Moisés Cabello Alemán
MULTIVERSO ARMANTIA
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© 2004-2005, Moisés Cabello Alemán
Santa Cruz de Tenerife, España.
moisesc@gmail.com | http://www.moisescabello.com
Ilustración: Montaje creado a partir de imágenes de dominio público y stock libre de royalties.
Fuentes: http://pdphoto.org y http://morguefile.com
(puede adquirir un ejemplar impreso de Mareas en el Multiverso, que contiene esta obra y su continuación, Multiverso Gemini, en la web del autor, http://www.moisescabello.com)
Prólogo
'El error más frecuente al pensar en otros universos, es hablar de ellos como “alternativos”, creyendo que el nuestro tiene algún tipo de autenticidad sobre aquellos'
Boris Ourumov
Marla empezó a encoger los ojos… una molesta luz se encendía y apagaba intermitentemente… una luz blanca… y al despertar recordó que ya había amanecido. El comienzo de otro día , pensó ella con algo de hastío. Claro que, ¿cómo iba a saber que su vida iba a cambiar para siempre en cosa de horas? Abrió los ojos dificultosamente y apagó el filtro- despertador del ventanal de su habitación, dejando pasar la luz solar en un agradable cuarenta y cinco por ciento, lo ideal para empezar el día.
Hora de ir a trabajar.
Tras asearse y vestirse, decidió desayunar en el mismo dormitorio. Señaló con su IA -un anillo- la pared, la cual pasó a ser una pantalla translúcida con el logotipo de la constructora.
Sacudiendo el dedo un par de veces accedió a las noticias mientras sorbía su combinado.
…tras ser declarado vencedor en todas las encuestas sobre su rival Ricardo Garriot, Egidio Roberts fue descubierto anoche en un presunto delito de soborno y coacción. Aunque mantiene su inocencia, las pruebas parecen bastante sólidas y todo indica que se va a provocar un vuelco en las elecciones…
– Punto para ti, Marco -ella se había enterado por su trabajo cómo en buena parte de las consecuencias cronológicas de la victoria de Egidio, terminaba dando al traste con muchos intereses del país. No debía ganar. Marco Shuttleworth fue el encargado de falsear las pruebas, y ponerle en el peor sitio y en el peor momento.
Poco después de desayunar se dirigió al trabajo. En el metro se encontró con las mismas caras anónimas y soñolientas de todos los días; y seguirían en incógnita, pues no podía hablar con ninguno de sus portadores. Procuraba incluso no intercambiar miradas con los demás, no podía destacar.
Con los años aprendió a llevar relativamente bien la situación, pero en ocasiones se hacía asfixiante. En cualquier caso no duraría mucho, pronto finalizaría la expansión de las instalaciones de la compañía para incluir los módulos- vivienda de sus empleados; era lo que tenía trabajar en Alix B , que a uno no le permitían existir fuera. Realmente los nuevos ya vivían allí; ella pertenecía al grupo que por antigüedad aún dormía en el exterior, al menos durante unas semanas más.
Y así estaban las cosas. No es que la molestara vivir al margen de la sociedad, o al menos de aquella. La comisaría había volado la semana anterior, la ciudad permanecía cubierta por una nube amarillenta de polución, las manifestaciones para que las máscaras anti-smog fueran gratuitas acababan puntualmente reventadas por radicales a sueldo que preparaban el terreno para las intervenciones policiales, los políticos eran marionetas que usaban otros poderes para hacerse la puñeta… ciertamente vivía muy bien apartada de todo aquello. ¿Acaso no había sido siempre así? Los malos siempre ganan, dijo un escritor español siglo y medio atrás, mas no deben hacerlo sin que, aunque sea, les sangre la nariz.
¿Pero estaba realmente al margen? A ojos de otra persona, ella albergaba la misma mirada perdida que el resto de viajeros del metro. Indiferente. Adormilada. Impasible. No se discernía si iba o venía, si empezaba el día o lo acababa. Si pensaba en el futuro.
La imagen de la compañía no compartía tamaña discreción. Sus dos rascacielos principales se levantaban orgullosos sobre la ciudad con los ventanales reflejando el cielo como dos espejos, mientras los edificios colindantes eran más bajos, viejos y sucios, con marcas de incendios pasados. En ocasiones perdían nitidez por la tóxica neblina, que filtraba un Sol abrasador.
Al entrar pasó por diversos controles -rutinarios- de seguridad, al tiempo que introducía su tarjeta amarilla – infalsificable y libre de incómodas preguntas- en uno de los puestos de guardia.
Los guardias también tenían órdenes de ignorar las tarjetas amarillas. Una vez se enteró del discreto despido de uno de ellos por atreverse a recoger un impreso que se le había caído a alguien de Alix B para devolvérselo, contraviniendo las normas.
Reprodujo mentalmente la secuencia, y al mirar al suelo se fijó en que ese día estaba decorado con temática oceánica, creando ondas allí donde pisaba. Una azafata hablaba por duplicado en distintos paneles del techo.
– Bienvenidos a Alix, líderes en tecnología cuántica. Alix Corp tiene sede en más de cincuenta países y es actualmente la más avanzada en soluciones tecnológicas de alto nivel para uso médico y militar, recibiendo además los premios científicos más distinguidos. En el 2143, Boris Ourumov, empleado de Alix, recibió el premio Nobel tras conseguir el primer teletransporte de un objeto inanimado en la historia. En el 2156…
Se preguntó por cuánto tiempo mantendrían a Boris en aquella letanía que oía todas las mañanas. Tal vez ocultaran lo que había pasado, aquel premio le dio muchísima publicidad a la casa después de todo. Pero ese cabrón les traicionó. Le hizo una jugarreta a la compañía de consecuencias presumiblemente funestas, y le encargaron a ella encontrarlo.
Sin embargo, volvía con las manos vacías.
Pudo huir de la cantinela, dirigiéndose al ascensor. Tras varios transbordos, llegó a la subplanta veintisiete, donde al pasar por la sala de escaneo oyó una familiar voz electrónica vagamente femenina.
Bienvenida Marla, El Jefe la espera en la oficina.
Qué gilipollez, pensó. Todavía le daba vergüenza ajena llamar a su superior “El Jefe”, no entendía por qué no usaban un alias corporativo, al menos. Era ridículo.
Se puso la escafandra y activó la despresurización, limpieza y posterior restablecimiento de la presión en la siguiente sala. Tras otra sala de intercambio, consiguió finalmente entrar en el recibidor de Alix B, donde realmente ella trabajaba. Alix B era una división de la compañía totalmente aislada del resto; a partir de ese nivel, las instalaciones tenían un funcionamiento y mantenimiento independientes. Los primeros días llegaba a tardar más de veinticinco minutos en completar toda la operación, pero en aquel momento era capaz estar en su puesto de trabajo en menos de quince minutos.
Tras dirigirse a la oficina de El Jefe, apoyó la palma de su mano en la puerta para empujarla, pero la dejó unos instantes para que el detector de huellas no se quejara. Una voz electrónica anunció: Su cita no empieza hasta dentro de seis minutos. Por favor espere. Fastidiada se sentó cerca, mientras saludaba a otros que iban a trabajar. Uno de ellos al verla, agitó la mano, adivinando ella lo que pensaba “glubs, cita con El Jefe, y no es para cobrar”. Pasados unos minutos, volvió a apoyar la mano en la puerta, y esta vez se abrió.
El Jefe era un ser realmente odioso, aún más que el típico arquetipo de jefe odioso. Muchos rumores oscuros le rodeaban y los empleados le profesaban una mezcla de miedo y respeto. Marla le tenía más de lo segundo que de lo primero, pues llevaba ocho años ya en la compañía. Bastante, considerando que la mayoría abandona voluntariamente a los dos o tres años bajo su mando.
– Marla Enea -dijo El Jefe. Era un hombre de unos cincuenta y tantos, desaliñadamente obeso y que parecía permanentemente ausente debido a su monóculo oscuro. Tal era la forma de su IA que consultaba constantemente, y a veces conseguía que uno no supiera si realmente le estaba mirando u examinando en su monóculo órdenes de arriba.
La oficina estaba cerrada y tan sólo se oía al ventilador reciclando constantemente el rancio aire. Ella se sentó delante tras el gesto correspondiente.
– Sí, jefe.
– No hiciste lo que se te dijo.
– No fue posible.
Su superior estiró sus gruesos dedos como un fiscal contando crímenes.
– Se te asignó el objetivo de eliminar a Boris Ourumov. Nada. Se te asignó el objetivo de recuperar la unidad, el prototipo del dispositivo de viaje portable. Nada. Huyó con la unidad al universo 32-D de la sexta rotación, y sabías lo que nos jugábamos. Su sola existencia es totalmente inaceptable. Le teníamos localizado, te dimos los datos con todo lujo de detalles. Pero nada. Y aquí -dijo mirando de nuevo el informe-, no logro ver el porqué. Explícamelo.
– Estaba esperando mi llegada. Detectó mi salto y huyó. Usó la unidad -respondió monótonamente.
El Jefe dio un fuerte golpe en la mesa y la miró durante unos instantes con severidad, sin reaccionar. Momento monóculo, pensó ella. Nada le impedía disimularlo, pero debía ser consciente del efecto inquietante que producía.
– Pero jefe, todos los universos de nuestra red los tenemos controlados -objetó ella-. Seguramente se saldrá de la red, al caos. A la infinidad de universos. Podríamos eliminar por si acaso a los Boris de nuestra red y redoblar la vigilancia en ella. Eliminarles tras los últimos descubrimientos sobre los viajes multiversales que nos dejaron, claro está.
– Ya lo hice, Marla, ya lo hice. ¿No ves la gravedad del asunto? -dijo toscamente, levantándose y mirando el suelo con las manos en la cintura.
Con la tecnología multiversal todo era más complicado, sin duda un negocio de riesgo. Alix B usaba esta tecnología manipulando una red de universos paralelos en la que únicamente tenían cabida los que eran idénticos al nuestro. El provecho, la idea clave, radica en que si tenemos a nuestra disposición un universo paralelo idéntico al actual salvo en que va unos días, o unos meses o unos años más avanzado en el tiempo, podríamos cambiar la historia en ellos de una forma determinada y ver qué ocurre a continuación. Cuando tengamos una amplia red de estos universos bajo control, conseguiremos vislumbrar cuantas ramificaciones del futuro deseemos. Así, no sólo conoceremos el futuro de nuestro mundo, sino que sabremos cual de ellos será el que más nos convenga y cómo llegar hasta él. En resumen, tendríamos a nuestra merced el poder de labrar la historia a capricho. Dado que la cantidad de universos era infinita, todo los que se saliera de la pequeña red de Alix B que era capaz de gestionar, era ignorado. A ese sobrante se le llamaba caos , donde los parecidos con nuestro universo actual se pierden en la infinidad.
El Jefe volvió a mirarla.
– No Marla, Boris no está interesado en el caos . Está interesado en cambiar nuestra historia, la de nuestro mundo, a su manera.
Cuando se pone apocalíptico deja de parecer un cabrón. Curioso.
– ¿Qué cambios?
Momento monóculo.
– Muy graves. A todos los niveles y en todas las épocas. Totalmente inaceptable.
Supo que no tenía intención de darle más detalles. ¿Se lo habrán ordenado por su IA?
– Pero ¿Qué ocurrió con los Boris de la red, entonces?
– Fueron avisados por nuestro Boris. Ninguno de nuestros agentes ha vuelto. Algo, obviamente inaceptable. Y por eso estás aquí de vuelta; hemos descubierto a uno de los Boris – creemos que no es el nuestro- en la Roma de 1450 del universo 48-Z de la duodécima rotación. Parece que se ha montado un pequeño centro de operaciones en una casucha situada entre unos viñedos abandonados. Hay quien cree que es ahí donde los Boris rebeldes se mantienen en contacto. Tu objetivo será averiguar todo lo que puedas, cargártelos y desmontar la feria, en el orden que prefieras. En la sala de tránsito te darán todo lo que necesitas. Ahora ve, y si fallas, mejor quédate allí.
– Lo que usted diga.
Y fue a la sala de tránsito, con total desgana. Pasó un rato en la sala de espera, que en ese momento tenía a poca gente. Un tipo más joven que ella se sentó a su lado.
– ¿Entras ahora? -dijo.
– Sí -respondió Marla. El chico respondía al perfil del novato. Veintipocos, cara de pringadillo y frotándose la manos, seguramente inquieto antes de un viaje- ¿Nuevo?
– ¿Tanto se me nota? -dijo con una risita nerviosa.
Ella hizo un esfuerzo por no poner los ojos en blanco.
– ¿Has hecho algún viaje ya? -fingió interesarse.
– Sí, tres guiados con los monitores de personal. Fue increíble, en uno pudimos observar desde un sitio seguro una de las batallas entre atenienses y espartanos. En otro hicimos un discreto paseo aquí por la capital pero hace cinco años y el último fue en un desierto para trabajo de campo.
Marla asintió. Así que ahora hacían tours históricos y todo para empezar a instruir al personal; eso no lo hicieron con ella cuando empezó con los viajes ocho años atrás. No era una veterana, pero se consideraba experimentada y sabía que era un trabajo que quemaba fácilmente y que tenía sus riesgos. Presentarlo de entrada como un safari multiversal le parecía un gran error.
Como refutando sus pensamientos, pasaron dos hombres con vestimenta médica llevando por los brazos a otro que iba a traspiés; parecía sedado. Marla lo reconoció: era Marco Shuttleworth, y no iba en absoluto sedado.
Se encogió de tristeza al reconocer el rictus facial, la mirada perdida y la poca voluntad para caminar; supo en ese mismo momento que no lo vería más por allí.
Podría haber sido yo.
Le siguió con la mirada aun cuando se alejaba por el pasillo.
– ¿Y a ese que le pasa? -dijo el nuevo intentando no parecer nervioso.
– Ese se llama Marco Shuttleworth -respondió Marla contemplando aún el pasillo, pese a que ya habían desaparecido. El nuevo abrió mucho los ojos, alarmado.
– ¡Se supone que no podemos darnos nuestros nombres reales! Sólo los de oficio… me lo explicaron muchas veces…
– Ya no trabajará aquí -le miró al fin-, tiene el mal multiversal.
– ¿El qué?
Marla ladeó la cabeza, incrédula.
No pueden haber sido tan hijos de….
– ¿Te han llevado a la guerra del Peloponeso pero no te han dicho lo que es el mal multiversal?
El tipo no ocultó su temor y permaneció en silencio. Era evidente que no lo sabía. Ella suspiró, ausente, pensando en cómo explicárselo sin que intentase salir de allí al terminar, aunque sin llegar a infravalorar el fenómeno. Tal vez se llevase alguna reprimenda por ello, pero a esas alturas le salían todas por la otra oreja.
– El modelo del multiverso es muy complejo… hay gente que lleva muchos años en esto, como Marco. Él ha hecho sobre todo viajes en universos con un marco temporal igual al nuestro, o muy poco más allá. Los universos de nuestra red nunca son los mismos, van rotando porque una vez cambiamos en este universo algo que ocurría en otro, ese otro ya no se parece al nuestro, con lo que deja de servirnos. Así que, aunque en apariencia idénticos, siempre estamos visitando universos distintos.
«Eso el cuerpo lo aqueja, y la mente también. Llega un momento en que a algunos les es imposible asimilar todas las situaciones, lo que podría pasar en un universo y pasó en otro, a lo que se añaden factores como los cambios bruscos de clima, tiempo, idioma… amén de algunas situaciones de peligro. Es como el mal del viajero pero a lo bestia. Empieza con deja vù frecuentes que llegan a ser auténticos ataques, le sigue la desorientación; el sujeto puede quedarse bloqueado repentinamente, sin saber donde está. Luego pueden pasar dos cosas. Que el afectado termine creyendo persistentemente que tiene que “volver” a nuestro universo aun estando en él – es decir, cae en la locura-, o que se quede en un bloqueo desorientativo permanente, como le ha pasado a Marco. Tal vez se pueda curar, pero ya no podrá hacer más viajes.»
Viendo la cara de perplejidad del nuevo, cayó en la cuenta de que se había dejado el lado positivo.
– Pero Marco empezó hace mucho, y ahora los programas psicológicos evitan muy hábilmente estas situaciones. Basta con que recuerdes que este es tu universo, el único en el que verás Alix B, el lugar donde trabajas.
– ¿En los demás universos de la red no existe Alix B? ¿No se supone que son iguales?
– Iguales salvo en eso.
– ¿Pero no dejarían de ser válidos como referencia para el nuestro? Porque ya no serían iguales lo que se dice iguales…
– Fíjate en Alix B -dijo ella mirando a su alrededor-, nos cuidamos muy bien de no interferir con lo que ocurre en el exterior. Estamos aislados, es como si no existiéramos. Virtualmente los universos de la red son idénticos al nuestro, del mismo espectro.
– Y así a la gente no le da el mal dimensional.
– En parte, pero no se hace por eso.
– ¿Ah, no?
– Piénsalo. Si en todos los universos de la red existiera Alix B… estarían haciendo lo mismo que nosotros, y también nos usarían como universo “alternativo” para experimentos cronológicos. Por elemental seguridad, sólo nos interesamos por los universos paralelos en los que no existe Alix B.
El novato parecía seguir rumiando la explicación. Al llegar su turno, Marla le deseó suerte.
No me gusta en qué se está convirtiendo esto, pensó. Alix B se cerraba cada vez más y más; y partían ya de una base oscura. Ella misma desconocía lo que ocurría con el resto del proyecto y se prohibió recientemente a los empleados comentar entre sí en qué trabajaban. El mal multiversal aparentaba estar lejos de desaparecer y en muchos de sus viajes la información se reducía al qué hacer, desapareciendo el para qué . Todo ello cerca de la autonomía completa de Alix B , con sus propios empleados viviendo en ella oficialmente en cuestión de semanas. Algo le daba mal pálpito, pero no podía enfocar nada en concreto.
Pasó por varios controles de seguridad, recibiendo las instrucciones del monitor asignado a esa época. Al entrar pudo ver tras las cristaleras a los técnicos trabajando para hacerla dar el salto. Reconoció entre ellos a Dominique, uno de los pocos amigos que tenía trabajando en la sala de tránsito y de su misma promoción, al que saludó con la mano.
En la pequeña sala de depuración, y tras el intercambio de vapores purificadores, se puso el mono de viaje que esta vez no tenía nada que ver con la época. Tenía vía libre para hacer lo que quisiera sin importar la historia, pues el universo al que iría se había usado ya en la red e iba a ser desechado de esta. Y allá ellos con su historia.
– Eh -dijo Dominique por radio- con ese traje me recuerdas las antiguas series futuristas de ciencia ficción. ¿Por qué no te presentas a un casting retro?
– En el caos debe haber algún universo poblado con personajes de dibujos animados. Te harán un hueco encantados -respondió ella. Dominique rió salvajemente.
Marla entró en la cápsula y esta cerró automáticamente su compuerta de vidrio. Pudo ver a través de ella a Dominique haciéndole el gesto de despedida, mientras movía su mano muy cuidadosamente sobre la interfaz dimensional, introduciendo las coordenadas.
– Roma, 23 de Enero de 1450, universo 48-Z de la duodécima rotación. Buen via… -le interrumpió un golpe en la cabeza con algo de brillo metálico, cayendo al suelo. El corazón de Marla dio un vuelco.
– ¡Dominique! -gritó.
Pudo ver con más claridad al responsable, pues le estaba mirando a los ojos desde la posición que antes ocupaba Dominique.
Era Boris Ourumov.
Rondaba los cuarenta años, su nariz era aguileña y sus cejas, que contrastaban con su pálida piel, oscuras y muy pobladas. Marla sólo le había visto en persona en una cena de la compañía años atrás, por lo que no le conocía muy bien, lo cual en aquel momento consiguió de todo menos tranquilizarla.
Se ha adelantado, pensó mientras el pánico se apoderaba de ella. En la sala, tras las cristaleras, sonó la alarma y algunos de los restantes técnicos al ver a Boris se dispusieron a abalanzarse sobre él. Pero otros hombres entraron y les detuvieron a disparos, mientras se iban colocando alrededor del fugitivo. Marla contuvo la respiración cuando pudo fijarse en quienes eran.
¡Todos son Boris!
Apretando su anillo pidió ayuda por radio, pero ya estaba desconectada. Tres hombres con escafandras entraron en la sala de tránsito provistos de varios soldadores láser, a los que pudo identificar tras las viseras.
Más Boris.
Empezó a tener claro lo que pretendían cuando se dispusieron a anular los dispositivos de seguridad multiversal, los cuales se encargaban de que los saltos no pudieran hacerse fuera de la red privada de universos que gestionaba Alix B .
A través de las cristaleras vio al primer Boris moviendo la mano bruscamente sobre la interfaz dimensional, confirmando sus temores. Dicha interfaz era una pantalla esférica del tamaño de un balón de fútbol, que se manipulaba moviendo la mano encima a una distancia de 15 centímetros.
La sangre se le heló, y la cápsula parecía hacerse más pequeña por momentos. Respiraba agitadamente mientras daba golpes inútiles contra la compuerta. Sentía que se ahogaba. Los tres Boris con escafandra terminaron lo que estaban haciendo y se hicieron a un lado; el primero, tras las cristaleras, hizo un último y violento gesto con el brazo sobre la interfaz multiversal. Volvió a mirarla a la cara en un ademán negativo con la cabeza mientras bajaba muy lentamente la palanca de confirmación.
Su rostro parecía triste.
Los Boris con escafandra agitaron la mano en gesto de despedida, de forma casi cómica, y el primero terminó bruscamente de bajar la palanca mientras ella abría la boca con los ojos desorbitados.
La compuerta de vidrio ahogó su grito.
1. ¿Caos?
El tronar de un relámpago la despertó, intentando, pese al terrible dolor de cabeza, concentrarse en sus sentidos. Oía… agua, sí, lluvia. Estaba tumbada en algo blando y abrigada con alguna manta, de tacto rugoso. Tras mucho apretar los párpados, abrió finalmente los ojos. Temía verse deslumbrada, pero la débil iluminación provenía de alguna vela, a juzgar por el parpadeo. Se encontró contemplando un techo de madera con varios tablones, algunos de los cuales lucían un tanto roídos por la humedad.
Tal vez lo logré.
– ¿Dónde… estoy? -susurró al aire.
– Turín -respondió una voz a su izquierda.
Apretó los párpados de nuevo, y giró la cabeza. A su lado estaba sentado un hombre que como ella rondaría la treintena, con un armazón que le recordaba vagamente al medievo… pero dijo Turín. No estaba en Roma entonces, aunque tampoco tan lejos.
– ¿Che anno é? -dijo débilmente.
El hombre ladeó levemente la cabeza.
– No te entiendo.
– Oh, hablas español… ¿Qué año es este?
– No hablo español -dijo el desconocido mirándola inquisitivamente-, respecto a la fecha te puedo decir estamos a diecisiete de Abril del año cincuenta… ¿No te dice nada?
– No, es imposible… -examinó más detenidamente la decoración de la sala- no podemos estar en Turín en el año cincuenta… -le miró de nuevo- Dime, ¿a qué país pertenece Turín?
– Turín es el país, reino siendo más exactos, y como los otros pertenece a Armantia. Creo que el golpe en la cabeza te ha afectado más seriamente de lo que pensaba.
– Golpe… -se tocó la cabeza, comprobando que efectivamente tenía una pequeña contusión- ¿Cómo… he llegado aquí?
El hombre la miraba fijamente con escepticismo.
– Cuando me dirigía hacia aquí, caí del caballo por el sobresalto, a causa del estruendo que siguió a un destello. Fue entonces cuando te encontré inconsciente entre un montón de hierba aplastada, justo en el lugar desde el que me llegó el sonido. Creo, por tanto, que ahora deberías contarme tú cómo has llegado hasta aquí.
Pero Marla ya no escuchaba. Estaba pálida, mirando la ventana que el hombre tenía a su espalda. Temblorosa, la señaló.
– Dime… -dijo tragando saliva- dime qué es eso… -el desconocido la miró sin saber a qué se refería.
– ¿Qué es qué, la ventana, el cielo, la lluvia, la Luna, qué?
– No -negó ella-, la Luna es pequeña y blanca, no es eso.
– ¿Qué tienes que ver con Alix? -dijo el hombre con evidente impaciencia.
– ¿Qué sabes tú de eso? -replicó asustada. Empezaba a ponerse nerviosa. El hombre se señaló el pecho impasible y Marla cayó en la cuenta de que se refería a su pequeña placa de identificación.
– Ah… yo… agua… necesito agua… -se la alcanzó de una jarra que ya tenía preparada, bebiendo como si le fuera la vida en ello.
Muy lentamente se incorporó, sentada unos instantes y respirando profundamente. En cuanto consiguió reunir fuerzas para levantarse, anduvo hacia la ventana hasta que el desconocido tuvo que sujetarla cuando la vio vacilar. Aún estaba débil.
Llegó a asomarse a la ventana, mirando fijamente la Luna a través de la lluvia; grande, azulada y con un cráter gigante y grotesco en el centro.
Aún se negaba a aceptar la posibilidad que más temía.
– Un mapa -dijo al fin.
– ¿Qué?
– Necesito un mapa. El más grande y genérico que tengas. Por favor, será lo último que te pida.
Tras mirarla unos instantes, confuso, el hombre corrió una pequeña cortina lateral en la pared que dejaba ver un sencillo mapa de un lugar llamado Armantia. Marla lo contemplaba desolada…
– Aquí estamos nosotros -dijo él señalando un punto del centro de Turín. Buscaba alguna muestra de familiaridad en su rostro.
– ¿No hay nada más? -preguntó ella. El hombre no comprendía, y ella insistió exasperada -¿Es esta isla, o este continente o lo que sea, el mundo, no hay nada más allá? – repitió con ansiedad.
– No.
Marla retrocedió temblando, y sus piernas fallaron logrando que cayera de rodillas.
– No… -sollozaba- no… es imposible… no… -se sentó de nuevo en la cama, llevándose las manos a la cara -no tendría que estar aquí… ¡No tendría que estar aquí! ¡Ese hijo de puta de Boris lo hizo, me envió al caos… -gritó, sorbiendo por la nariz-… a una puta quimera del medievo!
– Eh, eh -quiso apaciguar el desconocido-, todavía no me has contado…- dos sonoros golpes en la puerta les sobresaltaron.
– Escucha, no hagas ningún ruido ni te muevas de aquí.
Pudo oír cómo el hombre abandonaba la habitación y abría una puerta más allá. Entendió a otra voz algo sobre un ataque al Rey… el hombre parecía alarmado. Cuando la puerta se cerró, los pasos volvieron a la habitación.
– ¿Qué ocurre? -dijo ella, aún secándose las lágrimas.
– Debo irme a…
– ¡¿Qué?! -interrumpió con los ojos saliéndose de las órbitas- No puedes dejarme sola aquí, no sé qué sitio es este, yo… yo…
– ¡Escucha! -dijo él alzando la voz con gesto serio, haciendo que Marla le prestara al fin atención-. No debería tardar, tienes comida en la despensa. Es muy importante que no salgas de esta casa, hasta que aclaremos este asunto. ¿Entendido? No salgas. Y esta casa no está habitada salvo algunas semanas en las que me quedo yo, por tanto, no hagas ruidos sospechosos y si alguien toca, nunca, nunca abras la puerta. Y quiero ver todo como estaba ¿Queda claro?
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza, atemorizada.
– Bien -envainó una espada que tenía en la pared y se dispuso a abrir la puerta.
– ¡Espera! -gritó ella casi faltándole la respiración. Se arrepintió de hablar tan alto.
Con cara de fastidio, el desconocido se volvió.
– No sé tu nombre…
– Olaf Bersi.
Tras cerrarse la puerta, Marla se volvió a derrumbar. Cuanto más pensaba en ello peor le resultaba. Nunca volvería a ver a su gente, ni la época en la que vivía ni nada de nada.
Recuerdos era lo único que podía ya conservar de todo aquello.
Muchas veces especuló con la posibilidad de que alguien se saliera de la red y no pudiera regresar, pero sentirlo era muy distinto. Se trataba de una sensación que no le deseaba ni a su peor enemigo, estaba atrapada allí. El significado de la palabra iba pesando más y más. Atrapada . Para siempre.
Intentó pensar en otra cosa. La decoración interior de la casa tenía toda la pinta de ser de la alta edad media, con mezclas arábigas e incluso orientales, de distintas épocas… pero ese astro aún la turbaba, recordándole que no estaba ni en su mundo ni en otra época de un mundo como el suyo. Todo era muy confuso.
Apretó su anillo inútilmente, pero donde esperaba oír estática, oyó una serie de pitidos… pip … pip …, lo que acrecentó su confusión. Pensó entonces en el hombre que la recogió, Olaf Bersi. El nombre era extraño, sonaba nórdico… vikingo tal vez, lo que no encajaba con nada de lo que veía. Aparentaba ser algún tipo de mando militar y eso la asustaba, pero más la atemorizó su aparente hospitalidad. En el marco medieval la superstición estaba a la orden del día; aún se sorprendía de que Olaf no se asustara ante su manera de aparecer, ni de evitar la tentación de entregarla por brujería, aprovecharse de ella o matarla. O todo a la vez. Pero este no es mi mundo, recordó, ni por tanto su edad media.
Y le había preguntado por Alix. ¿Por qué?
Intentó relajarse, recordando que dicha serie de razonamientos la llevarían al mal multiversal. Pero la palabra golpeaba su mente sin que pudiera hacer más que llevarse las manos a la cabeza.
Atrapada .
Aquello era demasiado para tan poco tiempo allí. Pero el sueño aplacó temporalmente su desazón, tras considerar incluso el suicidio.
Al amanecer tenía ya mejor cara, pese a que aún estaba cansada y con los ojos enrojecidos -continuó llorando durante la noche-. Se dispuso a comer una manzana, cuando un sonoro portazo la sobresaltó. Era Olaf, quien entró en la habitación a paso lento; esta vez quien traía mala cara era él.
– ¿Qué ha pasado?
– El Rey ha sido asesinado -dicho esto se sentó con visible cansancio en su mecedora. Volvió una fría mirada a Marla-. Soy todo oídos…
Lo decía en un tono que rayaba la acusación. ¿Soy sospechosa? Oh, oh… y en el asesinato de un Rey, nada menos… -pensó con incipiente temor.
– Marla Enea, pero llámame sólo Marla, por favor. Va a ser difícil de creer y entender, te ruego que mantengas en secreto todo lo que voy a contarte, Olaf Bersi.
– Sólo Olaf, por favor -respondió con una falsa sonrisa-. Con lo que vi en tu encuentro puedes poner a prueba mi credulidad y lo del secreto dependerá de lo que me digas. Pero en las actuales circunstancias, tienes cosas más importantes de las que preocuparte que de tu secreto -borró bruscamente la sonrisa de su cara-, habla.
Marla bajó los ojos, incapaz de sostener su dura mirada.
– Trabajo, o trabajé… en un sitio llamado Alix. Cómo lo explico… estábamos probando… bueno ya no estaba en pruebas… viajábamos a… otros sitios, muy parecidos al que vivíamos. Estimábamos que existían muchísimos sitios, probablemente infinitos, pero a nosotros sólo nos interesaban los que eran variantes casi idénticos al nuestro. En esos otros sitios podíamos ver las consecuencias a las diferentes acciones antes de que ocurrieran en nuestro sitio. Así podíamos forjarnos la historia más favorable. Teníamos una completa red de esos sitios de la que nunca salíamos… todo era seguro… pero alguien nos traicionó… -cerró los ojos, tragando saliva-, y me echó de la red… -ahí no pudo evitar que se le quebrara la voz.
«Entre la infinidad de ellos he caído en este univ… sitio - miró a la ventana que tanto la turbó en la noche, pero ya sólo veía nubes-, del que ya dudo que sea derivado del mío. No hay posibilidad de regreso ni de rescate… estoy atrapada aquí hasta el fin de mis días »
Respiró hondo sorbiendo por la nariz y se atrevió a volver a mirar a Olaf a los ojos.
– Eres… eres la única persona que conozco aquí. Mi vida está en tus manos… Olaf.
Él lo escuchó todo en silencio, con lentos asentimientos y el mismo rictus. Tras levantarse, suspiró pensativo, caminando calmadamente entre la cama y la ventana.
Asiente y no se sorprende. ¿Es posible que ya haya oído hablar de esto? Pero no se atrevió a preguntar, pues aún le inspiraba temor.
– Necesitarás otra ropa -anunció al fin.
El rostro de Marla se estiró un amago de sonrisa.
– Sí, claro…
– Y será mejor que comas algo, ahí tienes algunas frutas, son de ayer. Voy a consultar algo en mi biblioteca privada, estaré la habitación de al lado si necesitas algo.
Y comió aliviada, pero no por poder saciarse al fin tras muchas horas sino porque había conseguido la primera victoria para su supervivencia. Aquel tipo, Olaf, aceptó su compañía temporalmente y no parecía guardar para ella oscuros propósitos. ¿Y por qué?, pensó. No se inmutó cuando le contó su historia, de hecho tuvo la impresión de que fue eso lo que la salvó. Un montón de interrogantes y teorías peligrosamente esperanzadoras se agolpaban en su mente. Pero esperaba tener tiempo para investigar.
Olaf volvió a las dos horas con un vestido, una túnica azulada con tramas doradas en mangas y bordes junto a una cuerda a modo de cinturón.
– Avísame cuando estés lista -dijo dejando el traje encima de una silla-, guarda el tuyo en el armario si quieres. Considera esta tu habitación -dicho esto volvió a la sala contigua.
Marla se quedó unos instantes contemplando la puerta por la que había salido, pensativa. ¿Mi habitación? ¡Bien! Parece que me quedaré. Juraría que Olaf cambió de actitud. El modo en que habló y dejó el vestido… su tono amenazador se había esfumado, fue absolutamente respetuoso, casi un mayordomo.
Quizá viera algo en su biblioteca.
Le echó un vistazo al traje en un largo suspiro. Qué remedio. Una vez puesto, se dispuso a guardar su mono gris reglamentario de Alix B en el armario. El interior estaba lleno de polvo, pero no le importó demasiado; su traje estaba también sucio y no parecía probable que se lo volviera a poner en breve.
Avistó en la pared un espejo astillado, y se acercó, curiosa, a contemplarse. Estuvo unos minutos mirando absorta; allí estaba ella, los ojos enrojecidos, el pelo revuelto y aquel trapo azul cubriéndole todo el cuerpo. A su espalda, una habitación extraña y atemporal.
Surrealista.
Cuando iba a abrir la puerta para avisar a Olaf, se detuvo. ¿Cómo podía tratar con él de forma ventajosa? ¿Seducción? ¿Victimismo? Sin él estaba perdida. Prefirió ser cauta en ese aspecto, quizá hasta conocerle mejor.
Pero necesito saber. Tal vez aún pueda volver… tal vez…
Al abrir le encontró leyendo un libro, que cerró bruscamente al verla.
– Ya… está -atinó a decir ella.
Olaf la escrutaba absorto, y Marla apartó la mirada, cohibida.
– Sí, de acuerdo -dijo al fin-, por un momento me has recordado a la propietaria del vestido. Te queda… bien.
Punto para mí.
– ¿Y ahora… qué…? -titubeó ella.
– ¿De verdad no conoces este lugar?
– Hay cosas que me resultan familiares, pero todo está ordenado de forma distinta… no, nunca había estado aquí.
– Pues eso es lo primero que solucionaremos -dijo incorporándose-, vamos a dar un paseo.
– ¿Qué? Pero… pero… acabo de llegar, yo… ¿no es peligroso?
– Al lado de alguien como yo estas completamente segura, y quedarte aquí no te va a hacer ningún bien, Marla .
Llamarla por su nombre fue como una bofetada que la terminó de despertar en aquella pesadilla.
Sin embargo, al salir e ir conociendo más a su extraño compañero, se tranquilizó. Olaf le consiguió sus documentos de identidad. Le adjudicó ascendencia dulicense porque según él, “ Marla es un nombre dulicense”.
Salieron al aire libre, por la ciudad, y no dejaba de maravillarse por lo parecido que era todo “a mi mundo, en otra época”, pero aún se sentía incómoda… llevaba ocho años acostumbrada a pasar desapercibida entre la gente y no podía evitar mirar constantemente pero con suma discreción a lo que hacían, a la vez curiosa e intimidada, y al final quedaba en ridículo. Olaf no entendía su actitud y a ella le daba vergüenza explicárselo.
Qué han hecho conmigo, pensó. Siempre estuve atrapada. Siempre.
Olaf… contra sus temores, resultó ser un caballero. Al principio hablaba él todo el tiempo, explicándole lo que veía. Le costó entablar conversación con aquel hombre, precisamente por la disposición al diálogo y el respeto que le profesaba tras salir de la casa. Fue un cambio un tanto forzado como para aceptarlo con naturalidad.
Veía de todo, plazas, cúpulas de piedra y madera, fortificaciones abovedadas, casas con tejas, columnas de mármol… era como un collage histórico-cultural de la arquitectura. No podía cerrar la boca.
Anduvieron por un mercado, en el que un mercader tras su puesto guiñó el ojo descaradamente a Olaf al ver a la pareja. Marla intuyó en la cara de su compañero -por el color que adquirió-sus ganas de estrangularle, pero pasaron de largo.
Con la supervisión de Olaf llegó a comprar ciruelas a otro mercader, aprendiendo ciertos gestos y saludos propios del lugar. Por otro lado, su acompañante, aunque ayudara se mostraba muy divertido con su desorientación. En fin, se excusaba, es la primera vez que me preguntan cómo comprar ciruelas.
La trataba como si la hubiera conocido una semana atrás, en vez de un día. Pero notó que él también estaba pendiente de sus reacciones, y sólo afianzaba esa cortés confianza a cada señal que daba ella de aceptarlo. La estaba aclimatando.
Aparezco de la nada, me da cobijo y ahora me pasea por la ciudad. Prefirió no hacer ningún comentario al respecto. Ella por supuesto ponía también de su parte; procuraba ayudarle en lo que podía, intentando no estorbarle ni ocasionarle ningún problema, como parte de un contrato no escrito.
Pasaron al lado de un grupo de personas con un atuendo similar al de Olaf, aunque más simple, tal vez soldados. Se les veía serios, y algunos saludaron con la mano a Olaf entre cuchicheos. Uno de ellos fue a su encuentro.
– Vaya Olaf… parece que ya se te ha pasado lo de Amandine… ¿no nos la presentas?
– ¿Debería, Sigmund?
Marla contemplaba silenciosa.
Hay más hostilidad de la que parece.
Sigmund le sostuvo la mirada. Aparentaba terminar la treintena y poseía una poco cuidada barba pelirroja.
– No es momento de buscar novias, ¿no te parece? Se nos viene una guerra, y estarás bastante ocupado.
– Se te ve muy convencido. ¿Tantas ansias tienes de llegue?
– Oh, eso le alarmaría mucho al señor pacificador ¿verdad? -dijo con una sonrisa burlona en la cara, mirando unos instantes a Marla como si ella supiera de qué estaba hablando y tuviera que reírse también- Tan sólo doy la opinión de alguien que pertenece al mayor ejército de Armantia, condenado a participar en campeonatos rancios y a revolcarse en la apatía. El asesinato del rey Erik es el conflicto que nos devolverá al lugar que tanto has evitado; el que nos corresponde, te guste o no. ¿No le has contado a tu novia la que se avecina?
Una escena indudablemente violenta. Olaf lanzó a Sigmund una mirada helada durante unos instantes, y a Marla se le aceleró el pulso, situándose detrás de su compañero casi sin darse cuenta.
– Desaparece de mi vista -dijo al fin en tono neutro.
Finalmente Sigmund sonrió y volvió con sus compañeros. Mientras se marchaban, el grupo de soldados rieron a carcajadas mientras Sigmund decía en voz alta ¡El Gran Cobarde nos llevará a la guerra! Olaf apretaba las mandíbulas, y ella procuró no decir nada.
La acompañó a una zona despejada que daba a un amplio paisaje verdoso. Parecía un mirador. Tras sentarse en un rudimentario banco de madera, contemplaron en silencio el panorama durante unos minutos. Lo único que se oía de fondo era el canto de los pájaros y alguna cascada lejana, que provocaron su momentánea abstracción, al igual que la de su compañero. O eso creía ella, totalmente absorta, hasta darse cuenta de que él la estaba mirando, apretando una sonrisa.
– ¿Qué ocurre? -dijo ella.
– Árboles sí habías visto antes, ¿verdad?
Ambos estallaron en carcajadas. Ella le dio un golpe suave en el hombro, y agradeció el chiste. Necesitaba reír.
– No abundan en el sitio en el que vivía. He ido a otros donde sí había, pero me obligaba a ignorarlos para no encapricharme de ellos, teníamos reglas al respecto. Ahora puedo…
– Entiendo.
– Y este silencio, impagable. En mi mundo el auténtico silencio es un privilegio
.
– Vaya, pues en Turín abundan los sitios como este.
– Turín… ¿existe desde hace mucho tiempo? -preguntó interesada.
– Bueno… este reino es relativamente reciente. Se creó hace cincuenta años…
– ¡Años! -exclamó Marla sorprendida.
– Sí, años -dijo Olaf un poco molesto por la interrupción-. Sabes lo que son, ¿verdad?
– Sí claro, perdón. Continúa.
Y tanto que lo sé, pensó Marla. Mezcla de arquitecturas, mismo lenguaje, y también usaban años, calendario similar… todo eso tendría que tener un origen. Tengo que investigar esto más a fondo.
– Se creó hace cincuenta años en la unión entre otros dos reinos en guerra. Esa fue la última disputa a gran escala que hubo en Armantia. Hemos tenido momentos malos y buenos, pero ninguna escaramuza armada. Y ha sido difícil. Aunque eso… -suspiró- me temo que llega a su fin.
– Debido al asesinato del Rey que me comentaste… ¿por eso dijo aquel hombre que habrá guerra?
La mención de Sigmund le hizo torcer el gesto, pero luego asintió.
– Sí. Hay pruebas que apuntan a una autoría debrana. Oh, no conoces Debrán, claro. Es el reino adyacente a Turín, el segundo más grande después del nuestro, debiste verlo en el mapa. Digamos que son… rivales, por nuestra parte. Toda la literatura heroica turinense de las últimas décadas se basa en alguna batalla contra Debrán. Y eso es lo que me preocupa… el hijo del Rey sin ir más lejos, Gardar, me preocupa mucho. Un joven de quince años ahora huérfano y con sed de venganza. Y ya era muy belicista.
Rió entre dientes, suspirando, como si estuviera hablando consigo mismo y entonces volviera a recordar que ella estaba allí.
– ¿Sabes? -añadió- Soy la segunda persona más poderosa de este país, tal vez ya intuyeras algo. Hago las veces de general, segundo y consejero del Rey. Pero no soy muy del agrado del heredero. Temo por él… y por lo que pueda hacer. Las pruebas de la supuesta autoría debrana me parecen demasiado artificiales, pero a él le bastarán.
Marla intuyó que esa era una confidencia que no había compartido con nadie más.
¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Por qué me cuidas? ¿Qué esperas de mí?
Estas frases le ardían en el pecho, pero no podía dejarlas salir. Al fin y al cabo no tenía ningún inconveniente en ser tratada de esa manera, tenía bastante suerte de no estar vagando por ahí. Cualquier cuestión que pudiera precipitar el fin de la relación podía esperar.
– ¿Qué temes que pueda hacer el hijo del Rey?
– Declararle la guerra a Debrán.
– ¿Y está el pueblo turinense de acuerdo?
– Lleva mucho tiempo buscando una excusa para hacerlo.
Ahora era Olaf quien tenía la mirada perdida en el paisaje. Marla empezó a comprender.
Quiere evitar una situación difícil… pero no puede pensar que yo le pueda ayudar en semejantes cuestiones ¿O es algún tipo de terapia? No hace daño tirar un poco más del hilo…
– Pero eres tú quien no está de acuerdo, ¿correcto?
– Si no fuera por mí, tendríamos guerra desde hace tiempo. He calmado los ánimos hasta ahora, como verás tengo cierta fama de… prudente, y no soy muy admirado por ello. Pero ante esto nada se puede hacer.
– Eso te honra.
La miró bruscamente, sorprendido.
– Gracias… -luego se mostró incómodo, al ser tema de conversación.
No deben reconocérselo muy a menudo.
– Conoces muchas cosas que yo ignoro, que muchos ignoramos ¿verdad? Tus conocimientos, quiero decir… -dijo finalmente Olaf.
Fue Marla quien se sintió incómoda esta vez.
– Es posible -se limitó a decir, aunque eso le dio una pista de hasta dónde podía saber aquel tipo de ella-. Oye, Olaf… cuando me recogiste, me preguntaste por Alix. ¿Puedo preguntarte yo qué sabes de ello?
– Sólo que lo tenías escrito en tu pecho. Es una palabra curiosa, presente en los libros de historia, por eso me llamó la atención.
– ¿Y qué hay de Alix en esos libros?
– Todo a su tiempo -se limitó a decir.
¡Me está evaluando! Sabe algo aunque aún no está seguro de decírmelo…¿Pero qué se supone que debo hacer?
A pesar de su exasperación, no insistió.
– Creo que has visto bastante por hoy -sentenció el general.
Al atardecer volvieron a la casa, donde se quedó nuevamente sola, pues Olaf salió a resolver asuntos de los que nada dijo. Justo el momento que estaba esperando.
Algo excitada se adentró en su biblioteca privada. No tenía ni idea de si a él le hubiera gustado, pero ya le conocía lo suficiente como para no temer arrebatos violentos. Las paredes llamaron su atención, pues estaban llenas de cuadros; le gustaba la pintura, sin duda. El lienzo más grande tenía el marco escrito, y se acercó, curiosa.
Coronación de Erik Sturla de Turín.
Erik fue el Rey que murió cuando ella llegó allí. En el cuadro no obstante era un muchacho, no así el que estaba a su lado.
– Dios mío…
El pulso se le disparó al ver al hombre que le ponía la corona, más viejo pero igualmente reconocible.
Boris Ourumov.
2. ¿Alarmista?
– Así que han desaparecido -dijo Julio Steinberg, presidente de Alix Corp.
– Con la chica, a algún lugar del caos -confirmó Fran, director de Alix B.
Llenaba la sala un silencio sepulcral, pues todas las opciones de aislamiento del centro de domótica estaban activadas; si explotara una bomba al lado del edificio, apenas sentirían la vibración. La sala estaba totalmente vacía salvo por la mesa y las doce sillas ocupadas por buena parte del consejo de administración de Alix.
– ¿Es necesario que tengas encendida tu IA aquí, Fran?
Este parpadeó un par de veces y levantó su monóculo como si fuera un parche. La palidez del ojo que se descubrió bajo el mismo desagradó a los asistentes.
– Bien -continuó Julio-. Control de daños, dime si me equivoco. Tras enviar a esa chica a eliminar a Boris sin éxito, once de ellos asaltaron la sala de tránsito y la enviaron al caos. Luego se esfumaron sin más.
– Ocurrió así, sí -dijo Fran, incómodo. La mesa era rectangular, Julio estaba en un extremo y Fran en el otro, justo el que daba a la puerta. Aquel asiento tenía fama de ser algo parecido a un asiento de los acusados, lo que le ponía un poco nervioso.
– ¿Qué sabes de ella?
– Se llama Marla Enea Benavente, llevaba viajando unos ocho años y fue de los pocos agentes ajenos a nuestra nueva generación de empleados que aún seguía allí. Iba a ser retirada justo cuando regresase del encargo que se le hizo antes de lo de la sala de tránsito.
– Luego tenía acceso al mundo exterior.
– Sí.
– ¿Y qué crees que hizo Boris con ella?
– Él conocía el orden de retiro de los empleados anteriores a las nuevas instalaciones, así que probablemente su intención fuera salvarla. Ignoro a dónde pudo mandarla, dado que no tenemos permiso para estudiar el caos…
– No estamos aquí para aguantar tus reivindicaciones. Puedes marcharte.
En silencio, Fran recogió sus papeles y se marchó.
– Debería desmantelar Alix B ahora mismo, y darle a ese gordo irresponsable un último viajecito al pleistoceno -dijo Julio frotándose la cara con cansancio y hastío.
– Señor Steinberg -dijo uno de los asistentes-, en estos momentos esa mujer podría estar con Boris; si así fuera este le contaría a ella todo lo que sabe, y ha demostrado que puede ir y volver con la unidad. Es posible que vuelvan aquí preparados y lo destapen todo.
– Lo sé, lo sé. Pero tengo la impresión de que esto va más allá de nuestros propios asuntos. Creo que no volverán; de hecho seguramente sean como la ratas que huyen antes de que el barco se hunda. Y con razón.
– ¿Por qué dice eso?
– Vamos Fede, sabes que cualquier día el ministerio de ofensa puede descubrir todo el asunto y sacarnos a patadas de aquí. Porque no desmantelarían Alix, claro. Tampoco podemos alquilarles el servicio, es un poder demasiado grande, no se conformarían. Y aparte de eso… todo el asunto de Boris apesta. Se ha saltado la asepsia más elemental de la seguridad en los viajes y reunido con otros Boris. Y podrían estar al servicio de otras Alix. Temo una guerra multiversal, señores. Y encima está coqueteando sin ningún pudor con el caos. Sabe Dios lo que se nos puede colar por ahí, se me ponen los pelos de punta cada vez que lo pienso.
– A propósito del caos, ¿no es usted un poco alarmista al respecto al señor Steinberg? -dijo otro de los asistentes- He visto que tenemos enormes dificultades para financiar los proyectos que…
– ¿Alarmista, Nico? -dio un fortísimo puñetazo a la mesa, gritando-, ¡¿Alarmista?! No veo a nadie de Alix C hoy, ¡¿dónde está Eduardo?!
Una mujer alzó la mano.
– Eduardo está enfermo señor Steinberg, he venido en su lugar, soy la Vice Directora. Quizá se acuerde de mí, nos conocimos en la reunión sobre el incidente Magallanes.
– Cierto, cierto. Bien, ¿podrías ilustrar a estos señores un poco acerca del caos, dado que vosotros sois los que lo estudiáis? Temo ser demasiado alarmista.
– Disculpe, señor Steinberg -dijo Nico-, sabe usted muy bien que yo llegué a este consejo hace dos semanas, y que no he podido revisar toda la documentación. Comprendo que esté bajo presión y…
– ¡Cállate! -interrumpió Julio, furioso-. Qué sabrás tú de presión. La compañía se hunde, y sólo se puede sacar a flote explotando una tecnología más inestable que la nitroglicerina, pero tú dices que no hay que alarmarse. Por favor… -dijo mirando a la mujer.
– Bueno… el caos realmente es una idea abstracta, como saben ustedes es como llamamos a todos los universos que están más allá de la red controlada que explotamos a través de Alix B. Una vez miramos más allá de ella, nuestro planeta deja de ser una réplica del que conocemos y en muchos casos ni existe. Hmm… ¿Tengo permiso para hablar sobre Magallanes? Hay aquí algunos que llegaron después. Creo que sería uno de los mejores ejemplos.
– Por supuesto, es algo que Nico ya debería conocer. Y no te cortes, deléitanos con los detalles, así él podrá perfilar mi alarmismo.
– Bien, nuestro estudio del caos se ha llevado a cabo sobre todo con sondas exploradoras y gracias a ellas descubrimos un universo particular con una Tierra derivada, en la que prevalecía una civilización humanoide de tecnología bastante más avanzada que la nuestra. Probablemente se tratase del futuro remoto de nuestra propia especie, dado que se diferenciaban de nosotros únicamente en que eran más altos, delgados, cabezones y ya no tenían meñique en el pie, aparte de que los de las manos estaban atrofiados. Las posibilidades eran infinitas en I+D o venta, así que tras muchas discusiones y con la negativa de Boris y algunos miembros del consejo que pedían más tiempo para tener más información de las sondas, decidimos mandar a dos de nuestros agentes y traernos algunos ingenios. Necesitábamos resultados.
«La llamamos Operación Magallanes, y su primera misión consistió en traernos un extraño aparato, parecido a un secador de pelo antiguo que usaban para acelerar en cuestión de minutos la cicatrización de heridas. Sólo volvió un agente. Al parecer el otro fue descubierto por algunos seres de allí, y se lo llevaron paralizado. Pero el primer agente pudo volver con el chisme.»
La mujer hizo una pausa mirando a la mesa, sopesando lo que iba a decir a continuación. Nico empezaba a sudar.
– El aparato se descompuso a los dos días, como si fuera biodegradable, y apenas pudimos estudiarlo. Al tercer día, el agente cayó gravemente enfermo, con unas úlceras terribles por todo el cuerpo. Al cuarto día recibimos en la sala de tránsito y por sorpresa la notificación de regreso del otro agente, al que habíamos dado por perdido. Fue… una escena bastante tensa, pues no podíamos dejarle volver tras lo ocurrido, teníamos normas estrictas al respecto y por si fuera poco el personal disponible en aquel momento, de madrugada, era escaso. Al final conseguimos detenerle en pleno proceso de materialización. Pude verlo en vídeo; fue un espectáculo bastante desagradable. En la noche de ese mismo día el primer agente murió desangrado, y al quinto día… a gran parte del personal de esas instalaciones les nacieron úlceras…
La mujer miró a Julio, preguntándole en silencio si acaso era necesario seguir. Este hizo un gesto con la mano, tomando la palabra, y miró a Nico.
– Ese es mi alarmismo, maldito idiota. De lo que esta mujer te ha hablado es de lo que fue Alix A. Desde el mismo minuto en que nos comunicaron por radio lo de las úlceras sellamos la salida de las instalaciones al mundo exterior y les dejamos sin energía. Uno de los afectados fue también el hombre que ocupaba antes tu asiento, que estaba allí de inspección. Nadie ha vuelto a entrar o salir de allí, y nadie lo hará. Por eso estamos siguiendo el mismo programa de instalaciones-vivienda con Alix B, fue lo que nos salvó en el caso anterior. Ahora seguimos el estudio del caos en Alix C.
Nico estaba rojo y sudaba profusamente. Julio continuó.
– La epidemia se propagó pese a que nuestros controles, que son muy estrictos, no encontraron absolutamente nada, lo que significa que nadie en el resto del globo hubiera podido hacerlo. Si alguien hubiera salido de Alix A en aquellos días hubiera sido un poco alarmante, ¿no te parece?
– Pero aun así fue un descuido nuestro -replicó Nico-, es decir, los que van y vienen son nuestros propios agentes, nadie nos vino a invadir, fuimos nosotros quienes trajimos la amenaza. Y también una insensatez no pensar en el peligro biológico, hasta los primeros astronautas que pisaron esa piedra muerta que tenemos por satélite estuvieron en cuarentena, no se puede hablar de que el caos sea…
Julio miró a la mujer.
– ¿Te llamabas…?
– Allegra -era su alias en la compañía, naturalmente.
– De acuerdo Allegra, respóndele tú misma.
– Lo que debe comprender el señor Nico, es que lo de Magallanes sólo es la punta del iceberg, un ejemplo. No sólo hemos descubierto otras Alix, es que hemos descubierto también otras civilizaciones e incluso derivados aberrantes de la especie humana que conocían el multiverso, y que no se limitaban a explotarlo como nosotros, también invadían y controlaban los universos -nuestro planeta en ellos- en los que ponían el pie. No sé si será posible, pero si no tenemos cuidado allá donde vayamos nosotros o nuestras sondas, serían capaces incluso de seguirnos el rastro. Muchas de esas civilizaciones podrían hacernos trizas, y ahora tenemos a un pirado yendo de aquí para allá en el caos sin ningún control. ¿Va usted comprendiendo?
Nico asintió con la cabeza, sin mirarla. Julio consideró improbable que volviera a abrir el pico en lo que quedaba de reunión.
– ¿Que sabéis de lo de Boris en Alix C? -le preguntó a Allegra.
La mujer alzó el dedo índice asintiendo con la cabeza, como si fuera algo importante que se hubiera saltado.
– Tal fue la prisa de Boris que olvidó borrar el registro de coordenadas de la sala de tránsito, acaso supiera que quedaban guardados. Por lo que tuvimos acceso directo al lugar al que mandó a Marla Enea, aunque, dado que él viajó usando la unidad y no nuestras instalaciones no sabemos si fue allí también. Las sondas exploradoras detectaron la señal de la IA de Marla en un momento en el que ella activó la función de radio. Así es como pudimos localizar el lugar en el que lo hizo sin tener que buscar, fuimos a tiro hecho. El sitio en el que apareció es como una gran isla, habitada por un compendio de culturas de nuestro mundo cuyo espectro temporal ronda la primera mitad del pasado milenio, mezclado con otros elementos enteramente nuevos. En cualquier caso nada que llegue a la electricidad.
– No tiene sentido.
– Descubrimos algo más. ¿Conoce el rastro dejado por los saltos de regreso?
– Claro.
– Detectamos alrededor de ese mundo miles de ellos.
Julio frunció el ceño.
– Pero… a ver… Se supone que ese rastro se esfuma en la biosfera. Cuando alguien da el salto y desaparece, la presión atmosférica llena ese vacío de golpe, produciendo una implosión que borra cualquier rastro. No da tiempo a detectar nada. Las alteraciones producidas por el salto sólo podrían conservarse en el vacío, lo que no se ha probado. Es algo teórico…
– Como he dicho, fue en órbita -dijo Allegra asintiendo.
– Pero… nosotros no tenemos infraestructura para crear naves que… que… -dijo Julio perdiendo el hilo de voz.
Allegra miraba sus propias manos mientras las entrelazaba, nerviosa.
– En eso tiene usted razón, señor Steinberg. No pudimos haber sido nosotros.
Se produjo un silencio incómodo de alrededor de un minuto. Finalmente Julio suspiró, cansado.
– De acuerdo Allegra, hoy estoy demasiado espeso para hacer suposiciones. Me encantaría oír las tuyas.
– En fin, señor Steinberg… gracias a que las alteraciones se conservaron en el vacío, el espacio que ocuparon las naves antes del salto quedó intacto, y la poca materia que habían apartado previamente para hacer sitio a su llegada conservaba su configuración exacta.
– Ya te he dicho que hoy estoy muy espeso.
– Quiero decir que tenemos débiles fósiles fantasmas señor Steinberg, siluetas vacías de naves espaciales que estuvieron ahí. Sabemos su tamaño y forma. Y efectivamente hubo de todas las formas y tamaños. Tan diferentes eran que creemos que llegaron de distintos universos. Hubieron desde las que tenían el tamaño de una cabina de holollamada a auténticas ciudades flotantes de más de veinte kilómetros de diámetro.
Una ola de murmuraciones recorrió la mesa.
– ¿Y cómo encajan con ese pseudomedievo?
– Entraríamos en hipótesis demasiado prematuras…
– Ya he dicho que quiero oírlas -cortó Julio. Allegra se removió en el asiento, incómoda.
– La opinión mayoritaria en Alix C… es que ese planeta era especial.
– ¿Especial?
– Todas las naves que dieron esos saltos muy probablemente lo hicieron en el pasado, dado que el radar de las sondas no detectó ningún cuerpo extraño. Al estar en el vacío, no podemos datar con exactitud cuándo se hicieron dichos saltos. Algunos estiman que podrían haberse producido en un lapso de hasta varios cientos de años. De ser miles, se hubieran producido imperfecciones importantes en las siluetas por interferencias externas. No ha sido el caso.
«Aunque no sabemos hasta qué punto coincidieron todas en el tiempo, no parece probable que estuvieran de paso. Estamos hablando de cantidades considerables. Sabiendo lo de Boris y lo que han hecho otras civilizaciones con el multiverso, yo diría que ese mundo fue algún tipo de resguardo o manera de mantenerse apartados, de la guerra. Tal vez esconda algo, tal vez fuera una colonia, todo son hipótesis. Luego se fueron, acaso dejasen a alguien en las naves, o las programarían para dar ellas solas el salto a quién sabe dónde. Sí sabemos que no las destruyeron porque entonces no tendríamos siluetas.
Recordemos que ese mundo no es un derivado de La Tierra, está muy lejos del espectro que cubre la red de Alix B. Es más, si es cierto que los habitantes de ese mundo fueron introducidos por esas naves… significaría que dicho planeta antes era habitable, pero no habitado, por lo que estaría en un espectro de mundos derivados en el que no tendría cabida gente que conoce el concepto del multiverso»
– Me estoy liando.
– Quiero decir que allí era imposible llegar más que por azar. Alguien descubrió el lugar. Quizá ese alguien buscara concienzudamente en el caos un planeta habitable por seres humanos al que poder huir, estando en el ajo varios universos en guerra o peligro. Si mantuvieron el secreto de cómo llegar hasta allí, es probable que ese mundo pueda prosperar en paz, dado que no lo molestaría ningún viajero, amigo o invasor, del multiverso. Pero entramos en hipótesis que rozan la ciencia ficción -dijo ella recordándole que sabía muy poco y que le estaba echando demasiada imaginación.
– ¿Y qué pinta Boris allí?
Allegra se sacó del cuello de su chaqueta un pequeño tubo por el que sorbió agua durante unos instantes. Tras enfundarlo, continuó.
– Ya sabemos que Boris acabó siendo enemigo de todo esto de viajar y manipular indiscriminadamente otros universos. Quizá viajando por ellos, por nuestra red de Alix B reclutando a los otros Boris o por el caos para quien sabe qué, descubriera a simpatizantes de su causa y estos le revelaran la situación de aquel mundo. Tal vez él mismo rastreando el caos lo descubriera. No estamos seguros. Pero si fue a un sitio como ese, muy probablemente fuera para retirarse. Tampoco sabemos muy bien por qué mandó a la chica allí.
Quizá, como dijo Fran, simplemente la salvó. Un último acto de rebeldía antes de esfumarse. O por tener una compañera de aquí. Quién sabe.
– Bueno, como has dicho, es una hipótesis prematura. Aunque tiene sentido. En cualquier caso, tenemos acceso directo a ese mundo… bien, bien… voy a hacer que vuelva Fran.
A los seis minutos, Fran estaba de vuelta en el asiento de los acusados. Julio tenía una sonrisa radiante.
– Bien, Fran, tenemos localizados a Boris y a la chica.
– Hay que mandar a alguien y eliminarlos -dijo Fran levantándose el monóculo.
– Eso pensaba. Y me alegro de que coincidas conmigo porque vas a ser tú el que irá a hacerlo. Como en los viejos tiempos ¿eh, Fran?
3. Ecos del pasado
A su regreso, Olaf encontró a Marla rodeada de multitud de libros abiertos. Al verle, ella tomó uno de ellos y leyó en voz alta:
– “Se dice que Boris de Alix apareció en una luz cegadora para traer la paz a Armantia. Consiguió poner fin a la guerra y contribuyó a la creación de Turín, logrando con ello una paz que aún persiste hasta la creación de este manuscrito. Murió de vejez diez años después de coronar a Erik como Rey de Turín, no sin antes dejar un pergamino dirigido, según sus palabras, a la persona que me sucederá en mi tarea y que llegará como he llegado yo. El pergamino aunque se conserva, es totalmente indescifrable.”
Cerró el libro bruscamente, expeliendo abundante polvo, y le miró con gesto recriminatorio.
– Tenía que estar seguro -dijo Olaf suspirando.
– ¡¿De si el resplandor en el que aparecí era lo suficientemente fuerte?! ¡Quiero ver ese pergamino ahora! – gritó indignada.
Olaf asintió pensativo.
– Esta noche pasaré por casa del escriba real, él tiene el pergamino. Veré si se lo puedo pedir prestado…
– Iré contigo.
– No -el tono fue firme, cortante y no daba lugar a condiciones.
– ¿Y por qué no? ¡Debo verlo!
– Porque no quiero que te involucres. Es demasiado peligroso y no voy a discutirlo. Haz el favor de calmarte.
– ¡Pero es importante! Es… -respiraba agitadamente- aún puedo volver… no me hagas esto… -empezaba a faltarle el aire, y se detuvo unos instantes con la mano en el pecho. Lo sintió oprimido, e intentó respirar profundamente.
– Eh… eh… -se acercó Olaf- no es para tanto… ya he dicho que lo traeré, pero no puedes venir.
– Es sólo un pequeño ataque de ansiedad, ya estoy bien – dijo Marla jadeando entre enojada y consternada, sin mirar a Olaf. Empezaba a caerle mal aquel tipo, que fruncía el ceño.
– ¿Por qué crees que ese pergamino te puede hacer volver?
– No lo sé… -se llevó las manos a la cara, sollozando- no lo sé… porque tengo la esperanza de salir de aquí… porque siento que a cada minuto esa Luna gigante y extraña me mira con su ojo recordándome que estoy perdida en el caos , donde nadie a quien conozca puede encontrarme, porque algo terrible debe estar sucediendo en mi mundo… porque incluso aquí aparece ese malnacido de Boris, porque… porque todas las pruebas de que existo han desaparecido. Porque estoy atrapada. Atrapada …
Olaf le puso una mano en el hombro intentando calmarla, y consideró buena idea traerle agua.
– Será mejor que vayas a descansar -dijo al volver, señalando a su dormitorio-, ya leerás el pergamino mañana.
Marla bebió en silencio, regresando lentamente a su habitación.
No, no lo leeré mañana.
El anochecer llegó pronto y claro, con ¿Luna? llena. Haciéndose la dormida, oyó la puerta de entrada a la casa cerrarse. Rauda, se incorporó de un salto, yendo en dirección a la puerta principal; con sigilo fue abriéndola, y asomó cuidadosamente la cabeza. La silueta de Olaf se perdía en la azulada penumbra de la calle que tenía ante sí.
Y le siguió.
No fue tan lejos como pensaba, recorrió a través del empedrado suelo cinco calles en línea recta y cruzó una esquina. Tampoco temía extraviarse, pues ya había realizado seguimientos en lugares desconocidos y épocas distintas antes. Lo que sí le daba respeto era aquel silencio… la ciudad parecía muerta por la noche. Solamente vio a Olaf en el camino, y se obligaba a ser aún más sigilosa. Otro detalle era aquel maldito satélite; las calles estaban iluminadas casi como en un día muy nublado, aunque le fascinaba el tono azulado de la luz, que le daba a la noche un aspecto muy cinematográfico.
A Olaf se le veía inquieto, mirando constantemente a su alrededor -lo que la ralentizó bastante-, hasta que alcanzó la presunta casa del escriba real. Dio dos suaves toques en la puerta y esta se abrió levemente al segundo de ellos. Continuó abriendo y se llevó bruscamente una mano a la cabeza, alarmado. Probablemente viera algo inesperado.
Y Marla también. Cuando el general dio sus primeros pasos hacia el interior, un individuo salió de las sombras existentes en una esquina cercana, oculto entre varias cajas de madera, y se precipitó corriendo lo más silenciosamente que pudo hasta la puerta. Marla notó la inyección de adrenalina en su cuerpo, los músculos tensos, la respiración contenida. Preparada para no sabía qué. Distinguió rasgos del hombre gracias a la azulada luz; vestía como soldado turinense.
Y ocurrió. El hombre echó un cuidadoso vistazo a la entrada de la casa, y rápidamente desenredó una cuerda que llevaba en la mano. Se acercó con sigilo a Olaf, que se había quedado de pie en la entrada y al que veía de espaldas, echando la cuerda por encima de su cabeza y agarrándola por ambos extremos.
Tiró con todas sus fuerzas, estrangulándolo. Olaf intentaba quitárselo de encima torpemente moviendo sus brazos.
Mierda.
Marla recorrió rápidamente la distancia que la separaba de la casa. Para cuando el desconocido pudo oír algo detrás, un golpe ya estaba en trayectoria hacia su cabeza.
Cayó inconsciente y Olaf de rodillas, tosiendo y jadeando. Estupefacta, reconoció al soldado.
¡Sigmund!
Se dispuso a incorporar a Olaf, pero este se resistía, asustado, con las pocas fuerzas que le quedaban.
– Calma, calma, soy yo -dijo ella. Él pudo sentarse y coger el resuello.
– ¿Qué… qué haces… aquí? Te dije que…
– Evidentemente buscar el pergamino. Y como no me apetecía estar ni un minuto más encerrada, te he seguido.
– ¿Me has… seguido… hasta aquí?
– No fue muy difícil con ese faro que tenéis por Luna.
– Tenemos… tenemos que salir de aquí.
– El pergamino.
– Búscalo, rápido… los documentos especiales están en ese rincón.
Marla buscó entre los estantes que Olaf le había señalado, lleno de pergaminos enrollados. Afortunadamente, colgaban de ellos etiquetas con su nombre, con lo que fue revisando uno tras otro.
Olaf por su parte ató a un pilar a Sigmund, tras reponerse, mientras este también empezaba a recuperar la conciencia.
– ¡Marla, date prisa!
– ¡Ya voy! -respondió mirando pergaminos frenéticamente. Algunos se le caían al suelo.
Olaf volvió la mirada a Sigmund, que murmuraba incongruencias.
– Eh… eh… mírame -le dio una pequeña bofetada-, ¿por qué has intentado matarme, sabandija?
Sigmund le miró con los ojos entrecerrados.
– Ah… Olaf… -sonrió- sucio bastardo… traidor… su majestad sabía que estarías conspirando contra él… le traicionaste… nos traicionaste a todos…
– Yo no he traicionado a nadie -miró hacia Marla-, ¡tenemos que irnos ahora!
– No importa lo que tú creas, sino lo que crean los demás – estalló en carcajadas-, ya da igual donde te escondas… todo está dispuesto… y ya tenemos a nuestro nuevo consejero y
general…-dijo riendo.
Olaf lo miró fijamente.
– ¿De quién estas hablando? -susurró con tono amenazador.
– Armantia será de Turín… no podrás impedirlo más… al fin… -intentó gritar- ¡el traidor está aquí! ¡Olaf Bersi est…! – le interrumpió un puñetazo en la mejilla propinado por su interrogador.
– ¡Bingo! -dijo Marla en voz alta cuando leyó en una de las etiquetas Boris de Alix.
– ¿Bingo?
– Quiero decir que ya lo tengo.
– ¡Vámonos!
– Pero, ¿a dónde?
– A Debrán.
Ella hizo ademán de seguirle pero se detuvo, pensativa.
– ¿Por qué te quieren matar, y por qué te ha llamado traidor?
– Es largo de contar. Y no es el mejor momento para dudar de mí. ¿Prefieres quedarte aquí sola y con un pergamino robado? ¡Sígueme!
Al salir, volvieron a la casa de Olaf con la mayor discreción posible. No parecía haber nadie vigilando, así que se dirigieron a la parte trasera y él se montó en su caballo. Marla hizo lo propio tras él, y lo agarró con fuerza, cuando oyeron gritos desde la calle que iba a la casa del escriba, provocando su salida a galope tendido justo en dirección contraria.
Varias horas pasaron hasta que el paisaje se hizo enteramente herbóreo, obligándoles a bajar del caballo para ir con él a pie. No parecían seguir un camino concreto, ella se limitaba a seguir a Olaf.
Tras muchos ascensos y descensos en el trayecto restante, que podía haber sido mucho peor sin la azulada luz que irradiaba aquel astro, se detuvieron.
– Podemos descansar aquí -dijo Olaf, mirando hacia atrás con los ojos entrecerrados. Se habían detenido en un claro oculto por varias cumbres. Ató el caballo a un árbol, y trajo dos troncos convenientemente cortados para sentarse en ellos más cómodamente, además de algo de leña amontonada en un rincón cercano. Marla se sentó algo dolorida, estirando las piernas; la travesía a caballo no fue especialmente cómoda. Tras mirar un poco en los alrededores, Olaf se sentó también.
– Veo todo muy preparado… deduzco que ya has estado aquí -se interesó ella.
– Así es. Aquí es donde un espía hervinés y yo nos reunimos de vez en cuando. Es un lugar bastante perdido en
la espesura y sólo nosotros podemos ver las señales que llegan hasta aquí. Estamos seguros. ¿Tienes hambre?
– Una leve fatiga.
– Tampoco podremos comer en cualquier caso. Hasta que lleguemos a Debrán.
– ¿Pero por qué a Debrán? ¿No se supone que es el reino enemigo o algo así?
– Oh… no es para tanto. No me convertirán en un adoquín de flechas cuando me vean llegar, si te refieres a eso. Al rey Gorza le interesarán muchas de las cosas que tengo que contarle y que bien podrán valer nuestro cobijo en sus dominios, y más importante, protección.
Marla no terminaba de hacerse a la idea.
– ¿Tú… espías para Debrán? ¿Te están persiguiendo por eso?
– ¡Oh, no, en absoluto! -dijo riendo- Nada más lejos. Han cambiado muchas cosas desde que llegaste, muchas…
– Y no lo dudo, pero es que para empezar no sé cómo estaban las cosas cuando llegué aquí, lo único que he visto es ese mapa que tienes en tu casa. Así que, ya que parece que voy a tener que vivir aquí, podrías ponerme al día y explicarme por qué carajo estamos huyendo.
Olaf se mordió un labio, pensativo, como si no supiera por dónde empezar.
– Es una larga historia -advirtió.
– Me da igual, no soy un mero fardo de viaje, necesito saber en qué mundo vivo.
– Muy bien, lo intentaré. Veamos… hasta el día en que te recogí, las cosas fueron muy tranquilas por aquí. La última guerra que hubo en Armantia fue la que originó la creación de Turín hace medio siglo. Hemos tenido pocas tensiones entre los distintos reinos más allá del comercio, particularmente entre Turín y Debrán donde yo he hecho de diplomático y reconducido la situación en varias ocasiones, como ya te he contado.
«La noche en que despertaste por primera vez, un grupo de arqueros cuyo origen ignoro, inició desde una arboleda cercana al castillo del Rey un asedio de lo más inesperado. Salió el propio Erik a caballo a apoyar a la poca infantería que estaba por la zona. En ese momento los arqueros se pusieron de acuerdo en acabar únicamente con el Rey, y lo consiguieron. Luego huyeron. Peor aún, su hijo Gardar lo presenció todo desde un ventanal y su madre Celestia se suicidó más tarde tirándose de la Torre Sur. Las flechas que usaron tenían un banderín azul, como es costumbre en los útiles de batalla de Debrán.
Lo primero que hice fue acudir raudo a hablar con el nuevo Rey. Temía lo que rondaba por su cabeza.
– Mi señor, tenemos que hablar de lo sucedido -le dijo Olaf, visiblemente cansado y cojeando tras el ataque. A Gardar le impresionó mucho que Olaf -otrora compañero de juegos y maestro de armas- le hiciera el saludo militar y se dirigiera a él como "mi señor".
– No hay nada de qué hablar. Tú lo has visto Olaf, fueron los debranos. Ya conoces el odio y envidia de Gorza hacia… mi padre.
– A eso mismo me refería mi señor -dijo Olaf lentamente. Era evidente que Gardar ya estaba dirigiendo su odio a Debrán y el general elegía cuidadosamente sus palabras para no enfurecer aun más al joven Rey por dejarle sin cabeza de turco. Porque sabía que al maldito niño le gustaba más una guerra que comer-, debéis ser precavido con las pruebas, es posible que los banderines azules fueran sólo señuelos para hacernos creer que eran debranos. Este ataque supondría la declaración de una guerra que no les conviene, además de que faltan aún las razones para ella. Es importante no precipitarse ahora mi señor.
– Conozco ese tono Olaf. Estás dudando.
No puedo ocultárselo, pensó el general.
– Poco antes del ataque descubrimos que Gorza está armando un nuevo ejército y creando su propia industria de armamento. Y sí, es una poderosa coincidencia y algo nada convencional en tiempos de paz, pero aún es pronto para estar relacionado.
– ¿Qué sugieres?
– Debéis exponerles la cuestión, mi señor. Dadles un mes para que nos ofrezcan pruebas de que el ataque no fue suyo. Dada la situación, moverán cielo y tierra en busca de ellas.
– Que sea una semana. ¿Dónde está mi madre?
– En sus aposentos, leyendo el testamento de vuestro padre como ordena la ley.
– De acuerdo-dijo Gardar pensativo. Se fijó en que Olaf seguía ahí, aguardando algo, y entonces cayó en la cuenta-. Puedes… retirarte.
En resumen, le persuadí y le rogué prudencia, pero cuando fue a ver a su madre ya yacía a los pies del castillo. Su suicidio le superó. Hay que pensar que sólo tiene quince años. Y nada más me dijo; se convirtió en el nuevo Rey como si tal cosa, mas yo noté entre mis hombres una mayor frialdad hacia mí, y menos apoyo de Gardar. Fue particularmente notorio el día en que te dejé a solas y te pusiste a fisgonear en mi biblioteca, momento en que volví a acudir ante el Rey.
– ¿Todo bien mi señor?
Gardar le miró, arrebatado de sus dilucidaciones. Olaf alcanzó a ver una breve sonrisa muy, muy leve, hasta que se percató de que era él.
– Todo bien Olaf. ¿Han respondido los demás?
– Todos acudirán al funeral mi señor.
– ¿Todos?
– Sí, Gorza también lo hará.
– ¿Y bien?
– Ha negado cualquier implicación, mi señor.
– Bien.
No se interesa más por mi opinión, pensó Olaf, su mente ya está rodando sola.
– Mi señor, por si mi consejo os vale de algo, y sin ánimo de defenderle, creo que la respuesta de Gorza es sincera.
– Por supuesto.
Gardar parecía seguir pensando en sus cosas. Le miró, volviendo a la realidad de nuevo.
– Si no hay nada más importante, puedes retirarte.
Y me marché preocupado. Su mente había cambiado. Se mostró seguro y autosuficiente, casi magnánimo. Hacía muy poco que era Rey y que perdió a su familia. Algo iba mal.
Además, como ya dije, llevaba toda la semana notando un comportamiento extraño en mis hombres. Se mostraban reservados, me impedían el acceso a determinados lugares en nombre de Gardar. La gota colmó el vaso cuando me impidieron el acceso a las armerías. Aquello me sublevó, razón por la que volví a hablar con él.
– Merezco una explicación mi señor -dijo alzando la voz tan pronto entró por la puerta. Gardar estaba firmando papeles.
– Olaf, Olaf… no hay que perder las formas. Dime, ¿de qué me hablas?
– ¿Por qué no puedo entrar a la armería, por ejemplo? El único mando por encima de mí en la cadena militar sois vos.
– Decisiones de estado, Olaf. Como ves no tengo que consultarlo todo con mi consejero. Sencillamente hago algunas gestiones que no te incumben. Fuera de esos asuntos
puedes hacer lo que te plazca.
– ¿Debo entender que su excelencia ya no confía en mis servicios?
– Debes entender que cuando necesite tu consejo, te haré llamar -dijo Gardar visiblemente irritado-, si tienes algún problema con el uso que hago de mis poderes, aceptaré tu renuncia. Y no pienso discutir esto más, márchate, estoy ocupado.
Olaf le sostuvo la mirada unos instantes. Va a hacer algo por su cuenta, algo grave. Renuncia a tutor y consejero. Gardar… Gardar…, ¿qué estás haciendo?. Lentamente se volvió y salió del salón.
Por eso fui a la casa del escriba real. Necesitaba saber si había alguna manera, alguna argucia legal por la que Gardar tuviera que abdicar. Así que a caballo me dirigí tan rápido como me fue posible a la ciudad, donde estaba su casa. Había un guardia en su puerta, Sigmund. El escriba tardó en abrirme, era prácticamente un anciano.
– Ahh… Olaf… entra…
Olaf le sonrió y entró, asegurándose de cerrar la puerta.
– ¿Cabría la posibilidad de que habláramos en privado?
– Pero si estamos solos…
– Realmente en privado.
El escriba se quedó mirándolo por unos instantes, hasta caer en la cuenta de que debía tratarse de algo grave.
– Claro… vayamos al sótano…
Tras bajar con unas velas, cerraron la compuerta superior y se sentaron. Olaf fue claro al exponerle la situación.
– Sencillamente no puede gobernar así, no está en sus cabales. Debo tomar el mando, temporalmente al menos.
– Entiendo… lástima de chico.
– ¿Qué podemos hacer?
– Bueno… ciertamente hay una enmienda que permite al siguiente en el mando, tú, tomar el poder ante una demostrable falta de juicio del Rey. Pero en este caso no lo veo fácilmente demostrable…
– Pues hay que encontrar el modo. Sospecho que va a atacar a Debrán. Con ejércitos, quiero decir. Una guerra de verdad.
– Una guerra, válgame el trono -dijo el escriba sorprendido. Miró agitado en todas direcciones, tartamudeando-, bue… bueno… veré qué puedo hacer… tendría que consultar muchas fuentes para ver si puedo encontrar algo que nos sirva de ayuda… una guerra… madre mía… hace tanto… Vuelve al anochecer, espero haber encontrado algo para entonces.
– Y por favor, no habléis esto con nadie. Carezco ya de cualquier influencia en el mando militar. No podría confiar ni en el guardia que está afuera. Tenedlo presente.
Fue cuando volví a mi casa cuando te encontré en mi biblioteca.»
– Y cuando acudí a casa del escriba al anochecer, me seguiste y ya conoces el resto. ¿Te he puesto en situación?
Marla estaba abrumada ante aquel torrente de sucesos.
– Vaya… no sé que decir… Pero mi duda persiste. ¿Por qué vamos a Debrán?
– Tengo cierto entendimiento con el rey Gorza por reuniones diplomáticas pasadas, y nos dará cobijo y protección en sus dominios. También debo advertirle, y ayudar a organizar una defensa, y…
– Espera, espera… vas muy deprisa. ¿Advertirle? ¿Defensa? ¿De qué estas hablando?
Olaf la miró a los ojos.
– Gardar se ha decidido a conquistar toda Armantia, empezando por Debrán. Y Turín tiene tamaño y ejército para conseguirlo.
Se hizo un silencio incómodo.
– Ahora sí que no sé qué decir…
Olaf apartó aire con la mano, restándole importancia.
– Tendría que habértelo explicado más detenidamente cuando hubiésemos llegado a Debrán. En fin… parece que quedan pocas horas hasta el amanecer y empieza a apretar el fresco, será mejor que me vaya poniendo con el fuego. Aunque esta noche va a ser difícil, me temo.
Marla sonrió
– No lo será.
Miró su anillo, giró con su dedo una rueda imaginaria en el lateral, sin llegar a tocarlo, y lo pulsó dos veces, sonando sendos clics electrónicos. Hecho esto, se agachó junto a la leña, le quitó la parte superior al anillo y lo pegó a una de las ramas. Olaf se quedó boquiabierto cuando empezó a salir el primer hilillo de humo. Finalmente, Marla tapó su anillo y volvió a sentarse.
– En cinco minutos será una pequeña y bonita hoguera.
– Si no conociera tu historia, pensaría que es magia – respondió el general aún perplejo.
– Supongo que lo es a tus ojos.
Tras varios minutos mirando ambos las llamas, Marla rompió el silencio.
– Olaf… por lo que he leído en tus libros… no hay crónicas anteriores a los cuatrocientos años…
– La Historia Oscura.
– Le dan ese nombre, sí. Pero me resulta muy difícil de creer que la historia de este lugar empiece sin más hace apenas cuatro siglos.
– Las guerras anteriores borraron cualquier registro – respondió de forma monótona, como citando un texto elemental.
Ella se le miró fijamente.
– Yo no lo creo. Y… ¿sabes qué? Creo que tú tampoco.
Por momentos percibió una sonrisa reprimida de su compañero.
– ¿Qué te hace pensar eso, si puede saberse? -preguntó él.
– Eres demasiado… hmm… ¿ajeno? a todo esto. Casi tanto como yo. Sí, eres general y todo eso, pero… donde todo tu país iría de guerra, tú la evitas. Donde alguien ve una luz cegadora, en lugar de salir corriendo o atender a supersticiones, tú me recoges. Donde alguien no podría tener una conversación sin más con otro que dice ser de otro universo -concepto no especialmente asentado por estos lares-, tú lo haces de forma imperturbable. Y podría seguir.
Él había ido forzando una sonrisa.
– Es posible -se limitó a decir.
Me la ha devuelto, el cabrón .
– Voy a dar una pequeña cabezada -anunció poco después Olaf.
Dicho esto, se sentó apoyado en un árbol cercano, y cerró los ojos. Tras varios minutos, Marla volvió a tener conciencia de dónde estaba, y se cruzó de brazos ante el creciente frío, contemplando aquello que llamaban Luna ya con más curiosidad que temor.
Minutos después se levantó para caminar por los alrededores de la hoguera, y un movimiento tras los árboles le llamó la atención. Se acercó con cautela, y pudo divisar algo parecido a un coyote, pero cuyo pelo tenía bandas rojas y amarillas. Nunca había visto nada parecido.
El animal dio cuenta de su presencia, y huyó en un abrir y cerrar de ojos, dejándola de nuevo con el silencio del bosque. Una profunda soledad la invadió de pronto, y volvió con Olaf a la luz de la hoguera, que en esos momentos era el único sitio seguro para ella en todo el universo.
4. La Red de la Humanidad
Tras comprobar las noticias del día, Julio Steinberg miró la ventana a solas, pensativo. Aún estaba amaneciendo, y la luz del despacho -que imitaba algunos matices de la solar en tiempo real- se fue tornando anaranjada. El mundo se va al garete demasiado rápido, pensó tras el ritual de ponerse al día, y me va a tocar vivirlo. Movió la cabeza en un gesto de desaprobación. No era un buen panorama para alguien de treinta y nueve años, sin duda. Como hacía siempre que se sentía así, decidió oír El Bolero de Ravel, la única pieza musical que era capaz de ponerle a tono para empezar el día.
Miró el estado de las cuentas de Alix. Cuesta abajo y sin frenos. Tenía, no obstante, muchas peticiones de gente poderosa para usar su tecnología. Si por él fuera montaban un estanco, el dinero entraría sin parar, pero no le quedaba más remedio que ser precavido con los clientes. Alix era una gallina de huevos de oro, y alguien podría caer en la tentación de matar a la gallina para ver cómo hacer huevos de oro también. Era una tecnología demasiado poderosa, capaz de hacer ronronear de ambición a quienes ya lo tenían todo.
Ese fue el dilema que se encontró cuando llegó a la presidencia de Alix. Su carrera fue fulminante, y todos tenían esperanzas en sus planes para levantar la compañía. Pero por una serie de reveses económicos, no pudo llevarlos a cabo. Claro que… no contaba con las instalaciones secretas dedicadas a la tecnología dimensional, que conoció únicamente cuando ocupó el cargo; fue entonces cuando descubrió por qué la compañía iba tan mal. Esas instalaciones eran un pozo negro de dinero que nunca se recuperaba, así que se encargó de explotarlas. Y no le iba mal.
Ojalá pudiera usar la tecnología dimensional para levantar a la compañía. Pero ese era el tipo de operación que sólo podría llevarse a cabo en un universo con una Alix que también tuviera las instalaciones de tecnología multiversal, interacción que resultaba muy peligrosa. De hecho ya detectaron tiempo atrás sondas de vigilancia revoloteando por toda la ciudad. Sólo ellos podían detectarlas, porque sólo ellos las fabricaban y conocían. El problema, claro, era que no les pertenecían, eran con casi total seguridad de otras Alix que tanteaban su mundo, probablemente intentando averiguar si allí existía la división de tecnología multiversal o no. Ellos también lo hicieron en otros universos, y cuando se topaban con una lo dejaban en paz ipso facto. Él esperaba que las demás, presumiblemente iguales, hicieran lo mismo con su universo. Pero, ¿podía estar completamente seguro?
Justamente el peligro era lo que oscurecía sus previsiones. Julio poseía una habilidad especial para prever el futuro, era imprescindible a la hora de hacer negocios. Como en una partida de ajedrez, tendía en su mente un árbol de distintas jugadas que llegaban bastante lejos, pero eso ya no pasaba. Todas las jugadas que se le ocurrían quedaban en jaque mate con mayor prontitud de la que desearía.
La compañía podía hundirse de un momento a otro. Tal y como estaban las cosas era bastante posible, particularmente con lo delicado de la situación política y bélica. Pero lo peor, lo que realmente le quitaba el sueño, eran los jaques mates derivados de la tecnología multiversal. Una de sus peores pesadillas -y tenía un abanico muy amplio- era que el ejército se apropiara de la compañía y su tecnología. Aunque, por supuesto, podía amenazarles con usar dicha tecnología en su contra, lo que les obligaría a pactar una alianza. Y sería sin duda una alianza muy poderosa… imparable… y tentadora. Con el ejército daría igual tontear con universos que tuvieran otras Alix similares, no tendría límites. Pero prefería que la compañía estuviera en el menor número de manos posible.
¿Qué habrán hecho en su lugar los Julios de otros universos similares? Estaba perdiendo su habilidad…
Sus dilucidaciones se vieron interrumpidas por una solicitud en su IA para comprobar las noticias.
– Ya las he visto.
Pero el sonido de la IA volvió a sonar dos veces más, mezclándose con la pieza musical que crecía como una tormenta. Le pasaron directamente el enlace a su mesa, por lo que debía tratarse de una señal de vídeo, que activó apoyando ambas manos encima.
Y se vio a sí mismo con el pelo cano.
«…lo mejor para todos. Tengo el placer de anunciar a esta Tierra algo que cambiará su historia tal y como la conocen. Van a formar parte de La Red de la Humanidad, una unión entre mundos como nunca han podido imaginar. Les ruego que no opongan resistencia, todo esto es para bien…»
Estupefacto contempló cómo se abría a un lado de la mesa una ventana de vídeo más pequeña. Miles de enormes vehículos acorazados de tono violáceo oscuro cuyo aspecto nunca había visto antes iban llenando las calles. Intensos destellos de luz daban lugar a estremecedoras estampidas sonoras que provocaban la caída de los cristales de edificios a incluso decenas de metros de distancia, mientras una fuerza invisible arrojaba violentamente a un lado a personas y tráfico cada vez que cada uno de esos ¿tanques? iba a hacer acto de presencia en su lugar.
Acudieron varias decenas de policías, que disparaban inútilmente contra los acorazados intentando taparse los oídos a su vez. Pero estos seguían creciendo en número. El cúmulo de guardias fue literalmente arrancado y arrojado a los alrededores, chocando violentamente contra las fachadas al aparecer varios vehículos en el lugar que ocupaban. Una cámara de seguridad a ras de suelo mostró un cuerpo que fue arrojado a la pared desde fuera del campo de visión de la cámara, enseñando al caer, en primer plano, su ensangrentado e inidentificable rostro.
Julio se dio cuenta entonces de que una de las manos que apoyaba en la mesa estaba justo sobre aquella cara. La retiró con horror dando un alarido, como si la mesa estuviera al rojo vivo. Su réplica anciana continuaba hablando, mientras su mente ya ataba cabos.
Notó varios resplandores que no venían de la mesa, y aterrorizado se volvió hacia el ventanal. A lo lejos estallaban explosiones y humaredas, y entre ellos automóviles y cuerpos pequeños como hormigas saltando por los aires, mientras empezaban a aparecer más acorazados. Comenzó a tener temblores de pánico, particularmente tensos en su cuello, al tiempo que la música llegaba a su punto álgido, restallando en tambores y platillos.
– Huir, esconder, huir, esconder… -balbuceó apenas. Su mente reorganizó varios de sus recuerdos, llegándole un eco de la voz de Allegra. Refugio de guerra entre universos. Caldo de cultivo. Volver a empezar. Aún tenía una oportunidad.
Pero me seguirán… yo lo haría, pensó contemplando a su envejecido alterego en la mesa mientras seguía con su charla. Debía ser rápido, pues sin duda querrían conservar las redes de Alix operacionales y aquel jodido doble debía conocer tan bien como él que el presidente de la compañía podía activar la autodestrucción de estas redes.
No hay tiempo que perder. Sin duda ellos también sabrían cómo desactivarla, por lo que era vital dejar un tiempo ajustado. Veinte minutos estaba bien. No, quince. Bah, era el presidente, se podía saltar el proceso de esterilización. Finalmente lo dejó en diez minutos y lo ajustó en su IA, situada en su muñeca. Salió corriendo de su despacho hacia uno de los ascensores, hasta llegar a Alix C, y se puso a dar golpes en la puerta de la sala de intercambio. El responsable le miró a través de la ventanilla, y le hizo gestos furiosos que le daban a entender que debía pasar con urgencia. El hombre tras reconocerle toqueteó rápidamente algo en su consola y las puertas se fueron abriendo una tras otra. Según su IA, tenía cuatro minutos.
Sudando, siguió corriendo hasta llegar a la sala de tránsito.
– ¡Dónde está el responsable! -gritó.
Una mujer lo reconoció.
– Señor Steinberg, esto es una sorpre…
– Tengo que hacer un viaje urgente -cortó-, un salto a las coordenadas que conserváis del viaje de Marla Enea, lo del asunto de Alix B. Tiene que ser ya.
La dejó con la palabra en la boca, corriendo hacia la sala de las cápsulas. En cuanto entró se encerró en una, mirando a la cristalera. La mujer hablaba preocupada con otros.
Contempló su IA.
Dos minutos.
– ¿¡Hay algún jodido problema!? -gritó furioso Julio por radio.
– Ya estamos procediendo, señor Steinberg.
Entre nervio y nervio pensó cuan buena idea fue el aislamiento de las divisiones de Alix dedicadas al multiverso. Ninguno de esos infelices sabía lo que estaba pasando.
Un minuto.
Les seguía metiendo prisa por radio, viendo que ya estaban programando la interfaz dimensional. Imaginaba de qué estaban hablando. Ya se darían cuenta de que intentaba huir, pero se lo tomarían con humor, guiñándose ojos y pensando que escapaba de algún escándalo financiero. Un cambio de presi. Pobres desgraciados.
Veinte segundos.
La esfera de la interfaz dimensional empezó a moverse sola. Julio tragó saliva, su corazón estaba cerca de salirse del pecho y el cuello le latía con fuerza. Miraba compulsivamente su IA, sufriendo cada segundo menos que mostraba.
Diez segundos.
La esfera giraba ya a una velocidad considerable, a espasmos. Iba de punto en punto, parándose en seco y volviendo a girar a gran velocidad.
Cinco segundos.
Sus sentidos se esfumaron.
5. A la tercera va la vencida
– Excelencia, alguien de Turín quiere veros -dijo uno de los guardias en el salón del trono debrano.
Gorza estaba ensimismado leyendo unos informes.
– Si es otro mensajero que escupa todo lo que tenga que decir y vuelva por donde llegó -respondió sin alzar la mirada.
– Dice que sólo hablará ante su excelencia. Y creo que os interesaría escucharle -dicho esto, Gorza se detuvo unos instantes, tiró los informes con gesto molesto encima de la mesa que tenía a su lado y alzó al fin la mirada.
– ¿Quién rábanos es?
– Olaf -dijo lentamente. Gorza ladeó la cabeza frunciendo el ceño.
– ¿Te refieres a ese Olaf?
– Sí señor.
El Rey se quedó pensando unos instantes.
– De acuerdo, desarmadle y traedle aquí.
Al rato, Olaf entró en la sala del trono de Gorza, Rey de Debrán, cojeando y visiblemente cansado. Lucía sucio y con una fea marca en el cuello, aunque hizo lo posible por mantener el porte. Le siguió Marla, que se quedó a unos dos metros tras el general, los brazos extendidos con una mano sobre otra, en actitud de espera.
Estaba impresionada con el panorama, todo era plateado, con multitud de formas y texturas. El Rey estaba sentado frente a un gran arco decorado con distintos motivos, destacando una gran mano abierta en el centro. Si tuviera que juzgar todo el palacio por el salón del trono, sin duda lo llamaría El Palacio Cromado. Se fijó entonces en que tanto Olaf como ella se reflejaban en la plateada mano del arco, como si así marcara la distancia correcta respecto al Rey.
El aspecto de Gorza, a quien Marla otorgaba a ojo unos cincuenta años era inquietante; tenía un largo cabello a medias entre el rubio y el cano, pero era escaso y le caían puntas hasta la nariz, lo que daba a su mirada un aire amenazador. A su lado sin embargo se erguía alguien aún más siniestro. Un hombre quizá algo más joven que él, vestido con una túnica oscura y totalmente calvo que miraba a Olaf con los ojos entrecerrados. Parecía turbado por su presencia.
Gorza se volvió hacia él.
– Delvin, ordena que traigan agua y comida para nuestros inesperados huéspedes. Preparadles un dormitorio, ah, y llama también al médico -se volvió hacia Olaf-, por favor siéntate -dijo indicándole un sillón que se encargaron de traer dos peones. El general se derrumbó en él.
– ¿Quién es ella? -inquirió Gorza mirándola.
– Marla Enea, mi concubina -respondió Olaf a duras penas.
Ella le miró de reojo alzando una ceja, pero no dijo nada.
– Ya veo… ¿qué te ha pasado?
Soltó unas palabras inteligibles en un suspiro, e hizo un gesto de beber. Cuando el agua llegó bebió como no lo hacía en mucho tiempo.
– No me andaré con rodeos -dijo al fin jadeando después de beber-… la situación es muy grave.
– Tiene que serla si has tenido hígados de presentarte aquí.
– Te pediré… os pediré un favor mientras tengamos esta conversación. Dejemos a un lado las frivolidades, rivalidades
y el protocolo. Acudo al buen entendimiento que siempre hemos tenido entre nosotros.
Gorza frunció el ceño. Eso era mucho pedir, incluso por la parte del propio Olaf. Debía ser en efecto, algo grave.
– Es justo.
– Bien, primero quiero que sepáis, que en lo que a mí respecta, vos no asesinasteis al rey Erik.
– Celebro saberlo, en verdad. Conservas tu buen juicio.
Aquí hay algo que se me escapa, pensó Marla. La relación entre Olaf y Gorza era más profunda de lo que parecía a simple vista. Daban la impresión de haberse encontrado antes en una situación de similar gravedad.
– Por desgracia, el joven Rey no piensa así, y dadas las circunstancias del ataque es difícil probar que estáis libre de culpa -siguió Olaf jadeando.
– Te agradecería que fueras al grano.
– Gardar va a empezar una guerra contra Debrán.
Gorza primero se sorprendió, luego apretó las mandíbulas y tardó unos instantes en terminar de reaccionar.
– ¿Y te ha enviado para decírmelo?
Olaf sacudió la cabeza.
– No me entendéis. Vengo así porque Gardar ha ordenado matarme, no vengo en su nombre.
– ¿Cómo? -exclamó Gorza con visible cara de asombro.
– Perdió la cordura como perdió a sus padres y se ha hecho con el poder simultáneamente. Quiere venganza a toda costa contra vos y vuestro país. Intenté retirarle del poder para detener la situación, pero lo descubrió e intentó matarme.
Hizo una pausa para tragar saliva y respirar hondo, mientras su interlocutor aguardaba con la boca abierta.
– Pero eso no es todo. Al que intentó matarme le pude sonsacar que Gardar planea ir más allá. Creo que aspira a conseguir toda Armantia, o a unirla bajo su mando.
«He llegado hasta aquí como buenamente he podido, así que lo primero que os pido es asilo aquí en Debrán, lo más lejos posible de Turín y de Los Feudos, donde ningún espía turinense pueda llegar. Me comprometo a estar donde me prefiráis sin intento de espionaje de ningún tipo.»
– Eso lo tienes, por descontado -dijo Gorza, visiblemente interesado-. Pero, ¿cómo es posible? Llevas décadas al servicio de Turín y de su antiguo Rey, tu fama como general, estratega y consejero te precede ¿cómo puede Gardar prescindir de El Gran General tan a la ligera? ¿Es eso legal en vuestra tierra?
– Lo es. Por ello, y sin querer abusar de vuestra hospitalidad, quisiera pediros otro favor.
Olaf hizo otra pausa para volver a aplacar su sed. Nuevamente abastecido, volvió su mirada a Gorza, quien tenía todos sus sentidos puestos en el general.
– Os ofrezco mis servicios para repeler el ataque turinense a cambio de que vos me ayudéis a derrocar a Gardar.
– Nada me complacería más -dijo Gorza con una sonrisa de oreja a oreja que cerraba el trato.
Delvin le susurró algo al oído al Rey, mirando de reojo a Olaf. Gorza le hizo gesto de retirarse con desinterés.
Más tarde, tras asearse por turnos en un gran cubo de agua, un peón les llevó a su habitación, un amplio dormitorio con cuatro camas.
– Me gusta -dijo Marla al ver la sala en la que dormiría temporalmente-. No deja de sorprenderme, nos damos un baño en un astillado cubo de madera y sin embargo aquí tenemos camas hechas y derechas. Curiosa época esta.
– ¿Época? -inquirió Olaf.
– Lo siento, se me olvida que este no es mi mundo. Todo esto me recuerda a distintas épocas del sitio del que vengo, que empezaban en el medievo. Castillos, caballeros, reyes y reinas y todo eso… aunque tampoco es igual, es una mezcla extraña… -le miró con cara burlona- a lo mejor aquí tenéis dragones, gigantes y magos.
– Los tenemos -dijo Olaf muy serio. Marla se quedó perpleja, conteniendo la respiración, y él se rió entre dientes-, en los libros.
– Idiota -dijo ella suspirando.
– ¿Y eso qué significa?
– Da lo mismo… en cualquier caso tengo curiosidad por saber más sobre vuestra historia. ¿Cogerás esa cama?
– Sí -Olaf fue colgando su armazón en la pared-. Pues escoges un momento de nuestra historia que es de libro.
Cincuenta años sin que pase nada, y ahora un adolescente quiere ser el amo de Armantia. ¿Recuerdas algo así en el sitio de donde vienes?
– Lo que no recuerdo son cincuenta años en los que no pasase nada.
– Lo digo en serio. Se avecina algo muy feo y quizá sepas cosas que nos sean de ayuda.
A Marla se le ensombreció la cara, y tras unos instantes de silencio se sentó en su cama. Empezaba a molestarla que le recordasen cómo y de dónde había venido.
– No es tan fácil… se supone que no debería estar aquí ¿Entiendes? Estoy alterando el curso natural de vuestra historia y no quiero cambiarlo más. Sólo de imaginar la cantidad de posibilidades, de cosas que podrían pasar y que no pasarán por el simple hecho de estar aquí… la cadena de acontecimientos… es demasiada responsabilidad.
Olaf sacudió la cabeza y se sentó a su lado.
– Nuestra historia acaba de cambiar y tú no has tenido nada que ver. Te recuerdo que este no es tu mundo. No vienes de nuestro futuro. No conoces a nadie de nuestro futuro. No hay compromiso, Marla. El futuro lo decidimos ahora. Y ahora nos eres de mucha ayuda.
Ella asintió lentamente.
– Tienes razón. Lo pensaré.
¡Sabes algo maldita sea!, gritó ella para sus adentros.
Dos golpes secos en la puerta terminaron de cortar la conversación. Esta se abrió en un largo chirriar.
Delvin.
– Su excelencia me envía para comunicaros que mañana partiremos para Hervine. Va a producirse una reunión urgente con el resto de gobernantes de Armantia. Vos representaréis a Turín -dijo mirando a Olaf -, buenas noches.
Cerró de nuevo escandalosamente.
– Ese hombre me da escalofríos -dijo Marla aún mirando a la puerta.
– Si le conocieras tendrías algo más que escalofríos. Es como un subgobernador de Debrán. Ayuda a Gorza a mantener su soberanía en el país a través de un férreo control religioso. He oído cuentos para no dormir sobre lo que hace para mantener ese control. No sé cómo Gorza ha dejado que dependa de él, un día le va a dar un disgusto, o algo peor. En fin, es asunto suyo.
– Eso sí que me recuerda al medievo. ¿Podré ir yo a esa reunión?
– Bueno, no soy el gobernante de Turín, pero debería poder ir acompañado por mi… -rió- concubina.
– ¿Concubina eh?
– Es la posición que más libertad y seguridad te otorga.
Un pensamiento fugaz fue creciendo en la mente de Marla.
– ¿Cuánto tardaremos en llegar a Herva… Her… ?
– Hervine. Pues a lo sumo unos cuatro días, ¿por qué?
– Porque desde que salimos de Turín hasta que lleguemos a Hervine a caballo, habremos recorrido Armantia de punta a punta en prácticamente una semana, lo que significaría que esto apenas es una isla grande y que no puede ser la única porción de tierra que asome sobre el agua en este mundo.
– Bueno, ciertamente es el único que conocemos.
– ¿No habéis fletado barcos?
– ¿Barcos? Supongo que quieres decir barcas. Sí claro, pescamos gracias a ellas.
– ¿Sólo pescáis, no habéis salido a explorar?
– Explorar… hubieron dos expediciones creo… no volvió ninguna… por otro lado, las barcas que se han visto alejadas por temporales y que han podido volver no han encontrado más que peñascos. Así que a nadie le importa.
– No me extraña que sólo conozcáis Armantia.
Así que estamos aislados… ¿Qué habrá más allá? O mejor dicho, ¿Quienes?
Olaf se fue cansado a su cama, y tras sentarse se quedó mirándola, cayendo en la cuenta de algo.
– ¿Has leído ya el pergamino?
– Vaya, entre tanto jaleo lo había olvidado.
Tras desenrollarlo, Marla sonrió al comprender por qué nadie pudo descifrarlo. Estaba encriptado de acuerdo con las normas sobre documentación de Alix B.
Empezó a leer para sí.
«No tengo el espacio y tiempo que me gustaría (cruel ironía), pero creo que debería empezar dando unas cuantas explicaciones. Primero, te estarás preguntando por qué “traicioné” al proyecto. En realidad te lo habrán dicho ya, quería cambiar la historia. Lo que no te dijeron es cual, ni por qué. Te lo diré yo: Alix B estaba totalmente corrompida y prostituida, Marla. Alix Corp, la compañía matriz, no creó nuestras instalaciones ni pagó nuestro proyecto para nada. Nuestro futuro (el de nuestro mundo) estaba en venta. Cuando la compañía pasaba por un mal momento, Ricardo Garriot pagó una importantísima suma a Alix para ganar las elecciones. Se permitió el lujo de detallar cómo quería ganar, y cómo quería que quedara Egidio Roberts. Y así fue. La tecnología dimensional puede ser peligrosísima a efectos históricos, y se estaba yendo de nuestras manos.
El mal multiversal es un cuento chino. Por supuesto que existen riesgos psicológicos en los viajes, pero nada tan grave y menos para gente preparada como vosotros. Lo que ocurría es que estaban haciendo limpieza entre los veteranos que aún tenían contacto con el mundo exterior. Temían que les vierais el plumero y difundierais la noticia por ahí, estropeando el negocio. Eso fue lo que le ocurrió a Marco Shuttleworth. No es más que una droga que te fríe el cerebro y que incluyen en el compuesto vitamínico que dan cuando vuelves de un viaje. Nadie se alarmaría ni os echaría en falta, porque vivís apartados de la sociedad y vuestro propio contacto es reducido.
Como comprenderás no me encontraba a gusto trabajando en esas circunstancias. Había creado un monstruo. Así que, en cuanto terminé de desarrollar la unidad (el dispositivo de viaje portable que convenientemente no documenté), huí con varias de nuestras pequeñas sondas exploradoras, a varios universos de la red. En todos ellos, avisé a mis otros yo de lo ocurrido y se ofrecieron a ayudarme. Así que volvimos a nuestro universo y destruimos todo el proyecto. Siento las maneras por cierto, los disparos que viste en la sala de tránsito sólo eran dardos neuroparalizantes. El que accionó la palanca fui yo, naturalmente.
En cualquier caso, hubo algunas cosas que no supe prever a tiempo. Los otros Boris supieron de golpe lo de los viajes, sin adquirir la disciplina correspondiente a mis años desarrollando la tecnología, y tras dejarles en sus universos correspondientes (usando la unidad), algunos cayeron en la ambición de creer que podrían repetir el proyecto con éxito ahora que habían visto los errores. Tras emprender las investigaciones de nuevo, intenté disuadirles en vano, uno incluso intentó matarme para arrebatarme la unidad (que destruí también posteriormente).
Estábamos condenados a nuestra autodestrucción, Marla. Lo estuvimos desde que se creó Alix B. La situación escapó por completo de mi control, y lamentablemente ya no podía influir en ella. Allí donde aparecía un Boris el destino era el mismo, la autodestrucción vía multiverso y lo que es peor, donde no existía también aparecía una de mis versiones. Este es un lugar lo suficientemente alejado en el caos, y lo suficientemente similar a su vez, para intentarlo de nuevo.
Al contrario que nuestra compleja maquinaria de la sala de tránsito, la unidad permite el viaje multiversal en una sola dirección temporal. Esa es la razón por la que no te estoy contando esto en persona. Fui con prisa a la interfaz multiversal y te envié desde la sala de tránsito más allá en el tiempo de lo que debía. Yo, por el contrario, sólo tenía acceso a este universo mucho antes en el tiempo a través de la unidad. Y ya ves, aquí estoy, consumiéndome y escribiendo algo no muy distinto a un testamento que leerás (espero, a la tercera va la vencida) cuando llegues a este mundo dentro de cuarenta años.
Y las dos preguntas que te estarás formulando. Por qué Armantia y por qué tú.
Intentando arreglar (o por lo menos compensar) el mal que hice (la extinción de nuestra especie en la cadena de universos paralelos al nuestro), acudí a este mundo. Es muy enigmático, un pseudomedievo concentrado y empezando a descubrir el paradigma científico. Mezcla elementos de distintas épocas de nuestro mundo con otras nuevas, la lengua, partes de la cultura, ideas… Pero más importante: es el caldo de cultivo ideal para volver a intentarlo. Sobre su origen he hecho algunas averiguaciones, pero eres lista, lo descubrirás tú misma. Lo cierto es que tuve que huir aquí con la unidad para intervenir personalmente, y asegurar el lugar. He detenido guerras, reunido pueblos enfrentados (así nació Turín) y llegado a alcanzar una paz permanente que ya lleva diez años y que debería durar aún cuando llegues. Otra particularidad de este mundo es que muchas de las enfermedades y agentes patógenos (que haya visto) del nuestro no existen. Tu historial médico y los controles de los viajes propiciaron que no te los trajeras.
Y tú, Marla Enea… ibas a ser la próxima en “padecer” el mal multiversal. Si no estuvieras leyendo estas líneas, estarías loca o hecha un vegetal. Tú verás qué quieres hacer con tu vida, mi idea era que me sucedieras. Esto es importante. Hice de mi figura una leyenda, convirtiéndome en alguien a quien todo el mundo escucha. He introducido el mito de otro volvería como lo hice yo y gracias a eso contigo harán lo mismo, no dudes en aprovecharlo.
Si aceptas la idea, intenta influir en la prolongación de la paz como hice yo y evitar el improbabilísimo caso de que alguien de Alix se cuele, pues tú le reconocerías.
Supongo que es tarde, pero siento no haberte dado a elegir. Comprende que yo tampoco pude.
Adiós y suerte.
Boris Ourumov
PD: Que no se te pase por la cabeza perdonarme.»
Aguantando las lágrimas, dejó caer el pergamino. Le ardió el estómago, todo daba vueltas y estuvo a punto de vomitar. Oyendo las arcadas, Olaf se incorporó de un salto.
– ¿Estás bien?
– Sí… sólo ha sido un mareo… sólo…
– Espera, ven…
Olaf la llevó del brazo hacia la ventana, para que le diera el aire.
– Respira hondo…
– Sé cuidarme -respondió Marla algo irritada, intentando desasirse de su brazo. Por un momento deseó no tener nada que ver con aquel lugar.
– De acuerdo, de acuerdo -respondió soltándola y alzando las manos.
El general volvió a su cama, sin quitarle ojo. Dejó que transcurriera un largo silencio para que se calmara, y así volver a preguntarle.
– Hablas mucho del pasado de tu mundo, y poco de tu presente. Tu depresión parece esfumarse a ratos. ¿Tan poco dejaste atrás? ¿Qué hacías aparte de esos viajes tan singulares?
– Bueno… no me quedan, o quedaban… grandes vínculos familiares. A decir verdad era uno de los requisitos de mi profesión. El trabajo me ocupaba casi todo el tiempo, así que no hay mucho que contar, aunque… -frunció el ceño- dime, ahora que creo que somos amigos… Me tratas con un respeto que agradezco profundamente, pero que me sorprende… ¿Por qué? ¿Cómo es que me diste cobijo tan rápido? ¿Qué esperas de mí?
Olaf, que ya estaba acostado y mirando al techo, agitó la mano quitándole importancia.
– A lo mejor esperabas que saliera corriendo, o que te llamara bruja y te pegara fuego, o algo así. Tal vez en Debrán… -volvió a reír entre dientes-. Hasta que leí lo de Boris admito que sólo fue curiosidad, y después, hasta ahora… en fin… no sé si seguirías haciendo lo que hizo Boris por nosotros… -la miró- en realidad eso deberías decírmelo tú.
A Marla se le ensombreció la cara.
Justo en la diana.
– Eso es precisamente lo que Boris quería de mí, lo que me dijo en el pergamino, pero Olaf… esa es una responsabilidad que no puedo cargar. No soy ninguna salvadora o guía, ni gran diplomática… yo no elegí estar aquí. Y me duele ver que estés esperando algo de mí mientras suceden cosas terribles, como si yo pudiera hacer algo. Eso ya empeora el hecho de tener que vivir aquí para siempre.
Se le aceleró el corazón, pues no pensaba decirlo. Le salió del alma. Por un momento llegó a temer que Olaf se viera desengañado y se deshiciera de ella, pero ese era un miedo antiguo que ahora desechaba. Había llegado a la conclusión de que él no era así.
De hecho sonreía, con pesar.
– Entonces no estas ni mejor ni peor que ninguno de los que vivimos aquí.
Quedó en silencio, pensativo.
Ya está todo dicho, pero le es indiferente ¿Y cual es mi posición ahora?… ¿Acompañante? No, no se lo puedo preguntar. Le seguiré la corriente.
– Por cierto -añadió Olaf-, ya que pareces saber de Boris más que yo y conociendo las maldiciones que echabas de él cuando llegaste aprovecho para preguntarte… ¿Cómo era él? ¿Bueno, malvado? La historia le recoge como un ser místico…
Marla estaba con una mano en la cornisa de la ventana, mirando hacia el cielo, su rostro iluminado por el gran astro nocturno de aquel mundo.
– Ya no lo sé.
Esa noche tardó en dormirse por culpa de una frase enigmática del pergamino de Boris a la que daba vueltas constantemente. “A la tercera va la vencida”.
Al día siguiente, antes de partir, Olaf tuvo un encuentro inesperado. Girome, el hijo de Gorza, le hizo una visita. Tenía unos veinticinco años, y un aspecto mucho menos inquietante que el de su padre. A Olaf se le veía realmente feliz de verle. Tras las presentaciones con Marla, ambos se contemplaron.
– ¡Todavía creces! -le dijo Olaf sonriendo- Ya eres más alto que tu padre.
– Quien por cierto no sabe que estoy aquí.
– Te puedes meter en problemas entonces. Estoy alojado en tu castillo en circunstancias un tanto especiales.
– Sí, ya me he enterado de los detalles. Siento lo de Erik, pero siento aun más el modo en el que has tenido que abandonar tu tierra. ¿Por qué Olaf? ¿Por qué alguien como tú es tratado de esa forma? ¿Dónde quedó lo de El Gran General? No me refiero sólo a esto, cuando estuve en Turín te miraban mal por estar conmigo…
– Ya, ya… te entiendo -titubeó incómodo, tal vez buscando evitar ese hilo de conversación en presencia de Marla-. Nunca esperé mucho apoyo, así que no me quejo. En Turín piensan que ¿para qué tal ejército y un general con buen mote si no hacen nada? Pero si hiciera las cosas sólo en función de los aplausos, ahora no estaríamos hablando, sino luchando a muerte.
– Y yo ganaría, para tu desgracia.
Olaf rió de buena gana.
– Desde luego. Podrías decirle a Delvin ¿Para qué te necesito si yo mismo he vencido a El Gran General?
Ambos rieron. Girome hizo entonces gesto de acordarse de algo.
– Aquí en Debrán… está creciendo un miedo supersticioso a cuenta de todo esto.
– ¿Y qué es lo que temen?
– Bueno, ya conoces aquella leyenda. No negarás que las circunstancias son muy parecidas… el Rey que muere defendiendo su castillo… la Reina que se tira desde una torre… el heredero que pierde la cordura… temen que vuelva la bestia.
Olaf soltó una carcajada.
– Ahh, Girome… La Flor Dorada es un mito. No me digas que lo crees tú también, a tus años.
– Sólo digo que las coincidencias…
– No va a venir ninguna bestia -cortó Olaf-, ni ningún caballero misterioso va a decapitar a tu estirpe para llevarle la cabeza de tu padre a Gardar. Pero, ¿sabes qué?, si ese es el temor que tiene tu gente, se me antoja escaso. Lo que va a venir aquí, Girome, es el ejército más numeroso y mejor entrenado de Armantia, con mucha diferencia.
El heredero quedó en silencio.
– Cambiando de tercio… ¿Cómo sigue tu relación con Delvin, igual? -le preguntó Olaf.
– No me lo recuerdes. Lo primero que haré cuando me coronen será echarle de una patada. A lo mejor lo ves, si miras el cielo ese día.
Pero Olaf ya no sonreía.
– Ten mucho cuidado con él. No te ofendas, pero creo que tu padre ha sido muy insensato dejándole llegar hasta donde está. Tiene poder para rebelarse y no ha llegado a su posición con honores, precisamente.
– Lo sé… lo sé muy bien. En el fondo creo que mi padre está arrepentido, aunque ya le debe parecer tarde para un cambio brusco de gobierno. Pero has dado con uno de mis temores, Olaf. Delvin sabe que le echaré en cuanto llegue al poder, y… no creo que dejar el poder esté entre sus planes. Temo tener un accidente.
– ¿Lo has hablado con tu padre?
– No. Ya tiene bastantes problemas y al fin y al cabo no puede hacer nada.
Alguien gritó abajo ¡Es hora de partir!
– ¡Ya bajo! -gritó Olaf en respuesta- Debo irme. Pero escucha, si vieras tu vida amenazada…
Le puso una mano en el hombro y le susurró algo al oído.
– Sabrás dónde encontrarme -concluyó-, ¿lo recordarás?
– Como el respirar. Adiós, Gran General.
6. Reunión
Apenas tuvieron tiempo de descanso, pues el mismo día en que llegaron a Hervine se celebró la reunión. Cuando entraron en el salón de reuniones del castillo hervinés, ya estaban todos. Marla pudo reconocer, por las descripciones que Olaf le había dado, a Ellen Lynn presidiendo la mesa.
Era muy, muy vieja, una anciana. El rostro era afable, con las arrugas de toda una vida, y su cabello albino contrastaba con las innumerables manchas de melanina que salpicaban su piel. El hombre que estaba a su izquierda no podía ser otro que Gauthier Courtland, consejero y segundo de Lynn quien según Olaf, sería futuro gobernador de Hervine dado que Lynn no dejó herederos. Recorriendo la mesa con la mirada, vio a Gorza y su inquietante consejero, Delvin. Algo más allá, una pareja que a juzgar por las ropas debían ser Raimundo y Carina, Reyes de Dulice, el país fabricante de armas. Eran jóvenes, tanto como Marla y Olaf, y Carina llamaba la atención por su inusitada belleza y unos enormes ojos verdes.
La sala y todos sus bultos eran de color blanquecino, lo que daba a la vista una sensación agradable, siendo completamente iluminada por un ventanal próximo. Igual era la mesa, pulida, sin tallas aparentes.
Todos se levantaron al verles entrar, y se volvieron a sentar cuando -siguiendo el protocolo- sin decir una palabra Olaf hizo lo mismo. Marla lo siguió, recordando las instrucciones de cómo debía comportarse, que consistían básicamente en cerrar el pico. Finalmente los presentes miraron a Lynn, cuyos ojos se fijaron en los de Marla. La miraba con curiosidad. Ella retiró la mirada, incómoda.
– Bien -dijo la gobernadora-. Iré al grano. Estamos aquí debido a que se cierne sobre Armantia una amenaza tan grande como la paz que hemos tenido estos últimos cincuenta años. Sin precedentes. Por ello quiero pensar que no estoy sola cuando digo que este es momento de compartir información y crear un frente unido contra dicha amenaza – hizo una pequeña pausa, mirándolos a todos uno a uno, especialmente a Olaf-. La amenaza a la que me refiero, es el intento de invasión que, según he podido saber por fuentes muy fiables, planea Gardar sobre todos y cada uno de los países de Armantia, aún no sabemos cuándo.
Marla se fijó en que Olaf miraba atentamente las reacciones de los Reyes de Dulice. Raimundo parecía perplejo, pero tuvo la impresión sin embargo de que Carina le daría una bofetada a su esposo en cualquier momento.
– Estoy segura de que Olaf Bersi tiene mucho que contarnos -continuó Lynn dándole la palabra.
– En realidad no tengo mucho más que añadir a lo dicho por la gobernadora. Sobre mí, puedo decir que escapé de Turín tras un intento de asesinato ordenado por Gardar. Es probable que ahora mismo mi cabeza tenga precio allí y se haya extendido de mí una imagen de traición. Lo tengo, en resumidas cuentas, muy complicado para volver. Creo que Gardar no superó la muerte de sus padres y ha perdido la cabeza. Estoy determinado no obstante, a retirar a Gardar del trono turinense como sea posible, en lo que espero ser ayudado por los aquí presentes -gestos de asentimiento por toda la mesa-. Espero igualmente, ser considerado como gobernante legítimo de Turín de ahora en adelante, y poder hablar en su nombre en esta mesa, equilibrando la representación de todos los países de Armantia.
Todos dieron dos golpes en la mesa, apoyando la propuesta, menos Marla. Se le aceleró el pulso al caer en la cuenta, dando otros dos golpes, tras lo que Olaf suspiró aliviado.
– Quisiera antes que nada -continuó- preguntar a sus majestades de Dulice, Raimundo y Carina, si han… recibido algún pedido de armamento significativamente grande por parte de Turín en las últimas dos semanas.
Olaf le confesó días antes dicha sospecha. Marla ya sabía que Dulice era el país que lideraba la creación de armamento y que últimamente había pasado por una muy mala racha económica. Si Gardar planeaba una invasión con un ejército como el de Turín, era de sentido común acudir a Dulice para armarse.
De nuevo, la mirada de Carina a su esposo se tornó recriminatoria, pero no dijo nada. Raimundo carraspeó.
– Diez mil reales.
Un murmullo de asombro recorrió la mesa, y Marla pudo leer en los ojos de los demás la misma exclamación: No puede haber sido tan insensato.
– ¿Y bien? -dijo Olaf alzando una ceja.
– ¿Y bien qué? -preguntó Raimundo visiblemente molesto.
Empezó a sentirse incómoda al estar prácticamente de espectadora en una discusión tan importante y que se presentaba hostil. Volvió a pasarle por la cabeza la idea de que estaba atrapada para siempre en aquel mundo extraño. Atrapada y pasiva. Espectadora eterna.
– ¿Aceptasteis el pedido o no?
Raimundo notó la expectación con la que todo el mundo le miraba, pendientes de su respuesta. Se sintió presionado.
– Sí.
Gorza se tapó la cara con ambas manos, Delvin bajó la mirada, Courtland se tuvo que dar la vuelta para calmar sus nervios, Lynn resopló en un gesto entre perpleja e incrédula, y Olaf sacudió la cabeza.
Realmente debe haber sido mucho dinero, pensó Marla.
– Dada la cantidad, ¿no se os ocurrió preguntar para qué? – inquirió Olaf.
– Eso no nos incumbe. Y no me arrepiento. El futuro de Dulice estaba en juego en esa operación -dijo Raimundo intentando conservar algo de dignidad.
– ¡Raimundo! -gritó Lynn-. ¡¿Qué has hecho? ¡El mayor ejército de Armantia está ahora armado hasta los dientes! ¡Y piensa invadirnos! ¡No puedes ir dando por ahí diez mil reales en armas de una sentada sin pararte a pensar para qué se van a usar!
Raimundo fue a replicar, pero Carina le cortó.
– Dulice se compromete a proveer sin costo alguno a Debrán y Hervine en la defensa por la invasión que llegue desde Turín -dijo mirando furiosa a Raimundo. Esta vez él también la miró con un notable resentimiento, pero no dijo nada.
– Es lo menos que podéis hacer -dijo Gorza, que había estado callado toda la reunión-. El despiece lo empezarán por mi país, no por el vuestro.
– Huelga decir que todos nuestros descubrimientos pasan a estar a disposición de esta misma causa -añadió Lynn-. Creo que con nuestro material ignífugo podríamos tener una oportunidad ante las tropas turinenses, que según mis últimas informaciones, pasan de los trescientos mil efectivos… -Olaf carraspeó tan fuerte que interrumpió a Lynn.
Son más, pensó Marla. Muchos más. Olaf suspiró y añadió:
– Esos trescientos mil efectivos están sacados del censo oficial militar turinense. Pero ese censo oficial… está hecho precisamente para que vos y otros podáis tener esas últimas informaciones.
– ¿Qué quie… queréis decir? -dijo Gorza.
Olaf se mordió un labio.
– Turín cuenta realmente con más de un millón de efectivos.
Nuevo e incómodo silencio.
El pergamino de Boris acudió a la mente de Marla. Debía empezar a tomar partido, no podía ser siempre espectadora… Pero eso supondría aceptar un hecho del que aún huía, vivir para siempre en aquel mundo. Sabía que desde que diera el primer paso, desde que se comprometiera sólo un poco, estaría ligada al destino de quienes la rodeaban para siempre. Se le hizo un nudo en el estómago.
– En Debrán estábamos… estamos reconstruyendo nuestro ejército. En estos momentos consta de poco más de doscientos mil efectivos -dijo Gorza.
– Nuestra reserva es de aproximadamente la mitad -dijo Courtland.
– La nuestra también -añadió Raimundo.
– Puede que Gardar tenga ya arreglos con algunos señores de Los Feudos -inquirió Olaf-. Sería un frente de ataque peligroso. Presupongo que sus majestades también tendrán a algunos en el bolsillo…
Raimundo y Gorza se miraron.
– Hace varios días que no tenemos contacto con ellos. Nuestros mensajeros no han vuelto -dijo Raimundo.
– Los nuestros tampoco -añadió Gorza, bajando la mirada.
– Será un frente de ataque peligroso -concluyó Olaf asintiendo con gesto grave.
Marla empezó a removerse en su asiento. Notaba la desesperanza en la mesa, la arrolladora previsión de que Turín arrasaría con ellos y de que el torbellino la arrastraría sin que pudiera hacer nada y sin que nadie lo supiera. Ella misma estaba de figurín en aquella reunión. La espectadora eterna.
No dejaré que eso ocurra.
Se le aceleró el pulso, y logró balbucear algo…
– Emm…
Todo el mundo la miró, lo que la puso aun más nerviosa. Olaf, tenía los ojos abiertos como una lechuza, temiendo qué podría decir ella. La advirtió sobre hablar más de la cuenta.
– Bueno… parece… se ve… es evidente que la defensa será difícil, por ello creo que… en fin… deberíamos plantear un plan paralelo para detener ese ataque… antes de que… se produzca… -Olaf empezó a sudar copiosamente.
– Explícate joven -dijo Lynn visiblemente interesada. También lo parecía Courtland. Gorza tenía el ceño fruncido y Olaf estaba ya rojo como un tomate.
Marla intentó calmar sus nervios, organizando sus ideas antes de exponerlas.
– A mi modesto entender… todo cuelga de Gardar. Deberíamos poder encontrar el… la manera de… introducirnos en Turín hasta el propio castillo de Gardar, y neutralizarle. Se podría intentar… mmmm… apaciguar los ánimos allí de la misma manera con la que se exaltaron… con propaganda. Es todo una cuestión de… errr… -miró sonrojada a Olaf, que estaba conteniendo la respiración- espionaje. Sí… infiltrarse…
– ¿Cómo te llamas? -se interesó Carina.
– Marla Enea.
Lynn dio un respingo casi imperceptible.
– Ah -sonrió Carina-, dulicense. ¿De qué zona? No consigo situar tu acento…
La pregunta la pilló totalmente desprevenida, deseando por momentos ser engullida por la tierra. Olaf interrumpió con una tos exagerada, al borde de la combustión espontánea.
– ¿Les parece a sus majestades una opción a tener en cuenta la propuesta de mi concubina? -dijo mirando fijamente a Marla, quien desvió la mirada.
– Arriesgado -respondió Lynn.
– Pero realizable -añadió Courtland.
– Hmm.
– Nos conviene por lo menos intentarlo -dijo Gorza.
– Esa sería mi oportunidad de tomar el control del trono – admitió el propio Olaf.
Marla no se atrevía a decir nada más. Carina había estado muy cerca de ponerla en un grave aprieto, y Lynn no le quitaba ojo. Pero había consenso, eso estaba claro.
– En lo que a la defensa respecta, creo que todos deberíamos formar un frente en la frontera entre Turín y Debrán -dijo Olaf.
Todos de acuerdo.
– Y en cuanto al otro plan… -Olaf miró a Courtland.
Courtland pareció interpretar su mirada por unos instantes.
– Tenemos gente especializada en esos menesteres, sí. Grupos de un máximo de diez sería factible. Dos o tres, por distintos caminos. Dependerá de la vigilancia que haya en Turín -dijo devolviéndole la mirada a Olaf.
– Probablemente mucha y buena. Aunque conozco algunas rutas que podrían darnos una oportunidad.
– Entonces creo que todo está muy claro -dijo Lynn.
Se concretaron ambos planes en la reunión. Desde Debrán se dirigiría la defensa a gran escala, Hervine y Dulice aportarían material y hombres e igualmente Courtland y Olaf dirigirían -y serían parte de- el golpe al trono de Turín.
Al terminar, y viendo que ya no pintaba nada allí, Marla se despidió para regresar a sus aposentos, momento que Lynn aprovechó para tener una pequeña charla con Olaf.
– Hacía tiempo que no sabía de ti, Olaf. Me alegro de que ahora las cosas te vayan bien.
– Yo no diría que me fueran especialmente bien, gobernadora.
– Me refiero a tu concubina.
– Oh… mmm… sí…
– Perdona la indiscreción, pero ¿hace mucho que os conocéis?
– Más bien poco, gobernadora. ¿Puedo saber qué alimenta vuestra curiosidad? -dijo enarcando una ceja.
– Oh, nada. Me ha caído muy bien. Me recuerda a mí cuando era joven -dijo estrechando un mar de arrugas en una sonrisa.
Olaf suspiró aliviado lo más imperceptiblemente que pudo, viendo que se trataba únicamente de eso. Lynn sin embargo se dio cuenta, y matizó, cambiando a un tono más cercano.
– Vengo observando desde hace tiempo que nuestros intereses… parecen ser muy similares.
– Lo son los de todos sobre ciertas cuestiones -dijo él secamente, captando la conexión.
– Y sobre ciertas cuestiones sólo unos pocos actúan durante tanto tiempo, más allá del interés común.
Se quedaron mirando unos instantes, escrutándose uno al otro.
– Pensaba que los vigilantes ya habían desaparecido -dijo Lynn con los ojos entrecerrados, su tono vago.
– ¿Y eso os habría gustado? -inquirió Olaf con gesto serio.
– Ya conoces la postura de Boris al respecto -respondió ella viendo su sospecha confirmada.
– ¿Debo entender que la de sus discípulos es idéntica?
Lynn lo miró unos instantes y finalmente sonrió, su rostro triste. Se estaba acumulando demasiada tensión innecesariamente.
– En realidad me alegro de que aún queden vigilantes. No soy la competencia, Olaf, y haces mal en hablar en plural sobre los discípulos de Boris. Sólo estoy yo, al menos por el momento, y creo que se puede decir lo mismo de tu caso. Así que no hacemos ningún bien marcando nuestras diferencias ahora, tal y como están las cosas.
– Las diferencias ya venían marcadas. Cada cual hace lo que tiene que hacer. Pero sí es cierto que cabe la pronta posibilidad de que ambos caminos se crucen, queramos o no.
– Me he dado cuenta, por ello he buscado esta conversación. Su presencia… es… muy importante.
– Estoy al tanto -asintió Olaf, bajando la mirada.
– Intenta que no le pase nada por…
– Hago cuanto está en mi mano -cortó Olaf-, pero ella es muy independiente.
– Y testaruda, lo sé muy bien. Pero es vital para nuestros intereses. Como especial, o eso creo, ¿es tu concubina por un mero acuerdo de supervivencia, o realmente la quieres?
Olaf abrió la boca para responder, pero se calló, molesto ante la excesiva y pretendida confianza de la gobernadora.
– Es tarde y debo descansar, con vuestro permiso -dijo recuperando el tono oficial y dando media vuelta.
Así que todo era cierto, pensó Lynn viendo marchar a Olaf. Pobre chica.
Cuando Marla se dirigía a su habitación, oyó en una puerta cercana unas voces que denotaban irritación. Se acercó curiosa, acercando el oído a la puerta; las voces pertenecían a los Reyes de Dulice.
– ¡Mira la que has armado! -dijo Carina alzando la voz-, ya tienes tu guerra, y las arcas se están llenando, ¿contento? Diez mil reales… al menos cuando los turinenses arrasen el castillo con nosotros dentro, lo haremos nadando en oro. La forma de morir que siempre has soñado…
– Calla estúpida, vas a conseguir que nos oigan.
– Callaré si me place, queridísimo esposo. ¿Cual es ahora tu plan, eh?
– No me hables como si fuera responsable de algo. Yo sólo quería un susto y lo sabes, ese era el plan, nadie tenía que morir. Lo suficiente para un conflicto. Pero alguien nos traicionó… tal vez Gardar tuviera que ver y fuera todo una conspiración, ¡no lo sé!
– ¿Qué más tendrá que pasar para que te des cuenta de que necesitamos otros medios de subsistencia? Te dije lo del arroz, te dije lo del azúcar, ¡las tierras del sur tienen un gran potencial para el comercio de azúcar! Pero no… Mi queridísimo esposo consideró que reavivar la industria armamentística sería muy fácil, que siempre tendríamos ese recurso ahí, ¡aun tras medio siglo de paz! ¡Cómo se te pudo ocurrir que…!
La voz se acercaba a la puerta, lo que obligó a Marla a regresar rauda pero sigilosa a su habitación.
Estuvo largo rato rumiando lo que escuchó, pero después, pensando en la reunión, se sintió aliviada, libre, viva… tenía algo que decir en aquel lugar después de todo. Ya no era ni espectadora ni pasiva, y por primera vez desde que llegó a Armantia, durmió como un bebé.
Despertó Olaf al día siguiente en su habitación del castillo de Lynn, lamentando el hecho de que sería una de las últimas veces en mucho tiempo que dormiría en aposentos reales.
– Me encanta la arquitectura hervinesa -dijo Marla. Olaf suspiró, viendo que ella ya estaba despierta y vestida, aguardándole-. En serio. Todo lo que había visto hasta ahora era una mezcla del medievo, Persia, culturas nórdicas… pero esto es… nuevo… -le miró- ¿Cómo nos hemos despertado hoy?
Olaf gruñó.
– Tenemos que hablar.
– Con el pie izquierdo. Ya veo.
– ¿Qué tiene que ver el pie con el que…?
– Olvídalo -cortó Marla. Arrastró una silla y se sentó en frente-. Muy bien, aquí estoy. ¿De qué quieres hablar?
Olaf la miró fijamente unos instantes.
– ¿Cuál va a ser tu papel en esta historia?
– Ya lo sabes, voy a intentar ayudar. Como cualquier otro aquí, tal y como dijiste. Por cierto, una duda a la que llevo dando vueltas toda la mañana… ¿Por qué en este lugar de reinos y majestades y toda esa parafernalia, hay una gobernadora? No concuerda.
– Hervine fue un reino hasta que llegó Lynn. Las razones del cambio tendrás que averiguarlas por ella. De acuerdo, a lo nuestro; como debes saber tendremos dos grupos, uno lo llevará Courtland con quien yo iré, el otro lo llevará un espía hervinés, Keith Taylor, se encargará de darnos cobertura.
Ella intentó comunicar en el tono más neutro posible la decisión que llevaba tiempo meditando.
– Dada mi experiencia, encajaré más en el segundo.
– Bien.
Marla percibió una tizna de decepción.
– ¿No hay inconveniente verdad?
– En absoluto. En fin, la tarea es sencilla. Tu grupo tendrá que prepararnos el terreno para entrar en el castillo, casi cualquier guardia podría reconocerme. Nosotros nos encargaremos del resto.
– ¿Qué haréis con Gardar?
– Ya veremos, dependerá de él.
Permanecieron muy callados el resto del día. Marla no desaprovechó la ocasión de visitar la biblioteca del castillo hervinés, previo permiso real. En ella encontró algunos datos interesantes, como que Ellen Lynn conoció a Boris en vida, y fue gracias a la influencia del científico ruso que llegó al trono hervinés.
– Hay un cuadro de la coronación, si la quieres ver en detalle -dijo una voz a su espalda. Marla casi salta del susto. Era Lynn, quien se sentó delante con mucho esfuerzo.
– No hacía falta que vinierais majestad, tan sólo buscaba…
– Descuida querida, no es molestia. No recibimos muchas visitas en este extremo de Armantia. Curioso ese Boris -dijo señalando al libro-, un personaje muy peculiar.
– Le conocisteis, veo.
– Sí, cuando era joven, más o menos como tú. Era un hombre muy sabio.
– Hay demasiada mística tras su figura. Resulta un poco difícil de creer todo lo que se cuenta de él.
– Oh, suele pasar con quien llega a cambiar la historia como él hizo. Pero como todo el mundo, tuvo cosas de las que arrepentirse, y que la historia no habrá recogido. Como siempre.
– ¿A qué os referís? -inquirió Marla, inquieta.
Lynn notó esa inquietud, y se rió.
– A nada en concreto. Sólo patrones históricos. Así que dulicense. Es bueno que te intereses por la historia, tengo entendido, y esto no se lo digas a Carina, que la cultura no es el punto fuerte de Dulice.
– Ya, en fin, yo… vivía en un pequeño pueblo, bastante aislado del resto, y por razones ajenas a mi voluntad me vi fuera, y ahora estoy conociendo todo esto…
– Ya veo. ¿Tu pueblecito no era muy próspero?
– No, no lo era. La verdad es que estaba podrido, ya no tenía remedio.
– ¿Y qué tal tu trabajo allí, estabas contenta?
¿Y qué tal si dejas de interrogarme?
– Contenta no sería la palabra. Estaba… satisfecha, porque por un lado me permitía estar lejos de la mugre que cubría los alrededores… pero a la vez me hacía sentir… mmm… culpable, sí. Los demás habitantes del pueblo distaban de estar tan bien como yo, y cada vez que salía a pasear me daba cuenta de que huía de la realidad. Pero la realidad empezó a cercarme, y hasta que la mugre cubrió también mis labores…
– Te entiendo. Al final siempre vencen los villanos, dicen. Mas no deben hacerlo con impunidad -dijo la gobernadora, sumida en sus pensamientos.
Marla ladeó la cabeza, queriendo recordar algo.
– Pues has hecho bien saliendo de allí -dijo Lynn rápidamente al ver la reacción de Marla-, el resto de Armantia no es muy próspera últimamente, pero aún tiene remedio, como ves. Y creo que le vendrá muy bien la llegada de gente como tú. Muy, muy bien.
– Exageráis.
– Nos has hecho una buena demostración ayer, en la reunión. Nos falta esa claridad de ideas.
– ¿Puedo preguntaros por qué sois gobernadora y no Reina? -le preguntó al haber ganado la suficiente confianza con ella.
Lynn sonrió.
– Una pregunta interesante. Lo del reino era demasiado… pomposo para mí. El propio modelo me pareció inadecuado. Tampoco creas que aquí hubo una gran tradición de corona. Si las cosas se arreglan te recomiendo que te des un paseo por estas tierras, observarás que la sociedad hervinesa es substancialmente diferente. Cambiando de tema, ¿cómo llevas lo de ser concubina, si no es indiscreción?
Gobernadora y maruja. Lo que me faltaba.
– Bueno… no me puedo quejar, su excelencia. Olaf fue el primero con el que me encontré al salir del pueblo. Él ha cuidado de mí. Siempre ha sido muy atento.
– Ah… -dijo Lynn, asintiendo con aprobación- no sabes la suerte que tienes de que sea Olaf. Un hombre como pocos quedan ya por aquí… ¿Sabes?, yo también vivía en un pueblecito aislado de joven, y cuando llegué a Hervine, tuve las cosas mucho más difíciles. Ojalá me hubiera encontrado a alguien como él nada más llegar.
– ¿Le conocéis?
– Sí, desde hace varios años por asuntos diplomáticos con Turín. Me alegro de que tenga compañía, desde la tragedia de la cabaña se le veía muy afectado.
Marla estuvo tentada de saber a qué se refería, pero se suponía que como concubina ya estaría enterada. La conversación le agradaba después de todo, pues era la primera vez que hablaba con normalidad con una persona que no fuera Olaf. Se sentía un poco más libre.
– Voy a participar en ese viaje -confesó al fin Marla, sorprendiéndose a sí misma.
Lynn se limitó a asentir.
– Iré en el grupo de ese espía vuestro… Keith Taylor – continuó-. Creo que llevo demasiado tiempo bajo el ala de Olaf, y así no soy de demasiada ayuda. Debo empezar a desenvolverme por mí misma.
– Estoy de acuerdo, aunque… será muy peligroso.
– Pero ya que estoy aquí, tomaré partido; no quiero quedarme a ver cómo ocurre todo. Y además, creo que poseo conocimientos que serán útiles.
Lynn la miraba asintiendo, con los ojos levemente entrecerrados.
– No saliste de tu pueblo para ver teatro, ciertamente. Lo comprendo. En fin… -le sostuvo la mirada unos instantes, como si evaluara si decir algo o no- me voy, estoy muy cansada. Y cuídate mucho, me será muy grato verte de vuelta si las cosas se arreglan. Quisiera hablar contigo entonces. Sí, ya estoy muy vieja…
Marla la observó salir de la biblioteca. Agradablemente simpática, pensó. Extrañamente cercana.
Dejó la biblioteca poco después, pues la cabeza le daba vueltas, y volvió a sus aposentos. Tras descansar un poco, Olaf hizo acto de presencia.
– Tengo que prepararme con Courtland, nuestros grupos no podrán encontrarse hasta que lleguemos al castillo. Taylor te visitará más tarde. Le conozco personalmente, puedes confiar en él.
– Bien. Aún no te lo había dicho, pero…
Le contó lo que escuchó tras la puerta de los aposentos de los Reyes de Dulice. Sin embargo, Olaf no dio muestras de dar la bienvenida a esa información.
– ¿Así que además de intervenir en la reunión sin venir a cuento y poniendo en peligro tu propia coartada, te pones a espiar a los gobernantes de otro país? ¿Pero se puede saber en qué estás pensando? Has estado dos veces a punto de echarlo todo a perder. No eres ninguna heroína de libro, y encima te vas sola…
– De nada, Gran General. Esa información puede ser muy útil y…
– Esa información me la comunicó la propia Carina en persona. Está colaborando con nosotros a espaldas de su esposo. Pero lo que has hecho tú no tiene nombre. No vuelvas a hacerlo ¿entendido?
– ¿Que Carina… y me lo dices ahora?
– ¿Acaso debía decírtelo?, te recuerdo que estas aquí de observadora, y aún esta por ver que nos seas de utilidad, que te quede claro… -dijo Olaf envarado. Pero se detuvo arrepentido, mas ya era demasiado tarde; Marla asentía lentamente, con expresión herida.
– Si me hubieras escupido en la cara no habría quedado tan claro -señaló hacia la puerta-, Courtland debe estar esperándote.
– Espera, no quería decir…
– Fuera de mi habitación.
Olaf salió rápidamente, volviendo el enojo a su rostro.
Al rato, varios golpes en la puerta retumbaron en la habitación.
– No quiero hablar contigo.
– ¿Marla Enea?
¡Otra voz!
– Adelante.
Un hombre de la edad de Olaf, algo más bajo y con un pequeño bigote entró mirando alrededor, hasta que la encontró a ella.
– ¿Tú eres Marla Enea?
– Sí, ¿Keith?
– El mismo. ¿Te han puesto al corriente de lo que vamos a hacer?
– Cubrir al grupo de Olaf y Gauthier para que puedan entrar en el castillo turinense.
– Mmm, sí, en líneas generales así es.
– ¿De cuántos miembros se compone nuestro grupo?
Keith sonrió, estirando el bigote.
– Dos.
– ¿Qué?
– Y tenía que haber sido sólo uno, trabajo solo. Pero Olaf contaba maravillas de ti y Gauthier tampoco me dejó opción. Lo cual no cambia el modelo inicial, las cosas se harán a mi manera ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
¿Qué demonios le contó Olaf de mí?
– Prepárate porque salimos dentro de dos horas. Ve ligera, y nada de comida, de eso me ocupo yo.
– ¿Dos horas?
– Si no estás lista para entonces me iré sin ti, no tolero retrasos. Nos vemos luego.
Cerró la puerta con suavidad.
Imbécil, pensó Marla mientras preparaba su pequeño saco. Ya se encargaría de enseñarle qué clase de instrucción había recibido ella. Algo bueno debe tener haber trabajado en Alix.
Olaf estaba ultimando detalles con Gauthier, cuando Gorza, Rey de Debrán, le citó para hablar a solas. Tras terminar con Courtland fue a sus aposentos, donde le encontró discutiendo con Delvin.
– Ah, Olaf, entra. Delvin, déjanos solos.
El consejero miró rápidamente a Gorza, como si no creyera lo que acababa de oír.
– Ahora -insistió Gorza.
Reaccionó lentamente, saliendo tras lanzar una mirada venenosa a Olaf.
– En fin -dijo Gorza cuando se cerró la puerta-, sólo quería despedirte como es debido. Ambos sabemos que esta podría ser la última vez que nos veamos.
– Cierto, excelencia.
– Oh, olvida las formalidades. Quiero disculparme por el trato que te dispensé a tu llegada a Debrán, más que correcto para cualquiera que lo presenciara, pero por debajo de tu verdadera condición. Todo el asunto de ese crío… Gardar, me ha vuelto un poco paranoico.
– Le comprendo exce… señor. Nunca he dudado de vuestras intenciones.
– Cierto, nunca lo has hecho. Yo sin embargo nado ahora entre dudas e intenciones, en su mayoría malas. Tu misión es muy importante Olaf, y aunque no es momento para el desánimo, debo contarte algunas cosas a ti, como posible futuro gobernante de Turín, que hasta ahora no he dicho a nadie. Tengo miedo, Olaf. De Delvin.
– Entiendo.
– Supongo que me está bien empleado, pero en cualquier caso complica la situación. Creo que Delvin planea una revuelta contra mí en Debrán, quiere tomar el control del trono, asumir el poder. El ejército debrano está de mi lado, pero él prácticamente se ha hecho con el pueblo, y puede crear una milicia imparable. Hacer de él un mártir en estos momentos sería igual o peor que dejarle hacer.
– Ya os lo avisé una vez.
Gorza asintió recorriendo la habitación, nervioso.
– Lo sé, lo sé. Comprende mi situación cuando ascendí a Delvin, Debrán estaba al borde de la anarquía, el ejército amenazaba con echarme del poder si la cosa se me iba de las manos. Entonces se presentó Delvin, quien había ascendido con rapidez en nuestro aparato religioso, y me ofreció una solución. Él se encargaría de modificar las doctrinas religiosas de forma que el control del pueblo volviera a mis manos. Y aunque se hicieron cosas terribles para que todo el mundo tomase el camino recto, evité el caos.
A qué precio, pensó Olaf.
– Sé lo que estas pensando. Pero yo no lo vi. No lo vi. Las doctrinas terminaron dominando todos los aspectos de la vida debrana, y era Delvin quien las controlaba, no yo. Él mismo eliminó a cualquier candidato entre sus súbditos que amenazara su poder, y mi castillo se ha convertido en una jaula. Hoy por hoy, en Debrán y aunque no pudiera parecerlo a primera vista, Delvin lo es todo. Es la ley y la divinidad, juez y Dios. Todos le siguen, mas no por admiración, sino por miedo. La base de su poder es el miedo a la muerte de la gente.
– ¿Pero por qué me lo contáis?
– Porque quiero que estés prevenido de cualquier sorpresa si las cosas se tuercen en Debrán. Si el ataque turinense finalmente se produce, el ejército, mi único apoyo, estará bastante ocupado en la frontera, y a Delvin le resultará fácil dar el golpe. Sólo quiero que lo tengas en cuenta.
– Así lo haré.
Gorza se le acercó y le puso una mano en el hombro.
– Pero, claro está, tu misión es procurar que dicho ataque no se produzca. Espero que puedas evitar la masacre. Si lo consigues, me gustaría que volvieras a Debrán. Quizá pueda arreglar las cosas con tu ayuda. Buen viaje, y como decimos en Debrán, teme cuando tengas el miedo delante y no antes, o con él te obligarás a enfrentarte. Ve tranquilo.
Y esa fue, efectivamente, la última vez que se vieron.
7. Arma secreta
Fran fue acompañado por Sigmund -el nuevo general turinense- y sus hombres hasta donde dijeron haber oído un trueno sin tormenta. Y no se vio defraudado, pues encontró sentado tras una pequeña colina nada menos que a Julio Steinberg, visiblemente confuso.
Este se vio primero sorprendido, luego asustado, y finalmente jadeó expectante, pues lo había reconocido. Quizá lo que le inquietara fuera que ya no llevara el monóculo. Su ojo blanquecino no solía dar buena impresión. O tal vez fueran los más de veinte hombres armados con arcos, espadas y cuchillos que tenía tras de sí. Podía ser eso.
Mientras se acercaba, Julio se incorporó.
– ¿Qué haces tú aquí? -preguntó Fran con voz neutra.
– Al garete, todo ha terminado mal. Hubo guerra de universos Fran, la hubo. Mi mayor temor se hizo realidad, yo…
Julio se fue poniendo cada vez más nervioso, pero no por los soldados, sino debido al recuerdo de lo ocurrido.
– Era yo mismo -continuó-, pero con veinte o treinta años más, presidiendo una Alix que se alió con el ejército, conquistando universos y centralizando una red de ellos bajo su mando. Tú no lo viste, Fran, aparecieron cientos de vehículos acorazados por las calles, las ondas expansivas previas a la materialización lo destruyeron todo, y fueron por mí…
– ¿Qué fue de nuestra Alix? -cortó Fran, a quien poco interesaba lo que le hubiera pasado a Julio.
– Dejó de existir. Activé la autodestrucción de las instalaciones muy poco antes de dar el salto. Sí, las instalaciones subterráneas de Alix tenían dispositivo de autodestrucción, por seguridad. El complejo debe haber quedado reducido a cenizas, es imposible ya que nos sigan hasta aquí.
– Entonces, ¿no se puede regresar de alguna manera?
– Me temo que no.
Fran formó una sonrisa fría como el hielo.
– Eso es todo lo que quería saber.
Se volvió e hizo un gesto con la mano a los soldados. Estos levantaron sus arcos y acribillaron a flechazos a Julio, quien apenas pudo hacer ademán de correr.
– ¡Escuchad! -gritó poco después Sigmund.
Fran se paró, escuchando atentamente. Oyeron los restos de la estampida sonora de un trueno.
– ¡Por ahí! -dijo Sigmund.
Raudos, acudieron a la dirección indicada.
Cuando se paraba a pensar lo fácilmente que llegó alto en aquel mundo, aún se sorprendía. Le enviaron con el encargo de localizar y eliminar a Marla y a Boris, pero sabía que la razón de su presencia allí era más sencilla: Julio quería deshacerse de él. Nunca le hubiera dejado volver. Ahora tenía además la certeza de que no podría hacerlo, le dejara o no.
Pero… si localizaba a Boris, tendría una oportunidad. Sí, Boris poseía la unidad, el dispositivo de viaje portable. Ya se las apañaría para arrebatárselo.
Cuando llegó a aquel mundo, se hizo pasar por alguien importante, y pudo sorprender a la gente con unos cuantos trucos de magia baratos. Hasta que conoció a Sigmund, con el que pudo acceder al Rey, un niñato adolescente tan fácilmente impresionable que ya era su mano derecha. Su ojo blanquecino hizo la mitad del trabajo.
Así que al menos tenía poder.
Fran calculó unos doscientos metros, hasta que localizaron un cuerpo tumbado entre un montón de hierba aplastada en todas direcciones. Reconoció a la chica que yacía allí, haciendo un gesto a los arqueros para que bajaran las armas.
Tal vez pueda serme útil.
* * *
Para Marla el viaje fue más tranquilo de lo que esperaba. No le costó seguir el ritmo de Keith, con quien tampoco habló mucho, hasta que llegaron a un sitio que le resultó muy familiar.
– Descansaremos aquí -dijo Keith.
Cuando se sentaron, Marla recordó.
– Yo ya he estado aquí… con Olaf. Sí, las marcas, la leña preparada…
Keith sonrió.
– ¿De veras?
– Sí, dijo que se reunía con un espía hervinés…
Keith seguía sonriendo.
– Tú -comprendió entonces Marla.
– Ah, qué lúcida.
De pronto Marla frunció el ceño, cayendo en la cuenta de que Keith tenía una cierta complicidad con ella cuyo origen ignoraba y que poca gracia le hizo.
– ¿Olaf te ha hablado de mí?
– Me lo contó todo sobre ti.
– Oh…
– ¿Supone alguna molestia?
– No. Bueno, sí… un poco. No nos separamos en buenos términos.
– Entiendo.
Y qué importaba ya. En realidad, eso haría las cosas más fáciles. Ya no tenía nada que ocultar. Pero si Olaf le contó todo sobre ella, ella también merecía conocerle mejor.
– ¿Conoces desde hace mucho a Olaf?
– Ya lo creo, hará ocho años que entablamos amistad.
– Cuéntame más cosas de él.
Keith sonrió de oreja a oreja.
– ¿Exactamente qué quieres saber?
– No sé… ¿y su familia?
Su sonrisa desapareció.
– Creo que tiene a unos tíos viviendo en Dulice. Estuvo tres años casado con Amandine Tágada. Debrana. La relación acabó hace dos.
– ¿Cómo?
– Por dónde empezar… hace un par de años, en las fiestas vacacionales de la capital de Turín, un grupo de turinenses fanáticos cerraron y quemaron su cabaña festiva, con sus padres, hermanos y mujer dentro, entre otras personas allegadas. Intentaron hacerlo pasar por un ataque debrano, aunque les pillaron. Muchos no obstante siguen creyéndolo.
– Pobre Olaf…
Ahora comprendo muchas cosas.
– Aún no se ha recuperado, se lo noto.
– Entonces… -dijo Marla mirándose la túnica.
– Sí, de Amandine.
Estuvo absorta unos instantes mientras sostenía su manga entre el índice y el pulgar.
– ¿Pero por qué lo hicieron? -dijo al fin alzando la mirada.
– Hay que recordar la situación de entonces… las relaciones con Debrán eran y son bastante malas, y mucha gente no perdonó a Olaf que su mujer fuera debrana.
– ¿Y ya está, sin más?
Keith alzó ambas cejas sin abrir más los ojos.
– ¿Te parece poco? ¿Qué es motivo de guerra en tu tierra?
Ella sonrió, sabiendo que la respuesta tampoco tendría mucho sentido para él.
– El agua.
– El agua -repitió burlonamente, alzando las manos-, te parece poco un conflicto territorial, pero peleáis por algo tan abundante como el agua -negó con la cabeza-, qué tontería. El ambiente está muy caldeado entre ambos países, Marla, y hay gente que se alimenta de ese odio. Hasta que explotan y pasan estas cosas. Y esto puede parecer más o menos serio, pero si lo vieras como lo vi yo… estuve en Turín cuando asesinaron a Erik, y pude presenciar días después a Gardar arengando a su gente. Todos querían sangre. Todos.
– ¿El pueblo también, dices?
– El pueblo se ha contagiado en parte de esa euforia belicista. Es como si les sacara de una cierta rutina. Comprende que han sido saturados durante medio siglo de odio hacia Debrán. Debrán hizo esto Debrán hizo aquello. Por Debrán nos llega menos azúcar, Debrán deja escapar los lobos que se comen a nuestras ovejas… siempre son esos los que empiezan las guerras. Siempre.
– Comprendo…
– Turín se creó por una guerra entre otros dos reinos que arrastraban conflictos desde tiempo atrás. Y mucha gente que sólo conoció guerra y muerte, se encontró de pronto con que no sabía qué hacer sin ella. No sé… es como una vuelta a los orígenes. De ahí han heredado su impresionante ejército, y eso que Olaf los ha podido contener un poco… él no es como los demás turinenses, como habrás observado. Pero no deberías sorprenderte, Marla, esto era inevitable. Mira también a Dulice, llevan varios siglos viviendo de la venta de armas, y apenas ha cambiado su modo de subsistencia. Ellos también necesitan guerra y llevamos cincuenta años sin ella.
La verdad, mucho ha durado la paz.
– En eso estoy de acuerdo. Pero si Erik no hubiera muerto…
– La guerra se hubiera abierto camino de otro modo. Pero es cierto, por lo que me ha contado Olaf, que hay cosas muy extrañas que rodean su muerte. Estoy casi seguro de que no fue de mano debrana. El comportamiento extraño de Gardar… y ahora dicen tener un nuevo consejero y general.
– En lo que a Gardar respecta, tengo la impresión de que alguien le manipula.
– Sin duda. Pero quién… eso es más desconcertante. No creo que sea de ningún reino particular y ninguno de los señores de Los Feudos se atrevería a algo así.
– Volviendo a Olaf… -Keith hizo un esfuerzo por no sonreír, previendo que ella le retomaría como tema de conversación- ¿No te resulta un poco… así como…?
– ¿Singular? ¿Especial? ¿Raro? -soltó una pequeña carcajada- Ah… es un pozo de secretos, es cierto. Y le viene de familia, su padre era exactamente igual. En Turín le pesa la fama de ser demasiado benevolente y piadoso, en ocasiones incluso cobarde, y sólo se quita de encima esa imagen en los torneos, cuando nadie consigue ganarle. Se rige por normas muy distintas a las de los demás, es cierto. Pero sé tanto como tú. Es bastante reservado sobre sus asuntos, en especial desde… aquello.
– Pues encaja como un guante en el perfil de líder carismático, no entiendo cómo puede tener mala fama.
– Tal vez lo sería en tu tierra. Podría serlo también en Hervine, somos más moderados. Pero por lo general sólo lo es entre la nobleza y quienes le conocen. Ser tan honesto no está bien visto, y menos con el reino “enemigo”. Al rey Erik le caía muy bien, por tener siempre los pies en la tierra y a él le gustaba la prudencia. Incluso el rey Gorza, que odiaba a Erik, respeta enormemente a Olaf, pues sabe que de no ser por él Turín hubiera declarado la guerra a Debrán desde hace mucho.
– Sí, noté una cierta sintonía entre ambos cuando llegamos a Turín.
– ¿Sintonía?
– Hubo bastante entendimiento entre ambos, quiero decir.
– Ah… sí. Especialmente desde la tragedia. Cuando Gorza se enteró de la muerte de la familia de Olaf, envió a los funerales una representación debrana digna de la muerte de un Rey, y aunque él no llegó a acudir, envió a su hijo Girome. Olaf agradeció el gesto, aunque levantó más suspicacias entre los turinenses.
– ¿Y cómo os conocisteis?
– Empiezo a sentirme interrogado.
– Bueno, tú también puedes preguntarme…
– Pero no soy tan fisgón como tú. Está bien, responderé a esa última y basta por hoy. Hará unos siete años, conocí a Olaf cuando llevaba mensajes de mi señora a Turín, que recogía Olaf. Como casi siempre era yo el mensajero, terminamos haciéndonos amigos. Tiempo después mi función principal pasó a ser el espionaje, así que me reunía con Olaf en este sitio, a consejo suyo, pues no sería bien visto que él hablase sin más con un espía extranjero en el castillo o en la ciudad. Aquí intercambiamos información libremente, y también hago de enlace de emergencia de mi señora con Turín.
– De Dulice no sé nada. En la reunión sus Reyes no dieron muestras de llevarse muy bien.
– Dulice no se relaciona demasiado más allá de la venta de armas, aunque tampoco provoca muchos problemas. Realmente… eh, dije que ya basta. Empiezo a cansarme de charla. Será mejor que durmamos un rato.
* * *
Olaf alzó una mano para que callaran.
– Creo que son ellos -dijo.
– ¿Estás seguro de que nos podemos fiar? -preguntó Courtland con preocupación.
– Sí, nos ayudarán. Descuida.
Los hervineses que le acompañaban no contaban con que Olaf tuviera una guardia secreta de cinco hombres que le eran leales, pensados siempre para situaciones de emergencia. Existía una zona que debían estar rondando desde que él huyera de Turín.
Vio a una cierta distancia, entre los árboles, pasar a un hombre con atuendo turinense: era uno de ellos. Le silbó, agitando la mano. El otro le respondió igualmente saludándole, y con él aparecieron los otros cuatro.
– Pensamos que no volverías, Gran General -dijo estrechando el brazo de Olaf-. Cuando oímos que nos traicionaste, sabíamos que algo iba mal, y no tú -miró a los demás frunciendo el ceño.
– Son hervineses, han venido a ayudarme -respondió Olaf señalándolos-. Este es Gauthier Courtland.
El turinense hizo una inclinación antes de hablar a toda velocidad.
– Escucha, creemos que Gardar está siendo manipulado, no hemos podido verlos, pero hay rumores sobre un hombre y una mujer que serían quienes realmente mueven los hilos. Parece que no salen del castillo y…
Sonaron gritos por todas partes, y su primera reacción fue desenfundar, alarmado. De los árboles de los alrededores salieron incontables soldados turinenses, algunos lanzando flechas, otros abalanzándose con sus espadas sobre los hervineses. Le pasaron dos palabras por la cabeza: trampa y traición. Sin embargo, su guardia secreta se arremolinó a su alrededor de inmediato, repeliendo a los primeros turinenses que llegaron a él. Pudo ver que Courtland ya yacía en el suelo con varias flechas adjuntas, y apenas quedaron un par de hervineses en pie. Todo fue muy rápido. Sus hombres cayeron igualmente por flechas, los cadáveres rodeándole. No había nada que hacer.
Pero él continuaba intacto.
Entre los turinenses salió alguien con una armadura igual que la suya; era Sigmund, el soldado que dejó inconsciente en la casa del escriba real.
Debí imaginarlo, él es el nuevo general…
– Quién lo iba a decir, la primera operación militar turinense en cincuenta años y no la lleva a cabo El Gran General, sino yo. Y sin bajas. Venga, entrégate.
– Veo cinco turinenses muertos a mi alrededor, yo diría que sí hay bajas.
– Bah, eran traidores como tú. Pero a ti lamentablemente te quieren vivo, así que te agradeceríamos que nos ahorraras el trámite y te entregases.
Olaf le señaló con su espada.
– Ven y arréstame, si tienes hígados.
Sigmund hizo un ademán de hastío.
– No tengo tiempo para esto.
Percibió un leve alzamiento en la mirada de Sigmund por encima de la suya, en un gesto de asentimiento. Realmente lo supo poco antes del impacto. Alguien permanecía en lo alto de uno de los árboles con una cerbatana, a su espalda. Tuvo tiempo de quitarse la pequeña aguja del cuello, antes de caer mareado.
Despertó con náuseas, efecto habitual del ungüento en el que solían bañar las agujas para cazar presas peligrosas. Probó a mover los dedos de las manos, pero no los sentía, comprendiendo que estaba maniatado. Al fin, abrió los ojos y tan profundamente como pudo, aspiró.
– Parece que vuelve en sí, ya era hora.
La voz de Gardar, impresión que se vio confirmada cuando consiguió enfocar la mirada. Pudo entonces situarse; se encontraba en el salón del trono turinense, de rodillas ante él, con manos y pies atados. En el trono, naturalmente, el joven Rey. A su derecha… un hombre que no conocía, con un ojo desagradablemente lechoso, y a su izquierda…
– ¡Marla! -exclamó sorprendido, confuso y profundamente decepcionado. Estaba con el mismo traje de gris uniforme con el que la recogió del bosque tiempo atrás.
¿Nos has traicionado a todos? ¿Qué ha sido de Keith?
Ella retrocedió con los ojos muy abiertos, como si la hubieran golpeado. Con claro desconcierto se volvió hacia el hombre del ojo blanquecino.
– ¿Cómo carajo sabe mi nombre, jefe?
– No sé… -el hombre le miraba fijamente-. A lo mejor se lo dijo él . Tú -dijo refiriéndose a Olaf-, dinos dónde está Boris.
Olaf le miró frunciendo el ceño.
– ¿Te refieres a Boris de Alix?
– Sí.
– Ella lo sabe -dijo atravesando a Marla con la mirada.
– ¿Qué está pasando aquí? -dijo el hombre mirando a Marla.
Ella estaba nerviosa, yendo de un lado para otro con los brazos cruzados.
– No le he visto en mi vida, jefe, se lo juro…
Olaf iba a responder con un sarcasmo, pero se lo guardó. ¿Era otra Marla? Miró entonces a Gardar.
– Quería decir, que él lo sabe.
– Él sólo sabe que existe -dijo el hombre-, y que tú sabes cómo encontrarle.
La situación se estaba volviendo surrealista por momentos y el dolor de cabeza no ayudaba. Pero de pronto lo vio todo claro, y echó a reír.
– ¿Qué ves tan gracioso, imbécil? -dijo Gardar visiblemente irritado.
– ¿No has podido ilustrar a estos señores sobre la historia turinense? -estalló en carcajadas- Gardar, Gardar… ¡Boris de Alix lleva cuarenta años muerto, imbécil!
Marla -¿era ella?- le miró con estupefacción.
– ¿Qué?
El hombre se volvió hacia Gardar.
– Nos dijiste que estaba aquí.
– Miente -dijo Gardar mirando a Olaf.
– Vamos -dijo Olaf aún con sorna-, miren en cualquier biblioteca. Boris ayudó a fundar este reino hace medio siglo, hay incluso pinturas suyas.
– ¿Y cómo sabes mi nombre?-dijo la presunta Marla enfurecida.
Ahí titubeó… decidió omitirla.
– Boris dejó un pergamino diciendo que llegarías igual que él, trayendo la paz a este mundo. Incluyó una ilustración tuya -inventó a medias.
A ella se le salían los ojos de las órbitas, y miró al hombre.
– ¿Es posible? -dijo el hombre de ojo blanquecino- ¿Te trajo únicamente para esa estupidez? ¡No es posible! ¿Y cómo es que sólo habla de ti? -exclamó a Marla en voz alta. Empezaba a perder el control- Tuvo que haber dejado algo, tuvo que dejar la unidad en alguna parte… ¡Tuvo que hacerlo! -gritó. Salió enfurecido a la sala contigua y Marla le siguió intentando calmarlo.
Otros dos atrapados, pensó Olaf. Gardar se quedó mirando a la puerta por la que habían salido, pendiente de ellos.
– ¿Por qué, Gardar? ¿Por qué?
– Cállate -advirtió el joven Rey.
– ¿Qué te han prometido esos farsantes, para que te conviertas en la vergüenza de Turín?
– ¡Cállate!
– Acaba con esta locura. El resto de Armantia ya se ha movilizado. Las tropas no pasarán de la frontera con Debrán. Es inútil. Termina con todo este teatro, aún estás a tiempo de evitar una masacre…
Gardar comenzó a reírse con una carcajada histérica e infantil. La locura brillaba en sus ojos.
– No voy a acabar con nada, y permíteme que ponga en duda tu optimismo. Obviando que no hay fuerza capaz de contrarrestar a todo el grueso de nuestras tropas, tal defensa simplemente no se va a producir… Debrán será parte de Turín sin apenas pelea. Yo también tengo un arma secreta que no te he enseñado Olaf…
Hizo gesto de acercarse a él, desde su trono, como si fuera a revelarle alguna confidencia. Pero no habló, tan sólo movió los labios, formando… Delvin.
Todos los razonamientos de Olaf se redujeron a un Oh no…
8. El espejo
– No llegan -dijo nervioso Keith.
– Quizá llegaran antes y siguieran por su cuenta.
– No, las instrucciones eran precisas. Además, hubieran dejado señales. Tenían que hacer una parada, un poco más al sur… en la espesura, donde en teoría un pequeño grupo de turinenses leales a Olaf les estarían esperando… -chasqueó la lengua- temo que no hayan pasado de ese punto.
Se quedó pensativo unos instantes, hasta darse cuenta de que Marla le clavaba la mirada.
– Keith… ¿estas diciendo como si tal cosa que no lo han conseguido?
– Es una posibilidad a tener en cuenta -dijo él tranquilo.
– No puede ser…
– Esa es la frase más falsa que he conocido. Para empezar, puede que esos leales hombres no fueran tan leales. O que ellos ya estuvieran siendo vigilados… no lo sé. Se me ocurren muchas razones. Y deja de negar con la cabeza, incluso Gauthier Courtland y Olaf Bersi pueden ser abatidos… -se mordió el labio inferior-, claro que… podríamos salir de dudas.
Marla supo lo que pensaba.
– ¿Sabes dónde se produjo esa reunión?
– Sí, no muy lejos de aquí, vamos.
Se adentraron más en el bosque, hasta que, llegados a un punto, Keith le hizo un gesto de sigilo y boca cerrada. Tras quince minutos así, el espía hervinés le dijo en voz baja, esto está plagado de huellas. Huellas profundas, de gente con armadura. Mala señal. Ella le hizo un gesto que daba a entender que entonces podría haber aún soldados por allí. No por aquí, susurró él. Les habríamos oído, ya se han ido.
Encontraron todos los cuerpos juntos. Keith intentó que Marla no mirara, pero ella le apartó el brazo de un manotazo.
– No… no…
Se adentró rápidamente entre los cadáveres, gimoteando la misma palabra. Keith fue tras ella, observando los cuerpos. Contra lo que esperaba, pudo distinguir a los cinco soldados turinenses. O sí que eran leales, o les salió la traición por la culata, pensó, y reconoció otro de los cuerpos al instante. Gauthier Courtland. Se agachó y le dio la vuelta; estaba ya pálido, la mirada perdida. El armazón acribillado de flechas, pero con una enterrada en su cuello. Suspiró triste, al ver a uno de los más grandes hervineses acabar de esa forma, y le cerró los ojos.
La voz de Marla le devolvió a la realidad.
– No veo el cuerpo de Olaf.
– Le querrían vivo. Lo que no significa que lo siga estando.
– Pero podría -dijo Marla endureciendo la voz.
– Podría -repitió Keith furibundo. Por su cara, Marla pensó que no debía estar acostumbrado a aquel tipo de situaciones.
– No es prudente quedarse más tiempo. Vayamos a la ciudad, tenemos que comer algo -dijo finalmente.
Marla asintió sin decir palabra.
Ellos, al contrario que el grupo de Courtland, viajaban de paisano, por lo que podían pasear sin miedo por la ciudad, con las capuchas echadas, por si acaso.
– Procura pasar desapercibida, no mires a nadie e ignora lo que te digan salvo que provenga de alguna autoridad.
– Descuida, tengo más experiencia en eso de la que puedas imaginar -respondió ella con fastidio.
Compraron pan y algunas frutas, que devoraron con rapidez a solas. Él se quedó un rato sopesando algo, sentado sobre una roca, y ella prefirió no interrumpirle.
– Dentro de unas horas volvemos -anunció al fin.
– ¿Qué? -exclamó Marla sorprendida.
– Aquí ya no hay nada que hacer. Hemos fracasado, la guerra es inminente, y nadie va a pararle los pies a Gardar.
– ¿Pero quién está pensando en la guerra, no te das cuenta de que…?
– No -cortó-, no lo voy a discutir. Ya te dije que a mi manera, nadie te obligó a venir conmigo -dijo con muy poco ánimo de discutir.
– Muy bien señor espía, tu manera pues. Ahora mírame. ¡Mírame! La guerra se producirá con o sin nosotros, y su resultado no variará por nuestra presencia en ella. En cambio, allá -dijo señalando en dirección al castillo- está, posiblemente con vida, uno de los pocos amigos que tienes. ¿Vas a dejarle allí? ¿A tu manera?
Keith se quedó unos instantes paralizado, sin esperarse aquel argumento.
– Oh, Marla, vamos… ¿Propones un rescate? No sé ni cómo es el castillo por dentro, que estará atiborrado de guardias, y sólo estamos hablando de una posibilidad. Por no tener, no tenemos ni la certeza de que esté allí. ¿No ves que ya estamos en la boca del lobo? ¡Y tú quieres entrar a ver el estómago! Olaf estaría de acuerdo conmigo. Sencillamente no puede ser.
– Esa es la frase más falsa que he conocido.
Keith se levantó y, en un acceso de ira, propinó un puntapié a la primera piedra que tuvo a tiro, para luego suspirar, intentando calmarse.
– Marla, sé que le tenías mucho aprecio, de verdad, pero…
– ¿Aprecio? -gritó ella de forma desmedida, enfurecida- ¡¿Pero qué coño sabes tú lo que le tenía?! ¡No me conoces! ¡Lo que me pregunto es si tú le tienes algo!
Ella también intentó calmar su furia, caminando de un lado para otro con las manos en la cabeza, alterada. No pensaba ser tan dura, y pudo ver en el rostro de Keith la debacle mental a la que estaba siendo sometido.
Intentó suavizar su tono.
– Sabes que la defensa armada no tiene posibilidades, Keith. Sabes que aunque Hervine y Dulice se pongan por entero a defender la frontera Turín-Debrán junto a los debranos, su número es insuficiente. Quedó muy claro en la reunión.
– Ya lo sé, ya lo sé…
– Así que volver no servirá de nada, salvo para aceptar definitivamente el fracaso. No somos soldados, por tanto sólo nos resta estorbar o quedarnos a contemplar el fin. Pero aquí aún no se han agotado las posibilidades. Si Olaf está vivo, todavía es posible que recupere el trono de Turín y detenga todo esto. Y si lo encontramos en el castillo, la mitad del trabajo ya estará hecho. ¿No lo ves?
– Vale, vale, de acuerdo. Veremos qué podemos hacer.
– Qué no, cómo. Hay que entrar en ese castillo.
– Qué fácil lo ves.
– No perdemos nada yendo a echar un vistazo.
Así que se dirigieron a las proximidades del castillo turinense, rodeado de abundante vegetación, hasta tener a la vista un lateral. Fueron tres horas de trayecto silenciosas, debido a la situación y a la discusión anterior, en las que Keith seguía muy poco convencido.
– Qué tontos -dijo Marla-, sólo vigilan la entrada.
– ¿Y?
– Pues que cualquiera puede trepar por la parte trasera hasta un ventanal.
– ¿Trepar?
– ¿Es que tampoco sabéis…?
– Sé lo que es trepar -replicó Keith irritado-, pero ya me dirás cómo va a trepar alguien por bloques tan planos y gastados. Es una pared, no un árbol.
– Vayamos a la parte trasera, anda.
Agachados, contemplaron entre la foresta la parte trasera del castillo. Marla contó dos ventanales, en ambos extremos.
Se fijó en el derecho: situado más abajo, la superficie prometía ser más factible y sobre todo, estaba abierto.
Sí, podía hacerse.
– Dame tus dos puñales -dijo ella sin dejar de mirar el ventanal.
– ¿Para qué?
– Para hacer lo que según tú no puede hacerse. Y avísame si alguien se acerca.
– ¿Y mientras qué hago yo? No puedes entrar tú sola – protestó reticente a tener el papel pasivo del plan.
– Primero veamos si se puede entrar, y si hay alguien en la sala a la que voy a subir. Luego veré si puedo echarte algo con lo que trepar. Claro que también puedes fijarte en cómo lo hago yo.
Con cierta desgana, le entregó sus dos puñales.
– Imitaré el graznido de un cuervo si alguien se acerca. No hay muchos en Turín. Suerte.
Marla cruzó de cuclillas la distancia que la separaba del castillo, y tras palpar varios bloques, comenzó la escalada. La superficie se hizo cada vez más lisa, y le dolían los dedos. Estando cerca tuvo un resbalón de al menos medio metro, que la obligó a sacar uno de los puñales para ayudarse de él y recuperar la distancia. Su corazón latía con fuerza por el susto.
Finalmente llegó a un lado del ventanal. Pudiendo poner un pie en el lado más externo de la cornisa, asomó lentamente la cabeza, atisbando un pasillo vacío y aguzando el oído sin llegar a oír nada.
Entró más confiada y se volvió a asomar para hacer a Keith señales de que todo iba bien y de que esperase, pero aún tenía que asegurarse de que no había nadie en el pasillo. Lo cruzó silenciosamente -afortunadamente estaba alfombrado-, hasta que alguien cruzó la esquina, encontrándose con ella.
Y se vio reflejada.
9. La frase más falsa jamás conocida
Fran recorría furioso el castillo turinense. No tendría ni una maldita posibilidad de volver. Ni una, todo era una gran mentira. Aquel ruso hijo de perra se la jugó, a él y a todo el mundo.
¿En qué la he jodido?, pensó. Tenía claro que no sólo existía Alix B por mucho que se le ocultara, por lo que alguien tuvo que meter la pata por otra vía. Pero todo el asunto de Boris fue en Alix B…
Marla. Sí, si aquella quejica atontada hubiera eliminado a Boris cuando se le ordenó, no estaría allí. Ahora seguramente estaría gimoteando de aquí para allá por el castillo, buscándole. Carecía de cualquier explicación que darle, y a decir verdad ya no la necesitaba. Era un lastre y un riesgo innecesario para su coartada allí.
Tengo que deshacerme de ella.
Podría ordenar que lo hicieran, pero ella llevaba encima los dardos reglamentarios de Alix y montaría un espectáculo que prefería evitar. La encontraría y la apuñalaría cuando estuviera de espaldas.
Sí, sin armar mucho jaleo.
* * *
Mientras, en el castillo debrano, un consejero atendía a su Rey.
– Gracias -dijo Gorza a Delvin tras traerle el té- ¿Cómo va el agrupamiento de tropas en la frontera?
– Todo según lo previsto, excelencia. Parece que vendrán los propios gobernantes a animar a los suyos.
– Bien, espero que no tarden -dijo antes de beberse su ración de té.
Delvin parecía sumido en sus pensamientos.
– ¿En qué piensas? -se interesó Gorza mientras notaba un ardor creciente en el estómago.
– En muchas cosas. Pienso en el estorbo que habéis sido para la expansión de la palabra del todopoderoso y en la de vuestro propio reino. Cometisteis un error terrible dejándome a vuestro lado y pensando que me limitaría a traeros té. Algo similar ocurrió en Turín, Erik no lo vio a tiempo, ni esa malnacida de Celestia, la Reina. El pobre bastardo de su hijo ni siquiera sabe que Sigmund, uno de sus soldados, fue quien la precipitó al vacío. El dinero todo lo puede… ah… lamentablemente no veréis como pronto veré yo la unión de Turín y Debrán bajo la luz divina, mi luz, misma luz que también acogerá poco después a Dulice y Hervine a la fuerza, porque claro, habréis muerto. A decir verdad… -dijo volviéndose a Gorza. Pero este yacía inmóvil con expresión de perplejidad y abundante espuma saliéndole por la boca- …no sé por qué os sigo hablando.
Oyó pasos que se alejaban corriendo en la sala contigua. Maldito chico, pensó. Seguramente fuera Girome, el heredero, de quien pensaba encargarse más tarde. Tendría que haber empezado por él, pero… al fin y al cabo nadie reconocería su autoridad después de su plan.
Que corra.
Por fin pudo dejar de fingir lealtad a aquel viejo agrio. La guinda la puso cuando decidió hablar a sus espaldas con Olaf Bersi. Lo tenía todo calculado, y le ponía de los nervios cualquier asunto que se le escapase. Aquella conversación furtiva fue la prueba definitiva de que Gorza empezó a actuar sin consultarle.
Y eso no lo pudo permitir.
Pero aquel Gran General -un cobarde que nunca participó en una batalla-, sería recibido con honores en Turín. Sí… sabía que Gardar, aquel muchacho de mente débil que ahora era Rey, lo estaría esperando, por lo que dejaría de ser un problema.
Tendría que ir ultimando los detalles del discurso que daría ante el pueblo debrano en unos días. Sería el colofón de su larga trayectoria moldeando la religión debrana. Desde su juventud se introdujo en el aparato religioso de esas tierras, subiendo en la jerarquía, creando leyes para darse a sí mismo cada vez más poder. Pero al final siempre chocaba con el Rey.
Y eso ya no será un problema.
Aún le sorprendía cómo pudo encajar todo tan bien. Él, como muchos de sus compañeros, sólo creía en sí mismo, pero realmente aquello debía tener algo divino; a sus pies se arrodillaba un niño con mente de mantequilla, dueño de un reino que abarcaba media Armantia. Los gobernantes de Dulice y Hervine junto con buena parte de sus ejércitos estarían en Debrán de forma inminente para supuestamente apoyar a los debranos. Una vez reducidos o convertidos, y sus gobernantes eliminados, podía campar a sus anchas por esos países con el ejército resultante, sin resistencia significativa.
El estado de miedo y obediencia en el que Delvin transformó la religión debrana, se aplicaría en todas partes, incluida la región feudal. Se recreaba con una gran sonrisa interior en la instauración el Delvinismo. Tras eso, le bastaría con eliminar a Gardar, el único Rey en pie. Probablemente lo haría Sigmund, a cambio del gobierno turinense. A Delvin le costaría bien poco, pues Sigmund sería el siguiente, para eliminar pruebas.
Y todo en no más de una semana.
* * *
Marla contempló su reflejo, atónita, el cual compartía su perplejidad, pero no su indumentaria. Vestía el mono operativo de Alix B; era ella, de carne y hueso. El choque de verse a sí misma le hizo tener un leve mareo.
De pronto su reflejo abrió mucho los ojos, y en un movimiento fugaz sacó algo de un revestimiento del traje en el muslo y lo lanzó, pasando a poca distancia de su cabeza sin apenas tiempo de retirarla. Al volverse comprendió lo ocurrido.
Un hombre cayó al suelo con una de las agujas-dardo reglamentarias de Alix B en el cuello. Casi termina de desmayarse al reconocer su rostro: era su jefe, al que conocían como tal. Por un momento pensó seriamente que había terminado de perder el juicio, pero entonces recordó el pergamino.
“A la tercera va la vencida”… ¡Pues claro, Boris envió a tres Marlas para asegurar el éxito!
Su réplica se llevó una mano a la boca, sin creer lo que acababa de hacer, y corrió a quitarle el dardo del cuello. Se fijó entonces en que el jefe llevaba en la mano un puñal.
– Iba a matarme -dijo Marla para sí misma.
Su réplica la miró.
– ¿Quién… eres? -dijo al fin.
– Me parece que es bastante evidente.
Y no deberías querer saber más, pensó, al ver que no terminaba de asimilar.
– Pero… cómo…
– Es muy largo de contar -se fijó en el dardo que tenía en la mano. Era de los verdes-. Le has lanzado el letal…
– Fue muy rápido… apareció detrás de ti con el puñal alzado… y… era como si me fuera a apuñalar a mí… fue un acto reflejo… no sé…
– Entiendo. Respira hondo… cálmate… ya está -se agachó también-, está claro que vienes de otro universo con un Jefe, una Alix B, un Dominique…
Su réplica asintió con la cabeza.
– Y también un Boris, ¿verdad? -continuó.
– ¿Él también te trajo aquí? ¿Pero por qué? ¿No podremos volver?
– Que yo sepa no. Aunque eso no nos debería preocupar ahora. ¿Qué sabes de Gardar y la ofensiva turinense?
– Ah… eso… el Jefe quería seguir la pista de Boris, por si escondía la unidad y así volver. A cambio prometió a Gardar ayudarle en su guerra, aunque no tenía con qué. Es un chico muy manipulable, y al Jefe no le costó hacerse con él. Le dio consejos sobre cómo manejar al pueblo y qué arengas hacer. Ese tipo de cosas.
Marla asintió, pensativa.
– Hay que detenerle.
– ¿Por qué?
– ¿Cómo que por qué? -añadió mirándola, arrebatada de sus dilucidaciones y casi ofendida- ¡Porque va a provocar una masacre!
La otra Marla parecía muy confusa.
– Pero no es asunto nuestro… Ya conoces las reglas. No es nuestra historia… no la es, ¿verdad?
– ¡Pues claro que la es! ¡Olvida Alix B de una puñetera vez! -gritó Marla perdiendo repentinamente los papeles- ¡Nuestro mundo tal y como lo conocimos dejó de existir, la gracieta del viaje multiversal lo arruinó, a él y a todos los paralelos a él! ¡Nos queda este, y de aquí no saldremos nunca! Puedes quedarte al margen o tomar partido, pues son las únicas opciones que tienes. ¡El futuro se está decidiendo ahora! ¿Entiendes?
Tuvo que intentar tranquilizarse, aunque se sintió aliviada y desahogada. El hecho de que su doble aún no hubiera asimilado la situación le hizo sentirse mucho más segura de sí misma. Pero aquellos arrebatos de furia revelaron lo lejos que aún estaba de aceptar del todo su nuevo destino.
Su doble se quedó paralizada unos instantes, digiriendo la bronca.
– Pero… qué podemos hacer…
– Lo primero neutralizar a Gardar, ¿sabes dónde está?
– Claro, no se ha movido del salón del trono -dijo señalando con el pulgar hacia atrás-, está con… un momento… ¡Pues claro! ¡Ahora lo entiendo, tú eres la Marla que conoce el general!
– ¿El general? -Marla la zarandeó por los hombros- ¿Olaf? ¿Olaf Bersi?
– Sí, ese era su nombre, está…
– ¿¡Vive, está bien!?
– Sí, desde luego… está maniatado frente a Gardar.
Suspiró. Menos mal. Menos mal…
Oyó un ruido detrás. Era Keith entrando por el ventanal, con una mano sangrando. Se quedó petrificado al verlas, por lo que Marla tuvo que explicarle la nueva situación. Para su sorpresa, a Keith se le pasó la perplejidad enseguida y la saludó como a quien presenta una amiga, inclinación incluida.
– Keith Taylor de Hervine, para servirla. Bien, ahora que nos conocemos todos, vais a tener que decirme cómo tengo que llamar a cada una o esto no va a funcionar…
Marla se quedó pensativa, pero la otra tuvo la iniciativa.
– Dado que parece que no soy la primera aquí, podéis llamarme por mi segundo nombre.
– ¿Cual era?
– Enea -dijeron ambas al unísono.
– Vale, Marla y Enea. Bien -hizo una pequeña mueca de dolor, agitando la mano-, ahora deberíamos…
– ¿Qué tal la tienes? -dijo Marla cogiendo su mano. Tenía rasguños llamativos, pero superficiales.
– Bien, sólo tuve un par de resbalones… tardabas tanto que me decidí a trepar por mí mismo.
– Lo siento.
– No importa. Lo que nos atañe ahora es… ¿hay guardias en el salón del trono?
– No -respondió Enea- normalmente aguardan fuera. Mi Jefe quería que nuestra presencia fuera secreta, y a Gardar tampoco le gustaba que otros oyeran sus planes. Pero hay una entrada aquí mismo, por la que vengo, que llega justo a un lateral trasero del salón, y que nadie vigila.
– Perfecto.
Olaf sabía que ya no era de utilidad, y probablemente estaban en marcha los trámites para ejecutarle. Gardar, por su parte, parecía pendiente de que volvieran los otros dos. Se preguntó entonces qué sería de Marla, la que él conoció. Seguramente acompañaría a Keith al punto de reunión al haber faltado a la cita, topándose con los cadáveres. Y le darían por perdido. A él y a Armantia.
Y tendrían razón, pensó.
Vio a la nueva Marla entrar por un lateral de la sala, detrás de Gardar. Iba sola, y su expresión pasó del desconcierto con el que se fue a una fingida serenidad. Avanzó lentamente, de brazos cruzados, hasta pasar a Gardar y ponerse al lado del propio Olaf.
– ¿Habéis decidido ya qué hacer con él? -dijo el Rey señalándole.
Entonces sucedió algo inesperado. Keith Taylor entró a hurtadillas, sigilosamente por donde mismo había llegado la chica, y le hizo con la mano un gesto de silencio. Olaf apartó la mirada rápidamente, por si el Rey se daba cuenta de que miraba tras él.
– Sí -respondió ella.
Keith tapó la boca de Gardar tras el trono, poniendo en su cuello uno de sus puñales.
– No oséis gritar -le susurró Keith al oído.
* * *
Marla entró finalmente, corriendo a desatar a Olaf.
– ¡Marla! -exclamó sorprendido- ¿Estás… bien?
– Eso te lo debería preguntar yo, aunque veo que estás entero -tras desatarle le sacudió el hombro, sonriente, resistiendo el impulso de estrujarle en un abrazo.
– Eh, ¿qué hacemos con él? -preguntó Keith sosteniendo su puñal en el cuello de Gardar. El joven Rey estaba pálido, con los ojos muy abiertos.
– Déjale hablar un momento -dijo Olaf, indicando con un gesto que le quitara el puñal.
– No me matéis… no me matéis… -imploraba Gardar con un cierto patetismo.
– No te vamos a matar, al contrario de lo que tú habrías hecho -respondió Olaf muy serio-, y vas a hacer lo siguiente. Limpiarás mi nombre, acaso lo hayas ensuciado. Me entregarás el gobierno de Turín hasta que lo crea conveniente, y darás órdenes a nuestros soldados para que no obedezcan a Delvin una vez lleguen a Debrán.
– ¿Irán entonces? -le dijo Marla.
– Con nosotros al frente, pero sí, es mejor que vayamos todos. Me temo que ya no sabemos qué nos vamos a encontrar allí, y ya que esperan que vayamos, fingiremos y averiguaremos el estado actual de la situación.
La puerta del salón se abrió de pronto, y entró el guardia que la custodiaba.
– Su exce… -se detuvo al contemplar la escena, llevando una mano a la funda de su espada.
– Tranquilo, todo está bien -le dijo Gardar-, continúa.
El guardia retiró la mano sin mucho convencimiento, mirando a Olaf.
– Hay un joven que dice ser el hijo del Rey Gorza, y quiere una audiencia con vos.
– Girome -dijo Olaf-. Esto se pone interesante.
– Que pase -ordenó Gardar, con la voz algo apagada.
Tras entrar, Girome se paró sorprendido ante Olaf. Este se fijó en que traía los ojos acuosos.
– Lo habéis conseguido.
– Pero deduzco que nos traes malas noticias -dijo el general.
– Funestas.
Les contó por todo lo que había pasado. Delvin iba a invocar la guerra santa contra Dulice y Hervine, contando con poder mandar sobre Turín a través de Gardar -eso al menos ya no lo tendría-. Envenenó a su padre, y él huyó hasta Turín por una ruta secreta que Olaf le había susurrado al oído días atrás.
Este lo agarró por los hombros.
– ¿Estás bien? -le dijo en voz baja.
– Todo lo bien que se puede estar en mi situación…
Se produjo un pequeño silencio. El joven Rey turinense tenía la mirada perdida más allá de la puerta del salón.
– También tengo información sobre la muerte de Erik y Celestia.
Gardar le miró entonces, ausente, como si despertara de un largo sueño.
– El ataque de tropas supuestamente debranas al castillo turinense, fue dulicense, pero no tenía como objetivo eliminar al Rey, sino provocar una guerra. Ya sabíamos que su venta de armas desaparecía. Así que los hombres tenían órdenes de provocar un susto, nada más. Un pequeño ataque con señuelos debranos. Una provocación que enfrentara a Turín con Debrán.
– Sí, tenía conocimiento de ello… -confirmó Olaf.
– Sin embargo… -continuó volviéndose hacia Gardar- Delvin obtuvo información de la operación, y en lugar de informar a Gorza, sobornó a los arqueros para atacar hasta hacer salir al Rey y entonces asesinarle. Igualmente, un tal Sigmund Harek de la guardia real turinense fue quien, también sobornado por Delvin, precipitó al vacío a Celestia.
La actitud de Gardar fue primero de incredulidad, luego de incredulidad forzada y finalmente se echó a llorar. Pactó con el responsable de la muerte de su padre y ascendió al puesto de Olaf al asesino de su madre, sin saberlo.
– ¡Qué he hecho! -gritó a llanto tendido. Lo repetía una y otra vez. Todos le miraban a su alrededor, pero nadie lo consolaba. Tras desahogarse durante varios minutos, se levantó, e inclinándose con las manos temblorosas le ofreció a Olaf su corona.
– Toma, no soy digno de llevarla…
– No -cortó Olaf con gesto severo-, necesito el gobierno temporalmente, no soy Rey. De tu dignidad nos encargaremos más tarde, pero puedes empezar cumpliendo con lo que te he dicho.
Gardar asintió, sorbiendo por la nariz.
Aquel día se lo tomaron de merecido descanso. El castillo estuvo al corriente de la situación, y Olaf alojó a sus huéspedes en los aposentos reales turinenses.
Ya al anochecer, Marla abandonó su dormitorio con una vela en busca de agua, y encontró a Olaf en el pasillo, apoyado en la pared, mirando al frente con la preocupación minando todas y cada una de sus facciones.
– Deberías descansar, tú más que nadie -le regañó Marla con suavidad.
– Al amanecer tendré que limar asperezas con el ejército – dijo él, acariciándose el mentón sin dejar de mirar a la pared, como si ella no existiera.
– Ni que te fueran a declarar la guerra.
¿Y por qué? La miró.
– Pues porque no van a cambiar de parecer sobre mí sólo por la rectificación de Gardar, y de nada sirve tener al Rey de nuestro lado si el ejército no lo está. Mañana llegará el momento de acabar con antiguas tensiones, anteriores a todo esto… a la fuerza. Pero duerme tranquila, es algo entre ellos y yo.
– Como quieras -dijo ella con sed, continuando su camino.
– Marla… -añadió poco después, cuando ya le había pasado por delante.
Ella se volvió.
– ¿Sí?
– ¿De verdad trepaste por la pared del castillo?
Ambos rieron.
– ¿Qué pensabas de mí, eh? -continuó ella sonriendo- ¿La damisela en apuros haciendo de fardo molesto de Keith? Una tiene sus habilidades…
Olaf disminuyó su sonrisa.
– Pues me alegro de que las usaras para venir a buscarme. Me dijo Keith que fue cosa tuya. Una temeridad de la que te estaré eternamente agradecido. Él no lo hubiera intentado, y no le culpo.
Ella se quedó unos instantes mirándole. La luz de la vela se mezclaba con el leve azulado que entraba por el ventanal más próximo, dando al ambiente un aire exóticamente mágico. Asintió entonces lentamente sin saber qué decir, y continuó su camino.
Al volver ya saciada, Olaf ya no estaba, pero se vio atraída por el resplandor de color que salía del ventanal. Un paisaje arbóreo se extendía hasta unas cumbres cercanas, que impedían que la mirada llegase al horizonte. Una noche extraña -como eran todas las que tenían Luna en aquel mundo- pues todo el panorama estaba bañado por aquel extraño azul, y no era en absoluto oscuro. Quizá apagado, difuso, pero mucho más luminoso que la luz de Luna llena que ella recordaba de La Tierra.
La Tierra…
Aquello la llevó a pensar, ¿no era entonces aquel mundo una Tierra?. La gravedad era muy similar, si no la misma, la presión atmosférica también… las ocasiones en que pudo contemplar el horizonte, confirmó que estaba la distancia de siempre, por lo que las dimensiones también serían parecidas o iguales. Casi todo lo visto en aquel mundo era un refrito de parte de la historia reciente de la humanidad, no hubo nada que le impidiera pensar que simplemente era una Tierra en otro contexto.
Nada salvo aquel astro azulado, con su grotesco cráter.
Unos sollozos lejanos interrumpieron sus ensoñaciones. Siguió el sonido intrigada y descubrió de dónde venía; el dormitorio de Enea. Abrió su puerta y la encontró sentada en su cama, con las manos en la cara, llorando.
– Eh eh… -susurró Marla, sentándose rápidamente a su lado- ¿Qué ocurre?
– ¡No soy nadie aquí! ¡Por qué… por qué…!
Estaba destrozada. Rodeó su hombro intentando consolarla.
– No conozco a nadie -continuó-… no sé dónde estoy… ¡Ni siquiera sé quién soy! -dijo mirándola- ¿Quién de las dos es Marla?
Así que también es eso.
Al shock de vivir atrapada en un mundo extraño se le unía la crisis de identidad. Ella no tuvo que pasar por eso. Era como para compadecerse…
– Ambas lo somos. Así que al menos puedes decir que conoces a alguien -dijo en tono conciliador.
– Llevaba tiempo aquí… poco menos que tú creo, pero tenía la esperanza de volver… de encontrar a Boris y su unidad… de que sólo fuera una pesadilla pasajera…
– ¿Cómo llegaste? -se interesó Marla.
– Varios Boris asaltaron la sala de tránsito. Me drogaron con un espray y me metieron en la cápsula ¿Pero… pero por qué lo hizo? -dijo volviendo a llorar.
Marla le contó entonces el contenido del pergamino.
– Mal multiversal -siseó Enea-, qué cabrones… pero no me sorprende. Se veía venir. Todo aquel secretismo en Alix…
– Sí, ambas ya sospechábamos algo.
Se produjo un largo silencio. Ambas estaban sumidas en sus pensamientos, mirando al suelo.
– ¿Crees que merece la pena? -preguntó al fin Enea.
– ¿El qué?
– Ya sabes… lo que dijo Boris. ¿Merece la pena salvar este lugar? Tú lo conoces mejor que yo.
Tras pensarlo unos instantes, Marla respondió.
– He conocido a gente que vale la pena salvar.
Y que he salvado.
– Es que… no paro de darle vueltas… -sorbió por la nariz- el destino de nuestro mundo se vio truncado desde el descubrimiento del multiverso, aunque ya se iba al carajo sin ayuda. Todo eso afectó a la red de mundos de Alix B, y probablemente se contagiara de mundo en mundo. Luego, ¿qué hacer? Está visto que somos una puta plaga -Marla cayó entonces en la cuenta de que era un poco malhablada. Se lo escuchó decir a otras personas, pero no tomó verdadera conciencia de ello hasta hablar consigo misma en aquellas extrañas circunstancias-, ¿qué nos impide repetir la historia aquí? Qué digo, ni a eso llegaremos. Esa paz que nos dejó Boris de legado para seguir labrando la historia y demás… mira qué poco han tardado nuestros nuevos vecinos en intentar exterminarse entre sí. ¿De verdad merecemos ser salvados?
– Lo malo de hacerme a mí esa pregunta es que ya conoces la respuesta.
Y no lo decía bromeando. La respuesta era que no tenía respuesta, pues se hacía las mismas preguntas. Pero el pesimismo ante esa perspectiva era evidente. Procuró cambiar de tema.
– Oye, El Jefe no te revelaría su verdadero nombre mientras estuvo aquí ¿Verdad?
– Qué va… ya sabes, eso sería totalmente inaceptable -dijo imitando su voz.
Ambas rieron.
– Pero según ese pergamino, hay una tercera Marla -dijo Enea intrigada.
– Cierto. Ignoro su suerte. Aunque viendo cómo nos gusta hacernos notar, seguro que sabremos de ella tarde o temprano.
– Seguro.
– ¿Te sientes mejor ahora?
– Sí… gracias, muchas gracias.
– A ti, me salvaste la vida esta tarde. Y ahora intenta dormir, el mañana se presenta incierto. Si necesitas cualquier cosa ya sabes dónde estoy.
* * *
Al día siguiente, Gardar acudió jadeando, asustado, a Olaf.
– Nuestros soldados exigen tu presencia. No les vale mi palabra de que eres de fiar, incluso Sigmund se niega a abandonar su condición, ¡y los hombres le son leales!
– Lo esperaba. Sígueme, quiero que lo presencies. Haz bajar también a Girome y a Marla.
– ¿Pero presenciar qué?
Sin embargo Olaf ya bajaba.
* * *
Marla recibió el aviso de Gardar, y tras vestirse descendió hasta la salida del castillo, donde encontró a Olaf envainando su espada, preparándose para salir.
Esperando lo peor, le siguió.
Una cantidad considerable de soldados -varios centenares, a ojo- esperaban frente al castillo, expectantes. Cuando Olaf apareció por la puerta, se alzó una ola de silbidos y abucheos.
¡Traidor, traidor!, le increpaba la multitud. Marla tuvo miedo. Estaban frente a una multitud de hombres armados de comportamiento hostil, y algunos tenían arcos. Podían ser abatidos en cualquier momento. Estaba claro que ellos eran los que mandaban, y que poco podía hacer Gardar si no le hacían caso. Temía también por todo el plan, ahora que existían dos frentes, y los más fuertes: Turín y Debrán.
En la primera fila distinguió a Sigmund, jaleando con los demás.
Olaf, con una mirada letal y apretando las mandíbulas, desenvainó su espada y la clavó en el suelo, mirando desafiante a la multitud. Esto bastó para que la mayoría callase.
– ¡¿Me obligaréis a volver a envainarla manchada de sangre?! -gritó.
Marla contuvo la respiración, y las pocas voces que se alzaban sobre el silencio remitieron. Nadie vio jamás a Olaf así.
Directo. Conciso. Cortante.
– Llevo siete años velando por la seguridad de Turín… en este tiempo, muchos de vosotros habéis increpado a mis espaldas mi buena relación con Debrán. ¡¿Hay alguien que pueda probar ante esta espada que la he mantenido por encima de los intereses de Turín?!
Nadie se atrevió a moverse.
– Igualmente, muchos de vosotros me creéis en exceso benevolente e incluso cobarde. ¡¿Quiere alguien probar aquí
y ahora mi valía?! ¡¿Alguno de vosotros puede probar ante esta espada que soy un traidor?!
Escrutó lentamente la multitud de lado a lado mientras esta se removía, inquieta.
– Ya lo suponía… -añadió.
Marla no salía de su asombro.
No dudaban en ir a las armas contra varios países, pero ahora dudan en hacerle frente a Olaf. Increíble.
El general continuó.
– Vuestro Rey ya os ha puesto al corriente de la conspiración urdida por Delvin y de la que él mismo ha sido víctima. No le creéis, pero ahora tengo también aquí al legítimo Rey de Debrán para confirmar sus palabras, pues su padre ha sido asesinado por Delvin. ¡Y sabéis que es él, pues ya le visteis hace dos años!
Girome, ignorado hasta entonces, dio un paso al frente, provocando una ola de murmuraciones. La gente empezaba a mirar a Sigmund y a pedirle explicaciones.
– ¡Miente! -gritó Sigmund- ¡Miente y no hace más que mentir! ¡Recordad el encuentro en los alrededores del castillo! ¡Venía a Turín con hervineses! ¡Quería hacerse con el poder!
– ¡Eso es lo único que tenéis! -gritó por contra Olaf- ¡Las palabras de vuestro nuevo general, que aprobó el asesinato sin cuartel de cinco de vuestros compañeros con su pérfida palabra como única prueba de que no eran leales! ¡¿Cuánto habéis hecho únicamente por la palabra de esta rata!? Mas eso no es todo. A petición mía, vuestro Rey os ha omitido una parte del complot, que yo os descubriré. Justamente la parte de la que él ha sido partícipe.
Todos miraban a Sigmund, con ojos interrogadores. Olaf levantó la espada, y le señaló con ella.
– ¡Tú, Sigmund Harek, asesinaste a Celestia Valdis, reina de Turín, al tirarla al vacío cuando lloraba la muerte de su esposo en sus aposentos, a cambio de dinero y recomendación por parte de Delvin!
– ¡Yo mismo se lo oí decir! -gritó Girome.
La cara de Sigmund, entre la ira y la vergüenza, se tornó rojiza.
– ¡Miente, miente, miente! ¡Se han compinchado!
Está atrapado, pensó Marla, expectante.
– ¡Y ahora busco recuperar el cargo que me fue arrebatado injustamente, y que injustamente esta rata conserva, pues es el de general y segundo, y no el de rey como este traidor os habrá contado! ¡Tú, Sigmund! ¡Te insto a huir y dejar esta posición, tal y como te ha ordenado tu Rey, en cuyo caso tu vida será perdonada pero condenada, o a demostrar aquí y ahora quién es en verdad el general!
Notó que la gente estaba aún a la espera, pero ya se había apartado de Sigmund. Este, sólo e inquieto, aparentaba tanto abalanzarse sobre Olaf como saldría corriendo, por la presión. Pero le pudo el amor propio, y desenvainó su espada lenta y dubitativamente, interminable el chirriar del acero.
Un nudo se produjo en el estómago de Marla.
Olaf bajó la mirada, triste ante su elección. Se volvió hacia Gardar, mirándole interrogativamente, y reconociendo al fin su autoridad. Este, que compartía la estupefacción general, volvió a la realidad y asintió con firmeza. Olaf respondió con una reverencia.
Con el rostro encogido de odio y tensión, Sigmund se adelantó y se plantó a media distancia entre Olaf y el público. Este avanzó y se colocó a unos dos metros, mirándole a la cara.
El nuevo general estaba muy nervioso, y Marla dedujo que sabía que Olaf sería un enemigo formidable.
Pero el animal acorralado es el más peligroso y traicionero.
De improviso y para sorpresa de todos, Olaf se puso a caminar a su alrededor, mirándole a los ojos con una calma helada. Esto puso aún más nervioso a Sigmund, sudando copiosamente mientras seguía con la mirada a Olaf. Bruscamente tomó la iniciativa, lanzando una estocada que al antiguo general no le costó esquivar, retomando su andar alrededor de Sigmund.
– ¡Vamos, pelea! -gritó este enfurecido.
Pero Olaf permaneció imperturbable. Harto, Sigmund lanzó un ataque precipitado que obligaba al general a parar y defenderse. Un lance a matar. Cuatro fueron las estocadas que paró Olaf antes de que tres palmos de su espada atravesasen el corazón de Sigmund, quien ya expiraba antes de caer al suelo.
El viento se alzó, y fue lo único que se oyó en aquellos momentos de estupefacción general. Olaf se quedó unos instantes mirando el cadáver de Sigmund, desaparecido su gesto severo. Reparó entonces en la multitud silenciosa, que también miraba al cuerpo.
– ¡Doy por terminada cualquier tensión o malentendido entre nosotros! ¡El próximo que lo tenga que hable conmigo, y no tendremos que llegar a esto!
Arrojó la espada al suelo, al lado del muerto, y dio media vuelta para volver al castillo. Los soldados se fueron dispersando, unos abatidos, otros avergonzados.
El general no entró mucho más animado.
Marla le siguió, hasta interceptarle cuando iba a entrar en su habitación.
– ¿Estás bien?
Olaf la miró sin decir nada, y devolviéndole una sonrisa forzada se encerró en su habitación.
Raro y mil veces raro.
Fue a darle los buenos días a Enea, oyéndola reír cuando llegó a su habitación. Frunciendo el ceño, abrió sigilosamente la puerta un palmo, y vio a Keith alzando las manos en pose teatral, frente a Enea que estaba sentada en su cama.
– ¡Y ahí estaba yo, escondido en un barril y viendo pasar por un agujero a todos y cada uno de los bandidos que me perseguían!
A Enea se le saltaban las lágrimas de la risa. Volvió a cerrar, sonriendo para sus adentros. Pero Olaf la había dejado preocupada.
Veamos qué le ocurre ahora.
La puerta no cedía, por lo que dio dos pequeños golpes. Con gesto grave, Olaf abrió la puerta.
– ¿Qué quieres? -dijo secamente.
– Hablar. Dentro, si es posible.
– ¿De qué?
– Podemos hablar de qué carajo te pasa, sin ir más lejos – dijo Marla enfadada ante su actitud, enarcando una ceja.
La brusquedad de sus palabras hizo volver a la realidad a Olaf, que parpadeó confuso.
– Perdona… pasa… estoy furioso conmigo mismo, olvídalo.
– ¿Ya tienes al ejército de tu parte? -dijo Marla ya dentro.
– Sí. Esa parte ha quedado zanjada.
– La verdad es que no parecía tan temible.
– ¿El ejército o Sigmund?
– El ejército. Vale, sólo era una parte, pero si no se atrevían contigo… aparte, se han derretido en cuanto has matado a Sigmund.
Su compañero bajó los ojos.
– Tienes que recordar, Marla, que llevamos cincuenta años sin guerra. Por mucha armadura reluciente, espada afilada y bravos vítores, la mayor parte de esa gente no ha visto un duelo a muerte en su vida, ni yo nunca he hendido mi espada en el cuerpo de nadie hasta hoy. ¿Entiendes?
Marla no supo qué responder. De pronto un escalofrío le subió por la columna vertebral, cuando varias de sus inquietudes pasadas se concentraron en un único punto. Todos sus tópicos, todas sus ideas preconcebidas sobre su entorno, se derrumbaron como castillo de naipes. Ni medievo, ni Reyes, ni Reinas ni caballeros… sólo niños jugando a serlo. Por mucha guerra pasada no había verdadera tradición, le dio la impresión de que se limitaban a hacer lo que otros hicieron antes o leyeron en los libros. Había algo de artificio, algo prefabricado que no pudo definir. Ya estuvo en otras ocasiones en periodos históricos reales, y en todos ellos existía algo genuino que en Armantia no encontraba.
Recordó lo que le contó Olaf sobre lo que llamaban la Historia Oscura.
¿Hubo realmente historia antes de ese punto?
– Hay algo más -dijo ella inconscientemente. Volviendo a la realidad, miró a Olaf-. Y tú lo sabes.
Él no dijo nada.
Lo confirma entonces.
– ¿Olaf?
– Algún día te contaré lo que me guardo, pero no hoy.
– De acuerdo -no quiso preguntarle más por ese tema-, esto nos lleva a Debrán. ¿Qué crees que nos encontraremos allí?
– No lo sé. En principio, estarán esperándonos con los brazos abiertos, para unirnos a ellos e iniciar la conquista de Armantia. Ese era el plan previsto. La cuestión es qué pasará cuando se enteren de que no es eso lo que vamos hacer. Mi plan es hacer público el embuste de Delvin.
– Pero por lo que me has contado, Delvin usa la fe como arma. Y Olaf, la fe no atiende a razones. Por eso se llama así.
– Oh no, los debranos adoran a un dios, no a Delvin. Triste religión sería esa. A Delvin sólo le profesan miedo, y el miedo es lo que usa. Se puede intentar darle la vuelta a ese temor, sin quebrar la fe de nadie. Sé que al menos los militares no le siguen. Sí, con ellos nos encontraremos primero. Girome les explicará entonces la situación, y tendremos la posibilidad de exponerla al pueblo sin que Delvin nos lo eche encima.
El general parecía de nuevo animado, lo que la alegró, hasta fijarse en su mano manchada de sangre.
– Eh, ¿qué te ha pasado aquí? -dijo sosteniéndosela.
– No es mía, es…
– Buenos dí… -dijo una voz entrando, sobresaltándolos. Era Girome.
– Oh, perdón, estabais…
– ¡No, no! -dijo en voz alta Marla incorporándose de un salto, azorada lo indecible. Olaf procuró no sonreír, sin éxito -¡Pasa hijo, pasa! -los ojos se le salieron de las órbitas y se puso aún más nerviosa, llevándose una mano a la boca, alarmada- ¡Mil perdones! Quiero decir, pase su majestad, si así lo desea…
– Por favor Marla, para, te ha entendido -le dijo Olaf reprimiendo la risa en lo posible.
Sin embargo Girome reía sin terminar de entender del todo.
– Perdonada quedas, pues aunque soy Rey por derecho, no se me ha coronado aún. Venía a decir que Gardar me ha revelado con detalle el plan original. En Debrán esperan que lleguemos en tres días. Saldremos mañana.
Olaf asintió, y Girome abandonó la habitación.
– ¿No eres tú el que da órdenes? -preguntó Marla extrañada.
Él hizo un gesto con la mano indicándole que bajara la voz.
– A Debrán iremos con él al frente. Le corresponde a él y no a otro dirigir la entrada a su país, y una vez dentro, él responderá por nosotros. Nos entrometeremos sólo lo justo, si queremos asegurarnos de que le acepten.
– Oh, entiendo… ¡En fin! Viendo que estás bien, te dejo, tengo que hablar con Enea.
– De acuerdo, nos vemos más tarde.
Se fue despacio, dudando.
Se lo tengo que decir.
Ya en la puerta, se volvió.
– Oye Olaf…
– ¿Hmm?
– ¿Hasta cuándo vamos a seguir jugando a concubino y concubina?
Esto pareció pillarle por sorpresa, pero le devolvió la mirada con una sonrisa de autosuficiencia.
– Hasta cuando tú quieras.
Marla asintió con cara de circunstancia y cerró rápidamente.
Es mejor tenista que espadachín , pensó con fastidio.
10. La marcha a Debrán
Aquella noche, Marla soñó.
Rememoró el día en que, acompañada de Olaf, paseaba por el mercado turinense. Pero en un momento dado, los puestos y tiendas saltaron por los aires debido a las ondas expansivas que provocaban las imparables materializaciones de tropas de su espacio y tiempo originales. La gente huía desordenadamente entre una gran polvareda, y Olaf desenvainaba su espada, corriendo hacia el frente para luego ser abatido por varios disparos. Ella corría intentando llegar a él, y nunca llegaba… nunca llegaba…
Cayó al vacío. De pronto se encontraba tras una casa vieja, frente a la cual se extendía un viñedo abandonado. El cielo lucía un anaranjado oscuro que indicaba que en breve sería de noche. Ella estaba tras la pared, cansada y polvorienta, con su mono operativo grisáceo de Alix B. Anduvo lentamente, con sigilo, hasta darle una patada a la puerta y entrar rápidamente apuntando con su arma al interior. Dentro estaba Boris Ourumov, quien levantó las manos, sorprendido. No tenía otra opción, dijo Boris cuando la reconoció. Tienes que creerme. Es lo mejor. Ella gritó que tenía que haberla avisado al menos, que tenía que haber otra manera, y le disparó.
Cargó con el cadáver de Boris, y se materializó en Alix B a la hora prevista. Recibió aplausos, y Dominique le inyectó en el hombro el compuesto vitamínico post-viaje. Se fijó en que evitaba mirarla a los ojos. Volvió a engullirla una interminable negrura…
Apareció ante sí un pasillo de paneles blanquecinos, con una fila de asientos en la que estaban sentadas dos personas reconocibles. El novato con el que habló en Alix B tiempo atrás, y Marco Shuttleworth. Ambos conversaban. Al final del pasillo aparecieron dos médicos, llevando a rastras a… ella misma. Tenía la mirada perdida y apenas movía las extremidades. Tiene el mal multiversal, le dijo Marco al otro. Es una pena, fue quien consiguió eliminar a Boris Ourumov. Ya no trabajará aquí.
Se vio de nuevo ante Boris en la casa vieja, apuntándole. Ya te dije que no había otra opción, dijo él. ¿Por qué sigues huyendo? Ella sollozaba. Tiene que haber otra manera, decía una y otra vez. Tiene que haberla. En respuesta, fue dirigiendo muy lentamente su arma en dirección a su propia sien. Su extremidad parecía tener vida propia, no podía detenerse. Pero de la nada apareció otro brazo que, agarrando el suyo, la detuvo. Miró estupefacta a su derecha, viendo a Olaf, quien negaba con la cabeza.
Los tablones del suelo cedieron y ella volvió a caer al abismo, pero Olaf la sostuvo de la mano a media caída…
– ¡Marla!
Abrió los ojos respirando agitadamente. Olaf estaba sentado en la cama sujetándole la mano, había dejado una vela en la moqueta. Parecía pendiente de su reacción.
– Me estabas llamando a gritos. ¿Qué te pasa?
– Sólo era una pesadilla… sólo… era…
Y lo abrazó repentinamente, apretando la cabeza contra su hombro y empezando a llorar, el largo llanto ahogado por el contacto. Olaf, sorprendido y confuso, tardó en reaccionar, y finalmente envolvió su espalda, frotándola para intentar calmarla. El abrazo, como el llanto, se hizo interminable.
Al alba, los pájaros la despertaron. Pudo dormir bien tras la pesadilla, se sentía ligera y con la mente clara gracias a aquel desahogo. Tras ponerse su túnica azul, salió torpemente hacia el pasillo que daba a los dormitorios. Las puertas estaban cerradas, deduciendo que ninguno de los huéspedes se hubo despertado; pero una de ellas se abrió, la de Enea, saliendo de ella… ¡Keith!
Este se movía sigiloso, hasta que la vio. Sonrió, dándole los buenos días, y fue a su dormitorio. En otras circunstancias estaría estupefacta, pero como se acababa de levantar, se limitó a sonreír.
Unos primitivos escalones captaron su atención, al fondo de uno de los lados. Curiosa, fue subiéndolos, hasta abrirse camino el frescor de la mañana y la luz del Sol. Había llegado al final de una de las torres.
Contempló maravillada la vista que tenía ante sí, apoyando sus antebrazos en el borde. Daba al frente del castillo, viendo el camino que salía del portón del mismo perderse en un amplio follaje que se extendía por kilómetros, a partir de los cuales el verde comenzaba a mezclarse con la inconfundible urbe, la ciudad capital de Turín, que pese a la distancia ya lucía una magnífica mezcla de arquitecturas. También era una nueva perspectiva del camino que Keith y ella recorrieron. Lamentó no tener a mano la extensión fotográfica de su IA. Divisó incluso cuatro puntos con mucha altitud, trazando un cuadrado, ideales para sacar fotos con las que encargar más tarde un paquete tridimensional. Se imaginaba en el salón de su apartamento, recorriendo aquel paisaje a vista de pájaro.
Pero eso nunca ocurriría, tendría que seguir con los pies en el suelo. Sin embargo la incipiente calidez del Sol esfumó cualquier posibilidad de apesadumbrarse, y dejó descansar la cabeza en sus brazos.
Estuvo alrededor de un cuarto de hora sumida en la más plácida contemplación, hasta percibir movimiento abajo. Los guardias entraban y salían, otros se marchaban en dirección a la ciudad. El mundo empezaba a moverse.
Y su mente también. Pronto volvieron a su cabeza las preocupaciones del día a día. Reyes asesinados, complots políticos, la sombra de la guerra cerniéndose desde Debrán… peligro general.
– Sabía que ya estarías despierta -dijo una voz detrás.
Era Enea. Vestía con una túnica similar a la suya, que iba desde el verde claro al verde oscuro, con tramas negruzcas en mangas y bordes.
– El mono de Alix empezaba a oler, así que Keith me buscó algo más apropiado -dijo al reparar en la sorpresa de Marla-. Vaya… menuda vista…
– ¿Cómo sabías que estaría despierta?
– Reloj biológico -respondió encogiéndose de hombros-, esta debe ser la hora a la que nos levantábamos para ir a trabajar.
Se apoyó sobre el muro, a su lado, observando también el paisaje. Marla pudo seguirle la mirada, y sonrió.
– Ya lo he pensado -dijo-, pero no creo que por aquí abunden los servicios de domorealidad para que hicieran los paquetes.
Enea rió. Pues claro que lo ha pensado.
– Anoche te oí gritar por Olaf. ¿Pasó algo?
– Lo hice en sueños. En pesadillas más bien.
– Lo sospechaba. ¿Es… cierto que eres su concubina?
Marla se dispuso a responder, y se interrumpió frunciendo el ceño.
– ¡Eh, esa es una pregunta trampa! Ya tienes que saber por Keith las circunstancias en que me acogió y por qué hacemos como si…
Las carcajadas de Enea la interrumpieron.
– Vale vale, perdona. Quería oírtelo a ti. Por si acaso.
– Y -añadió Marla-, que seamos iguales no quiere decir que no respetemos nuestra intimidad sobre ciertos temas.
– Dicho y hecho.
– Y digo más, ¿se puede saber por qué estás tan serena y chistosa si eres la que aún se está adaptando? Tú eres la que tendrías que estar teniendo pesadillas, no yo.
Enea le sonrió de oreja a oreja.
– Contártelo comprometería mi intimidad.
Eso me pasa por discutir conmigo misma, pensó Marla. Pero en realidad sabía perfectamente el por qué. Y la envidiaba por ello.
Ambas miraron al horizonte, en un largo y pesado silencio.
– Keith también me ha puesto al corriente de la situación -
añadió Enea.
– ¿Y cómo la ves?
– Supongo que igual que tú -respondió con una sonrisa triste.
– Prueba.
– Muy bien. Tenemos un ejército impresionante, pero abatido y no sé hasta qué punto fiable. Por contra, en Debrán ese tal Delvin se ha hecho con el gobierno del país, y puede que con su psique a través de su control del mayoritario sector creyente. Los ejércitos de dos países menores van a ir allí supuestamente a ayudarles, sus gobernantes incluidos. Teniendo en cuenta que no saben de qué va la cosa, cuando menos se lo esperen se verán reducidos o eliminados, con lo que sus respectivos países estarán indefensos, y no hay que dudar que si así ocurre serán invadidos. Además, es posible que no lleguemos a tiempo para evitarlo, y nos veamos obligados por tanto a luchar contra los debranos con el super-pero-depre ejército turinense. Se mire por donde se mire, gane quien gane, de aquí a una semana Armantia va a parecer una charcutería. Y nosotras podremos aparecer entre los productos del día.
Marla no dijo nada, ni falta que hacía.
– Volvamos -añadió al rato.
Gardar les puso al corriente. Olaf estuvo organizando con el ejército la partida hacia Debrán desde antes del amanecer. Iban contrarreloj, pues acudiría todo el grueso disponible, por lo que pudieran encontrarse.
El joven Rey, tras elegir a quienes dejaría al mando temporalmente, acompañó a los huéspedes -Marla, Enea y Keith- al frente del grupo que dirigía Olaf. Este, al verla, se interesó por su estado. Mejor, respondió sin más. Sólo ellos dos sabían que se refería a su pequeña crisis nocturna. Por lo demás estaba muy serio y preocupado, y era ciertamente momento de estarlo.
No pudo hablar con él durante el trayecto, al separarse para hablar con todos los segmentos de soldados que se dirigían hacia Debrán. Empezaba a echar muy en falta su presencia. Desde que se despertó le rondaba por la cabeza abordarle, pero no tenía del todo claro qué decirle.
Por la tarde se encontraron finalmente con las tropas debranas en las murallas exteriores de la ciudad. Era evidente que estaban esperándolos.
Un tipo fornido y barbado, con un parche en el ojo, se adelantó.
– ¡Donde está Sigmund Harek! -gritó, al no verlo al frente.
– No vendrá, Terris -dijo Girome adelantándose a caballo.
Terris lo miró extrañado.
– Pero… ¡Qué hacéis aquí!
Le contó todo el complot. Él le miro como si estuviera bromeando.
– Eso es ridículo.
Girome le fulminó con la mirada.
– ¿Me ves capaz de bromear sobre la muerte de mi padre, Terris?
Su sonrisa desapareció de inmediato.
– Nunca se me ocurriría señor… pero lo que me contáis, es demasiado… terrible…
– Nada de lo que te ha dicho Delvin ha tenido aprobación real alguna. Me sorprende que esconda aún la muerte de mi padre, sin haberse inventado alguna excusa.
– Ha organizado un encuentro para esta misma tarde señor, el centro de la ciudad está abarrotado de fieles, ha montado todo con gran fervor. En cosa de horas estará arengándoles para ir a las armas.
– Necesito entonces una respuesta. ¿A quién eres leal? Te puedo asegurar que las legiones de turinenses que tengo a mis espaldas están de mi lado.
– Sabéis perfectamente a quién juramos lealtad en el ejército.
Girome sonrió.
– De ti no dudo, Terris, pero… ¿Puedes garantizarme la lealtad del ejército ante una arenga religiosa de Delvin?
– Si no de todo, sí puedo dar fe de la mayor parte. Debéis saber, mi señor, que a ninguno de nosotros nos ha terminado de convencer esta guerra santa. Esperábamos a ver al Rey confirmándola él mismo. Comprenderéis que era raro prepararse contra una invasión de Turín y luego por sorpresa unirnos a ellos contra los demás.
– Y nos uniremos a ellos Terris, pero contra Delvin. En cualquier caso, no hay ni un minuto que perder. ¡Olaf! -gritó Girome.
Salió de la multitud de soldados turinenses, y fue al alcance de Girome. Este les presentó. Terris le hizo una reverencia respetuosa, pues era imposible no saber quién era El Gran General.
– Quiero que coordinéis vuestros esfuerzos. Tenemos que dejar en evidencia pública a Delvin, por lo que necesitaré protección. Y hay que evitar que ponga al pueblo en nuestra contra, lo último que quiero es que mueran debranos.
– ¿No es más fácil que nos deshagamos de Delvin directamente, mi señor?
– No. Un mártir puede ser mucho más peligroso. ¡Vamos!
* * *
En el abarrotado centro de la ciudad, Delvin gritaba alzado en la base de un antiguo monumento. Y les vio llegar.
– ¡Ahí llegan! -gritaba. -¡Los salvadores de vuestras almas! ¡Los que extenderán la palabra del todopoderoso al resto de Armantia!
El público ovacionó a los soldados turinenses y debranos por igual. Estos simularon congratularse mientras se acercaban al lugar en el que estaba Delvin.
El corazón de Marla latía deprisa, pues nunca antes fue testigo de una multitud semejante. Si la situación se torcía, se encontraría en el infierno mismo. Pudo distinguir a Girome adelantándose, escondido entre soldados turinenses y una escolta debrana, hacia la plataforma en la que estaba Delvin.
La gente vitoreaba, y alzaba su mano derecha, de color naranja.
– ¿Por qué las tienen pintadas? -preguntó al soldado turinense que la escoltaba. Este rió.
– ¿Lo preguntas en serio?
Marla le miró poco aprecio, lo que recordó al soldado que hablaba con la concubina de Olaf Bersi.
– Sí… señora. El color naranja simboliza la sangre divina que los debranos creen que fluye por cada creyente, y ese gesto implica su disposición a dar la suya por Dios.
– ¿Te refieres a dar…?
– Su vida, sí. Delvin les quiere llevar a la guerra, y da la impresión de estar consiguiéndolo.
– Creía que los belicistas eran los turinenses.
El soldado se mostró incómodo.
– No es bueno generalizar… señora. Aparte, lo del gesto viene de una metáfora antigua que nada tenía que ver con el sentido que le dan ahora. Delvin lo ha tergiversado para sus intereses. Miradlos, están a su merced.
Marla contempló de nuevo a la gente alzar furiosa sus anaranjadas manos, los rostros iluminados por el fervor.
Espero que se lo monten bien -pensó viendo al grupo de Girome dirigirse hacia la plataforma en la que estaba Delvin. Esta gente va a necesitar un shock.
Delvin seguía gritando.
– ¡Ha llegado la hora de movernos! ¡Ahora que Turín se ha unido a nuestra misión, nos encargaremos de que dulicenses y hervineses también vean la luz, nuestra luz, estén dispuestos o no! ¡El señor no hace excepciones!
– ¡Jamás, hiena! -gritó una voz detrás.
Una oleada de murmuraciones recorrió el gentío al ver a Girome incorporarse en la plataforma, tras Delvin. Este se volvió de un salto, sorprendido, pero sonrió al ver quién era.
– Ah, aquí tenemos a nuestro enemigo número uno. Creo que no soy el único que sabe cuan poco amigo es el hijo del Rey de cuestiones divinas. ¿Sabéis qué pretendía hacer este hereje en caso de llegar a la corona? -dijo volviéndose al público- ¡Quitarme de en medio! ¡A mí, enviado del señor! Privaros a todos del guía del camino, de la sabiduría de mi palabra. ¡Mas no temáis os digo, pues este condenado nunca llegará a la corona!
Una parte del público abucheó a Girome, pero el resto calló, dubitativo. Este respondió.
– ¡Eso quisieras tú, arpía! Algunos se habrán preguntado dónde está el Rey en cuestiones tan importantes. ¡Os lo diré yo! ¡Mi padre ha muerto envenenado por la mano de este truhán! ¡Y también intervino en la muerte de los Reyes de Turín! ¡Os quiere llevar a todos a una guerra sin sentido en la que sólo él tiene algo que ganar!
– Acompañas la herejía con la mentira. ¿¡Cómo es que se nos han unido los turinenses, entonces!? -contraatacó, teatral.
– Nos hemos unido contra ti, asesino -dijo Gardar, subiendo también.
¡Sí!
Delvin se quedó paralizado por la sorpresa. Más rumores recorrieron el gentío, ahora confuso. Olaf, debidamente oculto entre las primeras filas de debranos, divisó alarmado un brillo metálico bajo la túnica de Delvin, lo que le hizo correr hacia la plataforma; Marla le avistó al fin, cuando iba hasta ellos intentando hacerse paso entre la multitud.
– ¡Es este ser quien ha cometido el peor pecado de todos! – gritó Girome- ¡Acaso hay más bajo que afirmar ser enviado por Dios, cuando lo único que le importa a este despojo es controlar Armantia, para lo que intenta usaros a todos!
Todo el público abucheó a Delvin, y la indignación empezó a hacer mella en ellos. La reacción de este fue de furia y se acercó farfullando incongruencias con el rostro contraído de rabia a Girome, su mano oculta en la túnica. Justo en ese momento, un Olaf jadeante llegó arriba y apartó a Girome con brusquedad. Pero no llegó a volverse hacia Delvin lo suficientemente rápido como para evitar su puñalada. Gritó de dolor con sus manos en un costado, cayendo de rodillas y desplomándose a continuación.
Marla fue a correr en seguida hacia él, pero el soldado la sujetó.
– Lo siento señora, tengo órdenes de…
Ella le interrumpió con un codazo en la nariz que bien pudo haber hecho añicos, y avanzó a empujones entre la multitud intentando alcanzar la ya próxima plataforma. Ascendió veloz, topándose a Delvin manteniendo a raya a Girome y a Gardar con el cuchillo. Olaf yacía en el suelo, inerte. Fijó la mirada nuevamente en Delvin, entrecerrando los ojos, y avanzó hacia él lentamente, hasta que este reparó en ella.
– Ah… la ramera del general. Se te ve enojada, ¿qué harás ahora criaja? ¿Intentarás matarme delante de todo el mundo? -dijo retrocediendo.
Marla avanzaba impasible. Era muy consciente de que cada movimiento suyo sería simbólico, y que los debranos aún estaban a tiempo de volver a cambiar de bando. Pese a que se sabía sobradamente capaz de reducir a un tipo con un cuchillo, no podía ceder a la furia.
Su mente trabajó con rapidez.
– Eso no sería del todo justo -dijo al fin-. Mereces estar al otro lado de tu obra.
Delvin no comprendió y siguió retrocediendo hasta el límite de la plataforma. Marla continuó acercándose, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, él intentó asestarle una puñalada que esquivó con rapidez. Aprovechó la ocasión para empujar a Delvin de una patada en el pecho haciéndole caer sobre un público que lo recogió enfurecido. Le llevaban sobre sus cabezas mientras él se retorcía asustado, lanzando maldiciones a todos los que estaban a su alrededor.
Poco duró su recorrido, pues le soltaron para abalanzarse sobre él.
11. Confidencias
Gardar y Girome se inclinaron enseguida sobre Olaf. Estaba inconsciente, pálido y tembloroso, y perdía mucha sangre. Dieron gritos a los superiores de sus respectivas tropas para que acudiera un médico.
Dos llegaron raudos, encontrándose junto al cuerpo a Marla llorando, angustiada y confusa en medio de la multitud, al ver al general tendido con los ojos cerrados. Pensó en hacer algo, pero ya le estaban aplicando un torniquete.
– Hemos podido detener temporalmente el derrame, aunque aún no sabemos si saldrá de esta -dijo uno de ellos.
– No puede estar aquí -respondió Marla aún agitada-. Tenemos que buscarle un lugar de reposo. Ayúdenme a cargarle.
Le alzaron, yendo en dirección al castillo debrano con la guía de Girome. Afortunadamente, no estaba muy lejos.
– ¡Apartad! -gritaba Marla queriendo llegar lo antes posible. El alboroto de civiles y soldados turinenses y debranos se apagaba a medida que ella y los médicos avanzaban con Olaf. Todos les siguieron con la mirada, en silencio, al reconocer al general inconsciente. Algunos hicieron reverencias que Marla no entendía, o se arrodillaban. Los médicos les asentían.
Llegaron al castillo, donde el joven Rey debrano se encargó de que tuvieran toda la atención posible. Alojaron al general en el propio dormitorio real, alrededor del cual se organizó todo un dispositivo de médicos y guardias vigilando la entrada. Ella estaba arrodillada a su lado, tocándole la frente.
– Está caliente -dijo volviendo la mirada a los médicos-, ¿cómo está realmente?
Estos se miraron entre ellos. Nadie quería responder. Finalmente, uno de los que la acompañaron con Olaf tomó la palabra.
– Dependiendo de cuánta sangre haya perdido, se salvará o no. Hemos limpiado la herida, por lo que no hay en principio riesgo de infección. Pero… no sabemos si hay derrame interior o algún órgano vital afectado -miró al general-. Sólo el tiempo lo dirá.
Ella también volvió a mirar a Olaf. Su cara, aunque pálida, no tenía mueca de dolor. De hecho parecía plácidamente dormido. Le cogió su mano.
Ardía.
Alrededor de dos horas pasó así, sin siquiera apartar la mirada y en completo silencio. Keith llegó apurado, pues necesitó de la palabra de Girome para permitirle el paso.
Se arrodilló al lado de Marla.
– ¿Cómo está?
Ella le explicó su situación, con voz apagada y monótona. Keith no pudo sino golpearse la rodilla, ahogando un grito de rabia. Más calmado, se fijó en la expresión de Marla, que le provocó aún más congoja. Lo decía todo. Lo contaba todo.
Le puso una mano en el hombro.
– ¿Necesitas algo? ¿Agua?
Marla no reparó en él hasta pasados unos instantes.
– Él me devolvió la vida, Keith- dijo sin apartar la mirada del general-. Yo era un cadáver que jugaba a vivir, y él me devolvió realmente la vida. Marla Enea nació cuando le conocí. Le debo tanto… No puede morirse ahora, no puede… -se le quebró la voz y respiró hondo, alzando la vista al techo para no derramar más lágrimas. Keith asintió en silencio.
Un sonoro carraspeo les hizo volverse. Era Gardar.
– Señora… -dijo a Marla, titubeando- Sé que ahora mismo os gustaría estar aquí, pero se requiere vuestra presencia en el acto oficial que va a celebrarse en breve. Ya nos hemos reunido todos en la plaza.
– ¿Y quién requiere mi presencia? -respondió, molesta.
– A mí me gustaría que al menos pudierais ir por Olaf, aunque lo cierto es que ha sido Ellen Lynn, la gobernadora de Hervine, quien ha pedido vuestra presencia formalmente.
– Podéis ir -dijo el médico que se había quedado-, nada se puede hacer ahora por Olaf más que esperar.
Resignada, se levantó, dándose cuenta de que tenía las piernas dormidas.
– Avisadme si… -los médicos evitaban mirarla- hubiera alguna novedad.
Así pues, Marla acompañó a Gardar, comprendiendo lo ocurrido. Las tropas hervineses y dulicenses que acudieron a apoyar la defensa contra Turín ya habían llegado, y con ellas sus gobernantes, que aplaudieron las buenas nuevas.
Gardar dejó a Marla en el lugar en que se apostaba el ejército hervinés, y un oficial de esa zona la guió hasta una caseta de campaña un tanto más distinguida que las demás. A su alrededor, caras serias y tristes. La razón aguardaba en el interior.
Lynn -mucho más delgada que en su último encuentro- estaba tumbada en una cama improvisada.
– Cuánto has tardado, pardiez -dijo débilmente.
– ¿Estáis bien? -exclamó Marla al verla con tan mal aspecto.
– Todo lo bien que puede estar una anciana al borde de la muerte. Sí, Marla -dijo Lynn al ver su cara-, me estoy muriendo.
– Lo lamento -replicó sin encontrar más palabras.
– Puedes tutearme. Es hora de que hablemos… -se detuvo para coger el resuello dificultosamente- con claridad.
– No entiendo.
– ¡Cómo! Creía que ya te habías dado cuenta.
– ¿De qué?
Lynn levantó temblorosa su mano, mostrándola a Marla. Tenía el mismo anillo que ella. Paralizada por la estupefacción y encajando precipitadamente piezas en su mente, comprendió.
– ¡Eres la tercera!
– La primera querida -dijo Lynn sonriendo débilmente-, la primera. Conmigo Boris acertó en sus malditos cálculos, aunque pasó bastante tiempo hasta dar conmigo. Le insté a dejar el pergamino para cuando vosotras llegarais. También por ello me cambié el nombre a uno más hervinés…
– Entonces ya sabes lo de Enea… -dijo Marla, maldiciéndose luego por interrumpirla.
– Sí, Keith me lo contó todo. Por eso sé que has leído el pergamino. Saber de tu existencia ha sido la última gran alegría de mi vida; prácticamente tenía olvidado aquello y ahora que me voy… siento que puedo pasarle el testigo a alguien. Marla… quiero que seas tú la nueva gobernadora de Hervine.
– ¿Quién? ¿Yo? -respondió Marla perpleja. -No… yo no sé…
– Sí que sabes. Tienes lo que aquí no hay; memoria histórica. Y al fin y al cabo lo has hecho durante más de cincuenta años, solo que no te has dado cuenta -dijo sonriendo-. No saliste de tu pueblo para ver teatro…
Marla no pudo sino cogerle la mano, entre lágrimas. Saber que se estaba viendo a sí misma, decrépita y casi agonizante, era muy turbador, y el hecho de conocer más que a nadie a la otra persona, pues era ella misma, lo hacía más extrañamente desgarrador.
Maldito sea este día.
– Lo sé. Yo… no me ofrecen ser gobernadora todos los días -rió sorbiendo por la nariz -. Haré lo que pueda, de verdad.
Lynn suspiró largamente, como si se quitara un peso de encima.
– Gracias… muchas gracias. Tienes multitud de notas y apuntes míos en el castillo, por si te sintieras desorientada.
– ¿De qué estás… afectada?
– Oh, probablemente un tumor en algún punto del abdomen. Verás que muchas enfermedades aquí no existen, pero la radiación nos sigue llegando a justos y pecadores, y aquí obviamente aún no se ha desarrollado la bacteria devora-tumores… Pero llora por mí sólo lo justo, Marla, pues he vivido mucho y bien. Con ochenta y nueve años no tengo derecho a quejarme. Llora por Olaf, él sí necesita de lágrimas por lo que he oído.
La mención del general hizo bajar la cabeza a Marla. Lynn intentó señalar más allá de ella.
– Haz venir al oficial que está afuera, por favor.
Cuando entró, la gobernadora le hizo tener constancia de que renunciaba en favor de Marla. El oficial primero la miró sorprendido, los ojos a punto de salírsele de las órbitas. Luego asintió a Lynn.
– Ahora sal y saluda a tu pueblo… habrá quien dude de tu nombramiento… pero… sabrás qué hacer… y ahora… necesito… descansar…
Cerró los ojos lentamente. Parecía que se había quedado dormida, pero volvió a abrirlos.
– ¿Sabes? En cierto modo no tengo de qué preocuparme. Es como si no muriera… de pronto me rejuvenecen cincuenta y nueve años, y ahí estoy… -dijo contemplándola como si sólo fuera una visión- ahí empiezo de nuevo… y por partida doble. Soy… afortunada…
Ensanchó sus arrugas en una sonrisa, y volvió a cerrar los ojos, respirando profundamente.
Marla abandonó la tienda con el oficial, quien anunciaba a gritos el nombramiento de la nueva gobernadora a todos los allí presentes.
Se creó una gran multitud de hervineses alrededor del camino que ella recorría en dirección a la plaza. Nadie quería quedarse sin verla. Una oleada de rumores y exclamaciones recorrió el gentío que tan rápidamente se había formado. Algunos se mostraron escépticos, otros, los más viejos del lugar, no dudaron en proclamar a los cuatro vientos lo parecida que era a Ellen Lynn medio siglo atrás, exclamación que se fue contagiando entre los demás.
Pero nada de esto abrumó a Marla, que seguía caminando impasible. Su mente y su corazón estaban en otra parte.
Con la plaza a reventar de gente, pudo llegar a la plataforma donde horas atrás fue acuchillado Olaf gracias a que los oficiales hervineses se encargaron de abrirle el paso.
Allí, Terris le puso la corona a Girome, y este dio una pequeña charla pidiendo a los creyentes que rezaran por Olaf, pues se debatía entre la vida y la muerte.
– ¡Y este no es el único nombramiento de hoy, pues esta plaza verá también a la nueva gobernadora de Hervine! – gritó.
La multitud aplaudió entre vítores, y Girome hizo acercarse a Marla a su lado. Tras unos instantes, el oficial hervinés llegó con un traje brillante, espectacular. Dedujo que sería el traje de gobernadora. Y efectivamente, el oficial se lo echó en los hombros, guiando sus brazos por las extremidades del traje, y luego se apartó de ella, imitándole Girome.
Más vítores. El ritual del traje debía ser equivalente al de la coronación, pues ella no era reina. Finalmente el público calló, expectante, momento en que Marla terminó de volver a la realidad.
Esperan que yo hable también…
Y allí, sola ante decenas de miles de personas -hasta donde alcanzaba la vista-, deslumbrada por su propio atuendo, llegó a pensar que todo era un sueño. Volvió mentalmente a su apartamento, del cual salía para ir al metro e iniciar su rutina diaria. Inexistente para el resto del mundo, tanto como este lo era para ella. Sin embargo, a su mente volvieron rápida y dolorosamente todos los días que pasó en Armantia, hasta los últimos acontecimientos.
Y eso la empujó a actuar.
– Yo… lamento enormemente las circunstancias por las que nos encontramos aquí. Pero hemos estado muy cerca de llegar a algo peor. A algo muchísimo peor.
«Boris de Alix nos enseñó que… si cuatro regiones tan unidas entre sí como las que forman Armantia no pueden convivir en paz… tarde o temprano no quedará ninguna a la que proteger. Él fue testigo presencial de la capacidad de autodestrucción de la especie humana en distintos lugares, y encontró en Armantia la esperanza de que no se repitiera»
Tienen que sentir alguna derrota. No pueden olvidarse tan fácilmente entre coronaciones y festividades de lo cerca que hemos estado de la muerte.
– Le hemos fallado, aunque no llegáramos a males peores. ¡Oídme! ¡Ni el desmedido afán de riquezas -dijo mirando a los Reyes de Dulice- ni la fe ciega -añadió mirando al público debrano-, pueden anteponerse a la vida , sin la cual no existiría ninguna de las dos cosas! ¡De haber estado aquí en estos tiempos, Boris nos habría dejado a nuestra suerte, para buscar la esperanza en otro lugar, acaso quedara alguno!
Marla intentaba controlar su amargura, pero prefería pasarse a quedarse corta. El público, ciertamente esperaba cualquier cosa menos aquella reprimenda. Reinaba el silencio, que rompió uno de los más cercanos, bramando.
¡Por qué os atrevéis a hablar por Boris!
El que estaba a su lado le propinó una colleja, por la osadía, pero Marla decidió responder.
– ¡Porque él me eligió para hacerlo!
Y metiendo la mano bajo su traje y túnica, sacó y mostró el pergamino de Boris a todo el mundo, alzándolo al frente.
Se produjo una ola de exclamaciones de sorpresa, y la gente, inquieta, no supo reaccionar. Los turinenses tomaron la iniciativa, haciéndole una inclinación respetuosa. Los demás hicieron lo mismo, y Marla bajó finalmente la mano.
Como siempre, me olvido del lado positivo. ¿Qué les puedo contar ahora para equilibrar la balanza? La celebración va a parecer un entierro…
Casi como en respuesta, un soldado hervinés se acercó corriendo a ella, agitado.
– Mi señora…
Marla ladeó la cabeza, frunciendo el ceño.
¿Me ha llamado Mi señora? Cierto, ahora soy su gobernadora…
Él susurró algo a su oído, y ella le miró bruscamente.
– ¿Estas seguro?
Tras el asentimiento del soldado, se volvió de nuevo al público.
– Me habéis oído hablar del mal que hemos hecho y del que podría haberse producido. Pero ahora debemos alegrarnos de seguir aquí y haber aprendido de ello. Tenemos otra oportunidad, gracias en gran parte a una de las personas que más ha tenido que ver en todo esto, Olaf Bersi, quien, según me dicen… ¡Ha recobrado la consciencia y se está recuperando!
Los vítores y gritos de júbilo sacudieron la gigantesca plaza y todas las calles colindantes, según se iba extendiendo la noticia. Marla pudo notar la vibración en el propio suelo.
Dando por terminado su discurso, se unió a Girome, a quien se incorporaron Gardar y los Reyes de Dulice, Raymundo y Carina.
* * *
Olaf bebió con avidez el zumo que le trajeron los médicos.
– Has recuperado el color, y la herida no supura. Sí esto sigue así, no parece que vayas a tener problemas -dijo uno de ellos.
– ¿Cuánto tiempo tendré que permanecer aquí?
– Ya veremos -respondió otro-, al menos un par de semanas.
Dejó descansar la cabeza en la almohada, suspirando.
Por lo menos es la cama real.
Keith, que estaba hablando en la puerta con un oficial debrano, se dirigió a él.
– Vas a tener visitas distinguidas, Olaf. Parece que ya están reunidos todos los gobernantes de Armantia en este castillo, y van a venir a verte. Así que creo que estaré mejor fuera…
– No -cortó Olaf-, prefiero que te quedes si no te importa. No creo que sea necesario, pero me gustaría tener presentes otros oídos que registren las conversaciones que van a producirse.
– Como quieras- respondió colocándose en una esquina con una mano sobre otra, procurando no destacar.
– Por cierto, ¿y Marla? ¿Está bien?
– Sí, perfectamente. No se separó de ti hasta que le pidieron que acudiera a la plaza, donde según tengo entendido, dio una pequeña charla. Ahora que han anunciado tu mejoría, no creo que tarde en llegar.
Él asintió, pensativo.
Tras unos minutos, entró el primero. Era Girome, naturalmente.
– Ah… Girome… cómo estas…
– Mejor que tú, eso desde luego -dijo riendo, poniéndose a su lado-. Temía por ti.
– Bueno, ya ves que no ha sido para tanto. El cuchillo de Delvin no era tan grande después de todo. Por cierto… ¿Qué fue de él?
Le contó lo ocurrido en la plataforma. Olaf rió.
– Un final apropiado… majestad -dijo mirando con sorna a su corona- ¿Qué tal la llevas?
– La verdad, no me he parado a pensarlo todavía. Es simplemente lo que tenía que ocurrir. Debo empezar a arreglar todo lo que Delvin ha deshecho. Pero no quiero aburrirte con detalles, aún te estás recuperando y otros Reyes esperan entrar. Nos volveremos a ver pronto.
– Hasta entonces. Y espero que no eches mucho de menos la cama.
Poco después de que saliera, entró Gardar.
– Hola… ¿Estás… bien? -dijo sin pasar de la puerta.
– Lo suficiente. Pasa.
El chico se acercó lentamente, cogiendo aire varias veces para hablar sin decidirse. Pero Olaf ya sabía lo que rondaba su mente.
– Por la parte que me toca, tienes mi perdón. Pero también tienes muchas otras cosas de las que arrepentirte durante el resto de tu vida. Pero pareces haber aprendido la lección.
Gardar asintió en silencio. Se rascó la cabeza, como si aquello no fuera con él. Finalmente volvió a tomar la palabra.
– Quiero que tengas el gobierno de Turín provisionalmente, durante un tiempo. Hasta que… considere que estoy preparado.
– Una decisión sabia. Sí, has crecido… ojalá tu padre te viera ahora.
– Ojalá -se limitó a repetir Gardar en voz baja. Señaló con el pulgar hacia atrás-. En fin… que te mejores, tienes cola real aguardando. Espero puedas regresar pronto a Turín.
– En cuanto pueda, descuida. Adiós.
Tras él entró inmediatamente Carina, quien se quedó enfrente de la cama. Parecía incómoda.
– Me alegro de que os encontréis mejor.
– ¿Y Raimundo? -dijo Olaf secamente.
– No… quiso entrar.
– Y puedo entender el porqué. La mitad de lo que ha pasado es culpa vuestra. Es un hecho que tardará en ser olvidado, lo sabéis, pese a que vos no tuvierais mucho que ver.
– Lo sé, estuve en contra desde el primer momento. Pero algo sí es cierto, y es que nuestro país empieza a padecer de hambre. He conseguido que comencemos con nuestros propios cultivos de arroz para no depender únicamente de la venta de armas, y también estamos intentando subsistir por otros métodos, pero para ello necesitaremos ayuda.
Olaf asintió.
– Lo hablaremos, descuidad.
Carina hizo una reverencia respetuosa.
– Adiós y que os recuperéis pronto.
Pasaron varios minutos, sin que llegara nadie.
– Keith, ¿no tendría que entrar ahora Lynn?
– Se supone… aunque si te soy sincero, creo que mi señora está demasiado delicada ya para estas cosas. Me sorprendería verla entrar. Sin embargo, el oficial me dijo que estaban todos los gobernantes de Armantia. Y en fin… sé que Hervine está en una esquinita del mapa, pero no creo que sea como para olvidarse de nosotros.
Y entonces entró ella. Con un traje blanco azulado, falda diamantina y una diadema dorada con pequeñas guirnaldas verdes, Marla entró lentamente. Keith y Olaf estaban absolutamente perplejos.
– ¿Marla? -acertó a decir Olaf.
– Sí, soy yo. Mm… Como aquí nos conocemos todos, creo que ya me puedo quitar esta… cosa del pelo -dijo quitándose la diadema y sacudiendo la cabeza. Buscó un sitio donde dejarla, y Keith, raudo, se ofreció a sostenerla, cabizbajo. Marla se lo dio asintiendo, procurando que no se vislumbrara su asombro. También soy su gobernadora, pensó observando sus gestos.
Se arrodilló al lado de Olaf, mirándole el rostro fijamente, como evaluándole. Él hizo lo mismo.
– Me alegro de volver a verte, general -dijo ella al fin sonriendo, en una nube.
– Y yo de verte a ti, gobernadora. He oído que ahora arengas multitudes.
– No me lo recuerdes por favor -dijo ella sin perder la sonrisa- parecía la versión femenina de Gandhi, menos mal que aquí no se graban estas cosas…
– ¿Gandhi?
– Un viejete simpático.
– Esperaré fuera -anunció Keith antes de salir y cerrar la puerta.
– Pero… ¿Cómo es posible? -preguntó Olaf aún perplejo.
Marla le contó toda la historia de Lynn y su conversación anterior.
– Vaya… sabía que era especial… pero no que fuera…
– Sí. Y ya, al fin, todo el misterio del pergamino está resuelto.
– El pergamino no es el único misterio…
– Cierto -dijo Marla sonriendo-, el otro misterio eres tú.
Él asintió lentamente.
– Esto… nunca se lo he contado a nadie -dijo Olaf, con gesto serio-, pero tu caso es especial. ¿Guardarás el secreto?
Ella asintió en silencio. El general miró al techo, acomodándose y suspirando largamente, organizando sus ideas.
– Cuando era pequeño, mi padre me contó una historia que… en fin… era como las típicas leyendas locales, solo que esta no la había oído nunca…
«Hace mucho tiempo, antes de La Historia Oscura, llegaron los primeros habitantes de Armantia desde el exterior. Eran sabios y poderosos, pero cayeron en desgracia al ser devastados sus hogares. Se dice que era lo que quedaba de la humanidad.
Establecieron aquí una colonia en la que criar a sus hijos, colonia que diseñaron cuidadosamente de forma que durase lo máximo posible, según los -amplios- conocimientos que ellos poseían sobre la capacidad de autodestrucción de los seres humanos. Y los dejaron a su suerte para ir a quién sabe dónde… no sin antes asegurarse de que quedaran guardianes que vigilasen el transcurrir de la historia, y que actuasen en caso de que todo peligrara.
A cargo de estos vigilantes quedó también un lugar especial y secreto que llamaron Diploma, y que contenía buena parte de la sabiduría de nuestros primeros antepasados. Tal sabiduría se podía usar para bien y para mal, y por tanto solamente podría descubrirse cuando los vigilantes considerasen preparados a los habitantes de Armantia preparados.
Con el tiempo, los vigilantes demostraron ser inútiles para salvaguardar la paz en Armantia, muriendo algunos de ellos en el intento. La humanidad continuó empeñada en destruirse, así que se limitaron a mantener el secreto de Diploma.
El tiempo pasó y pasó, y los vigilantes se extinguían. Las guerras se sucedieron sin cesar, unos países se creaban, otros caían, mucha sangre se iba en el camino y la población disminuía.
Fue entonces cuando apareció Boris de Alix. Nadie lo esperaba, y algunos vigilantes llegaron a creer que se trataba de alguno de nuestros antepasados, pues hizo lo que tiempo ha dejaron de hacer ellos. Usó sus habilidades diplomáticas para aliviar en lo posible las tensiones existentes, procurando eliminar cualquier amenaza para la integridad de Armantia. Así que hablaron con él, descubriendo entonces que, aunque no era uno de ellos, sí era otro sabio en desdicha buscando refugio.
Con todo, a los vigilantes les disgustó la popularidad de Boris cuando ellos buscaban discreción, y por ello no le confiaron la situación de Diploma, ni tan siquiera se le llegó a nombrar. Boris continuó su tarea, e incluso se procuró una discípula desconocida hasta entonces, Ellen Lynn, a quien pudo conseguir el gobierno de Hervine. Boris tenía sus propios planes para la supervivencia de Armantia.
Los vigilantes por contra, eran ya pocos y perdieron el contacto entre sí, tanto como el interés en su tarea. Y con ellos la existencia de Diploma se sumió en las sombras de la historia…»
– Cuando fui creciendo, sospeché que la historia era más veraz de lo que parecía. Demasiado cercana y con muchos elementos históricos para el típico cuento vago que se le narra a un niño.
«Con quince años, mi padre me confirmó que todo era verdad, y que él era un vigilante, probablemente el último de ellos. Yo por entonces era un muchacho impresionable, y le pedí una y otra vez que me dijera dónde estaba Diploma. Él me dijo que… aunque fuera su hijo, lo de Diploma era algo muy serio, y prefería que se fuera con él a la tumba antes que correr el riesgo de que cayera en manos irresponsables. Añadió que yo no había madurado lo suficiente.
Sabía muy bien que si no me lo revelaba a mí, no se lo diría a nadie y el secreto se perdería. Así fue que me sentí obligado a perpetuar la tradición, e intenté emular a Boris. Joven, me introduje en el aparato militar turinense y fui abriéndome camino hacia arriba con rapidez, hasta que finalmente el rey Erik me descubrió, valorando muy positivamente mi prudencia y diplomacia, cualidades inauditas en el ejército turinense y que me causó muchas enemistades y mala fama, particularmente entre los veteranos. También envidias, cuando me nombraron segundo y consejero del Rey.
Intenté convertirme en alguien a quien mi padre fuera capaz de confiar el secreto de Diploma. Contuve la furia belicista del ejército turinense, anulé y desbaraté muchas circunstancias -algunas realmente absurdas- que fácilmente hubieran acabado en guerra y acerqué Turín a las posiciones extranjeras. Evité, en definitiva, todo camino que pudiera facilitar la destrucción mutua.
El tiempo pasó y mi padre eludía el tema en lugar de darme más negativas, cosa que interpreté como una evolución. Pasó a considerarlo realmente, lo que me dio esperanzas. Y así seguí hasta que… mi padre y el resto de mi familia murieron en circunstancias que no diré, y con él, el secreto de Diploma. A esta desgracia le siguió la vorágine de la muerte de Erik, cuya historia ya conoces…»
Se quedó mirando el techo, en silencio. Marla le acariciaba la mejilla.
– Entonces me entiendes mejor que nadie -dijo ella.
– Sí…
– Yo también tengo una confidencia que hacerte.
– ¿Hay más? -dijo él sorprendido- ¿Qué?
Y con la gracia y suavidad de una hoja, dejó caer sus labios sobre los de Olaf.
Epílogo
Tres meses después.
Marla siguió a Olaf por el camino de tierra que había cerca de lo alto de la montaña.
– ¿Falta mucho? -dijo ella, empezando a cansarse.
– Prácticamente hemos llegado. No te estarás cansando ya, ¿verdad?
– Bueno, tengo de veras muchas ganas de ver el mar, pero no sabía que subir una maldita montaña fuera requisito…
– Es de donde mejor se ve, ya verás. Una de las mejores zonas costeras del este de Turín. Luego descendemos por el otro lado, si quieres.
– Por cierto Olaf, esto creo que aún no te lo he preguntado… ¿Por qué demonios te llaman Gran General?
– Soy alto -se limitó a decir, encogiéndose de hombros. Cuando dejó de oír los pasos de Marla, se volvió.
– ¿Qué? - dijo ella, inmóvil.
– Nunca he oído a otra persona que usara ese monosílabo más que sí o no.
Marla seguía estupefacta. Agitó la cabeza y reanudó su andar.
– Cómo aplastar un mito en dos palabras. Como guía turístico no tendrías mucho futuro. Aunque debo reconocer que acertaste de pleno al preguntarme si quería venir. ¿Cómo sabías que me encanta contemplar el mar?
– Intuición.
– Joder… pues tienes mucha intuición. ¿Ves? ¿Por qué te llaman Gran General? Porque tengo mucha intuición.
– Bueno, ya sabes… quien dice intuición también dice mejor se lo preguntamos a Enea que arriesgar con la reaccionaria.
– Serás hijo de… -dijo Marla abrazándole con fuerza por la espalda y dándole un suave mordisco en el lóbulo de una oreja.
– ¡Ay! No me maltrates, mujer. ¿Y no te parece que tras tres meses de gobierno deberías tener el lenguaje un poco más refinado?
– Bah, al fin y al cabo nadie sabe qué significan esas palabras.
Olaf volvió a reír.
– Es por cómo las dices. Ya hemos llegado -dijo señalando al final de la subida-. Adelante, mira tú primero.
Marla recorrió los metros que quedaban de subida, hasta llegar a la corta explanada que daba al pueblo costero y al mar. Olaf pudo ver el asombro en su cara, pero no el que esperaba.
– Olaf…
– ¿Sí? No me irás a decir que no te gusta.
– Me dijiste una vez que aquí, la navegación… en barcas y para pescar ¿verdad?
– Claro -respondió subiendo también. Cuando llegó a su lado, adoptó inevitablemente su misma expresión.
– ¿Pero qué es… son…?
Una cantidad considerable de grandes formas extrañas minaban el mar en dirección al pueblo costero.
– Son veleros -dijo Marla-, decenas de veleros enormes. Pero si no son de Armantia…
Fue interrumpida por una batería de estruendos, y Olaf contemplaba con temor cómo los laterales de aquellos enormes navegantes escupían grandes exhalaciones de humo en dirección al pueblo costero.
– ¿Pero qué hacen? -gritó intentando hacerse oír por encima de aquellos terribles truenos.
– ¡Corre! -gritó Marla agarrándole del brazo, perfectamente consciente de lo que los barcos estaban haciendo.
La leyenda de La Flor Dorada
(extracto de la antigua literatura armantina)
– ¡Ni hablar! -gritó el Rey- ¡No dejaré que unos cuentos de paletos hagan intransitables mis tierras!
– Pero señor…
– ¡Qué! -interrumpió casi escupiendo.
– Hemos visto a las víctimas con nuestros propios ojos, la bestia existe.
– ¡¿Y cómo no la ha matado nadie?! -miró al capitán y señaló a sus guardias con gesto despectivo- ¡Estoy rodeado de cobardes inútiles! Llama al consejero y dile que anuncie una recompensa de mil monedas a quien me traiga su pellejo. Hay que terminar con este ultraje.
– Sí, mi señor.
El capitán y sus guardias abandonaron la sala del trono rápidamente, tras lo que el rey Grim terminó su cena de mala gana y subió a sus aposentos. Durante un mes habían aparecido cadáveres de campesinos brutalmente desgarrados a lo largo de su reino y hasta los comerciantes empezaban a considerar sus tierras un lugar poco seguro. Se estaban aislando por algo que nadie -vivo al menos- había llegado a ver.
Él no se creía nada, pues era muy probable que detrás estuviera su peor enemigo, el rey Claude II, cuyo reino era adyacente al suyo. El tratado que los mantenía en paz era cada vez más frágil y los escarceos fronterizos cada vez más frecuentes. La guerra terminaría siendo inevitable… que se atreva, pensó, aunque no debía tentar a la suerte, pues sus ejércitos no estaban aún en condiciones óptimas para un enfrentamiento contra los de Claude.
Oyó a la puerta chirriar, y al volverse vio a uno de sus criados.
– Señor, el consejero me ha pedido que le recuerde el día de hoy.
– ¿Qué pasa hoy?
– Es el décimo aniversario de la muerte de su esposa, mi señor. No necesito recordarle el acto en su honor que prometió aquel lamentable día para cada década de su desgraciada muerte…
– …Y a pesar de que no lo necesitas -cortó Grim bruscamente-, estas recordándomelo. ¿Qué más quieres?
– El consejero sólo quería asegurarse de que recordarais todo el ceremonial, el banquete, el regalo…
– Lo sé, lo sé, ahora vete.
Grim casi había olvidado a su esposa Malena, que murió de forma natural según la versión oficial. Ah… Malena… si no se hubiera estado viendo con Claude a sus espaldas, él no tendría que haberla matado con sus propias manos, lastimosa pérdida por su parte. La muy tonta se había enamorado de su peor enemigo, probablemente Claude la estuviera usando como espía. ¡Nadie espía a Grim! Pero tenía que admitir su valor, al atreverse a decir que no tenía nada con Claude y que realmente le quería mientras él apretaba su delicado cuello. Sí, lástima de muerte. Una muchacha hermosa, sensible y culta. Una joya entre joyas. Aún estaba por encontrar a una sustituta entre la chusma que poblaba la realeza.
Su asesinato corrió como un rumor por todo el reino, pero nadie se atrevió a comentarlo ni a hacer preguntas. La versión oficial es la versión oficial. Oh, y ahora la ceremonia en su honor. Odiaba los banquetes llenos de sonrisas a filo de espada y sólo se sentía cómodo en ellos cuando tenía algo de lo que jactarse. Hacía ya meses que no tenía nada de lo que presumir en la mesa; a decir verdad el asunto de la bestia lo estaba incomodando en demasía.
El regalo… ¡Oh sí! Se trataba de mostrar un objeto que habría sido del gusto de la víctima, un regalo fingido, demostración de respeto póstumo. Imbecilidad que algún senil creó apropiado para la realeza, un detestable acto de etiqueta que se había puesto de moda. Dado que mandó a quemar todas las posesiones de Malena (excepto las que podían ampliar las arcas del reino), tendría que hacer algo él. Habría que verse como el Rey que era ante sus invitados.
¿Qué le gustaba a ella? Recordó la ocasión en que echó de menos… su árbol genealógico, sí. Quería ver el árbol genealógico de Grim en el salón del trono, dado que a muchos Reyes les gustaba mostrar a sus ancestros y presumir de su sangre. Él rechazó la idea alzando la mano en gesto despectivo; no le importaba lo más mínimo su ascendencia. Pero tenía que admitir que Malena llevaba razón, era otro detalle de etiqueta de gran valor entre la realeza.
Si Claude hubiese tenido una ascendencia memorable tal vez lo habría considerado para evitar el agravio comparativo… pero por lo que sabía Claude era hijo de la relación entre su padre y una amante secreta, que al parecer había tenido otras aventuras entre la realeza. No, no creía que pusiera su árbol en su castillo.
¿Pero cual era la propia ascendencia de Grim? Su padre Orn… le contaron que murió defendiendo su castillo cuando él tenía cuatro años, y su madre Anaya, se había suicidado a la semana, tras haber sucumbido a la pena. Le crió el segundo de su padre, su capitán, su tutor, que fue el que le había contado la historia, pero había muerto ya de viejo. Oh, no tenía porqué estar lidiando con estas cosas. Tiró de la segunda cuerda del llamador, campanilla a cuyo sonido debería acudir su consejero, quien obedientemente entró en sus aposentos.
– Lo que mi señor diga.
– Ya que me has querido recordar la ceremonia de Malena… quiero que me ayudes con su regalo para el banquete. Necesito que investigues mi ascendencia para tener un árbol genealógico decente que mostrar sobre mí en el banquete; permitiré que lo adornes un poco. No debería ser muy difícil, pero por si acaso en la aldea tienes los escritos de mi viejo tutor en la casa de su viuda, que aún vive, seguramente te sean de mucha ayuda; lo quiero listo para mañana, el banquete será dentro de dos días. Envía también invitaciones a nuestros aliados de entre la realeza.
– Así lo haré, mi señor.
Claro que lo harás, pensó. El consejero sospechaba muy bien lo que le ocurrió a su predecesor cuando le desobedeció su primera vez. Grim gobernaba con el miedo, que ciertamente le resultaba muy cómodo y satisfactorio.
Tuvo pesadillas aquella noche. Soñó que le perseguía la bestia, de aspecto informe, creado por el puro espanto de su imaginación, la cual le acorraló y le clavó su mirada. Tenía los ojos de Malena. Se despertó jadeando cuando se abalanzó sobre él, y estuvo muy inquieto al día siguiente, maldiciendo a todos los que le recordaron su muerte. Finalmente recibió nuevas sobre ella.
– Hemos podido saber que la bestia fue adquirida por Claude II en uno de sus largos viajes al este, y ha sido entrenada para acabar con vuestra vida. Le recomendamos pues que no salga del castillo mientras siga viva.
– No sería necesario si la hubierais matado ya -dijo Grim secamente-; a propósito, ¿Tenéis noticias del consejero? Debería estar ya aquí para traerme unos escritos.
– No, mi señor, no le hemos visto.
Hizo un gesto con la mano para que se fueran. Pasó el día rumiando su propia pesadilla, agitando la cabeza para olvidar esa mirada. Ojos grandes, luminosos, inyectados en sangre… sintió un escalofrío al pensar que ella le pudiera estar mirando a través de ellos. Necesitaba tomar el aire, por lo que decidió más tarde pasear por los bajos del castillo, dado que dudosamente la bestia llegaría a penetrar ahí. Empezaba a anochecer y maldecía al consejero, los truenos avisaban de una tormenta y aún no tenía nada que mostrar para el banquete.
Pensando en otros presentes se topó con un brote de flores en un pequeño montón de tierra pegado a una pared. A Malena le encantaban las flores, fue por eso que las mandó a cortar todas alrededor del castillo aduciendo los tristes recuerdos que le evocaban. Estuvo a punto de hacer lo mismo, cuando vio una que relucía sobre las demás… una flor dorada. Aquello era de una rareza inaudita, parecía de oro. Había oído hablar de varias cuando era joven; flores y tréboles dorados que concedían deseos.
Pisando despreocupadamente algunas, arrancó de un tirón la flor dorada. Pensó que sería inútil pero maliciosamente divertido pedir un deseo en aquellas circunstancias. Cerró los ojos.
Que mataran a la maldita bestia sería sin duda una gran alegría… pero puestos a pedir, que le cortasen la cabeza a Claude II y a todos los de su sangre… oh sí… sería un acto de genialidad por su parte mostrar la cabeza de su eterno enemigo en el banquete. Casi se imaginaba las caras impresionadas de los presentes. Y como obsequio póstumo para su esposa tendría un valor simbólico a la altura de su grandeza, aunque sólo él pudiera interpretarlo. A veces se sorprendía de la maldad de su propia genialidad. Grim el sabio. Grim el listo. Grim el genio. Deberían cantarlo por las calles.
Cuando abrió los ojos se sorprendió al ver que sólo estaba agarrando aire, no tenía nada entre sus dedos. Volvió a mirar a las flores, pero no vio ninguna dorada. Sus nervios le habían jugado una mala pasada. El maldito consejero seguía sin aparecer y empezaba a llover.
Preparándose para volver oyó un grito desgarrador en dirección a la puerta que daba a las afueras y vio un guardia que fue proyectado hacia el interior, estrellándose como una frágil piedra contra la pared y saltando por los aires parte de su armazón. Entonces oyó el aullido más penetrante que había oído en su vida, helándole el corazón y poniéndole de punta hasta el último pelo de su cuerpo. No había sonido ambiente capaz de hacerle sombra. El eco rebotó por todas las esquinas del castillo, nadie osó alzar el más mínimo alarido de terror, pese a que sería sin duda el sentimiento dominante. Era un aullido hostil y visceral, lleno de rabia.
La bestia atravesó la gran entrada.
– Dios mío… es… es…
Enorme, eso es lo que era. La silueta era apenas discernible, pero enorme y alta como un hombre, sus ojos refulgían en la oscuridad y notaba cómo olfateaba buscando algo, virando su cabeza…
Y le clavó la mirada.
Sintió ganas de evacuar. Era la mirada de su pesadilla, los ojos desprendían un odio tan evidente… y, en su estado de pánico, le llegó a pasar por la cabeza que pudiera ser ella.
– Yo… tuve que hacerlo… yo…
No podía articular más palabras; retrocedía lentamente, pero la bestia le alcanzaría. Estaba muerto. El monstruo flexionó sus patas traseras para saltar, y un relámpago le mostró a la bestia entera, que estaba enseñando sus dientes, haciendo vibrar sus colmillos y encías ensangrentados en un gruñido gutural, escalofriante y antinatural. Era la visión de un lobo enorme cuyas malformaciones escapaban al uso de la razón. El corazón se le agitó cuando la bestia se abalanzó sobre él y se cubrió inútilmente con los brazos esperando el fin.
Oyó un gran aullido de dolor y se sorprendió al ver que la bestia había sido empalada en el aire por la gran espada de un desconocido. Ignoraba de dónde había salido, era un figura alta, envuelta en una gruesa armadura y con un yelmo que no le dejaba ver la cara… dejó caer a la bestia y sacó su espada de ella. No era sin embargo de la corte de Grim pues usaba un tipo de armazón que se había desechado hacía ya bastantes años…
– Debo expresarle mi gratitud, vos… vos…
Sin embargo el desconocido salió sin decir una sola palabra por el gran arco central, con un andar extraño.
Tras conseguir mandar de vuelta a las multitudes que se formaron a su alrededor para saber si estaba bien, se topó con…
– ¡Las flores! -gritó – ¡Claro, la flor dorada, era de verdad!
Él había deseado que la bestia fuera muerta, y ese enigmático caballero debía ser sin duda la respuesta a sus plegarias… claro que entonces… Malena tendrá el regalo que se merece, pensó. Claude II y todos los de su sangre serían degollados y exterminados y lo mejor… tendría la cabeza de Claude en el banquete. A pesar de que su encogido y agitado corazón sufría aún el encuentro con la bestia, sintió un enorme alivio de pensarlo, así como la confirmación de que proyectar a Malena en la bestia fue sólo un artificio de sus más oscuros sueños, que se estaban apoderando de él. Temía estar dejando la cordura donde no podría recuperarla.
Pero durmió como un bebé esa noche. Al día siguiente era todo sonrisas -algo muy raro en él-, se mostró en extremo benevolente, y la gente se mostraba disimuladamente extrañada, cosa que no le importaba. Había sobrevivido… pero algo seguía sin ir bien. ¿Era ella? ¡No!, gritó para sus adentros apretando la mandíbula. Pero de todas maneras se abría paso en su mente. Resopló ante la idea que surgió en alguna parte de su ser de que pudiera estar cobrando conciencia de lo que le hizo.
En cualquier caso la bestia estaba muerta, la había devuelto al lugar que le correspondía, como debía ser. Grim el sabio. Grim el listo. Grim el genio.
Tenía una sonrisa de oreja a oreja cuando presidía el banquete. Ah… si no fuera porque la cabeza de Claude debía estar en camino, habría usado el cuerpo de la bestia como trofeo y obsequio para Malena. Naturalmente no reprimió sus ganas de mostrarla, por lo que la había mandado a disecar. Quedaría bien en la entrada a palacio. Así es como terminan los que se me oponen. Sí, eso transmitiría.
Asistió al banquete buena parte de la realeza que le era afín. Fue muy prudente al no invitar a ningún Claude al banquete, no quería ninguna carnicería en el salón. Además, el toque visceral sería más sutil… Había ordenado a los guardias que no detuvieran al caballero cuando este llegara con su regalo. Una vez el banquete se dio por concluido, Grim alzó la voz.
– Damas y caballeros, nobles, príncipes y princesas, Reyes y Reinas, les dije que no quedarían decepcionados con este banquete, y el plato fuerte es aún mayor que el de la muerte de la bestia que ha devuelto la tranquilidad a mis tierras. El conflicto entre el gran Grim y Claude II ha concluido sin batalla. Cualquier amenaza que Claude pudiera representar para mi reino ha sido aplastada, y cualquier posibilidad de continuar reinando en sus tierras él o su linaje, ha concluido.
Se alzaron rumores a lo largo de la interminable mesa. Grim tenía una vista privilegiada, su trono estaba en uno de los extremos de la mesa, y veía a todos los presentes a lo largo de ella hasta su final. Iba a seguir con su preparado discurso cuando un golpe sobresaltó a todos… las grandes puertas que guardaban el salón se habían abierto con brusquedad. Era él. El caballero armado que había matado a la bestia. Se rió por dentro, qué oportuno.
La figura avanzó muy lentamente con su extraño andar a lo largo de la mesa ante la mirada horrorizada de los presentes. El chirriante sonido de su pesada armadura y las pisadas metálicas inundaban la sala. Efectivamente llevaba la cabeza de Claude II agarrada de su sucia cabellera, aún goteando sangre. Una imperceptible sonrisa modificó levemente las facciones de Grim mientras veía las caras de los invitados, que miraban aterrorizados -aunque había algunos que se alegrarían incluso más que él de verlo así- el rostro de sorpresa de Claude II, con los ojos desorbitados y la boca abierta. En otras circunstancias le resultaría aterrador a él también, pero en ese momento no cabía en sí del regocijo.
Alzó su copa dorada.
– Este es el regalo que le ofrezco a mi difunta esposa. Sé que le habría gustado… mi mayor enemigo, al fin muerto, junto a todos los de su sangre, interrumpiendo así su linaje. Las tierras de Claude II pasarán ahora a formar parte del reino de Grim el grande… -porqué no… sería la guinda, pensó antes de añadir- Grim el Sabio. Grim el Listo. Grim el Genio.
Consiguió arrancar aplausos de los presentes, algunos forzados y otros que al contrario, no tenían razón para seguir fingiendo horror. Levantaron todos sus vasos y gritaron al unísono ¡Grim el Sabio, Grim el Listo, Grim el Genio!
Pensó que ese sería sin duda el mejor momento de su vida. Anexionaría el reino de Claude al suyo y tendría el mayor reino del oeste. Lo menos que podían hacer los presentes era aplaudirle, y mostrarle desde ahora que estaban de su lado, porque ninguno podía hacerle sombra. Se removió en su trono, complacido.
El caballero aún no había recorrido toda la mesa, cuando uno de sus capitanes se acercó y le dijo:
– Mi señor, hemos encontrado al consejero. Al parecer fue alcanzado por la bestia cuando regresaba al castillo, antes del ataque de ayer…
Así que por eso no apareció. Una lástima. No apreciaba mucho las compañías, pero un consejero siempre era muy útil. Murió en vano de todas formas, ya tenía regalo de banquete.
– … llevaba algo consigo…
– Sí, le insté a traerme unos documentos. Una pérdida para todos sin duda. Murió sirviendo a su Rey. Enterradle con honores. Puedes marcharte.
– Sí mi señor, aunque no llevaba documentos consigo, sino una pequeña nota doblada. Pensamos que siendo él sería confidencial, así que se la hemos traído con la mayor de las reservas, aquí la tiene…
– Y has hecho bien. Buen trabajo. Ahora vete.
A Grim no le hubiera gustado que los demás husmearan en los resultados de la investigación de su consejero acerca de su ascendencia. Tomó la nota doblada entre sus manos mientras el capitán dejaba el salón. El caballero terminó su largo y sonoro andar justo delante de Grim. Este alzó su mirada y el anónimo invitado arrojó bruscamente en medio de ambos la cabeza de Claude II. Tras esto se quedó erguido e inmóvil. Grim se removió inquieto en el trono y volvió la mirada a la nota. Un poco corto para crear un árbol genealógico, aún siendo el mío, pensó. La abrió y empezó a leer…
“Lástima de consejero, sé que no puedes pensar bien sin uno. Traía unos interminables documentos, basura burocrática que sin duda querrías tener en tu festín para alardear a los presentes de una gran ascendencia. Pero permíteme que te la resuma, eres una persona muy atareada para estas cosas… antiguamente te leía tu tutor… o tu consejero… o tu amada esposa. ¿No lo recuerdas? Ah… debes haber reconocido ya mi letra…
Tú, Grim, eres hijo del rey Orn, pero no de Anaya, la Reina, su esposa. Orn tuvo una amante muy conocida en la realeza, que fue la que mató a la que creías tu madre, hecho que te ocultó tu tutor. Tú y Claude venís de la misma madre, hermanos pese a todo: sois de la misma sangre. “
No pudo seguir leyendo. Un escalofrío le subió por la espalda, las sienes le latían con fuerza, la respiración se le entrecortaba… Dejando caer la nota de entre sus temblorosos dedos, alzó lentamente su aterrada mirada al caballero. Éste se quitó el yelmo de la cabeza, dejando caer, para su sorpresa, una ristra de rizos rojizos. Un bello y familiar rostro surcado de lágrimas le miró directamente a los ojos, para decir…
– Y ahora, esposo, permíteme que termine de cumplir tus deseos. Grim el desleal. Grim el traidor. Grim el asesino.
Grim no pudo más que mantener una inmóvil y grotesca mueca de horror mientras Malena alzaba la espada.