas misteriosas eran fundamentalmente incognoscibles para simples mortales, de todos modos creían fervientemente, sin la menor prueba, que podían estar seguros de que el poder de amuletos aplacaría el temperamento salvaje de aquellas fuerzas amenazadoras, insistiendo en que la fe era todo lo que se necesitaba; como si la fe fuese una argamasa mística con el poder para parchear todos los agujeros enormes abiertos en sus convicciones.</p> <p>Puesto que creía en el libre albedrío, Richard elegía el segundo modo de tratar con tal temor, que era estar vigilante y listo para hacerse responsable de su propia supervivencia. En el fondo, en aquel combate de creencias entre los crueles hados y el libre albedrío radicaba su disensión esencial con la profecía y el motivo de que no la tuviera en cuenta. Elegir creer en el mero destino era abdicar de la responsabilidad que uno tenía con la vida.</p> <p>Mientras Cara y él cruzaban el bosque retorcido, Richard estuvo atento, pero no vio ninguna bestia legendaria ni fantasmas vengativos. Únicamente nieve arrastrada por el viento.</p> <p>Tras haber viajado a un ritmo vertiginoso durante tanto tiempo bajo el opresivo calor y la humedad del verano, descubrieron que el contacto con el frío glacial allí arriba, en el puerto de montaña, convertía el esfuerzo de la ascensión en aún más arduo, en especial tras quedar empapados por la lluvia. A pesar de la fatiga que provocaba la altitud, Richard sabía que, mojados como estaban, tenían que seguir avanzando a paso enérgico para mantenerse calientes, o el frío podía acabar con ellos fácilmente. Era muy consciente de que el seductor canto del frío podía engatusar a las personas para que pararan y se tumbaran a descansar, seduciéndolas para que se rindieran al reconfortante sueño y a la muerte que aguardaba tras él. Tal y como Zedd le había dicho en una ocasión, un muerto era un muerto, y Richard sabía que estaría igual de muerto tanto si lo mataba el frío como si lo hacía una flecha.</p> <p>Por otra parte, tanto Cara como él estaban ansiosos por poner distancia entre ellos y la trampa del campamento. Las quemaduras producto del breve contacto con aquella red mortal le habían producido ampollas, y Richard se estremeció al pensar en lo que había estado a punto de suceder.</p> <p>Al mismo tiempo no le hacía la menor gracia ir a ver a Shota en la guarida de ésta. La última vez que había estado en las Fuentes del Agaden ella le había dicho que si regresaba lo mataría, y Richard no dudaba de su palabra ni de su capacidad para cumplir la amenaza. Con todo, creía que Shota sería su mejor probabilidad de conseguir la ayuda necesaria para encontrar a Kahlan.</p> <p>Estaba desesperado por encontrar a alguien que pudiese decirle algo útil, y tras revisar una lista de cosas que podría hacer, de personas a las que podría ir a ver, al final no pudo pensar en nadie más que pudiese proporcionarle tanta información como Shota. Nicci no había podido ofrecer soluciones. Zedd podría ser capaz de ayudarlo en ciertos aspectos, y tal vez existían otros con la capacidad de añadir alguna pieza al rompecabezas, pero en la mente de Richard ninguno tenía tantas probabilidades como Shota de ser capaz de dirigirlo en la dirección correcta. Eso hizo que la elección fuese sencilla.</p> <p>Al echar una ojeada arriba, Richard vio por un breve instante la cima nevada. A cierta distancia, al otro lado del terreno abrupto de la empinada ladera, el sendero que recorría el puerto de montaña bordearía las estribaciones inferiores de la montaña. Las encapotadas nubes se aferraban a la roca gris que se erguía en el cielo. Los jirones bajos de niebla que pasaban lentamente dejaban la visibilidad limitada en algunos lugares e inexistente en otros. Tanto mejor. Los escarpados precipicios en puntos del poco frecuentado y cada vez más resbaladizo sendero ofrecían fugaces visiones aterradoras.</p> <p>Cuando una nueva serie de ráfagas heladas les arrojó cortinas de nieve a los rostros, Richard se envolvió mejor en la capa para protegerse. Fuera de los árboles, avanzando por un suelo de guijarros sueltos, tenían que inclinarse no sólo por la fuerte pendiente, sino también para avanzar contra el viento. Richard encorvó un hombro, intentando proteger el rostro del gélido aguijonazo. La nieve arrastrada por el viento fue formando una costra quebradiza en un lado de la capa.</p> <p>Con el viento aullando a través del paso, hablar era difícil, y la altitud y el esfuerzo los dejaban a ambos sin resuello. Sólo conseguir el aire que necesitaban era ya esfuerzo suficiente. Richard percibió en el rostro de Cara que ésta odiaba aquella altitud tanto como él.</p> <p>De todos modos, Richard no estaba de humor para charlar. Había estado hablando con Cara durante días y nunca había logrado nada. Cara, por su parte, parecía tan contrariada por sus preguntas como él por las respuestas de la mord-sith. Sabía que ella consideraba sus preguntas absurdas. El consideraba que lo eran sus respuestas. Las inconsistencias y lagunas en lo que Cara recordaba fueron al principio decepcionantes y frustrantes, pero acabaron exasperándolo, y en varias ocasiones había tenido que morderse la lengua y recordarse que ella no lo hacía por malicia. Sabía que si Cara pudiese haber dicho con toda sinceridad lo que él quería oír lo habría hecho de buen grado. En cualquier caso, necesitaba la verdad. Ése era el motivo de que fuese a ver a Shota.</p> <p>Richard había revisado sistemáticamente una larga lista de ocasiones en las que Cara había estado con él y con Kahlan. Cara, no obstante, recordaba acontecimientos que deberían haber sido memorables de forma distinta a como habían ocurrido en realidad. En varios casos, tales como la vez que él había ido al Templo de los Vientos, Cara sencillamente no recordaba las circunstancias en las que Kahlan había estado involucrada.</p> <p>Hubo momentos deprimentes en que Richard se sumió en un temor desesperanzado de que fuera él quien tenía el problema. Cara pensaba que era él quien recordaba cosas que jamás habían sucedido, y aunque no quería hacer demasiado hincapié en sus convicciones, cuantas más cosas sacaba él a colación, más pensaba ella que sus delirios sobre una esposa imaginaria brotaban por todas partes en su memoria igual que malas hierbas tras la lluvia.</p> <p>Pero el nítido recuerdo de Richard de acontecimientos y del modo en que aquéllos estaban entretejidos siempre le devolvía a la sólida convicción de que Kahlan era real.</p> <p>El recuerdo de Cara de ciertos incidentes era muy claro, y muy distinto del suyo, mientras que en otras cosas su recuerdo era inconexo. Todo lo cual sólo servía, en la mente de Cara, para aumentar su convencimiento de que Richard alucinaba aún más de lo que ella había temido. Si bien eso era evidente que la entristecía, él seguía presionándola.</p> <p>En su boda con Kahlan, Cara había sido la única mord-sith presente. Richard sabía que tal suceso había sido significativo para ella en más de un modo, pero Cara recordaba únicamente que había ido con él al poblado de la gente barro. Y ¿por qué había ido él allí si no era para la boda? Cara dijo que no sabía con seguridad el motivo de que hubiese ido allí, pero estaba segura de que tenía sus razones. Su deber era ir a donde él fuera y protegerlo, no cuestionar sus motivos. Richard se habría tirado de los cabellos.</p> <p>Cara no recordaba que ella, Kahlan y Richard habían viajado juntos al lugar de la boda en la sliph. En aquel momento a Cara le había inquietado tener que descender al interior del pozo de la sliph y respirar en lo que parecía azogue viviente; sin embargo en la actualidad no tenía conciencia de que Kahlan la había ayudado a superar la angustia por viajar en el interior de tal criatura mágica. Cara se acordaba de la presencia de Zedd en el poblado de la gente barro, y a Shota efectuando una breve aparición, pero en lugar de recordar a la bruja acudiendo para ofrecer a Kahlan el collar como regalo de bodas y símbolo de tregua, Cara sólo rememoraba que Shota estuvo allí para felicitar a Richard por detener la plaga yendo al Templo de los Vientos.</p> <p>Cuando Richard interrogó a Cara sobre el mago Marlin, el asesino que Jagang había enviado, ella le recordó claramente que intentó matar a Richard, pero no ninguna de las partes en las que Kahlan había estado involucrada. Cuando preguntó cómo diantres pensaba ella que él podría haber accedido al Templo de los Vientos, o cómo se habría curado de la plaga, de no ser por la ayuda de Kahlan, Cara se limitó a encogerse de hombros y decir:</p> <p>—Lord Rahl, sois un mago, sabéis sobre tales cosas. Yo no. Lo siento, pero no puedo deciros cómo conseguisteis llevar a cabo cosas pasmosas con vuestro don. No sé cómo funciona la magia. Sólo sé que lo hicisteis. Únicamente recuerdo que hicisteis lo que teníais que hacer para hacer que las cosas se arreglaran… y las arreglasteis. Vos fuisteis la magia contra la magia, como es vuestro deber para con nosotros. Sencillamente no recuerdo que esa mujer tomara parte en ello. Por vos desearía hacerlo, pero no lo recuerdo.</p> <p>Para cada una de las ocasiones en que Kahlan había estado presente, Cara recordaba lo sucedido de un modo diferente o no lo recordaba en absoluto. Para cada uno de aquellos sucesos, tenía una respuesta que lo explicaba convincentemente con una versión alternativa o, cuando eso habría sido imposible, sencillamente no recordaba de qué le hablaba. Para Richard, existían miles de pequeñas inconsistencias en su versión que sencillamente no cuadraban o no tenían sentido. En la mente de Cara, todo era de lo más claro y sencillo.</p> <p>Puesto que carecía de sentido continuar intentando que recordara, Richard había perdido interés en hacer que Cara viera la realidad. Sencillamente no recordaba a Kahlan; daba la impresión de que su mente había construido explicaciones sobre pedazos desaparecidos de lo que había sucedido de verdad.</p> <p>Richard comprendía que tenía que existir una causa real y racional, posiblemente alguna clase de hechizo o algo así, que le estaba alterando la memoria… a ella y a todo el mundo. Empezaba a aceptar el hecho de que si ésa era la causa, y tenía que serlo, entonces sencillamente no existía ni un solo acontecimiento sobre el que pudiese interrogarla que fuesen a devolverle a Cara la memoria.</p> <p>Peor aún, comprendía que tales intentos para hacer que ella —o cualquier otro— recordara eran en realidad distracciones peligrosas del esfuerzo de encontrar a Kahlan.</p> <p>Richard echó un vistazo atrás para asegurarse de que Cara permanecía cerca de él en la empinada ladera. Uno no necesitaba ascender mucho en las escarpadas montañas que circundaban las Fuentes del Agaden para encontrar un precipicio por el que caer. Con guijarros sueltos acechando bajo la capa de nieve recién caída sería fácil perder pie y rodar por la pendiente abajo.</p> <p>No quería arriesgarse a perder el contacto visual con Cara. Con el aullido del viento sería difícil oírse si se separaban, y las huellas quedarían cubiertas en cuestión de momentos por la nieve arrastrada por el viento. Cuando vio que Cara estaba a prudente distancia, siguió avanzando.</p> <p>Mientras le daba vueltas a esto en la cabeza, reparó en que al estar constantemente intentando pensar en algún incidente que Cara, o cualquier otro, sin duda tendrían que recordar, caía en la trampa de consagrar pensamientos y esfuerzos al problema en lugar de a la solución. Desde que había dejado de ser un niño, Zedd le había advertido que mantuviera la mira puesta en el objetivo —que pensara en la solución— y no en el problema.</p> <p>Richard se juró que mantendría la concentración exclusivamente en el problema y que haría caso omiso a las distracciones creadas por la desaparición de Kahlan. Cara, Nicci y Víctor tenían respuestas para explicar sus incoherencias. Ninguno de ellos recordaba las cosas que Richard sabía que habían ocurrido. Al hacer hincapié en los detalles de lo que había hecho con Kahlan, y volver una y otra vez a intentar hacer ver a otras personas que era imposible que hubiesen olvidado acontecimientos tan importantes, no hacía más que dejar que la solución se le escapara más y más… y que la vida de Kahlan estuviese cada vez más lejos de su alcance.</p> <p>Tenía que poner un férreo control a sus sentimientos, dejar de romperse la cabeza con el problema, y concentrarse exclusivamente en la solución.</p> <p>Pero dejar de lado los sentimientos era muy difícil. Era casi como decirse que olvidase a Kahlan. La memoria había tenido un papel primordial en su vida con ella. Ir a ver a Shota sólo le servía para rememorarlo todo. Había visto a Shota por vez primera cuando Kahlan lo había llevado a verla para pedirle ayuda con el fin de localizar la última caja del Destino que faltaba después de que Rahl el Oscuro las hubiese puesto en funcionamiento.</p> <p>Kahlan estaba inextricablemente atada a su vida en muchos modos. Por así decirlo, la había conocido como Confesora casi de niño, mucho antes de conocerla personalmente en los bosques de Ciudad del Corzo.</p> <p>George Cypher, el hombre que lo había criado y que Richard en aquella época había pensado que era su padre, le había contado que había rescatado un libro secreto de un gran peligro trayéndolo a la Tierra Occidental. Su padre le había dicho que todo el mundo corría un gran peligro mientras el libro existiese, pero que él no era capaz de destruir los conocimientos que contenía. El único modo de eliminar el peligro de que el libro cayese en las manos equivocadas y sin embargo salvar esos conocimientos era memorizar el libro y luego quemarlo. Eligió a Richard para la tarea prodigiosa de memorizar todo el libro.</p> <p>El padre de Richard llevó a éste a un lugar oculto en las profundidades del bosque y, día tras día, semana tras semana, observó cómo Richard se sentaba y leía el libro innumerables veces mientras trabajaba para memorizarlo. Su padre no miró ni una sola vez qué decía el libro. Ésa era la responsabilidad de Richard.</p> <p>Tras un largo período leyendo y memorizando, Richard empezó a escribir lo que había aprendido de memoria. Luego lo comprobaba con el libro. Al principio cometió gran número de errores, pero mejoraba continuamente. Cada vez, su padre quemaba las hojas escritas. Richard repitió la tarea incalculables veces. Su padre a menudo le pedía disculpas por la carga que colocaba sobre él, pero Richard jamás se lo tomó a mal. Consideraba un honor que su padre le encomendara una responsabilidad tan grande. Incluso a pesar de ser joven y no comprender todo lo que leía, era capaz de captar que era una tarea de suma importancia, y también comprendía que el libro implicaba procedimientos complejos relacionados con la magia. Magia auténtica.</p> <p>Con el tiempo, Richard llegó a escribir el libro de principio a fin un centenar de veces sin errores antes de quedar convencido de que no podría olvidar jamás ni una palabra. Sabía no sólo por el texto del libro, sino por su peculiar sintaxis, que cualquier palabra excluida significaría malinterpretar la información que contenía.</p> <p>Cuando aseguró a su padre que había memorizado toda la obra, volvieron a colocar el libro en su escondite, en las rocas, y lo dejaron allí durante tres años. Transcurrido ese tiempo, cuando Richard empezaba a acercarse al final de la adolescencia, regresaron un día de otoño y volvieron a sacar el antiguo libro. Su padre dijo que si Richard era capaz de escribir todo el libro, sin un solo error, podrían estar seguros de que se lo había aprendido a la perfección y podrían quemar el volumen. Richard escribió sin una vacilación desde la primera a la última palabra, y cuando comprobó lo hecho con el libro, confirmó que no había cometido un solo error.</p> <p>Su padre y él prepararon una hoguera, amontonando madera más que suficiente, hasta que el calor les hizo retroceder. Su padre le entregó el libro y le dijo que, si estaba seguro, debería arrojar el libro al fuego. Richard sostuvo <i>El libro de las sombras contadas</i> en el brazo, pasando los dedos sobre la gruesa tapa. En los brazos sostenía no tan sólo la confianza de su padre, sino la confianza de todo el mundo, y, sintiendo todo el peso de aquella responsabilidad, Richard arrojó el libro al fuego. En aquel momento, dejó de ser un muchacho.</p> <p>Al arder, el libro no sólo despidió calor sino frío, y liberó serpentinas de luces de colores y formas fantasmagóricas. Richard supo que por primera vez había visto magia; no un número de prestidigitación, sino magia auténtica, con sus propias leyes sobre como funcionaba, unas leyes que alcanzaban a todo lo que existía. Y algunas de aquellas leyes habían estado en el libro que había memorizado.</p> <p>Pero en el principio, aquel día en los bosques, al alzar por primera vez la tapa del volumen, Richard había, en cierto modo, conocido a Kahlan. <i>El libro de las sombras contadas</i> empezaba con las palabras: «La verificación de la veracidad de las palabras de <i>El libro de las sombras contadas</i>, si las pronuncia otro, en lugar de leerlas aquél que tiene el dominio de las cajas, sólo puede ser asegurada mediante la utilización de una Confesora…»</p> <p>Kahlan era la última Confesora.</p> <p>El día que la conoció, Richard había estado buscando pistas respecto al asesinato de su padre. Rahl el Oscuro había puesto en funcionamiento las cajas del Destino y para poder abrirlas necesitaba la información contenida en <i>El libro de las sombras contadas</i>; pero lo que no sabía era que para entonces la información existía sólo en la mente de Richard, y que para verificarla necesitaría a una Confesora: Kahlan.</p> <p>De alguna manera, Richard y Kahlan habían quedado ligados por aquel libro desde el momento en que Richard había abierto por primera vez la tapa y hallado la extraña palabra «Confesora».</p> <p>Cuando aquel día se encontró con Kahlan en el bosque, le pareció que siempre la había conocido. En cierto modo, así era. De alguna manera, ella había representado un papel en su vida, había sido parte de sus pensamientos, desde que era un muchacho.</p> <p>El día que la vio en un sendero de los bosques de Ciudad del Corzo, su vida había quedado completa de improviso, a pesar de que en aquel momento no había sabido que era la última Confesora viva. Que decidiera ayudarla aquel día había sido un acto de libre albedrío llevado a cabo antes de que la profecía tuviese una oportunidad de dar su opinión.</p> <p>Kahlan era tan parte de él, tan parte de lo que era el mundo para él, de lo que era la vida para él, que no podía imaginar seguir adelante sin ella. Tenía que encontrarla. Había llegado el momento de ir más allá del problema y buscar la solución.</p> <p>Una ráfaga de viento helado le hizo entrecerrar los ojos y lo alejó de los recuerdos.</p> <p>—Ahí —dijo, señalando.</p> <p>Cara paró y escudriñó la arremolinada nieve hasta distinguir la estrecha vereda. Cuando él echó un vistazo atrás ella asintió, dándole a entender que veía la senda que bordeaba el margen inferior de la cima nevada.</p> <p>Al acumularse más y más la nieve arrastrada por el viento, la vereda había comenzado a quedar tapada y Richard estaba ansioso por llegar a terreno más bajo. A medida que avanzaban, las condiciones climáticas empeoraban y el único modo de distinguir la senda era por la configuración del terreno. La nieve se nivelaba con una leve depresión allí donde estaba el camino.</p> <p>Mientras avanzaban penosamente con la nieve hasta los tobillos, Richard echó una ojeada atrás.</p> <p>—Éste es el punto más alto. Empezará a ir cuesta abajo pronto y entonces hará menos frío.</p> <p>—Queréis decir que volveremos a la lluvia antes de que realmente consigamos descender a altitudes más bajas y calentarnos —refunfuñó ella.</p> <p>Richard comprendía a la perfección el malestar de la mord-sith, pero no podía ofrecerle una perspectiva mejor.</p> <p>—Imagino que sí —respondió.</p> <p>De improviso, algo pequeño y oscuro resbaló a toda velocidad por el suelo surgiendo de las blancas cortinas de nieve y, en cuanto lo vio, y antes de que tuviera la oportunidad de reaccionar, la cosa chocó contra los pies de Richard y le hizo caer.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 10</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Richard vio cómo el suelo pasaba como una exhalación ante su rostro al tiempo que salía despedido por los aires. Por un instante no pudo decir qué era arriba o abajo ni dónde estaba él en relación con cualquier otra cosa.</p> <p>Y a continuación se estrelló contra el suelo, el impulso de la caída lo envió ladera abajo. La nieve amortiguó poco la caída y el aire le faltó en los pulmones. Rodando sobre sí mismo, el mundo giraba enloquecido y no podía controlar o detener su veloz descenso por una pendiente cada vez más pronunciada.</p> <p>Todo había sucedido tan inesperadamente y a tal velocidad que Richard no había tenido tiempo de prepararse para la caída. En aquel momento, la falta de atención parecía una pobre excusa y no ofrecía ningún consuelo. Rebotó en un montículo duro y aterrizó sobre el pecho. Sin aliento, intentó inhalar entrecortadamente mientras resbalaba, con la cara por delante, montaña abajo, pero sólo consiguió que la boca se le llenase de nieve helada.</p> <p>Con la fuerza de la caída y el ángulo cortado a pico de la pendiente, no había nada a mano que le ayudase a frenar. Descender de cara dificultaba aún más tomar acciones efectivas, y en un frenético intento por detenerse o al menos frenar la velocidad de la caída, Richard extendió los brazos. Luchó por clavar manos y pies en la nieve para aminorar la velocidad de la descontrolada caída por la ladera, pero la nieve, la tierra y los guijarros no hicieron más que empezar a resbalar junto con él.</p> <p>Vio una sombra pasar junto a él como una exhalación, y por encima del sonido del viento oyó unos salvajes alaridos de rabia. Algo sólido lo golpeó en los riñones. Hundió dedos y botas más profundamente en la nieve, intentando reducir la velocidad de la aterradora caída.</p> <p>La figura oscura volvió a surgir y algo volvió a pegarle, esta vez fue con mucha más fuerza. Fue un golpe directo a los riñones con la intención de acelerar la caída. Richard lanzó un grito debido al inesperado dolor. Mientras se retorcía angustiado sobre el lado derecho, oyó el excepcional repique del acero al ser arrancada la <i>Espada de la Verdad</i> de su vaina.</p> <p>A la vez que seguía resbalando por la ladera, Richard torció el cuerpo y alargó la mano para coger la espada mientras ésta le era arrebatada. Sabía que si agarraba la afilada hoja podía fácilmente rebanarle la mano, así que intentó aferrar la empuñadura o al menos atrapar la cruz, pero llegó demasiado tarde. El asaltante hundió los talones en el suelo para detenerse mientras Richard seguía adelante y se perdía de vista.</p> <p>Las torpes contorsiones que había efectuado para coger la espada dejaron a Richard más desequilibrado aún. En plena voltereta, justo cuando empezaba a extender brazos y piernas para detener la caída, se golpeó la espalda contra un saliente. Una vez más se quedó sin aire, sólo que esta vez fue aún más doloroso.</p> <p>La fuerza del impacto le hizo dar una vuelta de campana por encima del obstáculo.</p> <p>Un estremecimiento de temor lo recorrió al encontrarse volando por los aires. Con un esfuerzo frenético, Richard alargó las manos y aferró el afloramiento rocoso con el que se había golpeado. Se agarró con todas las fuerzas mientras las piernas se agitaban en el aire, y por encima de un precipicio.</p> <p>Asió la roca con una fuerza desesperada. Durante un momento, permaneció aferrado a la roca, poniendo en orden los pensamientos y tomando aire a grandes bocanadas; por lo menos había dejado de caer. Trozos de nieve y guijarros que seguían resbalando por la empinada ladera rebotaban en la roca que sujetaba así como en sus brazos y cabeza.</p> <p>Con sumo cuidado, balanceó las piernas a un lado y a otro, intentando engancharlas en algo, intentando hallar algún punto de apoyo para el peso de su cuerpo. No había nada, y se columpió con impotencia, un péndulo viviente aferrado a un saliente de roca helada.</p> <p>Echó un vistazo atrás: distinguió grumos de nieve y piedrecillas en mitad de un largo descenso por los aires, en dirección a los árboles y las rocas situados a gran distancia a sus pies.</p> <p>Por encima de él, con los pies bien separados, estaba parada una figura oscura y baja con unos brazos largos, una cabeza pálida y una tez gris. Unos ojos saltones y amarillos, igual que faroles refulgiendo en la lóbrega luz de la ventisca, lo contemplaban desafiantes. Unos labios pálidos se curvaron hacia atrás en una mueca y mostraron unos dientes afilados.</p> <p>Era el compañero de Shota, Samuel.</p> <p>Aferraba la espada de Richard en una mano y parecía muy satisfecho; la capa marrón oscuro que llevaba aleteaba como una bandera victoriosa a impulsos del viento. Retrocedió unos pasos, aguardando para ver cómo Richard caía por el precipicio.</p> <p>Los dedos de Richard resbalaban. Intentaba pasar los brazos alrededor de alguna roca para ascender, o al menos sujetarse mejor, pero no tenía éxito. De todos modos, sabía que si conseguía agarrarse mejor, Samuel estaba dispuesto a usar la espada para asegurarse de que cayera.</p> <p>Oscilando sobre un precipicio de al menos trescientos metros, Richard se hallaba en una posición muy vulnerable. Apenas podía creer que Samuel hubiese podido superarle de ese modo… y que hubiese conseguido hacerse con la espada. Inspeccionó los sombríos jirones de niebla que la arremolinada nieve transportaba con ella pero no vio a Cara.</p> <p>—¡Samuel! —gritó al viento—. ¡Devuélveme mi espada!</p> <p>Incluso a él mismo, le pareció una exigencia de lo más ridícula.</p> <p>—Mi espada… —siseó Samuel.</p> <p>—¿Y qué crees que dirá Shota?</p> <p>Sus labios pálidos se ensancharon al sonreír.</p> <p>—Ama no está aquí.</p> <p>Como un espectro materializándose a partir de las sombras, una forma oscura apareció detrás de Samuel. Era Cara, la capa oscura ondeando al viento y dándole el aspecto de un espíritu vengativo. Richard comprendió que probablemente había seguido la senda dejada por él al rodar pendiente abajo por la nieve. Con todo el tumultuoso viento en los oídos y, lo que era más importante, la mirada clavada en el aprieto en que estaba Richard, Samuel no reparó en que Cara se alzaba amenazadora tras él.</p> <p>Con una única ojeada la mord-sith captó la ominosa visión de Samuel sujetando la espada de Richard mientras permanecía con la mirada fija en éste, que colgaba del borde del precipicio. Richard había averiguado en el pasado que la atención y los actos de Samuel estaban gobernados por sus desenfrenadas emociones. Con la regocijante distracción de tener al objeto de su virulento odio ante la punta de una espada que en una ocasión había llevado y que había codiciado hasta ese día, Samuel estaba demasiado ocupado refocilándose para esperar la aparición de la mord-sith.</p> <p>Sin una palabra, Cara apretó el agiel contra la base del cráneo de Samuel, aunque dado lo resbaladizo del terreno, no pudo mantener el contacto.</p> <p>Samuel profirió un alarido de dolor y de desconcertado terror a la vez que dejaba caer el arma y caía de espaldas sobre la nieve. Retorciéndose de dolor, sin comprender qué había sucedido, se toqueteaba frenéticamente la parte posterior del cuello, donde Cara había presionado el agiel y chillaba a la vez que agitaba el cuerpo de un lado a otro igual que un pez sobre arena. Richard sabía que la aterradora sacudida de dolor que producía un agiel al ser aplicado en aquel punto era igual a lo que se sentía al ser alcanzado por un rayo.</p> <p>Reconoció la expresión del rostro de Cara cuando ésta empezó a inclinarse sobre la figura que se retorcía en el suelo. Tenía intención de usar el agiel para acabar con Samuel.</p> <p>A Richard en realidad no le importaba si mataba al traicionero compañero de la bruja, pero tenía problemas más acuciantes en aquellos momentos.</p> <p>—¡Cara! Estoy colgando del borde de un precipicio. No puedo seguir sujetándome. Resbalo.</p> <p>La mord-sith agarró de inmediato la espada caída junto a Samuel, que no dejaba de revolcarse por el suelo, para que éste no pudiera cogerla. Luego, corrió a ayudar a Richard. Clavando la espada en el suelo, junto a ella, se dejó caer al suelo, apuntaló los pies en unas rocas y lo agarró por los brazos. Justo a tiempo.</p> <p>Con su ayuda, Richard fue capaz de sujetarse mejor y, con ambos forcejeando en aquellas difíciles condiciones, consiguió por fin enganchar el brazo por encima del afloramiento. Una vez que estuvo firmemente sujeto con un brazo pudo por fin balancear una pierna hacia arriba y sujetarla a las rocas. Cara lo agarró por el cinturón y lo ayudó a izarse. Usando todas sus fuerzas, Richard consiguió arrastrarse hacia arriba y por encima de la resbaladiza cresta rocosa.</p> <p>Se dejó caer sobre el costado, jadeando e intentando conseguir una cantidad suficiente del enrarecido aire.</p> <p>—Gracias… —consiguió decir.</p> <p>Cara echó una ojeada atrás, para vigilar a Samuel. Richard hizo acopio de energías a toda prisa y se irguió tambaleante. En cuanto consiguió mantener el equilibrio en el borde del precipicio, extrajo la espada de donde Cara la había clavado.</p> <p>Apenas podía creer que Samuel hubiese conseguido cogerle desprevenido, ya que, desde que Cara y él habían abandonado el campamento aquella mañana, había estado ojo avizor por si Samuel hacía acto de presencia. De todos modos, sabía que a pesar de esperar tal ataque, era imposible prevenirlo en todo momento. Como lo había sido detener cada una de las flechas la mañana de la desaparición de Kahlan.</p> <p>Se quitó con la mano algo de la nieve que tenía en el rostro. La caída, las volteretas, el descenso casi en picado y el quedarse colgado por los dedos del borde de un precipicio lo habían dejado conmocionado pero, más que nada, furioso.</p> <p>Samuel, aún hecho un ovillo en la nieve, retorciéndose y estremeciéndose, lloriqueaba, farfullando algo que Richard no conseguía oír.</p> <p>En cuanto vio a Richard avanzando hacia él, Samuel se puso torpemente en pie, traspasado aún por el persistente dolor. A pesar de ese dolor, no obstante, vio aquello que deseaba.</p> <p>—¡Mía! ¡Dame! ¡Dame mi espada!</p> <p>Richard alzó la punta hacia el repulsivo hombrecillo.</p> <p>Al ver acercarse la punta de la hoja, el hombrecillo perdió el valor y retrocedió a toda prisa unos cuantos pasos ladera arriba.</p> <p>—Por favor —gimoteó, extendiendo las manos para protegerse de la ira de Richard—, ¿no mates a mí?</p> <p>—¿Qué haces aquí?</p> <p>—El ama me envía.</p> <p>—Shota te envió a matarme, ¿verdad? —se mofó Richard, pues quería que Samuel admitiera la verdad.</p> <p>El otro negó enérgicamente con la cabeza.</p> <p>—No, no a matarte.</p> <p>—Entonces fue idea tuya.</p> <p>Samuel no contestó.</p> <p>—¿Por qué, entonces? —insistió Richard—. ¿Por qué te envió Shota?</p> <p>Samuel observó a Cara cuando ésta se movió lateralmente, medio acorralándole. Siseó a la mujer, mostrando los dientes. Cara, impávida, le mostró su agiel, y los ojos del hombre se abrieron aterrados.</p> <p>—¡Samuel! —aulló Richard.</p> <p>Los ojos amarillos del hombrecillo volvieron a posarse en Richard y de nuevo adquirieron una expresión de odio.</p> <p>—¿Por qué te envió Shota?</p> <p>—Ama… —lloriqueó y miró fijamente a lo lejos, en la dirección en que estaban las Fuentes del Agaden—. Envía compañero.</p> <p>—¿Por qué? —chilló Richard.</p> <p>Samuel se estremeció por el grito y dio una agresiva zancada al frente. Samuel, intentando vigilarles a los dos, señaló a Cara con un largo dedo.</p> <p>—Ama dice que tú llevar a dama bonita.</p> <p>Aquello fue una sorpresa… por dos motivos. «Dama bonita» era el modo en que Samuel siempre había llamado a Kahlan.</p> <p>En segundo lugar, Richard jamás habría esperado que Shota quisiera que Cara bajase a las Fuentes del Agaden con él, y lo halló un tanto inquietante.</p> <p>—¿Por qué quiere que la dama bonita venga conmigo?</p> <p>—No sé. —Los labios pálidos de Samuel se tensaron en una mueca—. A lo mejor para matarla.</p> <p>Cara meneó el agiel para que él lo viera.</p> <p>—Si lo intenta, quizá recibirá mucho más de lo que recibiste tú. A lo mejor la mato.</p> <p>Samuel lanzó un chillido horrorizado y sus protuberantes ojos se abrieron de par en par.</p> <p>—¡No! ¡No mates ama!</p> <p>—No hemos venido a hacer daño a Shota —le dijo Richard—. Pero nos defenderemos.</p> <p>Samuel presionó los nudillos contra el suelo a la vez que se inclinaba hacia Richard.</p> <p>—Veremos —gruñó desdeñoso— lo que el ama hace contigo, Buscador.</p> <p>Antes de que Richard pudiese responder, Samuel salió disparado. Era sorprendente lo rápido que podía moverse.</p> <p>Cara hizo intención de ir tras él, pero Richard le agarró el brazo para detenerla.</p> <p>—No estoy de humor para ir corriendo tras él —dijo—. Además, es poco probable que lo alcancemos. Conoce el sendero y nosotros no estamos familiarizados con él. Por otra parte, irá de regreso junto a Shota y ahí es adonde vamos de todos modos. No sirve de nada desperdiciar energías.</p> <p>—Deberíais haber dejado que lo matase.</p> <p>Richard inició la marcha ladera arriba, en dirección a la senda.</p> <p>—Lo habría hecho, pero no sé volar.</p> <p>—Supongo —concedió ella con un suspiro—. ¿Estáis bien?</p> <p>Richard asintió mientras deslizaba la espada de vuelta en la vaina, controlado ya su arrebato de ira.</p> <p>—Gracias a ti.</p> <p>Cara le dedicó una sonrisa satisfecha.</p> <p>—No hago más que decíroslo, no podríais salir adelante sin mí. —Paseó la mirada rápidamente por la oscuridad azul grisácea—. ¿Y si vuelve a intentarlo?</p> <p>—Samuel es básicamente un cobarde y un oportunista. Únicamente ataca cuando cree que estás indefenso. Carece de cualquier cualidad positiva por lo que yo sé.</p> <p>—¿Por qué lo tiene esa bruja?</p> <p>—No lo sé. A lo mejor no es más que un adulador y ella disfruta con su servilismo. A lo mejor lo tiene para que le haga recados… A lo mejor Samuel es el único dispuesto a ser su compañero. A la mayoría de las personas Shota les causa terror y por lo que tengo entendido nadie quiere acercarse a este lugar. Aunque, por lo que Kahlan me contó, las brujas no pueden evitar hechizar a la gente, y son así. En cualquier caso, Shota es seductora por sí misma, así que imagino que si realmente quisiera a un compañero que mereciera la pena, podría escoger.</p> <p>»Ahora que lo hemos ahuyentado, realmente dudo que Samuel tenga el valor para volver a atacar. Ha transmitido el mensaje de Shota. Ahora que lo hemos asustado, y lastimado, probablemente querrá correr de vuelta a su protección. Además, es posible que piense que Shota puede matarnos, y le hará igual de feliz que sea ella quien lo haga.</p> <p>Cara dirigió la mirada a lo lejos, durante un instante antes de seguir a Richard en su ascensión por la empinada ladera.</p> <p>—¿Por qué creéis que Shota ha enviado un mensaje para asegurarse de que yo bajo con vos a las Fuentes del Agaden?</p> <p>Richard localizó el sendero e inició la marcha por él. Vio las huellas de Samuel pero la nieve que arrastraba el viento empezaba a cubrirlas ya.</p> <p>—No lo sé. Eso me tiene perplejo.</p> <p>—¿Y por qué cree Samuel que vuestra espada le pertenece? Richard soltó un profundo suspiro.</p> <p>—Samuel llevó la espada antes que yo. Fue el último Buscador antes de serlo yo; aunque no lo fue legítimamente. No sé cómo adquirió la <i>Espada de la Verdad</i>. Zedd entró en las Fuentes del Agaden y la recuperó. Samuel cree que la espada todavía le pertenece.</p> <p>Cara se mostró incrédula.</p> <p>—¿Él fue el último Buscador?</p> <p>Richard le dirigió una mirada elocuente.</p> <p>—Carecía de la magia, el temperamento o el carácter que requería la espada para ser el auténtico Buscador de la Verdad. Debido a que no fue capaz de ser el amo del poder de la espada, ese poder lo convirtió en lo que ves en la actualidad.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 11</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Richard se quitó el sudor y la llovizna de la frente. Poca luz penetraba en la penumbra de la ciénaga, pero incluso sin el sol cayendo de lleno sobre ellos el calor húmedo era opresivo. Tras descender de la tormenta que rugía arriba, en el paso de montaña, a Richard ya no le importaba tanto ese calor. Cara tampoco se quejaba, pero raramente lo hacía cuando se trataba de su propia incomodidad. En tanto estuviese cerca de él ya se sentía satisfecha, aunque sí que tendían a ponerla de malhumor las ocasiones en que él hacía cualquier cosa que ella considerase arriesgada. Lo que explicaba la irritabilidad que mostraba por ir a ver a Shota.</p> <p>Aquí y allá, en el barro y en terreno blando del suelo del bosque, Richard veía huellas recientes dejadas por Samuel, lo que le dejaba bien claro que el compañero de Shota había estado ansioso por regresar a la protección de ésta. También Cara veía el rastro, y Richard se había sentido impresionado cuando ella lo había señalado. La mord-sith había dedicado más atención a los rastros desde el día en que Kahlan había desaparecido y Richard les había mostrado a ella, Nicci y Víctor algunas de las cosas que los rastros revelaban.</p> <p>A pesar de que las huellas de Samuel dejaban claro que había marchado a toda velocidad y no daba la impresión de que tuviese intención de volver a intentar atacarles, Richard y Cara mantenían una cuidadosa vigilancia por si él, o cualquier otra cosa, estuviese acechando en las sombras. Después de todo, la ciénaga tenía como propósito mantener alejados a los intrusos. Richard no estaba seguro de qué les aguardaba exactamente tras el amparo de las hojas y sombras, pero los habitantes de la Tierra Central, magos incluidos, no penetrarían en el santuario de Shota a no ser que tuviesen un buen motivo para ello.</p> <p>Ya no llovía, pero entre la humedad y lo nebuloso que estaba todo era como si siguiera haciéndolo. El dosel que formaban las copas de los árboles acumulaba la neblina y la llovizna, y las iba dejando caer en goterones. Hojas amplias sobre largos tallos arqueados que brotaban de las enmarañadas matas del suelo del bosque y ramitas de los árboles cabeceaban bajo aquellas gruesas gotas, dando a todo el bosque un constante movimiento ondulante en medio del aire inmóvil.</p> <p>Los árboles de la ciénaga crecían en formas retorcidas, como atormentados por la carga de enredaderas y cortinas de musgo. Líquenes costrosos y limo negro crecían en sus cortezas. A lo lejos, Richard distinguía aves posadas en ramas, vigilando.</p> <p>Había vapor en suspensión por encima de la superficie de aguas estancadas. En los márgenes del agua, marañas de raíces descendían sinuosas a las profundidades. Se movían otras cosas allí, alzando una película de aire de agua con las lentas ondulaciones que creaban, y desde las sombras que rodeaban las aguas había ojos que observaban.</p> <p>Por todas partes resonaba el reclamo discordante de los pájaros mientras Richard y Cara se dedicaban a asestar manotazos a los insectos que zumbaban a su alrededor. Otros animales refugiados en la neblina emitían chillidos y silbidos. Al mismo tiempo, la espesa vegetación inmóvil y el peso bochornoso del aire proporcionaban al lugar una especie de incómoda quietud. Richard vio que Cara arrugaba la nariz ante el penetrante hedor a putrefacción.</p> <p>La senda a través de la espesa maleza casi parecía más un túnel. A Richard le alegró que no tuviesen que aventurarse fuera del sendero y adentrarse en el lodazal circundante, pues podía imaginar perfectamente garras y colmillos aguardando impacientes a que fuesen su cena.</p> <p>Cuando alcanzaron el margen de la lúgubre ciénaga, Richard hizo una pausa. Atisbar en aquella oscura maraña de ramas y musgos colgantes y maleza era como mirar desde el interior de una cueva al glorioso nuevo día situado más allá. A pesar de la neblina de la ciénaga, el sol de la tarde se había abierto paso a través de la capa de nubes en algunos lugares para proyectar dorados haces de luz solar sobre el lejano valle.</p> <p>Alrededor del verde valle las rocosas paredes grises de las montañas circundantes ascendían casi en línea recta hacia las nubes. Por lo que Richard sabía, no había otro modo de acceder al hogar de Shota. El valle a sus pies se extendía cual una ondulante alfombra de hierba salpicada de flores silvestres, y bosquecillos de robles, arces y hayas moteaban algunas de las colinas y se congregaban en zonas bajas, a lo largo del arroyo, las hojas reluciendo bajo las últimas luces del día.</p> <p>En el bosque oscuro donde Richard y Cara se encontraban era como si estuviesen en plena noche. No muy lejos, el agua caía estrepitosamente por la roca escarpada del límite de la ciénaga para desaparecer en columnas de neblina en su descenso a los transparentes estanques y arroyos situados mucho más abajo, donde emitía un rugido distante, que, a la altura en que ellos estaban, era apenas un siseo.</p> <p>Richard condujo a Cara por un angosto sendero que abandonaba el camino principal, el cual finalizaba en un precipicio. El pequeño sendero sería casi imposible de encontrar de no haber sabido él dónde mirar debido a su anterior visita. Pasaba por entre un laberinto de peñascos casi oculto bajo una capa de helechos. Enredaderas, musgo y maleza también ayudaban a ocultar la poco visible ruta.</p> <p>Por fin iniciaron el descenso. El camino que bajaba al interior del valle estaba compuesto en gran parte de peldaños, tallados en la piedra de la pared del precipicio. Los peldaños serpenteaban, horadaban la roca y giraban en un descenso continuo, siguiendo la forma natural de los niveles de las rocas, a veces resiguiendo vertiginosas columnas naturales de piedra, para luego retroceder sobre sí mismos.</p> <p>La vista durante el descenso por la pared del precipicio era espectacular. Los arroyos que transportaban el exceso de agua de la montaña y serpenteaban entre suaves colinas eran los más hermosos que había visto Richard. Los árboles, bosquecillos y en otros puntos alzándose solos como un único monarca en lo alto de una colina, resultaban una visión increíblemente tranquila y atractiva.</p> <p>En el lejano centro del valle, entre una alfombra de árboles espléndidos había un hermoso palacio de una elegancia y esplendor impresionantes. Agujas exquisitas se alargaban en el aire, puentes espigados conectaban las elevadas torres y reseguidas por escaleras en espiral. Banderas y gallardetes de colores vistosos ondeaban en lo alto de cada punta. Si podía decirse que un palacio majestuoso tenía un aspecto femenino, éste lo tenía; parecía un lugar apropiado para una mujer como Shota.</p> <p>Aparte de su hogar en Ciudad del Corzo y las montañas situadas al oeste de allí, adonde había llevado a Kahlan para que se recuperara durante el transcurso de un verano mágico, Richard no había visto nunca ningún otro lugar comparable a ese valle. Eso le había hecho vacilar en su opinión sobre Shota antes de haberla visto la primera vez. Al atravesar la ciénaga en aquella época, la había considerado un lugar apropiado para que viviera una bruja; pero cuando le habían dicho que el valle era en realidad su hogar, había pensado que, sin duda, alguien que podía llamar hogar a un lugar tan tranquilo y hermoso debía tener algunas buenas cualidades. Más tarde, una vez vista la belleza del Palacio del Pueblo, el hogar de Rahl el Oscuro, acabó por descartar ideas tan indulgentes.</p> <p>En la base del precipicio, junto a la cascada, una calzada discurría a través de campos cubiertos de hierba para serpentear entre las pequeñas colinas. Antes de dirigirse a la calzada Cara preguntó si podían aprovechar para darse un chapuzón y lavarse.</p> <p>Richard se dijo que parecía una buena idea, así que se detuvo y se quitó la mochila. Lo que más le importaba era lavar las dolorosas quemaduras para que tuviesen oportunidad de cicatrizar. Estaba empapado de sudor y mugre e imaginaba que debía de parecer un pordiosero.</p> <p>Kahlan le había dicho en una ocasión que era importante transmitir la impresión adecuada a la gente, a fin de que se preocupara por su vestimenta y desechara la de guía del bosque. Había estado intentando decirle que si esperaba que la gente le creyera y siguiera, si quería ser el lord Rahl y estar al mando del imperio d'haraniano, debía tener el aspecto adecuado.</p> <p>El aspecto, al fin y al cabo, era un reflejo de lo que una persona pensaba de sí misma y por lo tanto, de los otros. Una persona que sentía desprecio por sí misma, o no tenía confianza en sí misma, reflejaba esos sentimientos en su apariencia personal y tales pistas visuales no inspiraban confianza en los demás, pues ese detalle reflejaba a la persona interior… tanto si esa persona lo advertía como si no.</p> <p>Ningún ave pundonorosa que gozase de buena salud permitiría que sus plumas apareciesen erizadas. Ningún puma seguro de sí mismo dejaría que su pelaje permaneciese mucho tiempo enmarañado, apelmazado y sucio. Una estatua concebida para representar la nobleza del hombre no transmitiría esa noción con un aspecto desaliñado y sucio.</p> <p>Richard había comprendido lo que Kahlan quería decirle, y, de hecho, ya había empezado a darse cuenta antes de que ella lo mencionara. Había cogido parte de un equipo de un mago guerrero en el Alcázar del Hechicero y hecho que le confeccionaran algunas otras cosas. No sabía en qué modo impresionaba de esa forma a otras personas, pero recordaba con total claridad cómo había impresionado a Kahlan.</p> <p>Richard rodeó las rocas del pie de la cascada en busca de un lugar privado para tomar un rápido baño mientras Cara elegía otro punto. La mord-sith prometió no tardar.</p> <p>El agua resultaba relajante, pero Richard no quería malgastar tiempo. Tenía asuntos mucho más importantes en la cabeza. Una vez que hubo eliminado por completo el sudor y la mugre, y tras limpiar las quemaduras, se puso el traje de mago guerrero, que llevaba en la mochila. Pensó que hoy, precisamente, sería un día apropiado para aparecer ante Shota como un líder que venía a hablar con ella, en lugar de como un mendigo desamparado.</p> <p>Sobre unos pantalones negros y una camisa negra sin mangas, colocó la túnica negra abierta a los costados, decorada con símbolos que serpenteaban a lo largo de una amplia franja dorada que discurría por todo el reborde. Un amplio cinturón de cuero de varias capas que lucía una serie de emblemas de plata en diseños antiguos sostenía una bolsa bordada en oro en cada lado y le ceñía la túnica a la cintura. Insignias en las ataduras de cuero que rodeaban la parte superior de las botas negras lucían también tales símbolos. Colocó con cuidado el antiguo tahalí de cuero labrado que sostenía la bruñida vaina forjada en oro y plata sobre el hombro derecho y sujetó la <i>Espada de la Verdad</i> a la cadera izquierda.</p> <p>Si bien para la mayoría de las personas la <i>Espada de la Verdad</i> era un arma formidable, e indudablemente lo era, era mucho más para Richard. Su abuelo, Zedd, en su calidad de Primer Mago, había entregado la espada a Richard, nombrándolo Buscador. En muchos aspectos aquella confianza era muy parecida a la que había depositado en él su padre al pedirle que memorizara el libro. Richard había necesitado mucho tiempo para comprender por completo todo lo que significaba la confianza y responsabilidad de llevar la <i>Espada de la Verdad.</i></p> <p>Como arma formidable que era, la espada le había salvado la vida innumerables veces. Pero no le había salvado la vida porque poseía un poder temible, o porque fuese capaz de proezas extraordinarias; le había salvado la vida porque le había ayudado a aprender cosas no sólo sobre sí mismo, sino sobre la vida.</p> <p>Sin duda alguna, la <i>Espada de la Verdad</i> le había enseñado a pelear, a danzar con la muerte y a vencer en situaciones aparentemente imposibles. Y si bien lo había ayudado cuando tenía que llevar a cabo la acción más terrible de todas —matar—, también le había ayudado a aprender cuando estaba justificado el perdonar. En esos aspectos le había ayudado a comprender qué valores eran importantes para promover la causa de la vida misma. Y le había ayudado a aprender la importancia y necesidad de juzgar esos valores, y a colocar a cada uno en su contexto.</p> <p>En ciertos aspectos, de la misma manera que aprender de memoria <i>El libro de las sombras contadas</i> le había enseñado que ya no era un muchacho, la espada le había ayudado a aprender a ser una parte del amplio mundo, y a reconocer su lugar en él.</p> <p>De algún modo, también le había traído a Kahlan.</p> <p>Y Kahlan era el motivo de que necesitase ver a Shota.</p> <p>Cerró la solapa de la mochilla. Había una esclavina, como tejida en oro, que había encontrado con el resto del equipo del mago guerrero en el Alcázar; pero, puesto que el día era tan cálido, la dejó en la mochila. Finalmente, en cada muñeca se puso una ancha banda de cuero acolchado que llevaba aros enlazados con más símbolos antiguos. Entre otras cosas, aquellas antiguas bandas se usaban para sacar a la sliph de su sueño.</p> <p>Cuando Cara gritó que estaba lista, Richard alzó la mochila y dio la vuelta a las rocas. Entonces vio por qué ella había querido parar. Había hecho algo más que limitarse a tomar un rápido baño.</p> <p>Se había puesto el traje de cuero rojo.</p> <p>Richard dirigió una mirada elocuente al uniforme rojo sangre de la mord-sith.</p> <p>—Shota puede que lamente haberte invitado a la fiesta.</p> <p>La sonrisa de Cara indicó que si había problemas, ella se ocuparía de ellos.</p> <p>Mientras iniciaban la marcha calzada adelante, Richard dijo:</p> <p>—No sé exactamente qué poder tiene Shota, pero creo que tal vez deberías probar algo hoy que nunca antes has probado.</p> <p>—¿Qué podría ser eso? —inquirió ella, frunciendo el entrecejo.</p> <p>—La cautela.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 12</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Richard escrutó las colinas circundantes, en busca de cualquier señal de peligro, mientras Cara y él penetraban en un lugar donde unos magníficos arces y hayas habían crecido apiñados.</p> <p>Los rectos y altos troncos se bifurcaban en suaves arcos ascendentes cada vez más amplios, dando a Richard la sensación de columnas imponentes sosteniendo en alto el techo abovedado de una enorme catedral verde. La fragancia de las flores silvestres flotaba al interior empujada por una leve brisa. A través del dosel de las hojas en movimiento podía distinguir tentadoras visiones fugaces de las elevadas agujas del palacio de Shota.</p> <p>Rayos de dorada luz solar fluctuaban entre las hojas y retozaban alrededor de la corta hierba. Agua procedente de un manantial brotaba con un borboteo por un peñasco bajo y descendía a un río poco profundo y serpenteante. Esparcidas a través del río había rocas cubiertas de una capa de enmarañado musgo verde.</p> <p>Una mujer con una espesa melena rubia y ataviada con un largo vestido negro estaba sentada bajo la moteada luz solar sobre una roca situada junto al río, recostada en un elegante brazo mientras pasaba los dedos por las transparentes aguas. Parecía resplandecer. El aire mismo a su alrededor parecía relucir.</p> <p>Incluso de espaldas a Richard le resultaba terriblemente familiar. Cara se inclinó hacia él y dijo en tono confidencial.</p> <p>—¿Es ésa Nicci?</p> <p>—En cierto modo desearía que lo fuera, pero no lo es.</p> <p>—¿Estáis seguro?</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—He visto a Shota hacer esto antes. La primera vez que la vi, en ese mismo lugar exacto, se me apareció bajo el aspecto de mi difunta madre.</p> <p>Cara le dirigió una mirada.</p> <p>—Eso es un engaño muy cruel.</p> <p>—Ella dijo que era un regalo, un detalle, con la única intención de dar vida a un recuerdo muy preciado.</p> <p>Cara soltó un escéptico bufido.</p> <p>—En ese caso ¿por qué intenta hacerte recordar a Nicci?</p> <p>Richard echó un vistazo a Cara, pero no tenía ninguna respuesta. Cuando por fin llegaron a la roca, la mujer se alzó con elegancia y se giró hacia él. Unos ojos azules que conocía se encontraron con su mirada.</p> <p>—Richard —dijo la mujer con el aspecto de Nicci, y la voz tenía la misma cualidad sedosa que la de Nicci, aunque el escote del corpiño atado con cordones le pareció a Richard que era más bajo aún de lo que recordaba—, me alegro tanto de volver a verte.</p> <p>Apoyó las muñecas sobre los hombros de Richard, entrelazando los dedos con toda tranquilidad tras su cabeza. El aire que la envolvía parecía vaporoso, proporcionándole un aspecto difuminado, borroso, surrealista.</p> <p>—Estoy tan contenta… —añadió con jadeante afecto.</p> <p>No podría haber parecido ni sonado más igual a Nicci de haber sido la mismísima Nicci. La ilusión era tan convincente que Cara se quedó boquiabierta. Richard sintió casi una sensación de alivio al volver a ver a Nicci.</p> <p>Casi.</p> <p>—Shota, he venido a hablar contigo.</p> <p>—La conversación es para los amantes —dijo ella, con una sonrisa gazmoña abriéndose paso en sus facciones exquisitas.</p> <p>Deslizó los dedos en los cabellos del cogote de Richard a la vez que su suave sonrisa se tornaba más afectuosa. Los ojos, uniéndose a la sonrisa, reflejaron el placer de verle. En aquel momento parecía más complacida, más sosegadamente satisfecha, más en paz de lo que había visto nunca a Nicci, y también se parecía tanto a Nicci que le costaba convencerse de no perder de vista el hecho de que era Shota. Por lo menos, actuaba de un modo mucho más típico de Shota que de Nicci. Nicci jamás sería tan descarada. Tenía que ser Shota.</p> <p>Lo acercó más a ella con suavidad, y en ese momento Richard tuvo problemas intentando pensar en un motivo para resistirse. No acudió ninguno a su mente. Era incapaz de dejar de contemplar sus ojos seductores; se sentía transportado por el simple placer de contemplar el rostro fascinador de Nicci.</p> <p>—Y si ésa es tu oferta, Richard, entonces acepto.</p> <p>Había acabado tan cerca de él que Richard podía notar el dulce aliento de sus palabras en el rostro. Los ojos de la mujer se cerraron y sus suaves labios se encontraron con los de él en un beso lento y sensual que Richard no devolvió. Tampoco la apartó.</p> <p>Cuando los brazos lo atrajeron con más fuerza al abrazo, al beso, la acción pareció embrollarle el pensamiento e inmovilizarlo por completo. Aún más que el beso, el abrazo despertó una añoranza terrible del consuelo de un respaldo inquebrantable, de una devoción protectora y una aceptación llena de ternura. Más que nada, fue la promesa de aquel solaz tanto tiempo ausente lo que lo desarmó.</p> <p>Notaba cada centímetro, cada curva, cada elevación y descenso del cuerpo firme presionando contra el suyo. Intentaba pensar en alguna otra cosa que no fuese aquel beso, aquel abrazo, aquel cuerpo, pero no podía ni que le fuese la vida en ello. De hecho, experimentaba grandes dificultades para obligarse a pensar.</p> <p>Era debido a aquel beso. Era un beso que le hacía olvidar quién era o por qué estaba allí, a pesar de que, curiosamente, no parecía ser un beso que prometiese amor, ni lujuria. No estaba seguro de qué prometía. Casi parecía ser condicional.</p> <p>Una cosa que sí sabía era que era muy diferente del beso que Nicci le había dado en el establo de Altur'Rang justo antes de que él se marchara. Aquel beso había transportado el extraordinario placer y la serenidad de la magia, por no decir otras cosas. La Nicci auténtica estaba tras aquel beso. A pesar de la ilusión visual, ésta no era Nicci, y éste era un beso que parecía irresistible, como un gran peso podría resultar irresistible, pero no realmente algo tan… erótico. Aun así, amenazaba con enredarlo en sus cautelosas preguntas y silenciosas promesas.</p> <p>—Nicci… o Shota… o quienquiera que seas —gruñó Cara entre dientes, con los puños contra los costados—, ¿exactamente qué crees que estás haciendo?</p> <p>Ella se apartó, girando levemente la cabeza, la mejilla descansando en la de Richard, para contemplar con curiosidad a Cara. Unos dedos delicados se enredaron ociosamente en los cabellos de la parte posterior de la cabeza de Richard, a quien todo le daba vueltas.</p> <p>Cara retrocedió un poco cuando Shota, con la otra mano, sostuvo con ternura la barbilla de la mord-sith.</p> <p>—Vaya, pues lo mismo que tú quieres.</p> <p>Cara retrocedió otro paso, de modo que su rostro quedase fuera del alcance de la reconfortante mano.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Esto es lo que quieres, ¿no es cierto? Pensaría que agradecerías que te ayudara con tu fabuloso plan.</p> <p>Cara se puso en jarras.</p> <p>—No sé de que diablos estás hablando.</p> <p>—¿Por qué estás tan enojada? —La sonrisa se tornó pícara—. No fue a mí a quien se le ocurrió esto. Fuiste tú. Esto es tu plan; el que urdiste tú solita. Simplemente te ayudo a llevarlo a la práctica.</p> <p>—¿Qué te hace pensar…? —Cara pareció quedarse sin palabras.</p> <p>La mirada de ojos azules que se parecía tanto a la de Nicci se deslizó hacia Richard. La sonrisa regresó mientras le estudiaba las facciones a sólo unos centímetros de distancia.</p> <p>—Esta joven es una amiga muy querida y protectora leal. ¿Te ha contado tu querida amiga y leal protectora que lo tiene todo planeado para ti, Richard? —Le tocó la nariz—. Y son unos planes fabulosos, además. Tiene todo el resto de tu vida planeado y organizado. Realmente deberías preguntarle en algún momento qué está tramando.</p> <p>El rostro de Cara quedó flácido de improviso al comprender y luego adquirió un intenso color rojo.</p> <p>Richard agarró a Shota por los hombros y la echó hacia atrás con suavidad, obligándola a retirar la mano de su hombro. Al mismo tiempo, renovó sus esfuerzos por recuperar el control de sí mismo.</p> <p>—Ya lo has dicho… Cara es mi amiga. No temo lo que pueda querer para mi vida. Sabes, a pesar de lo que amigos y seres queridos quieran para mí, o esperan que logre, es mi vida y yo decido qué intentaré hacer con ella. La gente puede hacer planes o esperar todo lo que desee para aquellos que le importan, pero al final es cada individuo quien tiene que hacerse responsable de su propia vida y tomar las decisiones por sí mismo.</p> <p>La amplia sonrisa de la mujer dejó al descubierto sus dientes.</p> <p>—Qué deliciosamente inocente eres al pensar tales cosas. —Le peinó hacia atrás los cabellos con los dedos—. Yo te aconsejaría encarecidamente que le preguntes qué trama hacer con tu corazón.</p> <p>Richard dirigió una ojeada a Cara, quien parecía al mismo tiempo a punto tanto de estallar de cólera como de salir huyendo, presa del pánico. Pero la mord-sith se mantuvo firme en su puesto y guardó silencio. Richard no sabía de qué hablaba Shota, pero sí sabía que aquél no era el momento ni el lugar para averiguarlo. No podía permitir que Shota lo apartara de su propósito.</p> <p>También advirtió que Cara rodeaba el agiel con su puño y que sus nudillos se tornaban blancos.</p> <p>—Shota, ya basta de esta farsa. Los deseos e intenciones de Cara son asunto mío, no tuyo.</p> <p>Nicci sonrió entristecida.</p> <p>—Eso crees tú, Richard. Eso crees tú.</p> <p>El neblinoso aire que rodeaba a la mujer rieló y Nicci dejó de ser Nicci y se convirtió en Shota. Ya no era un fantasma nebuloso, sino una visión nítida. El pelo, en lugar de rubio, era igual de espeso pero de un ondulado castaño rojizo; el vestido negro había pasado a ser un traje de finísimas capas de un gris jaspeado, igual de escotado, con extremos sueltos que se alzaban de un modo apenas perceptible en la brisa. Era absolutamente tan hermosa como el valle que la rodeaba.</p> <p>Al volver su atención hacia Cara, la expresión de Shota se tensó peligrosamente.</p> <p>—Lastimaste a Samuel.</p> <p>—Lo siento —respondió Cara con un encogimiento de hombros—. No era mi intención.</p> <p>Shota enarcó una ceja por encima de la amenazadora mirada desafiante, como para decir que no creía ni una palabra.</p> <p>—Mi intención era matarlo —dijo Cara.</p> <p>La cólera de Shota se desvaneció y una sonrisa incandescente acompañó una genuina y breve carcajada. Contempló a Richard con una mirada de soslayo, la sonrisa aún en los labios.</p> <p>—Me gusta. Puedes conservarla.</p> <p>Richard recordó que Cara en una ocasión había dado el mismo dictamen respecto a Kahlan.</p> <p>—Shota, ya te lo he dicho, tengo que hablar contigo.</p> <p>Los brillantes y límpidos ojos almendrados lo observaron maravillados.</p> <p>—¿Así que has venido a ofrecerte como mi amante?</p> <p>Richard reparó en Samuel a lo lejos entre los árboles, observando, los amarillos ojos brillando llenos de odio.</p> <p>—Sabes que no.</p> <p>—¡Ah! —La sonrisa regresó—. Lo que quieres decir, entonces, es que has venido porque quieres algo de mí. —Atrapó una de las puntas flotantes de su vestido—. ¿No es cierto, Richard?</p> <p>Richard tuvo que recordarse que tenía que dejar de mirar fijamente los ojos sin edad de la bruja. Pero era tan difícil obligarse a mirar a otro lado. Era como si Shota controlase el lugar en el que él posaba la mirada y por lo tanto tenía problemas para mantenerla en los lugares adecuados.</p> <p>Kahlan le había contado en una ocasión que Shota le había estado hechizando. Kahlan dijo que Shota no podía evitarlo, que era justo lo que las brujas hacían. Era algo natural en ellas.</p> <p>—Kahlan.</p> <p>Aquel pensamiento hizo que su mente reaccionara con una sacudida.</p> <p>—Kahlan ha desaparecido.</p> <p>La frente de Shota se crispó de un modo apenas perceptible.</p> <p>—¿Quién?</p> <p>Richard suspiró.</p> <p>—Oye, algo terrible está sucediendo. Kahlan, mi esposa…</p> <p>—¡Esposa! ¿Desde cuándo estás casado?</p> <p>El semblante se le agrió con una iracunda expresión de cólera. Por la repentina ira que afloraba a las facciones y el modo en que el escote ascendió en el borde del escotado vestido, Richard supo que no fingía sorpresa. Realmente no recordaba a Kahlan.</p> <p>Pasó los dedos hacia atrás por sus cabellos mientras ponía en orden sus pensamientos y volvía a empezar.</p> <p>—Shota, has tratado con Kahlan en varias ocasiones. La conoces muy bien. Algo ha sucedido que la ha borrado de la memoria de todo el mundo. Nadie la recuerda, incluida tú, y…</p> <p>—¿Excepto tú? —inquirió ella con incredulidad—. ¿Sólo tú la recuerdas?</p> <p>—Es una larga historia.</p> <p>La longitud no la convertirá en cierta.</p> <p>—Es cierta —insistió Richard, y gesticuló acaloradamente—. Estuviste en nuestra boda.</p> <p>—No lo creo —replicó ella, cruzando los brazos.</p> <p>—La primera vez que vine aquí, habías capturado a Kahlan y la habías cubierto de serpientes…</p> <p>—Serpientes —Shota sonrió—. ¿Estás diciendo que me gustaba esa mujer y sugieres que la traté con indulgencia?</p> <p>—No exactamente. La querías muerta.</p> <p>Su sonrisa se ensanchó. Volvió a posar las muñecas en los hombros de Richard.</p> <p>—Richard, eso resulta terriblemente cruel, ¿no crees?</p> <p>Richard la sujetó por la cintura y la hizo retroceder con suavidad. Sabía que si no la detenía no tardaría en obstaculizar sus pensamientos.</p> <p>—Ciertamente que lo pensé —dijo—. Entre otras cosas, no querías que nos casáramos.</p> <p>Shota le pasó una uña pintada de rojo a lo largo del pecho y lo miró.</p> <p>—Bueno, quizá tenía mis motivos.</p> <p>—Sí; no querías que trajésemos un niño al mundo. Dijiste que estaríamos creando un monstruo porque de mí obtendría el don y al ser hijo de Kahlan sería un Confesor.</p> <p>—¡Una Confesora! —Shota dio un paso atrás como si él se hubiese vuelto venenoso—. ¿Una Confesora? ¿Te has vuelto loco?</p> <p>—Shota…</p> <p>—Ya no quedan Confesoras. Están todas muertas.</p> <p>—Eso no es del todo exacto. Todas ellas están muertas, excepto Kahlan.</p> <p>La bruja volvió la cabeza hacia Cara.</p> <p>—¿Ha tenido una calentura o algo parecido?</p> <p>—Bueno… le hirieron con una flecha. Estuvo a punto de morir. Nicci lo curó pero estuvo inconsciente durante días.</p> <p>Shota alzó un dedo con suspicacia, como si hubiese sacado a la luz un complot tortuoso.</p> <p>—No me lo digas… usó Magia de Resta.</p> <p>—Sí, lo hizo —respondió Richard en lugar de Cara—. Y debido a que lo hizo consiguió salvarme la vida.</p> <p>Shota volvió a avanzar el paso que había dejado entre ellos al retroceder.</p> <p>—Usó Magia de Resta… —murmuró para sí Shota, y volvió a alzar la vista hacia él—. ¿Cómo la usó… con qué propósito?</p> <p>—La usó para eliminar la flecha con púas que tenía incrustada.</p> <p>La bruja hizo girar la mano, indicándole que continuara.</p> <p>—Debe de haber hecho algo más.</p> <p>—Usó Magia de Resta para purgar toda la sangre que se acumulaba en mi pecho. Dijo que no había otro modo de eliminar tanto la flecha como la sangre de mi interior y que cualquiera de ellas me mataría si se dejaba dentro.</p> <p>Shota les dio la espalda y, con una mano en la cadera, se alejó unos pasos mientras consideraba la sucinta explicación.</p> <p>—Eso explica muchas cosas —dijo entristecida entre dientes.</p> <p>—Diste a Kahlan un collar —siguió Richard.</p> <p>Shota lo miró, frunciendo el entrecejo, por encima el hombro.</p> <p>—¿Un collar? ¿Qué clase de collar iba a darle yo? Y ¿por qué, mi querido muchacho, imaginas que yo haría jamás algo así por tu… amante?</p> <p>—Esposa —la corrigió él—. Kahlan y tú habíais pasado tiempo juntas… a solas… y habíais llegado a una especie de acuerdo. Le diste el collar a Kahlan como un regalo, de modo que ella y yo pudiésemos… bueno, estar juntos. Tenía alguna clase de poder para que no pudiésemos concebir hijos. Si bien yo no estoy de acuerdo con tu punto de vista sobre los acontecimientos futuros, con la guerra y todo lo demás, decidimos aceptar tu regalo y la tregua que lo acompañaba.</p> <p>—No se me ocurre cómo podrías imaginar que yo haría alguna de esas cosas. —Shota volvió a mirar a Cara—. ¿Tuvo una fuerte calentura además de la herida?</p> <p>Richard podría haber pensado que la mujer se mostraba sarcástica, pero pudo advertir por la expresión de su rostro que la pregunta iba en serio.</p> <p>—No fue exactamente una fiebre alta —dijo Cara, vacilante—. Fue una fiebre leve. No obstante, Nicci dijo que su problema estaba relacionado con lo cerca que estuvo de morir, pero que en su mayor parte tenía que ver con el largo período de tiempo que estuvo inconsciente. —Cara parecía más bien reacia a hablar sobre ello a una persona que consideraba una amenaza potencial, pero por fin finalizó su respuesta—. Dijo que sufría de delirios.</p> <p>Shota cruzó los brazos a la vez que suspiraba profundamente mientras lo evaluaba con sus ojos almendrados.</p> <p>—¿Qué voy a hacer contigo? —murmuró medio para sí.</p> <p>—La última vez que estuve aquí —dijo Richard—, me dijiste que si alguna vez regresaba a las Fuentes del Agaden me matarías.</p> <p>Ella no mostró ninguna reacción.</p> <p>—¿Dije yo eso? ¿Y por qué tendría que decir tal cosa?</p> <p>—Imagino que estabas bastante enojada conmigo por rehusar matar a Kahlan y negarme a permitir que tú lo hicieses. —Indicó con la barbilla el paso de montaña—. Pensé que podrías haber tenido intención de mantener tu palabra y que por eso enviaste a Samuel a cumplir tu amenaza.</p> <p>Shota dirigió un vistazo a su compañero, que estaba más allá, entre los árboles. Éste pareció repentinamente alarmado.</p> <p>—¿De qué hablas? —Lo preguntó con el entrecejo fruncido a la vez que volvía a mirar a Richard.</p> <p>—¿Afirmas ahora que no lo sabías?</p> <p>—¿Saber qué?</p> <p>Richard consideró los furiosos ojos amarillos que lo miraban desafiantes.</p> <p>—Samuel se ocultó arriba, en el paso, y me atacó. Me arrebató la espada y me dio una patada para arrojarme por un precipicio. Conseguí por los pelos agarrarme al borde. De no haber estado Cara allí, Samuel habría usado la espada para asegurarse de que caía por el precipicio. Estuvo a punto de matarme. Si no lo logró no fue porque no tuviese intención de hacerlo o hiciera todo lo posible por lograrlo.</p> <p>La mirada feroz de Shota se deslizó hacia la oscura figura agazapada en los árboles.</p> <p>—¿Es eso cierto?</p> <p>Samuel no pudo soportar su mirada escrutadora. Gimoteando, hundió la mirada en el suelo. Eso fue respuesta suficiente.</p> <p>—Discutiremos esto más tarde —le dijo ella en una voz baja que se dejó oír inequívocamente por entre los árboles y que le puso a Richard la carne de gallina.</p> <p>—Ésa no era mi intención, Richard, no eran mis órdenes, puedo asegurártelo. Únicamente dije a Samuel que invitara a tu artera guardiana a acompañarte.</p> <p>—¿Sabes una cosa, Shota? Me estoy cansando de que Samuel intente matarme y que tú luego afirmes que jamás le diste tales instrucciones. En una ocasión podría haber sido creíble, pero se ha vuelto demasiado rutinario. Tu inocente sorpresa cada vez que sucede empieza a resultarme más bien sospechosa. Me da la impresión de que encuentras muy útil refutarlo y por lo tanto sigues con ello.</p> <p>—Eso no es cierto, Richard —repuso Shota en un tono de voz mesurado, y descruzó los brazos y entrelazó las manos al mismo tiempo que miraba al suelo a sus pies—. Llevas su espada. Samuel es un poco susceptible respecto a eso. Puesto que le fue arrebatada, no entregada libremente, eso significa que todavía le pertenece.</p> <p>Richard estuvo a punto de objetar ese punto de vista, pero entonces se recordó que no estaba allí para discutir aquello.</p> <p>La mirada de Shota se alzó para encontrarse con la suya. Ascendió enojada.</p> <p>—¿Y cómo te atreves a quejarte ante mí de lo que Samuel hace sin mi conocimiento cuando tú, a sabiendas, traes una amenaza letal a la paz de mi hogar?</p> <p>Richard se quedó desconcertado.</p> <p>—¿De qué hablas?</p> <p>—No te hagas el tonto conmigo, Richard, no te va. Te está dando caza una amenaza sumamente peligrosa. ¿Cuántas personas han muerto ya porque tuvieron la desgracia de estar cerca de ti cuando la bestia apareció buscándote? ¿Qué sucede si decide entrar aquí para matarte? ¿Vienes aquí, arriesgando mi vida, sin mi permiso, simplemente porque resulta que quieres algo?</p> <p>» ¿Crees que es correcto que se me ponga en peligro de muerte debido a lo que tú quieres? ¿Acaso el hecho de que creas que tengo algo que necesitas pone mi vida a tu disposición y por lo tanto en gran peligro?</p> <p>—Desde luego que no. —Richard tragó saliva—. Jamás lo consideré de ese modo.</p> <p>Shota alzó las manos al cielo.</p> <p>—¡Ya, ya! Así que tu excusa es que yo debo ser puesta en peligro porque no pensaste.</p> <p>—Necesito tu ayuda.</p> <p>—Quieres decir que has acudido como un pobre desvalido, mendigando ayuda, sin tener en consideración el peligro en que ello me pone, simplemente porque quieres algo.</p> <p>Richard se frotó la frente con las yemas de los dedos.</p> <p>—Oye, no tengo todas las respuestas, pero puedo decirte que tengo buenos motivos para creer que estoy en lo cierto, que Kahlan existe y que ha desaparecido.</p> <p>—Como dije, quieres algo y no te molestas en considerar el riesgo que implique para cualquier otro.</p> <p>Richard dio un paso hacia ella.</p> <p>—Eso no es cierto. ¿No te das cuenta? No recuerdas a Kahlan. Nadie lo hace excepto yo. Piensa, Shota, piensa en lo que eso significa si tengo razón.</p> <p>La frente de la mujer se crispó mientras lo miraba con perplejidad.</p> <p>—¿De qué estás hablando?</p> <p>—Si tengo razón, entonces algo va terriblemente mal en el mundo que está haciendo que toda la gente… incluida tú… la olviden. La han borrado de tu mente. Pero es más grave que eso. No es simplemente Kahlan la que ha desaparecido de la mente de todos los vivos. Todo lo que tú o cualquier otro hizo jamás con ella también ha desaparecido. Algunos de esos pedazos que no están puede que sean triviales, pero otras partes podrían muy bien ser vitales.</p> <p>»No recuerdas que dijiste que me matarías si regresaba aquí alguna vez. Eso significa que cuando dijiste eso, en tu mente esa amenaza tenía que estar conectada de algún modo con Kahlan. Ella contribuyó a que hicieras esa amenaza. Ahora, puesto que no recuerdas a Kahlan, tampoco recuerdas haberme dicho eso.</p> <p>» ¿Y si hubiese algo de suma importancia que has olvidado asimismo? Debido a que has olvidado a Kahlan, has perdido parte de lo que has hecho en tu propia vida; has perdido algunas decisiones que has tomado. ¿En cuántos modos tienes una conexión con Kahlan que desconoces por completo que ahora ha sido borrada? ¿Hasta qué punto son importantes esos retazos desaparecidos? ¿Cuánto de tu vida ha quedado alterada porque ahora no recuerdas los cambios en tu modo de pensar que llevaste a cabo debido a su influencia?</p> <p>»Shota, ¿no ves la magnitud del problema? ¿Puedes llegar a comprender el potencial que esto tiene para cambiar la percepción de todo el mundo? Si todas las personas olvidan cómo Kahlan cambió sus vidas individuales, actuarán sin el beneficio de las modificaciones que hicieron en su modo de pensar.</p> <p>Richard paseaba, con una mano sobre una cadera mientras gesticulaba con la otra.</p> <p>—Piensa en alguien que conozcas. —Giró de nuevo hacia ella, trabando la mirada con la bruja—. Piensa en tu madre. Ahora, sólo imagina todo lo que perderías si perdieras todo recuerdo de ella y de todo lo que te enseñó, cada una de tus decisiones en las que ella tuvo una influencia, tanto directa como indirectamente.</p> <p>»Ahora, imagina a toda la gente olvidando a alguien importante como lo era tu madre para ti; pero imagina a esas personas como fundamentales en acontecimientos importantes para todo el mundo. Imagina por un momento cómo tu vida… tu forma de pensar… quedarían alteradas si olvidases que yo existo y ya no recordases las cosas que has hecho conmigo, las cosas que has hecho debido a mí. ¿Empiezas a ver la trascendencia?</p> <p>»Diste a Kahlan aquel collar como regalo de bodas para impedir que ella concibiera… al menos por ahora. Fue un regalo que era más que eso, no obstante. Era una tregua. Era la paz entre tú y yo tanto como lo era entre tú y Kahlan. ¿Qué otras treguas, alianzas y juramentos se han hecho debido a Kahlan que, como el collar, se han olvidado ahora? ¿Cuántas misiones importantes se abandonarán?</p> <p>» ¿No te das cuenta? Esto contiene el potencial necesario para sumir el mundo en el caos. No tengo ni idea de los posibles efectos de un suceso de tan gran alcance, pero por lo que yo sé podría alterar el cariz de la lucha por la libertad. Podría marcar el comienzo del nuevo auge de la Orden Imperial. Por todo lo que yo sé, podría marcar el final de la vida misma.</p> <p>Shota se mostró atónita.</p> <p>—¿La vida misma?</p> <p>—Algo tan significativo no sucede al azar. No es un accidente desgraciado o un error fortuito. Tiene que haber una causa, y cualquier cosa capaz de causar un acontecimiento universal tan enorme conlleva implicaciones siniestras.</p> <p>Durante un tiempo, Shota lo contempló con una expresión ilegible. Finalmente, agarró una esquina flotante del material a capas que conformaba su vestido y le dio la espalda mientras reflexionaba sobre sus palabras. Por fin se volvió a girar hacia él.</p> <p>—¿Y si sencillamente padeces un delirio? Puesto que ésa es la explicación más simple, eso hace que tenga más probabilidades de ser la auténtica respuesta.</p> <p>—Si bien la explicación más simple es generalmente la mejor respuesta, no lo es indefectiblemente.</p> <p>—Esta no es una elección corriente tal y como la pintas, Richard. Lo que describes es muy complicado. Tengo problemas incluso para empezar a prever las complejidades y consecuencias que estarían involucradas en un suceso así. Provocaría que tantas cosas se deshicieran, agravado todo ello con la aparición de tal desorden, que pronto resultaría de todo punto obvio que algo iba terriblemente mal en el mundo; incluso aunque la gente no supiese qué. Eso sencillamente no está sucediendo.</p> <p>Efectuó un gesto majestuoso con el brazo.</p> <p>—Entre tanto, ¿qué daño causarás tú al mundo con esta loca misión que has emprendido en busca de una mujer que no existe?</p> <p>»Viniste a verme la primera vez en busca de ayuda para detener a Rahl el Oscuro. Te ayudé, y al hacerlo te ayudé a convertirte en el lord Rahl.</p> <p>»La guerra sigue adelante, el Imperio d'haraniano sigue luchando desesperadamente, y ahora tú no estás allí, como es tu obligación como el lord Rahl. Has sido retirado de un modo muy efectivo de tu posición de autoridad por tus propios delirios y acciones irreflexivas. Ha quedado un vacío donde debería existir liderazgo. Toda la ayuda que podrías proporcionar ya no está disponible para aquellos que luchan por la causa que has defendido.</p> <p>—Creo que estoy en lo cierto —repuso Richard—. Si lo estoy, entonces eso significa que hay un grave peligro del que nadie, excepto yo, es consciente. Por lo tanto, nadie puede combatirlo. Sólo yo me opongo a una devastación desconocida pero inminente, y no puedo en conciencia hacer caso omiso de lo que creo que es una amenaza monstruosa.</p> <p>—Eso lo convierte en una excusa muy conveniente, Richard.</p> <p>—No es una excusa.</p> <p>Shota asintió burlonamente.</p> <p>—¿Y si el recién fundado Imperio libre de D'Hara cae mientras tanto? ¿Y si los salvajes de la Orden Imperial alzan sus espadas ensangrentadas sobre los cadáveres de todos esos hombres valerosos que perecerán defendiendo la causa de la libertad mientras su líder anda por ahí persiguiendo fantasmas? ¿Estarán todos esos valientes menos muertos porque sólo tú ves algún peligro inescrutable? ¿Su causa… tu causa… estará menos acabada? ¿Podrá entonces el mundo deslizarse alegremente a una larga época de oscuridad en la que millones y millones nacerán a vidas miserables de opresión, inanición, sufrimiento y muerte?</p> <p>» ¿El ir a la caza de un enigma que sólo está en tu mente hará que dar sepultura a la libertad sea aceptable para ti, Richard? ¿Una simple consecuencia de lo que tú obstinadamente piensas que es correcto ante una evidencia abrumadora de lo contrario?</p> <p>Richard carecía de respuesta. De hecho, temía incluso intentar darle una. Tras el modo en que ella lo había expresado, cualquier cosa que dijese sonaría hueco y egoísta. Estaba seguro de tener razones sólidas para mantenerse firme en sus convicciones, pero también sabía que para todos los demás la prueba tenía que parecer de lo más endeble, así que pensó que tal vez era mejor permanecer callado.</p> <p>Más que eso, acechando bajo la superficie estaba la terrible sombra del temor de que ella pudiese tener razón, de que todo fuese algún delirio espantoso de su mente.</p> <p>¿Qué hacía que él tuviese razón y todos los demás estuviesen equivocados? ¿Cómo podía él sólo estar en lo cierto? ¿Qué prueba, aparte de su propia memoria, tenía? No existía ni un solo indicio al que pudiese aferrarse, que pudiese señalar.</p> <p>La grieta en su propia seguridad lo aterró. Si aquella grieta se ensanchaba, si se quebraba, el peso del mundo se derrumbaría sobre él y lo aplastaría. No podría soportar aquel peso si ella no existía.</p> <p>Sólo su palabra se interponía entre Kahlan y el olvido.</p> <p>No podía seguir adelante él solo. No quería seguir existiendo en un mundo sin ella, porque ella lo era todo para él. Hasta aquel momento, había estado dejando a un lado sus recuerdos personales, privados y afectuosos, y en su lugar se había ocupado de detalles para poder soportar el dolor de echarla de menos durante otro día más mientras trabajaba para encontrarla. Pero aquel dolor le empezaba a constreñir el corazón ahora, amenazando con hacerle caer de rodillas.</p> <p>Con ese dolor llegó una avalancha de culpabilidad. Él era la única esperanza de Kahlan; sólo él mantenía encendida su llama por encima del torrente que intentaba ahogar su existencia, y sólo él trabajaba para encontrarla y traerla de vuelta; pero aún no había conseguido nada útil en ese sentido. Los días transcurrían, pero hasta el momento no había obtenido nada que lo acercara más a ella.</p> <p>Para empeorar las cosas, Richard sabía que Shota también tenía razón en algo muy importante. Mientras se ocupaba de ayudar a Kahlan, les estaba fallando a todos los demás. Había sido él quien, en gran medida, había hecho que la gente creyera en la idea, en la posibilidad muy real, de un D'Hara libre, de un lugar donde fuese posible que la gente viviera y trabajara para alcanzar sus propios objetivos.</p> <p>Era muy consciente de que también era responsable en gran medida de la caída de la gran barrera, que había permitido que el emperador Jagang condujera a la Orden Imperial al interior del Nuevo Mundo para amenazar la libertad.</p> <p>¿Cuántas personas estarían en peligro, o perderían la vida, mientras él iba tras esa persona que amaba? ¿Qué querría Kahlan que hiciese? Sabía lo mucho que a ella le importaban los habitantes de la Tierra Central, las gentes que había gobernado en el pasado, y sabía que ella querría que la olvidara e intentara salvarles. Diría que había demasiado en juego para ir tras ella.</p> <p>Pero de ser él quien estuviese desaparecido, ella no lo abandonaría por nada ni por nadie.</p> <p>A pesar de lo que Kahlan pudiese decir, era la vida de ésta lo que le importaba, ya que lo era todo para él.</p> <p>Se preguntó si a lo mejor Shota tenía razón, que él únicamente usaba el concepto del peligro que representaba la desaparición de Kahlan para el resto del mundo como una excusa.</p> <p>Decidió que lo mejor que podía hacer por el momento, hasta que pudiese pensar en un modo mejor de obtener la ayuda que necesitaba, y para conseguir tiempo para reunir su coraje, para fortalecer su determinación, era cambiar de tema.</p> <p>—¿Qué hay de esa cosa —preguntó Richard, haciendo un ademán—, esta bestia que me persigue? —La pasión le había desaparecido de la voz, y comprendió lo cansado que estaba tras la larga caminata por el paso de montaña, por no mencionar los días pasados cabalgando al norte desde el Viejo Mundo—. ¿Hay algo que puedas decirme sobre ella?</p> <p>Se sentía en terreno más seguro con aquella pregunta porque la bestia podía interferir no tan sólo con su búsqueda de Kahlan, sino con la misión a la que Shota le instaba a regresar.</p> <p>La mujer lo observó por un momento. Su voz surgió mucho más conciliadora, como había sucedido con la de Richard, como si, sin darse cuenta, hubiesen llegado a una muda tregua para bajar el nivel de antagonismo.</p> <p>—La bestia que va tras de ti ya no es la bestia que fue en una ocasión, la bestia que era cuando fue creada. Los acontecimientos han hecho que mutase.</p> <p>—¿«Mutase»? —preguntó Cara con aspecto alarmado—. ¿Qué quieres decir? ¿En qué se ha convertido?</p> <p>Shota los evaluó a ambos, como para asegurarse de que prestaban atención.</p> <p>—Se ha convertido en una bestia de sangre.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 13</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">—¿Bestia de sangre? —preguntó Richard.</p> <p>Cara fue a colocarse cerca de él.</p> <p>—¿Qué es una bestia de sangre?</p> <p>Shota tomó aire antes de explicarse.</p> <p>—Ya no es simplemente una bestia vinculada al inframundo, como lo era cuando fue creada. Inadvertidamente, se le ha dado a probar tu sangre, Richard, y, lo que es peor, se le dio a probar a través de Magia de Resta…, magia también vinculada al inframundo. Tal acontecimiento la transformó en una bestia de sangre.</p> <p>—Así pues… ¿qué significa eso? —quiso saber Cara.</p> <p>Shota se inclinó más cerca, su voz descendió hasta convertirse en un susurro.</p> <p>—Eso significa que ahora es muchísimo más peligrosa. —Se irguió tras estar segura de haber hecho la impresión deseada—. No soy una experta en antiguas armas creadas en la gran guerra, pero creo que una vez que una bestia como ésta ha probado la sangre de su blanco, ya no hay vuelta atrás, jamás.</p> <p>—De acuerdo, así pues, no se dará por vencida. —Richard apoyó la palma en la empuñadura de su espada— ¿Qué puedes decirme que me sirva para matarla? O al menos detenerla, o enviarla de vuelta al inframundo. ¿Qué hace, exactamente, cómo sabe qué…?</p> <p>—No, no. —Shota agitó una mano—. Tratas de pensar en esto en términos de una amenaza corriente que te persigue. Intentas darle una naturaleza, intentas dotarla de un comportamiento que la defina. No tiene nada de eso. Ésa es la peculiaridad de esa cosa: la ausencia de una descripción que la concrete, de una composición. Al menos de una que sirva de algo, ya que su naturaleza es precisamente que no tiene ninguna. Debido a ello, por lo tanto, es impredecible.</p> <p>—Eso no tiene sentido —Richard cruzó los brazos, preguntándose si Shota en realidad sabía tanto sobre la bestia como decía saber—. Tiene que funcionar mediante alguna naturaleza fundamental. Tiene que comportarse de algunos modos que podamos llegar a comprender y por lo tanto anticipar. Simplemente tenemos que averiguarlo. No es posible que carezca de naturaleza.</p> <p>—¿No te das cuenta, Richard? Justo desde el principio, aquí estás tú intentando explicarla. ¿No supones que Jagang sabría que intentarás entender cómo funciona para así poder derrotarla? ¿No has hecho eso con él en el pasado? Él ha comprendido cómo funciona tu naturaleza, y para combatirte ha creado un arma que, por esa misma razón, no tiene naturaleza.</p> <p>»Eres el Buscador. Buscas respuestas a la naturaleza de las personas, o las cosas, o las situaciones. En mayor o menor medida, todo el mundo lo hace. De poseer la bestia de sangre una naturaleza específica, podrían aprenderse y comprenderse entonces sus acciones, y, si se puede comprender algo lo suficiente para predecir su comportamiento, entonces pueden tomarse precauciones, puede urdirse un plan para contrarrestarlo. Descifrar su naturaleza es esencial para tomar medidas efectivas. Por eso esta cosa no tiene naturaleza… para que no puedas hacer esas cosas para detenerla.</p> <p>Richard se pasó los dedos por los cabellos.</p> <p>—Eso no tiene ningún sentido.</p> <p>—No se supone que deba tenerlo. También eso es parte de su peculiaridad: no tener peculiaridades. Carecer de sentido para poder frustrarte.</p> <p>—Concuerdo con lord Rahl —dijo Cara—. Con todo, ha de tener alguna clase de composición, algún modo de actuar y reaccionar. Incluso las personas que piensan que son muy listas al intentar resultar imprevisibles siguen cayendo en pautas de conducta. Esta bestia no puede limitarse a correr de acá para allá esperando pillar a lord Rahl echando una siesta.</p> <p>—Para impedir que se la pudiese comprender y detener, esta bestia fue creada intencionadamente como una criatura caótica. Fue conjurada para atacarte y matarte, pero más allá de esa misión, funciona para obtener tal fin de un modo desordenado. —Shota recogió otro extremo flotante de su vestido mientras hablaba—. Hoy ataca con zarpas. Mañana escupe veneno. Al día siguiente abrasa con fuego, o aplasta con un golpe, o te clava colmillos. Ataca con acciones aleatorias. No elige un plan de acción basado en el análisis, la experiencia previa o la situación que tiene entre manos.</p> <p>Richard se pellizcó el caballete de la nariz mientras reflexionaba sobre la explicación de la mujer. Hasta el momento, parecía como si Shota tuviese razón en que no había existido una pauta en los ataques. Habían llegado de modos totalmente distintos; tan distintos de hecho, que ellos habían cuestionado si realmente se trataba de la misma bestia que Nicci había avisado que iba tras él.</p> <p>—Pero lord Rahl ha eludido a esa bestia en varias ocasiones ya. Ha demostrado que se le puede vencer.</p> <p>Shota sonrió ante la idea, como si un niño hubiese llevado a cabo tal afirmación. Paseó, alejándose un poco, y luego regresó mientras consideraba el problema. El modo en que se le crispaba la frente indicó a Richard que se le había ocurrido un mejor modo de explicarlo.</p> <p>—Piensa en la bestia de sangre como si fuese lluvia —dijo la bruja—. Imagina que quieres permanecer fuera de la lluvia. Imagina que tu objetivo es mantenerte seco. Hoy puede que estés bajo techo al llegar la lluvia, de modo que permaneces seco. Otro día la lluvia puede aparecer en el otro lado del valle y tú vuelves a seguir estando seco. Otro día abandonas una zona justo antes de que empiece a llover. Otro día, puede que decidas no viajar, y la lluvia hace su aparición allí. Puede que otro día, mientras andas por una calzada, la lluvia haga su aparición y caiga en el campo que tienes a la derecha, pero en la calzada y a tu izquierda el tiempo sigue siendo seco. En cada ocasión el suceso aleatorio de la lluvia no te alcanzó, y te mantuviste seco; en ocasiones porque tomaste medidas preventivas, como permanecer bajo techo, y en ocasiones por pura casualidad.</p> <p>»Pero, con la frecuencia con que llueve, comprendes que tarde o temprano te mojarás.</p> <p>»Así pues, puede que decidas que el mejor modo de enfocarlo a la larga es conseguir comprender exactamente a qué te enfrentas. Por lo tanto, en un esfuerzo por comprender a tu adversario, observas el cielo y tratas de aprender a predecir la lluvia. Algunas pautas empiezan a revelarse como relativamente fiables, así que las usas como un medio de predicción y como resultado habrá momentos en los que acertarás y preverás con exactitud la llegada de la lluvia. De este modo, puedes permanecer dentro de casa y no mojarte. Tendrás éxito, al parecer, porque has usado lo que has aprendido sobre cómo predecir la lluvia.</p> <p>Los ojos penetrantes y sin edad de Shota evaluaron a Cara y luego se fijaron en Richard con tal fuerza que casi le pararon la respiración.</p> <p>—Pero más tarde o más temprano —dijo con una voz que hizo que a Richard un escalofrío le recorriera la espalda—, la lluvia te atrapará. Puede que te coja totalmente por sorpresa. O puede que previeras que iba a llover, pero creías que tendrías tiempo para refugiarte, y entonces hará su aparición más deprisa de lo que habrías creído posible. O un día en que estás lejos de un lugar donde refugiarte porque pensabas que ese día no había ninguna posibilidad de que lloviera y por lo tanto te aventuraste lejos de tu refugio, ésta te atrapa inesperadamente. El resultado de todos estos sucesos distintos es el mismo. Si se trata de la bestia, en lugar de la lluvia, no estás mojado, estás muerto.</p> <p>»La seguridad en tu habilidad para predecir la lluvia acabará siendo tu perdición porque, si bien puedes ser capaz de preverla con exactitud en muchas ocasiones, en realidad no es predecible de un modo fiable. No obstante, cuantas más veces escapas, más fuerte se volverá tu falsa sensación de seguridad, volviéndote mucho más vulnerable a un acontecimiento inesperado. Tus mejores esfuerzos para conocer la naturaleza de la lluvia acabarán por fallarte porque, incluso si aciertas en cierto número de predicciones, las cosas que provocaron previsiones acertadas no siempre son relevantes, si bien tú no tienes modo de saberlo. Como resultado, la lluvia se presentará de repente y te envolverá cuando menos lo esperes.</p> <p>Richard dirigió una ojeada al semblante preocupado de Cara, pero no dijo nada.</p> <p>—La bestia de sangre es así —dijo Shota en tono irrevocable—. Carece de naturaleza precisamente para que no puedas prever su comportamiento mediante ninguna pauta de conducta.</p> <p>Richard inhaló pacientemente. No podía permanecer callado por más tiempo.</p> <p>—Pero todas las cosas que existen poseen una naturaleza propia, leyes que regulan su existencia, incluso aunque no las comprendamos. De lo contrario lo que planteas es que podrían contradecirse a sí mismas, y no pueden.</p> <p>»No puedes decir que puesto que no conoces su naturaleza, por consiguiente no tiene ninguna. Únicamente puedes decir que aún no conoces la naturaleza de esa cosa, que todavía no has podido comprenderla.</p> <p>Con una leve sonrisa, Shota indicó con un ademán el cielo.</p> <p>—¿Como la lluvia? Puedes tener razón teóricamente, Richard, pero algunas cosas, a efectos prácticos, están tan lejos de tu comprensión que parecen como si las moviera la casualidad. Como la lluvia. Por lo que sé, el tiempo puede muy bien tener leyes que lo gobiernan, pero son tan complejas y de tan largo alcance que no podemos esperar de un modo realista comprenderlas o saberlas todas. La lluvia puede que no sea, después de todo, un suceso provocado por la casualidad, pero sigue estando fuera de nuestra capacidad predecirla, de modo que para nosotros el resultado es el mismo que si fuera por completo aleatoria y sin orden o naturaleza.</p> <p>»Una bestia de sangre es así. Si existen de hecho leyes que rigen su naturaleza, como crees, no te servirán de nada. Todo lo que puedo decirte es que por lo que sé, es una bestia creada específicamente para actuar sin orden, y su creación fue satisfactoria hasta el punto de que funciona de un modo consecuente con el hecho de no tener una naturaleza perceptible; al menos ninguna que sea de utilidad para comprenderla o detenerla.</p> <p>»Te concedo la posibilidad de que tengas razón. Supongo que es posible que exista alguna naturaleza compleja tras el aparente desorden de la bestia, pero si ése es el caso, puedo decirte que está tan lejos de nuestra capacidad para comprenderla que, para el caso, funciona caóticamente.</p> <p>—No estoy seguro de comprenderte —indicó Richard—. Dame un ejemplo.</p> <p>—Por ejemplo, la bestia no aprenderá de lo que hace. Puede probar la misma táctica fracasada tres veces seguidas, o puede intentar algo aún más flojo la siguiente vez que, evidentemente, no tenga ninguna posibilidad de tener éxito. Lo que da la impresión de que se comporta de forma aleatoria. Pero si está impulsada por alguna ecuación grandiosa y compleja, ello no se da a conocer a través de sus acciones. Sólo vemos resultados caóticos.</p> <p>»Lo que es más, carece de conciencia, tal y como la consideraríamos nosotros, en cualquier caso. No tiene alma. Si bien tiene un objetivo, no le importa si tiene éxito. No se enoja si fracasa. Carece de misericordia, empatía, curiosidad, entusiasmo o preocupación. Le dieron una misión: matar a Richard Rahl, y usa al azar sus miles de habilidades para alcanzar ese objetivo, pero no tiene ningún interés emocional o intelectual en ver realizado su propósito.</p> <p>»Las cosas vivas tienen un interés personal en ver que tienen éxito en la obtención de sus metas, tanto si es un pájaro volando a un matorral de frambuesas como una serpiente que sigue a un ratón al interior de un agujero. Actúan para que su vida siga adelante. La bestia de sangre no.</p> <p>»Es una criatura sin inteligencia que avanza hacia el cumplimiento del objetivo que le han fijado. Podrías decir que es como la lluvia, a la que han dado la misión de «mojar a Richard». La lluvia lo intenta y lo intenta, un aguacero, una llovizna, un rápido chaparrón, y todo falla; pero a la lluvia no le importa que no consiga mojarte. Puede haraganear con una sequía. No siente impaciencia ni enojo. No redobla sus esfuerzos. Se limitará a seguir lloviendo de modos distintos hasta que acabe por empaparte. Cuando lo haga, no sentirá alegría.</p> <p>»La bestia es irracional en ese sentido. Pero no te equivoques, es sanguinaria, feroz y gratuitamente cruel en sus acciones.</p> <p>Richard se pasó una mano por el rostro con gesto cansado.</p> <p>—Shota, eso sigue sin tener sentido para mí. ¿Cómo podría ser así? Si es una bestia, tiene que moverla alguna clase de propósito. Algo tiene que impulsarla.</p> <p>—Ya lo creo que la impulsa algo: la necesidad de matarte. Fue creada para ser una criatura que actúa con puro desorden para que no puedas contraatacarla. En cierto modo, has demostrado ser un adversario tan difícil de derrotar que Jagang tuvo que conseguir algo que funcionase esquivando tus sorprendentes habilidades, en lugar de vencerlas.</p> <p>—Pero si fue creada para matarme, entonces tiene un propósito.</p> <p>Shota se encogió de hombros.</p> <p>—Muy cierto, pero ese pedazo de información concreto no te sirve para prever cómo, cuándo o dónde intentará matarte. Como deberías saber a estas alturas, sus acciones para conseguir ese objetivo son aleatorias. Deberías de ver claramente el gran peligro de esa táctica. Si sabes que el enemigo atacará con lanzas, puedes llevar un escudo. Si sabes que un asesino con un arco te persigue, puedes hacer que un ejército busque a un hombre con un arco. Si sabes que te persigue un lobo, puedes colocar una trampa, o permanecer dentro de casa.</p> <p>»La bestia de sangre no tiene un método favorito de matar o cazar, así que es muy difícil protegerte. Un día puede atacar y matar fácilmente a miles de soldados que te están protegiendo. La vez siguiente puede retirarse tímidamente tras vapulear a una solitaria criatura que da sus primeros pasos delante de ti. Lo que hace una vez no puede decirte nada sobre lo que hará la siguiente, y también eso es parte del terror que engendra un ser así; el terror de no saber cómo será el ataque.</p> <p>»Su fuerza, su poder mortífero, es que no es nada en especial. No es fuerte, ni débil, ni veloz, ni lenta. Cambia constantemente, pero a veces permanece igual o revierte a un estado previo, incluso a uno que no tuvo éxito.</p> <p>»La única cosa que importaba una vez que fue creada era la primera vez que usases tu don. Fue entonces cuando te localizó. Después de eso, nunca puedes saber qué hará a continuación o cuándo lo hará. Sólo sabes que viene a por ti y que no importa cuántas veces escapes a sus garras, seguirá viniendo; quizá varias veces en el mismo día, quizá no volverá a hacerlo en un mes, o un año, pero puedes estar seguro de que acabará volviendo a por ti. Jamás abandonará.</p> <p>Richard se preguntó cuánto de lo que Shota le contaba lo sabía como algo fidedigno y cuánto lo rellenaba con lo que imaginaba.</p> <p>—Pero tú eres una bruja —dijo Cara—. Seguramente, puedes saber algo que ayude a contrarrestarla.</p> <p>—Parte de mi habilidad es la capacidad para ver cómo fluyen los acontecimientos en el río del tiempo, ver adónde se dirigen, podríamos decir. Puesto que la bestia de sangre es imprevisible, por ese mismo carácter, se escapa a mi capacidad para predecir. Mi habilidad está ligada en cierto modo a las profecías. Richard es un hombre que de algún modo también existe fuera de las profecías, un hombre a quien otros encuentran a menudo frustrantemente imprevisible… como las mord-sith habrán descubierto sin duda. Con esta bestia no puedo advertirle sobre lo que podría suceder o lo que debe evitar.</p> <p>—¿Así pues, los libros de profecías no serían de utilidad? —preguntó Richard.</p> <p>—Del mismo modo que estoy ciega a ellas, también lo está toda profecía. Las profecías no pueden ver a una bestia de sangre del mismo modo que tampoco puede ver ningún suceso caótico o accesorio. Las profecías pueden decir que a un hombre le dispararán una flecha la mañana de un día que lloverá, pero la profecía no puede mencionar todos los días que lloverá, ni qué día será. Podrías decir que lo máximo que las profecías pueden predecir es que más tarde o más temprano lloverá y te mojarás.</p> <p>Con la mano izquierda posada en la espada, Richard asintió de mala gana.</p> <p>—Tengo que admitir que eso se acerca a mis propias opiniones sobre las profecías: que podrían ser capaces de decirte que el sol saldrá mañana pero no lo que elegirás hacer con tu día.</p> <p>La miró torciendo el gesto.</p> <p>—De modo que no puedes decirme nada sobre lo que esta bestia de sangre hará. —Cuando ella asintió, él preguntó—: Entonces ¿cómo es que pareces saber tanto sobre ella?</p> <p>—El fluir de los acontecimientos por el río del tiempo no es mi única habilidad —respondió ella enigmáticamente.</p> <p>Richard suspiró, no queriendo discutir con la bruja.</p> <p>—Así que eso es todo lo que puedes decirme, entonces.</p> <p>Shota asintió.</p> <p>—Eso es todo lo que puedo contarte sobre la bestia de sangre y lo que tal cosa te depara. Si continúa existiendo, más tarde o más temprano existirá la probabilidad de que te atrape. Pero, puesto que no es previsible, incluso ese resultado no se puede predecir. Cuándo, dónde o dentro de cuánto te alcanzará es imposible de saber. Puede ser hoy, o, por lo que sé, es posible que antes de que consiga atraparte y matarte, hayas muerto primero de viejo.</p> <p>—Bueno, existe esa posibilidad, entonces —masculló Richard.</p> <p>—No es gran cosa en la que depositar tus esperanzas —dijo ella—. Mientras vivas, Richard, mientras la sangre corra por tus venas, la bestia de sangre te perseguirá.</p> <p>—¿Estás sugiriendo que me localiza por mi sangre? ¿Del modo en que se dice que un sabueso es capaz de encontrar a una persona por el sonido del latir de su corazón?</p> <p>La mujer alzó una mano como para excluir tal idea.</p> <p>—Sólo en cierta medida. Ha probado tu sangre, en cierto sentido. Pero tu sangre, tal y como piensas en ella, no es lo significativo para esta bestia. Lo que es relevante es lo que percibió al probarla: tu ascendencia.</p> <p>»Ya sabía que vivías. Ya te estaba dando caza. El uso de tu don la primera vez fue suficiente para vincularla a ti para toda la eternidad. Es el don que transporta tu sangre lo que percibió y lo que provocó que cambiase.</p> <p>Richard tenía tantas dudas que no sabía qué preguntar primero. Empezó con lo que pensó que podría ser lo más fácil de comprender.</p> <p>—¿Por qué está vinculada al inframundo? ¿Hay un propósito para eso?</p> <p>—Un par que yo sepa. El inframundo es eterno. El tiempo no tiene significado en la eternidad. Por lo tanto, el tiempo no significa nada para la bestia y por ese motivo no tendrá prisa por matarte. La premura la haría actuar con una especie de determinación consciente que le proporcionaría una naturaleza. No siente presión con cada puesta de sol para finalizar la tarea. Un día es idéntico al siguiente.</p> <p>»Puesto que carece de sentido del tiempo, no necesita una naturaleza. El tiempo ayuda a dar dimensión a todo ser vivo. Te permite posponer tareas que sabes que pueden hacerse más adelante. Hace que te apresures a montar el campamento antes de que oscurezca. Que un general actúe para tener sus defensas instaladas antes de que llegue el enemigo. Que una mujer quiera tener hijos mientras aún tiene tiempo. El tiempo es un elemento que ayuda a dar forma a la naturaleza de todas las cosas. Incluso una polilla que emerge del capullo para vivir una vida con alas durante un único día debe aparearse durante ese día y poner huevos o ya no habrá más de su especie.</p> <p>»La bestia es insensible al tiempo. Un elemento constitutivo de su composición es la eternidad del inframundo, lo que es la antítesis de la idea misma de la Creación, ya que el inframundo es la anulación de la Creación. Esa mezcla, ese conflicto interno, es parte del mecanismo impulsor que la convierte en caótica. Cuando Nicci usó Magia de Resta para eliminar la sangre viciada, la bestia, desde sus raíces en el inframundo, pudo degustarte, o, de un modo más exacto, degustó una muestra de tu magia.</p> <p>»Tu sangre lleva tanto Magia de Suma como de Resta. A la bestia la crearon para que pudiese reconocerte por tu esencia, la magia, permitiéndole de ese modo transcender los límites terrenales. La bestia necesitaba que usases magia la primera vez para que pudiese conectar contigo. A través de ese vínculo, podía perseguirte. Pero cuando probó tu sangre, fue capaz de reconocerte de un modo totalmente distinto.</p> <p>»El excepcional elemento mágico que lleva tu sangre, heredado de la línea de Zedd y de la línea de Rahl el Oscuro, es lo que la bestia probó. Probar eso fue lo que la hizo mutar a partir de la bestia que los secuaces de Jagang crearon.</p> <p>»No es tu sangre misma la que percibe, sino que más bien detecta aquellos elementos mágicos inherentes en ella. Por eso cualquier uso de tu magia atraerá a la bestia; es así como se volvió más peligrosa. Ahora reconoce tu magia en cualquier parte del mundo. La magia de cada persona es única, y la bestia conoce ahora la tuya. Por eso no debes usar tu don.</p> <p>»Por ese mismo motivo, a las Hermanas que dieron vida a la bestia para Jagang les habría encantado poder usar tu sangre en un principio, pero no tenían modo de conseguir ni un poco. Podían conectar a la bestia a tu don, pero sin tu sangre, era un vínculo débil que en realidad no reconocía la medida exacta de tu magia.</p> <p>»Nicci dio a la bestia lo que realmente necesitaba, justo después de que la despertara tu primera utilización del don. Puede que ella lo hiciese para salvarte la vida, y puede no haber tenido elección, pero lo hizo. Ahora, cualquier uso que hagas de tu magia puede atraer a la bestia con más facilidad hasta ti. Parecería que Nicci, de algún modo, ha cumplido su juramento como Hermana de las Tinieblas.</p> <p>A Richard se le habían erizado los pelos del cogote. Quería pensar en un modo de demostrar que Shota se equivocaba, encontrar un punto débil en la armadura del monstruo al que ella había dado forma en su mente.</p> <p>—Pero la bestia ha atacado cuando no usaba magia. Justo esta mañana atacó nuestro campamento. No estaba usando magia.</p> <p>Shota le dirigió una de aquellas miradas que tenían el poder de hacerle sentir un auténtico ignorante.</p> <p>—Estabas usando magia esta mañana.</p> <p>—No lo hacía —insistió él—. Estaba dormido en aquel momento. ¿Cómo podría estar usando…?</p> <p>Las palabras de Richard se apagaron y su mirada vagó sin rumbo a las lejanas colinas del valle y a las montañas situadas más allá. Recordó despertar y tener aquel terrible recuerdo de la mañana que Kahlan había desaparecido y advertir entonces que sujetaba la empuñadura de la espada, la hoja medio extraída de la vaina. Recordó sentir la magia furtiva de la espada corriendo por su interior.</p> <p>—Pero eso fue la magia de la espada —dijo—. Sujetaba la espada. No era mi magia.</p> <p>—Era tu magia —insistió Shota—. Usar la <i>Espada de la Verdad</i> invoca el poder del arma, que se une a tu don… a tu magia…, que la bestia de sangre reconoce. La magia de la espada es parte de ti ahora. Usarla hará que se corra el riesgo de llamar a la bestia.</p> <p>Richard sintió como si todo presionase sobre él, dejando fuera toda opción, cerrando el paso a su capacidad para hacer cualquier cosa para detener lo que iba a por él. Sintió lo mismo que había sentido horas antes, al despertar y hallarse en una trampa que se iba cerrando sin pausa.</p> <p>—Pero la espada me ayudará a pelear contra ella. No sé cómo usar mi don. La espada es la única cosa con la que puedo contar.</p> <p>—Es posible que en algunos casos pueda salvarte. Pero, debido a que la bestia de sangre carece de naturaleza, y debido a que es ahora una parte del inframundo, habrá momentos en que pienses que tu espada te protegerá cuando no será así. Pensar que puedes predecir la habilidad de tu espada para oponerse a la bestia te engañará para que experimentes una falsa confianza. Como te dije, no se puede prever lo que hará la bestia, así que habrá momentos en los que tu espada no pueda protegerte. Debes guardarte no tan sólo de una falsa confianza en tu espada, sino de llamar inadvertidamente a la bestia.</p> <p>»Va tras de ti continuamente, y podría atacar en cualquier momento, pero cuando usas tu don incrementas infinitamente las probabilidades de que la bestia ataque. La magia actúa de cebo.</p> <p>Richard advirtió que sujetaba la empuñadura de la espada con tal fuerza que podía notar las letras en relieve de la palabra VERDAD presionando contra la palma. También podía percibir la ira de la espada buscando con urgencia intentar introducirse en él para protegerlo de la amenaza. Retiró la mano de la empuñadura como si le quemase, a la vez que se preguntaba si aquella magia acababa de llamar a la bestia de sangre sin ni siquiera darse cuenta de que lo hacía.</p> <p>Shota entrelazó las manos.</p> <p>—Hay algo más.</p> <p>La atención de Richard regresó a la bruja.</p> <p>—Estupendo, ¿ahora qué?</p> <p>—Richard, yo no soy quien creó esa bestia. No soy responsable del peligro que implica para ti. —Apartó la mirada—. Si deseas odiarme por contarte la verdad, y quieres que pare, entonces dilo y pararé.</p> <p>Richard agitó una mano para disculparse.</p> <p>—No, lo siento. Sé que no es culpa tuya. Supongo que tan sólo me siento un poco abrumado. Sigue. ¿Qué ibas a decir?</p> <p>—Si usas magia… cualquier magia… la bestia de sangre lo sabrá. Puesto que actúa de un modo aleatorio, puede muy bien no usar ese vínculo mágico para ir tras de ti justo entonces. Puede, inexplicablemente, no responder. Pero la siguiente vez, puede abalanzarse sobre ti. Así que no te atrevas a sentir seguridad en ese respecto.</p> <p>—Ya me has dicho eso.</p> <p>—Sí, pero hasta el momento no has comprendido todas las implicaciones de lo que te cuento. Debes comprender que cualquier uso que hagas de la magia proporcionará a la bestia el rastro de tu sangre, por así decirlo.</p> <p>—Ya me lo has contado.</p> <p>—Eso significa <i>cualquier</i> uso de tu don. —Cuando él la miró con expresión desconcertada, ella le dio unos impacientes golpecitos con el dedo en la frente—. Piensa.</p> <p>Al ver que seguía sin comprender, dijo:</p> <p>—Eso incluye la profecía.</p> <p>—¿Profecía? ¿A qué te refieres?</p> <p>—Las profecías las hacen magos que poseen el don de la profecía. Una persona corriente que lee profecía verá sólo palabras. Ni siquiera las Hermanas de la Luz, pese a ser guardianas de la profecía, ven la profecía en su estado auténtico. Tú eres un mago guerrero. Ser un mago guerrero simplemente significa que tu don lleva con él una variedad de habilidades latentes. Parte de ello es que eres capaz de usar la profecía… de comprenderla tal y como fue pensada.</p> <p>» ¿Lo ves? ¿Ves lo fácil que es usar sin darte cuenta tu don?</p> <p>»No importa cómo uses tu don: si usas tu espada, o curas con tu don, o invocas rayos…, no importa lo que hagas… llamará a la bestia. Para la bestia de sangre cualquier uso de tu don es lo mismo… un medio de reconocerte. No distinguirá entre un uso pequeño, o un uso espectacular. Para la bestia, el don es el don.</p> <p>Richard no podía creerlo.</p> <p>—¿Me estás diciendo que si simplemente curo a alguien, o saco la espada, alertaré a la bestia sobre dónde estoy?</p> <p>—Sí. Y probablemente de inmediato. Puesto que es elementalmente Magia de Resta, existe sólo de un modo parcial en este mundo, así pues, si bien la bestia no se ve entorpecida por cosas tales como distancia u obstáculos, a la vez no funciona en este mundo con facilidad. No puede concebir por completo las leyes de este mundo, como el tiempo. Con todo, no se cansa, ni tampoco se enoja ni entusiasma.</p> <p>»Con todo esto no quiero sugerir que porque uses tu don la bestia vaya a actuar. Tal y como he dicho, sus acciones no pueden preverse, así que, como todo lo demás, el uso de la magia no puede usarse para predecir sus acciones. Sólo significa que aumenta su facilidad para poder encontrarte. Que lo haga o no es algo que no puede saberse.</p> <p>—Estupendo —masculló Richard a la vez que regresaba a su deambular.</p> <p>—¿Cómo puede matarla? —preguntó Cara.</p> <p>—No está viva —respondió Shota—. Es tan posible que puedas matar a una bestia de sangre como que puedas matar a un peñasco que está a punto de caer sobre ti, o matar la lluvia antes de que tenga ocasión de mojarte.</p> <p>Cara parecía tan contrariada como Richard.</p> <p>—Bueno, tiene que haber alguna cosa a la que tema.</p> <p>—El miedo es un sentimiento propio de los seres vivos.</p> <p>—Tal vez, entonces, algo que no le guste.</p> <p>Shota frunció el entrecejo.</p> <p>—¿Que no le guste?</p> <p>—Ya sabes, fuego o agua o luz. Algo que no le guste y que por lo tanto evite.</p> <p>—Hoy podría elegir evitar el agua. Mañana podría deslizarse fuera de una ciénaga, agarrarte la pierna y arrastrarte bajo el agua para ahogarte. Se mueve por este mundo como lo haría por un paisaje que apenas ejerciera un efecto sobre ella.</p> <p>—¿Dónde demonios podría aprender alguien a crear una bestia así? —quiso saber Richard.</p> <p>—Creo que el conocimiento básico lo descubrió Jagang en libros antiguos sobre armas que tuvieron su origen durante la gran guerra. Recopila tal saber de todas partes. Sospecho, no obstante, que tomó lo que encontró y añadió las especificaciones que quería para poder derrotarte. Lo que sí sabemos es que a continuación usó el don que poseen las Hermanas para engendrar a la bestia.</p> <p>»Puesto que usaron Magia de Resta, junto con la brujería robada, pudieron hacer uso de otras personas poseedoras del don como partes constituyentes de la bestia, arrancándoles el alma, arrancándoles todo, excepto lo que era necesario para conjurar, combinar y crear la bestia. Es un arma que está más allá de cualquier cosa con la que nos hayamos tropezado nunca. Fue Jagang quien ordenó la creación de la bestia. Hay que detenerlo antes de que cree alguna otra cosa más.</p> <p>—No podría estar más de acuerdo —masculló Richard.</p> <p>—No puedes detenerle si andas por ahí persiguiendo fantasmas —dijo Shota.</p> <p>Richard interrumpió su deambular y la miró fijamente.</p> <p>—Shota, no puedes limitarte a contarme todo esto sin al menos contarme algo que me ayude.</p> <p>—Eres tú el que acudió a mí haciendo preguntas. Yo no fui a buscarte. Además, te he ayudado. Te he contado lo que sé. Quizá usando la información que ahora posees, puedas vivir otro día.</p> <p>Richard había oído suficiente. La bestia de sangre carecía de naturaleza, pero no tener naturaleza, en cierto modo, era su naturaleza, así que, para él, tenía una. Podía ser cierto, como había dicho Shota, que no existiera un modo preciso de prever lo que haría a continuación, pero la carencia de comprensión o información no constituía una carencia de una naturaleza. De todos modos, era un punto que no valía la pena discutir. Pensó que podría ser una distinción importante más tarde o más temprano, pero que justo entonces no importaba demasiado. Todo lo que Shota había dicho confirmaba en buena parte lo que Nicci ya había referido, y si bien había añadido facetas y detalles que Nicci había desconocido, la bruja no había proporcionado ninguna solución.</p> <p>De hecho, le daba la impresión de que la mujer había hecho todo lo posible por asegurarse de que pintaba un panorama carente de toda esperanza.</p> <p>Estuvo a punto de apoyar la mano en la espada, pero se detuvo y se pasó los dedos por los cabellos. No sabía qué más hacer. Giró y clavó la mirada a lo lejos, en los árboles diseminados por el valle, cuyas hojas resplandecían bajo el sol del final de la tarde.</p> <p>—Así pues, no hay nada que pueda hacer para protegerme de la bestia de sangre.</p> <p>—No he dicho eso.</p> <p>Richard volvió a girarse en redondo.</p> <p>—¿Qué? ¿Quieres decir que existe un modo?</p> <p>Sin la menor emoción, Shota le estudió los ojos.</p> <p>—Creo que existe un modo de mantenerte con vida.</p> <p>—¿Qué modo?</p> <p>La bruja juntó las manos, entrelazando los dedos. Bajó los ojos al suelo un instante, como si reflexionara, y luego trabó la mirada con él con firme determinación.</p> <p>—Podrías quedarte aquí.</p> <p>Richard vio que Samuel se ponía en pie, pero enseguida devolvió la atención a la mirada de Shota, que aguardaba.</p> <p>—¿Qué quieres decir con que podría quedarme aquí?</p> <p>Ella se encogió de hombros, como si fuese un ofrecimiento insignificante.</p> <p>—Quédate aquí y te protegeré.</p> <p>Cara se irguió y descruzó los brazos.</p> <p>—¿Puedes hacer eso?</p> <p>—Creo que puedo.</p> <p>—Entonces ven con nosotros —sugirió la mord-sith—. Eso solucionaría el problema.</p> <p>A Richard no le gustó nada la idea de Cara.</p> <p>—No puedo —dijo Shota—. Sólo puedo protegerle si permanece aquí, en este valle, en mi hogar.</p> <p>—No puedo quedarme —repuso Richard, intentando que su voz sonase despreocupada.</p> <p>Shota alargó la mano y le sujetó el brazo con suavidad, no permitiéndole que desechara la cuestión con tanta facilidad.</p> <p>—Puedes, Richard. ¿Sería tan malo quedarte a mi lado?</p> <p>—No lo he dicho en ese sentido…</p> <p>—Entonces quédate aquí, conmigo.</p> <p>—¿Cuánto tiempo?</p> <p>Los dedos de la mujer presionaron su brazo de un modo apenas perceptible, como si temiera decirlo, como si temiera su reacción, pero al mismo tiempo se mostró firme en su línea de acción.</p> <p>—Para siempre.</p> <p>Richard tragó saliva. Sintió como si hubiese ido a colocarse sobre hielo quebradizo sin darse cuenta, y ahora descubriera que tenía que recorrer un trecho muy largo para regresar a terreno seguro. Sabía que si decía lo que no debía iba a destapar la caja de los truenos. Sintió un hormigueo en la carne al reparar en lo peligroso que se había vuelto de improviso el aire del atardecer.</p> <p>En aquel momento, no estaba seguro de que no prefiriera enfrentarse a la bestia antes que al escrutinio de Shota.</p> <p>Extendió los brazos, como si le pidiera que comprendiera.</p> <p>—Shota, ¿cómo puedo quedarme aquí? Sabes que hay personas que cuentan conmigo… personas que me necesitan. Tú misma lo has dicho.</p> <p>—No eres esclavo de otros, encadenado a ellos por su necesidad. Es tu vida, Richard. Quédate, y ten una vida.</p> <p>Cara, con una expresión más que suspicaz, se golpeó el pecho con un pulgar.</p> <p>—¿Y qué pasa conmigo?</p> <p>Sin dirigir la mirada a Cara, sin apartar los ojos de los de Richard, Shota contestó:</p> <p>—Una mujer en este lugar es suficiente.</p> <p>Cara paseó la mirada con rapidez entre Richard y Shota mientras ellos mantenían trabadas las suyas, pero entonces hizo lo que Richard le había aconsejado antes: se volvió cautelosa y no dijo nada.</p> <p>—Quédate… —musitó Shota en tono íntimo.</p> <p>Richard pudo ver que quedaba al descubierto una terrible clase de vulnerabilidad en los ojos de Shota, en su expresión anhelante; una expresión franca que nunca antes había visto en ella. Por el rabillo del ojo, también pudo ver que Samuel lo miraba furioso.</p> <p>Inclinó la cabeza, señalando al compañero de Shota.</p> <p>—¿Y qué pasa con él?</p> <p>Shota no rehuyó la pregunta. De hecho parecía haberla esperado.</p> <p>—Un Buscador en este lugar es suficiente.</p> <p>—Shota…</p> <p>—Quédate, Richard —insistió, interrumpiéndolo antes de que pudiese rechazarla, antes de que cruzase una línea que él no había sabido que estaba allí hasta aquel mismo momento.</p> <p>Era a la vez un ofrecimiento y un ultimátum.</p> <p>—Pero ¿qué hay de la bestia de sangre? Tú misma has dicho que no puedes conocer su naturaleza. ¿Cómo puedes saber que estaríamos a salvo si me quedara? Una gran cantidad de hombres que tenía cerca fueron asesinados cuando la bestia atacó por primera vez.</p> <p>Shota alzó la barbilla.</p> <p>—Me conozco a mí misma, conozco mis capacidades, mis límites. Creo que puedo mantenerte a salvo, aquí, en este valle. No puedo estar completamente segura, pero de verdad que creo que es cierto. Lo que sí sé es que si te vas de aquí, carecerás de protección. Ésta es tu única oportunidad.</p> <p>Comprendió que la última parte tenía más de un significado.</p> <p>—Quédate, Richard… Por favor. Quédate aquí, conmigo.</p> <p>—Para siempre.</p> <p>Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.</p> <p>—Sí, para siempre. Por favor. ¿Te quedas? Cuidaré de ti, eternamente. Me aseguraré de que jamás lo lamentes, ni eches jamás de menos al resto del mundo. Por favor…</p> <p>Aquella no era Shota, la bruja; era simplemente la mujer, Shota, abriéndose a él desesperadamente de un modo como no lo había hecho nunca, ofreciendo su desprotegido corazón, arriesgándose. La descarnada soledad que veía allí era aterradora. Lo sabía, porque sentía la misma angustia de estar tan solo.</p> <p>Richard tragó saliva y dio el paso que lo depositaba sobre el hielo quebradizo.</p> <p>—Shota, ésa es probablemente la cosa más amable que me has dicho jamás. Saber que me respetas lo suficiente como para pedirme algo así significa para mí más de lo que podrás comprender jamás. Siento más respeto por ti de lo que crees; por eso cuando necesité respuestas sólo pude pensar en ti.</p> <p>»Agradezco sinceramente todo lo que ofreces… pero me temo que no puedo aceptarlo. Tengo que irme.</p> <p>La expresión que apareció en el rostro de la mujer hizo que Richard se quedara tan helado como si lo hubiese arrojado al agua helada.</p> <p>Sin una palabra más, Shota dio media vuelta y se alejó.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 14</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Richard agarró el brazo de Shota, deteniéndola antes de que se pudiese marchar. No podía permitir que aquello acabara de aquel modo… por más de un motivo.</p> <p>—Shota, lo siento… Pero tú misma lo has dicho, es mi vida, para vivirla. Si me consideras…, aunque sea un poco…, un amigo, alguien que realmente te importa, entonces querrías que viviese mi vida como creo que debo, no como tú desearías.</p> <p>La mujer respiraba agitadamente.</p> <p>—Perfecto. Has hecho tu elección, Richard. Márchate. Ve y vive lo que queda de tu vida.</p> <p>—Vine a ti porque necesitaba tu ayuda.</p> <p>Ella se giró por completo hacia él y le lanzó la mirada más ominosa que había visto nunca en nadie. Era la máscara inconfundible de una bruja. Casi pudo ver cómo el aire a su alrededor crepitaba.</p> <p>—Te he dado ayuda, obtenida mediante un esfuerzo por mi parte que dudo muy en serio que puedas imaginar ni remotamente. Usa esa ayuda como desees. Ahora, abandona mi hogar.</p> <p>A pesar de lo mucho que deseaba en aquellos momentos hacer lo que ella pedía, a pesar de lo mucho que deseaba no tener que presionarla, había acudido allí por un motivo y ella todavía no lo había tratado. No iba a marcharse hasta que ella lo hiciera.</p> <p>—Necesito tu ayuda para encontrar a Kahlan.</p> <p>La mirada de la mujer se tornó aún más fría.</p> <p>—Si eres sensato, usarás la información que te he dado para permanecer con vida tanto tiempo como puedas para ayudar a derrotar a Jagang, o para ir en pos de fantasmas… ya no me importa. Simplemente, márchate, antes de que descubras por qué los magos temen entrar en mi hogar.</p> <p>—Dijiste que tu habilidad te permite ver acontecimientos en el fluir del tiempo. ¿Qué ve tu habilidad sobre mí en el futuro?</p> <p>Shota permaneció en silencio un momento antes de desviar por fin los ojos de su fija mirada.</p> <p>—Por algún motivo, el río del tiempo ha quedado oculto a mí. —La mirada regresó, más decidida que nunca—. ¿Lo ves? No puedo ser de más ayuda. Ahora, vete.</p> <p>Él estaba decidido a no permitirle eludir el tema.</p> <p>—Sabes que vine aquí en busca de información, de algo que pudiese ayudarme a descubrir la verdad sobre lo que está sucediendo. Esto es importante. Es importante para más personas que simplemente tú o yo. No te cierres a mí de este modo Shota, por favor. Necesito tu ayuda.</p> <p>La mujer arqueó una ceja.</p> <p>—¿Desde cuándo has seguido jamás alguna de las cosas que te he dicho?</p> <p>—Admito que en el pasado no siempre he estado de acuerdo con todo lo que tenías que decir, pero no estaría aquí si no pensara que eras una mujer astuta. Si bien algunas de las cosas que me has contado en el pasado eran ciertas, de haber hecho las cosas estrictamente a tu modo, sin usar mi propio criterio, a medida que la situación evolucionaba, habría fracasado y todos estaríamos o bien bajo el gobierno de Rahl el Oscuro o bien en el despiadado abrazo del Custodio del inframundo.</p> <p>—Eso dices tú.</p> <p>Richard perdió su tono indulgente a la vez que se inclinaba hacia ella.</p> <p>—Recuerdas la vez que viniste a verme al poblado de la gente barro, ¿verdad? ¿La vez que me suplicaste que cerrase el velo para que el Custodio no pudiese apoderarse de todos nosotros? ¿Recuerdas que me contaste lo mucho que el Custodio quería que aquellos que poseían el don padeciesen inconcebiblemente durante toda la eternidad?</p> <p>Le asestó golpecitos con el dedo, acentuando cada punto de su discurso.</p> <p>—Tú no padeciste todas las cosas espantosas necesarias para detener lo que estaba sucediendo… yo sí. Tú no tuviste que combatir los horrores del Custodio para cerrar el velo… yo sí. Tú no tuviste que salvar tu propio pellejo de las garras del Custodio… yo sí.</p> <p>Ella lo observaba con el entrecejo fruncido.</p> <p>—Lo recuerdo.</p> <p>—Tuve éxito. Te salvé de aquel destino.</p> <p>—Te salvaste a ti mismo de aquel destino. Que ello me salvase también a mí no era tu propósito, simplemente una consecuencia.</p> <p>Richard soltó aire, intentando ser paciente.</p> <p>—Shota, sé que tienes que saber algo sobre esto… algo sobre lo que le ha sucedido a Kahlan.</p> <p>—Te lo he dicho, no recuerdo a ninguna mujer llamada Kahlan.</p> <p>—Sí, y el motivo es que algo va terriblemente mal y me doy cuenta de eso porque tú no la recuerdas, pero tienes que saber algo que me ayude en mi búsqueda de la verdad; algún pedazo de información que me ayude a descubrir la verdad sobre lo que está sucediendo en realidad.</p> <p>—Y esperas que sencillamente puedes penetrar en mi casa sin ser invitado, poner mi vida en peligro, hacer tu numerito y conseguir no importa qué habilidad mía, que quieras para ti.</p> <p>Richard la contempló fijamente. No había negado que supiese algo que pudiera ayudarle, y comprendió que realmente había estado en lo cierto respecto a ella.</p> <p>—Shota, deja de adoptar poses y deja de actuar como si te estuviese exigiendo cosas injustamente. Jamás te he mentido y lo sabes. Te estoy diciendo que esto es importante también para ti, tanto si te das cuenta como si no. Por todo lo que yo sé, podría ser algo que el Custodio ha iniciado para poder hacerse con todos nosotros. Necesito cualquier información que puedas darme para impedir el éxito de lo que sea que esté yendo mal. No estoy jugando. ¡Quiero lo que tú sabes!</p> <p>—¿Y crees que tal exigencia te da derecho a ello? —Entrecerró los ojos—. ¿Crees que sólo porque tengo algo, esa supuesta necesidad tuya significa que debo entregar lo que tenga? ¿Que tienes derecho a cualquier parte de mi vida que creas que necesitas? ¿Piensas que mi vida no es mía, sino que estoy aquí para servirte? ¿Crees que mi vida no significa nada excepto para estar a tu disposición cuando te dignes hacer uso de mí? ¿Piensas que puedes entrar aquí y exigir, pero cuando yo me atrevo a pedir algo, entonces eres tú quién se indigna?</p> <p>—No estaba indignado —replicó él, intentando refrenar el tono de voz—. Aprecié la sinceridad de tu oferta. Comprendo muy bien la sensación de estar solo. Pero si eres la mujer que creo que eres, no me querrías tampoco si mi corazón no estuviese puesto en ello. Mereces tener a alguien que pueda amarte. Lo siento, Shota, pero no puedo mentir y decirte que puedo ser ese alguien para ti. Al final no haría más herirte de un modo más terrible. No puedo mentirte. Ya estoy enamorado de otra.</p> <p>»E incluso si ya lo supieses, ¿realmente querrías a alguien que se mostrase tan indiferentemente infiel como para aceptar tal oferta en el acto? Creo que lo que realmente quieres es a alguien que sea tu igual, un auténtico compañero en tu vida, alguien con quien compartir las maravillas de la vida. No creo que quieras de verdad la vacía recompensa de un perro faldero. Creo que ya sabes que un perro faldero no puede proporcionarte auténtica dicha.</p> <p>»Si yo te importo, si hiciste tal oferta porque realmente te importo, si eras sincera, entonces ayúdame.</p> <p>Ella no dio la impresión de tener intención de responder, así que insistió:</p> <p>—Shota, necesito saber cualquier información que puedas darme. Es importante. Tan importante como lo era para ti cuando viniste a pedirme que sellara la brecha en el velo. No sé lo suficiente para resolver este problema. Si fracaso, temo que todos perderemos. No tengo tiempo para juegos. Necesito la información que posees.</p> <p>—¿Cómo osas hacerme una exigencia tan arrogante? Ya te lo he dicho, ya te he dado mi respuesta. Es mi habilidad, mi vida. No tienes derecho a ella.</p> <p>Richard presionó el pulgar y el dedo medio sobre sus sienes mientras inspiraba para tranquilizarse. Comprendía de mala gana que tal vez ella tenía razón.</p> <p>Le dio la espalda y se alejó unos pasos mientras consideraba qué podría hacer. Una cosa sí sabía con seguridad, no iba a marcharse sin tener toda la ayuda disponible.</p> <p>—¿Estás diciendo, entonces, que sabes algo que me ayudaría en mi búsqueda de la verdad?</p> <p>—Sé muchas cosas sobre una barbaridad de áreas distintas de la verdad.</p> <p>—Pero sabes algo que yo necesito para poder hallar la verdad sobre lo que me trajo aquí.</p> <p>—Sí.</p> <p>—Lo sabía.</p> <p>Dándole todavía la espalda, dijo:</p> <p>—Di tu precio.</p> <p>—No estarías dispuesto a pagarlo.</p> <p>Se giró hacia la mujer. Ella lo observaba de un modo que le hizo sentir transparente. No pensaba irse sin la información. Era la vida de Kahlan.</p> <p>Fuese lo que fuese o que tuviese que hacer para salvarle la vida, incluido renunciar a la suya, lo haría.</p> <p>—Di tu precio.</p> <p>—La <i>Espada de la Verdad.</i></p> <p>El mundo pareció pararse.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Has pedido el precio por lo que puedo contarte. El precio es la <i>Espada de la Verdad.</i></p> <p>Richard se quedó paralizado.</p> <p>—No puedes hablar en serio.</p> <p>Las comisuras de los labios de la mujer se curvaron de un modo apenas perceptible.</p> <p>—Oh, pero sí lo hago.</p> <p>Allá, entre los árboles, Richard vio que Samuel se ponía en pie, muy atento.</p> <p>—¿Para qué quieres la espada?</p> <p>—Preguntaste el precio, ya te lo he dicho. Lo que quiera hacer con el pago una vez que haya sido satisfecho no es asunto tuyo.</p> <p>Richard sintió cómo le corrían gotas de sudor entre los omóplatos.</p> <p>—Shota…</p> <p>No parecía capaz de moverse, o hablar. Aquello no era en absoluto lo que había esperado.</p> <p>Shota le dio la espalda e inició la marcha hacia la calzada.</p> <p>—Adiós, Richard. Ha sido agradable verte. No regreses.</p> <p>—¡Espera!</p> <p>Shota se detuvo para mirar atrás, ondas de su pelo castaño rojizo centellearon bajo un haz de dorada luz solar.</p> <p>—Sí o no, Richard… Te he dado suficiente de mí misma sin recibir nada a cambio. No te daré más. Si quieres esto, pagarás por ello. No volveré a ofrecerte la oportunidad.</p> <p>Lo contempló un momento y luego empezó a girarse otra vez. Richard apretó los dientes.</p> <p>—De acuerdo.</p> <p>Ella se detuvo.</p> <p>—¿Accedes, entonces?</p> <p>—Sí.</p> <p>Se volvió para quedar de cara a él, aguardando.</p> <p>Richard alzó las manos inmediatamente para quitarse el tahalí pasándolo por encima de su cabeza. Cara saltó frente a él y le agarró la muñeca con ambas manos.</p> <p>—¿Qué creéis que estáis haciendo? —gruñó, y el rojo traje de cuero brilló bajo la luz baja del sol como si quisiera hacer juego con el fuego de sus ojos.</p> <p>—Shota sabe algo sobre todo este lío —le dijo él—. Necesito saber lo que puede contarme. No sé qué otra cosa hacer. No tengo ninguna elección.</p> <p>Cara retiró una mano de su muñeca para presionar los dedos contra la propia frente, mientras intentaba ordenar sus ideas, tranquilizar su respiración acelerada.</p> <p>—Lord Rahl, no podéis hacer esto. No podéis. No pensáis con claridad. Os dejáis llevar por la pasión del momento, la pasión de querer algo que pensáis que ella tiene. Se os ha metido en la cabeza que tenéis que conseguirlo sea como sea. Ni siquiera sabéis qué ofrece. Enojada como está con vos, lo más probable es que no tenga nada de auténtico valor.</p> <p>—Tengo que saber algo que me ayude a encontrar la verdad.</p> <p>—Y no existe seguridad de que esto lo haga. Lord Rahl, escuchadme. No pensáis con claridad. Os lo digo, el precio es demasiado alto.</p> <p>—No existe un precio demasiado alto por la vida de Kahlan… en especial si el precio es simplemente un objeto.</p> <p>—No es su vida la que estaréis comprando. Es simplemente la palabra de una bruja de que puede contaros algo útil; una bruja que quiere haceros daño por rechazarla. Vos mismo dijisteis que nada de lo que os ha contado antes resultó ser del modo en que ella dijo. Esto no será diferente. Perderéis vuestra espada y no será por nada de valor.</p> <p>—Cara, tengo que hacerlo.</p> <p>—Lord Rahl, esto es una locura.</p> <p>—¿Y que sucede si soy yo quien está loco?</p> <p>—¿De qué habláis?</p> <p>—¿Y si todos vosotros tenéis razón y realmente no existe ninguna Kahlan? ¿Y si estoy loco? Incluso tú piensas que lo estoy. Necesito saber lo que Shota puede decirme. Si estoy equivocado sobre todo lo que creo, entonces ¿de qué le va a servir una espada a un demente? Si todos vosotros tenéis razón sobre que sufro delirios, entonces ¿qué bien puedo hacerle a nadie? ¿De qué le sirvo a nadie si estoy loco? ¿Para qué sirvo?</p> <p>Los ojos de la mord-sith estaban llenos de lágrimas.</p> <p>—No estáis loco.</p> <p>—¿No? ¿Entonces crees que realmente existe una mujer llamada Kahlan y que estoy casado con ella? —Cuando ella no contestó, él le quitó la otra mano de su muñeca—. Ya pensaba yo que no.</p> <p>Cara giró enfurecida hacia Shota, apuntándola con su agiel.</p> <p>—¡No puedes coger su espada! ¡No es justo y lo sabes! Te estás aprovechando de su estado. ¡No puedes coger su espada!</p> <p>—El precio que he pedido es una insignificancia… La espada ni siquiera es suya. Jamás lo fue.</p> <p>Shota hizo una seria con el dedo. Samuel, observando desde las sombras, correteó hacia ellos.</p> <p>Cara se colocó entre Richard y Shota.</p> <p>—El Primer Mago se la entregó a lord Rahl. A lord Rahl se le nombró para el puesto de Buscador y se le entregó la <i>Espada de la Verdad</i>. ¡Es suya!</p> <p>—¿Y dónde crees que obtuvo el Primer Mago la espada? —Shota señaló con un dedo coronado por una larga uña pintada de rojo en dirección al suelo—. La obtuvo aquí. Vino aquí, a mi hogar, y la robó. Ahí es donde Zedd consiguió la espada.</p> <p>»Richard no la lleva por derecho, sino porque fue robada. Devolvérsela a su dueño legítimo es una pequeña penitencia por lo que quiere saber.</p> <p>Cara mostró una expresión peligrosa en los ojos mientras alzaba su agiel. Richard le sujetó la muñeca con suavidad y le bajó el brazo antes de que iniciara algo que sabía que podía volverse rápidamente muy desagradable. No estaba seguro del resultado de tal enfrentamiento, pero no quería arriesgarse a perder lo que Shota podía contarle… o arriesgarse a perder a Cara.</p> <p>—Hago lo que debo —dijo a Cara con voz sosegada—. No hagas esto más difícil de lo que ya es.</p> <p>Richard había visto a Cara en toda clase de estados de ánimo. La había visto feliz, triste, desalentada, resuelta y enfurecida, pero hasta aquel momento jamás había visto su cólera concentrada de un modo tan intenso, tan deliberado, tan directo sobre él.</p> <p>Y entonces tuvo una repentina visión de la mord-sith dominada por cruel cólera en una ocasión, hacía mucho tiempo.</p> <p>No podía permitirse verse distraído por un recuerdo como aquel justo entonces y lo apartó con energía de su mente. Esto tenía que ver con Kahlan, y con el futuro, no con el pasado.</p> <p>Samuel, no muy lejos detrás de las faldas de su ama, permanecía en silencio, observando, los ávidos ojos clavados en la empuñadura de malla de metal entretejido.</p> <p>Sosteniendo la refulgente vaina de oro y plata en ambas manos, junto con el antiguo tahalí de cuero labrado, Richard la alzó en dirección a Shota. La mujer hizo un movimiento para tomarla.</p> <p>—La espada pertenece a Samuel, mi leal compañero —Sonrió triunfal—. Entrégasela a él.</p> <p>Richard se quedó petrificado. No podía dejar que Samuel tuviese la <i>Espada de la Verdad</i>. Sencillamente no podía.</p> <p>Se preguntó entonces exactamente para qué pensaba él que Shota querría la espada si no era para dársela a Samuel. Imaginó que había estado intentando no pensar en lo que significaba en realidad entregarla a Shota.</p> <p>—Pero la espada lo volvió así. Zedd me contó que la magia de la espada le hizo eso, lo convirtió en lo que es ahora —dijo Richard.</p> <p>—Y cuando recupere lo que le pertenece, será quien fue en una ocasión, antes de que tu abuelo se la robase—repuso Shota.</p> <p>Richard conocía el carácter de Samuel. Por lo que él sabía, Samuel era capaz de cualquier cosa, incluso de asesinar, de modo que difícilmente podía entregar algo tan peligroso como la <i>Espada de la Verdad</i> a alguien así.</p> <p>Demasiadas personas como Samuel habían llevado la espada, habían peleado por ella, se la habían robado unos a otros, la habían vendido al mejor postor, quien a continuación se convertía en un Buscador cuyos servicios se vendían a cualquier causa repugnante que pudiese pagar el precio. En las sombras pasó de mano en mano, utilizada para propósitos inmundos y violentos. Cuando Zedd consiguió recuperar por fin la <i>Espada de la Verdad</i> y entregarla en su momento a Richard, el Buscador se había convertido en un objeto de mofa y desprecio, considerado tan sólo como un criminal.</p> <p>Si le daba la espada a Samuel, volvería a ser así. Volvería a empezar todo.</p> <p>Pero si no lo hacía, Richard no tenía ninguna posibilidad de detener la amenaza mucho mayor que era muy probable que anduviese suelta por el mundo, o de volver a ver a Kahlan. Aunque Kahlan era de suprema importancia para él, personalmente estaba convencido de que su desaparición auguraba una amenaza nefasta mucho más siniestra, capaz de hacer un daño potencial a una escala que temía considerar.</p> <p>Su responsabilidad como el Buscador de la Verdad era para con la verdad, no para con la <i>Espada de la Verdad…</i></p> <p>Samuel se acercó lentamente, con los ojos puestos en la espada, los brazos alargados, las palmas extendidas hacia arriba, aguardando.</p> <p>—Mía, dame —refunfuñó con impaciencia mientras los odiosos ojos lo miraban con ferocidad.</p> <p>Richard alzó la cabeza para mirar a Shota, quien cruzó los brazos, como para indicar que era su última oportunidad. Era la última oportunidad que Richard tenía de hallar alguna vez la verdad.</p> <p>De haber sabido de cualquier otro modo de hallar una solución, sin importar lo remota que esa posibilidad pudiese ser, habría vuelto a coger la espada y corrido ese riesgo. Pero no podía perder esa ocasión, perder la información que tuviera Shota. No podía hacer otra cosa.</p> <p>Con manos temblorosas, Richard tendió la espada al frente.</p> <p>Samuel, que no estaba dispuesto a aguardar los últimos segundos que mediaban para que llegase hasta él, se abalanzó al frente y le arrebató el arma, aferrando finalmente el ansiado objeto contra el pecho.</p> <p>En cuanto la tuvo, una expresión extraña apareció en su rostro. Echó un vistazo arriba a los ojos de Richard, con los suyos abiertos de par en par por el asombro y la boca colgando abierta. Richard era incapaz de imaginar qué veía Samuel como resultado de tener en sus manos la <i>Espada de la Verdad</i>, y pensó que tal vez estaba sólo anonadado al darse cuenta de que realmente volvía a tenerla.</p> <p>De improviso, Samuel salió disparado, desapareciendo a toda velocidad en el interior de los árboles. La <i>Espada de la Verdad</i> volvía a estar una vez más entre las sombras.</p> <p>Richard se sentía desnudo y aturdido. Miró a lo lejos, en la dirección que Samuel había tomado. Deseaba ahora haber matado al compañero de Shota la primera vez que éste lo había atacado, y Samuel lo había atacado más de una vez. Richard había dejado escapar aquellas oportunidades.</p> <p>Dirigió una dura mirada a Shota.</p> <p>—Si hace daño a alguien, pesará sobre tu conciencia.</p> <p>—No fui yo quien le dio la espada. Lo hiciste tú por voluntad. No te retorcí el brazo ni usé mis poderes para obligarte. No intentes desprenderte de la responsabilidad de tus propias elecciones y acciones.</p> <p>—Y yo no soy responsable de sus acciones. Si hace daño a alguien, me ocuparé de que esta vez pague por sus crímenes.</p> <p>Shota paseó una veloz mirada por los árboles.</p> <p>—No hay nadie aquí a quien pueda hacer daño. Tiene su espada. Es feliz ahora.</p> <p>Richard lo puso seriamente en duda.</p> <p>Con silenciosa furia, devolvió la atención a la cuestión que tenía entre manos. No quería escuchar más excusas de la mujer, así que fue directamente al grano.</p> <p>—Tienes tu pago.</p> <p>Ella lo miró fijamente un buen rato, el rostro inescrutable. Finalmente, en voz queda, pronunció tres palabras:</p> <p>—Cadena de Fuego.</p> <p>Se giró y empezó a andar hacia la calzada.</p> <p>Richard la agarró del brazo y le hizo darse la vuelta.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Querías lo que yo sé que puede ayudarte a encontrar la verdad. Te lo he dado: Cadena de Fuego.</p> <p>Richard no podía creerlo.</p> <p>—¿Cadena de Fuego? ¿Qué significa?</p> <p>Shota se encogió de hombros.</p> <p>—No tengo ni idea. Únicamente sé que eso es lo que necesitas saber para descubrir la verdad de todo esto.</p> <p>—¿Qué quieres decir con que no tienes ni idea? No puedes limitarte a darme un nombre que no he oído nunca y luego irte. Eso no es un canje justo por lo que te he dado.</p> <p>—De todos modos, ése es el acuerdo que hiciste, y yo he respetado mi parte del trato.</p> <p>—Tienes que decirme qué significa.</p> <p>—No sé lo que significa, pero sí sé que vale el precio que pagaste.</p> <p>Richard no podía creer que hubiese accedido a un trato en el que no obtenía nada de valor a cambio. No estaba más cerca de encontrar a Kahlan de lo que había estado antes de ir a ver a Shota. Sintió ganas de sentarse en el suelo allí mismo y darse por vencido.</p> <p>—Nuestra transacción ha concluido. Adiós, Richard. Por favor, vete. No tardará en oscurecer. Puedo asegurarte que no te gustaría estar aquí cuando oscurezca.</p> <p>Shota empezó a caminar por la calzada que conducía a su palacio, allá, a lo lejos. Mientras la contemplaba alejarse, Richard se reprendió por abrazar el fracaso sin ni siquiera intentar conseguir el éxito. Ahora sabía algo que estaba vinculado al misterio. Era una pieza del rompecabezas, una pieza de la solución, tan valiosa que anteriormente sólo la había conocido una bruja, y que le confirmaba que Kahlan era real. Se dijo que estaba un paso más cerca, que tenía que creer eso.</p> <p>—Shota —la llamó Richard.</p> <p>Ella paró y se dio la vuelta, aguardando para escuchar lo que pudiera decirle, dando la impresión de que esperaba una diatriba.</p> <p>—Gracias —dijo él con voz sincera—. No sé qué bien me hará conocer esas palabras, pero gracias. Al menos me has dado una razón para seguir adelante. Cuando vine aquí, no tenía ninguna. Ahora la tengo. Gracias.</p> <p>Ella lo miró fijamente, y él no consiguió imaginar qué podría estar pensando.</p> <p>La mujer retrocedió lentamente un paso en dirección a él. Entrelazó las manos ante ella, mirando al suelo por un momento antes de clavar la mirada en el vacío en dirección a los árboles, al parecer reflexionando sobre algo.</p> <p>Por fin, habló:</p> <p>—Lo que buscas lleva mucho tiempo enterrado.</p> <p>—¿Lleva mucho tiempo enterrado? —preguntó él con cautela.</p> <p>—No puedo decirte qué significa eso tampoco. Las cosas acuden a mí con relación a asuntos, problemas, preguntas. Soy la portadora de la información, el canal podrías decir. No soy la fuente. No puedo decirte el significado, pero puedo decirte que lo que buscas lleva mucho tiempo enterrado.</p> <p>—Cadena de Fuego… y buscar algo que lleva mucho tiempo enterrado —repitió Richard a la vez que asentía—. Entendido. No lo olvidaré.</p> <p>La frente de la mujer se crispó, como si algo más acabase de acudírsele.</p> <p>—Debes encontrar el lugar de los huesos en la Profunda Nada.</p> <p>Richard sintió que las piernas se le ponían de carne de gallina. No tenía ni idea de qué era la «Profunda Nada», pero no le gustaba como sonaba, o como sonaba lo de buscar huesos. Rehusó considerar las funestas implicaciones.</p> <p>Shota regresó a la calzada e inició la marcha en dirección a su palacio. No había dado más de una docena de pasos cuando se detuvo y volvió la cabeza. Sus ojos sin edad se encontraron con la mirada de Richard.</p> <p>—Guárdate de la víbora con cuatro cabezas.</p> <p>Richard ladeó la cabeza, expectante.</p> <p>—No sé lo que significa eso… la víbora con cuatro cabezas.</p> <p>—Tanto si te das cuenta como si no en estos momentos, te he ofrecido un trato justo. Te he dado las respuestas que necesitabas. Eres el Buscador… o al menos lo eras. Tendrás que descubrir lo que significan esas respuestas.</p> <p>Dicho eso, se dio la vuelta por última vez y se alejó a través de la dorada luz por la larga calzada.</p> <p>—Vámonos —dijo Richard a Cara—. No me gustaría descubrir por qué no querremos estar aquí cuando oscurezca.</p> <p>Cara le dirigió una mirada gélida.</p> <p>—Yo diría que tiene algo que ver con un maníaco asesino que empuña una espada letal.</p> <p>Richard supuso que podría tener razón. Samuel no se contentaría con el simple hecho de tener la espada; era probable que quisiese eliminar a su legítimo dueño y de ese modo cualquier posibilidad de que Richard pudiese reclamarla o recuperarla.</p> <p>A pesar de lo que Shota había dicho, el auténtico ladrón había sido Samuel. La <i>Espada de la Verdad</i> era la responsabilidad del Primer Mago, pues era él quien nombraba a los Buscadores y les daba la espada. Ésta no pertenecía a quienquiera que pudiera poseerla a través de cualquier medio, pertenecía al Buscador auténtico, nombrado por un mago, y ése era Richard.</p> <p>Con nauseabundo pavor, comprendió que había traicionado la confianza que su abuelo había depositado en él cuando había entregado la espada a Richard.</p> <p>Pero ¿qué valor podría tener la espada para él si conservarla significaba que Kahlan perdería la vida?</p> <p>No había nada que tuviese más valor para él.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 15</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Richard estaba tan absorto en sus pensamientos que no era totalmente consciente de la ardua ascensión por la empinada pared.</p> <p>Bajo la luz dorada del valle que tenían a sus pies las largas sombras de árboles se alargaban a través de los verdes campos. Sin embargo, la tranquila belleza del lugar a medida que el sol se hundía tras las envolventes montañas le pasaba totalmente inadvertida; quería estar lejos del valle y fuera de la ciénaga antes de que la oscuridad se adueñara de todo por completo. Intentaba consagrar sus esfuerzos a esa tarea, a esa misión, de poner un pie delante del otro, de moverse, de avanzar.</p> <p>Cuando por fin llegaron al extenso pantano que protegía el acceso al hogar de Shota, casi había anochecido. El cielo sobre sus cabezas tenía un intenso color azul, pero esa luz era incapaz de traspasar el dosel de hojas del bosque, de modo que a últimas horas de la tarde la enorme ciénaga parecía atrapada en una penumbra propia de la media noche. Las intensas sombras eran muy distintas de las del valle de Shota. Las sombras del pantano ocultaban amenazas palpables pero en su mayor parte corrientes; las sombras que rodeaban a Shota ocultaban peligros que no se apreciaban tan fácilmente, pero que Richard sospechaba que eran mucho más nocivos.</p> <p>Los sonidos de la fría y húmeda ciénaga que sonaban a su alrededor, los gorjeos, silbidos y ululatos, los chasquidos, los gritos lejanos, apenas quedaban registrados en la consciencia de Richard, que estaba profundamente sumido en su propio mundo de desesperación y determinación, en una contienda titánica.</p> <p>Si bien Shota le había contado muchas cosas sobre la bestia de sangre que lo perseguía, Nicci ya le informó de que esa bestia había sido conjurada a instancias de Jagang. La visita a Shota no había valido la pena por las minucias que había averiguado sobre la bestia. Eran las pocas y valiosas cosas que la bruja había dicho al final lo que realmente le importaban; era por aquellas cosas que había viajado a aquel lugar; era por aquellas cosas que había pagado un precio tan alto cuya trascendencia sólo ahora empezaba a captar. Sus dedos se morían por tocar la empuñadura de la espada en busca de seguridad, pero aquella arma familiar y fiel ya no estaba allí.</p> <p>Intentó no pensar en ello, y sin embargo en pocas otras cosas podía pensar. Lo aliviaba haber obtenido lo que estaba seguro sería información crucial, pero al mismo tiempo sentía una sensación abrumadora de fracaso personal.</p> <p>Prestaba sólo la atención necesaria a por dónde andaba, para no pisar una serpiente de franjas amarillas y negras que distinguió enroscada en el regazo de una roca, o evitar que unas arañas peludas aferradas a la parte inferior de unas hojas resbalaran en silencio por sedosos hilos para aterrizar sobre él.</p> <p>Richard seguía la senda cada vez más oscura tan deprisa como era posible hacerlo con seguridad, mientras en su mente daba vueltas a cada una de las palabras de Shota, concentrándose en el tesoro por el que había pagado un precio tan terrible. Cara lo seguía muy de cerca, moviendo los brazos y asestando manotazos a la nube de insectos que rondaban alrededor de sus rostros. De vez en cuando, un murciélago surgía de las oscuras sombras, batiendo las alas con fuerza, para atrapar alguno de aquellos insectos.</p> <p>Richard apartaba enredaderas y ramas y rodeaba con cuidado conjuntos de raíces que se retorcían como un nido de serpientes. En su primera visita, Samuel le había mostrado que aquellas raíces podían atrapar un tobillo si uno se acercaba demasiado. Tan completamente absorto estaba en averiguar qué podía significar «Cadena de Fuego», o qué podría ser, que Richard casi se metió en un tramo de aguas negras que resultaba difícil de distinguir en la lóbrega luz. La mano de Cara lo detuvo justo a tiempo. Richard echó una ojeada a su alrededor y distinguió el tronco por el que habían cruzado la vez anterior y tomó aquella ruta.</p> <p>Se devanaba el cerebro intentando pensar si había oído alguna vez antes la expresión «Cadena de Fuego», pero sus esperanzas se tornaban tan tenues como la menguante luz. Era una expresión muy extraña. La recordaría de haberla oído alguna vez. Deseó que Shota hubiese conocido su origen o significado, pero creía que la mujer le decía la verdad sobre que tales respuestas acudían a ella sin más.</p> <p>Por otra parte, temía saber muy bien lo que Shota había querido decir con: «Lo que buscas lleva mucho tiempo enterrado».</p> <p>Aquella advertencia le provocaba un profundo dolor en el pecho. Temía que pudiese muy bien significar que Kahlan estaba ya muerta y enterrada hacía mucho.</p> <p>Se había sentido perdido desde aquella mañana en que despertó y descubrió que ella había desaparecido. Sin Kahlan, todo lo demás en el mundo parecía carecer de sentido.</p> <p>No podía permitirse imaginar su muerte como cierta. En su lugar, pensó en sus ojos verdes, hermosos e inteligentes, en su sonrisa especial, su manera singular de ser, de estar tan viva.</p> <p>No obstante, las palabras de Shota no dejaban de regresar a él. Tenía que averiguar qué significado podían tener si quería encontrar a Kahlan.</p> <p>La última parte, sobre que debería «guardarse de la víbora con cuatro cabezas», había carecido de sentido para él al principio, pero cuanto más meditaba sobre ello, más empezaba a darle la impresión de que debería comprenderlo, como si fuese algo que debería tener sentido para él o algo que debería poder averiguar si simplemente pensaba en ello lo suficiente. La implicación que parecía obvia era que aquella víbora de cuatro cabezas —fuera lo que fuese— era responsable de algún modo de la desaparición de Kahlan.</p> <p>Se preguntó si sólo lo sospechaba porque sonaba siniestro. No quería permitirse seguir sendas equivocadas basándose en impulsos infundados, ya que eso no sería más que una pérdida de valioso tiempo. Temía que no le quedara mucho.</p> <p>—¿Adónde vamos? —preguntó Cara, sacándole de los pensamientos que lo tenían atrapado.</p> <p>Richard reparó en que era lo primero que ella había dicho desde que habían dejado a Shota.</p> <p>—A buscar los caballos.</p> <p>—¿Tenéis intención de cruzar el paso esta noche?</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—Sí, si podemos. Si la tormenta ha pasado, la luna proporcionará luz suficiente.</p> <p>La primera vez que había ido a ver a Shota, la bruja se había llevado a Kahlan a su valle, y Richard había seguido sus huellas a través del paso, de noche. No era fácil, pero sabía que podía hacerse. Sabía lo cansado que estaba tras el agotador día, y sabía que Cara tenía que estar igual de cansada, pero no tenía intención de parar mientras pudiese aún poner un pie delante del otro.</p> <p>Era evidente por el modo en que Cara mantenía las mandíbulas apretadas que a ésta no le gustaba la idea de tal viaje nocturno, pero, en lugar de poner objeciones, preguntó otra cosa:</p> <p>—¿Y cuándo tengamos a los caballos? ¿Adónde iremos?</p> <p>—A conseguir respuestas a lo que he descubierto hasta ahora.</p> <p>Por todas partes, la neblina había ido penetrando lentamente entre los retorcidos árboles, enredaderas colgantes y extensiones de aguas quietas, como si se fuese acercando para escuchar su conversación. No había viento que moviera las ristras de musgo, de modo que colgaban flácidas de las ramas torcidas. Se movían sombras en las zonas oscuras bajo enredaderas y maleza, y cosas invisibles chapoteaban en los tramos oscuros de aguas estancadas.</p> <p>Richard en realidad no quería discutir la larga y penosa cabalgada que tenían por delante, así que antes de que Cara pudiese decir nada, preguntó:</p> <p>—¿Habías oído alguna vez eso de «Cadena de Fuego»?</p> <p>Cara lanzó un suspiro.</p> <p>—No.</p> <p>—¿Alguna idea sobre lo que podría significar?</p> <p>La mord-sith negó con la cabeza.</p> <p>—¿Y «el lugar de los huesos en la Profunda Nada»? ¿Significa eso algo para ti?</p> <p>Cara tardó un momento en responder.</p> <p>—Parece como si «la Profunda Nada» me resultase vagamente familiar, como si hubiese oído el nombre antes.</p> <p>Richard pensó que eso sonaba alentador.</p> <p>—¿Puedes recordar algo sobre ella?</p> <p>—No, me temo que no. —Alargó una mano y arrancó distraídamente una hoja en forma de corazón a una enredadera—. Lo único que se me ocurre es que a lo mejor lo oí de niña. Lo he intentado e intentado, pero no consigo recordar si eso es cierto en realidad… lo de que pudiera haberlo oído… o se debe sólo a que «profundo» y «nada» son palabras muy corrientes.</p> <p>Richard soltó un suspiro desilusionado. Eso era lo que también él se preguntaba; si no eran simplemente palabras corrientes y era eso lo que hacía que «Profunda Nada» sonora como si él debiera saber qué era.</p> <p>—¿Qué me dices de la víbora con cuatro cabezas? —preguntó.</p> <p>Cara volvió a negar con la cabeza a la vez que se rezagaba un paso para esquivar una rama que colgaba sobre el sendero. Una serpiente de color verde hoja estaba enroscada en la rama, observando cómo pasaban a poca distancia, a la vez que lamía el aire para captar el olor de ambos.</p> <p>—No tiene sentido para mí —respondió—. Jamás he oído hablar de tal bestia… o lo que sea eso. A lo mejor la víbora de cuatro cabezas vive en un lugar llamado la Profunda Nada.</p> <p>El mismo Richard había considerado tal posibilidad, pero debido al modo en que Shota había mencionado ambas cosas separadamente lo dudaba. Habían parecido acudir a ella como retazos de información individuales y claramente diferenciados, aunque suponía que ya que estaban conectados a su pregunta sobre algo que pudiera ayudarle a descubrir la verdad, podrían estar asociados como Cara había sugerido.</p> <p>En el punto del sendero en el que los árboles se abrían a la oscura masa de las montañas que se alzaban ante ellos, Cara se detuvo.</p> <p>—A lo mejor Nicci nos alcanzará pronto. Sabe mucho sobre magia. Podría saber lo que significa «Cadena de Fuego», o de lo demás. A Nicci le encantaría hacer cualquier cosa para ayudaros.</p> <p>Richard enganchó un pulgar en su cinturón.</p> <p>—¿Quieres contarme qué habéis tramado tú y Nicci?</p> <p>Le parecía más bien evidente, pero quería oírle admitir hasta dónde llegaba todo aquello. La miró a los ojos mientras aguardaba.</p> <p>—Nicci no tuvo nada que ver. Fue idea mía.</p> <p>—¿Cuál, exactamente, fue tu idea?</p> <p>Cara desvió el rostro de su mirada y posó los ojos en el paso que ascendía. El cielo estaba despejado en su mayor parte, las estrellas empezaban a aparecer. Jirones de nubes cruzaban raudas, transportadas por el silencioso viento que soplaba. La luna no tardaría en alzarse.</p> <p>—Cuando me curasteis, sentí algo de la terrible soledad que os atormenta. Creo que podéis haber imaginado a esa mujer, a Kahlan, para llenar ese vacío. No quiero que tengáis que padecer la angustia terrible que percibí en vos. Alguien que no existe no puede llenar jamás un vacío así.</p> <p>Al ver que ella no decía nada más, él lo hizo.</p> <p>—¿Y por lo tanto quieres que el vacío lo llene Nicci?</p> <p>Cara volvió a mirarle a los ojos, con la frustración adueñándose de sus facciones.</p> <p>—Lord Rahl, sólo quería ayudaros. Creo que necesitáis que alguien esté con vos… que comparta vuestra vida… igual que Shota quería a alguien. Igual que ella os quería a vos. Pero Shota es la persona equivocada… para ambos. Creo que Nicci sería buena para vos, eso es todo.</p> <p>—¿De modo que pensaste que tú podías entregar mi corazón a alguien?</p> <p>—Bueno… suena mal tal como lo expresáis.</p> <p>—Está mal.</p> <p>—No, no lo está —insistió ella a la vez que cerraba los puños a los costados—. Necesitáis a alguien. Sé que ahora os sentís perdido. Creo que estáis empeorando. Queridos espíritus, acabáis de renunciar a vuestra espada. »Necesitáis a alguien, sé que es así. Parecéis incompleto. En todo el tiempo que hace que os conozco, jamás me lo habíais parecido. En toda mi vida jamás había pensado en el lord Rahl como alguien que estuviera con una única mujer, y muchos menos casado, pero con vos, simplemente da la impresión de que necesitáis un alma gemela.</p> <p>»Nicci es mucho más adecuada que cualquier otra persona. Es lista, lo bastante lista para que los dos podáis conversar. Compartís cosas sobre magia y cosas parecidas. He visto el modo en que ambos habláis, el modo en que ambos sonreís. Sencillamente parece lógico que estéis juntos. Ambos sois inteligentes… y ambos poseéis el don. Y ella es hermosa. Deberíais tener a alguien hermoso y Nicci lo es.</p> <p>—¿Y qué parte tuvo Nicci en tu pequeño complot?</p> <p>—Nicci tenía objeciones muy parecidas a las vuestras; lo que en cierto modo no hace más que demostrar que tengo razón respecto a que ambos hacéis muy buena pareja.</p> <p>—¿Así que a ella tampoco le gustó que le planificases la vida? Cara encogió un hombro.</p> <p>—No, no es eso lo que quería decir. Tenía las mismas objeciones por vos. Habló en vuestro nombre, no en el suyo. Sólo le importaba lo que vos queríais. Parecía saber que desaprobaríais tal idea.</p> <p>—Bueno, tienes razón sobre una cosa, es inteligente.</p> <p>—Sólo intentaba que ella pensase en ello. No le estaba diciendo que se arrojase a vuestros brazos. Pensé que a lo mejor os podríais complementar el uno al otro, llenar el vacío que ambos sentís. Pensé que a lo mejor si la animaba a considerarlo… que la naturaleza seguiría su curso, eso es todo.</p> <p>Richard quiso estrangularla, pero mantuvo la voz calmada porque las acciones de Cara, si bien equivocadas, eran tan enternecedoramente humanas, tan bondadosas, que al mismo tiempo quería abrazarla. Quién habría podido pensar que a una mord-sith fuesen a importarle el amor y la camaradería… Imaginó que él sí lo había pensado. Pero con todo…</p> <p>—Cara, lo que intentas hacer es lo mismo que Shota intentaba: decidir por mí lo que debería sentir, cómo debería vivir.</p> <p>—No, no es lo mismo.</p> <p>Las cejas de Richard se fruncieron.</p> <p>—¿Y por qué no es lo mismo?</p> <p>Cara apretó con fuerza los labios. Richard aguardó. Finalmente, ella respondió en un susurro:</p> <p>—Ella no os ama en realidad. Yo sí. Pero no de ese modo —se apresuró a añadir.</p> <p>Richard no estaba de humor para discutir, o chillar. Sabía que el propósito de Cara era bienintencionado, aunque erróneo. Más que nada, apenas podía creer lo que acababa de oírle admitir en voz alta, y, de no haber sido por todo lo demás que sucedía, se habría sentido encantado.</p> <p>—Cara, estoy casado con la mujer que amo.</p> <p>Ella meneó la cabeza tristemente.</p> <p>—Lord Rahl, lo siento, pero Kahlan sencillamente no existe.</p> <p>—Si no existe, entonces ¿por qué pudo Shota darme pistas que me ayudarán a demostrar la verdad?</p> <p>Cara volvió a desviar la mirada.</p> <p>—Porque la verdad es que no hay una Kahlan. Las cosas que os contó sólo os ayudarán a descubrir esa triste verdad. ¿No lo habéis pensado?</p> <p>—Sólo en mis pesadillas —dijo él, e inició la marcha hacia el paso de montaña.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 16</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Jillian se dio la vuelta y miró en dirección al cielo cuando oyó graznar al cuervo. Las alas totalmente extendidas del pájaro se mecieron mientras éste se dejaba llevar por las corrientes invisibles en el despejado azur. Mientras observaba, el ave volvió a graznar, con un áspero sonido chirriante que resonó por todo el terreno agostado que se achicharraba bajo el sol de la tarde.</p> <p>Jillian agarró el pequeño lagarto muerto que yacía sobre la desmoronada pared que tenía al lado y luego ascendió penosamente por el polvoriento callejón. El cuervo describió un majestuoso círculo en lo alto mientras la observaba ascender por la cuesta. Ella sabía que el ave probablemente la había visto hacía una eternidad, mucho antes de que ella supiese que estaba allí.</p> <p>Sosteniendo el lagarto por la cola mientras se alzaba sobre las puntas de los pies, Jillian alzó el brazo todo lo que pudo y agitó la ofrenda. Lanzó una carcajada al ver cómo el pájaro negro casi parecía dar un traspié en el aire al distinguir el lagarto oscilando en sus dedos. El ave inició un pronunciado descenso con las alas plegadas para ganar velocidad.</p> <p>Jillian dio un brinco y se sentó sobre la ruinosa pared de piedra que había junto a algunas de las losas que quedaban al descubierto de lo que en una ocasión había sido parte de una calzada. A lo largo de millones de años, gran parte de aquella calzada había quedado sepultada bajo capas de tierra y, encima de esas capas de tierra arrastrada por el viento y por la lluvia, crecían ahora maleza y árboles esmirriados. Su abuelo le había contado que aquello era parte de un lugar muy viejo y especial.</p> <p>A Jillian le costaba imaginar lo viejo que podría ser. Cuando había sido más pequeña y había preguntado a su abuelo si era más viejo que él, el hombre había reído y dicho que si bien admitía ser viejo, no era ni con mucho tan viejo y que aquel lento trabajo requería no sólo tiempo, sino abandono. Había transcurrido muchísimo tiempo, y al no quedar virtualmente nadie, el abandono había hecho su obra.</p> <p>El abuelo le había contado que aquella antigua ciudad vacía había estado habitada en una ocasión por los antepasados de ambos. A Jillian le encantaba escuchar sus relatos sobre las misteriosas personas que habían vivido en aquel lugar y construido la increíble ciudad en el promontorio, más allá de las agujas de piedra.</p> <p>Su abuelo era un narrador, y, puesto que ella estaba siempre deseosa de escuchar sus relatos de la antigua sabiduría popular, decía que si ella estaba dispuesta a hacer el esfuerzo la convertiría en la narradora que un día ocuparía su lugar. A Jillian le entusiasmaba la perspectiva de aprender a ser una narradora y dominar todas las cosas que había que aprender, de ser alguien respetado por su conocimiento de los antiguos tiempos y su patrimonio cultural, pero al mismo tiempo no le gustaba la insinuación de que tal eventual mejora de su posición entre la gente señalaría el fallecimiento de su abuelo.</p> <p><i>Lokey</i> aterrizó junto a ella y plegó las lustrosas alas negras, sacándola de sus reflexiones sobre gentes de la antigüedad y las ciudades que construyeron, sobre las guerras y grandes proezas. El curioso cuervo se le acercó más con paso balanceante.</p> <p>Jillian depositó en la piedra el lagarto recién muerto y, sujetándolo por la punta de la cola, lo meneó tentadoramente.</p> <p><i>Lokey</i> ladeó la cabeza, observando; pero en lugar de aceptar la ofrenda, guiñó los negros ojos. Anadeó aún más cerca de ella, encabezando la marcha con la pata derecha con el cauteloso andar de lado que usaba siempre que se aproximaba a la carroña. Antes que agitar las alas y saltar hacia atrás varias veces siguiendo la cautelosa costumbre que utilizaba cuando tropezaba con lo que esperaba sería una comida pero podía convertirse en una amenaza, avanzó con atrevimiento y le agarró la manga de gamuza con el grueso pico.</p> <p>—<i>Lokey</i>, ¿qué haces?</p> <p><i>Lokey</i> dio insistentes tirones. El pájaro por lo general acostumbraba a tirar de las cuentas que le recorrían la manga o de las correas de cuero del extremo, pero en aquellos momentos tiraba de la manga.</p> <p>—¿Qué? —preguntó ella—. ¿Qué quieres?</p> <p>Él soltó la manga y ladeó la cabeza a la vez que la escrutaba con un ojo. Los cuervos eran criaturas inteligentes, pero ella nunca estaba segura de hasta qué punto. En ocasiones pensaba que <i>Lokey</i> era más listo que algunas personas que conocía.</p> <p>Las plumas de la garganta y de la cabeza del cuervo se alzaron agresivamente.</p> <p>De improviso, el ave profirió un graznido penetrante que sonó muy parecido a una expresión de enojada contrariedad por no poder hablar. <i>Craaa</i>. Volvió a ahuecar las plumas y emitió otro graznido. <i>Craaa.</i></p> <p>Jillian le acarició la cabeza y luego el lomo, y rascó con suavidad bajo el erizado plumaje negro —algo que a él le encantaba— antes de alisarle las plumas. En lugar de emitir chasquidos de satisfacción y pestañear lánguidamente, como acostumbraba a hacer cuando ella le rascaba así, dio un salto atrás y emitió tres graznidos agudos que hicieron que a Jillian le dolieran los oídos. <i>Craaa. Craaa. Craaa.</i></p> <p>Ella se cubrió las orejas.</p> <p>—¿Qué te pasa hoy?</p> <p><i>Lokey</i> brincó de un lado a otro, agitando las alas. <i>Craaa</i>. Corrió por la superficie de la vieja calzada de adoquines, aleteando y graznando, y, al llegar al otro extremo, alzó el vuelo con un aleteo, se posó y luego volvió a alzarse del suelo. <i>Craaa.</i></p> <p>Jillian se puso en pie.</p> <p>—¿Quieres que vaya contigo?</p> <p><i>Lokey</i> graznó ruidosamente como para confirmar que por fin lo había adivinado. Jillian lanzó una carcajada. Estaba segura de que el loco pájaro podía comprender cada palabra que ella decía y en ocasiones leerle el pensamiento. Le encantaba tenerle cerca. A veces, cuando le hablaba, él permanecía quieto a poca distancia, como si escuchara.</p> <p>Su abuelo le había dicho que no permitiera que <i>Lokey</i> durmiera en su habitación o éste conocería sus sueños. Por lo general Jillian tenía sueños maravillosos, así que no le importaba si <i>Lokey</i> los conocía; además, sospechaba que a lo mejor su amigo sí conocía sus sueños y era ése el motivo de que a menudo despertara y lo encontrara posado en el cercano alféizar, durmiendo con aire satisfecho.</p> <p>Pero tenía siempre mucho cuidado de no enviarle pesadillas.</p> <p>—¿Encontraste un antílope muerto que devorar? ¿O tal vez un conejo? ¿Por eso no tienes hambre? —Agitó un dedo en dirección al ave—. <i>Lokey</i> —lo regañó—, ¿le robaste la comida a otro cuervo?</p> <p><i>Lokey</i> estaba siempre hambriento. «Su voraz cuervo», le llamaba ella a menudo. El pájaro sería capaz de participar de su cena si ella se lo permitía y de robársela en caso contrario; pero incluso si estaba demasiado harto para comer el lagarto, le sorprendía que no se lo hubiese llevado al menos para ocultarlo y comérselo más adelante. Los cuervos ocultaban todo aquello que no conseguían comerse… y eran capaces de comer una barbaridad. No comprendía cómo era que el pájaro no engordaba.</p> <p>Jillian se puso en pie y sacudió el polvo de la parte posterior de su vestido y sus huesudas rodillas. <i>Lokey</i> estaba ya en el aire, describiendo círculos sin dejar de graznar para instarla a darse prisa.</p> <p>—De acuerdo, de acuerdo —se quejó ella, a la vez que extendía los dedos para mantener el equilibrio mientras correteaba por la parte superior de la gruesa pared que recorría un recinto cubierto de cascotes.</p> <p>En la cima de una pequeña colina se quedó parada con una mano en la faja de tela que le rodeaba la cadera, a la vez que con la otra mano se resguardaba los ojos mientras miraba con atención a lo alto del reluciente cielo para observar cómo su amigo efectuaba picados y giros en un intento de mantener su atención. <i>Lokey</i> era un exhibicionista. Si no podía hacer acrobacias aéreas para impresionar a otros cuervos, las hacía con mucho gusto para ella.</p> <p>—¡Sí —chilló ella al cielo—, eres un pájaro listo, <i>Lokey</i>!</p> <p><i>Lokey</i> graznó una vez y luego batió velozmente las alas. La mirada de Jillian lo siguió, la mano resguardándole los ojos de la luz del sol, mientras el pájaro volaba al sur sobre la vasta extensión de terreno situada ante ella. Franjas de verdes pastos veraniegos, más cerca de la base del promontorio y las montañas situadas tras ella, se abrían paso por el yermo paisaje. A los lados, nebulosas y cárdenas montañas se perdían en la desolada llanura que parecía dirigirse eternamente al sur. Pero sabía que no era así. El abuelo decía que al sur estaba la gran barrera y más allá un lugar largo tiempo prohibido llamado el Viejo Mundo.</p> <p>A lo lejos, entre las parcelas verdes de la llanura que estaban más cerca de las estribaciones de las montañas, pudo ver el lugar donde su gente vivía durante el verano. Vallas de madera ocupaban las brechas en los antiguos muros de piedra que encerraban a sus cabras, cerdos y gallinas. Parte de su ganado pastaba en los pastos veraniegos. Había agua en aquel lugar, y algunos árboles. También se extendían huertos junto a las sencillas casas de ladrillo que habían resistido los severos vientos invernales y el achicharrante verano durante incalculables siglos.</p> <p>Y entonces, cuando volvió a alzar la mirada hacia <i>Lokey</i>, Jillian vio en el horizonte, en dirección oeste, una tenue nube de polvo.</p> <p>Estaba tan lejos que parecía diminuta. La mancha borrosa de polvo contra el azul intenso del cielo allí donde se encontraba con la línea del horizonte parecía colgar en el aire, inmóvil; pero Jillian supo que no era más que una jugarreta de la distancia lo que la hacía parecer diminuta e inmóvil. Incluso a tanta distancia, pudo advertir que se extendía a través de una amplia zona de terreno, pero estaba aún tan lejos que era difícil ver qué la originaba. De no haber sido por <i>Lokey</i>, Jillian no la habría distinguido durante bastante tiempo.</p> <p>A pesar de que aún no podía ver qué la provocaba, supo que nunca antes había visto algo así.</p> <p>Lo primero que pensó fue que tenía que ser un remolino de viento o una tormenta de polvo. Pero a medida que observaba advirtió que era demasiado ancho para ser un remolino y que una tormenta de polvo no se alzaba hacia el cielo del modo en que lo hacía aquello. Una tolvanera, incluso aunque se extendiera hacia lo alto, debía tener en la base lo que parecían enormes y arremolinadas nubes marrones que corrían sobre el suelo, que eran en realidad los vientos racheados que revolvían el polvo hacia lo alto.</p> <p>Aquello no se le parecía en nada. Era polvo alzándose desde algo que venía… de gente que venía a caballo.</p> <p>Forasteros.</p> <p>Más forasteros de los que podía calcular. Forasteros en tal número que le recordaron los relatos de su abuelo.</p> <p>Las rodillas de Jillian empezaron a temblar. El miedo fluyó por ella, yendo a alojársele en la garganta, donde nacían los gritos.</p> <p>Eran ellos. Los desconocidos que su abuelo siempre decía que vendrían. Venían ahora.</p> <p>La gente jamás ponía en duda a su abuelo —no en su cara, al menos—, pero no creía que realmente debieran inquietarles sus relatos. Al fin y al cabo, sus vidas eran pacíficas. Nadie aparecía nunca para molestarlos.</p> <p>Jillian, no obstante, siempre había creído a su abuelo y por lo tanto siempre había sabido que los forasteros acabarían por venir; pero, como las otras personas, siempre había pensado que eso sería en algún momento del remoto futuro, quizá cuando fuese vieja, o, a lo mejor incluso, si tenían suerte, dentro de varias futuras generaciones.</p> <p>Sólo en sus poco frecuentes pesadillas los forasteros llegaban en el presente.</p> <p>Al ver alzarse aquellas columnas de polvo, supo sin la menor duda que eran ellos.</p> <p>No había visto forasteros en toda su vida. Nadie que no fuese la gente del pueblo de Jillian recorría las inhóspitas planicies del vasto y formidable lugar conocido como la Profunda Nada.</p> <p>Permaneció allí parada, temblando de terror, con la mirada fija en la nube de polvo del horizonte. Estaba a punto de ver a muchísimos extranjeros… a los que salían en los relatos.</p> <p>Pero era demasiado pronto. No había tenido una vida aún, no había tenido una oportunidad de vivir, amar, tener hijos. Le afloraron lágrimas a los ojos, lo que dio a todo una apariencia acuosa. Miró hacia atrás, a lo alto, al interior de las ruinas. ¿Era eso a lo que se habían enfrentado, como en los relatos de su abuelo?</p> <p>Las lágrimas empezaron a correrle a través del polvo de las mejillas. Sabía, sin la menor duda, que su vida estaba a punto de cambiar, y que sus sueños ya no serían felices.</p> <p>Descendió apresuradamente de lo alto del montón de cascotes en el que había estado y corrió colina abajo, dejando atrás la pared, los desmoronados cuadrados vacíos de ladrillo, los fosos donde en una ocasión se habían alzado edificios. Sus veloces pies alzaban su propia columna de polvo mientras corría entre las ruinas de lo que una vez habían sido puestos avanzados de una antigua ciudad. Recorrió calzadas a la carrera que ya no tenían vida a su alrededor, que ya no estaban bordeadas de edificios en pie.</p> <p>A menudo había intentado imaginar cómo habrían sido las cosas cuando la gente había recorrido las calles, cocinado en las casas, colgado la colada en los patios, comerciado en las plazas. Eso ya no existía. Todos habían muerto hacía mucho. Toda la ciudad hacía mucho que había muerto, excepto por los pocos compatriotas de Jillian que a veces se alojaban en los más remotos de los viejos edificios.</p> <p>A medida que se acercaba más a aquellos antiguos edificios de los puestos avanzados que usaban durante el verano, Jillian vio a gente que corría de un lado a otro, gritándose unos a otros. Vio que reunían sus pertenencias y recogían a los animales. Parecía que iban a mudarse, quizá de vuelta al refugio que ofrecían las montañas, o a las planicies áridas. Había visto a su gente hacer tal cosa sólo unas pocas veces antes. La amenaza siempre había resultado imaginaria. Jillian sabía que estaba vez era real.</p> <p>Con todo, no estaba segura de si tendrían tiempo suficiente para huir de los desconocidos que se acercaban y esconderse. Pero su gente era fuerte y veloz. Estaban acostumbrados a moverse por ese territorio. El abuelo decía que nadie excepto su gente podía sobrevivir tan bien en aquel lugar desolado. Conocían los pasos de montaña y los lugares donde había agua, así como los caminos ocultos a través de lo que parecían cañones infranqueables. Podían desaparecer en el inhóspito territorio en un momento y sobrevivir.</p> <p>La mayoría de ellos podían. Algunos, como su abuelo, ya no eran veloces.</p> <p>Con aquel renovado temor, sus pies corrieron aún más deprisa, golpeando con un ritmo constante el polvoriento terreno. Al acercarse más, Jillian vio hombres cargando mulas. Las mujeres recogían los utensilios de cocina, llenaban recipientes de agua y transportaban ropas y tiendas fuera de sus hogares de verano y edificios de almacenamiento. Jillian tuvo la impresión de que hacía algún tiempo que habían advertido que se acercaban los extranjeros, ya que tenían muy avanzados los preparativos para la partida.</p> <p>—¡Ma! —llamó cuando vio a su madre cargando su puchero en lo alto de una mula que transportaba ya un montón de sus pertenencias—. ¡Ma!</p> <p>Su madre le lanzó una sonrisa y extendió un brazo protector. A pesar de que empezaba a no tener edad para tales cosas, Jillian se acurrucó bajo aquel brazo como un pollito bajo el ala de una gallina clueca.</p> <p>—Jillian, coge tus cosas. —Su madre agitó una mano—. Deprisa.</p> <p>La joven sabía que no tenía que hacer preguntas en un momento como aquél, así que se secó las lágrimas y corrió al pequeño y antiguo edificio cuadrado que usaban como hogar aquel verano. Los hombres a veces tenían que reemplazar los techos cuando las inclemencias del tiempo los arrancaban pero, aparte de eso, el resto de los sólidos edificios achaparrados seguían siendo los mismos construidos por sus antepasados en la ciudad de Caska, arriba, en el promontorio.</p> <p>Su abuelo, con el aspecto demacrado y pálido que ella imaginaba que tendría un fantasma, aguardaba en las sombras, justo al otro lado de la puerta. No se apresuraba. El terror inundó el pecho de Jillian. Comprendió que no podía ir con ellas: era viejo y débil. Como algunos de los otros ancianos, no sería lo bastante veloz para mantener la marcha del resto si querían escapar, y pudo ver en sus ojos que no pensaba intentarlo.</p> <p>Se hundió en el tierno abrazo de su abuelo y empezó a lloriquear al tiempo que él la consolaba.</p> <p>—Vamos, vamos, criatura —dijo él, acariciándole con la mano los cortos cabellos—. No hay tiempo para esto.</p> <p>La agarró por los brazos y la apartó con dulzura mientras ella hacía todo lo posible por controlar los sollozos. Sabía que tenía edad suficiente para no llorar de ese modo, pero no podía evitarlo. Él se acuclilló, el rostro curtido se le arrugó cuando le sonrió y quitó una lágrima con la mano.</p> <p>Jillian se secó el resto de las lágrimas, intentando ser fuerte.</p> <p>—Abuelo, <i>Lokey</i> me mostró a los forasteros que se acercan.</p> <p>Él asentía.</p> <p>—Lo sé. Yo lo envié.</p> <p>—¡Oh! —fue todo lo que se le ocurrió decir.</p> <p>Su mundo estaba dando un vuelco y era difícil pensar, pero en algún lugar en el fondo de su mente cayó en la cuenta de que nunca antes había hecho él algo así. Jamás había sabido que pudiera pero, conociendo a su abuelo, en realidad no le sorprendió.</p> <p>—Jillian, escúchame. Esos hombres que vienen son aquellos que siempre te dije que vendrían. Aquellos que pueden, se van durante un tiempo para ocultarse.</p> <p>—¿Durante cuánto tiempo?</p> <p>—Todo el tiempo que sea necesario. Estos hombres que vienen a caballo hacia aquí son sólo un pequeño número de los que acabarán viniendo.</p> <p>Los ojos de la niña se abrieron de par en par.</p> <p>—¿Quieres decir que hay más? Pero hay tantos… Levantan más polvo del que he visto nunca. ¿Puede haber más extranjeros aparte de ésos?</p> <p>La sonrisa del anciano fue breve y amarga.</p> <p>—Éstos son sólo un grupo de reconocimiento, supongo. La avanzadilla de exploración de muchos más que vendrán. Esta tierra enorme y desolada les es desconocida. Supongo que buscan rutas para cruzarla, que comprueban si encontrarán oposición. Temo que según los relatos, los hombres para los que exploran son más en número incluso de lo que yo puedo comprender. Creo que esos otros hombres, con su incontable número, tardarán aún un poco en venir, pero incluso esta avanzadilla la formarán hombres peligrosos y despiadados. Aquellos de los nuestros que puedan hacerlo deben huir y ocultarse por ahora.</p> <p>»Pifian, tú no puedes ir con ellos.</p> <p>Se quedó boquiabierta.</p> <p>—¿Qué…?</p> <p>—Escúchame. Los tiempos de los que te he hablado ya están aquí. —Pero, mamá y papá no permitirán…</p> <p>—Permitirán lo que les diga que deben permitir, igual que nuestra gente —respondió él con voz severa—. Esto tiene que ver con cuestiones mucho más importantes, cuestiones que nunca antes han involucrado a nuestra gente… al menos desde que nuestros antepasados ocuparon la ciudad. Ahora estas cosas nos conciernen también.</p> <p>Jillian asintió solemnemente.</p> <p>—Sí, abuelo.</p> <p>Estaba aterrada, pero al mismo tiempo percibía el despertar de un sentido del deber hacia la profesión de su abuelo. Si él tenía intención de confiarle tales cosas, no podía fallarle.</p> <p>—¿Qué tengo que hacer, entonces?</p> <p>—Vas a ser la sacerdotisa de los huesos, la portadora de sueños.</p> <p>Jillian volvió a quedarse boquiabierta.</p> <p>—¿Yo?</p> <p>—Sí, tú.</p> <p>—Pero todavía soy demasiado joven. No he sido entrenada en tales cosas.</p> <p>—Ya no hay tiempo, criatura. —Se inclinó hacia ella con ademán admonitorio—. Tú eres la persona que debe hacer esto, Jillian. Ya te he enseñado muchos de los relatos. Puedes pensar que no estás preparada, o que no eres lo bastante mayor, y todo ello puede contener algo de verdad, pero sabes más de lo que quizá comprendes. Lo que es más, no hay otra persona. Te toca a ti.</p> <p>Jillian parecía incapaz de pestañear. Se sentía tan completamente inadecuada, y al mismo tiempo emocionada e inspirada. Su gente contaba con ella. Lo que era más importante, su abuelo contaba con ella y creía que podía llevarlo a cabo.</p> <p>—Sí, abuelo.</p> <p>—Te prepararé para que estés entre los muertos, y luego deberás ocultarte entre ellos y esperar.</p> <p>El miedo empezó a envolverla en sus brazos otra vez. Nunca había permanecido sola entre los muertos.</p> <p>Jillian tragó saliva.</p> <p>—Abuelo, ¿estás seguro de que estoy preparada para eso? ¿Para estar allí, sola, entre los muertos? ¿Aguardando a uno de ellos?</p> <p>La luz que penetraba por la puerta abierta proporcionó al rostro del anciano una expresión ominosa.</p> <p>—Estás tan preparada como puedo hacer que lo estés. Confiaba en que hubiera tiempo para enseñarte muchas más cosas, pero al menos te he enseñado algunas de las que debes conocer.</p> <p>Fuera, la gente corría de un lado a otro bajo la luz del sol, ocupándose de los preparativos. Tenían cuidado de no mirar al interior de las sombras, al abuelo, después de que él la hubiese apartado del resto de ellos, contándole a lo que debía enfrentarse.</p> <p>—Para ser sincero —dijo el anciano—, esto me ha cogido desprevenido también. Los relatos se han transmitido en nuestro pueblo durante miles de años, pero jamás dijeron cuándo sucedería. Jamás creí que sucedería durante mi vida. Recuerdo a mi propio abuelo contándome cosas que yo te he contado y no creer en realidad que fuesen a suceder jamás, excepto tal vez en algún futuro remoto. Pero la hora ha llegado ya y debemos hacer todo lo que podamos para mantener la palabra dada a nuestros antepasados. Debemos estar preparados…, tú debes estarlo…, como se nos ha enseñado a través de los relatos.</p> <p>—¿Cuánto tiempo tendré que esperar?</p> <p>—No hay modo de que pueda decirte eso. Debes ocultarte entre los espíritus. Como los narradores han hecho a lo largo de los siglos, tú y yo hemos escondido comida, como lo hace <i>Lokey</i>, para una eventualidad así. Tendrás comida para mantener el estómago lleno. Puedes pescar y salir de caza cuando sea seguro.</p> <p>—Sí, abuelo. Pero ¿no podrías ocultarte conmigo?</p> <p>—Te llevaré allí arriba, te ayudaré a prepararte y te contaré todo lo que pueda. Pero debo regresar aquí para ayudar a hacer que esos forasteros piensen que no ocultamos nada y les damos la bienvenida mientras el resto de nuestra gente escapa… y para que tú puedas ocultarte. No podría ser tan veloz como tú, ni lo bastante pequeño para poder pasar por los lugares angostos, de modo que esos hombres no puedan seguirme. Tendré que regresar aquí y cumplir con mi papel.</p> <p>—¿Y si los extranjeros te hacen daño?</p> <p>Su abuelo inspiró profundamente y soltó el aire con fatigada determinación.</p> <p>—Puede ser que lo hagan. Esos hombres que vienen serán capaces de cometer brutalidades; por eso esto es tan importante. Sus hábitos crueles son el motivo de que debamos ser fuertes y no cedamos ante ellos. Incluso si muero… —agitó un dedo ante ella—, y puedes estar segura de que haré todo lo posible para que no sea así, os estaré dando al resto de vosotros el tiempo que necesitáis.</p> <p>Jillian se mordisqueó el labio.</p> <p>—¿No te asusta morir?</p> <p>Él asintió a la vez que sonreía.</p> <p>—Mucho. Pero he vivido una vida larga y, porque te amo tanto, preferiría que tuvieses una oportunidad de hacer lo mismo.</p> <p>—Abuelo —repuso ella con la voz ahogada por las lágrimas—, quiero estar contigo toda mi vida.</p> <p>El anciano le cogió la mano.</p> <p>—También yo, pequeña. Deseo ver cómo creces para convertirte en una mujer y tener tus propios hijos. Pero no quiero que te preocupes demasiado por mí. No estoy tan indefenso ni soy un estúpido. Me mantendré en segundo plano junto con los demás y no constituiremos ninguna amenaza para esos hombres. Confesaremos a los forasteros que los más jóvenes de nuestro pueblo huyeron aterrorizados, pero que nosotros no pudimos. Es muy posible que los extranjeros tengan cosas más importantes que hacer que malgastar energías haciéndonos daño. Estaremos perfectamente. Quiero que pienses en lo que tienes que hacer, y que no te preocupes por mí.</p> <p>Jillian se sintió un tanto mejor respecto a la seguridad de su abuelo.</p> <p>—Sí, abuelo.</p> <p>—Además —le dijo él—, <i>Lokey</i> estará contigo, y llevará mi espíritu con él, así que será casi como si yo estuviese velando por ti. —Cuando ella sonrió ante aquello, él siguió—: Vamos, ahora. Debemos marchar y efectuar los preparativos.</p> <p>Al padre y la madre de Jillian se les permitió una breve despedida después de que el abuelo les dijese con voz severa que la llevaba con los espíritus de sus antepasados, para ocuparse de la seguridad de su pueblo.</p> <p>Sus padres o bien comprendieron la importancia de permitir que su hija fuera o bien le tenían demasiado miedo al abuelo para rehusar. En cualquier caso, la abrazaron y le pidieron que tuviera fortaleza hasta que pudieran volver a estar juntos.</p> <p>Sin hablar más, el abuelo se la llevó bajo la mirada de muchos ojos. La hizo subir por las antiguas calzadas y cruzar gargantas, dejando atrás puestos avanzados desiertos y edificios misteriosos, y ascender por la gran elevación del terreno. A medida que subían, el sol descendía en el cielo occidental tras el dorado rastro de polvo que iba acercándose lenta pero inexorablemente. Jillian supo que antes de la puesta de sol, la mayor parte de su gente se habría ido ya.</p> <p>El sol que se ponía permitía que las lóbregas sombras empezaran a deambular por los desfiladeros. La lisa piedra, con estratos de sinuosas franjas de roca, les invitaba a avanzar sin pausa para ver lo que podría haber tras cada recodo. A lo largo del fondo, había huesos de animales pequeños desperdigados aquí y allá. Ella sabía que eran los desperdicios dejados por los coyotes y los lobos, e hizo un gran esfuerzo por desterrar la imagen mental de sus propios huesos blanqueados esparcidos por el suelo.</p> <p>En lo alto, <i>Lokey</i> describía perezosos círculos en el cielo, de un azul cada vez más oscuro, mientras la observaba ascender con el abuelo en dirección al promontorio. Cuando alcanzaron las agujas de piedra, el ave planeó en silencio entre los pináculos de las columnas, como si fuese un juego. Los había seguido tantas veces allí arriba, hasta la antigua ciudad, que no debía darle la menor importancia. A Jillian, a pesar de que el abuelo la había llevado allí arriba, a través del laberinto de quebradas, barrancos y profundos cañones, innumerables veces, esta vez todo le parecía nuevo.</p> <p>En esta ocasión iba como la sacerdotisa de los huesos, la portadora de sueños.</p> <p>En un lugar donde un río seguía una ruta sinuosa por el fondo de un cañón muy profundo, el abuelo la condujo a un peñasco en la fresca sombra y la hizo sentar. Por todas partes, las paredes lisas y ondulantes del cañón se alzaban, sin dejar un camino por el que ascender y salir si una lluvia repentina provocase una inundación. Era un lugar peligroso… por más motivos que la amenaza de una riada; era una maraña de barrancos y cañones que en algunos lugares seguían rutas complicadas alrededor de enormes columnas verticales, de modo que era posible andar en círculos y no hallar nunca el camino. Jillian, no obstante, sabía cómo moverse por aquel laberinto, así como por otros.</p> <p>Mientras estaba allí sentada en silencio, aguardando, su abuelo abrió una bolsa que llevaba siempre colgada al cinto. Sacó un pedazo doblado de tela encerada y la abrió en la palma de una mano. Sumergió el índice en la oleosa sustancia negra del interior.</p> <p>—Quédate quieta, ahora, mientras te pinto la cara —dijo el anciano, alzándole la barbilla.</p> <p>A Jillian nunca antes la habían pintado. Conocía el ceremonial por los relatos de su abuelo, pero lo cierto era que nunca había pensado que sería ella la sacerdotisa de los huesos, la persona a la que pintarían. Permaneció sentada tan quieta como pudo mientras él trabajaba, sintiendo que todo sucedía demasiado deprisa; antes de que hubiese tenido tiempo de pensar realmente en ello. A primeras horas de aquel día en lo más que pensaba era en capturar un lagarto para <i>Lokey</i>. Ahora parecía como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros.</p> <p>—Ya está —anunció su abuelo—. Ven a ver.</p> <p>Jillian se arrodilló junto a unas aguas quietas y se inclinó al frente. Lanzó una exclamación ahogada. Lo que veía resultaba aterrador. El rostro que le devolvía la mirada tenía una franja negra pintada sobre él, como una venda sobre los ojos, y sus ojos color cobre la miraron desde el centro de aquella máscara negro ahumado.</p> <p>—Ahora los espíritus malignos no podrán verte —le dijo él a la vez que se ponía en pie—. Puedes estar entre nuestros antepasados sin peligro.</p> <p>Jillian se levantó, sintiéndose de lo más extraña. Transformada. El rostro que había visto era el rostro de una sacerdotisa. Había oído hablar de ello en los relatos del abuelo, pero nunca había visto tal rostro en la vida real, y mucho menos esperado que alguna vez fuese a ser el suyo.</p> <p>Inclinó el cuerpo al frente y echó una cautelosa mirada a hurtadillas a las aguas.</p> <p>—¿Esto me ocultará realmente?</p> <p>—Te mantendrá a salvo —respondió él a la vez que asentía.</p> <p>La niña se preguntó si <i>Lokey</i> la reconocería, si sentiría miedo de ella. El rostro que la miraba fijamente desde las quietas aguas la asustaba.</p> <p>—Vamos —dijo el abuelo—, es necesario que llegues allí arriba y luego debo regresar para que los hombres me encuentren allí con aquellos de los nuestros que se han quedado.</p> <p>Cuando tras un buen rato de ascensión salieron de las agujas y cañones de piedra, se hallaron finalmente arriba, cerca de la ciudad, justo fuera de la enorme muralla principal pero en el interior de algunos de los círculos exteriores de murallas más pequeñas.</p> <p>Estaban cerca del cementerio.</p> <p>El abuelo indicó con la mano.</p> <p>—Guía tú el camino, Jillian. Éste es tu lugar ahora.</p> <p>Jillian asintió y empezó a andar en dirección a la ciudad que refulgía bajo la luz dorada del final del día. Era una visión hermosa, como lo era siempre, pero este día también le parecía inquietante, pues se le antojó que la veía con ojos nuevos; sentía una conexión muy real con sus antepasados en aquel momento.</p> <p>Los espléndidos edificios daban la impresión de que podrían estar ocupados aún por personas, de que podría distinguir a algunas de ellas a través de las vacías aberturas de ventanas mientras llevaban a cabo sus quehaceres diarios. Algunas de las construcciones eran inmensas, con pilares altísimos que sostenían secciones de techos de pizarra que sobresalían; otros edificios tenían hileras de ventanas en arco en cada nivel. Su abuelo la había llevado al interior de algunos de aquellos edificios. Resultaba sorprendente ver lugares que tenían en su interior pisos de habitaciones, de modo que había que subir escaleras —escaleras construidas además dentro de los edificios— para llegar a las habitaciones situadas encima. Los antiguos edificios parecían casi mágicos. Desde lejos, brillando bajo la luz dorada, verdaderamente era una visión majestuosa.</p> <p>Ahora, recorrería las calles sola, acompañada únicamente por los espíritus de aquellos que habían vivido allí en una ocasión. Se sentía segura, no obstante, sabiendo que su abuelo le había pintado la máscara de la sacerdotisa de los huesos.</p> <p>Ella sería quién proyectaría los sueños sobre los forasteros.</p> <p>Si hacía bien su tarea, los forasteros se asustarían tanto que huirían y su pueblo estaría a salvo.</p> <p>Intentó no pensar en que, una vez, las gentes que habían vivido allí habían hecho lo mismo, y habían fracasado.</p> <p>—¿Crees que serán demasiados? —preguntó, repentinamente asustada por los relatos de la antigua debacle.</p> <p>—¿Demasiados? —respondió él, contemplándola perplejo mientras caminaban junto a una pared que hacía mucho había quedado recubierta por enredaderas.</p> <p>—Demasiados para los sueños. Soy sólo una persona… y no tengo experiencia, ni soy mayor, ni nada. Soy sólo yo.</p> <p>La enorme mano del abuelo le dio una palmada tranquilizadora entre los omóplatos.</p> <p>—El número no importa. Él ayudará a proporcionarte la fortaleza que necesitas. —Alzó un dedo admonitorio—. Y no lo olvides, Jillian, los relatos dicen que debes consagrarte a éste en particular. Él será tu señor.</p> <p>Jillian asintió mientras penetraban en el extenso cementerio. En los tramos inferiores había simples indicadores de piedra, pero, a medida que ascendían más, pasando ante una hila tras otra de tumbas, acabaron por llegar hasta monumentos más grandes y adornados dedicados a los muertos. Algunos mostraban estatuas magníficas de personas en poses orgullosas; otros tenían tallas de la llama de la vida, que representaba la luz del Creador; y los había que lucían antiguas inscripciones de amor perdurable. Unos pocos mostraban un antiguo símbolo que su abuelo le había contado que se llamaba una Gracia. Algunos de los magnos monumentos sólo tenían un nombre.</p> <p>Muy dentro del recinto de los muertos, cerca del punto más elevado, donde los árboles crecían retorcidos por las inclemencias del tiempo, llegaron por fin ante una tumba espléndida marcada con un enorme monumento de piedra con un trabajo muy elaborado. Sobre él descansaba una urna de granito moteado que contenía aceitunas, peras y otras frutas, con uvas derramándose por encima de un costado, todo tallado en la misma piedra. El abuelo la había llevado a ver aquel monumento muchas veces mientras le contaba relatos. Le había relatado que la urna representaba la munificencia de la vida que el hombre creaba mediante sus esfuerzos.</p> <p>El anciano observó que ella hacía una pausa y que luego se acercaba a una lápida enorme, tallada en una única pieza de piedra. La muchacha se preguntó qué aspecto habría tenido aquella persona; se preguntó si habría sido amable, o cruel, o joven, o viejo.</p> <p><i>Lokey</i> se posó encima de las uvas talladas en piedra y erizó las lustrosas plumas negras antes de acomodarse. A la muchacha le alegraba que <i>Lokey</i> fuese a hacerle compañía en un lugar tan solitario.</p> <p>Jillian alargó la mano y resiguió con un dedo las letras que componían el nombre tallado en el granito gris.</p> <p>—¿Crees que los relatos son ciertos, abuelo? ¿Quiero decir, realmente auténticos?</p> <p>—Me enseñaron que lo eran.</p> <p>—¿Entonces realmente regresará a nosotros desde el mundo de los muertos? ¿Realmente regresará a la vida desde el mundo de los muertos? Miró atrás. Su abuelo, muy cerca de su espalda, alargó la mano y tocó reverentemente el monumento de piedra, luego asintió con gesto solemne.</p> <p>—Lo hará.</p> <p>—Entonces lo esperaré —dijo ella—. La sacerdotisa de los huesos estará aquí para darle la bienvenida y servirlo cuando regrese a la vida.</p> <p>Jillian echó una ojeada al polvo que se alzaba en el horizonte y luego volvió a girar la cabeza hacia la tumba.</p> <p>—Por favor, date prisa —imploró al difunto.</p> <p>Mientras su abuelo observaba, pasó con suavidad sus pequeños dedos por las gruesas letras de la tumba.</p> <p>—No puedo enviar los sueños sin ti —dijo Jillian bajito al nombre tallado en la piedra—. Por favor, date prisa, Richard Rahl, y regresa con los vivos.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 17</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Cuando el caballo de Nicci, <i>Sa'din</i>, entró en la ciudad vacía, el golpear de los cascos sobre los adoquines resonó entre los cañones de edificios desiertos igual que una llamada desesperada que quedó sin respuesta. Postigos de vivos colores permanecían abiertos en algunas de las ventanas, cerrados en otras. En el segundo piso de muchos de los edificios, balcones diminutos que daban a las calles vacías tenían barandillas de hierro forjado que se alzaban ante puertas con colgaduras corridas. No había ninguna brisa que moviera las perneras de un par de pantalones que Nicci vio colgados en una cuerda de tender colocada entre los segundos pisos de lados opuestos de un callejón. El propietario de los pantalones hacía tiempo que había marchado sin ellos.</p> <p>El silencio era tan imponente que bordeaba lo ominoso. Producía una sensación fantasmagórica estar en el interior de una ciudad que carecía de habitantes, un simple cascarón que en una ocasión había contenido vida, ahora aún con forma pero sin un propósito. En cierto modo recordaba la visión de un cadáver, pues parecía casi vivo y, sin embargo, estaba tan quieto que no podía existir ninguna duda sobre la terrible verdad. Si se la dejaba así, si no se la dotaba de vida, acabaría por desmoronarse para sólo ser unas ruinas olvidadas.</p> <p>A través de brechas estrechas entre edificios, Nicci captó atisbos fugaces del Alcázar del Hechicero, incrustado en una ladera rocosa, muy arriba, en la monstruosa montaña. El vasto y oscuro complejo parecía posado como un buitre amenazador, listo para hurgar en los restos de la silenciosa ciudad. Agujas, torres y puentes elevados que se alzaban del Alcázar rozaban las nubes que pasaban lentamente ante la vertical y agrietada pared de roca. El inmenso edificio resultaba la visión más siniestra que ella había visto jamás. Con todo, sabía que en realidad no era un lugar siniestro, y le produjo alivio el haber llegado por fin.</p> <p>Había sido un viaje largo y arduo ascender desde el Viejo Mundo hasta Aydindril. Había habido momentos en los que había temido que jamás conseguiría escapar a las trampas desplegadas a lo largo del camino. Había habido momentos en los que, durante un tiempo, se había ensimismado matando a los enemigos; aunque había tantos, que sabía que no tenía ninguna posibilidad de reducir significativamente su número. La había enfurecido no poder ser más que un incordio para ellos. Con todo, su auténtico propósito había sido alcanzar a Richard, y las tropas de la Orden eran simplemente un obstáculo en su camino.</p> <p>Mediante la conexión mágica que había forjado con Richard, Nicci sabía que por fin estaba cerca de él. No lo había encontrado aún, pero sabía que pronto lo haría.</p> <p>Durante un tiempo, antes de iniciar siquiera el camino, había llegado a pensar que jamás volvería a tener una oportunidad de verlo.</p> <p>La lucha por el control de Altur'Rang había sido brutal. Las tropas que habían atacado, tras haber sido cogidas por sorpresa y diezmadas al principio, experimentadas y avezadas en la lucha como eran, se habían recuperado y reagrupado rápidamente y, a la luz de hogueras, efectuaron un esfuerzo intenso y continuado para cambiar el curso de la batalla.</p> <p>Incluso con todo lo que Nicci sabía sobre el proceder de Jagang, ni siquiera ella esperaba todo lo que les había lanzado encima. Durante un tiempo, con la ayuda de un inesperado tercer mago, había parecido que las tropas de la Orden subyugarían a los inexpertos defensores. Existió un momento de sombría desesperación cuando dio la impresión de que los esfuerzos de los habitantes de Altur'Rang por defenderse no iban a servir de nada. El espectro del fracaso, y la consiguiente matanza que todos sabían que iba aparejada, llegaron a parecer no sólo inevitables, sino inminentes. Durante un tiempo, Nicci y los que estaban con ella creyeron que no sobrevivirían a la noche.</p> <p>A pesar de sus heridas y agotamiento, y aún más que su sincero deseo de ayudar a las personas que conocía en Altur'Rang, y a todas las almas inocentes e indefensas que serían masacradas si perdían, la idea de no volver a ver nunca más a Richard había galvanizado a Nicci y proporcionado la fuerza de voluntad extra para seguir adelante. Usó su miedo de no volver a ver jamás a Richard para inflamar una cólera feroz que sólo podía sofocar la sangre del enemigo que se interponía en su camino.</p> <p>En el momento crucial de la batalla, a la luz cruda y parpadeante de las rugientes hogueras en que se habían convertido muchos edificios, mientras el mago enemigo permanecía de pie sobre una plataforma erigida en una plaza, lanzando muerte y padecimientos horrendos a la vez que instaba a sus hombres a seguir adelante, Nicci apareció igual que un espíritu vengador en mitad de sus filas y saltó sobre la plataforma. Fue un acontecimiento tan inesperado que atrajo la atención de todo el mundo y, en aquella breve fracción de tiempo en que todos miraban en atónita sorpresa, a la vista de las tropas de la Orden, desgarró el pecho del estupefacto mago y con las manos le arrancó el corazón, que todavía latía. Profiriendo un grito de ira primitiva, Nicci sostuvo en alto el ensangrentado trofeo para que los soldados del muerto lo vieran y les prometió el mismo final.</p> <p>En aquel momento, Víctor Cascella se abalanzó con sus hombres al centro de los invasores. Lo impulsaba su propia cólera, provocada no sólo por el hecho de que aquellos maleantes asesinarían y saquearían a los habitantes de Altur'Rang, sino porque les robarían la libertad que tan duramente habían obtenido. De haber poseído el don, su feroz mirada iracunda habría abatido por sí sola al enemigo. En cualquier caso, su audaz ataque fue tan inesperado como brutal, y la combinación de ambas cosas hizo pedazos el valor de los atacantes. Ninguno quería enfrentarse a la ira del herrero y caer bajo la furia de su mazo, como tampoco querían que una hechicera loca, que parecía el espíritu vengador de la muerte en persona, les arrancara el corazón.</p> <p>La élite de las tropas de la Orden dio media vuelta e intentó escapar de la ciudad, del corazón de una población enfurecida. En lugar de permitir que los habitantes de la ciudad se dieran por satisfechos con la victoria, Nicci había insistido en que se persiguiera al enemigo y se matara hasta el último hombre.</p> <p>Sólo ella comprendía por completo lo importante que era que ninguno de los soldados escapase para contar el relato de cómo habían perdido. El emperador Jagang estaría aguardando la noticia de que su ciudad natal había vuelto a quedar bajo su gobierno, que a los insurrectos los habían torturado hasta morir, y que a los habitantes de la ciudad los habían subyugado, que la carnicería había sido tal que serviría para siempre como advertencia a otros.</p> <p>A pesar de que esperaba tener éxito, Nicci sabía que Jagang habría tomado con calma la noticia de la derrota. Había perdido batallas antes. Era algo que no lo desanimaba, pues las derrotas le servían para averiguar la envergadura de la oposición. Simplemente habría enviado más tropas la siguiente vez, suficientes para cumplir la tarea, y hacerlo tan brutalmente como fuese posible no tan sólo para asegurar la victoria, sino para asegurar un grado extra de castigo por resistirse a su autoridad.</p> <p>Nicci conocía al hombre; no le importaban las vidas de sus soldados… ni las vidas de nadie, en realidad. Si luchaban hombres por la Orden y morían, la gloria en la otra vida sería su recompensa. No podían esperar más que sacrificio en esta vida.</p> <p>Pero si no llegaban noticias de la batalla por Altur'Rang, eso era algo del todo diferente.</p> <p>Nicci sabía que a Jagang le irritaba la falta de información más que cualquier derrota. No le gustaba lo desconocido. La hechicera sabía que enviar tropas de primera —junto con tres magos excepcionales y valiosos— y luego no volver a saber nada de ninguna de aquellas personas, lo enfurecería hasta lo indecible. Daría vueltas y vueltas al misterio en su cabeza, del mismo modo que un hombre nervioso daba vueltas a una piedra entre los dedos para calmarse.</p> <p>Al final, el carecer de cualquier clase de testimonio sobre el resultado de la batalla por Altur'Rang lo asustaría más que una simple derrota. No temía perder hombres —la vida significaba poco para él— de modo que una derrota podía asumirla, pero no le gustaba en absoluto lo desconocido. A lo mejor —lo que era aún peor— su ejército, compuesto de hombres dados a la superstición, tomaría tal acontecimiento como un mal presagio.</p> <p>Mientras seguía los sinuosos giros de una estrecha calle de adoquines, Nicci dobló un recodo y alzó los ojos para contemplar, entre los edificios que bordeaban cada lado, una visión que casi la dejó sin respiración. Sobre una colina, a lo lejos, iluminado por el sol, sobre una extensión de hermosos terrenos de un verde esmeralda, se alzaba un palacio espléndido de piedra blanca. Era lo más elegante que había visto nunca; era una construcción que se alzaba orgullosa, sólida y poseída gratamente de una gracia a todas luces femenina. Supo que no podía ser más que el Palacio de las Confesoras.</p> <p>La visión del lugar, exquisito, lleno de autoridad, puro, resultaba un fuerte contraste con la imponente montaña situada tras él, sobre la que se alzaban los oscuros y vertiginosos muros del Alcázar. A Nicci le pareció muy claro que el Palacio de las Confesoras estaba pensado para ser la majestad respaldada por una amenaza siniestra.</p> <p>Aquél, después de todo, había sido el lugar que durante milenios había gobernado la Tierra Central. Los territorios más extensos de la Tierra Central tenían palacios en la ciudad para sus embajadores y miembros del Consejo Supremo, que había gobernado los territorios conjuntos de la Tierra Central. La Madre Confesora reinaba no sólo sobre las Confesoras, sino sobre el Consejo Supremo también. Reyes y reinas respondían ante ella, como lo hacía cada gobernante de cada territorio de la Tierra Central. Desde la calle estrecha en que se encontraba, Nicci no veía los palacios de los distintos territorios, pero sabía que ni uno de ellos sería tan espléndido como el Palacio de las Confesoras; y menos con el imponente Alcázar como telón de fondo.</p> <p>Un movimiento captó la atención de Nicci. Al ver que era polvo alzándose en el aire inmóvil, echó las riendas a un lado e hizo girar en redondo a <i>Sa'din</i>, haciendo que tomara por una calle lateral. Apretando la parte inferior de las piernas contra él, instó al animal a un medio galope. Sin hacer una pausa, el animal marchó raudo por la estrecha calle de tierra. Mediante veloces ojeadas la hechicera pudo ver que el polvo se elevaba a lo lejos. Alguien cabalgaba a toda velocidad por la calzada en dirección a la montaña en que se alzaba el Alcázar, y, a través de su vínculo con él, sabía quién debía de ser.</p> <p>Nicci había ayudado a poner fin a la amenaza que pendía sobre Altur'Rang tan deprisa como le fue posible, ante todo para poder marchar tras Richard. No era que no le importasen aquellas personas, o eliminar a los animales enviados a masacrarlas, era simplemente que le importaba más llegar hasta Richard. En un principio, pensó en cabalgar tan deprisa como pudiera y alcanzarlos a él y a Cara, pero rápidamente había resultado obvio que no tenía la menor posibilidad de conseguirlo. Él viajaba demasiado deprisa. Cuando Richard tenía la mente puesta en un objetivo y estaba decidido a alcanzarlo, era inflexible.</p> <p>Nicci comprendió que su única esperanza de alcanzarlo alguna vez era, en lugar de perseguirlo, dirigirse hacia donde él iría a continuación e interceptarlo. Sabía que la bruja no podría ayudarle a encontrar a una mujer que no existía, así que razonó que Richard se encaminaría a continuación al norte para obtener ayuda del único mago que conocía, su abuelo, Zedd, que estaba en el Alcázar del Hechicero de Aydindril. Puesto que todavía se hallaba muy lejos, en el sudeste, Nicci había decidido tomar la ruta más corta hacia Aydindril. De ese modo recorrería mucha menos distancia que él y lo podría encontrar allí.</p> <p>Una vez que salió de los angostos confines de los edificios de la ciudad, a Nicci se le aceleró el corazón al comprobar que estaba en lo cierto. Vio a Richard.</p> <p>Cara y él cabalgaban a toda velocidad por la calzada, dejando tras ellos una larga cinta de polvo. Nicci recordó que habían abandonado Altur'Rang con seis caballos; ahora sólo tenían tres. Por el modo en que cabalgaban, la hechicera tuvo la clara sospecha de que conocía el motivo. Cuando Richard tenía la mente puesta en algo no había quien lo detuviera, así que era probable que hubiese matado de agotamiento a los otros animales.</p> <p>Cuando Nicci salió al galope de la ciudad para cortarles el paso, Richard la divisó al instante y aminoró la marcha. <i>Sa'din</i> la transportó veloz por encima de las pequeñas elevaciones, dejando atrás cercados, establos, talleres, puestos desiertos del mercado, la tienda de un herrero y pastos cercados y corrales para animales que ya no estaban allí. Grupos de pinos pasaron raudos y la hechicera cabalgó veloz bajo las amplias copas de robles blancos apiñados junto a la calzada en algunos lugares.</p> <p>Nicci estaba ansiosa por volver a ver a Richard. De improviso, su vida volvía a tener un propósito. Se preguntó si había sucedido algo con la bruja que lo hubiese convencido por fin de que no existía la mujer de sus sueños. Incluso tenía alguna esperanza de que se hubiese recuperado de sus delirios y volviera a ser el de siempre. El alivio de verlo sentado muy tieso en su montura venció a la inquietud respecto a por qué se dirigiría a tal velocidad al Alcázar.</p> <p>Desde que se había separado de él, Nicci había repasado todo lo que había sucedido, intentando localizar el origen de la falsa ilusión de Richard, y había llegado a una teoría aterradora. Repasándolo miles de veces mentalmente, intentando recordar cada detalle, Nicci había llegado a temer que hubiese sido ella la causa de su problema.</p> <p>Había trabajado a marchas forzadas mientras intentaba salvarle la vida. Aparte de que había otras personas a su alrededor que la distraían, le preocupaba que los enemigos pudiesen atacar en cualquier momento y, por lo tanto, no se había atrevido a ir más despacio en lo que hacía. Lo que era aún peor, intentaba cosas que nunca antes había hecho; cosas de las que ni siquiera había oído hablar. Después de todo, la Magia de Resta se usaba para descargar destrucción, no para curar, y ella llevaba a cabo cosas que no estaba segura de que funcionasen. También sabía que no existía otra esperanza y que, por lo tanto, no tenía elección.</p> <p>Pero temía que en ese entonces, hubiese sido ella quien había inducido accidentalmente el problema que tenía Richard con su memoria, con su mente. Si eso era cierto, jamás se lo perdonaría.</p> <p>Si había cometido un error con la Magia de Resta, y había eliminado algún elemento de su mente, alguna parte vital que lo capacitaba para interactuar eficazmente con la realidad, no existiría modo de restituir lo perdido. Eliminar algo con Magia de Resta era tan irreversible como la muerte. Si le había dañado la mente, jamás volvería a ser el mismo y residiría permanentemente en un mundo creado por su imaginación, sin ser nunca capaz de reconocer la realidad… y sería por su culpa.</p> <p>Aquella idea la había conducido al borde de la desesperación.</p> <p>Richard y Cara se detuvieron mientras esperaban a que Nicci los alcanzara. Campos de espigados pastos veraniegos crecían a los pies de arboladas colinas situadas más allá, y los caballos aprovecharon la oportunidad para pastar en las altas hierbas.</p> <p>La visión de Richard llenó de dicha el corazón de Nicci. Tenía los cabellos un poco más largos, y parecía cubierto de polvo, pero su aspecto era tan tenso, erguido, impactante, apuesto, imperioso, concentrado y determinado como el de siempre. A pesar de sus sencillas ropas de viaje, era el lord Rahl de pies a cabeza.</p> <p>Con todo, algo en él no parecía como debía ser.</p> <p>—¡Richard! —lo llamó Nicci mientras iba al galope hasta él y Cara, a pesar de que la veían.</p> <p>Tiró de las riendas de <i>Sa'din</i> al llegar junto a ellos. En cuanto paró, el polvo empezó a alcanzarles y a pasar flotando junto a ellos. Richard y Cara aguardaron. Por el modo en que la hechicera había gritado daba la impresión de que esperaban que fuese a decir algo urgente, cuando en realidad todo había sido debido a su entusiasmo al verlo.</p> <p>—Me tranquiliza veros a ambos bien —dijo Nicci.</p> <p>Richard se relajó visiblemente y cubrió con las manos el pomo de la silla. El caballo ahuyentó unas moscas de la grupa con un estremecimiento. Cara estaba sentada muy tiesa en su silla, el caballo muy cerca y detrás del de Richard.</p> <p>—También me alegro yo de verte bien —repuso Richard, y su cálida sonrisa indicaba que lo decía de verdad.</p> <p>Nicci se habría dejado desbordar por una risa dichosa al verle sonreír, pero se contuvo y sencillamente devolvió la sonrisa.</p> <p>—¿Qué pasó en Altur'Rang? —preguntó él—. ¿Está la ciudad a salvo?</p> <p>—Acabaron con los invasores. —Nicci tensó las riendas para refrenar a un excitado <i>Sa'din</i>, y luego le dio una tranquilizadora palmada en el cuello—. La ciudad está a salvo por ahora. Víctor e Ishaq indicaron que te dijese que son libres y que seguirán así.</p> <p>Richard asintió con tranquila satisfacción.</p> <p>—¿Tú estás bien, entonces? Estaba preocupado por ti.</p> <p>—Estupendamente —respondió, incapaz de contener la abierta sonrisa ante la idea de que había estado preocupado por ella y en absoluto interesada en mencionarle heridas que ahora estaban curadas. Nada de ello importaba ya, pues volvía a estar junto a Richard.</p> <p>Parecía agotado, como si Cara y él no hubiesen dormido apenas durante el viaje. Por la distancia que habían recorrido en un período tan corto de tiempo, no podían haber descansado mucho.</p> <p>Nicci reparó entonces en qué era lo que estaba mal en él.</p> <p>No tenía su espada.</p> <p>—Richard, ¿dónde está…?</p> <p>Cara, detrás de él, lanzó a Nicci una mirada severa al tiempo que se pasaba rápidamente un dedo por delante de la garganta, advirtiendo a Nicci que interrumpiera lo que había estado a punto de preguntar.</p> <p>—¿Dónde están los otros caballos? —preguntó a toda prisa la hechicera, alterando la pregunta para tapar el ominoso silencio que había aflorado durante la breve pausa.</p> <p>Richard suspiró, al parecer sin advertir qué era en realidad lo que había estado a punto de preguntarle.</p> <p>—Me temo que les he estado exigiendo muchísimo. O acabaron cojos o murieron. Hemos tenido que conseguir nuevos caballos por el camino. Éstos los robamos de un campamento de la Orden Imperial cerca de Galea. Tiene tropas acantonadas por toda la Tierra Central. Les quitamos estos caballos y provisiones para el camino.</p> <p>Cara sonrió con maliciosa satisfacción, pero permaneció callada.</p> <p>Nicci se preguntó cómo habría conseguido él llevar a cabo tales cosas sin su espada, pero luego comprendió lo estúpido de tal pensamiento. La espada no convertía a Richard en el hombre que era.</p> <p>—¿Y la bestia? —preguntó.</p> <p>Richard echó una mirada por encima del hombro a Cara.</p> <p>—Hemos tenido unos cuantos encuentros.</p> <p>Por alguna razón, Nicci percibió algo inquietante en su voz.</p> <p>—¿Unos cuantos encuentros? —preguntó—. ¿Qué clase de encuentros? ¿Qué sucede? ¿Qué va mal?</p> <p>—Nos las arreglamos, eso es todo. Hablaremos sobre ello más tarde, cuando tengamos tiempo.</p> <p>La hechicera pudo ver por la expresión irritada de sus ojos que lo estaba minimizando y que no estaba de humor para tener que revivirlo justo en aquel momento. Richard tiró de las riendas, apartando a su caballo de la hierba.</p> <p>—Ahora necesito llegar al Alcázar.</p> <p>—Y ¿cómo fue con la bruja? —preguntó Nicci a la vez que hacía andar su caballo junto al de él—. ¿Qué descubriste? ¿Qué dijo?</p> <p>—Que lo que busco lleva mucho tiempo enterrado —masculló él con desaliento; se pasó una mano cansada por el rostro y luego abandonó sus pensamientos íntimos para fijar en ella la penetrante mirada—: ¿Significa algo para ti «Cadena de Fuego»? —Cuando Nicci negó con la cabeza, preguntó—: ¿Y la Profunda Nada?</p> <p>—¿La Profunda Nada? —Nicci reflexionó por un breve instante—. No, ¿qué es?</p> <p>—No tengo ni idea, pero necesito descubrirlo. Tengo la esperanza de que Zedd sea capaz de arrojar algo de luz sobre ello.</p> <p>Tras eso, marchó al galope. Nicci espoleó de inmediato a <i>Sa'din</i> para mantenerse a su altura.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 18</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">La calzada que ascendía hasta el Alcázar ofrecía unas vistas magníficas de Aydindril extendida a sus pies, a pesar de que habían aparecido nubes franqueando las montañas que amortiguaban la luz de la tarde y hacían que el aire resultase bochornoso. De no ser por las preocupaciones que la embargaban, Nicci habría encontrado estas vistas las más hermosas que había visto nunca. Un reconocimiento de tal belleza era algo relativamente nuevo para ella, algo que Richard había despertado en su interior.</p> <p>De todos modos, siguió meditando sobre la obsesión de Richard por encontrar a la mujer llamada Kahlan. Él no había dicho nada sobre ella aún, probablemente debido a que, tras los desacuerdos anteriores, había acabado frustrado ante lo inútil de intentar convencerla de que tenía que encontrar a una mujer que Nicci sabía que no existía. A pesar de no mencionarla, Nicci tenía claro que no estaba menos decidido a encontrar a Kahlan ahora de lo que había estado la última vez que se habían visto, por lo que sus esperanzas de que estuviese mejor cuando finalmente lo alcanzara se habían desvanecido. El placer que le proporcionaban las vistas se empañó.</p> <p>Sin embargo, había algo —una expresión en sus ojos— que a Nicci le parecía distinta. No podía decir exactamente qué era, ni lo que podía significar, pero el modo en que él le devolvía la mirada ahora era aún más agudo, como si la dejara al descubierto y le escudriñara el alma. Nicci no tenía nada que ocultar, de todos modos, y menos a Richard. En el fondo no le importaba más que el bienestar de éste, y haría cualquier cosa por hacerle feliz.</p> <p>Supuso que era ése el motivo de que se sintiese alicaída. Pese a que él seguía mostrándose decidido, sabía que estaba cada vez más abatido. El brillo de la vida en sus ojos era algo que Nicci atesoraba y no quería ver cómo se apagaba.</p> <p>Intentar mantenerse a su altura dejó a Nicci sin ninguna oportunidad para preguntarle sobre lo que había sucedido con la bruja. Por el silencio de Cara, la hechicera supo que, lo que fuese que hubiese sucedido, no había ido tan bien como Richard había esperado. No era ninguna sorpresa para Nicci. ¿Cómo podía una bruja, incluso si quería ayudar, servir de nada para hallar a una mujer que existía sólo en la mente de Richard?</p> <p>Nicci no tenía ni idea de qué podía ser esa Cadena de Fuego, pero podía percibir en su voz, así como en su tensa expresión, lo ansioso que estaba Richard por descubrir su significado. Tras haber vivido con él durante tanto tiempo, la hechicera conocía sus sentimientos sin que él tuviese que decir una sola palabra, y era evidente que daba una gran relevancia al significado de «Cadena de Fuego».</p> <p>Más que eso, no obstante, a Nicci le preocupaba lo que pudiese haberle sucedido a la espada de Richard. No podía concebir por qué no la tenía con él, y la preocupación que sentía se había visto incrementada más aún por el modo en que Cara había interrumpido su pregunta. Y Richard ni la había mencionado. La <i>Espada de la Verdad</i> no era algo cuya existencia Richard pudiese haber olvidado sin más.</p> <p>Más arriba, mientras recorrían las pronunciadas curvas en zigzag, la calzada dio a un puente de piedra tendido sobre una sima de una profundidad incalculable. A Nicci le pareció como si la montaña estuviese rajada hasta su parte central. Mientras cabalgaban en fila india por el puente que cruzaba ese abismo, echó una ojeada por encima del borde y pudo ver paredes verticales de roca a ambos lados que descendían entre nubes algodonosas que flotaban por debajo de ellos. Era una visión mareante que le revolvió el estómago.</p> <p>Nicci era consciente por el modo de andar de <i>Sa'din</i> de lo cansado que estaba el animal, cuyas orejas giraron perezosamente hacia el precipicio situado a ambos lados mientras cruzaban el puente. Los caballos de Richard y Cara, no obstante, estaban cubiertos de sudor y resoplaban con fuerza. Nicci sabía lo bien que Richard trataba a los animales, y sin embargo no mostraba la menor misericordia con éstos. Evidentemente pensaba que había cosas de más valor que las vidas de los animales, y ella sabía de qué valor se trataba: la vida humana. Una en particular.</p> <p>Las murallas del Alcázar, compuestas por bloques de granito negro encajados intrincadamente, se alzaron como un farallón ante ellos. Saliendo del puente, cabalgando entre Richard delante y Cara en la retaguardia, Nicci alzó los ojos para contemplar asombrada el complejo laberinto de fortificaciones, bastiones, torres, pasillos de conexión y puentes del Alcázar. El lugar daba la impresión de estar vivo, como si los observara acercarse a la arcada de piedra por la que la calzada se introducía bajo la base de la muralla exterior.</p> <p>Sin una vacilación, Richard hizo trotar su caballo al interior pasando bajo el colosal rastrillo alzado. De haber tenido elección, Nicci habría sido un poco más cautelosa en su aproximación. El poder que emanaba del interior le produjo un hormigueo en la piel. Nunca antes había notado una sensación tan poderosa de la fuerza de la magia emanando de un lugar; era como estar sola en una llanura con una tormenta eléctrica monumental a punto de envolverte.</p> <p>La sensación le proporcionó cierta idea de la magnitud de los escudos que protegían el Alcázar. Por lo que tuvo que concluir que los escudos del Palacio de los Profetas habían sido un juego de niños en comparación. También había que decir que aquéllos eran en su mayoría de Magia de Suma, y que el palacio había sido construido con un propósito algo distinto. Aquí, los escudos de Magia de Resta se usaban para idéntica función, pero lo mortífero de su dominio no quedaba oculto, sino manifiesto a aquellos a quienes correspondía saber de tales cosas.</p> <p>Pasando casi inadvertidas, nubes brumosas habían ido acercándose en lo alto, dejando el cielo de la tarde de un apagado gris acero. La penumbra que reemplazó a la luz del sol hizo que la piedra del Alcázar pareciera más oscura aún, mucho más amenazadora, casi como si el mismo Alcázar se hubiese envuelto en un sudario de nubes mientras observaba acercarse a una hechicera y a un mago capaces de gobernar poderes que todavía rondaban por el lugar.</p> <p>Tras pasar por debajo de la abertura en arco de la gruesa muralla exterior, salieron a una calzada que seguía avanzando a través del profundo cañón interior del Alcázar. Más allá, la calzada volvía a pasar a través de otro oscuro muro que proporcionaba una segunda barrera. Sin detenerse, Richard introdujo el caballo por el largo y oscuro corredor. Los sonidos de los cascos de los caballos resonaron en la húmeda piedra bajo el lóbrego pasadizo abovedado.</p> <p>Al otro lado del túnel, emergieron junto a un amplio prado vallado en el que crecían pastos exuberantes. La calzada discurría a lo largo de una pared, situada a la derecha, en la que había varias puertas. Las primeras puertas que habían encontrado justo al otro lado del rastrillo habrían sido por las que entraban los visitantes. Nicci supuso que esto era probablemente la entrada normal al Alcázar. Una cerca a lo largo del otro lado de la calzada encerraba el prado. Más allá, a la izquierda, el extremo posterior del prado quedaba cerrado por el Alcázar mismo. En el extremo más alejado estaban los establos.</p> <p>Sin una palabra, Richard desmontó y abrió la cancela del cercado, dejando que su caballo entrara pero sin desensillarlo. Perplejas, Cara y Nicci siguieron de todos modos su ejemplo antes de ir tras él en dirección a una entrada con una docena de amplios peldaños de granito desgastados y con la parte superior hundida por el uso a lo largo de los años. Ascendieron hasta una entrada empotrada donde unas sencillas pero gruesas puertas dobles que conducían al interior del Alcázar propiamente dicho empezaron a abrirse con un crujido.</p> <p>Un anciano, los ondulados cabellos blancos desordenados, atisbó al exterior como un propietario sorprendido por visitantes. Tragó aire, al parecer sin resuello por haber corrido a través del edificio al darse cuenta de que venía alguien. Sin duda lo habían alertado las telarañas mágicas, que anunciaban a cualquiera que subía por la calzada que conducía al Alcázar. En tiempos pasados habría habido personas más a mano para ocuparse de cualquier recién llegado, pero en la actualidad sólo estaba el anciano. Por el modo en que respiraba sin duda debía de haber estado en el otro extremo de la edificación cuando las alarmas lo habían avisado.</p> <p>Incluso a través de la expresión de sorpresa del rostro delgado y arrugado, Nicci reconoció elementos de sus facciones, y supo que no podía ser otro que el abuelo de Richard, Zedd. Era alto, pero delgado como un arbolillo, y sus ojos color avellana estaban abiertos de par en par por el asombro y una especie de excitación infantil, aunque no inocente. Las vestiduras sencillas, sin adornos, lo señalaban como un gran mago. Estaba bien conservado, por lo que resultaba un agradable anticipo de cómo, en parte, el tiempo podría tratar a Richard.</p> <p>El anciano alzó las manos por encima de la cabeza.</p> <p>—¡Richard! —Una sonrisa jubilosa de oreja a oreja apareció en su rostro—. Córcholis, ¿eres realmente tú, muchacho?</p> <p>Zedd abandonó la entrada y empezó a descender por los desgastados peldaños al interior de la deprimente luz.</p> <p>Richard corrió hasta su abuelo y lo alzó de los escalones, abrazándolo con fiereza suficiente para dejar sin aliento al anciano, que estaba ya sin resuello. Ambos rieron, un sonido agradable pleno de evidente camaradería.</p> <p>—¡Zedd! ¡No puedes imaginarte lo contento que estoy de verte!</p> <p>—Y yo, muchacho —respondió Zedd con una voz que empezaba llenarse de lágrimas—. Ha pasado demasiado tiempo. Demasiado tiempo.</p> <p>Alargó una mano delgada como un palo más allá de Richard y oprimió el hombro de Cara.</p> <p>—¿Cómo estás, querida? Pareces agotada. ¿Te encuentras bien?</p> <p>—Soy una mord-sith —respondió ella, con un semblante un tanto indignado—. Desde luego que me encuentro bien. ¿Por qué piensas que no estoy en perfectas condiciones?</p> <p>Zedd rió entre dientes mientras se apartaba de Richard.</p> <p>—No hay ningún motivo, supongo. Ambos dais la impresión de que os iría bien algo de descanso y una comida o dos, es todo. Pero sí que tienes un aspecto estupendo y estoy tremendamente feliz de volver a verte.</p> <p>Cara sonrió ante aquello.</p> <p>—Te he echado de menos, Zedd.</p> <p>Zedd meneó un dedo.</p> <p>—No es muy propio de una mord-sith echar de menos a un anciano. A Rikka la dejará estupefacta oír algo así.</p> <p>—¿Rikka? —preguntó Cara sorprendida—. ¿Rikka está aquí?</p> <p>Zedd agitó una mano, en dirección a la puerta, abierta a medias.</p> <p>—Está ahí atrás, en alguna parte… patrullando, imagino. Parece tener dos preocupaciones en la vida, patrullar y atormentarme. Te lo aseguro, no tengo tranquilidad con esa mujer. Peor, es demasiado lista, para su propio bien. Pero al menos es una cocinera de gran talento.</p> <p>Las cejas de Cara se alzaron.</p> <p>—¿Rikka sabe cocinar?</p> <p>Zedd hizo una mueca, inhalando entre los dientes.</p> <p>—No le digas que he dicho eso o se pasará la vida recordándomelo. Esa mujer es…</p> <p>—Zedd —lo interrumpió Richard—, tengo problemas y necesito ayuda.</p> <p>—¿Estás bien? ¿No estás enfermo, verdad? No pareces totalmente tú, muchacho. —Presionó una mano sobre frente de Richard—. Las fiebres veraniegas son las peores, ya sabes. Calor sobre calor. Mala combinación.</p> <p>—Sí… no… quiero decir, no es eso. Necesito hablar contigo.</p> <p>—Entonces habla. Ha pasado mucho tiempo. Un tiempo demasiado largo. ¿Cuánto ha sido? Dos años esta primavera pasada, si no me equivoco. —Zedd se separó un poco y apretó los brazos de Richard a la vez que lo miraba de arriba abajo—. Richard, ¿dónde está tu espada?</p> <p>—Oye, hablaremos sobre eso más tarde —replicó Richard, soltándose de mal talante de las manos de Zedd para poder desechar la pregunta.</p> <p>—Has dicho que querías hablar. Así que habla y dime dónde está tu espada. —Zedd redirigió la amplia sonrisa a Nicci—. ¿Y quién es esta encantadora hechicera que has traído contigo?</p> <p>Richard pestañeó ante la sonrisa de Zedd y luego dirigió una veloz mirada a Nicci.</p> <p>—¡Oh! Lo siento, Zedd, está es Nicci. Nicci, éste es…</p> <p>—¡Nicci! —rugió Zedd a la vez que retrocedía bruscamente, ascendiendo dos de los escalones como si hubiese divisado una víbora—. ¿La Hermana de las Tinieblas que te llevó al Viejo Mundo? ¿Ésa Nicci? ¿Qué haces con esta criatura repugnante? ¿Cómo puedes atreverte a traer a una mujer así…?</p> <p>—Zedd —dijo Richard, interrumpiendo con energía a su abuelo—, Nicci es una amiga.</p> <p>—¡Una amiga! ¿Te has vuelto loco, Richard? ¿Cómo demonios esperas que…?</p> <p>—Zedd, está de nuestra parte ahora. —Gesticuló acaloradamente—. De un modo muy parecido a como lo está Cara, o Rikka. Las cosas cambian. Antes, cualquiera de ellas habría… —Su voz se apagó mientras su abuelo lo miraba fijamente—. Ya sabes a lo que me refiero. Confío en Cara y ella ha demostrado ser digna de mi confianza. Confío en Nicci del mismo modo. Puedo confiarles a ambas mi vida.</p> <p>Zedd agarró finalmente el hombro de Richard y le dio una sacudida afectuosa.</p> <p>—Imagino que sé a lo que te refieres. Desde que te entregué la <i>Espada de la Verdad</i> has cambiado muchas cosas para bien. Vaya, jamás en la vida habría imaginado que un día comería encantado guisos preparados por una mord-sith. Y deliciosos, además. —Se contuvo y señaló a Cara—. Si le cuentas lo que he dicho, te despellejo viva. Esa mujer ya es incorregible.</p> <p>Cara simplemente sonrió.</p> <p>Zedd volvió a dirigir la mirada a Nicci. No poseía aquella característica rapaz de los Rahl, pero a su propio modo resultaba igual de cautivador y parecía tener el potencial para ser igual de inquietante.</p> <p>—Bienvenida, hechicera. Si Richard dice que eres una amiga, entonces lo eres. Siento haberme mostrado tan picajoso.</p> <p>Nicci sonrió.</p> <p>—Ha sido muy comprensible. Yo tampoco me gustaba a mí misma en aquellos tiempos. Me hallaba bajo la influencia de siniestros conceptos falsos. Me llamaban la Señora de la Muerte por una buena razón. —Clavó la mirada en los ojos grises de Richard—. Tu nieto me hizo ver la belleza de la vida.</p> <p>Zedd sonrió con orgullo.</p> <p>—Sí, es eso, exactamente. La belleza de la vida.</p> <p>Richard aprovechó la oportunidad que le brindaban.</p> <p>—Y sobre la vida es de lo que trata esto. Zedd, escucha, necesito…</p> <p>—Sí, sí —replicó él, dejando de lado la impaciencia de Richard con un ademán—. Siempre necesitas algo. Ni siquiera llevas aquí el tiempo suficiente para haber cruzado la puerta y ya quieres saber algo. Si recuerdo correctamente, la primera frase que pronunciaste fue «por qué».</p> <p>»Vamos, pues, entrad. Quiero saber por qué no tienes contigo la <i>Espada de la Verdad</i>. Sé que no permitirías que le sucediese nada, pero quiero escuchar toda la historia. No te dejes nada. Vamos, pues.</p> <p>Haciéndoles señas a todos para que lo siguieran, el abuelo de Richard ascendió los peldaños en dirección a la entrada.</p> <p>—¡Zedd! Necesito…</p> <p>—Sí, sí, muchacho. Necesitas algo. Te he oído la primera vez. Creo que va a llover. De nada sirve ponerse en marcha si estamos a punto de mojarnos. Venid dentro y oiré lo que tienes que decir. —La voz de Zedd empezó tener eco mientras él desaparecía en la oscuridad—. Tienes aspecto de que te iría bien comer algo. ¿Alguien más tiene hambre? Las reuniones siempre me dan apetito.</p> <p>Los brazos de Richard descendieron, sus manos se desplomaron junto a los muslos en un gesto de contrariedad. Suspiró y a continuación ascendió a toda prisa los escalones tras su abuelo. Nicci sabía que, de haberse tratado de cualquier otra persona, Richard habría manejado la situación de modo muy distinto. Las personas que te querían, y te han criado desde que eras pequeño, y te han consolado cuando llorabas durante una tormenta eléctrica o al oír el aullido de un lobo, acostumbraban a desarmarte cuando tenías que tratar con ellas. Pudo ver que no era distinto en el caso de Richard, que el amor que sentía por su abuelo le ataba las manos con indestructibles sogas de respeto.</p> <p>Era una visión de Richard que Nicci no había visto nunca, y una que encontró muy atractiva. Allí estaba el lord Rahl, el líder del Imperio d'haraniano, el Buscador de la Verdad, un hombre capaz de hacer temblar prácticamente a cualquiera con una mirada, obligado a mantener un turbado silencio merced a un sermón bondadoso aunque un tanto desconcertante. De no haber sido tan serias las cuestiones involucradas, Nicci no habría podido evitar reír por la total impotencia de Richard ante un anciano de aspecto tan frágil.</p> <p>El sonido de agua reverberó en el interior de la oscura antesala. Zedd alargó una mano a un lado con indiferencia y se encendió una lámpara que había en la pared. Al encenderse la llama, Nicci reconoció la reiteración de una chispa de poder que la señalaba como una lámpara principal; con una sucesión de sonidos sibilantes, que se iniciaron en ambos lados de la entrada, cientos de lámparas por toda la extensa habitación se encendieron por parejas. Cada siseo al prender un par de lámparas era seguido casi simultáneamente por otro a medida que las lámparas repartidas por la enorme habitación se encendían a partir de la magia iniciada por la lámpara principal, produciendo el efecto de un aro de fuego que parecía danzar alrededor de la estancia. Nicci sabía que habría funcionado igual de haber encendido alguien aquella lámpara concreta con una llama en lugar de con magia. La luz en la habitación creció, y en cuestión de segundos allí había casi tanta luz como si fuese de día.</p> <p>Una fuente en forma de hoja de trébol estaba en el centro del suelo de baldosas. El agua salía a chorro hacia lo alto por encima del cuenco superior, desde donde caía en cascada por cada hilera sucesiva de cuencos festoneados cada vez más amplios, hasta ir a parar finalmente al estanque circundante, hecho de mármol blanco.</p> <p>Alrededor de toda la habitación de forma oval, bruñidas columnas de mármol de intenso color rojo se alzaban bajo arcos que sostenían una galería ininterrumpida. A treinta metros por encima de sus cabezas una sección de techo de cristal dejaba entrar un poco de la sombría luz de las últimas horas del día para servir de contrapeso al resplandor de las lámparas situadas abajo. De noche, el techo de cristal probablemente también dejaría entrar la suave luz fría de la luna para dar a la oscura habitación una sensación espectral, pero al haber luna nueva, por no decir nada de las nubes que se iban acumulando, no habría luz de luna esta noche. Por el aspecto que tenía el cielo a través de la sección de techo acristalado, Nicci se dijo que Zedd tenía razón. Realmente parecía que iba a llover.</p> <p>Contradiciendo las primeras impresiones del Alcázar, la habitación era hermosa y cálida. Sugería la vida que el lugar había contenido una vez. Al igual que la desolada ciudad del valle, a Nicci eso le entristeció.</p> <p>—Bienvenidos al Alcázar del Hechicero. Quizá todos deberíamos…</p> <p>—Zedd —gruñó Richard, no dejando terminar a su abuelo—. Necesito hablar contigo. Ahora mismo. Es importante.</p> <p>Abuelo amado o no, Nicci pudo ver que a Richard se le agotaba la paciencia. Sus nudillos, tirantes y blancos, destacaban en crudo contraste con su bronceada piel y las venas prominentes de los dorsos de sus puños. A juzgar por el aspecto que tenía, Richard no había dormido ni comido mucho en los últimos días. No creía haberle visto nunca con un aspecto tan exhausto o tan cerca de la desesperación. Cara, por su parte, también parecía haber superado con creces su capacidad de aguante, aunque lo ocultaba a las mil maravillas; las mord-sith estaban adiestradas para hacer caso omiso de las incomodidades físicas. A pesar de estar encantado de ver a su abuelo, la preocupación de Richard por hallar a la mujer de su imaginación había anulado las cortesías.</p> <p>La desenfrenada carrera en que se había convertido la vida desde el día en que le habían disparado la flecha y casi había muerto, parecía haber quedado reducida a este momento.</p> <p>Zedd pestañeó con inocente sorpresa.</p> <p>—Pues claro, Richard, desde luego. —Extendió los brazos y habló con una voz dulce—: Sabes que siempre puedes hablar conmigo. Lo que sea que haya en tu mente, sabes que…</p> <p>—¿Qué es Cadena de Fuego?</p> <p>Aquello era casi lo primero que le había preguntado también a Nicci. Zedd permaneció inmóvil, con una expresión de desconcierto en el rostro.</p> <p>—Cadena de Fuego… —repitió sin inflexión en la voz.</p> <p>—Sí, Cadena de Fuego.</p> <p>Con una expresión muy seria en el semblante, Zedd consideró la pregunta con cuidado. La espera resultó casi dolorosa mientras la fuente borboteaba y resonaba en la por otra parte silenciosa habitación.</p> <p>—Cadena de Fuego… —se dijo Zedd arrastrando las palabras a la vez que pasaba un dedo delgadísimo por su mandíbula mientras mantenía la vista fija en las acrobacias de la danzarina agua al caer en cascada en cada uno de los sucesivos pisos de la fuente.</p> <p>Nicci dirigió una mirada de soslayo a Cara, pero la mord-sith resultaba inescrutable. El rostro demacrado de la mujer parecía tan cansado y mal alimentado como el de Richard, pero, siendo Cara, permanecía bien erguida y tiesa, sin permitir que el agotamiento pudiera con ella.</p> <p>—Eso es. Cadena de Fuego —dijo Richard con impaciencia y los dientes apretados—. ¿Sabes qué significa?</p> <p>Zedd volvió a girarse hacia su nieto, alzando las manos abiertas. Parecía no sólo perplejo sino contrito.</p> <p>—Lo siento, Richard, pero nunca antes he oído ese nombre.</p> <p>Richard dio la impresión de que podría caer redondo al suelo. La decepción era más que evidente en sus ojos; los hombros se le hundieron mientras soltaba aire. Cara, con cuidado, pero en silencio, se acercó disimuladamente un paso más, lista para ayudarlo si se desplomaba. A Nicci le pareció una posibilidad de lo más real.</p> <p>—Richard —dijo Zedd, adquiriendo su voz un tono incisivo—, ¿dónde está tu espada?</p> <p>Richard estalló.</p> <p>—¡Es sólo un trozo de acero!</p> <p>—Sólo un trozo…</p> <p>El rostro de Richard enrojeció.</p> <p>—¡Es sólo un estúpido pedazo de metal! ¿No crees que podría haber cosas más importantes de las que preocuparse?</p> <p>Zedd ladeó la cabeza.</p> <p>—¿Cosas más importantes? ¿De qué hablas?</p> <p>—¡Quiero recuperar mi vida!</p> <p>Zedd lo contempló de hito en hito, pero permaneció en silencio, y al hacerlo casi ordenó de ese modo a su nieto que dijese algo más para llenar algunos de los espacios en blanco.</p> <p>Richard paseó desde la fuente hasta unos escalones que ascendían entre dos de los pilares de mármol rojo. Una larga alfombra roja y dorada, ribeteada con sencillos dibujos geométricos negros, discurría entre los pilares y se perdía bajo una galería y en la oscuridad.</p> <p>Richard se pasó ambas manos por los cabellos.</p> <p>—¿Qué importa? Nadie me cree. Nadie me ayudará a encontrarla.</p> <p>Nicci sintió una profunda pena por él. En aquel momento lamentaba todas las cosas duras que le había llegado a decir intentando convencerle de que sólo había soñado a Kahlan. Necesitaba que le ayudasen a superar sus delirios, pero, en aquel momento, de buen grado le habría permitido aferrarse a ellos si eso hubiese devuelto la luz de la vida a los ojos.</p> <p>Ansió abrazarlo y decirle que todo iría bien, pero no podía, por más de un motivo.</p> <p>Cara, con los brazos colgando tiesos a los costados, parecía igual de entristecida al ver a Richard angustiarse de aquel modo. No parecía que hubiese un final a la vista, y Nicci sospechó que la mord-sith habría estado de acuerdo con ella en permitir que Richard tuviese su hermoso sueño de la mujer que amaba. Pero una mentira no aliviaría un dolor tan real.</p> <p>—Richard, no sé de qué hablas, pero ¿qué tiene que ver con la <i>Espada de la Verdad</i>? —preguntó Zedd, y el tono cortante regresó a su voz.</p> <p>Richard cerró los ojos un momento contra el tormento de decir en voz alta lo que había dicho tantísimas veces, y que nadie creía.</p> <p>—Tengo que encontrar a Kahlan.</p> <p>Nicci vio que se ponía más tenso, preparándose para las acostumbradas preguntas desconcertantes sobre de quién hablaba y de dónde podía haber sacado tal idea. Nicci pudo darse cuenta de que era casi demasiado para él soportar que otra persona le dijese que imaginaba cosas, que cuestionase su cordura.</p> <p>Zedd ladeó levemente la cabeza.</p> <p>—¿Kahlan?</p> <p>—Sí —respondió Richard con un suspiro y sin alzar la vista—. Kahlan. Pero tú no debes de saber de quién hablo.</p> <p>Por lo general, Richard se habría embarcado en una explicación ya preparada, pero ahora parecía demasiado abatido para molestarse en dar explicaciones una vez más, para encontrarse luego con incredulidad y preguntas que lo ponían todo en duda.</p> <p>—Kahlan. —La frente de Zedd descendió en una cautelosa pregunta—. ¿Kahlan Amnell? ¿Es ésa la Kahlan de que hablas?</p> <p>Nicci se quedó helada.</p> <p>Richard alzó la mirada, los ojos como platos.</p> <p>—¿Qué has dicho? —susurró.</p> <p>—¿Kahlan Amnell? ¿Esa Kahlan?</p> <p>A Nicci el corazón le dio un vuelco. Cara se quedó boquiabierta.</p> <p>En un abrir y cerrar de ojos, Richard tenía las vestiduras de Zedd aferradas y había alzado al anciano del suelo y lo mantenía en vilo. Los músculos sudorosos de Richard brillaron a la luz de las lámparas.</p> <p>—Has dicho su nombre completo, Kahlan Amnell. Yo no te lo he dicho. Lo has dicho tú solo.</p> <p>Zedd parecía más confundido por momentos.</p> <p>—Pero eso es porque la única Kahlan que conozco es Kahlan Amnell.</p> <p>—Conoces a Kahlan; ¿sabes de quién estoy hablando?</p> <p>—¿La Madre Confesora?</p> <p>—¡Sí, la Madre Confesora!</p> <p>—Bueno, pues claro. La mayoría de la gente la conoce, espero. Richard, ¿qué mosca te ha picado? Déjame en el suelo.</p> <p>Nicci se sentía mareada. No podía creer lo que oía. ¿Cómo era posible tal cosa? No lo era. Era tan inconcebiblemente imposible que pensó que iba a desmayarse.</p> <p>Con manos temblorosas, Richard depositó a su abuelo en el suelo.</p> <p>—¿Qué quieres decir con que todo el mundo la conoce?</p> <p>Zedd tiró de sus mangas, volviéndolas a estirar sobre los enjutos brazos; luego se arregló las desaliñadas ropas, sin dejar de observar a su nieto ni un momento. Parecía verdaderamente desconcertado por el comportamiento de Richard.</p> <p>—Richard, ¿qué te sucede? ¿Cómo no podrían conocerla? Es la Madre Confesora, por lo que más quieras…</p> <p>Richard tragó saliva.</p> <p>—¿Dónde está?</p> <p>Zedd lanzó una ojeada perpleja a Cara y luego a Nicci antes de volver a mirar a su nieto.</p> <p>—Pues dónde va a ser, abajo, en el Palacio de las Confesoras.</p> <p>Richard profirió un grito de alegría y abrazó a su abuelo.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 19</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Aferrando los flacos hombros de su abuelo, Richard zarandeó al anciano.</p> <p>—¿Está aquí? ¿Kahlan está en el Palacio de las Confesoras? Con la inquietud extendiéndose por su rostro arrugado, Zedd asintió con cautela.</p> <p>Con el dorso de la mano, Richard secó las lágrimas que le corrían por la mejilla.</p> <p>—Está aquí —dijo, volviéndose hacia Cara, y agarró los hombros de la mord-sith y la zarandeó—. Está en Aydindril. ¿Has oído? No lo estaba imaginando. Zedd la recuerda. Sabe la verdad.</p> <p>Cara parecía como si hiciese todo lo posible por asimilar el asombro que sentía sin dar la impresión de que se entristecía ante la sorprendente noticia.</p> <p>—Lord Rahl…, me siento…, feliz por vos. Realmente es así, pero no veo cómo…</p> <p>Richard, sin dar la impresión de reparar en la incertidumbre titubeante de la mord-sith, volvió a girarse hacia el mago.</p> <p>—¿Qué hace ahí abajo? —preguntó con una voz que no cabía en sí de entusiasmo.</p> <p>Zedd, adoptando una expresión de seria inquietud, volvió a dirigir una veloz mirada tanto a Cara como a Nicci antes de posar con ternura una mano en el hombro de Richard.</p> <p>—Richard, ahí es donde está enterrada.</p> <p>El mundo pareció detenerse.</p> <p>En un fugaz momento de comprensión, Nicci cayó en la cuenta.</p> <p>De improviso, todo quedó claro. El comportamiento de Zedd tenía sentido ahora. La mujer de la que Zedd hablaba no era la Kahlan, la Madre Confesora, de la imaginación de Richard, la mujer que imaginaba que lo amaba y que se había casado con él.</p> <p>Era la auténtica Madre Confesora.</p> <p>Nicci había advertido a Richard de que en su sueño había hecho algo peligroso al imaginar a una mujer como esposa que no era simplemente una mujer anónima imaginaria, sino una mujer de la que había oído hablar antes; una mujer que, daba la casualidad, era bien conocida en la Tierra Central. Ésa era la Kahlan Anmell real, la auténtica Madre Confesora, que estaba enterrada allí abajo, en el Palacio de las Confesoras, no la persona que Richard había inventado para que fuese su amor, y era precisamente esa realidad la que Nicci había temido que acabaría por hacer añicos el mundo de Richard.</p> <p>Le había advertido que acabaría por suceder. Le había advertido que un día acabaría encontrándose cara a cara con la verdad, y ese momento había llegado. Esto era justo lo que ella había estado intentando impedir.</p> <p>Con todo, a Nicci no le produjo alegría haber tenido razón y sintió sólo una tristeza abrumadora ante lo que Richard debía de estar experimentando. No podía ni imaginar lo desconcertante, lo desorientador, que tenía que ser para él; para alguien tan firmemente anclado en la realidad como lo había estado siempre Richard, toda aquella experiencia tenía que ser devastadora.</p> <p>Richard sólo podía mirar de hito en hito.</p> <p>—Richard —dijo Zedd por fin, dándole un leve apretón en los brazos—, ¿te encuentras bien? ¿Qué sucede?</p> <p>Richard parpadeó lentamente. Parecía en estado de <i>shock.</i></p> <p>—¿Qué quieres decir con que está enterrada ahí abajo, en el Palacio de las Confesoras? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Cuándo sucedió?</p> <p>Zedd se pasó la lengua por los labios cautamente.</p> <p>—No sé cuándo murió. Cuando estuve ahí abajo… cuando el ejército de Jagang marchaba sobre Aydindril… vi la lápida. No la conocía. Simplemente vi su tumba, eso es todo. Es una lápida muy grande. Sería difícil pasarla por alto. A todas las Confesoras las mataron las escuadras enviadas por Rahl el Oscuro. Debe de haber muerto en esa época.</p> <p>»Richard, no es posible que hayas conocido a esa mujer. Tenía que haber estado ya muerta y enterrada antes de que abandonásemos nuestro hogar en la Tierra Occidental; antes de que cayera el Límite. En los tiempos en que todavía eras un guía de bosque.</p> <p>Richard apretó las palmas de las manos contra su frente.</p> <p>—No, no, no lo comprendes. Tienes el mismo problema que todos los demás. No es ella. Tú conoces a Kahlan.</p> <p>Zedd alzó una mano comprensiva hacia su nieto.</p> <p>Richard, eso no es posible. Las escuadras mataron a las Confesoras.</p> <p>—Sí, a las otras Confesoras las mataron aquellos asesinos, pero no a ella, no a Kahlan. —Richard agitó una mano—. Zedd, fue ella quien vino a pedirte que designaras al Buscador. Por eso abandonamos la Tierra Occidental. Conoces a Kahlan.</p> <p>Zedd frunció el entrecejo.</p> <p>—Pero ¿qué dices? Tuvimos que irnos cuando Rahl el Oscuro vino tras nosotros. Tuvimos que huir para salvar la vida.</p> <p>—En parte, pero Kahlan apareció buscándote a ti primero. Ella nos contó que Rahl el Oscuro había puesto en marcha las cajas del Destino. El estaba en el otro lado del Límite. De no ser por la llegada de Kahlan, ¿cómo lo habríamos sabido?</p> <p>Zedd escudriñó a Richard como si sospechara que estaba muy enfermo.</p> <p>—Richard, cuando se ponen en marcha las cajas del Destino, la vid de la serpiente crece. Incluso lo dice <i>El libro de las sombras contadas</i>. Tú, mejor que nadie, lo sabes. Estabas en Alto Ven y te picó una vid de la serpiente. Te provocó una fiebre y viniste a verme en busca de ayuda. Así es como supimos que las cajas del Destino estaban en funcionamiento. Rahl el Oscuro vino entonces a la Tierra Occidental y nos atacó.</p> <p>—Bueno, sí, eso es todo verdad, en cierto modo, pero Kahlan nos dijo lo que sucedía en la Tierra Central. Ella lo confirmó —gruñó Richard, contrariado—. Es más que eso, más que el que ella viniese a pedirte que designaras un Buscador… Tú la conoces.</p> <p>—Me temo que no es así, Richard.</p> <p>—Queridos espíritus, Zedd, pasaste el invierno anterior con ella y el ejército d'haraniano. Cuando Nicci me llevó al Viejo Mundo, Kahlan estuvo allí con Cara y contigo. —Señaló con insistencia a la mord-sith, como si ello fuese a probar de algún modo lo que decía y poner fin a la pesadilla—. Cara y ella pelearon a tu lado todo el invierno.</p> <p>Zedd alzó los ojos hacia Cara. Ésta, situada a la espalda de Richard, giró hacia arriba las palmas de la mano y dedicó un encogimiento de hombros a Zedd para hacerle saber que sabía tanto de todo ello como él mismo.</p> <p>—Puesto que has sacado el tema de tu designación como Buscador, ¿dónde está tu…?</p> <p>Richard chasqueó los dedos y el rostro se le iluminó repentinamente.</p> <p>—Ésa no es la tumba de Kahlan.</p> <p>—Por supuesto que lo es. No existe la menor duda respecto a esa sepultura. Es muy visible y recuerdo con claridad que tiene su nombre tallado en la misma piedra.</p> <p>—Sí, es su nombre, pero no es su tumba. Comprendo de qué estás hablando ahora. —Richard profirió una risita aliviada—. Te lo digo, no es su tumba.</p> <p>A Zedd no le pareció divertido.</p> <p>—Richard, he visto su nombre en la lápida. Es ella, la Madre Confesora, Kahlan Amnell.</p> <p>Richard sacudió la cabeza.</p> <p>—No, ésa no es ella. Eso fue una estratagema…</p> <p>—¿Una estratagema? —Zedd ladeó la cabeza, frunciendo el entrecejo—. ¿De qué hablas? ¿Qué clase de estratagema?</p> <p>—Iban tras ella…, la Orden iba tras Kahlan cuando ocuparon Aydindril. Se habían hecho con el control del consejo, la habían condenado a muerte y la buscaban. Para impedirles que la persiguieran, pusiste un hechizo de muerte sobre ella…</p> <p>—¿Qué? ¡Un hechizo de muerte! Richard, ¿tienes alguna idea de la magnitud de lo que estás sugiriendo?</p> <p>—Claro que la tengo. Pero es cierto. Necesitabas fingir su muerte para que la Orden creyera que habían tenido éxito y no fuesen tras ella, para que pudiese huir. ¿No lo recuerdas? Tú hiciste la lápida, o al menos la mandaste hacer. Yo vine aquí a buscarla… eso fue hace pocos años. Tu hechizo incluso me engañó a mí. Pensé que estaba muerta. Pero no lo estaba.</p> <p>Su confusión se había retirado y en aquellos momentos Zedd parecía seriamente preocupado.</p> <p>—Richard, no puedo imaginar qué te sucede, pero esto es sencillamente…</p> <p>—Los dos escapasteis a un lugar seguro pero me dejaste un mensaje en su lápida —dijo Richard, dándole golpecitos a Zedd en el pecho con un dedo—, para que supiera que en realidad seguía viva. Para que no me desesperara. Para que no me rindiera. Casi lo hice, pero entonces lo entendí.</p> <p>Zedd estaba a punto de estallar de frustración y preocupación. Nicci conocía la sensación.</p> <p>—Recórcholis, muchacho, ¿de qué mensaje hablas?</p> <p>—Las palabras de la lápida. La inscripción. Era un mensaje para mí.</p> <p>Zedd se puso en jarras.</p> <p>—¿Qué estás diciendo? ¿Qué mensaje? ¿Qué decía el mensaje?</p> <p>Richard empezó a pasear, presionando las yemas de los dedos contra sus sienes mientras farfullaba para sí, al parecer intentando recordar los términos exactos.</p> <p>O, se dijo Nicci, intentando inventarlos del modo en que siempre inventaba respuestas para librarse de tener que enfrentarse a la verdad. Sabía que en esta ocasión él cometía un error que acabaría por atraparlo, que la realidad lo iba cercando, incluso aunque no lo hubiese reconocido aún. Pronto lo haría.</p> <p>A pesar de que la hechicera deseaba que Richard se curase, que superara los falsos recuerdos que lo habían estado alterando, temía el dolor que sabía que le acarrearía cuando por fin estuviese cara a cara con la incuestionable verdad. Lo que era aún más, temía qué le sucedería si era incapaz de ver la verdad, o rehusaba verla, si se hundía para siempre en un mundo de engaños.</p> <p>—No aquí… —masculló Richard—. Algo sobre no estar aquí. Y algo sobre mi corazón.</p> <p>Zedd empujó la mejilla hacia fuera con la lengua, al parecer en un esfuerzo por mantenerse tranquilo mientras observaba a su nieto paseando de un lado a otro y al mismo tiempo, probablemente, intentando imaginar qué podía estarle sucediendo.</p> <p>—No —dijo Richard bruscamente a la vez que se detenía—. No, no mi corazón… Eso no es lo que decía. Es un monumento grande. Lo recuerdo ahora. Decía: «Kahlan Amnell, Madre Confesora. Ella no está aquí, sino en los corazones de aquellos que la aman».</p> <p>»Era un mensaje para que no perdiera la esperanza porque no estaba realmente muerta. En realidad ella no estaba allí, en aquella sepultura.</p> <p>—Richard —dijo Zedd con tono compasivo—, es un texto bastante corriente en una tumba, que alguien no está muerto sino que más bien sigue viviendo en los corazones de aquellos que lo amaron. Probablemente hay montones de sepulturas grabadas con ese sentimiento, con esas mismas palabras.</p> <p>—¡Pero ella no estaba enterrada allí! ¡No lo estaba! Pone que… «ella no está aquí»… por un motivo.</p> <p>—Entonces, ¿quién está enterrado en su tumba? —preguntó Zedd.</p> <p>—Nadie —dijo él finalmente, la mirada perdiéndose a lo lejos mientras pensaba—. A la señora Sanderholt, la cocinera del palacio, la engañó tu hechizo de muerte igual que a todo el mundo. Cuando yo finalmente llegué aquí me contó que estuviste allí, sobre la plataforma, mientras decapitaban a Kahlan; la mujer estaba de luto por ello y terriblemente trastornada, pero yo comprendí que tú no harías algo así y por lo tanto que tenía que ser uno de tus trucos. Tú me lo dijiste… ¿recuerdas? A veces la mejor magia no es más que un truco.</p> <p>Zedd asintió.</p> <p>—Esa parte es del todo cierta.</p> <p>—La señora Sanderholt me contó que habían quemado el cuerpo de Kahlan en una pila funeraria, todo ello supervisado por el Primer Mago en persona. Dijo que las cenizas de Kahlan se enterraron a continuación bajo aquella inmensa lápida de piedra. La señora Sanderholt incluso me llevó fuera, al patio apartado junto al palacio, donde se entierra a las Confesoras. Me mostró la tumba. Yo estaba horrorizado. Pensé que era ella, que estaba muerta, hasta que entendí el mensaje tallado en la piedra. El mensaje que vosotros dos dejasteis para que lo encontrara.</p> <p>Volvió a aferrar los hombros de su abuelo.</p> <p>—¿Lo ves? Fue sólo un truco para que nuestros enemigos le perdieran el rastro. No estaba realmente muerta. No estaba realmente enterrada allí. No hay nada enterrado allí, excepto tal vez algunas cenizas.</p> <p>Nicci pensó que era de lo más conveniente que Richard imaginara que la habían incinerado, de modo que todo lo que quedaran fuesen cenizas que no podían ser identificadas. Siempre se le ocurría algo que, desde su punto de vista, explicaba de un modo lógico la carencia de pruebas. Nicci no sabía si a las Confesoras las incineraban en realidad, pero si así era, eso no haría más que proporcionar a Richard otro pretexto útil en el que apoyar su relato y seguir negando que fuese ella. Una vez más no tendrían forma de demostrar lo contrario.</p> <p>—A menos, desde luego, que se estuviese sacando de la manga la parte de la pira funeraria de su historia y a las Confesoras no se las incinerase habitualmente.</p> <p>—¿Y así pues dices que fuiste allí? —preguntó Zedd—. ¿Hasta donde se alza la lápida?</p> <p>—Sí, y entonces Denna vino…</p> <p>—Denna estaba muerta —intervino Cara, interrumpiendo por primera vez—. Vos la matasteis para poder escapar de ella en el Palacio del Pueblo. No podía haber estado allí… a menos claro que apareciese en forma de espíritu.</p> <p>—Sí, eso es cierto —dijo él, volviéndose hacia ella—. Lo hizo. Vino como un espíritu y me llevó a un lugar entre mundos para que pudiese estar con Kahlan allí.</p> <p>Los ojos de Cara miraron brevemente hacia el mago. Le era imposible ocultar la incredulidad que sentía, así que apartó la mirada y se entretuvo rascándose el cogote.</p> <p>Nicci quería chillar. El relato se volvía más disparatadamente enrevesado por momentos. Recordó a la Prelada enseñándole cuando era una novicia que la simiente de las mentiras, una vez plantada, no dejaba de crecer cada vez más enmarañada y fuera de control con el paso del tiempo.</p> <p>Zedd se acercó por detrás y sujetó con suavidad los hombros de Richard.</p> <p>—Vamos, muchacho. Creo que necesitas un poco de descanso y luego, una vez que hayas descansado, podemos…</p> <p>—¡No! —exclamó Richard a la vez que se retorcía para desasirse—. ¡No lo estoy imaginando! ¡No lo estoy inventando!</p> <p>Nicci sabía que hacía precisamente eso. En cierto sentido, resultaba extraordinario el modo en que era capaz, sobre el terreno, de tejer nuevos acontecimientos, basados en su delirio original, para escapar continuamente de la verdad.</p> <p>Pero no podría escapar eternamente. Estaba la cuestión de la auténtica Madre Confesora enterrada en la tumba y eso era demasiado real; a menos que resultase que la Tierra Central sí que incineraba a sus Confesoras, en cuyo caso Richard podría seguir adelante a trancas y barrancas, aferrándose a su sueño durante un poco más de tiempo, hasta que surgiera el siguiente problema. Más tarde o más temprano, no obstante, algo iba a hacer añicos esos sueños.</p> <p>Zedd volvió a probar.</p> <p>—Richard, estás cansado. Parece como si hubieses estado viviendo sobre un caballo durante…</p> <p>—¡Puedo demostrarlo! —replicó él en desafío.</p> <p>Todo el mundo calló.</p> <p>—No me creéis, lo sé. Ninguno de vosotros me cree. Pero puedo demostrarlo.</p> <p>—¿Qué quieres decir? —inquirió Zedd.</p> <p>—Vamos. Bajad conmigo hasta la lápida.</p> <p>—Richard, te lo dije, la lápida podría muy bien decir lo que dijiste que recuerdas, pero eso no demuestra nada. Es un sentimiento que aparece expresado con mucha frecuencia en las lápidas.</p> <p>—¿Existe la costumbre de quemar los cuerpos de las Madres Confesoras en una pira funeraria? O era eso sólo parte de tu estratagema para que no tuvieses que presentar un cuerpo en el funeral durante el entierro.</p> <p>Zedd empezaba a mostrarse exasperado.</p> <p>—Cuando yo vivía aquí no se profanaban jamás los cuerpos de las Confesoras. A la Madre Confesora se la depositaba en un ataúd revestido de plata con su vestido blanco y se permitía a la gente contemplarla por última vez, despedirse, antes de que la enterrasen.</p> <p>Richard dirigió una mirada feroz a su abuelo, a Cara, y finalmente a Nicci.</p> <p>—Estupendo. Si tengo que excavar la tumba para demostraros a todos que no hay nada enterrado bajo la lápida, entonces eso es lo que haré. Necesitamos resolver esto para poder pasar a la solución de lo que está sucediendo. Para conseguir eso, necesito que todos vosotros me creáis.</p> <p>Zedd extendió las manos.</p> <p>—Richard, eso no es necesario.</p> <p>—¡Sí que lo es! ¡Es necesario! ¡Quiero recuperar mi vida!</p> <p>Nadie quiso discutir con él.</p> <p>—Zedd, ¿te he contado alguna vez una mentira maliciosa?</p> <p>—No, muchacho, nunca lo has hecho.</p> <p>—No miento ahora.</p> <p>—Richard —dijo Nicci—, nadie dice que mientas, únicamente que padeces los desgraciados efectos del delirio inducido por una herida. No es culpa tuya. Todos sabemos que no haces esto adrede.</p> <p>Él se giró hacia su abuelo.</p> <p>—Zedd, ¿no lo ves? Piensa en ello. Algo no va bien en el mundo. Algo está terriblemente mal. Por algún motivo que no he sido capaz de descubrir, soy el único que es consciente de ello. Soy el único que recuerda a Kahlan. Tiene que haber algo detrás de esto. Algo perverso. A lo mejor Jagang es el responsable.</p> <p>—Jagang hizo crear a la bestia para que te persiguiera —repuso Nicci—. Lo puso todo en ese esfuerzo. No tendría necesidad de hacer nada más. Además, con la bestia acechándote, ¿para qué serviría?</p> <p>—No lo sé. No tengo todas las respuestas, pero sé la verdad de parte de ello.</p> <p>—¿Y cómo puede ser que sólo tú conozcas la verdad y todos los demás estén equivocados, que la memoria les haya fallado a todos excepto a ti? —preguntó Zedd.</p> <p>—Tampoco conozco la respuesta a eso, pero puedo probar que digo la verdad. Puedo mostrarte la tumba. Vamos.</p> <p>—Te lo dije, Richard, la lápida pone palabras corrientes.</p> <p>La expresión de Richard se tornó peligrosa.</p> <p>—Entonces excavaremos la sepultura para que todos podáis ver que está vacía y que no estoy loco.</p> <p>Zedd alzó una mano hacia la puerta, todavía abierta.</p> <p>—Pero oscurecerá pronto. Lo que es más, va a llover.</p> <p>Richard se dio la vuelta desde la entrada.</p> <p>—Tenemos un caballo extra. Todavía podemos llegar ahí abajo con luz de día. Si es necesario, podemos usar faroles. Si debo hacerlo, cavaré en la oscuridad. Esto es más importante que preocuparse por un poco de lluvia o la falta de luz. Necesito acabar con esto… ahora… para poder dedicarme a solucionar el problema auténtico y para que pueda encontrar a Kahlan antes de que sea demasiado tarde. Vamos.</p> <p>Zedd gesticuló acaloradamente.</p> <p>—Richard, esto es…</p> <p>—Déjale hacer lo que pide —dijo Nicci, interrumpiendo y atrayendo todas las miradas—. Todos hemos oído suficiente. Esto es importante para él. Debemos permitirle hacer lo que cree que debe hacer. Es la única posibilidad que tenemos de resolver la cuestión.</p> <p>Antes de que Zedd pudiese contestarle, una mord-sith apareció entre los dos pilares rojos del lado opuesto de la habitación. Llevaba los cabellos rubios sujetos en una única trenza como la de Cara; no era tan alta como ella, y tampoco tan delgada, pero tenía un aspecto igual de formidable en el porte, como si no temiera a nada y viviera para tener una excusa para demostrarlo.</p> <p>—¿Qué sucede? Oí… —Abrió los ojos de par en par con repentino asombro—. ¿Cara? ¿Eres tú?</p> <p>—Rikka —dijo Cara con una sonrisa y un movimiento de cabeza—, me alegro de verte otra vez.</p> <p>Rikka inclinó la cabeza ante Cara más profundamente de lo que ésta lo había hecho antes de quedarse mirando a Richard. Avanzó al interior de la estancia.</p> <p>Los ojos se abrieron de par en par.</p> <p>—Lord Rahl, no os he visto desde…</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—Desde el Palacio del Pueblo, en D'Hara. Cuando acudí para cerrar el paso al inframundo tú fuiste una de las mord-sith que me ayudaron a subir al Jardín de la Vida. Fuiste tú la que agarró mi camisa por el hombro izquierdo mientras todas me guiabais a través del palacio para que no tuviese contratiempos. Una de vuestras hermanas mord-sith dio su vida esa noche para que yo pudiera completar mi misión.</p> <p>Rikka sonrió atónita.</p> <p>—Lo recordáis. Todas llevábamos nuestro traje de cuero rojo. No puedo creer que tengáis una memoria tan buena que seáis capaz de recordarme, y mucho menos que fuese yo la que estaba junto a vuestro hombro izquierdo. —Inclinó la cabeza—. Y nos honráis a todas al recordar a una que cayó en combate.</p> <p>—Sí que tengo una buena memoria. —Richard lanzó una sombría mirada feroz a Nicci y luego a Zedd—. Eso fue justo antes de que regresara a Aydindril y a la lápida con el nombre de Kahlan en ella. —Volvió otra vez la cabeza hacia Rikka—. Vigila el Alcázar, ¿quieres, Rikka? Nosotros tenemos que bajar a la ciudad durante rato.</p> <p>—Desde luego, lord Rahl —respondió ella, inclinando otra vez la cabeza, con una expresión casi aturdida por estar en presencia de Richard, y descubrir que la recordaba.</p> <p>Richard volvió a pasear su iracunda mirada de rapaz por el resto de los allí presentes.</p> <p>—Vamos.</p> <p>Desapareció por la entrada. Zedd agarró la manga de Nicci al pasar ésta por la puerta.</p> <p>—¿Lo hirieron, verdad? —Cuando ella vaciló, él prosiguió—: Dijiste que padecía delirios a consecuencia de haber estado herido.</p> <p>Nicci asintió.</p> <p>—Le dispararon una flecha. Estuvo a punto de morir.</p> <p>—Nicci lo curó. —Cara se inclinó al frente a la vez que hablaba en voz queda—. Salvó la vida de lord Rahl.</p> <p>Zedd enarcó una ceja.</p> <p>—Una amiga de verdad.</p> <p>—Lo curé —confirmó Nicci—, pero fue lo más difícil que he hecho nunca. Puede que le salvase la vida, pero ahora me preocupa que no hiciese un trabajo lo bastante bueno.</p> <p>—¿Qué quieres decir? —inquirió Zedd.</p> <p>—Temo que de algún modo haya hecho algo para provocar sus delirios.</p> <p>—Eso no es cierto —replicó Cara.</p> <p>—Me pregunto si es así —dijo Nicci—, si podría haber hecho más, u obrado de un modo distinto.</p> <p>Tragó saliva, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta. Temía que era cierto, que el problema de Richard era culpa suya, que no había actuado con la celeridad suficiente o que podría haber hecho algo terriblemente equivocado. Le preocupaba constantemente la decisión que había tomado aquella mañana terrible de llevar a Richard a un lugar seguro antes de ponerse a trabajar en él. Había temido un ataque que habría interrumpido, con funestas consecuencias, sus esfuerzos para curarlo, pero a lo mejor si se hubiese limitado a empezar justo entonces, allí, en el campo de batalla, él quizá no estaría persiguiendo fantasmas en aquellos momentos.</p> <p>Al fin y al cabo, no había tenido lugar ningún ataque, así que había tomado la decisión equivocada al llevarlo a la granja abandonada. En aquel momento no había sabido que no era inminente ningún ataque, pero a lo mejor, si hubiese dedicado algún tiempo a hacer que los hombres de Víctor explorasen la zona, podría haber empezado a curar a Richard mucho antes. No lo había hecho porque temía que si exploraban, y ella tenía razón sobre que había más enemigos cerca, entonces habrían tenido que mover a Richard de todos modos, y para entonces a éste se le habría acabado el tiempo.</p> <p>En todo caso, era ella quien había tomado las decisiones, y era Richard quien ahora padecía delirios. Algo había salido mal aquella noche espantosa.</p> <p>No había nadie en el mundo que le importase más que Richard, y temía que era ella quien le había provocado el daño que le estaba destrozando la vida.</p> <p>—Exactamente ¿qué le pasó? —preguntó Zedd—. ¿Dónde le dispararon la flecha?</p> <p>—En el lado izquierdo del pecho… con una saeta con lengüeta. Aquella punta en lengüeta se alojó en su pecho sin atravesarlo por completo. Consiguió desviarla parcialmente, de modo que no le acertó por muy poco en el corazón, pero el pulmón y el pecho se estaban llenando de sangre rápidamente.</p> <p>Zedd alzó una ceja, estupefacto.</p> <p>—¿Y pudiste sacar la flecha y curarle?</p> <p>—Así es —confirmó Cara con pasión—. Salvó la vida de lord Rahl.</p> <p>—No sé… —Nicci tenía dificultades para expresarlo todo en palabras—, he estado separada de él mientras venía hacia aquí. Ahora que lo veo otra vez, que veo cómo se ha aferrado con tanta fuerza a su delirio y no consigue llevar a ver la verdad, no estoy segura de que le hiciese ningún bien. ¿Cómo puede vivir si no puede ver la verdad del mundo que le rodea? Si bien su cuerpo puede estar curado, padece una forma atroz de muerte lenta a medida que la mente le falla.</p> <p>Zedd le dio una palmada paternal en el hombro. Nicci reconoció la luz de la vida en sus ojos. Era la misma chispa que Richard tenía, o al menos la misma chispa que acostumbraba a tener.</p> <p>—Sencillamente tendremos que ayudarle a ver la verdad.</p> <p>—¿Y si destruye su corazón? —preguntó ella.</p> <p>Zedd sonrió, y su sonrisa le recordó la de Richard, la sonrisa que tanto echaba en falta.</p> <p>—Entonces sencillamente tendremos que curar su corazón, ¿no? Nicci fue incapaz de emitir más que un susurro que bordeó el llanto.</p> <p>—¿Y cómo vamos a hacer eso?</p> <p>Zedd volvió a sonreír y dio un firme apretón a su hombro.</p> <p>—Tendremos que averiguarlo. Primero vamos a dejarle ver la verdad, luego ya nos preocuparemos sobre cómo curar la herida que producirá en su corazón.</p> <p>Nicci sólo pudo asentir. La aterraba ver sufrir a Richard.</p> <p>—¿Y qué es esa bestia que mencionasteis? ¿La que creó Jagang?</p> <p>—Un arma creada mediante la utilización de Hermanas de las Tinieblas —repuso Nicci—. Algo de la época de la gran guerra.</p> <p>Zedd lanzó una imprecación por lo bajo ante la noticia. Cara dio la impresión de que tenía algo que decir sobre la bestia, pero se lo pensó mejor y en su lugar empezó a andar hacia la puerta.</p> <p>—Vamos. No quiero que lord Rahl nos lleve demasiada delantera. Zedd expresó su acuerdo entre gruñidos.</p> <p>—Parece que vamos a mojarnos.</p> <p>—Al menos si llueve —dijo la mord-sith—, el agua me quitará algo del olor a caballo.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 20</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Empezó a lloviznar antes de que abandonaran el prado cercado. Richard ya se había ido y no había modo de saber qué delantera les llevaba. Cara quería darse prisa y alcanzarle, pero Zedd le dijo que sabían adónde iba y que no servía de nada arriesgarse a partirle la pierna a uno de los cansados caballos porque, si eso sucedía, entonces acabarían teniendo que bajar andando la montaña en pos de Richard y luego, tras visitar el cementerio de las Confesoras, subir andando todo el camino.</p> <p>—Además —le dijo Zedd—, jamás podrás alcanzarle.</p> <p>—Bueno, es posible que tengas razón en eso —repuso Cara a la vez que espoleaba su caballo para que iniciara un medio galope—. Pero soy su protección.</p> <p>—En especial puesto que no tiene su espada —masculló Zedd agriamente.</p> <p>No tuvieron más elección que apresurar el paso tras Cara.</p> <p>Para cuando hubieron bajado a toda velocidad la montaña y llegado a la ciudad, la luz del día se desvanecía y la llovizna se intensificaba. Nicci sabía que iban a quedar empapados antes de que aquello acabara, pero no se podía evitar. Por suerte, hacía suficiente calor para que no se helaran.</p> <p>Se encaminaron a los terrenos del Palacio de las Confesoras, donde enseguida encontraron su caballo, atado a uno de los aros que sujetaban cadenas tendidas entre puntales decorativos de granito. Una vez que los tres ataron sus monturas junto a la de Richard, Cara y Nicci siguieron a Zedd cuando éste pasó por encima de una cadena.</p> <p>Estaba claro que no era un lugar donde los forasteros fuesen bien recibidos. El apartado patio estaba resguardado de la vista de todos por una hilera de olmos altos y un espeso muro de enebros. Por entre las gruesas ramas de los magníficos árboles Nicci vio atisbos de los blancos muros del Palacio de las Confesoras alzándose imponentes a poca distancia, envolviendo y resguardando el cementerio.</p> <p>Debido al modo en que estaba oculto, Nicci había esperado que fuese pequeño, pero el lugar donde enterraban a las Confesoras era en realidad bastante extenso. Los árboles estaban dispuestos para reducir la sensación de espacio abierto y dar a cada sección del cementerio un ambiente íntimo. Por el modo en que estaba diseñado, con un sendero y una columnata cubierta de enredaderas para conducir a las personas que venían desde el palacio, aparentemente estaba pensado para que se accediera a él únicamente desde el palacio a través de elegantes puertas dobles de cristal. En la apagada luz gris el silencioso lugar bajo el dosel que formaban los árboles producía la sensación de ser sagrado.</p> <p>Encontraron a Richard en lo alto de una suave elevación, bajo la llovizna, ante un monumento de piedra, pasando los dedos por letras talladas en el granito, por las letras del nombre KAHLAN.</p> <p>En alguna parte de los jardines del Palacio de las Confesoras Richard había conseguido encontrar palas y picos, que tenía al lado, listos para su uso. Escrutando la zona, Nicci vio que había unos almacenes atrás, entre setos parcialmente ocultos tras una esquina del palacio, y dedujo que Richard había encontrado las herramientas allí.</p> <p>Mientras se acercaba a él sin hacer ruido, Nicci comprendió que Richard estaba al borde de algo potencialmente muy peligroso… para él. Permaneció de pie detrás, con las manos enlazadas, aguardando, mientras Richard tocaba con ternura el nombre de Kahlan escrito en la piedra.</p> <p>—Richard —dijo Nicci por fin con una voz suave, sintiendo la necesidad de un tono reverencial en un sitio como aquél—. Espero que pensarás en todo lo que te contado, y si las cosas no salen del modo que en este momento crees que saldrán, sabes que todos te ayudaremos todo lo que podamos.</p> <p>Él se apartó del nombre escrito en la piedra.</p> <p>—No te preocupes por mí, Nicci. No hay nada aquí abajo. Ella no está aquí. Voy a mostrároslo a todos y entonces tendréis que creerme. Voy a recuperar mi vida. Cuando lo haga, entonces todos comprenderéis que algo va muy mal, y a continuación vamos a tener que trabajar para descubrir qué está sucediendo, y vamos a encontrar a Kahlan.</p> <p>Tras sostenerle la mirada por un momento, aguardando para ver si ella se atrevía a cuestionarle, Richard, sin decir nada más, agarró una pala y con un potente empujón del pie, hundió la hoja en el terreno ligeramente elevado cubierto de hierba que había bajo lápida de la difunta Madre Confesora.</p> <p>Zedd permaneció a poca distancia, callado, inmóvil, observando. Había traído dos faroles con él, que descansaban sobre un banco de piedra cercano, irradiando un resplandor débil pero constante. La llovizna estaba dando origen a una niebla a ras de suelo. Aunque el cielo estaba totalmente tapado con nubes casi negras, a juzgar por la luz cada vez más tenue, Nicci pensó que debía de acabar de ponerse el sol. Puesto que era la noche más oscura de la luna nueva, iba a ser la más negra de las noches.</p> <p>Incluso sin la llovizna y la oscuridad que se acercaba, era una hora deprimente para andar desenterrando muertos.</p> <p>Mientras Richard trabajaba con una especie de ira controlada pero concentrada, Cara cogió finalmente otra pala.</p> <p>—Cuanto antes acabemos con esto, mucho mejor.</p> <p>Hundió la pala en el húmedo suelo y empezó a ayudar a Richard a cavar. Zedd permaneció a poca distancia, silencioso y sombrío mientras observaba. Nicci habría ayudado a acabar con aquello, pero dudaba que más de dos personas tuviesen espacio para cavar sin estorbarse la una a la otra. Podría haber usado magia para llevar a cabo la acción de abrir el suelo, pero tenía la impresión de que Zedd no lo habría aprobado, que quería que aquello se llevase a cabo con el esfuerzo de Richard, con sus músculos, su sudor. Que fuese cosa suya.</p> <p>Richard y Cara fueron ahondando más el agujero del suelo. Tuvieron que recurrir al pico para abrirse paso a través de gruesas raíces. Raíces de tan gran tamaño indicaron a Nicci que la tumba tenía que ser más vieja de lo que Richard creía, pero si éste advirtió tal cosa, no lo mencionó. Nicci supuso que, de algún modo, él podría estar en lo cierto sobre que aquello no era una sepultura auténtica, lo que explicaría por qué las raíces habían adquirido tanto grosor. Si Richard tenía razón, únicamente habría sido necesario cavar un pequeño agujero entre ellas, justo lo bastante grande para enterrar una vasija ceremonial conteniendo las cenizas, pero no lo creyó ni por un momento. Paletada a paletada, la pila de tierra negra al lado del agujero crecía cada vez más.</p> <p>Aunque Zedd no decía nada, Nicci podía leer en las profundas arrugas de su rostro que, momento a momento, crecía la indignación en él ante la exhumación de la Madre Confesora, incluso si ello resolvía el asunto. Daba la impresión de que tenía mil cosas que decir, todas ellas reprimidas en su interior. Nicci pensó que el anciano aguardaría hasta que Richard encontrara la verdad allí enterrada, pero por la adusta expresión de la apretada mandíbula del mago, no creía que cuando éste diera finalmente su opinión fuese a ser ésta ni agradable ni comprensiva. Esto era un comportamiento inadmisible para él.</p> <p>Cuando las cabezas de Richard y Cara, chorreando sudor y agua de lluvia, estuvieron a nivel con el suelo, la pala de Richard golpeó repentinamente contra algo que resonó.</p> <p>Cara y él se detuvieron. Richard parecía aturdido y confuso; según su historia, no debería haber nada en la tumba, salvo tal vez un pequeño recipiente conteniendo cenizas, y costaba creer que un recipiente así estuviese enterrado a tal profundidad.</p> <p>—Tiene que ser un recipiente para las cenizas —dijo él por fin a la vez que alzaba la mirada hacia Zedd—. Tiene que serlo. No te habrías limitado a arrojar cenizas dentro de un agujero en el suelo. Seguro que usaste un receptáculo de alguna clase para las cenizas que tú les hiciste creer que eran las de Kahlan.</p> <p>Zedd no dijo nada.</p> <p>Cara contempló a Richard por un momento y luego hundió la pala en el suelo. También produjo un resonante sonido metálico. Con el dorso de la muñeca se apartó un mechón de pelo rubio del rostro mientras alzaba los ojos hacia Nicci.</p> <p>—Bueno, da la impresión de que habéis encontrado algo. —La voz ominosa de Zedd pareció llegar a través de la niebla baja que se había acumulado a lo largo del suelo en el cementero—. Supongo que deberíamos ver qué es.</p> <p>Richard clavó la mirada en su abuelo un momento, y luego volvió a cavar. No pasó mucho tiempo antes de que Cara y él dejasen al descubierto una superficie plana. Estaba demasiado oscuro para verlo claramente, pero Nicci supo qué era.</p> <p>Era la verdad, a punto que quedar al descubierto.</p> <p>Era el fin de la falsa ilusión de Richard.</p> <p>—No comprendo —murmuró Richard, confundido por el tamaño de lo que estaban dejando al descubierto.</p> <p>—Quitad la tierra de la parte superior —ordenó Zedd con apenas reprimido disgusto.</p> <p>Richard y Cara trabajaron para retirar con cuidado pero con rapidez la tierra húmeda de lo que cada vez quedaba más claro que era un ataúd. Cuando lo tuvieron totalmente al descubierto, Zedd les ordenó salir del agujero que habían cavado.</p> <p>El anciano mago extendió las manos sobre la tumba abierta y giró las palmas hacia arriba. Mientras Richard, Cara y Nicci observaban, el pesado ataúd empezó a alzarse. Cayó tierra mientras el largo objeto se elevaba fuera del oscuro agujero. Retrocediendo lejos de la brecha abierta en terreno sagrado, Zedd usó con delicadeza su don para depositar el féretro sobre la hierba, junto a la tumba abierta.</p> <p>El exterior estaba tallado profusamente con dibujos de envolventes frondas de helechos recubiertos de plata. Poseía una belleza reverente y triste, y Richard no podía hacer otra cosa que mirarlo fijamente, aterrado ante lo que el féretro podría contener.</p> <p>—Ábrelo —ordenó Zedd.</p> <p>Richard lo miró durante un instante.</p> <p>—Ábrelo —repitió Zedd.</p> <p>Finalmente, Richard se arrodilló cerca del ataúd revestido de plata y usó la punta de su pala para hacer palanca y soltar con cuidado la tapa. Cara recuperó los dos faroles. Entregó uno a Zedd; el otro lo sostuvo en alto por encima del hombro de Richard para ayudarle a ver.</p> <p>Richard alzó la pesada tapa lo suficiente para deslizar la parte superior.</p> <p>El resplandor de la lámpara de Cara cayó sobre un cadáver descompuesto, en aquellos momentos convertido casi por completo en un esqueleto. La cuidadosa confección del ataúd parecía haber mantenido el cuerpo seco en su largo camino hasta convertirse en polvo. Los huesos estaban veteados de manchas producto de un largo entierro y el ineludible proceso de deterioro. Una mata de pelo largo, la mayor parte sujeto aún al cráneo, descendía sobre los hombros. Quedaba muy poco tejido, en su mayoría conjuntivo, en especial el que mantenía unidos los huesos de los dedos; incluso tantísimo tiempo después de la muerte, aquellos dedos aferraban todavía un ramo de flores desintegrado hacía mucho tiempo.</p> <p>El cuerpo de la Madre Confesora llevaba puesto un exquisito vestido blanco satinado de sencillo diseño, de escote cuadrado, que ahora dejaba al descubierto unas costillas descarnadas.</p> <p>El ramo que aferraban las manos estaba rodeado con una envoltura de encaje adornado con perlas y una ancha cinta dorada sujeta a él. En la cinta dorada, en letras bordadas en hilo de plata, ponía: «Amada Madre Confesora, Kahlan Amnell. Siempre estará en nuestros corazones».</p> <p>Difícilmente podía existir ya cualquier duda sobre qué le había sucedido realmente a la Madre Confesora. Aquello en lo que Richard había creído con tanta vehemencia que eran sus recuerdos no era ahora más que una dulce ilusión convertida en polvo.</p> <p>Richard, respirando agitadamente, sin resuello, sólo podía mirar fijamente a los restos esqueléticos, al vestido blanco, a la cinta dorada alrededor de los fragmentos negros de lo que en una ocasión había sido un hermoso ramo de flores.</p> <p>Nicci sintió náuseas.</p> <p>—¿Estás satisfecho ahora? —preguntó Zedd en un tono comedido de llameante cólera.</p> <p>—No comprendo… —musitó Richard, incapaz de apartar los ojos de la espantosa visión.</p> <p>—¿No lo haces? Creo que está muy claro —le dijo Zedd.</p> <p>—Pero sé que no está enterrada aquí. No puedo explicar esto. Esto es contradictorio…</p> <p>Zedd le agarró la mano.</p> <p>—No hay ninguna contradicción. Las contradicciones no existen en la realidad.</p> <p>—Sí, pero sé…</p> <p>—Novena Norma de un mago: Una contradicción no puede existir en la realidad. Ni en parte, ni en su totalidad. Creer en una contradicción es abdicar de tu creencia en la existencia del mundo que te rodea y la naturaleza de las cosas que hay en él, para, en su lugar, abrazar cualquier impulso fortuito que te atraiga… para imaginar que algo es real simplemente porque deseas que lo sea.</p> <p>»Una cosa es lo que es, es ella misma. No pueden existir contradicciones.</p> <p>—Pero Zedd, tengo que creer…</p> <p>—¡Ah! Crees. Quieres decir que la realidad de este ataúd y el cuerpo largo tiempo enterrado de la Madre Confesora te han mostrado algo que no esperabas y que no quieres aceptar. Por lo tanto ahora deseas refugiarte en la niebla ciega de la fe. ¿Es eso lo que quieres decir?</p> <p>—Bueno, en este caso…</p> <p>—La fe es un mecanismo de autoengaño, un juego de prestidigitación hecho con palabras y emociones fundado en cualquier idea irracional que pueda inventarse. La fe es el intento de coaccionar a la verdad para que se rinda al capricho. En palabras sencillas, es insuflar vida a una mentira intentando eclipsar la realidad con la belleza de los deseos. La fe es el refugio de los idiotas, los ignorantes y los ilusos, no de los hombres racionales, capaces de pensar.</p> <p>»En la realidad, las contradicciones no pueden existir. Para creer en ellas debes abandonar la cosa más importante que posees: tu mente racional. La apuesta en ese trato es tu vida. En un intercambio así, siempre pierdes lo que arriesgas.</p> <p>Richard se pasó los dedos hacia atrás por los mojados cabellos.</p> <p>—Pero Zedd, algo no está bien aquí. No sé qué, pero lo sé. Tienes que ayudarme.</p> <p>—Lo acabo de hacer. Te he permitido que nos muestres la prueba que tú mismo mencionaste. Aquí está, en este ataúd. Admito que no es lo que tú deseabas, pero no se puede eludir lo real que es. Esto es lo que buscas. Ésta es Kahlan Amnell, la Madre Confesora, tal y como pone en la lápida.</p> <p>Zedd enarcó una ceja a la vez que se inclinaba un poco hacia su nieto.</p> <p>—A menos que puedas demostrar que esto es una artimaña, que alguien por algún motivo enterró esto aquí como parte de una broma elaborada sólo para hacer que parezca que tú estás equivocado y todos los demás tienen razón. Eso parecería una argumentación más bien pobre, si quieres que te lo diga. Temo que, por la clara evidencia que tenemos aquí, esto es la realidad…, la prueba que buscabas… y no existe ninguna contradicción.</p> <p>Richard bajó la vista hacia el cuerpo, muerto hacía mucho, que tenía delante.</p> <p>—Algo está mal. Esto no puede ser cierto. Simplemente no puede serlo.</p> <p>Los músculos de la mandíbula de Zedd se flexionaron.</p> <p>—Richard, te he permitido este capricho horripilante cuando en justicia no debería haberlo hecho, ahora dime por qué no tienes la espada. ¿Dónde está la <i>Espada de la Verdad</i>?</p> <p>La lluvia golpeó con suavidad en el dosel de hojas de lo alto mientras el abuelo de Richard aguardaba. Richard clavó la mirada en el interior del ataúd.</p> <p>—Di la espada a Shota a cambio de la información que necesitaba.</p> <p>Los ojos de Zedd se abrieron como platos.</p> <p>—¡Qué!</p> <p>—Tuve que hacerlo —repuso Richard sin alzar los ojos hacia su abuelo.</p> <p>—¿Tuviste que hacerlo? ¡Tuviste que hacerlo!</p> <p>—Sí —respondió él en tono sumiso.</p> <p>—¿A cambio de qué información?</p> <p>Richard apoyó los codos en el borde del ataúd a la vez que hundía el rostro en las manos.</p> <p>—A cambio de lo que podría ayudarme a descubrir la verdad de lo que está sucediendo. Necesito respuestas. Necesito saber cómo encontrar a Kahlan.</p> <p>Enfurecido, Zedd alargó el dedo en dirección al ataúd.</p> <p>—¡Ahí está Kahlan Amnell! Justo donde la lápida ha dicho siempre que está enterrada. Y ¿qué pedazo de valiosísima información te dio Shota tras embaucarte para que le dieses la espada?</p> <p>Richard no hizo ningún esfuerzo por rebatir que Shota le hubiese engañado para arrebatarle la espada.</p> <p>—Cadena de Fuego… —respondió—. Me dijo las palabras «Cadena de Fuego», pero no sabía lo que significaban. Me dijo que debía hallar «el lugar de los huesos en la Profunda Nada».</p> <p>—La Profunda Nada —se mofó Zedd, y alzó la mirada al oscuro cielo mientras tomaba aire—. Supongo que Shota tampoco pudo decirte dónde está esa Profunda Nada.</p> <p>Richard negó con la cabeza pero no alzó la vista.</p> <p>—También dijo que me guardara de la víbora con cuatro cabezas.</p> <p>Zedd soltó otro resoplido enojado.</p> <p>—No me lo digas, ni ella ni tú tenéis la menor idea de lo que eso significa, tampoco.</p> <p>—Una vez más, Richard negó con la cabeza sin alzar los ojos hacia su abuelo.</p> <p>—¿Es eso todo? ¿Es esa la valiosa información que obtuviste a cambio de la <i>Espada de la Verdad</i>?</p> <p>Richard vaciló.</p> <p>—Había otra cosa —habló en voz tan queda que apenas se le pudo oír por encima del suave murmullo de la lluvia—. Shota dijo que lo que busco… lleva mucho tiempo enterrado.</p> <p>La encendida cólera de Zedd amenazó con estallar.</p> <p>—Ahí —dijo, alargando un dedo para señalar—, ahí está lo que buscas: Kahlan Amnell, la Madre Confesora, largo tiempo enterrada.</p> <p>Richard, la cabeza gacha, no dijo nada.</p> <p>—Por esto canjeaste la <i>Espada de la Verdad</i>. Un arma de valor incalculable. Un arma que puede abatir no sólo a la gente perversa sino a la buena también. Un arma que nos ha llegado de los magos de tiempos remotos, pensada para ser confiada sólo a unas pocas personas seleccionadas. Un arma que te confié.</p> <p>»Y se la diste a una bruja.</p> <p>» ¿Tienes la más remota idea por lo que tuve que pasar para recuperar la <i>Espada de la Verdad</i> de Shota la última vez que ella le puso las manos encima?</p> <p>Richard sacudió la cabeza mientras mantenía la vista fija en el suelo, dando la impresión de que no se atrevía a hablar.</p> <p>Nicci sabía que Richard tenía varias cosas que decir en su propia defensa, para fundamentar sus creencias y acciones, pero no expuso ninguna de ellas. Mientras su abuelo montaba en cólera contra él, permaneció arrodillado en silencio, con la cabeza gacha, junto al ataúd abierto que contenía el fin de su fantasía.</p> <p>—Te confié algo de gran valor. Pensé que un objeto tan peligroso estaba a salvo en tus manos. Richard, me has decepcionado…, has decepcionado a todo el mundo… para poder perseguir un sueño. Bueno, aquí está, huesos largo tiempo enterrados… Espero que consideres el intercambio justo, porque yo desde luego no lo considero así.</p> <p>Cara permanecía a poca distancia, sosteniendo el farol, con los cabellos pegados a la cabeza por la ininterrumpida lluvia. Daba la impresión de que quería defender a Richard, pero no se le ocurría nada que decir. Nicci tampoco tenía nada que alegar, pues sabía que en aquel momento cualquier cosa que dijeran no haría más que empeorar las cosas. Únicamente el suave siseo de la lluvia sobre las hojas llenaba la, por otra parte, silenciosa noche.</p> <p>—Zedd —dijo Richard con voz entrecortada—, lo siento.</p> <p>—Sentirlo no la recuperará de las garras de Shota. Sentirlo no salvará a aquellas personas a las que Samuel hará daño con esa espada. Te quiero como a un hijo, Richard, y siempre lo haré, pero nunca antes me habías decepcionado tanto. Jamás te hubiese creído capaz de hacer algo tan irreflexivo e irresponsable.</p> <p>Richard asintió, reacio a justificar sus acciones.</p> <p>A Nicci se le partía el corazón por él.</p> <p>—Te dejaré para que entierres a la Madre Confesora. Yo iré a pensar en un modo de quitarle la espada a una bruja que fue muchísimo más lista que mi nieto. Deberías darte cuenta de que serás responsable de lo que resulte de ello.</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—Bien. Me alegro de que puedas comprender al menos eso. —Se giró hacia Cara y Nicci, la mirada que había en sus ojos era tan amedrentadora como la de un Rahl—. Quiero que vosotras dos regreséis al Alcázar conmigo. Quiero saberlo todo sobre este asunto de la bestia. Todo.</p> <p>—Debo quedarme para cuidar de lord Rahl —dijo Cara.</p> <p>—No —replicó Zedd—, vendrás conmigo y me contarás en detalle todo lo sucedido con la bruja. Quiero saber cada una de las palabras que salieron de la boca de Shota.</p> <p>Cara parecía estar en un dilema.</p> <p>—Zedd, no puedo…</p> <p>—Ve con él, Cara —le dijo Richard con sosegada autoridad—. Haz lo que dice. Por favor.</p> <p>Nicci reconoció lo impotente que Richard se sentía para defender sus acciones en presencia de su abuelo. Lo comprendió porque ella siempre se había sentido igual de impotente en presencia de su madre cuando ésta le decía, como hacía a menudo, que había actuado equivocadamente. Nicci nunca había sido capaz de defenderse de lo que su madre le criticaba, pues ésta siempre era capaz, sin el menor esfuerzo, de hacer que las elecciones de Nicci pareciesen mezquinas y egoístas. Sin importar lo mayor que fuese, seguía siendo una niña ante aquellos que la habían criado, e incluso cuando ya llevaba años en el Palacio de los Profetas, su madre todavía podía hacerla sentir como si tuviese diez años y fuese idiota.</p> <p>Precisamente el hecho de que Richard amaba y respetaba a su abuelo hacía que todo aquello fuese mucho más difícil para él de lo que había sido para Nicci. No obstante todo lo que Richard había logrado, su fortaleza, conocimientos, habilidad, maestría, era innegable que había decepcionado a su abuelo, y, debido a que lo amaba y respetaba, le dolía aún más.</p> <p>—Vete —dijo Nicci a Cara a la vez que posaba la mano en la espalda de ésta—. Haz lo que él dice por ahora. Creo que a Richard le iría bien un poco de tiempo para ordenar sus ideas.</p> <p>Cara, paseando la mirada entre Nicci y Richard, pareció como si pensara que era algo que Nicci podría ser capaz de manejar mejor y por lo tanto asintió.</p> <p>—Ven tú también —dijo Zedd a Nicci—. Deja que Richard se ocupe de dar sepultura a la Madre Confesora. Necesito conocer tu parte en esto, cada pedacito, de modo que pueda descubrir cómo invertir todos los problemas nacidos no tan sólo de esto, sino de lo que Jagang ha hecho.</p> <p>—De acuerdo —respondió Nicci—. Coged los caballos y estaré allí enseguida.</p> <p>Zedd lanzó una breve mirada a Richard, todavía de rodillas junto al ataúd, antes de dar su conformidad a Nicci con un movimiento de cabeza.</p> <p>Una vez que hubo desaparecido con Cara entre los enebros y la niebla, Nicci se agachó junto a Richard y le posó una mano entre los hundidos hombros.</p> <p>—Todo irá bien, Richard.</p> <p>—Me pregunto si algo volverá a estar bien jamás.</p> <p>—Puede no parecer así ahora, pero todo se arreglará. Zedd superará su cólera y acabará por comprender que hacías todo lo que podías por actuar de un modo responsable. Sé que te quiere y que no era su intención que lo que dijo te doliera tanto.</p> <p>Richard asintió sin alzar los ojos mientras seguía arrodillado en el barro, junto al féretro abierto que contenía el cadáver de la hacía mucho tiempo difunta Kahlan Amnell, la mujer que había imaginado que había sido su amor.</p> <p>—Nicci —preguntó por fin, en voz tan baja que ella apenas pudo oírle por encima del quedo sonido de la lluvia—, ¿harás algo por mí?</p> <p>—Cualquier cosa, Richard.</p> <p>—Por última vez… sé la Señora de la Muerte para mí.</p> <p>Ella le frotó la espalda y luego se puso en pie, las lágrimas mezclándose con la lluvia en su rostro. Por pura fuerza de voluntad, superando el sollozo que luchaba por escapar, obligó a su voz a mantenerse firme:</p> <p>—No puedo Richard. Me has enseñado a abrazar la vida.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 21</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">La pesada puerta se abrió en parte, y Rikka asomó la cabeza al interior de la silenciosa habitación.</p> <p>—Viene alguien.</p> <p>Nicci apartó la acolchada silla de la mesa de biblioteca.</p> <p>—¿Viene?</p> <p>—Está subiendo en dirección al Alcázar.</p> <p>—¿Sabes quién es? —preguntó a la vez que se levantaba.</p> <p>Rikka negó con la cabeza.</p> <p>—Zedd simplemente me dijo que los escudos le advirtieron de que alguien ascendía por la calzada. Pensó que deberías saberlo. Te lo aseguro, toda la magia que hay en este lugar me pone la carne de gallina.</p> <p>—Iré en busca de Richard.</p> <p>Rikka asintió antes de desaparecer. Nicci devolvió rápidamente el libro que había estado estudiando a su lugar en la vasta extensión de estantes de caoba que llenaban la silenciosa biblioteca. El libro era un tedioso informe de actividades en el Alcázar durante la gran guerra. A Nicci le resultaba bastante extraño leer sobre todas las personas que habían vivido en el Alcázar del Hechicero hacia miles de años. Daba la impresión de ser una historia inconexa, salvo cuando ella se recordaba intermitentemente que hablaban justo del lugar en el que estaba. Pensó en que, en contraste con el presente, el Palacio de los Profetas había estado lleno de vida y actividad durante mucho tiempo. Era incapaz de imaginar el Palacio de los Profetas vacío, y el Alcázar era infinitamente más grande. Desde luego, el palacio ya no existía en tanto que el Alcázar seguía en pie.</p> <p>En realidad Nicci no había estado interesada en el libro que había estado leyendo. Era aburrido, pero no le importaba. No era más que algo en lo que ocupar el tiempo, pues se sentía incapaz de concentrarse en nada que fuese absorbente o que le requiriese hacer un gran esfuerzo mental. Estaba demasiado angustiada.</p> <p>La luna nueva de cuando habían abierto la tumba de la Madre Confesora se había convertido en una luna llena y se acercaba ya a su último cuarto otra vez, y sin embargo nada había cambiado gran cosa. Unos cuantos días después de desenterrar el cadáver, Zedd había dicho a Richard que lo quería y que lamentaba haber sido tan duro con él cuando quizá debería haber hecho algunas averiguaciones antes de decir las cosas que había dicho. El anciano prometió que darían con un modo de recuperar la espada de Richard.</p> <p>Podría haber sido sincero, y podría haber sido cierto, pero para Richard el dolor de un fracaso personal así era difícil de sumir en el olvido. No sólo había decepcionado y enojado a su abuelo; no había conseguido demostrar que su sueño era la verdad. Había puesto todo lo que tenía en aquel esfuerzo. Había estado seguro y al final no había hecho otra cosa que demostrar que estaba equivocado.</p> <p>Richard se había limitado a asentir ante las palabras de Zedd. Nicci no pensaba que le importase mucho si Zedd había suavizado su punto de vista, pues había llegado al final de sus ideas, esperanzas y esfuerzos. Tras aquella noche, la vida lo había abandonado.</p> <p>Zedd había interrogado a Cara y a Nicci durante horas aquella primera noche. A Nicci la había consternado oír de Cara lo que Shota había dicho sobre la bestia de sangre porque Nicci, sin querer, le había dado una muestra de la sangre ancestral de Richard. Le horrorizó enterarse de que había sido responsable de intensificar el peligro para Richard.</p> <p>Si bien lo dejó atónito el modo en que Nicci había conseguido salvar la vida de Richard, Zedd había asegurado con toda calma a la hechicera que, de no haber actuado, con toda seguridad Richard habría muerto allí. Indicó que le había dado una oportunidad de vivir, y ahora podían trabajar para solucionar el problema de la bestia que habían creado las Hermanas de Jagang, así como los extraños delirios de Richard y la cuestión de cómo recuperar su espada. Por lo que Shota había revelado sobre la bestia, además de lo que Nicci ya sabía, a la hechicera no le parecía que tuviesen muchas posibilidades de éxito; no tenía ni la menor idea de cómo empezar siquiera a destruir una bestia como aquella engendrada mediante poderes siniestros.</p> <p>También había sentido apuro Zedd al oír a Cara hablar sobre cómo Shota había revelado a Richard el plan de Cara para que Nicci lo atrajera románticamente. Por fortuna, Zedd se había abstenido de cualquier comentario sobre aquella parte del relato de la mord-sith.</p> <p>Eso, entre otras cosas, había dejado a Nicci bastante desesperada e impotente. La Orden Imperial avanzaba sin impedimentos por el Nuevo Mundo, arrasándolo todo, la bestia acechaba a Richard, y éste no era él mismo… por no decir algo peor.</p> <p>En ciertos aspectos, le recordaba su propia actitud indiferente hacia la vida, antes de conocer a Richard. Le habían enseñado que había nacido afortunada en todos los aspectos, y que, debido a que poseía la capacidad para ello, era su deber consagrarse a los necesitados. No importaba lo duro que trabajase, siempre quedaba en deuda con las vidas, cada vez peores, de otros, en tanto que su propia vida dejaba de ser suya. Lo que sentía respecto a lo que sucedía ahora con la bestia y los delirios de Richard era diferente en casi todos los sentidos, pero en una cosa era idéntico: el sentimiento de vacía desesperanza.</p> <p>Richard había pasado los largos días, desde la abertura de la tumba y el descubrimiento de la verdad, a solas consigo mismo… con la excepción de Cara, que, tras responder a todas las tediosas preguntas de Zedd sobre lo que había sucedido con Shota, rehusó abandonar el lado de Richard por ningún motivo.</p> <p>Era extraño verlos juntos, totalmente cómodos el uno con el otro incluso en un momento así. Nicci tenía la impresión de que ninguno de los dos necesitaba hablar siquiera. Se las arreglaban con una mirada, un leve encogimiento de hombros o un nada en absoluto, para comprenderse mutuamente en todo momento.</p> <p>La hechicera se sentía como un intruso en el sufrimiento de Richard y por lo tanto lo dejaba en paz; aunque permanecía tan cerca como le era posible, para poder estar a mano en el caso de un ataque de la bestia, si bien manteniéndose fuera de su vista y dejándolo con su soledad.</p> <p>Los primeros cuatro o cinco días siguientes a la llegada al Alcázar, Richard los había pasado en el Palacio de las Confesoras; deambulando por las magníficas estancias y la extensa red de corredores. Nicci permaneció en una habitación de invitados del palacio, sin dejarse ver, mientras Richard vagaba sin rumbo por la mansión vacía. Tras eso, él había salido y deambulado por la ciudad de Aydindril durante media docena de días, recorriendo las calles y callejuelas, como si reviviera la vida que había existido allí en una ocasión. A Nicci le resultó mucho más difícil mantenerse cerca de él cuando dedicó días enteros a pasear por la ciudad; pero después de eso Richard había pasado aún más días vagando por los bosques de las montañas que rodeaban Aydindril, en ocasiones sin regresar siquiera por la noche. Richard se sentía como en casa en el bosque, así que Nicci había decidido no seguirle, sabiendo lo difícil que le habría resultado impedir que Richard supiese que ella estaba allí. La reconfortaba en cierto modo su conexión mágica con él, que le permitía conocer siempre en qué dirección estaba y, aproximadamente, a qué distancia. No obstante, cuando no regresaba por las noches, Nicci paseaba, incapaz de dormir.</p> <p>Finalmente, Zedd pidió a Richard que, por favor, permaneciera en el Alcázar para que, en caso de que la bestia atacara, Zedd y Nicci pudieran ayudar a detenerla. Richard había hecho lo que se le pedía sin comentarios ni objeciones, y, en lugar de deambular por el palacio, la ciudad o los bosques, había pasado los últimos días deambulando por las fortificaciones exteriores del Alcázar, con la mirada perdida a lo lejos.</p> <p>Nicci deseaba desesperadamente hacer algo para ayudarlo, pero Zedd había insistido en que no había nada que hacer aparte de aguardar y ver si el tiempo empezaba a traerle de vuelta a la realidad de que únicamente había soñado su relación con Kahlan durante el tiempo que había permanecido inconsciente. En aquello, la hechicera no creía que el tiempo fuese a solucionar nada. Había estado con Richard lo suficiente para comprender que se trataba de algo más grande, y creía que necesitaba alguna clase de ayuda. Pero no sabía cuál.</p> <p>Nicci recorrió apresuradamente el corredor revestido de madera que había fuera de la biblioteca, con los pies siseando sobre las gruesas alfombras. Ascendió a toda velocidad por el laberinto de huecos de escaleras y pasillos, usando su conexión mágica con Richard para guiarla, dejando que el hilo mágico la llevara a donde fuera, en lugar de intentar recordar y encontrar el camino a través del Alcázar.</p> <p>A medida que se acercaba más a él, rememoró el beso que le había dado para que pudiese encontrarle. Se sentía un tanto culpable por ese beso, aunque había sido dolorosamente maravilloso, y muchísimo más de lo que se necesitaba hacer, pues habría podido limitarse a acercar un dedo al dorso de su mano, o a un hombro, y establecer un vínculo sin que él sintiese nada en absoluto.</p> <p>Pero Cara le había estado contando que, a lo mejor, era necesario que hiciese que él fuese más consciente de su existencia, y le había estado llenando la cabeza con pensamientos embriagadores. Aquel beso sin lugar a dudas la habría colocado de un modo firme en sus pensamientos. En cierto modo, no obstante, consideraba que fue demasiado osado, teniendo en cuenta el estado mental del joven, y que estaba enamorado de otra, incluso aunque fuese un sueño, y Nicci no había respetado eso. De algún modo, lamentaba aquel beso. Pero, por otra parte, deseaba habérselo plantado en los labios en lugar de en la mejilla.</p> <p>Como había hecho Shota.</p> <p>Le hirvió la sangre cuando oyó a Cara contarles el modo en que Shota lo había besado e intentado conseguir que se quedara con ella. Nicci sabía qué sentía la bruja. Pero eso no la hizo sentirse mejor.</p> <p>En aquellos momentos, habría dado cualquier cosa por abrazarlo, consolarlo, decirle que todo se arreglaría, aunque no fuera más que para hacer que se sintiera un poco mejor, asegurarle que había otros a su alrededor a quienes importaba.</p> <p>Pero sabía que no era el momento ni se daban las circunstancias.</p> <p>Al mismo tiempo, era consciente de que aquello no podía continuar. Sencillamente él no podía seguir de aquel modo; su vida no podía permanecer en aquel estado, moviéndose a la deriva, sin una dirección. Tenía que entrar en razón.</p> <p>Siguió corriendo al frente, apresurando el paso, avanzando por el interminable laberinto de corredores y atravesando estancias espléndidas pero vacías, a la vez que sentía de improviso la apremiante necesidad de estar con él.</p> <p>Richard estaba en el borde de la muralla, con un brazo descansando sobre un merlón enorme a cada lado, mientras miraba fijamente el panorama. Era como estar en el borde del mundo. Zonas grises de sombra flotaban lentamente sobre las colinas y campos situados muy abajo mientras sus maternales nubes las guiaban.</p> <p>Parecía haber perdido toda noción del tiempo. Cada día se había convertido en la misma existencia monótona, sin sentido y vacía; ni siquiera sabía cuánto tiempo había estado junto a la muralla, mirando al exterior, a la nada.</p> <p>Con Kahlan muerta y enterrada, nada tenía importancia ya. Le costaba imaginar cómo es que la había tenido jamás. Ni siquiera era capaz de imaginar con seguridad, ahora, que ella hubiese sido real alguna vez.</p> <p>Pero, tanto si lo había sido como si no, había terminado.</p> <p>Cara estaba cerca. Siempre estaba cerca. En cierto modo era reconfortante saber que podía contar con ella para cualquier cosa. En algunos aspectos, no obstante, resultaba tedioso tenerla siempre allí, sin nunca disfrutar de un momento de intimidad.</p> <p>Se preguntó si ella creía que estaba lo bastante cerca como para agarrarlo si saltaba.</p> <p>Él sabía que no.</p> <p>Contempló los diminutos tejados apiñados de la ciudad de Aydindril, muy por debajo de él. Sentía como una afinidad con la ciudad. Estaba vacía. Él estaba vacío. La vida los había abandonado a ambos.</p> <p>Desde que había abierto la sepultura —no era capaz de obligarse a llamarla «la tumba de Kahlan», ni siquiera mentalmente—, no creía que hubiese ya nada por lo que valiese la vida vivir. Si una persona pudiese morir sólo por su propia voluntad, él ya estaría muerto. Pero la muerte, cuando la invitó, se había vuelto repentinamente tímida. Los días se arrastraban interminables.</p> <p>Aquella tumba lo había dejado tan anonadado que parecía que le habían revuelto la mente. Sentía como si hubiese perdido la capacidad de pensar, pues nada de lo que sabía tenía sentido para él. Las cosas que había pensado que eran ciertas ya no lo eran. Todo su mundo había quedado patas arriba, así que, ¿cómo podía funcionar si no era capaz de decir qué era real y qué no?</p> <p>No sabía qué más hacer. Por primera vez en su vida, estaba desconcertado y vencido por el modo en que eran las cosas. Siempre parecía disponer de una variedad de opciones que sabía que podía probar, pero, ahora, no las tenía. Había probado todo en lo que podía pensar y nada funcionó. Había llegado al límite, y ya no podía seguir adelante.</p> <p>Y todo el tiempo, mentalmente, seguía viendo aquel cadáver en el ataúd.</p> <p>Veía, oía, sentía, pero no podía pensar, no podía juntar nada de un modo que tuviese sentido. Era una imitación viviente y andante de la muerte… una más bien pobre, creía. ¿De qué servía vivir si se sentía así? Sólo ansiaba que el abrazo oscuro y eterno de la nada lo acogiera.</p> <p>Estaba tan más allá del dolor, de la tristeza, de la aflicción, no había más que una agonía irreflexiva, vacía, ciega y confundida que nunca, ni por un segundo, quería soltarle lo suficiente para que tomase aire. Quería con desesperación escapar de la verdad, pero no podía y la verdad lo estaba asfixiando.</p> <p>El viento que ascendía por la montaña le alborotó el pelo mientras miraba al exterior por encima de aquel precipicio escarpado de cientos de metros.</p> <p>¿De qué le servía él a nadie? Había decepcionado a Zedd. Había entregado la <i>Espada de la Verdad</i> a Shota a cambio de nada. Nicci pensaba que estaba loco, que padecía delirios. Ni siquiera Cara le creía de verdad. Él era el único que creía en él, y se había demostrado a sí mismo que estaba equivocado al desenterrar la tumba de Kahlan.</p> <p>Supuso que debía de estar loco, que Nicci tenía razón. Todo el mundo tenía razón; sólo podía estar imaginando cosas. Podía ver en los ojos de todos, por el modo en que lo miraban, que había perdido el juicio.</p> <p>Bajó la mirada a la pendiente perpendicular de piedras oscuras de la monumental muralla exterior del Alcázar. Éstas se perdían de vista por debajo de él cientos de metros en dirección a la roca y el bosque que había abajo. Ráfagas de viento que ascendían por la pared lo zarandearon. Era una vista de vértigo. Una caída vertiginosa.</p> <p>¿De qué le servía él a nadie, y principalmente a sí mismo?</p> <p>Dirigió una subrepticia mirada de soslayo a Cara. Estaba cerca, pero ni con mucho lo bastante.</p> <p>Richard no veía ningún motivo para mantener la agonía. No tenía su mente, y su mente era su vida.</p> <p>No tenía a Kahlan. Ella era su vida.</p> <p>Por lo que todos le contaron, por lo que vio en el ataúd aquella noche terrible, jamás la tuvo. Era todo un delirio disparatado. Un deseo. Un capricho.</p> <p>Volvió a dirigir una mirada al interminable descenso desde la imponente muralla de aquel lado de la fortaleza, a las rocas y árboles de abajo. Había un largo camino hasta allí abajo.</p> <p>Recordó a personas diciendo que, justo antes de morir, uno revivía su vida.</p> <p>Si reviviese la suya, reviviría cada precioso momento que había pasado con Kahlan.</p> <p>O que pensaba que había pasado.</p> <p>Había un largo camino hasta allí abajo.</p> <p>Un buen rato para revivir tales tiempos maravillosos, románticos y llenos de ternura. Un buen rato para revivir cada momento precioso que había pasado con ella.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 22</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Nicci abrió una puerta de roble con refuerzos de hierro a una brillante luz diurna. Hinchadas nubes blancas pasaban por un centelleante cielo azul celeste que en cualquier otro día le habría levantado el ánimo. Una brisa fresca le arrastró los cabellos sobre el rostro. Se los apartó mientras miraba a lo largo del estrecho puente a una muralla situada a lo lejos. Richard estaba en la pared más alejada de la fortificación, mirando montaña abajo. Cara, a poca distancia, se giró al oír la puerta.</p> <p>La hechicera cruzó con paso rápido el puente tendido sobre los patios situados muy abajo. Pudo ver varios bancos de piedra repartidos por un jardín de rosas que había al pie de una torre y punto de unión de varios muros. Cuando por fin llegó al lado de Richard, éste miró en su dirección, dedicándole una pequeña sonrisa. Eso la reconfortó, a pesar de que sabía que la sonrisa era poco más que una educada formalidad.</p> <p>—Rikka vino y me dijo que alguien se aproxima al Alcázar. Pensé que debería venir a buscarte.</p> <p>Cara, a tres zancadas de distancia, se acercó un poco más.</p> <p>—¿Sabe Rikka quién es?</p> <p>Nicci negó con la cabeza.</p> <p>—Me temo que no, y estoy un poco preocupada.</p> <p>Sin moverse ni apartar los ojos de la lejana campiña, Richard dijo:</p> <p>—Son Ann y Nathan.</p> <p>Las cejas de Nicci se alzaron en gesto de sorpresa. Miró por el borde. Richard los señaló a lo lejos, muy por debajo, en la calzada que serpenteaba montaña arriba en dirección al Alcázar.</p> <p>—Hay tres jinetes —dijo Nicci.</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—Parece que podría ser Tom.</p> <p>Nicci se inclinó fuera un poco más y atisbó a lo largo de la pared de piedra. Era un precipicio aterrador, y de repente tuvo la sensación de que no le gustaba en absoluto el lugar donde él se encontraba.</p> <p>Con una mano en el hombro de Richard para recuperar el equilibrio, Nicci volvió a mirar a los tres caballos que ascendían fatigosamente por la soleada calzada. Desaparecieron brevemente bajo unos árboles para aparecer al cabo de un momento mientras proseguían sin pausa la ascensión hacia el Alcázar.</p> <p>Una ráfaga de viento amenazó de improviso con desequilibrarla. Antes de que sucediera, el brazo de Richard alrededor de su cintura la sujetó. Instintivamente, la hechicera se apartó del borde. Una vez que estuvo en terreno seguro, el brazo protector de Richard la soltó.</p> <p>—¿Puedes saber con seguridad, desde aquí, que son Ann y Nathan? —preguntó ella.</p> <p>—Sí.</p> <p>A Nicci no le entusiasmaba volver a ver a la Prelada. Al ser una Hermana de la Luz y habiendo vivido en el Palacio de los Profetas durante la mayor parte de su vida, Nicci estaba más o menos harta de las Hermanas y de su líder. En muchos aspectos, la Prelada era una figura maternal para ella, como lo había sido para todas las Hermanas, alguien que estaba allí para recordarles siempre que eran una decepción y sermonearlas diciendo que tenían que redoblar sus esfuerzos para ayudar a los necesitados.</p> <p>Cuando ella era joven, si por casualidad el propio interés alzaba su fea cabeza, la madre de Nicci había estado siempre lista para bajarle los humos de un bofetón. Más tarde, fue la Prelada la que llevó a cabo aquella misma función, si bien con una sonrisa amable. Bofetón o sonrisa, era lo mismo: servidumbre.</p> <p>Nathan Rahl era otra cuestión. En realidad no conocía al profeta, aunque había Hermanas, y especialmente novicias, que temblaban ante la simple mención de su nombre. No obstante, por lo que todo el mundo decía siempre, éste no era tan sólo peligroso, sino que posiblemente estaba desquiciado, lo cual, de ser cierto, tenía implicaciones perturbadoras para el actual estado mental de Richard.</p> <p>El profeta había estado retenido en dependencias seguras durante casi toda su vida, con las Hermanas ocupándose no sólo de sus necesidades sino de que no escapase jamás. A los habitantes de la ciudad de Tanimura, donde había estado el palacio, el profeta les provocaba a la vez una excitación agradable y terror, por lo que pudiera decirles del futuro. Se rumoreaba, entre la gente de la ciudad, que era sin la menor duda perverso, ya que podía contarles cosas sobre su futuro. Las habilidades tendían a despertar la ira de muchas personas, en especial cuando tales habilidades no eran de las que podían usarse fácilmente para servir a sus necesidades.</p> <p>Además, a Nicci no le preocupaba demasiado lo que la gente decía de Nathan. Había tenido experiencia con personas realmente peligrosas. Y Jagang estaba en la cabecera de su lista de malvados.</p> <p>—Sería mejor que fuésemos ahí abajo —dijo Nicci a Richard y Cara. Richard siguió con la vista fija en la campiña.</p> <p>—Ve tú, si quieres.</p> <p>Sonaba como si le importase muy poco que viniese alguien, fuera quien fuese. Estaba claro que tenía la mente en otra parte y que lo único que quería era que ella se marchase.</p> <p>Nicci apartó hacia atrás un mechón de pelo.</p> <p>—¿No crees que deberías ver qué quieren? Al fin y al cabo, deben de haber recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. Estoy segura de que no han venido a traer leche y pastelillos.</p> <p>Richard encogió un hombro, sin mostrar ninguna otra reacción a su intento de hacer una gracia.</p> <p>—Zedd puede ocuparse.</p> <p>Nicci echaba tanto de menos la luz en los ojos de Richard… Ya no podía soportar más aquella situación.</p> <p>Dirigió una mirada a la mord-sith y habló con voz tranquila pero con una autoridad inconfundible.</p> <p>—Cara, ¿por qué no vas a dar un pequeño paseo? ¿Por favor?</p> <p>Cara, sorprendida ante una indicación tan insólita pero tan clara procedente de Nicci, observó con atención a Richard y éste asintió con la cabeza. La hechicera contempló cómo Cara se alejaba por la fortificación antes de volver a dirigirse finalmente a Richard, pero en esta ocasión de un modo directo.</p> <p>—Richard, tienes que poner fin a esto.</p> <p>Con la mirada puesta en el panorama a sus pies, él no le respondió.</p> <p>Nicci sabía que no podía permitirse fracasar en lo que tenía que decir, en lo que tenía que lograr. Haría casi cualquier cosa por conseguir que Richard quisiera tenerla en su vida, pero no quería conquistarle de ese modo. No quería convertirse en la segunda opción por detrás de un cadáver, o un sustituto de un sueño que él no podía hacer real. Si iba a tenerle alguna vez, sólo lo tendría porque él la eligiera, no porque a él no le quedara otra cosa. Había habido un tiempo en que ella habría aceptado por aquellos motivos, pero ya no. Se respetaba más que eso ahora, y todo debido a Richard.</p> <p>Pero había más, éste no era el Richard que conocía y amaba. Incluso aunque jamás pudiera tenerle, no le permitiría hundirse en el terrible lugar oscuro en el que se encontraba. Si podía darle un empujón de vuelta a la vida, y eso era todo lo que podría hacer jamás por él, lo haría.</p> <p>Incluso si tenía que representar el papel de antagonista para sacarlo de su espiral descendente, y no podía ser más que eso para él, lo haría.</p> <p>Posó una mano sobre el merlón de piedra, haciendo que fuese imposible evitarla, y adoptó un tono aún más polémico.</p> <p>—¿Es que no vas a luchar por lo que crees?</p> <p>—Ellos pueden luchar si quieren. —Su voz no sonó abatida; sonó muerta.</p> <p>—No es eso a lo que me refiero. —Nicci le agarró el brazo y le hizo girar con suavidad pero con firmeza, haciendo que diera la espalda al precipicio y obligándole a mirarla a la cara—. ¿No vas a luchar por ti?</p> <p>Él trabó la mirada con ella pero no respondió.</p> <p>—Esto es porque Zedd te dijo que lo habías decepcionado.</p> <p>—Creo que la tumba que abrí podría tener algo que ver con ello.</p> <p>—Puede que tú pienses eso, pero yo no. ¿Por qué tendría que ser así? Hay cosas que te han dejado deshecho y causado un gran impacto antes de ahora. Te capturé y te llevé al Viejo Mundo, y ¿qué hiciste tú? Te hiciste valer y actuaste como tú eres y según tus creencias, dentro de los límites de lo que yo te permitía hacer. Siendo quien eres, hiciste valer tu amor a la vida y eso cambió la mía. Me mostraste la verdad de la alegría de vivir y todo lo que significa.</p> <p>»Esta vez despertaste después de casi morirte y te encontraste con que ni yo, ni Cara ni nadie más creía en tu recuerdo de Kahlan, pero eso jamás te detuvo. Seguiste sosteniendo tus convicciones a pesar de todo lo que decíamos.</p> <p>—Lo que había en aquel ataúd es distinto, yo diría que un poco más que un simple razonamiento.</p> <p>—¿Lo es? No lo creo. Era un esqueleto. ¿Y qué?</p> <p>—¿Y qué? —La irritación empezó a dejarse ver en sus facciones—. ¿Has perdido el juicio? ¿Qué quieres decir con «y qué»?</p> <p>—No es que yo quiera abogar por tu caso cuando no creo en él, pero quisiera persuadirte con hechos reales, no con esa endeble evidencia.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—Bien, ¿fue la cara de Kahlan lo que viste? No, no podía serlo. No quedaba cara. Sólo una calavera… sin rostro, sin ojos, sin facciones. El esqueleto llevaba el vestido de la Madre Confesora. ¿Y qué? Estuve en el Palacio de las Confesoras y había otros vestidos allí como ése.</p> <p>»Así pues, ¿fue un nombre bordado en una cinta dorada suficiente para demostrártelo? ¿Suficiente para llevarte al final de tu búsqueda, de tus creencias? ¿Después de todas las cosas que Cara y yo te hemos dicho, te hemos argumentado, te hemos razonado, resulta que de improviso consideras que esa evidencia endeble demuestra que tienes delirios? ¿Un esqueleto en un ataúd sujetando una cinta con su nombre bordado en ella es suficiente para convencerte de improviso de que la soñaste, justo lo que te hemos estado diciendo todo el tiempo y tu te has negado a creer? ¿No crees que la cinta es un poquitín demasiado conveniente?</p> <p>Richard la miró torciendo el gesto.</p> <p>—¿Adónde quieres ir a parar?</p> <p>—No creo que esto sea lo que te está pasando. Creo que estás equivocado respecto a tus recuerdos, pero no creo que al Richard que conozco se le pudiera convencer con las dudosas pruebas de esa tumba. Esto ni siquiera se debe a que Zedd cree tan poco en tus recuerdos como Cara y yo.</p> <p>—Entonces, ¿a qué se debe?</p> <p>—Todo esto se debe a que creíste que un cadáver en un ataúd era ella porque temías que fuese cierto después de que tu abuelo dijese que se sentía decepcionado contigo y que le habías fallado.</p> <p>Richard empezó a apartarse de ella, pero Nicci le agarró la camisa y tiró de él hacia atrás, obligándole a mirarla.</p> <p>—Eso es de lo que creo que va todo esto —dijo la hechicera con feroz determinación—. Estás enfurruñado porque tu abuelo dijo que estabas equivocado, que lo decepcionaste.</p> <p>—A lo mejor porque lo hice.</p> <p>—¿Y qué?</p> <p>Richard torció el gesto con desconcierto.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—Quiero decir… qué pasa si le has decepcionado… Qué pasa si piensa que hiciste una estupidez… Tú eres tú. Hiciste lo que razonaste que tenías que hacer. Actuaste porque pensaste que tenías que actuar y hacer las cosas que hiciste.</p> <p>—Pero yo…</p> <p>—Tú ¿qué? ¿Lo decepcionaste? ¿Lo enfureciste por lo que decidiste hacer? ¿Te tenía en mejor concepto y le fallaste? ¿No cumpliste sus expectativas?</p> <p>Richard tragó saliva, no queriendo admitirlo en voz alta.</p> <p>Nicci le alzó la barbilla y le obligó a mirarla a los ojos.</p> <p>—Richard, no tienes ninguna obligación de vivir de acuerdo con las expectativas de nadie.</p> <p>La miró pestañeando, con expresión estupefacta.</p> <p>—Es tu vida —insistió ella—. Fuiste tú quien me enseñó eso. Hiciste lo que pensabas que debías. ¿Rechazaste la oferta de Shota porque Cara no estaba de acuerdo contigo? No. ¿Habrías rechazado la oferta de Shota de haber sabido que yo pensaba que te equivocabas al darle tu espada? ¿O si las dos te hubiésemos dicho que serías un estúpido si aceptabas? No, no lo creo.</p> <p>»Y ¿por qué no? Porque hacías lo que pensabas que debías hacer y a pesar de lo mucho que esperabas que estuviésemos de acuerdo contigo, al final no importó lo que pensásemos. Tenías una convicción. No te acobardaste ante la decisión, actuaste. Hiciste lo que creías que tenías que hacer. Tomabas una decisión basada en lo que creías, por razones que sólo tú puedes conocer de verdad, y en que, para ti, era lo correcto. ¿No es así?</p> <p>—Bueno… sí.</p> <p>—Entonces ¿qué importancia debería de tener que tu abuelo piense que estás equivocado? ¿Estaba él allí? ¿Sabe él todo lo que tú sabías en aquel momento? Resultaría agradable que él creyera en lo que hiciste, que te apoyase y dijese: «Me alegro por ti, Richard», pero no lo hizo. ¿Convierte eso de repente en equivocada tu decisión? ¿Lo hace?</p> <p>—No.</p> <p>—Entonces no puedes permitir que se apodere de tu mente. En ocasiones las personas que más nos aman tienen las expectativas más altas puestas en nosotros, y en ocasiones esas expectativas están idealizadas. Hiciste lo que tenías que hacer, teniendo en cuenta lo que creías y lo que sabes, para encontrar las respuestas que necesitabas para resolver el problema. Si todas las demás personas del mundo creen que estás equivocado, pero tú crees que tienes razón, tienes que actuar sobre lo que tienes sólidos motivos para creer. El número de aquellos que estén en tu contra no cambia los hechos y debes actuar para encontrar los hechos, no para satisfacer a la multitud o cualquier individuo concreto.</p> <p>»No tienes ninguna obligación de vivir según las expectativas de cualquier otro. Únicamente tienes que vivir según tus propias expectativas. Algo de la luz, del fuego, estaba de vuelta en sus atentos ojos grises.</p> <p>—¿Significa eso que me crees, Nicci?</p> <p>Ella negó tristemente con la cabeza.</p> <p>—No, Richard. Creo que tu creencia en Kahlan es el resultado de tu herida. Creo que la soñaste.</p> <p>—¿Y la tumba?</p> <p>—¿La verdad?</p> <p>Cuando él asintió, Nicci inspiró profundamente.</p> <p>—Creo que es la auténtica Madre Confesora, Kahlan Amnell.</p> <p>—Entiendo.</p> <p>Nicci volvió a agarrarle la mandíbula y le obligó a volverla a mirar.</p> <p>—Pero eso no significa que tengo razón. Baso lo que creo en otras cosas…, cosas que sé. Pero no creo que nada de lo que vi en ese ataúd, por mucho que crea que es ella, realmente lo pruebe. He estado equivocada en mi vida otras veces. Tú has pensado que estoy del todo equivocada en esto. ¿Vas a hacer lo que dice alguien que crees que está equivocado? ¿Por qué tendrías que hacer eso?</p> <p>—Pero es tan duro cuando nadie me cree…</p> <p>—Claro que lo es, pero ¿y qué? Eso no hace que ellos tengan razón y tú estés equivocado.</p> <p>—Pero cuando todo el mundo dice que estás equivocado, eso empieza a hacerte dudar.</p> <p>—Sí, a veces la vida es realmente dura. En el pasado, las dudas siempre te han hecho buscar con más ahínco la verdad, para asegurarte de que tenías razón, porque conocer la verdad puede darte las energías para seguir peleando. Esta vez, el impacto que recibiste al ver un cuerpo en la tumba de la Madre Confesora, cuando no habías previsto siquiera la posibilidad de que hubiese uno allí, unido a los comentarios inesperadamente severos de tu abuelo, justo en aquel momento de horror, pudieron contigo.</p> <p>»Puedo comprender que fue la última gota y ya no podías seguir luchando. Todo el mundo puede en algún momento llegar al límite de su resistencia y arrojar la toalla; incluso tú, Richard Rahl. Eres mortal y tienes tus limitaciones, igual que todas las demás personas. Pero tienes que lidiar con eso y seguir adelante. Te has rendido por un tiempo, pero ahora tienes que hacerte otra vez con el control de tu vida.</p> <p>Pudo ver cómo él pensaba, reflexionaba. Era una visión emocionante ver la mente de Richard de vuelta y trabajando, aunque aún podía ver su vacilación. No quería que, tras llegar tan lejos, volviera atrás ahora.</p> <p>—La gente debe no haberte creído en otras ocasiones, en muchas cosas —dijo—. ¿No hubo nunca momentos en los que esa Kahlan tuya no te creyera? Una persona real habría estado a veces en desacuerdo contigo, habría dudado de ti, discutido contigo. Y cuando eso sucedía, debes de haber hecho lo que creías que tenías que hacer, incluso aunque ella pensase que estabas equivocado, tal vez incluso un poco loco. Quiero decir, vamos, Richard, ésta no es la primera vez que he pensado que estabas loco.</p> <p>Richard sonrió brevemente antes de meditarlo. Entonces, una amplia sonrisa se extendió por su rostro.</p> <p>—Sí, ciertamente hubo momentos así con Kahlan, momentos en los que no me creyó.</p> <p>—Y tú de todos modos hiciste lo que creías que tenías que hacer, ¿verdad?</p> <p>Richard, sonriendo todavía, asintió.</p> <p>—Entonces no dejes que este incidente con tu abuelo arruine tu vida.</p> <p>Él alzó una mano y volvió a dejarla caer.</p> <p>—Pero es que…</p> <p>—Te diste por vencido debido a lo que Zedd te dijo y te olvidaste de lo que obtuviste de Shota.</p> <p>Él alzó bruscamente la cabeza, con la atención fija de repente en ella.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—A cambio de la <i>Espada de la Verdad</i>, Shota te dio información para ayudarte a descubrir la verdad. Una de las cosas que te contó fue: «Lo que buscas lleva mucho tiempo enterrado».</p> <p>»Pero eso no es todo. Cara nos contó a Zedd y a mí todo lo que Shota dijo. Al parecer, lo más vital que te dio, porque fue lo primero y casi todo lo que pensaba que tenía que decirte, fueron las palabras «Cadena de Fuego». ¿Cierto?</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—Luego te dijo que debías encontrar «el lugar de los huesos en la Profunda Nada». Shota también te dijo que tuvieses cuidado con la víbora de cuatro cabezas.</p> <p>» ¿Qué es Cadena de Fuego? ¿Qué es la Profunda Nada? ¿Qué es la víbora con cuatro cabezas? Pagaste un precio muy caro por esa información, Richard. ¿Qué has hecho con ella? Viniste aquí y preguntaste a Zedd si la conocía y dijo que no, luego te dijo que lo habías decepcionado.</p> <p>» ¿Y qué? ¿Vas a desperdiciar todo lo que has obtenido en tu búsqueda sólo por ese motivo? ¿Porque un anciano que no tiene ni idea de lo que Kahlan significa para ti o por lo que has pasado los dos últimos años cree que actuaste estúpidamente? ¿Quieres mudarte aquí y convertirte en su perro faldero? ¿Quieres dejar de pensar y limitarte a depender de él para que piense por ti?</p> <p>—Por supuesto que no.</p> <p>—En la sepultura Zedd estaba enojado. Pasó por cosas que probablemente ni podemos imaginar para quitarle la <i>Espada de la Verdad</i> a Shota. ¿Qué esperarías que dijese? «¡Oh!, sí, ésa es una buena idea, Richard, simplemente devuélvesela. No pasa nada.» Había invertido muchísimo para recuperar la espada y pensó que habías realizado un intercambio estúpido. ¿Y qué? Es su punto de vista. A lo mejor incluso tiene razón.</p> <p>»Pero tú pensaste que era lo bastante importante para sacrificar algo que él te había confiado sólo a ti, algo muy valioso para ti, para obtener un valor mayor. Creíste que era un trato justo. Cara dijo que al principio incluso tú pensaste que Shota podría estarte estafando, pero luego acabaste creyendo que lo que te había dado lo valía. ¿Dijo la verdad Cara?</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—¿Qué te dijo Shota sobre vuestro trato?</p> <p>Richard alzó la mirada a las torres que se erguían detrás de Nicci mientras rememoraba las palabras.</p> <p>—Shota dijo: «Querías lo que yo sé que puede ayudarte a encontrar la verdad. Te lo he dado: Cadena de Fuego. Tanto si te das cuenta como si no en estos momentos, te he ofrecido un trato justo. Te he dado las respuestas que necesitabas. Eres el Buscador… o al menos lo eras. Tendrás que descubrir lo que significan esas respuestas».</p> <p>—¿Y la crees?</p> <p>Richard lo meditó un momento, bajando la mirada a un lado.</p> <p>—La creo. —Cuando volvió a alzar la vista hacia sus ojos, la chispa de vida volvía a llamear allí—. Sí que la creo.</p> <p>—Entonces deberías decirnos a mí, a Cara y a tu abuelo que si ninguno de nosotros va a ayudarte, entonces deberíamos quitarnos de en medio y permitir que hagas lo que debes.</p> <p>Richard sonrió, si bien con cierta tristeza.</p> <p>—Eres una mujer de lo más extraordinaria, Nicci. Me has convencido de que siga luchando aunque tú no crees en aquello por lo que lucho. —Se inclinó al frente y la besó en la mejilla.</p> <p>—De verdad que desearía poder hacerlo, Richard… por ti.</p> <p>—Lo sé. Gracias, amiga mía. Y digo «amiga» porque sólo a una amiga de verdad le preocuparía ayudarme a enfrentarme a la realidad. —Alargó el brazo y con el pulgar le quitó una lágrima de la mejilla—. Has hecho más por mí de lo que crees, Nicci. Gracias.</p> <p>La hechicera sintió un júbilo vertiginoso mezclado con la creciente frustración de que volvían a estar justo donde habían empezado.</p> <p>Con todo, quiso rodearle con los brazos, pero en su lugar se limitó a posar ambas manos sobre la que él tenía posada en un lado de su rostro.</p> <p>—Ahora —dijo él—, creo que será mejor que vayamos a encargarnos de Ann y Nathan, y luego necesito averiguar qué papel representa esa Cadena de Fuego en todo esto. ¿Me ayudarás?</p> <p>Nicci sonrió a la vez que asentía, demasiado afectada por la emoción para hablar, y luego, incapaz de contenerse, le lanzó los brazos al cuello y lo apretó con fuerza contra ella.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 23</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">La expresión en el rostro de Ann cuando cruzó la enorme puerta y vio a Nicci penetrando en la antesala por entre dos pilares rojos no tenía precio. Nicci habría reído en voz alta de no ser porque su charla con Richard la había dejado exhausta emocionalmente.</p> <p>El profeta, Nicci lo sabía, era muy anciano, pero no tenía en absoluto un aspecto endeble. Era alto y de espaldas amplias, con una distinguida melena blanca que le llegaba hasta los hombros; parecía un hombre capaz de doblar hierro, y que ni siquiera necesitaría su don para hacerlo. Era la mirada rapaz de sus ojos zarcos, no obstante, lo que hacía que resultase a la vez amedrentador y seductor. Eran los ojos de un Rahl.</p> <p>Ann la miró fijamente, sus propios ojos abiertos como platos.</p> <p>—Hermana Nicci…</p> <p>La Prelada no dijo «Me alegro de volverte a ver», ni nada cordial. Pareció incapaz, por un momento, de decir algo. A Nicci le resultó un tanto notable que aquella mujer rechoncha y baja que estaba junto al imponente profeta hubiese parecido durante tanto tiempo tan grande a sus ojos. Novicias y Hermanas a menudo pasaban largos períodos de tiempo sin ver a la Prelada por el Palacio de los Profetas. Esas ausencias, supuso la hechicera, incrementaba su mítica talla.</p> <p>—Prelada, me alegro de verte bien, especialmente tras tu desgraciada muerte y funeral. —Nicci dirigió una ojeada a Richard al decir esto—. Oí que todo el mundo creyó que estabas muerta. Es sorprendente cómo un entierro puede resultar tan convincente, y sin embargo aquí estás, sana y salva, parece.</p> <p>La levísima sonrisa de Richard le indicó que había captado el mensaje. Zedd, a un lado, en el borde de los tres escalones que descendían al centro de la habitación con la fuente, miró a Nicci con una curiosa expresión ceñuda. El significado de sus palabras tampoco le había pasado por alto.</p> <p>—Sí, bueno, eso fue una desdichada necesidad, hija mía. —El semblante de Ann se ensombreció—, después de que las Hermanas de las Tinieblas infestaran las filas de nuestras Hermanas de la Luz. —Dirigió una breve mirada a Richard, Cara y Zedd, a la vez que la tensión de su semblante se suavizaba—. Da la impresión, por la compañía en la que andas, hermana Nicci, que has regresado al redil. No puedo decirte lo mucho que me complace. Sólo puedo pensar que el Creador mismo debe de haber intervenido para salvar tu alma.</p> <p>Nicci enlazó las manos a la espalda.</p> <p>—El Creador no tuvo nada que ver en ello, en realidad. Imagino que, mientras era forzada a pasar mi vida sirviendo a todo el que decidía que quería exprimir al máximo mis habilidades, el Creador estaba atareado. Imagino que tanto le daba mientras era utilizada por santurrones que me decían que mi deber era servir, someterme y humillarme ante ellos, y matar a aquellos que se oponían al modo de hacer las cosas del Creador.</p> <p>»Imagino que todas las veces que aquellos adalides del Creador se dedicaron a violarme, el Creador no captó la ironía del asunto.</p> <p>»Eso acabó. Richard me mostró el valor de mi vida para mí misma. Y ya no hay «hermana» Nicci… ni de la Luz ni de las Tinieblas. Ni hay Señora de la Muerte, o Reina Esclava. Es simplemente Nicci, ahora, si no te importa… e incluso aunque así sea.</p> <p>La expresión de Ann se movió como un relámpago entre la incredulidad y la indignación al tiempo que su rostro enrojecía.</p> <p>—Pero una vez que eres una Hermana eres siempre una Hermana. Has hecho una cosa maravillosa y renunciado al Custodio, así que vuelves a ser una Hermana de la Luz. No puedes decidir por ti misma renunciar a tu deber para con la obra del Creador y…</p> <p>—¡Si Él tiene alguna objeción, qué hable ahora mismo!</p> <p>Mientras el eco de las acaloradas palabras de Nicci se apagaba, la habitación quedó silenciosa, a excepción del chapoteo del agua en la fuente. La hechicera miró detenidamente a su alrededor, como si pensara que a lo mejor el Creador estaba oculto tras un pilar, listo para saltar y dar a conocer sus deseos.</p> <p>—¿No? —Volvió a entrelazar las manos y a adoptar la sonrisa desafiante—. En ese caso, puesto que Él no tiene objeciones, es Nicci.</p> <p>—No permitiré…</p> <p>—Ann, es suficiente —dijo Nathan con voz profunda y autoritaria—. Tenemos asuntos importantes y éste no lo es. No hemos viajado hasta aquí simplemente para que una prelada muerta sermonee a una Hermana de las Tinieblas reformada.</p> <p>A Nicci le sorprendió un tanto oír la voz de la razón surgiendo del profeta, y reconoció que a lo mejor había dado demasiado crédito a las habladurías. La boca de Ann se contrajo con resignación mientras introducía con los dedos un mechón de sus cabellos dentro del moño flojo que llevaba en la nuca.</p> <p>—Imagino que tienes razón. Me temo que estoy un poco de mal humor, querida, con todos estos problemas que están pasando. Por favor perdona mi precipitada presunción, ¿lo harás, Nicci?</p> <p>Nicci inclinó la cabeza.</p> <p>—Con mucho gusto, Prelada.</p> <p>Ann sonrió, con más sinceridad, se dijo Nicci.</p> <p>—Y es sólo Ann, ahora. Verna es la Prelada ahora. Estoy muerta, ¿recuerdas?</p> <p>Nicci sonrió.</p> <p>—Sí que lo estás, Ann. Una elección sabia, Verna. La hermana Cecilia siempre dijo que no había la menor posibilidad de convertirla al Custodio.</p> <p>—Algún día, cuando dispongamos del lujo de tener tiempo, me encantaría saber más cosas sobre la hermana Cecilia, además de sobre las antiguas maestras de Richard. —Suspiró ante la idea—. Jamás supe con seguridad que tú y las otras cinco erais Hermanas de las Tinieblas.</p> <p>Nicci volvió a asentir.</p> <p>—Me encantará contarte lo que sé sobre ellas. Sobre las que siguen con vida, al menos. Liliana y Merissa están muertas.</p> <p>—Tom, ¿cómo está mi hermana? —preguntó Richard en cuanto hubo una breve pausa en la conversación.</p> <p>Nicci se dio cuenta de que éste había escuchado el tiempo suficiente y que quería pasar a asuntos más importantes.</p> <p>—Está bien, lord Rahl —respondió el hombretón rubio situado cerca de la puerta.</p> <p>—Estupendo. Nathan. ¿Qué sucede? —preguntó Richard ansiosamente, yendo directamente al grano—. ¿Qué problema os trae aquí?</p> <p>—Bueno… entre otras cosas, problemas referentes a profecías.</p> <p>Richard se relajó visiblemente.</p> <p>—¡Oh! Bueno, eso no es algo en lo que os pueda ayudar.</p> <p>—Yo no estaría tan seguro —replicó Nathan en tono enigmático. Zedd abandonó la alfombra roja y dorada, y bajó a la habitación.</p> <p>—Déjame adivinar. Estáis aquí por lo de las páginas en blanco en los libros de profecías.</p> <p>Nicci tuvo que repetirse mentalmente las palabras de Zedd una segunda vez antes de estar segura de haberle oído correctamente.</p> <p>Nathan asintió.</p> <p>—Acabas de sentarte en medio del estercolero.</p> <p>—¿Qué quieres decir con que estáis aquí respecto a páginas en blanco en los libros de profecías? —Richard adoptó una repentina expresión suspicaz—. ¿Qué hojas en blanco?</p> <p>—Secciones amplias de profecías…, es decir, profecías escritas en los libros… sencillamente han desaparecido de las páginas de varios de los volúmenes que hemos examinado hasta el momento. —La frente de Nathan se crispó en una expresión de recelo—. Pedimos a Verna una verificación y confirmó que los libros de profecías del Palacio del Pueblo en D'Hara padecen el mismo problema inexplicable. Ahí reside el meollo de nuestra preocupación. Hemos venido, en parte, para ver si las obras de profecías que hay aquí en el Alcázar siguen intactas.</p> <p>—Me temo que no —dijo Zedd—. Los libros que hay aquí han sido contaminados del mismo modo.</p> <p>Nathan se pasó una mano por el cansado rostro.</p> <p>—Queridos espíritus —murmuró—. Habíamos mantenido la esperanza de que lo que sea que está provocando tal alteración en las profecías no hubiese afectado a los libros que hay aquí.</p> <p>—¿Quieres decir que faltan secciones enteras de las profecías? —preguntó Richard, descendiendo hasta el centro de la habitación.</p> <p>—Así es —confirmó Nathan.</p> <p>—¿Por casualidad existe una pauta en esas profecías desaparecidas? —inquirió Richard, concentrándose de improviso en una línea de razonamiento que Nicci sabía que acabaría estando relacionada con su propia investigación.</p> <p>Generalmente, la habría contrariado que él no pudiese pensar en nada que no fuese la mujer desaparecida, pero en esta ocasión la animó ver que el Richard que conocía había regresado.</p> <p>—Pues sí, existe una pauta. Son todas profecías relacionadas con acontecimientos que se iniciaron aproximadamente por la época de tu nacimiento. Richard lo miró fijamente, anonadado.</p> <p>—¿De qué tratan las profecías que faltan… en especial? Me refiero a, ¿están relacionadas con acontecimientos específicos, o son indeterminadas? ¿Se refieren a alguna época en concreto?</p> <p>Nathan se acarició la barbilla mientras consideraba la pregunta.</p> <p>—Eso es lo que hace que esto sea tan extraño. Muchas de las profecías que faltan sabemos que deberíamos poder recordarlas, pero nuestras mentes están tan en blanco sobre ellas como lo están en las páginas de los libros. No podemos recordar ni una sola palabra de ellas. No recordamos de qué trataban, y puesto que han desaparecido de los libros a su vez, no puedo decirte si estaban relacionadas con acontecimientos o con una época… o con otra cosa. Nos damos cuenta de que faltan, pero eso es más o menos todo.</p> <p>Los ojos de Richard se volvieron hacia Nicci, como para preguntarle si captaba la correlación. Ésta pensó que él podía ver que así era. La voz del joven siguió sonando despreocupada, pero Nicci sabía lo intenso que era el interés que había tras sus palabras.</p> <p>—Es bastante curioso que algo que habéis sabido toda vuestra vida pueda simplemente desaparecer por las buenas de vuestra memoria, ¿no os parece?</p> <p>—Desde luego —repuso Nathan—. ¿Alguna idea sobre el tema, Zedd?</p> <p>Zedd, que había estado observando a Richard en silencio y con suma atención, asintió.</p> <p>—Bueno, sé qué lo está provocando, si eso os sirve de ayuda.</p> <p>Zedd sonrió inocentemente. Nicci reparó en que Rikka, en las sombras que había al fondo, tras los pilares, sonreía también. Nathan, al principio atónito, se animó, lleno de curiosidad.</p> <p>Richard tiró con suavidad de la túnica de Zedd a la altura del hombro.</p> <p>—¿Lo sabes?</p> <p>—¿Es así? —inquirió Nathan, instando a Richard a retroceder mientras él se acercaba más.</p> <p>Ann avanzó presurosa al frente, junto con él.</p> <p>—¿Qué es? ¿Qué es lo que sucede? Cuéntanos.</p> <p>—Un gusano de la profecía, me temo.</p> <p>Nathan y Ann pestañearon, con los rostros desprovistos de cualquier comprensión.</p> <p>—¿Un qué? —preguntó por fin Nathan, con cierta cautela, por no decir suspicacia.</p> <p>—La desaparición del texto la provoca un gusano de la profecía. Una vez que una bifurcación de una profecía queda infectada por ese gusano, éste se abre paso a través de toda esa rama, consumiéndola a medida que avanza. Puesto que consume la profecía propiamente dicha, eso significa que con el paso del tiempo todas las manifestaciones de ésta, tales como la profecía escrita o cualquier recuerdo de ella, quedan destruidas. Es de lo más virulento. —Zedd contempló sus miradas extasiadas con una educada sonrisa—. Si lo queréis, os puedo mostrar la obra de referencia.</p> <p>—Yo diría que sí —contestó Nathan.</p> <p>—Zedd, esto es importante —dijo Richard—. ¿Por qué no lo habías dicho?</p> <p>Zedd le asestó una palmada en el hombro mientras empezaba a alejarse.</p> <p>—Bueno, muchacho, cuando llegaste no estabas de humor para escuchar nada que no fuese lo que te había traído aquí. ¿Recuerdas? Insististe bastante en que tenías problemas y necesitabas hablar conmigo al respecto. Desde entonces no has estado predispuesto a hablar, que digamos. Has estado más bien… aturullado.</p> <p>—Supongo que lo estaba. —Richard agarró el brazo de su abuelo—. Zedd, oye, necesito decirte algo sobre todo eso, y sobre esa noche.</p> <p>—¿Como qué, muchacho?</p> <p>—Sé que una contradicción no puede existir en realidad.</p> <p>—En realidad jamás creí que pensaras que sí, Richard.</p> <p>—Pero había más en lo de aquella noche. La norma que era de aplicación allí abajo, en la tumba, no era la que citaste. Podría habértelo parecido en aquel momento, pero la norma sobre la que me equivoqué era otra; la que dice que a las personas se les puede hacer creer una mentira porque temen que sea cierta. Eso era lo que yo hacía. No creía en una contradicción, creía en una mentira porque temía que fuese verdad. La norma de la no contradicción es uno de los modos en que debería de haber puesto a prueba mis suposiciones. No lo hice, y en eso cometí un error.</p> <p>»Comprendo lo que debió de parecerte, ya que no estabas enterado de todo lo que ha estado sucediendo, pero eso no significa que debería haber dejado de buscar la verdad por un equivocado deseo de hacerte feliz, ni por miedo a lo que pensarías de mí.</p> <p>Sus ojos se encontraron con los de Nicci por un breve instante.</p> <p>—Nicci me ayudó a ver lo que estaba haciendo mal.</p> <p>Volvió a mirar a su abuelo.</p> <p>—Creo que tu intención era mostrarme que la norma que citaste es más, no obstante. También significa que no se pueden mantener valores ni objetivos contradictorios. No puedes decir, por ejemplo, que la honestidad es un valor valioso, y al mismo tiempo mentir a la gente. No puedes decir que la justicia es tu meta pero negarte a hacer responsables a los culpables de sus acciones.</p> <p>»En el fondo de nuestra lucha, el hecho de que las contradicciones no pueden existir es el motivo de que el régimen de la Orden Imperial sea tan ruinoso. Ponen el altruismo como su meta principal. Sin embargo, en aras de su supuesta preocupación desinteresada por un individuo, sacrifican a otro, quitando importancia al derramamiento de sangre al declarar que tal sacrificio es un deber moral. En realidad no es otra cosa que un saqueo organizado, la satisfacción de unos ladrones y unos asesinos sin la menor preocupación por su víctima. Perseguir objetivos que dependen de una contradicción así sólo pueden conducir al sufrimiento y la muerte generalizados. Es defender en teoría el derecho a la vida, pero abrazando la muerte como un medio para alcanzarlo.</p> <p>»La norma que citaste significa que no puedo, como los seguidores de Jagang, decir que quiero la verdad y luego, sin comprobar mi asunción, creer voluntariamente una mentira en su lugar, incluso aunque sea por miedo. Así es como violé la norma que citaste. Debería haber separado lo que parecían contradicciones y hallado la verdad que tenía ante las narices. Es ahí donde me fallé a mí mismo.</p> <p>—¿Estás diciendo que ahora no crees que la muerta fuese Kahlan Amnell? —preguntó Zedd.</p> <p>—¿Quién dice que ese cadáver tiene que ser la mujer que piensas que es? No había allí hechos que contradijeran mi creencia de que no era ella. Sólo creí que los había por que temía que era cierto. No lo era.</p> <p>Zedd inhaló profundamente y soltó el aire despacio.</p> <p>—Estás llevando las cosas hasta el límite mismo de lo inverosímil, Richard.</p> <p>—¿Lo hago? No estarías muy complacido con mi modo de razonar si dijese que no existen las profecías y apelara a los libros en blanco como prueba de que te equivocas al creer que existen. Para ti, creer que las profecías existen frente al hecho de que los supuestos libros de profecías están en blanco no es una contradicción. Es una situación desconcertante con información insuficiente para explicar los hechos, de momento. No estás obligado a llegar a una conclusión o sostener una opinión sin información adecuada o antes de que hayas acabado de investigar.</p> <p>» ¿Qué clase de Buscador sería si hiciese eso? Después de todo, es la mente del hombre la que lo convierte en Buscador, no la espada. La espada es una simple herramienta; fuiste tú quien me dijo eso.</p> <p>»En el caso de Kahlan, existen todavía demasiadas preguntas sin respuesta para que me convenza de que lo vimos esa noche de lluvia es realmente la verdad. Hasta que quede demostrado en un sentido u otro, voy a seguir buscando las respuestas…, la verdad…, porque creo que lo que está sucediendo es mucho más peligroso de lo que nadie comprende, por no mencionar la necesidad de encontrar a una persona a quien amo y que necesita mi ayuda.</p> <p>Zedd sonrió benévolamente.</p> <p>—Es justo, Richard, es justo. Pero espero que me lo demuestres. No aceptaré tu mera palabra.</p> <p>Richard dedicó a su abuelo un firme asentimiento de cabeza.</p> <p>—Para empezar, creo que tienes que admitir que es bastante sospechoso que profecías que giran en torno a la vida de Kahlan y la mía hayan desaparecido. El recuerdo de Kahlan ha desaparecido. Ahora han desaparecido también las profecías que habrían contenido referencias a ella. El recuerdo de todo el mundo de esa persona y las profecías referidas a ella ha sido borrado.</p> <p>» ¿Te das cuenta de lo que quiero decir?</p> <p>Nicci se sintió infinitamente aliviada al ver que Richard volvía a pensar de modo racional. También le inquietaba que de un modo extraño lo que decía tenía cierto sentido.</p> <p>—Sí, muchacho, comprendo lo que quieres decir, pero ¿te das cuenta de que hay un problema con tu teoría?</p> <p>—¿Cuál es?</p> <p>—Todos te recordamos a ti, ¿no? Y las profecías sobre tu persona han desaparecido. Resulta que, en este caso el problema con las profecías no tiene nada que ver en absoluto con lo que tú esperas que explicará o demostrará la existencia de Kahlan Amnell.</p> <p>—¿Por qué no? —quiso saber Richard.</p> <p>Zedd empezó a ascender los escalones.</p> <p>—Tiene que ver con la naturaleza de lo que descubrí cuando llevé a cabo mi propia investigación del problema con los libros de profecías. No carezco de curiosidad, ya sabes.</p> <p>—Lo sé, Zedd. Pero podría estar conectado —insistió Richard mientras empezaba a andar junto a su abuelo.</p> <p>Nicci marchó apresuradamente tras él. Todos los demás se vieron obligados a ir en fila detrás de ellos.</p> <p>—Puede parecerte así, muchacho, pero tu especulación está viciada porque todos los hechos simplemente no encajan con tu conclusión. Intentas llevar unas botas que tienen buen aspecto pero son demasiado pequeñas. —Zedd dio una palmada a Richard en el hombro—. Cuando lleguemos a la biblioteca, te mostraré lo que quiero decir.</p> <p>—¿Quién es Kahlan? —preguntó Nathan.</p> <p>—Alguien que desapareció y que no he encontrado aún —respondió Richard, volviendo la cabeza—. Pero lo haré.</p> <p>Se detuvo y se giró en dirección a Ann y Nathan.</p> <p>—¿Sabe alguno de vosotros lo que es «Cadena de Fuego»? —Ambos negaron con la cabeza—. ¿Y una víbora con cuatro cabezas, o la Profunda Nada?</p> <p>—Me temo que no, Richard —dijo Ann—. Pero tenemos otras cosas sobre las que necesitamos hablar contigo.</p> <p>—Después de que veamos la fuente de información de Zedd —dijo Nathan.</p> <p>—Bien, venid, pues —les dijo Zedd a la vez que efectuaba una floritura.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 24</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">En la lujosa biblioteca, Richard permaneció detrás de Zedd, observando por encima del huesudo hombro de su abuelo mientras éste daba la vuelta a la tapa de un grueso libro encuadernado en un andrajoso cuero color canela. La habitación estaba débilmente iluminada por unas lámparas de plata sujetas a los lados de unos postes de caoba colocados que sostenían el borde de una galería que discurría a lo largo de la habitación. Pesadas mesas de madera de brillantes tableros estaban alineadas a lo largo de la fila de postes. Alfombras opulentas con dibujos primorosamente tejidos producían una sensación de suavidad bajo los pies. Perpendiculares a las largas paredes de cada lado había pasillos de estanterías atestadas de libros. Encima, la galería contenía estantes llenos con más libros aún.</p> <p>Un haz de luz solar de un azul grisáceo penetrando en diagonal desde la única ventana iluminaba el polvo que flotaba en el sofocante aire. Las lámparas añadían un olor aceitoso. En la habitación reinaba un silencio que recordaba el de una cripta.</p> <p>Cara y Rikka se mantenían aparte, en la zona más oscura, bajo la ventana, con los brazos cruzados y las cabezas juntas, conversando en voz baja. Nicci estaba de pie junto a Zedd en un extremo, mientras Ann y Nathan estaban, con actitud impaciente, en el lado opuesto, aguardando las explicaciones de Zedd sobre cómo habían desaparecido los textos de las profecías. El resto de la habitación se desvanecía en lúgubres sombras alrededor de todos ellos.</p> <p>—Este libro se compiló, creo, en algún momento no mucho después del fin de la gran guerra —les contó Zedd a la vez que daba golpecitos en el título: <i>Proporciones continuas y predicciones con viabilidad</i>—. Los que poseían el don por aquel entonces habían descubierto que, por el motivo que fuese, cada vez nacían menos y menos magos, y que los que nacían no poseían ambos lados del don, como había sido siempre el caso antes. Lo que es más, los que nacían con el don sólo tenían el lado de Suma. La Magia de Resta estaba desapareciendo.</p> <p>Ann alzó los ojos.</p> <p>—No tienes precisamente a una novicia ni a un mago juvenil ante ti, anciano. Sabemos todo esto. Hemos dedicado nuestras vidas a este problema precisamente. No te entretengas y sigue.</p> <p>Zedd carraspeó.</p> <p>—Sí, bueno, como ya debéis saber, esto también significó que cada vez nacían menos profetas.</p> <p>—Es increíblemente fascinante —se mofó Ann—. Yo, desde luego, jamás habría adivinado algo así.</p> <p>Nathan la hizo callar con un gesto irritado.</p> <p>—Sigue, Zedd.</p> <p>Zedd echó hacia atrás las mangas de su túnica, lanzando una breve mirada airada en dirección a Ann.</p> <p>—Comprendieron que al nacer cada vez menos magos con el don para la profecía, el conjunto de obras sobre las profecías dejaría de crecer. Con la idea de comprender qué podrían significar las consecuencias de esto, decidieron que era necesaria una investigación intensiva de todo el tema de la profecía mientras todavía tenían profetas y otros magos con ambos lados del don.</p> <p>»Abordaron el problema con la mayor preocupación, comprendiendo que ésta podría muy bien ser la última oportunidad de la humanidad para entender el futuro de las profecías, y ofrecer a las generaciones futuras un modo de comprenderlas.</p> <p>Zedd alzó la mirada para ver si Ann tenía intención de hacer más comentarios desdeñosos. No era así. Aquello, al parecer, era algo que no sabía.</p> <p>—Ahora —siguió él—, pasemos a su trabajo.</p> <p>Richard se colocó ante la mesa, junto a Nicci, y pasó páginas mientras escuchaba a Zedd. Rápidamente advirtió que el libro estaba escrito en una jerga técnica tan extraña relacionada con las complejidades no sólo de la magia sino también de la profecía que le resultaba casi incomprensible. Era como si fuese un idioma distinto.</p> <p>Una de las sorpresas fue que el libro contenía una serie de complejas fórmulas matemáticas, que quedaban interrumpidas por diagramas de la luna y las estrellas marcados con ángulos de declinación. Richard no había visto nunca antes un libro sobre magia que contuviese tales ecuaciones, observaciones celestes y mediciones; si bien tampoco podía decirse que hubiese visto en realidad tantos libros de magia. Aunque, recordó, <i>El libro de las sombras contadas</i> que había memorizado de niño sí que tenía cierta cantidad de ángulos solares y de las estrellas que era necesario saber para poder abrir las cajas del Destino.</p> <p>Aún más fórmulas estaban garabateadas en los márgenes, pero por manos distintas, como si alguien hubiese hecho sumas para verificar el trabajo que aparecía en el libro, o tal vez hubiese añadido información actualizada. En un caso, varios de los números de una compleja tabla estaban tachados, con flechas señalando desde nuevos números escritos a toda prisa en los márgenes a las zonas donde estaban los números afectados. De vez en cuando, Zedd impedía que Richard pasase páginas para indicar una ecuación y explicar los símbolos escritos en el cálculo.</p> <p>Igual que un perro observando un hueso, los ojos zarcos de Nathan rastreaban las páginas a medida que Richard pasaba lentamente cada una, buscando cualquier cosa que tuviera sentido para él, mientras Zedd proseguía con su cantinela sobre desviaciones transposicionales superpuestas y triples dúplex ligados a raíces conjugadas comprometidas por inversiones binarias proporcionales de precedencia y secuenciales que ocultan bifurcaciones viciadas que las fórmulas revelaban que únicamente se podían detectar mediante levorrotatoria de Resta.</p> <p>Nathan y Ann lo miraban atónitos, sin pestañear. En una ocasión, Nathan incluso lanzó una exclamación ahogada de sorpresa. Ann tenía un semblante cada vez más ceniciento, e incluso Nicci parecía escuchar con una atención desacostumbrada.</p> <p>Los incomprensibles conceptos hacían que a Richard le diera vueltas la cabeza. Odiaba aquella sensación de ahogarse en información incomprensible, de intentar mantener la cabeza por encima de las aguas oscuras de tal confusión. Se sentía estúpido.</p> <p>Intermitentemente, Zedd hacía referencia a números y ecuaciones del libro, y Nicci y Ann actuaban como si pensaran que Zedd estaba a punto de revelar no sólo cómo iba a finalizar el mundo sino la hora exacta.</p> <p>—Zedd —preguntó por fin Richard, interrumpiendo a su abuelo en mitad de una frase que no mostraba indicios de finalizar jamás—, ¿hay algún modo de que puedas resumir todo esto de un modo que yo lo pueda digerir?</p> <p>Boquiabierto, Zedd contempló a Richard por un momento antes de empujar el libro sobre la mesa en dirección a Nathan.</p> <p>—Dejaré que lo leas tú mismo.</p> <p>Nathan tomó el libro cautelosamente, como si el Custodio en persona pudiese saltar sobre él desde su interior.</p> <p>Zedd volvió a girarse hacia Richard.</p> <p>—Básicamente, para expresarlo en términos que puedas captar mejor, y con gran riesgo de simplificarlo excesivamente, imagina que la profecía es como un árbol, con raíces y ramas. Igual que un árbol, la profecía crecía continuamente. Lo que estos magos decían en esencia era que el árbol de la profecía actuaba como si poseyera una especie de vida. No decían que estuviese vivo, que quede claro, únicamente que en varios modos remedaba…, no duplicaba…, algunos atributos de un organismo vivo. Fue esta propiedad la que les permitió dar con su teoría y a partir de eso efectuar sus cálculos; de un modo muy parecido a como hay parámetros por los que uno puede juzgar la edad y salud de un árbol, y a partir de eso hacer extrapolaciones sobre su futuro.</p> <p>»Durante una época previa en que había habido un gran número de profetas y magos pululando, las obras sobre las profecías y sus muchas ramas crecieron con mucha rapidez. Con todos los profetas que habían contribuido, ésta poseía un terreno sólido y fértil sobre el que crecer, y raíces bien profundas. Con nuevos profetas aportando constantemente una visión nueva a las obras acumuladas, nuevas ramificaciones brotaban sin cesar, y esas ramas nuevas, con el tiempo, a medida que otros profetas las ampliaban, crecieron gruesas y fuertes. A la vez que crecía, los profetas continuamente examinaban e interpretaban acontecimientos, lo que les permitía cuidar del material vivo y podar las ramas secas.</p> <p>»Pero entonces, la tasa de natalidad de los profetas empezó a caer en picado, y con cada año que transcurría había cada vez menos para ocuparse de tales deberes. Debido a esto, el crecimiento del árbol de la profecía empezó a disminuir.</p> <p>»En esencia, para explicarlo en términos sencillos que puedas comprender, el árbol de la profecía había madurado en cierto modo, y, como un viejo roble señorial en un bosque, estos magos sabían que el inmenso árbol de la profecía tenía muchos años de vida por delante como entidad madura, pero también sabían lo que el futuro acabaría por deparar.</p> <p>»Como todas las cosas, la existencia de la profecía no podía ser eterna. Con el paso del tiempo, fueron cumpliéndose acontecimientos proféticos y convirtiéndose en obsoletos. Éstos ya no servían de nada. De esta manera, el paso del tiempo acabaría por invalidar todas las predicciones de las que trataba su trabajo. Dicho de otro modo, sin profecías nuevas, todas las profecías existentes, tanto si eran ramificaciones auténticas como si no, transcurrido su tiempo… quedarían agotadas.</p> <p>»Así pues, la comisión que estudiaba el problema acabó comprendiendo que el árbol de la profecía, sin el crecimiento y la vida que extraía de profetas, del torrente constante de profecías que alimentaba las innumerables ramas, acabaría por morir. Su tarea, y el propósito de este libro, <i>Proporciones continuas y predicciones con viabilidad</i>, fue intentar predecir cómo y cuándo sucedería esto.</p> <p>»Las mejores mentes para las profecías estudiaron el problema, tomaron una muestra de la salud del árbol de la profecía. Mediante fórmulas conocidas y predicciones basadas no sólo en pautas observadas en el declive del crecimiento de la profecía, sino también en la mengua de profetas, determinaron que este árbol concreto de conocimiento acabaría siendo muy pesado por la carga de las ramas secas de profecías falsas y caducadas a medida que se llegase a las bifurcaciones proféticas y la cronología avanzase por las secciones de las ramas todavía viables. A medida que esto sucediese, a medida que el árbol de la profecía se volviese tupido por la edad y las ramas secas ya no pudieran ser desechadas por profetas auténticos, predijeron que se volvería susceptible a… a… bueno, una especie de dolencia, una descomposición, algo muy parecido a como un árbol viejo en el bosque acaba siendo susceptible a enfermedades.</p> <p>»Descubrieron que tal declive, con el paso del tiempo, dejaría vulnerable a la profecía a una infinidad de problemas que no dejarían de crecer. El achaque que concluyeron que tendría más posibilidades de atacar primero vendría en una forma que describieron como de gusano. Pensaron que empezaría por infestar y destruir las partes vivas del árbol de la profecía. De hecho, lo llamaron justo así: un gusano de la profecía.</p> <p>El aire pareció más pesado en el denso silencio que siguió a estas palabras.</p> <p>Con las manos en los bolsillos traseros, Richard se encogió de hombros.</p> <p>—¿Y cuál es el remedio?</p> <p>Asombrado por la pregunta, Zedd miró fijamente a Richard como si acabase de preguntar cómo curar una tormenta eléctrica.</p> <p>—¿Remedio? Richard, estos expertos que escribieron este libro predijeron que no había ninguna cura. Concluyeron que, sin la vitalidad que proporcionan profetas nuevos, el árbol de la profecía finalmente se pudriría y moriría.</p> <p>»Dijeron que la profecía sólo regresaría fuerte y saludable cuando regresaran nuevos profetas al mundo; cuando una semilla de profecía nueva brotase y floreciese… Los árboles viejos mueren y dejan sitio a los nuevos brotes. Estos doctos magos establecieron que la profecía, tal y como la conocemos, también está condenada al envejecimiento, los achaques y por fin la muerte.</p> <p>Richard había tenido que lidiar con infinitos problemas provocados por la profecía, pero las expresiones sombrías que había alrededor de la mesa resultaban contagiosas. Casi daba la impresión de que un sanador había aparecido para anunciar que un pariente anciano estaba a punto de fallecer.</p> <p>Pensó en todos los profetas poseedores del don, consagrados a su vocación, que habían trabajado toda su vida para contribuir a aquella gran obra conjunta que en aquellos momentos se marchitaba y agonizaba. Pensó en la estatua en la que él mismo había trabajado tan duro y cómo se había sentido cuando la destruyeron.</p> <p>Pensó, también, que podría tratarse simplemente del concepto de la muerte misma, en cualquier forma, lo que era muy deprimente porque le recordaba su propia mortalidad… y la de Kahlan.</p> <p>También pensó que podría ser lo mejor que podía suceder. Al fin y al cabo, si la gente dejaba de creer que la profecía había determinado qué sería de ellos, entonces a lo mejor comprenderían que tenían que pensar por sí mismos y decidir qué era lo mejor para ellos. Quizá, si se quitaban las cadenas de una mentalidad determinista, las personas comprenderían que eran ellas mismas las que en realidad controlaban su propio destino. Si las personas entendían lo que estaba en juego, tal vez acabarían dándose cuenta del valor de la razón en las elecciones que hacían, en lugar de limitarse a aguardar estúpidamente a que lo que tuviera que suceder, sucediera.</p> <p>—Por lo que Ann y yo hemos descubierto —dijo Nathan—, la rama de profecía que está desapareciendo es la que se refiere más o menos a la época transcurrida desde el nacimiento de Richard. Eso, por supuesto, es lo que tiene más sentido porque las almas temporales alimentan el tejido activo y vivo de la profecía de la que este gusano de la profecía se alimentaría. Pero pude determinar que no toda ella ha desaparecido, aún.</p> <p>Zedd asintió.</p> <p>—Se está muriendo pero, desde la raíz, de modo que parte de ella todavía vive. He encontrado bolsas de ella vivas y en buen estado.</p> <p>—Así es, en especial porciones que salen del presente y van hacia el futuro. Como sugieres, parece que la plaga ha atacado el núcleo de estas ramas, que empezaron hace dos o tres décadas y hasta el momento no ha avanzado hacia acontecimientos futuros.</p> <p>»Eso deja secciones de esta rama profética…, la rama que te involucra a ti…, que siguen vivas —dijo el profeta a la vez que se inclinaba sobre las manos hacia Richard—, pero una vez que mueran, perderemos incluso esas profecías, junto con el recuerdo de lo terriblemente importantes que son.</p> <p>Richard paseó una mirada de la expresión sombría de Nathan al rostro igualmente serio de Ann. Sabía que habían llegado por fin al quid de su razón para estar allí.</p> <p>—Por eso hemos venido a buscarte, Richard Rahl —dijo Ann con una solemne entonación—, antes de que sea demasiado tarde. Hemos venido por una profecía que de momento sigue viva y que nos ha advertido de la crisis más seria que se nos plantea desde la gran guerra.</p> <p>Richard frunció el entrecejo, sintiéndose ya desdichado al ver que la profecía una vez más parecía estar a punto de causarle problemas.</p> <p>—¿Qué profecía?</p> <p>Nathan sacó un libro pequeño de un bolsillo y lo abrió. Mientras lo sostenía en ambas manos, clavó en Richard una mirada imperturbable para asegurarse de que le iba a escuchar atentamente.</p> <p>Cuando Nathan estuvo por fin seguro de que tenía la atención de todos, empezó:</p> <p>«En el año de las cigarras, cuando el paladín del sacrificio y el padecimiento, bajo el estandarte tanto de la humanidad como de la Luz» —alzó la mirada—, ése sería el emperador Jagang, «finalmente divida su enjambre, será la señal de que la profecía ha sido despertada y de que ha llegado ya la batalla final y decisiva. Tened cuidado, pues todas las bifurcaciones auténticas y sus derivadas están enmarañados en esta raíz adivinatoria. Únicamente un tronco se bifurca de este origen primordial conjunto. Si <i>fuer grissa ost drauka</i> no lidera esta batalla final, el mundo, que está ya al borde de la oscuridad, caerá bajo esa terrible sombra».</p> <p>—Queridos espíritus —musitó Zedd—. <i>Fuer grissa ost drauka</i> es un enlace fundamental con una profecía que funda una ramificación principal. Asociarlo con esta profecía establece una bifurcación acoplada.</p> <p>Nathan enarcó una ceja.</p> <p>—Exactamente.</p> <p>Richard no comprendía por completo lo que Zedd había dicho, pero captó el significado. Y no necesitaba que le dijesen quién <i>era fuer grissa ost drauka</i>, el portador de la muerte; era él.</p> <p>—Jagang ha dividido sus fuerzas —dijo Ann con sosegada energía a la vez que clavaba la mirada en Richard—. Condujo su ejército arriba, cerca de Aydindril, esperando acabar de una vez, pero las fuerzas d'haranianas, junto con los habitantes de la ciudad, utilizaron el invierno para escapar por los pasos a D'Hara y quedar fuera de las garras de Jagang.</p> <p>—Lo sé —repuso Richard—. Esa huida por los pasos en invierno se hizo por orden de Kahlan. Ella fue quien me habló de ello.</p> <p>Cara alzó los ojos sorprendida, al parecer con la intención de cuestionar su versión, pero tras una ojeada a Nicci decidió permanecer callada… al menos por el momento.</p> <p>—En todo caso —dijo Ann, dando la impresión de estar molesta por la interrupción—, Jagang, incapaz de usar eficazmente su vasta superioridad numérica para atravesar esos pasos, fuertemente defendidos y muy estrechos, ha decidido dividir sus fuerzas. Tras dejar un ejército para que vigile los pasos, el emperador mismo condujo al componente principal de sus efectivos al sur, dirigiéndolos de vuelta abajo, por la Tierra Central, para bordear la barrera que representan las montañas y luego dar la vuelta y ascender al interior de D'Hara.</p> <p>»Nuestras fuerzas se dirigen al sur, abajo, a través de D'Hara, para salirles al paso. Ése fue el motivo de que pudiésemos recibir un mensaje de Verna sobre el estado de los libros de profecías en el Palacio del Pueblo de D'Hara; pudo cabalgar al sur por delante de nuestro ejército e ir a echarles una mirada.</p> <p>—Éste es el año que regresan las cigarras —dijo Nicci con voz alarmada—. Las he visto.</p> <p>—Así es —repuso Nathan, inclinado aún al frente sobre las dos manos—. Eso significa que la cronología está fijada ahora. Todas las profecías han establecido sus conexiones y encajado. Los acontecimientos están marcados. —Por turno, trabó la mirada con todos los presentes en la habitación—. Ha llegado el final.</p> <p>Zedd soltó un silbido quedo.</p> <p>—Lo que es más importante —indicó Ann en un tono autoritario—, significa que es hora de que lord Rahl se una a las fuerzas d'haranianas y las conduzca en la batalla final. Sin ti ahí, Richard, la profecía es muy clara; todo se perderá. Hemos venido a escoltarte hasta nuestras fuerzas, para asegurarnos de que consigues llegar. No podemos correr el riesgo de demorarnos. Debemos partir al momento.</p> <p>Por primera vez desde que habían empezado a hablar sobre las profecías, Richard sintió que se le aflojaban las piernas.</p> <p>—Pero no puedo —dijo—. Tengo encontrar a Kahlan.</p> <p>Sonó como una súplica lanzada a un vendaval.</p> <p>Ann inhaló profundamente, como para morderse la lengua mientras se armaba de paciencia hasta que sus palabras lo persuadiesen y resolvieran el asunto de una vez por todas. Las dos mord-sith compartieron una mirada. Zedd apretó los finos labios mientras meditaba. Contrariado, Nathan arrojó el libro que sostenía sobre la mesa y se pasó la mano por la cara a la vez que plantaba el puño izquierdo sobre una cadera.</p> <p>Richard no sabía qué podía decirles a todos ellos que tuviera alguna posibilidad de hacerles comprender que algo sumamente serio le pasaba al mundo, y que Kahlan no era más que una pieza del rompecabezas; la pieza más importante, pero aun así una parte de algo mucho más grande. Ya desde la mañana en que había desaparecido, había sostenido incansablemente la urgente necesidad de encontrarla, pero jamás había servido de nada discutir sobre eso con nadie. No tenía ningún interés en volver a malgastar energías con las mismas explicaciones infructuosas.</p> <p>—¿Que tienes qué? —dijo Ann, y su disgusto borboteó a la superficie igual que las impurezas en un caldero con vegetales hirviendo.</p> <p>En aquel momento, volvía a ser la Prelada, una mujer regordeta y baja que de algún modo se las arreglaba para dar la impresión de parecer altísima.</p> <p>T—engo que encontrar a Kahlan —repitió Richard.</p> <p>—No sé de qué estás hablando. Sencillamente no tenemos tiempo para tonterías. —Ann hizo caso omiso de lo que él quería, sus intereses y necesidades, por no mencionar lo que él creía que eran sus motivos racionales de mayor alcance—. Hemos venido aquí a encargarnos de que llegues junto al ejército d'haraniano inmediatamente. Todo el mundo está esperándote. Todo el mundo cuenta contigo. Ha llegado el momento en que debes encabezar nuestras fuerzas en la batalla final.</p> <p>—No puedo —contestó Richard con voz queda pero firme.</p> <p>—¡La profecía lo exige! —chilló Ann.</p> <p>Richard advirtió que Ann había cambiado. Todo el mundo había cambiado en pequeñas cosas desde que Kahlan había desaparecido, pero Ann había cambiado en modos más manifiestos. La última vez que se había presentado ante él, con el mismo propósito —exigir que Richard fuese con ella para liderar la guerra—, Kahlan había arrojado el libro de viaje de Ann a una hoguera, diciendo a la antigua Prelada que la profecía no estaba impulsando los acontecimientos, sino que más bien lo hacía Ann al intentar hacer que la gente siguiera la profecía en un esfuerzo por conseguir que se convirtiera en realidad. Que ella era la que hacía que la profecía se cumpliera. Kahlan había mostrado a Ann cómo ella misma, como la Prelada, al ser la sierva de la profecía, podría muy bien haber sido en realidad quien había conducido al mundo al borde del cataclismo. Debido a las palabras de Kahlan, Ann había llevado a cabo un profundo examen de conciencia que había acabado ayudando a hacer que fuese más racional, y comprendiera mejor que era Richard quien tenía que elegir hacer lo que era correcto.</p> <p>En aquellos momentos, con el recuerdo de Kahlan desaparecido, todo lo que había sucedido con Kahlan también había quedado borrado. Ann, como todos los demás, había revertido al modo de ser que había mostrado antes de recibir la influencia de Kahlan. En ocasiones, hacía que a Richard le doliera el corazón el solo hecho de recordar con exactitud lo que Kahlan había hecho con todo el mundo. Con algunas personas, como Shota, en algunos aspectos le había sido de ayuda. Shota, por ejemplo, debido a que había perdido el recuerdo de Kahlan, no había recordado haber dicho a Richard que si alguna vez regresaba a las Fuentes del Agaden lo mataría. Con otras personas, como Ann, ese olvido estaba haciendo que las cosas resultasen mucho más difíciles.</p> <p>—Kahlan arrojó tu libro de viaje a una hoguera —dijo a la mujer—. Estaba harta de que intentases controlar mi vida, tal y como me sucede a mí. Ann frunció el entrecejo.</p> <p>—Yo misma dejé caer por accidente mi libro de viaje al fuego. Richard suspiró.</p> <p>—Ya.</p> <p>No quería discutir porque sabía que no serviría de nada. Nadie en la habitación le creía. Cara haría cualquier cosa que él quisiera que hiciese, pero no le creía; Nicci no le creía, pero quería que actuase como creyese que debía actuar. Nicci era quien le había dado realmente los mayores ánimos que había obtenido desde la desaparición de Kahlan.</p> <p>—Richard —dijo Nathan con voz benévola—, esto no es ninguna nadería. Has nacido para seguir la profecía. El mundo está al borde de una gran edad oscura. Tú tienes la llave para impedir que nos sumamos en esa noche larga y terrible. Eres quien la profecía dice que puede salvar nuestra causa. La causa en la que tú mismo crees. Debes cumplir tu deber. No puedes fallarnos.</p> <p>Richard estaba hasta la coronilla de ser manejado por los acontecimientos. Le desesperaba no comprender lo que sucedía, sentir continuamente que iba un paso por detrás del resto del mundo y dos pasos por detrás de lo que fuese que le había sucedido a Kahlan. Empezaba a enojarle que todo el mundo le dijese qué hacer y nadie estuviese interesado en lo que era de capital importancia para él. Ni siquiera querían permitirle decidir su propio destino, pues pensaban que la profecía ya lo había decidido por él.</p> <p>Y no lo había hecho.</p> <p>Necesitaba descubrir la verdad de lo que le había sucedido a Kahlan. Necesitaba encontrara Kahlan, punto. Estaba harto de malgastar tiempo en lo que la profecía, junto con una cantidad de personas, pensaba que debería estar haciendo. Cualquiera que no le estuviese ayudando estaba. en realidad, impidiéndole hacer algo de importancia vital.</p> <p>—No tengo ninguna obligación de vivir de acuerdo con lo que todo el mundo espera de mí —dijo a Ann al tiempo que tomaba el pequeño libro que Nathan había traído con él.</p> <p>Ann y Nathan se quedaron mirándole, sorprendidos.</p> <p>Notó la mano tranquilizadora de Nicci en la espalda. Puede que ella no creyera en su recuerdo de Kahlan, pero al menos le había ayudado a ver que tenía que ser consecuente con sus principios. Había sido una leal amiga cuando más necesitaba una.</p> <p>La única otra persona que sabía que lo apoyaría de ese modo, era Kahlan.</p> <p>Hojeó las páginas en blanco del libro que Nathan había traído. Richard quería comprobar si sólo lo estaban contando lo que querían que creyese. También quería encontrar algo —cualquier cosa— que le ayudase a comprender lo que sucedía.</p> <p>Y algo sucedía. La explicación de Zedd del gusano de la profecía sonaba muy verosímil, pero algo en ella preocupaba a Richard. Explicaba la desaparición de texto en los libros de un modo que convenía a lo que aquellas personas querían creer, por lo que resultaba demasiado conveniente y, lo que era peor, había demasiadas coincidencias.</p> <p>Las coincidencias siempre hacían a Richard desconfiar.</p> <p>Nicci tenía un buen argumento a su vez; parecía un poquitín demasiado conveniente que el cuerpo enterrado en el Palacio de las Confesoras llevase una cinta con el nombre de Kahlan bordado en ella… ¿Por si existía alguna duda en el caso de que alguien desenterrase el cadáver?</p> <p>Tras una página en blanco tras otra, Richard encontró el fragmento. Era exactamente como Nathan lo había leído.</p> <p>En el año de las cigarras, cuando el paladín del sacrificio y el padecimiento, bajo el estandarte tanto de la humanidad como de la Luz finalmente divida su enjambre, así será la señal de que la profecía ha sido despertada y de que ha llegado ya la batalla final y decisiva. Tened cuidado, pues todas las bifurcaciones auténticas y sus derivados están enmarañados en esta raíz adivinatoria. Únicamente un tronco se bifurca de este origen primordial conjunto. Si <i>fuer grissa ost drauka</i> no lidera esta batalla final, el mundo, que está ya al borde de la oscuridad, caerá bajo esa terrible sombra.</p> <p>Había varias cosas en el pasaje que intrigaban a Richard. Por una parte, la referencia a las cigarras. Parecía una criatura modesta para ser digna de una mención profética, y más en la profecía más importante en tres mil años. Supuso que podría tener sentido el que fuese una clave que ayudase a fijar la cronología pero, por lo que otros le habían contado, las profecías nunca se tomaban la molestia de fijar la cronología, convirtiéndola en una de las cuestiones más difíciles de su comprensión.</p> <p>También le preocupaba que esta profecía, tan distante en tantos aspectos de la otra que había leído en el Palacio de los Profetas, se refiriese a él en d'haraniano culto, <i>fuer grissa ost drauka</i>. Suponía que podría ser, como Zedd había sugerido, que tal conexión indicara que era importante.</p> <p>Pero el vínculo con la profecía que Richard había visto en el Palacio de los Profetas mediante la referencia a <i>fuer grissa ost drauka</i> estaba fuertemente conectado a otra cosa: las cajas del Destino.</p> <p>En la vieja profecía que nombraba a Richard el portador de la muerte, la palabra «muerte» significaba tres cosas diferentes, dependiendo del modo en que se usaba: el portador del inframundo, el mundo de los muertos; el portador de los espíritus y los espíritus de los muertos, y el portador de la muerte, con el significado de que mataban. Cada significado era distinto, pero se querían dar a entender los tres.</p> <p>El segundo significado tenía que ver con el modo en que usaba la <i>Espada de la Verdad</i>, y el tercero simplemente que tenía que matar gente. Pero el primer significado implicaba las cajas del Destino.</p> <p>Supuso que en el contexto de esa profecía en cuestión, el tercer significado parecía el evidente, que tenía que conducir un ejército y matar al enemigo, de modo que <i>llamarlo fuer grissa ost drauka</i> sí que tenía sentido. Una vez más, las cosas parecían excesivamente convenientes.</p> <p>Todas esas convenientes explicaciones y coincidencias hacían que Richard se sintiera más que un poco suspicaz. Tenía la impresión de que había algo oculto, que ocurría algo más.</p> <p>Pasó a la página de delante, y luego a la que lo precedía, para hacer una comprobación. Estaban en blanco.</p> <p>—Tengo un problema con esto —dijo, alzando la mirada hacia todos los ojos que lo observaban.</p> <p>—¿Y cuál es? —preguntó Ann a la vez que cruzaba los brazos.</p> <p>Usó el mismo tono de voz que habría usado de haber estado hablando con un muchacho inexperto, sin preparación e ignorante, recién traído al Palacio de los Profetas para ser adiestrado en el uso de su don.</p> <p>—Bueno, no hay nada a su alrededor —dijo él—. Está todo en blanco.</p> <p>Nathan se cubrió el rostro con una mano en tanto que Ann alzaba los brazos al cielo en un ademán de perpleja indignación.</p> <p>—¡Pues claro que no hay nada! Los textos han desaparecido. Es de eso de lo que acabamos de hablar. ¡Por eso esto es tan importante!</p> <p>—Pero sin conocer el contexto, no puedes decir en realidad que esto es importante, ¿puedes? Para comprender cualquier información uno necesita conocer el contexto.</p> <p>Contrariamente a la agitación de Ann y Nathan, Zedd sonrió para sí al ver que Richard había aprendido muy bien las lecciones que le había enseñado hacía mucho tiempo.</p> <p>Nathan levantó la vista.</p> <p>—¿Qué tiene eso que ver con esta profecía?</p> <p>—Bueno, por todo lo que sabemos, podría haber existido todo un texto atenuante justo antes de éste, o algo justo después que lo descartara. Al no estar el texto, ¿cómo vamos a saberlo? Esta profecía podría haber sido invalidada.</p> <p>—El muchacho no dice ninguna tontería —dijo Zedd, sonriendo.</p> <p>—No es un muchacho —gruñó Ann—. Es un hombre, y el lord Rahl, el líder del Imperio d'haraniano que él mismo reunió para combatir a la Orden Imperial, y se supone que tiene que liderar esas fuerzas. Las vidas de todos nosotros dependen de que lo haga.</p> <p>Mientras pasaba rápidamente hacia atrás las hojas del libro, Richard vio algo que no había visto la primera vez. Regresó a aquella página.</p> <p>—Aquí hay otra cosa que no ha desaparecido —dijo.</p> <p>—¿Qué? —preguntó Nathan con incredulidad mientras giraba el cuerpo para mirar—. No había nada más. Estoy seguro de ello.</p> <p>—Justo aquí —dijo Richard, golpeando con un dedo las palabras—. Pone: «Ahí vamos». ¿Qué podría significar? ¿Y por qué no ha desaparecido?</p> <p>—¿«Ahí vamos»? —El rostro de Nathan se crispó con una expresión de desconcierto—. Nunca antes lo había visto.</p> <p>Richard pasó más páginas hacia atrás.</p> <p>—Mira. Aquí vuelve a aparecer. La misma cosa. «Ahí vamos.»</p> <p>—Podría haberlo pasado por alto una vez, quizás —repuso Nathan—, pero de ningún modo podría haberlo pasado por alto una segunda vez. Debes estar equivocado.</p> <p>—No, mira —dijo Richard, girando el libro para mostrarlo al profeta. Fue pasando páginas del libro hacia atrás, todas en blanco hasta que llegó a una parte escrita.</p> <p>—Aquí vuelve a aparecer. Toda una página de la misma cosa escrita una y otra vez.</p> <p>Nathan se quedó boquiabierto. Nicci atisbó por encima del hombro de Richard. Zedd corrió a colocarse junto a él para ver lo que estaba escrito en el libro. Incluso las dos mord-sith fueron a echar una mirada.</p> <p>Richard llegó a una página que un momento antes había estado en blanco. Allí estaba la misma frase escrita una y otra vez, y otra vez más.</p> <p>Ahí vamos.</p> <p>—Observé cuando pasabas las hojas. —La voz sedosa de Nicci mostraba un claro trasfondo de desasosiego—. Sé que esa página estaba en blanco hace un instante.</p> <p>A Richard se le pusieron los brazos de carne de gallina. Los pelos del cogote se le erizaron.</p> <p>Alzó lo ojos y vio que algo oscuro se aglutinaba a partir de las oscuras sombras bajo el rayo de luz solar que entraba por la elevada ventana de la habitación.</p> <p>Demasiado tarde, recordó la advertencia de Shota de no leer profecías, que si lo hacía la bestia de sangre sería capaz de encontrarlo.</p> <p>Alargó la mano para coger su espada.</p> <p>Pero su espada no estaba allí.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 25</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Con un gemido que sonó como las almas condenadas de un millar de pecadores, ángulos, remolinos y haces de oscuridad que rodaban sobre sí mismos se materializaron surgiendo de la oscuridad.</p> <p>A la vez que las mesas del extremo opuesto de la habitación eran violentamente volcadas, la oscura maraña explosionó a través de ellas, lanzando por los aires astillas de todos los tamaños.</p> <p>Las mesas se hacían añicos sucesivamente a medida que la bestia nacida de un puñado de sombras cruzaba como una furia la estancia en dirección a Richard.</p> <p>El sonido de la madera que estallaba y se astillaba resonó en el aire polvoriento de la biblioteca.</p> <p>Cara y Rikka se colocaron ambas de un salto frente a Richard, cada una empuñando su agiel. Él sabía muy bien lo que sucedería en el caso de que toparan con la bestia. El solo pensamiento de que Cara resultase herida de aquel modo otra vez inflamó su cólera, y, antes de que pudiesen arremeter contra la oscura masa que se abría paso por la biblioteca, las agarró a ambas por las largas trenzas rubias y con un rugido colérico las arrojó hacia atrás.</p> <p>—¡No os interpongáis en su camino! —aulló a las mord-sith.</p> <p>Tanto Ann como Nathan alargaron los brazos en dirección a la cosa, liberando magia que hizo rielar la habitación con oleadas de calor. Richard sabía que comprimían el aire en un intento de rechazar el ataque; pero sus esfuerzos no tenían el menor efecto sobre el nudo de sombras que rodaba y se retorcía por la habitación. Todos retrocedieron, intentando mantener la distancia con la amenaza.</p> <p>Richard se agachó cuando una tabla larga pasó como una exhalación junto a su cabeza y chocó contra un poste. Una de las lámparas se partió, arrojando aceite llameante sobre las antiguas alfombras e incendiándolas. Columnas de humo gris se alzaron tras ellos mientras hacían frente a la bestia que atacaba a Richard.</p> <p>Zedd lanzó un rayo abrasador que atravesó justo el centro de la oscura masa como si ni siquiera estuviese allí, yendo a estrellarse contra los estantes de la pared opuesta. Libros y papel en llamas volaron por los aires. Nubes de polvo y humo hicieron su aparición a la vez que un ruidoso estallido inundaba la estancia.</p> <p>Gemidos y lamentos terribles, como los alaridos de los condenados a través de una puerta abierta a las profundidades del inframundo, surgían de la bestia mientras ésta avanzaba incontenible, abriéndose paso a través de los gruesos postes de caoba. Las lámparas giraban por el aire a medida que eran arrojadas a un lado, los reflectores de plata proyectaban una luz titilante por toda la habitación y creaban sombras que iban a cobijarse en la bestia a medida que ésta adquiría aún más densidad y oscuridad.</p> <p>La magia que Ann y Nathan conjuraban a toda prisa no era visible para Richard, pero daba la impresión de atravesar directamente la bestia, como si sólo estuviese hecha de lo que parecía ser, sombras todas ellas revueltas entre sí. Y, sin embargo, el nudo de oscuridad se abría paso violentamente a través de las sólidas mesas de madera y los postes, convirtiéndolos en astillas. Vigas que se retorcían rechinaron y chirriaron tablas bajo la tensión de otro poste partido. El borde de la galería se combó, luego descendió varios centímetros, antes quedar inclinado como un borracho. Estalló otro poste, superada su capacidad para doblarse por la embestida de la oscura amenaza, y el borde de la galería cayó varios centímetros más. El suelo inclinado hizo tambalear unas estanterías, que a continuación volcaron, haciendo caer una avalancha de libros a la habitación principal.</p> <p>En medio de toda la confusión, destrucción y ruido, mientras retrocedía por la habitación, sin perder de vista la amenaza que se aproximaba, a la vez que intentaba pensar cómo contrarrestarla, Richard descubrió que lo agarraban por el hombro. Con una fuerza sorprendente, Nicci lo metió por la puerta. Tom, que montaba guardia en el pasillo, agarró el otro brazo de Richard y ayudó a sacarlo de la biblioteca al tiempo que Cara y Rikka guardaban la retaguardia.</p> <p>En la habitación, la bestia siguió avanzando, destrozando cualquier cosa que encontraba en su camino mientras giraba hacia la puerta, hacia Richard.</p> <p>Ann, Nathan y Zedd reunieron fuerzas que Richard ni siquiera podía ver, pero sí percibir por el zumbido en el aire y las oleadas de sensaciones mareantes que agitaban su estómago. Sentía cómo la magia conjurada zarandeaba el aire.</p> <p>Nada de ello sirvió. Era como si estuviesen atacando sombras.</p> <p>Nicci giró de nuevo hacia la habitación y alzó un puño en dirección a la maraña de sombras que avanzaba desordenadamente hacia ella. La repentina explosión hizo que todos se estremecieran y agacharan mientras la hechicera liberaba un rayo de poder que era a la vez deslumbradoramente brillante y de una oscuridad gélida, todo ello entretejido en un estallido terrible. La descarga de poder atronador sacudió el Alcázar, haciendo temblar el suelo y levantando polvo de todas las grietas y esquinas. El enroscado filamento de destrucción explotó a través de la bestia, pulverizándose. Lluvias de chispas cayeron al tiempo que se hacían pedazos estanterías. Madera, escombros y cientos de libros junto con fajos de papeles salieron volando por los aires, dejando hojas aleteando a la deriva entre aquel caos. Pareció como si hubiesen soltado una ventisca de papel en la habitación.</p> <p>La ensordecedora descarga de poder de Nicci que zarandeó el Alcázar también se abrió paso a través de los muros de piedra igual que una llama a través de papel. Por los irregulares tajos abiertos en la sólida piedra, penetraron de improviso en la habitación jirones de luz solar de un azul apagado. El contraste de la cruda luz con la oscura habitación hizo aún más difícil ver la lóbrega colección de sombras a medida que se movía a través de la confusión de aquella destrucción.</p> <p>Todos se cubrieron los oídos cuando el terrible lamento que sonó igual que almas en pena, aumentó hasta tener un tono espeluznante, como si el poder que Nicci había lanzado sobre él hubiese descendido hasta alcanzar el inframundo.</p> <p>Si bien no pareció haber hecho gran cosa para detener a la enigmática bestia, sí que atrajo su atención. Nada más lo había hecho.</p> <p>Nicci salió corriendo por la puerta y empujó a Richard, obligándole a avanzar pasillo adelante. El era reacio a abandonar a Zedd ante tal amenaza, pero sabía que la cosa iba tras él, no tras su abuelo. Zedd estaría más seguro si Richard huía. De todos modos, no creía que correr fuese necesariamente la mejor solución.</p> <p>—Mantente fuera de su camino —dijo Richard a Tom—. Te haría trizas. Eso también va por vosotras dos —indicó a Cara y a Rikka mientras le conducían por el pasillo.</p> <p>—Lo comprendemos, lord Rahl —dijo Cara.</p> <p>—¿Cómo lo matamos? —preguntó Tom mientras corrían de lado por el pasillo, mirando con desconfianza en dirección a la biblioteca.</p> <p>—No podéis —respondió Nicci—. Ya está muerto.</p> <p>—Vaya, fantástico —masculló Tom mientras giraba otra vez para ayudar a Nicci, Cara y Rikka a asegurarse de que Richard seguía en movimiento.</p> <p>Richard no pensaba que necesitase ningún estímulo físico. Los lamentos de los muertos ya le exhortaban lo suficiente a correr.</p> <p>Destellos luminosos acompañados de furiosos alaridos surgieron de la puerta mientras los que seguían en la habitación pugnaban aún por destruir, o al menos contener, lo que no parecía otra cosa que un núcleo de sombras vivientes. Richard sabía que malgastaban el tiempo. Estaba hecho en parte de Magia de Resta y ellos no tenían armas contra aquello; la cosa ya les había demostrado aquella particularidad, pero probablemente intentaban distraerla para dar a Richard tiempo para escapar. Hasta el momento, aquella criatura no había demostrado ser susceptible a tales tácticas. Shota ya se lo había dicho.</p> <p>En una intersección, Richard tomó por el corredor revestido de madera de la derecha. El resto lo siguió. De trecho en trecho pasaban ante zonas abiertas con sillas, sofás y lámparas apagadas. Tales lugares debían de haber albergado en el pasado conversaciones animadas.</p> <p>Mientras giraban y corrían por un pasillo más amplio con paredes revocadas de color canela y suelos de roble dorado, una pared situada al frente estalló. Nubes de polvo y escombros fueron hacia ellos. Richard dio un patinazo sobre el pulido suelo de madera y cambió de dirección cuando el revoltijo de sombras emergió de la nube de polvo blanco. Anteriormente, habían sido los demás los que lo empujaban al frente, así que ahora, al dar media vuelta, él era quien iba detrás, mientras la bestia acortaba distancias.</p> <p>La oscura maraña daba la impresión de haber absorbido aún más sombras a lo largo de su camino: pequeñas sombras sesgadas, una amplia sombra frondosa, esquinas de un negro impenetrable, una oscura penumbra neblinosa. El modo en que las sombras se plegaban sobre sí mismas creaba negras figuras que se arremolinaban entre sí. Observarlo mareaba, incluso durante las breves ojeadas que él echaba mientras corría.</p> <p>Y con todo, era tan insustancial que cuando miraba por encima del hombro podía ver luz procedente de ventanas a través de la criatura. Aun así, mientras ellos doblaban esquinas a toda velocidad, la bestia se ensanchaba a veces y rozaba las paredes, y cuando lo hacía, arrancaba la madera, o el enlucido, o la piedra, con la misma facilidad que un toro atravesando zarzas.</p> <p>Richard no tenía ni idea de cómo combatir a un racimo de sombras desmenuzadas que podían abrirse paso a través de piedra maciza sin ni siquiera aminorar la velocidad.</p> <p>Recordó a los hombres de Víctor en el bosque, tan violentamente desgarrados en unos simples instantes, y se preguntó si era ésa la cosa que se había abierto paso a cuchilladas a través de ellos, si ése fue el destino al que se enfrentaron aquella mañana terrible.</p> <p>Dos magos y dos hechiceras habían intentado ahora detener a la bestia conjurada por Jagang sin ningún efecto. Y Nicci era más que una simple hechicera. Le habían enseñado el siniestro arte de cómo usar la Magia de Resta a cambio de oscuros juramentos en los que Richard temía pensar, y ni siquiera eso había detenido a la bestia.</p> <p>Nicci paró y giró hacia la negrezca colección de sombras que recorría a toda velocidad los pasillos recubiertos de paneles de roble tras ellos. Parecía como si tuviese intención de oponer resistencia. Cuando la alcanzó, Richard, sin aminorar la marcha, le plantó el hombro en la cintura y se la cargó al hombro como un saco de patatas mientras corría.</p> <p>Por todas partes los corredores se iluminaron con un cegador fogonazo de luz cuando Nicci —habiendo recuperado el aliento— lanzó magia tras ella al mismo tiempo que Richard la transportaba pasillo adelante. El suelo tembló, casi hizo caer a Richard. La oscuridad los atrapó y pasó veloz junto a ellos durante un instante pero Nicci liberó un poder espantoso contra la criatura que los perseguía, y por el lamento perturbador que resonó por los pasillos, Richard se dijo que el esfuerzo de la hechicera había servido de algo.</p> <p>La mujer le agarró la camisa con ambas manos a la vez que se revolvía.</p> <p>—¡Déjame en el suelo, Richard! ¡Deja que corra por mí misma! ¡No hago más que retrasarte y nos está alcanzando! ¡Deprisa!</p> <p>Inmediatamente, Richard la hizo girar en redondo de modo que estuviese mirando en la dirección correcta. Al depositarla en el suelo la sujetó por la cintura hasta estar seguro de que ella mantenía el equilibrio y podía correr a la misma velocidad que el resto de ellos.</p> <p>Con Nicci junto a él y Tom, Cara y Rikka justo delante, corrieron por los pasillos sin saber adónde iban. Pasaban al azar de giros a la derecha a giros a la izquierda, dejando atrás algunas intersecciones y tomando otras. Richard podía oír a la bestia abriéndose paso tras ellos. A veces los seguía por vestíbulos y corredores, a veces, cuando doblaban una esquina, perforaba las paredes, intentando acortar distancias, intentando alcanzarle. Piedra, mortero y madera parecían no afectar a la criatura, que se abría paso a través de cada uno con la misma facilidad. Richard sabía que una criatura conjurada por la Hermanas de las Tinieblas y ligada al inframundo dispondría de habilidades que ningún ser corriente poseería, así que no tenía ni idea que cuáles podrían ser sus límites.</p> <p>Mientras corría, chilló a las dos mord-sith y a Tom:</p> <p>—¡Vosotros tres seguid recto! ¡Intentad que la criatura os siga! Miraron atrás sin dejar de correr y asintieron a lo que ordenaba.</p> <p>—Esa cosa no los va a seguir —dijo Nicci con voz queda a la vez que se inclinaba hacia él en plena carrera.</p> <p>—Lo sé. Tengo una idea. Quédate conmigo… voy a tomar esas escaleras que hay ahí delante.</p> <p>Mientras los tres que iban delante pasaban a toda velocidad ante él, Richard rodeó con una mano la esfera de piedra negra situada encima del pilar de arranque del pasamanos de la escalera. Se dio impulso para girar a su alrededor y correr hacia la derecha. Nicci hizo lo mismo y ambos descendieron los peldaños a toda velocidad. La bestia dobló la esquina como una exhalación, pasando a través del pilar y haciendo que fragmentos de granito rebotaran en las paredes y que la esfera corriera, dando brincos, por el pasillo. Cara, Rikka y Tom, que ya habían dejado atrás las escaleras, frenaron con un patinazo sobre el suelo de pulido mármol. Siguieron a la bestia inmediatamente escaleras abajo.</p> <p>Richard y Nicci descendieron los escalones saltándolos de tres en tres o de cuatro en cuatro. Richard podía oír el aullido sobrenatural de la criatura justo tras él, y le parecía como si le tocase los cabellos del cogote… de tan cerca como estaba.</p> <p>Al final de la escalera, Richard fue a la derecha, siguiendo un pasadizo de piedra. La bestia se ensanchó, chocando contra una pared de pulido mármol color canela. El mármol se hizo añicos con un sonoro estallido pero la bestia siguió adelante. Richard descendió por el primer hueco de escalera que encontró, luego bajó el segundo tramo de escalones y también el tercero.</p> <p>El amplio corredor que partía en línea recta de la escalera estaba cubierto por alfombras a intervalos regulares, lo que hacía que les fuese más difícil mantener el equilibrio. Las paredes tenían un zócalo de madera debajo del enlucido. Soportes colocados a distancias uniformes por el pasillo sostenían lo que parecían esferas de cristal que se tornaban más brillantes a medida que Richard pasaba a la carrera. Corría tan deprisa como podía, Nicci junto a él, y las sombras seguían rodando al frente como la muerte misma, pisándoles los talones.</p> <p>Al llegar a una escalera de caracol de hierro, Richard saltó a mujeriegas sobre el pasamanos y se deslizó por él a una velocidad suicida, en un descenso en espiral, al interior de la oscuridad. Pegada a él, Nicci le pasó un brazo alrededor del cuello para mantener el equilibrio. Juntos descendieron vertiginosamente, ganando cierta distancia preciosa a su perseguidor.</p> <p>Al finalizar, el pasamanos los arrojó a un frío suelo. Ambos rodaron sobre las lisas baldosas verdes y resbalaron por ellas hasta detenerse por fin, tendidos cuan largos eran en el suelo. Richard se puso en pie a toda prisa y agarró una de las refulgentes esferas de un soporte.</p> <p>—Vamos, deprisa —dijo a Nicci.</p> <p>Cruzaron a la carrera habitaciones y pasillos interminables, tomando Richard la ruta más disparatada que podía en un esfuerzo por sacudirse de encima a su perseguidor. De vez en cuando, ganaban unos pasos preciosos. En otras ocasiones, en especial en los corredores, la criatura recuperaba distancia y, poco a poco, se aproximaba cada vez más. Algunas de las habitaciones eran acogedoras, revestidas con paneles de madera. La bestia parecía succionar las sombras directamente de las frías chimeneas a medida que pasaba junto a ellas. Las esferas que sostenían proyectaban un resplandor cálido a su alrededor. Las estanterías contenían tomos encuadernados en cuero y a su lado se veían sillones suntuosamente tapizados. Richard volcó por accidente un atril, pero mantuvo el equilibrio y siguió corriendo.</p> <p>Tras descender más tramos de escalera, algunos con rellanos y otros que no eran más que huecos estrechos que parecían no tener fondo, las estancias empezaron a resultar menos espléndidas. Algunos de los corredores tenían azulejos con curiosos dibujos por todas partes. Una de las salas era inmensa y estaba vacía, con gruesos pilares redondos de piedra dispuestos a distancias uniformes por toda ella. Las luces que llevaban no fueron suficientes para penetrar en las zonas más alejadas. De vez en cuando, los pasillos apenas eran otra cosa que huecos cincelados a través de roca maciza.</p> <p>Otras habitaciones y corredores estaban protegidos con escudos que Richard atravesó deliberadamente. No quería que Cara, Rikka y Tom se acercaran a la cosa que lo perseguía; no quería que corrieran el mismo destino que los hombres de Víctor. Sabía que Cara se enfurecería con él cuando viera que le cerraban el paso escudos mágicos, y esperaba poder vivir para oír su sermón.</p> <p>Emergieron de lo que pareció, al cruzarla, una habitación para almacenar material de construcción, con sacos de arpillera y piedras amontonadas a cada lado. Richard reconoció el material por la época que pasó en Altur'Rang cumpliendo trabajos forzados en el palacio del emperador Jagang. Ahora la bestia de Jagang lo perseguía.</p> <p>Al salir por el extremo opuesto de la habitación de almacenaje fueron a parar a un corredor largo con suelo de pizarra. Las lisas paredes de bloques de piedra se alzaban ininterrumpidamente hasta un techo que tenía que estar al menos a unos cuarenta metros por encima de sus cabezas. Allí abajo, en el fondo de aquel pasadizo de imponente altura, Richard se sintió como una hormiga.</p> <p>De inmediato, fue a la derecha. El retumbo de las botas de ambos resonó por todas partes a su alrededor mientras corrían con todas sus fuerzas. Richard no tardó en tener que ir un poco más despacio por Nicci. Ambos estaban cerca del final de su resistencia. El lamento de miles de almas muertas siguió avanzando al frente sin pausa, sin que pareciese fatigarse jamás.</p> <p>Mientras corría, Richard ni siquiera podía ver el final del alto pasadizo, que desaparecía en la distancia. El que fuese tan sólo un corredor de entre muchos le proporcionó una buena idea de lo vasto que era el Alcázar.</p> <p>Al llegar a un pasillo que cruzaba a la izquierda, Richard corrió por él una corta distancia, hasta que tropezaron con una escalera de hierro. Intentando recuperar el resuello, miró atrás y vio que la maraña de sombras doblaba la esquina. Tras empujar a Nicci por delante de él, bajaron la escalera a saltos.</p> <p>Al pie de ella encontraron una pequeña habitación cuadrada que era poco más que una intersección de pasillos que se abrían en tres direcciones, Richard extendió la refulgente esfera al frente, echando una rápida ojeada a cada pasillo. No consiguió ver nada en dos de ellos, pero en el de la derecha le pareció ver brillar algo tenuemente. Había estado abajo en el Alcázar con anterioridad y tropezado con lugares extraños y uno de aquellos lugares extraños era lo que necesitaba en aquellos momentos.</p> <p>Junto con Nicci recorrió el pasillo a toda velocidad. Tal y como había pensado, no era muy largo, justo lo bastante para conducirlos bajo el colosal corredor y luego un poco más allá, hasta ir a dar a unas paredes cubiertas de fragmentos de cristales de colores dispuestos en complicados diseños geométricos. La luz de las dos refulgentes esferas se reflejó en los pequeños pedazos de cristal para enviar a continuación por toda la habitación miles de reflejos de colores que centelleaban y rielaban. Sólo había otra abertura, más allá, en una pared del otro extremo.</p> <p>Richard se detuvo tambaleante. La extraña habitación centelleante le provocaba un hormigueo en la piel muy parecido a como si lo rozaran telarañas. Nicci giró la cabeza, pasándose la mano por la cara como para quitarse algo. Richard sabía que tal sensación era parte de una advertencia más amplia para que se mantuvieran alejados.</p> <p>A cada lado de la lejana abertura había pilares pequeños hechos de piedra pulida con motas de oro que sostenían en alto un entablamiento.</p> <p>El pasadizo al otro lado de los pilares, no mucho más alto que Richard, se veía cuadrado y hecho de simples bloques de piedra que desaparecían en la oscuridad. Parecía una entrada muy elaborada e imponente para un pasillo tan sencillo.</p> <p>Richard esperó estar en lo cierto respecto al motivo.</p> <p>Al acercarse a la abertura, la zona situada ante los pilares empezó a despedir un tenue resplandor rojizo y el aire mismo empezó a zumbar de un modo muy perturbador.</p> <p>Nicci, con los cabellos de la cabeza erizándose como si estuviese a punto de ser alcanzada por un rayo, le agarró el brazo a Richard, tirando de él hacia atrás.</p> <p>—Eso es un escudo.</p> <p>—Lo sé —le dijo él a la vez que la arrastraba asida a su brazo.</p> <p>—Richard, no puedes. Esto no es simplemente un escudo corriente. No es sólo de Suma. Está entretejido con Magia de Resta. Tales escudos son mortales, en especial éste.</p> <p>Él miró atrás, por donde habían venido, y vio a la imprecisa bestia avanzando por el pasadizo hacia ellos.</p> <p>—He cruzado lugares como éste antes.</p> <p>Esperó que aquel escudo en particular fuera como los que había cruzado. Si era más poderoso o más restrictivo que lo que había cruzado anteriormente, entonces iba a encontrarse en serios problemas.</p> <p>El único modo de salir de la habitación en que estaban era volver por el pasadizo por donde venía la bestia, o ir hacia delante, a través del escudo.</p> <p>—Vamos, rápido.</p> <p>El pecho de Nicci subía y bajaba espasmódicamente mientras ésta luchaba por recuperar el resuello.</p> <p>—Richard, no podemos pasar por ahí. Ese escudo nos arrancará la carne de los huesos.</p> <p>—Te lo he dicho, he hecho esto antes. Tú puedes dominar la Magia de Resta, así que tú también puedes hacerlo. —Empezó a correr—. Además, si no lo hacemos, estamos muertos de todos modos. Es nuestra única posibilidad.</p> <p>Con un gruñido, la hechicera corrió con él entre la lluvia de centelleantes reflejos de los mosaicos de cristal que cubrían las paredes de la habitación.</p> <p>—Será mejor que tengas razón.</p> <p>Él le agarró la mano y la sujetó con fuerza, sólo por si era necesario haber nacido con el lado de Resta. Nicci no había nacido con él, sino que había adquirido la capacidad de usarlo. Él no sabía gran cosa sobre magia pero, por lo que había aprendido, existía un gran abismo entre nacer con él y simplemente ser capaz de usarlo. Había ayudado a otros, sin el don, a cruzar escudos en ocasiones anteriores, así que, entre las habilidades de la hechicera y el que él la sujetara, supuso que podría hacerla pasar; siempre que él mismo consiguiera cruzar.</p> <p>El aire que los rodeaba se tornó como una niebla carmesí. Sin detenerse, Richard cargó como una exhalación a través de la entrada, arrastrando a Nicci con él.</p> <p>La repentina avalancha de presión pareció como si fuese a aplastarlos. Nicci lanzó un jadeo.</p> <p>Richard tuvo que obligarse a luchar contra aquella presión para poder avanzar. El calor le abrasaba la carne; fue tan intenso que por un instante pensó que había cometido un tremendo error, que Nicci había tenido razón, y que el escudo les consumiría la carne de los huesos.</p> <p>Al tiempo que se estremecía ante la inesperada sensación abrasadora, el impulso lo condujo al otro lado. No sin cierta sorpresa, advirtió que no sólo estaba vivo y en absoluto lastimado, sino que el pasillo no era ni por asomo lo que parecía desde el otro lado. Cuando había mirado por la abertura antes, parecía un simple pasillo de bloques de piedra, pero una vez franqueados los pilares, era de piedra pulida que parecía titilar con una ondulante superficie plateada que le daba un aspecto tridimensional.</p> <p>Una ojeada atrás mostró a la maraña de sombras yendo como una centella hacia la entrada a la abertura. Sujetando aún la mano de Nicci, Richard hizo que ambos retrocedieran más al interior del centelleante corredor.</p> <p>Estaba demasiado cansado para seguir corriendo.</p> <p>—Aquí vivimos o morimos —dijo a la hechicera mientras luchaba por recuperar el aliento.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 26</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">La sombra golpeó la abertura con un ruido sordo que resonó de tal modo que Richard pensó que el pasillo en el que estaban volaría por los aires. Lo que había sido en cierto modo una figura oscura y cohesiva estalló igual que cristal contra granito, rompiéndose en miles de fragmentos oscuros. Gemidos desgarradores de espantoso suplicio resonaron por el pasadizo con terrible y angustiosa irrevocabilidad al tiempo que llameaba luz con un cegador fogonazo rojo. En la abertura protegida por el escudo, fragmentos negros de sombras rodaron hacia atrás por la habitación de los reflejos centelleantes de los mosaicos de cristal. Con lo que parecía el equivalente a todo un año de lluvias de meteoritos comprimidas en un único instante, los imprecisos fragmentos estallaron en brillantes llamaradas que volaron en todas direcciones mientras su fulgor se iba apagando hasta no quedar nada de ellos.</p> <p>Todo quedó repentinamente silencioso, salvo por la respiración fatigosa de Richard y Nicci.</p> <p>La bestia se había marchado. Al menos por el momento.</p> <p>Richard soltó la mano de Nicci y ambos se dejaron caer pesadamente al suelo y recostaron la espalda contra la iridiscente pared plateada mientras jadeaban, agotados.</p> <p>—Buscabas uno de esos escudos, ¿verdad? —preguntó Nicci a la vez que pugnaba por recuperar suficiente resuello para hablar.</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—Nada de lo que Zedd, Nathan o Ann conjuraron sirvió para detener a la bestia. Lo que tú hiciste al menos pareció haber tenido un efecto, aunque fuese pequeño. Eso me hizo pensar que debía de haber algo que pudiese ser capaz de contrarrestarla, quizá no en su totalidad, pero al menos en la forma en que se presentó esta vez.</p> <p>»Sabía que los magos de la época en que se construyó este lugar necesitaban detener a cualquier cosa que no perteneciera aquí; y la bestia, después de todo, era algo que procedía de esos tiempos remotos, algo que Jagang había hallado descrito en viejos libros. Así que calculé que los que crearon los escudos aquí debían haber tenido que tomar en cuenta tales eventualidades.</p> <p>»Puesto que están hechos para detener tales amenazas, hace falta, al menos, un elemento de Magia de Resta para cruzar los escudos. Pero puesto que el enemigo debería de haber poseído poderes de Resta a su vez, creo que los escudos también deben descifrar de algún modo la naturaleza de quien intenta cruzarlos, a lo mejor interpretando de ese modo el nivel potencial de amenaza. Incluso podría ser que, mientras nos perseguía por el Alcázar y seguíamos adelante a través de los escudos, éstos reunieran información sobre la naturaleza de la bestia. Cuando alcanzamos estos escudos superiores, finalmente la habían considerado una amenaza y la detuvieron.</p> <p>Nicci consideró lo que había dicho mientras se apartaba sudorosos mechones de pelo rubio del rostro.</p> <p>—Nadie sabe en realidad gran cosa sobre los que tenían el don en aquellos tiempos, pero tiene sentido que a una amenaza tan antigua pudieran vencerla defensas antiguas. —Frunció el entrecejo como si se le acabara de ocurrir una idea—. A lo mejor tales escudos serían un modo de protegerte si reaparece.</p> <p>—Claro —respondió él—, si quiero vivir aquí abajo como un topo.</p> <p>La hechicera miró a su alrededor.</p> <p>—¿Alguna idea de dónde estamos?</p> <p>—No —dijo él, soltando un suspiro agotado—, pero imagino que será mejor que intentemos averiguarlo.</p> <p>Se levantaron penosamente y recorrieron el resto del trecho que quedaba del corto pasadizo. Al final salieron a una habitación sencilla construida con bloques de piedra cubiertos en el pasado con un revoque que ahora se desmenuzaba. La habitación no tenía más de quince pasos de largo y no era ni con mucho tan ancha, con libros en estanterías a lo largo de casi toda la pared de la izquierda.</p> <p>Si bien contenía algunos libros, no era una biblioteca como otras que él había visto en la fortaleza. Por una parte, era demasiado pequeña, y, por otra, no se veía en absoluto elegante, sino más bien austera. En el mejor de los casos se podía denominar funcional. Además de los estantes, la habitación era sólo lo bastante amplia para contener una mesa en el otro extremo, junto a un pasillo que llevaba afuera. Sobre la mesa había una vela gruesa y un taburete de madera. El pasadizo del otro extremo se parecía mucho a aquel por el que habían entrado.</p> <p>Cuando Richard echó un vistazo, vio que tenía las mismas paredes de piedra de reluciente color plateado, y otro escudo que parecía exactamente igual al que habían cruzado en el otro extremo de la habitación. Así pues, a diferencia de varios lugares en el Alcázar que tenían escudos, no había modo de dar la vuelta y penetrar en la habitación por otra ruta que no tuviese tan poderosos escudos. O se cruzaba uno de los dos escudos o no se podía entrar.</p> <p>—Con todo el polvo que hay aquí —dijo Nicci—, no parece que haya limpiado nadie desde hace miles de años.</p> <p>Tenía razón. En la habitación no había otro color que el gris del polvo que lo recubría todo. Los cabellos del cogote de Richard se erizaron cuando comprendió plenamente el motivo.</p> <p>—Eso es porque nadie ha estado aquí en miles de años.</p> <p>—¿De veras?</p> <p>Él indicó con un ademán el pasillo del otro extremo.</p> <p>—Los únicos dos modos de acceder aquí están protegido con escudos que requieren Magia de Resta para cruzar. Ni siquiera Zedd, el Primer Mago en persona, ha estado jamás aquí dentro. No puede cruzar escudos de Magia de Resta.</p> <p>Nicci se sacudió las manos.</p> <p>—En especial estos escudos. He lidiado con escudos la mayor parte de mi vida, pero por lo que sentí con éstos, son letales. Sospecho que sin tu ayuda incluso yo podría haber tenido alguna dificultad para cruzarlos la primera vez.</p> <p>Richard ladeó la cabeza para poder leer mejor los títulos mientras inspeccionaba los libros de los estantes. Algunos no tenían títulos en los lomos. Otros estaban en idiomas que no sabía leer. Algunos parecían diarios. Varios, no obstante, resultaban curiosos. Un libro pequeño, <i>Gegendrauss</i>, en d'haraniano culto significaba <i>Contramedidas</i>. Sacó otro que estaba junto a él, de un tamaño similar, titulado <i>Teoría destinataria</i>. Al soplar la gruesa capa de polvo, reparó entonces en que debía de haberle llamado la atención porque «destinataria» le recordaba a Destino, las cajas del Destino, y se preguntó si existía alguna conexión.</p> <p>—Richard, mira esto —lo llamó Nicci desde el pasadizo del otro extremo.</p> <p>Richard arrojó el libro sobre la mesa mientras se dirigía al interior del pasadizo, en dirección al escudo.</p> <p>—¿Qué sucede?</p> <p>—No lo sé.</p> <p>La voz reverberó y entonces vio el resplandor carmesí intensificarse y finalmente apagarse.</p> <p>Comprendió que la hechicera debía haber pasado al otro lado del escudo. Alarmado al principio, Richard se sintió tremendamente aliviado de que no hubiese habido resultados horrorosos. Nicci era una hechicera experimentada. Sospechó que, tras haber pasado por el último escudo, debía haber sabido qué peligros buscar para que le dijeran si podría pasar éste también. Razonó que tal vez el primer escudo, cuando él la había ayudado a cruzarlo, se había armonizado con ella, permitiéndole cruzar otros escudos como él.</p> <p>Avanzando laboriosamente a través del plano de presión y el calor brevemente abrasador, penetró en una habitación pequeña situada al otro lado con mosaicos de cristal, como la anterior. Ambas habitaciones tenían que ser una especie de acceso colocado antes de llegar al escudo para enviar una advertencia a cualquiera que se acercase, o a lo mejor eran una ayuda a los escudos mismos. Nicci estaba justo al otro lado, ante una puerta de hierro abierta, de espaldas a él y con la espesa cascada de cabellos rubios cayéndole alrededor de los hombros.</p> <p>Al llegar a la barandilla de la plataforma junto a ella, Richard miró al interior de una habitación redonda de al menos treinta metros de ancho. Ascendían escaleras de caracol alrededor de la parte interior de la curva pared exterior. Era una torre, y ésta se alzaba por encima de ellos más de sesenta metros. A intervalos irregulares, pequeños descansillos como en el que estaban ellos interrumpían los peldaños allí donde había una entrada. En el sombrío espacio de lo alto, haces de luz perforaban la oscuridad.</p> <p>El lugar olía a podredumbre. En el fondo de la torre, no demasiado por debajo del descansillo en el que estaban, vio una pasarela con una barandilla de hierro que rodeaba el interior de la pared de la torre. La lluvia que podía penetrar por las aberturas de lo alto, junto con filtraciones de la misma montaña, se acumulaban abajo. Pululaban insectos por encima de la negra agua estancada y otros se deslizaban a saltitos por su superficie.</p> <p>—Conozco este lugar —dijo Richard mientras atisbaba a su alrededor, orientándose.</p> <p>—¿Lo conoces?</p> <p>—Sí, vamos —respondió él, empezando a bajar la escalera.</p> <p>Una vez en el fondo, siguió la barandilla de hierro hasta una amplia plataforma donde había habido una puerta en el pasado. Habían hecho volar la entrada por los aires y la abertura era en la actualidad tal vez el doble de su tamaño anterior. Los bordes irregulares de la piedra rota estaban ennegrecidos aquí y allá. En otros lugares la piedra había sido fundida como si fuese cera. Vetas retorcidas en la superficie de la piedra discurrían en todas direcciones alejándose del agujero abierto por la explosión, marcando el lugar donde una especie de rayo había golpeado la pared y la había quemado.</p> <p>Nicci lo contempló atónita.</p> <p>—¿Qué diantres sucedió aquí?</p> <p>—Esta habitación estuvo sellada en una ocasión, junto con el Viejo Mundo. Cuando destruí la barrera que impedía pasar al Viejo Mundo, este sello estalló también.</p> <p>—¿Por qué? ¿Qué hay aquí dentro?</p> <p>—El pozo de la sliph.</p> <p>—¿La cosa sobre la que me hablaste que las gentes de tiempos remotos usaban para recorrer grandes distancias? ¿La cosa en la que tú has viajado?</p> <p>—Así es —dijo él, a la vez que cruzaba la irregular abertura que en una ocasión había sido una puerta.</p> <p>La habitación del interior era redonda, de unos dieciocho metros de ancho, las paredes estaban también chamuscadas en líneas irregulares, como si un rayo se hubiese vuelto loco en el lugar. Un murete circular de piedra que llegaba aproximadamente a la altura de la cintura, formando lo que parecía un pozo enorme, ocupaba el centro de la habitación.</p> <p>El techo abovedado era casi tan alto como ancha era la habitación. No había ventanas ni otras puertas. Sí había una mesa y unos cuantos estantes. Era allí donde Richard había hallado los restos del mago que en épocas remotas había quedado encerrado herméticamente en la habitación, cuando se había dado vida a las barreras que habían puesto fin a la gran guerra. Atrapado de aquel modo, el hombre había muerto en la habitación sellada, y había dejado un diario que la mord-sith Berdine tenía en la actualidad. En el pasado, a medida que Richard y Berdine lo habían traducido, aquel diario había revelado información valiosa.</p> <p>Debido a la importancia de la información que habían obtenido del diario, habían llamado al hombre que lo escribió <i>Koloblicin</i>, una palabra en d'haraniano culto que significaba «consejero poderoso». Berdine y Richard habían acabado por referirse al misterioso mago simplemente como Kolo.</p> <p>Nicci sostuvo su esfera refulgente por encima del borde y atisbó pozo abajo. Las lisas paredes descendían en apariencia eternamente, desvaneciéndose en tinieblas.</p> <p>—¿Y tú dices que dormiste a la sliph?</p> <p>—Sí, con ésto —Richard golpeó las muñequeras de plata acolchadas con cuero que llevaba una contra la otra—. Me contó que cuando «duerme», como ella lo expresó, se va con su alma. Dice que dormir es el éxtasis para ella.</p> <p>—¿Y puedes llamarla de vuelta del mismo modo? ¿Usando esas muñequeras?</p> <p>—Bueno, sí, pero, igual que para dormirla, necesitaría usar mi don para hacerlo. No estoy ansioso por hacerlo otra vez. En especial no me gustaría estar dentro de esta habitación, con tan sólo una puerta, llamando a la sliph, al tiempo que la bestia de sangre acudía.</p> <p>Nicci asintió.</p> <p>—¿Crees que la bestia podría seguirte a través de la sliph?</p> <p>Richard lo meditó un momento.</p> <p>—No puedo decirlo con seguridad, pero imagino que es posible. Pero incluso si no pudiese, todavía se las arreglaría para aparecer dondequiera que yo esté, así que no estoy seguro de que tuviese que molestarse siquiera en usar la sliph. Por lo que he aprendido de su naturaleza de ti y de Shota, así como por experiencia, sospecho que la bestia es capaz de viajar por el inframundo.</p> <p>—¿Y otras personas? —preguntó Nicci—. ¿Puede alguna de ellas usar esto?</p> <p>—Para viajar en la slip necesitas tener al menos algún elemento de ambos lados del don. Eso lo convirtió en un problema en la gran guerra y por eso tenían a un mago siempre de guardia en esta habitación, y fue el motivo de que al final tuvieran que sellarla… para que el enemigo no pudiese penetrar directamente en el corazón del Alcázar.</p> <p>»Ahora, debido al requisito de que exista un elemento de ambos lados de la magia, son pocos lo que pueden usar la sliph. Cara ha capturado a personas con el don que poseen Magia de Suma, y capturó a un hombre que Kahlan dijo no era totalmente humano y que por casualidad poseía un elemento de Magia de Resta. Fue suficiente para que Cara pueda viajar en la sliph. El poder de una Confesora es antiguo y posee un elemento de Resta en él, así que Kahlan puede viajar en la sliph. Ésas son las únicas personas que conozco que podrían viajar en la sliph; aparte de Hermanas de las Tinieblas. Una de mis antiguas maestras, Merissa, pasó a través de la sliph yendo tras de mí. Tú podrías viajar en la sliph también.</p> <p>»Con todo, sigue siendo un peligro si se la despierta porque Jagang podría, en teoría, enviar a cualquiera de sus Hermanas de las Tinieblas a través de ella.</p> <p>—¿Qué sucede si no tienes al menos un elemento de ambos lados? —preguntó Nicci—. ¿Si, por ejemplo, alguien como Zedd, una persona con el don que tuviese sólo Magia de Suma, intentase viajar?</p> <p>Richard alargó la mano a un lado para posarla en el puño de su espada, pero su espada no estaba allí. Le enfermaba esperar que estuviese allí y entonces darse cuenta de que la había entregado a Shota; a Samuel en realidad. Apartó la constante preocupación de su mente.</p> <p>—Bueno, el viaje te lleva a grandes distancias, pero de todos modos requiere algo de tiempo, no es un procedimiento instantáneo. Creo que el tiempo varía según la distancia, pero sé que hacen falta varias horas, al menos. La sliph tiene un aspecto parecido a azogue viviente. Para permanecer vivo en su interior mientras te lleva al lugar al que deseas viajar, debes respirar a la sliph, aspirar ese líquido plateado. Respiras la sliph, ese líquido, y ello te mantiene vivo de algún modo. Si no posees un elemento de ambos lados, no funciona y mueres. Es así de sencillo.</p> <p>Por un fugaz instante, Richard consideró despertar a la sliph para preguntarle si recordaba a Kahlan, pero los antiguos magos, hombres de habilidad prodigiosa, habían creado a la sliph a partir de una prostituta muy exclusiva y con un precio muy elevado, que había quedado atrapada en intrigas políticas que habían acabado costándole la vida. La naturaleza de la mujer resultaba todavía evidente en parte en la sliph. Ella jamás revelaba la identidad de uno de sus «clientes».</p> <p>—Será mejor que volvamos ahí arriba y hagamos saber a Zedd que estamos bien. —Los pensamientos de Richard regresaron a los problemas inmediatos—. Probablemente, Cara debe de estar fuera de sí.</p> <p>—Richard —dijo Nicci en voz baja al empezar a alejarse él. Él se giró hacia ella y la encontró observándole con atención.</p> <p>—¿Sí?</p> <p>—¿Qué vas a hacer con Ann y Nathan?</p> <p>Él se encogió de hombros.</p> <p>—Nada. ¿Qué quieres decir?</p> <p>—Quiero decir, ¿qué vas a hacer sobre las cosas que tenían que decir? ¿Qué vas a hacer respecto a la guerra? Ha llegado el momento, y creo que lo sabes. No puedes marcharte a perseguir tu sueño mientras el resto del mundo se enfrenta al fin de todo lo bueno; al fin de todas sus esperanzas y sueños.</p> <p>La miró fijamente por un momento, y ella no retrocedió ante su mirada.</p> <p>—Tal y como dijiste, aquel cuerpo de ahí abajo no demostró nada.</p> <p>—No, pero sí demuestra una cosa: que estabas equivocado sobre lo que hallaríamos allí. Desenterrar la tumba no consiguió demostrar lo que pensabas… Eso nos lleva a preguntarnos ¿por qué? ¿Por qué fue distinto de lo que dijiste que sería? La única respuesta posible que se me ocurre es que alguien lo puso allí con la idea de que lo encontraras. Pero ¿por qué?</p> <p>»Ha transcurrido algún tiempo desde aquella noche abajo, en la tumba. Desde entonces no has conseguido nada. A lo mejor es hora de que pienses en la visión más amplia del problema. Y en la visión más amplia, esa profecía deja muy claro lo que está en juego. Comprendo el valor de una vida que amas… incluso en el caso de que ella fuese real… pero hasta cierto punto ¿no crees que tienes que sopesar esa única vida frente a las vidas de todos los demás?</p> <p>Richard se alejó un poco, paseando lentamente mientras arrastraba los dedos por la parte superior del muro de piedra que rodeaba la sliph. La última vez que había viajado en la sliph había llevado a Kahlan a ver a la gente barro para que pudiesen casarse.</p> <p>—Tengo que encontrarla. —Miró atrás a Nicci—. No soy el instrumento de la profecía.</p> <p>—¿Adónde irás? ¿Qué puedes hacer a continuación? Has ido a ver a Shota, y viniste aquí a ver a Zedd. Nadie sabe nada sobre Kahlan, o Cadena de Fuego, o el resto de todo ello. Has agotado todas tus ideas, todas tus opciones. Si no es ahora, entonces ¿cuándo es el momento de enfrentarse por fin a la realidad?</p> <p>Richard se frotó la frente. No obstante lo mucho que no deseaba admitirlo, temía que Nicci tenía razón. ¿Qué iba a hacer? No se le ocurría ningún otro sitio al que ir, ninguna otra cosa que hacer. Al menos, nada específico, en aquel momento, por lo menos. No podía imaginar qué bien le haría deambular por ahí sin un plan, sin ninguna idea de dónde buscar a Kahlan.</p> <p>En la habitación reinaba un silencio sepulcral. El pozo de la sliph estaba vacío, la sliph estaba fuera, en alguna parte, con su alma. Se preguntó si Kahlan seguía viva, y tragó saliva al experimentar uno de aquellos breves pero aterradores momentos en que se preguntaba si alguna vez había existido. Estaba tan cansado de las siempre crecientes dudas, no tan sólo sobre Kahlan, sino sobre sí mismo…</p> <p>Al mismo tiempo, estaba siendo aplastado bajo el peso de su sentimiento de culpa al no responder a la llamada para liderar al pueblo de D'Hara contra la terrible amenaza a su libertad. Pensaba a menudo en todas las innumerables buenas gentes que ni siquiera conocía que también tenían a seres amados bajo una amenaza mortal debido al ataque inminente de la Orden Imperial. ¿Podía abandonarlos a todos ellos para ir de un lado a otro, en una eterna búsqueda de Kahlan?</p> <p>Nicci se acercó más.</p> <p>—Richard —dijo con voz queda, sedosa y comprensiva—, sé que es duro decir que se ha acabado… y darse cuenta de que tienes que seguir adelante.</p> <p>Richard fue el primero en desviar la mirada.</p> <p>—No puedo hacer eso, Nicci. Comprendo que no puedo explicárselo a nadie de un modo satisfactorio, pero simplemente no puedo hacer eso. Quiero decir, si ella hubiese enfermado y muerto, entonces estaría deshecho. Sin embargo, sé que al final tendría que ocuparme de las tareas relacionadas con la vida. Pero esto es diferente. Es casi como si supiera que ella está en algún río oscuro en alguna parte, pidiendo ayuda, y yo soy el único que puede oírla, que sabe que corre un terrible peligro de ahogarse.</p> <p>—Richard…</p> <p>—¿Realmente crees que no me importan todos los inocentes que se hallan bajo la amenaza de esa hueste que se acerca para masacrarlas y esclavizarlas? Sí que me importan. No puedo dormir por esa preocupación. ¿Puedes imaginar siquiera el dilema en el que me hallo?</p> <p>» ¿Cómo te sentirías si tuvieses que elegir entre alguien a quien amas y hacer lo que todos los demás dicen que es lo correcto?</p> <p>»Despierto bañado en un sudor frío en plena noche no tan sólo viendo el rostro de Kahlan, sino los rostros de personas que jamás tendrán una posibilidad de vivir si no se detiene a Jagang. Cuando la gente me dice el modo en que todas esas personas dependen de mí, se me parte el corazón; a la vez porque quiero ayudarles, y porque ellas piensan que me necesitan, porque piensan que yo, un hombre solo, puedo marcar la diferencia en una guerra que involucra a millones de personas. ¿Cómo se atreven a descargar una responsabilidad tal sobre mí?</p> <p>Ella se acercó más, posó una mano en su brazo, y lo frotó en un gesto tranquilizador.</p> <p>—Richard, sabes que no querría que hicieses nada que pensases que estaba mal. Ni siquiera cuando pensabas que ella estaba muerta basándote en lo que yo sabía que no eran pruebas fehacientes, incluso a pesar de que yo creo en esas pruebas.</p> <p>—Lo sé.</p> <p>—Pero desde esa noche en que excavaste la tumba, mientras tú has estado deambulando por ahí pensando en lo que puedes hacer, también yo he estado pensando mucho.</p> <p>Richard retiró con un veloz ademán pequeños fragmentos de piedra de la parte superior del pozo, no queriendo tener que alzar los ojos para mirar a la hechicera.</p> <p>—¿Y qué se te ha ocurrido?</p> <p>—Entre otras cosas, mientras te observaba pasear por las murallas, una idea inquietante me pasó por la cabeza. No he dicho nada al respecto aún en parte porque no tengo la seguridad de que pudiese ser la respuesta a lo que te está sucediendo, y en parte porque si lo es, entonces representaría un problema mayor que cualquier ilusión falsa provocada por tu herida. No sé si es realmente la respuesta, pero temo que podría muy bien serlo. Principalmente, no obstante, no he dicho nada porque la prueba ha desaparecido, así que no tengo modo de demostrarlo, pero creo que ha llegado el momento de sacar el tema.</p> <p>—¿Prueba? —preguntó Richard—. ¿Has dicho que la prueba ha desaparecido?</p> <p>Nicci asintió.</p> <p>—La flecha que te dispararon. Temo que todo esto pudiese haberlo causado esa flecha, pero de un modo distinto y mucho más inquietante de lo que podíamos imaginar.</p> <p>Richard se sintió desconcertado por la expresión solemne de la hechicera.</p> <p>—¿A qué te refieres?</p> <p>—¿Viste quién disparó la flecha que te hirió? ¿Quién sostenía la ballesta?</p> <p>Richard inspiró profundamente a la vez que clavaba la vista a lo lejos, mientras pasaban por su mente fragmentos borrosos de imágenes de esa mañana. Acababa de despertarse tras oír el aullido de un lobo. Imprecisas ramas de árboles habían parecido agitarse en la oscuridad. Luego habían aparecido soldados por todas partes y había tenido que rechazar a los hombres que se abalanzaban sobre él desde todos lados. Recordaba con toda nitidez la sensación de empuñar la <i>Espada de la Verdad</i>, de percibir la empuñadura envuelta en malla de plata en la mano, del poder del arma hirviendo a través de él.</p> <p>Recordó ver hombres atrás, en los árboles, disparándole flechas. La mayoría tenía arcos, pero había algunos con ballestas. Eso era típico en una patrulla como aquélla de las tropas de la Orden Imperial.</p> <p>—No, no puedo decir que recuerde haber visto a quien disparó la saeta que me alcanzó. ¿Por qué? ¿Qué se te ha ocurrido?</p> <p>Nicci le estudió los ojos durante lo que pareció una eternidad. Los ojos sin edad de la hechicera le recordaban a veces a otras que poseían magia; Ann, la antigua Prelada; Verna, la nueva Prelada; Adie; Shota; y… Kahlan.</p> <p>—Las púas de aquella flecha impedían que se pudiese sacar de ti de un modo normal, a tiempo para salvarte la vida. Yo tenía una prisa apremiante. En ningún momento pensé en comprobar la flecha antes de usar Magia de Resta para hacerla desaparecer.</p> <p>A Richard no le gustó la dirección que tomaban las explicaciones de la hechicera.</p> <p>—¿Comprobarla en busca de qué?</p> <p>—Un hechizo. Un hechizo diabólicamente simple que sería profundamente destructivo.</p> <p>Richard estaba ya seguro de que no le gustaba su idea, a pesar de que aún no la había oído.</p> <p>—¿Qué clase de hechizo?</p> <p>—Un hechizo de seducción.</p> <p>—¿De seducción? —Richard frunció el entrecejo—. ¿Cómo funcionaría eso?</p> <p>—Bueno, piensa en ello como en un filtro de amor.</p> <p>Richard la miró fijamente, sorprendido.</p> <p>—¿Un filtro de amor?</p> <p>—Sí, hasta cierto punto. —Golpeó ligeramente los dedos entre sí mientras reflexionaba sobre el mejor modo de explicarlo—. Un hechizo de seducción provocaría que tuvieses una visión mental de una mujer, una mujer real sería el objeto normal del hechizo, pero a medida que pensaba en ello comprendí que funcionaría igual de bien en el caso de una mujer imaginaria. De cualquier modo, haría que te enamorases de ella. Pero incluso ése es un modo bastante endeble de describir un hechizo tan poderoso. Bajo un hechizo de seducción esa mujer se convertiría en una obsesión, y tal obsesión conllevaría la exclusión de casi cualquier otra cosa.</p> <p>»Un hechizo de seducción es una especie de secreto oscuro entre hechiceras, que por lo general enseña una madre con el don. Un hechizo así se usa para conseguir que una persona fije la atención en el objeto del hechizo, por lo general un individuo real; la hechicera misma, en la mayoría de los casos. Como he dicho, es una especie de hechizo de amor.</p> <p>»Algunas mujeres con el don no podían resistir la tentación de usarlo con hombres. El hechizo es tan eficaz que en el Palacio de los Profetas era un asunto muy serio el que una de las Hermanas estuviese siquiera bajo la sospecha de emplearlo. Ser atrapada usando un hechizo de seducción era un delito grave, el equivalente moral a la violación. El castigo era severo. Como mínimo, a la hechicera se la desterraba, pero también se la podía colgar. Ha habido hermanas declaradas culpables de tal delito.</p> <p>»Por lo que recuerdo, la última que pillaron a una en el palacio fue hace más de cincuenta años. Era una novicia, Valdora. El tribunal estaba dividido entre colgarla o desterrarla. La Prelada rompió el empate e hizo que desterraran a la joven novicia.</p> <p>»No me extrañaría que las Hermanas de Jagang supiesen invocar un hechizo de seducción. No habría sido muy difícil para una de ellas agregarlo a aquella flecha, o a varias flechas esa mañana. Si la flecha no te mataba, te hechizaría.</p> <p>—Esto no es ningún hechizo —replicó Richard, su tono de voz ensombreciéndose.</p> <p>Nicci hizo caso omiso no sólo del tono, también del desmentido.</p> <p>—Explicaría muchas cosas. Un hechizo de seducción doblega la mente de la víctima, sus pensamientos, en torno al objeto de la obsesión.</p> <p>Richard volvió a pasar los dedos hacia atrás por sus cabellos, intentando no enojarse con Nicci.</p> <p>—¿Qué propósito tendría hacer tal cosa? Jagang quiere matarme. El hechizo del que hablas carece de sentido.</p> <p>—¡Oh, pero sí que tiene todo el sentido del mundo! Lograría mucho más que simplemente matarte, Richard. ¿No lo ves? Destruiría tu credibilidad. Te dejaría con vida para que destruyeses tu causa tú mismo.</p> <p>—¿Yo mismo? ¿Qué quieres decir?</p> <p>—Haría que te obsesionases con una mujer hasta el punto de excluir de tu pensamiento cualquier otra cosa. Y haría que la gente pensase que te pasaba algo, que pensase que estabas loco.</p> <p>»Haría que la gente empezara a dudar de ti, y por lo tanto de tu causa.</p> <p>»Ese hechizo te condenaría a una muerte en vida. Destruiría todo lo que significa cualquier cosa para ti. Te proporcionaría una obsesión disparatada que creerías a pies juntillas que era algo real, pero que jamás podrás satisfacer. Por eso, usar un hechizo de seducción era un grave delito.</p> <p>»En ese caso, al tiempo que andas por ahí intentando localizar el objeto de tu falso recuerdo, ves cómo tu causa empieza a desmoronarse, porque aquellos a los que inspiraste y que creían en ti ahora empiezan a pensar que si estás loco, entonces a lo mejor las cosas que has dicho también eran locuras.</p> <p>Richard imaginó que una víctima de tal engaño no sería capaz de reconocer el hechizo de seducción. Y ciertamente era verdad que casi todo el mundo empezaba a pensar que estaba loco.</p> <p>—La verdad no depende de la persona que la dice. La verdad sigue siendo verdad incluso si la proclama alguien a quien no respetas.</p> <p>—Eso puede ser verdad, Richard, pero otros no actúan necesariamente con tan claro discernimiento.</p> <p>—Supongo que no —repuso él, suspirando.</p> <p>—En cuanto a la bestia, Jagang no confía necesariamente en sólo una cosa para hacer el trabajo y no le hace ascos recurrir a varios métodos con tal de aplastar a sus adversarios. Podría haber calculado que dos plagas asegurarían mejor el fin de la amenaza que supone Richard Rahl que una sola.</p> <p>Richard no ponía en duda lo que ella decía sobre Jagang pero, con todo, no lo creía.</p> <p>—Jagang ni siquiera sabía dónde estaba. Esas tropas simplemente tropezaron conmigo por casualidad mientras barrían los bosques en busca de amenazas a su convoy de suministros.</p> <p>—Sabe que iniciaste la revuelta allá en Altur'Rang. Podría haber ordenado a sus tropas en la zona que llevaran flechas hechizadas por sus Hermanas por si tropezaban contigo.</p> <p>Richard se dio cuenta de que realmente la hechicera había estado pensando mucho, pues tenía una respuesta para todo.</p> <p>Abrió los brazos a los costados y alzó la barbilla.</p> <p>—Entonces posa tus manos en mí, hechicera. Agarra el hechizo y extrae sus perversos tentáculos de mi interior. Devuélveme la cordura. Si de verdad crees que un hechizo de seducción es la causa de todo esto, entonces usa tu don para buscarlo y poner fin a esto.</p> <p>Nicci apartó la mirada y la clavó fuera de la destrozada entrada en la penumbra.</p> <p>—Para hacer eso, necesitaría la flecha. Esta ya no existe. Lo siento, Richard. Jamás se me ocurrió comprobar si la flecha tenía un hechizo antes de eliminarla. Estaba desesperada por sacártela para poderte salvar la vida. Con todo, debería haberlo comprobado.</p> <p>Él le posó una mano en el hombro.</p> <p>—No hiciste nada malo, amiga mía. Me salvaste la vida.</p> <p>—¿Lo hice? —Se giró hacia él—. ¿O te condené a una muerte en vida?</p> <p>—No lo creo —dijo él, negando con la cabeza—. Como dijiste, no me dejarías creer algo si pensases que las evidencias eran insuficientes. Aquel cuerpo enterrado ahí abajo no era una prueba suficiente. Sin embargo, al mismo tiempo, no debería haber estado allí, así que estoy convencido que algo sucede en realidad. Simplemente no he averiguado qué.</p> <p>—O prueba que tu historia no es nada más que parte de una invención engendrada por un hechizo de seducción.</p> <p>—Nadie recuerda qué sucedió y que Kahlan no está enterrada allí, pero yo sí. Es algo sólido que me demuestra, al menos, que no estoy imaginando todo esto.</p> <p>—O es simplemente parte de la falsa ilusión… cualquiera que sea la causa. Richard, esto no puede proseguir eternamente. Tiene que tocar a su fin en algún momento. Estás en un callejón sin salida. ¿Se te ha ocurrido alguna otra cosa que probar?</p> <p>Él puso las manos sobre el muro de piedra del pozo de la sliph.</p> <p>—Mira, Nicci, admito que me estoy quedando sin ideas, pero no estoy dispuesto a renunciar a ella, a dejarla morir. Significa demasiado para mí.</p> <p>—¿Y cuánto tiempo crees que puedes vagar por ahí sin renunciar a ella, mientras, entre tanto, la Orden Imperial se acerca cada vez más a nuestras fuerzas? Me gusta tan poco que Ann se inmiscuya en mi vida como a ti que se inmiscuya en la tuya, pero no lo hace porque intente ser maliciosa. Intenta preservar la libertad. Intenta salvar a inocentes de ser masacrados por unos animales.</p> <p>Richard engulló el nudo que sentía en la garganta.</p> <p>—Tengo que pensar las cosas, ordenar mis pensamientos. Encontré algunos libros en esa habitación de ahí atrás. Quiero estudiarlos durante algún tiempo, sólo algún tiempo, y meditar, ver si puedo entender qué sucede y por qué. Si no puedo pensar algo… simplemente necesito pensar en qué hacer a continuación.</p> <p>—¿Y si no se te ocurre qué hacer a continuación?</p> <p>Richard se apoyó sobre ambas manos mientras clavaba la vista en el interior del oscuro pozo, haciendo todo lo posible por reprimir las lágrimas.</p> <p>—Por favor…</p> <p>Si al menos supiese a quién combatir, si al menos pudiese arremeter contra un enemigo. No sabía cómo combatir las sombras que había en su mente.</p> <p>Nicci le posó otra vez una mano en el hombro.</p> <p>—De acuerdo, Richard. De acuerdo.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 27</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Nicci golpeó con los nudillos la puerta de roble con la parte superior en arco y aguardó. Rikka, a su espalda, esperó con ella. —Adelante —se oyó decir a una voz amortiguada.</p> <p>Nicci se dijo que sonaba a la voz profunda y poderosa de Nathan, más que a la de Zedd. Dentro de la pequeña habitación redonda que al abuelo de Richard le gustaba usar, vio al profeta junto con Ann, que tenía las manos introducidas en las mangas de su sencillo vestido gris oscuro mientras aguardaba pacientemente a la persona que habían invitado. Nathan, con pantalones marrón oscuro y botas altas, con una camisa blanca con volantes bajo una amplia capa, tenía más aspecto de aventurero que de profeta.</p> <p>Zedd, con su sencilla vestimenta, estaba en silencio ante una redonda ventana emplomada entre librerías con puertas de cristal, con las manos enlazadas a la espalda. Parecía absorto en sus pensamientos mientras contemplaba la ciudad de Aydindril. Era una vista hermosa; Nicci podía comprender por qué prefería él esa acogedora habitación. Rikka empezó a empujar la gruesa puerta de roble para cerrarla.</p> <p>—Rikka, querida —dijo Ann con la experimentada sonrisa de una Prelada, atrayendo la atención de la mord-sith—, mi garganta sigue estando terriblemente seca por todo aquel humo de ayer, cuando aquella criatura espantosa incendió la biblioteca. ¿Te importaría hacerme un poco de té, quizá con un poquitín de miel?</p> <p>Rikka, sujetando la puerta medio cerrada, se encogió de hombros.</p> <p>—En absoluto.</p> <p>—¿Queda alguno de tus bollos? —preguntó Nathan con una amplia sonrisa—. Tus bollos eran fantásticos, en especial cuando están calientes.</p> <p>Rikka contempló brevemente a todos los reunidos en la pequeña habitación.</p> <p>—Traeré bollos y té junto con un poco de miel.</p> <p>—Muchísimas gracias, querida —dijo Ann, sin que la sonrisa se le quebrara, mientras Rikka desaparecía por la puerta.</p> <p>Zedd, observando todavía por la ventana, no había dicho nada. Nicci, haciendo caso omiso de Ann y Nathan, se giró y habló a Zedd:</p> <p>—Rikka dijo que queríais verme.</p> <p>—Así es —contestó Ann en su lugar—. ¿Dónde está Richard?</p> <p>—Abajo, en ese lugar del que os hablé, el lugar que encontró entre los escudos donde estará a salvo. Está leyendo, buscando información, haciendo lo que un Buscador hace, supongo. —Con exagerado cuidado, Nicci entrelazó los dedos—. Así pues, los tres queréis hablarme de Richard.</p> <p>Nathan resopló una breve carcajada que se transformó en una tos carrasposa cuando Ann le dirigió una veloz mirada. Zedd, vuelto de espaldas al resto de ellos, siguió mirando por la ventana sin decir nada.</p> <p>—Siempre fuiste una chica lista —dijo Ann.</p> <p>—No fue exactamente una conjetura que requiriese un gran intelecto —repuso Nicci, que no quería permitir que Ann triunfara impunemente con tan vacía adulación—. Si me haces el favor, contén tus alabanzas hasta que haga algo para merecerlas.</p> <p>Tanto Nathan como Ann sonrieron. Nathan incluso pareció sincero.</p> <p>La adulación había sido una plaga que había seguido a Nicci toda su vida: «Nicci, eres una niña tan lista, por lo tanto debes dar más de ti.» «Nicci, eres tan hermosa, la criatura más hermosa que he visto nunca. Debo abrazarte.» «Nicci, querida, sencillamente debe permitírseme probar tus deliciosos encantos o sin duda moriré de pena.» Para Nicci, la adulación banal era el sonido de una herramienta que usaban los ladrones cuando intentaban obtener lo que ella tenía.</p> <p>—¿Qué puedo hacer por vosotros? —preguntó Nicci en un tono práctico. Ann, con las manos aún en las mangas, se encogió de hombros.</p> <p>—Tenemos que hablar contigo sobre el desgraciado estado en que está Richard. Fue bastante horrible descubrir que padece de delirios.</p> <p>—No puedo decir que discrepe de eso —repuso Nicci.</p> <p>—¿Tienes algunas ideas? —preguntó la Prelada.</p> <p>Nicci deslizó los dedos de un lado a otro sobre el brillante tablero del espléndido escritorio.</p> <p>—¿Ideas? ¿Qué quieres decir con «ideas»?</p> <p>—No te andes con evasivas —dijo Ann, ya sin el tono indulgente en la voz—. Sabes muy bien lo que queremos decir.</p> <p>Zedd se dio la vuelta por fin, al parecer nada complacido con la táctica que seguía Ann.</p> <p>—Nicci, estamos muy preocupados por él. Sí, estamos preocupados debido a la profecía y a que dice que debe ser él quien conduzca nuestras fuerzas y todo el resto de ella, pero… —Alzó una mano y la dejó caer en un gesto de frustración—. Pero nos preocupa Richard mismo. Hay algo en él que no está nada bien. Lo he conocido desde el día en que nació. He pasado años con él, solo con él o rodeado de otras personas. Me he sentido tan orgulloso de ese muchacho que no tengo palabras para explicártelo. Siempre ha sido alguien que de vez cuando hace cosas desconcertantes, cosas que me contrarían y confunden, pero jamás le he visto actuar así. Jamás le he visto creer tales historias disparatadas. No puedes ni imaginar lo que me afecta verle actuar de este modo.</p> <p>Nicci se rascó una ceja, usándolo como excusa para desviar la mirada del dolor que veía en sus ojos color avellana. Los blancos cabellos parecían aún más despeinados que de costumbre y también parecía más delgado. Tenía el aspecto de un hombre que no ha dormido mucho durante semanas.</p> <p>—Creo que puedo comprender tus sentimientos —le aseguró ella, e inspiró profunda y pensativamente mientras sacudía la cabeza despacio—. No sé, Zedd. He estado intentando entenderlo desde que lo encontré aquella mañana dando boqueadas y casi en las garras del Custodio.</p> <p>—Dijiste que perdió muchísima sangre —dijo Nathan—. Y que estuvo inconsciente durante días.</p> <p>La hechicera asintió.</p> <p>—Es posible que un estado como ése, un temor tan desesperado a no disponer del aliento suficiente y el pensar que iba a morir de ese modo, provocaran que inventara a alguien que lo amaba; una especie de truco para tranquilizarse a sí mismo. Yo hacía cosas parecidas cuando tenía miedo; fijaba la mente en otra cosa, un lugar agradable, donde estaba a salvo. Con Richard, con la gran pérdida de sangre y el período de tiempo anormalmente prolongado que estuvo dormido una vez curado, mientras recuperaba algo de sus fuerzas…, fuerzas suficientes para intentar superar la terrible experiencia…, bueno, creo que durante todo ese tiempo el sueño pudo haber crecido y crecido en su mente.</p> <p>—Y haberse apoderado de sus pensamientos —finalizó Ann. Nicci trabó la mirada con ella.</p> <p>—Eso fue lo que pensé.</p> <p>—¿Y ahora? —preguntó Zedd.</p> <p>Nicci alzó los ojos a lo alto para contemplar las gruesas vigas de roble que cruzaban el techo mientras buscaba las palabras.</p> <p>—Ya no lo sé. No soy experta en tales cosas. No he pasado exactamente mi vida siendo una sanadora. En mi opinión, vosotros tres deberíais saber mucho más sobre tales dolencias de lo que sé yo.</p> <p>—Bueno, sí, de hecho —dijo Ann, mostrando una expresión que parecía indicar que le complacía oír a Nicci admitir tal cosa—, nos inclinaríamos a estar de acuerdo con esa evaluación.</p> <p>Nicci contempló a los tres con suspicacia.</p> <p>—Así pues, ¿cuál pensáis que es su problema?</p> <p>—Bueno —empezó a decir Zedd—, todavía no estamos preparados para descartar un número de cosas que…</p> <p>—¿Has tenido en cuenta un hechizo de seducción? —preguntó Ann, clavando la firme mirada en Nicci del modo en que tenía por costumbre para hacer temblar a las novicias y confesar que eludían sus tareas.</p> <p>Nicci no era ninguna novicia y ya no era susceptible a tal intimidación. Tras tener a Jagang, en plena furia ciega, sujetándola con una manaza alrededor de la garganta mientras le aporreaba la cara con un puño, una mirada fija no era precisamente algo que hiciese temblar a la hechicera. De hecho, de no haber sido el tema tan serio, uno que sinceramente le preocupaba tanto, podría haberse echado a reír ante ese esfuerzo de adoptar una expresión severa para obtener una declaración imprudente.</p> <p>—Me pasó por la cabeza —respondió, no viendo ningún motivo para negarlo—. Pero tenía que eliminar la flecha con Magia de Resta si quería salvarle la vida. Me temo que, en aquel momento, ni se me ocurrió tal idea. Intentaba desesperadamente impedir que muriera. Tal vez debería haber pensado en que la flecha podía estar hechizada, pero no lo hice. Con la flecha desaparecida ahora, no hay modo de saber si realmente fue ése el caso, y no hay modo de hacer nada al respecto si fuese cierto.</p> <p>Zedd se restregó la mandíbula perfectamente rasurada a la vez que giraba la cabeza.</p> <p>—Eso indudablemente dificulta más las cosas.</p> <p>—¿Dificulta? —inquirió Nicci—. Un hechizo así no es en absoluto fácil de invertir, incluso si se tiene el objeto que infectó de ese modo a la víctima. Sin ese objeto, únicamente la hechicera que lanzó el conjuro puede eliminarlo. Hay que tener la telaraña que transportó la infección si quieres curarla.</p> <p>»Y eso si tienes la seguridad de que fue un hechizo de seducción. Podría ser otra cosa. Sea lo que sea, hechizo de alguna clase, o delirio, hay que conocer la causa para curarlo.</p> <p>—No necesariamente —dijo Ann mientras volvía a mirar fijamente a Nicci—. Llegados a este punto la causa ya no es un problema tan importante.</p> <p>La frente de Nicci se crispó.</p> <p>—¿Ya no es un problema…? De qué diantres estás hablando.</p> <p>—Si una persona tiene un brazo roto lo colocas bien y lo entablillas. No pierdes el tiempo corriendo por ahí haciendo preguntas, intentando averiguar exactamente cómo se rompió el brazo. Necesitas actuar para corregir el problema; la charla no lo corregirá.</p> <p>—Pensamos que necesita nuestra ayuda —sugirió Zedd en un tono más conciliador—. Todos sabemos que las cosas que dice son rotundamente imposibles. Al principio, cuando dijo que entregó la <i>Espada de la Verdad</i> a Shota, pensé que había hecho algo sumamente estúpido, pero he llegado a comprender que sus acciones no fueron intencionadas ni captaba su trascendencia. Reaccioné con una enojada reprimenda cuando debería haber visto lo enfermo que está en realidad y haberme ocupado de ello.</p> <p>»Hay momentos en los que puedes ver cómo es posible que alguien llegue a creer algo extraño, pero el comportamiento de Richard está mucho más que sencillamente extraño. Ha quedado claro que padece delirios y todos nosotros comprendemos eso ahora. —Abrió las manos en un gesto de súplica—. ¿Hay alguna cosa que puedas decir en su defensa que tenga algún sentido y que demuestre que podemos estar equivocados en nuestro análisis?</p> <p>Zedd parecía estar realmente muy angustiado por su nieto.</p> <p>Nicci bajó los ojos, incapaz de mirar el dolor que había en aquellos ojos.</p> <p>—Lo siento, Zedd, pero no sé nada que tenga el menor sentido. Por desgracia, no creo que el cuerpo que desenterró demuestre nada de modo concluyente. Por otra parte, creo que el cuerpo desenterrado realmente era la Madre Confesora, Kahlan Amnell, la mujer con la que soñó que tenía una relación mientras se hallaba en su confuso estado de dolor.</p> <p>»Es probable que oyera el nombre en alguna parte la primera vez que viajó a la Tierra Central y éste simplemente quedó grabado en su mente. Tal vez era una fantasía agradable. Siendo alguien que creció para ser un guía del bosque, creo que resultaría una fantasía natural imaginar que un día podría ir a un país desconocido y casarse con una reina, pero entonces se convirtió en un sueño mientras estaba herido, y luego en una obsesión.</p> <p>Nicci tuvo que obligarse a callar. Le dolía hasta lo más profundo decir tales cosas a otras personas sobre Richard, incluso aunque esas personas también lo amasen y se preocupasen por él y quisieran ayudarle. Incluso a Ann, por mucho que Nicci a menudo pensase que la mujer tenía motivos ocultos, realmente le importaba muchísimo Richard. Era un hombre que ésta creía que era necesario para cumplir la profecía, pero de todos modos sentía afecto por él como individuo.</p> <p>La hechicera sabía que hacía lo correcto al hablar así sobre Richard, pero de todos modos se sentía como si le estuviese traicionando. Podía ver su rostro mentalmente, observando, calladamente dolido al verla tan fríamente incrédula.</p> <p>—Pensamos que, cualquiera que sea la causa de esa falsa creencia —dijo Ann—, es necesario devolver a Richard a la realidad.</p> <p>Nicci no dijo nada. Si bien pensaba que tenían razón, no sabía que existiera nada que pudiese hacerse, aparte de dejarle, a medida que transcurría el tiempo, llegar a la verdad por sí mismo.</p> <p>Nathan dio un paso al frente y sonrió a Nicci. En el pequeño cuarto parecía aún más imponente; pero eran los ojos zarcos lo que resultaba tan fascinante en él. Extendió las manos en un ademán de abierta súplica.</p> <p>—A veces a una persona se la lastima al ayudarla, pero más tarde se da cuenta de que era el único modo, y entonces, cuando por fin está bien, se alegra de que alguien hiciese lo que había que hacer.</p> <p>—Como encajar un brazo roto —propuso Ann, corroborando las palabras de Nathan—. Nadie quiere pasar por el dolor de tener que hacer esto, pero a veces tales cosas son necesarias si queremos que alguien esté bien y recupere su vida.</p> <p>—Así pues —inquirió Nicci con el entrecejo fruncido—, ¿queréis curarle?</p> <p>—Eso es —le dijo Zedd, y sonrió—. Encontré una profecía sobre Richard que dice: «Al principio <i>contenderán con él antes de conspirar para curarlo»</i>. Jamás pensé que sucedería tan pronto o exactamente de este modo, pero creo que todos estamos de acuerdo en que queremos a Richard y lo queremos bien y de vuelta con nosotros.</p> <p>Nicci pensó que debía de haber más en aquello de lo que cualquiera de ellos decía, y empezó a preguntarse por qué habían enviado a Rikka a hacer té; por qué, exactamente, no querrían por allí a la guardaespaldas del lord Rahl.</p> <p>—Os lo dije, no soy precisamente una sanadora.</p> <p>—Hiciste un trabajo la mar de bueno curándolo cuando le dispararon esa flecha —dijo Zedd—. Ni siquiera yo podría haber logrado tal proeza. Ninguno de los que estamos en esta habitación, aparte de ti, Nicci, podría haber conseguido tal cosa. Puede que no te consideres gran cosa como sanadora, pero fuiste capaz de hacer lo que habría sido imposible para cualquiera de nosotros.</p> <p>—Bueno, sólo tuve éxito porque usé Magia de Resta.</p> <p>Nadie dijo nada. Todos se limitaron a mirarla fijamente.</p> <p>—Aguardad un minuto —dijo Nicci, paseando la mirada de una persona a otra—, ¿estáis sugiriendo que vuelva a usar Magia de Resta en Richard?</p> <p>—Eso es exactamente lo que estamos sugiriendo —le respondió Zedd. Ann efectuó un veloz ademán con la mano en dirección a Zedd y a Nathan.</p> <p>—Si uno de nosotros pudiese hacerlo, lo haríamos. Pero no podemos. Necesitamos que tú lo hagas.</p> <p>Nicci cruzó los brazos.</p> <p>—¿Hacer qué, exactamente? No comprendo qué esperáis que haga. Ann posó una mano en el brazo de la hechicera.</p> <p>—Nicci, escúchanos. No sabemos qué está provocando la dolencia de Richard. No tenemos modo de curar algo que no sabemos qué es. Incluso aunque supiésemos con seguridad que un hechizo de seducción había contaminado la flecha, fuera de la persona que lanzó el hechizo, y a falta de la flecha, ninguno de nosotros tres podría eliminar el hechizo.</p> <p>»Pero no podemos estar seguros de que fuese un hechizo de esos, u otro totalmente distinto, o de si simplemente es un delirio provocado por la herida. No conocemos la causa. Puede que nunca la sepamos.</p> <p>»Lo que debe hacerse, ahora —dijo con una seriedad franca y honesta—, es eliminar la obsesión… cualquiera que sea su origen. No importa si la provocó un hechizo, un sueño o algún repentino ataque de demencia. El recuerdo de esa mujer, Kahlan, es un recuerdo falso que distorsiona su pensamiento y por lo tanto debe ser eliminado de su mente.</p> <p>Nicci estaba estupefacta ante lo que oía. Pasó la mirada de la antigua Prelada a Zedd.</p> <p>—¿Estás sugiriendo en serio que use Magia de Resta en la mente de tu nieto? ¿Quieres que elimine una parte de su consciencia? ¿Una parte de quien es?</p> <p>—No, no una parte de quien es… nunca. Jamás querría eso. —Zedd se lamió los finos labios y su voz surgió impotente y desconsolada—: Quiero que lo cures. Quiero a Richard de vuelta, al Richard que conozco, al Richard que todos conocemos; al Richard real, no al Richard con esas ideas ajenas apoderándose de su mente y destruyéndolo.</p> <p>Nicci sacudió la cabeza.</p> <p>—No puedo hacer eso al hombre que… —Cerró la boca antes de acabar la frase.</p> <p>—Quisiera tener de vuelta al Richard que quiero —dijo Zedd en queda súplica—. Al Richard que todos queremos.</p> <p>Nicci retrocedió un paso, sacudiendo la cabeza, incapaz de pensar qué decir. Tenía que existir otro modo de hacer entrar en razón a Richard.</p> <p>—Muéstraselo —dijo Nathan a Ann con la voz propia del profeta que era, del Rahl que era.</p> <p>Ann asintió con resignación y sacó algo del bolsillo. Se lo tendió a Nicci.</p> <p>—Lee esto.</p> <p>Cuando Ann lo dejó caer en la mano de Nicci, ésta vio que era un libro de viaje. Alzó los ojos hacia Nathan, Ann, y finalmente Zedd.</p> <p>—Adelante —dijo el profeta—. Lee el mensaje que Ann recibió de Verna.</p> <p>Los libros de viaje eran increíblemente raros. De hecho, Nicci había pensado que todos habían sido destruidos en el Palacio de los Profetas. Sabía que lo que se escribía en uno de los ejemplares de la pareja de libros hermanados aparecía en el otro. El estilo guardado en el lomo que se usaba para escribir en el libro, se usaba también para borrar mensajes viejos. De ese modo el libro de viaje nunca agotaba sus páginas. Nicci abrió el inestimable objeto mágico y dirigió la atención a lo escrito. El texto decía con letra muy clara:</p> <p></p> <p>[[</p> <p><i>Ann, temo informar que las cosas no están yendo bien con nuestras fuerzas. ¿Dónde está Richard? ¿Lo has encontrado ya? Me disculpo por presionarte una vez más pues sé que viajas con toda la presteza posible, pero los problemas con el ejército se vuelven más serios cada día que pasa. Hay hombres que han desertado —no un gran número, la verdad—, pero estamos en D'Hara ahora, y crecen los rumores sobre que lord Rahl no los conducirá en una batalla que todos creen será un suicidio. La continuada ausencia de Richard no hace más que confirmarles ese temor. Día a día es mayor su sensación de que han sido abandonados por su lord Rahl. Ninguno de ellos cree que tengan ninguna posibilidad contra el enemigo si Richard no está con sus propias tropas para liderarlas.</i></p> <p><i>El general Meiffert y yo estamos cada vez más desesperados respecto a qué contar a los hombres para que no se desalienten. Incluso aunque existiese una buena razón, sigue siendo bastante difícil para hombres que saben que se enfrentan a la muerte no tener noticias del primer líder de sus vidas en el que han creído de verdad.</i></p> <p><i>Por favor, Ann, en cuanto llegues junto a Richard, dile lo mucho que estos jóvenes valerosos, que han soportado el peso de defender nuestra causa durante tanto tiempo y han padecido tanto, lo necesitan. Por favor, averigua cuánto tardará en unirse a nosotros. Pídele por favor que se dé prisa.</i></p> <p><i>Aguardo tus noticias con urgencia, Tuya en la Luz</i>,</p> <p><i>Verna.</i></p> <p></p> <p>El libro descendió en las manos de Nicci. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Ann alzó el libro de viaje de los dedos temblorosos de la hechicera.</p> <p>—¿Qué quieres que diga a Verna? ¿Qué quieres que diga ella a las tropas? —preguntó Ann en un tono quedo, incluso dulce.</p> <p>Nicci pestañeó para eliminar las lágrimas.</p> <p>—¿Queréis que le arrebate la mente? ¿Queréis que lo traicione?</p> <p>—No, en absoluto —le aseguró Zedd, aferrándole el hombro con sus fuertes dedos—. Queremos que lo ayudes… que lo cures.</p> <p>—Tememos incluso acercarnos a Richard en su estado actual —dijo Ann—. Tememos que pueda sospechar algo. Temo que soy en parte responsable de eso debido a mi dura reacción frente a sus delirios. Que el Creador me perdone, pero me he pasado la vida gobernando las vidas de la gente y esperando docilidad. Las viejas costumbres nunca mueren. Ahora, él piensa que tengo intención de obligarlo a seguir la profecía. Cada vez desconfía más de nosotros… pero no de ti.</p> <p>—Confiaría en ti —le dijo Zedd—. Podrías posar una mano sobre él y no sospecharía nada.</p> <p>Nicci abrió unos ojos como platos.</p> <p>—¿Posar una mano sobre él…?</p> <p>Zedd asintió.</p> <p>—Tendrías el control sobre él antes siquiera de que supiera qué había sucedido. No sentirá nada. Cuando despierte, el recuerdo de Kahlan Amnell se habrá borrado y volverá a ser nuestro Richard.</p> <p>Nicci se mordió el labio inferior, incapaz de confiar en su voz. A los ojos color avellana de Zedd se les saltaban las lágrimas.</p> <p>—Quiero muchísimo a mi nieto. Haría cualquier cosa por él. Haría esto yo mismo, si pudiera hacer un trabajo tan bueno como tú. Quiero que esté bien. Todos necesitamos que esté bien.</p> <p>Volvió a oprimirle el hombro.</p> <p>—Nicci, si lo quieres también tú, por favor, haz esto. Por favor, haz lo que sólo tú puedes hacer y cúralo una vez más.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 28</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"><i>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos</i> —murmuró Kahlan una vez más—. <i>Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</i></p> <p>Los hombros le dolían de estar arrodillada sobre el suelo, con la frente contra las baldosas, diciendo la oración una y otra vez. A pesar de la dolorida fatiga que sentía, lo cierto era que no le importaba.</p> <p><i>—Amo Rahl, guíanos</i> —dijo Kahlan mientras empezaba otra vez en armonía con las voces aunadas que resonaban quedamente por los pasillos de mármol.</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>De hecho, hallaba más bien agradable pronunciar las mismas palabras una y otra vez. Le ocupaban la mente, ayudando a adormecer el terrible vacío que la embargaba. Las palabras hacían que no se sintiese tan sola.</p> <p>Tan perdida.</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>Algunos de aquellos conceptos le resultaban evocadores y los hallaba reconfortantes: vidas seguras y florecientes en las que prevalecían el conocimiento y la sabiduría. Le gustaba aquella imagen, pues tales ideas parecían el más maravilloso de los sueños.</p> <p>Las mujeres que la acompañaban habían tenido prisa, pero al ver que los soldados miraban en su dirección, habían decidido que lo mejor sería ir con el resto de las personas que se reunían en una plaza cercana. Bajo el nublado cielo había arena blanca rastrillada en líneas concéntricas alrededor de una roca oscura y llena de hoyos. En lo alto de la roca descansaba una campana en un sólido armazón. Era la campana que había repicado y convocado a la gente.</p> <p>Unos pilares sostenían arcos en los cuatro lados de la plaza. En el suelo de baldosas entre las columnas, alrededor de Kahlan, la gente estaba de rodillas, inclinada hacia delante, con las frentes tocando las baldosas. Todos entonaban la oración al lord Rahl al unísono.</p> <p>Justo cerca del final de la repetición siguiente, la campana de lo alto de la roca oscura y llena de hoyos repicó dos veces. Las voces alrededor de Kahlan se apagaron tras pronunciar juntas un «<i>Tuyas son nuestras vidas».</i></p> <p>En el repentino silencio que siguió, la gente se alzó sobre las rodillas, muchos desperezándose y bostezando antes de ponerse en pie. Las conversaciones volvieron a fluir a medida que las personas empezaban a alejarse, retornando a sus asuntos, a lo que fuese que habían estado haciendo antes de que la campana las llamase a la oración.</p> <p>Cuando las que iban con ella le hicieron señas, Kahlan siguió las órdenes y marchó pasillo adelante, lejos de la plaza. Pasaron ante estatuas y una intersección antes de desviarse hacia un lateral del amplio vestíbulo. Las otras tres se detuvieron. Kahlan permaneció en silencio mientras aguardaba y observaba pasar a otras personas.</p> <p>La larga ascensión por escaleras interminables, recorriendo kilómetros de pasillos y luego ascendiendo por tramos aleatorios de aún más escaleras, todo ello tras el viaje para llegar allí, la habían dejado hecha polvo. Le habría gustado haberse sentado, pero sabía que era mejor no pedirlo. A las Hermanas no les importaba si estaba agotada. Lo que resultaba peor, no obstante, era que podía ver lo tensas y nerviosas que estaban, en especial tras la inesperada interrupción para la salmodia. No reaccionarían con comprensión o benevolencia a una petición de sentarse.</p> <p>Del talante que estaban, si preguntaba siquiera, Kahlan sabía que no tendrían el más mínimo reparo en golpearla, aunque no creía que fuesen a hacerlo justo allí, con toda aquella gente a su alrededor, pero sí lo harían más tarde sin la menor duda. Permaneció en silencio, intentando ser invisible y no atraer su ira.</p> <p>Supuso que el haber estado arrodillada tendría que ser suficiente descanso. Era todo lo que iba a obtener.</p> <p>Soldados con magníficos uniformes, llevando bruñidas armas listas para ser usadas, patrullaban los corredores, observando a todo el mundo. Cada vez que pasaban guardias, tanto en pares como en grupos mayores, sus miradas tomaban buena nota de las tres mujeres que iban con Kahlan. Cuando eso sucedía, las tres Hermanas fingían contemplar las estatuas, o algunos de los soberbios tapices de escenas campestres. En una ocasión, para evitar la atención de los soldados, se apelotonaron, fingiendo estar totalmente ajenas a la presencia de los guardias mientras señalaban una estatua imponente de una mujer sosteniendo una gavilla de trigo mientras se apoyaba en una lanza. Sonrieron mientras hablaban en voz baja entre ellas, como si disfrutaran de una agradable discusión sobre los méritos artísticos de la obra hasta que los soldados hubieron pasado.</p> <p>—Sentaos vosotras dos en ese banco —gruñó la hermana Ulicia—. Parecéis gatos siendo olfateados por una jauría de sabuesos.</p> <p>Las hermanas Tovi y Cecilia, ambas de más edad, miraron a su alrededor y vieron el banco a unos pocos pasos por detrás de ellas, contra la pared de mármol blanco. Se recogieron el vestido mientras se sentaban la una junto a la otra. Tovi, gruesa como era, parecía especialmente cansada; tenía el arrugado rostro rojo como un tomate. Cecilia, siempre muy pulcra, usó la oportunidad que le proporcionaba el sentarse en el banco para toquetearse los canos cabellos.</p> <p>Kahlan empezó a dirigirse hacia el banco, aliviada al tener por fin una oportunidad de sentarse.</p> <p>—Tú no —le espetó la hermana Ulicia—. Nadie va a fijarse en ti. Simplemente permanece ahí, junto a ellas, de modo que me sea más fácil no perderte de vista.</p> <p>La hermana Ulicia enarcó una ceja en un gesto de advertencia.</p> <p>—Sí, hermana Ulicia —dijo Kahlan.</p> <p>La hermana Ulicia esperaba una respuesta cuando hablaba.</p> <p>Kahlan había aprendido aquella lección a fuerza de golpes, y habría respondido antes de no haber dejado realmente de escuchar después de que se le dijera que la oferta de tomar asiento no la incluía a ella. Se recordó que, aunque estuviese cansada, sería mejor que prestara más atención o se ganaría un bofetón por el momento y algo mucho peor más tarde.</p> <p>La hermana Ulicia no desvió la mirada, ni permitió que lo hiciese Kahlan, sino que en su lugar colocó la punta de su gruesa vara de roble bajo la barbilla de ésta y la usó para alzarle la cabeza.</p> <p>—El día no ha finalizado aún. Todavía tienes tu parte que llevar a cabo. Será mejor que ni se te ocurra fallarme de ningún modo. ¿Lo entiendes?</p> <p>—Sí, hermana Ulicia.</p> <p>—Bien. Estamos todas igual de cansadas que tú, ya lo sabes.</p> <p>Kahlan quiso decir que ellas podrían estar cansadas, pero habían viajado a caballo, mientras que ella había tenido que ir siempre a pie y mantenerse a su altura. En ocasiones tuvo que correr para no quedar atrás. A la hermana Ulicia no le complacía en absoluto tener que hacer girar a su montura y regresar en busca de su rezagada esclava.</p> <p>Kahlan echó una ojeada al corredor, contemplando las cosas maravillosas que se exhibían allí. La curiosidad pudo más que la prudencia.</p> <p>—Hermana Ulicia, ¿qué es este lugar?</p> <p>La Hermana se dio golpecitos en el muslo con la vara mientras examinaba brevemente el entorno.</p> <p>—El Palacio del Pueblo. Un lugar bastante hermoso. —Volvió a mirar a Kahlan—. Esto es el hogar del lord Rahl.</p> <p>Aguardó, aparentemente para ver si Kahlan decía alguna cosa. Kahlan no tenía nada que decir.</p> <p>—¿Lord Rahl?</p> <p>—Ya sabes, el hombre al que hemos estado rezando. Richard Rahl, para ser exacta. Es el lord Rahl ahora. —Los ojos de la hermana Ulicia se entrecerraron—. ¿Has oído hablar alguna vez de él, querida?</p> <p>Kahlan pensó en ello. Lord Rahl. Lord Richard Rahl. Parecía tener la mente vacía; quería pensar cosas, recordar, pero no podía. Imaginó que sencillamente no tenía nada que recordar.</p> <p>—No, Hermana. No creo haber oído hablar nunca del lord Rahl.</p> <p>—Bien —repuso la hermana Ulicia con aquella sonrisa aviesa que esbozaba de vez en cuando—. Imagino que no sería probable. Al fin y al cabo, ¿quién eres tú? Simplemente una don nadie. Nada. Una esclava.</p> <p>Kahlan reprimió el impulso de protestar. ¿Cómo podía hacerlo? ¿Qué diría?</p> <p>La sonrisa de la hermana Ulicia se ensanchó. Parecía como si sus ojos pudiesen mirar el interior del alma de Kahlan.</p> <p>—¿No es eso cierto, querida? Eres una esclava despreciable que tiene suerte de obtener la caridad de una comida.</p> <p>Kahlan quiso objetar, decir que era más, decir que su vida tenía valor, pero sabía que tales cosas no eran más que un sueño. Estaba exhausta, y, en aquellos momentos, también sentía una gran congoja.</p> <p>—Sí, hermana Ulicia.</p> <p>Siempre que intentaba pensar sobre sí misma, no hallaba más que un vacío. Su vida parecía tan estéril… no creía que tuviese que ser así, pero lo era.</p> <p>La hermana Ulicia se giró al advertir que la mirada de Kahlan iba hacia la hermana Armina, una mujer madura con una personalidad sin dobleces, que regresaba. El vestido azul oscuro de la hermana Armina producía un sonido sibilante mientras la mujer recorría a toda prisa el amplio corredor en una ruta zigzagueante para abrirse paso entre las personas que paseaban por el palacio conversando y no miraban por dónde iban.</p> <p>—¿Bien? —preguntó la hermana Ulicia cuando la hermana Armina llegó junto a ellas.</p> <p>—Me vi atrapada en un gentío que salmodiaba a nuestro lord Rahl.</p> <p>La hermana Ulicia suspiró.</p> <p>—También nosotras. ¿Qué descubriste?</p> <p>—Éste es el lugar. Justo detrás de mí en la siguiente intersección, luego hay que seguir por el pasillo que hay a la derecha. Hemos de tener cuidado, no obstante.</p> <p>—¿Por qué? —preguntó la hermana Ulicia mientras las hermanas Tovi y Cecilia se apresuraban a acercarse para escuchar.</p> <p>Las cuatro Hermanas juntaron las cabezas.</p> <p>—Las puertas están justo allí, en la pared del pasillo. No hay ningún modo de entrar ahí sin ser visto. Al menos para nosotras. Está muy claro que no se supone que a nadie se le vaya a ocurrir entrar.</p> <p>La hermana Ulicia echó una veloz mirada a un lado y a otro del vestíbulo para asegurarse de que nadie les prestaba atención.</p> <p>—¿Qué quieres decir con que «está muy claro»?</p> <p>—Las puertas están hechas específicamente para advertir a la gente que se mantenga alejada. Tienen serpientes talladas en ellas.</p> <p>Kahlan se echó hacia atrás. Odiaba las serpientes.</p> <p>La hermana Ulicia se dio una palmada con la vara en la pierna a la vez que apretaba los labios. Echando chispas, volvió por fin el agrio semblante hacia Kahlan.</p> <p>—¿Recuerdas tus instrucciones?</p> <p>—Sí, Hermana —respondió Kahlan al instante.</p> <p>Quería acabar con ello. Cuanto antes estuviesen contentas las Hermanas mucho mejor. El día estaba muy avanzado y la larga ascensión por el interior de la meseta y luego la salmodia habían llevado más tiempo del que las Hermanas habían esperado. Habían pensado que a aquellas horas ya habrían acabado y estarían de camino.</p> <p>Kahlan esperaba que cuando hubiese terminado podrían acampar y dormir un poco. Jamás le permitían dormir lo suficiente. Montar un campamento significaba más trabajo para ella, pero al menos existía la perspectiva de poder dormir… siempre y cuando no se ganara la desaprobación de las Hermanas y una paliza.</p> <p>—De acuerdo, esto en realidad importa muy poco a efectos prácticos. Simplemente tendremos que mantenernos un poco más alejadas de lo que planeamos, eso es todo. —La hermana Ulicia se rascó la mejilla como una excusa para echar una cuidadosa mirada, buscando guardias, antes de volver a inclinarse al frente—. Cecilia, tú quédate aquí y vigila este extremo del pasillo por si hay problemas. Armina, tú retrocede más allá de la entrada y vigila el otro lado. Empezad ahora para que no parezca que estamos juntas mientras nos acercamos a las puertas, por si acaso las vigilan.</p> <p>La hermana Armina lanzó una sonrisa astuta.</p> <p>—Pasearé despacio por las salas y me mostraré como una visitante sobrecogida por lo que ve.</p> <p>Sin más palabras, se alejó apresuradamente.</p> <p>—Tovi —dijo la hermana Ulicia—, tú ven conmigo. Seremos dos amigas, paseando y charlando mientras visitan el espléndido palacio del lord Rahl. Entretanto, Kahlan se ocupará de sus tareas.</p> <p>La hermana Ulicia agarró la parte superior del brazo de Kahlan y la hizo girar en redondo.</p> <p>—Vamos.</p> <p>Con un empujón, impelieron a Kahlan por delante de ellas. Ésta se subió más la mochila mientras avanzaba presurosa. Juntas, las dos Hermanas la siguieron por el vestíbulo. Al llegar a la intersección donde tenían que girar a la derecha, dos soldados doblaron la esquina en dirección a ellas. Dedicaron a la hermana Tovi sólo una ojeada, pero sonrieron a la sonrisa de la hermana Ulicia. La hermana Ulicia podía parecer inocentemente encantadora cuando quería, y era lo bastante atractiva para que los hombres le prestaran atención.</p> <p>Nadie reparó en Kahlan.</p> <p>—Aquí —dijo la hermana Ulicia—. Detente aquí.</p> <p>Kahlan se paró, clavando la vista al otro extremo del pasillo, en las gruesas puertas de caoba. Las serpientes talladas en ellas le devolvieron la mirada; tenían las colas enroscadas alrededor de ramas talladas en la parte superior de las puertas y los cuerpos colgaban hacia abajo, de modo que las cabezas quedaban a la altura de los ojos. De sus mandíbulas abiertas sobresalían colmillos, como si la pareja estuviese a punto de atacar. Kahlan no podía ni imaginar por qué alguien habría tallado tales criaturas espantosas en las puertas. Todo lo demás en el palacio era hermoso, pero aquellas puertas no.</p> <p>La hermana Ulicia se inclinó hacia ella.</p> <p>—¿Recuerdas todas tus instrucciones?</p> <p>—Sí, Hermana —respondió Kahlan, asintiendo.</p> <p>—Si tienes alguna pregunta, hazla ahora.</p> <p>—No, Hermana. Recuerdo todo lo que me dijisteis.</p> <p>Kahlan se preguntó cómo era que podía recordar algunas cosas tan bien, pero tantas otras parecían perdidas en una neblina.</p> <p>—Y no te entretengas —dijo Tovi.</p> <p>—No, hermana Tovi, no lo haré.</p> <p>—Necesitamos lo que te enviamos a recuperar, y lo necesitamos sin tonterías. —La malevolencia brilló en los ojos de Tovi—. ¿Comprendes, chica?</p> <p>Kahlan tragó saliva.</p> <p>—Sí, hermana Tovi.</p> <p>—Será mejor que así sea —replicó la Hermana—. O tendrás que responder ante mí y no te gustaría, créeme.</p> <p>—Comprendo, hermana Tovi.</p> <p>Kahlan sabía que la mujer hablaba muy en serio. Por lo general era una persona de carácter relativamente tranquilo, pero cuando se la provocaba podía volverse despiadada en un santiamén. Lo que era peor, una vez que empezaba, disfrutaba viendo a otros padeciendo.</p> <p>—Ve pues —dijo la hermana Ulicia—. Y no lo olvides, no hables con nadie. Si los hombres que hay ahí dicen algo, limítate a hacer como si no existieran. Te dejarán en paz.</p> <p>La mirada de los ojos de la hermana Ulicia hizo vacilar a Kahlan, que asintió antes de marchar a toda prisa por el pasillo. Con el agotamiento olvidado, sabía lo que tenía que hacer, y sabía que si no lo hacía habría problemas.</p> <p>Al llegar a las puertas sujetó uno de los pomos que tenían aspecto de calavera sonriente, sólo que estaban hechos de bronce. Evitó mirare a las serpientes mientras tiraba con todas sus fuerzas para abrir la pesada puerta.</p> <p>En el interior, se detuvo un momento, permitiendo que sus ojos se adaptasen a la débil luz de las lámparas. Las gruesas alfombras en azules y dorados imponían el silencio en la habitación e impedían los ecos que resonaban en tantos corredores. La privada estancia, revestida de paneles de la misma caoba que las altas puertas, parecía un tranquilo refugio en el que escapar del a veces ruidoso palacio.</p> <p>Con la puerta cerrada tras ella, comprendió que estaba al final y totalmente separada de las cuatro Hermanas. Era incapaz de recordar un momento en que no hubiese estado con ellas, ya que al menos una de las Hermanas estaba siempre vigilándola, observando a su esclava. No sabía por qué la vigilaban tan de cerca, Kahlan nunca había intentado escapar. A menudo lo había considerado seriamente, pero lo cierto era que nunca había llegado a intentarlo.</p> <p>La simple idea de intentar escapar de las Hermanas le provocaba un dolor tan terrible que hacía que sintiese como si la sangre fuera a brotarle de las orejas y la nariz, y los ojos fuesen a estallarle. Cuando pensaba en abandonar a las Hermanas y el dolor la envolvía para abrumarla, se apresuraba a eliminar el pensamiento de su cabeza a toda velocidad, pero incluso entonces el dolor permanecía. Tales episodios por lo general le dejaban el estómago tan revuelto que pasaban horas antes de pudiese levantarse siquiera, y mucho menos andar.</p> <p>Las Hermanas siempre sabían cuándo sucedía, probablemente porque la encontraban hecha un ovillo sobre el suelo. Cuando el dolor que sentía en la cabeza desaparecía por fin, la apaleaban. La peor era la hermana Ulicia, porque utilizaba la vara que siempre llevaba, y ésta dejaba verdugones que tardaban en curar. Algunos aún no habían curado.</p> <p>Sin embargo, en esta ocasión habían ordenado a Kahlan que las dejara y entrara sola; le habían dicho que ello no provocaría el dolor siempre y cuando ella se ciñera a las instrucciones. Era una sensación tan agradable estar lejos de aquellas cuatro mujeres terribles que Kahlan pensó que podría gritar de júbilo.</p> <p>Dentro de la habitación, no obstante, había cuatro guardias enormes para reemplazar a las cuatro Hermanas. Se detuvo, insegura sobre qué hacer.</p> <p>Serpientes en un lado de una puerta esculpida con serpientes, y serpientes en el otro. Parecía incapaz de hallar nunca un poco de tranquilidad.</p> <p>Permaneció petrificada por un momento, temerosa de intentar pasar junto a los guardias, temiendo lo que podrían hacerle por estar en un lugar en el que no debía estar.</p> <p>La miraban fijamente de un modo de lo más curioso.</p> <p>Kahlan hizo acopio de valor, sujetó un mechón de sus largos cabellos tras una oreja, y empezó a andar hacia el hueco de escalera que veía al otro extremo de la habitación.</p> <p>Dos guardias avanzaron juntos para cerrarle el paso.</p> <p>—¿Adónde crees que vas? —le preguntó uno.</p> <p>Kahlan mantuvo la cabeza gacha y siguió caminando. Se puso de lado para deslizarse entre ellos.</p> <p>Mientras ella pasaba, el segundo guardia dijo al primero:</p> <p>—¿Qué has dicho?</p> <p>El primero, que había preguntado a Kahlan adónde creía que iba, lo miró sorprendido.</p> <p>—¿Qué? No he dicho nada.</p> <p>Al mismo tiempo que Kahlan llegaba a la escalera, los otros dos guardias se acercaron lentamente a los que habían intentado cerrarle el paso a Kahlan.</p> <p>—¿Qué estáis parloteando? —preguntó uno de ellos.</p> <p>El primero agitó una mano.</p> <p>—Nada. No es nada.</p> <p>Kahlan corrió escaleras arriba, tan deprisa como sus cansadas piernas podían llevarla. Se paró en el amplio rellano para recuperar el aliento, pero sabía que no se atrevería a descansar mucho rato. Agarró el pulido pasamanos de piedra y ascendió a toda prisa el resto del camino.</p> <p>Un soldado en lo alto se volvió ante el sonido de sus pisadas. La miró fijamente mientras subía el último peldaño y entraba en el pasillo. Kahlan pasó como una exhalación junto a él, y él se detuvo sólo durante un breve instante antes de dar la vuelta y alejarse tranquilamente para proseguir su patrulla.</p> <p>Había otros hombres en el corredor. Soldados. Por todas partes. Lord Rahl tenía un montón de soldados, todos ellos hombres enormes y de aspecto decidido.</p> <p>Kahlan tragó saliva con los ojos desorbitados por el terror al ver tantos soldados obstaculizando lo que le habían dicho que hiciera. Si la retrasaban, la hermana Ulicia no se mostraría comprensiva ni indulgente. Algunos de los soldados vieron a Kahlan y empezaron a ir hacia ella, pero cuando la alcanzaron sus miradas penetrantes desaparecieron y pasaron por su lado sin prestarle atención. Mientras recorría apresuradamente el pasillo, otros guardias se giraron con urgencia hacia oficiales, pero luego, al ser interrogados, dijeron que no era nada, y que lo olvidasen. Otros hombres alzaron un brazo para señalar, pero lo bajaban enseguida para seguir su camino.</p> <p>Mientras los soldados la veían y al mismo tiempo la olvidaban, Kahlan iba avanzando sin pausa por el vestíbulo en dirección al lugar al que le habían dicho que tenía que ir. De todos modos, le inquietaba que tantos de ellos llevaran ballestas. Los hombres de las ballestas llevaban guantes negros, y sus armas amartilladas estaban cargadas con flechas de plumas rojas de aspecto letal.</p> <p>La hermana Ulicia había contado a Kahlan que, como parte de la magia que provocaba el dolor para impedirle escapar, estaba envuelta en telarañas de magia que impedían que las personas reparasen en ella. Kahlan intentó pensar por qué haría tal cosa la Hermana, pero sus pensamientos sencillamente se negaban a conectarse entre sí. Era la cosa más espantosa, no ser capaz de conseguir pensar en cosas específicas cuando quería hacerlo. Empezaba con la pregunta, a continuación la respuesta iniciaba su formación, pero sencillamente quedaba sin terminar…, como si no hubiese nada más allí.</p> <p>No obstante el velo conjurado que la rodeaba, Kahlan sabía que si los soldados la apuntaban con las ballestas y le daban al disparador antes de olvidarla, estaría muerta.</p> <p>No le importaría estar muerta porque eso significaría estar libre del suplicio que era su vida, pero la hermana Ulicia le había advertido que las Hermanas poseían una gran influencia sobre el Custodio de los muertos. La hermana Ulicia decía que si Kahlan pensaba alguna vez en escabullirse de sus deberes para con ellas, escapando de los límites del mundo de los vivos, y emprendiendo el largo viaje al mundo de los muertos, descubriría que ése no sería un buen refugio, y que de hecho resultaría ser un lugar mucho peor. Fue entonces cuando la hermana Ulicia le contó que eran Hermanas de las Tinieblas, como para remachar la veracidad de la advertencia.</p> <p>En realidad Kahlan no había necesitado que se lo reafirmaran; siempre había estado segura que cualquiera de las cuatro Hermanas podría perseguirla al interior de cualquier agujero y atraparla, incluso si tal agujero era una tumba como la que habían abierto una noche oscura por razones que Kahlan no podía ni imaginar y no quería conocer.</p> <p>Al mirar al interior de los terribles ojos de la Hermana, Kahlan había sabido que oía la verdad. Después de eso, si bien la muerte la tentaba con la liberación, también la aterraba con sus siniestras promesas.</p> <p>No sabía si ésta había sido siempre su vida, la vida de un vasallo que pertenecía a otros. No obstante, por mucho que lo intentaba, no podía recordar ninguna otra.</p> <p>Mientras se deslizaba entre hombres que patrullaban, avanzó a través de una serie de intersecciones que la hermana Ulicia le había dibujado en la tierra en varios campamentos a lo largo del viaje. La Hermana había usado su vara de roble para efectuar un diagrama de los corredores, de modo que Kahlan supiese adónde tenía que ir.</p> <p>Mientras pasaba por aquellos corredores que había memorizado, nadie intentó en ningún momento detenerla. En cierto modo, era deprimente que los guardias no le prestaran atención.</p> <p>No obstante, sucedía lo mismo en todas partes, nadie reparaba jamás en ella, o si lo hacían, dejaban de prestarle atención inmediatamente y regresaban a sus asuntos. Era una esclava, que carecía de vida propia. Pertenecía a otros. Invisible, insignificante. Una don nadie.</p> <p>A veces, como al efectuar la larga ascensión subterránea al interior del palacio, Kahlan veía hombres y mujeres juntos, que sonreían, que se rodeaban el uno al otro con un brazo, que se tocaban. Intentó imaginar qué sensación produciría eso: tener a alguien a quien ella le importase, que la apreciara… a quien ella apreciara.</p> <p>Se limpió una lágrima de la mejilla. Sabía que jamás tendría eso. Los esclavos no tenían una vida propia, eran utilizados para llevar a cabo los propósitos de sus amos. La hermana Ulicia lo había dejado muy claro. Un día, cuando en los ojos de la Hermana había aparecido aquella expresión sanguinaria que a veces adquirían, ésta dijo que estaba pensando en hacer que Kahlan engendrara para que pudiese darles una criatura.</p> <p>Pero ¿cómo habían llegado a ser así las cosas? ¿De dónde venía ella? Sin duda, el pasado de todo el mundo no se evaporaba de sus mentes del modo en que le había sucedido al de Kahlan.</p> <p>En la bruma de sus pensamientos no conseguía hacer que su mente analizara el problema. Hacía las preguntas, pero los conceptos parecían estar empapados en una borrosa y vacía neblina. Odiaba ser incapaz de pensar. ¿Por qué podían pensar otras personas y ella no? Incluso aquella pregunta se desvaneció rápidamente en medio de aquel cenagal de sombras retorcidas, del mismo modo en que ella se desvanecía cuando la gente la veía.</p> <p>Se detuvo al llegar ante un par de enormes puertas recubiertas de oro. Las puertas tenían el aspecto que la hermana Ulicia había dicho que tendrían: un panorama de colinas ondulantes y bosques de oro. Kahlan miró a ambos lados, luego aplicó toda su fuerza a la tarea de tirar de una de las macizas puertas para abrirla y deslizarse al interior. Echó una última mirada, pero ninguno de los guardias la observaba. Cerró la puerta tras ella.</p> <p>El interior estaba mucho más iluminado de lo que había estado el pasillo. Incluso a pesar de ser un día nublado, las claraboyas dejaban pasar una luz que iluminaba un jardín de lo más increíble. La hermana Ulicia le había hablado del jardín, en términos generales, pero lo que Kahlan vio estaba más allá de cualquier cosa que hubiese imaginado. El lugar era maravilloso.</p> <p>Richard Rahl era un hombre afortunado al tener un jardín como aquél, que podía visitar siempre que quisiese. Se preguntó si vendría a visitarlo mientras ella estaba allí dentro, y la vería… y luego la olvidaría.</p> <p>Recordando su tarea, Kahlan se reprendió, diciéndose que mantuviera la mente puesta en lo que la habían enviado a hacer. Recorrió a toda prisa uno de los senderos que pasaba a través de unos arriates de flores. El suelo estaba plagado de pétalos rojos y amarillos. Se preguntó si Richard Rahl cogía flores allí para su enamorada.</p> <p>Le gustaba cómo sonaba su nombre; tenía un sonido reconfortante. Richard Rahl. Richard. Se preguntó qué aspecto tendría, si era tan agradable como lo era su nombre al oído.</p> <p>A medida que avanzaba por el sendero, Kahlan alzó la vista para contemplar los pequeños árboles que crecían por todas partes. Adoraba los árboles. Le recordaban… algo. Gruñó contrariada. Era odioso cuando no podía recordar cosas que estaba segura de que eran importantes. E incluso si no lo eran, odiaba olvidar las cosas; era como olvidar partes de quién era.</p> <p>Pasó rauda junto a arbustos y paredes de piedra cubiertas de enredaderas hasta llegar a la zona de hierba que la hermana Ulicia había dicho que habría en el centro del jardín. En el otro lado, el círculo de hierba quedaba roto por una cuña de piedra sobre la que había una losa de granito, que tenía todo el aspecto de una mesa.</p> <p>Encima de la losa de granito se suponía que debían de estar las cosas que Kahlan había venido a recuperar. Al verlas de improviso, se acobardó. Los tres objetos eran negros como la muerte misma; parecía como si succionaran la luz de la habitación, de las claraboyas, del cielo mismo, e intentaran engullirla toda.</p> <p>Con el corazón martilleando de miedo, Kahlan cruzó corriendo el césped hasta la mesa de granito. Estar tan cerca de unos objetos de aspecto tan siniestro la ponía nerviosa. Se quitó las correas de los hombros y depositó la mochila junto a las cajas negras que le habían enviado a recobrar. El saco de dormir, atado debajo, impedía que la mochila se mantuviese derecha, así que tuvo que inclinarla un poco a un lado.</p> <p>Posó la mano sobre el saco de dormir durante un momento, palpando su suave contorno. Era su posesión más preciada.</p> <p>Recordó, entonces, que sería mejor que volviera a lo que tenía que hacer. No obstante, comprendió de inmediato que iba a tener un problema. Las cajas eran más grandes de lo que la hermana Ulicia había dicho que serían. Cada una era casi tan grande como un pan, así que no había manera de que todas cupieran en la mochila.</p> <p>Pero ésas habían sido sus instrucciones. Los deseos de las Hermanas estaban reñidos con la realidad de que las cajas no iban a caber. No existía ningún modo de satisfacer la contradicción.</p> <p>Recuerdos de castigos previos pasaron raudos por su mente, provocándole una pátina de sudor en la frente. Se secó el sudor de los ojos mientras volvían a ella visiones de torturas. Eso, precisamente, maldijo en silencio, sí que lo recordaba.</p> <p>Decidió que no podía hacer otra cosa. Tenía que intentarlo.</p> <p>Al mismo tiempo, le inquietaba robar cosas del jardín de lord Rahl. Al fin y al cabo, no pertenecían a las Hermanas, y lord Rahl no tendría a tantísimos hombres apostados por todos los alrededores del jardín a menos que las cajas fuesen importantes para él.</p> <p>Ella no era una ladrona. Pero ¿valía aquello la clase de castigo que recibiría si se negaba? ¿Valía su sangre el tesoro de lord Rahl? ¿Era lord Rahl la clase de hombre que querría que se negara a robar y como resultado padeciera la tortura de las Hermanas?</p> <p>No sabía el motivo, y a lo mejor no hacía más que regodearse en sus propias dudas, pero se dijo que Richard Rahl diría que cogiese las cajas en lugar de sacrificar su vida.</p> <p>Levantó la solapa de la mochila e intentó empujar las cosas más abajo, pero no daba mucho de sí. Estaba todo ya tan apretujado como podía estar.</p> <p>Con la creciente preocupación de que estaba tardando demasiado, sacó unas ropas, intentando conseguir algo con lo que envolver la primera caja.</p> <p>Una parte de su satinado vestido salió al exterior.</p> <p>Kahlan se quedó mirando fijamente el sedoso material, casi blanco. Era el vestido más hermoso que había visto nunca. Pero ¿por qué lo tendría ella? No era nadie. Una esclava. ¿Qué haría una esclava con un vestido tan bonito? No consiguió hacer que su mente trabajara para responder a tal pregunta.</p> <p>Sus pensamientos sencillamente se negaban a unirse en forma de respuestas.</p> <p>Agarró una de las cajas, la envolvió en la falda del vestido y lo introdujo todo en la mochila. Ejerció presión sobre la caja, intentando empujarla más abajo, luego cerró la solapa para ver cómo quedaba. La solapa apenas cubría la parte superior de la caja y únicamente tenía una dentro. Tuvo que asegurar la solapa en su sitio con la correa para conseguir que el objeto no se saliera. Era imposible que las otras cajas fuesen a caber en la mochila.</p> <p>La hermana Ulicia había sido muy explícita respecto a que Kahlan tenía que esconder las cajas en la mochila o los soldados las verían. Olvidarían a Kahlan, pero la mujer había dicho que los soldados reconocerían las cajas y que entonces darían la alarma. A Kahlan le habían dejado bien claro que tenía que ocultar las cajas. Pero ella se daba cuenta de que no había modo de que las tres fuesen a caber.</p> <p>Alrededor de la fogata unas cuantas noches antes, la hermana Ulicia había acercado mucho el rostro al de Kahlan y susurrado exactamente qué haría a Kahlan en el caso de que no hiciera lo que le ordenaban.</p> <p>Kahlan empezó a temblar al recordar lo que la hermana Ulicia le había dicho aquella noche terrible. Pensó en la hermana Tovi y tembló aún más.</p> <p>¿Qué iba a hacer?</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 29</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Kahlan empujó una de las puertas con las serpientes en el otro lado. Las hermanas Ulicia y Tovi la divisaron de inmediato y con ademanes furtivos le indicaron que fuese hasta donde la aguardaban.</p> <p>No querían ser vistas cerca de las puertas con las serpientes y las calaveras. Kahlan cruzó el pasillo, observando los dibujos del suelo de mármol, pues no quería mirar a la hermana Ulicia a los ojos.</p> <p>En cuanto hubo recorrido el corredor y estuvo lo bastante cerca, la hermana Ulicia agarró la camisa de Kahlan por el hombro y tiró de ella hasta un nicho en la pared opuesta. Ambas Hermanas la inmovilizaron allí dentro.</p> <p>—¿Intentó alguien detenerte? —preguntó la hermana Tovi. Kahlan negó con la cabeza.</p> <p>La hermana Ulicia soltó un suspiro.</p> <p>—Bien. Veámoslas.</p> <p>Kahlan se quitó la mochila de uno de los hombros y la giró al frente lo bastante para que las Hermanas pudiera abrir la solapa. Ambas manosearon la correa que la sujetaba. Finalmente soltaron la solapa y la echaron hacia atrás.</p> <p>Ambas mujeres se apiñaron, hombro con hombro, de modo que las personas del vestíbulo no pudieran ver lo que hacían, no pudieran ver la cosa tan terrible que estaban a punto de sacar a la luz del día. La hermana Ulicia sacó con cuidado el satinado vestido de Kahlan para ver la negra caja cobijada en él.</p> <p>Ambas permanecieron calladas, con los ojos muy abiertos.</p> <p>La hermana Ulicia, con los dedos temblando de emoción, introdujo la mano en el interior y empezó a moverla de un lado a otro, buscando las otras. Cuando no las encontró, retrocedió, al tiempo que su rostro mostraba una expresión siniestra.</p> <p>—¿Dónde están las otras dos?</p> <p>Kahlan tragó saliva.</p> <p>—Sólo podía meter una en la mochila, Hermana. Las otras no cabían. Me dijisteis que tenía que ocultarlas dentro, pero eran demasiado grandes. Iré…</p> <p>Antes de que Kahlan pudiese decir otra palabra, antes de que explicase que planeaba hacer otros dos viajes para recuperar las otras cajas, la hermana Ulicia, furiosa, hizo girar de repente la sólida vara con tal violencia que ésta silbó en el aire.</p> <p>Kahlan oyó un crujido ensordecedor cuando ésta le golpeó en la cabeza con toda su fuerza.</p> <p>El mundo pareció quedarse en silencio y negro.</p> <p>Kahlan comprendió que estaba en el suelo hecha un ovillo, doblada sobre las rodillas. Colocó una mano sobre la oreja izquierda, jadeando presa de un dolor paralizante. Vio sangre salpicando el suelo. Apartó la mano y vio que parecía como si llevase un cálido guante ensangrentado.</p> <p>No podía hacer otra cosa que contemplar fijamente la mano y emitir pequeños jadeos entrecortados. El dolor era tan abrumador que ni siquiera podía gritar. Parecía como si mirase a través de un largo y borroso túnel negro. Tenía el estómago revuelto.</p> <p>De improviso, la hermana Ulicia agarró la camisa de Kahlan y alzó a ésta del suelo, para acabar estrellándola contra la pared. La cabeza golpeó la piedra, pero comparado con el dolor que irradiaba del lado de su cabeza, la mandíbula y la oreja, pareció intrascendente.</p> <p>—¡Zorra estúpida! —clamó la hermana Ulicia a la vez que volvía a estrellarla contra la pared—. ¡Zorra estúpida, incompetente e inútil!</p> <p>También Tovi daba la impresión de querer ponerle las manos encima a Kahlan. Vio que algo más allá, en el pasillo, un trozo de la vara rota de la hermana Ulicia descansaba contra la pared. Kahlan pugnó por recuperar la voz, sabiendo que era su única salvación.</p> <p>—Hermana Ulicia, no podía meter las tres dentro. —Notó el sabor salado de lágrimas junto con el de la sangre—. Me dijisteis que las ocultara en mi mochila. No entraban. Planeaba regresar y cogerlas, eso es todo. Por favor… regresaré a por las otras. Lo juro, os las traeré.</p> <p>La hermana Ulicia retrocedió, la ardiente cólera de sus ojos era aterradora. Incluso a pesar de que retrocedió, la mujer apuntó al centro del pecho de Kahlan con un dedo y ésta fue arrojada violentamente contra el mármol e inmovilizada contra la pared con una fuerza que parecía tan colosal como la de un toro. Significaba un esfuerzo tremendo tomar cada bocanada de aire bajo aquella presión aplastante; significaba un esfuerzo tremendo ver a través de la sangre que se le metía en los ojos.</p> <p>—Deberías haber enrollado las otras dos cajas en tu saco de dormir, entonces las tendríamos todas ya. ¿No es cierto?</p> <p>Kahlan no había considerado hacer aquello.</p> <p>—Pero Hermana, tengo otra cosa envuelta en el saco de dormir.</p> <p>La hermana Ulicia volvió a inclinarse hacia ella y Kahlan temió que ahora fuesen a hacerle desear estar muerta, o que estuviera a punto de estarlo. No estaba nada segura de qué destino sería peor. Sintió como aparecía el dolor dentro de su cabeza para emparejarse con el dolor producido por el golpe. Inmovilizada contra la pared, no podía caer al suelo, taparse los oídos y chillar, o lo habría hecho.</p> <p>—No me importa qué chuchería tengas enrollada en el saco de dormir. Deberías haberla sacado. Las cajas son más importantes.</p> <p>Kahlan sólo podía mirar fijamente, incapaz de moverse debido a la fuerza que la mantenía aplastada contra la pared, e incapaz de hablar debido al dolor que le aplastaba la mente. Parecía como si le estuviesen introduciendo y retorciendo punzones de hielo en las orejas. Tobillos y muñecas se contorsionaron involuntariamente. Jadeaba entrecortadamente con cada palpitante oleada de dolor que le desgarraba la cabeza.</p> <p>—Ahora —dijo la hermana Ulicia en una voz baja y amenazadora timbrada de amenazas—, ¿crees que puedes hacer eso? ¿Crees que puedes regresar ahí arriba y envolver las otras dos cajas en tu saco de dormir y traérmelas tal y como deberías haber hecho en un principio?</p> <p>Kahlan intentó hablar, pero no pudo. Asintió en su lugar, desesperada por mostrar su acuerdo, desesperada porque el dolor parase. Sentía cómo la sangre que le corría desde la oreja y la cabeza le empapaba el cuello de la camisa. Estaba de puntillas, aplastada hacia atrás, deseando poder fundirse a través de la pared para escapar de la hermana Ulicia. El dolor no amainaba lo suficiente para permitirle recuperar el aliento.</p> <p>—¿Recuerdas haber visto a algunos de los cientos y cientos de enormes y solitarios soldados acuartelados abajo, en las zonas inferiores de este lugar, mientras subíamos? —preguntó la hermana Ulicia.</p> <p>Kahlan volvió a asentir.</p> <p>—Bien, si vuelves a fallarme, entonces, cuando haya acabado de romperte cada uno de los huesos del cuerpo y de hacerte padecer la agonía de un millar de muertes, te curaré a continuación lo suficiente para poder venderte a esos soldados de ahí abajo, para que seas la furcia del cuartel. Será allí donde pasarás el resto de tu vida, pasando de un desconocido a otro sin que a nadie le importe lo que te suceda.</p> <p>Kahlan sabía que la hermana Ulicia jamás amenazaba en vano. La Hermana era absolutamente despiadada. Kahlan desvió los ojos mientras aspiraba un sollozo, incapaz de seguir soportando el escrutinio de la mujer.</p> <p>La hermana Ulicia agarró la mandíbula de Kahlan y la obligó a girar la cabeza hacia ella.</p> <p>—¿Estás segura de comprender el precio que pagarás en el caso de que vuelvas a fallarme?</p> <p>Kahlan, con la barbilla sujeta con firmeza, consiguió asentir.</p> <p>Sintió cómo la presión que la inmovilizaba contra la pared cedía de repente y se desplomó de rodillas, jadeando debido a las oleadas de dolor abrasador que le recorrían todo el lado izquierdo del rostro. No sabía si tenía algún hueso roto, pero desde luego lo parecía.</p> <p>—¿Qué sucede aquí? —preguntó un soldado.</p> <p>Las hermanas Ulicia y Tovi giraron y sonrieron al hombre. Él echó una ojeada abajo, a Kahlan, frunciendo el entrecejo. Ella alzó los ojos para mirarlo suplicante, esperando ser rescatada de aquellos monstruos. El hombre alzó la vista, la boca abierta, a punto de decir algo a las Hermanas, pero no llegó a hacerlo. Paseó la mirada de la sonrisa de la hermana Ulicia a la de Tovi, y sonrió él también.</p> <p>—¿Todo va bien, señoras?</p> <p>—¡Oh, sí! —contestó la hermana Tovi con una risita jovial—. Estábamos a punto de descansar en el banco, aquí. Me estaba quejando de mi dolor de espalda, eso es todo. Las dos comentábamos lo fastidioso que es hacerse mayor.</p> <p>—Supongo que sí. —Inclinó la cabeza—. Buenos días, pues, señoras.</p> <p>Se alejó sin advertir en ningún momento la existencia de Kahlan. Si la vio, la olvidó antes de poder decir nada. Kahlan comprendió que, de la misma forma, ella también parecía olvidar cosas sobre sí misma.</p> <p>—Levanta —gruñó una voz sobre su cabeza.</p> <p>Kahlan se irguió penosamente. La hermana Ulicia volvió a girar la mochila de Kahlan. Echó atrás la solapa y extrajo la siniestra caja negra envuelta en el satinado vestido blanco.</p> <p>Entregó el bulto a la hermana Tovi.</p> <p>—Ya llevamos aquí demasiado tiempo. Estamos empezando a llamar la atención. Toma esto y ponte en marcha.</p> <p>—¡Pero eso es mío! —exclamó Kahlan a la vez que intentaba coger el vestido.</p> <p>La hermana Ulicia le asestó un revés que bastó para hacer que le entrechocaran los dientes. El golpe la derribó. Tumbada de costado en el suelo, Kahlan encogió las piernas mientras se mecía la cabeza presa de un dolor atroz. Todo el mármol estaba manchado de sangre. Se estremeció mientras el dolor la abrumaba, negándose a remitir.</p> <p>—¿Quieres que me vaya sin vosotras? —preguntó la hermana Tovi a la vez que introducía la caja envuelta en el vestido blanco bajo el brazo.</p> <p>—Creo que sería lo mejor. Será más seguro si esta caja va ya de camino mientras esta zorra despreciable regresa en busca de las otras. Si hace falta tanto tiempo como con la primera, preferiría que no estuviésemos las dos por aquí, en el vestíbulo, esperando a que unos soldados decidan echar un vistazo. No necesitamos un combate. Necesitamos escabullirnos sin dejar rastro.</p> <p>—Si nos interrogaran, no sería nada conveniente que descubrieran que tenemos una de las cajas del Destino —convino la hermana Tovi—. ¿Debería ponerme en marcha, pues, y esperaros en alguna parte? ¿O seguir adelante hasta que llegue a nuestro punto de destino?</p> <p>—Será mejor que no te detengas. —La hermana Ulicia hizo una seña a Kahlan para que se levantase mientras hablaba con la hermana Tovi—. Las hermanas Cecilia y Armina y yo volveremos a encontrarnos contigo una vez lleguemos a donde vamos.</p> <p>La hermana Tovi se inclinó un poco hacia Kahlan cuando ésta se alzó tambaleante.</p> <p>—Imagino que eso te da unos cuantos días para pensar sobre lo que te voy a hacer cuando el resto de vosotras vuelva a reunirse conmigo, ¿no es cierto?</p> <p>Kahlan sólo pudo susurrar:</p> <p>—Sí, Hermana.</p> <p>—Que tengas un veloz viaje —dijo la hermana Ulicia.</p> <p>Después de que la hermana Tovi hubiese desaparecido, llevándose el hermoso vestido de Kahlan, la hermana Ulicia agarró un puñado de cabellos de Kahlan y le retorció la cabeza a la vez que la acercaba a ella. Los dedos de la mujer tantearon el costado del rostro de Kahlan, provocando que lanzara un grito.</p> <p>—Tienes huesos rotos —anunció tras el examen de las lesiones—. Completa tu misión y te curaré. Fracasa, y sólo será el principio.</p> <p>»Las otras Hermanas y yo tenemos varias otras cosas que debemos llevar a cabo antes de cumplir nuestros objetivos. También tú. Si completas tu tarea, hoy serás curada. Nos gustaría que estuvieses en buenas condiciones para esos futuros deberes. —La hermana Ulicia palmeó la mejilla de Kahlan con condescendencia—. Pero siempre puedo efectuar otros arreglos en el caso de que fracases en éste. Ahora, date prisa y consígueme las otras dos cajas.</p> <p>No tenía elección, por supuesto. No obstante el terrible dolor que sentía, sabía que si no cumplía, y pronto, las cosas no harían más que empeorar para ella. La hermana Ulicia le había mostrado que siempre existía más dolor aguardándole. Kahlan también sabía que no había modo de escapar de las Hermanas.</p> <p>Deseó poder olvidar el dolor tal y como parecía haber olvidado el resto de su vida. Parecía que sólo las partes desagradables de su existencia permanecían en las oscuras criptas de su memoria.</p> <p>Respirando entrecortadamente, al borde de las lágrimas debido al punzante dolor, giró la mochila atrás, deslizó el brazo por la correa, y se la subió a la espalda.</p> <p>—Y será mejor que hagas lo que he dicho y traigas las dos —gruñó la hermana Ulicia.</p> <p>Kahlan asintió y se alejó a toda prisa por el corredor. Todo el mundo la ignoró. Era como si fuese invisible. Las pocas personas que miraban en su dirección únicamente parecían verla durante un fugaz momento antes de olvidar que habían reparado en su persona.</p> <p>Kahlan sujetó la calavera de bronce con ambas manos y tiró de una de las puertas con las serpientes. Corrió por las lujosas alfombras y dejó atrás a los soldados antes de que pudieran pensar en preguntarse qué habían visto. Ascendió la escalera como una exhalación, sin hacer caso de los soldados que patrullaban los pasillos, algunos de los cuales se giraron por un breve instante hacia ella, como si intentasen retener su imagen en la memoria, antes de que la mente la soltara y volvieran a ocuparse de sus tareas. Kahlan se sentía como un fantasma entre los vivos como si estuviera sin estar.</p> <p>Resopló por el esfuerzo de tirar de una de las puertas revestidas de oro para abrirla e introducirse en el jardín. Sentía tal dolor que deseaba ir todo lo deprisa que pudiera. Sólo deseaba regresar y que la Hermana detuviese el dolor. Igual que antes, el jardín estaba tan silencioso como un santuario, pero no tenía tiempo para disfrutar de las flores y los árboles. Se detuvo sobre la hierba, contemplando fijamente las dos cajas negras que descansaban encima de la losa de piedra, inmovilizada momentáneamente por la visión de aquellos objetos, y por el pensamiento de lo que le habían dicho que hiciera.</p> <p>Más despacio, recorrió el resto de la distancia, no deseando llegar nunca allí, no deseando tener que hacer lo que sabía que debía hacer. Pero el sufrimiento atroz que le provocaba el dolor punzante que le serpenteaba por el lado de la cabeza la impulsó a seguir adelante.</p> <p>De pie ante la losa, se desprendió finalmente de la mochila y la depositó junto a las cajas sobre la parte posterior. Se secó la goteante nariz con el dorso de la manga y, con delicadeza, se acarició la mejilla, temiendo tocarlo y hacer que el dolor aumentara, pero al mismo tiempo ansiando reconfortar el punzante dolor. Casi se desmayó al palpar algo irregular que sobresalía. No sabía si era una astilla de la vara de roble rota de la hermana Ulicia, o si era una esquirla de hueso. En cualquier caso, la cabeza le dio vueltas y pensó que iba a vomitar.</p> <p>Sabiendo que disponía de poco tiempo, cruzó un brazo sobre el estómago y con la otra mano empezó a desatar las correas de cuero que sujetaban el saco de dormir a la parte inferior de la mochila. La sangre le volvía resbaladizos los dedos, dificultando más la tarea de deshacer los nudos, así que finalmente no tuvo más remedio que usar las dos manos.</p> <p>Cuando por fin los hubo desatado, desenrolló con cuidado el saco de dormir y sacó lo que había dentro, depositándolo sobre la losa de piedra para dejar sitio a las repugnantes cajas negras. Sorbió un sollozo, intentando no pensar en lo que dejaba atrás.</p> <p>Con un supremo esfuerzo inició la tarea de envolver las dos cajas que quedaban en el saco de dormir. Cuando terminó, ató las correas, apretándolas bien para garantizar que las cajas no caerían fuera. Cuando por fin terminó, se echó la mochila a la espalda y de mala gana empezó a cruzar la zona de terreno despejado de la parte central del inmenso jardín interior.</p> <p>Al cruzar el círculo de hierba, se detuvo y giró la cabeza, volviendo a mirar a través de unos ojos llorosos lo que dejaba sobre la losa de piedra. Era la cosa más valiosa que tenía.</p> <p>Y ahora la dejaba atrás.</p> <p>Abatida e incapaz de seguir adelante, sintiéndose más desesperada e impotente de lo que podía recordar haberse sentido, Kahlan cayó de rodillas sobre la hierba.</p> <p>Se desplomó al frente, prorrumpiendo en sollozos. Odiaba su vida. Odiaba vivir. Estaba dejando atrás la cosa que más quería por culpa de aquellas mujeres malvadas.</p> <p>Lloró desconsoladamente, aferrando hierba en los puños. No quería dejarla. Pero si no lo hacía, la hermana Ulicia jamás le permitiría salir impune. Kahlan sollozó al pensar en la lástima que sentía de sí misma, en su indefensión.</p> <p>Nadie excepto las Hermanas la conocía, o sabía siquiera que ella existía.</p> <p>Si tan sólo una persona la recordara…</p> <p>Si al menos el lord Rahl acudiera a su jardín y la salvase…</p> <p>Si al menos, si al menos, si al menos… ¿De qué servía desear?</p> <p>Se alzó ejerciendo presión con los brazos y, sentándose sobre los talones, miró a través de las lágrimas la losa de granito, lo que había dejado allí. Nadie iba a salvarla.</p> <p>Ella no era así antes. No tenía ni idea de cómo sabía eso, pero lo sabía. En algún lugar en su borroso pasado, daba la impresión de que ella había sido capaz de depender de sí misma, de sus propias fuerzas, para sobrevivir. Ella no tenía por costumbre malgastar el tiempo lamentándose con «Si al menos…».</p> <p>Clavando la mirada en el otro lado del jardín, el hermoso y apacible jardín de lord Rahl, extrajo fuerzas de lo que veía allí, y, al mismo tiempo, de algún lugar muy dentro de ella misma. Tenía que hacer eso ahora; ser decidida, como estaba segura que había sido antes. Tenía que ser fuerte por sí misma, por su propio bien.</p> <p>Kahlan tenía que salvarse a sí misma.</p> <p>Lo que había allí en aquellos momentos ya no le pertenecía. Sería su regalo a Richard Rahl a cambio de la nobleza de la vida —la vida de Kahlan— que ella había recordado en el jardín del lord Rahl.</p> <p><i>—Amo Rahl guíanos</i> —citó de la oración—. <i>Gracias, amo Rahl, por guiarme en este día, por guiarme de vuelta a lo que significo para mí misma.</i></p> <p>Se pasó los dorsos de las muñecas por los ojos, limpiándose las lágrimas y la sangre. Tendría que ser fuerte o las Hermanas la derrotarían; se lo quitarían todo. Entonces ellas ganarían.</p> <p>Kahlan no podía permitirles hacer eso.</p> <p>Recordó entonces, y tocó el collar que llevaba. Hizo girar la pequeña piedra entre un dedo y el pulgar. Aquello, al menos, todavía era suyo. Todavía tenía el collar.</p> <p>Se puso en pie penosamente e irguió el cuerpo bajo el peso de la mochila. Primero tenía que regresar para que la hermana Ulicia le curara la herida. Kahlan aceptaría de buen grado esa ayuda, porque entonces sería capaz de seguir adelante y hallar un modo de tener éxito.</p> <p>Con una última mirada atrás, se encaminó a la puerta.</p> <p>Ahora sabía que no podía entregar su voluntad a aquellas mujeres, a su creencia de que tenían derecho a la vida de Kahlan. Podrían derrotarla, pero no sería porque ella lo permitiese.</p> <p>Pero, aunque acabara perdiendo la vida, sabía ahora que no vencerían su espíritu.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 30</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Richard deambulaba lentamente por el pequeño cuarto, absorto en sus pensamientos, mientras revisaba el recuerdo de la mañana en que Kahlan había desaparecido. Tenía que comprenderlo y pronto… por más de un motivo. El más importante, desde luego, era ayudar a Kahlan. Tenía que creer que todavía podía ayudarla, que seguía viva, que todavía había tiempo.</p> <p>Era el único que la conocía, que creía en su existencia. No había nadie más para ayudarla.</p> <p>Estaban también las implicaciones más generales que generaba su desaparición. No había modo de saber qué alcance podrían tener aquellos problemas y, también en eso, él era el único que se oponía a cuales fueran los secretos designios que acechaban tras esos acontecimientos.</p> <p>Puesto que parecía que, hasta el momento, Kahlan no había conseguido escapar de sus capturadores, eso significaba que no podía y que iba a necesitar ayuda. Con la bestia dando la impresión de ser capaz de atacar otra vez en cualquier momento, Richard era dolorosamente consciente de con qué facilidad podía morir en cualquier momento, y que si moría él, entonces la única persona que conectaba a Kahlan con el mundo habría desaparecido.</p> <p>Tenía que usar cada minuto del tiempo que tuviera a su disposición para dedicarse a la tarea de ayudarla. Ni siquiera podía perder tiempo regañándose por todos los días que ya había dejado escapar.</p> <p>Todo había empezado esa mañana, no mucho antes de que lo hiriesen con la flecha, así que había decidido concentrarse en aquel acontecimiento y empezar de nuevo. Había apartado la enormidad del problema de su pensamiento para poder concentrar su atención en la solución; jamás conseguiría entender quién tenía a Kahlan tirándose de los cabellos y angustiándose por ello, o intentando convencer a otros de que existía. Nada de ello había logrado nada. Ni lo haría.</p> <p>Incluso había dejado de lado los libros, <i>Gegendrauss y Teoría destinataria</i>, que había descubierto en la pequeña habitación. El primero estaba en d'haraniano culto, y había transcurrido mucho tiempo desde que había trabajado con el antiguo idioma, de modo que sabía que no podía permitirse dedicarle tiempo. Un breve examen le había indicado que el libro podría contener información notable, aunque no había descubierto ninguna que fuese fundamental.</p> <p>El segundo libro era difícil de seguir, en especial con la mente puesta en otra parte, pero había leído lo suficiente del principio para darse cuenta de que el libro trataba de las cajas del Destino. Aparte del <i>Libro de las sombras contadas</i>, que había memorizado de niño, no recordaba haber visto jamás ningún otro libro sobre las cajas del Destino, y eso sólo, por no mencionar el profundo peligro que eran las cajas, le indicaba que el libro era de un valor inconmensurable. Pero las cajas no eran su problema en aquel momento. Kahlan era el problema. También había dejado aquel libro a un lado.</p> <p>Había asimismo otros libros en el pequeño cuarto protegido, pero no había tenido tiempo ni ganas de buscar en ellos. Había decidido que consagrarse a los libros antes de que comprendiese exactamente qué estaba pasando no sería más que desperdiciar el tiempo. Tenía que abordar el problema con lógica, no con intentos aleatorios y frenéticos de extraer una respuesta de la nada.</p> <p>Cualquiera que fuese la causa de la desaparición de Kahlan, todo había empezado aquella mañana, justo antes de que lo hirieran con la flecha. Cuando Richard se había metido en su saco de dormir la víspera antes de la batalla, Kahlan había estado con él. Sabía que así era. Recordaba haberla abrazado. Recordaba el beso que ella le había dado, su sonrisa en la oscuridad. No lo imaginaba.</p> <p>Nadie quería creerle, pero Kahlan no era un sueño.</p> <p>Dejó aquella parte del problema también de lado. No podía seguir intentar convencer a nadie. Hacerlo no hacía más que desviar su atención de la naturaleza real del problema.</p> <p>Ni tampoco podía permitirse ceder al temor de que los otros podrían tener razón en que simplemente la imaginaba; ésa, también, era una distracción peligrosa. Recordó una evidencia muy real: las huellas de Kahlan.</p> <p>Sus conocimientos sobre rastros le hacían interpretar lo que había visto en el suelo. Los rastros tenían su lenguaje. Otras personas podían no comprender aquel lenguaje, pero Richard sí. Las huellas de Kahlan habían sido borradas, indudablemente con magia, dejando atrás un suelo de bosque de una perfección demasiado artificial y, lo que era más importante, la piedra que había descubierto desplazada de una patada. Aquella roca le indicó que tenía razón. Le indicó que no estaba imaginando cosas.</p> <p>Tenía que encontrar una explicación a lo que le había sucedido a Kahlan; y eso significaba descubrir cómo se la habían llevado. Quienquiera que lo hubiese hecho poseía magia, eso sí lo sabía, por cómo se habían alterado las huellas, y saber eso reducía las posibilidades sobre quién podría ser responsable. Tenía que ser alguien poseedor de magia enviado por Jagang.</p> <p>Richard recordaba haber despertado de un sueño profundo aquella mañana y estar tumbado de costado. Recordaba que no fue capaz de abrir los ojos durante más de un breve instante cada vez y que no podía levantar la cabeza. ¿Por qué? No creía que se debiera a que estaba atontado; había sido algo más. Le había parecido una mera somnolencia, pero era más potente.</p> <p>Pero la parte del recuerdo que lo mantenía en el exasperante y frustrante borde de la casi comprensión era lo que recordaba haber visto en la sombría oscuridad del falso amanecer, mientras yacía allí intentando despertar por completo. En esa parte del recuerdo era donde colocaba ahora toda la atención, todo su esfuerzo mental, toda su concentración.</p> <p>Recordaba que unas imprecisas ramas de árboles parecían moverse de un lado a otro, como si las empujase el viento.</p> <p>Pero no había viento esa mañana. Todo el mundo había estado seguro sobre aquel punto. El mismo Richard recordaba la sepulcral quietud que había reinado. Pero las formas oscuras de las ramas se habían estado moviendo.</p> <p>Parecía una contradicción.</p> <p>Pero, como Zedd había señalado con la Novena Norma de un mago, las contradicciones no pueden existir. La realidad es lo que es. Si algo se contradijese a sí mismo, entonces no sería lo que es. Era una ley fundamental de la existencia. Las contradicciones no pueden existir en la realidad.</p> <p>Las ramas de los árboles no podían agitarse por sí solas y no había soplado viento para moverlas.</p> <p>Eso significaba que examinaba el problema de un modo totalmente equivocado. Lo tenía perplejo el que las ramas de los árboles pudieran moverse cuando no había viento. Sencillamente no podían. A lo mejor alguien las había estado moviendo.</p> <p>Dando vueltas por la pequeña habitación, Richard se detuvo de improviso.</p> <p>O a lo mejor no eran las ramas de los árboles lo que se había estado moviendo.</p> <p>Había visto el impreciso movimiento y asumido que eran ramas de árboles. A lo mejor no lo eran.</p> <p>Llegado a aquella simple revelación, Richard lanzó una exclamación ahogada al comprenderlo de repente.</p> <p>Lo entendió.</p> <p>Se quedó paralizado, con los ojos muy abiertos, incapaz de moverse, mientras la secuencia de los acontecimientos y retazos de información de aquella mañana encajaban en su mente, formando un esquema comprensible de lo que había sucedido. Se habían llevado a Kahlan, probablemente usando alguna especie de hechizo en ella, como hicieron para mantener a Richard dormido, luego recogieron sus cosas y borraron las pruebas de que ella había estado allí. No habían sido ramas de árboles moviéndose de un lado a otro en la casi oscuridad, habían sido personas. Personas con el don.</p> <p>Richard vio un resplandor rojo. Al alzar la vista, descubrió que Nicci entraba en la pequeña habitación.</p> <p>—Richard, es necesario que hable contigo.</p> <p>Se la quedó mirando fijamente.</p> <p>—Ya lo comprendo. Sé lo que significa la víbora con cuatro cabezas.</p> <p>La mirada de Nicci se desvió, como si la hechicera no pudiese soportar mirarle a los ojos. Supo que ella pensaba que no hacía más que añadir otra capa a su delirio.</p> <p>—Richard, escúchame. Esto es importante.</p> <p>La miró con el entrecejo fruncido.</p> <p>—¿Has estado llorando?</p> <p>La mujer tenía los ojos enrojecidos e hinchados, y Nicci no era propensa a las lágrimas. La había visto llorar, pero sólo por muy buenos motivos.</p> <p>—No te preocupes por eso —dijo ella—. Tienes que escucharme.</p> <p>—Nicci, te lo estoy diciendo, he averiguado…</p> <p>—¡Escúchame!</p> <p>Con los puños a los costados, parecía como si pudiera volver a prorrumpir en llanto, y él comprendió que jamás la había visto con un aspecto tan consternado.</p> <p>No quería perder más tiempo, pero decidió que podía apresurar las cosas si le permitía hablar.</p> <p>—De acuerdo, te escucho.</p> <p>Nicci se acercó más y lo sujetó por ambos hombros. Con semblante resuelto, atisbó al interior de sus ojos. La frente de la hechicera se crispó por la determinación.</p> <p>—Richard, tienes que salir de aquí.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Ya he dicho a Cara que recoja tus cosas. Las trae ahora. Dijo que sabe cómo bajar aquí, bajar al interior de la torre, por lo menos, sin tener que atravesar escudos.</p> <p>—Lo sé, se lo enseñé en una ocasión anterior. —La sensación de alarma de Richard empezó a crecer—. ¿Qué sucede? ¿Están atacando el Alcázar? ¿Está bien Zedd?</p> <p>Nicci le posó una mano en un lado del rostro.</p> <p>—Richard, están decididos a curarte de tu delirio.</p> <p>—Kahlan no es un delirio. Ahora mismo acabo de averiguar qué sucedió.</p> <p>Ella no pareció reparar en lo que decía, o quizá hacía caso omiso de lo que creía que no era más que otro intento de demostrar lo imposible. En esta ocasión, no obstante, él no estaba realmente interesado en demostrárselo.</p> <p>—Richard, te lo digo en serio, tienes que salir de aquí. Querían que utilizase Magia de Resta para eliminar tu recuerdo de Kahlan.</p> <p>Pestañeó sorprendido.</p> <p>—Quieres decir que Ann y Nathan quieren hacer eso. Zedd jamás lo haría.</p> <p>—Zedd también. Lo convencieron de que estás enfermo y que el único modo de curarte es extirpar lo que consideran es la parte enferma de tus pensamientos, es la responsable de tus falsos recuerdos. Convencieron a Zedd de que se acaba el tiempo y de que éste es el único modo de salvarte. Zedd se siente tan destrozado viéndote así que se ha aferrado a lo que piensa que puede ser la única posibilidad de que vuelvas a estar bien.</p> <p>—¿Y tú accediste a esto?</p> <p>La hechicera le asestó un indignado manotazo en un lado del hombro.</p> <p>—¿Estás loco? ¿Realmente crees que te haría eso? Incluso si pensara que tienen razón, ¿crees seriamente que osaría quitarte parte de lo que eres? ¿Después de todo lo que me has mostrado sobre la vida? ¿Después de lo que has hecho para devolverme a la vida? ¿Crees de verdad que te haría eso, Richard?</p> <p>—No, imagino que no harías tal cosa. Pero ¿por qué lo haría Zedd? Me quiere.</p> <p>—También le aterra que te esté dominando este delirio, o encantamiento, o lo que sea que provoca esta enfermedad que te deja vivo pero no siendo realmente tú mismo, que te está convirtiendo en un extraño.</p> <p>»Zedd considera que ésta podría ser la única posibilidad que tienen de tenerte sano otra vez, de conseguir que seas Richard, el auténtico Richard, otra vez.</p> <p>»No creo que ninguno de ellos, Ann, Nathan o Zedd, realmente quiera hacer esto, pero Ann cree de veras que sólo tú eres la salvación para nuestra causa. Tiene puesta su fe en que la profecía ha revelado esto como la única oportunidad que tenemos, y está desesperada por hacer que estés bien para que no muramos todos.</p> <p>»Zedd era reacio, pero entonces le mostraron un mensaje en un libro de viaje y lo persuadieron.</p> <p>—¿Qué mensaje?</p> <p>—Verna está con las tropas d'haranianas. Envió recado de que a nuestros soldados los está desanimando que no te hayas reunido con ellos. Verna teme que, a menos que estés allí para capitanearlos, puedan no seguir adelante. Envió un mensaje desesperado pidiendo saber si Ann te había localizado ya, intentando averiguar cuándo se podía esperar que te unieses a tus hombres en la batalla que se avecina contra la Orden Imperial.</p> <p>Richard estaba atónito.</p> <p>—Supongo que puedo comprender por qué los tres están tan preocupados, pero pedirte que uses Magia de Resta…</p> <p>—Lo sé. Creo que es una solución nacida de la desesperación, no de una mente clara. Pero lo que es peor, temo que una vez que descubran que no tengo intención de hacer lo que querían, decidirán que no pueden permitir que se les escape esta oportunidad y por lo tanto su única alternativa será usar su propio don para curarte ellos mismos. Esa clase de manipulación insensata de la conciencia sería imprevisible, por no decir algo peor.</p> <p>»Están desesperados porque temen que se nos está acabando el tiempo antes de que Jagang acabe con nuestras posibilidades para siempre. Creen que ésta es la única solución. Ya no atienden a razones.</p> <p>»Tienes que salir de aquí, ahora, Richard. Sólo accedí a su plan para poder advertirte y concederte tiempo para escapar. Debes marchar inmediatamente si quieres escapar.</p> <p>A Richard le daba vueltas la cabeza ante la idea misma de lo que querían hacer.</p> <p>—Eso presenta un problema. No sé cómo cubrir mi rastro con magia, del modo en que Zedd puede hacerlo. Si están tan empeñados en hacerlo como dices que están, vendrán tras de mí. Si me siguen y me cogen por sorpresa, ¿qué voy a hacer, entonces? ¿Pelear contra ellos?</p> <p>Nicci alzó los brazos en un gesto de frustración.</p> <p>—No lo sé, Richard. Pero sí conozco su determinación. Nada de lo que digas va a disuadirles, porque creen que estás afectado por una dolencia que no te permite razonar, de modo que consideran que, por tu propio bien, deben tomar el control. Puede que lo hagan por afecto, pero se equivocan. Queridos espíritus, también yo pienso que padeces algún problema, pero simplemente no puedo permitirles hacer esto.</p> <p>Richard le apretó el hombro en un gesto reconocimiento antes de apartarse mientras intentaba asimilar todo aquello. Le resultaba casi imposible imaginar que Zedd estuviese de acuerdo con algo así. Sencillamente no era propio de él.</p> <p>No era propio de él.</p> <p>Por supuesto. Tampoco era propio de Ann estar tan segura de cómo había que obligar a Richard a desempeñar su papel en la profecía. Kahlan había cambiado a todos los que la conocían. Había hecho que Ann llegara a comprender que Richard no estaba hecho para seguir la interpretación literal de la profecía como si fuese un libro de instrucciones.</p> <p>Desde la desaparición de Kahlan, todo el mundo había cambiado. Zedd también era distinto. Incluso Cara había cambiado. Seguía siendo igual de protectora, pero ahora era protectora de un modo más… femenino. Nicci había cambiado asimismo, aunque en su caso Richard pensaba que los resultados eran más positivos…, desde su punto de vista, al menos. La hechicera había olvidado todo lo relacionado con Kahlan, y como resultado, a pesar de sus propios puntos de vista e intereses, estaba más dispuesta a defenderlo a pesar de todo lo que él dijese o hiciese. Estaba más consagrada a él y por lo tanto más dedicada a salvaguardarlo.</p> <p>Pero Zedd había cambiado en modos que resultaban más preocupantes, de una forma muy parecida a como Ann se había vuelto más dominante y dispuesta a interferir directamente con las decisiones de Richard e imponer sus puntos de vista sobre lo que creía que Richard tenía que hacer.</p> <p>Él había estado diciendo desde el principio que las implicaciones de la desaparición de Kahlan eran mucho más amplias y más complejas de lo que nadie, excepto él mismo, veía. Aquel cambio en el comportamiento de todos, algunos sutiles y otros patentes, eran una manifestación más de aquellos efectos de largo alcance. Y con todo, Richard no había comprendido aún la vastedad de todos los corolarios ocultos y consecuencias.</p> <p>Las cosas habían cambiado. Richard ya no podía permitir por más tiempo que características pasadas lo confundieran sobre cómo estaban las cosas en la actualidad. Era vital que reconociera la realidad en aquel momento, y no se dejara influir por cómo habían sido en una ocasión. Nicci se había convertido aún más en una aliada. Cara era igual de protectora, si bien de un modo sutilmente distinto. Pero Zedd y Ann, y posiblemente Nathan, se habían vuelto menos que fiables en los aspectos que más importaban.</p> <p>Tenía que tomar en cuenta el modo en que las personas habían cambiado y actuar en consecuencia. No tenía que perder de vista sus objetivos y actuar para lograr aquellos fines, incluso aunque eso significase dejar de confiar en personas en las que había confiado una vez, en personas que le importaban.</p> <p>Con la desaparición de Kahlan, todo estaba siendo alterado. Las reglas habían cambiado.</p> <p>Se giró de nuevo hacia Nicci.</p> <p>—Esto no podría haber sucedido en un momento peor. Acabo de resolverlo. La víbora con cuatro cabezas son las Hermanas de las Tinieblas.</p> <p>—¿Las Hermanas de Jagang?</p> <p>—No, mis antiguas maestras, las hermanas Tovi, Cecilia, Armina y su cabecilla, la hermana Ulicia. La hermana Ulicia fue quien asignó a todas mis maestras, incluida tú.</p> <p>—Richard eso es simplemente demencial. No veo…</p> <p>—No, no lo es. Esa mañana, cuando pensé que veía las ramas de los árboles moviéndose cuando en realidad no soplaba viento, no eran las ramas de los árboles. Eran esas Hermanas a las que vi moviéndose en la casi oscuridad.</p> <p>—Pero Jagang tiene a todas la Hermanas de las Tinieblas.</p> <p>—No, no las tiene.</p> <p>—Es un Caminante de los Sueños, Richard. Con su vínculo contigo, las Hermanas de la Luz que son libres están fuera de su alcance, pero capturó a esas Hermanas; yo estaba allí, con ellas, cuando Jagang nos cogió en sus garras. Son Hermanas de las Tinieblas; sin el vínculo están indefensas ante el Caminante de los Sueños. Mis… sentimientos son lo que me ligaron a ti y me permitieron escapar a su control. Pero ellas no pudieron escapar. No te son leales ni podrían serlo.</p> <p>—¡Oh, pero lo son! Me juraron adhesión.</p> <p>—¡Qué! Eso es imposible.</p> <p>Richard negó con la cabeza.</p> <p>—No estabas con ellas el día que sucedió. Fue cuando las tropas de Jagang intentaban apoderarse del Palacio de los Profetas. La hermana Ulicia y mis antiguas maestras…, tú no estabas y Liliana estaba muerta…, sabían donde retenían a Kahlan. Querían ser libres del dominio de Jagang y por lo tanto me hicieron una oferta. Me dijeron el paradero de Kahlan a cambio de que les permitiera jurarme lealtad para así poder escapar a la dominación del Caminante de los Sueños.</p> <p>Nicci estaba a punto de explotar debido a todas las objeciones que reprimía. Parecía como si la idea le resultase tan estrafalaria que tenía problemas para decidir siquiera por dónde empezar. Inhaló profundamente para controlar sus galopantes objeciones.</p> <p>—Richard, sencillamente tienes que abandonar tales fantasías. Nada de eso cuadra, ni siquiera en tu historia. La víbora, que crees que has resuelto, tendría entonces en realidad cinco cabezas. Olvidaste a Merissa.</p> <p>—No, Merissa está muerta. Intentaba matarme. Vino tras de mí. Dijo que tenía intención de bañarse en mi sangre.</p> <p>Nicci se acarició un mechón de pelo con el índice y el pulgar.</p> <p>—Bueno, lo admito, a menudo la oí hacer ese juramento.</p> <p>—Intentó cumplir ese juramento. Nos había seguido a Kahlan y a mí en la sliph. La <i>Espada de la Verdad</i> es incompatible con la vida en la sliph. Cuando llegué aquí recuperé la espada y la hundí en Merissa antes de que consiguiese salir. Murió allí dentro.</p> <p>»De aquellas Hermanas de las Tinieblas que me juraron lealtad, sólo quedan cuatro con vida. Esas Hermanas son la víbora con cuatro cabezas. Son las que vinieron esa mañana y cogieron a Kahlan. Usaron magia para hechizarme para que no me despertara con facilidad. El hechizo que usaron debe haber sido algo sencillo, como aumentar la somnolencia, de modo que no advirtiera que habían usado magia conmigo. El solitario lobo que gritó no fue un lobo, sino una señal dada por las tropas que se acercaban. Debido al hechizo, no reconocí lo que era en realidad; el hechizo me adormiló tanto que no podía pensar, pero de todas formas, yo sabía que había algo extraño en todo ello. A continuación las Hermanas usaron magia para cubrir sus huellas. Ellas cogieron a Kahlan.</p> <p>Nicci se agarró puñados de sus cabellos rubios mientras rezongaba llena de agitación:</p> <p>—¡Pero son Hermanas de las Tinieblas! No pueden tener un vínculo contigo y con el Custodio. Esa idea es una locura.</p> <p>—También pensé yo eso. La hermana Ulicia me convenció de que también lo contemplaba desde mi propia perspectiva. Quería jurar lealtad y a cambio yo podía preguntar dónde estaba Kahlan. Tenían que responder con sinceridad para hacer honor a su juramento. Luego se marcharían. Si yo preguntaba cualquier cosa más eso rompería el acuerdo y todos estaríamos de vuelta al principio; ellas súbditas de Jagang y Kahlan cautiva. La hermana Ulicia dijo que, una vez que hubiesen hecho el juramento y yo la pregunta, se irían. Ellas consiguieron el vínculo, yo conseguí a Kahlan.</p> <p>—¡Pero son Hermanas de las Tinieblas!</p> <p>—La hermana Ulicia dijo que si ellas no intentaban matarme directamente a partir de entonces consideraban que eso redundaba en mi beneficio, de modo que, desde su punto de vista, se ajustaba a los requisitos de su vínculo, ya que el que no me mataran era lo que yo quería, luego eso mantenía su vínculo conmigo intacto.</p> <p>Nicci se dio la vuelta, con una mano sobre la cadera.</p> <p>—De un modo curioso, eso, en realidad, tiene sentido. La hermana Ulicia es muy artera. Ése es el modo en que piensa.</p> <p>La hechicera se volvió hacia él.</p> <p>—¿Qué estoy diciendo? Ahora estás empezando a arrastrarme a tus delirios. Richard, detén esto. Oye, tienes que salir de aquí, y tienes que hacerlo ahora. Vamos. Cara irá justo detrás de mí con tus cosas.</p> <p>Richard sabía que Nicci tenía razón. No podía encontrar a Kahlan si tenía que preocuparse de protegerse de tres personas con el don que sabían perfectamente cómo usarlo y que querían alterar sus pensamientos. No era probable que le dieran ninguna oportunidad de explicar nada. Ya había probado con las explicaciones, y no había funcionado.</p> <p>Lo más probable era que hiciesen lo que creían que tenían que hacer, y Richard estaba seguro de que intentarían cogerle desprevenido. Antes de que supiera lo que le había golpeado todo habría acabado.</p> <p>Odiaba tener que admitirlo, pero Zedd era capaz de algo así. Tras entregar a Richard la <i>Espada de la Verdad</i>, cuando iban de camino para recuperar las cajas del Destino que Rahl el Oscuro había puesto en funcionamiento, Zedd le había dicho en una ocasión que había tantas vidas en juego que no vacilaría en matarlo, si era necesario, para salvar a todas aquellas personas inocentes. Había dicho a Richard que, para ser el Buscador y llevar la <i>Espada de la Verdad</i>, tenía que estar preparado para mostrarse igual de comprometido con la causa.</p> <p>No era imposible imaginar a Zedd muy dispuesto en aquellos momentos a usar la magia para borrar el recuerdo que Richard tenía de Kahlan; un recuerdo que Zedd pensaba que era una enfermedad que lo estaba perjudicando a él y a la causa de todos, y que por lo tanto, ponía en peligro las vidas de millones.</p> <p>—Creo que tienes razón —admitió Richard en tono abatido—. Intentarán detenerme. —Tomó los dos pequeños libros que descansaban sobre la mesa y los introdujo en un bolsillo—. Creo que será mejor que salgamos de aquí antes de que puedan hacer eso.</p> <p>—¿Salgamos? ¿Quieres que vaya con vosotros?</p> <p>Richard se detuvo y encogió los hombros con timidez.</p> <p>—Nicci, tú y Cara soy los únicos amigos auténticos que tengo ahora. Tú has estado para ayudarme cuando más lo necesitaba. No puedo permitirme dejar atrás a amigas que aprecio justo cuando estoy empezando a averiguar qué está pasando. Una vez que lo haya resuelto puedo necesitar tu ayuda, pero incluso si no es así, me gustaría tenerte conmigo sólo por los consejos y el apoyo que me proporcionas.</p> <p>»Quiero decir, si estás dispuesta a venir. No te obligaría, desde luego, pero me gustaría que vinieses.</p> <p>Nicci mostró aquella excepcional sonrisa suya, la sonrisa que revelaba la nobleza de la mujer que Nicci era en realidad, la sonrisa que él sólo había visto desde que la hechicera había llegado a amar la vida.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 31</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Cara aguardaba impaciente al otro lado del escudo. Rikka, que montaba guardia cerca de la puerta de hierro, vigilaba el interior de la habitación de la torre. Ambas se giraron cuando vieron el resplandor rojo y oyeron acercarse a Richard. Éste vio mochilas y otros bártulos reunidos en una pulcra pila. Extrajo su mochila de entre las demás e introdujo los dos libros dentro.</p> <p>—¿Nos vamos? —preguntó Cara.</p> <p>Richard pasó los brazos a través de las correas y se cargó la mochila a la espalda.</p> <p>—Sí, y creo que es mejor que no perdamos tiempo.</p> <p>Mientras recogía su arco y aljaba, ellas empezaron a reunir sus propias cosas.</p> <p>Resultó que Cara, como quería que Nicci estuviese cerca de Richard para ayudar a protegerle, había traído asimismo las cosas de la hechicera. Richard se preguntó si eso tenía que ver con lo que Shota había dicho.</p> <p>Vio que también Rikka tenía una mochila. Estuvo a punto de preguntarle qué creía que hacía, pero comprendió que era una mord-sith y que diría que su lugar estaba junto a él. Había pasado tanto tiempo con tan sólo la protección de Cara que pensó que resultaría un poco curioso tener a más de una mord-sith cerca de él.</p> <p>—¿Todo el mundo listo? —preguntó cuando vio que todas ellas dejaron de tensar correas y ajustar hebillas.</p> <p>Después de que cada mujer asintiera, Richard condujo al sombrío grupo al otro lado de la puerta. Sabía que Cara podría haberle seguido sin hacer preguntas, pero que no seguiría ciegamente las órdenes de Nicci ni de nadie sin un buen motivo, así que sospechó que probablemente la mord-sith había hecho una gran cantidad de preguntas muy precisas —algo que las mord-sith solían hacer— y averiguado por qué tenían que marcharse.</p> <p>En la base de la torre, Richard pasó la mano por la barandilla de hierro, pero entonces una repentina comprensión le hizo detenerse. Todo el mundo aguardó, observándolo, preguntándose por qué se había detenido.</p> <p>Richard miró los perplejos ojos azules de Nicci.</p> <p>—No van a confiar en ti.</p> <p>—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.</p> <p>—Es demasiado importante. No van a dejar en tus manos el que hagas lo que han ordenado. Les inquietará que pierdas el valor, o que pudieras fracasar y que yo escape.</p> <p>Cara se acercó más.</p> <p>—¿Queréis decir que vendrán en vuestra busca?</p> <p>—No, no a buscarme —dijo Richard—, pero apuesto a que estarán al acecho en algún lugar entre aquí y la salida del Alcázar, por si consigo superar a Nicci e intento irme. Si tropezamos con ellos inesperadamente, entonces ya será demasiado tarde.</p> <p>—Lord Rahl —intervino Rikka—, el ama Cara y yo no permitiríamos que nadie os lastimase.</p> <p>Richard enarcó una ceja.</p> <p>—Preferiría no tener que llegar a eso. Esos tres piensan que es necesario que me ayuden. Su intención no es hacerme daño, al menos no intencionadamente. No quiero que vosotras dos los lastiméis.</p> <p>—Pero si nos sorprenden con la intención de usar su magia en vos, no podéis esperar que vayamos a permitírselo —replicó Cara.</p> <p>Richard trabó la mirada con ella por un momento.</p> <p>—Como he dicho, no quiero que se llegue a eso.</p> <p>—Lord Rahl —dijo Cara en voz baja—, sencillamente no puedo permitir que nadie os ataque, ni siquiera aunque piensen que es para ayudaros. No valdrán subterfugios. Si os atacan, hay que detener el ataque… punto. Si se les permite tener éxito, jamás volveréis a ser el mismo. Ya no seréis el lord Rahl que conocemos, el lord Rahl que sois.</p> <p>Cara se inclinó aún más hacia él y le clavó aquella mirada que tenían las mord-sith que siempre le hacía sudar.</p> <p>—Si realmente os atacan y se les permite tener éxito porque teméis hacerles daño, entonces, cuando ellos hayan acabado vos ya no recordaréis a esa mujer, a Kahlan. ¿Es eso lo que queréis?</p> <p>Richard apretó las mandíbulas y exhaló con fuerza.</p> <p>No, no lo es. Intentemos no llegar a tales cosas. Pero si sucede, entonces imagino que tienes razón. No se les puede permitir hacer eso. Pero si debemos detenerles, no usemos más fuerza de la necesaria.</p> <p>—La vacilación es un error que llama a la derrota —repuso Cara—. No sería una mord-sith de haber vacilado cuando era joven.</p> <p>Richard sabía que tenía razón. La <i>Espada de la Verdad</i> le había enseñado eso, al menos. La danza con la muerte no permitía componendas entre la vida y la muerte.</p> <p>Posó una mano sobre el hombro de Cara.</p> <p>—Comprendo.</p> <p>Nicci alzó la mirada torre arriba, sus ojos azules evaluando las puertas que la rodeaban.</p> <p>—¿Dónde crees que nos esperan?</p> <p>—No lo sé —respondió Richard a la vez que introducía los pulgares bajo las correas de la mochila—. El Alcázar del Hechicero es inmenso, pero al final sólo existe una salida. Puesto que hay tantas rutas que podríamos tomar, yo supondría que será cuando estemos más cerca del patio que da al rastrillo.</p> <p>—Lord Rahl —dijo Rikka, tomando la palabra y mostrándose un tanto violenta una vez que él trabó la mirada con ella—, existe otra salida. Richard la miró con el entrecejo fruncido.</p> <p>—¿De qué hablas?</p> <p>—Hay otra salida además de la entrada principal. Sólo es accesible a través de pasadizos que hay en las profundidades del Alcázar.</p> <p>—¿Cómo sabes tal cosa?</p> <p>—Vuestro abuelo me la mostró.</p> <p>Richard no tenía tiempo para asombrarse ante tal cosa.</p> <p>—¿Crees que podrías volver a encontrarla?</p> <p>Rikka lo meditó un momento.</p> <p>—Eso creo —respondió por fin—. Desde luego no querría perderme ahí abajo, pero creo que puedo encontrar el camino. Hemos recorrido ya parte del mismo, de modo que no será tan difícil.</p> <p>Richard fue a posar la mano en la empuñadura de su espada mientras lo tomaba en cuenta. El arma no estaba allí. Se frotó las palmas.</p> <p>—Tal ver sería mejor si fuésemos por ese camino.</p> <p>Rikka se dio la vuelta, y con ella su rubia trenza, y empezó a andar.</p> <p>—Seguidme, entonces.</p> <p>Richard dejó que Nicci fuese por delante de él, luego las siguió, permitiendo que Cara cerrara la marcha. No había dado ni doce pasos cuando se detuvo. Miró atrás.</p> <p>Todo el mundo echó una mirada a donde él miraba y luego lo observaron, desconcertadas respecto a lo que podría estar pensando.</p> <p>—Tampoco podemos ir por ahí. —Volvió a girarse hacia Rikka—. Zedd te mostró esa salida del Alcázar. Conoce a las mord-sith, sabe que no obstante lo bien que os lleváis los dos, si tienes que elegir, tus lealtades se inclinarán hacia mí.</p> <p>»A Zedd le encantan los trucos. Dejará que Ann y Nathan custodien las rutas a la entrada principal del Alcázar, y él se apostará en la ruta que te mostró, Rikka.</p> <p>—Bueno, si sólo hay dos salidas —dijo Nicci—, eso significa que tendrán que dividirse para asegurarse de que ambas quedan bloqueadas. Eso si Zedd piensa lo que tú has expuesto. Podría olvidar que le contó a Rikka lo de la otra salida, o podría no pensar que ella te lo contaría. Ese camino podría seguir estando despejado.</p> <p>Richard negó lentamente con la cabeza a la vez que miraba a lo lejos, a otra cosa: la amplia plataforma que llevaba a la pasarela situada alrededor del agua estancada del fondo del sombrío interior de la torre.</p> <p>—Si bien lo que dices es posible, contar con que Zedd corneta tal error estratégico sería una estupidez.</p> <p>Nicci empezaba a mostrarse un poco preocupada.</p> <p>—Bueno, tú no puedes usar tu poder sin arriesgarte a llamar a la bestia, pero yo sí puedo usar el mío. Y controlo más poder del que controla Zedd. Si se dividen como sugieres, entonces no tendremos que enfrentarnos a los tres a la vez.</p> <p>—No, pero no me gustaría pasar por esa clase de prueba, especialmente en el Alcázar. Es posible que existan defensas aquí que él haya iniciado para proteger al Primer Mago en el caso de que lo atacasen. Simplemente podrías atraparle en una maraña conjurada para hacerle ir más despacio mientras escapamos, y eso podría ser todo lo que hace falta para disparar algo letal. Además, incluso si consigues tener éxito en algo así, de todos modos podría seguir yendo tras nosotros.</p> <p>Nicci cruzó los brazos.</p> <p>—Entonces ¿qué sugieres que hagamos?</p> <p>Él se dio la vuelta y una vez más clavó la mirada en sus ojos azules.</p> <p>—Sugiero que tomemos una salida que ellos no pueden seguir.</p> <p>La nariz de la hechicera se arrugó.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—La sliph.</p> <p>Todo el mundo miró atrás, como si la sliph pudiese estar allí, esperando a que viajasen con ella.</p> <p>—Desde luego —dijo Cara—, podríamos escapar sin que ellos supiesen siquiera que nos hemos ido. No habrá rastros. No tendrán la menor esperanza de poder seguirnos.</p> <p>—Exactamente. —Richard le dio una palmada en el hombro—. Vamos.</p> <p>Todas lo siguieron en su carrera por la pasarela y a través de la reventada entrada. Dentro de la sala de la sliph, Nicci lanzó magia, encendiendo las antorchas colocadas en soportes en las paredes mientras se reunían alrededor del pozo. Todo el mundo miró abajo con atención.</p> <p>—Sólo hay un problema —dijo Richard en voz alta al acudir éste a su mente. Alzó los ojos hacia Nicci—. Tengo que usar magia para llamar a la sliph.</p> <p>Nicci inhaló profundamente y luego soltó el aire con una expresión de desaliento.</p> <p>—Eso es un problema.</p> <p>—No necesariamente —dijo Cara—. Shota nos contó que usar vuestra magia poseía el potencial de llamar a la bestia de sangre. Pero ésta actúa al azar. Cuando usáis magia, resultaría lógico que ella os encontrara de este modo, pero la bestia no actúa mediante la lógica. Podría venir cuando uséis magia, dijo Shota, o podría no hacerlo. No hay modo de saberlo o predecirlo.</p> <p>—Y estamos bastante seguros de que no vamos a poder salir andando de este lugar sin tener que enfrentarnos a los otros —señaló Nicci.</p> <p>—Intentar huir presentará dos problemas —dijo Richard—, conseguir pasar y luego mantenernos fuera de su alcance para impedir que intenten «curarme». Esto tiene más sentido. La sliph sería sin lugar a dudas un modo de escapar sin que Zedd, Ann y Nathan tuviesen ningún modo ni de seguirme ni de saber adónde fui; y también evitaría tener que enfrentarnos a ellos, algo que no me gustaría tener que hacer. Quiero a mi abuelo. No quiero tener que defenderme de él.</p> <p>—Casi odio decirlo —dijo Cara—, pero esto también tiene más sentido para mí.</p> <p>—Yo estoy de acuerdo —indicó Rikka.</p> <p>—Llama a la sliph. —Nicci se apartó un mechón de cabellos mientras bajaba la mirada para atisbar al interior del pozo otra vez—. Y date prisa, antes de que vengan a averiguar qué me está demorando tanto.</p> <p>Richard no vaciló. Alargó los puños al frente por encima del pozo. Necesitaba invocar su don para llamar a la sliph e invocar su propia habilidad no era algo que se le diera bien. Se dijo que lo había hecho antes. Tendría que hacerlo otra vez.</p> <p>Trató de liberar su tensión. Sabía que tenía que hacerlo o podría muy bien perder su oportunidad de encontrar a la mujer que amaba más que a la vida misma. Durante un momento, el dolor del terrible sufrimiento que significaba cada día que pasaba sin ella le hizo replegarse sobre sí mismo ante la amargura de todo ello.</p> <p>Con la necesidad sincera y ardiente de estar haciendo lo que debía para ayudar a Kahlan, su necesidad prendió en lo más profundo de sí mismo y la sintió ascendiendo como una furia desde el núcleo de su ser, quitándole el aliento. Tensó los músculos del abdomen para hacer frente al poder de la sensación que bullía en su interior.</p> <p>Una luz se encendió entre los puños extendidos. Reconoció la sensación y presionó entre sí las muñequeras acolchadas de plata y cuero que llevaba. No las había tenido la primera vez, pero eran lo que la sliph le había dicho que debería usar para volver a llamarla. Las muñequeras se iluminaron con gran intensidad.</p> <p>Se concentró en su propósito. No quería otra cosa que el que la sliph acudiera a él para ayudar a Kahlan. Lo ansiaba. Exigía que así fuera. «¡Ven a mí!»</p> <p>El luminoso resplandor gimió al prender en una línea que descendió por el centro del pozo, como un rayo, pero en lugar del sonido del trueno, el aire chisporroteó con el rugido desgarrador del fuego y la luz.</p> <p>Todos alrededor de la pared de piedra miraron ansiosamente al interior del pozo iluminado por el fogonazo. Nicci también miró a su alrededor, sin perder de vista la habitación en torno a ellos, aparentemente preocupada por si aparecía la bestia. El eco del poder que Richard había enviado al interior del pozo tardó un buen rato en desvanecerse, pero por fin todo quedó silencioso.</p> <p>En la quietud del Alcázar, en la quietud de la montaña de roca inerte que se alzaba alrededor y por encima de ellos, sonó un retumbo lejano. Un retumbo de algo que cobraba vida.</p> <p>El suelo empezó a estremecerse con creciente fuerza, hasta que empezó a levantar polvo desde junturas y grietas. Guijarros pequeños danzaron sobre el tembloroso suelo de piedra.</p> <p>Muy abajo, en las lejanas profundidades, el pozo empezó a llenarse de algo que se precipitaba hacia arriba por el hueco a una velocidad imposible, rugiendo con un aullante chillido de velocidad mientras acudía. El aullido creció a medida que la sliph ascendía a toda velocidad para responder a la llamada.</p> <p>Nicci, Cara y Richard se apartaron del pozo cuando algo como reluciente plata salió disparado hacia arriba y efectuó una instantánea parada que de algún modo pareció estar llena de gracia.</p> <p>En el interior del ondulante pozo plateado se fue formando un lustroso montecillo metálico, que se alzó por encima del murete que rodeaba la construcción. Se irguió en una mole, alzándose a la vez que adquiría una forma reconocible. La lustrosa superficie, igual que un espejo líquido, reflejaba todo lo que había en la habitación, distorsionando las imágenes que aparecían reflejadas en su superficie a medida que crecía y se transformaba.</p> <p>Parecía azogue vivo.</p> <p>La forma que se alzaba siguió contorsionándose, flexionándose en forma de filos y planos, pliegues y curvas, hasta combarse en un rostro de mujer. Una sonrisa plateada se ensanchó en lo que pareció ser un gesto de reconocimiento.</p> <p>—Amo, ¿me llamasteis?</p> <p>La voz misteriosa y femenina de la sliph resonó por toda la habitación, pero sus labios no se habían movido.</p> <p>Richard se acercó más, sin hacer caso de la atónita mirada boquiabierta de Nicci y Rikka.</p> <p>—Sí. Sliph, gracias por venir. Te necesito.</p> <p>La sonrisa plateada se mostró complacida.</p> <p>—¿Deseáis viajar, amo?</p> <p>—Sí, deseo viajar. Todos lo deseamos. Todos necesitamos viajar. La sonrisa se ensanchó.</p> <p>—Vamos, pues. Viajaremos.</p> <p>Richard condujo a sus amigas cerca de la pared y el metal líquido adquirió la forma de una mano que se alargó para tocar a cada una de las tres mujeres.</p> <p>—Tú has viajado antes —dijo la sliph a Cara tras un breve contacto con su frente—. Puedes viajar.</p> <p>La reluciente mano pasó con suavidad una palma por la frente de Nicci, permaneciendo allí un poco más de tiempo.</p> <p>—Tú tienes lo que se requiere. Puedes viajar.</p> <p>Rikka alzó la barbilla, haciendo caso omiso de su aversión por la magia, y se mantuvo firme mientras la sliph le tocaba la frente.</p> <p>—Tú no puedes viajar —dijo la sliph.</p> <p>Rikka se mostró indignada.</p> <p>—Pero, pero, si Cara puede… ¿por qué no puedo yo?</p> <p>—No tienes los dos lados requeridos —respondió la voz.</p> <p>Rikka cruzó los brazos en actitud desafiante.</p> <p>—Debo ir con ellos. Yo también voy. No hay nada más que decir.</p> <p>—Tú decides, pero si intentas viajar dentro de mí, morirás, y entonces no estarás con ellos.</p> <p>Richard posó una mano en el brazo de Rikka antes de que ésta pudiese decir nada más.</p> <p>—Cara capturó el poder de alguien que tenía un elemento de la magia requerida, por eso puede viajar. No hay nada que pueda hacerse al respecto. Tienes que quedarte aquí.</p> <p>Rikka no pareció nada contenta, pero asintió.</p> <p>—Será mejor que los demás nos pongamos en marcha, entonces.</p> <p>—Ven —dijo la sliph a Richard—, y viajaremos. ¿A qué lugar deseas viajar?</p> <p>Richard estuvo a punto de decirlo en voz alta, pero entonces se contuvo. Se volvió hacia Rikka.</p> <p>—No puedes venir con nosotros. Creo que sería mejor que te fueses ahora, de modo que ni siquiera oigas adónde vamos. No quiero correr el riesgo de que si lo sabes, los otros pudiesen descubrirlo de algún modo. Mi abuelo puede ser muy listo cuando quiere y llevar a cabo estratagemas para salirse con la suya.</p> <p>—No necesitáis decírmelo. —Rikka suspiró con resignación—. Probablemente tenéis razón, lord Rahl. —Sonrió a Cara—. Protégelo.</p> <p>Cara asintió.</p> <p>—Siempre lo hago. Está totalmente indefenso sin mí.</p> <p>Richard hizo caso omiso del alarde de la mord-sith.</p> <p>—Rikka, necesito que le digas algo a Zedd por mí. Necesito que le des un mensaje.</p> <p>Rikka frunció el entrecejo mientras escuchaba atentamente.</p> <p>—Dile que cuatro Hermanas de las Tinieblas han capturado a Kahlan, la auténtica Madre Confesora, no el cuerpo enterrado abajo en Aydindril. Dile que tengo intención de regresar tan pronto como pueda y que le traeré la prueba. Le pido que cuando regrese, antes de que intente curarme, me permita mostrarle la prueba que traeré. Y dile que lo quiero y comprendo su preocupación por mí, pero que estoy haciendo lo que debe hacer el Buscador, como él mismo me encomendó hacer cuando me entregó la <i>Espada de la Verdad.</i></p> <p>Cuando Rikka hubo marchado, Cara preguntó:</p> <p>—¿Qué prueba?</p> <p>—No lo sé. No la he encontrado aún. —Richard miró a Nicci—. No olvides lo que te conté antes. Tienes que respirar a la sliph una vez que nos sumerjamos. Al principio querrás contener la respiración, pero eso simplemente no es posible. Una vez que lleguemos y ascendamos fuera de la sliph, debes dejarla salir de tus pulmones y volver a respirar el aire.</p> <p>Nicci parecía más que un poco nerviosa. Richard le tomó la mano.</p> <p>—Estaré contigo, como lo estará Cara. Ambos hemos hecho esto antes. No te soltaré. Es difícil obligarse a respirar a la sliph en un principio, pero una vez que lo hagas, verás que es una experiencia de lo más excepcional. Produce éxtasis respirar la sliph.</p> <p>—Éxtasis… —repitió Nicci con más que una leve incredulidad.</p> <p>—Lord Rahl tiene razón —dijo Cara—. Ya lo verás.</p> <p>—Sólo recuerda —añadió Richard— que cuando finalice no querrás soltarte de la sliph y respirar aire otra vez… pero debes hacerlo. Si no lo haces, morirás. ¿Comprendido?</p> <p>—Desde luego —respondió Nicci con un movimiento de cabeza.</p> <p>—Vamos pues. —Richard empezó a trepar a la pared, izando a Nicci con él.</p> <p>—¿Adónde viajaremos, amo?</p> <p>—Creo que deberíamos ir al Palacio del Pueblo, en D'Hara. ¿Conoces el lugar?</p> <p>—Desde luego. El Palacio del Pueblo es un emplazamiento principal.</p> <p>—¿Un emplazamiento principal?</p> <p>Si podía decirse que el azogue vivo era capaz de mostrarse desconcertado por una pregunta, la sliph se mostró desconcertada.</p> <p>—Sí, un emplazamiento principal. Como este lugar de aquí es un emplazamiento principal.</p> <p>Richard no lo comprendió, pero no creyó que fuese relevante y por lo tanto no insistió sobre la cuestión.</p> <p>—Entiendo.</p> <p>—¿Por qué el Palacio del Pueblo? —preguntó Nicci.</p> <p>Richard se encogió de hombros.</p> <p>—Tenemos que ir a alguna parte. Estaremos a salvo en el palacio. Pero lo que es más importante, tienen bibliotecas allí con raros libros antiguos. Espero que tal vez podamos encontrar algo sobre esa Cadena de Fuego. Puesto que las Hermanas tienen a Kahlan, estoy pensando que esa Cadena de Fuego podría tener algo que ver con alguna especie de magia.</p> <p>»Por lo que he oído, el ejército d'haraniano está en algún lugar en sus inmediaciones, de camino al sur. Lo que es más, la última vez que vi a Berdine, otra mord-sith, fue cuando la dejé en Aydindril, así que probablemente estará o cerca de nuestras tropas o en el palacio. Necesito que me ayude a traducir parte del contenido de los libros que llevo conmigo. Además de eso, ella tiene el diario de Kolo y tal vez pueda saber ya algo que sea útil.</p> <p>Echó una mirada a Cara.</p> <p>—Quizá podamos ver al general Meiffert y averiguar cómo van las cosas con las tropas.</p> <p>Al instante, la sorpresa y una amplia sonrisa iluminaron el rostro de Cara.</p> <p>Nicci asintió pensativa.</p> <p>—Imagino que todo eso tiene sentido, e imagino que es tan buen lugar como cualquier otro. Te saca de un peligro inmediato y eso es lo que importa más justo ahora.</p> <p>—De acuerdo, sliph —dijo Richard—, deseamos viajar al Palacio del Pueblo en D'Hara.</p> <p>Un brazo de plata líquida ascendió y se deslizó alrededor de los tres. Richard sintió cómo la cálida y ondulante sujeción se comprimía para aferrarlo. Nicci le cogió la mano como si le fuera la vida en ello.</p> <p>—¿Lord Rahl? —preguntó Cara.</p> <p>Richard alzó la mano que no sujetaba la de Nicci para detener a la sliph antes de pudiera alzarlos al interior del pozo.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>Cara se mordió el labio antes de hablar por fin.</p> <p>—Sujetáis la mano de Nicci. ¿Sujetaréis la mía, también? Quiero decir, no quisiera que quedásemos separados.</p> <p>Richard intentó no sonreír ante la preocupación que veía en su rostro. Cara temía a la magia, incluso aunque ya había hecho esto antes.</p> <p>—Claro —respondió a la vez que le cogía la mano—. Yo tampoco quisiera que nos separásemos.</p> <p>Tuvo una repentina idea.</p> <p>—¡Aguarda! —dijo, deteniendo a la sliph antes de que pudiera empezar.</p> <p>—¿Sí, amo?</p> <p>—¿Conoces a una persona llamada Kahlan? ¿Kahlan Amnell, la Madre Confesora?</p> <p>—Este nombre no significa nada para mí.</p> <p>Richard suspiró desilusionado. En realidad no había esperado que la sliph conociese a Kahlan. Nadie más la conocía, tampoco.</p> <p>—¿Por casualidad conocerías un lugar llamado la Profunda Nada?</p> <p>—Conozco varios lugares en la Profunda Nada. Algunos han sido destruidos, pero algunos todavía existen. Puedo viajar a ellos si lo deseáis.</p> <p>La sorpresa aceleró el corazón de Richard.</p> <p>—¿Son algunos de esos lugares en la Profunda Nada también un emplazamiento principal?</p> <p>—Sí, uno de ellos —respondió la sliph—. Caska, en la Profunda Nada, es un emplazamiento principal. ¿Os gustaría viajar allí?</p> <p>Richard dirigió una veloz mirada tanto a Nicci como a Cara.</p> <p>—¿Alguna de vosotras conoce ese lugar, Caska?</p> <p>Nicci negó con la cabeza.</p> <p>Cara fruncía el entrecejo.</p> <p>—Creo recordar oír algo sobre él cuando era pequeña. Lo siento, lord Rahl, pero no recuerdo exactamente qué. Simplemente el nombre me resulta familiar por viejas leyendas.</p> <p>—¿Qué quieres decir con «leyendas»?</p> <p>Cara se encogió de hombros.</p> <p>—Viejas leyendas d'haranianas… algo sobre lanzadores de sueños. Historias que contaba la gente. Algo sobre la historia de D'Hara. Parece que Caska es un nombre de tiempos remotos.</p> <p>Tiempos remotos. Lanzadores de sueños… Richard recordó que cuando había hojeado algunas partes del libro <i>Gegendrauss</i> que había encontrado allá, en la habitación protegida con escudos, había visto algo sobre lanzar sueños, pero no había traducido el pasaje. Aun cuando Richard era el líder del imperio d'haraniano, conocía muy poco sobre la misteriosa D'Hara.</p> <p>Incluso aunque Cara no supiese más, Richard sintió de todos modos como si acabase de dar un paso más hacia la localización de Kahlan.</p> <p>—Deseamos viajar —dijo a la sliph—. Deseamos viajar a Caska, en la Profunda Nada.</p> <p>Hacía mucho tiempo que Richard no había viajado en la sliph y se sentía un tanto aprensivo. Pero la excitación que le provocaba ver que, por fin, ligaba cabos para encontrar respuestas que durante mucho tiempo le habían esquivado erradicaba cualquier inquietud.</p> <p>—Viajamos a Caska, entonces —dijo la sliph, la voz resonando por la habitación de piedra donde, en el pasado, Kolo había muerto custodiándola al finalizar la gran guerra.</p> <p>Al menos, todo el mundo pensaba que había finalizado, pero aquellos antiguos conflictos no habían tocado a su fin con tanta facilidad y ahora habían vuelto a reavivarse.</p> <p>El brazo los alzó a los tres y los sumergió en la plateada espuma. La mano de Nicci oprimió con más fuerza la de Richard y la hechicera inhaló profundamente antes de hundirse.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 32</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Con la velocidad de una flecha, Richard voló por el silencio sedoso de la sliph, planeaba con la lenta gracia de un cuervo dejándose llevar por las tranquilas corrientes por encima de los árboles en una noche iluminada por la luna. No hacía calor, ni frío. En el silencio, sonidos dulces le llenaban la mente, y sus ojos contemplaban luz y oscuridad juntas en una única visión espectral, mientras los pulmones se le hinchaban con la dulce presencia de la sliph a medida que la respiraba al interior de su alma.</p> <p>Era puro éxtasis.</p> <p>Bruscamente, éste cesó.</p> <p>Una oscuridad granulada estalló en su visión; parecía haber formas aterronadas por todas partes a su alrededor. La mano de Nicci aferró la suya presa de terror.</p> <p>«Respira», le dijo la sliph.</p> <p>Richard soltó el dulce aliento, vaciando los pulmones del éxtasis. Con un jadeo necesario, aspiró aquel aire tan distinto. También Cara jadeó en el aire caliente y polvoriento.</p> <p>Nicci flotaba bocabajo, balanceándose suavemente en el fluido plateado.</p> <p>Richard arrojó un brazo por encima de la pared de piedra que había junto a la sliph, arrastrando a Nicci. Se quitó el arco de la espalda para que no le molestara y lo depositó a toda prisa contra el lado exterior de la pared. Con la ayuda de la sliph, se colocó de un brinco sobre el muro, y luego con la sliph alzándola, tiró del peso muerto de Nicci hacia arriba lo suficiente para sacarle hombros y cabeza al cálido aire oscuro.</p> <p>Richard dio palmadas a la hechicera en la espalda.</p> <p>—Respira, Nicci. Respira. Vamos, tienes que soltar a la sliph y respirar. Hazlo por mí.</p> <p>Por fin ella así lo hizo. Dio boqueadas en el aire, agitando desesperadamente los brazos, aterrada al sentirse confusa y perdida en un entorno tan extraño. Richard la acercó más a él a la vez que la ayudaba a pasar los brazos por encima del borde y, jadeando, a trepar a lo alto de la pared.</p> <p>Soportes situados en las paredes cercanas sostenían esferas de cristal, como las del Alcázar, que brillaron con más intensidad cuando él salió fuera del pozo.</p> <p>—¿Qué creéis que es este lugar? —preguntó Cara mientras atisbaba a su alrededor en la pobre luz.</p> <p>—Eso fue… el éxtasis —dijo Nicci, todavía bajo el influjo de la experiencia.</p> <p>—Te lo dije —respondió Richard.</p> <p>—Parece que estamos en una habitación de piedra —dijo Cara mientras paseaba por la estancia.</p> <p>Richard dirigió sus pasos hacia un extremo y dos esferas más grandes en altos soportes de hierro se iluminaron con un espectral resplandor verdoso. Vio que flanqueaban peldaños. Los peldaños subían.</p> <p>—Esto es de lo más extraño —dijo Cara, parada en el segundo peldaño, inspeccionando el oscuro techo.</p> <p>—Aquí —dijo Nicci, que estaba inclinada hacia un lado de los peldaños—. Hay una placa de metal.</p> <p>Era la clase de placa de metal que Richard había visto en otros lugares. Eran placas que disparaban escudos. Nicci dio un golpecito con la palma de la mano pero no sucedió nada.</p> <p>Richard presionó la mano contra la gélida placa y empezó a sonar un chirrido de piedra en movimiento. Cayeron serpentinas de polvo.</p> <p>Los tres se agacharon, echándose hacia atrás, a la vez que miraban detenidamente a su alrededor en la sombría luz, intentando averiguar qué se movía. El suelo tembló. Parecía como si toda la habitación pudiera estarse moviendo y cambiando de forma. Richard reparó entonces que en realidad era el techo lo que se deslizaba.</p> <p>La luz de la luna iluminó una zona cada vez más grande de peldaños.</p> <p>Richard no tenía ni idea de dónde estaban, aparte de en una habitación de piedra que parecía estar enterrada. No sabía dónde se hallaba Caska, aparte de que la sliph había dicho que se encontraba en la Profunda Nada, y no sabía dónde estaba eso, así que en realidad no sabía qué esperar, y por lo tanto sentía gran inquietud.</p> <p>Alargó la mano hacia la espada.</p> <p>La espada no estaba allí. Por enésima vez, experimentó la terrible desazón de comprender por qué y dónde estaba en aquellos momentos.</p> <p>Desenvainó el largo cuchillo en su lugar mientras iniciaba la ascensión de los peldaños. Se agachó no sólo para no golpearse la cabeza con el techo antes de que éste hubiese acabado de apartarse, sino por cautela. Cara, al ver que sacaba su cuchillo, empuñó su agiel. Intentó adelantarse, pero Richard extendió el brazo, manteniéndola atrás, a la izquierda. Nicci iba pegada a su derecha.</p> <p>A medida que subía, Richard vio las figuras en sombras de tres personas que estaban de pie no muy lejos. Sabía que, por haber estado en la sliph, hasta que se recuperara por completo, su visión era más aguda de lo habitual, y que probablemente podía verlos mejor de lo que ellos le podían ver.</p> <p>Con aquella visión aguda, Richard vio que el hombretón del centro sujetaba a una niña delgada contra él. Le tapaba la boca con una mano. Pudo ver que la niña se revolvía. La luz de la luna centelleó en el cuchillo que el hombre sostenía contra la garganta de su prisionera.</p> <p>—Soltad las armas —gruñó el hombre que sujetaba a la niña— y rendíos a la Orden Imperial, o moriréis.</p> <p>Richard hizo girar rápidamente el cuchillo en el aire, le dejó efectuar una media vuelta y lo atrapó por la punta. Una forma de un negro intenso descendió súbitamente en picado sobre la cabeza del hombre. El ave profirió un graznido agudo, y el hombre se encogió asustado. Richard no perdió tiempo haciendo cábalas sobre tan inesperado ataque y arrojó el cuchillo.</p> <p>Propulsada por amplias alas, el ave se alzó en el aire mientras la afilada hoja alcanzaba al hombre en pleno rostro con un golpe sordo. Richard sabía que la hoja era lo bastante larga para haber atravesado el cerebro del hombre y que la punta habría perforado la parte posterior del cráneo. El hombre cayó de golpe detrás de la temblorosa jovencita… muerto.</p> <p>Antes de que los hombres a ambos lados de la niña pudieran dar ni medio paso, Nicci descargó un segador susurro de poder que seccionó las cabezas de ambos facinerosos. El único ruido fue el sonido de las cabezas al golpear el suelo con idénticos golpes sordos. Los cuerpos se desplomaron a ambos lados de la niña.</p> <p>La noche, ahora, estaba silenciosa a excepción del zumbido de las cigarras.</p> <p>La niña se acercó con paso vacilante y cayó de rodillas, inclinándose hacia adelante ante los peldaños, hasta que su frente tocó el suelo a los pies de Richard.</p> <p>—Lord Rahl, soy vuestra humilde sierva. Gracias por acudir y protegerme. Vivo sólo para servir. Mi vida es vuestra. Ordenadme lo que queráis.</p> <p>Al tiempo que la niña hablaba con voz trémula, Cara y Nicci se desplegaron a los lados, buscando otras amenazas. Richard posó un dedo sobre los labios para indicarles que lo hicieran en silencio, para que no alertaran a otras tropas que pudiesen estar cerca. Ambas vieron la señal y asintieron.</p> <p>Richard aguardó, aguzando el oído en busca de cualquier amenaza. Puesto que la niña estaba sobre el suelo, la dejó allí, a salvo. Oyó el murmullo de unas plumas batiendo el aire al posarse el cuervo en una rama próxima y luego un suave susurro cuando dobló las alas.</p> <p>—Despejado —anunció Nicci en voz queda a la vez que regresaba de las sombras—. Mi han me indica que no hay otros en las inmediaciones.</p> <p>Aliviado, Richard dejó que la tensión escapara de sus músculos. Al oír que la niña lloraba en quedo terror, se sentó en el peldaño superior, justo a su lado. Sospechaba que la pequeña tenía miedo de que pudiesen matarla como habían hecho con los tres hombres. Richard quiso asegurarle que no iba a morir.</p> <p>—Todo va bien —le dijo mientras la cogía con suavidad por los hombros y la instaba a levantarse—. No voy a hacerte daño. Estás a salvo.</p> <p>Cuando ella se alzó, rodeó a la asustada niña con los brazos, con gesto protector, y le sujetó la cabeza contra el hombro cuando ella echó una ojeada a los tres hombres muertos como si todavía pudiesen levantarse de un salto y llevársela. Era una criatura delgada y grácil, la clase de muchacha que está punto de pasar a ser una mujer, pero aun así con un aspecto tan frágil como el de un ave que se dispone a abandonar el nido. Los delgados brazos rodearon agradecidos a Richard mientras lloraba de alivio.</p> <p>—¿El pájaro es amigo tuyo? —preguntó él.</p> <p>—<i>Lokey</i> —confirmó ella con un movimiento de cabeza—. Cuida de mí.</p> <p>—Bueno, ha hecho un buen trabajo esta noche.</p> <p>—Pensaba que no ibais a venir, amo Rahl. Pensaba que era culpa mía, que no era una sacerdotisa lo bastante buena para vos.</p> <p>Richard le pasó una mano por la nuca.</p> <p>—¿Cómo sabías que venía?</p> <p>—Los relatos dicen que así es. Pero he aguardado ya tanto tiempo que pensaba que podrían estar equivocados. Estaba a punto de desesperar, pensando que no nos considerabais dignos, y luego temí que fuese una incapacidad mía.</p> <p>Richard conjeturó que los «relatos» debían ser profecías.</p> <p>—¿Eres una sacerdotisa, dices?</p> <p>Ella asintió a la vez que se echaba hacia atrás para alzar los ojos hacia su sonrisa. Richard vio entonces que sus enormes ojos color cobre lo inspeccionaban desde una máscara oscura pintada en su rostro. Era un semblante perturbador.</p> <p>—Soy la sacerdotisa de los huesos. Habéis regresado para ayudarme. Soy vuestra sierva. Soy la que se supone que ha de lanzar los sueños.</p> <p>—¿Regresado?</p> <p>—A la vida. Habéis regresado de entre los muertos.</p> <p>Richard no pudo hacer otra cosa que mirarla boquiabierto. Nicci se acuclilló junto a la niña.</p> <p>—¿Qué quieres decir con que «ha regresado de entre los muertos»?</p> <p>La muchacha señaló detrás de ellos, a la estructura de la que habían salido.</p> <p>—Del mundo de los muertos… de vuelta a nosotros, los vivos. Pone su nombre ahí, en su tumba.</p> <p>Richard volvió la cabeza y, en efecto, vio su nombre esculpido en el monumento. Lo primero que le acudió a la mente fue ver el nombre de Kahlan esculpido también en piedra. Ambos estaban vivos, no obstante sus sepulturas.</p> <p>La niña dirigió una mirada a Cara y luego a Nicci.</p> <p>—Los relatos cuentan que regresareis a la vida, lord Rahl, pero no decían que traeríais a vuestros espíritus familiares.</p> <p>—No he regresado de entre los muertos —le dijo Richard—. Vine a través de la sliph… ahí abajo, en ese pozo.</p> <p>Ella asintió.</p> <p>—El pozo de los muertos. Los relatos mencionan tal cosa misteriosa, pero jamás supe qué querían decir.</p> <p>—¿Te llamo «sacerdotisa», o por tu nombre?</p> <p>—Sois el amo Rahl. Podéis llamarme como gustéis. Mi nombre es Jillian, no obstante. He tenido ese nombre toda mi vida. Me temo que no he sido una sacerdotisa mucho tiempo, y por lo tanto no soy muy buena, creo. Mi abuelo dijo que cuando es la hora, no importa la edad que tengas.</p> <p>—¿Qué tal si te llamo Jillian, entonces? —preguntó él con una sonrisa. Ella parecía demasiado asustada aún para devolvérsela.</p> <p>—Me gustaría eso, amo Rahl.</p> <p>—Mi nombre es Richard. Me gustaría que me llamases Richard y me tuteases.</p> <p>Ella asintió, todavía con aquella expresión de sobrecogimiento en sus ojos. Richard no sabía si el sobrecogimiento se debía al amo Rahl, o a que un muerto regresara a la vida y saliera de su tumba.</p> <p>—Mira, Jillian, no sé nada sobre tus relatos, aún, pero tienes que comprender que no he regresado de entre los muertos. He viajado aquí porque tengo problemas y busco respuestas.</p> <p>—Has encontrado el problema, entonces. Matasteis a tres de ellos. La respuesta es que me ayudes a lanzar los sueños para que podamos expulsar a estos hombres malvados. Han obligado a la mayor parte de mi pueblo a ocultarse. Los más ancianos están ahí abajo. —Señaló al final de una oscura pendiente—. Tiemblan de miedo por si esos hombres los matan al no encontrar lo que buscan.</p> <p>—¿Qué buscan? —preguntó Richard.</p> <p>—No estoy segura. He estado escondida entre los espíritus de nuestros antepasados. Los hombres deben de haber obligado a alguien de ahí abajo a hablarles de mí porque sabían mi nombre cuando me dieron caza. Me he estado manteniendo fuera de sus garras durante mucho tiempo. Hoy estaban escondidos donde tenía un escondrijo con comida. Me agarraron y querían que les mostrase dónde están los libros.</p> <p>—Éstas no son tropas regulares de la Orden Imperial —explicó Nicci a la expresión ceñuda que apareció en el rostro de Richard—. Son una avanzadilla de exploración.</p> <p>Richard echó una ojeada a los cuerpos.</p> <p>—¿Cómo lo sabes?</p> <p>—Porque las tropas regulares de la Orden jamás te pedirían que depusieses las armas y te rindieras. Únicamente los exploradores, que buscan rutas a través de territorios desconocidos y van a la caza de cualquier información que puedan descubrir, harían prisioneros. Interrogan a la gente. A los que no quieren hablar los envían a sus bases para que los torturen. Estos exploradores también son los hombres que encuentran los escondites de los libros que luego recogen para que el emperador los lea.</p> <p>Richard sabía que aquello era cierto. Jagang parecía ser un experto en historia y en lo que se había llevado a cabo en la antigüedad, y sacaba gran provecho de esa información. Parecía como si Richard estuviese permanentemente intentando ponerse al día de lo que Jagang ya había leído.</p> <p>—¿Han encontrado esos hombres alguno de los libros? —preguntó Richard a Jillian.</p> <p>Los ojos color cobre pestañearon.</p> <p>—Mi abuelo me ha hablado sobre libros, pero no sé que haya ninguno aquí. La ciudad ha estado abandonada desde tiempos remotos. Si hubo libros, hace tiempo que los robaron junto con cualquier otra cosa de valor.</p> <p>No era lo que Richard deseaba oír, pues había esperado que a lo mejor allí habría algo que le ayudaría a dar respuesta a sus preguntas. Al fin y al cabo, Shota le había dicho que tenía que encontrar el lugar de los huesos en la Profunda Nada. El cementerio que tenía alrededor, desde luego, era un lugar de huesos.</p> <p>—¿Este lugar se llama la Profunda Nada? —preguntó a la muchacha. Jillian asintió.</p> <p>—Es una tierra muy extensa donde vive muy poca cosa. Nadie, excepto mi pueblo, puede salir adelante en este lugar formidable. La gente siempre ha temido venir aquí. Los huesos blanqueados de aquellos que sí se han aventurado por aquí están, en este lugar y al sur, antes de la gran barrera. El territorio recibe el nombre de Profunda Nada.</p> <p>Richard comprendió que debía de ser un lugar muy parecido a las regiones remotas de la Tierra Central.</p> <p>—¿La gran barrera? —preguntó Cara con recelo.</p> <p>Jillian alzó los ojos hacia la mord-sith.</p> <p>—La gran barrera que nos protege del Viejo Mundo.</p> <p>—Esto tiene que ser la zona meridional de D'Hara —indicó Cara a Richard—. Por eso oí historias sobre Caska cuando era una niña, porque está en D'Hara.</p> <p>Jillian señaló con un dedo.</p> <p>—Éste es el lugar donde vivían mis antepasados. Fueron destruidos por aquellos que procedían del Viejo Mundo en tiempos remotos. También ellos lanzaban sueños. —Dirigió la mirada lejos, al sur—. Pero fracasaron y fueron destruidos.</p> <p>Richard no tenía tiempo para descifrar todo aquello. Ya tenía problemas suficientes.</p> <p>—¿Has oído hablar alguna vez de Cadena de Fuego?</p> <p>—No —respondió Jillian, frunciendo el entrecejo—. ¿Qué es Cadena de Fuego?</p> <p>—No lo sé. —Se dio golpecitos con un dedo en el labio inferior mientras pensaba qué hacer a continuación:</p> <p>—Richard —dijo Jillian—, debes ayudarme a lanzar los sueños que expulsarán a estos hombres para que mi pueblo vuelva a estar a salvo.</p> <p>Richard alzó los ojos hacia Nicci.</p> <p>—¿Alguna idea de cómo puedo hacer tal cosa?</p> <p>—No —respondió ella—. Pero puedo decirte que el resto de los hombres vendrán en busca de estos tres más tarde o más temprano. No son los soldados de la Orden Imperial a los que estás acostumbrado. Puede que sean unos animales, pero son los más listos de ellos. Imagino que lanzar sueños es algo que tiene que ver con tu don… algo que no es aconsejable que hagas —añadió.</p> <p>Richard se levantó y posó una mano sobre la cadera mientras miraba a lo lejos, a la oscura ciudad de lo alto del promontorio.</p> <p>—Busca lo que lleva mucho tiempo enterrado… —musitó para sí, y luego se volvió hacia Jillian—. Dijiste que eras una sacerdotisa de los huesos. Quiero que me enseñes todo lo que sabes sobre los huesos.</p> <p>Jillian sacudió la cabeza.</p> <p>—Primero debes ayudarme a lanzar los sueños para que pueda echar á los forasteros y mi abuelo y el resto de nuestra gente esté a salvo.</p> <p>Richard lanzó un suspiro de contrariedad.</p> <p>—Oye, Jillian, no sé cómo ayudarte a lanzar sueños y no tengo tiempo para averiguarlo. Pero yo supondría, como dice Nicci, que implica magia, y no puedo usar magia o ésta muy bien podría llamar a una bestia que podría matar a toda tu gente. Esta bestia ya ha matado a muchos amigos míos que estaban conmigo. Necesito que me enseñes lo que sabes sobre lo que lleva mucho tiempo enterrado.</p> <p>Jillian se secó las lágrimas.</p> <p>—Esos hombres tienen a mi abuelo y a otros ahí abajo. Lo matarán. Debes salvar a mi abuelo primero. Además, él es un narrador. Sabe más que yo.</p> <p>Richard le posó una mano tranquilizadora en el hombro. No podía ni imaginar cómo se sentiría si alguien a quien considerase poderoso rehusara salvar a su abuelo.</p> <p>—Tengo una idea —dijo Nicci—. Soy una hechicera, Jillian. Lo sé todo sobre estos hombre y como trabajan. Sé manejarles. Tú ayuda a Richard, y mientras haces eso yo bajaré ahí y me encargaré de deshacerme de estos hombres. Cuando haya acabado ya no serán un peligro para ti o para tu gente.</p> <p>—¿Si ayudo a Richard, ayudarás a mi abuelo?</p> <p>Nicci sonrió.</p> <p>—Lo prometo.</p> <p>Jillian alzó los ojos hacia Richard.</p> <p>—Nicci siempre cumple su palabra —le dijo él.</p> <p>—De acuerdo. Enseñaré a Richard todo lo que sé sobre este lugar mientras tú haces que esos hombres nos dejen en paz.</p> <p>—Cara —dijo Richard—, ve con Nicci y cuídale las espaldas.</p> <p>—¿Y quién cuidará de las vuestras?</p> <p>Richard puso una bota sobre la cabeza del hombre que había matado y liberó el cuchillo de un tirón. Señaló con el arma.</p> <p><i>—Lokey</i> nos cuidará las espaldas.</p> <p>Cara no pareció divertida.</p> <p>—Un cuervo os va a cuidar las espaldas.</p> <p>Él limpió la hoja en la camisa del hombre, luego devolvió el cuchillo a su funda.</p> <p>—La sacerdotisa de los huesos cuidará de mí. Al fin y al cabo, ha estado aquí esperando todo este tiempo a que yo viniese. Nicci es quien estará en peligro. Te agradecería que la protegieses.</p> <p>Cara echó una ojeada a Nicci como si captara un significado más profundo.</p> <p>—La protegeré por vos, lord Rahl.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 33</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Mientras Nicci y Cara iniciaban el descenso hacia donde Jillian dijo que estaban los soldados de la Orden Imperial, Richard regresó al interior de su tumba y recuperó la más pequeña de las esferas de cristal. La deslizó dentro de su mochila para que estuviese a mano si tenían que entrar en alguno de los edificios de la ciudad. Registrar antiguos edificios medio en ruinas en la oscuridad no era una perspectiva que lo entusiasmase.</p> <p>Jillian era como un gato que conocía hasta el último recoveco de la antigua ciudad. Atravesaron calles que casi habían desaparecido bajo cascotes sueltos y restos de paredes que se habían desplomado hacía mucho. Parte de los escombros habían acumulado polvo y tierra arrastrados por el viento, formando pequeñas colinas donde ahora crecían árboles. Había varios edificios en los que Richard no quiso entrar porque podía ver que estaban a punto de derrumbarse si el viento soplaba. Otros estaban aún en un estado relativamente bueno.</p> <p>Uno de los edificios más grandes a los que Jillian lo condujo tenía arcos a lo largo de toda la parte frontal. Entraron a lo que parecía un patio interior. A medida que Richard pisaba el suelo, pedacitos de argamasa desmenuzada crujieron bajo sus pies. Un mosaico hecho de diminutos baldosines de colores cubría todo el suelo; los colores habían perdido intensidad hacía mucho, pero Richard todavía podía distinguirlos lo bastante bien como para ver que las arremolinadas líneas de baldosas conformaban un extenso dibujo de árboles en un paisaje rodeado por un muro, con senderos a través de unas tumbas.</p> <p>—Este edificio es la entrada a una sección del cementerio —lo informó Jillian.</p> <p>Richard frunció el entrecejo a la vez que se inclinaba un poco hacia el suelo, estudiando el dibujo. Había algo raro en él. La luz de la luna caía sobre figuras en el mosaico que transportaban fuentes con panes y lo que parecían carnes al interior del cementerio, mientras que otras figuras regresaban con fuentes vacías.</p> <p>Se irguió al oír un grito horripilante que flotó hasta ellos desde la lejanía. Tanto Jillian como él permanecieron totalmente inmóviles, escuchando. Más tenues gemidos y lamentos flotaron hasta ellos en el fresco aire nocturno.</p> <p>—¿Qué ha sido eso? —preguntó Jillian con un susurro, los ojos abiertos como platos.</p> <p>—Creo que Nicci se está deshaciendo de los invasores. Tu gente estará a salvo una vez que haya terminado.</p> <p>—¿Te refieres a que les está haciendo daño?</p> <p>Richard advirtió que tales conceptos eran ajenos a la muchacha.</p> <p>—Esas personas les harían cosas terribles a tu gente… incluido tu abuelo. Si se les permite que puedan regresar otro día, matarán a tu pueblo.</p> <p>Ella giró y volvió a mirar a través de los arcos.</p> <p>—Eso no estaría bien. Pero los sueños los habrían ahuyentado.</p> <p>—¿Lanzar sueños salvó a tus antepasados? ¿Salvó a la gente de esta ciudad?</p> <p>Ella volvió la cabeza para mirarlo a los ojos.</p> <p>—Imagino que no.</p> <p>—Lo que más importa es que las personas que valoran la vida, como tú., tu abuelo y tu pueblo, estén a salvo para vivir sus vidas. A veces eso significa que es necesario eliminar a aquellos que os harían daño.</p> <p>Jillian tragó saliva.</p> <p>—Sí, lord Rahl.</p> <p>Él le posó una mano en el hombro y sonrió.</p> <p>—Richard. Soy un lord Rahl que quiere que la gente esté a salvo para vivir como desee.</p> <p>Por fin ella sonrió.</p> <p>Richard volvió a contemplar el mosaico, estudiando el dibujo.</p> <p>—¿Sabes qué significa esto? ¿Este dibujo?</p> <p>Apartando de su mente los lejanos y espeluznantes alaridos de dolor que llegaban hasta allí desde la oscuridad, la niña bajó los ojos hacia el mosaico.</p> <p>—¿Ves esta pared de aquí? —preguntó a la vez que señalaba—. Los relatos dicen que estas paredes contenían las tumbas de la gente de la ciudad. Este lugar, aquí, es donde estamos nosotros, ahora. Es el pasillo que lleva a los muertos.</p> <p>»Los relatos cuentan que siempre había muertos, pero únicamente tenían este lugar para colocarlos dentro de los muros de la ciudad. La gente no quería que sus seres queridos estuviesen lejos de ellos, lejos de lo que consideraban el lugar sagrado para sus antepasados, así que construían pasadizos donde podían hallar lugares de descanso para ellos.</p> <p>Las palabras de Shota resonaron en su memoria.</p> <p>«Debes encontrar el lugar de los huesos en la Profunda Nada.» «Lo que buscas lleva mucho tiempo enterrado.»</p> <p>—Muéstrame este lugar —dijo a Jillian—. Llévame ahí.</p> <p>Fue más difícil de alcanzar de lo que había esperado. Había un laberinto de pasadizos y habitaciones a través del edificio y parte de él pasaba entre paredes rotas, abiertas a las estrellas, para luego volver a entrar en las oscuras profundidades del edificio.</p> <p>—Éste es el camino de los muertos —explicó Jillian—. A los difuntos los entraban por aquí. Se dice que se construyó de este modo con la esperanza de que las almas de los muertos se sintieran confundidas por los pasadizos y no fuesen capaces de volver al exterior. Confinados en este sitio e incapaces de regresar entre los vivos, seguirían adelante para estar allí donde pertenecían, en el mundo de los espíritus.</p> <p>Por fin volvieron a salir a la noche. La media luna se alzaba ya por encima de la antigua ciudad de Caska. <i>Lokey</i> describió círculos en las alturas y llamó a su amiga, quien lo saludó con la mano. El cementerio que se extendía ante él era de buen tamaño, pero parecía insuficiente para una ciudad.</p> <p>Richard recorrió con Jillian el sendero que discurría entre las apelotonadas sepulturas. En algunos lugares se alzaban árboles retorcidos. A la luz de la luna era un lugar apacible, con flores silvestres desperdigadas por el terreno.</p> <p>—¿Dónde están los pasadizos de que hablabas? —le preguntó él.</p> <p>—Lo siento, Richard, pero no lo sé. Los relatos hablan de ellos, pero no dicen cómo encontrarlos.</p> <p>Richard registró el cementerio, con Jillian junto a él, mientras la luna ascendía más en el firmamento, y no pudo encontrar ningún indicio de los pasadizos. Todo parecía como cualquier cementerio que hubiese visto. Lápidas apiñadas muy juntas. Algunas seguían en pie, mientras que otras hacía tiempo que habían caído para yacer planas en el suelo o para que crecieran plantas sobre ellas.</p> <p>Richard se estaba quedando sin tiempo. No podía permanecer en Caska escuchando eternamente el canto de las cigarras. Aquello no lo estaba conduciendo a ninguna parte; necesitaba buscar respuestas donde tuviese la posibilidad de hallarlas, y aquel antiguo lugar no parecía ser el sitio adecuado.</p> <p>En el Palacio del Pueblo de D'Hara habría libros valiosos que Jagang aún no había podido robar. Era más probable que encontrase información útil allí que en un cementerio vacío.</p> <p>Se sentó en la falda de un pequeño montículo, bajo un olivo, para considerar lo que podría hacer.</p> <p>—¿Conoces algún otro lugar donde pudiesen estar esos pasadizos que se mencionaban en los relatos?</p> <p>La boca de Jillian se crispó mientras reflexionaba.</p> <p>—Lo siento, pero no. Cuando sea seguro, podemos bajar y hablar con mi abuelo. Él sabe muchas cosas. Muchas más que yo.</p> <p>Richard tampoco sabía cuánto tiempo tenía para dedicarse a escuchar los relatos de su abuelo. <i>Lokey</i> aleteó hasta posarse en el suelo, a poca distancia, para darse un festín con las cigarras que iban apareciendo. Tras los diecisiete arios que habían vivido bajo tierra, más de ellas emergían sin cesar… para acabar siendo picoteadas por el cuervo.</p> <p>Richard rememoró la profecía que Nathan le había leído. Había mencionado las cigarras, y se preguntó el motivo. Había dicho algo sobre que, cuando las cigarras despertasen, la batalla final y decisiva habría llegado. El mundo, decía, estaba al borde de la oscuridad.</p> <p>El borde de la oscuridad… Richard bajó la vista. Contempló cómo salían del suelo.</p> <p>Mientras observaba, advirtió que todas ascendían a través de un espacio en una lápida que yacía bocabajo sobre la elevación de terreno. <i>Lokey</i> también lo había advertido, y estaba allí de pie, comiéndoselas.</p> <p>—Eso es curioso —dijo para sí.</p> <p>—¿Qué es curioso?</p> <p>—Bueno, mira ahí. Las cigarras no suben a través de la tierra, salen de debajo de esa piedra.</p> <p>Richard se arrodilló y metió los dedos dentro del espacio. Parecía hueco debajo. <i>Lokey</i> ladeó la cabeza mientras observaba. Richard tiró hacia arriba, gruñendo por el esfuerzo. La piedra empezó a subir, y a medida que se alzaba, Richard advirtió que tenía goznes a la izquierda. Finalmente cedió y se abrió.</p> <p>Richard miró con atención abajo a la oscuridad. No era una tumba. Había sido una tapa de piedra de un pasadizo. Al instante, sacó la esfera de cristal de la mochila y, en cuanto empezó a brillar, la sostuvo hacia abajo en, las oscuras fauces del agujero.</p> <p>—¡Es una escalera! —exclamó Jillian con un grito ahogado.</p> <p>—Vamos, pero ten cuidado.</p> <p>Los peldaños eran de piedra, irregulares y estrechos. El borde delantero de cada uno estaba hundido y redondeado por los innumerables pies que habían pasado por allí. El pasadizo estaba forrado de bloques de piedra, creando un sendero despejado que descendía profundamente en la tierra. Los peldaños llegaron a un descansillo y giraron a la derecha, luego, tras otro largo trecho, giraron a la izquierda y descendieron aún más.</p> <p>Cuando por fin llegaron al fondo, el pasadizo fue a dar a corredores más anchos que estaban tallados en la roca del terreno. Richard sostenía la refulgente esfera al frente en una mano y la mano de Jillian en la otra mientras se inclinaba un poco para pasar por el techo bajo mientras seguían adentrándose más. No pasó mucho tiempo antes de que encontraran una intersección.</p> <p>—¿Dicen tus relatos algo sobre cómo moverse por aquí abajo? —Ella negó con la cabeza—. ¿Qué hay de todos esos laberintos que aprendiste? ¿Crees que servirán de algo aquí abajo?</p> <p>—No lo sé. No sabía que este lugar existía.</p> <p>Richard soltó aire mientras miraba a lo largo de cada uno de los pasillos.</p> <p>—De acuerdo, empezaré a adentrarme más. Si crees que reconoces algo, o alguna de las rutas, házmelo saber.</p> <p>Una vez que ella dio su aprobación, empezaron a avanzar por el desvío que iba a la izquierda. A cada lado del estrecho corredor empezaron a encontrar nichos que habían sido tallados en las paredes. Dentro de cada uno descansaban los restos de un cuerpo. En algunos lugares los nichos estaban apilados en grupos de tres o de cinco. Otros contenían dos cuerpos, probablemente un matrimonio.</p> <p>Alrededor de algunas de las cavidades todavía quedaban antiguas pinturas. Las decoraciones eran vides, personas con comida en otras, y en algunos sitios simples motivos. Por los distintos estilos y la dispar calidad de los dibujos, Richard adivinó que debían de haber sido realizados por seres queridos para un miembro de la familia que había fallecido.</p> <p>El estrecho pasadizo fue a dar a una cámara con diez aberturas que se abrían paso en distintas direcciones. Richard eligió una y empezó a andar por ella. También ésta daba a espacios más amplios, con una maraña de ramificaciones. El terreno de vez en cuando descendía, y alguna que otra vez ascendía un poco.</p> <p>Pronto empezaron a encontrar los huesos.</p> <p>Había habitaciones con pilas de huesos en nichos. Había cráneos cuidadosamente colocados en un nicho, huesos de piernas apilados en otro, huesos de brazos en otro más. Enormes contenedores de piedra tallados en las paredes contenían huesos más pequeños, todos pulcramente colocados. En su recorrido de una cripta tras otra, Richard y Jillian vieron paredes de cráneos que debían de contarse por miles. Sabiendo que veía sólo un pasadizo al azar, Richard no podía ni imaginar cuántas personas tenía que haber inhumadas en aquellas catacumbas. A pesar de lo horripilante que resultaba ver a tantos muertos, cada uno de sus huesos daba la impresión de haber sido colocado con reverencia. Ninguno estaba simplemente arrojado al interior de un agujero o en un rincón. Los habían colocado como si cada uno hubiese sido una vida valorada.</p> <p>Durante lo que tuvo que ser bastante más de una hora, avanzaron a través del laberinto de túneles. Cada sección era diferente. Algunas eran amplias, otras estrechas, y con habitaciones a cada lado. Al cabo de un rato, Richard comprendió que cada sitio tenía que haber sido tallado en la roca para dejar espacio para una familia.</p> <p>Y entonces llegaron a una zona del pasadizo que se había desplomado en parte. Una gran sección de piedra se había venido abajo.</p> <p>Richard se detuvo y contempló el revoltijo de piedras.</p> <p>—Hasta aquí hemos llegado.</p> <p>Jillian se acuclilló, atisbando por debajo un bloque de piedra que descansaba en ángulo, atravesado en el pasillo.</p> <p>—Puedo ver un camino por aquí debajo.</p> <p>Se giró hacia Richard. Sus ojos color cobre tenían un aspecto atemorizador al mirar desde la máscara negra que llevaba pintada en el rostro.</p> <p>—Soy más pequeña. ¿Quieres que vaya a echar un vistazo?</p> <p>Richard sostuvo la refulgente esfera abajo para iluminarle la abertura.</p> <p>—De acuerdo. Pero no quiero que sigas avanzando si crees que parece peligroso. Hay miles de túneles aquí abajo, así que hay muchos otros en los que mirar.</p> <p>—Pero éste es el que encontró el lord Rahl. Debe ser importante.</p> <p>—Soy sólo un hombre, Jillian. No soy un espíritu sabio que ha regresado del mundo de los muertos.</p> <p>—Sí tú lo dices, Richard…</p> <p>Sonrió al decirlo.</p> <p>La niña desapareció en el interior de la oblicua abertura como un pájaro atravesando un espino.</p> <p>—¡Lord Rahl! —le llegó su voz en forma de eco—. Hay libros aquí dentro.</p> <p>—¿Libros? —gritó él.</p> <p>—Sí. Una barbaridad de libros. Está oscuro, pero parece una habitación grande con libros.</p> <p>—Voy para ahí —dijo él.</p> <p>Tuvo que quitarse la mochila y empujarla por delante mientras se arrastraba al interior. Resultó no ser tan dificultoso como había temido, y no tardó en pasar. Cuando se puso en pie en el otro lado, reparó en que el enorme bloque de piedra que yacía atravesado lateralmente en el pasadizo había sido en una ocasión una puerta. Parecía como si hubiese sido diseñada para deslizarse fuera de una ranura tallada en la pared del muro, pero en algún momento la maciza puerta se había roto y venido abajo. Mientras inspeccionaba el revoltijo, Richard se sacudió el polvo y descubrió una placa de metal que activaba un escudo.</p> <p>La idea de que aquellos libros habían estado tras un escudo hizo que el corazón le latiera más deprisa.</p> <p>Se volvió hacia la habitación. La cálida luz de la refulgente esfera mostró, en efecto, una cámara llena de libros. La habitación discurría siguiendo ángulos curiosos, al parecer sin un motivo. Richard y Jillian recorrieron el pasillo, contemplando todos aquellos libros. La mayoría de los estantes estaban tallados en la roca sólida, al igual que los nichos.</p> <p>Richard sostuvo la esfera en alto mientras empezaba a escudriñar las estanterías.</p> <p>—Oye —le dijo a Jillian—, estoy buscando algo específico: «Cadena de Fuego». Podría ser un libro. Tú empieza por un lado, y yo iré por el otro. Asegúrate de mirar los títulos de cada libro.</p> <p>Jillian asintió.</p> <p>—Si está aquí, lo encontraremos.</p> <p>La antigua biblioteca era desalentadoramente enorme. Al doblar una esquina, toparon con una cámara llena de pasillos de estanterías. La búsqueda era lenta, pues tenían que trabajar en la misma zona para que ambos pudiesen ver.</p> <p>Durante varias horas, avanzaron concienzudamente por la habitación. A mitad de camino, tropezaron con cámaras laterales, más pequeñas que la habitación principal, pero llenas de libros de todos modos. De vez en cuando cada uno tenía que soplar para eliminar el polvo de algunos de los lomos.</p> <p>Richard estaba cansado y contrariado cuando por fin llegaron a un punto donde vio otra de las placas de metal. Presionó la palma de la mano contra ella y la pared de piedra que tenían delante empezó a moverse. La puerta no era grande, y giró rápidamente sobre sí misma, abriéndose a la oscuridad. Esperó que los escudos sintonizaran con lo que reconocían de su don y no funcionasen. No le gustaría que la bestia se materializase en aquellas catacumbas.</p> <p>Introdujo la luz y vio una habitación pequeña con libros. También había una mesa rota hacía tiempo porque una parte del techo había ido a caer encima de ella.</p> <p>Jillian, en profunda concentración, se dedicó a pasar un dedo por los lomos de los libros para leerlos mientras Richard atravesaba en cinco zancadas el cuarto hasta la pared opuesta. Vio otra placa de metal allí y presionó con la mano.</p> <p>Lentamente, otra puerta estrecha en la piedra empezó a girar. Richard se agachó más mientras cruzaba el umbral e introdujo la luz a medias.</p> <p>—¿Amo, deseáis viajar? —reverberó una voz.</p> <p>Contemplaba la luz que se reflejaba en el rostro plateado de la sliph. Era la habitación del pozo, por donde habían llegado. La entrada estaba en el lado opuesto al de los escalones donde habían encontrado la primera placa de metal que había abierto el techo.</p> <p>Simplemente habían pasado la mayor parte de la noche andando en círculo, para acabar justo donde habían empezado.</p> <p>—Richard —dijo Jillian—, mira esto.</p> <p>Richard se giró en redondo y se encontró cara a cara con la cubierta de cuero rojo de un libro que ella sostenía en alto.</p> <p>Ponía <i>Cadena de Fuego.</i></p> <p>Richard estaba tan atónito que se quedó sin habla.</p> <p>Jillian, sonriendo de oreja a oreja por el descubrimiento, entró en la sala de la sliph con él. Richard le cogió el libro de las manos.</p> <p>Sintió como si estuviese en otra parte, contemplándose a sí mismo, sujetando el libro titulado <i>Cadena de Fuego.</i></p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 34</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">—¿Richard? —Era la voz de Nicci.</p> <p>Todavía sobresaltado por haber hallado <i>Cadena de Fuego</i>, fue hacia los escalones y miró arriba. Tanto Nicci como Cara, recortadas en la luz del amanecer, miraban abajo, en dirección a él.</p> <p>—Lo encontré. Quiero decir, Jillian lo encontró.</p> <p>—¿Cómo llegasteis ahí abajo? —preguntó Nicci cuando Richard y Jillian empezaron a subir la escalera—. Acabamos de mirar ahí dentro y no estabais.</p> <p>—¿Jillian? —Era una voz de hombre.</p> <p>—¡Abuelo! —Jillian subió corriendo el resto del camino y voló a los brazos del anciano.</p> <p>Richard subió los peldaños tras ella. Nicci estaba sentada en el peldaño superior.</p> <p>—¿Qué sucede?</p> <p>—Este es el abuelo de Jillian —dijo Nicci, alzando una mano en gesto de presentación—. Es el narrador de estas gentes, el guardián del antiguo saber.</p> <p>—Encantado de conocerte —dijo Richard, abrazando la mano del anciano caballero—. Tienes una nieta maravillosa. Me acaba de ayudar inmensamente.</p> <p>—No lo habrías encontrado si no lo hubiese visto yo primero —dijo Jillian sonriendo de oreja a oreja.</p> <p>Richard le devolvió la sonrisa.</p> <p>Se dirigió hacia Nicci.</p> <p>—¿Qué les sucedió a los hombres de Jagang?</p> <p>Nicci se encogió de hombros.</p> <p>—Una niebla nocturna…</p> <p>Mientras Jillian acompañaba a su abuelo a saludar a <i>Lokey</i> que estaba en una pared cercana, Richard habló confidencialmente a Nicci y a Cara.</p> <p>—¿Niebla?</p> <p>—Sí —Nicci entrelazó los dedos alrededor de una rodilla—. Una especie de extraña niebla humeante pasó flotando junto a ellos y los dejó ciegos.</p> <p>—No sólo ciegos —repuso Cara con evidente placer—, sino que les reventó los ojos en las mismas cuencas. Fue de lo más sanguinolento. Disfruté muchísimo.</p> <p>Richard miró a Nicci con el entrecejo fruncido, exigiendo una explicación.</p> <p>—Son exploradores —contestó ella—. Conozco a esos hombres y ellos me conocen a mí. No quería que me viesen. Más que eso, quería que le resultasen inútiles a Jagang. Los que vivan, por lo menos. Por lo que el abuelo de Jillian me cuenta, duda de que muchos de ellos consigan regresar junto a las fuerzas de Jagang, pero me aseguré de que estuviesen lo bastante cerca de sus caballos para que los animales los lleven de vuelta. Quiero que los que sobrevivan a tan dura prueba sean capaces de informar sólo del horror de la niebla descendiendo de las colinas; que quedaron ciegos en una tierra extraña, agreste y embrujada. Tales noticias provocarán el miedo entre sus hombres.</p> <p>»Violar, saquear y masacrar a los indefensos resulta de lo más ameno para el ejército de Jagang, pero no les gustan las cosas como ésta. Morir por el Creador en una batalla grandiosa y partir en busca de su recompensa en la otra vida es una cosa, ser atacados por algo que no pueden ver que surge de la oscuridad es otra muy distinta.</p> <p>»Espero que Jagang decidirá bordear este territorio antes que permitir que algo desconocido provoque en sus hombres una alarma que podría cambiar sus ideas respecto combatir por la gloria del Creador y la Orden Imperial. Eso significa que tendrán que seguir en dirección sur durante un buen trecho. Añadirá tiempo a su viaje antes de que por fin puedan dar la vuelta y ascender al interior de D'Hara.</p> <p>Richard asintió pensativamente.</p> <p>—Muy bien, Nicci. Muy bien.</p> <p>Ella sonrió encantada.</p> <p>—¿Qué tienes ahí?</p> <p>—<i>Cadena de Fuego</i>. —Ascendió los escalones para sentarse entre Nicci y Cara—. Es un libro. —Vaciló antes de abrir la tapa—. Por si acaso esto es alguna clase de profecía o algo así, preferiría que tú lo mirases antes.</p> <p>La preocupación apareció en las facciones exquisitas de la hechicera.</p> <p>—Por supuesto, Richard. Dámelo.</p> <p>Richard le entregó el libro y se puso en pie. No quería arriesgarse a echarle una ojeada y descubrir demasiado tarde que no debería haberlo hecho, encontrándose a continuación con la bestia a punto de arremeter contra ellos. Y menos ahora, cuando estaba tan cerca de conseguir respuestas.</p> <p>Nicci echaba ya un vistazo al libro, con Cara mirando por encima de su hombro.</p> <p>—No tiene sentido —anunció Cara mientras leía algo de <i>Cadena de Fuego.</i></p> <p>Richard no pensaba que Nicci compartiera esa opinión. El rostro de la hechicera palidecía por momentos.</p> <p>—Queridos espíritus… —musitó ésta para sí.</p> <p>Mientras seguía leyendo, sin decirles nada a ellos, Richard permaneció sentado en una elevación de terreno situada al lado, bajo un olivo. Una enredadera crecía alrededor del tronco. Alargó la mano para arrancar ociosamente una de las hojas.</p> <p>Se detuvo, la mano a centímetros de las jaspeadas hojas negruzcas. Una gélida carne de gallina le ascendió por los brazos.</p> <p>Procedente del <i>Libro de las sombras contadas</i>, el libro que su padre le había hecho memorizar antes de que ambos lo destruyeran, las palabras penetraron en tropel en su mente: «Y cuando las tres cajas del Destino se pongan en funcionamiento, la vid de la serpiente crecerá.»</p> <p>—¿Qué sucede? —le susurró Jillian a la vez que se inclinaba sobre él—. Parece que has visto un espíritu.</p> <p>—¿Has visto alguna vez crecer esa planta aquí, donde vive tu pueblo?</p> <p>—No, no creo haberla visto.</p> <p>—Ella tiene razón —dijo el abuelo de Jillian con voz perpleja—. He vivido en estos parajes toda mi vida, y no recuerdo haber visto esa enredadera antes, salvo durante un período de tiempo hace casi tres años, creo que fue. Eso es, tres años hará el próximo otoño. Luego desapareció poco a poco. No la había visto desde entonces.</p> <p>Richard arrancó un vástago de la enredadera con cuidado.</p> <p>—Richard, éste es un libro increíblemente peligroso —dijo Nicci en una voz de lo más preocupada mientras seguía leyendo, absorta, y sin prestar atención a lo que hablaban—. Esto va más allá de lo peligroso. —Leía al mismo tiempo que hablaba—. Estoy sólo en el principio, pero esto es… ni siquiera sé cómo empezar…</p> <p>Richard se puso en pie, sujetando el vástago de enredadera ante él, contemplándolo fijamente.</p> <p>—Tenemos que irnos —dijo—. Ahora mismo.</p> <p>Algo en el tono de la voz hizo que Cara e incluso Nicci alzaran los ojos.</p> <p>—Lord Rahl, ¿qué sucede? —preguntó Cara.</p> <p>—Parece como si acabases de ver el fantasma de tu padre —dijo Nicci.</p> <p>—No, esto es peor —le respondió Richard, alzando la vista por fin—. Lo entiendo. Sé qué está pasando.</p> <p>Corrió a los escalones que descendían a su tumba.</p> <p>—¡Sliph! ¡Tenemos que viajar!</p> <p>—Pero Richard, has venido a ayudarme a lanzar los sueños de modo que la gente malvada no venga aquí.</p> <p>—Tengo que irme. Ahora mismo.</p> <p>—Lord Rahl ya ha ayudado todo lo que le es posible por el momento —le dijo su abuelo mientras le rodeaba los delgados hombros con un brazo—. Si puede, regresará junto a nosotros.</p> <p>—Así es —dijo Richard—. Si puedo, regresaré. Gracias, Jillian, por ayudarme. No puedes ni imaginar lo que has hecho en este día. Di a tu gente que se mantenga alejada de esta enredadera.</p> <p>—Richard —intervino Nicci—, ¿qué te pasa?</p> <p>Él agarró el vestido de Nicci por el hombro, y el brazo de Cara.</p> <p>—Tenemos que ir al Palacio del Pueblo. Ahora.</p> <p>—¿Por qué? ¿Qué sucede? ¿Qué has descubierto?</p> <p>Richard le mostró la ramita de enredadera antes de introducírsela en un bolsillo y volverle a agarrar el brazo y obligarla a bajar los peldaños.</p> <p>—Esto es una vid de la serpiente. Sólo crece cuando se han puesto en funcionamiento las cajas del Destino.</p> <p>—Pero las cajas del Destino están a salvo en el palacio —protestó Cara.</p> <p>—Ya no están a salvo. Esas Hermanas han puesto en marcha la magia de esas cajas. ¡Sliph! Necesitamos viajar al Palacio del Pueblo.</p> <p>—Venid, viajaremos.</p> <p>Nicci seguía forcejeando con él mientras la obligaba a avanzar.</p> <p>—Richard, no veo qué relación tiene esto con tu sueño sobre esa mujer.</p> <p>Richard dio una palmada a la placa de metal, dando inicio al cierre del techo de la tumba.</p> <p>—Adiós, Jillian. Gracias. Regresaré algún día.</p> <p>Mientras ella agitaba la mano en despedida, él agarró su arco y aljaba.</p> <p>—Necesitan a Kahlan —dijo, girando hacia Nicci—. Es la última Confesora viva. Pusieron en funcionamiento las cajas del Destino. Necesitan el libro que he memorizado. Lo primero que dice es: «La verificación de la veracidad de las palabras de <i>El libro de las sombras contadas</i>, si las pronuncia otro, en lugar de leerlas aquél que tiene el dominio de las cajas, sólo puede ser asegurada mediante la utilización de una Confesora…»</p> <p>El techo acabó de cerrarse. A lo lejos, Richard pudo oír que Jillian gritaba:</p> <p>—Adiós, Richard. Qué tengas un buen viaje.</p> <p>—Richard, esto es de locos. Simplemente es…</p> <p>—Ahora no es el momento de discutir conmigo.</p> <p>Por el tono de voz, supo que hablaba en serio.</p> <p>Richard se encaramó a la pared e izó a las dos mujeres.</p> <p>—Espera un momento —dijo Nicci a la vez que abría la mochila—. Será mejor que guardes esto a buen recaudo —Introdujo <i>Cadena de Fuego</i> bien al fondo y ató la solapa con firmeza.</p> <p>—¿Alguna idea sobre de qué trata <i>Cadena de Fuego</i>? —preguntó él. Los ojos azules de la hechicera contemplaron fijamente los suyos.</p> <p>—Por lo que fui capaz de comprender del fragmento que vi al principio, es una fórmula teórica para conjurar cosas que poseen el potencial de deshilachar la existencia.</p> <p>—¿Deshilachar la existencia? —preguntó Cara—. ¿Qué significa eso?</p> <p>—No estoy segura con exactitud. Pero parece ser un debate sobre una teoría de una magia específica que si se pusiese en marcha en algún momento podría destruir el mundo de la vida.</p> <p>—¿Para que diantres necesitarían eso? —preguntó Richard—. Tienen la magia de las cajas del Destino, ahora.</p> <p>Nicci no contestó. No creía en su teoría. Ésta involucraba a Kahlan.</p> <p>—Sliph, ahora, por favor. Llévanos al Palacio del Pueblo.</p> <p>El brazo plateado los alzó en el aire.</p> <p>—Venid, viajaremos.</p> <p>Justo antes de que se sumergieran en la plateada espuma, tanto Nicci como Cara le agarraron una mano.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 35</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Nicci apenas había conseguido orientarse, apenas era capaz de reconocer que estaban en una habitación de mármol, apenas había dejado salir a la sliph de sus pulmones e inhalado una desesperada bocanada de aire, y Richard ya tiraba de su mano para hacerla pasar por encima del pozo.</p> <p>A pesar de todo, fue capaz aun así, en alguna nebulosa parte de su mente, de emocionarse al tener su mano entre las suyas, fuera cual fuese el motivo.</p> <p>Había pensado que, mientras estaba en la sliph viajando al Palacio del Pueblo, podría ser capaz de meditar sobre el extraño nuevo giro que había dado Richard a las cosas al encontrar esa enredadera y concluir precipitadamente que las cajas del Destino estaban en funcionamiento. Todo en un intento de probar que Kahlan era real.</p> <p>La habitación en la que estaban tenía escudos de protección. Richard las hizo pasar a ella y a Cara a través del poderoso escudo y luego corrieron por un vestíbulo de mármol y salieron por una puerta doble de plata con un lago repujado en el metal.</p> <p>—Conozco este lugar —dijo Cara—. Sé dónde estamos.</p> <p>—Bien —repuso Richard—, entonces encabeza tú la marcha. Y rápido.</p> <p>Había momentos en los que Nicci casi deseaba haber secundado el plan de Zedd, Ann y Nathan para expulsar de él el recuerdo de Kahlan.</p> <p>Excepto por una cosa. Había probado la teoría en uno de los hombres de Jagang allá en Caska. Había intentado usar Magia de Resta para eliminar al emperador de la memoria del hombre. Había parecido de lo más sencillo. Había hecho exactamente lo que los tres habían querido que Nicci hiciera a Richard.</p> <p>Sólo había habido un problema.</p> <p>Había matado al hombre. Lo había matado de un modo de lo más horripilante.</p> <p>Al pensar en que había estado a punto de hacerle eso a Richard, que durante un tiempo les había permitido convencerla de hacerlo y se había comprometido a llevarlo a cabo, se había sentido tan débil y mareada que tuvo que sentarse en el suelo junto al soldado muerto. Cara había pensado que Nicci estaba a punto de desmayarse. La sola idea de lo que casi había hecho la había dejado temblando durante una hora.</p> <p>—Aquí —dijo Cara mientras les hacía subir por una escalera que finalizaba en un amplio corredor con partes del techo acristaladas.</p> <p>La luz que penetraba era rojiza, de modo que o era el crepúsculo o acababa de amanecer. Nicci no sabía cuál de las dos cosas. Desorientaba mucho no saber si era de día o de noche.</p> <p>Los vestíbulos estaban repletos de gente, y muchos se detenían para mirar con asombro a las tres personas que corrían por el pasillo. También los guardias lo advirtieron y acudieron a la carrera, acercando las manos a las armas, hasta que vieron a Cara con su traje de cuero rojo. Muchos reconocían a Richard e hincaban una rodilla en tierra, inclinándose al frente mientras pasaba corriendo ante ellos. No aminoró la marcha para agradecer el saludo.</p> <p>Ascendieron por un mareante conjunto de pasillos, cruzaron puentes, recorrieron galerías, pasaron entre columnas y atravesaron estancias. De modo intermitente subían escaleras. En ocasiones Cara los llevaba por pasillos de mantenimiento, sin duda para que actuaran como atajos.</p> <p>Nicci tomó nota de lo espléndido que era el palacio, de su extraordinaria hermosura. Los suelos de piedra con motivos decorativos estaban colocados con rara precisión. Había estatuas magníficas —ninguna tan extraordinaria como la que Richard había esculpido, pero magníficas de todos modos—, y también vio un tapiz que era más grande que ninguno que hubiese visto en su vida. Mostraba una batalla de grandes proporciones en la que debían de haber tomado parte cientos de caballos.</p> <p>—Por aquí —dijo Cara, señalando un pasillo a la vez que iba a toda prisa hacia él.</p> <p>Doblaron la esquina. Nicci, de cuya mano tiraba la mord-sith, habría querido discutir varias cosas, haber hecho algunas preguntas importantes, pero apenas si podía mantener el resuello mientras corría. Correr no era algo que ella hubiese hecho jamás hasta que conoció a Richard.</p> <p>Cara aminoró la marcha al llegar ante un par de puertas de caoba esculpidas. A Nicci se le revolvió el estómago al ver las serpientes esculpidas en ellas. Sin detenerse, Richard agarró uno de los picaportes de la puerta, un cráneo de bronce, y abrió la puerta de un violento tirón.</p> <p>Dentro de la silenciosa habitación alfombrada, cuatro guardias se aprestaron inmediatamente a cortarle el paso a Richard. Vieron a Cara, y volvieron a mirar a Richard, indecisos.</p> <p>—¿Lord Rahl? —preguntó uno.</p> <p>—Así es —le espetó Cara—. Ahora, salid del paso.</p> <p>Los hombres retrocedieron al instante, cada uno posando un puño sobre el corazón.</p> <p>—¿Ha sucedido alguna cosa recientemente? —preguntó Richard mientras recuperaba el aliento.</p> <p>—¿Sucedido?</p> <p>—¿Intrusos? ¿Se ha colado alguien por aquí?</p> <p>El hombre soltó una risotada.</p> <p>—Difícilmente, lord Rahl. Lo sabríamos si eso sucediese y no lo permitiríamos.</p> <p>Richard les dio las gracias con un movimiento de cabeza y corrió a la escalera de mármol, desencajándole casi el brazo a Nicci en el proceso. Mientras subían corriendo los peldaños, Nicci pensó que las piernas simplemente le dejarían de funcionar; tenía los músculos tan agotados por la larga carrera a través del palacio que apenas podía hacer que siguiesen adelante, pero tenía que hacerlo, por Richard.</p> <p>En lo alto de la escalera, unos soldados corrieron hacia ellos, con ballestas cargadas con flechas de plumas rojas, listas para ser disparadas. No sabían que se trataba de lord Rahl. Pensaban que alguien intentaba acceder a la zona restringida. Nicci esperó que alguien les hiciera entrar en razón antes de que uno de los hombres hiciese lo que no debía.</p> <p>Pero por sus reacciones, la hechicera comprendió que aquellos hombres estaban perfectamente adiestrados y no eran propensos a disparar flechas antes de estar seguros de su blanco. Era una suerte para ellos, porque ella habría sido más rápida.</p> <p>—¿Comandante general Trimack? —preguntó Richard a un oficial que se abría paso entre el anillo de acero que los había rodeado.</p> <p>El hombre se irguió muy rígido y golpeó un puño contra el corazón.</p> <p>—¡Lord Rahl! —Descubrió a la mord-sith—. ¿Cara?</p> <p>Cara inclinó la cabeza a modo de saludo.</p> <p>Richard y el hombre se estrecharon los brazos.</p> <p>—General, alguien ha entrado aquí. Se han llevado las cajas del Jardín de la Vida.</p> <p>El general se quedó momentáneamente sin habla.</p> <p>—¿Qué? Lord Rahl, eso no es posible. Tenéis que estar equivocado. Nadie podría pasar ante nosotros sin que lo supiésemos. Las cosas han estado todo lo tranquilas que pueden estar aquí arriba desde hace una eternidad. No hemos tenido más que a una única visitante.</p> <p>—¿Visitante? ¿Quién?</p> <p>—La Prelada, Verna. Estuvo aquí no hace mucho. Estaba en el palacio comprobando algo sobre libros de magia. Dijo que mientras estaba aquí, quería echar un vistazo para asegurarse de que las cajas estaban seguras.</p> <p>—¿Así que la dejasteis entrar?</p> <p>El general mostró un semblante un tanto indignado. Una larga cicatriz resaltó blanca al enrojecer su rostro.</p> <p>—No, lord Rahl. No le habría permitido entrar ahí. Lo que acabamos haciendo fue abrir las puertas para que pudiese mirar dentro y ver que todo estaba a buen recaudo.</p> <p>—¿Mirar dentro?</p> <p>—Así es. La rodeamos de hombres, todos apuntándola con esas flechas especiales; flechas que Nathan Rahl nos dio y que pueden detener incluso a los que poseen el don. La teníamos rodeada de armas. La pobre mujer parecía a punto de convertirse en un alfiletero.</p> <p>Los hombres que los rodeaban asintieron a las palabras del general.</p> <p>—Miró dentro del jardín y dijo que le aliviaba ver que todo estaba perfectamente. Yo mismo eché una mirada y vi las tres cajas descansando sobre la losa de piedra. Pero en ningún momento dejé que la mujer traspusiera las puertas, lo juro.</p> <p>Richard suspiró profundamente.</p> <p>—¿Y eso es todo? ¿Nadie más ha abierto esas puertas?</p> <p>—No, lord Rahl. Nadie más ha estado aquí arriba, a excepción de mis hombres. No permitimos que nadie utilice los pasillos que rodean el Jardín de la Vida. Como tal vez recordaréis, fuisteis muy insistente al respecto la última vez que estuvisteis aquí.</p> <p>Richard asintió, reflexionando. Alzó los ojos.</p> <p>—Bien, vamos a echar un vistazo.</p> <p>Los soldados, todos ellos tintineando con armas y corazas, siguieron a los visitantes por el pasillo de pulido granito hasta llegar a dos puertas enormes cubiertas de oro.</p> <p>Sin aguardar a que algún otro lo hiciera, Richard abrió de un tirón una de las pesadas puertas. Los soldados se detuvieron allí. Al parecer aquello era terreno sagrado, un santuario sólo para el señor del palacio, y a menos que el lord Rahl les invitase a hacerlo, ninguno de ellos entraría. Richard no los invitó. No obstante lo cansada que estaba, Nicci lo siguió veloz mientras él recorría un sendero que discurría entre arriates de flores. En lo alto, a través de un techo acristalado, pudo ver que el cielo había adquirido un tono púrpura más oscuro, de modo que supo que anochecía.</p> <p>Al igual que Richard, Nicci prestó poca atención a las paredes cubiertas de enredaderas, o a los árboles, o a todas las otras cosas que crecían por todas partes. El jardín era un lugar espléndido, sin lugar a dudas, pero su mirada estaba clavada en el altar de piedra que veía a lo lejos. No vio ninguna de las tres cajas que se suponía que debían estar allí. Había otra cosa de pie sobre la losa de granito, pero no pudo ver qué era.</p> <p>Por el modo agitado en que Richard respiraba, él sí sabía lo que había allí. Cruzaron un círculo de hierba, al llegar a la tierra, Richard se detuvo en seco en mitad de la zancada y miró fijamente el suelo.</p> <p>—Lord Rahl —preguntó Cara—, ¿qué es?</p> <p>—Sus huellas —musitó él—. Las reconozco. Éstas no las han ocultado con magia. Estuvo aquí sola. —Señaló la tierra—. Dos juegos. Estuvo aquí dentro dos veces. —Miró atrás, a la hierba, siguiendo lo que él podía ver que ellas no podían—. Estuvo arrodillada aquí, en la hierba.</p> <p>Salió disparado y corrió el resto del trecho hasta el altar de piedra. Nicci y Cara echaron a correr para mantenerse a su altura.</p> <p>Cuando alcanzaron la losa de granito, Nicci supo por fin qué había allí irguiéndose solitario.</p> <p>Era la estatua de la mujer que había estado esculpida en mármol en la Plaza de la Libertad de Altur'Rang. La estatua original que Richard les había dicho que había tallado. La estatua que dijo que pertenecía a Kahlan. Nicci pudo ver que estaba cubierta de huellas ensangrentadas.</p> <p>Richard tomó la figura de madera tallada con manos temblorosas y se la acercó al pecho, conteniendo un sollozo entrecortado. Nicci creyó que iba a desplomarse sobre el suelo, pero no lo hizo.</p> <p>Una vez que hubo sostenido la estatuilla un momento, se giró hacia ellas, con lágrimas corriéndole por el rostro. Alargó a Cara y a Nicci la estatua de la orgullosa figura, que tenía la cabeza echada hacia atrás y las manos cerradas a los costados.</p> <p>—Ésta es la estatua que tallé para Kahlan. Ésta es <i>Espíritu</i>. Ésta es la estatua que os dije que no podía estar en Altur'Rang, porque ella la tenía consigo. Si copiaron esta estatua en piedra en Altur'Rang, en el Viejo Mundo, entonces ¿cómo llegó aquí?</p> <p>Nicci la contempló fijamente, con los ojos muy abiertos, intentando conciliar lo que veía. Era incapaz. Recordó a Richard intentando comprender lo que había visto en el cementerio donde estaba enterrada la Madre Confesora. Ahora sabía cómo se había sentido él.</p> <p>—Richard, no entiendo cómo pudo llegar eso aquí.</p> <p>—¡Kahlan la dejó aquí! ¡La dejó para que la encontrase! ¡Cogió las cajas del Destino para las Hermanas! ¿No lo entiendes? ¿Es que no ves por fin la verdad que tienes delante?</p> <p>Incapaz de decir más, volvió a llevarse la estatua al pecho como si fuese el tesoro más precioso del mundo.</p> <p>En aquel momento, al ver el dolor temblando a través de él, Nicci se preguntó cómo sería que él la amase con aquella intensidad.</p> <p>Al mismo tiempo, a pesar de su desconcierto, a pesar de la tristeza ante lo que veía, del dolor que era tan evidente que lo embargaba, sintió alegría, alegría porque Richard tuviese a alguien que significaba tanto para él, alguien que pudiese hacerle sentir de aquel modo… incluso aunque ella fuese imaginaria. Nicci no estaba convencida aún de que no lo fuese.</p> <p>—¿Lo comprendes ahora? —preguntó él—. ¿Lo entendéis vosotras dos, ahora?</p> <p>Cara, que parecía tan atónita como Nicci, sacudió la cabeza.</p> <p>—No, lord Rahl, no lo comprendo.</p> <p>Él alzó la estatuilla.</p> <p>—Nadie la recuerda. Probablemente pasó justo por delante de esos hombres y ellos la olvidaron, del mismo modo que tú olvidaste todas las miles de veces que la has visto. Está totalmente sola, en las manos de esas cuatro Hermanas, y ellas la obligaron a entrar aquí y coger las cajas. ¿Ves la sangre que tiene por todas partes? ¿Su sangre? Deberías comprender eso. ¿Puedes imaginar cómo se siente, totalmente sola, olvidada por todo el mundo? Dejó esto, probablemente con la esperanza de que alguien lo viera y supiera que existe.</p> <p>Alargó violentamente la figura a Cara, luego a Nicci.</p> <p>—¡Miradla! ¡Está cubierta de sangre! Hay sangre en el altar. Hay sangre en el suelo. Están sus pisadas. ¿Cómo creéis que han desaparecido las cajas y aparecido esto aquí? Ella estuvo aquí.</p> <p>En el jardín interior reinaba un silencio sepulcral. Nicci estaba tan confusa que no sabía qué creer. Sabía qué veía, pero no parecía posible.</p> <p>—¿Me creéis a ahora? —les preguntó Richard.</p> <p>Cara tragó saliva.</p> <p>—Lord Rahl, creo lo que decís, pero sigo sin recordarla.</p> <p>Cuando su escrutadora mirada pasó a Nicci, también ella tragó saliva ante el poder de aquellos ojos.</p> <p>—Richard, no sé que está sucediendo. Eso es sin duda alguna una prueba poderosa, pero, como dice Cara, sigo sin recordarla. Lo siento, pero no puedo mentirte y decirte lo que quieres oír sólo para hacerte feliz. Te digo la verdad. Sigo sin saber de quién hablas.</p> <p>—Sé que no lo sabéis —replicó él con una conmiseración repentina <i>y</i> sorprendente—. Es lo que os he estado diciendo. Algo terrible está sucediendo. Nadie la recuerda. Cualquier cosa que pueda provocar un suceso así es sin duda una hechicería sumamente peligrosa, capaz de ser engendrada tan sólo por las personas más poderosas que dispongan de ambos lados del don. Una magia tal estaría oculta en un libro enterrado en una catacumba, protegida por escudos, donde los magos que lo colocaron allí esperaban que nadie lo encontrase jamás.</p> <p>—<i>Cadena de Fuego</i> —musitó Nicci—. Pero, por el breve fragmento que vi, esto de algún modo tiene el poder de anular el mundo de la vida.</p> <p>—¿Qué les importa eso a las Hermanas? —inquirió Richard con amargura—. Ya han puesto en funcionamiento las cajas del Destino. Su intención es poner fin a la vida en nombre del Custodio. Tú deberías comprenderlo mejor que nadie.</p> <p>Nicci se llevó una mano a la frente.</p> <p>—Queridos espíritus, creo que podrías estar en lo cierto. —No sentía las yemas de los dedos; toda ella hormigueaba de miedo—. Por lo poco que leí, <i>Cadena de Fuego</i> parece que podría ser algo por el estilo de lo que Zedd, Ann y Nathan querían que te hiciese: usar Magia de Resta para hacerte olvidar a Kahlan. Si lo que dices es cierto, entonces de algún modo, eso podría ser lo que las Hermanas hicieron… hicieron que todos los demás la olvidasen.</p> <p>Nicci alzó la mirada al interior de sus ojos grises, ojos en lo que podría perderse. Sintió lágrimas de temor corriéndole por las mejillas.</p> <p>—Richard, probé eso.</p> <p>—¿De qué hablas?</p> <p>—Probé lo que ellos querían que te hiciese. Lo probé en uno de los hombres de Jagang, allá en Caska. Intenté hacerle olvidar a Jagang. Fue fatal. ¿Y si es eso lo que el hechizo de <i>Cadena de Fuego</i> le hace a todo el mundo?</p> <p>Richard inhaló una furiosa bocanada de aire.</p> <p>—Vamos.</p> <p>Abandonó con paso decidido el jardín para ir al encuentro de los soldados que esperaban en el pasillo de granito pulido, apelotonados alrededor de la entrada al Jardín de la Vida.</p> <p>—Lord Rahl —dijo el general—, ya no veo las cajas.</p> <p>—Las han robado.</p> <p>Los hombres que lo rodeaban se quedaron boquiabiertos, en aturdido asombro. Los ojos del general Trimack se abrieron como platos.</p> <p>—Robado… pero ¿quién puede haberlas robado?</p> <p>Richard alzó la estatua y la agitó ante el hombre.</p> <p>—Mi esposa.</p> <p>El general Trimack dio la impresión de no saber si chillar enfurecido o suicidarse allí mismo. En su lugar se pasó una mano de un lado a otro por la boca mientras reflexionaba sobre todo lo que había oído y aparentemente intentaba juntarlo con cualquier otra información de que dispusiera. Alzó los ojos hacia Richard, con la clase de expresión decidida que pocos hombres que no fuesen generales podían mostrar.</p> <p>—Recibo informes todo el tiempo, lord Rahl. Insisto en ver personalmente todos los informes. Uno nunca puede saber qué retazo de información podría obtener que pudiese resultar útil. También el general Meiffert me envía informes y, puesto que está cerca, los recibo en cuestión de horas. Pronto él y sus tropas empezarán a dirigirse al sur y tardarán más tiempo en llegarme, pero por ahora, los que recibo son recientes.</p> <p>—Estoy escuchando.</p> <p>—Bueno, no sé si significa algo, pero el informe más reciente, que recibí a primeras horas de esta mañana, decía que tropezaron con una mujer, una anciana, que había sido acuchillada con una espada. Estaba bastante mal, según el informe. No sé por qué me envió un informe de algo así, pero el general Meiffert es un tipo muy listo, y tengo que pensar que debía haber algo condenadamente raro en ello para que quisiera que yo lo supiese.</p> <p>—¿A qué distancia está? —preguntó Richard—. El ejército, quiero decir. ¿A qué distancia?</p> <p>El general se encogió de hombros.</p> <p>—¿A caballo? A un galope moderado, no estarán a más de una hora o dos de camino.</p> <p>—Entonces conseguidme caballos. Inmediatamente.</p> <p>El general Trimack se llevó un puño al corazón al tiempo que hacía una seria a un par de hombres.</p> <p>—Adelantaos corriendo y tened caballos preparados para el lord Rahl. —Miró a Richard, luego dirigió una veloz mirada a Cara y a Nicci—. ¿Tres caballos?</p> <p>—Sí, tres —confirmó Richard.</p> <p>—Y una escolta de la Primera Fila para mostrarle el camino y proporcionarles protección.</p> <p>Los dos hombres asintieron y marcharon a la carrera hacia la escalera.</p> <p>—Lord Rahl, no sé qué decir. Desde luego dimitiré…</p> <p>—No seáis estúpido. Esto no es algo sobre lo que hubieseis podido hacer nada; fue un engaño mediante magia. Es culpa mía por permitir que sucediera. Soy el lord Rahl. Se supone que soy la magia contra la magia.</p> <p>Nicci sólo pudo pensar que él había estado intentando serlo, pero que nadie quiso creerle.</p> <p>Sin permitirse el menor descanso, Richard, Cara y Nicci, escoltados por una compañía de guardias de palacio, atravesaron a toda prisa los espléndidos y amplios corredores del hogar ancestral de Richard. Las personas que encontraban en su ruta se desperdigaban apresuradamente ante la cuña de guardias que descendía por los vestíbulos. Detrás de ellos, Cara marchaba por delante de Richard. Nicci corría junto a él.</p> <p>Mientras avanzaban por un corredor más pequeño, con menos personas, Richard aminoró la marcha y luego se detuvo. Los guardias se detuvieron a distancia suficiente para estar a mano, pero concediéndole intimidad. Mientras todo el mundo esperaba, Richard fijó la mirada en un pasillo lateral. Cara pareció sentirse incómoda.</p> <p>—Alojamientos para las mord-sith —explicó Cara a Nicci en respuesta a la pregunta no formulada que vio en sus ojos.</p> <p>—La habitación de Denna estaba yendo por ese pasillo. —Richard indicó en la dirección opuesta—. Tu habitación estaba yendo por ahí, Cara.</p> <p>Cara pestañeó.</p> <p>—¿Cómo sabéis eso?</p> <p>Él la miró por un momento, con semblante inescrutable.</p> <p>—Cara, recuerdo que estuve allí.</p> <p>Cara se puso tan colorada como su traje de cuero.</p> <p>—¿Lo recordáis?</p> <p>Richard asintió.</p> <p>—¿Lo sabéis? —musitó ella mientras el pánico aparecía en sus ojos.</p> <p>—Cara —dijo él con dulzura—, por supuesto que lo sé.</p> <p>Las lágrimas afloraron a los ojos de la mord-sith.</p> <p>—¿Cómo lo supisteis?</p> <p>Él le señaló la muñeca derecha.</p> <p>—Las veces que he tocado tu agiel, me ha dolido. Un agiel sólo duele cuando una persona lo toca si se usó para adiestrarla, o si la mord-sith quiere que duela.</p> <p>Cara cerró los ojos.</p> <p>—Lord Rahl… lo siento.</p> <p>—Fue hace mucho tiempo, cuando eras una persona distinta, y yo era el enemigo de tu lord Rahl. Las cosas cambian, Cara.</p> <p>—¿Estáis seguro de que he cambiado lo suficiente?</p> <p>—Otros te convirtieron en lo que eras. Tú te has convertido a ti misma en lo que eres. —Sonrió—. ¿Recuerdas cuando la bestia te lastimó y yo te curé?</p> <p>—¿Cómo podría olvidarlo jamás?</p> <p>—Entonces ya sabes lo que siento.</p> <p>Ella sonrió ante aquello.</p> <p>Richard frunció las cejas.</p> <p>—Tocar…</p> <p>Los ojos se le iluminaron con repentina comprensión.</p> <p>—La espada.</p> <p>—¿Qué? —preguntó Nicci.</p> <p>—La <i>Espada de la Verdad</i>. Esa mañana, cuando dormía, creo que las Hermanas lanzaron un hechizo para hacerme dormir más profundamente de modo que pudiesen llevarse a Kahlan. Pero yo puse la mano sobre la espada. Tocaba la <i>Espada de la Verdad</i> cuando se la llevaron e hicieron que todo el mundo olvidase a Kahlan. La espada me protegió de esa magia. Por eso la recuerdo. La <i>Espada de la Verdad</i> fue una contramedida a lo que ellas hicieron.</p> <p>Empezó a caminar otra vez.</p> <p>—Vamos, necesito llegar al campamento y ver quién es esa mujer herida.</p> <p>Perpleja, Nicci lo siguió.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 36</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">A Nicci le sorprendió el campamento. Estaba tan acostumbrada a estar entre el ejército de Jagang que en realidad ni había pensado en lo distintos que estos hombres podrían ser. Tenía sentido, desde luego, pero simplemente jamás lo había considerado.</p> <p>A la luz de todas las hogueras, esperó ser el centro de una curiosidad malsana, con hombres gritándole las cosas más indecentes que se les pudieran ocurrir en un intento de escandalizarla, humillarla o asustarla. Los hombres en el campamento de la Orden siempre lanzaban silbidos y gritos escandalosos, efectuaban gestos obscenos y reían estruendosamente cuando pasaba entre ellos.</p> <p>Estos hombres, sin lugar a dudas, la miraban. Nicci esperaba que sería una experiencia poco corriente ver a una mujer como ella entrando a caballo en el campamento; pero ellos se limitaban a mirar. Una ojeada, una mirada de admiración, una sonrisa aquí y allí con una inclinación de cabeza como saludo fue lo más que obtuvo. Podría deberse a que cabalgaba junto al lord Rahl y una mord-sith vestida de cuero rojo, pero Nicci no lo creía. Estos hombres eran diferentes. Se esperaba de ellos que se comportaran respetuosamente.</p> <p>Por todas partes, cuando los hombres veían a Richard, se llevaban con entusiasmo un puño al corazón como saludo mientras permanecían en pie llenos de orgullo, o trotaban junto a su caballo durante un rato. Parecía llenarles de satisfacción verle entrar en su campamento, ver a su lord Rahl entre ellos otra vez.</p> <p>El campamento también era más ordenado. Que el clima fuese seco era una ayuda; había pocas cosas peores que un campamento militar con un tiempo lluvioso. En este campamento los animales estaban confinados a zonas donde no pudiesen crear problemas, y los carros estaban fuera del camino principal que atravesaba el campamento. De hecho había vías abiertas a través del campamento.</p> <p>Los hombres parecían cansados por la larga marcha, pero las tiendas estaban montadas de un modo más bien sistemático, no al azar, cada cual a su aire, como hacía la Orden Imperial. Y no había el típico jolgorio embriagado de hombres danzando, cantando y armando camorra alrededor de las hogueras.</p> <p>La otra gran diferencia era que no había tiendas de tortura. La Orden siempre tenía una zona muy activa reservada para la tortura. Un torrente constante de personas fluía a su interior para ser interrogadas, y un número igual de cadáveres salía. Los continuos alaridos de las víctimas eran ensordecedores en ocasiones.</p> <p>Otra diferencia: aquel campamento era muy silencioso. Los hombres estaban terminando de cenar y empezaban a acostarse. Reinaba la quietud. En el campamento de la Orden, no había ningún momento así.</p> <p>—Ahí —dijo uno de los hombres que los escoltaban a la vez que alzaba un brazo para señalar las tiendas de mando.</p> <p>Un fornido oficial de cabellos rubios salió de una de las tiendas al oír caballos en las inmediaciones. Sin duda alguna ya lo habían alertado de que el lord Rahl iba de camino.</p> <p>Richard descabalgó e impidió al hombre que se arrodillara para efectuar una plegaria.</p> <p>—General Meiffert, me alegro de volveros a ver, pero no tenemos tiempo para eso.</p> <p>Él inclinó la cabeza.</p> <p>—Como deseéis, lord Rahl.</p> <p>Nicci observó que los ojos azules del general echaban una ojeada a Cara cuando ésta fue a colocarse junto a Richard.</p> <p>—Ama Cara —saludó, alisándose hacia atrás los rubios cabellos. —General.</p> <p>—La vida es demasiado corta para que los dos pretendáis que no sentís nada el uno por el otro —dijo Richard—. Deberíais comprender que cada momento que pasáis juntos es precioso y que no hay nada malo en tener a alguien en gran estima. Ésa es la clase de libertad por la que combatimos, ¿no es cierto?</p> <p>—Sí, lord Rahl —dijo el general Meiffert, algo desconcertado.</p> <p>—Estamos aquí debido a un informe que enviasteis sobre una mujer que fue acuchillada. ¿Sigue viva?</p> <p>El joven general asintió.</p> <p>—No lo he comprobado durante la última hora más o menos, pero lo estaba hace unas horas. Mis cirujanos de campaña la atendieron, pero hay heridas que están más allá de sus capacidades. Éstas son de ésas. La acuchillaron en el vientre. Es un modo lento y doloroso de morir.</p> <p>—¿Sabéis su nombre? —preguntó Nicci.</p> <p>—No quiso decírnoslo cuando estaba totalmente despierta, pero cuando estaba en un estado febril, volvimos a preguntar y dijo que su nombre era Tovi.</p> <p>Richard dirigió una veloz mirada a Nicci antes de preguntar:</p> <p>—¿Qué aspecto tiene?</p> <p>—Gruesa, una mujer de edad.</p> <p>—Parece que es ella —dijo Richard a la vez que se pasaba una mano por el rostro—. Es necesario que la veamos. Inmediatamente.</p> <p>El general asintió.</p> <p>—Seguidme, pues.</p> <p>—Aguardad —dijo Nicci.</p> <p>Richard se giró hacia ella.</p> <p>—¿Qué sucede?</p> <p>—Si entras tú a verla, no te contará nada. Tovi no me ha visto desde hace una eternidad. Lo último que supo es que yo seguía siendo una esclava de Jagang. Yo podría ser capaz de hablarle de un modo que le saque la verdad.</p> <p>Nicci podía ver lo impaciente que estaba Richard por ponerle las manos encima a una de las mujeres que creía que era responsable de llevarse a su amada.</p> <p>La hechicera se preguntaba si aún creía que él sólo imaginaba a esa mujer simplemente debido a sus propios sentimientos hacia él.</p> <p>—Richard —dijo mientras se le acercaba mucho para poder hablar confidencialmente—, déjame hacer esto. Si tú entras ahí, estropearás lo que pienso hacer. Creo que puedo hacerla hablar, pero si te ve, el juego habrá terminado.</p> <p>—¿Y cómo planeas hacerla hablar?</p> <p>—Mira, ¿quieres saber qué sucedió a Kahlan, o quieres discutir sobre cómo voy a obtener esa información?</p> <p>Él apretó con fuerza los labios por un momento.</p> <p>—No me importa si le sacas los intestinos centímetro a centímetro, hazla hablar.</p> <p>Nicci posó brevemente una mano en su hombro al pasar junto a él mientras seguía al general. Una vez que estuvieron lejos, se adelantó y anduvo junto a él mientras recorrían el campamento casi a oscuras. Podía ver por qué Cara lo encontraba atractivo. Poseía uno de esos rostros apuestos que no daban la impresión de ser capaces de mentir.</p> <p>—A propósito —dijo él, echándole una ojeada—, soy el general Meiffert.</p> <p>Nicci asintió.</p> <p>—Benjamín.</p> <p>Él hizo una pausa en el oscuro sendero que atravesaba el campamento.</p> <p>—¿Cómo lo sabéis?</p> <p>Nicci sonrió.</p> <p>—Cara me habló de ti. —Él siguió mirándola fijamente, y ella lo cogió del brazo y volvió a ponerle en movimiento—. Y que una mord-sith hable tan bien de un hombre es bastante insólito.</p> <p>—¿Cara habló bien de mí?</p> <p>—Desde luego. Le gustas. Pero eso ya lo sabes.</p> <p>Él juntó las manos a la espalda mientras andaban.</p> <p>—Imagino, pues, que debéis saber que yo la tengo en gran estima.</p> <p>—Por supuesto.</p> <p>—¿Y quién sois vos, si puedo preguntarlo? Lo siento, pero lord Rahl no nos presentó.</p> <p>Nicci le dedicó una mirada de soslayo.</p> <p>—Es posible que hayas oído hablar de mí como la Señora de la Muerte.</p> <p>El general Meiffert se detuvo con un traspié, atragantándose con la saliva al lanzar una exclamación ahogada. Tosió hasta enrojecer.</p> <p>—¿La Señora de la Muerte? —consiguió decir por fin—. La gente os teme más a vos que al propio Jagang.</p> <p>—Con buen motivo.</p> <p>—Sois la que capturó a lord Rahl y lo llevó al Viejo Mundo.</p> <p>—Así es —dijo ella mientras volvía a ponerse en marcha.</p> <p>Él anduvo a su lado, cavilando.</p> <p>—Bueno, yo diría que debéis haber cambiado de hábitos, o lord Rahl no os tendría con él.</p> <p>Ella se limitó a sonreírle, con una sonrisa afable y maliciosa, que lo intranquilizó. Él señaló a la derecha.</p> <p>—Aquí abajo. La tienda donde la pusimos está por aquí.</p> <p>Nicci le agarró el antebrazo y lo mantuvo donde estaba. No quería que Tovi la oyese, aún.</p> <p>—Esto va a llevar una considerable cantidad de tiempo. ¿Por qué no le dices a Richard que dije que debería descansar un poco? Creo que Cara también tendría que descansar. ¿Por qué no te ocupas de eso también?</p> <p>—Creo que podría hacerlo.</p> <p>—Y general, si mi amiga Cara no se marcha de aquí por la mañana con una sonrisa de satisfacción, te destriparé vivo.</p> <p>Los ojos del oficial se abrieron como platos y Nicci no pudo evitar sonreír.</p> <p>—Una forma de hablar, Benjamín. —Enarcó una ceja—. Tienes toda la noche para estar con ella No la desperdicies.</p> <p>Él sonrió por fin.</p> <p>—Gracias…</p> <p>—Nicci.</p> <p>—Gracias, Nicci. Pienso en ella todo el tiempo. No sabes lo mucho que la he echado en falta… lo muy preocupado que he estado por ella.</p> <p>—Creo que lo sé. Pero tú deberías decirle eso, no yo. Ahora, ¿dónde has dicho que está Tovi?</p> <p>Él alzó un brazo y señaló.</p> <p>—Ahí abajo, a la derecha. La última tienda de la fila.</p> <p>Nicci asintió.</p> <p>—Hazme un favor. Ocúpate de que nadie nos moleste. Incluidos los cirujanos. Necesito estar a solas con ella.</p> <p>—Me ocuparé de ello. —Volvió a girarse y se rascó la cabeza—. Ah, no es asunto mío, pero estáis… —señaló entre ella y atrás, hacia donde habían venido— tú y lord Rahl, bueno, ya sabes…</p> <p>Nicci no pareció ser capaz de encontrar una respuesta que desease expresar en voz alta.</p> <p>—El tiempo escasea. No hagas esperar a Cara.</p> <p>—Sí, entiendo lo que quieres decir. Gracias, Nicci. Espero verte por la mañana.</p> <p>Lo contempló alejarse a toda prisa al interior de la oscuridad, luego puso manos a su tarea. En realidad no había querido poner nervioso al general hablando de la Señora de la Muerte, pero necesitaba volver a introducirse en aquella parte de sí misma, necesitaba pensar de aquel modo otra vez, necesitaba hallar la actitud gélida que era insensible a todo.</p> <p>Apartó a un lado el faldón de la tienda y se deslizó al interior. Había una única vela encendida en un soporte hecho de hierro forjado que estaba hundido en el suelo, junto a un camastro. En la tienda hacía calor y el aire estaba viciado. Olía a sudor rancio y a sangre seca.</p> <p>La mole de Tovi yacía en el camastro, respirando penosamente.</p> <p>Nicci se sentó en un taburete de campaña junto a la mujer. Tovi apenas advirtió que alguien se sentaba. Nicci posó una mano sobre la muñeca de Tovi y empezó a hacer pasar un hilillo de poder para aliviar el sufrimiento de la mujer.</p> <p>La herida reconoció la ayuda del don e inmediatamente miró hacia allí. Sus ojos se abrieron de par en par y la respiración se le aceleró. Luego lanzó una exclamación ahogada de dolor y se aferró el abdomen. Nicci aumentó el flujo de poder hasta que Tovi se volvió a hundir en el lecho con un gemido de alivio.</p> <p>—Nicci, ¿de dónde has salido? ¿Qué diantres haces tú aquí?</p> <p>—Vaya, ¿desde cuándo te importa? La hermana Ulicia y el resto de vosotras me dejasteis en las garras de Jagang, como su esclava personal, me dejasteis cautiva de ese cerdo.</p> <p>—Pero escapaste.</p> <p>—¿Escapar? Hermana Tovi, ¿has perdido el juicio? Nadie escapó del Caminante de los Sueños… excepto vosotras cinco.</p> <p>—Cuatro. Merissa ya no está viva.</p> <p>—¿Qué sucedió?</p> <p>—La estúpida zorra intentó jugar su propio juego con Richard Rahl. Recuerdas cómo lo odiaba… que quería bañarse en su sangre.</p> <p>—Lo recuerdo.</p> <p>—Hermana Nicci, ¿qué haces aquí?</p> <p>—El resto de vosotras me dejó con Jagang. —Nicci se inclinó al frente para que Tovi pudiese ver su mirada furiosa—. No tienes ni idea de las cosas que he tenido que soportar. Desde entonces, he estado en una larga misión para su Excelencia. Necesita información y sabe que puedo obtenerla.</p> <p>Tovi sonrió.</p> <p>—Hace que te prostituyas para él, para descubrir lo que quiere saber…</p> <p>Nicci no respondió a la pregunta, dejando en su lugar que Tovi se respondiera a sí misma.</p> <p>—Simplemente oí hablar por casualidad de una pobre idiota que al tiempo que la robaban o algo así se las arregló para conseguir que la acuchillasen. Algo en la descripción de esa imbécil hizo que decidiera venir y comprobar por mí misma si era posible que fueses tú.</p> <p>Tovi asintió.</p> <p>—Me temo que no es nada bueno.</p> <p>—Espero que duela. He venido a asegurarme de que tardas mucho en morir. Quiero que sufras por lo que me hicisteis… dejándome en las garras de Jagang mientras el resto de vosotras escapaba sin molestaros siquiera en contarme cómo huir.</p> <p>—No pudimos evitarlo. Tuvimos una oportunidad y teníamos que usarla, eso es todo. —Una mueca astuta apareció en su rostro—. Pero puedes liberarte de Jagang, también tú.</p> <p>—¿Cómo… cómo puedo liberarme? —la instó Nicci.</p> <p>—Cúrame y te lo contaré.</p> <p>—Quieres decir que te cure para que puedas traicionarme como antes. Ni hablar, Tovi. Vas a contarlo todo, o me quedaré sentada justo aquí y veré cómo padeces en tu camino hacia el abrazo eterno del Custodio. Tal vez te ayude justo lo suficiente para mantenerte con vida un poco más. —Se inclinó hacia ella—. De modo que puedas sentir el dolor retorciéndose en tus entrañas un poco más.</p> <p>Tovi agarró un trozo del vestido de Nicci.</p> <p>—Por favor, Hermana, ayúdame. Duele tanto…</p> <p>—Habla, Hermana.</p> <p>La herida soltó el vestido de Nicci y dejó que su rostro rodara para mirar en dirección contraria.</p> <p>—Es el vínculo con el lord Rahl. Hicimos un juramento.</p> <p>—Hermana Tovi, si crees que soy tan estúpida, voy a hacerte sufrir sólo para hacer que te arrepientas de tal idea hasta el momento de tu muerte.</p> <p>Ella volvió la cabeza para mirar a Nicci.</p> <p>—No, es cierto.</p> <p>—¿Cómo puedes jurar un vínculo de lealtad a alguien que quieres eliminar?</p> <p>Tovi sonrió burlona.</p> <p>—La hermana Ulicia lo resolvió. Le juramos un vínculo con él, pero le obligamos a dejarnos marchar antes de que pudiera ligarnos a una lista de sus mandamientos.</p> <p>—Esta historia simplemente se vuelve más absurda por momentos.</p> <p>Nicci retiró la mano del brazo de Tovi, y con ella el hilillo de alivio. Al alzarse Nicci, Tovi gimió presa de un dolor atroz.</p> <p>—Por favor, hermana Nicci, es cierto. —Aferró la mano de la hechicera—. A cambio de dejarnos marchar, le dimos algo que quería.</p> <p>—¿Qué podría querer lord Rahl que le persuadiera de dejar sueltas a un puñado de Hermanas de las Tinieblas? Es la cosa más demencial que he oído nunca.</p> <p>—Una mujer.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Quería una mujer.</p> <p>—Como el lord Rahl, puede tener cualquier mujer que quiera. No tiene más que elegirla y hacer que la envíen a su lecho, a menos que ella prefiera elegir el cadalso en su lugar, y ninguna lo hace. No necesita precisamente que las Hermanas de las Tinieblas le lleven mujeres a la cama.</p> <p>—No, no esa clase de mujer. Una mujer que amaba.</p> <p>—De acuerdo. —Nicci profirió un suspiro enfurruñado—. Adiós, hermana Tovi. Asegúrate de dar al Custodio de los muertos mis recuerdos cuando llegues allí. Lo siento, pero me temo que esa reunión aún tardará un poco en producirse. Parece como si fueses a durar varios días, aún. Lástima.</p> <p>—¡Por favor! —El brazo de la Hermana empezó a dar vueltas, buscando el contacto de la única persona que podía salvarla—. Hermana Nicci, por favor. Por favor escucha, y te lo contaré todo.</p> <p>Nicci se sentó y volvió a sujetar el brazo de Tovi.</p> <p>—De acuerdo, Hermana, pero simplemente recuerda que el poder puede ir en ambos sentidos.</p> <p>La espalda de Tovi se arqueó a la vez que la mujer lanzaba un grito de agonía.</p> <p>—¡No! ¡Por favor!</p> <p>Nicci no sentía ningún escrúpulo en lo que hacía. Sabía que no existía una equivalencia moral entre el que ella infligiera tortura <i>y</i> que la Orden Imperial hiciera en apariencia la misma cosa. Su propósito al utilizarla era simplemente salvar vidas inocentes. La Orden Imperial usaba la tortura como medio para sojuzgar y conquistar, como una herramienta para atemorizar a sus enemigos. Y, en ocasiones, como algo con lo que disfrutaban porque les hacía sentir poderosos.</p> <p>La Orden Imperial usaba la tortura porque no sentían el menor respeto por la vida humana. Nicci la usaba porque sí lo sentía. Aunque en una época no había visto ninguna diferencia, desde que había abrazado la vida veía toda la diferencia del mundo.</p> <p>Nicci invirtió el sufrimiento que vertía en la anciana y ésta se hundió de nuevo en el camastro con agradecido y lloroso alivio.</p> <p>Tovi estaba cubierta de una pátina de sudor.</p> <p>—Por favor, Hermana, dame un poco de consuelo y te lo contaré todo.</p> <p>—Empieza con quién te acuchilló.</p> <p>—El Buscador.</p> <p>—Richard Rahl es el Buscador. ¿Realmente piensas que voy a creer un cuento así? Richard Rahl te habría decapitado de un mandoble. La cabeza de la herida giró de un lado a otro.</p> <p>—No, no, no lo comprendes. Ese hombre tenía la <i>Espada de la Verdad</i>. —Se señaló el vientre—. Debería de conocer a la <i>Espada de la Verdad</i> cuando me atraviesa. Me cogió por sorpresa y antes de que supiese quién era o qué quería, el muy bastardo me acuchilló.</p> <p>Nicci se presionó los dedos contra la frente, llena de confusión.</p> <p>—Creo que será mejor que retrocedas al principio.</p> <p>Tovi se sumía ya en un letargo. Nicci incrementó la magia que fluía a su interior, dándole un poco de alivio curativo, sin curarla. No quería sanarla, necesitaba que la mujer fuese incapaz de valerse por sí misma. Tovi parecía una amable abuelita, pero era una víbora.</p> <p>Nicci cruzó una pierna sobre la otra. Iba a ser una noche larga.</p> <p>La siguiente vez que Tovi volvió en sí, Nicci se sentó más tiesa.</p> <p>—Así que le jurasteis un vínculo a Richard, como el lord Rahl —dijo como si no hubiese existido un intervalo en la conversación—, y eso os protegió a todas vosotras del Caminante de los Sueños.</p> <p>—Así es.</p> <p>—¿Y luego qué?</p> <p>—Pudimos escapar. Le seguimos la pista a Richard mientras nos ocupábamos de nuestro trabajo para nuestro amo. Necesitábamos encontrar un anzuelo.</p> <p>Nicci sabía muy bien quién era su amo.</p> <p>—¿Qué quieres decir con «un anzuelo»?</p> <p>—Para poder hacer lo que necesitábamos llevar a cabo para satisfacer al Custodio, necesitábamos un modo de asegurarnos de que Richard no podía interferir. Lo encontramos.</p> <p>—¿Encontrasteis qué?</p> <p>—Algo que nos mantiene vinculadas a él no importa lo que hagamos. Fue brillante.</p> <p>—¿Qué es pues?</p> <p>—La vida.</p> <p>Nicci frunció el entrecejo, no sabiendo si había oído correctamente. Posó una mano sobre la herida de Tovi y ofreció un poco de alivio concentrado.</p> <p>Una vez que Tovi se hubo calmado de la oleada de dolor, Nicci preguntó con voz sosegada.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—La vida —dijo Tovi por fin—. Es lo que más valora.</p> <p>—¿Y?</p> <p>—Hermana, piensa. Para poder mantenernos fuera de las garras del Caminante de los Sueños, debemos estar vinculadas a Richard Rahl todo el tiempo. No nos atrevemos a flaquear ni un instante. Y empero, ¿quién es nuestro amo supremo?</p> <p>—El Custodio de los muertos. Hemos efectuado juramentos.</p> <p>—Así es. Y si hiciésemos algo que dañara la vida de Richard, como soltar al Custodio en el mundo de la vida, iríamos en contra de nuestro vínculo con Richard. Eso significaría que, antes de que pudiésemos liberar al Custodio de sus ataduras en el mundo de los muertos, Jagang, en este mundo, podría saltar sobre nosotras.</p> <p>—Hermana Tovi será mejor que empieces a decir cosas que tengan sentido, o perderé la paciencia, y te aseguro, que no te gustaría. No te gustaría en absoluto. Quiero saber qué está pasando para poder entrar a formar parte de ello. Quiero recuperar mi puesto.</p> <p>—Desde luego. Desde luego. Verás, lo que Richard más valora es la vida. De hecho, le creó una estatua. Estuvimos en el Viejo Mundo. Vimos la estatua dedicada a la vida.</p> <p>Eso ya lo había captado.</p> <p>La cabeza de la mujer giró otra vez para volver a mirar a Nicci.</p> <p>—Bien, querida, ¿qué es lo que nos comprometimos a hacer en los juramentos que hicimos?</p> <p>—Liberar al Custodio.</p> <p>—¿Y cuál es nuestra recompensa por llevar a cabo nuestra tarea? Nicci miró con fijeza los fríos ojos de la mujer.</p> <p>—La inmortalidad.</p> <p>Tovi sonrió de oreja a oreja.</p> <p>—Exactamente.</p> <p>—Lo que Richard más valora es la vida. ¿Me estás diciendo que planeáis concederle la inmortalidad?</p> <p>—Eso es. Trabajamos en la obtención de su más noble ideal: la vida.</p> <p>—Pero puede que no quiera la inmortalidad.</p> <p>Tovi consiguió encogerse de hombros.</p> <p>—Tal vez. Pero no tenemos intención de preguntarle. ¿No ves lo brillante que es el plan de la hermana Ulicia? Sabemos que lo que más valora es la vida. No importa qué otras cosas podamos hacer en contra de sus deseos, esas cosas no se elevan al nivel de lo que tiene más valor para él. Así pues, hacemos honor a nuestro vínculo con el lord Rahl del modo más magnífico posible, al tiempo que mantenemos el vínculo… lo que mantiene al Caminante de los Sueños fuera de nuestras mentes… y al mismo tiempo trabajamos para traer al Custodio al mundo. Todo gira y gira. Cada elemento encierra más herméticamente a los demás.</p> <p>—Pero es el Custodio quien te promete la inmortalidad. Vosotras no podéis concederla.</p> <p>—No, no si la buscamos a través del Custodio.</p> <p>—Entonces ¿cómo podéis conceder inmortalidad? Carecéis de tal poder.</p> <p>—¡Oh, pero lo tendremos, lo tendremos!</p> <p>—¿Cómo?</p> <p>Tovi empezó a toser y Nicci tuvo que llevar a cabo un veloz trabajo simplemente para mantener a la mujer con vida. Pasaron casi dos horas antes de que volviera a tenerla consciente y tranquila.</p> <p>—Hermana Tovi —dijo una vez que la mujer hubo abierto los ojos y dio la impresión de que volvía a ver—. He tenido que reparar una parte de tu herida. Ahora, antes de que pueda reparar el resto de la herida y curarte por completo…, para que puedas obtener tu recompensa de vida…, necesito saber el resto. ¿Cómo pensáis que podéis otorgar inmortalidad? No tenéis ese poder.</p> <p>—Robamos las cajas del Destino. Tenemos intención de usarlas para destruir toda vida… excepto aquella que deseemos tener a nuestro alrededor, por supuesto. Con el poder de las cajas, obtendremos el dominio sobre la vida y la muerte. Tendremos el poder de conceder a Richard Rahl la inmortalidad. ¿Lo ves? Se habrá satisfecho el vínculo.</p> <p>A Nicci le daba vueltas la cabeza.</p> <p>—Tovi, tu historia es imposible. Es más complicado de lo que das a entender.</p> <p>—Bueno, existen otras partes del plan. Localizamos catacumbas bajo el Palacio de los Profetas.</p> <p>Nicci no tenía ni idea de que tales catacumbas existieran, pero quería que la mujer siguiera con su relato, así que se limitó a dejarla hablar.</p> <p>—Fue cuando todo empezó. Cuando tuvimos la idea. Verás, habíamos estado vagando de un lado a otro, buscando modos de satisfacer al Custodio… —Agarró con tal firmeza el brazo de Nicci que a ésta le dolió—. Acude en nuestros sueños. Ya sabes eso. También viene a ti. Viene y nos atormenta, obligándonos a cumplir sus mandatos, a trabajar para liberarle.</p> <p>Nicci retiró la mano que la oprimía como una garra de su brazo.</p> <p>—¿Catacumbas?</p> <p>—Sí. Las catacumbas. Descubrimos antiguas catacumbas y en ellas libros. Encontramos un libro llamado <i>Cadena de Fuego.</i></p> <p>Nicci sintió que se le ponían los brazos de carne de gallina.</p> <p>—Cadena de Fuego… ¿qué significa eso? ¿Es un hechizo?</p> <p>—¡Oh, es mucho más que algo tan simple como un hechizo! Procedía de tiempos antiguos. A los magos de la época se les había ocurrido una nueva teoría sobre cómo alterar la memoria; en otras palabras… acontecimientos reales alterados con poder de Resta, con todas las partes inconexas reconstruidas espontáneamente de un modo independiente la una de la otra. O sea, cómo hacer que un individuo desaparezca para todos los demás haciendo que la gente olvide a esta persona, incluso tan pronto como la ven.</p> <p>»Pero los magos a los que se les ocurrió esa teoría eran hombres tímidos que temían liberar tales cosas no sólo porque se daban cuenta de que un acontecimiento de esa clase provocaría un daño irreparable al sujeto, sino porque no existía modo de que pudieran controlarlo una vez iniciado, actuaría por sí mismo y se autonutriría.</p> <p>—¿Qué quieres decir? ¿Qué hace?</p> <p>—Deshace el recuerdo que las personas tienen del sujeto, pero eso origina una cascada de acontecimientos que no se pueden predecir ni controlar. Luego consume conexiones que tienen con otros, y luego con otros que esas personas conocen, y así sucesivamente. Al final lo corrompe todo. Para nuestros propósitos, no obstante, no importa en realidad, ya que nuestro objetivo es anular la vida de todos modos. Por temor a que se descubriera lo que hacíamos, destruimos el libro, y las catacumbas.</p> <p>—Pero ¿por qué necesitabais destruir el recuerdo de alguien?</p> <p>—No simplemente alguien, sino el recuerdo de la mujer que nos consiguió el vínculo en un principio, Kahlan Amnell, el amor de Richard Rahl. Al crear un acontecimiento de Cadena de Fuego, acabamos teniendo a una mujer que nadie recuerda.</p> <p>—Pero ¿qué puede conseguiros eso?</p> <p>—Las cajas del Destino. La usamos para obtener las cajas, de modo que podamos liberar al Custodio. Con las cajas, podemos conceder vida inmortal a Richard al mismo tiempo que liberamos al Custodio.</p> <p>»El Custodio nos susurró en nuestros sueños que Richard posee el secreto para abrir las cajas, que tiene memorizada la información necesaria. No existe en ninguna otra parte. Rahl el Oscuro se lo reveló al Custodio. Richard conoce el modo de desentrañar los secretos de las cajas, sólo que esta vez, conocemos el truco que venció a Rahl el Oscuro.</p> <p>»El libro que él conoce dice que necesitamos a una Confesora para abrir las cajas. Y ahora tenemos a una Confesora a la que nadie recuerda; de modo que nadie puede molestarnos con respecto a ella.</p> <p>—¿Qué hay de la desaparición de las profecías? ¿Lo causó esa Cadena de Fuego?</p> <p>—Es parte de ello. Lo llamaron el corolario de la Cadena de Fuego. Parte de la fase de iniciación de la Cadena de Fuego requiere un acontecimiento de la Cadena de Fuego que consuma la profecía… El acontecimiento de la Cadena de Fuego se alimenta de esos recuerdos para sustentar el acontecimiento, por lo tanto también tiene que estar involucrada la profecía… Se localiza un punto en blanco en la bifurcación correcta; un lugar donde un profeta dejó un espacio en blanco, para el caso de que un profeta futuro desee completar el trabajo. Entonces llenamos ese vacío en la profecía con una profecía que la completa a la que se ha conferido la Cadena de Fuego… El acontecimiento de la Cadena de Fuego infecta y consume por lo tanto todas las profecías asociadas, bien por tema o por cronología. En este caso ambos: Kahlan, la mujer que borramos de la vida, quedó de este modo borrada también de la profecía mediante el corolario de la Cadena de Fuego.</p> <p>—Parece que lo tenéis todo calculado —dijo Nicci.</p> <p>Tovi sonrió burlonamente a través del dolor.</p> <p>—La cosa mejora.</p> <p>—¿Mejora? ¿Cómo podría resultar más delicioso que esto?</p> <p>—Existe algo que contrarresta a la Cadena de Fuego. —Tovi lanzó una risita regocijada.</p> <p>—¿Algo que lo contrarresta? ¿Quieres decir que corréis el riesgo de que Richard encuentre una contramedida a lo que habéis hecho, una contramedida que podría hacer que todo el plan se viniera abajo?</p> <p>Tovi intentó sofocar una risita divertida, pero ésta volvió a borbotear. A pesar del evidente dolor, estaba disfrutando demasiado para parar.</p> <p>—Ésta es la mejor parte. Los antiguos magos a los que se les ocurrió la Cadena de Fuego advirtieron que poseía el potencial para conseguir la destrucción total de la vida. Así que crearon una contramedida, en el caso de que un acontecimiento de la Cadena de Fuego llegase a ocurrir alguna vez.</p> <p>Nicci apretó los dientes.</p> <p>—¿Qué contramedida?</p> <p>—Las cajas del Destino.</p> <p>Los ojos de la hechicera se abrieron de par en par.</p> <p>—¿Las cajas del Destino se crearon para ser la contramedida de lo que habéis iniciado con la Cadena de Fuego?</p> <p>—Así es. ¿No es delicioso? Lo que es más, hemos puesto las cajas en funcionamiento.</p> <p>Nicci soltó una profunda bocanada de aire.</p> <p>—Bueno, como he dicho, parece que lo tenéis todo calculado. Tovi hizo una mueca.</p> <p>—Bueno… casi. Sólo hay una cuestión menor.</p> <p>—¿Cómo qué?</p> <p>—Bueno, verás, la estúpida zorra sólo sacó una caja la primera vez que la enviamos dentro. No podíamos permitir que se viesen las cajas, porque, a diferencia del amor de Richard, la gente recordaría haber visto las cajas del Destino.</p> <p>»Kahlan dijo que no tenía sitio en la mochila. La hermana Ulicia estaba furiosa. Golpeó a la chica hasta dejarla hecha un pingajo ensangrentado… te habría encantado, hermana Nicci… y le dijo que dejase algo fuera para hacer sitio si era necesario, luego la envió de vuelta para coger las otras dos cajas.</p> <p>Tovi hizo una mueca provocada por un retortijón de dolor.</p> <p>—Temíamos esperar, no obstante. La hermana Ulicia me envió por delante con la primera caja y dijo que me alcanzaría más tarde. —Tovi gimió bajo el dolor atroz de otra punzada—. Yo llevaba la primera caja conmigo. El Buscador, el que llevaba la <i>Espada de la Verdad</i>, al menos, me sorprendió y me atravesó con el arma. Me arrebató la caja. Una vez que Kahlan finalmente las recuperó, la hermana Ulicia tuvo entonces esas dos y pensó que yo tenía la tercera, así que antes de abandonar el palacio, puso en marcha la magia de las cajas del Destino.</p> <p>Nicci se levantó tambaleante. Tenía una sensación de mareo. Apenas podía creerlo. Pero sabía, ahora, que todo era cierto. Richard había tenido razón desde el principio. Casi con nada en lo que basarse, básicamente lo había deducido todo. Y todo ese tiempo nadie en el mundo quiso escucharle… nadie en un mundo que se estaba deshaciendo alrededor de ellos en un acontecimiento incontrolado provocado por una magia llamada Cadena de Fuego.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 37</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Un chillido que hizo que los finos cabellos del cogote de Richard se erizaran hendió la silenciosa noche. Richard, en un saco de dormir en una sencilla tienda, se levantó de un salto cuando el grito desgarró el aire. El interminable alarido hizo que le ascendiera un escalofrío por los hombros y provocó la instantánea aparición de una pátina de sudor en su frente.</p> <p>Con el corazón latiendo a toda velocidad, abandonó como una exhalación la tienda al mismo tiempo que el inquietante grito resonaba por todo el campamento, como si intentase llegar a cada rincón de la oscuridad para dejar patente su horror.</p> <p>Fuera de la tienda, que estaba separada de las demás porque la habían añadido, Richard vio a hombres de pie en la oscuridad, con los ojos abiertos de par en par. A cierta distancia, el general Meiffert observaba atentamente la noche junto con el resto de ellos.</p> <p>Richard vio que era un falso amanecer, como la mañana en que Kahlan había desaparecido. La mujer que amaba, la mujer que todos los demás habían olvidado y no tenían interés por recordar. Si ella había chillado, nadie la había oído.</p> <p>Y entonces, al apagarse el grito, el mundo se tornó más negro que el mismo azabache. Fue como verse sumergido en la impenetrable negrura de la nada del mundo de los muertos, sin esperanza y perdido para siempre. Richard se estremeció cuando su carne notó como si algo que no pertenecía allí tocase el mundo de los vivos.</p> <p>Con la misma rapidez con que había acudido, la oscuridad desapareció. Los hombres se miraron entre ellos, sin que nadie hablase.</p> <p>A Richard se le pasó por la cabeza que la víbora ahora tenía sólo tres cabezas.</p> <p>—El Custodio se ha llevado a uno de los suyos —explicó a los rostros interrogantes que se habían girado hacia él—. Alegraos de que alguien tan malvado ya no esté entre los vivos. Ojalá todas esas personas encuentren la muerte que defienden.</p> <p>Los hombres sonrieron y musitaron frases de acuerdo con la maldición mientras empezaban a gatear de nuevo al interior de sus tiendas para intentar aprovechar las horas de sueño que les quedaban. El general Meiffert trabó la mirada con Richard a la vez que se golpeaba el corazón con el puño, antes de desaparecer otra vez en el interior de su tienda.</p> <p>En la débil luz del campamento que ahora parecía estar poblado únicamente de tiendas y carromatos, Richard divisó a Nicci, que se dirigía directa hacia él. Había algo profundamente perturbador en el semblante de la hechicera. Quizá era porque acababa de dar rienda suelta a una cólera que él dudaba que nadie que no fuese él mismo podría comprender.</p> <p>Con los mechones rubios ondeando al viento, le recordó a un ave rapaz descendiendo sobre él surgiendo de la noche, toda músculos tensos y zarpas. Cuando vio las lágrimas que le corrían por la cara, los dientes apretados, la furia y el dolor, su poderosa amenaza y frágil impotencia, los ojos llenos de más de lo que él podía captar, retrocedió al interior de la tienda, atrayéndola dentro, fuera de la vista del campamento.</p> <p>Ella penetró como una exhalación en la tienda, directa hacia él, como una tormenta estallando sobre un promontorio. Él retrocedió todo lo que pudo, sin tener la menor idea de qué sucedía o qué pensaba hacer ella.</p> <p>Con un sollozo de una desolación tan descarnada que casi le hizo lanzar un grito igual, ella cayó al suelo a sus pies, rodeándole las piernas con los brazos. Aferraba algo en una mano. Richard advirtió que era el vestido blanco de Madre Confesora de Kahlan.</p> <p>—¡Oh, Richard, lo siento tanto! —gimió ella entre sollozos desgarradores—. Lamento tanto lo que te he hecho… Lo lamento tanto… Lo lamento tanto… —siguió farfullando una y otra vez.</p> <p>Él alargó la mano y le tocó el hombro.</p> <p>—Nicci, ¿qué sucede?</p> <p>—¡Lo lamento tanto! —exclamó ella a la vez que le aferraba las piernas como si fuese la condenada suplicando por su vida al rey—. ¡Oh, queridos espíritus, lamento tanto lo que te he hecho!</p> <p>Él se dejó caer al suelo y retiró los brazos de sus piernas.</p> <p>—Nicci, ¿qué sucede?</p> <p>Los desgarradores sollozos le estremecían los hombros. Alzó los ojos hacia él mientras la levantaba, sujetándola por los brazos. Estaba flácida como un muerto.</p> <p>—¡Oh, Richard, lo siento tanto! Jamás te creí. Siento tanto no haberte creído… Debería haberte ayudado en lugar de combatirte a cada paso. Lo siento muchísimo…</p> <p>Raras veces había visto él a alguien presa de tan profunda aflicción.</p> <p>—Nicci…</p> <p>—Por favor —sollozó ella—. Por favor, Richard, ponle fin ya.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—No quiero seguir viviendo. Duele demasiado. Por favor, usa tu cuchillo y ponle fin. Por favor. Lo siento tanto… He hecho algo peor que simplemente no creerte. He sido quien te ha detenido a cada momento.</p> <p>Colgaba como una muñeca de trapo de las manos que él tenía bajo sus brazos y lloraba presa de una aflicción y sentimiento de derrota totales.</p> <p>—Lamento tantísimo no haberte creído… Tenías razón sobre todo y muchísimo más. Lo siento tanto… Todo ha terminado ahora y es culpa mía. Lo siento. Debería haberte creído.</p> <p>Empezó casi a escurrirse de sus manos. Sentado en el suelo, frente a ella, la tomó en sus brazos, de un modo muy parecido a como había hecho con Jillian.</p> <p>—Nicci, tú fuiste la única que me impulsó a seguir adelante cuando estaba listo para rendirme. Fuiste la única que me hizo pelear.</p> <p>Los brazos de Nicci se alzaron para rodearle el cuello cuando él la apretó contra su cuerpo. La hechicera ardía por la fiebre que le producía la angustia.</p> <p>Sollozó y siguió farfullando lo mucho que lo lamentaba, que debería haberle creído, que ahora era demasiado tarde, que deseaba poner fin al dolor y morir…</p> <p>Richard le sostuvo la cabeza contra su hombro mientras le susurraba que todo se arreglaría, le susurraba palabras de consuelo, la acunaba y la tranquilizaba sin decir nada de importancia pero dándole su empatía.</p> <p>Recordó, entonces, el primer encuentro con Kahlan y que habían pasado aquella primera noche en un pino refugio. A ella casi la habían arrastrado de vuelta al inframundo y él la había sacado en el último instante. Kahlan había llorado del mismo modo, en abyecto terror y aflicción, pero más que eso, por la sensación de liberación de tener a alguien abrazándola.</p> <p>Kahlan no había tenido nunca a nadie que la abrazase cuando lloraba.</p> <p>Ahora sabía que Nicci tampoco.</p> <p>Mientras la mantenía entre sus brazos, dándole el consuelo que tanto necesitaba, ella se fue agotando hasta que, sintiéndose segura como quizá no se había sentido nunca antes, se quedó dormida. Significaba un placer tal ser capaz de proporcionarle aquel raro refugio que él lloró en silencio mientras la sostenía y ella dormía, segura, en sus brazos.</p> <p>Sin duda él se durmió unos breves instantes porque cuando abrió los ojos una luz pálida penetraba a través de las paredes de la tienda. Al alzar la cabeza, Nicci se removió, como una criatura acurrucándose más y no deseando despertar jamás.</p> <p>Pero lo hizo, de un modo bastante repentino, cuando advirtió dónde estaba.</p> <p>Lo miró a los ojos, azules y cansados.</p> <p>—Richard… —susurró en lo que él supo que sería una nueva retahíla de excusas y lamentos.</p> <p>Presionó las yemas de los dedos contra sus labios, interrumpiendo lo que iba a decir.</p> <p>—Tenemos muchísimas cosas de las que ocuparnos. Dime lo que averiguaste para que podamos ponernos a ello.</p> <p>Ella le puso el vestido blanco en las manos.</p> <p>—Tenías razón sobre casi todo, incluso aunque no supieses el mecanismo. La hermana Ulicia y su pequeña banda querían permanecer libres del Caminante de los Sueños, tal como dijiste. Resolvieron, puesto que valoras la vida, darte la inmortalidad. Cualquier otra cosa que hiciesen, sin importar lo destructivo que fuera, lo consideraban algo de una importancia secundaria, y esto les daba libertad para continuar con sus intentos de liberar al Custodio.</p> <p>Los ojos de Richard se abrieron aún más a medida que escuchaba.</p> <p>—Encontraron el hechizo Cadena de Fuego y lo usaron para hacer que todo el mundo olvidara a Kahlan, de modo que pudieran robar las cajas del Destino. Tu padre, en el inframundo, hizo saber al Custodio que tú has memorizado el libro que necesitan. Saben que necesitan a una Confesora para obtener la verdad. Kahlan les sirve para lograr ambas cosas, robar las cajas, y ayudarlas a obtener la verdad sobre el libro que tú conoces.</p> <p>»Cadena de Fuego, no el gusano de la profecía, es también responsable de lo que le está sucediendo a la profecía.</p> <p>»Las Hermanas tienen dos de las cajas del Destino y las pusieron en funcionamiento. Han emprendido esa fase de su plan por dos motivos: porque quieren usar las cajas del Destino para hacer entrar al Custodio en el mundo de la vida, y porque las cajas del Destino se crearon como una contramedida al poder que se puede engendrar con la Cadena de Fuego.</p> <p>Richard pestañeó.</p> <p>—¿Qué quieres decir con que sólo tienen dos cajas? Pensaba que usaron a Kahlan para robar las tres. Las tres estaban en el Jardín de la Vida.</p> <p>—Kahlan sacó una caja. Se la dieron a Tovi y le dijeron se pusiera en marcha mientras enviaban a Kahlan de vuelta a por las otras dos…</p> <p>—¿La enviaban de vuelta? —Richard frunció el entrecejo—. ¿Qué no estás contando?</p> <p>Nicci se pasó la lengua por los labios, pero no apartó los ojos de los de él.</p> <p>—El motivo del grito de Tovi.</p> <p>Richard sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Se le hizo un nudo en la garganta.</p> <p>Nicci le posó una mano en el corazón.</p> <p>—La traeremos de vuelta, Richard.</p> <p>Él apretó los dientes y asintió.</p> <p>—¿Así pues, que sucedió?</p> <p>—El nuevo Buscador cogió desprevenida a Tovi, le clavó la espada, y robó la caja del Destino.</p> <p>Richard alzó la vista.</p> <p>—Samuel… La <i>Espada de la Verdad</i> fue una contramedida… Cuando le entregué la espada, debió de darse cuenta de la verdad sobre Kahlan. —Recorrió con la mirada el interior de la tienda mientras intentaba pensar—. Tenemos que estudiar esto detenidamente. Reunir toda la información que podamos y adelantarnos a ellas, en lugar de ir siempre por detrás.</p> <p>—Te ayudaré, Richard. Cualquier cosa que quieras, la haré. Te ayudaré a recuperarla. Su lugar está contigo. Lo sé ahora.</p> <p>Él asintió, dando gracias porque la hechicera hubiese recuperado su férrea decisión.</p> <p>—Creo que lo mejor será que aclaremos unas cuantas cosas y luego obtengamos algo de ayuda experta.</p> <p>Ella le dedicó una sonrisa socarrona.</p> <p>—Ése es el Buscador que conozco.</p> <p>Fuera de la tienda, los hombres habían empezado a reunirse, todos deseando ver al lord Rahl.</p> <p>De la multitud surgió Verna.</p> <p>—¡Richard! ¡Demos gracias al Creador… nuestras oraciones han recibido respuesta! —Lo rodeó con los brazos—. Richard, ¿cómo estás?</p> <p>—¿Dónde has estado?</p> <p>—Atendiendo a unos heridos. Exploradores, que tropezaron con unos cuantos enemigos. El general Meiffert me envió un mensaje para que regresara de inmediato.</p> <p>—¿Y los hombres?</p> <p>—Perfectamente —dijo ella con una sonrisa—. Ahora que finalmente estás con nosotros para la batalla final.</p> <p>Él le tomó las manos.</p> <p>—Verna, ya sabes que has tenido muchas dificultades conmigo en el pasado.</p> <p>Ella sonrió ampliamente a la vez que asentía para indicar que era cierto. Pero cuando vio que él no sonreía, la sonrisa desapareció.</p> <p>—Ésta va a ser una de esas veces —le dijo él—. Vas a tener que creer en mí y en lo que digo, o más vale que nos rindamos a la Orden ahora mismo.</p> <p>Richard le soltó la mano y se encaramó a un cajón para que pudiesen oírle mejor. Advirtió que lo rodeaba un mar de hombres.</p> <p>Cara y el general Meiffert estaban cerca de la parte delantera.</p> <p>—Lord Rahl, ¿vais a liderarnos? —preguntó él.</p> <p>—¡No! —dijo él bien alto en el quieto aire del amanecer.</p> <p>Murmullos preocupados se extendieron entre los hombres. Richard alzó los brazos.</p> <p>—¡Escuchadme! —Los hombres callaron—. No tengo mucho tiempo. No dispongo de tiempo para explicar las cosas como desearía poder hacer. Os daré los hechos y os dejaré decidir.</p> <p>»Se ha conseguido retrasar un poco el avance del ejército de la Orden Imperial en el sur. —Alzó las manos para sofocar los vítores—. No tengo mucho tiempo. Escuchad.</p> <p>»Vosotros sois el acero contra el acero. Yo soy la magia contra la magia. Ahora debo elegir una de esas dos cosas para la batalla que se avecina.</p> <p>»Si me quedo aquí y os lidero, lucho con vosotros, no vamos a tener muchas posibilidades. Las fuerzas enemigas son enormes. No necesito deciros eso a ninguno de vosotros. Si me quedo y os ayudo a combatirlas, la mayoría de nosotros morirá.</p> <p>—Puedo deciros directamente —dijo el general Meiffert— que no me gusta esa perspectiva.</p> <p>La mayoría de los hombres estuvo de acuerdo en que el negro cuadro que acababa de pintar no los entusiasmaba.</p> <p>—¿Cuál es la alternativa? —preguntó a voces un hombre situado a poca distancia.</p> <p>—La alternativa es que os deje a vosotros hacer vuestro trabajo y usar las armas para impedir que la Orden Imperial haga de las suyas por nuestras tierras.</p> <p>»Entretanto, me comprometo a llevar a cabo mi trabajo de ser la magia contra la magia. Haré lo que sólo yo puedo hacer y trabajaré para hallar un modo de derrotar al enemigo sin que ninguno de vosotros tenga que perder la vida combatiendo contra él. Quiero hallar un modo, con mi poder, de desterrarlos o destruirlos antes de que tengamos que luchar contra ellos.</p> <p>»No puedo garantizar que tendré éxito. Si fracaso, moriré en el intento y vosotros tendréis que enfrentaros al enemigo.</p> <p>—¿Creéis que podéis detenerles con alguna clase de magia? —preguntó otro hombre.</p> <p>Nicci saltó arriba junto a él.</p> <p>—Lord Rahl ya ha puesto a habitantes del Viejo Mundo en contra de las fuerzas de Jagang. Hemos librado batallas en su propia tierra natal con la esperanza de quitarle el apoyo de su gente.</p> <p>»Si insistís en mantener a lord Rahl aquí, con vosotros, estáis desperdiciando su excepcional talento, y podríais morir. Os pido, como alguien que pelea a su lado, que le dejéis ser el lord Rahl, que le dejéis hacer lo que debe, mientras vosotros hacéis lo que debéis.</p> <p>—Yo no podría haberlo dicho mejor —les dijo Richard—. Ahí está, pues. Ésa es la elección que os ofrezco.</p> <p>Inesperadamente, los hombres empezaron a caer de rodillas. En todas direcciones se alzaron nubes de polvo a medida que los hombres arrastraban los pies para hacer espacio y se arrodillaban.</p> <p>Con una sola voz, el cántico empezó:</p> <p>—Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.</p> <p>Richard mantuvo la mirada puesta por encima del mar de hombres mientras el sol se abría paso en el horizonte. La oración se repitió una segunda vez, y luego una tercera, como era tradicional en el campo de batalla. Una vez finalizada, los hombres empezaron a incorporarse.</p> <p>—Supongo que ésa es vuestra respuesta, lord Rahl —dijo el general Meiffert—. Id a por esos bastardos.</p> <p>Los hombres expresaron su acuerdo entre aclamaciones.</p> <p>Richard saltó al suelo y tomó la mano de Nicci para ayudarla a bajar. Ella hizo caso omiso de la mano y saltó por sí sola. Richard miró a Cara.</p> <p>—Bueno, tengo que irme. Tenemos prisa. Cara, quiero que sepas que me parecerá perfecto si quieres quedarte con… el ejército.</p> <p>Una expresión sombría se adueñó del rostro de Cara a la vez que ésta cruzaba los brazos.</p> <p>—¿Estáis loco? —Miró al general—. Te lo dije, este hombre está loco. ¿Ves lo que tengo que soportar?</p> <p>El general Meiffert asintió con expresión seria.</p> <p>—No sé cómo lo haces, Cara…</p> <p>—Adiestramiento —respondió ella, y le pasó las yemas de los dedos por la mejilla, sonriéndole como Richard no la había visto hacerlo nunca antes—. Cuídate, general.</p> <p>—Sí, señora. —Sonrió a Nicci antes de hacer una inclinación de cabeza—. Tal y como ordenasteis, ama Nicci.</p> <p>La mente de Richard estaba ya en otra parte.</p> <p>—Vamos. Pongámonos en marcha.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 38</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Recorriendo el vestíbulo de paneles y molduras de madera, con Rikka encabezando la marcha, Cara y Nicci detrás, Richard llegó a la intersección y giró por un pasillo de piedra con un elevadísimo techo abovedado que se alzaba hasta casi sesenta metros de altura. Columnas estriadas situadas a los lados se elevaban a intervalos regulares. A través de ventanas enormes en la parte superior se podía ver el macizo contrafuerte exterior que sostenía los majestuosos muros. Serpentinas de luz penetraban oblicuamente muy por encima de sus cabezas y desde pequeñas ventanas redondas colocadas mucho más abajo. El golpear de sus botas resonaba igual que martillazos en el frío vestíbulo.</p> <p>La esclavina de Richard, que parecía como si estuviese confeccionada en oro hilado, ondeaba tras él. Los símbolos dorados que rodeaban la túnica negra brillaban claramente en la apagada luz. Al pasar ante cada haz de luz, los emblemas de plata de las botas, del amplio cinturón de cuero y de las muñequeras de cuero acolchado enviaban cuchilladas de centellas a su alrededor, anunciando la llegada de un mago guerrero.</p> <p>La furia de cualquier mord-sith era suficiente para provocar que la sangre de la mayoría de las personas se detuviera en sus venas, pero la fría cólera de las atractivas facciones de Cara parecía capaz de convertir aquella sangre en hielo. A su otro lado, la antigua Señora de la Muerte, vestida de negro, no resultaba menos imponente. Desde que la había conocido, Richard casi podía oír cómo el aire alrededor de Nicci chisporroteaba con el poder de ésta, y en aquellos momentos lo hacía.</p> <p>Richard pasó ante sillas acolchadas y mesas. Alfombras dispuestas sobresalían en parte al interior del pasillo en algunos lugares, invitando a la gente al interior de tranquilos y acogedores rincones. Richard esquivaba las alfombras porque los sonidos de sus botas sobre el granito pulido le satisfacían. Tampoco ninguna de las personas que lo acompañaban andaba sobre las alfombras. Con la reverberación que regresaba a ellos desde el largo pasillo, el sonido aumentaba hasta casi ser el estruendo de un ejército invasor penetrando como una avalancha en el Alcázar.</p> <p>Rikka giró la cabeza hacia él sin aminorar el paso. Señaló a la derecha.</p> <p>—Están aquí dentro, lord Rahl.</p> <p>Richard dobló la esquina sin aminorar la velocidad, dirigiendo sus pasos a través de la parte central de las enormes puertas dobles abiertas que daban al interior de la exquisita biblioteca. Gruesos parteluces de roble en las puertas las dividían en una docena de paneles de cristal. Había estanterías que llegaban hasta el techo en la pared del fondo de nueve metros de la biblioteca, con escalas que discurrían sobre rieles de latón para proporcionar acceso a ellas. Macizos pilares de caoba se alzaban centelleando bajo los haces de luz solar que penetraban por altas ventanas. Pero más abajo, la luz era más sombría y había que iluminarse con lámparas.</p> <p>Una mesa enorme de caoba, con patas torneadas, que era más ancha que Richard descansaba frente a las puertas. A cada lado se alzaban pilares para sostener bóvedas. Los extremos de la habitación, a izquierda y derecha, quedaban en sombras.</p> <p>Ann se mostró atónita.</p> <p>—¡Richard! ¿Qué haces aquí? Se suponía que estabas con nuestras tropas.</p> <p>Richard hizo como si no la oyera a la vez que agarraba el libro de cuero rojo que llevaba bajo el brazo. Usó el libro como escoba para barrer a un lado el montón de libros que tenían ante ellos, creando una amplia zona brillante y vacía ante los tres poseedores del don de la habitación.</p> <p>Arrojó el libro encuadernado en cuero rojo sobre la mesa y éste emitió un ruido seco que resonó casi como un trueno.</p> <p>La inscripción dorada, <i>Cadena de Fuego</i>, brilló en la penumbra.</p> <p>—¿Qué es esto? —preguntó Zedd estupefacto.</p> <p>—La prueba —respondió Richard—. Parte de ella en todo caso. Prometí traer pruebas.</p> <p>—Es un libro antiguo —les dijo Nicci—. Una fórmula para crear lo que se llama un acontecimiento de Cadena de Fuego.</p> <p>Los ojos color avellana de Zedd se alzaron.</p> <p>—¿Qué es un acontecimiento de Cadena de Fuego?</p> <p>—El fin del mundo tal y como lo conocemos —dijo Richard con lúgubre irrevocabilidad—. Resultó que lo que estaban haciendo involucraba un intento de crear una contradicción, lo que violaba la Novena Norma.</p> <p>Finalmente comprendieron que si alguien, alguna vez, realmente acometía la tarea de iniciar un acontecimiento de Cadena de Fuego, ello tendría consecuencias catastróficas.</p> <p>Nathan miró a Nicci con el entrecejo fruncido, al parecer esperando un poco más de sabiduría y experiencia de una antigua Hermana.</p> <p>—¿De qué está hablando?</p> <p>—A unos magos, en épocas remotas, se les ocurrió que podían alterar la memoria con poder de Resta y crear una memoria falsa para llenar los vacíos de la memoria que se había destruido. En concreto, estudiaban cómo hacer que un individuo desapareciese para todos los demás haciendo que la gente olvidase a esa persona, incluso en el mismo instante en que la acababan de ver. Al tiempo que la miraban.</p> <p>»Ese hechizo deshacía el recuerdo que tenían las personas del sujeto, pero se descubrió que la puesta en marcha de tal acontecimiento iniciaba una cascada que no se puede predecir ni controlar. Es muy parecido a un fuego arrasador, continúa ardiendo a través de conexiones con otros cuyo recuerdo no se ha visto alterado. Al final, deshace el mundo.</p> <p>» ¿Y el gusano de la profecía? —dijo Richard—. Puede que sea real, pero la causa de que fragmentos de la profecía desaparecieran en esta ocasión es la Cadena de Fuego. Como parte del proceso, la persona que inicia el acontecimiento también llena un hueco en la profecía, un lugar dejado en blanco por un profeta para posteriores adiciones. Este hueco se llena con una profecía que lleva la fórmula de la Cadena de Fuego incorporada. Un acontecimiento Cadena de Fuego infecta y consume de este modo toda la profecía asociada del ramal, empezando con la profecía relacionada, bien por tema o por cronología… En este caso ambas cosas: Kahlan. Así pues, ella queda también borrada de la profecía por lo que se denomina el corolario de la Cadena de Fuego.</p> <p>Nathan se sentó pesadamente.</p> <p>—Queridos espíritus.</p> <p>Ann, con las manos en el interior de sus mangas, no pareció complacida ni impresionada.</p> <p>—Todo eso está muy bien, y tendremos que estudiar este libro y ver si alguna de las cosas que se te han ocurrido tiene algún sentido.</p> <p>»Pero ese libro no es el problema inmediato.</p> <p>»Deberías haberte quedado con nuestros hombres. Debes conducir a nuestras tropas en la batalla final. Debes regresar de inmediato. La profecía es muy clara. La profecía dice que si no haces eso, el mundo caerá bajo las tinieblas.</p> <p>Richard hizo caso omiso de ella y trabó la mirada con la de su abuelo.</p> <p>—Adivina cuál es la contramedida a un acontecimiento Cadena de Fuego.</p> <p>Zedd se encogió de hombros, mostrándose perplejo por la clase de interrogatorio que llevaba a cabo Richard.</p> <p>—¿Cómo podría saberlo?</p> <p>—Sólo existe una. Fue creada específicamente con ese propósito.</p> <p>—¿Qué? —preguntó Zedd.</p> <p>—Las cajas del Destino.</p> <p>Zedd se quedó boquiabierto.</p> <p>—Richard, eso simplemente no es…</p> <p>Richard introdujo la mano en el bolsillo y sacó lo que había traído. Lo dejó caer con un fuerte golpe sobre la mesa ante los tres.</p> <p>Los ojos de Zedd se abrieron de par en par.</p> <p>—Córcholis, Richard, eso es una vid de la serpiente.</p> <p>—Tal vez lo recuerdes del <i>Libro de las sombras contadas</i>, el pasaje que dice: «Y cuando las tres cajas del Destino se pongan en funcionamiento, la vid de la serpiente crecerá.»</p> <p>—Pero, pero —tartamudeó Zedd—, las cajas del Destino están en el Jardín de la Vida, en el Palacio del Pueblo, bajo una fuerte protección.</p> <p>—No sólo eso —interpuso Nathan—, sino que yo personalmente equipé a los hombres de la Primera Fila con armas que son mortales incluso contra los que poseen el don. Nadie podría entrar ahí.</p> <p>—Estoy de acuerdo —insistió Zedd—. Es imposible.</p> <p>Richard tomó con sumo cuidado lo que Cara había estado transportando. Depositó con delicadeza la estatua de <i>Espíritu</i> sobre la mesa, de modo que la figura estuviese de cara a las tres personas situadas al otro lado, como si mantuviera la cabeza bien alta en oposición a sus esfuerzos por convertirla en un producto de la imaginación.</p> <p>—Esto es de Kahlan. La dejó allí, en el Jardín de la Vida, en lugar de las cajas, de modo que alguien supiera que existe. El hechizo Cadena de Fuego la borró de la memoria de todo el mundo. Los que la ven la olvidan incluso antes de que sus mentes registren su presencia.</p> <p>Ann agitó una mano sobre el libro, la enredadera y la estatua.</p> <p>—Pero esto, esto… esto siguen siendo conjeturas, Richard. ¿Quién diantres podría haber ideado un complot así?</p> <p>—La hermana Ulicia urdió el plan —dijo Nicci—. Tenía a las hermanas Cecilia, Armina y Tovi con ella.</p> <p>Ann frunció el entrecejo.</p> <p>—¿Cómo sabes esto?</p> <p>—Tovi me lo confesó.</p> <p>Ann pareció más que atónita.</p> <p>—Confesó… ¿Por qué tendría que hacer tal cosa? ¿Cómo conseguisteis atraparla siquiera?</p> <p>—Huía con una de las cajas del Destino —explicó Richard—. Cayó en una emboscada del hombre al que di la <i>Espada de la Verdad</i>. La acuchilló y le robó la caja del Destino que llevaba.</p> <p>Zedd se asestó una palmada en la frente, incapaz de hablar, y se desplomó en su silla.</p> <p>—Tovi también me contó —siguió Nicci— que estuvieron aquí, en Aydindril, y colocaron aquel cadáver en la tumba de la Madre Confesora para asegurarse de que nadie creyera a Richard, en el caso de que intentara abrirla para convencer a la gente de que decía la verdad. Obtuvieron el vestido en el Palacio de las Confesoras. Querían asegurarse de que todo el mundo pensase que Richard no sabía lo que decía.</p> <p>»Creo que también deberías saber que viajamos a las ruinas de una ciudad llamada Caska, en la zona meridional de D'Hara. Había exploradores de la Orden Imperial allí. Llevé a cabo un experimento con uno de ellos. Usé el hechizo de Resta que todos vosotros queríais que usase para «curar» a Richard de sus supuestos delirios.</p> <p>Ann ladeó cautelosamente la cabeza.</p> <p>—¿Y?</p> <p>—No vivió más que unos pocos instantes.</p> <p>Zedd, casi tan blanco ahora como sus rebeldes cabellos, hundió el rostro en las manos.</p> <p>—Estoy segura de que algo de esto resultará ser bastante… útil —dijo Ann, con semblante más bien turbado—, y es bueno que lo hayáis sacado a la luz. Pero como he dicho, permanece el hecho de que es necesario que estés con nuestras tropas, Richard. Te revelamos esa profecía de vital importancia: «Si <i>fuer grissa ost drauka</i> no lidera esta batalla final, el mundo, que está ya al borde de la oscuridad, caerá bajo esa terrible sombra.»</p> <p>»Estas otras cuestiones que sacas a relucir resultan intrigantes, sin lugar a dudas, pero la profecía sigue siendo nuestra misión más importante. Sencillamente no podemos fracasar, o el mundo caerá bajo la oscuridad.</p> <p>Richard se sujetó las sienes entre el pulgar y el índice mientras miraba abajo, intentando hacer acopio de paciencia. Se recordó que aquellas personas intentaban hacer lo que era correcto.</p> <p>Alzó los ojos, devolviéndoles las miradas.</p> <p>—¿No os dais cuenta? —Señaló la vid de la serpiente que había sobre la mesa—. <i>Esto</i> es la batalla final. Las Hermanas de las Tinieblas han puesto las cajas del Destino en funcionamiento. Tienen intención de traer al Custodio de los muertos al mundo de los vivos. Tienen intención de entregar la vida a la muerte en una tentativa de obtener la inmortalidad para ellas mismas. El mundo de la vida está al borde de la oscuridad.</p> <p>» ¿No os dais cuenta? Si los tres os hubieseis salido con la vuestra, empeñados en imponer la profecía, e intentado vivir siguiendo a rajatabla palabras que creíais estaban determinadas, no habría sobrevivido al intento de «curarme». Estaría muerto. Al intentar cumplir la profecía, habríais asegurado el éxito de las Hermanas de las Tinieblas, y el fin de toda vida. El mundo de la vida habría finalizado debido a vosotros.</p> <p>»Únicamente el libre albedrío…, el libre albedrío de Nicci, mi libre albedrío…, ha impedido lo que vosotros tres habríais hecho caer sobre la humanidad, siguiendo vuestra fe ciega en la profecía.</p> <p>Ann, la última que seguía en pie, se desplomó en su silla.</p> <p>—Queridos espíritus, él tiene razón —musitó Zedd para sí—. El Buscador acaba de salvar a tres viejos estúpidos de sí mismos.</p> <p>—No. Ninguno de vosotros es un estúpido —dijo Richard—. Todos podemos cometer estupideces de vez en cuando si no pensamos las cosas. Lo que hay que hacer es reconocer el error y no repetirlo. Aprender de él. No permitirse a uno mismo fracasar la vez siguiente. No estoy aquí para deciros que sois estúpidos, porque sé que no lo sois. Estoy aquí porque necesito vuestra ayuda. Quiero empezar a utilizar vuestras mentes. Todos sois brillantes a vuestra manera. Cada uno posee conocimientos que probablemente nadie más que esté vivo posea.</p> <p>»La mujer que amo, la mujer con la que me casé, ha sido secuestrada por las Hermanas de las Tinieblas y éstas lanzaron un acontecimiento de Cadena de Fuego sobre su vida. Ese acontecimiento arde ahora a través de las vidas de todos los que la conocieron y acabará por consumir a todo ser vivo.</p> <p>Indicó con la mano la estatua de <i>Espíritu.</i></p> <p>—Tallé esto basándome en el espíritu de tu nieta, Zedd. Era algo valiosísimo para ella. Lo dejó allí, sobre aquel altar de piedra, cubierto con su sangre. La quiero de vuelta conmigo.</p> <p>»Necesito ayuda. Tampoco Nicci o Cara recuerdan a Kahlan, pero ambas saben con certeza que el que no la recuerden se debe a lo que hay en este libro, <i>Cadena de Fuego</i>, no a que no exista. Todos vosotros perdisteis algo increíblemente valioso cuando os arrebataron el recuerdo de Kahlan. Perdisteis un valor en vuestras vidas que no podéis reemplazar. Perdisteis una de las mejores…</p> <p>Tuvo que parar porque no podía pronunciar las palabras debido a la opresión que sentía en la garganta. Las lágrimas gotearon desde su rostro a la mesa. Nicci se acercó y le posó una mano en el hombro.</p> <p>—Todo irá bien, Richard. La recuperaremos.</p> <p>Cara posó una mano en su otro hombro.</p> <p>—Así es, lord Rahl. La recuperaremos.</p> <p>—Richard asintió, incapaz de hablar a la vez que le temblaba la barbilla. Zedd se puso en pie.</p> <p>Richard, espero que no pienses que vamos a volver a fallarte. No lo haremos. Tienes mi palabra como Primer Mago.</p> <p>—Preferiría tener tu palabra como mi abuelo.</p> <p>Zedd sonrió a través de sus propias lágrimas.</p> <p>—Eso, también, muchacho. Eso, también.</p> <p>Nathan se levantó de un salto.</p> <p>—Mi espada también va ponerse en funcionamiento, muchacho.</p> <p>Ann lo miró con cara de pocos amigos.</p> <p>—¿Tu espada va a ponerse en funcionamiento? ¿Qué diantres significa eso?</p> <p>—Bueno, ya sabes —repuso Nathan, haciendo girar la mano en una exhibición de cuchillada y estocada—. Significa que libraré una buena batalla.</p> <p>—¿Buena batalla? Qué tal si nos ayudas a encontrar a Kahlan.</p> <p>—Bueno, recórcholis, mujer…</p> <p>Ann lanzó una mirada a Zedd.</p> <p>—¿Le enseriaste tú a hablar así? Jamás había dicho esas cosas antes de pasar tanto tiempo contigo.</p> <p>Zedd se encogió de hombros con expresión inocente.</p> <p>—¡Cielos, no! No yo.</p> <p>Ann dirigió una mirada furibunda al mago que tenía a cada lado antes de mirar a Richard y sonreír.</p> <p>—Recuerdo cuando eras un recién nacido, Richard. Cuando eras un manojo de vida en los brazos de tu madre. Se sentía tan orgullosa de ti entonces sólo porque fueses capaz de llorar. Bueno, imagino que estaría muy orgullosa de ti ahora. Todos lo estamos, Richard.</p> <p>Zedd se limpió la nariz en la manga.</p> <p>—Muy cierto.</p> <p>—Si puedes perdonarnos —dijo Ann—, nos gustaría tomar parte en la tarea de detener esta amenaza. Yo, por lo menos, tengo muchas ganas de ocuparme de esas Hermanas.</p> <p>Nicci apretó el hombro de Richard.</p> <p>—Creo que puedes encontrarte con una pelea entre las manos por ese motivo. Creo que a todos nos gustaría ser quien las coja.</p> <p>Cara se inclinó por delante de Richard.</p> <p>—Desde luego, es fácil para ti decirlo. Tú conseguiste acabar con la hermana Tovi.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0em;"> <p style="line-height:400%">Capítulo 39</p> </h3> <p style="margin-top: 4em">Richard estaba junto a las almenas de la muralla, mirando al panorama iluminado por la luz del sol, a Aydindril, abajo, al pie de la montaña, contemplando cómo las hinchadas nubles blancas hacían desfilar sus sombras sobre el valle.</p> <p>Zedd se acercó por detrás y se detuvo junto a Richard, y durante un rato también observó en silencio.</p> <p>—No puedo recordar a Kahlan —dijo por fin—. Por mucho que lo intento, sencillamente no puedo.</p> <p>—Lo sé —respondió Richard sin mirarlo.</p> <p>—Pero para que sea tu esposa, debe ser una mujer excepcional. Richard no pudo evitar sonreír.</p> <p>—Lo es.</p> <p>Zedd posó una mano huesuda sobre el hombre de su nieto.</p> <p>—La encontraremos, muchacho. Voy a ayudarte. Vamos a encontrarla. Te lo prometo.</p> <p>Sonriendo ampliamente, Richard rodeó con el brazo los hombros de su abuelo.</p> <p>—Gracias, Zedd. Desde luego que me iría bien esa ayuda.</p> <p>Zedd alzó un dedo.</p> <p>—Empezaremos inmediatamente.</p> <p>—Inmediatamente sería lo mejor —le respondió Richard—. Voy a tener que conseguir una espada, también.</p> <p>—Ah, bueno, la espada no es importante. La espada no es más que un instrumento. El Buscador es el arma, y yo diría que todavía eres el Buscador.</p> <p>—Sobre eso, Zedd, ya sabes, he estado pensando, y he llegado a la convicción de que a lo mejor Shota no actuaba egoístamente al exigir la espada a cambio de lo que me contó.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—Bueno, la <i>Espada de la Verdad</i> se alimenta de mi don. Cuando uso mi don, como ese día en que estábamos en la biblioteca y leí de un libro de profecías, éste tiene todo el potencial para atraer a la bestia hacia mí.</p> <p>Zedd se frotó la afeitada barbilla.</p> <p>—Bueno, supongo que eso es cierto. A lo mejor en cierto modo eso ayudó a protegerte. —Miró a Richard con el entrecejo fruncido—. ¡Pero se la dio a Samuel! ¡Es un ladrón!</p> <p>—¿Y qué robó él después de recuperar la espada?</p> <p>Zedd miró con atención a Richard con un ojo.</p> <p>—¿Robar? No sé. ¿Qué quieres decir?</p> <p>—Casi mató a una Hermana de las Tinieblas y cogió la caja del Destino que ella tenía, impidiendo que las Hermanas tuviesen las tres y pudieran invocar la magia de las cajas.</p> <p>El entrecejo fruncido de Zedd se frunció más.</p> <p>—¿Y qué supones que ese ladronzuelo va a hacer con la caja?</p> <p>Richard se encogió de hombros.</p> <p>—No lo sé, pero al menos nos consiguió algo de tiempo. Podemos ir tras él, ahora, e impedir que las Hermanas tengan las tres cajas, al menos.</p> <p>Zedd se rascó la mejilla a la vez que dedicaba a Richard una mirada de reojo.</p> <p>—Eso más o menos le recuerda a uno la última vez, ¿no?… con Rahl el Oscuro teniendo que conseguir la última caja.</p> <p>Richard miró a su abuelo torciendo el gesto.</p> <p>—¿Qué estás diciendo?</p> <p>Zedd encogió los hombros.</p> <p>—Nada. Sólo decía…</p> <p>—¿Decías qué?</p> <p>—Que más o menos me recuerda la última vez, eso es todo. —Zedd asestó una palmada a Richard en el hombro—. Bueno, vamos. Rikka tiene la cena preparada. Tomaremos todos una buena comida antes de que expongamos algunas ideas sobre cómo proceder.</p> <p>—Eso me suena estupendo.</p> <p>—¿Cómo lo sabes? Ni siquiera te he dicho lo que está cocinando.</p> <p>—No, me refiero… No importa. Vamos.</p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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