Un historiador estudia unos extraños manuscritos que relatan un periodo de la edad media que parece inverosímil, pero que podría haber sido real.

Europa dominada por el reino de Borgoña; Cartago bajo el yugo de los visigodos; ejércitos que cuentan con gólems entre sus filas. En aquella época de guerras y locura, nos encontramos a Ash, una guerrera temible, la capitana de un invencible grupo de mercenarios, poseída por una extraña voz que le murmura tácticas imbatibles al oído. Una voz que la llevó a una cima que no podrían alcanzar ni las leyendas más poderosas.

¿Hay más de una historia del mundo, y nos la han querido ocultar?

Con esta extraordinaria historia, Mary Gentle ha creado una obra de una calidad y ambición sin precedentes que pronto será un clásico imprescindible

 

Para Richard.

 

<p>Nota para el lector</p> </h3> <p>Esta cuarta edición de los papeles ASH contiene un texto facsímil tomado directamente de un ejemplar superviviente de la tercera edición de Pierce Ratcliff, <i>Ash: la historia perdida de Borgoña</i>, (publicada y destruida en 2001). El lector debería tener en cuenta, por tanto, que es una reproducción exacta de ese texto.</p> <p>He podido añadir copias de las cartas originales y de los correos electrónicos que se intercambiaron el autor y su editora, así como diversos documentos de interés. Las anotaciones originales realizadas sobre esos documentos también se reproducen aquí, tal y como se encontraron.</p> <p>Confío que con estas nuevas pruebas, al fin podamos comprender los extraordinarios acontecimientos que rodearon tanto a la publicación de <i>Ash: la historia perdida de Borgoña</i>, como, desde luego, a la propia Ash.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Dr. Pierce Ratcliff, ASH: LA HISTORIA PERDIDA DE BORGOÑA, <i>Oxford University Press</i>, 2001. Muy raro.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La edición original del 2001 de ASH: LA HISTORIA PERDIDA DE BORGOÑA del Dr. Pierce Ratcliff se retiró de los almacenes de la editorial inmediatamente antes de su publicación. Se destruyeron todas las copias conocidas. Se recogieron y redujeron a pulpa las copias enviadas a los críticos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Una parte de este mismo material se llegó a reeditar en octubre del 2005 como TÁCTICAS, LOGÍSTICA Y MANDO EN EL MEDIOEVO, <i>Volumen</i> 3: <i>Borgoña</i>, después de eliminar todas las notas editoriales y el Epílogo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Se cree que existe una copia original de la tercera edición en la Biblioteca Británica, junto con varios facsímiles de la correspondencia original, pero no se encuentra a disposición del público.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 80%"><strong>NOTA</strong>: Este extracto <i>del Antiquarian Media Monthly, VoL</i> 2, N° 7, julio 2006, es original y se encontró pegado a la portada interior de este ejemplar.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Introducción</p> </h3> <p>No voy a disculparme por presentar una nueva traducción de estos documentos que son nuestro único contacto con la vida de una extraordinaria mujer, Ash (1457 [?] - 1477). Una traducción necesaria desde hace ya mucho tiempo.</p> <p>La edición que hizo Charles Mallory Maximillian en 1890, <i>Ash: la vida de una capitana mercenaria del Medioevo</i>, empieza con una traducción del latín medieval a una prosa victoriana, más práctica, pero admite que deja fuera algunos de los episodios más explícitos; al igual que Vaughan Davies en su colección de 1939, <i>Ash: una biografía del siglo XV</i>. Los documentos «Ash» necesitan con urgencia una traducción completa y coloquial para el nuevo milenio, una traducción a la que no le repugne retratar la brutalidad del periodo medieval, ni su alegría. Espero haber acertado.</p> <p>Las mujeres siempre han acompañado a los ejércitos. Los ejemplos de féminas que han tomado parte en combates reales son demasiado numerosos para poder citarlos todos. En 1476 sólo habían pasado dos generaciones desde que Juana de Arco dirigiera las fuerzas del Delfín en Francia: podemos imaginarnos a los abuelos de los soldados de Ash contando batallitas sobre ella. Pero encontrar a una campesina medieval en un puesto de mando, y sin el respaldo de iglesia ni estado (y al mando de tropas mercenarias) es algo casi único<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n1">1</a>.</p> <p>Las grandes glorias de la vida medieval y la revolución explosiva del Renacimiento se encuentran en esta Europa de la segunda mitad del siglo XV. Las guerras entre las belicosas casas reales son un mal endémico en las ciudades estado italianas, en Francia, Borgoña, España y las Germanias, y en Inglaterra. Europa misma está sumida en un estado de terror provocado por la amenaza oriental que representa el Imperio Turco. Es una época de ejércitos que crecerán y de compañías de mercenarios que desaparecerán con la llegada de la edad Moderna.</p> <p>Son muchas las dudas que se plantean sobre Ash, incluido el año y lugar de su nacimiento. Varios documentos del siglo XV y XVI afirman ser <i>Vidas</i> de Ash y a ellos me referiré más adelante, junto con los nuevos descubrimientos que he realizado durante el curso de mi investigación.</p> <p>Un primer fragmento en latín del <i>Códice Winchester</i>, un documento monástico escrito alrededor de 1495, trata de sus primeras experiencias infantiles, y aquí se presenta con mi propia traducción, al igual que los textos subsiguientes.</p> <p>Es inevitable que un personaje histórico adquiera todo un bagaje de fábulas, anécdotas e historias románticas a lo largo de su carrera. Son una parte muy entretenida del material concerniente a Ash, pero no deben tomarse como historia en sí. Por tanto, este tipo de episodios del ciclo de Ash los he incorporado como notas a pie de página y el lector más serio es libre de hacer caso omiso de ellos.</p> <p>En este fin de milenio, con los sofisticados métodos de investigación de los que disponemos, es mucho más fácil para mí despojar a Ash de las falsas «leyendas» que la rodean, mucho más fácil de lo que habría sido para Charles Maximillian o Vaughan Davies. He descubierto aquí a la mujer histórica que se oculta tras los relatos, a la mujer real, tan asombrosa, si no más, que el mito.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right"><i>Pierce Ratcliff, Doctor. (Estudios Bélicos), 2001</i>.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">[ADENDA al ejemplar de la 3° Edición de la Biblioteca Británica: nota escrita a lápiz en papeles sueltos]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Dr. Pierce Ratcliff, Doctor en Filosofía (Estudios Bélicos)</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fiat I, Rowan Court, 112 Olvera Street</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">London WI4, OAB, United Kingdom.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fax: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">E- mail: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Telf: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 70%">Copias de parte (?) de la correspondencia original entre el doctor Ratcliff y su editora encontrada entre las páginas del texto, ¿quizá en el mismo orden en el que se editó el material original?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Anna Longman</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Editora</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Oxford University Press</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%"><i>29 de septiembre del 2000</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Estimada señora Longman:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Le devuelvo, con gran placer, el contrato de nuestro libro. Lo he firmado como me había solicitado.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Incluyo un primer borrador de la traducción de los primeros años de vida de Ash: el <i>Códice Winchester</i>. Como verá, a medida que se vayan traduciendo otros documentos, la semilla de todo lo que le pasa ya está aquí.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡Para mí es una ocasión singular! Supongo que todos los historiadores creen que algún día harán un gran descubrimiento, algo que los haga famosos. Creo que yo lo he conseguido al descubrir los detalles de la carrera de esta extraordinaria mujer, Ash, y al descubrir por tanto un episodio muy poco conocido, (no, olvidado) pero profundamente significativo de la historia europea.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Mi teoría es la misma que empecé a esbozar cuando estudiaba los documentos «Ash» ya existentes para mi tesis doctoral. Pude confirmarla con el descubrimiento del documento «Fraxinus», originario de la colección de <i>Snowshill Manar</i>, en Gloucerteshire. A un primo del fallecido propietario, Charles Wade, le habían regalado un cofre alemán del siglo XVI antes de su muerte y posterior absorción de <i>Snowshill Manor por</i> parte del <i>National Trust</i> en 1952. Cuando por fin lo abrieron, encontraron el manuscrito en su interior. Creo que debe de haber estado esperando allí dentro (¡hay un cierre de acero que ocupa todo el interior de la tapa del cofre!), entero pero indocto desde el siglo XV. Quizá Charles Wade no supiera ni que existía.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Dado que estaba en francés y latín medievales, Wade nunca lo habría traducido, aun cuando fuera consciente de su existencia; era uno de esos «coleccionistas» que, nacido en la época victoriana, mostraba mucho más interés por adquirir que por descifrar. ¡La mansión es una maravillosa mezcolanza de relojes, armaduras japonesas, espadas alemanas medievales, porcelana y demás! Pero de que al menos otro par de ojos aparte de los míos lo han visto, estoy seguro: una mano ha garabateado un tosco juego de palabras en latín en la primera página, <i>fraxinus me fecit</i>: «Ash me hizo». (Quizá sepa que el nombre latino del fresno —«<i>ash tree</i>»— en inglés, <i>esfraxinus</i>). En mi opinión esta anotación pertenece al siglo XVIII.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Cuando empecé a leerlo comprendí que era, sin lugar a dudas, un documento completamente nuevo, nunca descubierto con anterioridad. Una memoria escrita, o lo que es más probable, dictada, por la propia Ash, antes de morir en 1477 (?). No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que encajaba, podríamos decir, con las lagunas de la historia escrita, y hay muchas, muchas de esas lagunas. (Y, es de suponer, que fue mi descubrimiento del «Fraxinus» lo que alentó a su compañía a publicar esta nueva edición de la <i>Vida</i> de Ash).</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Lo que <i>Fraxinus</i> describe es algo exuberante, quizá, pero no se debe olvidar que la exageración, la leyenda, el mito, los prejuicios y el patriotismo del propio cronista, forman parte normal de cualquier manuscrito medieval normal. Bajo la escoria hay oro puro. Ya lo verá.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La historia es una gran red con una malla muy ancha, y son muchas las cosas que se escapan hacia el olvido. Con el nuevo material que he descubierto, espero poder sacar a la luz, una vez más, todos esos hechos que no concuerdan con la idea que tenemos del pasado pero que, no por ello, dejan de ser objetivos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Es inevitable que todo esto implique una evaluación nueva muy considerable de la visión que tenemos sobre de la historia del norte de Europa, ¡pero los historiadores tendrán que acostumbrarse a ello!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Deseando tener noticias suyas,</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce Ratcliff.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>PRÓLOGO</p> </h3> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 105%"><strong><i>1465 — 1467(?)</i></strong></p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 105%"><strong><i>Salmos 57:4</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n2">2</a></strong></p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 105%"><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i2"/></p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 1</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i3"/></p> </h3> <p>E<style style="font-size:80%">RAN LAS CICATRICES</style> las que le hacían hermosa.</p> <p>Nadie se molestó en darle nombre hasta que cumplió los dos años. Hasta entonces se tambaleaba entre las hogueras de los mercenarios, gorroneaba comida, mamaba de las tetas de las perras y se sentaba en el suelo; la llamaban Puerquita, Cara Sucia y Culo de Cenizas. Cuando el desvaído color castaño claro de su cabello se disolvió en un color rubio blanquecino, se quedó con Cenizas (<i>«Ashy»</i>). En cuanto tuvo capacidad de hablar, dijo llamarse Ash.</p> <p>Cuando Ash tenía ocho años, dos mercenarios la violaron.</p> <p>No era virgen. Todos los huérfanos jugaban a acariciarse bajo las malolientes mantas de oveja y Ash tenía sus amigos, pero estos dos mercenarios no eran niños de ocho años, sino hombres adultos. Uno de ellos tuvo la cortesía de emborracharse antes de hacerlo.</p> <p>Como la pequeña lloró después, el que no estaba borracho calentó la daga en la hoguera, le colocó la punta del cuchillo bajo el ojo y luego arrastró el arma por su mejilla describiendo una curva inclinada que casi le llegó a la oreja.</p> <p>Al ver que seguía llorando, el hombre, malhumorado, le hizo otro tajo que le abrió la mejilla en una línea paralela al primer corte.</p> <p>La niña se zafó de ellos de un empujón, todavía berreando. La sangre le corría por la mejilla a borbotones. Aún no era lo bastante grande, físicamente hablando, para utilizar una espada o un hacha, aunque ya había empezado a entrenarse, pero sí para coger la ballesta cargada del hombre (que por descuido habían dejado en la carreta para defender el perímetro), y disparar a bocajarro un virote al primero de ellos.</p> <p>La tercera cicatriz le abrió la otra mejilla con toda pulcritud, pero fue una herida honesta, sin sadismo alguno. La daga del segundo hombre estaba intentando matarla de verdad.</p> <p>La niña no podía amartillar sola la ballesta otra vez y no pensaba huir. Tanteó entre los restos destrozados del cuerpo del primer mercenario y, enterrando la navaja de este en la parte superior del muslo del segundo hombre, le perforó la femoral. El hombre se desangró en cuestión de pocos minutos. Recordad que la pequeña ya había empezado a adiestrarse en la lucha.</p> <p>La muerte no es algo extraño en los campamentos de mercenarios, pero aun así, que una chiquilla de ocho años matara a dos de los suyos fue algo que dio que pensar.</p> <p>El primer recuerdo claro de verdad de Ash llegó con el día que la juzgaron. Había llovido durante la noche. El sol hacía que el vapor se elevara del campo y del bosque distante, y la luz dorada caía sesgada sobre las tiendas, las toscas chozas, los calderos, las carretas, las cabras, las lavanderas, las putas, los capitanes, los garañones y las banderas. Hacía resplandecer los colores de la compañía. La niña levantó la vista hacia la gran bandera con forma de cola de gorrión, con la cruz y la bestia encima, y saboreó el aire fresco en el rostro.</p> <p>Un hombre con barba se agachó ante Ash para hablar con ella. Era menuda para sus ocho años. El hombre llevaba coraza. La niña se vio reflejada en el metal curvado y refulgente.</p> <p>Su rostro de ojos grandes, estaba enmarcado por el cabello largo, plateado y astroso, y tenía tres cicatrices sin curar; dos le subían por la mejilla bajo el ojo izquierdo y tenía otra bajo el ojo derecho. Como las marcas tribales de los jinetes bárbaros del este.</p> <p>Olía las hogueras de hierba y el estiércol de caballo, y el sudor del hombre de la coraza. El viento frío le ponía de gallina la carne de los brazos. De repente se vio como si estuviera fuera de todo: aquel hombre grande, con coraza, arrodillado delante de una niña pequeña con unos rizos blancos esparcidos por la espalda, unas calzas remendadas y envuelta en un jubón harapiento demasiado grande para ella. Descalza, con unos ojos enormes, herida; llevaba un cuchillo de caza roto convertido en daga.</p> <p>Fue la primera vez que vio que era hermosa.</p> <p>La sangre se le agolpaba en los oídos de pura frustración. No se le ocurría qué utilidad podía tener aquella belleza.</p> <p>El barbudo, el capitán de la compañía, dijo:</p> <p>—¿Viven tu padre o tu madre?</p> <p>—No lo sé. Uno de ellos podría ser mi padre. —Señaló al azar a los hombres que reparaban virotes y pulían yelmos—. Nadie dice quién es mi madre.</p> <p>Un hombre mucho más delgado se inclinó al lado del capitán y dijo en voz baja.</p> <p>—Uno de los muertos fue lo bastante estúpido como para dejar una ballesta preparada con un virote dentro. Eso es un delito. En cuanto a la niña, las lavanderas dicen que no es doncella pero según ellas tampoco es una puta.</p> <p>—Si ya es lo bastante mayor para matar —gruñó el capitán a través del cabello cobrizo y nervudo—, es lo bastante mayor para sufrir el castigo. Es decir, que la azoten en el cabo de la carreta por todo el campamento.</p> <p>—Me llamo Ash —dijo con una vocecilla clara y sonora—. Me hicieron daño y los maté. Si alguien más me hace daño, también lo mataré. Te mataré a ti.</p> <p>Recibió la azotaina que cabía esperar, con algo de propina por su insolencia y por cuestiones de disciplina. No lloró. Después, uno de los ballesteros le regaló una cota de malla cortada, un justillo de tela forrada a modo de armadura y la niña, ataviada de aquella guisa durante las prácticas de armas, se ejercitó con devoción. Durante un mes o dos fingió que el ballestero era su padre hasta que quedó claro que aquella amabilidad había sido un impulso momentáneo.</p> <p>Algún tiempo después, cuando contaba nueve años, se extendieron rumores por el campamento: había nacido un león de una Virgen.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 2</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i3"/></p> </h3> <p>L<style style="font-size:80%">A PEQUEÑA ASH</style> se sentó con la espalda apoyada en el árbol desnudo, jaleando a los cómicos. Las pieles le protegían un poco el trasero del hielo del suelo.</p> <p>Las cicatrices no estaban sanando demasiado bien. Destacaban en tono rojo contra la extrema palidez de su piel. El aliento le surgía visible y ensortijado de la boca cuando gritaba, al unísono con todos los huérfanos y los bastardos del campamento. La Gran Sierpe (un hombre con una piel de caballo curtida echada a la espalda y un cráneo de caballo atado con cuerdas a la cabeza) cruzaba desenfrenado el escenario. La piel de caballo todavía tenía las crines y la cola, que se agitaban mecidas por el aire helado de la tarde. El Caballero de los Yermos (interpretado por un sargento de compañía con una armadura mejor de la que Ash pensaba que tenía) intentaba alcanzarlo con golpes de lanza, hábiles y amplios.</p> <p>—Oh, mátalo —exclamó con tono desdeñoso una niña a la que llamaban Cuervo.</p> <p>—¡Méteselo por el culo! —bramó Ash. Los niños apiñados alrededor del árbol lanzaron gritos de alegría y desdén.</p> <p>Richard, un niñito de pelo negro con manchas de oporto por la cara, susurró:</p> <p>—Tendrá que morir. Ha nacido el león. Se lo he oído al señor capitán.</p> <p>La mueca de desprecio de Ash se desvaneció con la última frase.</p> <p>—¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cuándo, Richard? ¿Cuándo se lo oíste?</p> <p>—A mediodía. Llevé agua a la tienda. —Había una nota de orgullo en la voz del muchachito.</p> <p>Ash hizo caso omiso del estatus implícito de paje del niño, posó la nariz sobre los puños apretados y luego exhaló el hálito cálido sobre sus dedos congelados. La Sierpe y el sargento se enfrentaban en aquel momento con más vigor. Era por culpa del frío. Se levantó y se frotó con fuerza las posaderas entumecidas a través de las calzas de lana.</p> <p>—¿Dónde vas, Ashy? —preguntó el niño.</p> <p>—Voy a hacer aguas —anunció con arrogancia—. No puedes venir conmigo.</p> <p>—Ni quiero.</p> <p>—Aún no eres lo bastante mayor. —Y con este dardo de despedida, Ash salió de entre la multitud de chiquillos, cabras y perros.</p> <p>El cielo estaba bajo, frío y del mismo color que los platos de peltre. Una bruma blanca subía del río. Si nevara, haría más calor. Ash anduvo sin ruido con los pies envueltos en tiras de tela hacia los edificios abandonados (seguramente granjas) que los oficiales de la compañía habían requisado para instalar los cuartos de invierno. Una desolada recolección de tiendas se había levantado en torno a ellos. Grupos de hombres armados se apiñaban alrededor de las fogatas, intentando calentarse el pecho y el culo en el suelo frío. La niña siguió su camino tras ellos.</p> <p>Dio un rodeo hasta llegar a la parte de atrás de la granja y los oyó salir del edificio justo a tiempo de agacharse tras un barril del que sobresalía toda una mano de lluvia congelada.</p> <p>—E id a pie —terminaba en ese momento el capitán. Un grupo de hombres salía con él al patio entre ruidos metálicos. El delgado escribano de la compañía; dos de los lugartenientes más allegados al capitán; los pocos que Ash sabía que afirmaban provenir (en otros tiempos) de noble cuna.</p> <p>El capitán lucía una cobertura de acero apretada que le envolvía todo el cuerpo. El arnés completo: desde las hombreras y el peto que le protegían los hombros y el cuerpo, pasando por los brazales en los brazos, los guanteletes, las musleras, quijotes y grebas que le blindaban las piernas, hasta los escarpes de metal que le cubrían las botas con espuelas. Llevaba un casco de tipo almete bajo el brazo. La luz invernal deslustraba el metal espejado. Se había detenido en medio de aquel patio inmundo con una armadura que reflejaba el color blanco del cielo: a la niña no se le había ocurrido hasta entonces que quizá por eso la llamaran «arnés blanco». La única nota de color provenía de la barba roja y del cuero rojo de la vaina de la espada.</p> <p>Ash volvió a arrodillarse sobre los pies. Apoyó los dedos congelados en el barril helado, demasiado ateridos hasta para sentir las tablas de madera. Las placas de metal liadas y atadas con correas tableteaban a cada paso que daba el hombre. Cuando sus dos lugartenientes salieron al patio con un ruido seco, ataviados también con la armadura completa, fue como si un montón de ollas traquetearan con un sonido ahogado. Como si volcara la carreta del cocinero.</p> <p>Ash quería una armadura así. Y fue ese deseo, más que la curiosidad, lo que hizo que los siguiera y se alejara de los edificios de la granja. Poder caminar con semejante invulnerabilidad. Con esa cantidad de riqueza a la espalda... Ash echó a correr, aturdida.</p> <p>El cielo se volvió de un color amarillento sobre su cabeza. Unos cuantos copos de nieve bajaron flotando hasta posarse sobre su cabello desaliñado (de un blanco menos puro), pero la niña no se dio ni cuenta. La nariz y las orejas le brillaban con un tono rojo brillante y tenía los dedos de las manos y de los pies azulados y violetas. Cosa que en ella no era extraño en invierno: no le daba mayor importancia. Ni siquiera se apretó el jubón sobre la mugrienta camisa de lino.</p> <p>Los cuatro hombres, (el capitán, el escribano y los dos jóvenes lugartenientes), caminaban más adelante sumidos en un silencio muy poco habitual. Pasaron junto a los piquetes del campamento. Ash se escabulló por detrás mientras el capitán intercambiaba con ellos unas palabras.</p> <p>La niña se preguntaba por qué no iban a caballo aquellos hombres. Subieron a pie una escarpada pendiente para alcanzar los bosques que rodeaban la zona. Al llegar al límite del bosque y enfrentarse a las ramas gruesas e inclinadas, las zarzas y los espinos, las brozas de leña seca que se habían ido levantando a lo largo de más años de los que dura la vida de un hombre, lo entendió. No se podía meter un caballo ahí. Ni siquiera un caballo de guerra.</p> <p>Entonces tres de los hombres se detuvieron y se pusieron los almetes. El escribano, que no llevaba armadura, se retrasó un paso. Cada uno de los hombres dejó levantada la cimera, con el rostro a la vista. El más alto de los dos lugartenientes sacó la espada de la vaina. El capitán barbudo sacudió la cabeza.</p> <p>El ruido que hizo el metal al deslizarse por la madera resonó en medio del silencio cuando el lugarteniente volvió a envainar la hoja.</p> <p>El bosque no dijo nada.</p> <p>Los tres hombres acorazados se volvieron hacia el escribano de la compañía. Este último, un hombre delgado, llevaba una brigantina recubierta de terciopelo y un gorro de guerra<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n3">3</a> y el rostro descubierto estaba aterido bajo el aire helado. Ash se acercó a hurtadillas bajo la nieve.</p> <p>El escribano se adentró en el bosque con aire seguro.</p> <p>Ash no les había prestado mucha atención a las colinas que rodeaban el valle. El valle tenía un río limpio y la granja solitaria con todos sus edificios. Era un buen lugar para pasar el invierno tras la temporada de campañas. ¿Qué más tendría que saber? Los bosques despojados de hojas de las altas colinas que los rodeaban estaban desprovistos de caza. Y si no era para cazar, ¿qué otras razones podrían llevarla hasta aquí, lejos del calor de las hogueras?</p> <p>¿Qué razón podía llevarlos a ellos allí?</p> <p>Había un camino, decidió después de unos minutos. Ninguna de las zarzas o los espinos que había allí la superaban en altura. Apenas llevaban unas estaciones sin hollarse.</p> <p>Los hombres de las armaduras se abrieron camino sin daños a través de los escaramujos. El lugarteniente más bajo maldijo.</p> <p>—¡Por la sangre de Dios! —Y luego se calló al ver que los otros tres se daban la vuelta y lo miraban con fijeza. Ash se acurrucó bajo unos troncos de escaramujo tan gruesos como sus muñecas. Pequeña y rápida como era, podía haberlos adelantado con facilidad, con o sin armadura protectora, si hubiera sabido adónde llevaba aquel camino.</p> <p>Con esa idea se desvió hacia un lado, culebreó sobre el vientre a lo largo del lecho de un arroyuelo congelado y salió cien pasos por delante del hombre que iba en cabeza.</p> <p>No nevaba allí, bajo el dosel de árboles. Todo era marrón. Hojas muertas, escaramujos muertos, juncos muertos a la orilla del arroyo. Helechos marrones más adelante. Ash, al ver los helechos, levantó la vista y descubrió (como había esperado) que la cubierta vegetal que había encima estaba rota, como debía ser para permitir su crecimiento.</p> <p>En el claro del bosque se levantaba una capilla de piedra en desuso, cubierta por una mortaja de nieve.</p> <p>Ash no estaba demasiado familiarizada ni con el exterior ni con el interior de las capillas. Pero aun así, no cabe duda de que tendría que haber sabido mucho de arquitectura para reconocer el estilo con el que habían construido ésta. Ahora estaba en ruinas. Dos paredes cubiertas de musgo gris y espinas marrones permanecían en pie y el hielo viejo cubría como una costra la vegetación. Dos marcos de ventana recubiertas de nieve mostraban un vacío gris, lleno de invierno. Montones de escombros pulidos por la nieve se apiñaban en el suelo.</p> <p>El color verde atrajo la atención de Ash. Bajo la delgada capa de nieve, los escombros estaban velados por la hiedra.</p> <p>El color verde también florecía a los pies de los muros de la capilla. Dos gruesos acebos moldeados por la nieve hundían sus raíces allí donde la losa de piedra del altar se apoyaba en el muro, uno a cada lado de la losa agrietada. Bajo la nieve, el peso de las bayas rojas hundía las ramas.</p> <p>Ash oyó un ruido de metales entrechocando a sus espaldas. Un petirrojo y un chochín se asustaron y salieron volando del acebo. Los hombres que había detrás de ella, en el bosque, empezaron a cantar. Estaban a unos quince pies de distancia, no más.</p> <p>Ash salió disparada como un conejo y cruzó a saltos las ruinas. Se golpeó contra la nieve que se acumulaba al lado del muro y, como un gusano, se abrió camino bajo las ramas más bajas del acebo.</p> <p>Dentro, el arbusto estaba hueco y seco. Las hojas marrones crujían bajo sus manos sucias. Las ramas negras sustentaban el dosel de hojas verdes y brillantes que había sobre su cabeza. Se echó boca abajo y reptó un poco más. Las hojas espinadas se le clavaron en el jubón de lana.</p> <p>La niña se asomó entre las hojas. Estaba nevando.</p> <p>El escribano delgado elevó una voz de tenor y cantó. Era un idioma que Ash no conocía. Los dos lugartenientes de la compañía cruzaron a trompicones el suelo irregular, también cantando, y Ash pensó que habría sonado mejor si se hubieran quitado los cascos en lugar de limitarse a subirse las cimeras.</p> <p>El capitán surgió del lindero del bosque.</p> <p>Se llevó los guanteletes a la barbilla y manoseó con torpeza la hebilla y la correa. Luego Ash lo vio enredar con el gancho y el alfiler. Se abrió el casco, se lo quitó y se quedó con la cabeza descubierta en el claro del bosque. Unos copos planos de nieve bajaban flotando y se acumulaban en su cabello, en la barba y en las orejas.</p> <p>El capitán empezó a cantar.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%"><i>Que Dios os dé descanso, caballeros, que nada os aflija</i>.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%"><i>En esta, la más oscura hora, el sol regresa; y así saludamos al día</i>.</p> <p>Tenía una voz sonora, cascada y no afinaba demasiado. El silencio del bosque se hizo añicos. Ash lloró con unas lágrimas repentinamente calientes. El capitán había elevado su bramido por encima del ruido de los hombres y los caballos; una poderosa ruina.</p> <p>El escribano de la compañía se acercó al acebo en el que se había escondido Ash. La niña se obligó a quedarse quieta. Las lágrimas se secaron en sus mejillas cubiertas de cicatrices. El arte de estar escondido consiste en parte en permanecer total y completamente quieto. La otra parte es mentalizarte de que estás hundido en el suelo. <i>Soy un conejo, una rata, un espino, un árbol</i>. Enterró la boca en el cuello del jubón para que el aliento blanco no la delatara.</p> <p>—Demos gracias —dijo el escribano. Colocó algo sobre el viejo altar. Ash estaba debajo y no podía verlo pero olía a carne cruda. La nieve se enredaba en el cabello del hombre. Le brillaban los ojos. A pesar del frío, las gotas de sudor le bajaban por la frente, bajo el ala del sombrero de metal. El resto de lo que dijo estaba en otro idioma.</p> <p>El lugarteniente más alto chilló.</p> <p>—<i>¡Mirad!</i> —Lo gritó tan alto que Ash se asustó y dio un respingo. Una rama agitada le tiró un puñado de nieve a la cara. Se la quitó de las pestañas con un parpadeo. <i>Ya me han descubierto</i>, pensó con tranquilidad, sacó la cabeza al claro y se encontró con que ni siquiera estaban mirando en su dirección. Tenían los ojos clavados en el altar.</p> <p>Los tres caballeros se arrodillaron sobre los escombros cubiertos de hiedra. Las armaduras arañaron el suelo y tintinearon. El capitán dejó caer los brazos a los lados y soltó el casco: Ash hizo una mueca al oír que golpeaba contra el suelo rocoso y luego rebotaba.</p> <p>El escribano de la compañía se quitó el gorro de guerra en forma de plato y se hincó sobre una rodilla con singular elegancia.</p> <p>Empezó a nevar más rápido, como un torbellino caído desde la blancura invisible del cielo hasta el claro. La nieve cubría la hiedra verde, las bayas rojas del acebo, se congelaba en los arcos marrones, largos y delgados, del espino. El resuello malhumorado de un gran animal bajó desde el altar de aquella capilla verde en ruinas. Ash contempló su blancura en el aire. El aliento animal la golpeó en la cara, cálido y húmedo.</p> <p>Una gran zarpa bajó del altar de piedra.</p> <p>El pelo de la zarpa era amarillo. Ash lo miró fijamente, a cinco centímetros de su rostro. Pelo amarillo. Pelo amarillo y basto, más pálido y suave en las raíces. Las garras de la bestia eran curvas y más largas que su propia mano, blancas con la punta transparente. Puntas de aguja.</p> <p>La zarpa de un león pasó por la cara de Ash. El flanco obscureció el claro, el bosque, los hombres. La bestia se bajó del altar con un movimiento fluido. De un golpe echó hacia atrás la cabeza, cubierta de una espesa melena, y se tragó de un bocado la ofrenda que le habían dejado. La niña vio cómo se le movía la garganta, cómo tragaba.</p> <p>Un rugido que más era una tos rompió el aire a treinta centímetros de ella.</p> <p>Se meó en la entrepierna de las calzas de lana. La orina caliente humeó al entrar en contacto con el aire frío, le bajó por los muslos, fresca y húmeda y se enfrió al instante bajo el soplo de nieve. Con los ojos muy abiertos, lo único que podía hacer era mirarlo fijamente, y ni siquiera era capaz de preguntarse por qué ninguno de los caballeros arrodillados se levantaba de un salto o sacaba la espada. La cabeza del león empezó a girar. Ash se arrodilló, paralizada.</p> <p>El hocico arrugado del león se balanceó y penetró en el hueco que dejaban las hojas. Tenía una cara enorme. Los ojos amarillos, grandes, luminosos, de largas pestañas, parpadearon. La ahogó un fuerte olor a carroña, calor y arena. El león gruñó y vaciló un poco ante las ramas puntiagudas y cargadas de bayas. Los labios negros se retorcieron y dejaron al descubierto los dientes. Estiró la cabeza con cuidado y pellizcó el pecho del jubón de Ash entre dos incisivos.</p> <p>El león levantó las ancas traseras. La cola fustigó el aire. La sacó del arbusto. Liviana como un niño, no supuso esfuerzo alguno para él, una niña enredada en hojas de acebo y zarzas, sacada de un tirón, vestida con un jubón verde de lana y unas calzas azules y malolientes, dejada boca abajo sobre la hiedra y las rocas amortajadas por la nieve.</p> <p>El segundo rugido la dejó sorda.</p> <p>Ash estaba tan asustada que era incapaz de moverse. Trabó los brazos sobre la cabeza para taparse los oídos y rompió a llorar con lágrimas ruidosas que ni siquiera intentó suprimir.</p> <p>Una lengua rugosa, tan gruesa como su pierna, le lamió un lado de la cara marcada.</p> <p>Ash dejó de sollozar. Le escocía el rostro irritado. Poco a poco se puso de rodillas. El león la doblaba en altura. La niña se asomó a sus ojos dorados, a los bigotes que le cubrían el hocico, a los dientes blancos y curvados. Aquella lengua enorme bajó entre babas y le raspó la otra mejilla. Las cicatrices, aún sin curar del todo, palpitaron con fuerza. Se las tocó con unos dedos tan embotados e inertes como la madera. Un petirrojo que estaba en el muro de la capilla en ruinas empezó a cantar.</p> <p>Era demasiado joven para tener semejante conciencia de sí misma, pero estaba completamente segura de que estaba experimentando dos reacciones independientes, inconfundibles y excluyentes entre sí. La parte de sí misma que era una niña de campamento militar, acostumbrada a las grandes fieras y a cazar en temporada, se quedó inmóvil: <i>no me ha tocado con las garras, estoy demasiado cerca para echar a correr, no debo sobresaltarlo</i>. Otra parte de sí misma le resultaba menos conocida. La llenó de una felicidad ardiente. Era incapaz de recordar las palabras o el idioma que había utilizado el escribano. Con su voz tan clara empezó a cantar el himno del capitán.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%"><i>Que Dios os dé descanso, caballeros, que nada os aflija</i>.</p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%"><i>En esta la más oscura hora, el sol regresa; y así saludamos al día</i>.</p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%"><i>¡Marchamos hacia vuestra victoria, nuestros enemigos sumidos en la confusión!</i></p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%"><i>Oh, su luminosidad nos trae un consuelo y alegría</i></p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%"><i>Que nadie puede destruir</i>.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%"><i>Oh, su luminosidad nos trae consuelo y alegría</i>.</p> <p>El claro estaba en silencio cuando terminó. La niña no podía distinguir la diferencia entre la voz cascada del hombre y su propia pureza. No tenía edad suficiente para discernir entre la mala voz del hombre, que cantaba en plena madurez y el contorno desdibujado de su aliento, de sus pausas, que eran el reflejo de la rutina aprendida al lado de alguna hoguera.</p> <p>Y mientras su alma joven cantaba, su mente gemía, <i>no, no</i>. Recordaba la caza de un leopardo, en otro tiempo, cerca de Urbino. Las garras del gato habían abierto de un tajo y en un instante, el estómago de uno de los perros y habían enredado los fétidos intestinos en la hierba.</p> <p>La gran cabeza se hundió de golpe. Durante un segundo la niña respiró enterrada en su piel. Se asfixiaba, ahogada en la melena del animal. Los ojos del león se asomaron a los suyos, con la conciencia plana, animal, de su aroma y su presencia. Los enormes músculos se tensaron, se agruparon y la bestia saltó por encima de su cabeza. Para cuando por fin pudo girarse, ya había atravesado la maleza que rodeaba el borde del claro y se había esfumado.</p> <p>La niña se quedó allí sentada unos momentos, oyendo con toda claridad el ruido de su partida que poco a poco iba disminuyendo.</p> <p>El tintineo del metal despertó su atención.</p> <p>Estaba sentada, con las piernas muy separadas, sobre las rocas y la hiedra manchadas de nieve. Tenía la cabeza al mismo nivel que las polainas articuladas o la armadura de las rodillas del arnés del capitán, ahora que se había colocado a su lado. La chapa plateada de la vaina de su espada relucía cerca de sus ojos.</p> <p>—No habla —se quejó la niña.</p> <p>—El león nacido de una virgen es una bestia —dijo el escribano, la voz de tenor alta y monocorde en el claro abandonado—. Un animal, mi señor capitán, no lo entiendo. Todo el mundo sabe que esta niña no es virgen. Pero no le hizo ningún daño.</p> <p>El capitán barbudo la miró fijamente desde su gran altura. Ash temía aquel ceño fruncido. El hombre habló pero no se dirigió a ella.</p> <p>—Quizá fue una visión. La niña es nuestra pobre tierra, que espera el aliento del león para salvarse. Esta aridez del invierno, su rostro malogrado: todo uno. No puedo interpretarlo, me falta talento. Podría significar cualquier cosa.</p> <p>El escribano de la compañía volvió a ponerse el sombrero de acero.</p> <p>—Mis señores, lo que aquí hemos visto ha sido solo para nosotros. Conviene que nos retiremos para orar y buscar consejo.</p> <p>—Sí. —El señor capitán se agachó, cogió el yelmo y luego limpió la nieve apelmazada del metal. El sol, a través de un claro inesperado entre las nubes de invierno, tiñó de llamas su cabello rojo, la barba y el duro caparazón de metal. Al volverse añadió:</p> <p>—Que alguien traiga a la mocosa.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 3</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i3"/></p> </h3> <p>A<style style="font-size:80%">VERIGUÓ LO QUE</style> podía hacer con aquella belleza infantil acentuada por las cicatrices.</p> <p>A los nueve años tenía una masa de rizos que se dejaba crecer casi hasta la cintura y que se lavaba una vez al mes. Su cabello plateado tenía el lustre grisáceo de la grasa. En un campamento de soldados nadie sería capaz de notar el olor. Jamás enseñaba las orejas. Aprendió a vestirse siempre con calzas y jubón recortados, con frecuencia con un justillo de adulto por encima. Había algo en aquellas ropas demasiado grandes que le hacían parecer incluso más pequeña.</p> <p>Uno de los artilleros le daba siempre comida o monedas de cobre. La doblaba sobre una cureña, le soltaba los ojales de las calzas y la follaba por el culo.</p> <p>—No tienes que tener tanto cuidado —se quejaba Ash—. No voy a tener un niño. No me han salido flores ni sangre, todavía.</p> <p>—Tampoco te ha salido una polla —respondía el artillero—. Hasta que encuentre un chavalín guapo, tendrás que servir tú.</p> <p>Una vez le dio una cinta de malla que le había sobrado. La niña mendigó un poco de hilo de uno de los sastres de la compañía y un trozo de cuero del curtidor y le cosió los eslabones de metal remachado. Le dio la forma de un gorjal o cuello de malla y se la ató para proteger la garganta. Lo usaba en cada escaramuza, en cada robo de ganado, en cada emboscada de bandidos donde aprendió su oficio, que era, como siempre había sabido, el oficio de la guerra.</p> <p>Rezaba para que hubiera guerra de la misma forma que otras niñas de su edad, en los conventos, rezan para ser la novia elegida del Cristo Verde.</p> <p>Guillaume Arnisout era artillero en la compañía de mercenarios. Jamás la tocó. La enseñó a escribir su nombre con el alfabeto griego: una barra vertical con cinco cortes horizontales («el mismo número de dedos que tienes») sobresaliendo por el lado derecho («¡la mano de la espada!»). No la enseñó a leer porque él no sabía. La enseñó a calcular. Ash pensó, <i>todos los artilleros saben calcular hasta el mínimo grano de pólvora</i>, pero eso fue antes de que entendiera a los artilleros.</p> <p>Guillaume le mostró el fresno y la enseñó a fabricar arcos de caza con aquella madera («un palo más ancho de lo que necesitas para un arco de tejo»).</p> <p>La llevó a visitar el matadero, después del asedio de Dinant, en agosto, antes de que la compañía saliera de nuevo del país.</p> <p>El sol de primavera rielaba sobre los capullos de espinos que bordeaban los pastos. Aún soplaba un aire frío. El viento se llevaba el ruido y el olor del campamento lejos de allí.</p> <p>Ash cabalgó sobre la vaca hasta el pueblo, sentada de lado sobre la ristra de huesos puntiagudos del lomo. Guillaume caminaba al lado de la vaca, por la vereda llena de baches. La niña bajó la vista para verlo caminar por el polvo. Llevaba un bastón tallado en una madera desconocida, de color negro, y lo utilizaba para apoyarse a cada paso. Ash sabía que ella aún no había nacido cuando un jifero le había destrozado la rodilla en primera línea de batalla y se había retirado a las armas de asedio.</p> <p>—Guillaume...</p> <p>—Mm.</p> <p>—Podría haberla traído sola. No tenías que venir.</p> <p>—Mm.</p> <p>Ash miró hacia delante. El capitel doble de la iglesia se dejaba ver ya sobre los árboles. Subía un humo azul. Llegaron al borde del claro que rodeaba la empalizada de la aldea y cambió el viento. El olor del matadero era intenso y asfixiante.</p> <p>—¡Por la sangre de Cristo! —maldijo Ash. Una mano dura le golpeó la delgaducha zanca. Bajó la vista con los hombros encorvados para mirar a Guillaume y dejó que las lágrimas le llenaran los párpados inferiores.</p> <p>—Pues allí —señaló Guillaume—, es a donde vamos. Bájate de ese viejo saco de huesos y llévala de la cuerda, por el amor de Dios.</p> <p>Ash sacó los talones de una patadita y se lanzó al aire. Aterrizó en los polvorientos baches del camino, se agachó por un momento para equilibrarse con una mano y se incorporó de un brinco. Rodeó de unos cuantos saltos exuberantes a la vaca, que no había dejado su paso tranquilo, y luego volvió corriendo junto al hombre.</p> <p>—Guillaume. —La niña lo cogió por el brazo, por la manga del color marrón oxidado del jubón. No había tela bajo el puño: en aquel momento el artillero no tenía más camisa a su nombre que la propia Ash—. Guillaume, ¿es que te gustan los chicos?</p> <p>—¡Ja! —Bajó la vista y la miró fijamente con sus ojos oscuros. El cabello negro y fibroso le llegaba desde la cabeza hasta los hombros, salvo por la coronilla, donde empezaba a quedarse calvo. Tenía la costumbre de afeitarse con cierta frecuencia con la daga, normalmente el mismo día que se acordaba de afilarla, pero tenía las mejillas curtidas y acartonadas y apenas mostraban algún corte más del filo.</p> <p>—¿Que si me gustan los chicos, señorita? ¿Es que me estás preguntando por qué no se me cae la baba contigo como les pasa a los demás? ¿Y por eso ya me tienen que gustar los chicos más que las chicas?</p> <p>—La mayoría hacen lo que yo quiero cuando finjo.</p> <p>El hombre le tiró de un mechón de cabello plateado.</p> <p>—Pero a mí me gustas como eres.</p> <p>Ash se retiró el pelo detrás de las orejas puntiagudas. Le dio una patada a las briznas de hierba que crecían al lado del camino de la aldea y que se balanceaban al viento.</p> <p>—Soy hermosa. Aún no soy una mujer pero soy hermosa. Llevo sangre de elfo en las venas, mira el cabello. Mírame el cabello, a ti no te importa... —Cantó para sí durante unos minutos y luego levantó la mirada con lo que sabía que eran unos ojos enormes, muy separados—. Guillaume...</p> <p>El artillero siguió adelante, sin hacerle caso. Plantaba el bastón con firmeza en el polvo y luego, con un ademán, saludaba a los dos guardias que había a las puertas de la aldea. Ash se dio cuenta de que llevaban barras con puntas de hierro y gruesos justillos de cuero a modo de armadura.</p> <p>La niña cogió la cuerda que colgaba alrededor del cuello de la vaca. La vaca llevaba seca seis meses y permanecía estéril, fuera el que fuese el toro del pueblo al que la llevaran los mercenarios en su camino por la campiña. Se convertiría en una carne llena de fibras pero daría un buen cuero para zapatos. Ash dio unas pataditas con las plantas desnudas de los pies. O buen cuero para cintos donde ceñir la espada.</p> <p>Ahora que el olor de las calles del pueblo vencía al olor de la carretera polvorienta, la niña se hizo una pregunta, ¿un lugar más donde le gritarían obscenidades por las cicatrices y harían la señal de los Cuernos?</p> <p>—¡Ash!</p> <p>La vaca se había desviado hacia un lado del sendero y mordisqueaba la hierba sin demasiado entusiasmo. Ash clavó los talones desnudos en el camino y empujó. La vaca levantó la cabeza. Aspiró ruidosamente y mugió. Unos cabos de saliva le colgaban de las mandíbulas. Ash la llevó hacia la puerta de la aldea y las casas de zarzas mal pintadas, tras Guillaume.</p> <p>Ash ya tenía espada. La manoseó mientras clavaba los ojos en los tipos de la puerta. Había sido en principio la daga de alguien, de casi seis centímetros de longitud, así que para ella era más bien una espada corta. A sus nueve años era bajita, se podía pensar que tenía siete. Venía con su propia vaina y un gancho para colgársela del cinturón. Se la había ganado. Robaba comida pero no pensaba robar armas. Los otros mercenarios (últimamente había estado pensando en ellos y en sí misma en esos términos) lo consideraban un rasgo interesante y bastante peculiar y se aprovechaban.</p> <p>Dado que aún no hacía mucho que había amanecido, había pocos aldeanos en la calle. Ash sentía que no hubiera nadie allí para verla.</p> <p>—Me dejan entrar armada en la aldea —presumió—. ¡No he tenido que entregar mi daga!</p> <p>—Figuras en los libros como parte de la compañía. —Guillaume llevaba su propia falcata, una especie de cuchilla de carnicero con un único filo capaz de partir un pelo por la mitad, en el cinturón. De la misma forma que Ash solía vestir jubones demasiado grandes para convertirse en la mascotita del campamento, la niña tenía la profunda sospecha de que Guillaume interpretaba el estereotipo que los famélicos aldeanos tenían de los mercenarios: ropa mugrienta y armas impecables. Y desde luego hacía otra cosa que los palurdos esperaban de alguien como él: trampas con las cartas, pero mal; hasta Ash era capaz de pillarlo.</p> <p>Ash caminaba con los hombros delgados echados hacia atrás y la cabeza levantada. Bajó la vista para clavarla en un par de ociosos que aguardaban bajo el matorral colgado que marcaba una choza como taberna.</p> <p>—Por Dios que si no tuviera este animal estéril y podrido —le dijo con un gañido al artillero que caminaba delante de ella—, ¡parecería un auténtico soldado a sueldo!</p> <p>Guillaume Arnisout se echó a reír por un momento y siguió caminando. No miró atrás.</p> <p>La chiquilla molestó a la complaciente vaca hasta llevarla a las verjas del matadero antes de que el vientre del animal se llenara del olor. El hedor de los excrementos y la sangre era tan fuerte que resultaba tangible. Los ojos de Ash se llenaron de lágrimas. Tenía una especie de nudo en la garganta. Mientras tosía le entregó la brida de la vaca a uno de los matarifes que aguardaba a las puertas.</p> <p>Bramó una voz.</p> <p>—¡Ash! ¡Por aquí!</p> <p>Ash se dio la vuelta. Algo cálido y pesado la golpeó en la cara y el pecho.</p> <p>La sorpresa la hizo jadear y aspirar una bocanada de aire. De inmediato se atragantó con un líquido caliente. Una masa sólida se deslizaba por sus hombros y le bajaba por el pecho. Se clavó las palmas de las manos en los ojos ardientes. Tosió, volvió a asfixiarse y empezó a llorar. Las lágrimas le aclararon la visión.</p> <p>Tenía la parte frontal del jubón y las calzas empapada de sangre. Una sangre cálida, humeante. Le pegaba el cabello blanco, convertido en zarcillos de color escarlata que chorreaban sobre el polvo. Le cubría las manos. Una masa amarilla le formaba costras en las arrugas de la ropa. Levantó la mano y sacó una masa del cuello de su jubón: un trozo de carne salpicada de cuajarones de sangre del tamaño de su pequeño puño.</p> <p>La masa sólida se deslizó y le cayó con un sonido sordo sobre los pies desnudos. Estaba caliente. Templada. Se enfriaba con rapidez. Fría. Unos tubos de color rosa y otros tubos rojos se deslizaron hasta el suelo. Sacó el pie de debajo de un pedazo de carne con forma de riñón que no le habría caído en las dos manos.</p> <p>Dejó de llorar.</p> <p>Hizo algo. No era nada nuevo o no habría sabido cómo hacerlo ahora. Puede que fuera algo que hizo justo antes o después de disparar la ballesta a bocajarro contra su violador y de que el cuerpo de este explotara delante de ella.</p> <p>Se limpió el dorso de la mano en la barbilla. La sangre se coaguló sobre su piel al secarse. La niña se deshizo del nudo en la garganta y de las lágrimas que le escocían tras los párpados.</p> <p>Se quedó mirando a Guillaume y al matarife, que ahora llevaban sendos cubos de madera vacíos.</p> <p>—Ha sido una estupidez —dijo, furiosa—. ¡La sangre es asquerosa!</p> <p>—Ven aquí. —Guillaume señaló un punto que había delante de él.</p> <p>El artillero aguardaba ante un potro para desollar. Unas vigas tan sólidas como las que conformaban una máquina de asedio sostenían una cadena sobre una polea. Unos ganchos colgaban de la cadena, sobre un canal abierto en el suelo. Ash sacó los pies de unas entrañas de cerdo y se acercó a Guillaume. Se le pegaba la ropa. Su nariz ya estaba dejando de percibir el hedor del matadero.</p> <p>—Saca la espada —dijo el hombre.</p> <p>La niña no tenía guantes. La empuñadura del arma estaba ceñida por tiras de cuero y le resbalaba por la palma de la mano.</p> <p>—Corta —dijo Guillaume con calma mientras señalaba a la vaca que ahora colgaba cabeza abajo a su lado, todavía viva, con los cascos atados—. Rebánale el vientre.</p> <p>Ash no había estado en ninguna iglesia pero sabía lo suficiente para mirarlo con el ceño fruncido.</p> <p>—Hazlo —dijo el hombre.</p> <p>La larga daga de Ash le pesaba en la mano. El metal le tiraba de la muñeca.</p> <p>Los ojos de largas pestañas de la vaca rodaban en las cuencas y el animal gruñía, frenético. Los tirones que daba de la cuerda no conseguían otra cosa que hacerla rodar de lado a lado en el gancho. Un chorro de mierda le resbalaba por los flancos cálidos y palpitantes.</p> <p>—No puedo hacerlo —protestó Ash—. Sé hacerlo, conozco la manera. Pero no puedo hacerlo. ¡No, es como si me fuera a hacer daño!</p> <p>—¡Hazlo!</p> <p>Ash le dio un torpe capirotazo a la hoja y la lanzó hacia delante. Se apoyó con todo su peso en la punta, como le habían enseñado, y el metal afilado perforó la piel marrón y blanca de la vaca. Esta abrió la boca y gritó.</p> <p>Un chorro de sangre la salpicó. El sudor hizo que la daga resbalara en la mano de Ash. La daga salió con suavidad de la herida, que no era muy profunda. La niña se quedó mirando a aquel animal que era ocho veces más grande que ella. Cogió la hoja con las dos manos y cortó un poco más. El filo rozó el flanco de la vaca.</p> <p>—A estas alturas ya estarías muerta —dijo Guillaume con la voz ronca.</p> <p>Las lágrimas empezaron a derramarse de los ojos de Ash. Se acercó un poco más al cuerpo cálido y palpitante. Levantó la gran daga por encima de su cabeza y la bajó de golpe con las dos manos.</p> <p>La punta de la hoja perforó la piel dura y el músculo delgado, y penetró en la cavidad abdominal. Ash dio un tirón violento y bajó el filo aún más. Era como acuchillar una tela. A sacudidas, venciendo obstáculos. Un montón de cuerdas teñidas de rosa cayeron a su alrededor en aquel patio del alba y humearon bajo el aire fresco de las primeras horas. Ash siguió dando tajos con tenacidad. La hoja topó con hueso y se atascó. Una costilla. La niña dio un tirón. Estiró. La carne de la vaca se cerró como una ventosa alrededor de la hoja.</p> <p>—Retuércela. Utiliza el pie si no te queda más remedio —la dirigía la voz de Guillaume por encima de su aliento forzado y áspero.</p> <p>Ash apoyó la rodilla en el cuello húmedo de la vaca y lo presionó contra el marco de madera con su peso diminuto. Torció las muñecas con fuerza hacia la derecha y la hoja giró, rompiendo así el vacío que la sujetaba a la herida y zafándose del hueso. Los gritos de la vaca ahogaban cualquier otro sonido.</p> <p>—¡Ahhhh! —Con las dos manos en la empuñadura de la daga, Ash limpió la hoja en la piel estirada de la garganta de la vaca. La costilla debió de hacerle una muesca en el metal. Sintió la irregularidad del acero que se enganchaba en la carne. Se abrió una amplia brecha. Durante una fracción de segundo se vio un corte transversal de piel, envoltura de músculo, músculo y pared arterial. Luego se acumuló la sangre, que salió a borbotones y le dio en la cara. Caliente. <i>El calor de la sangre</i>, pensó la niña, y soltó una risita.</p> <p>—¡Y ahora llora! —Guillaume la hizo girar de golpe y le estrelló la mano contra el rostro. El golpe habría lastimado a un adulto.</p> <p>Asombrada, Ash estalló en fuertes sollozos. Se quedó allí quieta durante quizá un minuto, llorando. Luego balbució:</p> <p>—¡Aún no soy lo bastante mayor para entrar en primera línea!</p> <p>—No este año.</p> <p>—¡Soy muy pequeña!</p> <p>—Y ahora lágrimas de cocodrilo —suspiró Guillaume—. Te lo agradezco —y añadió sin sombra de humor—, ahora mata a la bestia. —Cuando la niña volvió la vista, le estaba dando al matarife una moneda de cobre—. Vamos señorita. Volvemos al campamento.</p> <p>—Tengo la espada sucia —dijo la niña. De repente dobló las piernas, se sentó en el suelo, en medio de la sangre y la mierda del animal y soltó un alarido. Tosió, luchó por respirar. Grandes jadeos y estremecimientos le sacudían el pecho. El pelo enrojecido le colgaba sobre la cara y le manchaba las mejillas marcadas y húmedas. Le caían los mocos.</p> <p>—Ya. —La mano de Guillaume la cogió por el cuello del jubón y la levantó en el aire para posarla luego sobre los pies desnudos. Con fuerza—. Mejor. Ya basta. Ya está.</p> <p>Le señaló un abrevadero que había al otro lado del patio.</p> <p>Ash se arrancó los cordones que le sujetaban la parte frontal de la ropa. Se quitó el jubón y las calzas de una sola pieza, sin molestarse en desabrochar los ojales que los mantenían unidos en la cintura. Hundió la lana empapada de sangre en el agua fría y la utilizó para lavarse. Sintió el sol mañanero calentarle con fuerza la piel desnuda y fría. Guillaume se quedó quieto, con los brazos cruzados, y la contempló.</p> <p>Y durante todo el proceso la niña mantuvo el cinturón de la espada que se había quitado bajo los pies y los ojos clavados en los matarifes.</p> <p>Lo último que hizo fue limpiar la hoja, secarla y pedir un poco de grasa para aceitarla y que no se oxidara. Para entonces la ropa ya no estaba mojada. El cabello le colgaba húmedo, como colas blancas de rata.</p> <p>—Volvemos al campamento —dijo el artillero.</p> <p>Ash salió por la puerta de la aldea al lado de Guillaume. Ni siquiera se le ocurrió pedir que la acogiera una de las familias del pueblo.</p> <p>Guillaume bajó la vista y miró los ojos brillantes, inyectados en sangre, de la niña. La suciedad se le acumulaba en los pliegues de la piel, claramente visibles bajo el sol ardiente. Luego dijo:</p> <p>—Si te ha parecido fácil, piensa en esto. Era una bestia, no un hombre. No tenía voz para amenazarte. No tenía voz para pedir compasión. Y no estaba intentando matarte.</p> <p>—Lo sé —dijo Ash—. He matado a un hombre que sí lo intentó.</p> <p>Cuando tenía diez años estuvo a punto de morir, pero no en el campo de batalla.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 4</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i3"/></p> </h3> <p>L<style style="font-size:80%">LEGARON LAS PRIMERAS</style> luces. Ash se apoyó en el brocal de piedra de la torre del campanario. Estaba demasiado oscuro para ver el suelo y hacia abajo se extendían quince metros de aire vacío. Relinchó un caballo. Otros cien le respondieron, a lo largo de todas las líneas de batalla. Una alondra cantó en el arco del cielo. El valle plano del río empezó a surgir de la oscuridad.</p> <p>El aire se calentaba con rapidez. Ash vestía una camisa robada y nada más. Era una camisa de hilo de hombre y todavía olía a él, le llegaba por debajo de las rodillas. Se la había sujetado con el cinturón de la espada. El lino le protegía la nuca, los brazos y la mayor parte de las piernas. Se frotó la piel de gallina. Muy pronto haría un calor insoportable.</p> <p>El cielo empezó a clarear por el este. Las sombras se arrastraron hacia el oeste. Ash percibió un alfilerazo de luz a unos tres kilómetros de distancia.</p> <p>Uno. Cincuenta. ¿Mil? El sol centelleó en los cascos y las corazas, en las hachuelas de mano, en los martillos de guerra y en las puntas agudas de las flechas de yarda.</p> <p>—¡Están en orden de batalla y en marcha! ¡Tienen el sol a la espalda! —Saltó de un pie al otro—. ¿Por qué no nos deja luchar el capitán?</p> <p>—¡Yo no quiero! —El niño de pelo moreno, Richard, que era su amigo en esos momentos, gimoteó a su lado.</p> <p>Ash lo miró con una expresión de total asombro.</p> <p>—¿Tienes miedo? —Se lanzó como un rayo hacia el otro lado de la torre, se apoyó y contempló el fuerte de carretas de la compañía. Las lavanderas, las putas y las cocineras estaban encajando las cadenas que unían las carretas. La mayor parte llevaban picas de casi cuatro metros de altura y lanzas afiladas como cuchillas. Se asomó un poco más. No veía a Guillaume.</p> <p>El día se fue despejando deprisa. Ash estiró el cuello para mirar la pendiente que bajaba hasta la orilla del río. Galopaban unos cuantos caballos con los jinetes ataviados en colores vivos. Una bandera: la enseña de la compañía. Luego caminaban los hombres de la compañía, con las armas en la mano.</p> <p>—Ash, ¿por qué vamos tan lento? —Richard temblaba—. ¡Nos alcanzarán antes de que estemos preparados!</p> <p>Ash había empezado a hacerse más fuerte durante el último medio año o así, de la misma forma que los <i>terriers</i> y los ponis de montaña se hacen fuertes, pero seguía sin aparentar más de ocho años. La desnutrición tenía mucho que ver en ello.</p> <p>Rodeó al niño con un brazo.</p> <p>—Hay problemas. No podemos pasar. Mira.</p> <p>Toda la ribera del río estaba teñida de rojo bajo el sol naciente. Enormes campos de maíz, tan repletos de amapolas que no se veía el grano. Maíz y amapolas juntos, los cultivos estaban tan pegados y enmarañados que ralentizaban a los mercenarios que avanzaban con sus lanzas, espadas y alabardas. Los hombres que con armaduras iban a caballo se habían adelantado un poco más y se anunciaban en el horizonte escarlata, bajo el estandarte.</p> <p>Richard envolvió a Ash en sus brazos. Estaba tan pálido que la marca de nacimiento se destacaba como un estandarte en su rostro.</p> <p>—¿Morirán todos?</p> <p>—No. No todos. No si algunos de los otros se pasan a nosotros cuando empiece la lucha. El capitán los compra si puede. Oh. —A Ash se le contrajeron las entrañas. Se llevó la mano a la entrepierna y sacó los dedos ensangrentados.</p> <p>—¡Dulce Cristo Verde! —Se limpió la mano en la camisa de lino al tiempo que echaba una mirada por la torre del campanario para ver si alguien la había oído maldecir. Estaban solos.</p> <p>—¿Estás herida? —Richard dio un paso atrás.</p> <p>—Oh. No. —Mucho más perpleja de lo que aparentaba, Ash dijo—: ya soy una mujer. Me lo dijeron, en las carretas, que podría ocurrir.</p> <p>Richard se olvidó del movimiento de los hombres armados. Tenía una dulce sonrisa en los labios.</p> <p>—Es la primera vez, ¿verdad? ¡Me alegro tanto por ti, Ashy! ¿Tendrás un bebé?</p> <p>—Ahora mismo no...</p> <p>El niño se echó a reír, el miedo había desaparecido. Hecho eso, la niña se volvió hacia los campos del río rojo que se alejaban de la torre. El rocío se evaporaba convertido en una bruma brillante. Ya no amanecía, había llegado la mañana.</p> <p>—Oh, mira...</p> <p>A un kilómetro de distancia, el enemigo.</p> <p>Los hombres de la Novia del Mar subían una pendiente, pequeños y relucientes. Estandartes rojos, azules, dorados y amarillos resplandecían sobre la masa apretada de los yelmos. Demasiado lejos para verles las caras, incluso la V invertida que revelaba la boca y la barbilla cuando, por el calor, se quitaban las baberas y barbotes<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n4">4</a>.</p> <p>—¡Ashy, son tantos...! —gimió Richard.</p> <p>La hueste de la Serena Novia del Mar se dividió en tres grupos. La vanguardia o unidad de avance ya era bastante grande sin necesidad de nadie más. Tras ella, en perpendicular hacia un lado, se acercaba el cuerpo central, con los estandartes de la Novia del Mar y la enseña de su comandante. De nuevo en perpendicular, de la retaguardia solo se veía una espesura móvil de picas y lanzas.</p> <p>Las primeras filas se acercaban con lentitud. Arqueros con cotas de malla cortas forradas de hilo, con gorros de guerra de acero relucientes y las archas brillantes con hoja en forma de gancho sobre los hombros. Ash sabía que aquellos ganchos tenían algún uso en los campos de labranza, pero no se le ocurría cuál podría ser. Con aquel arma se podía enganchar a un caballero vestido con su armadura, derribarlo del caballo y luego abrirle las placas protectoras de metal. Hombres de armas con armadura de a pie, con hachas al hombro como campesinos que van a cortar leña... Y arqueros. Demasiados arqueros.</p> <p>—Tres líneas de batalla. —Le indicó a Richard a gritos mientras lo sujetaba por los estrechos hombros. El niño temblaba—. Mira, cobarde. En la línea frontal. Hay lanceros, luego arqueros, luego hombres de armas, luego arqueros, luego lanceros, luego más arqueros... por toda la línea.</p> <p>Una voz ronca, audible a pesar de la distancia, gritó.</p> <p>—¡Apuntad! ¡Disparad!</p> <p>Ash se rascó la camisa manchada. Todo se dispuso ante ella, de repente muy claro en su cabeza. Por primera vez, lo que había sido el sentido implícito de una pauta encontraba palabras para expresarse.</p> <p>Empezó a tartamudear, con una forma de hablar demasiado rápida y excitada para entenderse.</p> <p>—¡Sus arqueros están a salvo gracias a los hombres que llevan armas cortas! ¡Nos pueden disparar, soltar una flecha cada seis latidos y no podemos hacer nada! Porque si intentamos acercarnos más, sus lanceros o los caballeros de a pie nos matarán. Entonces sus arqueros sacarán las falcatas y también se meterán, o bien saldrán a los flancos y seguirán disparándonos. Por eso los han colocado así. ¿Qué podemos hacer?</p> <p>—Si te superan en número, no puedes ir a su encuentro en unidades separadas. Forma una cuña. Una alineación con forma de cuña con la punta dirigida hacia el enemigo, entonces los arqueros de los flancos pueden disparar sin darles a los hombres que vayan delante. Cuando ataque su infantería, deben enfrentarse a vuestras armas en cada uno de los flancos. Manda a los hombres con las armas más pesadas a romper su flanco.</p> <p>Ash se dio cuenta de que aquellas duras palabras no eran más difíciles de descifrar que los debates que había escuchado, echada sobre la hierba, en la tienda de mando del capitán. Mientras intentaba solucionarlo, dijo.</p> <p>—¿Cómo vamos a hacerlo? ¡No tenemos hombres suficientes!</p> <p>—Ashy —gimió Richard.</p> <p>La niña protestó.</p> <p>—¿Qué tenemos? ¡Los hombres del Gran Duque, más o menos la mitad! Y la milicia de la ciudad. Apenas saben lo suficiente para no sujetar la espada por la hoja. Dos compañías más. Y nosotros.</p> <p>—¡Ash! —protestó el niño en voz alta—. ¡Ashy!</p> <p>—Entonces no dispongas a tus hombres muy juntos. Son una masa a la que puede dispararles el enemigo. El enemigo está fuera de alcance. Debes moverte rápido y lanzar un ataque desde cerca.</p> <p>La niña excavó con el dedo del pie la tierra que se amontonaba entre las losas de la torre sin mirar los estandartes que se aproximaban.</p> <p>—¡Son demasiados!</p> <p>—Ashy, basta. ¡Ya está bien! ¿Con quién estás hablando?</p> <p>—Entonces debes rendirte y solicitar la paz.</p> <p>—¡No me lo digas a mí! ¡Yo no puedo hacer nada! ¡No puedo!</p> <p>Richard chilló.</p> <p>—¿Decirte qué? ¿Quién lo dice?</p> <p>Durante largos segundos no pasó nada. Luego, la masa de la compañía empezó a adelantarse, corriendo, las tropas del Gran Duque con ellos, estrellándose contra la primera línea del enemigo. Las banderas se hundieron y el color rojo de las amapolas se convirtió en una bruma roja; truenos, el hierro que golpea al hierro, chillidos, voces roncas que gritan órdenes, el chillido de una gaita se eleva entre el polvo que se levanta a unos cientos de metros de distancia.</p> <p>—Lo has dicho tú... ¡te he oído! —Ash se quedó mirando el rostro blanco y de color vino de Richard—. Has sido tú... Oí que alguien decía... ¿Quién ha sido?</p> <p>La línea de hombres del Gran Duque se dividió en varios nudos. Ya no era una cuña voladora, solo grupúsculos de hombres de armas reunidos alrededor de sus estandartes y enseñas. Bajo el polvo y el sol rojo, el cuerpo principal del ejército de la Serenísima Novia del Mar empezó a caminar. Haces de flechas espesaron el aire.</p> <p>—Pero alguien ha dicho...</p> <p>El brocal de piedra la golpeó en la cara.</p> <p>La sangre emergió de su labio superior. Se llevó una mano a la nariz. El dolor la hizo gritar. Separó los dedos y se echó a temblar.</p> <p>El ruido le llenó la boca, le llenó el pecho, hizo temblar el cielo, que se derrumbó sobre ella. Ash se tocó las sienes. Un gemido fino, penetrante, le llenó los oídos. El rostro de Richard estaba bañado en lágrimas y la boca era un cuadrado abierto. Apenas lo oía balbucear.</p> <p>La esquina del parapeto desapareció sin ruido. El aire libre se abría ante ella. El polvo pendía como una bruma. La niña se puso a cuatro patas. Un zumbido violento pasó al lado de su cabeza como un estallido, lo bastante estrepitoso para que ella, medio sorda como estaba, lo oyera.</p> <p>El niño se había quedado quieto con las manos a los costados. Tenía la mirada clavada encima de la cabeza de Ash, más allá de la torre rota del campanario. La niña vio que a su amigo le temblaban las piernas abigarradas. La bragueta del muchacho se mojó de orina. Con un sonido intenso y húmedo, el niño se cagó en las calzas. Ash levantó los ojos para mirar a Richard sin condenarlo. Hay momentos en los que perder el control de los intestinos es la única respuesta realista a una situación.</p> <p>—¡Son morteros! ¡Agáchate! —esperaba estar gritando. Cogió a Richard por la muñeca y tiró de él hacia los escalones.</p> <p>El borde afilado de los escalones le mordió las rodillas. Sus ojos, deslumbrados por el sol, no veían otra cosa que oscuridad. Cayó dentro de la torre del campanario y se golpeó la cabeza contra la pared de las escaleras. El pie de Richard le dio una patada en la boca. Sangró, aulló, bajó rodando hasta el nivel del suelo y echó a correr.</p> <p>No oyó más disparos pero cuando miró atrás desde el fuerte de las carretas, con el pecho ardiendo y en carne viva, la torre del monasterio había desaparecido y solo quedaban escombros y el polvo que oscurecía el cielo.</p> <p>Cuarenta y cinco minutos más tarde, la reata de equipajes caía prisionera.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>Ash salió huyendo, donde no pudieran verla, hasta el río.</p> <p>Buscaba algo.</p> <p>Había tantos cuerpos apilados en el suelo que el hedor nadaba en el aire. Se apretó la manga de lino contra la nariz y la boca. Intentaba no pisar los rostros de los hombres y los muchachos muertos.</p> <p>Aparecieron los carroñeros para despojar los cuerpos. La niña se escondió en el maíz rojo y húmedo. Las voces de los campesinos eran una música rápida, llena de inflexiones.</p> <p>Ash sintió que la piel de las mejillas y la nariz se le tostaba bajo el calor ardiente del verano. El sol le quemaba las pantorrillas bajo la camisa de lino, haciendo que la piel blanca adquiriera un tono rosado. Le ardían los dedos de los pies. El mundo entero olía a mierda y carne podrida. No dejaba de escupir pero ni así conseguía quitarse de la boca el sabor a vómito. El aire rielaba a causa del calor.</p> <p>Uno de los moribundos sollozó:</p> <p>—¡Bartolomeo! ¡Bartolomeo! —Y luego lanzó sus súplicas a la carreta del cirujano, de mango largo, arrastrada sobre dos ruedas por un hombre que gruñía y sacudía la cabeza.</p> <p>Ni rastro de Richard. De nadie. Los cultivos estaban ennegrecidos a lo largo de más de un kilómetro. Los cuervos arrastraban trozos de los cadáveres de dos caballos, aún con la armadura puesta. Si acaso quedaba algo, rastros del asedio, cuerpos, alguna armadura que se pudiera recuperar, ya la habían limpiado o se lo habían llevado.</p> <p>Ash echó a correr, sin aliento, y volvió a las hogueras del campamento. Vio a Richard sentado con las lavanderas. El niño levantó la vista, la vio y huyó.</p> <p>La niña aminoró el paso.</p> <p>De pronto, se volvió y le tiró a un artillero de la manga del jubón. Sin darse cuenta de lo sorda que estaba, gritó.</p> <p>—¿Dónde está Guillaume? ¿Guillaume Arnisout?</p> <p>—Enterrado en el hoyo de cieno.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>El hombre desarmado se encogió de hombros y se volvió hacia ella. La niña siguió el movimiento de sus labios tanto como el susurro del sonido.</p> <p>—Muerto y enterrado en los pozos de cieno.</p> <p>—Umm. —El aire abandonó sus pulmones.</p> <p>—No —exclamó otro hombre al lado del fuego—, lo hicieron prisionero. Lo tienen los malditos Novias del Mar.</p> <p>—No. —Un tercer hombre había separado las manos—. Tenía un agujero en el estómago así de grande. Pero no fueron sus Serenísimas, fueron los nuestros, los hombres del Gran Duque, alguien al que le debía dinero.</p> <p>Ash los dejó allí.</p> <p>Poco importaba en qué suelo lo plantaran, el campamento siempre era igual. Se dirigió al centro del campamento, donde no solía ir con frecuencia. Ahora estaba lleno de forasteros armados. Al fin encontró un hombre rubio con las uñas arregladas y una expresión de pesar que asomaba sobre la armadura y una sobrevesta verde con los bordes dorados. Era uno de los ayudantes del señor capitán y la niña lo conocía de vista, no por el nombre; los artilleros se burlaban de él llamándolo levanta-tabardos. Ya sabía por qué.</p> <p>—¿Guillaume Arnisout? —El hombre se pasó la mano por el pelo espeso y cortado a lo <i>garçon</i>—. ¿Es tu padre?</p> <p>—Sí —mintió Ash sin dudarlo. Hizo lo que había aprendido a hacer y el nudo que tenía en la garganta desapareció, de tal modo que pudo hablar—. ¡Quiero verlo! ¡Dime dónde está!</p> <p>El ayudante punzó una lista de pergamino.</p> <p>—«Arnisout». Aquí está. Lo han hecho prisionero. Los capitanes están hablando. Supongo que se intercambiarán prisioneros dentro de unas horas.</p> <p>Ash le dio las gracias con el tono más tranquilo posible y volvió al borde del campamento para esperar.</p> <p>La tarde cayó por el valle. El hedor de los cuerpos endulzaba el aire de una forma insoportable. Guillaume no volvió al campamento. Empezó a correr el rumor de que había muerto a causa de sus heridas, que había muerto de una plaga contraída en el campamento de la Novia del Mar, que había firmado con la Serenísima como maestro armero por el doble de salario, que había huido con una dama de la ciudad del duque, que había vuelto a casa, a su granja de Navarra. (Ash mantuvo la esperanza durante unas cuantas semanas. A los seis meses, dejó de esperar.)</p> <p>Hacia la caída del sol, los prisioneros se movían sin rumbo entre las tiendas del campamento, no estaban acostumbrados a andar por ahí sin espada, hacha, arco, alabarda. El sol vespertino doraba la sangre y las amapolas. El aire sabía a calor. La nariz de Ash se acostumbró a lo peor de la descomposición. Richard se acercó con paso airado al lugar donde Ash, sobre un montón de paja manchada de estiércol, le daba la espalda a una rueda de carreta, mientras una de las lavanderas del tren de equipajes humedecía con hamamelina las magulladuras amarillas que le cubrían las pantorrillas.</p> <p>—¿Cuándo lo sabremos? —Richard se estremecía y la miraba furioso—. ¿Qué harán con nosotros?</p> <p>—¿Nosotros? —A Ash aún le pitaban un poco los oídos.</p> <p>La lavandera gruñó.</p> <p>—Formamos parte de los despojos. Vendernos a los burdeles, quizá.</p> <p>—¡Soy demasiado joven! —protestó Ash.</p> <p>—No.</p> <p>—¡Demonio! —chilló el niño—¡Los demonios te dijeron que perderíamos! ¡Oyes demonios! ¡Te quemarás!</p> <p>—¡Richard!</p> <p>El niño salió corriendo. Bajó corriendo la pista de tierra que los pies de los soldados habían allanado en los cultivos de los campesinos y se alejó de las carretas del equipaje.</p> <p>—¡Carnaza! Es demasiado guapo —dijo la lavandera, cruel de repente, al tiempo que tiraba el trapo húmedo—. No me gustaría ser él. Ni tú. ¡Con esa cara! Te quemarán. ¡Si oyes voces! —La mujer hizo la señal de los cuernos.</p> <p>Ash echó la cabeza atrás y contempló el azul infinito. El aire nadaba envuelto en oro. Le punzaba cada músculo, le dolía la rodilla torcida, le habían arrancado la uña del dedo meñique del pie y lo tenía ensangrentado. Nada de la euforia habitual una vez terminado un duro esfuerzo. Tenía las tripas revueltas.</p> <p>—No son voces. Era solo una voz. —Empujó con el pie desnudo el tarro de arcilla que contenía la pomada de hamamelina—. Quizá fuera el dulce Cristo. O un santo.</p> <p>—¿Tú, oír un santo? —Gruñó la mujer con incredulidad—. ¡Putita!</p> <p>Ash se limpió la nariz con el dorso de la mano.</p> <p>—Quizá fuera una visión. Una vez Guillaume tuvo una visión. Vio a los Muertos Benditos luchando con nosotros en Dinant.</p> <p>La lavandera se volvió para alejarse.</p> <p>—¡Espero que su Serenísima te mire esa horrenda cara y te haga follar con todas sus deshonras!</p> <p>Con un solo movimiento Ash recogió y levantó el tarro de hamamelina y se preparó para lanzarlo.</p> <p>—¡Bruja sifilítica!</p> <p>Apareció una mano de la nada y le dio un golpe seco. La aturdió. La niña lanzó un airado chillido de humillación y dejó caer el tarro de arcilla.</p> <p>El hombre, ya visible y luciendo la librea de la Novia del Mar, gruñó:</p> <p>—Tú, mujer, sube al centro del campamento. Nos estamos repartiendo los despojos. ¡Vete! ¡Tú también, monstruito marcado!</p> <p>La lavandera se alejó corriendo con una risa demasiado aguda. El soldado la siguió.</p> <p>Otra mujer, que de repente estaba al lado de la carreta, preguntó.</p> <p>—¿Oyes voces, niña?</p> <p>Tenía un rostro redondo de luna, pálido como la Luna, ni un cabello se escapaba del apretado tocado. Sobre su gran cuerpo colgaba suelta una túnica gris, con una Cruz de Espinos sujeta por una cadena al cinturón.</p> <p>Ash gimoteó y volvió a limpiarse la nariz, que había empezado a moquear. Una línea de mocos delgados y transparentes le colgaba desde la nariz hasta la manga de la camisa de lino.</p> <p>—¡No lo sé! ¿Qué es «oír voces»?</p> <p>La pálida cara de luna la mira ávida desde su altura.</p> <p>—Hay rumores entre los hombres de su Serenísima. Creo que te están buscando.</p> <p>—¿A mí? —Algo empezó a apretar las costillas de Ash—. ¿Me buscan a mí?</p> <p>Una mano blanca, cálida y húmeda se estiró hacia ella y cogió la mandíbula de Ash, para luego obligarla a volver la cara hacia la luz del atardecer. La niña luchó contra la huella de aquellos dedos afilados, sin demasiado éxito. La mujer la estudió con atención.</p> <p>—Si fue en verdad regalo del Cristo Verde, tienen la esperanza de que les hagas una profecía. Si es un demonio, te lo sacarán. Eso podría llevar hasta la mañana. La mayor parte ya está entregada a la bebida.</p> <p>Ash hizo caso omiso de la mano que le tenía agarrada la cara, del aquel miedo que la ponía enferma y de las entrañas revueltas.</p> <p>—¿Eres monja?</p> <p>—Soy una de las Hermanas de Santa Herlaine, sí. Tenemos un convento cerca de aquí, en Milán<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n5">5</a>. —La mujer la soltó. La voz sonaba dura bajo el discurso líquido. Ash supuso que aquel no era su primer idioma. Al igual que todos los mercenarios, Ash sabía un poco de todos los idiomas que había oído. Así que entendió a aquella mujerona cuando dijo.</p> <p>—Hace falta alimentarte, niña. ¿Cuántos años tienes?</p> <p>—Nueve. Diez. Once. —Ash se pasó la manga por la barbilla—. No lo sé. Recuerdo la gran tormenta. Diez. Quizá nueve.</p> <p>Los ojos de la mujer eran claros, todo luz.</p> <p>—Eres una niña. Y además pequeña. Nadie te ha cuidado jamás, ¿verdad? Probablemente por eso entró el demonio en ti. Este campamento no es sitio para una niña.</p> <p>Las lágrimas le apuñalaron los ojos.</p> <p>—¡Es mi hogar! ¡Y no tengo ningún demonio!</p> <p>La monja levantó las manos y llevó las palmas a las mejillas de Ash para estudiarla sin las cicatrices. Las tenía a la vez cálidas y frías sobre la piel húmeda de la niña.</p> <p>—Soy la Hermana Ygraine. Dime la verdad. ¿Qué te habla?</p> <p>La duda mordió con frialdad el vientre de Ash.</p> <p>—¡Nada, nadie, hermana! ¡Allí no había nadie salvo Richard y yo!</p> <p>Unos escalofríos le entumecieron el cuello y le rodearon los hombros. Las palabras rutinarias de una plegaria al Cristo Verde murieron en su boca seca. Empezó a escuchar. La respiración forzada de la monja. El crujido del fuego. El relincho de un caballo. Canciones y gritos de borrachos un poco más lejos.</p> <p>No tuvo, en cambio, la sensación de una voz que le hablaba en voz baja, a ella, en medio de un silencio cómodo.</p> <p>Una explosión de sonidos estalló en el centro del campamento. Ash se estremeció. Los soldados pasaban corriendo a su lado sin hacerles caso, rumbo a la multitud creciente que se apiñaba en el centro. En alguna carreta no muy lejana, un hombre herido llamaba a su <i>maman</i>. La luz dorada empezaba a desvanecerse con el anochecer. En las alturas, el cielo empezó a llenarse de las chispas procedentes de las hogueras, fuegos a los que se les permitía arder a gran altura, demasiado altos; podrían terminar quemando todas las tiendas de los mercenarios antes de que llegase la mañana, y no les importaría nada, solo sentirían por un momento el saqueo perdido.</p> <p>La monja dijo:</p> <p>—Están despojando tu campamento.</p> <p>Sin dirigirse a la Hermana Ygraine, sin dirigirse a nadie y de forma deliberada, pronunció las palabras en voz alta.</p> <p>—Somos prisioneros. ¿Qué me va a pasar ahora?</p> <p>—Desenfreno, libertinaje, ebriedad...</p> <p>Ash se tapó con fuerza los oídos con las manos. La voz continuó sin ruido.</p> <p>—... la noche, cuando los comandantes ya no puedan controlar a sus hombres, que han venido viviendo del campo de batalla. La noche en la que se mata a la gente por deporte.</p> <p>La Hermana Ygraine cambió su gran mano de posición, la depositó en el hombro de Ash y la apretó con fuerza a través de la mugrienta camisa de Ash. Esta bajó las manos. Un gruñido en el vientre le indicó que tenía hambre por primera vez en doce horas.</p> <p>La monja continuaba mirándola, con los ojos bajos, como si no hubiera hablado ninguna voz.</p> <p>—Yo... —dudó Ash.</p> <p>En su mente ya no sentía el silencio, ni una voz, sino la posibilidad latente de que alguien hablara. Como un diente que aún no duele pero pronto lo hará.</p> <p>Empezó a sentir algo a lo que antes no le había dedicado ni dos pensamientos seguidos: la soledad de su alma dentro de su cuerpo. El miedo la inundó entera, desde el cuero cabelludo hasta los pies, pasando por el cosquilleo de los dedos de las manos.</p> <p>Y de repente tartamudeó.</p> <p>—No oí ninguna voz, ¡no la oí, no la oí! Le mentí a Richard porque pensé que eso me haría famosa. ¡Solo quería que alguien se fijara en mí!</p> <p>Y luego, cuando aquella mujer grande le dio la espalda sin demostrar más interés y empezó a alejarse a grandes pasos, a desaparecer entre el caos de hogueras y <i>condottieri</i> borrachos, Ash chilló con la fuerza suficiente para hacerse daño en la garganta.</p> <p>—¡Llevadme a un sitio seguro, llevadme a un santuario, no permitáis que me hagan daño, por favor!</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-align: center; text-indent: 0em; font-size: 105%; font-weight: bold; hyphenate: none">[ADENDA al ejemplar de la 3° Edición de la Biblioteca Británica: nota escrita a lápiz en papeles sueltos]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%">Dr. Pierce Ratcliff, Doctor en Filosofía (Estudios Bélicos)</p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">Fiat I, Rowan Court, 112 Olvera Street</p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">London WI4, OAB, United Kingdom.</p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">Fax: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">E- mail: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">Telf: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Copias de parte (?) de la correspondencia original entre el doctor Ratcliff y su editora encontrada entre las páginas del texto, ¿quizá en el mismo orden en el que se editó el material original?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Anna Longman</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Editora</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Oxford University Press</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Estimada Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Ha sido un placer conocerla en persona, por fin. Sí, creo que preparar la edición con usted, sección por sección, es con mucho la forma más inteligente de proceder en esto, sobre todo si tenemos en cuenta el volumen de material y la fecha de publicación propuesta, el 2001, y el hecho de que todavía estoy retocando las traducciones.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En cuanto instale como es debido mi conexión a la red, podré enviarle el trabajo sin intermediarios. Me alegro de que esté razonablemente contenta con lo que tiene hasta ahora. Puedo, desde luego, recortar las notas al pie de página.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Es muy amable por su parte admirar la «técnica de distanciamiento literario» que utilizo al referirme al catolicismo del siglo XV en términos tales como el «Cristo Verde» y la «Cruz de Espinos». De hecho, ¡no es una técnica que utilice para asegurarme de que los lectores no pueden imponerle al texto sus ideas preconcebidas sobre la vida medieval! Es una traducción directa del latinajo medieval, al igual que las referencias mitraicas anteriores. No debería preocuparnos demasiado, no es más que parte del material legendario, obviamente falso, (leones sobrenaturales y demás), que se atribuye a la infancia de Ash. Los héroes siempre reúnen varios mitos a su alrededor, y más aún cuando no son hombres extraordinarios sino mujeres extraordinarias.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Es posible que el <i>Códice Winchester</i> pretenda reflejar el limitado conocimiento que tenía Ash de las cosas cuando era niña: Ash, con ocho o diez años, solo conoce campos, bosques, tiendas de campaña, armaduras, lavanderas, perros, soldados, espadas, santos, leones... La compañía de mercenarios. Colinas, ríos, pueblos... los lugares no tienen nombre. ¿Cómo iba a saber ella qué año era? Las fechas aún no importan. Todo eso cambia, por supuesto, en la siguiente sección: la <i>Vida</i> de del Guiz.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Al igual que el editor de la edición de 1939 de los papeles «Ash», Vaughan Davies, estoy utilizando la versión original alemana de la <i>Vida</i> de del Guiz de Ash, publicada en 1516. (Dada la naturaleza incendiaria del texto, este se retiró de inmediato, y se volvió a publicar, en una versión expurgada, en 1518). Aparte de unos cuantos errores de imprenta sin importancia, este ejemplar concuerda con los otros cuatro ejemplares supervivientes de la <i>Vida</i> de 1516 (en la Biblioteca Británica, el Museo Metropolitano de Arte, el <i>Kunsthistorisches Museum</i> de Viena y el Museo de Glasgow).</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En este caso disfruto de una considerable ventaja sobre Vaughan Davies, que lo editaba en 1939, y es la de que yo puedo ser explícito. Por tanto he traducido este texto al inglés coloquial moderno, sobre todo el diálogo, en el que utilizo la versión culta y el argot de nuestro idioma para representar algunas de las diferencias sociales de aquel periodo. Además, los soldados medievales eran notoriamente malhablados. Sin embargo, cuando Davies traduce con toda exactitud los tacos de Ash con un «¡Por los huesos de Cristo!», el lector moderno no siente el escándalo que eso representaba para sus contemporáneos. Así pues, yo he utilizado una vez más los equivalentes modernos. Me temo que la chica dice «Joder» con cierta frecuencia.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En cuanto a su pregunta sobre la utilización de diferentes fuentes documentales, mi intención no es seguir el método de Charles Mallory Maximillian. Si bien siento una gran admiración por la edición que publicó en 1890 de los documentos «Ash», en la que traduce los varios códices latinos, cada <i>Vida</i>, etc., en su momento, y deja que sus varios autores hablen por sí mismos; en mi opinión eso exige mucho más de lo que los lectores modernos están dispuestos a dar. Yo me propongo seguir el método biográfico de Vaughan Davies y entrelazar a los diferentes autores para conseguir una narrativa coherente de la vida de Ash. Allí donde los textos discrepen, por supuesto, se proporcionarán los correspondientes comentarios eruditos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Me doy cuenta de que parte del nuevo material le parecerá sorprendente, pero recuerde que lo que narra es lo que estas personas creían de buena fe que les estaba pasando. Y si tiene presente la importantísima alteración del punto de vista que tenemos sobre la historia, que se producirá cuando se publique <i>Ash: la historia perdida de Borgoña</i>, quizá sería aconsejable que no descartáramos nada a la ligera.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sinceramente,</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce Ratcliff.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-align: center; text-indent: 0em; font-size: 105%; font-weight: bold; hyphenate: none">[ADENDA al ejemplar de la 3° Edición de la Biblioteca Británica: nota escrita a lápiz en papeles sueltos]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%">Dr. Pierce Ratcliff, Doctor en Filosofía (Estudios Bélicos)</p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">Fiat I, Rowan Court, 112 Olvera Street</p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">London WI4, OAB, United Kingdom.</p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">Fax: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">E- mail: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%">Telf: <code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Anna Longman</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Editora ¿Carta previa de A. Longman perdida?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Oxford University Press</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><code style="background-color: #000000"> </code></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%"><i>15 de octubre del 2000</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Estimada Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Desde luego que, si bien mis conclusiones remplazarán por completo a las suyas, me siento muy afortunado de estar siguiendo los pasos académicos de dos estudiosos tan profundos. ¡<i>Ash: una biografía</i>, de Vaughan Davies todavía era texto reglamentario cuando yo estaba en la escuela! Pero mi amor por este tema se remonta aún más atrás, debo confesarlo, hasta los Victorianos, y a <i>Ash: la vida de una capitana mercenaria medieval</i>, de Charles Mallory Maximillian.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tome, por ejemplo, lo que escribe Charles Mallory Maximillian sobre ese país único, la Borgoña medieval, porque, si bien el énfasis de la primera parte de los textos «Ash» más importantes se pone en las cortes germánicas, es con sus poderosos patrones borgoñones con los que al fin más se la asocia. Aquí está CMM en todo su esplendor en 1890:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 10%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La historia de Ash es, de alguna forma, la historia de lo que podríamos llamar una Borgoña «perdida». De todas las tierras de la Europa occidental, es Borgoña (este sueño brillante de caballería) la que dura menos tiempo y la que brilla con más luz en su apogeo. Borgoña, bajo sus cuatro grandes duques y la autoridad nominal de Francia, se convierte en el último y más grande de los reinos medievales; consciente, aun mientras florece, de que está volviendo a otra época. El culto del Duque Carlos a una «corte artúrica» es, por extraño que nos pueda parecer en este mundo moderno, industrial y lleno de humos, un intento de volver a despertar los altos ideales de la caballería en esta tierra de caballeros con brillante armadura, princesas en castillos fantásticos y damas de incomparable belleza y talento. Pues la propia Borgoña se consideraba corrupta; pensaba que el siglo XV estaba tan lejos de la Edad Clásica de Oro que solo podía completarla un renacimiento de las virtudes del valor, el honor, la piedad y el respeto. No previeron la imprenta, el descubrimiento del Nuevo Mundo y el Renacimiento; todo esto ocurriría durante los últimos veinte años de ese siglo. Y, desde luego, no formaron parte de ello.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 10%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Esta es, por tanto, la Borgoña que se desvanece del recuerdo y de la historia en enero de 1477. Ash, una Juana de Arco de Borgoña, perece en la refriega. El temerario gran Duque muere, asesinado por sus viejos enemigos, los suizos, en el campo de batalla invernal de Nancy; yace allí durante dos o tres días hasta que reconocen su cuerpo, ya que los soldados de infantería lo han despojado de todas sus galas; y así pasan tres días, como nos cuenta Commines, antes de que el Rey de Francia pueda dar un gran suspiro de alivio y empiece a disponer de las tierras de los príncipes borgoñones. Borgoña se desvanece.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 10%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sin embargo, si se estudian las pruebas, Borgoña no se desvanece en absoluto. Como un arroyo que fluye subterráneo, así recorre la historia Europa; las zonas del norte se convierten en Bélgica y Holanda; las zonas del sur se funden con el Imperio Austro-Húngaro que todavía, como un gigante ya anciano, sobrevive hasta nuestros días. Lo que se puede decir es que recordamos Borgoña como un país dorado y perdido. ¿Por qué? ¿Qué es lo que recordamos?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 10%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Charles Mallory Maximillian (ed.), <i>Ash: la vida de una capitana mercenaria medieval</i>, J Dent & Hijos, 1890; reimpreso en 1892,1893, 1895,1896,1905.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">CMM es, por supuesto, el erudito de menor importancia, lleno de florituras románticas y victorianas, y no estoy basándome en él para realizar mis traducciones. Es irónico, claro está, pero su historia narrativa es mucho más amena que las historias sociológicas que le siguieron, ¡aún cuando es mucho más inexacta! Supongo que estoy intentando sintetizar la exactitud histórica y sociológica rigurosa con el lirismo de CMM. ¡Espero que pueda hacerse!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Lo que dice es perfectamente objetivo, por supuesto; la colección de condados, países y ducados que conformaban la Borgoña medieval sí que «se desvaneció de la historia», por así decirlo (aunque no antes de que Ash luchara en algunas de sus batallas más notables). Es cierto en el sentido de que resulta singular lo poco que se escribió sobre Borgoña después de su hundimiento en 1477.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pero fue el nostálgico lirismo de CMM sobre una «Borgoña perdida», un intersticio mágico en la historia, lo que me fascinó. Ahora que lo vuelvo a leer, siento una gran satisfacción, Anna, al haber podido encontrar, en mi propio campo, lo que estaba «perdido», y al haber deducido con toda exactitud lo que implica ese descubrimiento.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Incluyo la siguiente sección, ya completamente traducida: Primera Parte de la <i>Vida</i> de del Guiz: <i>Fortuna Imperatrix Mundi</i>. Un punto de interés: aunque el grueso de mi nuevo manuscrito, «Fraxinus», cubre acontecimientos ocurridos más tarde, en 1476, puedo utilizar partes del mismo para iluminar estos textos ya existentes, de los que la crónica de del Guiz recoge su vida adulta en junio de ese año. ¡Es posible que encuentre algunas sorpresas incluso en este «material viejo», sorpresas que se le pasaron por alto a CMM y a Vaughan Davies!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Soy consciente de que, para su próxima reunión de ventas, necesita que le proporcione un «informe completo», como usted dice, sobre cuál es la «nueva teoría histórica» que he elaborado a partir del «Fraxinus». Por varias razones técnicas, me temo que he decidido no entrar todavía con detalle en todo lo que eso implica.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sinceramente,</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce Ratcliff.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>PRIMERA PARTE</p> </h3> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><i>16 de junio 1476 (?) — 1 de julio 1476 DC</i></strong></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><i>Fortuna Imperatrix Mundí</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n6">6</a></strong></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i2"/></p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 1</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>—C<style style="font-size:80%">ABALLEROS</style> —<style style="font-size:80%">DIJO ASH</style>—. ¡Abajo los yelmos!</p> <p>El estruendo de las cimeras de los cascos al cerrarse resonó por toda la hilera de jinetes.</p> <p>A su lado, Robert Anselm hizo una pausa con la mano en la garganta cuando estaba a punto de subir de un golpe la placa de la babera de acero para trabarla en su posición sobre la boca y la barbilla.</p> <p>—Jefe, nuestro señor no nos ha dicho que podamos atacarlos...</p> <p>Ash señaló algo.</p> <p>—¿Y a quién cojones le importa? Hay una oportunidad ahí abajo y nosotros vamos a aprovecharla.</p> <p>El lugarteniente de Ash, Anselm, era el único jinete, aparte de ella misma, que lucía una armadura completa. El resto de los ochenta y un caballeros montados llevaban cascos, baberas, un buen blindaje para las piernas (dado que las piernas de un hombre que va a caballo son muy vulnerables) y una armadura barata, la colección de pequeñas placas de metal superpuestas cosidas a una chaqueta llamada brigantina.</p> <p>—¡A formar!</p> <p>La voz le sonaba a la propia Ash ahogada por el cabello plateado, que llevaba recogido y trenzado como una gorra armada que le forraba el interior de la celada de acero<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n7">7</a>. Su voz no era tan profunda como la de Anselm. Se proyectaba desde su pequeña y profunda cavidad pectoral; penetrante; sonaba una octava por encima de cualquier ruido que pudiera haber en el campo de batalla, excepto el estruendo de un cañón. Los hombres de Ash siempre podían oír a Ash.</p> <p>Se levantó la babera y la trabó en su sitio para protegerse la boca y la barbilla. De momento dejó la cimera de la celada levantada para poder ver mejor. Los jinetes se apiñaron a su alrededor entre empujones, convertidos en una masa compacta sobre la tierra removida de la pendiente: sus hombres, ataviados con la librea de su compañía y montados en caballos castrados de mediana a buena calidad, en su mayoría.</p> <p>Cuesta abajo, delante de ella, una enorme villa dispersa salpicaba el valle del río. Brillante bajo el sol del mediodía, amurallada por las carretas encadenadas entre sí, y atestada de pabellones con sus pendones al viento y treinta mil hombres, mujeres y animales de carga en el interior... el ejército borgoñón. Su campamento era tan grande (según decían los rumores confirmados) que tenía dos mercados propios...</p> <p>Apenas se podía ver el pequeño pueblo amurallado y maltrecho de Neuss dentro del recinto militar.</p> <p>Neuss: una décima parte del tamaño de las fuerzas atacantes acampadas a su alrededor. El pueblo asediado descansaba con precariedad entre sus murallas (convertidas ahora en escombros) y detrás de sus fosos y el amplio y protector Rin. Más allá del valle del Rin, las colinas alemanas rociadas de pinos refulgían con un color gris verdoso bajo el calor de junio.</p> <p>Ash inclinó un poco la cimera para protegerse los ojos de la luz. Un grupo de unos cincuenta jinetes se movía por el espacio abierto que había entre el campamento borgoñon que asediaba a Neuss y el campamento imperial que (en teoría) estaba aquí para aliviar al pueblo. Incluso a aquella distancia Ash podía ver la librea borgoñona de los hombres: dos cuchilladas rojas entrelazadas, la Cruz de San Andrés.</p> <p>Robert Anselm dibujó un círculo completo con su bayo. La mano libre sujetaba con fuerza el estandarte de la compañía: el azur <i>Lion Passant Guardant</i> sobre un campo de Oro<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n8">8</a>.</p> <p>—Podrían estar intentando atraernos hacia ahí abajo, jefe.</p> <p>En lo más profundo del estómago se agitaba la expectación y el miedo. El gran castrado de color gris hierro, Godluc, cambió de posición debajo de ella en respuesta a su inquietud. Como siempre en las emboscadas fortuitas, lo repentino del ataque, la sensación de que los momentos se escapan y que hay que tomar una decisión...</p> <p>—No. No es un truco. Están demasiado seguros de sí mismos. Cincuenta hombres a caballo... eso es alguien que ha salido con una simple escolta. Piensa que está a salvo. Creen que no vamos a atacarlos porque no hemos dado ningún golpe desde que llegamos aquí con el puñetero emperador Federico, hace tres semanas. —Le dio un golpe al frente alto de la silla de guerra con el tacón del guantelete y se volvió hacia Anselm con una enorme sonrisa—. Robert, dime lo que no ves.</p> <p>—Cincuenta hombres a caballo, la mayoría con arnés completo, no veo infantería, no hay ballesteros, no veo ningún arcabuz, no veo ningún arquero... ¡no veo ningún arquero!</p> <p>Ash no pudo contener una sonrisa; pensó que posiblemente sus dientes fueran todo lo que quedara visible bajo la sombra de la cimera y era probable que los pudieran ver desde el otro lado de la planicie ocupada de Neuss.</p> <p>—Ahora lo entiendes. ¿Cuándo conseguimos hacer una carga pura de caballería contra caballería en la guerra de verdad?</p> <p>—Sin que nos tiren de la silla de un flechazo. —Frunció el ceño, visible bajo la cimera —¿Estás segura?</p> <p>—Si no nos quedamos aquí sentados con los dedos metidos en el culo, podemos sorprenderlos ahí fuera, en el campo; no pueden volver a tiempo al campamento. ¡Y ahora vamos!</p> <p>Anselm asintió, decidido.</p> <p>La joven entornó los ojos para mirar al cielo de un color azul oscuro. Su armadura, y el jubón y calzas armados y forrados que llevaba debajo le ardían como si estuviera delante del horno de un armero. La espuma de Godluc le empapaba las gualdrapas azules. El mundo olía a caballo, estiércol, a aceite aplicado a metal y el hedor que les traía el viento de Neuss, donde llevaban ya seis semanas comiendo ratas y gatos.</p> <p>—¡Voy a cocerme si no salgo de esto pronto, así que vamos! —Levantó el brazo cubierto de placas y lo bajó con una sacudida.</p> <p>El caballo de cuello grueso de Robert Anselm hundió los cuartos traseros y luego se lanzó hacia delante con un salto. El estandarte de la compañía, sujeto por el guantelete armado de Anselm, se elevó. Ash azuzó a Godluc para que se internase en la espesura de lanzas levantadas y las atravesara, por delante de sus hombres, con Anselm a su lado, medio paso por detrás del trote de su montura. La joven volvió a darle unos golpecitos a sus largas espuelas y Godluc cambió del trote al medio galope. La sacudida la hizo estremecerse desde los dientes hasta los huesos y le vibraron las placas de la armadura milanesa que llevaba, el viento le azotó la celada y le arrancó el aliento de la nariz.</p> <p>Un estremecimiento sacudió el mundo. Los cientos de herraduras de acero que golpeaban con fuerza la tierra levantaron lluvias de tierra. El ruido pasaba casi desapercibido, lo sentía en el pecho y en los huesos en lugar de oírlo con los oídos; y la fila de jinetes... su fila, sus hombres; <i>¡dulce Cristo, no me dejes equivocarme con esto!</i>, fueron adquiriendo velocidad al bajar la pendiente para luego salir a campo abierto.</p> <p><i>Que no haya conejeras</i>, rezó y luego: <i>Joder, ese no es el estandarte de lino de sus comandantes, es la enseña del Duque. ¡Por el dulce Cristo Verde! ¡Pero si es el mismísimo Duque Carlos de Borgoña!</i></p> <p>El sol de verano arrancaba reflejos brillantes de los caballeros borgoñones ataviados con arnés completo, placas de plata acerada de la cabeza a los pies. El sol les guiñaba un ojo desde las estrellas que eran las puntas de sus lanzas de guerra ligeras. Su visión se empañó y no vio más que el color verde y naranja.</p> <p>Ya no quedaba tiempo para nuevas tácticas. Lo que no se ha practicado, no se puede hacer. <i>El entrenamiento de esta temporada tendrá que servirnos para salir de esta</i>. Ash echó un vistazo rápido a la derecha y a la izquierda, a los jinetes que ya llegaban a su altura. Rostros de acero, ya irreconocibles como los líderes lanceros Euen Huw, Joscelyn van Mander o Thomas Rochester; jinetes duros y anónimos, selvas de lanzas que descendían para alcanzar la posición de ataque.</p> <p>Ash bajó su propia lanza sobre el cuello grueso y arqueado del bayo Godluc. El guantelete de cuero que llevaba sobre la palma de la mano estaba arrugado y húmedo de sudor por donde agarraba la madera. Los ingentes espasmos del caballo la sacudían en su silla de respaldo alto y el aleteo de las gualdrapas de color azur de Godluc y el tableteo de la armadura del caballo apagaban aún más los sonidos ya ahogados. Tenía el olor, casi el sabor, de la armadura sudorosa y caliente en la boca; metálico como la sangre. El movimiento se suavizó cuando azuzó a Godluc para que se lanzara al galope.</p> <p>La mujer le murmuró al forro de terciopelo de la babera:</p> <p>—Cincuenta hombres a caballo. Arnés completo. Ochenta y uno conmigo, media armadura.</p> <p>—¿Cómo va armado el enemigo?</p> <p>—Lanzas, mazas, espadas. No veo armas de proyectiles por ningún lado.</p> <p>—Carga contra el enemigo antes de que refuercen al enemigo.</p> <p>—¿Qué cojones —le gritó Ash con alegría a la voz que oía en su cabeza—, te crees que estoy haciendo? ¡Haro! ¡Un león! ¡Un león, joder! —Levantó el brazo libre y bramó—¡A la carga!</p> <p>Robert Anselm, detrás de ella, a medio cuerpo de distancia, le respondió con un rugido:</p> <p>—¡Un león! —Y levantó de golpe, muy por encima de su cabeza, el asta de la enseña de tela que se ondulaba al viento. La mitad de los jinetes ya se lanzaban por delante de Ash, casi fuera de la formación; demasiado tarde para pensar en eso, demasiado tarde para hacer nada que no fuera pensar, ¡que aprendan a no separarse del estandarte! La joven dejó caer las riendas sobre el borrén de la silla, levantó la mano libre con un gesto automático sobre la celada y cerró de golpe toda la cimera, con lo que redujo su visión a una ranura.</p> <p>La bandera borgoñona dio una sacudida salvaje.</p> <p>—¡Nos han visto!</p> <p>No estaba muy claro, y mucho menos para ella en ese momento, a tal velocidad y con la visión restringida, ¿pero estaban intentando apiñarse alrededor de un hombre? ¿Pretendían alejarse? ¿Volver galopando a mata caballo al campamento? ¿Una mezcla de las tres cosas?</p> <p>En una décima de segundo, cuatro caballos borgoñones dieron media vuelta, se reunieron y se lanzaron a galope tendido contra ella.</p> <p>La espuma le salpicaba la coraza. El calor de un cielo azul oscuro la cegaba. Para ella era tan real y tan sólido como el pan... <i>esos cuatro hombres que galopan hacia mí sobre tres cuartos de tonelada de caballo cada uno, con placas de metal atadas alrededor del cuerpo, llevan pértigas con puntas de lanza afiladas tan largas como mi mano, puntas que van a dar un golpe con el impulso concentrado de un caballo y cien kilos de jinete. Atravesarán la carne como si fuera papel</i>.</p> <p>Vio una imagen mental de la punta de la lanza perforándole la cicatriz de la mejilla, llegándole al cerebro y atravesándole la nuca.</p> <p>Un caballero borgoñón levantó con esfuerzo la lanza, agarrándola con el guantelete de acero y apoyándola en el ristre para lanzas que tenía en la coraza. Su cabeza era de metal pulido, tocada con plumas de avestruz y abierta por una franja de oscuridad, una cimera por la que ni siquiera se podían ver los ojos. La punta de lanza descendió directamente hacia ella.</p> <p>La inundó un júbilo macabro. Godluc respondió al movimiento que hizo al cambiar el peso y giró hacia la derecha. Bajó la lanza, la bajó y la volvió a bajar y sorprendió directamente bajo la mandíbula al castrado gris del caballero borgoñón que iba en cabeza.</p> <p>La fuerza del golpe le arrancó la vara de la mano. El caballo del hombre dio unos pasos hacia atrás, resbalando sobre las patas traseras rotas. El hombre salió despedido sobre lo cuartos traseros de su caballo y cayó bajo los cascos de Godluc. Entrenado como caballo de guerra, Godluc ni siquiera tropezó. Ash deslizó el acollador de la maza por el guantelete hasta la muñeca, levantó la vara de seis centímetros y estrelló la pequeña cabeza de metal con púas justo sobre la nuca del casco del segundo caballero. El metal se arrugó. La joven sintió cómo cedía. Algo se estrelló contra el flanco de Godluc: la joven se desvió por la hierba (hierba caliente, resbaladiza por el calor, más de un caballo perdió pie) y cambió el peso del cuerpo una vez más para acercar a Godluc a Robert Anselm. Estiró las manos y tiró de las riendas de su caballo de guerra, con eso lo levantó con ella.</p> <p>—¡Eso es!</p> <p>La confusión de colores, libreas y guiones (gallardetes de lanza de la caballería) rojos, azules y amarillos, se transformó en una masa de hombres trabados en una escaramuza. Terminada la primera carga, las lanzas casi todas abandonadas, salvo las de los tipos alemanes de la dotación de Anhelt, que rozaban el borde de la refriega pinchando a los hombres con las lanzas como si estuvieran azuzando a un oso (y Josse, con la brigantina azul que estiraba el brazo desde la silla con la mano en el espaldar de un caballero borgoñón, estaba intentando meter la daga por el hueco existente entre la parte superior de la coraza y el espaldar) y un hombre tirado, boca abajo en el polvo, y un chorro de color rojo que le acertó de lleno en la coraza a ella, alguien había roto una arteria femoral, nada que ver con el golpe salvaje que ella había lanzado a la cabeza de alguien, el acollador de cuero se había roto y su maza había salido volando para dibujar una parábola perfecta hacia el sol.</p> <p>Ash agarró la empuñadura envuelta en cuero de su espada y la sacó de un tirón de la vaina. En una continuación del mismo movimiento, la estrelló con el pomo por delante en la cara de un hombre blindado. El golpe le sacudió la muñeca. Giró la espada y la bajó de golpe contra la parte superior y el codo del brazo derecho del hombre. El impacto sacudió y dejó insensible todo el brazo de la joven.</p> <p>El hombre levantó la maza con un giro.</p> <p>Las placas deslizantes de las defensas del brazo del hombre chirriaron allí donde el golpe de la chica había aplastado el metal, y se atoraron. Atascadas.</p> <p>El hombre no podía subir el brazo... ni bajarlo.</p> <p>Lanzó la hoja con fuerza contra la cota de malla más vulnerable de la axila.</p> <p>Tres caballos cayeron sobre ellos en una estampida salvaje a través de la masa de cuerpos palpitantes y los separaron. La joven miró a su izquierda, a su derecha, con desesperación: el estandarte del león allí... (<i>por la condenación de mi alma, si yo me separo del estandarte de la unidad, ¿cómo voy a esperar que no lo hagan ellos?</i>) y el estandarte del Duque a unos veinte metros de distancia, cerca del límite de la lucha.</p> <p>Jadeó.</p> <p>—Grupo de mando del enemigo... al alcance...</p> <p>—Entonces neutraliza a su comandante de unidad.</p> <p>—¡Un león! ¡Un león! —Ash se levantó en los estribos y señaló con la espada —¡Coged al Duque! ¡Coged al Duque!</p> <p>Algo se estrelló solo de refilón contra la parte posterior de su celada pero la derribó boca abajo sobre el cuello de Godluc. El caballo de guerra giró en redondo y se puso de manos. Ash estaba muy ocupada agarrándose al animal pero sintió que los cascos aplastaban algo. Los gritos le taladraron los oídos y gritaron órdenes en francés y flamenco y, otra vez, el estandarte del león se deslizó hacia un lado y ella soltó una maldición; entonces vio que el estandarte ducal daba una sacudida y caía y el caballero que tenía delante lanzaba la espada con la punta por delante contra su rostro, la joven se agachó y el suelo estaba vacío...</p> <p>Aproximadamente treinta caballos con sus hombres vestidos con los colores borgoñones volvían galopando a su campamento, en completo desorden, a través de la tierra apelmazada. <i>Solo minutos</i>, pensó Ash aturdida. <i>¡Solo han pasado unos minutos, si acaso!</i></p> <p>Las figuritas que corrían por la línea de campaña borgoñona se convirtieron en un cuerpo de infantería, con las libreas de Philippe de Poitiers y Ferry de Cuisance, arqueros de Picardía y Hainault.</p> <p>—Arqueros... veteranos... quinientos...</p> <p>—Si no tienes suficientes tropas con proyectiles, retírate.</p> <p>—Ya no hay salida. ¡Joder! —Levantó de golpe el brazo, captó la atención de Robert Anselm y cargó todo el peso en el gesto de ¡atrás!—. ¡Retirada!</p> <p>Dos de los lanceros de Euen Huw (un vergonzoso montón de hijos de puta en el mejor de los casos) ya se estaban bajando de los caballos para despojar de sus bienes a los heridos que permanecían con vida. Ash vio al propio Euen Huw hundir una daga de misericordia directamente en la cimera de un caballero desmontado. Salpicó un chorro de sangre.</p> <p>—¿Quieres ser carne de ballesta? —Desmontó de la silla y levantó al galés—. ¡Sal de aquí, cojones, retírate... ahora mismo!</p> <p>El acuchillado no estaba muerto, daba manotazos y gritaba mientras la sangre salía a chorro de la cimera. Ash volvió a subirse a la silla y le pasó por encima de camino hacia Robert Anselm, luego gritó.</p> <p>—¡Volved al campamento, vamos!</p> <p>El estandarte del león se retiró.</p> <p>Un hombre con una chaqueta de librea azul con un león salió arrastrándose de debajo de su caballo muerto. Thomas Rochester, un caballero inglés. Ash se quedó quieta en la silla durante un minuto, sujetando a Godluc con la presión de las rodillas, hasta que el hombre la alcanzó y ella lo subió a la grupa.</p> <p>El campo abierto que había delante de Neuss estaba ahora salpicado de caballos sin jinetes que una vez superado el pánico, frenaban el galope y se detenían.</p> <p>El hombre que llevaba detrás chilló:</p> <p>—¡Jefe, cuidado con los arqueros, salgamos de aquí!</p> <p>Ash eligió con cuidado el camino de salida de un terreno tomado por la escaramuza. Se inclinó y buscó entre los hombres desmontados para ver si alguno de los muertos o heridos era de los suyos, o el Duque, pero no había ninguno.</p> <p>—¡Jefe! —protestó Thomas Rochester.</p> <p>El primer arquero picardo pasó por un matojo que ella había decidido en privado que estaba a cuatrocientos metros de distancia.</p> <p>—¡Jefe!</p> <p><i>Thomas debe de estar frenético. Ni siquiera quiere que me pare a capturar algún caballo perdido para sustituir al suyo. Ahí fuera hay dinero a cuatro patas. Y arqueros</i>.</p> <p>—De acuerdo... —Ash dio la vuelta y volvió tras vadear el arroyo casi seco del Erft y subir la colina. Se obligó a cabalgar al paso hacia las barreras de agua de la puerta más cercana del campamento imperial. Acarició con fuerza el cuello blindado de Godluc.</p> <p>—Menos mal que te dimos de comer para las prácticas.</p> <p>El castrado levantó la cabeza. Tenía sangre en las comisuras de la boca y sangre en los cascos.</p> <p>Salieron del campamento imperial masas de hombres luciendo el león azul y con arcos en las manos. El campamento imperial era un reflejo del campamento borgoñón situado en la llanura del río, solo que con murallas de carretas. Ash atravesó a caballo la brecha vigilada que había entre las carretas.</p> <p>—Ya estamos, Thomas. —Tiró de la rienda para que se bajara el hombre y volvió los ojos para mirarlo—. Pierde otro caballo y la próxima vez puedes volver a casa andando...</p> <p>Thomas Rochester esbozó una amplia sonrisa.</p> <p>—¡Claro, jefe!</p> <p>Figuras que corrían, hombres de su sector del campamento que se apiñaban a su alrededor y alrededor de Robert Anselm aullando preguntas y advertencias.</p> <p>—No creo que esos malditos borgoñones vayan a seguirnos hasta aquí dentro. Esperad. —Los abrasaba el sol. Ash le dio un empujoncito a Godluc para que se alejara un paso de la multitud, dio un tirón a las hebillas de los guanteletes para abrirlos y luego estiró la mano para alcanzar el casco.</p> <p>Tuvo que echar la cabeza hacia atrás para llegar a la correa y la hebilla que le sujetaba la babera a la barbilla. De un tirón abrió la hebilla. Casi se le cae la celada de la cabeza pero la cogió a tiempo y la colocó sobre el borrén de la silla, luego soltó el broche de la babera y dejó caer las láminas de la gola.</p> <p>Aire. Aire fresco. Tenía la garganta seca e irritada. Volvió a incorporarse sobre la silla.</p> <p>Su Muy Graciosa Majestad Imperial Federico III, Sacro Emperador Romano, la observaba desde la silla de guerra de su corcel gris favorito.</p> <p>Ash echó un vistazo a su alrededor. Un séquito completo de caballeros cabalgaba con el Emperador. Todos con brillantes libreas y tocados de avestruz en los cascos. Ni un arañazo en el acero. Demasiado tarde para unirse a cualquier escaramuza. Le llamó la atención uno de los hombres que cabalgaban más atrás (del Crepúsculo Eterno<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n9">9</a>, a juzgar por su aspecto, con camisote de malla; tenía los ojos vendados con tiras finas de muselina oscura) y que, sin embargo, lucía una sonrisa de un suave cinismo.</p> <p>El sudor le pegaba el cabello plateado y trenzado a la frente y las mejillas. Sentía la piel tan húmeda y caliente como el fuego. Con la mirada tranquila cabalgó hacia el Emperador y se alejó de sus hombres, que no dejaban de gritar.</p> <p>—Majestad.</p> <p>La vocecita seca de Federico susurró.</p> <p>—¿Qué estáis haciendo en este lado de mi campamento, capitán?</p> <p>—Maniobras, Su Majestad Imperial.</p> <p>—¿Delante del campamento borgoñón?</p> <p>—Necesitaba practicar el avance y la retirada con el estandarte, Su Majestad Imperial.</p> <p>Federico parpadeó.</p> <p>—Y en ese momento resulta que visteis la escolta del Duque.</p> <p>—Creí que era una incursión contra Neuss, Su Majestad Imperial.</p> <p>—Y atacasteis.</p> <p>—Para eso me pagan, Su Majestad Imperial. Somos vuestros mercenarios, después de todo.</p> <p>Un miembro del séquito (el forastero sureño ataviado con cota de malla) reprimió un sonido ahogado. Hubo un silencio lleno de intención hasta que murmuró:</p> <p>—Disculpad, Su Majestad Imperial. Gases.</p> <p>—Sí...</p> <p>Ash parpadeó con sus ojos de color indeterminado y miró al hombrecito rubio. El Emperador Federico no había acudido con armadura, si bien era muy probable que el jubón de terciopelo ocultara una cota de malla debajo. La joven dijo con dulzura:</p> <p>—¿No hemos venido aquí desde Colonia para proteger Neuss, Su Majestad Imperial?</p> <p>Federico giró de golpe a su castrado y volvió al galope al centro del campamento imperial alemán con sus caballeros.</p> <p>—Mierda —dijo Ash en voz alta—. Puede que la haya armado esta vez.</p> <p>Robert Anselm, con el casco en la cadera, se acercó a caballo.</p> <p>—¿Armado qué, jefe?</p> <p>Ash le echó un vistazo de lado al hombre del pelo cortado al uno; le doblada la edad y era un soldado experimentado y capaz. La joven levantó el brazo y se quitó la horquilla para soltarse la pesada trenza, que se desenrolló sobre las hombreras y la coraza hasta los quijotes que le colgaban hasta el muslo y solo entonces se dio cuenta de que de los brazos le chorreaban algo rojo hasta los codales y que su cabello plateado estaba empapado de sangre.</p> <p>—O bien me he metido en mierda hasta el cuello —dijo—, o he llegado a donde quiero estar. Ya sabes lo que quiero que consigamos este año.</p> <p>—Tierra —murmuró Anselm—. No el premio en dinero que recibe un mercenario. Quieres que nos dé tierra y haciendas.</p> <p>—Quiero entrar. —Suspiró Ash—. Estoy cansada de ganar castillos y rentas para otra gente. Estoy cansada de no tener nunca nada al final de la temporada salvo el dinero suficiente para pasar el invierno.</p> <p>El rostro bronceado y arrugado del hombre sonrió.</p> <p>—No todas las compañías lo consiguen.</p> <p>—Lo sé. Pero yo soy buena. —Ash se rió, deliberadamente inmodesta, y a modo de respuesta recibió una sonrisa menos abierta de lo que esperaba. El rostro de la joven adquirió una expresión más sensata—. Robert, quiero un sitio permanente al que podamos volver, quiero poseer tierras. Por eso se hace todo esto, recibes tierras por luchar, o por una herencia, o un regalo, pero consigues tierras y te estableces. Como los Sforza en Milán. —La joven esbozó una sonrisa cínica—. Con el suficiente tiempo y dinero, Jack Campesino se convierte en John Biennacido. Y yo quiero entrar.</p> <p>Robert se encogió de hombros.</p> <p>—¿Y Federico va a dártelas? Podría estar bastante cabreado. Con él nunca sé lo que hay.</p> <p>—Yo tampoco. —Con el pulso y el aliento ya más tranquilos, dejaron de tronarle los oídos. Se quitó un guantelete y se secó la cara, al tiempo que echaba la mirada hacia atrás y contemplaba a los caballeros de la Compañía del león, que desmontaban en el campamento—. Tenemos un buen montón de chavales ahí.</p> <p>—¿No llevo cinco años reclutando tropas para ti? ¿Es que esperabas basura?</p> <p>Fue un comentario que pretendía ser chistoso, observó Ash; pero el sudor le chorreaba a aquel hombre por la cara y los ojos se acobardaban y evitaban los suyos cuando hablaba. Se preguntó, <i>¿va detrás de una porción más grande de nuestro dinero?</i> Y luego pensó, <i>No, Robert no... ¿entonces, qué?</i></p> <p>—Eso no era la guerra. —Añadió Ash con aire pensativo mientras contemplaba a su capitán—. ¡Eso fue una liza, no una batalla!</p> <p>El hombre acunaba el casco con un brazo; el estandarte del león estaba encajado en su silla de montar. Los dedos romos de Anselm hurgaban bajo la gola de malla que le cubría la garganta. El borde visible de cuero estaba negro por el sudor.</p> <p>—O un torneo<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n10">10</a>. Pero perdieron caballeros.</p> <p>—Seis o siete. —asintió Ash.</p> <p>—¿Has oído...? —Robert Anselm tragó saliva. Sus ojos por fin se encontraron con los de la joven. A ella le preocupó ver la frente del hombre pálida de sudor o náuseas.</p> <p>—Ahí abajo... le di a un hombre en la cara con la empuñadura de la espada —dijo y se encogió de hombros a modo de explicación—. Tenía la cimera levantada. Librea roja con ciervos rampantes. Le arranqué la mitad de la cara, solo con la cruz de la espada. Lo cegué. No cayó; vi que le ayudaba uno de sus compañeros a salir cabalgando hacia su campamento. Pero cuando lo golpeé, chilló. Se le oía, Ash; supo, en ese mismo momento, que le había arruinado la vida. Lo supo.</p> <p>Ash buscó los rasgos de Robert Anselm, tan familiares para ella como los suyos propios. Un hombre grande, de hombros anchos, armadura brillante al sol, el cráneo afeitado rojo por el calor y el sudor.</p> <p>—Robert...</p> <p>—No son los muertos los que me inquietan. Son los que tienen que vivir con lo qué les he hecho. —Anselmo se interrumpió al tiempo que sacudía la cabeza. Cambió de postura en la silla de su caballo de guerra. Esbozó una débil sonrisa—. ¡Por Cristo Verde! Mira lo que digo. Son los temblores de después de la batalla. No te des por aludida, niña. Llevo haciendo esto desde antes de que tú nacieras.</p> <p>Y no era una hipérbole sino la pura afirmación de un hecho. Ash, más optimista, asintió.</p> <p>—Deberías hablar con un sacerdote. Habla con Godfrey. Y ven a hablar conmigo, más tarde. Esta noche. ¿Dónde está Florian?</p> <p>Pareció quedarse un poco más tranquilo.</p> <p>—En la tienda del cirujano.</p> <p>Ash asintió.</p> <p>—Bien. Quiero hablar con los líderes de los lanceros, ahí abajo estábamos todos desperdigados. Pasa lista a la compañía. Vete a buscarme a la tienda de mando. ¡Muévete!</p> <p>Ash atravesó cabalgando la masa de jóvenes que con sus armaduras se bajaban de un salto de las sillas de guerra, que se gritaban entre sí y le gritaban a ella mientras sus pajes agarraban las bridas de los caballos de guerra, el parloteo de las historias que se cuentan tras cada batalla. Le dio una fuerte palmada a uno en el espaldar, le dijo algo obsceno a otro de sus lugartenientes, el soldado saboyano Paul di Conti; esbozó una amplia sonrisa al oír los gritos de aprobación, desmontó y subió la colina con el estruendo metálico de las musleras de acero al golpear los quijotes que le cubrían los muslos, rumbo a la tienda del cirujano.</p> <p>—¡Philibert, tráeme ropa limpia! —le gritó al paje con el pelo a lo <i>garçon</i> que salió disparado hacia su pabellón—. Y envíame a Rickard, necesito quitarme la armadura. ¡Florian!</p> <p>Un muchacho se apresuró aún más cuando Ash se agachó para entrar por la solapa que cerraba el pabellón del cirujano. La tienda redonda olía a sangre seca y vómitos, y a especias y hierbas en la zona aislada por una cortina que conformaba el alojamiento del cirujano. El serrín espeso cubría todo el suelo. La luz del sol relucía en tonos dorados al atravesar la lona blanca.</p> <p>No estaba en absoluto atestada. Estaba prácticamente vacía.</p> <p>—¿Qué? Ah, eres tú. —Un hombre alto, de constitución ligera, con un cabello rubio y mal cortado que le caía sobre los ojos, levantó la vista y esbozó una amplia sonrisa en medio de la cara sucia—. Mira esto. Un hombro sacado de su sitio. Fascinante.</p> <p>—¿Cómo te encuentras, Ned? —Por el momento Ash hizo caso omiso del cirujano Florian de Lacey para prestarle atención al hombre herido.</p> <p>Tenía el nombre a mano: Edward Aston, un veterano caballero, en principio refugiado de las guerras reales de los <i>rosbifs</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n11">11</a> y ahora mercenario confirmado. La armadura que le habían quitado y que ahora yacía repartida por la paja era compuesta, comprada nueva en diferentes momentos y tierras: coraza milanesa, brazales góticos alemanes. Estaba sentado con la luz del color del trigo en la cabeza, que ya clareaba, y un flequillo de pelo blanco, el jubón quitado de los hombros, unos cardenales cada vez más negros y las facciones contorsionadas por un dolor intenso y un asco aún mayor. La articulación del hombro tenía un aspecto pésimo.</p> <p>—Malditos martillos de guerra, ¿que no? El cabronazo del borgoñés ese se me acercó por detrás cuando estaba terminando con su amigo. También le dio a mi caballo.</p> <p>Ash revisó mentalmente la lanza inglesa de Sir Edward Aston. Había reclutado a su servicio a un ballestero, un arquero de arco largo bastante bien equipado, dos hombres de armas competentes, un sargento asquerosamente bueno y un paje borracho.</p> <p>—Tu sargento, Wrattan, se ocupará de tu montura. Lo pondré a cargo del resto de la lanza. Tú descansa.</p> <p>—Pero recibiré mi parte, ¿verdad?</p> <p>—Sí, coño. —Ash contempló cómo Florian de Lacey rodeaba con las dos manos la muñeca del veterano.</p> <p>—Ahora di, «<i>Cristus vincit, Cristus regnit, Cristus imperad»</i>. —Lo dirigió Florian.</p> <p>—<i>Cristus vincit, Cristus regnit, Cristus imperad</i> —gruñó el hombre, la voz que utilizaba al aire libre era demasiado estrepitosa para los estrechos confines de la tienda—. <i>Pater et Filius et Spiritus Sanctus</i>.</p> <p>—Aguanta. —Florian plantó una rodilla en las costillas de Edward Aston, tiró con todas sus fuerzas...</p> <p>—¡Joder!</p> <p>... y soltó.</p> <p>—Ya está. Otra vez en su sitio.</p> <p>—¿Por qué no me dijiste que iba a doler, so cabronazo?</p> <p>—¿Quieres decir que no lo sabías? Cállate y déjame terminar el hechizo. —El rubio frunció el ceño, lo pensó durante un segundo y se agachó para murmurarle al caballero al oído—. <i>¡Mala, magubula, mala, magubula!</i></p> <p>El anciano caballero gruñó y levantó las cejas blancas y tupidas. Asintió con presteza. Ash contempló los dedos largos y fuertes de Florian que vendaban con firmeza el hombro para inmovilizarlo de momento.</p> <p>—No te preocupes, Ned —dijo Ash—. No te vas a perder mucha lucha. A Federico-nuestro-glorioso-líder le llevó diecisiete días hacer treinta y seis kilómetros desde Colonia hasta aquí; no es que esté lanzándose hacia la gloria, precisamente.</p> <p>—¡Preferiría cobrar por no luchar! Soy un hombre viejo. Todavía me veréis en la tumba, joder.</p> <p>—Joder, pues no —dijo Ash—. Te veré de vuelta en el caballo. En más ó menos...</p> <p>—Más o menos una semana. —Florian se limpió las manos en el jubón, con lo que se manchó de tierra la lana roja, el encaje rojo y la camisa de lino blanca que llevaba debajo—. Eso es todo, salvo una fractura de brazo, lo que he arreglado antes de que llegaras. —El alto maestro cirujano frunció el ceño—. ¿Por qué no me traes ninguna herida interesante? ¿Y supongo que no te habrás molestado en recuperar ningún cadáver para anatomizarlo?</p> <p>—No me pertenecían —dijo Ash con ademán grave y se las arregló para no reírse de la expresión de Florian.</p> <p>El cirujano se encogió de hombros.</p> <p>—¿Cómo voy a estudiar las heridas fatales si no me traes ninguna?</p> <p>Ned Aston murmuró por lo bajo algo así como «¡puto carroñero!».</p> <p>—Tuvimos suerte. —Recalcó Ash—. Florian, ¿quién es el de la fractura de brazo?</p> <p>—Bartolomey St. John. De la lanza flamenca de van Mander. Se curará.</p> <p>—¿Ningún inválido permanente? ¿Ninguno muerto? ¿Ningún brote de la plaga? ¡El Cristo Verde me adora! —Ash daba gritos de alegría—. Ned, te mandaré a tu sargento para que te recoja.</p> <p>—Me las arreglaré. Aún no estoy muerto. —El gran caballero inglés miró a Florian de Lacey, furioso y asqueado, mientras dejaba la tienda del cirujano, algo que al parecer le pasó desapercibido al anatomista-cirujano, como siempre desde que Ash lo conocía.</p> <p>Ash se puso a hablar con Florian mientras contemplaba cómo se alejaba la espalda de Ned.</p> <p>—Jamás te había oído utilizar ese hechizo para una herida de batalla.</p> <p>—No... Se me olvidó el hechizo para las heridas incruentas. Ese era para farcioun.</p> <p>—¿Farcioun?</p> <p>—Es una enfermedad de los caballos<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n12">12</a>.</p> <p>—¡Una enfermedad de...! —Ash se tragó un ataque de risa muy poco propio de un líder—. No importa. Florian, quiero salir de este equipo y quiero hablar contigo. Ahora.</p> <p>Fuera, el sol batía el mundo como un martillo deslumbrante. El calor la asfixiaba dentro de la armadura. Entornó los ojos hasta llegar a la tienda de su pabellón y el estandarte del león azur fláccido en aquel mediodía sin aire.</p> <p>Florian de Lacey le ofreció su botella de agua de cuero.</p> <p>—¿Qué ha pasado?</p> <p>No era muy frecuente en Florian, pero el odre esta vez sí contenía vino convenientemente aguado<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n13">13</a>. Ash se mojó la cabeza sin cuidarse de no derramarla por las placas de acero. Jadeó cuando le cayó encima el agua templada. Luego, mientras tragaba con ansia, dijo entre sorbo y sorbo:</p> <p>—El Emperador. Lo he comprometido. Se acabó lo de quedarnos aquí sentados, insinuándoles a los borgoñones que Neuss es una ciudad libre y que Herman de Hesse es amigo nuestro así que, ¿tendrían la amabilidad de irse a casa? Guerra.</p> <p>—¿Comprometido? Con Federico nunca se sabe. —Los rasgos de Florian, pálidos y finos bajo el polvo, hicieron un gesto de disgusto—. Se dice que estuviste a punto de acabar con el Duque borgoñón. ¿Es cierto eso?</p> <p>—¡Coño que si estuve!</p> <p>—Federico quizá lo apruebe.</p> <p>—Y quizá no. Es política, no guerra. Oh, mierda, ¿quién sabe? — Ash se bebió lo que quedaba de agua. Mientras bajaba la botella, vio que su otro paje, Rickard, venía corriendo hacia ella desde la tienda de mando.</p> <p>—¡Jefe! —El joven de catorce años se detuvo con un resbalón sobre la tierra seca—. Un mensaje. El emperador. Os quiere en su tienda. ¡Ahora!</p> <p>—¿Dijo para qué?</p> <p>—¡Eso es todo lo que me dijo el tipo, jefe!</p> <p>Ash metió los guanteletes en el casco invertido y se colocó el casco bajo el brazo.</p> <p>—Muy bien. Rickard, reúne mi lanza de mando. Rápido. Maese cirujano, vamos. No. —La joven se detuvo, los tacones de las botas le resbalaron sobre la espejada hierba estival—. Florian. Tú ve a cambiarte esa ropa.</p> <p>El cirujano la observó divertido.</p> <p>—Y supongo que yo soy el único...</p> <p>Ash examinó su armadura. El metal brillante estaba marrón por culpa de la sangre seca.</p> <p>—No puedo salir del arnés a tiempo. Rickard, ¡tráeme un cubo!</p> <p>Unos minutos después vio su armadura lavada, de la cabeza a los pies; el agua templada, incluso la humedad del jubón armado, siempre era bienvenida con el calor del mediodía. Ash se retorció la melena espesa, de varios metros de largo, entre las manos, se la dejó colgando y chorreando sobre el hombro y se puso en camino a rápidas zancadas por el centro del campamento, mientras su escudero volvía corriendo al campamento del león Azur con sus mensajes.</p> <p>—O bien te van a dar un título de caballero —gruñó Robert Anselm cuando llegó—, o una soberana paliza. ¡Míralos!</p> <p>—Están aquí para ver algo, desde luego...</p> <p>Una multitud inusualmente grande esperaba fuera de la tienda, pabellón del Emperador, tela de rayas y cuatro cámaras separadas. Ash echó un vistazo a su alrededor al reunirse con ellos. Nobles. Jóvenes con los jubones de encaje y terminados en pico que eran la última moda y calzas multicolores; sin sombrero y largos rizos. Todos llevaban coraza cuando menos. Los más ancianos sudaban con las túnicas formales y plisadas de cuerpo entero y los sombreros enrollados. Aquel cuadrado de hierba en el centro del campo estaba libre de caballos, ganado, mujeres, bebés jugando con el culo al aire y soldados borrachos. Nadie se atrevía a violar la zona que rodeaba el estandarte amarillo y negro del águila doble. Con todo, había un agradable olor a estiércol de caballo de guerra y juncos secados al sol.</p> <p>Llegaron sus oficiales.</p> <p>El sol la secó, desde la armadura hasta el jubón armado. Encerrada en aquel metal que abrazaba sus formas, se encontró con que la ropa forrada que llevaba debajo se bebía todo el sudor; y la dejaba no tanto muerta de calor como incapaz de meter aire en los pulmones. Habría tenido tiempo de cambiarme. ¡Siempre hay que darse prisa y luego esperar!</p> <p>Un hombre de hombros anchos, casi cuadrado y con barba, de unos treinta años, se acercó a ella a grandes zancadas. La túnica marrón se agitaba alrededor de sus pies descalzos.</p> <p>—Lo siento, capitán.</p> <p>—Llegas tarde, Godfrey. Estás despedido. Me voy a comprar un escribano mejor para la compañía.</p> <p>—Pues claro. Crecemos en los árboles, mi niña. —El sacerdote de la compañía se ajustó la cruz. Tenía el pecho ancho, sustancial; la piel se le arrugaba alrededor de los ojos tras tantos años pasados bajo cielos abiertos. Jamás se adivinaría por aquella mirada sin expresión cuánto tiempo hacía que la conocía Godfrey Maximillian, ni lo bien que la conocía.</p> <p>Ash sorprendió la mirada castaña del hombre y golpeteó con la uña el casco que llevaba metido bajo el brazo. El metal resonó con impaciencia.</p> <p>—Bueno, ¿qué te cuentan tus «contactos», en qué piensa Federico?</p> <p>El sacerdote soltó una risita.</p> <p>—¡Dime de alguien en los últimos treinta y dos años que lo haya sabido jamás!</p> <p>—Vale, vale. Una pregunta tonta. —Ash separó los pies, calzados con espuelas y botas, y examinó a los nobles imperiales. Unos cuantos la saludaron. No se percibía ningún movimiento dentro de la tienda.</p> <p>Godfrey Maximillian añadió.</p> <p>—Tengo entendido que hay seis o siete caballeros imperiales bastante influyentes ahí dentro ahora mismo, apretándole las tuercas porque Ash siempre piensa que puede atacar sin órdenes.</p> <p>—Si no hubiera atacado, le estarían apretando las tuercas por los soldados contratados que cogen el dinero pero no arriesgan la vida en una lucha —añadió Ash por lo bajo mientras saludaba con la cabeza al otro comandante contratado que estaba fuera de la tienda del Emperador, el italiano Jacobo Rossano—. ¿Quién sería capitán mercenario?</p> <p>—Tú, <i>madonna</i> —dijo su maestro artillero italiano, Antonio Angelotti. Sus sorprendentes rizos rubios y su piel clara hacían que Angelotti destacara en cualquier multitud, y no solo por su pericia con el cañón.</p> <p>—¡Era una pregunta retórica! —Lo miró furiosa—. ¿Sabes lo que es una compañía de mercenarios, Angelotti?</p> <p>A su maestro artillero lo interrumpió la llegada de un Florian de Lacey apenas un poco más limpio y mejor vestido, pisándole los talones al comentario de Ash.</p> <p>—¿Compañía de mercenarios? Hmm —empezó a sugerir Florian—. ¿Una tropa de psicópatas leales pero lerdos con el talento necesario para darles una paliza a todos los demás psicópatas estúpidos que vean?</p> <p>Ash levantó las cejas al oírlo.</p> <p>—¡Cinco años y todavía no has entendido lo que significa ser soldado!</p> <p>El cirujano se rió por lo bajo.</p> <p>—Y dudo que alguna vez lo consiga.</p> <p>—Yo te diré lo que es una compañía de mercenarios. —Ash señaló con el dedo a Florian—. Una compañía de mercenarios es una inmensa máquina que absorbe pan, leche, carne y vino, tiendas de campaña, cordaje y tela por un extremo y expulsa mierda, ropa sucia, estiércol de caballo, propiedades llenas de basura, vómito de borracho y equipo roto por el otro. ¡El hecho de que algunas veces luche un poco es pura casualidad!</p> <p>Se detuvo para recuperar el aliento y bajar la voz. Sus ojos miraron a su alrededor y examinaron a los hombres que había allí mientras hablaba. Distinguió libreas, identificó a señores de la nobleza, amigos en potencia y enemigos conocidos.</p> <p>Y todavía nada de la tienda del Emperador.</p> <p>—Son un buche abierto en el que tengo que meter provisiones, todos y cada uno de los días; una compañía siempre está a dos comidas de la disolución. Y dinero. No olvidemos el dinero. Y cuando se da la casualidad de que luchan, producen hombres heridos y enfermos a los que hay que cuidar. ¡Y no hacen nada útil mientras se recuperan! Y cuando están bien, son una chusma indisciplinada que se dedican a darles palizas a los campesinos de la zona. ¡Argghhh!</p> <p>Florian volvió a ofrecerle el odre.</p> <p>—Eso es lo que te pasa cuando le pagas a ochocientos hombres para que te sigan.</p> <p>—No me siguen. Me permiten que los dirija. Que no es lo mismo.</p> <p>En un tono bastante diferente, Florian de Lacey le dijo en voz baja.</p> <p>—Todo irá bien, Ash. Nuestro estimado Emperador no querrá perder un considerable contingente de mercenarios de su ejército.</p> <p>—Espero que tengas razón.</p> <p>Oyó una voz a pocos centímetros de su espalda que dijo, con total inconsciencia:</p> <p>—No, mi señor, la capitana Ash aún no está aquí. La he visto, una criatura fornida, hombruna; más grande que un hombre, de hecho. Tenía una chiquilla abandonada con ella cuando la vi en el cuarto noroeste de nuestro campamento; un miembro de su «tren de equipajes», la acariciaba, ¡y de qué forma más asquerosa! La niña se encogía debajo de su mano. Esa es su comandante y «mujer-soldado».</p> <p>Ash abrió la boca para hablar, sorprendió las cejas levantadas de Florian de Lacey y no se volvió para corregir al desconocido caballero. Se alejó unos cuantos pasos, hacia uno de los capitanes imperiales veteranos, ataviado con una librea amarilla y negra.</p> <p>Gottfried de Innsbruck inclinó la cabeza para saludar a Ash.</p> <p>—Buena escaramuza.</p> <p>—Esperábamos conseguir refuerzos del pueblo. —Ash se encogió de hombros—. Pero supongo que Herman de Hesse no va a salir a atacar.</p> <p>El caballero imperial Gottfried hablaba con los ojos puestos en la entrada del pabellón del Emperador.</p> <p>—¿Y por qué habría de hacerlo? Ha aguantado ocho meses sin nuestra ayuda cuando yo no le habría dado ni ocho días. No en una ciudad tan pequeña y contra los borgoñones.</p> <p>—Una ciudad tan pequeña que se está rebelando contra su «legítimo gobernante», el arzobispo Ruprecht —dijo Ash al tiempo que permitía que una gran porción de escepticismo se colara en su tono.</p> <p>Gottfried lanzó una sonora risita.</p> <p>—El arzobispo Ruprecht es el hombre del Duque Carlos, borgoñón hasta los tuétanos. Por eso los borgoñones quieren ponerlo de nuevo al mando de Neuss. Bueno, capitán Ash, quizá os guste esto, Ruprecht era el candidato del padre de este duque para el arzobispado; ¿sabéis lo que Ruprecht le envió al difunto duque Felipe de Borgoña como regalo de agradecimiento cuando consiguió el empleo? ¡Un león! ¡Un león vivo de verdad!</p> <p>—Pero no era azul. —Los interrumpió una voz ligera de tenor—. Aunque dicen que duerme como un león, su Duque Carlos, con los ojos abiertos.</p> <p>Al volverse para mirar al joven caballero que había hablado y mientras formulaba una respuesta, la joven pensó de repente, <i>¿no te conozco de algo?</i></p> <p>No sería tan extraño reconocer a un caballero alemán de algún otro campamento o alguna otra temporada de campañas. Lo examinó de forma superficial con un solo vistazo: un hombre muy joven, poco mayor que ella; de piernas largas y ágil, con una anchura de hombros que terminaría de llenarse en un año o dos. Llevaba una celada gótica, que incluso con la cimera levantada le ocultaba la mayor parte de la cara y la dejaba que valorara el lujoso jubón y calzas de color verde y blanco, botas altas de montar de cuero puntiagudas bajo las faldas del jubón y espuelas de caballero.</p> <p>Y una coraza gótica estriada muy estrafalaria para un hombre que hoy no había participado en ninguna escaramuza.</p> <p>Dos o tres hombres de armas que estaban con él, jóvenes y duros, llevaban una librea verde. ¿Mecklenburg? ¿Scharnscott? Ash recorrió mentalmente toda la heráldica sin mucho éxito.</p> <p>Luego dijo con ligereza.</p> <p>—He oído que el Duque Carlos duerme sentado en una silla de madera, con toda la armadura puesta. Por si acaso lo cogemos por sorpresa. Cosa que algunos de nosotros tenemos más probabilidades de hacer que otros...</p> <p>Bajo la cimera levantada de su celada, la expresión del caballero alemán se congeló.</p> <p>—Una perra vestida de hombre —dijo—. Algún día, capitán, tendréis que decirnos para qué os sirve la bragueta.</p> <p>Robert Anselm, Angelotti y media docena más de los lugartenientes de Ash se acercaron un poco más hasta que sus hombros blindados tocaran los de su capitana. La joven pensó con resignación, <i>en fin</i>...</p> <p>Ash bajó la vista deliberadamente y la clavó entre sus propios quijotes, en la tela que cerraba las calzas.</p> <p>—Es un buen sitio para llevar un par de guantes extra. Me imagino que utilizáis la vuestra para lo mismo.</p> <p>—¡Coño maldito!</p> <p>—¿De verdad? —Ash inspeccionó el bulto de colores, verde y blanco, con visible cuidado—. No lo parece... pero yo diría que mejor que vos no lo sabe nadie.</p> <p>Cualquier hombre que saque la espada entre la guardia del Emperador está buscando que lo partan en pedazos allí mismo así que a la joven no le sorprendió que el joven caballero alemán mantuviera la mano alejada de la empuñadura de la espada. Lo que la sobresaltó fue el brillo repentino de un guiño de elogio. La sonrisa de un joven que tiene la fuerza de aceptar un chiste contra sí mismo.</p> <p>El caballero le dio la espalda y se puso hablar con sus amigos nobles, como si aquella mujer no hubiera dicho nada en absoluto, al tiempo que señalaba con un guantelete las colinas de pinos que había a varios kilómetros al este.</p> <p>—¡Mañana, entonces! Una cacería. Hay un oso ahí fuera que le llega a mi yegua baya al pecho...</p> <p>—No te hacía falta crearte otro enemigo —murmuró Godfrey con desesperación al oído de Ash. El calor o el esfuerzo le hacían palidecer el rostro por encima de la barba poblada.</p> <p>—Es obligatorio cuando son gilipollas. Es siempre lo mismo. —Ash le sonrió ampliamente al sacerdote de su compañía—. Godfrey, no sé quién es pero no es más que otro señor feudal. Nosotros somos soldados. Yo tengo «<i>Deus Vult</i>» grabado en la espada, la suya tiene «Extremo afilado hacia el enemigo»<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n14">14</a>.</p> <p>Sus oficiales se echaron a reír. Una ráfaga de aire levantó el estandarte imperial, de tal modo que por un segundo el sol atravesó con toda su fuerza la tela amarilla y negra. El olor a carne asada se elevó desde las largas avenidas revestidas de tiendas del campamento. Alguien estaba cantando algo espantosamente mal, sin que consiguiera esconderlo la flauta que sonaba ahora en el pabellón del emperador Federico.</p> <p>—He trabajado para esto. Hemos trabajado para esto. Así funcionan las reglas del poder. O subes o bajas, pero no hay sitio para descansar.</p> <p>La joven contempló los rostros de su escolta, tropas que contaban alrededor de veinte años; luego miró a sus oficiales, Angelotti, Florian, Godfrey y Robert Anselm, le resultaban tan familiares como su propia cara marcada; el resto eran nuevos esta temporada. La mezcla habitual de líderes de lanza: los escépticos, los que mostraban un exceso de devoción, los arrastrados y los competentes. Tres meses en el campo de batalla y ya conocía por el nombre a la mayor parte de sus hombres.</p> <p>Dos guardias vestidos de negro y amarillo salieron de la tienda.</p> <p>—Y no me importaría comer algo. —Ash se pasó la mano por el pelo. Llevaban allí parados esperando el tiempo suficiente para que los últimos rizos plateados se le secaran después de las apresuradas abluciones. El peso del cabello le tiró de la cabeza cuando la volvió y las madejas espesas y sueltas se le engancharon en las placas de la armadura: se arriesgaba por la imagen que sabía que daba.</p> <p>—Y... —Ash buscó con la mirada a Florian de Lacey y se dio cuenta de que el rostro del cirujano había desaparecido del grupo de mando—. Joder. ¿Dónde está Florian? ¿No estará cabreado otra vez...?</p> <p>Todas las charlas quedaron silenciadas por un toque de trompeta. Un puñado de guardias y seis de los nobles más influyentes de la corte de Federico salieron de la tienda con el propio Emperador. Ash se puso derecha bajo aquel calor ardiente. Vio de nuevo al forastero del sur (¿un observador militar?), que todavía llevaba los ojos tapados por tiras traslúcidas de tela pero seguía sin vacilar los pasos de Federico al tiempo que evitaba con precisión las cuerdas guía del pabellón.</p> <p>—Capitán Ash —dijo el Emperador Federico.</p> <p>La joven se hincó sobre una rodilla, con cuidado, ya que llevaba la armadura puesta, delante de aquel hombre maduro.</p> <p>—En este decimosexto día de junio, año de nuestro Señor 1476<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n15">15</a> —dijo el Emperador—, me complace elevaros a un cierto grado de distinción por vuestro valiente servicio en el campo contra nuestro enemigo, el noble Duque de Borgoña. Así pues, he dado en reflexionar sobre lo más adecuado para un soldado mercenario a nuestro servicio.</p> <p>—Dinero —dijo una voz pragmática detrás de Ash. La joven no se atrevió a desviar los ojos de Federico para obligar a Angelotti a guardar silencio con una mirada furiosa.</p> <p>La piel que rodeaba los ojos pálidos de Federico se arrugó un poquito. Aquel hombrecito de cabello rubio que ahora lucía unas túnicas plisadas azules y doradas, juntó las manos llenas de anillos y la miró desde su altura.</p> <p>—Oro no —dijo Federico—, porque no me sobra ninguno. Y tampoco haciendas, porque no sería adecuado dárselas a una mujer que no tiene hombre que las defienda por ella.</p> <p>Ash levantó la vista con una expresión de total y completo asombro, se olvidó de todo decoro y dijo:</p> <p>—¿Tengo aspecto de necesitar defensa alguna?</p> <p>Intentó tragarse sus palabras antes de haber terminado de pronunciarlas. La dominó la voz seca:</p> <p>—Y tampoco he de nombrarte caballero porque eres una mujer. Pero te recompensaré con haciendas, si bien de segunda mano. Te casarás, Ash. Te casarás con este, mi noble señor; le prometí a su madre, que es prima mía en cuarto grado, que dispondría un matrimonio para él. Y eso es lo que hago. Este es tu prometido, Lord Fernando del Guiz.</p> <p>Ash levantó los ojos y miró hacia donde indicaba el Emperador. Allí no había nadie salvo el joven caballero de las calzas de color verde y blanco y la coraza gótica estriada. El Emperador sonrió con expresión alentadora.</p> <p>Se quedó sin aliento sin querer. Lo poco que podía ver del rostro del joven estaba totalmente quieto bajo la cimera de acero, y tan pálido que se dio cuenta entonces de que tenía pecas en las mejillas.</p> <p>—¿Casarme? —Ash se lo quedó mirando, aturdida y se oyó decir—. ¿Con él?</p> <p>—¿Os complace, capitán?</p> <p><i>¡Por el dulce Cristo!</i>, pensó Ash. <i>Estoy en medio del campamento de Su Gracia el Sacro Emperador Romano, Federico III. El segundo gobernante más poderoso de la Cristiandad. En corte abierta. Estos son sus súbditos más poderosos. Me están mirando todos. No puedo negarme. ¿Pero casarme? ¡Ni siquiera había pensado jamás en el matrimonio!</i></p> <p>Era consciente de que la tira de las polainas le cortaba la parte posterior de la rodilla al arrodillarse; y de los hombres enjoyados y vestidos con armaduras, hombres poderosos que la contemplaban. Sus manos desnudas, que ahora reposaban juntas sobre el muslo blindado, parecían muy bastas, con manchas rojas bajo las uñas. El pomo de la espada le golpeteaba contra la coraza. Solo entonces se dio cuenta de que estaba temblando. <i>¡Maldita sea, niña! Te olvidas. Siempre se te olvida que eres una mujer. Y a ellos nunca. Y ahora es sí o no</i>.</p> <p>Hizo lo que siempre lo sacaba todo, (el miedo, la humillación, el horror) de su cuerpo.</p> <p>Levantó la cabeza inclinada, y miró sin miedo hacia arriba, perfectamente consciente de la imagen que daba. Una mujer joven, con la cabeza descubierta, las mejillas atravesadas por las líneas finas y blancas de tres viejas cicatrices, el cabello plateado precipitándose de forma gloriosa por los hombros blindados y suelto como una capa hasta los muslos.</p> <p>—No puedo decir nada, Su Majestad Imperial. Tal reconocimiento, tal generosidad y tal honor, van más allá de todo lo que había esperado y de todo lo que podría merecerme.</p> <p>—Levántate. —Federico la cogió de la mano. La joven sabía que el Emperador debía de notar la palma sudada. Quizá aquellos labios finos hubieran esbozado una mueca divertida. Extendió la otra mano con gesto dominante y tomó la mano mucho más blanca del joven, luego la colocó sobre la de Ash—. Que ya nadie lo contradiga, ¡serán marido y mujer!</p> <p>Ensordecida por un aplauso tumultuoso y adulador y con unos dedos cálidos, húmedos y varoniles sobre los suyos, Ash volvió los ojos para mirar a los oficiales de su compañía.</p> <p>¿Qué cojones hago yo ahora?</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 2</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>P<style style="font-size:80%">OR LA VENTANA</style> de la sala del palacio imperial de Colonia, se veía la lluvia que caía en torrentes por los canalillos y gárgolas sobre las losas del patio. Se estrellaba estruendosa, irregular como los disparos de un arcabuz<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n16">16</a>, contra los costosos cristales de las ventanas. Unos florones de piedra, de suave color dorado, relucían con cada brecha que se abría entre las nubes altas.</p> <p>Dentro de la sala, Ash miraba a la que pronto sería su suegra.</p> <p>—Todo esto está muy... bien... —protestaba Ash con la cara cubierta por un trozo de terciopelo de color azur. Se deshizo de la tela y añadió—: ¡pero tengo que volver a mi compañía! ¡La escolta me sacó ayer tan rápido de Neuss que aún no he tenido oportunidad de hablar con mis oficiales!</p> <p>—Has de tener ropa de mujer para la ceremonia nupcial —dijo Constanza del Guiz con brusquedad, y se atragantó en la última palabra.</p> <p>—Con todos mis respetos, señora, tengo más de ochocientos hombres y mujeres que han firmado un contrato conmigo y se han quedado en Neuss. ¡Están acostumbrados a que les paguen! Tengo que volver a explicarles cómo les va a beneficiar este matrimonio a ellos.</p> <p>—Sí, sí... —Constanza del Guiz tenía el pelo rubio y unos rasgos indolentes y atractivos, pero carecía de la constitución ágil de su hijo. Era diminuta. Un traje de suave terciopelo rosa le ajustaba el pequeño pecho, salía disparado de las caderas y caía entre voluminosos drapeados hasta las chinelas de raso. Llevaba enaguas de brocado rojas y plateadas. Rubís y esmeraldas le adornaban el tocado acolchado y el cinturón de oro que le colgaba de las caderas formando una V. Un monedero y unas llaves pendían de la cadena del cinturón.</p> <p>—Mi sastra no puede trabajar si no dejas de moverte —le rogó Constanza—. Por favor, quédate quieta.</p> <p>La rueda acolchada del tocado de Ash se asentaba sobre su cabello plateado como un animal pequeño pero pesado.</p> <p>—Puedo hacer esto más tarde. ¡Ahora tengo que irme y encargarme de la compañía!</p> <p>—Pero mi querida niña, ¿cómo esperas que organice una boda en solo una semana? ¡Es para matar a Federico! —Llena de reproches, Constanza del Guiz levantó la mirada y contempló a Ash con unos ojos azules llenos de lágrimas. Ash tomó nota del familiar «Federico»—. Y tú no me ayudas, niña. Primero quieres casarte con la armadura...</p> <p>Ash bajó los ojos y miró a la sastra, que se afanaba arrodillada con su dobladillo, con alfileres y tijeras.</p> <p>—Esto es un vestido de ceremonia, ¿no?</p> <p>—Unas enaguas. Con los «colores de tu librea». —La anciana, cincuenta años, quizá, se llevó los dedos a los labios temblorosos, a punto de echarse a llorar—. ¡Me ha llevado todo el día convencerte para que te quitaras el jubón y las calzas!</p> <p>Sonó un golpe en la puerta. Las sirvientas hicieron entrar a un hombre de constitución cuadrada y barba. Ash se volvió hacia el padre Godfrey Maximillian y se le enredó el pie en la camisola de lino puro que le enmarañaba los tobillos bajo el ropón largo de seda. Dio un tropezón.</p> <p>—¡Joder!</p> <p>Todas las mujeres que había en la sala (la sastra, la aprendiza de la sastra, dos sirvientas de Colonia y la mujer que pronto sería su nueva madre) dejaron de hablar y se la quedaron mirando. El rostro de Constanza del Guiz adquirió un tono rosado.</p> <p>Ash se encogió, respiró hondo y se puso a mirar por la ventana, a la lluvia, hasta que alguien decidiera empezar a hablar.</p> <p>—<i>Fiat lux</i>, mi señora. Capitán. —A Godfrey Maximillian le chorreaba el agua por la capucha de lana que le llegaba a los hombros. Se la quitó con gesto flemático e hizo la señal de la cruz ante el Hombre Verde tallado en un delicado relieve de piedra en el altar de la sala. Les sonrió radiante a las sastras y a las sirvientas, incluyéndolas así en su bendición.</p> <p>—Loado sea el Madero.</p> <p>—Godfrey —lo saludó Ash—. ¿Has traído a Florian y a Roberto contigo?</p> <p>Anselm había pasado mucho tiempo en Italia, al principio, junto con Antonio Angelotti; todavía eran miembros de la vieja compañía que no utilizaba el inglés Robert. Si tuviera que nombrar al oficial con el que más ansiaba hablar en ese momento, era él.</p> <p>—No encuentro a Florian por ninguna parte. Robert está al mando de la compañía mientras tú estás aquí.</p> <p><i>¿Y dónde has estado tú? Te esperaba hace ocho horas</i>, pensó Ash con severidad. <i>Y con aspecto respetable. ¡Al menos podrías haberte quitado el barro de encima! Estoy intentando convencer a esta mujer de que no soy un bicho raro, ¡y tú apareces con esa pinta de cura de campo!</i></p> <p>Godfrey debió de leer algo en su rostro porque le dijo a Constanza del Guiz:</p> <p>—Disculpad mi desaliñado aspecto, mi señora. He venido a caballo desde Neuss. Los hombres del capitán Ash necesitan su consejo sobre varias cosas, con cierta urgencia.</p> <p>—Oh. —La sorpresa de la anciana fue tan sincera como genuina—. ¿La necesitan? Creí que para ellos era una figura decorativa. Yo me habría imaginado que una banda de soldados funciona con más suavidad cuando no hay mujeres por allí.</p> <p>Ash abrió la boca y la sirvienta más joven le puso de inmediato un ligero velo de lino sobre la cara.</p> <p>Godfrey Maximillian levantó la vista tras sacudir sin querer su manto embarrado sobre las balas de tela de la sastra.</p> <p>—Los soldados no funcionan con una figura decorativa al mando, mi señora. Y desde luego no consiguen reclutar más de mil hombres durante tres años seguidos y tener a la mayor parte de los principados alemanes licitando por sus servicios.</p> <p>Aquella noble imperial parecía sobresaltada.</p> <p>—No iréis a decir que en realidad...</p> <p>—Estoy al mando de unos mercenarios —la interrumpió Ash—, y por eso tengo que volver. Jamás nos han pagado con un matrimonio. Los conozco. No les va a hacer gracia. No es dinero contante y sonante.</p> <p>—Está al mando de mercenarios —dijo Constanza como si su mente estuviera en otro sitio, y luego volvió a mirar de golpe a Ash. Aquella boca suave se endureció de forma inesperada—. ¿En qué estaba pensando Federico? ¡Me prometió un buen matrimonio para mi hijo!</p> <p>—¡Y a mí me prometió tierras! —dijo Ash con pesimismo—. Ya veis lo que son los príncipes.</p> <p>Godfrey soltó una risita sofocada.</p> <p>Constanza soltó en tono seco:</p> <p>—Ha habido mujeres que han intentado tomar el mando en batalla. Esa perra asexuada de Margarita de Anjou perdió el trono de Inglaterra de su pobre marido. Jamás consentiría que le hicieras eso a mi hijo. Eres basta, maleducada y seguramente de estirpe campesina, pero no eres malvada. Puedo enseñarte modales. Te darás cuenta que la gente se olvidará pronto de tu pasado cuando seas la esposa de Fernando, y mi hija.</p> <p>—¡Y una mi... tonterías! —Ash levantó los brazos como respuesta al suave codazo de la sastra. Un traje de terciopelo azul se asentó sobre las enaguas bordadas con hilo dorado, le pesaba sobre los hombros.</p> <p>Una sirvienta empezó a tirar de los cordones de la espalda del apretado corpiño. La otra arregló los pliegues de las mangas colgantes de brocado dorado hacia un lado y abotonó las mangas más apretadas de las enaguas desde los puños guarnecidos de piel hasta el codo. La sastra abrochó un cinturón a las caderas de Ash.</p> <p>—He tenido menos problemas para meterme en una armadura. —Murmuró Ash.</p> <p>—Vuestro hijo Fernando podrá enorgullecerse de Lady Ash, estoy seguro —dijo Godfrey con expresión solemne—. Proverbios, capítulo catorce, versículo uno: «Toda mujer sabia construye su casa, pero la necia la derriba con sus manos»<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n17">17</a>.</p> <p>Hubo algo en el tono con el que dijo las últimas palabras que hizo que Ash lo mirara con intención.</p> <p>Constanza del Guiz levantó la vista (y Ash se dio cuenta de que tuvo que levantarla de verdad) para mirar al sacerdote.</p> <p>—Un momento, padre, decís que esta muchacha es dueña de una compañía de hombres.</p> <p>—Bajo contrato, sí.</p> <p>—¿Y es por tanto una persona acaudalada?</p> <p>Ash sofocó una carcajada y se limpió la boca con la muñeca bronceada. Las mangas de seda y los puños de piel de lobo no le sacaban demasiado partido a su piel curtida por el tiempo. La joven dijo con alegría.</p> <p>—¡Acaudalada si pudiera conservarla! Tengo que pagar a esos hijos de puta. A esos hombres. Oh, mierda. ¡No sirvo para esto!</p> <p>—Conozco a Ash desde que era niña, mi señora —dijo Godfrey con astucia—, y es perfectamente capaz de adaptarse a la corte al salir del campamento.</p> <p><i>Gracias</i>. Ash le lanzó al escribano una mirada cargada de ironía. Godfrey hizo caso omiso.</p> <p>—Pero es mi único hijo... —Constanza se llevó los finos dedos a la boca—. Sí, padre, lo siento, es que... me enfrento a una boda en menos de una quincena... y sus orígenes... y sin familia...</p> <p>Se enjugó un ojo con la esquina del velo. Fue un gesto calculado, pero luego, cuando miró a Ash, que luchaba bajo los bordados del tocado, la tensión desapareció de sus rasgos y Constanza esbozó una sonrisa bastante genuina.</p> <p>—No esperábamos esto, pero creo que podemos arreglárnoslas. Tus hombres serán una valiosa adición al prestigio de mi hijo. Y podrías estar encantadora, pequeña. Déjame vestirte como debe ser y ponerte un poco de plomo blanco para ocultar tus máculas. Querría que te presentaras ante la corte como el orgullo de la familia del Guiz, no como su vergüenza. —Constanza frunció las cejas depiladas—. Sobre todo si viene Tante Jeanne desde Borgoña, cosa que podría hacer, aún habiendo guerra entre nosotros. La familia del padre de Fernando siempre cree que tienen todo el derecho a venir a criticarme. Los conocerás más tarde.</p> <p>—No lo haré. —Ash sacudió la cabeza—. Voy a coger un caballo para volver a Neuss. Hoy.</p> <p>—¡No! No hasta que te haya vestido y preparado para esta boda.</p> <p>—Oídme, mirad... —Ash separó los pies y los plantó con firmeza bajo aquellas faldas voluminosas y sueltas. Clavó los puños en las caderas. Las mangas apretadas de las enaguas crujieron de repente por las costuras de los hombros.</p> <p>Los hilvanes se soltaron.</p> <p>El vestido de terciopelo azur se deslizó por el cinturón colgante y se le arrugó en la cintura. El peso repentino del monedero le torció el cinturón. El tocado enastado con forma de corazón, con la rueda acolchada y la tela que lo ajustaba a las sienes, se deslizó hacia un lado y prácticamente se desprendió.</p> <p>Ash lanzó un bufido al jirón retorcido del velo de lino que se le metía por los ojos.</p> <p>—Niña... —A Constanza le fallaba la voz—. ¡Pareces un saco de grano atado con un trozo de cuerda!</p> <p>—Bueno, entonces dejadme llevar mi jubón y mis calzas.</p> <p>—¡No puedes casarte con ropa de hombre!</p> <p>Ash lanzó una risotada amplia e irreprimible.</p> <p>—Decidle eso a Fernando. A mí no me importa si quiere llevar él el vestido...</p> <p>—¡Oh!</p> <p>Godfrey Maximillian estudió a su capitán, dobló las manos sobre el vientre envuelto en la túnica y dijo en voz alta lo que estaba pensando, cosa muy poco inteligente por su parte.</p> <p>—No me había dado cuenta. Pareces más baja, con vestido.</p> <p>—¡Soy más alta en el maldito campo de batalla, coño! Muy bien, se acabó. —Ash se arrancó de la cabeza el tocado astado y los velos, hacía una mueca cada vez que las horquillas le tiraban del pelo y no prestaba atención a las protestas de la sastra.</p> <p>—¡No puedes irte ahora! —le rogó Constanza del Guiz.</p> <p>—¡Cómo que no! —Ash atravesó a zancadas la sala. La falda larga del traje aleteaba alrededor de sus pies calzados con delicadas zapatillas. Recogió el manto húmedo de Godfrey y se lo colgó de los hombros.</p> <p>—Nos vamos de aquí, Godfrey. ¿Tenemos aquí más de un caballo de la compañía?</p> <p>—No. Solo mi palafrén.</p> <p>—Mala suerte. Puedes montar detrás de mí. Lady Constanza, lo siento... de veras. —Ash dudó un momento. Le ofreció a aquella mujer diminuta una sonrisa alentadora y le sorprendió descubrir que era un gesto sincero—. De veras. Debo ocuparme de mis hombres. Volveré. Tendré que volver. Dado que es el regalo del Emperador Federico, ¡no puedo no casarme con vuestro hijo Fernando!</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>Se produjo cierto debate en la puerta noroeste de Colonia: ¿una dama, con la cabeza descubierta y cabalgando sin más compañía que un sacerdote? Ash les dio unas monedas y unas cuantas muestras de su dominio del vocabulario soldadesco y la irritó comprobar que luego los guardias de la puerta la dejaban pasar apuntándola como puta acompañada por su chulo.</p> <p>—¿Me vas a decir qué es lo que te molesta? —le dijo a Godfrey por encima del hombro una hora más tarde.</p> <p>—No. No a menos que sea necesario.</p> <p>La lluvia convirtió las carreteras en un camino de dos días en lugar de uno. Ash estaba furiosa. Las profundas rodadas de carretas llenas de barro cansaban al caballo, hasta que la joven se rindió y compró otro en una granja en la que se alojaron; luego, Godfrey y ella siguieron atravesando el chaparrón, hasta que olieron el hedor que les traía el viento de un campamento y supieron que debían de estar cerca de Neuss.</p> <p>—¿No te preguntas cómo es —dijo Ash distraída y melancólica—, que conozco ciento treinta y siete palabras diferentes para describir enfermedades de caballos? Ya va siendo hora de que tengamos algo más fiable. ¡Sube, eso!</p> <p>Godfrey tiró de la rienda de su palafrén y esperó.</p> <p>—¿Qué te pareció la vida en las salas de las mujeres, en el castillo?</p> <p>—Día y medio es suficiente para toda una vida. —El castrado roano volvió a frenar al sentir que su jinete se distraía de nuevo. Ash presintió un cambio en el aire y miró hacia el norte, a una brecha en las nubes—. Me he acostumbrado a que la gente me mire en cuanto entro en una habitación. Bueno, no... Me miraban a mí en el solar de Constanza, ¡pero no por las mismas razones! —Entrecerró los ojos con una expresión divertida—. Me he acostumbrado a que la gente espere que sea yo la que esté al mando, Godfrey. En el campamento siempre es, «Ash, ¿qué hacemos ahora?» Y en Colonia es «¿quién es este monstruo antinatural?».</p> <p>—Siempre has sido una mocosa dominante —comentó Godfrey—. Y, ahora que lo pienso, siempre fuiste bastante antinatural.</p> <p>—¿Y por eso me rescataste de las monjas?</p> <p>El hombre se pasó una mano por la barbilla peluda y le guiñó un ojo a la joven.</p> <p>—Me gustan las mujeres extrañas.</p> <p>—No está mal, ¡para venir de un casto sacerdote!</p> <p>—Si quieres más milagros y el estado de gracia para la compañía, será mejor que reces para que siga siendo casto.</p> <p>—Necesito un milagro, desde luego. Hasta que llegué a Colonia, pensaba que quizá el Emperador Federico no hablaba en serio. —Ash cambió el peso de los tobillos e interrumpió la inmovilidad del roano, que empezó a andar muy despacio. La lluvia comenzó a cejar.</p> <p>—Ash... ¿vas a seguir con esto hasta el final?</p> <p>—Desde luego que sí. Constanza vestía más dinero del que he visto en las últimas dos campañas.</p> <p>—¿Y si la compañía pone objeciones?</p> <p>—Me despellejarán porque no les permití hacer prisioneros para conseguir rescates durante la escaramuza, eso seguro. Apuesto a que no soy la persona más popular del mundo en este momento. Pero se animarán cuando se enteren de que es un matrimonio por dinero. Ahora seremos dueños de tierras. Tú eres el único que pone objeciones, Godfrey, y no quieres decirme por qué.</p> <p>Se enfrentaron desde las sillas de montar: la sorprendente autoridad de la joven y la reservada preocupación del sacerdote. Este repitió:</p> <p>—Solo si resulta necesario.</p> <p>—Godfrey, en ocasiones eres un auténtico y bendito grano en el culo. —Ash se quitó la capucha de lana mojada—. Y ahora, vamos a ver si podemos reunir toda la lanza de mando en un sitio al mismo tiempo, ¿quieres?</p> <p>Ya estaban viendo el lado suroeste del fuerte de carretas imperial. El pequeño contingente extranjero de carretas de grandes ruedas, encadenadas entre sí para facilitar las defensas y de las que chorreaban los últimos arroyos de agua. El agua bajaba a borbotones de las placas de hierro forjado que conformaban los costados de las carretas de guerra, con el metal ya veteado de óxido naranja<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n18">18</a>.</p> <p>Por encima de los lados de las carretas de guerra de hierro, dentro del inmenso espacio interior, Ash vio un arco iris de blasones y estandartes chorreando. Los conos de lona de las tiendas de rayas colgaban inertes de los mástiles centrales, con las cuerdas estiradas y húmedas. La lluvia salpicó el rostro de Ash cuando se acercaron a la verja. Pasaron sus buenos cinco minutos antes de que el grupo apiñado de guardias les diera el alto.</p> <p>Euen Huw, que se adentraba con cautela por la verja tras pasar a su lado con un pollo debajo del brazo, se detuvo con una expresión de absoluto asombro.</p> <p>—¿Jefe? Oye, jefe, ¡bonito vestido!</p> <p>Ash miró con resignación hacia delante, mientras los caballos bajaban con dificultad por las largas calles revestidas de carretas y tiendas. Antonio Angelotti llegó corriendo segundos más tarde, con las hermosas y pálidas manos amarillas a causa del azufre.</p> <p>—Nunca te había visto con vestido, jefe. No está mal. ¡Te has perdido todo el espectáculo! —Su rostro perfecto irradiaba alegría, como un ángel degradado—. Heraldos subiendo desde el campamento borgoñón. Heraldos imperiales bajando al campamento borgoñón. Se han propuesto los términos.</p> <p>—¿Términos?</p> <p>—Desde luego. Su Majestad Federico le dice al Duque Carlos, retírate treinta kilómetros. Levanta el asedio. Luego dentro de tres días, nosotros nos retiramos treinta kilómetros.</p> <p>—Y el Duque Carlos aún se está riendo, ¿verdad?</p> <p>Los rizos rubios de Angelotti flotaron cuando sacudió la cabeza.</p> <p>—Según se dice, los va a aceptar. Y eso significa la paz entre el Emperador y Borgoña.</p> <p>—Oh, mierda —comentó Ash, con el tono de alguien que, dos minutos antes, había sabido con exactitud lo que iban a hacer durante los próximos tres meses ochocientos y pico hombres, mujeres y sus respectivos niños. Y que ahora no lo sabía, y tendría que encontrar algo—. Por el dulce Jesucristo. Paz. Allá se va nuestro cómodo asedio de verano.</p> <p>Angelotti adoptó el mismo paso que el castrado de su jefa.</p> <p>—¿Qué pasa con ese matrimonio tuyo, madonna? ¿El Emperador no hablará en serio?</p> <p>—¡Joder que si habla en serio!</p> <p>Tras cabalgar diez minutos a través del campamento llegaron a los refugios con forma de A y a las filas de caballos de la esquina noroeste. Los voluminosos pliegues del traje de terciopelo se le pegaban húmedos a las piernas mientras la lluvia oscurecía la tela hasta hacer que adoptara un tono de color azul real. Todavía llevaba el manto de Godfrey. El propio peso de la lana mojada lo rendía y descubría el ropaje de la falda y el lino húmedo de la camisola.</p> <p>La compañía había separado una esquina del campamento imperial con una valla de zarzas y una verja improvisada, algo que no le había parecido nada bien al furriel imperial hasta que Ash le dijo sin faltar a la verdad que sus tropas robarían cualquier cosa que no estuviera clavada. Un estandarte del león Azur colgaba allí desanimado, bajo la lluvia.</p> <p>Un hombre pelirrojo de la lanza de Ned Aston, que vigilaba la verja, levantó los ojos y efectuó una voltereta perfecta.</p> <p>—¡Ah, bonito vestido, jefe!</p> <p>—¡Vete a tomar por el saco!</p> <p>Unos minutos después se encontraba en la tienda de mando, Anselm, Angelotti y Godfrey presentes; Florian de Lacey ausente; y los otros lugartenientes principales de la compañía ausentes.</p> <p>—Están por ahí, murmurando por las esquinas. Yo los dejaría en paz hasta que tengas algo que contarles. —Robert se retorció la capucha de lana—. Dinos hasta qué punto estamos jodidos.</p> <p>—¡No estamos jodidos, esta es una oportunidad cojonuda!</p> <p>Ash se vio interrumpida por la entrada de Geraint ab Morgan, que tuvo que agachar la cabeza.</p> <p>—Qué hay, jefe.</p> <p>Geraint, nuevo esta temporada, y en estos momentos sargento supervisor de arqueros, era un hombre de hombros anchos con el pelo muy corto del color de las hojas caídas que se le erizaba sobre el cráneo. El blanco de los ojos lo tenía perpetuamente inyectado en sangre. Cuando entró, Ash se dio cuenta de que los ojales que le abrochaban la parte posterior de las calzas a la parte posterior del jubón estaban desabrochados, y que la camisa se le había subido y salido por la brecha para descubrir un harapiento justillo y la hendidura entre las nalgas.</p> <p>Consciente de que había vuelto sin anunciar, Ash guardó un discreto silencio, salvo por una mirada furiosa que hizo que Geraint evitara mirarla a los ojos y se quedara con la vista clavada en el techo cónico de la tienda, donde las armas y el equipo se colgaban de puntales de madera para alejarlos de la humedad.</p> <p>—Informe del día —dijo Ash con tono seco.</p> <p>Geraint se rascó las nalgas bajo las calzas de lana blancas y azules.</p> <p>—Los chavales llevan dos días metidos en las tiendas, para resguardarse de la lluvia, limpiando el equipo. Jacobo Rossano intentó robarnos dos de nuestras lanzas flamencas y estos lo mandaron a la mierda... no está muy impresionado. Y Henri de Treville está con los alcaides, arrestado por emborracharse e intentar prenderle fuego al cocinero.</p> <p>—No te refieres a la carreta del cocinero, ¿verdad? —preguntó Ash con ansia—. Te refieres al cocinero.</p> <p>—Hubo varios comentarios sobre que los asediados comían mejor en Neuss —dijo Florian de Lacey, cuando entró el cirujano embarrado hasta las rodillas cubiertas con unas botas—. Y se dijo algo de que la rata era una delicadeza en comparación con la carne asada de Wat Rodway...</p> <p>Angelotti mostró sus blancos dientes.</p> <p>—«Dios nos envía comida, y el Diablo nos envía cocineros ingleses».</p> <p>—¡Ya basta de refranes milaneses! —Ash intentó darle una colleja que el hombre esquivó—. Muy bien. Nadie ha conseguido robarnos nuestras lanzas. Todavía. ¿Noticias del campamento?</p> <p>Robert Anselm ofreció de inmediato:</p> <p>—Segismundo del Tirol se retira; dice que Federico no va a luchar contra Borgoña. Segismundo está cabreado con el Duque Carlos desde que perdió Héricourt en el 74. Sus hombres llevan un tiempo armando camorra con los arqueros de Gottfried de Innsbruck. Oratio Farinetti y Henri Jacques han reñido, los cirujanos recogieron dos muertos de las broncas de sus hombres.</p> <p>—¿Y supongo que no nos hemos enfrentado con el enemigo de verdad? —Ash se dio una buena palmada en la frente de forma un tanto teatral—. No, no; que tonta... no necesitamos ningún enemigo. Ningún ejército feudal lo necesita. ¡Que Cristo me proteja de la nobleza facciosa!</p> <p>Una lanza de sol entró sesgada por la solapa abierta de la tienda. Todo lo que Ash veía a través de aquella brecha estaba chorreando y brillando como una gema. Contempló las brigantinas rojas y las casacas de las libreas azules de los hombres que salían para engatusar a las hogueras y que volvieran a cobrar vida, y para sangrar los barriles de cerveza que superaban la altura de un hombre, y que se ponían a jugar con cartas grasientas sobre las cubiertas de los tambores, a los que les habían dado la vuelta. Se despertaban los ecos de voces cada vez más altas.</p> <p>—Bien. Robert, Geraint, que salgan los chavales, decidles a los líderes de las lanzas que los dividan en pañuelos rojos y azules y que los pongan a jugar al fútbol fuera del fuerte de carretas.</p> <p>—¿Fútbol? ¡Maldito juego inglés! —Florian la miró furiosa— ¿Te das cuenta de que tendré que vérmelas con más lesiones que después de la escaramuza?</p> <p>Ash asintió.</p> <p>—Ahora que lo pienso... ¡Rickard! ¡Rickard! ¿Dónde está ese chico?</p> <p>Su escudero se escabulló en la tienda. Tenía catorce años, el cabello negro y brillante y unas cejas espesas y aladas; consciente ya de lo guapo que era y con una creciente aversión a mantener la bragueta cerrada.</p> <p>—Tendrás que acercarte hasta los alcaides y advertirles de que el ruido que hay aquí abajo no es una escaramuza, sino un juego.</p> <p>—¡Sí, mi señora!</p> <p>Robert Anselm se rascó la cabeza afeitada.</p> <p>—No van a esperar mucho más, Ash. Durante los últimos dos días se me han acercado líderes lanceros a la tienda cada hora.</p> <p>—Lo sé. Cuando se hayan desahogado bien —continuó Ash—, reúnelos a todos. Voy a hablar con todo el mundo, no solo con los líderes de las lanzas. ¡Vete!</p> <p>—¡Espero que tengas algo convincente que contarles!</p> <p>—Confía en mí.</p> <p>Anselm salió justo detrás de Geraint. La tienda se fue vaciando hasta que solo quedó Ash, su cirujano, el sacerdote y el paje.</p> <p>—Rickard, cuando salgas, dile a Philibert que entre a vestirme. —Ash vio cómo salía su paje mayor pisando fuerte.</p> <p>—Rickard ya se está haciendo mayor. —le dijo a de Lacey con aire ausente—. Tendré que pasarlo a escudero y encontrar otro paje de diez años. —Le brillaron los ojos—. Ese es un problema que tú no tienes, Florian... Yo tengo que tener sirvientes personales que no hayan llegado a la pubertad o vuelven a empezar todos esos rumores sobre lo puta que soy. «No es una auténtica capitana, solo se folla a todos los oficiales de la compañía y ellos la dejan hacer unas cuantas cabriolas con la armadura». ¡Por todos los fuegos del infierno! —Lanzó una carcajada—. En cualquier caso, el pequeño Rickard es demasiado guapo para tenerlo a mi alrededor. ¡Jamás te tires a tus empleados!</p> <p>Florian de Lacey se reclinó en la silla de madera con las dos manos apoyadas en los muslos. El cirujano esbozó una sonrisa sardónica.</p> <p>—La atrevida capitana mercenaria se come con los ojos al jovencito inocente... salvo que no recuerdo la última vez que te echaron un polvo y Rickard ya ha pasado por la mitad de las putas del campamento imperial y ha venido a mí porque cogió ladillas.</p> <p>—¿Sí? —Ash se encogió de hombros—. Bueno... no puedo follarme a nadie de la compañía porque es favoritismo. Y cualquiera que no sea soldado dice «eres una mujer y eres una ¿qué?».</p> <p>Florian se levantó y se acercó a la entrada para mirar al exterior mientras acunaba una copa de vino. No era, después de todo, un hombre especialmente alto, tenía esa cargazón de espaldas que le queda a un muchacho cuando crece más que sus contemporáneos y aprende que no le gusta destacar en medio de una multitud.</p> <p>—Y ahora te vas a casar.</p> <p>—¡Yupiii! —dijo Ash—. Eso no va a cambiar nada, salvo que tendremos los ingresos de las tierras. Fernando del Guiz puede quedarse en su castillo y yo me quedaré en el ejército. Puede hacerse con alguna rubia tonta con un tocado relleno de lo que sea y yo estaré encantada de mirar hacia otro lado. ¿Matrimonio? No hay problema.</p> <p>Florian levantó una ceja llena de ironía.</p> <p>—¡Si eso es lo que piensas, no has prestado ni la menor atención!</p> <p>—Sé que tu matrimonio fue difícil.</p> <p>—Oh. —El hombre se encogió de hombros—. Esther prefería a Joseph antes que a mí, las mujeres ponen con frecuencia a sus bebés por delante de sus maridos. Al menos no me desatendió por un hombre...</p> <p>Ash renunció al intento de desatarse el corpiño ella sola y le presentó la espalda a Godfrey. Mientras los dedos sólidos del sacerdote le tiraban de los cordones, la joven dijo:</p> <p>—Antes de salir ahí a hablar con los chicos, hay una cosa a la que sí le he estado prestando atención, Florian. ¿Cómo es que últimamente no dejas de desaparecer? Me doy la vuelta y ya no estás ahí. ¿Qué relación tiene contigo Fernando del Guiz?</p> <p>—Ah. —Irritado, Florian se paseó alrededor de la tienda atestada de equipo. Se detuvo y miró con frialdad a Ash—. Es mi hermano.</p> <p>—¿Tu qué? —A Ash se le salían los ojos de las órbitas.</p> <p>A su espalda, los dedos de Godfrey se habían quedado quietos un momento sobre las lazadas del corpiño.</p> <p>—¿Hermano?</p> <p>—Medio hermano, en realidad. Compartimos padre.</p> <p>Ash se dio cuenta entonces que la parte superior del vestido se había soltado. Sacudió los hombros bajo la tela para sentir cómo se deslizaba por su cuerpo. Los dedos de Godfrey Maximillian empezaron a desatar los broches de las enaguas.</p> <p>—¿Tienes un hermano noble?</p> <p>—Todos sabemos que Florian es aristócrata. —Godfrey dudó—. ¿Verdad? —Rodeó la mesa de caballete y se sirvió una copa de vino—. Toma. Creí que lo sabías, Ash. Florian, siempre pensé que tu familia provenía de una de las Borgoñas, no del Imperio.</p> <p>—Y así es. Dijon, en Borgoña. Cuando mi madre murió en Dijon, mi padre volvió a casarse con una noble de Colonia. —El hombre levantó un hombro con un gesto despreocupado—. Fernando es unos cuantos años más joven que yo, pero es mi medio hermano.</p> <p>—¡Por el Cristo Verde en el Madero! —dijo Ash—. ¡Por los Cuernos del Toro!</p> <p>—Florian no es precisamente el único hombre que tenemos en la compañía con nombre falso. Delincuentes, deudores y fugitivos, hasta el último hombre. —Al ver que la joven no iba a coger el vino, se lo bebió él de un trago. Puso cara de asco—. Ese vivandero está vendiéndonos basura otra vez. Ash, supongo que Florian se mantiene lejos de su familia porque ninguna familia aristocrática toleraría jamás que su hijo fuera cirujano-barbero, ¿es eso, Florian?</p> <p>Florian esbozó una amplia sonrisa. Volvió a sentarse y se repanchigó en la silla de madera de Ash al tiempo que ponía las botas sobre la mesa.</p> <p>—¡Qué cara pones! Es cierto. A toda la familia del Guiz, alemana y borgoñona, le daría un ataque si supieran que soy médico. Me preferirían muerto en una zanja de cualquier parte. Y al resto de la profesión médica no le gustan mis métodos de investigación.</p> <p>—Algún cadáver de más que se ha perdido en Padua<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n19">19</a>, supongo. —Ash recuperó parte de su compostura—. ¡Coño! ¿Cuánto tiempo hace que te conozco...?</p> <p>—¿Cinco años? —dijo Florian.</p> <p>—¿Y me lo dices ahora?</p> <p>—Creí que lo sabías. —Florian dejó de mirarla a los ojos. Se rascó la pantorrilla de las calzas rotas con una mano en la que había arraigado la suciedad—. Creí que sabías todo lo que tenía que esconder.</p> <p>Ash se quitó de un tirón las enaguas y la falda de los hombros y salió del ingente montón de seda y brocado arrugado para luego dejarlo allí tirado sobre los juncos. La camisola de lino era lo bastante fina como para mostrar bajo ella el fulgor rosado de la piel y descubrir la hinchazón redonda de los senos y la oscuridad de los pezones.</p> <p>Florian le dedicó una amplia sonrisa, distraído por un momento.</p> <p>—Eso es lo que yo llamo un buen par de tetas. ¡Por todos los santos, mujer! A saber cómo consigues meterlas bajo un jubón de armadura. Algún día tienes que dejarme echar un vistazo más de cerca...</p> <p>Ash se quitó la camisa por la cabeza. Se quedó allí plantada, desnuda y llena de confianza, con un puño en la cadera y sonriéndole también al cirujano.</p> <p>—Sí, claro, tu interés por el cuerpo de las mujeres es puramente profesional. ¡Eso es lo que me dicen todas las chicas del campamento!</p> <p>Florian la miró con impudicia.</p> <p>—Confía en mí. Soy médico.</p> <p>Godfrey no se rió. Miró al exterior de la tienda.</p> <p>—Aquí está el joven Philibert. Florian, ¿no es ridículo? Podrías... mediar con tu hermano. ¿No es la ocasión ideal para una reunión familiar?</p> <p>Todo el humor había desaparecido, Florian dijo de plano:</p> <p>—No.</p> <p>—Podrías reconciliarte con tu familia, bendice a los que te persiguen; bendice y no maldigas<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n20">20</a>. Y luego podrías sugerirle con firmeza a tu hermano que no se case con Ash.</p> <p>—No. No podría. Reconocí quién debía de ser ahí fuera por la librea. No nos hemos visto cara a cara desde que yo era niño, y por lo que a mí respecta va a seguir así.</p> <p>Algo cortaba el aire, había tensión en sus voces. Ash miraba a un hombre y al otro, sin darse cuenta de que estaba desnuda.</p> <p>—No pongáis objeciones a este matrimonio, tíos. Puedo abrir todo un mundo nuevo para la compañía. Podemos tener una posición permanente. Tendremos tierras a las que volver en invierno. E ingresos.</p> <p>La mirada de Florian se clavó en el rostro del sacerdote.</p> <p>—Escúchala, padre Godfrey. Tiene razón.</p> <p>—¡Pero no debe casarse con Fernando del Guiz! —La voz desesperada del sacerdote subió una octava; se parecía al joven ordenando que Ash recordaba haber conocido en el convento de Santa Herlaine ocho años antes—. ¡No debe!</p> <p>—¿Por qué no?</p> <p>—Sí, ¿por qué no? —Ash se hizo eco de la pregunta de su cirujano—. Phili, ven aquí y búscame una camisa, jubón y calzas. El verde con los ojales de plata será lo bastante impresionante para la ocasión. Godfrey, ¿por qué no?</p> <p>—He estado esperando, pero tú no... ¿Es que no reconociste su nombre? ¿No recuerdas su rostro? —Godfrey era un hombre grande, no es que estuviera gordo, y tenía todo el carisma de un cuerpo grande y poderoso, fuera sacerdote o no. Ahora había impotencia en sus gestos. Se dio la vuelta para mirar a Florian y para apuntar con un dedo al hombre cimbreño espatarrado en la silla—. ¡Ash no puede casarse con tu hermano porque ya lo conoce!</p> <p>—Estoy seguro de que nuestra despiadada líder mercenaria ha conocido a muchos nobles idiotas. —Florian se hurgó las uñas sucias—. Fernando no será el primero, ni el peor.</p> <p>Godfrey se quitó del medio para hacerle sitio al paje Philibert. Ash se pasó una camisa por la cabeza y se sentó en el cofre de madera para ponerse el jubón y las calzas juntos, dos tonos de lana verde desparejados; todavía atados en la cintura con doce pares de cordones terminados en garcetas de plata. Estiró los brazos, el niño le puso las mangas y a continuación las ató a los agujeros para los brazos que tenía el jubón en los hombros con más pares de ojales.</p> <p>—Vete a ver el fútbol, Phili; ven a avisarme cuando estén terminando. —La joven le revolvió el pelo. Cuando se fue el niño y ella empezó a atarse los cordones de la parte delantera de su mejor jubón de mangas abullonadas, dijo—. Venga, Godfrey, ¿qué pasa? Sí, ya sé que lo conozco de algo. ¿De qué lo conoces tú?</p> <p>Godfrey Maximillian se dio la vuelta para evitar encontrarse con sus ojos.</p> <p>—Él... ganó el gran torneo, en Colonia, el verano pasado. ¿Lo recuerdas, niña? Desarzonó a quince; no luchó en el combate a pie. El Emperador le regaló un semental bayo. Reconocí... la librea y el nombre.</p> <p>Ash lo cogió por el hombro y le dio la vuelta para que la mirara. Luego dijo sin más.</p> <p>—Sí. Y el resto. ¿Qué tiene de especial, Godfrey? ¿Dónde conocí yo a Fernando?</p> <p>—Hace siete años. —Godfrey cogió aliento—. En Génova.</p> <p>El vientre le dio un vuelco. Se olvidó de la compañía que la esperaba. Así que de ahí toda esa alegría y adrenalina que he sentido durante los últimos dos días. <i>Me pongo así cuando intento ocultarme algo a mí misma. Solo que no siempre sé que eso es lo que estoy haciendo</i>.</p> <p><i>Y probablemente por eso he estado dirigiendo la compañía como un capitán de medio pelo; permitiendo que me llevaran a Colonia</i>...</p> <p>El recuerdo, masticado hasta secarse, vuelve como siempre lo hacía, en los mismos fragmentos. El agua de mar derramándose contra los escalones de piedra de un muelle. La luz de los faroles en las losas húmedas. Hombros masculinos contra la luz. Volvió corriendo al campamento después, el campamento de su antigua compañía, bajo el estandarte del Grifo en Oro, medio asfixiada, demasiado avergonzada para mostrar su ira de forma abierta.</p> <p>—Ah. Sí. ¿Y? —La voz de Ash parecía, incluso ante ella misma, demasiado apresurada para ser casual. Desvió la mirada para no encontrarse con los ojos de Godfrey y miró al exterior—. ¿Fue ese del Guiz? Eso fue hace mucho tiempo.</p> <p>—Me encargué después de averiguar su nombre.</p> <p>—¿Ah, sí? —La parte posterior de su garganta se llenó de malicia—. Eso es el tipo de cosas que te gusta hacer, ¿verdad, Godfrey? Incluso entonces.</p> <p>En un extremo de su campo de visión, Florian de Lacey (ahora Florian del Guiz, un cuñado en potencia, qué raro), se levantó. Se quitó de los ojos el cabello rubio, sucio, flojo, con un gesto tan conocido.</p> <p>—¿Qué pasa, niña?</p> <p>—¿Nunca te lo he contado? Fue antes de que te unieras a nosotros. Creí que me habría emborrachado alguna noche y te lo había contado. —Una mirada inquisitiva, Florian sacudió la cabeza a modo de respuesta.</p> <p>Ash se levantó del baúl y se acercó a la entrada de la tienda. La lona húmeda estaba empezando a secarse bajo el sol vespertino. Estiró la mano para comprobar la tirantez creciente de una cuerda. Una vaca mugió, allá por los rediles del senescal Henri Brant. El viento traía aromas a estiércol. Las tiendas y los otros refugios... estructuras con forma de A hechas de lona sujeta con estacas a astiles de alabarda... estaban inusualmente vacíos. Agudizó el oído para escuchar el sonido de las voces que gritaban en el fútbol y no oyó nada.</p> <p>—Bueno —dijo—. Bueno.</p> <p>Se volvió para mirar a los dos hombres. Los dedos de Godfrey amasaban de forma obsesiva el cordón que le rodeaba la cintura de su túnica marrón. Aún se podía ver, tras los rasgos curtidos por el tiempo, a aquel joven pálido y gordito que había sido en aquel tiempo. La ira de la joven, como fuego pendiente de un hilo, se soltó.</p> <p>—¡Y ya te puedes quitar esa expresión de cordero degollado! Jamás te he visto tan feliz. Te encantó que me castigaran. ¡Podías consolarme! No te gusto tanto cuando no estoy derrumbándome, ¿verdad? ¡Maldito virgen!</p> <p>—¡Ash!</p> <p>La ira se va reduciendo y la deja seca, libre de la convicción de que el mundo está lleno de rostros que ocultan dolor, perversidad, persecución.</p> <p>—¡Jesús, Godfrey, lo siento!</p> <p>El rostro del sacerdote se despojó de un poco de angustia.</p> <p>Florian dijo:</p> <p>—¿Qué hizo mi hermano?</p> <p>Ash sintió los juncos secos bajo los pies desnudos cuando volvió a cruzar la tienda. Las sombras de las nubes cruzan lentas la lona; el mundo brilla, luego se atenúa y luego vuelve a brillar. Se sentó en el cofre de madera y se puso las botas sin mirar al cirujano.</p> <p>—Vino.</p> <p>—Toma. —Una mano sucia entró en su campo de visión: Florian sujetaba una copa.</p> <p>Ash la cogió y contempló las ondas rojas y plateadas que se formaban en la superficie del líquido.</p> <p>—No se puede oír sin reírse. Nadie podría. Ese es el problema. —La joven levantó la cabeza cuando Florian se agachó delante de ella; el hombre y ella ahora al mismo nivel, cara a cara—. ¿Sabes?, no te pareces a él. Jamás te habría aceptado en los libros de la compañía si te parecieras.</p> <p>—Sí que lo habrías hecho. —Florian bajó una mano para apoyarse, sin importarle el barro que se había quedado pegado a los juncos. Sonrió. La sonrisa mostró la suciedad que se había metido en las arrugas de la piel que le rodeaba los ojos, pero hizo que todo su rostro reluciera con afecto—. ¿De qué otra forma te podrías permitir un médico graduado en Salerno, salvo encontrando uno al que le gusta abrir en canal a las víctimas del campo de batalla para ver cómo funcionan los cuerpos? ¡Toda compañía de mercenarios debería tener el suyo! ¿Y dónde ibas a encontrar tú a alguien lo bastante sensato como para decirte cuándo te estás comportando como una idiota? Eres idiota. No conozco a mi medio hermano, ¿pero qué podría haber hecho...?</p> <p>De repente se estiró y se frotó los calambres de las piernas. Se manchó de barro. Se quitó uno o dos de los terrones más grandes de las calzas azules y la miró por el rabillo del ojo.</p> <p>—¿Te violó?</p> <p>—No. Ojalá lo hubiera hecho.</p> <p>Ash levantó la mano y se deshizo las apretadas trenzas que las mujeres de Constanza le habían hecho. El cabello plateado se desenrolló.</p> <p><i>Es ahora. Es ahora: si oigo pájaros, son cuervos dando alaridos, no gaviotas</i>. Es <i>ahora, y es verano, hace calor hasta cuando llueve. Pero tengo las manos frías por la humillación</i>.</p> <p>—Tenía doce años; Godfrey me había sacado de Santa Herlaine un año antes; fue después de haber sido aprendiza de un fabricante de armaduras milanés y de haber vuelto a encontrar la compañía del Grifo en Oro. —Oyó el mar en su cabeza—. Fue cuando todavía llevaba vestidos de mujer si no estaba en el campamento.</p> <p>Todavía sentada, estiró el brazo hacia un lado y cogió la espada, con el cinto de la espada enrollado pulcramente alrededor de la vaina. El pomo redondo de la rueda le prestó consuelo a su mano cuando posó la palma encima. El cuero de la empuñadura estaba cortado y había que repararlo.</p> <p>—Había una posada en Génova. Este chico estaba allí con sus amigos y me pidió que me sentara a su mesa. Supongo que debía de ser verano. Había luz hasta tarde. Tenía los ojos verdes y el cabello rubio, no tenía una cara especial, pero era la primera vez que miraba a un hombre y sentía calor y estaba húmeda. Creí que le gustaba.</p> <p>Cuando tiene que recordar, cuando algo se lo recuerda, es como si mirara lo que ocurre desde lejos. Pero solo hace falta un pequeño esfuerzo para recuperar el sudor y el miedo, y su vocecita quejumbrosa rogándole «¡suéltame! ¡Por favor!». Se apartó de un tirón de aquellas manos y le pellizcaron los pechos, le dejaron moratones que jamás le mostró a ningún médico.</p> <p>—Creí que era lo más grande, Florian. Me estaba entrenando con la espada y el capitán incluso me permitía ser su paje. Me creí algo.</p> <p>No podía levantar los ojos.</p> <p>—Era unos cuantos años mayor, obviamente el hijo de un caballero. Hice de todo para gustarle. Había vino pero yo no bebí; ya me emborrachaba con solo pensar que me deseaba. No podía aguantar las ganas de tocarlo. Cuando nos fuimos, pensé que volvíamos a sus habitaciones. Me llevó a la parte de atrás de la posada, cerca del muelle, y dijo, «Échate». No me importó, podía ser allí o en cualquier otra parte.</p> <p>Losas de piedra: acolchadas solo por la tela arrugada de la túnica, la falda y la camisa. Sintió su dureza bajo sus nalgas cuando se acostó y separó los talones.</p> <p>—Estaba de pie sobre mí y se desató la bragueta. Yo no sabía qué estaba haciendo. Esperaba que se echara encima de mí. Se la sacó y meó...</p> <p>La joven se frotó la cara con las manos.</p> <p>—Dijo que era una niña que actuaba como un hombre y me meó encima. Sus amigos se acercaron y lo miraron. Riéndose.</p> <p>Ash se levantó de un salto. La espada emitió un ruido seco sobre los juncos. A paso vivo, se acercó a la entrada de la tienda, miró hacia fuera, giró de golpe y se enfrentó a los dos hombres.</p> <p>—No se puede evitar la risa. Quería morirme. Me sujetó en el suelo mientras todos sus amigos hacían lo mismo. Sobre mi vestido. En la cara. El sabor... creí que era veneno, que moriría de eso.</p> <p>Godfrey estiró la mano. La joven dio un paso atrás y rechazó el consuelo sin darse cuenta.</p> <p>—Lo que aún ahora no entiendo es por qué dejé que ocurriera.</p> <p>La cólera le aclaraba la voz.</p> <p>—Sabía luchar. Aunque eran más fuertes y si ellos eran más, sabía correr. —Se frotó las cicatrices de la mejilla con fuerza—. Es cierto que le grité a un hombre que pasaba por allí pero no me hizo caso. Vio lo que estaban haciendo y no hizo nada para ayudar. Sólo se rió. No me puedo enfadar por eso. Ni siquiera me hicieron daño.</p> <p>Un miedo enfermizo en la boca del estómago le impedía mirar a cualquiera de los dos hombres: Godfrey, al que ahora le recordaba una jovencita sollozante, mojada y maloliente; y Florian, con el que las cosas ya no serían igual, jamás, ahora que lo sabía.</p> <p>—Cristo —dijo Ash, dolorida—, si ese era Fernando del Guiz, no es posible que lo recuerde o habría dicho algo. Me habría mirado de forma diferente. ¿Crees que aún tiene los mismos amigos? ¿Crees que alguno de ellos lo recordará?</p> <p>Unas manos poderosas se cerraron sobre sus hombros desde atrás. Godfrey no dijo nada pero la siguió apretando hasta que ella estuvo a punto de gritar. Sintió que el sacerdote apelaba en silencio a Florian. Ash se frotó las mejillas, que le ardían.</p> <p>—Joder.</p> <p><i>Me he pasado cinco años matando hombres en el campo de batalla, y aquí estoy pensando como una novicia recién llegada al convento y no como un soldado</i>...</p> <p>La voz de Godfrey susurró por encima del hombro de la mujer, con intensidad:</p> <p>—Florian, averigua si lo recuerda. Habla con él. Es tu hermano. ¡Cómpralo si no te queda más remedio!</p> <p>Florian se acercó a Ash y se detuvo cuando se quedó justo delante de ella. Bajo la luz del interior de la tienda, su rostro parecía gris.</p> <p>—No puedo hacerlo. No puedo intentar convencerlo de que no lo haga. Me quemarían.</p> <p>Ash solo fue capaz de decir con tono incrédulo:</p> <p>—¿Qué? —Todavía estaba temblando por la conmoción que le había provocado el recuerdo. El hombre que tenía delante extendió el brazo. La joven sintió que le tomaban la mano. Godfrey la apretó aún más por la espalda.</p> <p>Los dedos largos de cirujano de Florian le abrieron la mano. El hombre abrió los cordones de su jubón y hundió la mano de Ash bajo el cuello recogido de su fina camisa de lino.</p> <p>La joven estaba tocando una carne cálida antes de decir:</p> <p>—¿Qué?</p> <p>Bajo la camisa del hombre, los dedos y la palma de Ash rodearon el pecho lleno, redondo y firme de una mujer.</p> <p>Ash se quedó mirando el rostro del hombre. Aquel cirujano sucio, inquebrantable y pragmático le apretó la mano con fuerza y era con toda claridad una mujer, tan claro como el día, una mujer alta vestida de hombre.</p> <p>La voz confusa de Godfrey bramó.</p> <p>—¿Qué...?</p> <p>—¿Eres una mujer? —Ash se quedó mirando a Florian.</p> <p>Godfrey las miró a las dos con la boca abierta.</p> <p>—¿Por qué no podías decírmelo? —Gritó Ash—. ¡Por Cristo, necesitaba saberlo! ¡Podrías haber puesto en peligro a toda la compañía!</p> <p>El paje Philibert volvió a meter la cabeza por la solapa de la tienda. Ash quitó la mano de un tirón.</p> <p>El niño los fue mirando de uno en uno: cirujano, sacerdote de campo, capitán.</p> <p>—¡Ash!</p> <p><i>El chiquillo siente la tensión</i>, pensó Ash, y luego: <i>no, estoy equivocada. Está demasiado absorto en lo que tiene que decir para notar nada más</i>.</p> <p>El niño chilló:</p> <p>—No están jugando al fútbol. Los hombres. Ninguno. ¡No quieren! ¡Están todos juntos y dicen que no piensan hacer nada hasta que salgáis y habléis con ellos!</p> <p>—Allá vamos. —Murmuró Ash. Volvió la vista hacia Florian, hacia Godfrey.</p> <p>—Vete a decirles que ya voy. Ahora. —Y cuando el pequeño Philibert salió corriendo—. No puede esperar. No quieren esperar. Ahora no. Florian... no... ¿cómo te llamas?</p> <p>—Floria.</p> <p>—Floria...</p> <p>—No lo entiendo —dijo Godfrey con franqueza.</p> <p>Floria, alta para ser mujer, volvió a atarse el cordón del cuello de la camisa.</p> <p>—Me llamo Floria del Guiz. No soy medio hermano de Fernando, no tiene hermanos varones. Soy su medio hermana. Esta es la única forma que tengo de poder trabajar de cirujano y no, mi familia no va a darme precisamente la bienvenida a casa, no en Borgoña y desde luego no en la rama alemana imperial de los del Guiz.</p> <p>El sacerdote la miró fijamente.</p> <p>—¡Eres una mujer!</p> <p>Ash murmuró.</p> <p>—Por eso te mantengo en la compañía, Godfrey. Tu perspicacia. Tu inteligencia. La rapidez con la penetras en el corazón del asunto. —Le echó un rápido vistazo al farol y a la vela con las horas marcadas, que se quemaba sin pausa en su lugar habitual de la mesa de caballete—. Ya es casi Nonas<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n21">21</a>. Godfrey, vete a decirle a esa ingobernable multitud de ahí fuera una misa de campo. ¡Hazlo! Necesito tiempo.</p> <p>La mercenaria lo cogió por la manga marrón de la túnica cuando el cura se dirigió a la solapa de la tienda.</p> <p>—No menciones a Florian. Quiero decir a Floria. Lo has oído Bajo el Madero. Y dame tiempo suficiente para armarme.</p> <p>Godfrey la miró durante un largo minuto antes de asentir.</p> <p>Ash se quedó mirando la espalda que se alejaba cuando Godfrey salió y empezó a cruzar la tierra húmeda que empezaba a humear, ahora, bajo el sol vespertino.</p> <p>—Mierda mangada en un palo...</p> <p>—¿Cuándo me voy? —dijo Floria del Guiz tras ella.</p> <p>Ash se apretó los dos índices con fuerza en el caballete de la nariz. Cerró los ojos. La oscuridad que veía tras los párpados estaba salpicada de luz.</p> <p>—Tendré suerte si no pierdo a la mitad de la compañía, por no hablar ya de ti. —Abrió los ojos otra vez y dejó caer las manos a los lados—. Has dormido en mi tienda. Te he visto borracha como una cuba, vomitando. ¡Te he visto meando!</p> <p>—No. Solo tienes la impresión de que me has visto, eso es todo. Llevo haciéndolo desde los trece años. —Floria apareció en la visión periférica de Ash con una copa de vino arrastrándose entre sus largos dedos—. Salerno ya no prepara a judíos, ni libios negros, ni mujeres. Me hago pasar por hombre desde entonces. Padua, Constantinopla, Iberia. Medicina militar porque a nadie le importa quién eres. Estos hombres y tú... Estos últimos cinco años son el periodo de tiempo más largo que he podido quedarme en un mismo sitio.</p> <p>Ash sacó medio cuerpo de la tienda y voceó:</p> <p>—¡Philibert! ¡Rickard! ¡Venid aquí! No puedo tomar ninguna decisión apresurada, Florian. Floria.</p> <p>—Limítate al Florian. Es más seguro. Es más seguro para mí.</p> <p>El tono triste penetró en el aturdimiento que inundaba a Ash. Miró a la mujer directamente.</p> <p>—Yo soy mujer y el mundo me soporta. ¿Por qué no iba a soportarte a ti?</p> <p>Florian fue contando con los dedos.</p> <p>—Eres una mercenaria. Eres una campesina. Eres ganado humano. No tienes una familia rica e influyente. Yo soy una del Guiz. Yo importo. Soy una amenaza. Aunque solo sea porque soy la mayor: podría heredar por lo menos la hacienda de Borgoña... Todo este escándalo al final se reduce a una cuestión de propiedades.</p> <p>—No te quemarían. —Ash no parecía muy segura—. Quizá solo te encerrasen y te diesen una paliza.</p> <p>—Yo no tengo la misma facilidad que tú para que me peguen sin que me importe. —Florian alzó las cejas rubias—. Ash, ¿estás segura de que te toleran? Esta idea del matrimonio no salió de la nada. Alguien se la ha metido a Federico en la cabeza.</p> <p>—Mierda. El matrimonio. —Ash volvió a cruzar la tienda y levantó su espada de los juncos. Parecía distraída, dijo—: Oí, en Colonia, que el Emperador nombró caballero a Gustav Schongauer. ¿Te acuerdas de él y de sus tipos, hace dos años en Héricourt<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n22">22</a>?</p> <p>—¿Schongauer? ¿Caballero? —Florian, distraída por un momento por la indignación, la miró furiosa—. ¡Eran bandidos! ¡Se pasó la mayor parte de ese otoño destruyendo las granjas y aldeas tirolesas! ¿Cómo ha podido Federico convertirlo en noble?</p> <p>—Porque no existe eso de una autoridad legítima o una autoridad ilegítima. Solo hay autoridad. —Ash se enfrentó al hombre que era una mujer, todavía con la espada envainada entre las manos—. Si eres capaz de controlar a un montón de luchadores, lo harás. Y los otros controladores te reconocerán y ratificarán. Y eso es lo que yo necesito. Salvo que a mí no me va a nombrar caballero ningún rey ni noble.</p> <p>—¿Un título de caballero? ¡Juegos de niños! ¡Pero si un violador asesino puede terminar siendo un Graf...!</p> <p>Ash desechó la conmoción de Florian con un gesto de la mano.</p> <p>—Sí, vale, tú eres noble... ¿Cómo crees que se hacen nobles nuevos? Los otros Grafs le tienen miedo. Y el Emperador también, si a eso vamos. Así que lo convierten en uno de ellos. Si se pone demasiado amenazador, se juntan y lo hacen matar. Ahí está el equilibrio.</p> <p>Cogió la copa de los dedos de Florian y la bebió de un trago. Era alcohol suficiente para relajarse, no lo suficiente para que se le fuera la cabeza.</p> <p>—Es la ley que rige la caballería. —Ash miró la copa vacía—. No importa lo generoso y virtuoso que seas. Ni lo brutal que seas. Si no tienes una base de poder, te tratarán sin respeto y si tienes una base de poder, todos acudirán a ti por encima de cualquier otro. Y el poder viene de tu capacidad de hacer que los hombres armados luchen por ti. Para recompensarlos con dinero, sí, pero con más... con títulos, matrimonios y tierra. Yo no puedo hacer eso y necesito hacerlo. Este matrimonio...</p> <p>Ash enrojeció de repente. Estudió el rostro de Floria y sopesó los secretos conocidos y las pasadas confidencias no traicionadas. Floria, tan parecida al Florian que ha compartido su tienda durante tantas noches, hablando casi hasta el amanecer.</p> <p>—No te vas, Florian. A menos que quieras hacerlo. —Se encontró con la mirada de Floria y sonrió con ironía—. Eres un cirujano demasiado bueno, aunque solo sea por eso. Y... nos conocemos desde hace demasiado tiempo. Si confío en ti para que me hagas de veterinario, ¡ahora no puedo dejar de confiar en ti!</p> <p>Un poco agitada, la mujer dijo:</p> <p>—Me quedaré. ¿Cómo lo vas a hacer?</p> <p>—No me preguntes. Ya se me ocurrirá algo... ¡Por el dulce Cristo, no puedo casarme con ese hombre!</p> <p>Una lejana confusión de voces empezó a oírse con toda claridad fuera.</p> <p>—¿Qué les vas a decir, Ash?</p> <p>—No lo sé. Pero no piensan esperar. ¡Hay que moverse!</p> <p>Ash esperó solo el tiempo suficiente para que Philibert y Rickard la desvistieran y la metieran en el jubón y las calzas de la armadura y luego en la armadura, le abrocharan la espada alrededor de la cintura, la empuñadura dorada de la espada captaba la luz filtrada por la lona. Los muchachos lo hicieron sin un titubeo, y sus dedos rápidos ataron ojales, ciñeron correas, empujaron el cuerpo y los miembros de la chica al lugar que mejor los ayudase a meterla en su caparazón de acero, todo con la facilidad que da la práctica. Un arnés milanés completo.</p> <p>—Tengo que hablar con ellos —añadió Ash, en un tono que mezclaba el cinismo y la burla—. Después de todo, por ellos el Sacro Emperador romano me llama «capitán». Y por ellos puedo atravesar un campamento lleno de hombres armados sin que me linchen.</p> <p>Florian del Guiz apuntó:</p> <p>—¿Y?</p> <p>—¿«Y» qué? —Ash se dejó el yelmo quitado, lo llevaba al revés bajo el brazo con los guanteletes metidos dentro.</p> <p>—Ash, quizá sea una mujer, pero ya hace cinco años que te conozco. Tienes que hablar con ellos porque confías en ellos... ¿y?</p> <p>—Y... yo soy la razón por la que ellos no vuelven a ser curtidores, pastores, escribanos o amas de casa. Así que será mejor que me ocupe de que no se mueran de hambre.</p> <p>Florian del Guiz lanzó una risita.</p> <p>—¡Esa es mi chica!</p> <p>Ante la solapa de la tienda, cuando ya se iba, Ash dijo.</p> <p>—Florian, es el matrimonio del Emperador... estoy acabada si no llego hasta el final. Y condenada si llego.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 3</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>U<style style="font-size:80%">NAS BRIOSAS ZANCADAS</style> llevaron a Ash al terreno central y despejado del estandarte del león Azur. Se encaramó de un salto a la parte de atrás de una carreta abierta y miró a su alrededor, a los hombres sentados de varias formas en barriles, balas de paja y el suelo húmedo, o de pie con los brazos cruzados y los rostros serios levantados hacia ella.</p> <p>—Permitidme recapitular. —No forzaba la voz; hablaba con claridad y sin dudas, no le parecía que nadie tuviera problemas para oírla—. Hace dos días libramos una escaramuza contra los hombres del Duque. No obedecíamos las órdenes de ningún patrón. Fue cosa mía. Fue precipitado, pero somos soldados, tenemos que precipitarnos. A veces.</p> <p>Bajó la voz en la última frase y oyó unas risitas procedentes de un grupo de hombres de armas que había al lado de los barriles de cerveza: Jan-Jacob, Gustav y Pieter, flamencos de la lanza de Paul di Conti.</p> <p>—Nuestro patrón tenía entonces dos alternativas. Podía romper nuestro contrato. En ese caso cruzaríamos directamente al otro lado y firmaríamos con Carlos de Borgoña.</p> <p>Thomas Rochester levantó la voz:</p> <p>—Quizá ahora deberíamos pedirle al Duque Carlos un contrato, si aquí hay paz. Él siempre está guerreando en alguna parte.</p> <p>—Aún no. —Ash hizo una pausa—. Quizá será mejor que esperemos un día o dos, ¡hasta que olvide que estuvimos a punto de matarlo!</p> <p>Otra risotada, más alta; y los muchachos de van Mander se unieron a ella; crucial porque era gente a la que consideraban muy dura y por lo tanto respetaban.</p> <p>—Ya nos ocuparemos de eso más tarde —siguió Ash con tono vivo—. A nosotros no nos importa quién es el obispo de Neuss así que Federico sabía que nos iríamos en cuanto dijera algo. Esa era su primera alternativa y no la aprovechó. La segunda, podría habernos dado dinero.</p> <p>—¡Sí! —Dos arqueras (las llamaban las «mujeres de Geraint» solo cuando ellas no estaban presentes) la vitorearon.</p> <p>A Ash el corazón le latió más rápido. Colocó la mano izquierda sobre la empuñadura de la espada mientras con el pulgar acariciaba el ribete de cuero rasgado.</p> <p>—Bueno, como ya sabéis a estas alturas, tampoco conseguimos dinero.</p> <p>Hubo silbidos. La parte de atrás de la multitud se acercó aún más; arqueros y ballesteros, los que manejaban las alabardas y los arcabuces; todos hombro con hombro y prestándole toda su atención.</p> <p>—Para los que estuvisteis conmigo en la escaramuza, por cierto, bien hecho. Fue asombroso, joder. Asombroso. —Una pausa deliberada—. ¡Jamás he visto un encuentro ganado por alguien que hizo tantas cosas mal!</p> <p>Risotadas. Ash habló por encima de las risas para ir apuntando a individuo por individuo.</p> <p>—Euen Huw, uno no se baja del caballo para despojar los cadáveres de sus pertenencias. ¡Paul di Conti, no se empieza una carga desde tan lejos, que tu caballo va con muletas cuando por fin llegas a la altura del enemigo! Me sorprende que no te bajaras y siguieras a pie. ¡Y en lo que se refiere a mirar a tu comandante a la espera de órdenes! —Dejó que los comentarios fueran muriendo—. Debería añadir algún comentario sobre eso de vigilar el puto estandarte en todo momento... —Carraspeó.</p> <p>Robert Anselm, de forma deliberada y tono amable, levantó la voz por encima del estruendo de varios cientos de voces:</p> <p>—¡Pues sí, deberías!</p> <p>Hubo risas y la chica supo que la crisis más inmediata había llegado a su fin. O había quedado en suspenso, en cualquier caso.</p> <p>—Así que todos vamos a hacer un montón de prácticas de escaramuza. —Ash miró al horizonte desde la parte de atrás de la carreta—. Lo que hicisteis, tíos, fue asombroso, joder. Contádselo a vuestros nietos. Aquello no era la guerra. Ya no se ven a caballeros cargando contra caballeros en los campos de batalla, ¡porque todo lo que hay ahí fuera son esos putos mamones con arcos! Ah, sí, y los arcabuceros. —Una amplia sonrisa ante lo que parecía un alegre descontento procedente de las filas de los artilleros—. ¡Sería incapaz de reconocer una batalla sin el alegre sonido del petardeo de los arcabuces!</p> <p>El pelirrojo de la lanza de Aston chilló:</p> <p>—¡Coged una puta hacha! —Y los soldados de a pie recogieron el cántico. Los artilleros respondieron de forma variada y obscena. Ash le hizo un gesto a Antonio Angelotti para que los calmara.</p> <p>—Fuera lo que fuera, fue magnífico. Por desgracia, no hemos ganado nada con ello. Así que la próxima vez que tengamos la oportunidad de meterle a Carlos de Borgoña una lanza por el culo, volveré primero a preguntar si os van a pagar algo.</p> <p>Una voz de la parte de atrás encontró un momento de silencio para gritar:</p> <p>—¡Que le den por el culo a Federico de Habsburgo!</p> <p>—¡Qué más quisieras!</p> <p>Un rugido de carcajadas.</p> <p>Ash cambió el peso a la otra cadera. La brisa insegura hizo flotar zarcillos de cabello por su rostro. Olió hogueras, estiércol de caballo y el hedor de ochocientos cuerpos sudorosos amontonados en una multitud. La mayor parte llevaba la cabeza descubierta, al estar en el campamento y en teoría a salvo de cualquier ataque; y sus alabardas y hachas estaban apiladas en montones de una docena en cada tienda.</p> <p>Los niños correteaban por los bordes sin ser capaces de atravesar la masa formada por los hombres y mujeres que combatían. La mayor parte de los hombres y mujeres que no luchaban, las putas, los cocineros y las lavanderas, estaban sentados en los costados de los vagones al borde del campamento, escuchando. Había, como siempre hay, algunos hombres todavía concentrados en sus partidas de dados, o borrachos como cubas y dormidos bajo una lona húmeda, o desaparecidos en alguna otra parte, pero tenía a la mayor parte de su compañía delante de ella.</p> <p>Al ver tantos rostros que conocía, pensó: <i>lo mejor que tengo de mi parte es que quieren oírme. Quieren que les diga lo que tienen que hacer. En su mayor parte están de mi lado. Pero todos están bajo mi responsabilidad</i>.</p> <p><i>Por otro lado, siempre hay otras compañías en las que pueden conseguir empleo</i>.</p> <p>Se callaron todos y esperaron a que hablara. Una palabras aquí o allí, entre compañeros. Muchos removían las botas sobre el suelo húmedo y la gente la miraba, sin comentar nada.</p> <p>—Muchos lleváis conmigo desde que formé la compañía hace tres años. Algunos estabais conmigo desde antes, cuando reclutaba hombres para el Grifo en Oro y la Compañía del Oso. Mirad a vuestro alrededor. Sois un montón de bastardos chiflados, ¡y lo más probable es que estéis al lado de otros bastardos chiflados! Tenéis que estar locos para seguirme... pero si lo hacéis —aumentó el volumen de su voz—, si lo hacéis, siempre habéis salido vivos... y con una reputación cojonuda... y además os han pagado.</p> <p>Levantó un brazo blindado antes de que pudiera subir el nivel de las charlas.</p> <p>—Y así será esta vez. ¡Aunque nos paguen con un matrimonio! Supongo que hay una primera vez para todo. Tenía que encontrarla Federico.</p> <p>Bajó la vista para mirar a sus lugartenientes, que permanecían en un apretado grupúsculo mientras intercambiaban comentarios y la miraban.</p> <p>—Llevo varios días corriendo riesgos. Es mi trabajo. Pero también es vuestro futuro. Siempre hemos discutido en un encuentro abierto los contratos que vamos a aceptar y los que no. Así que ahora vamos a discutir este matrimonio.</p> <p>Las palabras le salían con tanta fluidez como siempre. Nunca había tenido problemas para hablar con ellos. Detrás de esa fluidez, algo se apretó y le suavizó la voz. Ash fue consciente de que había apretado las manos desnudas y forzaba los nudillos.</p> <p><i>¿Qué puedo decirles? ¿Que tenemos que hacerlo pero que yo no puedo hacerlo?</i></p> <p>—Y después de discutirlo —continuó Ash—, entonces, vamos a someterlo a votación.</p> <p>—¿Votación? —Chilló Geraint ab Morgan—. ¿Quieres decir una votación de verdad?</p> <p>Alguien dijo de forma bastante audible.</p> <p>—¡La democracia significa hacer lo que te dice el jefe!</p> <p>—Sí, una votación de verdad. Porque si aceptamos la oferta, son tierras de la compañía e ingresos de la compañía. Y si no la aceptamos... más o menos la única excusa que el emperador Federico va a aceptarme —dijo Ash—, es «¡mi compañía no me deja!»</p> <p>No les dejó pensarlo mucho sino que continuó:</p> <p>—Habéis estado conmigo y habéis estado con compañías de mercenarios que no aguantan unidas una temporada, no digamos ya años. Siempre os he puesto en el camino del suficiente botín para mantener una armadura sobre vuestras espaldas.</p> <p>Las nubes, al cambiar, dejaron que la luz barriera la tierra húmeda y sacaron destellos de su armadura milanesa. Fue tan oportuno que la joven le lanzó una mirada suspicaz a Godfrey, que permanecía a los pies de la carreta con las manos unidas sobre su Cruz de Espinos.</p> <p>El barbudo levantó los ojos hacia el cielo y sonrió distraído, seguido por una mirada rápida y satisfecha a la imagen que ofrecía la joven, de pie, por encima de sus hombres, ataviada con una brillante armadura, el león Azur una llamarada en el cielo, encima de ella. Un milagro muy discreto.</p> <p>Ash permaneció callada durante un momento para dejarlos apreciar su armadura: lo cara que era y por tanto todo lo que implicaba. <i>Puedo permitirme esto, es decir, soy buena. De verdad, queréis que yo os dé trabajo: en serio, tíos</i>...</p> <p>Dijo:</p> <p>—Si me caso con este hombre, podemos tener nuestra propia tierra a la que volver durante el invierno. Podemos quedarnos con sus cosechas, la madera y la lana y podemos venderlo todo. Podemos —añadió con tono sutil—, dejar de aceptar contratos suicidas solo para conseguir el dinero necesario para volver a equiparnos cada año.</p> <p>Un hombre con el pelo oscuro y lacio que llevaba una brigantina verde dijo en voz alta:</p> <p>—¿Y qué pasa el año que viene si nos ofrecen un contrato para luchar contra el Emperador?</p> <p>—Sabe que somos mercenarios, no me jodas.</p> <p>Una arquera se abrió paso a codazos hasta la parte frontal de la multitud.</p> <p>—Pero eso es ahora, que tenéis un contrato con él. No cuando estéis casada con uno de sus súbditos feudales. —Estiró el cuello hacia atrás para mirar a Ash—. ¿No esperará que le seáis leal al Sagrado Imperio Romano, capitán?</p> <p>—Si quisiera que me dijeran por quién debo luchar —gritó un arcabucero—, ¡me habría unido a la leva feudal!</p> <p>Geraint ab Morgan gruñó.</p> <p>—Ya es demasiado tarde para preocuparse por eso; la oferta ya se ha hecho. Yo voto por que nos unamos al juego de propiedades y no cabreemos al Emperador.</p> <p>Ash bajó la vista.</p> <p>—Supongo que seguiremos como estamos.</p> <p>Un rumor de protesta se hizo oír por todo el campo. La arquera giró sobre los talones.</p> <p>—¿Es que no podéis darle una oportunidad, so mamones? Capitán Ash, estaréis casada.</p> <p>Ash la reconoció al fin, la mujer rubia de nombre extraño: Ludmilla Rostovnaya. Tenía la manivela de una ballesta colgada del cinturón. <i>Ballesteros de Génova</i>, pensó Ash y puso las dos manos en el costado de la carreta, mareada y enferma.</p> <p>¿Por qué estoy intentando persuadirlos para que sigamos adelante con esto?</p> <p><i>No puedo hacerlo</i>.</p> <p><i>Ni por todo el oro del mundo, por no hablar ya de una estúpida finca bávara</i>...</p> <p>Geraint ab Morgan se abrió paso hasta la parte frontal. Ash vio que su sargento de arqueros miraba a Florian, luego al sacerdote, como si les preguntara por qué no decían nada.</p> <p>Geraint aulló:</p> <p>—Jefe, joder, está claro que alguien nos ha metido en esto porque no le gustan los mercenarios. ¿Te acuerdas de los italianos, después de Héricourt<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n23">23</a>? No podemos permitirnos que Federico se cabree con nosotros. Vas a tener que hacerlo, capitán.</p> <p>—¡Pero no puede! —le gritó Ludmilla Rostovnaya a la cara. Cada vez se hablaba más alto y no todos podían oír la disputa que se libraba en la parte frontal. La voz de Ludmilla se elevó con claridad por encima de todo el ruido—. Si se casa con un hombre, la propiedad que ella tenga se convierte en propiedad de él. ¡No al revés! Si se casa con él, ¡el contrato de esta compañía le pertenecerá a la familia de del Guiz! ¡Y del Guiz le pertenece al Emperador! ¡Federico acaba de comprarse una compañía de mercenarios por nada!</p> <p>Las palabras se transmitieron a la parte posterior de la muchedumbre, se veía cómo se iba pasando la información.</p> <p>Ash bajó la vista y miró a la mujer del este, siempre tranquila, incluso en situaciones de crisis o de pánico y vio otra mujer combatiente. Esta, con su cota de malla forrada y las calzas rojas, con las polainas atadas a las rodillas y la tez clara y quemada del rostro, levantó de repente un brazo y la señaló.</p> <p>—¡Decidnos que habéis pensado en eso, jefe!</p> <p><i>La propiedad de ella se convierte en la de él</i>.</p> <p><i>Federico es el señor feudal de Fernando, nos convertimos en propiedad feudal. ¡Por todos los clavos de Cristo, esto cada vez se pone peor!</i></p> <p>¿Por qué no pensé en esto?</p> <p><i>Porque sigues pensando como un hombre</i>.</p> <p>Ash no podía hablar. La armadura exige una postura erguida, de otro modo se habría derrumbado; tal y como estaba solo podía mirar aquellas caras tan conocidas.</p> <p>Callaron todas las voces. Solo los niños, que corrían y chillaban al borde de la multitud, hacían algún ruido. Ash los barrió con la mirada, vio que un hombre que se llevaba un hueso a la boca hacía una pausa a medio camino, otro que sin darse cuenta vertía el vino de un odre en la tierra. A los lugartenientes los arrancaban de su nudo, sus hombres se apiñaban para hacerles preguntas urgentes.</p> <p>—No —dijo ella—. No pensé en eso.</p> <p>Robert Anselm advirtió.</p> <p>—Ese muchacho no te permitirá quedarte al mando. Te casas con Fernando del Guiz y te hemos perdido.</p> <p>—¡Mierda! —dijo un hombre de armas—. ¡No puede casarse con él!</p> <p>—Pero si encabronas al Emperador, estamos jodidos. —Los ojos inyectados en sangre de Geraint parecieron desvanecerse en los rastrojos de sus mejillas cuando los guiñó para mirar a Ash.</p> <p>La mercenaria se aferró a una primera idea.</p> <p>—Hay otros patrones.</p> <p>—¡Ya, y todos son primos segundos o algo así! —Geraint tosió y escupió una flema—. Ya conoces a los Príncipes reales de la Cristiandad. El incesto es su segundo nombre. Terminaremos contratados por gilipollas que se hacen llamar «nobles» solo porque algún señor se tiró una vez a su abuela. ¡Ya nos podemos olvidar de que nos paguen en oro!</p> <p>Otro hombre de armas dijo:</p> <p>—Siempre podemos dividirnos, alquilarnos a otras compañías.</p> <p>Su compañero de lanza, Pieter Tyrrell, gritó:</p> <p>—Claro, podemos irnos con algún mamón estúpido que hará que nos maten a todos. ¡Ash sabe lo que hace cuando lucha!</p> <p>—¡Una pena que no sepa una mierda sobre nada más!</p> <p>Ash volvió la cabeza para comprobar con discreción dónde estaba su guardia, dónde estaban los centinelas de la verja y qué expresión tenían los rostros de los cocineros y de las mujeres que lavaban y remendaban. Relinchó un caballo. El cielo estaba en ese momento lleno de estorninos que se trasladaban a otro trozo de terreno húmedo, lleno de gusanos.</p> <p>Godfrey Maximillian dijo en voz baja:</p> <p>—No quieren perderte.</p> <p>—Eso es porque consigo que sobrevivan a las batallas, y gano. —Se le secó la boca—. Haga lo que haga aquí, ahora, pierdo.</p> <p>—Es un partido diferente. Ahora llevas faldones.</p> <p>Florian (Floria) gruñó.</p> <p>—Nueve décimas partes de esta compañía saben que serían incapaces de dirigirla como tú. La décima parte que cree que sería capaz se equivoca. Que lo hablen hasta que se acuerden de eso.</p> <p>Ash, bastante sofocada, asintió. Levantó la voz hasta alcanzar el tono agudo que empleaba en el campo de batalla.</p> <p>—¡Escuchad! Os doy hasta Vísperas<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n24">24</a>. Venid aquí para el servicio vespertino del padre Godfrey. Entonces oiré lo que hayáis decidido.</p> <p>Se bajó de la carreta con la cabeza gacha. Florian le siguió el paso. El cirujano incluso caminaba como un hombre, notó Ash, el movimiento partía desde los hombros y no desde la cadera. Estaba tan sucia que no se veía que no le hacía falta afeitarse.</p> <p>La mujer no dijo nada y Ash se lo agradeció.</p> <p>Hizo la ronda, comprobó el heno y la avena que había para las largas filas de caballos y a los recolectores de hierbas que recogían por igual para Wat Rodway y la farmacia de Florian. Comprobó las tinas de agua y arena que se levantaban en las veredas abiertas, entre las tiendas que podrían arder como yesca en aquella frágil noche de verano. Le gritó a una costurera que estaba sentada en una carreta con una vela desprotegida hasta que la sollozante mujer la sustituyó por una lámpara. Comprobó las alabardas apiladas y las existencias de puntas de flechas en las tiendas de los armeros, y las reparaciones que había que hacer: espadas que había que afilar, armaduras a las que había que volver a dar forma a base de martillazos.</p> <p>Florian le puso una mano en el hombro de acero.</p> <p>—¡Jefe, deja de dar la lata, coño!</p> <p>—Ah. Sí. De acuerdo. —Ash recorrió con los dedos los remaches de cotas de malla. Le hizo un gesto al armero y abandonó la tienda. Una vez fuera examinó el cielo, cada vez más oscuro.</p> <p>—No creo que esos pobres mierdas sepan más de política que yo. ¿Por qué estoy dejando que decidan sobre esto?</p> <p>—Porque tú no puedes. O no quieres. O no te atreves.</p> <p>—¡Gracias por nada!</p> <p>Ash volvió a grandes zancadas a la zona abierta central que esperaba bajo el estandarte cuando se encendieron y se colgaron los faroles y el final de la misa cantada de Godfrey Maximillian despertó ecos entre las tiendas. La mercenaria se abrió paso entre los hombres y mujeres sentados en la tierra helada.</p> <p>Al alcanzar el estandarte, bajo el león Azur, se enfrentó a todos.</p> <p>—Venga, qué hay. ¿Es una decisión de la compañía? ¿Estáis todos?</p> <p>—Sí. —Geraint ab Morgan se puso en pie, no parecía gustarle mucho la atención que se centraba en él como portavoz. Ash miró a Robert Anselm. Su primer sargento estaba de pie en la oscuridad, entre dos faroles. Su rostro no era visible.</p> <p>—Grupos contados —dijo en voz alta—. Es legítimo, Ash.</p> <p>Geraint dijo muy deprisa.</p> <p>—Es un riesgo demasiado grande, encabronar a nuestro patrón. Votamos a favor de que te cases.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Confiamos en ti, jefe. —El sargento de arqueros, grande, con el pelo de color bermejo, se rascó las posaderas sin cohibirse—. Confiamos en que... ¡puedas encontrar una forma de salir de esto antes de que ocurra! Es cosa tuya, jefe. Arréglalo antes de que terminen los preparativos de la boda. ¡Pero de ninguna forma vamos a dejar que se deshagan de nuestro capitán!</p> <p>El miedo barrió todo tipo de pensamientos. Se los quedó mirando bajo la luz del farol.</p> <p>—Me cago en la puta. ¡Que os jodan a todos!</p> <p>Ash salió de allí como una tromba.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p><i>Si me caso con él, se queda con la compañía</i>.</p> <p>Yacía de espaldas en el jergón duro con un brazo bajo la cabeza mientras contemplaba el techo de la tienda. Las sombras se movían con los giros del aire vespertino. Crujía el armazón de la cama, hecho de cuerdas. Algo olía dulce por encima del cálido aroma corporal de su propio sudor: manojos de camomila, y manto de la Señora, cura para las heridas, comprendió, que colgaban atados a los enormes puntales que sobresalían del eje de la tienda. Allí arriba, entre las armas. Siempre era más fácil colocar los jiferos y las espadas allá arriba, en los puntales, que perderlos en los juncos húmedos. La vida en el campamento significa que todo tiene que sacarse del barro y ponerse en las alturas.</p> <p><i>Si me caso con él, me quedo con un muchacho que quizá recuerde o no que me ha tratado peor que si fuera una puta del puerto</i>.</p> <p>El jergón de tela forrada le resultaba duro bajo los hombros. Se colocó sobre los vellones de lana. Nada. El aire estaba húmedo pero cálido. Se quedó echada y tiró de los ojales con puntas de metal que le ataban las mangas al jubón hasta que los desabrochó, luego se quitó las mangas y volvió a echarse, ya más fresca.</p> <p><i>¡Por piedad! ¡Estoy metida en este hoyo y cada vez es más profundo...!</i></p> <p>El arnés milanés relucía en el maniquí, todo curvas plateadas. Se masajeó la carne allí donde las correas la habían mordido. Quizá se estuvieran empezando a oxidar las musleras; no estaba claro bajo la luz de la lámpara de aceite hecha de arcilla. Phili tendría que restregarlas con arena otra vez antes de que se asentase y hubiera que llevarla al armero para que la volviera a lustrar. El armero la pondría verde si dejaba que terminaran en ese estado.</p> <p>Bajó los brazos y se frotó los músculos de la cara interna del muslo, que todavía le dolían tras el viaje de vuelta desde Colonia.</p> <p>Las paredes de lona rayada se movían con el aire nocturno, como si la tienda respirara como un animal. Oía alguna que otra voz tras la seguridad ilusoria de las paredes. Las suficientes para hacerle saber que todavía había guardias fuera; media docena de hombres con ballestas y una correa de mastines cada uno, por si acaso alguien del campamento borgoñón decidía escabullirse hasta allí y cargarse un comandante mercenario.</p> <p>Se quitó las botas tobilleras cogiéndolas por el talón. Cayeron con un ruido sordo sobre los juncos. Flexionó los pies descalzos en el jergón de algodón y luego se aflojó el lazo del cuello de la camisa. En algunas ocasiones es demasiado consciente de su cuerpo, de los músculos anudados por el cansancio, de los huesos, del peso y la solidez del torso, de los brazos y las piernas con sus prendas de lino y lana. Sacó muy despacio el cuchillo de mango de madera de su vaina y giró la hoja para que atrapara la luz mientras lo recorría con el borde de la uña en busca de muescas. Algunos cuchillos se asientan en la mano como si hubieran nacido allí.</p> <p>Con tono cínico murmuró en voz alta.</p> <p>—Me están robando. De forma legal. ¿Y qué hago?</p> <p>La voz que comparte su alma parecía desapasionada.</p> <p>—No es un problema táctico pertinente.</p> <p>—¿No jodas? —Volvió a deslizar el cuchillo en su vaina y se desabrochó cuchillo, monedero y cinturón, todo de golpe, y luego levantó las caderas para sacarse la correa de cuero de debajo—. ¡A mi me lo vas a decir!</p> <p>La llama de la lámpara de arcilla bajó un poco.</p> <p>La mercenaria se incorporó sobre un hombro, consciente de que alguien había entrado en la zona principal de la tienda, detrás del tapiz que ocultaba el dormitorio.</p> <p>Durante los veranos húmedos ponía en el suelo de la tienda unas planchas colocadas a la altura de una mano. Las planchas giran y crujen bajo las pisadas; si los muchachos estaban dormidos o en algún otro sitio y los guardias de la tienda habían desaparecido, eso la despertaría y no la sorprenderían mientras dormía. Los juncos eran más silenciosos.</p> <p>—Soy yo —advirtió una voz con tono práctico antes de acercarse al tapiz. La joven volvió a echarse en el jergón. Robert Anselm hizo a un lado las colgaduras y entró.</p> <p>Ash rodó, se incorporó sobre un codo y levantó la vista.</p> <p>—¿Te envían porque eres el que más probabilidades tiene de convencerme?</p> <p>—Me han enviado porque soy el que menos probabilidades tiene de que le cortes la cabeza. —Se sentó con un ruido sordo sobre uno de los dos enormes cofres de madera que tenía al lado del jergón; pesados cofres alemanes con unas cerraduras que ocupaban todo el interior de las tapas y que ella mantenía encadenados alrededor del eje de la tienda de dos centímetros de grosor como medida de seguridad.</p> <p>—¿Y quienes son, exactamente?</p> <p>—Godfrey, Florian, Antonio. Nos lo jugamos a las cartas y perdí yo.</p> <p>—¡Venga ya! —Volvió a echarse de espaldas—. De eso nada. ¡Cabrón!</p> <p>Robert Anselm se echó a reír. La calvicie le proporcionaba un rostro que era todo ojos y orejas. La camisa manchada le colgaba por delante de las calzas y el jubón. Ya empezaba a lucir el principio de una barriguita y olía a algo dulce y cálido, a sudor, a aire libre y a humo de madera. Tenía un poco de barba. Nunca se notaba, si no se miraba más allá del corte al cero y los amplios hombros, que tenía unas pestañas largas y delicadas como las de una chica.</p> <p>Bajó una mano y empezó a masajearle el hombro, bajo el lino y la lana fina. Tenía unos dedos firmes. La joven se arqueó hacia ellos y cerró los ojos por un segundo. Cuando la mano masculina se deslizó por la parte frontal de su camisa, los abrió.</p> <p>—No te gusta eso, ¿verdad? —Una pregunta retórica—. Pero te gusta esto—. El hombre volvió a llevar la mano a los hombros femeninos.</p> <p>Ella se movió un poco para que él pudiera hundir los dedos en los músculos, duros como piedras.</p> <p>—Aprendí de ti las razones para no dormir con mis camaradas. Aquel verano entero fue un desastre.</p> <p>—¿Por qué no haces que te lo escriban en alguna parte?: no lo sé todo, puedo cometer errores.</p> <p>—No puedo cometer errores. Siempre hay alguien esperando para aprovecharse.</p> <p>—Eso ya lo sé.</p> <p>Los pulgares del hombre apretaron los nudos de sus vértebras. Un chasquido penetrante crujió por toda la tienda, el ligamento se deslizaba sobre el hueso. El hombre dejó de mover las manos.</p> <p>—¿Estás bien?</p> <p>—¿Y tú qué coño crees?</p> <p>—Durante las últimas dos horas han acudido a mí ciento cincuenta personas porque querían hablar contigo. Baldina, de las carretas. Harry, Euen, Tobias, Thomas, Pieter. La gente de Matilda; Anna, Ludmilla...</p> <p>—Joscelyn van Mander.</p> <p>—No. —No parecía muy convencido—. Ninguno de los van Mander.</p> <p>—Vaya, vaya. ¡Pues muy bien! —Se incorporó.</p> <p>Robert Anselm apartó las manos.</p> <p>—Joscelyn cree que porque reclutó trece lanzas para mí esta temporada, ¡tiene más que decir sobre lo que hagamos que yo! Sabía que íbamos a tener problemas por ahí. Quizá le pague su contrato y se lo mande a Jacobo Rossano, que sea problema suyo. Vale, vale. —Levantó las dos manos con las palmas estiradas al darse cuenta que la renuencia masculina a decírselo había sido completamente fingida—. Sí, vale. ¡De acuerdo! ¡Sí!</p> <p>Era consciente de que todo aquel enorme motor que era la compañía marcaba el tiempo en el exterior. El jaleo y las prisas alrededor de las carretas de cocina, el eterno hervir de las gachas en los grandes calderos de hierro. Hombres vigilando las hogueras. Hombres que sacaban sus caballos a pastar la poca hierba que había quedado a las orillas del Erft. Hombres que se entrenaban con espadas, con alabardas, con hachas de púas. Hombres que follaban con las putas que tenían en común. Hombres que hacían que les cosieran la ropa sus esposas (en ocasiones las mismas mujeres, un poco más adelante en su vida). Luz de faroles y luz de hogueras y el chillido de algún animal atormentado por deporte. Y el cielo, que cruzaba por encima de todos lleno de estrellas.</p> <p>—Se me da bien el campo de batalla. No sé nada de política. Debería haber sabido que no sabía nada de política. —Se encontró con la mirada del hombre—. Creí que les estaba ganando en su propio juego. No sé cómo he podido ser tan estúpida.</p> <p>Anselm le alborotó el pelo plateado con un gesto torpe.</p> <p>—A la mierda.</p> <p>—Sí. A la mierda con todo.</p> <p>Dos centinelas intercambian la palabra del día fuera de la tienda y dan paso a otros dos. La mercenaria los oye hablar. Sin saber cómo se llaman, sabe que tienen el cuerpo involuntariamente limpio, el estómago lleno, espadas con muescas que han afilado con todo cuidado, una camisa en la espalda, algún tipo de protección corporal (por muy barata que sea la armadura), el león Azur cosido a los tabardos. Esta noche hay hombres así por todo el gran campamento militar de Federico III pero en esta zona no los habría, no estos hombres en concreto, si no fuera por ella. Por muy temporal que sea, por muy mercenarios que sean, ella es lo que los mantiene unidos.</p> <p>Ash se puso en pie.</p> <p>—Mira, te contaré algo sobre... la familia del Guiz, Robert. Luego, puedes decirme qué puedo hacer. Porque yo no lo sé.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>Cuatro días después de que tanto las tropas de Carlos el Temerario de Borgoña como los hombres del emperador Federico III se retiraran de Neuss, terminando así el asedio<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n25">25</a> de forma efectiva, Ash se encontraba en la gran Catedral Verde de Colonia.</p> <p>Demasiada gente atestaba el cuerpo principal de la catedral para que el ojo humano lo absorbiera todo. Todos hombro con hombro, hombres con túnicas plisadas de terciopelo azul y lana de color escarlata, cadenas de plata alrededor del cuello, monederos y dagas en el cinturón, y extravagantes gorros enrollados de carabina con colas que les colgaban por debajo de los hombros. La corte del Emperador.</p> <p>Mil rostros salpicados de la luz que entraba sesgada por unas vidrieras rojas y azules y caía de ventanas ojivales situadas a una altura capaz de retorcerte los intestinos, muy por encima de las losas del suelo. Delgadas columnas de piedra perforaban una cantidad de aire aterradora, demasiado frágiles para soportar el techo abovedado. Y alrededor de las bases de esos pilares, hombres con pan de oro en las empuñaduras de las dagas y carne de sobra en la quijada, seguían hablando en un tono de voz que ya empezaba a elevarse.</p> <p>—Va a llegar tarde. Llega tarde. —Ash tragó saliva mientras se le retorcían los intestinos con ademán incómodo—. No me lo creo. ¡Me va a dejar plantada!</p> <p>—No puede ser. No puedes tener tanta suerte —siseó Anselmo—. Ash, ¡tienes que hacer algo!</p> <p>—¡Pues tú dirás qué! Si no se me ha ocurrido en cuatro días, ¡no se me va a ocurrir ahora!</p> <p>¿Cuántos minutos han de pasar antes de que el poder de contratar a la compañía pase de esposa a marido? Agotados todos los demás recursos, la única forma que le quedaba de deshacerse de la boda era salir del edificio. Ahora.</p> <p>Delante de la corte del Emperador.</p> <p><i>Y tienen razón</i>, pensó Ash. <i>La mitad de las familias reales de la Cristiandad está casada con la otra mitad; no conseguiríamos otro contrato hasta que se hubieran calmado. No hasta el año que viene, quizá. No he apartado el dinero suficiente para darnos de comer si tardamos tanto en tener patrón. Ni de cerca</i>.</p> <p>Robert Anselm miró por encima de ella, al padre Godfrey Maximillian, que estaba detrás de ella.</p> <p>—No nos vendría mal una plegaria que nos bendiga, padre.</p> <p>El barbudo asintió.</p> <p>—No es que ahora importe mucho, pero ¿habéis averiguado quién me ha metido en esto? —Quiso saber Ash, en voz lo bastante baja para que solo la oyeran sus seguidores.</p> <p>Godfrey, a su derecha, respondió en voz igual de baja.</p> <p>—Segismundo del Tirol.</p> <p>—Maldita sea. ¿Segismundo? ¿Pero qué le...? Ese hombre tiene mucha memoria. ¿Esto es porque luchamos del otro lado en Héricourt?</p> <p>Godfrey inclinó la cabeza.</p> <p>—Segismundo del Tirol es demasiado rico para que Federico lo ofenda rechazando una sugerencia tan útil. Me han dicho que a Segismundo no le gustan «los mercenarios con más de cincuenta lanzas». Al parecer, piensa que son una amenaza. Para la pureza del noble arte de la guerra.</p> <p>—¿«Pureza» de la guerra? Hombre, no me jodas.</p> <p>El barbudo sacerdote esbozó una sonrisa maliciosa.</p> <p>—Destrozaste las tropas de su casa, si no recuerdo mal.</p> <p>—Me pagaban para eso. Por dios. ¡Es una mezquindad crearnos tantos problemas por eso!</p> <p>Ash miró por encima del hombro. La parte de atrás de la catedral también estaba repleta de hombres de pie, mercaderes de Colonia con suntuosos atavíos, los líderes de lanza de Ash, que los superaban en riqueza y un revoltijo de mercenarios a los que habían obligado a dejar las armas fuera de la catedral y por tanto no superaban a nadie en brillo.</p> <p>No se oían ninguno de los comentarios obscenos y risotadas alegres que se habrían escuchado si se casara uno de sus hombres de armas. Aparte de poner en peligro el futuro de sus hombres, la mercenaria vio que todo aquello los obligaba a mirarla y ver una mujer, en una ciudad, en paz, donde antes habían visto un mercenario, en el campo de batalla, en la guerra, donde, por tanto, podían evitar la molestia de considerar cuál era su sexo.</p> <p>Ash gruñó con un susurro:</p> <p>—¡Cristo, ojalá hubiera nacido hombre! Me habría dado casi dos centímetros más de alcance, la capacidad de mear de pie... ¡y no tendría que soportar toda esta mierda!</p> <p>El ceño adulto y preocupado de Robert Anselm se desvaneció en un chisporroteo repentino de carcajadas.</p> <p>Ash buscó de forma automática el escepticismo de Florian, que siempre la animaba, pero el cirujano no estaba allí; la mujer disfrazada se había desvanecido entre la masa de la compañía que había levantado el campamento en Neuss cuatro días antes y desde entonces nadie la había visto (desde luego no mientras plantaban el campamento a las afueras de Colonia, donde, como recalcó un amplio número de mercenarios uniformados, había que levantar grandes pesos).</p> <p>Ash añadió:</p> <p>—Y podría tomarme como algo personal que Federico pusiera la boda el día de San Simeón<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n26">26</a>... ¿Quizá podríamos aparecer con un compromiso nupcial previo? Alguien que se acercara al altar de piedra y jurara que teníamos un contrato prenupcial de niños.</p> <p>Anselm, a su izquierda, dijo:</p> <p>—¿Quién va a levantarse y comerse ese marrón? Yo no.</p> <p>—No te lo pediría. —Ash dejó de hablar cuando el Obispo de Colonia se acercó al grupo de la novia—. Su Gracia.</p> <p>—Nuestra sumisa y dulce novia. —El alto y delgado obispo Stephen estiró la mano para manosear los pliegues del estandarte de la mercenaria, cuyo mástil sujetaba Robert Anselm. Se inclinó para inspeccionar las letras de color escarlata bordadas bajo el león—. ¿Qué es esto?</p> <p>—Jeremías, capítulo cincuenta y uno, versículo veinte —citó Godfrey.</p> <p>Robert Anselm gruñó una traducción:</p> <p>—«Eres mi hacha de batalla y mi arma de guerra; por ti romperé en mil pedazos las naciones y contigo destruiré reinos». Es una especie de declaración de intenciones, su Gracia.</p> <p>—Qué... apropiado. Muy... pío.</p> <p>Una nueva voz susurró con sequedad.</p> <p>—¿Quién es pío?</p> <p>El obispo inclinó el cuerpo delgado ataviado con alba y casulla verde.</p> <p>—Su Majestad Imperial...</p> <p>Federico de Habsburgo atravesó cojeando la multitud de hombres que se apartaban de su camino. Ash se dio cuenta de que se apoyaba en un bastón. El hombrecito miró al sacerdote de la compañía de Ash como si fuera la primera vez que veía a aquel hombre.</p> <p>—¿Tú, verdad? ¿Un hombre de paz en una compañía de guerra? No me parece. «Reprende a la compañía de lanceros... espanta al pueblo que se deleita con la guerra»<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n27">27</a>.</p> <p>Godfrey Maximillian se quitó la capucha de la túnica y se presentó con la cabeza respetuosamente desnuda (si bien despeinada) ante el Emperador.</p> <p>—Pero, Su Majestad, ¿Proverbios ciento cuarenta y cuatro, por ejemplo?</p> <p>El Emperador soltó una risita ronca y seca.</p> <p>—«Bendito sea el Señor, mi fuerza, que enseña a mis manos el arte de la guerra y a mis dedos a luchar». Vaya, un sacerdote culto.</p> <p>—Y como sacerdote culto que eres —dijo Ash—, ¿quizá pudieras decirle a Su Majestad cuánto tiempo tenemos que esperar a un novio invisible antes de poder irnos todos a casa?</p> <p>—Vosotros a esperar —dijo Federico en voz baja. Se produjo una repentina falta de conversación.</p> <p>Ash se habría paseado por el altar, pero los pliegues del vestido y las miradas de los reunidos la detuvieron. Sobre el altar, las Nueve Órdenes de los Ángeles relucían en la piedra: Serafines, Querubines y Tronos, que son los que más cerca están de Dios; luego Dominaciones, Potestades y Virtudes; luego Principados, Arcángeles y Ángeles. Al Principado de Colonia lo habían esculpido con unas alas arqueadas y género ambiguo, sonriendo, aferrado a una representación de la corona imperial de Federico.</p> <p>¿A qué estaba jugando Fernando del Guiz?</p> <p><i>No se atreverá a ofender al Emperador. ¿Verdad? ¿Verdad?</i></p> <p><i>Después de todo, es un caballero. Quizá no quiera casarse con una campesina. Cristo, espero que sea eso</i>...</p> <p>A la izquierda del altar, por un arranque de buen humor de los canteros, el Príncipe de Este Mundo se había tallado ofreciéndole una rosa a la figura desnuda del Lujo. Sapos y serpientes se aferraban a la espalda de los suntuosos pliegues de piedra de su túnica<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n28">28</a>. Ash contempló la figura del Lujo. Había muchas mujeres presentes en la piedra. En carne y hueso, solo cinco, ella y sus doncellas. Las acostumbradas damas de honor de la novia se encontraban a su espalda, Ludmilla (con una de las mejores túnicas de la costurera) y las otras tres: Blanche, Isobel y Eleanor. Mujeres que conocía desde que de niñas puteaban juntas en el Grifo en Oro. Ash había sentido una cierta satisfacción al ver cuántos de los muchos nobles de Colonia presentes ya habían reconocido muy nerviosos a Blanche, Isobel y Eleanor.</p> <p><i>Si tengo que soportar esta puta ceremonia, ¡lo voy a hacer a mi manera!</i></p> <p>Ash contempló al Emperador, que se alejaba inmerso en una conversación con el obispo de Colonia, Stephen. Los dos se paseaban como si estuvieran en un salón real y no en un edificio sagrado.</p> <p>—Fernando llega tarde. ¡No va a venir! —La alegría y el alivio la inundaron—. Bueno, oye, no es nuestro enemigo... Esto lo hizo el Archiduque Segismundo. Segismundo me está obligando a competir en el campo de la política, donde no sé lo que hago, en lugar de en el campo de batalla, donde sí que lo sé.</p> <p>—Mujer, te has dejado las entrañas para conseguir que Federico te diera tierras. —Godfrey, que parecía casi tan escéptico como Florian—. El otro se limitó a aprovecharse de ese pecado de avaricia.</p> <p>—Nada de avaricia. Estupidez. —Ash se contuvo para no mirar a su alrededor otra vez—. Pero todo va a salir bien.</p> <p>—Sí... No. Hay gente fuera.</p> <p>—¡Mierda! —Aquel susurro marcado por la erre hizo que las dos primeras filas de hombres miraran a la novia un poco indecisos.</p> <p>Ash llevaba el pelo plateado suelto, como hacen las doncellas. Dado que habitualmente lo llevaba trenzado, se rizaba por ello y las ondas fluían y le bajaban por encima de los hombros, por la espalda, no solo hasta los muslos, sino hasta la parte posterior de las rodillas. El velo de hilo más delicado y transparente le cubría la cabeza y el tocado de plata que lo sujetaba estaba trenzado con una guirnalda de margaritas silvestres. El velo estaba hecho de un lino tan fino que se podían ver a través de él las cicatrices que le cubrían las mejillas.</p> <p>Se alzaba fornida y sudorosa, ataviada con las fluidas y voluminosas túnicas azules y doradas.</p> <p>Sonaron los tambores y los cuernos. Le dieron un vuelco las tripas. Fernando del Guiz y sus seguidores recorrían a toda prisa el trayecto que los separaba de la pantalla de separación rematada por un crucifijo; todos nobles jóvenes de las Alemanias, todos con más dinero encima que el que ella ve en seis años de poner su cuerpo en primera línea de batalla para que el hacha, la espada y la flecha lo golpeen.</p> <p>El emperador Federico III, Sacro Emperador Romano, se acercó con su séquito a ocupar el lugar real que le pertenecía en la parte frontal. Ash reconoció el rostro del duque Segismundo del Tirol. El hombre no le dio la satisfacción de sonreír.</p> <p>La luz caía sesgada desde las inmensas ventanas ojivales perpendiculares, manchando con una luz verde la figura de una mujer tallada en mármol negro que cabalgaba a lomos del Toro en el altar<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n29">29</a>. Ash levantó los ojos desesperada y contempló la enigmática sonrisa de piedra de aquella mujer y la tela bordada con hilos de oro que la ocultaban cuando los niños vestidos con tunicelas blancas, entraron en el coro con las velas de cera verde ardiendo. Fue consciente de que alguien se colocaba a su lado.</p> <p>Miró a su derecha. El joven caballero Fernando del Guiz se encontraba allí, mirando con igual deliberación hacia arriba, al altar, no a ella. Parecía algo más que despeinado y no llevaba sombrero. Por primera vez pudo verle bien la cara.</p> <p><i>Creí que era mayor que yo. No puede serlo. No más de un año o dos</i>.</p> <p><i>Ahora lo recuerdo</i>...</p> <p>No fue su rostro, ahora algo mayor, de piel clara y cejas atrevidas, pecas cubriéndole la nariz recta. Ni el espeso cabello dorado, que le habían cortado ahora a la altura de los hombros. Ash contempló la inclinación avergonzada de sus amplios hombros y el cuerpo ágil (crecido ya hasta casi alcanzar el de un hombre), que cambiaba el peso de pie sin parar.</p> <p>Eso es. Eso es...</p> <p>Se dio cuenta de que se moría por levantar la mano y alborotarle el cabello y despojarlo de su peinado. Percibió el aroma masculino bajo el perfume dulce de la algalia. Entonces era una niña. Ahora... Por voluntad propia, las puntas de sus dedos le dijeron lo que sería desatar el jubón plisado de terciopelo que no necesitaba ningún forro en los amplios hombros, bajárselo hasta la cintura estrecha y desabrochar los ojales de sus calzas... Dejó que su mirada bajara por la línea triangular del cuerpo masculino, hasta los muslos fuertes de jinete embutidos en las mejores calzas tejidas.</p> <p><i>Dulce Jesús que murió para salvarnos. Codicio tanto su cuerpo ahora como cuando tenía doce años</i>.</p> <p>—¡Mi señora Ash!</p> <p>Estaba claro que alguien le había hecho una pregunta.</p> <p>—¿Sí? —Asintió Ash distraída.</p> <p>Cayó la luz sobre ella. Fernando del Guiz: levantándole el fino velo de hilo. El joven tenía los ojos verdes, de un color verde pétreo, oscuros como el mar.</p> <p>—Estáis casados —pronunció el Obispo de Colonia.</p> <p>Habló Fernando del Guiz. Ash olió el vino cálido en su aliento. Dijo con una voz perfectamente clara que rompió el silencio:</p> <p>—Preferiría haberme casado con mi caballo.</p> <p>Robert Anselm, por lo bajo, murmuró.</p> <p>—El caballo no te aceptaría.</p> <p>Alguien sofocó un grito, alguien se rió; hubo una carcajada encantada, obscena, en la parte posterior de la catedral. Ash creyó reconocer a Joscelyn van Mander.</p> <p>Sin saber si debía reír, llorar o pegarle a algo, Ash se quedó mirando el rostro del joven con el que se acababa de casar. Buscaba una insinuación (solo una insinuación) de la sonrisa cómplice, llena de buen humor, que le había ofrecido en Neuss.</p> <p>Nada.</p> <p>No fue consciente de que estiraba los hombros y que su rostro adquiría algo parecido a la expresión que adoptaba cuando estaba en el campamento de la compañía.</p> <p>—Tú a mí no me hablas así.</p> <p>—Ahora eres mi esposa. Te hablo como me plazca. Si no te gusta, puedo pegarte. Eres mi esposa y ¡serás dócil!</p> <p>Ash no pudo evitar soltar una sonora carcajada.</p> <p>—¿Lo seré?</p> <p>Fernando del Guiz recorrió con el dedo, embutido en el elegante guante de cuero, el cuello femenino, desde la barbilla al cuello de hilo de la camisola. A continuación hizo alarde de oler el guante.</p> <p>—Huelo pis. Es cierto. Huelo pis.</p> <p>—Del Guiz —le advirtió el Emperador.</p> <p>Fernando les dio la espalda y se alejó, cruzó el suelo de losas y se acercó a Federico de Habsburgo y a una llorosa Constanza del Guiz, (las damas de la corte entraban ahora en la nave, una vez terminada la ceremonia). Ninguno de los cuales hizo algo más que echarle una mirada de lado a la novia, que se había quedado sola.</p> <p>—No. —Ash le puso una mano a Robert Anselm en el brazo. Lanzó una rápida mirada que incluyó también a Godfrey—. No. Está bien.</p> <p>—¿«Está bien»? ¡No vas a dejar que te haga eso! —Anselm había contraído los hombros casi hasta las protuberantes orejas y el cuerpo entero ansiaba cruzar la nave y derribar a Fernando del Guiz de un puñetazo.</p> <p>—Sé lo que estoy haciendo. Acabo de verlo. —Ash incrementó la presión de los dedos sobre el brazo masculino. Se oían murmullos entre su compañía, en la parte posterior de la nave.</p> <p>—Sería una novia muy infeliz —dijo Ash en voz baja—. Pero podría ser una viuda bastante alegre.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>Los dos hombres se sobresaltaron. Resultaba hasta cómico. Ash siguió mirándolos. Robert Anselm le dio una sacudida a la cabeza, algo muy breve, satisfecho. Fue Godfrey Maximillian el que esbozó una fría sonrisa.</p> <p>—Las viudas heredan los negocios de sus maridos —dijo Ash.</p> <p>—Sí... —asintió Robert Anselm—. Pero será mejor no mencionárselo a Florian. Ese hombre es su hermano.</p> <p>—Entonces no se lo digas a ell... él. —Ash esquivó los ojos de Godfrey—. No será la primera «caída de un caballo» que se produce entre la nobleza alemana.</p> <p>Ash hizo una pausa bajo las gigantescas bóvedas de la catedral, pues por un momento había olvidado a sus compañeros, lo que acababa de decir y buscaba a Fernando un poco más allá, dándole la espalda, con el peso apoyado en una cadera, inmenso al lado de su madre. El cuerpo femenino despertó al verlo, al contemplar la postura de aquel joven alto.</p> <p><i>Esto no va a ser nada fácil. Lo mires como lo mires, esto no va a ser fácil</i>. —Damas. Caballeros. —Ash volvió la vista atrás para asegurarse de que Ludmilla, Blanche, Isobel y Eleanor le estaban sosteniendo la cola para que pudiese caminar y posó los dedos cubiertos de anillos en el brazo de Godfrey—. No vamos a lloriquear por las esquinas. Vayamos a darle las gracias a la gente por venir a mi boda.</p> <p>Se le encogieron las entrañas. Sabía la imagen que daba: una joven novia, con el velo retirado y el pelo de un color rubio plateado convertido en una nube gloriosa. No sabía que las cicatrices destacaban con un tono rojo plateado sobre sus pálidas mejillas. Se dirigió primero a sus líderes de lanza, donde se sentiría cómoda: los hombres decían una palabra aquí, un pequeño chiste allá, intercambiaban un apretón de manos.</p> <p>Algunos la miraban con pena.</p> <p>Ella no podía evitarlo, seguía atravesando la multitud con la mirada en busca de Fernando del Guiz. Ahora lo vio iluminado como un ángel bajo los haces de la ventana ojival mientras hablaba con Joscelyn van Mander.</p> <p>Van Mander le daba la espalda.</p> <p>—No le ha llevado mucho tiempo.</p> <p>Anselm se encogió de hombros.</p> <p>—Ahora el contrato de van Mander le pertenece a del Guiz.</p> <p>La mercenaria oyó un susurro a sus espaldas. La pesada tela de la cola, desatendida de repente, le dio un tirón al cuello. Le lanzó una mirada furiosa a la gran Isobel y a Blanche. Las dos mercenarias no la miraron; habían juntado las cabezas y susurraban con los ojos clavados en un hombre que estaba un poco más lejos; Ash pensó que las expresiones de sus rostros estaban entre el asombro y el miedo. Lo reconoció, era el sureño que había estado en Neuss.</p> <p>La pequeña Eleanor le susurró una explicación a Blanche.</p> <p>—¡Viene de las tierras que están bajo la Penitencia!</p> <p>Ash cayó un poco tarde en la cuenta de por qué llevaba aquella tela de muselina oscura alrededor del cuello, lista para usar. Dijo con la voz tensa.</p> <p>—Oh, por el Cristo Verde, tampoco es que haya demonios en África, vamos a seguir, ¿de acuerdo?</p> <p>Ash siguió atravesando la nave, saludando a los nobles menores de las ciudades libres ataviados con sus mejores galas y a sus esposas, con sus inmensos tocados astados y sus velos. <i>Este no es mi sitio</i>, pensó Ash mientras se dirigía a todos con amabilidad, sin decir nada en concreto; hablaba con los embajadores de Saboya y Milán y contemplaba el susto que se llevaban al ver que una <i>hic mulier</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n30">30</a> podía llevar vestidos, sabía hablar en su idioma y lo cierto es que no tenía cuernos y rabo de demonio.</p> <p>¿Qué hago? ¿Qué hago?</p> <p>Otra voz habló tras ella, con cierto acento.</p> <p>—Señora.</p> <p>Ash sonrió para despedirse del embajador milanés (un hombre aburrido y además le tenía miedo a una mujer que había matado a otros en el campo de batalla) y se volvió.</p> <p>El hombre que había hablado era el sureño, con el pelo claro y el rostro bronceado por el duro sol. Llevaba una túnica blanca corta, junto con unos pantalones blancos con unas grebas atadas alrededor y un camisote de malla. El hecho de que fuera vestido para la guerra, aunque sin armas, hizo que se sintiera más cómoda.</p> <p>Bajo la luz de las ventanas ojivales, las pupilas de los ojos masculinos, de color claro, se habían contraído hasta convertirse en simples alfileres.</p> <p>—¿Recién llegado de Túnez? —se aventuró, hablando una versión mercenaria, exacta pero poco culta, del idioma del hombre.</p> <p>—De Cartago. —Asintió él dándole el apelativo godo<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n31">31</a> —. Pero ya me he acostumbrado, creo, a la luz.</p> <p>—Estoy... oh, mierda —se interrumpió Ash de inmediato.</p> <p>Una figura sólida, con forma de hombre, esperaba detrás del cartaginés. Lo superaba en una cabeza o más, Ash supuso que medía tres metros o tres metros y medio. A primera vista habría dicho que era una estatua hecha de granito rojo, la estatua de un hombre con un ovoide sin rasgos por cabeza.</p> <p>Las estatuas no se movían.</p> <p>Se sintió enrojecer; sintió que Robert Anselm y Godfrey Maximillian se apretujaban contra sus hombros y se quedaban mirando por encima del recién llegado. La mercenaria volvió a encontrar su voz.</p> <p>—¡Jamás había visto uno de esos de cerca!</p> <p>—¿Nuestro gólem<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n32">32</a>? Bueno, sí.</p> <p>Con una expresión divertida en los ojos pálidos, como si estuviera acostumbrado a esto, el hombre le hizo un gesto a la estatua con un chasquido de los dedos. Al ver la señal del cartaginés, la figura dio un paso y quedó bajo un haz de luz.</p> <p>Los colores de la vidriera se deslizaron por el cuerpo y los miembros de granito rojo tallado. En cada articulación (en el cuello, los hombros, los codos, las rodillas y los tobillos) relucía el latón; el metal se ensamblaba con pulcritud en la piedra. Los dedos de piedra estaban articulados con tanto cuidado como los lamés de los guanteletes alemanes. Emitía un olor leve a algo acre (¿lodo del río?) y su paso por las diminutas losas del suelo de la catedral despertaba un eco pesado que dejaba la impresión de un peso inmenso.</p> <p>—¿Me permitís tocarlo?</p> <p>—Si así lo deseáis, señora.</p> <p>Ash estiró la mano y posó las yemas de los dedos en el pecho de granito rojo. La piedra estaba fría. Deslizó la mano por el pecho y sintió los músculos pectorales esculpidos. La cabeza se ladeó hacia abajo y la miró.</p> <p>En el ovoide sin rasgos se abrieron dos agujeros almendrados, allí donde un hombre habría tenido los ojos. El cuerpo de la mujer se estremeció al anticipar el blanco de los ojos, una pupila, un centro.</p> <p>Los ojos que había detrás de los párpados de piedra estaban llenos de arena roja. La mercenaria contempló el movimiento deslizante de los granos.</p> <p>—Bebida. —Le ordenó el hombre de Cartago.</p> <p>Los brazos pivotaron y se levantaron sin ruido. La estatua móvil le ofreció una copa dorada y engastada al hombre al que servía. El cartaginés bebió y se la devolvió.</p> <p>—Oh, sí, señora, ¡se nos permite traer a nuestros gólems sirvientes con nosotros! Si bien hubo algún debate sobre sí se les debía permitir la entrada en su «iglesia». —Rodeó delicadamente la palabra con ciertos matices de sarcasmo.</p> <p>—Parece un demonio. —Ash se quedó mirando el gólem. Se imaginó el peso de aquel brazo articulado si fuera a subir y luego bajar, si fuera a golpear algo. A la mercenaria le brillaron los ojos.</p> <p>—No es nada. ¡Pero vos sois la novia! —El hombre le cogió la mano libre y la besó. Tenía los labios secos. Le chispeaban los ojos. En su idioma, dijo—: Asturio, señora; Asturio Lebrija, embajador de la Ciudadela ante la corte del Emperador, por breve tiempo que sea. ¡Estos alemanes! ¿Cuánto tiempo podré soportarlo? Vos sois una mujer de vuestras manos, señora. Una guerrera. ¿Por qué os casáis con ese muchacho?</p> <p>Ash dijo, mordaz:</p> <p>—¿Por qué estáis aquí como embajador?</p> <p>—Me ha enviado alguien que tenía poder. Ah, ya veo. —La mano bronceada de Asturio Lebrija se rascó el pelo que, según percibió la mercenaria, llevaba corto, a la moda norteafricana de los que acostumbran a llevar yelmo—. Bueno, sois aquí tan bienvenida como yo, creo.</p> <p>—Como un pedo en un baño comunal.</p> <p>Lebrija lanzó una carcajada.</p> <p>—Embajador, creo que tienen miedo de que algún día vuestro pueblo deje de luchar contra los turcos y se convierta en un problema. —Ash notó que Godfrey se hacía a un lado para hablar con los asistentes de Lebrija. Robert Anselm se quedó, amenazador, a su lado, con la mirada clavada en el gólem—. O es porque envidian las puertas hidráulicas y el agua caliente subterránea de vuestro Cartago y todas esas cosas de la Edad de Oro.</p> <p>—Alcantarillas, acumuladores, trirremes, motores de ábaco... —Los ojos de Asturio bailaban mientras le aseguraba a la joven la existencia de todo aquello—. Oh, somos Roma renacida. ¡He aquí nuestras poderosas legiones!</p> <p>—Su caballería pesada no está mal... —Ash se acarició la boca y la barbilla pero no pudo ahogar la sonrisa—. Vaya. Menos mal que sois el embajador. Eso no ha sido demasiado diplomático.</p> <p>—Ya he conocido antes a mujeres de guerra. Preferiría encontraros en la corte que en el campo de batalla.</p> <p>Ash esbozó una amplia sonrisa.</p> <p>—Bueno. ¿Esta luz del norte es demasiado brillante para vos, embajador Asturio?</p> <p>—Desde luego no es el Crepúsculo Eterno, señora, lo admito...</p> <p>Una voz más madura a espaldas de Lebrija los interrumpió con brusquedad:</p> <p>—Ven aquí ahora mismo, Asturio, cojones. ¡Ayúdame con este puto alemán confabulador!</p> <p>Ash parpadeó, se dio cuenta de inmediato que aquel hombre hablaba visigodo, que su tono era dulce y agradable y que sus propios mercenarios eran los únicos presentes que lo habían entendido. Les lanzó una mirada furiosa a Isobel, Blanche, Euen Huw y a Paul di Conti, que se encogieron. Cuando se volvió de nuevo hacia él, Asturio Lebrija se inclinó en una vistosa despedida y se reunió con el que debía de ser el primer embajador de la delegación visigoda, que se encontraba al lado del emperador Federico. El gólem lo siguió con un paso suave y pesado.</p> <p>—Sus catafractos no están mal —le susurró Robert Anselm al oído—. ¡Por no hablar ya de los putos barcos! Y llevan diez años rearmándose.</p> <p>—Lo sé. Al final va a haber otra guerra entre visigodos y turcos por el control del Mediterráneo, con siervos indisciplinados y caballería ligera liándose a mamporrazos sin resultado visible. Claro que... —(una esperanza repentina)—, podría haber algo para nosotros allí abajo.</p> <p>—No para «nosotros». —Los rasgos de Anselmo se retorcieron de asco—. Para Fernando del Guiz.</p> <p>—No por mucho tiempo.</p> <p>Justo tras eso otra voz despertó los ecos de los enormes espacios abiertos de la catedral, resonando desde la cripta a las bóvedas de cañón.</p> <p>—¡Fuera!</p> <p>Federico de Habsburgo... gritando.</p> <p>La conversación se detuvo de inmediato y se hizo el silencio. Ash se dispuso a abrirse paso entre la multitud. Un pie le pisó la cola y la detuvo de un tirón. Ludmilla murmuró algo mientras recogía la tela de las losas y se lanzaba todo el peso sobre un brazo. Ash le sonrió a la gran Isobel y alcanzó a Anselm, luego se colocó entre él y Godfrey hasta llegar a la parte frontal de la multitud.</p> <p>Dos hombres tenían a Asturio Lebrija sujeto por los brazos, que le habían retorcido a la espalda, y obligaban al hombrecito de la camisa de malla a arrodillarse. También en el suelo de piedra, el embajador visigodo más anciano tenía el astil de una alabarda sujeto contra la garganta y la rodilla de Segismundo de Tirol en la espalda. El gólem permanecía tan quieto como los santos tallados en las hornacinas.</p> <p>La voz sibilante de Federico, todavía agitada tras recuperar un control que Ash no le había oído perder antes, resonó entre los gigantescos pilares.</p> <p>—Daniel de Quesada, puedo oíros decir que su pueblo le ha dado al mío la medicina, la albañilería y las matemáticas; no pienso quedarme aquí, en esta antiquísima catedral y escuchar cómo calumnia a mi pueblo y lo llama bárbaro...</p> <p>—Lebrija no ha dicho...</p> <p>Federico de Habsburgo hizo caso omiso del maduro embajador.</p> <p>—... cómo llama a Luis de Francia «araña», ¡o que me diga a la cara que soy «viejo y codicioso»!</p> <p>Ash paseó la mirada entre Federico y sus encendidos nobles y los embajadores visigodos. Era mucho más probable que Asturio Lebrija hubiera olvidado por un momento qué idioma estaba hablando y no que el más anciano (con barba y el aspecto de veterano de mil batallas) le hubiera permitido de forma deliberada insultar al Sacro Emperador Romano.</p> <p>Le murmuró a Godfrey.</p> <p>—Alguien está intentando provocar jaleo. De forma deliberada. ¿Quién?</p> <p>El barbudo sacerdote frunció el ceño.</p> <p>—Creo que Federico. No quiere que le pidan que preste ayuda militar en el norte del África visigoda<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n33">33</a>. Pero no querrá que lo oigan negarse a la petición de los embajadores por si se supone que se niega porque no tiene tropas que enviar y es por tanto débil. Es más fácil ganar tiempo así, dada esta excusa, con un supuesto ataque de ira por un «insulto»</p> <p>Ash quería decir algo a favor de Asturio Lebrija, cuyo rostro enrojeció al intentar quitarse de encima a los dos caballeros alemanes; pero no se le ocurrió nada útil en aquel momento.</p> <p>El Emperador, malhumorado, soltó:</p> <p>—¡Os permitiré conservar la cabeza a los dos! Se os devuelve a casa. ¡Decidle a la Ciudadela que me envíe embajadores educados en el futuro!</p> <p>Ash echó una mirada de lado sin darse cuenta de que cambiaba toda su postura: alerta, equilibrada, no la habitual para alguien que lucía una túnica nupcial. El gólem permanecía silencioso e inmóvil detrás de los dos embajadores. Si eso se moviese... Los dedos de la mercenaria se cerraron de forma automática, buscando la empuñadura de una espada.</p> <p>Fernando del Guiz se irguió, había estado apoyado en una columna de la catedral. Sorprendida por el movimiento, Ash lo contempló impotente. <i>No es muy diferente de otros cien jóvenes caballeros alemanes que hay aquí</i>, protestó ante sí misma; y luego, <i>¡pero está hecho de oro!</i></p> <p>La luz dorada de las ventanas le cae sobre la cara cuando se gira, riéndose de algo que ha dicho uno de los escuderos que se apiñan a su alrededor. La joven ve una instantánea de luz que pinta el borde de un ceño masculino bronceado por el sol, la nariz, los labios; cálido bajo las tinieblas frías de la catedral. Y sus ojos, que están llenos de alegría. Lo ve joven, fuerte, vistiendo una armadura estriada con completa a naturalidad; piensa lo bien que él conoce los meses de campañas pasados en el exterior, tan bien como ella, la comodidad soleada de la vida en el campamento y las cosquillas de júbilo de la batalla.</p> <p><i>¿Por qué me desdeña, cuando somos iguales? Podrías comprenderme mejor que a cualquier otra mujer con la que te hubieras casado</i>...</p> <p>La voz de Fernando del Guiz dijo:</p> <p>—Permitidme ser la escolta de los embajadores, Su Majestad Imperial. Tengo unas tropas nuevas que necesito poner en forma sin tardanza. Confiadme este favor.</p> <p>Pasaron diez latidos al menos antes de que Ash volviera a oír «tropas nuevas» en su cabeza.</p> <p>—¡Se refiere a mi compañía! —Intercambió una mirada con Robert Anselm y Godfrey Maximillian, los dos hombres habían fruncido el ceño.</p> <p>—Será tu regalo de bodas, del Guiz —aceptó Federico de Habsburgo, había algo sardónico en su expresión—. Y una luna de miel para tu novia y tú. —Se recogió la túnica de terciopelo de nueve metros de largo con la ayuda de dos pequeños pajes y sin mirar atrás dijo—. Obispo Stephen.</p> <p>—¿Su Majestad Imperial?</p> <p>—Exorcizad eso. —Un dedo delgado como una rama señaló con un gesto brusco el gólem visigodo—. Y cuando hayáis terminado, poneos al mando de unos canteros con martillos, ¡y que lo rompan en mil pedazos!</p> <p>—¡Sí, Su Majestad Imperial!</p> <p>—¡Bárbaro! —El embajador visigodo más anciano, Daniel de Quesada, escupió con tono incrédulo—. ¡Bárbaro!</p> <p>Asturio Lebrija levantó la vista con dificultad desde el lugar donde lo sujetaban de rodillas.</p> <p>—No he dicho ninguna mentira, Daniel: estos malditos francos<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n34">34</a> son niños jugando entre ruinas, ¡destrozan todo lo que cae en sus manos! Habsburgo, no tenéis ni idea del valor de...</p> <p>Los caballeros de Federico estrellaron el rostro de Lebrija contra las losas. El sonido de los golpes resonó por las alturas abovedadas de la catedral. Ash dio medio paso, solo para estar más cerca, se le enredó el tacón en el dobladillo de brocado y dio un tropezón, con lo que tuvo que agarrarse al brazo de Godfrey.</p> <p>—Mi señor del Guiz —dijo el Emperador Federico con suavidad—, escoltaréis a estos hombres a nuestro puerto más cercano, encadenados, y os asegurareis de que se los deporta en barco a Cartago. Deseo que vivan para que se lleven su desgracia a casa.</p> <p>—Su Majestad. —Fernando se inclinó. Todavía había algo infantil en él, a pesar de la anchura de sus hombros.</p> <p>—Tendréis que haceros con el mando de vuestras nuevas tropas. No de todos, no de todos. Estos hombres... —Federico de Habsburgo levantó los dedos muy poco, para señalar los líderes de lanza de Ash y los hombres de armas, apiñados en la parte posterior de la catedral— son ahora por derecho feudal vuestros, mi señor. Y como señor feudal que somos, son también nuestros. Os llevaréis a algunos con vos en este deber, y conservaremos al resto: tenemos tareas que puede hacer, el orden aún no está restablecido en Neuss.</p> <p>Ash abrió la boca.</p> <p>Robert Anselm, sin cambiar la rígida mirada al frente, le clavó los codos en las costillas.</p> <p>—¡No puede hacer eso!</p> <p>—Sí. Sí que puede. Y ahora cierra el pico, niña.</p> <p>Ash permanecía entre Godfrey y Anselm. La pesada túnica de brocado la asfixiaba. El sudor le humedecía las axilas. Los caballeros, los señores, los mercaderes, los obispos y sacerdotes de la corte imperial empezaron a desaparecer al paso de Federico, hablando entre sí, un gran tropel de hombres ricamente ataviados cuyas voces irrumpían en el silencio de las bóvedas y de los santos en sus hornacinas.</p> <p>—¡No pueden dividirnos así!</p> <p>La mano de Godfrey se cerró con un doloroso apretón alrededor del codo femenino.</p> <p>—Si no puedes hacer nada, no hagas nada. ¡Escúchame, niña! Si protestas ahora, todo el mundo verá que careces del poder de alterarlo. Espera. Espera. Hasta que puedas hacer algo.</p> <p>La corte imperial que abandonaba la catedral le hacía tanto caso a una mujer y un grupúsculo de soldados como a los santos que tenían encima.</p> <p>—¡No puedo dejarlo así! —Ash habló de modo que solo el sacerdote y Anselm pudieran oírla—. Yo construí esta compañía de la nada. Si espero ahora, ¡o bien empezarán a desertar o van a acostumbrarse a que sea del Guiz el que esté al mando!</p> <p>—Podrías dejarlos marchar. Están en su derecho —dijo Godfrey con suavidad—. Quizá, si ya no desean ser hombres de guerra...</p> <p>Tanto Ash como Robert Anselm sacudieron la cabeza.</p> <p>—Son hombres que conozco. —Ash se pasó la mano por las cicatrices de la mejilla—. Estos son hombres que están a cientos de leguas de la maldita granja o aldea en la que nacieron, y luchar es el único oficio que tienen. Godfrey, son mi gente.</p> <p>—Y ahora son los hombres de armas de del Guiz. ¿Te has planteado, niña, que quizá sea mejor para ellos?</p> <p>Esta vez fue Robert Anselm el que bufó.</p> <p>—¡Conozco a los caballeros jóvenes que ponen el culo en su primer caballo de guerra! Ese joven meón sería incapaz de dominarse a sí mismo en el campo de batalla, ¡por no hablar ya de dominar a sus hombres! Es un inútil buscando un sitio en el que asentarse. Capitán, tenemos tiempo. Si abandonamos Colonia, eso es bueno. —Anselm se quedó mirando a Fernando del Guiz, que bajaba por la nave con Joscelyn van Mander, sin dirigirle ni una mirada a su novia—. A ver si te gusta la vida en los caminos, muchachito de ciudad.</p> <p>Ash pensó, <i>mierda</i>.</p> <p><i>Van a dividir mi compañía. Mi compañía ya no es mía. Estoy casada con alguien que es mi dueño... y no hay forma de que me pueda dedicar a la política cortesana para hacer cambiar de opinión al Emperador, ¡porque no voy a estar aquí! Me van a arrastrar con unos embajadores visigodos caídos en desgracia a solo Cristo sabe dónde</i>...</p> <p>Echó un vistazo al exterior, más allá de las puertas abiertas de la catedral, bajo la fachada occidental inacabada<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n35">35</a>, a la luz del sol.</p> <p>—¿Cuál es el puerto que está más cercano, en territorio imperial?</p> <p>Godfrey Maximillian dijo:</p> <p>—Génova.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-align: center; text-indent: 0em; font-size: 105%; font-weight: bold; hyphenate: none"><i>[Correos electrónicos incluidos entre la correspondencia intercalada en este ejemplar de la</i> 3" <i>edición.]</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #5 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, documentos históricos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 2/11/00 a las 8:55 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Siento ponerme en contacto contigo fuera de horas de oficina pera «debo» hablar contigo sobre la traducción de estos documentos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Recuerdo con mucho cariño haber «estudiado» a Ash en la escuela. Una de las cosas que me gustaban de ella y que queda muy bien reflejada en estos textos, es que era un marimacho. Básicamente. No sabe leer, no sabe escribir, pero tío, sabe pegar de verdad. Y tiene un carácter muy complejo a pesar de eso. ¡Me encanta esta mujer! Todavía pienso que una traducción moderna de ASH, con los nuevos documentos que has descubierto, es una de las mejores ideas y de las más comerciales que han pasado por mis manos desde hace mucho tiempo. Sabes que yo aquí te apoyo, en las reuniones editoriales, a pesar de que aún no tengo un informe completo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sin embargo. Estas fuentes...</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Puedo enfrentarme a algún que otro error en las fechas y a las leyendas medievales. Después de todo, esa es la forma que tenía esta gente de «percibir» sus experiencias. Y lo que tenemos aquí, con la que va a ser tu nueva teoría sobre la historia europea, ¡es brillante! Pero por esa misma razón, cada desviación de la historia se debe documentar de forma muy cuidadosa. Dado que las leyendas se apuntan claramente como tales, tenemos un libro de historia estupendo que puede vender el departamento de publicidad.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">«Pero»...</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿¿¿¡¡¡«GÓLEMS»!!!???</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡¿En la Europa medieval?!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿Y luego, qué? ¡¡Zombis y muertos vivientes!! ¡Eso es una fantasía!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡SOCORRO!</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #1 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, documentos históricos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 3/11/00 a las 6:30 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ratcliff@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Esto es lo que pasa cuando te conectas al correo electrónico y luego ¡te olvidas de mirarlo! Siento «mucho» no haberte respondido ayer.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En cuanto a los «gólems». En eso estoy siguiendo la traducción de Charles Mallory Maximillian (con un poco de FRAXINUS). Se refiere a ellos en 1890 como «caminantes de arcilla», algo muy parecido al legendario sirviente mágico cabalístico que se describe en la leyenda del rabino de Praga. (Deberíamos recordar que cuando Maximillian hizo su traducción, la era victoriana estaba atrapada en esa locura de fin de siglo que era el renacimiento del ocultismo).</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Vaughan Davies, en su traducción posterior, los llama «robots», un término no demasiado afortunado que en los últimos años de la década de los años 30 no estaba tan trillado como ahora parece.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Mi intención es utilizar el término «gólem» en esta tercera edición, a menos que creas que es demasiado indigno de un erudito. Soy consciente de que te gustaría que este libro tuviera un número de lectores amplio.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En cuanto a lo que estos «gólems» o «caminantes» podrían haber sido en realidad, históricamente hablando, yo creo que son una mezcla medieval de algo sin lugar a dudas real con algo legendario. La realidad histórica es la ingeniería árabe medieval.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sabrás seguro que, junto con su ingeniería civil, las civilizaciones árabes practicaron una especie de ingeniería más vistosa: fabricaban fuentes, relojes, autómatas y muchos otros mecanismos. Es bastante seguro que, ya en la época de al-Jazari, existían trenes de engranajes complejos, así como engranajes segmentados y epicíclicos, mecanismos de transmisión por pesos, escapes y bombas de agua. Los maniquíes biológicos y celestiales de los árabes estaban en su mayor parte impulsados por agua y eran invariablemente (como es obvio) mecanismos fijos. Sin embargo, el viajero europeo hablaba con frecuencia de que estos maniquíes eran figuras «móviles» de hombres, caballos, pájaros cantores, etc.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Mis investigaciones indican que la VIDA de del Guiz ha fusionado los relatos de estos viajeros con los cuentos medievales judíos sobre el gólem, el hombre de arcilla. El cual era un ser mágico que, por supuesto, no tiene ninguna base de realidad.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Si «hubiera» habido un «caminante» o «sirviente» de algún tipo, imagino que posiblemente sería un «vehículo», impulsado por el viento como los sofisticados molino de varas de la época, claro que, en ese caso, necesitaría ruedas, sofisticadas carreteras y un conductor humano para funcionar como una especie de mecanismo transportador de mensajes y no podría realizar ningún tipo de tarea en interiores. Y podrías decir, con toda la razón, que eso es tirar demasiado de la especulación histórica y además sin motivo. Jamás se ha descubierto un mecanismo así. Es licencia de cronista.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Como parte legendaria del ciclo Ash, me gustan mis gólems y espero que me permitas conservarlos. Sin embargo, si demasiado énfasis en el aspecto «legendario» de los textos va a debilitar las «pruebas» históricas, que estoy sacando del texto de del Guiz, ¡entonces eliminemos sin duda a los gólems de la versión definitiva!</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce Ratcliff.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #6 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, antecedentes históricos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 3/11/00 a las 11:55 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡No sabría lo que es un engranaje segmentado aunque me mordiera! Pero estoy preparada para admitir que estos «gólems» son una leyenda medieval basada en una especie de realidad. Cualquier estudio de la historia de las mujeres, de los negros o de la clase trabajadora te hace darte cuenta de inmediato de que se han dejado de contar muchas cosas en la historia convencional, así que ¿por qué iba a ser diferente la historia de la ingeniería?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pero supongo que es más seguro no incluirlos. No vayamos a confundir la leyenda medieval con la realidad medieval.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Una de mis ayudantes ha planteado hoy otro interrogante sobre los «visigodos». Le preocupa que, dado que eran una tribu germánica que se extinguió después del Imperio Romano, ¿cómo es que todavía pueden andar por ahí en 1476?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Otro interrogante, este mío; no soy clasicista, no es mi época, pero si no recuerdo mal, ¿no se «borró» a Cartago «del mapa» durante la época de los romanos? Tu manuscrito habla de ella como si aún existiera. Pero no menciona las culturas ÁRABES del norte de África.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿Va a quedar todo esto claro? ¿Pronto? ¡POR FAVOR!</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #3 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, teoría</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 4/11/00 a las 9:02 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ratcliff@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No me había dado cuenta de que los editores de las editoriales trabajaban a unas horas tan antinaturales. Espero que no estés trabajando demasiado.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Me pides que haga una declaración de mi teoría... muy bien. Seguramente no podemos continuar adelante con esta relación laboral sin tenerla. Permíteme un momento y te proporcionaré los antecedentes necesarios:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La llegada de lo que la VIDA llama los embajadores «godos» SÍ que presenta un problema aparente. Pero creo que he solucionado ese problema; y, como bien insinúas, es un factor clave de la nueva evaluación que yo hago de la historia europea.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Si bien la presencia de los embajadores en la corte de Federico está documentada en las referencias que se hacen tanto en la CRÓNICA DE BORGOÑA como en la correspondencia entre Felipe de Commines y Luis XI de Francia, al principio me pareció difícil ver de dónde podrían proceder estos «godos» (ó, ya que yo prefiero la traducción más exacta de Charles Mallory Maximillian, «visigodos»: los «nobles godos»).</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Las tribus bárbaras godas germánicas no es que se «extinguieran» como sugiere tu ayudante, sino que más bien quedaron absorbidas en la mezcla étnica de las tierras a las que se trasladaron tras la caída de Roma. Los ostrogodos en Italia, por ejemplo, los borgoñones en el valle del Rin y los visigodos en Iberia (España). Siguieron gobernando estos territorios, en algunos casos durante siglos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Maximillian sugiere por tanto que estos embajadores «visigodos» son españoles. A mí no me convencía del todo. La base lógica de CMM es que, desde el siglo octavo, España está dividida entre una aristocracia caballeresca visigoda cristiana y las dinastías árabes que entraron con la invasión del 711. Tanto los musulmanes, numéricamente inferiores, como las clases aristocráticas visigodas, dominaban a la amplia mayoría de los campesinos ibéricos y musulmanes. Así pues, dice Maximillian, dado que quedaron «visigodos» de este tipo hasta bien entrado el siglo XV, muy bien podría haber habido rumores medievales que indicaran que o bien estos visigodos cristianos o los «paganos sarracenos» (musulmanes) habían conservado algunos «motores y mecanismos» de la tecnología romana.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En realidad, hasta quince años después de la muerte de Ash no se expulsa por fin a los últimos musulmanes árabes de la península ibérica, durante la «Reconquista» (1488-1492). «Podría», por tanto, suponerse que los embajadores visigodos de la corte del emperador Federico procedían de Iberia.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sin embargo, a mí personalmente me parece curioso que los textos de ASH afirmen con claridad que proceden de un asentamiento que debía de estar en la costa del norte de África. (¡Y todavía más enigmático que quede claro que no son árabes!)</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El autor de la 2ª edición de 1939 de los documentos ASH, Vaughan Davies, que basa SU teoría en poco más que el hecho de que el texto se refiera a los europeos del norte con el término «francos», trata a los visigodos como si fueran los típicos caballeros sarracenos de las leyendas artúricas; los «sarracenos» son la idea que tiene la Europa medieval de las culturas árabes, mezclada con los recuerdos populares que se tienen de las cruzadas a Tierra Santa. No creo que Davies haya hecho ningún estudio serio para enfrentarse a este problema.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Y ahora incluimos el otro problema, ¡Cartago! La Cartago norteafricana original, establecida por los fenicios, FUE erradicada, como bien señalas. Los romanos reconstruyeron una ciudad en ese mismo lugar.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Lo interesante es que, después de que se depusiera al último emperador romano en el 476 DC, fueron los vándalos los que entraron y se hicieron con el control del norte de África, dominado por los romanos hasta entonces; y los vándalos eran, como los visigodos, una tribu germánica goda.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Entraron como una pequeña élite militar para gobernar y disfrutar de los frutos de este gran reino africano, bajo su primer rey, Gaiserico. Si bien siguieron siendo en cierto modo «germánicos», Gaiserico sí que trajo un sacerdocio arriano, hizo del latín el idioma oficial y construyó más baños romanos. La Cartago de los vándalos se convirtió en un gran centro naval, y Gaiserico no solo controlaba el Mediterráneo sino que en cierto momento ¡saqueó la propia Roma!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Así que, como puedes ver, ya hemos tenido una especie de «Túnez godo». El último rey (usurpador), Gelimer, perdió el África vándala en tres meses a manos del Imperio Bizantino en el 530 DC, (y lo último que se supo de él era que disfrutaba de varias grandes fincas bizantinas). Los bizantinos cristianos fueron expulsados a su debido tiempo por los reinos beréberes que los rodeaban y el Islam, (sobre todo gracias al uso militar del camello) en la década de los años 30 del siglo VII. Desde entonces se erradicó todo rastro de los godos de la cultura mora; ni siquiera sobrevive en su idioma alguna palabra.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pregúntate a ti misma, ¿dónde podría haber sobrevivido la cultura goda germánica después del 630 DC?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En Iberia, cerca del norte de África, «con los visigodos».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Como bien sabes, creo que todo el campo de la investigación académica sobre la historia del norte de Europa va a tener que modificarse una vez que publique mi ASH.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En pocas palabras: pretendo demostrar que hubo un asentamiento visigodo en la costa norte de África hasta el siglo XV.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Que su «reasentamiento» tuvo lugar mucho después del dominio vándalo del norte de África, al final de la Alta Edad Media; y que su periodo de dominio militar fue el siglo XV.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pretendo demostrar que en el 1476 había un asentamiento medieval histórico y real, habitado por los supervivientes de las tribus romanas visigodas... sin «gólems», ni leyendas sobre «crepúsculos».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Creo que lo habitaba una rama de los íberos descendientes de visigodos procedentes de los estados españoles de «taifa» (la frontera mixta). Se podría razonar con bastante tino, dado el tipo racial que se describe aquí. El texto del Fraxinus llama al asentamiento «Cartago» y, de hecho, es posible que estuviera cerca del lugar original donde se encontraban las Cartagos fenicia, romana o vándala.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Creo que este asentamiento godo, entremezclado con la cultura árabe (se utilizan muchos términos militares árabes en los manuscritos de del Guiz y de Angelotti) produjo algo único. Y creo que quizá no sea la existencia de este asentamiento lo que resulta tan controvertido, sino (digámoslo así) lo que hizo esta cultura y su contribución a nuestra cultura, tal y como la vivimos hoy en día.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Habrá un Prefacio, o un Epílogo, quizá, para explicar todo lo que ello implica, que acompañará a los documentos ASH; y que en estos momentos no está finalizado.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Siento mostrarme tan reservado sobre esas implicaciones en esta fase. Anna, no quiero que otra persona lo publique antes que yo. Hay días en las que, sencillamente, no me puedo creer que nadie haya leído el manuscrito «Fraxinus» de ASH antes de que yo lo viera, y tengo pesadillas en las que abro el <i>GUARDIAN</i> y me encuentro una crítica de la traducción recién publicada de otra persona. En estos momentos, preferiría no poner toda mi teoría en medios electrónicos, de donde se podría descargar. De hecho, hasta que haya completado toda la traducción, esté perfecta y haya hecho el primer esbozo del Epílogo, no me siento muy dispuesto a comentar este asunto de forma editorial.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sé paciente conmigo, por favor. Esto tiene que ser riguroso e irrecusable, o me sacarán de la corte a carcajadas... o al menos de la comunidad académica.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Por ahora, aquí está mi primer intento de transmitirte un texto traducido: Sección 2 de la VIDA de del Guiz.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #12 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, antecedentes históricos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 4/11/00 a las 2:19 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Vándalos, sí, pero no encuentro «ninguna» insinuación en mis libros de historia árabe o europea, mire donde mire... ¿QUÉ «visigodos» norteafricanos?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿Estás SEGURO de eso?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tengo que ser franca y decir que no nos hace falta ninguna controversia sobre los estudios asociados con este libro. «Por favor», tranquilízame sobre este punto. ¡Hoy a ser posible!</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #19 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, antecedentes históricos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 4/11/00 a las 6:37 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ratcliff</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En un principio yo tenía esas mismas dudas que tú tienes. Incluso ya en el siglo XV, los vándalos llevaban desaparecidos nueve siglos de una Túnez por completo islámica.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Al principio pensé que la respuesta debía de encontrarse en la perspectiva medieval, permíteme explicarlo. Para ellos, la historia no es un progreso, una secuencia de cosas que ocurren en un orden determinado. Los artistas del siglo XV que ilustraron las historias de las Cruzadas vistieron a sus soldados del siglo XII con ropas del siglo XV. Thomas Mallory, que escribió su MORTE D'ARTHUR en la década de los años 60 del siglo XV, le puso a sus caballeros del siglo VI la misma armadura que se llevaba en su época, en la Guerra de las Rosas y hablan como hablaban los caballeros de la década de los años 60 del siglo XV. La historia es «ahora». La historia es un ejemplo moral del momento actual.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El «momento actual» de los documentos Ash es la década de los años 70 del siglo XV.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En un primer momento, por tanto, pensé que los «visigodos» a los que se referían en los textos debían de ser, de hecho, turcos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No nos resulta fácil imaginar ahora lo «aterrorizados» que estaban los reinos europeos cuando el inmenso Imperio Turco sitió y tomó Constantinopla (1453), la «más cristiana de las ciudades». Para ellos, fue literalmente el fin del mundo. Durante doscientos años, hasta que los turcos otomanos son por fin expulsados de las puertas de Viena en la primera década del siglo XVII, Europa vive absolutamente aterrorizada por una posible invasión de oriente; es su Guerra Fría.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Lo que pensé al principio, entonces, fue que no era demasiado sorprendente que los cronistas de Ash decidieran que esta mujer (solo porque era una famosa comandante militar) «tuvo» que haber intervenido en algún momento para evitar que los turcos penetraran en la indefensa Europa. Ni que, dado que temían al Imperio Turco como lo temían, ocultaran su identidad bajo un nombre falso, de ahí los «visigodos».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Claro que, como ya sabes, más tarde tuve que revisar todo eso.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce Ratcliff, Doctor en Filosofía.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #14 [Pierce Ratcliff/ misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 5/11/00 a las 8:43 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No tengo ni idea de cómo voy a explicarle a mi director editorial, por no hablar ya a ventas y publicidad, que los visigodos son en realidad turcos y, ¡que toda esta historia es un fárrago de mentiras!</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #20 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 5/11/00 a las 9:18 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ratcliff</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No, no, ¡no son TURCOS! Solo pensé que PODRÍAN serlo. ¡Pero me EQUIVOQUÉ!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Mi teoría postula un enclave visigodo del siglo XV en la costa norteafricana. Lo que pretendo «decir» es que las pruebas que lo demuestran se han barrido bajo la alfombra académica.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Cosa que ocurre, ocurre con muchas cosas de la Historia. Y los acontecimientos y las personas no solo se eliminan de forma deliberada de la historia, como con el estalinismo, sino que casi parecen desaparecer de nuestra vista cuando la actitud de los tiempos está en su contra... podría citar a la propia Ash como ejemplo de ello. Al igual que la mayor parte de las mujeres que han tomado las armas, esta mujer se desvanece de la historia durante los periodos patriarcales y durante épocas más liberales tiene tendencia a aparecer solo como «figura decorativa», no como una guerrera implicada en muertes reales. Pero claro, eso le ocurre a Juana de Arco, Jeanne de Montfort, Leonor de Aquitania y cientos de mujeres más que no pertenecían a una clase lo bastante alta como para que no se pudiera hacer caso omiso de sus nombres.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En varios momentos de mi vida me ha fascinado tanto el PROCESO (cfr mi tesis), como los DETALLES de lo que se elimina de la historia. Si no fuera por el ASH de Charles Mallory Maximillian (que me regaló una bisabuela a la que, según creo, se lo dieron como premio escolar en 1892), quizá no me hubiera pasado veinte años explorando la historia «perdida». Y ahora la he encontrado. He encontrado una parte «perdida» de trascendencia suficiente para establecer mi reputación para siempre.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Se lo debo todo al «Fraxinus». Cuanto más lo estudio, más convencido estoy de que su origen en la familia Wade, (el cofre en el que se encontró se supone que se trajo de un monasterio andaluz, en una peregrinación), es muy preciso. Las Españas medievales son unas tierras complejas, lejanas y fascinantes; y si acaso hubiera habido algún superviviente visigodo (aún por encima de los linajes de estos bárbaros de la época romana en las clases dominantes ibéricas), aquí es donde esperaríamos encontrarlo recogido: en manuscritos medievales poco conocidos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Como es natural, los manuscritos ASH contienen exageraciones y errores pero también contienen un relato coherente y real EN ESENCIA. HUBO al menos una ciudad visigoda en la costa norteafricana, ¡y es muy posible que una hegemonía militar para acompañarla!</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #18 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, teoría</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 5/11/00 a las 4:21 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">De acuerdo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">QUIZÁ.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿¿¿Pero cómo pudo algo de esta magnitud DESVANECERSE así de la historia???</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #21 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash,</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 6/11/00 a las 4:07 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ratcliff</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Mis disculpas por el contestador. Había dejado esta línea conectada al fax. Quiero tranquilizarte, pero verás, lo que pasa es que es FÁCIL desvanecerse de la historia. BORGOÑA se desvanece, por el amor de Dios. Ahí la tienes, en 1476, la nación más rica, más culta y mejor organizada, militarmente hablando, de Europa y en enero de 1477 matan a su Duque y Charles Mallory Maximillian tenía razón, NUNCA SE VUELVE A ESCRIBIR NADA SOBRE BORGOÑA.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Bueno, eso no es del todo verdad. Pero el concepto de la historia europea que tiene la mayor parte de la gente culta es que la Europa del noroeste consiste en Francia y Alemania, y que así ha sido desde la caída del Imperio Romano. Borgoña es el nombre de un vino.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Verás, lo que intento decir es en realidad a Borgoña le llevó más o menos una generación desvanecerse por completo, la única hija de Carlos, María, se casó con Maximiliano de Austria y se convirtieron en los Habsburgo austro-húngaros, que duran hasta la 1ª Guerra Mundial, pero lo que yo quería DEMOSTRAR es de lo que se trata es que tú no sabías que Borgoña era una de las mayores potencias europeas y que estuvimos así de cerca de tener quinientos años de dominio borgoñón en lugar de francés... bueno, si no lo sabías, no te enterarías. Es como si todo el país se OLVIDARA en el mismo momento en que Carlos el Temerario muere en el campo de batalla de Nancy.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡Nadie lo ha explicado jamás de forma satisfactoria! Algunas cosas no entran en la historia, así de simple.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Creo que algo parecido ocurre con el asentamiento «visigodo»</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Aquí estoy yo, farfullando al teclado de madrugada, vas a pensar que soy idiota.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Discúlpame, por favor. Estoy agotado. Tengo un asiento reservado en un avión que sale de Heathrow y solo tengo una hora para hacer la maleta, el taxi está a punto de llegar y entonces decidí comprobar el teléfono y encontré tu último mensaje.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna, ¡ha ocurrido lo más asombroso, lo más maravilloso que puedas imaginarte! Me ha llamado mi colega, la Dra. Isobel Napier-Grant. Está a cargo de las excavaciones que se realizan a las afueras de Túnez, (el <i>GUARDIAN</i> ha estado publicando artículos sobre sus últimos descubrimientos, quizá los hayas visto), ¡y ha encontrado algo que podría ser uno de los «caminantes de arcilla» del texto de del Guiz!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡Cree que «quizá podría haber sido» una pieza «móvil» tecnológica, de verdad! (quizá medieval, post-romana) o es posible que sea una completa tontería, algún extraño invento o falsificación victoriana que solo lleva cien años bajo tierra.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Túnez, claro está, se encuentra cerca de las ruinas históricas de la Cartago romana.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Ha llegado el taxi. Si funciona este maldito trasto, te he enviado la siguiente sección traducida de Ash. Te llamo en cuanto vuelva de Túnez.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna, si el gólem es verdad, ¿qué más lo es?</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>SEGUNDA PARTE</p> </h3> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><i>2 de julio, 1476 — 22 de julio de 1476</i></strong></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><i>Hecuba Regninum</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n36">36</a></strong></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/ia"/></p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 1</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>F<style style="font-size:80%">LOTANDO SOBRE EL</style> río Rin y con la barcaza balanceándose bajo sus pies, Ash levantó la barbilla y se desabrochó la celada.</p> <p>—¿Qué hora es?</p> <p>Philibert la recogió de sus manos.</p> <p>—El atardecer.</p> <p><i>De mi noche de bodas</i>.</p> <p>El pequeño paje, con la ayuda de Rickard, algo más mayor, desabrochó las correas de la brigantina de la mujer, le desató el gorjal que le rodeaba la garganta, le desabrochó el cinturón de la espada y le quitó las armas y la armadura del cuerpo. La joven suspiró de forma inconsciente y estiró los brazos. La armadura no resulta pesada cuando te la pones, no pesa nada durante diez minutos y cuando te la quitas pesa como el plomo.</p> <p>Las barcazas del Rin ya presentaban bastantes problemas: se separaron doscientos hombres de la compañía del león (por insistencia, perfectamente legal, de Fernando del Guiz) para escoltar a los embajadores visigodos caídos en desgracia; viajarían desde Colonia hasta los cantones suizos, atravesarían el paso y bajarían hasta Génova. Por tanto, doscientos hombres, con su equipo y caballos, que había que organizar. Y un comandante sustituto que había que dejar atrás con el resto de la compañía: en este caso, su decisión unilateral señaló a Angelotti, con Geraint ab Morgan.</p> <p>Fuera se oyó un gruñido sólido y el sonido de un peso que caía con un ruido sordo en cubierta: sus senescales, que empujaban con una pértiga al último de los novillos que había que subir a bordo. Oyó pasos, el agua que se vertía con cubos de cuero para limpiar la cubierta de la barcaza, donde las jofainas no recogían toda la sangre: el desgarro de piel cuando se aplica el cuchillo del carnicero a la res muerta.</p> <p>—¿Qué vais a comer, jefe? —Rickard pasaba el peso de un pie a otro. Era obvio que estaba ansioso por salir a cubierta con el resto de la compañía. Hombres que jugaban y bebían; putas que disfrutaban de la noche sobre el lento fluir del río.</p> <p>—Pan, vino. —Ash hizo un gesto brusco—. Ya me lo trae Phili. Te llamaré si te necesito.</p> <p>Philibert le puso un plato de loza en las manos y ella se puso a pasear de arriba abajo en el diminuto camarote mientras se metía las cortezas de pan en la boca, masticaba, escupía una miga y lo bajaba todo con un trago de vino; y durante todo el tiempo fruncía el ceño y se movía, con el recuerdo de Constanza en su solar de Colonia, no como una mujer sino como un niño de largas piernas.</p> <p>—¡He convocado una reunión de oficiales! ¿Dónde cojones están?</p> <p>—Mi señor Fernando lo volvió a programar para la mañana.</p> <p>—Ah. ¿No me digas? ¿Eso hizo? —Ash sonrió con tristeza. Luego su sonrisa se desvaneció—. Dijo «Esta noche, no» y luego hizo chistes malos sobre noches de bodas, ¿verdad?</p> <p>—No, jefe. —Philibert parecía angustiado—. Sus amigos sí. Matthias y Otto. Jefe, Matthias me dio confites y luego me preguntó qué hace la capitana-puta. No se lo digo. ¿Puedo mentirle la próxima vez?</p> <p>—Miente hasta que te pongas verde si quieres. —Ash le dedicó una amplia sonrisa de conspiración a la que esbozó el muchachito, satisfecha y maliciosa—. Y eso también va por el escudero de Fernando, Otto. Mantenlos en suspenso, chaval. —¿Lo que hace la capitana-puta...? Bueno, ¿qué hago?</p> <p><i>Sé viuda. Confiesa, haz penitencia. La gente lo hace</i>.</p> <p>—¡Hostia puta! —Ash se arrojó sobre la caja-cama del camarote.</p> <p>La madera de la barcaza del Rin crujió un poco. El aire nocturno salía como aliento del agua invisible, haciendo del camarote con techo de lona un lugar fresco y agradable. Una parte de su mente registró el crujir de las cuerdas, los caballos que movían los cascos, un hombre que alababa el vino y otro hombre que le rezaba con devoción a Santa Catalina, otras barcazas; todos los ruidos nocturnos de doscientos hombres de la compañía que viajan río arriba rumbo al sur, a medida que el largo séquito de barcazas va apartándose de Colonia.</p> <p>—¡Joder!</p> <p>—¿Jefe? —Philibert levantó la vista, estaba frotando con arena una coraza salpicada de óxido.</p> <p>—¡Ya están las cosas bastante mal como para que encima...! —<i>Como para que encima la gente no sepa de quién se supone que tienen que aceptar las órdenes, de mí o... de él</i>—. No importa.</p> <p>Con lentitud, sin apenas darse cuenta de que los dedos del niño le desabrochaban los ojales, se quitó el jubón y las calzas juntos y se volvió a echar vestida solo con la camisa. Unas risotadas provenientes de la cubierta rompieron el relativo silencio que reinaba en la barcaza. Se estremeció sin ser consciente de ello. Una mano tiró inconscientemente del borde de la camisa que se le había enrollado por encima de las rodillas desnudas.</p> <p>—Jefe, ¿queréis los faroles encendidos? —Phili se frotó los ojos con los nudillos.</p> <p>—Sí. —Ash contempló sin verlo a aquel pajecito de pelo desaliñado que colgaba los faroles de sus ganchos. Una luz de un color amarillo cremoso iluminó el opulento alojamiento, las almohadas de seda, la cama encajonada, el dosel de lona con los colores verde y dorado de los del Guiz cuarteado con los colores amarillo y negro de los Habsburgo.</p> <p>Todos los cofres de viaje de Fernando estaban abiertos y descuidados. Atestaban el pequeño camarote, sus jubones sobresalían por los bordes y toda superficie disponible estaba cubierta por sus posesiones. La joven hizo un inventario mental automático de todas ellas: un monedero, un cuerno de caza, un pasacintas; una pastilla de cera roja, hilo de zapatero; una bolsa, una capucha forrada de seda, un ronzal de cuero dorado; fajos de pergaminos; una cuchillo con mango de marfil...</p> <p>—Podría cantar para vos, jefe.</p> <p>La mercenaria estiró la mano libre y le dio unos golpecitos a Philibert en la cadera.</p> <p>—Sí.</p> <p>El muchachito se quitó la capucha de la cabeza y se quedó allí de pie bajo la luz de la lámpara, con el pelo desgreñado y de punta. Apretó los ojos y empezó a cantar sin acompañamiento:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%">Al tordo ella le canta desde el fuego,</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%">La Reina, la Reina es mi perdición...</p> <p>—Esa no. —Ash levantó las piernas, se dio la vuelta y se sentó al borde del cajón de la cama—. Y esa canción no empieza así. Eso ya es cerca del final. Está bien, estás cansado. Vete a dormir.</p> <p>El niño la miró con una expresión obstinada en los ojos oscuros.</p> <p>—Rickard y yo queremos dormir aquí, como siempre.</p> <p>No ha dormido sola desde que tenía trece años.</p> <p>—No, vete a dormir con los escuderos.</p> <p>Salió corriendo. El pesado tapiz dejó entrar un estallido de sonido al abrirse y lo volvió a cortar cuando el brocado volvió a su lugar. Una canción bastante más gráfica y descriptiva, biológicamente hablando, que la vieja tragedia rural de Philibert se cantaba en cubierta. Pensó que lo más probable era que el niño también se supiera la letra de esa; <i>pero lleva todo el día caminando a mi alrededor como si yo fuera cristal veneciano. Desde esta mañana, y la catedral</i>.</p> <p>Se oyeron unos pasos fuera, en la cubierta. La mercenaria reconoció el sonido y toda su piel se estremeció. Volvió a echarse sobre el colchón.</p> <p>Fernando del Guiz abrió la cortina de un empujón mientras por encima del hombro voceaba algo que hizo que Matthias, un joven amigo no tan noble, pensó Ash, aullara de risa. El joven dejó que la cortina cayese tras él, cerró los ojos y se balanceó al ritmo de la nave.</p> <p>Ash se quedó donde estaba.</p> <p>La cortina permaneció inmóvil. Nada de escuderos, ni de pajes; ninguno de sus amigos, los jóvenes y bulliciosos caballeros alemanes. <i>¿Qué pasa con esas aristocráticas costumbres nupciales tan públicas?</i>, se preguntó la mujer.</p> <p><i>No, no, tú no lo harás, ¿verdad? ¿Sacar las sábanas de aquí para demostrar que no hay manchas de sangre virginal? No querrás escuchar que la gente dice que su esposa es una puta</i>.</p> <p>—Fernando...</p> <p>Las manos grandes del hombre desabotonaron la parte frontal del jubón de satén con mangas abullonadas y se lo quitó con un movimiento de hombros. Fernando esbozó una sonrisa especialmente maliciosa.</p> <p>—Para ti es «marido».</p> <p>El sudor le pegaba el pelo rubio a la frente. Luchó con los ojales de la cintura, los abandonó a medio camino y la tela se rasgó cuando sacó de un tirón el brazo de la camisa. Aun siendo de constitución delgada y aunque su cuerpo no había alcanzado todo su peso adulto, Ash lo encontró grande, así de simple: pecho masculino, torso masculino, los músculos duros de los muslos masculinos cuando el hombre es un caballero y monta a caballo todos los días.</p> <p>No se molestó en desatarse la bragueta, metió la mano y se sacó la polla, ya medio rígida, por encima de la tela, se la agarró con una mano y con la otra trepó al cajón de la cama junto a ella. La luz amarilla del farol convertía su piel en oro aceitado. La joven aspiró el aire. Olía a hombre, también olía igual que las camisas de lino cuando se dejan secar al aire libre.</p> <p>Con sus propias manos la mercenaria se levantó la camisa, debajo estaba desnuda.</p> <p>Él bajó la mano y la envolvió alrededor de la polla púrpura, cada vez más gruesa, le levantó a ella las caderas con la otra mano y guió la embestida con un empujón inexperto.</p> <p>Ya más que preparada (lista desde que se había dado cuenta de que eran sus pasos los que oía en el exterior), la mercenaria recibió toda su gruesa longitud en su interior, ardiente como si tuviera fiebre. Empalada, cercó la solidez masculina.</p> <p>El rostro del joven bajó un poco más, a milímetros del de ella y vio en sus ojos que se había dado cuenta de que estaba húmeda. El hombre murmuró...</p> <p>—Puta...</p> <p>Le acarició con el pulgar las cicatrices de las mejillas, una cicatriz antigua en la base del cuello, una curva de cardenales negros donde un golpe en Neuss le había hincado la coraza bajo el brazo. La voz indistinta y joven farfulló:</p> <p>—Tienes cuerpo de hombre.</p> <p>Los ojales de las calzas masculinas se tensaron en la cintura, al igual que los de la bragueta. La fina lana se rasgó por una costura interior y expuso la carne dura del muslo. El torso del hombre cayó sobre ella. Aquel peso la obligó a luchar por respirar. La mercenaria enterró los dedos en los grandes músculos de la parte superior de los brazos masculinos, con fuerza. La piel que tenía bajo sus manos era terciopelo sobre acero, seda sobre hierro. La joven dejó caer la cabeza en las almohadas de seda y de su garganta salió un gemido.</p> <p>El hombre embistió, dos o tres veces. El coño de la mercenaria, húmedo, estremecido, lo sostuvo; un estremecimiento de sensaciones presentidas empezó a soltar los músculos femeninos; la joven sintió cómo se abría, cómo se desplegaba su carne.</p> <p>El joven se agitó dos veces, como el conejo de un furtivo tras el golpe mortal, y su cálida semilla la inundó, copiosa, deslizándose por los muslos femeninos. El pesado cuerpo del joven se derrumbó sobre la mercenaria.</p> <p>Ella olió, casi saboreó, la ligera cerveza alemana en su aliento.</p> <p>Su polla se salió de ella, fláccida.</p> <p>—¡Estás borracho! —dijo Ash.</p> <p>—No. Ya te gustaría. Ojalá lo estuviera. —La miró con la cara desdibujada—. Era mi obligación y está cumplida. Y ya está, mi señora esposa. Ahora eres mía, sellada con sangre...</p> <p>Ash dijo con sequedad:</p> <p>—No creo.</p> <p>La expresión del hombre cambió y ella fue incapaz de leerla. ¿Arrogancia? ¿Asco? ¿Confusión? ¿El simple y egoísta deseo de no estar allí, de no estar en esta barcaza, en esta cama, con esta problemática marimacho?</p> <p><i>Si lo estuviera contratando sería capaz de leer su expresión. ¿Qué me pasa?</i></p> <p>Fernando del Guiz se apartó de ella rodando y se tumbó boca abajo y medio vestido en el colchón. Solo el semen húmedo marcaba las sábanas.</p> <p>—Tú ya has estado con hombres. Esperaba que hubiera una remota posibilidad de que fuera un rumor, que en realidad no fueras una puta. Como la doncella del rey francés. Pero no eres virgen.</p> <p>Ash cambió de postura para mirarlo. Se limitó a parpadear. Tanto su expresión como su voz eran neutras, uniformes, apenas teñidas de humor negro.</p> <p>—Dejé de ser virgen a los seis años. Me violaron por primera vez cuando tenía ocho. Y luego sobreviví haciendo de puta. —Buscó comprensión en los ojos masculinos pero no encontró ninguna—. ¿Has estado alguna vez con una doncellita?</p> <p>La clara piel masculina enrojeció y se ruborizó desde las mejillas hasta la nuca pasando por la frente.</p> <p>—:¡Desde luego que no!</p> <p>—¿Una niña de nueve o diez años? Te sorprendería saber cuántos hombres quieren algo así. Aunque, para ser justos, a algunos no les importaba si era una mujer, una niña, un hombre o una oveja, siempre que pudieran meter la polla en algo cálido y húmedo...</p> <p>—¡Por Dios y sus ángeles! —La conmoción era pura y horrorizada—. ¡Cierra el pico!</p> <p>La mercenaria sintió el susurro del aire cuando se le movió el puño; subió el brazo por puro reflejo y el golpe quedo prácticamente absorbido por la parte carnosa del antebrazo femenino. Ahí tiene muchos músculos. Los nudillos masculinos solo rozan las cicatrices de la mejilla pero ese contacto le lanza la cabeza hacia atrás.</p> <p>—Cállate, cállate, cállate...</p> <p>—¡Oye!</p> <p>Jadeante, con los ojos llenos de lágrimas brillantes y sin derramar, Ash vuelve a apartar su cuerpo del de él. Lejos de la piel cálida y sedosa que cubre duros músculos, lejos del cuerpo que ansia envolver con el suyo.</p> <p>Con amargura, ya con todos los privilegios feudales, escupió:</p> <p>—¿Cómo pudiste hacer todo eso?</p> <p>—No fue difícil. —De nuevo es la voz de la comandante, áspera, práctica y con un toque de humor consciente. Ash sacudió la cabeza para aclararla—. Prefiero haber tenido mi vida de puta que ser la clase de virgen que tú esperabas. Y cuando entiendas por qué, quizá tengamos algo de qué hablar.</p> <p>—¿Hablar? ¿Con una mujer?</p> <p>La mercenaria quizá lo hubiera perdonado si hubiera dicho «contigo», incluso con ese tono de voz, pero la forma de decir «mujer» hizo que a Ash la boca se le curvara en una esquina, sin ningún humor.</p> <p>—Te olvidas de quién soy. Soy Ash. Soy el león Azur.</p> <p>—Lo eras.</p> <p>Ash sacudió la cabeza.</p> <p>—Joder. Menuda noche de bodas.</p> <p>Pensó que ya lo tenía, podía jurar que estaba a menos de la anchura de una cuerda de arco de que Fernando estallara en carcajadas, de ver aquella sonrisa amplia, generosa, vencida que había visto en Neuss, pero se volvió a echar en la carriola, ocupándola toda, con los miembros extendidos y un brazo sobre los ojos y exclamó.</p> <p>—<i>¡Christus Imperator!</i> Me han hecho uno con esto.</p> <p>Ash se incorporó y se sentó con las piernas cruzadas en el jergón, con la postura relajada. No era en absoluto consciente de que ella estaba desnuda mientras que él todavía estaba parcialmente vestido, hasta que lo vio tumbado delante de ella y al contemplar el muslo desnudo, su vientre y su polla a la luz del farol hicieron que en su coño creciera el calor húmedo; se ruborizó y cambió de postura. Bajó las manos y las puso delante, sobre el dolor cálido e insatisfecho de su vagina.</p> <p>—¡No eres más que una puta campesina! —exclamó él—. ¡Una perra en celo! Tenía yo razón la primera vez que te vi.</p> <p>—Oh, hostia puta... —A la mercenaria le ardía la cara. Se llevó las manos a las mejillas y con las yemas de los dedos sintió que hasta las orejas las tenía calientes y dijo a toda prisa.</p> <p>—No importa ya.</p> <p>Sin quitarse la mano de la cara, el joven tanteó y se echó una manta por la mitad del cuerpo. La mujer sintió que se le calentaba la piel de la cara. Trabó las manos alrededor de los tobillos para evitar estirarlas y acariciar el terciopelo duro de la piel masculina.</p> <p>La respiración de Fernando cambió y se convirtió en un ronquido. Su cuerpo pesado y sudoroso se hundió aún más en la cama: se había quedado dormido profunda e instantáneamente.</p> <p>Al poco rato, la mercenaria envolvió con la mano la medalla del santo que llevaba en la garganta y la sostuvo. Con el pulgar acarició la imagen de San Jorge en un lado y la runa de fresno en el otro.</p> <p>El cuerpo le gritaba.</p> <p>No durmió.</p> <p><i>Sí, lo más probable es que tenga que hacer que lo maten</i>.</p> <p><i>No es tan diferente de matar en el campo de batalla. Ni siquiera me gusta. Solo quiero tirármelo</i>.</p> <p>Más horas después de lo que podría contar una vela marcada, vio la luz del verano alrededor de los bordes de la cortina de brocado. El amanecer empezó a iluminar el valle del Rin y el desfile de barcas que se movían corriente arriba.</p> <p>—Bueno, ¿y qué vas a hacer? —se dijo en voz baja y en tono retórico.</p> <p>Se echó, desnuda, boca abajo, en el jergón y estiró el brazo para coger el cinturón donde yacía sobre la pila que formaban el jubón y las calzas. La vaina del cuchillo le vino con facilidad a las manos. Con el pulgar acarició la empuñadura redondeada de la daga de misericordia, deslizó los dedos para apretar y sacarla unos milímetros de la vaina. Una hoja de metal gris, con líneas duras plateadas sobre el filo tantas veces afilado.</p> <p>Está dormido.</p> <p><i>Ni siquiera trajo un paje con él, por no hablar ya de un escudero o un guardia</i>.</p> <p><i>No hay nadie que pueda dar la alarma, ¡y no digamos ya defenderlo!</i></p> <p>Había algo en la profundidad de la ignorancia de su marido, su incapacidad de concebir siquiera que una mujer podría matar a un señor feudal (Cristo Verde, ¿es que nunca se le ha ocurrido que podría acuchillarlo una puta?), y en su descuido, se había quedado dormido, así de simple, como si esta fuera una noche normal entre una pareja casada: hubo algo en todo eso que la conmovió, a pesar de él.</p> <p>Se dio la vuelta y trajo consigo la daga. El pulgar probó el filo. Resultó estar lo bastante afilado para rebanar las primeras capas de la dermis, al tacto nada más, sin penetrar en la carne roja que había más abajo.</p> <p>Lo que debería pensar es «murió de arrogancia», y matarlo. Aunque solo sea porque quizá no tenga otra oportunidad.</p> <p>No saldría impune; desnuda y cubierta de sangre, va a ser bastante obvio quién lo hizo...</p> <p><i>No. No es eso</i>.</p> <p><i>Joder, sé muy bien que una vez hecho, un</i> fait accompli <i>como lo llamaría Godfrey, mis chicos tirarían el cuerpo por la borda, se encogerían de hombros y le dirían, «Debe de haber tenido un accidente de barco, mi señor», a cualquiera que preguntara; hasta al más alto, incluyendo al Emperador. Una vez hecho, hecho está; y me apoyarían</i>.</p> <p><i>Es hacerlo. Esa es la objeción que tengo</i>.</p> <p><i>Cristo y Su conciencia sabrán por qué, pero no quiero matar a este hombre</i>.</p> <p>—Ni siquiera te conozco —susurró.</p> <p>Fernando del Guiz siguió durmiendo, su rostro en reposo desprotegido, vulnerable.</p> <p>Nada de enfrentamiento: compromiso. Compromiso. Cristo, ¿pero es que no me paso la mitad de mi vida encontrando compromisos para que puedan trabajar juntas ochocientas personas? No hay razón para que me deje el cerebro por ahí solo porque estoy en la cama.</p> <p>Entonces:</p> <p>Somos una compañía dividida; los otros están en Colonia: si mato a Fernando habrá alguien que ponga objeciones, siempre hay alguien que le pone objeciones a todo, y si esa persona fuera van Mander, por ejemplo, entonces hay otra división: sus lanzas quizá lo siguieran a él, no a mí. Porque del Guiz le cae bien; le gusta tener a un hombre, y además un hombre noble y un auténtico caballero por jefe. A van Mander no le caen muy bien las mujeres, aunque sean tan buenas en el campo de batalla como yo.</p> <p><i>Esto puede esperar. Puede esperar hasta que hayamos soltado a los embajadores en Génova y hayamos vuelto a Colonia</i>.</p> <p>Génova. Mierda.</p> <p>—¿Por qué hiciste eso? —Habló en susurros, echada a su lado, el terciopelo eléctrico de su piel rozando la de ella. El joven cambió de postura, se dio la vuelta y le presentó una espalda llena de pecas—. ¿Eres igual que Joscelyn? ¿Nada de lo que haga será bastante porque soy mujer? ¿Porque lo único que no puedo ser es hombre? ¿O es porque no puedo ser una mujer noble? ¿Una de las tuyas?</p> <p>El suave aliento masculino llenó la tienda del camarote.</p> <p>El caballero volvió a darse la vuelta, inquieto, y su cuerpo se apretó contra el de ella. La mercenaria se quedó quieta, con la mitad del cuerpo bajo el peso cálido, húmedo, musculoso, de su marido. Levantó la mano libre para quitarle los delicados zarcillos de pelo de los ojos.</p> <p><i>No recuerdo su cara de entonces. Solo veo en mi mente el aspecto que tiene ahora</i>.</p> <p>El pensamiento la sobresaltó y abrió los ojos de golpe.</p> <p>—Maté a mis primeros dos hombres cuando tenía ocho años —susurró sin interrumpir su sueño—. ¿Cuándo mataste tú a los tuyos? ¿En qué campos de batalla has luchado?</p> <p><i>No puedo matar a un hombre mientras duerme</i>.</p> <p><i>No por</i>...</p> <p>La palabra la eludía. Godfrey o Anselm podrían haber dicho por resentimiento, pero los dos hombres estaban en otras barcazas del convoy fluvial, habían encontrado cosas que hacer que los alejasen tanto de la barcaza de mando como fuese posible, esta primera noche tras la boda.</p> <p><i>Tengo que pensar bien todo esto. Hablarlo con ellos</i>.</p> <p><i>Y no puedo dividir a la compañía. Hagamos lo que hagamos, tendrá que esperar hasta que volvamos a las Alemanias</i>.</p> <p>La mano de Ash, sin ella pretenderlo, acarició las mechas de pelo empapadas de sudor de su marido y se las apartó de la frente.</p> <p>Fernando del Guiz cambió de postura en sueños. La estrechez de la cama unía necesariamente sus cuerpos sobre los jergones apilados; piel contra piel; cálida, eléctrica. Ash, sin pensar mucho en ello, se inclinó hacia delante y apoyó la boca en el cuello masculino, sus labios sobre la piel humedecida y suave de él, respiró su aroma y sintió el vello delicado de su nuca. Las vértebras provocaban bultos duros entre los hombros salpicados de pecas.</p> <p>Con un gran suspiro, el joven se dio la vuelta, le puso las manos alrededor de la cintura y la atrajo hacia su cuerpo caliente. Se apretó contra él, el pecho, el vientre y los muslos, y la polla de él, endurecida, que sobresalía entre ellos. Todavía con los ojos cerrados, una de sus manos fuertes y estrechas la buscó entre los muslos, los dedos se hundieron en la hendedura húmeda y cálida y la acariciaron. La luz del amanecer que cubría el camarote de neblina iluminaba sus pestañas rubias, que caían delicadas sobre las mejillas; es <i>tan joven</i>, pensó ella y luego, <i>¡ahh!</i></p> <p>Un ligero ladeo de las caderas masculinas colocó la polla henchida en su interior. Él descansó, abrazándola aún con fuerza y a los pocos minutos empezó a mecer el cuerpo, empujándola hacia un orgasmo suave, inesperado pero totalmente placentero.</p> <p>El joven hundió la cabeza y su rostro quedó posado en el hombro femenino. Ella sintió el roce de las pestañas contra su piel. Con los ojos aún cerrados, medio dormido, deslizó las manos por los hombros de la mujer, por los brazos, le rodeó la espalda. Una caricia cálida la medía. Erótica y dulce.</p> <p><i>Es el primer hombre de mi edad que me toca con cariño</i>, comprendió la mercenaria; y cuando Ash abrió los ojos, igualmente sorprendida de encontrarse sonriéndole a aquel hombre, él la penetró con más fuerza y se corrió, luego volvió a hundirse desde el clímax en un sueño aún más profundo.</p> <p>—¿Qué? —Se inclinó al oírlo murmurar algo.</p> <p>El joven lo dijo de nuevo antes de deslizarse en un sueño agotado, demasiado inconsciente para volver a alcanzarlo.</p> <p>Lo que ella creyó oír fue:</p> <p>—Me han casado con el cachorro del león.</p> <p>Había lágrimas de humillación, brillantes y húmedas, inmóviles sobre las pestañas masculinas.</p> <p>Ash, al despertar una hora más tarde, se encontró sola en una cama vacía.</p> <p>Quince días más tarde, quince noches de camas vacías, el día de San Swithun<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n37">37</a>, llegaron a unos ocho kilómetros de Génova.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 2</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>A<style style="font-size:80%">SH SE LEVANTÓ</style> con el pulgar el visor de la celada en las primeras horas de una mañana mojada de rocío. El sol no había salido más de un dedo sobre el horizonte. Aún quedaba cierto frescor en el aire. A su alrededor, los hombres caminaban y cabalgaban, las carretas crujían; una ráfaga de viento le trajo el sonido de un pastor en una colina lejana, que cantaba como seguro que no lo haría si el país no estuviera en paz.</p> <p>Robert Anselm cabalgó hasta ella, pasó las carretas y los jinetes desde la parte posterior de la columna con la celada abierta alojada en el hueco del brazo. El sol del sur le había enrojecido el despoblado cuero cabelludo. Uno de los hombres que caminaban con un archa al hombro silbó como un mirlo y se lanzó a entonar las primeras notas de <i>Ricitos, Ricitos, ¿querrás ser mía?</i> cuando Anselm pasó trotando a su lado sin oírlo, pero solo en apariencia. Ash sintió que una sonrisa le tiraba de los labios, la primera en más de quince días.</p> <p>—¿Todo bien?</p> <p>—Encontré a cuatro de esos gilipollas borrachos como cubas en la carreta del senescal esta mañana. ¡Ni siquiera salieron para dormirla en cualquier otro sitio del campamento! —Anselm guiñó los ojos bajo el sol de la mañana, cabalgaba a su lado, rodilla con rodilla—. Tengo a los alcaides disciplinándolos ahora.</p> <p>—¿Y los robos?</p> <p>—Quejas otra vez. Tres lanzas diferentes: Euen Huw, Thomas Rochester, Geraint ab Morgan antes de dejar Colonia...</p> <p>—Si Geraint tenía más quejas sobre esto antes de dejar Colonia, ¿por qué no hizo él algo?</p> <p>Ash miró con viveza a su segundo al mando.</p> <p>—¿Cómo está resultando Geraint Morgan?</p> <p>Aquel hombre grande se encogió de hombros.</p> <p>—Geraint tampoco es muy aficionado a la disciplina.</p> <p>—¿Lo sabíamos cuando lo cogimos? —Ash frunció el ceño bajo la bruma cada vez más espesa del amanecer—. Euen Huw respondió por él...</p> <p>—Sé que lo descolgaron de la casa del Rey Enrique después de Tewkesbury. Borracho a cargo de una unidad de arqueros... en el campo de batalla. Volvió al negocio familiar de la lana, fue incapaz de adaptarse, terminó de soldado a sueldo.</p> <p>—¡No lo contratamos sólo porque perteneciera a los Lancaster, Roberto! Tiene que hacer su parte, como todos los demás.</p> <p>—Geraint no es ningún Lancaster. Luchó con el Conde de Salisbury en Ludlow... para los York, en el cincuenta y nueve. —Añadió Anselm, al parecer no se fiaba mucho del complejo conocimiento que pudiera tener su capitán de las luchas dinásticas de los <i>rosbif</i>.</p> <p>—¡Por el Cristo Verde, empezó joven!</p> <p>—No es el único...</p> <p>—Ya, ya. —Ash cambió el peso y volvió a llevar su caballo hacia el rucio picado por las pulgas de Roberto—. Geraint es un hijo de puta violento, lascivo, borracho...</p> <p>—Es arquero —dijo Anselm, como si eso fuera suficiente explicación.</p> <p>—... y lo peor de todo, es muy amigo de Euen Huw —continuó Ash. El brillo de sus ojos murió—. Es un fiera en el campo de batalla, pero o se centra o se larga. Mierda. Bueno, al menos lo he dejado al mando junto con Angelotti... Venga, Roberto. ¿Qué pasa con ese ladrón?</p> <p>Robert Anselm guiñó los ojos, miró al cielo, cada vez más oscuro, y luego volvió a mirarla a ella.</p> <p>—Lo tengo, capitán. Es Luke Saddler.</p> <p>Ash recordó mentalmente su rostro: un niño que aún no había cumplido los catorce años; se le veía sobre todo por el campamento con la cara encendida por la cerveza, la nariz sucia y evitado por los otros pajes; Philibert había tenido historias que contar sobre brazos retorcidos y manos que tocaban braguetas.</p> <p>—Lo conozco. El paje de Aston. ¿Qué se lleva?</p> <p>—Monederos, dagas, la silla de montar de alguien, por los clavos de Cristo —comentó Anselm—. Intentó venderla. Entra y sale de la tienda del furriel todo el tiempo, dice Brant, pero sobre todo los equipos personales de los chavales.</p> <p>—Esta vez recórtale las orejas, Robert.</p> <p>Anselm no parecía muy contento.</p> <p>Ash dijo:</p> <p>—Tú, yo, Aston, los alcaides... no podemos evitar que robe, así que...</p> <p>Señaló con un gesto brusco del pulgar a los hombres que cabalgaban y caminaban; hombres duros vestidos con cuero y lino polvoriento, sudando bajo las primeras horas de la mañana italiana, gritándose comentarios unos a otros sobre todo aquello que pasaban, gritos que no se preocupaban por regañinas.</p> <p>—Tenemos que actuar. O lo harán ellos por nosotros. Y probablemente le darán por el culo encima: es un crío muy guapo.</p> <p>Frustrada, recordó la expresión hosca, taimada, de Luke Saddler cuando lo había metido en la tienda de mando, para ver si podría conmoverlo todo el peso del enojo del comandante; aquel día olía a vino de borgoña y se reía sin motivo.</p> <p>Aguijoneada por una inadecuada sensación de haberle fallado al muchacho, le soltó a Anselm:</p> <p>—¿Y, de todas formas, por qué me lo dices a mí? Luke Saddler no es problema mío. Ahora no. Es problema de mi marido.</p> <p>—¡Como si eso te importara dos tetas!</p> <p>Ash bajó la vista con bastante intención y miró la parte frontal de su brigantina. Al final no le daba mucho menos calor que una coraza. Robert Anselm esbozó una amplia sonrisa.</p> <p>—Como si fueras a dejar que del Guiz se preocupara por esta turba —añadió—. Niña, te estás volviendo chiflada, corriendo por todas partes y recogiéndolo todo a su paso.</p> <p>Ash clavó la vista al frente, a través de la bruma marina matinal que empezaba a espesarse sobre el camino, apenas distinguía las figuras de Joscelyn van Mander y Paul di Conti, que cabalgaban con Fernando. Suspiró de forma inconsciente. La mañana olía a tomillo dulce, cuando las ruedas de las carretas lo aplastaban en los bordes de aquel amplio camino de mercaderes.</p> <p>Su marido, Fernando del Guiz, cabalgaba riendo entre los jóvenes y los sirvientes de su séquito, por delante de los carros. Un heraldo cabalgaba con él y un jinete que llevaba el estandarte con las armas de los del Guiz. El estandarte de la compañía del león Azur cabalgaba unos metros por detrás, entre las dos filas de carros, cubriéndose del polvo que levantaba su marido.</p> <p>—¡Dulce Cristo, la vuelta a Colonia va a ser muy puta!</p> <p>Cambió de postura, una costumbre inconsciente en ella, para adaptarse a los movimientos de su montura, un caballo de diario que mucho tiempo atrás había apodado «el Bruto». Olió el mar cerca; y el animal, que también lo hizo, empezó a moverse con nerviosismo. <i>¿Génova y la costa ya no están a más de siete u ocho kilómetros? Podríamos llegar mucho antes del mediodía</i>.</p> <p>La bruma del mar humedeció y asentó el polvo levantado por las filas de caballos que avanzaban penosamente y por las veinticinco lanzas que cabalgaban en grupos de seis o siete entre ellos.</p> <p>Ash se irguió en la silla y señaló:</p> <p>—No reconozco a ese hombre. Allí. Mira.</p> <p>Robert Anselm se colocó a su lado y miró donde ella miraba, entrecerrando los ojos para concentrarse en el perfil exterior de las carretas, carretas conducidas con los escudos todavía atados a los costados, y arcabuceros y ballesteros dentro, en los depósitos.</p> <p>—Sí, sí que lo conozco. —Se contradijo la mercenaria antes de que él pudiera contestar—. Es Agnes. Bueno, o uno de sus hombres. No, es el propio Cordero.</p> <p>—Lo traeré hasta aquí. —Anselm le dio unos golpecitos con las espuelas a los flancos de su bayo y cruzó al trote las filas de carretas.</p> <p>Incluso con las gotas de bruma, hacía demasiado calor para llevar barbote. Ash cabalgaba con celada y una brigantina azul cubierta de terciopelo, los ribetes dorados relucían y la espada bastarda con empuñadura de latón atada al costado. Se acomodó en la silla y aminoró el paso mientras esperaba a que Robert Anselm trajera al recién llegado al interior del campamento móvil.</p> <p>Contempló a Fernando del Guiz, que no había visto nada.</p> <p>—¡Hola, Marimacho!</p> <p>—¡Hola, Agnes! —Ash saludó a su compañero, también comandante mercenario—. ¿Hace calor suficiente para ti?</p> <p>El hombre del pelo enmarañado hizo un gesto que abarcó la armadura completa milanesa con la que cabalgaba, el yelmo de almete que en ese momento llevaba en el borrén de la silla y el martillo de guerra de hierro negro que tenía en el cinturón.</p> <p>—Tienen disturbios gremiales ahí abajo, en Marsella, por la costa. Y ya conoces Génova, muros fuertes, ciudadanos rebeldes y una docena de facciones luchando siempre por ser el Dux. Me cargué al cabeza de los Farinetti en una escaramuza la semana pasada. ¡En persona!</p> <p>Ladeó la mano embutida en el guantelete milanés, la llevó atrás todo lo que le permitía la coraza, y a continuación hizo una embestida imaginaria para ilustrar sus palabras. Su rostro magro estaba quemado de luchar en las guerras italianas. El pelo negro desaliñado le caía por debajo de las hombreras. La sobrevesta blanca de la librea lucía la imagen de un cordero, de cuya cabeza radiaban haces dorados de luz y bordado por encima con hilo negro, «Agnus Dei»<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n38">38</a>.</p> <p>—Nosotros hemos estado arriba, en Neuss. Dirigí una carga de caballería contra el Duque Carlos de Borgoña. —Ash se encogió de hombros, como si dijera, no fue nada, en realidad—. Pero el Duque sigue vivo. Así es la guerra.</p> <p>El Cordero esbozó una amplia sonrisa que mostró los dientes rotos y amarillos entre la barba. Con un marcado italiano del norte, comentó:</p> <p>—Y ahora estás aquí. ¿Qué es esto... nada de exploradores? ¿Ningún espía? ¡Tíos, no me habéis visto hasta que teníais encima! ¿Dónde coño están vuestros adelantados<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n39">39</a>?</p> <p>—Se me dijo que no necesitábamos ninguno. —Ash empleó un tono irónico—. Esto es el campo, pacífico, lleno de mercaderes y peregrinos, y está bajo la protección del Emperador. ¿No lo sabías?</p> <p>El Cordero, Ash había olvidado su verdadero nombre, guiñó los ojos y a través de la bruma se fijó en la cabeza de la columna.</p> <p>—¿Quién es el guapito de cara?</p> <p>—Mi patrón actual. —Ash no miró a Anselm al hablar.</p> <p>—Ah. Bien. Es uno de esos patrones. —Agnus Dei se encogió de hombros, que es un proceso bastante complicado cuando llevas armadura. Los ojos negros del hombre se clavaron en ella—. Mala suerte. Yo me voy a embarcar, en Nápoles. Trae a tus hombres conmigo.</p> <p>—No, no puedo romper un contrato. Además, la mayor parte de mi gente se ha quedado en Colonia, al mando de Angelotti y Geraint ab Morgan.</p> <p>Un movimiento de los labios del Cordero, pesaroso, una afectación.</p> <p>—Vaya, bueno. ¿Qué tal el paso del Brenner? Esperé tres días para que los mercaderes que bajaban a Génova pasaran sus carretas.</p> <p>—Lo encontramos despejado. Salvo que nevó. Estamos en pleno mes de julio, joder, por el amor de Cristo. Perdona, Cordero. Quiero decir que estamos en pleno julio. Odio cruzar los Alpes. Al menos esta vez no nos cayó nada encima. ¿Recuerdas la avalancha del setenta y dos?</p> <p>Ash continuó su cortés conversación, cabalgando a su lado, consciente de las miradas furiosas que le echaba Anselm desde el otro lado; el rucio del hombre avanzaba penosamente, cubiertos tanto el caballo como el jinete del polvo blanco de la creta del camino. De vez en cuando, la mirada de la mercenaria se adelantaba un poco, atravesaba el opalescente resplandor de la bruma y absorbía los contornos borrosos de los rayos del sol que la atravesaban. Las sedas y satenes brillantes de Fernando relucían por donde cabalgaba sin yelmo bajo la luz de la mañana. El crujido de las ruedas y los gritos de los hombres y mujeres que se hablaban entre sí despertaban ecos planos en el camino. Alguien tocaba un pífano desafinado.</p> <p>Después de una pequeña conversación profesional, el Cordero observó:</p> <p>—Entontes te veré en el campo de batalla, <i>madonna</i>. Dios mediante, ¡del mismo lado!</p> <p>—Dios lo quiera —se rió Ash.</p> <p>El Cordero se alejó cabalgando hacia el sureste en lo que la mujer supuso que era el rumbo que habían tomado sus tropas.</p> <p>Robert Anselm comentó:</p> <p>—No le has dicho que tu «actual patrón» es también tu marido.</p> <p>—Así es, no se lo he dicho.</p> <p>Un hombre moreno, bajo, con el pelo rizado, se puso a la altura de Anselm y antes de hablar miró a ambos lados.</p> <p>—¡Jefe, ya casi debemos de estar en Génova!</p> <p>Ash asintió a las palabras de Euen Huw.</p> <p>—Eso supongo.</p> <p>—Dejadme llevarlo de caza. —El pulgar del gales se deslizó por la empuñadura de madera pulida de su daga de misericordia y la acarició—. Mucha gente tiene accidentes cuando sale de caza. Pasa todo el tiempo.</p> <p>—Llevamos veinte carretas y doscientos hombres. Escúchanos. Hemos espantado a toda la caza a varios kilómetros a la redonda. No se lo tragaría. Lo siento, Euen.</p> <p>—Dejadme ensillarle el caballo mañana, cuando volvamos. Un poco de alambre bajo el casco del caballo, bajo el corvejón... ¡oh, jefe, venga!</p> <p>Su mirada no podía evitar calcular cuando atravesaba la bruma para ver qué líderes de lanza viajaban con ella y cuáles cabalgaban con Fernando del Guiz y sus escuderos. Se había producido un cambio aterrador durante el primer par de días; luego el viaje por el río Rin había presentado problemas suficientes para mantener a todo el mundo ocupado y ahora se había estabilizado.</p> <p><i>Tampoco es que se les pueda culpar. Siempre que me preguntan, él deja claro que todas las órdenes ahora pasan por él</i>.</p> <p><i>Pero una compañía dividida no puede luchar. Nos van a trocear como si fuéramos una oveja</i>.</p> <p>Un hombre con cara de patata y unas cuantos mechones de pelo blanco sobresaliéndole bajo el borde de la celada apremió un poco a su roano castrado y alcanzó a Ash. Sir Edward Aston dijo:</p> <p>—Tirad a ese puto mariconzuelo del caballo, muchacha. Si sigue haciéndonos cabalgar sin exploradores, nos vamos a encontrar hasta el cuello. Y no ha hecho las prácticas de lanzas ni una sola noche desde que montamos el campamento.</p> <p>—Y si sigue pagando de más en cada pueblo que paramos para comprar comida y vino, tendremos problemas. —El senescal de Ash, Henri Brant, un hombre fornido de mediana edad al que le faltaban varios dientes, espoleó su palafrén para ponerse a su lado—. ¿Es que no conoce el valor del dinero? No me voy a atrever a asomar la cara entre los gremios cuando volvamos. ¡En los últimos quince días se ha gastado la mayor parte de lo que yo había apartado para que nos durara hasta el otoño!</p> <p>—Ned, tienes razón; Henri, lo sé. —Clavó las espuelas y cambió el peso hacia la izquierda. Su castrado gris escabulló la cabeza y mordió al roano de Aston en el hombro.</p> <p>Ash azotó al Bruto entre las orejas y lo espoleó, salió al trote levantando terrones de polvo húmedo y agradeciendo el aire fresco en la cara.</p> <p>Frenó por un momento al lado de las carretas que albergaban a los embajadores visigodos. Los altos bordes de las ruedas saltaban en las rodadas de la elevada carretera mandando las carretas de un lado para otro. Daniel de Quesada y Asturio Lebrija yacían atados de pies y manos con cuerda de cáñamo y rodaban con cada sacudida.</p> <p>—¿Ha ordenado esto mi marido?</p> <p>Un jinete que cabalgaba con la ballesta cruzada en la silla escupió. Ni siquiera miró a Ash.</p> <p>—Sí.</p> <p>—Suéltalos.</p> <p>—No puedo —dijo el hombre al tiempo que Ash ya hacía una mueca mental y pensaba, <i>¿cuál es la primera regla, chiquilla? Jamás des una orden si no sabes si van a obedecer</i>.</p> <p>—Suéltalos cuando Lord Fernando te lo mande —dijo Ash mientras golpeaba otra vez al Bruto con la mano enguantada al ver que el castrado intentaba acercarse cautelosamente a la montura del ballestero con una luz maliciosa en los ojos—. Cosa que hará... a ti te hace falta un buen galope para quitarte el mal humor, Bruto. ¡Arre!</p> <p>El último comentario de Ash iba dirigido a su caballo. Lo espoleó y del trote pasó al medio galope y de ahí al galope; entretejió una ruta estruendosa entre las filas de las carretas que se movían e hizo caso omiso de las toses y los tacos de aquellos que cubría de polvo. La bruma empezó a levantarse mientras galopaba. Una docena de gallardetes de lanza surgieron sobre las carretas.</p> <p>El bayo brillante de Fernando se había adelantado a todo el grupo. Levantaba la cabeza y mordía el bocado mientras las riendas formaban un lazo peligrosamente bajo. Ash se dio cuenta de que le había dado su yelmo a su escudero, Otto, y ese tal Matthias (ni caballero ni escudero) llevaba su lanza. La piel del gallardete de cola de zorro relucía apagada, bajo la humedad de la bruma, y se inclinaba sobre el mástil por encima de su cabeza.</p> <p>El corazón de la mercenaria se agitó en cuanto lo vio. <i>El chico de oro</i>, pensó. La viva imagen de un caballero: fuerte y reluciente. Cabalgaba con facilidad y la cabeza descubierta. La armadura gótica mostraba un acabado suntuoso y delicado: hombreras y quijotes acanalados, cada bisagra orlada con una pieza decorativa de metal perforado. La condensación resplandecía en la curva de la coraza y en su cabello dorado y enredado, y en el latón pulido de la flor de lis que bordeaba los puños de los guanteletes.</p> <p><i>Yo nunca fui así de irreflexiva</i>, pensó con una punzada de envidia. <i>Lo ha tenido desde que nació. Ni siquiera tiene que pensar en ello</i>.</p> <p>—Mi señor. —Se puso a su altura. Su marido volvió la cabeza. Tenía las mejillas cubiertas de un vello dorado. Hizo caso omiso de ella y medio se volvió en la silla para hablar con Matthias; la larga espada de monta que se balanceaba en su cadera golpeó el flanco del bayo. El caballo pateó, ofendido, y el grupo entero de jóvenes se puso en movimiento con un giro, gritaron de buenas formas y luego recuperaron la formación.</p> <p>El grupo de escuderos que cabalgaba alrededor de Fernando no parecía muy dispuesto a dejarla entrar. Aflojó un poco las riendas, lo que le permitió a Bruto sacar la cabeza como una serpiente y soltarle un bocado a uno en las ancas.</p> <p>—¡Joder! —El joven caballero le dio unos tirones a las riendas cuando su caballo se retiró un poco. Montura y jinete se alejaron tambaleándose y corcoveando en círculos.</p> <p>Ash se deslizó con pulcritud al lado de Fernando del Guiz.</p> <p>—Entró un mensajero. Ha habido problemas en Marsella.</p> <p>—Eso está a muchas leguas de aquí. —Fernando cabalgaba utilizando las dos manos para sujetar un odre de vino e inclinarlo con los brazos totalmente extendidos. Los primeros chorros le cayeron en la boca; tosió; el vino del color de la paja se vertió por la parte frontal de su coraza acanalada.</p> <p>—¡Tú ganas, Matthias! —Fernando soltó el cuero medio lleno de vino. Cayó al suelo con un golpe seco y estalló. Arrojó un puñado de monedas. Otto y otro paje se acercaron al caballo para desabrochar correas, cortar ojales, y quitarle las hombreras, la coraza y el espaldar. Todavía con las defensas de los brazos puestas, Fernando rebanó los lazos del jubón armado y los ojales de la cintura con la daga y se arrancó el jubón húmedo— ¡Otto! Hace demasiado calor para llevar arnés<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n40">40</a>. Que levanten mi pabellón. Me voy a cambiar.</p> <p>La prenda desechada cayó también al suelo. Fernando del Guiz cabalgaba ya solo con la camisa, la seda blanca se abultaba sobre la cintura, donde se le había salido de las calzas. Las calzas se le deslizaron hasta los quijotes, la tela de la bragueta se tensaba sobre la entrepierna. Cuando desmontara, se le caerían; se las quitaría y seguiría caminando, sin preocuparse por nada, solo con la camisa puesta. Ash cambió de postura en la silla.</p> <p>Quería extender la mano, llegar hasta la silla de él y luego meterle la mano entre las piernas.</p> <p>El heraldo dio un giro y lanzó una larga llamada.</p> <p>Ash dio una sacudida y dijo:</p> <p>—¿Nos paramos?</p> <p>La sonrisa de Fernando abarcó a los líderes de lanza de la mercenaria que viajaban con él así como a sus escuderos, pajes y jóvenes amigos nobles.</p> <p>—Yo me paro. Las carretas se paran. Vos podéis hacer lo que deseéis, por supuesto, mí señora esposa.</p> <p>—¿Quieres que le den de comer y beber a los embajadores durante la parada?</p> <p>—No. —Fernando tiró de las riendas cuando las carretas de plomo se detuvieron.</p> <p>Ash cabalgaba a horcajadas de Bruto y echó una mirada a su alrededor. La bruma matinal seguía levantándose. Tierra rota, rocas amarillas, maleza seca y marrón tras la larga sequía del verano. Unos cuantos matorrales, no se les podía ni llamar árboles. Terreno elevado a doscientos metros de la amplia carretera. Un paraíso para exploradores, espías y hombres a pie. Quizá incluso unos bandidos a caballo podían escabullirse hasta allí.</p> <p>Godfrey Maximillian llegó despacio hasta ella con su palafrén.</p> <p>—¿Estamos muy cerca de Génova?</p> <p>La barba del sacerdote estaba blanca y el polvo húmedo que se asentaba en las arrugas de su cara ofrecía a la mercenaria una premonición del aspecto que tendría el cura a los sesenta años.</p> <p>—¿Seis kilómetros? ¿Quince? ¿Tres? —Se golpeó con el puño el muslo—. ¡Estoy ciega! Me prohíbe mandar exploradores, me prohíbe contratar guías locales; tiene ese puto itinerario impreso para los peregrinos que van a los puertos a embarcarse a Tierra Santa, ¡y cree que eso es todo lo que necesitamos! Es un caballero perteneciente a la nobleza, ¡a él no va a tenderle nadie una emboscada! ¿Y si los de antes no hubieran sido los hombres del Cordero? ¿Y si hubiera sido algún bandido?</p> <p>Se detuvo al ver que Godfrey sonreía y sacudió la cabeza.</p> <p>—Sí, vale, lo reconozco, ¡la diferencia entre Cordero y un bandido es un poco difícil de reconocer! Pero oye, así son los mercenarios italianos.</p> <p>—Una calumnia sin base alguna, seguro. —Godfrey tosió, bebió de su jarra y se la tendió a la mujer—. ¿Vamos a plantar el campamento dos horas después de salir?</p> <p>—Mi señor quiere cambiarse de ropa.</p> <p>—Otra vez. Tendrías que haberlo tirado de la barcaza al Rin antes de llegar a los Cantones, por no hablar ya de cruzar los Alpes.</p> <p>—Eso no es muy cristiano por tu parte, Godfrey.</p> <p>—¡Mateo diez, treinta y cuatro<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n41">41</a>!</p> <p>—No creo que eso sea exactamente lo que pretendía decir Nuestro Señor... —Ash se llevó la jarra de cerámica a los labios. La tenue cerveza le escoció en la boca. Era tibia, un tanto desagradable y aun así (al estar húmeda) se agradecía muchísimo—. Godfrey, no puedo presionar, ahora no. No es el momento de empezar a pedirle a mi gente que escoja entre él y yo. Sería un caos. Tenemos que funcionar por lo menos hasta que volvamos de este encargo de idiotas.</p> <p>El sacerdote asintió con lentitud.</p> <p>Ash dijo:</p> <p>—Voy a cabalgar hasta la cima de la próxima elevación mientras está ocupado. Estamos paseando en medio de una bruma en más de un sentido. Voy a echar un vistazo. Godfrey, vete a mostrarles un poco de caridad cristiana a Asturio Lebrija y su amigo. No creo que mi señor esposo les haya dado de comer esta mañana.</p> <p>El palafrén de Godfrey volvió a bajar penosamente por la columna.</p> <p>Jan-Jacob Clovet y Pieter Tyrrell alcanzaron a Ash cuando el Bruto subía nervioso y sin muchas ganas la colina; dos jóvenes flamencos rubios y casi idénticos, con rostros sin afeitar, manchas de sebo en las mangas debajo de las brigantinas y ballestas en las sillas. Olían a vino pasado y semen; supuso que los habían sacado de una carreta de putas antes del amanecer; seguro, si los conocía bien, que de la carreta de la misma mujer.</p> <p>—Jefe —dijo Jan-Jacob—, haced algo con ese hijo de puta.</p> <p>—Ocurrirá cuando llegue el momento. Si actúas sin mis órdenes te clavo los huevos a una plancha de madera.</p> <p>En circunstancias normales, habrían esbozado una amplia sonrisa. Pero ahora Jan-Jacob insistió.</p> <p>—¿Cuándo?</p> <p>Pieter añadió.</p> <p>—Dicen que no vais a matarlo. Dicen que estáis encoñada. Dicen «¿qué se puede esperar de una mujer?».</p> <p>Y si <i>pregunto quiénes lo «dicen», solo recibiré evasivas y ninguna respuesta</i>. Ash suspiró.</p> <p>—Oídme, tíos... ¿hemos roto alguna vez algún contrato?</p> <p>—¡No! —respondieron al unísono.</p> <p>—Bueno, pues no se puede decir lo mismo de todas las compañías de mercenarios. Nos pagan porque no cambiamos de bando cuando hemos firmado un contrato. La ley es lo único que tenemos. Firmé un contrato con Fernando cuando me casé. Hay una razón por la que esto no es fácil.</p> <p>Espoleó al Bruto para que subiera hacia el horizonte azul que empezaba ya a iluminarse.</p> <p>—Esperaba que Dios lo hiciera por mí, o algo así —dijo melancólica—. Nobles jóvenes temerarios y bebedores se caen del caballo y se rompen el cuello todos los días; ¿por qué no podía ser él uno de ellos?</p> <p>—Tarea para la ballesta. —Pieter le dio unos golpecitos al estuche de cuero de la suya.</p> <p>—¡No!</p> <p>—¿Folla bien?</p> <p>—Jan-Jacob, saca la cabeza de la bragueta por una vez... ¡hostia puta!</p> <p>La brisa se llevó la bruma cuando llegaron a la cima de la cresta. La hacía rodar, empujándola hacia el mar. El sol mediterráneo rebotaba ardiente sobre las colinas de color ocre. Lucía un cielo azul borroso y (a no más de tres o cuatro kilómetros de distancia) la luz se reflejaba en las olas que se acercaban a la orilla. La costa. El mar.</p> <p>Una flota cubría la bahía, y todo el mar que había más allá.</p> <p>Nada de barcos mercantes.</p> <p>Barcos de guerra.</p> <p>Velas blancas y gallardetes negros. Ash pensó en apenas un segundo ¡ahí abajo hay media flota de guerra!, y ¡gallardetes visigodos!</p> <p>El viento le trajo el sabor de la sal a los labios. Se quedó mirando por un momento largo, horrorizada, inmóvil. Las proas afiladas como cuchillos de las trirremes negras cortaban la superficie plateada y plana del mar. Más de diez, menos de treinta. Entre ellas, enormes quinquerremes, cincuenta o sesenta naves. Y más cerca de la costa, grandes transportes de tropas de poco calado que desaparecían de su vista tras las murallas de Génova, las ruedas que los conducían dejaban caer salpicaduras marinas del color del arco iris. Débilmente, a través de la distancia que los separaba, la mercenaria oyó los golpes secos de su progreso<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n42">42</a>.</p> <p>Y luego observó el humo negro que se elevaba de los tejados de pizarra de la ciudad portuaria amurallada y vio hombres moviéndose entre los muros de yeso pintado y las sinuosas calles de Génova.</p> <p>Ash susurró:</p> <p>—Descarga de transportes de tropas, número desconocido, ataque de flota, no hay navíos aliados; tengo una fuerza de doscientos hombres.</p> <p>—Retírate o ríndete.</p> <p>Siguió mirando con la boca abierta la costa que se veía bajo las colinas, sin apenas prestar atención a la voz que resonaba en su cabeza.</p> <p>—¡El Cordero se ha metido justo entre ellos! —Horrorizado, Jan-Jacob señaló el estandarte con el Agnus Dei blanco, unos dos kilómetros por delante. Ash hizo un rápido cálculo mental de los grupos de hombres que tenía el mercenario corriendo.</p> <p>Pieter ya había espoleado el caballo y había girado en redondo, apenas era capaz de controlar a su yegua.</p> <p>—¡Daré la alarma!</p> <p>—¡Espera! —Ash levantó una mano con la palma hacia fuera—. Bien. Jan-Jacob, que formen los arqueros montados. Dile a Anselm que quiero a los caballeros levantados y armados, ¡con él como capitán! Pieter, dile a Henri Brant que hay que abandonar todas las carretas, a todos los que vayan dentro se les van a entregar armas y se les va a ordenar que cojan un caballo. Haced caso omiso de todo lo que os diga cualquiera que lleve la librea de del Guiz... ¡voy a hablar con Fernando!</p> <p>Bajó galopando la colina hasta el estandarte del león Azur que estaba en el centro de las carretas. Entre la miríada de hombres distinguió a Rickard, le chilló al muchacho que trajera a Godfrey y a los embajadores extranjeros y siguió galopando hacia el pabellón de rayas verdes y doradas que se estaba levantando entre una confusión de vigas, cuerdas y ganchos. Fernando estaba sentado en su caballo, bañado por el sol y charlando animadamente con sus compañeros.</p> <p>—¡Fernando!</p> <p>—¿Qué? —Se volvió en la silla. Una expresión arrogante se hizo cargo de su boca, un descontento extraño para lo que ella estaba empezando a pensar que no era más que una naturaleza descuidada. <i>Saco la crueldad que lleva dentro</i>, pensó la joven, y se tiró de la silla, se quedó de pie aposta y le cogió las riendas, de tal modo que tuvo que levantar la cabeza para hablar con él.</p> <p>—¿Qué pasa? —Se tiró de las calzas, que se le caían y ya se le arrugaban alrededor de las nalgas—. ¿No ves que estoy esperando para vestirme?</p> <p>—Necesito tu ayuda. —Ash dio un profundo suspiro—. Nos han engañado. A todos. Los visigodos. Su flota. No navega rumbo al Cairo, contra los turcos. Está aquí.</p> <p>—¿Aquí? —Bajó la vista y la miró asombrado.</p> <p>—Conté al menos veinte trirremes... ¡y sesenta putos quinquerremes bien grandes! Y transportes de tropas.</p> <p>El rostro del joven adquirió una expresión abierta, inocente, divertida.</p> <p>—¿Visigodos?</p> <p>—¡Su flota! ¡Sus armas! ¡Su ejército! ¡Han recorrido ya una legua por esa carretera!</p> <p>Fernando se quedó con la boca abierta.</p> <p>—¿Qué están haciendo aquí los visigodos?</p> <p>—Quemar Génova.</p> <p>—Quemar...</p> <p>—¡Génova! Es una fuerza de invasión. Jamás he visto tantos barcos en un solo lugar... —Ash se limpió un trozo de polvo de los labios—. El Cordero se ha tropezado con ellos. Se están produciendo luchas.</p> <p>—¿Luchas?</p> <p>El tal Matthias, en un dialecto del sur de Alemania, dijo.</p> <p>—Sí, Ferdie, luchas. Entrenamientos, torneos, ¿guerras? ¿Ese tipo de cosas?</p> <p>Femando dijo:</p> <p>—Guerra.</p> <p>El joven alemán lo riñó con talante animoso:</p> <p>—Si quisieras molestarte. ¡Entreno yo más que tú! Si es que eres más vago que un oso, joder...</p> <p>Ash interrumpió la ociosa conversación.</p> <p>—Mi señor marido, tienes que ver esto. ¡Vamos!</p> <p>Volvió a montar, hizo girar al Bruto y lo espoleó sin piedad, con lo que se ganó una coz (por cuestiones de temperamento) y luego una galopada larga, baja, difícil, pendiente arriba para llegar sudando y nerviosa a asomarse por la larga cuesta a Génova.</p> <p>Esperaba que Fernando estuviese a su lado en un par de latidos: le pareció que pasaban largos minutos hasta que subió él, con la coraza y el espaldar atados a su cuerpo casi de cualquier manera y el lino blanqueado de las mangas de la camisa sobresaliendo entre las placas de los brazos.</p> <p>—¿Bueno? ¿Dónde...? —Se le apagó la voz.</p> <p>La base de la colina estaba negra, repleta de hombres que corrían.</p> <p>Otto, Matthias, Joscelyn van Mander, Ned Aston y Robert Anselm, todos llegaron a su lado en un frenesí de crines y nubes de polvo húmedo. Todos quedaron en silencio bajo la bruma de la mañana. Allí delante, el humo de Génova mancillaba el cielo.</p> <p>En el mismo tono asombrado de Fernando del Guiz, Joscelyn van Mander dijo:</p> <p>—¿Visigodos?</p> <p>Robert Anselm dijo:</p> <p>—O venían a por nosotros o a por los turcos. Resultó que éramos nosotros.</p> <p>—Escuchad. —Los nudillos de Ash empalidecieron sobre las riendas—. Una docena de hombres montando solos pueden moverse más rápido que esta compañía. Mi señor marido, Fernando... vuelve con los caballos, díselo al Emperador, ¡tiene que saberlo ya! ¡Llévate a Quesada y a Lebrija contigo como rehenes! Puedes hacerlo en unos cuantos días si cabalgas sin parar.</p> <p>El joven se quedó mirando desde su caballo a los estandartes que se aproximaban por el mar. Tras él, los líderes de lanza y los hombres del león Azur eran una masa de yelmos de acero y banderas polvorientas, las cabezas de las lanzas rielaban con el calor. Fernando dijo:</p> <p>—¿Y por qué no tú, capitán?</p> <p>Serena sobre las rodadas polvorientas, oliendo a caballo, mojada por el sudor, Ash se sintió como si estuviera poniendo la mano sobre una espada conocida: una sensación de control que no sentía desde que habían abandonado Colonia quince días antes.</p> <p>—Eres un caballero —le dijo—, no un campesino, ni un mercenario. A ti te escucharán.</p> <p>Anselm consiguió decir, con tono servil:</p> <p>—Tiene razón, mi señor. —Roberto no se encontró con la mirada de Ash pero la joven le leyó el pensamiento con la claridad que le daba tantos años de relación. <i>¡No dejes que a este muchacho se le ocurran ideas sobre cargas de muerte o gloria contra esa hueste!</i></p> <p>—Hay sesenta quinquerremes... —Van Mander parecía asombrado—. Treinta mil hombres.</p> <p>Fernando bajó la vista y miró a Ash. Luego, como si no hubiera hablado nadie, como si fuera decisión suya, le gritó.</p> <p>—¡Le llevaré a mi imperial primo la noticia! Tú lucha contra esos bastardos por mí. Te lo ordeno.</p> <p><i>¡Lo pillé!</i>, pensó ella exultante y luego humilló con la mirada a Joscelyn van Mander, que había escuchado la orden con toda claridad.</p> <p>Hicieron girar los caballos por tácito consentimiento y bajaron trotando la pendiente. El primer calor de la mañana cubrió de sudor cremoso los flancos de los caballos. La bruma marina de la costa mediterránea se disipó un poco más. La dura luz del sol le escoció a la mercenaria en los ojos.</p> <p>Le hizo un gesto a Godfrey Maximillian cuando se acercó con los dos visigodos tambaleándose tras él.</p> <p>—Súbelos a unos caballos. Encadénales las muñecas. ¡Vete!</p> <p>Ash le dio un golpe con la palma enguantada y abierta al cuello satinado del Bruto. No podía dejar de sonreír. El castrado se encabritó y le volvió la boca; los dientes inmensos sacaron chispas a las grebas de metal que le cubrían los flancos.</p> <p>—Está bien, Bruto, así que te gusta la gente, ¿por qué cojones no puedes tolerar a los demás caballos? Uno de estos días te convertirás en estofado. Estate quieto.</p> <p>Un objeto duro la golpeó con un ruido sordo entre los hombros, mellando las placas de metal que llevaba en el interior de la brigantina. Ash lanzó un taco. La flecha gastada cayó al suelo.</p> <p>Hizo girar al castrado con las rodillas.</p> <p>Una fila de caballos ligeros y jinetes con librea negra se recortaba sobre la colina que tenía delante. Arqueros montados.</p> <p>—¡Parad! —le gritó a Henri Brant al ver que el senescal le voceaba a los boyeros y a los hombres de armas para que levantaran aquellos vehículos de grandes ruedas y formaran con ellos un fuerte de carretas—. Ya os podéis olvidar de eso. ¡Ahí abajo hay un puto ejército! Coged lo que podáis en caballos de carga. Dejaremos el resto.</p> <p>Espoleó el caballo hasta el lugar donde Anselmo formaba una larga fila de caballeros montados en el fondo de la colina con Jan-Jacob y Pieter a ambos lados con arqueros montados.</p> <p>Azuzó al Bruto con ferocidad. Ojalá estuviera montando a Godluc... ¡puto Fernando! «No traigas caballos de guerra, cabalgamos en son de paz». Tenía la espada bastarda en la mano derecha, no recordaba haberla desenvainado; y sus manos desprotegidas no llevaban más que los guantes de montar de cuero: el estómago se le encogió de puro terror por lo vulnerable que era a las armas de filo cortante. Se permitió mirar un momento para ver a una docena de jóvenes caballeros alemanes que cabalgaban como alma que lleva el diablo camino abajo, perdidos en penachos de polvo; luego cruzó al galope la línea de batalla, salió al flanco y se quedó mirando el mar.</p> <p>Estandartes oscuros con grupúsculos de hombres bajo ellos se esforzaban por las pendientes rocosas hacia ella. El sol sacaba reflejos de sus armas. Un par de miles de lanzas, al menos.</p> <p>Volvió al galope al estandarte del león Azur y también encontró allí a Rickard, con su estandarte personal. Se acercó con Robert Anselm y exclamó:</p> <p>—¡Hay árboles tres kilómetros más atrás! Henri, todos los que vayan en las carretas van a cortar las correas de sus caballos, que carguen lo que puedan y que monten. Cuando lleguéis a la curva que hay a un kilómetro y medio, dejad el camino y cabalgad hacia las colinas. Nosotros os cubriremos.</p> <p>Ash hizo girar al Bruto en el sitio, sobre los cascos traseros y se puso al frente de la línea de batalla. Se encaró con ellos: unos cien hombres con armadura y a caballo, otros cien por los flancos, con arcos:</p> <p>—Siempre he dicho que sois unos bastardos que haríais cualquier cosa por vino, mujeres y una canción, ¡pues allá va vuestro vino, rumbo a los bosques de ahí atrás! Dentro de un minuto vamos a seguirlo. Primero a estos hijos de puta del sur les vamos a poner las cosas lo bastante difíciles como para que no se atrevan a seguirnos. Lo hemos hecho en otras ocasiones ¡y lo haremos otra vez!</p> <p>Voces toscas entonaron:</p> <p>—¡Ash!</p> <p>—¡Los arqueros arriba, en la cima..., moveos! Recordad, no volvemos hasta que vuelve el estandarte. ¡Y luego volvemos con tranquilidad! Y si son lo bastante estúpidos como para seguirnos a los bosques, se merecen todo lo que les caiga encima. Muy bien, ¡aquí vienen!</p> <p>Euen Huw voceó.</p> <p>—¡Apuntad! ¡Soltad!</p> <p>El silbido fino de una flecha partiendo aire, seguido por doscientas más. Ash vio a un jinete con librea visigoda en la colina que levantaba los brazos y caía, con virotes de ballesta emplumados bajo el corazón.</p> <p>Una multitud de lanceros de la colina volvió corriendo.</p> <p>Anselm exclamó:</p> <p>—¡Mantened la formación!</p> <p>Ash, en uno de los extremos, vio más visigodos a caballo con arcos pequeños y curvados en las manos y murmuró.</p> <p>—Unos sesenta hombres, saben disparar a caballo.</p> <p><i>Si se reúnen, carga contra ellos con caballeros. Si corren, retirada</i>.</p> <p>—Ahá —murmuró pensativa para sí y le hizo una señal al estandarte del león Azur para que se retirara. Le hizo otra señal a la columna para que montara. A un kilómetro a paso de marcha, con los ojos clavados en los arqueros de la caballería visigoda, que no los siguieron.</p> <p>—No me gusta esto. No me gusta esto en absoluto...</p> <p>—Hay algo raro. —Robert Anselm tiró de las riendas a su lado mientras los hombres de armas pasaban a su lado a caballo y subían al terreno elevado—. Esperaba que esos hijos de perra se nos echaran encima.</p> <p>—Los superamos en número. Los haríamos pedazos.</p> <p>—Eso nunca detuvo a las tropas de siervos visigodos. Son un chaparrón de mierda indisciplinada.</p> <p>—Sí. Lo sé. Pero hoy no están actuando así. —Ash levantó la mano y se bajó un poco la cimera de la celada para protegerse los ojos con el pico de metal—. Gracias a Cristo que se fue. Te juro que pensé que mi señor esposo iba a ordenarnos que cargáramos directamente contra esos.</p> <p>A lo lejos, hacia los edificios en llamas de Génova, vio estandartes. No gallardates, sino banderas visigodas coronadas con lo que podrían ser (dado que la distancia era engañosa) águilas doradas.</p> <p>Le llamó la atención un movimiento bajo las águilas.</p> <p>Visto solo, podría haber sido un hombre. Visto con los comandantes visigodos sobre los lejanos páramos, estaba claro que les sacaba una cabeza. El sol brillaba sobre sus superficies ocres y de latón. Conoce esa silueta.</p> <p>Ash contempló, al gólem de arcilla y latón que empezaba a moverse hacia el sureste. No caminaba más deprisa que un hombre, pero aquel movimiento incesante se comía el terreno y jamás vacilaba sobre rocas ni orillas, hasta que lo perdió bajo la calima.</p> <p>—Mierda —dijo—. Los están enviando como mensajeros. Eso quiere decir que esta no es la única cabeza de playa.</p> <p>Anselm le dio unos golpecitos en el hombro. Ella siguió la señal de su brazo. Se alejaba otro gólem, este se dirigía al noroeste, por la costa. Tan rápido como el trote de un hombre. Más lento que un caballo... pero incansable. No necesitaba comida ni descanso, viajaba tan bien de noche como de día. Ciento ochenta kilómetros en veinticuatro horas y en las manos de piedra, órdenes escritas.</p> <p>—¡No hay nadie preparado! —Ash cambió de postura en la silla de guerra—. No solo engañaron a nuestras redes de espías, Robert. Los bancos, los sacerdotes, los príncipes... que Dios nos ayude. No van tras los turcos. Nunca fueron tras los turcos...</p> <p>—Vienen a por nosotros. —Gruñó Robert y se giró para cabalgar con la columna—Es una puta invasión.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 3</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>P<style style="font-size:80%">ARA CUANDO ALCANZARON</style> en las primeras pendientes de las colinas al tren de equipaje cargado a toda prisa, la cabeza de la columna ya se desvanecía en un valle coronado por un acantilado. Ash cabalgaba entre cien arqueros y cien hombres de armas. Las rodadas de las ruedas revolvían la carretera y los tojos bajos, las últimas carretas abandonadas marcaban el lugar donde los animales de carga habían dejado la carretera principal. Ash guiñó los ojos a través de un aire que empezaba a rielar a medida que la mañana se calentaba. Lo más probable es que un río fluyera por el valle, en invierno. Estaba seco, ahora.</p> <p>Robert Anselm, Euen Huw, Joscelyn van Mander, sus pajes y el senescal, Henri Brant, se apiñaban bajo su estandarte mientras doscientos hombres armados pasaban cabalgando. Los arreos tintineaban.</p> <p>Ash dio un golpe seco con el puño en la silla. Se quedó por un momento sin aliento.</p> <p>—Si están quemando Génova, están preparados para ir a la guerra con Saboya, Francia, las ciudades italianas, el Emperador... ¡dulce Cristo Verde!</p> <p>Van Mander la miró, enfadado.</p> <p>—¡Es imposible!</p> <p>—Está ocurriendo. Joscelyn quiero a tus lanzas delante, en vanguardia. Euen, ocúpate de los arqueros; Robert, para ti los hombres de armas montados. Henri, ¿pueden mantener el ritmo los animales de carga?</p> <p>El senescal, que ahora llevaba una armadura forrada mal ajustada, asintió con entusiasmo.</p> <p>—Vemos lo que tenemos detrás. ¡Seguirán el ritmo!</p> <p>—Muy bien, vamos.</p> <p>Hasta que entró en el escarpado valle, y en el refugio que le ofrecía, no se dio cuenta de que la brisa, cada vez mayor, le retumbaba en los oídos, allí fuera, en el páramo. El silencio del lugar resonaba ahora con los cascos de los caballos, el tintineo de los arneses, los murmullos de los hombres. El sol entraba sesgado a través de los pocos pinos del suelo del valle. Los promontorios que había a ambos lados estaban repletos de pinos y ramas muertas. Y colmado de monte bajo, en los bordes del acantilado, donde los árboles no le robaban el alimento a las zarzas.</p> <p>Le picaba el cuello. Con completa claridad, Ash pensó, <i>mierda, por eso no atacaron; ¡nos han vuelto a meter en una emboscada!</i>, y abrió la boca para chillar.</p> <p>Una tormenta de ochenta flechas oscureció el aire. Una multitud de ellas dio en el blanco, todas en la lanza de Joscelyn van Mander, que iba en cabeza. Por un segundo fue como si no hubiera pasado nada. El zumbido murió. Luego gritó un hombre, el metal resplandeció; otra espesura de flechas sobresalió de los flancos de los caballos, de los hombros de los hombres, de la cimera de una celada; siete caballos chillaron y se volvieron atrás y la cabeza de la columna se convirtió en un caos de hombres que corrían, desmontaban e intentaban controlar a los aterrorizados caballos.</p> <p>Ash perdió las riendas del Bruto. El castrado gris corcoveó y dio un salto, con los cuatro cascos lejos del suelo, cayó sobre unas raíces de pino endurecidas por el tiempo (con seis flechas de astas negras sobresaliéndole del cuello y de los cuartos delanteros), la mercenaria sintió que el hueso de la pata trasera del animal se hacía pedazos.</p> <p>Se hizo a un lado para salir de la silla cuando el animal cayó. Una mirada le permitió ver a hombres subidos a los escarpados laterales del valle, disparando arcos curvados pequeños y maliciosos y el siguiente vuelo en masa de flechas bajó chillando entre los escasos árboles y alcanzó la lanza de retaguardia de Ned Aston y la convirtió en una masa de caballos alborotados, hombres caídos y un caos puro y ensangrentado.</p> <p>Se golpeó contra el pie de un árbol con un crujido metálico y la fuerza suficiente para comprimir las placas de la brigantina. Un hombre que acababa de desmontar la aupó, (¿Pieter?). Llevaba su estandarte personal en la otra mano.</p> <p>Su caballo gris gritó. La mercenaria se apartó de un salto de las patas destrozadas, que no dejaban de moverse; se acercó con la espada en la mano, <i>¿cómo? ¿cuándo?</i>, y le abrió la gran vena de la garganta.</p> <p>Todo el valle hervía de caballos alborotados y chillidos. Una yegua baya salió disparada al lado de Aston, rumbo al páramo.</p> <p>La derribó una flecha.</p> <p>Todas las salidas bloqueadas.</p> <p>Se sujetó con el cuerpo pegado al pegajoso tronco resinoso de un pino y la cimera levantada de un golpe y, desesperada, miró a su alrededor. Una docena o más de hombres en el suelo, rodando sobre el polvo; el resto haciendo girar las monturas, en busca de refugio, (pero no hay refugio), se dirigen hacia la base de la cuesta, setenta grados de inclinación, pero no hay forma de subirla. Flechas con cabezas afiladas clavadas en la carne, arrancadas de las grandes cargas atadas a toda prisa en las mulas.</p> <p>El camino que tenían delante, bloqueado. Un puñado de hombres, van Mander derribado; seis de sus hombres intentan arrastrarlo hacia la orilla del lecho del río seco, como si dos centímetros de tierra pudieran protegerlos de cien cabezas asesinas de flecha afiladas como cuchillas...</p> <p>La gran Isobel, que cargaba con las riendas de una mula, levantó los brazos y se sentó. Un astil de madera, grueso como el pulgar de un hombre, se le había clavado en la mejilla, le había atravesado la boca y le salía por la parte posterior del cráneo. Vómito y sangre le manchaban el corpiño de lino marrón. La cabeza de metal chorreaba.</p> <p>Ash bajó la cimera de golpe. Se arriesgó a levantar la mirada hacia el borde del acantilado. La luz se reflejaba en un yelmo. Se movía un brazo. La parte superior de los arcos era un matorral móvil. Un hombre se levantó para disparar y apenas fue capaz de verle la cabeza y los hombros. ¿Cuántos había allí arriba: cincuenta, cien?</p> <p>Fría y realista, la mercenaria pensó: <i>niña, no eres tan especial como para no poder morir todavía, hecha pedazos en una estúpida emboscada en unas colinas sin nombre. No podemos dispararles a ellos, no podemos subir por ahí, somos peces en un barril, estamos muertos</i>.</p> <p><i>No, no lo estamos</i>.</p> <p>Así de simple: ni siquiera tuvo tiempo de formular una pregunta para la voz de su santo. Agarró del brazo al portador del estandarte. Tenía la idea totalmente formada, sencilla, obvia y sucia.</p> <p>—Tú, tú y tú; ¡conmigo, ahora!</p> <p>Corrió lo bastante deprisa como para dejar atrás al portador del estandarte y a dos escuderos, cayó con un golpe seco tras las mulas de equipaje mientras la tormenta de flechas visigodas chillaba sobre su cabeza.</p> <p>—¡Saca las antorchas! —le gritó a Henri Brant. Su senescal se la quedó mirando, con la boca abierta—. ¡Las putas antorchas, ahora! ¡Llama a Pieter!</p> <p>Agarró a Pieter Tyrrell cuando Rickard volvió corriendo con él, todos agazapados, apelotonados detrás de las mulas de carga, que chillaban sin parar. El portador de su estandarte agarraba con fuerza el mástil con los guanteletes y agachaba la cabeza para protegerse de las flechas. El aire apestaba a estiércol de mula, a sangre y a la resina de las pendientes boscosas de la cresta.</p> <p>—Pieter, coge esto... —Revolvió en la mochila en busca de yesca y pedernal, y solo pudo indicar con un gesto de la barbilla los fardos de antorchas con las cabezas empapadas en brea que Henri Brant liberaba con su daga de sus ataduras—. Coge eso y llévate seis hombres. Sube como un diablo por este valle, por delante de nosotros... que parezca que huyes. Trepa la colina. Incendia los árboles de la cima del acantilado. Arrastra las antorchas con cuerdas tras los caballos. En cuanto veas el incendio, corta por el noroeste. Si no nos recoges en el camino del norte, espérame en el Brenner. ¿Entendido?</p> <p>—¿Fuego? Cristo, jefe, ¿un incendio forestal?</p> <p>—Sí. ¡Vete!</p> <p>La yesca y el acero chispearon. El pedernal blando de la caja se encendió, rojo y negro.</p> <p>—¡Hecho! —Pieter Tyrrell se giró de golpe y se agachó para chillar media docena de nombres.</p> <p>Ash se escabulló por la colina. Un virote de ballesta visigoda provocó una explosión de astillas en el tronco de un pino, a un metro de ella y de su estandarte. Lanzó al aire un brazo, estremecida. Las astillas retumbaron en su coraza y en los brazales. Las suelas de las botas de montar resbalaron en la pendiente cubierta de agujas de pino. Se estrelló al lado de Robert Anselm, detrás de un pino medio caído.</p> <p>—¡Qué estén listos para atacar cuando yo lo diga!</p> <p>—¡Esa pendiente es una putada! ¡Nos harán pedazos!</p> <p>Ash miró a su alrededor y contempló a los hombres de armas sudorosos, que lanzaban tacos y vestían sobre todo brigantinas y botas de montar largas encima de las armadura y que llevaban lanzas que de repente parecían torpes bajo las ramas bajas y desnudas de los pinos secos. Volvieron los rostros hacia ella. La joven entrecerró los ojos y se quedó mirando las pendientes del río seco, parecían las de una garganta. No se podía subir a caballo aquella pendiente, ni corriendo tampoco: demasiado escarpada. Con un arma en una mano y la otra para ayudarte a subir. Y tan pocos árboles para refugiarse, tan expuestos, agotados antes de llegar a los hombres que estaban allí arriba refugiados...</p> <p>—Vais a entrar cubiertos por arcos y arcabuces. ¡Esos cabrones estarán demasiado ocupados para veros venir! —Era una mentira y lo sabía—. ¡Robert, espera mi señal!</p> <p>Ash envainó la espada. La vaina traqueteaba contra sus piernas cuando volvió a lanzarse al terreno vacío. Alguien chilló en la cima del valle. Nubes de polvo subieron de la tierra, metió el pie en una flecha enterrada hasta media asta y entró tropezando tras la segunda fila de mulas de carga que no dejaban de relinchar, quería llegar a los arqueros.</p> <p>Sonreía tanto que le dolía.</p> <p>—¡Muy bien! —Ash se detuvo de un resbalón al lado de Euen Huw, el capitán de hecho de los arqueros—. Ollas de aceite y trapos. Probad con flechas de fuego.</p> <p>Henri Brant, todavía con ella por inesperado que fuera, chilló.</p> <p>—¡Aquí no tenemos flechas de fuego apropiadas! ¡No nos esperábamos un asedio, así que no traje ninguna!</p> <p>La mercenaria clavó el brazo alrededor del hombro del senescal.</p> <p>—¡No importa! Haz lo que puedas. Con suerte, no lo necesitaremos. Euen, ¿cómo vamos de munición?</p> <p>—Los arcabuces andan escasos. Pero suficientes virotes y flechas. ¡Jefe, no podemos quedarnos aquí, nos están haciendo pedazos!</p> <p>Un hombre con la librea del león Azur chilló y corrió pendiente abajo, agitando los brazos, hacia el fondo del valle. Las botas le resbalaron en el curso seco del río. Una docena de flechas se le clavaron en las piernas. Cayó al suelo, rodó, recibió un virote en la cara y se quedó allí tirado, pateando y chillando.</p> <p>—¡Seguid disparando! Tan fuerte y rápido como podáis. ¡Joded vivos a esos cabrones! —Agarró a Euen por el brazo—. Aguantad cinco minutos más. ¡Estad preparados para volver a montar y largaos cuando yo dé la señal!</p> <p>Ash se llevó la mano libre a la daga de misericordia, más o menos con la intención de dejarse caer al curso seco del río para llegar hasta el hombre moribundo. Una figura con una armadura forrada y una capucha de lana pasó disparada a su lado. Ash, que ya volvía con los hombres de armas mientras su grupo se agazapaba de árbol en árbol, pensó de repente, <i>¿y la capucha para qué?</i>, y luego se dio cuenta de que conocía aquella carrera de pasos largos y desgarbados: ¡<i>Joder, ese es Florian</i>!</p> <p>Echó un vistazo por encima del hombro y vio al cirujano con el brazo del hombre sobre su hombro. El hombre, la mujer, arrastró al soldado a pulso hasta llegar a unas ramas de pino muertas y caídas. Las flechas piaron y se hundieron en la madera.</p> <p>¡Vamos, Pieter! Dos minutos más y voy a tener que atacar, ¡nos están masacrando aquí abajo!</p> <p>El aire acre le irritó la garganta.</p> <p>El horizonte que tenía encima estalló en llamas.</p> <p>Ash tosió. Se limpió los ojos llorosos y levantó los ojos hacia la cima del acantilado. Un minuto después apareció un jirón de humo negro. El aire rielaba lo suficiente para hacer que fuera imposible ver a nadie allí arriba, en la cima del acantilado. Y al minuto siguiente, un fuego rojo surgió de las ramas, de los matorrales, de las ramas sueltas de los pinos viejos y secos. Un rugido impregnado de resina hizo estallar el aire.</p> <p>Por un instante la mercenaria tuvo una visión de un hombre con el arco curvado levantado, cien flechas negras silbando entre los árboles, una magnífica nube de humo y el aire demasiado caliente...</p> <p>Las llamas rojas rugieron y borraron la línea de árboles de la cima del acantilado.</p> <p>En la cima del acantilado, más atrás, se oyó el aterrorizado chillido de los caballos.</p> <p>A la mercenaria le lloraban los ojos y rezó. <i>¡Gracias, Cristo, ya no tengo que mandar gente por esa colina!</i></p> <p>—¡Muy bien, vamos! —Su voz era dura, alta y aguda. Se transmitía por encima de los quejidos de las mulas, los aullidos de los hombres mutilados y los últimos dos disparos de un arcabuz.</p> <p>Cogió al portador del estandarte por el brazo y lo empujó, y con él la bandera del león azul, de casi cuatro metros, por el sendero del valle que tenían delante.</p> <p>—¡Montad! ¡Cabalgad! ¡VAMOS!</p> <p>El mundo era un caos de hombres a caballo, hombres que corrían a buscar los caballos, el rasgueo de las flechas, un chillido largo y penetrante que le puso el corazón en la garganta, los quejidos crujientes de las mulas y hombres que conoce vociferando órdenes: Robert Anselm con los hombres de armas montados y moviéndose bajo el estandarte del león, Euen Huw maldiciendo a los arqueros en galés y en un italiano bastante fluido; las bestias de carga moviéndose. El padre Godfrey Maximillian tirando de ellas, con un cuerpo tirado encima de la parte frontal de un armazón cargado con bultos de tres metros de alto; Henri Brant, con dos flechas sobresaliéndole de las costillas bajo el brazo derecho.</p> <p>Un grito interrumpió su concentración. Dos hombres con librea negra salieron de su refugio en el horizonte. Bajaron tropezando por la pendiente, hacia el estandarte. Ash aulló:</p> <p>—¡Disparad! —Al tiempo que una docena de flechas de yarda con cabeza de metal perforaban las cotas de malla y penetraban en los cuerpos, un hombre bajaba entre volteretas, el otro caía de espaldas en medio de un redoble de trozos de tierra, con una pierna por delante, la otra detrás, bajo el cuerpo, roto y muerto antes de dejar de moverse...</p> <p>Ash dio un giro brusco, agarró la rienda de un roano que le había lanzado Philibert y se subió a la silla. Una palmada envió la montura de los muchachos por delante, valle arriba. Hincó las espuelas, consciente de que el portador del estandarte corría a buscar su caballo; luego se movió el tren de equipajes, los arqueros montados pasaron disparados a su lado en una tormenta de cascos. Euen dando alaridos y los hombres de armas a galope tendido; veinte o más cabalgaban dos por caballo, con hombres heridos o muertos delante de las sillas. Las mujeres, Godfrey y Floria del Guiz pasaron corriendo, más hombres heridos a lomos de las mulas, cajas abandonadas tiradas por medio valle, de vuelta a los páramos genoveses.</p> <p>—¿Qué cojones estás haciendo aquí? —le gritó Ash a Florian—. ¡Creí que te habías quedado en Colonia!</p> <p>El cirujano, con uno de los brazos colocados sobre la espalda de un hombre empapado en sangre que iba a lomos de una mula, le sonrió a Ash con la cara mugrienta.</p> <p>—¡Alguien tendrá que vigilarte!</p> <p>El cuerpo principal de hombres de armas, ciento cincuenta hombres que no cesaban de gritar, pasó galopando; Ash tiró de las riendas por un momento para que su abanderado y media docena de caballeros la alcanzaran. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Se limpió la cara con los guanteletes de cuero. La cima del acantilado nadaba. El fuego lamía los costados y alcanzaba las copas de los pinos que había colina abajo, más cerca de ella; los pinos que crecían altos para salir del valle, en busca de la luz.</p> <p>Un hombre se tiró ardiendo por el borde escarpado del acantilado, bajó rodando con los brazos, las piernas y el cuerpo en llamas. Su cadáver se deslizó hasta detenerse a tres metros de ella, y la piel ennegrecida todavía burbujeaba.</p> <p>Tras ella, un rastro de cajas rotas, caballos pataleando y cuerpos de hombres muertos y heridos yacían extendidos por todo el valle. El calor del fuego la hizo sudar. Se limpió la boca y sacó el guante negro.</p> <p>—¡VAMOS! —chilló y el roano dibujó un círculo antes de que ella pudiera sujetarlo y espolearlo tras doscientos hombres que subían por el lecho del arroyo seco. El humo apestaba.</p> <p>Un ciervo salió de su refugio un poco más arriba y saltó directamente entre la línea de los arqueros que pasaban al galope; y más arriba, por encima de las copas de los árboles, el aire chilló, lleno de cernícalos, búhos y águilas ratoneras.</p> <p>Tosió. Se le aclararon los ojos.</p> <p>Cien metros: medio kilómetro: el camino subía...</p> <p>Una brisa leve del norte le refrescó la cara.</p> <p>Arriba, en el bosque, y también detrás de ella, el fuego rugía.</p> <p>El valle se hacía más escarpado al final del arroyo y alcanzó a Robert Anselm y Euen Huw, bajo sus respectivos estandartes, que le metían prisa a la columna para subir los acantilados de tierra.</p> <p>—No os apartéis del lecho del río —aulló por encima del trueno de los cascos, exultante—. No paréis por nada. ¡Si cambia el viento, estamos jodidos!</p> <p>Anselm hizo un gesto brusco con el pulgar para señalar la pendiente que tenía delante, y un cadáver.</p> <p>—No somos los primeros en pasar por aquí. Parece que tu marido tuvo la misma idea.</p> <p>Había algo en aquel cuerpo caído que le hizo comprobar su caballo. Ash se inclinó para asomarse entre los cascos cambiantes. Un hombre muerto, tirado de espaldas sobre la horcadura baja de un pino, con la columna rota. Tenía la cara aplastada, no había forma de saber de qué color había tenido el cabello o la piel bajo los coágulos rojos y negros. Las ropas habían sido blancas. Túnica y pantalones, bajo la cota de malla. Reconoció la librea.</p> <p>—Ese es Asturio Lebrija. —Ash, extrañamente conmovida, cambió de postura y tranquilizó al roano. Voló la espuma cuando el caballo levantó la cabeza y la sacudió.</p> <p>—Quizá el joven del Guiz no lo consiguió. —El severo placer de Anselm era patente en su voz—. Podría haber patrullas visigodas por todo este lugar. No querrán que se filtre la noticia de la invasión.</p> <p>El roano de la mercenaria se agitó al oír el crujir del fuego. Ash tiró de las riendas y dejó que los últimos hombres de la lanza de van Mander pasaran a su lado. Las monturas de los hombres se esforzaban por subir, los cascos resbalaban sobre la gruesa capa de agujas que cubría el suelo inclinado del bosque. El aire hedía a brea y resina.</p> <p><i>Lo he conseguido, los he sacado de ahí, ¡no puedo dejarlo escapar ahora!</i></p> <p><i>Nos pueden atrapar antes de que lleguemos a las montañas. Podemos encontrar los pasos cerrados, incluso en verano. O puede cambiar ese puto viento y nos freímos vivos</i>.</p> <p>—¡Vete al frente, ocúpate de que no se atasquen! Que sigan subiendo y adentrándose en las colinas. Quiero quedar por encima de esa línea de árboles, rápido.</p> <p>Robert Anselm se había ido casi antes de que terminara de hablar.</p> <p>Ash miró entonces hacia abajo, entre las finas copas de los pinos que había en la pendiente, por debajo de ella. Era extraño pero desde allí carecía de dramatismo: espirales de humo negro que flotaban y manchaban el cielo y alguna chispa ocasional de color rojo. Este incendio abrasará las colinas. Es imparable y ella lo sabe. Habrá campesinos que tienen olivares, viñedos, familias enfermas o débiles, que la maldecirán. Cazadores, carboneros, cabreros...</p> <p>Le dolía cada músculo. La brigantina y las botas hedían a sangre del caballo muerto. Forzó la vista para intentar ver si, en la costa, había más gólems moviéndose con su paso incesante, mecánico.</p> <p>A lo lejos, los estandartes de las águilas de metal centelleaban al sol. El humo de Génova ocultaba todo lo demás.</p> <p>Pasó a su lado un jinete, un arquero montado con sangre corriéndole por la muñeca de la cota de malla forrada. Nadie más tras él. Había salido el último hombre.</p> <p>—¡Jan-Jacob! —Ash dirigió el roano hacia el arquero y le cogió las riendas cuando este se inclinó hacia delante. Se dobló para evitar las ramas de pino dentadas y siguió subiendo al final de la columna, llevando al caballo y al hombre casi inconsciente.</p> <p>Tras ella empezaba la invasión norteafricana de Europa.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 4</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>S<style style="font-size:80%">IETE DÍAS MÁS</style> tarde, Ash se encontraba ligeramente adelantada al grupo que formaban sus líderes de lanza, el maestro artillero, el cirujano y el sacerdote, sobre terreno abierto, justo delante de uno de los palcos de torneos de Colonia. La rodeaba la guardia de la casa del Emperador.</p> <p>Los estandartes imperiales crujían al viento.</p> <p>Olía el aroma de la madera cruda clavada que formaba un palco, bajo el dosel amarillo y negro de Federico. El aroma de resina de pino la hizo estremecerse por un momento. El sonido de acero sobre acero resonó tras las barreras del torneo. Combates ficticios, suficiente para mutilar a un hombre, pero ficticios de todos modos.</p> <p>Los ojos de la mercenaria examinaron el palco imperial y recorrieron las filas de rostros. Todos los nobles de la corte germánica y sus invitados. No había ningún embajador de Milán ni Saboya. Ni de ningún otro reino al sur de los Alpes. Unos cuantos hombres de la Liga de Constanza. Unos franceses, algunos borgoñones...</p> <p>Ni rastro de Fernando del Guiz.</p> <p>La voz de Floria del Guiz, apenas lo bastante audible para llegar hasta Ash, murmuró.</p> <p>—Los asientos de la parte de atrás. A la izquierda. Mi madrastra. Constanza.</p> <p>Los ojos de Ash cambiaron. Entre los gorros puntiagudos y los velos de las damas, vislumbró a Constanza del Guiz. Pero no a su hijo. La anciana se sentaba sola.</p> <p>—Bien. Vamos a terminar con esto de una vez. Quiero hablar con...</p> <p>Las espadas entrechocaron a lo lejos, en el cercado de zarzos. El frío vive ahora en su vientre. Anticipación.</p> <p>El viento pasó por encima de Ash, por encima de las colinas verdes, bajó hacia las murallas blancas de Colonia y envolvió los tejados de pizarra azul y los capiteles de sus iglesias. Había caballos en la carretera principal, y a lo lejos se veían unos cuantos campesinos en camisa con las calzas enrolladas, que llevaban amplios sombreros de paja contra el calor y cortaban un pequeño bosquecillo de castaños de diez años para hacer verjas.</p> <p>¿Qué posibilidades había de que recogieran la cosecha de trigo aquel año?</p> <p>Ash volvió a mirar a Federico de Habsburgo, Sacro Emperador Romano, que se inclinaba sobre su trono para escuchar a su asesor. Frunció el ceño cuando el consejero concluyó.</p> <p>—¡Mi señora Ash, deberíais haberlos derrotado! —bramó la voz seca, lo bastante alto para que lo oyeran todos los presentes—. ¡Son solo tropas de siervos de la tierra de las piedras y el crepúsculo!</p> <p>—Pero...</p> <p>—Si no podéis derrotar a una fuerza de exploradores de los visigodos, por el amor del Cristo Verde, ¿qué hacéis haciéndoos llamar líder mercenario?</p> <p>—¡Pero...!</p> <p>—Había esperado más de vos. ¡Pero ningún hombre sabio confía en una mujer! ¡Vuestro marido responderá por esto!</p> <p>—Pero... ¡Oh, a la mierda con todo! Queréis decir que creéis que os he dejado en mal lugar. —Ash colocó un brazo revestido de acero sobre el otro y se encontró con la mirada de un color azul desvaído de Federico. Sintió que Robert Anselm se erizaba sin ni siquiera mirarlo. Hasta el rostro intenso y florido de Joscelyn van Mander frunció el ceño, pero podría ser por el dolor de la pierna vendada.</p> <p>—Disculpadme si no me muestro impresionada. Acabo de pasar revista. Catorce hombres heridos, que están aquí, en el hospicio de la ciudad y dos tan gravemente mutilados que tendré que darles una pensión. Diez hombres muertos. Uno de ellos Ned Aston. —Se detuvo, perdida, sabiendo mientras hablaba que estaba metiendo la pata—. Llevo desde niña en el campo de batalla; esto no es una guerra normal. Ni siquiera es una mala guerra. Esto es...</p> <p>—¡Excusas! —escupió Federico.</p> <p>—No. —Ash dio un paso adelante y se dio cuenta de que la guardia domestica de Federico cambiaba de postura—. ¡Los visigodos no luchan así! —Señaló con un gesto a los capitanes de Federico—. Preguntadle a cualquiera que haya hecho una campaña en el sur. Supongo que tenían escuadrones de caballería ya listos, patrullando treinta o sesenta kilómetros de tierra, por toda la costa. Nos dejaron entrar. Dejaron entrar al Cordero. ¡Para poder evitar que se supiera la noticia hasta que ya fuera demasiado tarde para hacer nada! Anticiparon todo lo que hicimos. ¡Demasiado disciplinado para unas tropas de esclavos y campesinos visigodos!</p> <p>Ash dejó caer la mano izquierda para aferrarse a la vaina de la espada, en busca de consuelo.</p> <p>—Oí algo al pasar por el monasterio Gotardo. Se supone que tienen un nuevo comandante. Nadie sabe nada. ¡El sur es un caos! Nos ha llevado siete días volver aquí. ¿Han vuelto ya los jinetes del correo? ¿Ha llegado alguna noticia al norte de los Alpes?</p> <p>El Emperador Federico levantó la copa para que le sirvieran vino e hizo caso omiso de ella.</p> <p>Se quedó sentado en su silla dorada, entre una nube deslumbrante de hombres con jubones de terciopelo guarnecidos de piel y mujeres con vestidos de brocado; los más alejados contemplaban el torneo con avidez, prestos los que estaban más cerca a sonreír o fruncir el ceño como requiriese el Emperador. Había grandes modelos hechos de <i>papier-maché</i> de Águilas negras adornando la parte superior del palco del torneo: la Bestia heráldica del Imperio.</p> <p>Cubierto por los afanes de los sirvientes imperiales, con un tono de voz que solo ella pudiera oír, Robert Anselm murmuró:</p> <p>—¿Cómo puede estar celebrando un puto torneo, por el amor de Cristo? ¡Tiene un puto ejército a las puertas de su casa!</p> <p>—Si no han cruzado los Alpes, cree que está a salvo.</p> <p>Florian del Guiz volvió tras una breve incursión entre la multitud. Le puso a Ash una mano en el hombro blindado.</p> <p>—No veo a Fernando por aquí y nadie quiere decirme nada de él. Callan como muertos.</p> <p>—Joder. —Ash miró en privado a la hermana de su marido. Con la cara lavada, se notaba que el cirujano tenía el montón de pecas de su hermano sobre la nariz, aunque las mejillas de la doctora habían perdido la redondez de la juventud. Ash pensó, <i>si hay alguien en esta compañía que parezca una mujer disfrazada, es Angelotti... Antonio es demasiado guapo para vivir. No Florian</i>.</p> <p>—¿No puedes encontrar a nadie que te diga si mi marido ha vuelto a Colonia? —Ash volvió la vista con una expresión interrogante en los ojos y miró a Godfrey Maximillian.</p> <p>El sacerdote frunció los labios.</p> <p>—No encuentro a nadie que hablara con él después de que sus hombres dejaran el hospicio del Paso de San Bernardo.</p> <p>—¿Qué coño está haciendo? No me lo digas: se tropezó con más adelantados visigodos y decidió que era una gran idea derrotar al ejército invasor él solo...</p> <p>Anselm gruñó para expresar su acuerdo.</p> <p>—Precipitado.</p> <p>—No está muerto. No voy a tener tanta suerte. Al menos vuelvo a estar al mando.</p> <p>—<i>De facto</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n43">43</a> —murmuró Godfrey.</p> <p>Ash cambió el peso de un pie a otro. Era obvio que el hecho de que sirvieran comida y bebida al Emperador era un acto premeditado para mantenerla allí de pie y esperando. Seguramente hasta que Federico ideara algún castigo adecuado por perder una escaramuza.</p> <p>—¡Estos no son más que juegos!</p> <p>Antonio Angelotti murmuró:</p> <p>—Cristo Santo, <i>madonna</i>, ¿es que este hombre no sabe lo que está pasando?</p> <p>—¡Su Majestad Imperial! —Ash esperó a que Federico bajara la vista y la mirara—. Los visigodos enviaron mensajeros. Vi unos caminantes de arcilla que se dirigían al oeste, a Marsella y hacia el sureste, hacia Florencia. Habría enviado una incursión tras ellos pero para entonces ya habíamos caído en su emboscada. ¿De verdad creéis que se detendrán en Génova, Marsella y Saboya?</p> <p>La brusquedad de la mujer lo picó; Federico parpadeó.</p> <p>—Es cierto, mi señora del Guiz, que no hemos tenido muchas noticias del otro lado de los Alpes desde que cerraron el Paso Gotardo. Ni siquiera mis banqueros me pueden decir algo. Ni mis obispos. Se pensaría que no disponen de mensajeros pagados... Y vos, ¿cómo podéis volver y no decirme más? —La señaló con un dedo enojado—. ¡Deberíais haberos quedado! ¡Deberíais haber observado durante un mayor periodo de tiempo!</p> <p>—¡Si lo hubiera hecho, la única forma de hablar conmigo habría sido con una oración!</p> <p>Unos diez latidos antes de que la arresten y la echen a patadas, calcula ella, pero la cabeza de Ash está llena de imágenes de Pieter Tyrrell en la habitación de una posada de Colonia con treinta luises de oro y la mitad de la mano izquierda arrancada: los dedos meñique, anular y medio han desaparecido. De Philibert, desaparecido desde una noche de nieve en el Gotardo; Ned Aston muerto; e Isobel, sin ni siquiera un cuerpo al que ofrecerle un funeral.</p> <p>Ash escogió el momento y habló con tiento:</p> <p>—Su Majestad, he visitado al obispo hoy, aquí, en la ciudad. —Contempló la expresión perpleja en el rostro de Federico—. Preguntadles a vuestros sacerdotes y abogados, Su Majestad. Mi esposo me ha abandonado... sin consumar nuestro matrimonio.</p> <p>Floria emitió un sonido ahogado.</p> <p>El Emperador fijó su atención en Floria del Guiz.</p> <p>—¿Es eso cierto, maese cirujano?</p> <p>Floria dijo, de inmediato y sin ninguna duda aparente:</p> <p>—Tan cierto como que soy un hombre de pie ante vos, Su Majestad.</p> <p>—Así pues, he solicitado que se anule el matrimonio —dijo Ash con toda rapidez—. No os debo ninguna obligación feudal, Vuestra Majestad Imperial. Y el contrato que tenía la compañía con vos expiró cuando las tropas borgoñonas se retiraron de Neuss.</p> <p>El obispo Stephen se inclinó en su asiento para hablarle al Emperador al oído. Ash vio que el rostro arrugado y seco del Sacro Emperador Romano Federico se endurecía.</p> <p>—Bien, oíd —dijo Ash con un tono tan casual como se puede tener con ochocientos hombres armados a su disposición—. Hacedme una oferta y se la presentaré a mis hombres. Pero creo que la Compañía del león, ahora mismo, puede conseguir trabajo donde quiera. Y a buen precio.</p> <p>Anselm, en voz muy baja, gruñó.</p> <p>—Mieeeerdaa...</p> <p>Es una chulería muy poco inteligente y lo sabe. Triquiñuelas políticas, muchas horas a caballo y mala comida, y las luchas innecesarias; las muertes innecesarias; nada del último mes se podría compensar contestando como un sirviente sin modales. Pero parte de la tensión la abandona, de todos modos, con la malicia presente en su tono de voz.</p> <p>Antonio Angelotti se echó a reír. Van Mander le dio un golpe en el espaldar. La mercenaria hizo caso omiso de los dos hombres, solo prestaba atención a Federico, disfrutando de lo sorprendido que parecía. Oyó el suspiro de Godfrey Maximillian. Jubilosa, le sonrió al Emperador. No se atrevía a decir con claridad, «os olvidáis... no somos vuestros. Somos mercenarios», pero dejó que su expresión lo dijera por ella.</p> <p>—¡Por el Cristo Verde! —murmuró Godfrey—. No te basta con tener de enemigo a Segismundo del Tirol, ¡ahora también quieres al Sacro Emperador!</p> <p>Ash movió las manos para abarcarse los codos; las palmas de los guanteletes rozaban el acero frío de los codales.</p> <p>—No nos iban a dar otro contrato en Alemania, lo mires como lo mires. Le he dicho a Geraint que empiece a desmontar el campamento. Nos iremos a Francia, quizá. Ahora no vamos a andar cortos de trabajo.</p> <p>Casual, despiadada; hay un tono brutal en su voz. Parte a causa de todo el dolor que siente por hombres que conoce y que han muerto o están mutilados. La mayor parte es una alegría salvaje, que le sale de las entrañas, por seguir viva.</p> <p>Ash levantó la vista y contempló el rostro barbudo de Godfrey, luego entrelazó su brazo blindado con el de él.</p> <p>—Vamos, Godfrey. Es lo que hacemos, ¿recuerdas?</p> <p>—Es lo que hacemos si no estás metida en una mazmorra de Colonia... —Godfrey Maximillian dejó de hablar de repente.</p> <p>Un puñado de sacerdotes se abría camino entre la multitud. Entre las cogullas marrones, Ash vislumbró una cabeza desnuda. Le pasaba algo...</p> <p>Los hombres se empujaban. El capitán de la guardia de Federico dio un grito; luego se despejó un espacio ante los palcos y seis sacerdotes del hospicio de San Bernardo se arrodillaron ante el Emperador.</p> <p>A Ash le costó un momento reconocer al hombre magullado y despeinado que los acompañaba.</p> <p>—Ese es Quesada. —La mercenaria frunció el ceño—. Nuestro embajador visigodo. Daniel de Quesada.</p> <p>Godfrey parecía extrañamente inquieto.</p> <p>—¿Qué está haciendo otra vez aquí?</p> <p>—Solo Cristo lo sabe. Y si él está aquí, ¿dónde está Fernando? ¿A qué ha estado jugando Fernando? Daniel de Quesada... Ahí tienes un hombre cuya cabeza va a volver a casa en una cesta. —Comprobó de forma automática la posición de sus hombres: Anselm, van Mander y Angelotti armados y con armadura; Rickard con el estandarte; Floria y Godfrey desarmados.</p> <p>—Está hecho una mierda... ¿qué cojones le ha pasado?</p> <p>El cráneo afeitado de Daniel de Quesada relucía, ensangrentado. Sangre seca y marrón se coagulaba sobre sus mejillas. Le habían arrancado la barba de raíz. Estaba arrodillado, descalzo, con la cabeza alta, delante de Federico de Habsburgo y los príncipes alemanes. Su mirada rozó a Ash, como si no reconociera a la mujer del cabello de plata y vestida con armadura.</p> <p>Una cierta inquietud le tiró del corazón. <i>No es una guerra normal, ni siquiera una mala guerra... ¿Qué?</i>, pensó, frustrada. <i>¿Por qué me preocupo ahora? Ya me he salido de esta superchería política. Nos han destrozado pero no es la primera vez que le hacen daño a la compañía; nos recuperaremos. He ganado. El negocio de siempre; ¿cuál es el problema?</i></p> <p>Ash se encontraba lejos de la sombra que ofrecía el palco de torneos, bajo el ardiente sol estival. El estrépito de las lanzas que se rompían y los gritos de ánimo resonaban procedentes de la hierba verde. Una brisa fresca le trajo el aroma de la lluvia por venir.</p> <p>El visigodo volvió la cabeza y examinó la corte. Ash vio que la frente se le perlaba de sudor. Habló con una emoción febril que ella ya había visto en hombres que esperaban morir en pocos minutos.</p> <p>—¡Matadme! —invitó de Quesada al Emperador Habsburgo—. ¿Por qué no? Ya he hecho lo que había venido a hacer.</p> <p>Hablaba un alemán fluido.</p> <p>—Éramos una mentira, para manteneros ocupado. Mi señor, el Rey Califa Teodorico, envió también a otros embajadores a las cortes de Saboya y Génova, Florencia, Venecia, Basilea y París con instrucciones similares.</p> <p>Ash, en su tosco cartaginés, preguntó.</p> <p>—¿Qué le ha pasado a mi marido? ¿Dónde os separasteis de Fernando del Guiz?</p> <p>Ash se dio cuenta con toda exactitud de lo imperdonable e irrelevante que había sido aquella interrupción para Federico de Habsburgo, lo vio en su rostro. Se contuvo, envuelta en tensión, a la espera de su ataque de ira, o bien de la respuesta de Quesada.</p> <p>Sin miramientos, de Quesada dijo:</p> <p>—El maese del Guiz me liberó cuando decidió jurar lealtad a nuestro Rey Califa, Teodorico.</p> <p>—¿Fernando? ¿Jurarle lealtad a...? —Ash se lo quedó mirando—. ¿Al Califa visigodo?</p> <p>Detrás de Ash Robert Anselm lanzó una gran carcajada que era más un ladrido. Ash no estaba segura de si quería reír o llorar.</p> <p>De Quesada hablaba con los ojos clavados en el rostro del Emperador, enfatizando cada palabra con malicia y una inestabilidad más que visible.</p> <p>—Nos encontramos (el joven que me envió como escolta) con otra división de nuestro ejército al sur del paso de san Gotardo. Eran doce hombres contra mil doscientos. A del Guiz se le permitió, a condición de que jurase lealtad, que viviese y conservase su hacienda.</p> <p>—¡Él no haría eso! —protestó Ash. Tartamudeó—. Quiero decir que no lo haría... es que no lo haría. Es un caballero. Esto no es más que información tergiversada. Rumores. Las mentiras de un enemigo.</p> <p>Ni el embajador ni el Emperador le prestaron la menor atención.</p> <p>—¡Su hacienda no es vuestra, no la podéis regalar así, visigodo! ¡Es mía! —Federico de Habsburgo se volvió en la silla ornamentada y le soltó un gruñido a su canciller y al personal legal—. Poned a ese joven caballero, su familia y hacienda bajo un acta de privación de derechos. Por traición.</p> <p>Uno de los padres del hospicio de san Gotardo carraspeó.</p> <p>—Encontramos a este tal Quesada vagabundeando y perdido en la nieve, Su Alteza Imperial. No sabía más nombre que el vuestro. Pensamos que era un acto de caridad traerlo aquí. Disculpadnos si hemos errado.</p> <p>Ash le murmuró a Godfrey.</p> <p>—Si se habían encontrado con fuerzas visigodas, ¿qué hacía vagabundeando por la nieve?</p> <p>Godfrey extendió sus anchas manos y se limitó a encogerse de hombros.</p> <p>—¡Mi niña, solo Dios lo sabe en este momento!</p> <p>—Bueno, ¡cuando Él te lo diga, tú me lo dices a mí!</p> <p>El hombrecito del trono de los Habsburgo arrugó el labio y miró a Daniel de Quesada con una mueca de asco bastante inconsciente.</p> <p>—Está loco, es obvio. ¿Qué va a saber de del Guiz? Nos hemos precipitado, cancelad la privación de derechos. Lo que dice es una tontería; mentiras convenientes. Padres, confinadlo en vuestra casa de la ciudad. Sacadle el demonio a golpes. Veamos cómo va esta guerra; será nuestro prisionero, no su embajador.</p> <p>—¡No es ninguna guerra! —Gritó Daniel de Quesada—. Si supieseis, os rendiríais ahora, después de esa escaramuza, ¡antes de sufrir más bajas! Las ciudades italianas están aprendiendo ahora esa lección.</p> <p>Uno de los hombres de armas imperiales se movió y se colocó detrás de Quesada, donde se arrodillaba el embajador y le pinchó la garganta con una daga, la vieja hoja de acero era vieja y estaba llena de muescas, pero todavía prestaba un servicio perfecto.</p> <p>El visigodo farfulló:</p> <p>—¿Sabéis a lo que os estáis enfrentando? ¡Veinte años! ¡Veinte años de construir barcos, de fabricar armas y de entrenar hombres!</p> <p>El emperador Federico soltó una risita.</p> <p>—Bueno, bueno. No tenemos ninguna cuenta pendiente con vosotros. Vuestras batallas con los mercenarios ya no me conciernen a mí. —Una sonrisita seca dirigida a Ash, toda su anterior malicia devuelta con intereses.</p> <p>—Os hacéis llamar «Sagrado Imperio Romano» —dijo de Quesada—. Ni siquiera sois la sombra de la Silla Vacía<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n44">44</a>. En cuanto a las ciudades italianas, para nosotros merecen la pena por el oro que albergan, pero nada más. En cuanto a la chusma a caballo que se encuentra en Basilea, Colonia, París y Granada, ¿para qué los querríamos? Si quisiéramos hacer esclavos tontos, la flota turca estaría ardiendo ahora en Chipre.</p> <p>Federico de Habsburgo le hizo un gesto a sus nobles para que se calmaran.</p> <p>—Estás entre extraños, si no enemigos. ¿Estás loco para comportarte así?</p> <p>—No queremos su Imperio Sagrado. —De Quesada, todavía arrodillado, se encogió de hombros—. Pero lo conquistaremos. Tomaremos todo lo que se encuentra entre nosotros y la mayor riqueza.</p> <p>Sus ojos castaños se dirigieron a los invitados borgoñones de la corte. Ash supuso que todavía estaban celebrando la paz de Neuss. Quesada clavó la mirada en un rostro que la mercenaria reconoció de otras temporadas de campaña, el capitán de la guardia del Duque Carlos de Borgoña, Olivier de la Marche.</p> <p>Quesada susurró.</p> <p>—Todo lo que hay entre nosotros y los reinos y ducados de Borgoña, lo tomaremos. Luego tomaremos Borgoña.</p> <p>De todos los principados de Europa, el más rico, recordó Ash que alguien le había dicho una vez. Levantó la vista del visigodo manchado de sangre y la dirigió al representante del Duque que se encontraba en el palco del torneo, cuyo rostro lúgubre también reconoció del circuito de torneos. El gran soldado de librea roja y azul se echó a reír. Olivier de la Marche tenía una voz estridente, experimentada tras tantos gritos en los campos de batalla; y ahora no la moduló. Se oyeron burlas entre los parásitos de la corte que se apretujaban a su alrededor. Sobrevestas brillantes, armaduras relucientes, las empuñaduras doradas de suntuosos filos, rostros bien afeitados y seguros de sí mismos; todo el poder visible de la caballería. Ash tuvo un momento de simpatía por Daniel de Quesada.</p> <p>—Mi Duque ha conquistado recientemente Lorena<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n45">45</a> —dijo Olivier de la Marche con suavidad—. Por no mencionar las veces que ha derrotado a mi señor el rey de Francia. —Tuvo el tacto de evitar mirar a Federico de Habsburgo ni mencionó Neuss—. Tenemos un ejército que es la envidia de la Cristiandad. Haced la prueba, señor. Haced la prueba. Os prometo una cálida bienvenida.</p> <p>—Y yo os prometo a vos un saludo frío. —Los ojos de Daniel de Quesada relucieron. La mano de Ash se acercó a la empuñadura de la espada sin intención consciente. Los movimientos del cuerpo de aquel hombre gritaban que todo iba mal, que había abandonado toda precaución humana. Los fanáticos luchan así, y los asesinos. Ash cobró vida, una visión instantánea absorbió a los hombres que la rodeaban, la esquina del palco de torneos, el estandarte del emperador, los guardias, su propio grupo de mando...</p> <p>Daniel de Quesada chilló.</p> <p>La boca era un amplio rictus, no movió nada más pero le sobresalían los tendones de la garganta, su grito se elevaba sobre el ruido de los gritos de la multitud, hasta que un silencio empezó a extenderse desde el lugar donde se encontraban. Ash sintió que Godfrey Maximillian a su lado se aferraba a la cruz que llevaba en el pecho. El vello de la nuca se le puso de punta como si lo atravesara una corriente fría. Quesada se arrodilló y chilló con una rabia pura, abandonada.</p> <p>Silencio.</p> <p>El embajador visigodo bajó la cabeza y los miró furioso con los ojos inyectados en sangre. La piel rasgada de las mejillas volvía a sangrarle.</p> <p>—Tomamos la Cristiandad —susurró casi ronco—. Tomamos vuestras ciudades. Todas vuestras ciudades. Y a ti, Borgoña, a ti... Ahora que hemos empezado se me permite mostraros una señal.</p> <p>Algo hizo que Ash levantara la vista.</p> <p>Se dio cuenta un segundo después que estaba siguiendo la dirección de la mirada estática e inyectada en sangre de Daniel de Quesada. Directamente al cielo azul.</p> <p>Directamente al resplandor ardiente del sol del medio día.</p> <p>—¡Mierda! —Las lágrimas le inundaron los ojos. Se frotó la cara con la mano enguantada, que sacó húmeda.</p> <p>No veía nada. Estaba ciega.</p> <p>—¡Cristo! —Chilló. Otras voces bramaron con ella. Cerca, en el palco cubierto del dosel de seda; más lejos, en el campo del torneo. Gritos. Se frotó los ojos, frenética. No veía nada, nada...</p> <p>Ash se quedó quieta por un momento, con las dos palmas enguantadas en los ojos. Negrura. Nada. Apretó más. Sintió, a través del cuero fino, los globos oculares que giraban al mirar. Quitó las manos. Oscuridad. Nada.</p> <p>Humedad: ¿Lágrimas o sangre? No le dolía...</p> <p>Alguien se lanzó sobre ella como una piedra de mortero. Estiró la mano y agarró un brazo. Alguien gritó. Había toda una hueste de voces gritando y era incapaz de distinguir las palabras; luego:</p> <p>—¡El sol! ¡El sol!</p> <p>Estaba agazapada sin saber cómo, se había quitado los guanteletes y había apoyado las manos desnudas en la tierra seca. Un cuerpo se apretaba contra ella. Se aferró a su calidez sudorosa.</p> <p>Una voz ligera en la que casi no reconoció la de Robert Anselm susurró:</p> <p>—El sol ha... desaparecido.</p> <p>Ash levantó la cabeza.</p> <p>Púas de luz en su visión se transformaron en imágenes. Puntos tenues. Cerca no, muy, muy lejos, sobre los horizontes del mundo.</p> <p>Bajó la vista, bajo una luz leve y antinatural, y distinguió la forma de sus manos. Levantó la vista y no vio nada salvo una dispersión de estrellas desconocidas sobre el horizonte.</p> <p>Y en el arco del cielo, sobre ella, no había nada, nada en absoluto, solo oscuridad.</p> <p>Ash susurró:</p> <p>—Ha apagado el sol.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-align: center; text-indent: 0em; font-size: 105%; font-weight: bold; hyphenate: none"><i>[Correos electrónicos incluidos entre la correspondencia intercalada en este ejemplar de la 3ª edición.]</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #19 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 6/11/00 a las 10:10 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman®</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿¿¿¿¿EL «SOL» SE APAGA?????</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿Y tú DÓNDE estás?</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #22 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 6/11/00 a las 6:30 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ratcliff@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Estoy atrapado en una habitación de un hotel de Túnez. Uno de los jóvenes ayudantes de Isobel Napier-Grant me está instruyendo sobre cómo descargar y enviar correos electrónicos a través del sistema telefónico de aquí, que no es una tarea tan fácil como se podría imaginar. El camión no va a las excavaciones hasta esta noche, al amparo de la oscuridad. Los equipos arqueológicos pueden ser unos auténticos fanáticos de la seguridad. Pero no culpo a Isobel, si tiene lo que dice que tiene.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Yo tenía la esperanza, cuando dijo que se venía aquí, de que encontrara alguna prueba que lo confirmara, cosa poco probable, de todos modos; aunque solo fuera un trozo de vasija, con los cientos de kilómetros cuadrados que había que examinar... ¡pero ESTO!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">«El sol se apaga». Sí, por supuesto. Por lo que he podido descubrir, no hubo ningún eclipse en Europa en 1475 ni 1476; pero es obvio que los cronistas posteriores encontraron en eso una licencia poética irresistible. Debo decir que yo también.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #20 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, antecedentes históricos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 6/11/00 a las 6:44 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡¡PERO!! Lo he estado mirando, Pierce. Todas las guerras que encuentro, durante todo el periodo de 1476-1477, son los intentos del Duque Carlos el Temerario de Borgoña de conquistar Lorena y unir así su «Reino Medio» por toda Europa. Luego está la derrota que sufrió a manos de los suizos en Nancy; y la prisa indecente que se dieron sus enemigos para dividir Borgoña entre ellos a su muerte. Están las guerras habituales entre las ciudades-estado italianas, pero nada más; ¡no hay «nada» sobre el norte de África!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡No me digas que esto es historicismo eurocéntrico! ¿Una invasión de Italia y Suiza no es un poco GRANDE para saltársela?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">«Repito, Pierce, ¡¡¿¿QUÉ INVASIÓN VISIGODA??!!»</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #23 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 6/11/00 a las 7:07 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ratcliff@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; text-align: center; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Te dije que FRAXINUS haría que te volvieras a replantear la historia.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Muy bien:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Es mi intención demostrar que el asentamiento visigodo norteafricano, en un momento dado situado aproximadamente entre 1475 y 1477 SÍ que montó una invasión militar contra el sur de Europa.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Afirmaré que el interés de la época por esta incursión se perdió entre el pánico que se produjo cuando Carlos el Temerario murió en el campo de batalla en 1477. Cosa que quizá era de esperar.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El que los historiadores posteriores continuaran haciendo caso omiso de este episodio se debe, me atrevería a decir, a la preponderancia de académicos varones blancos y de clase media que no están dispuestos a creer que la Europa Occidental pudiera verse retada desde África. Y que una cultura mestiza pudiera resultar militarmente superior a la Cristiandad occidental caucasiana.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #21 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, antecedentes históricos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 6/11/00 a las 7:36 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El problema con esto es que el texto nos habla de una invasión de Europa en 1476, ¡¡y ni siquiera los turcos CONSIGUIERON INVADIRLA JAMÁS!! Sé que dirás que, según tu teoría actual, Ash está luchando contra tus «visigodos» medievales norteafricanos. Entonces ¿POR QUÉ NO SE MENCIONA NADA DE ESTOS EN MIS LIBROS DE HISTORIA?</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #24 [Anna Longman / ASH]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Visigodos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 7/11/00 a las 5:23 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡Estoy en la excavación!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La Dra. Napier-Grant ha sido tan amable de dejarme utilizar su ordenador portátil con conexión satélite. Hay tanto que decir que no podía esperar para intentar conseguir hacer una llamada telefónica, las líneas aquí son terribles. Isobel, (perdón, es la Dra. N-G, por si se te había olvidado), Isobel dice que te puedo contar algo pero no quiere que se filtre, porque si otra persona lee el mensaje, entonces tendrá a la puerta a todos los arqueólogos que hay entre este lugar y el Polo Norte. Los que no están aquí ya.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sé que se supone que no debo decir esto, pero hace calor, huele mal y el único momento soportable es cuando salimos a la excavación en sí, ¡¡cuya localización exacta «no» voy a mencionar, como es obvio!! Baste decir que estamos muy cerca de la costa norte de esta región de Túnez. (Hay montañas en la línea sur del cielo, y me hacen pensar en hielo, frío y ¡un lugar donde no tienes que buscar refugio entre la una y las cinco de la tarde!) Mira, tú no quieres oír nada de esto pero no puedo decirte lo que me gustaría y ardo en deseos por contártelo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Isobel dice que ya que estás a punto de cargarte el libro, «puedo» contarte algunas cosas. Isobel es una mujer maravillosa. La conozco desde Oxford. Es la última persona que se me ocurre que se emocionaría sin necesidad. Solo tienes que ver el pelo corto y los zapatos razonables que lleva. (No, nunca lo hicimos. Yo quería. Isobel no es así). Y en las últimas horas desde que llegué aquí, ¡no deja de dar saltitos como una colegiala! Esto todavía «podría» resultar algo parecido a los diarios de Hitler, pero no lo creo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿Qué hemos encontrado? (No «nosotros», por supuesto. Isobel y su maravilloso equipo).</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Hemos encontrado gólems.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Exactamente como los describe el texto. «Gólems mensajeros». Uno completo y varias piezas de otro. ¿Recuerdas que te dije que la ingeniería árabe medieval era muy capaz de construir fuentes cantarinas, pájaros mecánicos que batían las alas y todo ese tipo de trivialidades post-romanas? Muy bien:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Los manuscritos ASH siempre se refieren a los «caminantes de arcilla» o «robots» o «gólems» y los describen como maniquíes mecánicos de hombres «móviles». Lo cual es una completa tontería, claro está. ¡Imagínate construir un robot en el siglo XV! Mecanismos ornamentales de algún tipo, es posible. «Solo» posible. Es decir, si puedes construir aves cantoras de metal que funcionaban de forma neumática o hidráulica, como indican todos los tratados romanos; no me preguntes los detalles, ¡no soy ingeniero! Entonces, supongo, que también se podrían construir maniquíes metálicos de hombres, como la Cabeza Parlante de Roger Bacon, pero completa. No veo para qué lo querría nadie.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Eso es lo que yo pensaba, hasta hace veinticuatro horas. Entonces se produjo todo este jaleo de coger un avión hasta Túnez y que me trajeran en un horrendo jeep al campamento de los arqueólogos y que luego Isobel me trajera hasta aquí a pie. Hay soldados vigilando el campamento, todo jeeps y kalashnikovs, pero no parecen estar muy alerta, no es más que un regalo del gobierno local para reducir las pequeñas raterías, creo. A Isobel le gustaría mantenerlo así. Lo último que queremos es que manden al ejército a la excavación. Se podría destruir las piezas supervivientes que tienen una antigüedad de quinientos años...</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sí. Isobel las ha datado, está bastante segura de que han estado entre sedimentos durante más de cuatrocientos años, y probablemente quinientos; no son las curiosidades victorianas que yo temía encontrarme. Estos son los gólems mensajeros de los textos ASH, cuerpos de piedra tallada de tamaño real y forma de hombre, (el completo está hecho de mármol italiano), con articulaciones de metal en las rodillas, las caderas, los hombros, los codos y las manos. La piedra del segundo se ha hecho pedazos pero los engranajes y ruedas dentadas de latón y bronce del segundo están completos. «¡Son gólems!».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Confieso que no entiendo todas las discusiones profesionales que hay entre el equipo de Isobel, o más bien, no entiendo los detalles técnicos. Se está produciendo una «enorme» disputa sobre si estos hallazgos pertenecen a una cultura medieval árabe o medieval europea, el mármol italiano, ya sabes, aunque, por supuesto, el mármol de Carrara se exportaba por toda la Cristiandad en aquella época, como he intentado señalar. Le he dado a Isobel mi copia de las traducciones ASH existentes, indicándole que (cómo iba a señalarte en un correo electrónico) la cultura «visigoda» de los textos «no» es puramente ibérica goda, sino más bien una mezcla de las culturas visigodas, española y árabe.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">He llegado hasta aquí y no te he contado todavía el descubrimiento más importante. Tú estás sentada allí, en Londres, leyendo esto y estarás pensando, ¿y? Así que tenían hombres mecánicos además de pájaros mecánicos, ¿y eso qué importa?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Isobel me ha permitido examinar el gólem superviviente con todo cuidado. Esto es algo que no debe saberse antes de que esté lista para publicar sus hallazgos. Hay desgaste en las articulaciones metálicas. Y eso no es todo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Hay desgaste en las superficies de mármol ¡«bajo» los pies! La piedra está desgastada en las suelas talladas de los pies y bajo los talones, exactamente como si este gólem hubiera estado caminando. Y quiero decir caminar. Como un hombre, como tú y yo, un hombre mecánico de piedra y latón, «caminando»</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Lo que he tocado (¡tocado, Anna!) es exactamente lo que los textos ASH describen, lo que llaman caminantes de arcilla visigodos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Son algo «real».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tengo que dejar esta máquina, Isobel necesita utilizarla con toda urgencia. Me pondré en contacto contigo tan pronto como pueda. La traducción de los documentos de la sección tres está en el archivo que envío con esto. ¡No te cargues mi libro! Es posible que aquí tengamos algo que es más grande de lo que nadie pensó.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿«Qué» visigodos? JA.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #28 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, proyectos relacionados con los medios de comunicación</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 7/11/00 a las 6:17 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Quiero que hables con la Dra. Napier-Grant y que la convenzas de que deberíais trabajar juntos, desde YA. Mi contacto en el Departamento de Comunicaciones, Jonathan Stanley, está «muy» a favor de la idea de hacer una especie de alianza entre la doctora Napier-Grant y tú. Esa mujer parece una de esas grandes británicas excéntricas que ofrecen una imagen espléndida en la pequeña pantalla. Puedo ver una posible serie de televisión para ella, y está tu traducción original de «Ash»; y luego está lo que podríais hacer juntos, ¿un libro de la expedición? ¿Crees que podrías escribir un guion para un documental sobre la expedición? ¡Esto tiene unas posibilidades estupendas!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Estoy segura de que se podría conseguir un buen acuerdo. No le suelo decir esto a mis autores académicos pero ¡búscate un agente! Necesitas uno que se encargue de los derechos televisivos y cinematográficos, así como de los derechos de las traducciones de los libros de ensayo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Es cierto que todavía tenemos un texto que es mitad leyenda medieval, mitad hechos históricos, (¡eclipses!) (y estoy alucinada que algo como una invasión se pudiera dejar fuera de los libros de historia), ¿y cómo se MOVÍAN estos gólems? Pero no creo que nada de esto suponga un obstáculo que impida publicar con éxito. Habla con la Dra. Napier-Grant sobre la idea de un proyecto conjunto y ¡ponte en contacto conmigo tan pronto como puedas!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Un beso,</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>TERCERA PARTE</p> </h3> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><i>16 de junio 1476 (?) DC — 1 de julio 1476 DC</i></strong></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><i>COMO SE ARMARÁ A UN HOMBRE A SU COMODIDAD</i></strong><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n46">46</a></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/ib"/></p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 1</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>C<style style="font-size:80%">UARENTA ANTORCHAS</style> de brea llameaban al viento bajo un cielo diurno negro como la tinta.</p> <p>Una gran vereda de personas se abrió ante Ash cuando entró al galope en el centro del campamento instalado a las afueras de Colonia. Se detuvo a horcajadas de Godluc, ataviada con la armadura completa, el estandarte de la compañía crujiendo al viento sobre la cabeza, el ruido estrepitoso en aquel silencio. La luz amarilla le ardía en el rostro pálido y tenso.</p> <p>—¡Geraint! ¡Euen! ¡Thomas!</p> <p>Sus lugartenientes y líderes de lanza corrieron a colocarse a cada lado, listos para repetir sus palabras en cuanto las pronunciase y alimentar con ellas a los cientos de arqueros, alabarderos y caballeros reunidos delante de ella. Las voces empezaron a gritar; caóticas bajo aquella luz antinatural.</p> <p>—Escuchadme. No hay nada —Ash hablaba con un tono de voz muy sereno— que debáis temer.</p> <p>Sobre ellos, lo que debería haber sido un cielo azul de un mediodía de junio mostraba solo una oscuridad vacía y negra.</p> <p><i>No hay sol</i>.</p> <p>—Yo estoy aquí. Godfrey está aquí y es sacerdote. No estáis condenados y no estáis en peligro; si lo estuviéramos, ¡yo sería la primera en salir de aquí!</p> <p>No hubo respuesta en ninguno de aquellos cientos de rostros temerosos. La luz de las antorchas oscila en sus yelmos plateados y brillantes, se pierde en la oscuridad que rodea sus cuerpos armados y apiñados.</p> <p>—Quizá ahora vayamos a ser como las tierras que hay bajo la Penitencia —continuó Ash—, pero... Angelotti ha estado en Cartago y en el Crepúsculo Eterno y se las arreglan bastante bien, ¡y no vais a permitir que un puñado de desarrapados venza al león!</p> <p>No hubo nada parecido a gritos de ánimo, pero emitieron la primera respuesta que les había oído: un murmullo apagado, lleno de «¡joder!» y «¡mierda!» y nadie llegó a pronunciar la palabra deserción.</p> <p>—Bien —dijo la mercenaria con viveza—. Nos vamos. La compañía va a levantar el campamento. Ya lo hemos desmontado de noche, no es la primera vez; todos sabéis cómo hacerlo. Nos quiero cargados y listos para irnos a las Tercias.</p> <p>Se levantó una mano, apenas visible bajo la luz fluida y llena de hollín de las antorchas improvisadas. Ash se inclinó hacia delante en la silla para ver mejor. Se dio cuenta de que era su senescal, Henri Brant, con el cuerpo todavía envuelto en telas manchadas de sangre, apoyado en el hombro de su paje, Rickard.</p> <p>—¿Henri?</p> <p>—¿Por qué nos trasladamos? ¿Adónde vamos? —Su voz sonaba tan débil que el joven moreno que tenía detrás le gritaba las preguntas a Ash.</p> <p>—Te lo diré —dijo Ash con tono firme. Se acomodó en la silla y examinó la masa de gente, buscó con intensidad los que se escabullían, los que ya se llevaban sus petates, las caras conocidas que no veía allí—. Todos conocéis a mi marido, Fernando del Guiz. Bueno, pues se ha pasado al enemigo.</p> <p>—¿Es eso verdad? —aulló uno de los hombres de armas.</p> <p>Ash recordó a Constanza, rescatada del tumulto que se produjo en el campo del torneo: la angustia absoluta de aquella mujer diminuta; lo poco dispuesta que estaba a confesarle a la esposa campesina de Fernando que la nobleza cortesana sabía con toda exactitud dónde estaba su hijo. Al recordar todo eso, agudizó la voz para que se transmitiera aún mejor por aquel día oscuro:</p> <p>—Sí, es cierto.</p> <p>Por encima del sonido continuó:</p> <p>—Por la razón que sea, parece que Fernando del Guiz le ha jurado lealtad al Califa visigodo.</p> <p>Los dejó absorber esa información y luego dijo con tono mesurado:</p> <p>—Sus haciendas están al sur de aquí, en Baviera, en un lugar llamado Guizburg. Me han dicho que Fernando está ocupando el castillo que hay allí. Bien... no son sus haciendas. El Emperador lo ha privado de sus derechos. Pero siguen siendo mis haciendas. Nuestras. Y ahí es a donde vamos. Nos vamos a dirigir al sur, a tomar lo que es nuestro, ¡y luego nos enfrentaremos a esta oscuridad cuando estemos a salvo detrás de los muros de nuestro propio castillo!</p> <p>Los siguientes diez minutos fueron todo gritos, preguntas, unas cuantas disputas personales que se arrastraron hasta la discusión general y Ash chillando a voz en cuello, con el tono más alto y machacón de su voz; intentando imponer su autoridad como un ariete.</p> <p>Robert Anselm se inclinó en la silla y le murmuró al oído:</p> <p>—¡Por Cristo, niña! Si movemos este campamento, los tendremos a todos por todas partes.</p> <p>—Será un caos —asintió ella con la voz ronca—. Pero o esto o les entra un ataque de pánico, huyen como refugiados y nos quedamos sin compañía. Fernando no está aquí ni allí, les estoy dando algo que hacer. Algo... cualquier cosa. ¡En realidad no importa lo que sea!</p> <p>El vacío que tiene encima tira de ella, la absorbe. La oscuridad no se desvanece, no da paso al atardecer, al crepúsculo o al amanecer: va pasando hora tras hora tras hora.</p> <p>—Hacer algo —dijo Ash—, es mejor que no hacer nada. Aunque esto sea el fin del mundo... voy a mantener unida a mi gente.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 2</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>L<style style="font-size:80%">AS CAMPANADAS DEL</style> reloj de la torre de Guizburg alcanzaron a Ash por encima del sonido intermitente del cañón. Cuatro campanadas. Cuatro horas después de lo que habría sido el mediodía.</p> <p>—No es un eclipse —observó Antonio Angelotti sin levantar la cabeza desde el puesto que ocupaba en el extremo de la mesa de caballete—. No hay ningún eclipse previsto. En cualquier caso, <i>madonna</i>, un eclipse dura horas como mucho. No ocho días.</p> <p>Varias hojas de efemérides y sus propios cálculos yacían delante de él. Ash apoyó el codo en la mesa de Angelotti y se puso la barbilla en la mano. Dentro de aquella habitación, las maderas crujían cuando Godfrey Maximillian se paseaba de un lado a otro. La luz de las velas cambiaba. La mercenaria contempló los marcos destrozados de las pequeñas ventanas y deseó experimentar un aire más ligero, el frío húmedo del amanecer, las canciones interminables de los pájaros, y por encima de todo la sensación de frescura, de un nuevo comienzo que produce la salida del sol en el exterior. Nada. Nada salvo oscuridad.</p> <p>Joscelyn van Mander metió la cabeza por la puerta de la habitación, entre los guardias.</p> <p>—¡Capitán, no quieren escuchar a nuestro heraldo y nos siguen disparando! La guarnición ni siquiera admite que vuestro marido está dentro de la torre.</p> <p>Antonio Angelotti se recostó sobre la silla.</p> <p>—Han oído el proverbio, <i>madonna</i>, «un castillo que habla y una mujer que escucha; al final los dos serán tomados».</p> <p>—Ondea su librea y un estandarte visigodo... está aquí —comentó Ash—. Envía un heraldo cada hora. ¡Y seguid disparándoles también! Joscelyn, tenemos que entrar ahí dentro y rápido.</p> <p>Cuando van Mander se fue, añadió:</p> <p>—Seguimos estando mejor aquí fuera; siempre que sigamos conteniendo a del Guiz, que es un traidor, el Emperador está contento; y tenemos la oportunidad de quedarnos al margen y ver lo bueno que es en realidad el tal ejército visigodo...</p> <p>Se puso en pie y se acercó a la ventana. Los cañonazos habían expuesto los listones y el yeso de la pared que había al lado del alféizar pero sería fácil de arreglar, pensó al tocar el material crudo y seco.</p> <p>—Angeli, ¿podrían equivocarse tus cálculos del eclipse?</p> <p>—No, porque nada de lo que ha pasado coincide con las descripciones. —Angelotti se rascó el cuello enredado de la camisa. Estaba claro que se había olvidado de la piedra de tinta y de la pluma afilada: la tinta salpicaba de forma deliberada la camisa de lino. Se miró molesto los dedos manchados—. No hay penumbra, no desaparece de forma gradual el disco del sol, no están inquietas las bestias del campo. Solo una falta de luz instantánea, helada.</p> <p>Llevaba unos anteojos de montura de hueso y un único remache afianzados sobre la nariz, para leer. Cuando guiñó los ojos a través de las lentes, bajo la luz de las velas, Ash notó las arrugas que tenía en los ojos, el plisado de la piel entre las cejas. <i>Este es el aspecto que tendrá ese rostro dentro de diez años</i>, pensó la joven, <i>cuando la piel ya no esté tersa y el brillo haya desaparecido de su cabello dorado</i>.</p> <p>El muchacho terminó:</p> <p>—Y según Jan los caballos no estaban inquietos.</p> <p>Robert Anselm subió estrepitosamente las escaleras y entró en la habitación pisándole los talones a este comentario, se quitó la capucha y dijo:</p> <p>—El sol se oscureció, se debilitó, una vez cuando estaba en Italia. Debimos de tener unas cuatro horas de aviso en las filas de los caballos.</p> <p>Ash extendió las manos.</p> <p>—Si no es un eclipse, ¿entonces qué?</p> <p>—Los cielos están descompuestos... —Godfrey Maximillian no dejaba de pasearse de un lado a otro. Tenía un libro en las manos, ilustrado en tonos rojos y azules; Ash podría haber comprendido el texto con tiempo suficiente para ir letra por letra; el sacerdote hizo una pausa al lado de una de las velas y pasó página tras página con tal rapidez que la impresionó y a la vez la llenó de desdén por un hombre que no tenía nada mejor que hacer con su tiempo que aprender a leer. Ni siquiera leía en voz alta. Leía rápido y en silencio.</p> <p>—¿Y? Eduardo, Conde de March, vio tres soles la mañana del campo de la Cruz de Mortimer. Por la Trinidad. —Robert Anselm dudó un momento, como siempre, al mencionar al actual rey inglés, de la casa York y entonces murmuró con tono agresivo—. Todo el mundo sabe que en el sur existe un crepúsculo eterno; tampoco hay que exaltarse tanto. ¡Tenemos una guerra que librar!</p> <p>Angelotti se quitó los lentes. La montura de hueso blanco le dejó una marca roja en el puente de la nariz.</p> <p>—Puedo derribar los muros de esta torre en medio día. —En la palabra «día» su voz perdió impulso.</p> <p>Ash se asomó por el marco de la ventana rota. La ciudad que había fuera era casi invisible en aquella oscuridad. Sintió una especie de esfuerzo en el aire, en el extraño atardecer cálido, que quizá se enfriara, que quería ser tarde. Las vigas marrones y el yeso pálido de la fachada de la casa estaban salpicadas de manchas rojas, reflejos de las enormes hogueras que ardían en la plaza del mercado. Los faroles brillaban en cada ventana ocupada. No levantó los ojos para mirar la corona del cielo, donde no brillaba ningún sol, solo una oscuridad profunda e impenetrable.</p> <p>Levantó los ojos y miró la torre.</p> <p>La luz de las hogueras iluminaba solo la parte inferior de las paredes escarpadas, las sombras parpadeaban en las piedras y la mampostería. Las ranuras de las ventanas eran ojetes de oscuridad. La torre se elevaba hacia la oscuridad, por encima del pueblo, desde unas pendientes de roca desnudas y escarpadas; y el camino que llevaba a la verja recorría un muro, desde el que los defensores ya habían disparado y lanzado más objetos mortales de los que ella pensaba que tenían. Un edificio con lados como losas como un bloque de piedra.</p> <p><i>Ahí es donde está. En una habitación detrás de esos muros</i>.</p> <p>Puede hacerse una idea de los arcos redondeados normandos, los suelos de madera atestados de petates de hombres de armas; los caballeros arriba, en el solar de la cuarta planta; Fernando quizá en la gran sala, con sus perros y sus amigos mercaderes y sus armas de fuego...</p> <p><i>A no más de un estadio de donde yo estoy ahora. Podría estar mirándome</i>.</p> <p>¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto? ¿Qué hay de verdad en esto?</p> <p>Dijo:</p> <p>—No quiero que el castillo quede tan dañado que no se pueda defender cuando estemos dentro.</p> <p>Todos los hombres armados que veía en las calles cerca de la torre llevaban chaquetas de librea con la insignia del león de peltre abrochada al hombro; la mayor parte de la gente de la compañía que iba desarmada (mujeres que vendían productos, putas, niños) había adoptado algún tipo de banda de tela azul y se la habían cosido a las ropas. De los ciudadanos del pueblo no veía nada, pero los oía cantando misa en las iglesias. El reloj dio el cuarto, al otro lado de esta plaza del mercado.</p> <p>Ansiaba la luz, sentía un deseo físico, como si tuviera sed.</p> <p>—Creí que terminaría con el amanecer —dijo—. Un amanecer. Cualquier amanecer. Quizá aún lo haga.</p> <p>Angelotti removió las hojas de cálculos, garabateó encima de los signos de Mercurio, Marte, cómputos de balística.</p> <p>—Esto es nuevo.</p> <p>Algo leonino en la forma de estirar el brazo le recordó a Ash la fuerza física que poseía, así como su belleza masculina. Los ojales se habían desabrochado en el hombro de la cota de malla blanca forrada. Toda la tela del pecho y los brazos estaba salpicada de agujeros negros diminutos, las chispas del cañón había quemado el lino.</p> <p>Robert Anselm se apoyó en el hombro del maestro artillero y estudió las hojas de papel garabateadas y los dos empezaron a hablar con todos rápidos y bajos. Anselm golpeó la mesa de caballete con el puño varias veces.</p> <p>Ash, que contemplaba a Robert, se sintió asaltada por una paradójica sensación de fragilidad: Angelotti y él eran, físicamente hablando, hombres grandes; sus voces resonaban ahora en esta habitación solo porque estaban acostumbrados a conversar en el exterior. Una parte de ella, al enfrentarse a ellos, seguía teniendo catorce años, con su primera coraza decente (el resto del arnés era <i>frivolité</i>, de la misma calidad que la munición), y buscaba a Anselm al lado de su hoguera después de Tewkesbury y le decía, bajo la oscuridad iluminada por las llamas, «recluta hombres para mí, ahora voy a presentar mi propia compañía». Lo preguntó en la oscuridad porque no podría soportar un rechazo bajo la fría luz del día. Y luego horas pasadas sin dormir, preguntándose si su gesto cortés de asentimiento había sido porque estaba borracho o de broma, hasta que apareció una hora después del amanecer con cincuenta hombres malolientes, muertos de frío, desnutridos y mal equipados que llevaban arcos y archas y cuyos nombres hizo que Godfrey los escribiera de inmediato en una lista. Y silenció su incertidumbre, sus quejas guasonas y su esperanza tácita con comida de los calderos en los que había hecho trabajar a Wat Rodway desde medianoche. Las hebras de autoridad entre comandante y comandante son telas de araña.</p> <p>—¿Por qué cojones no se hace la luz...? —Ash se asomó aún más al marco roto y se quedó mirando los muros del castillo que se elevaba sobre la población. Los artilleros y las catapultas de Angelotti no habían hecho más que derribar trozos del yeso que embellecía los muros de cortina, exponiendo así la mampostería gris. La mercenaria tosió al respirar aquel aire que olía a madera quemada y volvió a meterse en la habitación.</p> <p>—Han vuelto los exploradores —dijo Robert Anselm lacónico—. Colonia está ardiendo. Los incendios están fuera de control. Dicen que hay peste. La corte se ha ido. Tengo treinta informes diferentes sobre Federico de Habsburgo. La lanza de Euen recogió a un par de hombres de Berna. Ninguno de los pasos que llevan al sur de los Alpes está practicable, o bien por culpa de los ejércitos visigodos o bien por el tiempo.</p> <p>Godfrey Maximillian dejó por un momento de pasearse y levantó los ojos de las páginas del libro.</p> <p>—Los hombres que Euen encontró formaban parte de una procesión que iba de Berna al santuario de la abadía de san Walburga. Mírales la espalda. Esas laceraciones son de látigos con puntas de hierro. Creen que la flagelación nos devolverá el sol.</p> <p>El parecido que había entre Robert Anselm y Godfrey Maximillian, el hombre calvo y el barbudo, era quizá nada más que la anchura del pecho, la resonancia de la voz. Fuera producto o no de una actividad sexual reciente, después de un largo periodo de celibato, Ash se encontró de pronto siendo consciente de la diferencia, de la virilidad. No estaba acostumbrada a pensar así; era algo relacionado con el aspecto físico más que con los prejuicios.</p> <p>—Volveré a ver a Quesada —informó a Anselm, y se volvió hacia Godfrey cuando el otro bajó las escaleras—. Si no es un eclipse, ¿entonces algún tipo de brujería, un milagro negro...?</p> <p>Godfrey hizo una pausa al lado de la mesa de caballete, como si los garabatos astrológicos de Angelotti pudieran conmover de algún modo sus lecturas bíblicas.</p> <p>—No ha caído ninguna estrella, la luna no está tan roja como la sangre. El sol no se ha oscurecido a causa del humo del Abismo. La tercera parte del sol debería estar afectada, no es eso lo que está pasando. No ha habido Jinetes, no se ha roto ningún Sello. No son los últimos días que preceden al oscurecimiento del sol<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n47">47</a>.</p> <p>—No, no son las dificultades que habría antes del Juicio Final —insistió Ash—, sino un castigo, un juicio, ¿o un milagro del mal?</p> <p>—¿Juicio por qué? Los príncipes de la Cristiandad son malvados, pero no más malvados que la generación anterior. La gente común es venal, débil, fácilmente influenciable y con frecuencia se arrepiente; no es ningún cambio con respecto a cómo han sido siempre las cosas. Esto es la angustia de las naciones<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n48">48</a>, ¡pero nunca hemos vivido en la Edad de Oro! —Las gruesas yemas de los dedos del hombre se extraviaban sobre las mayúsculas dibujadas, sobre los santos pintados en pequeños santuarios iluminados—. No lo sé.</p> <p>—¡Entonces reza para encontrar la respuesta, joder!</p> <p>—Sí. —Cerró el libro sobre un dedo. Tenía los ojos del color del ámbar, llenos de la luz de la habitación iluminada por faroles y hogueras—. ¿De qué puedo servirte sin la ayuda de Dios? Todo lo que hago es sacar acertijos de los Evangelios y creo que me equivoco con más frecuencia de lo que acierto.</p> <p>—Estás ordenado y eso es suficiente para mí. Ya lo sabes. —Ash habló con crudeza, sabía con toda exactitud por qué se había ido el sacerdote después de la instrucción—. Reza para que alcancemos la gracia.</p> <p>—Sí.</p> <p>Alguien pidió el santo y seña a gritos y luego unos pasos resonaron en las escaleras.</p> <p>Ash se dio la vuelta y se sentó en el taburete que había detrás de la mesa de caballete. Eso la colocó con el estandarte del león Azur a su espalda, con el mástil apoyado en la pared. La celada y los guanteletes descansaban sobre la mesa, junto con el cinturón de la espada, la vaina y la espada. Su sacerdote rezaba en la esquina, ante el altar del Cristo Verde. Su maestro artillero calculaba el gasto de pólvora. Más que suficiente para crear un efecto, calculó y no levantó la vista durante sus buenos treinta latidos después de oír que entraban en la habitación Floria del Guiz y Daniel de Quesada.</p> <p>De Quesada habló primero, bastante racional:</p> <p>—Consideraré este asedio como un ataque contra los ejércitos del Rey-Califa.</p> <p>Ash le dejó escuchar el eco de su voz en silencio. Los muros de yeso y los listones ahogaban los gritos y los cañonazos, infrecuentes y pequeños. Por fin lo miró.</p> <p>Sugirió con suavidad:</p> <p>—Decidle a los representantes del Califa que Femando del Guiz es mi marido, que se le ha despojado de sus derechos, que actúo en mi propio nombre para recuperar lo que es ahora propiedad mía dado que a él se la ha quitado el emperador Federico.</p> <p>El rostro de Daniel de Quesada estaba cubierto de costras allí donde se curaban las heridas producidas al arrancarle el pelo de la barba. Tenía los ojos apagados. Le salían las palabras con esfuerzo.</p> <p>—Así que asediáis el castillo de vuestro esposo, con él dentro, y él es ahora súbdito feudal del rey-Califa Teodorico... ¿pero eso no es un acto de agresión contra nosotros?</p> <p>—¿Por qué debería serlo? Estas son mis tierras. —Ash se inclinó hacia delante con las manos unidas—. Soy una mercenaria. El mundo se ha vuelto loco. Quiero a mi compañía dentro de los muros de piedra. Entonces pensaré quién va a contratarme.</p> <p>De Quesada todavía tenía un nerviosismo febril, a pesar de los opiáceos de Floria y de la mano en el hombro que lo contenía. Lucía con torpeza el jubón, las calzas y el sombrero enrollado de carabina que le habían dado; se notaba que no estaba acostumbrado a moverse con ese tipo de ropa.</p> <p>—No podemos perder —dijo él.</p> <p>—Yo suelo encontrarme en el lado ganador. —Era lo bastante ambiguo y Ash lo dejó así—. Os proporcionaré una escolta, embajador. Os voy a devolver a vuestra gente.</p> <p>—¡Creí que estaba prisionero!</p> <p>—Yo no soy Federico y no soy súbdita de Federico. —Ash hizo un gesto con la cabeza y lo despidió—. Esperad allí un momento. Florian, quiero hablar contigo.</p> <p>Daniel de Quesada miró a su alrededor, luego cruzó las tablas desiguales del suelo como si cruzara la cubierta incierta de un barco, dudó un momento en la puerta y por fin se fue a colocar en la esquina más alejada de las ventanas.</p> <p>Ash se puso en pie y vertió un poco de vino en una copa de madera que le ofreció a Floria. Habló un momento en inglés, dado que era el idioma de una isla pequeña, bárbara y desconocida y existía una buena posibilidad de que el diplomático visigodo no lo entendiera.</p> <p>—¿Está loco de verdad? ¿Qué le puedo preguntar sobre esta oscuridad?</p> <p>—Como una chota. ¡Yo qué sé! —El cirujano levantó una cadera sobre la mesa de caballete y se sentó con las largas piernas colgando—. Quizá estén acostumbrados a que sus embajadores vuelvan tocados por la mano de Dios si los mandan con mensajes sobre señales y portentos. Seguramente su estado es funcional. No puedo prometerte que siga así si empiezas a hacerle preguntas.</p> <p>—Pues mala suerte. Necesitamos saberlo. —Le hizo una seña al visigodo. Este volvió a acercarse—. Maese embajador, otra cosa. Quiero saber cuándo volverá a haber luz.</p> <p>—¿Luz?</p> <p>—Cuándo va a salir el sol. ¡Cuándo va a cesar la oscuridad!</p> <p>—El sol... —Daniel de Quesada se estremeció y no volvió la cabeza hacia la ventana—. ¿Hay niebla fuera?</p> <p>—¿Cómo voy a saberlo? ¡Ahí fuera está tan oscuro como vuestro sombrero! —Ash suspiró. Es <i>evidente que ya me puedo olvidar de una respuesta razonable de este</i>—. No, maese embajador. Está oscuro. No hay niebla.</p> <p>El hombre se rodeó el cuerpo con los brazos. Había algo en la forma de su boca que hizo que Ash se estremeciera: los hombres adultos que están bien de la cabeza no tienen ese aspecto.</p> <p>—Nos separamos. Casi en la cima... había niebla. Yo trepé. —El <i>staccato</i> godo-cartaginés de Quesada apenas resultaba comprensible—. Arriba, arriba, arriba. Una carretera sinuosa, en la nieve. Hielo. Siempre trepando hasta que ya solo pude arrastrarme. Luego vino un gran viento, el cielo estaba de color púrpura sobre mí. Púrpura, y todos los picos blancos, tan arriba... Montañas. Me aferró. Solo hay aire. La roca me hace sangrar las manos...</p> <p>Ash, que recordaba bien un cielo de un color azul tan oscuro que quemaba y el aire tan fino que hacía daño en el pecho, le dijo a Floria.</p> <p>—Ahora está hablando del paso de San Gotardo. Donde lo encontraron los monjes.</p> <p>Floria puso una mano firme en el brazo del hombre.</p> <p>—Vamos a llevaros otra vez a la enfermería, embajador.</p> <p>Medio alerta, Daniel de Quesada se encontró con la mirada de Ash.</p> <p>—La niebla... desapareció. —Separó las manos, como un hombre que abre una cortina.</p> <p>Ash dijo:</p> <p>—Estaba despejado hace un mes, cuando cruzamos el paso con Fernando. Había nieve en las rocas a ambos lados pero el camino estaba despejado. Sé dónde deben de haberos encontrado, embajador. He estado allí. Uno puede colocarse allí y contemplar Italia. Justo allí abajo, a más de dos mil metros.</p> <p>Las carretas crujen, los caballos se esfuerzan contra la pendiente; el aliento de los hombres de armas llena de vapor el aire; y ella está allí parada, el frío le golpea las suelas de las botas y se asoma a un acantilado moteado de verde y blanco que se precipita hacia las colinas. Pero parece absurdo llamarlo acantilado, al lado sur del paso que cruza los Alpes como una silla de montar; las montañas se elevan en una media luna que tiene kilómetros de anchura.</p> <p>Y hay casi dos kilómetros hasta el fondo.</p> <p>Roca pura, musgo y hielo y una inmensidad de aire vacío tan grande y profunda que te duele con solo mirarlo.</p> <p>Terminó en voz baja:</p> <p>—Si te cayeras, no tocarías el suelo hasta llegar al fondo.</p> <p>—¡Justo abajo! —repitió Daniel de Quesada. Sus ojos brillaban—. Me encontré mirando... El camino que había debajo, curva tras curva tras curva. Hay un lago al fondo. No es más grande que la uña de mi dedo.</p> <p>Ash recuerda el miedo interminable y forzado del descenso y que el lago, cuando llegaron hasta él, era bastante grande y se acurrucaba en la base de las colinas: ni siquiera entonces habían salido de la montaña.</p> <p>—La niebla se despejó y yo estaba mirando abajo.</p> <p>Toda la habitación estaba en silencio. Después de un minuto, Ash comprendió que aquel hombre no iba a decir nada más. De Quesada miraba las sombras cambiantes con unos ojos que no veían nada.</p> <p>Mientras Floria le entregaba el visigodo a uno de sus ayudantes, Angelotti dijo:</p> <p>—He oído que los hombres se tapan los ojos al cruzar los pasos alpinos porque temen volverse locos<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n49">49</a>. Nunca pensé que conocería a uno, <i>madonna</i>.</p> <p>—Creo que acabas de hacerlo. —Ash contempló la marcha de Quesada con una sonrisa triste—. Bueno, llevármelo en medio de los disturbios con la esperanza de que nos fuera de alguna utilidad no fue una de mis mejores ideas. Tenía la esperanza de que negociara con del Guiz cuando llegáramos aquí.</p> <p>—Está como una cabra —comentó Floria—. Si quieres mi opinión médica. No es el mejor título para un heraldo.</p> <p>Ash bufó.</p> <p>—Me da igual si está chalado. Quiero respuestas. ¡No me gusta esta oscuridad!</p> <p>—¿Y a quién sí? —inquirió Floria con tono retórico. Luego resopló—. ¿Quieres saber cuántos de tus hombres han desarrollado ataques agudos de vientre del cobarde?</p> <p>—No. ¿Por qué crees que quiero mantenerlos ocupados con un asedio? Están acostumbrados a abrir túneles para los petardos y al estrépito de los cañones, les da seguridad... Por eso los hombres de armas están recorriendo calle tras calle de este pueblo requisando provisiones... si van a saquear este sitio, que sea al menos un saqueo organizado.</p> <p>Ese llamamiento a su cinismo hizo que Floria se echara a reír, como Ash sabía que ocurriría. Había tan poca diferencia entre Floria y Florian, incluso en la galantería con la que la mujer se ofreció ahora a servirle vino a la propia Ash.</p> <p>—No se diferencia tanto de los ataques nocturnos —añadió Ash mientras rechazaba el vino—, que son, bien lo sabe Dios, una putada, pero posibles. Quiero que este castillo se abra con traiciones, no que lo dañemos al tener que irrumpir en él. Y hablando de eso... —La inquietud que acompañaba a su fracaso en el interrogatorio de Quesada la impulsó a ponerse en acción—. Ven conmigo y échale un vistazo a esto. ¡Angelotti!</p> <p>Dejaron la habitación, el artillero con ellos; Ash echó un vistazo atrás y vio que Godfrey Maximillian, con los amplios hombros inclinados, seguía inmerso en su plegaria. Una vez fuera, (tras entrar en el muro de oscuridad de las calles, negro como la pez), se quedaron en silencio durante unos minutos, esperando que se ajustara su visión nocturna antes de dirigirse tambaleándose hacia las luces de las hogueras.</p> <p>La herrería del pueblo había sido tomada por los armeros de la compañía, un grupo de hombres de manos perpetuamente negras con el pelo desaliñado, sin sombrero, vestidos con almillas<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n50">50</a>, delantales de cuero y sin camisa, sudorosos de la forja y medio sordos a causa del constante zumbido de los martillos. Les dejaron paso con amabilidad a Ash, su cirujano y su escolta de media docena de hombres y perros. Para ellos, ningún comandante era algo más que un medio para un fin, eso lo sabía. Este último proyecto era difícil y bienvenido por eso, bienvenido por inusual.</p> <p>—¿Un par de tenazas de seis metros de alto? —se aventuró Floria al estudiar los enormes mangos de acero.</p> <p>—¿Son las hojas adecuadas? —El armero jefe de la compañía, Dickon Stour, solía terminar con una nota interrogativa, incluso cuando no hablaba su inglés materno—. ¿Para soportar la presión y para cortar hierro?</p> <p>—Y eso son escalas para trepar —dijo Ash. Señaló unas fornidas varas de madera con unos ganchos de acero en un extremo y una red de palos pegada. Engánchalo a un muro, tira de las cuerdas y se desenvuelve una escala de la red—. Voy a mandar gente en secreto, con lana negra sobre la armadura, para que corten las barras grandes de la verja del postigo desde dentro. Yo diría que por la noche, pero con esta oscuridad... —Un encogimiento de hombros y una amplia sonrisa—. Caballeros sigilosos...</p> <p>—Estás loca. Ellos están locos. ¡Quiero hablar contigo! —Floria frunció el ceño ante el ruido de los yunques y señaló, en silencio, la calle. Ash estrechó manos, dio palmadas en los hombros y abandonó el lugar con su escolta. Angelotti se quedó para hablar de metalurgia.</p> <p>Ash alcanzó al cirujano unos metros más allá, clavando la mirada en la calle empedrada que subía la colina hasta los matacanes y los maderos del castillo que coronaban las alturas.</p> <p>Floria caminaba deprisa, unos pasos por delante de los hombres de armas y de los perros.</p> <p>—¿De verdad vas a intentarlo?</p> <p>—Ya lo hemos hecho antes. Hace dos años, en... ¿dónde fue? —reflexionó—. ¿En algún lugar del sur de Francia?</p> <p>—El que está ahí dentro es mi hermano. —La voz de la mujer salió masculina del anochecer y el aliento se hundió en los registros más bajos que nunca se relajaban, sin importarle si la escolta de mando podía oírla o no—. Cierto que no le veo desde que tenía diez años. Cierto que era un mocoso malcriado. Y ahora es un montón de mierda. Pero la sangre es la sangre. Es mi familia.</p> <p>—Familia. Ya. Dime lo mucho que me importa a mí la familia.</p> <p>Floria empezó:</p> <p>—¿Qué...?</p> <p>—¿Qué? ¿Ordenaré que lo hagan prisionero y no lo maten? ¿Le dejaré escapar, largarse para reclutar hombres en otro sitio, para que pueda volver y enfrentarse a mí? ¿Haré que lo maten? ¿Qué?</p> <p>—Todo eso.</p> <p>—Esto es irreal. —Irreal cuando he tenido su cuerpo en mi interior, creer que podría morir con una flecha en la garganta, un archa atravesándole el vientre, que alguien con una daga de misericordia y órdenes específicas mías podría obligarlo a no ser.</p> <p>—¡Maldita sea, no puedes seguir haciendo caso omiso de esto, niña! Te lo tiraste. Te casaste con él. Es carne de tu carne ante los ojos de Dios.</p> <p>—Eso es una tontería. Tú no crees en Dios. —Ash podía distinguir, bajo las luces de las antorchas que iluminaban las calles, la tensión repentina grabada en el rostro de la mujer—. Florian, no hay muchas probabilidades de que vaya a ir a denunciarte al obispo local, ¡no te parece! Los soldados, o creen en todo o en nada, y yo tengo de los dos tipos en la compañía.</p> <p>La mujer siguió bajando por el empedrado a su lado, todo el equilibrio en los hombros: larguirucha y masculina. Hizo un gesto irritado que lo mismo podría haber sido un encogimiento de hombros o un estremecimiento cuando el cañón de asedio de Angelotti hizo estallar humo y llamas dos calles más allá.</p> <p>—¡Estás casada!</p> <p>—Hay tiempo suficiente para decidir qué hago con Fernando cuando lo haya sacado a él y su guarnición de ese castillo. —Ash sacudió la cabeza como si pudiera despejarla de algún modo; sacar aquella oscuridad opresiva, antinatural, de su cráneo.</p> <p>Llamó a su lado al comandante de su escolta cuando llegaron de nuevo a la casa de mando del pueblo y le ordenó que llevara un brasero y comida para los hombres que tenía en la calle, luego volvió a subir con estrépito las escaleras con Floria a su lado y solo para entrar en lo que parecía una compañía entera de personas apretujadas entre estrechas paredes blancas, con los penachos de los yelmos frotando el techo manchado de cera y elevando la voz.</p> <p>—¡Callaos!</p> <p>Con eso se hizo el silencio.</p> <p>La mercenaria miró a su alrededor.</p> <p>Joscelyn van Mander, con el rostro intenso, las mejillas rojas, enmarcado por el brillo de su celada de acero; dos de sus hombres; luego Robert Anselm; Godfrey, que ya se estaba levantando y dejaba su interrumpida plegaria; Daniel de Quesada con sus ropas europeas que tan mal le quedaban, y un hombre nuevo con túnica y pantalones blancos y un camisote de malla ribeteado, sin armas.</p> <p>Un visigodo, con insignias de cuero indicativas de rango atadas a los hombros de la cota de malla. <i>Qa'id</i>, rescató la mercenaria de sus recuerdos de las campañas en Iberia: un oficial con mando sobre mil. Más o menos el equivalente a las tropas que tenía ella.</p> <p>—¿Y bien? —dijo ella tras reclamar su lugar detrás de la mesa y sentarse. Apareció Rickard y le sirvió vino muy aguado. Se sumergió sin pensar en el dialecto que había aprendido alrededor de los soldados tunecinos; algo tan automático como llamar a un <i>hackbutter</i> arcabucero en las tierras del rey francés, o a un <i>jifero der Axst</i> aquí y l'Azza a Angelotti.</p> <p>—¿Qué os trae aquí, <i>qa'id</i>?</p> <p>—Capitán. —El soldado visigodo se llevó los dedos a la frente—. Me encontré con mi compatriota de Quesada y su escolta en el camino. Decidió volver aquí conmigo, para hablar con vos. Os traigo noticias.</p> <p>El soldado visigodo era pequeño, de tez clara, poco más alto que Rickard, con los ojos de un azul muy pálido y había algo en él que le resultaba innegablemente conocido. Ash dijo:</p> <p>—¿Es vuestro apellido Lebrija?</p> <p>El joven pareció sobresaltarse.</p> <p>—Sí.</p> <p>—Continuad. ¿Qué noticias?</p> <p>—Habrá otros mensajeros, de vuestra propia gente...</p> <p>La mirada de Ash se dirigió a Anselm que asintió para confirmarlo.</p> <p>—Sí. Los he visto. Venía hacia aquí cuando entró Joscelyn.</p> <p>—Podéis tener el honor de decírmelo —le dijo Ash al <i>qa'id</i> visigodo. Odiaba tener que oír la noticia sin estar preparada, odiaba no disponer de unos minutos de aviso, aviso que habría tenido si hubiera sido Robert el que se lo dijera. Dado que Joscelyn van Mander parecía muy preocupado, volvió a hablar en alemán—. ¿Qué ha pasado?</p> <p>—Federico de Habsburgo ha solicitado los términos de la paz.</p> <p>Hubo un pequeño silencio, interrumpido sobre todo por el murmullo de Floria:</p> <p>—Joder.</p> <p>Y por la pregunta inquieta de Joscelyn van Mander.</p> <p>—Capitán, ¿qué quiere decir?</p> <p>—Creo que quiere decir que los territorios del Sacro Emperador Romano se han rendido. —Ash juntó las manos delante de ella—. Maese Anselm, ¿es eso lo que dicen nuestros mensajeros?</p> <p>—Federico se ha rendido. Todo, desde el Rin hasta el mar está abierto a los ejércitos visigodos. —Con un tono igual de uniforme, Robert Anselm añadió—: Y Venecia ha sido quemada, hasta la línea de agua. Iglesias, casas, almacenes, barcos, los puentes del canal, la Basílica de San Marcos, el palacio del Dux, todo. Un millón, millones de ducados hechos humo.</p> <p>El silencio se hizo más intenso: mercenarios asombrados ante aquel desperdicio de riquezas, los dos visigodos imbuidos de una silenciosa confianza al quedar asociados a una potencia capaz de provocar tal destrucción.</p> <p><i>Federico de Habsburgo se habrá enterado de lo ocurrido en Venecia</i>, pensó Ash, conmocionada, mientras oía en su cabeza la voz seca, codiciosa del Sacro Emperador Romano; <i>¡ha decidido no arriesgar las Alemanias!</i>, y luego, volvió a centrarse de repente en el soldado visigodo, hermano o primo del fallecido Asturio Lebrija; la mercenaria comprendió entonces El Imperio se ha rendido y hemos quedado atrapados en el lado equivocado. La pesadilla de cualquier mercenario.</p> <p>—¿He de suponer —dijo—, que una fuerza de socorro del ejército visigodo se dirige hacia aquí para ayudar a Fernando?</p> <p>Su visión de su situación cambia ciento ochenta grados. Ya no es una cuestión de si se siente segura detrás de las murallas del pueblo, y pronto detrás de las murallas del castillo. Ahora la compañía está atrapada entre los hombres de armas visigodos que se acercan por los campos que rodean el pueblo, y los caballeros y arcabuceros de Fernando del Guiz que están en el propio castillo.</p> <p>Daniel de Quesada habló con la voz cascada:</p> <p>—Por supuesto. Hemos de ayudar a nuestros aliados.</p> <p>—Por supuesto. —Se hizo eco el hermano o primo de Lebrija.</p> <p>Quesada quizá aún no le hubiera dicho al <i>qa'iá</i> nada de la muerte de Lebrija, quizá no supiera nada, pensó Ash, y decidió mantenerse callada allí donde las palabras pudieran con toda probabilidad meterla en un lío.</p> <p>—Me interesará hablar con vuestro capitán cuando llegue —afirmó Ash. Contempló a sus oficiales por el rabillo del ojo y vio que sacaban fuerzas de la confianza de su capitana.</p> <p>—Nuestro comandante llegará aquí antes de mañana —calculó el soldado visigodo—. Estamos muy ansiosos de hablar con vos. La famosa Ash. Por eso viene hacia aquí nuestro comandante.</p> <p><i>Con sol o sin él</i>, pensó Ash, <i>no voy a tener el tiempo que quiero para meditar mis decisiones. Me guste o no, está pasando ya</i>.</p> <p>Y luego:</p> <p><i>Con sol o sin él, sean los Últimos Días o no, no tiene nada que ver conmigo: si permanezco con mi compañía, somos lo bastante fuertes para sobrevivir a esto. La metafísica de esta situación no es problema mío</i>.</p> <p>—Muy bien —dijo—. Será mejor que conozca a vuestro comandante y abra las negociaciones.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>Rickard le presentó a Bertrand, un posible hermanastro de Philibert, un chiquillo de trece años que estaba muy ocupado creciendo para ocupar un cuerpo demasiado grande para él y que conseguía estar gordo y ser un larguirucho desgarbado, todo a la vez. Entre los dos le colocaron a Ash la armadura y trajeron a Godluc con su mejor barda; los niños se frotaban los ojos por la falta de sueño, a una hora que podría haber sido del amanecer si este tercer día en Guizburg hubiera tenido uno.</p> <p>—Por lo que sé, el nombre personal de su comandante es en realidad el nombre del rango de esta —dijo Godfrey Maximillian—. Faris<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n51">51</a>. Significa «capitán general», general de todas sus fuerzas, algo así.</p> <p>—¿El rango de esta? ¿Una mujer comandante? —Ash recordó entonces que Asturio Lebrija había dicho «he conocido a mujeres de guerra», y también su sentido del humor, del que carecía por completo su primo Sancho (Godfrey le había informado del nombre y el parentesco)—. ¿Y ahora está aquí? ¿La jefa de toda esta maldita fuerza de invasión?</p> <p>—Un poco más abajo de Innsbruck.</p> <p>—Mierda...</p> <p>Godfrey fue a la puerta y llamó a un hombre que estaba en la sala principal de la casa requisada.</p> <p>—Carracci, el jefe quiere oírlo por ella misma.</p> <p>Un hombre de armas con un asombroso cabello rubio blanquecino y el color subido en las mejillas, que se había despojado de todo salvo de un mínimo y desarrapado equipo de soldado de infantería para viajar rápido, entró e hizo una reverencia.</p> <p>—¡Entré en su mismísima tienda de mando! Es una mujer, jefe. Una mujer lidera su ejército; ¿y sabéis cómo la han hecho buena? Tiene una de esas cabezas parlantes, esas máquinas suyas, que piensa por ella en las batallas... ¡dicen que ella escucha su voz! ¡La oye hablar!</p> <p>—¡Si es una Cabeza Parlante<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n52">52</a>, por supuesto que la oye hablar!</p> <p>—No, jefe, no la tiene con ella. La oye en su cabeza, como cuando Dios le habla a un sacerdote.</p> <p>Ash se quedó mirando al alabardero.</p> <p>—La oye como la voz de un santo; le dice cómo tiene que luchar. Por eso nos venció una mujer. —Carracci dejó de hablar de repente, levantó un hombro y por fin esbozó una amplia sonrisa esperanzada—. Uf. ¿Perdón, jefe?</p> <p>La oye como si fuera la voz de un santo.</p> <p>Un latido frío recorrió el estómago de Ash. Era consciente de que parpadeaba, se quedaba mirando algo y no decía nada; helada y conmocionada aún no sabía por qué. Se mojó los labios.</p> <p>—Joder con el perdón...</p> <p>Fue una respuesta automática. Estaba claro que el alabardero, Carracci, no había oído que ¡Ash oye voces de santos!, que era el rumor de la compañía: la mayoría (sobre todo los que llevaban años con ella) lo habrían oído.</p> <p><i>¿Oye a un santo, esta Faris? ¿Lo oye? ¿O sólo piensa que es un rumor útil? Quemada por bruja no es forma de terminar</i>...</p> <p>—Gracias, Carracci —añadió, distraída—. Reúnete con la escolta. Diles que nos vamos dentro de cinco minutos.</p> <p>Cuando Carracci se fue, ella se volvió hacia Godfrey. Resulta difícil sentirse vulnerable como el encaje y estar atada al acero. La mercenaria se quitó las palabras del alabardero de la cabeza. Su confianza volvió con sus paseos por la pequeña habitación, la mesa de caballete despojada ya de la armadura; se acercó a la ventana, donde se quedó quieta y miró los fuegos de Guizburg.</p> <p>—Creo que tienes razón, Godfrey. Van a ofrecemos un contrato.</p> <p>—He hablado con viajeros procedentes de varios monasterios de este lado de las montañas. Como ya he dicho, no puedo tener una idea real de su número pero hay al menos otro ejército visigodo luchando en Iberia.</p> <p>Ash siguió dándole la espalda.</p> <p>—Voces. Dicen que oye voces. Qué extraño.</p> <p>—Solo un rumor, tiene su utilidad.</p> <p>—¡Como si yo no lo supiera!</p> <p>—Los santos son una cosa —dijo Godfrey—. Afirmar que es una voz milagrosa de una máquina, otra muy distinta. Quizá piensen que es un demonio. Podría ser un demonio.</p> <p>—Sí.</p> <p>—Ash...</p> <p>—No tenemos tiempo de preocuparnos por esto, ¿de acuerdo? —Se volvió y miró furiosa a Godfrey —¿De acuerdo?</p> <p>Él la contempló, con los ojos castaños tranquilos. No asintió.</p> <p>Ash dijo:</p> <p>—Tenemos que decidirnos rápido, si resulta que los visigodos nos hacen una oferta. Fernando y sus hombres solo están esperando a tenernos atrapados entre el martillo y el yunque. Entonces arriba el puente levadizo de su castillo, salen disparados y nos cogen por la espalda. Yupiiii —dijo con tono severo y luego esbozó una amplia sonrisa que le dedicó al sacerdote por encima del hombro blindado—. ¿No crees que se pondrá enfermo si tenemos un contrato con el mismo lado? Nosotros somos mercenarios pero él es un traidor despojado de sus derechos. Todavía considero mío ese castillo.</p> <p>—No cuentes tus castillos antes de irrumpir en ellos.</p> <p>—Debería ser un proverbio, ¿no te parece? —Se puso seria—. Estamos entre el martillo y el yunque. Esperemos que nos necesiten de su lado más de lo que necesitan deshacerse de nosotros. De otro modo debería haber decidido salir de aquí en lugar de quedarnos. Y lo de aquí arriba será corto y sangriento.</p> <p>La ancha mano del sacerdote se posó sobre la hombrera izquierda de la mujer.</p> <p>—Ya se derrama mucha sangre allí donde los visigodos se enfrentan a los gremios, arriba, cerca del lago Lucerna. Lo más probable es que su comandante compre cualquier fuerza de lucha que pueda, sobre todo una que tenga conocimientos de la zona.</p> <p>—Y luego nos ponen a nosotros en primera línea para que muramos en lugar de sus hombres, ya sé cómo va. —Se movió con cuidado al volverse; una armadura se puede considerar un arma en sí misma, si solo llevas una túnica de lana marrón plisada y unas sandalias. La mano de Godfrey se alejó de las afiladas placas de metal. La joven se encontró con la mirada castaña del sacerdote.</p> <p>—Es sorprendente a lo que se puede acostumbrar uno. Una semana, diez días... La pregunta que nadie quiere hacer, por supuesto, es... y después del sol, ¿qué? ¿Qué más puede pasar? —Ash se arrodilló con rigidez—. Bendecidme antes de salir a caballo. Me gustaría estar en estado de gracia en estos momentos.</p> <p>La voz del hombre, profunda y conocida, cantó una bendición.</p> <p>—Cabalga conmigo. —Le pidió un abrir y cerrar de ojos después de que él hubo terminado y se dirigió a las escaleras. Godfrey la siguió por las escaleras y salió con ella del pueblo.</p> <p>Ash montó y cabalgó por las calles, con sus oficiales y su escolta, hombres de armas y perros. Tiró de las riendas de Godluc cuando pasó una procesión y atascó la estrecha calle, hombres y mujeres lamentándose, los jubones y faldas de lana rasgadas a propósito, los rostros manchados de ceniza. Mercaderes y artesanos. Niños con los pies desnudos y ensangrentados, vestidos de blanco, que llevaban una Virgen entre velas de cera verde. Sacerdotes del pueblo los azotaban con látigos con púas de acero. Ash se quitó el yelmo y esperó a que la multitud pasara tambaleándose, sollozando y rezando.</p> <p>Cuando el nivel de ruido descendió hasta un punto en el que podía hacerse oír, volvió a colocarse la celada y exclamó:</p> <p>—¡Adelante!</p> <p>Cabalgó con cincuenta hombres, pasó al lado de hogueras que ardían ahora las veinticuatro horas del día y salió por las verjas de Guizburg. Pasaron al lado de algunos de sus hombres que volvían de expediciones a un bosque incólume arrastrando cargas de pino para hacer antorchas. Lo que pensó que eran agujas de pino plateado eran, como vio al acercarse más, agujas de pino cubiertas de escarcha. Escarcha. En julio.</p> <p>La rueda del molino estaba silenciosa por donde cruzaron el vado entre salpicaduras; y en la oscuridad vio vacas perdidas que no sabían cuándo volver a casa para el ordeño. Una extraña medio canción se escuchaba en el monte bajo, los pájaros no sabían si dormir o si reclamar su territorio. Una sensación opresiva le recorría la espalda bajo el forro sonrosado de seda del jubón de la armadura y la hacía sudar; todo esto antes de ver mil antorchas que bajaban por el valle poco profundo y el águila plateada de los estandartes visigodos y antes de que oyera los tambores.</p> <p>Joscelyn van Mander exigió que lo tranquilizaran, con los ojos clavados en los lanceros y en los arqueros que había colina abajo.</p> <p>—Nunca he luchado contra los visigodos, ¿cómo es?</p> <p>Ash volvió a apoyar la lanza erguida contra el hombro blindado. El pendón de cola de zorro colgaba en el aire inmóvil. Godluc retozó un poco, la cola atada con una guirnalda de hojas de roble y campanillas.</p> <p>—¿Angelotti?</p> <p>Antonio Angelotti cabalgaba a su lado, con la armadura puesta y una medalla de Santa Bárbara atada alrededor del puño del guantelete.</p> <p>—Cuando estuve con el lord-amir Childerico, sofocamos una rebelión local. Yo tenía la capitanía de los <i>hackbutters</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n53">53</a>. Los visigodos son comandos rápidos. <i>Karr wa farr</i>: atacan varias veces y se van. Golpean y huyen, te cortan las líneas de abastecimiento, te niegan los vados, asedios indiferentes durante un año o tres y luego toman la ciudad por asalto. Que yo sepa, jamás han buscado al ejército enemigo para una batalla campal. Han cambiado de táctica.</p> <p>—Eso es evidente. —Van Mander emitía un fuerte olor a cerveza sin diluir.</p> <p>Ash echó la vista atrás, y para ello se volvió sobre la alta y erguida silla de guerra. Aparte de los habituales oficiales de mando, había traído a Euen Huw y su lanza; Jan-Jacob Clovet y treinta arqueros; diez hombres escogidos de la banda de van Mander y su senescal, Henri Brant (con el torso envuelto en vendas) para supervisar en nombre de los no-combatientes. La mayoría de sus jinetes llevaban antorchas.</p> <p>Angelotti dijo:</p> <p>—Deberías haber dejado que mis bombardeos abrieran la torre de Guizburg. Sería mucho más difícil sacarnos de ahí, <i>madonna</i>.</p> <p>—Intenta no pensar en ello como en un montón de escombros, sino como en nuestro montón de escombros. ¡Me gustaría mantenerla de una pieza!</p> <p>Confiaba en el número y disposición de al menos esta parte de las fuerzas visigodas, dado que los exploradores de la compañía eran fiables; Ash siguió bajando la colina entre campos pulcramente divididos y rediles cercados con zarzo. El estandarte de la compañía y su pendón personal cabalgaban entre la masa de hombres, oscuros contra el cielo oscuro, antinatural, entre las antorchas que llameaban y se sacudían.</p> <p>Llegaron a la cima de una ligera elevación. Ash mantuvo a Godluc en movimiento cuando este hubiera respondido al cambio de peso de su jinete al ver esta lo que esperaba a poca distancia. Una cosa es disponer de información fiable que dice que hay una división de un ejército, ocho o nueve mil hombres más el tren de equipaje, acampados justo al lado del camino de Innsbruck. Otra muy diferente ver cien mil antorchas, hogueras brillantes, oír los resoplidos y los pateos de las líneas de caballos y los gritos de los guardias; vislumbrar, en aquel día sin luz, la inmensa rueda de tiendas, cubiertas de cuerdas tirantes como telarañas, atestadas de hombres armados y rodeadas de carretas; y eso era ese ejército, en carne y hueso.</p> <p>Ash tiró de las riendas en el punto de encuentro señalado, un importante cruce de caminos, y se levantó la cimera de la celada con el pulgar. Todo su grupo cabalgaba con la armadura completa por órdenes suyas; los caballos con la barda completa y las gualdrapas; pañuelos retorcidos de seda de colores envolvían los yelmos; los portapenachos en las celadas y en los almetes alternaban con plumas blancas de avestruz. Los ballesteros montados habían sacado las armas de los estuches y tenían los virotes a mano.</p> <p>—Allí —dijo la mercenaria mientras se esforzaba para ver en la oscuridad.</p> <p>Un jinete con el pendón de una lanza blanca salió a caballo del campamento visigodo. Al poco rato la mercenaria consiguió distinguir una armadura europea, las curvas redondeadas de la cota de malla milanesa y una mata de cabello negro y rizado que le sobresalía del cuello del almete.</p> <p>—¡Es Agnes!</p> <p>Robert Anselm gruñó:</p> <p>—Será pelota, el muy bruto. Tenían que contratar al Cordero.</p> <p>—¡En medio de una puta batalla! Debe de haber firmado un contrato mientras todavía estaban en plena escaramuza. —Hasta donde se lo permitía la armadura, Ash sacudió la cabeza con tristeza—. ¿No te encantan los mercenarios italianos?</p> <p>Se encontraron en medio del hedor de las humeantes antorchas de pino. El Cordero se desabrochó con cuidado el visor del almete y mostró su rostro bronceado.</p> <p>—Planeando una escapada rápida, ¿verdad?</p> <p>—A menos que el ejército visigodo de ahí abajo en pleno venga tras nosotros, conseguiríamos atravesar las puertas de la ciudad. —Ash metió la lanza en el ristre de la silla para darle a sus manos más libertad. Hablaba sobre todo por sus oficiales—. Y a menos que tu patrona quiera en realidad quedarse sentada delante de un diminuto castillo bávaro durante las próximas doce semanas, no creo que le interese demasiado intentar sacarnos a rastras de Guizburg.</p> <p>»Dile a tu general que, como es comprensible, no nos entusiasma mucho la idea de entrar en su campamento pero que si quiere subir hasta aquí, negociaremos.</p> <p>—Eso es lo que quería oír. —Cordero hizo girar su castrado roano, flaco y huesudo, levantó la lanza y bajó el pendón blanco al suelo. Otro grupo de jinetes salió del fuerte de carretas, unos cuarenta quizá. Demasiado lejos para distinguir los detalles en medio de aquella oscuridad, podían ser cualquier grupo de hombres armados.</p> <p>—¿Y qué extra te pagaron para que subieras hasta aquí tú solo?</p> <p>—Lo suficiente. Pero me han dicho que tratas bien a tus rehenes. —Curvó los labios con gesto insinuante; las convicciones religiosas de Agnus Dei no llegaban (según los rumores) al celibato. Ash le devolvió la sonrisa y pensó en Daniel de Quesada y Sancho Lebrija, a los que ahora entretenían de forma obligatoria en Guizburg hasta que ella volviera ilesa.</p> <p>—Nada se resiste ahora en las ciudades-estado salvo Milán — añadió el Cordero al tiempo que hacía caso omiso de la repentina obscenidad de Antonio Angelotti—, y de los cantones suizos, solo Berna.</p> <p>—¿Han jodido a los suizos? —Ash se quedó tan asombrada que por un momento no supo qué decir—. Sus líneas de abastecimiento están despejadas hasta el Mediterráneo; ¿pueden mantener ejércitos como este en el campo y seguir presionando hacia el norte? ¿Y mantener el territorio que dejan atrás?</p> <p>Era una forma muy poco elegante de intentar sonsacar información, o más bien, de reafirmar una información que según sus fuentes era verdad. La atención de Ash se fijó en los jinetes que se aproximaban.</p> <p>El Cordero resultó tener los labios sellados.</p> <p>—Veinte años de preparación ayudan, creo, <i>madonna</i> Ash.</p> <p>—Veinte años. Me cuesta imaginarlo. Eso es todo lo que yo he vivido. —La mención de su juventud tenía un propósito completamente malicioso, dado que el Cordero tenía treinta y pocos. Tan joven, tan famosa; mejor que no se confiara demasiado también, concluyó la mercenaria y esperó a que los jinetes subieran la colina. Una ráfaga de viento barrió la hierba oscura e hizo susurrar los lejanos pinares. Tenía una impresión, casi física, como la sensación que se tiene al conseguir montar un caballo brioso que apenas se puede controlar.</p> <p>—Dulce Cristo —murmuró alegremente, casi para sí misma—. Es el Armagedón. Todo está cambiando. Están volviendo a la Cristiandad del revés. ¿Quién querría ahora ser campesino?</p> <p>—O mercader. O señor. —El Cordero tiró de las riendas—. Este es el único oficio posible, <i>cara</i>.</p> <p>—¿Eso crees? Luchar es lo único que sé hacer. —Un momento extraño: aquel hombre despeinado y ella se comprendían muy bien. Ash dijo—: Quédate en primera línea hasta que tengas treinta años y mueras, para que yo mande. Quédate al mando hasta que seas viejo, cuarenta años o así, y mueras. De ahí... —Con un gesto de la mano blindada apuntó a Guizburg—. El juego de los príncipes.</p> <p>—¿Mmm? —El Cordero ladeó tanto el cuerpo como la cabeza en el arnés para poder mirarla directamente—. Oh, sí, <i>cara</i>. He oído rumores, que la mitad de tu problema era que querías una hacienda y un título. En cuanto a mí... —Suspiró con cierto grado de contento—. Tengo el dinero que gané en las últimas dos campañas invertido en el negocio inglés de la lana.</p> <p>—¿Invertido? —Ash se lo quedó mirando con fijeza.</p> <p>—Y ahora poseo un taller de teñido en Brujas. Muy cómodo.</p> <p>Ash se dio cuenta de que se le había quedado la boca abierta. La cerró.</p> <p>—¿Así que, quién necesita tierras? —Concluyó Agnus Dei.</p> <p>—Bueno... Sí. —Ash volvió a dirigir su atención a los visigodos—. Has estado con ellos, qué, ¿dos semanas o más? Cordero, ¿qué pasa aquí?</p> <p>El mercenario italiano acarició el cordero que llevaba en la sobrevesta.</p> <p>—Pregúntate si tienes elección, <i>madonna</i>, y si no es así, ¿qué importancia tiene mi respuesta?</p> <p>—Es buena. —Ash contempló la procesión iluminada por antorchas que se acercaba. Lo bastante para ver a los adelantados, cuatro hombres con túnicas y velos que montaban unas mulas, con lo que parecían barriles octogonales abiertos colocados en las sillas delante de ellos. Había algo extraño en el tamaño de los cuerpos y las cabezas de aquellos hombres. Los identificó como enanos un momento después de darse cuenta de que estaban golpeando con palos los laterales de cuero rojos y dorados de los barriles que eran, en realidad, tambores de guerra. La creciente vibración hizo que Godluc echara hacia atrás las orejas.</p> <p>Ash dijo, muy deprisa.</p> <p>—Nos dio una paliza en Génova. ¿Te crees todo eso de una cabeza parlante que le dice lo que tiene que hacer? ¿Has visto esa máquina?</p> <p>—No. Sus hombres dicen que la cabeza parlante, que ellos llaman «Gólem de Piedra», no está aquí con ella. Está en Cartago.</p> <p>—Pero con el tiempo que te pasarías esperando una respuesta, mensajes, jinetes en caballos de posta, palomas... no puede estar usándola en el campo de batalla. No cuando combate en tiempo real.</p> <p>—Pero sus hombres dicen que sí. Dicen que la oye al mismo tiempo que habla en la Ciudadela, en Cartago. —El mercenario hizo una pausa—. No lo sé, <i>madonna</i>. Dicen que es una mujer, así que solo puede ser así de buena si hay voces.</p> <p>El astuto comentario del Cordero le dolió. Ash hizo caso omiso de él por un momento, absorta en la idea de lo que podría significar estar en constante comunicación, en tiempo real, con la ciudad natal de uno, con los comandantes, a miles de kilómetros de distancia.</p> <p>—Un Gólem de Piedra... —dijo la mercenaria con lentitud—. Cordero, escuchar a los santos de Nuestro Señor es una cosa; escuchar una máquina...</p> <p>—Probablemente solo sean rumores. —Soltó el Cordero—. La mitad de lo que dicen que tienen en el norte de África, no lo tienen, solo manuscritos y los recuerdos de algún bisabuelo. Esta mujer es nueva, y comandante de ejércitos. Por supuesto que habrá historias ridículas. Siempre las hay.</p> <p>Hubo algo en aquel precipitado discurso que la obligó a levantar la vista: no cabía duda de que el Cordero estaba nervioso. Sorprendió la mirada de Robert Anselm, Geraint ab Morgan, Angelotti... todos sus oficiales estaban listos para esto, para lo que podría ser una negociación y lo que podría ser una emboscada, y que en cualquier caso hay que aguantar el tiempo suficiente para averiguarlo. Bajó la vista al palafrén de Godfrey Maximillian. El sacerdote tenía la vista clavada en las antorchas que se aproximaban.</p> <p>—Reza por nosotros —le ordenó.</p> <p>El barbudo agarró la cruz y empezó a mover los labios.</p> <p>Aparecieron más antorchas, más bajas, las llevaban hombres a pie. Ash oyó un juramento supersticioso de boca de Robert Anselm. Los portadores de las antorchas eran figuras de hombre hechas de arcilla y latón, gólems que portaban chorreantes antorchas de brea cuya luz bañaba su piel roja y ocre carente de rasgos.</p> <p>—Muy bonito —admitió la mercenaria—. Si fuera ella y tuviera algo así de desconcertante, también lo usaría.</p> <p>Se acercaban los caballos visigodos, entre dos filas de gólems. Caballos pequeños que pisaban alto, con sangre del desierto en las venas y arreos dorados que les cruzaban el cuello y el lomo, cada bocado, cada anilla, cada estribo, resplandecía bajo la luz de las antorchas. Traían consigo un aroma a estiércol de caballo especiado, muy diferente del estiércol que producían los caballos de guerra europeos, de cuello más grueso. Godluc se removió. Ash agarró bien la rienda. <i>Algunos son yeguas</i>, pensó; <i>y nunca he terminado de convencerme de que Godluc se da cuenta de que lo han capado</i>. Las sombras móviles molestaban al palafrén de Godfrey; la mercenaria le indicó a un arquero que se bajase y sujetase la brida, para que Godfrey pudiera continuar con su plegaria sin interrupciones.</p> <p>Detrás de los jinetes visigodos venía el portador del estandarte, con una bandera negra y un águila sobre un asta. Llevaba el caballo con armadura y Ash sonrió para sí misma al verlo, tras haber llevado el estandarte en cierto número de batallas y haber llegado a entender lo que las voces que oía querían decir al hablar de imán para el fuego. Un poeta con armadura cabalgaba a su lado y le cantaba algo demasiado coloquial para que ella lo entendiese, pero recordó la costumbre que había visto en Túnez: vates que cantaban para subir la moral.</p> <p>—Menudo jaleo. Me pregunto si están intentando impresionarnos. —Ash permanecía sobre la alta silla de montar, con las piernas casi rectas en los estribos y el centro de gravedad en las caderas o justo debajo: la sensación era diferente a cuando caminabas con la armadura. Cambió de postura de forma imperceptible y mantuvo quieto a Godluc. Los caballos visigodos emitieron un sonido desapacible cuando se detuvieron. Lanzas y escudos, espadas y ballestas ligeras... La mercenaria estudió a los hombres que llevaban camisotes por encima de la armadura forrada, con sobrevestas blancas y yelmos abiertos. Se inclinaban en las sillas hacia los demás, hablaban de forma abierta y algunos señalaban a los caballeros mercenarios europeos.</p> <p>—No —dijo Ash alegremente, había escogido uno y dejado que su voz se transmitiera—. Resulta que no. Además, no se crían cabras en estas montañas. Ni machos ni hembras.</p> <p>Un estallido de risas, maldiciones y miradas de alarma siguieron a su discurso. Geraint ab Morgan se palmeó el muslo blindado. Un jinete visigodo mejor armado que cabalgaba bajo el estandarte del pendón y el águila negros les habló a los hombres que tenía a ambos lados y luego hizo que se adelantara un castrado castaño.</p> <p>Para no ser menos, Ash hizo una señal. Euen Huw sacó tres notas claras de la trompeta que llevaba de no muy buena gana. Ash se adelantó en medio del estrépito de la barda de su caballo, seis oficiales con ella: Anselm, Geraint y Joscelyn van Mander con una reluciente armadura milanesa completa; Angelotti con una coraza milanesa y arnés en las piernas, acanalado, gótico e intrincado; Godfrey (aún rezando, los ojos cerrados), con su mejor túnica monástica; y Floria del Guiz con la brigantina que le había prestado alguien y una celada de arquero, con lo que no se parecía en nada a una mujer y, por desgracia, Ash tenía que admitir que tampoco mucho a un soldado.</p> <p>—Soy Ash —le dijo al silencio, tras la trompeta—. Según Agnes Dei os interesa un contrato con nosotros.</p> <p>Ash no podía distinguir el rostro de la líder visigoda bajo el yelmo en medio de aquellas sombras móviles.</p> <p>La mujer llevaba un yelmo de acero y grebas, escarpes de bandas visibles en los estribos. La luz de las antorchas fluía con suntuosidad sobre la armadura de color escarlata cubierta de terciopelo: una armadura con cien grandes remaches con forma de flor que relucían con un tono dorado. Bajo ella, la cota de malla era visible, en el muslo. El cuello de placas recto debía de ser algún tipo de gorjal, supuso Ash; y notó la empuñadura dorada de una espada de tres lóbulos; vainas de espada y daga con chapas de oro, el cinturón de la espada con pesados ornamentos de oro y el color negro azulado y blanco de un manto de cuadros forrado de vero<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n54">54</a>. Ash sumó en cuestión de segundos el precio de cada prenda y quedó impresionada a pesar de sí misma. No pudo evitar sentir un espasmo de puro placer al ver a otra mujer que comandaba tropas, sobre todo una lo bastante extranjera para no ser una competidora.</p> <p>—Lucharíais contra los borgoñones. —La voz de la mujer, penetrante, hablaba alemán con acento cartaginés. Dejaba claro que quería que la entendieran los miembros del séquito de Ash que no hablaban cartaginés.</p> <p>—¿Luchar contra los borgoñones? No por gusto. Son unos hijos de puta muy duros. —Ash se encogió de hombros—. Yo no arriesgo mi compañía sin una buena razón.</p> <p>—Es «Ash». La <i>jund</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n55">55</a>. —El castrado castaño con armadura se adelantó y entró en el círculo de luz que emitían las antorchas de Ash. La mujer llevaba un yelmo con una barra nasal y una cenefa de malla le colgaba de los bordes. Un pañuelo negro le envolvía los hombros y la parte inferior de la cara. No hay muchos detalles visibles en unos ojos enmarcados por un casco, que era todo lo que Ash podía ver, pero los suficientes para que de repente se diera cuenta: ¡Es joven! Dios mío. ¡No es mucho mayor que yo!</p> <p>Lo que explicaba parte del malhumor del Cordero: el deseo malicioso de ver cómo se conocían dos bichos raros, como sin duda las consideraba. A Ash, por pura perversidad, le cayó bien de inmediato la comandante visigoda.</p> <p>—Faris —dijo Ash—. General. Hacedme una oferta. En general he luchado del lado de los borgoñones cuando se ha presentado la oportunidad, pero podemos enfrentarnos a ellos si es necesario.</p> <p>—Tenéis aquí a mi aliado.</p> <p>—Es mi esposo. Creo que eso le da prioridad a mi reclamación.</p> <p>—Se debe levantar el asedio. Como parte del contrato.</p> <p>—Ehh. Demasiado rápido. Siempre consulto con mis hombres. —Ash levantó una mano. Había algo que la molestaba de la voz de la visigoda. Habría acercado más a Godluc pero la luz de las antorchas parpadeaba en las puntas de las flechas, fáciles de ensartar, que en algunos casos descansaban en el regazo de los jinetes visigodos; y algunos de sus propios hombres tenían la lanza en la mano con gesto determinado, en lugar de apoyada en la silla. Las armas tienen vida propia, su propia tensión; podría haber dicho, con total exactitud, cuántos jinetes visigodos la estaban mirando y juzgando la distancia. Podía sentir aquella conexión invisible.</p> <p>Y por el puro deseo de ganar un minuto o dos para pensar, Ash se encontró haciendo la pregunta que más la preocupaba.</p> <p>—Faris, ¿cuándo volveremos a ver el sol?</p> <p>—Cuando así lo decidamos. —La voz joven de la mujer parecía tranquila.</p> <p>Y a Ash también le parecía que mentía, tras haber contado suficientes mentiras en público en sus tiempos. <i>¿Así que tú tampoco lo sabes? ¿El Califa de Cartago no le cuenta todo a su general?</i> La luz amarilla de las antorchas creció hasta convertirse en un resplandor, los caminantes de arcilla habían formado un semicírculo a ambos lados de su general. Resplandecía la cota de malla de delicados eslabones.</p> <p>—¿Qué ofrecéis?</p> <p>—Sesenta mil ducados. Con un contrato durante el tiempo que dure esta guerra.</p> <p>Sesenta mi...</p> <p>Tan claro como si fuera su voz interior, oyó que Robert Anselm pensaba, «si la perra esa tiene dinero para quemar, ¡no discutas con ella!».</p> <p>Ash se dio un segundo o dos para pensarlo levantando el brazo, desabrochándose la celada y quitándose el yelmo; lo cual también era una señal para que sus hombres se relajaran; o, en cualquier caso, que no se precipitaran a menos que fueran muy claras las intenciones agresivas de los visigodos.</p> <p>El Cordero se quitó un guantelete y se mordió los dedos.</p> <p>Ash se apartó de la cara el cabello plateado atado (sudoroso tras su confinamiento en el forro del yelmo) y miró a la general visigoda. Después de un largo momento de duda, la joven levantó la mano, se quitó el casco rodeado de una malla de metal y se apartó el velo.</p> <p>Uno de los jinetes visigodos lanzó un violento taco. Su montura levantó las dos patas delanteras del suelo y se precipitó contra el hombre que tenía al lado. Un rugido estridente de voces hizo que Ash agarrara con firmeza las riendas de Godluc, con la mano izquierda. Godfrey Maximillian abrió los ojos y ella lo vio mirar directamente hacia delante.</p> <p>—¡Jesucristo! —exclamó Godfrey.</p> <p>La joven Faris visigoda permanecía sobre su caballo bajo la luz de las antorchas. Movió el cuerpo cubierto de la armadura escarlata y obligó a la yegua castaña a dar un paso adelante, antes de lanzar una mirada intensa. Las sombras cambiantes y la luz resplandecían en la cascada de su cabello plateado.</p> <p>Tenía las cejas umbrías, profundas, definidas; los ojos brillantes y oscuras; pero fue la boca lo que la traicionó. Ash pensó, <i>he visto esa boca en el espejo cada vez que ha habido un espejo a mano</i>, y percibió la misma longitud de brazos y piernas, las caderas sólidas y pequeñas, los hombros fuertes, incluso (cosa que no había visto), la misma forma de sentarse en la silla de montar.</p> <p>Devolvió la mirada al rostro de la mujer visigoda.</p> <p>No había cicatrices.</p> <p>Si hubiera habido cicatrices se habría caído del caballo y lanzado de bruces al suelo para rezarle al Cristo, para rezar contra la locura, los demonios y el habitante del Infierno que pudiera ser esta mujer. Pero las mejillas de la mujer estaban incólumes y sin marcas.</p> <p>La expresión de la general visigoda era neutra, los rasgos inmóviles, pétreos.</p> <p>En el mismo segundo en que los hombres armados de los dos grupos, europeo y visigodo, apretaron los caballos para acercarse más, Ash se dio cuenta, <i>así que este es el aspecto que tengo sin las cicatrices</i>.</p> <p><i>Sin cicatrices</i>.</p> <p><i>En todo lo demás... somos gemelas</i>.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 3</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>L<style style="font-size:80%">A FARIS LEVANTÓ</style> un brazo y dijo algo demasiado brusco y rápido como para que Ash lo entendiera.</p> <p>—¡Os enviaré a mi <i>qa'id</i> con un contrato! —añadió la general visigoda. Un movimiento brusco del cuerpo hizo girar al berebere castaño en el sitio, con las ancas juntas y luego se alejó al galope. Y el resto con ella, al instante. Tambores, águila, enanos, poetas y matones armados, todos bajando con estrépito la colina oscura rumbo al campamento visigodo.</p> <p>—¡Volvemos al pueblo! —Ash oyó su propia voz, brusca y ronca, en medio del silencio. Y pensó, <i>cuántos lo han visto, quizá unos cuantos hombres cerca de mí, treinta latidos para ver una cara en la oscuridad, pero pronto se correrá la voz, se convertirá en un rumor</i>—. ¡Volvemos al pueblo!</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>Durante los cinco días siguientes en ningún momento estuvo hablando con menos de dos personas a la vez, en ocasiones tres.</p> <p>Godfrey le trajo el contrato de los visigodos para la compañía, con el meticuloso latín comprobado para que ella lo firmara. Y ella firmó, mientras discutía con Gustav y sus caballeros de infantería la posibilidad de intentar una última incursión contra el castillo de Guizburg, y eso mientras se dividía entre contar remontas y sacos de harina de avena con Henri Brant, escuchaba las quejas de los artilleros sobre la escasez de pólvora y escuchaba de labios de Florian (¡Floria!) cómo se curaban o no se curaban las heridas. Antes de que llegara la primera medianoche, ya había visitado a cada lanza de hombres en sus propios alojamientos y se había aceptado el contrato.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>—Nos vamos por la noche —anunció Ash. En parte porque por la noche había algo de luz, la luna menguante que entraba en su último cuarto seguía dando más luz que el día. En parte porque a sus hombres no les gustaba cabalgar bajo el antinatural cielo negro diurno y estaban más seguros, en opinión de ella, durmiendo de día, por muy difícil que eso fuera. Cambiar a diario un campamento de ochenta lanzas y un tren de equipaje ya es bastante difícil a la luz del día.</p> <p>Nunca, ni por un instante, estaba sola.</p> <p>Se envolvió en una autoridad impenetrable. No se podía hacer ninguna pregunta. No había ninguna. A ella le parecía estar dormida, o sonámbula como mucho.</p> <p>Despertó, por paradójico que parezca, cinco días más tarde, por puro cansancio.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>Ash despertó sobresaltada, se había quedado adormilada y se encontró con la frente apoyada en el cuello de su yegua. Consciente de que su mano, que se aferraba a un cepillo para caballos, se movía en pequeños círculos que cada vez eran más pequeños. Consciente de que acababa de hablar, pero, ¿qué había dicho?</p> <p>Levantó la cabeza y miró a Rickard. El muchacho parecía rendido de cansancio.</p> <p>Dama le dio un cabezazo con el morro y resopló. Ash se irguió. Le pasó la mano libre por el flanco cálido y lustroso. El potro que llevaba en el interior presionaba las paredes. La yegua pateó con suavidad y empujó a Ash con los hombros dorados. Las esterillas que tenía bajo los pies olían bien, a estiércol de caballo.</p> <p>Ash bajó la mirada. Llevaba las botas de montar muy altas, con la parte superior abotonada al faldón del jubón para mantenerlas subidas. Estaban cubiertas de barro y estiércol de caballo hasta la altura de la rodilla.</p> <p>—La gloriosa vida de un mercenario. Si hubiera querido pasarme la vida enterrada en mierda hasta la rodilla, podría haber sido campesina en alguna granja. Al menos no tienes que trasladar una granja a veintidós kilómetros cada vez que canta el gallo. ¿Por qué estoy hasta el culo de mierda?</p> <p>—No lo sé, jefe. —Era esa clase de pregunta retórica que alguien se habría tomado como una invitación para hacer gala de su ingenio; Rickard parecía incapaz de expresarse. Pero también parecía contento. Era obvio que no era de eso de lo que estaba hablando antes.</p> <p>Más animado, Rickard dijo:</p> <p>—Parirá en unos quince días.</p> <p>La mercenaria tenía el cuerpo magullado, caliente y cansado. Los faroles de hierro horadado arrojaban una luz amarilla brillante sobre las paredes móviles del establo de lona y el heno que sobresalía del pesebre de Dama. Agradable y tranquilo a tan temprana hora.</p> <p><i>Pero si salgo, no veré la salida del sol. Solo oscuridad</i>.</p> <p>Ash oyó las voces de los hombres de armas que hablaban fuera y el quejido de los perros; entonces no había atravesado el campamento sin escolta. <i>Mis lapsos no llegan tan lejos</i>. Era como una ausencia real para ella, como si alguien se hubiera ido de viaje y acabara de volver.</p> <p>—Quince días —repitió. El guapo muchacho la contempló. La camisa del muchacho se arremolinaba y se le salía de la abertura que había entre los ojales del hombro y la parte inferior de la espalda. El rostro le estaba adelgazando, perdía la grasa infantil y se convertía en el de un hombre. Ash le ofreció una sonrisa tranquilizadora—. Bien. Escucha, Rickard, cuando le hayas enseñado a Bertrand a ser copero y paje, le pediré a Roberto que te coja como escudero. Ya es hora de que empiece tu preparación.</p> <p>El joven no dijo nada pero se le iluminó la cara, como la página de un manuscrito.</p> <p>Después del esfuerzo físico, el cuerpo se relaja. Ash fue consciente entonces de que se le ablandaban los músculos; de la calidez de su media túnica, convertida en un jubón con un faldón más amplio y con las mangas abullonadas cosidas, que llevaba abotonada sobre la brigantina; de su somnolencia, que no hacía nada por embotarle el deseo. Tuvo un repentino recuerdo táctil, muy intenso: la línea del flanco de Fernando del Guiz, desde el hombro a la cadera, la piel cálida bajo las yemas de sus dedos y la embestida de su miembro erecto.</p> <p>—¡Mierda!</p> <p>Rickard se sobresaltó. Aventuró:</p> <p>—El maestro Angelotti quiere hablar con vos.</p> <p>La mano de Ash se dirigió de forma automática al cuello de Dama cuando esta le dio un golpecito con el hocico. La caricia la calmó.</p> <p>—¿Dónde está?</p> <p>—Fuera.</p> <p>—Bien. Sí, le veré ahora. Diles a todos los demás que no estaré disponible durante la próxima hora.</p> <p>Cinco días sin ser consciente de que había viajado entre paredes inclinadas de rocas desnudas, con parches de nieve blanca a la luz de la luna. Sin ser consciente del camino. Monte bajo helado, hierbas alpinas, brezo y el tintineo de las piedras que caen poco a poco por los acantilados que dejan a ambos lados. La luz de la luna sobre los lagos, muy por debajo de los caminos sinuosos y la ladera de la montaña cubierta de cantos rodados. Ahora, si luciera la luz del sol, estaría mirando a lo lejos y vería prados verdes sin cercas y pequeños castillos sobre las cimas de las colinas.</p> <p>La luz de la luna no le mostraba nada del campo circundante cuando dejó las filas de caballos. Desde el campamento no se veía nada a lo lejos.</p> <p>—Jefe. —Antonio Angelotti se volvió, estaba hablando con los guardias. Vestía un voluminoso manto rojo de lana, que no debería necesitar en julio, encima de la brigantina y la armadura de las piernas. Lo que crujía bajo sus botas mientras se acercaba a ella no eran los juncos secos sino la escarcha.</p> <p>Los círculos interno y externo que formaban las carretas de la compañía estaban erizados de armas, con tras pavesas grandes como puertas de iglesia. Las hogueras ardían dentro del campamento central, donde dormían los hombres en sus petates y ardían también al otro lado del perímetro, por orden suya, para que se viera el campo que había más allá y para evitar que cualquier arquero o arcabucero que pasara pudiera distinguir sus siluetas contra las llamas. La mercenaria sabía dónde estaba el campamento visigodo, a kilómetro y medio de allí, gracias a las llamas de las hogueras y a los hombres que cantaban a lo lejos, borrachos de alcohol o de ardor bélico, eso no quedaba claro.</p> <p>—Vamos. —Caminó con Antonio Angelotti hasta llegar al bulto del cañón y los artilleros acampados alrededor de sus fuegos sin hablar más que de asuntos logísticos. Cuando aquel hombre asombrosamente guapo se hizo a un lado para que ella pudiera entrar en su pequeña tienda, la mercenaria supo que el silencio que había mantenido hasta entonces estaba a punto de terminar.</p> <p>—Rickard, vete a ver si puedes encontrar al padre Godfrey y a Fl... Florian. Mándamelos aquí. —Agachó la cabeza para traspasar la solapa del pequeño pabellón y entró. Sus ojos se acostumbraron a las sombras. Se sentó en un cofre de madera, atado con correas y hierro, que contenía la pólvora suficiente para mandarla a ella y a los artilleros que había fuera al Abismo—. ¿Qué tienes que decir en privado?</p> <p>Angelotti se puso cómodo apoyándose contra el borde de la mesa de caballete, sin prenderse el borde superior de los quijotes que le armaban los muslos. Una gavilla de papel, cubierta de cálculos, calló al suelo cubierto de juncos. <i>Aquel joven</i>, pensó Ash, <i>era incapaz de tener un aspecto que no fuera elegante en cualquier situación; pero no era incapaz de parecer turbado</i>.</p> <p>—Así que soy una bastarda del norte de África en lugar de una bastarda de Flandes, Inglaterra o Borgoña —dijo ella, con dulzura—. ¿Tanto te importa?</p> <p>Él se encogió de hombros con ligereza.</p> <p>—Eso depende de la familia noble de la que procede nuestra Faris y de si ellos te encontrarán a ti embarazosa. No. En cualquier caso, eres una bastarda de la que una familia tendría que sentirse orgullosa. ¿Qué pasa?</p> <p>—¡Org....! —Ash resolló. Le ardía el pecho. Se deslizó por el costado del cofre y se quedó sentada, con las piernas separadas, en los juncos, con tal ataque de risa que casi no podía respirar. Las placas de la brigantina crujían con el movimiento de las costillas—. ¡Oh, Ángel! Nada. «Orgullosa». ¡Menudo piropo! Tú... no, nada.</p> <p>Se pasó el dorso de los guantes bajo los ojos. Un empujón de las poderosas piernas la volvió a subir al cofre de madera.</p> <p>—Maese artillero, sabéis mucho sobre los visigodos.</p> <p>—El norte de África es donde aprendí las matemáticas que sé.</p> <p>Quedó claro que Angelotti estaba estudiando el rostro de la mercenaria. No daba la sensación de saber que eso era lo que estaba haciendo.</p> <p>—¿Cuánto tiempo pasaste allí?</p> <p>Con los párpados ovalados sobre los ojos, Angelotti tenía el rostro de un icono bizantino, bajo la luz de las velas y las sombras, con la juventud que lo cubría como la película blanca de la superficie de una ciruela.</p> <p>—Tenía doce años cuando me llevaron. —Los párpados de largas pestañas se elevaron y Angelotti la miró a la cara—. Los turcos me sacaron de una galera cerca de Nápoles y los visigodos tomaron su barco de guerra. Pasé tres años en Cartago.</p> <p>Ash no tenía la sangre fría necesaria para preguntarle más por aquella época de lo que él parecía dispuesto a ofrecer de forma voluntaria. Era más de lo que le había dicho en cuatro años. Se preguntó si hubiera preferido, en aquel tiempo, no haber sido tan guapo.</p> <p>—Lo aprendí en la cama —dijo Angelotti con suavidad, con un giro humorístico en la boca que dejaba claro que para él era transparente el curso de los pensamientos de la mercenaria—. Con uno de sus <i>amirs</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n56">56</a>, sus magos-científicos. Lord-Amir Childerico. Que me enseñó trayectorias balísticas, náutica y astrología.</p> <p>Ash, acostumbrada a ver a Angelotti siempre limpio (aunque un poco chamuscado) y pulcro, en sí mismo un milagro en medio del barro y del polvo del campamento y, sobre todo, reservado, pensó, <i>¿tanto cree que necesita llegarme para contarme esto?</i></p> <p>Se apresuró a hablar.</p> <p>—Roberto podría tener razón, esto podría ser su crepúsculo... que se extiende. Godfrey lo llamaría un contagio infernal.</p> <p>—No lo haría. Respeta a sus <i>amirs</i>, como yo.</p> <p>—¿Qué es lo que quieres decirme?</p> <p>Angelotti deshizo los nudos del cordón de su manto. La tela roja de lana se deslizó por su espalda, hasta la mesa, y quedó allí arremolinada.</p> <p>—Mis artilleros se están amotinando. No ha sentado muy bien que cancelaras el asedio de Guizburg. Dicen que fue porque del Guiz es tu marido. Que ya no tienes la sonrisa de la Fortuna.</p> <p>—¡Oh, Fortuna! —Ash esbozó una amplia sonrisa—. Veleidosa como una mujer, ¿no es eso lo que están diciendo? De acuerdo, hablaré con ellos. Págales más. Sé por qué están furiosos. Tenían galerías excavadas casi hasta la puerta del castillo. ¡Sé que estaban deseando volarlo en mil pedazos...!</p> <p>—Así que se sienten engañados. —Angelotti parecía muy aliviado—. Si hablas tú con ellos... bien.</p> <p>—¿Es todo?</p> <p>—¿Son tus voces como las de ella?</p> <p>El golpecito más ligero puede hacer añicos la cerámica, si se da en el lugar correcto. Ash sintió las grietas que salían disparadas de su pregunta. Se puso en pie de un salto en el atestado pabellón.</p> <p>—¿Te refieres a si mi santo no es nada? ¿El león no es nada? ¿Me habla un demonio? ¿Acaso oigo la voz de una máquina, como dicen que le pasa a ella? No lo sé. —Ash jadeaba y se dio cuenta de que los dedos de la mano izquierda se habían tensado alrededor de la vaina de la espada. Tenía los nudillos blancos—. ¿Puede hacer lo que dicen que hace? ¿Puede oír algo, un mecanismo, que está al otro lado del mar central? Tú has estado allí, ¡dímelo tú!</p> <p>—Podría ser solo un rumor. Una mentira descarada.</p> <p>—¡No lo sé! —Ash despegó los dedos poco a poco. Amotinados o no, oía a los artilleros celebrando fuera el día de uno de sus oscuros santos patrones<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n57">57</a>; alguien cantaba algo en voz muy alta y bronca sobre un toro al que llevan a una vaca. La mercenaria se dio cuenta de que llamaban al toro, Fernando. Alzó una de sus cejas oscuras. Quizá no les faltaba tanto para el motín, después de todo.</p> <p>—Los hombres de la Faris han estado construyendo puestos de observación de ladrillo por todos los caminos, a lo largo de la marcha. —Angelotti alzaba la voz por encima del embarazoso coro.</p> <p>—Están clavando este país. —Ash tuvo un momento de auténtico pánico al pensar, <i>¿pero dónde estamos?</i> El miedo se desvaneció cuando los recuerdos de los últimos días brotaron obedientes en su mente—. Supongo que por eso quieren coronar a ese «virrey» visigodo suyo en Aquisgrán<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n58">58</a>.</p> <p>—Hace mal tiempo. Dijiste que tendrían que conformarse con algo más cerca y tenías razón, <i>madonna</i>.</p> <p>En el silencio de aquel momento, Ash oyó ladrar a los perros y los saludos amistosos de los guardias; y entró Godfrey Maximillian quitándose los mitones de piel de cordero, con Floria detrás. El cirujano hizo una señal y el chico, Bernard, con un brasero, despejó un espacio en la tienda para ponerlo y apilar encima más carbones calientes. A un gesto de Angelotti, el chico sirvió con torpeza cerveza floja, mantequilla y pan de dos días antes de irse.</p> <p>—Odio los malos sermones. —Godfrey se sentó en otro cofre de madera—. Acabo de darles Éxodo capítulo diez, versículo veintidós, en el que Moisés hace caer del cielo una espesa oscuridad sobre Egipto. Cualquiera que sepa algo tendrá que preguntarse por qué eso duró solo tres días y esto lleva tres semanas así.</p> <p>El sacerdote bebió y se limpió la barba. Ash comprobó con cuidado la distancia entre los varios cofres y frascos de pólvora y los carbones ardientes del brasero. <i>Supongo que está bien</i>, pensó, no tenía mucha fe en el buen sentido de Angelotti en lo que a la pólvora se refería.</p> <p>Floria se calentó las manos en el brasero.</p> <p>—Robert ya viene de camino.</p> <p><i>Esto es una reunión convocada sin mi consentimiento</i>, comprendió Ash. <i>Y apuesto a que llevan esperando cinco días para hacerlo. Le dio un pensativo mordisco al pan y lo masticó</i>.</p> <p>La voz de Anselm ladró algo fuera. Se agachó a toda prisa para atravesar la solapa de la tienda.</p> <p>—No puedo quedarme, tengo que ir a solucionar la guardia de la puerta para esta noche..., para hoy. —Se levantó el gorro de terciopelo al ver a Ash. La luz de las velas brillaba sobre su cráneo afeitado y en la insignia de la librea del león de peltre que llevaba pegada al gorro—. Así que has vuelto.</p> <p>Lo extraño, quizá, es que nadie cuestionó la elección de palabras. Todos se volvieron para mirarla, los rasgos dignos del fresco de un altar de Angelotti, la barba salpicada de migas de Godfrey, Floria con la expresión cerrada.</p> <p>—¿Dónde está Agnes? —exigió saber Ash de repente—. ¿Dónde está el Cordero?</p> <p>—A un kilómetro al noreste de nosotros, acampado, con cincuenta lanzas. —Robert Anselm se quitó la vaina de la espada de encima y se quedó con Floria ante el brasero de hierro. <i>Se movería de una forma totalmente diferente</i>, pensó Ash de repente, <i>si se diera cuenta de que Floria no era un hombre</i>.</p> <p>—El Cordero lo sabía —gruñó Ash—. ¡El muy cabrón! Debió de saberlo, en cuanto la vio... su general. ¡Y me dejó meterme en eso sin una sola advertencia!</p> <p>—También dejó a su general meterse en eso —señaló Godfrey.</p> <p>—¿Y todavía no lo ha cambiado?</p> <p>—Según me han dicho, afirma que no se había dado cuenta de lo grande que era el parecido. Al parecer, la Faris le cree.</p> <p>—Joder —Ash se sentó al borde de la mesa de caballete, al lado de Angelotti—. Enviaré a Rickard para retarlo a un duelo personal.</p> <p>—No hay mucha gente que sepa lo que hizo, si es que lo hizo y no fue un simple pecado de omisión. —Godfrey se chupó un poco de mantequilla de las yemas blancas de los dedos, con los ojos oscuros clavados en ella—. Públicamente, no hay necesidad.</p> <p>—Quizá me pelee con él de todos modos —gruñó Ash. Se cruzó de brazos sobre la brigantina y se quedó mirando los remaches dorados y el terciopelo azul—. Mirad. Ella no es una aparición mía y yo no soy su diablo personal. No soy más que un accidente de la familia de un <i>amir</i>, eso es todo. Dios sabe que la Grifo en Oro cruzaba el Mediterráneo con harta frecuencia hace veinte años. Seré una prima segunda bastarda o algo así.</p> <p>Levantó la cabeza y sorprendió a Anselm y Angelotti intercambiando una mirada que fue incapaz de interpretar. Floria escarbaba entre los carbones al rojo vivo y Godfrey bebía de un tazón de cuero.</p> <p>—Hay algo que pensé que queríamos decir. —Godfrey se limpió la boca y miró con timidez por la tienda, los pliegues ocultos en sombras y los rostros perfilados por la luz de las velas—. Sobre nuestra total confianza en nuestro capitán.</p> <p>Robert Anselm murmuró.</p> <p>—No me jodas, escribano, ¡acaba ya!</p> <p>Se produjo un silencio tenso de impaciencia.</p> <p>Y en ese silencio resonaron los dos últimos versos de la balada de los artilleros, en los que al fracasado toro Fernando le hacía un servicio la buena de la vaca.</p> <p>Ash se encontró con la mirada de Anselm y, atrapada entre la ira más absoluta y la risa, se vio precipitada a un ataque de risitas incontenibles provocada por lo que debía de ser una expresión exacta a la suya en el rostro de Robert.</p> <p>—Yo no he oído nada —decidió con alegría.</p> <p>Angelotti, que estaba garabateando algo con una pluma, levantó la vista y se apoyó en la mesa de caballete.</p> <p>—No importa, <i>madonna</i>, ¡te lo he escrito por si se te olvida!</p> <p>Godfrey Maximillian roció de migas de pan la tienda entera, y lo que fuera a decir se perdió o se sustituyó.</p> <p>—Voy a hacerme con una nueva compañía —anunció Ash, inexpresiva, y quedó desconcertada cuando Floria, que se había quedado en silencio, dijo en tono neutro:</p> <p>—Sí, si no confías en nosotros.</p> <p>Ash vio la ausencia de cinco días escrita en la expresión de Floria. Asintió poco a poco.</p> <p>—Confío. Confío en todos vosotros.</p> <p>—Ojalá pensara que eso es cierto.</p> <p>Ash señaló con el dedo a Floria.</p> <p>—Y tú te vienes conmigo. Godfrey, tú también. Y Angelotti.</p> <p>—¿Adonde? —quiso saber Florian.</p> <p>Ash repiqueteó con los dedos en la vaina de la espada con un son arrítmico que no encajaba demasiado con sus cálculos.</p> <p>—La general visigoda no puede coronar a su virrey en Aquisgrán; está demasiado lejos. Estamos girando al oeste. Eso significa que se dirige a la ciudad más cercana, que es Basilea...</p> <p>Emocionado, Godfrey dijo:</p> <p>—¡Lo que sería un primer movimiento muy útil! Deja la Liga y el sur de las Alemanias bajo su gobierno. Aquisgrán puede venir más tarde. Perdona. Continúa, niña.</p> <p>—Me marcho a Basilea. Veréis por qué en un minuto. Robert, te doy el mando temporal de la compañía. Quiero que hagas un campamento fortificado a unos cuatro kilómetros y medio de la ciudad, por el lado occidental. Puedes levantar mis pabellones de guerra, mesas, alfombras, la vajilla de plata, toda la parafernalia. Por si recibes visitas.</p> <p>La despejada frente de Anselm se llenó de arrugas.</p> <p>—Estamos acostumbrados a que nos mandes por ahí mientras tú negocias un contrato. Este ya está firmado.</p> <p>—Lo sé, lo sé. No voy a cambiar eso.</p> <p>—No es lo que hemos hecho otras veces.</p> <p>—Es lo que vamos a hacer ahora.</p> <p>Ash descruzó los brazos y se levantó. Miró a su alrededor, a sus rostros, en aquella tienda iluminada por las velas y clavó la mirada por un momento en Floria. <i>Aquí hay mucha historia y parte no la sabe todo el mundo</i>. Dejó el problema a un lado para más tarde.</p> <p>—Quiero hablar con la general —Ash dudó un momento. Luego continuó y habló con todos y cada uno.</p> <p>—Godfrey, quiero que hables con tus contactos de los monasterios. Y Fl... Florian, habla con los médicos visigodos. Angelotti, tú conoces a matemáticos y artilleros en su campamento, vete a emborracharte con ellos. ¡Quiero saberlo todo sobre esta mujer! Quiero saber lo que tiene para acabar con ella rápido, lo que quiere que haga su ejército en la Cristiandad, quién es su familia y si es cierto que oye voces. Quiero saber si sabe lo que le ha pasado al sol.</p> <p>Fuera, la puesta de la media luna indica la llegada de otro día sin luz.</p> <p>—Roberto. Mientras esté dentro de los muros de Basilea —dijo Ash—, no me vendría mal toda la amenaza implícita que pueda conseguir, esperando ahí fuera.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>Mientras se dirigía a la ciudad de Basilea, Ash no podía pensar en otra cosa, <i>tiene mi cara. No tengo padre ni madre, no hay nadie en el mundo que se me parezca pero ella tiene mi cara. Tengo que hablar con ella</i>.</p> <p>¡Por el dulce Cristo, ojalá hubiera luz!</p> <p>Bajo aquella oscuridad diurna, entre sus montañas, Basilea resonaba con los cascos de los caballos de guerra y los gritos de los soldados. Los ciudadanos se apartaban de un salto y se refugiaban en el interior de los edificios; o bien no dejaban jamás sus casas y le gritaban desde las ventanas del piso superior cuando ella pasaba a caballo. Puta, perra y traidora eran los insultos más comunes.</p> <p>—Nadie quiere a los mercenarios —suspiró Ash, burlona. Rickard se echó a reír. Los hombres de armas de la compañía se contonearon.</p> <p>Había cruces marcando la mayor parte de las puertas. Las iglesias estaban abarrotadas. Ash atravesó procesiones de flagelantes y encontró todos los edificios civiles cerrados salvo la casa de un gremio, que tenía pendones negros en el exterior.</p> <p>Ascendió como pudo las tortuosas y estrechas escaleras con la armadura y su escolta detrás. Pilares de roble desnudos sobresalían de las paredes blancas enyesadas. La falta de espacio hacía que cualquier arma fuera un obstáculo. Un ruido creciente provenía de las cámaras superiores: voces de hombres que hablaban suizo, flamenco, italiano y el latín del norte de África. El consejo de ocupación de la Faris: quizá pudiera encontrarla en alguna parte.</p> <p>—Toma. —Se quitó la celada y se la pasó a Rickard. La condensación empañaba el metal brillante.</p> <p>No era, cuando entró, muy diferente de ninguna otra habitación en cualquier otra ciudad. Ventanas con marcos de piedra y cristales emplomados en forma de diamante que se asomaban a la lluvia que caía sobre las calles empedradas. Casas de cuatro pisos al otro lado del estrecho callejón, fachadas de yeso y vigas reluciendo por la humedad, bajo una lluvia que se estaba convirtiendo en aguanieve, se dio cuenta de repente. Gotas blancas caían en los círculos que dibujaba la luz de los faroles, la luz de otras ventanas y las antorchas de brea iluminaban a los hombres de armas que esperaban abajo.</p> <p>Los tejados inclinados bloqueaban la visión del cielo negro desde la calle. La temperatura de la habitación era sofocante y hedía por culpa de cien velas de sebo y de junco. Cuando la mercenaria miró la vela de cera marcada, vio que eran más de las doce del mediodía.</p> <p>—Ash. —Sacó una insignia de librea de cuero—. <i>Condottiere</i> de la Faris.</p> <p>Los guardias visigodos la dejaron pasar. Se sentó en la mesa, con sus hombres detrás, razonablemente segura de que Robert Anselm podían manejar tanto a Joscelyn van Mander como a Paul di Conti; de que tomaría nota de lo que dijesen los líderes de las lanzas más pequeñas; de que, si se llegaba a eso, la compañía lo seguiría en un ataque. Una rápida mirada a su alrededor le mostró que había europeos y visigodos, pero no había señal de su Faris.</p> <p>Un <i>amir</i> (por las ropas) dijo:</p> <p>—Debemos organizar esta coronación. Les ruego a todos ayuda con el procedimiento.</p> <p>Otro civil visigodo empezó a leer, con cuidado, de un manuscrito europeo iluminado.</p> <p>—«En cuanto el arzobispo haya puesto la corona en la cabeza del rey, ofrecerá entonces el rey su espada a Dios sobre el altar... el conde más loable que haya presente en la sala la... presentará desnuda ante el rey....»<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n59">59</a>.</p> <p><i>Eso no es cosa mía</i>, pensó Ash. <i>¿Cómo coño consigo hablar con su general?</i></p> <p>Se rascó el cuello, bajo el gorjal de malla. Luego se detuvo, no quería atraer la atención hacia el cuero mordisqueado por las ratas y los puntos rojos de las picaduras de las pulgas.</p> <p>—¿Pero por qué hemos de coronar a nuestro virrey con ceremonias paganas? —Quiso saber uno de los <i>qa'ids</i> visigodos—. Ni siquiera sus propios reyes y emperadores han conseguido merecer la lealtad de estas gentes, ¡así que, para qué servirá!</p> <p>Un poco más allá, al otro lado de la mesa, un hombre con el pelo rubio cortado a la moda militar visigoda levantó la cabeza. Ash se encontró mirando el rostro de Fernando del Guiz.</p> <p>—Oye, no es nada personal, del Guiz —añadió con tono afable el mismo oficial visigodo—. Después de todo, quizá seas un traidor, pero, coño, ¡eres nuestro traidor!</p> <p>Un murmullo de humor seco recorrió la mesa de madera, sofocado por el <i>amir</i>, que sin embargo miró al joven caballero alemán con expresión burlona.</p> <p>Fernando del Guiz sonrió. Su expresión era abierta, cómplice del oficial visigodo de alto rango, como si Fernando disfrutara del chiste hecho a su propia costa.</p> <p>Era la misma sonrisa encantadora que había compartido con ella fuera de la tienda del Emperador en Neuss.</p> <p>Ash vio que la frente le relucía bajo la luz de las velas; le brillaba de sudor.</p> <p>Ni un signo de carácter. Ninguno en absoluto.</p> <p>—¡Joder! —Gritó Ash.</p> <p>—«Y el rey será...» —Un hombre de cabello blanco con una túnica plisada de lana de color sombrío y una cadena de plata alrededor del cuello levantó la vista del documento escrito que iba siguiendo con el dedo enjoyado—. ¿Disculpad, <i>Frau</i>?</p> <p>—¡Joder! —Ash se levantó de un salto y se inclinó hacia delante con las manos cubiertas con los guanteletes apoyadas en la mesa. Fernando del Guiz: pétreos ojos verdes. Fernando del Guiz, con un camisote y una túnica blanca debajo; la insignia de <i>qa'id</i> atada al hombro y la boca ahora blanca alrededor de los labios. El joven se encontró con los ojos de la mercenaria y esta lo sintió, sintió el contacto de sus ojos como una sacudida literal bajo las costillas.</p> <p>—¡Eres un puto traidor!</p> <p>Siente la empuñadura de la espada sólida bajo el puño, saca la hoja, afilada como una cuchilla, un centímetro de la vaina antes de pensarlo siquiera, cada músculo entrenado empieza a moverse. La mercenaria siente en su cuerpo la sacudida de anticipación de la punta de la espada atravesando el rostro desnudo, desprotegido, del joven. Le aplasta la mejilla, el ojo, el cerebro. La fuerza bruta resuelve tantas cosas en esta vida en las que no merece la pena pensar... Después de todo, así es como se gana la vida.</p> <p>En el segundo escaso que tarda en sacar la espada, Agnus Dei (ya visible, sentado con la armadura milanesa y una sobrevesta blanca detrás del <i>amir</i>) se encoge de hombros, un gesto que dice con toda claridad «¡mujeres!» y dice en voz alta:</p> <p>—¡Guárdate tus asuntos privados para otra ocasión, <i>madonna</i>!</p> <p>Ash lanzó una breve mirada por encima del hombro para asegurarse de que sus seis hombres de armas estaban colocados detrás de ella. Rostros impasibles. Listos para respaldarla. Salvo Rickard. El muchacho se mordía la mano desnuda, aterrado ante aquel silencio.</p> <p>Aquello la afectó.</p> <p>Fernando del Guiz la contemplaba sin ninguna expresión en el rostro. A salvo tras los muros de la protección pública.</p> <p>—Eso haré —dijo Ash mientras se sentaba. En aquella habitación de vigas bajas, hombres repentinamente tensos que llevaban espadas en el cinturón se relajaron y la mercenaria añadió—: Y también dejaré mis asuntos con el Cordero para otro momento.</p> <p>—Quizá a los mercenarios no les haga falta acudir a esta reunión, <i>condottieri</i> —sugirió el lord-amir con sequedad.</p> <p>—Supongo que no. —Ash tensó los brazos contra el borde de la mesa de roble—. Lo cierto es que necesito hablar con vuestra Faris.</p> <p>—Está en el ayuntamiento de la ciudad.</p> <p>Estaba claro que solo era para aplacar a un mercenario pendenciero. Pero Ash lo agradeció. Se levantó con un impulso y disimuló una sonrisa al ver que Agnus Dei también tenía que reunir a sus hombres, despedirse y dejar la reunión y la casa.</p> <p>Le echó un vistazo al Cordero y sus hombres cuando salieron con lentitud al empedrado detrás de ella. Se arrebujó en el manto para que la protegiera del aguanieve.</p> <p>—Todos los mercenarios en la calle juntos...</p> <p>Eso lo haría luchar o reír.</p> <p>Las arrugas se profundizaron en el rostro bronceado del italiano, bajo el barbote y el penacho empapado.</p> <p>—¿Qué te paga, <i>madonna</i>?</p> <p>—Más que a ti. Sea lo que sea, apuesto a que es más que a ti.</p> <p>—Tú tienes más lanzas —dijo él con suavidad al tiempo que se ponía los pesados guanteletes.</p> <p>Confundida por la rápida evaporación de su enfado, Ash se puso el yelmo y estiró la mano cuando Rickard trajo a Godluc; luego montó rápida y fácilmente. Tampoco es que los cascos herrados de un caballo de guerra fueran más seguros sobre el empedrado que sus propias botas de suela resbaladiza.</p> <p>El Cordero exclamó:</p> <p>—¿Te lo ha dicho tu Antonio Angelotti? También han quemado Milán. Hasta los cimientos.</p> <p>Un olor a caballo mojado impregnaba el aire frío.</p> <p>—Tú eras de Milán, ¿no, Cordero?</p> <p>—Los mercenarios no son de ningún sitio, ya lo sabes.</p> <p>—Algunos lo intentamos. —Eso le recordó Guizburg, a setenta y cinco kilómetros de distancia, (muros de la ciudad destrozados y una torre incólume) y otra sacudida la dejó sin aliento: está arriba, en esa pequeña habitación, ¡y yo desearía que estuviera muerto!</p> <p>—¿Cuál de los dos fue? —quiso saber—, ¿Quién dejó que se conocieran las «gemelas» sin advertirnos a ninguna de las dos?</p> <p>El Cordero lanzó una risita dura.</p> <p>—Si la Faris creyera que fue culpa mía, <i>madonna</i>, ¿estaría aquí?</p> <p>—Pero Fernando también está aquí.</p> <p>El mercenario italiano le lanzó una mirada que decía «eres una niña» y que no tenía nada que ver con su edad.</p> <p>Ash dijo, temeraria:</p> <p>—¿Y si te pagara para que mataras a mi marido?</p> <p>—¡Soy soldado, no asesino!</p> <p>—Cordero, siempre he sabido que tenías principios, ¡si al menos pudiera encontrarlos! —La mercenaria hizo un chiste de la situación y se echó a reír, incómoda porque era consciente por la expresión del italiano que este sabía que no era ningún chiste.</p> <p>—Además, es el hombre de moda con la Faris-General. —Agnus Dei se tocó la sobrevesta blanca y su expresión cambió—. Dios le juzgará, <i>madonna</i>. ¿Crees que eres el único enemigo que tiene, después de hacer esto? El juicio de Dios está sobre él.</p> <p>—Me gustaría llegar primero. —Ash, muy seria, contempló cómo montaban Agnus Dei y sus hombres. Cascos y voces resonaban entre las casas altas y estrechas. <i>Una putada de calle para luchar</i>, pensó, y dejó caer la barbilla sobre el gorjal para murmurar en voz alta (como una simple suposición) y por primera vez desde Génova:</p> <p>—Seis caballeros montados contra siete... todos llevan martillos de guerra, espadas, hachas... en muy mal terreno...</p> <p>Y se detuvo. Y levantó el brazo para bajar de un tirón la cimera de la celada y ocultar así la cara. Hizo girar a Godluc, las herraduras de hierro sacaban chispas del aguanieve, resbaló y salió de allí al galope, sus hombres de armas la siguieron como pudieron, el grito horrorizado de Cordero se perdió entre el estruendo.</p> <p>¡No! ¡No he dicho nada! ¡No quiero oírlo...!</p> <p>Nada racional: un muro de miedo se elevó en su mente. No quería reflexionar sobre las razones.</p> <p><i>No es más que el santo que oigo desde que era niña: por qué</i>...</p> <p><i>No quiero oír mi voz</i>.</p> <p>Al final dejó que Godluc frenara un poco sobre el peligroso empedrado. Las antorchas ardían mientras Ash guiaba a su séquito por las calles estrechas y oscuras como la boca de un lobo. Un reloj marcó a lo lejos las dos de la tarde.</p> <p>—Sé dónde recogeremos al cirujano de camino —le dijo a Thomas Rochester. Había renunciado al Floria-Florian, era un nombre que la hacía trabarse al hablar. Rochester asintió y dirigió el modo de cabalgar: él y otro jinete armado delante de ella, dos más en la retaguardia y los dos ballesteros montados con los gorros de fieltro cabalgarían al lado de la mujer. El camino que pisaban cambió bajo sus pies y el empedrado dio paso a rodadas de barro helado.</p> <p>Ash cabalgaba entre las casas, que tenían diminutas ventanas de cristal emplomado iluminadas por velas baratas de junco. Un punto negro dio una sacudida y salió disparado delante de ella. Godluc movió la cabeza ante aquel vuelo angular. Murciélagos, comprendió: murciélagos que salían volando de las casas-cuevas con la oscuridad del día y que atrapaban insectos, o lo intentaban.</p> <p>Algo crujió bajo los cascos herrados del caballo de guerra.</p> <p>Delante de ellos, tirados por el suelo frío, los insectos yacían como escarcha crujiente.</p> <p>Hormigas con alas, todas muertas de frío; abejas, avispas, moscardas. Había cien mil, los cascos ligeros de Godluc se posaban sobre las alas brillantes y rotas de las mariposas.</p> <p>—Aquí —señaló una casa de tres plantas con un rimero de ventanas colgantes. Rochester sorbió por la nariz. La mercenaria no podía ver mucho del rostro del moreno inglés bajo el visor, pero cuando estudió la casa ante la que se detuvieron, supuso la razón de su malhumor. Cien velas de junco brillaban en las ventanas, había alguien cantando y alguien tocaba un laúd sorprendentemente bien mientras tres o cuatro hombres vomitaban en la alcantarilla que había en el centro del callejón. Las casas de putas siempre hacen buen negocio en tiempos de crisis.</p> <p>—Chicos, esperadme aquí. —Ash bajó de la silla con un ágil movimiento. La luz se reflejaba en su armadura de acero—. Y me refiero a aquí. ¡No quiero encontrarme con que falta ninguno cuando vuelva!</p> <p>—No, jefe —sonrió Rochester.</p> <p>Hombres de cuellos gruesos, con jubones y calzas, con la luz en la espalda, la dejaron pasar al ver la armadura y la chaqueta de la librea. No tenía nada de extraño un caballero con voz de niño ni unos hombres de armas en una casa de putas de Basilea. Dos preguntas le proporcionaron la información necesaria sobre la habitación ocupada por un cirujano con acento borgoñón y pelo rubio, dos monedas de plata de origen indeterminado se ganaron el silencio de los informadores. Subió a zancadas las escaleras, llamó una vez y entró.</p> <p>Había una mujer echada sobre un jergón en la esquina de la pequeña habitación. Tenía el corpiño bajado y le colgaban los largos pechos llenos de venas. Todas las camisolas y la falda de lana estaban arremolinadas alrededor de los muslos desnudos. Podría tener cualquier edad entre los dieciséis y los treinta años, Ash no sabría decirlo. Tenía el pelo teñido de rubio y una barbilla pequeña y regordeta.</p> <p>La habitación olía a sexo.</p> <p>Había un laúd al lado de la puta, y una vela y algo de pan en un plato de madera en el suelo. Floria del Guiz estaba sentada al través en el jergón con la espalda apoyada en el yeso de la pared. Bebía de una botella de <i>cuero. Tenía todos los ojales desabrochados; un pezón moreno era</i> visible allí donde el pecho le sobresalía de la camisa abierta.</p> <p>Mientras Ash miraba, la puta le acariciaba el cuello a Floria.</p> <p>—¿Es que es pecado? —exigió saber la chica con fiereza—. ¿Lo es, señor? Pero la fornicación es un pecado en sí mismo y yo he fornicado con muchos hombres. Son toros en un campo, con sus grandes pollas. Esta es dulce y salvaje conmigo.</p> <p>—Margarita. Shhh. —Floria se inclinó hacia delante y besó a la joven en la boca—. Debo irme, ya veo. ¿Quieres que vuelva a visitarte?</p> <p>—Cuando tengas el dinero. —Una chispa, bajo toda la chulería, de algo más—. La madre Astrid no te dejará pasar si no lo tienes. Y vuelve en tu forma de hombre. No quiero convertirme en hoguera para la iglesia.</p> <p>Floria se encontró con la mirada negra de Ash. Los ojos del cirujano bailaban.</p> <p>—Esta es Margarita Schmidt. Es excelente con los dedos... en el laúd.</p> <p>Ash le dio la espalda a la joven puta que se arreglaba la ropa, y a Floria, que se ataba los ojales con la pulcritud de un cirujano. Cruzó el suelo. Las tablas crujieron. Una voz masculina y profunda gritó algo desde arriba; hubo una serie de gritos crecientes, fingidos, en otra habitación de arriba.</p> <p>—¡Yo nunca puteé con mujeres! —Ash se volvió, rígida, embutida en las placas de metal—. Iba con hombres. Nunca fui con animales, ¡ni mujeres! ¿Cómo puedes hacer eso?</p> <p>Margarita murmuró sorprendida:</p> <p>—¡Es una mujer! —A lo que Floria, que ya se ataba el manto y la capucha, dijo:</p> <p>—Lo es, corazón mío. Si te atrae la vida en los caminos, hay peores campamentos a los que podrías unirte.</p> <p>Ash quería gritar, pero mantuvo la boca cerrada, la cohibía la toma de decisiones que cruzaba el rostro de la joven.</p> <p>Margarita se frotó la barbilla.</p> <p>—No es vida, entre los soldados. Y escúchalo, escúchala, no podría estar contigo, ¿verdad?</p> <p>—No lo sé, mi cielo. Jamás he mantenido a ninguna mujer hasta ahora.</p> <p>—Vuelve antes de irte. Te daré entonces mi respuesta. —Con un autocontrol admirable, Margarita Schmidt colocó el laúd y el plato en un taburete de roble en el claroscuro de la vela de junco—. ¿A qué estás esperando? Madre me va a enviar a otro. O te cobrará el doble.</p> <p>Ash no esperó para ver lo que creyó que podría ser un beso de despedida, salvo que las putas no besan, pensó; <i>yo nunca</i>...</p> <p>Se volvió y bajó con gran estrépito las estrechas escaleras, entre puertas en ocasiones abiertas a hombres con botellas y dados, a veces a hombres fornicando con mujeres, hasta que se detuvo y se giró de golpe en el pasillo y estuvo a punto de empalar al cirujano en el borde afilado del codal de acero.</p> <p>—¿Qué cojones te crees que estás haciendo? ¡Se supone que tenías que estar sondeando a los otros médicos, recogiendo los chismorreos del oficio!</p> <p>—¿Qué te hace pensar que no lo he hecho?</p> <p>La alta mujer comprobó cinturón, bolsa y daga con un gesto automático de una mano mientras la otra seguía agarrada al cuello de la botella de cuero.</p> <p>—Hice que el médico del primo del Califa cogiera una buena curda, aquí mismo. Me dijo en plan confidencial que el Califa Teodorico tiene un cáncer, le quedan meses de vida, como mucho.</p> <p>Ash solo podía mirar, las palabras le resbalaban.</p> <p>—¡Qué cara pones! —Floria se echó a reír y a carcajadas y bebió de la botella.</p> <p>—¡Mierda, Florian, te estás tirando mujeres!</p> <p>—Florian está perfectamente a salvo tirándose mujeres. —Se envolvió otra vez el corte de pelo masculino con la capucha, que enmarcaba su rostro de huesos largos—. ¿No sería más inconveniente que quisiera tirarme a hombres?</p> <p>—¡Creí que solo estabas pagando por una habitación y el tiempo de la chica! ¡Creí que era un truco, para mantener el disfraz!</p> <p>La expresión de Floria se ablandó. Le dio unos suaves golpecitos a Ash en las cicatrices de la mejilla, luego soltó la botella vacía y se puso los mitones con gesto brusco para defenderse del frío que entraba de la calle.</p> <p>—Dulce Cristo. Si me permites decirlo como lo haría nuestro excelente Roberto... haz el favor de no ser una perra dura y aburrida.</p> <p>Ash emitió una especie de ruido, no eran palabras, todo aliento.</p> <p>—¡Pero tú eres una mujer! ¡Vas con otra mujer!</p> <p>—No te molesta con Angelotti.</p> <p>—Pero él es...</p> <p>—Es un hombre, ¿con otro hombre? —dijo Floria. Le temblaba la boca—. ¡Ash, por el amor de Dios!</p> <p>Una mujer madura con la cara tensa bajo la cofia salió de las cocinas.</p> <p>—¿Qué, bravucones, estáis buscando una mujer o haciéndome perder el tiempo? Señor caballero, os ruego que me disculpéis. Todas nuestras chicas son muy limpias. ¿Verdad, doctor?</p> <p>—Excelentes. —Floria empujó a Ash hacia la puerta—. Volveré a traer a mi señor cuando hayamos terminado con nuestro asunto.</p> <p>La fría oscuridad cegó a Ash al salir; luego, Thomas Rochester, sus hombres y sus antorchas de brea la marearon así que apenas vio que un muchacho le traía a Floria su bayo castrado. Montó y se acomodó en la silla de Godluc.</p> <p>Abrió la boca para gritar y entonces se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué decir. Floria, que la miraba, parecía muy poco arrepentida.</p> <p>—A estas alturas Godfrey ya estará en el ayuntamiento. —Ash cambió de postura y azuzó a Godluc, que emprendió la marcha a paso lento—. La Faris estará allí. Nos vamos.</p> <p>El castrado de Floria se estremeció y levantó la cabeza con gesto brusco. El descenso blanco, silencioso, de una desorientada lechuza de granero dibujó una curva en pleno vuelo, a menos de un metro del sombrero del cirujano.</p> <p>—Mira. —Floria señaló hacia arriba.</p> <p>Ash levantó la cabeza para mirar los altos tejados de pizarra.</p> <p>No estaba acostumbrada a notar la plenitud de los cielos de verano. Ahora, cada fila de tejas y cada alféizar estaba repleto de crías de pájaros, pichones, grajos, cornejas y zorzales que esponjaban las plumas contra el frío reinante. Mirlos, gorriones, cuervos; todos, envueltos en una paz extraña, compartían sus nidos sin que nadie los molestara con halcones esmerejones, halcones peregrinos y cernícalos. Un murmullo bajo, descontento, se alzaba entre las bandadas. El guano blanco chorreaba por las vigas y el yeso.</p> <p>Sobre ellos, las nubes que cubrían el cielo de aquel día seguían siendo invisibles, y negras.</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>A pesar de la ordenanza visigoda que restringía la escolta de cualquier noble a seis miembros o menos, la sala civil de Basilea estaba repleta de hombres. Hedía a velas de sebo y a los restos de un enorme banquete y a doscientos o trescientos hombres sudorosos apretujados en el espacio que quedaba entre las mesas, esperando para presentar sus peticiones ante el virrey visigodo que se encontraba en el estrado.</p> <p>La general visigoda no parecía hallarse presente.</p> <p>—Hostia puta —maldijo Ash—. ¿Dónde está esa mujer?</p> <p>Un aire viciado manchaba las alturas de la bóveda de cañón del techo, con los pendones del Imperio y de los Cantones colgando sobre los tapices de las paredes de piedra. Ash barrió con la mirada los juncos, las velas y los hombres con ropas europeas, jubón y calzas, y sombreros de fieltro sin ala de copa alta. Muchos más hombres llevaban las túnicas y cota de malla del sur: soldados y <i>'arifs y qa'ids</i>. Pero ni rastro de la Faris.</p> <p>Ash se bajó la cimera de la celada, dejando solo a la vista la boca y la nariz, el cabello plateado oculto bajo el yelmo de acero. Con la armadura completa, no era fácil reconocerla de inmediato como mujer, y mucho menos como una mujer que tiene cierto parecido con la general visigoda.</p> <p>Alrededor de las paredes, en su función de sirvientes, esperaban los gólems visigodos del color de la arcilla, sin ojos y con articulaciones de metal, cuya piel cocida crujía al calor de las grandes chimeneas. Ash se puso de puntillas sobre los pies blindados y vio que había un gólem de pie detrás del virrey visigodo, vestido este con una túnica blanca (era, notó con cierta sorpresa, Daniel de Quesada); el gólem sujetaba una cabeza parlante que en ese momento de Quesada consultaba para supervisar el cambio de moneda.</p> <p>Floria cogió vino de uno de los meseros que pasaban a toda prisa, sin que al parecer le importara que procediera de algún lugar muy oculto.</p> <p>—¿Cómo demonios se distingue a todos estos? Oso, cisne, toro, marta, unicornio... ¡Es un bestiario!</p> <p>Un rápido escrutinio de la heráldica de las libreas le mostró a Ash que allí había hombres procedentes de Berna, Zurich, Neufchatel y Solothurn, y de Friburgo y Aargau... la mayor parte de los señores de la confederación suiza, o como se llamase a los señores en la Liga de Constanza, todos con la misma expresión cerrada en sus rostros. Se hablaba en suizo, italiano y alemán pero la charla principal (la charla a gritos de la mesa principal) era en cartaginés. O en el latín del norte de África cuando los <i>amirs</i> visigodos y los <i>qa'ids</i> recordaban sus modales, cosa que nadie les obligaba a hacer.</p> <p>¿Y ahora dónde la busco?</p> <p>Thomas Rochester volvió al lado de Ash tras atravesar toda la multitud civil. Los abogados y los funcionarios de Basilea se retiraban de forma automática, como suele pasar con un hombre con armadura de acero, pero aparte de eso hacían caso omiso del hombre de armas mercenario. Bajó la voz para hablar con Ash.</p> <p>—Ha salido al campamento, a buscaros.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—El capitán Anselm mandó un jinete. La Faris ya viene hacia aquí.</p> <p>A Ash le costó mantener la mano apartada del mango de la espada; gestos como aquel tenían tendencia a ser malinterpretados en una sala atestada de gente.</p> <p>—¿El mensaje de Anselm decía qué la había llevado allí?</p> <p>—Hablar con uno de sus <i>junas</i> mercenarios. —Sonrió Thomas—. Somos lo bastante importantes para que ella venga a nosotros.</p> <p>—¡Y yo soy las tetas de santa Ágata! —De repente estaba mareada, Ash contempló la multitud que rodeaba a Daniel de Quesada, que no se reducía solo porque la miraran. En el rostro de Quesada ya apenas se notaban las cicatrices. Sus ojos se movían a gran velocidad por toda la sala y cuando uno de los perros blancos de cola enhiesta que husmeaba entre los juncos dio un aullido, el cuerpo del visigodo se sobresaltó de forma incontrolable.</p> <p>—Me pregunto quién lo está manejando —pensó Ash en voz alta—. ¿Y esa mujer solo salió para echarme un vistazo, cuando estábamos en Guizburg? Quizá. Ahora se ha ido al campamento. Eso es molestarse mucho solo para ver a una bastarda que alguien de tu familia engendró con la puta de unos mercenarios hace veinte años.</p> <p>Antonio Angelotti apareció a su lado, alto, sudando y tambaleándose.</p> <p>—Jefe. Me vuelvo al campamento. Es cierto. Sus ejércitos derrotaron a los suizos hace diez días.</p> <p>Saber que ha debido de pasar y oírlo eran dos cosas muy diferentes. Ash dijo:</p> <p>—Dulce Cristo. ¿Has encontrado a alguien que haya estado allí, que lo viera?</p> <p>—Aún no. Su táctica fue superior. A la de los suizos.</p> <p>—Ah, por eso todo el mundo está lamiéndole el culo al Rey-Califa. Por eso todo el mundo celebra banquetes. Hijo de puta. Me pregunto si Quesada hablaba en serio cuando dijo que tenían la intención de llevar la guerra hasta Borgoña. —La mercenaria sacudió el hombro de Angelotti con brusquedad—. De acuerdo, vuelve al campamento; estás como una cuba.</p> <p>El maestro artillero, al irse, la hizo mirar hacia las grandes puertas. Godfrey Maximillian entró con paso tranquilo, miró a su alrededor y se dirigió a las libreas del león Azur. El sacerdote se inclinó ante Ash y miró a Floria del Guiz antes de abrir la boca para hablar.</p> <p>—Esa es la mirada que odio —dijo la mujer disfrazada sin esforzarse mucho por bajar la voz—. Cada vez que quieres dirigirte a mí. No muerdo, Godfrey. ¡Cuánto tiempo hace que me conoces! ¡Por el amor de Cristo!</p> <p>Se ruborizó, tenía los ojos brillantes. El corte de pelo con forma de cuenco estaba erizado a causa de la llovizna. Un sirviente y un mesero la miraron al pasar a toda prisa, con los delantales blancos manchados. ¿Qué veían, cuando la veían?, se preguntó Ash. Un hombre, desde luego. Sin espada, por tanto un civil. Con una profesión, por la media túnica de lana bien cortada y forrada de piel, el jubón suntuoso, las botas y el gorro de terciopelo. Una insignia de librea sujeta al ala doblada del sombrero de terciopelo: por tanto un hombre que le pertenece a un señor. Y... dada la prominencia del león, le pertenecía a Ash.</p> <p>—Baja la voz. Ya tengo bastantes problemas aquí.</p> <p>—¿Y yo no? ¡Soy una mujer, cojones!</p> <p>Demasiado alto. Ash les hizo un gesto a Thomas Rochester y a Michael, uno de los ballesteros, que estaban en la parte posterior de la sala, para que se acercaran.</p> <p>—Llevadlo fuera, está borracho.</p> <p>—Sí, jefe.</p> <p>—¿Por qué tiene que cambiar todo? —quiso saber Floria mientras se zafaba de los dos jóvenes. Thomas Rochester le dio un eficiente puñetazo al cirujano en la base de la espalda, el puño blindado apenas se movió, y mientras el rostro de la mujer se retorcía de dolor, la levantó del suelo junto con Michael y medio la arrastraron fuera.</p> <p>—Mierda —Ash frunció el ceño—. No pretendía que trataran así a...</p> <p>—No pondrías ninguna objeción si siguieras pensando que es un hombre. —La mano de Godfrey se aferró a la cruz que reposaba en su pecho, de tamaño considerable. El capuz de la túnica estaba lo bastante adelantado para permitirle a Ash ver un poco de la barba y los labios del sacerdote pero no su expresión.</p> <p>—Esperaremos aquí a que llegue la Faris —dijo Ash con decisión—. ¿Qué has oído?</p> <p>—Aquel es el cabeza del gremio de los orfebres. —Le indicó Godfrey con una ligera inclinación de la caperuza—. Allí, hablando con el Medici.</p> <p>La mirada de Ash buscó por la mesa e identificó a un hombre con una cofia negra de lana y mechones de cabello plateado que se le escapaban bajo la oreja. Se sentaba a muy poca distancia de un hombre ataviado con una túnica italiana y una capucha verde afilada. El Medici estaba sentado con el rostro gris y demacrado.</p> <p>—Saquearon Florencia también, solo para dejar las cosas claras. —Ash sacudió la cabeza—. Como Venecia. Para decir «no necesitamos esto. No necesitamos el dinero ni las armaduras ni las armas. Podemos seguir subiendo sin parar desde África...». Y creo que pueden.</p> <p>—¿Acaso importa? —Un hombre con una túnica de estudioso se inclinó ante Ash y luego se irguió, sorprendido, y frunció el ceño al oír aquella inesperada voz de mujer.</p> <p>Godfrey se interpuso.</p> <p>—Señor, ¿y vos sois?</p> <p>—Soy, era..., astrólogo en la corte del Emperador Federico.</p> <p>Ash no pudo evitar lanzar un bufido de cinismo, mientras sus ojos se trasladaban a la puerta de la sala y a la oscuridad que reinaba más allá.</p> <p>—Quizá estéis de más, ¿no?</p> <p>—Dios se ha llevado el sol —dijo el astrólogo—. La dama Venus, la estrella del día, aún puede verse a ciertas horas, así sabemos cuándo llegaría la mañana si no fuera por nuestra maldad. El cielo permanece oscuro y vacío—. El hombre se marchitó un poco—. Este es el segundo advenimiento del Cristo, y su juicio. No he vivido como habría debido. ¿Querréis oírme en confesión, padre?</p> <p>Godfrey se inclinó, tras el asentimiento de Ash; y la mercenaria observó a los dos hombres mientras buscaban una esquina relativamente tranquila en la sala. El astrólogo se arrodilló. Al poco rato, el sacerdote posó una mano en la frente del hombre en señal de perdón. Luego volvió con Ash.</p> <p>—Al parecer los turcos tienen espías pagados por aquí —añadió Godfrey—. Cosa que mi astrólogo sabe. Dice que los turcos se sienten muy aliviados.</p> <p>—¿Aliviados?</p> <p>—Tras haber tomado las ciudades italianas, los Cantones y el sur de Alemania, los visigodos deben girar hacia el este para golpear el Imperio Turco o bien hacia el oeste contra Europa.</p> <p>—Si giran hacia el oeste, entonces los turcos quizá se tuvieran que enfrentar a una Europa visigoda en lugar de a una cristiana, pero aparte de eso no hay cambios; bueno —dijo Ash—, dado que el sultán Mehmet<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n60">60</a> debe de haber pensado que todo esto era para él, ¡desde luego que se sentirá aliviado!</p> <p>Había en la sala, vio Ash, unos cuantos hombres nerviosos procedentes de Saboya y Francia, tierras todavía incólumes, desesperados por saber hacia dónde se dirigiría la invasión visigoda a continuación.</p> <p>—Odio las ciudades —dijo la mercenaria con aire ausente—. Son un peligro de incendio. Aquí no se puede comprar aceite ni bujías ni por todo el oro del mundo. Apuesto a que antes de dos días esta ciudad arde entera.</p> <p>Esperaba algún comentario sobre su mal humor, dada la confianza que existía tras tantos años de relación. Lo que Godfrey dijo con tono pensativo fue:</p> <p>—Hablamos como si el sol no fuera a brillar nunca más.</p> <p>Ash permaneció en silencio.</p> <p>—Cada vez hace más frío. Atravesé varios campos cuando venía. El trigo se está arruinando, y las parras. Se acerca una gran hambruna... —La voz de Godfrey retumbó en su amplio pecho—. Quizá me haya equivocado. Se acerca el hambre y la pestilencia con ella, y la muerte y la guerra ya están aquí. Estos son los últimos días. Deberíamos estar ocupándonos del estado de nuestras almas, no escarbando entre las ruinas.</p> <p>—Quiero a la general de los visigodos —dijo Ash con tono especulativo sin hacer caso de lo que decía el sacerdote—. Y la general de los visigodos me está buscando.</p> <p>—Sí. —Godfrey dudó un momento mientras la veía examinar la sala municipal—. Niña, no estarás a punto de mandarnos salir de aquí.</p> <p>—Pues sí. —El chispazo de una sonrisa—. Florian y tú. Llévatela. Vete con Michael y Josse, id con Roberto, al campamento, y quedaos allí a menos que tengáis noticias mías. ¿Es que no se te ponen los pelos de punta aquí? Vete.</p> <p>Lo bueno que tiene estar acostumbrada a dar órdenes es que los demás se acostumbran a obedecerlas. La mercenaria vio que bajo la capucha el rostro de Godfrey Maximillian se suavizaba y adoptaba una expresión de devota despreocupación. Se abrió camino entre la multitud a una velocidad engañosa y se dirigió a las puertas.</p> <p><i>Eso me deja con una escolta de cuatro hombres</i>, concluyó Ash. Yupiii. <i>Ahora veremos quién es la perra desconfiada aquí</i>.</p> <p>Uno se podría quedar por la parte posterior de la sala sin que le ofrecieran una bandeja y un paño para lavarse las manos, por no hablar ya de algo de carne o de los extraños platos extranjeros que se derramaban sobre los manteles de lino amarillentos. Podría seguir esperando, pensó Ash, hasta que los sicofantes que se ocupaban de la instalación de Daniel de Quesada perdieran su primer fervor. Y eso podría llevar días. Semanas.</p> <p>La mercenaria contempló a los hombres de Francia y Saboya que se reunían en grupos diminutos y parloteaban con ansia.</p> <p>—Ojalá tuviera el servicio de inteligencia del rey francés. O los banqueros flamencos. —Se volvió hacia Thomas Rochester—. Guido y Simón, a la despensa, a ver si os enteráis de algo; Francis y tú, Thomas, y cuando empiece a volar la mierda por aquí, montamos y nos vamos cagando leches en busca de Anselm, ¿entendido?</p> <p>Rochester no parecía muy seguro.</p> <p>—Jefe, esto no tiene buena pinta.</p> <p>—Lo sé. Deberíamos irnos ahora. Pero... Quizá haya algún privilegio por ser una bastarda de la familia de la Faris. Podríamos conseguir más dinero. —Ash sacudió la cabeza. Las cicatrices blancas de su rostro destacaban oscuras en virtud de su piel pálida—. Solo quiero saberlo.</p> <p>Recorrió el salón durante un rato. Arrinconó a un mercader y discutió el precio de varios productos para compensar la pérdida de mulas y equipaje en las afueras de Génova. El coste de las carretas de repuesto la dejó asustada, hasta que el hombre le dio el precio de los caballos ya domesticados. <i>Robar quizá sea mejor que comprar</i>, pensó la mercenaria y no por primera vez.</p> <p>Una ráfaga de sirvientes pasó a su lado sustituyendo las velas quemadas y los faroles agotados, así que se apretó contra la pared para dejarles paso y le dio a alguien en las rodillas con la vaina de la espada,</p> <p>—Perdón... —Se giró, se detuvo y se quedó mirando a Fernando del Guiz—. ¡Hijo de puta!</p> <p>—¿Cómo está mi madre? —inquirió él con suavidad.</p> <p>La joven bufó y pensó: <i>pretende hacerme reír</i>.</p> <p>Al darse cuenta se quedó sin palabras. Se apartó un poco de la multitud y se quedó mirando su rostro: Fernando del Guiz con cota de malla militar visigoda y sobrevesta, y un corte de pelo que le hacía parecer extrañamente joven.</p> <p>—¡Por el puto <i>Christus Imperator</i>! ¿Qué quieres? —Ash vio que Thomas Rochester, que todavía estaba finalizando la transacción con el mercader, le dirigía una mirada llena de curiosidad; la mercenaria sacudió la cabeza—. Fernando... no: ¿qué? ¿Qué? ¿Qué vas a tener que decirme tú a mí?</p> <p>—Estás muy enfadada —comentó él. Su voz procedía de algún lugar por encima de ella, por encima de las cabezas de la multitud que él miraba; y luego, de repente, el joven bajó los ojos y la empaló con su mirada—. No tengo nada que decirte, campesina.</p> <p>—Cojonudo. Ser noble no evitó que te pasaras a los visigodos, ¿verdad? Eres un traidor. Creí que era mentira. —La ira que la impulsaba se agotó, se secó cuando vio que los ojos de él se estremecían. La mercenaria se quedó callada por un momento.</p> <p>Él empezó a girarse.</p> <p>—¿Por qué? —Quiso saber Ash.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Tú... sigo sin entenderlo. Eres un señor feudal. Aunque fueran a hacerte prisionero, habrían pagado un rescate por ti. O te habrían mantenido a salvo en cualquier castillo. Joder, tenías hombres con armas y armaduras contigo, podrías haberte librado, huido...</p> <p>—¿De un ejército? —Ahora había cierto humor en su expresión.</p> <p>Ash puso un brazo cubierto de acero delante del cuerpo del hombre para que Fernando del Guiz tuviera que empujarla para llegar al cuerpo central de la sala.</p> <p>—No te encontraste con ningún ejército. Eso son solo rumores. Godfrey me trajo la verdad. Te encontraste con un escuadrón de ocho hombres, ocho hombres. Ni siquiera intentaste luchar. Te rendiste y ya está.</p> <p>—Mi pellejo vale más para mí que tu buena opinión. —El tono de Fernando era sardónico—. No sabía que os importaba, mi señora esposa.</p> <p>—¡Y no me importa! Yo... Bueno, gracias a eso has conseguido un lugar en esta corte. Con los ganadores. —Señaló con un gesto la sala—. Muy taimado. Y corrías un buen riesgo. Claro que los nobles del Emperador son todos políticos... Debería haberme acordado.</p> <p>—¡No fue...! —Fernando la miraba furioso. La luz de las velas mostraba el labio superior del joven perlado de sudor.</p> <p>—¿No fue qué? —preguntó Ash en voz más baja.</p> <p>—¡No fue una traición política! —Una extraña expresión le cruzó la cara bajo la engañosa luz de las velas. El joven aguantó la mirada femenina—. ¡Mataron a Matthias! ¡Le clavaron una lanza en el estómago y se cayó del caballo gritando! Le dispararon a Otto un virote de ballesta, y a tres caballos...</p> <p>Ash se obligó a bajar la voz hasta convertirla en un susurro ronco e indignado.</p> <p>—Jesucristo, Fernando, tú no eres como el puto Matthias. A ti te habrían dado cuartel. ¿Y qué pasa con todo ese equipo tan mono? ¡Llevabas una armadura completa, por el amor de Cristo, contra unos campesinos visigodos ataviados con túnicas! ¡No me digas que no pudiste salir de allí luchando! ¡Ni siquiera intentaste largarte de allí a porrazos!</p> <p>—¡No pude!</p> <p>La mercenaria se lo quedó mirando: la repentina y desnuda honestidad que se reflejaba en su rostro.</p> <p>—No pude hacerlo —repitió Fernando, más bajo y con una sonrisa que le hizo envejecer el rostro; parecía angustiado—. Me llené las calzas y me caí del caballo, me quedé tirado delante del sargento campesino y le rogué que no me matara. Le entregué al embajador a cambio de mi vida...</p> <p>—Tú...</p> <p>—Me rendí —dijo Fernando—, porque tenía miedo.</p> <p>Ash siguió mirándolo.</p> <p>—Jesucristo.</p> <p>—Y no me arrepiento. —Fernando se limpió la cara con la mano desnuda y la sacó húmeda—. ¿Qué te importa a ti?</p> <p>—Yo... —Ash dudó. Dejó caer el brazo, ya no le bloqueaba el paso—. No lo sé. Nada, supongo. Soy un mercenario; no soy uno de tus siervos ni tu rey; no es a mí a quien has traicionado.</p> <p>—No lo entiendes, ¿verdad? —Fernando del Guiz no se movió de donde estaba—. Había hombres con ballestas. Puntas de flecha de acero tan gruesas como mi pulgar... vi un virote atravesándole a Otto la cara, en todo el ojo, <i>¡bang!</i> Le explotó la cabeza. Matthias se estaba sujetando las entrañas con las manos. Hombres con lanzas, como las lanzas con las que yo he cazado, con las que he destripado a los animales, y me iban a destripar a mí. Estaba rodeado de locos.</p> <p>—Soldados —lo corrigió Ash de forma automática. Sacudió la cabeza, perpleja—. Todo el mundo se caga cuando va a luchar. Yo me cago. Thomas Rochester, aquel de allí, se ha cagado; como la mayoría de mis hombres. Es lo que nunca ponen en las crónicas. Pero, no me jodas, ¡no tienes que rendirte cuando todavía hay posibilidades de luchar!</p> <p>—Tú no.</p> <p>Aquella expresión intensa lo envejecía: un joven que de repente se había hecho mayor. <i>He estado en tu cama</i>, pensó Ash de repente, y <i>tengo la sensación de no conocerte en absoluto</i>.</p> <p>Él dijo:</p> <p>—Tú tienes valor físico. Yo no lo supe hasta ese momento... He librado torneos, combates cuerpo a cuerpo... la guerra es diferente.</p> <p>Ash lo miró con una expresión de total incomprensión.</p> <p>—Pues claro que lo <i>es</i>.</p> <p>Se miraron fijamente.</p> <p>—¿Me estás diciendo que hiciste esto porque eres un cobarde?</p> <p>Por toda respuesta, Fernando del Guiz se volvió y se alejó caminando. La luz cambiante de las velas ocultó su expresión.</p> <p>Ash abrió la boca para llamarlo y no dijo nada, no pudo pensar en nada, durante un buen rato, nada que quisiera decir.</p> <p>Por encima del ruido confuso de las conversaciones y del crujido de los papeles que se estaban firmando, la mercenaria oyó el reloj de la torre de Basilea que daba las cuatro de la tarde.</p> <p>—Ya es suficiente. —Le hizo una señal a Rochester y se quitó decidida a del Guiz de la cabeza—. No sé dónde estará la Faris-General, pero no va a venir aquí. Trae a los chicos.</p> <p>Thomas Rochester sacó a los hombres de armas de los establos, las cocinas y la cama de una criada (respectivamente). Ash mandó a Guido a que fuera por los caballos. Ella salió del salón municipal entre Rochester y otro ballestero, Francis, dos metros de alto, un hombre fornido que daba la sensación de no necesitar una manivela para cargar un arco: seguro que era capaz de hacerlo con los dientes. El cielo estaba oscuro sobre el patio. Negro. Ni todos los gritos de los mozos de cuadra y los cascos de los caballos sobre las piedras podrían tapar el silencio que se filtraba desde las alturas.</p> <p>Francis se persignó.</p> <p>—Ojalá viniera el Cristo. Las tribulaciones de antes, eso es lo que me asusta. No el Juicio Final.</p> <p>Ash se percató entonces de los puntos de color naranja que le cubrían los brazales, donde el aguanieve que le había caído en los brazos se había convertido en puntos de óxido durante el tiempo que había pasado en el interior cálido de la sala municipal. Murmuró una obscenidad y frotó el acero con un dedo cubierto con un paño mientras esperaba a los caballos.</p> <p>—Capitán —dijo un hombre en latín visigodo con un fuerte acento. La mercenaria levantó la vista. Vio en rápida sucesión que era un <i>'arif</i> comandante de unos cuarenta años, que tenía veinte hombres con él y que todos ellos traían la espada desenvainada. Dio un paso atrás y sacó su arma mientras le gritaba a Thomas Rochester. Seis o siete cuerpos cubiertos con camisotes la golpearon por detrás y la tiraron de bruces.</p> <p>La celada y la cimera se golpearon contra el empedrado, aplastándole la frente contra el forro del yelmo. Atontada, cerró la mano izquierda y lanzó el guantelete hacia atrás. El grueso puño de metal chocó contra algo con un golpe sordo. Una voz gritó sobre ella, encima de ella. Dobló el brazo izquierdo. La armadura es un arma. Las grandes placas de mariposa del codal que protege la articulación interna del codo se corren, en la parte posterior, y se convierten en un pincho afilado. Clavó el codo doblado hacia atrás, lo levantó y sintió que el pincho perforaba la cota de malla y llegaba a la carne. Un grito.</p> <p>La mercenaria pateó, luchó por doblar las piernas, le aterrorizaba la posibilidad de un corte que la inmovilizara en la parte posterior de la rodilla desprotegida. Dos cuerpos cubiertos con una cota de malla se apoyaban con todo su peso en su brazo derecho, en la mano que se aferraba a la empuñadura de la espada. Los hombres gritaban. Dos o tres cuerpos más la golpearon en rápida sucesión, se tiraban contra su espaldar y la mantenían inmóvil, clavada al suelo, ilesa, un cangrejo metido en una concha de acero forrada.</p> <p>El peso jadeante de aquellos hombres la inmovilizaba por completo. <i>Así que no se me ha de matar</i>.</p> <p>El peso que tenía encima de los hombros blindados le impedía levantar la cabeza. No veía nada salvo unos cuantos centímetros de piedra, paja y abejas muertas de frío. A un metro de distancia, más o menos, se oyó un impacto suave y un grito.</p> <p>¡Debería haberlos obligado que me dejaran traer una escolta mayor! O haber mandado a Rochester...</p> <p>Apretó aún más el puño del guantelete de la mano derecha sobre la empuñadura. Sin que nadie percibiera el movimiento de la mano izquierda durante un momento, dobló los dedos para que sobresaliera el borde afilado de la placa del dorso de la mano y de un empujón golpeó el lugar donde supuso que estaría el rostro de un hombre.</p> <p>No hubo impacto. Nada.</p> <p>Un talón con escarpe se precipitó contra su mano derecha y le atrapó los dedos y la carne alrededor de la empuñadura de la espada, entre las placas de acero del guantelete, entre todo el peso del hombre y el duro empedrado.</p> <p>Chilló. Le soltaron la mano y alguien apartó la hoja de una patada.</p> <p>La punta de una daga se clavó en la cimera abierta y se detuvo temblando a unos milímetros de su ojo.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 4</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>L<style style="font-size:80%">A LUNA MENGUANTE</style> arrojaba una luz tenue mientras se ponía sobre el castillo de Basilea. A lo lejos, muy por encima de los muros de la ciudad, esa misma luz plateada refulgía sobre la nieve que cubría los Alpes.</p> <p>Los altos setos del <i>hortus conclusas</i> brillaban a causa de la escarcha. <i>¡Escarcha en verano!</i>, pensó Ash, todavía horrorizada, y tropezó en aquella oscuridad casi absoluta. El sonido de una fuente tintineaba en medio de la penumbra y oyó los cambios de postura y el estrépito de muchos hombres con armadura.</p> <p><i>Me han dejado la armadura, por tanto tienen la intención de tratarme con cierto respeto; solo se han llevado la espada; así pues no necesariamente tienen la intención de matarme</i>...</p> <p>—¿Qué cojones es todo esto? —exigió saber Ash. Sus guardias no le respondieron.</p> <p>El jardín cercado era diminuto, una pequeña parcela de césped rodeada de un octágono de setos. Las flores trepaban por los marcos. Un terraplén de hierba recortada bajaba hasta una fuente, el chorro caía en un estanque de mármol blanco. El aroma de las hierbas llenaba el aire. Ash identificó romero y Alivio de la Herida; por debajo de esos olores estaba el hedor a rosas marchitas. Muertas de frío, pudriéndose en el tallo, supuso, y siguió caminando por el jardín entre los guardias de su <i>'arif</i>.</p> <p>Una figura con un camisote de malla aguardaba sentada a una mesa baja cubierta de papeles, encima del terraplén de hierba. Detrás, tres figuras de piedra sostenían antorchas erguidas en las manos. Un rastro de brea hirviente bajaba por la vara de la tea mientras Ash miraba y llegaba a la mano apretada de latón de una de las figuras, pero el gólem ni se inmutó.</p> <p>La llama de la tea arrojaba una luz amarilla sobre el pelo suelto y plateado de la joven visigoda.</p> <p>Ash no pudo evitarlo, las suelas resbalaron por la hierba muy corta y helada y tropezó. Al recuperarse, se detuvo y miró a la Faris. <i>Ese es mi rostro, ese es el aspecto que tengo</i>...</p> <p><i>¿Así es como me ve de verdad otra gente</i>?</p> <p><i>Creí que era más alta</i>.</p> <p>—Eres mi patrona, por el amor de Dios —protestó Ash en voz alta, furiosa—. Esto era del todo innecesario. Habría venido a ti. ¡Todo lo que tenías que hacer era pedirlo! ¿Para qué hacer esto?</p> <p>La mujer levantó la vista.</p> <p>—Porque puedo.</p> <p>Ash asintió, pensativa. Se acercó más. Los pies se le hundían en el césped frío y elástico, hasta que la mano del <i>'arif</i> en el brazal detuvo su progreso a unos dos metros de la mesa de la Faris. La mano izquierda cayó de forma automática para sujetar la vaina de la espada y se cerró sobre el vacío. Ash plantó las botas con firmeza y recuperó el equilibrio; lista en un instante para moverse y para hacerlo tan rápido como permite la armadura.</p> <p>—Mira, general, estás al cargo de toda una fuerza de invasión. ¡Lo cierto es que no creo que necesite que me demuestres todo tu poder e influencia!</p> <p>La boca de la mujer se elevó un poco en una comisura. Le dedicó a Ash lo que sin lugar a dudas era una amplia sonrisa:</p> <p>—Creo que sí necesitas que te dejen las cosas claras, si te pareces a mí en algo...</p> <p>Se detuvo, de repente, y se irguió en el taburete de tres patas mientras dejaba que los papeles volvieran a caer en la pequeña mesa de caballete. Los pisó con una Cabeza Parlante para protegerlos de la brisa nocturna. Sus ojos oscuros examinaron el rostro de Ash.</p> <p>—Me parezco mucho a ti —dijo Ash en voz baja y sin necesidad—. De acuerdo, así que querías demostrar algo. Muy bien. Demostrado queda. ¿Dónde están Thomas Rochester y el resto de mis hombres? ¿Hay alguno herido o muerto?</p> <p>—No esperarías que te lo dijera. No hasta que ya estés lo bastante preocupada como para hablar conmigo abiertamente.</p> <p>Alzó una ceja, el mismo gesto que ella, pero en el lado contrario, se dio cuenta Ash con un sobresalto. Era ella misma, pero al revés. Se planteó la idea de que la general pudiera ser un demonio o un diablo.</p> <p>—Están bien, pero son prisioneros —añadió la Faris—. Tengo muy buenos informes de tu compañía.</p> <p>Entre el alivio de oír que su gente estaba (o podría estar) todavía viva y la conmoción de escuchar esa voz que no terminaba de ser la suya, Ash tuvo que resistirse al mareo que amenazaba con cegarla. Por un momento tembló la luz amarilla de las antorchas.</p> <p>—Pensé que te divertiría ver esto. —La Faris sostuvo un papel festoneado de sellos rojos de cera—. Es del <i>parlement</i> de París, me piden que me vaya a casa porque soy un escándalo.</p> <p>Ash bufó a pesar de sí misma.</p> <p>—¿Porque qué?</p> <p>—Te encantará. Léelo.</p> <p>Ash se adelantó y estiró la mano. Los hombres del <i>'arif</i> se pusieron tensos. Todavía llevaba los guanteletes puestos, y los dedos enguantados solo tocaron el papel; sin embargo, al acercarse tanto a su doble que podía oler su aroma, (un olor a especias y sudor, como todos los militares visigodos que la rodeaban), le tembló la mano. Le falló la vista y se apresuró a bajar los ojos hasta el papel.</p> <p>—«Puesto que estáis sin bautizar y en estado de pecado y dado que no habéis recibido ninguno de los sacramentos y no podéis reclamar como propio ningún nombre de santo; es por eso que os solicitamos con toda firmeza que regreséis al lugar del que procedéis» —Ash leyó en voz alta—, «dado que no querríamos que nuestras reinas y nobles viudas tuvieran una relación impía con una simple concubina, ni que a nuestras limpias doncellas, sinceras esposas y tenaces viudas las corrompiera la presencia de alguien que no puede ser más que una moza rebelde o una esposa libertina; y por todo ello, no entréis en nuestras tierras con vuestros ejércitos...». ¡Oh, señor mío! ¡«Moza rebelde»!</p> <p>La otra mujer dio salida a una carcajada sorprendentemente profunda y grave. <i>¿Mi risa suena igual?</i>, se preguntó Ash.</p> <p>—Es la Araña<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n61">61</a> —murmuró Ash mientras lo leía otra vez, encantada—. ¿Genuino?</p> <p>—Desde luego.</p> <p>Ash levantó la vista.</p> <p>—¿Entonces, de quién soy yo bastarda? —preguntó.</p> <p>La general visigoda chasqueó los dedos y dijo algo en rápido cartaginés. Uno de sus hombres puso otro taburete al lado de la mesa de caballete y todos los hombres armados, cuyas botas habían estado pateando terrones del césped en el jardín cercado, salieron en fila por la verja que había en el seto.</p> <p><i>Y sí ahora estamos solas de verdad, yo soy la reina de Cartago</i>.</p> <p>Una armadura es un arma y se planteó utilizarla, y con la misma rapidez abandonó la idea. Ash dejó que su mirada se perdiera en la oscuridad, intentando captar los puntos de luz que se reflejarían en las puntas de flecha de acero o en los virotes de ballesta. El aire fresco nocturno le acarició el rostro.</p> <p>—Este lugar me recuerda a los jardines de la Ciudadela donde crecí —dijo la Faris—. Nuestros jardines están más iluminados que este, claro está. Traemos la luz con espejos.</p> <p>Ash se lamió los labios para intentar humedecerse la boca seca. Como requerían las damas del castillo, pocas cosas del mundo exterior podían entrar en este jardín. Los setos ahogaban el sonido. Ahora que había llegado la noche de verdad y que la oscuridad era genuina, y que la presencia armada se había retirado por un momento, la mercenaria se encontró (a pesar de los gólems) más cómoda, por insensato que fuese; sintió que se convertía en la persona que está al mando de una compañía, no una joven asustada.</p> <p>—¿Te bautizaron?</p> <p>—Oh, sí. Por lo que vosotros llamáis la herejía arriana. —La general levantó una mano invitadora—. Siéntate, Ash.</p> <p><i>Uno no suele llamarse a sí mismo</i>, reflexionó Ash; y oír su propio nombre en lo que casi era su propia voz pero con un acento visigodo le puso el vello de la nuca de punta.</p> <p>Levantó la mano para desabrocharse la correa y la hebilla de la celada y luego sacarse el yelmo. Sintió el frío aire nocturno contra la cabeza sudorosa y el pelo trenzado. Colocó cuidadosamente la celada con cimera en la mesa y para sentarse en el taburete se levantó las musleras y la faldriquera con la agilidad que da la larga práctica. La coraza y el espaldar mantenían su postura completamente erguida.</p> <p>—Estas no son formas de conseguir la cooperación de tu empleado —añadió con aire ausente mientras se acomodaba—. ¡No lo son en absoluto, general!</p> <p>La visigoda sonrió. Era pálida de piel. Tenía una máscara de tez más oscura alrededor de los ojos, del color de la miel por la larga exposición al sol, donde ni el yelmo de acero ni el velo de malla le protegían el rostro. Los mitones de la armadura que le colgaban de las muñecas descubrían las manos: pálidas, con uñas bien cortadas. Si bien es verdad que la cota de malla absorbe el cuerpo humano, se aferra a la ropa forrada que hay debajo y la deja con un aspecto regordete, Ash pensó que aquella mujer tenía una constitución muy parecida a la suya: y por un momento quedó consumida por la pura realidad de una carne viva, cálida, que respiraba y estaba sentada delante de ella, al alcance de su mano, y tan parecida...</p> <p>—Quiero ver a Thomas Rochester —dijo.</p> <p>La general visigoda apenas levantó la voz. Se abrió el portillo de la verja. Un hombre levantó un farol el tiempo suficiente para que Ash viera a Thomas Rochester, con las manos atadas a la espalda, la cara ensangrentada pero al parecer lo bastante bien para permanecer en pie sin ayuda; se cerró la verja.</p> <p>—¿Contenta?</p> <p>—Yo no lo llamaría contenta, exactamente... ¡Joder! —exclamó Ash—. ¡No esperaba que me cayeras bien!</p> <p>—No. —La mujer, que no podía ser mucho mayor que ella, apretó los labios. Una sonrisa irresistible le levantaba las comisuras. Sus ojos oscuros relucían—. ¡No! ¡Ni yo tampoco! Ni el otro <i>jund</i>, tu amigo. Ni tu marido.</p> <p>Ash se limitó a gruñir.</p> <p>—El Cordero no es amigo mío —y dejó el tema de Fernando del Guiz en paz. Un júbilo conocido empezó a burbujear en su sangre: el equilibrio requerido cuando se vuelve a negociar un acuerdo digno con personas siempre más poderosas que una misma (o no contratarían mercenarios); la necesidad de saber lo que se debe decir, y lo que hay que callar.</p> <p>—¿Cómo es que tienes cicatrices? —preguntó la general visigoda—. ¿Una herida de batalla?</p> <p>No era una negociación, sino pura curiosidad personal, comprendió Ash. Y como tal, quizá una debilidad que se podía explotar.</p> <p>—Nos visitó un santo cuando yo era niña. Vino el león. —Ash se tocó la mejilla, algo que no hacía con frecuencia, y sintió la carne dentada bajo las yemas enguantadas—. Me marcó con sus garras, para mostrar así que yo habría de ser una Leona, en el campo de batalla.</p> <p>—¿Tan joven? Sí, a mí también me entrenaron muy pronto.</p> <p>Ash repitió, utilizando el término de forma bastante deliberada, su anterior pregunta:</p> <p>—¿De quién soy yo bastarda?</p> <p>—De nadie.</p> <p>—¿Na...?</p> <p>La general visigoda parecía evaluar lo perpleja que se sentía Ash. <i>Deberíamos poder leernos muy bien</i>, pensó Ash. ¿Pero es así? ¿Cómo iba a saberlo? Podría equivocarme.</p> <p>Dejó que su lengua continuara hablando.</p> <p>—¿Qué quieres decir con eso? No querrás decir que soy legítima. ¿De qué familia? ¿De qué familia procedes tú?</p> <p>—De la de nadie.</p> <p>Los ojos oscuros bailaban, sin ninguna malicia que Ash pudiera detectar y luego la otra mujer dio un profundo suspiro, dejó descansar los brazos blindados en la mesa y se inclinó hacia delante. La luz de las teas de los gólems se deslizaba por su cabello rubio platino y por su rostro sin marcas.</p> <p>—Tú no eres más legítima que yo —dijo la Faris—. Soy hija de esclavos.</p> <p>Ash se la quedó mirando fijamente, consciente de una conmoción demasiado intensa para reconocerla; tan intensa que se desvaneció en un encogimiento de hombros mental y un «¿y qué?», la conciencia de que algo, en alguna parte, se había soltado en su mente.</p> <p>La Faris continuó:</p> <p>—Fueran quienes fueran mis padres, eran esclavos en Cartago. Los turcos tienen sus jenízaros, niños cristianos que roban y crían y los convierten en guerreros fanáticos por su país. Mi... padre... hacía algo muy parecido. Yo nací de una esclava —repitió en voz baja—, una cautiva: y supongo que tú también. Lo siento si esperabas algo mejor que eso.</p> <p>La tristeza de su tono parecía sincera.</p> <p>Ash abandonó cualquier idea de negociación o subterfugio.</p> <p>—No lo entiendo.</p> <p>—No, ¿por qué habrías de entenderlo? No creo que al <i>amir</i> Leofrico le hiciera mucha gracia saber que te lo estoy contando. Su familia lleva generaciones criando niños para conseguir un Faris. Yo soy su éxito. Tú debes de ser...</p> <p>—Uno de los descartes —la interrumpió Ash—. ¿No es así?</p> <p>El corazón le golpeaba en el pecho. Aguantó el aliento a la espera de que la contradijera. La visigoda se inclinó en silencio y con sus propias manos sirvió vino de una botella en dos copas de madera de fresno. Le ofreció una y Ash la cogió. El negro espejo de líquido se agitaba con el temblor de sus manos. Nadie la contradijo.</p> <p>—¿Un proyecto de cría de Faris? —repitió Ash. Y luego, con brusquedad—: ¡Dijiste que tenías padre!</p> <p>—El <i>amir</i> Leofrico. No. Me he acostumbrado a... no es mi verdadero padre, claro está. No se rebajaría a inseminar esclavas.</p> <p>—Me da igual si se dedica a tirarse burros —dijo Ash con brutalidad—. Por eso querías verme, ¿verdad? ¿Por eso viniste hasta Guizburg mientras estás dirigiendo una maldita guerra? ¿Porque soy tu... hermana?</p> <p>—Hermana, medio-hermana, prima. Algo. ¡Míranos! —La general visigoda se volvió a encoger de hombros. Cuando levantó su copa de madera también a ella le temblaban las manos—. No creo que mi padre... que el Lord-<i>Amir</i> Leofrico sepa por qué tenía que verte.</p> <p>—Leofrico. —Ash se quedó mirando a su gemela sin verla. Parte de su mente revolvía entre los recuerdos heráldicos—. ¿Es uno de los <i>amirs</i> de la corte del Rey Califa? ¿Un hombre poderoso?</p> <p>La Faris sonrió:</p> <p>—La Casa Leofrico ha sido, desde tiempos inmemoriales, íntima compañera de los reyes Califas. Les dimos los mensajeros gólems. Y ahora, <i>un faris</i>.</p> <p>—Que le pasa a los... dijiste que había otros. Un proyecto. ¿Qué les pasa a las otras personas que son como nosotras? ¿Cuántas...?</p> <p>—Cientos, a lo largo de los años. Supongo. Nunca lo he preguntado.</p> <p>—Nunca lo has preguntado. —Incrédula, Ash se terminó la copa, ni siquiera notó si el vino era bueno o malo—. Esto no es nuevo para ti, ¿verdad?</p> <p>—No. Supongo que suena bastante raro, si no has crecido con ello.</p> <p>—¿Qué les pasa a los otros? A los que no son tú, ¿qué les pasa a esos?</p> <p>—Si no pueden hablar con la máquina<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n62">62</a>, se les suele matar. Incluso si pueden hablar con la máquina, normalmente se vuelven locos. No tienes ni idea de lo afortunada que me siento por no haberme vuelto loca en mi infancia.</p> <p>Lo primero que se le ocurrió a Ash fue un sardónico «¿estás segura de eso?», y luego comprendió algo más de lo que había dicho la mujer. Totalmente horrorizada, repitió:</p> <p>—¿Matarlos?</p> <p>Antes de que la visigoda pudiera responder, sintió el impacto de una única frase.</p> <p>Y soltó de golpe, sin ninguna intención de hacerlo.</p> <p>—¿Qué quieres decir con eso de hablar con la máquina? ¿Qué «máquina»? ¿A qué te refieres?</p> <p>La Faris dobló los dedos alrededor de la copa de madera.</p> <p>—¿No me digas que no has oído hablar del Gólem de Piedra? — preguntó con un tono irónico que Ash no solo reconoció sino que sospechó que era una parodia deliberada—. ¿Cuando me he tomado tantas molestias para extender el rumor? Quiero que mis enemigos estén demasiado aterrorizados para enfrentarse a mí. Quiero que todo el mundo sepa que tenemos una gran máquina de guerra<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n63">63</a> en casa y que hablo con ella siempre que me place. Incluso en plena batalla. Sobre todo en plena batalla.</p> <p><i>Eso es</i>, comprendió Ash. <i>Por eso estoy aquí</i>.</p> <p><i>No porque me parezca a ella</i>.</p> <p><i>No porque es probable que seamos familia</i>.</p> <p><i>Porque oye voces y quiere saber si yo también las oigo</i>.</p> <p><i>¿Y qué coño hará si se entera de la verdad?</i></p> <p><i>A</i> pesar de saber que era precipitarse demasiado en sus conclusiones, a pesar de saber que quizá no estuviera justificado, el pánico y la incertidumbre hicieron que el corazón empezara a saltarle en el pecho, hasta el punto de alegrarse de llevar puesto un gorjal: el latido se habría visto con toda claridad en su garganta.</p> <p>Y por puro reflejo, hizo lo que llevaba haciendo desde que tenía ocho años: cortó la cadena que la unía a sus miedos. Habló con tono casual y desdeñoso:</p> <p>—Oh, he oído los rumores. Pero no son más que rumores. Tienes una especie de Cabeza Parlante en Cartago, ¿es una cabeza? —se interrumpió para preguntar.</p> <p>—¿Has visto nuestros caminantes de arcilla? Es su abuelo y progenitor: el Gólem de Piedra. Pero —añadió la mujer—, la derrota que le infligimos a los italianos y a los suizos no es un simple «rumor».</p> <p>—¡Los italianos! Sé por qué arrasasteis Milán, fue solo para interrumpir el comercio de armaduras. Lo sé todo sobre eso: en otro tiempo fui aprendiz de un armero milanés. —Dado que ese hecho no había conseguido distraer a la mujer ni a ella misma, Ash siguió a toda prisa—: Admito lo de los suizos pero, ¿por qué no ibas a ser buena? Después de todo, ¡yo soy buena!</p> <p>Se detuvo y podría haberse mordido la lengua con la fuerza suficiente para hacerse sangre.</p> <p>—Sí. Eres buena —dijo la Faris con naturalidad—. Tengo entendido que tú también oyes «voces».</p> <p>—Pues eso no es un rumor. Es una mentira descarada. —Ash se las arregló para lanzar una tosca carcajada— ¿Quién crees que soy, la Pucelle<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n64">64</a>? ¡Y ahora me dirás que soy virgen!</p> <p>—¿Nada de voces? ¿Solo una mentira útil? —sugirió con suavidad la general visigoda.</p> <p>—Bueno, no es que vaya a negarlo, ¿verdad? Cuanto más Celestial parezca, mejor para mí. —Ash consiguió, de forma bastante más convincente, parecer a la vez pagada de sí misma y avergonzada de que la hubieran sorprendido contando mentiras en público.</p> <p>La mujer se tocó la sien.</p> <p>—Aun así, yo sí estoy en contacto con nuestro computador táctico. Lo oigo. Aquí.</p> <p>Ash se la quedó mirando. Debía de parecer, se dio cuenta por un momento, que no se creía ni una palabra de lo que le decía la mujer y que pensaba que debía de estar loca. Lo cierto es que apenas era consciente de la presencia de la mujer.</p> <p>El aire frío que entró en el jardín protegido le refrescó el rostro sudoroso. Fuera bufó un caballo y expulsó su aliento al cielo nocturno. El sonido de la charla de los soldados visigodos era apenas audible. Ash se aferró a lo que podía ver y oír como si fuera su propia cordura. El pensamiento se formó en su mente, inevitable. <i>Si me concibieron como a ella y ella oye la voz de una máquina táctica, entonces es de ahí de donde viene mi voz</i>.</p> <p>¡No!</p> <p>Se limpió el labio superior húmedo, el aliento empañó las placas metálicas del guantelete. Aturdida, al principio tuvo la sensación de que iba a vomitar y luego fue como si se separara de sí misma de una forma extraña. Vio que la copa de vino se le caía de los dedos y rebotaba, derramando líquido por toda la mesa de caballete y empapando los papeles tan pulcramente colocados.</p> <p>La Faris soltó un taco, se levantó de un salto, llamó a alguien y derribó la mesa. Cuatro o cinco muchachos, pajes o siervos visigodos, entraron corriendo en el jardín, rescataron los documentos, limpiaron la mesa, y empaparon el vino que manchaba el camisote de la general. Ash se quedó sentada y miró todo aquello con expresión ausente.</p> <p><i>Siervos criados para ser soldados. ¿Es eso lo que dice? ¿Y yo no soy más que una mocosa a la que por alguna razón no mataron? Oh, mi dulce Jesús, y yo que siempre pensé que los esclavos y los cautivos eran despreciables</i>...</p> <p><i>Y mi voz no es</i>...</p> <p><i>¿No es qué?</i></p> <p><i>¿No es el león? ¿No es un santo?</i></p> <p><i>¿No es un demonio?</i></p> <p><i>¡Cristo, dulce salvador, oh mi dulce, dulce salvador, esto es peor que los demonios!</i></p> <p>Ash apretó la mano izquierda y ocultó el puño debajo de la mesa mientras se clavaba las placas de acero en la carne. Luego pudo al fin levantar la vista, centrarse gracias al dolor y murmurar:</p> <p>—Lo siento. Beber con el estómago vacío. El vino se me ha subido a la cabeza.</p> <p><i>No lo sabes. No sabes si lo que ella oye es lo que oyes tú. No sabes si es lo mismo</i>.</p> <p>Ash se miró la mano izquierda. El guante del guantelete que le cubría la palma de la mano mostraba manchas rojas que empapaban el cuero.</p> <p><i>Lo último que me apetece hacer es seguir hablando con esta mujer. Oh, joder</i>.</p> <p>Me pregunto qué pasaría si se lo dijera. Que sí oigo una voz. Una voz que me dice qué tácticas puedo usar en una batalla.</p> <p><i>Y si se lo digo, ¿qué pasa luego?</i></p> <p><i>Si yo no sé la respuesta a esa pregunta, ¡desde luego no debería hacérsela a ella!</i></p> <p>Le sorprendió, como le había ocurrido con frecuencia en el pasado, lo mucho que aminora el tiempo su marcha cuando la vida queda volcada en la cuneta. Una copa de vino, en un jardín, una noche de julio; es ese tipo de ocasiones que en ese momento pasan rápida y automáticamente y que luego desaparecen del recuerdo de inmediato. Ahora lo registró todo con minuciosidad, desde la pata del taburete de roble que, bajo su peso, se iba hundiendo poco a poco en la hierba repleta de margaritas hasta el deslizamiento de las placas de su armadura cuando estiró un brazo para coger la botella de vino, pasando por la larga intensidad del momento antes de que sus siervos dejaran de limpiar a la general visigoda y esta volviera la cabeza brillante para mirar a Ash otra vez.</p> <p>—Es cierto —dijo la Faris en tono familiar—. Hablo con la máquina de guerra. Mis hombres la llaman el Gólem de Piedra. No es de piedra y no se mueve como estos... —Un pequeño encogimiento de hombros cuando señaló las figuras de piedra y latón que sujetaban las teas—... Pero le gusta el nombre.</p> <p>La precaución volvía a asentarse, Ash posó la botella y pensó, <i>si no sé cual será el resultado de decírselo, entonces no debería decírselo hasta que lo sepa</i>.</p> <p><i>Y desde luego no hasta que haya tenido tiempo de pensarlo, hablarlo con Godfrey, Florian y Roberto</i>...</p> <p>¡Mierda, no! Ellos solo piensan que podría ser bastarda; ¿cómo voy a decirles que nací esclava?</p> <p>Dijo, con los labios rígidos por el engaño:</p> <p>—¿Y para qué serviría una máquina de guerra como esa? Podría llevarme mi ejemplar de Vegetius<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n65">65</a> al campo de batalla y leerlo allí, pero eso no me ayudaría a ganar.</p> <p>—Pero si lo tuvieras allí contigo, vivo y pudieras pedirle consejo al propio Vegetius, ¿entonces quizá sí?</p> <p>La visigoda se rascó la parte frontal de la delicada cota de malla con un dedo mientras bajaba la vista.</p> <p>—Eso va a oxidarse. ¡La humedad de este maldito país!</p> <p>Las teas de brea siseaban y chisporroteaban al quemarse. Los gólems permanecían quietos, estatuas frías. Las estelas del humo negro con olor a pino subían hacia el cielo nocturno. El arco curvado de la media luna menguante se hundía detrás de los setos del jardín. A Ash le dolían los músculos. Le escocía cada golpe recibido durante el arresto. El vino se le había subido a la cabeza y la hacía tambalearse un poco en el taburete; y pensó, <i>si no tengo cuidado, la bebida va a hacer efecto, le diré la verdad y entonces, ¿dónde estaré?</i></p> <p>—Hermanas —dijo con voz borrosa. El taburete de madera se precipitó hacia delante. Se levantó en lugar de caer de bruces y se paró con una mano blindada extendida, agarrándose al hombro de la visigoda para apoyarse—. ¡Cristo, mujer, podríamos ser gemelas! ¿Cuántos años tienes?</p> <p>—Diecinueve.</p> <p>Ash lanzó una carcajada temblorosa.</p> <p>—Bueno, ahí lo tienes. Si supiera el año que nací, podría decírtelo. Ahora debo de tener dieciocho años, diecinueve o unos veinte. Quizá somos gemelas. ¿Tú que crees?</p> <p>—Mi padre hace que críen entre sí todos sus esclavos. Creo que lo más probable es que todos nos parezcamos. —Las cejas oscuras de la Faris se fruncieron. Levantó la mano con los dedos desnudos y acarició a Ash en la mejilla—. Vi a algunos de los otros, de niña, pero se volvieron locos.</p> <p>—¡Se volvieron locos! —Un rubor se extendió por el rostro de Ash, que sintió su calor. No lo planeó, fue algo totalmente genuino: su rostro se ruborizó—. ¿Qué se supone que he de contarle a la gente? Faris, ¿qué les digo? ¿Que un lord-<i>amir</i> loco de ahí abajo, de Cartago, está criando esclavos como si fueran ganado, como animales? ¿Y que yo era uno de ellos?</p> <p>La visigoda dijo con suavidad.</p> <p>—Aún podría ser una coincidencia. No deberíamos dejar que un parecido...</p> <p>—¡Oh, no me jodas, mujer! ¡Somos gemelas!</p> <p>Ash se miró en unos ojos que estaban a la misma altura del suelo que los suyos, el mismo color oscuro, buscaba en sus rasgos la familiaridad: la curva del labio, la forma de la nariz, la forma de la barbilla, una mujer extranjera de cabello claro con el bronceado y las extrañas cicatrices de las campañas militares y una voz que, si bien no llegaba a ser la suya, podría (suponía ahora) ser su propia voz tal y como la oían los demás.</p> <p>—Preferiría no haberlo sabido —dijo Ash con la voz espesa—. Si es cierto, no soy una persona, soy un animal. Un caballo de raza. Un caballo de raza fracasado. Me pueden comprar y vender (cualquiera) y yo no puedo decir ni una palabra. Por ley. Y tú también eres un animal de granja. ¿Es que no te importa?</p> <p>—No es nuevo para mí.</p> <p>Eso la cortó en seco. Ash cerró la mano sobre el hombro blindado de la mujer, lo apretó una vez y lo soltó. Se quedó de pie, balanceándose pero erguida. Los altos setos del <i>hortus conclusus</i> dejaban fuera a Basilea, la compañía, el ejército, el mundo sumido en la oscuridad; y Ash se estremeció, a pesar de la armadura y de que estaba forrada por dentro.</p> <p>—No me importa por quién lucho —dijo—. Firmé un contrato contigo y supongo que esto no es suficiente para romperlo, suponiendo que toda la gente que tengo aquí esté ilesa, y no solo Thomas. Sabes que soy buena, aunque no tenga tu «Gólem de Piedra».</p> <p>La mentira le salió con tanta facilidad que podría haber sido una actuación, podría haber sido insensibilidad, pero en cualquier caso, Ash tenía la sensación de que no podía engañar a nadie. Siguió adelante con tenacidad.</p> <p>—Sé que has asolado media docena de ciudades italianas, esenciales por su comercio; sé que los cantones suizos están borrados del mapa como fuerza militar y que has asustado tanto a Federico y las Alemanias que se han rendido. También sé que el sultán de Constantinopla no espera en estos momentos ningún problema, ya que tu ejército va dirigido contra la Cristiandad, contra los reinos que hay al norte de aquí.</p> <p>Dejó que su mirada reposara en el rostro de la general, e intentó detectar cualquier emoción. Un rostro impasible le devolvía la mirada, el claroscuro de las sombras cambiaba con la luz de las teas de los gólems.</p> <p>—Dirigido contra Borgoña, según Daniel de Quesada, pero supongo que eso también quiere decir Francia. ¿Y luego los <i>rosbifs</i>? Vas a cubrir demasiado terreno, incluso con la cantidad de gente que tienes. Yo sé lo que hago, llevo haciéndolo mucho tiempo; déjame seguir con ello, ¿de acuerdo? Y luego, en el futuro, cuando ya no esté bajo contrato, le diré a tu Lord-<i>Amir</i> Leofrico exactamente lo que pienso de su cría de bastardos.</p> <p>... <i>y es probable que esto funcionara con cualquier otra persona</i>, concluyó Ash en la privacidad de su propia mente. <i>¿Se me parece mucho? ¿Va a saber cuándo estoy mintiendo? Por lo que sé, esto le sonaría a farol a cualquiera, por no hablar ya de a una hermana que no sabía que tenía</i>.</p> <p><i>No te jode. Una hermana</i>.</p> <p>La general visigoda se inclinó y recogió la Cabeza Parlante del trozo de césped que mellaba, la sacudió, se encogió de hombros y la volvió a colocar en la mesa de caballete al lado de la celada de Ash.</p> <p>—Me gustaría mantenerla como subcomandante aquí.</p> <p>Ash abrió la boca para responder y registró entonces el «mantenerla». «La», no «te». Eso, la dicción precisa y los ojos ausentes de la mujer, le reveló de algo que le produjo una repentina punzada en las entrañas: <i>No está hablando conmigo</i>.</p> <p>La inundó el miedo.</p> <p>Dio dos pasos hacia atrás, resbaló sobre la hierba helada y trastabilló por el terraplén cubierto de césped. Apenas capaz de mantener el equilibrio, se cayó y chocó de espaldas con fuerza contra el borde de mármol de la fuente. Oyó el crujido del espaldar. Un sabor cobrizo le bañó la boca. Se ruborizó, se puso roja como el fuego, tan avergonzada como si la hubieran descubierto manteniendo relaciones sexuales en público; sintió durante un segundo que no era real hasta ese momento y al siguiente pensó, <i>¡jamás esperé ver a nadie más haciendo esto!</i></p> <p>Los gólems la miraban desde la parte superior del terraplén. El más cercano a Ash tenía una telaraña que le unía el brazo al seto, una hebra blanca escarchada que salvaba el espacio existente entre las hojas de la alheña podada y el mecanismo de latón brillante del codo de la figura. Se quedó mirando la cara ovalada y sin rasgos, la forma de huevo de la cabeza delineada por las teas goteantes.</p> <p>La voz de la Faris protestó:</p> <p>—Pero yo preferiría utilizarla a ella y su compañía ahora, no más tarde.</p> <p><i>No está hablando conmigo. Está hablando con sus voces</i>.</p> <p>Ash soltó de golpe.</p> <p>—¡Tenemos un contrato! Estamos luchando por ti. ¡Ese fue el acuerdo!</p> <p>La general se cruzó de brazos, con la cabeza ahora levantada mientras contemplaba las constelaciones del sur que cubrían el cielo de Basilea.</p> <p>—Si me lo ordenas, entonces lo haré.</p> <p>—¡No me creo que oigas voces! Eres una puta pagana. ¡Solo estas fingiendo! —Ash intentó volver a trepar por el escarpado terraplén; las suelas de las botas de montar le patinaban sobre la hierba fría y resbaló, se precipitó entre el estrépito del metal y se frenó con las manos; luego, a cuatro patas, levantó la vista y miró a la visigoda.</p> <p>—¡Pretendes engañarme! ¡Esto no es real!</p> <p>Sus protestas eran una catarata verbal. Tartamudeó entre un torrente de palabras ininteligibles y en lo más privado de su mente, pensó <i>¡no debo escuchar! Haga lo que haga, no debo hablar con mi voz, no debo escuchar, por si acaso es la misma</i>...</p> <p><i>... por sí acaso ella se entera si escucho</i>.</p> <p>Entre mantener la continua protesta y la determinación de cerrar por completo su mente, ni oyó ni sintió nada mientras la visigoda seguía hablándole al aire vacío.</p> <p>—Sí. La enviaré al sur en la próxima galera.</p> <p>—¡De eso nada! —Ash se puso en pie rápida y cuidadosamente.</p> <p>La general visigoda dejó de contemplar el cielo nocturno y la miró.</p> <p>—Mi padre, Leofrico, quiere verte —dijo—. Llegarás a Cartago en menos de una semana. Si no te entretiene demasiado, te tendré aquí de vuelta antes de que el sol se traslade a Leo<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n66">66</a>. Estaremos un poco más al norte pero aún puedo utilizar tu compañía. Mandaré a tus hombres de vuelta al campamento.</p> <p>—<i>¡Baise mon cul!</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n67">67</a> —le soltó Ash.</p> <p>Fue por puro reflejo. De la misma forma que había interpretado el papel de la mascotita del campamento a los nueve años, también sabía interpretar el papel del capitán mercenario farolero a los diecinueve. La cabeza le daba vueltas.</p> <p>—¡Eso no estaba en el contrato! Si tengo que sacar a mi gente del campo de batalla ahora, te va a costar un pico... Todavía tengo que darles de comer. Y si quieres que baje hasta el puto norte de África en medio de tu guerra... —Ash intentó encogerse de hombros—. Eso tampoco estaba en el contrato.</p> <p><i>Y en cuanto me quites los ojos de encima, yo me largo de aquí</i>.</p> <p>La visigoda recogió la celada de Ash de la mesa y le pasó la palma desnuda por la curva del metal, desde la cimera hasta la cola pasando por la cresta. Ash se estremeció con un gesto automático al anticipar el óxido en el acero espejado. La mujer golpeó el metal con los nudillos y aire pensativo, luego bajó la cimera hasta que se cerró con un chasquido.</p> <p>—Les voy a dar unos cuantos de estos a mis hombres. —Una breve chispa de alegría, y sus ojos se encontraron con los de Ash—. No ordené que se asolara Milán hasta haberlo vaciado primero.</p> <p>—No hay nada mejor que las armaduras milanesas. Salvo las de Augsberg y supongo que tampoco has dejado mucho intacto en las fundiciones del sur de Alemania. —Ash levantó la mano y cogió el yelmo de las manos de la mujer—. Mándame un mensaje al campamento cuando quieras que suba a bordo del barco.</p> <p>Durante todo un segundo estuvo convencida de que lo había logrado. Que le permitirían salir de allí caminando, salir a caballo de la ciudad, colocarse justo en el medio de ochocientos hombres armados que vestían su librea y decirle a los visigodos que se fueran directamente a la versión arriana de la condenación eterna.</p> <p>La general visigoda preguntó en voz alta:</p> <p>—¿Qué hago con alguien que mi padre quiere investigar y en la que no confío que no se escape si la dejo salir de aquí?</p> <p>Ash no dijo nada en voz alta. En esa parte de sí misma donde la voz era un potencial, actuó. No fue una decisión, fue un reflejo instintivo, algo que hizo a pesar del riesgo de que la descubrieran. Sin moverse, Ash escuchó.</p> <p>Un susurro, el más suave susurro de los susurros, resonó en su cabeza. La voz más callada y conocida imaginable...</p> <p>—Despójala de la armadura y las armas. Mantenla bajo continua vigilancia. Escóltala de inmediato al barco más cercano.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 5</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>U<style style="font-size:80%">N <i>NAZIR</i></style><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n68">68</a> y sus guardias la mantuvieron literalmente inmovilizada durante el traslado desde el jardín del castillo, por las calles del pueblo, hasta una larga y alta fila de casas de cuatro plantas que Ash reconoció por los informes de sus exploradores, era el cuartel general de los visigodos en Basilea. Unas manos cubiertas de una cota de malla le sujetaban los brazos.</p> <p>Por encima del yeso cubierto de cieno y de las vigas de roble de las tejas, la oscuridad empezaba a tragarse las estrellas. Llegaba el amanecer.</p> <p>Ash no hizo ningún esfuerzo por liberarse. La mayor parte de la unidad del <i>nazir</i> estaba compuesta por jóvenes, muchachos no mucho mayores que ella, con el rostro bronceado y los cuerpos tensos, con las piernas largas y las pantorrillas de músculos delgados de tanto tiempo que pasaban a caballo. Se dio la vuelta y los miró a la cara cuando la empujaron al edificio más cercano, a través de una puerta de roble. Si no fuera por las túnicas y la cota de malla visigodas, podrían haber sido hombres de armas de su compañía.</p> <p>—¡Vale, vale! —Se detuvo en seco en la entrada, sobre las baldosas y formó con la boca una sonrisa dedicada al <i>nazir</i>—. Tengo unos cuatro marcos en mi bolsa, con eso, chicos, podéis comprar un poco de vino y luego podéis venir a decirme qué tal les va a mis hombres.</p> <p>Los dos soldados le soltaron los brazos. Rebuscó la bolsa y se dio cuenta de que todavía le temblaban las manos. El <i>nazir</i>, más o menos de su edad, media cabeza más alto y varón, por supuesto, dijo:</p> <p>—Cabrona de puta mercenaria —con un tono bastante profesional.</p> <p>Ash se encogió de hombros mentalmente. <i>Bueno, o eso o «¡es la doble de nuestro jefe!» y luego me tratan como si fuera el demonio del pueblo</i>...</p> <p>—Puto coño franco —añadió<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n69">69</a>.</p> <p>Varios guardias de la casa y algunos sirvientes salieron al recibidor con velas. Ash sintió que una mano le tiraba del cinturón cuando la empujaron y supo que le faltaría la bolsa cuando la buscara; y luego en medio de un estrépito de botas y órdenes gritadas en cartaginés, se encontró con que la llevaban entre empellones hacia la parte de atrás de la casa. Pasando por habitaciones llenas de hombres armados, bajaron por pasadizos con el suelo de piedra y la metieron en una habitación diminuta con una puerta con barras de hierro hecha de madera de roble de un centímetro de grosor y una ventana de unos treinta centímetros cuadrados.</p> <p>Dos pajes de rostro solemne, ataviados con túnicas visigodas, le indicaron que debían ayudarla a quitarse la armadura. Ash no protestó. Dejó que la despojaran y se quedó el jubón y las calzas de la armadura, con la cota de malla cosida en las axilas y la entrepierna; su petición de una media túnica no obtuvo ningún resultado.</p> <p>La puerta de roble se cerró. El sonido de un enrejado de hierro que encaja en sus huecos reveló que habían puesto las barras en su sitio.</p> <p>Chorreaba una vela, habían colocado el candelabro en el suelo.</p> <p>Bajo su luz, la mercenaria examinó la habitación arrastrando los pies desnudos por ella. Las planchas de roble estaban frías. La habitación estaba desnuda, no contenía ni silla, ni mesa ni cama; y el hueco de la ventana tenía barras de hierro gruesas como un pulgar montadas en las paredes.</p> <p>—¡Mamones! —Si le daba patadas a la puerta se haría daño así que la golpeó con la parte baja de la mano—. ¡Dejadme ver a mis hombres!</p> <p>Su voz rebotó en los muros.</p> <p>—¡Dejadme salir de aquí, cabrones!</p> <p>Dado el grosor de la madera, ni siquiera era posible saber si había un guardia apostado fuera, o si este podría oírla en caso de estar allí. Utilizó la misma voz que habría usado para transmitir órdenes por el frente de batalla.</p> <p>—¡Mamonazos! ¡Dulce Cristo, puedo pagar un rescate! ¡Solo dejadme mandar un mensaje!</p> <p>Silencio.</p> <p>Ash estiró los brazos por encima de la cabeza y luego se frotó los puntos irritados donde se le había abollado el arnés. Echaba tanto de menos la espada y la protección del acero que prácticamente podía sentir la forma del metal entre las manos. Cruzó de espaldas la habitación, se deslizó por el muro y se sentó al lado de la única luz: cera pálida y luz de un tono amarillo pálido.</p> <p>Le picaban las manos, como si la sangre que corría por ellas fuera tan fría como el agua de los arroyos alpinos. Se frotó las palmas de las manos. Una parte de su mente insistía, <i>no, no es cierto, esto es una especie de historia rara, no es algo real. Eres la mocosa de un soldado, eso es todo. Es una coincidencia. Tu padre fue seguro un nazir visigodo que luchó contra el Grifo en Oro y tu madre era una puta. Eso es todo: nada fuera de lo normal. Tú solo te pareces a la Faris</i>.</p> <p>Y la otra parte asombrada de su mente no dejaba de repetir: <i>oye mi voz</i>.</p> <p>—No me jodas —dijo Ash en voz alta—. No puede hacerme prisionera. ¡Tengo un puto contrato con esa mujer, por el Cristo Verde! No pienso ir a Cartago. Podrían...</p> <p>Su mente se negó a considerarlo siquiera. Era una sensación nueva: intentó obligar a sus pensamientos a que consideraran la posibilidad de que la llevaran fuera, al norte de África, pero se escapaban. Una y otra vez. Como si intentara pastorear anguilas, pensó Ash con una rápida sonrisa y le castañetearon los dientes.</p> <p><i>Quizá el león nunca llegó a aparecer. No. No... nuestro escribano hizo el milagro: el león vino</i>.</p> <p><i>Pero quizá a mí no me pasó nada allí</i>.</p> <p><i>Quizá solo conté esa historia de la capilla con tanta frecuencia que la recuerdo como si hubiera pasado de verdad</i>.</p> <p>El cuerpo de Ash se estremeció, tenía las manos y los pies fríos, hasta que se acurrucó y se metió las manos bajo las axilas.</p> <p><i>La Faris. La criaron para oír su máquina táctica</i>.</p> <p><i>Es la misma voz</i>.</p> <p><i>Y yo soy... ¿qué? Hermana. Prima. Algo. Gemela</i>.</p> <p><i>Solo algo que desecharon mientras la criaban a ella</i>.</p> <p><i>Y lo único que yo hago es... escuchar a escondidas</i>.</p> <p><i>¿Es eso todo lo que he hecho siempre? Una mocosa bastarda, que se queda a la puerta y escucha la máquina de guerra táctica de otra persona y saca a escondidas respuestas para guerras pequeñas y brutales que el Imperio Visigodo ni siquiera percibe</i>...</p> <p><i>La Faris es lo que ellos querían. E incluso ella es una esclava</i>.</p> <p>Después de eso se quedó allí sentada, sin comida ni bebida y contempló la llama de la vela que rompía una línea de negrura hasta que de repente se rompía y serpenteaba, lanzando un humo de color sepia hacia el yeso bajo del techo para luego fundirse con las sombras. Su corazón fue contando los minutos, las horas.</p> <p>Colocó los brazos sobre las rodillas y enterró la cara en los brazos. Sentía una humedad caliente en la cara. La conmoción se produce después de sufrir una herida en el campo de batalla, a veces mucho tiempo después; y aquí, en esta estrecha habitación, la empieza a sentir ahora: Fernando del Guiz no va a venir.</p> <p>Se sonó la nariz con la manga. Las oportunidades de conseguir que la sacaran de la prisión a cambio de un rescate, por pena o por medio de la violencia, no se iban a presentar en estos momentos.</p> <p>Era el matrimonio del Emperador y él se había librado a la primera oportunidad que se le presentó. No, no es eso...</p> <p>A Ash le duele el pecho. Aquel hueco que no la deja respirar quiere convertirse en lágrimas, pero no se lo va a permitir: levanta la cara y parpadea bajo la luz de la vela.</p> <p>... <i>no está aquí ahora porque no fue ninguna coincidencia que estuviera en el ayuntamiento antes de que me capturaran. Estaba allí para confirmar dónde estaba yo. Por ellos. Por ella</i>.</p> <p><i>Bueno, lo tuviste; te lo tiraste; conseguiste lo que querías; ahora ya sabes que es una comadreja, una mierda. ¿Qué problema hay?</i></p> <p><i>Quería algo más que tirármelo</i>.</p> <p><i>Olvídate de él</i>.</p> <p>La vela de cera se fundió y se convirtió en un cabo.</p> <p><i>Esto no es ningún romance de Arturo o Peredur. No estoy a punto de escalar los muros, luchar contra hombres con armadura con las manos desnudas y alejarme cabalgando hacia el amanecer. Lo que les ocurre a los prisioneros de guerra sin valor es el dolor primero, cuerpos rotos después y por último una tumba sin marcar indigna de un cristiano. Estoy en su ciudad. Ahora les pertenece a ellos</i>.</p> <p>Un rumor caliente de inquietad le revolvió las entrañas. Reposó los brazos en las rodillas y la frente en los brazos.</p> <p><i>Quizá esperen que me rescate mi compañía. Pronto. Un ataque, hombres de armas, no con caballos de guerra por estas calles, así que probablemente a pie</i>.</p> <p><i>Será mejor que acierte con esto</i>.</p> <p>El ruido más alto y agudo que había oído jamás hizo añicos la casa.</p> <p>Su cuerpo quedó inmóvil en cuanto oyó el ruido. Se le movieron los intestinos. Se dio cuenta en ese mismo instante que yacía sobre unas planchas de roble destrozadas y a la vez supo lo que era aquel ruido. Cañonazos.</p> <p>¡Eso es nuestro!</p> <p>Le dio un vuelco el corazón al oírlo. Le corrieron las lágrimas por la cara asombrada. Les podría haber besado los pies de pura gratitud. Se alzó otro rugido. El crujido y el golpe seco de la segunda explosión resonaron por las vigas desnudas del techo.</p> <p>Durante largo tiempo oyó los latidos de su corazón. Había vuelto a los riscos alpinos, donde el agua cae con tanto estruendo que un hombre no se oye hablar, hasta que de la oscuridad y el polvo salieron las llamas de las antorchas y los pasos de los hombres, hombres que entraron pasando por encima de los restos de listones y yeso y los harapos ensangrentados de los soldados.</p> <p>Giraba el aire negro, iba desapareciendo el polvo. Su habitación terminaba en vigas rotas y caliza ennegrecida.</p> <p>Habían volado un agujero en la parte posterior de la casa.</p> <p>Una gran viga se agrietó y cayó, como los árboles que caen en la espesura. El yeso le roció la cara.</p> <p>Tras la brecha, bajo la luz de las antorchas que iluminaban el espacio abierto, aguardaban dos carretas y dos cañones ligeros desmontados, humeantes aún; y la mercenaria entrecerró los ojos y distinguió entre la brillante llamarada los rizos de Angelotti, el artillero en persona se acercaba a zancadas hacia donde ella yacía, sin sombrero, con una amplia sonrisa, hablando (gritando) hasta que ella lo oyó:</p> <p>—¡Hemos volado el muro! ¡Vamos!</p> <p>Con la parte posterior de la casa también había caído el muro de la ciudad; estas casas, todas fortificadas en la parte posterior, formaban la muralla que protegía esta parte de la ciudad.</p> <p>Más allá esperaban los campos negros y los sudarios de bosques sobre las colinas iluminadas por la luna, y hombres con armadura que exclamaban: «¡Ash! ¡Ash!» tanto como grito de batalla como para que los reconocieran sus compañeros. La mercenaria salió tambaleándose de las ruinas, le zumbaban los oídos y había perdido el sentido del equilibrio.</p> <p>Rickard le tiró del jubón de la armadura con las riendas de Godluc en la otra mano. Se aferró a la brida del gran castrado gris, con el rostro pegado por un momento contra el flanco cálido y húmedo. Un virote de ballesta se enterró en el viejo ladrillo romano y roció de fragmentos la ruina de la casa; gritaron unos hombres, una oleada de recién llegados con armadura y túnicas blancas que trepaban por encima de las vigas de roble caídas.</p> <p>Ash metió un pie en el estribo de Godluc, montó con un impulso, los corchetes sueltos y la cota de malla apenas sujetos al jubón ondeaban al aire, demasiado ligeros sin la armadura; y un hombre pequeño y ágil voló hasta ella, la cogió por la cintura y la empujó a pulso por encima del caballo de guerra.</p> <p>Cayó, no sintió ningún impacto...</p> <p>Ocurrió algo.</p> <p><i>Me he mordido la lengua, estoy cayendo. ¿Dónde está el león?</i></p> <p>La imagen que tenía tras los ojos no era la del pendón del león Azur sino de algo plano, dorado y con aliento a carne, un escalofrío le recorrió los dedos, las manos, los pies; se enterró en su cuerpo tumbado en el suelo.</p> <p>Había unos pies plantados a ambos lados de ella. Pantorrillas encerradas en placas de acero bien formadas. Grebas europeas, no armadura visigoda. Un chispazo de luz le recorrió el rostro, flotó por el aire. Un líquido le salpicó la cara. Un chillido horrorizado la ensordeció: el chillido de un hombre arruinado en un segundo con el barrido de una espada, todo su porvenir destrozado y derramado por los escombros; y un hombre cerca de ella gritó:</p> <p>—Dios mío, Dios mío, no, no... —y luego—, Cristo, oh Cristo, qué he hecho, qué he hecho, oh Cristo, cómo duele —y grita, y sigue gritando y gritando.</p> <p>La voz de Floria dijo:</p> <p>—¡Cristo! —De una forma precisa y lejana. Ash sintió que la alta mujer le palpaba la cabeza, dedos cálidos en su cabello. Tenía medio cráneo insensible—. Sin yelmo, sin armadura...</p> <p>Y otra voz, masculina, dijo por encima:</p> <p>—... la atropellaron en el cuerpo a cuerpo...</p> <p>Ash fue consciente de lo que ocurría en todo momento, aunque por alguna razón no podía recordarlo un segundo después. Galopaban los caballos con armadura; los artilleros hacían estallar sus cargas y luego echaban a correr bajo la luz de la luna. Estaba atada con cuerdas a una carriola (¿cuánto tiempo había pasado mientras ella gritaba y otros gritaban?) y la cama atada a una carreta, una entre muchas, moviéndose por caminos helados, embarrados, con rodadas profundas.</p> <p>Un trapo que ondeaba suelto sobre los ojos oscurecía la luna. A su alrededor, las carretas se movían y los bueyes inclinaban la testuz: y los chillidos de las mulas de carga se mezclaban con las órdenes gritadas y un chorrito de aceite cálido le entró en los ojos, le bajaba por la frente: Godfrey Maximillian con la estola verde pronunciaba el ritual de la Extremaunción.</p> <p>Eran demasiadas cosas y dejó que se desvanecieran: los hombres de la compañía armada cabalgando como escoltas, el campamento entero levantado y en movimiento, el estrépito del acero que se acercaba demasiado.</p> <p>Floria se arrodilló sobre ella y le sujetó la cabeza para inmovilizársela entre unas manos de dedos sucios. Ash vio por un momento la grasa de la piel sin lavar que ennegrecía el puño de lino de la mujer.</p> <p>—¡Quédate quieta! —dijo la voz ronca en un susurro sobre ella—. ¡No te muevas!</p> <p>Ash inclinó la cabeza hacia un lado, vomitó y luego chilló y se quedó inmóvil; se quedó lo más quieta posible mientras el dolor le azotaba el cráneo. La poseía una somnolencia nueva y extraña. Vio que Godfrey se arrodillaba en la carreta a su lado, rezaba pero rezaba con los ojos abiertos, mirando su rostro.</p> <p>El tiempo no es nada más que vómitos y dolor, y la agonía de la carreta meciéndose y sacudiéndose por las rodadas de los caminos.</p> <p><i>El tiempo es luz de luna: día negro: una luna oscurecida por las nubes: oscuridad: noche de nuevo</i>.</p> <p>Lo que la despertó (¿horas más tarde? ¿días más tarde?) y la sumió en una ensoñación en la que al menos podía ver el mundo fue un murmullo, la exclamación de un hombre a otro, de una mujer a un hombre, a un niño, por toda la fila de la compañía. Oyó gritos. Godfrey Maximillian se agarró a los costados de la carreta y se asomó por la parte frontal, más allá de Rickard, que conducía las bestias.</p> <p>Por fin distinguió lo que gritaban, era un nombre, un lugar. Borgoña. El más poderoso de los principados, pronunció mentalmente; y a un nivel que no tenía voz, supo que era ella la que lo había querido, la que lo había ordenado y le había confiado a Robert Anselm su intención incluso antes de adentrarse en los muros de Basilea detrás de la comandante visigoda.</p> <p>Sonaron trompetas.</p> <p>Un brillo la deslumbró. Así que esto es el paso al purgatorio. Ash rezó.</p> <p>La luz se precipitó sobre ella, por encima del techo de lona del carro de bueyes, filtrándose por la tela blanca y basta. La luz destacó el grano de la madera, las planchas gruesas de roble del suelo de la carreta. La luz sacó de la oscuridad la mejilla demacrada de Floria del Guiz, agachada sobre la cesta de juncos que contenía sus hierbas, retractores, escalpelos y sierras.</p> <p>No era el plateado de la luna, que despoja todo de color. Una luz amarilla y dura.</p> <p>Ash intentó moverse. Gruñó con una boca repleta de saliva. La mano ancha de un hombre se aplastó sobre su pecho y la inmovilizó en la cama baja. La luz destacó la suciedad de las espirales de los dedos masculinos. El rostro de Godfrey no estaba vuelto hacia ella; el sacerdote se asomaba a la parte trasera de la carreta.</p> <p>Una luz cálida relucía en la piel rosada del hombre, bajo el polvo del camino y en el color bellota de la barba lanuda; y la joven vio, reflejada en los oscuros ojos masculinos, que aquella brillante locura crecía.</p> <p>De repente, una línea brusca dividió el suelo acolchado con juncos de la carreta y la cama atada a él. Oscuridad sobre su cuerpo... sombra. Fulgor sobre las piernas cubiertas con una manta, una línea de luz que se movía con el balanceo de la carreta... la luz del sol.</p> <p>Hizo un esfuerzo pero no pudo levantar la cabeza. Movió solo los ojos. A través de la parte posterior abierta de la carreta relucían los colores: azul, verde, blanco, rosa.</p> <p>Se le llenaron los ojos de agua. A través de las lágrimas, sus ojos se centraron en la distancia, en las colinas verdes, en la corriente de un río y en los muros blancos de una ciudad amurallada. El olor se levantó y la abofeteó, como el golpe de un bastón bajo las costillas: el olor a rosas y miel, y la calidez acre de estiércol de caballo y buey calentado por el sol.</p> <p>La luz del sol.</p> <p>La inundaron las náuseas. Vomitó un poco; el líquido hediondo le corrió por la mejilla. El dolor se fracturó alrededor de los huesos del cráneo y le hizo brotar más lágrimas. Dolorida, aterrorizada por lo que podría significar ese dolor, aun así solo podía pensar una cosa: <i>¡es de día, es de día, es el sol!</i></p> <p>Hombres con diez años de servicio rebanando carne en los campos de batalla se bajan de las carretas para besar las rodadas de polvo y enterrar el rostro en la hierba mojada por el rocío. Mujeres que cosen por igual la ropa de los hombres y sus heridas, caen de rodillas a su lado. Los jinetes se tiran de las sillas. Y todos, todos caen sobre la tierra fría, bajo la luz, bajo aquella luz y cantan: «<i>¡Deo gratias, Deo adiuvante, Deo gratias!</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n70">70</a>»</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-align: center; text-indent: 0em; font-size: 105%; font-weight: bold; hyphenate: none"><i>[Correos electrónicos hallados en una copia del texto:]</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #47 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, descubrimientos arqueológicos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 11/11/00 a las 12:03 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 90%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna, me disculpo por haber estado cuatro días sin ponerme en contacto contigo. ¡Aquí casi parecen minutos! Están pasando tantas cosas... han intentado entrar unos equipos de televisión. La Dra. Isobel ha puesto lo que resulta ser un cordón de seguridad alrededor de la zona, con el permiso del gobierno local. Así que quizá hayas visto, o no, algo de esto en la televisión por cable. Si yo fuera Isobel, no estaría tan dispuesta a tener soldados alrededor de una excavación arqueológica; cuando pienso en lo que podrían destruir por falta de cuidado, se me hiela la sangre, y no es una simple forma de hablar.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Antes de nada, «debo» disculparme por las cosas que escribí durante el fin de semana sobre la Dra. Napier-Grant. Isobel y yo hemos sido viejos amigos, de una forma un tanto complicada, durante tantos años. Me temo que dejo que mi completo entusiasmo por estos descubrimientos me reduzca al estado de un idiota que no hace más que decir bobadas. Espero que consideres todo lo que escribí como algo confidencial.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Yo no tengo la pericia técnica de Isobel en lo que se refiere a cuestiones arqueológicas pero quiere que me quede y le proporcione más detalles sobre los antecedentes culturales. Todos estos hallazgos son de finales del siglo XV, que no es su periodo, ella está especializada en el periodo clásico. El gólem «mensajero» que tenemos aquí se está analizando con alta tecnología de última generación, y «de momento» lo único que te puedo decir, Anna, es que en algún momento del pasado, esta cosa caminaba.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Lo que no te puedo decir es «cómo».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No parece haber nada que lo impulse y tampoco parece haber forma de introducir nada dentro de él. Isobel y su equipo están perplejos. La doctora «no puede» creer que las descripciones del «gólem» que hay en los documentos ASH sea una coincidencia o una fábula medieval. Anna, NO PIENSA creer que es una coincidencia.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Yo también estoy perplejo. Verás, en muchos sentidos no deberíamos estar encontrando lo que estamos encontrando aquí. Desde luego, creo que tengo las pruebas que demuestran la existencia de un asentamiento godo tardío en la costa del norte de África pero siempre he sabido que la referencia a «Cartago» que se hace en los manuscritos no puede ser más que una licencia poética. ¡NO EXISTE NINGÚN CARTAGO! Después de las Guerras Púnicas, Roma destruyó Cartago por completo. El Cartago de los cartagineses dejó de ser una ciudad poderosa y habitada en el 146 AC. El gran asentamiento romano posterior, en este mismo lugar, que ellos mismos llamaron Cartago, fue a su vez destruido por los vándalos, los bizantinos y la conquista árabe a finales del siglo VII; las ruinas que hay a las afueras de la Túnez moderna son una notable atracción turística.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">«<i>Delenda est Cartago</i>», como solía decir Catón en el Senado romano a cada oportunidad que se le presentaba. «¡Cartago debe ser destruida!». Y lo fue. Después de que Escipión destruyera el ejército cartaginés al mando de Aníbal, Roma hizo deportar a los habitantes de Cartago, se demolió la ciudad, se enterró y se sembró de sal, para que nada pudiera crecer allí jamás, un poco excesivo, quizá, pero en este punto de nuestra historia era cuestión de cara o cruz si íbamos a tener un Imperio Romano o un Imperio Cartaginés y, tras haber conseguido la victoria, los romanos se aseguraron metódicamente que no volviera a surgir ningún problema por esa zona.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La historia borra las cosas a fondo. ¡Hasta hace una década no sabíamos con seguridad cuáles de las ruinas halladas en el trozo de costa de quince kilómetros que rodea Túnez eran las de Cartago! Y ahora tengo que especular con que la expedición visigoda procedente de Iberia se reasentó en un lugar que, como los romanos antes que ellos, también llamaron CARTAGO; y que estaba a una distancia razonable de aquella ubicación. Si eso no ocurrió hasta una fecha muy posterior (no hasta la Alta Edad Media, quizá), eso podría explicar la escasa documentación que lo prueba. Pretendo buscar algo más en las fuentes islámicas para apoyar estos descubrimientos.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Mi teoría, CREO, permanece intacta. ¡Y ahora tenemos pruebas técnicas que la apoyan!</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #48 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Mensaje Ash, proyectos en los medios de comunicación</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 11/11/00 a las 12:27 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡Olvidé comprobar mi anterior correo! Mier... Perdón. «Perdón».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Isobel acaba de descargar tu correo electrónico y está muy interesada en el proyecto televisivo que propones, aunque no del todo halagada por la descripción que haces de ella. Ha dicho «¡esta mujer hace que parezca Margarita Rutheford!». Un comentario que, si se me permite añadir, a pesar de tener solo 41 años y una mera predilección por las viejas comedias en blanco y negro, «sí» que la hace parecer Margarita Rutheford. (Por fortuna para la televisión británica, Isobel es algo más <i>chic</i>.)</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Estamos discutiendo lo que sería más conveniente hacer, dada una cierta tensión entre el efecto embrutecedor que tiene la televisión sobre la investigación científica y el indudable atractivo que supone conseguir publicidad para la arqueología y la literatura. Y, si me permites serte franco también discutimos el atractivo que alberga la publicidad para mí; no me importaría disfrutar de mis quince minutos de fama, no, ¡en absoluto! Sobre todo ya que al parecer alguien me pagaría por ese privilegio. Supongo que recibiríamos honorarios de algún tipo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Isobel desea considerar sus opciones y consultarlo con su equipo y la universidad. Lo más probable es que pueda responderte hoy, un poco más tarde. Y ahora que estoy seguro de entender los usos de Internet, te mando la próxima sección de «Ash». Querrás echarle un vistazo mientras nosotros vamos afinando los últimos detalles delicados de aquí.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">¿Mensaje anterior? ¿Copia impresa al parecer perdida?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #49 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Proyecto Ash</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 11/11/00 a las 12:44 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i>.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sra. Longman:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Me resisto a celebrar una teleconferencia con su comité editorial. Las líneas telefónicas de aquí no son muy buenas y, además, dudo que sean seguras. Volveré en un vuelo para hablar en persona en cuanto pueda tomarme un descanso en la excavación. Le estaría muy agradecida si pudiera ponerme en contacto con una asociación de agentes literarios, o agentes especializados en «medios de comunicación», suponiendo que haya una organización así; mi Universidad estará entonces en posición de entrar en negociaciones.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No veo razón para que no lleguemos a un acuerdo. Se están enviando varias imágenes de nuestra videocámara en formato digital a mi departamento de la Universidad de _____ para que se procesen allí. Le sugiero que se ponga en contacto con mi jefe de departamento, Stephen Abawi, sobre el uso de imágenes de investigación para la publicidad de la edición de «Ash» del Dr. Ratcliff.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">A instancias del Dr. Ratcliff, estoy animando a nuestro equipo a que grabe más imágenes de la «experiencia» de la excavación, además de nuestros hallazgos arqueológicos. Algo que quizá tenga que ser en un ámbito limitado, ya que a los soldados no les gusta que los graben y los pequeños sobornos no son siempre suficientes para aplacarlos. Sin embargo, como señala el Dr. Ratcliff, será necesario tener estas imágenes si se va a realizar más tarde un documental sobre el tiempo que hemos pasado aquí.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Es posible que el Dr. Ratcliff y yo colaboremos en un guion del documental. Estoy considerando la idea de utilizar citas de los anteriores editores del material «Ash». ¿Está familiarizada con la edición de 1890 de Charles Mallory Maximillian?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">... los rayos de la gran Rueda medieval de la Fortuna giran sin parar; la Diosa Fortuna siempre levantando a cada hombre en su momento, de mendigo a rey coronado, a tonto caído y vuelta a la oscuridad que hay bajo la rueda, que es la muerte y el olvido. En 1477, sobre los campos de Nancy, Borgoña se desvanece de la historia y del recuerdo, yace tan fría y muerta como el cadáver congelado de Carlos el Temerario, que había sido el reluciente Príncipe de la Cristiandad; sus propios enemigos pensaron, durante dos días, que habían decapitado el cuerpo de un simple soldado campesino, tan despedazado, sucio y destrozado estaba. Recordamos un país dorado. Sin embargo, la historia ha girado y el pasado se pierde...</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Aquí, en la costa de Túnez, la rueda vuelve a girar.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">I. Napier-Grant.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #63 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, documentos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 12/11/00 a las 1:35 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Dale las gracias a la Dra. Napier-Grant por su correo electrónico.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tus noticias sobre el hallazgo del gólem mensajero son asombrosas. No sé qué pensar. Y te diré POR QUÉ no sé qué pensar.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tú has encontrado gólems móviles.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Yo he perdido el manuscrito Angelotti.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #50 [Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Mensaje Ash</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 12/11/00 a las 2:38 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No lo entiendo. ¿Cómo puedes PERDER el texto Angelotti? Está en cuatro de las colecciones más importantes del mundo. ¡Explícate!</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #66 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Mensaje Ash</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 12/11/00 a las 2:51 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No, no está.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Quería comprobar esta «invasión olvidada» tuya por mí misma.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Si no estuvieras en Túnez con la Dra. Grant (si eso resulta que NO son gólems), voy a retirar el libro. Hablo en serio. ¡NO EXISTE NINGÚN MANUSCRITO ANGELOTTI!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El problema no es que al parecer se haya barrido bajo la alfombra de la historia una «invasión visigoda».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El PROBLEMA es que dado que quería comprobar el texto Angelotti yo misma, llamé al Museo Metropolitano de Arte y al Museo de Glasgow.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El Museo de Glasgow ya no alberga ningún ejemplar del texto latino atribuido a un tal «Antonio Angelotti».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tanto la Biblioteca Británica como el Museo Metropolitano lo clasifican ahora como Literatura Romance Medieval. ¡Como FICCIÓN, Pierce!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #54 [Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Mensaje Ash / Angelotti</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 12/11/00 a las 9:11 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Me he puesto en contacto con Bernard, del Museo de Glasgow. Me dice que no sabe dónde está su ejemplar Angelotti, es posible que ya no lo tengan, o «puede ser» que se haya prestado a alguna otra institución. Me preguntó por qué quería estudiar algo tan obviamente inútil para el historiador, ya que se supone que es una FALSIFICACIÓN del siglo XVII.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¡No entiendo lo que está pasando!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tanto Charles Mallory Maximillian como Vaughan Davies no tenían duda alguna sobre la veracidad de este manuscrito en 1890 y en 1939 estaba catalogado como un documento normal del siglo XV. Cuando lo consulté, ¡estaba en el CATÁLOGO bajo ese epígrafe! ¡Jamás me ha pasado nada así en toda mi carrera académica! ¡NO PUEDEN haberlo reclasificado en los últimos seis meses!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No consigo hablar con nadie por la red y NO PUEDO irme de aquí. Si salgo de la excavación, no me permitirían volver a ella. Vas a tener que encargarte de esto por mí. Por nuestro libro.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #69 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, textos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 12/11/00 a las 9:22 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Jesucristo, Pierce, ¿qué más va a pasar? ¿Y si uno de tus manuscritos es una falsificación pero los gólems son de verdad?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Haré lo que pueda por Internet y por teléfono mañana por la mañana. De verdad que no lo entiendo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Dame una lista de los documentos que hay que comprobar.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">De acuerdo, entiendo que quizá los historiadores victorianos no eran tan rigurosos como los modernos. Hay cosas como manuscritos falsificados. Pero han salido dos ediciones además de la tuya: si Charles Mallory Maximiliian fue algo negligente, ¿no habría notado algo Vaughan Davies?</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #55 [Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, textos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 13/11/00 a las 00:45 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sí, Vaughan Davies debería haber descubierto la posible invalidez de algunos de los documentos. Eres muy amable al no decirlo, pero yo también debería haberlo descubierto.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Esta es una lista de los principales documentos autentificados con los que he estado trabajando.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El CÓDICE WINCHESTER, <i>circa</i> 1495, traducción al inglés de la época Tudor de un original medieval en latín, (¿década de los años 80 del siglo XV?). Infancia de Ash.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La VIDA de del Guiz, <i>circa</i> 1516, retirado, expurgado y vuelto a publicar en 1518. Original alemán. Además de una versión de Ortense Manzini, dramaturga del siglo XVII, en la que menciona que es una traducción de un manuscrito latino del siglo XVI, del que no se han encontrado rastros. Cubre la vida de Ash entre 1472 y 1477.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El CARTULARIO del monasterio de Santa Herlaine, alrededor de 1480, traducido del francés. Breve mención de Ash como novicia, alrededor de 1467-8.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">PSEUDO-GODFREY 1478(?), texto alemán de dudoso valor, encontrado en Colonia en 1963; papel y tinta originales, pero posiblemente una falsificación contemporánea que se aprovecha de la popularidad del ciclo de leyendas «Ash». La vida de Ash entre 1467-1477.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El manuscrito ANGELOTTI, Milán, 1487; apéndice de un tratado sobre armaduras propiedad de la familia Missaglia. Ash durante el período comprendido entre 1473 y 1477.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">«FRAXINUS ME FECIT», posible autobiografía de Ash, escrita por tanto en fecha no posterior a 1477; en caso de ser biografía, entre 1477 y 1481 (?). Cubre del verano de 1475(6?) al otoño de 1476.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Las dos ediciones anteriores del material «Ash» son:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Charles Mallory Maximillian (ed.) ASH: LA VIDA DE UNA CAPITANA MERCENARIA MEDIEVAL, <i>J Dent & Son</i>, Londres, 1890, vuelto a editar en 1892, 1893, 1896, 1905.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Esta contiene las traducciones de todos los anteriores, excluyendo el «Pseudo-Godfrey» (y, por supuesto, el «Fraxinus») CMM sí que incluye los poemas del siglo XVII escritos por Lord Rochester supuestamente basados en episodios de la VIDA de del Guiz; una investigación posterior indica que no es muy probable. CMM era un estudioso muy culto y acreditado de su época y ocupaba la Cátedra de Historia Medieval de Oxford.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Vaughan Davies (ed.) ASH: UNA BIOGRAFÍA, <i>Víctor Gollancz Ltd</i>, 1939. No se volvió a publicar. Planchas perdidas.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Contenidos iguales a los de CMM. También se rumoreó que existía una edición de bolsillo pirata, una edición facsímil hecha por la <i>Starshine Press</i> de San Francisco (1968) pero yo no la he visto.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La edición original de 1939 en sí existe solo de forma incompleta en la Biblioteca Británica. El almacén del editor sufrió un bombardeo durante la guerra que destruyó las existencias e interrumpió la popularidad del libro de Vaughan Davies, después de todo no son muchos los libros de historia escritos por un hombre con esas credenciales como científico, al tiempo que como historiador.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Eso es todo lo que tengo archivado; quizá existan una o dos menciones que lo confirman en cartas de la época pero no tengo los datos conmigo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Ya he terminado la siguiente traducción del material «Ash» de del Guiz / Angelotti y te lo enviaré después de esto.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Isobel, claro está, insiste en que le termine DE FORMA INMEDIATA el «<i>Fraxinus me fecit</i>» y quiere que la traducción se haga con meticulosidad... yo también, creo; pero eso ya lo sabe.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Por favor, ponte en contacto conmigo. NO ENTIENDO lo que está pasando aquí. Hace veinte años que estoy en el mundo académico; no creo que pueda cometer un error (o una serie de errores) de esta magnitud.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #73 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, documentación</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 13/11/00 a las 10:03 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Me tomé un día de permiso y lo pasé en la Biblioteca Británica. No me apetecía mucho explicar en la oficina que podría haber problemas con tu libro, no cuando lo hemos puesto en el catálogo de primavera.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tengo problemas graves con lo que he averiguado.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Algunos de los documentos que mencionas, no los encuentro: el Pseudo-Godfrey y el Cartulario (diario del centro, supongo) del tal monasterio de Santa Herlaine. Tampoco encuentro ningún archivo del citado monasterio.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">He conseguido rastrear la «Vida» de del Guiz en alemán, pero no te va a gustar, Pierce.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En 1890 estaba clasificado bajo el epígrafe, «Historia del Medioevo Tardío». Es obvio que Charles Mallory Maximillian estaba haciendo un trabajo completamente legítimo cuando hizo su traducción. Pero para 1939 se había reclasificado, esta vez como «Literatura Romance», ¡junto con el <i>Nibelungenliend</i>! Encontré una referencia a tu edición americana de 1968 de Vaughan Davies, que contiene el manuscrito de del Guiz, ¡y todo ello está clasificado como «Ficción General»! Y en lo que ahora se refiere a la Biblioteca Británica, no tienen ningún registro de ningún ejemplar.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tampoco tienen ningún registro de ningún manuscrito medieval escrito por un tal «Angelotti».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Por lo que he visto, en la década de los años 90 del siglo XIX, se pensaba que este material era genuino, se descubrió que era una falsificación a finales de la década de los años 30 del siglo XX, y Vaughan Davies se limitó a hacer caso omiso. Lo que no entiendo, Pierce, es por qué has hecho caso omiso TÚ.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">A menos que me des una explicación convincente, voy a tener que hablar sobre esto con mi Director Ejecutivo.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna Longman.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #60 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, descubrimientos arqueológicos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 14/11/00 a las 11:11 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato y otros detalles borrados e irrecuperables</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Yo no he pasado nada por alto.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">La última vez que consulté estos documentos, en la Biblioteca Británica, hace menos de dos meses, estaban clasificados bajo el epígrafe «Historia Medieval». NO existía ninguna indicación de que pudieran ser alguna otra cosa.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Por favor, no te precipites.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Si estos documentos son tan poco fiables, ¡¿por qué los están respaldando las PRUEBAS ARQUEOLÓGICAS?!</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>CUARTA PARTE</p> </h3> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><i>13 de agosto, 1476 — 17 de agosto, 1476</i></strong></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><i>El Jardín de la Guerra</i></strong></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/ic"/></p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 1</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>E<style style="font-size:80%">L CUERPO DE</style> una joven yacía sobre un colchón relleno de plumón de ganso. Que fuera demasiado blando o ella no estuviera acostumbrada, era cosa imposible de saber. Permanecía inconsciente. Pero aun así la mujer rodaba un poco de lado a lado y cuando giraba la cabeza se podía ver que tenía un trozo afeitado sobre la oreja izquierda, el cabello trasquilado en el cráneo hinchado. Una fina pelusa plateada estaba volviendo a crecer.</p> <p>Para evitar que se moviera, la ataron con tiras de hilo al armazón de madera de la cama. Parecía tener calor, tenía fiebre y estaba inquieta. Alguien le lavó, le peinó y le trenzó el resto del pelo en dos trenzas flojas para que no se convirtiera en una maraña impenetrable pegada de sudor.</p> <p>A veces oía sobre ella voces airadas. Juramentos de diablos o una riña fiera entre mujeres de voz suave. Alguien derramó aceite sobre su frente, que le rodó por el puente de la nariz y por la mejilla acuchillada. Cuando se retiró la sábana de hilo, tenía la mitad del cuerpo salpicada de cardenales negros y una cataplasma de consuelda y albahacar atada al tobillo derecho y otro a la muñeca derecha.</p> <p>Alguien le lavó el cuerpo con agua de una jofaina plateada.</p> <p>Las abejas entrelazaban sus vuelos por la habitación, bajo el aire brillante encerrado entre las paredes blancas y volvían luego al alféizar donde asentían las flores trepadoras. El murmullo suave, rítmico, de unas palomas se oía más allá de la ventana. Cuando la lavaban y la giraban, veía por la ventana los pájaros, cuyo color blanco refulgía al sol, una de ellas con haces dorados brillándole sobre la cabeza, la espalda y el ojo dorado: el Espíritu Santo anidaba en el palomar con las otras palomas. Luego hubo fuego, dolor y gritos, y volvieron a atarla a la cama con tiras nuevas y el mundo desapareció con el sonido de una voz enfadada que elevaba los registros de un contralto hasta llegar al alto y gritar.</p> <p>Y en todo momento había luz.</p> <p>Siempre llegaba con un fulgor frío rosa y amarillo a través de las contraventanas que cerraban por la noche. Crecía, sesgada, hasta convertirse en barrotes de luminosidad: tan brillantes como la luz que baja por el borde de una hoja afilada. Y la luz salía de la superficie del agua de la jarra que había sobre un cofre de madera que tenía al lado de la cama, bailaba en los reflejos manchados que se elevaban hasta el yeso blanco y curvado del techo.</p> <p>Una vez le rozó un ala, blanca y rígida como las plumas de un cisne, pero toda cañones de plumas bordeadas de oro como las hojas de un manuscrito. Dos voces hablaban sobre su cama, debatían sobre ángeles y esos espíritus vagabundos del aire que son demonios, o quizá antiguos dioses paganos debilitados por falta de culto.</p> <p>Vio más allá del techo de la celda blanca una hacina elevada de círculos, círculos dentro de círculos, cada uno bordeado de rostros y alas, y detrás de los rostros de los santos, finos aros de oro, tan finos como el arañazo de un cuchillo, con los halos tan calientes como el metal que se vierte en el horno de un orfebre. Buscó, pero no pudo encontrar, un león.</p> <p>La luz, que se sesgaba hacia el otro lado, bañó la habitación en oro. Los escalofríos la hacían estremecerse y unas manos levantaron las sábanas de hilo. Un rostro penetrante de piel clara se inclinó sobre ella, el pelo corto se convirtió en oro rosado.</p> <p>—D...</p> <p>Un graznido demasiado bajo: y el agua de una copa de madera se le vertía por la boca y la barbilla, le empapaba las sábanas, se le filtraba por la boca y encontraba una forma de entrar entre las superficies de piel deshidratada. Sintió en un instante que la atravesaba el rugido de dolor. Le dolía la pierna, le dolía el brazo, el cuerpo maltrecho y la mano sin vendar se sacudía entre las tiras de hilo.</p> <p>La liberaron unos dedos. Palpó fintas partes de su cuerpo como pudo alcanzar. Cuerpo, entero; no más daños en la pierna y el brazo de los que ya había sufrido con anterioridad. Una explosión de dolor en la cabeza. Se tocó la mejilla, que estalló de dolor y sondeó con la lengua para encontrar las raíces destrozadas de dos muelas en la parte izquierda superior de la boca.</p> <p>—¿Y Thomas...?</p> <p>—¡Thomas Rochester está vivo! Está vivo. Y los otros. Nena...</p> <p>Más agua en los labios, esta hedía a alguna hierba. Bebió, quisiera o no, pero se quedó echada luchando contra el sueño durante todo el tiempo que le llevó a la luz volver a salir, bañada por el rocío y fría, tras las contraventanas.</p> <p>Los recuerdos de la oscuridad la envolvían, de un cielo negro y una noche interminable y las tierras que se quedaban frías como el invierno en plena época de la cosecha.</p> <p>—Nos seguirán...</p> <p>—Calla...</p> <p>El sueño se la llevó tan rápido que lo que dijo resultó un balbuceo, incomprensible para todos los presentes:</p> <p>—¡No me llevarán a Cartago!</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 2</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>D<style style="font-size:80%">ESESPERTO SUDOROSA Y</style> acalorada. Un sueño terrorífico se deslizó de su cuerpo, como el agua que se desvanece en la arena. Ash abrió los ojos cuando el delirio se convirtió en una claridad repentina:</p> <p>¡Mierda! ¿Cuántos días llevo enferma? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que la Faris venga a por mí o envíe un escuadrón para raptarme...?</p> <p>La voz de Floria del Guiz, sobre ella, dijo:</p> <p>—Te pisoteó un caballo.</p> <p>—Lo que es la gloria de una batalla... —Ash se esforzó por enfocar los ojos abiertos—. A la mierda con esta partida de soldados<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n71">71</a>.</p> <p>—Maldita idiota.</p> <p>El armazón de madera de la cama crujió cuando se depositó un peso sobre él. Ash sintió que unos brazos cálidos y fuertes la levantaban. El tiempo dio un bote; creyó sentir otro cuerpo en la cama además del suyo; entonces se dio cuenta de que el torso y los pechos cálidos que se apretaban contra su mejilla eran los de Florian: la cirujana estaba acunándola y su cuerpo estaba tan débil como el agua.</p> <p>Florian le hablaba en voz baja y su voz zumbaba en el oído de Ash, transmitida más por la vibración de la carne y los huesos del cuerpo del cirujano que por el sonido.</p> <p>—¿Supongo que quieres una respuesta honesta sobre la gravedad de tus heridas? ¿Teniendo en cuenta que eres el jefe?</p> <p>—No...</p> <p>—Desde luego que no, joder...</p> <p><i>Deberías haberte lavado</i>, pensó Ash, un poco confusa, al oler un hedor cálido a sudor añejo en las ropas del cirujano. Dejó que la cabeza le cayera floja contra los pechos de Florian, la celda blanca y brillante rielaba ante sus ojos.</p> <p>—Oh, mierda...</p> <p>El peso de los dos cuerpos las estaba apretando sobre el colchón de plumón de ganso, empujándolas hacia un valle del centro de la cama. Ash levantó la vista y contempló el techo blanco enyesado, sus ojos seguían el punto negro de una abeja que entró zumbando en la habitación. Le resultaba difícil expresar lo mucho que agradecía la presión de los brazos de la mujer alrededor de su cuerpo.</p> <p>—Eres dura como la mierda —dijo la voz tosca sobre ella—. Y eso significa más que cualquier cosa que yo pueda hacer por ti.</p> <p>En el silencio de la habitación, Ash escuchó un coro distante. Un ruido de voces femeninas cantando la misa. La diminuta habitación se llenó del aroma de la lavanda; supuso que debía de crecer por allí cerca.</p> <p>No había nada en la habitación que fuera de ella.</p> <p>—¿Dónde está mi puta espada? ¡Dónde está mi armadura!</p> <p>—¡Sí, esa es mi chica!</p> <p>Ash desvió los ojos para mirar el rostro de Floria.</p> <p>—Sé que voy a morir antes de cumplir los treinta. No todos podemos ser Colleoni<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n72">72</a> o Hawkwood<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n73">73</a>. ¿He estado muy cerca?</p> <p>—No creo que tengas fractura de cráneo... Te he cosido. He pronunciado los encantamientos adecuados. Si aceptas mi consejo, te quedarás en la cama durante las próximas tres semanas, y si aceptas mi consejo, ¡será la primera vez en cinco años! —El brazo del cirujano, que no dejaba de mecerla, se tensó—. Lo cierto es que ya no puedo hacer nada más por ti. Descansa.</p> <p>—¿A cuántas leguas estamos de Basilea? —Quiso saber Ash—. ¿Qué le ha pasado a mi compañía?</p> <p>Floria del Guiz soltó un profundo suspiro que Ash sintió contra cada costilla.</p> <p>—¿Por qué no puedes ser como mis otros pacientes y empezar por «dónde estoy»? Estás en un convento, estamos a las afueras de Dijon, en Borgoña, y la compañía está acampada a medio kilómetro de aquí, por allí. —El dedo largo y sucio apuñaló el aire sobre la nariz de Ash para indicar una dirección por la ventana de la celda.</p> <p>—Dijon —Ash abrió mucho los ojos—. Joder, eso está muy lejos de los Cantones. Estamos al otro lado del Franco Condado. Bien. Dijon... Tú eres una puta borgoñona, Florian, ayúdame con esto. ¿Conoces este lugar?</p> <p>—Debería conocerlo. —La voz de Floria del Guiz sonaba áspera. Se incorporó y con ello sacudió el cuerpo de Ash de forma bastante incómoda—. Tengo una tía viviendo a seis leguas de aquí. Lo más probable es que Tante Jeanne esté en la corte... el Duque está aquí.</p> <p>—¿El Duque Carlos está aquí?</p> <p>—Oh, desde luego que está aquí. Igual que su ejército. Y sus mercenarios. ¡No se ven los prados de las afueras de la ciudad por culpa de las tiendas militares! —Florian se encogió de hombros—. Supongo que es aquí a donde vino después de Neuss. Es la capital del sur.</p> <p>—¿Los visigodos han atacado Borgoña? ¿Qué ha pasado con la invasión?</p> <p>—¿Cómo voy a saberlo? ¡He estado aquí, intentando mantenerte con vida, so estúpida!</p> <p>Ash esbozó una amplia sonrisa impotente ante la total indiferencia de su cirujano por los asuntos militares.</p> <p>—Esa no es forma de hablarle a tu jefe.</p> <p>Florian cambió de posición bajo ella hasta que pudo mirar a Ash directamente a la cara.</p> <p>—Quiero decir, claro está, «so estúpida, jefe».</p> <p>—Eso está mucho mejor. Joder. —Ash intentó tensar los músculos para incorporarse y volvió a desplomarse con la cara contorsionada por el dolor—. Menudo cirujano estás hecha. Me siento medio muerta.</p> <p>—Puedo arreglar lo de la otra mitad cuando quieras...</p> <p>Una palma fría se posó sobre la frente de Ash. Oyó el gruñido de Floria, un tanto insatisfecho.</p> <p>El cirujano añadió:</p> <p>—Hay un peregrinaje hasta aquí cada día, con casi tres cuartas partes de los hombres intentando entrar para hablar contigo. ¿Qué les pasa a estos tíos? ¿No reconocen un convento cuando lo ven? ¿Es que ni siquiera se saben limpiar el culo sin que se lo mandes tú?</p> <p>—Así son los soldados —Ash apoyó las manos en el colchón para intentar incorporarse—. ¡Mierda! No les habrás dicho que no puedo verlos porque tengo una brecha en la cabeza...</p> <p>—No les he dicho nada. Esto es un convento. Son hombres. —Florian sonrió con ironía—. Las hermanas no los dejan entrar.</p> <p>—¡Cristo, pensarán que me estoy muriendo o que ya estoy muerta! ¡Se largarán a firmar con otro en menos de lo que se tarda en decir <i>condona</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n74">74</a>!</p> <p>—No creo.</p> <p>Con un suspiro de sufrimiento, Floria del Guiz se levantó de la cama y empezó a levantar el torso de Ash y a apilar almohadas bajo sus hombros y cabeza. Ash se mordió los labios para evitar vomitar.</p> <p>—No crees... ¿por qué no?</p> <p>—Oh, eres un héroe. —Floria esbozó una amplia sonrisa torcida y se fue a colocar al lado de la ventana de la celda. La luz blanca del día resaltaba la piel morada bajo los ojos y las arrugas que le partían la carne en las comisuras de la boca—. ¡Eres la Leona! Los salvaste de los visigodos, los sacaste de Basilea y los trajiste a Borgoña; ¡los hombres piensan que eres maravillosa!</p> <p>—¿Que ellos qué?</p> <p>—Joscelyn van Mander es bastante ingenuo. Esos militares son unos sentimentales, coño; siempre lo he dicho.</p> <p>—Me cago en mil. —Ash sintió que las almohadas de plumón de ganso cedían bajo su cuerpo cuando volvió a apoyarse en ellas, mareada—. No tenía ningún derecho a pasearme por Basilea en busca de la Faris y aunque lo tuviera, puse a mis hombres en peligro. Lo digas como lo digas, la jodí. La jodí bien jodida, Florian. ¡Tienen que saberlo!</p> <p>—Si bajas hoy allí, te echarán pétalos de rosa a los pies. Allá tú — comentó Floria con tono pensativo—, pero si bajas hoy allí, quizá te esté enterrando mañana.</p> <p>—¡Un héroe!</p> <p>—¿No te has dado cuenta? —El cirujano señaló con delicadeza hacia arriba—. El sol. Les has devuelto al sol.</p> <p>—Que les he... —Ash se interrumpió—. ¿Cuándo volvió el sol? ¿Antes de entrar en Borgoña?</p> <p>—Cuando cruzamos la frontera. —El ceño comprimía las cejas de Floria—. Creo que no me entiendes. El sol solo brilla aquí. En Borgoña. En el resto de los sitios todavía está oscuro.</p> <p>Ash se lamió los labios, tenía la boca seca.</p> <p><i>No, eso no puede ser... ¡no puede ser solo aquí!</i></p> <p>Ash apartó con aire ausente las manos de Floria cuando la mujer intentó llevarle un cuenco de madera a los labios. Lo cogió con sus propias manos y tomó un sorbito con el ceño fruncido.</p> <p>Apagaron el sol. Pero no aquí, en Borgoña. ¿Por qué Borgoña?</p> <p><i>A menos que el Crepúsculo Eterno se extienda por donde</i>...</p> <p><i>Donde los ejércitos de la tierra bajo la Penitencia tengan éxito en su invasión. No, ¿cómo podría ser eso?</i></p> <p><i>Quizá no es solo aquí donde hay sol, sino en todas las tierras al norte de lo que ya han conquistado. Francia, los Países Bajos e Inglaterra, ¿allí no se ha extendido todavía el crepúsculo eterno? Mierda, ¡necesito levantarme y hablar con la gente!</i></p> <p>—Si los chicos creen que yo los saqué del lío... —Ash continuó la idea—, ¡el Cristo Verde sabrá por qué!... no seré yo quien les diga lo contrario. Necesito la moral tan alta como pueda. Hostia, Florian. Tú eres borgoñón, ¿no? ¿Qué probabilidades tenemos de conseguir aquí otro contrato, teniendo en cuenta que hice un magnífico esfuerzo para acabar con el Duque no hace tanto tiempo?</p> <p>Ash esbozó una pequeña sonrisa, los labios húmedos por el agua clara de la fuente.</p> <p>—¿Tu Tante Jeanne nos conseguiría meter en la corte?</p> <p>La expresión de Floria se cerró como una puerta.</p> <p>—Será mejor que veas a Robert Anselm hoy —comentó—. Seguramente que a ti no te mate y podría matarlo a él si no lo ves.</p> <p>Ash parpadeó y por un momento apartó la atención de los visigodos.</p> <p>—¿Robert? ¿Por qué?</p> <p>—¿Quién crees que te pisoteó en Basilea?</p> <p>—Joder...</p> <p>Floria asintió.</p> <p>—Estará sentado a la puerta del convento a estas horas. Lo sé porque ha estado durmiendo ahí fuera.</p> <p>—¿Cuánto tiempo llevo aquí?</p> <p>—Tres días.</p> <p>—¿Cuánto tiempo lleva él ahí fuera? No me lo digas. Tres días. —Ash se puso la cabeza entre las manos e hizo una mueca cuando los dedos entraron en contacto con el trozo afeitado del cuero cabelludo y la dolorosa irregularidad de los puntos hechos con tripa de gato. Se frotó los ojos. De repente fue consciente de que solo llevaba puesta una camisa de dormir rancia y que necesitaba la bacinilla—. ¡Entonces quien ha estado dirigiendo mi compañía!</p> <p>—El bastardo de Geraint el Galés. —Floria abrió mucho los ojos con expresión inocente—. O al menos creen que se llama así, al parecer. Con el padre Godfrey. Parece tenerlo todo bajo control.</p> <p>—¡No me digas, por Dios! Entonces ya es hora de que me ponga yo al mando. ¡No quiero que el león Azur se convierta en la compañía de Geraint ab Morgan mientras yo me quedo con el culo sentado en un maldito convento! —Ash se frotó la cara, con el talón de la mano—. Tienes razón, coño; me levantaré mañana, no hoy. Todavía me siento como si me estuviera pisoteando un caballo. Veré a Roberto. Y será mejor que también vea a la <i>maîtresse</i> de este sitio. Y me voy a vestir.</p> <p>El cirujano la miró con expresión irónica pero no hizo otro comentario que:</p> <p>—Y con todos tus chicos fuera de estos muros, esperas que sea yo tu paje, ¿supongo?</p> <p>—No te haría daño aprender a ser paje. Eres un cirujano de mierda.</p> <p>Floria del Guiz estalló en carcajadas, una risotada abierta muy diferente de su habitual risita mordaz. Estaba claro que la había cogido por sorpresa. Flipó y se golpeó el muslo con la palma de la mano.</p> <p>—¡Perra desagradecida!</p> <p>—Nadie quiere a una mujer honesta. —Los labios de Ash se curvaron en una involuntaria sonrisa al recordar—. O quizá solo sea una moza rebelde.</p> <p>—¿Una qué?</p> <p>—No importa. ¡Por Dios, ya estoy fuera de todo eso!</p> <p><i>Y pienso quedarme tan lejos de la Faris como sea posible</i>.</p> <p>Muy bien, quizá estemos lo bastante lejos para estar a salvo. De momento. ¿Qué hago ahora? ¡No sé lo suficiente, ni de cerca, sobre esta situación!</p> <p>Ash giró las piernas con dificultad y se sentó al borde de la cama. La sangre le zumbaba en los oídos y ahogaba el sonido de las palomas que se arrullaban más allá de la ventana. Se balanceó allí mismo, sentada.</p> <p>—Pobre Robert, coño. Tenía que ser él. Encuéntrame una silla, o al menos un taburete con respaldo. ¡No quiero que me vea con este aspecto, como si la próxima en tener audiencia conmigo fuera a ser la Parca! —Ash se detuvo y luego, tras pensárselo un momento, añadió con tono suspicaz—. ¿Esto es un convento? ¡No pienso ponerme ningún vestido<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n75">75</a>!</p> <p>Florian se echó a reír y pasó a su lado rumbo al cofre de roble que había al lado de la pared contraria. Recorrió con los dedos el cabello sin afeitar de Ash en una caricia suave y afectuosa: Ash apenas lo sintió.</p> <p>—Mandé a Rickard a recoger tus cosas. La <i>soeur</i> no me dejó meter una espada en los confines del convento pero —emergió la cabeza de Floria y en las manos llevaba camisa, jubón y calzas—, tienes tu verde y plata y una media túnica de terciopelo. ¿Estará el jefe contento con esto?</p> <p>—El jefe se las arreglará muy bien.</p> <p>Una vez pasado el momento vil de la bacinilla, y medio metida en su ropa, a Ash empezó a parecerle menos incómodo tener a una mujer de paje. Esbozó una amplia sonrisa.</p> <p>—¿Por qué llevo tantos años pagándote como cirujano, cuando...?</p> <p>Se interrumpió cuando entró una monja en la celda.</p> <p>—<i>¿Soeur?</i></p> <p>La gran hermana cruzó las manos en la cintura. Un griñón alto y apretado le robaba al rostro todo contexto y no dejaba más que una amplia extensión de carne blanca e hinchada bajo la luz del sol. Su voz tenía un tono cascado.</p> <p>—Soy la <i>soeur</i> Simeón. Ocupáis mi cama, hija mía.</p> <p>Ash metió el brazo con un culebreo por la manga del jubón y se apoyó contra el respaldo del taburete mientras Floria se lo ataba bien en el hombro. Habló como si la habitación no estuviera flotando a su alrededor.</p> <p>—Primero, voy a ver a mi segundo al mando, <i>soeur</i>.</p> <p>—No, aquí no lo veréis. —Los labios de la monja se apretaron formando una línea dura—. Ningún hombre dentro de los muros del convento. Y aún no estáis en condiciones de salir.</p> <p>Ash sintió que Floria se erguía. Su voz se oyó por encima de Ash.</p> <p>—Permitidle entrar unos minutos, <i>soeur</i> Simeon. Después de todo, me permitisteis entrar a mí... y sé lo que es importante para la salud de mi paciente. Por Dios, mujer, ¡soy cirujano!</p> <p>—Por Dios, mujer, vos sois una mujer. —Le devolvió el golpe la monja—. ¿Por qué creéis que se os permitió la entrada aquí?</p> <p>Ash lanzó una risita, casi había oído el <i>¡uf!</i> de los humos al bajarse de Floria del Guiz.</p> <p>—Ese hecho, <i>ma soeur</i>, es algo completamente confidencial. Sé que puedo confiar en una mujer de Dios. —Ash apoyó las palmas de las manos en los muslos y consiguió adoptar una postura razonablemente segura de sí misma—. Haced entrar a Robert Anselm en secreto si no queda más remedio pero traedlo. Me ocuparé de este asunto tan rápido como pueda.</p> <p>La mujer (el hábito de monja le robaba también la edad; podría haber tenido cualquier edad entre los treinta y los sesenta años) entornó los ojos y examinó la habitación encalada de la enferma y a su despeinada ocupante.</p> <p>—Ya hace tiempo que estáis acostumbrada a hacer las cosas a vuestra manera, ¿verdad, <i>ma fille</i>?</p> <p>—Oh, sí, <i>soeur</i> Simeón. Y ya es muy tarde para arreglar eso.</p> <p>—Cinco minutos —dijo la mujer con firmeza—. Una de las <i>petites soeurs</i> estará aquí con vos para salvaguardar la decencia. Iré a organizar unas oraciones.</p> <p>La puerta de la celda encalada se cerró detrás de la gran mujer.</p> <p>Ash dio un soplido.</p> <p>—¡Caray! ¡Allá va un auténtico coronel de regimiento<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n76">76</a>!</p> <p>—Mira quién habla. —Floria del Guiz se fue a revolver en el cofre de roble otra vez y salió con un par de botas bajas. Se arrodilló y embutió los pies de Ash dentro; Ash bajó la vista y miró la cabeza dorada. Hizo amago de extender la mano y acariciar el cabello de la mujer disfrazada, pero luego retiró la mano.</p> <p>—Estoy toda enredada —dijo—. Arréglame un poco, ¿quieres?</p> <p>La mujer sacó un peine de cuerno de la bolsa que llevaba en el cinturón, se colocó detrás de ella y le deshizo las trenzas sueltas. Ash sintió un tirón dulce, doloroso a medida que el peine se abría camino desde el final de cada madeja de cabello plateado y desenredaba los nudos solidificados por el sudor. Empezó a latirle la cabeza. Cerró los ojos y sintió en su rostro la calidez del sol que entraba por la ventana y el movimiento del cálido aire de verano. <i>Primero tengo que arreglar las cosas para que la compañía sobreviva en Borgoña. ¿De qué estamos viviendo? ¡Pero, Cristo, me encuentro tan mal!</i></p> <p>El peine dejó de quitar los nudos que cubrían aquel cabello de metros de longitud. Los dedos de Floria le acariciaron la mejilla, bañada de lágrimas saladas.</p> <p>—¿Duele? Es natural, con una herida en la cabeza. Podría cortarte todo esto.</p> <p>—No podrías.</p> <p>—Vale, vale... ¡no me cortes a mí la cabeza!</p> <p>El tiempo volvió a saltar.</p> <p>La voz de Floria le dijo algo en voz baja a alguien que aguardaba en la habitación de la enferma. Ash abrió los ojos y vio otra monja, con el mismo hábito de color verde apagado y el griñón blanco, que se encontró con sus ojos cuando se centraron y que cruzó la habitación para ofrecerle agua en una copa de madera.</p> <p>—Os conozco —Ash frunció el ceño de repente—. Es difícil de saber sin el pelo pero, os conozco, ¿verdad?</p> <p>Apartada, al lado de la ventana, Floria lanzó una risita.</p> <p>La monjita dijo:</p> <p>—Schmidt. Margarita Schmidt.</p> <p>Las mejillas de Ash se sonrojaron y dijo con una voz tan débil como incrédula.</p> <p>—¿Eres monja?</p> <p>—Ahora sí.</p> <p>Floria cruzó la habitación, deslizó la mano por los hombros de la mujer cuando pasó a su lado, luego se inclinó para palpar la frente de Ash.</p> <p>—Dijon, jefe. Estás en el gran convento que hay a las afueras de Dijon. —Y luego, cuando Ash se limitó a mirarla divertida—. El convento para <i>filles de joie</i> que se convierten <i>en filles de penitence<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n77">77</a></i>.</p> <p>Ash miró a la monjita. La última vez que la había visto había sido en una casa de putas de Basilea.</p> <p>—Oh.</p> <p>Las otras dos mujeres sonrieron.</p> <p>Ash hizo un esfuerzo y consiguió hablar.</p> <p>—Si cambias de idea antes de hacer los últimos votos, Margarita, serás bienvenida en la compañía. Como, digamos, ayudante del cirujano.</p> <p>El rostro de Floria, cuando la miró un momento, tenía una expresión que estaba entre la admiración, el cinismo y la incomodidad; pero era sobre todo de sorpresa. Ash le ofreció un encogimiento de hombros y, con la punzada resultante, se llevó una mano a la cabeza.</p> <p>La mujer de Basilea hizo una reverencia.</p> <p>—No voy a tomar ninguna decisión hasta que vea cómo es la vida en un convento, <i>seigneur</i>... es decir, <i>demoiselle</i>. Hasta ahora no es tan distinta de la casa de vida alegre.</p> <p>Sonó un golpecito en la puerta.</p> <p>—Largo de aquí —dijo Ash—. Quiero ver a Robert a solas.</p> <p>Cerró los ojos un momento, con lo que descansó un poco, y dejó que la apertura y cerrado de puertas se produjera sin ella. Por las otras heridas, reconoció la <i>debilidad</i>. Sabía más o menos cuánto tardaría en pasar. Demasiado tiempo.</p> <p><i>¿Qué soy? La Faris dice que una basura. Igual que un ternero macho que matas al nacer porque es inútil, porque lo que quieres son novillas para seguir teniendo leche</i>.</p> <p><i>Pero oyes una voz</i>.</p> <p><i>¿Y eso es todo? Una simple cabeza parlante, allá por el norte de África, ¿una... una máquina que han fabricado y que escupe a Vegetius y a Tácito y a todos los antiguos que han escrito algo sobre la guerra? ¿Una simple... biblioteca? ¿Nada más que tácticas sacadas de un manuscrito que están allí para quien las quiera?</i></p> <p>Ash ahogó una risita por lo bajo. No le apetecía derramar las lágrimas que le escocían tras los párpados.</p> <p><i>¡Dulce Cristo, y yo le he confiado mi vida a eso! Y las veces que he leído trozos de</i> De Re Mílitarí <i>y he pensado, no, para nada, no deberías llevar a cabo esa táctica en esas circunstancias... ¿qué he estado escuchando?</i></p> <p>Sintió la tentación de hablar, de decir algo en voz alta y hacerle esas preguntas a su voz. Se deshizo del impulso y abrió los ojos.</p> <p>Tenía a Robert Anselm delante.</p> <p>Aquel hombre grande no llevaba armadura, vestía unas calzas remendadas en la rodilla y una media túnica desabrochada sobre un jubón italiano bien atado: todo en lana azul y todo con el aspecto de quien ha dormido con la ropa puesta, y ha dormido al raso además. Llevaba una vaina de daga vacía en el cinturón, metida por la presilla de la bolsa de cuero.</p> <p>—Esto... —Robert Anselm levantó la mano de repente y se quitó el gorro de terciopelo. Lo hizo girar entre sus grandes manos. Los pulgares apretaban sin darse cuenta la insignia del león de peltre con cada revolución. Bajó la mirada.</p> <p>—¿Estamos a salvo? ¿Dónde hemos acampado? —quiso saber Ash—. ¿Cuál es aquí la situación? ¿Quién es el señor local, al mando del Duque?</p> <p>—Oh. —Robert Anselm se encogió de hombros.</p> <p>La cabeza de Ash le dio unas punzadas cuando la echó hacia atrás para mirarlo. El hombre se agachó de inmediato delante del taburete de su jefa con los antebrazos sobre las rodillas y la cabeza bajada. Ash se encontró mirando la maraña de pelo canoso que le crecía por los bordes de la coronilla.</p> <p><i>Podría decirte que eres un puto idiota, pensó Ash. Podría darte una bofetada. Podría decir, ¿qué cojones crees que estás haciendo, dejando que mi compañía se dirija sola?</i></p> <p>A la mercenaria le rugió el estómago. Volvía a tener apetito. Pan, vino y más o menos medio venado muerto, a ser posible... Ash levantó una mano para protegerse los ojos de lo que se estaba convirtiendo en un sol dolorosamente brillante que entraba por la ventana. El aire se hacía más caliente. Debe de ser que la mañana se va convirtiendo en tarde.</p> <p>—Tú no viste lo que hice en Tewkesbury, ¿verdad? —le dijo.</p> <p>Anselm levantó la cabeza. Tenía una expresión moteada bajo la suciedad, los ojos rojos y blancos, forzados, desagradables y con un aspecto muy poco saludable. Se frotó la nuca.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—¿Tewkesbury?</p> <p>—No. —Los hombros de Anselm empezaron a relajarse. Bajó una rodilla a tierra para mantener el equilibrio—. No lo vi. Estaba al otro lado de la batalla. Te vi al final, envuelta en el estandarte. Chorreabas.</p> <p>Chorreaba algo rojo, recordó la mujer mientras volvía a sentir el paño húmedo, la aspereza del pesado bordado, el puro agotamiento de empuñar un jifero. Una hoja afilada como una cuchilla sobre una vara de dos metros. Un hacha que muerde el metal y el cuerpo humano con la misma fuerza que un hacha doméstica muerde la madera.</p> <p>—Funcionó —dijo con el tono medido—. Sabía que tenía que hacer algo a esa edad para que se fijaran en mí. Era demasiado joven para tomar el mando pero si hubiera esperado y hubiera hecho algo notable a los dieciséis o diecisiete años, ya no hubiera sido notable. Así que cogí y sujeté el estandarte de los Lancaster en la Vega Ensangrentada. —Entonces bajó la mirada y sorprendió a Robert Anselm con una expresión de pura angustia en sus rasgos.</p> <p>—Con eso conseguí que mataran a dos de mis mejores amigos —dijo Ash—. Richard y Cuervo. Los conocía desde hacía años. Están los dos en esa pendiente, en alguna parte. Enterrados en la fosa que cavó la Rosa Blanca después. Y tú me pisoteaste sin querer. Eso es lo que hacemos. Matamos a gente que conocemos y nos matan. Y no me digas que fue una puta estupidez. ¡Te pueden matar de muchas formas pero ninguna es sensata!</p> <p>Anselm chilló:</p> <p>—¡Me estoy haciendo viejo!</p> <p>La boca de Ash siguió abierta.</p> <p>Robert gritó:</p> <p>—¡Eso es lo que esos mierdecillas han empezado a llamarme! «Viejo». Te doblo la edad; ¡me estoy haciendo viejo para esto! ¡Por eso pasó!</p> <p>—Oh, joder... —Al hombre le temblaban las manos; la mercenaria se las cogió, sintió la piel cálida y pegajosa; le apretó las manos todo lo que pudo, que era mucho menos de lo que esperaba—. No seas absurdo.</p> <p>Él se desembarazó de sus manos. Ash se agarró a los lados del taburete. Le flotaba la cabeza.</p> <p>—Lo siento, ¿de acuerdo? —chilló él—. ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Fue culpa mía!</p> <p>Solo con el volumen de los gritos masculino ya tuvo que fruncir los labios contra los dientes. Hizo una mueca de dolor; hizo otra mueca cuando la puerta de la celda se abrió de golpe y rebotó contra la pared al tiempo que Floria del Guiz agarraba a Anselm del brazo y le gritaba mientras él la apartaba con violencia...</p> <p>—¡Ya basta! —Ash se quitó las manos de los oídos. Respiró profundamente y levantó la cabeza.</p> <p>Margarita Schmidt aguardaba a la puerta, vigilando nerviosa el pasillo. Floria había vuelto a rodear con sus manos de dedos largos los bíceps del grandullón y se esforzaba por sacarlo a rastras de la habitación. Los pies de Robert Anselm estaban plantados con firmeza en el suelo, los hombros estirados y la cabeza baja como un toro; harían falta seis hombres por lo menos para echarlo de aquí, reflexionó Ash.</p> <p>—Tú, vete a decirle a la <i>soeur</i> Maîtresse que no pasa nada. Tú — señaló con el dedo a Floria—, suéltalo; y tú —a Robert Anselm—, cierra la boca de una puta vez y déjame hablar. —Esperó un momento—. Gracias.</p> <p>—Me voy —dijo Floria, irritada por lo avergonzada que se sentía—. Si la haces recaer, Robert, te capo.</p> <p>El cirujano dejó la habitación y cerró la puerta a sus espaldas, a las suyas y a las de Margarita Schmidt y varias monjas más que habían acudido atraídas por aquella interrupción de su monotonía.</p> <p>—Y ahora que has tenido la oportunidad de chillarme por quedar herida —dijo Ash con dulzura—, ¿te sientes mejor? —El grandullón asintió con aire avergonzado. Se miraba con atención los pies.</p> <p>—¿De verdad que has estado durmiendo en los escalones del convento?</p> <p>Se hundió un poco más la afeitada cabeza del hombre. Subieron los grandes hombros, un poco, un encogimiento de hombros minúsculo.</p> <p>—Cumplo cuarenta este año. Tengo dos alternativas —dijo él, dirigiéndose, al parecer, al suelo—. Salir de esto mientras siga vivo o quedarme en el negocio. Quedarme como comandante de una mujer o conseguir mi propia compañía. Por Cristo, mujer, estoy empezando a sentirme viejo. ¡Por favor, no me digas que Colleoni entró en el negocio a los setenta años!</p> <p>Ash cerró la boca.</p> <p>—Bueno... eso es exactamente lo que iba a decir. Me estás diciendo que te largas, ¿es eso? ¿Se acabó lo que se daba?</p> <p>—Sí. —No parecía que lo hubiera provocado hasta conseguir una confesión, solo pura honestidad.</p> <p>—Ya, bueno, pues te jodes. Te necesito, Robert. Si quieres irte y empezar tu propia compañía, eso es diferente, puedes irte, pero no vas a dejar la mía porque te hayas cagado de miedo. ¿Entendido?</p> <p>Robert Anselm extendió el brazo para cogerle la mano, insistente.</p> <p>—Ash...</p> <p>—Méteme en esa cama o voy a vomitar otra vez. ¡Jesucristo, odio las heridas en la cabeza! Robert, tú no te vas. A veces llego a pensar que no podría dirigir esta puta compañía sin ti. —La mano femenina se aferró a la del mercenario. Se levantó con un esfuerzo del taburete y se quedó de pie, tambaleándose. No le hacía falta acentuarlo.</p> <p>Robert murmuró con sarcasmo:</p> <p>—Sí. Eres una pobre y débil mujercita. —Se inclinó, le pasó el otro brazo bajo las rodillas, la levantó a pulso y la llevó hasta la cama, a menos de un metro. Abolló con una rodilla el colchón y la posó.</p> <p>—No confiarás en mí después de esto. Dirás que sí, pero no será así.</p> <p>Ash se relajó en la blandura del plumón de ganso. El techo blanco bajó en picado, dibujó un círculo. Tragó un bocado de saliva amarga. Tener el cuerpo echado y acunado le proporcionaba tal alivio que dejó escapar un largo suspiro y cerró los ojos.</p> <p>—De acuerdo, pues no. No durante un tiempo. Y luego volveré a confiar en ti. Nos conocemos demasiado bien. Como dijo ella, si te vas, te capo. Estamos metidos en un buen marrón, ¡y hay que solucionarlo!</p> <p>El mercenario la acomodó bien en la cama, no era la primera vez que trataba con heridos. Ash abrió los ojos. Robert Anselm se sentó de lado en el borde de la cama con la cabeza vuelta hacia ella y de repente frunció el ceño.</p> <p>—¿Ella?</p> <p>—No. No fue ella la que lo dijo, ¿verdad? No fue la monja. Él. Florian.</p> <p>—Mmm —dijo Robert Anselm distraído. La forma que tenía de sentarse, con los brazos estirados, las manos apoyadas sosteniendo el peso del cuerpo y ocupando todo el espacio que lo rodeaba, era tan propia de Anselm que a la mercenaria no le quedó más remedio que sonreír.</p> <p>—Está muy bien parecer tan seguro, ¿verdad? —dijo Ash—. Vuelve y dirige la compañía. Si eso funciona, entonces no han dejado de confiar en ti. En cuanto pueda levantarme sin caerme, volveré y solucionaré lo que vamos a hacer después. Aquí no tendremos mucho tiempo para decidirnos.</p> <p>El mercenario le ofreció un breve asentimiento de cabeza y se levantó. Cuando su peso dejó el colchón, Ash se sintió de repente huérfana.</p> <p>Le latía la cabeza de dolor.</p> <p>—Nos hemos limitado a huir, joder. No tenemos ningún contrato en el ducado. Hazlo mal y mis chavales empezarán mañana a desertar en tropel... Si jodes mi compañía, te corto los huevos. —Soltó la mercenaria con tono débil.</p> <p>Robert Anselm bajó los ojos y la miró.</p> <p>—Estará bajo control. Y la próxima vez —cruzó la habitación para llegar a la puerta de la celda—, ¡ponte un puto casco, mujer!</p> <p>Ash hizo un gesto italiano.</p> <p>—¡La próxima vez, tráeme uno!</p> <p>Robert Anselm empezó a cruzar el umbral.</p> <p>—¿Qué te dijo la Faris?</p> <p>El miedo le dio un golpe bajo el esternón y le inundó el cuerpo. Ash sonrió, sintió la falsedad del gesto, dejó que su rostro encontrara la expresión de angustia que quisiera y graznó:</p> <p>—¡Ahora no! Más tarde. Dile al gilipollas de Godfrey que suba, ¡quiero hablar con él!</p> <p>Lo que había sido un dolor de fondo se disparó, zumbó hasta que empezó a derramar las lágrimas. No se fijó mucho en lo que se dijo o hizo en aquel momento, salvo en que alguien le puso un cuenco en los labios y, al oler el vino y alguna hierba, dio grandes tragos y luego se quedó echada rezando hasta que (y no con la suficiente celeridad) cayó en un sueño narcótico.</p> <p>Algo le perturbó el sueño menos de una hora después.</p> <p>El dolor le abrasaba la cabeza. Se quedó inmóvil, echada, tan quieta como podía, maldiciendo a Floria cada vez que el cirujano se acercaba a ella, empapada en un sudor frío. Cuando la luz empezó a desvanecerse, sintió que eso lo provocaba el dolor de cabeza. Una voz masculina le dijo repetidas veces que era solo el atardecer, que anochecía, era de noche, se había puesto la luna; pero ella cambió de postura en el cabezal caliente, los colmillos del dolor le mordían la cabeza, se apretó la boca con el puño y los dientes rompieron la piel de los nudillos. Cuando al fin se rindió y gritó, cuando el dolor se hizo demasiado intenso, el movimiento la hizo salir disparada hacia una región que reconoció: un lugar de una abrasadora sensación física, impotencia absoluta, algo completamente ineludible. Lo tuvo durante un segundo, lo olvidó al siguiente; sabía que era un recuerdo, pero ahora no sabía qué recordaba con ello.</p> <p>—León... —El ruego de su voz se le ahogaba en la garganta, apenas algo más que un susurro—. Por San Gawaine... por la Capilla...</p> <p>Nada.</p> <p>—Shh, nena. —Una voz suave, de hombre o de mujer, no sabía de quién—. Shh, shh.</p> <p>Todavía con un susurro congelado, gruñó, desdeñosa:</p> <p>—¿Eres una puta máquina? ¡Respóndeme! Gólem...</p> <p>—No se propone un problema adecuado. No existe solución disponible.</p> <p>La voz de su alma secreta carece de énfasis, como siempre. No hay nada del depredador en ella, ¿nada del santo?</p> <p>El dolor invadía cada célula de su cuerpo; susurró desesperada:</p> <p>—¡Oh, mierda...!</p> <p>Otra voz, la de Robert Anselm, dijo:</p> <p>—Dale más de eso. No se morirá. ¡Por el amor de Cristo, hombre, joder!</p> <p>Brusca y rápida, Floria le soltó:</p> <p>—¿Sabes hacer esto? ¡Entonces hazlo tú!</p> <p>—No; no pretendía...</p> <p>—Entonces, cierra el pico. ¡No voy a perderla ahora!</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 3</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>D<style style="font-size:80%">EBIÓ DE QUEDARSE</style> dormida, pero no se dio cuenta salvo al mirar atrás.</p> <p>La luz previa al amanecer dibujó ante sus ojos un cuadrado gris en la ventana. Ash gruñó. Tenía las palmas de las manos empapadas en sudor frío. La ropa de la cama olía a rancio. Cuando movió el hombro, sintió algo de lana en la mejilla y se dio cuenta de que todavía estaba vestida. Alguien le había desabrochado los ojales y le había aflojado la ropa. Puñaladas de dolor le atravesaban el cráneo cada vez que respiraba, con cada mínimo movimiento de su cuerpo.</p> <p>—Debo de estar mejorando, me duele.</p> <p>—¿Qué? —Se levantó una sombra y se inclinó sobre ella. El frío amanecer iluminó a Floria del Guiz—. ¿Has dicho algo?</p> <p>—He dicho que debo de estar mejorando, empieza a doler. —Ash se dio cuenta de que sonaba como si no le quedara aliento. Floria le llevó el ya conocido cuenco a los labios. Bebió y derramó la mitad en las sábanas amarillas.</p> <p>Un extraño sonido se convirtió, o eso le pareció a la enferma, en alguien que arañaba la puerta de su habitación. Antes de que Floria pudiera levantarse de su lado, la puerta se abrió y entró alguien con un farol de hierro perforado. Ash giró la cabeza para apartarla de aquella luz que la apuñalaba. Contuvo el aliento cuando el movimiento le sacudió la cabeza. Poco a poco entornó los ojos y se asomó a la puerta.</p> <p>—Ah, eres tú —murmuró Ash al reconocer al recién llegado—. No sé de qué se quejaba la <i>soeur</i>, este puto convento está lleno de hombres.</p> <p>—Yo soy sacerdote, niña —protestó con suavidad Godfrey Maximillian.</p> <p>—Dios Santo, ¿tan mal estoy?</p> <p>—Ya no. —La mano de Floria le apretó el hombro. Ash se contuvo para no gritar. El cirujano añadió—. Ayer hiciste mucho. Hoy, eso no va a pasar. Esta es la parte larga y aburrida. La parte que no te gusta. La parte en la que el jefe intenta levantarse antes de lo debido, ¿te acuerdas?</p> <p>—Sí, me acuerdo. —Ash esbozó una amplia sonrisa por un momento, compartió así la sonrisa de aquella mujer alta de cabellos dorados—. Pero me aburro.</p> <p>El cirujano miró a Ash con los ojos entrecerrados. Tenía una expresión en la cara que Ash sospechaba que significaba que ya se habría ganado una colleja a estas alturas si no fuera por su estado de salud. <i>Puede que no esté muy bien, la verdad</i>.</p> <p>—Te he traído una visita —dijo Godfrey. La cirujana lo miró, furiosa, y él levantó una mano de dedos anchos con gesto reprobatorio—. Sé lo que estoy haciendo. Está deseando conocer a Ash pero tiene que salir del convento para continuar su viaje esta mañana. Le he dicho que podía venir a hablar con el capitán unos minutos.</p> <p>Floria mantuvo una expresión escéptica mientras hablaban con la cama de Ash en medio. La creciente luz sacaba sus rostros de la penumbra: el hombre grande y barbudo y el hombre lacónico que era una mujer. Ash permaneció echada escuchando.</p> <p>Godfrey Maximillian dijo:</p> <p>—Sigo siendo yo, Fl... joven. Antes creías que tenía cierta habilidad en mi arte.</p> <p>—El sacerdocio no es un arte —refunfuñó el cirujano—, es un fraude practicado para engañar a los crédulos. De acuerdo. Haz entrar a tu visita, Godfrey.</p> <p>Ash no intentó siquiera incorporarse en la cama. Floria puso el farol abierto en el suelo, donde su luz no resultaría tan dura. Un mirlo se dejó oír desde el vacío que había más allá de la ventana. Otro lo llamó, un tordo, un pinzón; y en el espacio de tiempo de tres o cuatro latidos, el ruido de los cánticos de los pájaros resonó en el amanecer. A Ash empezó a latirle la cabeza.</p> <p>—¡Joder con el puto piar de los pájaros! —se quejó.</p> <p>—<i>Capitano</i> —dijo la voz clara de una mujer. Ash reconoció el sonido de alguien que se movía con una armadura puesta: el repiqueteo y el cloqueo de las planchas de metal, el tintineo de la cota de malla.</p> <p>Ash levantó los ojos y vio a una mujer de unos treinta y cinco años al lado de la cama. La mujer llevaba una armadura blanca de estilo milanés con una espada de empuñadura redonda abrochada alrededor de la cintura y un yelmo italiano con barbote metido debajo del brazo; tenía un aire de autoridad considerable.</p> <p>—Sentaos. —Ash tragó saliva y se aclaró la garganta.</p> <p>—Me llamo Onorata Rodiani, <i>Capitano</i><a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n78">78</a>. Vuestro sacerdote ha dicho que no debo cansaros. —La mujer se despojó de los guanteletes para mover el taburete con respaldo al otro lado de la cama. El dedo meñique y el anular de la mano derecha estaban torcidos, los dos rotos y colocados repetidas veces.</p> <p>La mujer se sentó en el taburete, muy erguida, sacó la cabeza del barbote para poder girar la barbilla y ver si la vaina de la espada estaba arañando la pared de la celda que tenía tras ella. Satisfecha al comprobar que no era así, se volvió a girar y sonrió:</p> <p>—Nunca pierdo la oportunidad de conocer a otra guerrera.</p> <p>—¿Rodiani? —Ash guiñó los ojos e intentó olvidar el latido de dolor de la cabeza—. He oído hablar de vos. Sois de Castellone. Antes erais pintora, ¿no?</p> <p>La mujer se colocó la mano en la cara. A Ash le llevó un segundo darse cuenta de que estaba haciendo una bocina sobre la oreja y comprendió que debería hablar más alto. Aquel lado de la cara de la mujer estaba salpicado de negro por la pólvora que le había impactado. Sorda de un cañonazo.</p> <p>—¿Pintora? —repitió Ash.</p> <p>—Antes de hacerme mercenaria. —Los dientes blancos de la mujer resaltaron en la penumbra cuando esbozó una amplia sonrisa—. Maté a mi primer hombre siendo pintora. En Cremona... estaba pintando un mural del Tirano en aquel momento. Un violador inoportuno. Después de eso, decidí que me gustaba más luchar que pintar.</p> <p>Ash sonrió. Reconocía una historia popular cuando la oía. No es tan fácil. El pelo oscuro y suelto de la mujer sería de un color negro puro bajo la luz del día. Las líneas de su rostro bronceado prometían un rostro rollizo en la vejez. <i>Si llega</i>, pensó Ash y sacó las manos de entre las sábanas.</p> <p>—¿Puedo ver eso?</p> <p>—Sí. —Onorata Rodiani le pasó el barbote.</p> <p>Ash cogió el peso, pero el tirón que le dio a los músculos disparó el dolor por su cabeza y colocó el yelmo en el travesaño que tenía al lado. Hurgó en la correa, remaches y forro con un dedo inquisitivo y luego recorrió con la yema del dedo la abertura en forma de T.</p> <p>—¿Os gustan los barbotes? ¡Yo no veo nada con estos trastos! Veo que también os habéis decantado por los remaches con forma de rosa.</p> <p>El pulgar izquierdo de la mujer acarició la empuñadura de disco de su espada.</p> <p>—Me gustan los remaches de latón en un yelmo. Se pulen y quedan brillantes.</p> <p>Ash le devolvió el barbote rodando por la cama.</p> <p>—¿Y los brazales milaneses? Yo siempre he utilizado defensas alemanas para los brazos.</p> <p>—¿Os gusta la armadura gótica?</p> <p>—Puedo sacarle más movimiento a sus brazales. En cuanto al resto, todo acanaladuras y rebordes... no. Solo es una armadura de ringorrango.</p> <p>Se oyó un bufido en la puerta, donde se encontraban Floria y Godfrey hablando en voz baja. Ash los miró furiosa.</p> <p>—Bueno. ¿Queréis ver mi espada? —le ofreció Onorata Rodiani—. Ojalá pudiera enseñaros también mi caballo de guerra, pero tengo que irme esta mañana a la guerra que se va a librar en Francia. Tomad.</p> <p>La mujer se levantó y desenvainó. El sonido del acero afilado deslizándose por la fina lana que forra una vaina hizo que Ash se incorporara sobre los codos. Luchó por apoyar la espalda en el travesaño, por fin se sentó y estiró la mano para coger la empuñadura. Hizo caso omiso del dolor que le llenó los ojos de lágrimas.</p> <p><i>¿Francia?</i>, pensó Ash. <i>Sí. Los visigodos tienen más hombres y suministros de los que he visto jamás; no se van a detener donde están. Después de Suiza y las Alemanias... Francia no es mala suposición</i>.</p> <p><i>La Faris está preparada para una cruzada de gran alcance</i>.</p> <p>—¿Y cuántas lanzas tenéis? —Ash hizo girar la espada de empuñadura redonda en la mano. La hoja, de nueve centímetros, ancha en la empuñadura y ahusándose hasta convertirse en la punta de una aguja, se deslizaba por el aire como el aceite por el agua. Una hoja viva: la sensación de tenerla en la mano merecía cada punzada que sentía en el cuero cabelludo—. ¡Cristo, qué maravilla!</p> <p>—Veinte lanzas —dijo la mujer y añadió—. ¿A que sí?</p> <p>—Veo que habéis preferido un afilado con cara cóncava en la hoja.</p> <p>—¡Sí y mira que tuve que estar encima del espadero para que lo hiciera bien!</p> <p>—Oh, Dios, nunca os fieis de un armero. —Ash bajó la espada y le miró la hoja para comprobar a ojo su calidad, luego se encontró concentrada en el rostro sonriente de Godfrey Maximillian—. ¿Y a ti qué te pasa?</p> <p>—Nada. Nada en absoluto...</p> <p>—¡Bueno, pues tráele entonces un poco de vino a mi invitada! ¿Quieres que piense que aquí no sabemos lo que es la cortesía?</p> <p>Floria del Guiz entrelazó su brazo con el del sacerdote y murmuró:</p> <p>—Vamos a por un poco de vino, jefe. Volvemos ahora mismo. Lo prometo.</p> <p>Ash giró la hoja erguida en la mano. Un rayo de la luz del amanecer se reflejó en el acero arañado, brillante como un espejo. Notó que había una curva clara en un borde de la hoja, cerca de la empuñadura, donde las muescas de la batalla se habían eliminado con un esmerilador. Un hombre podría haberse afeitado con el filo de aquella arma.</p> <p>—Bonito trabajo en la empuñadura —comentó con tono elogioso—. ¿Qué es, alambre de latón sobre terciopelo?</p> <p>—Alambre de oro.</p> <p>En la puerta, al irse, su sacerdote le dijo algo a su cirujano que Ash no entendió del todo. Floria sacudió la cabeza, sonriendo. Ash bajó la espada, se envolvió la sábana de hilo en la mano izquierda y colocó la hoja en el dedo protegido.</p> <p>—Se equilibra a un centímetro... A mí también me gustan las hojas pesadas. Apuesto a que corta de verdad. —Levantó la cabeza y miró furiosa a Godfrey y Floria—. ¿Qué?</p> <p>—Te dejamos con eso, niña. <i>Madonna</i> Rodiani. —Godfrey se inclinó. Detrás de él, Floria sonreía ampliamente por alguna razón que Ash no entendía pero tenía la oscura impresión de que era mejor no preguntar. Godfrey le dedicó una halagadora sonrisa y dijo—: Ahora me voy de puntillas y Florian se va de puntillas.</p> <p>Ash oyó que Floria murmuraba algo que sonaba muy parecido a:</p> <p>—¡Todo el mundo se va de puntillas! Dios mío, estas dos podrían aburrir a Europa...</p> <p>—Vosotros dos —dijo Ash con dignidad—, estáis interrumpiendo una conversación entre profesionales. ¡Y ahora largo de mi celda, cojones! Y mientras vais a por el vino para las dos, podéis buscarme también algo para desayunar. Joder, cualquiera pensaría que estoy inválida.</p> <p>Era un auténtico placer olvidar los ejércitos que había en la frontera, olvidar la pesadilla de Basilea, aunque solo fuera por un rato.</p> <p>—No se puede librar una guerra en tu cabeza cada hora del día; no cuando pretendes ganar al llegar al campo de batalla. —Ash esbozó una amplia sonrisa, dejando todas las decisiones en suspenso de momento.</p> <p>—<i>Madonna</i> Onorata, ¿os quedáis a desayunar? Mientras comemos, quiero preguntaros lo que pensáis sobre algo que hay en Vegetius. Él dice que hay que apuñalar con la punta de la espada, porque medio centímetro de acero en las tripas resulta siempre fatal... pero claro, tu hombre quizá no se caiga hasta que haya tenido tiempo de matarte a ti. Yo uso con frecuencia el borde y corto, que es más lento pero puede cortarle a un hombre la cabeza de plano, y después de eso en general no suele volver a molestarme. ¿Vos qué preferís?</p> <p style="text-align: center; font-size: 110%; text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; ">★ ★ ★</p> <p>No le tenía miedo a la herida, esa era la verdad.</p> <p>Una vez que averiguó, a su satisfacción, que seguramente no se iba a morir ese día en concreto (y eso a pesar de haber conocido a hombres que caminaron por ahí durante varios días después de un golpe en la cabeza solo para caerse muertos sin razón aparente, aunque el cirujano de la compañía revolvió en secreto el contenido de sus seseras), tras decidir eso y tras sufrir la experiencia extremadamente desagradable de que limaran las dos muelas rotas, Ash se olvidó por completo de la herida. Se convirtió en una de tantas.</p> <p>Y eso la dejó sin nada que hacer salvo pensar.</p> <p>Apoyó los codos en el alféizar de la ventana del convento y se asomó a la confusión de un día de colada en el patio cerrado. El olor a almidón de aro le llenó las fosas nasales y sonrió con tristeza al respirar aquella paz.</p> <p>A su espalda alguien entró en la celda. No se dio la vuelta, reconoció la forma de andar. Godfrey Maximillian se acercó a la ventana. La mercenaria notó que el sacerdote levantaba la vista con gesto reflexivo, como lo habían hecho Florian, Roberto y la pequeña Margarita, hacia el sol que lucía en el cielo.</p> <p>—Fl... Florian dice que ya estás lo bastante bien para hablar de negocios.</p> <p>—¡Ahora también te pasa a ti! Eso dice, ¿eh? Coño, que amable por su parte.</p> <p>Un gorrión bajó disparado y hundió el pico en las migas de pan que sostenía en la mano la mercenaria. Ash soltó un gorjeo al ver que el pajarito esponjaba las plumas marrones y la miraba con un ojo negro sin pupila. Luego dijo:</p> <p>—Supongo que se considera, <i>de facto</i>, que hemos roto nuestro contrato con los visigodos. No cabe duda de que la Faris rompió el acuerdo que tenía conmigo. Creo que ya hemos elegido de qué lado no vamos a estar en esta guerra.</p> <p>Godfrey dijo:</p> <p>—Ojalá fuera así de simple.</p> <p>Un pico afilado le picoteó la palma de la mano.</p> <p>Ash levantó la cabeza y miró a Godfrey Maximillian.</p> <p>—Sé que con solo apartarnos del camino no será suficiente. Los visigodos se dirigen al norte de todos modos.</p> <p>—Ya han llegado hasta Auxonne. —Godfrey se encogió de hombros—. Tengo mis fuentes. Atravesamos Auxonne cuando veníamos de Basilea. No está a más de cincuenta y cinco o sesenta kilómetros de aquí.</p> <p>—¡Sesenta kilómetros! —La mano de Ash dio una sacudida. El gorrión echó a volar de repente y cruzó el patio atestado de mujeres. El sonido de las voces de las monjas y el ruido del agua desbordándose de las tinas subió hasta la ventana.</p> <p>—Eso es... llegar al punto en el que voy a tener que hacer algo. La pregunta es, ¿qué? la compañía primero. Necesito a los chavales otra vez en marcha...</p> <p>Un reflejo de luz en los tejados de pizarra, brillante como el ala de un martín pescador, le llamó la atención. Más allá del muro del convento, detrás de las zonas de campos y sotos, las murallas blancas y los tejados de pizarra azul de una ciudad relucían limpios, brillantes y claros bajo la luz del mediodía. Bajo el sol.</p> <p>—Godfrey. Tengo que preguntarte algo. Como mi escribano<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n79">79</a>. Llámalo confesión. ¿Puedo guiarlos al combate... si no puedo confiar en mi voz?</p> <p>Una mirada al ceño que arrugaba el rostro masculino fue suficiente.</p> <p>—Oh, sí —asintió Ash—. La Faris sí que tiene una máquina de guerra, una <i>machina rei militaris</i>. La vi hablar con ella. Esté donde esté (en Cartago o más cerca), no estaba en el mismo sitio que la mujer cuando habló con ella. Pero la oyó. Y yo... también la oí. Es mi voz, Godfrey. Es el león.</p> <p>Mantuvo la voz firme pero le escocían las lágrimas en los párpados de los ojos.</p> <p>—¡Oh, niña! —El hombre le colocó las manos en los hombros—. ¡Oh, mi querida niña!</p> <p>—No. Eso puedo soportarlo. Fue un milagro real, una Bestia real, pero... los niños se imaginan cosas. Quizá yo ni siquiera estaba presente y solo oí a los hombres. Quizá me inventé que había visto al león en persona cuando empecé a oír voces. —Ash movió los hombros y se liberó de las manos del sacerdote—. Los visigodos, la Faris... ahora sospechará. Antes no tenían razones para pensar que otra persona pudiera utilizar la máquina. Ahora... quizá podrían evitar que yo la usara. Quizá podrían hacer que me mintiera. Decirme que haga otra cosa en el campo de batalla, conseguir que nos maten a todos...</p> <p>El rostro de Godfrey mostraba la conmoción que sentía.</p> <p>—¡Por Cristo y el Santo Madero!</p> <p>—He estado pensando en eso, esta mañana. —Ash esbozó una sonrisa torcida, no le quedaba nada más que hacer que tirar hacia delante—. ¿Comprendes el problema?</p> <p>—¡Me doy cuenta de que sería más inteligente no contarle nada a nadie! Esto está bajo el Santo Madero. —Godfrey Maximillian se persignó—. El campamento está revuelto. Inquieto. La moral podría subir o bajar. Niña, ¿puedes luchar sin tu voz?</p> <p>El sol sacaba chispas de los guijarros del muro del convento, los veía relucir por el rabillo del ojo. Una bocanada de aire cálido le trajo tomillo, romero, cerafolio y más aro de la huerta. Ash miró al sacerdote cara a cara.</p> <p>—Siempre he sabido que quizá tendría que averiguarlo. Por eso, cuando luchamos en el campo de Tewkesbury... no acudí a mi voz en todo el día. Si iba a guiar a unos hombres a una lucha en la que podrían matarlos, no quería que dependiera de un maldito santo, de un león nacido de una Virgen, quería que dependiera de mí.</p> <p>Godfrey emitió un sonido ahogado. Ash, confusa, levantó la vista y miró al barbudo. Su expresión oscilaba entre la risa abierta y algo muy cercano a las lágrimas.</p> <p>—¡Por Cristo y su Santa Madre! —exclamó.</p> <p>—¿Qué? ¿Godfrey, qué?</p> <p>—No querías que dependiera de «un maldito santo»... —Sus carcajadas profundas, resonantes, atronaron el lugar; lo bastante altas para hacer que algunas de las monjas más cercanas levantaran la cabeza y se quedaran mirando la ventana, con los ojos entrecerrados para defenderse del brillo del sol.</p> <p>—No sé lo que...</p> <p>—No. —La interrumpió Godfrey mientras se secaba los ojos—. Supongo que no lo ves.</p> <p>La miró radiante, con una cálida sonrisa en los labios.</p> <p>—¡A ti no te bastan los milagros! Necesitas saber que puedes hacerlo sola.</p> <p>—Cuando hay gente que depende de mí, sí, así es. —Ash dudó—. Eso fue hace cinco años. Seis. No sé si ahora puedo hacerlo sin mi voz. Todo lo que sé es que ya no puedo confiar en ella.</p> <p>—Ash.</p> <p>La mercenaria levantó los ojos para encontrarse con la mirada seria de Godfrey.</p> <p>El sacerdote señaló la ciudad que se veía a lo lejos.</p> <p>—El Duque Carlos está aquí. En Dijon. Ha establecido la corte aquí desde que retiró su ejército de Neuss.</p> <p>—Sí, me lo dijo Florian. Creí que se habría ido al norte, a Brujas o algún otro sitio.</p> <p>—El Duque está aquí. Y la corte. Y el ejército. —Godfrey posó una mano en el brazo de la mercenaria—. Y también otros mercenarios.</p> <p>Lo que la mujer había tomado por una continuación lejana de los muros blancos de Dijon, ahora vio que era lona blanca. Tiendas blanqueadas por el sol. Cientos de tiendas... Más, vio mientras recorría con los ojos los doseles terminados en punta. Miles. El fulgor de la luz reflejada en armaduras y armas. El enjambre de hombres y caballos, demasiado lejos para distinguir las libreas, pero la mercenaria supuso que eran Rossano, Hawkwood, Monfort, así como las propias tropas de Carlos al mando de Olivier de la Marche.</p> <p>Con tono sombrío, Godfrey dijo:</p> <p>—Tienes ochocientos guerreros ahí fuera en el león Azur, por no mencionar el tren de equipaje, y todos hablan. Se sabe que has estado con los visigodos... y con su Faris-General. Por tanto, hay muchas personas que están esperando con ansia la oportunidad de hablar contigo, cuando te recuperes y dejes este lugar.</p> <p>—Oh. Mierda. ¡Oh, mierda!</p> <p>—Y no sé cuánto tiempo van a esperar.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 4</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>E<style style="font-size:80%">L CALOR DE</style> la mañana siguiente extendió un barniz azul sobre los árboles más lejanos y pintó el cielo de un color gris caliente y polvoriento. Ash bajó entre los terraplenes cubiertos de margaritas y enormes matojos de perejil. Se había dejado la media túnica y las mangas del jubón atrás, rumbo al lugar donde había instalado su campamento el león Azur, el medio kilómetro prometido más allá de los terrenos del convento. Llegó hasta allí sin anunciarse, a través de un soto de abedules y el ganado y las cabras de la compañía, que pastaban en la suntuosa vega.</p> <p>Rascó una de las pavesas de mimbre que estaban atadas al costado de una carreta, a cierta distancia de la puerta principal, y tomó nota de que la idea que tenía Geraint de la distancia que debía haber entre los piquetes no era demasiado afortunada.</p> <p>—No debería poder hacer esto...</p> <p>Se quedó mirando el campamento que aguardaba detrás de las carretas, los cortafuegos que había entre las tiendas pisoteados y convertidos en polvo y las figuras de los hombres ataviados con la librea del león, tirados en su mayor parte alrededor de hogueras muertas, comiendo gachas en cuencos de madera.</p> <p><i>Muy bien. ¿Qué se ha cambiado? ¿Qué diferencias hay? ¿Quién...?</i></p> <p>—¡Ash!</p> <p>Ash echó la cabeza hacia atrás protegiéndose los ojos del sol y se quedó mirando la parte superior de la carreta. El calor le tostaba la piel de la nariz y las mejillas.</p> <p>—¿Blanche? ¿Eres tú?</p> <p>Hubo un destello de piernas blancas y una mujer saltó por encima de los ejes de la carreta y le echó los brazos al cuello a Ash. La ex puta de cabellos rubios le dio unas fuertes palmadas en la espalda. Las lágrimas inundaron los ojos de Ash.</p> <p>—¡Oye! ¡Tranquila, chica! ¡He vuelto pero no querrás matarme antes de que entre!</p> <p>—Mierda. —Blanche lanzó una sonrisa radiante y feliz. La luz blanca del sol destacaba las manchas húmedas de sus mejillas—. Creímos que te estabas muriendo. Creímos que no nos íbamos a quitar de encima a ese bastardo del galés. ¡Henri! ¡Jan-Jacob! ¡Venid aquí!</p> <p>Ash se aupó sobre los ejes de la carreta, y saltó a la paja aplastada que sembraba esta parte del campamento y la alejaba aún más de las tiendas de los caballeros, y a continuación se irguió para encontrarse con que le aplastaba la mano su senescal, Henri Brant y con que Jan-Jacob Clovet luchaba por atarse la bragueta con el brazo herido y darle golpes en la espalda al mismo tiempo. La hija de Blanche, Baldina, una mujer pelirroja, se bajó las faldas con aplomo y se levantó de la paja donde había estado complaciendo al hombre de armas.</p> <p>—¡Jefe! —exclamó con la voz ronca—. ¿Has vuelto para siempre?</p> <p>Ash despeinó el llameante cabello de la puta.</p> <p>—No, me voy a casar con el Duque Carlos de Borgoña y nos vamos a pasar cada día comiendo hasta explotar y follando sobre colchones de plumón de cisne.</p> <p>Baldina dijo con tono jovial:</p> <p>—Por nosotros vale. Te convertiremos en viuda para que puedas hacerlo. Es decir, si ese picha floja con el que te casaste sigue vivo en alguna parte.</p> <p>Ash no pudo responder. La había envuelto el abrazo larguirucho de Euen Huw y un torrente de admiración y quejas galesas y se encontraba en el centro de una multitud cada vez mayor, compuesta por los chicos de la compañía, los músicos, las lavanderas, las putas, los mozos de cuadras, los cocineros y los arqueros, y todos ellos la llevaban en volandas (como era su intención) hacia el centro del campamento.</p> <p>Primero, los hombres de armas. Thomas Rochester le echó los brazos al cuello con el duro rostro bañado en lágrimas.</p> <p>—¡El típico <i>rosbif</i> sentimental! —Ash le dio unas palmadas en la espalda. Josse y Michael se lanzaron encima de ellos y la mitad de las lanzas inglesas con ellos.</p> <p>Quince minutos más tarde, con el corazón saltándole en el pecho y medio ciega por el dolor renovado, recibía de Joscelyn van Mander un apretón que dejó huellas rojas en los dedos de la mercenaria y los ojos azules del flamenco llenos de agua.</p> <p>—¡Gracias a Cristo! —explotó. Miró a su alrededor, a la multitud de hombres de armas, arqueros y alabarderos que se empujaban y a los caballeros que se abrían paso a codazos, todos intentando llegar a Ash—. ¡Señora, gracias a Cristo! ¡Estáis viva!</p> <p>—No durante mucho más tiempo —dijo Ash sin aliento. Consiguió liberarse las manos. Un brazo rodeó el hombro de su camarada Euen Huw y descargó todo su peso en el pequeño galés; el otro brazo sujetaba la mano de Baldina, la puta pelirroja no estaba dispuesta a separarse de ella ni un momento y le secaba la cara con el borde de la falda.</p> <p>Joscelyn van Mander interrumpió la fiesta, bajó la voz para preservar la confidencialidad y, echándole el olor a vino en la cara, dijo:</p> <p>—He estado hablando con el vizconde-alcalde en nombre de la compañía; tenemos problemas a la hora de permitir que los caballeros entren en la ciudad...</p> <p><i>Oh, así que has estado hablando tú en nombre de la compañía, ¿eh? Vaya, vaya</i>.</p> <p>Ash miró radiante al caballero flamenco.</p> <p>—Yo lo arreglaré.</p> <p>Sonrió alegre a la multitud de rostros.</p> <p>—¡Es el jefe!</p> <p>—¡Ha vuelto!</p> <p>—Bueno... ¿dónde está Geraint, el bastardo del galés? —Inquirió Ash con un tono rebosante de buen humor.</p> <p>En medio de un rugido de carcajadas, Geraint ab Morgan se abrió camino entre la multitud que había delante de la tienda de mando. El grandullón se estaba metiendo la camisa por las calzas, entre un grupo de ojales rotos. Los ojos azules inyectados en sangre se estremecieron un momento al ver a Ash en medio de una muchedumbre de entusiasmados admiradores.</p> <p>Geraint repartió unos empujones con los dos brazos para despejar un espacio e hincó las dos rodillas en el suelo delante de ella.</p> <p>—¡Es toda tuya, jefe!</p> <p>Ash sonrió al oír la nota de alivio sincero que había en la voz del hombre.</p> <p>—¿Estás seguro de que no quieres quedarte con mi trabajo?</p> <p>En este punto la mercenaria sabía con exactitud la respuesta que le iba a dar. Geraint no tenía alternativa. Ella había decidido entrar con los miembros más bajos de la compañía, que no tenían opción, y nunca la tendrían, a conseguir una posición de rango dentro de la misma. Aquella alegría sincera se transmitía a los hombres y eso dejaba a los caballeros (dada la <i>volte face</i> de van Mander) sin nada que hacer salvo olvidar cualquier ambición viable que hubiera empezado a crecer en su ausencia, cualquier ascenso o degradación no autorizada, y hacerse eco de las aclamaciones.</p> <p>En un galés con marcado acento, Geraint dijo:</p> <p>—¡Guárdate tu puto trabajo, jefe, quédate con él y que te vaya bien!</p> <p>—¡Portadora de la luz! —gritó alguien tras ella y otra persona, Jan-Jacob Clovet, pensaba, bramó:</p> <p>—¡Leona!</p> <p>—¡Escuchad! —Ash se soltó y levantó las dos manos para pedir silencio. Los fallos del campamento podían esperar una hora, decidió—. ¡Muy bien! Estoy aquí, he vuelto y ahora voy a subir a la capilla. Todos los que queráis dar gracias por habernos librado de la oscuridad, ¡seguidme!</p> <p>No pudo hacerse oír durante sesenta segundos. Al final dejó de intentarlo, le dio una palmada a Euen Huw en la espalda y señaló el camino. Se movieron hacia la puerta principal del campamento con al menos cuatrocientos miembros tras ellos; y Ash respondió preguntas, pidió noticias y felicitó a los hombres que se recuperaban de sus heridas, todo con un mismo aliento y bajo un cielo pasmosamente cálido.</p> <p>Dado que era una capilla de Mitra<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n80">80</a> estaba, como es natural, en un terreno separado del convento. Ash guió la marcha colina arriba hasta el cercano soto, perdida en medio de la gran multitud.</p> <p>Los árboles repletos de hojas le cerraban paso al sol. Ash exhaló un profundo suspiro, pues hasta ahora no había sido consciente de lo mucho que la habían mareado el calor y la luz. Miró a lo que la esperaba más adelante, camino abajo, al lugar donde la esperaban sus oficiales, en la entrada baja y pesada de mampostería: Floria, Godfrey, Robert y Angelotti, de pie bajo la sombra moteada de color sepia. Asintió con la cabeza, apenas un gesto diminuto y los vio relajarse.</p> <p>Floria se adaptó a su paso cuando se acercó, Godfrey se colocó al otro lado. Angelotti se inclinó y Robert Anselm y él dieron un paso atrás para dejarla pasar.</p> <p>Ash les dirigió a los dos hombres una mirada pensativa por encima del hombro.</p> <p>Los sacerdotes aguardaban en la entrada de la capilla. Entrelazó los brazos con los de Floria y Godfrey. Tras ella, sabiendo que no habría sitio abajo, los hombres de armas y los arqueros se hincaban de rodillas sobre la capa de hojas muertas, hombres mugrientos moteados de puntos del sol que se filtraba entre las hojas verdes, que se quitaban los cascos y los gorros, que hablaban a voz en grito y se reían. Los sacerdotes subalternos de Mitra se apartaban de la entrada y se acercaban a los grupos de hombres armados para que se pudiera celebrar el servicio tanto allí como abajo.</p> <p>La mercenaria se puso a la altura de Godfrey, entrelazó el brazo con él, cruzó el dintel y bajó los escalones, cambiando así el olor del bosque seco por el frío húmedo de las paredes de tierra del pasaje.</p> <p>—Bueno, ¿qué has oído en la corte? ¿Luchará el Duque?</p> <p>—Hay rumores. Pero no información en la que yo confíe. No cabe duda de que no puede hacer caso omiso de un ejército que está a sesenta kilómetros, pero... ¡Pero jamás había visto tanta magnificencia! —balbuceó Godfrey Maximillian—. ¡Debe de tener trescientos libros aquí, en su biblioteca!</p> <p>—Ah, libros. —Ash mantuvo una mano firme en el brazo de su escribano al llegar al final de la escalera y entró en la capilla de Mitra. La luz del sol bajaba sesgada por los barrotes y bañaba la cueva de piedra en estanques de luces y sombras. Los mosaicos romanos que pisaba representaban a los Orgullosos Caminantes y a los Hacedores de Lluvia de Abril en diminutos cuadrados de colores pastel—. ¿Para qué me van a importar a mí los libros del Duque Carlos, Godfrey?</p> <p>—No, supongo que no te importarán. No en la situación actual. —El sacerdote inclinó la cabeza con una sonrisa en parte oculta por la barba—. Pero tiene unos Salterios maravillosos. Uno ilustrado por Roger van der Weyden, nada menos. También tiene todas las <i>Chansons du Geste</i>, niña... Tristán, Arturo, Jaques de Lailang...</p> <p>—¡Oh, vaya! ¿En serio?</p> <p>Godfrey soltó una sonrisa e imitó su tono.</p> <p>—En serio.</p> <p>—Pues ese es el problema que tiene la guerra —dijo Ash con tono melancólico cuando se arrodillaron delante del gran altar del Toro.</p> <p>—¿Eh? ¿De veras crees que Jaques de Lailang es el problema que tiene la guerra? —Murmuró Godfrey confuso—. Pero, Señor, niña, ese hombre lleva treinta años muerto.</p> <p>—No. —Ash le dio un cariñoso empujón al sacerdote. Desde el altar, el sacerdote del Toro le lanzó una mirada furiosa para que se dominara<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n81">81</a>. La mercenaria redujo el tono a un susurro, consciente de que todavía se estaba dejando llevar por la intensidad del recibimiento de la compañía, que mantenía una cháchara constante a sus espaldas—. Quiero decir que lo que le pasó es el problema que tiene la guerra. Ahí lo tienes, el caballero perfecto, tan amable; durante años gana todos los encuentros del circuito de torneos, ha estado en cada uno de los campos de batalla más destacados, un auténtico caballero guerrero (de hecho, levantó un pabellón de caballeros y defendió un vado con su lanza contra todos los enemigos<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n82">82</a>), ¿y qué le pasa?</p> <p>Godfrey rebuscó en su memoria.</p> <p>—Lo mataron en uno de los asedios de Gante, ¿no?</p> <p>—Sí, un cañonazo.</p> <p>Se fueron pasando el cuenco de sangre. Ash bebió, inclinó la cabeza para recibir la bendición y dijo la fórmula:</p> <p>—Doy gracias por mi recuperación y dedico mi vida a continuar la batalla de la Luz contra la Oscuridad. —Mientras el cuenco humeante seguía pasando entre todos los componentes de la compañía que atestaban la capilla y hacían cola en los escalones, Ash murmuró—: A eso me refiero, Godfrey. Tenía todas las virtudes de la guerra caballeresca, ¿y qué le pasa? ¡Unos putos artilleros le vuelan la cabeza!</p> <p>Godfrey Maximillian bajó el amplio brazo para levantarla de las losas de la capilla. La joven aceptó la necesaria ayuda sin ofenderse.</p> <p>—Y no es que yo haya pensado jamás que la guerra era algo más que un negocio sucio —añadió con sequedad—. ¿Por qué me evitan Robert y Angelotti, Godfrey?</p> <p>—¿Ah, sí? Vaya.</p> <p>Ash apretó los labios. Al concluir la bendición, esperó mientras los niños de las túnicas blancas y verdes cantaban y luego ascendió hacia la luz entre sus líderes de lanza, una masa de hombres ataviados con acero brillante y lino reluciente que entraron en el bosque con ella, espantaron los insectos zumbones, todos y cada uno desesperados por escuchar una sola palabra tranquilizadora de labios de Ash.</p> <p>—¡Los caballos de diario necesitan ejercicio! —El herrador de la compañía.</p> <p>—Veinte piezas completas de carne de cerdo, y nueve estropeadas —se quejó Wat Rodway.</p> <p>—¡Los arqueros de Huw no dejan de montar broncas con mis hombres! —Un indignado sargento rubio de archeros. Carracci, al que reconoció la mujer, inusualmente cargado.</p> <p>Euen Huw soltó un taco.</p> <p>—¡Malditos italianos holgazanes que se meten con mis chicos!</p> <p>Una de las arcabuceras se quejó:</p> <p>—Y la mitad de mi pólvora se quedó en Basilea...</p> <p>Ash se detuvo de golpe en el camino.</p> <p>—Esperad...</p> <p>Su paje, Bertrand, le dio su gorra de terciopelo. Oyó el bufido de varios caballos y miró lo que tenía delante. Más allá de los troncos marrones de los árboles y de las curvas verdes y arqueadas de los espinos, en la vega, los mozos de cuadra sujetaban los caballos de guerra.</p> <p>—Más tarde. —Ordenó.</p> <p>Un grupo de hombres armados aguardaba a la sombra del soto. Su estandarte colgaba inerte e ilegible pero parecía ser (la joven entrecerró los ojos) cuadrados divididos de color rojo y amarillo, con barras blancas, rosetas<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n83">83</a> y cruces o dagas. Las chaquetas de librea de los hombres eran blancas y cárdenas<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n84">84</a>.</p> <p>Una mano la cogió por la axila y la sacó del grupo que discutía y la apartó varios metros de la multitud que formaban sus soldados. Robert Anselm, sin mirarla, dijo:</p> <p>—Nos he conseguido un contrato. Está aquí. Ven a conocer a tu nuevo jefe.</p> <p>—¿Nuevo jefe? —Ash se paró de golpe.</p> <p>No pesaba lo suficiente para detener a Anselm pero el inglés grandullón le soltó el brazo y de repente cayó de rodillas ante ella.</p> <p>Un segundo hombre se arrodilló sobre las hojas secas: Henri Brant. Antonio Angelotti cayó con un golpe seco a su lado. Ash bajó los ojos y miró a su senescal, a su segundo al mando y a su artillero. Se puso las manos en las caderas y dijo:</p> <p>—Disculpen, ¿mi nuevo qué? ¿Desde cuándo?</p> <p>Anselm y Angelotti intercambiaron una mirada.</p> <p>—¿Hace dos días? —aventuró Robert Anselm.</p> <p>—Nuevo patrón —comentó Henri Brant—. Tenía problemas para conseguir crédito en Dijon. Los precios están subiendo ahora que hay un ejército en la frontera. ¡Y no puedo aprovisionar a ciento sesenta caballos y una compañía entera con lo que queda de Federico!</p> <p>¿Y cuánto nos vimos obligados a abandonar en Basilea? Mierda.</p> <p>Ash examinó el rostro ancho de Henri. Todavía prefería mostrar el lado derecho, notó, aún arrodillado.</p> <p>—Levántate, idiota. ¿Quieres decir que ningún mercader de comida quería darte crédito a menos que la compañía tuviera un contrato formal con alguien?</p> <p>Henri asintió mientras se ponía en pie.</p> <p><i>Que es el momento justo para que se sepa que nuestro último contrato fue con los visigodos... Sea quien sea</i>, pensó Ash, <i>no perdió el tiempo a la hora de hacer su jugada</i>.</p> <p>Ash dio unos golpecitos con la punta de la bota en el suelo cubierto de hojas del soto.</p> <p>—Robert.</p> <p>Los dos hombres que tenía arrodillados ante ella no podían haber sido más diferentes: Anselm, todavía con el jubón de lana azul, el rostro sin afeitar; Angelotti con la masa de cabello dorado cayéndole por debajo de los hombros y la camisa recogida en el cuello impecable y del mejor hilo. Lo que tenían en común eran unas expresiones idénticas de aprensión furtiva.</p> <p>—Dijiste «vete a dirigir la compañía» y la he dirigido. —Robert se encogió de hombros sin levantarse—. ¡Necesitamos dinero! Y es un buen contrato...</p> <p>—Con un hombre que conocemos. —Angelotti, cosa extraña en él, se trabucaba con las palabras—. Que Roberto conoce, conocía, conocía a su padre, es decir...</p> <p>—¡Oh, Cristo, no me digas que es uno de tus putañeros<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n85">85</a>! —Ash lo miró, furiosa—. ¡Ese es un país al que no pienso volver! No hay nada salvo bárbaros y lluvia. Roberto, te voy a clavar las orejas a la picota por esto.</p> <p>—Está aquí. Será mejor que lo conozcas. —Robert Anselm se levantó y desenredó la vaina de un matorral de espinos. Angelotti lo imitó.</p> <p>—Es uno de tus putos Lancaster, ¿a que sí? ¡Oh, por el dulce Cristo! Y encima quieres que vaya a luchar contra el rey Eduardo por su trono. Me parece que no. —Ash se detuvo, frunció el ceño y de repente se dio cuenta, <i>eso me pondría a mil leguas y un buen trozo de mar al norte de la Faris y su ejército</i>.</p> <p><i>Quizá se pueda hacer algo. Si voy a Inglaterra, lo peor que puede pasar es que muera en el campo de batalla. Quién sabe lo que podría pasar en Cartago si descubrieran alguna vez que oigo... ¡no!</i></p> <p>Murmuró:</p> <p>—Bueno, ¿quién es el de blanco y cárdeno? —Y empezó a escudriñar entre sus recuerdos la heráldica de los señores de Lancaster desposeídos que habían salido de la Inglaterra de los York.</p> <p>Robert Anselm tosió.</p> <p>—John de Vere. El Conde de Oxford.</p> <p>Ash cogió con aire distraído la espada cuando Bertrand se la trajo y dejó que el muchacho se la abrochara alrededor de la cintura. Motas de luz brillaban sobre su gastada vaina de cuero rojo. El jubón que llevaba, de color verde y plata, si bien era obvio que era una prenda cara, era igual de obvio que no se había lavado ni cepillado en casi una semana. Y no llevaba armadura, ni siquiera una cota de malla.</p> <p>—El puto Conde del puto Oxford y yo parece que gano diez chelines al año. Gracias, Robert. Muchas gracias. —Le dio el meneo a las caderas que le acomodó el cinturón de la espada a la cintura. Lo miró con mucha atención—. Tú luchaste en su casa, ¿no?</p> <p>—En la de su padre. Con su hermano mayor también. Luego con él, en el 71. —Robert se encogió de hombros, incómodo—. Nos conseguí lo que pude. Necesita una escolta por aquí, según dice.</p> <p>Ash buscó a Godfrey con la mirada y vio al sacerdote charlando con un hombre de armas con una chaqueta de librea morada con una roseta blanca. Desde luego no podía acercarse a su escribano en ese momento para preguntarle por qué iba a estar un señor de Lancaster en la corte de Carlos de Borgoña, qué podría querer de un considerable contingente de mercenarios armados y, terminó mentalmente, <i>¡qué piensa de las fuerzas visigodas que están a unos sesenta kilómetros de aquí!</i></p> <p>—Su padre, tu antiguo jefe, ¿murió en combate?</p> <p>—No. A su padre y Sir Aubrey, que es su hermano, los ejecutaron.</p> <p>—Oh, yupiii —dijo Ash con aspereza—. Ahora me contrata la nobleza despojada de sus privilegios, porque lo han despojado de sus privilegios, ¿supongo?</p> <p>Antonio Angelotti la interrumpió en voz baja:</p> <p>—<i>Madonna</i>, aquí está.</p> <p>Ash cuadró los hombros casi inconscientemente. Los molestos insectos seguían zumbando, motas doradas por el sol que se filtraba entre los árboles. Bufó un caballo. Los hombres del estandarte de de Vere tintineaban al acercarse, con las sobrevestas atadas sobre una cota de malla ligera. Había unos cuantos rostros quemados bajo los yelmos. Ash supuso que la escolta consistía en su mayor parte en aquellos que habían disgustado hacía poco a un sargento. Al hombre que ocupaba el centro del grupo no lo podía ver con claridad pero aun así se quitó el gorro y se hincó sobre una rodilla cuando la escolta se apartó y le dejó paso. Los oficiales de la mercenaria se arrodillaron con ella.</p> <p>—Mi señor Conde —dijo.</p> <p>Era consciente de que casi toda su compañía se había detenido fuera de la capilla de Mitra y la miraba. Por fortuna estaba demasiado lejos para oír la mayor parte de lo que estaban diciendo. La tierra estaba dura bajo la rodilla. Un pinchazo de dolor le atravesó la cabeza. Al oír una voz fresca que decía en inglés «mi señora capitán», levantó la vista.</p> <p>Podría haber tenido cualquier edad entre los treinta y los cincuenta y cinco años: un inglés rubio con los ojos de un color azul desvaído y el rostro de alguien que se pasa mucho tiempo al aire libre, vestía botas altas de montar terminadas en punta ante el faldón de un jubón desvaído de lino. Dio un paso hacia delante y extendió una mano. Ella la cogió. Tenía las muñecas huesudas. Cualquier duda sobre su fuerza quedó despejada cuando la levantó sin ningún esfuerzo.</p> <p>Ash se limpió las manos de polvo y miró al hombre con expresión astuta. El jubón seguía la moda italiana, no era tan bárbaro como había temido; y si daba la sensación de que llevaba todo el día cazando en el campo con él, había empezado su vida como una prenda bastante cara. Llevaba daga pero no espada. La mercenaria consiguió no soltar, «¡inglés chiflado!».</p> <p>—Estamos a vuestras órdenes, mi señor Conde —dijo Ash y tampoco llegó a añadir, «o eso me han dicho...».</p> <p>—Os encuentro recuperada, ¿señora?</p> <p>—Sí, mi señor.</p> <p>—Vuestros oficiales me han hablado de la fuerza de vuestra compañía. Quiero conocer el modo que tenéis de mandarlos. —El Conde de Oxford giró en redondo y empezó a caminar hacia los caballos. Ash murmuró una breve orden dirigida a Anselm, lo dejó que devolviera la compañía al campamento y se alejó con paso vivo en pos de de Vere. El hecho de que aquel hombre supusiera que no tenía que decirle a nadie que lo siguiera la divertía tanto como la impresionaba, porque al parecer tenía razón.</p> <p>Al borde del bosque encontró a sus sirvientes y a los mozos de cuadra de de Vere compitiendo por la sombra y montó sin apenas aspavientos. Godluc meneaba los grandes cuartos traseros bajo ella, presionando para lanzarse al galope. Lo condujo al lado del castrado bayo del Conde de Oxford.</p> <p>Por encima del tintineo de los arreos, el inglés dijo:</p> <p>—Una mujer, extraordinario —y sonrió. Le faltaba un diente en un lado y ahora que habían salido a la luz, la joven vio antiguas cicatrices blancas que le arrugaban las muñecas y se desvanecían por debajo del cuello de la camisa. El hoyuelo profundo de una herida de flecha le había dejado una marca en una mejilla.</p> <p>Añadió:</p> <p>—Parecen fieles a vos. ¿Sois una virgen-puta?</p> <p>Ash soltó una risita al oír la traducción inglesa de «<i>pucelle</i>» y dijo alegremente:</p> <p>—Coño, no creo que eso sea asunto vuestro. Señor.</p> <p>—No. —El hombre asintió. Se inclinó en la silla y le volvió a ofrecer la mano—. John de Vere. Podéis llamarme «su Gracia» o «mi señor».</p> <p><i>Modales de campamento militar, no de la corte</i>, pensó Ash. <i>Bien. Siempre ayuda que sepan algo sobre soldadesca. Debo de haber visto a su padre por ahí en algún momento; me resulta conocido</i>.</p> <p>Le estrechó la mano. El apretón era sólido.</p> <p><i>Vamos a retrasar las preguntas un poco. Hasta que tenga tiempo de pensar en las respuestas</i>.</p> <p>—¿Y qué es lo que queréis que hagan mis hombres, su Gracia?</p> <p>—En primer lugar, estoy aquí para rogarle algo al borgoñón Carlos. Si se niega, formarán parte de mi escolta hasta la frontera y de vuelta a Inglaterra. Les pagaré en Londres.</p> <p>—¿Qué posibilidades hay de que nos denieguen la solicitud? —preguntó Ash con gesto pensativo—. ¿Quiere su Gracia que levante al león Azur contra toda la maquinaria militar borgoñona? Es probable que pueda llevaros a los puertos del Canal, en ese caso, pero no me apetece demasiado dejar hasta el último hombre en el empeño, que es, siendo realistas, lo que eso significaría.</p> <p>John de Vere volvió sus ojos de color azul pálido hacia ella. Su bayo tenía un aspecto brioso, el pecho como un barril y algo malvado en los ojos. El noble lo montaba sin dificultad. A Ash, todas las señales le decían «este hombre es un soldado».</p> <p>Casi con recato, el conde exiliado dijo:</p> <p>—Estoy aquí para encontrar a un aspirante de la casa de Lancaster al trono inglés; tras el asesinato del fallecido Enrique, de glorioso recuerdo, y con su hijo muerto en la batalla de Tewkesbury<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n86">86</a>, la casa York no tiene tan seguro el trono. Un heredero legítimo podría destronarlos.</p> <p>Ash, que no sabía prácticamente nada de las luchas dinásticas de los <i>rosbifs</i> después de su breve implicación cinco años atrás, recordó algo y le lanzó a John de Vere una mirada perpleja.</p> <p>Sereno, este dijo:</p> <p>—Sí, soy consciente de que el Duque Carlos está casado con la hermana de Eduardo de York.</p> <p>—Eduardo de York, que en la actualidad es Eduardo, cuarto de ese nombre, rey de Inglaterra por la Gracia de Dios.</p> <p>De Vere la corrigió con un aire de inmensa autoridad.</p> <p>—Rey usurpador.</p> <p>—¿Así que estáis aquí, en la corte de un príncipe casado con la hermana del rey de la casa York, para encontrar a un aspirante de la casa Lancaster que esté dispuesto a invadir Inglaterra y luchar contra el rey de la casa York para quitarle el trono? Ya. Claro.</p> <p>Ash volvió a relajarse en la silla y controló el obvio deseo de Godluc de echarse y rodar en la exuberante hierba verde sobre la que cabalgaban. Le resultó imposible mirar al Conde de Oxford durante un minuto y cuando lo hizo ya no estaba tan segura de si este había estado sonriendo o no.</p> <p>—Recordadme que vuelva a negociar nuestro contrato si se llega a eso, su Gracia. Estoy bastante segura de que Anselm no querría que lo firmara.</p> <p><i>De hecho, estoy bastante segura de que nada le gustaría más. ¡Maldito Robert! Jamás ha renunciado a sus putas guerras inglesas, ¡pero a mi no me va a meter en ellas!</i></p> <p><i>Y no es que no prefiriera estar a media Cristiandad de aquí ahora mismo</i>...</p> <p>—No penséis en ello como un acto de locura, capitán. —El rostro batido por los elementos del Conde de Oxford se arrugó, divertido—. O no penséis en ello como una locura peor que emplear a una mujer mercenaria para que ayude a las tropas que me traigo de casa.</p> <p>Ash empezó a plantearse que bajo aquella fachada militar inglesa, John de Vere, Conde de Oxford, podría ser tan temerario como un caballero de quince años en su primera campaña. <i>Y tan chiflado como un perro con los huevos ardiendo</i>, pensó con severidad. <i>Robert, Angelotti, os habéis metido en un lío muy, muy grande</i>.</p> <p>El Conde dijo:</p> <p>—Venís del sur, capitán, y erais empleada del comandante visigodo. ¿Qué podéis decirme? Dentro de los términos de vuestra <i>condotta</i>.</p> <p><i>Aquí está. Y no es más que el primero. Me van a plantear preguntas muy interesantes y no solo condes ingleses locos que se da la casualidad de que son mis patrones</i>...</p> <p>—¿Y bien? —dijo de Vere.</p> <p>Ash miró por encima del hombro y vio a su propia escolta, dirigida por Thomas Rochester con su estandarte personal. Cabalgaban entremezclados con las tropas vestidas de color morado y blanco.</p> <p>El resto de la compañía, arqueros, archeros y caballeros juntos en promiscua armonía, se adelantaban con sus oficiales, a pie o a caballo para volver al campamento.</p> <p>—Sí, su Gracia. —En aquel momento, Ash entrecerró los ojos para protegerse del sol y contempló la columna; desde esta ilusoria perspectiva, detrás de ellos, no parecían avanzar; solo semejaban un bosque de jiferos que se movía suavemente de arriba abajo. Una multitud de cascos de acero y cabezas de alabardas que relucían bajo el sol borgoñón.</p> <p>Ash dijo:</p> <p>—Si deseáis inspeccionar mi compañía, hay vino en mi tienda. Estoy considerando qué puedo contaros, sin traicionar a mi patrón anterior. —Dudó un momento, luego dijo—: ¿Por qué queréis saberlo?</p> <p>El noble no pareció ofenderse y ella había respondido con la falta de ceremonia suficiente para provocarlo si pensaba dejarse provocar. La joven pensó, <i>ahora averiguaremos lo que quiere</i> y esperó con las riendas metidas entre los dedos y balanceando el cuerpo al ritmo del paso suelto de Godluc.</p> <p>—¿Por qué? Porque he cambiado de opinión sobre este asunto desde que llegué aquí. —John de Vere cambió al francés borgoñón—. Con esta cruzada del sur desenrollándose sobre la Cristiandad como una alfombra, y mis señores príncipes de Borgoña y Francia peleándose en lugar de unirse, es necesario dejar la causa de Lancaster en suspenso. ¿De qué serviría tener un rey de la casa de Lancaster en el trono de Inglaterra si lo primero que ve es una flota de galeras negras subiendo por el Támesis?</p> <p>Ash retrasó un poco a Godluc para poderle verle la cara al inglés. Los ojos de este, entrecerrados por el sol, mostraban unas profundas patas de gallo. No la miró a ella, ni a los kilómetros de suntuosos campos borgoñones que tenía ante él.</p> <p>Por encima de los tintineos de los arreos y del largo resoplido de Godluc, el Conde de Oxford dijo:</p> <p>—Estos visigodos son buenos. O bien nos conquistan, desunidos como estamos, o nos unimos y aun así podrían vencernos. Sería una mala guerra. Y luego están los turcos esperando al este, listos para bajar y arrebatarle al ganador los despojos. —Los nudillos finos y nudosos del noble empalidecieron sobre las riendas; el bayo agitó la cabeza—. ¡Quieto!</p> <p>—Su Gracia me ha contratado porque he estado allí.</p> <p>—Sí. —El inglés controló su caballo. Los pálidos ojos azules perdieron su expresión ensimismada y se clavaron en Ash:</p> <p>—Señora, vos sois el único soldado que puedo encontrar en Borgoña que ha estado allí. Hablaré con vuestros oficiales, también; con vuestro maestro artillero en particular. Primero escucharé los detalles de las armas que portan y su modo de librar la guerra. Luego vos podéis contarme los rumores que los siguen. Como esa tontería de un cielo sin sol sobre las Alemanias.</p> <p>—Eso es cierto.</p> <p>El Conde de Oxford la miró fijamente.</p> <p>—Es cierto, mi señor. —Ash se encontró más inclinada a llamarlo por su título, dado que estaba en el exilio—. He estado allí, mi señor. Los vi apagar el sol. Únicamente desde que llegamos aquí...</p> <p>Agitó una mano enguantada para indicar la extensión verde de hierba que bajaba hasta la vega; las carretas, las tiendas y los pendones al viento del campamento del león Azur; el agua espumosa del río Suzon; y los tejados picudos de Dijon, las tejas azules que relucían como espejos bajo el sol estival.</p> <p>—... únicamente aquí he vuelto a ver el sol.</p> <p>De Vere tiró de las riendas.</p> <p>—¿Por vuestro honor?</p> <p>—Por mi honor, de la misma forma que con mi honor firmo un contrato. —A Ash le sorprendió su propia honestidad. Se metió las riendas debajo del muslo y se subió las mangas de la camisa de lino. Ya tenía la piel enrojecida del calor de la mañana, pero lo agradeció, nunca tenía suficiente, quemada o no.</p> <p>—¿Todavía brilla el sol sobre Francia e Inglaterra?</p> <p>Hubo algo en la intensidad de su pregunta que debió de transmitirse al Conde porque de Vere se limitó a decir:</p> <p>—Sí, señora. Así es.</p> <p>Godluc bajó la cabeza. Una espuma blanca empezaba a formarse en sus flancos. Ash dirigió una mirada experta a las filas de caballos (formadas en esa parte del campamento que incluía los árboles y el río) y consideró su frescor y su sombra. Los caballos de guerra, separados por los sufridos mozos de cuadra de las monturas normales, parecían malhumorados.</p> <p>Una figura salió corriendo de la puerta de carretas del campamento y mientras la contemplaba cruzó a toda velocidad la vega hacia ellos, hacia el estandarte del león Azur que sujetaba Thomas Rochester, supuso la mercenaria, y por tanto hacia ella.</p> <p>Con la mirada prendida de la figura que corría, el Conde de Oxford dijo:</p> <p>—¿Y esa máquina de guerra suya? ¿También la habéis visto?</p> <p>—Yo no vi ninguna máquina —dijo Ash con cuidado. La figura lejana era Rickard—. Os diré lo que sé —dijo la mercenaria con tono decidido y luego, con humor—. Me habéis contratado por lo que sé, su Gracia. Así como por estos hombres. Y en lo que pueda, os diré la verdad.</p> <p>—Bien entendido que no sentís más lealtad hacia mí que hacia el último hombre que os contrató —comentó el Conde.</p> <p>—Ni menos lealtad. —Lo corrigió Ash. Azuzó un poco a Godluc y se acercó a Rickard, que haciendo trabajar sus largas piernas pisoteaba la hierba y los botones de oro para hablar con ella.</p> <p>Rickard se detuvo, se inclinó hacia delante y con las manos se agarró los muslos, empezó a recuperar el aliento y se irguió. Con el rostro enrojecido le tendió un rollo de pergamino.</p> <p>Ash bajó la mano.</p> <p>—¿Qué es esto?</p> <p>El muchacho de cabellos negros se lamió los labios resecos y jadeó.</p> <p>—Un requerimiento del Duque de Borgoña.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Capítulo 5</p> <p><img src="/storefb2/G/M-Gentle/El-Libro-De-Ash-01-Ash-La-Historia-Secretac1/i9"/></p> </h3> <p>A<style style="font-size:80%">SH FUE CONSCIENTE</style> de que el pulso se le disparaba, la boca se le secaba a toda prisa y sentía la necesidad de visitar las letrinas. Cerró la mano con fuerza alrededor del pergamino del Duque de Borgoña.</p> <p>—¿Cuándo? —quiso saber, no pensaba deletrear la escritura de un escribano palabra por palabra delante de un nuevo patrón. Al ver el rostro de un color rojo subido de Rickard, soltó el cuero de agua de la silla y se lo pasó al muchacho—. ¿Cuándo nos quiere el Duque?</p> <p>Rickard bebió, se echó un chorro chispeante por los rizos negros y sacudió la cabeza rociándolo todo de gotas.</p> <p>—A la quinta hora pasado el mediodía. ¡Jefe, ya es casi mediodía!</p> <p>Ash esbozó una sonrisa tranquilizadora.</p> <p>—Tráeme a Anselm, Angelotti, Geraint Morgan y al padre Godfrey, ¡corre!</p> <p>Le falló la voz.</p> <p>Se volvió a erguir en la silla y vio que Robert Anselm acababa de dejar el campamento otra vez, y con él el maestro artillero. Al tiempo que el muchacho pasaba a su lado corriendo, los dos hombres cruzaron a grandes pasos la hierba verde y espesa y se acercaron a ella y al séquito del Conde de Oxford.</p> <p>—Aquí vienen... los chicos blancos como azucenas —comentó con tono seco y en voz baja. <i>¡Robert, en qué me has metido!</i>—. Mi señor de Oxford, ¿querríais aceptar mi hospitalidad?</p> <p>El rubio inglés colocó su caballo al lado de Godluc y contempló el campamento del león Azur, que empezaba, mientras ellos miraban, a parecerse a una colmena que acaba de recibir la patada de un burro. Con una sonrisa ligera murmuró:</p> <p>—El Conde de Oxenford<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n87">87</a> quizá haría mejor en irse durante una hora para dejar que pongáis orden entre vuestros hombres.</p> <p>—No. —El tono áspero no abandonó la voz de Ash. Tenía los ojos clavados en los oficiales que se aproximaban—. Sois mi jefe, mi señor. Y ahora es decisión vuestra si debo obedecer este mandato de ir a ver al irreflexivo Duque. Y, si voy, cómo voy y qué debo decirle. Es cosa vuestra, mi señor.</p> <p>El noble levantó las cejas desvaídas.</p> <p>—Sí. Sí, señora. Podéis acudir. Debo decidir lo que habéis de decir. Lamentablemente, al parecer es posible que os haya impedido aceptar un contrato más generoso que el que yo pueda ofrecer mientras Richard de Gloucester<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n88">88</a> retenga mis tierras.</p> <p><i>¿Y cuánto nos pagas tú? Ni una centésima parte de lo que nos podría pagar Carlos</i> Temaraire<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n89">89</a>, <i>eso seguro. Mierda</i>.</p> <p>—Quedaos y comed conmigo, mi señor. Debéis darme vuestras órdenes. Puedo agasajar también a vuestro séquito. —Ash cogió aliento—. Pretendo reunirlos a todos ahora y pasar revista, para así poderos decir el número exacto de nuestras fuerzas. El maese Anselm quizá ya os haya dicho que dejamos Basilea de una forma un tanto precipitada. Habéis hecho un buen negocio. Mi señor.</p> <p>—La pobreza es peor amo que yo, señora.</p> <p>Ash examinó el jubón raído del noble y pensó, <i>despojado de sus privilegios y en el exilio</i>.</p> <p>—Eso espero, sinceramente —murmuró por lo bajo. Y luego—: ¡Disculpadme, su Gracia!</p> <p>Cuando los hombres del pequeño séquito del Conde se acercaron a él, Ash le dio a Godluc unos golpecitos con las espuelas y se adelantó al trote. Era consciente de que Florian caminaba al lado de su estribo y que Godluc intentaba morder al cirujano. Empezó a dolerle la cabeza. Se detuvo delante de las figuras jadeantes de Robert Anselm, Angelotti y ahora también Geraint ab Morgan. Desde la silla contempló el campamento que se extendía más allá de sus cabezas y lo examinó con ojo crítico para percibir los detalles de lo que era, en esencia, un caos.</p> <p>—¡Por Jesucristo sobre el Madero!</p> <p>Visto en detalle era peor que a primera vista. Había hombres tirados bebiendo alrededor de hogueras cubiertas de cenizas grises. Alabardas y archas estaban apoyadas en montones desordenados o descansaban inestables sobre las cuerdas. Hombres de armas a medio vestir hurgaban en ollas ennegrecidas. Las putas estaban sentadas en las carretas, comiendo manzanas y riéndose a carcajadas. El patético intento de la lanza de Euen Huw de vigilar la entrada la hizo estremecerse. Los niños corrían y chillaban demasiado cerca de las filas de caballos. Y la muralla de carretas iba bajando, en el río, hasta convertirse en una masa de pequeños refugios, más que nada mantas sobre palos, sin que se hiciera ningún esfuerzo por dejarlos a salvo del fuego o hacer posible la defensa.</p> <p>—¡Geraint!</p> <p>—¿Sí, jefe?</p> <p>Ash miró furiosa a un ballestero lejano que llevaba las calzas desabrochadas y un sucio gorro blanco sobre el cabello enmarañado que le llegaba a los hombros. Estaba sentado sobre una carreta tocando un silbato en clave de C.</p> <p>—¿Qué te crees que es esto, la puta feria de san Miguel? ¡Arregla a esos condenados mastuerzos antes de que nos despida Oxford! ¡Y antes de que lleguen aquí los visigodos y nos arreen una patada en el culo! ¡Muévete!</p> <p>El sargento gales de los arqueros estaba acostumbrado a que le gritaran, pero la indignación sincera de su jefa hizo que se girara de inmediato y entrara en el campamento como una tromba; se metió entre las tiendas, pasó las grandes piernas por encima de las cuerdas con una agilidad considerable, y luego le bramó varias órdenes a cada lanza de hombres por la que pasaba. Ash se quedó sentada en la silla, con los puños en las caderas y lo contempló irse.</p> <p>—En cuanto a ti —se dirigió a Anselm sin bajar la cabeza—. Se acabó lo que se daba. Olvídate de comer con tu antiguo señor. Para cuando salgamos de mi tienda, este campamento va a parecer recién sacado de Vegetius, y estos mamones adormilados van a parecer soldados. O bien tú no vas a estar aquí. ¿Tengo razón?</p> <p>—Sí, jefe.</p> <p>—Era una pregunta retórica, Robert, coño. Que formen, pasa revista; quiero saber a quién hemos perdido y con quién nos quedamos. Y en cuanto estén en el campo, que empiecen a practicar con las armas los ejercicios de rutina; la mitad están tirados por ahí poniéndose hasta las cejas y eso se acabó ahora mismo. ¡Necesito una escolta digna de entrar en el palacio del Duque Carlos conmigo!</p> <p>Anselm se puso pálido.</p> <p>La mercenaria gruñó:</p> <p>—Tienes una hora. ¡A trabajar!</p> <p>Florian, con la mano en el estribo de Godluc, lanzó una risita profunda e intensa.</p> <p>—La jefa hace «<i>¡guau!</i>» y todo el mundo salta.</p> <p>—¡No me llaman «la vieja hacha de batalla» por nada!</p> <p>—Ah, ¿así que sabías eso? No estaba segura.</p> <p>Ash contempló a Anselm, que volvía al campamento a la carrera, consciente de que, bajo la furiosa preocupación que sentía al ver que sus hombres no estaban seguros y bajo el miedo que la invadía al pensar en poner los pies en la corte más importante de Europa, una vocecita interna exclamaba <i>¡Dios, pero me encanta este trabajo!</i></p> <p>—Antonio, quédate aquí. Quiero enseñarle al noble inglés tus armas, jamás he conocido a un noble al que no le interesaran los cañones, y así me lo quitaré de encima durante una hora. ¿Dónde está Henri?</p> <p>Su senescal apareció ante la brida de Godluc, cojeando y apoyado en el brazo de Blanche.</p> <p>—Henri, vamos a invitar a este conde inglés y su séquito en la tienda de mando. Que pongan juncos frescos, vajilla de plata y una comida decente, ¿de acuerdo? Veamos si podemos presentar una mesa para alguien del rango del conde.</p> <p>—¡Jefe! ¿Con lo que cocina Wat? —El rostro horrorizado de Henri, enmarcado en una cofia de lino fue adoptando poco a poco una expresión de complacencia—. Ah, inglés. Eso significa que no sabe nada de comida y le importa aún menos. Dadme una hora.</p> <p>—¡La tienes! ¡Angelotti, vete!</p> <p>Hizo girar a Godluc con una presión de las rodillas y volvió lentamente hacia el estandarte cárdeno. La tela colgaba sin vida debido al calor. Los rostros de los hombres de armas brillaban húmedos y rojos bajo los yelmos. La mercenaria pensó, <i>todos y cada uno de los puñeteros campesinos se refugian del sol desde ahora hasta últimas horas de la tarde. Todos los comerciantes de Dijon están entre frescas paredes de piedra, escuchando a sus músicos. Apuesto a que hasta la corte del Duque está durmiendo la siesta. ¿Y qué nos dan a nosotros?</i></p> <p><i>Menos de cinco horas para prepararnos</i>.</p> <p>—¡Mi señora capitán! —gritó de Vere.</p> <p>Se acercó cabalgando al inglés.</p> <p>El Conde de Oxford, hablando (como había estado hablando hasta ahora) en el dialecto borgoñés del Ducado, señaló a sus jóvenes caballeros y solo dijo:</p> <p>—Estos son mis hermanos, Thomas, George y Richard, y mi buen amigo, el vizconde Beaumont.</p> <p>Todos sus hermanos aparentaban más o menos veintitantos años; el noble que quedaba era un poco mayor. Todos ellos tenían el cabello rubio, rizado, a la altura de los hombros y el mismo aspecto desarrapado en la armadura de las piernas, las brigantinas, y las empuñaduras de las espadas, con el cuero ya muy desgastado.</p> <p>El que parecía el más joven de los hermanos de Vere se irguió en la silla y dijo con un claro inglés de Anglia oriental:</p> <p>—¡Se viste como un hombre, John! Es una fulana. ¡No necesitamos a alguien como ella para sacar al falso Eduardo del trono!</p> <p>Otro hermano, cuyos ojos azules se entrecerraban, dijo:</p> <p>—¡Mira esa cara! ¡A quién le importa lo que es!</p> <p>Ash se acomodó sobre su caballo de guerra y examinó a los cuatro hermanos con expresión relajada. Volvió la cabeza hacia el noble restante, Beaumont. Con el inglés que recordaba de la campaña que había hecho allí, comentó:</p> <p>—No me extraña que digan lo que dicen de los modales ingleses. ¿Tenéis algo que añadir a eso mi señor Vizconde?</p> <p>El Vizconde de Beaumont levantó una mano aún embutida en el guantelete, en un gesto de rendición. Tenía chispas en los ojos y una expresión apreciativa. Cuando habló, la falta de un diente hizo que su voz adquiriera un tono suave muy atractivo.</p> <p>—¡Yo no, señora!</p> <p>La mercenaria se dirigió de nuevo al Conde de Oxford.</p> <p>—Mi señor, vuestro hermano, aquí presente, no es el primer soldado que me insulta por ser mujer... ¡no en unos veinte años!</p> <p>—Me avergüenzo de la falta de cortesía de Dickon<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n90">90</a>. —John de Vere hizo una reverencia desde la silla. Y al parecer confiando en ella dijo—: Mi señora capitán, vos sabéis cuál es la mejor forma de manejarlo.</p> <p>—¡Pero si es una débil mujer! —El hermano menor, Richard de Vere, volvió los asombrados ojos azules hacia ella y soltó—. ¿Qué sabes hacer?</p> <p>—Ah, ya veo... Crees que mi señor no me contrató por mi talento en la lucha —dijo Ash con brusquedad—. Tú crees que me contrató solo porque quiere interrogarme sobre el general visigodo y la invasión que se dirige hacia aquí y porque crees que Robert Anselm dirige esta compañía y está al mando en el campo de batalla. ¿Tengo razón?</p> <p>Uno de los de Vere medianos, Tom o George, dijo:</p> <p>—El Duque Carlos debe de ser de la misma opinión. Eres una mujer, ¿qué otra cosa sabes hacer salvo hablar?</p> <p>El Conde de Oxford dijo educadamente.</p> <p>—Este es mi hermano George, señora.</p> <p>Ash apartó un poco a Godluc para enfrentarse al hermano menor.</p> <p>—Te diré lo que sé hacer, maese Dickon de Vere. Sé razonar, sé hablar y sé hacer mi trabajo. Sé luchar. Pero si un hombre no cree que puedo mandar o cree que soy débil o no se echa al suelo cuando lo venzo en buena lid (que es como suelo arreglarlo con los reclutas), o cree que la mejor respuesta al razonamiento de una mujer es violarla... entonces sé matarlo.</p> <p>El rostro del menor de los de Vere se puso rojo desde el cuello hasta el nacimiento del pelo. En parte por vergüenza, en parte, supuso Ash, porque se dio cuenta de que seguramente era verdad.</p> <p>—Te sorprendería saber cuántos problemas te ahorra. —La joven esbozó una amplia sonrisa—. Cielo, no tengo que convencerte de que no soy ninguna sabandija. Solo tengo que luchar contra los enemigos de tu señor hermano razonablemente bien y sobrevivir para que me paguen.</p> <p>Dickon de Vere, muy pálido, se quedó mirando sin parpadear, de repente muy erguido en la silla. Ash se volvió otra vez hacia el Conde de Oxford.</p> <p>—No tengo que caerles bien, mi señor. Solo tienen que dejar de pensar en mí como en una hija de Eva.</p> <p>Se oyó un bufido por parte del vizconde Beaumont, una palabras en inglés entre los cuatro hermanos, tan rápidas que no pudo seguirlos, y luego, el hermano más joven se sonrojó, estalló en carcajadas y solo los dos medianos siguieron mirándola furiosos. El Conde se pasó la mano por la boca, quizá para ocultar una sonrisa.</p> <p>Ash entrecerró los ojos para protegerlos del sol. Sentía que el sudor le enmarañaba el cabello debajo del gorro de terciopelo. Godluc emitía un fuerte olor a caballo y arreos de cuero; para la mercenaria era un olor tranquilizador.</p> <p>—Ya es hora de que me deis las órdenes, mi señor —dijo con alegría. Y luego, mirándolo a los ojos—. Esta es mi compañía, mi señor Conde. Las ochenta lanzas. Y me gustaría saber algo. Somos demasiado grandes para ser una escolta y demasiado pequeños para ser un ejército, ¿por qué nos habéis contratado?</p> <p>—Más tarde, señora. Cuando comamos. Hay tiempo suficiente antes de que visitéis al Duque.</p> <p>A punto de insistir, Ash se dio cuenta de que Godfrey abandonaba en esos instantes una conversación en la puerta del campamento con tres o cuatro hombres mal vestidos y una mujer con un hábito verde. La cruz pectoral de madera del sacerdote le rebotaba en el pecho mientras cruzaba la hierba con grandes pasos y la túnica ondeaba entre sus talones desnudos.</p> <p>—Creo que mi escribano me necesita. ¿Os parece que aquí el maese Angelotti os muestre nuestros cañones? Están a la sombra... —Señaló hacia los árboles, al borde del río.</p> <p>Al encontrarse con los ojos de de Vere, la mercenaria fue consciente de que el noble inglés era perfectamente consciente de la estratagema, estaba perfectamente acostumbrado a semejantes cortesías y estaba dispuesto a consentirlas.</p> <p>Ash se levantó por un momento en la silla y se inclinó al tiempo que Angelotti cogía la brida del Conde y lo llevaba hacia el campamento.</p> <p>—¿Godfrey?</p> <p>—¿Sí, niña?</p> <p>—¡Ven conmigo! —Puso a Godluc al paso con Godfrey al estribo—. Cuéntame todo lo que hayas averiguado sobre la situación en Dijon mientras yo inspecciono el campamento. ¡Todo! No tengo ni idea de lo que está pasando en la corte borgoñona y ¡tengo que plantarme delante del Duque dentro de cuatro horas!</p> <p>Su tienda de mando, cuando llegó a ella, era un caos de sirvientes que entraban y salían a toda prisa, ponían la mesa y sembraban la paja acre del suelo de juncos frescos y dulces. Ash irrumpió detrás de la cortina que separaba ambas partes y se vistió para la siguiente comida con grandes prisas, sabiendo que aquel sería el atavío con el que se presentaría ante el Duque.</p> <p>—¡Es Borgoña, Florian! ¡No hay nada mucho mejor!</p> <p>Floria del Guiz estaba sentada con las piernas cruzadas encima de un cofre, y no parecía demasiado impresionada. Levantó las piernas a toda prisa para quitarlas de en medio.</p> <p>—No sabes si vas a luchar con el Duque. El conde chiflado de Robert podría llevarnos a Dios sabe dónde.</p> <p>—De Vere quiere enfrentarse a los visigodos. —Ash tenía los antebrazos levantados, hablaba con Floria sin prestarle ninguna atención a Bertrand y Rickard que le abrochaban los ojales del jubón hasta las muñecas. Las mangas se abullonaban a la moda en los hombros.</p> <p>Bertrand se quejó. Ash se removió, inquieta.</p> <p>—No voy a tener el buen aspecto que debería, ¡esa puta se quedó con mi armadura!</p> <p>El cirujano bebió de una copa de plata que les había arrebatado a los sirvientes de Henri Brant.</p> <p>—¡Venga ya, ponte lo que quieras! No es más que un Duque.</p> <p>—Que no es más que un... ¡no me jodas, Florian!</p> <p>—Crecí con esto. —La mujer de largas piernas se secó el sudor de la cara—. Así que no tienes tu armadura, ¿y?</p> <p>—¡Joder! —Ash no encontró palabras para explicar lo que significa ponerse una armadura completa, no tenía forma de decirle a Floria «¡pero te sientes como Dios cuando la llevas puesta! Y delante de toda esa gente, de todos estos malditos borgoñones, quiero sentirme orgullosa de mí y de la compañía...».</p> <p>—¡Era un arnés completo! ¡Me costó dos años ganar el dinero para pagarlo!</p> <p>Un cuarto de hora por la vela marcada vio cada cofre revuelto, Bertrand con los ojos llenos de lágrimas al pensar en volverlo a ordenar todo y Ash con quijotes alemanes atados a los muslos, armadura milanesa en la parte inferior de las piernas, una brigantina de terciopelo azul con ribetes de latón apagados contra la tela y un peto de acero pulido que, atado alrededor de la cintura por encima de la brigantina, terminaba en punta sobre el esternón, en un florón de metal calado. Se iba a asar de calor.</p> <p>—Oh, mierda —dijo—. Oh, mierda, tengo una audiencia con Carlos de Borgoña, oh, mierda, oh, mierda...</p> <p>—¿No te parece que te estás tomando esto quizá demasiado en serio?</p> <p>—Lo que ven... es lo que soy. Y prefiero preocuparme por esto que... —Ash abrió una cajita con espejo que tenía en la mano y ladeó el diminuto reflejo redondo para intentar verse la cara. Bertrand le tiró del pelo con el peine. Ella lanzó un juramento, le tiró una botella al chiquillo, se soltó el cabello plateado sobre la parte herida de la cabeza y se quedó mirando sus ojos, tan oscuros, del color de los estanques en los bosques salvajes. El más leve tono dorado le coloreaba las mejillas, fruto del sol, haciendo que las cicatrices resaltaran aún más pálidas. Aparte de las cicatrices, y de la delgadez que le había producido la enfermedad, un rostro perfecto le devolvía la mirada.</p> <p><i>No te preocupes por la armadura porque no va a ser eso en lo que se fijen</i>.</p> <p>Floria se quitó de en medio cuando pasaron dos hombres y contempló a Ash mientras daba órdenes a los líderes de lanza y los despedía con toda eficiencia. Su sonrisa adquirió un tono sardónico.</p> <p>—¿Vas a la corte con el pelo suelto? Eres una mujer casada.</p> <p>Ash le dio al cirujano una respuesta que había estado practicando mentalmente en su lecho de enferma.</p> <p>—Mi matrimonio fue un engaño. Juro ante Dios que ahora estoy exactamente en el mismo estado que antes de contraer matrimonio.</p> <p>Floria emitió un largo y basto sonido:</p> <p>—¡No jefe! Eso no lo intentes aquí. Hasta a Carlos de Borgoña le va a dar la risa.</p> <p>—¿Merece la pena intentarlo?</p> <p>—No. Confía en mí. No.</p> <p>Ash se quedó quieta mientras Bertrand le abrochaba el cinturón de la espada alrededor de la cintura. Las placas de metal cubiertas de terciopelo de la brigantina crujían cuando respiraba.</p> <p>Desde las sombras de color sepia que arrojaba la lona, la mujer alta dijo:</p> <p>—¿Y qué le vas a decir a nuestro noble Conde sobre tu encuentro con la general visigoda? ¿Más de lo que me has contado a mí? Por Cristo, mujer, ¿es que iba a yo a traicionar una confidencia? Estamos todos...</p> <p>—¿Estamos? —la interrumpió Ash.</p> <p>—... yo, Godfrey, Robert... ¿Cuánto tiempo pretendes que esperemos? —Floria limpió la parte superior de una de las cuatro copas de plata de Ash con un pulgar mugriento y levantó los ojos brillantes—. ¿Qué te pasó? ¿Qué te dijo? ¿Sabes?, tu silencio es ensordecedor.</p> <p>—Sí —dijo Ash sin más, sin responder a la esforzada ligereza de la mujer—. Lo estoy meditando bien. No vale la pena dejar el polvo a medias. Podría afectar al futuro de la compañía, al mío, y convocaré una reunión de oficiales cuando lo tenga yo claro, y no hasta entonces. Mientras tanto, tenemos que enfrentarnos al Gran Duque de Occidente y a un conde inglés chiflado.</p> <p>Dos órdenes redujeron el pabellón exterior al orden y desengancharon los paneles laterales de la lona. El dosel seguía dando sombra; los lados abiertos dejaban entrar ácaros irritantes, mariposas blancas y libélulas, esos dardos de un color verde metálico que bajaban en picado sobre ellos; también dejaban que la brisa del río repleto de juncos soplara sobre el rostro de Ash.</p> <p>Sometió a un breve examen la mesa, vestida con un mantel amarillo lamentable. La vajilla de plata relucía lo suficiente para dejar reflejos en la retina. Elegantes hombres de armas de una de las lanzas de van Mander empezaban a formar la guardia alrededor de la zona central del campamento. Tres de las mujeres del campamento tocaban flautas dulces, un aire italiano. Henri y Blanche habían juntado las cabezas y hablaban acaloradamente.</p> <p>Cuando Ash miró, el senescal se limpió el rostro rojo y chorreante con la manga de la camisa y asintió; justo entonces, el sol se reflejó a sus espaldas en unos brillantes rizos dorados y la mercenaria se dio cuenta de que era Angelotti, que conducía al grupo del Conde de vuelta a la tienda de mando.</p> <p>Vio que John de Vere se daba cuenta de que Blanche iba a ser una de las sirvientas, hecho no muy habitual y que la compañera de lanza de Ludmilla, Katherine, aguardaba con su ballesta y una correa de mastines, formando parte de la guardia de la tienda de mando.</p> <p>Casi como una pregunta, John de Vere comentó:</p> <p>—Tenéis muchas mujeres en vuestro campamento, señora.</p> <p>—Por supuesto que sí. La pena por violación es la muerte.</p> <p>Eso sobresaltó al vizconde, lo notó por la expresión de Beaumont; pero el Conde de Oxford se limitó a asentir con expresión pensativa. Presentó a Floria del Guiz con cierto cuidado (pero el Conde saludó al cirujano como si fuera un hombre) y a Godfrey Maximillian.</p> <p>—Tengan la bondad de sentarse —dijo con formalidad la mercenaria y, tras dejar que los sirvientes colocaran a cada hombre en la tienda según su rango, le cedió la cabecera de la mesa a John de Vere. La música cesó mientras el rumor sordo de Godfrey bendecía la mesa.</p> <p>Al sentarse, con la mitad de la cabeza puesta en la distancia que podrían haber cubierto los visigodos en seis días y la otra mitad concentrada en la mejor forma de comportarse en la corte del Duque Carlos con una invasión en puertas, un recuerdo encajó de repente en su lugar.</p> <p>—Por Dios Santo —estalló Ash cuando Blanche y una docena más pusieron la primera colación sobre la mesa—. Os conozco. He oído hablar de vos. ¡Vos sois ese Lord Oxford!</p> <p>El conde inglés se estremeció con lo que, después de medio segundo, ella se dio cuenta de que era una carcajada.</p> <p>—¿«Ese» Oxford?</p> <p>—¡Os metieron en Hammes!</p> <p>Floria, al otro lado de la mesa, levantó la vista de un plato de codorniz.</p> <p>—¿Qué es Hammes?</p> <p>—Un trullo de alta seguridad —dijo Ash sin más. Luego se puso colorada y empezó a servir a John de Vere personalmente del único tajadero grande de plata que todavía poseían—. Es un castillo a las afueras de Calais. Con fosos y canales y... ¡se supone que es el castillo más difícil de Europa, no hay quién se escape de allí!</p> <p>El Conde de Oxford estiró el brazo y le dio al vizconde Beaumont una fuerte palmada en el hombro.</p> <p>—Y eso habría sido si no hubiera sido por este hombre. Y Dickon, George y Tom. Pero os equivocáis en una cosa, señora, yo no me escapé. Me fui.</p> <p>—¿Os fuisteis?</p> <p>—Me llevé a mi carcelero principal, Thomas Blount, conmigo, como aliado. Dejamos a su esposa defendiendo el castillo hasta que volvamos con tropas para la casa de Lancaster<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n91">91</a>. —John de Vere sonrió—. La señora Blount es una mujer que incluso vos encontraríais formidable. ¡No me cabe duda de que podemos volver a Hammes en cualquier momento de los próximos diez años y encontrarnos con que sigue siendo nuestro!</p> <p>—Mi señor de Oxenford es famoso. Invadió Inglaterra —le dijo Ash a Floria. Contuvo una carcajada, no había malicia en ella, solo orgullo por las hazañas del otro—. Dos veces. Una vez con los ejércitos de Margarita de Anjou y del rey Enrique. —Un alegre bufido—. Y la otra solo.</p> <p>—¡Solo! —Floria del Guiz se volvió con expresión incrédula hacia el conde—. Tendréis que disculpar los modales de la jefa, mi señor de Oxford. Se pone así a veces.</p> <p>—Tampoco es que estuviera solo. —protestó Oxford muy serio—. Tenía ochenta hombres conmigo.</p> <p>Floria del Guiz se arrellanó en la silla y miró al noble inglés con unos ojos iluminados por el vino y una sonrisa infecciosa.</p> <p>—Ochenta hombres<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n92">92</a>. Para invadir Inglaterra. Ya veo...</p> <p>—Mi señor el Conde tomó el monte Michael de Cornualles —dijo Ash—. Y lo conservó... ¿cuánto tiempo, un año?</p> <p>—No tanto. De septiembre del 73 a febrero del 74. —El conde miró a sus hermanos, cuyos gritos se iban elevando con la charla informal en la que estaban inmersos—. Se mostraron firmes por mí. Pero no los hombres de armas, una vez que quedó claro que no iba a llegar ningún socorro de Francia<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n93">93</a>.</p> <p>—Y después de eso, Hammes. —Ash se encogió de hombros—. Ese Lord Oxford. Por supuesto.</p> <p>—La tercera vez, pondré a un hombre mejor que Eduardo en el trono<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n94">94</a>. —Se apoyó contra la silla de roble tallado. Con un tono acerado por debajo, John de Vere dijo—: Soy el decimotercer conde de un linaje que se remonta al Duque Guillermo. En ese tiempo inmemorial mis antepasados eran grandes señores y cancilleres del reino de Inglaterra. Pero desde que estoy en el exilio, no más cerca de un rey de la casa de Lancaster de lo que vos estáis de una Papisa Juana, señora, y ya que tenemos esos godos a los que enfrentarnos, entonces... «ese Lord Oxford» tendrá que ser.</p> <p>Levantó la copa de plata con gravedad para brindar con Ash.</p> <p><i>¡Ay dioses! Así que este es el gran conde soldado inglés</i>... La mente de Ash se disparó mientras le daba un buen trago a aquel vino tinto indiferente.</p> <p>—Vos también reconciliasteis a Warwick, el Hacedor de Reyes, con la reina Margarita<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n95">95</a>. ¡Dios Santo!... Siento decirlo, mi señor, lo cierto es que yo me encontraba luchando en el lado contrario al vuestro en el campo de Barnet en el 71. Nada personal. Solo negocios.</p> <p>—Sí. Y ahora, señora, a nuestro negocio —dijo de Vere con brusquedad.</p> <p>—Sí, mi señor —Ash se asomó más allá del dosel que le daba sombra, por detrás del Conde, a las tiendas y pendones que los rodeaban y se combaban bajo el cálido sol de la tarde primera. La armadura la mantenía erguida en la mesa. El peso de la brigantina no le molestaba pero el calor que le daba la hacía palidecer. Empezó a zumbarle la cabeza otra vez.</p> <p>Entre la tienda de Geraint y el pabellón de Joscelyn van Mander, vio la cuesta de prados verdes y las hojas grises de los árboles que se levantaban más allá del borde del agua. Un reflejo azul lejano le llamó la atención: Robert Anselm, en el campo, despojado de todo salvo de la almilla y las calzas, gritándole a los hombres que practicaban con espadas y alabardas. Los pequeños aguadores daban carreras entre las filas de hombres. El aullido duro del galés Geraint ab Morgan resonaba por encima del golpe seco de las astas que golpeaban los blancos de paja.</p> <p><i>¡Que practique con este calor! Seguro que mañana no son tan gandules, coño. Ya es hora de que este sitio empiece a parecerse a un campamento militar... Porque en caso contrario van a dejar de pensar que son una compañía militar. ¿Me pregunto a cuántos he perdido en las casas de putas de Dijon?</i></p> <p>La vela marcada del pabellón mostraba que ya casi empezaba la tercera hora de la tarde. Hizo caso omiso del latido de anticipación que sentía en el estómago y levantó una copa de vino aguado, el líquido tibio en su boca.</p> <p>—¿Hago entrar a mis oficiales, mi señor?</p> <p>—Sí. Ahora.</p> <p>Ash se giró para darle la orden a Rickard, que permanecía detrás de la silla de su ama, con la espada de esta y su segunda mejor celada en las manos. Sin que nadie lo esperara, habló Floria del Guiz:</p> <p>—Al Duque Carlos le encanta una buena guerra. ¡Ahora querrá atacar a todo el ejército visigodo!</p> <p>—Entonces lo borrarán del mapa —dijo Ash con tono hosco mientras Rickard se dirigía por lo bajo a uno de los muchos muchachos de las carretas que servían de pajes. Entre los sirvientes, los pajes y dos o tres docenas de hombres armados con perros sujetos por correas que rodeaban este extremo del dosel del pabellón, la mesa formaba una isla de quietud. La mercenaria se apoyó en los brazos, hizo caso omiso de las manchas del mantel y se dio cuenta de que los ojos azules de John de Vere la contemplaban.</p> <p>—Tenéis razón, mi señor Conde. No hay posibilidad de ganarle una batalla a los visigodos sin que se unan los príncipes de Europa. ¡Ni en broma! Deben de saber lo que ocurrió en Italia y las Alemanias pero supongo que se creen que no puede pasarles a ellos.</p> <p>Hubo un revuelo entre los guardias del exterior de la tienda y entró Robert Anselm sudando bastante, Angelotti siguiéndole los pasos y Geraint muy cerca de los otros dos. Ash les hizo un gesto para que se acercaran a la mesa. El vizconde Beaumont y el más joven de los hermanos de Vere se inclinaron hacia delante para escuchar.</p> <p>—Informes de los oficiales —anunció Ash apartando su plato—. Será mejor que prestéis atención a esto, su Gracia. Nos ahorrará tener que repasar las cosas dos veces.</p> <p><i>Y te dará una visión lisa y llana de lo que somos... bueno, ¡no vayamos a confundirnos con lo que contratamos!</i></p> <p>Geraint, Anselm y Angelotti ocuparon sus sitios en la mesa. El capitán de los arqueros contempló hambriento los restos de comida.</p> <p>—Hemos rehecho el perímetro. —Robert Anselm dio un barrido por la mesa y rescató un trozo de queso del plato de Ash. Mientras masticaba, apuntó con la voz espesa—. ¿Geraint?</p> <p>—Así es, jefe. —Geraint ab Morgan le lanzó a los hermanos Oxford una mirada ligeramente suspicaz—. Hemos montado las tiendas de vuestros hombres en el lado del río del campamento, su Gracia.</p> <p>Ash se limpió la frente húmeda.</p> <p>—Bien... ¿Y dónde está Joscelyn? Siempre suele andar por ahí para las reuniones del grupo de mando.</p> <p>—Oh, está allí abajo, jefe. Dándoles la bienvenida en nombre del león.</p> <p>El capitán gales de los arqueros habló con un tono totalmente inocente y levantó la vista con un gruñido de agradecimiento cuando Bertrand, a un gesto de Ash, trajo unas copas de cuerno llenas de vino aguado. Robert Anselm le lanzó a Ash una mirada llena de intención.</p> <p>—¿Es eso cierto, por Dios? —murmuró Ash para sí—. ¿Y esa reorganización tuya del campamento implicaba poner todas las lanzas flamencas juntas?</p> <p>—No, jefe, eso lo hizo van Mander cuando llegamos aquí.</p> <p>Los pendones de las tiendas que veía le indicaban al ojo experto de Ash que todo el cuarto posterior del campamento estaba compuesto de tiendas flamencas, entre las cuales no se entremezclaba ninguna otra nación. El resto era, como siempre, una promiscua mezcla de tierras.</p> <p>Asintió pensativa, con la mirada ausente y clavada en un grupo de mujeres que pasaban con faldas de lino y camisolas sucias, riéndose mientras se dirigían hacia la puerta del campamento y (era de suponer) hacia la ciudad de Dijon.</p> <p>—Déjalo estar por ahora —dijo—. Pero ya que estamos en ello, quiero doble guardia en el perímetro a partir de ahora. No quiero que los hombres de Monforte o los chavales borgoñones entren a mangar nada y no quiero que los nuestros salgan a ponerse como cubas todo el tiempo. Que vayan a la ciudad en grupos, no más de veinte cada vez. A ver si reducimos al mínimo las peleas gratuitas.</p> <p>Robert Anselm soltó una risita.</p> <p>—Sí, capitán.</p> <p>—¡Y eso también va para los oficiales y los líderes de lanza! De acuerdo. —Ash lanzó una mirada a toda la mesa—. ¿Qué se piensa en el campamento sobre este contrato con los ingleses?</p> <p>Godfrey Maximillian se limpió el sudor de la frente con un gesto rápido. Miró a Anselm como pidiéndole disculpas y luego dijo:</p> <p>—Los hombres hubieran preferido que fuera algo que tú negociaras en persona, capitán. Creo que están esperando a ver cómo respiras tú.</p> <p>—¿Geraint?</p> <p>El gales dijo, como quitándole importancia:</p> <p>—Ya conoces a los arqueros, jefe. ¡Por una vez están luchando del mismo lado que alguien que se supone que habla peor que ellos! No os ofendáis, vuestra Gracia.</p> <p>John de Vere miró con bastante severidad al capitán de los arqueros, pero no dijo nada.</p> <p>Ash insistió.</p> <p>—¿Nadie disiente?</p> <p>—Bueno... La lanza de Huw cree que deberíamos haber intentado conseguir otro contrato con los visigodos. —Geraint no miró a Oxford y dijo con tono firme—. Y yo también, jefe. Un ejército al que superan en número no gana batallas y al del Duque lo superan y con mucho. La forma de conseguir que te paguen es estar del lado del ganador.</p> <p>Ash miró con expresión interrogativa a Antonio Angelotti.</p> <p>—Ya conoces a los artilleros —se hizo eco Angelotti—. Muéstranos algo a lo que podamos disparar y todo el mundo contento. La mayor parte de mi personal está en el campamento borgoñón ahora mismo, echándole un vistazo a su artillería... hace dos días que no veo a la mayoría.</p> <p>—Los visigodos no utilizan mucha artillería —comentó Geraint—. A vosotros eso no os haría mucha gracia.</p> <p>Angelotti esbozó su reservada sonrisa.</p> <p>—Algo de bueno tiene estar del mismo lado que los grandes cañones.</p> <p>—¿Y los hombres de armas? —preguntó Ash a Robert Anselm.</p> <p>—Yo diría que más o menos la mitad, Carracci y todos los chavales italianos, los ingleses y los del este, están contentos con el contrato. A los chavales franceses no les hace mucha gracia estar del mismo lado que los borgoñones pero se aguantarán. Todos creen que les debemos a esos andrajosos algo por lo de Basilea.</p> <p>Ash bufó.</p> <p>—He mirado en el cofre de guerra, ¡ellos nos deben algo a nosotros!</p> <p>—Ya se atascarán cuando llegue el momento —continuó Anselm, divertido. Luego frunció el ceño—. No puedo responder por los flamencos, capitán. Ahora ya no hablo con di Conti y los demás, solo hablo con van Mander; dice que ahorra tiempo si pasa él las órdenes.</p> <p>—Ya. —Ash comprendió perfectamente la inquietud de Anselm y asintió—. De acuerdo, sigamos adelante...</p> <p>John de Vere habló por primera vez.</p> <p>—Estas lanzas disconformes, mi señora capitán, ¿van a significar un gran problema?</p> <p>—Ninguno en absoluto. Va a haber algunos cambios.</p> <p>Ash se encontró con la mirada de Vere. Había algo en su expresión decidida que debía de ser convincente porque el noble se limitó a asentir y dijo:</p> <p>—Entonces ocupaos vos de ello, capitán.</p> <p>Ash dejó el tema.</p> <p>—Bien, lo siguiente...</p> <p>Más allá de los hombres apiñados alrededor de la mesa de lino, detrás de los tejados puntiagudos de las tiendas, relucía el color verde de las colinas de piedra caliza cubiertas de bosques que rodeaban Dijon. Por debajo de la línea de árboles, en el valle, las pendientes fulguraban con tonos verdes y marrones: filas de parras que maduraban al sol. Ash entrecerró los ojos para protegerlos de aquel fulgor mientras intentaba juzgar si ese sol en Leo seguía brillando con tanta fuerza como el día anterior.</p> <p>—Lo siguiente —dijo Ash—, es el asunto de lo que vamos a hacer.</p> <p>Ash miró a Oxford. Se encontró escarbando con la punta del cuchillo y aire ausente la pasta negra como el carbón que había confinado un filete de vaca y una empanada de queso. La hoja esparció fragmentos por el mantel.</p> <p>—Es lo que ya os había comentado, mi señor. Esta compañía es demasiado grande para que vos nos queráis como simple escolta. Pero en absoluto lo bastante grande para enfrentarnos a un ejército... ya sea visigodo o borgoñón.</p> <p>El conde inglés sonrió un instante al oír eso. Los oficiales de la mercenaria hicieron una mueca.</p> <p>—Así que... he estado pensando, su Gracia. —Ash hizo un gesto brusco con el pulgar por encima del hombro. Por donde se quitaron las paredes de la tienda quedó visible la larga pendiente de pastos que subían hasta los muros de la ciudad y los tejados puntiagudos del convento—. Mientras estaba allí arriba. Tuve tiempo para pensar. Y se me ocurrió una idea que tengo a medio cocer y con la que quiero acercarme al Duque. La pregunta es, su Gracia, ¿vos y yo hemos tenido la misma idea a medio cocer?</p> <p>Robert Anselm se frotó la mano húmeda por la cara para esconder una sonrisa; Geraint ab Morgan se atragantó y Angelotti miró a Ash bajo unos párpados ovalados ambiguamente bajos.</p> <p>—¿A medio cocer? —preguntó el Conde Oxford con suavidad.</p> <p>—Una «idea loca» si lo preferís. —El entusiasmo la embargaba y por un momento borró tanto el calor opresivo como las secuelas de la herida y se inclinó sobre la mesa—. No vamos a atacar a toda la fuerza de invasión visigoda, ¿verdad? ¡Para eso se necesitaría todo lo que el Duque Carlos tiene aquí y algo más! Pero... ¿por qué tendríamos que atacarlos de frente?</p> <p>De Vere asintió por un momento.</p> <p>—Una incursión.</p> <p>Ash hundió la punta del cuchillo en la mesa.</p> <p>—¡Sí! Una fuerza incursora podría descabezarlos... una fuerza incursora de, digamos, setenta u ochenta lanzas: ochocientos hombres. Más grande que una escolta pero aun así lo bastante pequeña para moverse con rapidez y para salir del lío si nos encontramos con su ejército. Y esos somos nosotros, ¿verdad?</p> <p>Oxford se echó hacia atrás un poco, la armadura le tintineó. Sus tres hermanos empezaron a mirarlo fijamente.</p> <p>—No es ninguna locura —dijo el Conde de Oxford.</p> <p>El vizconde Beaumont ceceó:</p> <p>—¡Solo en comparación! No es una locura tan grande como algunas de las cosas que hemos hecho, John.</p> <p>—¿Y cómo ayuda eso a Lancaster? —interrumpió el más joven de los de Vere.</p> <p>—¡Silencio! Rufianes. —El Conde de Oxford le dio una palmada a Beaumont en el hombro y revolvió el pelo de Dickon. Su rostro cansado y arrugado estaba lleno de vida cuando devolvió su atención a Ash. Sobre él, la lona blanca llameaba con un tono dorado que ocultaba el fiero sol europeo del sur.</p> <p>—Sí, señora —confirmo—. Hemos estado pensando lo mismo. Una incursión para quitarles su comandante, su general. Su Faris.</p> <p>Por un momento, lo que la mercenaria ve no es el campamento bañado por el sol que tiene en Borgoña, sino un vergel<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n96">96</a> cubierto de escarcha de Basilea: una mujer con un camisote visigodo y una sobrevesta limpiando el vino derramado de la ondulada tela de seda, con el ceño marcado en el rostro, el rostro de Ash. Una mujer que ha dicho hermana, hermanastra, gemela.</p> <p>—No.</p> <p>Ash, por primera vez, vio que el Conde parecía sobresaltarse.</p> <p>Con un tono muy práctico, Ash repitió:</p> <p>—No. No su comandante. No aquí, en Europa. Creedme, la Faris espera algo así. Sabe muy bien que en estos momentos todos los príncipes enemigos quieren su cabeza en una estaca, y está bien protegida. En medio de unos doce mil soldados. Atacarla ahora mismo es imposible.</p> <p>Ash miró a su alrededor y luego volvió a mirar a de Vere.</p> <p>—No, mi señor... cuando dije que tenía una idea a medio cocer, hablaba en serio. Quiero montar un ataque contra Cartago.</p> <p>—¡Cartago! —bramó Oxford.</p> <p>Ash se encogió de hombros.</p> <p>—Os apuesto lo que queráis, eso no se lo esperan.</p> <p>—¡Y con razón, coño! —exclamó uno de los de Vere medianos.</p> <p>Godfrey Maximillian balbuceó «¡Cartago!» con un tono de asombro indignado.</p> <p>Angelotti le murmuró algo a Robert Anselm al oído. Floria, quieta como un animal que olisquea a los perros de caza miró a Ash con una expresión estrecha, confusa, quejosa en su rostro manchado.</p> <p>John de Vere, con el mismo tono escéptico que había utilizado ella antes al referirse a las pretensiones de la casa Lancaster, dijo:</p> <p>—Señora, ¿planeabais pedirle a Carlos de Borgoña que os pagara por atacar al Rey Califa en Cartago?</p> <p>Ash cogió aliento. Se apoyó en el respaldo del taburete, muerta de calor bajo el dosel de lona y levantó la copa para que Bertrand se la llenara de vino aguado.</p> <p>—Hay dos cosas que se han de considerar, su Gracia. Una, su Rey Califa, Teodorico, está enfermo, quizá moribundo. Cosa que sé por fuentes muy fiables. —Por un momento la mercenaria se encontró con la mirada de Floria, de Godfrey—. Un Rey Califa muerto sería muy útil. Bueno, ¡un Califa muerto siempre es útil! Pero... si se fuera a producir una lucha dinástica en casa, no creo que el ejército visigodo fuera a seguir invadiendo el norte durante esta campaña. Es posible que incluso los reclamen y deban volver al norte de África. Como mínimo, los detendría durante el invierno. Es probable que no cruzaran la frontera borgoñona.</p> <p>—Ahora veo por qué esperabais hablar con Carlos, señora. —John de Vere parecía pensativo.</p> <p>Dickon de Vere farfulló algo. Protegida por la charla cada vez más alta de los nobles ingleses, Floria del Guiz dijo:</p> <p>—¿Estás loca?</p> <p>—De Vere es un soldado y no cree que sea una locura. No del todo —se corrigió Ash.</p> <p>—Es una acción desesperada. —Robert Anselm frunció el ceño, distraído; las reservas en su voz se filtraban muy por encima de lo que decía. Se pasó la mano por la cabeza sudorosa y brillante—. Desesperada, no estúpida.</p> <p>—Cartago —dijo Antonio Angelotti en voz baja. Había una expresión en el rostro del maestro artillero que Ash no consiguió identificar. Y eso la preocupaba, necesitaba saber cómo sería en el campo de batalla.</p> <p>Godfrey Maximillian la miró.</p> <p>—¿Y? —la animó a seguir...</p> <p>—Y... —Ash apartó el taburete y se levantó. El debate de los nobles ingleses había alcanzado la proporción de una discusión a gritos, John de Vere golpeaba la mesa con el puño repetidas veces y el movimiento de la mujer pasó desapercibido. Como pájaros sorprendidos en medio del maíz, los rostros de sus oficiales se elevaron hacia ella.</p> <p>Y ella pensó, al mirar alrededor de la mesa, que nadie que no conociera esos hombres podría haber percibido el ambiente creciente de desconfianza (desde luego de Vere y sus ingleses no parecían conscientes de él) pero para ella era tan audible como un grito.</p> <p>—Jefe —dijo Geraint ab Morgan—. ¿Nos estás contando lo que tienes en mente?</p> <p>Ash le dijo a Roberto, a Florian, a Godfrey, a Angelotti, a Geraint:</p> <p>—Si muere su Rey Califa, eso nos dará un poco de espacio para respirar.</p> <p>Una mirada de firme incredulidad cerró la expresión de Godfrey Maximillian. Ya era suficiente: se giró de golpe y se movió un poco hasta quedar con la mano apoyada en uno de los mástiles de la tienda, con los ojos clavados más allá de la tela de araña de las cuerdas del pabellón, más allá de las sombras que arrojaban sobre el césped. Sus ojos contemplaron las chispas infinitas, brillantes, cálidas y relucientes que le arrancaba el sol al metal, las fuentes de plata, los pomos de las dagas, las hojas de las espadas en la vega, el florón de metal que coronaba el gran mástil del estandarte del campamento del león Azur.</p> <p>Ash se volvió. El sol la cegaba: todo lo que había bajo el dosel era ahora impenetrable, bañado en sombras marrones, solo visible un fulgor de rostros blancos. Volvió a entrar y se dirigió a la mesa.</p> <p>—De acuerdo. Eres muy listo. No el Rey Califa. —Posó la mano sobre el hombro de Robert Anselm y la cerró, sintió el lino basto teñido de azul de la almilla del hombre y la calidez de su cuerpo—. Aunque eso sería un incentivo.</p> <p>Dejó que su mirada se deslizara por Godfrey, que estaba sentado acariciándose la barba de un color castaño ambarino, y luego pasó por el rostro de Floria hasta la solemnidad de icono bizantino de Angelotti y la expresión confusa e impaciente de Geraint.</p> <p>Beaumont dijo algo en un rápido inglés.</p> <p>—Sí —añadió Oxford, levantó la cabeza de la discusión para mirar a Ash y con un gesto de la cabeza, también al vizconde—. Habéis dicho, señora, que hay dos cosas que se han de considerar; ¿cuál es la segunda?</p> <p>Ash le hizo un gesto a Henri Brant. El senescal se apresuró a echar a los pajes y sirvientes de la tienda. Una orden brusca atrajo la atención del capitán de la guardia y les ordenó a los hombres de armas que alejaran un poco el círculo que rodeaba la tienda. La mercenaria sonrió para sí y sacudió la cabeza. <i>Y aun así habrá rumores antes de que caiga la noche</i>.</p> <p>—Lo segundo —su mirada adquirió una expresión ensimismada, seria, pragmática—, es el Gólem de Piedra.</p> <p>Ash apoyó los puños en el mantel y miró a su alrededor, a sus oficiales y al Conde de Oxford.</p> <p>—La <i>machina rei militaris</i>, la máquina táctica. Eso es lo que yo quiero capturar.</p> <p>Ash, que miraba a Godfrey mientras hablaba, vio que sus ojos oscuros y brillantes parpadeaban. Tenía una arruga en la frente: miedo, condenación o preocupación, no había nada claro.</p> <p>—¿Estás segura...? —empezó a decir.</p> <p>Ash le hizo un gesto para que guardara silencio, no antes de ver la mirada que Floria del Guiz le dedicó al sacerdote.</p> <p>—Sabemos que la Faris oye una voz —dijo Ash en voz baja—. Habéis oído todos los rumores sobre el Gólem de Piedra de los visigodos. Le habla desde Cartago, le dice cómo ganar batallas con sus ejércitos. Eso es lo que tenemos que sacar de allí. No al Califa. Quiero entrar allí para aplastar, quemar y destruir esa máquina de la que tanto habla. ¡Quiero borrar del mapa ese «Gólem de Piedra», cerrarle el puto pico para siempre!</p> <p>Un pájaro carpintero empezó a martillar uno de los alisos que crecían al lado del río, el duro <i>toc-toc-toc</i> resonaba por el aire húmedo, más penetrante que el ruido de los hombres que practicaban con la espada. Al otro lado del río, no había nada que distinguiera el brillante horizonte sureño de la tarde de los otros tres puntos de la brújula.</p> <p>El ceceo confuso del vizconde de Beaumont preguntó:</p> <p>—¿Cuánto depende esa mujer de esa «machina» y cuánto de sus generales? ¿Su pérdida supondría una pérdida tan grande para ella?</p> <p>Antes de que Ash pudiera responder, John de Vere interpuso:</p> <p>—¿Has oído otra cosa, desde que pusiste los pies en Calais, salvo «el Gólem de Piedra»? Aunque solo exista como rumor, esa «machina» tiene para ella el mismo valor que un ejército.</p> <p>—Entonces, si no es más que un rumor —comentó su hermano George—, no se puede destruir, de la misma forma que no puedes partir el humo con una espada.</p> <p>Tom de Vere añadió:</p> <p>—Y si es cierto que existe, ¿está en Cartago o con esa mujer-general? ¿O en alguna otra parte? ¿Quién sabría decirlo?</p> <p>Ash oyó que el pájaro carpintero paraba. Entre las tiendas y por encima de las empalizadas vio a varios muchachos con hondas que habían bajado al río.</p> <p>Dijo con viveza:</p> <p>—Si la máquina de guerra estuviera con ella, a estas alturas ya habríamos podido comprar esa información. No está con ella. Si está en algún otro lugar, entonces es que es tan valiosa para ellos que solo puede estar justo en medio del corazón del imperio visigodo, tras un número descomunal de guardias, en el centro de su capital. —Ash hizo una pausa y esbozó una amplia sonrisa—. La ciudad que yo sugiero que asaltemos.</p> <p>Lacónico, el Conde de Oxford dijo:</p> <p>—Si.</p> <p>—Algo así de único, ahí es donde va a estar, vuestra Gracia. ¿Os imagináis al Rey Califa dejándolo salir de la ciudad? Pero podemos comprar esa información, confirmarla; Godfrey tiene contactos con los Medici exiliados. Se puede averiguar cualquier cosa de un banco.</p> <p>Irónico, John de Vere dijo:</p> <p>—En general, nunca los he encontrado muy dispuestos a cooperar con los miembros de la casa Lancaster en el exilio. Le deseo mejor fortuna a vuestro escribano. Señora, ¿qué hace la <i>machina rei militaris</i> por los visigodos? ¿Es un objetivo vital?</p> <p>—Esta invasión la dirige la Faris; ella es vital pero no podéis capturarla a ella y ella cree que su máquina es vital. Lo miréis como lo miréis —dijo Ash sacando un taburete con respaldo y sentándose otra vez—. Ella cree que le dio instrucciones precisas para derrotar a los italianos, los alemanes y los suizos en el campo de batalla.</p> <p>Levantó una de las copas sucias con un gesto automático, olvidaba que no había pajes. Bajó el recipiente. Estiró el brazo y cogió ella misma la jarra de cerámica, vertió en la copa una generosa cantidad de vino aguado y se lo bebió de golpe, consciente de que su rostro debía de estar tan acalorado como el de Anselm y el de Oxford.</p> <p><i>¿Voy a salirme con la mía?</i>, pensó. <i>¿Esto y nada más</i>?</p> <p>—Estáis muy ansiosa por salir a morir —murmuró el Conde de Oxford.</p> <p>—Estoy ansiosa por luchar, vivir y que me paguen. La cantidad de dinero que tengo en el cofre de guerra es aterradoramente pequeña y... —Ash señaló con un movimiento brusco del dedo las tiendas borgoñonas y mercenarias visibles en la confluencia de los ríos de Dijon—, hay muchos otros lugares, demasiados, a los que pueden ir mis chavales y firmar por una paga mejor. Necesitamos luchar. Nos patearon el culo en Basilea; necesitamos responder con otra patada.</p> <p>El Conde de Oxford insistió:</p> <p>—¿Luchar por algo que quizá sea un rumor, un fantasma, nada?</p> <p><i>No, no voy a conseguir solo esto y nada más</i>.</p> <p>—De acuerdo. —Ash hizo girar el vino en su copa y contempló las ligeras ondas que hacía. Levantó los ojos y le disparó una mirada a de Vere, consciente de que el noble la estaba retando en silencio—. Si voy a hacer lo que planeo, tengo que tener una autoridad que me respalde con dinero. Y vos no vais a darme autoridad ni dinero a menos que os convenzáis. Las cosas son así, su Gracia.</p> <p>La mano morena de Godfrey Maximillian acarició la Cruz de Espinos. Ash leyó el rostro de Godfrey con tanta claridad que la asombró que nadie más lo hiciera. Solo la presencia del Conde de Oxford evitaba que el escribano de la compañía estallara «¿le vas a contar que has oído su voz? ¿Que oyes voces desde siempre?».</p> <p>Inesperadamente, habló el menor de los de Vere, Dickon.</p> <p>—Mi señora capitán, vos oís voces. Se lo he oído decir a vuestros hombres. Como la doncella francesa.</p> <p>La voz del joven se elevó al final, la insinuación de una pregunta; y se ruborizó bajo la mirada furiosa de sus hermanos mayores.</p> <p>—Sí —dijo Ash—. Así es.</p> <p>Entre el estallido de voces de latón, soldados nobles ingleses que gritaban sus puntos de vista en conflicto cada vez más alborotados, Ash ocultó por un momento el rostro entre las manos.</p> <p>En la oscuridad que sentía tras los ojos pensó, <i>y si se destruye el Gólem de Piedra, ¿mi voz y mi vida desaparecen con él?</i></p> <p>—Miradme, vuestra Gracia —lo invitó la mercenaria y cuando el conde inglés la miró, la joven dijo—: Y cuando veáis a la Faris, estaréis mirando el mismo rostro. Nos parecemos lo suficiente para ser gemelas.</p> <p>—¿Sois una bastarda de su familia? —Oxford alzó las cejas—. Sí. Es posible, supongo. ¿Qué relación tiene con esto?</p> <p>—Durante diez años he creído que oía al león hablándome. —Ash, sin darse cuenta, se hizo la señal de la cruz sobre el pecho y con los dedos rozó el trozo brillante de metal perforado de la coraza. Se encontró y sostuvo las miradas de todos y cada uno, el ceño meditabundo de Robert Anselm, la enigmática falta de expresión de Angelotti, la mirada furiosa de Floria, la confusión de Geraint y la mirada fija, evaluadora, intensa, del conde inglés.</p> <p>«Durante diez años he oído la voz del león hablando en mi alma, en el campo de batalla. Por eso aquí algunos me llaman «Leona». Cuando piensan en ello—. La boca de Ash adoptó una sonrisa irónica—. Ha habido campañas por aquí en las que no se podía uno mover por la cantidad de hombres deslumbrados por Dios que oían voces de santos; no es tan extraño.</p> <p>Una oleada de carcajadas masculinas recorrió la mesa.</p> <p>Ash concentró la mirada en aquel hombre despojado de sus privilegios, el conde inglés.</p> <p>—Esta parte quiero mantenerla en silencio todo el tiempo que pueda —dijo la joven—. No hay forma de mantenerla por completo en secreto; ya sabéis cómo son los campamentos. Mi señor Oxford, sé que la Faris oye una voz, la he oído hablar con ella. No es el león que llevo tantos años escuchando. Es su máquina de guerra. Ella la oye porque la criaron para eso. Y yo la oigo... porque soy su gemela bastarda.</p> <p>Oxford se la quedó mirando.</p> <p>—Señora... —Y luego, quedó claro que descartaba las dudas y preguntaba lo que él consideraba esencial—. ¿Lo saben?</p> <p>—Oh, lo saben —dijo Ash muy seria. Volvió a sentarse en el taburete y apoyó las palmas de las manos en la armadura—. Por eso se molestaron en hacerme prisionera en Basilea.</p> <p>Oxford chasqueó los dedos. Su expresión decía con toda claridad «¡pues claro!».</p> <p>Dickon de Vere dijo con ingenuidad:</p> <p>—Si tus voces están de su lado, <i>pucelle</i>, ¿aún puedes luchar?</p> <p>Los ecos de esa pregunta eran visibles en los rostros de los oficiales de la mercenaria. Ash le sonrió al caballero inglés con los labios apretados.</p> <p>—Pueda o no pueda, puedo demostrarte que es la misma voz, la misma máquina. Si no lo fuera... —Miró entonces a John de Vere—, no habrían tenido tantas ganas de encontrarme en Basilea, joder. Y no querrían arrastrarme hasta Cartago para interrogarme.</p> <p>Una brisa de aire húmedo subió del río trayendo consigo el olor a hierba y a agua fresca que cubrió por un momento el sudor y el hedor del campamento. La mercenaria estiró el brazo y se aferró al hombro de Floria y al brazo de Godfrey Maximillian.</p> <p>—Cartago me busca. —Afirmó Ash—. Y no pienso huir. Tengo aquí ochocientos hombres armados. Esta vez les voy a llevar la lucha directamente a ellos.</p> <p>Le resplandecían los ojos. La joven es entusiasta, sencilla como el filo de una espada, con esa aterradora sonrisa que esboza cuando va a luchar, aterradora porque es serena, la sonrisa de alguien para quien todo va bien en el mundo.</p> <p>—¿Me quieren en Cartago? ¡Pues iré a Cartago!</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; text-align: center; font-size: 95%"><i>[Copias de correos electrónicos hallados entre las páginas de la 3" edición:]</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #135 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, mensaje</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 15/11/00 a las 7:16 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Disculpa esto, no he dormido, llevo la mayor parte de la noche en Internet consultando con universidades de todo el mundo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Tienes razón. SON todos los manuscritos. El Cartulario de Santa Herlaine se ha perdido en su totalidad. Hay una copia del Pseudo Godfrey en la galería de falsificaciones del Victoria & Albert. El texto Angelotti y la VIDA de del Guiz son un romance medieval y leyendas. No puedo encontrarlos documentados como historia medieval ¡con posterioridad a la década de los años 30!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Por lo que puedo descargar, los manuscritos que tienen en la red son los mismos TEXTOS que yo he estado traduciendo. Todo lo que ha cambiado es la CLASIFICACIÓN, de historia a ficción.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Solo puedo pedirte que creas que no soy ningún fraude.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #80 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, documentación</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 15/11/00 a las 9:14 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Te creo. O confío en ti, que quizá venga a ser lo mismo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Comprobamos tu historial académico antes de firmar el contrato. Claro. Eres bueno, Pierce. Sé que puedes ser bueno y aun así estar equivocado, pero eres bueno.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Los descubrimientos de la Dra. Napier-Grant. Envíame algo. Descárgame imágenes, algo, necesito algo que enseñarle al DE, ¡o esto va a ser un infierno!</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #136 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, descubrimientos arqueológicos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 15/11/00 a las 10:17 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Isobel no tiene ni la menor intención de permitir que las imágenes fotográficas de la excavación, o de los gólems, se publiquen en Internet. Dice que estarían por todo el mundo en menos de media hora.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Su hijo, John Monkham, vuelve en un vuelo desde Túnez a principios de esta semana. Por fin he convencido a Isobel de que le permita ser nuestro correo. Él te llevará copias de las fotos del gólem que ha hecho la expedición; pero estas estarán en su poder en todo momento. Isobel está dispuesta a autorizarte a que se las muestres a tu DE antes de que John las vuelva a traer a la excavación.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No puedo hacer más.</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #81 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, arqueología</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 15/11/00 a las 10:30 a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Dale a John Monkham mi número de teléfono, iré a buscarlo al aeropuerto.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Estoy deseando ver el gólem de Ash por mí misma. Pero supongo que tendré que esperar. Y mientras espero... ¿has pensado en ALGO que explique lo que está ocurriendo?</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #139 [Anna Longman / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, textos</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 16/11/00 a las 11:49a.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Ngrant@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Anna:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Francamente, no. NO tengo ni idea de por qué estos manuscritos están ahora clasificados bajo el epígrafe de «Ficción». Me estoy volviendo loco.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">TUVE una idea. Pensé, tienes que ser filosófico. La Navaja de Occam, si la explicación más sencilla de un acontecimiento es la que más probabilidades tiene de ser verdad, ¿no podría ser que la RECLASIFICACIÓN de los manuscritos «Ash» fuera el auténtico error? Ya sabes cómo es a veces, con las bases de datos de la red; si una universidad decide que un documento es una falsificación, eso provoca un «efecto cascada» en todas las universidades de la red. Y los documentos SÍ que se extravían y se pierden.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Ese pensamiento me consoló durante la noche pasada, cuando dormir era imposible. Me vi a mí mismo verificado. Por desgracia, esta mañana (con el sonido mundano de los camiones que llegan a la excavación) me di cuenta de que no es más que una mera fantasía. Un error en cascada no afectaría a todas las bases de datos. ¡Tampoco afectaría a esas bibliotecas que no están informatizadas! No. No tengo ni idea de lo que está pasando. Cuando tuve acceso a los manuscritos de la Biblioteca Británica, estos estaban clasificados como «Historia Medieval», ¡así de simple!</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Y no tengo ninguna explicación para el hecho aparente de que estos documentos se reclasificaran en la década de los años 30.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">No sé lo que está pasando pero sí sé que corremos el riesgo de que Ash se desvanezca en la nada, en una fantasía de la historia; que resulte ser un personaje no más (ni menos) histórico que el rey Arturo o Lanzarote. Pero yo estaba (y sigo estándolo) completamente convencido de que aquí estamos tratando con un ser humano real, por debajo de las añadiduras del tiempo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Lo que también me deja del todo perplejo es que lo que hemos encontrado en esta excavación autentifica no solo mi teoría de la existencia de una cultura visigoda en el norte de África, sino también los aspectos MÁS EXTRAÑOS de esa cultura, la tecnología post-romana, nueve siglos después. Si bien yo asumía que mis visigodos eran un hecho, ¡la tecnología es algo que siempre creí un mito! Y sin embargo, aquí está.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Aún inexplicable en lo que se refiere a su funcionamiento.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Es suficiente para hacerme pensar con amabilidad en Vaughan Davies. Quizá desconozcas lo extraña que es su Introducción a Ash: UNA BIOGRAFÍA, es algo que se tiende a pasar por alto, dado lo inmenso de sus conocimientos y la excelencia de sus traducciones.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Sugirió, refiriéndose al tema de las «añadiduras» que se han hecho a los textos, que las dificultades surgen no porque Ash ostente mitos añadidos, sino porque los ha diseminado.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Permíteme copiar lo que tengo conmigo:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em; margin-left: 10%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">(....) La hipótesis que yo (Vaughan Davies) me encuentro obligado a aceptar es que, en la supuesta historia de «Ash», este historiador se enfrenta a (entre otras cosas) el prototipo de la leyenda de La Pucelle, Jehanne de Domremy, más popularmente conocida en la historia como Juana de Arco.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Esta teoría quizá parezca que desafía a la razón. Los relatos de «Ash» se sitúan en lo que con toda claridad es el tercer cuarto del siglo XV. Desde luego estos manuscritos no se pueden fechar en ningún momento anterior a 1470. Juana de Arco ardió en la hoguera en 1431. Aceptar que Ash es la prefigura de Juana como arquetipo de la mujer guerrero es sin duda una locura, pues Juana fue la primera.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Yo creo, sin embargo, que son las leyendas de Ash, redentora de su país, lo que hemos transferido a la meteórica carrera de la joven francesa que fue, como se debe recordar, soldado a los diecisiete años y murió a los diecinueve, después de sacar a los ingleses de Francia; y que no es la historia de Juana la que se convierte en el ciclo «Ash» de relatos. El lector se preguntará, ¿cómo puede ser?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Se podría ofrecer una explicación simplista. Si las leyendas de Ash fueron en realidad relatos no tardíos sino más tempranos, entonces su reproducción de nuevo en la década de los años 80 del siglo XV se podría achacar a su popularidad. Con el invento de la imprenta, los autores se limitaron a rescribir sus relatos en términos contemporáneos. Era una práctica común, por ejemplo en los manuscritos iluminados de la época, reproducir escenas de la historia bíblica y clásica con ropas del siglo XV, así como avíos y escenarios.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">En este caso, aún se tendría que explicar la total ausencia de cualquier tipo de manuscritos del ciclo de «Ash» previos a 1470.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">¿Qué explicación queda?</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Es mi opinión que los relatos de «Ash» no son ficción, que son historia, solo que no nuestra historia.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Yo creo que Borgoña se «desvaneció» en realidad; no en el sentido aparente de que perdió el interés popular pero la puede descubrir un historiador diligente, sino en un sentido mucho más definitivo. Lo que tenemos en nuestros libros de historia no es más que una sombra, un resto.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Con la desaparición de Borgoña, esta historia de hechos y acontecimientos tenía que unirse a algo en el subconsciente colectivo de Europa: una de las cosas que buscaron fue una oscura campesina francesa.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Soy muy consciente de que eso exige la creación espontánea de la documentación histórica referida a Juana de Arco.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Aceptamos esto y uno empieza a tener una imagen mental de los acontecimientos reales que se deshacen en fragmentos desde la disolución de la Borgoña de Ash. Fragmentos que salen despedidos hacia delante y hacia atrás, que se empalan por toda la historia y adoptan el «color local» que necesitan para sobrevivir. Así pues, Ash es Juana y es Ashputtel/Cenicienta y una docena de leyendas más. La historia de esta primera Borgoña permanece, a nuestro alrededor.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Mi hipótesis se puede descartar por completo, claro está, pero la considero probable por muy buenas razones; (...)</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Siempre he sentido cierto cariño por esta teoría tan excéntrica y extravagante, la idea de que Borgoña se desvaneció de verdad de la historia después de 1477, como si dijéramos, pero que podemos encontrar los acontecimientos allí ocurridos en boca de otros personajes históricos; sus actos en los actos de otros hombres y mujeres que vivieron a lo largo de toda nuestra historia. El retrato de Borgoña, como si fuera, cortado en trocitos y salpicado como un rompecabezas por toda la historia; todavía visible para aquellos que se molestan en mirar.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Por supuesto, no es una teoría como tal. Está claro, aunque dice que él «cree», que no es más que un distinguido académico divirtiéndose con especulaciones y siguiendo el concepto de Charles Mallory Maximillian de «la Borgoña perdida» hasta su conclusión lógica.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">El problema es que esto es solo la «mitad» de su «Introducción» a ASH: UNA BIOGRAFÍA. La teoría no está completa, ¿cuáles son sus «muy buenas razones» para lo que él llama una «primera» Borgoña? No tenemos ni idea de cuál podría haber sido la teoría completa de Vaughan Davies. Yo consulté una edición barata de la guerra en tapa dura que había en la Biblioteca Británica y, como sabes, al parecer no existía ningún otro ejemplar de esta segunda edición de ASH. (Supongo que las existencias se destruyeron cuando el almacén de la editorial fue bombardeado durante los bombardeos alemanes de 1940). Por lo que he podido descubrir a lo largo de seis años de diligente investigación, hoy en día no existe ningún ejemplar completo.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Si fuéramos a buscar las pruebas de esta teoría parcial, se podría muy bien decir que Vaughan Davies era un excéntrico. Se podría pensar que era un auténtico «chiflado». Sin embargo, no lo descartes con tanta facilidad. No eran muchas las personas que en la década de los años 30 tenían doctorados en Historia «y» Física y una cátedra en Cambridge. Es obvio que estaba entusiasmado con la teoría de la física avanzada sobre la formación de mundos paralelos. En cierto modo, veo por qué; la historia (como el universo físico, si hemos de creer a los científicos) es cualquier cosa menos concreta.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">De la Historia, con mayúsculas, se conoce «muy poco». Yo mismo, y otros historiadores, hacemos un cuento con ella. En las universidades enseñamos que las personas se casaron a tal edad, que tantas murieron de parto, que tantos hicieron sus aprendizajes, que los molinos de agua y los tornos fueron el comienzo de la «revolución industrial del Medioevo», pero si le pides a un historiador que diga con precisión lo que le ocurrió a una persona dada un día concreto, eso no lo sabemos. Solo «suponemos».</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Hay lugar para tantas cosas en los espacios vacíos que hay entre la historia conocida.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Habría lanzado las manos al aire y abandonado este proyecto (no necesito que me arruinen mi reputación académica ni la oportunidad de que me publiquen) si no hubiera «tocado» su gólem.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Supongo que, también, estoy diciendo esto a modo de advertencia. Por estricta insistencia de Isobel, estoy continuando la traducción definitiva del objeto central de este libro, el documento al que alguien añadió (mucho después) el ingenioso encabezamiento «Fraxinus me fecit»: «Ash me hizo». Dado que Ash apenas sabía leer ni escribir, parece probable que sea un documento dictado a un monje, o a un escriba, pero con qué omisiones, añadiduras o alteraciones, no podemos saberlo. Dicho eso, estoy convencido de que este documento es genuino. Llena el vacío existente entre su presencia en el asedio de Neuss y su presencia posterior con los borgoñones a finales de 1476 y su muerte en Nancy el 5 de enero de 1477. El problema del «verano perdido», como siempre lo hemos llamado.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">He llegado a la parte que arroja más luz sobre las crónicas que hicieron del Guiz y Angelotti del tiempo que pasó Ash en Dijon. Al traducirlo ahora, con el gólem a solo unas tiendas de distancia, unos metros, al otro lado de un muro de lona, empiezo a plantearme una pregunta. Una pregunta muy seria, aunque cuando la hice antes, era un chiste.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Si los gólems mensajeros son verdad, ¿qué más lo es?</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Pierce</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Mensaje: #82 [Pierce Ratcliff / misc.]</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Asunto: Ash, documentación</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">Fecha: 16/11/00 a las 12:08 p.m.</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%">De: Longman@</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Formato borrado</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; text-align: left; font-size: 95%"><i>Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable</i></p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Pierce:</p> <p style="text-indent: 0em; margin-left: 8%; margin-right: 5%; text-align: justify; font-size: 95%">Si el «Angelotti» y el resto de los manuscritos no son ciertos, ¿qué más NO LO ES?</p> <p style="font-weight: bold; text-indent: 0em; margin-right: 5%; margin-bottom: 1.5em; margin-top: 1.5em; text-align: right; font-size: 95%">Anna.</p> <p style="text-align:right; text-indent:0em;"><strong><i>Fin</i></strong></p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p>Nota sobre el autor</p> </h3> <p><strong>Mary Rosalyn Gentle</strong> nació en Sussex en 1956. Fue adoptada y, a pesar de su nombre, pronto demostró su fuerte carácter. Dejó la escuela Hastings Grammar con 16 años y trabajó en varios oficios desde proyectora de cine a dependienta de almacén en una librería antes de convertirse en escritora profesional en 1979. Mary Gentle vive actualmente en Stevenage con su compañero, <strong>Dean Wayland</strong>, profesor de esgrima medieval e historiador amateur.</p> <p>En 1981 empezó a estudiar en la universidad de Bournemouth donde obtuvo su título en estudios combinados (política, inglés y geografía). Buscando la inspiración para sus obras, entró después en el Goldsmith's College para obtener un master en estudios del siglo diecisiete. Mientras escribía <i>Ash</i>, obtuvo en 1995 otro master en estudios sobre la guerra.</p> <p><strong>Mary Gentle</strong> es una de las autoras inglesas más importantes y originales de la última década. Terminó su primera novela con sólo 15 años, y aunque no fue publicada, el editor que la leyó se interesó por su obra y sólo unos años más tarde vería la luz <i>A Hawk in Silver(1997)</i>, una historia de fantasía juvenil, iniciando así una carrera precoz y de imparable ascenso. Gentle se ganó por primera vez la atención de la crítica con la serie de Orthe, un romance planetario compuesto por <i>Golden Witchbreed</i> (1983) <i>y Ancient Light</i> (1987). En ellas, su maestría con la ambientación histórica y exótica se combina con un reflejo de las relaciones entre el Primer Mundo y el Tercer Mundo.</p> <p>La siguiente fase en la carrera de <strong>Mary Gentle</strong> está influenciada por sus estudios de la historia del renacimiento Las herméticas filosofías y las punzantes realidades de aquella época dieron forma al magistral ciclo del <i>White Crow</i>, formado por dos novelas cortas reunidas en <i>Scholars and Soldiers</i> (1989), las novelas <i>Rats and Gargoyles</i> (1990) y <i>The Architecture of Desire</i> (1991), y el recopilatorio <i>Left To His Own Devices</i> (1994). Estas historias cuentan las extrañas y metafísicas aventuras de la soldado-escolana Valentine y su amante ocasional, el grueso y vulgar Baltazar Casaubon. Su siguiente novela, <i>Grunts</i>! (1992) es una ligera y claramente paródica revisión de la fantasía tolkeniana desde la perspectiva de los orcos.</p> <p>Tras completar un master en estudios sobre la guerra, <strong>Mary Gentle</strong> trabajó durante varios años en una extensa y fastuosa obra de fantasía, historia alternativa y ciencia ficción, Ash la historia secreta, publicada originalmente en el Reino Unido en un único volumen de 1100 páginas y aparecida posteriormente en Estados Unidos en cuatro entregas. Un clásico indiscutible de la fantasía moderna sobre las fronteras entre el mito y la historia, en el que un historiador trata de averiguar si la vida de Ash, una heroína rodeada de extrañas leyendas, es real o sólo una ficción. La historia, de Ash transcurre en un siglo 15 alternativo en el que los visigodos conquistan el norte de África e incluso Cartago, y se convierten en el principal rival del reino de Borgoña, situado entre las fronteras de Francia y de Alemania. Calificada como una de las mejores novelas de los últimos años, Gentle ha alcanzado con esta novela un éxito de críticas similar a los que consiguieron "Canción de hielo y fuego" de <strong>George R. R. Martin</strong> o "El libro del día del juicio final" de Connie Willis. Su novela más reciente, 2620: <i>A Sundial in a Grave</i>, es una propuesta de similar estilo y calidad en la que se entrecruzan las vidas de una mujer con habilidades de guerrera, un samurái superviviente de un naufragio y un filósofo y matemático que ha previsto el cataclísmico impacto de un cometa, quinientos años después.</p> <div class="modal fade modal-theme" id="notesModal" tabindex="-1" aria-labelledby="notesModalLabel" aria-hidden="true"> <div class="modal-dialog modal-dialog-centered"> <div class="modal-content"> <div class="modal-header"> <h5 class="note-modal-title" id="notetitle">Note message</h5> <button type="button" class="btn-close" data-bs-dismiss="modal" aria-label="Close"></button> </div> <div class="modal-body" id="notebody"></div> </div> </div> </div> <div style="display: none"> <div id="n1"> title </div> <div id="n2"> title </div> <div id="n3"> title </div> <div id="n4"> title </div> <div id="n5"> title </div> <div id="n6"> title </div> <div id="n7"> title </div> <div id="n8"> title </div> <div id="n9"> title </div> <div id="n10"> title </div> <div id="n11"> title </div> <div id="n12"> title </div> <div id="n13"> title </div> <div id="n14"> title </div> <div id="n15"> title </div> <div id="n16"> title </div> <div id="n17"> title </div> <div id="n18"> title </div> <div id="n19"> title </div> <div id="n20"> title </div> <div id="n21"> title </div> <div id="n22"> title </div> <div id="n23"> title </div> <div id="n24"> title </div> <div id="n25"> title </div> <div id="n26"> title </div> <div id="n27"> title </div> <div id="n28"> title </div> <div id="n29"> title </div> <div id="n30"> title </div> <div id="n31"> title </div> <div id="n32"> title </div> <div id="n33"> title </div> <div id="n34"> title </div> <div id="n35"> title </div> <div id="n36"> title </div> <div id="n37"> title </div> <div id="n38"> title </div> <div id="n39"> title </div> <div id="n40"> title </div> <div id="n41"> title </div> <div id="n42"> title </div> <div id="n43"> title </div> <div id="n44"> title </div> <div id="n45"> title </div> <div id="n46"> title </div> <div id="n47"> title </div> <div id="n48"> title </div> <div id="n49"> title </div> <div id="n50"> title </div> <div id="n51"> title </div> <div id="n52"> title </div> <div id="n53"> title </div> <div id="n54"> title </div> <div id="n55"> title </div> <div id="n56"> title </div> <div id="n57"> title </div> <div id="n58"> title </div> <div id="n59"> title </div> <div id="n60"> title </div> <div id="n61"> title </div> <div id="n62"> title </div> <div id="n63"> title </div> <div id="n64"> title </div> <div id="n65"> title </div> <div id="n66"> title </div> <div id="n67"> title </div> <div id="n68"> title </div> <div id="n69"> title </div> <div id="n70"> title </div> <div id="n71"> title </div> <div id="n72"> title </div> <div id="n73"> title </div> <div id="n74"> title </div> <div id="n75"> title </div> <div id="n76"> title </div> <div id="n77"> title </div> <div id="n78"> title </div> <div id="n79"> title </div> <div id="n80"> title </div> <div id="n81"> title </div> <div id="n82"> title </div> <div id="n83"> title </div> <div id="n84"> title </div> <div id="n85"> title </div> <div id="n86"> title </div> <div id="n87"> title </div> <div id="n88"> title </div> <div id="n89"> title </div> <div id="n90"> title </div> <div id="n91"> title </div> <div id="n92"> title </div> <div id="n93"> title </div> <div id="n94"> title </div> <div id="n95"> title </div> <div id="n96"> title </div> </div> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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