Cassie Burke fue apuñalada y toda su familia asesinada en la pequeña ciudad de Bowers Inlet veintiséis años atrás. La policía cree que atraparon al hombre responsable de las muertes, pero nunca al hombre que comenzó a estrangular mujeres poco después.

Conocido como el Estrangulador de Bayside, mató a trece mujeres antes de desaparecer. Hoy, Cassie es una detective en el pequeño cuerpo de policía de Bowers Inlet. Ella y el jefe de policía Craig Denver no están preparados para el horror que está a punto de desatarse en la ciudad cuando el Estrangulador de Bayside vuelve con una venganza.

La escritora de crímenes verdaderos Regan Landry todavía repasa los archivos de su padre recientemente asesinado cuando descubre viejos mensajes que dicen ser del Estrangulador. Regan se pone en contacto con el FBI, quiénes envían al agente Rick Cisco a Bowers Inlet para ayudar a Cassie en la investigación. Para Cassie, la vuelta del asesino le trae horrorosos recuerdos, pero aquellos recuerdos pueden ser capaces de revelar la verdad.

Mariah Stewart

Verdad Fria

Truth – Verdad – #01

TITULO ORIGINAL: COLD TRUTH

Traducido por Cary

Creo que al final

la verdad triunfará.

John Wycliffe

Prólogo

Bajo las calurosas luces del estudio de televisión, Regan Landry se movía incómodamente en su asiento aún mientras se recordaba que su aparición ese día durante Esta Mañana, EE.UU., el show diario que seguía al programa de noticias matutinas de la red, era por negocios, y por lo tanto no tenía que ser agradable.

Este sería su último spot televisivo en la gira promocional de En Sus Zapatos, el último libro que había escrito conjuntamente con su padre, Josh Landry, antes de su muerte ocho meses atrás. Ella no tenía que estar cómoda; sencillamente tenía que ser buena, lo bastante buena para hacer justicia a su padre y a su trabajo.

En el pasado, había sido Josh quien había hecho las giras de libros, las apariciones en televisión, programas y entrevistas de radio. Regan siempre miraba desde bastidores mientras él encantaba a toda la audiencia con su ingenio y encanto fácil, hipnotizándolos con los descarnados detalles de su investigación en las mentes de algunos de los asesinos más aborrecibles de la sociedad. El propio asesinato de Josh había cambiado todo eso.

Aunque Regan no se sentía tan cómoda bajo el escrutinio público como su padre, sentía que le debía -y a sus muchos fans- mantener el programa que su editor había arreglado antes de que Josh muriera. Durante años, su padre había vuelto para firmas de libros en muchas de las mismas librerías a través del país, algunas cuyos clientes nunca se habían perdido una visita. Algunos lectores se habían hecho tan familiares, que los conocía por el nombre. Regan creía que él esperaba con mucha ilusión las firmas tanto como sus fieles fans esperaban verlo y oírle hablar sobre la investigación que había realizado para preparar cada nuevo libro.

Regan se había sentido tentada, pero no podía darle la espalda a la gira, y retrospectivamente se alegró de no haberlo hecho. Había llegado a considerar las últimas semanas como una especie de peregrinación, siguiendo los pasos de su padre, aceptando la simpatía de sus antiguos lectores, muchos de los que habían presionado cartas o tarjetas en sus manos. Sus consideradas palabras de condolencias y recuerdos habían sido un gran consuelo; en cada librería, hubo momentos en que había sentido realmente la presencia de su padre. La gira del libro que tanto había temido y había esperado evitar se había convertido en un viaje que, al final, le había traído el primer momento de paz que ella había conocido desde el día que Josh había muerto.

– ¿Está preparada? -Heather Cannon, la vivaz presentadora de la mañana -apodada «la hermana pequeña de América» por los medios- tomó asiento en la silla frente a la cual Regan estaba sentada, y alisó su falda con una mano y su pelo con la otra.

– Sí, sí. Gracias. -Regan afirmó con la cabeza algo rígidamente.

Como una regular espectadora de la mañana, Regan había visto cientos de personajes famosos -estrellas de cine y televisión, atletas, músicos- sentados en ese mismo asiento. De repente se le ocurrió que tal vez algunas de esas mismas personas podrían estar sentadas en casa mirándola a ella.

Era un pensamiento que deseó no haber tenido.

Presionó las palmas sudadas contra sus muslos y trató de obligarse a introducir aire lentamente en sus pulmones. Hasta el momento, no había funcionado.

– ¿Quiere un poco de agua? -la anfitriona preguntó-. ¿Está segura que está bien?

– Sí. Estoy bien.

– Todos sienten un poco de miedo escénico. -Heather exhibió su más tranquilizadora sonrisa-. Una vez que las cámaras empiecen a rodar, y empecemos a charlar, estará bien.

– Estoy bien, -insistió Regan.

– No es demasiado tarde para un poco de agua, -Heather le ofreció de nuevo.

– Gracias, pero no.

– Bien, si está segura. -Heather asintió a alguien detrás de Regan-. Estamos listos siempre que usted lo esté. Regan, mire la luz roja en el monitor…

Por un momento, Regan no pudo recordar dónde estaba el monitor, pero siguió el ejemplo de su anfitriona.

Lo siento, papá. Esperaba haber hecho una mejor actuación.

– Durante más de veinte años, Josh Landry fue el modelo de excelencia cuando se trataba de escribir best seller de crímenes verdaderos, -Heather comenzó-. Él hizo una carrera muy respetada investigando asesinatos antiguos, no resueltos con la intención de resolverlos, y luego contando la historia en uno de sus muchos libros, los últimos con la ayuda de su hija, Regan. Trágicamente, Josh Landry fue asesinado el año pasado en su granja fuera de Princeton, Nueva Jersey, por un hombre llamado Archer Lowell, que había apuntado a Landry como parte de un extraño triángulo de asesinatos que tuvo, durante varios meses, perplejo incluso al FBI. Regan Landry está aquí conmigo hoy para hablar sobre el último libro que ella y su padre escribieron juntos.

Heather acortó la distancia y tocó a Regan ligeramente en el brazo.

– Regan, ¿cuán duro ha sido seguir los pasos de su padre?

– Nadie podría llenar los zapatos de mi padre, pero yo no podía no acudir a esta gira. Él estaba muy, muy orgulloso de este libro, y me sentí obligada a continuar con el programa. Papá siempre esperaba con interés ver a sus lectores, y yo sentí que se los debía -y a él- hacer este último viaje.

– ¿Cree que este será el último viaje? -Heather se inclinó acercándose más-. ¿Usted no está pensando en continuar el trabajo de su padre?

Regan dudó un largo momento.

– Yo no lo había planeado. Mi intención era terminar esta gira por él, y luego pasar a otra cosa con mi vida. Pero antes de marcharme el mes pasado, empecé a limpiar su casa con el fin de tenerla lista para ponerla en el mercado. A medida que repasaba sus archivos, me encontré con algunas notas que había hecho en relación con diferentes casos que había investigado a lo largo de los años -libros que había previsto escribir en el futuro- y tengo que admitir, que algunos de los esos casos son historias que realmente piden ser contadas.

– Ah, ¿por lo que podrían haber todavía más crímenes verdaderos Landry?

– Posiblemente. Tengo que pensarlo un poco más, pero mi padre dejó algunas notas y entrevistas bastante interesantes, incluso alguna correspondencia de personas que pueden o no haber participado en crímenes violentos.

– ¿Correspondencia? ¿De asesinos?

– Algunos, que afirman serlo. Es una lectura bastante espeluznante, en realidad.

– ¿Su padre no entregó esas cartas a la policía?

– En algunos casos, al parecer, lo hizo, y sólo conservó fotocopias para su archivo. En otros, no puedo decirle, porque no sé si los archivos contienen todas sus notas. A veces sacaba material si estaba trabajando en algo y se olvidaba de ponerlo de nuevo en el archivo, o como a menudo ocurría, metía documentos en un archivo por lo demás vacío, por lo que nunca sé donde voy a encontrar esas cosas. Su manejo de la casa era notoriamente pobre… sus notas aparecen en los lugares más improbables. Aún estoy tratando de ordenar las cosas y organizar los archivos. Para responder a su pregunta, no puedo decir qué se ha entregado a la policía, porque no sé lo que contenían los archivos originalmente. Y por otra parte, pues, es difícil saber que cartas eran de auténticos criminales.

– ¿En vista de que algunas de las cartas podrían ser de gente que simplemente disfrutaba escribiéndole y diciendo que habían cometido ciertos actos, para obtener su atención?

– Desde luego había un poco de ello. Había mencionado varias veces que recibía cartas de uno u otro Estado, describiendo asesinatos u otra cosa, pero cuando se ponía contacto con la policía local, le decían que no había cadáveres enterrados en los lugares que la carta decía que habría, ese tipo de cosas.

– ¿Así que era difícil para él saber quien era honesto?

– Sí. Pero acumuló una gran cantidad de información en muchos casos que había compartido con la policía y con el FBI a lo largo de los años.

– ¿Algún caso celebre, que reconoceríamos?

– Oh, seguro. Había varias cajas de material sobre el violador de Hillcrest, el Estrangulador de Bayside, y el asesino de Seis Años, por nombrar sólo algunos.

– El asesino de Seis Años participó activamente en Massachusetts, llamado así porque aparecía y mataba cada seis años, -Heather intervino.

– Correcto.

– ¿Ha examinado las notas de su padre sobre ese caso?

– Algunas. No he tenido tiempo de revisarlas todas.

– ¿Alguna idea?

– Todavía no. He estado leyendo por encima para ver lo que hay. Y de nuevo, no he tenido tiempo para organizar las cosas de una manera que tenga sentido o me diera alguna impresión sobre el caso -o cualquiera de los casos- de una manera u otra.

– ¿Qué caso cree usted que sería más probable seguir primero? Asumiendo, por supuesto, que decida seguir adelante y escribir un libro por su cuenta.

– En realidad no puedo decirlo. -Regan se encogió de hombros-. Hay cajas de archivos que aún no he abierto. ¿Quien sabe lo que podría encontrar en una de ellas?

– Bueno, estoy segura de que uno de esos archivos está pidiendo su nombre, y quizás para estas fechas el próximo año vamos a estar buscando un nuevo best seller de crimen verdadero Landry. Sé que seré la primera en la fila por mi copia.

Heather giró hacia la cámara.

– Estaremos de regreso con Regan Landry para hablar sobre En sus zapatos

Heather se volvió para tranquilizar a Regan.

– Lo hizo muy bien. Es natural.

– Gracias. Usted lo está haciendo mucho más fácil de lo que pensé que sería. -Regan sonrió por primera vez esa mañana-. Y si aquella botella de agua todavía está disponible, creo que me gustaría ahora.

***

Él se sentó en la silla, rebobinó la cinta, y luego apretó play.

– Hay cajas de archivos que aún no he abierto, -la bella rubia estaba diciendo-. ¿Quien sabe lo que podría encontrar en una de ellas?

¿Qué en efecto?

Bueno, él sabía lo que encontraría en al menos una de esas cajas. O muchas cajas, dependiendo de cuan desorganizado en realidad el hombre había sido cuando se trataba de mantener sus registros.

Y suponiendo, por supuesto, que Josh Landry había guardado las cartas que le había escrito hacia tanto tiempo. Cartas destinadas a incitar, cartas pensadas para burlar e intrigar, y, sí, frustrar.

Sonrió, recordando cómo Josh Landry había hecho caso omiso de las primeras, tal vez pensando que era el trabajo de alguien que solamente buscaba atención. Por supuesto, había sido antes de que el producto final -amaba esa expresión- había sido descubierto, por así decirlo.

Había dado ciertamente al viejo Josh algo en que pensar, mucho antes. Cuando Landry había entendido que él le había dicho la verdad, había sido demasiado tarde. Demasiado, demasiado tarde. Y por entonces, por supuesto, había circulado, aburrido con el juego y necesitado de alrededores frescos y nuevos desafíos.

Durante años, se había sentido importante, viendo a la policía ir de un lado a otro tropezándose con ellos mismos, buscando pistas, buscando frenéticamente sospechosos. Su confusión solamente había reforzado su creencia en la estupidez de la comunidad de la aplicación de la ley en general. Aún tenía que encontrar a su igual.

Rebobinó la cinta al principio, y miró de nuevo.

Una cosa bonita, la chica de Landry. Lista, también.

¿Era ella más inteligente de lo que su padre había sido?

Lo consideró seriamente, detuvo la cinta, la rebobinó y la puso otra vez. Mirarla le había hecho pensar en otras cosas bonitas. Cosas bonitas y lugares bonitos, de hace mucho tiempo y muy lejos.

Caminó hasta las ventanas que mostraban el desierto fuera de ellas, mientras pensaba en volver a la ciudad donde había crecido, donde había comenzado todo. Su primera travesura. Su primera aventura complaciente en los lugares oscuros donde su mente lo había llevado.

Le dio la espalda a la vista y paseó a lo largo de la cavernosa sala de estar, olores, sonidos e imágenes del pasado, ahora vivos en su mente. Largos tramos de pantanos exuberantes con juncos y hierbas que susurraban suavemente y ondeaban en la brisa. Largos brazos de playa donde las gaviotas se elevaban y chillaban. Tardes de verano pasadas en un pequeño barco, pescando con una red bajo un desvencijado puente de madera de dos carriles. Si él cerraba los ojos, podía verlo. Escucharlo. Olerlo.

Una vez había sido un niño de mar. ¿Qué, se preguntó a sí mismo, era lo estaba haciendo ahí, rodeado de arena caliente y un sol ardiente? Tal vez había llegado el momento de pensar en volver a casa.

Además, había llegado casi al final de su carrera allí. Tarde o temprano, la policía empezaría a sumar dos y dos y dos y obtendrían seis, sin duda. En las dos últimas semanas, varios cuerpos habían salido a la luz. ¿Podría el departamento del sheriff comenzar a darse cuenta del hecho de que los cuerpos desnudos que habían aparecido recientemente en el desierto no eran los asesinatos fronterizos comunes y corrientes con los que habían estado tratando a lo largo de los años, sino algo de naturaleza diferente? Distaba mucho de ser inusual encontrar el cuerpo de una muchacha joven a lo largo de la frontera -el recuento había ido creciendo de manera constante durante años- pero todas sus víctimas habían encontrado su fin de la misma forma precisa. De seguro alguien pronto lo advertiría y comenzaría a cuestionarse la posibilidad de tal coincidencia.

Sólo él sabía que había muchos, muchos más cuerpos, ahí y en otros lugares, y que no había coincidencias.

Por todos estos factores, quizás había llegado el momento de volver a casa. Regresar a la escena del crimen. Literalmente.

Se sentó en la otomana de cuero suave y rebobinó la cinta, repentinamente sintiéndose viejo. ¿Durante cuánto tiempo más podría mantenerse seguro?, se preguntó.

Con los años, había tenido suerte, ¿pero cuánto tiempo más tenía antes de que su suerte acabara?

Había escapado por los pelos, hacia unas tres semanas, un recuerdo que, incluso ahora, lo hizo marearse. Acababa de dejar su último cuerpo a los pies del parque estatal fuera de la ciudad, y estaba caminando de vuelta a su coche, con su ropa en una bolsa de basura de plástico arrojada por encima de su hombro, cuando chocó con un guardia del parque.

– ¿Qué lleva en la bolsa? -El guardia le había pedido.

– Oh. Sólo algo de basura que recogí en un camping a una media milla del sendero, -había respondido, mientras palpaba su chaqueta por el pequeño revólver que siempre llevaba allí y se preguntaba si lo necesitaría ahora.

– ¿No le impresiona, la forma en que la gente deja su basura por todas partes? -El guardia había sacudido su cabeza con fastidio-. Usted no creería algunas de las cosas que hemos encontrado allí.

– Oh, lo apostaría. -Se relajó y cambió la bolsa de un lado al otro.

– Bien, gracias por ser un buen ciudadano y echarnos una mano aquí. Agradecemos la ayuda, ya sabe, no hay personal suficiente para llevar la cuenta de todo.

– Hey, fue un gusto.

– ¿Quiere que me haga cargo de eso? -El guardia se acercó a la bolsa.

– No es necesario. Hay un contenedor en el estacionamiento de mi edificio de apartamentos. Lo dejaré ahí camino a casa.

– Bueno, oye, gracias de nuevo.

– Feliz de ayudar. -Había cabeceado y alejado en dirección a su coche, mirando hacia atrás casualmente, pero el guardia ya había desaparecido. Había abierto la puerta trasera y como si nada echado la bolsa al interior.

Se había deslizado en el asiento del conductor de su Mercedes SUV y mirado furtivamente por el espejo retrovisor para tranquilizar a sí mismo que no había sido observado. Fue entonces que se había dado cuenta de que sus manos temblaban y sudaba. Pero no había sido capturado, y ya que el cuerpo que había dejado en las montañas no había sido descubierto por otros diez días, el guardia habría recordado vagamente que alguien había estado alrededor del parque esa noche. El bien intencionado funcionario público no podría recordar nada sobre el extraño, salvo que había sido lo bastante amable de deshacerse de restos de basura dejado atrás por un descuidado campista.

Sin embargo, había sido una experiencia desagradable, una que requirió encontrar un vertedero y un vehículo nuevo, sólo en el caso de que el guardia lo hubiera visto. Había sido bastante fácil -existía un sinfín de lugares en el desierto para ocultar un cuerpo y le había tomado menos de una mañana comerciar el Mercedes negro por uno plateado- pero las cosas no habían sido lo mismo.

Apretó play otra vez y miró la cinta de nuevo.

Fue invadido por la nostalgia cada vez que la muchacha Landry y Heather como-se-llame hablaban sobre el Estrangulador de Bayside. Nostalgia y -¿se atrevía a decirlo?- Un perverso tipo de orgullo. Y sin duda lo hizo aflorar los recuerdos.

Descansó su cabeza contra el respaldo del asiento y cerró los ojos. Estaba allí otra vez, aquel olor de la bahía, el aire salado, el olor de la vida marina pudriéndose en el sol caliente en la playa frente a la casa donde había crecido. Respiró bruscamente, como si esperara atrapar y retener los olores, los recuerdos.

Se sacudió la repentina nostalgia, recordándose a sí mismo que se trataba de una parte de su pasado, nada más. Había hecho lo que había hecho y seguido adelante. No había nada allí para él ahora. Bueno, había algunos familiares, pero se preocupaba tanto por ellos como ellos por él. Con los años, su contacto había sido superficial, a lo más.

Pensándolo bien había un pequeño asunto inconcluso.

Ahora, eso realmente dolía, un poco. Un trabajo un poco chapucero por parte del aficionado que había sido, y él ciertamente había sido un aficionado en esos días. Por supuesto, no había previsto hacer una carrera de ello. En aquel entonces, ¿quién podría haber previsto el camino que su vida tomaría?

Aun así, sólo un aficionado habría dejado tanto al azar. Sólo un aficionado habría tomado tales riesgos. Sólo un aficionado se habría asustado por la forma en que lo había hecho, en lugar de regresar otra vez a hacer lo que él había ido allí a hacer.

Y Dios lo sabía, sólo un aficionado habría dejado a uno de ellos con vida.

1

La niebla temprana de la mañana aún no había sido disipada por el sol que aún dormitaba por detrás de las nubes bajas, pero las gaviotas ya volaban en círculos sobre la bahía y las aves costeras habían comenzado a rebuscar por la orilla. A pesar de que era casi verano, el aire todavía conservaba un poco de frío, y los restos de una fresca noche de primavera pendían en el aire húmedo. Las olas llegaban apaciblemente a la playa, diminutas olas perfiladas con espuma blanca que dejaba húmedas impresiones sobre la arena amarilla pálida. Desde arriba, una gaviota gritó al intruso que estaba en lo alto de la duna.

– Oh, cállate. -La mujer apenas echó un vistazo al pájaro irascible que se abatió sobre su cabeza y siguió lloviendo maldiciones de gaviota sobre ella.

La detective Cassandra Burke estaba con las manos en sus caderas y, a través de la niebla buscaba el contorno del Faro Barnegat al otro lado de la bahía. Acababa de terminar su cuarta noche de vigilancia de un motel donde se sospechaba se estaba llevando a cabo una venta de drogas, y estaba agotada por la falta de sueño y rígida por la inactividad. Se sacó sus zapatos y los dejó en la arena, luego partió hacia el puerto deportivo a una milla playa abajo. Ella caminaría tranquilamente, después, volvería corriendo. Dos millas no era en realidad un tramo suficiente, pero era lo mejor que podía hacer esa mañana. Tal vez se sentiría mejor. Tal vez no. Pero tenía una reunión a las ocho, y necesitaba hacer un poco de ejercicio, luego un pequeño desayuno, antes de dirigirse a la estación de policía.

La arena en la playa de la bahía era más tosca que al lado del océano, y permitía una base más sólida. Ella caminó rápidamente, eludiendo los caparazones espinosos de los muertos y agonizantes cangrejos cacerola que había traído la corriente tierra adentro por la noche y que habían sido incapaces de arrastrarse de nuevo antes de que la marea subiera. Cuando llegó a la ensenada, se detuvo el tiempo suficiente para ver un puñado de barcos de gran potencia, -chárter, en su mayor parte- mientras salían al mar con sus pasajeros, pescadores deportivos que habían pagado por el privilegio de lanzar sus sedales en el atlántico con la esperanza de enganchar unos batalladores peces azules antes de la puesta de sol más tarde ese día.

Ella saludó al capitán del Normandy Maid a su paso, una media docena o así de ansiosos pescadores en la cubierta, sus gorras de béisbol protegiendo sus caras del sol que bastante pronto los premiaría con su presencia, sus brazos y narices resbaladizas con protector solar factor 35. No era una vida muy buena, pilotar un chárter, pero para aquellos que nunca habían hecho mucho más, era una forma de vida, una vida que ella conocía bien. Su padre había capitaneado su propio barco, el Jenny B, el nombre de su madre. Él nunca hizo mucho dinero, pero le encantaba ir a trabajar todos los días. En la temporada baja, dirigía la única instalación de almacenaje de barcos en Bowers Inlet, pero su vida estaba en el agua. Pocos días fueron lo que Cass no estuvo ahí, en el punto en que la bahía desembocaba en el océano, viendo los barcos salir, y recordando. Cuando era una niña pequeña, ella había visto desde los brazos de su madre como el barco de su padre salía traqueteando.

– Hazle señas a papá, Cassie, -su madre decía-. ¿Lo ves allí, en la cubierta? Hazle señas a papá, cariño…

Y Cass le hacía señas como loca. La mayoría de los días, su padre la saludaba cuando pasaba, llevándose sólo su dedo índice derecho hasta el borde de su gorra.

Unos años más tarde, Cass estaba en las rocas más cercanas al agua, sosteniendo fuertemente la mano de su hermana pequeña.

– Hazle señas a papá, Trish, -decía-. Hazle señas a papá…

La alarma de su reloj sonó, devolviéndola al presente. Se volvió alejándose de la ensenada y emprendió el viaje de regreso a la playa, corriendo tan rápido que los músculos apenas tuvieron tiempo de punzar antes de que ella alcanzara el lugar donde había dejado sus zapatos. Si iba a coger algo de comer antes de su reunión, tendría que marcharse ahora.

Ella quería comida de verdad. Durante la madrugada, había tenido suficiente café para mantenerla estimulada por varios días, mientras que Jeff Spencer, el único otro detective en la fuerza de policía de la pequeña ciudad, se había zampado suficientes donuts de crema para hacerla enfermar sólo de verlo. Los huevos, salchichas y tostadas deberían valer, pensaba mientras se ponía sus zapatos. Y jugo de naranja. Su estómago rugió, y se dirigió de regreso a su coche. Si conducía con suficiente rapidez, podría incluso disponer de tiempo para una breve pila de panqueques.

***

– ¿Detective Burke?

– ¿Sí? -Cassie se detuvo a mitad de camino del vestíbulo de la nueva estación de policía.

– La señora en el escritorio allí…

– El sargento Carter. -Con énfasis en sargento.

– Cierto. El sargento Carter. Ella me dijo que usted estaba trabajando en el caso de mi hijo…

– ¿Su hijo es…?

– Derrick Mills. -Dijo el nombre en voz baja.

– Sí. Derrick. En efecto, estoy trabajando en ese caso. -Cassie se tragó de vuelta un suspiro. Derrick Mills era uno de los cinco chicos detenidos por venta de drogas en la secundaria local tres semanas atrás. Ella no estaba ciega al dolor y vergüenza del padre y deseaba poder aliviarlo de alguna manera, aun cuando sabía que no podía.

– Me preguntaba lo que teníamos que hacer, usted sabe, para reducir los cargos. Él es un buen chico, detective. Es un excelente atleta, buen estudiante. Tiene una beca para jugar béisbol en la universidad el año que viene.

– Lo siento, señor Mills. De verdad. Pero Derrick debería haber pensado en la beca antes de que le ofreciera vender cocaína al oficial Connors.

– Detective Burke…

– Por favor, señor Mills. Ahórrese su aliento. He hecho mi informe y mis recomendaciones, y éstos se mantienen. No hay nada que pueda hacer. Ahora, si quiere hablar con la oficina del fiscal del condado, siga derecho y haga su petición. Pero en este momento, voy tarde a una reunión. Por lo tanto, si me disculpa…

– Sabe, yo esperaba más de la chica de Bob Burke. -Su voz se había reducido a un gruñido bajo.

– Ni se atreva. -Ella sacudió la cabeza y pasó por delante de él.

Cass hizo un esfuerzo para no mirar hacia atrás al indignado padre mientras luchaba por calmar su propia ira. No era la primera vez que alguien invocaba el nombre de su padre, como si de alguna manera haberlo conocido les daba derecho a favores especiales por parte de ella. Ciertamente no sería la última. Sólo la hacía cabrearse cada vez.

La reunión había sido cambiada de la sala de conferencias grande a una pequeña sala adyacente a la oficina del Jefe.

– Denver debe haber reducido la lista de invitados, -dijo Cass, mientras tomaba asiento en la mesa de Jeff Spencer.

– Hasta el momento, somos tú y yo, Burke. -Jeff agitó una bolsa en su dirección-. Oye, queda una última de crema de fresa. Creo que tiene tu nombre.

– Jesús, ¿cómo puedes comer esa porquería todo el tiempo? -Haciendo una mueca, giró alejando la cabeza de la bolsa con la rosquilla balanceándose.

– No entiendo esa fobia tuya al azúcar. -Spencer sacudió la cabeza.

– No entiendo por qué no estás recargado con toda esa azúcar volando alrededor de la sala como un globo pinchado.

– Ah, están aquí. Bueno. Bueno -El Jefe de policía Denver Craig metió su cabeza por la puerta que llevaba a su oficina-. Permítanme coger mi café…

Denver desaparecido un momento, y luego volvió en un instante con su gigantesco tazón y un archivo de papel manila. Tomó asiento a la cabeza de la mesa y se entretuvo con una servilleta, un posavasos y con sus gafas, como si aplazara lo que fuese que los había llevado ahí para discutir.

– Odio esta parte del trabajo, -suspiró-. Ustedes saben que los detalles administrativos de este trabajo me vuelven loco. Papeleo, informes, estadísticas… un desperdicio de mi tiempo. Pero uno no puede elegir, no en este trabajo, ni en ninguno.

Cass se tragó una sonrisa. Había oído esa misma arenga justo por esas fechas el año pasado. Y el anterior, y el anterior. Sospechaba que la introducción era por el bien de Spencer. Sólo había estado en el departamento unos meses.

– Déjeme adivinar. La compañía de seguros pidió un manual de formación actualizado otra vez, -dijo imperturbable.

Denver asintió.

– Actualizado y ampliado.

– Y usted quiere que uno de nosotros se ofrezca para sentarse con Phyl y corrija las páginas antes de que ella las envíe -Cass jugueteó con una uña.

– Eso lo resume estupendamente. -Denver sonrió.

– Es el turno de Spencer. -Cass giró su lápiz-. Hice todas las pruebas el año pasado. Y el año anterior.

– Entonces tú tienes experiencia, ¿no? -Los ojos de Spencer se entornaron. Su esposa ya le había dado un ultimátum puesto que pasaba demasiado tiempo de sus horas libres en asuntos del departamento y había jurado que haría un esfuerzo para pasar más tiempo con ella y su nuevo bebé, y menos tiempo trabajando.

– Lo justo es justo, Spencer, y yo…

Phyllis Lannick, la secretaria del Jefe, metió la cabeza por la puerta.

– Siento interrumpir, Jefe, pero el oficial Helms, está al teléfono y dice que es una emergencia. Parece agitado. -Señaló el teléfono en la pequeña mesa detrás de él-. Línea dos.

Denver arqueó una ceja mientras se acercaba al teléfono.

– ¿Emergencia, Helms? Hey, hey. Reduce la velocidad. Respira hondo y empieza de nuevo…

El Jefe se quedó callado entonces, escuchando. El color desapareció de su rostro.

– Tengo a Burke y a Spencer aquí mismo. Están en camino. Huelga decir que nadie toque nada hasta que la escena haya sido procesada. Mantén a todo el mundo fuera del área hasta que pueda conseguir que los CSI del condado lleguen. -Colgó y giró hacia sus dos detectives.

Antes de que cualquiera pudiera preguntar, él dijo:

– El manual tendrá que esperar. Acaban de encontrar un cuerpo cerca de Wilson's Creek.

– ¿Un cuerpo? -Cassie preguntó como si no hubiera oído correctamente-. ¿Dónde por el arroyo?

– Justo fuera de la ciudad, cerca de Marsh Road. Sólo busquen los coches. Al parecer, tres de nuestros coches patrulla y un par de vehículos de emergencia ya están ahí, estacionados por el costado de la carretera antes del puente. No podrán perderlos. Traten de mantener a todos en línea hasta que la gente del condado llegue. Los encontraré allí. -Apartó su silla de la mesa, murmurando-, justo lo que necesitamos, un homicidio precisamente cuando se abre la temporada.

– ¿Homicidio? -Cass se detuvo camino a la puerta y se volvió.

– Eso es lo que Helms asume. Vean si está en lo cierto…

***

El cuerpo yacía de lado en una roca lisa desgastada por la rápida corriente del arroyo conocido localmente como Wilson's Creek. La mujer había sido joven, a finales de los veinte, principio de los treinta, pensaba Cass. Ella se arrodilló con cuidado para inspeccionar visualmente a la víctima, cuyos ojos sin vida estaban abiertos y cuya boca silenciosa todavía sostenía su último grito. Sus brazos desnudos, levemente bronceados por encima del codo, fueron lanzados sobre la cabeza, una mano arrastrándose en el agua. Su largo cabello oscuro estaba volcado sobre su cara y en el arroyo, donde la rápida corriente envolvía algunas hebras alrededor de sus dedos. Una pierna se acurrucaba sobre la otra, casi recatadamente.

– No la tocaste, ¿verdad? -Una voz desde atrás preguntó tentativamente.

– No. Por supuesto que no la he tocado. -Cass alzó la vista para encontrarse a la investigadora jefe de la escena del crimen del condado, Tasha Welsh, estudiando la escena.

– Bien. Espero que todos ustedes miraran por donde caminaban. -Los ojos de Tasha escudriñaban toda la escena, a los dos detectives, el cuerpo, los oficiales uniformados apiñados en las patrullas aparcadas en una leve pendiente al lado de la carretera.

– En realidad, llegamos por el arroyo. -Cass señaló detrás de ella, indicando la dirección.

– Eso explica tus jeans mojados. -Tasha se acercó al cuerpo despacio, luego giró y miró a Cass, que sostenía una cámara en su mano derecha-. Empieza desde aquí, en este ángulo, y sube por aquí…

Tasha hizo señas a Spencer y le dijo:

– Sonríe para la cámara o muévete.

Spencer se movió.

– Hay sangre en el interior de sus muslos, -Cass señaló mientras sacaba otra foto.

– Probablemente ha sido violada. Y hay manchas de hierba detrás de sus talones, Burke. -Tasha señaló a la víctima.

– Lo que significa que muy probablemente fue arrastrada por lo menos parte del camino, -dijo Cass, mientras apuntaba el lente otra vez-. Debería ser bastante fácil encontrar un rastro de arrastre en caso de que viniera de la carretera. Ve a echar un vistazo, Spencer, mientras yo termino aquí.

– ¿Quieres que comience por el camino allá arriba? -Spencer se refirió a la zona en la que el arcén era más amplio.

– Quiero que empieces desde el principio de toda esta zona. Ve y dile a Helms y a los demás que se separen y empiecen a buscar depresiones en la maleza. Recuérdales que pisen suavemente, sin embargo. No queremos perder ninguna prueba por pisar fuerte.

– Ellos deben saberlo, -dijo Spencer sobre su hombro.

– Sí, sí. Recuérdales de todos modos. Si hay algo aquí, me gustaría encontrarlo antes de que sea borrado por las huellas de alguien más o por la lluvia que están pronosticando para esta tarde.

Cass siguió fotografiando el cuerpo otros diez minutos antes de concentrar su atención en los brotes de totora a la derecha del cuerpo. Eran tan altos como tallos de maíz y tan densos como briznas de hierba. Cualquier persona viniendo por ahí habría dejado un rastro evidente. Se paró en silencio e inspeccionó el terreno. Allá arriba, frente a la carretera, había una caseta de bambú que podría haber proporcionado alguna cobertura. Comenzaría por ahí.

Había marcas de neumáticos de una docena de coches -incluso de las patrullas- en el arcén de arena suave, pero caminó con cuidado en torno a ellas de todos modos. La totora se extendía unos doce pies a lo largo de la carretera, luego terminaba en las zonas pantanosas donde sólo los juncos crecían. Tenían que alcanzar aún su altura completa, y según Cass, el lugar lógico para caminar si uno llevaba o arrastraba un cuerpo sería justo ahí en el punto en que la totora y el pantano se unían.

Como era de esperar, a unos diez pies desde la carretera en el punto en que terminaba la totora, la hierba estaba imperceptiblemente aplastada en un estrecho sendero, que continuaba durante otros veinticinco pies en el pantano y terminaba en una depresión más grande, más desordenada. Cass miró sobre su hombro, hasta el punto donde el sendero en realidad empezaba, y casi podía imaginar la escena como había ocurrido.

Él la llevó del coche por la totora, Cass pensó, luego debía haber empezado a pesarle, y la bajó, donde las malezas comenzaban a doblarse. La arrastró esa distancia, al arrastrar su cuerpo hizo el sendero, sin duda. En seguida la dejó caer ahí.

¿Por qué la había dejado allí?

Se quedó ahí un largo momento, escuchando a la brisa ligera mover los juncos. El cuerpo estaba fresco, la joven no había estado allí por mucho tiempo. Tarde la noche anterior, conjeturó Cass. Se agachó cerca de la depresión y la estudió, buscando algo que la ayudase a ver lo que había ocurrido. Le llevó casi diez minutos, pero lo encontró: dos tramos de juncos, aplastados y quebrados, espaciados casi a dos pies de distancia, a ambos lados de la parte superior de la depresión.

Cass podía ver ahora a la mujer, boca abajo en el pantano, sus brazos extendidos, las manos agarrando la única cosa que podía alcanzar…

Ella se levantó y caminó por el sendero hacia la carretera, sacando fotos a todo lo que consideró relevante, luego vio la mirada de Spencer.

– ¿Tienes algo, Burke? -Spencer llamó, y respondió gesticulando hacia donde estaba parada.

– Creo que encontré el camino que el asesino tomó hacia el pantano, -dijo a Spencer cuando se unió a ella-. Por aquí entró, y salió, sospecho, -señaló ella-. Y aquí -por favor mira por donde caminas- mira aquí…

Ella lo llevó bajando por el sendero y hacia la depresión en los juncos.

– Creo que ella puede haber estado inconsciente cuando él la sacó del coche y comenzó a bajarla hasta aquí. Luego, cuando llegó aquí, ella o bien llegó a ser demasiado pesada o se despertó y comenzó a luchar, y la lanzó al suelo allí.

– ¿Qué te hace pensar que todavía estaba viva? -Spencer preguntó, y Cass señaló los juncos amontonados y rotos.

– Creo que ella se agarró a los juncos y trató de arrastrarse para alejarse. Creo que es donde fue atacada. Creo que la mató aquí.

Cass se arrodilló para obtener unos primeros planos de los tallos rotos.

Spencer dio un paso fuera del sendero y echó una mirada alrededor.

– Él podría haberla bajado por ese camino, -apuntó hacia la izquierda-, derecho a la corriente. Podría haber caminado por el agua, al igual que lo hicimos nosotros, para evitar dejar huellas.

– Vamos a comprobarlo.

Ellos se abrieron paso a través de los pantanos hacia la orilla del arroyo. Desde allí siguieron la corriente de regreso a donde estaba el cuerpo.

– ¿Encontraron algo? -Tasha preguntó sin alzar la vista de su tarea, raspando bajo las uñas de la víctima en pequeñas bolsas plásticas, una para cada dedo.

– Hemos encontrado pruebas de que ella puede haber estado viva cuando la dejaron aquí. -Cass caminó por el agua hacia una roca cercana y describió la escena que había descubierto en el pantano.

– Estoy de acuerdo, ella murió aquí. -Tasha giró y dejó caer las bolsas en un contenedor-. Fijo la lividez aquí a la derecha a lo largo de la cadera y el muslo y la parte superior del brazo. Exactamente de la forma en la que la encontraron. Rigor establecido, tenemos moscas, pero aún no gusanos, por lo que sabemos de inmediato que estamos dentro de las doce horas. La temperatura del cuerpo ahora es de 27,5 °C, por lo tanto, ya que sabemos que el cuerpo pierde alrededor de uno y medio grados cada hora después de la muerte, eso significa…

– Lleva muerta cerca de nueve horas. -Cass miró su reloj. Eran sólo unos minutos pasados las nueve-. Lo qué nos lleva a alrededor de la medianoche de anoche.

– Esa es mi mejor estimación, aunque podría haber sido un poco menos. Estuvo frío anoche, lo que podría haber bajado la temperatura de su cuerpo un poco más rápido. -Tasha se puso de pie y e hizo señas al forense del condado-. Dra. Storm, es toda tuya.

– Gracias. -La forense, una mujer regordeta a principios de los sesenta, se acercó, su expresión era solemne.

Tasha se despojó de sus guantes y los tiró en su bolsa abierta, diciéndole a Cass:

– Debería tener algo para ti mañana. Al menos para entonces sabré si dejó ADN. Espero que hayan algunas células de piel bajo sus uñas, si nada más. Luego veremos lo que la Dra. Storm tiene para nosotros. En cualquier caso, me pondré en contacto tan pronto como sepa algo.

Cass asintió.

– Lo apreciaría.

– Por cierto, la causa de muerte parece ser la estrangulación manual, -la investigadora dijo a Cass-. Parece que fue asaltada sexualmente, pero tendremos que esperar las conclusiones del médico forense para estar seguros. Nosotros también querremos saber que vino primero, el asalto o la estrangulación.

Tasha cerró la bolsa negra en la que había metido las muestras que había reunido cuidadosamente.

– Voy directo al laboratorio ahora, y trataré de clasificar todo esto.

Sonrió a Cass, y a continuación añadió:

– Luego lo resuelves por todos los medios.

– Con un poco de suerte.

– ¿Alguien sabe quién es? -Tasha se echó la bolsa sobre su hombro.

– No, que yo sepa. Helms encontró su ropa en los pantanos, que han sido envasadas para el laboratorio. Jeans, camiseta, sujetador, bragas, una sandalia de cuero marrón, bolso de tela, -le dijo Cass.

– ¿Adivino que no tuviste la suerte de encontrar una billetera con su identificación en el bolso?

– No había billetera.

– Bueno, supongo que es tu trabajo, ¿no? -Tasha se encaminó hacia la furgoneta del condado, que estaba estacionada cerca de la carretera-. ¿Resolver quién fue y por qué le sucedió a ella?

– Haremos todo lo que podamos. -Cass acomodó su paso al de Tasha.

– ¿Cuándo fue la última vez que ustedes los chicos en Bowers tuvieron un homicidio?

– Aparte del choque y fuga que tuvimos el mes pasado, ésta es la respuesta. Hemos tenido unos domésticos a lo largo de los años, pero en su mayor parte, ha sido una ciudad bastante tranquila. Supongo que si tuviera que depender de nosotros mantenerte ocupada, te aburrirías mucho, -dijo Cass cuando llegaron a la furgoneta.

– Por favor, tenemos mucho que hacer sin tus homicidios. -Tasha abrió la parte trasera de la furgoneta y dejó la bolsa dentro-. Abarcamos todo el condado. Siempre hay algo pasando en algún sitio. Y no hay escasez de violaciones, asaltos, robos, de todo. Además, las cosas comenzarán a reanimarse ahora, sobre todo cuando los niños comiencen a llegar durante la semana de la reunión anual.

Tasha hizo una mueca.

– Odio esa semana. Luego, por supuesto, seguido hasta el Día del Trabajo todo el condado está furioso. Todos estos pequeños pueblos de la costa con sus alquileres -familias y universitarios- y después están los excursionistas. En los últimos años, hemos tenido un montón de homicidios. Espero que este sea el único con el que tengas que tratar.

Tasha abrió la puerta del lado del conductor y subió.

– Me pondré en contacto contigo tan pronto como pueda, -dijo a Cass.

– Gracias. Te lo agradezco. Haré un juego de fotos para ti y te las enviaré. -Cass retrocedió y observó la furgoneta internarse en la carretera, luego escudriñó la pequeña multitud que se había reunido alrededor del oficial que había encontrado el cuerpo, y que ahora volvía a contar la historia al recién llegado Jefe de la policía.

Denver se mantuvo en silencio, de vez en cuando afirmaba con la cabeza, hasta que el oficial concluyó su informe verbal. Entonces, sin mucho comentario, el Jefe siguió el sendero hacia el cuerpo, y se paró sobre él, mirando sin decir nada al ME haciendo su trabajo. Por último, giró y miró a la multitud al borde de la carretera. Cuando se topó con los ojos de Cass, los sostuvo por un largo minuto antes de girar alejándose bruscamente y caminar de regreso a su coche.

Cass observó el Crown Vic de Denver salir del lugar donde estaba al lado de la carretera antes de hacerle señas a Spencer, que estaba en una profunda conversación con uno de los técnicos de emergencia.

– Vuelvo a la estación y comprobaré las personas desaparecidas, -ella le dijo.

– Creo que me quedaré por aquí un tiempo más, volveré con Helms, -respondió Spencer.

– Muy bien. Te veo allí.

Cass caminó de vuelta, hacia el arroyo, deteniéndose a unos diez pies de distancia de donde el cuerpo estaba lamentablemente expuesto. Las extremidades, donde el rigor mortis se empezaba a establecer, estaba cubierto de moscas impacientes buscando una abertura. El forense todavía realizaba su inspección del cuerpo, y Cass encontró que no podía soportar ver esa última invasión a la mujer sin nombre. Cruzó el arroyo y siguió el rastro por el otro lado hacia el camino de dos carriles donde había dejado su automóvil. Entró y encendió la ignición, sus movimientos cada vez más mecánicos con cada momento que pasaba. Giró el coche y condujo, no a la comisaría, sino a un tramo solitario del camino.

Seis millas abajo, viró a la derecha en un angosto carril que conducía hacia la bahía. Minutos después llegó a una destartalada casa asentada al lado de la carretera, la única estructura en un cuarto de milla en cualquier dirección. En el patio cubierto de hierbas estaba el esqueleto de un viejo Ballenero Boston, con su casco podrido. Cass aparcó el coche detrás de la barca y caminó alrededor de la parte trasera de la casa, donde tres escalones desvencijados conducían a un porche aún más inestable, que una vez había estado pintado de blanco.

El tiempo y el descuido habían descamado y desgastado la madera hasta un tono gris. La pantalla en la puerta de atrás hacía ya mucho tiempo que se había erosionado, y las ventanas ya no se cerraban herméticamente. Cass se sentó en el escalón superior y observó los juncos que crecían desde el pantano directo hasta la parte posterior del garaje en ruinas. A la izquierda había un estanque, y desde donde ella estaba sentada, podía ver una pequeña garza azul vadeando en el agua, cabeza abajo, acechando con cautela a su presa.

Empuñó sus manos y se cubrió los ojos, pero todo lo que podía ver era el cuerpo de esa joven morena extendido sobre la roca.

Inconsciente del sudor que cubría su cara y mojaba su camiseta azul claro hasta su cintura, se sentó inmóvil y trató de controlar las emociones que se arremolinaban dentro de ella. Por supuesto, había visto cadáveres antes, pero nunca había reaccionado así.

Bueno, ¿no le había advertido su terapeuta que esto podría ocurrir algún día? ¿Que si persistía en una carrera en la aplicación de la ley, tarde o temprano podría tener que hacer frente a algo que quizás podría transportarla a un lugar que ella preferiría no ir?

El timbre de su teléfono celular sonó, y ella respondió al segundo timbrazo.

– Burke.

– ¿Estás en camino? -Spencer preguntó, su voz tensa.

– Sí.

– Bien. Nos encontramos allí. Acabo de tener noticias de Denver. -Hizo una pausa-. Al parecer nos encontramos en una situación.

– Estaré allí en diez minutos. -Ella colgó y guardó el teléfono de nuevo en el bolsillo de la chaqueta.

Permaneció sentada por unos momentos más y observó a la garza agarrar algo del agua, arrojar su cabeza hacia atrás, y tragar su comida con un rápido movimiento. El viento silbó a través de la totora, el silencioso sonido la calmó como pocas cosas podrían. Recordó las innumerables noches en que permanecía despierta en la habitación bajo el alero, justo allí en el segundo piso, escuchando ese mismo sonido mientras se dormía. Eso la había confortado entonces y eso la confortó ahora.

Poco después caminaba hacia su coche, sus manos firmes, su pulso casi normal, preguntándose qué, en ese día marcado por el asesinato, constituía una «situación».

***

Craig Denver estaba sentado en la silla con la que el Ayuntamiento lo había sorprendido como regalo por su vigésimo quinto año en el trabajo y simplemente miraba por la ventana al lado de su escritorio. Durante años, se había preguntado lo que haría si ese día alguna vez llegara, y ahora estaba ahí, y todavía se lo estaba preguntando.

Extendió el trozo de papel que había llegado ese mismo día en un sencillo sobre blanco que no tenía dirección. Phyl lo había encontrado en el piso del vestíbulo, cerca de la puerta principal, cuando volvía hacia el edificio después de haber recogido el almuerzo para ella y el Jefe. Ella lo habría tirado, excepto por el hecho de que estaba sellado. Su curiosidad se avivó, lo había abierto, y habiéndole echado un vistazo al mensaje una vez, lo llevó de inmediato a la oficina del Jefe.

El papel mismo era corriente, en existencia en cada computador, el tipo que puede ser adquirido en cualquiera de las varias tiendas de suministros de oficina. Era el mensaje lo que había capturado la atención de Phyl, un mensaje compuesto de letras recortadas de periódicos y revistas, que hasta un niño podría hacer como tarea.

¡Hey, Denver! ¿Ya la encontraste?

Ella lo había llevado por el vestíbulo, sosteniéndolo entre dos dedos para evitar dejar sus huellas en él, entró en la oficina del Jefe sin llamar -algo que rara vez hizo- y lo dejó caer en su escritorio. Lo había desplegado, y, a continuación, mirado fijamente durante un largo tiempo.

Por último, preguntó en voz baja:

– ¿De dónde salió esto?

– Lo encontré en el suelo en el vestíbulo.

– ¿No viste a nadie…?

– Nadie. Acaba de recoger el almuerzo en Stillman, no estuve fuera ni diez minutos. No vi a nadie al salir, o en mi camino de regreso.

– Está bien. -Había cabeceado lentamente-. Gracias.

La mayor parte de la fuerza estaba todavía en Wilson's Creek, por lo que espolvoreó el sobre y la hoja blanca de papel para imprimir. No había ninguna, salvo una huella parcial que sospechaba sería de Phyl. Se había acercado al teléfono, y llamado a Spencer y Burke.

Denver se acomodó en su silla y suspiró profundamente, queriendo nada más que empezar ese día de nuevo y hacer que resultara diferente.

¿Coincidencia, o imitación?

De una u otra forma, no era bueno.

De una u otra forma, la mierda iba a ser removida, por supuesto, y él no era el único que iba a tener que lidiar con ella.

Se frotó los ojos cansadamente y esperó el regreso de sus detectives.

2

Cass entró volando en el estacionamiento y se deslizó en su lugar reservado. Una vez dentro del edificio, saludó con la mano distraídamente al sargento de recepción mientras atravesaba rápidamente el vestíbulo.

– ¿Ya llegó Spencer? -Preguntó sobre su hombro.

– Volvió cerca de un minuto atrás, -respondió el sargento.

Cass siguió por el pasillo a la oficina del Jefe, llamando a la puerta a pesar de que estaba parcialmente abierta.

Denver le hizo señas aunque sin mirar. Estaba sentado en su escritorio, con un archivo grueso delante de él.

– Hemos tenido un extraño incidente.

Él deslizó un pedazo de papel blanco a través del escritorio, y los dos detectives se inclinaron hacia adelante para lograr una mirada más de cerca-. Esto se encontró en el vestíbulo hoy.

¡Hey, Denver! ¿Ya la encontraste?

– ¿Eso se referiría a la víctima que descubrimos en el pantano? -Preguntó Spencer.

– Sí.

El Jefe golpeó su pipa en el borde del escritorio. El cuenco estaba vacío de tabaco, como lo había estado todos los días durante los últimos cuatro años, desde que había dejado con éxito de fumar. Todavía, sin embargo, tenía una necesidad de manipularla en momentos de extrema tensión. Como ahora.

– ¿Así que se está burlando de nosotros? -Spencer de nuevo.

– En cierto modo. Está deliberadamente tratando de recordarnos uno de nuestros casos antiguos.

– ¿Cuántos años tiene? -Preguntó Spencer-. ¿Dos años? ¿Cinco?

– Veintiséis.

– ¿Veintiséis? -Spencer miró del Jefe a Cass, y luego de regreso otra vez-. ¿Veintiséis años?

Denver asintió mientras se ponía un par de guantes de plástico delgado y abría el archivo. Sacó otro sobre blanco y retiró una hoja de papel de cuaderno a rayas blanco, que abrió y levantó para que los dos detectives la viesen. El mensaje había sido formado con letras recortadas de periódicos y revistas.

¡Hey, Wainwright! ¡Dejé algo para ti en la playa!

Y luego una segunda hoja de un segundo sobre.

¡Hey, Wainwright! ¿Ya la encontraste?

– George Wainwright fue el Jefe de Policía aquí en Bowers Inlet durante casi treinta y cinco años, -explicó Denver, suavizando su voz.

– Bueno, sin duda las notas tienen el mismo aspecto. ¿Averiguó alguna vez usted quién las envió? -Spencer se refirió a las cartas que tenía, una al lado de la otra, a través del centro del escritorio.

– Sabemos quién las envió. Únicamente no sabemos su nombre.

– No entiendo…

– El Estrangulador de Bayside envió aquellas cartas al Jefe Wainwright, -dijo Denver.

– ¿El Estrangulador de Bayside? -Spencer se inclinó hacia delante en su asiento-. Hey, he oído sobre él. Cielos, debe haber matado, qué, ¿nueve, diez mujeres…?

– Trece -el Jefe le dijo-. Mató a trece mujeres, en el verano del 79.

– ¿Todas en Bowers Inlet? -Preguntó Spencer.

– No. Sólo dos aquí, -respondió Denver-. Pero en el curso de ese verano, también golpeó varios de los otros pequeños pueblos de la bahía -de ahí lo de «Estrangulador de [1]Bayside». Killion Point, Tilden, Hasboro, Dewey- atacó todos por lo menos una vez. Después, los asesinatos simplemente se detuvieron.

– ¿Tal cual? ¿Cómo, sólo dejó su oficio?

– Por así decirlo, sí, -dijo Denver secamente.

– ¿Y nunca hubo un sospechoso? -Spencer frunció el ceño.

– Nada. Ni idea de quién era él o por qué empezó, por qué se detuvo. -Denver sacudió la cabeza-. Nadie había visto jamás a este tipo. No teníamos descripción, ni evidencias para ayudarnos a reducir el campo. Y piensa en cuan enorme era ese campo. Además de los residentes permanentes de todos estos pueblos pequeños, tienes a las personas del verano. Los que vuelven cada año y poseen o alquilan la misma casa, los que solían vivir aquí, pero vuelven en el verano debido a que su familia aún posee una propiedad aquí. Tienes los que alquilan… Cristo, que cambian cada semana o dos. Y luego tienes la ayuda de verano, los chicos que vienen por diez semanas para trabajar en la orilla, luego se marchan y vuelven a donde sea que procedan. Los pescadores de un día, los excursionistas.

– Así que sencillamente se alejó…

Cass habló por primera vez.

– La mayoría de los asesinos en serie sólo se detienen porque mueren o van a prisión. Al mudarse por lo general no dejan de matar.

– Supongo que si hubiera habido un asesino en serie en otro lugar con el mismo modus operandi usted se habría enterado.

– Quizás, quizás no. Si hubiese continuado otra juerga, como lo hizo aquí, habría documentos, pero podemos no haber visto los documentos de fuera, -dijo Denver.

– Veintitantos años atrás, no había forma de rastrear algo así, -señaló Cassie-. No había bancos de datos nacionales, ni registros centrales.

El Jefe asintió.

– Tienes razón. Lo más factible es que él se acaba de mudar. Ahora, la joven que se encontró en el pantano… ¿sabemos quién es?

– Todavía no. No había identificación, ni billetera, -explicó Cass.

Denver la miró fijamente.

– ¿Jefe? -Ella agitó la mano delante de su cara.

– ¿Ninguna identificación? -Preguntó.

– Ninguna. ¿Por qué?

– Sólo una coincidencia, el Estrangulador de Bayside siempre tomaba las billeteras de sus víctimas, -respondió-. Desde luego, sin saber si esta mujer tenía una billetera con ella en ese momento, no podemos sacar conclusiones.

– Esa es una coincidencia bastante extraña, -apuntó Spencer.

– Ella tal vez no llevaba identificación. No puedo decirles cuántas veces mi propia hija ha salido y dejado su bolso o su cartera ahí mismo en el mostrador de la cocina.

– Aún así… -Spencer comenzó, pero Denver lo cortó.

– No vamos a conectar los puntos todavía, detective. ¿Comprende? -Denver se encogió de hombros-. Por tentador que sea. Es más probable que alguien esté tratando de confundirnos.

– Sí, pero…

– Centrémoslos en nuestra víctima, ¿sí? Comienza a chequear los informes de desaparecidos, por todo el estado. Yo no estaría para nada sorprendido de encontrar, al final, que tenemos a un tipo que mató a su esposa o novia y sabe lo suficiente del Estrangulador de Bayside para tratar de enredar las cosas. No fue un secreto que el estrangulador había enviado a Wainwright notas insultantes. Cualquiera podría haberlo recordado. Y el hecho de que a las víctimas les fueran robadas sus identificaciones, bien, tal vez este tipo supone que si toma la billetera, y envía la carta, todo el mundo asumirá que hay un imitador del estrangulador por ahí y alejará el calor de él. No nos traguemos automáticamente todo esto, ¿correcto? Quise que fueras consciente de con qué tratamos con anterioridad, pero no vamos a asumir nada. Vamos a empezar por averiguar quién es nuestra víctima.

»Concéntrate en ella, -Denver reiteró-, de modo que podamos encontrar a su asesino.

– Pero podemos comparar la evidencia, ¿verdad? -Spencer preguntó mientras se acomodaba-. ¿Darle lo que haya antiguo al nuevo forense por si da con algo?

– En aquel entonces, las huellas digitales eran lo mejor que podías esperar y, desgraciadamente, este tipo no dejó ninguna. No que las hayamos encontrado, en todo caso. Gracias a Dios, las técnicas de investigación han recorrido un largo camino desde entonces, pero no tenemos nada para comparar.

Spencer se rasguñó detrás de su oreja derecha.

– ¿Todas esas escenas del crimen y no hay pruebas? Difícil de creer.

– Hoy en día, un buen CSI puede conseguir huellas de la piel de una víctima. Raspados de las uñas. Fibras y pelo. Pueden analizar rastros encontrados en la escena. La suciedad que se encuentra en las alfombras, todo tipo de cosas. En aquel entonces, las técnicas no eran tan sofisticadas. El ADN era sólo una luz tenue en los ojos de algunos científicos hace veintiséis años. -Denver pareció distraído por un momento, luego dijo-, yo era un novato aquí en 1979. Trabajé en aquel caso. Tengo que admitir, que ver el cuerpo esta mañana me llevó de regreso. Es sorprendente…

– Entonces, usted recuerda esos casos de primera mano, -dijo Spencer.

– Como si fuera ayer. La primera víctima aquí, en Inlet Bowers fue una mujer de treinta y cuatro años de edad, llamada Alicia Coors. Ella desapareció de su casa y fue encontrada a la mañana siguiente en una de las dunas bajo la calle treinta y seis. Y eso fue sólo el comienzo. Cada pocos días, había otra, en algún lugar de la zona. Todas mujeres aproximadamente de la misma edad… finales de los veinte a mediados de los treinta. Todas fueron sexualmente asaltadas y encontradas tiradas en uno de los pantanos. Causa de la muerte en cada caso, estrangulamiento manual. Todas dejadas de la misma manera.

– ¿Dejadas cómo? -Preguntó Spencer.

– Más o menos de la forma que dejaron a la mujer esta mañana.

– ¿Por qué haría eso? -Spencer se rasguñó detrás de su oreja.

– Esa es una cuestión que un perfilador podría estar en condiciones de responder. Lamentablemente, en ese entonces, no había perfiladores. -El Jefe se encogió de hombros-. No sé qué lo motivó entonces, y no sé lo que motiva a alguien ahora. Y no quiero sacar conclusiones. Conque sólo sigamos la evidencia y esperemos que nos lleve a la verdad.

Él se puso de pie, una clara indicación de que la reunión había concluido.

– Spencer, te quiero comprobando a las personas desaparecidas inmediatamente.

– Allá voy. -Spencer se levantó y se dirigió a la puerta.

– ¿Algo en particular para mí? -Cass preguntó.

– Sí. Me gustaría hablar contigo. -Señaló la puerta y dijo-: Cierra.

Cass hizo como le dijeron, luego se giró para hacer frente a su jefe.

– ¿Vas a estar bien con esto? -Preguntó.

– Estoy bien.

– En serio, Cass, si va a ser un problema para ti…

– No va a ser un problema. -Cass estaba empezando a erizarse.

Denver suspiró.

– Te lo pregunto porque estoy preocupado por lo que podrías haber sentido, mirando ese cuerpo hoy…

– Ella no era mi primer cadáver, Jefe, -Cass le dijo suavemente-. Ella no será mi último.

– Estoy consciente de que ha habido otros. Pero éste… simplemente no estaba seguro de si podría no ser… difícil para ti.

– Por supuesto que es difícil, pero no en la forma en que usted podría pensar. -Ella le sonrió con verdadero cariño, agradecida por su amabilidad, y comprensión, entendiendo hacia donde iba-. Aprecio que usted… recuerde. Y que se preocupe lo suficiente como para preguntar. Pero estoy bien. Tengo que estarlo. Este es mi trabajo.

Él asintió.

– Tendré que aceptar tu palabra. Llama al equipo de CSI del condado y ve si ya tienen algo.

Ella se encaminó hacia la puerta, luego giró y dijo suavemente,

– Usted sabe, Jefe, no la vi ese día. Nunca vi su cuerpo.

– Lamento haberlo mencionado, Cass. De verdad. Es sólo que… -Sacudió la cabeza, no estaba seguro de poder poner en palabras lo que quería decir.

– Está bien. Gracias, Jefe. -Cruzó la puerta y la cerró detrás de ella.

Denver se levantó, caminó hacia la ventana y contempló un par de sinsontes mientras diligentemente construían su nido en la maraña de rosales a no más de diez pies de distancia.

No la vi ese día. Nunca vi su cuerpo…

Denver deseó poder decir lo mismo. Cuándo él había visto el cuerpo de la joven mujer esa mañana, había tenido uno de los primeros momentos verdaderos de déjà vu de toda su vida.

E incluso ahora, en su imaginación, todavía podía ver el cuerpo de Jenny Burke, acostado boca arriba en el piso de su dormitorio, su pelo desparramado a su alrededor como un halo oscuro, sus ojos abiertos pero ciegos. Por sólo un momento, allí en el pantano esa mañana, había sido la cara de Jenny la que había visto. Había sido el pelo, se dijo. Era sólo todo ese largo cabello oscuro, y la forma en que los brazos habían sido colocados.

Por supuesto, era donde las semejanzas entre las dos situaciones terminaban. Los crímenes -y las escenas del crimen- habían sido totalmente diferentes. Y Jenny no había sido asaltada sexualmente.

Y, se recordó a sí mismo, el asesino de Jenny había sido encontrado escondido en el garaje, cubierto con la sangre de Bob Burke. Había sido detenido, juzgado, y condenado. El estrangulador, por otra parte, nunca había sido identificado.

Sólo había sido el pelo, se dijo Denver otra vez, eso le había recordado a Jenny. Todo ese largo cabello oscuro, extendido sobre la roca, lo había, sólo por una fracción de segundo, devuelto a ese día. Por un momento, había sido un novato de nuevo, de pie en la puerta mirando el primer cadáver que había visto en su vida. Que hubiese sido el cuerpo de una mujer que había conocido había marcado su bautismo con mucho más que fuego.

Había odiado mencionárselo a Cass, pero había tenido que ponerlo sobre la mesa. ¿Habría reaccionado él de manera exagerada? Tal vez así.

Oh, infiernos, por supuesto que sí. Había olvidado que Cass nunca había entrado a la habitación de su madre antes de que el asesino la hubiera atacado. Ella no habría sabido la forma en que el cuerpo había estado, la forma en que el pelo se había esparcido.

No la vi ese día. Nunca vi su cuerpo…

Se estremeció, recordando ese día de pesadilla.

Ellos habían hablado sobre eso, cuando ella había llegado a su entrevista. Tenía sus razones para convertirse en policía, y la había respetado por ello. Pero ella tenía que saber de antemano que había estado allí aquel día, y si había un problema con eso… si trabajar para él sería un recordatorio diario de cosas que ella no podía hacer frente, ella necesitaba enfrentarlo antes de que empezara.

– No, -ella le había dicho-. Sabía quién era antes de que solicitara el trabajo. Usted conocía a mis padres antes… anteriormente. Sé lo que hizo ese día. Quiero trabajar para usted.

– No voy a darte un trato especial debido a que tu gente eran viejos amigos, -le había dicho a ella-, o por cualquier otra razón.

– Yo no lo esperaría de usted.

– Bien, sacaste la puntuación más alta en tu clase en todos los ámbitos. Eres el mejor tirador en tu grupo. Sería un tonto si no te contratara, ¿no?

– Podría ser interpretado como discriminación, señor, -le había contestado, con una diminuta sonrisa curvando una comisura de su boca.

– Sí, bueno, no querríamos discriminarte, ¿verdad? No querría un petimetre a mis espaldas.

– Gracias, Jefe Denver, -había dicho antes de que abandonara su oficina ese día-. Seré una buena policía.

Y lo había sido. Cuando el puesto de detective se había abierto tres años antes, había sido la primera en aplicar. No había tenido ninguna duda de que calificaría, y había estado secretamente contento cuando ella les había dado una paliza a todos los demás candidatos al trabajo. Sólo el hecho de que ella no podía estar en todas partes, de día o de noche, le había llevado a pedir a la ciudad un segundo detective a principios de año.

En su corazón, el Jefe sabía que había estado unido a ella por los acontecimientos de ese día veintiséis años atrás, y se esforzaba por no dejar que nunca lo viera.

¿Era consciente ella? Se preguntaba a veces.

Fiel a su palabra, nunca había mostrado favoritismo en modo alguno, y siendo justo con ella, ella nunca pidió ninguno. Hacía su trabajo bien, era muy querida en la comunidad, y había sido elogiada en varias ocasiones. Hoy fue la primera vez en sus diez años en la fuerza que alguna vez hubiese sacado el tema de su pasado compartido. Esperaba que fuese la última vez que se sintiera obligado a hacerlo.

Él recogió la pila de fotos de la víctima aún sin nombre y las estudió, una por una.

¿Coincidencia, o imitación?

Lo sabremos bastante pronto, pensó mientras dejaba las fotos en el escritorio. Si alguien estaba siguiendo los pasos del estrangulador original, atacaría de nuevo la semana siguiente.

Y luego, Dios nos ayude, todo el infierno estallará.

Otra vez.

3

Cass pasó por encima del montón de correo tirado como naipes repartidos en el piso dentro de su puerta delantera. Sacó la más cercana a la lámpara -una cosa vieja fea de porcelana que había pertenecido a su abuela- y recogió la basura, la cual procedió a revisar. Propaganda, propaganda, propaganda, cuenta, cuenta, propaganda, revista, basura. Llevó toda la pila a la cocina y echó la propaganda en el basurero antes de poner las dos cuentas y la revista en el mostrador.

Ella prendió la luz del techo y abrió el refrigerador, sacó una cerveza, desenroscó la tapa, y tomó un largo y calmante trago mientras escuchaba los mensajes en su contestador automático. Cass no estaba segura de cual la exasperaba más, el que colgaron, o el mensaje de su prima, Lucy, recordándole que llegaría al pueblo la semana próxima, pero aún no había decidido cuánto tiempo se quedaría y esperaba que Cass no tuviera algún problema con eso.

Maldita sea.

La última cosa que quería Cass ahora mismo era compañía, que tendría que ser, en el peor de los casos, entretenida, y en el mejor de los casos, tolerada, por un período indefinido de tiempo. Incluso si esa compañía era uno de sus parientes vivos más cercanos y hubiera sido, hace siglos, su amiga más cercana.

El rugido de su estómago recordó a Cass que no había comido desde el desayuno, y de repente le pareció muchísimo tiempo. Apartó una de las dos sillas de la mesa y se sentó, y luego la otra y descansó sus pies sobre el asiento y su cabeza en sus manos. Ver el cuerpo de la mujer muerta por la mañana la había sacudido más de lo que ella había dejado entrever. Recordar que tendría que compartir su casa con Lucy el próximo mes no era más que la guinda del pastel de ese día.

Entre hoy y el jueves, tenía que encontrar tiempo para poner sábanas limpias en la cama de Lucy. Abastecer la cocina con comida verdadera. Tener algo de beber en el refrigerador además de un pack de seis cervezas y el té helado de la tienda local abierta las 24 horas del día.

Y tenía que encontrar tiempo para pasar la aspiradora. Quitar el polvo. Limpiar el baño. Todas las tareas que en general aplazaba hasta que ya no podía evitarlas. Se mordió el labio inferior, preguntándose cuándo, en medio de una investigación de homicidio, encontraría tiempo para hacer la casa acogedora.

El hecho de que la propiedad de Lucy en la casa en la playa era igual a la suya no se le escapó a Cass. Sus abuelos habían dejado todo divido por igual entre sus dos únicas nietas. Que Cass hubiese optado por vivir en la casa durante todo el año nunca había sido un problema entre las dos mujeres. Lucy, que estaba casada y tenía una hermosa casa en Hopewell, estaba contenta con su mes en la costa de Jersey todos los años y no podía importarle menos que Cass hubiese hecho del bungalow su residencia permanente. Dios sabía que Cass estaba agradecida por los otros once meses del año en que tenía la casa para ella sola. Y debería estar agradecida -ella estaba agradecida- de que Lucy venía sola este año y no traía a su marido y sus dos niños con ella como lo hacía cada dos años.

¿Qué pasaba con eso?, Cass se preguntó mientras tomaba otro trago de la botella, muy consciente de que se estaba concentrando deliberadamente en Lucy como un medio para evitar pensar en el cuerpo que habían encontrado en el pantano.

El teléfono sonó, y Cass se paró para mirar el identificador de llamadas antes de responder. Descolgó.

– Hola.

Ella escuchó durante varios minutos sin responder, luego dijo simplemente,

– Gracias. Nos vemos por la mañana.

El cuerpo tenía ahora un nombre y una historia.

Linda Roman.

Cass se apoyó contra el mostrador y picoteó la etiqueta en la botella de cerveza hasta que sólo tiras delgadas permanecieron intactas, lo despegado escondido en el puño de una mano.

Linda Roman había tenido treinta y un años, un año más joven que Cass. Vivía en Tilden, trabajado en una sucursal del banco de Cass, y ella tenía un marido de cuatro años y una hija de dieciocho meses de edad.

Demasiado joven para recordarla realmente, Cass pensó. Todo lo que la niña sabría alguna vez de su madre lo aprendería de otros.

Cass suspiró cansadamente. Al menos ella había sido mayor cuando había perdido a su familia. Tenía vívidos recuerdos de su madre, su padre y su hermana. Si lo intentaba con mucha fuerza, casi podía recordar el sonido de sus voces. Casi, pero no del todo. Había sido hace mucho, mucho tiempo atrás.

Veintiséis años este mes.

Y ahora otra niña tendría un triste aniversario para recordar, año tras año. Se le ocurrió a Cass que lo que la hija de Linda Roman más recordaría de su madre sería la fecha en la cual falleció.

Cass vació la botella en el fregadero y la tiró a la basura, ya que rara vez o nunca, recordaba mantener el reciclado al día. Abrió el refrigerador y buscó algo que poder calentar en el microondas para la cena, pero nada le atrajo. Llamó para pedir comida y tomó una rápida ducha en el pequeño baño anticuado del bungalow.

Mucho tiempo había pasado desde que se renovó el cuarto de baño -por no hablar de la cocina- pero cada vez que Cass pensaba en ello, y consideraba las opciones, le entraba un dolor de cabeza. Una vez el pasado verano, a insistencia de Lucy, había hecho todo el camino a la tienda de reformas local para ver lo que estaba disponible, pero había vuelto a casa en menos de cuarenta minutos, con su cabeza dándole vueltas. Todo lo que había querido era una simple bañera con ducha, un nuevo inodoro, un nuevo lavamanos. Algún nuevo azulejo. Pero había encontrado todas las elecciones abrumadoras y la dejó con menos idea de lo que deseaba que cuando había salido.

Me gustan las cosas simples, estaba pensando mientras se secaba el cabello y las piernas. Simple, fácil, básico.

La única mejora real que había realizado desde que se había trasladado fue comprar un nuevo horno microondas, -un accesorio necesario, ya que le permitía recalentar las sobras o comida para llevar- y un nuevo refrigerador, porque el otro había entregado el alma tres años atrás. Aparte de esos dos artículos, ni siquiera se había molestado en cambiar el color de las paredes o las viejas alfombras.

Pero lo haré, se aseguró a sí misma. Tan pronto como tenga tiempo, lo haré.

Ella reconoció su aplazamiento por lo que era. Al igual que reconoció que por la última hora, había pensado en todo menos en el cuerpo en el pantano.

Linda Roman.

Cass se puso un pantalón de chándal y una vieja camiseta de rugby dejada por un antiguo novio, y se calzó un par de chanclas de goma. Rara vez llevaba otra cosa en sus pies en los meses de verano cuando no estaba trabajando, aunque se vería en apuros para explicar por qué le gustaban tanto. No eran muy prácticas, como las que cubrían el pie y, sin embargo, ella se había comprado en casi todos los colores que pudo encontrar. Rosa, amarillo, rojo, azul, blanco, turquesa, y ese año el nuevo favorito, naranja.

Ella caminó las cuatro cuadras al nuevo restaurante de comida mexicana para llevar y recogió su orden. Consideró quedarse y comer allí, -el lugar estaba casi vacío-, pero el propietario del restaurante estaba demasiado ansioso por discutir el crimen con ella.

– Hola, Detective. ¿Usted está en la investigación? ¿El cuerpo dejado en Wilson's Creek? -Preguntó.

– Sí.

– Bueno, ¿estuvo allí? ¿Lo vio?

– Sí, estuve allí.

– Debe haber sido extraño, ¿eh?

– Sí.

– Entonces, ¿tienen algunas pistas? ¿Sospechosos? Sé que dicen en la televisión que no tienen pistas, pero a veces dicen cosas así para despistar al asesino, ¿sabe?

– La investigación apenas comienza. -Sacó su billetera, esperando darle el importe de su orden para poder pagar y escapar, pero él mantenía la bolsa con su comida como si se tratara de un rehén. Tenía a su cautivo e iba a aprovechar la situación, así tendría algún chisme de adentro que servir en el plato a la multitud en el desayuno por la mañana.

– He oído que acaban de averiguar quién era. Linda Roman era su nombre, dijeron. No me suena. ¿La conocía usted?

– No. No la conocía.

– Alguien que estuvo más temprano dijo que la conocía de su banco. ¿Usted tiene cuenta ahí?

– Sí. Ahora, si puede…

– Supongo, le apuesto que mi prima Roxanne la conoce. -Él chasqueó sus dedos-. Ella trabaja para ese banco. Una rama diferente, pero apuesto a que todos se conocen entre ellos. Creo que voy a llamarla y ver si…

– Dino, odio interrumpir, pero tengo que irme.

– Oh, claro, claro. Lo siento. -Él se rió cohibido y marcó el total en la anticuada caja registradora-. Es tan raro tener algo así en Bowers Inlet, ¿sabe? Cuando me enteré esta mañana, yo dije, «Oye, de ninguna manera». Entonces, cuando algunos de los chicos del periódico se detuvieron al mediodía y nos dijeron lo que estaba pasando abajo, dije, «¡No jodas!»

Cass le entregó un billete de diez dólares y se despidió con el cambio en la mano, deseosa de salir de la pequeña tienda y la curiosidad excitada de su dueño. Empujó la puerta mosquitera y se dirigió de nuevo a las tranquilas calles de Bowers Inlet. Las aceras estaban desiertas ahora, siendo casi las ocho de la tarde, los demás residentes de todo el año, sin duda, estaban todos en casa viendo los informes especiales de noticias relacionados con el asesinato. Se preguntó quien entre ellos podría haber conocido a Linda Roman; quien, detrás de las sombras de las casas por la que Cass pasaba, podría llorar su muerte. Como policía, sabía que no debería dejar que le afectara, pero lo hizo. Dios lo sabía, lo hizo.

Se volvió en el angosto sendero delante de su pequeña casa, notando que una vez más ese año, la hierba había crecido en obstinadas matas en la arena gruesa en el patio delantero. Este fin de semana se acordaría de sacarlo y rastrillar la arena para que se aplanara y hubiera menos malezas. Tal vez incluso pondría una vasija con algún tipo de flor de verano cerca de la acera. Si se hacía tiempo. Lo cual probablemente no haría.

La abuela Marshall solía poner tiestos con petunias al final del sendero. Petunias rojas. Las macetas estaban todavía en alguna esquina olvidada del garaje. Cass nunca las habían tirado, pero tampoco los había llenado. Lucy, por otro lado, los buscaría si Cass lo sugiriera. Lucy no podía quedarse quieta durante más de cinco minutos, y nunca había sido una de las que dejan las cosas estar.

Ella subió los desgastados escalones de madera y por la puerta mosquitera que se abría hacia el porche que daba a la parte delantera de la casa, observó que la malla que recubría todo el porche tenía un rasgón aquí y allá. Ponlo en la lista de cosas por hacer, se dijo a sí misma mientras abría la puerta y se dirigía a la cocina. Simplemente ponlo en la lista.

Cass puso algunos burritos del envase en un plato, y sacó una botella de agua de la pequeña despensa. Se metió la botella bajo el brazo y agarró un tenedor del cajón de al lado del fregadero y llevó su cena a la sala de estar, donde se sentó en el mismo sofá desgastado en que se había sentado siendo niña, y miró bajo los cojines en busca del control remoto de la televisión. Ella agarró el informe especial sobre los eventos del día en la estación local, y contempló en la pantalla como el presentador repetía todos los detalles de la lamentable muerte de Linda Roman.

Cass dejó la botella en la mesa de café y apoyó sus codos sobre sus rodillas. Había estado luchando un combate contra la melancolía desde temprano esa misma mañana, llevándolo dentro de ella y tratando de fingir que no estaba allí. Todo lo que ella había hecho durante todo el día -a partir de las entrevistas que había llevado a cabo, a las fotos que había visto y los informes que había escrito, a la cerveza que ahora ingería- todo había sido calculado para impedirle concentrase en lo que le había pasado a Linda Roman en aquel pantano, porque pensar demasiado la podría llevar por caminos que no deseaba transitar. Es demasiado tarde ahora, sin embargo. Había hecho contacto visual con la foto de Linda y su familia. Ella había permitido sentir lo que la niña de Linda Roman sentiría, y supo que estaba perdida.

– Hijo de puta, -susurró mientras videos de Linda Roman aparecían en la pantalla de la televisión. Linda con su marido en el día de su boda. Linda con su hija recién nacida. Linda y su hermana en la playa con sus bebés ni hace dos semanas. Mirar hacía a Cass enfermar.

Literalmente.

Dejó el agua sobre la mesa y entró el cuarto de baño, y vomitó hasta que no quedo nada en su estómago que ser expulsado. Sólo entonces regresó a la sala de estar, donde apagó la televisión y las luces exteriores, recogió su plato de comida, y lo llevó a la cocina, donde la botó a la basura. Ella verificó la cerradura en la puerta trasera, y se acostó. Una vez bajo las cubiertas, Cass se ovilló y lloró por Linda Roman y por todas las Linda Roman cuyas hermosas vidas les había sido arrebatada sin ningún motivo, excepto los que alguien que había querido, alguien que había podido.

***

El sueño tardó mucho en llegar, y no había durado el tiempo suficiente para que Cass se sacudiera la fatiga que había estado molestándola. Por encima de todo lo demás -o quizás debido a ello- la pesadilla había vuelto, y en consecuencia, Cass se había vestido y había escapado de la casa, dirigiéndose hacia la playa desierta. A media cuadra de distancia podía escuchar los golpes del oleaje, y la guió la noche. Ella caminó directamente al mar y dio la bienvenida al frío rocío mientras las olas se arrojaban con abandono hacia la orilla, dio la bienvenida a la sensación de la marea arremolinándose en sus tobillos en la oscuridad.

Caminó a lo largo de la playa hacia el embarcadero más cercano, donde se sentó en compañía de sus propios fantasmas hasta que el sol salió. Luego, sabiendo que para hacer su trabajo tendría que mantener sus propias emociones bajo control, sus recuerdos a raya, volvió sobre sus pasos hacia el bungalow, recuperó su rumbo, y enderezó su espalda con determinación. Se vistió para el trabajo, comprometida a hacerle justicia a Linda Roman, lista para comenzar la búsqueda del hombre que la había matado.

4

Dos días más tarde, a las 5:32 de la mañana, Cass se sentó en su escritorio, releyendo el informe que había terminado más temprano. Hizo un par de cambios en la pantalla del computador antes de golpear el botón Imprimir. Mientras las páginas salían, se levantó para un muy necesario estiramiento, sus manos detrás de su cabeza. Había estado sentada por más de noventa minutos, y encontró que las rodillas y el trasero necesitaban un cambio de posición.

El café en su taza estaba frío, y ella necesitaba la cafeína.

Los restos de la cafetera eran del color del alquitrán, así que optó por hacer nuevo. Lavó la jarra y la llenó de agua del refrigerador. Gracias a la obsesión del jefe por el agua potable y las impurezas contenidas en ella, había insistido en una nevera portátil para el departamento. Cass pensaba que si era mejor para beber directamente, haría un mejor café. Ella aprovechaba todas las oportunidades que tenía.

La vieja cafetera resopló y silbó como si estuviera agonizando. El gemido cesó, y Cass comenzó a servirse una nueva taza, cuando pensó que escuchaba un sonido -¿un crujido? ¿Un arrastrar de pies?- desde el pasillo. Echó una ojeada a la puerta y miró alrededor, pero no había signo de nadie, ni una luz encendida en ninguna oficina aparte de la suya.

Debe haber sido la cafetera, pensó, y regresó al trabajo a mano. Terminó de servirse, luego rebuscó en el contenedor de plástico de edulcorantes en busca de un paquete rosa entre el azul y el blanco. Encontró uno, y lo vertió junto con un poco de crema en su taza, y se dirigió de regreso a su oficina por el pasillo felizmente tranquilo.

A Cass realmente le gustaba entrar temprano, cuando el turno de noche aún estaba en las calles y las oficinas estaban, en su mayor parte, vacías. Valía la pena la perdida de unas pocas horas de sueño para tener tiempo para pensar sin los ruidos de fondo, los teléfonos sonando, la cháchara. No que ella hubiese tenido una noche completa de sueño, desde que había sido encontrado el cuerpo de Linda Roman. Tres o cuatro horas por la noche había sido todo lo que había conseguido.

Hasta el momento esa mañana ella había escrito los informes de tres de las siete entrevistas que había terminado desde que Linda Roman había sido identificada la semana anterior y estaba lista para ponerlos en el archivo del departamento y su libro personal del asesinato. Ella nunca había hecho esto antes -tener un libro de un asesinato-, pero durante el invierno, había conocido un detective de Los Ángeles que mencionó haber utilizado esto como un medio de registrar todos los datos recogidos durante una investigación. El orden le había atraído, por lo que camino a casa la noche anterior, se había detenido en un centro comercial cercano y compró tres carpetas de anillas. Desde su llegada a la estación, había fotocopiado la lista de pruebas y las declaraciones de los oficiales que habían encontrado el cuerpo. Más tarde imprimiría otro juego de las fotos que ella había tomado en la escena del crimen y las agregaría al libro.

Ella agarró montón de informes de la impresora cuando pasó por ahí, regresó a su oficina y se sentó para revisar antes de imprimir una copia para el jefe.

Todas las entrevistas habían sido más o menos lo mismo. Allí no había habido desvíos. Todos con los que Cass había hablado le habían asegurado que Linda Roman había sido muy querida y admirada por todos los que la conocían. Ella había sido descrita como inteligente, amante de la diversión, preocupada, una maravillosa madre, hermana, amiga. No sabían de enemigos, nadie que pudiera desear hacerle daño, nadie con quien hubiese tenido unas palabras duras o que tuvieran motivos para estar enfadados con ella. Ella se había graduado de la escuela secundaria regional, pasó al Rider College, se graduó, volvió a casa, y se casó con su amor de la escuela secundaria. Ella y su esposo eran muy trabajadores, activos en su iglesia, y en conjunto parecían ser cien por cien el chico y la chica americanos, más adultos.

Realmente enfurecía a Cass que alguien les hubiera privado su felices para siempre.

Un sonido desde el vestíbulo la hizo levantar la mirada. Un Craig Denver con mirada seria estaba en la puerta de su pequeña oficina.

– Llegó temprano hoy, -dijo, a sabiendas de que el jefe casi nunca llegaba antes de las ocho-. Justo a tiempo, no obstante, para echar un vistazo a los informes recientes que acabo de imprimir… que son bastante buenos, aunque lo diga yo. Imprimo una serie para usted, y puede…

Algo en su expresión la hizo detenerse en medio de la oración.

– ¿Qué? -Ella ladeó la cabeza.

– Tenemos otro, -dijo, sus palabras entrecortadas y tensas.

– Otro… -Lo contempló sin expresión.

Él asintió.

– Otro cuerpo.

– Otro cuerpo… -Ella se apartó del escritorio-. ¿Dónde?

– La abandonaron en el callejón detrás del Daily Donuts en la calle veintiocho. Los tipos que vinieron esta mañana a vaciar el contenedor la encontraron tendida cerca de la valla.

– Bueno, -dijo más para sí misma que a Denver-. Estoy en camino. Llamaré a Jeff… Llamaré a Tasha…

Ella abrió el cajón de su escritorio y sacó su cámara digital y la guardó en su bolso.

– Llamé a Jeff, te encontrará allí. Su esposa no se sintió feliz al oír mi voz, no quería despertarle. No sabe cómo va a manejar esto, pero va a tener que hacerle frente, y pronto. Esta no es la primera vez que me da problemas cuando llamo. En caso de que te lo estés preguntando, sin embargo, te llamé primero. No obtuve respuesta en tu casa o tu celular, por lo que lo llamé. En cualquier caso, tenemos ya a dos uniformados allí, ellos respondieron a la llamada. Mantendrán a todos fuera de la escena hasta que llegues.

– ¿Viene usted? -Ella se levantó, se echó su bolso sobre su hombro, y luego se inclinó sobre su escritorio para desenchufar su teléfono celular del cargador y lo guardó en su bolsillo.

– Te encontraré allí. -Él asintió, y ella pasó por delante de él.

Él se quedó de pie en su oficina un largo minuto antes de apagar la luz.

Craig Denver odiaba eso. Odiaba el hecho de que alguien había llegado a su ciudad y estaba matando a su gente. Odiaba lo que le recordaba, odiaba los recuerdos que trajo de vuelta, odiaba la forma en que todo el asunto lo hacía sentirse por dentro. Caminó diez pasos por el vestíbulo a su propia oficina, y entró. Estaba a medio camino del escritorio cuando vio el sobre blanco botado en el piso entre el escritorio y la puerta. Lo contempló, tratando de que desapareciera.

Él sabía lo que era, y tenía el presentimiento de que sabía lo que diría.

Abriendo al cajón superior del archivador, metió la mano y sacó un par de guantes de goma delgada, los cuales se puso. Sólo por precaución, no obstante. Sabía que allí no había huellas en el sobre, ni en la única hoja de papel que encontraría dentro.

Él sacó el papel y lo sostuvo. No le dio ninguna satisfacción estar en lo cierto.

¡Hey, Denver! ¿Me recuerdas?

***

El cuerpo de la joven mujer había sido dejado en el piso, misteriosamente colocado de una manera más o menos igual a como estaba el de Linda Roman. De costado, con los brazos sobre su cabeza, su largo cabello oscuro cubriendo su rostro. Le tomó toda la fuerza de voluntad a Cass no darla vuelta, sólo para asegurarse de que no era Linda Roman.

Espabílate, se exigió cuando se dio cuenta de que claramente estaba mirando el cuerpo. Respira hondo. Has tu trabajo.

Ella llamó a la estación por unas luces portátiles. Aunque el sol saldría pronto, la capa de nubes y la niebla mantendrían el escenario demasiado oscuro para reunir muchas pruebas.

Sacó la cámara de su bolso, ajustó el flash, y comenzó a tomar fotografías del cuerpo, de la escena, del callejón, y la valla. Se encontró cada vez más enojada con la persona que le había arrebatado la vida de la mujer y la dejó acostada desnuda sobre el frío asfalto negro, con la llovizna de la mañana corriendo por su cuerpo.

Y, probablemente lavando la evidencia.

Agradeció ver a Tasha caminar hacia ella. La CSI arrastraba su bolso negro, que algunos bromeaban diciendo que pesaba casi tanto como ella misma, que apenas sacudía la balanza a 45 kilos y medía tal 1, 60 si realmente se ponía de pie derecha. Con su pelo rubio oscuro corto, parecía un duendecillo. Un duendecillo diminuto con nervios de acero y un estómago a toda prueba. Cass nunca había oído decir de Tasha que retrocediera ante nada, ni una escena de crimen, ni un accidente. Se decía que hasta las vistas más espantosas -aquellas que hacían a los tipos grandes tener arcadas y encogerse- apenas hacían a Tasha parpadear.

– Bueno, mierda, mira esto, -dijo Tasha mientras dejaba en el piso su bolso de pruebas y lo abría-. ¿Dos en una semana? -Ella sacudió la cabeza y miró a Cass-. Yo diría que tenemos un problema aquí.

– Siempre admiro la forma en que vas directo al grano, Tasha. -Cass se agachó y tomó unos cuantos disparos del cuerpo.

– ¿Para que andarse por las ramas? -Tasha se puso sus guantes-. Tienes dos cuerpos en qué… ¿cuatro días? Dos víctimas qué, a primera vista, tienen una fuerte semejanza entre sí. Los cuerpos colocados de la misma manera… y mira la forma en que el cabello cubre su rostro. Apuesto un mes de sueldo que ella ha sido estrangulada manualmente y violada, al igual que la otra, pero tú eres demasiado inteligente para asumir una apuesta así, Burke.

Tasha se inclinó al lado del cuerpo, y apartó el pelo de alrededor del cuello de la víctima.

– Oh, sí. Ahí están. -Estudió las magulladuras, al tiempo que murmuraba a la chica muerta-, ah, cariño, ¿qué te hizo él?

Cass sacó unas cuantas fotos más.

– Burke, ¿conseguiste sus dedos? -Preguntó Tasha, y Cass asintió-. Uno de ellos parece que está roto.

– He más o menos terminado con el cuerpo desde este ángulo. Estoy esperando algunas luces para poder comenzar a mirar alrededor del callejón. Odiaría patear la evidencia a un lado y perder algo importante. -Cass se paró y enderezó su espalda-. Es toda tuya.

– Bueno, no vayas demasiado lejos con eso. -Tasha señaló la cámara-. Tan pronto como termine este lado, querré girarla. Puedes echarme una mano. Quiero ver lo que hay bajo estas uñas…

Cass retrocedió y esperó a que Tasha terminara su trabajo. Un coche frenó en la calzada, las luces iluminando la escena. Jeff Spencer salió del lado del conductor y apresuró el paso.

– ¿Dónde has estado? -Cass preguntó.

Él se encogió de hombros, mascullando algo ininteligible.

– Jeff, tenemos otro homicidio aquí. -Señaló lo evidente, teniendo cuidado de no levantar su voz-. El segundo de esta semana. Necesitamos…

– Sí, sí, ya sé lo que necesitamos, -murmuró entre sí mientras pasaba por delante de ella, hacia el cuerpo.

Cass contempló su espalda, luego lo apartó a un lado. Debe haber tenido una mala noche, pensó, a continuación les hizo señas a los oficiales que se detuvieron en la vía y comenzaron a descargar las luces.

– ¡Eh! Luces. Aquí. -Ella señaló alrededor-. Pónganlas aquí mismo…

Las luces trajeron nueva visibilidad a la escena, y la zona fue cuidadosamente registrada en busca de cualquier cosa que el asesino podría haber traído con él o dejado atrás. Varias colillas de cigarrillos cerca de un agujero en la valla se guardaron en una pequeña bolsa de plástico de pruebas, al igual que un contenedor de bebida de un restaurante de comida rápida local y un calcetín blanco sucio. Todo o nada podría tener una conexión con el asesino. Sólo el análisis de laboratorio lo diría, y eso no por unos cuantos días más, si alguna vez.

– ¡Eh!… -Cass oyó que Tasha decía en voz baja.

– ¿Qué? -Se volvió a ver a la CSI arrodillarse detrás del cuerpo, con un par de pinzas en su mano derecha. Ella parecía inspeccionar algo al dorso de la cabeza de la mujer muerta. Fuese lo que fuese, era invisible para Cass-. ¿Qué has encontrado?

– Cierta fibra -fue la respuesta. Tasha apuntó con un dedo-. Toma una foto de esto para mí antes de que lo quite.

Cass se inclinó hacia delante para alinear el tiro mientras ella le mostraba. Tasha deslizó el hilo en una bolsa, lo selló y marcó. Miró a Cass y dijo:

– Encontré algunos rastros similares enredados en el pelo de nuestra primera víctima.

– ¿El mismo tipo de fibra? ¿Cobija? ¿Alfombra?

– Demasiado largo. Es larga y delgada.

– ¿Soga, tal vez? ¿Algo que podría haber utilizado para atarlas, someterlas con ella? -La mente de Cass comenzó a considerar diferentes posibilidades.

– Nooo, -dijo Tasha despacio. Sostenía la bolsa en alto como si examinara su contenido-. No creo que sea cuerda, no es sustancial. Parece más fino, más delicado. No puedo esperar a volver al laboratorio para averiguarlo.

– ¿Has analizado la fibra que encontraste en Linda Roman?

– Todavía no. Me estaba concentrando en los rastros de debajo de sus uñas, tratando de encontrar células de piel, algo que me diera el ADN. La fibra se encuentra todavía en la caja de pruebas, pero creo que se trasladará a lo alto de la lista.

– ¿Me avisarás?

– ¿Obtendré un juego de esas impresiones? -Tasha cabeceó hacia la cámara que Cass sostenía en su mano derecha.

– Te sacaré unas copias tan pronto como vuelva a la oficina.

– Entonces serás la primera en saber lo que son las pequeñas fibras.

***

– Jefe, hay periodistas de cuatro estaciones de televisión y nueve periódicos en el vestíbulo, -Phyllis anunció a través del intercomunicador.

– Sí, lo sé, -respondió Denver-. No he decidido lo que quiero decirles.

– ¿Puedo ir a verlo por un momento? -Su voz sonaba temblorosa.

– Seguro, -dijo, un poco sorprendido. Normalmente, segura y confiada, no era normal en Phyl ser tan vacilante.

El intercomunicador hizo clic al apagarse y segundos después la puerta entre la oficina del jefe y su secretaria se abrió. Phyl entró en el cuarto sosteniendo una lata de Pepsi de dieta en una mano y un lápiz masticado en la otra. Puso la lata el sobre el escritorio del jefe, y giró el lápiz entre su dedo índice y medio.

– ¿Qué pasa por tu mente, Phyl?

– Acabo de ver las imágenes de esta nueva -esta nueva víctima de asesinato- en el escritorio de la detective Burke. El cuerpo de esta mañana. Creo que quizás la conozco. Creo que podría saber quien es, jefe.

– ¿Sí? -Él frunció el ceño. Sus detectives todavía comprobaban las personas desaparecidas.

– Ella hace la manicura en el Salón Red Rose en la Quinta y Marshall.

– ¿Sabes su nombre?

– Lisa. No sé su apellido. Pero estoy bastante segura de que su nombre es Lisa.

– ¿Se lo dijiste a la detective Burke?

– No. Ella estaba al teléfono, y yo estaba tan asustada, acabo de salir de su oficina. Me ha tomado unos minutos poner mis ideas en orden. Podría estar equivocada. -Sus ojos estaban empañados, y sus manos, se dio cuenta, temblaban.

Él apretó el botón para la extensión de Cass.

– Burke, necesito que vengas. Ahora.

Cass apareció en la puerta en menos de un minuto.

– ¿Pasa algo malo? -Ella estudió su rostro-. Por favor, dígame que no ha habido otro cuerpo…

– No. Pero Phyl cree saber quien es nuestra dama de la mañana.

– Creo que es la manicura del Red Rose. Lisa algo. Podría estar equivocada, detective. Dios, espero estar equivocada. Pero he visto las fotos en su escritorio. No quise hacerlo, sólo fui a llevarle un mensaje de teléfono que entró en la casilla del jefe por error. Y las fotos estaban ahí, justo en su escritorio…

– Lamento tanto que las hayas visto, Phyl. No eran bonitas. Y debe haber sido un shock, una vez que te diste cuenta que tal vez conocías a la mujer.

– Lo fue. Todavía lo es. -Para calmarse, buscando hacer algo con sus manos, Phyl tomó un sorbo de Pepsi diet-. Puedo llamar allí, al Red Rose, si quieres. Veré si ella está…

– No, no. Yo lo haré. -Cass miró a su jefe-. Lo haré ahora mismo, y le avisaré tan pronto como lo averigüe.

– Hazlo. -Denver asintió-. Hazlo de inmediato.

– Estoy en ello. -Cass desapareció por la puerta.

– Y para peor están todos esos reporteros. La sargento en la recepción está un poco nerviosa. Todo el mundo quiere saber qué pasa, -dijo Phyl como si se tratara de productos.

– Saldré y hablaré con ellos. No es mucho lo que puedo decirles, en todo caso.

Se frotó el mentón y deseó haberse tomado más tiempo para afeitarse esa mañana. Supo que aparecería en las noticias de las seis y las once en todo el estado, con una grave sombra a las cinco.

***

– ¡Jefe, jefe!

– Jefe Denver, ¿es cierto hay un asesino en serie en Bowers Inlet?

– ¡Jefe Denver! ¡Jefe Denver…!

La multitud de reporteros avanzó al momento en que Denver entró en la sala hacia el vestíbulo. Es como si lo hubieran olido. Se movieron en masa, y él levantó ambas manos para pararlos en seco y calmarlos.

– Está bien, tranquilicémonos -dijo, sintiéndose como un maestro de primer grado-. Todo el mundo de seis grandes pasos hacia atrás, por favor. Extiéndanse un poco, dense un poco de espacio, para gritar en voz alta.

La multitud hizo como se les dijo, y luego levantaron sus manos y esperaron a ser llamados.

Sí, Denver pensó. Igual que la escuela primaria.

– Bueno, en primer lugar quisiera decir qué, sí, ha habido dos asesinatos esta semana aquí en Bowers Inlet. Ambas víctimas eran mujeres en sus treinta… la segunda víctima no ha sido identificado todavía, pero parece ser de una edad similar a Linda Roman, que como todos ustedes saben tenía treinta y uno.

– ¿Ambas mujeres fueron asesinadas de la misma manera? -Alguien gritó.

– Necesitaré ver el informe del forense sobre la segunda víctima antes de poder contestar eso, -respondió el jefe.

– He oído que ambas mujeres eran muy similares en apariencia física… joven, bonita, con largo cabello oscuro.

– Puedo confirmar eso, sí.

– ¿El asesino encasilla a sus víctimas, entonces? -Una mujer morena desde atrás preguntó, con un deje de aprehensión en su voz.

– Yo buscaría una peluca roja, si fuera tú, Dana, -alguien le gritó desde el otro lado del cuarto, y hubo una efusión de risas nerviosas.

– No lo sabemos, -dijo Denver-. Yo no haría ninguna suposición todavía. Por todo lo que sabemos, el asesino tuvo alguna conexión con ambas mujeres.

– Entonces usted piensa que la misma persona mató a las dos mujeres. -No era una pregunta.

– La evidencia sigue siendo analizada.

– ¿Podemos obtener detalles de las investigaciones?

– Tendré un informe a su disposición a las seis. -Denver echó un vistazo al reloj. Eso le daría casi dos horas para decidir qué liberar-. Puede esperarlo, o puede dejar su nombre y número de fax, y nosotros nos encargaremos de enviarle por fax el informe.

– ¿Por qué no puede decirnos sencillamente lo que usted tiene?

– No tengo mucho aún. Todavía estoy esperando los informes del laboratorio y de la oficina del forense. Estaba a punto de sentarme con mis detectives y repasar esto con ellos, cuando todos ustedes aparecieron. Pensé en tratar con ustedes en primer lugar, hacerles saber que estamos trabajando para reunir algo para ustedes para que todos puedan cumplir sus plazos. No quiero darles una información incompleta, por lo que si me disculpan, me gustaría volver a esa reunión.

Denver sonrió superficialmente y se encaminó de regreso a su oficina.

– Jefe Denver, ¿cuantas víctimas tiene que tener para considerar esto obra de un asesino en serie?

El jefe se detuvo a media zancada y se dio la vuelta lentamente.

– Creo que es un poco pronto para empezar a lanzar términos como ese. También creo que es irresponsable, francamente, ya que sólo servirá para aterrorizar a nuestros residentes, que ya están bastante perturbados.

– ¿Pero, cuántos, Jefe? -La pregunta se repitió esta vez suavemente-. He oído dos o tres. ¿Qué hay de eso?

Denver giró en sus talones y regresó a su oficina, cerró la puerta, y llamó a sus detectives para que se presentaran y trajeran sus notas.

– Tenemos una identificación positiva de la víctima de esta mañana.

Cass no esperó ni siquiera a sentarse para comenzar su informe verbal.

– Lisa Montour. Edad treinta y uno. Y de acuerdo con Phyl, hacía la manicura en el Salón Red Rose de la ciudad. Llamé al salón y supe que no había llegado aún. Llamé a su compañera de apartamento, y me dijo que Lisa salió a encontrarse con unos amigos ayer por la noche, pero no regreso a casa. La compañera no se dio cuenta de eso, sin embargo, hasta que llamaron del salón esta mañana.

– ¿Podemos conseguir los nombres de los amigos con quien se iba a reunir? -Denver preguntó.

Cass levantó el bloc de notas.

– La compañera me los dio, junto con números de teléfono. Ella iba a ir con Lisa anoche, por cierto, pero llegó a casa del trabajo realmente tarde y estaba demasiado cansada para salir. Ya he hablado con dos de los cuatro con quienes se iba a encontrar, pero ambos dicen que Lisa no se presentó. Ellos se figuraron que llegó a casa del trabajo y quizás tan sólo se durmió.

– ¿A qué hora dejó su apartamento? -Denver se recostó en su silla-. Explícame todo lo que tienes.

– Su compañera de apartamento -Carol Tufts, es su nombre- dice que Lisa salió alrededor de las nueve quince por Kelly a la calle Duodécima. Debería haberle tomado sus diez minutos como máximo llegar allá.

– ¿Ella fue conduciendo?

– Paseando. Su coche tuvo un pinchazo, y no tenía neumático de repuesto, por lo que decidió caminar. Carol dice que le ofreció usar su automóvil, pero Lisa le dijo que mejor caminaría, ya que hacía una buena noche.

– Cuando fue descubierto el neumático desinflado, ¿lo sabemos? -Denver preguntó.

– Ayer por la mañana. De acuerdo con Carol, el neumático estaba pinchado, cuando Lisa bajó para salir al trabajo por la mañana. Encontró el neumático pinchado, se dio cuenta de que no tenía recambio, por lo que alguien del salón fue a buscarla, y consiguió que la llevaran a casa ayer por la tarde. -Cass miró sus notas-. Traeré el neumático para inspección.

Su teléfono celular vibró contra su cadera, y ella miró el número.

– Es el laboratorio, -explicó al jefe-. Creo que debo tomarla.

Denver cabeceó, entonces concentró su atención en Jeff Spencer, que había estado en silencio desde que había entrado en el cuarto.

– Entonces, ¿qué tiene usted que añadir al informe del detective Burke, Spencer?

Spencer se encogió de hombros.

– No mucho.

– Bien, estaba allí en la escena esta mañana, ¿no?

– Sí. Pero Burke tenía las cosas bastante controladas cuando llegué.

– ¿A qué hora llegó allí?

Spencer se frotó la nuca y se movió en su asiento.

– No recuerdo a qué hora llegué.

Denver lo contempló. Él no quería tener esa conversación. Sobre todo no quería tenerla ahora.

– ¿Tiene algún problema, Spencer?

– Sí, señor. De hecho, yo lo soy. -La cara de Spencer era inexpresiva.

– Resuélvalo. Ocúpese de ello. Y hágalo rápido. -Denver se paró, esperando controlar su temperamento-. Hay un asesino en mi ciudad. Acaba de comenzar su juego. No tengo tiempo para mimar a nadie por sus problemas personales. Si no está al cien por cien en esto, Spencer, por el amor de Dios, dígamelo ahora.

– Bueno, Jefe, yo no había previsto hablar de esto aún. Con estos asesinatos y todo eso -La cara de Spencer enrojeció, la primera reacción que había mostrado desde que se sentó.

El jefe le hizo señas para que continuara.

– En realidad prefiero esperar hasta… -Spencer bajó la voz y lanzó un vistazo en dirección de Cass. Ella estaba concluyendo la llamada.

– No se encontró semen en ningún cuerpo, aunque ambas mujeres fueron asaltadas sexualmente. La posición de las magulladuras en el cuello en cada mujer es exactamente la misma, las huellas con la misma distancia de separación. Los rastros siguen siendo examinados, pero Tasha encontró una cosa interesante.

Ella se apoyó en la esquina del escritorio de Denver, inconsciente del intercambio entre el jefe y Spencer.

– Tasha encontró pequeñas muestras de fibras en el pelo de las víctimas. Ella va a analizarlas para ver si coinciden. -Cass levantó la mirada de sus notas.

– ¿Ha sido encontrada la ropa de la víctima de esta mañana? -Denver preguntó.

Cass asintió.

– En el contenedor. Prolijamente dobladas. Al igual que las de Linda Roman.

– Bueno, eso nos dice algo acerca de nuestro hombre, -señaló el jefe-. Hablando de eso…

Denver les mostró el sobre.

– Comunicado número dos, -dijo secamente mientras lo abría y levantaba.

– Recuérdame… -Cass leyó en voz alta.

– Creo que está claro que él quiere que pensemos que es el Estrangulador. Quiere que creamos que está de vuelta. La cuestión es, por supuesto, ¿es efectivamente él? ¿O es alguien que piensa que sería divertido hacernos pensar que lo es? De una u otra forma, ¿qué le decimos a la prensa? -El jefe regresó a su silla y se dejó caer en ella-. Les prometí tener algo para ellos en…

Él giró su muñeca izquierda para mirar su reloj.

– En cosa de una hora y treinta y cinco minutos. ¿Qué les digo?

Ningún detective habló. El cuarto se quedó de repente muy, muy callado.

– Si les digo, harán su agosto con la historia. Y eso lo incitaría. Al asesino. A él le gustará, creo.

– Y si no les dice, ¿pondremos a más mujeres en peligro? -Cass preguntó-. ¿No es mejor si el público sabe lo que está pasando, para que puedan protegerse mejor?

– Creo que podemos hacerles saber que otra mujer ha sido asesinada por quien parece ser la misma persona. Eso por sí solo debería avisar a las mujeres que tienen que tener cuidado; podemos abordar las cuestiones de seguridad con el público sin sumar la histeria sensacionalizando esto más de lo que tiene que ser. -Denver en silencio tamborileó sus dedos en los brazos de su silla-. Y por supuesto, la temporada de verano recientemente se abrió.

– Si recibe una llamada del alcalde, o algo así, ¿cómo de malo será para los negocios? -Preguntó Spencer.

– Esto no es Amity, Spencer, y creo que puedo decir sin temor que nuestro asesino no es un gran tiburón blanco. -Denver lo contempló fríamente-. Sólo lo menciono porque nuestra población se triplicará de aquí a finales de mes. Lo que le dará un mayor abanico de víctimas donde elegir.

– Lo que significa que tenemos que hacer todo lo posible para encontrarlo, y detenerlo, -dijo Cass, en seguida sacudió su cabeza-. Una afirmación estúpida. Es obvio que tenemos que encontrarlo antes de que mate a otra persona.

– Con ese fin, Burke, quiero que vaya con Tasha y repase todo lo que ella tiene. Y quiero que lleve el coche de Lisa Montour hasta el garaje y lo haga examinar con un peine de diente fino, sobre todo aquel neumático.

Cass tocó a Spencer en el hombro.

– ¿Vienes?

Antes de que pudiera responder, Denver habló.

– No, no irá. Y cierra la puerta al salir, Burke.

Cass se detuvo en el umbral y miró de nuevo sobre su hombro. El cuello de Spencer se había convertido en remolacha roja y los ojos de Denver comenzaban a estrecharse mientras se centraba en el detective que permaneció sentado.

– ¿Hay algo más, Burke? -Preguntó el jefe.

– No, yo sólo…

– Cierra la puerta cuando salgas.

Cass hizo como le dijeron.

Regresó a su oficina y marcó el número de Tasha, preguntándose lo que estaba pasando entre Spencer y el jefe. Fuese lo que fuese, no le había parecido, que ninguno de ellos estuviera feliz al respecto. No podía recordar la última vez que había visto a Spencer tranquilo, o al jefe tenso. Su instinto le dijo que tenía más que ver con la actitud de Spencer que con los recientes homicidios.

Bueno, si cualquier persona podía ajustar la actitud de alguien, era Denver.

Cuarenta minutos más tarde, Cass había dejado un mensaje en el correo de voz de Tasha, llamado a Carol Tufts y preguntado si tenía la llave del coche de Lisa Montour, y pedido a Helms que se encontraran en el departamento de Lisa Montour.

Hecho eso, Cass abandonó la estación, saliendo por la puerta lateral precisamente cuando la esposa de Jeff Spencer entraba en el estacionamiento y se detenía en la parte delantera del edificio.

En unos segundos, Jeff bajó a la acera, con una caja en sus brazos. Él equilibró la caja en una rodilla mientras abría la puerta trasera y deslizó la caja en el asiento antes de entrar en el lado del pasajero.

Perpleja, Cass se quedó en la escalinata y vio como el coche salía del lugar en dos ruedas.

Bueno, mierda, pensó. Esto no es un buen augurio.

– ¿Va camino a recoger el coche, detective?

Se volvió al sonido de la voz del jefe.

– En efecto, me encontraré con Helms allí. Hablé con la compañera de apartamento de la víctima. Dijo que las llaves del coche todavía están en el gancho en el interior de la puerta principal, donde Lisa las dejó.

– Bien. Voy camino a la oficina del alcalde para repasar lo poco que sabemos antes de la conferencia de prensa que decidió llamar. ¿Quieres cambiar sitio?

– No, gracias.

Denver comenzó a caminar pasándola y ella tocó su brazo.

– Jefe, el detective Spencer acaba de… -Ella señaló a la calle.

– Ex detective Spencer. Él ya no está con el departamento.

– ¿Qué? -Su mandíbula cayó.

– Fue su elección. Él vuelve a Minnesota o Michigan…

– Wisconsin. -Ella facilitó el nombre del estado de origen de Spencer.

– El que sea, -se quejó Denver-. Su esposa odia este lugar, odia la playa, echa de menos a su madre, echa de menos a su hermana, odia que esté en el trabajo todo el tiempo, odia no tener amigos aquí, el bebé siempre está enfermo, que nunca está cerca para ayudarla…

Él hizo una pausa.

– ¿Se me olvida algo?

– Si lo hizo, probablemente no importa.

– Sabía que algo pasaba allí, su actitud ha cambiado en el último mes o dos. Así que tuvimos que tener una charla. Le dije que necesito que esté en el caso, un cien por ciento, ya sabes, tenemos un asesino aquí, necesitamos su total atención y si no puede dárnosla, necesita replantearse su elección de carrera. -Hizo una pausa otra vez-. Por lo visto ya lo había hecho. Había hecho la solicitud y le ofrecieron un trabajo en un departamento de policía a quince millas de su ciudad natal.

– ¿Entonces se marcha? ¿Sencillamente abandona?

– Es más fácil para unos que para otros, supongo. Así que, sí, para responder a tu pregunta, se tomó los días de vacaciones, días de enfermedad, y tiempo personal y, probablemente, mientras hablamos, está haciendo las maletas para irse, si su esposa no lo ha hecho ya. Comienza su nuevo trabajo el primero del próximo mes.

– ¿Así de simple?

– Casi simple, él lo tenía planeado hace semanas. Para darle el beneficio de la duda, señaló que había previsto anunciarlo a principios de la semana, pero encontramos el primer cuerpo. A continuación, el segundo.

– Pensé que parecía un poco apartado, -dijo Cass, recordando el modo en que Spencer se había contenido y le había dejado tomar la delantera, no sólo esa mañana, sino en la escena del crimen a principios de la semana-. Pero me imaginé que tal vez sólo estaba cansado. Usted sabe, tanto que está pasando por aquí de repente, y tienen un nuevo bebé.

– Bueno, está aprovechando a ese nuevo bebé y dejándonos a nosotros las ojeras.

– ¿Le pidió que se quedara unos días más?

– ¿Cuál sería el punto? Mentalmente, ya está fuera de aquí. Mejor que se haya ido. No nos habría servido de mucho de todos modos, no con el estado de ánimo en que está en este momento.

Cass recordó esa misma mañana, cuando Jeff había llegado tarde a la escena del crimen, y había sido bastante inútil, incluso después de su llegada.

– Por lo tanto, supongo que somos tú, yo, y un par de uniformados en contra de nuestro tipo, Cass.

Denver bajó los escalones y no se volvió hasta que llegó a su coche.

– Termina con el coche y con Tasha, y luego vete a casa y duerme algo. Uno nunca sabe lo que el mañana traerá.

5

Su entusiasmo recién encontrado por la vida sana había sido inspirado unas cuantas semanas antes por la visita de un viejo amigo de su padre que resultó ser un médico holístico, Regan Landry añadió un plátano a la leche descremada, yogurt, y una variedad de polvos en la licuadora y pulsó el botón de pulverizar. El pequeño aparato zumbó ruidosamente mientras ella sacaba un vaso y buscaba una pajilla. Pulsó stop y un bendito silencio siguió. Vertió su desayuno en el vaso, se sentó en la pequeña mesa redonda de la cocina y abrió el periódico. Aburrida después de unos minutos leyendo por encima los titulares, buscó bajo el papel el control remoto y encendió la televisión ubicada en el mostrador al otro lado del cuarto.

Ella cambió el canal, buscando su favorito matutino, Esta Mañana, EE.UU. Una vez lo encontró, le dio volumen y reanudó su exploración superficial del New York Times. Un artículo sobre una próxima subasta de antigüedades americanas en Sotheby's saltó a la vista, y acababa de llegar al muestrario de muebles de principios de Pensilvania cuando algo en la pantalla llamó su atención. Cogió el mando a distancia y subió el volumen.

– … sin duda es de interés para cualquier persona que tenga planes para visitar la costa de Nueva Jersey este verano, -Cannon Heather estaba diciendo.

La pantalla se dividió, la mitad ahora ocupada por un hombre en uniforme de policía que parecía incómodo delante de la cámara.

– Siento su dolor, -Regan murmuró.

– Jefe Denver, con el hallazgo de un tercer cuerpo en Bowers Inlet, los informes procedentes de la zona sur de Jersey nos dicen que todos los indicios apuntan a la probabilidad de que este es el trabajo de un asesino en serie. ¿Puede confirmarlo?

– Sabe, Heather, odio ese término, provoca tanto… -El jefe se movió en su silla.

– ¿Confirmará que ha habido en efecto una tercera víctima?

– Sí, ha habido una tercera víctima.

– Y que las tres víctimas han sido mujeres jóvenes de treinta y tantos años… -Heather se dirigió a la cámara directamente de modo que el hombre al que estaba entrevistando a distancia sentiría que le hablaba directamente.

– Sí, las tres víctimas han sido mujeres jóvenes, todas mujeres locales. Las dos primeras viven en Bowers Inlet. La joven cuyo cadáver se encontró ayer por la noche vivía en la cercana Tilden, pero fue dejada en una de nuestras playas.

– Ahora, la información que tenemos indica que todas las mujeres eran de pelo oscuro y constitución similar… -Heather hizo una pausa y miró sus notas-. ¿Existe algún significado en esta similitud, cree usted?

– En este momento no tenemos forma de saberlo. Sí, hasta ahora, ha habido una semejanza entre las víctimas, pero si debemos o no leer algo en ello, simplemente no lo sé.

– El fragmento más inquietante de información que hemos recibido es que tiene correspondencia del asesino…

– Bueno, detengámonos un momento aquí. -El jefe estaba claramente agitado-. Lo que tenemos son cartas que se recibieron después de que los cuerpos fueron encontrados. Quiero dejar eso claro. Podrían haber sido enviadas por alguien que no es el asesino, alguien que piensa divertirse un poco con nosotros. En este momento, no sé a ciencia cierta quién envió las cartas.

– Pero podrían ser del asesino…

– Por supuesto que podría ser, -dijo bruscamente.

– Y las cartas son una especie de provocación, ¿no? -Heather echó un vistazo a sus notas-. «Hey, Denver, ¿ya la encontraste?» Tengo entendido fue la primera nota. Y la segunda fue, «Hey, Denver ¿Me recuerdas?» ¿Ambas notas están hechas con letras o palabras recortadas de periódicos o revistas?

– Así es.

– ¿Y se encontró una nota después de esta última víctima?

– Sí.

– ¿Podemos saber que decía?

– Decía, «Hey, Denver, ¿ya lo has resuelto?»

– ¿Alguna idea sobre lo que se supone tiene que resolver?

– Unas cuantas.

– ¿Alguna que esté dispuesto a compartir?

– Sería prematuro. -El jefe de policía de Bowers Inlet contempló fríamente la cámara.

– Entonces, ¿qué les diría a las personas que tienen previsto pasar una semana o más en su comunidad este verano? Entiendo que Bowers Inlet tiene muchas propiedades de alquiler y la población goza de un auge en el verano.

– Yo les digo a los veraneantes lo mismo que digo a nuestros residentes de todo el año. Sean conscientes de su entorno. No salgan solos. Si sale por la noche, vaya en grupo. Pero usted sabe, esas son cosas que probablemente deberían hacer de todos modos, no importa donde esté. Tienen que cuidar de sí mismos. Tengan un teléfono celular consigo o una lata de spray de pimienta. Si usted piensa que alguien lo está siguiendo, infórmelo.

– Así, en otras palabras, aténgase a las precauciones básicas de seguridad…

Regan tamborileó sobre la mesa, luego se levantó y abandonó la sala cuando concluyó la entrevista. Fue por el vestíbulo a la oficina de su padre y prendió la luz del techo. Algo que acababa de decirse causó que una campana sonara en su cabeza.

Hey, Denver, ¿ya la encontraste?

Hey, Denver ¿Me recuerdas?

¿Dónde lo había visto…?

Sacó varios archivos de un cajón y los hojeó. No éste… No éste.

Entonces tal vez aquí… No.

Devolvió los archivos a su lugar y abrió el siguiente cajón.

Aquí. Aquí es.

Hey, Landry, ¿me recuerdas?

La nota, en simple papel blanco, detallaba el mensaje en letras de diferentes tamaños y colores -letras recortadas de revistas- dándole un aspecto desordenado, esquizofrénico a la hoja de papel.

En la parte superior de la página había un pequeño círculo con el número siete dentro. El padre de Regan lo había escrito, estaba segura. Esa era la manera en que numeraba las páginas cuando creaba los primeros borradores de su trabajo. Él podía tomar notas de varios archivos e integrarlos para un solo capítulo o proyecto. El hecho de que esta nota hubiese sido numerada -y el mensaje indicaba que había habido contacto previo- hizo pensar a Regan que había más notas del mismo autor. Sacó varios archivos del siguiente cajón, y en el cuarto que revisó, encontró un archivo de papel manila conteniendo un mensaje, junto con varias páginas de notas escritas por la mano de su padre.

Hey, Landry, ¿me recuerdas? Estaba numerado once.

Regan se sentó en el escritorio de su padre y comenzó a leer rápidamente las páginas que él había escrito. Se detuvo para voltear el archivo a fin de leer la anotación que había hecho en la parte superior.

El Estrangulador de Bayside.

Ella leyó el resto del archivo, en seguida recogió el teléfono y pidió información para el número del Departamento de Policía de Bowers Inlet.

– Me gustaría hablar con el Jefe Denver, -dijo Regan a la persona que contestó el teléfono.

– Él no está. Puedo tomar su mensaje.

– Mi nombre es Regan Landry. Soy escritora, escribo acerca de crímenes reales… Tengo información que podría interesarle, en relación con los actuales homicidios.

– ¿Usted tiene información acerca de los homicidios?

– Tengo información sobre algunos casos antiguos… algunas notas que fueron escritas a mi padre…

– No le sigo.

– Mire, por favor, déle mi nombre y mi número al Jefe Denver y pídale que llame. Podría ser importante. -Regan colgó después de recitar el número de la granja y su número de móvil.

Ella entró en la cocina y se hizo una cafetera, se sirvió una taza, y lo llevó a la oficina. Se sentó y contempló el archivo que había dejado abierto en su escritorio.

¿Qué es lo que realmente tenía ahí?

Un par de notas que alguien había enviado a su padre años atrás. Unas pocas páginas de la investigación preliminar que Josh había comenzado. ¿Había más?

Suspiró. Maldijo su piojoso mantenimiento de registros. Si, de hecho, había comenzado a enumerar las notas que recibió, ¿dónde estaban las demás? Tal vez las había entregado a la policía. Al FBI.

Tal vez había otro archivo… o dos, u ocho, o una docena. Conociendo a su padre, podría haber muchos más, o ninguno. Podría haberlos dado. O no. Podría haberlos perdido, tirado, o puesto en una caja y simplemente los olvidó cuando otro proyecto más interesante se presentó.

Miró a través del cuarto hacia la larga fila de archivadores de madera que sabía estaban llenos de archivos y cajas con notas. En el sótano, había cajas de archivos que ella le había ayudado a trasladar varios años atrás, cuando se había quedado sin espacio allí para sus trabajos actuales y le pidió que vaciara varios cajones y los embalara para almacenarlos.

Regan se pasó una mano por el pelo y se dijo a sí misma que se tomara las cosas con más calma. Sólo porque las notas recibidas por su padre y el jefe de policía de Bowers Inlet fueran similares -bien, eran exactamente las mismas- ¿qué significa eso?

Hey, Denver, ¿me recuerdas?

Hey, Landry, ¿me recuerdas?

No era exactamente un pensamiento original. Alguien del pasado de cualquiera podría decir lo mismo. Y alguien tímido o tal vez prudente estructuraría las notas de la misma manera, recortando letras y pegándolas al papel. ¿Qué probaba, de todos modos?

Abrió el archivo y sacó las dos hojas de papel legal amarillo. En la parte superior de la primera hoja, Josh había escrito, Víctimas atribuidas al Estrangulador de Bayside, junio 1979-agosto de 1979. A continuación una lista de trece nombres. Después de cada nombre había una fecha, y el nombre de una localidad:

Alicia Coors:Junio'79:Bowers Inlet

Carol Jo Hughes:Junio'79:Bowers Inlet

Cindy Shelkirk:Junio'79:Tilden

Terry List:Julio'79:Dewey

Mary Pat Engles:Julio'79:Tilden

Heather Snyder:Julio'79:Hasboro

Jill Grabowski:Julio'79:Killion Point

Mindy Taylor:Julio'79:Hasboro

Cathy Cleary:Agosto'79:Tilden

Allison Shea:Agosto'79:Dewey

Trina Wilson:Agosto'79:Killion Point

Lorraine Otto:Agosto'79:Hasboro

Regina Daley:Agosto'79:Killion Point

La segunda hoja no tenía encabezado y constaba de dos columnas, una de fechas, otra de lugares, pero no los nombres. Las fechas abarcaban varios años, y los lugares variaban, de un estado a otro. Los nombres de las víctimas del Estrangulador de Bayside serían bastante fáciles de rastrear. Quizás el Jefe Denver podría verificar los nombres de las víctimas de Bowers Inlet cuando él le devolviera la llamada. Si se la devolvía.

Regan se sentó y miró fijamente las páginas amarillas durante un largo tiempo. Comparó las dos listas que su padre había impreso. Con excepción de la inclusión de los nombres de la primera lista, eran idénticas en su forma.

Si la primera era en realidad una lista de las víctimas del Estrangulador de Bayside -nombres, fechas, y lugares- ¿cuál era la importancia de la segunda lista?

Las estudió, línea a línea. No importaba cuánto tiempo las mirara, la lista no tenía sentido:

Mayo ’83:Pittsburgh

Febrero ’86:Charlotte

Agosto ’86:Corona

Marzo ’87:Memphis

Enero ’88:Turkey

Noviembre ’90:Panamá

Noviembre’91:Croacia

Septiembre ’93:Somalia

Abril ’95:Bosnia

Febrero ’98:Pakistán

Otros????:

Ya que estaba en la carpeta junto con las notas del Estrangulador de Bayside, ¿podría asumir que tenían algo que ver con esas muertes? Y si era así, ¿qué?

Le echó un vistazo al reloj. Hacía más de una hora que había llamado al Jefe Denver. Tendría que ser paciente, darle un poco más de tiempo.

Regan metió las listas de vuelta en la carpeta, añadió las dos notas que habían sido enviadas a su padre, y colocó el archivo en una esquina del escritorio. Le dio otra mirada más al archivo grande y, convencida de que no quedaba nada más que saber, lo volvió a guardar en el gabinete. Sacó el expediente detrás de él y regresó al escritorio. Sentada en la silla grande que su padre había utilizado durante más de veinte años, comenzó a hojear el contenido, de adelante hacia atrás. Una vez satisfecha de no haber descubierto nada que pudiera agregar a la información en el archivo delgado que estaba en la esquina del escritorio, guardó la carpeta de nuevo y sacó otra. Y otra.

Había revisado cinco carpetas de archivos al mediodía, otras tres a media tarde, cuando hizo una segunda llamada al Departamento de Policía de Bowers Inlet. Denver no estaba disponible. Ella dejó otro mensaje.

Se detuvo para comer sólo una comida improvisada alrededor de las siete de la tarde, curioseó por cajón tras cajón de archivos. A las ocho y media, se detuvo para hacer otra cafetera, y se le ocurrió que aunque muchos archivos permanecían en la oficina, había tres veces más en el sótano, y sólo Dios sabía lo que podría haber escondido Josh en el ático.

Hasta el momento no había encontrado nada que se refiriera a la lista que su padre había impreso con las fechas y lugares, ni había encontrado ninguna otra carta que pudiera haber sido enviado por el Estrangulador de Bayside. Quizás Josh se las había dado a alguien de una agencia del cumplimiento de la ley, después de todo.

Pero él habría guardado copias, se recordó, si hubiera planeado escribir un libro sobre el tema. Habría guardado copias de toda la correspondencia, a pesar de todo. Lo había hecho antes, ella lo sabía. A lo largo del día había encontrado varios de esos archivos. Pero ¿dónde estaban los archivos que estarían relacionados la lista anterior? Tenían que estar allí. Se trataba de una cuestión de encontrar los cajones correctos. O la caja correcta.

Cuando Regan estudió la misteriosa lista por quizás la décima vez, se le ocurrió pensar que bien podría haber dejado de lado algo que podría ser una pista que diera sentido a las listas.

¿Cómo voy a saber si no sé lo que es?

Algo desmotivada por el pensamiento, pero, no obstante, determinada, Regan leyó durante toda la noche. Su padre siempre había confiado en su instinto en momentos como ese, se recordó a sí misma. Tal vez había llegado el momento de poner su propio instinto a prueba.

***

Él estaba de pie sobre el paseo de madera en lo alto de la duna e inhaló profundamente, llenando sus pulmones de tanto de la bahía como podía absorber con un aliento. Eso, más que nada, ese olor, significa que estaba en casa.

Con una mano en su frente actuando como sombra, escudriñó el horizonte. Lejos en la bahía, los barcos de pesca se dirigían al Atlántico. El sol colgaba sobre el agua como una pelota candente. La estrecha playa estaba llena con los restos de una docena de cangrejos herradura y madejas de algas. Los olores mezclados todos juntos, y si cerraba los ojos, era un niño de nuevo, buscando un tesoro en la arena.

Al otro lado de la bahía, Old Barney se alzaba. De niño, había jugado en la base del Faro de Barnegat, había pescado con su hermano en las rocas. Por lo menos seguía estando el faro, sin importar todo lo que podría haber cambiado.

Y el cambio había llegado a las comunidades de la bahía, no podía negarlo. Durante la semana pasada, había conducido por todas las pequeñas ciudades que bordeaban la costa, una por una, reviviendo momentos atesorados aquí y allá. Se había sorprendido por la cantidad de urbanizaciones que había llegado a la zona desde que se había ido, apartamentos y condominios y casas familiares individuales por todo el camino alrededor de los Pinos, algunas construidas sobre lo que había sido una vez un pantano. Centros comerciales en la carretera, flanqueados por restaurantes de comida rápida y tiendas de descuento. Había hecho que su cabeza diera vueltas.

Bueno, mucho puede suceder en veintiséis años, se recordó a sí mismo. Mucho puede cambiar.

Ahora, yo, no he cambiado en absoluto.

A sus ojos, él seguía siendo el mismo chico que se había marchado al final de ese verano, armado con nuevas habilidades que había desarrollado durante el lapso de tres meses. La necesidad dentro de él, una vez despertada, había sido un amo duro, exigiendo cada vez más satisfacción. En el transcurso de los años, había alimentado sus deseos cientos de veces.

Tan últimamente como anoche.

Sonrió, recordando. ¿Cómo podría haber pensado que vería todo y no sentiría el impulso dentro de él de soltar un grito?

Especialmente después de haber visitado las escenas de sus primeras escapadas. Recordó -y volvió a vivir- cada una de ellas.

Él tenía una extraña memoria para ese tipo de cosas.

Caminó a lo largo de la playa, ensayando lo que le diría a su hermano cuando tocara el timbre de su antiguo hogar familiar esa tarde. Se recordó a sí mismo a sonreír, fingir estar feliz por ver a su familia una vez más después de todos esos años. Se amable con tu cuñada qué, -había que encarar los hechos- nunca se preocupó mucho por él. Admira a los niños. Muéstrate, como si estuvieras encantado de su propia existencia. Él tenía que acostumbrarse a ellos, ya que había planeado quedarse por ahí durante un tiempo. No haría nada para enemistarse con la familia que había dejado. ¿Acaso no parecería extraño de alguna manera, si él y su hermano vivieran en la misma ciudad y nunca socializaran?

Suspiró. Todo sonaba tan triste.

Había muchas formas de pasar el tiempo, ahora que estaba de vuelta. Había más lugares que visitar, lugares que recordaba bien, cuando estuviera listo. Sabría cuándo fuera el tiempo correcto. Algunas cosas no estaban destinadas a apresurarse.

Se llevó los binoculares a sus ojos y se centró en un águila pescadora que volaba en círculos en el cielo, y se sintió perfectamente contento.

Se había prometido un lugar en el agua, y habiendo ya puesto la casa de Texas en el mercado, no había tiempo como el presente para empezar a buscar un nuevo hogar. Uno permanente.

Justo ahí, en Bowers Inlet.

6

Cass dejó su bolsa en el mostrador de la cocina y se dejó caer en una silla, agradecida de estar en casa después de casi trabajar las veinticuatro horas los últimos tres días. Sin Spencer, una vez más era el único detective del departamento, lo que, en circunstancias normales, la mantendría en movimiento desde el amanecer hasta el anochecer. Mete un asesino en serie en la mezcla, y las horas de sueño cada noche disminuyen en proporción al número de cuerpos encontrados.

Y justo esa mañana, había habido otro cuerpo.

Cass había sentido una punzada de culpabilidad cuando se dio cuenta que su primera respuesta había sido de alivio al saber que el cuerpo había sido encontrado en las cercanías de Dewey. Una vez que había terminado de recorrer la escena del crimen con el jefe de policía de Dewey, a petición suya y con la bendición de Denver, su jefe la había enviado a casa con instrucciones de lograr dormir algo. Pero se había encontrado con Tasha en el camino hacia su automóvil. La técnica de escena del crimen del condado había hecho de todo, hasta suplicar a Cass que fotografiara la escena para ella ya que Dewey no tenía a nadie que pudiera sacar un tiro decente. Por lo tanto, Cass se quedó, y se quedó, diciéndose a sí misma que podría dormir más tarde.

Bueno, precisamente ahora, podría dormirse ahí, de pie en la cocina. O podía arrastrar sus cansados huesos a la sala de estar y sólo tirarse en el sofá. Sí, eso sonaba aún mejor…

Acababa de estirarse y cerrar los ojos cuando un pensamiento saltó en su cerebro.

Era jueves.

Mierda. Jueves.

Con un gemido, que obligó a sentarse, entró en el cuarto de baño, y se salpicó agua fría en su rostro. Luego voló rápido por la habitación, donde se cambió por pantalones cortos de deporte y una vieja camiseta y se puso sus zapatillas. Cogiendo una cinta de un cajón, la envolvió alrededor de su muñeca y recogió su bolso de gimnasia. Volvió a la cocina, donde tomó dos botellas de agua de manantial de la alacena y las echó en la bolsa que había dejado caer por la puerta de atrás. Ya tarde, salió rápidamente y se subió a su coche.

Cuatro minutos más tarde, estacionó y salió. Era el anochecer, y las luces en los postes que rodeaban la pequeña cancha acaban de encenderse. Al otro lado del asfalto ella podía oír distintivo tap-tap-tap de una pelota driblar. Cuando Cass cruzó trotando la cancha, esa pelota se apresuró hacia ella, lanzada por un jugador solitario, una chica alta cuyos shorts blancos contrastaban agudamente con sus largas piernas marrones. Cass dejó su bolso, a continuación, tomó la pelota con una mano. Avanzó hacia la canasta, driblando metódicamente, sus ojos sobre su oponente. Lanzó un tiro, que fue hábilmente bloqueado. Anduvieron de acá para allá durante veinte minutos, hasta que Cass, totalmente sin aliento, pidió un tiempo muerto.

– Creí que tal vez no venías esta semana, -dijo la muchacha cuando Cass le entregó una botella de agua-. Pensé que probablemente estarías demasiado ocupada, ya sabes, con ese asesino.

– Ha sido una dura semana, -Cass admitió mientras abría su propia botella y tomaba un largo trago-, pero Khaliyah, sabes que siempre estaré aquí. Algunas semanas más tarde que otras. Estuve cerca, no obstante. No llegué a casa hasta tarde.

Cass metió la mano en su bolso, y rebuscó en su contenido.

– Tengo algo para ti, -dijo a la muchacha.

Cass le entregó un teléfono celular.

– ¿Para mí? ¿Esto es para mí? ¿De verdad?

– Estoy pensando que con todo lo que pasa, posiblemente debas tener uno contigo.

– ¿Quieres decir por las mujeres asesinadas?

– Sí.

– Sólo mata a mujeres blancas, sin embargo, ¿verdad? ¿Mujeres blancas viejas?

– Hasta ahora. -Cass hizo caso omiso a la referencia a la edad. Todas las víctimas habían tenido alrededor de la edad de Cass, treinta y dos.

– Bueno, en caso de que necesites un recordatorio, soy negra, -susurró la muchacha como si estuviera compartiendo una confidencia-. Y no soy vieja. Esas mujeres que asesinaron estaban todas en sus treinta, ¿cierto?

– Y también tenían el pelo largo y oscuro. -Cass apuntó con su botella el pelo de la muchacha, que estaba tomado en una cola de caballo-. Pelo largo oscuro como el tuyo. Negro o blanco, joven o viejo -y en otro momento, hablaremos de lo que es viejo y lo que no- nunca se sabe lo que está pensando, Khaliyah. Es mejor tenerlo, por si lo necesitas.

– Entonces, tengo, como, tantos minutos por mes…

– No. Puedes llamarme en cualquier momento del día o de la noche. Ya programé todos mis números. De la casa, la oficina, el celular. Por lo tanto, siempre puedes llamarme si me necesitas. Ahora, déjame mostrarte…

– Sé cómo usarlo. Todos mis amigos tienen uno. -Khaliyah estudió el teléfono durante un minuto, luego tocó un botón.

El teléfono de Cass sonó. Ella metió la mano en su bolso para sacarlo.

– ¿Hola?

– Hola, detective Burke. Soy Khaliyah Graves. Quiero darle las gracias por el nuevo teléfono.

– Fue un placer. No lo pierdas.

– No lo haré. Lo prometo. Es el mejor regalo que he recibido. -Los ojos de Khaliyah brillaban-. Gracias, Cass.

– No hay de qué. -Cass cortó la llamada-. Ahora, dime, ¿cómo estuvo la escuela esta semana?

– Bien, es sólo la escuela de verano, y acabamos de comenzar las clases el lunes. Por lo menos tengo un buen maestro de español, pero el profesor de trigonometría es más o menos. Tenemos nuestra primera prueba mañana. Jameer dice este profesor hace las pruebas más difíciles.

– ¿Así que todavía te ves con Jameer?

– Algo. Mi tía realmente no quiere que tenga novio, sabes. -Ella arrugó la nariz.

– Tu tía es una mujer inteligente. Por mucho que me guste Jameer, creo que eres demasiado joven para involucrarte demasiado con un chico. Y recuerda, al final del verano, se irá a la universidad.

– ¿Te dije que va a Georgetown a jugar al baloncesto? ¿Igual que Allen Iverson?

– Sólo cerca de cien veces. -Cass sonrió.

– Tal vez vaya a Georgetown, también, -dijo Khaliyah nostálgicamente-. A lo mejor podría obtener una beca. Mi amiga Tonya tiene un primo que obtuvo una beca completa por atletismo. Tal vez podría obtener una por baloncesto. Eso es lo que hiciste, ¿verdad? ¿En Cabrini?

– Cierto. Y creo que tus posibilidades son grandes, si mantienes tus notas altas y lo haces tan bien en la cancha esta temporada como lo hiciste la última vez. Hablaremos con tu entrenador y tu consejero durante el verano y veremos lo que piensan. Estoy segura de que tendrán algunas buenas ideas sobre dónde y cómo aplicar para obtener el máximo de ayuda financiera. -Cass tomó un largo trago de agua-. ¿Recibiste ya tu puntaje de las [2]pruebas AP?

– Sí. -Khaliyah sonrió ampliamente-. Todos cuatro.

– Excelente. Estoy orgullosa de ti.

– Gracias, -dijo suavemente Khaliyah.

Se sentaron en silencio durante unos minutos, bebiendo su agua, mirando el descenso en picado de las golondrinas alrededor de las luces en la cancha.

– Se está haciendo tarde, debo llevarte de vuelta a casa para que puedas estudiar para esa prueba y mantener tu récord perfecto.

– ¿Quince minutos más? -Khaliyah se levantó y comenzó a rebotar la pelota.

– Diez. -Cass se paró para poner la alarma en su reloj, luego se pusieron a botar el balón.

Veinte minutos más tarde, Cass dejaba a Khaliyah delante de la casa de su tía.

– Gracias de nuevo por el teléfono. -Los ojos de Khaliyah resplandecían-. No puedo esperar a llamar a Tonya. Ella tenía su propio teléfono desde la secundaria.

Cass saludó con la mano a la tía de Khaliyah cuando la muchacha saltó del coche, gritando,

– Tía Sharona, mira lo qué la detective Burke me dio…

Cass sonrió abiertamente y se fue, pensando en cuán poco tomó hacer que los ojos marrones de Khaliyah brillaran de felicidad.

No siempre había sido así.

Cass había conocido a la muchacha después de haber sido llamada a una escena espeluznante cinco años atrás. La madre de Khaliyah había sido asesinada a puñaladas por su novio, cuando ella había descubierto que había violado a su única hija. Con sólo doce en ese momento, Khaliyah había sufrido más, había visto más, que lo que cualquier niño debería, pero había algo en su espíritu que la había mantenido lo suficientemente fuerte para declarar contra el hombre que la había atacado a ella y asesinado a su madre.

Durante los meses previos al juicio, Cass había pasado mucho tiempo con Khaliyah, y la niña había respondido a la bondad y sinceridad de la detective en cada una de las etapas de la investigación y en todo el juicio. A lo largo del camino, Cass se había convertido en una mentora para Khaliyah, que vivía con la hermana de su madre y su familia. Por mucho que Sharona amara a su sobrina, la mujer ya estaba sobrecargada, con cinco hijos propios y dos puestos de trabajo y tenía poco tiempo para las necesidades emocionales de un niño dañado. Cass había intervenido y transformado en defensora de Khaliyah, su mejor amiga, y la hermana mayor que ella nunca había tenido.

Había sido Cass quien se había asegurado que Khaliyah consiguiera toda la orientación que necesitó en los meses y años después de la muerte de su madre, Cass había alentado a Khaliyah a solicitar que se le realizarán las pruebas para el equipo académico superior cuando llegó a la escuela secundaria, Cass había pagado por las clases de la escuela de verano que le permitió ponerse al día después de haber ido a la zaga en la secundaria. Había sido Cass quien había reconocido la promesa atlética de Khaliyah y la había matriculado en el campamento de baloncesto, y Cass la que había ayudado a Khaliyah a obtener el trabajo de camarera de media jornada en el comensal donde todos los oficiales locales paraban para comer durante el día, y quién se había sentado con la tía de Khaliyah y le había pedido que dejara a Khaliyah tomar las [3]pruebas PSAT el pasado año. Cuando llegara el otoño, sería Cass quien trabajaría con los consejeros para analizar las opciones para la universidad, la ayudaría a buscar la ayuda financiera que necesitaba, y la llevaría de visitas a los campus.

Cass no ignoraba que tal vez estaba tratando de reemplazar a su hermana menor perdida con otra, pero se había encogido de hombros ante el pensamiento. Khaliyah era inteligente y valiente, lo suficientemente valiente como para sentarse en una audiencia pública y describir lo que le habían hecho a ella, y lo que le habían hecho a su madre. Ella había aguantado y sobrevivido, y era, en opinión de Cass, merecedora de cualquier ventaja que Cass pudiera ayudarla a alcanzar. Habría hecho lo mismo por Trish, si hubiese tenido la oportunidad. Ahora lo haría por Khaliyah. Ella sabía lo que era perder a su madre, tener ese núcleo de fuerza y confianza apartados de ti. Ella, también, había sido dejada con parientes, y aunque nunca dudó que su tía y su tío la amaban, nunca había sido capaz de adaptarse allí por completo. Fuese lo que fuese que ahora hiciese por Khaliyah, la ayudaría a atravesar los tiempos más difíciles y se aseguraría de que supiera que había alguien apoyándola. Cass nunca lamentaba un minuto de tiempo pasado con ella.

Eran casi las nueve treinta cuando Cass llegó a casa y se arrastró en la calzada de piedra al lado de su bungalow. Ese año, iba a sustituir esas piedras aunque no hiciera nada más. Empedrado, tal vez. Algo agradable y liso…

Agotada, comenzó a abrir la puerta del coche, entonces se dio cuenta de que las luces estaban encendidas en el interior de su casa. ¿Las había encendido cuando se marchó?

Una sombra se movió a través de la ventana de la cocina.

Tomando su bolso del asiento delantero, buscó su arma. Sujetándola, con su dedo en el seguro, salió del coche, pero dejó la puerta entreabierta para que no se cerrara de golpe. Subió sigilosamente los peldaños traseros, y miró por la ventana. La sombra se movió por el pasillo delantero hacia la sala de estar.

Cass abrió con cuidado la puerta y entró, dejó su bolso en el suelo silenciosamente mientras avanzaba hacia la parte delantera de la casa. Giró en la esquina, con su pistola apuntando frente a ella.

– No se mueva, -le dijo a la figura que estaba parada en el centro de la sala de estar.

– Oh, por Dios, Cassie, ¿no tienes bastante de ese drama policial durante el día?

– Lucy. -Cass exhaló fuertemente y bajó el arma-. Jesús, Lucy, podría haberte disparado.

– Un simple «Cielos, es agradable volver a verte» sería suficiente.

Murmurando entre sí, Cass salió y cerró la puerta del coche.

– Traje la cena conmigo. ¿O ya comiste? -Lucy dijo mientras entraba en la cocina-. ¿Y que hay de un abrazo?

– No, en realidad, no he comido. -Cass abrazó a su prima ligeramente.

– Bien. Pollo parmesano y pasta. Me detuve en ese lugar justo al entrar a la ciudad -Lucy se apresuró al refrigerador y lo abrió-. Compré dos platos, Cass, te estaba esperando.

– ¿Dónde están David y los gemelos? -Cass preguntó.

– Los niños están ambos en un campamento de verano… han ido antes, pero nunca deja de sorprenderme que estén lo suficientemente mayores para dormir en un campamento. -Lucy sacudió su cabeza-. No sé donde se han ido los años, Cass, lo juro.

– ¿Y David?

– ¿Quieres un poco de vino con esto, Cassie? Me traje una botella conmigo, está justo ahí en el mostrador, por la curva.

Lucy arregló dos platos y metió uno en el microondas.

– Genial, un microondas nuevo. El viejo reventó al final, ¿eh? Con suerte, la cocina hará lo mismo y tendrás que conseguirte una nueva, también. ¿Has visto el tipo que tiene dos hornos? ¿Un horno pequeño en la parte superior y uno de tamaño completo en la parte inferior? Es súper.

Cass descorchó la botella de vino mientras Lucy sacaba dos vasos.

– Bueno, podríamos quizá encontrar para la primavera unas cuantas copas verdaderas, pero supongo que sabe igual de bien en estos vasitos gruesos. -Lucy sonrió brillante y tomó un sorbo-. Mmm. Cass, por qué no te sientas -parece que estás a punto de desmayarte a tus pies- y termino de buscarnos algunos cuchillos y tenedores…

– El segundo cajón al lado del fregadero. -Cass se hundió en una silla.

– Donde han estado por los últimos, oh, treinta y cinco y tantos años. -Lucy volvió y abrió el cajón-. Nadie puede acusarte de [4]hacer olas, Cassandra Burke.

Cass le sacó la lengua a Lucy en respuesta.

– Vi eso. Lo vi por el vidrio de la ventana. -Lucy sonrió abiertamente y entregó a Cass los cubiertos mientras el microondas sonaba. Con un solo movimiento, Lucy sacó un plato, se lo pasó a Cass, luego metió el segundo plato en el microondas.

– Ya he llevado mis cosas a mi habitación, -le explicó Lucy-. Espero que no te importe.

– ¿Por qué debería importarme? -Cass se encogió de hombros-. La casa es tanto tuya como mía.

– Sólo porque abuela lo dejó así en su testamento. Ambas sabemos que es tu casa, Cassie. No me importa. Me alegro de que decidieras vivir aquí. Mantiene el antiguo lugar vivo. Agradezco mi corto tiempo aquí en el verano.

El microondas sonó y Lucy tomó el plato y lo colocó sobre la mesa, frente a Cass.

– Puedo quedarme un poco más este año, si se puede. -Lucy sacó una silla y se sentó. Sus ojos estaban fijos en su plato-. Quiero decir, si no es un inconveniente para ti…

– Mi casa es tu casa. Literalmente. Quédate siempre que lo desees.

– Gracias. Podrían ser sólo un par de semanas. No estoy segura.

– Luce, ¿que está pasando? -Cass tomó otro sorbo de vino-. ¿Tú y David tienen problemas?

– ¿Problemas? -Lucy pinchó un pedazo de pollo y lo estudió-. Si llamas averiguar que tu marido ha estado tocándose los pies debajo de la mesa con tu vecina de al lado durante los últimos seis meses y todos en tu cuadra sabían que tenía problemas menos yo, entonces, claro que sí, David y yo tenemos problemas.

– Lucy, lo lamento mucho. -Cass dejó su tenedor al lado de su plato-. No sé qué decir.

– No hay mucho que decir. -Los ojos de Lucy se llenaron de lágrimas-. Ese bastardo.

Lucy mordisqueó su comida, sollozando todo el tiempo.

– Lo siento, Cass. -Ella sacudió su cabeza-. Sé que es probable que no quieras en realidad saberlo. Sé que tú no eres emocional, y ahora mismo, estoy terriblemente emocional. Y probablemente estaré llorando un momento sí y otro no por los próximos meses. Trataré de hacer todo lo posible por llorar cuando estés en el trabajo.

– Lucy… -Cass protestó débilmente.

– Está bien, cariño. -Lucy se enjuagó los ojos.

– Lucy, puedes sentirte libre de llorar cada vez que lo necesites o quieras. Siento tanto que estés pasando por esto. Me gustaría poder hacerte sentirte mejor. -Cass encontró los ojos de su prima a través de la mesa-. No sé qué más decir.

– Podrías decir, «David es un perfecto cretino y un bastardo y nunca fue lo suficientemente bueno para ti».

– David es un perfecto cretino y un bastardo, y yo nunca pensé que fuera lo suficientemente bueno para ti, Lucy.

Lucy asintió.

– Eso fue bueno, Cassie.

– Nunca entendí que viste en él. No es digno de tus lágrimas.

– Estás mejorando.

– En realidad, pensé que estabas loca por casarte con él en primer lugar.

– Estupendo, cariño. Gracias.

– Para decir la verdad, siempre me recordó un poco al Sr. Janner.

– ¿El señor Janner?

– Ese tipo sórdido que administraba el cine cuando éramos niñas y quién siempre parecía tener muchachos rondando a su alrededor.

– Bueno, quizás podamos relajarnos un poco ahora. Entiendo el punto, y lo aprecio. Nos reservaremos el derecho a reabrir la paliza a David en el futuro. Y puede ser que necesite un hombro donde llorar de vez en cuando. Sólo un poco.

Cass se inclinó por sobre la mesa y acarició la mano de Lucy.

– Puedes llorar en mi hombro en cualquier momento.

– A lo mejor te tomo la palabra, sabes, por lo que tal vez quieras pensártelo dos veces. -Lucy comenzó a suspirar.

– ¿Qué vas a hacer?

– ¿Quiere decir, si me divorciaré de su lamentable culo?

Cass asintió.

– Desde luego. -Lucy respiró hondo-. Una de las razones por las que quise quedarme aquí un poco más es tener tiempo para preparar mi estrategia, ¿sabes? Lo que quiero y cómo vamos a decírselo a los niños y todo eso. Oh, sé que no son bebés, pero aún así, va a ser un gran choque, y tengo que encontrar una manera de decírselos. Sólo necesito un poco de espacio.

– Puedes tener todo el espacio que desees, Luce. Si quieres hablar, hablaremos. Si quieres estar sola, está bien, también. Y te puedes quedar hasta que sientas que puedes volver. Cuando sea.

– Todavía eres como una hermana para mí. -Los ojos de Lucy se llenaron de lágrimas. Otra vez.

– Oye, sabes lo que dicen acerca de que la sangre es más espesa, y todo eso.

– Quiero que sepas que te lo agradezco. Trataré de no molestarte.

– Sinceramente, con esta repentina erupción de asesinatos, casi nunca estoy en casa. Y cuando estoy, paso la mayor parte del tiempo durmiendo.

– Tú sólo ocúpate de tus cosas. Yo haré mis propias cositas.

– Oh, mierda. -Cass frunció el ceño-. Pensaba cambiar las sábanas de tu cama antes de que llegaras. E iba a ir la tienda de comestibles.

– Yo puedo hacer lo de la tienda de comestibles mañana, no te preocupes. Y sólo dime sonde están las sábanas. Oh. Espera. Déjame adivinar. -Lucy sonrió-. En el mismo lugar que han estado siempre, ¿verdad? Honestamente, Cass, caminas en esta casa y es 1950 de nuevo. Nada ha cambiado desde que murió abuela.

– En realidad no he tenido mucho tiempo para la decoración, Lucy. En los últimos años, he sido el único detective de la ciudad. Finalmente contratamos otro, y su esposa, decide que odia aquí y que quiere volver a Wisconsin. Así que él, por ser un buen marido, empaca y nos deja en medio de un par de horribles homicidios. Abreviando, vuelvo a ser la única detective de la ciudad. -Cass soltó un largo suspiro-. Qué es una manera indirecta de decir que sencillamente no he tenido tiempo.

– Pensé que parecías cansada. Tienes círculos oscuros bajo los ojos. Oye, tengo una crema muy buena de ojos que quita esa hinchazón. -Lucy se apartó de la mesa-. Vamos, si has terminado de comer, te la buscaré.

– He terminado de comer -muchas gracias por detenerse a recoger la cena- pero estoy agotada, Lucy. Creo que me acostaré.

– No, no, tienes que probar esa crema primero. Vamos…

Cass se levantó cansadamente y cerró con llave la puerta trasera. Se puso el bolso sobre su hombro y siguió a Lucy fuera del cuarto.

– Deja las luces de la cocina encendidas, Cass, -Lucy estaba diciendo, mientras subía la escalera-. Volveré a bajar y limpiaré lo de la cena. Estaré despierta un rato todavía.

Ella llegó a lo alto de la escalera y dijo:

– Sólo cogeré la crema de ojos para ti…

Cass estaba en la puerta de la habitación de Lucy y contempló a su prima abrir una cartera.

– ¿Que diablos tienes ahí? -Cass se rió-. ¿Limpiaste los mostradores de las tiendas de cosméticos? ¿Qué es todo eso?

– Oh, diferentes productos para diferentes cosas. Crema de día con vitamina C, tiene un SPF 25. Crema de noche con vitamina E. Maquillaje. Champúes. Ya sabes.

Cass, que utilizaba una crema de cara multiuso -cuando se acordaba, que no era a menudo- y que había utilizado la misma marca de champú desde que era adolescente, sacudió su cabeza y tomó el frasco pequeño que Lucy le tendía.

– Aquí, ven al cuarto de baño y te la pondré.

– Lucy, puedo ponerme esta cosa cremosa bajo mis ojos. Asumo que ahí es donde va.

– No seas sabelotodo. -Lucy encendió la luz en el pequeño cuarto de baño, que era apenas lo suficientemente grande como para ambas mujeres-. Dame el pote.

Cass puso los ojos en blanco mientras Lucy le aplicaba la crema fresca y suave sobre su piel.

– Mira, no necesitas frotarla, simplemente necesitas esparcirla un poco.

– Correcto. Gracias. Me voy a dormir ahora.

– Cassie, ¿alguna vez has pensado que tal vez fuimos cambiadas al nacer? -Lucy agarró a su prima por el brazo y señaló el espejo que colgaba encima del lavamanos-. Te pareces tanto a mi madre, y yo tanto a la tuya. Tú tienes el cabello claro, y yo oscuro.

– Bueno, nuestras madres eran hermanas, Luce. Nosotros compartimos muchos de los mismos genes. -Cass miró fijamente el espejo. Ella y Lucy tenían un gran parecido-. Pero nunca me di cuenta de cuánto te pareces a mi madre. Y lo mucho que me parezco a la tía Kimmie, ahora que lo mencionas. Por supuesto, ya que nos llevamos por cuatro meses, hubiera sido difícil cambiarnos en el hospital, ¿sabes?

– Parece que la semejanza se hace más fuerte a medida que envejecemos, -señaló Lucy-. No es tan malo, después de todo, ¿verdad? Ambas eran impresionantemente atractivas.

– Seguro lo eran. La última vez que vi a tu madre, todavía se veía fabulosa. Sólo puedo soñar con tener tan buen aspecto cuando tenga su edad.

– Ella cuida bien de sí misma, aunque creo que le da demasiado el sol de Arizona. Te verás grandiosa, también, cuando tengas cincuenta si cuidas de tu piel. Oh… Tengo un corrector maravilloso que tienes que probar. Sencillamente borrará la inflamación y las líneas bajo los ojos. Te lo dejaré en el cuarto de baño para que lo uses en la mañana.

– Y dicen que el descanso es esencial, ¿cierto? Bueno, estoy lista para conseguir algún descanso.

– Bueno, entonces, haré mi cama y tú sigue delante y métete en la tuya. Tengo el presentimiento que vas a darle a la crema de ojos una dura prueba.

– ¿Estás segura que no puedo echarte una mano?

– Vete a la cama, Cassie. Te veré por la mañana.

– Muy bien. -Cass bostezó-. Lucy, me alegra que estés aquí. Y lamento que tengas problemas.

– Me alegro de estar aquí, también. Y en cuanto a mis problemas, bien, un poco de terapia puede ayudar. ¿Te molesta si hago algo con el sofá en el salón?

– Lo que quieras. -Cass se rió y se fue a la cama.

Abajo, con un pequeño bloc de notas en la mano, Lucy comenzó a planificar la decoración del bungalow. Si ella no podía ser feliz, al menos podía estar muy ocupada.

7

El Agente Especial del FBI Mitchell Peyton sólo quería una cosa ese viernes por la tarde: un ininterrumpido descanso de diez minutos para terminar su almuerzo.

Frunció el ceño cuando la quinta llamada telefónica en hilera le fue pasada. Bueno, se conformaría con cinco. Contó hasta diez, dejó el sándwich que había estado a punto de morder, y trató de de decirse que no recogiera el auricular.

Deseó poder hacerse a él mismo no contestar, sólo una vez.

– Peyton.

– Mitch, aquí John Mancini. ¿Tienes un minuto? -Como siempre, el jefe perdía poco tiempo en charla.

– Seguro.

– Ven abajo, entonces.

Mitch colgó y envolvió su sándwich -su favorito, rosbif y provolone con rábano picante en un crujiente pan de trigo integral- en el papel blanco de Andre's Deli utilizado para algunos de sus mejores trabajos. Puso la última obra maestra de Andre de nuevo en la bolsa en la que había sido entregado, y luego abrió el cajón inferior de su escritorio. No que alguien en su oficina se fuera con el sándwich de otra persona, por supuesto.

Sí, claro.

– Hay un montón de tiburones por aquí, -murmuró Mitch, y dejó el sándwich en el cajón abierto, luego tomó un largo trago de la botella de agua que estaba abierta en su escritorio antes de partir hacia el ascensor.

***

– Él te está esperando. Trata de no dejarlo extenderse más de ocho a diez minutos. Tiene una reunión con el director al mediodía, -Eileen Gibson, durante mucho tiempo secretaria de John Mancini, dijo sin alzar la vista de su computadora cuando Mitch entró en su oficina-. Hay café fresco. Acabo de hacerlo.

– Gracias, Eileen. -Se tragó el impulso de referirme a ella por el apodo que los agentes de campo la llamaban a sus espaldas “El pequeño General” Mitch se detuvo el tiempo suficiente para servirse una taza. Pasó por alto lo que sabía que el café le haría a su estómago vacío.

Golpeó con sus nudillos la puerta interior, y luego entró.

– Estoy al tiro contigo. Toma asiento. -Con una mano, John señaló vagamente en dirección a las sillas que estaban en el lado opuesto del escritorio desde donde estaba sentado, y con la otra, terminaba de garabatear cualquiera que fuese la nota que había estado haciendo entre medio.

Mitch dobló sus largas piernas mientras se sentaba en la silla más cercana a la ventana y sorbió su café.

– Bonito trabajo el que hiciste, cerrando el caso Kingsley, Mitch.

– Gracias. Tuve mucha ayuda.

– Cierto. Todo el mundo en el equipo es digno de elogio. Y será elogiado, oficialmente. Me ocuparé de eso en aproximadamente cuarenta minutos. Pero sí creo que fue tu investigación -y la informática- esas habilidades que unieron las piezas. Muy impresionante.

– Gracias, John.

– En realidad, hiciste un buen trabajo, y estoy tan impresionado, que voy a pedirte que investigues algo más para mí. -John Mancini se reclinó en su asiento. Con sus mangas de la camisa enrolladas y sus gafas colgando del bolsillo de su camisa, nadie sospecharía que él era el jefe de una unidad especial de investigación que funcionaba dentro del FBI-. ¿Sabes quien era Joshua Landry?

– Por supuesto. Es aquel escritor de crímenes verdaderos que fue asesinado el año pasado por uno de los tres asesinos que se encontraron en Pennsylvania e intercambiado listas negras. La clase de unos Forasteros en un Tren encuentran a Ted Bundy y amigos, si mal no recuerdo.

John asintió.

– Bastante cerca. Los tres se reunieron por casualidad en una habitación de detención en el palacio de justicia y estuvieron demasiado tiempo a solas sin supervisión. Al parecer, hicieron algún tipo de trato de matar unos por otros… cada uno de ellos golpearía a tres personas que en algún momento cabrearon a uno de los restantes. Ninguno jamás lo admitió, pero es bastante evidente que habían llegado a un acuerdo entre ellos. De todos modos, Landry se cruzó con uno de ellos hace algunos años y al parecer le había causado una tremenda impresión. La suficiente para que él fuera abatido a tiros en su granero una mañana el otoño pasado. Una vergüenza, de verdad. No sólo era un buen escritor, sino un inteligente investigador. Habría sido un tremendo agente, yo siempre lo pensé.

Mitch se sentó en silencio, esperando averiguar que tenía todo eso que ver con él.

– Una de las cosas que hizo Landry que lo distingue de otros escritores en el género era examinar casos abiertos, por lo general los más antiguos, fríos. Si los resolvía, escribía un libro sobre él. Más de una vez, nos entregó información o pruebas a nosotros o a los organismos locales encargados de hacer cumplir la ley, lo que ayudó a conducir a un arresto y condena. Él era un tipo bastante agudo.

– Debió serlo. -Mitch todavía se preguntaba.

– Estuve allí el día que fue asesinado. Pasé algún tiempo con su hija… ¿te mencione que tenía una hija? -John lo miró a través del escritorio.

– No, pero sé que vas a decírmelo.

John se rió.

– Hemos trabajado juntos demasiado tiempo, Mitch. Recibí una llamada de Regan Landry -que es la hija- esta mañana. Ella ha estado revisando los archivos de su padre las últimas semanas, organizando las cosas y todo eso, pensando en vender su casa. No me sorprende. Es una hermosa propiedad la que tenía, pero Josh fue asesinado allí. Supongo que echó a perder realmente todos los buenos recuerdos que ella podría haber tenido del lugar. De todos modos, me contó que revisó algunas cajas y encontró algunas notas de Josh hechas sobre el Estrangulador de Bayside. ¿Lo recuerdas?

– No tengo que recordarlo. Cada vez que pongo las noticias, oigo hablar de otro asesinato que se atribuye a un imitador del Estrangulador allá arriba en un pueblo de la costa de Jersey. Al menos, la última vez que lo oí, todavía sospechaban que era un imitador.

– Correcto. Esa es la versión oficial. Bueno, parece que Regan tiene cierta correspondencia del verdadero Estrangulador que fue escrita a su padre años atrás, así como algunas notas que Josh hizo que Regan no está segura de cómo interpretar. Ella piensa que pueden de alguna manera estar relacionadas con un antiguo caso. Me gustaría que hagas un viaje hasta allí -la granja Landry está justo fuera de Princeton- y revises lo que ella tiene. Si Josh tenía algo en sus archivos podría ayudar a identificar al original Estrangulador, ¿quién sabe? Tal vez podría conducir al asesino que trata de seguir sus pasos.

– Si tiene información sobre el Estrangulador de Bayside, ¿no debería ponerse en contacto con el departamento que investiga esos asesinatos recientes?

– Ella ha llamado el jefe de policía allí en Bowers Inlet varias veces, pero él no le ha devuelto su llamada. Por lo que creo que está implicado en una situación que es demasiado difícil para que trate con ella, así que no llama al escritor porque, oye, es tan sólo un escritor y lo que necesita no es más publicidad, sino unos pocos clientes potenciales.

– Eso es una gran suposición, John.

John asintió.

– Puede ser injusto, seguro. Pero he visto al jefe local en la televisión. Parece que está tratando de controlar las cosas, pero mi impresión es, que está agobiado. Mencionó en el Today Show que tiene un detective. Un detective, y todos estos cuerpos. Piensa en ello.

Mitch lo hizo. Él no envidiaba al jefe de policía que tenía que tratar de rastrear a un asesino múltiple con sólo un pequeño departamento y un detective.

– ¿Entonces…?

– Entonces te envío a examinar el papeleo de Josh Landry y ver si puedes encontrar algo allí que quizás arroje alguna luz sobre el caso.

– ¿No es más lógico enviar a un agente al lugar de los hechos y darles otro par de manos y ojos?

– Eso es lo próximo en mi agenda. -John entregó a Mitch una tarjeta de visita-. Aquí está el número de teléfono de Regan Landry y la dirección. Llámala y déjale saber que pasarás mañana. Yo ya le dije que enviaría a alguien, le dices que eres tú.

– Está bien. -Mitch tomó la tarjeta y se paró-. Debería saber después de un día más o menos si hay algo ahí.

– Bien. Esperaré tener noticias de ti, -dijo John-. Oh, y cuando salgas, dile a Eileen que localice a Rick Cisco y lo ponga en la línea.

***

Eran casi las diez p.m. cuando Mitch apagó la luz en su oficina y reunió el archivo que contenía la información acerca de Josh Landry que había impreso de Internet. El pasillo se extendía largo y tranquilo mientras avanzaba hacia el ascensor. Una luz se derramaba por la puerta de una oficina cinco puertas bajo la suya. Golpeó con sus nudillos en el marco y miró hacia adentro.

– ¿Estás casi listo? -Preguntó.

Rick Cisco alzó la vista de su escritorio, donde una resma de papel sobresalía de un grueso archivo.

– Casi. ¿Te vas?

– Sí. Pienso detenerme en Henry's por una cerveza camino a casa. ¿Quieres acompañarme?

– Necesito unos diez minutos más.

– Claro. -Mitch dejó su maletín en el piso y se dejó caer en la única silla de visitas.

– Tengo un par de cosas que quiero imprimir… -La atención del agente estaba centrada en la pantalla de su computador-. Salgo para Nueva Jersey a primera hora de la mañana y quiero informarme sobre ese caso.

– Déjame adivinar. Se te asignó el Estrangulador de Bayside.

– Sí. ¿Cómo lo sabes?

– Mancini insinuó anteriormente que iba a enviar a alguien a trabajar con la policía, justo antes de que le pidiera a Eileen que te localizara.

– Debe ser un caso interesante. -Rick se levantó y se inclinó sobre su escritorio para abastecer de nuevo el suministro de papel en la impresora-. Hablé con el jefe de policía de allí hoy. Ellos evidentemente tienen un lío en sus manos. Cuerpos acumulándose, sin testigos, sin sospechosos. Han descubierto muy poca evidencia. Este tipo ha sido muy, muy cuidado, en todo. Ha dejado muy poco atrás. Ni semen, ni saliva, ni sangre.

– ¿Huellas digitales?

– Están tratando de levantarlas de la piel de las víctimas… todas las victimas fueron estranguladas manualmente, pero ha sido difícil. Enviaron las impresiones a nuestro laboratorio, para ver si podemos conseguir algo utilizable. -Rick se sentó y golpeó la tecla imprimir y miró las primeras hojas de papel atravesar el mecanismo de alimentación antes de girar a Mitch-. Por supuesto, si no hay copias en los archivos que coincidan, no nos ayuda mucho en este punto.

– Ya, me dirijo a Nueva Jersey, también, y casualmente, mi asignación está relacionada con la tuya, aunque estoy seguro de que no será tan interesante. Voy a repasar los documentos de un escritor que puede haber recibido algunas cartas del Estrangulador de Bayside. El original. El verdadero. Sea como sea, que queramos llamarlo.

Mitch puso al corriente a Rick con la información que había recibido de Regan Landry cuando la había llamado esa tarde.

– ¿Y que obtuvo en los archivos que el FBI tiene que mirar? -Preguntó Rick.

– Ella dice que tiene un montón de notas que su padre había hecho y algunas cartas de alguien que afirma ser el estrangulador.

– ¿Por qué se habría puesto en contacto con un escritor?

Mitch se encogió de hombros.

– ¿Quién sabe? Sospecho que esa es uno de las cosas que averiguaré. No es tan emocionante como trabajar directamente en un caso de un asesino en serie, sin embargo.

– No sabría decirte. -Rick sonrió abiertamente-. ¿Has visto a Regan Landry?

– No

– Bueno, yo sí. Estuvo en uno de esos show de noticias de la mañana hace no demasiado tiempo.

– ¿Y…?

– Baja y dulce, guapa. Interesante cara. Mucho pelo rubio largo rizado y muy bien tomado, si mal no recuerdo. E inteligente. Ella se mostró como si fuera real, realmente inteligente. -Rick se paró y guardó el material impreso en el expediente, que se metió bajo el brazo.

– Bueno, veremos qué tan inteligente es cuando empecemos a revisar las notas de su padre. -Mitch siguió a Rick a la puerta y apagó la luz-. Sigo pensando que conseguiste el mejor trato, después de todo. No he tenido un buen caso de asesino en serie desde hace mucho tiempo.

– Tuviste ese tipo en California el año pasado, -le recordó a Rick, mientras se dirigían al ascensor.

– Sí, pero ese fue uno fácil. Algo me dice este va a ser mucho más complicado.

– ¿Qué te hace decir eso?

– Tienes dos posibilidades aquí. Uno, él es el verdadero estrangulador. Dos, que es un imitador. Si este es el tipo que ha estado alrededor por -¿qué, veintitantos años?- es bueno, Rick. Él es real, realmente bueno. ¿Dónde crees que ha estado todo este tiempo? Sabes que ha estado en algo… que no matan, y luego se detienen, para después comenzar de nuevo a menos que algo haya intervenido.

– Como tal vez una condena en prisión. -Rick golpeó el botón de bajar.

– Tal vez. Podría ser que obtengas un igual con esas huellas.

– Ya he solicitado que cualquier huella que encontramos sea rastreada a través de [5]NCIC con carácter prioritario.

– Y si él no ha estado en prisión, ¿dónde estuvo? -Mitch preguntó-. Y luego tenemos que considerar la posibilidad de que este tipo no es el verdadero perpetrador.

– El jefe de allá en Jersey -Denver es su nombre- parece pensar mucho en la posibilidad de un imitador.

– De cualquier forma, contarás con su trabajo para eliminar, -dijo Mitch cuando las puertas del ascensor se abrieron y entraron. Él golpeó el botón para el vestíbulo-. El estrangulador original o alguien siguiendo sus pasos, va a ser difícil de atrapar. Ha matado cuantas hasta ahora -¿tres?, ¿cuatro?- en un corto período de tiempo, y nadie tiene una pista en cuanto a quién es o cómo es.

– Y no se hará más fácil mientras más tiempo pasa. De acuerdo con Denver, cada día más gente va a la ciudad para la temporada de verano.

– Si eres el asesino, -señaló Mitch-, es una buena noticia. Más sospechosos potenciales de la ley para eliminar, menos calor para ti.

– Si eres el asesino, es una gran noticia. Cuanta más alta sea la población, más posibles víctimas se añaden a la piscina. No hay forma de decir cuan alto sería el número de muertos antes de que lo encontremos.

Los dos hombres se bajaron del ascensor y firmaron en la mesa principal en el vestíbulo.

– Te encuentro en Henry's, -dijo Mitch, mientras salían por la puerta trasera al estacionamiento. Su coche estaba tan sólo a diez lugares a la izquierda, Rick estaba un poco más adelante en el lote.

Mitch desbloqueó la puerta lateral del conductor, pensando en los archivos que lo esperaban en la granja de Landry y en la posibilidad de que hubiese algo que pudiera ayudar en la búsqueda de un asesino.

Al mismo tiempo, Rick abría electrónicamente su propio coche, preguntándose cuan alto iría la cuenta antes de que el asesino fuese detenido, y cuánto tiempo se necesitaría antes de que fuera localizado.

8

– ¿Por qué estás vestida así? -Cass se detuvo justo en el interior de la puerta principal mientras Lucy iba bajando los escalones.

– Cassie, es viernes por la noche. -Lucy dejó su bolso en una silla y se inclinó para apretar una correa en su sandalia-. ¿No son lindas?

Lucy levantó su pie y lo meneó, mostrando las flores rosadas que corrían a lo largo de los dedos de los pies.

– Las compré en esa pequeña tienda en la Ruta nueve esta mañana.

– Sí, son verdaderamente lindas, pero no entiendo por qué las llevas puestas, o por qué estás vestida así. -Cass pasó por delante de ella a la cocina, donde levantó la tapa de una olla-. Ummm. Sopa de fideos de pollo. Eso es grandioso, Luce, gracias. Acabo de morir.

– Bueno, esperemos que te reanimes pronto. Es el picnic en la playa de los Clarks esta noche.

– ¿Qué? -Cass frunció el ceño y se sirvió sopa en un tazón.

– Los Clarks. ¿Cathy y Eddie Clark? ¿Estaban en la clase de mi mamá en el Regional? ¿Poseen el puerto deportivo cerca de la laguna?

– ¿Y?

– Ellos invitaron a todos los que han vuelto para la entrega de la nueva escuela secundaria a una gran fiesta, que es esta noche. Debería ser un grupo bastante animado, ya que la reunión de todas las promociones de la vieja escuela secundaria es la semana que viene. Sé que recibiste una invitación, como todo el que alguna vez fue a la Regional.

– Lucy, estoy en medio de una investigación de una serie de homicidios. Cuatro mujeres han muerto en la última semana. He estado haciendo doble turno durante casi una semana ya. Estoy agotada. Necesito dormir. Necesito estar despabilada mañana. El FBI ofreció enviarnos algo de ayuda y él llegará por la mañana para una reunión informativa. Un agente. Los cadáveres se están acumulando, sin sospechosos, y nos envían un agente. -Ella hizo una mueca-. Supongo que no debería quejarme, después de todo. Al menos habrá otra persona para ayudarme a compartir la carga. No que tenga ganas de compartir mi caso con los federales, pero a veces sólo tienes que tragarte el orgullo, ¿sabes? Necesitamos ayuda. Necesito ayuda. Yo podría matar a Spencer por irse de la forma en que lo hizo, pero no está. De todas formas, me gustaría estar coherente cuando tenga que sentarme y hablar con ese tipo.

Se frotó los ojos con las palmas de las manos.

– Dios, espero que no sea un imbécil. -Cass suspiró profundamente-. En cualquier caso, la última cosa que tengo ganas de hacer es ir a una fiesta.

Cass se comió varias cucharadas de sopa antes de levantar la mirada del tazón, para encontrar a Lucy contemplándola.

– ¿Qué? -Preguntó-. Mira, no hay ninguna razón por la que tú no puedas ir. No tienes que quedarte en casa y hacerme de niñera. Estaré dormida antes de que mi cabeza golpee la almohada. Ni siquiera sabré que has ido. Además, son casi las nueve. ¿No crees que todas aquellas almejas ya habrán sido asadas?

– No puedo ir sola, Cass. No he visto a estas personas en cien años. Nadie hablará conmigo.

– ¿Por qué querrías ir a una fiesta donde nadie va a hablar contigo?

– Lo harían si estás conmigo. Tú todavía vives aquí, conoces a todo el mundo. La gente hablará contigo.

– La cuestión es, ¿por qué quieres ir?

– Yo sólo… No sé, quiero sentirme vinculada a algo, supongo. -Lucy se sentó en la silla enfrente de Cass, apoyó sus codos sobre la mesa, y descansó su barbilla en sus manos-. Me siento tan… tan…

– Escúpelo, Luce.

– Me siento como si no perteneciera a ningún lugar ahora mismo. No me siento como si siquiera tuviera un hogar ya. La rata bastarda de mi marido me lo quitó. -Sus ojos se inundaron de lágrimas y su labio inferior tembló-. Todos en el pueblo deben saber lo que ha estado pasando. Siento como que no tuviera nada más ahora. Siento que he perdido todo.

Lucy rasguñó su esmalte de uñas.

– ¡No!, -le dijo Cass-. Acabas de pagar por esa manicura.

– Cierto. -Lucy juntó sus manos-. De todos modos, si no pertenezco allá, tengo que pertenecer a algún sitio. Tenía la esperanza de que fuera aquí. Esperaba, oh, no sé, que tal vez vería a algunos de mis viejos amigos y volvería a contactar con ellos. Quizá podría comenzar a construir una vida para mí lejos de Hopewell. Tal vez traer a los niños aquí a vivir conmigo -no aquí, a esta casa, yo conseguiría una propia- pero aquí en Bowers Inlet. Tal vez incluso podría conseguir un trabajo.

– ¡No -oh- un trabajo!

– Muy gracioso. Hay cosas que yo podría hacer. Sencillamente no he trabajado en mucho tiempo porque… bien, había niños, y luego… bueno, yo no tenía que hacerlo. David siempre me dio una muy generosa asignación. Diré eso del hombre.

Lucy cruzó sus piernas bajo la mesa y Cass podía sentir la brisa leve provocada el pie por su prima, que saltaba de nervios y tensión.

– Tienes razón, no hay duda. Estás cansada, y soy una perra totalmente desconsiderada, inmadura y egocéntrica que ni siquiera te toma en cuenta. Lo siento. Sólo estaba pensando en mí misma.

Lucy forzó una sonrisa, luego se levantó y acarició a Cass en la espalda.

– Termina tu sopa, y luego sigue con lo tuyo y vete a dormir. Subiré y me cambiaré. Siento no haber sido más considerada. No sé lo que estaba pensando. -Ella trató de despejar el ambiente-. Bueno, por supuesto, obviamente no pensaba. De verdad lo siento.

Lucy comenzó a enjuagar los vasos en el fregadero. Sus hombros estaban tiesos y tensos. Cass podría decir incluso mirando su espalda que Lucy estaba tratando de no llorar.

– Lo lamento mucho. Lamento no darme cuenta de lo difícil que esta situación ha sido para ti.

– Creo que has tenido otras cosas más importantes en tu mente.

– Bueno, mira, Luce, que tal si vamos por una hora. ¿Te contentarías con sólo una hora? Sinceramente no creo durar mucho más que eso.

– Está bien. En serio. Deberías irte a la cama.

– Oh, maldición, Lucy. -Cass terminó lo último de la sopa-. Puedo cambiarme en un instante.

– ¿Estás segura? No tienes que…

– Estoy segura. La sopa me revivió. Además, -Cass señaló los apretados pantalones capri rosa de Lucy-, no podemos dejar que se malgasten.

– Bueno, ¡vale! Regresaré a casa al momento que me digas que estás lista para irte, te lo prometo. -La cara de Lucy se iluminó-. Ahora, corre arriba y date una verdadera ducha rápida mientras yo ordeno la cocina un poco.

– Bajaré en veinte minutos.

– Subiré en quince a arreglarte la cara.

***

Hubo un número sorprendente de gente que todavía estaba de pie alrededor de la barra en la tienda que había sido erigida en el patio trasero de los Clarks para celebrar las festividades en torno a la demolición de la vieja escuela secundaria y la entrega de la nueva. Más allá de la tienda, un muelle de madera, de color gris degradado, separaba la parte de atrás de la propiedad de la bahía.

– Oye, Cass. Aquí, -alguien llamó cuando Cass y Lucy entraron en la tienda.

Cass dio un codazo a Lucy.

– Esa es Connie… ¿la recuerdas del baloncesto?

– Claro. -Lucy asintió, y luego le hizo señas-. ¡Hola, Connie!

– ¿Es aquella Lucy Donovan? Por Dios, chica, ven derechito para acá…

Cass ordenó un agua mineral y lima para ella y una cerveza para Lucy al joven camarero, y se unió a la conversación con varios antiguos compañeros de clase.

– No puedo creer que seas policía, -alguien en el grupo bromeó-. ¿No eras tú la que solía sacar a escondidas cervezas de aquel refrigerador en el sótano de tu tía e ibas a sentarte en el muelle y te las bebías?

– Era Lucy, -Cass negó con cara seria.

– Mentirosa, mentirosa, te va a crecer la nariz. -Lucy se rió-. He oído eso.

Cass pasó varios minutos admirando las fotografías de niños de antiguos amigos, poniéndose al día con compañeros que se habían marchado y regresado para la semana de festividades. No se dio cuenta de que tanta gente había llegado a involucrarse con esa cosa vieja escuela-nueva escuela. Para ella, era poco más de un viejo edificio cayendo, y uno nuevo levantándose. Pero por otro parte, ella no era tan sentimental como muchos.

Los recientes asesinatos fueron el principal tema de conversación, igual que quién sospechaba ella podría ser, pero como la velada se extinguía, la charla se hizo ligera, menos intensa, más personal. Señalándole a Lucy su reloj, Cass dejó en claro que era hora de irse. Fiel a su palabra, Lucy se despidió y tomó el brazo de Cass.

– Eres la mejor, ¿sabes? -Lucy le dijo-. Lo pasé tan bien. Fue divertido verlos a todos de nuevo, no sé por qué no me mantuve en contacto con las chicas. Gracias, Cassie. Te lo debo.

– Llévame a casa y estamos a mano. -Cass le lanzó las llaves del coche y Lucy las agarró con una mano.

– Pobre Cassie, cazando asesinos en serie de día, siendo arrastrada por la ciudad por su prima egoísta y chiflada de noche. -Lucy se puso detrás del volante del coche de Cass y deslizó la llave en la ignición-. Dios te recompensará por tu buena acción.

– Espero que con una buena noche de sueño.

***

Aquí y allá, en todas partes de la tienda o alrededor de la barra, compañeros de clase se habían reunido para ponerse al día con sus vidas. Justo en el interior de la tienda, un grupo de hombres de mediana edad estaban reunidos en una mesa redonda. Habían pasado la mayor parte de la noche hablando de los viejos tiempos, y poniéndose un poco al día también. Muchos de ellos se habían quedado lo suficientemente cerca las ciudades de la costa para volver cada verano con sus propias familias, a menudo volviendo a las mismas casas en las que habían crecido. Algunos todavía vivían en esas ciudades. Otros habían dejado la costa de Jersey para buscar fortuna en otros lugares.

En grupos de tres y cuatro, se esforzaban por ser escuchados por encima de la música, que era más alta cerca de los altavoces.

– Howard, ¿qué está haciendo tu hermana estos días?

– Oye, Ebberle, ¿es tu Corvette el que está estacionado ahí fuera? ¿Estás tratando de recuperar tu juventud o qué?

– ¿Viste a Debbie Ellis? ¿Creen que se hizo un lifting?

– Echa un vistazo al pedrusco que la joven esposa del viejo Paulie luce. Sabes que nunca le dio a Patsy una piedra así de grande…

Él se encontraba a medio camino entre la mesa y la barra, escuchando a algunos ociosos charlando, cuando la vio, y su corazón dejó de latir en su pecho.

– … por lo que dije, escucha, Hal, me puedes dar un mejor trato que ese por ese barco. Tú sabes que ha estado en dique seco por… Oye, amigo, ¿Estás bien?

Su compañero le dio un toque en la espalda.

– Te has quedado blanco como una hoja, como si hubieses visto un fantasma.

El amigo siguió su mirada a través de la barra.

– ¿Estás mirando a la muchacha de Bob Burke? Sí, ella es policía aquí en Bowers Inlet ahora. Y condenadamente buena, también. He oído que ha ganado todo tipo de elogios. Vive en la antigua casa de Marshall en Brighton, la vieja señora Marshall se la dejó a ella y a su prima.

– Es hermosa. Se parece tanto a su madre. -Él de alguna manera logró sacar las palabras.

– Oh, no, no. Estás mirando a la otra muchacha. Esa es la prima, la hija de Kimmie Donovan. Debes recordar a Kimmie si recuerdas a Jenny. ¿Las hermanas Marshall? Ellas iban unos diez, tal vez quince años, más o menos delante de nosotros, no recuerdo exactamente. Kimmie se casó con Pete Donovan… ¿él que corría coches los domingos por la noche en la laguna Lane?

Él no podía apartar sus ojos de ella.

– Pero tienes razón, hombre, es increíble como la muchacha de Kimmie se parece a Jenny. Es todo ese pelo oscuro. Muchacho, era guapa, esa Jenny Marshall. Es una lástima, no fue ella, ella y Bob… ellos tenían a otra hija que fue asesinada, también. Bastardo. Aniquiló a toda la familia, o lo intentó. Cassie tuvo la suerte de salir de allí con vida, eso es seguro. Maldita sea. Espero que el cabrón de Wayne Fulmer se pudra en el infierno por lo que hizo a esa familia. Oí que murió unos diez años atrás, todavía en prisión. Cáncer de estómago, oí. Espero que sufriera. Espero que sufriera horrorosamente. Él no recibió el castigo que merecía, sí me preguntas. -El compañero tomó un largo trago de su cerveza.

»Ellos deberían habérnoslo entregado a nosotros, ¿sabes? Habríamos sabido que hacer con aquel bastardo, después lo que les hizo a Jenny y Bob y a esa niña suya. Muchacho, fue un verano para recordar, ¿no? Primero ese demente de Fulmer se vuelve loco y casi acaba con los Burkes, luego todas esas mujeres asesinadas. Maldito Estrangulador de Bayside. -Tomó otro trago de su cerveza-. Tremendas cosas para que la ciudad sea recordada, ¿verdad? Y ahora es un déjà vu de nuevo, como dicen. Le dije a mi hija que no vaya a ningún lugar sin otras tres o cuatro chicas y un par de chicos, mientras estamos aquí. Uno nunca sabe lo que ese cabrón puede estar pensando…

Había murmurado un acuerdo. Sí, sí, por supuesto, el hombre que había sido declarado culpable de asesinar a la familia Burke lo había tenido fácil. Sí, sí, morir de cáncer era demasiado bueno para él. Debería pudrirse en el infierno. Sí, es una locura que alguien ande por ahí actuando como el estrangulador. Sí, no se puede ser demasiado cuidadoso…

Él apenas escuchó una palabra, apenas supo lo que estaba diciendo.

Se despidió, luego se apresuró hacia el estacionamiento. Lo último que vio de ella fue el oscuro pelo largo, mientras subía al coche.

Él estaba en las sombras viendo su coche alejarse, su corazón latiendo con fuerza y sacudiendo sus rodillas, deseándola.

El coche giró a la derecha en la señal «stop» y desapareció en la noche. Pero todo estaba bien, se dijo.

Ella no sería difícil de encontrar.

9

Rick Cisco no está seguro de lo que esperaba encontrar cuando llegó al Departamento de Policía de Bowers Inlet, pero no era la bienvenida que le habían dado. Café fresco, bollos dulces frescos, y un cálido apretón de manos del Jefe Denver lo había hecho sentir como si hubiese entrado en la Dimensión Desconocida. Se preguntó si pasaba alguna otra cosa en Bowers Inlet que no le habían dicho. [6]Como seres que viven en vainas y toman las identidades de los lugareños. No podía recordar haber sido recibido jamás tan amablemente por una agencia local. Por lo general, su entrada en un caso llegaba por medio de algunas presiones y empellones y era acompañado de quejas y miradas asesinas. Nadie quería que el FBI participara en sus casos.

Se sentó en la silla ofrecida por el jefe, y esperó que el otro zapato se dejara caer.

Unos minutos más tarde, se produjo un golpe en la puerta, y él se giró para ver una esbelta mujer con el pelo color canela a la altura del mentón e inquietos ojos de policía. Ella vestía vaqueros y una camiseta blanca con las mangas enrolladas, y él sospechó que ella podría ser el otro zapato.

El Jefe Denver hizo las presentaciones.

– Detective Cassandra Burke, conozca al agente especial Eric Cisco. El Agente Cisco va a trabajar con usted en los últimos homicidios.

– Estupendo. -Ella le sonrió.

– Es Rick, -le dijo, preguntándose si la sonrisa era para su beneficio o el del jefe. Calculó que lo averiguaría bastante pronto.

– Cass, -respondió, la sonrisa todavía en su lugar-. Ojala que dos cabezas sean mejor que una.

– El Jefe Denver acaba de decirme que ha recuperado muy poca evidencia

Ella asintió, todo trabajo ahora, la sonrisa era historia.

– Es un pequeño bastardo astuto. Sabe lo que hace, no cabe duda. Nos figuramos que observa a sus víctimas unos cuantos días antes de atacarlas; siempre parece saber cuándo su objetivo será más vulnerable. Está escogiendo a mujeres que tienen un patrón de estar fuera por la noche. Él sabe exactamente dónde estará, y en qué momento.

– Él atrapó a una mujer justo fuera de su propio camino de entrada, -intervino Denver-. Ella trabajaba por turnos en un lugar de comida rápida y al parecer fue recogida aparentemente no bien llegó a casa. Un compañero de trabajo la dejó frente a ella, pero ella nunca llegó a entrar.

– ¿Usted comprobó al compañero de trabajo?

– Una chica de dieciocho años que llegó a casa a los diez minutos de dejar a la víctima, -dijo Cass.

– ¿Nadie escuchó nada, o vio algo? -Preguntó Rick.

– Nadie se presentó si lo hizo, -Cass le dijo-, y tan asustada está como todo el mundo ahora mismo, que tiendo a pensar que si alguien tiene información, lo sabríamos.

Rick se volvió al jefe.

– Asumo que tiene más hombres en la calle por la noche.

– Tengo todos mis coches en la calle, veinticuatro horas al día. Pero sólo tengo algunos oficiales, Agente Cisco, -explicó Denver-. Estamos trabajando día y noche en este caso, pero él sencillamente no nos ha dado mucho con que trabajar.

– ¿Le gustaría revisar los archivos? -Cass preguntó.

– Sí, gracias. Eso es un buen lugar para comenzar.

– Detective, ¿le muestra al Agente Cisco donde puede colgar su sombrero mientras está aquí? -el Jefe Denver empujó su silla hacia atrás y se puso de pie.

– Claro. -Cass se puso de pie también-. Si terminamos aquí, podemos empezar ahora mismo.

– Grandioso. -Rick tomó la mano que el jefe le extendió-. Gracias. No siempre recibo una agradable acogida.

– Las mujeres se están muriendo en mi ciudad, Agente Cisco. Quiero que se detenga. Aceptaré cualquier ayuda que pueda obtener, dondequiera que pueda adquirirla. Quiero que este bastardo atrapado.

– Haré todo lo posible. -Rick asintió y siguió a Cass fuera del cuarto.

Ella lo condujo pasillo abajo y entró una pequeña habitación que estaba llena con dos escritorios de madera vieja, uno de los cuales parecía desnudo salvo el teléfono, una libreta amarilla jurídica, y una solitaria pluma. Ella se detuvo junto al otro escritorio, que estaba hasta los topes con archivos y documentos.

– Necesitará una silla, -murmuró, sobre todo a ella misma, entonces volvió a salir por la puerta.

Momentos después regresó, haciendo rodar una vieja de cuero en unas ruedas inestables.

– Lo siento, -le dijo-, pero fue todo lo que pude encontrar. Si se tambalea demasiado, podemos cambiar. No me molesta.

– Estará bien. -Él hizo rodar la silla detrás del escritorio y se sentó en ella.

– ¿Por dónde quisiera empezar?

– Con la primera víctima.

– Bien. -Cass revolvió en varios archivos-. Linda Roman fue nuestra primera victima. Aquí está lo fundamental.

Le entregó una copia del informe que ella misma había presentado. Él lo repasó rápidamente.

– A principios de los treinta… casada… un niño. No se le conoce enemigos, nadie acechándola… -Pasó a la segunda página-. Encontrada cerca de un riachuelo, al parecer pocas horas después de haber sido asesinada…

– Aquí están las fotos de la escena.

Rick puso el informe a un lado del escritorio y recogió la foto de arriba.

– Se ve como si hubiese sido colocada, -señaló-. Esta no es una posición natural, los brazos sobre la cabeza justo así. Las piernas dobladas en ese ángulo.

Cass le entregó otro montón de imágenes.

– Víctima número dos. Lisa Montour.

Él la estudió por un momento, luego dijo:

– La misma edad, mismo pelo. La misma postura.

Él la miró.

– ¿Número tres?

– Toni DeMarco. -Ella deslizó un paquete de fotos de la escena del crimen a través del escritorio, luego un segundo-. Y esta es Yvonne Hunt, la número cuatro.

– Tan parecidas que podrían superponerse la una a la otra, -murmuró-. Él está reviviendo algo. Recreando una escena. La mujer incluso se ve igual. Misma edad, mismo tipo de cuerpo. Y todo ese pelo oscuro. Note cómo en cada imagen el cabello está expuesto en abanico…

– Lo observamos, Agente Cisco. -Hubo un poco de almidón en su voz ahora, como si la hubiera ofendido. Se preguntó si ella había estado esperando sentirse ofendida.

Bueno, él había estado esperando eso, que un poco del resentimiento, emergiera finalmente. Iba a cortarlo de raíz en ese momento.

– Estoy seguro de que lo hizo. Y es Rick. Si vamos a estar trabajando juntos, mantengámoslo informal, ¿está bien?

– Seguro, -contestó ella secamente.

– Mira, vamos a dejarlo claro. No estoy aquí para quitarte tu caso, ni para tratar de hacértelo pasar mal, ni para quitarte el protagonismo. Fui asignado a venir aquí y echar una mano. Y eso es lo que me propongo hacer.

– ¿No te consideras en el papel principal, ahora que estás aquí? ¿No sientes la necesidad de estar a cargo?

– No. Hasta que me digan otra cosa, nos considero iguales. Compañeros. Pero ya que has estado en este caso desde el primer día, estoy dispuesto a seguir tu ejemplo. ¿De acuerdo?

Ella lo estudió con ojos marrones que eran casi demasiado grandes para su cara.

– De acuerdo. Bien. Aceptaré tu palabra. -Ella se sentó en su silla, una sonrisa sardónica tiró una esquina de su boca-. No es que haga ninguna diferencia.

– Lo hace, Cass. Sé que la Agencia tiene la reputación de a veces entrar y ser agresivos con los locales. Yo no funciono de esa manera. Mi unidad no funciona de esa manera. Ayudaré tanto como pueda, y haré todo lo que pueda para trabajar contigo. Tenemos recursos que no tienes y usaremos tanto como necesitemos o todos ellos, sin importar lo que se necesite para realizar el trabajo. Pero no me apoderaré de tu caso y no trataré de joderte para tener la gloria cuando atrapemos a este tipo. -Rick se recostó y estudió su rostro-. Y lo conseguiremos, tú y yo.

– Espero que tengas razón. -Le devolvió su mirada un largo momento, luego dijo-: Bueno, ahora que hemos sacado toda la mierda territorial obligatoria del camino, volvamos a trabajar.

– Volviendo a nuestras víctimas, entonces. Sólo dame uno o dos minutos para leer el informe del forense… -Examinó la información.

Dio vuelta las páginas con tanta rapidez, que se preguntó si realmente había leído alguna de ella.

– Los informes de la autopsia revelan todos los clásicos signos de asfixia. Petequia en los ojos, roto el hueso hioides en la garganta… y, por supuesto, los reveladores moretones alrededor del cuello. -Él ubicó las fotos de las cuatro víctimas una al lado de la otra en el centro del escritorio-. ¿Alguna otra lesión?

– Lisa Montour tenía roto el dedo índice de su mano derecha. Aparte de hematomas vaginales, y signos de la violación, no había otras lesiones. -Ella reposó sus codos sobre su escritorio-. Y no, nada de semen, debe haber utilizado un condón cada vez. No hay marcas de mordedura, ni saliva, ni nada. Estamos tratando de ver si las huellas pueden ser levantadas de la piel de las víctimas, pero aún estamos esperando.

– ¿Ningún otro rastro?

– Algunas fibras en la ropa de cada una, algunas fibras de alfombra gris, probablemente desde el maletero del coche en que las transportó, pero es tan genérico que no es de ninguna ayuda. Sabemos que fue de un vehículo GMC fabricado entre 1998 y 2003, pero no lo han estrechado más puntualmente que eso.

– ¿Tu persona del laboratorio es buena?

– Es muy buena. Podemos reunirnos con ella el lunes, si lo deseas.

– Perfecto. -Él echó un vistazo al informe de laboratorio otra vez-. ¿Qué es ese rastro encontrado en el pelo de las tres primeras víctimas?

– ¿Los hilos? No estamos seguros. Eso es algo que le preguntaremos a Tasha el lunes. Ella estaba tratando de analizarlo, pero con el hallazgo de otro cuerpo, tuvo que dejar de lado las fibras.

– Me interesaría ver de qué se trata. -Metió los archivos que ella había hecho para él en su maletín-. Me gustaría ver la escena del crimen, si pudiera. Me doy cuenta de que es fin de semana, si tienes otros planes sólo dímelo…

– No. No tengo planes. No me importa. Además, siempre es bueno recorrer una escena del crimen después de los hechos. A veces ves cosas que podrías haber perdido la primera vez.

***

Era casi la una de la tarde cuando Cass se desvió al costado de la bahía de Lane y aparcó su coche. Ellos ya habían caminado por los pantanos donde el cuerpo de Linda Roman había sido encontrado, estado en el callejón donde Lisa Montour había sido abandonada, y visitado el solitario tramo de playa donde Toni DeMarco había sido descubierta.

– Aquí es donde fue hallada la última víctima, -dijo Rick mientras salía del coche-. Ya hemos fotografiado todo, así que no tienes que mirar por donde caminas.

Rick abrió la puerta y salió hacia la suave arena del arcén.

– Probablemente conseguiste algunas buenas impresiones por aquí, con lo suave que es la arena, -comentó.

– No tan buenas como podrías pensar. Es suave ahora, ya que llovió ayer por la mañana y ha estado nublado desde entonces. El día que la encontraron, estaba la arena compactada.

Él la siguió por el costado de la carretera.

– Este camino no parece ser muy transitado. ¿Hay más tráfico por aquí durante la semana?

– Para nada. Conduce a los restos de un antiguo faro. Casi nadie viene por aquí ya. Es posible ver a algunas personas sacando cangrejos por el muro, pero no por la noche. El muelle fue desmontado unos cuantos años atrás… estaba tan deteriorado, que era un peligro en potencia. No hay casas por aquí, es demasiado pantanoso para construir. No es una playa agradable, el agua llega hasta el pantano por aquí. Por lo tanto, no hay muchos motivos para estar aquí, especialmente por la noche. -Se detuvo y señaló el suelo-. Aquí es donde la encontramos. Viste las fotos, sabes que fue plantada al aire libre.

Rick contempló el lugar donde el cuerpo de Yvonne Hunt había sido encontrado.

– Le habría tomado unos minutos haber conseguido justo esa pose, ¿no te parece? -Preguntó-. Debe haberse sentido bastante seguro de que nadie vendría mientras lo estaba haciendo.

– Piensas que debe ser local.

– ¿Un extraño sabría que este es un camino que no va a ninguna parte? ¿Alguien desconocedor de la zona correría el riesgo de ser visto por tomarse el tiempo que habría necesitado para ponerla de la forma en que lo hizo?

– Me lo pregunté, también. De hecho, se lo mencioné al jefe. Pero antes de empezar a pensar que esto estrecha el campo, debes saber un par de cosas. En primer lugar, durante la temporada, nuestra población aumenta en gran medida. Recuerda que somos una ciudad costera. Recibimos una gran cantidad de inquilinos a partir del fin de semana del [7]Día de los Caídos. Los inquilinos y los veraneantes bajan en junio y permanecen exactamente hasta septiembre. Y ten en cuenta, que un montón de gente ha alquilado aquí durante años. Añade a todo eso el hecho de que hay una gran reunión de la escuela secundaria la próxima semana, y tienes a muchas personas que conocen muy bien las pautas de tráfico.

– ¿Qué reunión anual es? -Preguntó.

– De todos los cursos. Acaban de construir un nuevo instituto, y demolieron el antigua. Así que tenemos gente que viene de clases desde la década del 1930 pasando hasta la última clase del año.

– Fenomenal, -masculló-. No hay mucha posibilidad de reducirla, ¿cierto?

– Podemos tal vez eliminar ciertos años. Quiero decir, dudo que nadie más allá de la edad de, digamos, sesenta y cinco o algo así habría sido lo suficientemente fuerte como para dominar a nuestra última víctima. Ella había estado tomando lecciones de karate cerca de cuatro meses, por lo que tenía algunas capacidades básicas en autodefensa. Alguien demasiado viejo la habría tenido difícil con ella. Yo habría esperado ver más heridas defensivas en ella. Como sabes, no había ninguna.

– Quizás deberíamos hacer venir a uno de nuestros perfiladores, lograr entender un poco a este tipo, conseguir algunas ideas en cuanto a por qué él hace lo que hace.

Cass se encogió de hombros.

– Por mí bien.

– Llamaré y veré qué podemos arreglar. Quizás podemos traer a alguien aquí a principios de la semana. Esperemos que para entonces sepamos que es el rastro de fibra, los hilos encontrados en el pelo de la victimas.

– ¿Piensas que podría ser importante para el perfil?

– Creo que sea lo que sea, forma parte de lo que necesita hacer para que esto funcione para él.

– Su firma.

– Sí. Creo que sea lo que sea, tiene que ver con su firma.

– ¿Quieres mirar alrededor un poco más? -Ella gesticuló imprecisamente.

– ¿Qué hay detrás de este camino? -Rick ladeó su cabeza hacia la derecha.

– Es un refugio de aves.

Rick apartó los juncos que crecían cerca a la carretera y se internó más lejos en el pantano. Cass apoyó la espalda contra el coche, esperando que regresara. Hacia dos días había caminado toda la longitud de la valla que cercaba el refugio de aves. Sabía que él no encontraría nada de interés allí.

– ¿Algún otro camino? -Preguntó mientras caminaba hacia ella.

– Existe un camino de tierra casi a una media milla hacia la carretera. Serpentea por el pantano, una especie de curva, y luego surge de nuevo en el lado opuesto.

– ¿Cuál es la principal atracción?

– ¿En el santuario? -Ella lo pensó, luego respondió-: Supongo que los miradores son muy populares durante la época de migración… justo estamos llegando al final de uno de ellos. El grueso de las migraciones de aves -a mediados o finales de abril hasta mediados de junio-, luego de nuevo al comienzo del otoño. Se espera una gran cantidad de aves el día de Año Nuevo cada año. Y hay una cabina donde se pueden comprar libros de aves, silbato de aves, ese tipo de cosas. Puedes viajar en tu coche, seguir la curva, o puedes parar en los puestos de observación. Hay varios de ellos. Lugares donde puedes salir de tu coche y caminar por una especie de tablado de madera hasta el pantano.

– Suena como si lo conocieras bien.

– Mi madre era parte del grupo que presentó una solicitud al estado para establecer el santuario. Era su lugar favorito. Pasó mucho de su tiempo libre, formando guías, recorriendo a pie los pantanos en busca de pájaros heridos, rastreando aves raras y fotografiándolas. Incluso trabajó en la tienda de regalos cuando estaban faltos de personal, aunque ella prefería más estar fuera.

– Ella suena bastante a una chica de la naturaleza.

– Sí, lo era.

– ¿Era?

– Murió cuando tenía seis años.

– Lo siento.

– También yo. ¿Hay algo más que quieras ver?

Rick miró alrededor, y su mirada regresó al refugio de aves.

– Creo que me gustaría conducir por ese bucle en el camino de vuelta, si te sobran unos pocos minutos más.

– Claro.

Cass entró en el coche y lo arrancó, esperando mientras Rick se abrochaba su cinturón de seguridad antes de hacer una vuelta en u en medio de la carretera. Condujo la media milla, luego tomó a la derecha en un camino de tierra con surcos.

– Sería bonito si el condado o el estado pudieran persuadirse a pavimentarlo uno de estos días, -dijo cuando se detuvo delante de la larga puerta de madera que se extendía a través del camino.

– ¿Está cerrada con llave? -Preguntó Rick.

– No, estoy segura de que sólo está cerrada. Mucha gente viene aquí. Se puede ver por las marcas de neumáticos que hay una gran actividad en los últimos días desde que llovió.

Rick salió del coche y caminó hacia la puerta. La levantó y la movió a un lado. Cass arrancó el coche y él volvió a entrar.

Manejó en silencio durante unos minutos, por el camino sinuoso lentamente, dividiendo el área preservada en dos, las salinas a un lado y la tierra más firme del pantano al otro.

– Ahí hay uno de los miradores. -Señaló una estructura de madera asentada rodeada de altos juncos y totora-. Se encuentran por todo el pantano, por lo que si son las aves de pantano las que te interesa, podrías pasar algún tiempo allí.

Señaló varios miradores más a lo largo del camino.

– Ese fue llamado por mi madre, -le dijo cuando se detuvo en la parte superior del bucle-. Mira hacia la bahía. Una vez durante las migraciones en primavera, -cuando las aves vuelan desde Sudamérica hasta el Ártico- me llevó con ella para ver a las aves engullir los huevos de cangrejo herradura en la playa allí. No es tan dramático como lo es en la bahía de Delaware, pero es ciertamente algo que ver. Al menos a la edad de seis años. Todas estas aves bajando en picado, gritando y riñendo…

Se sentó en silencio por un momento, luego siguió conduciendo, pero no antes de que él viera el letrero al lado de la carretera. Dedicado a la memoria de Jenny Burke, cuya incansable labor ayudó a convertir un pantano en un santuario.

– ¿Viste suficiente?, -Preguntó.

Él asintió.

– Creo que sí.

Ella aceleró, dirigiéndose a la salida, luego se detuvo para saludar con la mano a un coche entrante, a continuación, condujo hacia la puerta.

El conductor del otro automóvil redujo la marcha hasta detenerse cuando Cass pasó, mirando en su espejo retrovisor por detrás de las gafas oscuras, mientras ella sorteaba el camino de tierra lleno de baches.

Ella no tenía forma de saber que él se sentaría y miraría fijamente detrás de ella hasta que su coche hacia mucho que había desaparecido.

10

– Hola, pensé que no ibas a trabajar en todo el día.

Lucy, que estaba sentada en el escalón superior del porche delantero, pintándose las uñas de los pies de un rojo profundo, llamó a Cass incluso antes de que cerrara la puerta del coche detrás de ella.

– Estuve ocupada.

– Espero que fuera guapo. -Lucy plantó un pie y meneó sus dedos-. ¿Qué piensas? ¿Es demasiado oscuro? ¿Se vería mejor ver si estuviera más bronceada?

– Se ve muy bien, -dijo Cass sin mirar. El color de las uñas de los pies de su prima era la última cosa en su mente.

– Era así, ¿cierto?

– ¿Quién era qué?

– ¿Era guapo? -Lucy sonrió abiertamente-. Ibas a reunirte con el tipo del FBI esta mañana, ¿verdad?

Cass se detuvo camino a las escaleras.

– En realidad, lo era, supongo.

– ¿Supones? -Lucy se rió en voz alta.

– Sí, creo que estaba bien.

– ¿Qué aspecto tiene? ¿Alto, moreno, y guapo?

– Eso encaja. -Rodeó a Lucy y se dirigió a la casa.

– Oye, ¡vuelve aquí! -Lucy se levantó con torpeza y siguió a Cass al interior, pisando con los talones para evitar que se le corriera el esmalte-. Puedes hacerlo mejor. ¿Cuál es su nombre? ¿Fue simpático?

– Lucy, no se trató de una cita a ciegas. Él es del FBI. Sólo está aquí para echarnos una mano con estos asesinatos.

Lucy tiró dos sillas de debajo de la mesa de la cocina, se sentó en una, y apoyó sus pies en la otra.

– Pero debes tener una opinión de él. Pasaste todo el día en su compañía.

– Bueno, mi opinión es que es muy inteligente, muy profesional. No era lo que esperaba en absoluto. -Cass rebuscó en el refrigerador, que estaba cerca de su capacidad, gracias a los viajes de Lucy al mercado local. Sacó un trozo de queso cheddar y lo dejó en el mostrador mientras buscaba un cuchillo.

– Compré una máquina de cortar queso, -Lucy le dijo-. Está en el cajón con los cubiertos.

– ¿Esto? -Cass levantó un rebanador y Lucy asintió.

– Hay galletas en el armario junto a los cereales, pero no comas demasiado. Compré cangrejos para la cena. -Lucy sacudió la botella de esmalte de uñas, luego la abrió y comenzó a pintar las uñas en su mano izquierda para que combinara con las de los pies-. Fue por mí porque no tuve noticias de los niños esta mañana. Se supone que llaman los sábados, ¿correcto? Me imaginé que quizá llamaron a casa y hablaron con su papá y él probablemente no les recordó que me llamaran a mi teléfono celular, así que fui a comprar comida y me detuve en el Cangrejo Shack, pensando que podríamos atiborrarnos más tarde. Bueno, yo estaba allí, en la fila, esperando para ordenar nuestros cangrejos para cocinar, ¿y no suena mi teléfono celular?

Lucy se detuvo para sonreír.

– Y eran mis hijos, ambos. Ellos llamaron a casa, y habían olvidado mi número, así que David se los dio y les dijo que cargaran la llamada al teléfono de la casa -debo darle las gracias, supongo- por lo tanto pude hablar con ambos chicos. Yo casi lloraba, estaba tan feliz de escucharlos.

– ¿Qué están haciendo?

– Disfrutando el momento de su vida, y ninguna lesión hasta el momento. -Ella golpeó el gabinete de madera-. Ellos quieren quedarse para una clase extra. Uno pensaría que dos semanas de fútbol, dos semanas de lacrosse sería suficiente, pero nooooo. Ellos quieren dos semanas de hockey sobre hielo también.

– ¿Qué les dijiste?

– Que lo hablaran con su padre. Supongo que los prefiero en el campamento divirtiéndose que esquivando las balas entre David y yo. -Lucy parecía como si estuviera a punto de llorar-. Cuanto más tiempo permanezcan en el campamento, puedo poner más distancia entre David y yo. Tengo más tiempo para pensar en lo que quiero hacer, dónde quiero ir…

Miró por la ventana durante un tiempo.

– De todos modos, es tan bueno escuchar sus voces. Los echo de menos cada día. Nunca han estado lejos de mí por más de un fin de semana largo.

– ¿Tienen once este año?

Lucy asintió.

– Creo que son lo bastante grandes.

– ¿Bastante grandes para qué?

– Lo bastante grandes para estar un par de semanas sin ver a su mamá.

– Oh, vamos. -Lucy se rió-. Iré a verlos el próximo fin de semana. No puedo esperar. Sé que ni siquiera ha pasado una semana, pero los extraño. Los padres pueden ir de visita después de la segunda semana, así que iré el sábado por un rato. Eres bienvenida a venir conmigo si lo deseas.

– Veremos. Por mucho que me gustaría ver a Kevin y Kyle una vez más, no puedo comprometerme a nada. Con la investigación y todo.

– Entiendo. -Lucy se mordió el interior de su labio-. Creo que tengo que averiguar cuando David va a estar allí. Así, puedo ir a una hora diferente.

– ¿Los muchachos no pensaran que eso es extraño? ¿Que no vayan juntos?

– Simplemente les diré que he llegado desde la playa, lo que sería la pura verdad. -Ella ondeó una mano a Cass-. Ahora, sigue. Estabas hablando de… ¿cuál es su nombre? ¿El tipo del FBI?

– Rick Cisco.

– ¿Cisco? ¿Cómo [8]Cisco Kid?

– No me puedo imaginar a nadie llamándolo así y vivir para contarlo, -Cass reflexionó-. Pero sí, como Cisco Kid.

– Así que me decías que no era lo que habías esperado.

– Nunca he trabajado directamente con el FBI antes, pero por todo lo que he oído, es un dolor en el culo tratar con ellos. Porque, una vez que entran en una investigación, tomar el mando. Les gusta estar a cargo. A su manera o fuera. Y una vez que el caso ha sido resuelto, se llevan el crédito. Si el caso va mal, le echan la culpa a los lugareños.

– ¿Piensas que esa es la manera en que ese tipo, Cisco, va a hacerlo?

– Bueno, veremos. Él dice que trabajaremos juntos, en igualdad de condiciones. No va a hacerse cargo del caso, no va a reclamar el crédito una vez que capturemos a ese tipo, bla, bla, bla. El jurado todavía está deliberando. -Hizo una pausa para reflexionar-. Y fue inflexible en que capturaríamos a este tipo.

– Bueno, eso es algo bueno, ¿no? Quieres trabajar con alguien que tiene ese tipo de confianza, ¿cierto?

Cass asintió.

– Quiero tanto capturar a ese cabrón. Y pronto. Ha pasado más de una semana. -Ella sacudió su cabeza-. Cada día que está suelto, alguna otra pobre mujer está en peligro.

– ¿Crees que Cisco Kid puede cambiar las cosas?

– Él es otro par de manos expertas. Eso por si solo hace una diferencia. -Cass cortó una delgada rodaja de queso-. ¿Quieres una?

– No, gracias. No en este momento. -Lucy se dobló cerca de la mesa mientras se aplicaba el esmalte de uñas-. Entonces, ¿qué hiciste con él hoy?

– Le di una copia de cada uno de los archivos de las víctimas. Lo llevé a las cuatro escenas de los crímenes. -Cass volvió al refrigerador por una cerveza-. La última. ¿Quieres la mitad?

– En realidad, me encantaría la mitad. Gracias.

Cass sacó dos vasos de la alacena y dividió la cerveza por igual entre ellas. Puso uno sobre la mesa delante de Lucy, que seguía absorta pintándose las uñas, y dio un sorbo pensativo del otro.

– Quiso atravesar el refugio de aves, -dijo.

– ¿Por qué?

– Sólo quería ver qué había allí, detrás de la valla, ya que nuestra última víctima fue encontrada justo allí, en la Bahía Lane.

– No he estado allí en… -Lucy trató de recordar-. Ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado desde que estuve allí. Tal vez no desde que era niña.

– Yo no había entrado en años.

– ¿Recuerdas cuando tu madre solía llevarnos?

– Sí. -Cass tomó otro sorbo, después dijo suavemente-, pusieron un monumento conmemorativo, cerca de uno de las miradores. Una placa con su nombre.

– Eso es muy bonito, Cass. -Lucy puso el pincel en el frasco de esmalte-. ¿No lo habías visto antes?

Cass sacudió su cabeza.

– Recuerdo que alguien me envió una carta hace algunos años, diciéndome que iban a dedicarle algo, pero creo que todavía estaba en la universidad en ese momento y lo olvidé por completo.

– Me gustaría verlo. ¿Podemos ir?

– Estaré encantada de llevarte mañana, -le dijo-, pero ahora mismo, estoy tan cansada, que sólo quiero dormir. Espero que no te importe.

– No. No, para nada.

– ¿No hay fiestas que no te puedas perder esta noche?

– En realidad, alguien en el picnic en la playa mencionó algo acerca de una fiesta esta noche, pero ya que fuiste tan comprensiva, saliendo conmigo ayer por la noche cuando estaban tan echa polvo, ni siquiera iba a mencionarlo.

– Puedes ir sola, lo sabes. Ciertamente no me necesitas para acompañarte.

– Sinceramente no estoy lista para a ir a algún lugar sola. -Lucy levantó una mano, contra el argumento de que ella sabía sería inmediato-. No lo digas. Sé cuántos años tengo. Sé todo eso. Es sólo qué, después de tantos años de estar casada, no estoy acostumbrada a ir sola, no a reuniones sociales, de todos modos. Yo sé eso debe parecerte tonto, pero tú siempre has sido tan independiente, Cass, nunca has necesitado apoyarte en nadie. Si alguna vez tuve una auténtica confianza en mí misma, debo haberla perdido en alguna parte a lo largo del camino. Creo que necesito trabajar en mi nueva vida poco a poco. -Apretó la tapa del esmalte y lo dejó a un lado, luego recogió su vaso y bebió-. Además, no me importa salir contigo. Me gusta tu compañía.

– Gracias, Luce.

– ¿Por qué no tomas una siesta, y yo iré corriendo y recogeré un DVD o dos, y podemos tener cerveza y palomitas de maíz y películas esta noche?

– ¿Cerveza y pretzels? -Cass preguntó.

– Claro.

– Eso sería genial. Gracias. -Cass se levantó y se encaminó hacia las escaleras-. Y no hay nada que desee más en este momento que una siesta. Apenas puedo mantener mis ojos abiertos.

– Hazlo. Iré ahora. ¿Puedes pensar en cualquier otra cosa que pudieras querer?

– Ahora mismo no puedo pensar, y punto. Pero, gracias. -Cass estaba casi en lo alto-. Nada que un poco de sueño no cure…

***

Él estaba en la tienda de vídeo, jugando al tío agradable con sus sobrinos, cuando ella entró por la puerta. Incluso el aire a su alrededor pareció cambiar, pareció cargarse con algo vivo y vital.

Ella era hermosa. Su cuerpo, su cara. Su largo cabello oscuro.

– ¿Podemos llevar éste? ¿Podemos? -Su sobrino de cinco años tiró de su manga.

– Claro. -Consintió sin apartar los ojos de ella-. Lleva lo que quieras.

– ¿Puedo coger una gran caja de [9]Raisinets?

– Claro.

– ¿Puedo llevar una, también? -El mayor de los dos chicos preguntó.

– Seguro. Lo que te apetezca. Vayan. Esperaré aquí.

Él la observó moverse por las pilas de películas, y sin pensar, la siguió como si se sintiera atraído por una fuerza invisible.

Ésta. Ésta. Ésta…

Cuanto más se acercaba, más perfecta parecía ser.

Caminó hacia ella, luego se situó atrás. Ella miró hacia arriba cuando él la rozó.

– Lo siento, -dijo-. Estos pasillos estrechos…

Ella sonrió y se apartó para permitirle pasar. Él miró la película en sus manos. «Cambio de Hábito».

– Esa es divertida, -dijo, sonriendo de la forma más cálida, más casual-. A mis sobrinos les gustó mucho.

– Whoopi Goldberg y algunas monjas cantando. -Ella sonrió de nuevo-. ¿A quién no?

– Hey, ya estamos listos para irnos.

Uno de los pequeños cabrones se encontraba en su codo.

El otro apareció justo detrás de él.

– ¿Podemos irnos a casa ahora?

– Seguro, muchachos. -Trató de sonreírles afectuosamente, no estaba seguro de haberlo logrado mucho, pero ella no pareció advertirlo. Ya se había movido-. Seguro…

Lo arrastraron al mostrador de los dulces, y apenas prestó atención a lo que estaba pagando. No que le preocupara. Quería esperar cerca para ver a donde iría desde allí, pero no pudo demorar las cosas el tiempo suficiente. Los muchachos ya estaban saliendo por la puerta, y él debía estar justo detrás de ellos. ¿Qué pasaría si eran secuestrados? ¿Cómo se lo explicaría a su hermano y a su estúpida cuñada?

Aunque si los chicos fueran sus hijos, podría considerar la posibilidad del secuestro un favor. Pequeños mocosos aburridos. Exigentes. Molestos.

Él los siguió en el estacionamiento, y luego condujo a casa por el camino largo. Finalmente lo llevó a Brighton.

Frenó cuando pasó por la casa donde sabía que ella se alojaba. Había un coche en el sendero, el coche que ella había conducido anoche. Se estaba preguntando cómo había conseguido llegar tan rápidamente, cuando otro coche lo adelantó. Ese, además, redujo la marcha cuando se acercó al bungalow. Él aceleró un poco y miró en el espejo lateral cuando salió del coche.

– ¡Oye, ahí viene un coche! -Su sobrino gritó desde el asiento trasero.

Él viró bruscamente para evitarlo.

– ¿No lo viste?

– Claro que lo vi. Tuve tiempo de sobra. -Sus ojos se mantuvieron en el espejo. Ella estaba fuera del coche ahora, cruzando la acera con sus largas piernas desnudas. Él se acercó al lado de la calzada, permitiendo que unos cuantos coches inconvenientes lo pasaran en la estrella calle.

– Eso es lo que hace papá. Él para y deja que la gente pase. Dice que es amable, -el de siete dijo.

– Ahora estás siendo amable, también. Antes no fuiste amable, -el de cinco años le reprendió.

Miró por el espejo hasta que ella entró en la casa.

Ésta. Ésta. Ésta.

Sí. Ésta.

Era simplemente una cuestión de cómo y cuándo.

El cómo tomaría un poco de trabajo. Ella vivía con un policía… él sabía quien era ella, pero no iba a tratar con ella ahora, ni siquiera iba a pensar en ella ahora. No había espacio en su cabeza para pensamientos sobre ella. No cuando tenía una -sinceramente una- a la vista. Lo otro, ya no era importante, podría esperar.

En cuanto al cuándo, no podía ser lo suficientemente pronto.

Nunca lo bastante pronto.

11

Mitch Peyton se sentó a la mesa de Regan Landry e intentó lo mejor que pudo no mirarla fijamente. ¿Cómo había descrito Cisco su rostro? ¿Interesante?

Si la cara frente a él era interesante, tenía que preguntarse qué pensaba Cisco que era hermoso.

Oh, la cara era lo sobradamente interesante, bien. Ojos verdes hundidos y una masa de pelo rubio rizado tomado en un enredado moño en la parte posterior de la cabeza. Un cuerpo bien proporcionado bajo una camisa rosa pálido de algodón, las mangas enrolladas, y pantalones negros de yoga. Los pies descalzos.

Se había asustado cuando ella le había abierto la puerta y había alzado la vista hacia él cuando llegó a su granja a principios del día. Había estado esperando… bien, no estaba muy seguro de lo que había estado esperando, pero no era ella.

No se trataba solamente de su apariencia llamativa. Había una energía en ella, una vitalidad, que envió a sus sentidos un aviso de alerta.

– ¿Agente Peyton? -había preguntado, en seguida había mirado la identificación que él le ofreció. Lo estudió con graves ojos, y luego le sonrió-. Por favor entre. He estado esperándolo.

La sonrisa realmente le había llegado.

Apenas había escuchado una palabra de lo que ella dijo, sólo la siguió pasillo abajo al estudio, donde dijo que había estado trabajando, y que él probablemente querría ver lo que ella había encontrado de inmediato, por lo que así tal vez podrían ponerse manos a la obra lo antes posible.

– Me alegro de que viniera a revisar estas notas en persona, -dijo-. John y yo discutimos la posibilidad de mandarlas por fax al FBI, pero además, existen todos estos otros archivos, y Dios sabe lo que hay en ellos…

Ella había ondeado su mano alrededor de las pilas de cajas que cubría la mayor parte de la zona alfombrada.

– … y sé que hay más en esta historia de lo que tenemos aquí. ¿Le dije por teléfono cuan desordenado era mi padre manteniendo sus registros?

Mitch había cabeceado.

– Bueno, estamos pagando el precio por eso. -Ella había dado un paso detrás del escritorio y se había sentado en la silla de cuero, que pareció tragarla, y le había hecho señas para que tomara asiento.

Había acercado una silla hasta el escritorio y se había sentado.

– ¿Qué le hace estar segura de que hay más de esos pocos archivos? -había preguntado.

– Es una historia intrigante, y mi padre no podía resistirse a la intriga.

– Si él estaba tan sorprendido por lo que tenía, ¿por qué no lo siguió en aquel momento? ¿Y sabe con seguridad que no lo hizo, y tal vez lo abandonó, encontrándolo improductivo?

– Una posibilidad es que pudo haber estado absorto en otra cosa, tal vez terminando un libro o acababa de empezar uno. Desarrollaba cierta visión túnel cuando estaba trabajando. Lo que sólo agravó sus negligentes hábitos de clasificación. Él podría tener una idea que le interesara, pero si ya estaba en un proyecto, habría dejado de lado la idea por el momento. Por otra parte, no sé por que no lo prosiguió más allá de lo que he encontrado hasta el momento. Sospecho que hay más, pero no lo he encontrado aún. Y, por supuesto, existe la posibilidad de que lo descartara por que no valiera la pena. Le expliqué todo eso a John Mancini. Pensó que usted debería echarle una mirada, considerando lo que pasa en esos pequeños pueblos costeros.

Ella había abierto un expediente y lo giró hacia él, después se alzó medio fuera de su asiento para salvar el escritorio.

– Estas son las cartas que encontré. ¿Ve los números en las esquinas?

Él había mirado las cartas.

Hey, Landry, ¿me recuerdas? Un siete dentro de un círculo en la esquina superior derecha.

Hey, Landry, ¿me extrañaste? Numerada once.

– Cuando mi papá comenzaba a reunir sus notas para empezar a preparar un proyecto -un posible proyecto-, numeraba las páginas en la esquina, precisamente así, para mostrar el orden en que iba a presentar su primer borrador.

– Tal vez había otras cosas… fotos, informes, algo… que él hubiera puesto entre estos dos.

Ella había sacudido su cabeza.

– Él habría mantenido las cartas juntas, por orden cronológico, e informes separados, aunque también en orden cronológico, numerados por separado también. Si no hubiese recibido ninguna otra carta, ésta, con el siete en la esquina, habría sido numerada uno. Y la número once tendría un dos en la esquina. Hay otras cartas. Estoy segura de ello. Sólo que no sé lo que hizo con ellas.

– ¿Por qué no las habría guardado juntas?

– ¿Por qué los cerdos no pueden volar?

Él la había mirado fijamente

– Quiero decir, esa es una pregunta que no tiene respuesta. Lo mejor que se me ocurre es que las otras cartas llegaron cuando estaba absorto en otra cosa y las metió en un archivo para que no se perdieran antes de que pudiera volver a ellas.

– Entonces olvidó donde puso los archivos.

Ella asintió.

– Ese es mi papá.

– Así que ¿cómo saber por dónde empezar?

– Voy caja por caja.

– Eso no debería tomar mucho tiempo. -Había comenzado a contar cajas.

– Hay más en el sótano.

– Oh.

– Y en el ático.

– Ya veo.

– Él también utilizó una de las pequeñas dependencias para almacenamiento.

– Estoy empezando a conseguir el cuadro.

Ella había sonreído de nuevo.

– Bien.

Ella había revisado varios otros archivos, y luego le entregó dos hojas de papel.

– Estas son las listas que llamaron mi atención. La primera de ellas es bastante auto-explicativa.

– Las víctimas atribuidas al Estrangulador Bayside, junio 1979-agosto de 1979, -había leído en voz alta, y luego examinó la lista de nombres.

– ¿Ha confirmado que eran, de hecho, víctimas del Estrangulador Bayside de 1979? -Había preguntado, alzando la vista.

– He confirmado los cuatro primeros. Eso es lo que pude.

Había tomado su maletín, lo abrió, y sacó su ordenador portátil.

– Tenemos varios ordenadores aquí, -ella le había dicho cuando él se ubicó en la esquina del escritorio-. Usted no necesitaba traer el propio.

– Puedo ir probablemente a sitios con éste que usted no puede con cualquiera de los suyos. -Había sonreído cuando lo encendió-. Vamos a ver lo que podemos ver.

– ¿Inalámbrico? -había preguntado, y él había cabeceado.

En seguida él se había perdido en el ciberespacio por un tiempo corto.

Había regresado una media hora más tarde, para ver todo el escritorio y encontrar su silla vacía.

Él había tomado una pequeña impresora portátil de la caja cuadrada ubicada a sus pies y la conectó a una toma de corriente cercana. Cuando la página se imprimía, la había sentido en el umbral.

– Hice el almuerzo, -le había dicho-. Nada elaborado, pero son casi las dos y media, y si usted desayunó tan temprano como lo hice hoy, tiene que estar al menos tan hambriento como yo.

– Gracias. -Había mirado su reloj-. No tenía ni idea de cuan tarde era.

Había reunido las dos hojas de papel que había impreso y seguido a la cocina, que estaba inundada con la luz del sol de la tarde. Eso había sido casi una hora atrás, y ellos todavía estaban sentados en la mesa, sus platos ahora vacíos y los tazones de sopa dejados a un lado.

Y él seguía teniendo problemas para apartar los ojos de su cara.

– ¿Todos esos nombres se encontraban en los archivos del FBI? -Ella estaba preguntando.

– En los archivos a los que tenemos acceso.

– Por supuesto. -Una media sonrisa curvó una de sus comisuras. Ella bajó su voz a un tono siniestro-. Tenemos nuestras maneras…

Mitch se rió.

– Así que sabemos que este es real. -Ella colocó esa lista aparte y deslizó la segunda lista al centro de la mesa-. ¿Qué piensas de ésta? ¿Qué es lo que se supone que significa?

– Ya que estaba con la lista del Estrangulador de Bayside, tengo que pensar que las listas están relacionadas. De lo contrario, tan desordenado como era tu padre manteniendo sus registros, ¿no estarían en archivos separados si no hubiera conexión? -Dio unos golpecitos en la primera anotación en la segunda hoja de papel-. Algo sucedió en Pittsburgh, en mayo de 1983 que atrajo su atención. Y en febrero de 1986, en Charlotte. Así que tenemos que averiguar es lo que llamó su atención en esas fechas.

Regan frunció el ceño y contempló la lista.

– Él mantuvo algunos archivos -y de nuevo, uso ese término muy libremente- de recortes de periódicos. Anchas carpetas marrones, ¿sabes a lo qué me refiero?

– ¿El tipo de las que tiene los lados de acordeón, para expandirse?

– Sí. Tal vez si las revisamos, una de estas fechas nos salte a la vista.

– Vale la pena un vistazo, seguro. ¿Dónde están los archivos?

– Hay algunos en la oficina, en uno de los archivadores. Llevemos nuestro café con nosotros. Siento curiosidad ahora por ver si hay algo allí.

– Adelante. -Él apartó la silla de la mesa de la cocina y se paró-. Tal vez encontremos la clave en uno de ellos.

Se sentaron en el suelo alrededor de una mesa de centro redonda grande y repasaron primero un archivo, luego otro. Estaban en su segunda hora de búsqueda, cuando Mitch dijo:

– ¿No había un Corona en esa lista?

– Sí, -dijo, y apartó algunos papeles para comprobar la lista original-. Aquí está. Agosto'86. Corona. -Ella lo miró-. No estoy segura de saber donde está Corona.

– Este recorte es del 15 de agosto de 1986. Dateline Corona, Alabama. -Leyó por encima el pequeño recorte, a continuación, leyó en voz alta-. La policía ha confirmado que el cuerpo de la mujer encontrada en East Park el sábado por la mañana era el de Andrea Long de treinta y un años de Corona. La identificación fue realizada por James Long, el marido de la víctima, que había informado que su esposa había desaparecido el jueves por la noche…

– ¿Dice cómo murió?

– Fue estrangulada.

– ¿Violada?

Leyó un poco más.

– Sí.

– Hay una coincidencia, -dijo ella con cierto sarcasmo.

– Apuesto que tu padre pensó lo mismo.

Sacó su teléfono celular del bolsillo de su pantalón y llamó a informaciones para pedir el número del departamento del sheriff en Corona, Alabama, pero no estuvo en absoluto sorprendido de encontrar que nadie en el turno del fin de semana pareciera saber nada acerca de un asesinato de 1986. Dejó un mensaje para que alguien le devolviera la llamada, luego cerró el teléfono con un chasquido.

Pulsó unas teclas de su teclado, y marcó otro número.

Saltó el contestador automático, y comenzó a dejar un mensaje.

– Hola, Jessica, soy Mitch Peyton, del FBI. Trabajé contigo en un caso en Montgomery hace unos cuantos años, no sé si me recuerdas o no. Estoy investigando un antiguo caso de asesinato -la víctima se llamaba Andrea Long, agosto'86- y me preguntaba si podrías arrojar un poco de luz sobre… Oh, hola, Jessica. ¿Cómo estás?

Conversó por unos momentos, luego fue al grano.

– Esperaba que pudieras… no, no tengo ninguna otra información, sólo el nombre de la víctima, una fecha aproximada de la muerte, y el hecho de que fue estrangulada y asaltada sexualmente… Bueno, para empezar, me preguntaba si el caso fue resuelto. Si no es así, si hay una lista de sospechosos… Claro, eso sería grandioso.

Puso su mano sobre el auricular.

– Regan, ¿tienes una máquina de fax?

Ella asintió y señaló donde estaba ubicada encima de un gabinete de archivo de dos cajones al lado del escritorio.

Hizo una especie de garabato moviendo una mano y ella escribió el número del fax en una hoja de papel y se lo entregó.

– Escucha, cualquier cosa que tengas, mándamelo por fax a este número. Te doy mi número de celular y dirección de correo electrónico también…

Él recitó la información lentamente, y después de unos minutos de charla, terminó la llamada.

– Va a revisar los archivos y me avisará si encuentra algo. Pero probablemente no será hasta el lunes. Ella está de salida.

– ¿Es del FBI? -Regan preguntó.

– Oficina de Investigación de Alabama.

– Así que es uno de los diez en la lista no identificados. Alentador, ¿no dirías?

– Bueno, sin duda da sentido a nuestra búsqueda.

– Dejemos los recortes de noticias aquí, e iniciemos un expediente sobre este caso. -Ella buscó en la pila por un fichero vacío, escribió Andrea Long, Corona, Alabama, de 1986, a un lado, y luego lo puso en el cojín de una silla cercana para mantenerlo separado-. Ahora, veamos qué más podemos encontrar en esta carpeta…

En el transcurso de la tarde, emparejaron otro recorte. Gloria Silver, Memphis, Tennessee, había sido encontrada violada y estrangulada el 17 de marzo de 1987.

Mitch tomó su celular.

– Permíteme adivinar, -dijo Regan-. Estás llamando a la Policía del Estado de Tennessee.

Él sacudió la cabeza.

– Oficina de Investigación de Tennessee.

– ¿De verdad crees que encontrarás a alguien a las ocho cuarenta y cinco en un sábado por la noche?

– ¿Es tan tarde? -Él miró su reloj.

– Me temo que sí.

– Creo que es cierto lo que dicen acerca de que el tiempo vuela cuando te estás divirtiendo. Concluyamos por esta noche, así comenzamos frescos el lunes. Para entonces, debería haber sido capaz de encontrar un par de nombres, y quizá tendremos una respuesta o dos.

– Por mí está bien. -Regan se frotó los ojos-. Supongo que tengo que dejar esto de lado por un rato de todos modos. Mis ojos casi se están cayendo de mi cabeza.

– ¿A qué hora el lunes está bien para ti? -Mitch recogió su ordenador portátil, lo guardó en su funda, y luego lo metió en el maletín más grande, junto con la pequeña impresora.

– No me importa la hora que llegues. Soy madrugadora. -Se levantó y estiró-. Y puede que para entonces haya encontrado los recortes que coincidan con los demás.

– ¿Estarás trabajando mañana, entonces?

– Claro. Los escritores no siempre tienen los fines de semana, es justo el tipo de trabajo que haces cuando tienes algo con que trabajar, por lo que estoy acostumbrada.

– Es un tipo de trabajo parecido al de la Oficina, -dijo-. Uno trabaja el caso hasta que se termina.

– Exactamente.

Mitch la siguió por el vestíbulo a la puerta principal.

– No volverás conduciendo a… ¿Desde dónde condujiste hoy?

– Llegué de Maryland. Pero me quedo en un motel sobre la Ruta Uno.

– Bien, te veré el lunes.

Ella abrió la puerta y él empezó a cruzarla.

– Pero tienes mi tarjeta, cierto, en el caso de que algo surja… -Pausa para preguntar.

– Sí. Y tú tienes mi número…

Él asintió y caminó hasta el coche.

Ella permaneció en la puerta mientras él cargaba el maletín negro en el portamaletas, y luego entró en el lado del conductor y encendió el motor. Los faros brillaron lejos en el campo trasero, y con su luz, varios ciervos se asustaron. La luz osciló alrededor del campo y formó un sendero amarillo cuando giró el coche, y le hizo señas cuando pasó por delante.

Regan salió al porche y se inclinó sobre la baranda para mirar las luces traseras hacerse más pequeños, mientras recorría el largo camino, y luego desaparecer después de que girara en la carretera principal. Se sentó en el escalón superior durante un rato y contempló el cielo, donde las nubes comenzaban a desvanecerse y las estrellas comenzaban a aparecer. Sus ojos siguieron las luces de un avión a medida que avanza a través del cielo nocturno. Pensó acerca de las fechas y los lugares en las listas y en el hecho de que estaba empezando a parecer que cada fecha y lugar representaba otra mujer cuya vida había sido arrebatada.

Más de lo que había esperado cuando al principio tomó el teléfono para llamar al Jefe Denver, más de lo que podría haber imaginado cuando llamó a John Mancini. Estaba agradecida de que hubiese enviado a alguien para ayudarla a revisar toda la información.

Agradecida, también se encontró pensando, que ese alguien enviado fuera Peyton Mitch. Sus estilos de trabajo eran tan similares, su enfoque igualmente completo, parecía que había estado trabajando con él desde siempre.

Ella no pudo sino preguntarse acerca de él. Él la había atraído desde el momento que había abierto la puerta y miró su rostro. No era el hombre más guapo que había visto en su vida, eso seguro. Sus ojos eran una extraña sombra de azul, tan pálidos que eran casi grises, y su nariz parecía como si se hubiera encontrado con un puño una o dos veces en el pasado. Pero su voz era profunda y suave, sonreía con facilidad y a menudo. Había sido reconfortante tener a alguien batallando con las cajas y archivos, tranquilizador saber que alguien trabajaría con ella para encontrar respuestas a las muchas preguntas que su padre había dejado atrás. Respuestas que podrían llevar posiblemente a encontrar a un asesino. Mitch ciertamente había parecido creer que sí.

En el pasado, había sido su padre quien había hecho todas las investigaciones de primera línea en los crímenes reales, y ella la que había puesto todo en orden. Este era un trabajo horrible. No para el débil de corazón.

Demostraría tener poco coraje, se preguntó. Al fin y al cabo, ¿sería capaz de hacer por sí sola lo que tenía que hacerse para escribir el tipo de libros en los que había trabajado con su papá?

Durante años, Josh la había protegido de la más horrible realidad de su trabajo. Ahora no había nadie para interponerse entre ella y el horror, la locura que removería. ¿Era ella lo suficientemente inteligente como para hacerlo por su cuenta? ¿Era lo suficientemente fuerte?

El tiempo lo diría, de una manera u otra. Se levantó y echó una última mirada a los cielos, con la esperanza de estar a la altura del desafío al seguir los pasos de Josh. Sí, era un trabajo difícil. Sí, era agotador y, a veces la información que ella había encontrado, no tenía ningún sentido. Ella nunca se había dado cuenta de que era un enorme, y complicado enigma el trabajo de su padre. A veces, parecía un laberinto sin salida. Una historia escrita en un idioma extranjero, que uno no conocía.

El trabajo es interesante, absolutamente. Intrigante, sin lugar a dudas. Y, también, un poco divertido.

Pero siempre había un punto fundamental, detrás de cada nombre había una cara y una historia, una familia esperando el cierre.

Y un asesino esperando ser capturado.

12

Cass se inclinó hasta tocarse los dedos del pie, luego se enderezó y flexionó sus hombros. Colocando un pie sobre la pared exterior del garaje, se impulsó un poco, dobló la rodilla, para estirar un conjunto diferente de músculos.

Increíble lo que una buena noche de sueño podía hacer. Se sentía lo bastante descansada como para ansiar una larga carrera en la playa. Había pasado más de una semana desde que había tenido una carrera decente, aunque sentía que era mucho más.

Sacudió la cabeza mientras recordaba los últimos nueve días, días que habían contenido tanto dolor, tanto horror para las familias de aquellas mujeres jóvenes, en tan breve tiempo.

Le tomó diez minutos más estirarse adecuadamente, y luego abrió la puerta trasera y llamó a Lucy.

– ¡Luce! Voy a correr. ¿Estás segura de que no quieres venir conmigo?

– No tengo zapatillas deportivas, -gritó Lucy.

– Te dije que tengo un par extra si deseas usarlas. Te deben quedar.

– Me apuntaré para la próxima vez. -Lucy apareció en la puerta mosquitera-. Todavía estoy grasosa de la playa.

Ella alargó un brazo resbaladizo con aceite bronceador.

– Te perdiste un día de playa excelente, bella durmiente.

– Necesitaba el sueño más de lo que necesitaba el sol.

– Mientras estés fuera, me voy a duchar para sacarme todo esto y, a continuación, empezaré la cena. Creo que necesitas realmente una comida sana esta noche.

– Pensé que la cena de anoche de cangrejos y papas fritas era sencillamente perfecta.

– Demasiada grasa. -Lucy arrugó la nariz-. Pero, ¿qué son los cangrejos sin un poco de mantequilla y un tazón grande de papas fritas con [10]Old Bay? Ahora, esta noche, comeremos sano.

– ¿Qué exactamente tienes en mente? -Cass la observó con recelo.

– Algo delicioso. Iré corriendo al mercado por pescado tan pronto como me bañe. Tendremos algo asado, tal vez corvina o atún o lo que sea que tengan que parezca bueno y esté fresco de hoy. Y una inmensa ensalada.

– Creo que quedaron algunas papas fritas de ayer por la noche.

– Las boté. Tuvimos nuestras grasas malas para la semana. Esta noche es saludable marisco y una ensalada.

– Suena bien. Grasa o no grasa. -Cass se inclinó para atar de nuevo una zapatilla-. Estaré de vuelta en cuarenta y cinco minutos más o menos.

– ¿Tienes tu llave?

– En mi bolsillo. ¿Por qué?

– Quiero cerrar con llave la casa mientras me ducho y luego cuando vaya a la tienda.

– Buena idea. -Cass oyó el clic de la cerradura, cuando salió en dirección a la calzada.

Una vez en la acera, ajustó sus gafas de sol y comenzó a trotar lentamente hasta el final de la calle, cinco casas abajo. La casa vecina a su derecha y las dos casas de la esquina más cercana aún estaban desocupadas, los inquilinos del verano no habían llegado aún. Eso era bueno, Cass pensó, no le importaba no tener vecinos. Era suficiente tener a alguien compartiendo su casa.

Aunque tuvo que admitir que no le molestaba la presencia de Lucy. En todo caso, estaba empezando a disfrutar de ella. Había olvidado lo que era compartir el espacio vital con alguien más, ella había estado sola desde hacia mucho tiempo.

Por un lado, era agradable. Por otra parte, le recordaba aquellos días horribles, esos después de haber perdido a su familia y haberse ido a vivir con Lucy y la tía Kimmie y tío Pete. Lucy y ella habían compartido una habitación durante unos meses, mientras la tía Kimmie terminaba el segundo piso con dos nuevos dormitorios y un baño, por lo que las niñas podían tener sus propias habitaciones. Había sido el peor momento de la vida de Cass. Y, sin embargo, en Lucy había encontrado una verdadera amiga, a pesar de sus diferencias.

Cass corrió hasta el estrecho embarcadero de madera en la playa, reflexionando sobre algunas de esas diferencias. Lucy era ahora, y siempre había sido, sumamente femenina. Incluso de niña, los trajes de baño de Lucy habían sido de color rosa, celeste, o blanco. Siempre llevaba cintas en el pelo, al igual que su madre y su tía, la madre de Cass, lo hizo. Ella saltaba la cuerda de vez en cuando, pero pasaba la mayor parte de su tiempo en casa leyendo o con sus muñecas, por lo que no fue una verdadera sorpresa cuando se casó joven y comenzó una familia de inmediato.

La única vez que Cass había visto en su vida a su prima sudar era cuando jugaba baloncesto. Todo el mundo asumió que Lucy quería jugar sólo porque Cass lo hacía, pero entonces ella había jugado con sorprendente agresividad.

Ellas habían sido muy cercanas en la secundaria, pensó mientras corría por la orilla del agua. Habían seguido siendo cercanas hasta que Lucy se casó con la rata bastarda de David. ¿Qué había visto en él, de todos modos? Él no era un buen conversador, no era gracioso ni especialmente listo ni siquiera muy guapo. ¿Qué había visto Lucy en él?

No que eso importara ahora, Cass pensó mientras zigzagueaba alrededor de las toallas de varias personas que tomaban el sol, envueltos en mantas, el sol del atardecer casi no era lo suficientemente fuerte como para alejar el frío.

– ¡Hey! Cass! -Alguien llamó desde atrás.

Se volvió para encontrar a Rick Cisco aproximándose.

– Pensé que eras tú, -dijo mientras corría para unirse a ella.

– Eres un corredor, -dijo, juzgando su paso experto.

– Cuando tengo tiempo. Hoy parecía un buen día para tomar un descanso y hacer unas pocas millas.

– Es un buen día para eso. No hace demasiado calor, y la humedad no ha pateado aún.

– ¿Hasta dónde vas? -Preguntó.

– Hasta el próximo embarcadero. Cerca de otra media milla.

– ¿Te molesta si te sigo?

– Como quieras.

Ella echó a correr y él emparejó su ritmo.

Corrieron en el silencio, sus zapatillas deportivas golpeando suavemente contra la arena, su aliento entrando en igual medida. Cuando llegaron al embarcadero de piedra, se detuvo y miró hacia el mar.

– Yo suelo detenerme al final, -ella le dijo.

– Me apunto, siempre y cuando no te importa la compañía.

Lo hacía, pero ella lo ignoró. Uno no siempre puede estar solo, se recordó a sí misma. A veces tienes que compartir tu espacio con otras personas. Esta semana parece ser uno de esos momentos. Anímate y acostúmbrate a ello.

Ella metió sus pulgares en los bolsillos de sus pantalones cortos de correr y caminó a lo largo del muelle, escogiendo su camino a través de las rocas. Al final, buscó la piedra más plana que pudo encontrar, y se sentó sobre ella. Miró a Rick, que la había seguido, y palmeó la roca a su lado.

– No es exactamente cómoda, pero es casi lo más plano que encontrarás.

Él miró hacia abajo el asiento ofrecido con incertidumbre, luego se sentó cuidadosamente en la roca. Sus largas piernas colgaban a los lados y sus pies descansaban en las rocas de abajo.

– Esto es precioso, -dijo-. Una estupenda vista.

Señaló a la izquierda.

– Los barcos de alquiler están empezando a entrar.

– ¿Qué es lo que pescan?

– Atún. Dorados. Lo que sea que encuentren. Tienen que ir muy lejos por ambos, en esta época del año.

– ¿Tú pescas mucho?

– Nada, en realidad. No, para nada.

– Oh. Sonabas tan informada.

– Mi papá tenía uno. Solía salir todos los días. Lo amaba. Era un hombre tan inteligente, que podía haber hecho cualquier cosa que hubiese querido. Todo lo que siempre quiso fue a pescar. -Ella sonrió, recordando el amor de Bob Burke por el mar.

– ¿Todavía pesca?

– Murió.

– ¿Perdiste a tus dos padres? -Se giró hacia ella-. Lo siento.

– El mismo día, -dijo suavemente.

– ¿Qué?

– Ellos murieron el mismo día.

– Lo lamento, Cass. ¿Fue un accidente?

– Fueron asesinados. Mis padres y mi hermana pequeña.

– Jesús, eso es duro. Lo siento tanto… No tenía ni idea… -Enrojeció como avergonzado de haberlo oído-. ¿Encontraron a la persona?

– Sí. Un vagabundo, un tipo que había estado dando vueltas por la ciudad durante unos meses. Mi padre solía darle pescado, cuando tenía una muy buena captura. Eso siempre me lastimó, ¿sabes? Que mi papá fuera tan bueno este tipo y él le devolviera su amabilidad… -Sacudió la cabeza ligeramente y apartó su rostro de él-. En cualquier caso, fue juzgado, condenado y enviado a prisión. Murió… Creo que fue tal vez hace diez años más o menos. Cáncer.

– Lo lamento, -dijo de nuevo-. Simplemente no sé qué más decir.

– Está bien. No tenías forma de saberlo. Gracias. -Ella contempló el horizonte, sin ser capaz de hacer contacto visual con él. De repente, se sintió demasiado cerca, aunque había un espacio de casi tres pies entre ellos. Se sentía asfixiada.

Se paró bruscamente.

– Tengo que volver a casa. Lucy está haciendo la cena, -murmuró, y giró hacia la playa.

– ¿Quién es Lucy? -Él pasó sus piernas sobre la roca y se levantó-. ¿Tu compañera de casa?

– Mi prima. Se está quedando conmigo. En realidad, ella y yo poseemos la casa. Era de nuestra abuela.

¡Oh, cállate!, se dijo a sí misma. Estás empezando a balbucear. Lo mejor es estar sola.

Quedó desconcertada al encontrarlo detrás de ella cuando saltó desde el embarcadero hacia la arena mojada.

– ¿Corriendo o caminando? -Preguntó.

– Corriendo. -Ella aceleró por la playa.

Se figuró que él seguiría adelante cuando llegaron a la Avenida Brighton. No lo hizo.

– Aquí es donde entro, también, -dijo.

– Oh. ¿Dónde te estás quedando?

Ella redujo la marcha a un paseo, ya que se acercaban al tablado.

– En el Brighton Inn.

– Oh. Bonito lugar. -Ella asintió y siguió caminando rápidamente. Eso significaba que probablemente caminaría hasta Brighton, por delante de su casa, al Atlántico.

– Es agradable. Las habitaciones son un poco anticuadas, pero es hogareño y la comida es excelente.

– El restaurante es bastante bien conocido. He comido allí muchas veces a lo largo de los años, aunque no recientemente. Siempre fueron conocidos por su marisco, que es de esperar, teniendo en cuenta que está a cuadra y media del océano. Agradece que no sea julio o agosto.

– ¿Por qué?

– La humedad puede hacerse bastante feroz aquí. Lo último que supe fue que el Brighton todavía no instalaba aire acondicionado.

– Bueno, esperemos que encontremos a nuestro hombre pronto para que yo me haya ido hace mucho cuando lleguen los días de mucho calor.

Se detuvieron en la esquina por el tráfico, y luego cruzaron la calle. En la tercera casa de la esquina, un gran perro marrón y negro ladró fuertemente cuando pasaron. Rick dio un paso entre el animal y Cass pero nunca rompió el paso.

– Está bien, [11]June bug, está bien, -Cass llamó al perro, y éste cruzó el pequeño terreno que servía como su patio delantero, moviendo su cola lánguidamente. Cuando llegó a Cass, se sentó en medio de la acera y ella lo acarició cariñosamente.

– Eres una buena niña, Junie, -canturreó ella mientras Junie bug la miraba con adoración.

– Hola, Cassie. -La puerta mosquitera se abrió y una mujer en sus años setenta bajó los peldaños despacio-. Agarra su collar por mí, ¿está bien?

– La tengo, Madge. No va a ir a ninguna parte.

– Ni aunque ella quisiera. Demasiada artritis y no mucha energía para perseguir coches estos días. -La vecina de Cass se rió secamente-. Y no sólo estoy hablando del perro.

La mujer llevaba una correa y caminaba favoreciendo una pierna.

– Esta maldita rodilla mía…

– Pensé que la había sustituido el año pasado.

– Esa fue la rodilla derecha. Supongo que voy a tener que rompérmela y hacerme la izquierda ahora, también. Yo había esperado que lo hicieran todo. Cualquiera que te diga que no tienes nada te está mintiendo. -Madge se inclinó para agarrar a su perro-. Ahora, ¿quién es este atractivo joven?

– Rick Cisco, señora. -Él sonrió y le tendió su mano. Ella la tomó y la utilizó para aferrarse a ella mientras ponía la correa en el collar del perro.

– Es alto, ¿no? No hay demasiados hombres jóvenes por aquí más altos que Cassie. Ella es alta para ser una muchacha, no. Pero usted lo ha notado, yo…

– Ah, Madge, Rick es del FBI.

– No hay nada malo con eso, cariño.

– Quiero decir, que está aquí sólo para trabajar con nuestro departamento.

– Oh, ¿por el asesino en serie? Mal asunto, eso es. -Madge sacudió su cabeza-. Lo viví la última vez, allá por el, ¿qué fue, 1980?

– El verano de 1979, -le dijo Cass, pero Madge no pareció haber escuchado.

– Horrible que fue, en aquel entonces. Dios todopoderoso, uno tenía miedo de sacar su cabeza fuera de la puerta, nunca se sabía dónde iba a golpear después. -La mujer tembló-. El peor verano de mi vida. Nunca había visto nada igual. Tenía la esperanza de nunca volver a verlo una vez más, y aquí estamos, un mal asunto al igual que antes.

Ella miró a Rick.

– ¿Usted piensa que el FBI puede atraparlo?

– Estamos trabajando con su departamento de policía y haremos todo lo posible por localizarlo.

– Bueno, porque no lo capturaron la última vez. No lo capturaron y ahora está de vuelta.

– Madge, no hemos determinado si este es el mismo asesino. Hay una muy buena oportunidad de que estemos tratando con un imitador.

Madge sacudió su cabeza blanca.

– Es el mismo. Regresó. Puedo sentirlo. -La mujer de edad avanzada se estremeció-. Como si estuviera de pie junto a mí.

– Bueno, sea el Estrangulador de Bayside o un imitador, estamos haciendo todo lo posible por encontrarlo, -le aseguró Rick.

Cass dio un paso o dos de distancia, y Rick la siguió.

– Mientras tanto, Madge, mantén tus puertas y ventanas cerradas y a tu perro guardián contigo, -dijo Cass.

– Oh, un perro guardián es Junie. Dime, ¿es aquella Lucy Donovan? Donovan ya no, sin embargo. ¿Cuál es el nombre de casada?

– Webb.

– Cierto, cierto. Se casó con el nieto de Lloyd Webb. Veraneantes, según recuerdo. Cielos, no la he visto en un par de veranos. ¿Sus hijos están con ella? Ha estado horriblemente tranquila, no he escuchado a los niños. -Madge estiró el cuello para lograr una mejor mirada del coche que acababa de entrar en la calzada de Cass-. Oí que la casa de al lado se alquila para el verano, pero nadie ha llegado aún. No sé si la gente tiene hijos o no.

– Los muchachos de Lucy están en un campamento durante unas semanas. Le diré que le mandas saludos.

– Dile que he dicho que se pase por aquí y me visite alguna mañana. Siempre me ha gustado Lucy, es una chica divertida. Siempre me hace reír. -Madge saludó en dirección a la casa de Cass-. Yoo-hoo, Lucy…

– ¡Hola, Madge! -Lucy gritó mientras abría el maletero del coche y comenzaba a descargar varias bolsas de comestibles.

– Debería ir y ayudarle. Hasta luego, Madge, -Cass dijo cuando ella se volvió hacia la casa.

– Encantado de conocerla, -Rick dijo a la mujer.

– Encantado de conocerlo, también, hombre del FBI. -Madge saludó.

– ¿Qué piensas de la teoría de Madge de que este es el antiguo Estrangulador de Bayside de regreso?, -le susurró a medida que se alejó.

– Ella podría muy bien tener razón sobre eso. Aunque por lo general sus teorías son un poco más sospechosas. Al igual que la del alma de Winston Churchill habiendo entrado en el cuerpo de Ronald Reagan en 1967 y lo convenció para postularse a presidente.

– ¿¡Eh!?

– No hables nunca de política con ella. Estás advertido.

– Llegas justo a tiempo. -Lucy dirigió su comentario a Cass, pero miraba directamente a Rick.

– Lucy, él es Rick Cisco. Es el agente del FBI enviado a trabajar con nosotros. Me encontré con él en la playa. Rick, esta es mi prima, Lucy Webb.

– Un gusto, -dijo-. ¿Puedo darte una mano?

– Eres mi salvador. -Ella sonrió con gracia-. Acabo de hacerme las uñas.

– Oye, que nunca digan que el gobierno federal te falló en un momento de necesidad. -Él levantó las tres restantes bolsas del maletero del coche-. Indícame el camino.

Lucy sonrió y lo condujo por la calzada. Cass recogió la bolsa que Lucy había dejado en el suelo y por lo visto había olvidado. Ella siguió el mini-desfile hacia la casa.

– Pensé que sólo ibas al mercado por pescado, -comentó Cass, al dejar la bolsa en el mostrador.

– Bueno, mientras estaba fuera, me imaginé que podría comprar para la semana. De esta forma, puedo aprovechar los buenos días de playa que se supone tendremos esta semana. -Sonrió a Rick-. Debo trabajar en mi bronceado.

– Veo que has pasado algún tiempo en el sol. Tienes un bonito color.

– Oh, ¿eso crees? -Lucy extendió sus brazos por delante de ella.

Cass se paró detrás de Rick y puso los ojos en blanco. Lucy la vio y se rió en voz alta.

– Entonces, ¿dónde te estás quedando?

– En el Brighton.

– Solía ser realmente agradable. -Lucy empezó a desempaquetar una bolsa.

– Todavía lo es. -Rick giró hacia Cass-. Bueno, no te molesto más. Te veo por la mañana. Nos reuniremos con la persona del laboratorio…

– Tasha Welsh. -Cass asintió-. Le haré una llamada esta tarde y veré como está su agenda para mañana.

– ¿A qué hora piensas que estarás en tu oficina?

– Alrededor de las siete. No más tarde.

– Te veré entonces.

– ¿Por qué no te quedas y cenas con nosotros? -Lucy le preguntó.

– No, no, pero gracias.

– En serio. Tenemos toneladas de comida. Estoy acostumbrada a comprar para una casa de puros hombres y no he resuelto cómo reducir las porciones sólo para mí y Cass. De verdad. No sería una imposición. -Lucy sonrió a Cass-. ¿No es cierto, Cassie?

– Para nada. -Sonrió Cass, también, entre dientes.

– Gracias de todos modos, pero me apunto para la próxima. Tengo que ir a bañarme.

– Al igual que Cassie. -Lucy sonrió abiertamente-. Insisto.

– ¿Cass? -Preguntó tentativamente.

– Oh, está bien. En serio. Lucy y es una maravillosa cocinera.

– Si estás segura…

– Claro. Vete a la Posada y cámbiate, y regresa… ¿en cuando, Luce, una hora?

Lucy asintió.

– Perfecto. La cena debería estar en la mesa para ese momento.

– Muy bien. Grandioso. Las veo luego entonces. -Rick salió por la puerta de atrás.

– Voy a matarte, -dijo Cass cuando Rick estaba seguro fuera del alcance del oído.

– No lo harás. Me lo agradecerás algún día. Vi la forma en que te miraba.

Lucy abrió el refrigerador y metió los cartones de yogur.

– Es un tipo atractivo, Cassie. No encontrarás muchos como él vagando por Bowers Inlet en la temporada baja, eso es seguro. Te hice un favor. Cualquiera podía ver que está interesado en ti. Se moría por encontrar una forma de pasar algo de tiempo personal contigo. Lo estoy ayudando un poco.

– Oh, por favor. -Cass sacudió la cabeza y se fue arriba.

– Tienes cuarenta y cinco minutos, Cassie. Y te haré la cara…

***

En la práctica, no había habido tiempo para maquillaje facial, ni, por lo demás, tiempo para cenar.

Cass apenas había salido de la ducha cuando su celular sonó. Se envolvió una toalla alrededor de su cuerpo y rebuscó en su bolso, que había dejado en el suelo de su dormitorio.

– Burke, -dijo justo antes de que la llamada pasara al buzón de voz.

Ella escuchó en silencio, sin reacción.

– ¿Dónde? -Preguntó, entonces-, sé dónde encontrar al agente Cisco. Nos vemos en diez.

Se secó el pelo con la toalla, y en vez de la bonita camiseta que ella había planeado usar -amarillo pálida con pequeños volantes en el dobladillo, muy diferente de las camisetas sencillas blancas u oscuras que prefería para el trabajo- Cass se pasó una azul marino por la cabeza. Sacó un par de jeans del vestidor y se calzó sus zapatillas deportivas, a continuación, levantó su bolso, verificó su pistola, su pistolera, y su cámara, y bajó los peldaños de dos en dos.

– Pensé que ibas a ponerte algo más mono… -Lucy notó el comportamiento de Cass y se detuvo-. No me digas…

– En Hasboro. Esperaré a Cisco en el coche. -Agarró unas cuantas botellas de agua del refrigerador y algunas barras de cereal de la alacena.

– Cass, come algo. Mira, la cena está lista…

– No puedo, Luce. Lo siento, pero no puedo comer y luego ir allí y ver…

– Oh, Dios mío, por supuesto que no. No sé lo que estaba pensando. Prepararé unos platos para ti y Rick, tráelo contigo cuando… bien, cuando hayas terminado.

Cass miró por la ventana a tiempo de ver el coche de Rick detenerse al frente.

– Hasta luego. -Cass salió por la puerta delantera.

Rick acaba de abrir la puerta y ponía un pie en la acera cuando Cass llegó corriendo al camino de entrada.

– Acabo de recibir una llamada del Jefe Denver, -le dijo cuando llegó hasta él.

– ¿Dónde esta vez?

– Hasboro. Dos ciudades al Sur.

– Entra, -le dijo mientras se subía de nuevo al coche y cerraba de golpe la puerta.

Ella abrió la puerta del lado del pasajero sólo lo suficiente para entrar. Le entregó una barra de granola cuando salía de la calzada y se ponía en camino.

– Lucy dice que nos guardará la cena. Esto tendrá que servir por ahora.

***

Él miró desde las sombras como el coche arrancaba y tomaba la esquina sobre dos ruedas. Si apoyaba la espalda contra la esquina de la casa de al lado, -gracias a Dios, ésta aún no se había alquilado para el verano- podía ver la cocina pero no ser visto.

Eso era bueno. Quería mirarla un rato.

Ella pasó por la ventana de la cocina varias veces y se preguntó de qué tarea común estaría ocupándose.

No que le importara.

Muy pronto, nada más importaría.

Ellos estarían juntos -finalmente, juntos- y esta vez iba a hacerlo bien. Tenía que hacerlo. Había esperado tanto tiempo…

Deslizó la mano en su bolsillo y manoseó la llave del cuarto de la bonita pensión en Cape May, en la que había hecho las reservaciones para ellos. Pasarían allí unos maravillosos días juntos. Ya había hecho reservas en uno de esos viajes oceánicos en barco para mañana, para que pudiera mirar sus amadas aves marinas en su hábitat natural. Había comprado unos nuevos binoculares… un par muy especial que tenía una cámara incorporada, por lo que podría tomar todas las fotos que quisiera. Luego, después de unos días, se marcharían a Outer Banks, donde había alquilado una casa para el resto del verano.

Suspiró. Este sería el mejor verano de su vida. Definitivamente lo sabía.

Todo lo que había pasado por llegar hasta este momento, lo había valido todo. Pensó en todas las que habían intentado, a lo largo de los años, engañarlo, todas las que habían pretendido ser ella. Bueno, él les había enseñado una lección, ¿no?

Ella pasó por delante de la ventana de nuevo.

Oh, pero ésta… ésta. Era la única…

Ésta era la única.

13

Rick siguió las instrucciones de Cass hasta la ensenada donde el último cuerpo había sido encontrado. Aparcó en el camino y juntos caminaron sobre la piedra amarilla tosca hacia el terraplén donde una multitud de agentes se habían reunido. A medida que se acercaba al grupo, el cuerpo comenzó a hacerse visible.

Cass había llegado justo a la periferia, lo suficientemente cerca para ver el cuerpo de la joven, lo suficientemente cerca para ver los brazos lanzados sobre la cabeza, el pelo oscuro desplegado como una capa, cuando uno de los miembros de la fuerza de policía de Hasboro dio un paso adelante.

– Hey, Caplan… -Cass empezó, y él la agarró por el brazo para detener su avance.

– No molestes, Burke, esta no es tu escena del crimen, -dijo desagradablemente-. Estás fuera de tu jurisdicción.

– Bueno, lo sé, -vaciló un poco, sorprendida por su reacción ante su presencia-, pero el Jefe Denver me llamó y me pidió que…

– Denver no tiene nada que decir aquí, tampoco. En lo que a mi respecta, eres un civil. Y eso te hace una intrusa. Sugiero que te marches. Odiaría tener que arrestarte.

– ¿Qué demonios, Caplan? -Ella sacudió su brazo.

– Como lo veo, has tenido varios intentos con este tipo, y lograste cagarla. Ahora puedes retroceder y dejar que los muchachos grandes te muestren cómo capturar a un asesino en serie.

Por el rabillo del ojo, vio a varios de los otros policías de Hasboro mover la cabeza y apartar la mirada avergonzados, mientras que algunos sonrieron burlonamente en su dirección.

– Mira, he estado en varias de las escenas, puedo…

– Puedes girar el culo y volver a Bowers. Nosotros no te necesitamos.

Ella se encogió de hombros y giró hacia Rick.

– Llamaré a Lucy y le pediré que venga a recogerme. Querrás quedarte.

– ¿Quién es usted? -El detective de Hasboro señaló a Rick.

– Agente especial Rick Cisco. FBI, -Rick respondió fríamente-. ¿Quién está a cargo aquí?

– Bueno, no es usted. -Caplan cruzó sus brazos sobre el pecho-. No creo que el Hasboro PD solicitara la ayuda del FBI. Puede irse con Burke.

Rick permaneció en silencio y miró la postura del detective.

– Detective Burke, la llevo de regreso. -Rick señaló el camino.

– Pero…

Tomó su codo, y ella sacudió la mano.

– No ahora, -le susurró entre dientes.

Cass se volvió y dio dos pasos antes de casi chocar con Tasha Welsh.

– ¿Adónde crees que vas? -La técnica le preguntó.

– No he sido invitada. Cabrones territoriales, esos policías de Hasboro, -masculló Cass.

Tasha se encogió de hombros

– Su pérdida. ¿Estarás en casa más tarde esta noche?

Cass asintió.

Tasha se inclinó acercándose a ella.

– Te avisaré si encuentro algo que pueda serte de interés.

A Caplan, dijo Tasha,

– Bien, no me puedes patear de tu césped, así que mejor apártate y déjame hacer mi trabajo. No creo que tengas un buen fotógrafo en tu fuerza, ¿o sí?

– Bastardo estúpido, -Cass murmuró cuando abrió la puerta del pasajero y se metió en el coche de Rick-. No puedo creer que casi amenazó con detenernos.

Llamó al Jefe Denver y se molestó al obtener su correo de voz. Le dejó mensajes en su oficina, su casa, y en su celular, y luego lanzó el teléfono en su bolso disgustada.

Rick encendió el motor al mismo tiempo que marcaba velozmente un número en su celular.

– John, soy Cisco. Nos encontramos en una situación en Nueva Jersey de la que tenemos que hablar. Llámame. -Dejó el lacónico mensaje mientras daba una vuelta en u en medio de la carretera-. Sospecho que mi jefe va a tener unas cuantas palabras con el Hasboro PD antes de que la noche haya terminado.

– No puedo creer que lo estés tomando con tanta calma.

– No es como si fuera la primera vez que me han solicitado dejar la escena de un crimen. -Comprobó su espejo retrovisor antes de hacer un giro hacia la carretera-. Parece que tenemos escolta.

Cass giró en su asiento. Una patrulla de Hasboro los seguía varios tramos de automóviles detrás de ellos.

– Cabrones arrogantes. -Ella golpeó su mano en el salpicadero.

– No permitas que te afecte. Nos encargaremos de ello.

– ¿Cómo te propones hacerlo?

– No lo haré. John sí.

– ¿John es todopoderoso?, -dijo sarcásticamente.

– Más o menos. -Sus ojos nunca abandonaron el camino-. Mira, esto ocurre a veces… un caso de alto perfil, la agencia local no quiere compartir el candelero. Tienen que ser puestos en su lugar, por así decirlo. Pero no le damos demasiada importancia, dejamos que los jefes locales digan cómo va a ser. De esa forma, estás en el escenario, no estás atropellando a nadie, no te impones a nadie, no eres el tipo malo, todavía puedes trabajar con esas personas. Esa es la forma en que mi jefe quiere manejar las cosas, así es como se hace en nuestra unidad.

– ¿Tu unidad? ¿Es tu unidad diferente de la promedio, habitual del FBI?

Una pequeña sonrisa casi tocó una comisura de su boca.

– Los agentes en nuestra unidad informan directamente a nuestro jefe. Y él sólo informa al director.

– Por lo tanto supongo que es un sí.

Él casi sonrió otra vez.

Ella estaba todavía en plena ebullición cuando él se estacionó frente a su casa.

– Te dejo, luego regresaré a Hasboro. Espero oír de John en los próximos diez minutos. Quiero estar en la escena tan pronto como sea posible.

– No puedo creer que ni siquiera nos dejaran ver el cuerpo.

– Tú lo viste.

– Sí, pero no me acerqué lo suficientemente para ver… -Ella hizo una pausa-. ¿Lo viste? ¿A ella? ¿A la víctima?

– Sí.

– ¿Algo raro? -Ella había puesto su bolso en su regazo-. Te mostré las fotos de todas las otras escenas. ¿Advertiste cómo esta mujer tenía la cara hacia arriba, no girada a un lado, como las demás?

– No tuve el tiempo suficiente para notar mucho de nada, -dijo.

– No sé, es poco cosa. Las otras víctimas fueron plantadas de manera exacta, que podrían haber sido superpuestas las unas a las otras. Este… -Ella suspiró-. Por otra parte, uno de los listos de Hasboro podría haberla movido.

– Averiguaremos si uno lo hizo.

Ella abrió la puerta y salió, la cerró, luego se apoyó en la ventana abierta.

– Si no ganas un [12]billete dorado para la escena del crimen, regresa. Lucy nos guardó la cena.

– Quizás lo haga. Pase lo que pase, me mantendré en contacto. Te haré saber lo que averigüe. ¿Crees que tu amiga, la tecnóloga, se acordará de llamarte?

Cass asintió con confianza.

– Llamará. Es de fiar.

– Supongo que hablaremos más tarde.

Cass retrocedió del coche y se volvió hacia la casa.

– Jodido Caplan, -gruñó mientras subía los escalones del frente.

Abrió la puerta mosquitera y cruzó el porche hasta la puerta principal. La luz del exterior estaba apagada.

Extraño.

Se suponía que se encendía de forma automática, al atardecer. Quizá la bombilla se había quemado. Le pediría a Lucy que comprara una nueva si tenía tiempo esa semana.

Entre las visitas a la playa, por supuesto.

Cass sonrió para sí misma. Su prima era única. Por un lado, Lucy era amable y servicial y estaba tratando arduamente de hacer frente a una mala situación, por otra, era egoísta, frívola e irreflexiva.

Y, Cass se dio cuenta, la amaba a pesar de todo eso.

Rebuscó en su bolso por sus llaves, luego se rindió y llamó a la puerta. Se afirmó contra la jamba y esperó.

– ¿Lucy? -Golpeó de nuevo.

Llegó un estrépito desde el interior. Cass dejó caer su bolso y rebuscó en él rápidamente, encontró la llave y su arma.

Metió la llave en la cerradura y la giró con dedos frenéticos, luego dio un paso en la penumbra, la piel detrás de su cuello hormigueaba. Sus ojos aún no se ajustaban a la luz, pero un movimiento a su derecha, en la sala de estar, llamó su atención.

– No se mueva, -dijo firmemente.

La figura en el suelo se levantó rápidamente y saltó hacia la cocina antes de que ella pudiera reaccionar.

– Policía, -gritó, cuando la figura comenzó a desaparecer en el cuarto oscuro.

Esquivó la silla que él arrojó en su dirección, luego tropezó con ella.

Maldiciendo, apuntó y disparó dos tiros. Ella estaba casi en la puerta trasera cuando oyó un gemido desde el frente de la casa.

El sonido se detuvo en seco en su calzada.

– ¿Lucy? -Se volvió despacio y caminó de vuelta a la sala de estar-. ¿Lucy?

Ella encendió la luz de pasillo.

– Oh, Santa Madre de Dios.

Lucy estaba en el suelo, su pelo oscuro extendido alrededor de su cabeza como un halo.

– No, no, no, no… -Cass corrió hacia ella y cayó de rodillas-. Lucy, no. No.

– ¿Cass? -Rick llamó desde la puerta delantera-. Oí los disparos. ¿Qué pasa?

– Lucy, por favor… -Cass le buscó el pulso.

– Jesús, Cass… -Rick entró en la sala.

– Pide ayuda. Llama ahora. No creo que esté respirando. -Cass comenzó el boca a boca mientras Rick pedía ayuda.

– Déjeme intentarlo, -dijo, pero Cass le hizo un gesto y siguió introduciendo aire en los pulmones de su prima.

– Creo que la estoy perdiendo. -Buscó frenéticamente.

– Mi turno. -Rick apartó a Cass del camino y asumió el cargo cuando las sirenas comenzaron a aullar en la distancia.

– No te mueras, Lucy, -Cass rogó salvajemente-. Por favor, no te mueras…

14

Demasiado ansiosa para sentarse, Cass estaba de pie apoyada contra la pared de cemento de la sala de emergencias del Hospital Memorial Bayshore e hizo algo que no había hecho desde que tenía nueve años. Se mordía las uñas avivadamente.

– Toma. -Rick le entregó una lata de soda-. No sé lo que bebes, pero es del único tipo que queda en la máquina, así que creo que no importa. Está fría -casi fría, de todos modos- y refresca.

Ella asintió agradeciéndoselo y sostuvo la lata cerca de su cuerpo. Rick la tomó de nuevo, tiró la anilla, y se la devolvió.

– La aprovecharás más si está abierta.

– Gracias, -susurró, luego tomó unos pequeños sorbos-. ¿Qué crees que le están haciendo?

Tratar de mantenerla viva, se le ocurrió a él.

En lugar de ello, contestó:

– Estoy seguro de que la están examinando a fondo.

– Yo debería saberlo. Lo sé. -Ella tragó duro-. Es diferente cuando es uno. Cuando es alguien cercano a uno.

Rick apretó su hombro con la intención de tranquilizarla. Dudó que lo hiciera.

– ¿Detective Burke? -Una enfermera llamó desde el escritorio.

– Aquí-. Cass levantó una mano y se apresuró-. ¿Cómo está ella? ¿Se pondrá bien?

La enfermera la miró perpleja, y luego miró el portapapeles en su mano.

– ¿Está usted aquí como parte de una investigación oficial… o…?

– Ella es mi prima. Lucy Webb.

– ¿Es usted el pariente más cercano?

– Sí, sí… -Cass se detuvo-. Oh. En realidad, no. Está casada, pero…

– Necesitaré hablar con su marido.

– Ellos están separados. Se están divorciando. En este momento ella vive conmigo.

– Si todavía es legalmente su marido, tendré que hablar con él. ¿Sabe cómo puedo contactarlo?

Cass intentó mirar fijamente a la mujer para intimidarla. No funcionó.

– Tengo su número, -Cass finalmente consintió.

– Bien. -La enfermera le entregó una pequeña libreta de papel blanco y un bolígrafo, y esperó mientras Cass escribía el número.

– Por favor. Sólo dígame si va a estar bien. -Cass trató de suavizar su postura.

– Ella respira por su cuenta, -dijo la enfermera.

Rick se acercó, y mostró su insignia.

– Agente Cisco, FBI. Enfermera… -Sus ojos escudriñaron su nombre en su distintivo-… Natale. La paciente es víctima de un delito violento. Necesito hablar con el médico tratante de la Sra. Webb a la mayor brevedad posible.

La enfermera miró primero a Rick, luego sus credenciales, antes de volver a mirar a Cass, que no se había movido.

– Pediré al Dr. Peterman que hable con usted tan pronto como termine.

Rick asintió.

– Gracias.

– Y gracias, -dijo suavemente Cass.

– Ni lo menciones. Ahora ven y siéntate. -Rick tomó su brazo-. No sabemos cuánto tiempo tendremos que esperar.

– No tienes que esperar conmigo. Sé que deseas volver a Hasboro, a la escena del crimen, -dijo, como si no comprendiera que la escena del crimen más reciente era su propia casa.

– Dudo que ellos me echen de menos. -Él sonrió suavemente-. Además, prefiero hacerte compañía. Podría ser una larga noche. Trata de relajarte un poco. Sé que es difícil, no sabiendo lo que pasa.

– Van a llamar a ese estúpido marido suyo, -dijo Cass en un exhalar-. Me pregunto si vendrá.

– Va a venir. Tendría que ser de piedra para no preocuparse por lo que le ha pasado. Ella todavía es su esposa.

– Esperemos que no por mucho tiempo.

– Suena a que hay un pequeño conflicto aquí.

– No hay conflicto. Simplemente no es el hombre para ella. -Ella arqueó una ceja-. Estoy esperando que me digas que no es mi llamada.

– Ni de cerca, Burke.

– En el caso de que creas que estoy siendo dura con el tipo, ella no piensa que él es el hombre para ella, tampoco.

– Su elección.

– Cierto, -Cass se mordisqueó una uña-. Él la ha estado engañando. Ha aniquilado totalmente su confianza en sí misma.

– Ella me pareció bastante segura de sí misma.

– Las apariencias pueden engañar.

– Supongo. -La miró hacia abajo y vio a una mujer a punto de desmayarse de la fatiga-. ¿Por qué no tratas de descansar un poco mientras puedas? Acá, apóyate en mí.

– Eres un buen tipo, Rick Cisco. -Ella reposó su cabeza contra la parte superior de su brazo, y luego se dio cuenta de lo que había hecho. Incómoda con tal intimidad, movió su cabeza ligeramente de modo que se apoyara contra la pared en vez de él.

– Para ser un agente del FBI. -Movió su cabeza hacia atrás a donde había estado, diciéndole-, relájate. No muerdo.

– No tengo problema con el FBI. -Ella hizo caso omiso de lo que él había hecho y cerró sus ojos, demasiado cansada para concederle tanta importancia, aunque todavía incómoda con la proximidad de ese hombre que todavía era más o menos un extraño-. Has sido… respetuoso. Amable.

– Ya veremos lo que los policías de Hasboro me llaman por la mañana, -dijo, y ella trató de sonreír ante su intento de humor.

Un muchacho con el brazo enyesado salió de una de las salas de tratamiento, su rostro bañado en lágrimas, agarrando la mano de su madre fuertemente con su mano buena.

Una joven madre caminaba con un sollozante bebé de un lado a otro del vestíbulo intentando consolarlo. Las puertas automáticas a la entrada de emergencia se abrieron silenciosamente y una mujer con la cara magullada e hinchada entró, ayudada por una mujer mayor con un pareo sobre su traje de baño, y una expresión preocupada en su cara.

Cass miraba en silencio cada drama desarrollándose. Después de unos largos diez minutos, preguntó:

– ¿De dónde viniste?

– Maryland.

– No, no. Esta noche. Me dejaste en la casa y te fuiste. ¿Por qué regresaste?

– Nunca salí de tu calle. Estaba casi en la señal de pare cuando vi a tu vecina salir de su casa… ¿la mujer mayor que vive calle arriba?

– Madge.

– Correcto. Bueno, ella salió por su puerta delantera y caminaba tan rápido como podía en dirección a la esquina, así que me detuve a ver lo que pasaba. Me dijo que su perro…

– June bug.

– Sí. Por lo visto hubo un gato callejero en su patio trasero toda la tarde, molestando a la vieja Junie. A la primera oportunidad que tuvo, salió por la puerta delantera y persiguió al gato hasta la vuelta de la esquina, Madge salió a buscarla, con su bastón en una mano y la correa del perro en la otra. Aparqué el coche y perseguí al perro. La encontré unas casas arriba, el gato fulminándolo engreídamente desde el techo del coche de alguien. Traía de vuelta al perro y la estaba entregando cuando oí los disparos.

– ¿Lo viste?-Cass se enderezó-. Él corrió por la parte de atrás.

– No. No vi a nadie. Honestamente, sólo corrí hacia la casa y entré. -Su brazo se sintió de repente más fresco sin su cabeza descansando contra él-. Dime de nuevo lo que pasó.

Cass repitió la historia, era la tercera vez que lo hacía desde su llegada al hospital. La primera fue al jefe Denver, que se había encontrado con ella en Urgencias y se quedó el tiempo suficiente para cerciorarse que Lucy todavía estaba viva antes de irse para supervisar personalmente la investigación en la casa de Cass. La segunda había sido al policía asignado para tomar su declaración oficial.

Acababa de llegar a la parte donde el atacante de Lucy salió corriendo por la puerta trasera, cuando alzó la vista para ver a Tasha Welsh bajando por el pasillo.

– Cass, oí lo que pasó. Lo siento tanto. ¿Está bien tu prima? -Tasha ocupó la silla junto a Cass y la giró para así poder sentarse frente a ella.

– No hemos sabido nada. Sigue con los médicos.

– ¡Qué horror! -Tasha sacudió su cabeza-. ¿Estás bien?

– Estaré bien.

– Fue nuestro hombre… ¿nuestro asesino?

– Tengo que pensarlo así, pero al mismo tiempo… -Cass vaciló, como si lo estudiara detenidamente-. Ya había golpeado una vez esta noche. Nunca ha atacado a dos mujeres en la misma noche antes. No tiene sentido para mí.

– Bien, he aquí algo más que no tiene sentido. -Tasha se inclinó hacia adelante-. La otra víctima, ¿la de Hasboro? Ella no fue violada.

– ¿No? -Cass frunció el ceño-. Pero todas las demás lo fueron.

– Cierto. Y otra cosa. ¿Recuerdas lo que te dije acerca de las fibras?

– ¿Las fibras que encontraste en el pelo de las otras víctimas?

Tasha asintió.

– Cinta rosada, ¿te dije que los informes de laboratorio llegaron? Cinta de satén rosa. Seda verdadera, no sintética. Cada una de las otras víctimas tenía rastros de ello, y prepárate… las fibras concuerdan perfectamente.

– ¿La misma clase de cinta?

– La misma cinta. Pudimos rastrearla hasta el fabricante. Dejaron de hacerla hace dieciocho años. -Tasha golpeó con un dedo la rodilla de Cass para enfatizarlo-. ¿Pero la de esta noche? Nada. No hay fibras.

– ¿Estás segura?

– Fue lo primero que busqué. Había algo, no sé, torpe acerca de la forma en que la dejó. Me pareció diferente de alguna manera.

Cass cabeceó acordando.

– Pensé lo mismo. Las piernas no estaban del modo correcto.

– Exactamente. Similares, pero no de la misma forma. Un poco desordenado. Como si hubiese tenido prisa y no se tomara el tiempo para hacerlo correctamente. No tiene sentido, ¿verdad?

Cass miró a Rick.

– ¿Un imitador, tal vez?-Sugirió.

– Quizá tuvo prisa. Necesitaremos el informe de los oficiales de la investigación para ver que más encontraron, -señaló.

– Bien, no contengas la respiración hasta que se ofrezcan a dártelo, -le recordó Cass.

– Puedo conseguirlo, -les dijo Tasha-. Podría tomarme unos días…

– Tal vez tu jefe pueda conseguirlo cuanto antes, -dijo Cass a Rick, que asintió.

– Le haré otra llamada por la mañana si no he tenido noticias suyas.

– Y otra cosa, -dijo Tasha-. En el pasado, el asesino ha hecho un esfuerzo por ocultar los cuerpos en cierta medida. Éste en Hasboro, la dejó claramente a la vista. Justo allí en la parte inferior del muelle.

– Como he dicho, tal vez tenía prisa, -dijo Rick-. Posiblemente tenía miedo de ser descubierto si se tomaba demasiado tiempo.

– No es su estilo, -insistió Tasha-. Si tenía miedo de ser visto, la habría dejado en alguna otra parte. Creo que quería que el cuerpo fuera encontrado, y rápido.

– ¿Cuánto tiempo piensas que el cuerpo estuvo allí? -Cass preguntó.

– Oí que uno de los detectives decía que la familia en la primera casa fuera del muro había salido a buscar cangrejos en su barco cerca de las tres, -respondió Tasha-. Ellos la encontraron cuando llegaron de vuelta, alrededor de las cinco y media. Por lo tanto fue dejada en algún momento dentro de ese plazo.

– Se arriesgó, ¿no? -Cass dijo cuidadosamente-. ¿A plena luz del día, a mitad de la tarde? No parece ser un tipo descuidado.

– No fue negligente, -dijo Rick.

Cass lo miró.

– ¿No lo fue?

– No lo atraparon, ¿verdad? Hasta el momento, nadie se ha presentado a decir que vieron a alguien allí.

– Uno puede fácilmente salirse con la suya, -Tasha asintió-, si no hay otros barcos al final del muelle. Y por supuesto, no había ninguno.

– Además, es temprano en la temporada. No hay muchas personas por ahí todavía -dijo Cass pensativamente-. Pero de todas formas, ¿por qué arriesgarse?

– Creo lo mismo que Tasha. Quería que la encontraran, -dijo Rick-. Y quería que la encontraran hoy.

– ¿Por qué supones que sería importante para él? -Preguntó Tasha.

– Tal vez porque tenía otro objetivo en mente. Tal vez fue una víctima incidental para él, -Cass pensó en voz alta-. O él podría haber querido llamar nuestra atención hacia ella, y…

– Y alejarnos de otra persona, -Rick terminó su pensamiento.

– Lucy, -dijo Cass rotundamente.

– Podría ser. Necesitaba apartarte del camino, por lo que proporcionó una distracción, -sugirió Rick-. Ella encaja en el tipo fielmente. Edad, y tipo correcto. Una mujer bonita con un montón de largo cabello oscuro. Si la ha estado vigilando, habría sabido que ella vive con una policía. Habría tenido que sacarte de allí para llegar a ella. ¿La mejor manera de atraer a un policía? Con un cadáver. Inteligente de su parte.

Cass se estremeció al pensar que otra mujer inocente perdió su vida por ser considerada nada más que un medio para un fin.

– Pero no lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que se salió de mi jurisdicción, o que los tipos de Hasboro eran tan territoriales que me despacharían al minuto en que llegué.

– Puedes darles las gracias a esos tipos de Hasboro y su mentalidad mezquina por salvar la vida de Lucy, -señaló.

Cass puso su rostro en sus manos.

– Oh, Dios, -dijo-, si me hubiese quedado más tiempo probablemente estaríamos sentados en el depósito de cadáveres ahora mismo.

***

Los faros iluminaron la puerta de madera y dejó el coche en marcha mientras iba a apartarla. A continuación condujo por la apertura, volvió, y cerró la puerta. No había ninguna necesidad de que algún bienintencionado viniera y se preguntara quien podría andar deambulando a estas horas de la noche.

Condujo sólo con sus faros antiniebla, por temor a que algún vehículo que pasara viera el reflejo de las luces más brillantes y llamara a la policía. No que pensase que la policía se limitase a sentarse sin hacer nada esa noche, esperando algo que hacer. No, él se había asegurado de eso, muy bien.

El camino de tierra serpenteaba un cuarto de milla en el pantano antes de separarse en dos direcciones. Tomó el camino de la izquierda y lo siguió durante unos quinientos pies. Presintiendo que estaba cerca de su destino, redujo la marcha, y luego detuvo el coche. Apagó las luces y el motor, luego abrió la guantera y sacó el botiquín de primeros auxilios que siempre llevaba con él. Salió del coche y se dirigió directamente al maletero, del cual sacó un baúl. Caminó a lo largo del camino a ciegas y llevó el baúl con él hasta los escalones del refugio. Fue difícil, porque estaba pesado ahora después de todos esos años, y uno de los dedos en su mano izquierda dolía como el infierno. Colocó el baúl en el suelo a ciegas, a continuación, lo subió.

Se sentó junto a él y abrió el botiquín de primeros auxilios. Tomando la pequeña linterna de su bolsillo, lo alumbró. Reunió una pequeña botella de peróxido y un rollo de vendas frente a él; entonces, sosteniendo la linterna entre los dientes, desenvolvió la tira de su camisa que había atado antes alrededor del dedo palpitante. Vertió el peróxido sobre la herida frotando para limpiarla, y luego la envolvió con la gasa.

Se trataba de una herida menor, y no era la primera vez que le habían disparado. Pero era la primera vez que le había pegado un tiro una mujer.

Y esa mujer. Esa mujer…

Sintió una terrible quemazón detrás de sus ojos y sus manos comenzaron a temblar. El odio lo invadió, tan fuerte y tan feroz, que casi se convirtió en náuseas.

Si no fuera por ella, él y su amor estarían juntos en ese momento. En camino a Cape May, para iniciar su vida juntos.

Si no fuera por ella, todo estaría bien en ese momento. En ese momento…

Pero en lugar de ello, estaba solo, escondiéndose como un animal asustado en un oscuro pantano.

Y su amor… oh, su pobre amor…

Bueno, eso fue toda su culpa, también. Si no fuera por ella, su amor no estaría…

Se detuvo, recordando la forma en su amor había tratado de luchar contra él. ¿Por qué lo había hecho? No había planeado hacerle daño. ¿Por qué no lo entendió?

Sus dedos tocaron su rostro, se rozó los arañazos de sus uñas habían hecho.

¿Por qué había luchado contra él?

Si no hubiera tratado de luchar, no habría tenido que golpearla tantas veces.

Si no hubiera intentado gritar, no habría tenido que poner sus manos alrededor de su garganta y…

Pero no había querido herirla, nunca había pensado hacerle daño… ¡él la amaba! Habría parado, se dijo, no habría apretando tan fuerte, si otro no hubiera llegado, agitando esa maldita arma. Se había echo un lío entonces.

Por un momento, había olvidado donde estaba y con quién había estado. Una niebla pareció invadirlo, nublando su mente. Había visto sus manos en su garganta como en cámara lenta, y sintió como si pertenecían a otra persona.

En el momento en que su cabeza se había despejado, ya era demasiado tarde. Esquivaba las balas, corriendo por la puerta, y había tenido que dejarla allí, en el suelo.

Se sentía enfermo al saber que la culpa había sido sólo de él mismo.

Debería haber matado a esa -a la otra- cuando había tenido la oportunidad.

15

Regan iba por su segunda taza de café cuando sonó el timbre el lunes por la mañana. Miró el reloj, las 7:45.

– Tengo una buena noticia, -dijo Mitch cuando ella le abrió la puerta-, y algunas… así, algunas teorías.

– Dame la buena noticia primero. -Ella lo saludó y él la siguió por el vestíbulo hacia la cocina-. Luego me puedes dar las teorías.

– La buena noticia es que tengo otros dos nombres más de las víctimas de la lista misteriosa de tu padre.

Mitch dejó su maletín negro en el suelo junto a la mesa de la cocina y sacó una carpeta.

– 21 de mayo de 1983. Pittsburgh, Pensilvania. Elaine Marchand. Edad veintinueve. -La miró-. ¿Quieres conjeturar al azar sobre la causa de muerte?

– Estrangulación. Después de haber sido asaltada sexualmente.

– El archivo no especifica el orden, pero esa sería mi conjetura.

– ¿Qué más tienes allí? -Se inclinó para echar una ojeada, y él dobló el papel para proteger sus notas.

– Depende. ¿Te beberás todo ese café tú sola? -Preguntó.

– Lo siento. Te serviré una taza. -Fue al armario y sacó una taza-. Estabas diciendo…

– Charlotte, Carolina del Norte. 1 de febrero de 1986. Raquel Sheriden. -La observó servir el café y esperó hasta que se volvió hacia él-. Edad…

– Finales de los veinte, principios de los treinta. Violada y estrangulada.

– Eres buena en esto, -dijo impasible-. ¿Alguna vez has pensado en trabajar para el gobierno? He oído que el FBI está buscando unos buenos agentes.

Ella sonrió y le entregó la taza.

– Me arriesgaré y supondré que ninguno de estos asesinatos ha sido resueltos.

– Eres realmente buena en esto. -Sorbió el café caliente con cuidado.

– ¿Dónde conseguiste toda la información?

– De los archivos de la computadora de la Oficina. -Vertió leche descremada en la taza y la revolvió con la cuchara que ella había utilizado-. Y eso no es todo lo que logré.

– ¿Qué más?

– Tengo una lista de más de cuarenta asesinatos misteriosamente similares, no resueltos que han ocurrido durante los últimos veinticinco años. Mismo modus operandi. Todos de diferentes partes del país. Más cargados en el sur por varios de esos años, no obstante. Vamos a tener que echarle un vistazo a eso.

– ¡Cuarenta! -Los ojos de Regan se abrieron de par en par-. Cuarenta…

– Y esos son sólo los que he podido encontrar con facilidad. Dios sabe cuántos puede haber que nunca se introdujeron en el sistema.

– Por lo tanto, podrían ser más.

– Podrían haber muchos más, -dijo sobriamente-. Ahora, por supuesto, tenemos algo de trabajo por hacer para determinar si esos otros son, de hecho, probables víctimas de nuestro hombre. Vamos a tener que echar un vistazo a cada caso individualmente, pero las coincidencias son extrañas.

– ¿Qué pasa con estos otros lugares… -Buscó en la mesa la lista original, la encontró en la parte inferior de la pila-. Turquía, Panamá, Croacia… -Ella lo miró-. ¿Cómo encontrar información sobre esos lugares?

– Ese será un poco más complicado, pero tengo a alguien en la Oficina trabajando en eso. Mientras tanto, mira aquí. -Él tomó dos mapas de su maletín y extendió uno en la mesa, apartando la taza de café del camino-. Este es un mapa de los Estados Unidos. He encerrado en un círculo en rojo todas las ciudades de las que hemos hablado, pero es un poco difícil de ver, por lo que he comprado algunos alfileres de colores. ¿Hay un lugar donde podamos colgar esto?

– ¿Qué tal ahí en la puerta del sótano?

– Me parece bien. -Clavó las esquinas superiores a la puerta-. Servirá, siempre y cuando nadie quiera bajar.

– Muéstrame. -Señaló el mapa.

– Déjame poner los alfileres en su lugar. Empezaremos por identificar los lugares de la lista de tu papá con alfileres rojos.

– Las víctimas conocidas del Estrangulador de Bayside.

– Correcto. -Procedió a colocar los alfileres rojos en el mapa-. Ahora, para los asesinatos por la Costa de Jersey, estoy poniendo una tachuela roja para representarlos a todos, ya que es básicamente un solo lugar. Luego tuvimos Pittsburgh… Charlotte… Corona… Memphis…

Regan se acercó para mirar más de cerca.

– ¿Vamos a asumir que las fechas y los sitios en aquella lista representan asesinatos?

Él asintió.

– Creo que es una suposición inequívoca. Cuando miramos el panorama en conjunto, todo lo señala así.

Mitch apoyó la espalda contra el mostrador.

– Creo que estamos de acuerdo en que el Estrangulador de Bayside y el hombre que cometió estos otros asesinatos son la misma persona.

– Sin duda se ve de esa manera.

– Y creo que quienquiera que sea él, y por razones que aún no entiendo, escribió a tu padre a lo largo de los años. -Mitch volvió a la mesa por su taza-. «Hey, Landry, ¿me recuerdas?»

– Él le envió notas para mantenerlo actualizado de sus actividades. Jactándose de sus hazañas. Y mi papá empezó a llevar un registro de cuándo las recibió, y dónde fueron franqueadas.

– Tenemos que encontrar el resto de los archivos de tu padre y ver lo que hizo con toda esa información.

– Se las habría enviado a alguien, -dijo Regan-. Algo como esto, tantas víctimas en tantas áreas, habría ido directamente al FBI. El habría guardado copias de las cartas, pero no se las habría guardado para sí mismo.

– Creo que tendríamos más éxito buscando en las cajas de archivos aquí que en la Oficina. Sin saber a donde él envió la información o a quien, o cuando, ni hay que decir donde podrían estar ahora. Pediré a John Mancini que haga que alguien allí en la Oficina lo examine, pero es un disparo tan largo, que casi no vale la pena el tiempo. A menos que una investigación oficial fuese iniciada y documentada, será imposible. Con el paso de todos estos años, tienes oficinas cerradas o trasladadas, agentes muertos, jubilados, o reubicados. Los archivos de tu padre pueden ser un lío, pero estamos bastante seguros de que en algún lugar en medio de todo esto encontraremos lo que estamos buscando. No tenemos esa garantía sí confiamos en los registros de la Oficina.

Regan estudió la lista otra vez.

– Estas fechas varían desde principios de los años ochenta hasta finales de los noventa. Mi conjetura sería que él las pasó tan pronto como se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.

– ¿Piensas que comprendió que el asesino le decía cada vez que había golpeado?

– Creo que mi padre se lo hubiera figurado. Recuerda que esto no era excepcional. -Ella agitó la página hacia él-. Él había sido contactado por asesinos en muchas ocasiones durante los últimos treinta años. Algunos querían confesarse con él, varios escribieron para burlarse de él. Otros lo desafiaron. Atrápame si puedes, ese tipo de cosas.

– ¿Por qué tu padre?

– Todo comenzó con un libro que escribió en 1975. Había entrevistado a un asesino llamado Willie Miles, que estaba en el corredor de la muerte en Florida por asesinar a sus esposas… que serían tres ex-esposas. Mi papá me contó que había seguido el caso para el periódico en el estaba trabajando en ese momento, pero pensó que era una historia muy interesante.

– ¿Tu papá comenzó en el periodismo?

– En efecto. De todas formas, al parecer, Willie estuvo comunicativo en su bloque de celda y habló de cómo este escritor había venido a verlo desde el norte, y cómo iba a ser famoso porque este escritor iba a escribir un libro sobre él, y uno de los otros reclusos lo recogió. Este segundo escribió a papá un par de veces. Supongo que le habría dicho a alguien más sobre él, y antes de que mi papá lo supiera, estaba recibiendo correo de otros hombres en el corredor de la muerte, también. A continuación, algunos que todavía no estaban en el corredor de la muerte, y algunos de otros estados. Y luego algunos que no habían sido siquiera capturados.

– ¿Por qué piensas que se contactaron con él?

– Creo que ellos pensaron que los haría famoso. Escribir un libro sobre ellos, también. La prensa había recogido la historia acerca de mi padre recibiendo todos esos correos, y supongo que todos deseaban sus quince minutos de fama. Disminuyó después de unos cuantos años, pero de vez en cuando él todavía recibía noticias de presidiarios. -Ella sonrió irónicamente-. A veces le escribían sólo para decirle que estaba equivocado sobre algo que había escrito. Así es como entró en contacto con Curtis Channing, el asesino en serie que, en última instancia, fue responsable de su muerte.

– El asesino que puso el nombre de tu padre en la lista negra que dio a otra persona.

– Archer Lowell. El hombre que disparó a mi padre.

– ¿Y estás segura -segurísima- que tu padre guardó toda esta correspondencia?

– En un lugar u otro. Lo apostaría.

– Perfecto. Todo vuelve a encontrar la caja correcta.

– Me temo que sí.

– Podemos buscar en las cajas mientras esperamos.

– ¿Esperar qué?

– Que alguien responda a mis preguntas. Envié un montón de correos electrónicos e hice un montón de llamadas telefónicas ayer a mi oficina, así como a varios departamentos de policía locales, agencias de aplicación de la ley estatales, cualquiera que haya investigado esos otros homicidios, pidiéndoles que me manden por fax copias de sus informes de la investigación.

– ¿Cuarenta víctimas más los cuatro de la lista de papá?

– Más vale que echemos un vistazo al panorama. Con ese fin, tengo un montón de alfileres amarillo brillante. Usaremos estos para marcar a las otras cuarenta víctimas que descubrí en la computadora.

– ¿Por qué apartar esos?

– Porque todavía tenemos que poner esa lista por orden de fecha e integrarlos en una lista principal. Cuando creemos los archivos para cada una de ellas, y confirmemos que lo más probable es que sean víctimas del mismo asesino, cambiaremos el alfiler amarillo por uno rojo.

– Y cuando tengamos todos los alfileres rojos, tendremos una lista completa.

– Hasta que otros nos caigan de improviso.

– Vamos a tomarnos nuestro café a la oficina y comprobemos el fax. Pensé haberlo oído antes. -Regan alcanzó el mando a distancia, y estuvo a punto de apagar la televisión-. Ese es que el jefe de policía de una de esas ciudades costeras…

Subió el volumen.

– … pero usted tendrá que pedir el Departamento de Policía de Hasboro aquella información, -decía.

– ¿Puede darnos alguna información sobre la condición de la mujer que fue atacada ayer por la noche? ¿Ha sido capaz de identificar al hombre que la atacó?

– Realmente no puedo darle ninguna información, Heather. Se trata de una investigación en curso…

– ¿Pero puede confirmar que esa mujer sobrevivió al ataque?

– Una de las mujeres que fue atacada durante el fin de semana sobrevivió. Eso es todo lo que puedo decir en este momento.

– Jefe Denver, del Departamento de Policía de Bowers Inlet, le damos las gracias por su tiempo. -La cámara volvió de nuevo a la presentadora de la mañana-. Enseguida volvemos.

– Ha habido otro. Otro asesinato en Bowers Inlet. -Regan frunció el ceño.

– Al menos uno, por lo visto. ¿Oíste que se refería a otro departamento de policía? Comenzaba con un H.

– No agarré el nombre.

– La Oficina envió a un agente a Bowers a trabajar con su departamento después de los cuatro primeros asesinatos. Déjame hacerle una llamada, y sabremos lo qué pasa.

– Mientras lo haces, creo que meteré todo este papeleo tuyo en la oficina. Hay algo de madera contrachapada en el granero, podemos traer un trozo, clavamos el mapa en él, y lo ponemos delante del estante de los libros.

Ella recogió los archivos de la mesa de la cocina y los llevó pasillo abajo a la oficina. Después de dejar los documentos sobre el escritorio grande, levantó la persiana de la ventana y dejó entrar la mañana.

– Tuve que dejarle un correo de voz a Rick. Entre tanto, ¿que tal si me muestras donde está el contrachapado?

– Está justo ahí, en el granero. -Señaló la ventana, abrió el cajón superior del escritorio y sacó una llave, que le entregó-. Es para la puerta principal.

– ¿No vienes?

Ella vaciló.

– Me quedaré aquí y veré si puedo poner esto en orden. Parece que alguien estuvo ansioso por compartir. -Señaló el fax, donde un montón de papel se desbordaba de la bandeja de recibir. La luz roja parpadeaba furiosamente, indicando que estaba sin papel y tenía más páginas para emitir.

– Muy bien. ¿Puedo salir por la puerta de atrás?

Ella asintió y recargó la bandeja de papel, y después apretó el botón Reanudar. En unos segundos, el fax comenzó a imprimir otra vez. Página tras página tras página.

Regan miró por la ventana y observó a Mitch cruzar a zancadas el extenso camino hacia el granero. Abrió la puerta fácilmente y entró. Menos de cinco minutos más tarde, caminaba de regreso, sosteniendo una gran pieza de madera contrachapada en la cabeza.

– Hay mucha madera buena ahí dentro, -Mitch estaba diciendo cuando entró en la habitación. Bajó la tabla y la apoyó contra la librería-. Y un montón de cinta policial. Lo siento, Regan. Sabía lo que le sucedió a tu padre allí, sin duda no estaba pensando.

Ella asintió.

– Está bien. ¿La cinta todavía está allí?

– Sí. ¿No has…?

– No. No he estado allí desde el día en que le dispararon. No puedo entrar. -Sonrió tristemente-. Debe parecerte tonto.

– No, para nada. En cierto modo, me sorprende que estés viviendo aquí.

– No tenía la intención de hacerlo. Regresé a limpiar las cosas de mi padre, recoger mis pertenencias personales, las cosas familiares que quería guardar, y luego vender la propiedad. No tenía previsto quedarme. Pero vi la historia sobre las mujeres asesinadas en la costa, y me recordó esas notas que encontré…

– Y no pudiste alejarte de la historia.

Ella sacudió la cabeza.

– No creo que pueda. No hasta que todo se resuelva.

– Bueno, vamos a ver si podemos hacer algún progreso aquí hoy, y así puedas continuar con tu vida. ¿Tírame la caja de tachuelas, por favor? Hagamos el mapa.

– Tienes un montón de faxes aquí, -le dijo, cuando afirmaron el mapa en la tabla.

– Eso fue rápido. -Apoyó el mapa contra el estante para libros y tomó la pila de papel que ella le entregó. Los hojeó, leyendo en voz alta-, Policía del estado de Pennsylvania. Alabama… Texas… Nuevo México… y la Oficina de Investigación de Georgia asegura tener mucho que decir.

Él leyó por encima los mensajes de fax que acompañaban los diversos informes.

– Leary, Georgia. Colquitt. Ideal… -Sacudió la cabeza-. Parece que todavía están comprobando sus registros.

– Y hay más fax llegando. -Señaló a la máquina, donde hoja tras hoja se deslizaba en la bandeja.

– Ordenemos estos por fecha, así los tendremos cronológicamente… Ese es mi teléfono.

Sacó el teléfono timbrando del bolsillo de sus pantalones y lo contestó, luego paseó hasta la ventana y miró hacia afuera mientras escuchaba.

– Creo que tenemos que sentarnos y conversar, Cisco, -dijo después de varios minutos-. Allí o acá, no importa… Bien, seguro, entiendo. Puedo estar allá en…

Mitch miró a Regan y preguntó:

– ¿Cuánto hay de aquí a la playa?

– Nueva Jersey tiene toda la costa compuesta de playas.

– Bowers Inlet.

– Tal vez una hora y media. Dependiendo del camino que tomes.

– ¿Conoces algún atajo?

– Claro. Soy una chica de Jersey. Nunca tomamos las carreteras principales.

– Espérame para el almuerzo, -dijo Mitch al teléfono-. Voy a estar allí antes del mediodía.

Cerró el teléfono y lo guardó nuevamente en su bolsillo.

– ¿Qué pasa en Bowers Inlet?, -preguntó.

– Parece que la última víctima -de la que el jefe de policía estaba hablando en la televisión- es prima de la única detective de Bowers Inlet.

– ¿Pero está viva?

– Viva, pero aún inconsciente, por lo que no han podido conseguir ninguna información de ella sobre su atacante.

Regan se sentó en el brazo de una silla y se cubrió la cara con sus manos.

– Esto va demasiado rápido. Es demasiado grande. No puedo mantener el ritmo.

– Estoy seguro de que la policía en Bowers Inlet se siente de la misma manera.

– Bueno, necesitamos una estrategia. -Ella se puso de pie, con sus manos en sus caderas-. Tenemos que mantener esto organizada o se nos irá de las manos. Perderemos de vista alguna información que quizás resulte importante más adelante. Empecemos haciendo el mapa. Coloca los alfileres en todos los lugares en los que pensamos que ha ocurrido un asesinato que podría estar conectado.

– Tal vez puedas hacerlo mientras voy a encontrarme con Cisco. -Mitch entregó a Regan la lista y la caja de alfileres, luego comenzó a juntar todos los faxes-. Quizás cuando vuelva…

– No-no. -Ella sacudió su cabeza-. Voy contigo. El acuerdo con John Mancini fue que yo abriría mis archivos al FBI, pero a cambio, consigo información por adelantado.

– No estoy seguro que por adelantado signifique que tengas que acompañarme.

– Ese fue el acuerdo. -Más o menos-. Puedo ayudarte con esto. Por las últimas semanas, he estado revisando los archivos mi padre. Puede haber cosas que he leído que podrían significar algo para tu investigación.

– ¿Tal como…?

– Algo que oiga, o vea, en Bowers Inlet podría recordarme algo que leí en uno de sus archivos.

Mitch buscó en sus bolsillos sus llaves.

– Además, me necesitas. -Ella dobló sus gafas de lectura y buscó su estuche en medio de los documentos sobre el escritorio. Lo encontró, metió los lentes y lo guardó en su bolso.

– ¿Lo hago?

– Seguro. Conozco todos los atajos.

16

– Apuesto que se forma un buen embotellamiento más adelante en el verano, -Mitch observó mientras conducía sobre el puente de dos carriles que llevaba a la pequeña isla, donde varias de las ciudades costeras se situaban-. ¿Quién tiene todavía puentes de dos carriles en estos días?

– Te sorprendería. -Regan sonrió-. Recuerdo cuando algunos de los pasos elevados terminaron en puentes levadizos. Apuesto que algunos todavía lo hacen.

– No parece muy eficiente.

– No vienes a la costa de Jersey en busca de eficiencia. -La sonrisa se amplió ligeramente-. Si quieres eficiencia, vas a Florida.

Señaló acres de pantano a su derecha donde, a veinte pies del paso elevado, dos garzas pescaban en medio de las altas cañas.

– Todavía se ve igual gran parte de la zona de la costa. Hay kilómetros de pantanos y bahías, áreas que nunca serán urbanizadas. -Sacó su brazo derecho por la ventana, lo levantó y bajó mientras dejaba llevar su mano por la brisa del mediodía-. Es el tiempo de convertibles. Deberíamos haber traído mi coche.

– Puedo bajar el techo corredizo, -ofreció.

– No te ofendas, pero ¿para qué molestarse? En un día como hoy, deseas más que el aire fresco. Quieres poder reclinar la cabeza hacia atrás, y tener algo de sol en la cara. Quieres la brisa junto con el aire fresco.

– Bien. Si alguna vez volvemos, puedes conducir tú.

Pasaron un puerto deportivo, donde varios barcos de distintos tamaños se hallaban en sus amarraderos, otros en cobertizos o en los remolques. Un letrero anunciaba cebo vivo, junto con un buffet libre de almejas. Un [13]sunfish se dirigía a la bahía, y un par de chicos en un pequeño fuera borda educadamente dieron al velero una amplia distancia. Ellos traquetearon al pasarlo, lentamente, y luego dispararon el motor y se largaron, el sunfish bamboleándose a su paso.

Regan respiró hondo, la sonrisa todavía en su lugar.

– Mi papá solía llevarnos a un lugar como este cuando era pequeña. No recuerdo el nombre de la ciudad, pero recuerdo cómo olía. Salado y caliente. Era una gran cosa para mí. Las playas son tan diferentes de las playas de Inglaterra.

– ¿Vivías en Inglaterra?

– Hasta los doce años. Mi madre era inglesa, y vivía en Londres cuando conoció a mi padre. Se casaron allá, luego se trasladó aquí cuando la carrera de escritor de mi padre despegó. -Regan miró por la ventana-. Ella nunca se adaptó de verdad…

– ¿Dónde está ahora?

– Falleció hace unos años.

– Lo siento.

– Gracias.

Viajaron en silencio hasta que llegaron a la carretera principal de Bowers Inlet.

– Parece una ciudad agradable, -dijo Mitch al tomar la izquierda en Mooney Drive-. Pequeñas casas agradables en pequeños terrenos arenosos…

– Al igual que cada pequeña ciudad en la costa de Jersey, -ella le dijo-. Todos se ven casi igual… salvo quizás Mantoloking. Por supuesto, hay diferencias, pero en la mayoría de los lugares, casi siempre ves el mismo tipo de cabañas de playa, las mismas calles estrechas de dos carriles. Los mismos pequeños tugurios de helados, las mismas pequeñas tiendas de comestibles…

– ¿Qué pasa con Manna… lo que sea?

– Mantoloking.

– Qué, ¿no hay cabañas de playa? ¿Ni helado?

– Sólo digamos que las casas son mucho más grandes allí. -Ella reflexionó-. Pero cada ciudad costera tiene un lugar donde comprar helado. Está regulado en el código, creo.

– ¿Exige el código de Bowers Inlet a los residentes ponerle nombre a sus casas? -Leyó los nombres mientras conducía-. Santuario. Bill's Bungalow. Brisa de verano…

Ella se rió.

– Ahí está la estación de policía, en la siguiente esquina. ¿Crees que tu amigo está aquí todavía?

– Está su automóvil, -dijo Mitch cuando aparcó junto a un Camaro negro-. Entremos y veamos lo que hay.

Entraron en el fresco vestíbulo de la comisaría y esperaron mientras la recepcionista llamaba a la oficina del jefe. Una agradable mujer rubia con una sonrisa fácil y actitud profesional se presentó a acompañarlos a la sala de reuniones.

– Bonito día, ¿no? -Ella sonrió-. Hemos tenido unos maravillosos días esta última semana.

Los condujo a la última puerta al final del pasillo.

– Todos ya están aquí, usted simplemente entre. -Ella abrió la puerta para ellos.

– Gracias, -Regan y Mitch dijeron al mismo tiempo.

– De nada. -Ella cerró la puerta tranquilamente detrás de ellos.

– ¿Agente Peyton? -No había duda de quien dirigía ese espectáculo. El hombre al final de mesa era obviamente el jefe de policía. Tenía el cargo escrito por todo él.

– Sí, señor. -Mitch puso su maletín negro en el suelo junto a la mesa y extendió su mano.

– Soy el Jefe Denver, -el jefe se presentó a sí mismo-. Este es el detective Burke. Y asumo que usted y el agente Cisco se conocen.

– Detective. -Mitch cabeceó un saludo-. Cisco.

– Y usted es… -El jefe señaló a Regan.

– Regan Landry, Jefe, -dijo ella antes de Mitch pudiera presentarla.

– ¿Está con el FBI, también?

– No, en realidad, soy…

– La Sra. Landry es consultora de la Oficina referente a este caso, -Mitch intervino antes que ella hablara.

– ¿Una consultora? ¿Qué clase de consultora? -Los ojos de Denver se estrecharon.

– La Sra. Landry tiene información sobre el Estrangulador de Bayside que ha estado compartiendo con nosotros, -dijo Mitch.

– Si tiene información sobre el Estrangulador de Bayside, -Denver contempló Regan-, ¿por qué no la compartió con nosotros?

– Traté, Jefe Denver. -Ella arqueó una ceja-. En realidad, lo intenté en tres ocasiones. Ninguna de mis llamadas fue devuelta, por lo que llamé al FBI.

– Veamos lo que tiene, entonces, -gruñó él, vagamente recordando los papelitos rosados Mientras Estaba Fuera, pero no recordaba exactamente lo que decían-. ¿Algo acerca de un escritor? -Preguntó.

– Sí, señor. Soy escritora. Y lo más probable es que escriba un libro sobre este caso.

– ¿Y eso le da derecho a sentarse en una reunión oficial porque…?

– Porque en este momento yo traigo más a la mesa de lo me que llevo.

Regan abrió sus archivos y le entregó a Denver las notas que su padre había recibido. Las estudió sin comentario al principio.

– ¿Cómo sé que son legítimas? -Preguntó-. ¿Cómo puedo saber que no las hizo usted misma, para entrar en la investigación, y darse una ventaja sobre la competencia? No creerá que sea la única persona que podría querer escribir un libro sobre todo esto, ¿verdad?

– No, por supuesto que no. Pero ya que mi padre por lo visto había planeado hacerlo hace unos veinte años, creo que tengo derecho a la historia.

Ella abrió el archivo de planos sobre la mesa.

– Mi padre… Joshua Landry -¿quizás ha oído hablar de él?- recibió correspondencia durante el lapso de varios años de alguien -que yo y el Agente Peyton -creemos que ha sido su estrangulador.

– Joshua Landry. Por supuesto, por supuesto. Escribió algunas cosas buenas. -Denver se suavizó. Miró a Mitch-. ¿Usted le cree? ¿Piensa que Landry fue contactado por nuestro estrangulador?

– Sí. La información que encontramos en los archivos de Josh Landry encaja perfectamente con la información que he sacado de las computadoras del FBI. Mire aquí…

Mitch procedió a mostrar a Denver las listas de víctimas que había recopilado, los recortes de prensa, los faxes que había recibido esa mañana de varios de los departamentos de investigación.

– Vaya. -El Jefe Denver asintió lentamente-. Responde a la pregunta sobre que ha estado haciendo este tipo todos estos años.

– Él nunca se detuvo, señor. Simplemente circuló. A mí me parece que fue muy cuidadoso al golpear pequeños pueblos, donde eran menos propensos a tener los equipos sofisticados y técnicas de investigación utilizadas por algunos de los departamentos en las ciudades más grandes.

Denver asintió de nuevo.

– Es más difícil realizar el seguimiento del patrón si la agencia no se molesta en informar a los bancos de datos nacionales. No que los tuviéramos veintiséis años atrás. Sólo los últimos ocho, diez años hemos estado guardando todos nuestros archivos en la computadora. Nos tomó mucho tiempo conseguir nuestros sistemas informáticos, capacitar a alguien para usarlos, luego introducir los datos. No sería ninguna gran sorpresa para mí si algunos de estos pequeñas pueblos del sur -dio unos golpecitos en la lista que Mitch le había dado- todavía no han metido todos sus casos abiertos en el registro.

– Esa es la razón por la que solicitamos información a las agencias estatales, así como a las pequeñas policías locales y departamentos de sheriff. Esperamos que cuando hayamos terminado, y tengamos una lista completa, podamos localizar con exactitud donde estuvo cada año desde 1983.

– Desde 1983, ¿eh? -Denver se ajustó sus gafas y echó un vistazo a la lista-. En 1983 se encontraba en Pittsburgh, de acuerdo a esta lista. ¿Dónde cree usted que estuvo entre agosto de 1979 y mayo del 83?

– Eso es uno de los espacios en blanco que esperamos poder llenar.

– ¿Qué sabe de sus víctimas, Agente Peyton? -La detective Burke preguntó.

– Bueno, veamos. Sabemos que tenían aproximadamente la misma edad, y que todas fueron asesinadas de la misma manera.

– Violación seguida de estrangulamiento no es especialmente una novedosa forma de matar a alguien. ¿Qué más tiene? -Se volvió a su asiento y se centró en él.

– Tengo algunos recortes de prensa que se encontraban en los archivos de Landry. -Gesticuló a Rick para que le devolviera el expediente. Rick lo dejó en la mesa. Mitch sacó los recortes y los puso en el centro de la mesa-. Eche un vistazo.

Cass se levantó y estudió los cuadrados de papel periódico.

– Jefe, tal vez debería ver a estas mujeres.

Denver lo hizo, y luego extendió las fotos de las mujeres que habían sido asesinadas durante la última semana y media.

Los cinco en la sala contemplaron las imágenes.

– No puedo creer lo mucho que estas mujeres se parecen entre sí. -Regan fue la primera en hablar.

– Ni yo, -dijo Cass-, pero el aspecto es evidentemente importante para él. Es una de las pocas cosas que sabemos con seguridad sobre él. Que sólo le gustan las mujeres morenas de cierta edad y tipo de cuerpo.

– Y que las coloca a todas ellas de la misma manera, -agregó Rick.

– ¿Qué? -Mitch se volvió hacia Rick-. ¿Qué manera es esa?

– Aquí. -Cass le pasó una foto del escenario del crimen de Linda Roman a través de la mesa-. Y aquí… nuestra víctima número dos. Luego la tres…

Mitch estudió las fotos, luego miró a Denver.

– ¿Ha pensado en traer a uno de los perfiladores de la Oficina? Creo que necesitamos una idea sobre esto.

– He puesto una petición. Esperamos sólo a oír quién y cuándo, -le dijo Rick.

– Nunca he trabajado con uno yo mismo, aunque por supuesto he leído los libros. John Douglas. Hazelwood. Ressler. Un interesante tema, -dijo Denver-. Y todos esos show de policías en la televisión parecen tener uno a la vista en momentos como este.

– ¿Cuánto de esta información vamos a liberar a la prensa? -Cass preguntó.

– Ninguna, por ahora. -Denver miró alrededor de la sala-. ¿A menos que alguien tenga otra idea?

Los dos agentes sacudieron sus cabezas. Regan no reaccionó, a sabiendas de que no tenía voz en esas decisiones.

– No puedo creer este tipo se haya librado por asesinato durante tanto tiempo, -dijo Rick-. ¿Cómo diablos ha permanecido bajo el radar todo este tiempo?

– Obviamente, se ha trasladado mucho, a juzgar por la lista que el Agente Peyton tiene, -señaló Cass.

– Pero no tenemos ningún sospechoso aquí, -dijo Mitch-, y hasta la fecha, los informes que he recibido de estos otros organismos indican que no hay sospechosos allí, tampoco.

– Tal vez deberíamos volver a esos organismos -el FBI de Georgia, por ejemplo, tenía varios casos antiguos en los registros- y ver que evidencia tienen en sus casos fríos. Podría haber algo que contenga una muestra de ADN.

Cass asintió.

– Cierto. Por lo menos, podríamos empezar a comparar muestras de ADN. De esta forma, podemos confirmar si él de hecho estuvo involucrado en esos casos, en lugar de especular. Quien sabe, algunas de las cajas de archivo podría contener ropa vieja usada por una víctima, o algo encontrado en la escena podría contener cabello o piel. Uno nunca sabe lo que podría haber sido guardado.

– O lo que podría haber sido botado, -señaló Denver.

– El que no arriesga, no gana, -Rick contradijo.

– Y habría que preguntarse si estos cuerpos… esas otras mujeres… fueron plantadas en una forma concreta. Esa parece ser su firma. Tan reveladora como el ADN, -dijo Mitch.

– Y no se olvide de las fibras en el pelo, -Cass añadió-. ¿Quién sabe cuánto tiempo ha estado haciendo esto.

– ¿Qué fibras? -Regan preguntó-. ¿Cuánto tiempo ha estado haciendo qué?

– Nuestra investigadora de la escena del crimen encontró rastros de seda de color claro en el pelo de nuestras víctimas actuales. Ella lo rastreó… es cinta de seda fabricada dieciocho años atrás.

– ¿Usted no ha liberado esta información a la prensa? -Mitch preguntó y Denver sacudió su cabeza.

– Creo que tenemos que mantener la mayor cantidad de cartas cerca del pecho como podamos por el momento. Todo esto encaja de alguna manera. Pero no tenemos ni una pista todavía. Me figuro que mientras menos les damos, mejor.

– Estoy de acuerdo, -dijo Mitch.

– ¿De qué se trata? -Regan frunció el ceño-. ¿Él les ata una cinta en el pelo?

– Pero se la lleva con él, -le dijo Cass-. Nunca hemos encontrado la cinta en ninguno de los cuerpos. Sólo las fibras.

– Eso también es una firma, ¿no? -Regan preguntó a Mitch.

– Parece ser, -respondió.

– ¿Dos firmas? ¿Tienen los asesinos en serie más de una?

– Ten en cuenta lo que es una firma. -Mitch se reclinó en su asiento, con sus brazos cruzados en el pecho-. Es algo extraordinariamente único para el asesino que le da sentido a la muerte. Es lo que necesita hacer para lograr satisfacción con lo que hace.

– Así que él pone en pose a estas mujeres y ata la cinta de seda en su pelo… ¿luego se lleva la cinta con él? ¿Qué consigue con eso? -Regan pareció pensar en voz alta.

– Mi instinto me dice que revive algo que es importante para él, pero creo que esa es una buena pregunta para nuestra perfilista, -dijo Rick-. Ella tendrá una mejor idea de eso que yo.

– Bueno, aquí hay otra cosa. Perdónenme por afirmar lo obvio, -dijo Regan-, pero si consideramos que el asesino es el Estrangulador de Bayside original -y todos parecemos pensar que lo es- resulta que quienquiera que sea que está aquí ahora estuvo aquí hace veintiséis años. Pero tal vez no en los años intermedios.

– Porque no hubo ningún otro cuerpo -que sepamos- hasta ahora, -dijo Rick.

– Oh, bueno, eso estrecha el campo, -dijo Denver.

– En realidad, sí, -insistió Regan-. Si entendemos que esta persona ha estado por todo el país -ha estado al otro lado del mundo- y ha dejado un rastro de cuerpos, aunque ninguno de ellos aquí hasta ahora, entonces tenemos que pensar que ha estado fuera todo este tiempo. Los asesinatos pueden haber empezado aquí, pero definitivamente tuvo su espectáculo por el camino durante mucho, mucho tiempo.

– La pregunta es, ¿qué lo trajo de vuelta ahora? ¿Qué lo trajo a completar el círculo?

Denver y Cass intercambiaron una larga y significativa mirada.

– ¿Qué? -Preguntó Rick.

– La reunión, -les dijo Cass-. Esta semana es la semana del reencuentro. Ha llegado gente de todas partes. Se está derribando la antigua escuela secundaria y dedicando una nueva. Es una cosa de todas las promociones.

– Quizá regresó por eso, -dijo Regan.

– Y una vez que regresó aquí, la necesidad de matar -de repetir el pasado-, fue demasiado fuerte, -concluyó Rick.

– ¿Cuántas personas cree que están en la ciudad por esta reunión? -Mitch preguntó.

– No es sólo Bowers Inlet, -le dijo Cass-. Es Tilden, Dewey. Hasboro. Killion Point. Todos los pequeños pueblos a lo largo de la bahía. Es Bay Regional High. Todos acudimos a las mismas escuelas.

– Por lo tanto, ¿estamos hablando de cuántas personas? -Preguntó Rick.

– Un par de cientos, -respondió Denver.

– ¿Cómo podemos reducirlo? -Regan frunció el ceño.

– Bueno, mire, tenemos que asumir que hay un rango de edad con el que podemos trabajar. Tuvo que haber sido lo bastante mayor en 1979 para haber hecho a aquellas mujeres lo que hizo, pero aún lo suficientemente joven hoy para ser físicamente lo bastante fuerte como para someter a esas mujeres jóvenes sanas, y fuertes.

– ¿Digamos que lo más joven, podría haber tenido catorce, quince, entonces? -Cass sugirió-. ¿Y cuanto más viejo podría ser ahora? ¿Mediados de los cincuenta años, si está realmente en muy buena forma?

– Podemos utilizar eso como punto de partida, -Denver estuvo de acuerdo.

– Y podemos reducir ese grupo aún más, -Regan ofreció-, y calcular quien en la primera lista se ha ido de la zona y está aquí ahora.

Mitch asintió.

– Y hacer una búsqueda en Internet para rastrear quien ha estado donde en los años intermedios.

– Podemos hacer algo mejor que eso. -Denver apretó un botón en el intercomunicador-. Phyl, necesito que llames a la escuela secundaria y les digas que necesito una copia de cada anuario desde 19… -Hizo una pausa y miró alrededor del grupo-. ¿Que dicen, catorce o quince años atrás en 1979? Se habría graduado, por ejemplo, en el '81 o tal vez el '82. Si era mayor… veamos, estamos en el 2005, digamos que podría ser más viejo, ¿tal vez cincuenta y cinco? Se habría graduado… -El jefe hizo algunos cálculos mentales-. ¿Digamos 1968? Retrocedamos hasta 1960. Odiaría haber perdido a alguien porque no tuvimos en cuenta algún elemento desconocido.

Él se volvió al intercomunicador.

– Phyl, pídeles todos los anuarios entre 1960 y 1985. Sólo para estar seguro. Dile que enviaremos un coche patrulla a recogerlos.

– Lo haré, -Phyl contestó secamente.

– Podemos revisarlos. -Denver se dirigió a Cass-. Tú, yo, y Phyl. Al menos tendremos una ventaja al eliminar a las personas que sabemos nunca se mudaron o nunca viajaron por ahí como pensamos que este tipo ha hecho.

– Si me da la lista de nombres, -Mitch le dijo-, empezaré a rastrearlos a través de la Oficina. Si podemos obtener los números de seguro social, podemos seguirles la pista mucho más rápido.

Denver sacudió la cabeza.

– No creo que la escuela los dé.

– Tal vez podría pedirle a todos en la lista que den una muestra de ADN, -sugirió Regan.

Todo el grupo giró para mirarla como si le hubiera crecido de repente una cabeza extra.

– ¿Qué?, -Preguntó.

– Tendremos a la [14]ACLU por todas partes si tratamos de hacer algo así, -le dijo Denver.

– Lo han hecho en varios sitios durante los últimos años. Leí acerca de ello. La policía de Massachusetts lo hizo a principios de año, -protestó Regan.

– Cierto, lo hicieron, -concordó Mitch-. Y la ACLU fue con todo. Estas «recogidas» de ADN se han utilizado dieciocho, diecinueve veces. Sólo apareció un sospechoso una vez, y estaba dentro de un pequeño grupo de posibilidades. Por otra parte, el departamento de policía del que hablas en Massachusetts lo hizo como un último recurso. Sólo hemos comenzado a reducir este. No serías capaz de hacerlo, sin una lucha. Y luchar contra posibles sospechosos es sólo perder el tiempo. Digo que sigamos el plan trazado por el jefe… reducir la lista por año de graduación, y luego ver si podemos determinar quien ha estado fuera del estado, y del país. Entonces tal vez -sólo tal vez- tendremos una lista de posibles sospechosos.

– Bien, entonces, ¿a menos que alguien tenga algo más que agregar? -Denver escudriñó las caras en la mesa-. ¿No? De acuerdo, entonces, Agente Cisco, ¿usted se pondrá en contacto con el perfilador?

Rick asintió.

– Haré la llamada hoy.

Cass se levantó y, estiró a continuación, dijo:

– Si no hay nada más, quiero volver al hospital.

– Rick me contó por teléfono acerca del ataque a tu prima, -dijo Mitch-. ¿Cómo está?

– Estaba igual esta mañana, -le dijo Cass-. Los médicos dijeron que saldría de él, pero no pueden predecir cuándo. Al parecer estuvo privada de oxígeno durante un tiempo, no sabemos cuánto tiempo… y luego está el trauma, el shock. Podría salir esta noche, o no por otra semana o dos. Nadie puede predecirlo.

– Espero que pronto, -Regan le dijo mientras reunía sus archivos-. Espero que se recupere pronto de esto.

– Gracias. -Cass giró hacia Rick-. Si dispones de unos cuantos minutos, me detendré en mi oficina y veré si Tasha ya volvió con el reporte de laboratorio sobre la víctima encontrada en el muelle.

– Ahhh, Cass… -Denver se mantuvo sentado. En sus manos, sostuvo sus gafas, pareciendo estar jugando con ellas-. Conseguiré los resultados del laboratorio de Tasha y se los daré al Agente Cisco.

Cass lo contempló sin expresión.

– Tengo que sacarte del caso, Cass.

– Sacarme del… -Cass dejó caer su bolso-. ¿Qué está diciendo, sacarme del caso? Es mi…

– Cass. Tienes una relación demasiado cercana con una de las víctimas. Y más allá de eso, no sé si es posible que no seas el próximo objetivo.

– Eso es una mierda. -Una enojada Cass agarró un mechón de su propio pelo-. No hay largos cabellos oscuros, Jefe. Y todos estamos de acuerdo en que sólo va tras mujeres con pelo largo y oscuro.

– También atacó a dos mujeres en el mismo día. Algo que no ha hecho antes. No creo que podamos predecir con seguridad lo que va a hacer.

Cuando ella comenzó a protestar de nuevo, Denver la cortó.

– Has estropeado su plan de juego, Cass, cuando te interpusiste entre él y Lucy. Tiene que estar bastante furioso contigo ahora mismo.

– Razón de más para permanecer involucrada. Lo puedo atrapar.

– No la utilizaré como cebo, detective. Y no le estoy pidiendo su opinión. Quiero que se tome unos días de vacaciones. La quiero fuera de la vista por un tiempo.

– ¿Entonces quiere que simplemente regrese a casa y siente el culo mientras que el resto de ustedes va en busca de este tipo? -Cass tenía los ojos abiertos de incredulidad.

– En realidad, no. Vas a tener que encontrar otro lugar donde quedarte. Tu casa está fuera de límite. ¿Has olvidado que es la escena de un crimen?

Cass agarró su bolso y salió de la sala, golpeando la puerta detrás de ella.

– Yo sabía que no iba a ponérmelo fácil, -murmuró Denver. A Rick, dijo-, ¿puede vigilarla? Ella no va a querer quedarse quieta, y no podemos darnos el lujo de perderla.

Rick asintió, y con Regan y Mitch dejó la sala de conferencias. Denver fue hacia la ventana, que abrió a la parte trasera del edificio y el estacionamiento. Cass salió disparada por la puerta de atrás y bajó indignada por la acera a su automóvil. Denver casi podía ver sus dedos temblando de rabia.

– Lo siento, Cassie, -dijo en voz alta.

Recordó el ataque al que ella había sobrevivido cuando niña, recordó los esfuerzos que él mismo había hecho para insuflar vida a su pequeño cuerpo.

Suspiró, sabiendo que en ese momento ella le odiaba. Bien, podía aceptarlo si eso significaba mantenerla fuera de peligro. Y ni siquiera estaba seguro de eso.

Todo lo que sabía en ese momento era que el mal circulaba en los pueblos de bahía, y la probabilidad era que el rostro que lo ocultaba estaba detrás de una cara que había visto en algún momento a lo largo de los años, posiblemente una cara que conocía bien.

Podría ser alguien con quien se había encontrado en el Dockside Bar ayer por la noche, donde tantos de la antigua pandilla se habían reunido. O uno de los tipos que en el intervalo de la noche estuvieron junto a él en el bar y le preguntó por su hermano mayor, Dan, o su hermana menor, Karen.

Querido Dios, podría ser cualquiera.

Tal vez uno de sus propios compañeros de clase. Incluso uno de sus amigos. O uno de Dan.

Recordó el grupo de amigos de Dan, los niños que solían quedar en el porche delantero de los Denver cada noche de cada verano. De los chicos que solían llamar a casa, con la esperanza de obtener una cita con Karen.

La bonita Karen, que en el día llevaba su largo pelo negro partido en el medio.

Un frío se arrastró por su columna vertebral. Llamó a Phyl.

– Phyl, ¿cómo vamos a hacer con los anuarios?

17

– ¡Cass! -Regan cruzó de prisa el estacionamiento para alcanzar a la furiosa detective antes de que pudiera saltar en un coche y alejarse a toda velocidad.

– No tienes que correr, Regan, -Cass le dijo rotundamente cuando las dos mujeres estaban a unos veinte pies la una de la otra-. No tengo el coche aquí. Vine desde el hospital esta mañana con Rick.

– Mira, sé que estás molesta…

– Oh, por favor, -Cass murmuró entre sí.

– Este es un mal momento para ti, lo entiendo. Con todo lo que está pasando aquí en Inlet Bowers, tu prima siendo atacada, luego sacada de tu caso…

– Tengo que ir al hospital, -Cass la interrumpió-. ¿Me llevas?

– ¿Dónde quieres ir? -Rick preguntó cuando se acercó a ella.

– Tengo que comprobar a Lucy. -Cass se apoyó contra el coche de Rick.

– Tienes un teléfono contigo, -señaló-. Úsalo.

– Quiero verla.

– Si su estado no ha cambiado desde esta mañana, no tiene objeto pasar otro par de horas sentada en ese cuarto de hospital, fulminando con la mirada al esposo de Lucy, y teniéndolo fulminándote en respuesta. -Su tono se suavizó-. No has comido desde… ¿cuándo? ¿Cuándo fue tu última comida?

– El domingo en algún momento. El almuerzo, tal vez. No lo sé.

– ¿Y cuando fue la última vez que dormiste?

– La tarde del sábado.

– Mira, llama al hospital. Si Lucy está despierta, te llevo. Si no, te vienes con nosotros, almorzamos algo, y solucionamos donde te vas a quedar.

Se miraron fijamente el uno al otro por un largo momento antes de que Cass sacara su teléfono de su bolso y marcara el número del hospital. Se paseó alrededor del coche, hablando en voz baja. Cuando terminó la llamada, guardó el teléfono de nuevo en su bolso.

– Todavía no ha despertado, -dijo a los tres que esperaban cerca del coche de Rick.

– Podemos comer algo… ¿tienes un lugar favorito? -Rick le abrió la puerta.

Ella sacudió la cabeza.

– Entonces volvamos a la posada donde me estoy quedando. El restaurante es bastante bueno. Me imagino que Regan está lista para el almuerzo, y aún he de ver que Peyton coma un buen marisco. O cualquier cosa, ahora que lo pienso.

Mitch asintió mientras abría su coche.

– Ve adelante. Nosotros te seguiremos.

– ¿Hay alguna posibilidad de que pueda ir a casa, para cambiarme de ropa y sacar algunas cosas que voy a necesitar? -Cass preguntó a Rick cuando entró en el asiento de pasajeros.

– ¿Qué tal si nos detenemos después del almuerzo y vemos qué pasa allí? Estoy seguro de que alguien del departamento estará en tu casa hasta que la escena haya sido procesada. Quizá para entonces habrán terminado y podrás entrar y sacar un par de cosas.

– Está bien. -Ella se recostó contra el respaldo y cerró los ojos.

– ¿Estás bien?

– Sí. Sólo… -Buscó la palabra.

– ¿Cansada? ¿Abrumada? ¿Fastidiada?

– Todas las anteriores.

Rick salió a la calle y entró en la línea de tráfico.

– Sé que ha sido duro para ti. El ataque a Lucy, especialmente. Y yo sé que tienes que estás más que furiosa con tu jefe. -Comprobó el espejo retrovisor para asegurarse que Mitch lo seguía. Lo hizo.

– No tienes ni idea.

– Por supuesto que sí. ¿No creerás que eres la única persona que alguna vez ha sido arrancada de un caso maduro en medio de él?

– Este es mi caso. -Su mandíbula se apretó-. No entiendo que me saquen. ¿Qué supone que tengo que hacer mientras tú y todos los demás trabajan en él?

– Denver te dijo que te tomaras unos días libres.

– ¿Y qué? -Ella estaba empezando humear de nuevo.

– Me pidió que te vigilara.

– ¿Qué? Esto es el colmo, -gruñó-. No puedo creer que hiciera eso. No necesito una niñera. No te ofensas, pero no necesito ser…

– Por supuesto que no. Pero si te calmas por un segundo, creo que verás que puede jugar a tu favor. -Puso su intermitente derecho para alertar a Mitch que pronto entraría en el aparcamiento.

– ¿Cómo crees?

– Se supone que me pego a ti, pero también se supone que trabajo en el caso. Bueno, diablos, no puedo estar en dos lugares al mismo tiempo. Nuestro perfilista estará aquí. Ella querrá toda la información sobre todas las víctimas. ¿Quién mejor para hablarle de Lucy? ¿Y quién mejor para hablarle de las demás escenas de crímenes? Tú estabas allí. Tendrás impresiones sobre eso que nadie más podría tener.

– No quiero estar fuera el caso. Quiero trabajar.

– Puedo entenderlo. Pero ahora mismo, así es como tenemos que hacerlo. Puedes desempeñar una parte importante en esto todavía. Simplemente no en reloj. -Entró en el aparcamiento y se estacionó.

– No debería haberme sacado del caso.

– Bueno, tengo que discrepar contigo. -Rick salió del coche y señaló a Mitch un espacio vacío.

– ¿Tú qué? -Cass abrió de golpe su puerta, salió, luego azotó la puerta para darle énfasis y lo fulminó por sobre el techo.

– Creo que Denver tiene un punto, -dijo Rick con calma-. Creo que el asesino está muy cabreado ahora mismo, y la persona que lo cabreó es la que tiene más probabilidades de incurrir en su ira más inmediata. Y ya que esa persona eres tú, creo que Denver tiene razón al ponerte en segundo plano durante un tiempo.

– Pensé que acabas de decir que sabías lo que era ser sacado de un buen caso.

– Eso dije. Y sí sé lo que se siente. Es una mierda. Pero en este caso, no es irrazonable. -Rodeó el coche a su lado-. Es un malvado hijo de perra el que estamos persiguiendo, Cass. Ahora, no tengo ninguna duda de que puedes manejarlo malditamente bien. Hiciste un trabajo admirable asustándolo anoche. Salvaste la vida de Lucy. Y yo estaría dispuesto a apostar verdaderos dólares a que le diste un condenado buen susto. Pero todo eso no cambia el hecho de que él está intensamente enfadado contigo. Creo que tu departamento te necesita. Creo que Lucy te necesita. No podemos darnos el lujo de dejarle llegar a ti. Y tratará de hacerlo, a la primera oportunidad que tenga. Si tengo que llevarte en mi bolsillo trasero hasta que le pongamos nuestras manos encima, ahí es donde permanecerás hasta que esto se haya terminado. Prefiero tenerte participando activamente en la investigación, y ya te he dicho cómo puedes hacerlo. La elección es tuya. Puedes trabajar conmigo tras bastidores, o puedes poner mala cara y sentarte en un cuarto en alguna parte hasta que esto haya terminado. Es tu opción.

Cass lo contempló, su expresión ilegible.

– Como he dicho, Cass. Tu opción, -repitió.

Ambos giraron ante el sonido de las puertas del coche de Mitch cerrándose de golpe.

– Es precioso, -Regan estaba diciendo cuando salió del sedán-. Qué hermosa y antigua posada.

– Es un grandioso lugar para quedarse. Bonita habitación. Vista al mar. Tranquilo. -Rick miró su reloj-. Si nos apresuramos, podemos llegar al final de la hora del almuerzo. Dejan de servir a las dos.

Él giró hacia Cass.

– ¿Qué va a ser?

– Supongo que las tortas de cangrejo, -ella le dijo, y sin mirar hacia atrás, acomodó el paso con Regan y Mitch.

– ¿Dónde está el comedor? -Mitch preguntó.

– Derecho por el vestíbulo, -respondió Rick. Pero una vez que entraron, se detuvo en la puerta, luego les dijo a los demás que siguieran y consiguieran una mesa-. Sólo será un minuto.

Fueron más de cinco minutos, pero Rick se sumó a los otros cuando la camarera les pasaba los menús. Mitch parecía estar a punto de hacer un comentario, pero no dijo nada.

– Asumo que todas las entradas de mariscos son buenas, -dijo Regan.

– No puedes perder con ninguna de ellas. Comí corvina el otro día, y he probado el cangrejo y una de las sopas, -dijo Rick-. Todo muy exquisito.

– Nada como lo que consigues en casa, en Texas, ¿eh? -Mitch cerró su menú y lo puso sobre la mesa.

– Para nada como Texas, -Rick acordó.

– ¿Es de ahí de donde eres, Texas? -Cass preguntó.

Rick asintió.

– No pareces tener mucho acento, -señaló.

– Soy de ahí, pero no he vivido allí durante algún tiempo.

– Ya veo, -dijo Cass, pero Rick dudó que lo hiciera. Sencillamente no estaba de humor para hablar de los años de internado en Nueva Inglaterra. Él no estaba de muy buen ánimo en primer lugar.

La camarera reapareció, tomó sus órdenes, y prometió estar de vuelta en un instante con su té helado.

– Por cierto, he hablado con Annie McCall, -anunció Rick-. Se unirá a nosotros mañana por la tarde.

– ¿Es lo más pronto que puede venir? -Mitch preguntó.

– Está liada en otra cosa hasta hoy. Mañana es lo antes que puede.

– ¿Quién es Annie McCall? -Regan preguntó.

– Anne Marie McCall. La Dra. McCall. Ella es nuestra perfilista favorita, -explicó Mitch-. Por no mencionar la mejor con la que he trabajado.

– ¿Qué la hace la mejor? -Cass, desplegó su servilleta y la puso en su regazo.

– Ella es psicóloga, pero además de ser culta, es una verdadera maestra en comprender el comportamiento. Especialmente el comportamiento aberrante, -le dijo Rick-. Es realmente buena en unir las piezas. Lo verás cuando la conozcas.

– Me gustaría conocerla, también. -Regan frunció el ceño-. Siento perdérmelo.

– Siempre podemos regresar mañana, si así lo deseas. Quiero formar parte de la sentada con ella, -dijo Mitch-. Eres libre de venir.

– ¿La sentada? -Cass se echó hacia atrás para permitirle a la camarera servir su bebida.

– La reunión preliminar que tenemos donde consideramos toda la información que poseemos. Le daremos la oportunidad de revisar los registros, las entrevistas, los informes de laboratorio, todo eso, pero nos gusta discutir los casos informalmente. Algunas de nuestras mejores ideas provienen de esos momentos de charla ociosa.

– Apenas parece ocio, -señaló Regan.

– Supongo que informal es probablemente un término más exacto, -dijo Mitch-. Es una especie de reunión creativa.

– ¿Hay alguna posibilidad de que pueda ser parte de eso, también? -Cass preguntó.

Rick asintió.

– Totalmente. Tú serás el testigo estrella. No podemos tener esa reunión sin tu ayuda.

Cass pareció momentáneamente contenta, la expresión cautelosa que había tenido pareció disiparse un poco. En seguida preguntó:

– ¿Y después de que ella se vaya? ¿Todavía seré invitada a las reuniones?

– Sabrás todo lo que pasa cuando yo lo haga, -Rick prometió.

– Esa no fue la pregunta.

– No, pero esa es la respuesta. -Él entregó su menú a la camarera-. Creo que estamos todos listos para ordenar. ¿Cass? ¿Regan?

Se hicieron los pedidos y los vasos rellenados. La conversación derivó de la investigación en curso a la información que Regan había encontrado en los archivos de su padre.

– Eso es realmente interesante, -dijo Cass-. ¿Escribes libros sobre casos antiguos y tratas de resolverlos al mismo tiempo? ¿Cuántos has resuelto?

– Sola, ninguno. -Regan sonrió-. Pero mi padre tuvo un buen récord.

– Nunca he leído ninguno de tus libros, pero definitivamente los buscaré.

– Trataré de acordarme de traerte unos cuantos.

– Gracias, Regan. Eres muy amable. Y parece que tendré algo de tiempo libre, por lo que quizás incluso llegue a leer un par de ellos. -Cass giró hacia Rick y preguntó, como si se le acabara de ocurrir-, ¿cuándo supones que puedo volver a mi casa?

– No lo sé. Lo averiguaremos más tarde. Después de que comamos. No eres la única que se perdió la cena anoche, ya sabes.

– Te vi ocupándote de una bolsa de papas fritas de la máquina expendedora esta mañana, así que no finjas que no has comido en días. -Cass casi sonrió.

– Una bolsa de bocadillos de papas fritas de ese tamaño no cuenta para nada. Ni siquiera merece llamarse de verdad bocadillo, y seguro como el infierno que no compensó la cena y el desayuno que no tuve.

– Toma. -Mitch pasó la cesta de panecillos blandos a Rick-. Me doy cuenta de que no son de trigo orgánico integral molido en molino, y Dios sabe que probablemente no son tan buenos como los que haces en tu pequeña cocina, pero puedes animarte, sólo esta vez, y comer lo que el resto de nosotros come.

Rick sonrió abiertamente, y sin ningún comentario untó con mantequilla un panecillo, que procedió a devorar.

– ¿Haces el tuyo? -Cass señaló a la cesta.

Rick asintió.

– He hecho en ocasiones mi propio pan. No muy a menudo, pero lo he hecho. Para gran diversión de algunos de mis compañeros agentes, podría añadir.

– Nunca deberías haberlo mencionado, -le dijo Mitch.

– ¿En qué estaría pensando? -Rick sacudió la cabeza afablemente.

– ¿Dónde aprendiste a hacerlo? -Cass preguntó.

– Mi abuela horneaba todos los días. Pasteles, galletas, panes… todo desde cero. Muchas veces me quedé con ella cuando era pequeño. Ella decía que todos deberían saber cómo hornear su propio pan y hacer sus propios impuestos. Así que aprendí ambos a una edad temprana.

La camarera trajo las ensaladas, y Cass picó en la suya, mirando a Rick por el rabillo del ojo, y trató de imaginar esas grandes manos amasando un montículo de masa.

– Entonces, ¿qué hay en la agenda de esta tarde? -Mitch preguntó.

– Bueno, sacaré copias de todo lo que tenemos y haré un archivo para Annie, y se lo enviaré esta noche. De esa manera tendrá una ventaja sobre el caso antes de que llegue. Verificaré con el laboratorio. -Rick dudó, luego giró hacia Cass-. ¿Crees que tu amiga Tasha conseguiría copias de todos los informes de laboratorio para nosotros? Todavía no tenemos el informe del forense de la víctima en el muelle.

Cass asintió.

– Estoy segura de que nos va a dar todo lo que tiene.

– ¿Incluso si estás fuera del caso? -Preguntó.

– Especialmente si estoy fuera del caso.

– ¿Puedes llamarla?

– ¿Ahora?

– Sí. Pero la recepción es pobre aquí dentro. Tendrás que llamar por el teléfono en el vestíbulo.

– Vuelvo pronto. -Cass recogió su bolso y abandonó la sala.

– ¿Es la recepción de verdad mala aquí, o estabas tratando de deshacerte de ella por un rato? -Mitch preguntó.

– Ambos, en realidad. Mientras me encontraba en el vestíbulo, cambié el cuarto individual por una suite de dos dormitorio con una sala entre medio.

– Te mueves rápido. No tenía ni idea de que eras tan buen jugador, -dijo Mitch irónicamente.

– Oye, esto es estrictamente en interés de la justicia. Ella necesita un lugar donde quedarse, y tiene que estar donde pueda vigilarla. No le gustará, pero ninguno de nosotros tiene mucha elección. Me figuro que tiene otros veinte, treinta minutos, como máximo, antes de que simplemente se derrumbe. La mujer está funcionando en vacío en estos momentos. Sólo quise asegurarme de que se estuviera segura cuando golpee la pared.

– Qué considerado. -Mitch aún portaba una ínfima huella de una sonrisa, la cual Rick optó por pasar por alto.

– Ella va a querer cosas de su casa. Regan, ¿puedes ir conmigo más tarde a recoger algunas prendas que consideres que puede necesitar en los próximos días? Y algunas… cosas. Sea lo que sean esas cosas que utilizan las mujeres.

– Claro. Feliz de ayudar. Pero, ¿por qué no vas con Cass?

– Porque creo que va a estar inconsciente en poco tiempo más. Me gustaría tener sus cosas aquí cuando se despierte. Y no creo que debiera entrar en esa casa en este momento.

– No me parece del tipo impresionable, Rick, -señaló Regan.

– No quiero dar a entender que lo sea. Pero creo que hay una posibilidad de que el asesino esté vigilando su casa. En ese caso, podría fácilmente seguirla. Mantengamos su paradero en secreto durante al menos veinticuatro horas, si es posible. Démosle la oportunidad de descansar antes de que la verdadera locura comience.

– ¿Qué locura?

– Espero que para esta hora mañana, el jefe tenga una lista viable de nombres. Eso, junto con el aporte de Annie, nos debería acercar más a un sospechoso. Tarde o temprano, este tipo va a golpear de nuevo. Creo que todo empezará a descontrolarse en los próximos días.

Él alzó la vista cuando Cass entró en la habitación y se dirigió a la mesa.

– Y, a menos que me equivoque, espero que lo tengamos en nuestra mira al final de la semana. Hasta entonces, una de nuestras prioridades es mantenerla segura.

– ¿Me mantendrás qué? -Cass se deslizó en su asiento.

– Nosotros te mantendremos a salvo, -dijo Rick le dijo.

– Que amable.

– ¿Qué dijo Tasha?

– Te va a dejar una copia de todo lo que tiene aquí. No sabía donde me quedaría. -Cass sonrió a la camarera, que comenzó a servir sus entradas-. Pensé que si te los dejaba, los veríamos todos.

Rick asintió.

– Buena idea.

– Guau. Toda una comida. -Cass parpadeó ante el plato que fue puesto ante ella-. Verduras y todo.

– Veamos cuánto puedes comer antes de que te duermas.

– Esto sólo servirá para revivirme, Agente Cisco, -le dijo Cass.

Rick sonrió. Dudó que llegara hasta el postre.

Ella lo hizo, pero apenas. A la mitad de su pastel de queso, Cass se esforzaba por mantener los ojos abiertos.

– ¿Estás bien? -Preguntó Rick.

– Creo que me gustaría una taza de café, -respondió.

– ¿Qué tal una siesta?

– Estaré bien. Un poco de cafeína…

– Cass, me tomé la libertad de conseguirte una habitación. De hecho, es parte de mi suite en el segundo piso. Tu propio baño. Balcón, con vistas al océano. Te daré la llave y subiré contigo. Necesitas dormir algo.

– Tengo que ir a buscar algunas cosas a mi casa, y luego veremos.

– Regan te conseguirá lo que necesites.

– Ella no sabe dónde está nada.

– Puedes decírmelo mientras subimos, -le dijo Regan-. Estaré encantada de traerte lo que quieras. Pero Rick tiene razón. Necesitas descansar un rato.

– ¿Qué pasa si Lucy se despierta? No sabré…

– Haré que el hospital me llame, vendré directo hasta aquí y te despertaré al minuto que sepa de ellos, -dijo Rick.

– ¿Lo prometes?

– Absolutamente. -Rick tomó a Cass del brazo y la ayudó a pararse.

Regan agarró el bolso de Cass y siguió a Rick hacia la escalera. Mitch se quedó para ocuparse de la cuenta.

– Sabes, debo estar cansada, si no estaría discutiendo contigo por esto, -Cass dijo a Rick, mientras subían la escalera-. De repente, no puedo mantener mis ojos abiertos.

– Es la manera en que tu cuerpo insiste para que lo dejes descansar un rato. -Rick la condujo en dirección a sus habitaciones. Abrió la puerta y las hizo pasar a ella y a Regan.

– Mira, que bonita sala. Esta puerta da a tu habitación.

– ¿Dónde dormirás?

– Aquella puerta de ahí es mi dormitorio. -Abrió su puerta e hizo señas a Regan para que siguiera a Cass-. Cass, Regan te ayudará a acomodarte. Si necesitas algo, házmelo saber. Estaré justo afuera.

Ella asintió y desapareció en la habitación con Regan, que salió menos de cinco minutos más tarde.

– Está noqueada. ¿Estás seguro de que no le metiste algo en su comida? -Regan preguntó suavemente.

– No tuve que hacerlo. Se tambaleaba en la oficina del jefe. Me sorprende que haya aguantado hasta la hora del almuerzo.

– Entonces, ¿qué sigue?

– Lo que sigue es que tú y yo vayamos a su casa y recojamos lo que sea que necesite para los próximos días. -Rick abrió la puerta al pasillo y miró en dirección a las escaleras-. Tan pronto como llegué Mitch, podemos irnos.

– Te ves un poco agotado tú mismo, -señaló Regan-. ¿Por qué no te quedas aquí y duermes algo. Mitch y yo podemos encontrar la casa y traer las cosas de Cass.

– Quiero ver cómo va la investigación allí. Y quiero echar una mirada alrededor de la casa, asegurarme de que nada ha sido pasado por alto. A continuación, regresaremos y veré si puedo lograr dormir unas cuantas horas antes de que algo más suceda.

Al final, Rick fue capaz de conseguir más que unas pocas horas de sueño. Eran casi las cinco de la mañana siguiente cuando el timbre de su teléfono celular le despertó. Se sentó y escuchó atentamente a la persona que llamaba, luego se levantó y se puso sus pantalones y camisa. Con los pies descalzos, cruzó la mullida alfombra hasta la puerta de Cass y golpeó suavemente.

– ¿Cass?- Él abrió la puerta-. ¿Cassie?

Ella se incorporó, asustada y desorientada.

– ¿Qué…? -Ella miró alrededor, tratando de ubicarse.

– Estás en la posada, Cass. El hospital acaba de llamar. Lucy está despierta, y pide verte. -Gesticuló hacia la silla cerca de los pies de su cama-. Regan dejó tu ropa y las cosas allí. Si puedes levantarte y vestirte, te llevaré al hospital.

Cass salió de la cama en un instante.

– Iré enseguida, -ella le dijo-. Puedo estar lista en un minuto. Sólo dame un minuto…

Rick cerró la puerta y volvió a su habitación para terminar de vestirse, agradecido porque ambos hubiesen tenido una buena noche de sueño. Tenía la sensación de que habían tenido el último descanso real que cualquiera de ellos probablemente conseguiría hasta que esto hubiese terminado.

18

Cass empujó a un lado a David Webb cuando entró en el silencioso cuarto del hospital, haciendo caso omiso de sus intentos de hablar con ella. Fue directamente a la cama de Lucy. Sus rodillas se debilitaron al ver a su prima acostada allí con un círculo de magulladuras en torno a su garganta y tubos en su nariz.

– Lulu. -Susurrando el viejo apodo de su infancia, Cass se inclinó para acercarse y tomó las manos de Lucy en las suyas.

La voz de Lucy fue tan amortiguada, que Cass al principio no estuvo segura de haberla oído hablar en absoluto. Ella murmuró algo, una serie de palabras, y Cass acercó su oreja hasta la boca de Lucy.

El color drenó su cara cuando escuchó atentamente las esforzadas palabras de Lucy.

– ¿Estás segura, cariño? ¿Estás absolutamente segura de que es lo que dijo? -Ella metió un mechón suelto de cabello oscuro detrás de la oreja de Lucy.

Lucy asintió despacio, casi disculpándose, luego cerró sus ojos. Cass se demoró un momento, frotando las manos de Lucy suavemente antes de girar hacia la puerta, donde Rick la esperaba.

David agarró a Cass por el brazo cuando pasó por delante de él.

– ¿Qué te dijo?

– Nada que te interese. -Trató de sacudir su mano para rodearlo.

– Si dijo algo acerca de mí…

– No te halagues. Ella tiene cosas más importantes en su mente en este momento. Ahora, si me perdonas…

– Los médicos dijeron que probablemente estaría lista para marcharse a finales de la semana. Sólo para que lo sepas, la llevo a casa.

Cass se volvió hacia él.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? Porque es mi esposa, por eso.

– Oh. Al final lo recordaste. -Cass pasó frente a él y dejó la habitación.

– Ella necesita estar en casa. Necesita estar con sus hijos, -David le gritó desde la puerta, pero Cass se negó a girarse.

Rick se unió a ella y caminaron hacia el ascensor.

– ¿Dónde está el fuego? -Preguntó.

– Donde sea menos aquí. -Su respiración estaba llegando de a poco, a pequeñas bocanadas-. Sólo sácame de aquí.

La dirigió al elevador y la tomó del brazo cuando las puertas se abrieron. Él golpeó el botón L y se apoyó contra el costado, estudiando de su rostro y preguntándose qué podría haberle dicho Lucy que la había desconcertado. Llegaron el vestíbulo y ella salió tan pronto como las puertas del ascensor se abrieron. Se dirigió hacia la salida al aparcamiento como si huyera de un edificio en llamas.

Rick mantuvo su paso con ella a medida que se acercaban a su coche. Lo desbloqueó con el mando a distancia cuando estaban todavía a diez pies, y una vez adentro, encendió el motor, pero no puso el coche en marcha.

– ¿Vas a decirme lo que ella te dijo que te ha trastornado tanto? ¿Reconoció al hombre que la atacó? ¿Te dio alguna pista en cuanto a quien es?

Cass sacudió su cabeza.

– No, no dijo nada parecido. Tiene dificultad para hablar, sabes, debido a las magulladuras en su garganta. Pero ella dijo… ella dijo… -Cass se aclaró la garganta y pareció estar tratando de rehacerse-. Ella dijo esto mientras él la atacaba… mientras él intentaba violarla… todo el tiempo mientras la estaba estrangulando, él la llamaba su Jenny.

– ¿Jenny? -Rick frunció el ceño-. ¿Qué diablos significa eso?

– Rick, mi madre se llamaba Jenny, -dijo Cass en voz baja.

– Lo recuerdo. Me mostraste el memorial en el refugio de aves. -Él parecía perplejo-. Pero hay muchas mujeres llamadas Jenny. Puedo ver la razón por la que podría agitarte un poco, pero…

– Te dije que mi madre fue asesinada. No creo haberte dicho que había sido estrangulada. En junio de 1979. Veintiséis años atrás.

– Veintiséis… -Rick frunció el ceño-. En el año 1979. Ese mismo verano, el Estrangulador de Bayside comenzó su carrera aquí. Jesús, Cass, ¿estás diciéndome que ella fue una de sus primeras víctimas? ¿No crees que podrías haberlo mencionado antes?

– No, no lo fue. Al menos… no. Bien… no. -Cass estaba claramente confundida-. El hombre que la mató… Mató a mi padre… A mi hermana pequeña… fue detenido. Fue juzgado y condenado.

– ¿Confesó?

– No -Ella se mordisqueó la uña de su índice derecho-. No. Nunca lo hizo.

– Quizás deberíamos ir a hablar con él.

– Difícil de hacer. Murió hace unos diez años, ¿recuerdas?

– Cierto. Tal vez el atacante de Lucy tenía a otra Jenny en mente.

– Lo que tienes que saber es, que Lucy se ve casi exactamente como mi madre. -Ella cerró los ojos y se recostó contra el respaldo-. Ahora que lo pienso, todas las víctimas se parecen un poco a mi madre. Bonitas, con pelo largo oscuro…

– ¿Nadie conectó jamás el asesinato de tu familia con el Estrangulador de Bayside?

Ella sacudió la cabeza.

– ¿Por qué lo harían? Era una familia entera que fue arrasada… casi aniquilada. Los otros… fueron todos ataques a mujeres solas. El modus operandi es totalmente diferente, también. Mi familia… -Tragó con fuerza-. Nadie más fue atacado en su propia casa ese verano. Mirando hacia atrás, puedo ver por qué no hicieron ninguna conexión. Y todavía no estoy segura de que haya una conexión. No quiero que exista una conexión.

– ¿Dónde estabas tú? -Preguntó-. ¿Estabas fuera de la casa el día del ataque?

– Yo estuve allí, -dijo, luego se giró a mirar por la ventana.

Él quería preguntarle cómo se había salvado, pero el aspecto que mostró su cara le advirtió que se callara.

– Tenemos que hablar con el Jefe Denver. Tienes que decirle lo que te dijo Lucy.

Cass asintió, pero no habló.

Rick encendió el coche y condujeron en silencio hasta la comisaría. Caminaron directamente a la oficina del jefe y Cass apenas golpeó antes de abrir la puerta y entrar.

– Cass. -Jefe Denver levantó la mirada desde su escritorio, comenzó a decir algo, pero su expresión lo detuvo. En lugar de ello, preguntó-: Cassie, ¿qué ha sucedido?

Ella le contó sobre su conversación con Lucy.

– ¿La llamó Jenny?-Denver preguntó incrédulamente-. ¿Está segura?

– Ella está segura.

– ¿Pero que diablos…? -Denver la contempló sin expresión-. ¿Por qué diablos él…?

– Jefe, me pregunto si puedo echarle un vistazo a su archivo policial sobre el ataque a la familia de Cass, -dijo Rick-. ¿Asumo que todavía lo tiene?

– Supongo que todavía está en el cuarto de almacenamiento. Cuando nos cambiamos al nuevo edificio municipal hace siete años, todos nuestros viejos archivos fueron embalados y almacenados. Puedo hacer que alguien lo busque. No recuerdo haber dado el visto bueno para deshacernos de cualquiera de ellos, así que asumo que todavía lo tenemos. ¿Para qué lo quiere? ¿Qué está pensando?

– Pienso que hay una conexión con el Estrangulador de Bayside que de alguna manera se les escapó a todos en aquel entonces.

– De ninguna manera perdimos una maldita cosa. Ninguna maldita cosa. ¿Qué infiernos le hizo pensar tal cosa?

– Empecemos con el ataque a Lucy Webb, y el hecho de que su agresor la llamó Jenny.

– Hay un montón de mujeres llamadas Jenny.

– ¿Con el pelo largo oscuro, que fueron estranguladas hasta morir por un asesino que sólo apunta a mujeres con el pelo largo oscuro?

– Mire, Cisco, yo fui parte de ambas investigaciones en ese entonces, los Burkes y el Estrangulador. Yo fui uno de los primeros oficiales en la escena en la casa Burke. Le puedo decir que no mucho se nos escapó a nadie. Todos conocíamos a Bob y a Jenny. Repasamos esa casa con lupa. Encontramos al asesino escondido en el garaje, cubierto con la sangre Bob Burke. No tuvimos duda de que era el responsable de esos asesinatos. -Denver levantó la voz con ira y habló como si hubiese olvidado que Cass estaba en el cuarto-. Bajé a esa niña por los escalones, sangrado desde el cuello a su cintura, cortada en pedazos como…

Cass salió disparada del cuarto.

– Jesús, no puedo creer lo que acabo de hacer. -Denver se pasó una mano sobre su cabeza-. Virgen Santa, no puedo creer haberlo hecho.

Rick la siguió, luego se detuvo en la puerta, y por encima de su hombro preguntó:

– ¿Por «esa niña», quiere decir la hermana de Cass?

– No, me refiero a Cass. Ese bastardo la apuñaló en el pecho cinco, seis veces, y la dejó por muerta. Es un milagro que viviera. Todavía no sé cómo sobrevivió.

– Necesito ver el archivo tan pronto como pueda tenerlo. Hoy, si es posible. -Rick cerró la puerta y se fue en busca de Cass.

La encontró en su oficina, sentada en su escritorio, las luces apagadas, las persianas de la ventana bajadas. Él no podía pensar en nada que decir que posiblemente pudiera consolarla o importara, por lo que no dijo nada. Simplemente apartó la silla de escritorio que ella le había ofrecido hacia unos días, y esperó que volviera de donde quiera que sus recuerdos la habían llevado. Estaba bastante seguro de que no era un buen lugar.

Permanecieron sentados en silencio por casi veinte minutos antes de que su teléfono celular sonara. Él contestó, escuchó, y luego dijo:

– Allí estaremos. Gracias.

Cass alzó la vista para encontrar su mirada.

– Era Mitch. La Dr. McCall -la perfilista de la que la que te hablé- ha tenido un cambio de planes y no puede estar aquí hasta alrededor de dos de mañana.

Cass asintió distraídamente.

– Necesitaré decirle todo lo que salio a la luz hoy. Incluido el hecho de que estabas en la escena cuando tu madre fue asesinada.

– Yo no estuve allí, -le dijo, su cara todavía blanca, sus ojos enormes y redondos y angustiados.

– Pero Denver dijo que habías sido atacada…

– Entré en la casa después de que hubiese acabado.

– Pero lo viste.

Ella sacudió la cabeza.

– No lo recuerdo. Sucedió tan rápido. Fue sólo una mancha.

– A pesar de todo, Annie va a querer hablar contigo acerca de esto. -Y, probablemente más que eso, lo sabía, pero dejaría que Annie tratara con eso.

– Mientras tanto, ¿qué te gustaría hacer?

– ¿Qué? -Ella frunció el ceño, como si no entendiera ni una palabra.

– ¿Cómo te gustaría pasar el resto del día? ¿Hay algún lugar donde te gustaría ir?

Ella pensó por un momento, luego extendió la mano.

– Dame las llaves del coche. Te llevo.

***

Rick no tenía ni idea de adonde se dirigían. Todo lo que sabía era que ahora mismo, Cass parecía estar en un estado de ánimo algo frágil, e iría a donde ella quisiera ir si eso ayudaba a mantenerla en pie hasta que llegara Annie. Como psicólogo, Annie era mucho más capaz de manejar eso, ella sabría qué decir y qué no decir. En su mayor parte, Rick sólo quería que Cass resistiera hasta el otro día. Se recostó en el asiento del pasajero y esperó hasta que llegaran a su destino, dondequiera que fuese.

Fueron hacia las afueras de la ciudad por varios minutos, por un camino ribeteado en ambos lados de pantanos. Las altas aneas se extendían por el lado derecho. Una o dos millas por el camino, los juncos comenzaban a disminuir y llegaron a un claro. En el centro del claro se asentaba una casa con tejas de cedro degradado a un rico café. Cass giró en el sendero y apagó el motor. Salió del coche sin decir nada y Rick la siguió.

La casa había sido abandonada, evidentemente, hacia mucho tiempo, al igual que el barco de madera podrido asentado en bloques de cemento cerca de un garaje en ruinas. Un oxidado conjunto de columpios de niños situado en el extremo más alejado del jardín, torcidos hace mucho, y en torno a la base de la casa, tercas flores florecían a pesar de años de abandono.

Cass fue directamente a los escalones traseros y se sentó en el segundo de la parte inferior. Rick se sentó junto a ella, y ella se movió ligeramente a la izquierda para darle cabida. Se sentaron en la misma forma, él notó. Los pies sobre el peldaño de abajo, los brazos descansando sobre sus muslos.

– ¿Dónde estamos?, -preguntó, a sabiendas de que fuera lo que fuera ese lugar, era importante para ella.

– Mi casa.

– Tu casa? ¿Aquí es donde…?

Ella asintió.

– ¿Nadie vive aquí?

– No desde entonces.

– ¿Quién es el propietario ahora?

– Yo.

– ¿Te ocupas del exterior? -La hierba había sido obviamente cortada recientemente.

– Tengo a alguien que lo hace cada semana.

Él miró sobre su hombro y estudió la estructura.

– Supongo que tendrías que hacer mucho trabajo para venderlo.

– No lo vendería. Nunca lo vendería, -dijo rápidamente-. Es todo lo que me queda.

– ¿Piensas que te vendrás algún día?

Ella sacudió la cabeza.

– Ni siquiera he entrado desde ese día. Me fui directamente a casa de mi tía y tío después de que fui dada de alta del hospital.

– ¿Ha entrado alguien?

– Quizás mis abuelos, mientras seguían con vida. La policía le dio a mi abuelo la llave cuando terminaron. La encontré en un gancho cerca de la puerta trasera después de su muerte.

– ¿Dónde está la llave ahora?

Buscó en su bolsillo y sacó su llavero.

– Aquí mismo, -dijo-. Sé lo que estás pensando. Piensas que es estúpido aferrarse a una propiedad todos estos años si nunca vas a hacer nada con ella. Varios acres de terreno, cerca de la bahía, tienen un gran valor, lo sé. No creerías lo que me han ofrecido por ella. Pero no puedo vivir aquí, y no puedo separarme de ella. No puedo entrar, pero no puedo alejarme. Es el último lugar donde fuimos una familia. El último lugar donde los vi.

Cass miró sobre su hombro la casa.

– A veces creo que ellos están todavía aquí, justo dentro de la puerta. A veces pienso que veo a mi madre en una de las ventanas.

Ella lo miró, buscando una reacción.

– Debes pensar que estoy loca.

– Puedo entender por qué querrías verla. Puedo entender por qué la buscarías aquí. Tanto si vendes la casa o la conserves, si entras o no, no es asunto de nadie, sino tuyo. Si te consuela sentarse aquí, eso es lo que tienes que hacer. Sufriste una pérdida terrible, Cass. -Él se acercó y tomó su mano-. Denver me contó lo que te sucedió. Lo siento. Ni siquiera sé qué decir, cómo decir cuanto lamento todo lo que te pasó.

Ella asintió y miró fijamente los juncos.

– Cuando yo era pequeña, la totora no estaba tan cerca en la parte de atrás. Lo hacían a los lados, pero aquí, atrás, estaba completamente abierto hasta el pantano. Hay mareas allí, y Lucy y yo utilizábamos trozos de madera para hacer pequeños puentes para poder caminar por ahí. Tuvimos una tabla que llevábamos con nosotros para poner abajo; caminábamos sobre el agua, recogíamos la tabla, y la llevábamos hasta el siguiente riachueluelo… -Ella hizo una pausa, recordando-. A veces los mosquitos eran tan feroces. ¡Y las moscas! Oh, cielos, teníamos moscas verdes por ahí… lo suficientemente grande como para levantarte y arrastrarte hasta la bahía. Algunos días volvíamos cubiertas de verdugones, y mi madre nos frotaba algodón con calamina para las picaduras.

Ella se tragó un nudo y trató de sonreír.

– Es curioso lo que uno recuerda, ¿no? ¿Qué cosas recuerdas de tu infancia?

Cass suspiró y lo miró.

– ¿Qué recuerdas de tu infancia?, ¿cuál es la primera cosa que viene a tu mente?

– La caída del pajar de mis abuelos cuando tenía tres años, -respondió sin dudarlo.

– ¿Te lastimaste?

– Me quebré ambos brazos. -Se apartó el pelo que colgaba un poco sobre su frente para mostrarle una cicatriz irregular-. Caí de cara al piso.

– Tienes suerte de no haberte partido el cráneo.

– Al parecer tenía la cabeza dura. También me llevé algo de heno conmigo cuando me lancé del pajar.

– Como he dicho, suerte.

– Fue sólo la primera de una larga serie de contratiempos. Tuve una infancia llena de baches. Era un poco temerario, supongo.

– ¿Pasaste mucho tiempo en la granja de tus abuelos? ¿Es esa la abuela que te enseñó a hornear?

Él sonrió al recordarla.

– Sí. Viví con ellos más o menos hasta los cinco años.

– ¿Y después qué?

– Igual pasé mucho tiempo con ellos. Sólo que no viví con ellos a tiempo completo.

– ¿Y tu familia? ¿Hermanos? ¿Hermanas?

– Dos medio hermanos, dos medias hermanas. Todos más jóvenes. Una madre, un padrastro.

– ¿Qué pasó con tu padre?

– Nunca conocí a mi padre biológico muy bien. Yo fui el producto de una indiscreción juvenil, como dice el dicho. Mi madre se casó con mi padrastro cuando tenía cinco años. Él es realmente el único padre que conozco.

– ¿Ellos todavía viven en Texas?

– Sí. Todos ellos.

– ¿Vuelves a menudo?

– Ya no tanto, -dijo suavemente-. Lo hice mientras mi abuelo todavía estaba vivo, pero ahora no parece ser mucho más que un punto en el mapa.

Cass deseó poder preguntarle por eso -acerca de por qué no tendría ningún motivo para visitar a su madre o a los demás-, pero sabía que era mejor no fisgonear. Sabía lo que era cargar con cosas de las que odiaba hablar, como se sentía uno cuando alguien empezaba a sondear entre todos aquellos lugares que uno mantenía para sí mismo. Tan seguro como que ella tenía secretos, Rick Cisco tenía algunos propios.

Se encontró esperando que quizá algún día averiguara cuales eran.

Rick miró su reloj.

– La tarde casi se ha ido. ¿Quieres quedarte aquí un rato más?

– Supongo que no. -Ella miró hacia arriba. El sol estaba bien lejos al oeste-. Nos hemos perdido el desayuno. Y el almuerzo. Deberíamos tal vez conseguir algo para comer.

– Amén por eso.

Ella sonrió.

– Hay un lugar no muy lejos por el camino que hace unas hamburguesas maravillosas.

– Me leíste la mente. -Rick se puso de pie, de repente consciente de que seguía tomando su mano. Él la tiró del escalón, pero no la soltó-. ¿Te sientes mejor?

– Sí. Un poco. Tal vez un poco más en paz. -Ella no hizo ningún esfuerzo por soltar su mano mientras caminaban hacia el coche-. Siempre me siento más segura después de estar aquí un rato. Sé que debe parecer una locura, después de todo lo que ocurrió aquí.

Ella sonrió casi disculpándose y añadió:

– Éramos una familia tan feliz, Rick. Sé que es fácil idealizar tu infancia, tu familia… pero de verdad, éramos todos muy felices.

Ella estaba al lado del coche y miró hacia atrás a la casa, sus ojos pasaron de una ventana a la siguiente antes de concentrarse en un ventanal del segundo piso. Él siguió su mirada, pero no vio nada allí.

Tal vez ella se imaginaba que había alguien allí, Rick pensó mientras rodeaba la parte delantera del coche. Podría ser que necesitase ver a alguien allí. Bueno, si eso le daba consuelo, quién sabe…

Miró de nuevo cuando estaba abriendo la puerta de su vehículo, y por una fracción de segundo no estuvo seguro de que no haber visto algo en el ventanal. Una sombra quizá. Miró por sobre el techo del coche hacia donde ella estaba, en seguida de regreso a la ventana.

Lo que había pensado que había visto se había ido. El poder de sugestión, se dijo a sí mismo se ubicaba detrás del volante. Nada más que eso.

19

Por la puerta abierta de la sala de reuniones, Cass podía oír acercarse el clic, clic, clic de tacones altos en el piso de baldosas, mientras se movían rápida, y eficientemente, en su dirección. Alzó la vista en el preciso momento en que el portador de esos zapatos cruzaba el umbral.

– Ah, aquí está la doctora McCall, -Rick anunció, y se levantó para saludar a la atractiva mujer rubia que llevaba a ella y a su hermoso maletín de cuero con confianza.

– Agente Cisco. -Ella sonrió-. Y usted debe ser el Jefe Denver.

Dejó su maletín en la silla más cercana a ella y caminó hacia la cabecera de la mesa para ofrecer su mano, que Denver sacudió algo suavemente.

– Gracias por venir, doctora McCall.

Ella asintió y se trasladó a la próxima silla, donde Cass se sentaba.

Rick hizo las presentaciones.

– Annie -Dra. McCall- ella es Cass Burke. La detective Burke.

– Me alegra conocerla.

– He oído mucho sobre usted, doctora McCall, -dijo Cass-. Los agentes Peyton y Cisco, me han dicho que es una de las mejores en lo que hace.

– Bueno, supongo que se formará su propia opinión ahora que estamos aquí. -Miró las sillas vacías que estaban alrededor de la mesa y preguntó-: ¿Dónde está el Agente Peyton? Entendí que se estaría presente en esta reunión.

– Hablé con él hace aproximadamente una hora, -le dijo Rick-. Ha estado rastreando información sobre algunos asesinatos más antiguos que cree pueden estar relacionados con éstos. Dijo algo sobre estar ahora mismo recibiendo algunos faxes y deseaba quedarse hasta que todo hubiese llegado.

– Entonces vendrá a su propio tiempo. O no, conociéndolo. Me indicó que tenía información que pondría una nueva luz sobre lo que está pasando aquí. -Ella volvió a su lugar en la mesa. A Rick, dijo-, esperemos que lo haga en las próximas veinticuatro horas. Ambos sabemos cómo es, una vez que da con algo. Tiene la tendencia de perder la noción del tiempo.

– Annie… um, doctora McCall… -Rick comenzó.

– Mantengámoslo informal, Rick. No tengo ningún problema con los nombres, ¿si todos están de acuerdo? -Miró alrededor de la mesa. Cass y Denver asintieron.

– Sigue, Rick, estabas a punto de decir…

– Iba a preguntarte si habías tenido la oportunidad de examinar los archivos que te hemos enviado.

– No tan a fondo como me hubiera gustado, pero revisé la mayor parte. -Ella abrió su maletín y sacó una libreta de papel amarillo, pasó varias páginas de notas, y luego retrocedió las páginas hasta que llegó a una hoja en blanco-. Parece ser que tiene un asesino en serie… al parecer el mismo que tenía… vamos a ver, veintitantos años atrás.

Denver asintió.

– Eso es correcto.

– Pero ningún sospechoso, entonces o ahora.

– Correcto otra vez.

– ¿Usted estaba en la fuerza en ese momento?

– Sí.

– Entonces creo que es obvio empezar con usted, Jefe. Dado que no tuve tiempo para repasarlo todo, ¿por qué no me pone al tanto? Desde entonces hasta ahora.

Annie se recostó en su silla, mientras el jefe recitaba todos los hechos conocidos acerca de su asesino. Mientras lo hacía, Cass estudió a la perfilista, que no era en absoluto lo que había esperado. La Dra. McCall -Annie- parecía estar en la mitad de los treinta, y era tan menuda, que hizo a Cass sentirse incómoda, como una amazona en comparación.

Una amazona un poco desaliñada, eso sí. Cass se miró la ropa que se había puesto apresuradamente antes ese día. Pantalones deportivos gris claro y una camiseta de manga corta. Por lo menos hacían juego, se recordó a sí misma.

En contraste, la perfilista llevaba un traje de lino que aún no se arrugaba, un top rosa pálido bajo la chaqueta sin forro. Usaba grandes aros redondos de oro y una pulsera de oro al lado de un reloj con correa de cuero marrón. El diamante en el dedo anular de su mano izquierda capturaba el sol de la tarde desde la ventana adyacente. Su maquillaje era perfecto, no exagerado, tan sólo lo suficiente para mejorar, como Lucy habría dicho.

Al pensar en Lucy, Cass descansó su codo sobre la mesa y su barbilla en la mano. Pobre Lucy. Que hubiese sido atacada era bastante malo. ¿Cómo se sentiría si ella se viera obligada a volver a Hopewell, a recuperarse con esa miserable excusa de marido…?

– ¿Cass? -Rick tocó su brazo.

– Oh. Lo siento.

– Annie estaba preguntando si hay cualquier otra cosa que recogieras de la escena del crimen que quizás quieras agregar.

Cass lo pensó antes de sacudir la cabeza.

– Nada que no esté en los informes. Intenté ser lo más cuidadosa posible.

– ¿Y los informes de las otras ciudades…? -Annie volvió a mirar sus notas-. ¿Dewey? ¿Hasboro?

– No hemos recibido todos los informes escritos todavía, -le dijo el Jefe Denver-, pero al hablar con los jefes de policía de cada una de esas ciudades, le puedo decir que tenemos idénticas escenas del crimen.

– ¿Con las víctimas plantadas de la misma manera?, -Preguntó.

Denver asintió.

– Me pregunto, Jefe, ¿podría llamar a esos jefes de policía y solicitar que le envíen por fax las fotos de la escena del crimen?

– Ya lo he pedido, doctora McCall. Hemos recibido sólo las de Dewey.

– Las miraré, si puedo. Mientras tanto, Rick, por favor, llama a la central y pide que alguien llame al jefe de policía de Hasboro y le recuerde que el Jefe Denver todavía espera las copias de sus archivos. -Ella sonrió-. Que le recuerden que no es agradable no compartir.

Rick pidió disculpas y salió del cuarto.

– ¿Puedo ver las fotos originales de sus escenas del crimen? -Annie preguntó-. Sólo las recientes por ahora.

Denver le entregó varios sobres. La perfilista sacó las fotos, una tras otra, estudiando cada una, de vez en cuando echando un vistazo a sus notas.

– Así que tenemos a alguien que es muy organizado. Ha estudiado a sus víctimas lo suficientemente bien como para saber adonde van y cuando son más vulnerables. Obviamente, el hecho de que todas estas mujeres tienen la misma apariencia física es fundamental. Él repite algo. Con el paso de los años, ha perfeccionado su técnica. Lleva todo lo que necesita con él, deja poco atrás. -Su voz era baja, como si hablara consigo misma más que a los demás en la mesa-. Y tiene una fijación por lo que las deja de una determinada manera. La pose, el pelo extendido…

Tamborileó con los dedos en la mesa distraídamente, luego miró al jefe.

– ¿Hay fotos de las víctimas anteriores? ¿Las de 1979?

– No tantas, y no tan buenas. En aquel entonces, recuerdo que pensábamos que era un poco macabro tomar muchas fotos del cuerpo como lo hacemos ahora, desde todos los ángulos diferentes. -Le pasó varios sobres desde el extremo opuesto de la mesa-. Desearía haber tomado más.

Annie estudió las imágenes de las viejas escenas del crimen.

– ¿Están en orden? -Ella frunció el ceño-. Me gustaría verlas en orden, para estudiar la progresión.

Denver comenzó a levantarse, pero Cass ya se deslizaba de su silla.

– Ellas deben ir así, -decía-. Alicia Coors, fue la primera. Aquí en Bowers. A continuación, Jo Carol Hughes -también en Bowers- luego Cindy Shelkirk. Ella fue la primera víctima de uno de los otros pueblos de la costa, fue asesinada en Tilden. Terry List, era de Dewey. Mary Pat Engles… Tilden…

Y así sucesivamente, las trece víctimas. Annie se sentó en silencio y observó a Cass mientras colocaba a las víctimas por orden de sus muertes.

– Bueno, entonces, echemos un vistazo y veamos lo que estas señoras tienen que decirnos. -Los ojos de Annie pasaron de una a otra.

– Él era mucho más joven entonces, yo diría. No un adulto todavía. No era diestro en este oficio, en esos primeros tiempos. Y él no tenía su trama en aquel entonces. No había evolucionado.

– ¿Qué quieres decir? -Cass preguntó-. ¿No había evolucionado hasta convertirse en qué?

– En el asesino metódico que es ahora -Annie respondió sin vacilar-. Aquí, en estos primeros asesinatos, estas escenas tienen poco en común con las recientes. No pensó para nada en la colocación del cuerpo… ¿ves cuan cuidadosamente han sido situados los brazos y las piernas en estas escenas actuales? En aquel entonces, todo era sobre matar. Allí parece haber habido una rabia, una temeridad en el trabajo que no veo en sus últimas víctimas. ¿Advertiste los hematomas en el lado de la cara de esta mujer? Él la golpeó un poco antes de ir al grano. Y a ésta, también. Su técnica era cruda entonces, el asesinato tenía una cualidad casi desesperada. -Ella hizo una pausa para tomar un sorbo de agua de una botella que sacó de su descomunal bolso-. Los asesinatos actuales son casi sin pasión.

Giraba la tapa de plástico blanco en la botella cuando Rick entró en la habitación y levantó el pulgar, queriendo decir que los archivos solicitados estarían en camino. Ella asintió y continuó.

– Las víctimas, sin embargo, ahí es donde él estaba haciendo su declaración en ese entonces. Todas alrededor de la misma edad, mismo tipo de cuerpo, y por supuesto, el cabello. A quienquiera que él mataba, una y otra vez, había estado totalmente obsesionado por su pelo…

– Ah, Annie, creo que hay algo que necesitas saber que no está en ese archivo que te enviamos, -dijo Rick.

– ¿Oh?

Rick giró hacia Cass como si le preguntara algo en silencio, a lo que ésta respondió con una lenta cabezada.

– La madre de Cass fue víctima de un asesinato aquí en Bowers Inlet hace veintiséis años. Toda su familia fue atacada. Cass fue la única sobreviviente.

Denver se erizó.

– Eso fue completamente diferente, ya le dije. ¿Por qué lo saca a colación?

– Jefe, no puedo dejar de ver las similitudes…

– ¿Qué similitudes? ¿No piensa que si hubiera habido similitudes, lo habríamos notado?

– … Y con Lucy siendo atacada -Lucy, que se parece mucho a la madre de Cass…

– Para, espera un minuto. No tengo ninguna víctima llamada Lucy. -Annie revisó sus notas-. ¿Quién es Lucy?

– Lucy es mi prima. Ella ha estado quedándose conmigo desde la semana pasada, -le dijo Cass-. El domingo por la noche, fue atacada.

– ¿Por este asesino? -Annie dio un golpecito a las fotos.

– Eso creemos.

Antes de que pudiera decir algo más, Rick tocó a Cass en el brazo y le dijo:

– Dile lo que Lucy te dijo.

– Él la llamó Jenny, -dijo Cass-, reiteradamente. La llamó Jenny todo el tiempo.

– Espera, espera. -Annie levantó las dos manos para detenerlos-. Empieza desde el principio. ¿Quién es Jenny?

– Jenny era el nombre de mi madre.

– Tu madre… que fue asesinada ese verano.

– Sí.

– ¿Antes o después de los otros asesinatos?

– Antes.

– Cass… -Rick tocó su brazo-. Creo que es necesario que le cuentes toda la historia.

– ¿Es necesario? -El jefe contempló a Rick.

– Creo que sí. ¿Annie? -Rick pidió su opinión.

– Estoy de acuerdo. ¿Si Cass está de acuerdo…?

Cass asintió.

– Empecemos por ti diciéndome todo lo que recuerdas sobre el día que tu familia fue atacada. -Annie se calló, y luego preguntó-: Cass, ¿puedo grabar esta entrevista? Prefiero concentrarme en lo que estás diciendo en lugar de tener que tomar notas.

– Por supuesto, hazlo.

Annie sacó una pequeña grabadora de su bolso y la puso sobre la mesa entre ella y Cass. Después de la introducción inicial y la pregunta y el permiso otorgado para grabar, Annie repitió la pregunta.

– Cass, ¿puedes decirnos lo que recuerdas sobre el día del ataque a tu familia? ¿Qué es lo primero que recuerdas?

– Me desperté temprano… el sol aún no salía. Entré en el baño y todavía estaba oscuro, pero oí a mi padre abajo. Él tenía un chárter ese día, así que se iría mucho antes del amanecer. Me encontraba en lo alto de la escalera e iba a bajar a la cocina para pedirle que no se llevara los últimos bizcochos de chocolate y nueces… nosotras los hicimos el día anterior, Trish, mamá y yo. Bueno, Trish no hizo mucho, sólo tenía cuatro años…

– ¿Qué edad tenías, Cass? -Annie preguntó.

– Yo tenía seis. Cumpliría siete más tarde ese verano.

– Está bien, continúa.

– Yo iba a bajar, pero entonces oí cerrarse la puerta trasera, y sabía que nunca lo alcanzaría. Mi papá era muy alto y caminaba realmente rápido. Cuando llegara a la cocina, él habría estado en el coche y saliendo por el sendero, así que volví a la cama. Mi hermana y yo habíamos comenzado el campamento de verano esa semana, y yo estaba entusiasmada con ir, así que no podía dormir. Todavía estaba despierta cuando mi madre vino a despertarme.

– ¿Qué era lo que te entusiasmaba?

– Oh, simplemente toda esa cosa del campamento. Era diferente de mi vida cotidiana. Uno de mis amigos tenía una fiesta de cumpleaños esa tarde. Iba a ser un picnic en la playa. Y yo estaba excitada desde el día anterior. El refugio de aves se había inaugurado oficialmente, y habíamos pasado el día entero allí. -Cass se detuvo un momento, recordando-. Mi madre nos llevó por la mañana… nos detuvimos a recoger a Lucy. Ella era de mi edad y mi mejor amiga. Cuando el campamento terminó por el día, la madre de Lucy -mi tía Kimmie, la hermana de mi madre- nos recogió y nos llevó a casa.

– ¿Qué hora era, lo recuerdas?

– Después de almuerzo. En algún momento alrededor de las dos.

– Cuando llegaste a casa, ¿entraste directamente a la casa?

– Sí. Bueno, quiero decir, Trish entró primero. Al momento en que nos detuvimos frente a la casa, saltó y corrió por la puerta, llorando porque la tía Kimmie nos iba a llevar a Lucy y a mí a la fiesta, y Trish no había sido invitada. Ella corrió a la casa antes de que yo siquiera saliera del coche.

Cass tragó con fuerza y Rick abandonó el cuarto momentáneamente. A través de la puerta abierta, se escuchó el retumbar de una lata de refresco siendo expulsada de la máquina fuera de la sala de conferencias. Regresó en un instante y le entregó la lata de Pepsi Diet a Cass, ya abierta.

– Gracias. -Ella tomó un largo trago-. Gracias.

– ¿Qué pasó después? -Annie preguntó.

– Lucy y yo salimos del asiento trasero. Me acerqué a la casa. Estaba tan tranquilo…

– Espera un minuto. ¿Lucy salió del coche contigo? -Preguntó Rick.

– Sí.

Rick frunció el ceño.

– No recuerdo ver su nombre en ninguno de los informes que leí. ¿Entró en la casa?

– No

– ¿Dónde estaba, si no fue contigo? ¿Estaba allí cerca del coche, esperándote?

– Creo que… -Cass trató de recordar-. Creo que podría haber entrado en el patio trasero. Creo que dijo que iba a esperar en los columpios. Los viste, están aún allí, en el patio. Al costado derecho de la casa.

Él cabeceó.

– De todos modos, entré. Oí algo en el segundo piso, así que subí la escalera. Todo sucedió tan rápido después de eso. Vi… Vi a Trish. Él la tiró. -Las manos de Cass comenzaron a temblar-. Sólo la recogió y la lanzó, como a una muñeca.

– Está todo en el archivo. ¿Tiene que pasar por esto? -el Jefe Denver protestó.

– Me temo que sí, jefe. -Annie se hizo cargo de nuevo-. Cass, ¿lo viste?

– No, no. No lo vi. Yo no lo miraba, miraba a mi hermana. Ella había volado por el aire… y me pregunté cómo hacía eso. Corrí hacia la escalera y él me agarró.

– ¿Desde qué dirección?

– No lo sé. Sólo me acuerdo de estar sorprendida. No sé de donde vino. Comenzó a apuñalarme entonces… con el cuchillo. -Cass luchó por controlarse, y Rick acercó su silla a la suya, pero no la tocó.

– Entonces viste su rostro.

– No. No, no lo hice. Estoy segura de eso, -ella protestó-. Creo que me desmayé después de la primera vez que me cortó.

– ¿Entonces, durante todo ese tiempo, tu prima, Lucy, estaba afuera, jugando en los columpios?

– Creo que así habría sido, sí.

– ¿Habló alguien con ella acerca de lo que quizás había visto? -Annie dirigió la pregunta al jefe.

– No. No había motivo para hacerlo. Se encontró al asesino en el garaje. -Denver apretó la mandíbula-. La niña estaba en el patio cuando llegamos allí.

Annie volvió su atención a Cass.

– ¿Qué pasó después?

– No lo sé. Jefe, usted sabe más que yo

– La señora Donovan -la tía de Cass- comenzó a preguntarse dónde estaba su sobrina. Salió de su coche y se dirigió a la casa para averiguar qué le estaba tomando tanto tiempo. Entró y escuchó un sonido -ella lo describió como un suave gemido- desde la cocina. Ella entró, y encontró a Wayne Fulmer -él tenía un cuarto en uno de aquellos viejos moteles a lo largo de la Ruta Nueve, daba vueltas por la ciudad la mayor parte de los días- Wayne estaba llorando, sentado en el suelo junto al cuerpo de Bob Burke. Sus manos y la ropa estaban cubiertas de sangre. De acuerdo al testimonio de la Sra. Donovan, comenzó a gritar, «Dios mío, ¿qué has hecho?» Y Wayne, comenzó a gritar, «No, no, no yo. No Wayne». Luego él salió corriendo la puerta trasera, y ella fue arriba, llamando a gritos a su hermana. Te encontró donde habías caído, -asintió a Cass-, en las escaleras.

– ¿Quién llamó a la policía? -Annie preguntó.

– Alguien vio a Wayne pasar corriendo por el camino, cubierto de sangre. En el momento en que llegamos allí, él se había metido en el garaje de Burke para ocultarse, que es donde lo encontramos.

– ¿Se recuperó el cuchillo? -Preguntó Rick.

– Lo encontramos en el suelo en la parte inferior de la escalinata.

– ¿Huellas?

– El mango y la hoja estaban tan resbaladizas con sangre, que no pudimos obtener una impresión.

El jefe echó un vistazo en dirección a Cass para ver su reacción, pero no había ninguna.

– Cuando se lo interrogó acerca de por qué él estaba allí, ¿qué les dijo? -Preguntó Rick.

– Dijo que había tropezado con Bob en el puerto deportivo una hora antes y que Bob le dijo que había tenido una gran captura, que si pasaba por la casa, le daría algunos peces.

Comenzó a juguetear con sus gafas.

– Tiene que tratar de entender cómo esto golpeó a la comunidad. Todos en pueblo conocían y querían a los Burkes. La familia de Bob vivía aquí antes de que hubiera una ciudad. Nada así había pasado alguna vez en Bowers. Por lo que sabía, nada como esto había ocurrido en cualquier lugar cerca de aquí. Dejó a todos sin palabras. Todo el mundo se enfureció cuando se filtró la noticia de que encontramos a Wayne escondido en el garaje. Que hubiéramos tenido a esa escoria asesina viviendo aquí mismo en Bowers Inlet, caminando en nuestras calles… bien, las personas estaban terriblemente indignadas. Pero aliviadas, sabe, porque él había sido encarcelado.

– El monstruo de Frankenstein, -Annie murmuró.

– ¿Qué? -Denver frunció el ceño.

– La escena de la vieja película de Frankenstein acaba de saltar en mi mente. Esa donde la muchedumbre enojada persigue a la criatura.

– Estábamos enfadados, doctora McCall. Gente buena -una maravillosa familia- había sido masacrada en su propia casa. Todos sentían que si les sucedió a ellos, podría sucederle a cualquiera.

Denver suspiró fuertemente.

– Conocía a Bob y a Jenny, los conocía de toda mi vida. Mi hermano fue a la escuela con ellos, y después en la secundaria, estuvo terriblemente enamorado de Jenny.

El jefe sintió los ojos de todos sobre él entonces, y sacudió la cabeza.

– Ni siquiera piensen que podría haber sido él. Lo perdimos en Vietnam. Fue hace mucho, por el verano del '79.

Se aclaró la garganta.

– De todos modos, estábamos hablando del día… ese día. Nosotros -Jack Cameron y yo, él lleva muerto unos seis o siete años- entramos en la casa, y era como caminar en una película de horror. Cassie estaba allí en el piso de arriba, cubierta de sangre. Pensábamos que estaba… bien, pensamos que no había supervivientes. Entonces nos dimos cuenta de que ella parecía moverse, y llamamos a una ambulancia. Le di respiración boca a boca para tratar de mantenerla con vida. -Se limpió una lágrima de su rostro sin aparentemente notar que lo había hecho-. Yo nunca había visto nada igual. La carnicería. Esa niña, su cuello quebrado como si fuera una ramita. Y Jenny allí en el suelo del dormitorio… Bob en el suelo de la cocina. Y Wayne Fulmer encogiéndose en el garaje, gimiendo y temblando y cubierto de la sangre de Bob. -Él miró a Rick-. ¿Quién pensaría que lo hizo, Agente Cisco, si se hubiera topado con esa escena?

– Bueno, admito que se veía bastante malo para Wayne.

– No teníamos en aquel entonces ADN, sólo tomábamos las huellas dactilares. Y no siempre era exacto, según quien examinaba las impresiones. Nada de correspondencia electrónica. No había perfiladores que vinieran y nos dijeran qué tipo de personalidad se suponía estábamos buscando. -Contempló a Annie con sordo resentimiento.

– Jefe, lo siento. No lo estamos acusando, ni juzgando… -Annie comenzó, pero él la interrumpió.

– Sí que lo hacía, doctora McCall. Usted juzgaba, criticaba y nos acusaba de un trabajo policial mal hecho. No juzgue nuestras acciones o nuestras decisiones de hace veintiséis años por la manera en que hacemos las cosas hoy en día. No teníamos las herramientas para ese entonces. -Denver se levantó y abandonó la sala antes de que nadie pudiera detenerlo.

– Mierda, -dijo Rick en voz baja.

Cass se levantó para ir tras su jefe.

– Déjame a mí, Cassie. Fue mi culpa. Voy a hablar con él. -Rick siguió a Denver de la habitación.

– Cass, ¿podríamos terminar aquí? Sólo tengo algunas preguntas más para ti. -Annie se acercó y puso una mano sobre el brazo de Cass.

– Creo que debería ir a ver y si él está bien. -Ella hizo gestos hacia la oficina del jefe.

– Rick hizo el lío, Cass. Él lo limpiará.

– Está bien. Le daré cinco minutos para volver. Si no se ha calmado y vuelto para entonces, iré y hablaré con él. Por lo general, no le toma mucho más que eso calmarse, no importa cuan enojado esté.

En ese momento, el teléfono celular de Cass sonó, y ella miró el número expuesto en la pequeña pantalla.

– Tengo que tomar ésta, -dijo Annie.

– Khaliyah. ¿Cómo estás? -Ella se levantó y caminó hasta la ventana.

– Estoy bien, Cassie. Me preguntaba cómo estás. Vi en las noticias, acerca de tu prima. Quería asegurarme de que tú… -La chica se detuvo, su voz temblorosa-. Sólo quería asegurarme de que estabas bien, eso es todo.

– Eso es realmente dulce. Te agradezco la llamada. Pero no quiero que te preocupes por mí. Estoy bien.

– Fui a tu casa y vi a los policías y la cinta amarilla alrededor de todo el lugar y tuve miedo, -admitió Khaliyah.

– No hay motivos para estar asustada.

– Quería que supieras que puedes venir y quedarte aquí, conmigo, si necesitas un lugar donde alojar.

– Esa es una bonita oferta. Gracias, Khaliyah. Pero tengo un lugar.

– ¿Un lugar seguro?

– Totalmente seguro, sí. -La garganta de Cass se apretó, de tan emocionada que estaba ante la preocupación de su joven amiga.

– Pero si algo pasa, si es necesario…

– Serás la primera persona a la que llame. Te lo prometo.

– Supongo que nuestro uno a uno está descartado por un tiempo.

– Nah. Estaré allí.

– ¿Estarás?

– Puedes apostarlo.

– ¿Estás segura?

– Segurísima. -Cass vaciló por un momento, luego añadió-: Pero tratemos de llegar un poco antes esta semana. De esa forma podemos concluir mientras todavía hay luz.

– Muy bien. ¿A las seis?

– Las seis es perfecto. A menos que te diga lo contrario.

– Muy bien. Te veré entonces.

– Khaliyah…

– ¿Qué?

– Pregúntele a Jameer si puede llevarte esta semana, ¿bien? ¿Hasta que esto termine? No creo que desees andar dando vueltas por la ciudad.

– Muy bien. Se lo pediré.

– Si él no puede, me llamarás, ¿verdad?

– Correcto.

– Nos vemos entonces. Y gracias, Khaliyah. -Cass cerró su teléfono y dejó lo caer en su bolsillo.

– Lo siento, -dijo a Annie-. ¿Dónde estábamos?

– Estábamos… -La puerta se abrió detrás de ella y Annie se dio la vuelta a tiempo para ver a Rick y al jefe regresar a la habitación.

– Lamento la interrupción. -El Jefe Denver saludó con la cabeza a las mujeres.

Tomó asiento a la cabecera de la mesa, y Rick se sentó junto a Cass de nuevo como si nada hubiera ocurrido.

– ¿Qué más querías preguntarme? -Cass preguntó a Annie.

– ¿Recuerdas algo más sobre aquel día? ¿Tienes alguna otra imagen en tu mente?

– Bajando la escalera para desayunar, detrás de mi madre. El pensar que se veía tan bonita. Que yo nunca sería tan bonita como ella.

– ¿Qué llevaba puesto?

– Una blusa blanca. Pantalones capri rosa y blanco, -respondió sin vacilar-. Tenía el cabello atado atrás en una cola, como siempre, y se balanceaba…

Ella aclaró con una mano.

– Yo solía desatarlo cada vez que podía. Era una especie de juego tonto entre nosotras. Esa mañana, cuando bajábamos la escalera, extendí la mano, agarré la cinta y se la saqué, pensando que su pelo caería libre, pero ella había usado una goma, también, por lo que el moño subsistió. Ella se rió, porque me había burlado ese día, y se ató la cinta de nuevo en su pelo.

– Quizá deberíamos dar a Cass un descanso, -dijo Rick abruptamente, mirando directamente a Annie-. Creo que todos podemos aprovechar un pequeño descanso.

Cass frunció el ceño.

– Acabamos de tener un pequeño descanso.

– Oh. Excelente idea. -Annie había notado su expresión, la que decía, sólo confía en mí-. Sabes, estuve sentada durante varias horas en el coche camino aquí, y me encantaría tener la oportunidad de estirar las piernas.

Se volvió a Cass y preguntó:

– ¿Hay algún lugar cerca donde pueda comprar helado? Me muero por un cono de helado.

– Hay un lugar a pocas cuadras de aquí.

– ¿Te importaría mostrármelo? ¿Damos un pequeño paseo?

– Claro. ¿Por qué no? Déjame buscar mi bolso. Lo dejé en mi oficina.

Después de que Cass dejó el cuarto, Annie giró hacia Rick y preguntó en voz baja,

– ¿Cuánto tiempo quieres?

– Todo el tiempo que puedas darme.

Annie asintió, y salió al pasillo, cerrando la puerta detrás de ella.

Rick se dirigió al jefe y le dijo:

– Realmente necesitamos ver el archivo del homicidio Burke, Jefe. Lo siento. Quise decir lo que dije en su oficina. No estoy tratando de pisarle los dedos y me disculpo de antemano si usted piensa lo contrario. Pero en este momento, tengo que ver si ese archivo todavía está aquí.

– Por supuesto que está aquí. Hay un par de cajas con cosas que encontramos en la escena. No somos unos completos palurdos, sabe, -dijo bruscamente Denver-. ¿Qué está buscando?

– Sea lo que sea que las pruebas puedan decirnos. Cualquier cosa que nos pueda decir algo que aún no sepamos.

20

– ¿Está seguro de que esto es todo? -Rick miró a Denver. Acababa de registrar el contenido de las tres cajas de pruebas que habían transportado del cuarto de almacenamiento del departamento al final del pasillo, donde habían estado desde que las trasladaron del garaje del ex jefe de policía cuando se construyó el nuevo edificio municipal-. ¿Estas son las únicas cajas?

– Esto es todo lo que tenemos. Tres cajas. Puedo asegurarlo yo mismo. Es todo lo que hemos tenido siempre.

– ¿Hay alguna posibilidad de que otra caja de pruebas quedara en el garaje cuando este material se trasladó aquí? ¿Una caja más pequeña, tal vez, que podría haber sido pasada por alto?

– No. Yo fui uno de los agentes que limpió el garaje del jefe después de su muerte y traje los archivos y los puse en el cuarto de almacenamiento. Puedo decirle, que cada ápice de evidencia que fue puesto allí volvió ahí adentro. El cuarto siempre está cerrado, y Phyllis tiene la única llave. Usted quiere algo, tiene que pedírselo a ella, como tuvimos que hacer.

– El jefe… ¿cuál era su nombre?

– Wainwright.

– ¿Cómo es que todas sus cajas de pruebas terminaron en el garaje del Jefe Wainwright, de todos modos?

– No había otro lugar para almacenar el material. La antigua comisaría tenía sólo tres pequeñas habitaciones. -Denver se encogió de hombros-. No nos pareció una gran cosa en aquel entonces. No pensábamos en cosas como la cadena de mando o pruebas manipuladas. No teníamos otro lugar para almacenar los archivos viejos, así que cuando él construyó ese nuevo garaje grande, ocupamos parte de él. Además, se trataba de un caso resuelto. Teníamos a nuestro hombre. Había sido juzgado y condenado. Usted puede decir lo que quiera ahora, Agente Cisco, pero el jurado estaba convencido. No hubo ninguna otra maldita razón para pensar que otra persona aparte de Fulmer Wayne estuviera implicada. No estoy todavía seguro de que exista ahora.

– Mantengamos ambos la mente abierta, Jefe. Admitiré que la evidencia contra Wayne era bastante sólida y usted admitirá que las cosas quizás no eran lo que parecían en ese momento. Ahora, ¿qué guardaba el Jefe Wainwright en la otra parte del garaje?

– Él tenía un viejo coche en el que trabajaba. Restaurándolo. No recuerdo cual era, francamente.

– ¿Entonces cualquiera podría haber entrado en el garaje y examinado las cajas?

Denver frunció el ceño.

– No es probable. La propiedad de Wainwright estaba toda vallada en la parte de atrás. Aparte de eso, tenía el perro más grande, y más malo en la costa de Jersey, corriendo por ese garaje. El jefe tenía una de esas puertas para perros y el perro solía entrar y salir. Puedo decirle por propia experiencia, que era un perro arisco. No me puedo imaginar a un extraño eludiéndolo.

Rick dio otro vistazo rápido más a la caja que contenía las prendas de vestir de Jenny Burke.

– ¿Quiere decirme qué es lo que está buscando?

– En primer lugar, estoy buscando la cinta que Jenny tenía en el pelo esa mañana. Cass dijo que llevaba una cinta en el pelo.

– Sí, recuerdo verla en el juicio. La cinta del pelo, sus pendientes. Una fina cadena de oro que llevaba alrededor del cuello, tenía un pequeño corazón en él. Todas esas cosas pequeñas se encontraban en sobres separados.

Denver miró el inventario.

– Dice aquí que hay una cinta, mire aquí. Una cinta rosada. -Denver se inclinó sobre un lado de la caja, apartando a Rick-. Se guardó, está todavía aquí…

Él hurgó la caja durante unos minutos, murmurando,

– Podría haberse caído del sobre, tiene que estar aquí en algún lugar… -Luego levantó la mirada, perplejo.

– No está aquí.

– Yo no lo vi, tampoco.

– ¿Dónde podría estar? -Denver frunció el ceño-. Se guardó, justo después del juicio.

Comenzó a sacar artículos de la caja, uno tras otro.

– Aquí está la cadena con el corazón… los pendientes. Ninguna cinta. Tal vez en esta caja… -Denver comenzó a buscar en una segunda caja. Cuando llegó con las manos vacías, pasó a la tercera.

– ¿Por qué tomaría alguien la cinta y dejaría las joyas de oro? -Rick se preguntó en voz alta.

– Cierto. Si usted va a robar de la caja de pruebas, ¿por qué no tomar los artículos que tenían algún valor? ¿De qué sirve…? -Denver se detuvo a mitad de la frase y giró para mirar a Rick.

– Esas fibras rosadas que el laboratorio encontró en el pelo de las víctimas, -dijo rotundamente.

– Eso es lo que pienso. La pregunta es, ¿cómo lo consiguió?

– ¿Cómo quien consiguió qué? -Cass entró en la habitación, seguida de Annie, que, al darse cuenta de que Rick podría haber aprovechado un poco más de tiempo, le sonrió contrita-. Les trajimos a ambos un poco de helado.

Cass procedió a desempaquetar la bolsa.

– Chocolate para el jefe… Sé que es su favorito. Annie pensó que te gustaría el café, Rick.

Rick asintió.

– Sí. Gracias.

– ¿Qué hay en las cajas? -Cass frunció el ceño, entonces observó la etiqueta del lado de la caja más cercana al final de la mesa.

Homicidio Burke.

Cass miró de Rick al jefe y atrás otra vez.

– Sabes, no tenías que enviarme por helados, como si yo fuera una niña. -Ella se dirigió a los hombres, enojada con ambos-. Me siento realmente insultada porque ninguno de ustedes pensó que podía hacerle frente a esto, que yo no era lo suficiente profesional o lo suficientemente estable…

– No los culpes a ellos, -Annie la interrumpió-. Fui yo. Entendí por la expresión de Rick que algo le estaba molestando y parecía que necesitaba sacarnos de en medio. Yo no estaba segura del por qué. El helado fue lo único que pude pensar, ya que me salté el almuerzo y el helado es la primera cosa que pienso cuando tengo hambre. Discúlpame. No fue pensado como algo más que un medio para comprar a Rick un poco de tiempo para… lo que sea que quería hacer.

– Al parecer lo que él quería hacer era revisar las pruebas sin mí. Yo no soy frágil, Rick. Sé lo que las cajas de evidencia contienen. En caso de que lo hayas olvidado, he sido detective durante varios años, he visto cadáveres… diablos, ¿quién crees que tomó las fotos de estas víctimas? -Ella señaló la pila sobre la mesa.

– Lo siento, Cass. Simplemente se me ocurrió buscar algo específico, y no quería que te perturbaras si lo encontrábamos. -Soltó un largo aliento-. Lo siento. Estuve definitivamente fuera de lugar. Debería haberlo pensado detenidamente. Si lo hubiera hecho, me habría dado cuenta de que no había necesidad de tratarte con condescendencia. Realmente lo siento. No sé qué más decir.

– ¿Lo hiciste?

– ¿Hice qué?

– ¿Encontrar lo que estabas buscando?

– No.

– ¿Y qué es, puedo preguntar?

– La cinta que sacaste del pelo a tu madre esa mañana.

– ¿No estaba ahí? -Ella frunció el ceño.

– Desapareció. El jefe recuerda que estaba allí después del juicio. Pero ahora ha desaparecido.

– Él la tomó. Él la tiene. -Cass miró a Rick, su ira dejada a un lado por ahora. -Las fibras que Tasha encontró… ella dice que es de cinta que no ha sido fabricada durante años…

– ¿Cómo encaja eso con su perfil, doctora McCall? -Denver preguntó.

Annie dejó su bolso en la mesa de conferencias y volvió a abrir el archivo. Sacó el sobre de fotografías que el jefe le había dado cuando llegó y esparció las imágenes a través de la mesa. Sin ser preguntado, Denver tomó una carpeta de una de las cajas y sacó una foto que entregó a Annie. Ella la estudió durante varios minutos, luego la puso sobre la mesa, delante de las demás.

– Esto lo pone todo en perspectiva, -dijo de forma directa-. Esto hace que todo tenga sentido.

Sus ojos pasaron de una foto a otra foto de la escena del crimen.

– Explíquemelo, entonces, porque no la sigo. -Denver cruzó sus brazos sobre el pecho-. ¿Cómo explica usted el hecho de que mató a todos los Burkes? Salvo tú, por supuesto, Cass, aunque Dios sabe lo intentó. -Hizo una pausa para preguntarle-, ¿estás segura de que puedes con esto? Sabes, nadie podría pensar menos de ti. Se trata de tu familia de la que estamos hablando aquí.

Cass apartó su preocupación y asintió. Ella nunca había visto las fotos de la escena del crimen de su propia casa, y, a pesar de su bravata, no pensaba con mucha ilusión en ello ahora. En aquel momento, su orgullo la mantuvo en su asiento y se concentró en las fotos en la mesa entre ella y Annie.

– Mire, yo digo que los homicidios Burkes no se ajustan a la pauta, doctora McCall. Jenny Burke fue atacada junto con toda su familia. Y Jenny Burke no fue violada. Todas las otras víctimas fueron atacadas solas -cada una de ellas violada y estrangulada- ninguna de ellas en sus hogares.

– Todo cae en su lugar cuando te das cuenta de que Jenny Burke fue su primera víctima. -Annie giró hacia Cass-. Anteriormente dijiste que tu padre siempre dejaba la casa muy temprano por la mañana. Que llevaba chárter de forma regular.

– Así es. El pescaba casi todos los días, llevaba chárter al menos cinco veces a la semana en los meses cálidos.

– ¿A qué hora llegaba por lo general a casa?

– Debe haber sido alrededor de las cuatro treinta, casi todos los días. No sé como podría decir la hora cuando tenía seis, pero recuerdo a mi madre diciendo, «Es hora de limpiar para la cena, papá estará en casa antes de que el reloj de las cinco». Sabiendo lo que ahora sé acerca de los chárter, me imagino que en el momento que regresaba al puerto deportivo y amarraba el bote, lo limpiaba del viaje para que estuviera listo para salir de nuevo al día siguiente, las cuatro y media podría estar más cerca. Si tenían realmente una buena mañana, no obstante, si los peces corrieran mucho y todos en el grupo capturaban lo que querían, habría traído el barco de vuelta más temprano. No habría habido ningún motivo para permanecer fuera.

– Lo que al parecer fue lo que sucedió ese día.

– De acuerdo a Henry Stone -trabajaba para Bob- volvieron al muelle a las doce treinta, y se marcharon a casa poco antes de la una, -le indicó Denver-. En realidad, cuando Bob fue atacado, él estaba de pie en el fregadero de la cocina, limpiando la captura de la mañana. Daba la espalda a la puerta.

– ¿Y a qué hora ocurrió el ataque? -Annie preguntó.

– Llegamos a la casa alrededor de las dos y media más o menos, creo. Por lo tanto, tuvo que ser antes de eso.

– Antes he dicho que pensaba que nuestro hombre era joven. Desorganizado. Que tal vez este había sido su primer asesinato. Ahora estoy convencida de que era el caso. -Annie se sentó en su asiento-. No creo que fuera a la casa de Burke con la intención de matar a nadie. Creo que fue allí para ver a Jenny… él la conoció en algún lugar. Creo que estaba totalmente encaprichado con ella. Tal vez se imaginó enamorado de ella. Tal vez se imaginó que ella estaba enamorada de él.

– Obsesionado, -Rick opinó.

– Exactamente. -Su mirada volvió a las fotos-. ¿Ves cómo el cuerpo de Jenny está colocado? Ella yace de lado, sus brazos están sobre su cabeza. Y cada una de sus víctimas posteriores se encuentra en la misma posición, las más recientes preparadas más cuidadosamente. Creo que ha llevado esa imagen -el recuerdo de Jenny- en su cabeza durante todos estos años.

– ¿Dices que piensas que está matándola una y otra vez? -Cass preguntó.

– Creo que es más exacto decir que cada vez espera que termine de otra manera, -Annie murmuró-. Creo que ataca a estas mujeres porque le recuerdan a Jenny, pero cada vez piensa, «Esta vez lo haré bien. Ella no luchará contra mí, y no tendré que lastimarla».

– ¿Cómo podría pensar que, posiblemente, una mujer no va a luchar mientras está siendo violada y estrangulada? -Cass preguntó.

– No piensa en ello como violación. Piensa que su víctima quiere intimar con él. Sólo la estrangula cuando ella no coopera, -explicó Annie.

– ¿Entonces piensas que creyó que mi madre quiso tener el sexo con él? -Cass preguntó, la indignación creciendo dentro de ella.

– Creo que creyó eso, sí. Lo cuál no es una crítica contra tu madre. Por favor, tenlo en mente, estamos hablando de una personalidad alucinatoria aquí. -Annie abrió el contenedor de espuma de poliestireno que contenía su helado, y casi inconscientemente comenzó a sacar pequeños bocados con la cuchara de plástico-. Suponiendo que hemos descubierto por qué, todavía tenemos que descubrir el quién.

Ella lamió la cuchara, con una lejana mirada en su cara.

– Con quién podría haber estado en contacto… alguien joven, inexperto…

– La secretaria del departamento y yo hemos estado revisando los anuarios, tratando de compilar una lista de quién habría estado por aquí en aquellos tiempos, quién está de vuelta en la ciudad ahora. Dentro de un cierto límite de edad, por supuesto. -Denver explicó a Annie que una gran reunión multi grados se estaba llevando a cado esa semana-. Estamos tratando de precisar algunos sospechosos probables, pero nuestra lista es sólo parcialmente completa.

– ¿Qué criterios está usando para reducir la lista?

– Bueno, ya que nos enteramos de que hubo otros asesinatos idénticos, en diferentes estados, -incluso países diferentes- a través de los años, pensamos en alguien cuyo trabajo le exige moverse mucho. O alguien en el ejército, tal vez, -dijo Denver.

– Peyton va a poner los nombres en la computadora de la Oficina, y ver lo que suelta, una vez que la lista esté completa, -dijo Rick.

Denver se mantuvo escéptico.

– Todavía no acepto cien por ciento su teoría de que los Burke fueron asesinados por el mismo hombre, doctora McCall. ¿Cómo explica usted el hecho de que Jenny no fue violada y todas las demás sí?

– La ropa de Jenny Burke fue rasgada, según el informe que me envió, Jefe. Él no la violó, porque fue interrumpido. Lo que probablemente lo enfureció. Tanto que esperaba que su marido no estuviera allí, tanto que tuvo que matarlo. Lo que debe haberlo puesto muy nervioso. Se habría aterrorizado cuando comprobó que ella no estaba sola en la casa. -Annie parecía estar hablando consigo misma-. Eso lo habría desequilibrado por completo.

Rick asintió.

– Te sigo. Él entra en la casa, esperando que esté vacía, con excepción de Jenny, que incluso podría pensar que lo está esperando, que desea que vaya por ella. Ve a Bob en la cocina, y tal vez actuando impulsivamente, ve el cuchillo y lo utiliza. En seguida sube las escaleras, probablemente cubierto por la sangre de Bob…

Rick miró furtivamente a Cass. Ella estaba blanca, pero controlada. Tratando de ser profesional, aun mientras discutían los detalles de las muertes de sus padres, pensó.

Denver les dijo,

– La ropa de Jenny tenía manchas de la sangre de Bob. Pensamos que fue sorprendida arriba, y trató de luchar con él…

– Lo qué lo habría confundido y enfurecido, -Cass añadió un comentario por primera vez.

– Es probable que tú y tu hermana llegaran a casa justo en ese momento, -dijo Annie-. Y entonces de verdad entró en pánico. Tu madre habría tratado de advertirte.

– Así que se aterró de nuevo y la estranguló. Cuando Trish subió la escalera, estaba probablemente frenético. -Cass cerró los ojos-. Y cuando entré…

– Habría estado completamente fuera de control para entonces. Totalmente fuera de sí. El entró en pánico y salió corriendo de la casa… -Rick hizo una pausa-. ¿Por qué no lo vio nadie?

– ¿Qué? -Cass abrió sus ojos.

– ¿Por qué nadie lo vio salir de la casa? Tu tía estaba afuera adelante, ¿verdad? Ella lo habría visto si hubiera salido por la puerta principal. -Rick comenzó a repasar-. Tu tía dice que cuando entró en la casa, fue directamente a la cocina. Que alguien estaba allí en la cocina, cubierto de sangre.

– Wayne Fulmer, -Denver suministrado el nombre.

– ¿Dijo alguna vez que vio a otra persona en la casa? -Rick preguntó al jefe-. ¿Que alguien pasó corriendo por delante de él?

– No. Nunca dijo nada sobre ver a alguien más. Él testificó que subió la escalera trasera y golpeó, y cuando nadie respondió, se asomó por la puerta mosquitera y vio a Bob en el piso, así que entró, pensando que quizá Bob se había caído, pero luego vio toda la sangre en el suelo. Dijo que trató de reanimarlo, afirmó qué, fue así que llegó la sangre de Bob a sus ropas, luego escuchó la conmoción, y lo próximo que supo, fue que la tía de Cass estaba de pie allí gritando como loca.

– Leí los informes. Su historia nunca parece haber cambiado, -señaló Rick.

– No, nunca lo hizo. -Denver parecía pensativo.

– Por lo tanto, volvemos a la pregunta de cómo este tipo salió de la casa sin que nadie lo viera, -dijo Annie-. Si alguien distinto de Fulmer cometió los asesinatos, ¿por qué nadie vio a este segundo tipo?

– Podría haber salido por la puerta del sótano, -les dijo Cass.

– ¿Dónde está, en relación con el resto de la casa? -Preguntó Rick.

– La puerta al sótano está detrás del hueco de la escalera principal en la casa, -le dijo-. Hay una salida en el patio de atrás del sótano.

– Cass, has dicho que pensabas que Lucy estaba en el patio de atrás.

– Pensé… dijo que iba… -Cass frunció el ceño-. Pero eso significaría que ella lo habría visto.

Cass miró al jefe.

– ¿Dijo ella algo sobre ver a alguien salir del sótano?

– No le preguntamos lo que ella vio, -dijo en voz baja-. Nunca se nos ocurrió preguntarle.

– ¿Nunca te dijo nada, todos estos años, acerca de ver a alguien en el patio? -Preguntó Rick a Cass.

– No. Ni una palabra.

– Ella puede haberlo bloqueado. Puede no querer recordar quién -o lo que- vio, -le dijo Rick.

Annie tocó su brazo.

– Cass, ¿crees que tu prima estaría de acuerdo en ser hipnotizada?

– No. De ninguna manera. No puedes pedirle que haga eso. -Cass sacudió la cabeza con vehemencia-. No está en condiciones. Ha pasado por mucho esta semana, su laringe está dañada, apenas puede hablar… no, no podemos hacerle eso.

– Cass, ella puede recordar algo, algo que quizás ayude a identificar al hombre que estuvo allí ese día. No había nadie más ahí, -le recordó Annie.

Cass sacudió la cabeza.

– Tal vez si ella quiere, cuando salga del hospital, pero no ahora.

– Bueno, supongo que nos deja de regreso a los anuarios y a merced de de las habilidades de Peyton con la computadora. Por excelentes que puedan ser, -dijo Annie a Rick.

– Muy bien. Jefe, ¿podría comprobar con Phyl y ver si podemos tener cualquier lista que haya compilado hasta ahora? Creo que debemos comenzar por lo menos con…

– Estás equivocada, -dijo a Cass Annie-. Había alguien más allí.

Annie inclinó su cabeza ligeramente a la izquierda.

– Yo estuve allí. Tal vez si Lucy enterró algo… bueno, tal vez, yo también. Quizás hay algo que vi… algo que no recuerdo. -Ella frunció el ceño-. No creo haberlo visto, pero realmente no recuerdo.

– ¿Estás segura de querer hacerlo? -Annie preguntó.

– Sí. -Cass asintió-. Definitivamente. Hagámoslo. Aquí mismo. En este momento.

– ¿Estás segura? Puede recordar cosas que desearías no haber hecho.

– Estoy segura, -insistió Cass.

– Si estás segura… en primer lugar, vamos a ponerte cómoda. -Annie se levantó.

– Estoy bien, -le dijo Cass-. Estoy bien aquí mismo.

– Me temo que voy a tener que pedirles a ambos que abandonen la sala. -Annie miró disculpándose al jefe y a Rick, añadiendo-: mientras menos distracciones, mejor.

– Muy bien. Estaremos examinando la lista de nombres que Phyllis ha estado preparando, -dijo Rick cuando salía.

– La llamaré a mi oficina, trabajaremos allí. -El jefe se detuvo al salir de la sala-. ¿Estás segura acerca de esto, Cassie? No tienes que…

– De verdad tengo que hacerlo, -ella le dijo-. Pero gracias.

Denver asintió y cerró la puerta detrás de él.

– Bueno, ¿qué hacemos primero?

– Quiero que te pongas lo más cómoda que te sea posible en esa silla. -Annie miró la silla en la que estaba sentada Cass-. ¿Es posible estar cómoda en ella?

– Estoy bien. Sólo hagámoslo.

– Está bien, entonces. Quiero que cierres los ojos, y te concentres sólo en el sonido de mi voz. No pienses en nada más. Sólo en el sonido de mi voz. Eso es todo lo que oyes, Cassie. Todo lo que quieres oír…

La voz de Annie se redujo ligeramente, pero Cass podía oírla bien.

– Permítete relajarte, Cassie. Tu mente te llevará a un lugar donde todo es tranquilo. Mi voz te llevará allí. Y una vez que estés ahí, nada importará, excepto el sonido de mi voz…

Cass cerró sus ojos, y se concentró en las palabras de Annie. Cuando Annie le dijo que se dejara llevar por el sonido, se dejó llevar.

– Quiero que empieces a contar hacia atrás desde cien, muy lentamente, hasta llegar a veinticinco.

Cass lo hizo.

– Estás ahora ahí, Cass. Es pacífico y seguro allí. Nada te puede lastimar en ese lugar. Puedes ver, pero no puedes ser vista, ¿entiendes? -La voz de Annie se redujo aún más, sus palabras suaves, tranquilizadoras-. Cass, si me entiendes, dímelo.

– Entiendo. -Las palabras parecían flotar de sus labios.

– ¿Estás ahí, entonces, Cass? ¿Te sientes tranquila? ¿Te sientes segura?

– Sí. Me siento a salvo aquí.

– Bien. Si en cualquier momento crees que sientes algo que no sea completa seguridad, me lo dices, ¿está bien?

– Está bien.

– Vamos a ver tu casa, Cass. La casa donde tú, tu madre, tu padre y tu hermana vivían cuando eras una niña. ¿Ves la casa, Cassie?

Ella asintió.

– La veo. -Realmente la vio.

– ¿De qué color es la casa?

– Es marrón.

– ¿Hay contraventanas en las ventanas?

– Blancas. Con recortes que parecen aves.

– ¿Puede decirme qué tipo de pájaros?

– Gaviotas. Ellas vuelan… -Levantó sus manos, junto las palmas, y apuntó con los dedos hacia afuera.

– ¿Qué más ves?

– Flores. Rosadas por la puerta delantera. Mamá hizo que papá pusiera algo en la pared para que suban al segundo piso. -Sus ojos se movieron rápidamente detrás de los párpados-. Ellas crecieron sobre la puerta.

– ¿Son rosas? ¿Rosas rosadas sobre la puerta y el lado de la casa al segundo piso?

Cass asintió.

– ¿Ves las rosas en flor?

– Sí.

– Por lo tanto, debe ser junio, ya que las rosas florecen en junio. -Annie se inclinó más hacia Cass para seguir tranquilizándola-. Quiero que pienses en junio en particular, Cass. Quiero que pienses en la última vez que estuviste en esa casa. Era junio. La escuela había terminado. Ibas al campamento de verano ese año. Tú, Trish y Lucy, todas ustedes fueron juntas.

Los párpados de Cass empezaron a revolotear.

– Recuerda, Cass, puedes ver, pero nadie puede verte a ti. ¿Recuerdas? Te lo prometo, nadie puede verte.

Las manos de Cass agarraron los brazos de la silla.

– ¿Quieres tomar mi mano mientras lo haces? -Annie extendió sus manos, pero Cass ni abrió los ojos ni trató de tomarlas.

– Puedes tomarlas en cualquier momento que sientas que quieras, Cass, recuérdalo. Te prometo que estás segura. Te mantendré segura.

Cass asintió.

– Durante ese día, ese último día, dime lo que recuerdas acerca de la mañana.

Cass relacionó todo lo que sucedió antes. Despertar mientras todavía estaba oscuro. Levantarse para el campamento y estar emocionada por la fiesta a la que ella iba a ir más tarde ese día. Todo, seguir a su madre mientras bajaba las escaleras hasta volver a casa después del campamento, y entrar en ella.

– ¿Qué es lo que oyes cuando entras en la casa?

Cass sacudió su cabeza.

– ¿No escuchas nada?

– No sé lo que oigo.

– ¿A qué suena?

– Sólo… -Ella agitó sus manos, su frente se arrugó en concentración.

– ¿Conmoción?

– Pero… de alguna manera tranquila… No sabía de qué se trataba, pero el sonido, venía de arriba. Subí corriendo la escalera…

– ¿Llamabas a alguien? ¿Gritabas?

– Llamaba a mi mamá, pero ella no contestó. Entonces vi a Trish… ella volaba por el aire. Golpeó la pared cerca de la habitación de mamá. Ella no hacia ningún ruido. No podía entender como podía volar.

El sudor estalló en el labio superior de Cass.

– ¿Entonces que pasó?

– Subí corriendo la escalera, yo le estaba gritando. «¿Cómo volaste?» -Una mirada de confusión inundó su cara-. Pero ella estaba allí en el suelo…

Cass tragó con fuerza.

– … y alguien me agarró del cuello, y me levantó…

– Cass, cuando él te levantó, ¿pudiste verlo?

Ella sacudió la cabeza.

– Cassie, voy a pedirte que pruebes a mirar hacia abajo, mira hacia abajo desde un lugar más arriba, cuando el hombre te agarra y te levanta. -Tomó la mano de Cass para apoyarla-. ¿Qué puedes ver? ¿Puedes ver lo que lleva puesto?

– Mangas azules, arremangadas. -Ella tocó un codo.

– ¿Llevaba una camisa azul, con las mangas arremangadas hasta los codos?

– Sí.

– ¿Puedes ver sus manos?

Cass asintió lentamente.

– ¿Lleva algún anillo? ¿Un reloj?

– No.

– ¿Tiene algo en cualquiera de sus manos?

– Tiene un cuchillo. -Comenzó a temblar.

– No mires el cuchillo, Cass. Él lo dejó caer, no hay cuchillo. Quiero que te concentres en lo que te estoy diciendo, ¿está bien?

– Está bien, -dijo Cass, aunque su voz era temblorosa.

– Quiero que me digas a que huele.

– Tío Pete.

– ¿Huele como tu tío Pete? -Annie comenzó-. ¿Es tu tío Pete?

– No, huele como él. Como lo que lleva cuando él y la tía Kimmie salen.

La misma colonia o loción para después de afeitar que su tío llevaba. Bastante fácil de rastrear

– ¿Te habla? ¿Te dice algo?

– Grita, pero no lo entiendo. -Cass se tapó los oídos con las manos.

– Escucha lo que está diciendo, Cass. Recuerda, él no puede verte. Él no puede oírte. Y ya no tiene el cuchillo, ¿recuerdas? No puede lastimarte.

– No puedo entenderlo. Está… gritando. Maldiciendo. Está enojado conmigo. Está enojado…

– Cass, ¿hay cualquier otra cosa que veas? ¿Cualquier otra cosa que recuerdes de él?

Cass tocó con el índice derecho el dorso de la palma de su mano izquierda.

– La marca de pájaro.

– ¿Qué aspecto tiene? -Annie preguntó, pensando que Cass había dicho una marca de nacimiento.

– Como la que está en las cartas que mamá envió. Un pájaro grande con… -Sus manos semi empuñadas, los dedos extendidos como garras.

– ¿Una marca de pájaro? ¿Estás diciendo una marca de pájaro?

– Sí.

Anne Marie sintió una sacudida. Esta es, entonces, su primera auténtica pista.

– Cass, ¿hay algo más que veas, -preguntó de nuevo-, cualquier otra cosa sobre él que recuerdes?

Cass sacudió su cabeza.

– Eso está bien, lo hiciste muy bien. Ahora, voy a traerte de vuelta, sólo tienes que seguir mi voz de nuevo, Cass. Quiero que cuentes hacia atrás ahora, lentamente, desde veinticinco. Al llegar a uno, abrirás los ojos… te sentirás descansada y en paz. Empieza a contar ahora.

Cuando llegó a uno, Cass abrió sus ojos y parpadeó.

– ¿Cómo lo hice?

– Simplemente brillante. Es posible que nos hayas dado exactamente lo que necesitamos, Cass. Ahora, ¿cómo podemos hacer que venga el Jefe Denver?

21

– Cass, ¿puedes dibujar para mí lo que viste en la mano del asesino? -Craig Denver preguntó después de que Annie le relatara lo que Cass había dicho bajo hipnosis.

– No lo creo. En realidad no recuerdo lo que vi. -Cass sacudió su cabeza-. Lo siento. Sinceramente no recuerdo.

– Fue algo como esto. -Annie recogió un lápiz y su bloc de notas-. Ella dijo que un gran pájaro con garras de este tipo…

Annie dobló sus dedos para formar garras, como había hecho Cass mientras estaba bajo hipnosis.

– ¿Como un halcón? Como algún tipo de ave de rapiña. -Denver lo estudió durante un largo minuto, luego murmuró-: «que me condenen», -antes de llamar a Phyllis.

– Phyl, necesito que eches un vistazo a algo aquí.

Levantó el boceto cuando la secretaria apareció en el umbral.

– ¿Qué te recuerda esto?

Phyl no perdió ni un segundo.

– Parece el logo de la parte superior del boletín que recibimos del santuario. Justo recibimos uno el otro día.

– ¿Lo tienes todavía?

– Creo que sí. Déjeme mirar. -Ella desapareció detrás de la puerta cerrada.

– Debería habérmelo figurado a partir de su descripción. -Giró hacia Cass-. Tu madre contribuyó decisivamente para crear ese refugio de aves allí en Bay Road. Se trata de un gran proyecto suyo.

– Recuerdo eso. -Cass asintió y se volvió hacia Rick-. Te llevé allí. Abajo, cerca de donde encontramos…

– Cierto. Había una placa en memoria de tu madre.

– Tuvieron una gran ceremonia de entrega del santuario, cuando fue inaugurado. -El jefe se frotó su barbilla pensativamente-. Me parece que fue ese mismo verano.

Él alzó la vista cuando Phyl regresó a la habitación, sosteniendo el boletín de noticias. En la parte superior estaba la imagen de un halcón, con sus garras extendidas, como para alcanzar algo.

– ¿Qué piensas, Cass? -Denver preguntó.

– Recuerdo ver papel para escribir en la casa, en el escritorio de mi madre en la esquina de la sala de estar, que tenía que halcón sobre el mismo. Creo que mi madre lo usaba para enviar cartas.

– Probablemente tendría, -le dijo Phyl-. Ella fue uno de los miembros fundadores del santuario y participaba en todas las actividades de recaudación de fondos. Yo estuve en su comité dos años antes de que se abriera el santuario. Según recuerdo, recaudamos el suficiente dinero para abrir tres meses antes de lo previsto.

– Nada de eso nos dice por qué el asesino habría tenido la imagen en su mano, -les recordó Anne Marie.

– Oh. -Phyl apoyó sus brazos sobre el respaldo de una silla cercana y se inclinó ligeramente-. El día de los Fundadores. Ellos tienen un gran evento cada año para recaudar fondos para mantener el santuario en funcionamiento. Hay una feria con atracciones para los niños, comida, un pequeño zoológico para niños, ese tipo de cosas. Establecen todo en el estacionamiento. Cuando uno paga para entrar en la feria, le estampan la mano. Esto significa que no tiene que pagar por ninguno de los eventos, y puede ir al santuario de forma gratuita todo el fin de semana. Mientras el sello todavía esté en su mano.

– ¿Tuvieron esa feria en 1979? -Preguntó Rick.

– Esa habría sido la primera, creo. Puedo comprobarlo, pero estoy bastante segura de que el santuario fue fundado en el'79, -dijo Phyl.

– Lo fue. Lo recuerdo, -les dijo Cass-. Me acuerdo de escuchar a mi mamá hablar de ello. Estaba muy emocionada y feliz de que sucediera. La entrega fue el día antes del ataque a nuestra casa.

– Puedo confirmarlo, -Phyl decía cuando ella dejó el cuarto-. Conseguiré la fecha de la entrega. Se trató de una gran cosa en aquel entonces.

– Por lo tanto, nuestro muchacho habría estado en la entrega del santuario, -dijo Rick-. Ahí es donde habría entrado en contacto con Jenny.

– El primero de junio de 1979. -Phyl la voz llegó a través del intercomunicador-. Llamé a mi hermana. Dice que lo recuerda, ya que fue su decimoséptimo cumpleaños y ese fin de semana todos los chicos que se habían ofrecido para trabajar en el santuario habían vuelto a la casa esa noche por pastel y helado.

– ¿Todos los chicos que se ofrecieron voluntariamente? -Preguntó Rick-. ¿Su hermana fue voluntaria allí ese día?

– Sí.

– Phyl, llámala por teléfono, luego ven aquí. Tenemos que hablar con ella, -el jefe la instruyó.

– Lo haré.

Phyl regresó en menos de un minuto y golpeó una luz parpadeante en el mostrador del teléfono, luego utilizó el altavoz.

– ¿Louise?

– Estoy aquí. -La voz flotó de la caja.

– Louise, el Jefe Denver aquí con el detective Burke, la doctora McCall y el Agente Cisco del FBI. Tenemos que hacerte unas cuantas preguntas.

– Dispare.

– ¿Estuvo en la inauguración del santuario de pájaros en'79?

– Sí. Había quince o veinte de nosotros allí ese día.

– ¿«Nosotros»? -Preguntó Rick.

– Chicos. De la escuela secundaria. -Ella se rió-. El señor Raddick, el profesor de ciencia, dio un crédito extra a cualquiera que se ofreciera como voluntario para trabajar en el santuario esa primavera.

Rick asumió el interrogatorio.

– ¿No sólo para trabajar ese día?

– No, no, con el fin de obtener el crédito, uno tenía que ir por lo menos un día cada fin de semana de todo el periodo.

– ¿Fue usted?

– La mayoría de los fines de semana.

– ¿Recuerda que otra persona más fue? -¿Le entregarían así de fácil unos cuantos nombres? ¿Cuándo fue la última vez que había sucedido?, Rick preguntó a sí mismo.

– Puedo recordar probablemente a la mayoría de los que fueron. Sobre todo las chicas, pero fueron un montón de tipos, también. Algunos realmente populares. -Ella se detuvo-. Recuerdo haber pensado que era raro que esos chicos fueran.

– ¿Raro de qué manera?

– Los tipos como ellos no estaban por lo general interesados en ese tipo de cosas.

– ¿Chicos como quiénes? -Denver se inclinó hacia el altavoz-. ¿Recuerda los nombres?

Louise se rió de nuevo.

– Claro. Era todo aquel grupo… te acuerdas, Phyl. Billy Calhoun, Jonathan Wainwright, Joey Patterson, Kenny Kelly… ese grupo.

Denver gimió.

– ¿Esos fueron los únicos chicos?

– Hasta donde puedo recordar. Oh, podría haber habido unos cuantos de los cerebritos, como Bruce Windsor, pero de los chicos populares, sólo esos cuatro. Es por eso que tantas de las chicas se inscribieron, por ellos.

– ¿Algo que destaque en su mente de ese día? -Annie preguntó.

– No realmente. Sólo que hizo calor y un montón de gente se presentó. Yo estaba en uno de los puestos que servían bebidas y limonada. Estuvimos ocupados todo el día.

– Louise, ¿conocía usted Jenny Burke? -Preguntó Rick.

– Seguro. Todos la conocíamos. Dirigió el programa de voluntarios. Trabajamos con ella.

– ¿Te acuerdas de si alguno de los chicos pareció prestarle una especial atención, o fue demasiado amistoso con ella?

– No creo. Pienso que todos los chicos trataron de lucirse con ella, sin embargo. Nadie en particular, pero parece que todos pensábamos que era algo más. La señora Burke era muy bonita y muy amistosa. Recuerdo que en su funeral todos los voluntarios estaban allí.

– ¿Alguna persona que se destaque en su mente como particularmente afectado? ¿O actuando extrañamente? Sé que fue hace mucho tiempo…

– Veintiséis años, pero recuerdo. Todos nos sentimos afectados. La señora Burke fue la primera persona que conocía que había sido asesinada. Nos golpeó a todos bastante duro. Como dije, era muy amistosa y todos la idolatrábamos. No recuerdo a nadie más afectado que otro.

– ¿Ella era igual de amistosa con todos? -Denver preguntó.

– Claro.

– ¿Hay alguien con quien alguna vez la vieras discutir, o alguien que la buscara más que los demás?

– Honestamente, no, no recuerdo nada parecido. Podría haberlo habido, lo único es que no recuerdo a nadie en particular.

– Bueno, si se acuerda de algo más -o el nombre de cualquier otra persona que trabajó ese día- llámeme.

– Claro, jefe. Phyl, te llamo más tarde.

Phyllis apretó el botón para finalizar la llamada.

– ¿Algo más, Jefe?, -preguntó.

– No ahora mismo. Pero gracias, Phyl. Fuiste de una gran ayuda.

– Bueno, ¿si me voy por el día? -Phyllis miró su reloj-. Le dije a mi marido que lo recogería después del trabajo. Le están revisando el coche.

– Es la hora de irse de todos modos, Phyl. Vete, -le dijo.

– ¿Por qué gimió cuando la hermana de Phyllis dijo esos nombres? -Annie preguntó después de que Phyl hubo abandonado la sala.

– Oh, bueno, vamos a ver. -El jefe se recostó en su asiento y miró al techo-. Ella nombró a los hijos del director de la secundaria, el antiguo jefe de policía, el alcalde, y un juez del condado.

Rick se animó.

– Grandioso. Por lo tanto, echémosles una mirada.

Denver tamborileaba sus dedos sobre la mesa.

– ¿Qué? -Cass preguntó.

– Ellos eran un cuarteto de engreídos en ese entonces. Inseparables. Prácticamente vivían en la casa de otro, iban a todas partes juntos. Y siempre en algo, muchos de ellos. -Cerró los ojos brevemente-. Fueron los dolores más grandes en mi culo, francamente. Veintitantos años atrás, y todavía veo rojo cuando pienso en ellos.

– ¿Fue alguno de ellos detenido en ese entonces? -Annie preguntó.

– ¿Con el padre de Jon Wainwright jefe de policía y el padre de Kenny Kelly juez? -Rió disimuladamente-. ¿Qué piensa?

– ¿En qué tipos de cosas estuvieron envueltos? -Annie presionó.

– Cosas menores. Vagancia. Alterar el orden público. Comenzar peleas después de los partidos de fútbol. Exceso de velocidad, beber siendo menores. Nunca se les hizo un informe, pero siempre hacían cagadas que te quitaban el tiempo y enojaba a la gente.

– ¿Ofensas sexuales menores?, -Continuó-. ¿Denuncias de violación, mirones…?

El jefe sacudió la cabeza.

– No que yo sepa, pero si hubiera sido cualquiera de esas cosas, el jefe Wainwright se hubiera ocupado él mismo. No nos habría involucrado a los jóvenes en nada así. No si se trataba de su propio hijo, ni los hijos de cualquiera de los otros hombres.

– Supongo que no hay registros guardados de ese tipo de cosas.

– No se si se trata de uno de los cuatro. Toda la mierda la taparon en ese entonces, nunca encontrará ni una palabra escrita.

– ¿Qué piensas, Annie? -Preguntó Rick.

– Sólo que si rascas lo bastante duro, te encuentras con que los niños que han crecido hasta convertirse en adultos como nuestro asesino exhiben un comportamiento aberrante a una edad más temprana. Uno no se despierta un día y decide que te gusta lastimar a la gente. Has pensado en ello -fantaseado acerca de ello- durante mucho tiempo antes de actuar. Sólo me pregunto qué comportamiento temprano nuestro muchacho puede haber expuesto. Qué fantasías puede haber tratado de representar. Espiar es un primer paso para muchos que se gradúan en ofensas sexuales más graves. Es un lugar lógico para comenzar.

– Temo no poder ayudarle. -El jefe sacudió la cabeza-. No me habrían metido en ese grupo.

– Ellos eran, qué, ¿del primer ciclo de secundaria, del último curso ese año? -Preguntó Rick.

Denver asintió.

– Del último curso.

– ¿Algunos de esos sujetos fue a la universidad ese otoño?

– Todos ellos, hasta donde recuerdo.

– Así que habría estado fuera de la ciudad a finales del verano, -dijo Annie.

– Cuando las matanzas aquí pararon, -dijo Cass en voz baja.

– ¿Podría preguntar si sabe si alguno de estos hombres está de vuelta en la ciudad por la reunión?

Denver asintió.

– Están todos aquí. Los cuatro. Los vi en el picnic en la playa el fin de semana pasado. Hablé con cada uno de ellos yo mismo.

– Lucy y yo estuvimos allí, -dijo Cass.

– Si nuestro asesino estaba ahí, la habría visto. Habría notado en seguida cuánto ella se parece a Jenny, -dijo el jefe.

– ¿Supongo que es pedir demasiado preguntarle si sabe donde cualquiera de estos tipos ha estado durante los últimos veintiséis años? -Dijo Rick.

– Oh, bien, sé que Ken Kelly conserva la casa familiar de verano aquí en Bowers. Y Jon Wainwright, creo recordarlo diciéndome que trabajó para una empresa de seguridad en el pasado, oh, no sé, quince años, más o menos. Joey Patterson, estuvo en la Marina durante un tiempo, no sé lo que hizo después de eso. Y Billy Calhoun me contó donde ha estado viviendo, pero realmente no lo recuerdo. En algún del oeste, me parece que dijo, -respondió Denver-. Puedo empezar a preguntar por ahí.

– Tenemos que ser sutiles, Jefe. Al menos por ahora. Tendremos una ventaja, siempre y cuando él no sea consciente de que nos estamos acercando a su identidad, -señaló Cass-. Y si estamos equivocados -y podríamos estarlo- una gran cantidad de personas habrían tenido ese sello de pájaro en la mano después de ese fin de semana.

– Déme sus nombres de nuevo. -Rick se acercó a la mesa y agarró el lápiz que Annie había utilizado anteriormente-. Voy a llamar a Mitch, le pediré que rastree los nombres. Ver si algo salta. Así, mientras tanto, podemos empezar a volver hacia atrás para averiguar donde cada uno de estos caballeros ha pasado su tiempo desde que dejaron la escuela secundaria.

***

La brisa comenzó a soplar con fuerza a través del pantano, haciendo a los totorales sonar y a las aves buscar refugio de la cercana tormenta. Él se sentó en el tocón de un árbol que hace mucho tiempo había caído, y miró fijamente a través del claro a las aves ciegas que estaban al final del paseo de madera.

Sus ojos siguieron volviendo a la placa que marcaba un monumento conmemorativo a la mujer que él había amado una vez con todo su corazón.

Todo esto es culpa tuya, Jenny. Siento decirlo, pero así es. Si no me hubieses engañado de la forma en que lo hiciste… ¿qué pensabas, engañándome así? ¿Creíste que era divertido? ¿Un juego, tal vez?

Su rostro se retorció en un gesto.

No juegas esa clase de juegos con la gente que te ama, Jenny. Supongo que te lo demostré, ¿no?

Ella siempre había sido tan agradable con él, desde el primer día. Había hablado con él como si fuera un amigo viejo, como a su igual. Nunca le habló en tono condesciende, nunca lo hizo sentir como el estúpido chico larguirucho que él sabía que era.

Siempre lo hirió pensar que su padre lo había hecho voluntario en el santuario como castigo por haber sido sorprendido mirando donde no debería haber estado mirando. Si no hubiera sido por eso, nunca habría llegado a conocerla de la forma en que lo hizo. Nunca se habría enamorado de ella, ni ella de él…

Oh, él sabía quién era ella, todo el mundo en Bowers Inlet conocía a la señora Burke. Ella era maravillosa, eso seguro. Sólo los chicos que trabajaban con ella en el santuario llegaron a llamarla por su nombre. Jenny.

– Llámame Jenny, -le había dicho el primer día.

Lo había emocionado cada vez que ella había dicho su nombre en voz alta. Lo había usado con tanta frecuencia como era posible.

Había contado los días, de sábado a sábado, vivió para sus horas de trabajo en los pantanos, aplastando mosquitos y moscas verdes. No le importó. Estaba con ella, hora tras hora, cada sábado. Y con cada hora pasada con ella, su amor creció hasta que fue lo más importante en su vida. Creció hasta que le pareció que moriría.

Ella quería construir miradores, él construyó miradores. No uno ni dos ni tres, sino toda una serie de ellos, estratégicamente colocados a través de los acres que conformaban el santuario. Ella lo había enganchado con un contratista que se había ofrecido a ayudar a construir las estructuras, y él de buena gana dejó sus fines de semana para trabajar en algo que la complacía tanto.

– Eres increíble, -ella le había dicho una vez, después de haber subido la escalera a uno de los miradores-. No puedo creer que hayas hecho esto. ¿Cuántos has construido hasta ahora? ¿Cuatro? ¿Cinco? Sencillamente asombroso. No puedo agradecerte lo suficiente.

Claro que puedes, recordó haber pensado en ese momento. Sé cómo puedes agradecérmelo. Ambos sabemos cómo. Y ambos sabemos que lo deseas.

El amor y la lujuria se habían mezclado dentro de él, una mezcla embriagadora. Ella debe haberlo sentido, también. Nadie puede sentirse así acerca de alguien que no siente lo mismo por él. De eso estaba seguro. El sentimiento era demasiado grande. Dominaba todo en su vida. Ella tenía que saberlo. Tenía que sentir exactamente lo mismo por él. No habría sido justo lo contrario.

¿Y no fue genial? Después de todo, la ofensa por la que su padre había querido castigarlo, pues, no había sido para tanto, ¿verdad? Nadie resultó herido, ¿cierto? Ningún daño, ninguna falta.

No fue como si él hubiera tocado realmente a esa chica.

Él estaba debajo de uno de los miradores y saltó para agarrar el soporte de las vigas, luego se impulsó hasta la superficie del piso. Se inclinó sobre la baranda, y observó las sombras que se hacían más profundas. Habían pasado tantos años desde que había estado en ese lugar, ese mismo lugar, la había escuchado hablar de las aves que estaban descendiendo en Cape May.

– Miles y miles de pájaros cantores y aves marinas, ¿te puedes imaginar lo que parece, miles de aves alimentándose en la orilla? -Ella había sacudido su cabeza, y la cola de caballo negra se había balanceado seductoramente-. Estoy pensando en llevar una furgoneta con niños el año próximo. Si estás en casa de la universidad, tal vez te gustaría ir.

Había asentido. Seguro. Por supuesto, iré… Iré a todas partes contigo.

Pero por supuesto, no lo había hecho. Oh, había llegado a casa desde la universidad en mayo, pero no hubo viaje a Cape May, con Jenny ese año. O cualquier año después.

– Tú te lo buscaste, Jenny.

Dijo las palabras en voz alta, seguro de que ella lo había escuchado.

Su pensamiento giró hacia Cass. Ella le había arruinado las cosas una vez más. Primero con Jenny, luego con la otra.

Suspiró profundamente. Iba a tener que ser castigada. Tal vez si la eliminaba, sería bueno, al igual que hacer borrón y cuenta nueva.

Encontró la imagen de hacer borrón y cuenta nueva con la sangre de la hija de Jenny muy atractiva.

Quizá entonces él podría encontrar lo que había estado buscando y podrían estar juntos para siempre. Ella no trataría de huir de él, y él no la habría herido.

Bueno, simplemente iba a tener que ocuparse de ella, de una vez por todas.

Tomó una rama baja de un árbol y la quebró.

Crack. Justo así.

22

– Annie. -Rick estaba de pie en la única escalinata de ladrillo que pasaba por un porche a la entrada del edificio municipal de Bowers-. ¿Quieres cenar algo?

A medio camino de su automóvil, Annie giró hacia él.

– Gracias, pero voy de camino a la granja Landry. Mitch quiere que revise los informes que ha estado recibiendo en los últimos días. Al parecer, muchas cosas han salido después de un largo letargo. Quiero ver lo que tiene antes de regresar a Virginia.

– ¿Cuándo logras a ver a ese prometido tuyo? -Sonreía mientras caminaba hacia ella.

Ella le sonrió en respuesta.

– Nos arreglamos. Es detective. Ambos conocemos la rutina.

– ¿Crees que puedes construir una vida en torno a los horarios como los que ustedes dos tienen?

– Haremos todo lo posible.

– ¿Cuando es la boda?

– No hemos fijado una fecha aún. Pienso que tal vez alrededor de las fiestas. Ninguno de nosotros quiere postergarlo demasiado tiempo. -Ella hizo malabares con las llaves de su automóvil, y resonaron suavemente unas contra otras, mientras lanzaba el llavero de un lado a otro y viceversa.

– Por supuesto espero estar en la lista de invitados. -Sonrió abiertamente-. Tengo mi corazón puesto en capturar el ramo.

Ella se rió.

– Agarras el ramo, y tienes que dar marcha atrás, Cisco. ¿Hay algo que no sepa? Lo último que oí, es que no has tenido una verdadera cita desde que Livy Bach azotó la puerta en tu cara una noche después…

– Ouch. -Se estremeció ante la referencia a una relación con una compañera agente, una que nunca llegó a despegar-. Eso es cruel, McCall. Realmente cruel.

– Estás de suerte, -dijo ella mientras abría la puerta de su automóvil-. Livy no es tu tipo.

Él frunció el ceño.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso?

– Livy Bach es el prototipo de chica de fiesta. Tú necesitas una roca, mi amigo. Livy Bach es una muñeca y más divertida que casi cualquiera que conozca, pero lleva escrito angustia por todas partes de ella. No sólo para ti, para cualquiera que intente acercarse demasiado. Hay paredes allí que temo que nadie puede escalar.

– Bueno, gracias por el análisis, doctora McCall.

– Lo digo tal como yo lo veo. -Se deslizó detrás del volante de su coche-. Quiero mucho a Livy, pero tiene un montón de problemas, Rick. Una gran cantidad de equipaje. Ella no es lo que tú necesitas.

– No te voy a morder, te juro que no. -Él cerró de golpe su puerta, luego retrocedió mientras bajaba la ventana-. No te voy a preguntar cual piensas que es mi tipo o lo que piensas que necesito. Lo último que quiero ahora mismo es que tú…

– Hola, Cass. -Annie saludó a Cassie mientras caminaba hacia ellos-. ¿Te sientes bien?

– Un poco cansada, pero estoy bien. Gracias. -Cass se detuvo junto a Rick y se inclinó en la ventana-. Creo que no te di las gracias por… bien, trabajar conmigo. Parece tonto decir gracias por hipnotizarme, pero te estoy tan agradecida por ello.

– Debes sentir una gran cantidad de conflictos, sin embargo. -Annie miró la cara de Cass de cerca.

– ¿De qué manera? -Cass se levantó y dio un paso atrás del coche.

– Todos estos años, has pensado que tenías un cierre, por la muerte de tus padres y de tu hermana. Por el ataque contra ti. Ahora la puerta está abierta de par en par otra vez. Tienes que sentirte inquieta, como mínimo.

Cass asintió.

– Un poco. Nunca pensé en ese aspecto, ¿sabes? Wayne Fulmer estaba en la cárcel, nunca saldría. La justicia había cumplido. Aunque, la verdad, cuando eres una niña y has perdido a todos y todo, la justicia no es más que un concepto, uno que tiene muy poco sentido.

– Te entiendo. -Annie abrió su bolso y sacó su billetera. Entregó una tarjeta a Cass-. Todos mis números se encuentran anotados. Si quieres hablar, por favor, llámame. En cualquier momento del día o de la noche. Y si sientes que quieres o necesitas a alguien en la localidad para hablar, estaré más que feliz de ayudarte a encontrar a alguien. De hecho, una vieja amiga de la universidad tiene una práctica cerca de Red Bank… no es muy lejos de aquí, ¿no? Estoy segura de que a ella le encantaría hablar contigo, si sientes que quieres hacerlo.

– Gracias. Podría llamarla, si estás segura…

– Segurísima. -Annie giró la llave de la ignición-. No te olvides. En cualquier momento.

Ella miró a Rick mientras ponía el coche en reversa.

– Te veo pronto. Te llamaremos más tarde esta noche si sentimos que tenemos algo que podría arrojar alguna luz sobre tu caso.

Rick asintió y palmeó levemente el guardabarros cuando Annie arrancó.

– Es verdaderamente simpática, -dijo Cass mientras ella les decía adiós con la mano.

Él asintió.

– Annie es única en su especie. Es la mejor en lo que hace, y es una persona fabulosa, por si fuera poco. Todos estamos tan felices por ella, de que las cosas le hayan resultado.

– ¿Qué cosas?

– ¿Habrás notado el anillo en su dedo?

– ¿Cómo podría no hacerlo? -Cass sonrió abiertamente-. Es una buena piedra.

– Annie está comprometida con un gran tipo. Un detective en Pensilvania; todos estamos tratando de que se venga a la Oficina. Él es perfecto para ella. -Rick miró el coche de Annie girar hacia la carretera principal y desaparecer en la señal de stop.

– Es bueno, que a todos sus amigos les guste. Me alegro por ella, que conociera a alguien tan agradable.

– Es más que Evan sea un buen tipo. -Comenzó a caminar hacia su automóvil, y Cass adecuó su paso al de él-. Annie estuvo comprometida hace unos años, con un tipo con el que estuvo en la Academia. Dylan Shields fue el mejor de nuestra clase. Sólo un súper, súper hombre en todos los sentidos.

– ¿Qué pasó? ¿Rompió el compromiso?

– Fue asesinado en su trabajo hace unos años, -dijo Rick simplemente.

– Oh, Dios mío, eso es terrible. Pobre Annie. No me extraña que sus amigos estén felices de que encontrara a alguien.

– Feliz por ella, sin duda, pero a decir la verdad, estamos todos… todos nosotros los chicos que trabajamos con ella, -sonrió cuando abrió las puertas del coche y ambos entraron-, terriblemente celosos de Evan. Todos estamos un poco enamorados de Annie.

– Puedo ver eso. -Cass sonrió también-. Y puedo ver por qué. Es hermosa e inteligente y hay algo sobre ella… una verdadera dulzura, supongo que lo llamaría.

Él asintió.

– Diste justo en el clavo. Es exactamente eso. No podría haberlo dicho mejor. Ella es una de las mujeres más fuertes que he conocido, y sí, una de las más inteligentes también, pero tiene ese lado suave. Ha sido una buena amiga. Y supongo que es la razón por la que todos la queremos.

Que afortunada era Annie, Cass estaba pensando mientras Rick salía de la plaza de aparcamiento. ¿Qué, se preguntaba, sería tener no sólo uno, sino todo un montón de tipos buenos del FBI enamorados de una?

Y estaba segura de que todos eran tipos buenos, si los demás en su unidad eran parecidos a Rick. En su mente lo eran. Un grupo entero de tipos estupendos era mucho más divertido de imaginar que tipos solemnes en trajes oscuros llevando las obligatorias gafas oscuras… a pesar de que se le ocurrió que Rick se veía muy atractivo con sus gafas.

Pensar en todos esos tipos impresionantes formados la hizo sonreír.

La sonrisa se desvaneció un poco cuando se dio cuenta que había sido el primer pensamiento frívolo que había tenido en… no podía recordar cuándo. ¿Cuando había sido la última vez que quiso sonreír, o reír, o hacer una broma? Los acontecimientos de las pasadas dos semanas claramente no habían brindado muchas oportunidades para el humor.

– Cass.

– ¿Qué?

– Yo dije, ¿qué te gustaría hacer ahora? -Él miró el reloj en el tablero de mandos-. Son casi las seis. Hora de cenar para la mayoría de la gente.

– Bueno, si no tienes inconveniente, me gustaría parar en el hospital para ver cómo le está yendo a Lucy, pero además, necesitamos saber si piensa que está lista para reunirse con el dibujante. Lucy es la única persona que ha estado cara a cara con este tipo y vivió para contarlo. Cuanto antes podamos obtener un retrato, mejor. Especialmente ahora que, al parecer, quizás sea alguien que puede ser fácilmente reconocido por la gente de la ciudad.

– Sólo dímelo, y haré venir al mejor de la Oficina en un instante.

– Lucy me dirá si está preparada. Pareció estar progresando ayer. No puedo imaginar que la hagan quedarse mucho más tiempo.

– Podemos extender su permanencia en el hospital, si ya no por otra razón, para mantenerla segura. Denver tiene un guardia en su puerta ininterrumpidamente, pero una vez que salga, va a ser más difícil vigilarla. No sé si los policías en la ciudad donde vive estarían dispuestos o en condiciones de ponerla bajo vigilancia constante. Podríamos pedir a alguien de la Oficina, en todo caso.

– No puedo creer que la rata bastarda de su marido de verdad la vaya a llevar a su casa con él. O que ella va a ir.

– ¿Qué lo hace una rata bastarda? Aparte de que él se vea un poco sospechoso.

– ¿Lo notaste? Y ni siquiera lo conoces. -Ella se reclinó de nuevo en su asiento, con una sonrisa satisfecha en sus labios-. Por supuesto, si va a casa, podrá ver a sus hijos, y eso va a ser realmente importante para ella. Estoy segura de que la llevará a ver a los muchachos. Están lejos en un campamento deportivo.

– Estuve en campamentos de deportes cuando era niño. Por supuesto, no tuvimos lo que los niños tienen hoy. No sólo la variedad para elegir, sino que la oportunidad de aprender de atletas profesionales nunca fue una opción para nosotros. Hoy en día, estos niños pueden ir a un campamento de fútbol o baloncesto o de béisbol y, de hecho, recibir consejos de algunos de los mejores en el negocio.

– Los chicos de Lucy están en un campamento donde hacen dos semanas cada una de diferentes deportes, y tienen atletas profesionales trabajando con ellos. Sé que han dicho que están pasándoselo bien. No quieren volver a casa.

– ¿Saben sobre el ataque contra ella?

– No. Ella no quiso que supieran. Cree que es mejor decírselos cuando los vea. Todavía estará magullada, pero al menos podrán ver que ella está bien. -Su voz se redujo un poco-. Será importante para ellos ver que ella está bien… -Su voz se apagó.

Rick se acercó y tomó su mano izquierda.

– Ha sido un día duro para ti. Te has mantenido firme notablemente bien. Si hay algo que quieras hacer, o algún lugar que desees ir…

– Sólo al hospital. -Ella no hizo ningún esfuerzo para separar su mano. Ese pequeño momento de proximidad pareció ofrecerle tranquilidad, y la hizo sentir, por primera vez en mucho tiempo, que no estaba sola. Formaba parte de su trabajo confortarla, lo sabía. Ella había desempeñado el mismo papel -el de consolar- a los demás muchas veces en el pasado. Sin embargo, su toque era calmante, y le estaba agradecida por ello.

Condujeron en silencio las restantes cuatro cuadras al hospital. Rick se estacionó en el garaje y comenzó a abrir su puerta, cuando su teléfono celular sonó.

– Mitch, -contestó la llamada-, ¿qué tienes para nosotros?

– Sólo estaré unos minutos, -Cass susurró cuando salió del coche.

– Espera un minuto… espérame. Mitch, aguarda un segundo…

– No estaré mucho. Sólo quiero verla, ver cómo se siente. No tienes que venir. Mira, hay guardias por todas partes. Voy a estar bien. -Ella se alejó antes de que pudiera soltar su cinturón de seguridad.

Rick la miró por el espejo retrovisor, mientras ella desaparecía en el hueco de la escalera.

Salió del coche y la siguió mientras escuchaba el informe detallado de víctimas que Mitch había encontrado por todo el país y a lo largo de los años que coincidían con el modus operandi del Estrangulador de Bayside.

– ¿Hay algún resultado de pruebas de ADN disponibles? -Preguntó cuando estaba abriendo la puerta del hueco de la escalera y subía el tramo de escaleras del estacionamiento nivel B al vestíbulo.

– ¿Cuántos iguales? -Caminó por el vestíbulo y cruzó al ascensor.

– ¿En serio? Y nadie junto… oh, por supuesto, correcto. Tienes razón… -Rick perforó el botón del sexto piso-. Así que tenemos toda una larga serie de ofensas que concuerdan perfectamente, un buen número de coincidencias de ADN, pero no la descripción de este tipo. -Sacudió la cabeza-. Él debe ser increíblemente bueno o increíblemente afortunado -quizás ambos- habiéndose mantenido todos estos años sin ser visto.

Rick se bajó del ascensor y caminó hasta la puerta de Lucy, donde saludó con la cabeza al policía que había sido adjudicado al turno de la tarde, luego apoyó la espalda contra el marco de puerta y bajó su voz para seguir la conversación. Desde el lado de Lucy, Cass miró sobre su hombro. Ella encontró la mirada de Rick por un momento antes de volverse hacia su prima.

– ¿Puedes seguir con esos? -Preguntó Rick-. Claro. Puedo estar allí por la mañana. Una cosa debo mencionar, no obstante. Llevaré a Cass conmigo… Sí, bueno, ¿qué te dijo Annie? -Echó un vistazo en el cuarto de hospital mientras escuchaba. Su mirada cayó sobre el esposo de Lucy, David, que estaba sentado en una silla de plástico color naranja viéndose incómodo, con los brazos cruzados sobre su pecho. Todos sus esfuerzos posibles para unirse a la conversación entre Lucy y Cass habían sido ignorados, ahora fingía ignorarlas.

– Dame algunas indicaciones rápidas… -Rick mantuvo sus ojos en la escena que se desarrollaba en el cuarto. Lucy se enjugaba los ojos, mientras que Cass parecía estar hablando en voz baja, algo reconfortante, estaba seguro. ¿Cómo podía la mujer hacer eso, se preguntó, después de la tarde que había tenido? Sin duda, recordar ese horrible día, incluso en un profundo estado hipnótico, debe haber tenido un grave efecto en sus emociones. Se había figurado que era fuerte, pero no había sabido que era tan fuerte.

– Dámelo una vez más, -decía él, cuando Cass se dio la vuelta y lo miró. Ella estaba de pie y descansaba una mano en la mejilla Lucy, en seguida caminó hacia Rick.

– Cuando quieras. -Ella moduló la palabra, para no perturbar su conversación.

– ¿Eso es a la derecha o la izquierda de la Ruta Uno? -Le indicó a Cass que podía hablar y caminaron al elevador al mismo tiempo. Una vez dentro de él, sin embargo, cortó su teléfono.

– Diablos -murmuró-, estuve casi allí.

– ¿Casi dónde? -Cass preguntó.

– Casi en Plainsville.

– ¿Qué pasa allí?

– Una reunión que yo -nosotros- tenemos mañana por la mañana. Te contaré cuando salgamos, -le dijo, ya que el ascensor se llenó cuando llegaron a la tercera planta-. Mientras tanto, ¿te gustaría ir directamente a la Posada para cenar? ¿O hay algo más que prefieras hacer?

– Por mucho que me encantaría un paseo por la playa, creo que me gustaría volver a la Posada.

Ella lo siguió fuera del ascensor cuando éste se detuvo en el vestíbulo.

– Y puedes ponerme al tanto sobre esa reunión.

Él tomó su brazo y la condujo en dirección del estacionamiento. Ninguno de los dos notó que de las siete personas que salieron del ascensor después que ellos lo hicieron, uno los siguió, todo el camino hasta el nivel B.

23

Él condujo sin prisa, sólo otro coche que se había detenido en Maple Avenue, cerca del edificio municipal. Podría haber venido de la biblioteca pública, que se encontraba en tres habitaciones en el segundo piso. O podía haber salido de la comisaría, después de haber pagado una multa… o haber estado en la oficina municipal, después de haber adquirido nuevas placas para su perro.

Por supuesto, no había estado haciendo ninguna de esas cosas. Pero, para el observador casual, el hombre que conducía un Chrysler sedán era un ciudadano, pasando la tarde ocupándose de sus asuntos.

Permaneció varios coches detrás del Camaro negro que llevaba a su presa, lo suficientemente lejos para permanecer bajo el radar del conductor, que tenía que ser un Federal. Dios sabía que había conocido bastantes en su día. Él sabía cómo mejor seguirlos sin ser notado.

El Camaro giró a la derecha en Brighton, y siguió indiferente. Pero cuando el conductor entró en el estacionamiento del Inn Brighton, siguió derecho, al mismo ritmo estable que había mantenido desde que inició su vigilancia. Vaciló sólo brevemente antes de tomar su teléfono móvil. Marcó el número y esperó, y sólo se sintió levemente molesto cuando el correo de voz saltó en lugar de una voz en vivo.

– Hey, hola, soy yo. Escucha, acabo de tener una idea. Sé que todos estuvimos de acuerdo en reunirnos en Bowers Diner para cenar, pero tengo unas ganas de comer mariscos desde que me levanté esta mañana, y no va a desaparecer. Me preguntaba si podríamos cambiar nuestros planes para cenar y reunirnos en la Posada Brighton. En los viejos tiempos, tenían el mejor pescado azul al horno en la costa de Jersey. Y yo trabajé allí unos veranos, sabes, así que estaba pensando que podría ser bueno pasar, y ver cómo el viejo lugar se ha mantenido. Piénsalo, y si te parece bien, llámame y me pondré en contacto con los demás. Tienes mi número… espero noticias tuyas.

Cortó la llamada y volteó en la zona de aparcamiento justo frente a la playa. No tenía sentido ir a alguna parte hasta que volviera a saber de sus amigos. No creyó que hubiera algún problema con el cambio de planes. Los chicos querían reunirse y hablar sobre los viejos tiempos, sin importar dónde.

Días de gloria, de hecho.

Si sólo supieran.

No que cualquiera de sus viejos amigos sospechara alguna vez. Una sonrisa curvó las comisuras de su boca, imaginando sus reacciones en caso de que la verdad alguna vez saliera a la luz. Casi podía oír sus palabras horrorizadas.

No, no, no lo creo. Ni una palabra… No voy a creerlo hasta que lo escuche de sus propios labios. Lo he conocido toda mi vida… fui a la escuela con él desde el jodido jardín de infancia… No, no, tiene que haber algún error. Él es como un hermano para mí…

Una sacudida firme de cabeza seguiría como negación sin cambiar de opinión. No, nunca lo creeré…

Créelo, amigo. Créelo…

Se quitó sus zapatos y calcetines y se guardó el teléfono en su bolsillo antes de cerrar con llave la puerta y encaminarse a lo largo de la duna. A última hora de la tarde, a principios de la temporada, había niños sobre todo mayores en la playa, los pequeños habían regresado a casa con sus madres para preparar la cena. Los niños -adolescentes, en todo caso- no le molestaban. No les interesaba para nada. Rodeó una red de voleibol y caminó hasta que llegó a las olas. En la marea baja, la arena tenía una gruesa capa de conchas rotas, lo que obligaba a caminar por encima del nivel del agua. Sin embargo, las perneras de sus pantalones se mojaron con el agua, y tendría que cambiarse antes de la cena. Él no hizo caso. Después de todos los años que había estado lejos, un rápido viaje de regreso a su cabaña alquilada para cambiarse de ropa era un pequeño precio a pagar por un paseo a lo largo de la playa. Su pensamiento nunca había sido más claro, su enfoque nunca más agudo, que cuando hacía precisamente eso.

Como hoy. Todo había caído en su lugar con su primer paseo a las dunas.

Ahora, volviendo atrás, sabía exactamente lo que necesitaba hacer, y cómo llevaría a cabo su objetivo. ¿No había aprendido esa lección hace mucho tiempo, repetida en la cabeza una y otra vez por su padre?

– No se puede lograr nada sin un maldito objetivo, -el viejo lo había sermoneado una y otra vez-. Si quieres tener éxito en algo, fija el objetivo, y síguelo con todo lo que tienes.

Bueno, eso fue probablemente lo único que el viejo había dicho que había tenido mucho sentido para él, y además había valido la pena recordar.

El timbre del teléfono lo sacudió de nuevo al presente y la situación entre manos. Contestó al segundo timbrazo. Por supuesto que podrían encontrarse en la Posada Brighton. Los otros ya habían sido contactados y estaban todos de acuerdo. Nos encontramos a las siete, el primero que llegue consigue una mesa, ordena y paga la primera ronda. Igual que en los viejos tiempos.

Ahora él tenía su objetivo, tenía su plan. Alentado por el optimismo, se volvió y caminó a través de la playa hasta que llegó a las dunas. Sin ni siquiera una mirada hacia atrás al océano que había extrañado tanto durante tantos años, regresó a su automóvil y se quitó la arena de sus pies. Tenía menos de treinta minutos para correr a casa y cambiarse antes de reunirse con los chicos para cenar.

Él esperaba con algo más que interés una buena comida.

***

– Me alegra que decidieras unirte a mí, -dijo Rick después de la camarera había servido sus entradas-. Te ves un poco agotada. Mi abuela siempre solía decir que la mejor cura para ese tipo de cansancio era una buena comida y una buena noche de sueño.

– Bueno, con suerte, esta noche tendré ambos. -Cass volvió a arreglar su servilleta en el regazo por la que Rick pensó podría ser la quinta o sexta vez.

– No deberías tomar en cuenta la suerte. Ordenaste una cena abundante, y tan pronto como hayas terminado de comer, puedes subir al segundo piso y desplomarte durante el tiempo que necesites. -Recordó su conversación con Mitch-. O al menos hasta que llegue la hora de levantarse mañana por la mañana para nuestra reunión a las diez.

Ella frunció el ceño.

– ¿Estás seguro de que me necesitas?

– ¿Preferirías que te dejara aquí sola?

– He estado cuidando de mí misma durante mucho tiempo, Rick.

– Y si Dios quiere, el día cuando te cuides por ti misma de nuevo está cerca al alcance de la mano. -Bajó su voz-. Pero hasta que no tengamos a este tipo en la cárcel o sobre una mesa en la oficina del forense, mi tiempo es tu tiempo.

– No puede ocurrir lo suficientemente pronto para mí. Quiero volver a trabajar. -Ella picó en su plato de vieiras-. Además, parece como si todo el mundo está a la espera de que el otro zapato caiga. Han pasado tres días desde que atacó a Lucy. Es el periodo más largo que ha habido entre los ataques desde que esto comenzó.

– ¿Qué probabilidades hay de que haya dejado la ciudad? -Él pareció a punto de decir otra cosa, pero se detuvo cuando la camarera condujo a un hombre bien vestido a una mesa cercana para cuatro.

– En cualquier caso, esperemos que podamos reunirlo pronto, antes de que él haga su próximo movimiento.

– ¿Cuáles son las posibilidades de que seremos capaces de hacerlo? -Ella dejó su tenedor-. De una manera realista.

– Mitch dice que tiene una serie de coincidencias de ADN, de costa a costa. Estamos esperando los resultados del ADN de la muestra de sangre de tu puerta de atrás. Apuesto que es un igual, lo mires por donde lo mires.

– No te ofensas, pero los iguales de ADN no nos ayudarán si no tenemos un sospechoso.

– Tenemos el potencial para cuatro.

– ¿Cómo podemos rápidamente sacarlo de la manada?

Él sonrió.

– ¿Seguro que no eres de Texas?

– Tuve un compañero de cuarto, una vez que lo era. -Ella volvió a comer.

– Mientras estabas en la ducha, llamé al jefe. Tendrá al retratista por aquí mañana al mediodía, por lo que dentro de veinticuatro horas deberíamos tener una idea precisa de como se ve este tipo. Estoy dispuesto a apostar a que alguien lo reconocerá en seguida. Denver o Phyl, probablemente. -Hizo una pausa, luego agregó-, quizá tú misma. Pero mientras tanto, nos tomará unas cuantas horas mañana revisar lo que Mitch ha recopilado, ver si algo se destaca.

– Apuesto que nada lo hace. -Ella sacudió su cabeza-. Esa es la cosa acerca de este tipo. Nada sobre él parece destacarse.

Dos hombres más de mediana edad pasaron al lado de ellos y fueron a sentarse en una mesa a su izquierda.

– Tarde o temprano, revelará algo.

– ¿Qué te hace pensar así? Ha estado en este juego por veintiséis años sin un tropiezo, Rick. ¿Qué te hace pensar que se hará descuidado ahora?

– Debido a que ahora es personal para él. No creo que esté acostumbrado al fracaso. Y el ataque a Lucy terminó en fracaso. No hubo violación. Ni asesinato. Debe haberle dolido. Eso hace que sea personal. Y vamos a hablar sobre el hecho de que debe estar bastante furioso contigo. Tú interferiste con sus planes, no una vez, sino dos veces. -Él miraba su cara mientras asimilaba sus palabras. Cuando ella no ofreció ninguna respuesta, él dijo-, sabes que nueve veces de cada diez, un asesino enfurecido es un asesino descuidado.

– No sabemos si ha fracasado en el pasado. Sólo sabemos sobre sus éxitos. -Ella se estremeció ante el uso de la palabra.

Un caballero pasó y fue recibido en voz alta por el grupo cercano.

– Y eso es en lo que nos enfocaremos. -Rick echó un vistazo cuando las risas estallaron desde la mesa donde cuatro hombres ahora estaban sentados -. Por desgracia, son sus éxitos los que nos llevan a él. Tendremos que tratar de ser pacientes, mientras unimos las piezas para formar la imagen.

Ella se animó un poco.

– Oh. Hablando de eso, mientras me estaba cambiando arriba justo antes de bajar a cenar, me llamó Phyl.

– ¿Phyl? -Frunció el ceño.

– Phyl Lannick. La asistente del Jefe Denver. Dijo que recordaba que una mujer que vive enfrente de ella está en el consejo de administración del refugio de aves. Habló con ella cuando llegó a casa esta noche. -Cass pinchó una rodaja de zanahoria con su tenedor.

– ¿Y…?

– Y la vecina le dijo que sí, utilizaron ese sello de halcón en el dorso de las manos de todos los clientes de pago y los voluntarios de todos los días para la recaudación de fondos o en eventos de fin de semana. Siguen utilizando el mismo motivo. -Bajó su tenedor-. Y recuerda que fue mi madre quien presentó el diseño original para el halcón.

– ¿Ella lo hizo?

– Así es como la vecina de Phyl lo recuerda. -Su voz se redujo a casi un susurro-. ¿No sería extraño, si esa es la clave para encontrar a este tipo? ¿Que después de todos estos años, algo que vino a mí a través de la hipnosis, algo que ni siquiera recordaba conscientemente, condujera al hombre que los mató? No sólo a mi familia, sino a todas esas mujeres.

– ¿Y que eso fuera algo que había sido inicialmente diseñado por tu madre? -Rick cabeceó-. No sé si lo encontraría tan extraño, más que apropiado.

Ella dejó su tenedor.

– Cada vez que pienso en lo que casi le hizo a Lucy…

– Pero no lo hizo, Cass. No lo hizo porque no lo permitiste. Le ganaste.

– Esta vez.

– Qué quieres decir, que…

– Creo que necesito acostarme, ahora, estoy muy cansada. ¿Te importa? ¿Acabaste? -Ella dobló su servilleta y la puso al lado de su plato.

– Sí, terminé, y no, no me importa. Pero Cass, si estás pensando que deberías haber sido capaz de salvar a tu madre… salvar a tu familia… salvar a alguien… No puedes pensar que quizás podrías haberlo hecho.

Ella empujó su silla sin encontrar sus ojos.

– Creo que voy a ir a la habitación, si está bien. Gracias por la cena. Estuvo deliciosa. -Sin esperar una protesta, se puso de pie, y después de sacar su bolso del respaldo de su silla donde lo había colgado antes, abandonó la sala.

Rick hizo señas a la camarera para que le llevara la cuenta. Garabateó de prisa una propina, firmó con su nombre y número de habitación, y siguió a Cass al vestíbulo, esperando alcanzarla antes de que se encerrara a cal y canto en su habitación, de la forma que sospechó iba a hacer.

***

Desde su asiento, tenía una vista perfecta de ella, a veces podía leer sus labios. La vio dejar su mesa y salir de prisa de la sala.

¿Una pelea de enamorados?

No. Ella y el Federal no eran amantes. Todavía no, de todos modos. Quizás con el tiempo -parecía haber un interés genuino, por ambas partes, cualquiera se podía dar cuenta- pero no todavía. Que pena que no llegaran a explorarlo.

Bueno, el Federal lo superaría. La recordaría como un sueño trágicamente incumplido, ese tipo de cosas. A pesar de su robusta apariencia, había una sensibilidad en el Federal. Estaba allí en el modo en que miraba a Cass, en la forma en que miraba su cara cuando ella hablaba. Pero seguiría adelante. Todo el mundo sigue adelante.

Era evidente que algo la había alterado. Por supuesto, la causa de su perturbación era irrelevante para él, y todo palidecería en comparación con lo que había previsto para ella. Eso, era todo lo que podía hacer para mantener su mente en la conversación a su alrededor. Todo lo que podía pensar era en poner sus manos alrededor de su cuello y apretar hasta que sus ojos quedaran en blanco… y tan bien, tan placentero, se sentiría.

Miró al Federal firmar la cuenta, y a la camarera volverse para acercarse a la caja.

– ¿Señorita? -Él agitó la mano, le hizo señas para que se acercara, y le susurró, lo que la obligó a inclinarse levemente-. Tráiganos una botella de champaña, ¿sí? ¿Y cuatro vasos?

Ella sonrió y asintió, totalmente inconsciente de que su mirada había caído en la cuenta que sostenía casualmente en una mano.

No podía leer la firma, pero el nombre del Federal era totalmente sin importancia. Había obtenido lo que quería.

Habitación 212.

La segunda planta se utiliza toda para dos -o tres- habitaciones en suites. Se preguntó si aún era así. Eso tendría sentido. Era evidente para él que ella y el Federal no dormían juntos, pero el Federal se mantendría lo más cerca que pudiera. Una suite de dos habitaciones, sin duda, cumpliría los requisitos.

Una sonrisa satisfecha cruzó sus labios. No estaba muy seguro de lo que haría con la información que ahora disponía, pero estaba seguro de que le resultaría útil. Tal vez un viaje rápido a la segunda planta -simplemente para ver si la configuración del terreno- estaba en orden.

– Discúlpenme, -dijo a sus compañeros-. Voy al baño. Ordenen pez azul para mí si la camarera vuelve, ¿está bien?

Él caminó por el cuarto, que se había llenado mucho desde que había llegado antes. Saludó a un viejo conocido o dos en su camino hacia el vestíbulo. Una vez allí, entró en el hueco de la escalera vacío y subió tranquilo al segundo piso.

La habitación 212 estaba al final del pasillo. Conveniente. ¿Pero en cuál lado del edificio estaba él? No podía recordarlo. Habían pasado demasiados años.

Caminó hacia el extremo opuesto del pasillo y miró por la ventana para orientarse. La habitación daba a la calle.

Nada bueno.

Nada insuperable, pero no era bueno.

Un vistazo a las cerraduras resultó alentador, sin embargo. Había franqueado cerraduras más difíciles con los ojos cerrados.

Silbó todo el camino hacia las escaleras, y todo el camino hacia abajo, hasta el vestíbulo. Tal vez necesitaría cambiar sus planes un poco, pero ¿y qué? Los planes deben ser flexibles, ¿verdad?

Uno de sus compañeros levantó la mirada cuando se acercó a la mesa.

– Estás en buena forma esta noche. Te ves como el viejo gato que se comió el canario.

– Siempre he odiado ese cliché, -uno de los otros dijo.

– Bueno, este gato no es tan viejo. -Él se dejó caer de nuevo en su asiento-. Que dicen ¿ordenamos otra botella de champaña?

– ¿Tú la compras? -El amigo a su izquierda preguntó.

– Claro. ¿Por qué no?

Todavía sonreía, no podía controlarse. Tenía el resto de la noche todo calculado en su cabeza -el Plan B, estaba empezando a pensar en él- y se sentía bien.

Se tardó en el vestíbulo después de que los demás salieron, con el pretexto de hacer reservaciones para la noche del sábado.

– Es el aniversario de matrimonio de mi hermano, -explicó cuando los dejó en la puerta-. Estoy seguro de que a él y a su esposa les encantaría celebrar aquí.

Se detuvo en el mostrador para hacer alguna pregunta tonta a la mujer joven y poco atenta de turno. Había tanta gente apiñándose en el vestíbulo y el porche delantero, por lo que le pareció mejor hacer un rápido reconocimiento del exterior de la Posada. Las ventanas de la habitación 212 serían bastante fáciles de encontrar.

Deambuló por la parte trasera del edificio, y como había previsto, no tuvo problemas para localizar el cuarto, que, para su sorpresa, tenía un pequeño balcón. Ahora bien, había posibilidades que era necesario tener en cuenta. Dio unos pasos más acercándose, pensando que tal vez ese era el modo de hacerlo. Pero no había nada debajo del balcón por donde subir. Frunció el ceño, disgustado. Habría querido haberlo hecho así.

Estaba medio escondido en las sombras, recordando un tiempo cuando quizás había podido hacer el salto desde el suelo hasta el balcón, pero esos días, tristemente, habían quedado atrás ahora.

Ah, la juventud…

– Oye, amigo, ¿te estás alojando aquí? -La voz traspasó su conciencia como el vidrio fragmentado.

Asustado, se volvió para encontrar a un compañero de clase de pie en el sendero ni a diez pies de distancia.

– Ah, no. Sólo estaba… -¿Sólo qué? Mierda. ¿Sólo que estaba haciendo él ahí?

– ¿Estás aquí para la fiesta en la sala de baile en el segundo piso? ¿Todd Lennin?

– Ah, sí. De hecho, sí. -Curvó la boca en una sonrisa y dio un paso hacia el sendero. Su cerebro casi sufrió un derrame. Grandioso. Iremos a una fiesta en el segundo piso con un montón de gente invitada que me han conocido toda mi vida. Y Todd Lennin, de todas las personas. Primero muerto que agarrado en cualquier fiesta que Todd Lennin tendría.

Dio un rápido vistazo alrededor para ver si el hombre -¿Carl algo así?- estaba solo. Parecía estarlo.

– Tomaste el mismo atajo que nosotros tomamos. -¿Carl-Cal?- Gesticuló hacia el final de la propiedad.

– ¿Nosotros?

– Mi esposa y los Davis. ¿Recuerdas a George Davis? -Carl/Cal fue zigzagueando un poco. Por lo que veía, había comenzado la fiesta un poco temprano.

Carl Sellers. Eso era.

– Claro, recuerdo a George. -El imbécil de George Davis. ¿Quién no lo recordaba? Sólo el tipo en la clase más idiota que George era Carl-. ¿Viene él, entonces?

– Ellos ya entraron, me detuve por un paquete de cigarrillos… no puede creer que todavía fume. No es que no sepa. -Carl sacudió la cabeza parcialmente calva y tocó el bolsillo de chaqueta-. Sencillamente parece que no puedo detenerme.

– Sé lo que quieres decir.

– ¿Fumas?

– Me avergüenza admitirlo, pero sí, lo hago. De hecho, cuando llegaste, estaba en realidad buscando mi encendedor. Creo que se me cayó por aquí. -Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y trató de parecer acongojado-. No me preocuparía, pero perteneció a mi padre.

– Oh, oye, eso es duro. Y los buenos encendedores son difíciles de encontrar, ¿no? -Carl metió la mano en su bolsillo-. Yo, uso estos Bics. Pero si tuviera uno de esos antiguos encendedores, lo usaría. Me encantan esas cosas. Mi papá tenía uno, también. -Él se balanceó ligeramente otra vez-. Oye, me encantaría ayudarte a buscarlo. ¿Dónde crees que se te cayó, en algún sitio cerca del sendero?

– Ese es el único lugar que puedo imaginar. Tú sabes lo que es, quieres fumar en un lugar así, y sientes que tienes que ir a donde no te vean.

– Esa es una verdad indiscutible, hombre. -Su voz tuvo un toque de indignación-. Somos como parias o algo así.

– Exactamente.

– Te ayudaré a buscarlo y luego podemos subir juntos.

– Vaya, gracias. Sería genial. Podemos ponernos al día sobre los viejos tiempos. -Como si tuvieran algunos viejos tiempos, para ponerse al día. Carl nunca fue parte de su grupo.

Carl lo siguió a la vuelta de la esquina del edificio, con su cabeza hacia abajo.

– Que oscuro está aquí atrás, no sé cómo vas a encontrar nada. Tal vez deberíamos esperar hasta la m…

Un golpe en la nuca y Carl había caído. Una torcedura rápida y experta del cuello le aseguró que Carl que se había desplomado de forma permanente.

Mirando alrededor para cerciorarse que nadie se había acercado al camino, levantó el cuerpo de Carl y llevó al contenedor en la parte trasera del edificio. Con un gruñido, lo lanzó bruscamente por un lado. A continuación, se inclinó por la cintura, puso sus manos en las rodillas mientras luchaba por recobrar el aliento.

Condenación. En su apogeo, podía sacudir un cuerpo sobre su cabeza sin romper el paso.

Sí, bueno, esos eran los días. Había cumplido cuarenta y cinco en febrero. No exactamente su mejor hora, no para ese tipo de cosas.

Se limpió las manos mientras regresaba al estacionamiento, preguntando si realmente había sido necesario.

Sí, maldita sea. Lo era.

Hubo tanta ira quemando dentro de él en ese preciso momento, sentía fundirse la sangre en sus venas. La presión llegaba a ser intolerable.

Carl había arruinado su noche, apareciendo cuando lo hizo, y viendo donde había estado parado. Si en algún momento en el futuro una mujer era encontrada muerta en la habitación 212 -y con la maldita la habitación justo allí-, sin duda Carl recordaría a quien había visto en el estacionamiento y recordaría donde él había estado mirando.

Especialmente si la mujer era Cass Burke.

Además, se sentía irritado. Más que irritado. La noche había empezado de forma prometedora, pero con una fiesta a tres puertas de su habitación, tendría que esperar. No podía aprovechar la oportunidad por si era visto. Maldijo entre sí.

La sangre palpitaba en su cabeza tan fuerte, que sonaba como el océano. Y sus manos estaban empezando a temblar… nunca una buena señal. Su piel estaba empezando a picar.

Había una sola manera de rascarse esa picazón.

Parece que tendría que pasar al Plan C.

En algún lugar, habría alguien. Alguien con el pelo largo oscuro y una promesa en sus ojos.

Antes de que el sol saliera mañana, él la encontraría.

24

– ¿Dime de nuevo por qué vamos a Plainsville? -Cass se acomodó en el asiento individual del Camaro de Rick y se ató el cinturón de seguridad.

– Vamos a intercambiar información.

– Creo que hemos dado a Mitch casi todo lo que tenemos. ¿Que nos queda para cambiar?

– Él al parecer ha golpeado una veta madre con su solicitud de información a las agencias de la aplicación de la ley que contactó. Dice que tiene una línea de tiempo bastante impresionante de las actividades de nuestro hombre a lo largo de los últimos veintitantos años. Yo diría que sólo por eso vale la pena el viaje.

– ¿Por qué no nos lo manda por fax?

– Aparentemente todavía siguen llegando. Recuerda, ha pasado menos de una semana desde que envió sus solicitudes. Algunas agencias siguen juntando sus datos. -Rick se detuvo en la esquina y giró hacia ella-. ¿Hay algún problema del que no estoy enterado? ¿Hay alguna razón por la que no quieres ir? Porque si la hay, hablémoslo ahora, antes de llegar a la carretera.

– No es que no quiera ir. -Ella se movió en su asiento volviéndose hacia él-. Es sólo que siento que debería estar aquí con Lucy esta tarde. Cuando se reúna con la dibujante.

– No puedes estar en la habitación con Lucy cuando ella y Kendra se reúnan. Kendra no lo permitirá.

– ¿Por qué no?

– Ella quiere el menor número de distracciones como sea posible. Si ella está tratando con un niño, quizás dejaría entrar a uno de los padres. De lo contrario, prefiere un uno a uno con su sujeto.

– Oh. Bueno, entonces…

– Espero que estemos de vuelta cuando Kendra termine, por lo que puedes ver a Lucy cuando acabe. Pero dudo que Kendra te permita observar.

Cass asintió.

– Está bien, pues. Vamos.

Rick tomó a la izquierda y se dirigieron hacia el puente de entrada entre Bowers y el continente.

– Bonito, ¿no? -Él cabeceó hacia la bahía mientras cruzaban el estrecho puente.

– Precioso. Me encanta. Adoro ver la puesta de sol sobre él cada noche.

– ¿Alguna vez has vivido en algún otro lugar? -Preguntó.

– Sólo cuando estaba en la universidad. Aparte de eso, toda mi vida he estado en la costa de Jersey.

– ¿Dónde fuiste a la universidad?

– Cabrini. En las afueras de Philly.

– Sé donde. Fui a Penn.

– ¿Fue ahí donde redujiste el acento de Texas de tu habla?

– En realidad lo perdí unos años antes. -Redujo la marcha a la entrada de la carretera-. Fui a un internado en Connecticut.

– ¿Cómo terminaste allá arriba?

– No fue mi elección. -Encendió la radio y comenzó a buscar una estación que tuviera más música que estática-. La idea fue de mi madre.

– Oh. -Ella quería preguntar qué había impulsado a su madre a enviarlo lejos a tan temprana edad, pero dudó.

– Sintió que era lo mejor en ese momento. -Él sabía que ella era demasiado cortés para preguntar, y sabía, también que estarían al menos una hora juntos en el coche. Tenían que hablar de algo.

– Mencionaste una vez que había vuelto a casarse.

– Se casó. Ella y mi padre nunca se casaron. -Se conformó con rock clásico fuera de Nueva York.

– Cierto. Lo siento.

– No fue culpa suya. -Sonrió. Sabía que era un tema difícil-. Cuando se casó con mi padrastro, y comenzó a tener familia con él, supongo que sintió que el contraste entre nosotros era demasiado grande. Causaba que las personas le hicieran demasiadas preguntas que avergonzaban no sólo a mi madre, sino a su marido.

– ¿Qué contraste?

– Todos sus hijos con Edgard -su esposo- son rubios y de ojos azules. Yo, siendo una cuarta parte mexicano, destacaba como cerdo en misa en los retratos de familia.

– ¿Eres parte mexicano?

– A veces pienso que es mi mejor parte. -Trató de sonreír una vez más, tuvo menos éxito esta vez-. Mi abuelo -el padre de mi madre- era mexicano. Mi abuela era sueca. Menuda combinación, ¿eh?

– ¿Y los padres de tu padre?

– Irlandés e italiano.

– Toda una combinación, en efecto.

– Y tú eres, qué, ¿irlandés y…?

En la radio, Sting cantaba sobre los campos dorados.

– ¿Irlandés es lo que aparento?

– Oh, sí. -Esa vez cuando él sonrió, fue de verdad.

– Irlandés, alemán y francés.

– Tengo que amar América. -Él sacudió la cabeza-. Tengo que amar esa mezcla de culturas.

Ella miró por la ventana la vista aparentemente interminable de matorrales de pino. A menos de una milla a lo lejos, los nuevos centros comerciales e hileras de tiendas abundaban. La cambiante fisonomía de la zona no era totalmente de su gusto.

– ¿Odiaste el internado?, -preguntó suavemente.

– Al principio, sí. Sí, lo hice. Después de un tiempo, sin embargo, me adapté. Aprendí a sacar el mayor partido posible.

– ¿Cómo?

– Bueno, por un lado, ya que era más grande que todos los demás, no fui intimidado mucho. Por otro, era un buen deportista. Y era listo.

– ¿Qué deporte practicaste?

– Fútbol y béisbol.

– ¿Eras muy bueno?

– En realidad, lo era, -admitió-. En general, una vez que me acostumbré al hecho de que no me iba a casa hasta el final del trimestre, estuve bien. Me ajusté.

– Fuiste un niño inteligente, entonces. Muchos niños se rebelan cuando los envían a algún lugar donde no quieren estar.

– ¿Es que la voz de la experiencia la que habla?

Ella asintió.

– Después de que perdiera a mi familia, me fui a vivir con mi tía y tío… la familia de Lucy.

– ¿Y las cosas no estaban bien allí?

– No era malo, -dijo-. Sé que hicieron todo lo posible por mí. Y estar con Lucy era un consuelo, en cierto modo. Ella y yo habíamos sido siempre muy cercanas. Pero…

– Pero no era tu casa, y no era tu familia.

– Sentí como si hubiera entrado en la vida de alguien más. Yo quería mi propia vida de regreso. Quería ir a casa, -dijo simplemente-. Yo quería a mi madre, mi padre, mi hermana y mi casa. Por mucho que la tía Kimmie me amara, era la madre de Lucy, no la mía. Y Lucy, por más cercana que fuéramos, no era mi hermana. Quería que las cosas fueran de la forma que habían sido. Nunca pude aceptar realmente lo que había sucedido.

Él había bajado la radio cuando ella había comenzado a hablar, quería oír cada una de sus palabras. Sabía instintivamente que eso no era algo de lo que hablara a menudo. Quiso que supiera que él lo entendía, y por lo tanto, le ofreció su total atención.

– ¿Así que te rebelaste cómo? -Preguntó.

– Nombra algo. -Ella se rió secamente-. Bebí. Fumé. Me quedé fuera por la noche. Para gran consternación por parte de mi tía y tío. Simplemente no sabían qué hacer conmigo. Mirando hacia atrás, me siento mal por haberlos hecho pasar por tanto. Ellos de verdad lo intentaron con todas sus fuerzas.

Ella se mordió el labio y miró por la ventana.

– Estoy seguro de que la situación era difícil para tu tía, también.

– No tenía idea de eso, de niña. No era consciente del dolor de nadie excepto del mío. Si ella lloró, no lo noté. Yo sólo sabía que todo mi mundo se había derrumbado bajo mis pies. No tenía ningún sentido del sufrimiento de los demás en aquel entonces.

– Bueno, eras muy joven.

– Siete ese verano. -Se mordió el labio y miró por la ventana-. Cuando tuve la edad suficiente para comprender las cosas un poco mejor -que no fue hasta que estuve en la universidad- me sorprendió haber sobrevivido a todo. Sencillamente no te das cuenta de cuánto dolor el espíritu humano puede soportar.

– Parece que resultó bien. -Él se acercó más y tomó su mano-. Mejor que bien. Quizás seas la mujer más fuerte que he conocido. Y he conocido algunas mujeres realmente fuertes.

– No tuve una elección.

– Todos tienes una opción. Te metes en situaciones que odias, lugares que no quieres estar, tienes una elección. Vas con ella y la haces propia, o luchas sin tregua contra ella. El listo sabe cuándo dejar de luchar. El fuerte sabe cuándo dejar ir el pasado, tomar lo que tiene y convertirlo en algo con lo que puede vivir.

– Es más fácil para unos que para otros.

– No te engañes, Cass. No es fácil para nadie.

Como no tenía respuesta, giró su rostro a la ventana una vez más, y miró los árboles pasar zumbando mientras el coche iba a gran velocidad. Le había revelado más de ella misma a él que a nadie en mucho tiempo, y no estaba segura del por qué.

Ella se inclinó hacia delante y subió el volumen en la radio. Por ahora, no tenía nada más que decir.

***

– Entonces, ¿qué tenemos hasta aquí? -Mitch preguntó mientras seguía a Regan a su oficina-. ¿Entró algo nuevo desde que me fui anoche?

– El fax no ha parado, -le dijo-. Me está comiendo todo lo que tengo en casa. Bueno, de papel, de todos modos.

Ella señaló los montones ordenadamente arreglados encima del escritorio.

– Estos entraron tarde anoche, este otro montón estuvo en la bandeja esta mañana. Los que todavía están en la bandeja han llegado desde el momento que me levanté a las seis, vacié la bandeja, y desayuné. -Se detuvo-. Hablando de eso, ¿has comido?

– Sí, gracias por preguntar. El restaurante al lado del motel hace una tortilla decente. Pero si hay café…

– Siempre hay café. Creo que ya sabes dónde encontrarlo. -Ella le señaló la cocina.

– ¿Necesitas una recarga? -le preguntó desde la puerta.

– Sí. Gracias. -Le entregó su taza.

La máquina de fax sonó, señalando más entrante.

– Se desató una inundación aquí, creo, -murmuró entre sí mientas grapaba las páginas del último fax.

Mitch regresó con dos tazas en la mano.

– ¿Qué fue eso?

– Dije, hemos abierto las compuertas. No puedo creer la cantidad de asesinatos sin resolver hay. -Sacudió su cabeza-. Y estos son sólo los que mejor se ajustan a nuestro perfil.

– Bueno, echemos un vistazo y veamos cuantos realmente lo son.

Ella le entregó una pila de papeles.

– Estos ya están separados. Son de todo el país.

Él se sentó en una de las sillas de cuero cerca de la esquina del escritorio y hojeó los faxes.

– Este parece auténtico, es de Texas. Podría ser nuestro tipo. -Continuó la lectura, su rostro un estudio de concentración-. Este, el de Idaho, no estoy tan seguro. Veamos si hay ADN que podamos comparar con el perfil de ADN que ya tenemos.

Él se inclinó sobre las páginas, volteándolas pensativamente.

– Me gusta este de Kentucky, -susurró-. Vamos a ver qué otra cosa tienen de él…

– Antes de que te ensimismes demasiado, hay otro fax que necesitas ver antes de que Rick llegue. -Ella le entregó una carpeta-. Esto entró de tu Oficina temprano esta mañana. Lo guardé separado de los otros faxes.

Él lo abrió y lo hojeó.

– Los datos sobre los cuatro nombres que Rick me dio. Cristo, cualquiera de estos podría ser nuestro tipo… ¿lo miraste?

Ella asintió.

– Ese fue mi primer pensamiento, también. Todos están en condiciones de desplazarse.

El sonido de la puerta de un coche la hizo acercarse a la ventana.

– Rick y Cass están aquí. -Ella desapareció del cuarto, el sonido de sus pasos yendo a la puerta delantera. Regresó en un momento, en compañía de Rick y Cass.

– Es una casa increíble, -Cass estaba diciendo-. Los jardines son hermosos.

– Gracias. Es obra de mi padre… temo que no contribuí nada a la decoración, ni con la jardinería. -Regan sonrió y acercó una silla al enorme escritorio.

– Cass, toma asiento. Rick, si traes es silla, podemos hacerte espacio.

Regan ocupó la silla detrás del escritorio, y se reclinó, haciéndole señas a Mitch para que comenzara.

– En primer lugar, hemos tenido una respuesta extraordinaria a nuestras solicitudes de información a los organismos de todo el país. Todavía los estoy revisando, pero hasta ahora tengo un montón pasmoso de sesenta y siete asesinatos no resueltos que encajan con nuestro asesino perfectamente.

– ¿Sesenta y siete? -Cass jadeó.

– Sesenta y siete que merecen una mirada más de cerca, sí. No hay ninguna garantía de que sea él, pero parecen condenadamente buenos. Hay otras varias docenas que son posibilidades remotas, pero en general, pienso que este tipo ha estado más ocupado de lo que cualquiera de nosotros podría haber imaginado.

– Bueno, si tomamos los sesenta y siete y los ordenamos por fecha, deberíamos tener una idea bastante precisa de donde estuvo en qué año, -dijo Cass pensativamente-. Si comparamos esto con donde los cuatro sospechosos principales estaban en esas épocas, deberíamos ser capaces de determinar cuál es nuestro hombre. O si ninguno de ellos lo es.

Mitch asintió.

– Ya estamos en eso. John tiene a alguien de la Oficina introduciendo los datos en el ordenador mientras hablamos. Debería tener algo para nosotros pronto.

– El Jefe Denver necesita saber todo esto, – le dijo Cass-. Él debe tener toda la información que tú tienes.

– Ya lo sabe, -le aseguró Mitch-. Hablé con él ayer por la tarde, enviándole por fax los detalles esenciales. No llegué a mandarlo todo porque su máquina de fax se atascó.

– Maldita cosa. -Cass sacudió su cabeza-. Hemos estado teniendo problemas con él durante meses. Simplemente no nos hemos hecho un tiempo para sustituirlo. Dame copias de lo que no se envió, y se las entregaré esta tarde.

– Estoy un paso delante de ti. -Regan sonrió y le entregó un sobre marrón-. Todo copiado y listo para marchar.

– Gracias. -Cass deslizó el sobre en el suelo entre las sillas de ella y de Rick.

– Bueno, echemos una mirada a lo que tienes sobre estos cuatro, -dijo Rick-. Vamos a ver lo que han estado haciendo desde que se fueron del antiguo Bowers High.

– Bayshore Regional, -Cass corrigió.

– Como sea. Echemos un vistazo.

– Regan, ¿puedes pasar estos por la fotocopiadora detrás de ti? Vamos a dar a cada uno su propio conjunto. -Mitch le dio la pila de papeles que él había retirado de la carpeta, y ella los apiló en la fotocopiadora a su derecha y apretó inicio. La máquina imprimió y recopiló cuatro juegos en poco más de un minuto. Regan los recogió, los grapó y pasó los paquetes.

– Bueno, echemos un vistazo a William Calhoun. Edad cuarenta y cinco, actualmente separado de su esposa. Reside en un pequeño pueblo fuera de Alburquerque, Nuevo México. William es un piloto que ha apuntado muchas millas con Universal Airways.

– Él se ve bien, -dijo Rick.

– Se ve aún mejor cuando se sabe que hay un gran número de asesinatos sin resolver a lo largo de la frontera, no muy lejos de donde vive, -dijo Regan.

– Antes de que te alegres demasiado con Calhoun, échale un vistazo a Jonathan Wainwright. El hijo del jefe de policía que investigó los asesinatos en el '79, -les recordó Mitch-. Viudo, cuya esposa murió bajo circunstancias dudosas. Al igual que Calhoun, vive actualmente en el suroeste. Dejó la universidad después de dos años para unirse al ejército. Fuerzas Especiales durante nueve años, luego dejó el ejército para trabajar en una empresa de seguridad privada.

Rick alzó la cabeza.

– ¿Mercenario?

– Posiblemente, con esos antecedentes, -concordó Mitch-. Estamos examinando eso, también.

– Luego tenemos a Kenneth Kelly. Hijo del Juez Kelly. Divorciado tres veces. Dos niños, uno por cada una de las dos primeras esposas. La última ex esposa vive en Londres. Cuatro años de universidad seguida de un master en estudios internacionales. Ha trabajado para el Departamento de Comercio estadounidense desde que se graduó. Londres, Bruselas, Sofia… este tipo ha estado cerca.

– Todos han estado cerca, -Rick murmuró.

– ¿Y el último? Eran sólo tres, -señaló Cass.

– Joseph Patterson. Misma edad que los demás. Soltero. Nunca se casó. Hijo de un hombre que fue alcalde en Bowers durante quince años. Estuvo una temporada en la Marina, luego se fue a trabajar para STC durante los últimos dieciocho años. Ventas… manejó la mayor parte del sur y el sudoeste.

– STC. ¿La empresa de software? -Cass preguntó.

Mitch asintió.

– Correcto.

– Él habría hecho un montón de viajes…

– Podría ser cualquiera de estos tipos. -Rick sacudió la cabeza-. Todos tenían trabajos que les permitió viajar. A nivel nacional e internacional.

– ¿Entonces cómo los descartamos? -Regan preguntó.

– Con suerte, Lucy lo hará por nosotros-, dijo Regan-. Ella se reunirá con la dibujante del FBI en unas dos horas. Con suerte, tendremos una cara al final del día.

– Y con la información que consigamos de la computadora de la Oficina, para entonces habremos concentrado la atención en cada lugar en que este tipo ha estado durante los últimos veintiséis años.

– ¿Crees que Denver debería traer a los cuatro para ser interrogados? -Mitch preguntó.

– No lo sé. En el momento en que los reúna y entren en la estación, podríamos tener el boceto de Kendra. Una identificación positiva sería mejor que arrastrar a los cuatro y esperar que la cara que dibuje pertenezca a uno de ellos.

Mitch asintió.

– Buen punto, Rick.

– Todo esto podría terminar dentro de las próximas veinticuatro horas, -dijo Cass como si no pudiera creerlo del todo.

– Si todas las cartas caen a nuestro modo. -Rick asintió, y luego añadió-: No es lo que suele pasar.

– ¿Puedo mandar por fax éstos al jefe? -Cass preguntó-. Creo que necesita verlos en seguida. Dejarle decidir si quiere empezar a llevar a uno o a todos ellos para un interrogatorio preliminar. El peligro allí, por supuesto, es que sin causa probable para retenerlos, no podemos actuar incluso con nuestras más firmes sospechas. Tendríamos que dejarlos ir cuando ellos quieran y, a continuación, el Estrangulador podría desaparecer de plano.

– Hagámoslo. -Mitch señaló el fax-. Pero hazlo ahora, antes de obtener otro entrante. Esa máquina no se ha callado durante más de quince minutos desde el martes.

Cass deslizó las cuatro páginas en la máquina de fax e introdujo el número del departamento de policía. Las páginas pasaron, pero cuando miró la página de confirmación, frunció el ceño.

– Fallo del sistema, -leyó.

– Trata de nuevo. Tal vez la máquina está sobrecalentada, -Regan sugerido.

Cass introdujo de nuevo el número y pulsó enviar.

Los resultados fueron iguales.

– Creo que llamaré a Denver y le avisaré que tenemos esto. Podemos entregarlos, cuando volvamos a Bowers.

Marcó rápidamente el número de la estación, pero obtuvo una señal de ocupado. Cortó, luego llamó al celular del jefe.

Él contestó casi de inmediato.

– Denver.

– Jefe, soy Cass. Estoy aquí en Plainsville con Rick en la casa de Regan Landry. Ella y Mitch han reunido cierta información sobre los cuatro sospechosos posibles que usted querrá ver. Traté de mandarlo por fax a la estación pero no pasó.

– Hay que tener suerte para conseguir algo por esa máquina hoy, -dijo bruscamente.

– ¿Está funcionando mal de nuevo?

– Se ha atascado, no funciona para nada. -Él hizo una pausa durante un momento, luego dijo-: ¿Debo entender que no has visto las noticias hoy?

– No. Salimos temprano de Bowers y… no me diga que hubo otro…

– Aproximadamente a las nueve de esta mañana, encontraron el cuerpo de un hombre que estaba en la ciudad para la reunión, con el cuello roto. -Él se negó a decirle que el cuerpo fue encontrado en un contenedor fuera de la posada en la que se alojaba, casi bajo su ventana del dormitorio. Todavía no había decidido qué hacer con eso. Su instinto le dijo que no era una coincidencia; por otra parte, por lo que ellos sabían, el Estrangulador nunca había tenido como blanco ese tipo de víctima, o había matado de esa manera.

– ¿Quién es?

– Un hombre llamado Carl Sellers. Alguien le rompió el cuello. Dudo que lo hubieras conocido. Es de cuarenta y tantos años… dejó Bowers para ir a la universidad y no creo que haya vuelto, salvo quizás dos o tres veces desde entonces. -Justo cuando habló, se le ocurrió al jefe que la víctima podría haber sido lo más probable un compañero de clase de los cuatro que ya tenían en sus miras. ¿Coincidencia? Su estómago dio otro tirón.

– Y Cass… acabamos de recibir un informe sobre una mujer que desapareció ayer por la noche, temprano esta mañana, desde el centro de Tilden. Ella encaja con la descripción. No han encontrado todavía su cuerpo.

Ella colgó el teléfono sin esperar a que el jefe se despidiera. Giró hacia Rick, y dijo:

– Tenemos que irnos. Ahora. Volver a Bowers.

– ¿Hubo otro asesinato?

– Un hombre en la ciudad por la reunión. -Cass se dirigió a Rick-. El Jefe dice que a mediados de los cuarenta años.

– Al igual que estos tipos. -Rick golpeó la carpeta-. ¿Compañeros, tal vez?

– ¿Cómo diablos encaja eso? -Cass ya estaba en la puerta-. Y una mujer desapareció en Tilden ayer por la noche. El Jefe dice que se ajusta a la descripción de las demás mujeres. Aún están buscándola.

– ¿Algo más que piensas que precisamos para llevar a Bowers? -Rick preguntó mientras reunía los documentos.

– Tenemos un montón de iguales de ADN… iguales uno del otro, obviamente nada que coincida con sus víctimas, pero aún así… si podemos identificar a cualquiera de estos tipos -o a cualquier otro como sospechoso- de haber estado en estas ciudades por esas fechas, tendremos la ventaja de algunas pruebas serias.

– Nos llevaremos todo lo que tienes listo. El resto…

– Esperaré fuera, Rick. -Cass se despidió de Mitch y Regan-. Gracias a ambos. Lo siento. De verdad. Pero tengo que irme.

– Ve. -Regan asintió, y Cassie lo hizo.

Regan recogió el sobre que Cass había dejado en el suelo y se lo entregó a Rick.

– Esto tiene más o menos todo lo que tenemos hasta ahora. Haremos copias de todo lo que recibimos hoy y lo llevaremos a Bowers Inlet si no podemos enviarlos por fax. En este momento, Cass está muy agitada. Llévala, Rick. Está que se muere por meter sus manos en esto.

– Ella está todavía de permiso, por lo que sé. No va a meter sus manos en nada. Denver no va a dejar que se acerque.

Regan observó la ventana de la oficina. Cass se paseaba con impaciencia al lado del coche de Rick.

– Creo que no me gustaría ser la que se lo dijera.

25

Denver Craig miró hacia afuera al estacionamiento del Departamento de Policía de Bowers Inlet y se preguntó que diablos estaba sucediendo en su ciudad.

Mujeres aparecían muertas, un hombre era encontrado en un contenedor con el cuello roto, una joven desaparecida y lo más probable muerta también. ¿Qué diablos les había pasado a las pequeñas y tranquilas ciudades costeras que él había amado toda su vida?

– ¿Jefe? -Phyl abrió la puerta entre su oficina y la suya y metió su cabeza-, hice un poco de té helado. Pensé que podría necesitar algo frío ahora mismo.

– Gracias.

Ella entró en la oficina con un vaso alto en su mano. El Jefe Denver puso un sobre encima y le hizo señas para que colocara el vaso en él.

– ¿Tienes un minuto? -Preguntó.

– Claro. -Ella se paró con incertidumbre al final de su escritorio.

– Siéntate. -Gesticuló en dirección de las sillas y tomó un sorbo del té helado-. Nadie hace el té helado igual a como tú lo haces, Phyl. Juro que te mantendría aquí incluso si fueras una incompetente total, sólo para tener un suministro de tu té en el verano.

Se sentó, cruzó sus piernas, y esperó.

Él se frotó sus sienes, como si le doliera.

– Juro por Dios, Phyl, que no puedo seguir con todo esto. Por primera vez en mi vida, cuestiono cada movimiento que hago, cada decisión. Debería haber traído a esos cuatro tipos el día de ayer para ser interrogados. No lo hice, y ahora un hombre está muerto y una mujer está perdida. ¿En qué demonios estaba pensando?

– Estaba pensando que si trataba de presionar al asesino demasiado rápido, lo perdería, lo enviaría de vuelta a cualquiera que sea el agujero en el que ha estado escondiéndose durante los últimos veintiséis años. Qué una acción precipitada podría haberlo hecho. Sin causa probable, no tiene un arresto. Sin evidencias, no tiene causa probable. No puede detener a cuatro hombres porque usted piensa que uno de ellos podría ser un asesino.

– Suenas como policía, Phyl.

– Sueno como usted sonaba ayer. Estos fueron sus argumentos cuando usted fue de acá para allá con la oficina del fiscal.

– Sin embargo, quizás…

– Olvide el quizás. Ni siquiera sabe si Sellers fue asesinado por el mismo tipo. Por mucho que dice que no cree en las coincidencias, tengo que decirle, que se producen.

– ¿Qué diablos sacas de todo esto, Phyl? -Él se puso de pie y comenzó a pasearse-. Todas estas mujeres, ahora Sellers…

– No lo sé, Jefe. -Ella sacudió la cabeza, comprendiendo que no esperaba que ella tuviera las respuestas, que necesitaba comunicarse. Era bastante experta en dejar que él se tomara su tiempo para llegar a ello.

– ¿Lo conocías, a Carl Sellers?

– Sí. Estaba en la clase de mi hermana, -asintió-, aunque no era un chico muy popular, y ciertamente no se juntaba con el grupo de chicos que usted investiga. Fue uno de los que estaba ahí. Sin verdaderos amigos, ni enemigos reales, que recuerde, en todo caso. Uno de los que dejaron la costa de Jersey, acabó en alguna gran ciudad en alguna parte -creo que oí que ha estado viviendo en Chicago- donde llegó a ser muy exitoso. No volvía a casa mucho. Justo la clase de tipo que tuvo suerte cuando creció.

– Esa fue mi impresión también, por lo poco que recuerdo de él. -Se sentó en el borde del escritorio, bebió su té, y luego dejó el vaso de vuelta en el sobre-. Parece que está todo relacionado de alguna manera, ¿verdad? No puedo entender como, maldita sea. Se me hace difícil ver al Estrangulador de repente pasando de estrangular mujeres a romper el cuello de un hombre.

– Tal vez fue sólo un robo, después de todo. Su billetera había desaparecido, su reloj.

– Tal vez. -Los dedos de Denver tamborilearon con un ritmo inquieto el escritorio.

– Usted sabe, ha habido muchas actividades sociales esta semana, Jefe. Esos cuatro… -Ella señaló el archivo que ella había colocado antes en su escritorio con los fax del Agente Peyton del FBI-, han estado en casi todos ellos. Los he visto yo misma.

– ¿Y quien piensas que lo hizo, Phyl? ¿Tienes extrañas vibraciones de alguno de ellos?

– Son todos extraños, si me pregunta. Pero si me está preguntando si alguno de ellos parece más probable que los demás, pues no. -Ella apoyó un codo en el borde del escritorio-. Billy Calhoun, es aún un bocazas. Volvía a todo el mundo loco en la escuela porque podía librarse de cualquier cosa, siendo su padre el director. ¿Y Jon Wainwright? Estaba siempre en segundo plano, ¿sabe? Espiando por ahí. Kenny Kelly, bueno, como hijo de un juez, podría haber llegado lejos con el asesinato en ese entonces. Y Joey Patterson sigue siendo el tonto que siempre fue. -Se detuvo, luego agregó-: Es curioso, recordar cómo eran cuando estábamos en la escuela. Todos pensaban que eran tan geniales. Ahora son todos sólo hombres de mediana edad con poco pelo y cintura ancha.

El Jefe fingió estremecerse.

– Mucho ha corrido hasta estos días, Phyl.

– Usted lleva bien su cabeza calva, Jefe. -Ella sonrió-. Pero si me pregunta si hay algo acerca de cualquiera de ellos que me pusiera los pelos de punta, o me hiciera pensar, «Sí, éste es el asesino en serie», tendré que decepcionarlo. Todos se ven normales. Al igual que todos los demás. -Sacudió su cabeza-. Pero eso es lo que lo hace tan temible, sabe. Quienquiera que sea, se ve tan normal como cualquier persona.

– La bestia rara vez se distingue por fuera, -murmuró.

– ¿Qué?, -preguntó.

– Algo que el Jefe Wainwright solía decir. La bestia rara vez se distingue por fuera. Por dentro, es feo y malvado como el pecado. Por fuera, se parece a cualquiera.

– Tal vez eso es lo que lo convierte en una bestia.

– Llamaré al FBI; les pediré unos cuantos agentes más. Necesito a alguien vigilando a cada uno de los cuatro veinticuatro horas del día, ver a donde van. He tratado de vigilarlos con los pocos hombres que tengo, y no tengo suficiente gente para mantener la vigilancia de las cuatro personas, todo el tiempo. Es imposible. Lo más que pude hacer fue cubrir a dos de ellos. No lo bastante bueno. -Él sacudió la cabeza-. Obviamente, no es lo suficientemente bueno. Y todavía tengo a alguien apostado fuera de la puerta de Lucy Webb, las veinticuatro horas del día. No puedo correr el riesgo de dejarla sin protección.

– Quizá si trabajamos con los demás Departamentos de Policía… -ella comenzó pero él la cortó con un movimiento de mano.

– Tengo un verdadero problema con un par de esos departamentos. Con excepción de Tilden, todos parecen pensar que pueden manejar esto por sí solos. Buscando hacerse un nombre por sí mismos, supongo. Soñando con el contrato de un libro y una aparición en Buenos Días América, tal vez Letterman, para quien atrape a este tipo -Su repugnancia ante la perspectiva era evidente-. Y entre tanto, la gente simplemente se sigue muriendo y desapareciendo.

Él sacudió la cabeza.

– Sabes, si hubiésemos conocido algunas de estas técnicas investigativas modernas hace veintiséis años, podríamos haberlo atrapado entonces. Si hubiésemos sabido cómo levantar huellas dactilares de la piel, levantar rastros de pruebas, o incluso los perfiles que hacen hoy en día, tal vez habríamos llegado a él. -Denver sacudió su cabeza casi disculpándose-. Ahora, lo hemos hecho todo bien, tan bien, como hemos podido. Conseguimos el trabajo de laboratorio, aunque la razón por la que toma tanto tiempo para obtener resultados en algunas de estas cosas me sobrepasa. Tuvimos al FBI por aquí enseguida. Trajimos al perfilista… tenemos una dibujante hablando con Lucy Webb, para ver si podemos obtener un retrato de este tipo. Y otra mujer todavía está desaparecida. Hagamos lo que hagamos de aquí en adelante, estamos todavía con un día de retraso, en mi opinión.

– Eso va a ser fabuloso, la foto. Lo tendremos, una vez que tengamos su cara. Sobre todo si es alguien local. -Ella miró su reloj-. Son las dos. El artista sigue con Lucy. Tal vez en otra hora o así lo tendremos identificado. Eso debería hacerlo sentir optimista.

– Voy a ser optimista cuando tenga a alguien sentado en el cuarto interior.

– ¿Qué dijo la perfilista?

– Ella cree que comenzó siendo joven, que fueron los Burke su primera matanza. Que fue tras de Jenny, sin duda desafortunado para Bob que llegó a casa temprano ese día, y que él no esperaba que las niñas regresaran cuando lo hicieron. -Tocó con sus dedos el lado del vaso-. Dijo que él no había ido allí con la intención de matar a Jenny, que pensó que ella estaría esperándolo. Que estaba obsesionado con ella, y pensaba que ella sentía lo mismo por él, pero cuando ella comenzó a luchar contra él, se enfureció y la mató. Que sigue matando a todas esas otras mujeres que se parecen a ella porque cada vez piensa que tal vez le saldrá bien, pero cuando no lo hace, termina por matar de nuevo.

– Nunca lo vi venir, en aquellos tiempos. Los asesinatos parecen todos tan diferentes.

– Eso es lo que pensamos en ese momento.

– ¿Dijo ella algo más sobre él, algo que podría darnos una idea de qué tipo de persona podría haber sido en esa época?

– Preguntó si tenía antecedentes de delincuente juvenil. Le dije que si cualquiera de esos cuatro -sacó la lista el archivo y la colocó en el centro de su escritorio- se había metido en algún problema grave, yo habría sido el último en saberlo. Ningún novato iba a estar al tanto de ese tipo de cosas. Pero ella -la Dra. McCall- pensaba que era importante, cualquier actividad delictiva temprana.

– ¿Qué tipo de actividades?

– Cosas que no sean exceso de velocidad e iniciar las peleas en los terrenos de la escuela. Ella preguntó específicamente acerca de ofensas sexuales. Exhibición. Acecho… ese tipo de cosas. Dijo que a veces los chicos que participan en esa clase de cosas cuando son jóvenes se gradúan en ofensas sexuales más graves más adelante. -Él se encogió de hombros-. No podía ayudarla con eso. No sé quien hacía algo parecido, si alguno de esos chicos había estado haciendo cosas de ese tipo.

– Yo lo hice, -dijo en voz baja Phyl.

Le tomó un momento para responder.

– ¿Qué? ¿Hiciste qué?

– Yo sabía.

Sus ojos se entrecerraron.

– Phyl, ¿qué estás tratando de decir?

– Sé quien era el mirón. -Ella recogió un lápiz que estaba en la mitad del escritorio, tomó la lista, y rodeó con un círculo un nombre. Luego giró la hoja de papel hacia él para que viera el nombre que había marcado.

– ¿Estás segura?

– Segurísima.

Él frunció el ceño.

– ¿Cómo lo sabes?

– Yo fui la acechada.

Denver se quedó boquiabierto.

– Cierto. -Ella asintió con firmeza-. Soy a la que él espió.

– Primera vez en la vida que oigo de esto.

– Me lo imagino. Pero como usted dijo, siendo novato, no se habría enterado.

– Hijo de perra. -Denver golpeó con la mano la parte superior de su escritorio.

– Eso es más o menos lo que mi padre dijo en ese momento.

***

– ¿Es esta la cara, Lucy? ¿Es este el hombre que te atacó? -Kendra Smith levantó el boceto que había hecho a partir de la descripción que Lucy le había dado. Le había tomado más de dos horas, y aunque sabía que su sujeto se cansaba rápidamente, necesitaba tener todos los detalles precisos antes de dejar el cuarto en el hospital. La clave está en los detalles, como su madre solía decir. En lo que respecta a la creación de un retrato robot, los detalles eran cruciales. Un dibujo exacto podría hacer la diferencia entre agarrar a un asesino y acusar a un hombre inocente. Kendra se tomaba su responsabilidad muy en serio. Una vez que firmaba con su nombre la imagen que había dibujado, no habría errores.

– Es él, sí. Es él. -La voz de Lucy era casi inexistente después de un par de horas hablando. Su garganta estaba todavía magullada, pero había insistido en completar el boceto lo antes posible.

Cass llamó a la puerta parcialmente cerrada.

– ¿Podemos entrar?

– Llegan justo a tiempo. -Kendra miró más allá de Cass para hablar directamente a Rick-. Acabamos de terminar.

– Cass, ella es Kendra Smith, -Rick presentó a la dibujante-. Kendra, Cass es detective aquí en Bowers Inlet…

Él hizo una pausa cuando Cass abrazó a Lucy.

– Y también es prima de Lucy, -añadió.

– Bien, Lucy es un soldado. Ella hizo un trabajo increíble. A pesar de que me dijo que había poca luz en la habitación donde fue atacada, mantuvo sus ojos abiertos. -Kendra levantó el boceto que había terminado-. Agente Cisco, creo que este es su hombre.

Pelo oscuro aclarándose en las sienes y con leves entradas. Cuello grueso. Ojos profundos y bien separados. La línea cincelada de la mandíbula, las orejas pegadas a la cabeza. Líneas alrededor de la boca y los ojos.

– Lucy, ¿has visto a este hombre antes? ¿Antes de la noche que te atacó? -Cass preguntó mientras se acercaba al boceto.

– Creo que sí. Creo que fue en el videoclub el fin de semana pasado cuando fui por una película. ¿Fue el sábado por la noche? -Lucy apretó sus ojos firmemente-. Dios, parece que fue hace tanto tiempo.

Cass acarició el brazo de Lucy.

– Hiciste un magnífico trabajo, Luce. Estoy muy orgullosa de ti.

Ella tomó el boceto de las manos de Rick, y se quedó en silencio. Volviéndose hacia él, bajó su voz y dijo:

– Estaba en el restaurante ayer por la noche. Él estaba con tres…

Ella respiró hondo, y luego asintió lentamente.

– Él estaba con otros tres hombres. ¿Cuáles son las posibilidades de que los cuatro que hemos estado buscando estén justo bajo nuestras narices?

Rick dio una segunda mirada al boceto.

– Mierda, tienes razón. Estaba allí. -Se frotó la barbilla-. No fue una coincidencia que estuviera en la Posada. Debe haber estado vigilándote, Cass.

– Llevémoselo al Jefe. Apuesto mi vida que reconocerá esta cara. -Se inclinó y besó a Lucy firmemente en la mejilla-. Lo lograste, Lulu. Vamos a atraparlo, y tú fuiste quien nos mostró el camino.

– Si lo haces, habrá valido la pena, -susurró Lucy.

– No si. Él es nuestro ahora. -Cass giró hacia Kendra-. Muchas gracias. Es un trabajo excelente.

– Lucy hizo lo más difícil, -dijo modestamente Kendra-. Yo sólo soy la intérprete.

– Como sea que lo llames, tienes un don. Gracias. -Cass se dirigió hacia la puerta.

– Gracias, Kendra. Te haré saber cuando lo tengamos. -Rick siguió a Cass al pasillo y pasó por el lado del oficial que estaba de guardia.

– Te echo una carrera al ascensor, -dijo Cass, pero cuando se acercaron al pequeño vestíbulo entre los coches de los ascensores, notaron que ambos tenían las flechas hacia arriba.

– Olvídalo. Vamos por la escalera. -Rick la agarró por el brazo y la dirigió hacia el hueco de la escala.

Bajaron corriendo varios tramos, cruzaron por las dobles puertas que llevaban al vestíbulo, y salieron por la puerta lateral que daba al estacionamiento. Un tramo más hacia el coche de Rick, luego salieron en Boulevard Claymore, que conducía directamente a Bowers Inlet. Cinco minutos más y se encontraban en la estación de policía.

Cass apenas llamó a la puerta de Denver.

– Tenemos una cara, -dijo jadeando mientras levantaba el boceto.

– Y yo tengo el nombre, -Denver les dijo.

– ¿Sabemos donde está? -Preguntó Rick.

– Sabemos donde ha estado. Arrendó una casa en Darien Road. Ya he pedido una orden judicial. El Juez Newburg la está firmando que en estos momentos. Debe llegar aproximadamente a la misma hora que nosotros. Vamos a empezar por ahí.

– Jefe, quiero volver al trabajo. -Dijo Cass con las manos en sus caderas, sus argumentos ya en la punta de la lengua. Es evidente que estaba lista para luchar si tenía que hacerlo.

– Con condiciones. Uno, no entras hasta que sepamos con seguridad si está allí…

– ¿Cuántos oficiales tenemos? -Rick preguntó antes de que Cass pudiera responder-. Aparte de nosotros tres.

– Tengo tres más que se reunirán con nosotros en la escena y ya he solicitado apoyo de Tilden.

– Pero somos los principales, ¿cierto? -Cass se detuvo en la puerta.

– Dije que podrías venir con condiciones, -le recordó Denver-. Sé que la tentación de coger a este tipo va a ser abrumadora para ti. Pero deja que alguien más lo aprese, ¿me oyes? Es en beneficio de todos si no pones tus manos sobre él. Si no puedes aceptarlo, te quedas fuera hasta que haya acabado. ¿Nos entendemos?

– Claro. Entiendo. -Ella cabeceó, su boca una línea recta, severa-. Lo desea limpio.

– Será limpio. Lo que quiero es evitar cualquier tipo de complicaciones en el futuro. Quiero que sea hecho profesionalmente -no que tú no seas profesional, Cass-, pero para ti, esto es muy personal. Fuiste una de sus primeras víctimas. No quiero tus huellas digitales sobre él cuando lo aprehendamos. Y quiero que viva para que responda por cada última víctima.

Ella asintió. No le gustaba, pero lo entendía. Otra persona tendría que arrestarlo. Lo que estaba bien, aunque no era la forma en que quiso que terminara.

Lo que quería era atraparlo, sola. Lo que quería era mirar a los ojos del hombre que había asesinado a su familia, apuntar una pistola a su corazón, y disparar.

26

La cabaña al lado de la bahía que Jonathan Wainwright había alquilado para la temporada -con intención de compra, según la esposa de su hermano- estaba abierta, como si el ocupante acabara de salir al pequeño patio del área del comedor. Las habitaciones estaban inmaculadas. Nada desordenado en los mostradores de la cocina. Ningún plato había sido dejado en el fregadero. Los muebles de la sala de estar estaban tan lisos como si nunca se hubieran sentado. Los cuartos de baño parecían haber sido fregados con cloro.

Las camas en las dos habitaciones de arriba estaban hechas con la habilidad de un experto. La ropa en el armario estaba perfectamente alineada, al igual que los calcetines y ropa interior en el vestidor.

En el refrigerador, encontraron una naranja, una botella de agua Seltzer, una libra sin abrir de mantequilla. Una docena de huevos en su caja. Un envase de queso crema y un frasco de salsa al lado de un pack de seis Coca Colas en el estante superior.

No había nada que sugiera la identidad de la persona que vivía allí.

– En realidad no esperaba que estuviera aquí, ¿verdad? -Cass preguntó en voz baja.

– No. Habría sido bonito sólo entrar y atraparlo rápidamente. Pero eso rara vez sucede. Incluso en la televisión. -El Jefe Denver cruzó la sala de estar, y entró en la cocina, con sus manos en sus bolsillos-. Sospecho que está deshaciéndose de su última conquista. Ojala supiera dónde.

Un oficial uniformado metió la cabeza por la puerta.

– Jefe, la técnica de la escena del crimen está aquí.

– Hágala entrar.

– Antes de empezar, sólo dígame cuán lejos puedo ir, -preguntó Tasha Welsh cuando entró en la habitación, cargada con la pesada bolsa negra que la acompañaba a todas partes-. ¿Cómo de amplia es su orden judicial?

– Lo bastante amplia. -Denver asintió solemnemente-. ¿Qué tiene en mente?

– Estoy pensando en coger el lavamanos, por lo pronto, dado que el lugar está tan limpio. Buscaremos fibras, y empaquetaremos la almohada de cama, con la esperanza de encontrar algunas muestras de pelo, pero si tenemos que ir por células de piel para el ADN, el lavamanos siempre es un buen lugar para comenzar. -Su mano enguantada levantó una máquina de afeitar desechables-. Es probable que, soltara algunas al afeitarse.

Ella metió la máquina en la bolsa.

– Haga lo que tenga que hacer para conseguir todo lo que pueda, -le dijo Denver.

– Empaquetaré sus zapatos. Tal vez consigamos un rastro de tierra de la planta y, quizás, podamos vincularlo a uno de los lugares donde los cuerpos fueron encontrados. -Comenzó a alejarse de la sala, luego se volvió y dijo-: Usted nunca encontró las escenas de los crímenes reales, ¿cierto? ¿No sabemos dónde ha estado llevando a estas mujeres para matarlas?

Denver sacudió la cabeza.

– No. No tenemos ni una pista.

– Es un lugar que significa algo para él, -Cass dijo en voz alta-. Un lugar donde se siente seguro…

– Bueno, se crió por aquí. Quizá debemos comenzar con la casa donde creció, -sugirió Rick-. O aquel garaje donde las pruebas fueron almacenadas.

– No es una mala idea, -dijo el Jefe-. Haré que alguien vaya allá a hablar con los propietarios actuales.

– ¿Decepcionada? -Preguntó Rick a Cass después de que Denver hubo abandonado la sala.

– No esperaba que estuviera aquí. Todavía tiene una víctima, en algún lugar. Al menos estoy suponiendo que lo hace. El cuerpo no ha sido encontrado, y Dios lo sabe, todo el mundo la ha estado buscando. -Se interrumpió-. Su nombre es Lilly Carson, ¿te enteraste? Ella vive con su madre viuda, tiene veintiocho años, es madre soltera de un hijo de seis años, y acaba de recibir su título en educación el mes pasado. Se mantiene a sí misma y a su hijo, se pagó la universidad trabajando como barman en Jelly's en Tilden. Ahí es donde fue vista por última vez. Dejó Jelly's después de que su turno había terminado, a las dos cuarenta de la mañana.

Cass se dirigió a la ventana y miró fijamente hacia afuera.

– ¿Dónde la tiene?, -murmuró-. ¿Dónde se siente él seguro?

– Denver dice que tiene un hermano y cuñada en la ciudad. Nos dieron una descripción del vehículo que ha estado conduciendo, quizás ellos nos puedan dar una idea de adonde podría ir. Un lugar que es importante para él. O uno de sus amigos podría saber adonde iría.

– Empecemos, entonces. ¿Te ocupas del hermano, y yo comienzo con los amigos? -Cass preguntó.

– No. Sólo porque pensamos que está ocupado con otra persona no es razón suficiente para dejarte expuesta. Iremos juntos. Y seguiremos juntos hasta que lo encontramos.

Ella asintió sin ganas y se marchó para decirle al jefe adonde iban.

***

Jonathan Wainwright estaba sentado en el mirador de aves, con la espalda contra la pared, literal y figurativamente. En el piso cerca de sus pies, Lilly Carson yacía, atada y amordazada y todavía inconsciente. Su mente no se decidía entre matarla justo en ese momento, o esperar. Su hermano había llamado a su teléfono celular, queriendo saber que mierda estaba sucediendo, la policía había estado allí, haciendo un montón de preguntas.

– No has hecho nada estúpido, ¿cierto, Jonny? -Su hermano mayor, Steve, había preguntado, con un deje de burla en su voz-. No estás haciendo todavía… tú sabes, las cosas que acostumbrabas hacer que te metían en problemas, ¿verdad?

– Si estás preguntando si he examinado la ventana del dormitorio de alguien últimamente, la respuesta es no, -Jon había contestado con calma, luego cortó la llamada.

Pero estaba lejos de la calma. De alguna manera, ellos habían reunido algo. La única que no murió, es quién debe haber sido. Ella debe habérselos dicho.

Jenny.

¿U otra aspirante a Jenny?

Se frotó los ojos. Ya no lo sabía. A veces pensaba que sí. A veces se sentía tan seguro…

La mujer en el suelo del mirador gimió suavemente.

¿Qué hacer contigo? ¿Qué hacer…?

Matarla sería tan mundano como atarse los zapatos en ese momento. La emoción definitivamente se había ido. No tenía ninguna atracción para él ahora. El momento había pasado.

Pero viva… tal vez podría servir para un propósito.

Se levantó y la miró hacia abajo. Lilly con su largo cabello oscuro extendido a su alrededor y cayendo por su frente como una ola de seda.

Qué lastima, se dijo a sí mismo. Qué desperdicio.

Se inclinó sobre el lado del mirador y miró alrededor. El santuario era exactamente eso en ese momento. Su santuario. Una ligera brisa soplaba a través de los árboles y hierbas del pantano, y unos pájaros gritaban de vez en cuando. Por lo demás era tranquilo. Pacífico.

Apoyó los brazos en la baranda y comenzó a pensar. Haz un plan, hijo, su padre habría dicho, por el amor de Dios.

Él asintió en silencio en respuesta. Bueno, papá, tengo un plan para ti. Sólo le pediría a Dios que siguieras por aquí para verlo terminar. ¿Crees que te avergoncé cuando era niño? No has visto nada, viejo.

Resuelto, levantó a la mujer y abrió la puerta del mirador. Con cuidado, bajó los escalones, comenzó a cruzar el pantano hacia el pequeño bote de remos que había amarrado a la orilla de la bahía. Dejó caer a Lilly bruscamente en el fondo del barco, y ella gimió cuando su cabeza se golpeó en el asiento. Ignorando su dolor, se abrió paso a través de los bajíos. Cuando el agua estuvo por encima de sus rodillas, se deslizó sobre el lado del barco y recogió los remos.

Miró hacia adelante mientras remaba, echando un vistazo hacia abajo una vez para ver a Lilly observándolo con los ojos aterrados.

– Oh, no me mires así. No te lanzaré por la borda. No, no. Eres demasiada valiosa viva. Mucho más.

Él remó silenciosamente y se mantuvo lo más cerca de la costa como pudo. Cuando llegó a su destino, saltó del barco y lo arrastró a través de los juncos. Levantó a una asustada Lilly y se la echó por encima de su hombro, abriéndose paso por las densas y crecidas totoras hasta la casa asentada al borde del pantano… la casa donde todo había comenzado, veintiséis largos años atrás.

27

– ¿Me puedes dar cinco minutos? -Cass preguntó a Rick cuando él redujo la velocidad delante de su casa.

– Puedo darte todo el tiempo que necesites, -le dijo-, pero entro contigo.

Apagó el motor y salieron de su coche. Ella saludó a un vecino en la calle, y se apartó cuando un feliz niño condujo su coche en miniatura hacia ella en la acera. La madre del niño sonrió disculpándose mientras seguía el ritmo de su hijo.

Cass apartó la cinta de la escena del crimen que aún cubría su porche delantero, y abrió la puerta con su llave. Dio un paso dentro tentativamente.

– Parece que ha pasado mucho desde que he estado aquí, -dijo a Rick cuando él la siguió al pasillo delantero.

– Bueno, ha sido una semana muy intensa.

– No ha sido una semana, -le recordó-. Difícil de creer, ¿no?

– Parece que he estado aquí más que eso. Siento como si te conociera desde hace más de una semana.

Ella se detuvo en las escaleras, un pie en el peldaño inferior, y estudió su rostro. Él la observaba mientras lo miraba.

– Sé lo que quieres decir. Siento lo mismo, -le dijo Cass.

– Bien. Eso es bueno. -Él sonrió.

– Vuelvo pronto. -Ella rompió el contacto visual y subió corriendo a su habitación.

Ella cogió su último par de jeans limpios y una camiseta de su cómoda -realmente necesita lavar algo de ropa- y los metió en un pequeño bolso, junto con sus zapatillas deportivas, antes de ir a su armario. Del estante superior, tomó una pequeña pistola ya en una funda de tobillo y se la ató. Alrededor de su cintura llevaba un cinturón con un gancho que contenía su revólver. Extendió la mano hasta el estante de nuevo y hurgó buscando la veintidós que había, en ocasiones, ocultado en la parte baja de su espalda. La encontró, la deslizó en el lugar y tiró su camiseta sobre su cinturón.

– Parece que sabes lo que haces, -dijo Rick desde la puerta-. ¿De verdad piensas que vas a necesitar todo eso?

– De un modo u otro, lo atrapamos hoy. -Encontró sus ojos en el espejo que colgaba en la puerta del armario-. No estoy segura de cómo, pero esto termina hoy.

– Estoy de acuerdo.

– Qué dices si pasamos a ver al Sr. Calhoun y vemos lo que tiene que decir. Tal vez tenga alguna idea de donde su buen amigo, el señor Wainwright, podría pasar un día tranquilo.

– Bueno, ninguno de sus otros amigos tenía mucho que decir, -Rick le recordó-. Dudo que vaya a ser de mucha ayuda, pero intentémoslo.

– ¿Piensas que Wainwright sabe que nosotros estamos al tanto de que es él? -Preguntó mientras giraba hacia él-. ¿Crees que se ha dado cuenta?

– Si trató de volver a casa, se dio cuenta. Y hay una jodida buena posibilidad de que su hermano le haya avisado. Sin duda parecía tener una postura cuando se trató de su hermanito.

– Lo sentí, también. Como si no estuviera para nada sorprendido de que la policía quisiera hablar con él. Casi como si lo estuviera esperando.

– ¿Piensas que su hermano sabe lo qué ha estado haciendo?

– No. Si lo hubiera sabido, lo habría entregado hace mucho. Steve parece ser del tipo que llevaría su rivalidad de hermanos hasta la madurez. Creo que si supiera algo de Jonathan, había sido más que feliz alertándolos sobre él. -Ella reflexionó, por un momento-. Me siento bastante segura de que no tiene ni una pista sobre lo que su hermano ha estado haciendo todos estos años.

– Aún así, creo que deberíamos volver donde Steve y ver si ha pensado en algo más desde que hablamos con él. Veamos, fue hace cuatro horas, y…

– Oh, mierda. -Cass dio un rápido vistazo a su reloj-. Son casi las siete. Le dije a Khaliyah que me encontraría con ella a las seis. Vamos, Rick. Estoy muy retrasada.

Cass empujó a Rick a un lado y corrió por las escaleras. Buscó en su bolso su teléfono móvil y pulsó la tecla de marcación rápida.

– Diablos. No hay cobertura. Tendremos que parar en el campo de juegos.

– ¿El campo de juegos?, -la siguió afuera-. ¿Ahora?

– Es una larga historia. Te la contaré en el coche.

Khaliyah practicaba unos tiros cuando Rick frenó en el estacionamiento junto a la cancha de baloncesto.

– Ahora vuelvo.

Cass trotó hasta la cancha y alcanzó la pelota que Khaliyah lanzó en su dirección. Ella la agarró con facilidad, pero no hizo un solo tiro. En lugar de ello, pasó la pelota a Khaliyah.

– Lo lamento mucho, pero tenemos que posponer nuestro juego de esta noche. Sé que dije que nunca te dejaría botada, pero…

– No estás dejándome botada. -Khaliyah rebotó la pelota un par de veces antes de la recogerla y sostenerla contra su pecho-. Estás aquí, ¿no?

– Sí, pero no puedo quedarme.

– Está bien. Entiendo. Eres policía, Cassie. -Ella comenzó a rebotar la pelota de nuevo.

– ¿Dónde está Jameer? Pensé que iba a traerte.

– Está aquí. Acaba de ir al puesto a comprarnos un poco de agua. Volverá pronto.

– No te separes de él, ¿sí? Asegúrate de que te lleva a casa.

– Claro. -Khaliyah giró y dribló hacia la cesta. Hizo un tiro, perdió, consiguió el rebote.

Cass la miró, con las manos en sus caderas.

– Eres buena, chica. Pero necesitas practicar si piensas que me vas a ganar la próxima semana.

Khaliyah se rió.

– Cualquier semana. Puedo -y te he- ganado. Te ganaré otra vez.

Cass fue hacia la muchacha y le dio un abrazo de hermana.

– Ten cuidado. No me gusta pensar que estás fuera, mientras este hombre todavía está suelto. Él es muy peligroso. Muy malo.

– No te preocupes por mí. Estaré bien. Tú eres quien tiene que tener cuidado. -Un destello de preocupación cruzó la cara de la chica-. Por favor, no dejes que te lastime.

– Haré todo lo posible para evitarlo.

– Bueno, vuelve a trabajar ahora y captura a este tipo, así tendrás mucho tiempo para descansar la próxima semana.

Cass sonrió abiertamente y saludó a Jameer, que apareció en el extremo opuesto de la cancha.

– Llámame si me necesitas. Tendré mi teléfono conmigo. Tienes el número, ¿verdad? -Cass llamó a Khaliyah mientras se dirigía hacia el estacionamiento.

– Lo programaste en mi teléfono -llamó a Cass y señaló el bolso de gimnasio que estaba en el suelo cerca del final del banquillo, el teléfono celular que Cass había dado yacía encima.

– No dudes en usarlo.

– No lo haré. -Khaliyah dijo adiós con la mano a Cass, entonces desafió a Jameer a un uno-a-uno lanzando la pelota en su dirección.

– ¿Esa es tu amiga? -Rick la estaba esperando al final del camino.

– Sí. Es una chica fabulosa.

– Es una belleza. Parece una buena jugadora, también.

– Las dos cosas son ciertas. Tenemos grandes esperanzas para ella. Estamos buscando una beca para una escuela de División uno. Ella conseguirá una plaza. -Cass se detuvo para mirar hacia atrás una vez, luego tocó el brazo de Rick-. Ahora, veamos si Steve Wainwright ha dado con algo nuevo desde la última vez que hablamos con él. Después, pasemos donde Billy Calhoun.

***

Jonathan observó desde las gradas como Cass y Rick volvían al estacionamiento. Sentía el estómago revuelto, sólo de mirarla. En ese momento, ansiaba sentir la piel de su cuello bajo sus manos. Ansiaba verla morir por todo el dolor, toda la frustración que le había causado.

Ansiaba terminar el trabajo que había dejado inconcluso años atrás.

Sudaba, su sistema nervioso estaba sobrecargado.

Concentró su atención en la chica en la cancha de baloncesto. Obviamente, era alguien importante para Cass.

Sus ojos la siguieron mientras ella giraba alrededor del muchacho que trataba de bloquear sus tiros. Hermosa, fuerte, y joven. Demasiado joven, se recordó. No mucho más que una niña, de verdad. No pensaría en hacerle a ella lo que quiso hacerle a Cass. La simple idea le disgustó.

Después de todo, él tenía sus normas.

La acción se trasladó a la canasta en el extremo más alejado de la cancha, donde varios otros jóvenes se habían reunido, muchachos y muchachas. El juego se interrumpió, los jugadores se pararon para charlar con los recién llegados. Observó el bolso de gimnasio en el suelo cerca del banco, ni a veinte y cinco pies de distancia de él ahora.

Lo programaste en mi teléfono, la chica había dicho cuando Cass le había preguntado si tenía su número de celular.

Despreocupadamente, saltó de las gradas y caminó, con sus manos en sus bolsillos. Cuando llegó al banco, se inclinó, como si se estuviera atando un zapato, y tomó el teléfono, que escondió en el bolsillo. Una mirada hacia el grupo le aseguró que nadie le había prestado atención. Se enderezó, y siguió su camino.

Se bajó su gorra de béisbol sobre su frente, empujó sus gafas oscuras, y con las manos en sus bolsillos, anduvo sin prisa por el patio y hacia el parque que conducía hacia la bahía. Desde allí, caminaría sobre las dunas y encontraría un buen lugar tranquilo en el que sentarse y reflexionar en como encajar mejor ese pequeño bono inesperado en su plan.

28

– ¿Qué estamos buscando? -Cass preguntó al Jefe, que le había llamado de regreso a la casa alquilada Wainwright.

– Estamos buscando cualquier lugar donde podría haber escondido sus recuerdos.

– ¿Sabemos con seguridad que los guardó?

– Sabemos que ninguna de las billeteras de nuestras víctimas han sido encontradas. Hablé con la perfilista, la doctora McCall, a finales de esta tarde. Ella está bastante segura de que los guardaría todos en un solo lugar, y los mantendría cerca de él. Encontramos el coche que ha estado conduciendo, y tenemos a algunos técnicos revisándolo, pero nada hasta el momento. La casa es nuestra segunda opción.

– Si está aquí, lo encontraremos.

– Llámame cuando lo hagas. Voy donde Lilly Carson. Tengo que asegurarle a su madre que estamos haciendo todo lo posible para encontrar a su hija. Entonces nos preparamos para una conferencia de prensa justo a tiempo para el noticiario de las once. Liberaré el nombre, el retrato, todo que tenemos sobre él. Quiero que sepa con seguridad que respiramos bajo su cuello. Quiero a ese bastardo.

Ella frunció el ceño.

– ¿Cree que es probable que haya dejado la ciudad?

– Es posible, pero de alguna manera, pienso que no lo ha hecho. Encontramos su coche hace veinte minutos, no hay servicio de tren por la ciudad, y el autobús sólo sale tres veces por día.

– Él podría haber robado fácilmente un coche, o incluso un bote.

– Sí, podría. No hay informes de eso aún, pero por otra parte, podría hacerse con un coche en cualquier calle. La mayoría de los veraneantes aparcan su vehículo cuando llegan aquí, y luego caminan a la playa o al pueblo. Pueden tardar un tiempo en darse cuenta si su automóvil no se encuentra en donde lo dejó. En cuanto a las embarcaciones, siempre tenemos una o dos desaparecidas. Tenemos dos ahora, de hecho. Tengo a un oficial investigando eso.

– Jefe, -uno de los uniformados llamó desde la puerta-. Creo que tenemos algo.

Cass siguió al jefe Denver a la casa y hasta las escaleras al segundo piso. Una parte de la pared detrás de la cama había sido levantada, y un baúl grande había sido arrastrado en medio del piso.

– Ábralo, -dio instrucciones Denver.

– ¿Quiere que le dispare para abrirlo? -un oficial de Tilden preguntó.

– No, no quiero que le dispare, podría destruir las pruebas. Pruebe otra cosa.

– Tengo una llave de cruz en el maletero de mi coche, -alguien ofreció-. Tal vez podemos romperlo.

– Pruébelo, y si no se abre, llévelo al departamento y vea qué herramientas tenemos que consiga abrir esa cerradura. -El Jefe Denver miró su reloj-. Tengo que ir a ver a los Carsons. Estoy atrasado.

Cass salió de la habitación y se apretó contra la pared mientras el jefe pasaba por delante de ella camino a las escaleras.

– Aunque no sea más que eso, quizás podríamos darle a alguien un cierre, -dijo a Rick, que estaba frente a ella en el estrecho descanso del segundo piso-. Piensa en lo que quizás haya ahí adentro. Para los padres, o maridos, o hermanos de mujeres que desaparecieron en los últimos años, tal vez seremos finalmente capaces de por lo menos dejarles saber que pueden dejar de preguntarse.

– No nos hagamos ilusiones. Por todo lo que sabemos, el baúl tiene sus viejas tarjetas de béisbol y una cuantas revistas locas.

Su teléfono celular sonó y ella miró el número entrante.

– Khaliyah, hola, -dijo-. ¿Qué? No puedo oírte. La recepción es mala aquí. Espera… déjame bajar…

Se echó a correr por las escaleras.

– ¿Está mejor? -Ella hizo una pausa, pero todavía no podía entender lo que le decía-. Deja que salga…

Pasó por la puerta delantera y sobre el césped, donde delgados parches de césped obstinadamente crecían en la arena.

– Mucho mejor, -la voz en el teléfono le dijo. No era Khaliyah-. Ahora, sal un poco más. Allí, está bien. Quiero verte.

– ¿Quién es?

– Oh, detective Burke, creo que puede figurárselo.

– ¿Dónde está?

– Más cerca de lo que piensas. Ahora, escucha cuidadosamente. Tengo a Lilly Carson. Ella está viva, pero si permanece así, bien, pues, va a depender de ti.

– ¿Qué quiere que haga?

– Quiero que des la vuelta y camines hasta el final del camino de entrada… en este momento. No mires a nadie, no le hagas ninguna seña a nadie. Te estoy viendo. Un mal movimiento, y me voy de aquí. Y Lilly Carson morirá.

Ella hizo como le dijo.

– Eso, buena chica. Ahora camina por la calle a tu derecha, todo el camino hasta el final. Bueno, bueno. ¿Ves el sedán rojo en el lado opuesto? Saluda al conductor, Cass.

Ella lo hizo. Él le respondió el saludo.

– Ahora, quiero que cruces la calle. Permanece en las sombras, no queremos que nadie nos vea. Ahora camina directamente al lado del pasajero.

Él se inclinó y abrió la puerta.

– En primer lugar, saca el arma de tu cinturón y déjala caer ahí mismo en el suelo, -exigió-. Después puedes sacar la pequeña que tienes atada al tobillo.

– ¿Cómo sabe si tengo…? -comenzó, y él se rió.

– Porque todos ustedes policías polluelos creen que es cool atarse una pistola pequeña a su pierna.

Él rió entre dientes mientras ella se subía el jeans hasta la rodilla y exponía su arma.

– Eres tan previsible. -Sacudió la cabeza-. Sácala y suéltala.

– Alguien la encontrará.

– Bueno, esperemos que no sea algún niño pequeño, ¿verdad? -Él gesticuló para que ella entrara en el coche-. Por supuesto, si ese pequeño resulta ser uno de mis sobrinos, que tal vez no sería tan malo.

Ella se sentó en el asiento del pasajero.

– Cierra la puerta.

Ella lo hizo.

– Ahora, te recordaré que la vida de una joven mujer está en juego aquí, así que no trates de agarrar el volante o gritar por la ventana ni hacer algo estúpido… lo que me recuerda, coloca el teléfono celular justo ahí en uno de los porta vasos, donde pueda verlo.

Ella metió el teléfono en el porta vasos más cercano y él de inmediato lo tomó y lo lanzó por la ventana.

– ¿Alguna otra arma que necesite saber?

– No. Sólo dos.

– Eso es lo que me imaginé. Nunca he conocido una mujer que llevara más de dos. -Él sonrió con autocomplacencia.

La veintidós la sentía como si hubiera empezado a resplandecer en la parte baja de su espalda. Estaba tan consciente de ella, que por un momento pensó que seguramente él podía verla.

– ¿Dónde está Lilly? -Preguntó, su corazón latiendo con fuerza con expectación. Sentía la adrenalina al máximo, al estar cerca de él, el hombre que había destruido su vida.

– Lilly nos está esperando.

– ¿Dónde vamos?

– Quiero que sea una sorpresa.

Él condujo a lo largo de la bahía durante varios minutos antes de parar al lado de la carretera.

– Sal, -le dijo, y ella lo hizo.

– Ahora vamos a dar un pequeño paseo, detective Burke. -Tomó su brazo y la llevó hacia el pantano-. Una vez más, te recuerdo que la vida de una joven mujer está en juego, así que no pienses en tratar de dominarme con algún cursi movimiento de artes marciales. Sabes artes marciales, ¿cierto, Cass?

Ella asintió.

– Me imaginé que lo harías. Confía en mí cuando te digo, no podrías ser mejor que yo.

Algo duro y redondo se enterró en el centro de su espalda.

– Solo un pequeño seguro, -dijo-, en caso de que decidas que tu vida es más importante que la de la pobre Lilly. Aunque dudo que lo hagas. Tú eres del tipo que le gustaría ser un héroe, ¿no, Cassandra? Idealista en extremo, ¿verdad?

El terreno era cada vez más suave, más húmedo, mientras continuaban por el pantano. Pronto Cass pudo sentir el lodo bajo la hierba chupando sus zapatos a cada paso que daba. Estaban casi en la bahía ahora… podía olerlo, salado y picante. ¿Dónde diablos la llevaba?

Él la empujó hacia adelante ligeramente y sus pies se deslizaron en el agua. Caminaron por la orilla de la cala por otro minuto antes de que ella viera el contorno de una barca atada al mamparo de un muelle hace mucho tiempo olvidado.

– A bordo -La empujó-. Aquí. Siéntate aquí mismo… no, gira. Te quiero orientada al otro lado.

Una vez más, hizo como le dijo, rezando por que sus manos no rozaran la parte inferior de su espalda. Sentada como estaba, él estaba a un pie de la pistola escondida allí. Con su espalda hacia él, se sentía segura de que podía ver el pequeño bulto de la pistola.

Gracias a Dios que estaba tan oscuro, pensó. Tal vez no la vería para nada.

– No creas que no sé lo que estás pensando, -dijo en su oído.

– ¿Qué estoy pensando? -Preguntó con calma.

– Estás pensando tal vez que puedas saltar por la borda y nadar en busca de ayuda.

– En realidad, me preguntaba qué rincón del infierno el diablo está guardando para ti.

Él rió entre dientes.

– Todos, querida. Todos.

Él remó, su ansiedad aumentando a medida que pasaban los minutos. ¿Nadie se había dado cuenta que ella faltaba todavía? Sin duda Rick sí. De seguro la estaba buscando en ese momento.

Los remos salpicaban tenuemente mientras la barca avanzaba por la orilla del pantano. Hubo un tiempo en que ella había conocido hasta el último rincón del pantano, cada pequeña poza dejada por la marea y cala. Sin embargo, habían pasado años desde que había tenido tiempo para explorar alrededor de la bahía, y estaba ahora totalmente desorientada. Cuando él se dirigió hacia la orilla y saltó para tirar la barca para descender, no tenía la menor idea de dónde estaban.

– Fuera, -le dijo.

Ella salió de la barca avanzó por la arena suave hasta tierra firme, donde los pastos crecían ocho pies de alto y espesos como un seto. La condujo a un lugar donde los juncos habían sido algo aplastados formando un camino.

– Camina. -Le dio un codazo para que avanzara, la pistola en su mano una vez más.

– ¿Dónde estamos?, -preguntó-. ¿Adónde me llevas?

– Vaya, Cassandra Burke, me sorprende que no lo hayas adivinado, -respondió, con un toque de alegría en su voz-. Te llevo de regreso a casa.

29

– ¿Cómo podría haber desaparecido así? -Rick se pasó una mano preocupado por el pelo-. Ella ha desaparecido.

– Eso es ridículo. ¿Estás seguro de que no está en la casa? -El Jefe Denver demandó-. ¿Pensaste en revisar el patio trasero?

– Hemos estado en todas las habitaciones de la casa, Jefe. Se lo estoy diciendo, no está aquí, y nadie la vio salir de la casa. Ella recibió una llamada de Khaliyah…

– ¿Khaliyah Graves?

– No sé el apellido de la chica, la chica con la que juega baloncesto.

– ¿Qué quería ella?

– No lo sé. Cass dijo que la recepción era mala, y que se iba a tomar la llamada fuera. Esa fue la última vez que la vi.

– Khaliyah vive en Westbrook, pero no sé el número de su casa. Espere, Rick, déjeme ver si es puedo ponerme en contacto con el departamento, y conseguir el número de la chica.

Rick se paseó por la acera fuera de la casa de Jon Wainwright, con el teléfono cerca de su oído. ¿Cómo era posible que Cass se hubiera esfumado aparentemente en el aire?

Gotas de sudor estallaron en su frente. Sabía que ella simplemente no había desaparecido. Sabía, también, que no se iría de la escena, sin al menos decirle lo que estaba haciendo. Sacudió la cabeza. Ella haría algo más que decírselo. Lo llevaría con ella.

Ella tendría que hacerlo. No tenía automóvil.

– Nos comunicamos con la muchacha. Dice que no llamó a Cass. Dice que no puede encontrar su teléfono, y piensa que alguien lo tomó de su bolso de gimnasia, mientras estaba jugando baloncesto.

– Creo que sabemos quien fue ese alguien, ¿no? -Podría haber una sola explicación, y sólo pensarlo hizo a Rick temblar por dentro.

Wainwright la tenía.

Rick no sabía cómo lo había hecho él, pero estaba cien por ciento seguro de que la tenía.

– Consiga a todos los hombres que todavía están aquí para empezar a recorrer el barrio. Ver si alguien la vio. Veré cuan rápido puedo dejar a los Carsons. Con Lilly todavía desaparecida, no puedo despedirme tan rápido. Mientras tanto, manténgase en contacto, ¿me oye?

– Lo haré.

Rick cerró el teléfono con un chasquido, y luego entró en la casa para convocar a los oficiales en la escena. Les dijo lo que había ocurrido, lo que él y el jefe Denver sospechaban, y lo que el jefe había dado instrucciones de hacer. Hubo una salida en masa por la puerta delantera, cuando los oficiales salieron a las calles en busca de una señal de Cass o alguien que podría haberla visto.

A los pocos minutos, alguien llamó desde el otro lado de la calle.

– Aquí. He encontrado algo.

– ¿Qué encontraste? -Rick corrió hacia él, y miró hacia abajo. Dos pistolas botadas en el piso bajo la neblina de la linterna de un oficial.

Se mantuvo en silencio, mirando el suelo. Por último, el oficial dijo:

– ¿Cómo logró que lo hiciera? Cass nunca renunciaría a sus armas, ni las dejaría en el suelo así.

Rick se arrodilló a inspeccionar las armas. Recogió la funda del tobillo que sabía se había atado sólo horas antes.

Sin embargo, habían sido tres armas, sabía. Si dos quedaron aquí, ella aún tenía un arma. Asumiendo, por supuesto, que Wainwright no la había encontrado y la hubiera atacado con ella. Esperó que no fuera ese el caso.

Rick pulsó un número en su celular, y esperó mientras llamaba.

– Annie, soy Rick Cisco. Tenemos un problema aquí en Bowers Inlet…

Él la puso al tanto, escuchó, a continuación, le dio las gracias. Cortó, e inmediatamente llamó al número del jefe.

– Hemos encontrado dos de sus armas, pero no a ella, -le dijo Rick mientras caminaba hacia su coche-. Annie cree que la llevó a donde todo empezó. Estoy pensando en el refugio de aves. Voy hacia allá ahora.

– Enviaré unos coches para encontrarlo, -Denver dijo antes de que Rick colgara.

La calle era demasiado estrecha para hacer una vuelta en u, por lo que Rick sacó el auto en reversa y condujo de regreso a Avenue Bay, donde tomó a la izquierda. Deseando tener luces y sirenas para que todo el mundo se apartara de su camino, Rick siguió la ruta que recordaba al santuario.

¿Cuál era el plan de Wainwright? ¿Estaban sus manos, justo ahora, alrededor de su cuello, estrangulándola? El corazón de Rick se saltó un latido, imaginando a Cass luchando por su vida.

– Lucha contra el bastardo, -dijo en voz alta-. Lucha contra él con todo lo que tengas. Sólo aguanta…

Rick detuvo el coche a la entrada del santuario, salió, y apartó la puerta a un lado. Cruzó directamente, sus neumáticos levantando arena y pequeñas piedras mientras aceleraba camino abajo hacia el Monumento conmemorativo a Jenny Burke. Después de la segunda vuelta, frenó, sus luces largas apuntando al carril del lado izquierdo del camino. Por último, él lo vio, y frenó. Con su Glock en una mano, una linterna en la otra, cerró la puerta suavemente.

Rick se paró al lado del camino y forzó sus oídos para escuchar. Él escuchó… nada.

Por último, hubo un susurro por encima, seguido por el whooooooooo, whooooooooo de una lechuza. El depredador alado despegó de su percha y desapareció en la noche, dejando a Rick con un temor cada vez mayor.

Encontró el camino que conducía al mirador y lo siguió. Cuando llegó a la estructura, se paró en las sombras y miró, y escuchó. Nada. Ningún movimiento, ningún sonido.

Subió la escalera en silencio, la Glock todavía en su mano derecha, pero cuando llegó a la cima y revisó, se dio cuenta que había sido un error. El mirador estaba vacío. Alumbró todo el interior, pero no había nada.

– ¿Dónde infiernos estás? -Frustrado, golpeó con una mano el suelo del mirador antes de bajar.

***

Cass se puso rígida cuando Jonathan la empujó por los juncos y la casa marrón erosionada apareció a la luz de la luna.

– ¿Lo ves? -Wainwright susurró en su oído-. Justo como te dije. Te traje a casa.

– ¿Ella está aquí? -Cass preguntó, con la boca seca.

– Podrás responderte a ti misma en un momento. -Él la forzó hacia la escalera de concreto del sótano, y ella dudó.

– No seas niña, -le dijo, empujándola para bajar los escalones y cruzar el sótano hacia la escalera que llevaba al primer piso-. No hay nada que temer aquí abajo.

– ¿Dónde está Lilly? -Cass preguntó cuando fue empujada por la puerta y entró en la sala de estar de su infancia. Milagrosamente, todo era tal como había sido veintiséis años antes. El sofá de color verde oscuro se había desteñido, hace mucho tiempo, por el sol que entraba por las ventanas delanteras. Una revista de 1979 botada en el suelo junto a una silla. Después de los asesinatos, los abuelos de Cass había entrado en la casa una sola vez y sólo para sacar las cosas que Cass necesitaba. Ropa, sus juguetes favoritos, documentos importantes. Luego simplemente habían cerrado la casa con llave cuando la policía acabó. Increíblemente, hasta donde Cass sabía, nadie había estado dentro desde entonces. Con excepción de la gruesa capa de polvo que cubría todo, y las telarañas que colgaban de los techos, todo estaba como antes.

– Lilly está arriba.

– Quiero verla.

– Paciencia, Cass.

– Uh-uh. Quiero verla ahora.

– Como desees, entonces, -Gesticuló con la pistola-. Sube. Y no olvides quien tiene el arma.

– Oh, no lo he olvidado.

Subió los peldaños lentamente, la niña dentro de sí gritaba en silencio con cada paso. Sus manos temblaban y sus rodillas amenazaban con simplemente ceder. Le tomó toda su fuerza de voluntad seguir adelante. No podía ser una cobarde. Ella no podía fallarle a Lilly.

No había tenido ninguna oportunidad para salvar a su madre. No había llegado a su hermana a tiempo.

Esta vez, no era una niña. Esta vez, no estaba indefensa.

Esta vez él no ganaría.

Ella estaba en el escalón superior y respiró hondo.

– ¿Dónde?

– Vaya, en la habitación de mamá y papá, por supuesto. Honestamente, Cass, ya deberías conocer el juego.

– ¿Eso es lo que es para ti? ¿Un juego? -Ella comenzó a girar para hacerle frente, pero la pinchó en la espalda.

– Es una forma de decir, -dijo entre dientes en su oído-. Ahora, continua, entra en el cuarto de mamá y mira lo que nos espera.

Entró por la sombría puerta. A la luz de la luna, pudo ver una figura yaciendo en el suelo. Wainwright la aguijoneó con el pie, y la figura gimió.

– Dijiste que la dejarías ir, -le recordó Cass-. Hazlo ahora.

– No, eso no es exactamente lo que dije. Dije que no la mataría. Y no lo haré. Soy un hombre de palabra.

Ella se volvió lentamente y vio la sonrisa afectada en su cara.

– Pero no la dejarás ir, ¿cierto?

– No. No, no voy a dejarla ir. Tarde o temprano, alguien la encontrará. Quizá todavía estará viva. -Él se encogió de hombros-. Quizá no.

– ¿Por qué?

– Oh, por favor. He visto un montón de programas de televisión iguales. Mantén al chico malo hablando hasta que los tipos con sombreros blancos lleguen. ¿Crees que tu novio Federal va a averiguar dónde estás? -Él bufó-. El chico no parece tan listo. Y ambos sabemos que Denver que no es listo. Obviamente. ¿Te contó que nos sentamos en la barra del Gabby's Place hace dos semanas y nos compramos el uno al otro bebidas?

Él se rió.

– Demostré hace veintiséis años que soy más inteligente que el viejo Craig. Todavía soy más listo. Más inteligentes que él, más inteligente que mi viejo. Tengo que jactarme, sin embargo… fue un placer, ver al viejo confundido en esa época, actuando como si tuviera una pista ahí, otra pista allá. No tenía una pista. Ni una jodida pista. -Rió de nuevo-. Deberías haberlo visto cuando recibió aquellas cartas que envié. Todo agitado. Sabía que el asesino era más inteligente de lo que él nunca sería. Bien, se lo demostré, ¿no? El hombre se fue a su tumba hace años, aún sin una sola pista.

– ¿Por qué mi madre?

– ¿Por qué no tu madre? -Él la hizo girar contra la pared con prisa, ahora la pistola en su rostro-. ¿No sabes lo que era?

– No, Jon. ¿Por qué no me lo dices?, -susurró.

– Era Jezabel, salida de la Biblia. -Bajó la voz-. Era la mujer más bella del mundo. Ella era… todo.

– Ella era una mujer casada con hijos.

– Se habría alejado de todos ustedes, para estar conmigo.

– ¿Te lo dijo ella, Jon?

– Cada vez que me miró, lo supe.

– ¿Entonces la mataste? ¿Mataste a la mujer que amabas? Eso no tiene sentido.

– Yo no lo planeé… no se suponía que… -Pareció de repente confuso. Ella usó el momento para blandir la puerta en su cuerpo, con la esperanza de azotar su mano armada en la jamba.

Ella perdió.

– ¡Perra!, -le gritó, y retorció el brazo detrás de su espalda.

Su mano luchó por sacar la pequeña pistola de su espalda. Atrapó la cintura de sus vaqueros y ella maldijo en voz alta mientras él trataba de sujetarla contra la pared. Su pistola se encontraba en su cara, su dedo en el gatillo.

Desde algún lugar afuera, una puerta de coche se cerró de golpe.

Sus ojos miraron hacia el frente de la casa; la breve vacilación fue todo lo que necesitó. Ella liberó su mano de un tirón y apuntó el arma en su pecho. Y disparó. Una vez, y el arma cayó de su mano. Dos veces, se desplomó contra ella. Tres veces, y su cuerpo comenzó a caer.

La puerta se abrió estrepitosamente en el piso de abajo, y ella empujó a Jonathan Wainwright al suelo.

– ¿Cassie?

– ¿Rick? Estoy aquí. Estoy aquí… -Su voz se atoró en su garganta-. Estoy aquí…

Él subió los escalones de dos en dos, reduciendo la marcha sólo cuando llegó a la cima.

– ¿Wainwright…?

Ella señaló al suelo.

– ¿Estás bien? -Fue hacia ella, y la rodeó con sus brazos.

– Lo estoy ahora. -Ella quiso que él la abrazara, la abrazara sin cesar e hiciera que la pesadilla desapareciera. Pero-… Lilly Carson está ahí. Está viva, pero no sé por cuánto tiempo más. No sé lo que le ha hecho.

Se movió más lejos en el dormitorio y él encendió la luz. Lilly yacía a su lado, su cabello oscuro derramado en toda la alfombra. Las rodillas de Cass se aflojaron.

– Lilly. -Rick arrodilló al lado de ella-. Lilly, ¿puede oírme?

Lentamente la mujer abrió sus ojos y parpadeó contra la luz.

– Vamos a pedir ayuda, -le prometió. Tomó su teléfono justo cuando los coches frenaron afuera. Miró a Cass-. Ve a decirles que está aquí. Diles que consigan una ambulancia lo antes posible.

Cass asintió, y forzó a sus piernas a moverse hacia las escaleras.

– Aquí, -gritó con voz temblorosa-. Ella está aquí…

***

Cass se sentó en el escalón inferior y miró la actividad a su alrededor. Una vez más, la casa que había compartido con su familia se ha convertido en la escena de un crimen.

Tasha Welsh llegó, al igual que el médico forense. Ambos se detuvieron a apretar su hombro y felicitarla al subir la escalera. Cass no tenía fuerzas para ir con ellos, no en ese preciso momento. Todavía no confiaba en sus piernas para llevarla a cualquier lugar.

– ¿Cómo supiste? -Cass preguntó a Rick cuando él se sentó a su lado y tomó su mano-. ¿Cómo supiste dónde encontrarme?

– Annie dijo que te llevaría de vuelta a donde todo empezó. En un primer momento, pensé que significaba el santuario, donde conoció a tu madre. Cuando llegué ahí y advertí que no había estado allí esta noche, sólo había otro lugar al que podría haberte llevado. Aquí es donde comenzaron los asesinatos. Sólo siento no haberme dado cuenta antes.

Ella estaba sentada como si aún estuviera en estado de shock.

– No que necesitaras mi ayuda -le dijo a ella-. Lo hiciste muy bien sin mí.

– Nunca he matado a nadie antes, -dijo escuetamente-. Me alegro de que fuera él.

– No te oí decir eso. -El Jefe Denver se acercó a la escalera-. Necesito que me entregues tu arma, Cass.

Ella se la entregó sin comentarios.

– Sabes que el condado investigará, como lo hacen cada vez que un oficial está involucrado en un tiroteo.

Ella asintió.

– Los disparos fueron totalmente justificados, -Rick intervino-. Tenía una pistola apuntándole. Iba a matarla.

– No tengo la menor duda acerca de eso. Nadie cuestiona la justificación, Agente Cisco. Es sólo una formalidad.

Denver se arrodilló delante de Cass y estudió su rostro.

– Cassie, ¿estás segura de que estás bien?

– No puedo creer que haya terminado. Ha terminado. ¿Él está realmente muerto?

– Está realmente muerto, -le aseguró.

– Toda mi vida, estuve obsesionada por lo que pasó aquí. -Ella miró alrededor de la sala de estar con sus muebles que eran a la vez extraños y familiares-. Yo pensaba en regresar a casa ese día, con él estando aquí. Pensé en detenerlo a tiempo.

– Bueno, esta vez lo hiciste. -Denver acarició su rodilla y se levantó. Pasó por delante de ellos para subir al segundo piso.

Ella y Rick se sentaron en silencio durante mucho tiempo. Él contempló la cúspide de la escalera, donde las luces habían sido todas encendidas y las manchas marrones estropeaban la desteñida alfombra.

Sangre antigua, no nueva.

Su sangre, no de Wainwright.

– Cuando dijiste que soñabas con detenerlo, querías decir la primera vez. No esta vez, ahora. Sino entonces.

Ella asintió.

– Quise salvar a mis padres. A mi hermana. -Sus ojos se llenaron de lágrimas, y Rick supo que el dique estaba a punto de reventar.

– Tenías seis años.

– Lo sé. Lo hago. Y no me culpo a mí misma por no salvarlos, Rick, te juro que no. -Tragó con fuerza, su labio inferior tembló-. Sólo desearía haber…

– Vamos, Cass, vayámonos de aquí. -Él se paró y tiró su mano. Quería poner sus brazos alrededor de ella y consolarla, hacer que todo el dolor desapareciera.

– ¿Ir adónde?

– A cualquier sitio, menos aquí.

***

Él aparcó en la calle a la que ella lo había dirigido y apagó el motor. Se quitó sus zapatos y calcetines mientras ella hacía lo mismo, luego juntos salieron descalzos, teniendo cuidado de mantenerse en el estrecho paseo que llevaba hacia las dunas no iluminadas.

En silencio siguieron el sonido del océano cruzando la playa oscura al nivel del agua, a continuación, caminaron una media milla playa arriba, con la marea arremolinándose a sus pies. Cass se detuvo a los pies del embarcadero.

– Podría ser un poco difícil maniobrar en la oscuridad.

– Tengo una linterna en el coche.

– Esa es la manera fácil.

Estaba demasiado oscuro para ver su cara, pero él podía casi sentir su sonrisa.

– Vamos, entonces. -Él tomó su mano.

Caminaron despacio por las rocas lisas hasta que alcanzaran el final. Cass se sentó cuidadosamente en el extremo del embarcadero, y Rick hizo lo mismo. Puso ambos brazos alrededor de ella y tiró acercándola.

– Quiero que sepas que lo habría destrozado, con mis propias manos si te hubiese lastimado, -él le dijo.

– Me alegro de que no llegaras a eso.

Quería decirle que pensaba que era mejor que ella hubiese sido la que matara a Wainwright, pero era afirmar lo obvio. En vez de eso, la apretó más y sólo la abrazó. Cuándo ella giró hacia él, se inclinó y besó su boca. Ella sabía a lágrimas, y ella le devolvió el besó, por lo que la besó otra vez. Y otra vez.

– Lo dije en serio cuando te dije que sentía como si te conociera hace mucho tiempo, -le susurró.

– Pensé que era sólo una expresión.

– ¿Una expresión? -Él frunció el ceño-. ¿Pensaste que era una expresión? Yo no digo expresiones.

Ella se rió suavemente, y él trató de recordar cuanto había pasado desde que la había oído reír.

– Te juro…

– Shhh. Sólo bromeaba. Parecías tan grave, tan seria por un momento.

Las nubes que habían cubierto la cara de la luna se apartaron, e iluminó los ríos desembocando en el agua. La marea acarició las rocas, y ella extendió su pie para atraparla.

– De verdad terminó, ¿no, Rick?

– De verdad terminó.

Ella se apoyó contra él y suspiró.

– ¿Quieres volver a la Posada? -Preguntó.

– Pronto.

– ¿Cómo te sientes, Cass?

– Me siento en paz, Rick. Por primera vez desde que tengo memoria, me siento en paz.

Él no podría haber pedido más que eso.

***

Cass salió de la cocina con un gran atomizador de agua y una espátula, cuando oyó un coche detenerse en el sendero. Se dirigió a la ventana del comedor y observó al conductor del Camaro salir. Dio unos golpecitos en el vidrio y señaló la puerta principal.

– Hola, -dijo cuando abrió.

– Hola, a ti también. -Él la besó, y luego entró y miró alrededor-. ¿Qué haces?

– Mucho puede suceder en tres semanas.

– Lo siento. Estaba fuera del país. No pude ponerme en contacto. Me imaginé que en lugar de llamar e intentar disculparme por teléfono, conducía hasta aquí y me disculpaba en persona.

– Disculpa aceptada. -Ella cerró la puerta detrás de él-. Sabes, nunca pensé que volvería a estar dentro de esta casa, y mucho menos considerar alguna vez vivir aquí. Pero es la cosa más extraña, después de esa noche… No sé, sólo quería estar aquí. Pensé que si me libraba de…

Ella señaló todo el primer piso y la cocina.

– Ya sabes, los signos reveladores. Si las paredes y los pisos estuvieran fregados, tal vez todo saldría bien. Hice que alguien viniera y limpiara lo estropeado… sacar las alfombras viejas y limpiar las paredes y la cocina, y es como si todo el mal karma se hubiese ido ahora.

– Tengo que admitir que me sorprendió cuando me detuve en la estación de policía y Denver me dijo que estabas pensando en vivir aquí de nuevo.

– Lucy quiere vivir en la casa de la abuela, y tiene todo el derecho a hacerlo. Quiere trasladarse aquí con sus hijos para el resto del verano, una vez que terminen el campamento. Ella no va volver con David. Sin duda podría quedarme allí con ellos, pero estaríamos un poco amontonados. Me puse a pensar que tengo otro lugar para vivir. No estaba segura de que podría hacerlo, pero una vez que regresé, al parecer los fantasmas se habían ido. Los malos, de todos modos. Puedo vivir con los demás. No estoy cien por ciento segura, pero quiero intentarlo. Pensé que darle a las habitaciones una nueva capa de pintura sería un buen lugar para comenzar.

– Bien, -dijo, mirando alrededor-, tienes un gran desafío. Afortunadamente para ti, soy un experto en reparaciones caseras… y un as en pintura. ¿Alguna vez te conté que pasé un verano en Viena pintando casas? ¿No? Bueno, recuérdame que te lo cuente en algún momento. Por ahora, soy todo tuyo. Sólo dime por dónde empiezo.

– No empiece algo que no tiene la intención de terminar, Agente Cisco. -Ella lo pinchó con la espátula para el empapelado, y luego empezó a subir al segundo piso.

– No se preocupe, detective Burke. -Él sonrió abiertamente y la siguió arriba-. Tengo dos semanas de vacaciones guardadas. Tiempo más que suficiente para terminar lo que sea que tengas en mente.

Epílogo

Regan levantó la última caja y la izó contra su pecho antes de comenzar a bajar al sótano. Se imaginó que si los documentos antiguos de su padre habían descansado bastante cómodamente en el sótano por todos esos años, podían permanecer allí durante unos cuantos más. Había esperado lograr ordenarlos un poco más, pero se le estaba acabando el tiempo. Ella había prometido a su editor un primer borrador del libro sobre el Estrangulador de Bayside en diez semanas. Tendría que revisar las restantes cajas en otro momento… ahora mismo, resultaban ser una distracción.

Deslizó la caja en un estante y giró para volver arriba, cuando su pie se enganchó en el borde de una pequeña caja que debía haberse caído desde un estante cercano. Ella tropezó y aterrizó en sus manos y rodillas.

– Maldición.

Se levantó y se inclinó para levantar la caja. El fondo, al parecer, había estado demasiado tiempo en el piso del sótano húmedo, se rompió, derramando su contenido.

– Mierda, -murmuró, y se arrodilló para reunir los papeles que cubrían el piso.

Los recogió, los volvió a meter en el archivo de donde se habían caído, entonces se dio cuenta de lo que estaba viendo.

Levantó el expediente hacia la luz, y leyó el nombre. Perpleja, reunió el resto de los papeles y los llevó arriba, donde los depositó en la parte superior de su escritorio.

Viejas libretas de calificaciones de la escuela primaria, todas llevando el nombre de Edward Kroll.

Extraño…

El timbre sonó y dejó el expediente sobre el escritorio mientras se dirigía al vestíbulo. Abrió la puerta, para encontrar a Mitch Peyton en el otro lado.

– Llegas tarde, -dijo-. Pensé que estarías aquí hace un par de horas.

– Oh, lo siento. Me vi atrapado en el tráfico en la I-95. ¿Llegué en un mal momento?

– No, no es un mal momento. Entra. -Ella se apartó para permitirle entrar-. Tengo lo que estabas buscando, te los tengo todos listos.

– No puedo creer que dejara todos los informes aquí. No sé lo que estaba pensando.

Entraron en la oficina y ella le entregó un grueso sobre marrón.

– Todo está aquí.

– Gracias, Regan. Te lo agradezco.

Su mirada cayó en los documentos que se apilaban sobre el escritorio.

– ¿Ya empezaste el libro?

Ella asintió.

– Sí, pero ese archivo no es parte de él. No sé lo que es.

– ¿Qué quieres decir?

– Encontré una caja abajo que contenía algunas viejas libretas de calificaciones. Mira, son todas de alguien llamado Edward Kroll, que, por allá en los años cuarenta, asistía a la Escuela Primaria San Juan Bautista en Sayreville, Illinois.

– ¿Quién es Edward Kroll?

– No tengo ni idea. Nunca oí el nombre antes. -Con un dedo, señaló una, y luego otra de las libretas de calificaciones-. No puedo imaginar por qué mi padre las habría tenido.

– Tal vez Kroll era alguien que tu papá estaba investigando.

– Tal vez. -Ella recogió una de las libretas de calificaciones y leyó un comentario escrito en voz alta-. «Eddie es un aporte para la clase. Tiene aptitud para las matemáticas, es inquisitivo, y es un excelente lector». Firmado por la Hermana Mary Matthew. -Volteó la ficha-. Segundo grado.

– Bueno, ten la seguridad que su nombre aparecerá de nuevo, si tu padre estaba interesado en él lo suficiente como para guardar sus libretas de calificaciones de la escuela primaria.

– Eso es lo que pensé, también. Estoy segura de que debe haber otros archivos. Pero… -Ella dejó caer la libreta de calificaciones en el escritorio.

– Cierto. Con el sistema de archivo de tu papá, quien sabe dónde podrían estar.

– La misma vieja historia. -Ella se rió-. Sin duda revisar sus documentos es una aventura. Nunca sé lo que voy a encontrar. A veces me pregunto si no lo planeó de esa manera, sólo para mantenerme intrigada.

– Supongo que me llevaré esto a mi coche. -Mitch acarició el sobre y se dirigió a la puerta-. Gracias otra vez, Regan. Lo aprecio. No creo que mi jefe estaría muy feliz si supiera que había dejado algunos de mis informes de las investigaciones aquí.

Ella caminó a la puerta, y lo observó abrir el maletero de su coche. Él dejó el sobre dentro, luego caminó al lado del conductor.

Cerrando la puerta principal, Regan deseó poder pensar en algo que decir que lo hiciera entrar, aunque fuera sólo por un rato. Había estado pensando mucho últimamente que la casa parecía tan tranquila, tan vacía, desde que el caso del Estrangulador había sido resuelto y Mitch había regresado a Maryland, y ella estaba sola una vez más.

El timbre sonó.

Preguntándose lo que Mitch podría haber olvidado, Regan abrió la puerta.

Él estaba de pie allí, con una chaqueta azul oscura arrojada por encima de su hombro.

– Me pregunto -ahora que hemos dejado el trabajo completamente a un lado- si te gustaría salir a cenar conmigo. Si no tienes otros planes para esta noche, es decir.

– ¿Quieres decir, como una cita?

– Sí. -Él sonrió abiertamente-. Como una cita.

– Oh. -Ella sonrió, le hizo señas para que entrara, y cerró la puerta detrás de él-. Dame un minuto para cambiarme.

– No tienes que cambiarte. Te ves perfecta.

– Bien, necesitaré mis llaves… -Ella desapareció en su oficina y regresó con su bolso.

– Entonces -dijo, mientras caminaban hacia la puerta-, ¿qué tienes en mente?

– Estaba pensando en ese mexicano en las afueras de Princeton. Cené allí una noche y pensé que tal vez te gustaría. Tienen uno de esos tríos que deambulan por todo el restaurante, cantándoles a los clientes.

– Conozco el lugar. Es uno de mis favoritos, en realidad. -Cerró la puerta con llave después de que ambos salieron al exterior.

– Mitch. -Ella agarró su brazo cuando estaban a mitad de camino al coche-. ¿De verdad olvidaste llevarte los archivos?

– Por supuesto que no. -Sonrió-. Hice copias de algunos informes y los dejé en el escritorio. Realmente no piensas que dejaría mis archivos en cualquier parte, ¿no?

– Pensé que era algo que no harías normalmente.

– Sólo quería una excusa para venir a verte.

– Me alegra que lo hayas hecho. He estado muriéndome por contarte sobre el viejo caso que encontré en el cajón inferior del escritorio la semana pasada…

***