
Justin Somper
Vampiratas 3
Para Jenny, Jo y Jonathan.
¡La sangre es más densa que el agua!
Índice
La ceremonia de las cintas 129
Una alternativa a la sangre 140
Regreso a la Academia de Piratas 280
Con los ojos bien abiertos 299
Argumento
Quedan atrás los tiempos en que Connor se sentía como pez en el agua en el «Diablo». Si antes era uno de los tripulantes que más deprisa aprendían y mejor hacían su trabajo, ahora un nuevo miembro le observa atentamente: se trata de Moonshine, el odioso y prepotente sobrino del capitán, que le hará la vida imposible, tanto que Connor se verá obligado a tomar una durísima decisión.
Grace, por su parte, tampoco está pasando un buen momento: sintiéndose culpable de la ceguera de Lorcan, decide acompañarlo a Santuario, un recóndito lugar donde vive Mosh Zu Ramal, un gurú entre los vampiratas y el único capaz de curarlo. ¿Queda tiempo para el amor? Parece ser que sí, o al menos así lo cree Johnny, un cowboy vampirata que se ha fijado en la muchacha; y, lo que es peor, ella no parece hacerle ascos… ¿Qué pasará con Lorcan?


1
La Cofa
- ¡Venga, Connor! ¡Puedes hacerlo!
- ¡Venga, compañero! ¡Sigue subiendo!
Connor Tempest hizo una mueca. Se notaba las piernas tan pesadas como el plomo y, al mismo tiempo, tan incontrolables como la gelatina. Era un error haberse detenido a mitad de camino. Con lo bien que lo estaba haciendo. Quería vencer aquel miedo. Ya era hora. Ya hacía tiempo que lo era. Pero el miedo anidaba muy dentro de él, pesado e inamovible como un ancla atrapada bajo una roca.
Quería mirar abajo. Se esforzó por mantener la cabeza recta, sabiendo que ceder a su impulso era lo peor que podía hacer. Parecía que una fuerza magnética lo estuviera induciendo a mirar hacia la cubierta, a muchos metros -¡a demasiados metros!- por debajo de él. Y más abajo aún, hacia el mar sin fondo que rodeaba al Diablo. Cuando uno se paraba a pensarlo -y no habría que pararse a pensarlo nunca-, era un desnivel impresionante.
- ¡No mires abajo! -La voz de Cate cortó el aire, fuerte y firme. Ojalá pudiera él estar tan seguro de sí mismo como siempre parecía estarlo la segunda de a bordo.
- ¡Venga, muchacho! -le gritó el capitán Wrathe-. ¡Te has enfrentado a peores enemigos que unos cuantos metros de altura!
Desde luego, en eso tenía razón, pensó Connor, rememorando todos los momentos difíciles de aquellos últimos tres meses. El funeral de su padre. Estar a punto de morir ahogado antes de que Cheng Li lo rescatara. Su separación de Grace. La muerte de su querido compañero Jez. El modo como lo habían traicionado Cheng Li, el comodoro Kuo y Jacoby Blunt. La funesta noche en que había encabezado el ataque contra Sidorio y Jez… no, Jez no, sino la cosa en que se había convertido. El recuerdo de aquella noche ardía en él como una hoguera, tan candente como las antorchas que había mandado arrojar a la cubierta del otro barco. Tan arrollador corno las llamas que se habían tragado a su amigo… a la reminiscencia de lo que fue…
- ¡Venga, Connor!
¡Era Grace! Pese a haber regresado al barco de los vampiratas, era su voz, más clara que el agua. Oírla le dio el empujón que necesitaba. Después de todo lo que habían pasado juntos, él ya no podía dejarse vencer por aquel último miedo que le quedaba. Aquel ridículo miedo a las alturas.
Con cuidado, separó la mano derecha del obenque. Tenía la palma enrojecida y despellejada, con la marca de la cuerda profundamente grabada en la piel. Advirtió con cuánta fuerza se había estado agarrando. Sonó la campana del barco. La sorpresa lo desestabilizó momentáneamente, pero sólo era la campana que anunciaba el cambio de turno. Recobró el equilibrio. Era ahora o nunca. Se agarró al siguiente tramo de cuerda y respiró hondo.
No miró abajo. Tampoco miró arriba. Se limitó a mantener los ojos fijos en sus manos y en los tramos de cuerda. Cada tramo era igual que el anterior: una ventana cuadrada que enmarcaba un pedazo de cielo. Si se concentraba únicamente en eso, parecía que ni siquiera estuviera subiendo.
De pronto, reparó en que las piernas habían dejado de temblarle. Ahora, se movían sin vacilar, buscando el próximo asidero, hallando su ritmo. La respiración también se le había serenado. Se notaba tranquilo. Estaba haciéndolo. Venciendo el miedo. Se sentía bien. Muy bien.
Se enfrascó tanto en sus movimientos que no fue consciente de haber llegado a su objetivo hasta oír ovaciones en cubierta. Miró arriba y su mano no tocó cuerda sino la madera de la cofa. Lo único que le quedaba por hacer era encaramarse a ella.
De pronto, sintió frío. No había forma de ignorar la sensación de estar tan por encima de la cubierta. Sin arnés que lo protegiera. Era una locura estar allá arriba. A merced de las olas que rugían muy por debajo de él. Una vez más, un miedo glacial le atenazó las entrañas. Apretó los dientes, esperando a que pasara. El miedo se resistía a abandonarlo, pero él no estaba dispuesto a dejarse vencer. No ahora.
Tenía una buena razón para estar allá arriba. Alguien debía ocupar la cofa, vigilar y advertir cuanto antes de un ataque, ¡o de una oportunidad para atacar! Allá arriba se subía para proteger a los compañeros. Y, desde su regreso al Diablo hacía tres meses, aquellas personas se habían convertido en más que compañeros. Bart, Cate y el capitán Wrathe eran su nueva familia. Jamás habían sustituido a Grace, por supuesto, pero su hermana había tenido que emprender su propio viaje. Aparte de ella, todas las personas que le importaban en este mundo se hallaban a bordo de aquel barco. Visto de esa forma, era totalmente lógico estar allá arriba, en condiciones de protegerlos. Sin esfuerzo, se encaramó a la cofa.
Cuando puso los pies en la plataforma de madera, oyó más ovaciones en cubierta. Ahora, la tentación de mirar abajo era fuerte. Combatiéndola, miró al frente. En lo que le alcanzaba la vista, solo había océano, azul, reluciente, interminable. Su nuevo hogar.
A lo lejos, divisó la silueta de un barco, perfilada contra el sol poniente. Sujeto a la cofa había un pequeño catalejo. Connor lo cogió y oteó el horizonte. Tardó un momento en localizar el barco, pero enseguida lo tuvo en su punto de mira. Era un galeón, no muy distinto del Diablo. Un barco pirata, quizá. Acercó más la imagen y alzó el catalejo para ver mejor la bandera. ¡Sí, otro barco pirata, seguro! Parecía estar bordeando la bahía, la bahía que Connor veía curvándose a lo lejos por detrás del navío. Sonrió. Sabía dónde iba exactamente aquel barco. Al bar favorito de todo pirata: la taberna de Ma Kettle.
Cuando dejó el catalejo en su sitio, un pajarillo se posó en la cofa. Por su cola bifurcada, Connor supo que era un charrán sombrío. El animal lo miró brevemente antes de desplegar las alas y alzar de nuevo el vuelo, encumbrándose en el cielo azul. Connor lo siguió con la mirada hasta verlo perder su característica silueta, convertirse en una mota negra y, por último, desaparecer por completo. Sonrió para sus adentros. «Ese es mi miedo -pensó-. Ahora ya no está.»
- ¡Bien hecho, compañero! -Bart le chocó esos cinco cuando él saltó a cubierta desde un metro de altura.
- Impresionante -dijo el pirata que estaba a su lado.
- Gracias, González.
- No, lo digo en serio -respondió el pirata-. ¡Media hora para subir y treinta segundos para bajar! -Sonrió con aire burlón.
Connor movió la cabeza, fingiendo disgusto. Conocía a Brenden González únicamente desde la muerte de Jez. González jamás podría ocupar el lugar de Jez, pero tenía su mismo sentido irónico del humor.
- ¡Estoy muy orgullosa de ti! -dijo Cate, acercándose a él y abrazándolo, algo inusitado en ella-. Sé lo difícil que ha sido para ti -le susurró al oído.
- ¡Excelente! -dijo el capitán Wrathe, sonriéndole de oreja a oreja. Scrimshaw, su serpiente, estaba enroscada alrededor de su muñeca e incluso ella parecía estar mirando a Connor con admiración.
- Bueno, venid todos -gritó el capitán Wrathe-. A mí me parece que el logro del señor Tempest bien se merece una celebración, ¿no creéis?
En toda la cubierta, se oyó un coro de voces gritando:
- ¡Sí, capitán!
Una vez más, Connor tuvo la sensación de pertenecer a una inmensa familia de marineros.
- ¡Esta noche, haremos una visita a la taberna de Ma Kettle! -gritó el capitán Wrathe.
Hubo más ovaciones. Bart y González subieron a Connor a hombros.
- ¡Bajadme! -gritó él.
- ¡Vaya hombre! -exclamó Bart-. No te habrá dado otro ataque de vértigo, ¿no? -Él y González se desternillaron con aquello.
- No -respondió Connor-. ¡Bajadme! Tengo noticias para el capitán.
- ¡Menudo cuento! -gritó Bart.
- ¡Es cierto! -insistió Connor-. ¡Bajadme!
- Si tienes noticias para el capitán -gritó Molucco Wrathe-, se las puedes dar ahí.
- Está bien -dijo Connor, aún a hombros de sus compañeros-. Seguramente, no es nada de qué preocuparse. Es solo que, mientras estaba en la cofa, he visto otro barco pirata.
- ¿En nuestra ruta de navegación? -bramó Molucco-. La ironía de su comentario no se le escapó a la tripulación, que acogió su fingida indignación con una efusiva carcajada. Todos sabían que el capitán Wrathe tenía poco respeto -o ninguno, más bien- al sistema de rutas marítimas promovido por la Federación de Piratas.
Connor asintió con la cabeza.
- Está en nuestra ruta, pero no creo que vaya a causarnos ningún problema. Me ha parecido que solo estaba tomando un atajo para llegar antes a la taberna de Ma Kettle.
- Entiendo -dijo Molucco. Metió la mano en su casaca azul de terciopelo y sacó su catalejo plegable de plata. Lo desplegó por completo y se lo llevó a un ojo, cerrando firmemente el otro-. ¿De qué dirección venía? -preguntó.
- Norte-noroeste -respondió Connor.
Con un ojo pegado al catalejo y el otro aún cerrado, Molucco giró en redondo y estuvo a punto de dar a Cate en la nariz. Por suerte, la segunda de a bordo tenía buenos reflejos.
- ¡Ah, sí! Lo veo. -Graduó el catalejo-. Dejadme verlo mejor.
Por un momento, el capitán no dijo nada.
- ¿Lo ve ahora? -preguntó Connor.
Hubo un silencio y Connor estuvo a punto de repetir la pregunta. Pero, entonces, el capitán habló.
- Sí, muchacho. Sí, lo veo.
Por su voz, supieron que algo no andaba bien. Cate se acercó más a él. Bart y González bajaron a Connor sin hacer ruido.
- ¿Qué pasa, capitán? -preguntó Cate.
Wrathe daba la impresión de estar demasiado absorto en sus pensamientos para responder. Como si se moviera a cámara lenta, bajó el catalejo y volvió a plegarlo. Parecía aturdido.
- Ha llegado la hora -anunció.
- ¿A qué se refiere? -preguntó Cate-. ¿Hay algo que deberíamos saber sobre ese barco?
- Vais a saberlo bien pronto -respondió Molucco-. Cate, me voy a mi camarote. Pon rumbo a la taberna de Ma Kettle.
- Pero capitán -protestó Cate-. Si ocurre algo, querría saberlo…
- Haz lo que te he dicho -dijo Molucco con hastío, alejándose a grandes zancadas.
- ¿Qué mosca le habrá picado? -preguntó Bart cuando el capitán hubo desaparecido bajo cubierta.
Cate se encogió de hombros.
- Como ha dicho, lo sabremos bien pronto. -Suspiró-. Claro que, de vez en cuando, estaría bien saber las cosas con un poco de antelación. Yo soy la segunda de a bordo de este barco… en teoría, al menos.
- Anímate, Cate -dijo Bart, dándole un apretón en el hombro-. No te lo tomes como algo personal.
Cate le cogió la mano y la apartó.
- Esta -dijo- es una forma totalmente inapropiada de demostrarme tu apoyo -bajó la voz-, pero que aprecio mucho. -Sonriendo, se dio la vuelta para dirigirse a la tripulación-. ¡Andando! Poned rumbo a la taberna de Ma Kettle. ¡Ahora!
Connor comenzó a alejarse.
- ¿Dónde vas con tanta prisa, socio? -le gritó Bart.
- Voy a darme una ducha -respondió Connor-. Subir a la cofa me ha dejado hecho un asco y quiero refrescarme antes de ir a la taberna.
Bart le lanzó una mirada de complicidad.
- Refrescarte, ¿eh? ¿No será que quieres impresionar a una cierta dama que, casualmente, trabaja en la taberna? -Le sonrió con aire burlón-. Oye, ¿te estás poniendo colorado?
- ¡No! -respondió Connor-. Debe de haberme dado demasiado el sol en la cofa, eso es todo.
- ¡Ay! -dijo Bart-. ¡No veas con qué rapidez está creciendo nuestro muchachito! -Él y González lo agarraron y se pusieron a despeinarlo.
- ¡Basta! -gritó él, librándose de sus garras y corriendo abajo para prepararse.
Siempre era reconfortante entrar en el familiar terreno de Ma Kettle. Aunque, en aquellos momentos, era en el Diablo donde Connor se sentía más como en casa, la taberna lo seguía muy de cerca. La expectación lo invadía cuando oía la gran rueda de molino echando agua por encima de él y cruzaba el umbral con sus compañeros.
Él, Bart y González se dirigieron a la barra. Varias caras se volvieron a su paso. Connor se fijó en que dos de las camareras le sonreían. Ruborizándose, les devolvió la sonrisa. Aún no estaba habituado a la atención cada vez mayor que últimamente le prodigaban. Pertenecer a la tripulación de Molucco Wrathe te convertía instantáneamente en una celebridad del mundo pirata. Quisiera u odiara a Molucco, la gente parecía incapaz de no hablar de él.
La taberna estaba rebosante de actividad, como siempre. Las tripulaciones de numerosos barcos pirata ocupaban la zona contigua a la barra. Algunas tenían la suerte de poder acceder a la sección acordonada para clientes especiales. Otros buscaban los íntimos reservados con cortinas del primer piso. Connor vio a Cate de pie junto a la barra. Ella lo saludó e hizo una seña a los tres para que, se acercaran.
- ¿Has averiguado qué mosca le ha picado al capitán? -preguntó Bart a Cate cuando él, Connor y González se unieron a ella.
- No, -Cate negó con la cabeza-. No. Casi no me ha dirigido la palabra desde que ha visto ese barco.
- ¿Dónde está ahora?
- Ahí. -Cate lo señaló-. Sin duda, contándole a Ma todo lo que no considera apropiado contarme a mí.
Miraron la parte reservada de la taberna, separada con una cuerda, donde Molucco estaba sentado con Ma Kettle. Ella movía compasivamente la cabeza, acariciándole el hombro con una mano y sirviéndole una bebida fuerte con la otra.
- Ellos son viejos amigos -adujo Bart.
- Sí -dijo Cate-. Pero yo soy la segunda de a bordo. Se supone que debo saber parte de lo que le ronda por la cabeza. -Suspiró-. Por supuesto, tú ya sabes cuál es la verdadera razón, ¿no? Me culpa de lo que ocurrió en el Albatros. Lo entiendo. Dios sabe que también lo hago yo.
Connor bajó la cabeza. A todos ellos les costaba pasar página después de aquel día funesto, después de aquella victoria en apariencia fácil que se había trocado en una pesadilla para todos. Aquel era el día que había concluido con la muerte de su amigo y compañero de tripulación, Jez.
- Oye -dijo Bart-. Nos cogió por sorpresa a todos.
- Sí -admitió Cate-. Pero yo…
- Lo sabemos -dijo Bart-. ¡Tú eres la segunda de a bordo!
Cate negó con la cabeza.
- Iba a decir que yo debería haberlo previsto.
Por la expresión de Cate, Connor supo que sufría. Ojalá pudiera decir algo para animarla, pero se notaba un poco fuera de su terreno.
- Bueno, mira -dijo Bart-. El joven Tempest aquí presente ha vencido hoy un miedo importante y se supone que tendríamos que estar de fiesta. Así que, ¿podemos intentar animarnos y empinar un poco el codo?
- Amén a eso -dijo González, cogiendo unas cuantas bebidas a una camarera que pasaba.
- ¡Pero qué guapa eres! -exclamó-. ¿Eres nueva?
La muchacha se ruborizó, negó con la cabeza y siguió su camino. Bart se rió.
- Esa es Jenny, tarugo -dijo-. ¿No la habías visto hasta ahora?
- Me temo que no -respondió González-. ¡Pero ahora la buscaré siempre que venga! ¡Jenny!
Al oír su nombre, la muchacha volvió la cabeza. González alzó su jarra para saludarla.
- Ah, es como un ángel.
Bart movió la cabeza, sonriéndole burlonamente. Cate se acercó a Connor.
- Siento lo de antes -dijo-. Hoy lo has hecho muy bien y te mereces que lo celebremos.
- No te preocupes -respondió Connor-. Sé que las cosas no son fáciles para ti.
- No -dijo Cate-. Pero esos son mis problemas. Y no debería haberos importunado con ellos.
- Sí que debes -dijo Connor-. Puede que seas la segunda de a bordo, pero, ante todo, eres nuestra amiga.
Justo en ese momento, se oyó un fuerte grito en la taberna.
- ¡Molucco Wrathe!
Connor, Bart, Cate y González se dieron la vuelta. Vieron que, en la parte reservada, Molucco y Ma se quedaban paralizados y volvían lentamente la cabeza. La voz resonó de nuevo en la taberna.
- ¡Molucco Wrathe!
Un hombre alto e imponente cruzó la taberna a grandes zancadas y se detuvo en la zona mejor iluminada. Lo seguían, unos pasos por detrás, una mujer deslumbrante y un muchacho larguirucho. Por el atuendo del hombre, Connor supo que era capitán. Había algo en él que le resultaba familiar.
- ¡Así que esto es lo que ha sulfurado tanto al capitán! -exclamó Cate.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó Connor-. ¿Quién es ese?
- Es Barbarro Wrathe -respondió Bart-. El hermano de Molucco.


2
La expedición de montaña
El frío aire de la noche acarició la cubierta del Nocturno cuando el galeón fondeó en una pequeña ensenada al pie de una montaña inmensa. Tal era su inmensidad que hacía imposible ver la cumbre, por mucho que Grace echara la cabeza hacia atrás para intentar divisarla. Por supuesto, no ayudaba que reinara una oscuridad total, salvo por la brizna de luz lunar que bañaba inútilmente el otro extremo de la cubierta. A la mayoría de personas corrientes les parecería increíblemente temerario emprender una expedición por desfiladeros desconocidos y cubiertos de hielo en mitad de la noche. Pero, se recordó Grace, ni una sola de las personas que se habían embarcado en aquella expedición podía calificarse de «corriente». De hecho, hay quien incluso diría que describir a sus compañeros de viaje como «personas» era ir demasiado lejos.
Mientras permanecía inclinada hacia atrás sin lograr nada, Grace notó que la boina de lana se le empezaba a caer. Teniendo instantáneamente un escalofrío, volvió a calársela y se puso derecha. La boina, como el resto de su ropa, se la había prestado su amiga Darcy Pecios, que ahora estaba junto a ella en cubierta.
- ¿Estás segura de que vas suficientemente abrigada, Grace querida? -inquirió ella-. No me cuesta nada bajar a mi camarote y traerte uno de mis abrigos de pieles. ¡Solo tienes que decírmelo!
Grace negó con la cabeza.
- Ya te lo he dicho, Darcy. Me niego a ponerme un abrigo de pieles. No tendría que morir ningún animal para que yo no pase frío.
Darcy movió la cabeza con gesto incrédulo.
- ¡Con lo suave y calentito que es! Y no es que el pobre zorro con que hicieron mi abrigo vaya a resucitar un día de estos. Así que ¿dónde está el mal, eh?
- No, Darcy -dijo firmemente Grace-. No, bajo ninguna circunstancia. Con este abrigo es suficiente, gracias.
Darcy le sonrió mientras esperaban a los demás.
- Ojalá pudiera ir también yo -dijo-. No creo que la caminata fuera a gustarme, es cierto, pero la haría para estar cerca de ti y el teniente Furey.
- Lo sé, Darcy, y Lorcan también. -Grace sonrió a su compañera-. Pero parece que el capitán opina que cuantas menos personas abandonemos el barco, mejor.
Miraron la puerta cerrada del camarote del capitán. Dentro, él estaba dando instrucciones a sus subordinados sobre cómo gobernar el barco en su ausencia.
- Es rarísimo que el capitán abandone el barco -dijo Darcy, mirando de nuevo a Grace-. Estar dispuesto a correr ese riesgo demuestra cuánto aprecia al teniente Furey.
¿Riesgo? Grace no se lo había planteado nunca de aquella forma, pero ahora se daba cuenta de que, con la confusión que últimamente reinaba en el barco y las rebeliones que habían seguido a la expulsión de Sidorio, para el capitán iba a ser efectivamente un riesgo dejar al resto de vampiratas incluso por unos pocos días. Sidorio había cuestionado las reglas del barco, concretamente la limitación impuesta por el capitán de ingerir sangre únicamente una vez a la semana en el Festín. Aunque Sidorio había sido expulsado y ya no estaba, había sembrado el descontento en el Nocturno. Otros vampiros de entre una tripulación antes conforme estaban ahora preguntando por qué no podían tomar sangre más a menudo. Grace sabía que, desde la partida de Sidorio, el capitán había expulsado a otros tres tripulantes. Ellos se habían unido al vampirata renegado y habían sembrado el terror hasta ser destruidos; por su hermano, Connor. Connor, el héroe.
Se le hacía extraño pensar en su hermano gemelo de aquella forma. Les habían sucedido muchas cosas en los pocos meses que habían seguido a la muerte de su padre y su partida de Crescent Moon Bay, su pueblo natal. Qué ingenuos eran entonces, pensó Grace. Creían que marcharse sería una salida. Y, en ciertos aspectos, lo había sido. Pero su viaje los había puesto a ambos en situaciones de riesgo, donde hasta su vida había corrido peligro. Ahora, Connor era, para pesar de Grace, un pirata que combatía en el temido Diablo. Y, quizá, para mayor pesar de Connor, ella viajaba a bordo del barco de piratas vampiros, o vampiratas, llamado Nocturno. Ambos anhelaban que su hermano gemelo entrara en razón y se cambiara de barco. Pero el hecho de que recientemente hubieran comprendido que cada uno debía seguir su camino, al menos por ahora, hacía honor a su relación.
De ahí que ella estuviera en la cubierta del Nocturno, esperando al capitán y a su querido compañero Lorcan, a punto de emprender una importante misión que los llevaría a la cima de la montaña y a un misterioso lugar llamado Santuario. Allí, se encontrarían con el gurú de los vampiratas, Mosh Zu Kamal, y recurrirían a él para curar la ceguera de Lorcan.
Mirando de nuevo la montaña, Grace se preguntó cuánto iba a costarles llegar a Santuario. La ascensión podía resultar extremadamente ardua. Le preocupaba cómo iba a arreglárselas Lorcan. No se trataba solo de su ceguera, sino del hecho de que últimamente se hubiera debilitado tanto. Hacía tan solo unos días, el mero hecho de subir a cubierta había sido un esfuerzo para él.
- Ya he terminado. -Grace oyó un familiar susurro y vio una nueva figura saliendo a cubierta. Vestida por completo de negro, parecía estar hecha de la misma materia que la noche. Otras personas se inquietarían al ver aquel hombre alto e imponente envuelto en una capa de aspecto correoso cuyas venillas se llenaban a veces de luz, al igual que las velas aladas del barco vampirata. Les intimidaría el hecho de que siempre llevara máscara y jamás se quitara sus oscuros guantes. Algunas podrían retroceder ante su voz, que no se propagaba a través del aire, como hacían otras voces, sino que se oía interiormente como un susurro glacial, sin variar jamás en timbre o volumen.
Pero, en el relativamente poco tiempo que hacía que se conocían, Grace había descubierto que el capitán de los vampiratas era un ser sabio y compasivo, más humano que nadie que ella hubiera conocido hasta entonces, salvo, quizá, su difunto padre. En cierto modo, advirtió, había terminado considerándolo una figura paterna.
- En marcha. -De nuevo, Grace oyó las palabras dentro de su cabeza.
Mientras el capitán se acercaba, Darcy la abrazó repentinamente.
- Oh, Grace -dijo, sollozando-, parece que estemos siempre despidiéndonos, ¿verdad?
Grace asintió con la cabeza. Se sorprendió un poco de notar una lágrima rodándole por la mejilla. A veces, olvidaba cuan estrecha se había vuelto su amistad con Darcy Pecios. Ya no podía verla únicamente como al peculiar pero hermoso mascarón de proa del Nocturno; de día, era una talla de madera, pero, de noche, se convertía en una muchacha que rebosaba vida. Darcy eran tan de carne y hueso y tenía tantas emociones como cualquiera que Grace hubiera conocido.
Se enjugó la lágrima.
- Volveré pronto, Darcy -dijo-. Te lo prometo. En cuanto Lorcan mejore, volveremos al Nocturno.
Darcy asintió con la cabeza. Se dieron otro abrazo y volvieron a despedirse, aferrándose ambas a la quimera de que la recuperación de Lorcan era cierta. Ninguna de las dos era capaz siquiera de imaginarse lo contrario.
El capitán se inclinó ligeramente.
- Hasta pronto, Darcy -susurró, colocándole una mano enguantada en el hombro-. Sé que puedo confiar en que obedecerás al segundo de a bordo y harás todo lo que esté en tu mano por el bien de este barco.
- ¡Sí, capitán! -exclamó Darcy, haciéndole un enérgico saludo militar.
Observándolos, Grace reflexionó sobre la expresión «segundo de a bordo». Cayó en la cuenta de que no tenía la menor idea de a quién había dejado el capitán al mando del Nocturno durante su ausencia. Era consciente de que existía una cierta jerarquía a bordo del barco; Lorcan, por ejemplo, ocupaba ahora el puesto de teniente, como antes había hecho Sidorio. Pero desconocía por completo la identidad del segundo de a bordo y ni siquiera sabía quiénes tenían más rango entre la tripulación. En ese sentido, el Nocturno era muy distinto al Diablo, donde, durante su período a bordo, había sido obvio que la segunda de a bordo era primero Cheng Li y después Sable Cate. Grace se recordó que, pese al gran afecto que ya había tomado a varios de los tripulantes del Nocturno, aún le quedaba mucho por saber de los vampiratas. Podía ser que el tiempo que iba a pasar en Santuario le proporcionara más pistas. Eso esperaba, ardientemente.
- Ah -susurró el capitán, arrancándola de sus pensamientos-. Y aquí llegan los miembros que completan nuestra expedición.
Señaló a Lorcan con la cabeza cuando él salió a cubierta. Iba vestido con un grueso gabán militar que le había prestado otro miembro de la tripulación. Seguía llevando una medalla colgada del cuello. Parecía bastante honorable, pensó Grace, preguntándose qué conflicto conmemoraba y qué hazañas nobles y violentas habían hecho a Lorcan digno de ella. Con sus botas militares, estaba imponente. A la espalda, llevaba una pequeña mochila con una serie de artículos para hacerle más cómoda la estancia en Santuario. En los ojos, llevaba la venda que Grace le había puesto hacía un rato. Ocultaba las quemaduras ya cicatrizadas con las que ahora ella ya estaba totalmente familiarizada y la luna resaltaba su nívea blancura.
Pero Lorcan no estaba solo. A su lado iba Shanti, su hermosa pero cruel donante. Calzaba unas botas de tacón que resonaron en los tablones y en la mano, delicada y enfundada en un guante de ante, llevaba un neceser. Así que también venía ella, pensó Grace. Era lógico. Para que Lorcan pudiera recuperarse del todo, tenía que empezar a tomar sangre de nuevo. Shanti era la donante que le habían asignado, y necesitaría tenerla cerca cuando llegara el momento. Shanti, advirtió Grace, llevaba un abrigo de pieles y un gorro a juego. No tuvo que pensar mucho para deducir de dónde había salido aquel conjunto.
Darcy se ruborizó cuando ella la miró, negando con la cabeza. Su amiga era un ser extremadamente generoso, pero cuan típico era de Shanti que le diera lo mismo qué animal muerto llevaba puesto. No obstante, lo que más le fastidiaba, pensó Grace, era lo bonita que estaba con aquel conjunto.
Cuando Lorcan y Shanti se unieron al grupo, Grace y la donante se sonrieron tensamente. No se podían ver, y era evidente que ninguna de las dos podía disimular del todo su desagrado por tener que viajar juntas. Al ver a Shanti de cerca, Grace se fijó en cuánto había envejecido, incluso desde la última vez que la había visto. Continuaba siendo hermosa, eso era incuestionable. En ciertos aspectos, era incluso más hermosa, conforme iban saliéndole arrugas en las comisuras de la boca y los ojos. Las arrugas conferían cierta fragilidad a su belleza y, por tanto, la hacían más valiosa. Para Shanti, no obstante, eran detestables. Los donantes solo eran inmortales mientras el vampiro que les habían asignado se alimentara de su sangre. En cuanto él dejara de hacerlo, la mortalidad no perdía tiempo en reclamar su cuerpo. Desde que Lorcan había dejado de tomar su sangre, Shanti había comenzado a envejecer a una velocidad alarmante. Si él no recuperaba pronto el apetito, ella correría un grave peligro. Y puede que también se estuviera debilitando. Grace negó con la cabeza. Qué grupo tan insólito formaban, pensó, mirándolos uno a uno.
- Venga -dijo el capitán-. No perdamos más tiempo. Santuario y Mosh Zu nos esperan. Venid, amigos míos.
- Adiós, querido teniente Furey -dijo Darcy, abrazándolo estrechamente-. Te deseo una rapidísima recuperación.
- Gracias, Darcy -dijo afectuosamente Lorcan-. Pórtate bien en mi ausencia, ¿me oyes?
Grace se alegró de que Lorcan hubiera recobrado parte de su antiguo desparpajo. Llevaba demasiado tiempo sin vérselo. Shanti tenía los labios fruncidos y parecía disgustada. Era, había observado Grace, extraordinariamente posesiva con Lorcan. Ahora, la donante pasó su brazo envuelto en pieles por la manga de su gabán. Grace se puso su pequeña mochila a la espalda y cogió a Lorcan por el otro brazo. Juntos, siguieron cautelosamente al capitán cuando este bajó a tierra.
Detrás de ellos, una niebla surgió de las negras aguas, trepando, despacio pero a un ritmo constante, por los flancos del galeón. Darcy se quedó en cubierta, diciéndoles adiós hasta el final. Luego, la niebla corrió una cortina entre ellos y el Nocturno desapareció de su vista.
- Y ahora comienza un nuevo viaje -anunció el capitán.
Grace asintió con la cabeza. Quería decir algo animoso, generar energía positiva en el grupo, pero, al ver la expresión triste de Lorcan y la mirada fría y precavida de Shanti, supo con exactitud qué estaban pensando. Aquel podía ser su último viaje. Si Santuario y el misterioso Mosh Zu Kamal no lograban curar a Lorcan, no había esperanza para ninguno de los dos.


3
Hermanos
La taberna entera se quedó en silencio cuando Barbarro Wrathe -flanqueado por sus dos acompañantes- apareció en lo alto de la escalera que conducía a la barra. La mujer y el muchacho se quedaron en el primer escalón mientras Barbarro continuaba bajando solo. Llevaba un bastón cuya empuñadura era una bulbosa calavera con una serpiente enjoyada que emergía de una de sus cuencas vacías y se enroscaba por toda la vara. La cadencia de sus golpes lo acompañó en su descenso.
Cuando bajó el último peldaño, los clientes se apartaron rápidamente a su paso, Connor no estaba seguro de si por temor o respeto. Su bastón repiqueteó en el suelo. Se oyeron murmullos. Connor observó y escuchó atentamente. Sabía que entre los dos hermanos había una vieja disputa. ¿Había venido Barbarro a saldar cuentas? Su rostro no dejaba traslucir nada.
La persona que parecía menos sorprendida -y menos perturbada- por la llegada de Barbarro era el propio Molucco. Pero, por supuesto, él ya sabía que el barco que había visto dirigiéndose a la taberna de Ma Kettle era el de su hermano. Verlo desde la cubierta del Diablo lo había desconcertado pero, en el tiempo que había transcurrido desde entonces, se había recompuesto. Ahora, dio tranquilamente un último sorbo a su bebida, se levantó y bajó desde el reservado donde él y Ma Kettle habían estado conversando.
- ¡Barbarro! -bramó a todo pulmón-. ¡Qué sorpresa tan maravillosa!
Barbarro no respondió, sino que se quedó, aguardando a Molucco, en el centro de la taberna. Aquello hizo pensar a Connor en dos gatos salvajes midiendo sus fuerzas: un auténtico duelo de voluntades.
Cuando los dos hermanos estuvieron por fin uno frente a otro, Connor se sorprendió de cuánto se parecían. No eran un reflejo exacto del otro, pero, desde luego, se veía que estaban cortados por el mismo patrón.
Barbarro era un poco más ancho y alto que Molucco. Vestido con una levita verde botella adornada con cordón de oro y botas de caña alta, tenía una figura gallarda. Sus manos, no obstante, estaban desprovistas de joyas, salvo por una alianza de oro. Llevaba el pelo tan largo como Molucco, pero aún lo tenía negro, con un recio mechón cano que aumentaba tanto su apostura como su aplomo. Llevaba la barba y el bigote muy bien recortados. Pero sus ojos risueños eran un reflejo exacto de los de su hermano. Justo cuando creías saber de qué color eran, este variaba. Primero verdes, luego azules. Morados, castaños, luego negros. Eran tan variables como la superficie del mar.
- Ha pasado mucho tiempo -dijo Molucco. Todos los ojos de la taberna estaban clavados en él mientras hablaba. Luego, se posaron ávidamente en Barbarro, esperando su respuesta.
- Demasiado, Molucco -dijo Barbarro, con una voz tan recia como la de su hermano-. Desde la última vez que nos vimos, he perdido a un hermano. No tengo intención de perder otro.
Abrió los brazos y Molucco se acercó para abrazarlo. Un coro de suspiros recorrió la taberna cuando los dos hombres se fundieron en un abrazo. Parecía que su antigua disputa estaba zanjada. Al menos, pensó Connor, el horrible asesinato de Porfirio Wrathe había traído algo bueno.
Cuando los dos capitanes Wrathe por fin se separaron, Connor vio que Scrimshaw emergía de los cabellos de Molucco y se alargaba hacia Barbarro con expectación. Ya se había fijado en que Scrimshaw a menudo parecía escrutar a la gente, como si lo hiciera en nombre del capitán Wrathe, pero aquello era distinto. Súbitamente, observó un movimiento recíproco entre los oscuros tirabuzones de Barbarro, y una segunda serpiente sacó la cabeza y se alargó hacia Scrimshaw.
Barbarro alzó la vista, sonriendo.
- Parece que Skirmish también se alegra de ver a su hermano.
- Sí -dijo Molucco, asintiendo gravemente con la cabeza-. Imagino que lo ha extrañado muchísimo en estos últimos años. -Después de silbarse brevemente con complicidad, las serpientes se enroscaron alrededor de los cuellos de sus dueños, donde podían seguir mirándose.
La taberna entera se echó a reír. Las carcajadas sirvieron como válvula de escape tras la tensión que se había creado con la llegada de Barbarro. Connor aprovechó el alboroto para dar un codazo a Bart.
- No me habías comentado que Scrimshaw tuviera un hermano -dijo.
Bart sonrió con aire burlón.
- Tengo que guardarme unas cuantas sorpresas en la manga -respondió.
Mientras hablaban, la espigada mujer que estaba detrás de Barbarro se adelantó. Caminaba con elegancia y llevaba un manto real, del mismo color dorado que sus cabellos recogidos en la nuca.
- Es la esposa de Barbarro -susurró Bart.
- ¡Trofie! -exclamó Molucco.
- ¿Como «trofeo»? -preguntó Connor-. Qué nombre tan raro.
- Es escandinavo, creo -dijo Bart.
- Es mucho más joven que Barbarro -observó Connor.
- Sí, creo que esta cara le sienta bien.
- ¿Qué quieres decir con esta cara?
- Digamos que de vez en cuando se la cambia -respondió Bart-. Corta aquí, corta allá… si sabes a qué me refiero.
Trofie alargó la mano derecha. Tenía el mismo brillo dorado que el resto de su cuerpo, a excepción de las uñas, que eran rojas como rubíes. Connor vio que Molucco se inclinaba ante su cuñada y le besaba la mano. Ella no pareció muy complacida con aquello porque, cuando Molucco volvió a ponerse derecho, ella metió la otra mano en un bolsillo, sacó un pequeño pañuelo y se la limpió. Mientras lo hacía, Connor se sorprendió de ver que su mano derecha reflejaba la luz. Mirándola con más atención, vio que estaba hecha de metal, de oro, concretamente. Y lo que él había tomado por uñas pintadas de rojo, eran, de hecho, rubíes auténticos. Jamás había visto nada igual.
- ¿Qué le pasa a su mano? -preguntó a Bart.
- Ah, sí -dijo su amigo-. Hay versiones contradictorias sobre eso. La versión oficial es que uno de los rivales de Barbarro capturó a Trofie y la retuvo como rehén. Amenazó con cortarle los dedos de la mano si no revelaba el lugar donde Barbarro escondía sus tesoros. Según dicen, Trofie guardó silencio durante cinco días. Y cada día le cortaron un dedo. Al sexto, Barbarro la rescató, mató a sus captores y la llevó a un cirujano que le implantó una mano de oro.
- ¡Caramba! -dijo Connor-. Es increíble. -Pensar en que alguien pudiera hacer un uso tan gratuito de la violencia le daba náuseas-. ¿Y cuál es la versión extraoficial?
- Bueno -respondió Bart-, a Trofie Wrathe le encantan las joyas, y Barbarro Wrathe se desvive por concederle todos sus deseos. Se rumorea que llegó a un punto en que tenía tantos anillos que ya no podía levantar la mano. Al final, se trataba de elegir entre sus anillos y sus dedos.
- ¿Y ella eligió… ?
- Hizo que le cortaran la mano. Por lo visto, está conservada en formol por si algún día quiere recuperarla. Y, luego, fundió sus anillos para crear esta nueva mano de oro.
- ¡Caramba! -repitió Connor- ¿Cuál de las dos versiones crees que cuenta la verdad?
Bart negó con la cabeza.
- Ni idea -dijo-. Lo más probable es que nunca lo sepamos. Desde luego, yo no me atrevería a preguntárselo. Me da miedo. -Se estremeció.
Connor volvió a centrar toda su atención en Trofie.
- Lamento mucho tu pérdida -la oyó decir a Molucco. Su voz estaba completamente desprovista de emoción.
- Gracias -respondió Molucco-. La muerte de Porfirio Wrathe ha sido una pérdida devastadora para todos nosotros. Para la totalidad del mundo pirata, de hecho.
Trofie asintió. Luego, se dio la vuelta. Connor la vio hacer una seña al larguirucho muchacho que había entrado con ellos.
- Moonshine, ven a saludar a tu tío.
El muchacho puso los ojos en blanco y se acercó con paso cansino. Iba vestido informalmente con vaqueros de pitillo y una cazadora de motorista.
- Tío Afortunado -dijo-. ¿Cómo te va la vida?
Trofie le hincó un dedo de oro en las costillas.
- ¡Ay! -se quejó él-. ¡Me has hecho daño!
Pero Molucco sonrió con satisfacción.
- Con la familia no hace falta andarse con formalismos -comentó-. Caramba, Moonshine, vaya estirón que has dado desde la última vez que te vi. Estás tan alto y delgado como un mástil.
Moonshine pareció ligeramente disgustado con su observación, aunque, por otra parte, pensó Connor, tenía la clase de cara que siempre parecía ligeramente disgustada. El acné que le salpicaba las mejillas y la cicatriz morada que le atravesaba un pómulo no hacían nada para paliar esa impresión.
Súbitamente, como si se hubiera dado cuenta de que lo estaban observando, Moonshine miró en la dirección de Connor y Bart. Cuando sus ojos se encontraron con los de ellos, se le heló la expresión. La mirada que les lanzó estaba cargada de veneno. ¿A qué venía aquello?, se preguntó Connor.
- ¡Connor! -gritó Molucco-. ¡Cate! Venid a conocer a mi familia.
Connor y Cate se acercaron a ellos.
- Esta es nuestra segunda de a bordo -dijo Molucco-. Cate, tú ya conoces a Barbarro y Trofie.
Cate asintió con la cabeza, inclinándose ante ellos.
- Pero creo que aún no conoces a su hijo, Moonshine. Y vosotros tres no conocéis a Connor Tempest -dijo Molucco, rodeando a Connor con el brazo-. Connor es el miembro más reciente de mi tripulación. Sólo lleva tres meses con nosotros, pero parece que sea toda la vida. De hecho, se ha convertido en un hijo para mí.
Connor se ruborizó con el exagerado elogio del capitán Wrathe. Una vez más, le impresionó su generosidad de espíritu.
- Un hijo, ¿eh? -dijo Barbarro, estrechando la mano a Connor-. Viniendo de mi hermano, eso es un verdadero elogio. Connor, esta es mi esposa y segunda de a bordo, Trofie.
Connor esperó nerviosamente a ver si ella le tendía su mano auténtica o la de oro. Fue la mano de oro la que avanzó hacia él. Al estrechársela, sitió algo semejante a una descarga eléctrica. Era tan tersa y casi tan suave como la carne, pero estaba congelada.
Trofie le sonrió débilmente.
- Hola, min elskling -dijo--. Hemos oído hablar de ti.
- ¿De veras? -preguntó Connor, sorprendido.
- Oh, sí -respondió Trofie, conservando aún la sonrisa-. Estamos muy bien informados.
- Este es Moonshine -dijo Barbarro-. Saluda a Connor, Moonshine.
El muchacho lo inspeccionó brevemente, dejando claro que no le apetecía lo más mínimo darle la mano. Por fin, no habiendo otra alternativa, se la tendió. Connor se fijó en sus uñas ennegrecidas y mordidas. Moonshine tenía algo que le resultaba familiar, pero no sabía qué. Se estrecharon la mano muy brevemente. Moonshine tenía las manos tan frías como su madre, pero más húmedas.
- ¿Cuántos años tienes, Connor? -preguntó Barbarro.
- Catorce, señor.
- ¿Catorce? ¡Vaya! ¡Igual que nuestro Moonshine! Parece que estáis destinados a haceros amigos -dijo Barbarro, no viendo, evidentemente, la expresión de disgusto que ahora estaban poniendo madre e hijo. Connor reparó en que Trofie había pasado su mano metálica por la cintura de su hijo. Las «uñas» de rubíes le brillaban.
- Bueno -dijo Ma Kettle-. ¡Todos tenéis muchas cosas que contaros! Sentaos aquí y abriremos una botella de champán para celebrar esta feliz ocasión. -Condujo a Molucco, Barbarro y Trofie al reservado que antes habían ocupado ella y Molucco.
- Vosotros no, jovencitos -dijo, cogiendo firmemente a Connor de una mano y a Moonshine de la otra-. Tú tampoco, Bart -añadió-. Vosotros vais a probar nuestra última atracción.
- ¿Probar? -preguntó Connor.
- Oh, sí -dijo Ma-. ¡Probar! -Volvió la cabeza y gritó-: ¡Tarta de Azúcar! ¿Está lista la orquesta?
Su grito fue seguido de la aparición de Tarta de Azúcar, la hermosa ayudante de Ma Kettle.
- ¡Connor! ¡Bart! Cuánto tiempo. ¿Cómo estáis? -Tarta de Azúcar los besó suavemente en la mejilla. Connor juró no lavarse en un par de días. Incapaz de articular palabra, le sonrió de oreja a oreja.
- Y este es Moonshine Wrathe -dijo Ma Kettle a Tarta de Azúcar-. El sobrino de Molucco.
Moonshine puso la mejilla para que Tarta de Azúcar se la besara, pero ella echó un vistazo a su cara llena de granos y prefirió darle una rápida palmadita.
- ¿Qué, habéis visto la pista de baile? -preguntó, dándose rápidamente la vuelta. Ninguno se había fijado, pero Connor vio que Ma Kettle había modificado la distribución de la taberna. La sección a la que daba la hilera de reservados era ahora una pista de baile. El suelo estaba hecho de cuadrados de cristal, como un tablero de ajedrez, bajo los cuales había luces de colores encendiéndose y apagándose al son de la música.
- Supongo que sabéis bailar el tango -dijo Tarta de Azúcar.
- Por supuesto -respondió Moonshine, sacando un pecho nada impresionante.
- ¡Excelente! Tú serás la pareja de Kat -dijo Tarta de Azúcar, empujándolo hacia la pista de baile, donde esperaba una alta muchacha morena-. Y tú, Bartholomew -añadió-, bailarás con Elisa. -Sonriendo pícaramente, Bart cruzó la pista y tomó en sus brazos
a su pareja de baile.
- Y tú, Connor -dijo Tarta de Azúcar, cogiéndolo de la mano-, tú serás mi pareja.
Los músicos tocaron una breve obertura mientras ella lo conducía a la pista de baile.
- Esto… el caso es que no sé bailar el tango -farfulló Connor.
- Por eso me tienes a mí de pareja -dijo Tarta de Azúcar-. Yo te llevaré. Lo único que tienes que hacer es agarrarte bien y dejar que yo haga el resto.
- Pero creía que quien llevaba era el hombre -dijo Connor.
- ¡Ja! -Tarta de Azúcar se rió-. ¡No en esta pista de baile!
Súbitamente, la música de tango comenzó y Tarta de Azúcar lo arrastró por la pista.
- Eso es -dijo-. ¡Tú agárrate y no me sueltes!
Connor se dio cuenta de que apenas podía hacer nada más. Dejándose llevar, vio fugazmente a las demás parejas pasando por delante de ellos, como veloces esquifes surcando la superficie del mar. Bart le guiñó un ojo cuando, con mucha afectación, inclinó a Elisa hacia atrás hasta que sus largos cabellos sueltos rozaron el suelo.
- ¡Concéntrate! -le ordenó Tarta de Azúcar, acercándolo bruscamente hacia ella y mirándolo con sus apabullantes ojos azules-. ¡Eso está mejor! -Connor no se sorprendió de que, cuando llegó el momento, fuera ella quien lo inclinara hacia atrás, bajándole la cabeza y los hombros hasta que estuvo mirando las cortinas de terciopelo de los reservados. Todas estaban bien cerradas.
- ¡Muy bien! -gritó Tarta de Azúcar, volviendo a ponerlo derecho-. Le estás cogiendo el tranquillo.
Aturdido, Connor volvió a dejarse arrastrar por ella. Vio a Moonshine, llevando a Kat de un modo bastante violento. En todo lo que hacía, Moonshine parecía expresar una ira surgida de profundidades insondables. Mientras hacía girar a Kat, lo miró directamente a los ojos.
La música aumentó de volumen y Connor se encontró mirando la profunda expresión de odio de Moonshine Wrathe. Frunció el entrecejo. ¿Cómo se podía odiar a alguien que se acababa de conocer? La llegada de Moonshine le daba mala espina. Puede que Barbarro hubiera venido a cerrar viejas heridas, pero, a juzgar por la expresión de su hijo, ya podía estar gestándose una nueva disputa familiar. Connor no sabía a qué se debía la hostilidad de Moonshine, pero aquello iba a terminar mal, lo presentía.


4
Una travesía a oscuras
Cuando la niebla se disipó, Grace sólo vio mar. El Nocturno había desaparecido. Un escalofrío le recorrió el espinazo. Ahora ya no había vuelta atrás. Mirando primero al capitán y luego a Lorcan y Shanti, se preguntó con qué dificultades iban a toparse antes de poder regresar al barco.
- ¿Y ahora qué? -preguntó Shanti.
- En realidad, es muy sencillo -respondió el capitán-. Ahora, subimos la montaña.
- Bueno, sí, pero ¿dónde están las mulas? ¿Y las lámparas? Habrán enviado a alguien para que nos guíe y nos lleve el equipaje, ¿no?
Grace detestó coincidir con Shanti, pero todos sus argumentos le parecían válidos. No obstante, apenas se sorprendió cuando oyó el susurro del capitán.
- Subiremos por nuestra cuenta. Todo el mundo sube a Santuario por su cuenta.
Shanti no terminaba de entenderlo.
- Pero ¿cómo? Es noche cerrada. No podemos. Ni siquiera tenemos mapa, ¿no? Mis botas… Lorcan nunca lo logrará.
Lorcan suspiró.
- Gracias por tu voto de confianza -musitó.
En la oscuridad, Grace le cogió la mano y se la apretó.
- Es cierto, ¿no? -insistió Shanti-. Nos convendría esperar a que se haga de día.
- Estás olvidando -dijo Lorcan- que yo no puedo andar con luz. El capitán es el único de nosotros, el único vampirata, que puede hacerlo.
Shanti no se inmutó.
- Si ya estás ciego -dijo-, ¿qué más daño puede hacerte la luz?
Aquello fue un golpe bajo, incluso viniendo de Shanti. Lorcan no supo qué responder.
- No hablemos más de esto -dijo el capitán-. Estamos perdiendo tiempo. -Sin más dilación, comenzó a alejarse por el sendero, echando chispas con la capa cuando esta rozaba los árboles colindantes.
Shanti intentó que Grace y Lorcan se pusieran de su parte.
- Esto es una locura -dijo-. ¿Es que no lo veis? Jamás lo conseguiremos.
- Es muy probable que tengas razón -admitió Lorcan, desanimado. Era como si las crueles palabras de Shanti lo hubieran despojado de la poca confianza que aún le quedaba.
- Tenemos que intentarlo -dijo Grace, con férrea determinación-. No podemos darnos por vencidos antes de empezar. No creo que el capitán hubiera emprendido este viaje si no lo creyera posible.
- ¿Y qué sabes tú? -dijo Shanti-. ¿Qué sabes tú de nada?
Qué resentida y enojada estaba Shanti con ella. Grace sabía que la culpaba de que Lorcan se hubiera quedado ciego y ya no se alimentara de su sangre. Y, aunque le incomodaba admitirlo, era cierto que Lorcan había perdido la vista mientras intentaba protegerla. Así pues, también ella se consideraba responsable de lo que había ocurrido. Pero no iban a ganar nada quedándose allí culpándose una a otra o volviendo a disculparse. El capitán había dicho que, para Lorcan, la mejor posibilidad de curarse residía en la cima de aquella montaña. Esa era la única verdad a la que todos debían aferrarse.
- Yo voy a seguir al capitán -anunció-. Antes de que lo perdamos de vista. -Se dirigió a Lorcan-. ¿Vienes?
Él asintió con la cabeza.
Grace se quedó callada un momento. Era una pregunta embarazosa, pero tenía que hacerla.
- ¿Te echo una mano?
Antes de que Lorcan pudiera responder, Shanti se cogió a su brazo.
- Si alguien va a ayudarle, seré yo -dijo.
Pero Lorcan negó con la cabeza y se soltó.
- Puedo andar solo -dijo, dando un paso. Pese a llevar los ojos vendados, sus pasos eran firmes-. Grace, guía tú y nosotros te seguiremos.
Shanti se puso de color escarlata y Grace supo que había vuelto a ofenderse.
- Pues andando -dijo-. Aún veo los destellos de la capa del capitán, pero lo perderemos si esperamos un segundo más.
Era extraño, pensó Grace, con qué rapidez se adaptaba uno a la oscuridad. Los destellos de las venillas que surcaban la capa del capitán no brillaban tanto como de costumbre, sólo lo suficiente para indicarle dónde estaba, pero no tanto para alumbrar el camino, por lo que se concentró en intentar no perderlo de vista. De vez en cuando, una rama le daba en la cara o la coronilla, pero sus otros sentidos ya estaban compensando la falta de visión. Advirtió cuánto se le había afinado el oído, como si hubieran subido el volumen del todo. Era extraño con qué facilidad distinguía sus pasos de las pisadas lentas pero firmes de Lorcan y de los pasitos más rápidos de Shanti. No obstante, por mucho que se esforzara, no lograba oír los pasos del capitán. Sabía dónde estaba por el constante parpadeo de su capa, pero ¿por qué no lo oía andar?
Percibía el olor a viejo del gabán que llevaba Lorcan y, detrás, los vestigios del perfume de Shanti, bastante reñidos con aquel aire montano. Caminaba a un ritmo constante, sumida en un estado meditativo. Súbitamente, oyó un grito a sus espaldas.
- ¿Qué ha sido eso? -La aguda voz de Shanti horadó el aire.
- ¿Qué ha sido qué? -preguntó Lorcan.
- Algo viscoso y peludo acaba de pasar corriendo por delante de mí -dijo ella-. ¿No lo has notado?
- No -respondió Lorcan, incapaz de disimular sus ganas de reír.
- Oh, sí -dijo Shanti-. Es graciosísimo, ¿verdad? Subir por un sendero tan oscuro que no vemos a más de un palmo, con animales salvajes corriendo entre nosotros. -Fue alzando la voz hasta casi rayar en la histeria.
- No pasa nada -dijo Lorcan, con calma-. No te preocupes, Shanti. Si realmente era un animal salvaje, recuerda que esta montaña es su hogar. Yo creo que sólo ha salido a echar un vistazo…
- Esta vez -lo interrumpió Shanti-. La próxima vez quizá ataque.
- Probablemente, sólo estaba confundido -dijo Lorcan-. Por tu abrigo.
Fue incapaz de contener la risa. Grace intentó combatir el impulso de sumarse a él, pero no lo consiguió.
- Sí, sí -dijo Shanti-. Haced broma. Divertíos. Pero ya veréis como tengo razón. Esta travesía va a matarnos. -Se quedó callada; luego añadió, con más mordacidad incluso-: A los que aún no estamos muertos.
Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire, volviendo a ensombrecerlos, resonando en el frío aire nocturno. Ahora hacía más frío, advirtió Grace. Aunque creía que solo se había vuelto más hábil en esquivar las ramas bajas, ahora se daba cuenta de que la vegetación se había ido aclarando a ambos lados del sendero. Estaban entrando en una zona más expuesta.
También advirtió que la pendiente era cada vez mayor, dificultando la ascensión. Lo notaba en las piernas. Hacía mucho tiempo que no realizaba una actividad física de aquella envergadura. Ojalá hubiera salido a correr por las mañanas en la Academia de Piratas, pensó con ironía. Alzando la vista, vio que el capitán se había detenido. ¿Por qué? Se preguntó si también él estaba teniendo dificultades. Lo alcanzó y esperó a los otros.
- A partir de aquí, el camino se hace más empinado -advirtió el capitán. Sin decir nada más, reanudó la marcha. Ellos lo siguieron. Cuando el sendero giró, un rayo de luna iluminó la ladera.
Shanti sofocó un grito. Grace se limitó a negar con la cabeza. La luz era escasa, pero les permitió ver el tramo que les quedaba hasta la cima de la montaña. La pared rocosa era tan abrupta que el sendero debía subir en zigzag. Estaba excavado en la roca y apenas tenía un paso de anchura, con un peligroso precipicio a un lado.
- El capitán debe de estar de broma -gimoteó Shanti.
- ¿Tan malo es? -preguntó Lorcan.
- Es pendiente -respondió Grace, mirando la abrupta pared rocosa. El corazón le palpitaba. Ella no tenía problemas con las alturas, a diferencia de su hermano, pero aquello era otra cosa. Debía coincidir con Shanti en que aquel desafío podía ser excesivo para ellos. Y, no obstante, tenía una fe absoluta en el capitán. No podía creer que él los hubiera traído hasta aquí para que fracasaran.
- Es pendiente -repitió-, pero podemos hacerlo. Sólo vamos a tener que ir con mucho cuidado.
- ¡Hay un precipicio de vértigo! -exclamó Shanti-. Y además se está levantando viento. ¿No notáis el frío que hace? Tengo la cara entumecida.
Grace pensó que no iba a servir de nada señalarle que, dado que era la única vestida con pieles, ellos tenían más frío aún.
- Podemos hacerlo -dijo, en cambio-. El capitán no nos habría traído hasta aquí si creyera que no podemos lograrlo. -Habló con dulzura, pero también con firmeza. Miró hacia delante, advirtiendo que los destellos de la capa del capitán estaban cada vez más distantes. Se preguntó por qué se había adelantado tanto. ¿Por qué no se quedaba para ayudarlos?
- Venga -dijo-. Podemos hacerlo. Lorcan, ¿quieres que te cojamos o prefieres andar solo?
- Intentemos seguir como hasta ahora -respondió él-. Si necesito que me guiéis, os lo diré.
- Pues andando -dijo Grace, mirando a Shanti-. ¿Quieres guiar tú durante un rato?
- ¿Guiar? -Shanti parecía sorprendida.
- Sí -dijo Grace-. Una de las dos tiene que ir delante de Lorcan y la otra detrás. ¿Qué prefieres?
Shanti negó con la cabeza.
- No puedo hacerlo, Grace. No puedo subir por ese sendero.
- No tienes elección -dijo Grace, aún calmada-. Yo voy a llevar a Lorcan por esa ladera porque el capitán dice que, en la cima de la montaña, hay una posibilidad de que le curen la vista. No es seguro, pero sí posible. Y sí, es culpa mía que esté ciego, y sí, es culpa mía que no se esté alimentando de tu sangre y tú estés envejeciendo. -Fue incapaz de contener el torrente de emociones y palabras-. Todo esto es culpa mía, Shanti, no tuya, sino mía. Pero, al menos, yo estoy intentando hacer algo. Si logramos llegar a la cima, creo que podremos arreglar esto. Así que, por Lorcan, y por ti, aunque no me caigas simpática, estoy dispuesta a intentarlo. Bueno, o vienes con nosotros o te dejamos aquí, pero, mientras Lorcan esté dispuesto a subir, yo voy a seguir.
Shanti se quedó momentáneamente sin habla.
- Lo estoy -dijo Lorcan.
- Entonces guiaré yo -dijo Shanti-, adelantando a Grace y alejándose a buen paso.
- Bien hecho, Grace. -Ella oyó el susurro al oído, sobresaltándose de que fuera el capitán, no Lorcan, quien le estaba hablando. ¿Cómo podía oírla estando tan lejos?
En ciertos aspectos, pensó Grace, era una suerte que estuviera tan oscuro. De ese modo, era posible no pensar en el hecho de que el sendero colindara con el vacío por un lado. Había que apartar ese pensamiento, tanto como fuera posible. Si mantenían la atención en caminar y estaban alerta a los recodos del sendero, en realidad, no era tan malo. Shanti se había tomado muy en serio su papel de guía y avisaba a Lorcan cada vez que tenían que girar. El capitán también había aflojado el paso, con lo que nunca estaba muy lejos de ellos.
Una vez más, Grace se descubrió totalmente absorta en el ritmo de sus pasos. Perdió la noción de cuánto trecho habían subido, de cuánta altura habían ganado. Sólo sabía que debían seguir adelante. Durante el tiempo que hiciera falta. Era extraño hacer un trayecto que parecía no tener fin pero, curiosamente, también era un alivio.
Un ruido por delante de ella la arrancó de sus cavilaciones. Alarmada, vio que Lorcan había tropezado. Había caído en el sendero, gracias a Dios. Pero, con los pies, había arrojado piedras por el precipicio.
- ¿Estás bien? -preguntó Grace, tendiéndole la mano.
- Sí -respondió él, levantándose-. No sé qué ha pasado.
- Ha sido culpa mía -dijo Shanti-. El sendero es más estrecho y discontinuo en esta parte. Tendría que haberte avisado.
- Tranquila -respondió Lorcan-. No ha pasado nada. -Pese a la escasa luz, Grace lo vio sonreír.
- Oh -gimoteó Shanti-. No veo al capitán. ¿Ha continuado andando? ¡Cómo cuesta seguirlo! -Apretó el paso, prácticamente corriendo para no perder de vista al capitán.
- ¡Ten cuidado! -gritó Grace-. ¡No tan deprisa!
Pero Shanti no le hizo caso. Estaba decidida a alcanzar al capitán. Cuando desapareció al doblar un recodo, Grace dijo a Lorcan:
- Tengo que alcanzarla, detenerla. ¡Espera aquí!
- Está bien -dijo él, aliviado de poder recobrar el aliento.
Grace apretó el paso. No había llegado muy lejos cuando oyó un grito, seguido de algo muy parecido a rocas desmoronándose. El pánico ya se había apoderado de ella cuando oyó el grito estrangulado de Shanti.
- ¡Socorro!
- ¡Shanti! -gritó Grace, apretando el paso.
Al doblar el próximo recodo, lo que vio confirmó sus peores temores. Shanti estaba colgaba del borde del precipicio, con el vacío bajo sus pies. El sendero había cedido a su alrededor y lo único que la separaba del abismo era un arbusto de aspecto endeble. Un arbusto que, por lo que parecía, podía ceder en cualquier momento.
- ¡Shanti! -volvió a gritar Grace, agachándose y alargando la mano-. Agárrate a mí. Te subiré.
Grace jamás había visto un miedo tan cerval como el que ahora percibía en los ojos de Shanti.
- No -dijo ella con voz ronca-. Grace, no puedo. No eres lo bastante fuerte.
- Sí que lo soy --respondió Grace, aunque no estuviera en absoluto segura de que así fuera. Ella y Shanti tenían un peso parecido. ¿Y si, en lugar de subir a Shanti, era ella quien la arrastraba? Tuvo que apartar aquel pensamiento de su mente. Iba a lograrlo. Iban a salvarse las dos. Alargó la mano-. Venga, Shanti -dijo-. Lo único que tienes que hacer es soltar esa planta y yo te agarraré.
- ¡No puedo!
Pero, mientras Shanti hablaba, el arbusto comenzó a moverse. El terreno estaba volviendo a ceder y, cuando Shanti cerró los ojos y se preparó para lo peor, Grace la agarró por el brazo.
- Te tengo -dijo-. Te tengo. -Ahora, lo único que tenía que hacer era subirla hasta un lugar donde el terreno estuviera firme.
Pero, cuando comenzó a tirar de ella, constató, para su pesar, que, efectivamente, no era lo bastante fuerte. ¿Qué iba a hacer ahora? No había ni rastro del capitán, y era imposible que Lorcan llegara hasta allí sin nadie que lo guiara. Notó un pánico cada vez mayor, pero estaba decidida a no transmitírselo a Shanti.
- ¿Qué pasa? -preguntó Shanti-. Tenía razón, ¿verdad? ¡No eres lo bastante fuerte! ¡Vamos a morir las dos!
Grace se enfrentaba a un terrible dilema. O soltaba a Shanti para que cayera sola al vacío o se dejaba arrastrar con ella. Miró el abrupto precipicio. Era imposible que ninguna de las dos sobreviviera a la caída.
Súbitamente, notó que Shanti pesaba menos. Se preguntó si no habría conseguido invocar alguna fuerza interior desconocida. Entonces, vio otro par de manos alargándose para coger a Shanti. Al volverse, se encontró con un hombre joven agachado junto a ella. Iba vestido de pastor.
- Contaré hasta tres -dijo él-. Luego tiraremos, ¿de acuerdo?
Grace asintió con la cabeza. El hombre le sonrió. Su sonrisa le infundió una confianza y una calma absolutas.
- Un, dos, tres…
Grace empleó todas sus fuerzas en tirar de Shanti y subirla al sendero. Ella se quedó tendida en el suelo, cubierta de tierra, sollozando. A Grace le palpitaba el corazón. Las dos habían escapado a una muerte segura. De no haber sido por el pastor, aquello habría terminado de un modo muy distinto. Era un milagro que hubiera pasado por allí en ese preciso momento.
- Gracias -dijo Grace, volviéndose hacia él.
Pero no lo vio por ninguna parte. El pastor había desaparecido tan misteriosamente como había llegado.
Miró a Shanti.
- ¡Bien hecho! -le dijo.
- Casi me muero -gimoteó Shanti, mirando el precipicio-. ¡Casi nos morimos las dos!
- No -dijo Grace, cogiéndole la cabeza temblorosa y volviéndola hacia ella-. No mires abajo. No mires atrás. ¡Debemos mirar únicamente hacia delante! ¿Lo entiendes?
Shanti asintió con la cabeza, demasiado aterrada para hablar.
- ¡Espera aquí! -dijo Grace-. Recupera el aliento. Tengo que ir a buscar a Lorcan. Luego, seguiremos todos juntos.
- ¡No! -gritó Shanti-. ¡No me dejes!
- Será solo un momento, el tiempo que tarde en traer a Lorcan. -Grace vaciló--. Está bien. Primero vamos a ponerte de pie. -Le tendió la mano y la ayudó a levantarse. Shanti cojeaba. Por un momento, Grace temió que se hubiera torcido un tobillo o algo peor. Luego, vio lo que ocurría.
- Se te ha roto un tacón -dijo.
- ¿Dónde está? -preguntó Shanti.
Grace miró por el precipicio.
- Da igual dónde esté -dijo.
- Pero ¿qué voy a hacer? -La voz de Shanti rayaba en el pánico-. No puedo seguir, Grace. Lo he intentado, ¿no? Lo he intentado con todas mis fuerzas, pero no puedo hacer esto, no sin un tacón. -Se desplomó al suelo y se ovilló, sollozando.
Grace tomó una decisión. Se agachó y la cogió por la bota que aún conservaba el tacón. Con la otra mano, lo retorció hasta arrancarlo.
- ¡¿Qué estás haciendo?! -gritó Shanti.
Sin decir una palabra, Grace arrojó el inservible tacón por el precipicio para que se uniera a su compañero. Shanti la miró cada vez más asustada.
- Venga, levántate a ver cómo te sostienes -dijo Grace.
- ¡No puedo andar sin tacones!
- Lo importante es cómo te notas el tobillo. ¿Crees que te lo has torcido?
- ¡Pero mis botas! -continuó Shanti.
- Si estás realmente incómoda, nos cambiaremos las botas -dijo Grace-. Creo que tenemos el mismo pie.
- ¿Harías eso por mí? Pero… has dicho que no te caía simpática.
Casi a regañadientes, Grace sonrió.
- Me parece que yo tampoco te caigo muy simpática a ti, Shanti, pero estamos juntas en esto. No nos queda más remedio que colaborar-Dejó de sonreír, mirándola con más determinación-. Llevar a Lorcan a Santuario es crucial… por su bien y por el nuestro. Cueste lo que cueste.
Sus palabras hicieron diana.
Shanti movió la cabeza en señal de agradecimiento.
- Voy a buscar a Lorcan. Estará preocupado por nosotras.
Pero, nada más ponerse a andar, vio que Lorcan venía solo. ¿Cómo había salvado sin ayuda aquel tramo del sendero tan difícil y peligroso?
De pronto, Grace pensó en el pastor que acababa de ayudarlas. ¿Era posible?
- ¿Estáis las dos bien? -preguntó Lorcan.
- Sí -respondió Grace-. Estamos bien, ¿no, Shanti? Shanti se ha caído, pero ahora está bien. ¿Verdad, Shanti?
- Sí. -Shanti asintió con la cabeza, captando su mensaje de no dar a Lorcan más motivos de alarma. Luego, añadió-: Gracias, Grace. ¿Por qué no nos cambiamos? ¿Guías tú durante un rato?
Grace movió afirmativamente la cabeza y la adelantó. Miró la oscura ladera que se alzaba por encima de ellos. ¿Cuánto les quedaba? Mientras se hacía aquella pregunta, oyó un conocido susurro.
- Ya queda poco.
Miró hacia delante, divisando los destellos que lanzaba la capa del capitán. Debía de haberlos esperado, o incluso regresado a por ellos. Pero, si había estado tan cerca, ¿por qué no los había ayudado? Parecía que, en aquella extraña ladera, había más de un misterio sobre el cual reflexionar. Pero, cuando comenzaba a hacerlo, oyó que Lorcan gritaba a sus espaldas.
- ¡Nieve!
Por un momento, le pareció una palabra dicha al azar. Luego, también ella la notó cuando el primer copo le cayó en la nariz. En circunstancias normales, se habría entusiasmado, pero no aquí, no ahora. Una nevada era lo último que les convenía si habían de alcanzar alguna vez la cima de la montaña.
Pronto, el sendero se tornó totalmente blanco. Grace tuvo un escalofrío. Se dio cuenta de que estaba al límite de su resistencia física.
- ¡No puede estar mucho más lejos! -oyó quejarse a Shanti.
- Ya falta poco -dijo ella.
- ¡Eso dices desde hace rato! -gimoteó Shanti.
- Mirad delante -susurró la voz del capitán.
- ¿Dónde? -preguntó Shanti-. No veo nada.
Pero Grace lo vio. Allí, a lo lejos, dos luces idénticas quebraban la oscuridad. Dos antorchas encendidas se erigían como gigantescos centinelas a cada lado de las puertas. Las puertas del Santuario. Habían llegado. Por fin.
- ¡Ya era hora! -suspiró Shanti cuando también ella divisó la luz.
- ¡Qué quejica es! -susurró Lorcan al oído de Grace.
Ella sonrió. Justo lo que estaba pensando.
- Oh, Lorcan -dijo, entusiasmada-. ¡Ya casi hemos llegado! Vaya caminata… ahora ya casi estamos en las puertas. -Miró hacia delante-. ¿Lo ves? -Nada más hablar, tuvo ganas de darse un puntapié-. Oh, lo siento -dijo-. Lo siento mucho. No quería…
- No pasa nada -la tranquilizó Lorcan-. No te disgustes. ¿Por qué no me prestas tus ojos y me lo describes?
- Hay unas puertas hechas de hierro -dijo ella-. Son dos veces más altas que tú, diría yo. Arriba tienen pinchos y abajo un complicado dibujo circular, un poco parecido a una esfera de reloj o a un reloj de sol. Es muy bonito.
Y así fue como concluyó la caminata, con Grace describiendo el florido calado de las inmensas puertas de hierro alumbradas por antorchas mientras recorrían los últimos metros de sendero. Hasta que las alcanzaron y Grace se quedó callada. De pronto, la magnitud de su expedición se le hizo patente. No era únicamente lo lejos que hubieran llegado, sino la importancia de lo que venía a continuación. Aquel era el lugar donde se decidiría el futuro de Lorcan, un futuro que ella ya sentía tan profundamente entrelazado con el suyo como las gruesas plantas trepadoras lo estaban con las filigranas de las puertas. Era imposible separarlos.


5
Otra clase de baile
Sobre la pista de baile, a la que Connor acaba de salir con su pareja, se extiende la hilera de reservados con cortinas donde pueden sentarse quienes quieren -o necesitan- intimidad. Cuando comienza la música de tango, todas las cortinas están echadas. Pero la melodía pronto se cuela en uno de los reservados. Una pálida mano coge la cortina de terciopelo y la abre. Sólo una rendija. Luego, un ojo se acerca nerviosamente a la abertura, mirando la cuadrícula del suelo.
La imagen de los bailarines le desgarra el corazón. Sus pasos son desmañados, pero hay tanta vida ahí abajo… Tanta vida en sus rostros y extremidades… La mano apergaminada, el ojo inquieto y lloroso, daría lo que fuera por una gota de esa vida.
Conoce a tres de las parejas de bailarines. Desde luego que las conoce. Y es como si estuvieran alardeando de su vitalidad ante sus ojos. En otro tiempo, también él habría estado ahí abajo, pero ahora los separa algo mucho más fuerte que una cortina de terciopelo. Los bailarines se encuentran a un lado de ese muro invisible, desplazándose y girando por la pista. Y él está al otro, reducido al papel de observador.
Un ruido de pasos. Una voz, alta y clara, en la entrada del reservado.
- ¿Puedo pasar?
Él apenas ha formado la palabra «sí» con sus labios cuarteados cuando la cortina se abre y una camarera se asoma a la oscuridad que reina en el interior del reservado.
- Buenas noches, señor. ¿Necesita un trago?
Él asiente con la cabeza. Qué pregunta tan bien formulada. Sí, necesita desesperadamente un trago.
Ella lo observa, esperando su respuesta. Lo observa, pero no lo ve realmente. ¿Cómo habría de hacerlo? Dentro del reservado reina la más absoluta oscuridad.
- Se le ha apagado la vela, señor. Se la encenderé.
- No -dice él-. No, no me gusta… el fuego.
Pero sus palabras son demasiado lentas y las manos de ella demasiado veloces. La mecha prende y la vela se pone a brillar dentro del vaso que la contiene. Él se estremece al verla.
- Necesita algo que lo entone, señor. Fíjese, está temblando.
- ¿Qué me recomiendas? -pregunta él con voz ronca, intentando disimular su crispación.
Ella se encoge de hombros. No tiene la menor idea del peligro que corre.
- Tenemos de todo. Ron, cerveza, vino… Dígamelo usted, señor.
Él la mira. Es muy bonita. Le trae recuerdos. Pero no está seguro de si la recuerda por ser ella o por parecerse a alguien. Últimamente, le ha estado sucediendo con mucha frecuencia. Confunde las caras. Le cuesta distinguirlas. Por eso debe actuar antes de que las cosas empeoren. Vuelve a mirar la pista de baile. La música concluye y los bailarines se abrazan, felicitándose. Tras una brevísima pausa, el tango vuelve a sonar. Las parejas se intercambian, pero el baile continúa. Él suelta la cortina y nota agua en los ojos.
- ¿Se encuentra bien, señor?
Así que la muchacha sigue allí. Una parte de él quiere decirle que se vaya, que huya. Pero, por supuesto, no lo hace.
- Sí, estoy… bien.
- ¿Está seguro? -Ella se acerca más, entrando en el reservado-. Está palidísimo. Como si hubiera visto un fantasma. Creo que a lo mejor un brandy…
- Sí -dice él-. Sí, buena idea. Tráeme un brandy. -Debe dejarla marchar. Ella se irá, y también lo hará él, antes de que nada suceda. Antes de que se cruce ninguna línea.
La llama parpadea. Ella desliza la vela por la mesa. Ahora, por vez primera, lo ve bien.
- Es curioso -dice-. Usted se parece a alguien que yo conocía. Bueno, no lo conocía exactamente. Venía aquí. Tenía muchísimo éxito. Un pirata.
- ¿De veras? -Él quiere que se vaya. No quiere oír esto. Y, no obstante, quiere oírlo. Necesita que se quede.
- Sí, señor. Es usted clavado… Podría ser su hermano gemelo.
¿Un gemelo? Él sonríe al pensarlo.
- Fue tristísimo -continúa ella.
- ¿El qué?
- Tristísimo, lo que le pasó.
- ¿Qué le paso?
- Lo mataron, señor. Lo mataron en un duelo en la cubierta de un barco pirata, dicen.
- Un duelo. -La palabra suena tan noble. No como su recuerdo de ese día. La espada quemándole. Su sangre derramándose. La vida abandonándolo. Las voces apagándose a su alrededor hasta que sólo hubo frío, silencio y soledad.
Ahora está de nuevo ahí. No por vez primera. Y, por algún motivo, no puede abandonar ese lugar. Aún no.
- ¿Cómo se llamaba? -pregunta-. Ese pirata, ¿cómo se llamaba?
- Pues se llamaba Jez, señor. Jez Stukeley-. La muchacha sonríe-. Era un pirata muy apuesto.
También él sonríe. Con dulzura, pregunta:
- ¿Crees que sigo siendo apuesto?
- Debería irme, señor.
«Sí -piensa él-. Deberías haberte ido mucho antes. Pero te has quedado. Y ahora la suerte está echada.»
- Quédate. -Mientras dice la palabra, casi sin pensar, su mano la agarra por la muñeca.
- ¡Ay! Me está haciendo daño.
- Lo siento-dice él, apretando con menos fuerza-. Lo siento. No estoy acostumbrado a… tener compañía. Llevaba un tiempo sin venir…
- ¿Ha estado de viaje, señor? -dice ella, vencido su miedo por su curiosidad innata.
- ¿De viaje? -pregunta él-. Sí, supongo que podría decirse así. He hecho un viaje increíble… ¿Querrías sentarte conmigo, sólo un rato, para que te hable un poco de él?
Ella parece vacilar.
- No debo sentarme con los clientes en horas de trabajo, señor.
- Por favor -dice él-. Sólo un minuto o dos. A fin de cuentas, ¿qué es el tiempo?
- Dice usted unas cosas rarísimas, señor. -La muchacha sonríe-. Está bien. Me sentaré sólo un minuto mientras usted me habla de su viaje. Y luego le traeré un… ¡espere un momento! -Se queda callada. Por su mirada, él sabe que ha caído en la cuenta de algo-. ¿Qué ha querido decir… cuando me ha preguntado si continuaba siendo apuesto? -La voz se le torna más aguda-. ¿Qué ha querido decir con eso?
- Creo que ya lo sabes -responde él, atrayéndola hacia sí-. Creo que sabes exactamente qué significa.
Ya es de madrugada cuando Tarta de Azúcar descorre la cortina de terciopelo. Ella y los otros camareros están haciendo la ronda, echando a los clientes que son reacios a marcharse, o totalmente incapaces de hacerlo.
Ya hace tiempo que la vela se ha consumido y el reservado está a oscuras. Pero Tarta de Azúcar percibe el olor a muerte. Cuando reconoce la silueta tendida en la mesa, un hondo dolor le desgarra el pecho y la postra de rodillas.
- ¿Qué pasa? -pregunta el muchacho que está junto a ella.
- Ve a buscar a Ma -dice Tarta de Azúcar. Tiene la voz ronca.
- Pero ¿por qué? ¿Qué pasa? Déjame ver.
- Ve a buscar a Ma -dice ella, con más contundencia esta vez. El muchacho no necesita que se lo repita.
- Oh, Jenny -se lamenta Tarta de Azúcar, mirándole la herida del pecho-. Pobre Jenny. ¿Quién te ha hecho esto? ¿Y por qué?
- ¿Qué pasa? -pregunta Ma Kettle, entrando en el reservado. Tarta de Azúcar no sabe qué decir, por lo que solo se aparta para que Ma lo vea con sus propios ojos-. ¡Oh, no! ¡Jenny no! -Volviéndose, Tarta de Azúcar ve una lágrima rodando por la mejilla de su jefa. Hacía tiempo que no la veía llorar.
- Apuñalada -dice Ma, horrorizada-. Aquí mismo. En mis narices.
Tarta de Azúcar ya no puede seguir mirando. Hay demasiada sangre. Desvía los ojos al rostro de Jenny. Y advierte una cosa extrañísima.
- Mire, Ma -dice-. Mire. Es como si, pese a todo, estuviera sonriendo.
Ma Kettle suspira.
- Se ha ido a un lugar mejor, es por eso. Nuestra querida Jenny Petrel se ha ido a un lugar mucho mejor.
Tarta de Azúcar querría creerlo, pero algo le dice que no es así.


6
La llegada
Los fatigados viajeros cruzaron las puertas de hierro. Por delante de ellos, una columna de lámparas iluminaba un patio vacío cuya superficie cubierta de una fina capa de hielo reflejaba el aterciopelado cielo negro. El patio estaba bordeado por una pasarela y bajos edificios de madera. Hasta donde le alcazaba la vista, Grace no vio puertas ni ventanas en aquellos edificios, a excepción de un par de puertas en el centro del bloque que tenían enfrente, al fondo del patio.
- ¡Lo hemos conseguido! -dijo a Lorcan, recobrando el ánimo. Puede que sólo estuvieran a unos momentos de conocer al gran Mosh Zu Kamal.
- Sí -dijo Lorcan, en voz baja y ronca-. Lo hemos conseguido.
Grace se preguntó por qué no estaba más entusiasmado. Ahora que habían llegado hasta allí, el resto debería ser sencillo. Lorcan se pondría en manos de Mosh Zu Kamal y empezaría a curarse. ¿No era eso motivo de celebración? Pero Lorcan estaba congelado y pálido y parecía totalmente desesperanzado. Era evidente que la travesía lo había fatigado más de lo que él aparentaba. Hasta el capitán parecía cansado. Ahora, el esfuerzo que habían hecho les estaba pasando factura. Además, Lorcan podía estar preocupado por su tratamiento y por lo que le aguardaba. Grace le dio un apretón en la mano.
- No te preocupes -dijo-. Todo va a salir bien. Ya lo verás.
Al alzar la vista, vio varias figuras pululando por el patio. Iban todas vestidas con túnicas de color carmesí. Claramente, habían advertido su llegada porque ahora dos de ellas se estaban acercando a grandes zancadas. Cuando estuvieron junto al grupo, se quitaron la capucha. Grace vio que eran dos jóvenes, una mujer y un hombre.
- Bienvenido a Santuario -dijo la mujer al capitán en voz baja-. Es un verdadero honor conocerle y darles la bienvenida a usted y a su grupo a este lugar especial. -Los miró detenidamente con sus ojos vivaces-. Me llamo Dani.
Su compañero sonrió afectuosamente.
- Buenas noches, capitán -dijo-. Quizá me recuerde de su anterior visita.
- Faltaría más, Olivier -respondió el capitán-. Es un placer volver a verte.
Olivier le estrechó la mano enguantada.
- Mosh Zu tiene muchísimas ganas de volver a verle. -Miró al resto del grupo y dijo-: Para los que estáis aquí por vez primera, dejad que os explique. Nosotros somos dos de los ayudantes de Mosh Zu. Pero, como podéis ver -señaló las otras figuras vestidas con túnicas que iban de un edificio a otro-, somos bastantes.
El capitán presentó al grupo a los ayudantes de Mosh Zu. Ellos sonrieron afectuosamente a Grace y Shanti. Cuando fue el turno de Lorcan, Olivier le cogió la mano y le dio un apretón.
- Eres muy valiente viniendo hasta aquí, compañero -dijo.
- ¿Valiente o temerario? -preguntó Lorcan, riéndose.
Olivier le dio otro apretón.
- Sólo valiente, creo -respondió.
Detrás de ellos, las altas puertas de hierro se cerraron con un chasquido metálico. Alguien echó un cerrojo. Aquella fricción de metal contra metal sonó como una campana distante. El sonido transportó a Grace de regreso al Nocturno, a los tañidos de la campana que se tocaba cuando anochecía y amanecía. La Campanada del Alba, la que Lorcan debería haber obedecido. La que había ignorado para salvarla. Qué serie de recuerdos podía desencadenar una cerradura al echarse.
- Venid -dijo Olivier-. Estáis temblando. Aquí el aire es helador. Entremos a resguardarnos del frío.
Él y Dani los condujeron por la pasarela que circundaba el patio, a la que habían limpiado el hielo. Llegaron a las puertas en las que Grace se había fijado antes. Olivier las abrió e hizo pasar a los viajeros. Luego, se dirigió a Dani.
- Está bien -dijo-. Puedo arreglármelas solo a partir de aquí. Te toca llevar los termos al bloque Dos, ¿no?
Dani asintió y, despidiéndose de los demás, se alejó cruzando el patio. Grace se preguntó dónde estaba, y qué era, el bloque Dos. ¿Y qué termos debía llevar Dani? Pero pronto se distrajo, siguiendo a Olivier.
Dentro, había poca luz pero, cuando sus ojos se habituaron, Grace vio que estaban en un pasillo largo y estrecho alumbrado por más lámparas, esta vez colgadas de cadenas justo por encima de ellos. Las lámparas metálicas oscilaron ligeramente cuando entró viento en el pasillo. Pareció que las llamas se apagaban, pero revivieron cuando Olivier cerró las puertas.
Les sonrió.
- Bienvenidos a Santuario, amigos míos. Ahora estáis en el Pasillo de las Luces. Por favor, venid por aquí.
Conforme recorrían el pasillo, Grace fue sintiendo cada vez más expectación. A cada paso que daban, se hallaban más cerca de conocer a Mosh Ku Kamal. La fascinaba conocer a aquel gran hombre, el hombre a quien el capitán llamaba su «gurú» y que había ideado el funcionamiento interno del Nocturno tanto tiempo atrás. Era Mosh Zu, le había explicado el capitán, quien lo había ayudado a convertir el barco en un refugio donde acoger a «los marginados de entre los marginados» -vampiros que habían sido desterrados de la sociedad normal y por último, para su mayor desgracia, de la propia sociedad vampira, por negarse a alimentarse constantemente de sangre-. Era Mosh Zu quien había concebido el sistema de donantes y ayudado al capitán a deshabituarse de tomar sangre.
Grace estaba impaciente por conocerlo y hablar con él, pero, se recordó, había un asunto mucho más urgente. Lo más importante era curar a Lorcan. Por eso habían subido aquella peligrosa montaña.
Doblaron un recodo y el pasillo se ensanchó un poco. Grace lo celebró, porque tenía las paredes atestadas de estantes llenos de objetos y fotografías. No había un palmo de pared vacío y observó que, en algunos sitios, había hasta cuatro hileras de objetos en cada estante. Era como pasearse por una tienda de artículos usados o un santuario. Le provocaba la misma sensación de curiosidad y tristeza. ¿De dónde habían salido? ¿A quién habían pertenecido? Ahora, sólo eran cosas, pero en su día habían significado algo, quizá todo, para alguien.
Como si le estuviera leyendo el pensamiento, Olivier anunció:
- Este es el Pasillo de los Despojos. Estas son las cosas que han dejado atrás quienes entran en Santuario.
Grace se quedó aún más fascinada, dándose cuenta de que los objetos, al igual que los vampiros que acudían a Mosh Zu en busca de ayuda, provenían de todas las partes del mundo y de épocas históricas enormemente distintas. Sus despojos componían un extraño collage del mundo que habían dejado atrás. Le habría gustado quedarse más tiempo, pero Olivier y el capitán no aflojaron el paso. Al doblar el próximo recodo, entraron en otra sección del pasillo. En ella, advirtió Grace, lamentándolo un poco, no había ninguna pertenencia.
- ¿Qué es ese olor? -La voz de Shanti la arrancó de sus pensamientos. Cuando Grace la miró, vio que estaba arrugando su pequeña nariz respingona.
Olivier le sonrió.
- Es mantequilla -dijo.
- ¿Mantequilla? ¿Está haciendo alguien tortitas?
Él negó con la cabeza.
- Aquí la empleamos como combustible para las lámparas.
- Es un olor nauseabundo -dijo Shanti, haciendo una mueca-. ¿Es que no podéis poner velas?
Olivier se quedó callado. Grace vio en sus ojos que Shanti le estaba agotando la paciencia.
El pasillo volvió a girar y Grace advirtió que el suelo se inclinaba.
- -¿Estamos yendo bajo tierra? -preguntó a Olivier.
- Sí -dijo él-. La mayor parte de Santuario está bajo tierra.
Claro, pensó Grace. De ese modo, los vampiros podían moverse a sus anchas sin temor a exponerse a la luz del día. Tenía curiosidad por ver más de aquel lugar. El pasillo que estaban recorriendo le hizo pensar en fotografías que había visto de gente entrando en las pirámides de Egipto. Pero, por lo que decía Olivier, supuso que Santuario era más bien una pirámide invertida, excavada en el subsuelo.
Entonces, se fijó en otra cosa. Atadas a finas cuerdas colgadas del techo, entre las lámparas, había cintas. Pendían como telarañas, de distintas longitudes y colores.
- ¿Qué son? -preguntó.
- Cintas -dijo Olivier, secamente-. Estamos en el Pasillo de las Cintas.
- Sí -insistió Grace-. Pero ¿qué significan?
- Creo que eso te lo debería explicar Mosh Zu -dijo.
Grace miró las cintas, oscilando por encima de ella. Saltaba a la vista que aquellas simples tiras de tela eran importantes. Tanto más, advirtió, si ella debía esperar a que Mosh Zu le explicara qué significaban.
Cuando el pasillo giró de nuevo, Grace divisó otras dos puertas.
Olivier las abrió y ella vio que la habitación con que comunicaban era más cuadrada y tenía más luz. El suelo estaba embaldosado y había sillas y mesas, las primeras sillas que veía desde que habían bajado a tierra.
A Shanti se le iluminaron los ojos nada más verlas.
- ¡Por fin! Daría lo que fuera por sentarme.
- Adelante -dijo Olivier, sacándole una silla y colocando un cojín en ella-. Ponte cómoda. No te haremos esperar mucho.
Shanti se sentó, suspirando de placer cuando su cuerpecillo se hundió en el cojín de seda.
Grace miró con envidia la silla que había junto a Shanti, pero Olivier le dio un empujoncito para que siguiera andando.
- Ya queda poco-dijo.
Grace lo miró con perplejidad. Vio que el capitán tampoco se había detenido y se dirigía hacia otro par de puertas. Se dio cuenta de que aquella habitación solo era una antesala.
- Ven -dijo Olivier, abriendo las puertas-. Mosh Zu está esperando para conocerte.
Grace observó a Shanti. ¿Iban a excluirla de una audiencia con Mosh Zu? No era que la donante fuera santo de su devoción, pero no le parecía justo que la excluyeran. Sobre todo, después del calvario que había pasado subiendo hasta allí. Miró a Olivier y luego a Shanti, que se había quitado las botas y se estaba frotando los pies.
- ¡Shanti! -le gritó.
- ¿Quééé? -fue su quejosa respuesta. Grace respiró para no perder la calma. Desde luego, Shanti no se esmeraba nada en resultar agradable.
- Vuelve a ponerte las botas y ven con nosotros -le dijo.
- Pero Mosh Zu no la ha invitado… -comenzó a decir Olivier.
- Eso no es justo -adujo Grace-. Hemos venido todos juntos. Para Shanti ha sido tan duro como para el resto de nosotros, peor, en ciertos aspectos. Se ha caído…
- Eso da igual -dijo Olivier-. Mosh Zu sabe lo que quiere. Ella es una mera donante. Cuando os haya llevado ante Mosh Zu, me la llevaré a las dependencias de los donantes.
Grace se quedó consternada; por el tono desdeñoso de Olivier, pero incluso más por la presunta actitud de Mosh Zu hacia Shanti. La relación entre vampiros y donantes era interdependiente. El capitán siempre había hablado con respeto de los donantes y del regalo que hacían a sus compañeros vampiros. Sin duda, no se podía hacer mayor regalo que ofrecer la propia sangre. Se opinara lo que se opinara del carácter de un donante en particular, había que respetarlo. La sorprendió y la enojó que Olivier y Mosh Zu no lo hicieran. La furia que se estaba apoderando de ella quedó en suspenso cuando oyó el susurro del capitán.
Le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se dirigió a Olivier.
- Grace tiene razón -dijo-. Shanti merece que Mosh Zu Kamal la reciba. Además, Mosh Zu es un anfitrión generoso y estoy seguro de que querría darnos la bienvenida a Santuario a todos.
Grace vio que Olivier se ruborizaba mientras asentía con la cabeza.
- Como quiera, capitán.
Aquello podía considerarse una victoria, pensó Grace, pero seguía estando bastante enfadada. Olivier le había caído simpático al principio, pero ahora sus sentimientos hacia él se estaban enfriando rápidamente.
No obstante, cuando Shanti se sumó a ellos y los cuatro lo siguieron a la habitación contigua, su ira se disipó, fácilmente sustituida por otras distracciones. Aquella habitación era más grande que la anterior. Tenía el suelo embaldosado, pero apenas había muebles y su decoración era básica: unos cuantos tapices sencillos. Grace se fijó en la cabeza afeitada de un hombre que les daba la espalda. Estaba al fondo de la habitación, encendiendo velas.
Oyó las puertas cerrándose a sus espaldas. Olivier se adelantó.
- Han llegado sus invitados -anunció; luego, retrocedió.
Por un momento, el otro hombre no dio señales de haber oído sus palabras. Continuó encendiendo las velas.
Finalmente, se volvió y empezó a caminar hacia ellos. Iba vestido con sencillez, con un chaleco blanco y un holgado pantalón marrón de tela, atado y doblado en la cintura. Aparentemente, iba descalzo.
Grace no podía dar crédito a sus ojos. Esperaba que el gurú de los vampiratas fuera un hombre anciano. Pero Mosh Zu, si se trataba efectivamente de él, era un hombre joven. El gurú siguió acercándose a ellos, con la mayor parte del rostro y el cuerpo en sombra. A menos que la débil luz fuera engañosa, sólo era unos años mayor que ella. Pero no era así, se recordó. Aunque su aspecto fuera el de un joven que rondaba la veintena, aquella sólo era la edad a la que había muerto. O, más bien, siguió recordándose, a la que había cruzado al otro lado.
- Mosh Zu -oyó decir al capitán.
- Capitán -respondió el hombre.
Así que aquel era, en efecto, Mosh Zu. Grace no pudo evitar sentirse un poco defraudada. Esperaba un hombre sabio y anciano. Observó mientras él y el capitán se inclinaban el uno ante el otro, se acercaban más y se abrazaban. Aquel gesto quizá fuera la cosa más humana que ella había visto hacer al capitán, lo cual le recordó que, pese a la ropa que le cubría prácticamente todo el cuerpo, había, si no un corazón, sí al menos un alma viva bajo su coraza.
- Y esta es Grace -dijo el capitán-. Creo que tiene un don especial.
- Eso hemos oído -respondió Mosh Zu.
Lo que habían dicho la sorprendió y la halagó, pero, cuando Mosh Zu volvió el rostro hacia ella, Grace tuvo otra sorpresa.
Era el rostro que había visto en la ladera de la montaña, el pastor que la había ayudado a evitar que Shanti cayera al vacío y luego había desaparecido en la oscuridad de la noche.
Mosh Zu le sonrió y sus ojos oscuros brillaron en la penumbra.
- Bienvenida, Grace Tempest -dijo, mirándola. Grace notó que sus ojos la penetraban. Luego, Mosh Zu se volvió y escrutó a sus demás invitados.
- Os doy a todos la bienvenida a Santuario -dijo-. Que cada uno de vosotros halle aquí lo que necesita.
- Lo único que yo necesito es un buen descanso -se quejó Shanti. Por una vez, nadie mordió el anzuelo.
Grace miró a Lorcan. Estaba temblando. Le cogió la mano. No se atrevía a hablar, pero intentó transmitirle mentalmente las palabras. «Todo va bien, Lorcan. Todo va a ir bien.»
- Sí -dijo Mosh Zu, sonriéndoles beatíficamente-. Sí, Grace Tempest. Tienes toda la razón, creo.
Grace se sobresaltó, pero no se sorprendió. Era lógico que Mosh Zu pudiera leerle el pensamiento, como podía hacer el capitán.
- Bueno -continuó Mosh Zu-. Vuestro viaje ha sido largo y arduo y fuera está amaneciendo. Es hora de que nos vayamos todos a dormir, ¿no creéis? Permitidnos enseñaros vuestras habitaciones. Mañana tenemos una larga noche por delante.


7
Guardia nocturna
- ¿Qué le pasa a ese Moonshine? -preguntó Bart mientras él, Connor y Brenden González caminaban a zancadas por el muelle, de regreso al barco.
- Desde luego, os ha estado mirando bastante raro a los dos -dijo González.
- ¡Lo sé! -exclamó Connor-. Era como si tuviera una cuenta pendiente con nosotros, como si lo hubiéramos ofendido en algún momento. Pero ¡eso no puede ser! ¡No lo conocíamos!
- ¿Sabes qué? -dijo Bart-, parece la clase de chico que está a la que salta… además, ese acné no le favorece nada. ¡Y también está un poco mimado! ¿Os habéis fijado en cómo se pegaba a las faldas de Trofie?
Connor asintió con la cabeza.
- Ella da un poco de miedo -dijo.
- Más que un poco -convino González-. Pero Barbarro parece buena persona. Sé que él y Molucco están enemistados, pero se nota que es un hombre decente. Me ha caído bien.
- También a mí -dijo Connor-. Espero que él y el capitán Wrathe, nuestro capitán Wrathe, puedan resolver sus diferencias.
Bart asintió con la cabeza.
- ¿Sabéis qué?, si esos dos se sientan a solas con una buena botella de ron y unos cuantos dátiles para sus serpientes, calculo que habrán hecho la paces antes de que amanezca. Pero con Trofie y ese mequetrefe, no sé… No estoy muy seguro de si han venido a poner fin a una disputa o a empezar otra.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó Connor.
- No estoy seguro -dijo Bart-. Tengo una sensación extraña en la boca del estómago.
- Eso es lo que pasa cuando mezclas bebidas -se rió González.
Ignorándolo, Bart prosiguió.
- Habrá que tener los ojos y los oídos bien abiertos y ver qué pasa.
Para entonces, habían llegado al barco y comenzaron a subir por la plancha.
- Oye, esta noche voy a dormir a pierna suelta -dijo González cuando llegó a cubierta. Bostezó y se estiró-. ¿Os venís al catre o vais a quedaros un rato en cubierta?
Bart lo miró, sonriéndole con aire burlón.
- Creo que alguien ha olvidado que esta noche tenemos guardia. ¡Más te vale tomarte un café bien cargado o vas a ser tan útil como un sable de mantequilla!
- No, no -dijo González, negando con la cabeza-. Lo había olvidado, eso es todo. Nada de café, ¡estaré bien!
- ¿Qué es ese ruido? -preguntó Connor cinco minutos después.
- ¡Mira la Bella Durmiente! -Bart señaló la cofa.
Por encima de ellos, González estaba desplomado sobre el borde de la cofa en una postura casi imposible, con un brazo colgándole por un lado. Connor se dio cuenta de que los extraños ruidos parecidos a relinchos eran los ronquidos de su compañero.
- ¿Cómo puede quedarse dormido ahí arriba? ¿De pie?
Bart negó con la cabeza.
- A eso no lo llamaría yo estar exactamente de pie. Lo bueno de González es que puede quedarse dormido casi donde sea, como sea -dijo-. Menuda ayuda es. Confiemos en que las olas se porten bien con nosotros esta noche. ¡No querría tener que despertar a nuestro nene!
También Connor estaba cansado, pero los acontecimientos del día lo mantenían en un grato estado de excitación. Los días que comenzaban venciendo un miedo y terminaban bailando en brazos de Tarta de Azúcar eran muy recomendables. Y, además, estaba la llegada de Barbarro y su extraña familia. Fuera cual fuera el motivo de su visita, era interesante conocer a la familia de Molucco.
Se dirigió a la proa, mirando el horizonte. La noche estaba estrellada y, como era su costumbre, comenzó a buscar constelaciones. Allí estaba Ofiuco, el portador de la serpiente. El nombre le arrancó una sonrisa, recordándole a los dos capitanes Wrathe con las serpientes en sus cabellos. Quizá, dentro de milenios, pusieran los nombres de Molucco y Barbarro a una constelación. Pero, por ahora, estaba Ofiuco. Recordó cuánto le había costado verla cuando era niño y cómo lo había tranquilizado su padre. «No te preocupes, Connor. Casi todas las estrellas de Ofiuco brillan bastante poco; limítate a buscar la forma de una tetera.» Desde entonces, él siempre había pensado en aquella constelación como en la Tetera Celeste Gigante.
Contemplando el cielo nocturno, pensó, por supuesto, en Grace. ¿Dónde se encontraba ahora? ¿Estaba mirando las mismas estrellas? ¿Estaría pensando en él? La extrañaba. Sabía que su hermana debía hacer su propio viaje, pero detestaba no tenerla cerca. Esperaba que regresara pronto. Estaba harto de despedirse de las personas que más quería: su padre, Jez, Grace…
- ¿En qué estás pensando?
Connor alzó la vista y vio a Bart junto a él.
- Estaba charlando con Ofiuco -respondió Connor, sonriendo.
- Ah, ya veo -dijo Bart, asintiendo con la cabeza-. Está bien. Debo admitir que no tengo ni idea de qué estás hablando.
Connor le sonrió pícaramente y señaló el cielo.
- ¡También conocido como la Tetera Celeste Gigante!
Bart alzó la vista al cielo. Luego, volvió a mirarlo.
- ¿Sabes una cosa, Tempest?, ¡a veces, se me olvida lo raro que eres!
- ¡Raro! -exclamó Connor-. ¿A quién estás llamando raro? -Se encaró con Bart, sacando pecho.
- Ah, quieres pelea, ¿eh? -dijo Bart, divertido.
Connor se puso a mover súbitamente la cabeza. Tenía los ojos muy abiertos y estaba temblando de forma incontrolada.
- ¿Qué te pasa, socio? ¡Parece que hayas visto un fantasma!
Connor aprovechó la momentánea distracción de Bart para abalanzarse sobre él.
- Oh, maldito… -Bart se rehízo de inmediato, poniéndose de nuevo derecho, con Connor aferrado a él.
Luego, se lo quitó rápidamente de encima, se lo puso atravesado en los hombros y comenzó a darle vueltas.
- ¡Ay! ¡Para! -gritó Connor.
- ¿Sabes cómo se llama esto? -preguntó Bart-. ¡El molino de viento! No se te ocurre por qué, ¿no?
- ¡Para! -gimoteó Connor-. ¡Me estoy mareando! Y tengo ganas de… ¡vomitar!
- ¡Pídemelo por favor! -dijo Bart sin piedad, haciéndolo girar todavía más aprisa.
Connor apenas podía hablar de la risa y del mareo. Por fin, consiguió articular las palabras.
- ¡Por favor! -gimoteó-. Por favor… ¡bájame!
- ¡Vale, puesto que me lo has pedido bien!
Bart lo arrojó a uno de los esquifes. Connor se dio un golpetazo y se quedó despatarrado sobre la lona alquitranada y las cuerdas, momentáneamente aturdido. Le parecía que seguía dando vueltas.
Bart se acercó a él, meneando un dedo.
- Bueno, espero que hayas aprendido la lección, joven Tempest. Puede que estés creciendo tan deprisa como un ballenato, pero aún no estás listo para enfrentarte a Bartholomew Pearce.
Connor recobró el aliento, sentándose en el esquife. Estaba intentando dar con una réplica ingeniosa, pero no se le ocurría ninguna. De pronto, vio algo que no solo lo dejó sin habla sino también sin respiración.
- ¿Qué pasa? -Bart pareció preocuparse-. Estás temblando otra vez. Ah… -Sonrió-. Ya veo. ¡No puedes usar el mismo truco dos veces seguidas!
Con los ojos como platos, lo único que Connor pudo hacer fue negar con la cabeza, aterrado y confuso.
Detrás de Bart, vio una pálida cara acercándose. Una cara que no esperaba volver a ver jamás.
Temblando, la señaló.
Bart se dio la vuelta.
Allí, en cubierta, delante de ellos, estaba Jez.
- ¿Cómo os va, chicos? -dijo-. ¿Qué tal una sonrisa para este viejo amigo?


8
El arte de sanar
- Seguidme -dijo Mosh Zu-. Lorcan, tu habitación está en el próximo nivel.
Mientras continuaban bajando por el pasillo, Grace reparó en que aquello no era muy distinto de hallarse a bordo de un barco y estar bajando a los camarotes. Quizá, pensó, el motivo de que Santuario estuviera construido bajo tierra no solo fuera evitar que los vampiros se expusieran a la luz, sino también prepararlos para vivir a bordo del Nocturno.
- Muy bien, Grace -le dijo Mosh Zu. Pese a sentirse continuamente observada por el gurú, cada vez que lo miraba, él no tenía el rostro vuelto hacia ella, sino mirando al frente. Seguía desconcertándola que fuera tan joven… o, al menos, que lo pareciera. Se movía con fuerza y vigor. Tenía la tez tan tersa como una máscara. Si se quería, podía decirse que era guapo. Mosh Zu no se parecía en nada a lo que ella había imaginado.
- Gracias -repuso él, sonriendo-. Me lo tomaré como un cumplido.
Grace se ruborizó. Se había habituado a que el capitán le leyera el pensamiento, pero ahora, ¿también Mosh Zu? Para ella, él era un desconocido y eso la hacía sentirse vulnerable. Ahora mismo, podía estar leyéndole el pensamiento. ¿Dónde se suponía que debía ocultar sus secretos?
- No intentes esconderte de mí -dijo Mosh Zu-. Es bueno que seas tan franca. Otras mentes son como bosques demasiado tupidos, llenos de ramas retorcidas. La tuya está despejada, como el aire puro de montaña. Créeme, Grace, eso es bueno. Muy bueno.
Pese a no quererlo, Grace volvió a ruborizarse. Ojalá dejara Mosh Zu de prestarle tanta atención. Fuera en respuesta a aquello o por voluntad propia, él lo hizo.
- Lorcan Furey -anunció, deteniéndose-. Esta es tu habitación.
Abrió una estancia pequeña. Estaba, como el resto de habitaciones por las que habían pasado, poco iluminada. Tenía una cama individual en el centro y una silla en un rincón. Sobre la cama y en una de las paredes había tapices, similares a los de la sala del nivel superior. Ocupaban, supuso Grace, el lugar de las ventanas.
- Todas las habitaciones son más o menos iguales -dijo Mosh Zu-. Sencillas. Espero que estés cómodo aquí.
Lorcan fue a tientas hasta la cama y se sentó. Emitió un largo suspiro y bajó la mano para desatarse las botas.
- Te irá bien descansar un poco -dijo Mosh Zu-. Pronto saldrá el sol y tú debes dormir hasta que anochezca.
Grace observó los dedos de Lorcan, buscando a tientas los cordones. Fue a ayudarlo, pero un súbito impulso la detuvo. De algún modo, supo que aquello era algo que él debía hacer solo. Miró a Mosh Zu y vio que le hacía un gesto afirmativo con la cabeza. ¿Le había leído el pensamiento o le había transmitido el suyo?
- ¿Va a examinarle la herida? -le preguntó en voz alta.
Mosh Zu sonrió.
- Vas un paso por delante de mí, Grace. -Miró a Lorcan. Los dos lo vieron quitarse la segunda bota-. Esperaremos a que te eches en la cama, Lorcan. Y luego, si me lo permites, te examinaré la herida.
Lorcan asintió.
- Por supuesto, señor.
Mosh Zu negó con la cabeza.
- No es necesario que me llames señor. Preferiría que me llamaras Mosh Zu.
- Está bien -dijo Lorcan.
- Venga. -Olivier comenzó a sacar a los demás de la habitación-. Os llevaré a vuestras habitaciones y dejaremos a Mosh Zu tranquilo para que haga su diagnóstico.
Grace se sintió desilusionada. Estaba impaciente por conocer el veredicto de Mosh Zu sobre la herida de Lorcan.
- Creo que a Grace le gustaría quedarse mientras examino a su amigo -dijo Mosh Zu-. No me equivoco, ¿no?
- No -respondió ella-. Si le parece bien… y también a ti, Lorcan. No quiero estorbar.
- Por mí no hay problema -dijo Lorcan, extendiendo un brazo y dándole un apretón en la mano.
- Pues si ella se queda, también me quedo yo -dijo Shanti, cogiendo a Lorcan por la otra mano.
- No -dijo Mosh Zu, sin levantar la voz pero con firmeza-. No, yo creo que no.
Shanti siguió cogida a Lorcan.
- Me quedo -dijo-. Grace no es nada para él…
Lorcan fue a protestar, pero Shanti no lo dejó.
- Yo soy su donante. Tiene mi sangre corriendo por sus venas. O la tendría si dejara de hacer el tonto y volviera a alimentarse.
- No estoy haciendo el tonto -dijo Lorcan, hastiado-. No tengo nada de hambre.
- ¡Nada de hambre! -espetó Shanti-. ¡Pues tenla! ¿Qué clase de vampiro pierde de pronto el gusto a la sangre? ¡Es inaudito!
- No. -Lorcan negó con la cabeza-. Tú no lo entiendes.
- Vamos -dijo Olivier a Shanti, poniéndole una mano en el hombro-. Lo estás disgustando.
- ¡Quítame la mano de encima! -gritó Shanti, con lágrimas de furia en los ojos-. Estoy en mi derecho de disgustarlo. ¡Solo Dios sabe cuánto me ha disgustado él a mí!
El capitán no había abierto la boca, pero ahora habló. Sus suaves susurros fueron como un bálsamo para la tensión que se había creado en la habitación.
- Shanti, tal vez sería mejor que tú y yo esperáramos fuera. Podemos conocer el diagnóstico de Mosh Zu en cuanto lo haya hecho.
Shanti no dijo nada. Soltó a Lorcan, aunque Grace no estaba del todo segura de si lo había hecho voluntariamente. Tenía una expresión extrañamente beatífica cuando se dirigió a la puerta. La vieron salir al pasillo. Olivier la siguió.
- Gracias, capitán -dijo Mosh Zu-. Tú, claro está, puedes quedarte mientras hago el examen. Será un honor para mí.
- No te preocupes -dijo el capitán, negando con la cabeza-. Estoy seguro de que Grace va a ser una ayudante capaz. Os dejaré solos y esperaré tu diagnóstico con los demás.
Mosh Zu lo miró; luego, asintió con la cabeza mientras él salía de la habitación. La puerta se cerró. Grace notó un leve escalofrío. De pronto, se sentía increíblemente nerviosa. El momento que había estado esperando -el momento que todos habían estado esperando, por el que habían subido aquella escarpada montaña- estaba a punto de llegar. Pero ¿y si el examen de Mosh Zu sólo confirmaba sus peores temores? Quizá fuera mejor vivir en la ignorancia y con esperanza.
- Hagamos esto paso a paso -dijo Mosh Zu, sonriéndole tranquilizadoramente-. Veamos, Lorcan, ¿estás cómodo en la cama?
Lorcan asintió con la cabeza.
- Voy a sumirte en un sueño ligero -explicó Mosh Zu-. Nos ayudará a establecer una conexión más profunda. ¿Te parece bien?
- Haga lo que tenga que hacer -dijo Lorcan. Luego, sonrió-. Vaya, ¡un poco más y le llamo «doctor»!
Lorcan seguía sonriendo cuando la cabeza se le cayó súbitamente hacia delante. Grace vio que Mosh Zu le había puesto la mano en la nuca. Lo había hecho tan deprisa que ella ni siquiera lo había visto. Estaba asombrada, y fascinada, de la rapidez con que había dormido a Lorcan.
- ¿Puedes ayudarme, Grace? -le pidió.
- Sí -dijo ella, preguntándose qué podía hacer.
- ¿Puedes quitarle la venda?
¡Eso podía hacerlo, desde luego! Había estado cambiando los vendajes a Lorcan desde su regreso al Nocturno. Ahora, Mosh Zu le levantó suavemente la cabeza para que Grace pudiera desatar el nudo que ella misma había hecho antes. Con cuidado, fue retirando la venda. Cuando terminó, los dos miraron la herida.
- ¿Ya la habías visto? -preguntó Mosh Zu.
Ella asintió con la cabeza.
- ¿Ves algún indicio de mejoría?-preguntó Mosh Zu.
Grace miró la herida. Casi pudo persuadirse de que la cicatriz estaba menos amoratada, pero advirtió que aquello guardaba más relación con la poca luz de la habitación que con cualquier cambio real. Por mucho que deseara ver algún indicio de mejoría, la herida seguía teniendo el mismo aspecto de siempre.
- No -dijo, negando tristemente con la cabeza-. No, ojalá pudiera decir otra cosa, pero está igual.
- Y, por curiosidad, ¿qué le has estado poniendo?
- Solo una pizca de yogur -respondió ella-. No estaba segura de qué otra cosa hacer. Mi padre siempre utilizaba yogur cuando Connor y yo nos quemábamos con el sol. Recuerdo que surtía un efecto muy calmante en la piel. Tenían yogur en la cocina del Nocturno y se me ocurrió probarlo.
Mosh Zu sonrió.
- ¿He hecho alguna tontería? -preguntó Grace, súbitamente avergonzada.
Él negó con la cabeza.
- No me estoy riendo de ti, Grace. Sólo estaba pensando que, tal como me han dicho, el arte de sanar no te es ajeno.
- ¿El arte de sanar? ¿De veras?
Mosh Zu asintió con la cabeza. Grace se sintió complacida.
- No te desanimes por el hecho de que la herida no haya dado aún ningún indicio de mejoría. Será un proceso lento para Lorcan. La piel de los vampiros tarda mucho más en cicatrizar que la de los mortales. Lorcan no tiene en su organismo la misma cantidad ni complejidad de células que tú. La sangre que ingiere se necesita para funciones más básicas, para lo que podríamos llamar la fuerza vital. Lorcan necesita la sangre para favorecer la curación, pero no es fácil desviarla para curar una herida como esa. Tenemos que dirigirla hacia allí.
Grace asintió con la cabeza, pero entonces pensó en algo que la ensombreció.
- Pero él lleva tiempo sin tomar sangre -observó.
- Exactamente -dijo Mosh Zu-. Exactamente. Y esa es otra traba para su curación. Tenemos que animarlo a que vuelva a tomarla.
Grace asintió resueltamente con la cabeza. Estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para que Lorcan se repusiera por completo. Si Shanti debía quedarse sin una gota de sangre en ese cuerpecillo suyo, él iba a tener que hacerlo. Se estremeció al pensarlo.
- El yogur que has aplicado ha servido para aliviar el dolor -dijo Mosh Zu-. Pero voy a prescribirle un tratamiento un poco más fuerte. Voy a pedir a Olivier que elabore un ungüento de saúco. Quizá te interese ver cómo lo hace.
Grace asintió con la cabeza.
- ¡Sí, por favor! Entonces, ¿cree que Lorcan se puede curar?
Mosh Zu movió afirmativamente la cabeza.
- Esta herida no tiene ninguna complicación. Ninguna en absoluto. Es sólo cuestión de tiempo. Si conseguimos que vuelva a entrar algo de sangre en su organismo y aplicamos el ungüento con regularidad, verás cómo estas feas quemaduras desaparecen. Se quedará como nuevo.
- Y recuperará la vista. ¡Recuperará la vista!
Grace no cabía en sí de gozo. Decididamente, Mosh Zu estaba haciendo honor a su reputación. Ellos acababan de llegar a Santuario y él ya había empezado a curar a Lorcan. Mosh Zu le hizo una seña para que volviera a poner la venda a Lorcan. Como antes, le levantó la cabeza para facilitarle la tarea. Grace se apartó de la cama al terminar.
En ese momento, Mosh Zu volvió a hablar.
- No quiero preocuparte, Grace. Pero, aunque la herida superficial es bastante fácil de tratar, sospecho que hay complicaciones.
- ¿Complicaciones? ¿Qué clase de complicaciones?
- Voy a realizar un examen más profundo -dijo Mosh Zu. Puede resultarte angustioso. Tú decides si quieres quedarte o salir fuera con los demás.
- No -dijo Grace, sin flaquear-. Me quedaré. -Pasara lo que pasara, ella quería estar presente, por Lorcan.
- Muy bien -dijo Mosh Zu-. Pero quiero que estés preparada.
La estaba asustando. ¿Qué iba a hacer? Se le pasaron por la cabeza toda clase de ideas siniestras.
- Voy a ponerle la mano en el tórax -dijo Mosh Zu. La serenidad de su voz la ayudó a dominar sus miedos-. ¿Sabes lo que es el tórax? Es la parte del cuerpo que queda entre el cuello y el diafragma. Es una parte muy importante del cuerpo de un vampiro. -La miró-. ¿Lo has visto tomar sangre alguna vez?
Grace negó con la cabeza.
- No -dijo. Entonces, se acordó-. Una vez, los vi después, a él y a Shanti. Estaban dormidos.
- Pero nunca los has visto tomando sangre, ni a él ni a ningún otro vampiro.
Ella negó con la cabeza, enojada consigo misma por la repugnancia que sentía al imaginárselo.
- Bueno, cuando toman sangre -continuó Mosh Zu-, muerden al donante en el tórax.
Grace se quedó sorprendida.
- Siempre había creído que mordían a su víct… donante, quiero decir, en el cuello.
- ¡Por supuesto! -exclamó Mosh Zu, con la mirada risueña-. Todo el mundo cree eso. Incluso algunos vampiros. Lo han leído en libros, ¡así que tiene que ser cierto! Lo encuentran más excitante. Pero el mejor modo de establecer la conexión es a través del tórax del donante, justo por encima de su… bueno, estoy seguro de que eso puedes deducirlo tú sola.
- Sí -dijo Grace, excitada-. ¡Claro! Ahí es donde está el corazón del donante.
- Exactamente -constató Mosh Zu-. Pero ahora dejemos a los donantes y centrémonos en los vampiros. El tórax de los vampiros también es importante.
Grace se quedó desconcertada.
- Pero ellos, ustedes, quiero decir, ustedes no tienen corazón, ¿no?
- No como lo tenéis vosotros -respondió Mosh Zu-. La inmortalidad es un regalo, quizá el mayor regalo de todos. Pero tiene un precio. En el cuerpo de un vampiro, no hay una bomba viva, distribuyendo sangre por todo el organismo. Ese corazón muere cuando lo hace el cuerpo en su primera muerte. Pero, de todos modos, algo queda bajo el tórax. Podríamos describirlo como una fuente de emociones profundas. Supongo que incluso podríamos decir que es lo más parecido al alma que tenemos los vampiros.
Grace tenía los ojos abiertos como platos. Mosh Zu se encogió de hombros.
- Estos son términos emotivos. No nos ponemos de acuerdo en cómo llamarlo. Pero, como verás, es en ese punto del cuerpo de Lorcan donde residen sus emociones más hondas. -Fue a ponerle la palma de la mano en el pecho, pero se detuvo y dijo-: ¿Estás preparada?
Ella volvió a afirmar con la cabeza, notando que el corazón se le aceleraba.
Mosh Zu puso la palma de la mano en el lado izquierdo del pecho de Lorcan. Él no reaccionó de inmediato. Grace se preguntó si Mosh, Zu estaba sintiendo u oyendo algo que ella no percibía.
Pero, entonces, inesperadamente, Lorcan abrió la boca y emitió un grito grave y sonoro. Era un sonido horrible, uno de los sonidos más horribles que Grace había oído jamás. Parecía emanar de la parte más honda de su ser. Quiso taparse los oídos y cerrar los ojos. Pero, sin saber por qué, se contuvo de hacerlo. En lugar de ello, se concentró en Mosh Zu, quien no cambió de postura ni retiró la mano. Cuando el grito por fin cesó, él asintió.
- No pasa nada -le dijo-. Intenta no alarmarte. Hay más. Sí, ya vuelve…
Lorcan volvió a emitir otro grito, fuerte y largo. ¿Cómo podía no pasar nada? Grace observó a Mosh Zu mientras mantenía el contacto entre su mano y el pecho de Lorcan. No movía ni un solo músculo, como si estuviera atento para captar la menor señal.
- Muy bien -dijo por fin-. Esto es todo por ahora. -Retiró la mano.
Grace estaba profundamente estremecida.
- Sufre mucho, ¿verdad? -preguntó.
- Sí. -Mosh Zu asintió-. Es lo que había intuido. ¿Sabes?, la herida de los ojos solamente es una distracción. La auténtica herida es mucho más profunda. Es como una espina clavada muy adentro.
Grace sintió que todo su optimismo se esfumaba de golpe.
- ¿Puede…? -Apenas se atrevía a preguntárselo-. ¿Puede usted curarlo? ¿Puede quitarle la espina?
- Puedo intentarlo -respondió Mosh Zu-. Pero no será fácil. Es una operación delicada y no podemos hacerla a todo correr. No utilizaremos instrumentos quirúrgicos. Utilizaremos terapias naturales. Y agradecería tu ayuda.
Grace se quedó sorprendida, pero también complacida. La magnitud de la labor que tenían por delante le imponía un poco, pero ella iba a hacer lo que hiciera falta para conseguir que Lorcan mejorara.
- Hemos dado el primer paso -dijo Mosh Zu, más animado-. Ese grito ha sido el principio. Sé cómo debe de haberte sonado, pero, de hecho, dándolo, Lorcan se ha despojado de parte de ese dolor tan profundo.
Grace frunció el entrecejo.
- Te cuesta creerlo, ¿verdad? Pero observa. Ahora voy a despertarlo y verás que está más tranquilo. -Dicho aquello, tocó a Lorcan en la cabeza y él se despertó.
- ¿Cómo estás? -le preguntó Mosh Zu.
Lorcan sonrió.
- Me encuentro un poco mejor-dijo, como si los hubiera oído.
Grace no podía dar crédito a sus oídos. Mosh Zu la miró y asintió con la cabeza.
- Estoy muy cansado, de golpe -añadió Lorcan.
- Sí, claro -dijo Mosh Zu-. Necesitas descansar. También nosotros. Ahora vamos a dejarte, pero pediré a Olivier que, de vez en cuando, pase a ver cómo estás. Y hay una campanilla junto a tu cama. Si necesitas algo, solo tienes que tocarla.
Lorcan asintió. En ese momento, Grace contuvo un bostezo. No había podido evitarlo. De pronto, también ella se notaba tremendamente cansada.
Mosh sonrió.
- ¿Has oído eso, Lorcan Furey? La enfermera Tempest se ha cansado de atenderte.
- Es muy buena conmigo -dijo Lorcan.
- Sí.-Mosh Zu movió afirmativamente la cabeza-. Hay mucha bondad en Grace. Y ahora debo encontrar habitaciones para ella y sus cansados compañeros de viaje, ¿no crees?
- Sí -respondió Lorcan-. Creo que será lo mejor.
- Que duermas bien, amigo mío -dijo Mosh Zu-. Bienvenido a Santuario. Espero que halles la paz entre estas paredes.
Grace cogió la mano de Lorcan y le dio un apretón.
- Que duermas bien -dijo-. Y que sueñes con los angelitos.
Pero, cuando se dio la vuelta y salió de la habitación detrás de Mosh Zu, pensó que a Lorcan no iba a bastarle con soñar con los angelitos.


9
Una alianza inverosímil
Cuando Grace y Mosh Zu salieron al pasillo, Shanti corrió hacia ellos. Evidentemente, los gritos de Lorcan habían roto cualquier hechizo sedante bajo el cual pudiera haber estado.
- ¿Qué está pasando? -gritó-. ¿Por qué chillaba?
- No te preocupes -dijo Mosh Zu-. Sé que parecía angustiante…
- ¿Parecía angustiante? ¡Ha sido angustiante! ¡Ha sido como oír a alguien muriéndose!
- No ha muerto nadie -dijo Mosh Zu-. Eso te lo puedo asegurar.
- Mosh Zu ha comenzando a curarlo -añadió Grace.
- ¿Y tú qué sabes? -espetó Shanti-. Además, no estaba hablando contigo.
- No hay motivo para que hables a Grace en ese tono -dijo Mosh Zu-. Sé que estás cansada, disgustada y preocupada por Lorcan. Pero debes intentar contener esta considerable furia que sientes. Duerme un poco y, si tienes más preguntas, cuando volvamos a reunimos más adelante, estaré encantado de responderlas.
Shanti abrió la boca para hablar, pero Mosh Zu ya se estaba dirigiendo al capitán.
- Capitán, ¿vienes conmigo? Tenemos mucho que contarnos -dijo.
El capitán asintió. A continuación, Mosh Zu se dirigió a Olivier.
- ¿Serías tan amable de acompañar a Shanti y a Grace a sus habitaciones?
- Sí, por supuesto -dijo Olivier. Les hizo una seña para que lo siguieran por el pasillo.
- Que durmáis bien -dijo Mosh Zu-. Y Grace, gracias por ayudarme con Lorcan. Por favor, intenta no preocuparte mucho. Su curación ha comenzado.
Grace hizo un gesto afirmativo con la cabeza, y se despidió de Mosh Zu y el capitán. Imaginaba que tenían mucho de que hablar. Los vio alejarse por el pasillo, asombrándose de los muchos misterios que sólo ellos dos conocían.
- Andando, pues -dijo Olivier-. Primero iremos al bloque de los donantes.-Grace leyó entre líneas. ¡Cuanto antes se librara de la pesada de Shanti, mejor!
Dejaron el pasillo principal y comenzaron de nuevo a subir, aunque a Grace no le pareció el mismo camino de antes.
- Las habitaciones de los donantes están ubicadas en la parte más alta del recinto -explicó Olivier a Shanti-. Eso te permitirá acceder al patio y al resto de jardines cuando te apetezca. Y descubrirás que aquí la comida abunda. El desayuno se servirá en breve.
- ¿Desayuno? -exclamó Shanti-. ¡Yo no necesito desayunar! Necesito una cama.
- Por supuesto -dijo Olivier, ligeramente divertido-. Pero, mientras estés aquí, te ceñirás al horario de los donantes. Así es más sencillo.
Mientras hablaban, entraron en un pasillo, por el cual ya había gente pululando.
- Buenos días, Olivier -dijo un hombre al pasar.
- ¿Qué es esto? -dijo una mujer más malcarada-. ¿Novatos? -Miró a Shanti de arriba abajo-. ¿No es un poco mayor para estar empezando?
Shanti le devolvió la mirada.
- ¿A quién estás llamando novata? -dijo-. Hace bastante tiempo que viajo en el Nocturno.
- ¡Y qué más! -espetó la mujer-. No tendrías esa pinta si así fuera. ¿Es que no te acuerdas de las clases? En cuanto comienzas a donar sangre, te vuelves inmortal. Eternamente joven; te conservas. Mírate. ¡Sería como conservar una ciruela pasa!
- ¡Basta! -dijo Olivier.
Grace vio que Shanti, pese a su actitud insolente, estaba disgustada. Cada nueva arruga, y le habían salido unas cuantas en los últimos días, era como una puñalada en el corazón. Absorta en sus reflexiones, reparó, de pronto, en que, ahora, la aprendiza de donante la estaba escrutando a ella.
- Esto está mejor. Por tu aspecto, parece que tu sangre es fresca y buena -anunció. Alargó la mano y le pellizcó la cara.
- ¡Ay! -Fue como si un pájaro le hubiera dado un picotazo en la mejilla.
- Oh, sí -dijo la mujer-, retirando los dedos-. Serás una donante estupenda.
Grace negó con la cabeza.
- Yo no soy donante -dijo.
- No querida. Claro que no.
Olivier le puso firmemente una mano en el hombro.
- Grace está diciendo la verdad. Ella no es donante, sino sólo una invitada. Shanti, en cambio, sí lo es y, efectivamente, ha estado viajando en el Nocturno. Y ahora que hemos aclarado las cosas, ¿serías tan amable de dejarnos para que yo pueda llevar a estas fatigadas viajeras a sus habitaciones?
Pese a su educación, su tono fue acerado. La mujer supo que no tenía nada que hacer.
- Bien sur, monsieur Olivier -dijo, haciéndole una reverencia-. Tout a l'heure, señoritas! Hasta pronto.
Cuando la mujer se alejó sin prisas por el pasillo, Olivier abrió una puerta.
- Es aquí, Shanti. Esta será tu habitación.
Era, como Mosh Zu había prometido, muy parecida a la de Lorcan.
- Nos vamos -dijo Olivier, volviendo a salir al pasillo.
- ¡Espera! -dijo Shanti-. ¿Cuándo volveré a veros? ¿Dónde está la habitación de Grace?
- Tú eres donante -respondió Olivier-. Esta es tu zona. Te avisarán a la hora de las comidas. Habla con los aprendices de donante, conócelos. ¡No todos son como esa!
«¡Como esa!» Pese a lo odiosa que había sido la mujer, ¿no podía Olivier tener la consideración de llamarla por su nombre? Grace volvió a sentirse enfadada con él.
Olivier no parecía haberse dado ninguna cuenta.
- Anda -dijo-. Te llevaré a tu habitación.
Antes de ponerse en camino, oyeron un débil gemido en la habitación contigua.
- ¿Qué es eso? -preguntó Shanti.
Olivier se encogió de hombros.
- A algunos les cuesta habituarse a la idea de donar sangre. Tú ya sabes lo que es. Podrás ayudarles, creo.
- ¡No! -gritó Shanti, más pálida que nunca-. Por favor, Grace, no me dejes aquí. Déjame ir contigo.
- Imposible -decretó Olivier.
- No -dijo Grace, tomando una decisión-. Shanti, coge tus cosas y ven con nosotros. Puedes dormir conmigo.
Olivier negó con la cabeza.
- Yo creo que no.
Pero Grace se mantuvo firme.
- ¿Qué es lo que somos, invitados o prisioneros? -preguntó-. Shanti es mi… mi amiga, y yo la estoy invitando a dormir en mi habitación. ¡Si no te parece bien, te sugiero que hagas venir a Mosh Zu ahora mismo!
Shanti estaba tan agradecida que parecía al borde de las lágrimas. Olivier sonrió con sorna.
- Si esta es tu amiga -observó-, yo no querría ser tu enemigo.
- No -dijo Grace, con dureza-. No, no creo que quisieras serlo. Ahora, por favor, llévanos a nuestra habitación.
Olivier suspiró y comenzó a volver sobre sus pasos.
- Esto no va a funcionar -dijo-. Ella estará despierta durante el día, pero tú seguirás el horario de los vampiros, durmiendo de día y levantándote cuando anochezca. ¡No va a funcionar!
- Nos apañaremos -afirmó Grace.
- Gracias, Grace -dijo Shanti, cogiéndola por el brazo.
Aquello sí que era una alianza inverosímil, pensó Grace.
Le pareció que regresaban por el camino largo, volviendo a pasar por los pasillos de los Despojos y las Cintas antes de llegar a otra hilera de puertas.
- Es aquí -dijo Olivier, sin su forzada cortesía habitual. Abrió una puerta.
La habitación era tan austera como las demás, con una cama individual en el centro.
- ¿No tenéis ninguna con dos camas? -preguntó Shanti.
- Esto no es un motel -espetó Olivier-. Ya os he dicho que esto no funcionaría…
- Haremos que funcione -dijo Grace, en voz baja-. Gracias, Olivier, por tu interés.
- De nada, señorita Tempest -respondió él-. Y ahora me despido. Disfruta de tu habitación… ¡y de la compañía!
La puerta se cerró. Por fin estaban solas.
- Oh, Grace -dijo Shanti-. ¡No sabes cuánto te lo agradezco! No podía dormir en el otro bloque. No podía… ¡Gracias! ¡Gracias!
- No hay problema -dijo Grace, notándose cansada. La cabeza le estaba empezando a doler tanto como el cuerpo. Tenía que dormir.
- Perfecto -dijo alegremente Shanti-. ¡Supongo que ahora sólo nos queda decidir quién duerme en la cama esta noche!
- No te preocupes -se apresuró a decir Grace, previendo el cariz que iba a tomar aquello-. Estoy tan cansada que puedo dormirme en cualquier parte.
- Bien -dijo Shanti, acostándose en la estrecha cama-. Si estás segura, Grace…
- Sí, lo estoy. -Grace se quitó las botas y el abrigo-. ¿Podrías prestarme una de las almohadas? -preguntó.
Shanti frunció el entrecejo.
- Suelo dormir con dos -dijo, vacilando-. Podrías doblar el abrigo…
Grace le echó una mirada.
- No, no, claro, aquí tienes.-Le pasó una almohada.
- Gracias -dijo ella.
- Ah, y he cogido una cosa para ti, en señal de agradecimiento -dijo Shanti.
Grace se quedó desconcertada. ¿Cómo había podido coger nada en el tiempo que habían tardado en ir del bloque de los donantes hasta allí?
Shanti metió la mano en su abrigo y sacó dos cintas.
- Una para mí y otra para ti -dijo, alzándolas para verlas mejor, intentando a todas luces decidir cuál era más bonita.
Grace notó que le latían las sienes.
- ¿De dónde las has sacado? -preguntó.
- ¿De dónde crees tú? -dijo Shanti-. ¡Del Pasillo de las Cintas! No es que allí le estén haciendo ningún bien a nadie, meciéndose al viento. Pero me ha parecido que serían ideales para…
Habiéndose decidido, se recogió el pelo en una coleta y se la ató con la cinta, terminando con una bonita lazada.
- ¡Ya está! -dijo-. ¡Perfecto!
Grace negó con la cabeza.
- Creo que no deberías haberlas cogido -dijo.
Shanti la miró con recelo.
- Son cintas, Grace. Confía en mí. En otra época, yo birlé mucho más que cintas. ¿A que no me has visto cogerlas? -Parecía bastante orgullosa.
- No, no te he visto -respondió Grace.
- Bueno -dijo Shanti, ofreciéndole la otra cinta en la palma de la mano-. ¿No vas a coger la tuya? Espero que no te ofendas, pero llevas el pelo bastante mal.
Grace miró la cinta. Le daba mala espina. Vaya tontería. No era más que una cinta. Pero se acordó de cuan reacio se había mostrado Olivier a hablarle de las cintas, prefiriendo que fuera Mosh Zu quien lo hiciera. Era evidente que tenían un significado, pero lo único que Shanti veía eran telas bonitas, como una urraca. Aun así, la donante no iba a dejarla tranquila hasta que ella aceptara el regalo.
- Gracias -dijo, cogiendo la cinta. Ahora, la cabeza le dolía muchísimo. Tenía que dormir-. La dejaré aquí, bajo la almohada -añadió.
- Como quieras -dijo Shanti, ahuecando su almohada.
Grace se acostó en el suelo y apoyó la cabeza en la almohada. Así que aquello era Santuario, el lugar por el que habían ido tan lejos. No era como imaginaba. En absoluto. Pero quizá mañana fuera distinto. Eso esperaba. Con toda su alma.


10
El tercer bucanero
- No lo mires -dijo Connor, cogiendo a Bart por el hombro-. No lo mires ni hables con él. No es… -Ni pronunciar su nombre quería-. No es él. -Recordó lo que le había dicho el capitán vampirata-. Solamente es una reminiscencia de lo que fue…
Por muy firmes que fueran sus palabras y su tono de voz, Connor no pudo disimular el tormento que sentía por dentro. Percibió la misma lucha interna en Bart, mientras lo tenía cogido por el hombro. Sintió alivio cuando, después de lo que parecieron minutos de suspenso, Bart se apartó de él.
- Es inútil -dijo, mirándolo-. Significó demasiado para mí mientras vivió para que ahora le dé la espalda. -Dándose la vuelta, dio dos pasos y se quedó parado delante de Jez.
- ¿Eres tú? -preguntó-. ¿Es eso posible? -Alargó la mano, pero se detuvo a medio camino, como si aún no estuviera preparado para despejar esa incógnita-. Te sostuve en mis brazos mientras morías. Vi cómo se te iba la vida. Cargué con tu ataúd y lo arrojé al mar. Después de todas esas cosas, ¿cómo es posible que seas tú? -Tenía lágrimas en la cara.
Sin moverse, Jez dijo, en voz muy baja:
- Soy yo… o lo poco que queda de mí.
Bart movió la cabeza con gesto incrédulo.
- Te pareces tanto a él… -Entonces, miró la luna-. Esto es muy duro -dijo. Connor no estaba seguro de a quién de los dos se estaba dirigiendo.
- ¿No vas a darme la mano, amigo mío? -preguntó Jez.
- ¡No lo hagas! -suplicó Connor a Bart-. Apártate de él. Nos está engañando. Es peligroso. -Ya no estaba seguro de sus propios sentimientos; dijo las palabras por deber más que de corazón.
Vio que Bart tendía la mano a Jez. Cuando sus manos se tocaron, Bart sollozó.
- Eres tú -dijo, llorando-. No sé cómo es posible, pero eres tú. -Retiró la mano y se enjugó las lágrimas con el antebrazo-. Casi esperaba que mi mano atravesara la tuya -dijo, volviendo a bajar el brazo-, como si sólo fueras un fantasma.
Jez negó con la cabeza.
- Que puedas verme y tocarme no significa que sea más material que un fantasma. -Miró detrás de Bart, directamente a Connor-. Por favor, Connor -dijo-. ¿No vas a darme la mano también tú? Significaría mucho para mí.
Connor se dio cuenta de que estaba temblado.
- ¿Cómo voy a darte la mano -dijo-, cuando la última vez que nos vimos intenté matarte?
Las lágrimas le empañaron la vista. A través de ellas, volvió a revivir aquella noche funesta. Vio la antorcha encendida en su mano y a Jez, en la cubierta arrasada por las llamas, suplicando clemencia.
- Todo eso está olvidado -dijo Jez-. Bueno, no, no deberíamos olvidar. Pero tenías un buen motivo para destruirme. He hecho cosas… cosas terribles. Últimamente, a menudo me han entrado ganas de destruirme.-Bajó la cabeza.
Connor no pudo contenerse más. Dio un paso, alargó la mano y tocó a Jez. Él tenía la mano congelada. Por primera vez, se permitió mirarlo directamente a la cara. La tenía pálida y demacrada. En vida, Jez siempre había tenido buen color. Tras su muerte, o fuera lo que fuera aquel limbo, su piel había adquirido una tonalidad nívea, matizada de azul por la luz lunar.
De pronto, tuvo un escalofrío. Estaba tocando la carne de un hombre muerto. Su antiguo amigo era ahora un vampiro. Grace parecía no tener problemas para relacionarse con los vampiros, pero, para él, aquel era territorio desconocido. Tenía tantas preguntas.
- Sé que esto es un golpe para los dos -dijo Jez-. Más que un golpe. Si supierais cuántas veces he estado a punto de acercarme a vosotros, pero me entraba miedo. Después de todo lo que hemos pasado juntos, no podía soportar la idea de que me rechazarais…
- No te estamos rechazando, socio -dijo Bart.
- No -repitió Connor-. Pero ¿qué podemos hacer por ti? ¿Qué quieres de nosotros?
- Sobre todo, quería volver a veros -respondió Jez-. He estado tan solo…
- ¿Y Sidorio? -Connor no pudo evitar preguntárselo.
- Sidorio ya no existe -dijo fríamente Jez-. Tú lo mataste. Tú los destruiste a todos salvo a mí.
Connor se quedó sorprendido. ¿Cómo había sobrevivido Jez al fuego? ¿Cómo había podido sobrevivir cuando el gran Sidorio había perecido?
Pensó en las bravatas de Sidorio…
«El fuego sólo me hace más fuerte.»
Pero no había sido así.
«La muerte no se me puede llevar. La muerte no puede llevarse a los muertos.»
Pero la muerte se había llevado a Sidorio y había dejado a Jez. Connor no sabía qué pensar. ¿Podía haber sobrevivido Jez porque aún no era como el resto? Tal vez no fuera aún una «reminiscencia» de lo que fue, como había dicho el capitán vampirata. Quizá le quedaran todavía vestigios de humanidad. Aun así, había tomado parte en el brutal asesinato de Porfirio Wrathe y su tripulación. En sus propias palabras, había hecho «cosas terribles». Y, mirándolo ahora, Connor se recordó que apenas sabían nada de sus actividades.
- ¿Qué quieres de nosotros? -preguntó.
- Ya te lo he dicho -respondió él-. Necesito compañía.
- No. Hay algo más. Quieres algo de nosotros.
Jez sonrió.
- Me acuerdo de cuándo llegaste al Diablo -dijo-.Y nosotros te enseñamos a usar la espada. Tú me cubrías en los abordajes. Eso fue hace unos meses, pero a mí me parecen años. Y ahora estás cambiado. Estás más alto. Casi no te reconozco.
Connor frunció el entrecejo.
- Todos hemos cambiado -dijo-.Algunos más que otros.
- Bueno, tienes razón -dijo Jez-. No he vuelto únicamente para estar con vosotros. He venido a pediros un favor. Y es grande.
- ¿Cuál es? -preguntó Connor.
- Pídenos lo que sea -dijo Bart.
- Es muy sencillo -respondió Jez-. Quiero que me ayudéis a encontrar el camino de regreso. -Se quedó callado-. Y, si no puedo, entonces quiero que me matéis. De una vez por todas.


11
Nieve
Grace estaba teniendo dificultades para conciliar el sueño. La ardua caminata hasta Santuario la había dejado exhausta. Pese a ello, no parecía capaz de serenar sus pensamientos. Estaba demasiado excitada de encontrarse allí, de que Lorcan hubiera empezado a curarse y, también, de poder seguir viendo a Mosh Zu en acción.
Al menos, pensó, había adaptado sus biorritmos a los horarios de los vampiros: dormir durante el día y levantarse cuando anochecía. Aunque añoraba la luz, no parecía haber otra opción si quería llegar a conocerlos en profundidad. Recordó sus primeros días y noches a bordo del Nocturno, cuando, encerrada en su camarote, había perdido la noción del tiempo. Era bueno ceñirse a un ritmo, aunque no fuera el ritmo de un mortal corriente.
Junto a ella, Shanti gruñía y daba vueltas en su cama. En la de Grace, de hecho. ¡Habiéndose quedado con la única cama, lo lógico sería que tuviera la decencia de dormir sin hacer ruido! Pero no paraba de dar vueltas y suspirar… era como si estuviera teniendo una pesadilla. Grace se planteó despertarla, pero, pensándolo mejor, decidió que la Shanti dormida, por muy alterada que estuviera, era ligeramente preferible a la despierta.
Volvió a apoyar la cabeza en la almohada. Necesitaba más altura bajo el cuello, por lo que levantó la almohada y puso su mochila debajo. Al hacerlo, vio la cinta que Shanti le había dado en el suelo. La cogió y volvió a apoyar la cabeza en la almohada. Estaba mucho más cómoda ahora que había puesto la mochila debajo. Se movió para acomodarse lo mejor posible en la fina manta sobre la que estaba echada. Se guardó la cinta en la mano, dejando que se le escurriera entre los dedos como una serpiente. En ese momento, notó que los párpados le pesaban. Agradecida, cerró los ojos y sintió que por fin empezaba a dormirse.
Pronto estuvo inmersa en un sueño. Aunque parecía real, supo desde el primer momento que se trataba de un sueño. Se encontraba echada boca arriba, contemplando el cielo nocturno. Estaba despejado y cuajado de estrellas, como un rollo de tela extendido hasta donde le alcanzaba la vista.
Algo se le estaba clavando en el cuello. Alzó la cabeza y, volviéndola, vio que su almohada era una silla de montar. Sorprendida, se frotó el cuello y volvió a apoyar la cabeza. Cerca, oyó un relincho. Volvió otra vez la cabeza y vio un caballo a poca distancia de ella, atado a un árbol por las riendas.
Viendo que el caballo estaba bien, sonrió y volvió a acomodar la cabeza en la silla. Se quedó tumbada, contemplando las estrellas, sintiéndose en perfecta armonía con el mundo.
Mientras yacía tumbada, notó un cosquilleo en la nariz. Lo primero que se le ocurrió era que su caballo la estaba acariciando con el hocico.
- ¡Para, Whisky! -dijo riéndose, sabiendo de algún modo el nombre del caballo. Pero el cosquilleo continuó, tornándose más húmedo-. ¡Whisky! -exclamó, abriendo los ojos. Pero el caballo estaba a cierta distancia, justo donde antes lo había visto. Se dio cuenta de que eran copos de nieve lo que le hacía cosquillas en la nariz. Estaba nevando mucho, con gordos copos que caían majestuosamente. El suelo ya tenía un grueso manto blanco. Extrañamente, no sintió frío mientras yacía allí tendida. Estaba demasiado absorta en los copos que caían, flotando como flores sobre ella, hasta estar completamente cubierta de un grueso manto blanco.
Luego, sin saber cómo, se hallaba a lomos de un caballo -de Whisky-, cabalgando por la nieve. No estaba sola. Mirando hacia delante, vio las conocidas siluetas de su hermano y su padre, encabezando la comitiva. Entre ellos, había otros hombres a caballo y un rebaño de vacas. Grace se sentía parte de aquello, tan acogida como antes se había sentido tumbada en la nieve. Su familia estaba allí. Whisky estaba allí. Aquel era su hogar, a lomos de aquel caballo.
- Quédate aquí, Johnny -le dijo su padre en español-. Nosotros vamos a adelantarnos.
Y, de algún modo, no le extrañó que la llamaran Johnny. Se dio cuenta de que era un muchacho. Se miró las manos que asían las riendas. En efecto, eran manos de muchacho, jóvenes, pero ya encallecidas debido al tiempo que llevaban manejando riendas. Bueno, aquello era un sueño. En los sueños, podía suceder cualquier cosa. En los sueños, ella entendía español. Hasta lo hablaba.
- ¡Sí, padre! -dijo, afianzándose en la silla mientras Whisky se abría camino por la nieve.
El terreno se estaba volviendo muy pendiente y la nieve arreciaba, arremolinándose a su alrededor. Ella sólo alcanzaba a ver a los hombres que cabalgaban a su lado.
- Así se monta, Johnny -dijo una voz junto a ella, animándola.
- Es igualito a su padre -dijo roncamente otra.
Entonces, todo cambió. Era como si la tierra se estuviera moviendo bajo los cascos de Whisky. Oyó gritos, por encima de ella y a todo su alrededor. Gritos humanos y los mugidos más desbocados del ganado. Tuvo la sensación de encontrarse en medio de una estampida.
- ¡Sujétate fuerte, Johnny! ¡Aguanta! ¡Sujétate bien!
Se estaba esforzando, pero le costaba muchísimo. Ahora, la nieve la estaba cegando. Separándola de los demás. Asió las riendas de Whisky con todas sus fuerzas, pero el caballo se puso a corcovear, intentando arrojarla al suelo. Sujetándose fuerte, advirtió, sorprendida, que ya no cabalgaba por la nieve. Estaba bajo el caluroso sol de mediodía, con la frente empapada de sudor, montando un caballo, que no era Whisky, en un corral. El polvo rojo del suelo contrastaba con el cielo más azul que había visto en su vida.
- ¡Fijaos en Johnny! -gritó un hombre desde el otro lado de la cerca. Llevaba un sombrero vaquero, como ella, advirtió.
- Si Johnny no puede domarlo, nadie podrá -dijo otro hombre al primero. Juntos, la vieron montar el potro salvaje. Ella se miró las manos con que asía las riendas. Ahora, ya no eran las manos de un muchacho, sino las de un hombre joven.
Hubo ovaciones. Quienes más gritaron fueron dos hombres que estaban justo al otro lado de la cerca. Pero, al alzar la vista, ella vio que ya no estaba en el tranquilo corral. Ahora se encontraba en un ruedo, rodeada de público, oyendo sus ovaciones. Mientras se aferraba al potro salvaje, vislumbró unas letras en un pedazo de tela que ondeaba al viento. «XVII Rodeo Anual, Condado…»
Las ovaciones eran tan ensordecedoras que ahora supo que debía de haber ganado. Pero, sin saber por qué, aquello no la alegraba. Era como si le faltara algo. El bienestar que había sentido antes -tendida bajo las estrellas y, más adelante, cabalgando por la nieve-, ya no estaba y, por algún motivo, ella sabía que no iba a volver. «No es más que un sueño -se dijo-. Sólo eso.» Podía abrir los ojos en cualquier momento, pero no lo hizo. Asió bien las riendas y dejó que el sueño la llevara de un rodeo al siguiente.
Todo comenzó a acelerarse. Ella cabalgaba, sin cesar. Pero, ahora, lo estaba haciendo por el campo. Con nieve y sol, viento y lluvia. A veces sola. A veces, con una o más personas a su lado. A veces, con reses entre ella y el próximo hombre. Seguía cabalgando. Se estaba cansando. Pronto, tendría que apearse del caballo y sumirse en un largo sueño reparador.
Volvió a caer nieve. Copiosa y hermosa como antes. Pero, esta vez, la nieve la hizo sentirse triste y sola, insoportablemente sola. Todo a su alrededor estaba blanco, salvo las grises siluetas de los árboles sin hojas. Siguió cabalgando, apesadumbrada, rodeada de reses azotadas por la ventisca. Bajo el cielo oscuro, las calvezas de ganado parecían grises. Ahora, todo estaba gris. Qué extraño que una nieve tan pura pudiera tornarse tan fea con tanta rapidez. A lo lejos, oyó hombres hablando. No distinguió las palabras, pero había algo en sus voces que le produjo escalofríos.
- ¡Eso es, Johnny! -oyó que le gritaban-. ¡Lo estás haciendo estupendamente! Como siempre.
Pero, aunque eran palabras de ánimo, ella no sintió nada salvo frío. Tenía la sensación de que todo iba a terminarse.
De pronto, ya no iba a lomos del caballo. Estaba de nuevo en el suelo. De nuevo en la nieve, pero esta vez no se sentía a gusto en ella. Ni tan siquiera la notaba fresca. Era como si le quemara. Por encima de ella, se desplegaba el cielo nocturno. Pese a la nevada, estaba tan cuajado de estrellas como la primera vez, que ahora le parecía alejadísima en el tiempo. Notó que se estaba desplazando rápidamente por el suelo, arrastrada por una cuerda. Sentía muchísimo dolor. Rezó para que aquello cesara. Y, de pronto, lo hizo. El movimiento cesó y ella volvió a quedarse inmóvil, viendo cómo caían los gruesos copos de nieve. Por un instante, todo fue hermoso y sereno.
Entonces, dos pares de manos la levantaron y la empujaron con brusquedad. Estaban gritando cosas, pero había otras voces gritando en contra de las primeras y las palabras eran indistinguibles, como un ruido de fondo.
- ¡Ahorcadlo! ¡Con los otros!
Notó que le colocaban algo alrededor del cuello. Era como si hubiera dejado de ser jinete para convertirse en caballo. Pero aquellas riendas apretaban mucho. Demasiado. Le constreñían la garganta. Abrió la boca para gritar. Entonces, por fin, abrió los ojos.
- ¡Shanti!
Vio la cara de Shanti sobre ella, con los ojos desorbitados, mirándola con puro odio. Al bajar la vista, se dio cuenta de que la tenía agarrada por el cuello. ¡La estaba estrangulando!
- ¿Qué… estás… ha… cien… do?-consiguió articular antes de que Shanti la dejara por completo sin habla.
Muerta de miedo, la miró a los ojos. Estaban completamente vacíos.
- No te resistas -dijo Shanti, con una voz tan fría como el metal-. Es inútil que intentes resistirte. Soy más fuerte que tú. Es mucho más fácil si te das por vencida.


12
Siete palabras
- Deprisa -susurró Bart a Jez cuando Molucco salió a cubierta-. Salta al esquife. -Para estar muerto, Jez fue rapidísimo.
- ¡Connor! -gritó el capitán Wrathe, acercándose a buen paso. Llevaba un historiado batín, con cordones metálicos y abalorios que brillaban a la luz de la luna. Tenía el pelo incluso más despeinado que de costumbre, tan de punta en algunas partes como los mástiles del barco. Connor vio que lo llevaba retirado de la cara por lo que parecía un pañuelo. Luego, se dio cuenta de que era un antifaz. Aquella, supuso, debía de ser la ropa que Molucco se ponía para dormir. No era menos extravagante que sus galas habituales.
- ¡Capitán Wrathe! -dijo Connor-. Creíamos que se había retirado a dormir a su camarote.
- Así es, hijo -dijo Molucco, recorriendo la cubierta con la mirada. Connor no se atrevió a volverse, pero rezó para que Jez estuviera bien escondido. El capitán negó con la cabeza-. No puedo dormirme. Tengo demasiadas cosas en esta vieja cabeza mía.
- ¿Quiere hablar de ello? -preguntó Connor, habiéndole señas para alejarlo del esquife y dirigirlo al otro extremo de la cubierta. El capitán Wrathe asintió y comenzó a andar junto a él. Connor miró brevemente atrás y vio a Bart con el pulgar alzado, indicándole que todo iba bien. ¡Buf! El peligro había pasado.
- Me he quedado pasmado de ver a mi hermano y su familia esta noche -dijo Molucco.
- Estoy seguro. -Connor asintió.
- ¡Pasmado! ¿Sabes que Barbarro y yo llevábamos bastante tiempo sin dirigirnos la palabra?
- Sí -respondió Connor-. Lo he oído. -¿Estaba Molucco a punto de contarle el motivo de su disputa fraterna?
- La muerte lo cambia todo, ¿sabes? -dijo el capitán, mirándolo con los ojos muy abiertos-. Tú acabas de salir del huevo -añadió-. Pero ya te llegará, hijo. La muerte lo cambia todo.
Connor no dijo nada, pero, en su fuero interno, pensó que la muerte ya lo había cambiado todo para él y su hermana. Jamás se habrían hecho a la mar si su padre no hubiera fallecido. Ahora, él y el capitán habían llegado al punto medio del barco. Él se puso a mirar la oscura superficie del mar, pensando en su familia ausente: su difunto padre y su querida hermana, dondequiera que estuviera ahora.
Unos pasos en cubierta lo arrancaron de sus pensamientos.
- Ah, hola, Bartholomew -bramó Molucco-. ¿Cómo va la guardia?
- Muy tranquila -respondió Bart, afirmando con la cabeza para recalcar sus palabras-. Tranquilísima, ¿eh, Connor?
Connor movió afirmativamente la cabeza.
- Bien, pues. -Molucco sonrió-. Tomemos un trago de ron, ¿os parece? -Señaló el esquife más próximo-. ¿De vuestra reserva privada?
Bart puso cara de culpa, pero Molucco se rió.
- Es un truco tan viejo como la piratería -dijo-, esconder una botella en un esquife. Para ahuyentar el frío y tener un poco de fuego en las tripas durante las largas horas de guardia nocturna. Venga, Bartholomew, deja de ruborizarte y sírvenos un trago.
Bart levantó la lona alquitranada y se encaramó al esquife. Pasó a Connor la botella y tres jarras esmaltadas. Sonriendo, Molucco cogió la botella, vertió una buena cantidad en una de las jarras y se la pasó a Bart. Luego, vertió dosis similares en las otras dos mientras Connor las sostenía.
- Venga -dijo-. Vamos a sentarnos en la cubierta de popa.
Se dirigieron al final de la popa y se sentaron bajo el toldo que había detrás del timón. Por encima de este, un farol encendido vertía una suave luz en la zona circundante. Sentado con las piernas cruzadas junto a Bart y el capitán Wrathe, Connor pensó que, en aquel momento, no había ninguna jerarquía entre ellos. Eran simplemente tres piratas dándose un respiro mientras su barco flotaba en aguas tranquilas.
- Un brindis -dijo Molucco, alzando su jarra. Connor y Bart levantaron las suyas mientras él declaraba-: ¡Por una vida corta pero también alegre!
- Por una vida corta pero también alegre -repitieron Connor y Bart. Los tres hombres entrechocaron sus jarras. Molucco ya había hecho aquel brindis, recordó Connor. Resumía, en solo siete palabras, su concepto de cómo debía ser la vida de un pirata.
Connor hizo una mueca nada más mojarse los labios. Aún no se había habituado al sabor del ron. Esperó que Bart y Molucco no se dieran cuenta si él no tomaba mucho más.
- ¿Se ha alegrado de volver a ver a su hermano esta noche? -preguntó Bart al capitán Wrathe.
Molucco asintió con la cabeza.
- Oh, sí -respondió-. Me he alegrado mucho. Muchísimo. Llevábamos demasiado tiempo enemistados. -Sonrió, pero la sonrisa se le borró enseguida. Antes de continuar, tomó otro sorbo de ron-. Pero me entristece, me entristece mucho que los tres hermanos Wrathe no volvamos a estar juntos nunca más; al menos, no hasta que nosotros dos nos unamos al pobre Porfirio en el cajón de Davy Jones.
Aquella, Connor lo sabía, era la jerga pirata para referirse al fondo del mar. Imaginó a los tres hermanos Wrathe reposando allí, en una tumba señalada por corales y algas, visitada únicamente por erizos y estrellas de mar. Era un pensamiento demasiado lúgubre para detenerse mucho en él.
- Ojalá -dijo Molucco- pudiera aceptar Barbarro que Porfirio se ha ido y dejar las cosas como están.
- ¿No puede? -preguntó Bart.
Molucco negó con la cabeza.
- No. No, mi hermano está obsesionado con vengarse. Y Trofie también. Lo entiendo. Claro que lo entiendo. Yo tenía esa misma sed. Pero se lo he dicho. Ya nos hemos vengado. Jamás olvidaré la noche en que perseguimos el barco de los asesinos de Porfirio… y lo destruimos.
Connor tampoco la olvidaría jamás. Suponía que ninguno de los piratas que se habían hecho a la mar aquella noche podría hacerlo jamás.
- Se lo he contado -prosiguió Molucco-. Les he contado cómo tú, señor Tempest, ideaste la brillante estratagema de combatir a los enemigos con fuego. Cómo ascendieron las llamas hasta el mismo cielo y se llevaron a todos esos monstruos al lugar que les correspondía: el infierno.
Al oír aquellas apasionadas palabras, Connor pensó en Jez. Aunque ahora mismo estuviera escondido en el esquife, el infierno no era, por lo que había dicho antes, muy distinto de cómo había descrito su actual existencia. En cuanto a Sidorio y el resto de vampiros -quienes sí habían muerto consumidos por las llamas-, quizá ahora estuvieran efectivamente viviendo en el mismo infierno. A juicio de Connor, lo único que importaba era que se hubiesen ido y no fueran a regresar jamás. Era un milagro que Jez hubiera sobrevivido, pero quizá su bondad lo hubiera salvado. Pensando en ello, Connor decidió que Jez necesitaba estar en un lugar donde se sintiera a gusto, entre los suyos. Si pudiera llevarlo al barco vampirata, pedir ayuda al capitán, puede que su sufrimiento terminara.
Molucco frunció el entrecejo e interrumpió sus cavilaciones.
- Pero Barbarro y Trofie no estuvieron allí y no lo comprenden. Quieren saber por qué murió Porfirio y quiénes son los villanos que los asesinaron a él y su tripulación. Yo les he dicho que no podemos realmente esperar comprender quiénes lo hicieron y por qué. Que, incluso si lo hiciéramos, eso no nos devolvería a Porfirio. Nada puede lograr eso, salvo los buenos recuerdos que guardamos de él.
- Tiene razón -dijo Connor.
Molucco y Bart lo miraron, sorprendidos quizá de la fuerza de su voz.
- Me refiero a que la lucha ha terminado. Ya no quedan enemigos que combatir.
Molucco asintió y lo miró a los ojos.
- Pero hay otros vampiratas, ¿no? Tu hermana está con ellos.
Connor movió afirmativamente la cabeza.
- Sí -dijo-. Pero ellos no tuvieron la culpa de lo que pasó. No se puede condenar a todo un grupo de personas por los actos de unas pocas.
- No sé -dijo Molucco-. Por la manera como hablaba Barbarro, creo que se pondría a perseguir vampiratas hasta que no quedara ninguno.
Bart se estremeció.
- No creo que tenga muchas posibilidades. No después de lo que vimos esa noche.
- Además -añadió Connor, espoleado por el recuerdo de Grace-, no sería justo. Sería como exterminar a los piratas por… por cómo sufrimos en manos de Narcisos Drakoulis.
Molucco lo miró fijamente.
- Tienes razón, muchacho. Los dos la tenéis. No queremos tener más roces con los vampiratas. Ojalá pudiera conseguir que Barbarro viera las cosas como nosotros. Pero es más terco que una mula. Y, además, está su mujer…
- Lo que necesitan -dijo Connor, quizá envalentonado por el ron- es una distracción.
- ¿Una distracción? -preguntó Molucco, con un nuevo brillo en los ojos.
- Connor tiene razón -dijo Bart-. Tenemos que pensar en algo que no les deje tiempo para pensar en la muerte y en tramar una venganza.
- Eso -repuso Molucco- nos iría bien a todos. Pero ¿qué?
Se quedaron un momento reflexionando mientras tomaba otro sorbo de ron. Connor hizo una mueca al tragárselo. Entonces, se le ocurrió.
- ¡Un saqueo pirata! -exclamó.
- ¡Eso es! -Bart le dio una palmada en la espalda-. ¡Un señor saqueo!
- No. -Molucco estaba tan animado como ellos-. No, hijos, no sólo un señor saqueo. Sino la madre de todos los saqueos. ¡Sí! Me habéis dado una idea. -Parecía a punto de reventar de entusiasmo-. Deprisa, Bartholomew, lléname la jarra y no escatimes. Está a punto de ocurrírseme una idea…


13
Ni una cosa ni la otra
¿Formaba aquello parte del sueño? En muchos aspectos, parecía más irreal que lo que había ocurrido antes, pero, cuando miró los ojos desquiciados de Shanti, Grace supo de inmediato que aquello era real. Shanti nunca le había tenido simpatía y ahora, por alguna razón inexplicada, estaba intentando matarla.
Con las manos de Shanti constriñéndole la garganta, Grace se sintió desfallecer. «Voy a morir -pensó-. Voy a morir aquí, en esta habitación.» Se entristeció. Parecía una forma tan prematura de dejar el mundo de los vivos… Después de todo lo que había pasado, de todo lo que imaginaba que le deparaba el futuro, morir en manos de una donante enloquecida por un motivo que ella desconocía era macabro.
Quería gritar, pero las manos de Shanti le constreñían la garganta con demasiada fuerza, inutilizándole las cuerdas vocales. Dentro de nada, todo habría terminado. Tenía que hacer ruido, de algún modo. Comenzó a golpear el suelo con los pies. Estaba descalza y no hizo tanto ruido como le habría gustado. ¿Era suficiente? Movió las piernas de un lado a otro, esperando topar con algo, lo que fuera. Preferentemente, algo grande y rompible. Pero no había nada. Sintiéndose desfallecer, continuó golpeando los tablones con los pies, sin notar dolor, sólo una creciente sensación de anestesia.
De pronto, la puerta se abrió y volvió a cerrarse. Unas manos tiraron bruscamente de Shanti, quitándosela de encima. Grace tardó un momento en darse cuenta de que la desquiciada donante ya no la tenía sujeta por el cuello. Seguía notándolo tremendamente constreñido. Exhaló. Había estado tan cerca de morir… Sólo ahora se permitió temblar. Sólo ahora notó dolor por haber estado golpeando el suelo con los pies. Pero había dado resultado. ¡Lo había dado!
- Sabía que era un error -dijo Olivier, poniendo a Shanti las manos a la espalda.
- ¡Suéltame! -gruñó Shanti, sacudiendo la cabeza, rechinando los dientes-. ¡Suéltame o te mataré a ti también!
- Tú no vas a matar a nadie, señorita -dijo Olivier-. Ven, Dani, sustitúyeme mientras veo cómo está Grace.
La compañera de Olivier se acercó a Shanti y le puso unas esposas en sus menudas muñecas. Aun así, ella se revolvió y gimió como un animal salvaje.
- ¿Estás bien? -le preguntó Olivier, tocándole el cuello con delicadeza.
- ¡Ay! Me duele.
- Lo siento -dijo él-. Tienes el cuello dolorido. Se ha ensañado contigo.
- Sí. -Grace notó dolor al afirmar con la cabeza-. Pero ¿por qué? No lo entiendo. ¿Qué mosca le ha picado?
Miraron a Shanti, que, pese a estar sujeta por Dani, seguía furiosa y murmurando las peores obscenidades.
- Es muy sencillo -dijo Olivier, acercándose a ella-. Tu amiga Shanti ha cogido algo que no le pertenecía-. Dicho aquello, le desató la cinta que ella se había anudado en el pelo. De inmediato, Shanti se calmó. La furia abandonó sus ojos, sus violentos movimientos cesaron y sus gritos dieron paso al silencio. Se quedó inmóvil, tan desmadejada como una marioneta sin hilos.
Olivier cogió la cinta y se la enrolló alrededor de la muñeca.
- Ya está -dijo-. Ha vuelto la paz.
Grace se quedó estupefacta.
- ¿Ha sido la cinta? -preguntó-. ¿La cinta le ha hecho esto?
Olivier asintió.
- Como he dicho, no le pertenecía.
Grace se incorporó con dificultad.
- Entonces, ¿Shanti no tenía intención de hacerme daño? Ha sido la cinta. No, la persona a quien pertenece la cinta.
- No estoy aquí para responder tus preguntas -dijo Olivier-. Solo para asegurarme de que no vuelva a desatarse el caos. -Hizo un gesto con la cabeza, a Dani-. Llévate a la donante al bloque que le corresponde.
- ¡No! -protestó Grace, pero Olivier miró a Dani de tal modo que ella no tuvo ninguna duda de a quién debía obedecer. Salió llevándose a Shanti. La donante la siguió dócilmente, como si ya no le quedaran fuerzas.
- Puede que ahora entiendas, Grace Tempest, que en Santuario hay fuerzas poderosas. Te convendría hacer caso a quienes sabemos más que tú y no dar por sentado que puedes cambiar las normas a tu antojo.
Grace se merecía una reprimenda, pero le indignaron los modales de Olivier. ¿Se sentía amenazado por ella? ¿Por eso tenía que recalcarle continuamente que él sabía más?
- Gracias -dijo-. Me has salvado la vida.
- Sí -respondió él, sonriendo-. Sí, supongo que sí.
- ¿Y ahora qué?
- Ahora, si estás en condiciones, vendrás a desayunar conmigo. Esperaré fuera mientras te vistes.
- ¿Desayunar? -preguntó Grace-. Pero los vampiros no desayunan, ¿no?
- Por supuesto que no -respondió Olivier-. Pero, como, por lo que yo sé, ni tú ni yo somos vampiros, comeremos.
- ¿Tú no eres vampiro?
- Si continúas haciéndome tantas preguntas, nunca conseguiremos terminar nada. -Olivier suspiró-. No, no soy vampiro. Trabajo para Mosh Zu. Tampoco soy donante, antes de que me lo preguntes. Soy como tú. Ni una cosa ni la otra, a falta de una expresión mejor.
- Ni una cosa ni la otra -repitió Grace. No sonaba muy bien, la verdad.
- Exactamente -dijo Olivier-. Venga, esperaré fuera mientras te arreglas. Pero date prisa. Salvar a damiselas en apuros siempre me abre mucho el apetito.
- Dime, ¿cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó Grace cuando ella y Olivier se sentaron a desayunar.
- Preguntas, preguntas. Aquí en Santuario tenemos una regla. Nada de preguntas.
- Pero ¿cómo aprendéis nada? -preguntó Grace.
- Ya estamos otra vez -dijo Olivier-. Para ti, todo es una pregunta. Oh, no es que yo sea menos curioso que tú, créeme. Estoy ávido de saber. Pero he aprendido, en el tiempo que llevo con Mosh Zu, que es mejor dejar que las personas se vayan abriendo, a su ritmo. De ese modo, te contarán todo lo que quieres saber, y todavía más.
- Pero ¿y si las personas no se quieren abrir?
Olivier sonrió y cogió una naranja del frutero que tenían delante. Pasó hábilmente los dedos por su superficie y le quitó la piel.
- De hecho, solo es cuestión de aprender a ganarte su confianza -dijo.
- Pero ¿no…? -comenzó a decir Grace.
- Eso tiene toda la pinta de ser el principio de otra pregunta -dijo Olivier mientras separaba los gajos de la naranja.
Grace suspiró y movió la cabeza, cogiendo una ciruela de su plato.
Pasaron el resto del desayuno en silencio. Estaban solos en la habitación y Grace quería preguntarle si había otras personas como ellos en Santuario o si eran los únicos. Pero se dio cuenta de que iba a tener que quedarse con la duda hasta que fuera momento de saberlo.
- Has terminado -dijo Olivier.
- ¡Ja! -dijo Grace-. Eso ha sido una pregunta.
Olivier negó con la cabeza.
- No ha sido una pregunta, sino una observación. Parece que te has comido todo lo que tenías en el plato. Y también lo he hecho yo. Hemos acabado de desayunar y ahora te llevaré con Mosh Zu.
- Mosh Zu quiere verme.
Olivier la miró, frustrado.
- No ha sido una pregunta -adujo ella-. Sino una observación.
Olivier volvió a hacer un gesto negativo.
- Veo que vas a ser todo un reto -observó.
- Lo siento -dijo Grace.
- No lo sientas -dijo él, sonriéndole pícaramente-. Los retos me gustan.
Justo entonces, llamaron a la puerta. Entró Dani.
- Siento interrumpir vuestro desayuno -dijo-, pero el capitán se está preparando para partir. -Miró a Grace-. Querría verte antes de irse.
Grace se levantó, sorprendida.
- Sí, por supuesto. -No esperaba que el capitán fuera a marcharse tan pronto. ¿Había tenido tiempo suficiente para hablar de todas las cosas que quería consultar a Mosh Zu? ¿O había otra razón para que regresara al Nocturno con tanta precipitación?


14
El Tifón
El capitán Wrathe había ordenado bajar el Deseo central del Diablo para que él y sus acompañantes pudieran acceder cómodamente al Tifón.
- ¿Qué es exactamente un tifón? -preguntó Connor al ver la enseña del barco.
- Es una criatura mitológica -respondió Cate-. Un monstruo con cien cabezas y cien serpientes en vez de patas. Supuestamente, era capaz de crear terribles tempestades.
- ¡Suena bien! -dijo Connor.
Se sentía un poco incómodo llevando la camisa almidonada, la casaca y la corbata que Molucco le había prestado. Bart parecía tener problemas similares, aunque, posiblemente, tenía menos con el almidón de su camisa y más con la casaca de terciopelo, que le iba algo justa de hombros. Se retorció mientras andaba.
- ¿Era necesario que nos pusiéramos estos trapos?
- Estáis relucientes -dijo Cate, sonriendo.
- ¿Nos estás tomando el pelo? -preguntó Bart.
- Oh, no -dijo ella, la viva imagen de la inocencia-. Es agradable veros bien afeitados, para variar, y oliendo a limones en vez de a sudor.
A Connor le divirtió ver que Bart se ruborizaba. Se fijó en que, aunque Cate se había negado a «ponerse elegante» como había pedido Trofie, se había lavado el pelo y atado un pañuelo limpio alrededor de la cabeza. Ahora, le hizo una seña.
- Asegúrate de que no se te moja el mapa que llevas en ese estuche -dijo.
- Sí, sí -dijo él, haciéndole burlonamente un saludo con la mano libre.
- No seas descarado, Tempest -dijo Cate, sonriendo con indulgencia.
Al final del Deseo, desenrollada en la cubierta del Tifón, había una alfombra roja auténtica. Y, esperando en ella, con un brazo extendido, un mayordomo vestido de etiqueta.
- Buenas noches, capitán Wrathe -dijo el sirviente de pelo cano, haciendo una discreta reverencia-. Bienvenido a bordo del Tifón.
- Gracias -respondió Molucco, pasando junto a él-. Bueno, debo decir que mi hermano y su mujer son un poco esnobs. ¡Cualquiera diría que esto es un crucero, no un barco pirata! ¡Antes de que nos demos cuenta, estaremos lanzando serpentinas por la borda!
Connor sonrió cuando él y Bart siguieron a Cate y al capitán Wrathe por la alfombra roja. Alzando la vista, vio que Barbarro y Trofie los estaban esperando en un extremo de la cubierta, uno junto al otro en la alfombra roja, como miembros de la realeza, la realeza pirata. Como era de esperar, ambos iban vestidos con singulares galas. Barbarro llevaba un esmoquin con un fajín de color azul y una medalla de oro colgada del cuello. A su lado, Trofie parecía un cisne, enfundada en un vestido casi transparente que relucía a la luz de la luna y los faroles encendidos en cubierta. Llevaba una gargantilla bastante parecida a una telaraña, con rubíes en todos los
puntos de intersección. Connor no podía siquiera imaginarse cuánto debía de valer.
- Buenas noches -dijo Molucco a su hermano con una sonrisa radiante, estrechándole afectuosamente la mano. Skirmish y Scrimshaw asomaron la cabeza para saludarse. Cuando terminaron, Molucco se apartó y besó a Trofie en ambas mejillas.
- Buenas noches, Molucco -dijo ella, mirando a los otros por encima del hombro del capitán-. Y qué detalle que os hayáis esmerado tanto. Estoy segura de que no os ponéis elegantes para cenar muy a menudo.
- Esto… no -dijo Connor, manoseándose todavía el cuello de la camisa. Las comidas a bordo del Diablo eran generalmente bastante rudas y muy rápidas. Si te molestabas en ducharte antes de sentarte a la mesa, solías ser objeto de muchas burlas y bromas.
- Sed todos bienvenidos -dijo alegremente Barbarro.
Trofie chasqueó los dedos y el mayordomo circuló entre los invitados con una bandeja llena de copas.
- ¿Champán, señor? -preguntó el mayordomo, ofreciendo la bandeja a Connor. Él cogió una copa.
- No mientras estés de servicio -dijo Cate, devolviéndola a la bandeja.
- Venga -dijo Molucco-. Unas cuantas burbujas no van a hacer ningún daño al chico, ¿no?
- Eso es -añadió Barbarro-. A Moonshine le encanta.
Cate miró a Connor, negando con la cabeza, mientras él, atrapado entre el capitán y su segunda de a bordo, cogía la copa.
Barbarro miró a Trofie.
- ¿Dónde está nuestro Moonshine?
- En su camarote, supongo.
- ¡Le he dicho que fuera puntual!
- No seas tan gruñón, min elskling. Ya conoces a Moonshine. Siempre está ocupado en algo…
- Ocupado en no hacer nada, más bien -espetó Barbarro.
Trofie consiguió mantener la sonrisa mientras siseaba a su marido:
- No delante de nuestros invitados, querido. Nada de peleas esta noche, ¿recuerdas?
- ¿Sashimi de pez globo, señor? -El mayordomo reapareció delante de Connor, ofreciéndole una gran bandeja de oro que contenía diminutas virutas de pescado crudo, dispuestas como los pétalos de una flor. En el centro de la bandeja, había un reluciente montón de piel de pescado y una pequeña lima. Connor miró la composición, pensando que no estaría fuera de lugar en una galería de arte. No obstante, comérsela era otra cuestión.
- ¿No es venenoso el pez globo? -preguntó.
Trofie se rió a carcajadas.
- ¿Te preocupa que estemos intentando envenenaros, min elskling? De ser así, yo creo que actuaríamos de forma un poco más sutil, ¿tú no?
- Adelante, hijo -dijo Barbarro-. Es una exquisitez poco común. -Molucco, que estaba a su lado, lo animó a hacerlo con un gesto de la cabeza.
Connor cogió un par de palillos chinos de oro y se llevó una viruta de pescado a la boca. Le escoció en la lengua. Al principio, se preguntó si, después de todo, no sería venenoso. Luego, se dio cuenta de que era únicamente el peculiar sabor del pescado y su picante aliño de lima, cebolletas y rábano.
Trofie sonrió.
- ¡Uf! Sigues vivo -dijo-. Tendremos que esmerarnos más la próxima vez, ¿eh? -Le guiñó juguetonamente el ojo, pero Connor se descubrió temblando. Aún no estaba seguro de si Trofie se reía con él o de él.
Treinta minutos después, tras una segunda copa de champán y una o dos virutas más de sashimi, Connor se notó relajado y disfrutando de la sensación de bienestar que se respiraba en la cubierta del Tifón. Era evidente que Barbarro y Trofie vivían bien y, pese a su recelo inicial, estaban resultando ser unos anfitriones afectuosos y generosos.
Por fin, Moonshine apareció en cubierta. Connor reparó en que, nada más verlo, sus padres lo rodearon como las valvas de una almeja; Trofie para arreglarle la pajarita y Barbarro para preguntarle (sin excesiva suavidad) qué era exactamente lo que le había impedido unirse a ellos hacía media hora. Connor no oyó la respuesta de Moonshine porque, detrás de él, tocaron un gong y el mayordomo anunció:
- Capitanes, damas y caballeros, la cena está servida.
Barbarro se volvió y les indicó que lo siguieran bajo cubierta.
- Magnífico -dijo Molucco, cruzando la cubierta a zancadas-. Con esas virutas de pescado me han entrado ganas de meterme en el estómago comida de verdad. -Connor sonrió. Aunque lo sacaran del Diablo, Molucco siempre se regiría por sus propias reglas.
- Saluda al tío Molucco -dijo Trofie, colocando a su hijo delante de su tío.
- Lo que tú digas -dijo él, más interesado, según parecía, en conseguir que su largo flequillo volviera a taparle los ojos.
- Y aquí están Cate y Bart, y te acuerdas de Connor, ¿verdad, cielo?
Moonshine levantó la cabeza y la echó bruscamente hacia atrás para apartarse el pelo de los ojos. Miró ferozmente a Connor, con los ojos inyectados en sangre.
- Oh, sí, me acuerdo de Connor. ¿Cómo te va?
Le tendió la mano y Connor supuso que quería saludarlo. Al estrechársela, notó un dolor punzante en la palma. ¿Qué…?
Cuando Moonshine lo soltó, Connor se dio cuenta de que estaba sangrando.
Hizo una mueca de dolor y miró primero a Moonshine y luego a su alrededor, para averiguar si sus compañeros se habían percatado de lo que acababa de suceder. Pero, ellos, atraídos por la cena, los habían dejado solos en cubierta.
- Huy -dijo el muchacho-. Lo siento. Se me debe de haber salido de la manga. -Recogió un shuriken en forma de estrella: una cortante arma arrojadiza circular. Una de sus afiladas puntas estaba ahora manchada de la sangre de Connor.
- ¿Por qué lo has hecho? -preguntó Connor, casi incapaz de dominar su enfado y su confusión.
- He pensado que a lo mejor te ayudaba a hacer memoria.
- ¿Hacer memoria? -preguntó Connor-. ¿De qué estás hablando?
- No te hagas el tonto más de lo que ya eres -dijo desdeñosamente Moonshine-. Estoy hablando de la calle del Marinero. ¿Te suena de algo, imbécil?
La calle del Marinero. O la calle del Pecado, según quién la nombrara. Allí era donde Connor había bajado a tierra de permiso con Bart y Jez aproximadamente un mes después de unirse a la tripulación del Diablo. Actualmente, Bart y Connor se referían a aquel permiso como a su «fin de semana olvidado». De hecho, aquel acontecimiento había dado mucho de qué hablar a bordo del Diablo. Los Tres Bucaneros habían bajado a puerto un viernes por la noche y, cuando el barco había regresado a buscarlos la noche del domingo, ellos no habían podido recordar nada de lo que había ocurrido en aquellas cuarenta y ocho horas. Lo que aún era más extraño, los habían encontrado en ropa interior con unos misteriosos tatuajes idénticos. Dos meses después, Connor y Bart continuaban siendo objeto de bromas por aquella causa. Y, no obstante, seguían sin recordar nada. Sin embargo, parecía que Moonshine sabía algo más que ellos.
- ¿Estuviste allí? -preguntó Connor-. ¿Nos conocimos allí?
Moonshine sorbió desdeñosamente por la nariz y se reventó un grano que tenía cerca.
- Déjalo ya, eh, Connor -dijo-. Tú sabes exactamente qué pasó en la calle del Marinero. Después de aquello, me quedé sin mis guardaespaldas, gracias a ti y tus amigos. Papá opinó que lo estaba dejando en mal lugar. Bueno, se va a enterar… y tú también. Las represalias están al caer.
«¿Represalias?» ¿Acaso no constituía clavarle un shuriken en la mano suficiente represalia? ¿Qué más tenía pensado Moonshine para él?
- ¡Mira qué bonito! -La cara de Trofie asomó por la puerta justo después-. ¿Os estáis haciendo amigos, jovencitos?
- Sí, mamá -dijo Moonshine, con la voz tan dulce como un melón pasado-. Pero Connor ha tenido un pequeño accidente. -Señaló la raja que tenía en la mano.
- ¡Oh, no! -exclamó Trofie, acercándose para examinarle la herida-. ¡Estás sangrando!
- No es nada -dijo Connor-. No es más que un corte superficial.
- Ven dentro y te traeremos el ungüento de erizo de mar -dijo Trofie-. Puede que te escueza un poco, pero restañará la hemorragia. ¿Cómo te lo has hecho? ¡Oh, no me lo digas! -dijo, riéndose-. ¡Los chicos sois así!
Los hizo pasar a una sala con alfombras alumbrada por una inmensa araña de luces.
Connor lanzó a Moonshine una mirada de puro odio.
- Muévete, mutante -dijo él, dándole un empujón-. No quiero quedarme con el estómago vacío.


15
Despedida
- Ah, Grace -dijo el capitán. Él y Mosh Zu estaban juntos en el pasillo. Los dos se volvieron cuando ella y Olivier se acercaron-. Regreso al Nocturno -añadió-. Pero, por supuesto, quería despedirme personalmente de ti.
Grace le sonrió, pero, de pronto, se notó nerviosa. No imaginaba que fuera a marcharse tan pronto. Una parte de ella anhelaba marcharse con él. Por supuesto, ni tan siquiera se planteaba dejar a Lorcan, pero el Nocturno se había convertido en su nuevo hogar. Santuario la intrigaba, pero no era un lugar cómodo para ella. No aún. Y Mosh Zu la había impresionado, pero no era el capitán. Jamás podría ocupar el lugar del capitán.
- No te preocupes -dijo él, pareciendo sonreírle a través de la máscara. Puso una mano en su hombro, sosegándola-. Te dejo en buenas manos. Querría quedarme más, pero debo regresar al barco.
Grace asintió. Lo comprendía. Claro que lo comprendía.
Recordó las palabras de Darcy: «Es rarísimo que el capitán abandone el barco. Estar dispuesto a correr ese riesgo demuestra cuánto aprecia al teniente Furey».
- Y tú no te preocupes -dijo Mosh Zu al capitán-. Cuidaremos bien de Grace y Lorcan.
- ¿Quiere que baje con usted? -preguntó Olivier-. Puedo traerle una de las mulas si lo desea.
El capitán negó con la cabeza.
- -Eres muy amable, Olivier, pero siempre disfruto de la caminata. Además, como de costumbre, Mosh Zu me ha dado mucho en que pensar.
El gurú sonrió, quitándose importancia.
- Bueno…-comenzó a decir el capitán.
Justo entonces, oyeron pasos, seguidos de un grito. Al volverse, vieron a Shanti en el pasillo, corriendo hacia ellos. La donante consiguió frenarse antes de provocar un choque en cadena.
- ¡Shanti! -exclamó el capitán-. Me alegro de verte. Estoy a punto de volver al barco.
- ¡Lléveme con usted! -gritó ella.
- Pero Shanti -comenzó a decir el capitán.
- ¡Lléveme con usted! Por favor, ¡tiene que llevarme con usted! ¡Odio este sitio! ¡Es abominable! -Con cada frase, su voz adquiría un timbre más agudo.
- Por favor -dijo Mosh Zu-. Intenta calmarte. Dinos qué ocurre…
- ¡No me diga que me calme! -chilló ella-. ¡Es horrible! ¡Espeluznante! Odio el bloque de los donantes. ¡No voy a quedarme aquí! ¡De ninguna de las maneras!
El capitán se adelantó.
- Shanti, lo siento mucho si hay algo que te haya disgustado, pero seguro que quieres quedarte, para estar con Lorcan.
- No voy a quedarme aquí ni un minuto más -respondió ella, histérica-. ¡No lo haré!
- Pero Lorcan te necesita -dijo Grace-. Sé que estás asustada, pero tienes que vencer tus miedos. Por Lorcan.
- ¿Por qué? -Shanti la miró. Ahora, además de miedo, también había ira en su voz-. ¿Por qué debo sufrir así por Lorcan? No teníamos necesidad de haber venido aquí. Estábamos bien en el barco. Hasta que llegaste tú. Es culpa tuya que estemos aquí. Por ti, él se expuso a la luz. Fue entonces cuando empezaron todos sus problemas. No, de hecho, ¡empezaron el mismo día en que tú llegaste al barco!
- ¡Shanti! -dijo el capitán-. No hace falta que seas tan agresiva con Grace.
- No se preocupe -dijo Grace-. Ya ha intentado matarme esta mañana. Puedo soportar unos cuantos insultos.
Las dos muchachas se encararon, Grace tan enfadada ahora como Shanti.
- Eres una egoísta -dijo-. Lo único que te estamos pidiendo es que te quedes y nos ayudes a persuadir a Lorcan para que vuelva a tomar sangre…
- No solo sangre -dijo Shanti-. ¡Mi sangre! Mi sangre, ¿te enteras? ¿Cómo te atreves a mezclarte en esto? Si Lorcan te importara de verdad, le darías la tuya. Pero, no, en cambio, tú vas por ahí dándote aires como si fueras algo especial. -Ahora parecía imparable-. Y lo peor de todo es que ellos te creen. Te escuchan… Piensan que eres especial. Pero yo no cuento para nada, para nada. -Prorrumpió en sollozos.
El capitán se acercó más a ella.
- Shanti, tú sí cuentas. Tú eres crucial para la recuperación de Lorcan.
La donante negó con la cabeza.
- Lo siento -dijo-. No quiero hacerle ningún daño, pero no puedo quedarme aquí. Usted me ha pedido muchas cosas. Pero esto es demasiado. Demasiado, créame. Déjeme acompañarle, capitán. ¡Por favor, déjeme acompañarle!
Dicho aquello, se echó en brazos del capitán y, aferrándose a él, prorrumpió en fuertes sollozos que la hicieron temblar de la cabeza a los pies. Grace no estaba segura de haber visto alguna vez a alguien tan angustiado.
El capitán se dirigió a Mosh Zu.
- Creo que será mejor que me la lleve al barco.
- Sabes qué consecuencias traerá -dijo Mosh Zu.
El capitán asintió.
- Hallaré una forma de enmendar esto -dijo.
Mosh Zu frunció el entrecejo.
- ¿Qué te he dicho antes? Asumes demasiadas responsabilidades.
- Realmente, no veo otra alternativa -adujo el capitán.
- Entonces, ¿va a hacerlo? -preguntó Shanti, con un nuevo brillo en los ojos-. ¿Va a llevarme con usted
- Sí, hija. -El capitán asintió con la cabeza-. Ve a buscar tus cosas. Debemos partir.
- Mis cosas no me preocupan -dijo Shanti-. ¡Vámonos sin ellas!
- Está bien -dijo el capitán, como si estuviera consolando a una niña-. Está bien. Nos iremos ahora mismo. -Miró a los demás. -Olivier, ¿serías tan amable de abrirnos las puertas?
Olivier asintió con la cabeza. Comenzó a alejarse a buen paso. El capitán y Shanti lo siguieron.
Grace no podía dar crédito a sus oídos. Comprendía los temores de Shanti, pero ¿cómo podía abandonar a Lorcan de aquella forma? ¿Y cómo podía el capitán dejarle hacerlo?
- Tienes un montón de preguntas rondándote por la cabeza -dijo Mosh Zu.
- Sí. -Grace lo miró cuando los demás se hubieron ido.
- Acompáñame, Grace -dijo Mosh Zu-. Deja que intente responderlas lo mejor que sepa.
- ¿Cómo ha podido Shanti abandonar a Lorcan de esta forma? -preguntó Grace.
Mosh Zu negó con la cabeza.
- Esa no es tu verdadera pregunta. Estás preocupada por Lorcan. Estás pensando: ¿cómo va a sobrevivir sin donante?
- Sí. -Grace asintió con la cabeza. Por supuesto, eso era exactamente lo que estaba pensando.
- Podemos arreglarlo -respondió Mosh Zu-. De momento, sólo necesitamos conseguir que Lorcan vuelva a tomar sangre. Pero, tienes razón, a su debido tiempo, tendremos que encontrarle otro donante, al menos para el tiempo que permanezca aquí, pero, posiblemente, de un modo más permanente. -Miró a Grace-. La relación entre vampiro y donante es compleja. No se pueden cambiar cada cinco minutos.
Mientras se dirigían a la sala de meditación de Mosh Zu, Grace recordó la propuesta que le había hecho al capitán de convertirse en la donante de Lorcan. No era una propuesta que hubiera hecho a la ligera y le había aliviado que en aquel momento no fuera necesario. Pero puede que ahora sí lo fuera. En ese caso, ella lo haría. Haría lo que fuera para ayudar a Lorcan. Incluso eso.
Habían llegado a la sala de meditación. Mosh Zu abrió la puerta y le indicó que entrara con él.
- Siéntate, por favor -dijo-. ¿Te apetece tomar una infusión para serenarte?
Grace negó con la cabeza.
- No -respondió-. No, estoy bien. -Entonces, se puso bruscamente en pie-. Lo haré -dijo-. Seré la donante de Lorcan. Haré lo que sea para ayudarlo.
- Sí. -Mosh Zu hizo un gesto afirmativo con la cabeza-. Te creo. -Se sentó en los cojines-. Grace, agradezco tu propuesta. Sé que lo dices de corazón. También sé que conoces las consecuencias de lo que propones…
- Sí -dijo ella-. Las conozco.
- Pero Grace, yo creo que tú tienes mucho más que ofrecer. Como ya he dicho, posees un don para curar. Si fueras la donante de Lorcan, tu vida sería más limitada.
Grace sonrió y negó con la cabeza.
- ¿En qué sentido sería más limitada? Yo sería inmortal.
Mosh Zu asintió.
- Siempre vas un paso por delante -dijo-. Sí, serías inmortal, pero no confundas la inmortalidad con no tener limitaciones. Es mucho más complejo que eso.
Pero Grace no atendía a razones.
- Recuerdo lo que usted dijo -prosiguió-. Habló de la inmortalidad como un regalo. Quizá el mayor regalo de todos, dijo.
Mosh Zu la escrutó con sus ojos de lince.
- Para un vampiro, sí. Pero, para un donante, las cosas son un poco distintas.
- ¿Qué quiere decir?
- La relación entre vampiro y donante es interdependiente. Eso lo sabes, por supuesto.
Ella asintió.
- Mientras el vampiro se alimente de la sangre del donante, este será eternamente joven.
- Sí -dijo él-. Y ya has visto qué sucede cuando ese vínculo se trunca.
- ¿Se refiere a la rapidez con que Shanti está envejeciendo?
- Sí. El capitán ha hecho mal. Habría sido mucho mejor no dejar que Shanti se fuera con él.
- Pero usted ha dicho que Lorcan iba a estar bien -dijo Grace, perdiendo de nuevo la calma.
- Lorcan sí. Encontraremos un donante para él. Pero me temo que el futuro de Shanti está menos claro…
De pronto, Grace supo a qué se refería.
- Sin vampiro que se alimente de ella, Shanti seguirá envejeciendo rápidamente. Hasta que…
Mosh Zu hizo un gesto afirmativo. Abandonando Santuario, Shanti había, de hecho, firmado su propia sentencia de muerte. Y el capitán la había dejado hacerlo.
- ¿Cómo ha podido permitírselo el capitán? -preguntó.
- El capitán ha actuado, como de costumbre, con la mejor intención -respondió Mosh Zu-. No quería ver a Shanti tan angustiada. Ninguno de nosotros quería. Y también sospecho que cree que, quedándose aquí, solo alteraría más a Lorcan. Sabe que podemos ofrecerle otro donante.
- Pero sigo sin entender por qué la ha dejado marcharse con él -dijo Grace.
Mosh Zu se puso muy serio.
- El capitán siempre cree que puede salvarlos -dijo-. Ese es su problema. Siempre cree que puede salvar a todo el mundo. Pero me preocupa, Grace. Todo esto le está pasando factura. Las cosas están cambiando a mucha velocidad en nuestro mundo. Tú has visto las rebeliones. Esto es sólo el principio. Debemos ser fuertes. Debemos prepararnos. Pero el capitán no lo ve. Está lleno de bondad, pero se expone demasiado. Justo cuando necesita hacerse más fuerte, se permite tornarse más débil.
Grace se quedó atónita al oír aquello. Siempre había tenido al capitán por una figura heroica, sin ningún defecto ni punto flaco en absoluto. Oír que lo describían como un ser vulnerable era desconcertante.
- No debes comentar estas cosas con los demás -le advirtió Mosh Zu-. Ni tan siquiera con Lorcan o Olivier.
- No -dijo ella-. Lo comprendo.
- Yo te hablo -añadió Mosh Zu- de tú a tú. Tú y yo tenemos mucho en común.
Grace se quedó estupefacta, sintiendo que no merecía aquel trato.
- Pero yo tengo mucho que aprender -dijo.
- Todos lo tenemos -dijo Mosh Zu-. Y más nos vale darnos prisa.


16
El Emperador
- Hemos venido -dijo Molucco- para proponeros un saqueo pirata.
Barbarro se despabiló de inmediato, lleno de interés. Hincando el tenedor en el último trozo de filete con foie-gras y caviar que le quedaba, se limitó a preguntar:
- ¿Un saqueo pirata?
- Tú tripulación y la mía -continuó Molucco-. El Tifón y el Diablo. Trabajando en equipo, como en los viejos tiempos.
Connor reparó en que Trofie había dejado los cubiertos en la mesa y estaba escuchando atentamente, con la barbilla apoyada en las manos.
- ¿Tenéis en mente algún barco en concreto? -preguntó.
Molucco sonrió.
- Un barco no -respondió-. Algo un poco más inusual. -Se quedó callado y tomó un sorbo de vino.
- ¿Y bien? -lo instó Barbarro. Escúpelo, hermano. ¡El plan, quiero decir, no mi vino de Burdeos añejo!
Completamente calmado, Molucco miró a Cate y le hizo un gesto con la cabeza. Ante aquella señal, ella abrió el estuche que Connor había llevado y comenzó a desenrollar un mapa de grandes dimensiones. Connor y Bart se levantaron para sujetarlo por los extremos.
- La Fortaleza del Ocaso -anunció Cate-, emplazada en el Rajastán, India. -Con la punta de su florete, dio unos golpecitos en el mapa para señalar su posición.
Moonshine bostezó. Aún no se había terminado la montaña de pizza y alitas de pollo que le habían servido en lugar de la cena que estaban tomando los demás.
Trofie sonrió dulcemente a Cate.
- Gracias por la clase de geografía, min elskling, pero creo que todos conocemos la Fortaleza del Ocaso.
- Excelente, -Cate asintió sin inmutarse-. Entonces, sabrán que fue construida en la década de 1640 por el príncipe Yashodhan para su esposa Savarna.
- ¡Vaya rollo! -se quejó Moonshine. Luego, exclamó: ¡Ay!, como si alguien le hubiera propinado un puntapié por debajo de la mesa. Con cara de asco, cogió otra alita de pollo.
Trofie volvió a sonreír dulcemente a Cate.
- De hecho -dijo-, Yashodhan construyó dos palacios a Savarna. Uno para contemplar el amanecer y el otro para ver el ocaso.
Connor alzó la mano.
- Sí, Connor-dijo Cate.
- Una pregunta -dijo él-. ¿Por qué dos palacios? ¿No podían haber contemplado el amanecer y el ocaso desde la misma fortaleza?
Trofie se rió y negó con la cabeza.
- Lerdo -masculló Moonshine, lo bastante alto para que Connor lo oyera.
Barbarro se rió.
- Sólo un muchacho, un crío que aún no conoce el amor verdadero, podría hacer tamaña pregunta. -Posó la mano sobre los dedos dorados de Trofie-. Para honrar a mi querida esposa, yo le construiría un palacio para cada hora del día; no, para cada minuto.
Trofie le dedicó una sonrisa radiante.
- No me des ideas, min elskling -dijo, antes de darle un beso en la mejilla.
- Por supuesto -dijo Cate-, el palacio tiene ahora un inquilino muy distinto. -Todos volvieron a centrar su atención en ella-. La Fortaleza del Ocaso lleva ya mucho tiempo sin albergar a miembros de la realeza. Estuvo abandonada durante siglos, y muchos de sus edificios circundantes se desmoronaron. Pero la construcción central ha permanecido en pie y, hoy en día, la fortaleza tiene un nuevo residente. Se hace llamar meramente el Emperador.
- ¿El Emperador? -Barbarro estaba claramente intrigado-. ¿El Emperador de dónde?
Cate negó con la cabeza.
- No es un emperador en el sentido convencional. No posee ningún imperio, aparte de la fortaleza. Ni tampoco lo busca. No le interesa el poder como tal. Ni tan siquiera le interesan las personas. Es un coleccionista de tesoros. Son toda su vida. El príncipe Yashodhan llenó su fortaleza de tesoros como muestra de su amor por la encantadora Savarna. Pero el Emperador sólo ama sus tesoros. Se ha pasado la vida acumulando piezas de todos los rincones del mundo. Es una colección extremadamente insólita y valiosa. Obras de arte que se creyeron desaparecidas durante las inundaciones han terminado allí sin saber cómo. En su día, estuvieron expuestas en museos, galerías de arte y casas adineradas. Ahora, están ocultas en la cámara acorazada de la fortaleza…
- Ya veo por dónde vas -dijo Barbarro-. ¡Propones saquear la fortaleza! ¡Me gusta!
Cate movió la cabeza con entusiasmo.
- Sí, sí; eso es. Y ahora, ¿qué quiere, las buenas noticias o las malas?
Barbarro reflexionó un momento.
- Quitemos de en medio las malas.
Cate asintió.
- Originalmente, la Fortaleza del Ocaso estaba construida, como su compañera, en la cima de una montaña. No obstante, cuando ocurrieron las inundaciones, hace cuatro siglos, el nivel del mar subió. Hoy en día, la fortaleza está completamente rodeada de agua. Antes, había una ardua ascensión hasta su base. Ahora, la fortaleza está casi al nivel del mar.
- Tanto mejor para acceder a ella en barco -dijo Barbarro.
- En principio, sí -convino Cate-. Pero no es una travesía fácil. Las aguas que la circundan son bravas y sus olas, traicioneras. Muchas otras tripulaciones pirata han intentado asaltarla y casi todas han fracasado incluso antes de alcanzar sus puertas.
- Harían falta los barcos más resistentes, y los marineros más experimentados, para desafiar esas aguas -observó Molucco.
- Comprendo, hermano -dijo Barbarro, con los ojos llameantes-. Este es un trabajo para los Wrathe, de eso no hay duda.
Cate hizo un gesto afirmativo.
- El mar era la primera mala noticia, pero hay más. La cámara acorazada de la Fortaleza del Ocaso es una de las más inexpugnables que se hayan construido jamás. Como es lógico, el príncipe Yashodhan no quería que nadie se largara con los tesoros que había acumulado para su amada Savarna. La invulnerabilidad de la cámara acorazada es uno de los motivos de que el Emperador escogiera la fortaleza. Y, por supuesto, la cámara acorazada está ahora vigilada a todas horas por el ejército de élite del Emperador.
- Entonces, ¿debemos prever una batalla colosal? -preguntó Barbarro-. No lo veo claro. -Los otros se volvieron, sorprendidos de su cambio de idea-. No me encojo ante una buena batalla -continuó-, pero esto parece una situación imposible. Incluso si conseguimos entrar en la fortaleza y, con un poco de habilidad y suerte, vencemos al cuerpo de seguridad, aún nos queda llegar hasta los tesoros y salir de allí. -Frunció el entrecejo-. A menos que se me haya escapado algo.
Cate sonrió.
- Me ha pedido que guarde las buenas noticias para el final. Pues bien, ¡son estas! No vamos a tener que asaltar la fortaleza ni combatir con el cuerpo de seguridad. De hecho, ellos van a ayudarnos.
- No lo comprendo -dijo Barbarro-. ¿Van rebelarse contra el Emperador?
- ¿Cuánto va a durar esta conversación tan fascinante? -se quejó Moonshine, arrojando al suelo el último hueso de pollo. De inmediato, el mayordomo se acercó a la mesa y le retiró el plato con su mano enguantada. Moonshine volvió a bostezar-. ¿Y cuándo vienen los postres?
Connor le lanzó una mirada de odio. Si de él dependiera, lo mandaría directamente a la cama sin postre.
- ¡Cállate, Moonshine! -espetó Barbarro, claramente molesto por las interrupciones de su hijo-. Continúa, Cate, somos todo oídos.
- Con el reciente aumento del nivel del mar, la Fortaleza del Ocaso ha dejado de ser un refugio seguro para el Emperador y sus tesoros. La propia cámara acorazada está en peligro inminente de inundarse. El Emperador se ha resistido a actuar durante el mayor tiempo posible. Adora la fortaleza por su aislamiento. Pero ahora se enfrenta a la posibilidad de que un maremoto se lleve su refugio y todo lo que atesora en él.
- Y por eso… -Trofie chasqueó los dedos- ¡se muda!
- Exactamente. -Cate sonrió.
- ¿Y a que sé adónde va? -prosiguió Trofie-. A la Fortaleza del Alba.
- ¡Bingo! -Cate asintió, con los ojos brillándole de entusiasmo-. Como saben, la Fortaleza del Alba fue construida en un terreno algo más elevado. El Emperador y sus tesoros deberían estar a buen recaudo allí, al menos mientras viva.
- Sigo sin entenderlo -dijo Barbarro-. ¿Dónde entramos nosotros en todo esto?
- ¿Acaso no es obvio, min elskling? -Trofie miró a su marido-. El Emperador tiene que trasladar sus cosas de la Fortaleza del Ocaso a la del Alba…
Barbarro seguía pareciendo desconcertado, por lo que Cate continuó:
- Ha contratado una empresa de seguridad de alto nivel para transportar sus cosas de A a B, o del Ocaso al Alba, si lo prefieren -aclaró-. Les paga un dineral para que velen por sus tesoros.
- Ya veo -dijo Barbarro, volviendo a sonreír-. Nosotros vamos a interceptar la empresa de mudanzas mientras se desplaza de una fortaleza a la otra.
- No exactamente -dijo Cate.
Barbarro y Trofie la miraron con idéntica confusión.
Tosiendo con suavidad, Molucco se puso de pie para dar el golpe de gracia. Con una sonrisa radiante, anunció:
- No vamos a interceptar la empresa de mudanzas porque nosotros somos la empresa de mudanzas. -Mirando a Connor y Bart, les hizo una seña con la cabeza.-…Si sois tan amables, chicos.
Los muchachos subieron un cofre de ónice a la mesa. Molucco se sacó una llavecita del bolsillo y la insertó en la cerradura. Con un débil chasquido, el cofre se abrió y el comedor se inundó súbitamente de luz. Dentro del cofre había varios brillantes cuyas múltiples facetas reflejaban la luz de las velas.
- ¡Qué brillantes tan hermosos! -exclamó Trofie, con la mano ya alargada, como si el cofre fuera un imán, atrayéndola hacia sí. Su brazo adquirió un trémulo brillo plateado a la luz de las gemas.
- Son impresionantes, ¿verdad? -Molucco se rió-. Son la primera paga del Emperador -dijo-. ¡Estamos contratados!
- ¿Qué opinas? -El capitán del Tifón miró a su segunda de a bordo.
Trofie solo tardó un minuto en decidirse.
- ¿No es del Emperador esa calavera incrustada de diamantes? -preguntó-. Siempre he soñado con incorporarla a mi colección. -Tras una breve pausa, añadió-: ¡Hagámoslo!
Barbarro se dirigió a Molucco.
- Es un plan audaz, hermano -dijo-. Y nosotros queremos formar parte de él. -Chasqueó los dedos-. Transom, descorchemos otra botella de champán. Debemos brindar por nuestro éxito en esta empresa.
Llenos de entusiasmo, se pusieron a hablar entre ellos.
- Sólo espero que salga mejor que el último plan de Cate -comentó Moonshine. De algún modo, su voz atravesó el barullo de voces.
- Cállate, Moonshine -espetó Barbarro.
- ¿Qué ha dicho? -preguntó Molucco.
- Sólo estaba diciendo que espero que, esta vez, la estrategia de Cate dé mejores resultados que cuando abordasteis el Albatros. Aquello fue bastante desastroso, por no decir otra cosa.
Cate se ruborizó violentamente. Molucco pareció quedarse mudo de asombro. Trofie frunció el entrecejo. Barbarro montó de súbito en cólera.
- ¡Vete a tu camarote, Moonshine! -rugió-. ¡Ahora!
Incluso Moonshine pareció un poco desconcertado con la furia de su padre. Fiel a su papel de anfitriona ideal, Trofie sonrió.
- Buena idea -dijo-. Cielo, ¿por qué no te llevas a Connor y le enseñas todas tus cosas?
- Como quieras. -Moonshine se encogió de hombros, saliendo malhumoradamente del comedor.
Connor se volvió para seguirlo. En ese momento, oyó que Trofie siseaba a su marido:
- Nada de peleas, ¿recuerdas? No queremos que Molucco piense nada de Moonshine salvo cosas buenas. A fin de cuentas, min elskling, él es el heredero de todo.
- Ahora mismo, preferiría que la fortuna de Molucco pasara a ese Tempest -gruñó Barbarro.
- No digas tonterías -le susurró Trofie, fríamente-. Moonshine es el heredero legítimo. Ese chico no es nada nuestro.
Connor se preguntó si sabía que la estaba oyendo. De pronto, Trofie pareció advertir su presencia y se volvió, con una sonrisa perfecta en los labios.
- ¿Sigues aquí, min elskling? Date prisa. Moonshine te está esperando y los adultos tenemos muchos asuntos de familia importantes que tratar.


17
La bienvenida
- ¡Hola! Soy yo, Grace. ¿Puedo pasar?
Grace abrió la puerta.
- ¡Grace! -dijo Lorcan, desperezándose después de su largo sueño. Ya había oscurecido-. Claro que puedes pasar-añadió, incorporándose-. ¿Cómo te encuentras esta noche?
- Bien -dijo ella, esperando sonar convincente. No se veía capaz de explicarle las tensas escenas que habían precedido a la partida del capitán, y la de Shanti-. Lo que es más importante, ¿cómo te encuentras tú? -preguntó, alegremente.
- No demasiado mal -respondió él-. He dormido francamente bien. Mejor que en mucho tiempo. ¡Puede que este aire tenga algo especial!
- Hablando de aire -dijo Grace-, ¿te parece que luego vayamos a dar un paseo?
- ¿Crees que está permitido? -preguntó Lorcan, muy sorprendido.
- Esto no es una cárcel -respondió ella-. Es un centro de sanación. Estoy segura de que no pasa nada por salir fuera a tomar un poco el aire. Si tú quieres.
- Tal vez más tarde -dijo él.
Asintiendo, Grace fue a sentarse en la cama. Al hacerlo, estuvo a punto de aplastar una cartulina.
- ¿Qué es esto? -preguntó, sacándosela de debajo del cuerpo y cogiéndola con ambas manos-. Aquí hay una cartulina. ¿Sabías que estaba aquí?
- Ah, sí -recordó Lorcan-. Me la dejó Olivier. Dijo que era una especie de mensaje de bienvenida. Se ofreció a leérmelo, pero yo estaba demasiado cansado. -Se rió-. Además, pensé que a lo mejor me lo leías tú. Tu voz me gusta más.
- Por supuesto -dijo Grace, sonriendo. Lorcan tenía una habilidad especial para animarla. Shanti comenzó a dejar de ocuparle el pensamiento. Cogió la cartulina y empezó a leer…
Bienvenido, espíritu errante. Bienvenido a Santuario. Todo lo que crees saber está a punto de cambiar.
Crees ser un ente limitado. Pero no eres más limitado que el cielo o el mar.
Crees que solo hay un camino. Hay muchos caminos.
Crees que no puedes cambiar. Puedes cambiar.
Crees estar demasiado fatigado para proseguir tu viaje. Estás a punto de recobrar la energía que necesitas. No volverás a estar fatigado nunca más.
Crees que los mejores momentos han quedado atrás. Los mejores momentos se extienden ante ti como el jardín más hermoso.
Crees que tu existencia está vacía. Nosotros te capacitaremos para que llenes ese vacío.
Tu época de vagar sin rumbo ha tocado a su fin. Al menos, puede hacerlo, tú decides. El hecho de que hayas llegado hasta, aquí, una travesía nada fácil ni corriente, me dice que quieres cambiar.
Te asombrarán los cambios que puedes hacer aquí. Ahora, quizá, te sientas encadenado a una sed que parece no cesar nunca, sino que solo pide más. Quizá te sientas preso de un ciclo interminable donde tomar sangre solo aumenta tu sed. Este ciclo genera una espesa niebla que te impide ver lo que hay más allá. Quizá temas que no haya ningún otro modo. Hay otro modo. Nosotros disiparemos la niebla y te abriremos los ojos. Prepárate para ver las cosas de un modo distinto.
Las fases de tu tratamiento van a ser tres… No hay una duración determinada para ninguna de ellas ni para la totalidad de tu tratamiento. No se espera nada de ti. Quédate el tiempo que desees. Tarda el tiempo que necesites. No te preocupes por la rapidez o lentitud con que otros atraviesan las fases del tratamiento, permítete progresar al ritmo que sea adecuado para ti.
Las puertas de Santuario no están nunca cerradas. Acogen a todo aquel que necesite venir, de igual forma, puedes marcharte en cualquier momento, cuando las cosas se pongan difíciles - y van aponerse difíciles-, puedes estar tentado de irte. Tu tratamiento te exigirá mucho física y mentalmente. Estos desafíos pueden parecerte más grandes que nada de lo que hemos afrontado antes; en vida, al morir o después. Debes saber que puedes superarlos. Acepta las dificultades. Eso te hará más fuerte. Ten por seguro que los tiempos difíciles pasarán.
Quizá sientas que distas mucho de ser humano. Haga el tiempo que haga que cruzaste al otro lado, recuérdate que una vez fuiste humano. Aférrate a los mejores, de lo que podríamos llamar atributos humanos, mientras aprendes a aceptar y amar el resto de lo que eres.
Hay grandeza en tu interior. Aprende a reconocerla.
Hay paz en tu interior. Aprende a cultivarla.
Hay otro camino. Estás a punto de descubrirlo.
Muchos llegan aquí sintiendo que la inmortalidad es una pesada carga que deben acarrear. Nosotros te enseñaremos que no sólo no es una carga sino que es un regalo maravilloso. Quizá el más maravilloso de los regalos, prepárate para desenvolverlo.
Mosh Zu Kamal
Grace estaba bastante emocionada cuando terminó de leer. Dejó cuidadosamente la cartulina en la mesilla de Lorcan.
- Bueno, eso es mucho en lo que pensar -dijo él.
- Sí. -Grace asintió. Le cogió la mano-. Este es un lugar extraño, pero creo que aquí encontrarás la ayuda que necesitas. Mosh Zu parece un… hombre extraordinario.
Lorcan movió afirmativamente la cabeza.
- Y estoy segura -continuó Grace-, estoy segura de que, si alguien puede ayudarte, es él.


18
El cubil de Moonshine
- Mi camarote está abajo del todo -dijo Moonshine mientras iban por el pasillo de camino a la escalera, que descendía abruptamente por el centro del Tifón-. Normalmente, los camarotes de las personas de categoría están en la primera planta, pero yo quise uno ahí abajo. Y yo siempre me salgo con la mía.
Dicho aquello, se encaramó al barandal de la escalera y comenzó a deslizarse por él, trazando círculos cada vez más pequeños. Connor lo observó. Con sus ropas oscuras, Moonshine parecía una bruja en pleno vuelo. Luego, se encaramó al barandal, decidiendo seguir su ejemplo. El descenso fue breve pero estimulante. Cuando llegó abajo, vio que Moonshine se dirigía a zancadas hacia una puerta con tantos candados colgados que parecían adornos de Navidad. Con sus manos pálidas, comenzó a girar las combinaciones para abrirlos.
- A mis padres les preocupa mucho la seguridad -le explicó Moonshine-. Además, valoro mucho mi intimidad.
Viendo el montículo de candados abiertos que se estaba formando a los pies de Moonshine, Connor no pudo evitar pensar que todo aquello era un poco extremo. Pero quizá, sólo quizá, estuviera justificado, si los rumores sobre el secuestro de Trofie eran ciertos. ¿Iba a atreverse a preguntar a Moonshine si lo eran, a pedirle que le hablara de la mano metálica de su madre? Mejor no, todavía.
Por fin, la puerta se abrió y un intoxicante cóctel de incienso, sudor y algo animal asaltó la nariz de Connor.
- ¡Bienvenido al infierno! -anunció Moonshine, sonriendo, al entrar en su camarote. Luego, sin siquiera mirar a Connor, añadió-: Y sólo para que no haya ningún malentendido, el hecho de que te deje entrar aquí no significa que seamos amigos ni ninguna bobada por el estilo. ¿Vale?
- Por mí bien -dijo Connor-. Por mí bien.
La habitación de Moonshine era enorme, tan grande al menos como el camarote de Molucco en el Diablo. Era una habitación digna de un príncipe, y Connor supuso que eso era Moonshine, un príncipe pirata. El mero hecho de pensarlo, incluso sin el hedor de la habitación, casi le dio náuseas.
Las paredes del camarote de Moonshine estaban pintadas de negro. En el centro, había una gran cama con dosel que tenía cadenas donde una cama corriente habría tenido cortinas. Cuando el barco se movía, se rozaban entre ellas. El ruido habría bastado para darle dolor de cabeza, incluso sin las versiones thrash-metal de salomas marineras que Moonshine había puesto al entrar y cuyo volumen había ahora subido al máximo.
Connor aborrecía la música marinera thrash-metal, sobre todo cuando la ponían tan alta. La melodía, si se la podía llamar así, le resultaba vagamente familiar. Pero, por otra parte, pensó, toda la música marinera thrash-metal sonaba igual.
Resuelta la cuestión de la música, Moonshine se dirigió sin prisas a una enorme máquina del millón que había en el otro extremo del camarote.
- Una máquina del millón para piratas -dijo, volviendo la cabeza, a modo de explicación-. Me la hizo mi padre. Es única.
Connor se encogió de hombros. Oyendo hablar a Moonshine y viendo el botín que tenía en su cavernoso cubil, dedujo que era un niño consentido a quien nunca habían dicho «no»; a quien habían dado todo lo que quería cuando lo quería.
El camarote tenía toda una pared llena de estantes repletos de cosas. En uno, había varias maquetas de barcos. Mientras Moonshine estaba enfrascado enjugar al millón pirata, Connor se acercó al estante para ver mejor las maquetas. Eran extraordinariamente detalladas y estaban muy bien pintadas. Connor imaginó a un Moonshine más pequeño y agradable absorto en la construcción de aquellos barcos hasta muy avanzada la noche. Vio lo que parecía una réplica del propio Tifón. Junto a él, había otro barco ligeramente más grande. Advirtió su nombre pintado en diminutas letras rojas en un flanco del casco. El Diablo. Connor fue a cogerlo…
Moonshine se volvió de forma inesperada.
- No toques… ¡nada! -gritó, dejando el juego y acercándose rápidamente a él.
Frunciendo el entrecejo, Connor volvió a dejar la maqueta en su estante.
- Lo siento -dijo-. Pero es impresionante. ¿Cuánto tardaste en construirla?
Moonshine sonrió y fue como si, de pronto, unos nubarrones se hubieran separado para dejar ver el sol.
- Ah, mi padre y yo hicimos ese barco juntos. Tardamos un fin de semana entero. Nos absorbió tanto que nos quedamos dormidos con el pincel en la mano y mi madre tuvo que bajar con mantas para no despertarnos… -Movió la cabeza, ensimismado-. ¡Qué tiempos aquellos!
Connor se quedó sorprendido. Aquella era una faceta completamente nueva de la relación entre Moonshine y su padre.
Pero, de pronto, su sonrisa beatífica dio paso a su habitual mueca de desprecio.
- Y si te has creído eso, Tempest, es que eres más lerdo de lo que pensaba. ¿Crees realmente que los capitanes pirata tienen tiempo para construir maquetas de barcos con sus hijos? Pues no. Esa la hice yo solo, con un poco de ayuda de Transom… -Viendo la expresión perpleja de Connor, añadió-: Transom, nuestro mayordomo. El hombre que te ha dado champán y sushi antes de cenar.
- Ah, él. -Connor asintió.
- Sí, él -dijo Moonshine-. Y no empieces a pensar que hay una amistad especial entre él y yo o que es como mi padre sustituto. Sólo bajó con cola y pinceles porque mi madre le pasó bajo mano una buena bonificación.
Connor no se conmovió.
- ¿Así que tuviste una infancia dura? -dijo, mirando a su alrededor. Entre dientes, masculló-: Supéralo.
«Pobre principito pirata», pensó. Pero, sinceramente, no sentía ninguna lástima por Moonshine.
Continuó explorando los estantes, paseando la mirada por una colección de conchas marinas poco corrientes y una hilera de libros sobre las Vidas de los piratas más infames. Se fijó en el tomo 16: Los hermanos Wrathe. Estaba a punto de cogerlo cuando oyó un sonido distinto, que logró distinguir de la música.
Al volverse, vio que Moonshine estaba delante de una gran jaula, antes cubierta por una tela negra.
- Hola, bellezas mías -canturreó. Metió la mano en la jaula y ayudó a salir a las dos criaturas que contenía. Cuando se dio la vuelta, Connor vio que eran dos ratas más bien grandes, las cuales, agradecidas de estar libres, se le estaban subiendo por los brazos. Él sonrió-. Las llamo Pecio y Naufragio -dijo-. Pecio es la que tiene la mancha blanca. ¿A que es bonita? -Se quedó callado-. Son gemelas -dijo, sonriendo de un modo extraño.
- Ah, ¿sí? -dijo Connor, sin terminar de calar a su extraño compañero.
Por un momento, Moonshine pareció extasiado con sus mascotas. Mientras le subían y bajaban por los brazos, dio la impresión de estar más en paz que antes. Se sentó en una silla esférica colgada del techo por una cadena.
- ¿Cómo fue tu infancia? -preguntó Moonshine, mientras continuaba acariciando a Pecio y Naufragio. La pregunta cogió a Connor por sorpresa.
Decidió tomársela en sentido literal.
- Fue buena -respondió-. Mi padre era farero. Nunca conocimos a nuestra madre. Estábamos los tres solos: mi padre, mi hermana Grace y yo. No teníamos mucho, pero éramos felices. Vivíamos en el faro…
- Ah -dijo Moonshine, acariciando a Pecio debajo del mentón. Era muy dulce con las ratas, pensó Connor. Moonshine volvió a alzar la vista, mirándolo a través del largo flequillo que le tapaba los ojos-. ¡Tiempos felices en Crescent Moon Bay! Lástima que papá la diñara, ¿eh? ¡Adiós, Dexter Tempest! ¡Adiós, dulce Crescent Moon Bay!
¡Caramba! Connor no había anticipado aquello. La maldad de Moonshine era mayor de lo que había imaginado. Pero le llamó más la atención otra cosa.
- Sabes cosas de mí -dijo.
- Hemos hecho nuestros deberes -aclaró Moonshine-. Trofie y yo los hacemos siempre.
Connor estaba empezando a ver que entre Moonshine y su madre existía un extraño lazo.
- ¿Y cómo está la excéntrica de tu hermana? -continuó Moonshine-. ¿Sigue asociándose con los Amigos de la Noche?
Connor se limitó a negar con la cabeza. Estaba decidido a no permitir que aquel muchacho tan extraño lo sacara de sus casillas. Moonshine prosiguió, impertérrito.
- Parece que tu hermanita se quedó con todos los genes interesantes de tu familia. Vaya suerte la mía tener que cargar con el peor gemelo.
- Ya está bien -dijo Connor, enfadándose-. Puedo irme cuando quiera.
- Sí -dijo Moonshine-. Sí, puedes irte. Puedes volver al Diablo y acostarte en una hamaca junto al memo de Bart. Puedes seguir practicando con la espada y dando coba a mi tío. Pero más te vale no olvidar algo, Tempest. Por mucho que él te diga que eres lo más importante para él, por mucho que te diga que eres el hijo que nunca tuvo, tú no eres su hijo. Yo soy el heredero de la fortuna de los Wrathe. No tú. ¡Yo!
- Como quieras -dijo Connor-. No soy ningún cazafortunas, si es eso lo que piensas.
- Ah, ¿no? -preguntó Moonshine-. ¿Me estás diciendo que de verdad estás aquí porque ves en tío Afortunado a una especie de sustituto de la figura paterna? -Se rió falsamente y negó con la cabeza-. Más te vale entender algo. Molucco Wrathe no está tan chocho como te ha hecho creer. Su inteligencia es tan aguda como las puntas de mi shuriken. Utiliza a las personas. Les hace creer que son parte de la familia y luego las manda a la línea de fuego. Tu amigo Jez, por ejemplo…
- No -dijo Connor, quebrándosele la voz-. No menciones a Jez.
Moonshine se rió.
- Oh, pero debo hacerlo, Connor. Debo hablar de Jez Stukeley, para que me entiendas. Aparentemente, para Molucco Wrathe, Jez era un miembro muy apreciado de la tripulación. Pero, aun así, lo hizo batirse en duelo con ese gladiador del capitán Drakoulis…
- No lo hizo batirse en duelo -espetó Connor-. Jez se prestó voluntario.
- Da lo mismo. Molucco le permitió batirse en duelo cuando era imposible que ganara. Molucco firmó su sentencia de muerte. Y un día, a pesar de decirte que eres su hijo pródigo, hará lo misino contigo.
- No -dijo Connor.
- Sí -replicó Moonshine, tan categóricamente como él-. Sí, lo hará. Porque eso es lo que hacemos los Wrathe. Utilizamos a los demás. Yo. Mis padres. Tío Afortunado. Hasta el bueno de Porfirio. Somos todos iguales. Te diremos lo que haga falta para conseguir nuestros propósitos. Pero, a la hora de la verdad, lo único que nos interesa es cuánta tajada podemos sacar.
- No -repitió Connor-. Puede que eso sea cierto en tu caso y el de tus padres, pero Molucco no es así. Me salvó la vida. Siempre ha cuidado de mí.
Moonshine se echó a reír.
- ¿Cuánto hace que has llegado, Tempest? ¿Tres meses? No sabes nada de este mundo, ni de esta familia. Bueno, no te preocupes. Pronto verás las cosas de otro modo. Si, ahora mismo, tío Molucco se está portando bien contigo, es sólo porque aún no ha encontrado el modo de utilizarte. Pero lo hará. Siempre lo hace. Todos lo hacemos. Si de veras quieres saber cómo somos los Wrathe, mírame a mí. Puede que no te guste lo que ves, pero soy el único de esta familia de locos que no tiene pelos en la lengua.
Connor le miró la cara acribillada de acné. Vio la cicatriz amoratada. No era una imagen agradable, pero tampoco lo era la que él le estaba pintando de su familia. Súbitamente, ya no pudo soportar el hedor del camarote. La suculenta cena comenzó a repetirle y, de pronto, tuvo miedo de vomitar. ¡Necesitaba aire puro, y deprisa!
Se dio la vuelta y salió rápidamente del camarote. Comenzó a subir la escalera de dos en dos. Notó que se había puesto a temblar, como si de veras hubiera veneno en su organismo. Puede que el pez globo fuera tóxico después de todo y sólo estuviera teniendo un efecto retardado. No, pensó. El veneno provenía de la boca de Moonshine, el ácido sulfúrico de un muchacho celoso que se sentía solo y amenazado. No había nada de cierto en lo que había dicho. Nada en absoluto.
A sus espaldas, oyó que Moonshine cerraba la puerta de su cubil y empezaba a echar los candados. Qué apropiado, pensó Connor, que Moonshine hubiera elegido vivir allí abajo, con sus ratas, en la pútrida oscuridad de su enorme camarote. Qué criatura tan detestable era. Pero, por mucho que Connor se empeñara en borrar sus palabras, una parte había hecho diana. Moonshine había logrado sembrar la duda en su mente.


19
La cinta
- ¿Puedes echar la cabeza un poco hacia atrás? -pidió Mosh Zu a Grace.
Ella lo hizo y él se acercó para inspeccionarle el cuello.
- Así que Shanti se marcha, pero deja su huella, ¿eh? -Volviendo a apartarse, sonrió-. No creo que esta herida se te vaya a complicar. Aunque debe de dolerte. Te haré un ungüento. Debería acelerar el proceso de curación.
- Gracias -dijo Grace.
- Bueno -dijo Mosh Zu-. Estás muy tranquila. A otros podría haberles perturbado un poco despertarse con las manos de otra persona en la garganta. -Mientras hablaba, cogió un mortero, bajó botes de hierbas y aceites y fue añadiendo un poco de cada al mortero.
Grace lo observó.
- Créame -dijo-. Me ha perturbado. Pero sé que Shanti no tenía intención de hacerme daño. -Se quedó callada-. Ha sido la cinta.
Mosh Zu asintió.
- Sí, Grace. Tienes razón. Ha sido la cinta. Una buena observación. -Comenzó a moler las hierbas hasta convertirlas en una pasta.
- Sé que no le gusta que le hagan preguntas -dijo Grace.
Mosh Zu alzó la vista, sorprendido.
- ¿Por qué dices eso?
- Olivier -respondió Grace-. Me ha dicho que una regla de Santuario es no hacer preguntas. -Sonrió-. Creo que me va a costar.
- Sí. -Mosh Zu sonrió, dejando la mano del mortero y mirándola a los ojos-. Comprendo. Sí, sabía que te estabas conteniendo. Pensaba que ibas a bombardearme a preguntas. Sé que yo habría hecho lo mismo, en mi primer día en este lugar tan fascinante.
Grace afirmó con la cabeza…
- Así es. Sí que tengo preguntas. Pero Olivier me ha dicho que debo esperar a que las personas se vayan abriendo y no hacer preguntas…
Mosh Zu movió afirmativamente la cabeza.
- Bueno, Grace, he aquí unas cuantas cosas que deberías saber. En primer lugar, Olivier es un buen hombre. Se toma sus obligaciones muy en serio. Acudió a mí cuando apenas era mayor que tú y se me ha hecho casi indispensable.
Grace reparó en que Mosh Zu había dicho «casi». Aquello le extrañó. La palabra escondía alguna cosa, como si él le estuviera procurando veladamente más información; pero ella no fue capaz de descifrarla.
Mosh Zu continuó.
- En segundo lugar, Olivier tiene razón en tanto que es mejor no presionar a quienes vienen aquí exigiéndoles demasiado antes de tiempo. Ellos vienen porque tienen sus propias preguntas, las cuales nosotros podemos ayudar a responder. Esa debe ser nuestra prioridad. -Le sonrió-. Pero tú puedes hacerme todas las preguntas que quieras -dijo-. Las reglas, si debemos llamarlas así, no cuentan entre tú y yo.
Grace sonrió. Oír aquello era un gran alivio.
Mosh Zu cogió un botecito de cristal y vertió en él la mezcla del mortero.
- Aquí tienes -dijo, dándoselo-. Ponte un poco de ungüento ahora y, si la herida te sigue doliendo, un poco más esta noche antes de acostarte.
Grace destapó el bote. Era una mezcla de olor acre. Reconoció algunos de los aromas.
- ¿Lleva romero?
Mosh Zu asintió.
- Sí. No necesitas poner mucho. Así. Sólo un poco en cada lado.
Grace se puso el ungüento; luego, se limpió los dedos en un trapo que Mosh Zu le pasó.
- ¿Y ahora, una infusión mientras me haces unas cuantas preguntas? -dijo, sonriendo y señalando un círculo de cojines en un rincón de la habitación.
Sirvió una infusión para ella y otra para él; luego, se sentó en los cojines con las piernas cruzadas.
Grace lo miró mientras se acercaba la taza a los labios. Estaba sorprendida. Cuando se llevaba tanto tiempo entre vampiros como ella, se buscaban señales. Si Mosh Zu tomaba infusiones, ¿significaba eso que no era un vampiro? ¿Era acaso un mortal, como ella y Olivier? ¿Era posible que el gurú de los vampiratas, por utilizar el término del capitán, fuera un mortal?
- Sí -dijo Mosh Zu, sonriéndole-. Veo que estás repleta de preguntas. ¿Por dónde empezamos?
Grace no vaciló.
- Hábleme de las cintas -dijo.
Mosh Zu tomó un sorbo de infusión.
- Hagámoslo más interesante -propuso.
Grace esperó a que continuara.
- ¿Por qué no me hablas tú?
- Yo no sé nada de ellas -dijo Grace.
Mosh Zu tomó otro sorbo de infusión.
- Sabes más de lo que crees.
Grace negó con la cabeza.
- Olivier nos llevó a nuestras habitaciones por el Pasillo de las Cintas, pero no nos dijo qué eran. Dijo que lo haría usted.
Mosh Zu dejó su taza.
- Veamos qué sabes -dijo-. Shanti cogió una cinta del pasillo. Creyendo que no era nada salvo una hermosa banda de tela, la cogió y la utilizó para recogerse el pelo. Se quedó dormida llevándola puesta y la energía que contenía comenzó a afectarle. -Alzó la vista para mirarla-. ¿Notaste algo extraño en el comportamiento de Shanti antes de quedarte dormida?
- Sí -respondió Grace-. Al menos, parecía muy inquieta. Daba tantas vueltas en la cama que estuve a punto de despertarla. Creí que a lo mejor tenía una pesadilla…
- Y, efectivamente -dijo Mosh Zu-, eso no dista mucho de la verdad. Sin duda, la cinta se había apoderado de su mente. La energía negativa que contenía estaba impregnándole la cabeza, cambiándole el pensamiento.
Grace abrió los ojos con asombro.
- ¿Me está diciendo que la cinta es, en sí misma, malvada?
Mosh Zu negó con la cabeza.
- Piensa en la clase de personas que vienen aquí: vampiros. Vas a conocer a unos cuantos bien pronto. Los vampiros que acuden a nosotros son los que están atormentados. Quizá haga poco que han cruzado al otro lado y les esté costando aceptar su nueva existencia, lo que yo llamo post-muerte. Asimismo, quizá haga mucho que han cruzado pero sigan teniendo conflictos.-Mientras él daba otro sorbo a su infusión, Grace no pudo quedarse callada.
- ¿Con qué pueden tener conflictos? -preguntó.
- Con muchas cosas -respondió Mosh Zu-. Pueden tener conflictos con su sed de sangre, en lo cual podemos ayudarlos, o quizá siga costándoles dejar atrás la luz y aceptar la oscuridad. Así mismo, hay vampiros que se angustian ante la perspectiva de vivir eternamente. Nosotros podemos ayudarlos a tratar con todas esas emociones.
- Pero ¿cómo se relaciona eso con las cintas? -preguntó Grace.
- Cuando alguien llega a Santuario, sea por el motivo que sea, siempre comenzamos el tratamiento del mismo modo. Le ayudamos a despojarse de todo su dolor. ¿Me sigues?
Grace asintió con la cabeza.
- De cuanto más dolor se despoje, más posibilidades hay de que el tratamiento sea un éxito. Por eso, damos una cinta a cada vampiro. Luego, les ayudamos a despojarse de todas sus malas experiencias, de todo el dolor que han soportado en vida, mientras morían y después. E, igualmente, del dolor que han infligido a otros.
- Entonces, ¿las experiencias se transfieren a las cintas?
- Eso es -dijo Mosh Zu-. Y cuando el paciente está listo para pasar a la siguiente fase de tratamiento, colgamos su cinta en el Pasillo de las Cintas. Ellos se despojan de su dolor, pero la energía negativa perdura en la cinta.
- Pero ¿no es peligroso guardar las cintas?
- Por supuesto -respondió Mosh Zu, dándose unos golpecitos en el cuello-. Pero ¿dónde sino debería ir esa energía? Debe ir a algún lugar. Y, por mucho que yo desee que todos se despojen de su dolor, no quiero que olviden por completo el camino que han hecho. A veces, van a necesitar que se lo recuerden. A veces, todos necesitamos que nos lo recuerden.
- Entonces, la cinta que cogió Shanti contenía energía negativa.
Mosh Zu asintió.
- ¿Sabe a quién pertenecía? ¿Qué experiencias contenía?
El gurú volvió a afirmar con la cabeza.
- Pero no va a decírmelo.
Mosh Zu sonrió.
- ¿Por qué no me hablas de la otra cinta? -dijo-. La que Shanti te regaló.
- ¿Lo sabe? -preguntó Grace.
- Olivier la ha visto en tu mano cuando ha ido a rescatarte. Me la ha traído.
Sí, Grace se dio cuenta de que, tras el ataque de Shanti, se había olvidado por completo de la cinta. Y, ahora, Mosh Zu abrió la mano y la dejó entre los dos.
- Lo siento -dijo Grace, mirando la banda de tela-. Me la regaló antes de acostarnos. Yo sabía que no debería haberla cogido. Ella no tenía mala intención. Iba a pedirle que las devolviera, pero los acontecimientos nos han superado.
Mosh Zu sacudió la cabeza.
- No estoy enfadado contigo -dijo-. Ni tampoco con Shanti, por cierto. Tienes razón. Ella no sabía lo que hacía. Pero dime, ¿qué pasó con tu cinta?
- Bueno, no me ha inducido a querer matar a nadie -respondió Grace.
Mosh Zu sonrió.
- No, no lo ha hecho. ¿No te parece interesante?
- ¡Mis sueños! -exclamó Grace-. He tenido unos sueños clarísimos. ¿Ha sido la cinta? ¿He canalizado las experiencias que contiene?
- Quizá -respondió Mosh Zu-. Tal vez debieras contarme lo que has soñado.
Grace hizo memoria. El muchacho tumbado en el suelo, mirando el cielo cuajado de estrellas. El muchacho con el caballo. Whisky. Y el muchacho se llamaba Johnny…
Relató a Mosh Zu los fragmentos de su sueño. Él escuchó pacientemente, animándola a tomarse su tiempo, a recordar cada fragmento tan clara y detalladamente como fuera capaz. Cuando pasó de la escena en que Johnny domaba el potro salvaje en el corral al momento en que montaba a caballo en el rodeo, la memoria empezó a fallarle.
- Si necesitas ayuda -dijo Mosh Zu-, vuelve a coger la cinta.
Grace miró la cinta roja, enroscada sobre sí misma en un cuenco de madera que había entre ellos. Parecía inofensiva, pero, en cuanto la cogió, notó una especie de descarga eléctrica. Instintivamente, cerró los ojos.
- Muy bien, Grace. Ahora, encuentra tu sitio. Encuentra a Johnny en el corral.
Grace asintió.
- Estoy ahí -dijo.
- ¿Qué pasa ahora?
- No es el rodeo -respondió ella, desconcertada-. Está montando otros caballos, domándolos. Está en distintos sitios, con otras personas, pero no es un rodeo importante. Y luego empieza a cabalgar por el campo, eso es…
Volvió a abrir los ojos y soltó la cinta.
- No lo comprendo -dijo-. Antes, el rodeo era clarísimo. No puedo habérmelo imaginado.
Mosh Zu negó con la cabeza.
- No te lo has imaginado. Viene más tarde. Viene después de que muera.
Grace se estremeció. «Después de que muera.» Por supuesto.
- Así que empieza a cabalgar por el campo. Sigue a partir de ahí.
Grace continuó la historia de Johnny. El resto del sueño fue adquiriendo claridad, hasta el mismo momento en que lo levantaban de la nieve y notaba cómo le ataban una soga alrededor del cuello.
- Y hasta ahí había llegado cuando he notado las manos de Shanti en el cuello. Ha sido como si, en ese momento, se hubieran unido sueño y realidad.
- Eso no es tan extraño -dijo Mosh Zu-. Tu capacidad para canalizar la historia de Johnny es asombrosa. ¿Te sientes preparada para saber cómo termina?
Grace no estaba segura. Mientras canalizaba las experiencias de Johnny, no sólo las había visto, sino que había sentido sus emociones, su dolor, el dolor que él había transferido a la cinta.
- Puede que no estés preparada del todo para dar este paso -dijo, Mosh Zu-. Puede que tú creas que no lo estás. Pero yo creo que sí.
Grace quería saber más. No podía dejar la historia en aquel punto. Respirando hondo, alargó la mano y volvió a coger la cinta. Una vez más, notó una especie de descarga en su interior.
- Los vigilantes están atándome la soga al cuello -dijo, con voz entrecortada-. Y al cuello de mis dos compadres. Y yo les estoy diciendo que no es justo. Yo no he hecho nada malo. No sabía que ellos dos eran ladrones de ganado. Y aunque, hasta este momento, ellos me han mentido, ahora empiezan a decir a los vigilantes que yo no miento. Yo no soy ningún ladrón de ganado. No tenía la menor idea de su vileza. Ellos dos saben que van a morir colgados de un árbol, pero se ponen a suplicar que me dejen con vida. Pero la soga se ciñe alrededor de mi cuello. Me levantan. Ahora, estamos colgados uno junto a otro, como una colada de ropa tendida. Y luego la soga se tensa y yo me quedo allí colgando, contemplando la llanura, el infinito cielo estrellado. Y estoy pensando: «Así que esto es todo. Dieciocho años. He venido a Dakota del Sur desde Texas para esto». Y luego todo se vuelve negro, no, se borra.
Grace abrió los ojos, notándoselos empapados de lágrimas.
- Anda, deja que coja la cinta -dijo Mosh Zu en voz baja.
Cuando lo hizo, Grace se puso a llorar.
Con los ojos empañados de lágrimas, vio que Mosh Zu le estaba sonriendo.
- Tienes tanta capacidad… -dijo-. ¿No lo comprendes? Cuando Shanti se ha puesto la cinta en el pelo, lo único que ha sacado de ella es su maldad, su violencia. Pero tú… tú has leído toda la historia de Johnny.
- Pero ¿quién es Johnny? -preguntó Grace.
- Pronto lo sabrás -respondió Mosh Zu.


20
Misión nocturna
- ¿Y para qué decís que necesitáis el esquife a estas horas? -preguntó el pirata que estaba haciendo la guardia nocturna.
Menuda suerte la suya, pensó Connor, que esa noche estuviera de servicio el alférez Metomentodo, conocido también como Jean de Cloux.
- Es un encargo personal del capitán Wrathe -respondió Bart con mucha seguridad.
- ¿Qué clase de encargo? -De Cloux receló de inmediato.
- Si te lo dijera, ya no sería personal, ¿no?
- Creo que será mejor que lo consulte con el capitán -dijo De Cloux.
- Adelante -dijo Bart, tan relajado como siempre-. Estoy seguro de que al capitán le va a encantar que lo despiertes para cuestionar sus órdenes.
- Bueno… -De Cloux se lo pensó mejor. Todo el mundo sabía que el capitán no se tomaba nada bien que lo despertaran, sobre todo por naderías-. Está bien -dijo con altanería-. Os ayudaré. Pero mañana voy a tener que comprobarlo.
- Bien -dijo Bart-. Muy bien. Salvo que, como se trata de un encargo personal, el capitán nos ha pedido específicamente que no se lo volvamos a mencionar ni a él ni a ningún otro miembro de la tripulación.
Connor sonrió ante la audacia de Bart, preguntándose si De Cloux iba a morder el anzuelo.
El alférez pareció tomarse las palabras de Bart al pie de la letra.
- ¿Ha dicho eso?
- Sí -respondió Bart, preparándose para dar el golpe de gracia-. Y nos ha pedido que te demos esto. -Se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño paquete, que dejó en la palma de De Cloux.
El alférez lo olió.
- ¿Es lo que creo que es? -Lo abrió-. ¿Chocolate? -preguntó, con voz ausente-. He estado soñando con chocolate… chocolate negro y amargo… -Arrancó un trozo, como si no pudiera contenerse. Mientras se le derretía en la boca, puso cara de puro éxtasis.
- Él lo sabía -dijo Bart, cerrando el trato-. Y nos ha pedido que te lo diéramos, para agradecerte tu silencio.
- ¿El mismísimo capitán Wrathe os ha pedido que me deis el chocolate?
Bart asintió, con mucha seriedad.
- De su reserva particular. -Poniéndole una mano en el hombro, añadió-: Además, ha dicho que, si eras capaz de mantener la boca cerrada, puede que pronto te llueva un ascenso.
- ¿Un ascenso? -A De Cloux se le saltaron los ojos de las órbitas. No podía dar crédito a sus oídos. Ni tampoco Connor. Aquello no había formado nunca parte del discursito que él y Bart se habían preparado. Bart se estaba entusiasmando. Sacarse a la gente de encima con chocolatinas de contrabando era una cosa, pero prometer ascensos era otra muy distinta.
Connor tosió para captar la atención de Bart y De Cloux.
- Deberíamos irnos -dijo-. El tiempo vuela.
- Sí. -De Cloux hizo un gesto afirmativo, metiéndose cuidadosamente en el bolsillo el chocolate que quedaba-. Subíos al esquife y yo os bajaré. -Llamó a otro pirata para que le ayudara.
- Pero ¿adónde vais a estas horas? -protestó el pirata de menor rango.
- ¡No seas insolente, Gregory! -exclamó De Cloux, haciendo alarde de su autoridad-. Son órdenes del capitán, así que ayúdame y mantén la boca cerrada por una vez.
- Sí, señor -respondió Gregory con las orejas gachas.
Connor estaba conteniendo la risa cuando se encaramó al esquife, teniendo cuidado de no pisar a Jez, que seguía oculto bajo la lona alquitranada. Bart pasó dos faroles a Connor y saltó al barco cuando De Cloux comenzó a bajarlo.
- Y recuerda -le dijo, alzando el pulgar-. ¡En boca cerrada no entran moscas!
- En boca cerrada no entran moscas -repitió De Cloux, guiñándole un ojo con una jovialidad impropia de él.
Momentos después, cuando el esquife estuvo en el agua, Bart soltó las cuerdas que lo unían al Diablo y comenzó a guiarlo hacia mar abierto.
Sólo habían avanzado unos metros cuando una pálida mano retiró la lona alquitranada y apareció la cara igualmente pálida de Jez. Su palidez seguía impactando a Connor, pero su risa era la de siempre.
- Pobre De Cloux -dijo Jez, entre risas-. Va a estarse esperando hasta Navidad a que el capitán Wrathe le pida que vaya a su camarote para hablar de su futuro.
Bart se rió.
- Va a estarse esperando mucho más. Aun así, eso lo disuadirá de hablar.
- Gracias, chicos -dijo Jez, sentándose entre los dos ahora que ya estaban lo bastante lejos del Diablo como para que no los vieran-. Gracias por todo lo que estáis haciendo por mí.
- Todos para uno -dijo Bart-, y uno para todos. -Le sonrió-. ¿Acaso no cuidábamos siempre unos de otros? Que estés muerto, socio, no significa que hayas dejado de ser uno de los Tres Bucaneros, ¿eh, Connor?
Connor negó con la cabeza y sonrió.
- ¡No puedes deshacerte de nosotros tan fácilmente!
Jez le devolvió la sonrisa.
- Y yo pensando que ibais a dejar que Brenden González ocupara mi lugar.
- ¿González? -preguntó Bart, mientras manejaba el timón-. ¿Qué te hace pensar eso?
Jez se encogió de hombros.
- Os vi a todos bailando, hace unas noches, en la taberna de Ma Kettle.
- ¿Estuviste en la taberna? -exclamó Bart, sorprendido.
- Sí -respondió Jez-. Quería hablar con vosotros entonces, pero no tuve agallas. Me quedé en uno de los reservados, mirándoos disimuladamente mientras bailabais. González estaba con vosotros en ese momento.
Se quedaron en silencio durante más de un minuto. Entonces, de pronto, Bart se puso tan pálido como Jez.
- Espera un momento -dijo-. Estuviste en la taberna la noche en que mataron a Jenny Petrel.
- ¿Jenny Petrel? -repitió Jez, sin inmutarse. Era evidente que el nombre no significaba nada para él.
- Era una de las camareras de Ma Kettle. Te acuerdas de Jenny. Tan bonita como una flor. -Bart frunció el entrecejo-. La encontraron en uno de los reservados que dan a la pista de baile. Nadie oyó nada. La pobrecilla no gritó. Ni siquiera la oyeron gritar, con la música de tango. Pero cuando la encontraron… cortes por todo el pecho… había muerto desangrada.
Jez movió tristemente la cabeza.
- Pobre Jenny -dijo.
- Y tú -continuó Bart- estabas en uno de los reservados cuando la mataron. Ahora necesitas alimentarte de sangre humana para vivir, ¿no? -Suspiró hondo-. ¿No comprendes lo que estoy diciendo? -Parecía destrozado-. Lo hiciste tú, ¿verdad?
- ¿Yo? -Jez reaccionó como si su insinuación fuera totalmente absurda, por no decir repugnante. Luego, su expresión volvió a ser la de siempre mientras admitía-: Es posible. -Se quedó callado-. No me acuerdo.
- ¿Como que no te acuerdas? -preguntó Connor, horrorizado.
- ¿Cómo puede alguien matar a alguien y no acordarse? -dijo Bart.
- Es la sed -respondió Jez sin ninguna emoción en la voz-. Cuando la sed se apodera de ti, no tienes más opción que saciarla. Te domina, y luego te adormece. Después, tienes los sentidos embotados durante un tiempo y necesitas descansar.
Connor no podía dar crédito a sus oídos. Claramente, tampoco podía Bart. Antes, cuando se habían puesto en camino, todo parecía igual que en los viejos tiempos. Pero, por mucho que fingieran que nada había cambiado, que aquella no era más que otra loca aventura de los Tres Bucaneros, ahora las cosas eran distintas. Una línea los separaba a él y a Bart de Jez. Por alguna extraña razón, no habían dado mucha importancia al hecho de que Jez fuera un muerto, un muerto viviente, un vampiro… El nombre daba igual. Pero ahora había confesado ser un asesino insaciable, y no había dado ninguna muestra de arrepentimiento ni pensado por un momento en la víctima.
- Sé lo que estáis pensando -dijo Jez-. No soy estúpido. ¿Es que no lo veis? Aborrezco lo que soy. Ya os lo he dicho. Necesito ayuda. Haré lo que haga falta. Si maté a esa chica, y sí, probablemente lo hice, bueno, eso es terrible. Y es terrible que no me acuerde. Pero vosotros no sabéis cómo es esta sed. Ya no tengo el control de mi cuerpo, de mis pensamientos, de mis necesidades. Cuando la sed se apodera de mí, me invade, no hay nada que pueda hacer para combatirla.
Sin saber muy bien por qué, aquellas palabras tranquilizaron a Connor. «No es un monstruo -se dijo-. No es responsable, al menos. Él no ha elegido hacer el mal.» Consiguió sonreír débilmente a Jez.
- El capitán de los vampiratas te ayudará -le dijo-. Sabrá qué hacer.
Bart lo miró, transformado, de pronto, en eficiencia pura.
- Muy bien -dijo-. Terminemos de una vez lo que hemos empezado. ¿Cómo encontramos el camino hasta el barco de los vampiratas?
- ¿Sabes dónde está, anclado? -preguntó Jez, entusiasmado.
Connor negó con la cabeza.
- No -contestó-. Pero conozco al capitán. Y él me dijo una vez que, cuando necesitara encontrarlo, no iba a resultarme difícil.
El capitán le había dicho muchas más cosas, pensó Connor. El modo de matar a Jez, por ejemplo, o la criatura en que se había convertido. Le había dicho que atacara con fuego. Pero el fuego no había matado a Jez, sólo a Sidorio y a los otros vampiratas. ¿Cómo se había librado Jez esa noche? ¿Era el único que aún conservaba algún resquicio de humanidad?
«No la suficiente humanidad para disuadirlo de matar a Jenny Petrel», reflexionó Connor. Tenía que llevarlo al barco de los vampiratas y pedir ayuda al capitán, antes de que cometiera otra atrocidad.
Miró a su viejo aliado, intentando calarlo. Jez le devolvió la mirada. Justo entonces, sus facciones cambiaron. Se había quedado sin ojos, como si un pozo oscuro y profundo se los hubiera tragado. De aquella oscuridad surgieron dos bolas de fuego. La imagen era aterradora, pero también hipnotizante. Luego, con la misma rapidez, el fuego se extinguió. Jez parpadeó y volvió a mirar a Connor con sus ojos de siempre.
- ¿Qué te pasa, socio? -preguntó Jez-. Parece que hayas visto un fantasma. -Se rió entre dientes. Pero, esta vez, Connor no pudo sumarse a su broma.
- Te has quedado sin ojos, sólo un segundo. -Miró a Bart-. ¿Lo has visto? -Bart asintió, con el miedo todavía patente en la cara. Connor miró de nuevo a Jez-. Te has quedado sin ojos y, en su lugar, tenías fuego.
- Ah -dijo Jez, con toda naturalidad-. Normalmente, eso indica que necesito sangre.
- ¿Necesitas sangre? -repitió Bart, con una voz más aguda de lo habitual-. ¡Estamos solos contigo en mitad del mar y de pronto te entran ganas de tomar sangre! Volved a recordármelo. ¿A quién se le ha ocurrido este plan maravilloso?
Viendo que Bart estaba al borde de la histeria, Connor tomó las riendas de la situación.
- ¿Dentro de cuánto? -preguntó a Jez-. ¿Dentro de cuánto necesitas sangre?
Jez se quedó otra vez sin ojos y en sus cuencas vacías volvieron a arder las llamas del infierno.
- Necesito sangre ya -dijo-. Necesito sangre ya.


21
La ceremonia de las cintas
Grace llamó a la puerta.
- Adelante -dijo Mosh Zu desde el interior.
Grace apretó la mano a Lorcan antes de abrir la puerta. La habitación era pequeña y austera.
Otras dos personas, un hombre, y una mujer, estaban ya sentadas en el centro de la habitación. Junto a ellas había una silla vacía, Grace supuso que para Lorcan. Mientras lo conducía hasta ella, echó una rápida ojeada a los demás.
El hombre iba vestido de blanco de la cabeza a los pies. Tenía la tez tan pálida como la ropa. La mujer, en cambio, llevaba un historiado vestido de gala. Tras un examen más minucioso, Grace vio que estaba hecho jirones. A continuación, le miró el cuello. En él, llevaba una gargantilla de diamantes que relucía a la débil luz del farol. La mujer la sorprendió mirándola y le sonrió con dulzura, tocándose la gargantilla. El hombre ya había dejado de mirarla y tenía los ojos clavados en el suelo.
Cuando Lorcan se sentó, Grace se fijó en que no había más sillas.
- ¿Debo irme? -preguntó a Mosh Zu.
- No -respondió él-. Me gustaría que te quedaras. -Miró a los otros-. Si a vosotros os parece bien.
La mujer se encogió de hombros.
- Pourquoi pas?
El hombre no dijo nada ni despegó los ojos del suelo.
- Siéntate en el suelo, donde quieras -le dijo Mosh Zu. Grace asintió y se sentó, cruzando las piernas.
- Ya estamos todos, así que vamos a empezar -dijo el gurú-. Quiero daros la bienvenida a Santuario. Me complace mucho que hayáis encontrado el camino hasta aquí. Podéis quedaros tanto como queráis. Estoy seguro de que lleváis mucho tiempo vagando por este mundo.
Grace observó los rostros de los tres vampiros. Advirtió que la mujer ya no sonreía y que el hombre vestido de blanco había alzado por fin la vista y estaba mirando fijamente a Mosh Zu.
- Sé lo fatigados que debéis de estar -continuó el gurú-. Santuario os ayudará a vencer esa fatiga. -Les sonrió-. Pondremos empeño en eliminar las cargas que acarreáis desde hace tanto tiempo.
La voz de Mosh Zu surtía un efecto increíblemente relajante, pensó Grace. Y, aunque no estaba hablándole a ella, presintió que también sus cargas podrían aligerarse durante el tiempo que permaneciera allí.
- Hoy no os voy a pedir mucho -dijo Mosh Zu-. Porque el día de hoy señala únicamente el inicio de un nuevo viaje para vosotros. Un viaje en el que, espero, podréis hallar la paz y volver a empezar. Pensad en Santuario como en un lugar para despojaros de todo lo que os hace sufrir.
Dejó que los tres vampiros asimilaran sus palabras. Grace percibió el alivio en sus caras.
- Decidme cómo os llamáis -continuó Mosh Zu-. Cuándo y dónde nacisteis, y cuándo y dónde fallecisteis. Esto es todo lo que necesito por ahora.
Hizo una seña con la cabeza a la mujer. Ella seguía, advirtió Grace, pasando los dedos por su gargantilla de diamantes.
- Me llamo -dijo- María Luisa, princesa de Lamballe. -Se quedó callada, como si esperara alguna felicitación o reconocimiento-. Nací en Turín en 1749. Fallecí en París en 1792. Fui compañera y confidente de…
- Eso es todo lo que necesito, gracias -dijo Mosh Zu, interrumpiéndola, pero con suavidad. Por la expresión de la mujer, Grace supo que le habría gustado explicar más parte de su historia. Pero Mosh Zu ya estaba haciendo una seña al hombre vestido de blanco.
- Soy Thom Feather -dijo-. Nací en Huddersfield en 1881. Fallecí en Wakefield en 1916.
A diferencia de la princesa, Thom Feather no ofreció más información.
- Gracias -dijo Mosh Zu, volviéndose hacia Lorcan. Se acercó a él y le puso una mano en el hombro-. Y ahora tú.
- Me llamo Lorcan Furey -dijo él. Grace lo observó atentamente mientras hablaba-. Nací en 1803 en Connemara, fallecí en 1820 en Dublín.
- Gracias -dijo Mosh Zu-. Gracias a todos por decidir venir.
En ese momento, Grace se preguntó cómo se habrían enterado los otros dos vampiros de la existencia de Santuario. ¿Y cómo habían encontrado el camino hasta allí? ¿Habían tenido que subir la montaña, como la expedición del Nocturno? ¿Qué otras opciones había? De haberlas, ¿cómo habían permanecido las ropas de Thom Feather tan inmaculadas? ¿Y cómo lo había conseguido la princesa con un vestido tan poco práctico? Tenía que preguntárselo a Mosh Zu cuando fuera el momento.
- Tengo algo para cada uno de vosotros -dijo el gurú. Cogió una caja de madera y se la pasó a la princesa-. Por favor, coge una cinta.
- ¿Es necesario? -Por algún extraño motivo, la princesa se puso a temblar.
Mosh asintió.
- Sí -respondió-. Sé que te trae malos recuerdos, pero es necesario.
¿Qué quería decir Mosh Zu con aquello? Grace advirtió cuánto habían sorprendido sus palabras a la princesa. La observó mientras sacaba una cinta verde de la caja y la sostenía, temblando, entre los dedos.
A continuación, Mosh Zu pasó la caja a Thom Feather. Él miró en su interior y soltó una risa forzada.
- Supongo que la blanca es para mí -dijo, sacándola de la caja.
Por último, Mosh Zu pasó la caja a Lorcan. Grace lo vio alargar la mano y tantear el aire, buscando la caja. Mosh Zu aguardó pacientemente. Cuando Lorcan frunció el entrecejo, volvió a ponerle la mano en el hombro.
- No hay prisa, Lorcan Furey. Tómate el tiempo que necesites.
Por fin, Lorcan encontró la caja y sacó la cinta que contenía.
- Bien hecho -dijo Mosh Zu, cerrando la caja y alejándose de él.
- Bueno -continuó-. Ahora quiero que cada uno de vosotros cierre bien la mano donde tiene la cinta. -Los miró uno a uno-. Bien -dijo-. Ahora, debéis ser valientes. Voy a pediros que os despojéis de vuestro dolor, sea cual sea su origen, provenga de vuestra vida, vuestra muerte o vuestra post-muerte. No forcéis las cosas. Probablemente, no podréis despojaros de mucho, al principio. Pero lo repetiremos noche tras noche. Y, con el tiempo, os libraréis de estas terribles cargas.
Sonrió.
- Ahora, mientras os concentráis en despojaros de vuestro dolor, sujetad la cinta por un extremo pero dejad el otro suelto.
Esperó y los miró mientras seguían sus instrucciones. Detrás de él, Grace los observó con la misma atención. ¿Podía ser cierto? ¿Podía estar transfiriéndose el dolor a las cintas? Vio la intensidad de sus expresiones. Aunque Lorcan tuviera los ojos vendados, percibió su determinación en su modo de apretar la mandíbula.
Mosh Zu levantó la mano derecha. En ese instante, sucedió algo asombroso. Las tres cintas parecieron cobrar vida y comenzaron a buscar su mano, tan certeramente como si un imán las estuviera atrayendo. Los vampiros también se dieron cuenta, alzando la vista con asombro.
- No os concentréis en mí -les dijo Mosh Zu-. Seguid concentrados en vosotros. Despojaos del dolor que anida en vuestro cuerpo y dejad que se transfiera a la cinta.
Grace vio que las cintas se tensaban cada vez más, como si Mosh Zu estuviera tirando de ellas. Se fijó en que comenzaban a irradiar luz. Si necesitaba alguna prueba de la eficacia del tratamiento, la obtuvo cuando miró a los vampiros.
Vio que la princesa estaba llorando. Seguía con los ojos cerrados, pero las lágrimas le rodaban por las mejillas. Luego, se fijó en Mosh Zu. El gurú no la miró. Grace dedujo que también él debía de tener toda su atención puesta en las cintas.
Entonces, se oyó un gemido desgarrador. Grace vio que provenía de Thom Feather. También él tenía los ojos cerrados. El gemido prosiguió, bajo y continuo. Grace recordaba que su muerte había sido en 1916. Pero era como si el dolor de seiscientos años estuviera abandonando lentamente su cuerpo. Al principio, el sonido la angustió, pero, conforme continuaba, imaginó un absceso reventando en las entrañas de Thom Feather, liberando por fin toda la angustia que contenía.
Cuando el gemido de Thom Feather empezó por fin a remitir, Grace miró a Lorcan. No tenía lágrimas en la cara, ni tampoco emitía ningún sonido. Frunció el entrecejo. Presentía que aquello no era buena señal.
Miró a Mosh Zu cuando él bajó por fin la mano, truncando su conexión con las tres cintas de colores.
Poco a poco, la princesa abrió los ojos. Seguía asiendo fuertemente la cinta. Con la mano libre, rebuscó en su vestido y sacó un pañuelo de encaje con el que se enjugó las lágrimas.
Luego, abrió los ojos Thom Feather. Parecía desconcertado, como si acabara de despertarse y le sorprendiera dónde estaba. Al cabo de un momento, se rehízo, pero a Grace le pareció que ya tenía una nueva vitalidad.
Lorcan no hizo ningún movimiento, pero Mosh Zu parecía satisfecho con él.
- Todos habéis dado el primer paso -dijo-. Todo el dolor que hayáis traído a Santuario, aquí lo dejaréis atrás. Tanto si estáis luchando con vuestra sed de sangre como si queréis sanar viejas o nuevas heridas o, sencillamente, os sentís cansados, muy cansados, de vagar sin rumbo, aquí podréis volver a empezar.
Grace pensó en cuán calmas eran sus palabras, como agua lamiendo suavemente una orilla.
- Ahora idos -dijo Mosh Zu-. Regresad a vuestra habitación o, si deseáis airearos, salid a los jardines. Pasad tiempo a solas o, si lo preferís, estrechad lazos entre vosotros o con quienes han venido aquí antes que vosotros. Volveremos a reunirnos mañana por la noche. Llevad siempre la cinta y traedla mañana.
Sonrió y se dio la vuelta. Estaba claro que la sesión había terminado.
- Tengo una pregunta -dijo la princesa. Los ojos se le desviaron hacia Grace. Por alguna razón, Grace se puso a temblar.
Mosh Zu miró a la princesa.
- ¿Sí?
- Sangre -dijo-. Mi necesidad de sangre es muy fuerte. Me dijeron que usted nos aconsejaría acerca de lo que debíamos hacer.
Mosh Zu le sonrió.
- No vas a tomar nada de sangre -dijo.
- ¿Nada de sangre? ¡Pero eso es absurdo!
Él negó con la cabeza.
- No la necesitas. Lo percibo. Debes aprender a distinguir entre la necesidad auténtica y el hábito -dijo.
- Pero… -comenzó a protestar la princesa. Mosh Zu la interrumpió.
- En el momento en que de verdad necesites sangre, abordaremos el asunto -dijo-. Vive con la angustia. Deja que tu sed de sangre te posea. Y luego niégala. Y ve cómo disminuye.
- No puedo… -comenzó a decir la princesa-. Soy débil.
- No -dijo Mosh Zu-. Tú eres muy fuerte. Todos lo sois. Más fuertes de lo que creéis. Pero pronto os conoceréis mejor.
Sonrió. Luego, para sorpresa de Grace, salió de la habitación sin más dilación y desapareció por los laberínticos pasillos.


22
La Taberna de la Sangre
- ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Bart mientras él y Connor miraban nerviosamente el fuego que ardía en las cuencas de Jez.
Saltaba a la vista que su sed de sangre era cada vez mayor, pero él parecía estar haciendo todo lo posible para dominarla.
- No tengáis miedo de mí-dijo con voz ronca-. No os haré daño.
- Jez, tú necesitas sangre y estamos los tres solos en mar abierto, sin nada aparte de una botella de ron casi vacía -dijo Bart-. Tú mismo lo has dicho. Cuando la sed de sangre se apodera de ti, no puedes dominarte. Creo que es lógico que tengamos miedo.
- Llevadme… -Jez parecía estar haciendo un gran esfuerzo para pronunciar las palabras-. Llevadme a la Taberna de la Sangre.
Bart lo miró, confundido.
- La Taberna de la Sangre. ¿De qué hablas, socio?
En respuesta, Jez extendió el brazo y se levantó la manga. Connor volvió a sorprenderse de la blancura de su piel. Era casi translúcida, con una maraña de venas azules bajo su pálida superficie. Allí, en la cara interna del antebrazo, estaba el misterioso tatuaje de tres sables con el que los tres se habían despertado tras su fin de semana olvidado en la calle del Marinero. Pero Jez estaba señalándose más arriba. No un tatuaje, sino lo que parecía ser una nota escrita a toda prisa con tinta.
Taberna, de la Sangre
Ensenada del Limbo
Puerta negra
Lilith
- Llevadme -repitió Jez. Tenía los ojos en llamas y parecía como si la boca se le estuviera desfigurando.
Connor se estremeció. Miró a Bart.
- ¿Sabes dónde está la ensenada del Limbo? -le preguntó.
- Sí -respondió él-. No está lejos de aquí. -Ya estaba poniendo rumbo hacia allí.
Connor miró a Jez, que parecía estar poniendo todo su empeño en contener su sed de sangre. Pero daba la impresión de que el cuerpo ya no le pertenecía.
- ¿Cuánto tiempo nos queda? -le preguntó.
Jez siguió mirando hacia otro lado, pero repitió, con voz ronca:
- Necesito sangre ya.
Los vientos nocturnos soplaban a su favor, y Bart no tardó en conducir el esquife hasta la ensenada del Limbo.
- Bueno -dijo-. Hemos llegado.
Jez se balanceaba de un lado a otro, desestabilizando el esquife.
- Hemos llegado -repitió Connor, tendiendo la mano a Jez con cierta vacilación. Cuando este alzó los ojos, él tuvo que apartar los suyos. A cada momento, Jez parecía estar despojándose de otra capa de humanidad.
- ¿Ya habías venido aquí? -preguntó Connor.
Jez abrió la boca, pero, el lugar de responder, se limitó a repetir:
- Necesito sangre ya.
Bart suspiró hondo.
- Es inútil. No vamos a conseguir que nos diga nada sensato -dijo-. Vamos a tener que encontrar esa Taberna de la Sangre por nuestra cuenta.
Connor estuvo de acuerdo con él.
- Buscamos una puerta negra-dijo.
- Ahora mismo, cualquier puerta sería un buen punto de partida -dijo Bart, con la voz cargada de frustración y preocupación.
Se hallaban cerca de la roca que marcaba el perímetro de la ensenada pero, hasta el momento, no había señales de que estuviera habitada.
- No recuerdo haber visto nunca una casa en esta ensenada -dijo Bart, desconsolado.
Connor se estaba desmoralizando a marchas forzadas. Si no llegaban pronto a la Taberna de la Sangre, aquello iba a tener un mal final. Un final en el que el esquife regresaría, como mínimo, con un tripulante menos, posiblemente dos.
- Espera un minuto -gritó Bart de pronto, señalando la pared rocosa-. ¿Podría ser eso una puerta, ahí?
- ¿Dónde? -Connor no veía nada salvo la oscura roca.
- Deprisa -dijo Bart-. ¡Pásame tu farol!
Connor lo hizo y Bart lo alzó para alumbrar la roca.
Había una repisa y, por encima de ella, ligeramente oculta por la vegetación, la silueta de una puerta.
Jez alzó la cabeza y abrió la boca. Parecía hinchada. Antes, Connor no se había fijado en el tamaño de sus colmillos. Parecía que le estuvieran creciendo. Tenía las encías dilatadas y le sangraban. Sintió un gran alivio cuando Jez volvió a cerrar la boca.
- No hay ningún sitio donde amarrar el esquife -dijo Bart-. Connor, voy a tener que esperar aquí, mientras tú entras con él.
- ¿Yo? -dijo Connor.
Bart asintió con la cabeza, dándole un apretón en el brazo.
- Adelante, socio. Por muy malo que sea, no puede ser peor que la alternativa.
Connor no estaba tan seguro. Una taberna de la sangre no parecía un sitio nada aconsejable. No anticipando nada bueno, se estremeció mientras Bart estabilizaba el esquife para que él pudiera encaramarse a la repisa.
- Agárrate -dijo Connor, tendiendo la mano a Jez-. Sígueme. -Lo ayudó a encaramarse a la repisa. Fue como llevar a un perro salvaje de la correa.
Una vez en la repisa, la tupida vegetación formaba una especie de emparrado que conducía hasta la puerta negra. Junto a ella, había un tirador. Intentando serenarse, Connor tiró de él.
Tras una breve pausa, corrieron un cerrojo y apareció una pequeña abertura en la puerta. Por ella asomaron un par de ojos blanquecinos que se clavaron en Connor. El los miró, con el corazón disparado.
- ¿Sí? -dijo una voz al otro lado de la puerta.
- ¿Es esta la Taberna de la Sangre? -preguntó Connor.
No hubo respuesta. Los ojos blanquecinos siguieron mirándolo, inexpresivos. Connor no pudo evitar preguntarse si no serían los ojos de un ciego.
- Esta es la ensenada del Limbo y esta es la única puerta negra. Esta debe de ser la Taberna de la Sangre. Por favor, déjenos pasar. Mi… mi amigo necesita sangre… urgentemente.
Los ojos no dieron ningún indicio de comprenderlo. Entonces, Connor recordó cómo terminaba la nota que Jez llevaba escrita en el brazo.
- Lilith -dijo-. Buscamos a alguien que se llama Lilith.
Justo después, la puerta se abrió con un chirrido. Connor se agachó y entró, tirando de Jez.
Los ojos blanquecinos del portero parecían flotar en la oscuridad. Iba vestido con ropa oscura. Sin decir nada, alzó una mano y señaló un pasillo curvo. Connor vio un resplandor de luz y oyó voces distantes.
- ¿Sangre? -preguntó Jez.
- Sí -lo tranquilizó Connor-. Sangre. Ya falta muy poco.
Caminaron por el pasillo poco iluminado hasta llegar a un pequeño vestíbulo cuadrado. Había una taquilla acristalada en el centro, bastante parecida a la del cine de Crescent Moon Bay, y Connor vio a una mujer en su interior. Llevaba el rebelde pelo negro recogido en un peinado alto. Tenía los párpados embadurnados de una sombra de ojos verde esmeralda que desentonaba con aquel lugar y con su cara, que ya no estaba en la flor de su juventud.
Se pusieron a la cola. El hombre que tenían delante se volvió y Connor vio, para su horror, el mismo fuego ardiendo en sus ojos. Otro vampiro. Si había presentido peligro afuera en el esquife, cuando Jez estaba en desventaja numérica, aquí presentía mucho más. En aquel extraño lugar excavado en la roca, seguro que debía de haber más vampiros que mortales. Vio que el vampiro se metía la mano en el bolsillo y sacaba unas cuantas monedas. Se le heló la sangre. Iban a tener que pagar. ¡Por supuesto! ¿Por qué no lo había previsto?
- Habitación tres -anunció la mujer de la taquilla, metiendo el dinero del vampiro en la caja registradora y señalando una puerta tapizada de terciopelo rojo. El vampiro asintió con la cabeza, abrió la puerta y se internó en la oscuridad.
- ¡El siguiente! -dijo la mujer desde el interior de su jaula de cristal.
Connor dio un paso, turbado.
- Necesitamos sangre -dijo.
- Habéis venido al lugar indicado -dijo la mujer-. ¿Un litro, medio litro o una dosis especial?
Connor miró a Jez antes de volver a dirigirse a ella.
- No lo sé -dijo-. Es para él, no para mí.
La mujer miró a Jez de arriba abajo antes de responder.
- Yo diría que un litro.
- Está bien -dijo Connor, e hizo la pregunta que había estado temiendo-. ¿Cuánto vale eso?
No era mucho dinero. Pero era más de lo que Connor llevaba encima.
- ¿Tienes dinero, Jez? -preguntó.
Jez negó con la cabeza y dijo, gimoteando:
- Saaangre.
- Sin dinero, no hay sangre -declaró la mujer-. Lo siento, cariño, pero aquí no hacemos caridad. Y ahora apártate. Hay otros en la cola detrás de ti.
Connor no podía creer que hubieran llegado tan lejos, solo para irse con las manos vacías. Apesadumbrado, fue a marcharse. En ese momento, la mujer habló.
- ¡Espera! El guardapelo que llevas. Yo diría que vale algo.
Connor se volvió.
- ¿Mi guardapelo? -Se lo tocó. Era el guardapelo que él había regalado a Grace y que ella le había dejado al marcharse. Era un talismán para él, un modo de tenerla cerca-. No puedo dárselo -dijo-. No puedo.
- Oh, bueno -dijo la mujer-. Sólo era una idea. ¡El siguiente!


23
Una alternativa a la sangre
Olivier tenía una serie de habitaciones interconectadas, aunque, por lo que Grace veía, todas eran tan sencillas y monacales como el resto de piezas de Santuario. Su dormitorio tenía la puerta abierta y parecía tan austero como el de Lorcan o el suyo, sugiriendo que el «personal» de Santuario no disfrutaba de más privilegios que los visitantes o los vampiros que estaban en tratamiento. Otra puerta daba a un pequeño despacho. Este, observó Grace sin ninguna sorpresa, estaba meticulosamente ordenado. Contenía una silla y un pequeño escritorio, sin ningún papel en ese momento y, detrás, una estantería con una pulcra hilera de carpetas y libros. En la pared, había un módulo de madera con tarjetas insertadas. Parecía una especie de casillero. A Grace le habría gustado acercarse más para ver qué era.
- Fisgoneando un poco, ¿eh? -dijo Olivier, colocándose un sencillo delantal encima de la ropa y atándoselo a la cintura.
- ¡Lo siento! -dijo Grace, ruborizándose-. Soy incapaz de resistirme a explorar los sitios que no conozco.
- No te preocupes -dijo él-. Mi casa es tu casa.
Grace se alejó de la puerta del despacho y se acercó a la encimera de madera donde Olivier estaba dejando un mortero de hierro y su voluminosa mano.
Aquella habitación, la más grande de todas, le pareció un cruce entre una cocina y una farmacia. Estaba presidida por la gran encimera. Detrás, la pared estaba completamente ocupada por estanterías que crujían bajo el peso de un sinfín de botes de cristal que contenían especias, frascos de aceites, cestas de hierbas, frutas y verduras frescas, cortezas, frutos secos y otros productos que, por el momento, Grace no sabía clasificar. Una escalera de madera permitía a Olivier coger lo que necesitara de las estanterías superiores. Todos los botes de cristal tenían rótulos, pero él parecía saber instintivamente dónde estaba todo lo que necesitaba.
Era como ver a un pianista, pensó Grace mientras Olivier recorría las estanterías con las manos, seleccionando rápidamente los diversos ingredientes que precisaba y colocándolos en la encimera, junto al mortero y su mano.
- Acerca una banqueta, Grace -la animó, mientras alineaba los botes y frascos y se disponía a ponerse manos a la obra.
- Gracias -dijo ella, haciéndolo-. ¿Qué lleva este ungüento?
- Hiedra molida…, ajenjo…, cera de abeja, de nuestros panales…, aceite de girasol…, saúco…, lancéola, hojas de llantén…
Conforme nombraba los ingredientes, Olivier abría cada recipiente y añadía una dosis al mortero. Continuó enumerando más sustancias, pero Grace perdió el hilo, fascinada por cómo parecía saber qué cantidad exacta de cada ingrediente había que añadir, sin utilizar balanza, cucharas de medir ni ningún otro instrumental.
De pronto, Olivier alzó la vista.
- ¿Qué pasa?
- ¿Preparas siempre tus pociones sin medir las cantidades?
- Las estoy midiendo -respondió él-. Sólo que sin ningún instrumental. He preparado este ungüento muchas veces.
- Impresionante -dijo Grace.
Olivier se encogió de hombros.
- En realidad, no. Es un remedio bastante común. El saúco es el ingrediente más importante. ¿Conoces los poderes mágicos del saúco, Grace?
Ella negó con la cabeza.
- Bueno, permíteme que te instruya -se ofreció Olivier, estrujando las diversas hojas y ramillas-. En Rusia, creían que los saúcos ahuyentaban los malos espíritus. ¡Y en Sicilia lo utilizaban para repeler a serpientes y ladrones! Los serbios lo empleaban en las bodas para desear y proporcionar buena suerte a la pareja. Y en Inglaterra, la gente recogía hojas de saúco el último día de abril y las colgaba de sus puertas y ventanas para impedir que las brujas entraran en sus casas. Y aquí, en Santuario, lo utilizamos para curar heridas y laceraciones externas, como las que tiene tu amigo alrededor de los ojos.
Comenzó a moler la mezcla en el mortero. Grace observó mientras las diversas sustancias se fusionaban paulatinamente en una cremosa pasta. No estaba segura de creer en las tradiciones que Olivier acababa de contarle. Aun así, había una cierta alquimia en el modo como había elaborado el ungüento a partir de sus muchos componentes.
- Dan ganas de comérselo -dijo cuando Olivier dejó la mano del mortero en la encimera.
- No te lo aconsejo -dijo él, sonriéndole. Cogió un botecito de cristal vacío y metió el ungüento con una cuchara. Luego, se lo dio-. Ten, guárdalo. Se lo aplicaremos a tu amigo después. Yo lo haré la primera vez, pero a partir de entonces te encargarás tú, dos veces al día, cuando se despierte y antes de acostarse. Más a menudo, si es necesario.
Grace sostuvo el bote de ungüento en la palma de la mano, complacida de pensar que podía hacer algo práctico para aliviar el dolor de Lorcan.
Olivier llevó el mortero a un fregadero muy hondo y lo llenó de agua caliente para dejarlo en remojo. Grace lo observó mientras se frotaba vigorosamente las manos. Luego, fue hasta una enorme cacerola de cobre, colocada sobre un fogón apagado.
- ¿Qué hay ahí? -preguntó Grace.
- Ven a verlo -dijo él.
Grace se bajó de la banqueta y rodeó la encimera. La cacerola seguía caliente, aunque no estaba al fuego. Dentro, había un espeso líquido de color rojo oscuro, sobre el cual se había formado una fina membrana. Olivier cogió un cucharón, rompió la membrana y lo removió. Al hacerlo, Grace notó un olor bastante particular y no excesivamente agradable.
- ¿Qué es? -preguntó.
- Pruébalo -dijo Olivier. Vertió un poco en una taza y se la ofreció. A continuación, cogió un termómetro, lo metió en la cacerola y midió la temperatura-. Todavía tiene que enfriarse un poco -añadió-. El sabor mejora cuando está a unos treinta y siete grados centígrados.
Grace sostuvo la taza en la mano, mirando el líquido. Era más claro que la sopa pero más espeso que el zumo de fruta, y aquella tonalidad de rojo le resultaba familiar. Súbitamente, se le pasó por la cabeza un pensamiento horrible.
- Espera un momento. Treinta y siete grados es la temperatura del cuerpo humano. -Frunció el entrecejo-. Esto no es lo que creo que es, ¿verdad?
- Pruébalo -dijo Olivier-. Ahora ya se ha enfriado.
Grace no estaba segura de querer probarlo. No si era lo que ella creía que era.
- Grace, ¡venga!
Ella se llevó la taza a los labios y, haciendo una mueca, tomó un sorbito. El líquido tenía un sabor extraño y bastante amargo. Su textura también era muy particular. Pareció quedársele adherido a la boca y la lengua. Casi todos los líquidos apagaban la sed, pero aquel la daba. Le entraron ganas de aclararse la boca con agua.
- ¿Te gusta? -preguntó Olivier.
Grace negó con la cabeza.
- No mucho -dijo. Acto seguido, preguntó por tercera vez-. ¿Qué es?
- Infusión de bayas -respondió por fin Olivier-. La hacemos mezclando siete bayas silvestres distintas. La mayoría son bastante poco comunes, pero crecen en esta montaña.
- Es un alivio -dijo Grace-. Creía que era…
- Creías que era sangre -terminó de decir Olivier, sin sorprenderse-. Es lo que damos a los vampiros durante su primera fase de tratamiento. Su textura se parece mucho a la de la sangre pero, lo que es más importante, también se parece su bioquímica. Es muy rica en minerales y otros nutrientes.
Grace estaba intrigadísima.
- ¿Dais a los vampiros un sucedáneo de la sangre? Pero ¿no se debilitan si no toman sangre auténtica?
Olivier negó con la cabeza.
- No, en absoluto. Como has visto en el Nocturno, los vampiros sólo necesitan una cantidad de sangre relativamente pequeña, tomada regularmente, para sobrevivir. La calidad de la sangre que toman es lo importante. La mayoría de vampiros que vienen aquí han estado atiborrándose de sangre de procedencias muy distintas y a menudo desconocidas. Gran parte de ella es de una calidad ínfima. Durante la primera fase de tratamiento, necesitamos eliminar esa sangre de su organismo y comenzar a modificar su modo de manejar su sed. Cuando volvemos a darles sangre, nos concentramos en que la tomen con más moderación, de una única fuente conocida.
- Su donante -dijo Grace.
Olivier asintió con la cabeza.
Grace se quedó estupefacta.
- No sabía que pudieran digerir nada que no fuera sangre.
Olivier volvió a asentir con la cabeza.
- Oh, sí. Desde luego, la digestión de un vampiro es distinta a la de un ser humano vivo. Por ejemplo, para ellos sería bastante imposible digerir alimentos sólidos. La explicación fisiológica es bastante compleja, pero considéralo de este modo. Tras la muerte, el organismo se parece bastante al organismo al nacer. Tú no intentarías dar un filete a un recién nacido, ¿no? -Sonrió-. Pues, de igual mañera, un vampiro sólo puede digerir líquido. Y sí, a largo plazo, ese líquido debe ser sangre. Pero lo que esta infusión tiene de bueno es su parecido con la sangre, tanto en su aspecto como en su textura. Colma su necesidad inmediata. Y, como he dicho, tiene una composición química muy similar a la de la sangre.
Grace todavía estaba más intrigada.
- ¿Podrían sobrevivir con esto en vez de con sangre?
Olivier negó con la cabeza.
- No, indefinidamente, no. Al menos, creemos que no. Es una medida provisional. Pero es un remedio milagroso. La mayoría de veces, lo utilizamos para que los vampiros se deshabitúen de la sangre, pero Mosh Zu me ha dicho, por ejemplo, que vamos a empezar a dárselo a Lorcan, como paso previo a la sangre. -Volvió a sumergir el termómetro en la cacerola y miró la temperatura-. ¡Ah, perfecto! -Sacó una bandeja llena de termos metálicos y comenzó a desenroscar las tapas.
- Has dicho que, durante la primera fase de tratamiento, dais la infusión a los vampiros. ¿Qué pasa a continuación?
Mientras hablaba, Olivier comenzó a verter la infusión en los termos.
- Las fases de tratamiento son tres -dijo-. La primera consiste en disminuir la adicción a la sangre. La infusión contribuye a ello, pero es necesario llevar a cabo un trabajo psicológico mucho más importante. La sed de sangre, la obsesión de tomarla, son necesidades tan mentales y emocionales como físicas. -Tapó un termo y comenzó a llenar otro.
- La segunda fase consiste en reintroducir la sangre, pero para que se alimenten de ella con más moderación. Durante esta fase, les damos sangre auténtica, de donantes, pero no hay interacción física entre vampiros y donantes. La sangre se proporciona en termos, igual que estos. -Enroscó el tapón del segundo termo.
- Vampiros y donantes no forman pareja hasta la tercera y última fase de tratamiento. En ese punto, comienzan a interactuar físicamente. Ahí termina su preparación para incorporarse al Nocturno.
Grace asintió con la cabeza.
- Entonces, ¿el principal objetivo de todos los vampiros que pasan por Santuario es unirse al barco vampirata?
Olivier asintió.
- Sí, por supuesto.
- Pero, ¿no se queda el barco sin espacio?
- El Nocturno tiene espacio para todos los que quieran navegar en él. Además, algunos vampiros no terminan el tratamiento y vuelven a las andadas. Cuando eso ocurre, es decepcionante, pero no todo el mundo lo logra.-Enroscó la tapa de otro termo y comenzó a llenar el siguiente-. Y, de vez en cuando, un vampiro y su donante pueden concluir el tratamiento pero decidir no incorporarse al barco.
- ¿Adónde van? -preguntó Grace, de nuevo desconcertada. No se le había ocurrido aquella posibilidad.
- A donde quieren. -Olivier sonrió-. Decididamente, la suya es la opción más difícil, vivir entre humanos y guardar su secreto…
- ¿Me estás diciendo -preguntó Grace con los ojos muy abiertos-- que hay vampiros viviendo con sus donantes en pueblos y ciudades, entre los humanos?
- Es fascinante, ¿verdad? -dijo Olivier, con ojos risueños-. Nunca se sabe. ¡Podrían ser tus vecinos! ¿Cómo ibas a saberlo? Aparte de que uno parece no cumplir nunca años y al otro nunca se lo ve comer. Pero, por lo general, la gente no es tan observadora. Se la engaña fácilmente con supuestas dietas milagrosas y tratamientos de belleza.
Grace supuso que no había ninguna razón lógica para que dos personas no pudieran vivir en la sociedad «normal» como vampiro y donante. Aunque era asombroso.
- Ya está -dijo Olivier, enroscando el tapón del último termo-. Terminado. En estos termos, la infusión se mantendrá tibia unas cuantas horas más. Haremos la ronda después, pero ahora tenemos asuntos más urgentes que atender.
Comenzó a colocar más cazos, ollas y cuchillos en la encimera. Grace sacudió la cabeza. Las obligaciones de Olivier parecían interminables.
- ¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó.
- Bueno, no sé tú, pero yo estoy muerto de hambre. He pensado en preparar algo rápido de comer.


24
Habitación número cuatro
Connor vio las llamas que ardían en las cuencas de Jez. Era como si estuvieran a punto de consumirle la cara.
- Está bien -dijo, arrancándose el guardapelo de un tirón-. Está bien, puede quedárselo. ¡Pero dé sangre a mi amigo, ya!
- Ningún problema, cariño -dijo la mujer, cogiendo el guardapelo con codicia y metiéndolo en la taquilla-. Habitación número siete.
Connor condujo a Jez a la puerta de terciopelo rojo.
La mujer interrumpió su siguiente transacción para gritarle:
- Tú no puedes entrar. Espera aquí. Hay café y revistas.
Connor sintió un cierto alivio. Al cruzar la puerta, Jez se dio la vuelta y su cara volvió a ser la de siempre, sólo por un instante.
- Gracias -dijo. Luego, desapareció.
La media hora que Connor pasó en la sala de espera fue una de las más extrañas de su vida. Al principio, hubo un constante flujo de vampiros que entraban en el vestíbulo y pagaban a la mujer, antes de desaparecer por la puerta tapizada de terciopelo. Connor hizo cuanto pudo para evitar mirarlos a los ojos, pero era consciente de que todos lo observaban al pasar. Quizá presintieran que no era un vampiro y, por consiguiente, les extrañara su presencia allí. O quizá fuera más simple que eso y sólo lo vieran como un oportuno recipiente de sangre. Hizo todo lo posible por ahuyentar el pánico que aquel pensamiento le inducía. Cogiendo una revista, la hojeó, pero no fue capaz de concentrarse en su contenido. Sólo podía pensar en aquel lugar extraño, en el curioso camino que lo había traído hasta allí y en el grave peligro que pendía sobre él.
Por el rabillo de ojo, observó a los clientes que habían llegado en último lugar. Evidentemente, los vampiros eran gente de todo tipo. Hombres y mujeres. Blancos, negros, asiáticos, hispanos. Jóvenes, viejos y de todas edades intermedias. Su nexo común era la espantosa sed de sangre que había en sus ojos. Pocos se encontraban en el estado de necesidad extrema de Jez, pero en sus caras se atisbaba el mismo fuego reconocible. Cada vez que lo veía, Connor pensaba en lo que había dicho Jez…
«Ya no tengo el control de mi cuerpo, de mis pensamientos, de mis necesidades. Cuando la sed se apodera de mí, me invade, no hay nada que pueda hacer para combatirla.»
Quizá se hubiera precipitado al juzgarlo por su ataque a la pobre Jenny, Jez no había pedido ser así. Era un pirata que había muerto prematuramente. Connor no estaba seguro de qué había después de la muerte, pero, si supuestamente era paz, a Jez se la habían negado. Sidorio se había interpuesto. Sidorio lo había despertado a aquella nueva existencia, una distorsión de la vida. Pero, ahora, Sidorio ya no estaba y Jez tenía que cargar solo con aquel peso.
Connor deseó que Grace estuviera con él en aquel momento.
¿Cómo podía ella sentirse tan a gusto con los vampiros?
La valentía de su hermana no conocía límites. Se tocó tristemente el cuello, en el lugar donde hacía media hora había estado su guardapelo. Le abatía haber tenido que cederlo por tan poco. Era como si, de algún modo, hubiera traicionado a Grace. Pero ¿qué otra opción tenía?
- ¿Te apetece un café?
Al alzar la vista, Connor vio a la mujer de la taquilla acristalada, de pie delante de él. Era mucho más baja de lo que le había parecido, subida a la banqueta.
- ¿Un café? -repitió ella-. Es mi rato de descanso, y tú estás que te caes.
- Sí, por favor. -Connor asintió, sorprendido de su ofrecimiento y de la sonrisa que lo acompañaba.
Unos momentos después, la mujer regresó con una bandeja y le puso un tazón tibio en las manos.
- Ponte tú la crema de leche y el azúcar. -La mujer cogió su tazón, se encendió un cigarrillo y se sentó junto a él.
- Tú no eres uno de ellos, ¿verdad? -dijo-. Tú no perteneces a este mundo.
Connor negó con la cabeza.
- No. Sólo estoy ayudando a un viejo amigo.
La mujer afirmó con la cabeza, sacando el humo en un círculo perfecto.
- Se nota -dijo-. Hay algo limpio en ti. Inocencia.
Connor se encogió de hombros. No le gustaba decirlo, pero en aquel momento no se sentía nada limpio. Aquel lugar tenía algo que lo inducía a querer darse urgentemente una larga ducha caliente.
- ¿Qué pasa? -preguntó-. Detrás de la puerta de terciopelo. En las habitaciones. ¿Qué pasa allí?
Hubo un silencio mientras la mujer tomaba un sorbo de café y daba una calada a su cigarrillo, tomándose una dosis conjunta de cafeína y nicotina.
- ¿Qué crees tú que pasa, cariño? Los clientes necesitan sangre. Y mis chicas y chicos… ellos les dan lo que necesitan.
Casi en contra de su voluntad, Connor se sintió intrigado.
- Sus chicas y chicos… ¿quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿Qué los induce a querer hacer esto?
La mujer dejó el cigarrillo en un cenicero.
- Bueno, imagino que ninguno de ellos vino a este mundo pensando «¡Oooh, ya sé lo que quiero ser de mayor: donante de sangre para vampiros!». Pero, por aquí, las opciones no son muchas. No hay muchas oportunidades para hacer dinero… no hoy en día. ¿Qué es lo que induce a cualquiera de nosotros a hacer algo en esta vida, cariño? La pasta. La necesidad de sobrevivir.
- Pero donar sangre -dijo Connor-, de esta forma… -Se estremeció.
- ¿Qué es lo que haces tú? -preguntó la mujer.
- Soy pirata -respondió él.
- ¿De veras? -La mujer se rió, y no fue una risa agradable-. Pirata. Ahí tienes una noble profesión. -Entonces, dulcificó la expresión y le sonrió, una sonrisa afable-. Bendito seas. De veras crees que es noble, ¿no? Así de inocente eres.
Connor no la entendió. ¿Qué estaba diciendo?
- Ten -continuó ella. Se metió la mano en el bolsillo y sacó el guardapelo-. Te lo devuelvo -dijo, poniéndoselo en la mano.
- No -protestó él-. No se preocupe. Hemos hecho un trato justo.
- Chist, chico. -La mujer le cerró la mano en torno al guardapelo-. Tú eres bueno, lo noto. No estaría bien quedarme con esto. Ha sido una buena noche. Puedo permitírmelo.
- Está bien -convino Connor-. Gracias.
- Ah, mira -dijo la mujer-. Por fin vuelve tu amigo.
Connor alzó la vista cuando Jez salía por la puerta roja de terciopelo. Era el mismo Jez de siempre, sonriéndole de oreja a oreja. Parecía restablecido, como si se hubiera despertado de un largo sueño y atiborrado de comer. Se acercó a ellos a grandes zancadas.
- ¿Mejor? -preguntó Connor.
- Mucho mejor -respondió Jez-. Me siento como nuevo. Volvamos al esquife, ¿te parece? -Comenzó a alejarse por el pasillo.
- Bueno -dijo la mujer-. Adelante, pirata. ¿A qué esperas? ¿No vas a ir tras él?
- Sí-respondió Connor, poniéndose de pie-. Gracias por el café. -Se quedó callado-. Yo soy Connor -dijo-. Connor Tempest. ¿Cómo se llama usted?
- Lilith. -La mujer sonrió-. Me llamo Lilith. -Le guiñó un ojo y lo instó a irse con un gesto de la mano-. Sal de aquí, Connor Tempest. Vuelve a los mares a los que perteneces.
Connor asintió y sonrió; luego, se dio la vuelta y siguió a Jez fuera de la taberna.
Cuando cerraron la puerta, oyeron una voz por debajo de ellos.
- ¿Connor? ¿Jez? ¡Saltad!
Bart colocó el esquife justo debajo de ellos. Connor saltó ágilmente, seguido de Jez. De inmediato, Bart comenzó a alejarse de la ensenada.
- ¡Próxima parada, el barco de los vampiratas! -dijo.
Junto a las rocas, otro esquife salió lentamente de entre los juncos, al amparo de la oscuridad. Sólo llevaba un tripulante. Un joven tripulante, vestido con una desgastada chaqueta de cuero, que sonrió entre dientes y no pudo evitar exclamar:
- Bueno, bueno. ¡Esta noche se está volviendo cada vez más interesante!
Luego, Moonshine Wrathe centró su atención en el otro esquife y comenzó a seguirlo en la segunda etapa de aquella curiosa travesía por mar.
Un poco más tarde esa noche, otro barco recala en la ensenada del Limbo. Su único pasajero conoce el lugar. No necesita mapa para encontrar la puerta negra. Da un fuerte tirón al tirador. Los ojos blanquecinos miran por la rendija de la puerta, pero él apenas se fija en ellos; dice una sola palabra.
- Lilith.
Cuando la puerta se abre, él entra y se dirige rápidamente al vestíbulo.
Ella está sentada en la taquilla, limándose las uñas. Él se acerca y ella alza la vista, sorprendida al principio. Luego, sonríe animadamente.
- Me habían dicho que estabas muerto.
Él le devuelve la sonrisa.
- Bien. Entonces, ha corrido la voz. Eso me da más tiempo.
- Ha corrido la voz, sí -dice ella, dejando su lima de uñas-. Y yo estaré encantada de seguir corriéndola.
- Hazlo-dice él, metiéndose la mano en el bolsillo y sacando un fajo de billetes que deja en la taquilla.
- Veo que te va bien -observa ella. Luego, pone uno de los billetes a contraluz.
- Son todos auténticos -le asegura él.
- No me cabe duda -dice ella-. Pero tengo que comprobarlo. -Se queda un momento callada -. Ha venido ese secuaz tuyo. El joven.
- ¿Stukeley? -pregunta él-. Perfecto. Entonces, todo va según lo previsto.
- ¿Qué tramas? -Ella se ríe coquetamente-. No, no me lo digas. Ya sabes que soy una chismosa terrible.
Él asiente.
- ¿Has venido únicamente para charlar o quieres regar con sangre esas gruesas venas tuyas? -pregunta ella.
- Tengo sed -dice él.
- ¿Un litro? ¿Dos…?
- Sin límite -dice él.
- Eso va a costarte caro -dice ella.
- Lo sé.
- Está el asunto de deshacerse del cuerpo. Y de contratar a un sustituto…
Él deja otro fajo de billetes en la taquilla.
- Esto debería cubrir cualquier inconveniente.
Ella coge el dinero y lo coloca encima del otro fajo. Se queda pensando un momento.
- Habitación número cuatro -decide.
Él hace un gesto afirmativo. Luego, se da la vuelta y se dirige a la puerta roja de terciopelo.
- Intenta no… ensuciar demasiado-le grita ella.
Él se ríe.
- Ha sido un placer volver a verte, Lilith.
- Lo mismo digo, Sidorio.


25
La sala recreativa
Grace observó a Olivier mientras aplicaba el ungüento en torno a los ojos de Lorcan. Mirar las quemaduras amoratadas que su amigo tenía en el centro de la cara seguía haciéndola sufrir, pero se consoló pensando que, con aquel tratamiento, las heridas pronto empezarían a curarse. El día en que Lorcan abriera de nuevo los ojos y volviera a mirarla, como antes hacía, cualquier esfuerzo habría merecido la pena. Por un momento, Grace revivió sus primeros días en el Nocturno, cuando la picardía de Lorcan y su mirada risueña la habían ayudado a conservar la cordura.
- ¿Ves, Grace?-dijo Olivier-. Sólo necesitas poner poca cantidad. Es muy potente. -Luego, se dirigió a Lorcan-. Ahora voy a ponerte directamente en los párpados. Va a escocerte un poco, me temo.
En cuanto Olivier le rozó la piel con el dedo, Lorcan hizo una mueca de dolor.
- Lo siento -dijo Olivier-. Sé que es molesto, pero mejorará.
Lorcan asintió débilmente.
- No te preocupes -dijo, con voz ronca.
Grace le cogió la mano y le dio un apretón.
- He estado mirando mientras Olivier preparaba el ungüento -dijo-. Su principal ingrediente es el saúco. Me ha contado todo cuanto sabe sobre las creencias mágicas asociadas al saúco. En Sicilia, por ejemplo, solían utilizarlo para mantener a raya a serpientes y ladrones.
Lorcan sonrió dulcemente.
- En Irlanda también las hay -dijo-. De hecho, para nosotros, el saúco es un árbol tan sagrado que está prohibido arrancarle una sola rama. La gente cree que las brujas utilizan ramas de saúco como caballos mágicos. ¡Imagínatelo!
- Ya está -dijo Olivier-. No ha sido tan malo, después de todo, ¿eh? -Sacó una venda nueva y unas tijeras de su mochila; luego, pareció pensárselo mejor-. Oye, Grace, ¿por qué no se la pones tú? Parece que te estás convirtiendo en toda una experta.
Grace asintió, cogiendo la venda y las tijeras y poniéndose a trabajar. Olivier la miró mientras ella se esmeraba en enrollar la venda alrededor de la cabeza de Lorcan.
- Un trabajo excelente -dijo-. Eres muy afortunado, Lorcan Furey, de tener una enfermera tan competente a tu lado.
- Como si no lo supiera -dijo Lorcan, volviendo a sonreír.
A Grace le dio un vuelco el corazón. Dos sonrisas seguidas. Hacía bastante tiempo que no lo veía hacer aquello.
- También te he traído algo de beber-dijo Olivier.
Lorcan dejó inmediatamente de sonreír.
- No tengo sed.
- No es lo que crees que es -le tranquilizó Grace-. Es un sucedáneo de la sangre. Es una infusión, y está hecha a base de siete bayas silvestres que crecen en esta montaña. Es rica en minerales y otros nutrientes.
Olivier sonrió.
- Eso es -dijo-. No esperamos que tomes sangre hasta que estés preparado. Entretanto, la infusión te ayudará a fortalecerte.
Lorcan siguió impasible.
- Vuelvo a notarme cansado -anunció.
- No me extraña -dijo Olivier-. Si te notas cansado, debes descansar. Por eso estás aquí. Todo es parte de tu curación.
- ¿Quieres que me quede contigo? -preguntó Grace.
- Sí. -Lorcan asintió-. Si no te importa.
- No me importa en absoluto. -Grace sonrió y le dio otro apretón en la mano.
- Yo me marcho -anunció Olivier-. Y te dejo un termo de infusión en la mesilla. Si quieres bebértela, pide a Grace que te la sirva. No hay prisa, Lorcan, pero si logras tomar aunque sea una gota, eso favorecerá tu recuperación.
- De acuerdo -dijo Lorcan-. Deja que duerma y ya veremos.
- Me parece bien. -Olivier asintió y comenzó a meter sus cosas en su mochila. Levantándose, abrió la puerta-. Grace, una cosa -dijo, haciéndole señas para que saliera con él al pasillo. Ella lo hizo.
- Déjalo que duerma -le susurró-. Pero, cuando se despierte, intenta que tome un poco de infusión. No lo fuerces, pero si alguien puede lograr que se la tome, ese eres tú. -Sonrió-. ¡Probablemente, será mejor que no le digas lo mala que la encuentras! -añadió.
Grace hizo un gesto afirmativo.
- Vendré a veros más tarde -dijo Olivier-. Ah, y casi se me olvida. Tengo algo para ti.
Abrió otra vez su mochila y sacó un libro. Se lo dio.
- ¿Qué es esto? -preguntó ella, esperando que fuera más información sobre Santuario o, tal vez, un libro de recetas para remedios herbales. Pero, cuando lo puso de canto y leyó el lomo, sonrió.
- ¡El jardín secreto! Uno de mis libros preferidos.
- He pensado que a lo mejor te apetecía ocuparte en algo mientras él duerme -aclaró Olivier.
- Gracias -dijo Grace. Una vez más, se encontró reconsiderando su opinión sobre Olivier. Sus primeras impresiones de él habían sido bastante equivocadas. Era, a fin de cuentas, muy considerado. Lo observó mientras se alejaba por el pasillo con la mochila al hombro, llamaba a la puerta de la habitación contigua y desaparecía en su interior. Luego, ella volvió a entrar en la de Lorcan. Por su modo de respirar, supo que ya se había quedado dormido. Se sentó en la silla a los pies de la cama y abrió el libro sin hacer ruido. Lo había leído por primera vez hacía años y, desde entonces, lo había releído a menudo. Su familiar comienzo fue como un bálsamo para ella.
«Cuando enviaron a Mary Lennox a la mansión de Misselthwaite para que viviera con su tío…»
Con un suspiro de satisfacción, Grace no tardó en sumergirse de nuevo en el relato de cómo llegaba la humilde Mary Lennox a la solitaria mansión rodeada de prados.
- ¿Qué lees?
La voz salió de la nada.
Grace alzó la vista.
- ¿Qué lees? -repitió Lorcan.
- ¿Cómo sabes que estoy leyendo? -preguntó ella, desconcertada.
- Porque te oigo volver las páginas -respondió él, soltando una risita-. Casi no he tenido que recurrir a mis capacidades psíquicas para averiguarlo.
- ¿Llevas mucho tiempo despierto? -preguntó ella.
- No lo sé. -Lorcan se encogió de hombros y se incorporó.
- Espera -dijo ella-. Deja que te ponga bien los almohadones.
- Gracias -respondió él-. Desde luego, eres una enfermera magnífica. Siento estar dándote tanto trabajo. No es justo.
- Tonterías -dijo ella-. Tú cuidaste de mí, ¿recuerdas? Impediste que muriera ahogada y luego, en el Nocturno, me protegiste… Lo menos que puedo hacer es ahuecarte las almohadas.
- De todas formas -dijo él, cogiéndole la mano-, te estoy muy agradecido, Grace.
Por el rabillo del ojo, Grace vio el termo que Olivier había dejado en la mesilla. Lorcan estaba de tan buen humor que le pareció un buen momento para volver a mencionar la infusión. Estaba pensando en cómo decírselo, pero él habló primero.
- ¿Vas a decírmelo o es un secreto inviolable?
- ¿Qué? -preguntó ella, sintiéndose culpable y no sabiendo muy bien por qué.
- ¡Lo que estás leyendo! -dijo él.
- ¡Oh! -Grace sonrió-. Es El jardín secreto. Me lo ha dado Olivier. Es uno de mis libros favoritos. ¿Lo conoces?
- He oído hablar de él -respondió Lorcan-. Pero no soy muy lector. ¿De qué trata?
- Bueno, trata de una niña que se llama Mary Lennox -explicó Grace, sentándose al borde de la cama-. Vive en India, pero sus padres mueren y la envían de vuelta a Inglaterra para que viva con su tutor en una mansión enorme. Es un sitio hermoso y solitario. La mujer de su tutor ha muerto y él aún no ha superado su pérdida. La mujer tenía un jardín amurallado, pero, después de su muerte, él lo cerró y enterró la llave…
- Parece triste -comentó Lorcan.
- Es bastante triste -dijo Grace-. Pero me gustan las historias tristes. Y también es muy bonito.
- ¿Me lees un trozo? -le pidió Lorcan.
- Sí, claro que sí -dijo ella. Regresó a la silla y volvió a abrir el libro por el principio-. ¿Estás cómodo? -preguntó.
- ¿A qué te refieres? -dijo él.
Grace sonrió.
- Sólo es algo que mi padre solía preguntarnos a Connor y a mí antes de leernos -respondió.
- Ah -dijo Lorcan-. Pues sí, señorita Tempest, estoy muy cómodo. Así que hábleme de ese jardín secreto suyo.
Grace empezó a leer.
- Creo que es mejor que lo deje -dijo Grace-. Me estoy quedando afónica.
- Es un relato magnífico -dijo Lorcan-, y tú lo lees muy bien.
- Gracias. -Grace lo miró y sonrió.
Lorcan bostezó.
- ¿Vuelves a tener sueño? -preguntó ella.
- No -respondió él-. De hecho, me siento muy despierto. No me iría nada mal levantarme.
- ¿De veras? -Grace estaba sorprendida.
- Sí -respondió él-. ¿Vamos a dar un paseo?
- Claro -dijo Grace-. Mosh Zu ha dicho que podíamos salir, ¿no? -Luego, se lo pensó mejor-. Oh, no, es de día.
- Bueno, entonces, exploremos un poco por dentro, ¿vale? -sugirió Lorcan.
- ¡Sí! ¿Por qué no? -Grace se alegraba de que Lorcan volviera a tener ganas de levantarse. No podía evitar pensar que aquello era una buena señal. Cerró el libro, marcando la página donde se había quedado. Luego, se acercó para ayudarlo a bajar de la cama.
- Muy bien -dijo ella-. Baja los pies al suelo. Te han dejado un calzado blando.
- Zapatillas, Grace -precisó él-. Llamemos a las cosas por su nombre, ¿vale? Estoy enfermo, así que es lógico que me den zapatillas. No pasa nada. Si me las dejas delante de los pies, me las pondré.
Grace hizo lo que le había pedido y él se las puso.
- Muy bien --dijo-. Salgamos de excursión.
Grace miró el termo de infusión que había en la mesilla.
- Antes de irnos -dijo-, ¿te sientes con ánimos de probar la infusión?
Lorcan se lo pensó un momento antes de negar con la cabeza.
- No tengo sed -adujo-. Quizá más tarde, cuando volvamos.
Grace se desanimó un poco, pero al menos lo había intentado. Y Olivier le había pedido que no forzara a Lorcan.
- Bien-dijo-. ¿Estás listo?
Él asintió. Grace abrió la puerta y lo sacó al pasillo.
- ¿Izquierda o derecha? -preguntó.
- Elige tú.
Grace decidió ir a la derecha. Al principio, los pasos de Lorcan eran un poco vacilantes, pero, al cabo de un rato, se tornaron más seguros. El pasillo poco iluminado se hallaba desierto. Todas las puertas estaban cerradas. A Grace le recordó al Nocturno, cuando los vampiros dormían; o después del Festín, cuando estaban en sus habitaciones con las puertas cerradas, alimentándose de sus donantes.
Un pasillo condujo a otro. Grace no estaba segura de si podrían trazar un círculo completo si continuaban andando o si, al igual que en un laberinto, el pasillo los conduciría a un callejón sin salida o en una dirección desde la cual les resultaría difícil volver sobre sus pasos. Aun así, siguió andando, sin saber muy bien si aquel era un nuevo pasillo o uno por el que ya habían pasado antes.
- Hay mucho silencio -dijo Lorcan.
- Sí -convino Grace-. Los demás deben de estar descansando.
- ¿Lo ves? -Lorcan sonrió con aire de satisfacción--. Yo me muevo más que los demás, incluso en mi estado.
- Sí -dijo Grace-. Es verdad.
Cuando el pasillo volvió a girar, Grace vio una puerta abierta y luz saliendo de ella. Debió de detenerse, porque Lorcan le preguntó:
- ¿Qué pasa? ¿Por qué te has parado?
- Hay una puerta abierta un poco más adelante -respondió.
- Bueno, ¿a qué esperamos? -dijo Lorcan-. ¡Investiguemos!
Grace asintió, encantada de que Lorcan pareciera estar de tan buen humor. Lo guió por el pasillo hasta el abanico de luz que se vertía por la puerta abierta.
- Ya hemos llegado -le susurró, haciéndolo entrar con cierta vacilación.
- Bien -preguntó Lorcan, también susurrando-. ¿Cómo es la habitación?
- Es más grande que la tuya y la mía -respondió ella, notándose menos nerviosa ahora que veía que la pieza era bastante corriente-. De forma rectangular. Hay un sofá y un par de sillas alrededor de una mesa baja. A un lado del sofá, hay una estantería con libros y cajas de juegos y… -Se dio la vuelta-. Oh, lo siento.
- ¿Qué pasa? -preguntó Lorcan.
- Hay alguien -dijo Grace, mirando al apuesto muchacho que estaba sentado a la mesa. Él la saludó con la cabeza, mirándola risueñamente con sus ojos marrón chocolate. Delante, tenía un tablero de ajedrez. Parecía estar a media partida, a juzgar por las piezas esparcidas a cada lado del tablero. Pero su contrincante debía de haber salido un momento-. Lo siento -dijo Grace, volviendo a dirigirse directamente a él-. No teníamos intención de interrumpirte.
- No te preocupes -dijo él con acento hispano-. Es agradable saber que hay alguien más despierto y paseándose por aquí.
- ¿Cómo va la partida? -preguntó Grace.
- Bastante igualada -respondió el muchacho, pasándose una mano por su abundante pelo rizado-. Aunque, por otra parte, los jugadores forman una buena pareja.
El muchacho dejó de mirarlos y Grace aprovechó para fijarse más en él. Llevaba la misma túnica que Lorcan, por lo que, evidentemente, era otro vampiro recibiendo tratamiento. No obstante, vio que, bajo la túnica, llevaba un pañuelo rojo. Aquello le extrañó, pero perdió el hilo de sus pensamientos cuando él volvió a mirarla.
- Por casualidad, ¿juega alguno de los dos al ajedrez? -preguntó, esperanzado-. Jugar solo termina haciéndose aburridísimo, aunque se sea un verdadero as.
- Yo juego -respondió Lorcan, volviéndose-. Pero ahora mismo sería un poco difícil.
- Ah, sí. Lo siento -dijo el muchacho-. Espero que no te duela mucho. -Volvió a mirar a Grace. Sus ojos castaños eran de un tamaño apabullante. La franqueza de su mirada la sedujo. Era como si le estuviera tendiendo una mano, atrayéndola hacia sí. Aquello era tentador, pero, al mismo tiempo, ella se sentía incómoda. No, no sólo incómoda. Tenía miedo. Era como si su instinto le estuviera dictando que no se acercara a él. Que diera media vuelta ahora, mientras aún podía.
- ¿Y a ti, muchachita? ¿Puedo tentarte para que juegues una partida? -Su voz era tan dulce y tierna como sus ojos.
- Probablemente, deberíamos volver -dijo Grace-. Todos necesitamos dormir un poco…
- No -dijeron simultáneamente Lorcan y el desconocido, interrumpiéndola.
- Y yo no pienso dejar escapar la única buena compañía que tengo desde hace semanas -dijo su nuevo compañero-. Sentaos, amigos. Poneos cómodos. Me desconcierta, me desconcierta muchísimo, que esta sala recreativa la utilicen tan pocos vampiros.
De pronto, les tendió la mano por encima de la mesa.
- Perdonad -dijo-. No me habéis dicho cómo os llamáis.
- Yo soy Grace -dijo ella-. Grace Tempest. -Al estrecharle la mano, notó dos cosas. Su apretón era firme. Y tenía la mano un poco encallecida. Le recordaba algo.
- Bonito nombre, Grace -dijo él. Grace volvió a notar su acento hispano. Estaba empezando a atar cabos.
- Y este es Lorcan Furey -dijo, intentando mantener la mente clara.
El muchacho estrechó la mano a Lorcan.
- Es un placer conocerte, Lorcan.
- ¿Y tú eres? -preguntó Lorcan.
- Yo soy Johnny -respondió él-. Johnny Desperado.
¡Por supuesto! Aquel era Johnny. El vaquero cuya cinta ella había tenido en la mano. El vaquero cuyos recuerdos ella había incorporado a sus sueños. El vaquero cuya solitaria muerte, colgado de un árbol sobre la nieve, ella había canalizado. Se quedó paralizada, incapaz de despegar los ojos de él. Aquello no pasó inadvertido a Johnny. Sonriendo, le guiñó un ojo. Sin dejar de mirarla ni por un instante, volvió a hablar.
- Bueno, ¿vais a andaros con ceremonias durante toda la noche o vais a sentaros para contarle a Johnny algo de vosotros?


26
Perdido
- Entonces -reflexionó Bart mientras se alejaban de la ensenada del Limbo-, ¿es la Taberna de la Sangre única en su clase o se trata de una franquicia?
Connor hizo una mueca.
- Para ti es muy fácil hacer broma -dijo-. Tú no has tenido que entrar.
- No es una broma -dijo Bart-. Es una pregunta seria, socio. -Miró a Jez-. ¿Es un establecimiento único o hay tabernas de la sangre por todas partes, si sabes dónde encontrarlas?
Jez se encogió de hombros.
- No lo sé. Ni siquiera me acordaba de haber venido. Sólo que, al entrar, me ha parecido familiar.
- Hum -dijo Bart-. ¿Y qué pasa ahí dentro exactamente?
Connor suspiró. Por encima de todo, quería olvidar el ambiente de aquella extraña «taberna». Intentó pensar en la taberna de Ma Kettle. Así era como debía ser una taberna: un lugar para beber y divertirse con los amigos. No un lugar donde se iba a tomar sangre
ajena.
- Me da en la nariz que voy a quedarme sin saberlo -dijo Bart.
Jez asintió.
- Dado que no has tenido las pelotas de venir con Connor y conmigo, creo que vamos a dejarte en la inopia. -Suspiró-. Además, no me apetece nada hablar de eso. Necesitaba sangre y la he conseguido. Fin de la historia.
- Está bien, socio -dijo Bart-. Sé captar una indirecta.
- Llevadme al barco de los vampiratas -declaró Jez.
Bart fulminó a su viejo amigo con la mirada.
- No estoy seguro de que me guste el Jez de ahora -dijo-. «Llevadme a la Taberna de la Sangre»… «Llevadme al barco de los vampiratas»… Si me permites decirlo, desde que has muerto, te has vuelto tremendamente mandón. ¿Qué prisa hay, de cualquier modo? ¿Acaso no eres inmortal? Desde mi punto de vista, tienes todo el tiempo del mundo.
Jez negó con la cabeza.
- Esa es precisamente la cuestión -dijo-. Puede que aún no sea inmortal. Puede que aún no sea enteramente vampiro. Si hay alguna posibilidad… la más mínima posibilidad de que el capitán vampirata invierta el proceso, quiero que lo haga. Por lo que, desde mi punto de vista, el tiempo es esencial.
Ahora fue Connor quien habló.
- Pero, si el capitán consiguiera invertir el proceso, ¿no volverías a estar muerto? -Guardaba un triste recuerdo de Jez yaciendo en brazos de Bart, ensangrentado y pálido después del funesto duelo…
Jez asintió.
- Preferiría estar muerto a estar como ahora.
- ¿Tan malo es? -preguntó Connor.
- No te lo puedes ni imaginar.
La cara de Bart era la viva imagen de la tristeza. Cuando habló, su voz habitualmente robusta comenzó a quebrarse.
- No puedes morirte otra vez. No es justo… para nosotros. Ya te hemos perdido una vez. Luego vuelves.
Jez no lo dejó terminar.
- Para vosotros sigo perdido, compañero. Sigo perdido para vosotros y para mí. -Connor vio entonces la honda desesperación de sus ojos. En cierto modo, lo asustó más que el fuego con que habían ardido cuando había necesitado sangre.
- Tenemos que llevarte a ese barco -declaró-. El capitán podrá ayudarte. Estoy seguro.
- Eso espero -dijo Jez-. Nunca había deseado nada tanto en toda mi… bueno, nunca había deseado nada tanto.
- Ojalá bastara con desearlo para llevarte hasta allí -comentó Bart-. Sigo sin tener ni idea de cómo vamos a encontrarlo. ¿Qué dices tú, Connor?
Connor miró a su alrededor. Estaban en mar abierto. Ya no avistaban tierra. Ni tampoco había barcos. De pronto, lo vio todo con claridad.
- Detén el esquife-dijo.
- ¿Qué? -preguntó Bart.
- Ya me has oído -dijo Connor-. Deja el timón. Quedémonos un momento flotando.
Bart negó con la cabeza.
- No sé. ¡Estoy en mitad del mar con dos chiflados! -No obstante, obedeció la orden de Connor y detuvo el esquife.
- ¿Y ahora qué? -preguntó, sentándose.
De inmediato, Connor oyó la voz de su padre dentro de su cabeza. Miró a Bart.
- Ahora -dijo-, ¡debemos confiar en la corriente!
Bart lo miró con curiosidad, pero él no dijo nada más. Se limitó a ponerse cómodo, apoyándose en un lado del pequeño esquife.
Se quedaron sentados durante un rato, sin hablar, oyendo únicamente el chapoteo del agua que lamía el esquife. El mar estaba excepcionalmente sereno y el esquife se convirtió en una cuna, meciendo a tres niños fatigados para que conciliaran el sueño.
Hasta que, sin previo aviso, las aguas se encresparon. A Connor se le habían ido cerrando los ojos poco a poco, pero ahora, instantáneamente, volvía a tenerlos abiertos de par en par.
También Bart estaba alerta y mirando a su alrededor.
- El mar se está encrespando a una velocidad tremenda -observó, incapaz de disimular su alarma.
- Tal vez -dijo Connor, sonriendo. Sin saber cómo, había anticipado aquello.
Bart lo miró con perplejidad.
- ¿Qué estás pensando, Tempest? -preguntó.
- Tú espera-dijo Connor.
La fuerza de las aguas comenzó a hacer girar el esquife. Se pusieron a dar vueltas, despacio al principio, luego cada vez más aprisa. El movimiento era mareante.
- ¿Qué es esto? -gritó Jez-. ¿Estamos en un remolino?
Bart fue incapaz de disimular su pánico mientras el esquife giraba cada vez a más velocidad.
- ¿Sabías que dicen que han desaparecido muchos barcos en las pro-xi-mi-da-des de la en-se-na-da del Lim-bo… ? -Ahora, el esquife estaba girando tan aprisa que casi se elevaba por encima del agua.
Connor negó con la cabeza, entusiasmado.
- No va a pasarnos nada malo -exclamó, sin saber muy bien de dónde provenía su seguridad-. ¡Tened paciencia!
- ¿«Tened paciencia»? -bramó Bart, su voz casi ahogada por las aguas rugientes-. ¿«Confiad en la corriente»? ¿Estás seguro de que no te han puesto algo en la bebida en esa Taberna de la Sangre?
Connor sonrió y negó con la cabeza. Tenía el pelo empapado. Y también el frente de la camisa. Pero, al alzar la vista, se dio cuenta de que el esquife estaba dejando rápidamente de girar. Ahora, las olas comenzaron a propulsarlos a la misma velocidad de vértigo.
- ¿Qué demonios…? ¿Qué está pasando? -preguntó Bart.
- Es el capitán vampirata -respondió Connor, con cierta satisfacción-. Nos está conduciendo al barco.
El trayecto a oscuras no fue precisamente tranquilo. No les hizo falta gobernar el esquife, sólo sujetarse bien. Pero la embarcación era pequeña y tuvieron que agarrarse con fuerza para no caerse por la borda. Aquello trajo a Connor angustiosos recuerdos de la tormenta que le había cambiado la vida. Pero, al mismo tiempo, se sentía protegido. Sabía que el capitán vampirata estaba al mando, igual que si hubiera viajado con ellos en el esquife como un cuarto pasajero.
Recordó algo: aquel momento fugaz en la taberna de Ma Kettle en que se habían dado la mano. Su extraña sensación cuando la mano enguantada del capitán había envuelto la suya y su certeza de que no era la primera vez que la sostenía.
De repente, le entró muchísimo frío. Alzó la vista, tiritando, y no vio nada. Estaban completamente circundados por un velo de niebla. El esquife parecía haber aminorado la velocidad, pero puede que sólo fuera un engaño visual. Muy pronto, la niebla se había espesado tanto que él apenas podía ver a sus compañeros. No eran más que siluetas plateadas, una tripulación fantasma.
- Supongo -gritó Bart- que todo esto es parte del plan.
- Sí -respondió Connor, oyendo el eco de su voz en el vacío. Otro repentino recuerdo lo hizo sonreír. La primera, y única, vez que lo había visto, el barco vampirata estaba rodeado de niebla. Ya debían de estar cerca, muy cerca.
La niebla comenzó a disiparse. Connor constató que sus sentidos no lo habían engañado. El esquife estaba, en efecto, desplazándose a menor velocidad. Lo cual era de agradecer, porque nadie querría colisionar con el majestuoso galeón que se erigía sobre las aguas a sólo unos veinte metros de distancia.
- ¡Ahí está! -gritó Jez. Ahora que habían dejado atrás la niebla, volvían a verse las caras-. ¡Debe de ser ese!
Connor hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Allí, ante ellos, estaba el barco de los vampiratas. Tal como él sabía, en el fondo, que iba a estar. El capitán le había dicho que podría encontrarlo siempre que lo necesitara. Y no le había mentido. Cuando estuvieron más cerca, Connor miró la proa del barco, esperando ver el hermoso mascarón de proa que había vislumbrado la noche de la tormenta. Le había parecido que sus ojos pintados lo observaban, pero ahora no se lo veía por ninguna parte. El frente del barco, de donde había pendido, estaba vacío. Connor se rió entre dientes, recordando las historias de Grace. El mascarón de proa cobraba vida después del crepúsculo. El sol se había puesto hacía rato. No era extraño que hubiera abandonado su puesto de observación para el resto de la noche.
Connor se emocionó al pensar en que iba a ver a Grace. Había tenido otras cosas en la cabeza, pero, ahora que habían llegado al barco, advirtió que nada le hacía tanta falta como ver a su hermana, darle un abrazo y conversar sobre los viejos tiempos. Una buena dosis de normalidad. Sí, eso era lo que ahora le convenía.
Al colocarse junto al barco, oyó voces en cubierta y vio un resplandor de faroles encendidos muy por encima de él. Las enormes velas del barco, semejantes a alas de curiosa textura, se agitaban lentamente al viento, surcadas de vez en cuando por vetas de luz. Miró a sus compañeros. Bart parecía deslumbrado. Jez tenía los ojos brillantes de expectación. Connor sabía que el barco representaba su última esperanza. Rezó en silencio para que el capitán pudiera ayudarlo.
- Y, dime, ¿cómo subimos a cubierta? -preguntó Bart.
Connor alzó el farol y señaló una escalera de cuerda que colgaba por un lado del barco.
- ¿Será posible? -dijo Bart, en tono de guasa-. Tú primero, socio. Yo ya estoy viejo para esto.
Connor negó con la cabeza, y se agarró a la áspera cuerda de la escalera. Al encaramarse a ella, se volvió y sonrió a sus compañeros.
- Uno para todos -dijo.
Bart posó una mano sobre el hombro de Jez.
- Y todos para uno -respondieron ellos.
Luego, Connor se dio la vuelta y comenzó a trepar por la escalera. Ni tan siquiera pensó en la altura. Aunque las aguas se arremolinaban por debajo de él y lo salpicaban, el galeón estaba extrañamente inmóvil. Parecía, pensó Connor, que, en lugar de flotar, estuviera suspendido sobre la superficie del mar. Igual que la primera vez que lo vio. Justo en ese momento, oyó un susurro dentro de su cabeza, tan bajo y esquivo como un hilillo de agua. «Bienvenido, Connor Tempest. Te has tomado tu tiempo.»


27
El vaquero
Al cabo de un rato, Grace se dio cuenta de que estaba leyendo para sí. Miró a Lorcan, preguntándose cuánto rato llevaría dormido. «Pues nada», pensó. Él necesitaba descansar. Por eso estaban en Santuario. Grace no había contado con lo solo que uno podía sentirse en aquel lugar.
Cogió algo de la mesilla de Lorcan para señalar la página donde se había quedado y cerró el libro. Al levantarse de la silla, decidió llevárselo. Presentía que el sueño iba a tardar muchas horas en visitarla y era posible que lo necesitara.
- Dulces sueños, Lorcan -dijo, agachándose para besarlo en la frente antes de salir sigilosamente al pasillo.
Le apetecía airearse y siguió el pasillo hasta el patio. Salió afuera y, suspirando, respiró el aire puro y fresco. La noche estaba despejada. A lo mejor se acercaba a las puertas de Santuario para mirar por el precipicio.
Pero, cuando empezó a cruzar el patio, oyó un grito.
- ¡Eh! ¡Muchachita! Grace, ¿verdad?
Volviéndose, Grace vio a Johnny Desperado sentado en el muro del patio. Aquella noche se había quitado la túnica y, en su lugar, llevaba botas, pantalones vaqueros, una camisa de cuadros con las mangas enrolladas hasta los codos y un sombrero vaquero. Se descubrió y la saludó con la mano.
- Hola, Johnny -dijo ella.
- ¿Dónde está Lorcan? -preguntó él, tendiéndole una mano para que se encaramara al muro.
- Durmiendo -respondió ella, sentándose a su lado.
Johnny asintió.
- Y tú te has sentido sola, ¿verdad?
- Algo así.
- Bueno, a mí me estaba pasado una cosa parecida, así que supongo que tenemos suerte de haber salido a tomar el aire.
Grace movió afirmativamente la cabeza. Mirándole las manos, reparó una vez más en cuan encallecidas las tenía. Entonces, por encima de una de ellas, en la cara interna del antebrazo, vio unas marcas. Parecían letras, pero no podía estar segura.
- ¿Qué estás mirando? -preguntó él.
- ¿Qué es ese tatuaje? -inquirió ella.
- ¡Ah, esto! -Johnny extendió el brazo y se lo sujetó con la otra mano.
- «Aún queda mucho camino por cabalgar» -leyó Grace.
Johnny bajó el brazo y se pasó la mano por su abundante pelo rebelde.
- Supongo que este tatuaje resume más o menos mi historia. -La miró, penetrándola con la mirada-. ¿No te parece, muchachita?
- ¿Qué quieres decir? -preguntó ella, un poco alarmada.
- Quiero decir que tú lo sabes todo de mí, ¿no? Tuviste mi cinta. La leíste. Mosh Zu me lo dijo. Es una cosa bastante personal, la cinta de uno.
Grace se sintió profundamente avergonzada. Se dio cuenta de que había invadido su intimidad.
- Lo siento muchísimo -dijo-. No era mi intención. Tu cinta me la regalaron.
- No te preocupes -dijo él-. Un servidor no está enfadado contigo, Grace. En absoluto. De hecho, estoy sorprendido, y halagado, de que quieras sentarte conmigo, conociendo mi historia y todo eso.
- ¿Por qué no habría de querer sentarme contigo? -preguntó Grace, frunciendo el entrecejo.
- He hecho cosas horribles, Grace -dijo Johnny-. Pero ya estoy otra vez. Tú eso ya los sabes.
- De hecho -dijo Grace-, a mí me parece que las cosas horribles te las hicieron a ti.
Johnny sonrió.
- ¿Es así como lo ves? ¿Es eso lo que de verdad piensas?
Ella asintió, devolviéndole la sonrisa. Entonces, se le ocurrió una idea.
- ¿Me la querrías contar? ¿Con tus propias palabras?
- ¿Mi historia? -Johnny se encogió de hombros-. Pero si tú ya la conoces.
- No -dijo ella-. Yo sólo conozco algunas pinceladas de tu vida y… muerte. Pero quiero saber si las he interpretado bien. Y quiero saber más.
- ¿De veras?
Grace hizo un gesto afirmativo.
- Me encantaría oírla. Me encanta oír lo que explica la gente.
- Sí, claro, si eso es lo que hay que hacer para disfrutar un rato de tu compañía. Pero es mejor que te pongas cómoda, muchachita, porque tengo mucho que contarte.
Grace sonrió, arrebujándose en el suéter para estar más abrigada mientras Johnny comenzaba a relatar su historia.
- Nací en Texas en 1869. Me pusieron Juan, pero los rancheros siempre me llamaban Johnny. Me crié en un rancho, ¿sabes? Yo, mi padre y mi hermano Rico. Supongo que mi madre también debía de andar por ahí, pero yo no pasaba mucho tiempo con ella. Solían tomarme el pelo, diciéndome que yo creía que los caballos eran mis verdaderos padres. Decían que había aprendido a montar antes que a andar. ¿Sabes?, yo no era un vaquero cualquiera. ¡Era un vaquero mexicano! ¡La mejor clase de vaquero que existe! Llevaba los caballos en la sangre, como mi hermano y mi padre, y su padre antes de él. Rico y mi padre, ellos me enseñaron. Participé en mi primer traslado de ganado cuando tenía once años.
»Fue entonces cuando la vida me dio su primer revés. Te curtes enseguida trasladando ganado. Te habitúas al tiempo crudo e inconstante, a las estampidas y la muerte. Rico y mi padre estaban al mando. Ya habíamos llegado a Denver cuando se produjo la gran estampida. Nevaba muchísimo. El ganado se estaba volviendo loco de remate. Rico y mi padre hicieron todo lo posible para impedirlo. Pero estábamos subiendo una montaña, ¿sabes?, y las tontas de las reses comenzaron a lanzarse por el precipicio. -Hizo una pausa-. Ese día, aquel abismo de casi treinta metros se tragó trescientas sesenta y una reses y dos caballos. Todos muertos. También perdimos dos hombres…
- ¿Tu padre y tu hermano?
Johnny asintió.
- Tendrías que haber visto sus cuerpos, Grace. Jamás he olvidado aquella imagen. Jamás lo haré.
- ¿Qué hiciste luego?
- Los rancheros son como una gran familia, ¿sabes?, así que, aunque yo había perdido a mi padre y mi hermano, y poco después también a mi madre (dicen que murió de pena), cuidaron de mí.
Cuidaron muy bien del pequeño Johnny. Incluso entonces, sabían que yo era mejor que cualquiera de ellos con el lazo. A mis catorce años, se me disputaban en aquellos ranchos de Texas. Por aquel entonces, yo domaba potros salvajes. Domaba hasta el potro más rebelde. Fue divertido durante un tiempo, saber que daba cien vueltas a hombres que me doblaban y triplicaban en edad. Pero domar potros salvajes es un trabajo arriesgado y mal pagado, y yo quería vivir mejor. Y ese fue mi primer error. Debería haberme contentado con lo que tenía, aunque no fuera mucho.
- ¿Qué hiciste? -Grace estaba fascinada.
- Me fui de Texas, trasladando ganado. Y nunca regresé. Viajé por todo el país. Y no sólo por trabajo. También me divertí. Hice algunos disparates. Hubo corridas de toros, peleas de gallos, fiestas y ferias.-Sonrió, cerrando un momento los ojos, y Grace supo que, mentalmente, había regresado allí. Cuando volvió a abrirlos, los tenía brillantes-. La comida de aquellas ferias, Grace, nunca la has probado mejor: tamales, tortillas y dulces. ¡Y whisky! ¡Mucho whisky! -Se rió-. Curioso, porque ese fue el nombre de mi primer caballo, ahora que lo pienso. -Se quedó un momento callado, sumergido de nuevo en su pasado.
»Mi vida era eso, de hecho. Trasladaba ganado, ganaba algo de dinero y, después, encontraba mil formas de derrocharlo. También participé en rodeos, pero eso fue antes de que adquirieran tanta fama. Al final, decidí que necesitaba los amplios espacios abiertos. Y ese fue mi segundo error.
»¡Supongo que no tengo buen ojo para la gente! -Sacudió la cabeza-. Tenía dieciocho años. Era el invierno de 1887. Estaba en los páramos de Dakota de Sur. Y me entero de que dos ganaderos necesitan gente para cuidar de sus reses. Quieren un vaquero, les gusta mi estilo y ponen mucho dinero, muchísimo dinero, en el tapete. ¿Qué podía salir mal? Parecía el mejor trato de mi vida. Resultó ser el peor.
Volvió a quedarse callado.
- Aquellos inviernos de 1885 a 1887 fueron durísimos. Las ventiscas se sucedían. Tormentas tan feroces que mataron millones de reses en las Grandes Llanuras. En el norte, perecieron las tres cuartas partes del ganado no estabulado. Fue el fin de una era. Fue el fin de los grandes traslados de ganado y de los rodeos. Y para mí también fue el fin de una era.
»Fueron momentos difíciles. Las cabezas de ganado morían a diestro y siniestro. Las que quedaban, estaban muy valoradas. Y, como digo, los tipos que me contrataron tenían un rebaño de un tamaño considerable. El único problema residía en que era robado.
Grace sofocó un gritó.
- Lo sé. Pero tienes que creerme. Yo no lo sabía cuando me contrataron. No lo supe hasta el final. Entonces, lo entendí todo. Por qué pagaban tanto. Yo estaba arriesgando mi vida por aquellos dos ladrones de ganado. Y, mientras estuve partiéndome el espinazo, cuidando de su ganado, teníamos a vigilantes siguiéndonos, vigilantes enviados por el dueño legítimo de aquellas reses para vengarse.
Grace estaba bastante segura de saber qué sucedía a continuación. Confió en que Johnny no abundara en detalles.
- Los vigilantes nos alcanzaron. Colgaron a los dos ganaderos. Yo les dije que no estaba al tanto de nada. Hablaron de dejarme marchar, pero, al final, decidieron que no podían arriesgarse. No puedo decir que no los entienda. Me colgaron del mismo árbol.
La imagen seguía vívida en la mente de Grace, tanto como lo había estado en el momento de leer la cinta de Johnny. Pero ahora, en lugar de contemplar el paisaje nevado, estaba mirando al vaquero, colgado junto a los dos ladrones de ganado que le habían costado la vida. Le entraron ganas de vomitar.
- Entonces, moriste a los dieciocho -concluyó-. ¿En 1887?
Johnny asintió.
- Fue un mal invierno para el ganado y para los vaqueros tontos como yo que tendrían que haber hecho unas cuantas preguntas más.
- Y -dijo Grace-. ¿Qué pasó luego? ¿Cómo cruzaste al otro lado?
Johnny le sonrió.
- Esto te encanta, ¿verdad?
- ¿Te extraña? -preguntó ella.
Johnny lo consideró un momento.
- Sí, Grace. Sí, creo que eres un bicho raro.
Por un momento, Grace se quedó desconcertada, pero luego vio cómo se le iluminaba la cara. Se rió. Y ella se rió con él. Y sus risas disiparon cualquier incomodidad que pudiera haberse creado entre ellos.
- Desde mi punto de vista -dijo Johnny-, estás interesada en las personas. Interesada en lo que las motiva. A todos nos iría bien prestar atención a esas cosas. Vaya, si yo hubiera prestado más atención hace tiempo, bueno… -Se quedó callado, con aire pensativo, pasándose el dedo por el tatuaje.
- Las historias sobre cómo cruzan al otro lado los vampiros me fascinan -dijo Grace, complacida de poder expresar libremente su entusiasmo-. De hecho, he comenzado a poner algunas por escrito. Aunque estoy siendo bastante lenta. Tengo la de Darcy, Darcy Pecios. Es el mascarón de proa del Nocturno. Cantaba en un gran trasatlántico que chocó con un iceberg. Durante el accidente, su alma se fundió con el mascarón de proa del barco.
Johnny sonrió de oreja a oreja.
- ¡Es una historia estupenda!
- Sí, y también tengo la de Sidorio. ¡Vivió en la época romana! Fue pirata en Cilicia, un baluarte pirata que era una amenaza para el Imperio romano. Él y varios cómplices secuestraron a Julio César cuando era estudiante-. Grace se quedó un momento callada-. ¿Sabes quién es Julio César?
- Diablos, sí -respondió Johnny-. Cuando estaba vivo, los únicos nombres que conocía eran los de mis amigos y familiares. Quizá alguna que otra estrella del rodeo. Pero, desde que crucé al otro lado, he leído unos cuantos libros.
- Vale -dijo ella-. Pues Sidorio secuestró al mismísimo César, cuando era un adolescente a punto de ir a la universidad.
- ¡Qué genial! -dijo Johnny. Grace estaba comenzando a entender qué había querido decir con no tener buen ojo para la gente.
- Lo que no fue tan genial -continuó- fue que César dio la vuelta a la tortilla y mandó matar a todos sus secuestradores.
- Aun así -dijo Johnny-. Si tienes que morir en manos de alguien, mejor que sea un gran emperador romano.
Grace puso los ojos en blanco.
- Oh, sí -dijo-. Tendrías que haber oído a Sidorio hablando sobre el tema. Para él es un gran honor.
- ¿Viaja él también a bordo del Nocturno? -preguntó Johnny-. No me importaría conocerlo.
Grace sacudió la cabeza.
- Oh, Johnny, no te habría gustado conocerlo. Es malvado. El capitán tuvo que expulsarlo del Nocturno porque empezó a rebelarse. Se negaba a tomar sangre con moderación. Siempre quería más. ¡Mató a su donante!
- ¡No! -Johnny tenía los ojos muy abiertos. Grace no estaba enteramente segura de si se debía al espanto o a la admiración.
- Sí -dijo-. Después de eso, fue expulsado. Pero no se marchó pacíficamente. Encontró a otros que pensaban como él y, juntos, se dedicaron a sembrar la violencia. Mataron a un capitán muy famoso, el hermano del capitán del barco donde sirve mi hermano.
- ¿Tu hermano sirve en un barco pirata?
Grace asintió.
- Un hermano a quien le gusta la piratería y una hermana a quien le gusta… ¿qué, exactamente?
- Saber cosas -respondió ella-. Tú mismo lo has dicho. Me gusta saber qué motiva a la gente. Connor, es mi hermano, Connor y yo nacimos en un pueblo. Nunca supimos mucho del mundo que había más allá de la bahía. Cómo ha llegado él dónde está y cómo he llegado yo hasta aquí es una larga historia, pero todo lo que nos ha pasado me ha dado la oportunidad de ver cosas que ni siquiera habría podido imaginar.
Johnny sonrió.
- No puedes hacer eso -dijo.
- ¿Hacer qué?
- Consigues que te cuente mi vida y, luego, tú despachas la tuya en unas pocas frases.
Grace se encogió de hombros.
- Creo que la tuya es mucho más interesante.
- Nadie está contento con su suerte -dijo él, sonriendo-. Parece que tú y tu hermano os lo estáis pasando en grande. ¡Y ni siquiera estáis muertos todavía!
- Es posible. -Grace volvió a encogerse de hombros.
- Es posible -dijo él, imitándola con bastante poca fortuna. Luego, con su voz, añadió-: Me caes bien, Grace. Me caes bien y quiero saberlo todo de ti. Yo te he contado mi historia. ¡Ahora quiero que tú me cuentes la tuya!
- Está bien -dijo ella, dándose por vencida-. Te la contaré en algún momento. Pero no esta noche. Primero, tienes que terminar la tuya. Después de todo, sólo has llegado a cuando te mueres. -Los ojos volvían a brillarle-. ¡Cuéntame cómo cruzaste al otro lado!
Johnny negó con la cabeza.
- ¡Por favor, Grace! Seguro que, cuando eras pequeña, te encantaba que te contaran historias espeluznantes antes de dormirte.
Ella asintió.
- ¡Por supuesto!
- Bueno, en realidad -dijo él-, no hay mucho que contar. Al menos, yo apenas recuerdo nada. Estaba, como bien recordarás, colgado de una rama con el cuello roto. Debí de quedarme allí colgado durante un par de días, quizá tres. Créeme, el paisaje había perdido su atractivo para entonces. La nieve seguía cayendo y, con el rigor mortis y aquel frío glacial, yo me estaba convirtiendo en un témpano de hielo. Al tercer día, pasó un jinete por allí. Solo que no era un jinete corriente. No era como los tipos que suelen andar por esos páramos. Para entonces, yo ya estaba fuera de circulación, claro está, así que lo que viene a continuación depende de lo que él me contó. Y, tal como él lo cuenta, me bajó del árbol y me cargó a lomos de su caballo. Me derritió junto a una hoguera y luego me dio el beso de la vida. O el beso de la muerte, si lo prefieres. En otras palabras, él fue mi padre.
- ¿Por qué te eligió? -preguntó Grace-. ¿Por qué tú y no los otros dos hombres que colgaban del árbol?
- Yo le pregunté eso mismo. Él me dijo dos cosas. En primer lugar, yo tenía algo que le recordaba a él. Y, en segundo lugar, le pareció que me quedaba muchísimo por vivir. -Johnny se rió-. Tenía razón. Y ¿sabes qué?, después de aquello, las cosas nos fueron mucho mejor. A mí y a Santos, se llamaba así. En vida, él también había sido vaquero. Yo y Santos nos olvidamos de los traslados de ganado. Como he dicho, en cierto modo, murieron conmigo aquel invierno. Pero los rodeos, los rodeos estaban pegando fuerte. Y Santos y yo nos lo pasamos en grande yendo de un estado a otro, ganando premios, saliendo de fiesta con muchachas bonitas…
Grace sacudió la cabeza.
- ¿Competiste en rodeos siendo vampiro?
- ¡Diablos, sí! -respondió Johnny-. Se notaba que algunos de los potros salvajes sospechaban. Los animales perciben la vida mejor que los humanos. Pero los vaqueros, ¡esos memos! No tenían ni idea.
Johnny volvió a reírse. Luego, bajó la cabeza y se quedó callado. Grace se preguntó si se había quedado pensando en cuan dura es la vida, y la muerte. El silencio comenzó a pesarles.
- ¿Estás bien? -inquirió, por fin.
- ¿Yo? Sí, claro, claro. Sólo estaba pensando en esas historias tuyas sobre cruzar al otro lado -respondió Johnny-. Cuéntame otra. -Se quedó callado-. Cuéntame la de Lorcan. -Sus ojos oscuros refulgieron a la luz de la luna.
Grace vaciló.
- No… bueno… Lorcan no me ha contado nunca su historia.
- ¿Qué? -Johnny la miró con recelo-. Eso no tiene sentido. Con lo unidos que estáis, ¿tú no sabes cómo cruzó?
Grace negó con la cabeza.
- Naturalmente, siempre me ha intrigado. Lo único que sé de su vida es dónde nació y dónde murió. El resto es una incógnita.
Johnny movió la cabeza con gesto incrédulo.
- El caso es que -continuó Grace- creo que si conociera su historia, quizá podría ayudarle. Mosh Zu dice que Lorcan tiene algo en su mente que le impide curarse. Si pudiera averiguar qué es, quizá podría ayudarle a resolverlo para que empiece realmente a recuperarse.
Johnny le sonrió con dulzura.
- Veo que tienes un plan, muchachita.
- Sí -dijo Grace, encogiéndose de hombros-. Pero no es tan sencillo, ¿no? Lorcan no ha hablado nunca mucho de sí mismo. Y ahora, especialmente, está más reservado que nunca. No me atrevería a preguntárselo.
Johnny asintió.
- Pero no necesitas preguntárselo.
- ¿Qué quieres decir? -Grace lo miró, desconcertada.
- Se te da bien leer cintas, ¿no?
Grace movió afirmativamente la cabeza. Luego, lo vio mirar el libro que ella había dejado en el muro entre los dos. Asomando por el borde estaba la cinta de Lorcan. ¡Claro! Ella la había empleado como punto de libro sin darse cuenta. De pronto, supo qué le estaba sugiriendo Johnny. El corazón se le aceleró de sólo pensarlo. Por fin podría comenzar a desvelar el enigma de Lorcan Furey. ¿Se atrevía? ¿Estaba bien hacerlo?
- No -dijo-. No puedo.
Johnny soltó una risita.
- No tuviste ningún reparo en leer la mía. ¿Qué diferencia hay?
- Eso fue sin querer -adujo Grace-. Ya te lo he contado.
Johnny dio un manotazo al libro. Cuando cayó al suelo, se inclinó hacia delante y cogió la cinta.
- ¡Huy! -dijo, acunando la cinta en sus manos encallecidas. Grace la miró, enroscada como una serpiente. ¿Qué secretos contenía?
Luego, Johnny la cogió entre dos dedos y se la ofreció. Ella sacudió la cabeza.
- No creo que pueda, de veras.
- Desde mi punto de vista -dijo Johnny-, no tienes elección. Tú quieres ayudar a tu amigo y esto te va a decir cómo. -Dicho aquello, le puso la cinta alrededor del cuello y se la ató con una lazada. Luego, se bajó del muro-. Ahora voy a dejarte sola, Grace -dijo-. Pero asegúrate de venir a buscarme cuando hayas terminado.
Ella no dijo nada, notando un escalofrío cuando la cinta le rozó la piel.
- Oye -dijo él-. No te preocupes tanto. Estoy seguro de que todo irá bien. -Luego, le hizo una leve reverencia, volvió a calarse el sombrero y se alejó por el patio a grandes zancadas.


28
La súplica
La cubierta del barco vampirata estaba atestada de vampiros que no tardaron en quedarse callados y volver la cabeza cuando Connor, Bart y Jez hicieron su aparición. Sin decir una palabra, los vampiros comenzaron a avanzar hacia ellos.
¿Eran imaginaciones de Connor o parecían una jauría de animales, rodeando a sus presas? Todos los ojos estaban clavados en ellos, intentando calarlos.
La jauría estaba encabezada por dos hombres -uno corpulento, alto el otro- y una muchacha.
- ¿Quiénes son? -preguntó ella.
- ¿Donantes nuevos, quizá? -aventuró el hombre más bajo y rechoncho de los dos. Estaba mirando fijamente a Bart, ladeando la cabeza para calcular su estatura-. Él sería un donante estupendo. -Connor lo vio abrir la boca y enseñar sus afilados colmillos.
Su compañero más alto se rió.
- No se puede cambiar de donante así como así. No funciona de ese modo. -Miró a Connor, con el fuego parpadeándole en los ojos-. De todos modos, es tentador, ¿verdad? Esta noche estoy muerto de hambre.
Connor se sintió como un pedazo de carne arrojado a una jaula en un zoológico. ¿Corrían realmente peligro? Seguro que el capitán los protegería.
- ¿Quiénes son? -repitió la muchacha, acercándose. Tenía un perpetuo aire de confusión-. ¿Quiénes son?
Abrió su boca de piñón y Connor le vio los colmillos, finos como agujas. No sabía durante cuánto tiempo más iba a poder aguantar aquello.
Súbitamente, se oyó otra voz en cubierta.
- ¡Dejadme pasar! ¡Dejadme pasar! -Hubo movimiento entre los vampiros. Connor vio que una muchacha se abría paso entre ellos y se quedaba junto a la vampira desconcertada. La recién llegada tenía un aire mucho más jovial que el resto. Tenía los ojos enormes y llevaba una hermosa media melena. Connor la conocía. Sonrió, inmensamente aliviado.
- Darcy Pecios -dijo-, ¿verdad? Y yo soy…
Ella le devolvió la sonrisa.
- Tú eres Connor Tempest. Te recuerdo. Además, tienes los ojos del mismo color que tu hermana.
Connor hizo un gesto afirmativo.
- ¿Está en el barco?
- No -dijo Darcy-. Se ha marchado a un lugar llamado Santuario.
- ¿Santuario?
- Es un lugar donde curan a los vampiros -explicó Darcy-. Se ha ido con Lorcan Furey. ¿Sabes quién es Lorcan?
Connor asintió. Lo sabía todo de Lorcan. Había algún tipo de vínculo entre Lorcan Furey y Grace. Él era el motivo de que su hermana no hubiera podido mantenerse alejada del barco. Era como un enamoramiento, pero, Connor lo sabía, mucho menos fugaz. Se trataba de algo más fuerte. No le gustaba. Personalmente, no tenía nada contra Lorcan, pero habría preferido que el vampiro no hubiera entrado nunca en la vida de su hermana. Aunque, por otra parte, de no haber sido por Lorcan, Grace habría muerto ahogada. Era como si, salvándole la vida, Lorcan la hubiera hecho suya, ¿qué quería de ella? Pensar en eso le daba dolor de cabeza.
- Si sabes quién es Lorcan -dijo Darcy-, quizá sepas lo que le ocurre. Está ciego. Se han ido a Santuario para que pueda curarse. El capitán fue con ellos, pero acaba de volver.
¿Ciego? ¿Podía ser cierto? Connor se sintió culpable. Y su culpa se mezcló con su desilusión de saber que, después de todo, no iba a ver a Grace aquella noche. Aquel había sido el único punto de luz en un horizonte negro como el carbón. Bueno, si no iba a verla, mejor sería que fueran directamente al grano.
- En realidad -dijo-, aunque me habría gustado ver a Grace, es al capitán a quien venimos a visitar. -Señaló a sus compañeros de viaje-. Darcy, estos son mis amigos. Este es Bart…
- Mucho gusto. -Darcy le hizo una leve reverencia, y le estrechó la mano-. De hecho, creo que ya te había visto. Venías con Connor cuando estuvo en el barco la otra vez.
- Sí -dijo Connor, asintiendo con la cabeza.-. Eso es. Y este es… este es Jez Stukeley.
Jez tendió la mano a Darcy.
- Mucho gusto -dijo, tardando un momento en soltar su mano pálida y delicada.
Darcy se ruborizó.
- El gusto es mío, señor Stukeley, ¿no?
- Eso es -dijo él, sonriendo. Parecía nervioso, pensó Connor, y tenía motivos.
Habló otra voz. Pero no pertenecía a ninguna de las personas reunidas en cubierta. La voz era un susurro. Connor la reconoció de inmediato.
- Tráelos a mi camarote, Darcy.
La orden del capitán bastó para que Darcy se rehiciera. Se dio la vuelta y se aclaró la garganta para dirigirse a los vampiros que los rodeaban.
- Ya habéis oído al capitán. Quiere que acompañe a los invitados a su camarote. Apartaos, por favor. Eso es. ¡Apartaos!
Los vampiros tardaron en moverse, pero terminaron separándose, abriéndoles paso. Connor intentó no encontrarse con los ojos de ninguno. Hallarse a bordo de aquel barco le estaba causando ya un profundo desasosiego. Para él, era un misterio que Grace fuera capaz de vivir entre aquellas criaturas. Cuanto antes pusieran Bart y él a Jez en manos del capitán y regresaran al mundo de los vivos, mejor.
Mientras seguían a Darcy, oyó que la muchacha desconcertada volvía a preguntar.
- ¿Quiénes son? Quiero uno. Quiero que el más joven sea mi donante.
- Disculpad a mis compañeros -les dijo Darcy en voz baja-. Los veis en su peor momento. Mañana es la noche de Festín, ¿sabéis?, por lo que apenas les quedan fuerzas y no pueden ni mantener una buena conversación.
- ¿La noche del Festín? -repitió Jez, con ojos de asombro.
- Sí -dijo Darcy-. Es la noche en que los vampiros toman la sangre que necesitan para la semana siguiente.
Jez asintió. Connor se preguntó qué le parecería aquel nuevo mundo, con sus extraños rituales.
Darcy los condujo hasta una puerta que se abrió sola cuando se detuvieron ante ella. Darcy entró, haciéndoles una seña para que la siguieran.
- Capitán, he traído a sus invitados.
- Gracias, Darcy -dijo el incorpóreo suspiro del capitán-. Ahora puedes dejarnos.
Ella se llevó claramente una decepción pero, al salir del camarote, alargó la mano y rozó a Jez en el brazo.
- Mucho gusto, señor Nauf… ¡Stukeley, quiero decir!
- El gusto es mío -dijo él, sonriéndole. Una vez más, Connor percibió su nerviosismo cuando apartó los ojos de Darcy y miró al capitán. Era tanto lo que dependía de la decisión del capitán… Para Jez, entrañaba la diferencia entre la vida y la muerte o, al menos, entre una vida después de la muerte y el olvido.
La señorita Pecios salió y la puerta se cerró sola a sus espaldas. Los tres piratas se quedaron momentáneamente a oscuras. Connor tenía el pulso acelerado, pero pensó: «Conozco al capitán. Ya nos hemos visto. Y él ha cuidado de Grace. No tengo nada que temer». Y, no obstante… no obstante, aquel era un barco de vampiros y ellos estaban, de hecho, encerrados en una habitación a oscuras con el jefe de aquella tripulación.
- Pasad -dijo el susurro.
Cuando lo hicieron, accedieron a una parte del camarote alumbrada por velas. Connor vio los pliegues de la capa del capitán. Estaba de pie, de espaldas a ellos. Las venillas que surcaban su capa emitían destellos de luz. Connor ya había visto aquello, pero sabía cuan alarmante debía de ser para Bart y Jez. Quería tranquilizarlos, pero no se atrevía a hablar.
El capitán se volvió. Cuando lo hizo, Bart sofocó un grito.
- Mis disculpas -dijo-. Había olvidado que, aunque yo ya te he visto, Bartholomew, tú no me has visto a mí. Por favor, no te alarmes por mi aspecto. Te habituarás a él, estoy seguro.
- Perdone, señor, ¿usted ya me ha visto?
- Pues sí -respondió el capitán-. Fue en la calle del Marinero, creo. Tú tenías… dificultades. Yo pude ayudarte.
Calle del Marinero… ¿su fin de semana olvidado? Connor estaba atónito.
- ¿Estuvo allí? -preguntó, desconcertado.
El capitán hizo un gesto afirmativo.
- Así es. Pero no hablemos de eso ahora. Connor, me alegro de volver a verte. Tienes buen aspecto.
- Gracias, señor.
- Seguro que querrás tener noticias de tu hermana -dijo el capitán, alargando una mano enguantada y poniéndosela en el hombro-. Está bien, y cada día parece hacerse más fuerte y sabia. Todos tenemos mucho que aprender de ella.
Connor se ruborizó de orgullo.
- Imagino que la opción que ha tomado debe de parecerte extraña -continuó el capitán-. Pero todos debemos encontrar nuestro lugar en el mundo, y creo que Grace está justo donde debe.
Connor asintió.
- De hecho, también lo creo yo, señor.
El capitán, satisfecho, retiró la mano. Pasó junto a él y Bart y se quedó parado delante de Jez.
- Este es Jez… -comenzó a decir Connor.
- No es necesario que nos presentes --lo interrumpió el capitán-. Sé quién tengo delante de mí. -Se quedó callado-. Es el pirata que yo creía que habías destruido. El pirata que Sidorio transformó en vampiro.
Habló con frialdad. Todo el afecto que había mostrado a Connor había desaparecido de pronto. Se dirigió a Jez.
- Hay mucha maldad en ti -observó.
- Sí -dijo Jez, con un hilillo de voz.
- ¿Por qué estás aquí? -preguntó el capitán.
- Quiero despojarme de esa maldad -respondió Jez-. Quiero dejar de ser esto en que me he convertido.
El capitán se quedó callado durante un buen rato, observando a Jez, el cual fue incapaz de contener las lágrimas.
- Yo no pedí esto -dijo-. Yo acepté mi muerte. Pero él me encontró y, como usted ha dicho, me transformó en vampiro. -Se calló para enjugarse las lágrimas con el dorso de la mano-. He hecho cosas horribles. Algunas porque él me obligó. Otras por la sed de sangre. Esta sed terrible, que no puedo dominar. -Se puso a temblar.
- ¿Y crees que yo puedo ayudarte?
- He oído ciertas cosas, señor. Que hay modos de invertir mi estado. Que puedo volverme mortal otra vez. Que puedo recuperar mi anterior vida.
- Sí -dijo el capitán-. Es cierto que eso puede ocurrir, pero vas a tener que salvar muchos escollos. Yo no te ayudaré a eso. Puedo llevarte a otro…
- Es su ayuda lo que busco, señor -dijo Jez-. Cuando era mortal, señor, oí a la hermana de Connor hablar de usted, de lo fuerte y compasivo que es. De cómo da cobijo a quienes son como yo…
- No -lo interrumpió el capitán-. Yo doy cobijo a quienes saben dominar su sed de sangre. No puedo correr el riesgo de tenerte a bordo de este barco.
Connor no podía dar crédito a sus oídos. ¿Habían ido hasta allí sólo para que el capitán les dijera que no? Apesadumbrado, recordó lo que Jez le había dicho en el Diablo. «Quiero que me ayudéis a encontrar el camino de regreso. Y, si no puedo, entonces quiero que me matéis. De una vez por todas.» Tenía que hacer algo.
- Capitán -dijo-. ¿No hay nada que usted pueda hacer para ayudarlo?
- Yo no he dicho que no pueda ayudarlo. He dicho que no voy a hacerlo. -El capitán dio un paso atrás--. Deberías haberlo destruido cuando tuviste ocasión. Habría sido lo mejor para todos.
- Pero capitán…
- No, Connor. Ya te lo dije una vez. Él no es quien tú crees. Sólo es una reminiscencia de lo que fue. Puede hablar como tu amigo y tener su mismo aspecto, pero hay demasiada maldad en él. Podemos dar las gracias a Sidorio por ello.
Jez gritó y se postró de rodillas.
- Se lo suplico, señor, ¡ayúdeme! Sidorio ya no está. Ni el resto de su grupo. Estoy solo. Muy solo. Incluso cuando estoy con mis dos amigos, estoy solo. Hay una brecha entre nosotros que no puedo salvar… Se lo ruego, señor… -La voz se le quebró.
Hubo un largo silencio.
- Está bien -dijo por fin el capitán-. Levántate.
Jez se puso de pie.
- Voy a dejar que te quedes con nosotros durante un tiempo. Y, si demuestras tu valía, te llevaré con alguien que podrá ayudarte a hacer tu viaje. Pero no cuentes con que nada de esto vaya a ser fácil. Hay mucho que hacer, y eso sólo depende de ti.
- Sí, capitán, «mi» capitán. Gracias.
- El mejor modo de darme las gracias es demostrándome que lo que me has dicho es cierto. Decepcióname y abandonarás este barco, para no regresar jamás. ¿Queda claro?
Jez asintió.
- Sí, señor.
- Pediré a Darcy que te asigne un camarote. Y un donante. Creo que tengo la persona idónea.
De pronto, Connor palideció.
El capitán sacudió la cabeza.
- Tú no, Connor. En este momento, llevamos a bordo a una donante de más. Se llama Shanti. Creo que será ideal para Jez.
El capitán pareció animarse de repente.
- Connor, Bart, ¿queréis que os prepare un camarote?
- No -dijo Connor con brusquedad-. Esto, es decir…
Bart intervino.
- Creo que lo que Connor está intentando decir, señor, es que deberíamos regresar al Diablo antes de que noten nuestra ausencia.
- Como queráis -dijo el capitán. Cuando volvió a hablar, no fue a ellos-. Por favor, Darcy, ven a buscar a Jez, ¿quieres? Me gustaría que lo llevaras a uno de los camarotes vacíos. Va a quedarse con nosotros durante un tiempo.
Al cabo de un momento, apareció Darcy en el camarote, después de que la puerta se abriera sola para dejarla pasar. Estaba radiante.
- Venga conmigo, señor -dijo a Jez- y le instalaremos.
- Gracias, Darcy -dijo el capitán.
- Gracias a usted, señor -dijo Jez al capitán. Su alivio era patente.
- Recuerda lo que te he dicho, Jez. Sólo tienes una oportunidad.
- ¡Sí, señor! -Luego, Jez dio un abrazo a Bart y a Connor-. Gracias por ayudarme, chicos.
Cuando Connor se separó, se preguntó qué iba a ser de él. ¿Volverían a verse? De pronto, se sintió agotado, por su reencuentro y por su regreso al barco de los vampiratas. Tenía una cierta curiosidad por averiguar más cosas de aquel lugar, pero sabía que no era su mundo. Obviamente, a Grace la estimulaban sus misterios, pero él prefería el mundo más palpable de los piratas.
- Entonces, volvemos a despedirnos -dijo el capitán.
- Sí -dijo él-. Por ahora, porque algo me dice que volveremos a vernos.
El capitán pareció sonreírle a través de la máscara.
- Oh, sí, Connor, volveremos a vernos. Y, entretanto, te estaré vigilando.
Aunque, para otros, sus palabras podrían haber sido intimidantes, Connor halló un extraño consuelo en ellas. Le estrechó la mano enguantada. En ese instante, tuvo una inesperada visión. Él se encontraba en el agua y la mano lo estaba sacando de ella, salvándolo.
¿Era eso lo que había sucedido en la calle del Marinero? Intentó retener la visión, pero esta se evaporó con demasiada rapidez.
Cuando él y Bart salieron a cubierta, tenía en la cabeza un montón de incógnitas sobre el capitán vampirata.
Llegaron a la escalera de cuerda bajo la cual aguardaba su esquife y se dieron la vuelta. Jez y Darcy estaban hablando en cubierta. Connor los oyó reír.
- Creo que Jez va a estar bien aquí -observó.
- Eso me parece también a mí -dijo Bart-. ¡Este Stukeley! Siempre se le dieron bien las mujeres. El capitán parece duro pero justo. Y, hablando de capitanes, será mejor que nos demos prisa antes de que el nuestro note nuestra ausencia.
Connor se encaramó a la borda y comenzó a bajar por la escalera. En cubierta, oyó una voz conocida.
- Pero, ¿quiénes son? ¿Quiénes son? Tengo hambre. Mucha hambre.
«Curioso -pensó-. Ellos tienen tanta curiosidad por nosotros como nosotros por ellos.»
Cuando saltó al esquife, pensó en la inmensidad del océano, tan inmenso como para guarecer a tantas clases de personas distintas. Luego, cuando Bart se unió a él, levó anclas y se hicieron de nuevo a la mar, guiados por el plateado gajo del cuarto creciente.


29
La cinta de Lorcan
La cinta estaba surtiendo un claro efecto en Grace. Desde el momento en que Johnny se la había puesto alrededor del cuello, ella había empezado a notarse soñolienta. Era como si la cinta estuviera preparándose para hablarle o, más bien, preparándola a ella para escucharla. Bajándose del muro, decidió que lo mejor sería encontrar un lugar más cómodo. De haber podido, habría regresado a su habitación, pero presentía que no había tiempo. Podía quitársela, pero, ahora que el proceso había comenzado, no quería interrumpirlo. Olivier le había hablado de un huerto con una fuente situado al otro lado del patio. Aquel parecía un lugar tranquilo donde pasar un rato sentada.
El huerto era justo como Olivier lo había descrito. En su centro, había una fuente circular. El sonido del agua era profundamente tranquilizador. Aún mejor, había tres bancos alrededor de la fuente. Se sentó en uno; luego, decidió que estaría más cómoda echada. Se quitó el suéter y lo enrolló para utilizarlo como almohada. Cuando se tendió, los párpados se le cerraron y se sintió rápidamente transportada a otro lugar.
Estaba oscuro. Tardó un momento en darse cuenta de que se encontraba bajo el agua. Entonces vio el cuerpo. Un cuerpo de muchacha, flotando en el agua. Se estremeció. Era su propio cuerpo. Se estaba viendo al borde de morir ahogada. Era fascinante, pero también espeluznante. Su primer impulso fue abrir los ojos, pero sabía que debía permanecer en aquel mundo de visiones, por muy inquietante que fuera.
Nadó enérgicamente hacia sí misma y cogió el frágil cuerpo, llevándolo a la superficie. Notó la debilidad de su propio cuerpo sin fuerzas mientras ella misma lo sacaba al aire nocturno.
Luego, se estaba mirando mientras yacía en una cubierta. ¡Claro! Se dio cuenta de que estaba presenciando su primer encuentro con Lorcan, pero desde el punto de vista de Lorcan.
Él mira con asombro a la muchacha tendida en cubierta. Tiene los ojos cerrados. ¿Está ya muerta? No, no puede estarlo. Espera. Por fin, ella abre los ojos y lo mira. Lo mira, pero no lo ve: está demasiado ocupada en intentar regresar al mundo de los vivos. Pero él sí la ve. Y se sobresalta al hacerlo. Tiene los ojos tan verdes como esmeraldas. Ya ha visto ojos como esos. En tres caras. ¿Es posible? ¿Es posible que sea cierto?
- Vas a traerme problemas -dice.
Ella parece confundida, como si no lo entendiera del todo. El cabello, de color castaño rojizo, le tapa los ojos. Él se lo aparta. Ver el cabello de la muchacha en su mano pálida le trae otro recuerdo. Unos cabellos de ese mismo color. Se estremece al pensar en las implicaciones. Pero, entonces, la muchacha empieza a hacer ruidos y él retorna al presente.
Ella está temblando y, al principio, los sonidos que emite son incoherentes. Él advierte que está terriblemente deshidratada. Coge su cantimplora y se la ofrece. Mientras ella bebe agua, él se quita la casaca con la otra mano y se la coloca bajo la cabeza. Una vez más, ve el cabello castaño rojizo y se sobresalta al reconocerlo.
- ¿Quién eres?
Por fin, las palabras de la muchacha cobran sentido para él. Le desatan una tormenta de pensamientos y recuerdos. Está empezando a dejarse llevar por el pánico. Pero, al mismo tiempo, está fascinado, entusiasmado. Este momento es un regalo que él no creía posible.
- Me llamo Lorcan -dice-. Lorcan Furey.
La muchacha quiere saber dónde está, cómo ha llegado hasta aquí. Él responde sus preguntas lo mejor que sabe, escogiendo cuidadosamente las palabras. Entonces, ella menciona a su hermano. Pronuncia su nombre.
- ¡Connor! Somos gemelos. Lo somos todo el uno para el otro…
Gemelos. Ahora ha dicho la palabra. Y ahora ya no cabe ninguna duda. La mira y confía en que no perciba el miedo en sus ojos. Lo agradece, lo agradece muchísimo, cuando oye al capitán susurrando su nombre.
- ¡Despierta! ¡Anda, despierta!
La visión se desdibuja. La muchacha desaparece. Luego, la cubierta se disuelve por completo, convertida en niebla.
- ¡Despierta!
Grace notó un dedo hincándosele en el pecho.
- ¡Ay! -Abrió los ojos y vio un rostro de mujer. Tardó un momento en despabilarse, en percatarse de que estaba en los jardines de Santuario y ya había visto aquella cara, aunque no tan enfadada como parecía ahora.
- ¡Es la princesa! -exclamó, incorporándose.
- Eso es -dijo la mujer, a quien Grace había visto durante la ceremonia de las cintas-. Soy María Luisa, princesa de Lamballe.
Grace bajó los pies al suelo.
- ¿Qué está haciendo aquí? -preguntó.
- Perdona -espetó la princesa-. No sabía que estos eran tus jardines privados. -Le señaló el cuello-. ¿Qué significa esto?
Por un momento, Grace no supo de qué le estaba hablando. Entonces, se dio cuenta de que estaba señalando la cinta. Al instante, se sintió culpable.
- Es de un amigo… -comenzó a decir.
La princesa la interrumpió.
- Me da igual de quién sea -dijo, con desdén-. Me ofende muchísimo que la lleves puesta ahí.
Grace frunció el entrecejo. ¿De qué estaba hablando?
- Por favor -dijo la princesa, alargando las manos para deshacer la lazada-. Por favor, quítatela. ¡Quítatela ahora mismo!
- Está bien -accedió Grace, parándole las manos y desanudándola ella-. Está bien, si le disgusta. -Dobló cuidadosamente la cinta y la guardó en una mano.
- ¡Eso está mejor! -dijo la princesa, más tranquila. Se sentó junto a Grace y se alisó las harapientas faldas. Parecía estar poniéndose cómoda. Grace se quedó sentada a su lado, con impaciencia. La frustraba muchísimo que la princesa hubiera interrumpido su visión. La había fascinado verse a través de los ojos de Lorcan y presentía que había estado a punto de descubrir algo importante.
- Siento haberme enfadado -dijo la princesa, más amigablemente-. Por supuesto, tú no tenías intención de disgustarme. No lo sabías. ¿Cómo habrías de hacerlo? -Resopló-. De hecho, ni siquiera sabes quién soy, ¿no? Mi pobre niña ignorante. -Se inclinó hacia Grace y le puso el pelo por detrás de la oreja. La dulzura con que lo hizo le sorprendió.
- Antaño fui una persona muy poderosa -continuó-. Compañera y confidente de María Antonieta. La reina de Francia. -Ladeó la cabeza y la gargantilla que llevaba deslumbró momentáneamente a Grace-. Supongo que sabes quién fue María Antonieta.
- Sí. -Grace asintió con la cabeza-. En el instituto, estudiamos la Revolución francesa en el último trimestre…
- Ah -dijo la princesa, sonriendo-. Entonces sabes quién soy.
Grace negó con la cabeza.
- Sé algo de su amiga, la reina.
La princesa frunció el entrecejo.
- Tal vez debieras haber leído más sobre el tema. Resulta que sé que salgo en casi todos los mejores libros de historia. Yo fui su mejor amiga, la superintendente de su palacio. Ella me regaló esta gargantilla. -La princesa se llevó la mano al cuello, donde los diamantes delicadamente tallados resplandecían a la luz de la luna-. Es bonita, ¿verdad? Pero no la llevo únicamente por su belleza. -Sin dejar de mirar a Grace, se llevó las manos a la nuca y se quitó la gargantilla. Las piedras se desparramaron en su mano. Al alzar la vista, Grace sofocó un grito. Una amoratada cicatriz serrada le atravesaba el cuello.
- Esta es mi gargantilla perpetua -dijo la princesa, tocándose suavemente el cuello-. El infeliz populacho me cortó la cabeza, la clavó en una pica y desfiló con ella por los cafés, donde la gente bebía celebrando mi muerte. Pero, aún peor, aún peor que eso, desfilaron con ella por delante del balcón de la reina. ¿Te lo imaginas? ¿Imaginas mi indignidad? ¿Su horror?
Grace se sentía abrumada. La objetividad con que la princesa hablaba de aquellos terribles actos de violencia contra ella era asombrosa. La hizo verla con otros ojos.
- Su crueldad, su brutalidad, no conocía límite -dijo la princesa-. Un hombre me arrancó el corazón y se lo comió.
Grace sofocó un grito, pero la princesa sacudió la cabeza y se rió con amargura.
- Se dio un buen susto cuando le hice una visita uno o dos días después. Esa noche padeció más que una indigestión. Creo que le sorprendió un poco que yo hubiera logrado reunir los trozos de mi cuerpo… bueno, la mayor parte, en cualquier caso. La costurera real volvió a coserme. No había otra como ella. Tenía los ojos empañados de lágrimas, por supuesto, pero la mano que manejaba la aguja estaba firme.
Grace movió la cabeza con asombro. Una vez más, el modo en que un vampiro había cruzado al otro lado la dejaba estupefacta.
- Pero ¿por qué le ha disgustado la cinta? - preguntó.
- En la época en que me mataron, había un ritual -respondió la princesa-. Todas las noches, los aristócratas, los que aún quedaban, celebraban un baile. Eran eventos suntuosos: imagina las bebidas, los manjares, los vestidos. Estaban decididos a bailar hasta el amanecer porque sabían que la fiesta se estaba terminando. Uno sólo podía asistir a esa clase de bailes si el populacho le había arrebatado a alguien. Y todos los que asistían llevaban una cinta alrededor del cuello, igual que tú llevabas la tuya.
- Pero ¿no lo hacían para honrar a sus amigos y familiares? -preguntó Grace-. ¿No era una muestra de respeto?
- ¿Honor? ¿Respeto? ¡Bah! -dijo la princesa, de nuevo enfada-. Tendrían que haber estado luchando, no bailando. Si se hubieran celebrado menos bailes, las cosas tal vez habrían sido distintas para mí, para muchos de nosotros. -Volvió a ponerse la gargantilla de diamantes-. Por favor, ayúdame a abrochármela. -Grace lo hizo-. Así está mejor -dijo la princesa, levantándose-. Bueno, ahora me noto cansada. Esta privación de sangre es agotadora. -Se quedó mirándola, incapaz de disimular su sed. Grace se preguntó si debía prepararse por si la atacaba. Pero la princesa se limitó a cogerle la mano, la que tenía la cinta.
- Sé de quién es la cinta -dijo.
- Ah, ¿sí? -preguntó Grace.
- Por supuesto. Es de ese muchacho. El que ha perdido la vista. Has venido con él. Estás un poco enamorada de él, creo.
Grace se ruborizó.
- Ten cuidado -dijo la princesa.
- ¿A qué se refiere?
- Sé lo que estás intentando hacer. Estás buscando alguna respuesta en la cinta.
- Sí, supongo… -comenzó a decir Grace, pero la princesa volvió a interrumpirla.
- Ten cuidado-. Yo he vivido mucho más que tú y hay una lección que he aprendido muy bien.
- ¿Cuál es? -preguntó Grace, deseando que la princesa le soltara la mano.
- No hagas preguntas cuyas respuestas aún no estás preparada para oír -respondió ella-. Comprenez?
Grace asintió.
Por fin, la princesa la soltó.
- Hazme caso, hija. Sé de estas cosas. Soy una buena confidente. La mejor, según decía la reina.
- Gracias -dijo Grace-. Muchas gracias por su consejo.
- Mon plaisir -respondió la princesa-. Buenas noches, hija. Daré otra vuelta por los jardines y me iré a dormir. -. Dicho aquello, se alejó. Cuando las sombras comenzaron a envolverla, sus cicatrices amoratadas se desdibujaron y los jirones de su falda parecieron delicados encajes. Se movía con la elegancia de una gran dama.
Sola de nuevo, Grace notó un calor cada vez mayor en la palma de la mano. Al abrirla, vio la cinta enroscada en ella. ¿Le estaba pidiendo volver a empezar? Pero la princesa quizá tuviera razón. ¿Era peligroso retomar su visión? ¿Se hallaba a punto de descubrir algo para lo que aún no estaba preparada? Vaciló, pensando que tal vez debiera darse por vencida y devolver la cinta a la mesilla de Lorcan.
Pero la tentación era demasiado fuerte. La primera visión ya le había mostrado que entre ella y Lorcan existía un vínculo incluso más profundo de lo que ella creía. Puede que eso también fuera la clave de su enfermedad y, por tanto, de su curación. Tenía que saber más. Aunque fuera peligroso, tenía que hacerlo. Por él. Y por ella.
Tumbándose otra vez en el banco, asió bien la cinta y cerró los ojos. Al instante, su viaje incorpóreo se reanudó. Volvía a estar oscuro, neblinoso. Se preguntó si había regresado a la misma parte de la historia. Pero no, esta vez no estaba bajo el agua. Ahora, se encontraba en la cubierta de un barco… el Nocturno. Se dio la vuelta y se vio corriendo por ella. Reparó en que volvía a ser Lorcan. Y, en ese mismo instante, supo en qué momento estaba. ¡Seguro que descubría alguna cosa!
- ¡Connor! -oye que grita la otra Grace. Entonces ve a Connor, pero no como una hermana ve al hermano del que apenas se ha separado desde que nació. Lo ve a través de los ojos de Lorcan. Y él se asombra tanto como cuando vio a Grace abrir los ojos en cubierta. El muchacho es más alto, más corpulento, con el pelo más oscuro. Pero tienen los mismos ojos de color verde esmeralda. Los ve abrazarse. Su reencuentro lo alegra, pero su alegría está empañada de miedo y dolor.
Lorcan mira hacia otro lado. Sabe que la luz está comenzando a penetrar en la oscuridad. Como los granos de un reloj de arena, su tiempo se está agotando. Empieza a entrarle miedo. Y no sólo por el tiempo. Se percata de que el muchacho no ha aparecido como por arte de magia, sino que ha venido en un barco. Un barco que ahora se vislumbra entre la niebla. En su cubierta, hay un ejército de hombres y mujeres, armados con espadas. ¿Qué clase de engaño es este? ¿Qué clase de peligro? ¡Debe proteger a Grace! Debe protegerlos a los dos. Hizo una promesa hace mucho tiempo.
Suena la Campanada del Alba. Lorcan oye los gritos de Darcy, instándolo a entrar. Sabe que debe hacerlo, pero está paralizado. No puede hacerlo. No sin ella. No sin ellos dos.
La luz lo desorienta y sólo ve al pirata que corre hacia él cuando ya lo tiene casi encima. Desenvaina su sable. El pirata lo ataca con su espada ancha. Las muchachas chillan. Darcy le suplica que entre. Grace le grita que él no ha hecho ningún daño, pero, ahora, Lorcan advierte que todos corren peligro. No puede salir huyendo. Saca fuerzas de flaqueza y alcanza al pirata en el brazo. Hay más gritos, pero Lorcan conoce su destino.
- Prometí proteger a Grace y eso voy a hacer -grita. La protegerá, los protegerá a los dos. Igual que ya ha hecho una vez. Hasta exhalar el último suspiro, protegerá a los gemelos. Si no, ¿de qué valen las promesas? Y ahora, hay nuevas emociones entremezcladas con sus viejas promesas. Sentimientos que no quiere admitir, ni siquiera ante sí mismo. Es demasiado peligroso.
La luz lo vence. Tiene que cerrar los ojos. Pese a ello, sigue blandiendo su sable, pero es inútil. Le dicen que no hay ningún ataque. Pero él no puede creerlos. No al principio. Sólo cuando el muchacho, cuando Connor habla, puede creerlo. Cuánta fuerza percibe en la voz del joven. No le sorprende que haya heredado esa fuerza. Esto, por sí solo, es suficiente para convencerlo de que puede ir bajo cubierta.
Los observa por la rendija de la puerta. Es doloroso. Doloroso en muchos aspectos. Su sensación de pérdida lo desagarra. Al cerrar los ojos, ve a dos bebés, envueltos en suaves mantas. Están entregándoselos, colocándole uno en cada brazo. Él los mira, sucesivamente. Son como dos gotas de agua.
Ahora está volviendo a verlos, abrazándose. Ella se irá con su hermano. Debe irse con él. Lejos de aquí. Estarán a salvo lejos de aquí, lejos de este barco y su tripulación. Y no obstante…, y no obstante, él no quiere que ella se marche. ¿Está tan mal admitirlo? ¿Está tan mal querer algo para sí? A alguien. A ella.
De pronto, la imagen se fractura y él está otra vez mirando a la muchacha tendida en cubierta. Ella abre los ojos. Una luz verde emana de ellos. Es deslumbrante.
Luego, cuando la vista se le vuelve a aclarar, los gemelos se están abrazando.
Luego, vuelven a ser dos bebés envueltos en mantas. Los lleva en brazos, mientras sube a un esquife y se dispone a zarpar.
- No deben saberlo jamás -se dice-. No deben saberlo jamás.
La visión concluye ahí, dando paso a la negrura. El silencio.
Grace abre los ojos. Los tiene empañados de lágrimas. ¿Qué ha averiguado? Demasiado y, no obstante, no lo bastante.


30
Culpas
Molucco Wrathe estaba paseándose por su camarote hecho una furia. Connor jamás lo había visto tan enfadado.
- Bueno -comenzó a decir, echando fuego por los ojos-. ¿Va a molestarse alguien en explicarme qué está pasando? -Lanzó una mirada de odio a Connor y Bart-. Y quiero la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. -Por fin, se quedó quieto junto a Cate. La expresión de la segunda de a bordo era difícil de interpretar, en claro contraste con la visible cólera de Molucco.
Connor miró incómodamente a Bart. Bart lo miró a él con nerviosismo. Antes de que ninguno de los dos osara hablar, Molucco volvió a estallar.
- Voy a echaros una mano con esto, señores. Sé que os habéis hecho a la mar en uno de mis esquifes. Y sé que habéis visitado un sitio rarísimo donde venden SANGRE y que luego os habéis ido en busca de ese barco de… de… ¡VAMPIROS!
Connor se quedó atónito. ¿Cómo podía saber todo aquello el capitán? No los había visto nadie. Habían tenido mucho cuidado. Notaba que Bart estaba pensando lo mismo. Pero no podían preguntar a Molucco precisamente eso. Haciéndolo, sólo lograrían enfurecerlo todavía más.
- ¿Y bien? -insistió el capitán Wrathe, poniéndose de nuevo a andar. Cate frunció el entrecejo. Incluso Scrimshaw pareció temblar de miedo cuando Molucco dijo-: ¡Habladme! ¿Qué diablos estabais haciendo?
Por fin, Bart habló.
- Estábamos ayudando a Jez, señor -dijo en voz baja.
- ¡Más alto! -bramó Molucco con tanta fuerza que les perforó los oídos.
- Estábamos ayudando a Jez, señor, Jez Stukeley -repitió Bart, un poco más alto.
- ¿Jez Stukeley? -Molucco parecía totalmente desconcertado. Estaba claro que su informante misterioso no había mencionado a Jez-. Pero Jez está muerto.
- Sí, señor -dijo Bart-. Está muerto, pero sigue entre nosotros.
- No lo entiendo -dijo Molucco, arrugando la frente.
Connor tomó la palabra.
- Todos sabemos que Jez murió en el duelo del Albatros. Lo sepultamos en alta mar. Pero, después, lo encontró uno de los vampiratas, Sidorio, y lo transformó en vampiro.
- Sí, sí. Todo eso ya lo sé -dijo Molucco, en tono amenazante-. Jez fue uno de los vampiros que asesinó a mi hermano y su tripulación…
- ¡No! -gritó Connor, con más vehemencia de la que habría querido-. Sí, él estaba con ellos. No tuvo opción, pero no supo lo del abordaje, el terrible abordaje, hasta que ya estaba en marcha. Ni siquiera estuvo a bordo del barco de Porfirio. En realidad, no participó…
- ¡Está claro que has cambiado de parecer, Tempest! -espetó Molucco-. La noche en que perseguimos a los vampiros, dijiste que era uno de los culpables. Lo que es más, encabezaste un ataque contra él. Mandaste arrojarle teas encendidas y lo mataste por segunda vez.
- Sí. -Connor asintió con la cabeza-. Bueno, no, en realidad.
- ¿En qué quedamos? -rugió Molucco.
- Creía que lo habíamos destruido, pero no fue así. Sobrevivió. -Connor se quedó callado-. Es el único superviviente.
- Y sufre -dijo Bart-. Se siente terriblemente culpable por las cosas en las que ha tomado parte…
- Eso espero -dijo Molucco.
- Y odia la cosa… el vampiro en que se ha convertido. Quiere volver a ser mortal. Nos ha rogado que le ayudemos, señor. No hemos podido negarnos.
Molucco se quedó callado y se cruzó de brazos, esperando el resto de la historia. Con un gesto de la cabeza, Cate indicó a Connor que continuara.
- Lo hemos llevado al barco de los vampiratas, señor -dijo él-. El barco que rescató a mi hermana. El capitán es un hombre, un ser, compasivo. No es sanguinario como Sidorio. Creemos que puede ayudar a Jez.
- ¡Qué tierno! -dijo Molucco, en un tono más amigable-. ¿Cómo os hacíais llamar, los Tres Bucaneros?
Connor asintió. Bart sonrió.
- ¿Y solo os estabais reuniendo una última vez por el bien de vuestro viejo amigo?
- ¡Sí! -Connor movió afirmativamente la cabeza, aliviado de que el capitán por fin lo entendiera.
- ¡Exactamente! -dijo Bart.
Hubo un silencio. Luego, Molucco se puso a gritar.
- ¡No tenéis ni idea del daño que habéis hecho! Yo acababa de convencer a mi hermano de que abandonara la idea de vengar el asesinato de Porfirio. De que nos habíamos ocupado de sus asesinos, vengado. Ahora, a vosotros se os ocurre hacer esto y él se entera de que uno de los asesinos de Porfirio sigue vivo… -No terminó la frase. Estaba tan colorado que Connor temió que fuera a desmayarse.
- Perdone, señor -dijo-, pero ¿cómo se ha enterado Barbarro?
- ¿No es evidente? -espetó Molucco-. Os han seguido.
- Lo siento -dijo Connor, apesadumbrado-. Siento haberle causado tantos problemas.
- Sólo estábamos intentando ayudar a un viejo amigo -adujo Bart.
- ¡No me interrumpáis! -rugió Molucco-. ¡Enteraos de una vez! Jez Stukeley murió en la cubierta del Albatros. Punto. Todas esas bobadas sobre muertos vivientes me importan un rábano. Perdimos a Jez en ese duelo a bordo del barco de Drakoulis.-Se quedó un momento callado-. Fue tristísimo, pero estas cosas pasan.
Connor y Bart hicieron una mueca ante aquel resumen tan insensible de la muerte de su amigo.
- No me interesa qué le ha pasado a Jez después de que arrojáramos su féretro al mar. No quiero saber nada de esos vampiratas. Decididamente, no quiero volver a cruzarme con ellos. Y, mientras seáis miembros de mi tripulación, y corregidme si me equivoco pero los dos habéis jurado servirme durante lo que os queda de vida, mientras seáis miembros de mi tripulación, ni tan sólo vais a mencionar la palabra «vampiro», o «vampirata» a bordo de este barco. ¿Entendido?
- Sí, capitán -dijeron los dos con un hilillo de voz.
- Disculpad. ¿Ha dicho algo alguien?
- Sí, capitán Wrathe -repitieron, más alto esta vez.
- Entonces, no hay más que hablar -dijo Molucco-. Y ahora pondremos todas nuestras energías en intentar enmendar esta situación y convencer a mi hermano de que se concentre en el saqueo de la fortaleza en India. -Se volvió y adoptó un tono más mesurado-. Cate, me voy a ver a Barbarro. Te dejo para que decidas un castigo apropiado para estos dos.
Miró a Connor y Bart.
- Me habéis defraudado muchísimo, los dos -dijo. Connor apenas pudo mirarlo cuando continuó hablando-. Erais como hijos para mí. Pero ahora, no sé. No sé. Confío que, en el futuro, recordaréis a quién debéis fidelidad. -Luego, volvió a levantar la voz para zanjar el encuentro-. ¡Rompan filas!
Cate se acercó a ellos y los hizo salir del camarote. Cuando subieron a cubierta, los tres parecían derrotados. El sol los importunó con su brillo, deslumbrándolos.
Caminaron por cubierta en silencio, pensando en las furibundas e inflexibles palabras del capitán.
- ¿Qué hay? -saludó una voz detrás del mástil. Moonshine Wrathe les cerró el paso-. Parece que vengáis de un entierro.
- Ahora no, Moonshine -dijo Cate.
- ¿No deberías llamarme «alférez Wrathe»? -preguntó Moonshine.
- Soy la segunda de a bordo -dijo Cate, severamente-. Ahora estás en mi territorio.
Moonshine enarcó una ceja.
- Estás un poco agresiva, ¿no, Catie? Me pregunto cuál será el motivo. ¿Te sientes a veces incapaz de dar la talla?
- Basta ya, niñato -dijo Bart-. Ya es suficiente. ¿No tienes alguna mosca a la que arrancarle las alas o alguna otra mala costumbre en que ocuparte?
Moonshine se rió.
- Eso es muy gracioso, Bartholomew. Te tenía por un musculitos sin cerebro, pero veo que voy a tener que reconsiderar mis opiniones.
Bart suspiró y sacudió la cabeza, exasperado.
- ¿Qué tal tú, Connor? -continuó Moonshine-. ¿Qué mosca te ha picado? ¿Extrañas a tus amigos vampiros? Estás un poco pálido. ¿Acaso necesitas volver a esa Taberna de la Sangre? -Los ojos se le saltaron de las órbitas. Connor y Bart se quedaron mudos de asombro.
- ¡Has sido tú! -exclamó Connor-. ¡Nos has seguido! Y luego has vuelto y se lo has contado todo al capitán Wrathe.
Moonshine se encogió de hombros.
- Ya iba siendo hora de que tío Afortunado conociera las extrañas predilecciones de su tripulación.
Bart lo miró con frialdad.
- ¿Qué pasa? -dijo Moonshine con desdén-. ¿Es que no entiendes la palabra «predilección»?
Bart movió la cabeza con exasperación y fue a darle un puñetazo.
- ¡Entiende tú esto!
Pero Cate levantó el brazo y paró el golpe.
- No -dijo-. No vale la pena. Ya tienes suficientes problemas con el capitán. No empeores las cosas.
Moonshine sonrió.
- Tienes toda la razón, Catie -dijo-. Al menos uno de vosotros tiene dos dedos de frente.
- Muy bien -dijo Cate, con dureza-. Creo que ya te hemos visto bastante. Vete. Y da gracias de que te haya evitado una paliza.
Moonshine volvió a abrir la boca, pero pareció pensárselo mejor. Pasó junto a ellos con mucha calma. Dio unos cuantos pasos y se volvió antes de decirles adiós con la manó.
- ¡Hasta luego! ¡No me gustaría estar en vuestra piel! -Riéndose entre dientes, siguió andando.
Cuando se hubo ido, Bart miró a Cate.
- Gracias -dijo-. Me habría encantado partirle la cara, pero me alegro de que me lo hayas impedido.
Cate consiguió esbozar una sonrisa.
- Tranquilo -contestó, y suspiró-. ¡Menudo lío es todo esto!
- Entonces -dijo Connor, abatido-, ¿vas a castigarnos?
Cate le puso una mano en el hombro.
- ¿Castigo? ¿Por qué habría de querer castigaros? Oh, ya me inventaré alguna cosa para el capitán Wrathe, pero creo que ya habéis sufrido bastante. Todos lo hemos hecho. Corramos un tupido velo, ¿eh?, y sigamos adelante lo mejor que sepamos.
- Tú habrías ayudado a Jez, ¿verdad, Cate? -dijo Bart-. Tú habrías ayudado a un viejo amigo.
Cate suspiró hondo.
- Yo habría hecho lo que fuera por Jez. Todo lo posible, no importa en qué se haya convertido. Es culpa mía que muriera. Me equivoqué con nuestra estrategia de ataque. Debería haberme dado cuenta de que nuestra información no era de fiar. Debería haber sabido que nos estaban tendiendo una trampa…
- No -dijo Bart-. No fue culpa tuya.
Cate negó con la cabeza.
- Sé que quieres apoyarme, Bart, y te lo agradezco. De veras. Pero soy la segunda de a bordo de este barco. Era mi deber que estuviéramos totalmente preparados para el ataque. Metí la pata. Si la muerte de Jez no fue culpa mía, entonces no sé de quién fue.
- Bueno, yo te lo diré -dijo Bart, con la mirada turbia-. En primer lugar, el Albatros no nos habría tendido una trampa de no haber existido una vieja disputa entre Molucco Wrathe y el capitán Drakoulis. Y, una vez se aclaró la situación, el capitán Wrathe no suavizó precisamente las cosas, ¿verdad? No, como de costumbre, las empeoró todavía más.
- No podría haber impedido el duelo -dijo Cate-. No había posibilidad de convencer a Drakoulis para que cambiara de opinión.
- Y -añadió Connor- no había posibilidad de convencer a Jez para que no se prestara voluntario.
- Sí -dijo Bart-, eso ya lo sabemos. Pero alguien debería haberlo detenido. Era una disputa entre dos capitanes y tendrían que haber sido ellos quienes se batieran en duelo. Sólo que el capitán Wrathe no tiene fama de hacer su trabajo sucio, ¿no?
- Bart -dijo Cate, con un marcado deje de advertencia en la voz-. Tienes que olvidar todo esto. No va a servirte de mucho pensar en esas cosas, y aún menos…
- No, Cate -dijo tercamente Bart-. Voy a dejar de andarme con rodeos. Sólo hay una persona en este barco que es responsable de la muerte de mi amigo Jez. No soy yo ni, decididamente, tú. ¡Es Molucco Wrathe!


31
El bloqueo
- ¿Dónde está Mosh Zu? -preguntó Grace.
- Buenas noches -dijo Olivier, apartando los ojos de la cocina, donde estaba preparando otra cacerola de infusión de bayas.
- Perdona -dijo Grace-. No pretendía ser grosera. Sólo quería hablar con él, pero no lo encuentro.
- Está meditando -explicó Olivier-. No se lo puede molestar. -Removió la infusión-. Pero, la próxima vez que lo vea, le diré sin falta que lo estabas buscando.
Grace no podía dejar de pensar en las visiones que había canalizado de la cinta de Lorcan, repasándolas sin parar. Tenía que hablar urgentemente con Mosh Zu.
- Grace, ¿estás bien? -Olivier la miró a los ojos. Pareces un poco alterada. ¿Qué pasa?
- Nada -respondió ella, percibiendo que él sabía que le mentía-. Nada, de veras. Sólo quería hablar con Mosh Zu.
- ¿Sabes? -dijo él, bajando el fuego y acercándose a ella-, puedes hablar conmigo si quieres. De cualquier cosa. De tú a tú.
Grace lo consideró un momento. Pero su experiencia con la cinta había sido demasiado personal. Aún no se sentía lo bastante cómoda con Olivier como para confiarle aquellas cosas.
- Es muy amable por tu parte -dijo-. Pero esperaré a hablar con Mosh Zu cuando esté libre.
Olivier siguió mirándola. Por su expresión, Grace supo que estaba disgustado. Pero él se limitó a asentir y dijo:
- Como quieras.
- Gracias. -Grace salió al pasillo.
No tenía decidido adonde ir. Se sentía cansada, pero estaba segura de que, con todos aquellos pensamientos en la cabeza, iba a ser incapaz de conciliar el sueño. Podía volver afuera y dar un paseo para intentar calmarse. Podía ir a buscar a Johnny para contárselo. Sopesó todas las opciones pero, en el fondo, sabía que sólo había una cosa que la haría sentirse mejor.
Abrió la puerta.
- ¿Lorcan? -dijo en voz baja-. Lorcan, ¿estás despierto?
- ¿Qué? -farfulló él.
- Soy yo, Grace -dijo ella-. ¿Estás despierto?
- Bueno, ahora sí -respondió él. No parecía excesivamente disgustado.
- Lo siento. No quería despertarte.
- No te preocupes -dijo él-. Pareces un poco alterada, Grace. ¿Ocurre algo?
- Sí -respondió ella, suspirando hondo.
- ¿Qué es? -De pronto, volvía a ser el mismo Lorcan de siempre, el que había cuidado de ella en sus primeros días a bordo del Nocturno-. Siéntate a mi lado y cuéntamelo.
Grace acercó la silla al borde de su cama y se sentó. Lorcan buscó su mano.
- Estás temblando -dijo-. ¿Qué pasa?
El roce de su mano la tranquilizó.
- Oh, Lorcan -dijo ella-. He hecho algo que no debía.
- ¿Tú? -Él sonrió-. ¿Grace Tempest?, ¿hacer algo que no debe? Me cuesta un poco creerlo.
- Lorcan, he leído tu cinta.
- ¿Qué? -Lorcan dio un respingo, soltándole inadvertidamente la mano.
- Sé que no debería haberlo hecho. Pero me la llevé sin querer. Estaba en mi libro y a Johnny le ha parecido buena idea.
- ¿Johnny? -preguntó Lorcan-. ¿El tipo que conocimos en la sala recreativa? ¿Qué tiene que ver con esto?
- Lo siento -dijo Grace-. Le estaba contando que me tienes muy preocupada, que quiero ayudarte pero no sé cómo…
- Tú ya me estabas ayudando -puntualizó él-. No tendrías que haberlo hecho, Grace.
- Lo sé -dijo ella-. Ahora lo sé. Creía que la cinta me daría algunas respuestas.
- ¿Y lo ha hecho?
Grace afirmó con la cabeza. Entonces, se acordó de que él no podía verla.
- Sí, lo ha hecho.
- Creo que es mejor que me lo cuentes -dijo él-. Dime qué has visto.
- He tenido dos visiones -explicó Grace-. Eran de ti y de mí. La primera ha sido de cuando nos conocimos, de cuando me sacaste del agua esa noche.
Le relató la escena, tal como la había experimentado en su visión. Lorcan se quedó tan quieto como una estatua, escuchándola. Cuando ella terminó, tardó un momento en hablar. Luego, sólo le preguntó:
- ¿Cuál ha sido la otra visión?
- Ha sido del día en que te quedaste ciego -respondió ella-. De cuando Connor vino al Nocturno y tú creíste que estábamos en peligro…
Una vez más, Grace le relató lo que había visto. Cuando terminó, él tenía una última pregunta para ella.
- ¿Y eso es todo lo que has visto? ¿Sólo esos dos momentos?
- Sí -respondió ella-. No he podido seguir después de eso. He devuelto la cinta. Está en tu mesilla. -La miró.
Lorcan alargó la mano y la buscó a tientas. Sus dedos arqueados parecían una araña blanca, buscando su hilo. Cuando la encontró, la cogió y la puso debajo de la almohada.
- De aquí ya no se mueve-afirmó.
- Lo siento mucho -dijo Grace-. Lo último que quería era disgustarte.
Lorcan suspiró.
- ¿Cómo creías que iba a sentirme, sabiendo que espías mis pensamientos? ¿Qué te parecería si alguien te lo hiciera a ti?
- Sólo intentaba ayudarte -adujo ella-. Sé que he hecho mal. Pero sólo intentaba ayudarte para que puedas mejorar.
- ¿Mejorar? -preguntó él.
- Mosh Zu dice que tus heridas son físicas sólo en parte -respondió ella-. Que tu herida más honda es mental, emocional. Yo creía que, si leía tu cinta, podría ayudarte a identificar el bloqueo, sea cual sea.
- ¿El bloqueo…?
- Sí -dijo ella, notándose más segura otra vez-. Si averiguamos qué te está impidiendo mejorar, podremos resolver el bloqueo.
- ¿Los dos? -preguntó él. Había un deje de amargura en su voz.
- Podemos intentarlo -dijo ella.
- Grace, ya te lo he dicho, ya te he avisado. Este no es tu mundo. Hay muchas cosas que tú no entiendes.
- Sí -dijo ella-. Y este mundo es nuevo para mí. Pero quiero entenderlo. -Se quedó un momento callada-. Quiero entenderte a ti. Eso es quizá lo que más deseo de todo.
- Lo entiendo -dijo él-. De veras, pero hay cosas que no puedo contarte.
- ¿Sobre ti? -preguntó ella-. ¿O sobre mí? ¿O sobre los dos?
Lorcan tardó un momento en contestar.
- Sobre las tres cosas.
Grace se sintió profundamente frustrada por el modo en que Lorcan se estaba volviendo a retraer, excluyéndola.
- Pero, Lorcan, si es sobre mí, al menos en parte, ¿no tengo derecho a saberlo? Tengo tantas preguntas…
- Sí, lo sé. Pero el caso es este, Grace. Yo aún no estoy listo para responderlas. Estaba llegando a ese punto, a mi manera, a mi ritmo, pero, ahora, tú has hecho lo que has hecho.
- Tú ya me conocías. -Grace fue incapaz de contenerse por más tiempo-. Cuando me salvaste, cuando te diste cuenta de quién era. No era la primera vez que nos veíamos. Tú sabías quién era yo. Y también Connor. Nos habías visto de pequeños. ¿Cómo es posible?
Su pregunta no obtuvo respuesta.
- Por favor, Lorcan. Tengo que saberlo.
Él negó con la cabeza.
- No seré yo quien te lo cuente. No ahora.
Grace tuvo la sensación de que le estallaba la cabeza.
- Por favor -repitió.
- Sé cómo debes de sentirte, Grace -dijo él-. Sé cómo funciona tu mente. Estas preguntas son como un gusanillo que te roe las entrañas y tú tienes que matarlo. Pero ¿es que no lo ves? Es como la caja de Pandora. Has iniciado algo que ya no se puede parar. Y va a acabar terriblemente mal para todos nosotros.
Grace consideró sus palabras. ¿A qué se refería? Todo lo que decía sólo le suscitaba más preguntas. Y mayores.
- Por favor, Grace -dijo Lorcan-. Por favor, déjame.
- No puedo -respondió ella-. Ahora no puedo dejarte. Tienes que hablarme.
- No -dijo él-. No. Vete.
- No me excluyas de esta forma.
- Debo hacerlo -dijo él-. Por el bien de los dos.
Grace estaba temblando cuando se levantó y se dirigió a la puerta. Sin embargo, no pudo irse sin hacer un último intento.
- Pero sé cuánto te importo. Lo he leído en la cinta.
Lorcan suspiró.
- ¿Te ha hecho falta leer la cinta para saber cuánto me importas? -preguntó-. De veras, Grace, ¿es que no me conoces en absoluto?
- Yo pensaba que sí -respondió ella, volviéndose y abriendo la puerta. Salió rápidamente al pasillo para que él no la oyera llorar.
- Hola. -Johnny alzó la vista del tablero de ajedrez cuando Grace se detuvo a la entrada de la sala recreativa.
Viendo su cara manchada de lágrimas, se levantó de inmediato y fue hasta ella, abrazándola y cerrando la puerta.
Grace se sintió reconfortada, pero, cuando dejó de llorar, reparó en la ironía de la situación. Estaba acudiendo en busca de consuelo a la misma persona que la había empujado a leer la cinta de Lorcan.
- Lo has hecho -dijo él, separándose-. Y ha ido mal, ¿verdad? Lo siento mucho, Grace. No debería haberte sugerido…
Ella sacudió la cabeza.
- No, no ha ido mal exactamente. Pero he descubierto cosas. He ido a contárselas a Lorcan y él se ha enfadado conmigo.
- Supongo que era lo más lógico -dijo Johnny-. Sé que es difícil, pero creo que tendrías que haber esperado a contárselas.
- Tenía que hacerlo -dijo ella-. Lo que he leído en la cinta… Es muy personal. Sobre él y yo.
- Ah -dijo Johnny.
- Es complicado -adujo ella-. No creo que deba hablarlo contigo.
El vaquero asintió.
- Por supuesto -dijo-. Lo respeto. Pero, si cambias de opinión, siempre puedes venir a contárselo a un servidor. Lo sabes, ¿verdad?
Ella movió afirmativamente la cabeza.
- Vamos a secarte los ojos -dijo él, metiéndose la mano en el bolsillo y sacando un pañuelo rojo de topos. Grace no pudo evitar sonreír al verlo.
- Ten -dijo él-. ¿Has visto? Un servidor ya ha logrado arrancarte una sonrisa. -Le puso el pañuelo en la mano-. ¿Por qué no te lo quedas un rato? Sólo por si se te vuelve a abrir el grifo.
Grace se metió el pañuelo en el bolsillo. Sacó una silla y se sentó junto a Johnny.
- Tenías razón en una cosa -dijo.
- ¿Sí? -Johnny enarcó una ceja.
- Leer la cinta me ha mostrado por qué no se cura Lorcan. Es culpa mía. Todo es culpa mía. -Volvió a notar que los ojos le escocían y se apresuró a enjugarse las lágrimas con el pañuelo. Johnny aguardó pacientemente. Grace respiró hondo y continuó:
- La ceguera de Lorcan no se puede curar tratando únicamente sus síntomas físicos. Mosh Zu me dijo que tiene otro componente, de más peso, probablemente. Dice que es psicosomática, que la causan el estrés y el miedo y que, en cierto grado, se la inflige él.
Johnny frunció el entrecejo.
- ¿Lorcan no ve porque no quiere?
- Bueno, no conscientemente. No es lo mismo que si hubiera pensado «Prefiero estar ciego», pero, en cierto modo, sí, está impidiendo que su organismo se cure.
- Es la primera vez que oigo una cosa así -comentó Johnny, con tono de incredulidad.
- Mosh Zu dice que no es tan raro -dijo Grace-. Dice que puede trabajar con Lorcan para averiguar qué le está impidiendo mejorar.
- Es una buena noticia, ¿no? -dijo Johnny.
Grace movió la cabeza con desaliento. Ya apenas sabía qué pensar.
- Grace, sé que quieres que Lorcan se cure enseguida, pero creo que debes darle tiempo. Recuerda que, a este lado del muro, tenemos tiempo de sobra.
- Soy yo -dijo ella-. Yo tengo la culpa de que Lorcan esté ciego. De no haberme protegido, no se habría expuesto a la luz. Siempre he sabido que yo tenía la culpa de su ceguera física…
Johnny la interrumpió con suavidad.
- Aunque hubiera una pizca de verdad en eso, tú misma has dicho que la herida física se le está curando.
Grace asintió.
- Sí, pero ahora sé que también soy la causa de su herida más honda. Antes tenía mis sospechas, Pero, ahora que he leído la cinta, estoy segura de ello. El motivo de que no quiera mejorar, el bloqueo, tiene que ver conmigo. -Ya estaba, lo había dicho. Se sentía mejor habiendo expresado aquel sombrío pensamiento. Continuaba sintiéndose mal, pero no tanto.
- Como he dicho -insistió Johnny-, sólo tienes que darle tiempo. Lorcan no podría estar en mejores manos que en las de Mosh Zu. ¡Es el gurú de los vampiratas! ¡Es la persona indicada! Si alguien puede sacar a Lorcan de esto, es él.
- Pero ¿y si no puede? -dijo Grace, volviendo a notar la tenaza del miedo-. ¿Y si Lorcan decide seguir ciego? Tendrías que haberlo oído, Johnny. Ahora, me está apartando. ¿Y si, con lo que acabo de hacer, lo he estropeado todo?
- Oye -dijo Johnny, cogiéndola por el hombro-. Mira, lo único que tienes que hacer es seguir el consejo que voy a darte. Algo que aprendí mientras estuve trasladando ganado: Grace, debes aprender a cruzar los ríos de uno en uno.


32
La travesía a India
Connor vio con cierta tristeza cómo arriaban la familiar bandera pirata. El mástil del Diablo parecía desnudo sin ella.
- Será sólo durante un tiempo -dijo Cate mientras González doblaba la bandera e izaba una distinta-. Todo es parte de nuestro disfraz, Connor. No podemos permitir que el Emperador ni sus guardias de seguridad piensen, ni por un momento, que este es un barco pirata. Ahora mismo, estamos haciendo lo mismo en el Tifón. También habrá algunos cambios más, superficiales, por supuesto, nada que estorbe nuestro funcionamiento habitual. Y los capitanes no podrán participar en la operación. ¡Sus caras son demasiado conocidas!
Connor volvió a mirar arriba mientras Bart, encaramado a la cofa, colocaba la nueva bandera. Era de color azul marino y tenía un logotipo blanco: un par de manos abiertas sosteniendo un barco. Debajo del dibujo había tres letras: SMM.
- ¿Te gusta? -preguntó Cate.
- ¿Qué es?
- Debería sugerir seguridad. Es el logotipo del Servicio de Mudanzas Marítimas. -Lo miró-. ¡Nosotros!
Alzando el pulgar, Cate gritó a Bart:
- Buen trabajo. Ahora, baja corriendo y empezaremos las prácticas de combate.
Como preparación para el saqueo de la fortaleza, Cate había aumentado la frecuencia de las prácticas de combate a bordo. Ahora, eran diarias. Su reputación era tal que Barbarro y Trofie habían enviado a su tripulación al Diablo hasta el día del saqueo.
- Es importante que, en lo que atañe a esta operación, nuestras dos tripulaciones sean una -había dicho Barbarro cuando anunciaron su decisión.
Así pues, ahora había, temporalmente, veinticinco tripulantes más a bordo del Diablo. Practicaban juntos, comían juntos en el mismo comedor y dormían en los mismos dormitorios. En su mayoría, eran buenos tipos, pensó Connor cuando llegó a cubierta, listo para su práctica de combate diaria.
- ¡Eh, Tempest! ¿Cómo va? -Dos de sus nuevos compañeros le chocaron esos cinco cuando él se unió a ellos para comenzar el precalentamiento.
Bart llegó justo antes de Cate. Con tantos cambios, era agradable tener a su mejor amigo a su lado.
- Muy bien -anunció Cate-. Comencemos con el precalentamiento físico. Vamos a dar tres vueltas a la cubierta con las armas a cuestas.
Connor oyó que alguien se reía detrás de él.
- Hablo en serio -lo oyó susurrar-. Es clavadita a una profesora de gimnasia.
Connor se volvió y vio a Moonshine Wrathe, riéndose disimuladamente con uno de sus lacayos. El muchacho lo miró torvamente antes de empezar a correr. Connor se colocó al lado de Bart.
- Veo que nuestro querido Moonshine sigue en plena forma -dijo Bart, mientras corrían.
- Oh, sí -dijo Connor-. Refréscame la memoria. ¿Cómo dices que ha conseguido que lo pongan en el pelotón de ataque?
Bart se rió.
- Me parece que eso no ha sido siquiera tema de discusión. Pero ¿te he contado lo que oí que Barbarro le decía a Molucco?
- No. -Connor negó con la cabeza.
- Que le gustaría que Moonshine se pareciera un poco más a ti, que su hijo tenía que curtirse para ser un pirata de verdad.
- ¡Caramba! -dijo Connor, halagado y un poco sorprendido de que Barbarro Wrathe hubiera hecho tal comparación.
- Claro que -dijo Bart, mientras corrían por la cubierta de proa- estoy seguro de que Trofie tiene motivos muy distintos para poner a su niño mimado en el pelotón. Sin duda, considera que es el lugar que le corresponde como heredero del reino.
- Sí -dijo Connor-. Es una lástima que no sea un poco más seguro con la espada.
Bart asintió.
- Ahí no te equivocas, Tempest. ¿Sañudo? ¡Sí! ¿Seguro? ¡No!
- Muy bien. ¡Buen trabajo! -exclamó Cate cuando el último pirata llegó a la sección central de la cubierta-. Ahora, vamos a repartirnos en parejas y practicar unas cuantas secuencias de ataque.
Aquel era el momento del día que Connor más temía. Porque, por supuesto, lo habían emparejado con Moonshine.
- Pero ¿por qué? -había preguntado a Cate tras la agotadora primera práctica de combate-. ¿Sólo porque somos los más jóvenes? Yo soy más alto que él, y tengo mucha más experiencia.
- Lo sé, Connor -había dicho Cate-. Pero tengo las manos atadas. La petición, o, mejor dicho, la «orden», viene de arriba. Hay instrucciones muy específicas de Barbarro de que tú y Moonshine debéis formar pareja.
Cuando Connor se había ido, sacudiendo la cabeza, Cate le había gritado:
- Deberías sentirte halagado. Evidentemente, el capitán Wrathe opina que su hijo tiene algo que aprender ti.
Todo aquello estaba muy bien, pero la realidad era que, en sus prácticas diarias, el príncipe pirata no quería aprender nada de nadie. En vez de eso, estaba resuelto a hacerlo todo a su manera única e imprevisible.
- Bien -dijo Cate, dando una palmada-. Sigamos a partir de la maniobra que os enseñé ayer. ¡Espero que todos hayáis practicado unas cuantas horas por vuestra cuenta en vuestro tiempo libre!
Connor había entrenado con Bart hasta la madrugada. Por el rabillo del ojo, vio que Bart y su compañero del Tifón ejecutaban una secuencia perfecta de golpes ofensivos y defensivos.
- ¡Ejem! ¡Ejem! -se quejó Moonshine-. ¿Hay alguna posibilidad de que dejes de mirar a tu amado Bart para que podamos empezar?
Connor se volvió hacia él.
- ¡Cuando quieras!
Moonshine lo atacó con la espada y Connor paró el golpe sin ningún esfuerzo. Consiguieron hacer unos cuantos movimientos básicos, pero pronto estuvo claro que, como de costumbre, Moonshine no tenía ni idea.
- No has practicado nada, ¿verdad? -dijo Connor, mientras intentaba comenzar la secuencia por cuarta vez.
- Lo habría hecho -alegó Moonshine-. Me debo a la causa y todo eso. Pero el caso es que he tenido una noche muy ajetreada.
Connor se lo podía imaginar. De la tripulación invitada, Moonshine era el único que podía regresar al Tifón durante la noche. Claramente, compartir camarote no entraba en los cálculos del príncipe pirata. Lo suyo era, en cambio, tomarse una suculenta cena de cinco platos con mamá y papá para luego encerrarse en su mazmorra, donde habría jugado al millón pirata y pasado un rato inolvidable con sus queridas ratas.
- Además -añadió Moonshine-. ¡Faltan semanas para el saqueo! Queda mucho tiempo para practicar.
Pero, conforme fueron transcurriendo los días y las semanas, Moonshine dio pocas muestras de mejorar. Algunos días, lo hacía bastante bien. Pero otros, era como si estuviera volviendo a empezar desde el principio. Era innegable que, en mala idea, estaba el primero de la fila. Connor tenía suficientes rasguños y cicatrices para demostrarlo. Pero, en un complejo ataque en equipo, la mala idea no llevaba muy lejos. Por su experiencia con sus compañeros del Diablo, Connor sabía que la coordinación era crucial para obtener la victoria cuando la cubierta estaba atestada de piratas combatiendo. Se podía improvisar hasta cierto punto, desde luego, pero había que ceñirse rigurosamente al lugar que cada uno tenía; de lo contrario, con cincuenta hombres y mujeres por bando, era facilísimo degenerar en un caos total.
Expresó sus temores una noche, durante la cena, a Bart.
- Es un bala perdida -se lamentó-. Es imposible saber qué hará a continuación.
- Lo sé, Connor -dijo Bart-. Te entiendo. Pero cuando entremos en acción, va a dar lo mismo. Si todo va como hemos previsto, ni siquiera nos hará falta desenvainar. Si lo piensas, es un timo más que un ataque. Sólo tendremos que actuar si descubren nuestra tapadera. Y hemos invertido tanto tiempo y esfuerzo en planear esto, que no puedo imaginarme que eso pase.
- Todo eso ya lo sé. Pero ¿qué dice siempre Cate? ¡Preved lo imprevisible! Moonshine no es el único que me preocupa. Yo estoy perdiendo técnica porque con él no puedo practicar como es debido.
- ¿Es esa tu forma de decir que más tarde te gustaría practicar con un servidor?
Connor asintió.
- ¡Sería estupendo! Si a ti no te importa.
Bart negó con la cabeza.
- Tú tráeme otra cerveza y yo estaré encantado de complacerte.
Connor frunció el entrecejo.
- No deberías beber antes de usar la espada -dijo, pensando en las normas de Cate.
Bart se rió.
- Estoy muy por debajo del límite, socio. ¡Sólo necesito lubricarme un poco las amígdalas y estaré bien!
Más tarde, se pasaron otros cuarenta y cinco minutos en cubierta, practicando mientras el sol se ponía en el horizonte, una llameante hoguera de tonalidades anaranjadas y rojas. La sesión terminó con Connor lanzándose sobre Bart desde el mástil. En situación de ataque, lo habría derribado, pero dejó clara su intención para que su amigo pudiera esquivarlo. Mientras se sacudían el polvo, Bart le dio una palmada en la espalda.
- ¡No tienes de qué preocuparte! -dijo-. A tu técnica no le pasa nada. Nada en absoluto.
A sólo unos días del saqueo, la navegación se convirtió en el mayor desafío. Conforme se acercaban a la Fortaleza del Ocaso, los dos galeones se encontraron con las peores condiciones de navegación que Connor había experimentado en su vida. Las prácticas de combate tuvieron que suspenderse mientras todos los miembros de la tripulación aunaban fuerzas para navegar por aquellas aguas embravecidas.
Bajo cubierta, eran muchos los que vomitaban y se lamentaban, temiendo que el mar fuera a engullirlos antes de que alcanzaran su destino.
Cate llamó a Connor a su camarote. Él la encontró sentada tranquilamente a su escritorio, bebiéndose un vaso de leche y comiéndose un bocadillo de queso.
- ¿No estás ni un poco mareada? -preguntó Connor.
Cate sacudió la cabeza.
- No me mareo nunca -dijo-. En eso tengo suerte.
Mientras hablaba, oyeron un coro de gemidos al otro lado de la pared, indicándoles que otros no tenían tanta suerte.
- ¿Qué? -dijo Cate-. ¿Qué opinas del ataque? ¿Listo para entrar en acción?
Connor asintió. Había conseguido practicar unas cuantas veces con Bart antes de que el mar se encrespara demasiado, y volvía a confiar en sus capacidades. Ahora, tenía la adrenalina disparada y estaba impaciente por ponerse en movimiento. Se lo dijo a Cate.
- Estupendo -dijo ella, dando unos golpecitos en la plantilla que tenía delante-. Estoy terminando de hacer las parejas -dijo, pluma en mano-. Y he decidido emparejarte con Moonshine Wrathe.
Connor protestó de inmediato.
- Sé que no es lo que tú habrías elegido, pero seguramente ya te lo olías. Sois pareja desde hace semanas. A su modo, él se siente cómodo contigo. Y tú, más que ninguno de nosotros, conoces sus puntos fuertes y flacos. Puedes protegerlo si las cosas se ponen feas.
- ¿Protegerlo? -dijo Connor-. Creía que hacíamos esto para enriquecernos. ¿No es ese el objetivo que deberíamos tener presente? ¡¿Y no proteger a los esmirriados?!
Cate negó con la cabeza.
- Connor, te voy a ser franca. Te valoro mucho como compañero, y también como amigo. Sí, desde luego, el objetivo global de nuestra operación es entrar y salir de la fortaleza lo más limpiamente posible y regresar con tantos tesoros del Emperador como podamos. Pero, tenlo claro: tu función es asegurarte de que, si hay que pasar a las armas, a Moonshine no le suceda nada.
Connor parecía sorprendido.
- ¿Por qué no me lo habías dicho antes?
- Porque habrías estado dándome la lata todos los días, suplicándome que lo reconsiderara -respondió Cate-. Pero seguro que debes de habértelo imaginado. ¿Por qué si no habría de emparejar a uno de mis mejores espadas con el peor?
Connor frunció el entrecejo.
- Entonces, toda esa farsa de que Barbarro pidió expresamente que yo…
- No es ninguna farsa. Te lo aseguro. Él sí dijo eso. No creo que se engañe con respecto a las capacidades marciales de su hijo. No puedo decir lo mismo de Trofie. ¿Quién sabe lo que tiene en la cabeza?
- A ver si lo entiendo -dijo Connor-. ¿Me estás diciendo que mi función primordial en esta operación es cuidar de Moonshine?
Cate se apresuró a contestar:
- Tu función primordial no, Connor. Tú única función. Déjanos el resto a los demás. Tú limítate a traer a Moonshine Wrathe de vuelta, vivo y de una pieza. O las consecuencias van a ser nefastas para todos. -Dicho aquello, Cate cogió el bocadillo y le dio otro mordisco-. Bueno -añadió, masticando el gorgonzola con algas que tenía en la boca-, si no tienes más preguntas, será mejor que termine este informe. Me lo tienen que ratificar los dos capitanes esta noche.
Connor sacudió la cabeza. Cuando salió del camarote, las palabras de Cate seguían resonándole en la cabeza. «Tú limítate a traer a Moonshine Wrathe de vuelta, vivo y de una pieza.» La injusticia de aquella misión le parecía inaudita.
Cuando empezó a bajar las escaleras de camino al comedor, ¿con quién tenía que toparse sino con el mismísimo Moonshine? Estaba más pálido que de costumbre, un blanco sepulcral con un débil matiz verde lima.
- ¿Te encuentras bien? -le preguntó. En ese momento, el barco se balanceó bruscamente. Moonshine resbaló, agitando los brazos.
Connor logró cogerlo firmemente por un brazo.
- Tranquilo -le dijo-. Te tengo bien agarrado.
Moonshine lo miró de un modo extraño y abrió la boca como si quisiera hablar. Pareció pensárselo mejor y la cerró. Luego, volvió a abrirla y se lo vomitó todo encima.
Connor se quedó petrificado, sin terminar de creérselo, mientras los restos de la cena de Moonshine a medio digerir -curry, si no se equivocaba- le resbalaban lentamente por la cabeza y el pecho.
- Lo siento -farfulló Moonshine y, por una vez, pareció sincero. Luego, tuvo otra arcada y el vómito dio a Connor de lleno en la cara.


33
Los recolectores de bayas
La puerta de las habitaciones de Olivier estaba abierta. Cuando Grace entró, él alzó la vista y le sonrió.
- Me han dado tu mensaje -dijo ella-. ¿Cuál es ese asunto tan urgente? ¿Va todo bien?
- Sí, Grace -respondió Olivier-. Es sólo que se me ha ocurrido una cosa. Tengo que hacer un recado y he pensado que a lo mejor te apetecía venir.
Grace movió la cabeza, suspirando levemente.
- ¿Un recado? ¿Ese es el asunto urgente por el que me has levantado de la cama?
Sin dar muestras de advertir su velado sarcasmo, Olivier señaló el montón de cestas que había en la encimera.
- ¡Nos vamos a recoger bayas! ¡Coge una cesta en cada mano y sígueme! Ah, quizá quieras llevarte también una de esas chaquetas. Fuera puede hacer mucho frío.
Después de rebuscar en uno de los almacenes que bordeaban el patio exterior, Olivier salió con una carretilla.
- Puedes poner las cestas aquí -dijo-. Ahora no pesan, pero, cuando hayamos terminado, ¡te aseguro que te alegrarás de haberla traído!
- ¿Cuántas bayas exactamente tenemos que recoger? -preguntó Grace.
- ¡Muchas! -dijo Olivier, mientras esperaban a que se abrieran las pesadas puertas de Santuario.
- ¿Sales todos los días? -preguntó Grace.
Olivier asintió.
- Es necesario. Los vampiros toman mucha infusión de bayas. Pero ¿sabes qué? No me supone ningún esfuerzo. Después de todo, continúo siendo mortal. Como tú. Por mucho que nos habituemos a la oscuridad, seguimos necesitando ver la luz del día de vez en cuando.
Grace se fijó en que el sol de mediodía estaba alto y calentaba bastante, aunque aún quedaban zonas con nieve en la herbosa ladera. Era estupendo estar al aire libre y ver el paisaje que rodeaba Santuario a la luz del día. La montaña estaba muy distinta a cómo ella la recordaba. Intentó encontrar el camino que había seguido en su ardua ascensión hasta la cima.
- ¡Venga, tortuga! -la reprendió Olivier-. Si ya te has quedado sin fuelle, no vas a servirme de nada.
Grace corrió para alcanzarlo.
- No me he quedado sin fuelle -dijo-. Sólo estoy intentando encontrar el camino que seguimos para subir hasta aquí.
Olivier se rió.
- Yo no me esforzaría.
- ¿Por qué no?
- Es una montaña muy variable -dijo-. Nunca está exactamente igual de un día al siguiente.
- ¿Cómo es posible? -pregunto Grace.
- Siéndolo -respondió Olivier-. Todo el mundo encuentra su camino hasta aquí. Para algunos, la caminata es agotadora. Para otros, es un paseo.
Grace consideró aquellas palabras mientras continuaban andando por el tortuoso sendero, con Olivier empujando la carretilla cargada de cestas. Estaban aproximándose a una zona rodeada de tupidos arbustos. Cuando llegaron, Olivier se detuvo.
- Esta es nuestra primera parada -dijo.
Grace vio que los arbustos verdinegros estaban cargados de frutos.
- Bueno -dijo Olivier-. Hay siete cestas. Una para cada clase de baya. Es importante que no las mezclemos.
- Entiendo -contestó Grace-. Pero ¿cómo me aseguro?
Olivier levantó la tapa de la primera cesta. Pegado a su interior había un detallado dibujo de una de las plantas. Parecía una ilustración del cuaderno de un naturalista. Era un hermoso dibujo a pluma detallado y preciso.
- ¿Lo has hecho tú? -preguntó Grace.
Olivier asintió.
- He pensado que te facilitaría las cosas.
- Gracias -comentó ella-. Tienes mucho talento. No tenía ni idea.
Él se encogió de hombros.
- A veces, los que no somos ni vampiros ni donantes podemos sentirnos solos en Santuario. Cuando no logro conciliar el sueño o cuando el tiempo me pesa, me gusta dibujar.
Comenzó a abrir las otras cestas. Grace vio que Olivier había pegado un dibujo igual de detallado en todas ellas.
Olivier suspiró, pero estaba sonriendo.
- Venga -dijo-. Deja de admirar mis garabatos y recojamos estas bayas. Si no, estaremos aquí hasta que anochezca.
El caso fue que, efectivamente, estuvieron recogiendo bayas hasta que anocheció. No porque Grace fuera lenta, sino por lo bien que se lo estaban pasando. A Grace no le resultaba fácil conversar con Olivier, lo cual la desconcertaba, porque, no siendo los dos ni vampiros ni donantes, parecería que tenían mucho en común. Pero, bajo el agradable calor del sol, Olivier fue distendiéndose poco a poco y estuvieron charlando amenamente sobre Santuario, sobre Mosh Zu y el Nocturno y sobre dibujar, mientras iban de un arbusto al siguiente, cargando con la carretilla y llenando las cestas.
- Terminemos de llenar esta cesta y volvamos -dijo por fin Olivier.
- Vale -dijo Grace, e hizo un gesto afirmativo. Estaba cansada y un poco hambrienta pero, aun así, había sido estupendo pasar la tarde al aire libre y, en cierto modo, la entristecía tener que regresar.
- No pongas esa cara de pena -dijo Olivier-. Me has ayudado muchísimo. Puedes venir a recoger bayas conmigo siempre que te apetezca.
Era una perspectiva agradable y, sonriendo, Grace se puso a recoger la última tanda de bayas. Mientras lo hacía, Olivier pasó rápidamente junto a ella.
- Hay alguien en la montaña -dijo, repentinamente serio.
- ¿Dónde? -Ella se enderezó, pero no vio a nadie.
- Estaba allí -dijo Olivier, señalando-, pero ahora se ha escondido detrás de esos árboles. Iré a hablar con él. No esperamos a nadie nuevo esta noche.
- Voy contigo -dijo Grace, dejando la cesta en el suelo.
- No, no, tú termina con esto. Será un momento. -Comenzó a alejarse.
- Creía que habías dicho que dejabais que la gente encontrara su camino hasta Santuario -le gritó Grace-. ¡No lo entiendo!
- No necesitas entenderlo -dijo él, con cierta aspereza-. ¡Tú termina de llenar la cesta! -Y se alejó por el sendero a grandes zancadas.
Las vistas desde la cima de la montaña siempre lo fascinan. Cada vez que viene, le traen un sinfín de recuerdos. Recuerdos que se remontan muy atrás en el tiempo, hasta el mismo comienzo de su historia. Pero las montañas de sus orígenes no estaban tapizadas de hierba y matorrales ni salpicadas de nieve. Los montes Tauro estaban resecos por el sol y eran tan altos, con un clima tan extremo, que nada bueno podía sobrevivir en ellos.
Cuida Tracheia -«Cilicia escarpada»- la llamaban. Recuerda, siendo un niño de dos años, haber llegado hasta la misma linde de las tierras de su padre, su imparable ambición frenada únicamente por la capacidad limitada de sus piernas infantiles. Incluso entonces, era más ambicioso de lo que nadie tiene derecho a ser. Algunas cosas no cambian nunca. Aun así, consiguió llegar, medio andando, medio gateando, hasta el borde del precipicio, embadurnándose las manos del polvo rojo de aquel suelo yermo. Incluso ahora, recuerda aquella primera vez que se asomó al precipicio y vio el mar de color turquesa extendiéndose muy por debajo de él. Se sintió inmediatamente atraído por el agua, como una urraca que ve una joya reluciente. Recuerda haber extendido sus brazos regordetes hacia ella, estar a punto de caerse, pero notar, justo a tiempo, los brazos de su padre envolviéndolo con fuerza.
Un recuerdo lo lleva a otro. Ahora ya no es un niño, sino casi un hombre de más de metro ochenta. Está de pie, firme y resuelto, al borde del mismo precipicio rocoso. Ahora, conoce la crueldad del mundo. Sabe que, si permanece en estas duras tierras, va a quedarse sin una gota de vida y acabar junto a sus padres, que reposan en sus tumbas secas y sofocantes. Ahora, mientras contempla el mar reluciente, siente la urgente necesidad de beber su agua. Esta tierra agostada lo reseca. Tiene una sed desesperada…
- ¡Hola! ¡Hola!
Se da la vuelta. Alguien baja por la ladera hacia él, saludándolo con la mano. Reconoce la figura y se ríe entre dientes. La primera vez que lo vio, lo tomó por una mujer joven debido a su vestimenta. Ahora, conoce su cara. Y su nombre.
- Buenas noches -dice Olivier, tendiéndole la mano-. ¡Me alegro de volver a verte!
Sidorio le estrecha la mano, pero no dice nada.
- ¿Cómo te encuentras esta noche? ¿Has vuelto a pensar en mi propuesta?
- Refréscame la memoria -dice Sidorio. Ya había jugado a esto antes.
Olivier sonríe y mira la cumbre.
- Que vengas a Santuario, por supuesto. Podríamos hacer mucho por ti.
- Eso dices tú. -Sidorio sacude firmemente la cabeza-. Eso dices siempre.
Olivier se queda un momento callado.
- Yo quiero ayudarte -dice-. Y creo que tú quieres que te ayuden. -Luego, añade, con más atrevimiento que de costumbre-: Si no, ¿por qué habrías de subir hasta aquí todas las noches?
Sidorio se ríe. Por un momento, la luz de la luna se refleja en sus colmillos de oro.
- A lo mejor sólo me gustan las vistas desde aquí.
- Las vistas son mejores desde ahí. -Olivier señala arriba-. Mejoran cuanto más subes.
Sidorio se encoge de hombros.
- Estas vistas me bastan.
- Venga -lo insta Olivier-. ¿Qué puedes perder?
- Nada que perder, nada que ganar -dice Sidorio.
- Te comprendo, amigo. Pero ¿por qué no me sigues? Ya has subido media montaña.
Sidorio sonríe, pero tiene la mirada muerta.
- ¿He subido media montaña o ya llevo media bajada?
Olivier también le sonríe. ¿Están destinados a jugar este juego todas las noches? Olivier mira atrás y Sidorio advierte que esta noche no ha venido solo. Un poco más arriba, su acompañante está recogiendo unas cestas. Ve que es una muchacha. No una muchacha cualquiera. ¡Esa muchacha! ¿Por qué parece cruzarse siempre en su camino, vaya donde yaya?
- ¡Grace! -grita Olivier. «¡Grace!» Así se llamaba. La muchacha que no le tiene miedo. La muchacha que sólo le hace preguntas. Sidorio se aleja. Es mejor que no lo vea.
- ¡Coge la carretilla y comienza a volver! -le grita Olivier-. Yo iré enseguida.
- ¡De acuerdo! -responde ella. Ahora no hay duda. Es su voz.
Cuando la muchacha se ha ido, Sidorio pregunta:
- ¿Quién es?
- ¿Ella? -dice Olivier-. Se llama Grace. ¿Por qué lo preguntas?
- ¿Qué está haciendo aquí?
- Es como yo -responde Olivier-. Ayudante de Mosh Zu Kamal, el gran gurú de los vampiratas.
- ¿De veras? -Sidorio lo mira con asombro-. Es joven para ese cometido.
- Sí -dice Olivier, incapaz de disimular el rencor que empaña su voz-. Sí, es joven. Pero tiene un don para curar-. Se queda callado-. Eso dice mi maestro.
- ¿Tú disientes? -Sidorio lo mira fijamente a los ojos.
Olivier le sostiene la mirada. De pronto, necesita expresar sus sentimientos y presiente que Sidorio es alguien en quien puede confiar.
- ¿Has tenido alguna vez la sensación de que te estaban sustituyendo?
Sidorio asiente.
- Adelante -dice-. Cuéntamelo.
Y Olivier se lo cuenta. Le hace bien desahogarse; es como vaciar un absceso. En Santuario, no tiene nadie a quién confiarse, nadie a quién contar pensamientos sombríos como estos. Pero aquí, en la ladera, es libre de decir lo que piensa. El desconocido, porque, en verdad, este hombre no es más que un desconocido para él, sabe escuchar. Puede que, a su manera, sea incluso un sanador. Parece capaz de sacar toda la maldad que anida en las personas. Cuando Olivier termina, el desconocido afirma con la cabeza y le pone una mano en el hombro para reconfortarlo.
- Yo en tu lugar -dice- haría algo al respecto.
- ¿Lo harías? -pregunta Olivier. Algo, ¿el instinto?, le dice que esto no está bien. Pero vuelve a mirar al desconocido a los ojos y ese débil impulso desaparece. Dando paso a un profundo anhelo de oír su consejo.
- Debes hacer algo al respecto -dice Sidorio-. Antes de que se te escape de las manos.
Tiene razón. Olivier lo sabe y lo admite. Por supuesto, tiene toda la razón.
- ¿Qué me sugieres? -Le escruta ávidamente la cara.
Sidorio parece reflexionar sobre el asunto.
- Dame tiempo para pensar -dice-. Ven aquí mañana por la noche. Hablaremos un poco más.
Olivier está en ascuas. ¿Tiene que esperar a mañana?
Sidorio empieza a internarse en la oscuridad.
- ¡Espera! -grita Olivier-. ¿Cómo te llamas? No sé cómo te llamas.
Sidorio se vuelve y lo mira.
- Hasta mañana, amigo mío.
Estas palabras dejan a Olivier anhelante, tanto por lo que dicen como por lo que no.
- ¡Sólo una cosa más antes de que te vayas…! -grita.
Sidorio vuelve a detenerse, enarcando una ceja con expectación.
- Es sólo que espero que consideres mi propuesta -dice Olivier-. Que una noche vengas a Santuario.
- Oh, sí -responde Sidorio en tono tranquilizador-. Una noche iré. Y esa noche ya está cerca.
Olivier sonríe al oír eso. ¡Al fin un avance! Después de todos sus encuentros en la ladera. Cuando se apresura por el sendero para alcanzar a Grace, se siente mejor que en mucho tiempo.
«Olivier ha vuelto a retraerse», pensó Grace en el camino de regreso a Santuario. Había estado afable en la ladera, como si el sol lo hubiera relajado. Pero ahora, conforme se acercaban a las puertas, estaba volviendo a cerrarse. No, pensó. No, había empezado a hacerlo después de hablar con el desconocido.
- ¿Quién era? -preguntó.
- Un viajero nada más -respondió Olivier.
- ¿Un vampiro? -preguntó Grace-. ¿Alguien que buscaba ayuda? ¿Por qué no lo has traído con nosotros?
- Haces demasiadas preguntas -dijo Olivier, frunciendo el entrecejo.
- ¿Qué quieres decir?
- Exactamente lo que te he dicho. He intentado tener paciencia con esto, de veras. Pero ¿sabes una cosa?, si tienes tanto talento para convertirte en la primera ayudante de Mosh Zu, ¡vas a tener que apañártelas sola!
- ¿Su primera ayudante? -Grace se quedó estupefacta--. ¿Qué quieres decir? Su primer ayudante eres tú.
- Por ahora -dijo Olivier-. Pero eso pronto va a cambiar. Debes de estar ciega si no lo ves. Mosh Zu te está enseñando para que me sustituyas. O, más bien, hace que te enseñe yo. Y, cuando yo haya hecho mi trabajo, volveré a ser un ayudante normal y tú ocuparás mi lugar.
- No -dijo Grace-. No, eso no es justo. No es lo que quiero.
Olivier soltó una risa falsa.
- Apenas importa que sea injusto o lo que tú pienses-dijo-. La cuestión se reduce a lo siguiente: has sido elegida.
Habían llegado a las puertas. Olivier hizo la señal para que las abrieran. Grace fue delante, muda de asombro por lo que acababa de oír.


34
Nada de héroes
La mañana del saqueo, los cincuenta piratas que integraban el pelotón de ataque formaron filas en la cubierta del Diablo. Connor miró de izquierda a derecha. Iban todos vestidos del mismo modo, con uniformes falsos: monos y gorras de béisbol con el logotipo SMM. Los monos disimulaban ingeniosamente las armas que llevaban debajo. Con sólo rasgarlos, cada pirata tendría acceso al sable, estoque, florete o daga con que habitualmente combatía. En aquella operación, no parecían haberse escatimado esfuerzos ni gastos. Pero, como Cate había dicho, «Hay que especular para acumular. Si todo sale según lo previsto, vamos a ser muy ricos después de esta misión. ¡Riquísimos!». No obstante, aún no se sabía cómo iba a repartirse el botín entre los capitanes, sus segundas de a bordo y las tripulaciones.
Connor alzó la vista cuando los dos capitanes -Molucco y Barbarro- y sus segundas de a bordo -Cate y Trofie- salieron a cubierta. Detrás de ellos, cada vez más próxima, se erigía la majestuosa Fortaleza del Ocaso. Era, pensó Connor, como si el destino mismo estuviera yendo a su encuentro.
Molucco inauguró el acto, pero enseguida cedió la palabra a Cate para repasar la estrategia por última vez.
- Habéis practicado mucho y duro -dijo ella, a modo de conclusión-. Cada uno de vosotros es un orgullo para su barco y su capitán. -Connor lanzó una mirada a Moonshine. Sin su habitual cazadora negra de piel, vestido con el mismo uniforme que todos los demás, parecía más joven y extrañamente vulnerable. Quizá, a última hora, estaba por fin aceptando cuán grande le quedaba aquello.
Connor volvió a centrar su atención en Cate.
- Si hoy os ceñís a nuestra estrategia, esta debería ser una operación muy sencilla. ¡Así que mantened la disciplina y la concentración y cuidad unos de otros! -Buscó a Connor con la mirada.
El pelotón de ataque la aplaudió. Era sabido que Cate se había esforzado tanto como ellos en preparar aquella operación. Cate siempre había gozado de simpatía a bordo del Diablo. Ahora, también se había ganado el respeto y el afecto de los tripulantes del Tifón.
Cuando los aplausos cesaron, Barbarro Wrathe se adelantó.
- Sólo quería decir, en mi nombre y en el de mi amada esposa y mi querido hermano, que estamos muy orgullosos de todos vosotros. Hace bastante tiempo que los hermanos Wrathe no organizaban una operación conjunta, ¡pero estoy seguro de que esta no va a ser la última! -«¿No se está anticipando un poco?», pensó Connor-. Tengo poco que añadir a lo que mis colegas ya han dicho esta mañana -continuó Barbarro-. Salvo esto: como no nos cansamos de repetir, esta debería ser una operación sencilla. Ya se ha dicho, pero yo voy a volver a insistiros: ceñíos al plan. Nuestra intención no es que nadie se haga el héroe. -Señaló la fortaleza-. Nada de héroes. Sólo camaradas, ciñéndose a la excelente estrategia de sus superiores, velando por sus compañeros.
Connor miró de nuevo a Moonshine. Las palabras de Cate seguían frescas en su memoria. «Tú limítate a traer a Moonshine Wrathe de vuelta, vivo y de una pieza.» Justo en ese momento, Moonshine volvió la cabeza y sus miradas se cruzaron. Connor se quedó sorprendido al descubrir que, de hecho, el muchacho le daba lástima. Moonshine Wrathe era muchas cosas, pero, desde luego, no era estúpido. Aunque no conociera la misión específica de Connor, debía de saber, casi con toda seguridad, que había alguien encargado de protegerlo, que, a puerta cerrada, se habían adoptado medidas para mantenerlo alejado del verdadero peligro. A juicio de Connor, aquel modo de proceder lo predisponía a no salir nunca del huevo. Si sus padres se pasaban la vida impidiéndole afrontar un peligro real, le estaban negando la posibilidad de comprobar si era capaz de dar la talla. ¿Cómo podía nadie llegar a ser un héroe si nunca se ponía a prueba?
Seguía pensando en aquellas cosas cuando el pelotón de ataque se dividió y una mitad regresó al Tifón con Barbarro y Trofie. Molucco se marchó con ellos: él y su familia verían la operación desde uno de los lujosos camarotes del Tifón. De los cuatro altos mandos, sólo Cate participaría personalmente en el saqueo. Era el rostro público del Servicio de Mudanzas Marítimas, y conduciría a su brigada de especialistas al interior de la fortaleza.
Connor se maravilló de la belleza de la fortaleza cuando arribaron. Las aguas del puerto estaban tan quietas como un estanque de molino, a diferencia del mar embravecido por el que habían navegado durante los últimos días y noches. Y, se recordó, por el que muy pronto volverían a navegar en la dirección contraria.
Cuando el príncipe Yashodhan la construyó, la Fortaleza del Ocaso no estaba rodeada de agua como ahora, sino majestuosamente encaramada a una alta montaña. Debía de ser soberbia en esos tiempos, pensó Connor, pero, de algún modo, su actual proximidad al agua magnificaba su belleza, reflejando todas sus vidrieras, todas sus torretas, con lo que había dos fortalezas por el precio de una.
Los dos barcos del servicio de mudanzas atracaron y Cate encabezó la comitiva que cruzó uno de los Deseos para bajar al embarcadero.
Parecía que el Emperador había venido a recibirla personalmente. Era, observó Connor, un hombre menudo. Estaba flanqueado por dos hombres mucho más altos, encargados, supuso, de velar por su seguridad. Ahora mismo, parecían listos para sujetarlo en caso de que una inesperada ráfaga de aire lo arrojara al agua como si fuera una pluma.
- ¡Buenos días, señor! -dijo animadamente Cate al tiempo que le estrechaba la mano (en la otra, llevaba la carpeta oficial del SMM)-. No esperaba tener el honor de que viniera a recibirme en persona.
El pretendido Emperador habló con su voz fina y aflautada.
- Siempre me gusta asegurarme de que un trabajo se haga bien -dijo-. Además, ustedes son los últimos invitados que voy a recibir en la Fortaleza del Ocaso. -Su voz estaba empañada de tristeza.
- Sí. -Cate asintió-. Pero somos los primeros invitados que usted va a llevar a la Fortaleza del Alba, su nuevo hogar.
- Supongo -dijo el hombre, iluminándosele brevemente la cara con una sonrisa-. Bueno, tiene el mapa, ¿verdad? -preguntó.
- Oh, sí. -Cate pasó unas cuantas páginas de su carpeta y dio unos golpecitos en una carta de navegación de colores-. No se preocupe por nada, señor. Está todo aquí. Lo tengo todo bajo control.
- Por eso hemos elegido el SMM -dijo uno de los secuaces del Emperador-. Tienen ustedes muy buena reputación.
- Me alegro de que comprobaran nuestras referencias -dijo Cate, sonriendo-. Todo lo que aumente su confianza en nuestro servicio y reduzca la tensión en un día como hoy es bienvenido.
Estaba actuando de maravilla, pensó Connor. Parecía inmensamente relajada y eficiente; lista para ponerse manos a la obra, pero sin ninguna prisa que hiciera sospechar.
- Bueno -dijo el Emperador-. Supongo que tendrá ganas de empezar.
- ¡Desde luego! -exclamó Cate-. ¿Por qué no me enseña cómo está organizado todo? Luego, yo daré instrucciones a mis brigadas. -Se volvió y señaló los cincuenta hombres y mujeres, con sus uniformes azules y blancos.
- ¡Son muchos! -observó el Emperador.
- Bueno, usted tiene muchos bienes -dijo Cate-. Y nosotros queremos dar el mejor trato posible a todos ellos.
- Por eso hemos contratado el servicio de lujo, ¿se acuerda? -recordó a su jefe uno de los guardias de seguridad. El Emperador se encogió de hombros y se puso a subir por el tramo de césped que había ante las puertas de la fortaleza.
- No le hagas caso -susurró a Cate el otro guardia de seguridad-. Hoy está muy inquieto. Me encanta tu uniforme, por cierto. Es muy náutico.
- Sí -dijo Cate, sonriéndole-. Sí, supongo que sí.
Connor y Moonshine subieron juntos por el sendero que conducía a la fortaleza, detrás de otras parejas de «especialistas en mudanzas» y seguidos del resto de la brigada.
Una vez dentro de la fortaleza, los condujeron, alejándolos de la zona más lujosa de las dependencias, a los almacenes donde estaban guardados los tesoros. Connor recordó que Cate había dicho que los excepcionales tesoros del Emperador rara vez veían la luz del día. Aquello lo hizo sentirse un poco mejor con respecto a la sustancial redistribución de riquezas que estaba a punto de producirse.
Seguía oyendo al ayudante del Emperador mientras charlaba con Cate.
- Creo que ya te había dicho, Catherine, que el almacén principal ocupa el lugar de los gigantescos baños que el príncipe Yashodhan construyó para la princesa Savarna.
- Sí -dijo Cate-. Lo recuerdo muy bien.
- Bueno, ¡ya hemos llegado!
Siguiendo al Emperador y sus dos ayudantes, entraron en el inmenso almacén. Connor alzó la vista. El edificio aún conservaba algunos vestigios de su anterior esplendor. Sin duda, los baños se habían construido a una escala épica. Cuando el príncipe se enamoró, era obvio que había querido despejar cualquier duda que su prometida pudiera haber abrigado al respecto.
Ahora, la piscina estaba sin agua y llena de numerosos cajones de embalaje numerados. Iban a deslomarse cargándolos uno a uno y llevándolos a los dos barcos. Pero por eso se había centrado Cate en mejorar la forma física del pelotón antes del saqueo.
- La colección del Emperador está repartida entre los baños y el auditorio, situado al otro lado del patio -dijo el guardia de seguridad-. Yo me quedaré aquí para ayudarte y Alessandro irá al auditorio.
- Gracias -dijo Cate-. Eso sería de gran ayuda, señor Esposito.
- Por favor, Catherine, me sentiría más cómodo si me llamaras Salvatore.
- Salvatore, entonces -dijo ella-. Como ya sabes, el SMM tiene el compromiso de haceros sentir lo más cómodos posible en todo momento.
- Creo que voy a marcharme -dijo el Emperador, con la voz más fina aún si cabe-. Me pondré demasiado nervioso viendo cómo cargan y trasladan mis tesoros.
- Por supuesto -dijo Salvatore-. ¿Quiere que le acompañemos a sus dependencias para que descanse y volvamos para ayudar a Catherine y su brigada con las dudas que puedan surgirles?
El Emperador asintió. Se volvió y tendió a Cate su mano huesuda.
- Por favor -dijo-. Por favor, dígales que tengan cuidado.
Cate le estrechó la mano con suavidad, teniendo cuidado de no romperle ningún hueso.
- Señor, mi brigada es especialista en mudanzas. Créame, trataremos sus tesoros con el mayor cuidado posible. Los trataremos como si fueran nuestras reliquias de familia.
- Eso es muy tranquilizador -dijo él. Luego, levantó los brazos y Salvatore y Alessandro se lo llevaron.
- Muy bien -dijo Cate, dirigiéndose calmadamente a su tripulación. Sin dejar de actuar ni por un instante, dio unos golpecitos a su carpeta-. Espero que estéis todos listos.
- Sí, jefa -fue la bien ensayada respuesta.
- Excelente. Bien, ahora nos dividiremos en dos brigadas. La brigada A se queda aquí y se pone a trabajar. Para cualquier pregunta, Bart es vuestro hombre. Brigada B, seguidme al auditorio…
Tres horas después, la operación había transcurrido sin problemas. Hacía un calor sofocante y, bajo el mono, Connor estaba sudando a raudales. Moonshine también. Connor sabía que a su compañero le estaba resultando duro. Hacía todo lo posible, pero, a diferencia de él, que tenía un cuerpo musculoso, Moonshine era delgado y nervudo, y Connor veía que cargar y trasladar pesos, combinado con el calor, le estaba pasando factura.
- ¡Estoy que me caigo! -confesó a Connor.
- Me pregunto -dijo Salvatore, que lo había oído- si tus brigadas querrían hacer un descanso para tomar un refresco.
Cate sonrió y, hojeando su carpeta, pareció considerar su propuesta.
- Es muy amable por tu parte, pero creo que nos queda tan poco que deberíamos hacer un último esfuerzo.
- Como quieras -dijo Salvatore-. Pero insisto en que os toméis una limonada natural antes de marcharos. Habéis trabajado duro, y con un calor implacable.-Se dio aire-. Es lo menos que puedo hacer.
- Es muy amable por tu parte -dijo Cate-. Decididamente, a mi brigada le encantará tomarse un vaso de limonada.
- ¡Excelente! -dijo Salvatore-. Iré a pedir que la preparen.
Mientras el guardia salía a toda prisa de los baños, Cate se acercó a Connor y Moonshine.
- ¿Va todo bien? -preguntó. Su voz no dejó traslucir nada, pero Connor percibió preocupación en su mirada.
- Todo va bien -dijo.
- Estoy asado -se quejó Moonshine.
- Todos lo estamos -dijo Cate, animosamente-. Pero ya casi hemos terminado. Llevad ese cajón de embalaje al barco. Luego, creo que sólo quedará un viaje más por pareja y habremos terminado.
- Sí, jefa -dijo Connor, guiñándole el ojo.
- ¡Seguid así! -exclamó Cate, negándose a dejar de actuar-. ¡Ya falta poco! -les gritó mientras se alejaba.
Las parejas de piratas convertidos en empleados de mudanzas llevaron al barco los últimos cajones de embalaje que quedaban en ambos almacenes. La operación, como habían predicho los altos mandos, había trascurrido según lo previsto. Los entrenamientos para mejorar la forma física y el resto de preparativos, desde los uniformes falsos hasta las referencias falsas, habían merecido realmente la pena.
Ahora, Cate estaba delante de la fortaleza, observando mientras Salvatore colocaba una mesa con vasos de limonada en el césped que colindaba con el embarcadero.
- Es todo un detalle -dijo.
- No es nada -respondió él, sonriendo-. Tus hombres se han dejado la piel. Y hay más de una hora en barco hasta la Fortaleza del Alba. Esta es nuestra modesta manera de daros las gracias.
Cate reunió a su brigada de cincuenta personas en el embarcadero.
- Un trabajo excelente, chicos -dijo-. Hace calor, seguro que en eso estaréis de acuerdo conmigo, pero nada disuade al SMM de cumplir con su cometido. Dentro de poco, volveremos a hacernos a la mar para dirigirnos a la Fortaleza del Alba, donde descargaremos los valiosos bienes del Emperador. Pero, antes de marcharnos, el señor… quiero decir, Salvatore ha tenido la amabilidad de preparar limonada natural para todos nosotros, así que haced el favor de venir, tomaos un vaso ¡y volved luego al barco para no retrasarnos!
- ¡Limonada! -oyó Connor que gritaba Bart-. ¡Qué detalle!
Varios otros miembros de la tripulación se estaban poniendo también en el papel de empleados de mudanzas. Connor percibió una ligera preocupación en el rostro de Cate. Sabía que habría preferido tenerlos a todos a bordo de los barcos y fuera de peligro.
Cuando la brigada se acercó a la mesa para coger sus bebidas, Cate se acercó otra vez a Connor.
- ¿Todo en orden? -preguntó.
- Sí, jefa -dijo él, tomando un sorbo de limonada.
- ¿Y dónde está Moonshine?
- Aquí-respondió él, volviéndose-Justo al lado de…
Cuando se dieron la vuelta, se encontraron mirando un espacio vacío.
- ¿Dónde está? -preguntó Cate, procurando mantener un tono despreocupado y jovial.
- No lo sé -respondió Connor, fingiendo una sonrisa. Notó que el pulso se le aceleraba.
- Connor, ésta era tu misión principal -dijo ella, entre dientes-. ¡Encuéntralo! ¡Deprisa!
- ¿Va todo bien? -preguntó Salvatore, apareciendo de súbito junto a Cate.
- Sí, todo va bien -respondió ella-. Una limonada deliciosa, por cierto. Tienes que darme la receta.
Salvatore sonrió.
- El secreto reside en añadir unas cuantas hojas de menta -dijo, guiñándole el ojo.
Connor se puso a buscar a Moonshine. ¿Dónde demonios se había metido? Habían vuelto juntos del Diablo, por lo que no podía seguir en el barco. Tenía que estar en algún lugar de la fortaleza, pero ¿dónde? Connor inspeccionó la brigada, pero, con cincuenta personas vestidas de forma idéntica, no era fácil distinguirlo. ¿Dónde estaba?
Súbitamente, su pregunta obtuvo respuesta. Se oyeron gritos junto a la entrada de la fortaleza y apareció el más fornido de los dos ayudantes del Emperador, Alessandro, dando la impresión de estar ayudando a Moonshine a caminar. Lo primero que a Connor se le ocurrió fue que su compañero se había desmayado debido al calor. Luego, advirtió que, más que ayudarlo, Alessandro lo estaba trayendo a rastras.
- ¿Qué pasa? -preguntó Salvatore a su compañero.
- Sí -dijo Cate, pegándose a él-. ¿Qué demonios pasa?
- Me temo que se ha producido un desafortunado incidente -respondió Alessandro-. Provocado por uno de sus empleados.
Todos los ojos se clavaron primero en Moonshine y luego en Alessandro.
- Todo indica que el SMM no merece la confianza que hemos depositado en él -dijo, con el ceño fruncido.


35
Conversación de mujeres
Grace no lograba conciliar el sueño. No estaba segura de si la culpa la tenían sus biorritmos o los acontecimientos de la noche anterior. No obstante, de lo que sí estaba completamente segura era de que, cuanto más tiempo permaneciera en la cama, con los ojos cerrados y obligándose a dormir, más iba a desvelarse.
Decidiendo buscar otras opciones, se levantó y volvió a ponerse la misma ropa de antes. Salió al pasillo. En él, reinaba un silencio absoluto. Quería ver si Lorcan estaba despierto. En ese caso, podría hablar con él e incluso seguir leyéndole El jardín secreto. Habían llegado a la parte en que Mary encontraba la llave del jardín amurallado situado en los dominios de la mansión. Esperaba que Lorcan ya hubiera tenido tiempo suficiente para sobreponerse a su enfado por la cinta.
Llegó a la puerta de Lorcan y decidió que sería injusto llamar y despertarlo si estaba dormido. En vez de eso, abrió la puerta y entró en la habitación a oscuras. Lorcan tenía los ojos vendados, por supuesto, tal como ella lo había dejado hacía unas horas. Estaba completamente inmóvil. Se acercó más, pero no cabía duda de que estaba dormido.
¡Qué mala suerte! Todas aquellas noches soportando el insomnio de Lorcan y la única vez que ella no podía conciliar el sueño él estaba profundamente dormido. Bueno, se alegraba por él. Debía de ser un buen augurio para su curación. Cogió El jardín secreto de su mesilla. A él no le servía de nada si no estaba ella para leérselo, pero, para ella, podía ser una grata distracción.
Siguió andando por el pasillo, sin cruzarse con nadie todavía, y giró para dirigirse a la sala recreativa. Si Johnny estaba allí, podrían charlar o incluso jugar al ajedrez. Pero, antes de llegar, ya presintió que en la sala no había nadie. Cuando se asomó al interior, vio el tablero de ajedrez, pero no a Johnny.
Suspirando, se sentó y abrió el libro. Comenzó a leer, pero una parte de ella no quería pasar del punto del relato donde se habían quedado con Lorcan. Además, lo cierto era que no estaba de humor para leer. Volvió a marcar la página con un nuevo punto de libro, una pluma que había encontrado mientras recogía bayas con Olivier, y cerró el libro.
Miró el tablero de ajedrez. Parecía estar a media partida. Sabía que, a veces, Johnny jugaba contra sí mismo, por aburrimiento. Quizá debiera seguir su ejemplo. Miró las piezas diseminadas por el tablero.
- Yo diría que tu mejor jugada es caballo a C4.
Grace se sobresaltó al oír la voz. Había estado tan concentrada en el tablero que no se había dado de cuenta que hubiera entrado alguien. Alzó la vista, pero la sala parecía vacía.
- O puedes mover el alfil para amenazar a la torre.
Reconociendo la voz, Grace se volvió, sonriendo.
- ¡Darcy! -exclamó-. ¡Darcy! ¡Qué alegría verte!
Darcy Pecios se colocó a su lado y le sonrió alegremente. Grace se levantó para darle un abrazo. Abrió los brazos, pero Darcy negó con la cabeza.
- Lo siento, Grace -dijo-. No estoy aquí de verdad. Estoy en uno de esos astro… no sé qué.
- ¿Viajes astrales? -sugirió amablemente Grace.
- Sí, eso -dijo Darcy-. Como la vez que fui a visitarte al barco pirata.
Grace asintió.
- Lo recuerdo.
Le daba igual no poder tocar a Darcy. El mero hecho de tenerla allí para charlar con ella era ya estupendo. Volvió a sentarse, sonriendo de oreja a oreja, y señaló una silla a Darcy.
- Espero que no te importe que me haya presentado de esta forma -dijo ella, flotando sobre la silla-. No me podía dormir y en el Nocturno no había nadie con quien hablar. Además, te añoro, Grace. Añoro nuestras conversaciones de mujeres.
Grace asintió.
- Sé exactamente a qué te refieres. Y no podrías haber venido en mejor momento. Yo tampoco me podía dormir. Lorcan está como un tronco…
- ¿Cómo se encuentra? -preguntó Darcy, con la voz y la mirada cargadas de preocupación.
- Oh, va mejorando -respondió Grace-. La herida física se le está empezando a curar. Aunque va a tardar. Olivier, uno de los ayudantes de Mosh Zu, ha preparado un ungüento especial que parece estar surtiendo efecto. Pero la herida de Lorcan no sólo es física. Mosh Zu cree que su ceguera puede ser psicosomática, al menos en parte.
- ¿Psico… qué?-dijo Darcy, casi poniéndose bizca.
Grace sonrió.
- Psicosomática. La afección es igual de real, pero está causada por factores mentales, no físicos. La causa más habitual es el estrés, por lo que Mosh Zu cree que Lorcan está estresado por algo.
- Pues será importante si lo ha dejado ciego -dijo Darcy.
Grace también lo creía y pensó en lo que había descubierto al leer la cinta de Lorcan. En parte, le habría gustado confiarse a su amiga. Darcy siempre había sabido escuchar. Pero sabía que la conversación sólo iba a deprimirlas a las dos. Podía esperar a otro momento. Ahora mismo, lo que le apetecía era charlar y, a falta de una expresión mejor, tener una conversación de mujeres.
- Dime -preguntó-. ¿Qué ha pasado a bordo del Nocturno desde que me fui?
A Darcy se le saltaron los ojos de las órbitas.
- ¡Tantas cosas que no te las creerías! -respondió.
- Pues venga -dijo Grace-. Empieza a contar. No quiero que vuelvan a requerirte en el barco antes de haberme enterado al menos de unas cuantas de las buenas.
- Por eso no te preocupes -dijo Darcy-. Creo que estoy adquiriendo práctica en esto de los viajes astrales. El capitán me ha dado unas cuantas indicaciones. Pero mira, esta es la cosa. -Parecía a punto de reventar-. Grace, ¡creo que estoy enamorada!
- ¿Enamorada? ¡Caramba! Eso sí que es una bomba. ¿Quién es el afortunado?
- Pues el señor Naufragio -respondió Darcy-. Tú ya sabes que llevo todo este tiempo esperando al señor Naufragio, mi verdadero amor.
Grace asintió.
- Sí, pero no me estarás diciendo que ha entrado en tu vida alguien que de verdad se llama señor Naufragio, ¿no?
Darcy sacudió la cabeza y se colocó el cabello por detrás de las orejas.
- No, no. No espero que eso ocurra. Pero, en el fondo de mi corazón, o en el lugar donde solía estar, sé qué clase de hombre debe ser mi señor Naufragio, y creo que ha venido al barco.
Grace estaba emocionada.
- ¿Y cómo se llama?
- Se llama Stukeley -respondió Darcy, como si estuviera soñando despierta-. Su nombre completo es Jez Stukeley.
- Jez Stukeley -repitió Grace.
- ¿Qué pasa? -preguntó Darcy.
- Nada. De veras.
- No me mientas, Grace. Puedo estar en un viaje astral, pero sigo sin tener un pelo de tonta. Percibo algo en tu voz. Una advertencia.
- No -dijo Grace-. Sólo estoy sorprendida, eso es todo. Conocí a Jez Stukeley. Fue un buen amigo de Connor, a bordo del Diablo. Murió hace unos meses.
- Sí, sí -dijo Darcy-. Eso lo sé. Y es ese Jez Stukeley. Bueno, ¡no es que sea un nombre muy corriente! Mi Jez no tiene nada de corriente. Y fue Connor quien lo trajo al barco.
- ¿Connor fue al Nocturno?
- ¡Sí! -exclamó Darcy-. Él y ese amigo suyo grande y musculoso… Se me ha olvidado su nombre.
- Bart -dijo Grace, sonriendo.
- ¡Ese! Bart. Connor y Bart vinieron al Nocturno con Jez. Lo trajeron para que el capitán lo ayudara. ¿Sabes?, Jez cruzó al otro lado después de un duelo.
- Sí -dijo Grace. Aquello estaba empezando a cobrar sentido-. Lo sé. Sucedió mientras yo estaba en el barco. Asistí a su funeral.
- Oh, sí -dijo Darcy-. Claro que debiste de asistir. Lo siento.
Grace negó con la cabeza.
- No te preocupes. ¡Sigue!
- Bueno, parece que, después de que arrojaran su ataúd al mar, Sidorio lo encontró, lo abrió y trasformó a Jez en vampiro para que fuera su ayudante. Ahora es un vampirata, como yo.
- ¿Jez es un vampiro? -exclamó Grace. Aquello era un bombazo.
- No, tonta. Un vampiro no. ¡Un vampirata! ¡Como yo!
- Entiendo -dijo Grace, distraídamente. Aún estaba asimilando la noticia de que Connor hubiera visitado el Nocturno. ¿Cómo había sabido dónde encontrarlo? ¿Tenía el mismo vínculo con el barco que ella? Aquello era una sorpresa, y de las grandes-. Has dicho que Connor y Bart os trajeron a Jez para que el capitán lo ayudara. ¿De qué modo?
- Bueno, ¿sabes que Sidorio ha desaparecido, que se le tiene por muerto? Desde luego, eso ha sido una bendición en muchos aspectos, entre ellos que Jez ha dejado de estar bajo su control. Te lo puedes imaginar, ¿no? Transformar a alguien en vampiro es como convertirse en su padre… y puedes imaginarte la clase de padre que debía de ser Sidorio. -A Darcy se le volvieron a saltar los ojos de las órbitas. Grace se estremeció con sólo pensarlo.
- Cuando Sidorio desapareció, Jez se quedó solo en el mundo. Hizo algunas cosas malas. Pero ¿cómo podría haberse abstenido? Es duro adaptarse a la post-muerte. Y no tenía a nadie que le ayudara. No como nosotros, a bordo del Nocturno con el capitán, o los que están aquí con Mosh Zu. Jez se sentía tan perdido que se estaba… bueno, se estaba planteando poner fin a todo.
Grace volvía a estar asombrada.
- ¿Es eso posible? -preguntó. Sus conocimientos sobre si los vampiros morían, o fuera cual fuera la siguiente etapa después de morir, eran mínimos.
- No lo sé -respondió Darcy-. Pero creo que las formas de atormentarnos en este mundo, en el tuyo y en el mío, quiero decir, no se acaban nunca.
Instintivamente, Grace alargó la mano para tocar a Darcy, aunque sólo logró atravesar su fantasmal muñeca.
- Vivimos en el mismo mundo, Darcy.
- Bueno, sí -dijo ella-. Pero ya sabes a qué me refiero.
- ¿Y cómo está Jez desde que se unió a la tripulación?
- Oh, mucho mejor. Contentísimo, creo. De hecho, ha sido un soplo de aire fresco para el Nocturno.
- ¿Y se está adaptando bien al Festín y a la relación con su donante?
Darcy frunció el entrecejo.
- Tenías que sacar eso a colación, ¿verdad?
- Lo siento -dijo Grace-. ¿Está teniendo problemas con su donante?
Darcy sacudió la cabeza.
- Él no. ¡Pero yo sí! Al capitán no se le ha ocurrido otra cosa que asignarle a Shanti como donante.
- ¿Shanti? -Grace se sorprendió al principio, pero luego le pareció lógico.
- Sí, bueno, cuando volvió de Santuario con él, estaba sin pareja, claro, y eso no le iba nada bien, por lo que estoy segura de que parecía la solución obvia. Pero ojalá no lo hubiera sido. Te lo digo sinceramente, Grace. Está celosísima de nosotros. Todos sabemos que existe un vínculo especial entre vampiro y donante. Yo tengo una relación muy especial con mi Edgard. Pero es distinta a mi relación con Jez. Es distinta a una relación amorosa.
- ¿Qué dice Jez de todo esto? -preguntó Grace.
- Oh, dice que todo son imaginaciones mías. Dice que no hay nada entre ellos, que sólo es una relación comercial. Pero tú sabes cómo es Shanti. Has visto lo posesiva que era con Lorcan.
- Sí. -Grace asintió-. Bueno, ten muchísimo cuidado, Darcy. Sé que crees estar enamorada, pero no soportaría ver que te hacen daño.
- No es que crea que estoy enamorada, Grace -dijo alegremente Darcy-. Lo sé. Lo siento. Jez es mi señor Naufragio. Lo supe desde el momento en que puso un pie en el barco.
Grace no estaba tan segura. Iba a tener que vigilar aquella relación, lo mejor que pudiera. Pero no quería aguarle la fiesta a Darcy.
- Me entusiasma verte tan feliz -dijo-. Salta a la vista que Jez te ha puesto radiante y con muy buen color.
- ¡O no, no ha sido él! -Darcy sonrió-. Este es mi nuevo colorete especial. Te lo prestaré cuando vuelva a verte en carne y hueso… Sí, hola. ¿Quién es?
Grace se quedó desconcertada.
- Perdona, ¿qué has dicho?
- ¡Oh, eres tú, querido! ¡Un momento! Estoy acabando algo… Grace, tengo que irme. Está en mi puerta. Perdona, pero voy a tener que interrumpir este viaje astral ahora mismo. ¡Ha sido estupendo verte!
- ¡Lo mismo digo! -exclamó Grace, levantándose para despedirse. Pero, al alzar la vista, Darcy ya se había esfumado.
«¡Típico! -pensó-. En cuanto encuentra un hombre, Darcy desaparece.» Volvió a sentarse, inspeccionando sombríamente el tablero de ajedrez.
- ¿Has estado moviéndome las piezas?
- ¡Johnny! -Al alzar la vista, Grace lo vio sonriéndole. Llevaba una bata de felpa, con su pañuelo de siempre atado flojamente alrededor del cuello.
- No podía dormir -dijo.
- Tampoco yo.
Johnny se sentó en la silla contigua.
- ¿Estabas hablando con alguien? ¿Justo ahora, antes de que entrara?
Grace negó con la cabeza, decidiendo que era más sencillo decir una mentira piadosa.
- No -dijo-. Estaba hablando sola.
Johnny se puso un dedo en la sien y lo giró.
- Si pierdes la chaveta, dejaré de ser tu amigo -dijo-. He pensado que deberías saberlo, Grace.
- Gracias por la advertencia, vaquero -dijo ella-. Ahora, siéntate y mueve pieza. Hoy te tocan las negras.


36
Complicaciones
Todos los ojos seguían clavados en Alessandro y Moonshine. Cate se adelantó. Connor sabía qué estaba pensando. En aquel punto, era crucial que la tripulación viera y siguiera su ejemplo. Las cosas parecían haberse complicado, pero, dependiendo de qué sucediera a continuación, aún era posible no pasar a las armas.
Sin soltar a Moonshine, Alessandro se volvió para hablar con Cate.
- Su empleado me ha preguntado si podía utilizar uno de nuestros aseos. Naturalmente, yo he estado encantado de conducirlo hasta uno de ellos. Pero, al volver, él se ha dado una vuelta por las dependencias del Emperador y se ha metido un par de recuerdos en el bolsillo.
El guardia de seguridad metió la mano en el bolsillo de Moonshine y sacó un puñado de objetos. Connor, como los demás, se quedó paralizado. Parecía que la fascinación por los zafiros era cosa de familia.
Moonshine ni siquiera intentó negarlo. Sólo parecía molesto de que lo hubieran pillado. Connor se preguntó si era consciente de la gravedad de lo que había hecho. No sólo había puesto en peligro su integridad, sino también la de Cate y todo el pelotón de ataque.
- Lo siento muchísimo -dijo Cate-. Por supuesto, necesitaré pasar un tiempo a solas con mi empleado para investigar mejor este asunto. Pero puedo asegurarle que se trata de un incidente aislado.
Alessandro no se ablandaba fácilmente.
- Sinceramente, esperábamos más del SMM.
- Por supuesto -dijo Cate-. Y, en este punto, sólo puedo expresarle mis más sinceras disculpas. Pero puedo asegurarle que también vamos a hacerles un descuento considerable con respecto a la suma acordada.
Alessandro negó con la cabeza.
- No es tan sencillo -aseguró-. Han violado la seguridad y ya no me siento cómodo utilizando sus servicios. Este contrato queda anulado. Esperamos que nos devuelvan la fianza completa. Y querría que descargaran de sus barcos todos los bienes del Emperador.
- ¿Descargarlos? -La expresión de Cate lo decía todo, pero habló con calma-. ¿No podemos hablar de esto? No estoy, ni por un momento, restando importancia a la gravedad de esta ofensa, pero el resto de mi brigada ha sido totalmente profesional.
Alessandro se encogió de hombros.
- Sólo tenemos su palabra -dijo-. Y le repito que, ahora, su palabra está en entredicho.
Connor contuvo la respiración. ¿Qué iba a suceder ahora? No podía ni pensar en tener que descargarlo todo y devolverlo a la fortaleza. Seguro que Cate no iba a consentirlo.
- Por supuesto -dijo ella-. Si está tan descontento con nosotros, debemos hacer lo posible para volver a contentarlo.
- Alex. -Salvatore se adelantó-. ¿No crees que te estás precipitando un poco? Eso de que una manzana podrida pudre todo el cajón…
- No, Salvatore, yo creo que no. No se merecen la confianza que hemos depositado en ellos. ¿Quién sabe qué otras fechorías habrán planeado?
Hubo un barullo de voces entre la brigada. Connor se quedó impresionado con las dotes teatrales de sus compañeros para interpretar a empleados de mudanzas descontentos.
- Por favor-dijo Cate-. Comprendo que esté decepcionado, terriblemente decepcionado, con lo que ha hecho este… -miró atentamente a Moonshine, buscando la palabra apropiada- este empleado mío. Pero no voy a quedarme de brazos cruzados mientras difaman al resto de mi brigada, que ha trabajado incansablemente y de buena fe.
- Intente comprenderlo -dijo Alessandro-. Sus sentimientos importan poco en todo esto. Lo que importa es que la considerable fortuna personal del Emperador ha sido puesta en grave peligro. Ahora, diga a su brigada que deje los vasos de limonada y comience a descargar los barcos.
Cate parecía a punto de llorar, aunque Connor no podía determinar si estaba o no actuando.
- Está bien -dijo-. ¡Escuchad todos! Haremos justo lo que nos piden. Volved a los barcos y comenzad a descargar. Y hacedlo con cuidado. Perdónenme un momento -dijo a Alessandro y Salvatore-. Tengo que dar instrucciones a mi ayudante. -Se alejó con Bart. Connor la oyó mientras le daba instrucciones rápidas y precisas.
- Que todo el mundo vuelva a los barcos -dijo-. Y preparaos para zarpar. ¿Comprendido?
Bart asintió.
- ¡Sí, jefa!
- Yo me ocuparé de Moonshine y os seguiré. Pero no tiene que volver nadie más, ¿lo entiendes?
- ¡Sí, jefa!-repitió Bart. Luego, comenzó a dirigir a las brigadas hacia los barcos, dando órdenes con mucha tranquilidad.
Momentos después, en el césped sólo quedaron Alessandro y Salvatore, Moonshine y Cate. Bueno, ellos cuatro, y una quinta persona.
- ¿Connor? -dijo Cate, advirtiendo su presencia-. ¿A qué esperas? Vuelve al barco e incorpórate a tu brigada. Debéis estar todos para descargar.
- Pero jefa -dijo él, sin vacilar-, mi compañero es él. -Señaló a Moonshine con la cabeza-. Yo no puedo cargar las cosas solo, ¿no?
Cate le sonrió. Su sonrisa expresó una serie de pensamientos y emociones que ninguno de los dos tuvo tiempo de analizar en ese preciso momento.
Luego, se dirigió a Salvatore.
- Habéis cogido al ladrón -dijo-. Tened por seguro que recibirá un severísimo castigo. Pero, entretanto, lo más importante es descargar los barcos. Nos costará un poco más si nos falta una pareja. ¿Sería mucho pedir que dejéis libre al muchacho para que él y su compañero sigan trabajando mientras nosotros tres acordamos una indemnización adecuada para este embrollo?
Salvatore afirmó con la cabeza.
- Sí, creo que eso sería aceptable.
- No. -Alessandro se interpuso entre los dos-. No, yo creo que no.
En ese instante, Moonshine tomó una decisión. Connor vio lo que estaba a punto de hacer como si fuera a cámara lenta. Y, de haberse atrevido a abrir la boca, habría gritado «¡Nooooooooo!». En vez de eso, tuvo que limitarse a mirar cuando Moonshine dio un empujón a Alessandro y echó a correr. El guardia chocó pesadamente con Cate y Salvatore y cayeron los tres al suelo.
Moonshine se rasgó la solapa de su mono y sacó sus armas preferidas: los shuriken en forma de estrella de mar. Comenzó a lanzarlos contra los guardias de seguridad. Era un ataque típico de Moonshine: instintivo, imprevisto, sañudo.
Los dos guardias se pusieron rápidamente en pie.
- ¡Ya te lo decía yo! -gritó Alessandro, mientras corría hacia Moonshine-. Ya te lo decía yo, Salvatore. ¡Nos han estafado! -Señaló el agua, donde los dos barcos estaban levando anclas.
Por un momento, Salvatore pareció turbado. Luego, se sacó una daga enjoyada del bolsillo y se lanzó contra Cate. Dejándose ya de finuras, intentó clavársela en el corazón. Ella desenvainó y paró diestramente el golpe con su florete. Luego, mientras él se rehacía, se lo hincó hábilmente en la caja torácica. Cuando Salvatore cayó al suelo, aturdido, Cate lo miró.
- ¡Y la limonada no era para tanto! -dijo.
Entretanto, Connor vio que Alessandro alcanzaba a Moonshine y lo derribaba. Al igual que su colega abatido, llevaba una pequeña daga enjoyada, que puso a Moonshine en el cuello.
- Esto va a gustarme-dijo.
- ¡No!
Connor saltó hacia delante cuando Alessandro bajó la daga, hincándole la hoja de su estoque entre los omóplatos. De inmediato, la herida comenzó a sangrar a borbotones, formando un círculo cada vez mayor en la camisa, como un sol poniente. Alessandro se desplomó sobre Moonshine, dejándolo atrapado bajo su cuerpo. La daga que casi lo había matado hacía unos momentos estaba hincada en el bien cuidado césped del Emperador.
- ¡Sacádmelo de encima! -gritó Moonshine-. ¡Sacádmelo de encima!
Connor se había caído sobre Alessandro y seguía asiendo el estoque. Ahora, se separó del cuerpo sin vida de su víctima. A un nivel, sabía exactamente lo que había hecho. Cate le había ordenado proteger a Moonshine a toda costa y, al ver al guardia atacándolo con la daga, su instinto y su entrenamiento se habían dado la mano y tomado el mando.
Connor sabía que había matado a Alessandro y había salvado a Moonshine. Pero su decisión de matar no había sido consciente. No había tenido tiempo para eso. Ni tampoco para considerar si le habría bastado con herir a Alessandro o era necesario matarlo. De hecho, cuando vio su estoque hincándose entre los omóplatos de su víctima, fue como estar viendo a otra persona. Como si otra persona le hubiera arrebatado el estoque y hubiera hecho el trabajo sucio. Le ardía la cabeza. «Esto no me está pasando a mí. Yo no he hecho esto. Yo no soy un… Yo no soy un…» Pero allí, en sus manos, estaba la ineluctable verdad. El estoque manchado de sangre.
- ¡Sacádmelo de encima! -volvió a gritar Moonshine.
Era como si, hasta ahora, todo hubiera transcurrido a cámara lenta. No obstante, lo que sucedió a continuación lo hizo a cámara rápida. De pronto, Cate estaba a su lado, ayudándole a levantar el peso muerto que apresaba a Moonshine. Más adelante, Connor recordaría ese peso y pensaría en una pieza de carne o un saco de patatas. En ese momento, lo único en que pensó fue en el esfuerzo que le costaba y en cuánta sangre había. Parecía brotar de todos los poros del cadáver. Ahora, los tres supervivientes estaban manchados de su sangre vital. Moonshine se había quedado paralizado, bañado en ella.
- ¡Corre! -le gritó Cate, levantándolo-. ¡Con todas tus fuerzas! ¡Al barco!
Se dio la vuelta y dio un empujón a Connor.
- Tú también -gritó-. ¡Corre!
Pero Connor era incapaz de moverse.
- Lo he matado -dijo, mirando el charco de sangre que había teñido de escarlata la camisa blanca de Alessandro. Estaba comenzando a asimilar la realidad. Con rapidez-. Lo he matado.
- Sí -dijo Cate-. Yo he matado a uno y tú al otro. ¿Qué quieres, una medalla? Vuelve al barco. ¡AHORA!
Le dio otro empujón y los dos corrieron hacia el embarcadero. Connor tenía el corazón a mil, impulsado por un terrible cóctel de adrenalina y pavor. Cruzó el Deseo mientras el Diablo soltaba precipitadamente amarras.
Una vez en cubierta, comenzó a sentirse cada vez más desconcertado con lo que había pasado. Quería volver atrás en el tiempo, no para cambiar lo que había hecho, sino sólo para ver qué había ocurrido, más despacio de cómo había sucedido, para comprenderlo. Pero no había modo de retroceder en el tiempo. No para él. Ni para los dos guardias de seguridad abatidos, que yacían en el césped delante de la fortaleza, perdiéndose rápidamente de vista conforme el Diablo se alejaba.
Se miró la mano. Continuaba teniendo el estoque firmemente asido. Su filo estaba cubierto de sangre ya casi seca, la misma que, unos momentos antes, había circulado por el cuerpo de Alessandro. ¿Cuánto hacía que Alessandro estaba vivo? ¿Cinco minutos? ¿Diez? Exactamente el mismo tiempo que Connor llevaba siendo un asesino.
Siempre había sabido que un día podría matar. Pero había supuesto que aún faltaba mucho para eso. Que iba a tener tiempo para prepararse. Pero no era eso lo que le había deparado la vida. Sin ninguna preparación real, él había hecho un viaje del que jamás podría regresar. En cuestión de segundos, había pasado de ser pirata a ser asesino. Ahora, tenía toda una vida por delante para asumir lo que el instinto lo había empujado a hacer.
Mientras el barco se alejaba a toda vela, Connor echó un último vistazo a los dos guardias tendidos en el césped. Luego, volvió a mirar su estoque manchado de sangre. La mano comenzó a temblarle y el estoque se le resbaló, cayendo a cubierta. Cuando fue a recogerlo, vio una imagen inesperada, no del estoque, sino de Alessandro, tendido en los tablones, con la sangre encharcándose alrededor de su cuerpo.
- ¡Me has matado! -exclamó el guardia de seguridad, entre sorprendido y enfadado-. ¡Me has matado! Pero ¿por qué?
- Tenía órdenes -dijo Connor.
Alessandro lo miró con repugnancia.
- No puedes justificar lo que has hecho refiriéndote a las órdenes.
- Sí que puedo -adujo Connor-. Estaba protegiendo a mi compañero.
- ¿A él? -dijo Alessandro, con desdén, mirando a su izquierda. Connor volvió la cabeza y vio a Moonshine quitándose la camisa empapada de sangre y cogiendo una toalla. Las palabras de Alessandro le resonaron en los oídos.
- Pero si ni siquiera te cae simpático. De hecho, lo aborreces.
Aquello no distaba mucho de la verdad, pensó Connor, mirando de nuevo al guardia.
- Lo siento -dijo-. Pero sólo he hecho lo que debía.
Alessandro sacudió la cabeza.
- Ahora me voy -dijo-. Pero tú jamás me olvidarás. Jamás olvidarás tu primera víctima mortal.
Súbitamente, la imagen del guardia desapareció y Connor, agachado en cubierta, se quedó mirando únicamente su estoque. Lo recogió y limpió el filo en su pantalón. Por un momento, el estoque permaneció limpio. Luego, Connor vio que volvía a estar manchado. ¿Cómo era posible? Su estoque estaba otra vez cubierto de sangre. Volvió a limpiarlo. Y, por un momento, el filo siguió limpio. Connor suspiró, aliviado, pero, luego, vio que volvía a estar empapado de sangre fresca. Era como si su mismo estoque estuviera sangrando.
- ¡No! -exclamó. Primero, le hablaba un hombre muerto y ahora su propio estoque le estaba jugando una mala pasada.


37
El Festín de Stukeley
Stukeley sonríe de oreja a oreja. Cómo está disfrutando de su cuarto Festín a bordo del Nocturno. El capitán… Sidorio, quiere decir, porque ahora tiene otro capitán -o al menos le sirve-, Sidorio no le había hablado de estos placeres. Por supuesto, él no habría apreciado esta clase de cosas. Le habría aburrido el ritual -ponerte tus mejores galas, como si fueras a asistir a un baile- y también la cena formal, durante la cual ningún alimento rozaba tus labios porque, ¿qué necesidad tenías tú de comer? Y, quizá, por encima de todo, a Sidorio le habría aburrido tener que dar conversación a su donante. Pero todo lo que habría aburrido a su señor procura a Stukeley un insólito placer. Desde el esmoquin y la camisa blanca de vestir que lleva puesta -con su cuello almidonado- o el brillo de la velas dispuestas a todo lo largo de la mesa hasta el modo en que Shanti le ha hecho una reverencia y él se ha inclinado ante ella cuando han ocupado sus sitios en la larga mesa; sí, por todas esas razones y otras más, Stukeley no podría estar más feliz.
Shanti, por lo que parece, también está feliz. Charla sin parar, bajo la ilusión de que él bebe los vientos por ella. Él asiente con la cabeza y dice algo de vez en cuando, sonriendo cuando ella lo hace. De ese modo, Shanti parece convencida de estar captando toda su atención cuando, de hecho, él está en otra parte. Tiene mucho en que pensar. Disimuladamente, echa un vistazo a la mesa. A izquierda y derecha, las hileras de vampiros y donantes se extienden casi hasta el infinito. Recuerda su misión.
- Con permiso, querida -dice a Shanti, cogiéndole la copa.
Ella lo mira con curiosidad cuando, con la otra mano, él coge su cuchillo sin usar. (Shanti se lo come todo con el tenedor y los dedos. No es muy propio de una dama, pero él se lo puede perdonar.) Luego, se levanta y golpea la copa con el cuchillo: una, dos, tres veces.
- Damas y caballeros -dice-. Damas y caballeros, si me permiten requerir su atención por un brevísimo momento.
- ¡Siéntate, Stukeley! -Jez oye el susurro dentro de su cabeza. Sonríe al capitán en señal de disculpa, pero continúa.
- Damas y caballeros. No es mi intención interrumpir este delicioso Festín. Sólo quería…
- ¡Siéntate y cállate!
- Sólo quería expresar mi más sincero agradecimiento a nuestro generoso anfitrión, el capitán. Esta noche es mi cuarto Festín a bordo del Nocturno y un momento de inmenso placer para mí.
- ¡Siéntate, Stukeley!
- Perdónenme si parezco un poco torpe; todo esto continúa siendo nuevo para mí. Sé que no es tradición hacer un discurso en los festines. Y esto, de hecho, apenas es un discurso. Un brindis, más bien. Si tienen una copa ante ustedes, sean tan amables de alzarla. Y, para quienes no tenemos copa, bueno, nosotros, a nuestra manera, brindaremos más tarde.
Se oyen algunas risas.
- Pero, tengan o no una copa en la mano, sean tan amables de sumarse a este brindis en honor del capitán. En agradecimiento a la persona que vela por nuestra seguridad. ¡Por el capitán!
Alza la copa. Los donantes siguen su ejemplo. Algunos de los vampiros, divertidos por esta desviación de la norma, alzan la mano como si sostuvieran copas imaginarias. Juntos, donantes y vampiros, exclaman:
- ¡Por el capitán!
- Y ahora, damas y caballeros, ¿querrían bailar conmigo? -Justo entonces, la suave música de percusión que acompaña al Festín se torna más alta y rápida. Stukeley hace una seña a los músicos que están tocando en un rincón. Ellos le sonríen. Por fin, nueva música que tocar.
- ¡Siéntate, Stukeley! -vuelve a decir el capitán, pero Jez ya ha arrastrado a Shanti al centro del comedor. Comienza a hacerla girar. La música aumenta de volumen.
- ¡Venga! -exhorta Stukeley a los demás, ignorando las protestas del capitán. El supuesto jefe del barco se queda quieto como una estatua mientras Stukeley y Shanti bailan a su alrededor-. ¡Acompañadnos! Esta noche es motivo de celebración.
- No -dice una vez más el capitán. Y ahora no sólo lo oye Stukeley. Ahora, no sólo lo desafía Stukeley. Otros vampiratas conducen a sus donantes al centro de la sala y comienzan a bailar. Sus rostros expresan una mezcla de temor, placer y rebeldía.
Negando con la cabeza, el capitán se abre paso entre ellos y sale del comedor a grandes zancadas. Muchos de los vampiros se levantan y lo siguen con sus donantes. No van a tomar parte en esto.
Pero otros se suman al baile, fascinados de que el ritual del Festín pueda cambiar de este modo. Miran a Stukeley con auténtica admiración. Es tan nuevo para el barco; es un soplo de aire fresco que estaba haciendo mucha falta. Vampiros y donantes se cogen de la mano por encima de la mesa. Se dirigen rápidamente al centro del comedor. ¿Ha habido alguna vez una música tan dulce y tentadora como esta? ¡Es imposible quedarse quieto!
El estilo de baile varía de una pareja a otra. Danzas de épocas distintas se ejecutan unas junto a otras. No todas las parejas de vampiro y donante están formadas por un hombre y una mujer, por lo que hay hombres bailando con hombres y mujeres haciéndolo con mujeres. Nadie le da importancia. Desde arriba, parecen los pétalos de una flor gigantesca. Y en su centro, danzan Stukeley y Shanti.
- Bueno -dice ella, mientras dan otra vuelta-. Esto es, cuando menos, irregular.
- Se me ha ocurrido agitar un poco el gallinero -dice él.
- Ah, ¿sí? -Mientras habla, Shanti se nota observada. Se vuelve rápidamente, encontrándose con la mirada de Darcy Pecios. Darcy lleva a su donante de la mano. Están a punto de salir del comedor, por supuesto, pero Shanti percibe algo en su mirada. ¿Un anhelo de quedarse, quizá? Un anhelo de otra cosa, además. Darcy aparta la mirada. Turbada, se da la vuelta y sale del comedor. Stukeley la ve marcharse.
- ¡Ese mascarón de proa es una lata! -dice Shanti, arrimándose a Jez.
Stukeley se ríe.
- Venga, querida. ¿Qué daño te ha hecho?
- ¿A qué juega, en cualquier caso?
- ¿Jugar?
- Esa quiere cazarte -dice Shanti, mientras él vuelve a hacerla girar.
- Darcy y yo somos amigos, nada más.
- ¿Amigos?
Stukeley le acaricia el hueco del cuello con la nariz.
- Ella no puede darme lo que necesito.-La mira a los ojos-. Sólo tú puedes hacer eso.
- Sí -dice Shanti-. Y te convendría no olvidarlo.
Más tarde, están los dos solos en el camarote de Stukeley. Ahora, él puede por fin brindar en honor del capitán. Y lo hace, despacio, deleitándose con el sabor de la sangre de Shanti.
- ¡Para! -dice ella-. ¡Para!
Él alza la mirada. Shanti tiene el entrecejo fruncido. Jez se retira un instante y se queda mirándola, la viva imagen de la inocencia, con los labios húmedos de su sangre.
- ¿Ocurre algo?
- ¡Estás tomando demasiado! ¡Ya has tenido bastante!
- Tonterías. -Stukeley sonríe-. ¡Tu sangre tiene un sabor estupendo, por cierto!
- Ya has tomado suficiente -repite ella, apartándose.
- ¿Cómo lo sabes?
- He hecho esto muchas veces. ¿O acaso se te ha olvidado? Durante mucho tiempo, fui la donante del teniente Lorcan Furey antes de que me asignaran a ti. -Stukeley percibe el dolor en su voz: pasar de un teniente a un vampiro sin galones.
- No creo que ese buen teniente tuviera mucha sed. No era más que un muchacho, según dicen. Yo soy un hombre hecho y derecho.
- Tenía una sed muy saludable, hasta sus actuales… dificultades.
- Sí -dice Stukeley, con cierto desdén-. Y ahora tu sangre ha dejado de gustarle.
- Eso no tiene nada que ver conmigo.
- Pensaba que estarías agradecida -dice él-. Tú te estabas arrugando como una ciruela pasa y entonces llego yo, en el momento justo, para alimentarme de tu sangre.
- ¡Oh, menuda suerte la mía! Recuerda, Stukeley, me necesitas.
- Sí, Shanti, y recuerda que tú me necesitas a mí. No somos nada sin el otro.
Jez vuelve a inclinarse sobre su tórax y, aunque ella intenta resistirse, nota sus colmillos hincándosele de nuevo en la carne.
La cubierta está casi vacía. Stukeley ha salido a tomar el aire. La nueva sangre que corre por sus venas lo ha puesto eufórico. La sangre de Shanti tiene tanto vigor como ella. Son la pareja ideal. Le gusta jugar con ella al ratón y al gato. Y si, a veces, él se siente como el ratón y deja que ella se sienta como el gato, bueno, ¿qué mal hay en eso?
Ve una figura conocida, apoyada en la borda.
- ¡Hola, hermosura! -dice.
La mujer se vuelve. Darcy Pecios posa sus grandes ojos en él.
- Hola -dice, intentando ocultar algo.
- Está decepcionada conmigo -dice él, uniéndose a ella en la borda.
- ¿Decepcionada?
- Por el baile -continúa él-. Sé que he sido impulsivo, pero me sentía tan feliz… Antes, estaba muerto de desesperación. Pero ahora, desde que he venido a este barco, las cosas son muy distintas. ¿Lo entiende?
Darcy asiente.
- Lo entiendo, la verdad, Pero debe tener cuidado. Intente contener esa felicidad suya de vez en cuando. Por respeto al capitán.
Stukeley se ríe.
- Pero estoy seguro de que el capitán quiere que seamos felices.
- El capitán quiere lo que es mejor para nosotros -contesta Darcy-. Debemos respetar sus deseos.
- ¿Deseos? -dice Jez-. ¿O reglas? -Se da cuenta de que está forzando las cosas. No quiere disgustarla. A ella no-. Hace una noche preciosa, ¿Verdad? -añade, en un tono mucho más dulce-. Bastante cálida. ¿Y se ha fijado en esas estrellas?
Juntos, alzan los ojos al cielo. Efectivamente, esta noche, las estrellas brillan en todo su esplendor.
- Pero ¿sabe una cosa? -dice Stukeley, mirándola tristemente-. ¿Sabe una cosa, señorita Pecios? Esta noche falta una estrella en el firmamento.
Ella suspira.
- Por favor, no utilice conmigo esa cursilería.
- ¿Qué cursilería? -pregunta él, tan inocente como siempre.
- Ya sabe cuál, eso de que me he caído del cielo.
- No -dice él, alzando una mano cerrada-. Usted no, esto.
Abre el puño y allí, en su palma, hay un reluciente broche de diamantes con forma de estrella fugaz.
- Para usted -dice.
Ella sofoca un grito. Luego, a regañadientes, añade:
- No, de veras, es precioso, pero no debe…
- ¿No debo qué?
- No debe regalarme cosas.
- ¿Por qué no?
- Bueno, por lo pronto, pondrá celosa a Shanti.
- ¿Shanti? ¿Por qué motivo? Le estoy agradecido, por supuesto que lo estoy, profundamente agradecido por lo que hace por mí. Pero ella sólo puede colmar una de mis necesidades. Mientras que usted, señorita Pecios… Bueno, me da vergüenza decir más. ¿Puedo? ¿Puedo colocarle el broche en el vestido?
Darcy baja la cabeza.
- Está bien, si insiste…
Stukeley se acerca y le prende el broche del corpiño, poniendo cuidado en no rasgar la fina tela.
- Ya está -dice, retirándose-. ¡Una preciosidad!
- ¡Sí que lo es! Gracias, señor Stukeley.
- Por favor -dice él-. Debes llamarme Jez. Y no estaba hablando del broche.
Darcy sacude la cabeza. Primero el baile, ahora esto. Stukeley es como una fuerza de la naturaleza. Imparable. Vuelve a sacudir la cabeza.
- ¿Qué vamos a hacer con usted… contigo, quiero decir? ¿Qué vamos a hacer contigo?


38
El héroe del día
Los compañeros de Connor estaban exultantes. A decir de todos, el saqueo a la Fortaleza del Ocaso había sido todo un éxito. Tanto el Diablo como el Tifón estaban llenos a rebosar de los tesoros más valiosos que habían transportado jamás. Y todo se había logrado sin pérdida de vidas humanas, entre las dos tripulaciones, en cualquier caso. Y nadie parecía abrigar ninguna duda con respecto a quién era el responsable de aquella victoria.
- ¡Has estado increíble, compañero! -dijo González, dando a Connor una palmada en la espalda-. Os veíamos desde cubierta. ¡Cómo has abatido a ese tipo!
- Todo se habría ido al traste de no haber sido por ti -comentó uno de los tripulantes del Tifón-. ¡Ese idiota de Moonshine ha estado a punto de fastidiarlo todo, pero has sido tú quien nos ha sacado del aprieto!
- Has hecho bien, Connor -dijo Cate, quien había permanecido a su lado desde su regreso al barco-. Has hecho exactamente lo que te había pedido.
Connor la miró, intentando articular las palabras, pero se dio cuenta de que estaba temblando de forma incontrolada. Volvió a intentarlo.
- He… m… matado… He matado…
Cate negó con la cabeza y lo rodeó con el brazo.
- Has cumplido con tu deber, Connor. Si no hubieras matado a ese guardia, ahora Moonshine Wrathe estaría muerto. Sólo estabas cumpliendo con tu deber.
Pero Connor no parecía poder verlo de ese modo. En su mente, estaba con los brazos en cruz, como si fuera una balanza. Tenía a Moonshine en la palma de una mano y al guardia de seguridad, Alessandro, en la otra. ¿Quién podía decir quién se merecía más vivir, o morir?
- ¿Dónde está Moonshine? -preguntó.
- No estoy segura -respondió Cate-. Debe de estar por aquí. Ah, sí, ¡ahí está! ¡Moonshine! -gritó-. ¡Moonshine, ven aquí!
«¡No!» pensó Connor. No quería verlo. Pero ya era demasiado tarde. Moonshine Wrathe iba parsimoniosamente hacia él. Ya se había quitado su uniforme falso y ahora llevaba el suyo habitual: unos vaqueros muy ceñidos y una camiseta.
- ¡Hola! -dijo al llegar-. Gracias por echarme una mano.
Connor intentó sonreír.
- No pasa nada.
- En serio-dijo Moonshine-. Ese guardia de seguridad se las traía. Te debo una. -Chasqueó los dedos; luego, se dio la vuelta y se alejó con toda tranquilidad.
«Te debo una.» ¿Era eso todo lo que aquello significaba para él? Habían estado a punto de matarlo. Sus actos habían puesto en extremo peligro tanto a Connor como a Cate. Moonshine había estado a punto de fastidiarlo todo. Y Connor había matado a una persona por él. Pero, para el príncipe pirata, era como si nada hubiera ocurrido. Ya estaba cambiado de ropa y dispuesto a olvidar el incidente.
- Sé qué estás pensando -dijo Cate-. Lo veo en tus ojos. Todos hemos pasado por esto. Vas a tardar en encajarlo. Pero lo harás, Connor, lo harás. -Volvió a abrazarlo.
Más miembros del pelotón de ataque se acercaren para darle las gracias y felicitarlo. Sus palabras y sus caras comenzaron a confundirse. Connor tuvo la sensación de que se estaba levantando niebla, separándolo de ellos. Los piratas lo tocaban, le apretaban la mano, le daban puñetazos en el hombro. Y, no obstante, podrían haber estado en un mundo completamente distinto. Se sentía como si estuviera completamente solo, helado, expuesto. No podía dejar de temblar.
- Hola -dijo Cate. Al volverse, Connor se dio cuenta de que no se había dirigido a él, sino a Bart, que había aparecido a su lado.
- Hola, ¿cómo os va?
- A Connor no muy bien -respondió Cate-. Pero no es ninguna sorpresa, dadas las circunstancias.
- No -convino Bart, sentándose al otro lado de Connor. Lo rodeó con el brazo-. Todos hemos pasado por esto. Y ahora también pasarás tú. Es duro, pero lo superarás.
- No se merecía morir -dijo Connor-. No necesitaba morir. Si Moonshine no se hubiera puesto a correr de ese modo…
- No puedes pensar de esa forma -dijo Cate-. No puedes retroceder en el tiempo. Las cosas han ocurrido así. Es lamentable que hayamos tenido que hacer lo que hemos hecho. Pero tú has visto con qué rapidez han sacado sus dagas esos guardias. Este es el mundo en que vivimos. El que a hierro mata, a hierro muere.
¿Y ya está? ¿A eso se reducía la filosofía de Cate? Porque no le estaba brindando ningún consuelo. Ningún consuelo en absoluto. Súbitamente, se sintió como un peso muerto, como si se hubiera quedado sin una gota de adrenalina y fuera a desplomarse.
- Estoy agotado -dijo, advirtiendo que apenas era capaz de articular las palabras.
- Ven -dijo Bart-. Te acompañaré a tu litera. Lávate un poco, y luego deberías descansar. Ten por seguro que esto va a celebrarse a lo grande, y tú vas a ser el héroe del día.
- Nada de celebraciones. -Connor negó con la cabeza-. No hay nada que celebrar. He mat…
- ¡No! -exclamó Cate-. No puedes pensar así. Esta noche vamos a celebrarlo, Connor. Y lo mejor que puedes hacer es participar. Así que vete, lávate y descansa un poco. Y te veremos a la hora de cenar. -Se dirigió a Bart-. Llévalo a mi camarote -dijo-. Descansará mejor a puerta cerrada. Quédate con él si crees que le puede ir bien.
- Venga -dijo Bart, con bastante más dulzura que Cate-. Venga, Connor. Vamos a bajar. -Lo ayudó a ponerse de pie. Connor se notó el cuerpo como si fuera de arcilla: pesado, informe y torpe. No estaba herido, pero, aun así, se apoyó en Bart mientras cruzaban la cubierta.
Cuando pasaron entre el animado pelotón de ataque, sus compañeros continuaron dándole las gracias y felicitándolo.
- ¡Bien hecho, compañero!
- ¡Qué pelotas tienes, hombre!
- ¡Moonshine Wrathe te debe la vida!
Las palabras lo dejaron frío. No significaban nada. En su mente, sólo veía su mano desenvainando el estoque e hincándoselo a Alessandro entre los omóplatos. Y luego la sangre, la sangre brotando y empapando la camisa del guardia y la suya, uniéndolos. La unión eterna del asesino y su víctima.
- ¡Connor! ¡Connor! ¡Connor! -Bart le dio la vuelta para ponerlo frente a los hombres y mujeres que habían empezado a corear su nombre. Connor recorrió con la mirada la cubierta atestada de piratas. Había algo febril en su modo de aclamarlo. En su cabeza, sus palabras y expresiones cambiaron de repente. Ahora, estaban enfadados y le gritaban:
- ¡Asesino! ¡Asesino! ¡Asesino!
- ¡Basta! -gritó-. ¡Que paren!
- Venga -dijo Bart-. Voy a sacarte de aquí.
Connor volvía a encontrarse en el faro. Tenía siete años y estaba emergiendo de un sueño largo y profundo. Cuando se obligó a abrir los ojos, vio regalos a los pies de su cama. Parecía que fuera su cumpleaños o Navidad; ¡no, las dos cosas juntas! Había regalos por doquier: coloridos paquetes atados con cintas, ocupando casi todo el suelo.
De algún modo, su padre y su hermana lograron atravesar aquel mar de regalos para llegar hasta su cama.
- ¡Mira, está despierto! -dijo Grace. Llevaba un vaso de batido. En la parte de arriba, tenía una gran bola de helado con una barrita de chocolate y limaduras de tutifruti. Con cuidado, Grace se lo dejó en la mesilla.
Luego se acercó su padre. Llevaba una gran bandeja de bizcochitos bañados de chocolate y espolvoreados con esponjoso coco blanco. ¡Eran sus favoritos!
- ¡Los hemos hecho para ti! -dijo Grace.
- ¡Para ayudarte a celebrarlo! -añadió su padre, con una sonrisa-. ¡Estamos muy orgullosos de ti!
Los dos se inclinaron sobre él.
- ¡Enhorabuena por tu primera víctima! -dijeron.
Cuando sus caras se acercaron, Connor lanzó un grito. Al abrir los ojos, se encontró en un lugar desconocido. Tardó unos minutos en reaccionar. «Estoy en un barco pirata. El Diablo. Este es el camarote de Cate. Ahora soy pirata. Soy un…»
No pudo decir la palabra, ni tan siquiera para sus adentros. Ojalá pudiera dormirse y no volver a despertar, aunque, si tenía que guiarse por su último sueño, ni siquiera eso le ofrecería solaz.
Se dio la vuelta en la cama y fue entonces cuando la vio, sobre la manta junto a él. Era una pequeña talla con forma de hombre. La cogió. Cuando se la acercó a los ojos, vio que la figura estaba manchada de sangre, justo donde tendría el corazón.
Connor notó que el corazón se le volvía a acelerar. Súbitamente, le pareció que la cabeza iba a estallarle. ¿Qué era aquella talla? ¿Quién había entrado en su camarote, mientras él dormía, y la había dejado allí? ¿Qué significaba?


39
El capitán Sanguinario
Mientras miraba la figura tallada, Connor notó que las manos comenzaban a temblarle. Por tosca que fuera, no había duda de que tenía forma humana. Ni tampoco había duda de que la marca roja estaba justo donde tendría el corazón. Mientras la miraba petrificado, supo con certeza que la mancha era de sangre. La sangre cambiaba de color cuando se secaba. Volvió a ver la sangre de Alessandro, brotándole de la herida y empapándole la camisa. Jamás olvidaría aquel color. Temblando, asió la talla con fuerza. Tenía que centrarse. El peligro era inminente. Alguien le estaba enviando un mensaje. Aquello era vudú o, si no vudú exactamente, alguna otra clase de maldición. Alguien tenía pensado vengarse y no sólo le había mostrado su intención con suma claridad sino que había conseguido subir al Diablo y colarse en aquel camarote. Puede que aún siguiera en cubierta… Notó una mano en el hombro. Se quedó de piedra.
De repente, sin saber cómo, Connor centró toda su atención en su puño. Se volvió rápidamente y golpeó a su oponente en la cara. Oyó un grito de dolor, la mano lo soltó y el cuerpo se desplomó pesadamente al suelo. Al mirar abajo, se le cayó el alma a los pies. Tendido en el suelo, con la nariz sangrándole profusamente, estaba Bart.
- Lo siento -gritó.
Bart negó con la cabeza.
- No te preocupes, socio -dijo-. Debería haber previsto que podías reaccionar así. -Se llevó la manga a la nariz para restañar la hemorragia-. Estabas temblando. Quería tranquilizarte. No lo he pensado.
Connor negó lentamente con la cabeza. Ya no sabía quién era. Todo estaba trastocado. La adrenalina le corría por las venas. Se notaba el cuerpo ajeno, fuera de control. Había dado un violento puñetazo a Bart. ¿Qué podía hacer a continuación? ¿Le había desatado el hecho de convertirse en asesino una sed de sangre de la que antes no era consciente?
- ¿Qué es eso? -preguntó Bart, señalando la figura que Connor tenía en la mano.
- No lo sé -respondió él, agachándose para acercársela-. Estaba sobre la manta cuando me he despertado. Mira, está manchada de sangre. Es vudú o algo así.
- Dámela -dijo Bart. Alargó la mano para coger la figura, pero, antes de hacerlo, la cabeza comenzó a darle vueltas y volvió a desplomarse.
- ¡Bart! Bart, ¿estás bien? -Connor se arrodilló y comenzó a darle palmaditas en la cara-. Bart, Bart, ¡despierta!
- ¿Quééé? -Despacio, Bart volvió a abrir los ojos-. ¿Qué ha pasado?
- Te has desmayado. Pero sólo un segundo. Ya has recobrado la conciencia. -Connor miró a su alrededor, buscando algo que ponerle bajo la cabeza para que estuviera más cómodo. Cogió una de las almohadas de Cate. Al colocársela bajo la nuca, recordó su primera noche a bordo del Diablo. Bart le había cedido su cama esa noche y dormido en el suelo, utilizando su macuto como almohada. Connor se estremeció. De eso sólo hacía cuatro meses, pero era tanto lo que había sucedido en ese tiempo… Entonces, él era un niño. Ahora, era otra cosa. ¿Un hombre? No estaba seguro de ello. ¿Te convertías automáticamente en un hombre cuando matabas a alguien? Su sensación no era esa. Si acaso, se sentía como un animal salvaje. Tanto había cambiado…
- Iré a pedir ayuda-dijo.
- No te preocupes -lo tranquilizó Bart-. Sólo necesito descansar un rato. Anda, pásame mi cantimplora, ¿quieres?
Connor cogió la cantimplora y la destapó.
- Gracias -dijo Bart, bebiendo ávidamente de ella-. Ah, esto está mejor.
Connor lo miró.
- Lo siento mucho -se disculpó-. No tenía intención de hacerte daño.
- Claro que no -dijo Bart, esbozando una sonrisa-. No hace falta que te disculpes. Ahora mismo estás pasando por un momento muy duro. Yo lo sé. -Le estrechó la mano. La fuerza de su apretón lo rehízo de inmediato.
- Connor -añadió-. Lo que estás pasando. Es lo más duro que vas a tener que superar nunca. Pero nosotros ya hemos pasado por eso. Podemos ayudarte.
Sus palabras eran claras. Lo mismo habría dado que hubiera dicho: «Ahora eres un asesino. En este barco, somos todos asesinos. Pero ahora que has matado una vez, la próxima será más fácil. Y la siguiente. Muy pronto, matarás sin siquiera pestañear».
- Uno para todos -dijo Bart.
Connor miró sus manos entrelazadas. Fue incapaz de mirarlo a los ojos, de mostrarle la súbita mezcla de temor y repulsión que había en los suyos.
- Todos para uno -farfulló.
- Eso es -convino Bart-. Cuidaremos uno del otro. Como hemos hecho siempre. Como hemos cuidado de Jez, en vida y después.
De pronto, Connor sintió la necesidad de soltarle la mano, de salir de aquel camarote claustrofóbico.
Con la talla en su otra mano, tomó rápidamente una decisión.
- Tengo que irme -dijo-. Tengo que ir a ver ahora mismo al capitán Wrathe.
- Claro -repuso Bart, sonriendo como si nada hubiera sucedido. Le soltó la mano después de darle un último apretón y cerró los ojos. ¿Era esa la facilidad con que se desentendía de la muerte? Desde luego, Connor no había llegado a ese punto. Y no estaba seguro de querer hacerlo.
La puerta del camarote del capitán Wrathe estaba abierta. Connor entró como una flecha, sorteando la familiar colección de tesoros que el capitán Wrathe había adquirido en sus travesías y saqueos.
Oyó voces, incluida la de Molucco. Provenían del fondo del camarote. Después de pasar por delante de un conocido elefante enjoyado, se encontró efectivamente con el capitán Wrathe y Cate, bebiendo vino y rodeados de su nuevo botín. Scrimshaw estaba enroscándose perezosamente en torno a una estatua de Miguel Ángel, como si estuviera verificando su calidad.
- ¡Aja! -exclamó Molucco, sonriendo al alzar la vista-. ¡El hombre del día! ¿Te apetece un poco de vino, Connor? -Levantó una petaca de plata, pero Connor sacudió la cabeza.
- ¿Qué pasa, Connor? -preguntó Cate-. Estás temblando.
- ¿Qué es esto? -dijo él, enseñándoles la figura.
Molucco la cogió y le dio la vuelta.
- ¿De dónde la has sacado? -preguntó.
- La he encontrado sobre la manta -dijo Connor-. Estaba durmiendo en la cama de Cate y, cuando me he despertado, la he visto ahí. Ha debido de entrar alguien mientras dormía… -No terminó la frase-. Lo que tiene es sangre de verdad, ¿no?
Molucco se acercó la figura al ojo y asintió.
- Sí. Es sangre, sin duda.
- Es vudú -dijo Connor-. Van a vengarse de mí por lo que he hecho. Por matar a ese guardia. ¿Cómo me han encontrado? ¿Cómo se han colado en el barco?
- Cálmate, Connor -dijo Cate.
¿Calmarse? ¿Cómo podía decirle eso cuando había un enemigo a bordo? ¿Cuando, en cualquier momento, no sólo él, sino también el resto de la tripulación, podían sufrir un ataque?
- Siéntate, Connor -dijo Molucco.
- Pero… -protestó él.
- ¡Siéntate! -le ordenó el capitán, y esta vez no hubo duda de que era una orden.
Connor se sentó en un cojín del suelo. Sus piernas, no obstante, se negaron a quedarse quietas, sacudiéndose como si estuvieran listas para salir corriendo a la mínima de cambio.
Molucco acunó la talla en su mano.
- Sé qué es -dijo-. Y sé de dónde sale. Sé de quién es la sangre. -Sonrió-. Anda… -Alzó la petaca y vertió un poco de vino en una copa-. Bébete esto. Te calmará los nervios.
Connor cogió la copa. Ver el líquido rojo le produjo náuseas, volviendo a recordarle la sangre, pero sabía que Molucco no iba a tolerar una negativa. Tomó un sorbo minúsculo y dejó la copa.
- ¿Mejor? -preguntó Molucco.
Connor hizo un gesto afirmativo.
- Perfecto. A esta figura, muchacho, la llaman capitán Sanguinario. No es una maldición. Todo lo contrario. Es un regalo, una antigua tradición pirata que algunos barcos aún conservan. Cuando un joven pirata mata por primera vez, se lo obsequia con un capitán Sanguinario. Como ves, tiene forma de hombre, aunque -miró a Scrimshaw-, ¡no es claramente ningún Miguel Ángel! Pero la sangre es auténtica, del todo. Y es la sangre del capitán del barco.
Connor frunció el entrecejo.
- ¿Es su sangre? ¿Me la ha regalado usted?
Molucco se apresuró a responder:
- No -dijo-. Yo no sigo esta tradición. Es de mi hermano. La sangre es de Barbarro.
- Pero ¿por qué? -dijo Connor.
- Es un honor -respondió Cate-. El capitán Wrathe y su esposa están reconociendo tu valentía y dándote las gracias por salvarle la vida a su hijo.
Connor se sentía confuso.
- ¿Me están honrando por matar?
- No es tan simple, Connor. Tú no has matado a ese guardia y ya está. Has realizado un auténtico acto de valor y valentía. Sólo has hecho lo que era necesario para salvar a tu compañero…
- ¿Moonshine? -dijo Connor, riéndose pese a no querer hacerlo-. Ni siquiera me cae simpático. De hecho, lo aborrezco.
- Más motivo -repuso Molucco- para que te demos las gracias. Por apartar esos comprensibles sentimientos personales e interceder por el bien de la tripulación. -Le dio el amuleto-. Cógelo -añadió-. Cógelo, muchacho, y llévalo contigo. Te recordará el día en que te has convertido en un auténtico pirata.
Connor notó que la cabeza le daba vueltas. Qué concepto tan romántico había tenido de la piratería. Había soñado con capitanear su propio barco. Y, en aquellos sueños, había librado muchas batallas. Le encantaba combatir, la brillante exhibición de agilidad física y destreza técnica. Pero ni una sola vez, ni una sola vez en aquellos sueños, había quitado la vida a un hombre. Ni una sola vez se había quedado mirando cómo brotaba de sus venas un oscuro río de sangre. Aquello no era lo que buscaba. No era lo que quería.
Miró la talla, manchada con la sangre de Barbarro Wrathe. Un regalo. No quería un regalo así. Aquella maligna figurilla sólo serviría para recordarle a diario el acto más terrible de su corta vida. Cuando la cogió, notó que los ojos le escocían. No podía llorar, no delante de ellos. Los cerró. Entonces, se le apareció el rostro de su hermana. Su mirada tenía una intensidad de la que sólo ella era capaz. No había modo de rehuirla.
- Lo siento -le dijo-. He hecho algo terrible. Te he defraudado.
No había piedad en los ojos de Grace. Cuando asintió, eran como dos gélidos pozos de color verde esmeralda.
- Sí -convino-. Lo has hecho.


40
Dos cartas
Estimado capitán Wrathe:
Lo siento, pero tengo que irme. Sé que, haciéndolo, estoy rompiendo mi juramento de lealtad, pero no sé qué más hacer. Les he mentido a usted y a todos mis amitos del Diablo. No ha sido a propósito. Creía que podría ser piratas, pero ahora sé que me he estado engañando desde el principio.
Después de lo sucedido en la fortaleza, la gente se comporta conmigo como si yo fuera una especie de héroe. Pero yo no soy ningún héroe. Sé lo que soy, pero no me siento con el valor de poner la palabra por escrito. Ni siguiera soy capaz de pronunciarla. Cate y Bart me han dicho que terminaré asumiéndolo. Quizá sí, pero ahora mismo me parece imposible. No les sería de ninguna utilidad si me quedara, por lo que es mejor que me vaya y supere esto, si es que puedo.
No sé adónde voy. Creo que esto es todo lo que tenía que decir.
Gracias por todo.
Le saluda atentamente,
Connor Tempest
P. D.: Cate y Bart, os agradezco todo lo que habéis hecho por mí. Sois los mejores amigos que he tenido. Debería haberos escrito una carta a cada uno, pero no tengo tiempo para hacerlo. Necesito irme de aquí. Espero que lo entendáis. Espero que los dos sepáis cuánto significáis para mí. Connor.
Connor releyó rápidamente la nota; luego, la dobló, la metió en un sobre y la remitió al «Capitán Molucco Wrathe». A continuación, cogió su segunda carta y la releyó por última vez.
Querida Grace:
De verdad que no sé por qué te estoy escribiendo. No es que sepa el modo de hacerte llegar esta carta. Pero, por alguna razón, algo me está impulsando a poner esto por escrito, así que voy a hacerlo.
Tú no estuviste nunca de acuerdo con que yo fuera pirata, pero yo fui tan necio y optimista que ignoré tus preocupaciones. Pero, como de costumbre, tenías razón. Creo que tengo el don de esconder la cabeza bajo tierra, de ver únicamente lo inmediato. Mientras que tú, es como si tú tuvieras una visión más amplia. Tú ves más allá, y creo que viste lo que iba a pasarme, adónde me llevaba este camino, mucho antes me yo. En cierto modo, tu deseo se ha hecho realidad. Me marcho del Diablo y ya no voy a regresar. No soy ningún pirata.
¿Qué soy? Ahora mismo, sólo tengo una respuesta a esa pregunta y no es una respuesta que pueda afrontar ni, desde luego, quiera compartir contigo.
Me voy, no sé adónde ni por cuánto tiempo. Hay mucho mar y estoy seguro de que es fácil encontrar un pedazo donde esconderse.
Espero que estés bien, mejor que yo, en cualquier caso. El corazón me dice que lo estás. Quizá elegiste un camino más certero, una vez más, yo no veía más allá de mis narices. Pero tú siempre has visto más que yo.
Como he dicho al principio, no sé por qué te he escrito esta carta. No es que pueda enviártela.
No pienses mal de mí. ¡Cuídate!
Tu hermano,
Connor
Connor cogió la segunda carta. La dobló en tres partes, la metió en un sobre y la remitió a Grace. Cogió las dos cartas, se puso el macuto al hombro y salió a cubierta. Allí reinaba la calma. Todo el mundo se estaba preparando para la celebración que tendría lugar esa noche. El Diablo había atracado, junto al Tifón, en un pequeño puerto. Había echado los esquifes al agua.
Connor cruzó sigilosamente la cubierta. El camarote de Molucco estaba cerrado a cal y canto. Metió el sobre por debajo de la puerta y se alejó tan deprisa como pudo. Sin que nadie lo viera, comenzó a bajar por la escalera de cuerda.
Era como si el esquife estuviera esperando a que él lo robara. Tendría que haberse disculpado por aquello en la carta. ¡Ya era demasiado tarde! Ahora mismo, el capitán Wrathe podía estar recogiendo el sobre. Connor saltó al esquife y comenzó a desatar las amarras. Luego, salió sigilosamente del puerto y comenzó a alejarse.
Las lágrimas le rodaban por las mejillas cuando volvió la cabeza y vio los cascos de los dos barcos pirata. En uno de ellos se había sentido como en casa. Pero eso había sido un engaño. Todo había sido un engaño colosal.
Cuando salió a mar abierto, le quedaba una última cosa por hacer. Cogió la carta dirigida a Grace y empezó a romperla hasta que sus minúsculos pedazos fueron como confeti, cayendo a las aguas circundantes como una lluvia. Se quedó observando mientras sus palabras truncadas se diluían ante sus ojos, sin saber a ciencia cierta si era el agua lo que estaba emborronando la tinta o únicamente las lágrimas que le empañaban los ojos.
Grace estaba caminando por el pasillo cuando le sucedió. Se apoyó en pared para no perder el equilibrio. La cabeza se le había llenado de un torrente de agua. Cerró los ojos, esperando poder concentrarse mejor en la imagen. Dio resultado.
Ahora, vio que las aguas no estaban tan revueltas como le habían parecido al principio. No eran un enfurecido torrente, sino solamente el mar.
Había pedazos de algo moviéndose en ellas. Papel. Luego, vio las marcas en el papel y creyó comprenderlo.
«Tengo que juntarlos -pensó-. Es una especie de prueba.» Quizá se la hubiera enviado Mosh Zu. Con los ojos firmemente cerrados, comenzó a explorar las aguas buscando pedazos de papel. Cada vez que encontraba uno, lo arrastraba al centro de su pantalla mental. Al cabo de un rato, ya no pudo encontrar más. «Ya deben de estar todos -pensó-. ¡Hora de juntar las piezas!»
Aquello fue más difícil de lo que pensaba. El movimiento del agua no era violento, pero sí fuerte. Justo cuando colocaba un pedazo de papel en su sitio, la corriente amenazaba con llevarse otro. ¡No! No iba a dejarle hacerlo. Sabía que aquello requería toda su energía, pero estaba decidida. Cuando logró juntar dos pedazos, reconoció la letra. Dando un respingo, lo comprendió. Aquello no era una prueba. Aquello era de verdad.
La cabeza le dolía del esfuerzo. Qué tentador era abrir los ojos para hallar un alivio momentáneo, pero sabía que, si lo hacía, la visión podía perderse para siempre. Ya faltaba poco. El rompecabezas de trozos de papel estaba casi terminado. Ahora, sólo tenía que mantenerlos unidos mientras leía la carta.
Querida Grace:
El mero hecho de ver su nombre escrito con la inconfundible letra de su hermano la conmovió. Él rara vez escribía cartas. Supo que se trataba de algo grave. Siguió leyendo.
Conforme leía los hondos sentimientos que contenía la carta, iba resultándole más difícil mantener la visión, lograr que los pedazos siguieran unidos. Pero ahora no podía darse por vencida. Aquello era demasiado importante.
Cuando casi estaba al final de la carta, el dolor de cabeza se le hizo prácticamente insoportable, agravado por el horror cada vez mayor que le infundían las palabras de Connor.
Por fin, cedió al dolor y permitió que los pedazos de la carta volvieran a dispersarse. Se alejaron velozmente, llevados por la corriente, dejándole la cabeza llena únicamente de agua. El agua rugió cada vez con más fuerza, tornándose más y más oscura. Le pareció que estaba ahogándose.
Se dio cuenta de que aquello debía de ser lo que le estaba sucediendo a Connor. Había recibido la carta y ahora tenía una visión de lo que él estaba experimentando. Pero desconocía su paradero. ¡No podía hacer nada para ayudarlo!
Poco a poco, fue dejando de ver agua. De pronto, todo se quedó quieto. Totalmente quieto y oscuro. Fin.
Abrió la boca y gritó:
- ¡No!


41
El barco en el agua
- ¿Cómo te encuentras ahora? -preguntó Mosh Zu cuando Grace entró en la sala de meditación.
- Más calmada -dijo ella-. Siento lo de antes. He perdido el control.
- Tienes un vínculo muy profundo con Connor. Cuando él sufre, sufres tú. Eso es, en parte, lo que te hace tan capaz como sanadora. Pero tenemos que trabajar más contigo para que, en lugar de permitir que esa capacidad te consuma, puedas utilizarla para ayudarlo a él, y a otros.
Grace se quedó un poco desconcertada. Mosh Zu le hizo una seña para que fuera a sentarse con él.
- Enfócalo de esta forma: sabemos que Connor arrastra algún tipo de lastre emocional. Es como si acarreara una carga muy pesada. Ahora, piensa en un objeto pesado que él podría intentar levantar. Dime, ¿qué se te ocurre?
Grace miró a su alrededor en busca de ideas.
- ¿Una mesa? -dijo, encogiéndose de hombros.
- ¡Muy bien! -exclamó Mosh Zu-. Imaginemos que Connor tiene dificultades para cargar con una mesa. Él es fuerte, nosotros lo sabemos. Pero no es una mesa corriente. Está hecha de madera maciza. Puede que aún pese más. Que esté hecha de piedra. Por supuesto, a él le va a costar.
Grace asintió.
- Bien -dijo Mosh Zu-. Tú quieres ayudarlo, ¿no?
Grace volvió a asentir.
- Entonces, dime, ¿cuál es el mejor modo de ayudarle a cargar con la mesa?
- Cogerla por el otro extremo -respondió ella, instintivamente.
- ¡Exacto! Compartir el peso. No quitarle la mesa y cargar tú con todo el peso. -Mosh Zu tenía los ojos brillantes-. ¿Lo entiendes?
- Sí, por supuesto. Es totalmente lógico.
- Es una de las cosas más importantes que debemos aprender como sanadores -dijo Mosh Zu-. Nosotros no podemos cargar con el peso de nadie. A veces, podemos estar tentados de intentarlo, pero eso nos resta eficacia. Cuando comenzamos a sumergirnos en las emociones de otras personas, siempre corremos el riesgo de ahogarnos en ellas.
- Entonces, ¿qué podemos hacer para ayudar a Connor? -preguntó Grace.
- Oh, muchas cosas -respondió Mosh Zu. Se levantó y se dirigió a una encimera. Se volvió y regresó con un cuenco ancho y poco profundo hecho de cobre martillado. Lo dejó en el suelo entre los dos. Grace vio que estaba lleno de agua. A continuación, Mosh Zu se sacó un frasco del bolsillo y lo vació en el cuenco.
- Tinta de calamar -explicó, mientras metía los dedos en el cuenco y mezclaba lentamente la tinta con el resto del líquido-. Para esto, necesitamos que la superficie del agua esté lo más oscura y lustrosa posible -explicó.
Grace estaba intrigada.
- Y ahora -dijo Mosh Zu, secándose las manos- necesito tu ayuda. Tenemos que asegurarnos de que estas velas se reflejan en el agua. ¿Puedes ayudarme a colocarlas?
Juntos, fueron de aquí para allá, moviendo los altos candeleras hasta que la llama de cada vela se reflejó en la oscura superficie del agua. Al bajar la mirada, Grace tuvo, por un momento, la falsa impresión de estar mirando un cuenco de fuego.
- Y ahora -continuó Mosh Zu- vamos a sentarnos. -Él tomó asiento cerca del cuenco e hizo una seña a Grace-. Tú siéntate aquí -dijo-. Pero asegúrate de que ves tu reflejo en el agua.
Ella se sentó y asintió.
- Muy bien -dijo él-. Y ahora vamos a mirar la superficie del agua y empezar a respirar hondo. Inspira, espira. Inspira… -Mientras Mosh Zu hablaba, en voz baja y rítmica, Grace se notó respirando cada vez más hondo. Sabía que se estaba sumiendo en un estado de relajación profunda. Eso ya la hacía sentirse bien, pero ella sabía que había más. Aquello era sólo el principio de uno de los viajes de Mosh Zu.
- Muy bien, Grace -dijo el gurú-. Mantén los párpados relajados. No tengas la mirada demasiado fija ni demasiado atenta. Mantenla en el agua, pero deja que se te nuble la vista. -Ella hizo lo que le pedía-. Y, ahora, sólo relájate, y veremos lo que hayamos de ver.
Grace perdió la noción del tiempo. No sabía cuánto rato llevaban allí sentados, mirando relajadamente el agua. Pero, de pronto, ya no estaba mirando una superficie oscura donde se reflejaban las llamas. Ahora, tenía ante ella un mar oscuro y un barquito balanceándose y girando en él. Debió de sonreír, porque Mosh Zu dijo:
- Sí, yo también lo veo. Ahora, mantén la mirada relajada. Vamos a acercarnos más.
Mientras Mosh Zu hablaba, el barco fue aproximándose cada vez más. Fue como si un teleobjetivo estuviera acercando la imagen. Ahora, vieron que el barco estaba tripulado por un único pasajero.
- ¡Connor! -susurró Grace-. ¡Estás vivo! -La invadió un profundo alivio.
- Sí -dijo Mosh Zu-. Lo hemos encontrado.
- ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Grace-. ¿Sólo mirarlo?
- Por ahora, sí -respondió Mosh Zu-. Sigue respirando, sigue con la mirada relajada.
Grace obedeció sus instrucciones y advirtió que la imagen de Connor se tornaba diáfana. Podía verle la cara, la cual era como un libro abierto. Parecía cansado y preocupado. Tenía la frente arrugada y muchas ojeras. Daba la impresión de llevar muchas noches sin dormir. Tenía la mirada vacía, ausente.
- Parece que está sufriendo mucho, ¿verdad? -dijo Mosh Zu.
- Sí -Grace reflexionó unos instantes-. Pero ¿dónde está? ¿Está realmente en ese barco?
- Oh, sí -respondió Mosh Zu.
- Pero ¿por qué ha dejado el Diablo? ¿Qué ha pasado?
- Chist -dijo Mosh Zu-. Esas no son las preguntas que debemos hacer si queremos ayudarlo. En vez de eso, vamos a ahondar en su sufrimiento.
- Está bien -convino ella-. Pero ¿cómo?
- Voy a sumergir la mano, con mucha suavidad, en el agua. Y quiero que tú hagas lo mismo. Pero con mucha suavidad. Intenta alterar la superficie lo menos posible.
Grace observó a Mosh Zu mientras metía lentamente la mano en el agua. Su oscura superficie apenas se alteró. Con cuidado, alargó la suya e hizo lo mismo. Era más difícil de lo que parecía. Se formaron un par de burbujas. Vaciló.
- No te preocupes, Grace. Lo estás haciendo bien. Y ya casi está.
Espoleada por sus palabras, siguió metiendo la mano en el agua.
Mientras lo hacía, notó un cúmulo de sensaciones.
- Excelente, Grace. Ahora, lo más importante es que te quedes lo más quieta posible. Sigue respirando, pero intenta no mover ni un solo músculo. Sé tan fuerte como una roca, pero deja que las sensaciones te impregnen, como si fueras una roca en mitad del mar.
Y, en verdad, fue como si una ola de emociones fuera a romper contra ella.
- ¿Las sientes, Grace?
- Sí -contestó ella, concentrándose atentamente en seguir lo más quieta posible mientras sufría el fuerte embate de aquellas emociones.
- Dime lo que sientes -dijo Mosh Zu.
- Me siento enfadada, traicionada, desilusionada.
- Sí -dijo él, con un cierto entusiasmo en la voz-. Sí, Grace. ¿Qué más?
- Estoy agotada, exhausta y… no, ¡espere! Me siento culpable. Esto es más fuerte que todo lo demás. He hecho algo terrible y me siento muy culpable.
- Excelente, de veras -dijo Mosh Zu.
Grace le agradecía los elogios, pero su preocupación no le permitió disfrutarlos.
- ¿Son esos los sentimientos que tiene Connor? -preguntó.
- Sí -respondió Mosh Zu-. ¡Los interpretas a la perfección!
Interpretarlos era una cosa, pero la intención de Grace era otra.
- Pero yo quiero ayudarlo -dijo-. ¿Cómo puedo hacerlo?
- Enseguida llegamos a eso -respondió Mosh Zu-. Ahora, voy a sacar la mano para dejarte más espacio. Mantén la tuya bajo el agua. ¿De acuerdo?
Grace asintió.
- Ahora, quiero que pongas la mano debajo del barco. Con mucha suavidad. Ponla debajo del barco como si quisieras cogerlo y sacarlo del agua. Pero ten cuidado. Imagina que es una resbaladiza pastilla de jabón y que la estás sacando de una bañera. Debes hacerlo con la mayor suavidad posible. No será fácil.
Grace puso la mano debajo del barco.
- ¿Ya está? Saca el barco del agua.
Grace levantó la mano y se quedó estupefacta al ver que la imagen bidimensional de Connor y su barco emergía de las profundidades marinas, adquiriendo tres dimensiones mientras ella la sostenía en la palma como un juguete animado.
- Sigue levantando la mano -le instruyó Mosh Zu.
Ella lo hizo.
- Muy bien, perfecto. Ahora, párate.
Grace se maravilló de lo que veía. Connor estaba sentado ante sus ojos. Era diminuto, pero era él, sin duda.
- Ahora, pregúntale qué quiere -dijo Mosh Zu-. Pregúntale cómo puedes ayudarlo. No hace falta que digas las palabras en voz alta, basta con que lo mires a los ojos y le hagas las preguntas.
Una vez más, ella siguió las instrucciones de Mosh Zu. «¿Qué quieres, Connor? -preguntó-. ¿Cómo puedo ayudarte?»
Su hermano no le dio una respuesta clara. No oyó su voz. Pero algo la impelió hacia el estoque que él tenía en las manos.
- ¿Qué dice? -preguntó Mosh Zu.
- No está claro -respondió ella.
- No, puede no estarlo. Sigue escuchando. Sigue sintiendo la respuesta.
Grace aguardó.
- Está relacionado con el estoque -dijo.
Mosh Zu esperó.
- Si continúa sin estar claro, pregúntaselo. Pregúntale: «Connor, ¿cómo puedo ayudarte con el estoque?».
Grace volvió a mirar a su hermano a los ojos. Le hizo la pregunta.
La respuesta fue como una descarga eléctrica.
- Quiere despojarse de él -dijo-. Quiere despojarse de él, pero algo se lo impide. Es como si lo tuviera pegado a las manos.
- Muy bien -dijo Mosh Zu-. Entonces, utilizando la otra mano, con mucha suavidad, intenta aflojárselo. No se lo quites del todo. Sólo aflójaselo.
Con muchísimo cuidado, Grace alzó la otra mano. Cogió el diminuto estoque entre el índice y el pulgar y tiró suavemente de él.
- Es probable que con eso baste -dijo Mosh Zu-. Espera y él te lo dirá.
- Sí -dijo ella. En el momento de mover el estoque, había tenido un escalofrío interno y, después, la sensación de que su tensión se aligeraba. ¿Era de Connor aquel sentimiento?
- Lo estás haciendo muy bien, Grace -dijo Mosh Zu-. Ahora, baja otra vez la mano para devolver a Connor al agua. Cuando el barco vuelva a estar dentro del agua, puedes retirarla.
Grace bajó la mano con el mismo cuidado con que la había subido. Devolvió a Connor y su barco al agua del cuenco. Cuando ambos se hundieron bajo la superficie, su imagen se tornó otra vez bidimensional.
- Ahora, saca la mano del agua -le instruyó Mosh Zu-. Y observa qué ocurre.
En alta mar, Connor notó una repentina inyección de energía. No sabía de dónde provenía. Antes, se había sentido agotado, agobiado por pensamientos que lo acechaban como perros salvajes. Pero ahora, de pronto, tenía un propósito. Sabía exactamente qué tenía que hacer.
Caminó hasta el borde del esquife, con el estoque alzado. Luego, lanzó un gemido que pareció surgirle del alma misma y, mientras el grito se propagaba sobre el océano, arrojó el estoque al agua. Lo vio surcar el cielo nocturno, perforar la superficie del mar y hundirse en el vacío que acechaba debajo.
Mirándose la mano vacía, suspiró. Arrojar el estoque no borraba el terrible acto que había cometido con él. Pero se sentía aligerado, como si se hubiera despojado de algo más que solo el estoque. Por primera vez desde aquel día funesto, tuvo la sensación de que no todo estaba perdido.
- ¡Ha tirado el estoque!-exclamó Grace, entusiasmada.
- Sí -dijo Mosh Zu, asintiendo con la cabeza-. Tú lo has capacitado para hacerlo. Creo que, sin ti, no podría haberlo hecho. No en este punto.
- ¡Es asombroso! -dijo Grace.
Mosh Zu sonrió.
- Tú eres sanadora, Grace. Y hay muchos modos de curar. ¡Pero lo has hecho bien! ¡Muy bien!
Mosh Zu se enderezó y fue a coger el cuenco de agua.
- ¡Espere! -dijo ella-. ¿No podemos quedarnos mirándolo un poco más?
- Mejor no -respondió Mosh Zu-. Por ahora, deberíamos dejarle hacer su propio viaje. ¿Recuerdas lo que te he dicho antes acerca de la mesa?
Grace asintió. Lo comprendía. Aun así, experimentó un repentino sentimiento de pérdida cuando Mosh Zu cogió el cuenco de cobre y lo llevó al fregadero para vaciarlo. Mientras oía cómo se colaba por el desagüe la mezcla de agua y tinta, no pudo evitar pensar en su hermano, navegando en aquel pequeño barco, solo en un mar negrísimo.
«¿Dónde estás? -No pudo evitar preguntárselo-. ¿Qué te ha inducido a abandonar el Diablo? ¿Qué es lo que te hace sentirte tan culpable?»
Pero esta vez no obtuvo ninguna respuesta. La conexión que habían establecido, fuera cual fuera, se había truncado por el momento.
«¡Buen viaje!», dijo, sin abrir la boca. Luego, se puso de pie y ayudó a Mosh Zu a colocar los candeleras en su sitio.


42
Noche mágica
- ¡Ah, estás ahí! ¡Llevo toda la noche buscándote!
Al oír la voz, Darcy se volvió y sonrió al ver a Jez, su Jez, cruzando la cubierta hacia ella. Suspiró. Cada noche le parecía más guapo. Se había enamorado de él nada más verlo, pero, pensándolo bien, entonces sólo había sido una sombra de lo que ahora era. Jez había florecido bajo el hechizo de su amor, y ella, sin duda, lo había hecho bajo el hechizo del suyo.
- ¿En qué estás pensando? -preguntó Jez, sonriéndole con su irresistible descaro.
Ella le devolvió la sonrisa.
- Ya quisieras tú saberlo.
- Oh, sí -dijo él-. Quiero saber todos tus secretos, Darcy. ¡Es mi propósito en la vida!
- ¡Basta! -dijo ella, aunque nunca se cansaba de oír sus ternezas. No, no era justo describirlas de ese modo. Esto era amor de verdad. Ella lo sabía. Jez era la persona que había estado esperando, su señor Naufragio. Él se había tomado su tiempo en decidirse, pero la espera había merecido la pena.
- Esta noche estás absolutamente resplandeciente -dijo él.
Ella se encogió de hombros con coquetería y se dio la vuelta, asomándose a la borda y dejando que la deliciosa brisa marina refrescara su piel sofocada.
El fino pañuelo de gasa que llevaba en el cuello se agitó al viento. Comenzó a desenrollársele.
- ¡Oh! -exclamó, cuando la brisa se lo llevó.
Sin vacilar, Jez saltó y lo cogió al vuelo. Volvió a enrollárselo alrededor de su cuello de porcelana. Se quedaron mirándose durante un largo rato.
- Me haces tan feliz -dijo ella.
- Y tú a mí -dijo él, sonriéndole-. Nunca imaginé que volvería a ser feliz. Tú me has dado el beso de la vida, Darcy Pecios, no te quepa la menor duda.
- Ah, ¿sí? -Darcy se inclinó hacia delante y lo besó delicadamente en la punta de la nariz. Luego, cuando se dio la vuelta para contemplar el mar, él la rodeó con sus brazos. Alzando la vista al cielo cuajado de estrellas, Darcy no pudo contener la emoción que sentía. Aquella noche era mágica. Se respiraba algo en el ambiente. Era en noches como aquella cuando se hacían preguntas y se daban respuestas, y las vidas cambiaban de forma inexorable.
- Has vuelto a quedarte callada -observó él, interrumpiendo sus pensamientos con su voz aterciopelada.
- Sólo estoy pensando -dijo ella.
- Bueno, ¿y si te doy algo nuevo en que pensar? -preguntó él.
Darcy se estremeció al oír aquellas palabras.
- Adelante -dijo.
- Tengo una pregunta para ti, señorita Pecios.
- Ah, ¿sí, señor Naufragio?
Jez sonrió al oírla; siempre lo hacía cuando ella utilizaba su apelativo cariñoso para él.
- Me estaba preguntando -dijo-, si alguna vez podrías considerar dejar el Nocturno y venirte conmigo.
Ahí estaba. Ahí estaba el momento decisivo con que ella llevaba tanto tiempo soñando. «No te precipites, Darcy -pensó-. Saborea cada instante, cada sensación.»
- Supongo que eso me indica que la respuesta es no -dijo él. Con los labios hacia fuera y aquella cara de pena, parecía un cachorrito desamparado. En ese momento, Darcy lo encontró más atractivo que nunca. No podía prolongar su sufrimiento.
Negó con la cabeza.
- Querido señor Naufragio, iré donde tú quieras que vaya. Los dos solos. Nunca imaginé que podría irme del Nocturno, pero, desde que llegaste, todo ha cambiado. -Lo miró, maravillada-. De hecho, creo que te seguiría hasta el mismo fin del mundo.
- Bueno -dijo él-. No sería exactamente los dos solos. No al principio, en cualquier caso.
- ¿No?
- Oh, anima esa cara, cariño mío. Mira, ahora hay un asunto que debo atender, pero ¿podrías, es decir, querrías marcharte esta noche?
- ¿Esta noche? -Era tan precipitado… ¿No iba a tener tiempo para prepararse, para saborear esa deliciosa perspectiva? Bueno, si así era como tenía que ser, c'est la vie! Jez era tan romántico, tan impetuoso… Y ella llevaba tanto tiempo esperándolo… ¿Por qué esperar un minuto más?-. Sí -dijo-. ¡Haré el equipaje y nos iremos esta noche!
- ¡Buena chica! -dijo él, metiéndose la mano en bolsillo-. Esto es para ti.
- Otro regalo no. ¡No deberías, de veras! -Pero entonces, sin poder apenas creérselo, lo vio hincarse de rodillas y ofrecerle una cajita de satén. Una vez abierta, las lágrimas apenas le dejaron ver el anillo. Pero sabía que era bonito. Los regalos de Jez siempre lo eran.
- ¿Qué estás haciendo aquí? No puedes venir a mi camarote. Conoces las reglas.
Al oír su voz, Jez sonrió.
- Esa no es forma de recibir a tu vampiro, ¿no crees?
- Es el único recibimiento que vas a tener -dijo Shanti-. Últimamente, tengo más que suficiente con verte una vez a la semana. -Ignorándolo sin ningún disimulo, continuó revolviendo en su armario.
Él negó con la cabeza…
- Touché, cariño. Pero ¿qué ha cambiado? Antes, no tenías nunca suficiente.
Shanti frunció el entrecejo y arrojó una blusa antes de coger otra.
- Cómo te gusta engañarte -dijo.
- Oh, yo no me engaño, cariño -dijo él, colocándose detrás de ella-. Sé exactamente cuál es nuestro trato. Tú me devolviste a la vida y siempre te estaré agradecido por eso.
Shanti lo miró con el ceño fruncido mientras se ponía la blusa delante del cuerpo y se admiraba en el espejo. Estaba hermosísima, aunque fuera ella quien lo dijera. Había recobrado el color. Volvía a tener la piel tersa, como la seda.
- Sí, siempre te estaré agradecido, Shanti. Pero esto no ha sido un acuerdo unilateral, ¿verdad? Cuando el capitán te trajo de Santuario, tú eras una donante vieja y reseca, al borde del olvido. Fue un servidor quien te repuso. Entonces, eras un vejestorio, ¿recuerdas? ¡No como ahora! Ahora, no hay duda de que has recobrado tu brillo. -Shanti seguía mirando su reflejo en el espejo-. Y lo lógico sería que estuvieras un poco más agradecida por eso.
- Si es agradecimiento lo que quieres -dijo Shanti, sin volverse-, vete a buscar a esa tonta de Darcy. Ella te agradece todas las miradas que le dedicas. Aunque, por otro lado, si yo fuera un viejo trozo de madera podrida, supongo que también me sentiría así… ¡ay!
Shanti gritó cuando Jez la cogió por el brazo y se lo puso violentamente a la espalda.
- ¡No lo hagas! -le susurró al oído-. No hables de ese modo de mi hermosa Darcy. Una astilla suya vale diez de las tuyas.
Pese al dolor que sentía, Shanti se rió.
- ¡Oh, no me digas que era verdad! ¡Todo el tiempo en que yo creía que le estabas tomando el pelo! ¿Así que es auténtico amor entre vampiros? -Volvió a reírse, una risa fría y cruel-. Bien, pues buena suerte a los dos. Estoy segura de que seréis muy felices juntos.
- Sí, lo seremos -dijo él-. Es una lástima que tú no vayas a estar para verlo.
- ¿Qué?
Al oír aquello, Shanti se puso tensa. De pronto, estaba asustada. Instintivamente, intentó disimularlo, pero él lo notó.
- Las cosas están a punto de cambiar -le susurró al oído-. Esta noche, todo cambiará. A lo grande. Me marcho. Y Darcy se viene conmigo. Y también otros vampiros. Tenemos planes.
- Me alegro mucho por ti -dijo Shanti, pareciendo sacar fuerzas de flaqueza-. Bueno, pues vete, «amor mío». Lárgate a tu nuevo barco. Pero, si a ti no te importa, creo que yo voy a quedarme donde estoy.
- Oh, sí -dijo él, agarrándola firmemente por el cuello con una mano y volviéndola hacia sí con la otra-. Sí -repitió, desgarrándole la ropa para dejarle el pecho al descubierto-. Ese ha sido siempre el plan.
Darcy estaba en cubierta, con una maletita a sus pies y su abrigo de vestir favorito colocado encima de ella. Casi toda su ropa elegante se había quedado en el armario. Al final, le había parecido inútil llevarse nada aparte de unas pocas cosas. Su ropa se encontraba demasiado vinculada a su vida allí, su antigua vida. Ella estaba a punto de volver a empezar. Tendría cosas nuevas. Y bonitas. El señor Naufragio se ocuparía de que así fuera.
- ¡Darcy!
Alzó la vista y vio al capitán viniendo hacia ella. Cuando pasó junto a las velas, estas centellearon brevemente, pero enseguida volvieron a oscurecerse. El capitán parecía cansado. Últimamente, cada vez que lo veía, parecía más cansado.
- Capitán -dijo ella, temblando. Temía aquel momento.
- Ya veo que has hecho el equipaje -dijo él-. ¿Es que te vas de viaje?
Ella asintió con la cabeza, notando ya las lágrimas resbalándole por el puente de la nariz.
- Capitán -dijo, sollozando-. Usted ha sido muy bueno conmigo. Pero ha ocurrido algo, algo maravilloso. Y es hora de que me vaya.
El capitán pareció sonreírle.
- ¿Por qué lloras? Parece que este nuevo viaje te hará muy feliz.
- ¡Oh, sí! -exclamó ella, asintiendo. ¿Cómo podía haber dudado de que el capitán fuera a alegrarse por ella? Siempre la había cuidado tan bien…
- Te añoraremos, claro está -comenzó a decirle-. Ya sabes que tú eres mucho más que el mascarón de proa del barco.
Pero su susurro quedó ahogado por un grito. Luego, por un segundo. Y un tercero. Los gritos se superpusieron, una desgarradora sinfonía. Se oyeron un cuarto, quinto y sexto grito. Luego, pasos, retumbando en los tablones de cubierta.
Al darse la vuelta, vieron que la cubierta estaba atestada de personas. ¡Los donantes!
- ¡Capitán! -dijo roncamente uno, con las ropas rasgadas, el pecho descubierto y goteando sangre-. ¿Por qué ha permitido que pase esto? -Dicho aquello, el donante se desplomó, llevándose las manos a la herida.
Presas del pánico, sus compañeros lo pisaron en su avance hacia el capitán.
- ¡Nos están atacando! -gritó otro, con el rostro demudado. También tenía la camisa rasgada y salpicada de sangre. Su piel estaba tan blanca como la leche.
Se oyeron nuevos gritos y más donantes se agolparon en cubierta. Parecían recién salidos de un campo de batalla. Tenían las ropas rasgadas y heridas en el pecho. Otros signos de lucha eran los regueros de sangre que les manchaban la cara y los brazos.
- Atacando no -gritó uno de ellos-, sino masacrando. Quieren matarnos. Están tomando demasiada sangre, sin medida.
- No lo entiendo -dijo el capitán.
Mientras hablaba, los gritos de los aterrorizados donantes se hicieron más fuertes, convirtiéndose en una horrible cacofonía. Aquello estuvo acompañado de nuevos gritos. Sacando fuerzas de flaqueza, los donantes consiguieron correr hasta la borda, encaramándose a ella y asomándose al vacío.
- ¡Saltemos! -gritó uno-. ¡Es nuestra única esperanza!
- ¡No seas estúpido! -gritó otro-. ¡Te ahogarás! El capitán nos ayudará. -Miró al capitán con aire suplicante.
- Sí -gritó otro, a su lado-. El capitán siempre nos ayuda. -También él clavó sus ojos en él.
La misma Darcy miró ahora al capitán. Él los sacaría de aquella crisis, igual que los había sacado de todas las crisis anteriores.
Pero el capitán estaba paralizado y sus palabras apenas los tranquilizaron.
- ¡Dejad de hablar! Dejad de hablar ahora mismo. ¡Por favor!
Darcy presenció todo aquello cada vez más aterrorizada. Y lo que más la aterró fue descubrir que el capitán no tenía el control de la situación. Nunca lo había visto así. Él siempre estaba sereno, al mando. Ahora parecía… parecía vulnerable. No podía mirarlo.
Volviéndose, vio otro grupo de personas en cubierta. ¡Los vampiratas renegados! Tenían los ojos en llamas y los labios y colmillos manchados de la sangre que habían bebido antes de que los donantes se hubieran zafado de sus garras. No había duda de que seguían con mucha sed. Querían más sangre.
Los gritos de los donantes se tornaron más fuertes y apremiantes. Varios más se encaramaron a la borda. Uno saltó al mar. Otro cayó detrás de él, aunque era difícil saber si había sido un accidente o lo había hecho intencionadamente.
El capitán, que ahora parecía haberse recompuesto, alzó su mano enguantada y se dirigió a los renegados.
- ¡Basta! -dijo-. ¿Qué habéis hecho? ¿Qué demonios habéis hecho?
- Teníamos hambre -dijo una voz en el centro del grupo-. Nos han entrado ganas de comer algo, así que nos hemos servido nosotros mismos.
- ¿Quién me habla con tanta maldad? -dijo el capitán. Su susurro barrió la cubierta como un viento glacial-. ¿Quién se rebela contra mis reglas? ¡Que dé la cara!
Pero Darcy ya había reconocido la voz. No se sorprendió cuando vio aparecer a Jez Stukeley. Para entonces, el corazón ya se le había hecho añicos.
- ¡Tú! -dijo el capitán, claramente sorprendido-. ¿Tú, a quien yo saqué de las profundidades?
- Esto, sí, correcto -dijo Jez-, ¡sólo que se ha saltado la parte en que dijo a Connor y a sus amigotes piratas que me prendieran fuego!
- Has sobrevivido. ¿Qué importa eso ahora? -preguntó el capitán.
- Bueno, de todas formas, queda todo olvidado -dijo Jez-. Me he recuperado. Soy un tipo muy resistente.
El capitán sacudió la cabeza.
- Tú… tú has traído el horror a este barco, a esta comunidad. Te has mofado de nuestro mundo. Has sembrado el miedo y el pánico donde antes reinaba la calma. Has traicionado la fe que habíamos depositado en ti. No eres mejor que… -No terminó la frase, incapaz, según parecía, de pronunciar el nombre.
- Puede que sí haya agitado un poco el gallinero -dijo Jez-. Pero no he sido el primero. Y, como puede ver, está claro que no seré el último. ¿No es cierto, chicos?
Los otros vampiros asintieron y miraron al capitán con cara de enfado. Darcy temió que pudieran atacarlo. Notó la tenaza del miedo.
- Tenemos un mensaje para usted, capitán, mi capitán -dijo Jez-. Venga, ayudadme un poquito, ¿queréis? -Entonces, dos vampiros lo subieron a hombros-. Eso está mejor -dijo. Luego, desde aquella posición elevada, miró despreciativamente al capitán y comenzó a corear:
- ¡Necesitamos más sangre! ¡Necesitamos más sangre!
El resto del grupo se sumó a él.
- ¡Necesitamos más sangre! ¡Necesitamos más sangre! ¡Necesitamos…!
El coro de voces era lo más horrible que Darcy había oído jamás. Crepitaba como el fuego. El apretado grupo de vampiros era como una horrible criatura que echaba fuego por la boca, siendo Jez -no, ahora debía pensar en él únicamente como en Stukeley-, siendo Stukeley sus ojos y lengua.
No toda la tripulación se había sumado a la revuelta, ni mucho menos, pero allí debía de haber unos treinta vampiros o más. Hasta entonces, la mayor rebelión a bordo del barco había estado instigada por solo tres vampiros. Esto era algo completamente distinto. Darcy miró a Stukeley mientras repetía la consigna. Recordó haber creído, horas antes, que aquella iba a ser la noche en que todo cambiaría. Había acertado, pero no como ella esperaba. Ahora, sus absurdos sueños estaban hechos pedazos. Aquella no era una noche mágica, era un noche aciaga. Mientras reflexionaba sobre aquel cambio catastrófico e inesperado, Stukeley la miró y le sonrió. Ella apartó los ojos, sintiendo una profunda repugnancia.
- ¡Necesitamos más sangre! ¡Necesitamos más sangre! ¡Necesitamos más…! -siguieron coreando los vampiros.
- ¡Basta! -dijo el capitán-. ¡Basta! Nadie va a tomar más sangre en este barco. No hasta el próximo Festín.
- Perfecto -dijo Jez, en tono contemporizador-. Entonces, creo que vamos a irnos. Me parece que estamos un poco aburridos, para serle sincero. Lo digo sin ánimo de ofender.
- Ya conocéis las reglas -susurró el capitán, frío como el hielo-. O me obedecéis o…
- ¿O qué? -gritó otra voz, surgiendo de las aguas. El capitán se volvió. Darcy se volvió. Los donantes debilitados y aterrados que se aferraban a la borda se volvieron. El grupo de vampiros rebeldes ávidos de sangre se volvió.
Todos vieron lo mismo. Un barco, navegando junto al Nocturno. Otro galeón. Y en cubierta, más alto y orgulloso que nunca, un rostro de su pasado. Un rostro de todos sus pasados y ahora, quizá, también de su futuro.
Sidorio.
Saludó al capitán con la mano.
Este se quedó mirándolo.
- Creía que te habías ido para siempre.
Sidorio sonrió, enseñando los dientes.
- Vamos a ahorrarnos tiempo, ¿te parece? Tú no vas a destruirme nunca, así que más te vale dejar de intentarlo y acostumbrarte a mi presencia.
- Jamás -dijo el capitán-. Mientras me quede un hálito de vida, no me detendré ante nada para eliminarte.
Darcy sonrió. Volvía a haber fuerza en el susurro del capitán.
Sidorio se encogió de hombros.
- Me parece que a alguien no le gusta perder -gritó.
Stukeley se rió. Y su risa resultó ser contagiosa. Darcy se tapó los oídos. Oírlos reírse a costa del capitán, después de todo lo que él había hecho por ellos, era insoportable.
- ¡Buen trabajo, Stukeley! -gritó Sidorio-. ¡Sabía que eras el hombre ideal para esta tarea! ¡Eres un endiablado seductor! Bien, no perdamos más tiempo. Ya hace demasiado que esperáis. Venid, amigos. ¡Venid conmigo! Vuestro nuevo barco os espera. Claro que sólo es temporal. ¡Pronto nos haremos con otro más grande!
Mientras hablaba, les hizo señas para que se unieran a él. Stukeley fue el primero. Se encaramó a la borda y saltó, elevándose en el aire nocturno y dando una voltereta antes de caer junto al capitán renegado.
- ¿Habéis visto eso? -gritó Sidorio a los demás-. ¡Vosotros también podéis hacerlo! Todos y cada uno de vosotros. Venga, probadlo. ¡No conocéis el verdadero alcance de vuestras facultades! -Señaló al capitán-. Él os ha privado de sangre, os ha mantenido débiles como perros de compañía, cuando deberíais correr libremente como lobos. Ahora, vosotros vais a descubrir lo que yo ya he descubierto. Que, cuanta más sangre tomamos, más fuertes nos hacemos. ¡Las cosas que nos han obligado a rechazar son precisamente las que debemos cultivar!
- No -dijo el capitán-. No, son todo mentiras. ¡Ya lo veréis! -Su capa emitió fugaces destellos de luz.
- ¿A quién creéis? -preguntó Sidorio-. ¿Al que se esconde tras la máscara; al que se refugia en su camarote; al que susurra como un niño asustado? ¿O a mí?
Con aquello, los vampiros renegados se encaramaron a la borda y comenzaron a lanzarse al vacío.
- ¡Eso es! -gritó Sidorio, claramente encantado-. ¡Eso es! ¡Y esto es sólo el principio!
Darcy miró al capitán, esperando que hiciera algo para detener aquello. Parecía paralizado. Ahora no había luz en su capa. Horrorizada, vio cómo iban saltando del barco todos los rebeldes.
Hasta que sólo quedaron en cubierta ella y el capitán. Sólo ellos y los donantes aferrados a la borda, aún paralizados de miedo.
A bordo del otro galeón sin nombre, los rebeldes estaban excitadísimos. Stukeley se abrió paso entre ellos y le gritó desde la borda:
- Entonces, ¿no vienes, Darcy? ¿No vas a unirte a nosotros?
Ella negó con la cabeza. Esta vez, no lloraba. No iba a dejar que la viera llorar.
- ¿Estás segura? -gritó él-. ¡Podríamos tener un hermoso futuro, tú y yo!
- ¿Hermoso? ¡Tú no conoces el significado de esa palabra! -gritó ella, enfadada.
A bordo del barco rebelde, se estaban riendo de ella.
- No le hagas caso -oyó que gritaba a Stukeley un vampiro-. ¡No es más que un pedazo de madera!
- Sí -gritó otro-. ¡Si tienes debilidad por los restos de naufragios, el mar está lleno!
Darcy ya había tenido suficiente. No estaba dispuesta a quedarse allí aguantando aquellos insultos. Miró al capitán, pero él parecía demasiado aturdido para hablar. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho.
Cuando miró detrás de ella, vio más vampiratas saliendo a cubierta. Lo primero que pensó fue que la rebelión iba a continuar, pero la animó ver que aquellos compañeros de tripulación estaban tan sorprendidos y desconcertados como ella. Tenían la mirada transparente y no daban muestras de haber tomado sangre aquella noche.
- ¿Qué ha pasado aquí? -preguntó uno.
Darcy miró al capitán, esperando que tranquilizara a la tripulación, como hacía siempre. Pero él parecía haberse quedado sin habla. Permaneció quieto, como una estatua, mirando el otro barco. Instados por Sidorio, los vampiratas renegados les gritaron insultos mientras se alejaban.
Al volverse, Darcy vio que la cubierta del Nocturno volvía a estar atestada de gente. La llegada de más vampiratas había aterrorizado claramente a los donantes, que seguían aferrados a la borda. Pero el peligro había pasado.
- No pasa nada -gritó, mirando a donantes y vampiros-. No pasa nada. Acabamos de asistir a una escena terrible en cubierta y parte de la tripulación nos ha abandonado. Pero estamos mejor sin ellos.
Vio que la multitud asentía.
- Muy bien -dijo-. Regresemos a nuestros camarotes. -Se dirigió a los donantes-. Venga, dejad de agarraros a la borda. Nadie os va a hacer daño. Estáis totalmente a salvo.
Vio, con cierta sorpresa, que los donantes comenzaban a obedecer sus instrucciones. Los vampiros que se habían quedado los ayudaron y les brindaron consuelo.
Al final, sólo quedaron en cubierta Darcy y el capitán. Él se había retraído y seguía mirando el mar, aunque la noche ya se había tragado el barco de Sidorio. Darcy lo cogió del brazo.
- ¿Lo he hecho bien, capitán? -preguntó-. ¿Les he dicho lo correcto?
Él tardó un rato en hablar.
- Sí, Darcy. Gracias.
- ¿Por qué no ha hecho nada? -preguntó ella-. Para intentar detenerlos.
Hubo un momento de silencio. Luego, el capitán bajó la cabeza todavía más y habló tan bajo que ella apenas lo oyó.
- Lo he intentado, Darcy. -Su susurro era cada vez más débil-. Lo he intentado, pero no tenía fuerzas.
- Pero usted… -Darcy se había quedado casi sin habla-. Usted nunca nos falla.
- Me estoy debilitando, Darcy. -Le habló con voz ausente-. No sé cuánto tiempo me queda.
- ¡No! -exclamó ella-. Le ayudaré. Tan sólo dígame qué debo hacer.
- No lo sé -respondió él-. Esta vez no tengo las respuestas.
Horrorizada, Darcy lo vio caer de rodillas y desplomarse en cubierta, con la capa extendida a su alrededor. Hubo un fugaz destello de luz en ella. Luego, oscuridad.
- Se acabó -susurró él-. Se acabó.
Aterrorizada, Darcy miró las velas. También ellas se habían quedado totalmente sin luz.


43
Regreso a la Academia de Piratas
El sol se estaba poniendo en un cielo rojo como la sangre cuando Connor se aproximó al arco de piedra construido en el agua que señalaba la entrada de la Academia de Piratas. Las grandes antorchas que lo flaqueaban ya estaban encendidas, lamiendo la piedra con sus llamas e iluminando el lema de la Academia:
Abundancia y saciedad, placer y comodidad, poder y libertad.
Hacía sólo un par de meses, Connor había cruzado el arco por vez primera y preguntado a Cheng Li el significado de «saciedad». «Coger todo lo que quieres y, luego, también todo lo demás», le había dicho ella, sonriendo. Recordando aquel momento, le pareció que de aquello hacía una eternidad. Entonces, él era un niño, ilusionado con lo que la Academia pudiera ofrecerle. Durante el tiempo que había pasado en ella, los profesores, sobre todo el director, lo habían halagado, haciéndole creer que le esperaba un brillante porvenir como pirata. Ahora, esos sueños estaban hechos pedazos. Muchas cosas habían cambiado. Fuera y dentro de él.
Qué vida tan feliz prometía el lema a los piratas, una vida de riquezas y placeres infinitos, pero también de poder y libertad. Todo sonaba estupendo en abstracto, pero lo que el lema olvidaba decirte era el precio que debías pagar. Oh, sí, todas esas riquezas podían ser tuyas, si eras capaz de resignarte a matar. No, no sólo resignarte, sino aprender a hacerlo de buen grado. Matar. Matar. Matar. Una vez, y otra, y otra.
El cielo carmesí le recordó la sangre que había visto brotar de la herida de su víctima. «No pienses en eso», se dijo, cerrando los ojos. Pero, como de costumbre, aquello sólo empeoró las cosas. En su mente, veía la escena con más claridad todavía, como si se tratara de una película que empezara a proyectarse en cuanto él cerraba los ojos, continuamente. Volvió a abrirlos, agradecido de ver que el sol estaba poniéndose con rapidez y la oscuridad empezaba a diluir las tonalidades rojas del cielo.
Siguió aproximándose a tierra, mirando la colina por la que se diseminaban los edificios de la Academia. La luz de las ventanas contrastaba con la oscuridad del cielo, y Connor vio las siluetas de los alumnos y profesores moviéndose en su interior, yendo a cenar y regresando a las aulas, sin duda, para hacer la última clase del día. Decidió esperar un poco antes de echar amarras y cruzar los jardines por los que se accedía a la Academia. Esperar hasta que sonara la última campanada del día y los fatigados alumnos se retiraran a sus dormitorios para pasar la noche.
Mientras se aproximaba al muelle, buscando un lugar donde esperar al amparo de los sauces, lo asaltaron recuerdos de su breve estancia en la Academia de Piratas. Recordó su primer encuentro con el comodoro Kuo y la primera vez que vio las espadas expuestas en la Rotonda, o «Pulpo», como la habían apodado los alumnos. Pensó en su propio estoque, oxidándose ahora en el fondo del mar. Con su mala suerte, habría probablemente ensartado a un delfín mientras se hundía. Recordó las clases: taller de Combate y FRS, el circuito que corrían todas las mañanas con el capitán Platonov. El crujido de la gravilla bajo sus pies y el sabor a sal del aire matutino. Su sensación de pertenecer al grupo mientras corría por los dominios de la Academia, con Jacoby y Jasmine a su lado. Jacoby Blunt, su nuevo mejor amigo… o eso había creído él. Pero Jacoby lo había traicionado, alentado por el director. Recordó el combate de exhibición que habían librado en la Laguna de la Muerte, donde Jacoby había intentado herirlo. A la hora de la verdad, Jacoby se había venido abajo. Connor se preguntó si aquello no habría decidido su destino en la Academia. La Federación de Piratas no estaba buscando protegidos que se vinieran abajo.
Había sido una época extraña y confusa para él, pero, aunque las cosas no hubieran acabado bien, Connor no podía evitar seguir sintiendo un cierto entusiasmo en aquel lugar. La energía y el optimismo que se respiraban en el ambiente eran tan tangibles que casi se podían tocar, sostenerse en las manos como las abundantes granadas que maduraban en el fértil suelo de la Academia. Los niños llegaban allí soñando con ser grandes piratas. Niños como los alumnos de la clase de nudos impartida por la capitana Quivers, que habían mirado a Connor y Grace con los ojos como platos, bombardeándolos con preguntas sobre cómo era navegar en un barco pirata auténtico. En ese momento, él había hablado con entusiasmo de la vida a bordo del Diablo. Ahora, puede que respondiera a sus preguntas de un modo muy distinto. «Olvidaos de vuestros nudos y vuestras habilidades para navegar -diría-. Olvidaos de sutilezas como elegir un nombre para vuestro barco y bordar vuestra versión de la bandera pirata. Centraos sólo en una pregunta: ¿estáis dispuestos a matar? Eso es, en verdad, a lo que se reduce todo.» Pensándolo bien, esta vez no sería buena idea colarse en la clase de nudos de la capitana Quivers para compartir con sus alumnos lo que acababa de descubrir.
De repente, Connor oyó voces, risas. Instantáneamente, se agachó para esconderse; luego, se levantó con cautela para poder mirar por la borda. Entre las ramas de los sauces, los farolillos alumbraron dos figuras, corriendo hacia la orilla del agua. Cuando se detuvieron, a Connor le dio un vuelco el corazón. Eran Jacoby Blunt y Jasmine Peacock. ¡Precisamente! No debían verlo. Volvió a agacharse, esperando que siguieran su camino. Ellos se quedaron callados un momento y lo único que él oyó fue un extraño frufrú. Luego, más risas. Y después, un claro chapoteo, seguido de un grito.
- ¡Lo he hecho! ¡Ahora te toca a ti! -Era la voz de Jacoby. No había duda. Estaba en el agua, al parecer, alarmantemente cerca del esquife de Connor-. Venga, Jasmine. ¡Una apuesta es una apuesta!
- ¿Está fría? -Connor reconoció la voz de Jasmine y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echar un vistazo a la muchacha más bonita de la Academia de Piratas.
- Está rica en cuanto te has movido un poco -gritó Jacoby mientras seguía chapoteando.
- Vale. ¡Allá vooooooy!
Otro chapoteo; luego, un chillido seguido de más risas.
- ¡Eres un mentiroso, Jacoby Blunt! ¡Está congelada!
- Entonces, ven a nadar. Enseguida entrarás en calor.
A Connor le estaba palpitando el corazón. «No nadéis en esta dirección -les ordenó-. Nadad mar adentro.»
- ¡Te echo una carrera hasta los sauces! -gritó Jacoby.
¡Estupendo! ¡Francamente estupendo! Ahora, sólo era cuestión de tiempo. Connor se quedó agachado, decidiendo qué hacer. No tenía tiempo de trasladarse a otro punto del embarcadero. Cualquier movimiento sólo los alertaría con más rapidez de su presencia. El mejor plan que se le ocurrió fue seguir agachado, intentando que él y el esquife se movieran lo menos posible. De ese modo, había una posibilidad, aunque remota, de que pasaran de largo, felices en la ignorancia.
- ¡Sííí! ¡He ganado! -oyó gritar a Jacoby. Debía de haber llegado a los sauces.
- ¡No es justo! Has empezado a nadar antes de que yo estuviera preparada.
- ¡Oh, Jasmine, qué excusa tan patética!
- ¡La revancha! A ver quién llega primero al embarcadero.
«¡Sí!» Connor podría haber dado un puñetazo al aire.
- ¡Espera un minuto! ¿Es eso un barco?
- Eso parece.
- ¿Qué hace aquí? Aquí no hay amarras.
Antes de darse cuenta, Connor estaba viendo los anchos hombros y la expresión de curiosidad de Jacoby Blunt, asomando por la borda. Se quedó agachado, sin saber muy bien qué hacer, mientras Jacoby terminaba de encaramarse al esquife y caía, empapado, encima de él.
- ¿Quééé?-exclamó Jacoby, desconcertado.
Connor se lo quitó de encima.
- ¡Connor!
- Hola, Jacoby.
- ¿Qué estás haciendo aquí? Eres la última persona que esperaba…
De pronto, Connor advirtió que Jacoby estaba completamente desnudo. Volvió la cabeza.
- ¿Podrías…? -Azorado, comenzó a agitar las manos-. ¿Podrías?
- ¿Qué? ¡Ah, sí! -Al caer en la cuenta, Jacoby miró a su alrededor en busca de algo con que cubrir sus vergüenzas-. ¿Tienes, esto, alguna cosa?
Sin mirarlo, Connor rebuscó por el fondo del esquife y encontró una bandera de repuesto. Se la dio.
- Gracias -dijo Jacoby, enrollándosela en la cintura-. Ya está. Todo despejado.
Abriendo los ojos, Connor respiró al ver que Jacoby se había enrollado la bandera alrededor del cuerpo como un sarong.
- ¡Connor! -dijo Jasmine, asomándose al esquife. Connor supuso que también ella debía de estar desnuda por el modo en que procuraba mantenerse sumergida.
- Hola, Jasmine -dijo-. Casi a regañadientes, sonrió-. Y dime, ¿cuándo habéis empezado a bañaros desnudos?
- Oh, sabes, es sólo… -Jasmine se ruborizó.
- ¡Era una apuesta! -anunció Jacoby-. Ha dicho que lo haría si lo hacía yo.
- Ya veo -dijo Connor.
- Y dime -dijo cordialmente Jacoby, sentándose en el esquife-. ¿Qué te trae de vuelta a la Academia, socio?
«¿Socio?» ¿Acaso no se acordaba de cómo se habían despedido? ¿O es que nunca se cansaba de ser cordial? Connor no estaba seguro.
- Sí, Connor -dijo Jasmine-. Creíamos que ya no volveríamos a verte. No aquí, al menos.
- Tenía que volver -adujo él-. Tengo que hablar de una cosa con Cheng Li. -Suspiró.
- Parece grave -observó Jasmine.
- Sí -dijo Jacoby-. Sin ánimo de ofender, tienes bastante mala pinta, amigo mío.
Connor bajó la cabeza. Verlos sólo servía para recordarle cuan complicada se había tornado su vida.
- Las cosas no me han ido bien -dijo.
- ¿Qué pasa? -preguntó Jacoby.
- El caso es que -dijo Connor- no estoy seguro de poder confiar en ti.
Jacoby lo entendía.
- Lo sé. Lo sé. Después de lo que pasó, es lógico que te sientas así. Pero yo era tu amigo, Connor. Sé que te defraudé, pero yo era tu amigo y, como te dije antes de que te marcharas, haría lo que fuera para arreglar las cosas.
Connor lo miró a los ojos, sopesando su decisión. Jacoby parecía tan inocente como un cachorrito. Costaba creer que hubiera en él una sola pizca de maldad. Aun así, había hecho el trabajo sucio del director.
- Habla en serio -dijo Jasmine, mirando a Connor con sus cautivadores ojos-. Se pasa el día diciendo cuánto lamenta lo que hizo. Que haría lo que fuera para recobrar tu confianza.
Connor miró a Jacoby y se decidió.
- Está bien -dijo-. Necesito que me ayudéis. Pero no quiero entrar en detalles. No aún. Sólo necesito llegar a las habitaciones de Cheng Li. Pero nadie más debe saber que estoy aquí. ¿Lo entendéis?
Jacoby asintió.
- Eso es tan sencillo que ni siquiera necesitamos pensar un plan. -Sonrió-. En serio, Connor. Esto ni siquiera cuenta como favor. Te llevaremos allí ahora mismo. Sólo deja que nos tapemos un poco.
- Es la mejor idea que has tenido -dijo Connor, riéndose-. Tus abdominales me están acomplejando muchísimo.
En cuanto Jacoby y Jasmine se hubieron secado y vestido, los tres comenzaron a subir la colina por la que se diseminaban los numerosos edificios de la Academia. Jacoby iba en cabeza, con Connor ocultándose entre las sombras y Jasmine cubriendo la retaguardia.
- ¡Cuidado! -susurró Jacoby-. La capitana Quivers a la derecha.
- ¡Jacoby! -exclamó la inconfundible voz cristalina de Lisabeth Quivers.
- ¿Qué hay? -gritó él jovialmente, empujando a Connor para que se ocultara en un rododendro próximo y cogiendo a Jasmine de la mano.
- Ah, Jasmine. ¿Qué hacéis aquí los dos?
- Vaya, capitana Quivers -dijo Jacoby-. Por como lo dice, parece que tenga que haber algo malo en pasear con una chica encantadora por estos hermosos jardines en esta noche tan preciosa.
La capitana Quivers se rió alegremente.
- No tiene nada de malo. En absoluto -dijo.
- ¿Y usted? -insistió Jacoby, alejándola del rododendro.
- ¿Yo? Yo siempre doy un paseo después de cenar para favorecer la peristalsis intestinal -contestó ella.
Jacoby sonrió.
- No tengo ni idea de qué significa -confesó-. Pero suena genial.
- Significa tránsito intestinal -aclaró la capitana Quivers-. Es una lástima que nuestro programa de estudios no incluya el griego. Siempre me ha parecido bastante útil. -Suspiró-. En fin, os dejaré para que sigáis paseando. Pareces mojada, Jasmine. ¿Ha caído, quizá, un chaparrón aislado en el muelle? -Asintiendo levemente y dirigiéndoles una enigmática sonrisa, la excéntrica profesora continuó alegremente su camino.
Cuando estuvo lejos, Connor corrió para alcanzar a Jacoby y Jasmine.
- Creo que ahora ya está todo despejado -dijo Jacoby-. Pero te acompañaremos hasta las habitaciones de la señorita Li, sólo por si acaso.
Al amparo de la oscuridad, dejaron el sendero de gravilla y cruzaron por los cuidados jardines hasta el edificio que albergaba las habitaciones de Cheng Li.
Las luces estaban encendidas y la vieron trabajando en su escritorio, delante de la ventana. Estaba concentrada en algo, escribiendo furiosamente con su inconfundible pluma.
- ¡Misión cumplida! -dijo Jacoby a Connor, poniéndole la mano en el hombro.
- ¡Buena suerte! -dijo Jasmine. Su roce fue tan liviano como el de una mariposa, pero él lo notó en todo el cuerpo. Era una suerte que sólo estuviera de visita. De lo contrario, las cosas podían complicarse.
- Vamos a dejarte solo -dijo Jacoby, alejándose ya-. Pero, si necesitas algo…
- Sí. -Connor asintió, con los ojos clavados en la ventana de Cheng Li.
- Me ha gustado volver a verte, Connor -dijo Jasmine, dándose la vuelta y siguiendo a Jacoby-. ¡Cuídate!
Connor se quedó allí un momento, observando a Cheng Li, preguntándose si, después de todo, aquello era buena idea. Luego, dio un paso y llamó a la ventana, alzando la vista. Cheng Li, cuya expresión jamás dejaba traslucir nada, no manifestó ni temor ni sorpresa. En vez de eso, sonrió, dejó su pluma y, con un rápido movimiento de los dedos, le indicó que entrara.


44
Postración
- ¡Déjenme entrar! ¡Déjenme entrar! Por favor, se lo suplico, ¡déjenme entrar!
La joven se lanzó contra las puertas mientras sus gritos se transformaban en sollozos.
- ¿Quién es usted? -preguntó el guardián.
- Soy Darcy Pecios -dijo ella-. Vengo del Nocturno. El capitán… el capitán se ha desplomado. Necesita la ayuda de Mosh Zu Kamal.
Cuando el guardián abrió las puertas, Darcy se echó a correr, pasando junto a él sin siquiera detenerse y entrando en el patio, donde chocó con un joven que llevaba una carretilla. Ambos cayeron al suelo junto con la carretilla, la cual iba cargada con cestas que salieron rodando por el patio.
- ¿Estás bien? -preguntó Olivier, ayudando a Darcy a levantarse.
- ¡No! -gritó ella-. ¡No, no estoy bien! Necesito tu ayuda. ¡Necesito la ayuda de Mosh Zu Kamal!
- Está bien -dijo Olivier-. Has venido al lugar indicado. -Viendo la premura en sus ojos, soltó la carretilla-. ¡Ven conmigo! -dijo, cogiéndola de la mano y volviéndose para gritar al guardián-: Luka, por favor, llévate la carretilla, recoge las bayas que puedas y ensilla dos mulas. ¡Lo antes posible!
Luka asintió, poniéndose inmediatamente manos a la obra, mientras Olivier se alejaba corriendo con Darcy.
- Ya he estado aquí, hace mucho tiempo -dijo Darcy cuando dejaron de correr al llegar al pasillo y se dirigieron a buen paso a las habitaciones de Mosh Zu.
Olivier meditó unos instantes.
- ¿Y desde entonces viajas a bordo del Nocturno?
- Sí -respondió ella-. El capitán ha sido tan bueno conmigo… Tan bueno con todos nosotros… No puedo ni pensar…
- Intenta mantener la calma -le aconsejó Olivier-. Necesitas explicar a Mosh Zu qué ha pasado. Mira, sus habitaciones están justo ahí.
La puerta estaba entreabierta y, después de llamar, Olivier la abrió del todo. Vio que Mosh Zu y Grace estaban al principio, o quizá al final, de una meditación. Los dos se levantaron cuando ellos entraron.
- Siento interrumpir -dijo Olivier.
- No te preocupes. -Mosh Zu fue hacia ellos-. Darcy Pecios. -Le sonrió afectuosamente-. Bienvenida otra vez a Santuario.
- ¡Darcy! -exclamó Grace. Corrió a abrazar a su amiga-. ¡Qué alegría verte!
- ¡Oh, Grace, yo también me alegro de verte! -Miró a Mosh Zu-. ¡Y a usted también, señor Kamal, por supuesto! Pero no estoy aquí en visita de placer. Traigo malas noticias. ¡Malísimas noticias!
- Siéntate -dijo Mosh Zu, ayudando a Darcy a tomar asiento-. ¿Has subido la montaña tú sola?
Darcy asintió.
- Tenía que hacerlo. ¡Tenía que hacerlo! El capitán no podía. Oh, es horrible. ¡Horrible!
- ¿Te traemos una infusión? -preguntó Mosh Zu-. ¿Algo para reponerte de la caminata?
Darcy sacudió la cabeza. Parecía a punto de deshacerse otra vez en lágrimas, pero consiguió contenerse.
- Debo contarle lo que ha sucedido -dijo.
- Sí -dijo Mosh Zu-. A tu ritmo.
- Ha habido una rebelión a bordo del Nocturno. Esta vez no sólo se han rebelado uno o dos vampiratas. Han sido más, muchos más. Treinta, al menos. Fue Sidorio quien se encargó de urdirlo todo. Envió al barco a uno de sus… uno de sus alféreces, supongo. Jez… Stukeley.
Ante aquel nombre, Darcy y Grace se miraron. Grace supo de inmediato cuan profundo era el dolor de su amiga.
- Vino al barco y suplicó al capitán que lo ayudara. Él lo acogió y nosotros creímos que Jez era… bueno, una buena persona. Era encantador. A mí me engañó. ¡Qué estúpida he sido! Parece que, desde que llegó, se dedicó a hablar con otros miembros de la tripulación, averiguando qué vampiros eran más proclives a rebelarse, sembrando el descontento en sus mentes débiles, hablándoles de otro barco donde las cosas iban a ser distintas.
Mosh Zu negó tristemente con la cabeza.
- Temía que este día fuera a llegar. Pero no esperaba que fuera tan pronto. -Grace se estremeció. Si la amenaza había cogido por sorpresa tanto al capitán como a Mosh Zu, no cabía duda de que debía de ser seria.
- Las cosas han llegado a un punto crítico esta noche -continuó Darcy-. Jez… perdón, Stukeley, Stukeley ha matado a su donante, Shanti…
- ¿Shanti está muerta? -Grace se quedó consternada. Ella y la donante no se podían ver, pero, aún así, era terrible pensar que había muerto.
- Asesinada por su sangre. Y otros veinte donantes, masacrados por los vampiros con quienes formaban pareja. Otros han huido con graves heridas. Han subido a cubierta. Yo estaba allí con el capitán. Al principio, no lo entendíamos. Ha sido horrible. Luego, han subido los vampiratas, los que Stukeley había reclutado. Se notaba que habían tomado demasiada sangre. Han dicho cosas crueles y horribles al capitán-. Respiró hondo-. Y entonces, ha aparecido otro barco junto al nuestro…
- ¡Sidorio! -exclamó Grace.
- Sí. -Darcy asintió-. Sidorio, el teniente expulsado. Les ha gritado que se unan a él. Y ellos lo han hecho, saltando por la borda, como si él los hubiera hipnotizado o algo parecido. Ha sido una de las peores cosas que he visto en mi larga existencia, y he visto muchas.
- ¿Y el capitán? -preguntó Mosh Zu.
- Eso es lo peor de todo -respondió Darcy-. Yo pensaba que el capitán se haría con el control. Pero ha sido como si lo hubieran herido, muy hondo. Parece tan débil… Se ha desplomado. Apenas ha dicho una palabra desde entonces. Me ha pedido que trajera el barco hasta aquí…
- ¿Lo has traído tú? -preguntó Grace.
Darcy asintió. Grace se sintió inmensamente orgullosa de su amiga e incluso más preocupada por el capitán.
- Él me ha guiado, pero, cuando hemos llegado, estaba demasiado débil para subir hasta aquí.
- Los otros vampiratas -dijo Mosh Zu-, los que se han quedado en el barco. ¿Hay alguna posibilidad de que también ellos se rebelen? ¿De que intenten hacer daño al capitán?
Darcy negó con la cabeza.
- No -dijo-. No, lo están cuidando. Lo adoran. Todos los adoramos. Los rebeldes se han ido. Ahora, será un barco mejor. Ojalá… ojalá puedan ayudarlo.
- Sí -dijo Mosh Zu-. Por supuesto que lo haremos. -Se volvió-. Olivier, ve a buscar a Dani y traed al capitán. ¡Ensillad las mulas!
- Ya están ensilladas -dijo él, dándose la vuelta y marchándose a todo correr.
Habiéndoles informado, hecho su trabajo, Darcy volvió a hundirse en la silla, totalmente exhausta. Grace se acercó para sostenerla. El agotamiento la había dejado sin fuerzas.
- Darcy Pecios -dijo Mosh Zu-. Esta noche has sido una auténtica heroína.
- Sólo he hecho lo que tenía que hacer -adujo ella.
Mosh Zu la miró fijamente.
- Has hecho más que eso, Darcy. Puede que hayas salvado al capitán de morir definitivamente. ¡Gracias! -Miró a Grace-. Creo que Darcy debería descansar. ¿Querrías conducirla a su habitación para que se instale? Seguramente, también le irá bien tomar infusión de bayas esta noche.
- No hay problema -accedió complacida Grace.
- Gracias, Grace. Voy a preparar la cámara de sanación para el capitán. Es posible que tengamos que actuar con mucha rapidez cuando lo traigan. En cuanto hayas instalado a Darcy, vuelve aquí si eres tan amable. Agradeceré tu ayuda.
- Sí -dijo Grace, moviendo afirmativamente la cabeza. Luego, cogió a Darcy de la mano--. Venga -añadió-. Vamos a llevarte a un sitio donde puedas descansar.
Cuando Grace regresó a las habitaciones de Mosh Zu, lo encontró ocupado en la cámara de sanación, encendiendo velas y esparciendo hierbas aromáticas por los bordes.
- ¿Cómo está Darcy? -le preguntó cuando ella entró.
- Se ha dormido -respondió Grace-. Le he dado un poco de infusión y hemos hablado un rato. Después, se ha quedado dormida enseguida.
- Bien -dijo Mosh Zu-. Es lo que necesita después del calvario que ha pasado.
- Lo ha hecho muy bien esta noche, ¿verdad? -dijo Grace.
Mosh Zu asintió.
- Creo que se ha sorprendido a sí misma -dijo-. Pero no a mí.
- Ni a mí -dijo Grace-. Siempre he sabido de qué madera estaba hecha.
Miró a su alrededor, fijándose en la larga mesa donde el capitán iba a yacer mientras Mosh Zu hacía un diagnóstico. De pronto, sintió pánico.
- ¿Cree que puede salvarlo? -preguntó.
- Debo ser honesto contigo -respondió Mosh Zu-. No lo sé. No sabré a qué me enfrento hasta que lo vea.
Grace se estremeció.
- Usted dijo que el capitán corría peligro. Dijo que se avecinaba una nueva era y que él tenía que fortalecerse para afrontarla.
- Sí -dijo Mosh Zu-. Pero ni tan siquiera yo había previsto que las cosas iban a cambiar con tanta rapidez.
Terminados los preparativos, salieron a la sala de meditación.
En ese momento, oyeron ruidos en el pasillo.
- ¿Son ellos? -preguntó Grace-. ¿Ya han vuelto?
Salieron al pasillo y vieron a Olivier, seguido de tres ayudantes que cargaban con el capitán. Grace apenas pudo mirarlo. El mero hecho de ver su cuerpo sin fuerzas, envuelto en la capa y apoyándose en sus acompañantes, la aterrorizó. Parecía tan débil… Tan próximo al final…
- Buen trabajo -dijo Mosh Zu-. Llevadlo a la cámara de sanación.
Grace vio cómo se lo llevaban y se quedó un momento en el pasillo. Fue entonces cuando oyó una campana. Era un sonido apenas audible, pero, cuando puso atención, se tornó cada vez más claro. Era la campanilla de Lorcan, la que estaba en su mesilla por si necesitaba ayuda.
Miró a Mosh Zu.
- No te preocupes, Grace. Mira a ver qué quiere e infórmame. -Ella movió afirmativamente la cabeza y se fue-. ¡Espera! -le gritó Mosh Zu, induciéndola a pararse en seco-. Una cosa, Grace. Ocurra lo que le ocurra, no le cuentes lo del capitán, ¿comprendes?
Ella asintió. Luego, se volvió y echó a correr. El sonido de la campana se estaba tornando cada vez más insistente. ¿En qué nuevo apuro se hallaba Lorcan? ¿Había presentido el caos que estaba sucediendo en el piso superior? ¿Se había ahondado de algún modo su herida? No soportaba la idea de verlo sufrir más. Pero tenía que apartar aquella clase de pensamientos. Apretó los dientes y siguió corriendo.
Pasó junto a la sala recreativa. ¿Estaba Johnny dentro? Reparó en que el tablero de ajedrez estaba listo para una partida, pero no vio ni rastro del vaquero. No tenía tiempo para entrar a comprobarlo.
La campanilla volvió a sonar. Tenía que ir junto a Lorcan, salvarlo, fuera cual fuera su nueva aflicción.
Por fin, llegó a su puerta y la abrió.
- ¡Lorcan! He venido tan rápido como he podido. Soy yo, Grace.
Lorcan estaba sentado en la cama. Cuando ella entró, soltó la campanilla, que cayó en las sábanas, junto a su venda.
- Te veo, Grace -dijo, sonriendo-. Te veo perfectamente.
- ¿De veras? -Grace no podía dar crédito a sus oídos.
- ¡Cómo te ha crecido el pelo desde la última vez que te eché un buen vistazo! ¡Estás guapísima!
- Oh, Lorcan -dijo ella, corriendo a abrazarlo-. ¡Me ves! ¡Me ves!
- Sí -dijo él, cogiéndole la mano-. Y ahora, creo que por fin entiendo esa vieja expresión: «Dichosos los ojos que te ven».


45
La mentora
Connor entró en la habitación de Cheng Li y se alejó inmediatamente de la luz.
- ¿Puedes cerrar las persianas? -preguntó-. No quiero que me vean.
Sin vacilar, Cheng Li bajó las persianas.
- También puedo atenuar las luces, si lo crees necesario -dijo.
- Es sólo que no quiero que nadie sepa que estoy aquí -aclaró él.
- Intentaré no tomármelo como algo personal -dijo ella, mirándolo atentamente-. Debo decir que eres la última persona que esperaba ver entrando en mi estudio esta noche.
Connor le devolvió la mirada, recordando la última vez que la vio, poco después de su combate con Jacoby en la Laguna de la Muerte. Se había enfadado con ella. Se había sentido traicionado. Ella y el comodoro Kuo habían jugado con él, con sus ambiciones y emociones. Recordó las palabras que ella había dicho entonces: «Es posible que en este momento no te caiga muy simpática, pero hay cosas que tú no comprendes».
- ¿En qué estás pensando?-le preguntó.
- En la última vez que nos vimos -respondió él.
Ella asintió con la cabeza.
- En ese momento estabas enfadado conmigo, Connor -dijo, con naturalidad-. Dime, ¿sigues estándolo?
Él sacudió la cabeza.
- No, contigo no. -Era cierto. Por algún motivo, el hecho de que ella lo hubiera traicionado o no tenía ahora poca importancia.
- Bien -dijo Cheng Li-. Pero, sólo para que conste, no había ninguna confabulación para dejarte lisiado. Lo único que hicimos fue poner a prueba tu aptitud para el combate, averiguar de qué madera estabas hecho. El comodoro creyó, lo sigue creyendo, de hecho, que serías un gran fichaje para la Federación de Piratas.
- Sí -dijo él-. Ahora lo veo. -Eso no significaba que le gustara en lo más mínimo, pero sabía que Cheng Li decía la verdad.
- Y lo cierto es que averiguamos de qué madera estabas hecho -continuó Cheng Li-. Tú no sólo demostraste tener grandes aptitudes para el combate. También diste fe de la importancia que tienen para ti la lealtad y la honestidad. -Sonrió-. En cierto modo, la lección nos la diste tú a nosotros.
Connor se quedó un poco desconcertado, tanto por las palabras de Cheng Li como por su sonrisa. Era tan cambiante… Cada vez que la veía después de una separación parecía haber mudado la piel y haberse transformado en otra cosa un poco distinta. Era imposible predecir con exactitud cómo iba a ser, cuál iba a ser su próximo destino. Eso la hacía fascinante y no poco peligrosa.
- Entonces, ¿podemos hacer borrón y cuenta nueva? -preguntó.
Connor asintió.
- Sí. -Ahora tenía cosas mucho más importantes de que hablar con ella. Ojalá supiera cómo empezar.
Cheng Li volvió a sonreír.
- Bueno, sea cual sea el motivo de tu visita, Connor Tempest, me alegro de verte.
Connor seguía buscando las palabras adecuadas. Pero, mirando a su alrededor, se distrajo, imbuyéndose en el mundo de Cheng Li. Aquella era, en muchos aspectos, una grata distracción. Él llevaba mucho tiempo luchando con sus demonios internos. Era agradable verse arrojado al mundo de otra persona, un mundo donde, como de costumbre, sucedían muchas cosas. Paseando la mirada por la habitación, vio que había papeles por doquier -notas, mapas, apuntes prendidos a la pared y apilados en el suelo, la mesa y el sofá-. Un caos organizado: un caos muy organizado.
- Parece que estás ocupada -observó, señalando los papeles.
- Eso es quedarse corto -dijo ella-. Tienes suerte de haberme pescado. Estoy a punto de tomarme una semana de permiso. Mañana salgo de viaje de negocios. Bueno, para ser más exactos, me voy de compras.
¿Irse de compras? Aquella no se parecía en nada a la Cheng Li que él conocía.
Sorprendido, enarcó las cejas.
- ¿El comodoro Kuo te concede una semana de permiso para que te vayas de compras? Me sorprende que la Academia pueda prescindir de ti aunque sólo sea una semana.
Cheng Li se apoyó en su escritorio.
- Pronto va a tener que prescindir de mí durante mucho más tiempo. Dejo la Academia, Connor.
- ¡Pero si acabas de llegar!
- Yo me muevo deprisa. ¡No pongas esa cara! Tú me conoces, Connor. Soy ambiciosa. Esto siempre ha sido un puesto docente temporal. Algo provisional, en realidad. Además, la Federación de Piratas prefiere que los profesores de la Academia hayan sido capitanes. -Hizo una pausa-. ¿Te apetece un té?
Súbitamente, Connor ató cabos, relacionando los papeles que había esparcidos por la habitación: los mapas, las cartas de navegación, el montón de currículos que tenía justo en sus narices.
- Vas a ser capitana, ¿verdad? -dijo-. ¡La Federación va a darte un barco!
Cheng Li asintió, incapaz de reprimir una sonrisa.
Pero Connor no necesitaba ver su sonrisa para saber lo feliz que debía de estar. Aquella era la meta a la que Cheng Li había consagrado su corta vida. Servir como segunda de a bordo en el Diablo tendría que haber sido su aprendizaje, pero las cosas se habían torcido y -ahora se daba cuenta- la misma Federación la había hecho regresar a la Academia de Piratas para que no corriera peligro. Pero enseñar no había sido nunca el fuerte de Cheng Li, no en tierra, al menos. Ella estaba deseando hacerse a la mar y labrarse una reputación tan gloriosa como la de su padre, el gran Chang Ko Li, «el mejor de los mejores». Y ahora estaba lista para emprender aquel viaje épico. Pese a su apatía, Connor se sintió inmensamente feliz por ella. De pronto, tuvo el impulso de abrazarla. Si Cheng Li hubiera sido Grace o Jasmine, o incluso Cate, quizá lo habría hecho. Pero, de algún modo, los abrazos y Cheng Li no se llevaban bien. En vez de eso, le dio un suave puñetazo en el hombro y dijo:
- Bueno, eso es magnífico. ¡Es fenomenal! ¿Has decidido qué nombre vas a poner al barco?
- Sigo dándole vueltas -respondió ella, señalando un pequeño cuaderno titulado «Nombres de barcos»-. Si se te ocurre alguna buena idea, la añadiré a la lista.
- ¡Caramba! -exclamó él-. Vaya notición. ¿Y cuándo ocupas tu puesto?
- Dentro de un par de semanas, puede que antes. Todo depende de cuándo esté listo el barco. Eso no está en mis manos, lo cual es una suerte, porque tengo que organizar un montón de cosas más. -Apenas tomó aire antes de continuar-. Y, ahora mismo, no tengo tripulación, así que soy yo quien decido. Bueno, al menos, así sé que todo se hará como es debido. Por eso me marcho mañana temprano. Voy a la isla de Lantao, para recoger las armas que el espadero ha forjado para mí… -Se quedó un momento callada y lo miró de arriba abajo-. ¿Dónde está tu estoque, Connor?
Él apartó la mirada, volviendo a sentirse incómodo.
- De hecho -dijo-, creo que voy a tomarme ese té.
- Perfecto -dijo ella, sin presionarlo-. Me irá bien descansar un rato. Hazte sitio en el sofá, pero no desordenes ninguno de esos montones. -Se dirigió a su pequeña cocina, pero se volvió y le sonrió con un afecto inusitado-. Oh, cuánto me alegro de verte, Connor. Me encanta que los amigos se presenten sin avisar. -Luego, entró en la cocina para preparar el té.
Cuando hubo cambiado de sitio las meticulosas torres de apuntes, Connor se sentó en el sofá. Su reencuentro con Cheng Li no se parecía en nada a lo que él había imaginado. Después de cómo se había marchado él de la Academia de Piratas, pensaba que habría entre ellos una cierta tirantez. Desde luego, no esperaba que ella le hiciera un té ni lo llamara amigo. Pero, por otra parte, Cheng Li no funcionaba como lo hacían otras personas. Era honesta, a menudo hasta rayar en la crueldad. No se quedaba apegada a emociones innecesarias. En vez de eso, como un barco, seguía adelante. Lo había dicho ella misma: se movía deprisa. Tan deprisa que, a veces, era difícil seguirla.
Cogió el cuaderno de nombres para el barco y comenzó a hojear la lista. Como era de esperar, no había únicamente tres o cuatro nombres, sino páginas de ellos, todos escritos con la inmaculada caligrafía de Cheng Li. Algunos estaban tachados; otros, puntuados con dos o tres estrellas. Claramente, escoger el nombre correcto era de suma importancia para ella.
Seguía estudiando la lista cuando Cheng Li regresó, llevando una bandeja con una pequeña tetera de hierro, dos tazas de té y un plato de galletas tentadoramente crujientes.
- Cómo voy a echar de menos la comida de la Academia… -dijo, suspirando-. Me planteé doblarle el sueldo al cocinero Hom y llevármelo conmigo, pero creo que eso me pondría en la lista negra de Kuo, ¿no crees?
Connor asintió, retirando otros dos montones de papeles de la mesita para hacer sitio a la bandeja.
- Dime -dijo Cheng Li, sentándose en un cojín del suelo y cruzando ágilmente las piernas en la postura del loto-. ¿Te llaman la atención algunos de los nombres?
Connor volvió a hojear el cuaderno.
- Hum. -Comenzó a leer-. «Vengador, Atormentador, Renegado, Desdicha de los Mares, Holgazán, Terror Sagrado, Bellaco, Víbora, Guasón, Asesino, Arpía.» -Alzó la vista, sonriendo-. Todos suenan bastante amenazadores, ¿no?
- ¿A qué te refieres, Connor? -Cheng Li comenzó a servir el té.
- Bueno, son un poco agresivos, ¿no?
Cheng Li soltó una risita.
- Esa es la idea, ¿no? -dijo-. Para que, cuando me arrime a otro barco, ellos sepan que conmigo no se bromea. Aquí tienes tu té. Ten cuidado, está caliente.
- Supongo -dijo Connor, cogiendo la taza-. De todas formas, estos nombres me parecen un poco toscos para ti.
Cheng Li asintió.
- Sé a qué te refieres. Vuelve la página. Verás que he probado otros caminos.
Connor volvió la página.
- ¿Qué es esto? ¿Liga Etolia?
- Ah, sí -dijo Cheng Li-. Es una referencia histórica a una confederación pirata griega del siglo IV antes de Cristo.
Connor chascó la lengua.
- Demasiado histórico -observó-, y no asusta lo bastante.
- Estoy de acuerdo -convino ella-. ¿Una galleta? Son de nueces de macadamia y cambrones.
- Gracias -dijo Connor, cogiendo una galleta y mojándola en el té.
- ¿Qué te parece -Cheng Li se lo pensó un poco- Brújula Ensangrentada?
Connor sacudió la cabeza.
- ¡Me suena más a taberna que a barco! -dijo, riéndose.
Cheng Li se rió con él. Era la risa más natural que él le había oído desde que se conocían.
- Este no está mal -dijo Connor-. Teuta. No sé qué significa, pero suena contundente sin ser tosco.
- Ah, sí -dijo Cheng Li, partiendo su galleta por la mitad-. Añádele una estrella, ¿quieres? -Le pasó la pluma-. Teuta fue una reina pirata griega del siglo II antes de Cristo. Causó muchos problemas a los romanos. Siempre me ha inspirado bastante.
Connor dejó el cuaderno y se llevó la taza de té a los labios. Notó una fragante espiral de vapor en la cara. Tomó un sorbo. Sabía bien.
- Menta fresca -dijo Cheng Li-. Crece bajo mi ventana. -Había dejado su taza de té y lo estaba mirando fijamente, con los ojos tan brillantes y transparentes como un arroyo de montaña.
- Oye -dijo- tengo una idea.
- ¿Una idea?
- Sí. -Cheng Li asintió-. Creo que mañana deberías venir conmigo a Lantao. Es una travesía de dos días. Puedes hacerme compañía.
Cuatro días navegando en la balandra de la Academia: no era una perspectiva desagradable.
Cheng Li volvió a asentir.
- Y, por el camino, tendremos mucho tiempo para hablar, o no hablar, de lo que te ronda por la cabeza.
- Yo… -farfulló Connor. Quería decírselo, pero las frases que tanto había ensayado se le habían mezclado en la cabeza.
- No te preocupes, Connor -dijo Cheng Li, sonriéndole-. Tómate el té. Luego, despejaré el sofá para que puedas echarte. Tienes los ojos fatigados y ya sabes lo que dicen: que los ojos son el espejo del alma. Saldremos temprano. De ese modo, nadie nos verá zarpar juntos. Y llegaremos a Lantao en un periquete.


46
Con los ojos bien abiertos
- ¿Cómo está? -preguntó Grace. Hacía veinticuatro horas que habían traído al capitán a Santuario.
- Creo que deberías venir a verlo -dijo Mosh Zu-. Puede resultarte difícil mirarlo, doloroso incluso. Pero se encuentra estable. Y, si vas a ser sanadora, debes habituarte a ver este tipo de cosas.
Nerviosa, Grace siguió a Mosh Zu al interior de la cámara de sanación octogonal.
El capitán vampirata yacía en una mesa semejante a una losa, cerca del suelo. Los pliegues de su capa caían por los bordes de la mesa y rozaban la tablazón del suelo. Era estremecedor verlo así. Grace sabía que sólo estaba durmiendo -sumido en un trance curativo que le había inducido Mosh Zu-, pero, por su aspecto, podría haber estado muerto. Aquello la transportó de inmediato a su infancia. Jamás se había sentido cómoda mirando a su padre mientras dormía. De hecho, hacía todo lo posible para evitarlo. Pero, de vez en cuando, entraba en el salón del faro y se lo encontraba repanchigado en el roñoso sofá, completamente inmóvil. Verlo así bastaba para provocarle un sudor frío. Conteniendo el aliento, tenía que acercarse a él y oírlo respirar o, si no, fijarse en si el abdomen se le movía suavemente bajo la camisa. Sólo entonces podía volver a respirar con normalidad.
Ver al capitán de aquel modo, yaciendo inmóvil en la mesa, le creaba la misma inquietud. Durante el tiempo que Grace había pasado con él, el capitán siempre había emanado mucho poder. Ahora, parecía completamente falto de vitalidad y autoridad. Extraño, porque seguía teniendo la cara enmascarada y las manos enguantadas. No había ninguna diferencia en su aspecto externo y, sin embargo, no cabía duda de que había sufrido un profundo cambio.
- Ven -dijo Mosh Zu, disponiéndose a salir-. Creo que, por ahora, es suficiente.
Una vez fuera, Grace no pudo disimular su consternación.
- No… no esperaba verlo así.
- Lo comprendo -dijo Mosh Zu-. Y haces bien en admitir esos sentimientos, Grace.
- ¿Está progresando?
Mosh Zu le hizo una seña para que tomara asiento.
- Debo ser honesto contigo, Grace. No está mejorando tanto como yo querría. Lo he estabilizado, pero ahora estoy empezando a ver con claridad que, con esta terapia tan suave, no va a pasar de aquí. Hace falta algo más radical, y pronto.
- ¿Qué le pasa? -preguntó Grace.
- Es sencillo, en cierto modo -dijo Mosh Zu-. Enlaza con nuestras anteriores conversaciones sobre el arte de sanar. Para ser buenos sanadores, tenemos que desarrollar la capacidad de librar a otros de su dolor sin absorberlo nosotros. Eso no es ni por asomo tan sencillo como parece, sobre todo cuando trabajamos con personas que significan mucho para nosotros. Estamos tan decididos a ayudar a nuestros seres queridos que perdemos la perspectiva. Malinterpretamos las señales y, al hacerlo, nuestra terapia se torna menos efectiva para ellos y más peligrosa para nosotros.
Mientras Mosh Zu hablaba, Grace reflexionó sobre cuánto le había costado confrontar el dolor de Connor y ayudarle a sanarlo.
- El capitán está consagrado a ayudar a los demás -continuó Mosh Zu-. Es, sin lugar a dudas, el ser más desinteresado que conozco. Pero ahí radica el problema. Ha estado demasiado predispuesto a asumir las cargas ajenas. Al hacerlo, se ha ido debilitando cada vez más. Si no intervenimos para remediarlo, corremos el peligro de perderlo.
Grace se quedó helada de sólo pensarlo.
- Te estoy explicando estas cosas, Grace, porque creo en tus facultades para sanar. Pero debes prestar mucha atención a lo que digo y no caer en la misma trampa que el capitán. Por mucho que quieras ayudar a los demás, y hay muchas formas eficaces de hacerlo, debes aprender a no absorber su dolor para evitárselo a ellos. No permitas que su padecimiento se apodere de ti.
Grace asintió.
- Veo la preocupación en tus ojos -dijo Mosh Zu-. Y sé que, en parte, yo soy el responsable. Estás preocupada por el capitán. Es lógico. Pero vamos a curarlo, Grace. No será fácil ni sencillo, pero podemos hacerlo.
De algún modo, sus palabras la tranquilizaron.
- Hablemos de otras cosas -dijo Mosh Zu-. ¿Has visto a Lorcan hoy?
- Aún no -respondió ella-, pero podría ir ahora.
Mosh Zu convino con ella.
- Me parece una buena idea -dijo-. Pero, Grace, hay algo que debo pedirte. Aunque Lorcan ha recobrado la vista, dado el componente psicológico de su ceguera, aún no se encuentra totalmente fuera de peligro. El suyo es un frágil equilibrio. Si se angustia o asusta en demasía, hay muchas posibilidades de que vuelva a quedarse ciego. Si eso ocurre, me costará más ayudarlo por segunda vez. ¿Lo entiendes?
- Sí -respondió Grace-. Cuidaré bien de él. No haré nada que lo altere.
- ¡Anda, vete! -dijo Mosh Zu. Volvió a sonreír-. No te preocupes tanto, Grace. Sé que está deseando verte.
- ¡Grace! -dijo Lorcan. Estaba acostado, pero bajó rápidamente las piernas al suelo y se puso de pie para saludarla. Abrió los brazos para abrazarla, pero ella vaciló, deseando que sus ojos se encontraran.
Cuando lo hicieron, advirtió que los suyos se estaban llenando de lágrimas.
- Lo siento -dijo, parpadeando para contenerlas-. ¡Lo siento! Tenía que asegurarme otra vez. Aún me estoy haciendo a la idea de que vuelves a ver, ¡de que no lo he soñado!
- No es un sueño --dijo Lorcan, estrechándola en sus brazos-. ¡Te veo, Grace! Y jamás me había alegrado tanto de ver a nadie.
Lorcan se separó de ella y volvió a sentarse en la cama. Grace tomó asiento enfrente de él. Se quedaron un rato callados, sonriéndose.
- ¿Qué se siente? -preguntó ella.
- Es asombroso -respondió él-. No sólo vuelvo a ver. Sino que las cosas me parecen más brillantes y nítidas que antes. -Le dio un apretón en la mano y la miró a los ojos-. Las cosas me parecen incluso más hermosas de como las recordaba.
La profundidad de su mirada la desconcertó. Hacía bastante tiempo que no notaba sus ojos puestos en ella. Tanto que, aunque ya se estaba habituando, en ciertos aspectos, se sentía como la primera vez que se habían mirado. Se vio transportada al momento en que abrió los ojos en la cubierta del Nocturno. Al principio, había creído que estaba mirando el cielo, tan azules eran los iris de Lorcan. Pero luego se había dado cuenta. Y ya nada había sido lo mismo desde entonces. Ni tampoco para él, reflexionó, recordando su visión de Lorcan mirándola a sus ojos verdes. Mirándola y reconociéndola. Pero ¿cómo?
- ¿En qué estás pensando? -preguntó él-. Por un momento, ha parecido que estabas lejísimos.
Ella le miró.
- No, estoy aquí. Sólo estaba recordando la primera vez que nos vimos.
Lorcan sonrió.
- ¿Cuando te saqué del agua?
Ella asintió.
- Yo también he estado pensando en eso -dijo él.
- Ah, ¿sí? -La emocionó oírlo.
- En el tiempo que me he pasado acostado aquí, he estado dando muchas vueltas a las cosas. Bueno, no podía hacer mucho más.
- No -admitió ella, dándole un apretón en la mano-. No, pero eso ya se ha terminado. Has recuperado la vista y pronto estarás totalmente restablecido. -Se quedó callada, recordando las instrucciones de Mosh Zu-. Y, pronto, habremos vuelto al Nocturno -añadió, esperando haber sonado alegre y radiante-. Y todo volverá a ser como siempre.
Lorcan frunció el entrecejo. Por un momento, Grace se alarmó: ¿había percibido alguna sombra de duda en lo que atañía a su regreso?
- Grace, hay cosas que necesito decirte -comenzó a decir Lorcan-. Puede que no te gusten o que al principio te cueste entenderlas. Pero, por favor, escúchame y ten la certeza de que, si te las digo, es porque me importas mucho.
Ahora, fue ella quien frunció el entrecejo. Las palabras de Lorcan eran francamente inquietantes.
Él respiró hondo antes de continuar.
- Cuando vuelva al Nocturno, no creo que debas venir conmigo. Ese barco, bueno, no es un hogar apropiado para ti.
- A mí me gusta -dijo ella-. Sé que es una locura, pero es cierto.
Lorcan negó con la cabeza.
- Lo sé -dijo-. Y, hablando por mí, me gusta que estés. Más que gustarme. Pero no es bueno para ti. Podrías irte con Connor…
- No. No, eso no funcionaría.
- Sé que no sientes ningún vínculo con el mundo de la piratería -dijo Lorcan-. Pero estoy seguro que, con el tiempo…
- No. -Grace volvió a notar escozor en los ojos-. No, por mucho tiempo que pase en un barco pirata, jamás será mi hogar. En el Nocturno es distinto. Me siento vinculada con él.
- Lo sé, Grace. Y yo me siento responsable de eso.
Era lo mínimo que podía hacer. En gran parte, él era el motivo de que ella se sintiera tan a gusto en el barco.
- Pero hice mal arrastrándote a este mundo. No es apropiado para un mortal. No es seguro.
- ¿Seguro? -dijo ella-. Creo que hasta ahora me he defendido bastante bien.
Grace recordó cómo había repelido el ataque de Sidorio. Otros se habrían dejado llevar por el pánico al verse atrapados en un camarote con el más sanguinario de los vampiros por única compañía. Pero ella había mantenido la calma y le había dado conversación, persuadiéndolo para que le hablara de su vida y su muerte, un tema que él había estado encantado de abordar. De ese modo, Grace había logrado entretenerlo hasta que el capitán acudió a rescatarla. Si podía vérselas con Sidorio, podía vérselas con cualquiera de ellos.
- Grace, sólo es cuestión de tiempo que se te termine la buena suerte. Tú no eres vampira, ni tampoco donante.
«No -pensó ella-. No soy ni una cosa ni la otra.» Y, en ese preciso momento, no ser ni vampira ni donante casi le pareció la peor cosa del mundo.
- Qué triste te has puesto -dijo él-. Y es culpa mía.
- Sí -dijo ella, notando que su tristeza se trocaba en enfado-. Es culpa tuya. Tú me dijiste que debía quedarme, ¿recuerdas? Me dijiste que el barco encerraba un millón de secretos que yo debía descubrir. ¿No te acuerdas? Tú dijiste eso.
Lorcan asintió.
- Lo recuerdo. Creo que recuerdo todas las palabras que nos hemos dicho. Y, mientras he estado acostado aquí, he vuelto a recordarlas todas. -Suspiró-. Cuando te dije eso, estaba siendo irremediablemente romántico. Creí que, de algún modo, podríamos hallar una forma de salvar la brecha entre nuestros dos mundos.
- ¿Y ahora? -preguntó ella-. ¿Por qué has cambiado de opinión?
Lorcan la miró fijamente.
- He abierto los ojos -respondió.


47
Travesía a Lantao
Iban a tardar casi dos días en cubrir la distancia entre la Academia de Piratas y la isla de Lantao. Habría mucho tiempo, pensó Connor cuando zarparon al despuntar el alba. Mucho tiempo para hablar con Cheng Li de lo que ocupaba sus pensamientos.
Pero, cuando se hicieron a la mar, Connor descubrió que el gobierno de la balandra de la Academia los absorbía por completo a Cheng Li y a él. No había tiempo para charlas de carácter íntimo. En vez de eso, su conversación se reducía a un intercambio de instrucciones y confirmaciones mientras surcaban las embravecidas aguas.
Lo extraño era que estaba comenzando a sentirse mejor, sin siquiera decir una palabra. Quizá fuera simplemente el esfuerzo físico que le exigía gobernar el barco con Cheng Li. Desde que era niño, la actividad física siempre lo había reconfortado. Cuando comenzaba a tener demasiadas preocupaciones en la cabeza, nada le iba mejor que encestar unos cuantos balones o hacerse varias veces a nado la charca de agua salada.
Además, Cheng Li era la compañera ideal. No era alguien que necesitara conversar constantemente. De un modo bastante parecido al de Connor, seguía el lema de hablar únicamente cuando tenía algo que decir. Connor percibía que estaba absorta en sus propios pensamientos, ocupada, sin duda, en barajar un sinfín de listas y decisiones en aquellos días previos a convertirse en capitana. Incluso sin hablar, Cheng Li irradiaba optimismo, lo cual era contagioso. Si a eso se le sumaba el sol, que había despejado el cielo haciéndoles la travesía más agradable, aquel día era ideal para navegar.
Cuando el sol comenzó finalmente a ponerse, echaron anclas y dieron por fin reposo a sus fatigados huesos. Cheng Li bajó un momento a la bodega y regresó con un cesto de comida preparada por el cocinero de la Academia.
- ¡No te reprimas! -dijo-. Seguro que estás tan hambriento como yo.
Los dos abrieron los diversos recipientes -repletos de fiambres, ensaladas y salsas- y se llenaron el plato de aquellos tentadores alimentos. Tras un día de esfuerzo físico, tenían un hambre canina. Una vez más, apenas hablaron mientras engullían los sabrosos manjares que el cocinero Hom les había preparado.
- Esta noche voy a dormir a pierna suelta -dijo por fin Connor.
- ¡Yo también! -convino Cheng Li-. La verdad, Connor, es que pareces hecho polvo. -Así era Cheng Li, siempre tan sincera.
- Voy a preparar una infusión -añadió, bajando de nuevo a la bodega.
Connor se entretuvo limpiando los restos de los platos; luego bajó los envases vacíos a la cocina, donde Cheng Li estaba preparando una tentadora infusión de té verde con jengibre y ginseng.
- ¡Qué bien huele! -dijo.
- Súbela a cubierta -dijo Cheng Li-. Espera un rato antes de servirla-. Yo voy enseguida.
Connor subió la bandeja y la dejó en la mesa.
Luego, se tendió en el banco para relajarse mientras la infusión reposaba. Apoyó la cabeza en un chaleco salvavidas y se acomodó sobre los cojines, mirando el cielo cuajado de estrellas. Buscó sus constelaciones favoritas en el firmamento. Aquel juego siempre lo reconfortaba. Lo transportaba de regreso al faro, junto a Grace y su padre. Pero aquella noche, para cuando hubo encontrado el Águila, tenía los párpados pesados y ya no le quedaban fuerzas para seguir manteniendo los ojos abiertos.
Cuando Cheng Li subió a cubierta, lo encontró profundamente dormido, respirando hondo. Desdobló una manta y lo tapó. Encendió los faroles sin hacer ruido. Después, tomó asiento y comenzó a tomarse su infusión.
Connor se despertó sobresaltado, despejándose de inmediato. Tuvo un escalofrío que le caló hasta los huesos. El cielo estaba negro y el aire nocturno carecía de la calidez del sol. Pero no sólo era eso. Sus sueños habían dado paso a recuerdos, y lo último que había visto, un segundo antes de despertarse, era su estoque hincándose en la carne de Alessandro.
- ¿Qué te pasa? -preguntó Cheng Li. Connor alzó la vista y la encontró sentada enfrente de él, haciendo anotaciones en uno de sus cuadernos a la luz de un farol.
- Hay algo de lo que necesito hablar contigo -dijo él.
Ella dejó el cuaderno y la pluma y aguardó a que comenzara. Connor imaginó que así debían de sentirse los pacientes en el diván de un psicoanalista.
No tenía sentido posponer más las cosas. Aquel era el motivo de que él hubiera ido a buscarla a la Academia de Piratas y estuviera haciendo aquella travesía con ella. Se había permitido distraerse con los proyectos de Cheng Li. Había dejado que el día soleado y el gobierno del barco tejieran un reconfortante manto a su alrededor, casi convenciéndose de que continuaba viviendo en su mundo de siempre. El mundo anterior a aquel hecho terrible que había sucedido. Pero ya no había ningún lugar donde esconderse.
- He matado a un hombre -dijo.
Cheng Li asintió.
Al instante, Connor comprendió.
- Ya lo sabías, ¿verdad?
- Sí -respondió ella-. Las noticias vuelan. Por eso has venido a verme, ¿no? Para saber cuál es mi opinión.
Él movió afirmativamente la cabeza.
- Sí. No sabía a quién acudir. No podía seguir a bordo del Diablo. No después de que me regalaran un capitán Sanguinario. Me hice a la mar, navegando sin rumbo. Arrojé mi estoque al mar. Finalmente, supe que había una persona que quizá pudiera ayudarme.
- Yo -dijo ella. No era una pregunta.
Connor volvió a asentir.
- Muy bien -dijo Cheng Li-. Entonces, es mejor que me lo cuentes, ¿no crees?
Cheng Li sabía escuchar. No se le escapaba ni una sola palabra, ni una sola de las emociones que las palabras suscitaban. Y no interrumpía. Era paciente, incluso cuando él tenía que dejar de hablar para pensar en el modo correcto de expresarle claramente sus sentimientos. Era importante explicarle con exactitud cómo se sentía. Ella esperaba, sin insistirle, dejándole todo el tiempo que necesitaba.
Cuando Connor terminó, Cheng Li hizo un gesto afirmativo. Luego, se quedó callada durante un rato, como si su cerebro aún estuviera procesando la información, analizando los diversos datos que él le había expuesto.
- ¿Y bien? -le preguntó, esperando que eso la hiciera hablar.
Ella pareció sorprendida.
- No puedo librarte de tu sentimiento de culpa -dijo-. Has matado a un hombre. Él se despertó ese día con toda una vida por delante, ¿quién sabe hasta cuándo? No hay forma de negar o rehuir ese hecho.
Connor escuchó. Pensaba que Cheng Li quizá podría reconfortarlo, pero, si acaso, sólo lo estaba haciendo sentirse peor.
- Ninguno podemos borrar la culpa que sentimos cuando quitamos la vida a otra persona. Pero, en mi opinión, tampoco deberíamos intentarlo. Yo creo que sentir culpa es una consecuencia lógica. Matar a alguien no tiene nada de satisfactorio ni gratificante. Ni jamás debería tenerlo.
- ¿Has matado a alguien? -preguntó Connor.
- Sí. A varias personas.
- ¿Cómo lo asumes? -preguntó él-. ¿Cómo pasas página y sigues adelante? ¿Cómo continúas queriendo ser pirata?
Una vez más, Cheng Li consideró sus palabras antes de responder.
- Cuando mato a una persona, me siento exactamente como tú. Dicen que la primera vez es la peor; que, después de eso, te curtes. Pero yo rechazo esa filosofía. Yo no quiero curtirme. ¿Por qué habría de quererlo? Negar lo que sentimos, lo que nos hace humanos, no significa que seamos fuertes. Sentimos culpa por una razón. De igual forma que sentimos miedo, alegría o cansancio. Son señales. Es un hecho que no deberíamos matarnos. Pero, en el mundo en que vivimos, te guste o no, eso sucede.
- Está bien -dijo Connor, preguntándose adonde quería llegar Cheng Li con aquello.
- Mi modo de seguir adelante es no matar de forma innecesaria. Tú me has visto combatir, Connor. Creo en la precisión. No soy partidaria de la violencia gratuita; me interesan los resultados. Durante el poco tiempo que estuviste estudiando en la Academia de Piratas, creo que asististe a la clase de John Kuo sobre el zanshin. ¿Te acuerdas?
- Sí -dijo él-. El zanshin es un estado de extrema alerta en el cual uno está preparado para defenderse y atacar desde todos los ángulos.
- Sí -dijo Cheng Li-. Pero es un estado de vigilancia que yo soy partidaria de mantener en todo momento, fuera y dentro de la batalla. Cuanto más vigilante estés como pirata, en menos situaciones de vida o muerte te verás involucrado. Ser capitán pirata no consiste en ser un asesino. A veces, te encuentras en situaciones donde no tienes otra opción. Se trata de ti o de ellos. O de ellos o tu compañero. Para mí, está claro que tú actuaste de ese modo. Si no hubieras matado al guardia de seguridad, seguro que él habría matado a Moonshine Wrathe. Tú tenías órdenes y las obedeciste. En esa situación, demostrarte un gran dominio del zanshin.
Connor se sintió ligeramente halagado por sus palabras, pero Cheng Li no había terminado.
- Donde eres menos capaz de mantener el zanshin, Connor, es en tu vida cotidiana. El saqueo de la Fortaleza del Ocaso fue una estratagema típica de Molucco Wrathe. Una hazaña con un propósito puramente pecuniario. Carecía de una meta más elevada, de estrategia. Oh, sé que el plan de acción de Cate fue muy astuto; lo que quiero decir es que, a fin de cuentas, no había ninguna estrategia global. Permitiste que te pusieran, una vez más, en una situación donde los riesgos eran del todo innecesarios.
- ¿Te refieres al abordaje que le costó la vida a Jez?
- Exactamente. -Cheng Li volvió a asentir.
- ¿Qué quieres decir?
- Estoy haciendo una observación -respondió ella-. Eso es todo. Matar nunca se te va a hacer más fácil. No hay nada que puedas, ni debas, hacer al respecto. Pero lo que sí puedes hacer es asegurarte de ponerte en menos situaciones donde haya que matar. No tienes que dejar la piratería. Sólo tienes que plantearte qué clase de pirata quieres ser. Y con qué clase de piratas quieres estar.
Sus palabras no lo habían consolado como él esperaba. Ni tan siquiera era consuelo lo que sentía en ese momento. Pero sí se notaba un cierto cambio de actitud con respecto a lo que había hecho. Y, sólo por un instante, tuvo la sensación de que quizá podría pasar página. Pero enseguida se le pasó, ahogada por el familiar pavor que comenzó a invadirlo.
- ¿Qué te pasa? -preguntó Cheng Li, percibiendo el cambio de inmediato.
- Comprendo lo que dices -respondió él-. Es sólo que nunca en mi vida había estado tan asustado. No lo entiendo. Ahora no corro ningún peligro. En situaciones de riesgo, he hecho siempre lo correcto. Pero ahora, aquí, en esta noche serena, en alta mar, estoy muerto de miedo. ¿Por qué me pasa eso?
Cheng Li consideró sus palabras y le sonrió.
- Es muy simple, de hecho -dijo-. Nuestros peores temores no habitan en los mares. No acechan entre las sombras. -Se acercó más a él y le puso una mano en el corazón-. Anidan en nuestras entrañas. Los llevamos en la sangre. -Retiró la mano y sacudió la cabeza-. Tú no eres distinto a los demás. Nos sucede a todos.


48
El lazo
- Si te estoy diciendo estas cosas, es por lo mucho que me importas -dijo Lorcan a Grace-. Nos importas a todos. A Mosh Zu. Al capitán. Sólo queremos lo mejor para ti.
- ¿Y lo mejor para mí es no volver a verte nunca más?
Lorcan asintió.
- Sé que es difícil, pero, con el tiempo, terminarás dándome la razón.
Grace no sabía si reír o gritar. En vez de eso, su tono fue mesurado cuando volvió a hablar.
- No lo creo -dijo-. No creo que esto te lo vaya a agradecer alguna vez.
Podía haberle dicho muchas más cosas, pero recordó la advertencia de Mosh Zu. Por mucho que Lorcan la hubiera herido, ella no quería provocarle una recaída. Se dio cuenta de que iba a tener que salir de la habitación. Si se quedaba un momento más, si aquella conversación continuaba, seguro que mencionaría la rebelión a bordo del Nocturno o la postración del capitán.
- Voy a irme -dijo.
Él no le soltó la mano.
- No te vayas ahora -dijo-. No huyas mientras sigues disgustada.
Ella se soltó.
- Sólo necesito estar sola -adujo-. Para pensar en esto.
- Ah- dijo él, pareciendo un poco sorprendido.
Grace no pudo siquiera mirarlo cuando se levantó, se dirigió torpemente a la puerta y salió al pasillo.
No fue hasta haber cerrado la puerta tras de sí que la ola de emociones la azotó realmente. Se notó a punto de sollozar, pero estaba decidida a encontrarse lejos de Lorcan cuando rompiera a llorar. Comenzó a correr por el pasillo, de regreso a su habitación.
Por el camino, se cruzó con unos cuantos vampiros. Ellos la miraron y advirtieron sin duda su desesperación. Oyó susurros a sus espaldas. No le importó lo que decían. Siguió corriendo.
Debía de haberse equivocado en algún punto del trayecto, porque descubrió que no estaba en el pasillo que conducía a su habitación. En vez de eso, había descendido a un piso inferior. Aquello era territorio desconocido, pero, al menos, el pasillo estaba desierto. Agotada y harta de correr, se detuvo y se desplomó. Rompió en sollozos.
Con los ojos empañados de lágrimas, miró el pasillo. Recordó el sobrecogimiento que había sentido al entrar en Santuario. En aquel gran centro de sanación. Bueno, eso era cierto: Lorcan había recuperado la vista. Pero ahora que se había curado, la estaba apartando de él. Ella se alegraba de que volviera a ver, pero la destrozaba que ahora le hubiera pedido que los dejara a él y el Nocturno.
Todo su mundo parecía estar desmoronándose. Las noticias del Nocturno eran terribles. Otra rebelión, y la más grave hasta la fecha. Lo que la hacía aún peor era que su instigador hubiera sido Jez Stukeley. Jez había sido una gran persona en vida, pero, después de morir, y bajo la tutela de Sidorio, se había vuelto ferozmente malvado. Parecía increíble pensar que el capitán, quien había hecho frente a las revueltas inducidas por Sidorio, no hubiera podido detener la rebelión de Jez. Pero, por lo que había dicho Mosh Zu, no era sólo la rebelión lo que lo había dejado postrado; el capitán llevaba mucho tiempo librando una guerra de desgaste consigo mismo, intentando mantener la armonía a bordo del Nocturno, intentando ayudar a los vampiros a dominar su sed de sangre.
Parecía que todo aquello por lo que Mosh Zu y el capitán habían luchado se estuviera viniendo abajo. Quizá fuera simplemente imposible contener la sed de los vampiros, e intentarlo sólo trajera problemas. Grace sabía que era una actitud derrotista y, no obstante, parecía que, a cada momento, la obra de Mosh Zu y el capitán iba perdiendo terreno. Era una lástima. Una verdadera lástima. Ellos pretendían procurar a quienes estaban malditos con la inmortalidad un modo de conferir sentido a su interminable existencia. Pero, en su mayoría, los vampiros no veían más allá de sus ansias inmediatas.
Grace negó con la cabeza. Las cosas no podían ir mucho peor. Jez había vuelto a sembrar el descontento a bordo del Nocturno. Ahora, era evidente que Sidorio, lejos de haber muerto, sólo había estado descansando, acechando entre las sombras. ¿Cuánto tiempo iba a tardar?, se preguntó. ¿Cuánto tiempo iba a tardar en reaparecer y lanzar un nuevo ataque?
Cuando lo hiciera, podría ser el fin del capitán vampirata. Había caído gravemente enfermo y su supervivencia estaba ahora en manos de Mosh Zu. Curarlo quizá fuera su mayor reto como sanador.
Además, estaba Connor. Grace había hecho todo lo posible para sanarlo, pero no tenía la menor idea de dónde estaba ni de cómo le iban las cosas.
Y, por último, estaba Lorcan. Lorcan, quien parecía completamente restablecido. Y, no obstante, la alegría que ella sintió con su curación había sido demasiado fugaz, truncada sin remedio por su cruel decisión de que ella debía abandonar el Nocturno. Él no podía imaginar que quizá no hubiera barco al que regresar para ninguno de los dos.
«Qué desastre -pensó-. ¡Qué terrible desastre!» Por la cabeza se le fueron pasando imágenes de todos ellos. Jez y Sidorio. El capitán vampirata y Mosh Zu. Connor y Lorcan. Parecía que su frágil mundo estuviera sufriendo un cataclismo. No tenía la menor idea de cómo -o incluso de si- iban a poder salir de aquello.
Apenas podía hallar motivos para levantarse de aquel suelo polvoriento. ¿Por qué habría de hacerlo? Se plegó sobre sí misma hasta tener la cara apoyada en las manos.
Cuando llevaba un rato sentada de aquella forma, oyó que alguien gritaba animadamente. Al alzar la cabeza, se dio cuenta de que no debía de estar muy lejos. Puede que sólo estuviera a la vuelta de la esquina. Y le pareció reconocer la voz. Aquella quizá fuera la única persona que podía levantarle el ánimo.
Poniéndose de pie, se sacudió el polvo y, siguiendo los gritos, continuó por el tortuoso pasillo hasta llegar a un gran patio cubierto. En el centro estaba Johnny Desperado, dando alaridos mientras lanzaba hábilmente el lazo a su termo de té.
Grace sonrió. Parecía rebosante de vida. Era justo la persona que necesitaba ver. Johnny la animaría.
Entró en el patio. Él había recogido el lazo y estaba desatando el termo. Cuando Grace se acercó, se volvió y le sonrió.
- ¡Toma! -Le arrojó el termo-. Ponlo donde quieras y un servidor te lo lazará.
- Está bien -dijo ella, riéndose, y colocó el termo en el suelo. Se retiró para verlo lanzar el lazo. Johnny era todo un artista. Después de trazar una espiral ascendente, el lazo pareció detenerse en el aire antes de caer directamente sobre el termo. En ese momento, Johnny tiró de la cuerda para ceñirla alrededor del termo. De pronto, Grace se lo imaginó lazando un caballo. ¡Qué bien se le daba aquello!
Mientras recogía el lazo, Johnny se puso a parlotear. Grace no estaba segura de si hablaba con ella o consigo mismo.
- Cuando domas un potro salvaje, la clave es ganarte su confianza. Hay que ir paso a paso. Como en una amistad. Averiguas qué puedes hacer con el caballo para caerle simpático. No te enfrentas. Enfrentarse nunca trae nada bueno. No al principio, en cualquier caso. La clave reside en saber cuánta presión puedes aplicar, y cuándo. Hay que aplicar un poco de presión y luego reducirla; ese es el mensaje más importante que puedes darle a un caballo. Le estás diciendo que no está atrapado. Que puede hacer algo para aliviar la presión que nota.
Johnny lanzó una mirada a Grace cuando volvió a arrojarle el termo. Continuó hablando mientras ella lo dejaba en otro lugar.
- Cuando un caballo nota el lazo ciñéndosele alrededor del cuello, hasta un potro adiestrado querrá resistirse. Y un caballo salvaje, querrá resistirse todavía más. Cuando nota que el lazo le aprieta, no puede hacer nada salvo arrojarse al suelo para disminuir la presión que siente. Justo entonces, justo en ese momento, luchará por su vida.
Johnny volvió a coger el lazo. Alzó la mano y lo lanzó, guiñándole el ojo. Grace lo siguió con la mirada. Algo debía de haber distraído a Johnny, porque el lazo estaba lejísimos del termo. De hecho, estaba justo encima de ella. Miró a Johnny. Él tenía una expresión extraña. De pronto, Grace se dio cuenta de que tenía el lazo alrededor del cuello. De allí, le resbaló por los hombros hasta detenerse a la altura de los codos. Entonces, notó cómo se le ceñía al cuerpo.
Algo le dijo que aquello ya no era un juego. Miró a Johnny con nerviosismo.
- Parece que esta vez he cogido una yegua salvaje -dijo él, con orgullo.


49
El espadero y su hija
Se aproximaron a Lantao por el sur. Alzando la vista de la carta de navegación, Connor vio el pico Lantao, el punto más alto de la isla. El tupido bosque que lo tapizaba parecía un grueso manto verde. Recordó que Cheng Li le había dicho que el espadero vivía muy por encima del agua. Tenía el desagradable presentimiento de que iban a tener que subir aquella montaña, y luego bajarla, para recoger las armas que Cheng Li había encargado.
La balandra estaba pasando junto a una playa. Cobijado entre dos acantilados, había un largo tramo de arena dorada. Si Connor hubiera seguido navegando solo, habría estado tentado de echar anclas e ir nadando hasta la playa. Pero le bastó con mirar la expresión de Cheng Li para recordarse que tenían una misión. Habían venido a Lantao por negocios y no había tiempo que perder. Volvió a cruzar la cubierta para unirse a ella, que estaba al timón.
- Lantao es una isla con tradición pirata -dijo Cheng Li cuando él pudo oírla-. Siempre ha sido una base de operaciones para piratas y contrabandistas.
- ¿De veras? -dijo Connor, mirando aún la playa con melancolía y pensando que los piratas y contrabandistas tenían buen gusto.
Cheng Li asintió, sin despegar los ojos del mar verde esmeralda que se extendía ante ella.
- En el siglo XIX-continuó-, la isla fue una base de operaciones para Chang Po, un pirata excepcional. -Miró brevemente a Connor, como si quisiera cerciorarse de que le estaba prestando atención, antes de proseguir-. Chang Po era hijo de un pescador. Nació en Xinhui, en el delta del río de la Perla. Su vida podría haber sido muy distinta, larga, dura y aburrida, pero, cuando tenía quince años, fue capturado por una pareja de piratas. ¡No dos piratas cualesquiera! Eran los famosos Cheng I y Cheng I Sao, su esposa.
Connor no había oído aquellos nombres hasta ahora, pero presintió que Cheng Li los llevaba grabados en el corazón.
- El destino había sonreído a Chang Po -continuó ella-. Sus captores eran dos de los piratas más prósperos de todos los tiempos. Aquel equipo de marido y mujer dirigía una flota de barcos pirata llamada Flota de la Bandera Roja. Unos años después de que Chang Po se uniera a su tripulación, el marido se ahogó y Cheng I Sao asumió todas sus funciones. Delegó en Chang Po para que dirigiera las operaciones diarias de la flota. Él sólo tenía uno o dos años más que yo por aquél entonces. Al mando de Chang Po, los piratas de la Flota de la Bandera Roja vencieron a todos los ejércitos enviados para desafiarla. Durante diez años, su flota pareció invencible. Todos los piratas de aquellos tiempos, fueran los suyos o los de capitanes rivales, creían que los dioses lo protegían. Hablaban de él como si fuera sobrehumano.
- Es impresionante -dijo Connor-. Pero has dicho que fue invencible durante diez años. ¿Qué pasó luego?
Cheng Li viró el timón, con la mirada fija en el curvo litoral rocoso, mientras rodeaban el extremo suroccidental de la isla.
- El imperio que había fundado comenzó a resquebrajarse desde dentro. Sus capitanes y almirantes comenzaron a enfrentarse. Las tripulaciones se amotinaron. Hubo una deprimente batalla con la Flota de la Bandera Roja. Chang Po y Cheng I Sao decidieron abandonar la piratería mientras aún pudieran.
- ¿De veras? -preguntó Connor. Por alguna razón, los dos piratas que Cheng Li le había descrito no parecían estar hechos para una jubilación tranquila.
- Sí -dijo Cheng Li-. Chang Po se hizo oficial de la Marina. También allí tuvo una ilustre carrera.
- ¿Qué hay de Cheng I Sao? -preguntó Connor.
Cheng Li sonrió.
- Aunque renunció a su flota, jamás dejó la piratería del todo. Vivió sus últimos días dirigiendo una gran operación de contrabando.
- Parece todo un personaje -observó Connor-. Él también.
- No te lo puedes ni imaginar -dijo Cheng Li-. Pero te contaré el resto de la historia en algún otro momento. Casi hemos llegado a nuestro destino.
- ¿Por qué me has hablado de ellos? -preguntó Connor.
- Para instruirte un poco sobre la historia de la isla -dijo ella, pero, por como le sonrió, Connor supo que no le estaba diciendo toda la verdad. Él sabía que Cheng Li no se prodigaba en palabras más que en estocadas. Aquella no era meramente una pintoresca anécdota histórica. Le estaba exponiendo sus opciones. ¿Mejor vivir como pescador o como almirante de una flota pirata? Eso era lo que le estaba pidiendo que considerara. Ya puestos, podría haberle pedido directamente que considerara otras dos posibilidades: «¿Mejor ser un pirata prodigio o el huérfano de un farero en un pueblo de mala muerte?».
Seguía reflexionando sobre aquella pregunta cuando Cheng Li, comenzó a virar la balandra y a disminuir la velocidad conforme se acercaban a tierra. Connor vio un pueblo pescador perfilándose en la costa. No era el imponente puerto al que esperaba arribar. Había hileras de sencillas casas construidas sobre pilares justo encima del canal, con coloridos barcos pesqueros debajo, meciéndose en las aguas plateadas. Mientras ayudaba a Cheng Li a anclar la balandra, arrugó la nariz. El aire estaba impregnado de un peculiar aroma.
- Pescado salado con salsa de gambas -dijo Cheng Li, inspirando profundamente-. Una especialidad de los establecimientos del puerto. Vamos a comerlo mientras estemos aquí. Es delicioso.
Nada más anclar, vieron que uno de los pescadores se había acercado con su bote para llevarlos al puerto.
Cheng Li le hizo un gesto afirmativo con la cabeza, y ella y Connor se subieron al bote. Unas remadas después, arribaban a tierra firme. Cheng Li dejó unas cuantas monedas en la correosa palma del remero y se unió a Connor en el embarcadero de madera.
- ¿Y cómo se sube al pico desde aquí? -preguntó él.
- ¿Para qué íbamos a querer subir al pico de Lantao? -inquirió Cheng Li.
- ¿No es ahí donde vive el espadero? Dijiste que vivía muy por encima del agua, así que supuse…
Cheng Li negó con la cabeza y señaló una de las casas construidas sobre pilares.
- Vive ahí arriba. Sé que las alturas no te gustan demasiado, pero creo que esto lo podrás soportar. ¡Venga!
Comenzó a cruzar el embarcadero de camino a la casa. Siguiéndola, Connor pensó que no parecía una residencia suficientemente distinguida para el famoso espadero de Lantao. Esperaba algo más similar a un templo. En cambio, se encontró subiendo por un corto tramo de inseguras escaleras y aguardando ante una entrada sin puertas mientras Cheng Li bajaba un tirador en forma de pájaro para tocar la campana.
Casi de inmediato, apareció una muchacha. Llevaba el pelo muy corto, pero Connor no tuvo ninguna duda de que era una muchacha. Sus delicadas facciones chinas no eran muy distintas a las de Cheng Li, pero, de algún modo, su expresión era más dulce.
- Señorita Li -dijo ella, juntando las manos e inclinándose. Al cerrar los ojos, sus largas pestañas le hicieron sombra en la cara.
- Señorita Yin -dijo Cheng Li, haciendo el mismo gesto. Al ponerse derecha, señaló a Connor y dijo unas cuantas palabras que él no entendió, salvo «Tempest». Dándose cuenta de que lo estaba presentando, juntó las manos y se inclinó como habían hecho las dos jóvenes.
- Connor -dijo Cheng Li-, esta es Bo Yin, la hija del espadero.
- Es un verdadero placer conocerte, Connor Tempest -dijo la joven.
- Lo mismo digo -respondió él, cautivado de inmediato por la elegancia y belleza natural de la muchacha.
Bo Yin se ruborizó y le tendió la mano.
- Por favor, entrad. Mi padre está trabajando, pero le diré que habéis llegado.
Entraron en el hogar del espadero. Era muy acogedor. Una vivienda humilde pero con todo lo necesario: una cocina atestada de cosas pero bien organizada, una invitadora zona para sentarse y estantes con libros y artefactos. Connor se fijó en que sólo había unas cuantas espadas colgadas de las paredes. Aquello apenas era nada comparado con la exhibición de espadas de la Academia de Piratas, pero, incluso desde lejos, Connor supo que aquellas espadas eran antiguas y valiosas, con historias que contar. Se quedó quieto en el centro de la casa, asimilándolo todo, mientras Bo Yin entraba en otra habitación para consultar con su padre. Salió un poco después.
- Mi padre está acabando una de las piezas -explicó a Cheng Li-. Me ha pedido que os ofrezca sopa y os diga que vendrá enseguida.
- Excelente -dijo Cheng Li, sonriendo mientras Bo Yin destapaba una pequeña cacerola. Connor volvió a oler el incitante aroma a pescado salado y gambas. Esta vez, olía incluso mejor, sobre todo cuando Bo Yin llenó tres cuencos con su tentadora sopa y los llevó a una mesa baja.
- No hace falta que nos andemos con ceremonias -dijo Bo Yin, sonriendo-. Los dos debéis de estar hambrientos después de vuestro largo viaje.
- De hecho -dijo Cheng Li-, Connor no ha dejado de comer desde que zarpamos de la Academia.
- ¡El mar siempre me abre el apetito! -protestó él.
- Hombres… -dijo Cheng Li, intercambiando una mirada cómplice con Bo Yin.
Se tomaron ávidamente la sopa y, cuando Bo Yin les ofreció más, ambos repitieron. La muchacha les estaba rellenando los cuencos cuando se abrió una puerta y entró el espadero. Todos se volvieron hacia él. Era un poco más bajo que su hija, con el cabello cano recogido en una coleta. Él pareció mirar la habitación con cara de asombro, pensó Connor, como si fuera un topo que hubiera emergido a la luz del día tras pasarse mucho tiempo bajo tierra.
- Padre -dijo Bo Yin desde la cocina-. ¿Te apetece un poco de sopa después del trabajo?
Él hizo un gesto afirmativo antes de hablar.
- Si eres tan amable, Bo Yin -dijo en voz baja. Luego, miró a Cheng Li, quien se había levantado al verlo entrar en la habitación.
- Cheng Li -dijo.
- Maestro Yin -dijo ella.
Se colocaron uno delante del otro y se inclinaron.
- ¡Un barco propio! -exclamó él-. Pensar que vas a tener un barco propio.
Ella asintió.
- Sólo era cuestión de tiempo.
- Eso es cierto -dijo él-. Tu padre… estaría muy orgulloso de ti.
- Gracias -dijo Cheng Li, moviendo afirmativamente la cabeza. Se volvió y extendió el brazo-. Maestro Yin, este es Connor Tempest. Connor, el maestro Yin es el espadero con más talento de su generación.
Connor se colocó delante del anciano y los dos se inclinaron ante el otro.
- He oído hablar mucho de usted, señor -dijo Connor.
- Y yo he oído hablar un poco de ti -respondió el maestro Yin.
Connor se sorprendió de oír aquello, sobre todo cuando el espadero añadió:
- Es éste, ¿verdad?
Cheng asintió una vez más.
- Ven a tomarte tu sopa, padre -dijo Bo Yin, haciéndole señas para que fuera a sentarse a la mesa.
Connor se quedó considerando las enigmáticas palabras del espadero mientras Bo Yin acercaba una silla de mimbre a la mesa. Era evidente que el espadero no podía agacharse tanto como para sentarse en los cojines.
Los demás regresaron a la mesa y se sentaron a su alrededor. Connor observó al maestro Yin mientras se metía una cucharada de sopa en la boca, la saboreaba y finalmente se la tragaba. El anciano sonrió.
- Igual que la de tu madre -declaró-. Deliciosa, Bo Yin.
Connor miró a la sumisa Bo Yin y se preguntó si, pese al amor de su padre, no se sentiría atada por aquella vida. Tenía la impresión de que ella le pedía más a la vida. En sus ojos, percibía algo, un cierto compañerismo. Él seguía sopesando las dos opciones que Cheng Li le había planteado: el pescador o el pirata. Pero la competencia había dejado de ser real. En su mente, la balanza ya se estaba inclinando claramente en una dirección.
- ¿Y bien? -dijo Bo Yin, interrumpiendo su ensimismamiento-. Dime, Connor, ¿cómo se siente uno siendo pirata?
Antes de que él pudiera responderle, su padre se rió.
- Siempre hace la misma pregunta -dijo. Luego, imitando la voz de su hija, añadió-: «¿Cómo se siente uno siendo pirata?». «¿Cómo se siente uno a bordo de un barco pirata?»
Connor percibió dolor, y algo más, en los ojos de Bo Yin, pero sólo fugazmente. Se preguntó si alguien más lo habría notado aparte de él.
- Y puede que algún día lo averigüe yo misma, padre -dijo Bo Yin.
Él se encogió de hombros.
- Eso es. Ve a hacerte pirata y abandona a tu pobre padre anciano para que se marchite en esta casa llena de espadas.
Bo Yin sacudió la cabeza y suspiró.
- Jamás te abandonaré, papá -dijo. Miró melancólicamente a los demás, con los ojos muy abiertos-. Aún así, en otra vida, puede que también yo conozca la gloria de ser pirata…
¿Iba a tener que esperar hasta entonces?, se preguntó Connor. Pasarse la vida haciendo sopa y acercando la silla de su padre a la mesa parecía muy limitado para una muchacha como Bo Yin. De pronto, cayó en la cuenta de cuan libre que era él. Libre para decidir su destino.
Advirtió que Cheng Li tenía los ojos clavados en él y evitó su mirada, fijándose en una de las espadas colgadas en la pared detrás del maestro Yin.
- Impresionante, ¿verdad? -dijo Cheng Li.
El maestro Yin se volvió en la silla, fijándose en la espada.
- Ah, sí -dijo, mirando a Connor-. Esa espada perteneció al gran Chang Po. Lleva grabada una dedicatoria de Cheng I Sao. Has oído hablar de estos grandes piratas, supongo.
Connor asintió.
- ¿Puedo verla más de cerca? -preguntó.
- ¡Por supuesto! -El maestro Yin lo instó a hacerlo moviendo briosamente su cuchara.
Connor se acercó a la espada. Saltaba a la vista que había tomado parte en muchas batallas, a juzgar por las mellas de la hoja y la empuñadura. Pero la hoja seguía estando afilada. Una capa de aceite y estaría lista para volver a usarse.
- Descuélgala -dijo el maestro Yin-. Las espadas no están concebidas únicamente para exhibirlas. ¡Pruébala!
Connor se sorprendió de que el espadero fuera tan poco ceremonioso con un artefacto tan antiguo e importante. Con cierta vacilación, cogió la espada y la descolgó. Cuando su mano se cerró en torno a la empuñadura, cayó en la cuenta de que era la primera vez que asía una espada desde que arrojó su estoque al mar.
- ¡Es ideal para él! -declaró el maestro Yin. Miró a Cheng Li-. Es un buen augurio.
Connor cogió la espada y se puso a cortar el aire con su filo. Le pareció que el fantasma de Chang Po se estaba moviendo a su lado, guiando su mano. De pronto, ya no estuvo en la casa del espadero, sino en la cubierta de un barco inmenso, dirigiendo la Flota de la Bandera Roja en otro de sus victoriosos ataques en el río de la Perla. Olía a pólvora y se oía el fragor de la batana. Notó una súbita inyección de adrenalina. Luego, oyó un grito.
- ¡Bravo, capitán Tempest!
Se volvió y se dio cuenta de que aquel no era el barco de Chang Po, sino el suyo. Su tripulación venía hacia él. Los piratas estaban sonriendo, riendo y aplaudiéndole. Sabía que aquel día habían conseguido una gran victoria.
Antes de que se diera cuenta, lo habían subido a hombros y lo estaban paseando por cubierta. Él se reía.
- ¡Bajadme! ¡Bajadme! ¡Por orden del capitán, bajadme!
Pero ellos sólo se reían. Y a él no le importaba. En ese momento, se sentía profundamente feliz y sereno. Sabía que era un capitán popular. Sabía que lo había hecho bien. Alzó la espada y oyó un griterío.
- ¡Capitán Tempest! ¡Bravo por el capitán Tempest! Bravo…
De pronto, se encontró de nuevo en la habitación, consciente de que tres pares de ojos lo estaban observando atentamente.
Azorado, se dio la vuelta y fue a colgar la espada en la pared. Al alzarla, vio los caracteres chinos grabados en la empuñadura.
- ¿Qué pone? -preguntó.
- Es una dedicatoria de Cheng I Sao a Chang Po -respondió el maestro Yin-. Tráemela y te la traduciré.
Se sacó unas lentes del bolsillo de la camisa y se las puso. Después, Connor le dio la espada y él la dejó en su regazo.
- Ah, sí -dijo, cogiendo un paño y limpiando la empuñadura-. ¡Eso es! Dice «¡Has hecho un largo camino desde el delta del río, humilde pescador!»
El espadero sonrió, formándosele profundas arrugas en la floja piel alrededor de los ojos.
- Tenía mucho sentido del humor, creo, esa Cheng I Sao.
- Sí -dijo Cheng Li, sonriendo y sin apartar los ojos de Connor-, ¿verdad?


50
Zona de riesgo
- ¡Muy gracioso, Johnny! ¡Ahora suéltame!
Había sido un lanzamiento experto. El lazo le había apresado ambos brazos, casi inmovilizándola. Ahora, la cuerda se le estaba comenzando a hincar en la carne. Pero Johnny no dio muestras de soltarla. En vez de eso, la miró con expresión ausente y apretó el lazo incluso más.
- Venga, Johnny, ¡me estás haciendo daño! Por favor, suéltame.
- Todavía no -dijo él-. Aún no he terminado contigo, muchachita.
¿Qué quería decir? Comenzó a recoger el lazo, con la misma habilidad con que en otro tiempo lo habría recogido con el ganado. Grace no tuvo más remedio que dejarse llevar.
- ¿Qué te pasa, Johnny? -preguntó cuando estuvieron uno frente al otro.
- ¿Que qué me pasa? -dijo él, riéndose-. ¡A mí no me pasa nada! ¡Hacía tiempo que no me sentía tan bien!
Una mirada a sus ojos confirmó los peores temores de Grace.
- Has tomado sangre, ¿verdad? -Miró el termo que ella había dejado en el suelo-. Había sangre mezclada con la infusión de bayas. Pero ¿cómo? ¿De dónde la has sacado?
- De donde siempre -respondió él, riéndose.
- ¿No es la primera vez?
Johnny se encogió de hombros.
- ¡Soy un vampiro, Grace! No puedo sobrevivir siempre a base de infusiones y grupos de meditación.
Grace hizo una mueca al oírle hablar tan mordazmente de las complejas terapias de Mosh Zu.
- -¡Pero la infusión de bayas es un sucedáneo de la sangre! Se supone que estás aprendiendo a dominar tu sed. Te estaba yendo bien.
- Caramba, gracias -dijo él-. Me das muchos ánimos. Anda, deja de intentar soltarte. ¿No sabes que, cuanto más fuerza hagas, más va a apretarte el lazo?
Grace se dio cuenta de que tenía razón. Cuanto más forcejeaba, más se le hincaba el lazo en la carne. Bajando la vista, vio que se le estaban formando verdugones rojos justo por encima de los codos. Le dolía tanto que tenía ganas de llorar, pero no quería que él la viera. Se mordió el labio con fuerza para aguantar.
- ¿Por qué te comportas de esta forma? -preguntó-. ¡Tú no eres así!
- Pues claro que lo soy -dijo él-. ¿Qué pasa? No me he cansado de decirte que era un pájaro de cuidado, nena, pero, tú, lo único que veías era a un noctámbulo greñudo adicto al ajedrez.
- No -dijo ella-. Tú eres más que eso. ¡No te des por vencido, Johnny! Sólo porque alguien te haya dado sangre que tú no necesitas. ¡No lo eches todo a perder! Llevas mucho tiempo vagando sin rumbo. Pero ya no necesitas seguir haciéndolo. Podrías tener un hogar, en el Nocturno.
- Sí -dijo él-. A ti te gustaría, ¿no? Tú, yo y Lorcan. ¡Muy íntimo! Muy excitante para ti, estoy seguro. -Grace vio que su transformación se estaba acelerando. Los colmillos se le estaban afilando. Los ojos, desenfocando. Pronto, serían pozos de fuego. Tenía que retrasar ese momento lo más posible. Tenía que hacerlo hablar. Aunque le costara hilvanar una frase coherente mientras el lazo le cercenaba la carne.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó por fin.
- Es sólo que la encuentro un poco rara, esa afición tuya a relacionarte con gente como nosotros. Es como si te gustara flirtear con el peligro o algo así. Pero nosotros no somos animalitos en un zoológico infantil. No puedes venir a visitarnos cuando te apetezca. Relacionarte con nosotros, con los «jóvenes ocultos», tiene consecuencias.
Se acercó más a ella y Grace notó el calor de su respiración en la piel.
- ¿Por qué te resistes? En el fondo, tú sabes que lo deseas tanto como yo, ¡puede que más! El Ciego de Connemara no quiere dártelo, pero yo sí. Siempre te ha intrigado, ¿no? Mientras estabas en el barco, y ahora aquí. Has visto a Lorcan con Shanti. Y quieres saber qué se siente, cómo es donar sangre.
- No -dijo ella-. Eso no es lo que quiero. Lo has interpretado todo al revés.
Él negó con la cabeza.
- Yo creo que no, Grace. Creo que, esta vez, un servidor ha dado en el clavo.
Sujetando el lazo con una mano, la cogió por el cuello con la otra, apretando tanto como el lazo. Luego, soltó la cuerda y le agarró el cuello de la camisa.
- ¡No! -gritó Grace cuando oyó la tela rasgarse, pero la fuerza con que Johnny le apretaba el cuello redujo su grito a un ronco graznido.
De pronto, Grace oyó pasos.
- ¿Qué está pasando aquí?
- ¡Lorcan! -exclamó Grace, aliviada.
- ¡Oh, genial! Aquí está Lorcan, el salvador, en el momento justo -se burló Johnny, sin soltar a Grace.
- ¡Suéltala! -gritó Lorcan, cogiéndole el brazo. Pero el vaquero era demasiado fuerte para él.
- ¿Por qué habría de hacerlo? -dijo Johnny, irritado y mirándolo con malevolencia-. ¿Para que puedas hincarle el diente tú?
- ¡Haz el favor de soltarla! -repitió Lorcan.
Pero Johnny no dio ninguna muestra de querer hacerlo.
Grace cerró los ojos. No había nada que Lorcan pudiera hacer para salvarla. Nada que ella pudiera hacer para salvarse.
Cuando volvió a abrirlos, vio que Lorcan volvía a levantar la mano. ¿Por qué se molestaba siquiera? Sabía que Johnny era mucho más fuerte.
Pero, entonces, Grace vio algo que le extrañó. El anillo de la Amistad de Lorcan estaba emitiendo un fuerte brillo rojo, como si fuera un hierro candente. Parecía que su calavera estuviera creciendo. No, no lo parecía… ¡lo estaba haciendo de verdad! Grace vio cómo seguía creciendo y empezaba a moverse: rechinando sus dientes diminutos. En ese momento, Lorcan acercó la mano al cuello de Johnny y la brillante calavera entró en contacto con su carne, justo por debajo de la oreja. Entonces, abrió la boca, revelando dos colmillos parecidos a largas agujas candentes.
Johnny no había visto nada de aquello. Estaba demasiado cegado por su sed de sangre. No se dio cuenta hasta tener las dos agujas candentes profundamente clavadas en el cuello. Entonces se quedó inmóvil, con las manos paralizadas y una honda expresión de dolor.
Lorcan aprovechó ese momento para apartarlo de Grace. Esta vez, el vaquero no se resistió. Pero Lorcan tuvo piedad de él. Los finos colmillos se retrajeron y él retiró el anillo.
Mientras Johnny seguía fuera de combate, Lorcan se ocupó de desatar a Grace.
- ¡Caramba! -dijo ella-. No sabía que el anillo pudiera hacer eso. Mientras lo llevé colgado del cuello…
Lorcan se encogió de hombros.
- Ya te lo he dicho, Gracie. Aún me quedan unos cuantos ases en la manga. -Al retirar la cuerda, vio el alcance de sus rozaduras e hizo una mueca.
- ¿Es grave? -preguntó ella-. Yo casi no me atrevo a mirar.
- Bastante, me temo. Vas a necesitar botes enteros de ese ungüento de saúco.
Johnny, entretanto, había logrado ponerse de pie.
- Esas heridas se curarán -dijo-. Sólo son magulladuras superficiales. -Se puso derecho-. Son muchísimo menos hondas que el dolor que tú le has infligido.
- ¿De qué estás hablando? -preguntó Lorcan-. Yo jamás he hecho daño a Grace. Ni una sola vez.
- Oh, ¿de veras? -dijo Johnny, sonriendo-. Pues eso no es lo que ella dice.
- ¿Grace? -Lorcan la miró, horrorizado. Ella fue incapaz de mantenerle la mirada. Bajó la cabeza. ¿Cómo podía haber cometido el error de confiar a Johnny sus sentimientos más íntimos? Pero, cuando lo hizo, él era un Johnny distinto.
Y ahora fue Lorcan quien se puso furioso.
- ¿De qué estás hablando? Yo jamás he hecho daño a Grace. Grace, díselo…
- Oh, deja de gimotear -dijo Johnny, con la sed momentáneamente apagada tras el ataque de Lorcan-. Es hora de que madures y te conviertas en un hombre. Es hora de que te decidas con respecto a Grace. Le estás dando una de cal y otra de arena. Ella nunca sabe a qué atenerse contigo. Ninguno lo sabemos.
- Mis sentimientos por Grace… -comenzó a decir Lorcan. Grace se sorprendió de que hubiera mordido el anzuelo. Mientras esperaba a que siguiera hablando, notó que el corazón le palpitaba de un modo completamente nuevo-. Mis sentimientos por Grace son… complicados.
- ¡Complicados! -Johnny se rió-. ¿Complicados? Eso es tan patético como cabía esperar de ti.
En eso, Grace tenía que darle la razón, por mucha rabia que le diera.
Johnny aún no había terminado con Lorcan.
- Repasemos los hechos, amigo. Grace ha subido esta montaña para ayudarte. Lleva meses viviendo entre vampiros. De hecho, según dice, hasta se ofreció a ser tu donante. ¿Y cómo le correspondes tú? ¡Le dices que todo ha sido un gran error y que debería volver a hacer vida normal y olvidarte!
- No -dijo Lorcan, mirando rápidamente de uno a otro-. No ha sido así.
- Entonces dinos -continuó Johnny, disfrutando claramente con aquello-. Dinos cómo ha sido. Y, ya puestos, dinos qué quieres de Grace. Porque, si realmente la quieres, yo me apartaré. Admitiré que ha ganado el mejor vampiro. Pero, si no, me la llevaré. Puede que ni hoy ni mañana, pero un día lo haré. Muy pronto.
- ¡Yo no soy un trofeo! -exclamó Grace, enfadada.
- No -dijo Lorcan-. No lo eres. No le hagas caso, Grace. Es su sed de sangre la que habla.
- Al menos, tengo necesidades - dijo Johnny-. ¡Al menos, me queda algo de ruego en el vientre! -Miró a Grace-. ¿Sabes cómo lo llaman cuando un vampiro se alimenta de un mortal? -Ella lo miró sin comprender-. ¿No? Lo llaman el beso del vampiro. Creo que tienes la cabeza llena de sueños sobre este donjuán, pero hay una cosa que debes saber, que esa será la única clase de beso que él va a darte. La única diferencia entre él y yo es que yo estoy siendo sincero contigo.
Grace miró a Lorcan, sintiendo un repentino peso en el corazón. ¿Podía ser cierto? ¿Era esa la única relación que podía existir entre ellos dos? ¿Era eso lo que él había estado intentando decirle, la lucha interna que había estado librando? ¿Que la veía simplemente como a una posible donante, como nada más?
- No -dijo Lorcan-. No, tú no sabes de lo que hablas. Ya te lo he dicho, mis sentimientos por Grace son…
- Sí, sí, los sabemos, ¡complicados!
De pronto, Lorcan atrajo a Grace hacia sí. La abrazó estrechamente y la miró a los ojos. Le hacía daño en sus brazos magullados, pero a ella no le importó. Llevaba mucho tiempo esperando aquel momento.
- Te quiero, Grace -dijo Lorcan-. Te quiero muchísimo. Pero no estoy dispuesto a dejar que Johnny me acorrale de este modo. Tenemos que hablar, y pronto, pero no vamos a hacerlo delante de él. Lo que tengo que decirte es demasiado importante. ¿Te basta eso?
- ¡Sí! -Grace afirmó entusiasmada con la cabeza, llorando de alivio y dolor-. ¡Sí!
- ¡Bien! -Entonces, Lorcan se inclinó hacia delante y le dio un beso en la frente. Ella notó el fresco roce de sus labios en la piel y se estremeció de la cabeza a los pies.
- ¡Caramba! -Johnny se rió-. ¡Un beso en la frente! ¡Qué fogosidad!
- ¿Se puede saber qué está pasando aquí?
Se dieron la vuelta y vieron que Olivier venía apresuradamente hacia ellos y apartaba el lazo de un puntapié. Había visto las heridas de Grace. Corrió hasta ella y le levantó el brazo, sofocando un grito.
- Es Johnny -dijo Grace-. Alguien ha mezclado sangre con su infusión de bayas. Se ha puesto como loco.
Olivier la soltó, cogió a Johnny por los brazos y se los colocó a la espalda.
- Vale -dijo Johnny-. Vale, amigo. Me portaré bien. -Olivier lo soltó, pero no le quitó ojo, atento por si daba más problemas.
- ¿Cómo puede haber pasado algo así? -preguntó Lorcan.
- No lo sé -dijo Olivier, frunciendo el entrecejo-. Pero ahora no tenemos tiempo para hablar de eso. ¡Mosh Zu ordena a todos los vampiros que acudan de inmediato a la sala de reuniones!
- Oh, ¿de veras? -dijo Johnny-. ¿Qué pasa? ¿Es que le han entrado unas ganas locas de hacer terapia de grupo?
- ¡Cállate! -dijo Olivier.
Johnny se encogió de hombros.
- Pues muy bien. ¡Venga, pandilla, vayámonos pitando a la sala de reuniones!
Olivier miró a Grace.
- Tú no, Grace. Tú tienes que volver a tu habitación y echar la llave.
- ¡Ni hablar! -dijo ella, desafiante.
- Son órdenes expresas de Mosh Zu -adujo Olivier.
- Grace se queda conmigo -declaró Lorcan, asiéndola firmemente de la mano.
- Muy bien -dijo Olivier, suspirando-. No tengo ni tiempo ni paciencia para discutir con vosotros. Pero Grace, esta vez te estás poniendo en la zona de riesgo.
- ¡Por supuesto! -dijo Johnny-. ¿No sabes que no hay ningún otro lugar donde Grace preferiría estar?


51
El viaje continúa
- ¿Estás contenta con mi trabajo? -preguntó el maestro Yin al levantar el paño que cubría las relucientes espadas.
Connor se quedó sorprendido de la modestia del maestro artesano. Cheng Li había dicho que era el espadero con más talento de su generación y, no obstante, él se quedó observándola, tan nervioso como un aprendiz, mientras ella sacaba una de las espadas de su caja y la sostenía en alto.
Cuando Cheng Li exclamó que era perfecta, el anciano sonrió de oreja a oreja.
Cheng Li volvió a dejarla en la caja. El maestro Yin la cubrió otra vez con el paño, tan dulcemente como si estuviera tapando a un bebé en su cuna con una manta.
- Setenta espadas y setenta dagas, como pediste -dijo, colocando la tapa de madera.
- Excelente -dijo Cheng Li-. Connor, empieza a llevarlas al muelle mientras yo saldo mi deuda con el maestro Yin.
- Desde luego. -Connor cogió la primera caja de espadas.
- Te ayudaré -dijo Bo Yin, cogiendo la segunda caja y saliendo detrás de él.
Cuando se hubieron marchado, Cheng Li miró al maestro Yin.
- ¿Y bien? -dijo-. ¿Qué opina?
El maestro Yin sonrió.
- Creo que estás en lo cierto -respondió-. Tiene un no sé qué. El modo en que ha blandido la espada. Lo he visto muy pocas veces en mi vida. La última vez, fuiste tú.
Cheng Li sonrió ante su halago, pero la sonrisa enseguida se le borró.
- Te preocupa algo-dijo el maestro Yin.
Cheng Li le miró, reflexiva.
- Estoy segura del talento de Connor. Pero él me preocupa. Es vulnerable. Acaba de matar a su primera víctima y eso lo ha sumido en un mar de dudas. De veras pienso que debería dejar la piratería.
- Eso es fácil de decir. -El maestro Yin sacudió la cabeza-. Uno no elige ser pirata. La piratería lo llama. De igual forma que llamó a Chang Po y la gran Cheng I Sao. -Suspiró-. Matar a la primera víctima es un duro golpe para todos. Debería serlo. Para ser un gran pirata, hay que apreciar el valor de la vida y la muerte. Nadie quiere a una máquina de matar en su tripulación.
- No -dijo ella-. Tiene razón, por supuesto.
Oyeron risas cuando Connor y Bo Yin volvieron para coger otras dos cajas. Al entrar, se contuvieron, como si Cheng Li y el maestro Yin fueran profesores.
Cuando se hubieron ido, Cheng Li sonrió al espadero.
- Puede que en esta casa haya hoy más de un pirata prodigio.
El maestro Yin resopló.
- No vamos a hablar de eso.
Pero Cheng Li continuó, impertérrita.
- Usted sabe cómo se le ilumina la cara a Bo en cuanto alguien menciona el mar. Es fuerte e inteligente. Y la he visto manejar la espada.
- Por favor -dijo el viejo espadero-. Por favor, no digas esas cosas.
- No quiero disgustarle -dijo Cheng Li-. Pero, piense en lo que acaba de decir: «Uno no elige ser pirata. La piratería lo llama». Y yo creo que está llamando a…
- ¡Bo Yin! -gritó su padre, saliendo a la puerta.
- ¡Sí, papá!
- ¡Ten cuidado con esas cajas! -gritó-. ¡No estás transportando frutas ni verduras!
- Sí, papá -respondió ella.
Viendo la expresión del maestro Yin, Cheng Li decidió no insistir más. Pero había percibido una determinada mirada en los ojos de la muchacha. Había reconocido su fuego. No hacía falta ser adivino para saber cómo iba a terminar aquello. Mirando al espadero mientras él se ocupaba en otra caja, advirtió que también él lo sabía. Sólo era cuestión de tiempo.
- Mira -dijo el anciano, abriendo una caja más pequeña que el resto-. Este es tu encargo especial. -Retiró la tapa para dejarle ver la espada y la daga, colocadas una junto a la otra.
Cheng Li se inclinó sobre la caja y recorrió la espada con el dedo.
- Soberbia -declaró-. Justo lo que esperaba.
- Bien, bien -dijo el espadero, volviendo a cerrar la caja y dejándola encima del resto.
Cuando todas las cajas estuvieron a bordo de la balandra, Connor y Cheng Li regresaron al embarcadero para despedirse del espadero y su hija. Bo Yin ayudó a su padre a bajar las escaleras de madera que conducían al muelle.
- Muchísimas gracias -dijo Cheng Li al espadero.
- Gracias a ti -dijo el maestro Yin-. Y recuerda mi consejo.
Cheng Li asintió.
- Lo haré. Y recuerde usted el mío. -Miró a Bo Yin-. Gracias por tu ayuda, Bo Yin.
La muchacha sonrió.
- Ha sido un placer volver a verte, Cheng Li. Y también a ti, Connor.
Él esbozó una sonrisa tenue.
- Cuida bien de tu padre -dijo Cheng Li.
- Cuidaremos el uno del otro -dijo el maestro Yin, atrayéndola hacia si con actitud protectora-. Como hemos hecho siempre.
- Ha sido un verdadero placer conocerle, señor -dijo Connor, inclinándose ante él.
- Lo mismo digo -respondió el espadero-. Disfruta de tus nuevas armas. ¡Huy!-Se tapó la boca.
Al volverse, Connor vio que Cheng Li estaba negando con la cabeza.
- Venga-le dijo-. Ya va siendo hora de que zarpemos.
Saltó al bote. Connor la siguió y el remero los llevó de vuelta a la balandra. Muy pronto, volvían a levar anclas para regresar a la Academia.
Mientras Connor preparaba el barco para zarpar, vio que el maestro Yin estaba regresando a su casa. Pero Bo Yin seguía en el muelle, mirándolos. Le dijo adiós con la mano, pero ella pareció no darse cuenta. Era como si estuviera hipnotizada.
- Bo Yin quiere ser pirata, ¿verdad? -dijo a Cheng Li.
Ella asintió, dejando lo que estaba haciendo.
- Hay un viejo dicho. A lo mejor lo has oído. El dicho pregunta: ¿cómo puedes distinguir a un auténtico pirata?
- ¿Y cuál es la respuesta? -preguntó Connor.
- Porque cuando lo miras a los ojos, lo único que ves es mar. -Cheng Li tomó aire-. Pues bien, yo he mirado a Bo Yin a los ojos y veo mucho mar en ellos.
El viaje de vuelta fue similar al de ida. Hablaron poco durante el día, absortos cada uno en sus pensamientos. La conversación seria volvió a posponerse hasta la cena, durante la cual Connor planteó muchas preguntas sobre el maestro Yin, su taller y su hermosa y vivaz hija.
- Yo también tengo una pregunta para ti -dijo Cheng Li-. Te ha pasado algo cuando has blandido la espada de Chang Po. Ha sido como si nos hubieras dejado durante un rato y te hubieras ido a un lugar completamente distinto.
Connor hizo un gesto afirmativo, dejando un hueso de pollo en el plato.
- He tenido una visión -dijo-. Al principio, estaba en el barco de Chang Po, o al menos eso creía. Luego, he visto que estaba en la cubierta de mi propio barco…
- ¿Tu propio barco?
- Ha sido una visión del futuro, supongo -dijo él-. La gente me llamaba capitán Tempest.
- ¿Cómo te has sentido?
- Bien -respondió él-. Pero no es la primera vez que veo mi futuro.
- ¿No? -Cheng Li lo instó a continuar con la mirada.
- No, ya me había ocurrido en la Academia de Piratas. Dos veces. La primera vez en la Rotonda, mientras miraba las espadas de los capitanes. Luego, me pasó otra vez, durante una clase del comodoro Kuo.
- Y dime, ¿es siempre la misma visión?
Connor sacudió la cabeza.
- No, la visión que he tenido en casa del maestro Yin ha sido feliz. Estábamos celebrando algo. En las que tuve en la Academia de Piratas estaba herido, sangrando. De hecho, creo que presencié mi propia muerte.
Cheng Li tenía los ojos abiertos como platos.
- ¿Crees que has visto tu propia muerte como capitán pirata?
- Sí -respondió él-. Es otro motivo por el que creo que debería abandonar este mundo.
- Eso es fácil decirlo.
- Ya lo sé -convino él.
- Connor, ¿quieres mi consejo?
- Por supuesto.
- Esas visiones, por claras que sean, pueden no ser de tu futuro real. Quizá te estén mostrando, más bien, qué posibilidades hay.
- ¿Te refieres a la clase de pirata en que puedo convertirme?, ¿como has dicho antes?
Cheng Li asintió.
- He estado pensando en eso -dijo Connor-. Le he dado muchas vueltas en casa del maestro Yin. Creo que vuelvo a estar listo para ser pirata. Pero no en el barco de Molucco Wrathe. -La miró, con un nuevo brillo en los ojos-. Quiero unirme a tu tripulación.
- Comprendo. -Cheng Li hizo un gesto afirmativo. Como de costumbre, su cara apenas dejó traslucir ninguna emoción.
- Pensaba que te complacería -dijo Connor.
- Me siento halagada, por supuesto -respondió Cheng Li-. Pero las cosas son más complicadas de lo que tú crees o quizá quieras admitir. -Lo miró fijamente-. Aún no eres un hombre libre, Connor. Sigues debiendo lealtad al capitán Wrathe.
- Él dejaría que me fuera -dijo Connor-. Sé que lo haría. Entendería que necesito volver a empezar.
Cheng Li no compartía su parecer.
- Pensaría que he jugado sucio. No nos andemos con rodeos, Connor. Todos sabemos que Molucco Wrathe y yo no nos podemos ver.
- ¿Me estás diciendo que no vas a considerarme como posible miembro de tu tripulación?, ¿como tu segundo de a bordo?
- ¿Mi segundo de a bordo? -dijo Cheng Li, sonriendo-. Veo que ya vuelves a ser el mismo Connor de siempre, y con ganas.
- No -dijo él con firmeza-. El que habla es el nuevo Connor Tempest. Más adulto, más sabio…
- Demuéstramelo -dijo ella-. Vuelve y haz las paces con Molucco. Sea cual sea mi opinión de él como capitán, se ha portado bien contigo. Deberías honrar eso. Ve a hablar con él, cuéntale cómo te sientes. Si accede a eximirte de tu juramento, yo estaré encantada de tenerte en mi tripulación.
Arribaron a la Academia al amparo de la oscuridad. En su puerto, había amarrado un galeón que resplandecía majestuosamente a la luz de luna.
- Así que ya ha llegado -dijo Cheng Li, incapaz de disimular el entusiasmo en la voz.
- ¿Es tu nuevo barco? -preguntó Connor.
- Mi nuevo barco -repitió Cheng Li, sonriendo-. Es mi barco. Y es hora de que tú te vayas al Diablo y tengas tu pequeña charla con Molucco.
- Sí -dijo él, volviendo a apesadumbrarse al pensar en ello. Recogió sus cosas y se dispuso a correr hasta el esquife, que seguía en su escondrijo.
- ¡Espera! -dijo Cheng Li-. Tengo algo para ti.
Bajó a la bodega y subió con una caja pequeña. Se la dio. Él la miró con curiosidad, aunque ya imaginaba qué contenía.
- ¿Puedo abrirla? -Cheng Li asintió.
Cuando levantó los dos cierres y abrió la caja, se le bañó la cara de luz. Dentro, mirándolo, había dos armas nuevas: un estoque y, junto a él, una daga.
- Necesitabas un estoque nuevo, y he pensado que ya va siendo hora de que aprendas a luchar con dos armas -dijo Cheng Li.
- ¡Son preciosos! -exclamó Connor. Cogió el estoque y lo alzó. De inmediato, sintió la misma conexión que con la espada de Chang Po.
- ¿Te gusta? -preguntó Cheng Li.
- Oh, sí -contestó él. Cuando dio la vuelta al estoque, se fijó en que tenía una inscripción en la empuñadura, igual que la espada de Chang Po-. ¿Qué es?
- Léela -dijo ella.
- «Para Connor Tempest, un pirata con un brillante porvenir. Entregada al principio de su destacada carrera. De Cheng Li.»
Connor se emocionó.
- Gracias -dijo, olvidándose del decoro y abrazándola-. ¡Muchísimas gracias!
- De nada -respondió ella, un poco desconcertada por su emotividad.
- Y gracias también por tus consejos -dijo Connor, volviendo a dejar el estoque en la caja.
- Ya te salvé una vez de morir ahogado, ¿recuerdas? -Se quedó pensativa-. De hecho, parece que lo esté convirtiendo en una costumbre, ¿no?


52
El asalto a la ciudadela
Grace, Lorcan y Johnny fueron de los últimos en llegar a la sala de reuniones. El recinto estaba atestado de vampiros, muchos de los cuales Grace no había visto hasta aquel momento. Se dio cuenta de que aquellos eran los vampiros de los tres bloques, de todas las fases del tratamiento de Mosh Zu. No había, como había señalado Olivier, ningún donante. Grace imaginó que debían de estar bajo siete llaves en el bloque de los donantes.
Estremeciéndose, advirtió que era uno de los poquísimos mortales de la sala. No había hecho caso a Olivier cuando le había suplicado que se fuera a su habitación y cerrara la puerta con llave. Pero ahora se preguntaba si había hecho bien. Había una diferencia entre afrontar el peligro cuando se te echaba encima e ir voluntariamente a su encuentro.
El apretón que Lorcan le dio en la mano la ayudó, hasta cierto punto, a reafirmarse en su decisión. Además, quería estar presente para respaldar a Mosh Zu.
Alzó la vista cuando él subió al estrado.
- ¿Ya están todos? -preguntó a Olivier.
Olivier asintió; cerró las puertas que había al fondo de la sala y tomó asiento junto a Dani.
Había murmullos en toda la sala, pero Mosh Zu los acalló alzando la mano. Al instante, todos los ojos se clavaron en él.
- Hoy, os he reunido a todos aquí para hablaros de un nuevo peligro. -En respuesta a aquello, comenzaron a circular susurros por toda la sala, que cesaron en cuanto Mosh Zu continuó-: Pero antes quiero recordaros a todos por qué estáis aquí y qué puedo ofreceros en Santuario. -Se quedó un momento callado-. Ser vampiro en la sociedad humana tiene sus dificultades. Apenas necesito recordároslas. En el tiempo que lleváis aquí, he hablado con todos vosotros y oído vuestras experiencias, a menudo profundamente dolorosas, de los años en que habéis vagado errantes. A todos nos han hecho el gran regalo de la inmortalidad. Pero, como todos sabemos, ese regalo también puede convertirse en una carga. Puede convertirse en una carga si significa quedarnos atrapados en una espiral interminable, una espiral donde, cuanta más sangre tomamos, más sed de ella tenemos. El riesgo de una existencia así radica en que lo único que sentimos, lo único que nos motiva, es nuestra sed de sangre. Eso nos impide ver la excepcional belleza del regalo que nos han hecho. Nos induce a hacer daño a otros. Nos convierte en marginados. Y sé que todos los que estáis aquí conocéis esa sensación de rechazo.
Grace escuchó, fascinada, cuando él continuó.
- Vuestra llegada a Santuario señala el final de los años en que habéis vagado errantes y el comienzo de vuestra integración. Trabajamos con vosotros para que dominéis vuestra sed de sangre. Cuando terminamos, sois capaces de alimentaros sin hacer daño a otros. Nuestro objetivo final es que os suméis a la tripulación del Nocturno. Puede que algunos de vosotros prefiráis regresar a tierra firme. Pero, cuando os marchéis de aquí, siempre que sigáis nuestras enseñanzas, tendréis un sistema para gestionar vuestra sed y conferir más sentido a vuestra inmortalidad. Es entonces cuando sois verdaderamente libres para apreciar el regalo.
A Mosh Zu se le ensombreció el rostro.
- No obstante, ahora acecha un nuevo peligro. Fuerzas externas van a intentar llevaros por otros derroteros.
Hubo murmullos en la sala.
- Una facción de vampiros cada vez más numerosa está fomentando activamente el abandono de nuestras enseñanzas -prosiguió Mosh Zu-. Prefieren derrochar su eternidad a renunciar a su constante búsqueda de sangre. Son desenfrenados en su uso de la violencia y flagrantemente indiferentes a las vidas mortales. Ahora mismo, se están preparando para tentaros y convenceros de que os unáis a ellos. Y no os quepa la menor duda de que os veréis tentados. Será duro resistiros. Como ya he dicho, el trabajo que hacemos aquí no es fácil. En cambio, unirse a ellos es muy fácil, y eso lo hace incluso más tentador.
Alzó la vista y recorrió las hileras de vampiros con la mirada.
- Quiero que sepáis dos cosas. Primero, si decidís uniros a ellos, no podréis volver a Santuario nunca más. Nuestras puertas siempre estarán cerradas para vosotros… y quiero decir siempre. Puede parecer cruel, pero no voy a correr ningún riesgo. Lo segundo que debéis saber es que, por muy tentadora que parezca su promesa, sólo es un modo de arrastraros a un viaje sin retorno.
- Eso es todo. -Dicho esto, se retiró.
Alguien alzó una mano en el centro de la sala.
- No tengo nada más que añadir por ahora -dijo Mosh Zu-. Más tarde, si tenéis preguntas.
Pero el vampiro no se dio por vencido. Hubo movimiento entre el público y Grace vio que se estaba abriendo paso para salir al pasillo. Cuando lo hizo, Grace contuvo un grito. Era Sidorio. ¿Cómo demonios había entrado?
Claramente, Mosh Zu estaba pensando exactamente lo mismo. Lo observó con incredulidad mientras él se dirigía al estrado a grandes zancadas.
- No te preocupes -dijo Sidorio-. No tengo ninguna pregunta.
- Entonces vete-dijo Mosh Zu.
- ¿No vas a dejarme dar mi opinión?
Mosh Zu vaciló. Grace vio que no estaba seguro de cuál era el mejor modo de actuar. Su vacilación resultó fatal. Sidorio se subió al estrado de un salto y comenzó a dirigirse al público.
- Algunos de vosotros podéis estar preguntándoos quién soy. Otros, ya lo sabréis. Soy Sidorio, un antiguo teniente del Nocturno. Estoy aquí para hablaros de mí. Lo primero que debéis saber es que ya no hay únicamente un barco vampirata. La época del Nocturno ha terminado. Hay un segundo barco, y pronto habrá más. Y, en esos barcos, haremos las cosas de un modo distinto.
- ¡Debes irte! -le ordenó Mosh Zu.
- Pero ellos quieren saber quién soy -dijo Sidorio, señalándole el público hechizado con un gesto de la cabeza-. ¿No ves lo interesados que están? Tú has tenido tu turno en el estrado. ¿Y yo no tengo ninguna posibilidad de exponer mi manifiesto? -Sonrió, enseñando los dientes.
Mosh Zu se acercó a él. En ese momento, alguien gritó:
- ¡Déjele hablar!
- ¡Sí! -gritó otra-. ¡Déjele dar su opinión!
Mosh Zu negó con la cabeza, pero Grace observó que era un gesto de desesperación. Viendo que Sidorio estaba captando toda la atención del público, se bajó del estrado.
- Eso es la democracia para ti, ¿eh? -Sidorio se rió-. ¡Ni siquiera te dignas a compartir el estrado conmigo!
Algunos de los vampiros se rieron con él. Grace advirtió que ya había empezado a ganarse a parte del público.
- Yo pertenezco a la nueva facción, como la llama vuestro gurú. Pero mi forma de pensar no tiene nada de nueva. Ni tampoco es compleja. Se podría resumir en tres palabras: ser uno mismo. Vosotros sois vampiros. Y también yo. Vosotros necesitáis sangre. Y también yo. ¿Por qué resistirnos? ¡Seamos nosotros mismos! ¿Por qué complicarnos la vida intentando «gestionar» nuestra sed? Nosotros necesitamos sangre y siempre lo haremos. Ya tenemos el regalo de la inmortalidad. ¡Seamos nosotros mismos! ¿Queréis realmente pasaros la eternidad midiendo la sangre que tomáis? ¿O queréis vivir sin más, vivir de verdad? Por cierto, no estamos amenazados por la comunidad mortal. Hemos aumentado en número. ¡La amenaza somos nosotros! Ningún mortal en su sano juicio se atrevería a desafiarnos. ¡Seamos nosotros mismos!
Mientras hablaba, recorrió la sala con la mirada y sus ojos se toparon con Grace. Ella lo miró con desdén. Vio, para su satisfacción, que él parecía momentáneamente preocupado, pero luego continuó.
- Mi barco está esperando para los que queráis uniros a mi tripulación. Lo único que tenéis que hacer es bajar la montaña conmigo. Abajo, os espera un nuevo viaje. Y, os lo puedo asegurar, ¡va a ser el viaje de vuestra vida! ¿Qué decís? ¿Quién está conmigo?
A Grace le dio un vuelco el corazón al ver que varios vampiros alzaban la mano y le expresaban su apoyo. Entre las voces, oyó el familiar acento de Johnny.
- ¡Yo estoy con usted, jefe!
Grace sacudió tristemente la cabeza. Era su sed de sangre la que hablaba. Lo mismo que en el resto. Sidorio sabía qué tecla debía tocar para enviarlos a su perdición.
- Excelente -dijo Sidorio-. Dentro de un momento, saldré de aquí. Sólo tenéis que seguirme. Pero tengo un último mensaje para el resto de vosotros, para quienes aún nadáis entre dos aguas. Os han dicho que el Nocturno está dispuesto a acogeros cuando terminéis vuestros estudios en Santuario. Que, con el capitán, disfrutaréis de una feliz eternidad. Bueno, siento ser el que os agüe la fiesta, pero lo cierto es que, en este momento, el Nocturno no tiene capitán.
Hubo gritos sofocados en toda la sala.
- No -bramó Sidorio-. Porque está postrado aquí en Santuario, debatiéndose entre la vida y la muerte. Y, si queréis mi opinión, creo que tiene pocas posibilidades.
- ¿Es eso cierto? -gritó uno de los vampiros.
Mosh Zu volvió a subir al estrado.
- ¡Díganos la verdad! -gritó otro.
El gurú alzó la mano.
- Es cierto que el capitán está indispuesto…
- ¿Indispuesto? -gritó Sidorio-. Creo que eso es quedarse un poco corto.
Pero la confirmación de Mosh Zu había bastado para acrecentar el descontento en la sala y aumentar un número de partidarios de Sidorio.
- ¿Por qué no nos lo ha dicho? -chilló otro vampiro.
- ¡Sí! ¡Tendría que habérnoslo dicho! -gritó otro.
- ¿Es que no lo veis? -dijo Sidorio-. Aquí actúan así. Os ocultan cosas.
- ¡Es culpa tuya! -gritó Mosh Zu-. Tú has sido la causa de que el capitán se encuentre en este estado.
Ignorando el comentario, Sidorio continuó:
- ¿Cuánto tiempo lleva aquí? ¿Cuánto tiempo lleva postrado en tu cámara de sanación mientras tú intentas salvarle la vida? ¿Una hora? ¿Una tarde? ¿Una noche?
Mosh Zu movió la cabeza, negándose a contestar.
- Bueno, es posible que tú no quieras decírselo, pero yo sí quiero -bramó Sidorio-. Lleva aquí dos días. Dos días enteros bajo llave, extinguiéndosele poco a poco la vida. Y, con ella, toda esperanza que vosotros hayáis podido abrigar de partir con él en ese barco.
- ¡Eso no es cierto! -gritó Mosh Zu al público-. ¡No lo entendéis! ¡Son todo mentiras!
Sidorio negó con la cabeza.
- Yo no soy el que está diciendo mentiras, y vosotros lo sabéis. -Dicho aquello, saltó del estrado.
- ¡Olivier, abre las puertas! -gritó.
¿Cómo sabía el nombre de Olivier? Grace miró al aprendiz y advirtió que Mosh Zu volvía la cabeza al mismo tiempo. Así que los había traicionado. Se quedaron mirándolo cuando él se levantó rápidamente para obedecer al nuevo señor, abriendo las puertas.
- ¡Este es, por cierto, el hombre al que debéis dar las gracias por cómo os sentís esta noche! -dijo Sidorio, acercándolo a él-. Él es quien os ha hecho más apetecible la infusión de bayas hace un rato. De hecho, ya lleva días aumentando paulatinamente la cantidad de sangre que ingerís a diario. Nos parecía que ya estabais hartos de tanta infusión.
Grace tuvo náuseas. Así pues, era el mismísimo Olivier, la persona de confianza de Mosh Zu, quien había manipulado la infusión de bayas y dado más sangre a los vampiros en proceso de curación. No era sorprendente que Sidorio hubiera encontrado un público tan fácil de convencer.
- ¿Cómo has podido? -preguntó a Olivier-. ¿Cómo has podido hacerlo? Eras el primer ayudante de Mosh Zu.
- Sí -respondió Olivier-. Lo era. Hasta que llegaste tú. Pero, después, todo ha cambiado, ¿no?
Grace se quedó profundamente desconcertada. ¿Era ella responsable, hasta cierto punto, de lo que estaba sucediendo?
- Tienes que ignorarlo -dijo Mosh Zu-. Le han envenenado la mente.
- ¡No! -exclamó Olivier-. No, Sidorio me ha escuchado, ha oído mis preocupaciones. -Miró al vampiro, buscando confirmación-. Hemos hecho un pacto.
- ¡Un pacto! -exclamó Grace. Miró a Olivier y, luego, a Sidorio-. ¿Qué clase de pacto?
- Yo he allanado el camino para que Sidorio entrara en Santuario -respondió Olivier-. Y él me ha prometido…
Sidorio se rió entre dientes. El sonido fue escalofriante. Olivier vaciló.
- ¿Qué te ha prometido? -preguntó Mosh Zu-. ¿Un cargo en su nuevo barco?
- ¿Qué tiene de extraño? -dijo Olivier-. Yo he sido su primer ayudante. ¡Ahora soy el suyo!
Sidorio se encogió de hombros.
- No forzosamente mi primer ayudante, amigo…
- ¿Qué quieres decir? -preguntó Olivier-. Hemos hablado. Hemos llegado a un acuerdo…
- Has sido de gran ayuda -dijo Sidorio-. Y te estoy agradecido. Te lo digo de corazón… por así decirlo. -Apartó a Olivier-. Hablaremos luego.
- ¿Lo ves? -dijo Mosh Zu-. ¿Ves cómo te utiliza y luego se deshace de ti? -Mirando a los vampiros reunidos en la sala, exclamó-: ¡No os quepa duda! Así va a ser para todos vosotros. Él no tiene presentes vuestros intereses, sólo sus maléficas maquinaciones.
Grace vio un rayo de esperanza. Era evidente que las palabras de Mosh Zu habían influido en algunas personas del público.
Pero, cuando Sidorio se aclaró la garganta, todos los ojos volvieron a clavarse en él. Era como si él ejerciera un siniestro dominio sobre ellos. Una terrible atracción,
- Me he desviado del tema -dijo-. A ver, ¿por dónde iba? Ah, sí… Seguidme si queréis una vida nueva en un barco nuevo. Un barco donde tomaréis la sangre que queráis cuando os apetezca. ¡Y os prometo que ya no habrá más patéticos exámenes de conciencia ni más sensiblerías como las meditaciones o los abrazos de grupo!
Cuando llegó a la puerta, un gran número de vampiros dejó sus asientos y se arremolinó excitadamente a su alrededor. Comenzaron a hablar entre ellos en voz muy alta. Sidorio salió de la sala y ellos lo siguieron. Como ratas siguiendo al flautista de Hamelín, pensó sombríamente Grace. Vio a Johnny entre sus filas, con un nuevo brillo en los ojos. Él siempre había dicho que no tenía buen ojo para la gente. Bueno, está vez había hecho pleno.
Grace corrió hasta Mosh Zu.
- ¡Debemos detenerlos! -dijo.
- No. -Mosh Zu sacudió la cabeza-. Ya están mancillados. Mi persona de confianza se ha ocupado de eso.-Se volvieron para observar a Olivier mientras él hacía pasar a los vampiros renegados por las puertas. Grace se preguntó por qué seguía ayudando a Sidorio. ¿Acaso no veía que no había sitio para él entre la tripulación de renegados? Miró de nuevo a Mosh Zu, deseando que pudiera haber previsto la debilidad de Olivier, su traición.
- Siempre son las personas más próximas a ti -dijo él-. Siempre son las que más te cuesta interpretar. Pierdes objetividad.
Grace vio, desesperada, cómo se vaciaban las sillas. Para entonces, en torno a un tercio de los vampiros había seguido los pasos de Sidorio. Los demás permanecían sentados, asimilando la noticia del capitán, angustiados de ver invadido su refugio.
- ¿No puede detenerlos? -preguntó uno a Mosh Zu-. ¿No puede hacerlos volver?
El gurú contestó con determinación.
- Me acuse de lo que me acuse Sidorio, yo no me dedico a lavar cerebros. Yo no soy quien os cura cuando acudís a mí. Yo trabajo con vosotros para que os curéis solos. Vosotros acudís a Santuario voluntariamente y os marcháis del mismo modo. Vosotros tomáis las decisiones. Y ellos -señaló las puertas con un gesto de la cabeza- han tomado la suya.
- ¿Y nosotros? -preguntó una vampira. Al volverse, Grace vio que se trataba de la princesa de Lamballe.
- Nada ha cambiado -dijo Mosh Zu-. Nuestro trabajo continúa. Puede que ahora seamos menos, pero eso sólo significa que podremos emplearnos más a fondo con los que decidáis quedaros.
- ¿Qué hay del capitán? -insistió la princesa-. ¿Es cierto que está moribundo?
- El capitán corre cierto peligro -respondió Mosh Zu-. Pero está respondiendo bien al tratamiento. Se recuperará. Y volverá al Nocturno. Y ahora, si me disculpáis, voy a ver cómo se encuentra. Grace, ¿querrías acompañarme?
Ella asintió.
Mosh Zu se dio la vuelta.
- Los demás, los que hayáis decidido quedaros, sed tan amables de volver a vuestras habitaciones y pensar en lo que ha pasado hoy. Pensad en cómo queréis que sea vuestra eternidad. Y, si tenéis alguna duda, idos y sumaos a la caravana que está bajando la montaña.
Dicho aquello, se marchó muy enfadado. Grace lo siguió.
De camino a las habitaciones de Mosh Zu, pasaron junto a la sala recreativa. Grace se asomó y se detuvo. El gurú siguió andando, absorto en sus pensamientos.
- ¡Voy enseguida! -le gritó. No estaba segura de si la había oído.
Al entrar en la sala recreativa, vio a Johnny moviendo una pieza de ajedrez.
- Jaque mate -dijo, sonriéndole mientras derribaba al rey blanco. Comenzó a recoger el tablero de ajedrez. Grace se preguntó si entre los vampiros disidentes, encontraría alguno dispuesto a jugar al ajedrez.
- No te vayas con él, Johnny -dijo-. Sé que estás tentado. ¿Cómo no ibas a estarlo? Te han puesto sangre en la infusión. Por eso me has atacado antes. No podías dominarte. Pero, si te quedas aquí, las cosas mejorarán. Sé que lo harán.
Johnny la miró con tristeza.
- Ya te lo he dicho, Grace. Aquí, las cosas son duras. Lo cierto es que esta no ha sido la primera vez que tomo sangre. Olivier siempre ha estado bastante dispuesto a negociar. -Suspiró-. Lo he intentado, Grace, de veras que sí. Pero he tomado mi decisión. Me voy con Sidorio.
Grace lo miró desconsolada mientras él se metía el tablero y las piezas de ajedrez en el macuto. Se le ocurrió una última idea para intentar disuadirlo.
- ¿Te acuerdas de todo lo que me contaste? -dijo-. ¿Sobre tu vida y tu muerte? Tú mismo lo admitiste. Tienes un ojo fatal con la gente.
Johnny sonrió.
Era evidente que recordaba aquella confesión.
Grace continuó.
- Ya has tomado malas decisiones, Johnny. Pero, si esta noche sales por esa puerta, esa será la peor decisión de todas.
El vaquero se encogió de hombros.
- Te entiendo, Grace. Te entiendo, pero, tal como yo lo veo, ¿qué más puedo perder? -Se echó el macuto al hombro y se acercó a ella.
- He intentado portarme bien. He dado todo lo que tenía, y más. Y ¿sabes qué? No es que no pueda portarme bien. Es sólo que portarme mal se me da mucho mejor. -Cogió su sombrero vaquero y se lo colocó ladeado--. Hasta luego, muchachita -dijo al salir.
Grace se sintió compungida mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Aquello era horrible. Todo su mundo se estaba desmoronando. Y no sólo su mundo.
De pronto, la asaltó otro pensamiento. ¿Dónde estaba Lorcan? No lo veía desde la reunión. Cuando los vampiros habían empezado a marcharse y ella había corrido junto a Mosh Zu, lo había perdido de vista. ¿Dónde estaba? No podía haber seguido a Sidorio, ¿verdad? Si lo había hecho, a ella ya no le quedaba ninguna esperanza, ni fe. Con lágrimas en los ojos, abandonó la sala recreativa.
Al salir al pasillo, echó a correr. No estaba segura de adónde iba exactamente. Pero, de pronto, necesitaba respirar aire fresco.
Fuera, vio a Johnny corriendo para alcanzar la caravana de disidentes. Permaneció sola en el patio. Hacía frío y advirtió que estaba empezando a nevar. Alzó la vista para mirar los copos de nieve, arremolinándose por encima de ella. Recordó su visión de la vida y la muerte de Johnny, de la nieve cayendo. La apartó de la cabeza. Ahora le dolía demasiado pensar en él.
Recordando el huerto donde se había refugiado en una ocasión, decidió ir allí, alejarse de ellos. Alejarse de todos ellos. Cruzó el patio principal y tomó el sendero que conducía al huerto. Fue un alivio, al principio, estar allí sola. El huerto estaba incluso más hermoso de cómo ella lo recordaba, conforme la nieve cubría la fuente y los bancos que la rodeaban.
Recordó la vez en que se había tendido en uno de ellos, con la cinta de Lorcan alrededor del cuello y, tras la interrupción de la princesa, en la mano. Había estado buscando respuestas esa noche, buscando un modo de ayudar a Lorcan. Ahora, aquella clase de pensamientos estaban prohibidos. Lorcan se había ido, siguiendo, imaginó, a Johnny y el resto de disidentes. Ahora, lo único que ella anhelaba era paz. Pero, aunque aquel lugar se la pudiera ofrecer, hacía demasiado frío. Tendría que regresar dentro si no quería coger una pulmonía. Apesadumbrada, volvió sobre sus pasos. Cuando salió al patio principal, bajó la cabeza para que la nieve no le cayera en los ojos.
Cuando vio la figura viniendo hacia ella, la tenía casi encima. La miró un momento. Llevaba una casaca militar, con los hombros cubiertos ya de nieve. Al ver el azul intenso de sus ojos, apretó el paso.
- ¡Lorcan! -gritó.
- ¡Grace! ¡Estás cubierta de nieve! ¡Debes de estar congelada! -Lorcan se abrió la casaca y la abrazó.
- Estás temblando -dijo-. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
- Creía que te habías ido -dijo ella, desconsolada-. Creía que habías seguido a Sidorio y había vuelto a perderte.
- ¿Estás loca? -dijo él-. ¿Crees que elegiría a Sidorio? ¿En vez de a ti? ¡Jamás!
Grace suspiró aliviada y se relajó en el pecho de Lorcan. Aquello compensaba con creces la marcha de Johnny. Aquello renovaba su fe en que las cosas podían volver a enderezarse.
- Venga -dijo Lorcan-. Volvamos adentro antes de que cojas una pulmonía.
Juntos, se apresuraron a entrar para calentarse.


53
Lazos que unen
- ¿Qué tal, forastero? -Tarta de Azúcar le sonrió al entrar en el reservado-. ¿Cuántas noches seguidas llevas viniendo? ¿Seis?
Connor sacudió la cabeza.
- Nueve.
- Esta noche a lo mejor hay suerte, ¿eh?
- Ojalá -dijo Connor. Se estaba hartando de esperar a Molucco y su tripulación. La perspectiva de tener que hablar con él le pesaba cada vez más. A su regreso de Lantao, le había sido imposible localizar el Diablo en alta mar. Retornar a la taberna de Ma Kettle le había parecido el modo obvio de proceder. En cuanto el barco volviera a entrar en aquellas aguas, seguro que su tripulación vendría a la taberna.
- Deja que te traiga algo más de beber -dijo Tarta de Azúcar.
- Gracias.
- ¿Estás seguro de que no quieres nada más fuerte?
Connor negó con la cabeza. Encogiéndose de hombros, Tarta de Azúcar se dispuso a salir del reservado. Antes de hacerlo, le lanzó una mirada.
- Estoy preocupada por ti, Connor -dijo.
- No lo estés, por favor.
- Es sólo que pareces mucho mayor, Connor. La primera vez que viniste, no eras más que un muchacho. Ahora, eres un hombre. Pero no eres un hombre feliz. Y ya sabes lo que dicen de la vida de un pirata. Debería ser breve pero alegre, ¡con el énfasis en «alegre»!
- Tengo que resolver algunas cosas -explicó él-. En cuanto lo haya hecho, seré el mismo de siempre.
- No hagas promesas que no puedes cumplir… -dijo Tarta de Azúcar-. Ahora mismo, me contentaría con una sonrisa.
Connor hizo lo que pudo.
- Bueno, es un comienzo -dijo ella-. Hay algo que quiero que sepas, Connor. Siempre serás bien recibido aquí en Ma Kettle. Hagas lo que hagas en un futuro. -Se quedó callada un momento-. Tú eres uno de los buenos.
Era justo lo que Connor necesitaba oír. Cuando volvió a mirarla, tenía lágrimas en los ojos. De pronto, le pareció como si el pozo donde había ido acumulando su dolor, su pena y su culpa se hubiera desbordado.
- Oh, Connor -dijo Tarta de Azúcar, viéndolo lidiar con sus emociones. Se sentó y lo abrazó. Connor no se resistió, dejando que ella lo sostuviera. Era agradable desahogarse.
- ¿Mejor? -preguntó Tarta de Azúcar.
Connor se apartó y asintió. Esta vez, notó que la musculatura de la cara se le relajaba y fue capaz de sonreírle como es debido. A menudo había soñado con estar en brazos de Tarta de Azúcar, pero en unas circunstancias algo distintas.
- Muy bien -dijo Tarta de Azúcar, levantándose-. Ahora voy a traerte esa bebida.
Cuando se hubo marchado, Connor alargó la mano y descorrió la cortina de terciopelo para ver la pista de baile y el resto de la taberna. Era una noche tranquila, aunque, por otra parte, era martes. Se preguntó si las nuevas normas de seguridad impuestas por Ma no habrían disuadido de venir a algunos de sus clientes habituales. Tras el asesinato de Jenny Petrel, Ma había prohibido las armas en el interior de la taberna. Ahora mismo, su jefe de seguridad -un buen tipo que se hacía llamar Piezas de a Ocho- estaba ocupado registrando a las personas que llegaban y dejando sus espadas, dagas, shuriken y otros pertrechos en la guardarropía hasta que decidieran marcharse. Qué ironía, pensó Connor. Porque no era una espada, daga o shuriken lo que había puesto fin a la vida de la pobre Jenny. Eran un par de colmillos y una sed de sangre que rebasaba el entendimiento humano. Y eso era mucho más difícil de prevenir.
- ¿Qué es todo esto? -Connor oyó una voz familiar-. ¡Qué indignidad! ¿Dónde se ha oído que a un pirata lo despojen de sus dagas? -No había duda con respecto a la voz. Connor notó que el corazón comenzaba a palpitarle. Se asomó a la barandilla y allí, efectivamente, estaba Molucco Wrathe, en el centro de la taberna, con una honda expresión de desconcierto mientras Piezas de a Ocho le explicaba, con una delicadeza no exenta de firmeza, que las nuevas normas de seguridad de Ma Kettle no hacían excepciones.
Mientras la discusión continuaba, Connor salió del reservado y bajó la estrecha escalera que conducía a la planta baja.
Cuando llegó, Piezas no sólo había logrado hacerse con las dos dagas de plata de Molucco sino también con unas cuantas armas de menor tamaño que el capitán llevaba ocultas bajo su inmensa cazadora. Connor se quedó observando mientras Piezas recogía las armas y las metía en una caja metálica, dando a Molucco un vale con un número.
- ¿Dónde está Kitty? -preguntó Molucco-. Que alguien diga a Kitty Kettle que estoy aquí. ¡Y que no quiero saber nada de vales numerados a menos que se sortee un premio!
Estaba listo para airear otra protesta cuando sus ojos se cruzaron con los de Connor. Abrió la boca, pero, para sorpresa de todos, se quedó mudo. Luego, sonrió y pronunció su nombre, haciéndole señas para que se acercara.
- Muchacho, ¿eres tú? ¡Nos has tenido muy preocupados! -Molucco abrió los brazos y Connor lo abrazó, más por educación que por necesidad de afecto. Tenía cosas que decirle y no podía permitir que las ampulosas manifestaciones de sentimentalismo del capitán lo distrajeran.
- ¡Déjame mirarte! -dijo Molucco, cogiéndole la cara entre las manos repletas de anillos-. ¡Has perdido peso! ¿Te has alimentado como Dios manda? Oh, señor Tempest. ¡Cómo me alegra saber que estás bien y has vuelto!
Inmovilizado entre sus manos, Connor alzó la vista para mirarlo. Vio que Barbarro, Trofie y Moonshine habían entrado detrás de él. Parecían un poco menos entusiasmados con su reencuentro.
- Buenas noches, Connor -dijo Trofie, poniendo al menos cara de preocupación-. Nos has tenido preocupadísimos a todos, min elskling.
Cuando el capitán por fin lo soltó, Connor asintió con la cabeza.
- Gracias -dijo-. Pero estoy bien. He estado viajando.
- Sí, sí -dijo Molucco-. Y nos lo tienes que contar todo. Hoy es claramente una noche de idas y venidas -dijo-. Mi querido hermano y su familia nos dejan, por el momento.
Moonshine sonrió burlonamente a Connor.
- Ya sabes cómo es esto. Sitios que saquear, gente que malherir.
- De hecho -dijo Trofie, y sonrió indulgentemente a su hijo-, yo estaba deseando partir a parajes más frescos.
- Y -añadió Barbarro- lo que mi querida esposa quiere, yo se lo concedo. -Pasó un brazo por el hombro de Trofie y el otro por el de Moonshine.
Molucco sonrió a Connor con satisfacción.
- Así son las cosas en las familias marineras como nosotros. Nuestros barcos están siempre navegando. Pero, cuando un barco parte, otro arriba a puerto seguro. Ven con nosotros, señor Tempest. Tus queridos amigos Bartholomew y Cate llegarán enseguida. Vayamos a la sección para clientes especiales.
- Sí, vayamos -convino Trofie. Daría mi mano izquierda por una copa de champán.
- En realidad --dijo Connor, dirigiéndose a Molucco aparte de los demás-, querría hablar a solas con usted, señor, si le parece bien. No quiero robarle mucho tiempo, pero tal vez podríamos salir a dar un paseo.
- ¿Un paseo? -bramó Molucco-. Bueno, sí, ¿por qué no? Siempre que al jefe de seguridad le parezca bien.
- Me parece bien, señor -dijo Piezas de a Ocho, sonriendo-. Y no se preocupe. Su arsenal estará a buen recaudo conmigo.
Negando con la cabeza, Molucco hizo una seña a Connor para que saliera delante de él. Una vez fuera, tal como había dicho el capitán, vieron a Bart y Cate haciendo cola en la entrada. Los dos lo miraron, sorprendidos, y lo saludaron con la mano. Él hizo un gesto afirmativo y les dijo, moviendo mudamente los labios:
- ¡Nos vemos después!
No podía permitir que nada lo distrajera de su importante tarea. Ya había pasado de largo cuando ellos se miraron, con la preocupación patente en la cara.
Connor y Molucco caminaron hasta el final del muelle, pero allí había más ruido que dentro de la taberna, entre otras cosas porque la noticia de las nuevas normas de seguridad se estaba difundiendo a lo largo de toda la cola.
- Es inútil -dijo Molucco-. Aquí no podemos hablar. -Connor hizo una mueca. Tenía que hablar con el capitán a solas-. Subiremos al barco -propuso Molucco-. De hecho, nos tomaremos un ron a escondidas en mi camarote antes de volver con los demás.
- ¡Perfecto! -Connor asintió, pensando que él iba a prescindir del ron.
Era extraño estar de nuevo en el camarote de Molucco. Le pareció un lugar conocido y ajeno al mismo tiempo. Reconocía los tesoros que contenía y, no obstante, los miraba con otros ojos. Los ojos de un forastero, advirtió. Ya se estaba distanciando del capitán y del barco. Ya se estaba distanciando de la tripulación.
- ¡Ten! -dijo Molucco, colocando un buen vaso de ron delante de él y vertiendo en el suyo lo que quedaba en la licorera-. ¡Toma asiento y relájate! -Se sentaron a una lustrosa mesa encerada, la cual Connor dedujo que debía de ser una nueva adquisición, quizá del saqueo a la Fortaleza del Ocaso.
- Anda, señor Tempest. Cuéntame, ¿dónde has estado?
- Por todas partes -respondió Connor, intentando mantener el tono lo más mesurado posible-. He estado navegando sin rumbo, pensando en todo lo que ha pasado, en todo lo que he hecho.
El capitán Wrathe asintió, tomando un trago de ron.
- Siento haberme marchado como me fui -prosiguió Connor-. No era mi intención preocuparles, ni a usted ni a nadie. Pero tenía que asimilar lo que había hecho.
Esperó a que el capitán dijera algo alentador, pero él se limitó a tomar otro trago de ron.
- Y ahora te has perdonado y has vuelto a casa. -Molucco alzó su vaso-. ¡Bienvenido, Connor!
Connor frunció el entrecejo.
- No me he perdonado -dijo-. No estoy seguro de que alguna vez lo haga. He matado a un hombre. A sangre fría.
- ¡Le salvaste la vida a mi sobrino! -exclamó Molucco-. Y la familia Wrathe siempre te estará agradecida por ello. Toma un trago de ron, hijo. Te sentirás mejor.
Connor sacudió la cabeza.
- Intercedí para salvar a Moonshine y no me arrepiento. Pero no puedo olvidar que maté al guardia de seguridad.
- La primera vez nunca es fácil -dijo Molucco-. Pero tú eres pirata, chico. Tenía que ocurrirte antes o después. Sobre todo con tu dominio de la espada. Se te irá haciendo más fácil, ya lo verás.
- Yo no quiero que se me haga más fácil -dijo Connor.
Molucco lo miró, profundamente desconcertado.
- ¿Quieres que se te haga más difícil?
- Sí -dijo Connor-. No. No, sólo quiero no habituarme nunca a matar. Sin un buen motivo.
Ahora fue Molucco quien frunció el entrecejo.
- ¿Crees que salvarle la vida a mi sobrino no era un buen motivo para matar?
Connor guardó silencio. Sabía que debía escoger las palabras con muchísimo cuidado.
- Creo -comenzó a decir-, creo que, para empezar, Moonshine podría haber evitado ponerse en esa situación.
- Oh -dijo Molucco, bebiendo más ron-. Eso crees, ¿verdad? De repente, te has convertido en todo un experto en estrategias de ataque.
Connor creyó que exageraba.
- No hace falta ser un experto.
- No -dijo el capitán Wrathe-. No hace falta ser un experto. Tú eres un pirata de bajo rango, Connor Tempest. En algunos círculos, a los que son como tú los llaman «carne de cañón». Te pagan para luchar, no para pensar. Eso, se lo puedes dejar tranquilamente a los altos mandos.
Connor se quedó callado, pero su expresión lo decía todo.
- A menos -continuó Molucco- que no estés contento con lo que ellos deciden. En cuyo caso, más te vale ponerte contento, y deprisa.
Connor sabía que, en algún punto, iba a tener que lidiar con la ira de Molucco y ahora vio que ese momento había llegado, como una ola traicionera que perturba un mar en calma. Apretó los dientes y se preparó para las turbulencias que iba a ocasionar. Con Molucco Wrathe, siempre era así.
- Me sorprende -dijo Molucco- que, estando tan a disgusto con el modo en que gobierno mi barco, hayas vuelto siquiera a aparecer. ¿Por qué no has seguido simplemente tu camino?
Connor le miró a los ojos.
- Eso no estaría bien. Ni sería justo. Le estoy tan agradecido por todo lo que ha hecho por mí…
- No me extraña. ¡Te saqué del mar con las manos vacías!
Aquello era una mentira flagrante, bastante típica del afán de protagonismo de Molucco, pero aquel no era precisamente el momento de recordarle que, de hecho, fue Cheng Li quien lo sacó del agua.
- Usted me dio un hogar -se limitó a decir-, cuando yo no tenía ninguno. Y jamás podré devolverle enteramente ese favor. -Suspiró-. Pero ya no siento que el Diablo sea mi hogar. Siento que no puedo ser el pirata que usted quiere que sea.
Molucco negó tristemente con la cabeza.
- Muy bonito, señor Tempest. Pero que muy bonito. Tú eras como un hijo para mí.
Connor ya contaba con que él fuera a sacar a relucir aquella frase tan manida.
- Pero no soy su hijo -dijo-. Y, a la hora de la verdad, yo voy siempre detrás de Moonshine, su verdadera familia.
Molucco pareció sorprendido con sus palabras.
- Así que era eso. Has vuelto para decirme gracias y adiós. Después de todo lo que he hecho por ti.
- Sí -dijo Connor.
Se quedaron un buen rato en silencio. Decir que era incómodo sería quedarse corto.
- ¿Ya está?-dijo por fin Molucco-. ¿O hay más?
Connor respiró hondo. Tenía una cosa más que explicar a Molucco. Sería más seguro no hacerlo, pero le debía la verdad, toda la verdad. Por mucho que Molucco se irritara ahora, tenía que saberlo por él.
- Hay una cosa más -dijo Connor-. He visto a Cheng Li.
Molucco abrió los ojos como platos. No iba a hacerle cumplir su mezquina norma de no mencionar ese nombre en su camarote, ¿verdad? Eso ya era agua pasada.
- Va a tener su propio barco -continuó Connor.
- Muchas gracias por esta noticia de última hora -dijo Molucco-. Pero ya estaba al corriente. Y ya veo por dónde vas. Quieres unirte a su tripulación, ¿no?
Connor asintió. Hubo otro prolongado silencio. Pensaba que el capitán volvería a enfurecerse, pero, en lugar de eso, sacudió la cabeza y suspiró.
- Debería haberme imaginado que Cheng Li iba a estar detrás de todo esto. Te ha predispuesto contra mí. Te ha influido cuando tú estabas más abatido y vulnerable y…
- No -dijo Connor, osando interrumpir a su capitán. Había llegado tan lejos que ahora ya no había marcha atrás-. No, no ha sido así. Me llevó con ella a Lantao. Iba a buscar las armas que había encargado al espadero de la isla. Hablamos…
- Oh, estoy seguro de que hablasteis muchísimo -dijo Molucco con resquemor-. Estoy seguro de que ella se prodigó en consejos, haciéndote cada vez más proclive a traicionarme.
Connor se enfadó. O, más bien, advirtió cuan enfadado había estado desde el principio. Ya no pudo contenerse más.
- De hecho -dijo-, ella me pidió que volviera para hacer las paces con usted. Yo me habría ido sin más, pero ella me pidió que viniera a hablar con usted. Dijo que usted es mi capitán, por mucho que me pese, y que le debo lealtad. Que debo respetar mi juramento.
Fue el golpe de gracia. Los dos lo sabían. Molucco Wrathe había jugado todas sus cartas. Ahora, se levantó y se terminó su ron. Luego, se dirigió tambaleándose a un voluminoso archivador de madera y pasó las manos por sus tres cajones. ¡De la A a la I, de la J a la R, de la S a la Z! Abrió el último cajón y comenzó a rebuscar entre los archivos que había dentro. Por último, exclamando «T de Tempest», sacó una carpeta verde y comenzó a hojear los pergaminos que contenía. Su espectro cromático abarcaba desde los tonos crema y amarillos hasta los beiges y marrones. Tanto era el tiempo que algunos piratas llevaban sirviendo al capitán Wrathe.
- Aquí está -anunció Molucco sin ninguna alegría-. Tempest Connor-. Sacó el pergamino crema con el juramento de Connor y volvió a meter la carpeta en el cajón. Regresó a la mesa donde habían estado sentados. Había una vela encendida en el centro y el capitán se alumbró con ella para leer el pergamino: «En el día sexto del sexto mes del año dos mil quinientos cinco, yo, Connor Tempest, estando en plenitud de facultades mentales y físicas, juro solemnemente mi lealtad a perpetuidad al capitán Molucco Wrathe…».
Dejó de leer y miró a Connor.
- Sabes, por supuesto, qué significa «perpetuidad».
Connor asintió.
- Sé que este juramento me liga a usted para siempre. Sé que lo que le pido no tiene precedentes. Podría pagarle. Ahora no tengo mucho, pero podríamos llegar a un acuerdo.
A Molucco le tembló momentáneamente la mano. A la luz de la vela, sus anillos de zafiro brillaron como un océano. Cuando habló, su voz había adquirido un nuevo tono.
- Es imposible llegar a un acuerdo.
¿Qué quería decir? ¿Iba a negarse a dejarlo partir? Sus ojos no dejaban traslucir nada. Estaban ausentes, vacíos.
Súbitamente, Connor olió a quemado. Bajó la mirada y vio que el pergamino que contenía su juramento estaban ardiendo. Su contrato con el capitán Wrathe se estaba quedando literalmente en nada.
Abrió la boca para advertir al capitán Wrathe del accidente. Entonces, se dio cuenta de que no era un accidente. El capitán estaba alimentando las ávidas llamas con el pergamino. La velocidad con que ardía era increíble. Connor vio que el fuego devoraba su firma y el punto de sangre, la suya, que había debajo. Por último, el capitán Wrathe se quedó únicamente con un extremo del pergamino entre los dedos, el cual no tardó en convertirse en hollín. Sopló y, sacándose un pañuelo de seda del bolsillo, se limpió cuidadosamente los dedos tiznados. Miró a Connor con frialdad.
- Ya no hay ningún juramento que te ate a este barco. Lo cual me lleva a preguntarme por qué sigues sentado en mi camarote.
Se dio la vuelta y se alejó de la mesa. En ese momento, Scrimshaw se desenroscó y miró a Connor. Él creyó que la serpiente iba a silbarle, por lealtad a su dueño, pero, si acaso, pareció mirarlo con cierta tristeza.
- Gracias, capitán Wrathe -dijo.
Hubo un silencio, como si el capitán no lo hubiera oído. Luego, habló, dándole la espalda.
- No me des las gracias, chico. No me hables. Ya no eres nada para mí.
Connor no pudo soportarlo más. Se levantó de la silla y salió del camarote tan deprisa como pudo. Había conseguido lo que quería, había asegurado su libertad, pero lo que sentía no se parecía en nada a una victoria.
Al bajar por la escalera de cuerda y saltar al muelle, tenía el corazón desbocado. Alzó la vista y vio a Bart y Cate yendo hacia él. Una vez más, no pudo contener las lágrimas.
- ¿Qué sucede, Connor? -preguntó Cate, preocupada.
- Me marcho -dijo él. Viendo su sorpresa, añadió-Esta vez para siempre. El capitán Wrathe me ha eximido de mi juramento.
Vio la expresión con que Bart y Cate se miraron. Sabían lo grave que era aquello.
- ¿Adónde irás, socio? -preguntó Bart, con lágrimas en los ojos.
- Me uno a la tripulación de Cheng Li -respondió Connor-. Necesito volver a empezar. Pero antes, tengo que hacer otro viaje importante. Ver a otra persona.
Cate asintió y consiguió sonreír mientras hablaba.
- Grace.
También Connor asintió. Era incapaz de articular palabra. Había tantas cosas que quería decirles, un lazo tan fuerte entre ellos tres…
- Se me dan fatal las despedidas -dijo, señalando vagamente el muelle, donde lo esperaba su esquife.
- Entonces, no lo convirtamos en una despedida -dijo Bart, abrazándolo-. Vamos a decirnos simplemente hasta la vista. ¡Esto no es el fin! ¡Nos veremos pronto, socio! -Lo estrechó entre sus brazos y se apartó, con lágrimas en los ojos.
- Bart tiene razón -dijo Cate-. El hecho de que hayas dejado el Diablo no cambia nada entre nosotros. Nuestra amistad es más profunda que eso. Siempre podrás contar con nosotros. Siempre.
Connor intentó sonreír, pero, ahora, las lágrimas le corrían por la cara y no podía quedarse allí parado y dejar que aquello empeorara.
- Tengo que irme, de veras -dijo, tanto a sí mismo como a sus amigos. Cuando se dio la vuelta, vio que Bart rodeaba a Cate con el brazo.
Las piernas le flaquearon, pero siguió andando hasta llegar a su esquife. Lo desamarró, saltó a bordo y comenzó a maniobrar para alejarlo del puerto y llevarlo mar adentro. No miró atrás, no pudo mirar atrás, pero la brillante luz del cartel que anunciaba la taberna de Ma Kettle lo bañó como los rayos del sol poniente.


54
El liberador
- Sí -dice Sidorio, con los ojos brillantes-, ¡esta sí que ha sido una idea brillante! ¡Bien hecho, Stukeley!
Jez se encoge de hombros.
- Usted quería un barco más grande y más tripulación. He pensado que podríamos matar dos pájaros de un tiro.
- ¡Un barco prisión! -exclama Desperado. Él y Stukeley se miran. En unas pocas semanas, se han convertido en firmes aliados, reconociendo ambos su necesidad del otro en este nuevo amanecer. Están de pie, uno a cada lado de su capitán, sus dos alféreces de confianza: la eminencia gris.
El buque que han secuestrado se aproxima al barco prisión. Los tres coinciden en que es mucho más conveniente para ellos. Es más grande, para empezar, y parece una especie de monstruo marino, feo e inhóspito.
- Causa la impresión correcta -observa Stukeley. Desperado, asiente.
- Ya falta poco, chicos -dice Sidorio.
Dentro de muy poco, abordarán el barco prisión y lo harán suyo. Amanecerá una nueva era, para todos ellos. «Ya no habrá más pasos en falso -piensa-. Todo está empezando a tomar forma.» Reflexiona brevemente sobre sus anteriores camaradas, Lumar, Olin y Mistral. Quienes perecieron en el incendio. Eran débiles. Su tripulación no puede tener ningún punto flaco. Mira a izquierda y derecha, observando a sus dos alféreces. Ambos tienen algo maléfico. No hay debilidad en ellos. Se dirige a ambos.
- ¿Están todos listos?
Los dos alféreces se dan la vuelta e inspeccionan a sus respectivos grupos. En cubierta, detrás de ellos, están alineadas las dos mitades de la nueva tripulación: los vampiros que Stukeley ha traído del Nocturno y los que han venido de Santuario con Desperado. De entre estos, ha sido el entusiasmo de Johnny lo que lo ha señalado para el puesto de alférez.
- ¡Sí, capitán! -responden al unísono Stukeley y Desperado.
- ¡Excelente! Primero entraremos nosotros tres. Y que cada uno elija a cinco miembros de su grupo, que sean sanguinarios. Vendrán con nosotros. Los demás deben estar listos para seguirnos en cuanto hayamos eliminado a los guardias.
Stukeley y Desperado se deciden enseguida. Los hombres y mujeres elegidos se adelantan. Los demás permanecen en su sitio, listos para seguirlos. Cuando su buque se arrima al barco prisión, la determinación que se respira en el ambiente es electrizante. Todos saben que esta noche señala un principio.
- ¡Muy bien, marineros! -grita Sidorio-. ¡Seguidme! -Salta de un barco al otro, dando una voltereta en el aire. Posee la agilidad de un adolescente, piensa Stukeley. En estas situaciones, el capitán luce más que en ninguna otra. Volviéndose, ve que Desperado ya está listo con sus cinco vampiros. Uno a uno, saltan de una cubierta a otra. Trece pares de pies resuenan en los tablones del barco prisión.
Sidorio los reúne. Ha encontrado la escalera que conduce abajo. Pero ¿para qué molestarse en bajar escaleras cuando les basta con saltar?
- ¡Seguidme! -dice a sus alféreces. De un salto, descienden a las profundidades del barco. Cuando llegan abajo, se encuentran frente a tres aturdidos guardias. Es como un espejo, pero distorsionado, como los que hay en las ferias.
- ¿Quiénes son? -pregunta el guardia más valiente-. ¿De dónde vienen?
- ¿Es que no lo ha visto? -responde Desperado-. Hemos bajado del cielo, como ángeles.
- Sí, eso lo he visto. Pero ¿cómo han subido a bordo?
Stukeley sonríe.
- Parece que han cometido ustedes un error. Estaban tan pendientes de impedir que alguien salga de su cárcel que no han hecho nada para impedir que alguien entre.
- ¿Quién iba a querer entrar aquí? ¿Saben la categoría de prisioneros que transportamos?
- Sí -dice otro de los guardias-. Son condenados a muerte.
El tercer guardia halla ahora la confianza para hablar.
- Cuando encerraron a esta gentuza, tiraron la llave de verdad. Estos tipos no van a volver a ver la luz del día.
Sidorio se encoge de hombros.
- La luz del día está sobrevalorada. -Sonriendo, alza la cabeza e inspecciona las hileras de celdas que tienen encima. Detrás de los gruesos barrotes, los prisioneros los observan. Le recuerdan a jaulas de pájaros, apiladas en un mercado al aire libre. «Todo esto está a punto de cambiar. Sidorio el Liberador. Suena bien», piensa Sidorio.
- Señor, creo que ya va siendo hora de que diga qué asunto le trae o de que se vaya por donde ha venido -dice el primer guardia, atusándose el bigote.
- ¿Qué asunto me trae? -Sidorio lo mira sin comprender.
- ¿Qué es lo que quiere? -El guardia le habla despacio, como si Sidorio fuera estúpido o algo parecido. Un grave error.
- ¿Qué queremos? -Sidorio parece considerar la pregunta. Se lleva la mano a la mandíbula y se da golpecitos en los labios con un dedo-. ¿Qué queremos? ¿Qué queremos? ¡Ah, sí! ¡Eso es! -Lo mira a los ojos-. Queremos este barco.
- ¡Ni hablar! -exclama el guardia, respaldándose en sus dos compañeros, que ahora lo están flanqueando-. Este barco prisión es propiedad del gobierno. No tengo ninguna instrucción de ceder el mando. Nadie me ha informado de esto. -Se dirige a los guardias números dos y tres-. ¿Ha visto alguno de los dos una notificación o alguna circular de Su Majestad?
Ellos sacuden la cabeza.
El guardia número dos habla:
- ¡No hemos recibido una circular de la reina desde Navidad!
- ¡Detalles! -dice Sidorio-. Yo no soy de los que se fijan en los detalles.
Dicho aquello, se acerca al primer guardia. El hombre con bigote abre la boca para hablar, pero algo se lo impide.
- Perdone -dice Sidorio-. No le he oído. -Sabe que el guardia engreído le ha visto los colmillos de oro. Ahora, la discusión ha adquirido una dinámica completamente distinta.
Pensando deprisa, el guardia cede.
- ¿Sabe una cosa? Creo que sí recuerdo una circular. El barco es suyo. ¡Los prisioneros también! -Intenta sacar las llaves de su llavero, pero le tiemblan las manos.
- Ande -dice Sidorio-, ¡déjeme ayudarle con eso! -Alarga la mano y tira del manojo de llaves, arrancándoselo del cinturón. Los otros guardias lo miran, con una expresión que combina la sorpresa y el terror a partes iguales.
- ¿Ve que están numeradas? -dice el primer guardia, con una voz que es al menos una octava más alta que la de antes-. Cada numerito corresponde a los números de las celdas.
- ¡Gracias por la indicación! -dice Sidorio, arrojando el manojo de llaves a Desperado, quien lo caza al vuelo.
- Muy bien -dice el guardia-. Bueno, yo y los muchachos vamos a dejarlos tranquilos.-Coge a los otros por los brazos y comienza a alejarse.
Sidorio mira las largas hileras de celdas alineadas por encima de él. Los prisioneros lo observan desde todos los ángulos. Están callados, atentos. Sidorio les sonríe.
- ¿Qué opináis? -pregunta-. ¿Deberíamos dejar que vuestros guardias se marchen?
- ¡No! -grita uno de los prisioneros. La palabra resuena en todo el barco.
- ¡Buena acústica! -dice Desperado, dando un codazo a Stukeley. Jez le sonríe y le devuelve el codazo.
El grito del primer prisionero va seguido de otro. Y otro. Pronto, el barco entero está coreando:
- ¡No los dejen marchar! ¡No los dejen marchar! -Se oye un taconeo de pies en los suelos metálicos.
Ahora, el miedo es patente en la cara de los guardias. Es como si los hubieran despojado de sus antiguas caras y sólo quedara un pozo de puro terror.
Sidorio se encoge de hombros y los mira.
- Lo siento, chicos, pero estos tipos de las jaulas van a trabajar para mí dentro de poco y tengo que ponerlos de mi lado. -Dicho aquello, rasga la camisa y la camiseta al guardia, de un solo tirón. Inmovilizándolo con una mano, acerca los colmillos de oro a su tórax. Le atraviesa la piel y comienza a darse un banquete.
Mientras lo hace, los prisioneros empiezan a aplaudir. Aquello le recuerda al estadio de Roma. Fue allí una o dos veces. En otra vida, podría haber sido gladiador. Quizá ahora se haya convertido en uno, en cierto modo.
Los otros dos guardias están rígidos como estatuas, viendo cómo humillan a la cascara vacía del hombre que era su superior más de lo que creían posible. Uno hace de tripas corazón y consigue preguntar:
- ¿Quién es usted?
Sidorio alza la cabeza y sonríe satisfecho.
- Yo soy la esencia de sus pesadillas… De hecho, soy yo quien le despierta por las noches, cuando grita de miedo.
El guardia tiembla al oír eso. Y también su compañero.
- No deberíamos alargar esto -dice Stukeley a Desperado.
Johnny asiente.
- Eso sería de mala educación -conviene.
Juntos, se acercan a los dos guardias aterrorizados. Les rasgan la ropa y les hincan los colmillos. Ambos beben ávidamente su sangre.
Ahora, los prisioneros se están poniendo como locos. Se respira una extraña mezcla de júbilo y agitación. El ruido es fortísimo. En aquel recinto sin ventilación, el eco se responde a sí mismo. Es como una ola cada vez mayor. Las ovaciones rayan en la histeria. Pero ¿es que no se dan cuenta? Lo que han empezado con los guardias van a terminarlo con ellos.
Cuando Sidorio deja caer el cuerpo sin vida del guardia, el ruido cesa por completo. También cesan los taconeos. Todos los prisioneros están esperando para saber qué viene ahora. Sidorio deja que Stukeley y Desperado terminen de saciarse; luego, alza la cabeza y les sonríe con los dientes ensangrentados.
- Oíd todos -comienza a decir-. Como tal vez hayáis deducido, nosotros, como vosotros, nos hemos apartado mucho del buen camino. Estamos aquí para adueñarnos de este barco prisión y convertirlo en un barco pirata, pero no en un barco pirata cualquiera, sino en un barco de vampiratas. Eso son vampiros que son piratas. ¿Me seguís todos?
No hay respuesta. El miedo ha empezado a calar en los prisioneros.
- No oigo nada. -Sidorio mira a Desperado-. Johnny, no oigo a mi tripulación.
Johnny niega con la cabeza y mira las hileras de celdas.
- Cuando vuestro capitán os hace una pregunta, vosotros tenéis que responderle -dice-. Y él acaba de preguntaros si lo seguís. A lo cual vosotros tenéis que responder sí o no, pero preferentemente sí.
Hay un breve silencio, seguido de un grito amortiguado:
- ¡Sí!
- Bien hecho -dice Johnny-. Entonces, vuelvo a dejaros en manos del capitán. Ah, y por cierto, yo soy Johnny Desperado. Ocupo, ejem, comparto, el puesto de segundo de a bordo. ¡Estoy impaciente por conoceros a todos como es debido dentro de un rato!
- Como iba diciendo -continúa Sidorio-, este barco deja hoy de ser una cárcel. Se convierte en un barco vampirata y yo soy su capitán. Y, bueno, siendo un barco vampirata, es importante que todos los miembros de su tripulación sean vampiros.-Hace a Johnny una seña con la cabeza. Él mira las escaleras y chasquea los dedos. Al oír la señal, las filas de vampiros que aguardaban en cubierta comienzan a bajar por las escaleras de rejilla.
- Os presento al resto de mi tripulación -anuncia Sidorio. Vuelve a mirar las celdas-. ¡Pero, oíd! ¡Tengo buenas noticias para vosotros! Seguimos necesitando gente. Sí, en nuestra tripulación hay cabida para todos vosotros. Sólo tenemos que asegurarnos de que todos seáis vampiros… oh, y no os preocupéis si aún no lo sois, porque mi tripulación va a pasar a visitaros y lo seréis enseguida.
Gira sobre sus talones. Hacía siglos que no se dirigía a un público tan numeroso. Hace memoria. La última vez que tuvo a tantas personas pendientes de él fue en Cilicia. Antes de César. Esa fue la última vez que esgrimió tanto poder como ahora. De eso hace mucho tiempo. Demasiado. Pero ahora, la espera ha terminado. Se dirige a sus alféreces.
- ¿A qué esperáis? -Señala el manojo de llaves que Johnny tiene en la mano-. ¡Manos a la obra!
Johnny saca las llaves del llavero y se las reparte con Stukeley. Ambos entregan una llave a cada vampiro. Pronto, todos los vampiros tienen la llave de una celda. Comienzan a subir por la escalera de rejilla para cumplir con su misión.
Sidorio se queda en su sitio, flanqueado por sus dos alféreces.
- Creo que esta estrategia de reclutamiento va a dar buenísimos resultados -dice-. Buen trabajo, chicos. -Los coge por los hombros.
Desperado lo mira.
- ¿No deberíamos poner nombre al barco?
- ¡Desde luego! -exclama Stukeley-. Yo estaba pensando lo mismo.
- Vuestro capitán os lleva ventaja -dice Sidorio, sonriendo-. Bienvenidos al…
Pero su voz queda ahogada por un grito. La tripulación ha llegado a las celdas. El reclutamiento ha comenzado.
- Perdone, capitán -dice Stukeley-. No le he oído.
- He dicho Cilicia -aclara Sidorio.
Stukeley y Johnny se miran.
- ¿Qué? -pregunta Sidorio-. ¿No os gusta? -Parece defraudado.
- No es que no me guste -dice Desperado-. Es sólo que no dice a qué nos dedicamos, si sabe a qué me refiero.
- Es el lugar de dónde procedo -arguye Sidorio.
- Puede que el problema sea ese -dice Desperado-. Alude al pasado. Hace referencia al lugar de dónde viene. Quizá sería mejor un nombre que exprese adonde va.
Sidorio vacila. No se lo había planteado de ese modo, pero el muchacho tiene razón.
- Entonces, ¿tiene alguno de los dos alguna sugerencia?
Desperado niega con la cabeza.
- Los nombres se me dan fatal -dice.
Stukeley habla.
- Yo sí tengo una -les dice.
- Adelante-lo insta Sidorio-. Soy todo oídos.
Stukeley se aclara la garganta.
- Capitán Sanguinario -dice.
- ¡Genial! -exclama Johnny.
- Hay una tradición pirata, ¿sabe?… -dice Stukeley. Pero Sidorio lo interrumpe.
- Capitán Sanguinario. ¡Me gusta! ¡Sí, llamémoslo así!


55
El recolector de almas
- Os he convocado para hablaros del capitán -dijo Mosh Zu, colocándose en el centro de la sala de meditación y dirigiéndose a Grace, Darcy y Lorcan-. Necesito vuestra ayuda para curarlo. No disponemos de mucho tiempo. He iniciado los preparativos, pero quiero explicaros lo mejor que sepa qué vamos a hacer y por qué.
»El capitán estaba muy mal cuando lo trajiste, Darcy. De no haber sido por tu determinación y tu valor, podría haber muerto en esa cubierta. Pero, trayéndolo aquí, le diste una oportunidad. He conseguido estabilizarlo y estas dos últimas noches ha descansado. Yo confiaba en que el reposo, combinado con una terapia suave, fuera suficiente. Pero, por desgracia, no ha sido así. La terapia suave ya no ha lugar. Ahora, voy a tener que probar algo más radical.
«Como todos sabéis, el capitán está consagrado a ayudar a los demás, con frecuencia a personas que se niegan a ayudarse a sí mismas. Es como si estuviera programado para no darse nunca por vencido con ellas. No hasta el final. El capitán ha soportado mucha presión apropiándose del sufrimiento ajeno. -Los miró fijamente, asegurándose de que estaban atentos, antes de continuar.
- Los tres, en un momento u otro, habéis experimentado nuestra terapia mediante la cinta. Recordaréis que, en las ceremonias, yo ayudo a los vampiros atormentados a despojarse de su dolor y lo canalizo a la cinta. Cada vez que lo hago, corro el riesgo de absorber ese dolor. Una vez absorbido, el dolor puede enquistarse y es muy difícil de eliminar. Pues bien, con el paso de los años, el capitán ha permitido que se acumule demasiado dolor ajeno en su interior. Le está pesando demasiado. Además, el capitán no sólo ha cargado con el dolor de otros. Es más que eso. Él es lo que llamamos un portador o recolector de almas. Eso significa que, en algunos casos, cuando intenta salvar a alguien, no sólo lo despoja de su dolor, sino que absorbe la totalidad de su alma. Él es, si queréis, un barco dentro de un barco.
»Ser capaz de portar almas de ese modo es un signo de su fortaleza. Esto no debería ser nunca más que una medida temporal, utilizada en situaciones extremas. Después de cobijar a las almas vulnerables durante un tiempo, debería despojarse de ellas y dejar que recobren su fortaleza por sí solas. Pero el capitán alberga demasiadas almas en su interior desde hace demasiado tiempo. Por eso se ha debilitado tanto. Juntos, debemos colaborar para despojarlo de esas almas. No es sencillo ni está exento de peligro. No sólo nos arriesgamos a perder esas almas, sino también al propio capitán.
- ¿Y si no corremos ese riesgo? -preguntó Grace.
- Entonces, es casi seguro que lo perderemos, y también a las almas.
- Entonces no tenemos elección -declaró Grace.
- Eso mismo opino yo -dijo Mosh Zu-. Creo que debemos probar este método y que debemos hacerlo ya, sin más dilación.
- Sí -dijo Darcy-. Pero, no lo entiendo. ¿Cómo podemos ayudar nosotros?
- El mayor peligro de todos quizá sea -explicó Mosh Zu- que el capitán decida no despojarse de las almas. Necesito reunir a su alrededor a las personas que él más quiere y que más lo quieren a él. Sólo de ese modo puedo transmitirle que debe despojarse de las almas o, de lo contrario, emprender con ellas un viaje sin retorno.


56
Detrás de la máscara
La puerta se abrió.
- Ya está todo preparado -anunció Mosh Zu a Grace, Darcy y Lorcan-. Vamos a empezar.
Les hizo una seña para que se unieran a él en la cámara de sanación. Cuando Grace entró, el olor a cera de abeja de las velas y a las hierbas aromáticas que Mosh Zu había esparcido por el suelo le impregnó los sentidos.
A juzgar por sus expresiones, Darcy y Lorcan estaban claramente impresionados de ver al capitán tendido en la losa. Y, aunque no era la primera vez que Grace lo veía así, el miedo volvió a atenazarla al constatar cuán débil y vulnerable estaba. «Estamos aquí para curarlo -se dijo-. Juntos, vamos a traerlo de vuelta.» Aquellos pensamientos la ayudaron a reafirmarse en su propósito. Aun así, estaba impaciente por iniciar el proceso terapéutico.
- Grace -dijo Mosh Zu-. Querría que tú te sentaras a sus pies. -Sin vacilar, Grace se dirigió a un extremo de la losa y se arrodilló.
Mosh Zu se dirigió a Darcy.
- Tú ven aquí, junto a su mano derecha -dijo-. Y tú, Lorcan, siéntate aquí, junto a su mano izquierda.
Los tres amigos tomaron sus posiciones. Mosh Zu se colocó junto a la cabeza del capitán. Grace lo observó. Él le había dicho que ella tenía un don para sanar; era posible que un día condujera una sesión como aquella. La perspectiva era excitante, pero apartó aquel pensamiento, centrando toda su atención en el capitán.
Antes de empezar, Mosh Zu volvió a hablarles en voz muy baja.
- Hoy estamos aquí por nuestro amor y respeto a quien aquí yace. Queremos ayudar al capitán y podemos hacerlo. -Los miró uno a uno-. Venimos de mundos distintos, de lados distintos de la vida y la muerte. Vamos a unir todas nuestras experiencias, pensamientos y sentimientos y emplearlos, junto con nuestras diversas energías, en esta sesión terapéutica. Lo que vamos a presenciar puede preocuparnos o incluso asustarnos, pero debemos permanecer firmes por el bien de quien aquí yace, nuestro querido capitán.
Mosh Zu le colocó las manos en la cabeza. Hizo una seña a Grace, quien alargó las manos para tocarle las puntas de las botas.
- Eso es -susurró Mosh Zu-. Es suficiente con que lo roces. Sólo necesitas permitir que tu energía se conecte con él. -Miró a Darcy y Lorcan-. Y ahora vosotros.
Darcy y Lorcan le cogieron una mano cada uno. Mosh Zu asintió. Luego, abrió más las manos para sostener la cabeza al capitán. Cerró los ojos.
- Comienza a despojarte de él -dijo, en voz baja-. Comienza a despojarte del dolor que tanto te pesa.
Se quedó callado y aguardó, sosteniéndole la cabeza por la base del cráneo con una suavidad no exenta de firmeza. Súbitamente, Grace notó una sacudida, como si el capitán le hubiera dado un puntapié. Al mirarle el pie, vio que estaba completamente inmóvil. Entonces volvió a sentirla. Era una sensación muy clara.
- Es una buena señal -le dijo Mosh Zu-. Sigue tocándolo, Grace. El proceso está empezando.
De repente, Darcy notó que la mano del capitán le daba una descarga. Alzó la vista, viendo que Lorcan estaba igual de sorprendido. Una vez más, Mosh Zu asintió con la cabeza sin abrir los ojos.
- Esto es bueno. Nuestro contacto está dando resultado. Va a haber mucho movimiento, pero vosotros sólo debéis concentraros en seguir tocándolo. Tocadlo con el corazón igual que lo hacéis con las manos. Procuradle la confianza que necesita para despojarse de su pesada carga.
Mosh Zu modificó el modo en que sostenía la cabeza. Casi de inmediato, Grace tuvo la sensación de que al capitán se le doblaban las piernas. Y, no obstante, él seguía inmóvil. Por la expresión de Lorcan, supo que él estaba sintiendo algo parecido. Tal como Mosh Zu había prometido, las energías internas del capitán estaban comenzando a realinearse. Cada vez le resultaba más difícil mantener las manos en sus pies, pero sabía que hacerlo era crucial.
Hubo una nueva explosión de energía. El capitán comenzó a agitar los brazos y las piernas. Grace vio que Lorcan y Darcy modificaban su modo de cogerle las manos. Ella volvió a tener dificultades. Sus amigos sólo debían cogerle una mano cada uno, pero ella debía tocarle los dos pies, que se estaban moviendo en direcciones distintas. Aquello la estaba superando. Comenzó a angustiarse. Si dejaba de tocar al capitán, podía interrumpir una parte importante del proceso.
Súbitamente, notó un brazo a su lado. Le apartó el suyo y cogió al capitán por el pie derecho, lo cual le permitió poner ambas manos en el pie izquierdo. Este seguía moviéndose, pero, ahora que sólo tenía que concentrarse en un pie, se las podía arreglar.
Al cabo de un rato, se habituó a los extraños movimientos que emanaban del cuerpo del capitán. Estos se tornaron más regulares, como olas rompiendo en la orilla.
Se volvió para ver de quién eran las manos que habían acudido en su ayuda. Y apenas pudo dar crédito a sus ojos.
- ¡Connor! -dijo, sorprendida.
Él le sonrió.
- Parece que he llegado en el momento justo -susurró él.
Grace se quedó estupefacta. Había tantas cosas que quería decirle, preguntarle… Pero ahora no era el momento. Qué agradable era tener a Connor con ellos en ese momento. Miró a Mosh Zu, preguntándose si, de algún modo, lo había traído él. Él asintió con la cabeza, sonriendo. Fuera por la intervención de Connor o por el trabajo terapéutico que habían hecho juntos, los movimientos internos del capitán se tornaron más constantes.
- ¿Notáis el cambio? -preguntó Mosh Zu.
- Sí -respondió Lorcan en voz baja.
- Yo también-dijo Darcy.
- Es como si el mar se estuviera moviendo dentro de él -dijo Grace.
- Sí, Grace. -Mosh Zu le sonrió con dulzura-. Nunca me lo había imaginado de ese modo, pero tienes toda la razón. -Se quedó un momento callado-. Muy bien, ahora se encuentra cómodo. Podéis soltarlo. De uno en uno. Primero Lorcan.
Lorcan le soltó la mano. Esta siguió alargada hacia él.
- Ahora tú, Darcy. -Casi a regañadientes, también ella lo soltó. El capitán siguió con las dos manos alargadas, como si estuviera flotando en un mar rico en sal.
- Ahora tú, Connor. -Connor soltó el pie del capitán.
- Y ahora tú, Grace -dijo Mosh Zu, asintiendo. Grace alzó las manos y volvió a sentarse sobre las piernas. Extendió el brazo y cogió la mano de Connor, como si necesitara asegurarse de que estaba realmente allí.
Luego, fue Mosh Zu quien se apartó del capitán.
- Estás listo para despojarte de su carga -dijo-. Nota cuan ligero te estás tornando.
En ese momento, el capitán comenzó a levitar. Su capa, que flotaba por debajo de él, ondulándose en los bordes, emitió débiles destellos de luz.
El capitán siguió levitando hasta detenerse a un metro y medio por encima de la losa y quedarse flotando dentro del círculo formado por los demás.
Era una imagen extraordinaria. Grace, Darcy, Lorcan y Connor estaban paralizados. Cuando Mosh Zu volvió a hablar, ninguno de ellos sabía cuánto tiempo había transcurrido.
- Muy bien -dijo-. Creo que ahora está calmado. Ya podemos empezar.
«¿Empezar?» Grace se sorprendió de la palabra que había elegido el gurú. Ella pensaba que la sesión había casi terminado. ¿Qué quería decir Mosh Zu con «empezar»?
- Es hora de que te despojes de tu carga -dijo Mosh Zu, mirando al capitán-. Llevas demasiado tiempo cargando con el sufrimiento de otros. Te has apropiado de su dolor para sanarlos. Pero ahora ya no te queda nada que dar. Debes despojarte de su dolor. A medida que lo hagas, el peso que notas sobre ti, dentro de ti, se aligerará.
Grace advirtió que, mientras Mosh Zu hablaba, las venillas de la capa del capitán brillaban cada vez más.
- Venid -dijo Mosh Zu-. Ha llegado el momento de quitarle la máscara.
Les hizo una seña para que se acercaran.
- Aquí hay tres correas de cuero. Lorcan, ven a desatar la primera.
Grace, por su parte, no necesitaba que le recordaran que la máscara del capitán estaba ceñida por tres correas de cuero, unidas en la parte posterior de su cabeza por una hebilla en forma de alas plateadas. Había visto aquella hebilla muchas veces, reluciente en contraste con el cuero cabelludo marrón oscuro del capitán. Había deseado muchas veces que él se quitara la hebilla y le enseñara el rostro que se ocultaba tras la máscara. Ahora, eso estaba a punto de suceder. Por fin, estaría cara a cara con el capitán vampirata. Por fin, podría empezar a conocerlo de verdad. Ojalá, pensó apesadumbrada, pudiera haberlo hecho en circunstancias distintas y menos peligrosas.
Lorcan se colocó junto a Mosh Zu y dejó que el gurú guiara su mano hasta la primera correa.
- Sólo tienes que tocarla -dijo Mosh Zu.
Cuando Lorcan lo hizo, Mosh Zu comenzó a recitar:
Cual flor que florece al sol, ¡ábrete y suelta!
Cual nube que descarga su lluvia, ¡ábrete y suelta!
Mientras hablaba, la primera correa se desató y se separó flotando.
- Gracias, Lorcan -dijo Mosh Zu-. Y ahora tú, Darcy. Ven a ayudarme con la segunda.
Darcy se acercó, con cierto temor.
- Toca la correa -le pidió Mosh Zu.
Cuando Darcy lo hizo, él se puso otra vez a recitar:
Cual ostra que libera su perla, ¡ábrete y suelta!
Cual mariposa que deja el capullo, ¡ábrete y suelta!
Una vez más, la correa se soltó sola y se separó flotando.
- Buen trabajo, Darcy. -Mosh Zu sonrió-. Y ahora, Grace, la última correa es para ti.
Connor le dio un cariñoso apretón en la mano antes de soltársela. Grace se colocó junto a Mosh Zu. La expectación le había acelerado el corazón. Esperaba aquel momento desde la primera vez que vio al capitán vampirata. Ahora, su honda fascinación estaba atemperada por el sincero anhelo de que sus actos pudieran contribuir a sanarlo. Fue a tocar la última correa.
Una vez más, Mosh Zu se puso a recitar:
Cual boca que ríe sin trabas,
¡ábrete y suelta!
Como todas estas cosas,
¡ábrete y suelta!
¡Ábrete y suelta!
¡Ábrete y suelta!
Oyó cómo se soltaba la correa. Al hacerlo, la hebilla comenzó a batir las alas, con la suavidad de una mariposa. La máscara se elevó por encima del cuerpo postrado del capitán. Continuó su vuelo hasta el techo. Ninguno de ellos vio adonde fue a continuación. Sus ojos estaban fijos en el capitán. Ninguno de ellos se podía creer lo que veía.
- No lo entiendo -dijo Grace.
- Ni yo -dijo Lorcan-. ¿Es alguna clase de truco?
La voz de Mosh Zu era tranquila y firme.
- No hay truco. Observad solamente. No intentéis entenderlo.
Grace tenía el corazón más disparado que nunca. Al mismo tiempo, sentía un frío que le helaba la sangre. El cuerpo del capitán estaba levitando delante de ellos, pero no tenía rostro, ni cabeza. Debajo de la máscara, no había nada en absoluto.


57
Reencuentro
- No hay nada -dijo Grace.
- Ved con la mente -dijo Mosh Zu-. No con los ojos.
Todos miraron el vacío que había sobre los hombros del capitán. Claramente, seguía sin haber nada en absoluto. Se podía ver la fina almohada que Mosh Zu había colocado sobre la losa.
Al bajar la vista, Grace advirtió que ya no veía la tablazón del suelo. Estaba oculta bajo una capa de humo. Lo primero que pensó fue que se había caído una vela, prendiendo fuego a uno de los tapices. Pero no olía a quemado. Ni tampoco hacía más calor. Si acaso, ahora hacía más frío. El humo se espesó y Grace advirtió que no era humo sino niebla. Miró a Connor. Él le devolvió la mirada, confundido. Ella le sonrió débilmente, esperando poder tranquilizarlo de algún modo, aunque no estuviera más segura que él de lo que estaba sucediendo.
La niebla llegó hasta el nivel del cuerpo postrado del capitán, pero no lo rebasó. En vez de eso, comenzó a espesarse y cobrar forma, yendo y viniendo como las olas en una playa. Ahora, más que nunca, parecía que el capitán estuviera flotando. Grace miró a Mosh Zu. Tenía los ojos firmemente cerrados y volvía a recitar en voz baja:
Cual flor que florece al sol… Cual nube que descarga su lluvia. Cual ostra que libera su perla…
Grace empezó a temblar. Connor se colocó a su lado, poniéndole una mano en el hombro.
Grace miró de nuevo al capitán y contuvo la respiración. Allí, donde antes no había nada, se estaba comenzando a formar un rostro. Era tenue al principio, no más que un contorno, pero, poco a poco, cobró claridad, como si también él estuviera emergiendo de una espesa niebla. Grace se quedó paralizada. Era un rostro que ya había visto.
Cuando las facciones comenzaron a cobrar nitidez, recordó su primer encuentro con el capitán vampirata. Hablando con él, había tenido una visión del rostro de un hombre, con su frente hundida señalada por una cicatriz carmesí. Este rostro era aquel. El capitán la había felicitado por ver detrás de la máscara. Y ahora, mucho después, se la habían quitado y su rostro estaba ahí, por fin visible.
- Es él -susurró-. Es el capitán.
Connor bajó la mirada, asombrado. Lorcan se quedó paralizado. Mosh Zu continuó con los ojos cerrados mientras seguía recitando.
Cual mariposa que deja el capullo… Cual boca que ríe sin trabas…
- ¡Mira! -le susurró al oído Connor.
Vieron que el rostro comenzaba a elevarse en el aire. Lo siguió un cuerpo. Un hombre estaba emergiendo de la conocida armadura del capitán. Pero iba vestido con sucios harapos. Miró a Grace.
- Hola -dijo ella, sonriendo. Se notó lágrimas en los ojos. Algo asombroso había ocurrido en aquella habitación. Era como si hubiera nacido un niño.
El hombre la miró, pero no sonrió. Se apartó de ella.
- ¿Qué pasa? -preguntó Grace. Miró a Mosh Zu-. Parece tenerme miedo. ¿Es que ya no me conoce?
Mosh Zu sacudió la cabeza.
- Él no te conoce. No es el capitán.
- ¿Qué? No entiendo… -comenzó a decir Grace.
- Espera -dijo Mosh Zu en voz baja-. Espera y observa.
Confundida, Grace observó mientras el hombre dejaba el cuerpo del capitán y se internaba en la niebla.
- Está volviendo a pasar -susurró Connor.
Todos miraron mientras un nuevo rostro empezaba a cobrar forma en el vacío donde el capitán debería haber tenido la cabeza. Cuando las facciones se tornaron más nítidas, vieron que era el rostro de una mujer. Parecía vieja y frágil y miraba nerviosamente a su alrededor. No estaba claro si miraba sin ver o si los estaba viendo realmente. Ahora, también ella se levantó, como si apartara las sábanas de una cama, y dejó el cuerpo del capitán, internándose en la niebla.
- ¿Quiénes son? -preguntó Connor, cuando comenzó a formarse una tercera cara.
- Son almas extraviadas -susurró Grace, cayendo súbitamente en la cuenta-. El capitán ha estado acarreándolas. Tiene que despojarse de ellas. -Mosh Zu asintió, sin dejar de recitar.
La tercera alma, la de un hombre joven, comenzó a levitar.
Juntos, vieron una cuarta figura, y luego una quinta, emerger del cuerpo del capitán.
- ¿Cuántas quedan? -preguntó Grace. Estaba profundamente conmovida y se dio cuenta de que tenía las mejillas manchadas de lágrimas.
Observaron en silencio mientras una sexta, séptima, octava y novena figura despertaba de su profundo «sueño», restregándose los ojos y mirando a su alrededor antes de abandonar el cuerpo del capitán e internarse en la niebla.
Durante todo el proceso, el cuerpo del capitán permaneció inmóvil, flotando como una cascara vacía. Y Mosh Zu continuó su recitación, sin que su voz perdiera un ápice de fuerza y armonía.
Grace advirtió que las almas que habían dejado el cuerpo del capitán estaban reunidas a su alrededor, observando mientras sus compañeros de viaje iban sumándose a ellas.
«¿Sobrevivirán? -se preguntó-. ¿Son personas de carne y hueso? ¿O sólo fantasmas? ¿Sobrevivirán ahora que el capitán se ha despojado de ellas?» Estaba impaciente por hacer aquellas preguntas a Mosh Zu, pero no podía distraerlo.
Viendo su malestar, Connor volvió a acercarse a ella. Le pasó un brazo por el hombro. Grace advirtió que no era la única que estaba sintiendo aquel torbellino de emociones. Darcy y Lorcan también lloraban. Estaban estrechamente abrazados.
Todos observaron mientras un nuevo rostro cobraba forma ante sus ojos. Era una mujer joven. Grace supo que iba a ser hermosa cuando la nariz y los pómulos comenzaron a perfilársele en la niebla. Tenía la tez pálida y ligeramente pecosa. Su media melena de color castaño rojizo cobró nitidez, flotando suavemente en la niebla. Y entonces abrió los ojos. Grace contuvo la respiración. En ese mismo instante, Lorcan sofocó un grito y ella notó que Connor le apretaba la mano con todas sus fuerzas. La mujer tenía los ojos verdes, de un intenso color verde esmeralda.
Cuando alzó la cabeza, Mosh Zu habló por fin.
- Es la última -dijo, apartándose, claramente agotado del esfuerzo.
Grace miró a Connor. También él se había quedado paralizado, mirando a la mujer. Ella se estaba incorporando, poniéndose los rebeldes cabellos por detrás de las orejas y parpadeando mientras miraba a su alrededor.
Grace no pudo contenerse más. Se dirigió directamente a la mujer.
- ¡Mira hacia aquí! -dijo.
La mujer tardó un momento en reaccionar. Era como si aún se hallara a cierta distancia de ellos y sólo los pudiera ver y oír débilmente. Pero al fin se volvió y sus ojos se posaron en Grace y Connor.
Grace estaba llorando. Connor tenía el ceño fruncido y movía la cabeza con gesto incrédulo.
La mujer se levantó. No iba a marcharse ni a internarse en la niebla como los demás, ¿verdad?, pensó Grace. No podía irse.
Pero ella no se estaba yendo a ninguna parte. Parecía más viva a cada momento, más vigorosa. Y entonces se levantó y, en lugar de alejarse, comenzó a andar hacia ellos. Tenía los ojos de color verde esmeralda llenos de lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad. Abrió los brazos delante de Grace.
- ¡Madre! -exclamó ella, incapaz de contenerse-. Madre, eres tú, ¿verdad?
La mujer asintió mientras Grace corría hacia ella, abrazándola. Le sorprendió sentir el tacto de un ser que estaba vivo y respiraba. Y luego notó el roce de sus labios en la frente. La besó.
- ¡Madre! -repitió.
- No te puedes imaginar cuánto tiempo llevo esperando a oírte decir eso, Grace.-La mujer tenía la voz cálida y dulce.
- ¡Madre! ¡Madre! ¡Madre! -repitió Grace, abrumada. Quería seguir diciéndolo por todas la veces que había pensado en su madre o deseado que estuviera junto a ella en el faro. Por todas las veces que había soñado con su madre y se había despertado sin que hubiera rastro de ella.
La mujer la abrazó y volvió a besarla. Luego, alargó una mano hacia su hijo.
- Connor -dijo, mirándolo.
Él vaciló al principio, pero luego se despojó de sus dudas y corrió a su encuentro, abrazándolas a ella y a Grace hasta que formaron un apretado grupo.
La mujer abrazó estrechamente a sus hijos y alzó la cabeza.
Grace reparó en que Lorcan los estaba observando con mucha atención.
- Hola, Sally -dijo por fin.
Grace se quedó desconcertada. ¿Cómo sabía Lorcan el nombre de su madre?
Miró de uno a otro. Se estaban sonriendo, una sonrisa que sugería una honda amistad, quizá más.
- Es estupendo volver a verte, Sally -dijo él.
- Y a ti, Lorcan -dijo ella-. Gracias. Gracias por cuidar tan bien de mis hijos.
Grace miró a Connor. Al igual que ella, estaba observando a su madre y a Lorcan con curiosidad.
De pronto, Grace recordó que no estaban solos. Miró a su alrededor, buscando a Mosh Zu y a Darcy. No los vio por ninguna parte. Las otras almas también habían desaparecido. Y allí, visible entre la niebla cada vez menos espesa, estaba la losa donde había yacido el capitán. Pero tampoco había señales de él. Incluso la almohada había desaparecido. ¿Dónde habían ido todos? ¿Qué estaba ocurriendo?
Ya lo averiguaría, decidió. Abrazó estrechamente a su madre y hermano cuando también Lorcan se sumó a ellos. Mientras permanecían allí los cuatro, cogidos de la mano, Grace tuvo un momento de perfecta paz. Sabía que no podía durar. Quizá incluso fuera una especie de sueño. Pero le daba igual cuánto pudiera continuar siendo o si se trataba de un sueño. Era el momento que llevaba toda su vida esperando y nada, nada, iba a estropeárselo.
FIN