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**Timeline: 3049-3051**
A finales del siglo XXVIII cayó la Liga Estelar y nacieron los cinco Estados Sucesores. Durante los últimos trescientos años, estos estados han luchado entre sí encarnizadamente. Sin embargo, ahora surge una nueva amenaza que proviene del exterior. Un misterioso ejército, los Clanes, y cuenta con la mejor fuerza militar que jamás viera la Humanidad. "Herencia Mortal", primer volumen de la trilogía "La Sangre de Kerensky", narra el comienzo de la invasión de los Clanes en el decisivo año 3050.
A Charles James
Gracias por mostrarme que existe un mundo enorme ahí fuera y que ser feliz en lo que uno hace es la mayor medida del éxito.
El autor desea dar las gracias a las siguientes personas por su ayuda en la elaboración de este libro: a Liz Danforth, por escucharlo todo trozo a trozo; a Ricia Mainhardt, por hacerlo factible; a Ross Babcock, Donna Ippolito y Jordán Weisman, por obligarme a escribir bien y en inglés; y, por último, a Brian Fargo por hacerse cargo de que otro de sus proyectos esperase a que se terminara este libro.
Prólogo
Outreach
República Libre de Tikonov
16 de agosto de 3030
Natasha Kerensky, la mercenaria de cabellos pelirrojos, entró en el despacho del coronel Jaime Wolf sin titubear ni llamar a la puerta. Alargó la hoja de papel amarillento para que Wolf lo examinase, pero él mantuvo la mirada al frente y, parapetado tras los papeles que cubrían su mesa, se arrellanó en la silla y juntó las manos. Sólo la oscilación de su tórax indicaba a Natasha que seguía vivo.
La mujer habló con voz suave y amistosa, con un volumen y un tono que a sus soldados les habría parecido imposible que fuera capaz de emitir, al tiempo que dejaba la hoja sobre el escritorio.
—Pensé que querrías ver esto de inmediato, Jaime. Llegó con la firma del mariscal de campo Ardan Sortek. A sugerencia del Príncipe Hanse Davion, la República de Tikonov nos ha otorgado plenos poderes sobre Outreach.
La noticia devolvió la movilidad al rostro de Wolf. Aunque era de estatura baja, lo rodeaba un aura de fortaleza y tenía una personalidad dominante. No obstante, los largos años de guerra casi constante se habían cobrado su precio: sus cabellos, antes negros, estaban teñidos de blanco, y las arrugas alrededor de sus ojos y en la frente mostraban las duras responsabilidades que había tenido que soportar. La curvatura de sus hombros delataba que sabía cuántas dificultades le esperaban aún, pero el brillo de sus ojos grises no dejaba lugar a dudas de que afrontaría todo lo que fuese preciso.
—Sí, Natasha —contestó sonriendo a la Viuda Negra—. Gracias. Realmente son buenas noticias.
Kerensky desvió la mirada hacia la ventana en forma de arco que estaba junto al escritorio de Wolf.
—Pensaba que tendríamos más problemas si hacíamos de este mundo nuestro hogar. Supuse que Hanse Davion estaría decidido a conservarlo en cuanto averiguase que nosotros lo queríamos.
—Davion es consciente de que Outreach fue el Mundo de los Guerreros en el pasado —replicó Wolf, encogiéndose de hombros—. Sabe que el ejército de la Liga Estelar solía celebrar aquí los Juegos Olímpicos marciales, y que no han desaparecido todos los equipos útiles en los tres siglos transcurridos desde que el general Kerensky y sus tropas de la Liga Estelar abandonaron la Esfera Interior para siempre.
Kerensky se volvió hacia él. El sol del atardecer hizo brillar reflejos en sus cabellos.
—¿Crees que Davion sabe exactamente cuántos equipos quedan? Seguramente le ha pedido a Quintus Allard que envíe aquí a algunos de sus malditos agentes para ver con qué nos quedamos.
El líder de los Dragones de Wolf sonrió como un hombre que conoce un secreto.
—En esta cuestión, Hanse ha hecho honor a su apodo de «el Zorro» —opinó—. Quintus Allard nos pidió que realizáramos una inspección tecnológica, porque afirmaba que no podía enviar ningún agente a Outreach en estos momentos. Sin duda, Hanse está convencido de que nos reservamos cierta información, pero no creo que eso le importe. Le satisface que estemos aquí, porque impide que haya rebeliones locales o un ataque por sorpresa de la Liga de Mundos Libres. El informe que mandamos a Aliara debería bastar para acallar todas las quejas de que nos han entregado un tesoro de perditécnica.
La expresión que designaba a la valiosa tecnología que se había perdido tras la caída de la Liga Estelar hizo que Kerensky esbozara una sonrisa con sus carnosos labios. Sin embargo, su tono de voz sonó preocupado cuando preguntó:
—¿Ya hemos terminado nuestra revisión? ¿Hay equipos suficientes para nuestras necesidades?
Wolf meneó la cabeza negativamente y volvió a juntar las manos.
—Parece como si cosas como los ordenadores y otros aparatos de utilidad evidente hubiesen sido trasladados hace mucho tiempo; de todos modos, no creo que nadie imagine el vasto complejo de materiales que existen bajo la superficie. Tenemos los recursos que necesitamos para reparar y fabricar BattleMechs, pero es difícil de decir ahora si dispondremos de lo suficiente para llevar a cabo nuestra misión.
—No puedes abandonar la idea de que tenemos una misión, ¿verdad? —dijo Natasha, y tembló ligeramente de irritación—. Ya hemos hecho lo que nos pidieron. Digo que debemos recuperarnos por completo, poner las máquinas a pleno funcionamiento, ¡e ir en busca de acción!
A pesar de sí mismo, Wolf sonrió al oír la exclamación de la Viuda.
—Natasha, nada me gustaría más —repuso en voz baja—, pero sabes que no puedo estar de acuerdo.
También sabes que los otros no podrán detenerlos. Nos ha sido confiado un deber que no podemos dejar de lado.
—Es imposible, Jaime —replico Natasha, apoyando las manos sobre el escritorio—. Eso es lo que yo sé. Han pasado dos años de una guerra que lo ha transformado todo. ¡Nos ha cambiado incluso a nosotros! La Confederación de Capela ha caído casi por completo ante la Federación de Soles. El Condominio Draconis ha sufrido un auténtico desastre y ha perdido docenas de mundos y unidades. La Mancomunidad de Lira ha estado a punto de ser dividida por la guerra, por no hablar de la muerte de Frederick Steiner y el sacrificio del Décimo de Guardias Liranos en el ataque suicida a Dromini VI. En cuanto a la Liga de Mundos Libres... ¡Ja! Su gobierno está tan afectado por la corrupción que ni siquiera podrían organizar una defensa contra las tropas de la República Libre de Tikonov, y ambos sabemos que la provincia de Andurien va a declarar la independencia sin ningún problema antes de que acabe el año. Tal vez Hanse Davion haya planeado bien esta guerra y su Federación de Soles sea la gran vencedora, pero ha destrozado su economía y el pueblo teme otra Interdicción de ComStar.
»En resumen, amigo mío —concluyó Natasha—, los Estados Sucesores han quedado inermes por completo.
Los ojos de Wolf centellearon ante el tono agresivo de Natasha.
—Todo eso está muy bien, Natasha —repuso—, pero ¿no has olvidado algunos de los factores más importantes que nos afectan? Es posible que los Estados Sucesores estén en crisis, pero no sucede lo mismo con las unidades militares. Los Demonios de Kell salieron de la guerra en buenas condiciones, al igual que la Caballería Ligera de Eridani y los Montañeses de Northwind. Aunque admito que con ellos no basta para hacerlo todo, podemos empezar por ahí.
Natasha se sentó sobre el borde de la mesa y contempló a Wolf, que había empezado a pasearse por la sala.
—No estarás pensando en traerlos aquí para entrenarlos, ¿verdad? —le preguntó—. ¡No llegarás a poner en peligro nuestra seguridad de esa forma! —De pronto, Natasha se dio una palmada en la frente con la diestra y exclamó—: ¡Realmente lo estás planeando! Por eso Morgan Kell y su mujer Salome vienen hacia aquí en su Nave de Salto. ¿Te has vuelto loco? ¿Cuántas cosas sabe Kell?
—Morgan Kell sabe lo que yo le he confiado... —replicó Wolf, irguiéndose—, y me fío de él. Salome y él vienen para que podamos hacer algunas pruebas y ayudarlos a superar un problema de esterilidad.
—Les hablaste de... —farfulló la Viuda Negra, boquiabierta.
—No —respondió el hombre, meneando la cabeza—. No se lo conté todo, aunque supongo que se imagina lo que le oculté. Es amigo mío y he decidido ayudarlo. También es un MechWarrior con una gran habilidad y valor. Aunque no pretendo traer aquí a los Demonios de Kell para entrenarlos, creo que podríamos persuadir a Morgan de que prepare sus fuerzas para ayudarnos cuando llegue el momento. Además, pienso que estaría dispuesto a dejar que adiestrásemos a algunos de sus hombres para poder transmitir nuestros conocimientos a otros sin poner en peligro nuestra seguridad.
—Lo que ahora espero oírte decir es que vas a invitar a ComStar a establecer un centro de comunicaciones ai Outreach —dijo Natasha, mientras un escalofrío le recorría el cuerpo.
La sugerencia arrancó una risa de Wolf.
—En absoluto. ComStar controla las comunicaciones entre las estrellas de la Esfera Interior, pero su benigno pacifismo murió con el Primus Julián Tiepolo. La nueva Primus, esa Myndo Waterly, es agresiva y peligrosa. Ya ha obligado a Davion a permitirle acantonar BattleMechs en los complejos de ComStar como condición para levantar el interdicto de comunicaciones que ComStar había impuesto a la Federación de Soles. No dejaré que lleguemos a esa situación.
—¡Ah, gracias a Dios que estás cuerdo, después de todo! —dijo Natasha sonriendo, y suspiró con gesto cansado—. Aquí estamos. Hemos combatido durante veinticinco años. Deberíamos estar pensando en la jubilación y no preocupamos por preparar a otros para una guerra que quizá no se inicie nunca. Esa tarea debería corresponder a las nuevas generaciones.
—Estoy de acuerdo contigo —repuso Jaime, y apoyó una mano sobre el hombro de Natasha—, pero tenemos un problema. Los jóvenes se han educado en los Estados Sucesores de la Esfera Interior. Perdimos a un buen número de ellos hace quince años, en la Liga de Mundos Libres, y cuando escapamos del Condominio Draconis, hace dos. Los supervivientes no crecieron según las mismas tradiciones que nosotros. Apenas comprenden que somos diferentes. Y ahora tenemos extraños entre nosotros. A ellos también hay que adiestrarlos e inculcarles nuestra manera de pensar. Los únicos que pueden realizar ese entrenamiento son los que han sobrevivido todos estos años.
La Viuda Negra meneó la cabeza con tristeza.
—Tienes razón, por supuesto. Y tuvieron razón al ponerte a ti y no a mí al mando de esta misión enloquecida. —Levantó la cabeza, irguió el mentón con gesto desafiante y añadió—: Si van a venir, sólo espero que lo hagan pronto, antes de que sea demasiado vieja para pilotar un 'Mech. Tienen que responder de muchas cosas, y yo quiero que paguen por todas ellas.
—Vendrán, desde luego —replicó Wolf, apartándose y cruzando los brazos—, y tal vez antes de lo que creemos. Aunque comprendo tu deseo, espero que no llegues a verlo hecho realidad. —La miró fijamente a los ojos y agregó—: Porque, si seguimos por aquí y estamos listos para combatir, los otros no habrán tenido tiempo de prepararse. Y eso quiere decir que la Cuarta Guerra de Sucesión, que acaba de terminar, parecerá el preludio del fin de la Humanidad.
Libro 1
La sombra de la Bestia
Capítulo 1
Stortalar, Gunzburg
Provincia de Radstadt,
República Libre de Rasalhague
19 de mayo de 3049
Phelan Kell se sentía como un espía atrapado a muchos años-luz detrás de las líneas enemigas, pero hizo un esfuerzo por entrar con paso despreocupado en la cervecería, cuyo interior estaba oscurecido por el humo.
Por primera vez en toda la noche, lamento no haber hecho caso a Jack Tang cuando me prohibió continuar con esta búsqueda. Algún día aprenderé que no da órdenes sólo para oír su propia voz. El joven mercenario entrecerró los ojos para tratar de atravesar la penumbra con la mirada, pero no hizo el menor gesto de quitarse sus gafas de sol de cristales opacos. Tal vez he sido lo bastante estúpido para salir de la reserva, pero ahora no voy a quitarme el disfraz, y menos aquí. ¡Vamos, Tyra, aparece!
Alguien lo tocó en el brazo. Phelan se revolvió y casi le saltó el corazón del pecho al ver el uniforme de las Águilas de Gunzburg. En ese momento pensó que tendría que pelear para salir del Allt Ingar. Entonces reconoció a la mujer que llevaba puesto el uniforme. La mueca de Phelan se transformó en una sonrisa, que se desvaneció casi con la misma rapidez al ver su expresión furiosa.
—¿Te has vuelto loco? —siseó la mujer, con un tono tan helado como los vientos nocturnos que silbaban por las calles de Stortalar. Apartó bruscamente a Phelan de la puerta y lo empujó contra un mostrador que estaba sumido en la oscuridad—. ¿Qué demonios haces fuera de la reserva?
—¿Dónde está ella, Anika? —preguntó Phelan, sepultando su largo y delgado cuerpo en el rincón—. Tengo que hablarle.
—No lo sé, y en estos momentos no me importa —respondió Anika Janssen en tono cansado—. Tienes que volver a la reserva, Phelan. Aquí sólo encontrarás problemas.
Phelan se quitó las gafas y se las colgó del cuello del grueso jersey que llevaba bajo el anorak negro.
—Voy a encontrarla —afirmó—. Si crees que ser descubierto fuera del territorio de los mercenarios me causará problemas, ¡espera y verás lo que pasa si no encuentro esta noche a Tyra!
Anika sujetó el puño de Phelan con ambas manos y le dijo:
—¡Maldición, Phelan, no te resistas! Por si lo has olvidado, yo apoyé por completo a Tyra en su plan concerniente a ti. No seas estúpido ni hagas que me arrepienta de ello. —Bufó exasperada y añadió—: Tendría que haber comprendido que no serviría de nada...
Phelan abrió el puño, pero su cuerpo permaneció tenso.
—No empieces tú tampoco, Nik —dijo, y frunció sus negras cejas con amargura—. Creía que no compartías el sentimiento contrario a los mercenarios que está tan extendido por la República.
—Y así era —respondió ella, y miró a los verdes ojos de Phelan con los suyos, de color azul muy claro. Lo hizo con tanta intensidad que él tuvo que apartar la mirada—. Vosotros, los Demonios de Kell, durante esta estancia imprevista en Stortalar habéis hecho mucho para hacer crecer este mito que tanto nos agrada a los rasalhaguianos.
Phelan se rió, pero de ira.
—Un mito al que os aferráis como un náufrago a un asidero —comentó.
Anika apretó el puño y clavó las uñas en la muñeca del hombre.
—Insistes, y me haces dudar de que estoy haciendo bien al darte una oportunidad. Justo cuando estoy a punto de llegar a un acuerdo contigo, me lanzas un golpe bajo que me pone en guardia. No me merezco eso y lo sabes.
Phelan bajó la mirada y paseó los dedos por unas iniciales grabadas en el mostrador lacado.
—Tienes razón, Nik —admitió, y levantó de nuevo los ojos—. La amargura ha aumentado entre los Demonios ahora que nos marchamos. Ya sabes que los comerciantes de la zona restringida han convertido nuestra estancia en un infierno, y hay patrullas de ciudadanos que merodean por el área a la espera de alguna excusa para aplastar el cráneo de algún mercenario.
Anika hizo una mueca de disgusto y asintió con la cabeza.
—Y me gusta tan poco como a ti. Pero ¿no comprendes que, aunque Rasalhague es una nación joven, hemos luchado durante siglos contra el Condominio Draconis para recuperar nuestra independencia? Y justo cuando creíamos que la habíamos conseguido, y además con las bendiciones del propio Condominio, tuvimos que enfrentarnos a soldados renegados de Draconis en las Guerras Ronin. Muchos mercenarios desertaron de nuestra causa por detalles técnicos de sus contratos, lo que nos dejó muy mal sabor de boca. La gente aún despreció más a los mercenarios cuando tuvimos que cambiar de política por completo casi de inmediato y contratar a más profesionales, para reforzar nuestro ejército y defender nuestra libertad. ¿Es de extrañar que muchos de los nuestros odien a los mercenarios?
—No, eso no me extraña —dijo Phelan con un brillo malicioso en los ojos—. De hecho, con tanto resentimiento del Ejército Real de Rasalhague, estoy orgulloso de contaros a Tyra y a ti como amigas mías. Aunque seáis aeropilotos...
—Alguien tiene que enseñaros modales a los pisabasuras —replicó Anika sonriendo.
—Entonces, ¿dónde está ella? —preguntó Phelan, peinándose la espesa cabellera negra con los dedos,
—Ya te he dicho que no lo sé —contestó con brusquedad Anika.
—Pero ¿qué hay de la otra mitad de lo que has dicho? —inquirió el joven mercenario—. A ti te preocupa dónde puede estar, Nik. —Phelan se mordisqueó el labio inferior y prosiguió—: Apuesto a que tú también la estás buscando. ¿A que sí?
—Sí, me preocupa dónde puede estar —reconoció ella, mirándolo a los ojos—. Es mi compañera de Ala, mi jefa de vuelo y mi amiga. En cambio, tu deducción sobre mis razones de haber salido esta noche es totalmente errónea. En realidad, te buscaba a ti. —Señaló el anorak y las gafas de sol y agregó—: ¿De verdad crees que conseguirás pasar inadvertido con un anorak de la Guardia Nacional y esas gafas? Te creía más listo.
Su comentario dio en la diana y produjo en Phelan rabia y frustración. Esto se está convirtiendo en la opinión mayoritaria, Phelan.
—Entonces, tal vez yo no sea tan inteligente, lojtnant Janssen.
Anika dio un puñetazo sobre el mostrador y echó un rápido vistazo a su alrededor para comprobar si alguien se había fijado en ella.
—Ya empiezas otra vez —susurró irritada—. Casi siempre me olvido de que sólo eres un chico de dieciocho años, porque tu comportamiento habitual es de un hombre mucho más maduro.
—Crecer en una compañía de mercenarios no le da a uno muchas oportunidades de ser niño —respondió Phelan con la mirada perdida. Especialmente si tu padre es una leyenda viviente y tu primo es el heredero de los tronos de la Federación de Soles y la Mancomunidad de Lira. Todo el mundo te trata como si fueses diferente—. No hay muchas posibilidades de serlo.
—Éste no es el lugar adecuado para perder el tiempo —le dijo Anika—. En un instante pasas de ser inteligente y comprensivo a tozudo y quejumbroso. No me extraña que te expulsaran del Nagelring en cuanto tuvieron la ocasión.
Phelan levantó bruscamente la cabeza, pero no dijo nada. ¿Cómo has podido decir eso? Creía que eras mi amiga. Miró a Anika con incredulidad, se apartó del mostrador y se puso las gafas como si fuesen una máscara.
Anika lo sujetó por la muñeca izquierda y lo obligó a volverse hacia ella.
—Escucha, Phelan... —empezó.
—¡No, escucha tú, Nik! —la interrumpió Phelan en tono airado—. No sé lo que dijo Tyra sobre mi marcha de la Academia, ni lo que te contó acerca de las investigaciones del Comité del Honor. Tuve mis motivos para hacer lo que hice, pero esos imbéciles dé la Academia optaron por no hacer caso de mis actos ni de las consecuencias positivas que tuvieron. Pues bien, no los necesité a ellos, ¡ni tampoco necesito tus aires de superioridad ni tus intentos de dirigir mi vida!
Phelan se aproximó a ella, aunque sin perder nunca el control de su ira, y añadió:
—Sólo sé una cosa: no me importa lo que Tyra te haya contado sobre todo aquello. Sé que no te lo habría dicho si hubiese sabido que ibas a utilizar esa información. Has traicionado su confianza. —Se irguió y se subió la cremallera del anorak hasta el cuello—. Dile que la he estado buscando... o no se lo digas, como tú prefieras.
★ ★ ★
Cuando su ira se apaciguó lo suficiente para volver a ver las cosas con claridad, Phelan se encontraba ya a una manzana del Allt Ingar y, de manera inconsciente, se alejaba de la zona de los mercenarios. Maldición, Phelan, lo has estropeado todo. Nik era la única persona de Rasalhague que no te había dicho que Tyra está loca por seguir viéndote después de descubrir quién y qué eres en realidad. Lo más probable es que sólo intentase evitar que te metieras en líos. Tal vez su comentario fue inoportuno, pero fue la única manera de hacerte reaccionar que encontró.
El frío le hizo encoger los hombros. Buscó las manoplas que cenia guardadas en los bolsillos y se las puso. Contempló las estrías doradas y anaranjadas del planeta más próximo a Gunzburg y meneó la cabeza.
—Pues sí —dijo al mundo sordo que flotaba sobre él en el negro vacío—, salir de la reserva fue una estupidez. Si me meten en la cárcel, no saldré antes de que la Lugh parta de esta bola de basura hacia la Cucamulus. La idea de quedarme atrapado aquí hasta que nuestra nave de transporte regrese de la Periferia no me entusiasma en absoluto.
Phelan bufó y dos volutas de vapor brotaron de su nariz. Y sólo sería un ejemplo más de tu carácter insubordinado. Jack Tang conseguirá tu cabeza por culpa de esta escapada. ¿Por qué tengo que ser tan individualista? Como Tyra, los otros componentes de tu lanza serían tus amigos si les dieras un poco de tiempo.
Tiempo... Esa es la clave, ¿verdad? Siempre vas con prisas para hacer lo que crees que debe hacerse. Eso quiere decir que Phelan sólo responde ante Phelan, y eso es lo que te mete en tantos líos. Y tu familiaridad con los problemas es lo que aparta de ti a tanta gente. Nadie que esté en su sano juicio quiere meterse en jaleos con personas que son bombas de relojería.
Cuando Phelan cruzaba la calle adoquinada y cubierta de nieve, emprendiendo el regreso a las afueras de Stortalar, la pantalla holográfica que había en una pared se encendió para mostrar un anuncio. En la pantalla apareció la imagen de un hombre, de melena plateada y barba gris. Iba vestido con uniforme militar y desprendía un aire de gran poder y vitalidad. Saludó a la calle casi desierta con una sonrisa confiada, pero la cicatriz que lé cruzaba la cara desde el ojo izquierdo hasta la barba robó calidez a la sonrisa.
Su expresión se tornó más seria cuándo empezó a hablar y la traducción apareció en la parte inferior de la pantalla. Aunque Phelan no sabía leer el texto escrito en sueconés —el dialecto, mezcla distorsionada de sueco y japonés, que hablaba la mayoría de la población del planeta—, sabía que era una admonición del gobernador militar del planeta para que el pueblo de Rasalhague hiciera causa común para ayudar a construir una unión aún más fuerte.
¿Tan fácil es ?, pensó Phelan con amargura mientras resonaba el mensaje. ¿Tan sencillo resulta que la gente se entregue a una causa más elevada? ¿Nunca cuestionan las motivaciones de sus líderes? ¿Jamás se preocupan de sí mismos? ¿Qué hace uno cuando su lealtad a una gran causa entra en conflicto con sus propios intereses?
Durante el anuncio, la cámara retrocedió lo suficiente para que todos los espectadores pudiesen ver con claridad que el hombre estaba sentado en una silla de ruedas. Phelan meneó la cabeza mientras la imagen del hombre se desvanecía en un fundido a negro.
—Confiad en Tor Miraborg: nunca dejará escapar una ocasión de recordaros que perdió el uso de sus piernas luchando por vuestra libertad —dijo Phelan en voz alta, y frunció el entrecejo; el vapor de su aliento le cubrió la cara con un velo translúcido—. Confiad en Tor Miraborg: jamás permitirá que olvidéis que los mercenarios lo traicionaron y fueron los causantes de su herida.
El eco de la voz de Miraborg recordó a Phelan su primer encuentro con el Varldherre de Gunzburg, cuando había descendido con la capitana Gwyneth Wilson en una lanzadera para pedirle el helio líquido que necesitaban para reparar la Cu. Supongo que la capitana debió de pensar que le vendría bien que el hijo de un MechWarrior legendario la acompañase en su visita al poderoso señor. Una buena manera de romper el hielo: «¡Oh!¿Morgan Kell es tu padre !». Todo lo que quería Wilson era helio líquido suficiente para llenar uno de los tanques que rodean el propulsor de salto Kearny-Fuchida, pero no contaba con la reacción del Jarláe Hierro.
Phelan escupió hacia un montón de nieve. Por la manera como reaccionó Tor, cualquiera habría pensado que formábamos parte de los piratas de la Periferia, a quienes se suponía que los Demonios de Kell debían combatir. Se ofendió especialmente por causa mía, como si los logros de mi padre fuesen en detrimento de su propia valentía. Por supuesto, el hecho de que insultara a mis padres no mejoró la situación.
Phelan contempló el severo rostro del Varldherre, que apareció en otra holopantalla más abajo en la misma calle.
—¿Por qué no nos diste el líquido congelante y solucionamos el problema? —dijo en voz alta a la imagen—. Si lo hubieses hecho, nada de esto habría sucedido.
Sintió una opresión en el tórax al cruzar la calle nevada hacia una hilera de edificios de ladrillo. Yo no habría conocido a Tyra y los Demonios de Kell habrían ido a luchar contra los piratas de la Periferia, en vez de quedar retenidos aquí durante tres meses.
Phelan entró en un callejón que había descubierto, se encogió aún más de frío y hundió las manos enguantadas en ios bolsillos, sin dejar de caminar.
—¿No podías facilitar las cosas, verdad? —prosiguió con su monólogo.
Entonces vio una explosión de estrellas, como brillantes bolas doradas y azules: un puño lo había golpeado en el lado izquierdo de la cara. El puñetazo le giró la cabeza a la derecha y lo empujó hacia atrás. Phelan, aturdido por el golpe, resbaló al pisar una placa de hielo formada bajo la nieve. Agitó las manos inútilmente mientras caía y se desplomó sobre la calzada.
Los copos de nieve le quemaban sobre la carne despellejada del rostro. Hizo un esfuerzo por doblar las piernas para incorporarse y meneó la cabeza en un intento de despejarse la mente. ¡Jesús! No me habían dado un golpe tan fuerte desde..., desde... ¡Por la Sangré de Blake! ¡NUNCA me habían pegado tan fuerte! Tengo que centrar la atención.
Su intento de concentrarse gracias a su adiestramiento en artes marciales se vio interrumpido por una patada de bota en el estómago que lo tumbó de espaldas. Sintió náuseas; se volvió de costado y vomitó. Su atacante lanzó una carcajada desdeñosa, burlándose del gemido de dolor de Phelan.
La nieve crujió bajo las botas del agresor cuando se aproximó para asestar otro puntapié. Phelan, que yacía sobre el costado derecho, echó las piernas hacia atrás y lo golpeó en las espinillas. El otro hombre cayó al suelo de bruces. Phelan se aprestó a golpear de nuevo antes de que su agresor tuviese tiempo de reaccionar. Se puso encima de él y hundió el tacón izquierdo en la base de su columna vertebral. Phelan no oyó el seco sonido de los huesos al quebrarse, pero un ronco grito de ira y dolor le indicó que había hecho daño a su enemigo.
Phelan se incorporó tambaleándose, escupió en el suelo y se limpió los labios de vómito con el dorso de la mano.
—Ahora puedo verte bien, cabrón. ¡Vamos! —exclamó.
El dolor que le punzaba en el estómago lo hizo hablar de forma entrecortada. Dobló ligeramente las rodillas para bajar su centro de gravedad y apretó los puños.
Más allá del atacante que yacía en el suelo, unas figuras humanas surgieron de detrás de cada sombra que proyectaban los edificios en la calle en penumbra. A Phelan se le cayó el alma a los pies. Cuatro, cinco, no... seis. Esta vez lo tienes muy mal. Si éstos no te matan, lo harán la capitana Wilson y el teniente Tang. Concéntrate, Phelan, concéntrate, o te convertirás en comida para los gusanos.
—¡Escoria mercenaria! —le imprecó una de las figuras—. ¡Os lleváis nuestro dinero! ¡Os lleváis nuestras mujeres! Aquí no queremos a gente de vuestra calaña.
Phelan se echó las gafas hacia atrás. Saben lo de Tyra. Esto va a ser duro.
El Demonio de Kell se obligó a relajarse por un par de segundos, el tiempo que tardó la banda en envalentonarse y atacar. Phelan inclinó la cabeza y soltó los brazos sin ejercer ninguna tensión, como si los efectos del primer puñetazo aún no hubiesen desaparecido. Mientras avanzaban hada él, sus años de entrenamiento le permitieron distinguir cuáles de los hombres que se aproximaban podían hacerle más daño. Ese trío de ahí Si les doy primero, quizá los demás salgan huyendo.
El mercenario se movió medio paso a la derecha y se abalanzó sobre el atacante más cercano. Le aplastó la nariz de un puñetazo, girándole la cabeza a la derecha. El hombre retrocedió, chocó contra otro y apartó a éste a un lado. Phelan giró sobre el pie derecho, dando la espalda a la brecha que había abierto en el círculo de sus enemigos, y la amplió asestando un golpe en el cuello del tercer contrincante.
El hombre se desplomó tosiendo y escupiendo, pero su derrota no amilanó al trío que seguía en pie. El que estaba en el centro, un individuo corpulento y de cuello grueso, embistió con velocidad. Phelan lo hizo erguirse de un rodillazo en la cara, pero gracias a su corpulencia siguió avanzando. Abrazó a Phelan por la cintura y lo sujetó con fuerza mientras los otros miembros de la banda se acercaban para rematarlo.
Phelan golpeó con desesperación al hombre que lo sujetaba, una y otra vez, en la cabeza y en los hombros. Agachó y sacudió la cabeza tanto como pudo, pero era un blanco fácil de los golpes de los otros por su falta de movilidad. El grosor del anorak y del suéter impidió que los puñetazos le fracturaran algún hueso, pero los golpes desataban oleadas de dolor en su estómago, ríñones y pulmones.
Por fin, Phelan pudo dar un golpe con el antebrazo en un lado de la cara de su captor, que aflojó la presa y lo lanzó a un lado. De inmediato, el Demonio de Kell se movió de tal manera que el forzudo quedó bloqueando el paso a otro hombre. Phelan aprovechó la ocasión para volverse hacia el individuo que se aproximaba por la derecha. Le asestó dos golpes rápidos en el pecho y lo hizo retroceder de un potente gancho al rostro.
El hombre se desplomó, y Phelan durante un nanosegundo se dejó embargar por la esperanza de conseguir escapar. Sin embargo, al escrutar el terreno, sus expectativas se vinieron abajo. ¡Maldita sea! El tipo que me pegó primero se ha levantado. ¿Dónde está ahora?
La silueta del primer atacante se destacó contra la luz de las farolas e impidió ver la calle a Phelan. Volvió a lanzar el puño derecho hacia el lado izquierdo del rostro de Phelan, pero éste vio venir el golpe y se agachó. Al girar para asestar un puñetazo a las costillas de su enemigo, su pie izquierdo resbaló sobre el hielo y el mercenario cayó al suelo sobre la rabadilla.
Un latigazo de dolor le sacudió la columna vertebral y estalló en su cerebro. Sintió como si se hubiese destrozado la pelvis con la caída, y el dolor de las caderas lo privó de toda sensación en las piernas. El tiempo se raIentizó cuando la zurda de su adversario lo golpeó en el ojo y lo tumbó en el suelo.
Phelan quedó tendido como un muerto y perdió el conocimiento durante unos segundos, pero recobró la conciencia de forma brusca y dolorosa cuando unos dedos lo agarraron de los cabellos y lo obligaron a sentarse. El jefe de la banda se puso las gafas de sol de Phelan con la mano libre, con gesto lento y deliberado.
Una idea chispeó en el subconsciente del MechWarrior. Yo te conozco... Esa cicatriz en la caray la nariz respingona... Eres, eres.. . La identidad de aquel individuo, esquiva y huidiza, no podía atravesar el torrente de dolor que sacudía a Phelan.
El hombre dejó escapar lentamente una risa ronca.
—Debiste quedarte en tu lugar, proscrito. Y jamás debiste pensar que eras digno de Tyra —dijo.
Las sirenas de la policía sonaron a lo lejos. Phelan sonrió. Su agresor miró en la dirección desde la que provenía el sonido y compartió la sonrisa del mercenario.
Entonces, su puño cayó una y otra vez...
Capítulo 2
El Nagelring, Tharkad
Distrito de Donegal,
Mancomunidad de Lira
19 de mayo de 3049
Víctor Ian Steiner-Davion apoyó la espalda contra la pulida pared de las estancias del Kommandant y dejó que el tumulto de la muchedumbre se agitase a su alrededor. Esbozó una sonrisa al observar a otros miembros del último curso, vestidos con los mismos uniformes de gala, grises con adornos de color azul cielo, que guiaban a sus padres, hermanos y otros invitados y los presentaban a los orgullosos familiares y amigos de otros compañeros. Es divertido ver cómo cambiamos cuando la familia y los amigos vienen a visitarnos a la Academia. El pequeño mundo del Nagelring y su orden social se disuelve en cuanto entra aquí el mundo real.
Victor levantó su rubia cabeza y su sonrisa se ensanchó cuando su compañero de habitación entró, ocupando casi por entero el umbral de la puerta que daba al jardín del Kommandant. Victor levantó la mano y lo saludó.
—¡Aquí, Renny! —exclamó.
Renard Sanderlin, un joven alto y de hombros anchos, devolvió el saludo de Victor con una sonrisa y un movimiento de cabeza. Se volvió y dio paso a tres personas más al interior de la sala. Luego recorrió deprisa, con largas zancadas, la distancia que lo separaba de Victor. Le tendió su enorme mano y le sacudió calurosamente el brazo al estrechársela.
—¡Eh, Vic, me alegro de verte aún por aquí! —dijo—. En el restaurante había una cola...
Victor no dio importancia a la excusa, sujetó a Renny por la manga y lo hizo girarse lo suficiente para poder ver la insignia de la unidad recién cosida en su hombrera. La melenuda cabeza de un león rugiente lo contemplaba, bordada con hilo negro sobre un rondo dorado. Victor le devolvió la sonrisa a su amigo.
—¡Has conseguido entrar en los Ulanos! ¡Excelente, Renny! Te felicito.
El tono sonrojado que asomó al rostro de Renny al escuchar la entusiasta exclamación de Victor se acentuó cuando su amigo miró por encima de su hombro a Las tres personas que había conducido a la sala. Renny tragó saliva, soltó la mano de Victor y se apartó un poco a la izquierda para que las otras personas se adelantasen.
—Dios mío, ¿qué se ha hecho de mis modales? —dijo—. Vic, te presento a mis padres, Albert y Nadine Sanderlin...
Victor extendió la mano a cada uno de ellos.
—Es un placer conocerlos —los saludó.
Albert Sanderlin iba ataviado con un traje oscuro. Por el corte a la moda y la incomodidad con que el padre de Renny lo llevaba, Davion dedujo que era nuevo. Nadine Sanderlin lucía un elegante vestido de satén azul oscuro, adecuado para su espigada figura. Creo que Renny tenia razón. Su madre obligó al padre a comprarse un traje nuevo y luego ella se hizo su propio vestido. Probablemente también fue ella quien cosió la insignia de los Ulanos en el uniforme de Renny.
Victor sonrió a la hermosa muchacha que completaba el grupo.
—Usted es Rebecca Waldeck —dijo—. La reconozco por el Jioiograma que Renny cieñe sobre su mesa, aunque debo decirle que no le hace justicia.
Victor tomó la mano extendida de Rebecca y se inclinó ligeramente para besarla. El vestido de la joven, de seda púrpura, podía ser del año anterior, mas ella lo lucía con naturalidad y clase.
—¿Victor? —inquirió la madre de Renny, con voz titubeante y sonriendo cortésmente. Esperaba a que Renny les dijera el nombre completo de su compañero de habitación.
Renny lanzó a su madre una mirada de horror, pero se relajó al ver la expresión divertida de su amigo.
—Madre, te presento a Victor Davion —dijo. Dudó por unos momentos y añadió en voz más baja—: El duque Victor Ian Steiner-Davion.
Viendo que Nadine Sanderlin empezaba a hacer una reverencia, Víctor se inclinó y la sujetó suavemente por los hombros.
—No, por favor —dijo, sonrojándose. Señaló un cordón dorado que adornaba con un lazo el hombro izquierdo de Renny y luego el suyo propio, y prosiguió—: Esta recepción está dedicada a los que hemos tenido la fortuna de estar entre el mejor cinco por ciento de los alumnos de nuestro curso. Aquí, gracias a Dios, estoy entre iguales y no deseo que se me trate de forma diferente que a mis amigos.
—Perdóneme, Alteza —se excusó Nadine Sanderlin, llevándose una mano a la boca—. Debí haberlo reconocido por las holoimágenes de las noticias... Es que parece tan... Quiero decir que en el holovídeo es... —y calló, avergonzada de nuevo.
Victor la tranquilizó con una sonrisa.
—Ya lo sé. Creo que los holovídeos también hacen que parezca más alto —comentó, y rió alegremente—. Compadezco a los camarógrafos, la mayoría de los cuales son altos como su hijo, porque los directores les ordenan que me enfoquen desde ángulos demasiado bajos para que parezca más alto. Como mido un metro sesenta, eso quiere decir que los ángulos son realmente muy bajos.
Victor lanzó una mirada a Renny y le dio una palmada con el dorso de la mano en su liso vientre.
—Por supuesto —prosiguió—, encontrar uniformes de mi talla es más fácil que en el caso de auténticos gigantes como su hijo.
Albert Sanderlin sonrió, lo que dio vida a su anguloso rostro.
—Por favor, compréndalo, Alteza...
—Victor..., por favor —lo interrumpió Davion, alzando la mano.
Sanderlin hizo un corto gesto de asentimiento.
—Victor, no estábamos totalmente seguros de si Renard estaba dando rienda suelta a su fantasía cuando nos envió un holodisco en el que decía que usted era su compañero de cuarto en este último año en el Nagelring. —Levantó sus callosas manos, como si quisiera silenciar una posible protesta, y continuó—: No es que pensáramos que Renny nos estaba diciendo una mentira, pero nos preguntábamos si no estaba exagerando un poco. Incluso cuando en sus mensajes nos hablaba de su «compañero de habitación, Victor», bueno, todo sonaba tan...
—Lo entiendo, señor Sanderlin —contestó Victor, y sonrió con cordialidad—. Según tengo entendido, si alguno de los cadetes no ha afirmado ser mi compañero de cuarto, por lo menos asegura que está en mi misma compañía. —Se volvió hacia Renny y agregó—: No, Renny y yo nos hicimos amigos cuando él se compadeció de mí y me ayudó a aprobar la criofisica y la astronavegación en nuestro tercer año. De hecho, si no hubiera sido por su hijo, yo no estaría en esta recepción.
Renny se lamió Ios labios, nervioso, y comentó:
—Tú lo habrías conseguido de todos modos, Vic. Pero, si no hubieses hablado con tu primo, yo no habría sido admitido en el Primero de Ulanos de Kathil.
—Sólo le dije a Morgan que iba a perderse el mejor graduado del Nagelring desde la propia Katrina Steiner —replicó Victor, encogiéndose de hombros—. Si no hubieses estado a la altura, no habrías sido elegido para ser uno de los Leones.
El Príncipe de la Federación de Soles y la Mancomunidad de Lira volvió a centrar su atención en los invitados de Renny.
—Basta de esta tanda de alabanzas mutuas —dijo—. Renny se sintió muy feliz cuando recibió el mensaje de que ustedes podrían asistir a nuestra graduación. Y corrió por los pasillos del Salón de Kell dando alaridos como un grazerang cuando supo que usted venía con ellos, Rebecca.
La muchacha, cuya melena rubia era sólo un poco más oscura que los cabellos de Víctor, asintió con timidez.
—Cuando el señor Sanderlin se ofreció a traerme a Tharkad para asistir a la graduación de Renard, no pude negarme —repuso, jugueteando con un sencillo anillo de plata que llevaba en el dedo anular de la mano izquierda—. No nos hemos visto desde que Ren entró en la Academia.
Albert sonrió con orgullo.
—La cosecha de quillar ha sido muy buena los dos últimos años. Nadine y yo nos hicimos la promesa de hacer un viaje fuera de Rijeka antes de morir, por lo que hemos decidido hacerlo ahora y presenciar la graduación de Renny...
La voz de Albert Sanderlin se apagó cuando otro cadete y su familia se incorporaron al pequeño grupo.
—Madre, padre —dijo el joven—, deseo presentaros al duque Victor Ian Steiner-Davion. Victor, éstos son mis padres: don Fernando Oquendo y Ramírez y su esposa, Lenore.
Victor dibujó en su rostro una sonrisa muy oficial y la mantuvo congelada. Su voz, de tono monocorde en comparación con la amistosa espontaneidad de unos momentos antes, fue cordial de todos modos:
—Encantado de conocerlos —dijo. Levantó la cabeza, se puso rígido y lanzó a los padres del cadete una mirada apreciativa.
Don Fernando hizo una profunda reverencia antes de alargar la mano a Victor. Éste la estrechó con gesto cortés y esperó a que Lenore se inclinase ante él antes de tomarle la mano y rozarle los nudillos con los labios.
—Nuestro hijo, Ciro, nos ha hablado mucho de usted, Alteza —dijo Lenore.
Victor aceptó el comentario con un leve asentimiento de cabeza.
—Estoy seguro de que así es, doña Lenore. Ha sido un placer conocerlos. Espero que disfruten de la recepción.
La sonrisa postiza de Victor permaneció el tiempo suficiente en su rostro para que los nobles comprendiesen que los había despedido. Luego la transformó en una expresión más auténtica al volverse hacia la familia Sanderlin.
Renny dejó escapar una ronca risa del pechó cuando Ciro y sus padres se alejaron.
—Me pregunto qué es lo que Ciro el Héroe contó a sus padres, Vic. ¿Crees que mencionó cómo destrozaste sus fuerzas en las simulaciones tácticas que hicimos el año pasado?
—«Sí mamá[1]» —dijo Victor, haciendo una buena imitación de la expresión del cadete que acababa de marcharse, y elevando el tono de voz—, «el pasado otoño el Duque y yo enfrentamos nuestras fuerzas en clase. No me atrevería a decir que puse en apuros a Victor, pero el resultado fue totalmente inesperado.» —Victor añadió, de nuevo con su tono normal—: Es cierto. No me puso en apuros y yo no esperaba ganar con tanta facilidad.
Rebecca miró a Ciro por encima del hombro y frunció el entrecejo.
—Parece peligroso. ¿A qué unidad será destinado?
Victor y Renny compartieron una sonrisa de complicidad.
—Estamos negociando en su nombre para conseguirle un puesto en la guardia personal de Romano Liao o en una banda de piratas de la Periferia —comentó Victor, riendo.
—Agentes secretos, y acercándose —murmuró Renny, dando un suave codazo a su compañero de cuarto.
Victor miró a la entrada principal de la sala. Varios hombres y mujeres acababan de entrar, de uno en uno y por parejas. Sonreían con cordialidad y fueron mezclándose entre el gentío, en apariencia de forma casual, pero escrutaban la sala sin cesar con ojos vigilantes. Renny los ha reconocido bien. Es el grupo inicial.
Victor se percató de las expresiones confundidas de los invitados de Renny.
—No se preocupe, señora Sanderlin —la tranquilizó—. Renny y yo hemos pasado algún tiempo evitando a los agentes de la División de Contraespionaje asignados para mi protección. Es incluso mejor que yo para reconocerlos. —Miró hacia la entrada y añadió—: El hecho de que sean tantos los que están ocupando la sala significa que mis padres no pueden andar muy lejos.
Albert Sanderlin palideció.
—Bien, ha sido un placer conocerlo, Victor —dijo, y se volvió hacia su hijo—. Vamos, Renard, debemos... eh... dar una vuelta por aquí.
—No, por favor, no se vayan —rogó Victor, levantando la mano.
—Alteza, sólo somos unos sencillos granjeros de quillarde Rijeka.. . —repuso Nadine, meneando levemente la cabeza. Miró hacia Ciro Oquendo y sus padres, que se encontraban no muy lejos de ellos—. No somos nadie en especial...
La ira centelleó por unos momentos en los ojos de Victor.
—En eso se equivoca, señora Sanderlin. Ustedes son los padres de alguien a quien me enorgullezco de considerar como mi amigo, y eso los convierte en personas muy especiales. Entre amigos y, por extensión, entre sus familias, no hay rangos.
»Ustedes han venido desde muy lejos para ver la graduación de su hijo y visitar una parte de la Esfera Interior —continuó—. Han soportado un largo viaje, y conozco bien la tensión física que produce el saltar de un sistema estelar a otro. Han dicho que era un viaje único en sus vidas, así que dejen que yo haga que sea aún más memorable. —Victor bajó la mirada y el tono de voz para añadir—: Por favor, concédanme el honor de presentarles a mis padres.
Albert Sanaerlin apretó con gesto tranquilizador la mano de su esposa y asintió con la cabeza a Victor, dándole su silencioso consentimiento. Cuando Davion centró de nuevo su atención en la entrada, un murmullo recorrió la sala. Sintió que su corazón latía más deprisa y que se le formaba un nudo en la garganta.
Su madre fue la primera en aparecer, del brazo del Kommandant del Nagelring. Melissa Steiner Davion era una mujer alta y esbelta como una adolescente, que sólo mostraba su verdadera edad en la madura elegancia de sus movimientos. El vestido azul que lucía, de tono apenas más oscuro que las guarniciones de los uniformes de los cadetes, era de estilo juvenil y a la moda. El tejido de seda tenía una abertura en diagonal hasta la rodilla izquierda y dejaba al descubierto una de sus preciosas piernas, y otra en el hombro derecho que dejaba el brazo al desnudo. El collar, de diamantes y zafiros, y los pendientes hacían juego con el color del vestido. Llevaba los rubios cabellos sujetos en un moño y rodeados por una sencilla diadema de platino.
Detrás de ella, acompañando a la esposa del Kommandant, entró el Príncipe Hanse Davion. Hombre alto y orgulloso, iba ataviado con el uniforme de gala azul marino de la Guardia Pesada de Davion. La edad lo había privado de parte del color pelirrojo de sus cabellos, especialmente en las sienes y en la nuca, y había puesto algunas arrugas en su rostro, pero nadie habría tomado aquellos rasgos por un signo de debilidad. Los brillantes ojos azules del Príncipe expresaban una confianza y poder que se propagó por todos los reunidos en la fiesta como electricidad estática.
A Victor se le secó la garganta y su sonrisa se hizo más amplia. Hace demasiado tiempo desde la última vez que te vi. Tiró del dobladillo de su chaqueta para estirársela. Espero que te sientas orgulloso de mi.
Melissa se soltó del brazo del Kommandant y cruzó la sala hacia su hijo. Al verla, Victor se acordó de su difunta abuela, Katrina Steiner. El porte de mi madre y sus ojos grises la hacen muy parecida a su madre. El recuerdo de su abuela se desvaneció cuando Melissa estuvo más cerca, y Victor sonrió de alegría por volver a verla. Pero, desde luego, mi madre es única. Le dio un cariñoso abrazo.
—Hola, madre —le dijo, le estampó un beso en la mejilla y la abrazó de nuevo.
Con un brazo rodeando aún la cintura de su madre, Victor se volvió para saludar a su padre. Se dieron un fuerte apretón de manos y Melissa se apartó a un lado para que padre e hijo se dieran un fuerte abrazo y se palmoteasen la espalda.
Victor se volvió a Renny y su familia y dijo:
—Padre, madre, tengo el gran placer de presentaros al cadete Renard Sanderlin, sus padres Albert y Nadine, y una amiga muy especial, Rebecca Waldeck. —Sonrió y evitó cometer el mismo error que Renny—. Estos son mis padres, el Príncipe Hanse Davion y la arcontesa Melissa Steiner Davion.
Hanse se aprestó a besar la mano a Nadine Sanderlin.
—Tengo entendido que debemos dar las gracias a su hijo por el éxito de Victor en las lecciones de matemáticas más difíciles que le han enseñado en este lugar —dijo Hanse, sonriendo con amabilidad, y añadió—: Cuando yo estuve en Albion, ojalá hubiese estado Renard también. Así podría haberme graduado como el primero de mi clase.
Nadine, muda de terror, asentía y sonreía, mas nadie se fijó en su silencio durante la ronda de saludos. Renny se cuadró con marcialidad ante el Príncipe, quien hizo lo propio con gesto igualmente firme, y le estrechó la mano a continuación. Melissa se ganó de inmediato la simpatía de Rebecca y Nadine al elogiar sus vestidos. Este hecho tranquilizó a Nadine lo suficiente para poder devolverle el cumplido.
La irregular hilera de guardaespaldas que se mantenían entre la familia real y el resto de los invitados impidió a Ciro Oquendo y a sus padres que se acercaran, pero no hizo lo mismo con otras tres personas. La primera de ellas era un hombre alto y de hombros anchos, con cabellos de color cobrizo lo bastante largos para ocultar los galones dorados de mariscal que llevaba en su uniforme negro y tapar a medias las docenas de medallas por mérito en el combate que cubrían su pechera izquierda. La mujer que iba de su brazo llevaba un vestido negro y dorado que contrastaba de forma evidente con sus rubios cabellos.
Victor los saludó a ambos con una sonrisa y se volvió para presentarlos a Renny.
—Renny, te presento a tu nuevo comandante y Mariscal de los Ejércitos, Morgan Hasek-Davion, y a su esposa, la duquesa Kym Hasek-Davion.
Victor cedió a Renny la tarea de presentados a sus padres, y se volvió hacia el tercero de los recién llegados, un hombre delgado y de una estatura que a Victor le parecía más razonable, y que sonrió con afecto al Príncipe. Las arrugas que se formaron en las comisuras de sus ojos casi almendrados y algunos mechones canosos en su cabello negro como el carbón, eran los únicos indicios de la verdadera edad de aquel hombre. Alargó su diestra a Victor y dejó la mano izquierda, enguantada, escondida junto al costado.
—Felicidades, Alteza, por su graduación con honores —dijo el hombre.
—Gracias, secretario Allard —respondió Victor, y le estrechó la mano con firmeza.
Justin Allard entornó un poco los ojos.
—Supongo que es consciente de que nadie había superado antes el escenario «La Mancha» del simulador.
—Bueno, he oído rumores de que su hijo consiguió vencerlo en las pruebas finales de la Academia Militar de Nueva Avalon —repuso Victor, arqueando una ceja—. De hecho, fue la noticia del éxito de Kai lo que me espoleó a probar mi solución.
Una leve expresión de sorpresa asomó al rostro de Justin antes de que pudiese recobrar el control.
—Su red de recogida de información es buena, Victor. Tendré que localizar los fallos en la seguridad de la Academia.
—Tranquilícese, no hay razón para que se desencadene una crisis —dijo Victor, meneando negativamente la cabeza—. Pero no vuelva a dejar a mi hermano Peter cerca de un paquete diplomático «Hermes». —Titubeó antes de añadir—: ¿No se gradúa también Kai esta semana? Quiero decir que las ceremonias se celebran al mismo tiempo, ¿no?
Justin asintió sin poder disimular por completo sus emociones.
—Sí, así es. Yo quería estar allí, pero he tenido que cumplir con mi deber y aquí estoy.
Victor no notó ningún matiz de animosidad en la voz de Justin; sólo la descripción neutra de una situación.
—¿Podrá asistir la madre de Kai? —inquirió.
—Me temo que cuestiones de estado han demorado su partida de la Comunidad de Saint Ivés —respondió el Secretario de Inteligencia, y un ramalazo de dolor cruzó sus oscuros ojos—. Sin embargo, una vez que nuestro hijo haya ocupado su nuevo puesto, iremos a verlo. Es probable que yo no regrese a Nueva Avalon hasta el próximo otoño, pero será fácil preparar un desvío en mi ruta.
—¿Qué desvío? —se extrañó Victor, arqueando una ceja—. Creía que Kai iba a incorporarse a la Guardia Pesada, que está estacionada en Nueva Avalon. Al menos, ésos eran sus planes el año que pasé como alumno transferido a la AMNA. Sé que había alcanzado la nota suficiente para conseguirlo.
El jefe de espionaje de Hanse Davion sonrió con orgullo de padre al oír el último comentario de Victor.
—Sí, sus notas eran lo bastante buenas, pero cambió de idea. Me dijo su decisión hace dos semanas, cuando lo vi justo antes de emprender el viaje hacia aquí. Ha sido destinado al Décimo de Guardias Liranos. Kai me pidió que lo felicitara de su parte, y que le expresara su gratitud por su mitad del trabajo que hicieron juntos durante su estancia en la AMNA.
Victor asintió y sonrió al recordar a Kai Allard.
—Antes de que haya terminado la semana, grabaré un mensaje en un holodisco y prepararemos las cosas para que esté esperándolo cuando llegue para incorporarse a su unidad.
Se dio la vuelta, introdujo a Justin en el círculo e hizo las presentaciones. Luego, al igual que los demás, recogió una copa de champán de la bandeja de plata que sostenía un camarero.
Las conversaciones callaron cuando el Príncipe Hanse Davion se volvió hacia los invitados y levantó su copa.
—Deseo brindar por nuestros hijos e hijas, hermanos y hermanas, amigos y compañeros que están aquí reunidos —declaró. Con una mirada llena de orgullo, contempló a Victor y a Renny y se volvió de nuevo hacia la gente—. Ellos son el futuro de los Estados Sucesores, y es un privilegio para todos nosotros que un grupo de personas tan capacitadas estén preparadas para asumir tan tremenda responsabilidad.
Victor sorbió el champán, mas no lo saboreó. En el fondo, padre, sé que tienes razón. Estoy preparado para la carga que un accidente de nacimiento pondrá sobre mí. Tragó saliva. Aun así, debo temer la llegada de ese día, pues eso significará que miles de millones de vidas dependerán de mis decisiones... y un error tendrá consecuencias irreversibles.
Capítulo 3
Playa de Starglass, océano Esmeralda
Nueva Avalon Marca Crucis,
Federación de Soles
19 de mayo de 3049
Kai Allard se sintió desfallecer cuando escupió el regulador de las botellas de oxígeno. Se dejó mecer por la leve marea de las cálidas aguas del océano, pero resistió su impulso el tiempo suficiente para poder quitarse las aletas y levantarse las gafas de buceo. No tiene sentido demorarlo, Kai. Es obvio que ella lo sabe. Se lamió la salmuera de los labios. Ahora no puedes huir.
Fue vadeando hacia la costa de arenas negras donde ella lo esperaba. Se quitó las botellas, pero siguió sintiéndose oprimido por un peso agobiante. Las olas lo empujaban hacia la orilla y forcejeaban con el reflujo que intentaba arrastrarlo de vuelta a las profundidades; sin embargo, ninguna de ambas fuerzas podía atrapar su delgado cuerpo lo suficiente para vencer en la batalla. Cuando Kai estuvo lo bastante cerca para ver los ojos enrojecidos de la muchacha, por unos momentos acarició la idea de ceder al reflujo, dejar que lo arrastrase hasta el fondo, donde ya no tendría más problemas.
No, se dijo con resolución. El suicidio no es una opción para ti, Kai Allard-Liao. Deshonrarías a tus padres, y eso nunca debes hacerlo.
La luz del sol hacía relucir los granos de arena, negros como el ébano, hasta hacer que pareciesen estrellas. Kai arrojó las botellas de aire a la arena junto a la toalla que tenía extendida y tiró también las gafas y las aletas. Se enjugó el agua de sus cortos cabellos negros con una mano y se volvió hacia la muchacha. Ella iba vestida con el uniforme azul de gala que todos los cadetes lucen el día de su graduación; parecía demasiado caluroso para llevarlo puesto en la playa y la marea ya le había remojado los bajos de los pantalones.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí, Wendy? —preguntó Kai,
Procuró mantener un tono de voz neutro. La mujer levantó la mirada y volvió a bajarla, y unas lágrimas cayeron en la arena.
—No lo bastante, supongo —respondió.
Su tono apesadumbrado lo conmovió, pero él sabía que nada que pudiera decir la ayudaría. Se sintió impotente e incómodo por la situación. Optó por esperar y observó que Wendy Sylvester pugnaba por transformar sus emociones en palabras.
Por fin, ella volvió a levantar la cabeza y se apartó de las mejillas varios mechones de cabellos rubios humedecidos por las lágrimas.
—He estado tratando de adivinar por qué lo has hecho, pero siempre que llego a una conclusión, me sigue confundiendo que no me dijeras nada. —Abrió las manos; luego volvió a cerrar los puños y agregó—: No lo entiendo. Todo iba a ser perfecto.
Wendy lo miró y tomó su silencio como una negación.
—Te he dicho una y otra vez que no me importa que seas un par de años más joven que yo. Me da igual. Por completo. Pensaba que lo habías entendido.
Hizo una pausa y miró el mar. Su gesto hizo que Kai volviese a ser consciente del sonido de las olas que rompían en la orilla.
—Creía que yo significaba algo para ti —prosiguió, levantando de nuevo la mirada hacia él.
Kai tomó aliento poco a poco, llenó los pulmones de aire salado, mas no pudo devolverle la mirada.
—Realmente me importas. Significas mucho... Más que ninguna otra persona que haya conocido. —Suspiró hondo. ¿Por qué no lo comprendes, Wendy? Si no ahora, lo estropearía todo más adelante—. Te quiero.
—¿Ah, sí? Tienes una extraña manera de demostrarlo. Ya te hablé de mi tradición familiar. Mis padres, mis abuelos de ambas partes y tantas generaciones como tengo constancia, todos pertenecieron a la Guardia Pesada de Davion. Yo me eduqué en la cultura de los Guardias Pesados y ser una de ellos es todo lo que siempre he querido ser.
—Lo sé —contestó Kai, quien por fin se atrevió a mirarla a los ojos—, y respeto tu tradición familiar más de lo que crees.
Wendy negó con la cabeza. La brisa que soplaba desde el mar le apartó el pelo de la cara y agitó a sus espaldas los matojos que crecían en la playa.
—Te estoy escuchando, Kai —replicó—, pero veo que lo que haces es diferente. ¿No entiendes que quería lo mismo para ti?
Ella titubeó, esperando alguna reacción y, al ver que él no respondía, continuó:
—Quizá pensabas que quería que ingresaras en la Guardia Pesada porquero iba a hacerlo, ya que es tradición familiar de los Sylvester el servir con sus cónyuges en la Guardia. Bueno, es cierto. No lo negaré, pero también quería que entrases en el regimiento por otras razones.
Kai quiso intervenir, pero ella levantó la mano para que guardase silencio.
—Kai, te he visto crecer mucho en este último año. Eras, y sigues siendo, extremadamente hábil. Pero eras tu peor crítico hasta que alguien como Victor respaldó tus planes.
Wendy se sentó en cuclillas y recogió un palo de madera.
—Nunca me has hablado mucho de tu vida familiar —continuó—, pero sé que no ha sido fácil. Tu padre estaba siempre dispuesto a obedecer las órdenes del Príncipe Hanse. Yo lo conocí... A tu padre, quiero decir, y sé que no es un hombre frío, aunque parece retraído y desconfiado. Son rasgos apropiados para el jefe del Secretariado de Inteligencia, pero tiene que ser un infierno para sus hijos.
Kai endureció el semblante. Te equivocas, Wendy. Mi padre es un hombre que vivió durante años cargando una falsedad por el bien de su nación, y fue adiestrado para separar la verdad del engaño. Pero nunca nos ocultó nada a nosotros. Como sabía que podían matarlo en cualquier momento (y probablemente por orden de la hermana de mi madre, Romano Liao), hizo un esfuerzo especial por explicamos sus sentimientos y sus esperanzas respecto a cada uno de nosotros. Tal vez no estaba siempre con nosotros a causa de sus deberes oficiales, pero se cercioró de que nunca nos sintiéramos abandonados o rechazados.
Wendy se incorporó y sujetó la pequeña vara de color grisáceo con ambas manos.
—Tu madre es la dirigente de una nación soberana que gobierna casi por completo desde Nueva Avalon para poder estar con tu padre —prosiguió—, pero no importa cuántos veranos habéis pasado juntos en Saint Ivés: a veces, tiene que haber sido duro.
Wendy le rogaba con la mirada que dijera algo, mas él no podía. Es innegable que no conocí nada semejante a una vida familiar normal, pero ¿quién dictamina qué es lo normal? Crecí sabiendo que mis padres me amaban y querían brindarme todas las oportunidades de llegar a lo máximo. Kai tragó saliva y notó que se le formaba un nudo en la garganta. Siempre me enseñaron que no hay nada que esté fuera de mi alcance.
—¡Dios mío, Kai! Di algo. —Enojada, Wendy partió el palo en dos con un fuerte chasquido—. Romano Liao pasa el tiempo tratando de matar a tus padres, o a tus tíos y tías. Dan Allard está con los Demonios de Kell y tu tía Riva ganó un premio Nobel por su trabajo en neurocibernética. Todas estas personas tienen mucho poder; ¡y, sin embargo, ninguna de ellas ha podido reservar una parte de su tiempo para asistir a tu graduación! ¿Cómo han podido hacerte esto?
Wendy se hincó de rodillas y lágrimas de frustración bañaron sus ojos. Arrojó lejos los fragmentos del palo y exclamó:
—¡No, maldita sea! Me dije a mí misma que no permitiría que esto sucediera. —Levantó la mirada y añadió—: Todo lo que quería era que ingresaras en la Guardia Pesada, que fueses parte de mi familia. Quería crear un lugar donde te sintieras confiado y seguro. ¡Fui tan feliz el día que rellenamos las solicitudes de destino y ambos elegimos la Guardia Pesada como primera opción!
La joven dejó caer la cabeza. Sus cabellos cayeron hacia adelante y le ocultaron el rostro.
—Pero hoy he visto las listas —prosiguió—. Yo estoy en la Guardia Pesada y a ti te han destinado al Décimo de Guardias Liranos. —El nombre del regimiento de la Mancomunidad lo pronunció como si lo escupiera, como si se tratase de un amargo veneno—. Estarás estacionado en Skondia o en Isla de Skye. ¿Qué hice yo para que te decidieras a ir tan lejos?
—Tú no me has hecho ir lejos —contestó Kai, negando con la cabeza.
—Entonces, ¿por qué cambiaste de destino? —preguntó, volviéndose hacia él.
Kai titubeó. El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho.
—Si hubiese aceptado la primera opción, no habríamos servido juntos.
—¿De qué estás hablando? —exclamó ella. La ira hizo que se hinchase una venilla en su frente—. Eras el quinto de la clase. Tus notas te garantizaban que podías elegir destino, ¡y yo vi cómo apuntabas la Guardia, la Guardia Pesada, como primera opción!
La rabia de Wendy golpeó a Kai como las olas contra la playa.
—Si hubiese aceptado mi primera opción, no habríamos servido juntos —repitió con un susurro. Mientras en el rostro de Wendy se reflejaba poco a poco la comprensión del sentido de sus palabras, Kai siguió murmurando como un robot—: Mi padre vino a verme para felicitarme por mi destino antes de partir con el Príncipe Davion para asistir a la graduación de Victor. Cuando vi la lista de la Guardia Pesada, tu nombre era el primero de la lista de reserva.
Kai se dio la vuelta, y ella se tapó la cara con las manos. Sólo por un momento, Kai. Espera a que recobre la compostura, se dijo. Pero era mentira, y él lo sabía. Era él quien necesitaba tiempo para controlar sus emociones desbocadas, aunque se obligó a creerse que todo iba a salir bien.
—¿Hiciste eso por mí? —dijo Wendy con un tono de voz que apenas podía oírse sobre los graznidos de las gaviotas que sobrevolaban la costa—. ¿Rechazaste el mejor destino de las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada... por mí?
—Ese regimiento es tu hogar, Wendy —contestó él. Fue mi actuación en el escenario «La Mancha» lo que desvió la curva de resultados. De no haber sido por eso, tú habrías alcanzado la nota suficiente para ingresar en la Guardia sin el menor problema. Kai puso en su tono de voz una confianza que jamás sentía de sí mismo—. Ha habido miembros de la familia Sylvester en la Guardia Pesada desde la caída de la Liga Estelar. Yo nunca podría usurpar tu puesto en ese regimiento.
—Pero si yo no podía conseguirlo por mí misma...
Kai se volvió e hizo que la rabia que sentía contra sí mismo ardiera en sus ojos y llenase su voz.
—¡No digas tonterías! Las plazas vacantes del regimiento cambian de año en año, ambos lo sabemos. Y también sabemos que tus notas y tus resultados en las pruebas eran mejores que los de la mitad de los alumnos de la AMNA que ingresaron en esa unidad el año pasado. Tú has vivido inmersa en la Guardia Pesada desde siempre. Habría sido un crimen negarte esta oportunidad.
—Pero ¿por qué has solicitado una unidad tan alejada? —inquirió Wendy—. ¿Por qué no has pedido un destino en Nueva Avalon?
Kai apartó la mirada.
—No había más vacantes —mintió.
Ella apoyó la mano en su hombro y dijo:
—No te creeré, a menos que me mires a los ojos cuando me lo digas.
Él rehusó devolverle la mirada.
—Créeme, Wendy, es cierto —insistió.
Es lo mejor. Tu familia tiene la tradición de contraer matrimonio con otro miembro de la Guardia Pesada. Tú creciste soñando con eso. Al principio quizá no serla un problema y pero lo acabarla siendo tarde o temprano. Y, si no fuese así, comenzarías a pensar que me debes a mí tu puesto en la Guardia. No veo cómo podríamos soportar esas tensiones. Es mejor que nos separemos y guardemos un bonito recuerdo.
—Ya veo —murmuró ella, y apartó la mano. Se irguió y se limpió la arena de los pantalones—. Entonces, se acabó, ¿no?
Kai asintió.
Wendy imitó su gesto y dijo:
—Bueno, no quiero despedirme de ti sin decirte algo antes, Kai Allard. En tu interior hay un miedo terrible. No sé qué es lo que temes, porque eres brillante y trabajador. Esperaba que juntos podríamos vencer a tus demonios internos, pero ahora es imposible... por elección tuya.
Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.
—No importa lo que sea, yo te deseo toda la suerte del mundo; pero, sobre todo, espero que descubras a qué le tienes miedo y cómo debes afrontar eso. Hasta entonces, ¿cómo podrás ser realmente feliz? Adiós, Kai. Siempre te querré.
Kai se quedó mirando la espuma de las olas verdosas, que rompían contra la negra arena de la playa. Quería con desesperación dar media vuelta y correr en pos de ella,.traerla de regreso y explicárselo todo, mas no lo hizo. Ella sólo intentaba solucionar el problema, y no podía. Eso no le impediría seguir intentándolo, toda su vida si fuese necesario, y el esjuerzo la destruiría. Es mejor que se vaya ahora y se recupere ahora que aún puede. Es lo mejor.
Kai hincó una rodilla y recogió las dos mitades del palo de madera que Wendy había arrojado a la orilla. Intentó hacer que encajaran los dos trozos, pero sus extremos, astillados e hinchados tras haber estado brevemente en remojo, ya no encajaban. Irritado, apretó con fuerza uno contra el otro; uno de los fragmentos se quebró y una astilla afilada se le clavó en la mano izquierda.
—¡Maldición! —exclamó Kai; se arrancó la astilla y chupó la sangre de la herida. Tenía un sabor amargo. ¡Idiota!¿Cómo has podido ser tan estúpido? Se dejó caer sobre la arena y se tumbó.
—¿Por qué no comprendes que lo que querías darme me habría destruido? —comenzó a pensar en voz alta—. Querías que fuese un Guardia Pesado. Querías introducirme en esa familia, que me sintiera orgulloso de sus tradiciones y defendiese su honor. —Meneó la cabeza y continuó—: ¿Por qué no entiendes que eso habría hecho que se derrumbase el castillo de naipes llamado Kai Allard-Liao?
Kai apoyó la zurda en la playa, para que las olas la remojasen y bañaran la herida de la palma. Sin dirigirse a nadie salvo a las gaviotas, que parecían burlarse de él con sus graznidos, dejó que el dolor empapara sus palabras.
—Dijiste que esperabas que descubriese a qué tengo miedo. Pues bien, lo sé. Lo he sabido desde que comprendí lo que significa de verdad el nombre Allard-Liao. Temía que yo no tuviese familia, un ancla a la que fijar mi vida. En realidad tengo dos anclas y su peso combinado es lo que me arrastra hasta el fondo.
El agua salada le bañó la mano y lo quemó como el fuego, pero Kai reprimió de manera consciente el impulso reflejo de apartar la mano. Saboreó el dolor y la pequeña victoria sobre sí mismo que su acto representaba.
—Ya es tanto lo que tengo que soportar que no sé si podré resistirlo. Mi madre fue una famosa MechWarrior y comandante militar, hasta que asumió sus deberes en el gobierno de la Confederación de Capela. Consiguió sobrevivir en el manicomio que era el Palacio de la Cancillería en Sian, y se fue cuando la situación se hizo insostenible. Cuando ella abandonó la Confederación, su pueblo, los habitantes de Saint Ivés, optaron por seguirla: miles de millones de personas estuvieron dispuestas a soportar las penalidades de una posible guerra civil, sólo por amor y fe en ella.
»Y mi padre —prosiguió Kai, tragando saliva—. Cuando ya era un héroe de guerra laureado, aceptó emprender una misión de espionaje increíblemente peligrosa, que lo introdujo en la misma corte de Capela. Sin embargo, antes de llegar allí se dirigió a Solaris, el Mundo de los Juegos, y demostró que era el mejor MechWarrior de los Estados Sucesores, a pesar de haber sido mutilado en una batalla anterior. En cuanto llegó a la corte de Maximilian Liao, mi padre se convirtió en su consejero de confianza y logró abortar todos sus contraataques contra la Federación de Soles, mientras ésta conquistaba la mitad de la Confederación. Luego, mi padre regresó a Nueva Avalon y fue proclamado héroe por el Príncipe Hanse Davion.
Kai se mordió el labio inferior para que dejase de temblar.
—Por eso no podía ingresar contigo en la Guardia Pesada. Ya tengo muchas cosas que soportar. Mis padres, que Dios los proteja, están orgullosos de todo cuanto hago, y yo me esfuerzo por no defraudarlos. Pero ése es el problema. Sé que les fallaré. —Se miró la mano lastimada y añadió—: De algún modo, algún día, fracasaré. Y no quiero que caigas conmigo.
Kai rodó hasta ponerse de costado y miró hacia atrás, esperando quizás que Wendy hubiese regresado y lo hubiera escuchado. En lugar de su rostro sonriente, lleno de comprensión y aceptación, sólo vio la larga hilera de sus pisadas a lo largo de la orilla. Las olas ya habían borrado las que estaban más cerca de él y amenazaban con eliminar todo rastro de su presencia en aquel lugar.
Kai asintió con expresión sombría. Es lo mejor, Kai. En la Mancomunidad de Lira estarás solo. Podrás ser tú mismo y, así, cuando tropieces y caigas, sólo tú sufrirás las consecuencias.
Capítulo 4
Stortalar, Gunzburg
Provincia de Radstadt,
República Libre de Rasalhague
20 de mayo de 3049
Tyra notó que el miedo le producía un creciente sabor amargo en la boca cuando los jarhvards abrieron la puerta e hicieron entrar en la sala de espera del Varldherre Tor Miraborg a Phelan Kell, semidesnudo y descalzo. El mercenario avanzó unos pasos, trastabillando. Su andar normal, de largas zancadas, estaba entorpecido por unos grilletes. Phelan gruñó e intentó erguirse, pero la cadena, cruelmente corta, que unía los grilletes con las esposas que le aprisionaban las manos, resistió el tirón y lo mantuvo en una postura encorvada.
Tyra se estremeció al contemplar al hombre que había sido su amante. ¡Dios mío, Phelan! ¿Qué te han hecho? Docenas de hematomas salpicaban la tersa piel de su musculoso pecho. Tenía ambos ojos amoratados; el izquierdo estaba prácticamente cerrado por la hinchazón. Phelan, que seguía forcejeando con las cadenas, avanzó poco a poco y con movimientos rígidos. Su rostro era una máscara desafiante que ocultaba a sus captores cuánto dolor sentía en realidad.
Entonces vio a la mujer. La máscara saltó en pedazos, y su mirada mostró su intenso dolor y su miedo. Estuvo a punto de perder el equilibrio, mas consiguió modificar su posición lo bastante deprisa para desplomarse, aunque de una forma nada decorosa, sobre el banco de cuero rojo que estaba junto a la pared.
Uno de los jarlwards levantó una mano para golpearlo.
—¡No! —le ordenó Tyra antes de que pudiese hacerlo.
El hombre se detuvo, con la mano temblorosa, y la miró.
—Libéralo —dijo ella.
El jarlward se irguió y sonrió a su compañero.
—No estoy obligado a obedecerla, kapten —replicó el hombre, con un tono burlonamente formal—. Yo trabajo para el Ministerio de Correctivos, lo que me sitúa fuera de su jurisdicción.
Tyra le lanzó una mirada furiosa.
—¿Realmente deseas ver lo deprisa que puedo tramitar un traslado? —Desvió la mirada hacia el otro jarlward, cuya mueca burlona se desvaneció de inmediato—. Lo mismo digo respecto a ti. Ahora liberadlo. —Sonrió sin alegría y añadió—: Y dale tu chaqueta.
El segundo jarlward endureció el gesto, pero cedió ante la helada mirada de Tyra. Se desabrochó su chaqueta de lana gris con bordes escarlatas y cubrió los hombros del mercenario con ella, mientras su compañero se arrodillaba para quitarle las cadenas. El Demonio de Kell, con la mirada perdida, se ajustó la chaqueta pero no introdujo los brazos en las mangas.
Tyra despidió a los jarlwards con un gesto. Ambos titubearon y miraron hacia la puerta que conducía al despacho del Varldherre. La tenue iluminación de la antesala hacía brillar reflejos rojizos en los largos cabellos broncíneos, de Iyra.
—No habrá ningún problema —los tranquilizó—. Marchaos.
Cuando hubieron salido y cerrado la puerta, Tyra fue hacia el banco y se sentó junto a Phelan. Alargó la mano hacia él, pero vaciló.
—Quiero abrazarte, pero temo hacerte daño.
Phelan sonrió. Sin embargo, cualquier reflejo de aquella sonrisa en sus ojos quedó disimulado por la carne hinchada alrededor de ellos.
—Tú no puedes hacerme daño, Tyra —respondió—. Me vendría bien que me dieras un abrazo, pero ten cuidado con las costillas. Vuestros jarlwards no son un dechado de gentileza humana.
— Los jarlwards no son humanos —bromeó Tyra, y lo acercó a ella—. Se crían en tinas de estiércol con champiñones y otros hongos semiinteligentes.
Lo abrazó con una mano, usando la fuerza justa para no hacerle daño, y acarició sus cabellos con la mano que le quedaba libre. Al cabo de unos momentos, la joven se inclinó hacia atrás y le levantó la cabeza para poder mirarle al único ojo que tenía abierto.
—¿Cómo ocurrió esto?
—Estaba fuera de la reserva —contestó Phelan, encogiéndose de hombros—, y un grupo de gente me atacó. Sabían lo nuestro y que yo te había pedido que te unieras a los Demonios de Kell, y estaban ofendidos por ello. Un tipo descomunal que llevaba una cicatriz de la Academia de Radstadt en la mejilla izquierda fue el organizador de la fiesta.
Tyra vio un destello en las profundidades del ojo derecho de Phelan. Tú lo llamas una cicatriz de la Academia Radstadt, pero sabes cómo la define la mayoría de la gente: es una cicatriz de Miraborg, como la que tiene el Varldherre. Muchos de nuestros guerreros la lucen como símbolo de su voluntad de realizar el mismo tipo de sacrificio que él hizo en nombre de nuestro nacionalismo. Acarició el lado derecho del rostro de Phelan con la mano.
—Seguro que era alto y rubio —dijo—. Debía de ser Hanson Kuusik. Anoche salió y esta mañana parecía muy satisfecho de sí mismo.
Phelan asintió con la cabeza con gesto cansino.
—Creí reconocerlo. Lo había visto en la primera reunión del Comité de Enlace a la que asistí en vuestra base.
—Deberías habérmelo dicho.
—¿De qué habría servido? —repuso el Demonio de Kell, suspirando—. Era mi palabra contra la suya y ningún jurado de compatriotas suyos creería a un mercenario frente a un leal aeropiloto. —La característica sonrisa de Phelan pugnaba por regresar—. Además, pensé que ya lo buscaría yo y ajustaríamos cuentas cuando regresáramos de la Periferia.
Tyra hizo un gesto de dolor al ver que la incluía a ella en el «regresáramos». Phelan cerró el ojo sano y se volvió de espaldas.
—Supongo que me equivoqué cuando dije que no podías hacerme daño —dijo, y agachó la cabeza—. Tú no vienes, ¿verdad?
Tyra se miró las manos. ¿Cómo te lo voy a explicar?
—Me siento honrada y halagada porque has conseguido una plaza para mí en los Demonios de Kell...
—¡Eh! No pienses que la lograste gracias a mi intervención —la interrumpió Phelan—. Yo sólo sugerí a la capitana Wilson que te observase, y a ella le gustó lo que vio en ti. No soy oficial y ser hijo de mi padre sólo me complica las cosas... del mismo modo que el hecho de que ella conociera nuestra relación puso las cosas difíciles para ti. A pesar de todo ello, te hizo una oferta.
Tyra asintió y frotó la espalda encorvada de Phelan.
—Lo sé, amor mío, lo sé. —Hizo una pausa, embargada por la emoción—. Todo lo que hablamos es verdad: no me siento plenamente realizada en las Águilas de Gunzburg. Y no es que no pueda soportar la idea de ser una mercenaria...
—¿Podrías, Tyra? ¿Realmente podrías aceptar ser una mercenaria?
Aquélla era una pregunta que ella había meditado muchas veces desde que había conocido a Phelan, pero era difícil de responder.
—Creo que sí —dijo, sin dejar de acariciarle la espalda—, a pesar del prejuicio con el que he sido educada. Incluso aquí, todas las historias sobre los Dragones de Wolf, los Demonios de Kell y la Caballería Ligera de Eridani, resultan fascinantes. No importan los recelos que muchas personas sienten respecto a los mercenarios: algunas unidades todavía tienen esa aura de héroes proscritos.
—Eso hace que me sienta mejor —comentó Phelan, y se rascó el ojo izquierdo con cuidado—. No me gustaría nada ver lo que la gente de aquí le haría a unos mercenarios que no les cayeran bien.
—No es que no pueda aceptar la idea de ser una mercenaria —prosiguió Tyra, haciendo caso omiso del comentario—. Es la idea de vivir sin tener una patria lo que me resulta insoportable.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Phelan, frunciendo el entrecejo—. Yo nací en Arc-Royal. Soy un ciudadano de la Mancomunidad de Lira. Tengo mis lealtades...
—¿En serio? —inquirió Tyra, entornando sus ojos azules—. Phelan, en los tres meses que los Demonios de Kell habéis permanecido estacionados en Gunzburg, he llegado a conocerte de forma íntima. Creo que sientes lealtades, pero no a una nación. Tú mismo me has hablado de lo mucho que has.viajado a lo largo de tu vida. Desde que naciste, los Demonios han estado al servicio de la Federación de Soles, la Mancomunidad de Lira y la Comunidad de Saint Ivés. Has pasado más tiempo en el mundo base de los Dragones, Outreach, que en Arc-Royal. Tienes lealtades, pero son a tu familia y a tus amigos más que a ningún lugar.
—¿Y eso es malo? —preguntó Phelan en voz baja.
Tyra le tomó la mano izquierda y le dio un cariñoso apretón.
—No, no por sí mismo. Pero puede meterte en líos. Hizo que te expulsaran del Nagelring...
—E hizo que te perdiese —agregó Phelan, compungido.
Tyra lo sujetó de los hombros y lo obligó a volverse hacia ella.
—Sí, pero no de la manera que tú insinúas. No puedo renunciar a ser rasalhaguiana, del mismo modo que tú no puedes renunciar a ser un Demonio de Kell. Ambos estamos fuertemente ligados a nuestro entorno, porque nos ha modelado y nos ha dado nuestro sentido de la justicia, nuestro sentido del bien y del mal.
Tyra metió la mano en el bolsillo de su cazadora y sacó un objeto envuelto en papel. Lo puso sobre la palma abierta de Phelan y le hizo doblar los dedos a su alrededor.
—Me has hecho pensar en muchas cosas, Phelan, y por ello te estoy mucho más agradecida de lo que puedes llegar a imaginar. —Tragó saliva de nuevo y añadió—: La razón por la que no me encontraste anoche fue porque había ido a casa de mi padre a terminar de arreglar esto para ti.
Phelan desplegó el papel poco a poco y se puso tenso al ver la joya que cayó sobre su mano abierta. Era una hebilla de cinturón de plata, con la forma de la cabeza de un perro salvaje, que era el símbolo de los Regimientos de los Demonios de Kell. El perfil era de ónice incrustado, y los fríos y fieros ojos verdes del perro salvaje eran de malaquita. Phelan se quedó boquiabierto.
—Dios mío, Tyra, es preciosa. ¿Cómo podría...?
Ella apoyó un dedo en los labios de Phelan y le dio un beso casi imperceptible.
—Sé que los ojos del perro deberían ser rojos como los del emblema de la unidad, pero he utilizado malaquita para que sean del color de tus ojos, Phelan. Y la he hecho a la medida del cinturón porque te gusta llevar un arma en la cintura cuando pilotas tu 'Mech. Quiero que estés a salvo.
Phelan dio un fuerte abrazo a Tyra y la mantuvo apretada contra su cuerpo hasta que ella sintió que él se estremecía de dolor. Le frotó la espalda con ambas manos y se liberó del abrazo.
—Será mejor que entremos en el despacho. Tenemos una audiencia conjunta.
Phelan agarró la hebilla con la diestra como si quisiera extraer fuerza de ella y se irguió con dificultad.
—Ocurra lo que ocurra ahí dentro, y no te puedo prometer nada, quiero que sepas que también soy leal a ti —dijo él, y meneó la cabeza—, Supongo que, cuando alguien dijo que esto no podía ir bien, debimos haber hecho caso... Sólo podía traernos problemas el que un mercenario y una hija de la República Libre de Rasalhague intentasen estar juntos.
—Pero estuvo bien, Phelan... durante tres meses —repuso Tyra, sonriendo dulcemente—. ¿No podemos estar agradecidos por ello?
Phelan recuperó la sonrisa.
—Nosotros dos contra el universo, ¿eh?
Tyra le guiñó un ojo, lo tomó de la mano y lo condujo al despacho del Varldherre.
★ ★ ★
Tor Miraborg, sentado tras un enorme escritorio de caoba, no levantó la mirada cuando ellos entraron. Su chaqueta gris con bordes rectos dorados tenía el mismo tono que sus cabellos y su barba, salvo el bigote negro que descendía por ambos lados de su boca. Los oscuros ojos de Miraborg brillaban cuando cerró la carpeta que estaba leyendo y la dejó sobre el monitor, en una esquina del escritorio. Entonces levantó la mirada y, al ver a Phelan y a Tyra con las manos entrelazadas, su desfigurado rostro mostró abiertamente su ira.
—Confío en que nuestros aposentos hayan sido de su agrado, herr Kell —dijo Miraborg con sarcasmo. Su tono de voz era vibrante y profundo.
Phelan se irguió como si no sintiese el menor dolor en el cuerpo.
—El servicio de habitaciones no es nada del otro mundo, pero el servicio gratuito de masaje fue muy placentero —replicó—. Y también me gustó enseñarles algunos trucos a las cucarachas.
—¿De verdad? —inquirió Miraborg, levantando la cabeza—. ¿Cómo es eso?
Phelan se echó a reír.
—No es difícil. Sin embargo, primero uno tiene que ser más listo que la cucaracha.
Cuando Miraborg entendió la insinuación del mercenario, sus ojos brillaron de rabia.
—Tenga cuidado, herr Kell; no sea que alguien lo confunda a usted con una cucaracha. Y aquí, ¡a menudo se aplastan cucarachas de un pisotón!
Miraborg salió de detrás del escritorio y mostró la silla de ruedas en la que se hallaba. Al verla, Phelan se contuvo de dar la cruel respuesta que tenía preparada, pero Tyra y el Varldherre la leyeron en sus ojos. No, Phelan, no lo digas.. .
—Así es, Kell —dijo Miraborg, entornando los ojos hasta que parecieron ranuras negras en su demacrado rostro—. Yo no puedo pisarlas para aplastarlas, ¡por culpa de quienes son como usted! ¡No los contraté para que nos protegiesen de los piratas de la Periferia, ni estoy satisfecho de su presencia en mi planeta!
—¡Ja! —Phelan soltó una resonante carcajada que reverberó en la pared de vidrio situada detrás de Miraborg—. Usted nos quería tener aquí. Quería que nos quedásemos en su planeta para poder atormentarnos. Podría habernos dado el helio líquido que necesitábamos para reparar la Cucamulus en cuanto aparecimos en su sistema estelar y volamos aquel sello. Yo estaba en este despacho cuando la capitana Wilson le hizo esa petición, pero usted dijo que no podía darnos el helio porque era una reserva estratégica de material... ¡aunque le hicimos una oferta de pagarlo y reponerlo!
—¿Quién es usted para poner en tela de juicio mis palabras? —replicó Miraborg, mientras su pecho se hinchaba de furia—. Su historial de falta de respeto a la autoridad y carencia de responsabilidad es vergonzoso. Fue expulsado del Nagelring por negligencia y ha acumulado más violaciones del toque de queda y de restricciones de cuarentena en este planeta que todos los demás miembros de su unidad juntos.
Miraborg se reclinó hacia atrás, juntó las yemas de los dedos y añadió:
—Estoy encantado de que le guste enseñar trucos a las cucarachas, Kell, porque tendrá todo el tiempo del mundo para seguir haciéndolo.
—Nos vamos hoy —replicó Phelan con gesto desdeñoso.
El Varldherre negó con la cabeza.
—Los Demonios de Kell se van hoy, pero usted no se irá con ellos. Deberá quedarse en espera de juicio.
—¡No! —La voz de Tyra resonó en toda la habitación y ambos hombres, estupefactos, guardaron silencio—. No, no retendrás a Phelan para juzgarlo.
—¿Cómo te atreves a hablarme en ese tono? —preguntó Miraborg. En su tono de voz se deslizó la sospecha de una traición.
Tyra inspiró hondo y se acercó a su padre.
—Me atrevo, padre, para evitar que hagas algo que causaría tu desgracia y la de Gunzburg.
—¿Cómo puedo ser más desgraciado que viendo que mi hija se acuesta con la misma escoria que me dejó tullido? —le espetó Miraborg, apretando los dientes.
Tyra le dio una bofetada tan fuerte a Tor Miraborg que le hizo volver la cabeza hacia atrás. Luego se quedó mirando fijamente a su padre. ¿Cómo has podido? ¿Cómo has sido capaz de imaginar que yo haría algo para herirte de manera intencionada? Dio media vuelta y se alejó de él. En ese momento se dio cuenta de que Phelan había dado unos pasos hacia ella. Aunque necesitaba con desesperación sentirse rodeada por sus brazos, levantó una mano para detenerlo.
—Lo siento —oyó decir a su padre. Su voz sonó más suave e insegura—. Lo siento de verdad, Tyra. No pensé mis palabras.
La joven sintió como si un dique se hubiese derrumbado en su interior, pero de algún modo logró contener el torrente de emociones.
—Phelan, por favor, déjanos a solas —le pidió, sin intentar disimular la tensión en su voz.
—Sí, Kell, váyase —dijo también su padre, cuya voz había recobrado su tono irritado—. Los cargos contra usted se retirarán. —Sacó un objeto de un cajón—. ¡Ah! Creo que esto es suyo.
Tyra se volvió al oír el choque de un objeto de plástico y metal sobre el escritorio. Eran las gafas de sol de Phelan, que resbalaron hasta detenerse junto al monitor.
Phelan apretó Jos puños iracundo.
—¡Cabrón! Los que me atacaron anoche fueron quienes me las quitaron. Usted sabe quiénes son.
Miraborg negó con la cabeza, indiferente, fingiendo no saber de qué le estaba hablando.
—No sé nada de eso. Me las entregó un buen ciudadano que quería asegurarse de que usted no dejaba nada en Gunzburg.
Dio un empujón a las gafas hacia Phelan. Éste miró a Tyra y negó con la cabeza.
—No, Miraborg. Quédeselas usted. El botín es para el vencedor. Ha ganado esta ronda, pero algún día volveré a buscarlas.
—Adelante, hágalo —se rió Miraborg con voz ronca. El mercenario dio media vuelta y apoyó las manos sobre ios hombros de Tyra.
—Lamento este final, pero nunca me arrepentiré de lo que sucedió entre nosotros —le dijo. Le dio un beso en la frente y se fue.
Cuando la puerta se cerró detrás de Phelan, el padre de Tyra sonrió con frialdad.
—Bien. A partir de ahora las cosas pueden volver a la normalidad.
—No lo creo así, padre —repuso Tyra. A pesar de su dolor, mantuvo la voz serena. Sentía un enorme alivio, porque lo que iba a hacer lo haría para sí misma, no para herir a su padre—. Me voy de Gunzburg.
—¿Qué? —Miraborg lanzó una mirada aterrada a la puerta—. Creía que... No puedes irte con ellos, Tyra. ¡No lo permitiré! ¿Cómo puedes hacerme esto?
Ella vio cómo, con cada palabra, su padre se volvía cada vez más pequeño. Has estado viviendo con ese odio tanto tiempo, padre, que ya forma parte de ti, como algo que hubiera en tu sangre y que te gobernase.
—No te preocupes, padre. El gran Tor Miraborg no ha perdido un pulso de voluntades con un simple mercenario. No voy a incorporarme a los Demonios de Kell, aunque su oferta era muy tentadora. Soy hija tuya en demasía para hacer algo así.
Miraborg entornó los ojos.
—Si eso fuera verdad, hija mía, nunca te habrías liado con él —replicó.
Ella lo miró con incredulidad.
—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Conocí a Phelan en Allt Ingar la noche que Lars Pehkonin tocó allí. Ninguno de los dos sabía nada del otro. Y, si lo hubiésemos sabido, nuestros prejuicios nos habrían hecho enemigos desde un principio. ¿Cómo podía un mercenario sentirse atraído por la hija del Jarl de Hierro de Gunzburg? Y sobre todo un hombre como Phelan. Lars y él se pusieron a hablar de música, sintetizadores y todo un universo de cosas a las que no puedo acceder aquí en Gunzburg. Aquella noche sólo averigüé su nombre, pero pensé en él a menudo hasta que volvimos a encontrarnos.
»No fue hasta dos semanas después —continuó Tyra—, cuando los Demonios de Kell fueron formalmente presentados a las Aguilas, cuando supe la verdadera identidad de Phelan. Ninguno de los dos esperaba que las cosas sucedieran de esta forma, pero tampoco intentamos evitarlo. Cuando la capitana Wilson me ofreció un puesto en los Demonios de Kell, supe que no podía aceptarlo. Sin embargo, lo que me sorprendió fue la intensidad de mi deseo de abandonar Gunzburg.
El rostro de su padre había adquirido un tono ceniciento.
—¿Por qué? Siempre he procurado que nada te faltara —dijo.
—Sí, padre, así es —admitió Tyra, mirándolo ahora compasivamente—, especialmente desde que mamá murió. Has sido un padre amoroso y considerado, pero también has cambiado.
—Tuve que adaptarme después del incidente —contestó Miraborg, y acarició la silla de acero que le servía de piernas.
—Lo sé —dijo Tyra asintiendo con la cabeza—, pero eso sólo fue el principio del cambio. Te volviste más fuerte y aceptaste más autoridad y responsabilidad.
—Alguien tenía que hacerlo. —Miraborg se dio la vuelta para mirar a través de la pared de cristal—. Con la independencia vino el caos. Cuando los administradores de Kurita se fueron, todos los aprovechados con una visión utópica fundaron su propia nación y se declararon emperadores vitalicios. —Abarcó toda Stortalar con un amplio gesto de la zurda y prosiguió—: Había racionamiento y revueltas sin cesar. Tenía que hacer algo.
—Lo recuerdo, padre. Recuerdo que me sentí orgullosa de ti cuando te fuiste una mañana diciendo que ibas a restaurar el orden. La gente hizo piña a tu alrededor, e hicieron bien. Y tú restableciste el orden...
Miraborg se encogió de temor y se anticipó a la siguiente palabra:
—Pero...
—Sí, pero.. . —repitió Tyra— te convertiste en un símbolo. La gente te buscaba para que la guiaras, y adoptó tus amores y tus preocupaciones. Como todos creían que odiabas a los mercenarios, ellos también empezaron a odiarlos. No, no apartes la mirada. Tengo memoria, padre. Recuerdo que tú no culpabas a todos los mercenarios de tu herida, y una vez incluso me dijiste que el coronel Vinson tuvo razón al marcharse con sus Vigilantes cuando se cumplieron los términos de su contrato. En el pasado reconocías ese hecho.
»Eres lo bastante inteligente para saber que un líder debe estar en sintonía con su pueblo —prosiguió Tyra—, pero dejaste que sus sentimientos e impresiones te afectasen. Como ellos detestaban a los mercenarios, tu propio odio pareció volverse aún mayor. Defendiste a capa y espada la necesidad de un sacrificio en nombre de nuestra débil nación, y te convertiste en un modelo que cualquier persona estaría orgullosa de seguir. Por desgracia, también te has recreado en la perversión de ese símbolo.
Tyra señaló la cicatriz que cruzaba el lado izquierdo del rostro de su padre.
—Hombres y mujeres jóvenes se deforman la cara para parecerse a ti y proclaman su voluntad de sacrificarse por Gunzburg como tú hiciste. —Con la diestra se enjugó una lágrima de su inmaculada mejilla izquierda, y añadió—: Yo nunca lo habría hecho, porque esperaba que tú supieras cuánto significaba para mí nuestro planeta y nuestra nación, sin necesidad de hacer ningún gesto melodramático.
Tor Miraborg adoptó una actitud de derrota y asintió lentamente con la cabeza.
—Eso pensaba antes de que pasara todo esto —repuso. Se volvió hacia ella y agregó—: Ahora me dices que te vas. ¿Qué pensará el pueblo de que mi propia hija me abandone?
—No tengas miedo, padre. Haré que te sientas orgulloso de mí. —Tyra se irguió y dijo—: He solicitado, y se me ha concedido, un traslado al Primero de Drakons de Rasalhague.
Un amago de sonrisa asomó a los labios de su padre.
—La Guardia de Honor del Príncipe...
Tyra asintió con gesto solemne.
—Sí, una promoción que debería hacerte sentir orgulloso. De nuevo sacrificas una parte de tu vida por el bien de la República de Rasalhague. Anika Janssen vendrá conmigo. —Tyra lanzó una mirada hacia las gafas de sol del escritorio—. Me imagino que ascenderás a Hanson Kuusik para que ocupe mi lugar.
Tor Miraborg miró las gafas y bajó los ojos, avergonzado.
—¿Volverás algún día a tu hogar?
El hogar es el lugar donde está el corazón, pensó Tyra, e hizo una mueca de dolor al comprender que ya no consideraba Gunzburg como su hogar.
—No lo sé —respondió—. Tengo muchas cosas en que pensar y muchos sitios que ver. Tal vez algún día lo comprenderás.
Tyra esperó a que su padre dijera algo, pero las emociones que se reflejaban en su rostro parecían decir ya mucho. Él la miró, cerró los ojos e hizo girar la silla para que ella no lo viera llorar.
Tras haber cortado el último lazo que la unía a Gunzburg, la hija del Jarl de Hierro abandonó el planeta donde había nacido.
Capítulo 5
Edo, Turtle Bay
Distrito Militar de Pesht,
Condominio Draconis
1 de junio 3049
El tai-i Shin Yodama se quitó el talego del hombro y lo arrojó sobre el desvencijado catre de hierro. Los muelles chirriaron bajo el peso. El kashira Kenji Yamashima le miró desanimado.
—Sumimasen, Yodama-san —dijo—. El tai-i Buford prefería el catre... —Se encogió de hombros, indicando su poco aprecio por el anterior ocupante de aquella sala de paredes de bloques de ceniza—. Si lo desea, me encargaré de que le asignen un lecho más apropiado.
Shin sonrió para sus adentros e hizo una ligera reverencia.
—Sí, un tatami, por favor, Yamashima. Cuando hayan bajado el resto de mi equipaje de la Nave de Descenso, ¿se encargará de que me lo traigan aquí?
—Hai —dijo Yamashima, e inclinó su canosa cabeza—. ¿Este indigno servidor debe encargarse de que desempaqueten sus maletas?
Shin sonrió. Sus antiguas fórmulas de cortesía son música para mis oídos, después de las semanas que he pasado viajando hasta aquí en ese carguero. Shin se fijó en que al hombre le faltaban varias articulaciones en sus pequeños dedos, y también vio la cabeza multicolor de una serpiente grabada en su amarillento cuello. Por supuesto, no debería esperar menos, ¿verdad?
—Eso no será preciso —repuso Shin—, pero me siento honrado por su interés. Más tarde me ocuparé de desempaquetar mis cosas.
Lanzó una mirada al espejo de cuerpo entero que había en la parte posterior de la sala y se irguió, tratando de quitarse la postura de cansancio que había adoptado tras una semana de viaje desde el punto de salto del sistema estelar hasta Turtle Bay. También tenía unas leves ojeras, pero nadie más se fijaría en ellas. Se peinó sus cortos cabellos negros con los dedos y sonrió a Yamashima.
—Creo que debo presentar mis respetos a la persona que me está esperando,
Yamashima sonrió como un tutor complacido con un pupilo que ha asimilado bien sus lecciones.
—El tai-sa Tarukito Niiro ha pedido que se reúna con él para el cha en cuanto haya puesto en orden sus asuntos. Mientras está reunido con él, yo concertaré su visita al Viejo.
—¿El Viejo? —inquirió Shin, inclinando la cabeza.
Yamashima empezó a hablar y calló. Sus oscuros ojos fueron desde las inmaculadas manos de Shin a las solapas de su vestido negro de servicio.
—Perdóneme, tai-i. Supuse conocimiento allí donde sólo había rumores. No quería ofender.
Hizo una profunda reverencia. Shin se la devolvió.
—No ha sido descortés, Yamashima-san. No se ha equivocado. Lo que ha sucedido es que yo desconocía que los yakuza de Edo utilizaban ese apodo para referirse a su señor.
Yamashima se irguió. Su alivio era claramente visible en su arrugado rostro.
—Así pues, después de conducirme ante el tai-sa —prosiguió Shin, sonriendo—, le ruego que concierte mi visita al Viejo.
★ ★ ★
Shin Yodama entró en el despacho del tai-sa Tarukito Niiro y se arrodilló sobre el tatami antes de cerrar el panel de la puerta de shoji. Los paneles translúcidos de papel laqueado dejaban entrar la luz suficiente para iluminar toda la habitación, especialmente aquellos que formaban la pared orientada al sur. Mantiene su santuario despejado y sencillo. Obtiene su fuerza de esta habitación. Puedo sentirlo.
Shin hizo la primera reverencia a Tarukito Niiro. El tai-sa, que era más de veinticinco años más viejo que Shin, no había dejado que la vanidad lo dominase. En lugar de oscurecerse los cabellos, como otro habría hecho, los llevaba muy cortos e incluso afeitados en las sienes para tener un mejor contacto con los neurorreceptores del neurocasco de su BattleMech. Sus oscuros ojos se clavaron directamente en los de Shin sin hacer ningún juicio previo. Luego bajó la mirada para que su subordinado no lo considerase un grosero. Aunque el tai-sa no sonrió, Shin presintió que había valorado la profundidad de su reverencia y el respeto que implicaba. Tarukito se la devolvió por igual con un gesto elegante.
A continuación, Shin saludó con una reverencia al otro hombre que había en la habitación. Para Shin era algo inquietante que este hombre, sin duda más joven que él, ostentase el rango de sho-sa, lo que además lo convertía en su superior. La única razón por la que debe de estar aquí es porque se trata de mi comandante. Pensé que las reformas habían puesto fin a las comisiones concedidas sólo a raíz de la clase social. Todo lo que necesito de este niño es que dé órdenes inspirado en adornos florales o que consulte las entrañas de una teyexta para elaborar sus planes. A pesar de sus recelos, Shin se reconfortó con la elegancia y el respeto de la reverencia que le devolvió el joven.
Tarukito habló con un tono de voz que, aunque bajo, resonó con potencia y autocontrol.
—Espero que su viaje al interior del sistema no haya sido demasiado difícil.
—No, tai-sa. El piloto era muy diestro y condujo la nave con habilidad entre dos sistemas tormentosos.
—Bien —contestó Tarukito. Se volvió y con un ademán casual llamó la atención de Shin hacia el otro hombre—. Perdone mi pobre educación por haber demorado las presentaciones. Éste es su superior inmediato, el sho-sa Hohiro Kurita.
El corazón le dio un salto en el pecho a Shin, quien fracasó por completo en el intento de ocultar la sorpresa en su rostro. ¡El hijo mayor de Theodore Kurita! Tiene un aspecto muy distinto de las holografias que he visto. Shin hizo otra reverencia, esta vez con un gesto más amplio y manteniéndola por más tiempo.
—Perdonadme, Kurita-sama. Debí haberlo reconocido —dijo.
Hohiro le devolvió el gesto y una sonrisa asomó a sus labios.
—No hay razón por la que debiera haberme reconocido, Yodama-san —respondió—. La mayoría de las holografías oficiales se tomaron hace años y no se han actualizado por motivos de seguridad.
Aunque la sonrisa permaneció en el rostro de Hohiro, su mirada y su tono elevó la conversación a un nivel más solemne.
—También debo decirle —prosiguió— que, incluso siendo su superior, agradeceré todos los consejos y la ayuda que pueda ofrecerme. Además de su pericia con un BattleMech, espero que ponga a mi alcance también su vasta experiencia en el combate.
—Usted me honra, sho-sa, mas no soy merecedor de tales elogios. Al fin y al cabo, sólo soy dos años mayor que usted y no he disfrutado de las ventajas de una educación en la Academia de Sun Zhang.
Tarukito Niiro sonrió y abrió una carpeta que tenía sobre su escritorio bajo y lacado en negro.
—Su falta de educación oficial sería valorada como una virtud en muchas categorías, Yodama. Como Ho-hiro me ha comentado con ácierto, su carrera como guerrero ya dura veinte años. Eso quiere decir que posee un caudal importante de conocimientos sobre el arte de la guerra.
—Me honran de nuevo, pero creo que se han basado mucho en informes sobre mis años de juventud —contestó Shin, negando con la cabeza—. Sí, quedé huérfano durante las batallas de Marfik en 3028, cuando sólo tenía siete años. Me conté entre quienes huyeron ante las tropas de Steiner, pero fue por pura suerte que un grupo de guerrilleros me encontró y me mantuvieron entre ellos como señal de buena suerte. Admito que puse la carga explosiva que destruyó el puente de Pawluk's Ford, pero fue porque era el único lo bastante pequeño para arrastrarse hasta el colector de desagüe.
Hohiro expresó su desacuerdo con un leve movimiento de cabeza.
—Ninguno de nosotros ha puesto excesivo énfasis en lo conseguido en Marfik, porque somos conscientes de que, aunque se necesitó valor y astucia, sólo es testimonio de su capacidad de cumplir órdenes. No, estábamos más impresionados por el ataque relámpago que organizó contra la fortaleza de unidades renegadas en Najha durante las Guerras Ronin. Fue una acción de 'Mechs muy bien organizada y ejecutada, tratándose usted de un líder que entonces sólo tenía dieciocho años.
—De nuevo me otorgan méritos por lo que fue buena fortuna —respondió Shin, y sintió el calor del rubor en sus mejillas—. Cuando los renegados intentaron destruir el centro de entrenamiento de nuestra unidad llevados por su odio a nuestra condición de yakuza, lo que ocurrió fue giri. Era mi deber hacia mis compatriotas y hacia quienes nos habían dado el honor de convertirnos en MechWarriors para dirigir la defensa de mi compañía de cadetes. Si los renegados hubiesen conocido el área de la base como nosotros, o si sus Mechs no hubieran padecido fallos en sus equipos durante el combate, hoy no estaría aquí hablando con ustedes.
El recuerdo de un Centurión apuntando su cañón automático hacia la carlinga de su Panther acudió de improviso a la mente de Shin. Si aquel cañón no se hubiese atascado, habría sido mi fin.
Tarukito observó a Shin por unos momentos. Luego inclinó lentamente la cabeza.
—Después de tantos años de combatir al lado de guerreros arrogantes que no buscan nada más que gloria personal, su humildad es tan estimulante como inmerecida. Su carrera desde Najha ha sido ejemplar. Espero que próximamente asuma el mando de la compañía Hyo.
Hohiro asintió con la cabeza, mostrándose de acuerdo con la aseveración de Tarukito.
—Entonces será como usted prefiera, Yodama. Espero que también me ofrezca, además de su habilidad y experiencia, parte de su buena suerte.
—Le prometo que todo lo que tengo y soy estará a su servicio —contestó Shin con una reverencia.
—¡Excelente! —exclamó Tarukito con una amplia sonrisa—. Ahora no hemos de tener miedo de nadie. —Dio dos palmadas y añadió—: Ha sido llamado aquí para tomar el té, y eso es lo que haremos. Al fin y al cabo, tai-i Shin Yodama, usted tendrá el gobierno de Edo y la oportunidad de familiarizarse con su nuevo hogar.
★ ★ ★
Los anillos que rodeaban el planeta Turtle Bay se recortaban en el cielo nocturno de un extremo al otro del horizonte. La sombra del mundo iba ennegreciendo los anillos a medida que avanzaba el anochecer, pero los extremos más alejados todavía reflejaban luz solar suficiente para brillar con tonos granate, púrpura y dorado. Aunque Shin había presenciado este efecto visual durante el viaje hacia el sistema de la Nave de Descenso, era totalmente distinto contemplar aquellos colores desde tierra.
Shin se detuvo y se quedó boquiabierto como un turista. Sin duda, este mundo es mucho más hermoso que ningún otro donde he vivido. Espero no perder nunca mi sentido de lo maravilloso ante una vista tan espléndida.
Al cabo de unos momentos, Shin se pasó la botella sin abrir de sake de la mano izquierda a la derecha y reemprendió la marcha. Iba leyendo con atención los rótulos de las calles, que lo orientaban a través de la montañosa geografía de Edo. Como toda la industria pesada del planeta estaba en el espacio, en las minas de los asteroides que formaban los anillos y refinando las extracciones para obtener materias primas, la ciudad de Edo era encantadora, tranquila y libre de grandes complejos industriales. Se sorprendió a sí mismo al recordar las palabras de su oyabun en Marfik:
«Somos civilizados, Shin —solía decir su jefe— y, por consiguiente, debemos vivir de manera civilizada.» A mi oyabun le habría encantado este lugar.
Shin bajó una colina y pasó a través de un oscuro portal. Oyó entre las sombras el rumor de unos equipos electrónicos, pero nada ni nadie le impidió pasar. El camino giraba a la izquierda y subía. Cuando Shin dobló la curva, vio el lugar al que se dirigía.
El edificio había sido construido en el estilo de los castillos del Japón de mil quinientos años atrás. Paredes de enormes bloques de piedra constituían la base de una torre de siete pisos. Cada nivel cubría un área ligeramente menor que el nivel inferior, como si llevase elegantemente hasta su. culminación las líneas naturales de la propia colina. Los curvados aleros de cada nivel estaban rematados por feroces cabezas de dragón que miraban desde lo alto al MechWarrior. Bajo los aleros podía verse el leve temblor de la luz de las velas a través de los paneles de shoji, que delineaban las siluetas de los intrincados patrones de los pretiles de madera que rodeaban la balconada de cada nivel.
Shin sonrió; sintió un verdadero placer al contemplar el edificio. La forma en que los anillos cruzan el cielo y los dos pinares a cada lado dan equilibrio al castillo es perfecta. El arquitecto era un genio y el autor del paisaje, un artista. Subió los escalones que conducían a un patio amplio y plano frente al enorme edificio. A continuación, sin hacer ruido, cruzó el puente de madera que franqueaba un río de piedras blancas y llegó ante la entrada.
Dos hombres se inclinaron ante él cuando entró en el recibidor. Shin les devolvió el saludo. Tras descalzarse las botas, uno de los hombres se llevó la botella de sake. Shin frunció el entrecejo, pero una mirada tranquilizadora del otro hombre le indicó que el vino de arroz sería escanciado y servido en el momento adecuado. Sólo el tiempo necesario para que se aseguren de que no está envenenado.
Shin sacó unas zapatillas negras de un hueco abierto encima del lugar donde había dejado las botas, y se las calzó. En silencio, siguió al otro sirviente a través de la casa y se maravilló de la belleza del lugar. Algún día, de algún modo, yo viviré en un palacio como éste.
Paneles de shoji, decorados con preciosos dibujos, separaban las habitaciones de ios pasillos de suelo de madera. En algunas estancias, los muebles eran muy modernos y de todo tipo, desde tablas y sillones a pantallas de holovídeo e incluso tableros de juego holográficos. Con una sola excepción, los jóvenes presentes en la habitación reían y bebían sin mesura.
El único individuo que tenía aspecto taciturno no llevaba camisa, pero Shin tuvo que mirarlo dos veces para estar absolutamente seguro de ello. Aunque intentaba permanecer impasible, su expresión sugería que quería gritar con todas sus fuerzas, y que probablemente lo habría hecho de no estar presentes sus compañeros en la sala. En su costado derecho, el dibujo de un dragón de líneas negras aparecía enrollado desde el hombro hasta la cintura y a ambos lados de la columna vertebral, supuso Shin, a lo largo de la espalda. La cola del dragón bajaba por su brazo hasta justo debajo del codo.
Es la primera fase de realizar un tatuaje a la antigua usanza: con pintura y una aguja de bambú. Si ese individuo piensa ahora que hace daño, ya verá cuando vuelvan a comenzar para dar color y vida a ese dragón. Shin sonrió de oreja a oreja y saludó con un movimiento de cabeza al hombre, cuya mueca de dolor pareció aliviarse durante breves instantes. Debe de haber hecho algo especial por su oyabun para que haya recibido autorización para tatuarse.
El guía hizo subir a Shin por una escalera de cedro y se detuvo ante un panel de shoji. Lo deslizó a un lado y esperó a que Shin entrase en la cámara antes de cerrarlo y partir en silencio.
Shin se arrodilló y se inclinó ante el único ocupante de la habitación.
—Pido disculpas por ocupar parte de su valioso tiempo. Mi gratitud no conoce límites por haber hecho usted posible esta visita —dijo. Se irguió, mas no estableció contacto visual con el otro hombre—. Soy Shin Yodama, nacido en Marfik el año decimoséptimo del reinado deTakashi Kurita.
El hombre viejo y escuálido que estaba frente a él hizo una reverencia respetuosa, peto mantuvo una actitud altiva.
—En el nombre de los Ryugawa-gumi, yo, Ryoichi Toyama, le doy la bienvenida a Turtle Bay y a Edo —declaró. Sacó el brazo izquierdo del interior del quimono de seda gris que llevaba y descubrió su costado izquierdo—. Esto lo obtuve cuando fui admitido a la Banda del Río del Dragón, en el primer año del reinado de Takashi Kurita.
Aunque el tatuaje del oyahun era de diseño similar al que Shin había visto abajo, mostraba una calidad artística muy distinta. Ni siquiera la cicatriz de bala de su estómago podía privar de su belleza a aquel diseño de cuarenta y cinco años atrás. El dragón, que se alzaba y descendía con la respiración del anciano, parecía cobrar vida. Shin habría jurado oír el frotamiento de las escamas y las rascadas de las garras de la bestia sobre las costillas.
—Perdóneme, Toyama-sama —dijo Shin, obligándose a apartar la mirada—. Sólo soy un patán que conoce la etiqueta de las cloacas. Es hermoso, pero su poder procede de usted.
Toyama no dijo nada y volvió a ceñirse el quimono. Se ató de nuevo el fajín de obiy miró a Shin con expectación.
—Veo que no ha perdido ningún dedo —observó. Shin inclinó la cabeza.
—Mis maestros no han tenido en cuenta mis fallos.
—Tampoco lleva ninguna insignia en la solapa que señale su afiliación.
—Perdóneme, Toyama-sama, pero el comandante de mi último destino nos tenía prohibido el lucir emblemas de nuestras familias.
Toyama sonrió e inclinó la cabeza.
—El tai-sa Niiro y yo hemos llegado a un acuerdo al respecto —dijo—. Aquí debe llevar un indicativo que lo identifique con nosotros en Edo. Se lo otorgaré si, en efecto, demuestra que es Shin Yodama.
Shin se irguió, aunque permaneciendo sentado, y se quitó la chaqueta del uniforme. La dobló con cuidado y la dejó sobre el tatami a su derecha; a continuación, se desabrochó los botones de la camisa. Como el jefe de los Ryugawa-gumi había hecho antes, Shin dejó al desnudo el costado derecho del pecho.
—Soy Shin Yodama —afirmó— y pertenezco a los Kuroi Kiri de Marfik.
—¡La Bruma Negra! —siseó Toyama, sobrecogido—. Había oído hablar de ella, pero apenas podía creerlo...
El tatuaje de Shin le cubría el lado izquierdo del torso y el brazo hasta justo encima de la muñeca. De un diseño tradicional, consistía en una negra nube de tormenta. Motas y líneas doradas curvadas hacia el interior y el exterior del dibujo definían las distintas partes y niveles de la nube. Sin embargo, aunque los trazos dorados formaban parte de la nube en gran medida, también tenían su propia entidad. Sus líneas curvas, a veces dentadas, seguían los esculturales músculos del pecho, el estómago y el brazo, marcando a su portador como un hombre y, no obstante, transformándolo claramente en algo distinto, en algo más que un hombre.
Toyama hizo una profunda reverencia.
—Entonces es cierto. Usted es Shin Yodama y es un buso-senshi —dijo, y una sonrisa orgullosa afloró al rostro del anciano—. Soy yo quien se siente honrado por esta visita.
Shin devolvió la reverencia y saboreó el tono de respeto de la voz de Toyama. Buso-senshi : un MechWarrior. Formo parte del trato entre los yakuza y Theodore Kurita, en su propósito de salvar el Condominio Draconis. Gracias a los servicios de los Kuroi Kiri en la guerra, se nos concedió el honor de suministrar el primero de los nuevos MechWarriors de la Yakuza. Yo soy uno de ellos, alguien que lucha por algo más que honor.
El estridente sonido de las palmadas de Toyama arrancó a Shin de sus reflexiones.
—Venga, Yodama-san, beberemos su sake como es debido y luego mostraré a los inútiles que trabajan para mí lo que es un verdadero guerrero yakuza. Ahora, usted es uno de nosotros, uno de los Ryugawa-gumi. Sea lo que sea lo que necesite, pídalo, pues usted encarna la esperanza del Dragón... y no permitiremos que esa esperanza muera.
Capítulo 6
Triad, Ciudad de Tharkad,
Tharkad
Distrito de Donegal» Mancomunidad de Lira
20 de junio de 3049
—¡Trell I! —exclamó Victor Steiner-Davion, haciendo una mueca de furia—. No me importa si el Kanrei Theodore Kurita destina a su hijo mayor a Atreus para que galantee a Isis Marik. ¡No entiendo por qué este correo significa que voy exiliado a un remanso dé paz! —El hecho de que las demás personas presentes en la habitación lo observaran divertidas sólo lo enfureció aún más—. Quiero estar en la frontera del Condominio, o incluso cerca de la Confederación de Capela. ¡Quiero ser destinado a un lugar donde haya acción!
—Allí tendrás toda la acción que quieras, Victor —respondió Morgan Hasek-Davion, arqueando una ceja.
—¡Sí, claro! —resopló Victor con desprecio—, piratas de la Periferia y de vez en cuando alguna incursión de una unidad solitaria de Rasalhague que quiere demostrar que son tipos duros. No hay ningún problema en Trell desde la formación de la Legión de la Muerte Gris... —Miró a Justin Allard y agregó—: ¡Qué diablos! Los Demonios de Kell han enviado una compañía de su Segundo Regimiento para ocuparse de los piratas. Eso me dejará con los brazos cruzados.
Justin Allard lanzó una mirada al Príncipe Hanse Davion y se permitió una sonrisa.
—Veo que ha estado estudiando los informes de las tropas.
—Exacto, Justin —respondió Victor, y señaló el mapa de los Estados Sucesores que estaba enganchado a la pared de su habitación—. Sé dónde tenemos cada división y tengo una idea bastante precisa de lo que el Condominio Draconis está preparando contra nosotros. No se necesitan tropas en la retaguardia. ¡Rayos!, un grupo de Jóvenes Exploradores podría defender esa área contra cualquier ataque procedente de la Periferia.
Victor apuntó con el dedo a la frontera entre Isla de Skye, de la Mancomunidad, y el Distrito Militar de Dieron, del Condominio.
—Éste es el lugar donde me necesitáis. Todos sabemos que, cuando surjan problemas entre el Condominio y nuestras fuerzas, será aquí. Justin, tenemos el Décimo de Guardias Liranos estacionado en Skondia. He visto los informes en los que se indica que Kai ha sido destinado a este regimiento. Y, Morgan, sé que vas a trasladar al Primero de Ulanos de Kathil a Skye en los próximos seis meses. ¿Por qué se me margina?
«¡Maldición! He sido entrenado para ser un MechWarrior —continuó—. Quiero ir allí donde pueda actuar como tal. Enviarme al centro de ninguna parte porque Theodore Kurita ha hecho lo mismo con su hijo es una ofensa para mí.
—¡Ah, la impetuosidad de la juventud...! —suspiró Hanse Davion, diciendo que no con la cabeza.
Victor lanzó a su padre y a Justin Allard una mirada feroz y se volvió hacia su primo en busca de apoyo.
—No espero que estos dos fósiles me comprendan, Morgan, pero seguramente tú sí que lo harás. Tú recuerdas lo que significa estar listo para llevar a la práctica lo que has aprendido.
Morgan asintió despacio con la cabeza y puso los brazos en jarras.
—Me acuerdo de lo que representa ser joven y ansioso, primo. —Lanzó una mirada a Hanse y añadió—: También recuerdo que tu padre me contuvo hasta que llegó el momento adecuado.
Victor hizo una mueca de decepción. Una parte prolongada de tu historial está tan ligada a las hazañas del Primero de Ulanos de Kathil, los Leones de Davion, que me olvido del largo tiempo que esperaste tu oportunidad. Puedo ver en tu rostro que estás de acuerdo conmigo, pero también crees que el plan de mi padre es bueno.
Con la resignación reflejada en su rostro, Victor descolgó la chaqueta de la percha y se la puso.
—¿Por qué es tan importante que sea destinado a Trell I? —preguntó, y levantó la mano para contener una respuesta inmediata—. Y podéis ahorrarme la explicación de que el Duodécimo de Guardias de Donegal es una unidad excelente. He leído los archivos y estoy de acuerdo en que son buenos. En la remota posibilidad de que intervengamos en alguna acción, el enemigo tendrá que ser muy poderoso para vencernos.
—Creo que eres muy consciente, hijo mío —contestó Hanse Davion, entornando sus azules ojos—, de que las relaciones con el Condominio Draconis nunca han sido fáciles. En el pasado, lo único que necesitábamos era comprender cómo valora su cultura el honor y la vergüenza, o como equilibra el deber con la compasión, y podíamos predecir lo que podían hacer y cómo iban a reaccionar. En el pasado, hasta hace unos quince años, podíamos contar con una represalia por cada incursión nuestra y un contraataque por cada ataque. Sus tropas preparaban ataques estúpidos y suicidas sólo por el placer de ganar honor para sus familias. Más de una vez, un líder traicionado por sus superiores se suicidaba porque no podía vivir con la vergüenza del fracaso, aunque él no fuese el responsable de éste. Era una locura y nosotros nos beneficiábamos de lo fácil que era predecir sus acciones.
El Príncipe, que hasta entonces había permanecido sentado a los pies de la cama de Victor, se levantó y observó el mapa.
—Hace más de veinte años —prosiguió—, antes de la guerra, Takashi Kurita ordenó la creación de dos nuevas unidades de Mechs: la Genyosha y la Ryuken. La Genyosha era una unidad de elite, del tamaño aproximado de un batallón reforzado. Sus MechWarriors eran la flor y nata del ejército y eran adiestrados para que considerasen el honor a gran escala, no como algo meramente personal. Sus glorias eran las glorias de la unidad, y éstas eran las glorias del Condominio. Bajo el liderazgo de Yorinaga Kurita, un brillante MechWarrior, los miembros de la Genyosha luchaban como una unidad y no como individuos en busca de prestigio personal. Y eso los hacía mortíferos.
»La Ryuken era una unidad equivalente a varios regimientos —continuó, con la mirada perdida—. Fue organizada como equivalente a los Dragones de Wolf y su estilo de entrenamiento era semejante al de éstos. Así, los MechWarriors de aquella unidad también actuaban de manera conjunta. Aprendieron a apoyarse mutuamente y dominaban unas tácticas que los hacían unos combatientes formidables. Cuando se enfrentaron a sus creadores en 3028 (en un planeta llamado, de forma muy apropiada, Miseria), ambos bandos quedaron destrozados. Cuando estalló la Cuarta Guerra de Sucesión, la Ryuken no estaba en buenas condiciones como unidad para tomar parte en ella, pero la Genyosha sí que lo estaba. Al final de la guerra, los restos de la Genyosha se pusieron al servicio deTheodore Kurita.
El Príncipe se volvió hacia su hijo y continuó la historia:
—La Genyosha pensaba que el padre de Theodore, Takashi, había maltratado y deshonrado a su comandante muerto. Algunos guerreros Genyosha incluso desertaron a los Demonios de Kell. También fue en aquellos días cuando Theodore atrajo a su servicio a los restos de la Ryuken, que también habían perdido a su comandante. Sin perder tiempo, organizó batallones de adiestramiento alrededor de los superviviences de la Genyosha y la Ryuken, y también reclutó numerosos guerreros entre los yakuza. Aunque su padre había ordenado la disolución y división de la Ryuken y la Genyosha, Theodore reunió una fuerza militar excelente.
Justin carraspeó e intervino:
—De hecho, la disgregación de las dos unidades de elite sólo parece haber extendido la nueva filosofía militar de Theodore, en vez de destruirla tal como Takashi esperaba. Aunque los más tradicionales organizaron algunas revueltas (y fueron en gran medida los responsables de las llamadas Guerras Ronin, cuando Rasalhague consiguió la independencia), la doctrina militar de Theodore, nueva y más eficaz, acabó por imponerse.
Mientras Justin hablaba, Victor se mordía el labio inferior, pensativo.
—¿Fue esta nueva doctrina militar la que dio la victoria a Theodore sobre nosotros en 3039? —inquirió. Hanse titubeó, un poco zaherido por la pregunta.
—En efecto, contribuyó al revés militar que sufrimos. Sin embargo, más importante que eso era el número de 'Mechs que el Condominio tenía disponibles. Theodore obtenía refuerzos a una velocidad increíble, a pesar de que su padre lo consideraba una amenaza y hacía cosas tales como intentar retrasar la entrega de municiones y de piezas de recambio.
—Eso era una estupidez —comentó Victor, frunciendo el entrecejo—. Estaba tirando piedras contra su propio tejado.
Morgan echó un vistazo a su reloj y se estiró su chaqueta negra y dorada.
—Eso es lo que nosotros pensábamos, Victor, y por eso nos pusimos en marcha en el momento en que lo hicimos. Theodore demostró su valía y, desde aquellos días, nos hemos estado observando con mucha atención.
Hanse se acercó a Victor y le alisó la hombrera izquierda, que mostraba el emblema del disco solar.
—Cuando hace seis meses Theodore envió a Turtle Bay a su hijo y la Decimocuarta Legión de Vega, presentí que nos hacía una señal —dijo—, Al principio temíamos que una escalada de efectivos en el área nos obligaría a reforzar la frontera con Rasalhague, lo cual habría sido incómodo desde el punto de vista político...
Victor vio una expresión de disgusto en el rostro de su padre. Ryan Steiner entrometiéndose de nuevo, supongo. Sólo es primo segundo de mi madre, el mismo parentesco que tiene Phelan Kell conmigo, pero causa muchos problemas porque está en la línea directa de sucesión del trono de la Arcontesa.
Un pensamiento extraño asaltó a Victor, que lo hizo sonreír. Me pregunto si los primos segundos de esta generación tienen la especialidad de causar conflictos. Phelan hizo que lo expulsaran del Nagelring y Ryan se casó con Morasha Kelswa para fortalecer su poder añadiendo la pretensión de Morasha al trono del Pacto de Tamar. Como la mitad del Pacto se ha incorporado a la República Libre de Rasalhague, a mi padre le resultaría difícil acumular tropas en esa área y, al mismo tiempo, seguir negando a Ryan sus peticiones de ir ala guerra para recuperar las posesiones de su esposa.
—Supongo que Theodore no ha incrementado los envíos de tropas o municiones a la unidad de su hijo —dijo Victor.
Justin asintió con cautela.
—Por lo que ha podido averiguar el Ministerio de Inteligencia, no lo ha hecho. Parece que los envíos a esa guarnición son los suficientes para reemplazar el material perdido en su lucha contra los piratas, nada más.
Victor se apartó de su padre y se estiró los puños de la chaqueta.
—Así pues, ¿me enviarás allí para insinuar a Theodore que le respondes con la misma moneda?
—No —respondió Hanse—. Tanto tú como Hohiro Kurita sois muy buenos en lo que hacéis. Las notas de Hohiro en la Academia de Sun Zhang nos fueron filtradas como cortesía y son excelentes. Hemos dado a Theodore una información semejante acerca de tu currículum. Si desea que seamos nosotros dos quienes resolvamos nuestras diferencias, atacará en Isla de Skye. Si desea legar nuestro conflicto a las generaciones venideras...
—Su hijo me atacará a mí... —terminó Victor, y entornó sus ojos azules imitando de manera inconsciente ta expresión de su padre cuando se concentraba. El análisis es impecable, como he aprendido a esperar de estos tres hombres. El desafio está ahí, como se me ha enseñado a esperar de Theodore Kurita—. ¿Y tú qué piensas, padre? ¿Deseas que la lucha pase a la siguiente generación?
Hanse lanzó una carcajada y sus dos consejeros se cruzaron miradas divertidas.
—Sí, caballeros, teníais razón. Lo ha preguntado —dijo Hanse, y su sonrisa se esfumó al apoyar las manos sobre los hombros de Victor—. Combatí en una guerra antes de que nacieras, y sólo nos recuperamos tras un proceso largo y duro. Cuando decidí atacar el Condominio Draconis hace diez años, es probable que cometiese un error y debo dar las gracias a Theodore por hacerlo evidente.
El Príncipe miró fijamente a su hijo y continuó:
—En mis tiempos, algunos me consideraban un genio militar, pero parece que el título es de naturaleza generacional. Mi táctica en la Cuarta Guerra de Sucesión funcionó porque golpeamos en puntos débiles que mis enemigos no habían reconocido en sus defensas. Justo diez años después, en la guerra de 3039, Theodore Kurita vio los defectos de mi propia táctica y me los señaló de la manera más dramática posible. Es cierto que maquillamos lo sucedido al pueblo y, como el intercambio de planetas fue casi idéntico por ambos bandos, la guerra pareció otra contienda acabada en tablas. Pero quienes estamos aquí reunidos sabemos la sorpresa que nos llevamos cuando Kurita pudo vencer de manera tan contundente a los ejércitos unidos de la Federación de Soles y la Mancomunidad de Lira.
»Mi tiempo de planear y emprender una guerra está pasando... —agregó Hanse, dando un fuerte suspiro—. Está pasando a Morgan y a ti. —Esbozó una sonrisa—. Que las guerras pasen a tu generación; cuando tú subas al trono, podrás decidir cuándo, dónde o incluso si debes atacar. Si llegas a ser un gran guerrero, si consigues volver a unificar los Estados Sucesores y formar una nueva Liga Estelar, harás que me sienta muy orgulloso. Si nunca te ves envuelto en una guerra, me harás sentir igualmente orgulloso.
Morgan volvió a consultar su reloj.
—Ha pasado el tiempo, amigos míos. Estoy de acuerdo con vosotros en que esta discusión es, con toda probabilidad, mucho más interesante que el Banquete de las Medallas de la Libertad presidido por la Arcontesa, pero también creo que sería mejor que estuviéramos en una sala de reuniones con las debidas medidas de seguridad.
Hanse se incorporó y empezó a abrocharse la chaqueta.
—El único problema real de trasladar de forma constante la corte entre Nueva Avalon y Tharkad es que todas las noches las tenemos ocupadas con banquetes de entrega de premios y otros «acontecimientos culturales» de valor cuestionable. —Guiñó el ojo a Victor y añadió—: Pero, si nos lo perdemos, tu madre ordenará que nos corten la cabeza.
—Entonces, vamos —dijo Victor, señalando la puerta. Se volvió hacia su padre y le preguntó—: ¿Crees que tendré que presidir actos similares en Trell I?
—¿Allí, tan lejos? Lo dudo.
Victor se echó a reír y cerró la puerta detrás de ellos.
—Al menos, hay algo positivo en todo este asunto...
Capítulo 7
Base de Gearadeus, Skondia
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
30 de julio de 3049
Kai Allard se tapó la boca con el puño mientras bostezaba.
—Ya estoy aquí, sargento. ¿Cuál es el problema?
El pequeño y robusto hombre parecía muy apenado.
—¡Dios mío, leftenan ! No lo esperaba tan pronto. Bueno, quiero decir que sabía que aparecería hoy, pero imaginaba que querría echar una cabezadita después de ese viaje en la Argus.
—No es ningún problema —contestó Kai—. Con tantos viajes, he aprendido a dormir en las Naves de Descenso incluso cuando entran en la atmósfera del planeta.
Las Naves de Descenso estaban incapacitadas para efectuar viajes interestelares y su función consistía en trasladar pasajeros y cargamento desde los planetas a las Naves de Salto. Estas, con un propulsor de salto Kearny-Fuchida, podían deformar el espacio alrededor de sí mismas y sus Naves de Descenso, de tal forma que podían viajar de manera instantánea a otro sistema solar que estuviera a una distancia máxima de treinta años-luz.
El tiempo de tránsito entre el planeta y el punto de salto variaba según el tipo de estrella del sistema, pero nadie pensaba que esos viajes fueran agradables ni apacibles.
El sargento consultó su cuaderno informático.
—Casi estamos ya a final de mes y necesito que usted salga con su 'Mech. Bueno, quiero decir que tenemos que asegurarnos de que todo está bajo control. Además, de su 'Mech casi no quedan existencias...
Dio la vuelta hacia el hangar de los 'Mechs y esperó a que Kai lo siguiera al cavernoso hogar de las armas más temibles que había creado la humanidad.
Kai sintió un escalofrío en la columna vertebral cuando entró en el oscuro interior del hangar. Allí se alzaban BattleMechs de una altura que oscilaba entre nueve y casi doce metros. El camuflaje blanco y azul diseñado para ocultar los 'Mechs en las regiones más gélidas de Skondia suavizaba las líneas más duras de algunas de las máquinas; no obstante, Kai pensó que aquella pintura también daba a los 'Mechs un aspecto más frío y sobrecogedor. Algunos tenían un diseño humanoide, como hombres engastados en una gigantesca y potente armadura. Otros, en cambio, parecían feroces animales o monstruosos insectos.
Una tercera categoría de ´Mechs también resultaba imponente. La mayoría de ellos se alzaban sobre unas piernas semejantes a patas de aves, pero su parecido con criaturas vivientes terminaba aquí. De sus cuerpos compactos y rechonchos salían alas achaparradas que, en la mayor parte de los casos, estaban salpicadas de cañones láser y afustes de misiles. El modelo más temible de codos ellos, el Marauder, tenía un aspecto encorvado y sus dos brazos terminaban en cubículos que contenían láseres y aterradores cañones de proyección de partículas. Aquel armamento, al que había que añadir un cañón montado sobre el protuberante torso, convertía al Marauder en uno de los BattleMechs más mortíferos que se habían fabricado jamás.
El suboficial condujo a Kai a lo largo de las filas de 'Mechs. En un momento dado, sacó un chaleco grueso de un cesto y se lo arrojó al MechWarrior. Un tejido gris antibalas formaba la capa externa del atuendo. Kai sintió que su peso era tranquilizador. Desabrochó los cuatro broches y abrió la chaqueta para examinar el forro interior de goretex negro. Entre el goretex y la protección se extendían tubos de líquido refrigerante. Aquel atuendo, cuando se conectaba en la silla de mando de un 'Mech, ayudaba a que el cuerpo del piloto soportara el increíble calor que se producía en la carlinga de un BattleMech.
Kai ya se había despojado de la camisa y se había colocado el chaleco refrigerante cuando llegó con el sargento a su destino. El hombrecillo se detuvo de improviso, pero Kai evitó fácilmente chocar con él.
—Es éste, ¿verdad, leftenant ? Quiero decir que éste es el verdadero Yen-lo-wang.
Kai asintió con un gesto solemne.
—El auténtico. Es Yen-lo-wang.
Al Centurión plantado ante ellos le faltaba el volumen de otros 'Mechs humanoides. Aunque sus esbeltas líneas hacían que pareciese más vivo, la boca del cañón automático que sustituía la mano derecha no permitía que nadie lo confundiera con una criatura viviente. La cabeza había sido diseñada con un penacho que recordaba un antiguo casco romano, pero tanto Kai como el sargento sabían que era algo más que un mero adorno. Estaba repleto de miles de sensores que, de hecho, constituían los ojos y los oídos de aquella gigantesca máquina de guerra.
Yen-lo-wang no tenía el mismo camuflaje para hielo y nieve que los otros 'Mechs. Hasta una fecha reciente había permanecido guardado en el planeta Kestrel, el territorio ancestral de los Allard. Había sido pintado con un patrón de manchas marrones y negras, con un poco de azul junto a la escotilla, con lo que imitaba el colorido de un halcón. Sobre el pectoral izquierdo habían pintado en negro el emblema del halcón rampante de la Milicia de Kestrel.
—Lo vi en su primer combate, ¿sabe? —dijo el hombrecillo, estremeciéndose.
—¿Estaba en Solaris hace veinte años? —preguntó Kai, sonriendo con amabilidad.
El hombre negó con la cabeza.
—Bueno, en realidad no estaba allí. Vi cómo el 'Mech se enfrentaba al de Peter Armstrong cuando el combate se retransmitió. Veamos, entonces yo estaba estacionado en Cor Caroli. Recuerdo que vi el Griffin de Armstrong, creo que le había puesto de nombre Marte.. .
—Ares —lo corrigió Kai con suavidad.
—Sí, eso, Ares —dijo el sargento, y se encogió de hombros con timidez—. ¡Vaya!, todos esos nombres de dioses antiguos son un lío, ¿sabe? ¿No es Yen-lo-wang también un dios?
—El dios chino de los muertos —murmuró Kai—. El Rey de los Nueve Infiernos.
—Sí, eso es —confirmó el sargento con una amplia sonrisa—. Por eso anunciaban el holovídeo de ese combate como «La batalla de los dioses». Bueno, pues lo vi entero. Por intuición, aposté por el padre de usted... Sobre todo, porque de los otros tipos daban apuestas muy favorables. Cuando su papá se cargó a Armstrong, gané una fortuna. Además recibí el doble porque lo mató.
El entusiasmo del hombrecillo entristeció a Kai. Recuerdo el día en que conseguí ver un holovídeo de aquel combate y empecé a fanfarronear porque mi padre había matado a un hombre. Entonces debía de tener unos seis años, y utilicé el holovídeo para ganar en esas peleas de patio de colegio de «mi padre es mejor que el tuyo». El otro niño quedó tan afectado que tuvieron que mandarlo a casa. Aquella noche, mi padre mantuvo una larga conversación conmigo. Me tuvo abrazado mientras ambos veíamos de nuevo el combatey noté cómo temblaba. Me dijo lo que él pensaba cuando explotó la escotilla del Mech de Armstrong. Quería que Armstrong saltara del Mech con el asiento eyectable para escapar de la destrucción de su máquina; pero, cuando el fuego llenó la carlinga y ardió con lenguas de veinte metros de altura, mi padre quedó totalmente desolado.
«Matar a un hombre no es fácil, nunca debe serlo», me dijo. Yo era demasiado joven para comprenderlo bien, pero he aprendido mucho desde entonces, y aquello nunca lo he olvidado. En última instancia, matar significa que todos los demás métodos de influir y cambiar a alguien han fracasado. El hecho de que a veces sea la única manera de protegerte a ti mismo no le concede mayor justificación o mérito.
El sargento dio unas palmaditas a Yen-lo-wang en el pie, con el mismo afecto con que otro hombre se las daría a su perro o a su caballo.
—Nunca pensé que vería a este muchachito tan de cerca —dijo, volviéndose de nuevo hacia Kai y sonriendo con timidez—. Si no tiene ninguna objeción, señor, me gustaría cuidar de su 'Mech en persona. Ya sabe, algo así como ser su tech personal... además de mis otras obligaciones, por supuesto.
Kai le devolvió la sonrisa mientras sus pensamientos y sentimientos se apartaban de su sombrío curso.
—Será un placer que usted se encargue de mi 'Mech, sargento —contestó, y contempló la figura del Centurión—. Y estoy seguro de que a él no le importará en absoluto.
El tech asintió y dio otra palmada en el pie del 'Mech.
—No se preocupe, señor, el viejo Marty Rumble y Yen-lo-wang van a ser buenos amigos. Lo mantendré en perfecto funcionamiento —aseguró, y fue a sujetar la escalera de mano que caía desde la carlinga hasta el suelo—. En primer lugar, suba y vea qué es lo que puede hacer. Yo estaré en la torre de control de ruta. Llámeme a taccomm 27 cuando esté listo para salir.
Kai subió por la escalerilla con rapidez. Una vez en el interior de la carlinga del 'Mech, hizo una seña a Rumble para que se apartara y pulsó el botón de retracción. Cuando la escalerilla se hubo enrollado en su departamento situado en la barbilla del 'Mech, la placa facial polarizada descendió hasta quedar bien ajustada. La carlinga, totalmente sellada, se presurizó, lo que produjo a Kai una sensación de vacío en los tímpanos.
Se sentó en la silla de mando y se quitó los pantalones largos de lana que llevaba, quedándose sólo con los calzones cortos. El aire frío le erizó la piel de las piernas; pero, cuando accionó el interruptor de arranque del reactor de fusión situado en el pecho del 'Mech, sintió que una corriente de aire caliente ascendía hasta la carlinga. Sabía muy bien que podía llegar a hacer tanto calor que apenas podría soportar el ir en calzoncillos.
Después de ajustarse los cinturones cruzados de seguridad, Kai sacó el cable de alimentación del chaleco refrigerante del bolsillo abierto en su lado izquierdo, y lo enchufó en la toma de alimentación situada a la izquierda de la silla de mando. Necesitó una fracción de segundo para que su carne se acostumbrara a la sensación, semejante a un millón de gusanos arrastrándose sobre su piel, producida por el espeso líquido refrigerante que comenzó a fluir por el interior del chaleco. Entonces sonrió al recordar el comentario de uno de los instructores: «Más vale que te acaricien gusanos a acabar medio guisado».
Abrió un panel a la derecha de la silla y extrajo cuatro cables cortos y una tira de papel reluciente. Quitó del papel los cojinetes adhesivos de los sensores médicos y los pegó uno a uno en las caderas y los antebrazos. A continuación, unió los extremos redondeados de los cables a los cuatro sensores y enhebró los cabos con clavijas del otro extremo en las presillas del chaleco. Las clavijas, que quedaron sueltas cerca de su garganta, tintineaban al chocar entre sí.
Kai llevó la mano arriba y detrás de su cabeza para extraer el neurocasco del departamento situado encima de ladilla de mando. Se lo colocó en la cabeza y dejó que su peso descansara sobre las hombreras acolchadas del chaleco. Se lo ajustó de tal manera que el anillo de neurosensores montados en el casco quedó bien apretado contra su cráneo. Le costó un poco, pero al final pudo colocárselo de la forma correcta. Supongo que debo cortarme el pelo otra vez.. .
Insertó las clavijas de los sensores médicos en los cuatro enchufes hembra del cuello del casco. Giró la cabeza para probario y quedó satisfecho: el visor hexagonal del casco estaba, en efecto, centrado. Oprimió las tiras de velero que servían para ajustarse el casco. Listo para el siguiente paso, tocó un botón amarillo brillante de la consola de mando.
La voz sintetizada del ordenador resonó en el neurocasco:
—Soy Yen-lo-wang. ¿Quién se presenta ante el Rey de los Nueve Infiernos?
—Yo soy Kai Allard-Liao.
Por unos momentos sonó ruido a través de los altavoces, hasta que el ordenador contestó:
—Obtenida confirmación del patrón de voz. ¿Cuál es la única ley inmutable?
Kai tragó saliva.
—Honrarás a tu padre y a tu madre —respondió.
—Autorización confirmada. Sabe esto, Kai Allard-Liao: has hecho que tus padres estén orgullosos de ti.
Kai se recostó en la silla, sin apenas notar que los monitores de la máquina de guerra se encendían y el ordenador activaba todos los sistemas de armas. ¡El ordenador no estaba programado para decir eso! Entonces recordó que su padre había querido volver a subir a la carlinga «una vez más» cuando se habían encontrado antes de que él se fuera para asistir a la ceremonia de graduación de Victor. Debí adivinar que estaba preparando algo cuando insistió en conducir a Yen-lo-wang al interior de la Nave de Descenso que me trajo aquí. No he estado aquí dentro desde entonces.
Sintió un nudo en la garganta. El hecho de que me dejase llevar a Yen-lo-wang utilizarlo en mi período de servicio fue un regalo de graduación fabuloso, pero esto... esto es otra cosa.
Con la voz entrecortada, Kai susurró un juramento:
—No haré nada que decepcione tu fe en mí... ¡Nada!
Puso en marcha la radio.
—Centurión a Control de Ruta. ¿Pueden leerme?
—Acabo de llegar, leftenant —contestó Rumble, un poco asfixiado por la carrera—. ConRuta preparado. ¿Está usted listo?
—Todos los sistemas en funcionamiento.
—Bien. Gire a uno-ochenta y avance hacia el sur. Sólo camine a lo largo del primer klick y luego acelere hasta la velocidad de crucero. La pista de tiro no es muy sofisticada. Tiene muchas estructuras de chatarra con sensores que harán que el 'Mech los visualice como objetivos en la pantalla.
—Recibido —dijo Kai, y pulsó dos botones del lado derecho de la consola de mando—. Le he enviado dos informes de datos de diagnóstico en taccomm 30 y 31. Se refieren a mecánica y armamento respectivamente.
—¿Puede hacer eso? —preguntó Rumble, impresionado.
—Sí. Es una opción especial utilizada en Solaris para que los corredores de apuestas puedan supervisar el rendimiento de un 'Mech durante un combate. Les permite hacer apuestas cuando un 'Mech tiene daños internos que no son visibles para los espectadores. Ahora se inicia el envío de la información.
Una corriente de datos llenó el monitor secundario. Kai la observó el tiempo suficiente para asegurarse de que estaba enviando la información adecuada a través de la frecuencia correcta, y llamó a otro programa que presentó un informe de diagnóstico de Yen-lo-wang en el monitor. El ordenador indicaba que los tres sistemas de armas del 'Mech estaban listos y en perfecto estado. Debido a las modificaciones especiales efectuadas, sobre todo a causa del cañón automático pesado Pontiac 1000 montado en lugar del CA Luxor, más ligero, así como por el peso extra, el Centurión ya no llevaba un afuste de misiles de largo alcance y reservas de municiones en el pecho. La munición para el cañón automático estaba almacenada en el pectoral derecho del Centurión. Además, Yen-lo-wang tenía en el centro del torso un par de cañones láser de tamaño medio, uno delante y otro detrás.
El neurocasco transmitía el sentido del equilibrio de Kai directamente al ordenador, lo que permitió que el gigante metálico de cincuenta toneladas avanzase y virase nacia el sur con una agilidad asombrosa. Siguiendo las órdenes del piloto, el ordenador convertía de forma instantánea las pulsaciones microeléctricas en movimientos, enviando descargas eléctricas que contraían y estiraban los músculos de miómero del 'Mech. Gracias a sus muchos años de entrenamiento, Kai hizo que la mortífera máquina lo transportase casi sin esfuerzo.
El Centurión salió del hangar con paso decidido y movimientos elegantes, pero Kai detectaba minúsculos errores y se reprochaba por ellos. No se permitía la excusa de una falta de entrenamiento de dos meses a causa de su tránsito a Skondia ni su nivel general de fatiga, sino que se obligaba a hacer las cosas mejor.
¡Concéntrate, Kai! Tu padre conducía Yen-lo-wang como si hubiese hecho prácticas con él cada día durante los últimos veinte años. Entró en la Argus con la habilidad de un instructor de elite. Tú eres torpe y lento. Tienes que mejorar.
Kai oprimió otro botón de la consola de mando con la diestra. A un metro de su rostro se encendió una pantalla que, desde el bajo techo de la carlinga, tenía una altura de un metro y medio aproximadamente, y dos metros de lado a lado. En ella aparecieron una serie de datos generados por el ordenador. Aunque la curva de la pantalla sólo se extendía en un arco de 160 grados, proporcionaba una visión completa de 360 grados del área que rodeaba al Centurión. Unas tenues líneas separaban la pantalla en los arcos de fuego delantero, trasero, izquierdo y derecho. Dos retículos de mira dorados flotaban en el área central.
La pantalla, de imagen translúcida, proporcionaba a Kai una visión clara de su consola de mando, sus monitores de datos y los importantísimos indicadores de nivel de calor. Si fijaba la vista más allá, podía ver a través de la placa facial del Centurión, pero a partir de diez metros la imagen comenzaba a estar un poco distorsionada. La pantalla inicial mostraba el terreno en formato aumentado gracias a la luz natural: un equivalente aproximado al efecto de mirar a través de unos binoculares poco potentes. El programa utilizado por el ordenador para convertir los datos visuales externos exageraba los detalles esenciales e incluía etiquetas para los elementos identificados del paisaje. En el caso de Kai, ello significaba un aumento de resolución para los indicadores de aviso de alcance de las armas, y la identificación de un aerocaza como un Lucifer amistoso de sesenta y cinco toneladas en un vuelo de maniobras desde la base.
Kai conectó la radio.
—Estoy a un klick de distancia. Voy a poner a Yen-lo-wang a velocidad máxima.
Sin esperar confirmación de ConRuta, Kai inclinó el 'Mech hacia adelante y empezó a accionar las piernas al máximo rendimiento. Sus enormes pies metálicos se hundían en la helada capa de nieve primeriza y llegaban a remover la tierra que había debajo. Cuando la velocidad aumentó poco a poco hasta alcanzar el valor máximo de 64,8 kilómetros por hora, Kai sintió que el corazón le latía desbocado. Después de dos meses de inactividad, esto lo hace sentir a uno de maravilla.
—Todos los sistemas están respondiendo a la perfección, Centurión —restalló la voz de Rumble en los altavoces—. Quince segundos para llegar a la pista, según mi indicador. No tendrá visualizaciones artificiales en el rastreador de luz, sólo amplificaciones o lecturas de rayos infrarrojos. Verá etiquetas en los tres. Téngalo en cuenta. Buena suerte.
Kai apoyó las manos en las palancas de mando, situadas en los brazos de la silla. La palanca de la derecha dirigía el retículo de mira para el cañón automático y el láser delantero, mientras que la otra manejaba el láser trasero. El botón situado bajo su pulgar derecho disparaba el cañón automático, y con el índice podía accionar los láseres en ambas palancas.
Unas bocinas de aviso saludaron su entrada en la pista de tiro con unos sonidos espantosos. Unas liebres se alejaron corriendo de la pequeña cabaña de madera, que el ordenador identificó con una etiqueta como un tanque Goblin mediano. Kai bajó el retículo delantero hasta situarlo sobre la imagen proyectada, dejó que emitiera una luz dorada brillante durante un segundo y pulsó el botón de disparo con el pulgar.
Con un rugido estruendoso, el cañón automático del Centurión emitió un chorro de proyectiles de uranio reducido, que trazó una línea que ascendió por la vertiente de una colina y fue a impactar contra la cabaña. La puerta explotó en una nube de astillas y el techo se desintegró, sembrando de guijarros toda la colina nevada. Durante un momento fugaz, la inestable construcción permaneció en pie, a pesar de que había parecido que una sierra circular la partía por la mitad. Entonces, mientras Kai contrarrestaba la tendencia del cañón automático a elevarse, la tormenta metálica hizo saltar por los aires el resto de la edificación.
De forma casi instantánea, el ordenador dibujó a la izquierda el esqueleto oxidado de una torre de extracción de petróleo inclinada y medio desmontada, con una etiqueta que lo identificaba como un Valkyrie. Kai colocó el retículo de mira dorado sobre él y disparó con el láser medio del pecho. El rayo de color rubí siguió una trayectoria baja, convirtiendo la nieve en grandes volutas de vapor, que se elevaron hasta formar una nube blanca y espesa sobre la torre semidestruida, que oscureció la visión de Kai.
Con la zurda, conmutó la pantalla de luz natural a resonancia magnética. La imagen pasó de elementos analógicos visuales normales a una imagen del paisaje en vectores gráficos. Durante una fracción de segundo, la torre de extracción se vio tal como era en realidad; luego, el ordenador reagrupó sus líneas y las convirtió en la silueta del 'Mech ligero que se suponía que representaba.
Kai elevó el retículo y volvió a disparar el cañón automático. Vio a través de la pantalla cómo las riostras chisporroteaban y saltaban en pedazos cuando los proyectiles chocaban contra ellas. La imagen simulada del ordenador, teniendo en cuenta la naturaleza de los daños que habría hecho a un Valkyrie auténtico, hizo volar pedazos de blindaje del pecho del 'Mech. Kai vio que el Valkyrie se tambaleaba mientras los informes de los increíbles daños causados iban apareciendo en el monitor principal.
El Valkyrie cayó al mismo tiempo que su objeto correspondiente en el mundo real se desplomaba. Más allá, el ordenador identificó otra amenaza imaginaria, y luego otra más. Kai, actuando sin pensar, fue recorriendo el abanico de blancos. Cuando el incremento de calor del 'Mech hizo que los indicadores pasaran de la tonalidad azul a la verde y luego a la amarilla, dejó de usar el cañón automático por un tiempo y se concentró en el empleo de los láseres. Aunque éstos podían causar menos daños —y el delantero tenía la tendencia a apuntar bajo—, producían menos calor que el 'Mech luego tenía que disipar.
Al final de la serie, empapado en sudor como si estuviera bajo una intensa lluvia, Kai lanzó una carcajada.
—Me siento como si hubiese resucitado de la tumba. ¡Ha sido estupendo!
—¡Jesús, María y José! ¡Ha sido increíble! —resonó la voz de Rumble, sumándose al entusiasmo de Kai—. Su relación de tiempo y resultado sólo está veinte puntos por debajo del récord de la base... ¡y tenía que compensar la desviación del láser delantero!
—Gracias, señor Rumble —dijo Kai con una amplia sonrisa.
Quiso hacer otro comentario, pero, al oír el tono de placer de su propia voz, un eco acuciante resonó en su mente. Esto ha sido fácil, Kai, porque esos blancos no devolvían los disparos. Has sido muy bueno en un juego, pero nada más. Un error, una equivocación en la batalla, y serás hombre muerto. Kai se tranquilizó.
—Tenemos que volver a alinear y calibrar el láser delantero —dijo—. Y no puedo eludir un blanco y atacarlo después con el láser trasero...
—Pero lo ha hecho tras realizar la maniobra estándar de esquivar el fuego de un aerodeslizador Savannah Master —repuso Rumble, confuso—. Es el blanco más difícil de esta pista y lo ha liquidado con un disparo limpio.
—Ha sido una acción torpe y estúpida. Es la clase de cosas que uno espera ver en un holovídeo de «El Guerrero Inmortal».
Kai se contuvo y suprimió la ira de su voz. No es culpa suya, Kai. Te has dejado llevar y has tenido suerte. Él sólo está comentando tu actuación.
Kai se obligó a hablar con mayor despreocupación, aunque ya no estaba satisfecho consigo mismo.
—Tenemos que recordar lo básico, sargento; para eso se han inventado estas pistas de entrenamiento. Vamos a dejar los movimientos espectaculares para los luchadores de Solaris y los hoiovídeos.
—Sí, señor.
—Y no sobreestimemos el hecho de que conduzco a Yen-lo-wang y he tenido una buena actuación en esta pista. De hecho, si pudiéramos rebajar la reputación de mi padre, se lo agradecería. No quiero que algún idiota que se crea un héroe me desafíe a recorrer una pista cronometrada sólo para demostrar lo bueno que él se cree que es.
—Lo comprendo. Nos veremos en el hangar de 'Mechs, plaza 1F00.
—Recibido.
Kai apagó la radio e hizo girar el Centurión de nuevo hacia la base. Ten cuidado, Kai, y mantón el control en todo momento. Tu padre ha programado este 'Mech para recordarte que tu madre y él están orgullosos de ti. No hagas nada que cambie esto.
Capítulo 8
Sector 313 Alfa, Lamento de Sisifo
Sistema La Roca, Confederación de Oberon
13 de agosto de 3049
—Perro Dos a Perro Jefe. Tengo contacto positivo —dijo Phelan, y pulsó el botón para obtener una ampliación en el ordenador de su Wolfhound—. Tal vez Kenny Ryan piense que está a punto de salirse con la suya, pero vamos a poner fin a esa mentira ahora mismo.
—Cópialo, Dos —respondió el teniente Jackson Tang de inmediato—. ¿Está confirmado?
—Afirmativo, Jefe —dijo Phelan. Maldición, Jack, conozco la cantidad de hierro de esta roca que ha estado volviendo locos nuestros sensores—. Tengo una imagen de luz visual ampliada mil veces. Identifico un Locust y un Griffin a un klick de distancia. Su pintura dorada y su insignia roja destacan contra las rocas. ¿Quieres que también cuente los poros de los pilotos?
—Negativo, Dos —contestó Tang con un tono de disculpa—. Buen trabajo. Tengo tu posición. Estamos subiendo.
Phelan miró el monitor auxiliar, donde el ordenador mostraba un diagrama del sistema estelar de un miriámetro de radio alrededor de su posición. Junto al extremo superior de la pantalla, Phelan vio el icono que representaba la Nave de Salto Cucamulus, pero sólo aparecía con un color verde de intensidad media. Eso quería decir que los asteroides que flotaban en el espacio entre Lamento de Sísiíb y la nave impedían la comunicación entre ella y la lanza de cuatro 'Mechs de Tang. Del mismo modo, el icono rojo de intensidad media utilizado para marcar la última posición conocida de la capitana Wilson y las otras dos lanzas de la compañía significaba que aquellos 'Mechs estaban incomunicados.
—Perro Jefe, ¿debo esperar hasta que establezcamos enlace con la base, o sigo adelante? Tengo cobertura por otros quinientos metros.
Phelan accionó el sistema de obtención de datos y envió el resultado al Blackjack de Jack Tang.
—Espera, Dos. Los datos están llegando en mal estado. Vamos a permanecer agrupados. No quiero que te zurren como en Gunzburg. Estoy a tu espalda, detrás de la estribación. Trey y Kat se acercan por tu izquierda.
—Recibido, Jefe —respondió el joven mercenario, frunciendo el entrecejo. Supongo que me merecía esto.
Phelan se enjugó el sudor de las manos en el tejido que recubría el chaleco refrigerante. Con la diestra, rozó el frío metal de la hebilla que le había dado Tyra. Sonrió y se ajustó al muslo la pistola de agujas Mauser & Cray M-43. Sabía que, si se abría una brecha en el módulo de la carlinga, la fría roca en la que se encontraban tenía oxígeno suficiente en la atmósfera para oxidar el metal de los peñascos y congelarlo hasta morir si no venían a ayudarlo. Aunque pudiese empuñar la pistola con los dedos congelados, no me serviría de nada. Sin embargo, me reconforta llevarla conmigo. Debe de ser una superstición de la rutina lo que hace que me sienta así. Ceñirse esta arma es el único elemento normal de toda esta operación.
La Cucamulus había llegado al sistema La Roca por un punto de salto pirata. Debido a las tremendas fuerzas gravitatorias y la subsiguiente distorsión del espacio entre las estrellas, las Naves de Salto tenían la limitación de entrar en los sistemas estelares a una distancia «segura».
Esta seguridad dependía del tamaño y nivel de energía de la estrella. La mayoría de las Naves de Salto aparecían en el punto de salto ápice o en el nadir, que estaba situado justo encima o debajo de los polos de la estrella, porque eran los lugares donde se podían desplegar las pantallas colectoras de energía solar para recargar el propulsor Kearny-Fuchida con la máxima eficacia. Mientras la Nave de Salto se recargaba, las Naves de Descenso efectuaban la larga travesía desde el punto de salto hacia el interior del sistema.
Los puntos piratas eran puntos de salto situados a una distancia segura de la estrella, pero calculados en su mismo plano orbital o muy cerca de él. Así, la Nave de Salto quedaba situada mucho más cerca de los planetas del sistema estelar, pero también corría riesgos mucho mayores durante el salto. Los puntos piratas tenían que calcularse con exactitud, debido al aumento de materia que se daba en los planetas y a su alrededor. En un sistema que consistía sobre todo en asteroides, como el sistema La Roca, el capitán de una Nave de Salto tenía que ser un genio o un loco para situar su nave en un punto de salto pirata.
Janos Vandermeer, capitán de la Cucamulus, podía ser calificado con cualquiera de ambos calificativos. Colocó la Cu cerca del asteroide más grande, conocido como La Roca y que había dado su nombre a todo el sistema. Tenía una atmósfera que lo hacía habitable y, aparte de la necesidad de recoger agua de las bolas de hielo que flotaban en el cinturón de asteroides, estaba considerado como un lugar agradable. Los piratas de Kenny Ryan había comenzado a utilizarlo como base, y ios Demonios de Kell esperaban pillarlos por sorpresa situando la Cu tan cerca.
Cuando la nave apareció en el sistema, las exploraciones iniciales no recogieron ninguna comunicación procedente de La Roca. Vandermeer había ordenado una exploración inmediata del área de alrededor y localizó retazos de contactos por radio entre varios lugares del cinturón de asteroides. La capitana Wilson desplegó sus fuerzas y, poco a poco, fue explorando los asteroides donde era más probable que se hallara el refugio secreto de una banda de piratas.
Y llegamos a Lamento de Stsifo. Después de cinco horas de subir y bajar estas montañas de hierro, gracias a Dios, hemos encontrado algo. Phelan echó una hosca mirada a la pantalla y solicitó otra ampliación.
—¡Virgen santísima, Jack! Quiero decir, Perro Jefe. Los hombres de Ryan están huyendo de algo. Tengo imágenes claras de láseres aquí y allá, y de algo que he identificado como fuego de misiles de largo alcance acercándose.
Al otro lado del valle, Phelan vio un pequeño Locust, semejante a un pájaro, que se agachaba y esquivaba disparos entre rocas rojizas. La torpeza de sus pasos se veía acentuada por los largos saltos que tenía que hacer con la menor gravedad del asteroide. Detrás de él, los misiles pasaban sobre las montañas y salpicaban de explosiones toda la zona alrededor del 'Meen. Una barrera de fuego empujó al Locust en diagonal por la ladera. Entonces apareció otro 'Mech en un desfiladero entre dos peñascos.
Phelan frunció el entrecejo mientras el ordenador mejoraba la imagen del nuevo 'Mech e intentaba identificarla. Confundido, en un primer momento lo identificó como un Catapult y luego, de forma casi inmediata, lo clasificó como un Marauder. Tiene el torso encorvado y las patas de ave comunes a ambos diseños. Y tiene los afustes lanzamisiles MLA, pero también los soportes de armas del Marauder. Y nunca había visto antes ese patrón de pintura gris. ¿Quién o qué demonios es eso?
El 'Mech no identificado apuntó al Locust con ambos soportes de armas y disparó dos rayos láser de color rubí para perforar su flanco derecho. El primer rayo fundió el blindaje del torso del Locust, del que cayeron humeantes gotas a la superficie del asteroide, dejando al descubierto el esqueleto y las estructuras internas del 'Mech.
El segundo rayo incidió en el orificio ya abierto por el primero. Su intenso calor hizo arder la munición de la ametralladora, almacenada en el pecho del 'Mech, y destruyó sus giroestabilizadores. Cuando el costado derecho del 'Mech ligero se hundió sobre sí mismo, el Locust perdió el equilibr io y rodó por la ladera. Su caída terminó con una brutal colisión contra un enorme peñasco de hierro del color de la sangre seca.
Tres 'Mechs más de Ryan salieron al descubierto e intentaron cruzar corriendo el valle hacia el escondrijo de Phelan. Dos de ellos, el Griffin humanoide que Phelan había visto antes y otro 'Mech humanoide, un Panther, iban de un refugio a otro. Ambos pilotos usaban los retrorreactores de sus 'Mechs para cruzar con rapidez las áreas rocosas que no ofrecían lugares lo bastante grandes para ponerse a cubierto, aunque sí para entorpecer su huida. Cerrando la marcha venía otro 'Mech humanoide que, en lugar de brazos, tenía unos soportes de armas hechos de toberas gemelas paralelas. Era mayor que el Griffin y el Panther, carecía de retrorreactores y se movía más despacio que sus acompañantes. Phelan notó el pánico del piloto de aquel Rifieman cuando, al bajar por la ladera, descubrió que se había metido en una trampa.
—Perro Jefe, mantén la ruta actual para llegar a la llanura. Tenemos ayuda para atrapar a esas ratas.
—¿Quién... o qué? —dijo Jack, perplejo.
Phelan se encogió de hombros y salió de su escondrijo.
—No puedo identificarlos, pero están en una estribación situada a un kilómetro de aquí y empujan a Ryan hacia nosotros.
Tang se rió en voz baja.
—¿El enemigo de mi enemigo es mi amigo? —inquirió.
Phelan vio el Blackjack de Tang, que aparedó al borde de la planicie. Su 'Mech, humanoide y de tronco cilindrico, tenía unos brazos rematados con las toberas del cañón automático, y la boca de un láser medio colocada sobre la parte externa del antebrazo. El líder de la lanza exploradora hizo pasar su 'Mech a través de una especie de dolmen en el límite más próximo del llano y fue aproximándose a los 'Mechs de Ryan sin ser visto por ellos.
Frente a la posición de Tang, otros dos 'Mechs de aspecto extraño irrumpieron en el campo de batalla. El ordenador de Phelan volvió a vacilar al asignarles una etiqueta. Los ha llamado Warhammers a causa del tipo de chasis, pero la adición de unos brazos de tipo Marauder en lugar de los cañones proyectores de partículas lo están confundiendo. Ambos 'Mechs se acercaban al Rifleman atrapado.
El Griffin de Ryan se volvió hacia el Blackjack de Tang que se le aproximaba. Phelan lanzó un aviso a su teniente y salió del peñasco que había estado utilizando como parapeto. Abrió una emisión de banda ancha y emitió un reto al capitán pirata.
—¡Eh, aquí! —exclamó—. Perdonad este control de natalidad retroactivo. Somos los que dijisteis que jamás os atraparían. Vamos a demostraros que la selección natural era una teoría correcta.
El Griffin viró hacia él. Entonces, Phelan vio que se quedaba paralizado por unos momentos. El Wolfhound que pilotaba Phelan tenía forma humanoide y caminaba erguido, pero su inusual silueta daba razones para detenerse a la mayoría de los pilotos enemigos. Su muñeca derecha terminaba en la boca de un láser pesado, y tres cañones láser de tamaño medio tachonaban su pecho escarlata formando un triángulo. Sin embargo, lo más sorprendente era el conjunto de la carlinga y la cabeza del Mech, cuyo diseño acentuaba y realzaba la amenaza implícita de la esbelta y letal figura del Wolfhound
La cabeza había sido diseñada para conjugar la imagen con su función. Su morro saliente y sus escotillas de visión gemelas, en combinación con los protuberantes paneles triangulares de sensores a cada lado, daban al Wolfhound un aspecto canino. Phelan había reforzado aquella imagen pintándole el morro de manera que aparentase que estaba enseñando unos colmillos blancos en una mueca feroz. Unas tiras de aluminio incrustadas debajo de la capa de pintura resaltaban los dientes, para que la sonrisa lobuna del 'Mech apareciese incluso en la imagen del rastreador magnético y de los sensores infrarrojos.
Phelan empezó a bajar por la ladera mientras el Blackjack de Tang salía de su escondrijo y levantaba ambos brazos. Los dos cañones automáticos del 'Mech dispararon sendas ráfagas contra el Panther pirata. El computador de Phelan calculó en 800 metros la distancia que separaba el Blackjack del Panther lo que quería decir que había disparado a la distancia máxima efectiva de Tang. A pesar de la dificultad, uno de los dos disparos acertó en el objetivo y pulverizó las planchas de blindaje que cubrían el corazón del Panther.
Phelan aceleró, abriéndose paso entre la chatarra esparcida por aquella ladera. Le pareció que Ryan estaba más dispuesto a huir de los 'Mechs que lo perseguían que de librarse de los Demonios de Kell. Es su funeral.. . Con cada salto, el Griffin estaba cada vez más cerca de Phelan.
Cuando la distancia se redujo a 600 metros, Phelan detuvo su 'Mech y se acurrucó detrás del último gran peñasco, del tamaño de una casa, que quedaba entre él y el liso terreno del valle. Un salto más y eres mió. Puede que quinientos metros sean el alcance máximo con este láser pesado, pero si Jack puede dar en el blanco a la distancia máxima, yo también puedo. Ven, Kenny Ryan, acabemos con esto de una vez.
Phelan movió con la diestra la palanca para colocar el retículo de mira dorado sobre el amplio pecho del Griffin. Un punto de luz roja parpadeó en el centro de la cruz. Phelan oprimió el botón de disparo con el pulgar y sintió que una oleada de calor inundaba la carlinga: el láser pesado había lanzado su rayo de luz continua.
El penetrante rayo impactó en el hombro izquierdo del Griffin e hizo saltar humeantes fragmentos de blindaje semifundido. Como si hubiese quedado insatisfecha con el blindaje que había destruido, la terrible energía del rayo atravesó los músculos de miómero del brazo del 'Mech, que se rompieron como pedazos de carne desgarrados por una bestia feroz. Por último, el rayo calentó el húmero de hierro y titanio hasta que empezó a brillar con una luz blanca, lo que fundió aún más músculos de miómero.
Ryan activó los retrorreactores en el último segundo, mas no hizo nada para mitigar los daños. El brusco despegue destrozó el brazo todavía más; el hueso metálico se quebró y todo el miembro salió volando. El Griffin, repentinamente desequilibrado, giró como un acróbata ebrio y chocó contra el suelo sobre su hombro derecho. Los retrorreactores, todavía activados, empujaron al 'Mech manco por la llanura, dejando tras de sí una estela de chispas y placas de blindaje, hasta que Ryan los desactivó.
Phelan contempló los restos del Griffin. ¡No es posible que mi láser pesado haya causado tantos daños! Esos otros tipos deben de haberlos castigado con mucha dureza. Phelan desplazó la imagen hacia el Panther al que se enfrentaba Tang. Sí, tiene impactos por todo el cuerpo, pero la mayoría de los daños están localizados en las piernas y en los brazos.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral cuando comprendió que el Griffin y el Rifleman tenían desperfectos semejantes. O esos tíos han tenido muy mala suerte, o les han disparado con mayor puntería que casi cualquier MechWarrior después de Jaime Wolf o de mi padre.
Como si le hubiesen leído los pensamientos, los tres 'Mechs desconocidos empezaron a acercarse. El que había derribado al Locust se detuvo a poco más de novecientos metros del Panther y levantó ambos soportes de armas. Dos rayos de láser pesado relampaguearon y acertaron al Panther en la parte posterior de los muslos. El escaso blindaje que quedaba en las piernas del 'Mech se desvaneció en una nube de vapor de cerámica. Los músculos de miómero se disolvieron como el agua e hirvieron en el punto donde estaban en contacto con los fémures de titano y magnesio que mantenían enderezado al Panther. Los láseres le amputaron las piernas con precisión de cirujano. El 'Mech, desprovisto de sus extremidades inferiores, cayó de espaldas y se quedó inmóvil mientras el polvo levantado por su caída lo cubría con una sábana roja.
—¡Por la Sangre de Blake! ¿Has visto eso, Phelan? —exclamó Jack Tang. El temblor de su voz, normalmente serena, reveló su inquietud.
Phelan miró la proyección computarizada del alcance y los daños causados al Panther. ¡Setecientos metros con un láser pesado! ¡Es imposible! Su alcance máximo es de cuatrocientos cincuenta. Pulsó un botón que abría un canal directo entre él y el Perro Jefe.
—Esto no me gusta, Jack —dijo—. Mantén alejados a Trey y Kat. ¡Jesucristo! ¡Mira lo que le han hecho al Rifleman!
Los dos 'Mechs que habían atacado de manera simultánea a la última máquina pirata operativa dispararon sendas ráfagas de misiles de corto alcance, así como sus cañones automáticos. Los misiles cubrieron de explosiones el Rifleman atrapado. Los impactos hicieron que la máquina se tambaleara y abrieron cráteres en su blindaje, por los que manó metal fundido. El piloto luchó por mantener el control del Rifleman y, de algún modo, consiguió mantenerlo sobre sus anchos y planos pies.
De pronto, Phelan esperó lo imposible: que el Rifleman venciese.
Los 'Mechs grises a los que se enfrentaba el pirata no le dieron ninguna oportunidad. Saltaron chispas de sus armas cuando uno de los pilotos levantó el cañón automático, disparó y le acertó en el hombro derecho. El blindaje saltó en pedazos y una explosión le arrancó el brazo. El miembro amputado dio vueltas por los aires y rebotó en varias rocas hasta estrellarse contra el suelo.
El segundo 'Mech misterioso disparó una ráfaga de balas del cañón automático contra el vientre del Rifleman. Los proyectiles abrieron brechas irregulares en el blindaje del 'Mech mientras el fuego destructor del otro cañón le arrancaba un pedazo del hombro izquierdo, ya tocado en un disparo anterior. Rebanó lo que le quedaba de blindaje y los mecanismos de accionamiento con la misma facilidad que una cuchilla trinchando carne. El brazo izquierdo del 'Mech hizo un movimiento extraño y cayó, pero quedó suspendido en el aire por las cadenas de accionamiento y algunas tiras de municiones del cañón automático. El brazo oscilaba poco a poco, adelante y atrás, como un adorno que recordaba con sarcasmo la antigua capacidad destructiva del Rifleman.
—Perro Dos, voy a saludar a esos tíos —dijo Tang—. Les ofreceré el saqueo de estos 'Mechs. Tal vez ellos nos den a Kenny para que podamos cobrar nuestra paga.
—¡Jack, no lo hagas! —le advirtió Phelan, mientras el miedo crecía en sus entrañas—. Sal de aquí.
Phelan empezó a avanzar con el Wolfhound.
—¡Muévete, Jack!¡Están preparando algo!
—¡Vuelve aquí, Phelan! ¡Es una orden! —exclamó Tang con voz furiosa—. ¡Maldita sea, obedece mis órdenes, aunque sólo sea una vez!
—¿Y dejar que te maten? Ni hablar. ¡Muévete, Jack! ¡Salta lejos de aquí!
Los dos 'Mechs que habían destrozado el Rifleman bajaron las armas hacia el Blackjack que estaba en la llanura. Cuando dispararon, el Rifleman los atacó a ambos con ios láseres medios que llevaba montados en el torso. Al mismo tiempo, Tang activó los retrorreactores, que lanzaron a su 'Mech a la tenue atmósfera del asteroide gracias a sus chorros de iones de color plateado.
El ataque del Rifleman pilló por sorpresa a los 'Mechs misteriosos y les desvió un poco la puntería. No obstante, a pesar de la distracción, la distancia y el salto de Tang, uno de los pilotos logró acertarle con dos disparos del cañón automático. Los chorros de uranio reducido le arrancaron al Blackjack la parte posterior de la pierna izquierda. El blindaje saltó y cayó como si fuese de seda, en vez de toneladas de armazón cerámico. Una lluvia plateada de iones cayó del muslo del Blackjack, que inició un lento giro.
—¡Alimenta el retrorreactor derecho, Jack! —exclamó Phelan—. ¡La escasa gravedad y la poca densidad del aire de este pedazo de roca te ayudarán a escapar! ¡Márchate ya!
¡Lo conseguirá si ese otro Mech no le da! Phelan salió al descubierto y se volvió hacia el primer 'Mech gris que había visto, Levantó el láser pesado del Wolfhound y lanzó un disparo; pero, como su objetivo estaba más allá de su alcance máximo efectivo, su acción no tuvo ningún efecto.
El primer 'Mech gris lanzó dos MLA contra el Blackjack, que seguía girando en el aire. Los letales cohetes, que se movían diez veces más rápido que el 'Mech averiado, impactaron en él sin compasión. Las explosiones envolvieron ambas piernas en llamas rojas y doradas, y a continuación una corona plateada dividió la bola de fuego por la mitad. Cuando se desvaneció la brillante luz de los retrorreactores incontrolados, junto con las piernas del Blackjack, el 'Mech agitó los brazos con desesperación para tratar de contrarrestar los efectos del salto mortal al que se había visto abocado por los misiles.
Phelan intentó apartar los ojos de la pantalla cuando el 'Mech de Jack cayó al suelo, pero le fue imposible. Los muñones de las piernas del 'Mech fueron los primeros en chocar contra el terreno, abriendo un profundo agujero. Aquel brusco frenazo en su movimiento invirtió la rotación del 'Mech y lo hizo chocar de bruces contra un herrumbroso altozano metálico. El blindaje saltó en pedazos desiguales, y la cabeza abombada se separó del cuerpo y subió rebotando por la ladera mientras el torso se retorcía de forma antinatural. El cuerpo del Blackjack también quedó destrozado cuando detonó la munición del cañón automático que guardaba en el pecho.
Por las mejillas de Phelan resbalaron lágrimas calientes y saladas mientras giraba el 'Mech a la derecha. Los láseres gemelos del primer 'Mech trazaron rutas paralelas por el lugar donde se encontraba unos momentos antes y redujeron el hierro del terreno a una pasta brillante. ¡Mira, maldito, has fallado! No eres invencible.
Una voz le gritaba dentro de la cabeza que lo que estaba haciendo era suicida, pero eso no le importaba a la otra parte de su ser. No obstante, cuando comprendió la espantosa amenaza que constituían estos 'Mechs no identificados, ordenó ai sistema informático que realizara un vuelco de los datos del registro de batalla y que crease un informe para emitirlo por un haz de banda ancha. Aplicó potencia extraordinaria a la emisión, extrayéndola del láser medio del arco trasero del Wolfhound.
—¡Trey, Kat, quien sea! Espero que esto funcione. Largaos de aquí. Estos datos son más importantes que morir por querer vengarnos.
Phelan bajó el hombro izquierdo del Wolfhound, como si se preparase para virar en esa dirección, pero giró de manera aún más brusca a la derecha. El 'Mech al que encaró lanzó dos rayos láser que silbaron a través del espacio que debía haber ocupado.
—Tu media de resultados está empeorando, amigo, y el calor de tu máquina debe de estar incrementándose —dijo Phelan, y echó un vistazo a sus propios niveles de calor; comprobó que estaban muy próximos al límite de la zona amarilla de precaución—. Puedes repartir fuego con todas esas armas, pero eso significa que no puedes llevar mucho blindaje. ¡Ahora veamos si puedes aguantar tan bien como atacas!
El indicador de distancia del ordenador marcó 350 metros y acercándose deprisa. Phelan plantó en el suelo el pie derecho del Wolfhoundy viró con brusquedad a la izquierda; luego dio dos pasos más, plantó el pie izquierdo y se volvió directamente hacia su blanco. El otro piloto, decidido a no fallar por tercera vez, había separado los brazos del 'Mech para disponer siempre de un arma por lo menos, sin importar adónde se dirigiera Phelan... siempre y cuando no estuviera en el medio.
Phelan lanzó una carcajada triunfal mientras los rayos de los láseres pesados pasaban a ambos lados. Bajó la mira y la centró en el pico saliente del 'Mech enemigo, oprimió con el pulgar el botón de disparo del láser pesado, y con los demás dedos los láseres medios. ¡Ya te tengo!
El rayo del láser pesado impactó en el costado izquierdo del 'Mech enemigo. Le arrancó parte del blindaje y, por unos momentos, Phelan esperó contra toda esperanza que también le perforaría la corazá. Cuando los láseres medios incidieron en el brazo y la pierna izluierdos con ardientes rayos de color rubí, comenzó a desanimarse. ¡Sólo encuentro blindaje! Pero eso es imposible... Cualquier 'Mech que cargase con tanto arsenal deberla tener una armadura fina como el papel. Es una locura.
Los dos sistemas de armas del 'Mech gris confluyeron en el Wolfhound Los dos láseres pesados evaporaron todo el blindaje que protegía el ancho pecho del Wolfhound un segundo después de incidir en él. El ordenador de Phelan apenas tuvo tiempo de actualizar la pantalla de diagnóstico en el monitor secundario cuando el 'Mech quedó empalado entre cuatro láseres medios, dos de ellos montados en los brazos debajo de los láseres pesados, y uno a cada lado de su pecho.
Asfixiantes olas de calor inundaron la carlinga del Wolfhound mientras los láseres destruían los escudos magnéticos que controlaban la planta de reacción de fusión del 'Mech. Un arco iris de luces de aviso iluminó la consola de mandos, y comenzó a ulular una sirena.
—¡Detonación del reactor inevitable! —bramó el ordenador—. ¡Eyección, eyección!
Phelan dio una palmada sobre un botón cuadrado grande. Oyó dos explosiones por debajo y sintió la sacudida a través de la silla de mando, que le agitó las entrañas hasta dejárselas doloridas y blandas como la gelatina. Una mano invisible lo clavó en el sillón y le empujó la cabeza con el casco puesto contra el respaldo. Sonó un rugido que ahogó el ulular de la sirena, y el módulo de escape del Wolfhound se liberó de su torso condenado a la destrucción.
Phelan-hundió el pie derecho en el pedal situado en la parte inferior de la silla de mando, lo que activó el propulsor de control del lado derecho de la cabeza del Wolfhoundy lanzó el sistema de escape hacia arriba y a la izquierda. Oprimió el pedal durante tres segundos y dio potencia al impulso hacia la izquierda para alcanzar la máxima altitud posible.
Abajo, en la superficie del asteroide, el Wolfhound avanzaba a trompicones. Los fuegos que ardían en su pecho delineaban la forma de su esqueleto.
Entonces, una bola de plasma argénteo se liberó de la caja del motor y envolvió el torso del Wolfhound. Un fogonazo de fuego plateado cegador consumió el 'Mech a partir de las rodillas. Sus piernas tropezaron y giraron sobre la ocre llanura.
Phelan trató de resistir la onda de choque de la explosión del motor de fusión, pero ésta sacudió brutalmente la cabeza del 'Mech y le levantó el morro. También causó que la tobera de escape desplegara el paracaídas de forma prematura, que no consiguió abrirse de la manera correcta en aquella atmósfera tan ligera y se enredó cuando la tobera se levantó en una torpe imitación del agonizante Blackjack.
Phelan apartó los pies de los pedales y pulsó un botón para alinear los giroestabilizadores. La inhóspita superficie del asteroide ocupó por completo las escotillas de visión, mientras un enorme chisporroteo cruzaba la consola de mando. Los controles parpadearon y los monitores se apagaron con un ruido sordo, tras lo cual empezaron a emitir un humo blanco y acre. A pesar de lo denso que era aquel humo, no llegó a ocultar la imagen del asteroide, que crecía sin cesar.
Phelan hundió ambos pies en los pedales, echó la cabeza atrás y se preparó para la colisión. Espero que sólo se hayan apagado los monitores, no los mismos propulsores. ¡Más valdrá que esto funcione!
Phelan Kell nunca averiguó si el esfuerzo dio frutos, porque tras el tercer rebote de la tobera de escape en la superficie, su cuerpo tiró en exceso de los cinturones de seguridad y uno de ellos se partió. Como estaba parcialmente suelto de la silla de mandos, no pudo hacer nada para evitar que el cuarto rebote le destrozase el neurocasco contra la consola y le hiciera perder el conocimiento.
Libro 2
Las garras de la Bestia
Capítulo 9
Complejo del Primer Circuito de ComStar
Isla de Hilton Head
América del Norte, Tierra
15 de septiembre de 3049
Myndo Waterly, Primus de ComStar, alargó la mano a su visitante.
—La Paz de Blake sea contigo, Capiscol Marcial.
El hombre, de elevada estatura, hizo una genuflexión con la misma firmeza que habría utilizado para saludar a otro guerrero. Luego tomó la mano de la mujer, dejando que día curvara los dedos sobre su índice, y se la llevó a los labios.
—Gracias, —dijo, levantándose—. Y contigo también.
La rigidez de la postura de aquel hombre hizo que Myndo se maravillase de la fuerza de su cuerpo, a pesar de su edad y de los traumas sufridos en su larga carrera. La negra tira de un parche le rodeaba la cabeza y le mantenía fijos sus largos cabellos canos, además de cubrirle la cuenca derecha vacía. Las arrugas que rodeaban su ojo izquierdo podían ser un indicativo de su edad, pero lo contradecía la paz interior que Myndo adivinó en su postura.
Me temo que mis años como Primus no me han permitido envejecer tan bien como a ti. Una insondable fatiga pareció cargar de plomo sus huesos y hacer que se sintiera como si cada inspiración la hiciera en un vacío. Tu calma es tu poder. ¿Es algo que los años pasados en ese monasterio del Condominio te han otorgado? ¿O la obtuviste durante tu adiestramiento en los caminos de ComStar?
Myndo se esforzó por sonreír y escondió la diestra en la manga izquierda.
—Antes de empezar, deseo felicitarte —dijo al hombre. El Capiscol Marcial pareció confuso.
—¿Felicitarme?
—Hoy cumples 78 años. Es una edad impresionante, Anastasius Focnt.
Focht se cruzó de brazos, como para reprimir un escalofrío.
—Supongo que lo es. Mi cumpleaños, quiero decir. Sin embargo, forma parte de mi antigua vida hasta tal punto que apenas lo tengo en cuenta. En realidad, mi vida comenzó con mi conversión. —Una sonrisa asomó a las comisuras de su boca y agregó—: Eso hace que tenga menos de la cuarta parte de mi edad cronológica.
La Primus ocultó su envidia tras una máscara de amistosa satisfacción y dijo:
—Entonces estás, en verdad, bendecido por la Paz de Blake.
El Capiscol Marcial agradeció sus amables palabras con una reverencia cortés, pero su sonrisa se desvaneció.
—He venido tan pronto como mi equipo y yo hemos terminado nuestro estudio preliminar del material que nos enviaste —explicó—. El plano suborbital tuvo que cambiar su vector de reentrada para eludir una tormenta en el golfo; de lo contrario, lo habría tenido listo mucho antes.
—¿Has encontrado el material tan inquietante como a mí me pareció?
—Sí, Primus. Tal vez más incluso. Me parecieron curiosos los informes de combates en la Periferia.
—Es evidente —dijo Myndo, arqueando una ceja—. Si yo no hubiese considerado inusuales los mensajes remitidos a nuestro centro de Verthandi, no te habría enviado copias ni te habría mandado llamar de tus ejercicios de entrenamiento en Azania. Mi preocupación se debía a que los Demonios de Kell estaban gastando mucho dinero para transmitir un mensaje a su base principal.
—Los combates en la Periferia, sobre todo en el área de la Confederación de Oberon, no son en absoluto relevantes —argüyó Focht, abriendo las manos—. Las bandas de piratas que rondan por allí suelen enviar comunicados cuando han aplastado a un rival o han enviado a una unidad mercenaria de vuelta a casa con la nariz sangrando. Desde luego, sus informes se valoran raras veces por el número de bajas o los 'Mechs perdidos por ambos bandos, pero el resultado de la batalla no suele ser erróneo, ya que los perdedores no pueden permitirse anunciar su propia debilidad.
El Capiscol Marcial comenzó a pasearse por la sala. Su túnica blanca ondeaba alrededor de sus largas piernas mientras se desplazaba de un lado a otro.
—En este caso, no tenemos noticias de Kenny Ryan —prosiguió—, lo que significa que no ha vencido en su enrrentamiento con los Demonios de Kell. Nada que no fuese su muerte le impediría fanfarronear de su triunfo. Los propios Demonios de Kell han reconocido su derrota, pero niegan que se haya producido a manos de la banda de Ryan. Eso suena a cierto, pese a que los Demonios sólo enviaron una compañía en persecución de los piratas. Incluso sin la dirección de Morgan Kell, su sobrino Christian, Dan Allard o Akira Brahe, los Demonios deberían ser muy superiores a esa pandilla de bandidos.
—Tu análisis elimina algunas de las respuestas más obvias a este misterio, capiscol —dijo Myndo, quien notó que comenzaba a irritarse—. ¿Cabe la posibilidad de que la capitana Wilson mintiera en su informe para ocultar la muerte de Phelan Kell? Desde luego, la muerte de su hijo enojaría mucho a Morgan Kell.
Focht entornó el ojo izquierdo, oomo si estuviera invocando un viejo recuerdo.
—Es cierto, y no me gustaría tener que vérmelas con un Morgan Kell enojado, fueran cuales fuesen las circunstancias. Estaría dispuesto a aceptar tu explicación si no se hubiesen añadido los datos da registro de batalla al mensaje que solicitaron que enviásemos.
Myndo negó con la cabeza y se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja izquierda.
—Como no soy una MechWarrior, tal vez no comprendo el significado que tú atribuyes a esa información.
Focht sonrió con indulgencia.
—Además de que los datos son únicos, es notable el hecho de que fueran emitidos. Cada 'Mech tiene un registro de batalla que lo graba todo, desde los inputs de los sensores a un registro de diagnóstico completo del 'Mech. Después de una batalla, y suponiendo que el registro esté intacto, puede revisarse lo sucedido. Cuando, por ejemplo, ese registro se conecta a un simulador, los pilotos pueden ver con exactitud lo que ha ocurrido en la batalla, incluidos los datos de todos los monitores e instrumentos.
»La emisión de Kell fue el resultado de una decisión desesperada —continuó el Capiscol Marcial, juntando las manos—, porque enviar los datos con un haz de banda tan ancho implicaba que no sólo sus amigos, sino también sus enemigos podían captarlos. Sin duda, la calidad de la transmisión era mala, pero ello fue debido más a las propiedades electromagnéticas de Lamento de Sísifo que a algún problema en el equipo.
Algo terrible asomó a los límites de la conciencia de la Primus, pero no consiguió descubrir de qué se trataba.
—Así pues, el cachorro de Morgan Kell no tenía los nervios de acero de su padre y sufrió un ataque de pánico...
Focht la interrumpió levantando una mano.
—Tal vez Phelan no sea igual que su padre, pero esa grabación no demuestra que perdiese los nervios. Identificó las fuerzas a las que se enfrentaba como extremadamente inusuales, y comprendió que no podría escapar de ese encuentro. Su emisión era un mensaje desde el mundo de los muertos, un aviso a los supervivientes.
»¡Ordenador! —exclamó el Capiscol Marcial, dando una palmada—, proyecta la reconstrucción holográfica del BattleMech principal de la cinta de Kell, aclarada y a una escala de uno a diez. El ordenador obedeció en silencio y materializó una imagen holográfica del 'Mech bastardo, mezcla de Catapulta Marauder, que había destrozado el Locust y destruido el Wolfhound de Phelan Kell. Incluso a un metro de altura, la imagen conservaba toda su amenaza. Parece tan malévolo.. . Myndo sintió un escalofrío y luchó por no hacer una mueca de revulsión.
De todas formas, el Capiscol Marcial no la estaba mirando. Iba caminando despacio alrededor de la proyección como un lobo acechando su presa, y su mirada se movía de un punto a otro en busca de defectos en el diseño. Como no encontró ninguno, esbozó una sonrisa y asintió con admiración y respeto.
—Primus, he bautizado este modelo como Mad Cat. Al igual que el 'Mech Catapult, esta máquina dispone de dos toberas lanzamisiles ae largo alcance, una a cada lado de su torso saliente. Camina sobre patas de ave, lo que le da un andar saltarín, aunque este piloto parece ser capaz de contrarrestar esa tendencia. Un logro impresionante, dada la escasa gravedad del asteroide. Además de los rasgos característicos del Catapult, se le han añadido dos soportes de armas del mismo tipo que el Marauder. Tiene unos láseres pesados encima de los láseres medios. Dos láseres medios más, uno a cada lado del tono y dos ametralladoras montadas en el centro, completan la selección de armamento. Sí, una máquina excepcional.
Desde luego. Con un ejército de Mechs como éstos, podríamos hacer realidad el sueño de Blake de una humanidad unificada en un plazo muy corto. Myndo miró a Focht a través de la imagen y dijo:
—Ordenaré a nuestros fabricantes que modifiquen nuestros Catapults existentes según esta configuración.
Por unos instantes, la ira encrespó la frente del Capiscol Marcial, pero enseguida desapareció, como expulsada por pura fuerza de voluntad.
—Me temo que eso no es posible, Primus —respondió—. Como has visto en la grabación, Phelan Kell atacó a la máquina, pero no consiguió causarle daños. Si creásemos un 'Mech con semejante arsenal, no podríamos acorazarlo lo suficiente. Por otra parte, si le pusiéramos el blindaje que necesitaría, el 'Mech sería incapaz de moverse a causa de las proporciones disponibles en la actualidad entre la potencia y el peso en nuestros motores de fusión. En resumen: o bien este 'Mech tiene un blindaje increíblemente ligero pero resistente, o tiene un generador de potencia con un diseño que sobrepasa todo lo que está a nuestro alcance.
Myndo notó un sabor amargo en la boca. ¡Nueva tecnología, en manos de un grupo distinto de ComStar!
—¡Eso es terrible! —exclamó.
Un hosco gesto de asentimiento de Focht confirmó sus temores.
—Es peor aún. La distancia a la que estos nuevos 'Mechs son capaces de alcanzar sus blancos es un trescientos a un cuatrocientos por ciento superior de lo que permiten nuestros sistemas actuales de disparo. También parece que sus compensadores de calor son mucho mejores, o bien sus pilotos pueden tolerar niveles más elevados de calor, porque, con la tasa de disparos efectuados, cualquier 'Mech conocido en los Estados Sucesores habría quedado literalmente frito.
—¿Cuál es tu explicación? —preguntó Myndo. Tuvo que morderse el labio inferior para que dejase de temblar.
El Capiscol Marcial se encogió de hombros.
—Sus 'Mechs son evidencia de una tecnología superior a la que conocemos. Mis consejeros y yo hemos discutido la pregunta sobre el origen de estos 'Mechs y de sus pilotos hasta el momento en que partí para venir a verte.
La Primus entrecerró sus oscuros ojos.
—¿Son el ejército de Kerensky, que ha vuelto para atormentarnos?
El Capiscol Marcial inspiró hondo antes de contestar:
—Esa fue una de las teorías más populares que barajamos, pero una parte de la evidencia parece desmentirlo. Estos diseños de 'Mechs son muy distintos de los que tenía el ejército de la Liga Estelar cuando abandonó la Esfera Interior hace trescientos años. Cuando la gente de Kerensky se fue, se llevó consigo a personal de apoyo, pero no investigadores científicos ni recursos de fabricación.
—Eso es lo que nosotros sabemos, Capiscol Marcial. Con la matanza de las elites intelectuales que precedió a la Primera Guerra de Sucesión, no podemos asegurar con certeza quiénes murieron en la masacre y quiénes se habían marchado antes.
Focht inclinó la cabeza ante la Primus.
—Tu argumento es correcto, Primus. No obstante, hay otras razones que también plantean dudas sobre la solución Kerensky. Por ejemplo, el patrón de pintura de las máquinas misteriosas es distinto del de cualquier unidad conocida de la Liga Estelar. Y, lo que es aún más importante, las misiones exploradoras más concienzudas en busca de Kerensky perdieron su pista a unos ciento treinta años-luz más allá de los límites de la Periferia. El general Kerensky y los suyos se marcharon hace mucho tiempo.
—Supongo que no descartas con tanta facilidad el retorno de los seguidores de Kerensky —replicó Myndo, levantando de nuevo la cabeza.
—Si te he dado la impresión de que habíamos descartado enseguida el regreso de las Fuerzas de Defensa de la Liga Estelar, te pido disculpas. No, lo hemos estudiado mucho y a fondo antes de dejarlo a un lado. No obstante, Primus, debes comprender que «el Regreso» es un mito que se utiliza para explicar los orígenes de cualquier grupo extraño que aparece en los Estados Sucesores. Los Dragones de Wolf, por ejemplo, fueron los últimos en una larga lista de grupos clasificados como procedentes del ejército de Kerensky, y el apellido de la Viuda Negra añadió mucho combustible a ese fuego. Aun así, aunque fuese cierto, los Dragones (y todos los demás grupos anteriores a ellos) sólo han tenido 'Mechs de diseño y características que datan de los tiempos de la Liga Estelar. De nuevo, carecemos de pruebas de que la gente de Kerensky tuviera la información o los medios para producir estos 'Mechs nuevos.
—Ya entiendo —dijo Myndo, y juntó las manos a la altura de la cintura en una postura de calma forzada—. Entonces, ¿cuál es la explicación que prefieres?
El Capiscol Marcial titubeó por unos momentos.
—La mayoría de las explicaciones eran vulgares, desde una banda de piratas de la Periferia que se habían encontrado con una estación de investigación oculta de la Liga Estelar, hasta variaciones de un centenar de relatos acerca de «colonias perdidas». Sin embargo, ninguna de ellas poseía tecnología superior a la de la época de la Liga Estelar. Necesitamos más pruebas antes de verificar cualquier conclusión, pero yo creo que no debemos descartar la posibilidad de que no sean humanos.
¡Eso es imposible! Myndo sintió vértigo ante la idea de la existencia de otra raza inteligente, porque ponía en cuestión las mismas bases de su visión del universo. Le habían enseñado que la humanidad era la cima de la evolución y estaba destinada a gobernar las estrellas. ComStar, por supuesto, conduciría a la humanidad al cumplimiento de su destino. Sus pensamientos insistían en que no podía haber otra especie inteligente en el universo... Pero, si la había, tendría que ser destruida. Lanzó una mirada feroz a Focht.
—¿Por qué otra especie utilizaría unos 'Mechs tan similares a los nuestros?
La rápida sonrisa del Capiscol Marcial la desconcertó.
—Es tan sencillo como espantoso, Primus —contestó—. Es una raza que ha dominado la herramienta evolutiva definitiva: la manipulación genética consciente. Se adaptan de forma rápida y eficaz. Se amoldan a su entorno y luego, como cualquier especie inteligente, lo manipulan para ampliar el nicho ecológico que han elegido.
Antes de que ella pudiese hacer ninguna objeción, Focht continuó su explicación.
—Recuerda, por favor, las protonaria del mundo davionés de Gambier. Aquellas criaturas pluricelulares ingieren y asimilan el material genético de lo que devoran. De esta manera, cuando escasea la comida, comen plantas y desarrollan cloroplastos para producir sus propios alimentos. Cuando Gambier, al recorrer su órbita, pasa por detrás de una nube de polvo que se interpone entre el planeta y su estrella, las protonaria se alimentan de las bacterias que, a su vez, se nutren de las plantas moribundas.
»Si lo recuerdas, hubo una gran demanda de protonaria hace cuarenta años. Fue una especie de moda. La gente las cultivaba en un acuario y las alimentaba con una solución repleta de virus. Los distintos virus contenían genes de coloración, entre ellos la luciferasa, de tal manera que un tanque de protonaria se convertía en una masa móvil multicolor que induso brillaba en la oscuridad.
La ansiedad hizo fruncir el entrecejo a Myndo.
—Ésas son criaturas simples, capiscol. Es muy difícil que las protonaria lleguen algún día a pilotar un 'Mech.
Focht asintió con rapidez.
—Imagina entonces una criatura superior, Primus; una que sea capaz de una asimilación genética más compleja. Sólo tendría que obtener material genético humano para poder asumir nuestra forma. Si pudiese manipular su desarrollo de manera consciente, induso podría sacar el máximo rendimiento a su nuevo potencial.
—¿Cómo podría...? —Myndo se estremeció—. ¡Por la Sangre de Blake! ¡Kerensky!
El Capiscol Marcial asintió con tristeza, lamentándose de la desaparición de aquella mente militar superior.
—Por fantástico que pueda parecemos, no podemos descartar la posibilidad de que Kerensky y los suyos se establecieran en un mundo que albergaba estas cosas y que allí encontrasen su fin. Como no hemos recibido noticias de ellos, esto podría explicar con facilidad lo ocurrido.
Su expresión se volvió más apesadumbrada y la mirada de su ojo sano se perdió en la distancia al añadir:
—El ataque pudo llegar de un millón de maneras distintas. En mi opinión, lo más grotesco se produce como una perversión de todo aquello que amamos. Imagina a una de esas criaturas escarbando en una tumba y consumiendo un pedazo de un cadáver. Al cabo de una semana, un mes o un año, tardase el tiempo que tardase, la criatura se convertiría en la persona cuyo ADN ha ingerido.
—Las criaturas serían bienvenidas por quienes quedaron atrás —prosiguió Myndo, bajando los brazos y apretando los puños—. Aunque no recordaran nada de sus vidas anteriores, por su aspecto serían recibidos como fruto de un milagro.
—Aún peor —dijo el Capiscol Marcial—. Aparecen como niños y son adoptados por familias. Al igual que los humanos, son educados y aculturados. Gracias a su capacidad de adaptación, tienen una excelente tasa de supervivencia. Como pueden adaptarse al calor de los 'Mechs, pueden ingresar con rapidez en las fuerzas armadas y, en algún momento, pueden declarar la guerra a la humanidad.
»Pueden llevar a cabo grandes avances tecnológicos —continuó, señalando la imagen del 'Mech Mad Cap— que aumentan la potencia de los motores al tiempo que reducen su tamaño. Modifican los sistemas de armamento para que sus máquinas sean superiores y destruyen a los seguidores de Kerensky en una campaña que se prolonga de un mundo a otro y que bordea el genocidio.
—¿Por qué iban a venir aquí? —pregunto Myndo, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué iban a seguir el rastro de Kerensky hasta esta región del cosmos?
—Hay muchos motivos posibles, pero dos destacan por sí mismos. Al hacer lo que han hecho, se han convertido en seres humanos. Vienen aquí porque nosotros tenemos los planetas más adecuados para la vida humana y tenemos todo lo que configura la cultura humana.
Myndo relajó su semblante al comprender una parte del argumento del capiscol.
—¿Estás insinuando que, aunque es probable que sean mayores, más rápidos y más fuertes que nosotros, son socialmente inmaduros?
—Creo que eso es una generalización excesiva —contestó Focht, haciendo una mueca de desacuerdo—. Dado que proceden de una sociedad de guerreros, es probable que sean agresivos y militaristas, lo cual es razón suficiente para que los respetemos y los temamos. Aunque es muy probable que su disciplina se asemeje mucho al código de bushido del Condominio Draconis, también diría que el fanfarronear, la bebida y el juego también son algo casi sagrado. El honor lo es todo, lo que quiere decir que no están preparados para el engaño y el subterfugio.
Myndo espiró despacio, en un vano intento de aflojar la tensión de su cuerpo.
—Debemos determinar qué es lo que quieren y comprobar su capacidad de conseguirlo.
—Estoy preparado para partir en cualquier momento, Primus —dijo Focht.
—No. Eres demasiado valioso para ComStar.
—Me permito disentir, Primus —replicó el Capiscol Marcial, y sonrió con expresión astuta—. Mis subordinados están capacitados por completo para gestionar el adiestramiento de nuestras fuerzas. También sugiero que, si esta loca interpretación es correcta, enviar al oficial militar de mayor rango de ComStar sería considerado por ellos como un abrumador signo de respeto. Ello podría volverlos más accesibles y permitir nuestra influencia. Si puedo expresarme con franqueza, supongo que una alianza con ComStar no sería despreciada.
Myndo titubeó; luego asintió con la cabeza.
—Muy bien. Partirás hacia la Periferia de inmediato.
El Capiscol Marcial dio media vuelta para partir, pero Myndo lo detuvo.
—Capiscol, dijiste que había dos posibles razones de que los alienígenas vinieran a los Estados Sucesores, pero sólo has explicado una. ¿Cuál es la segunda?
Myndo vio el escalofrío de revulsión que sacudió el cuerpo de Focht cuando se volvió hacia ella.
—Es la misma razón por la que los Demonios de Kell no encontraron los cuerpos de Phelan Kell o de los piratas de Ryan —dijo, y tragó saliva antes de añadir-. Para aumentar al máximo su potencial, los alienígenas necesitan más materias primas. Vienen a capturar a la humanidad para llenar sus depósitos alimenticios.
Capítulo 10
Nave de Descenso Devil's Island
Situación desconocida
Fecha desconocida
Phelan Kell forcejeó inútilmente con los dos hombres que lo obligaban a sentarse en la silla. ¿Dónde diablos han encontrado a tipos como éstos? Aunque no se veía a sí mismo como un hombre especialmente grande ni fuerte, no había sido domeñado con tanta facilidad desde que era un niño. Por más que intentaba soltar las muñecas de la presa de sus captores, era incapaz de conseguirlo. Casi parecen contentos de que forcejee. Les estoy dando un baremo para medir sus propias fuerzas.
Sus captores lo sentaron con brutalidad en la silla, que era metálica y de respaldo alto. Le aprisionaron los antebrazos con unas esposas y le sujetaron los brazos y las piernas con cinturones. Ambos se desenvolvían con la eficacia de medtechs que estuviesen ligando a un paciente; cuando acabaron, se retiraron y cerraron la puerta.
Phelan optó por no tratar de liberarse. Estos cinturones sintéticos ceden pero no se rompen, y tampoco puedo abrir estas esposas metálicas. No tiene sentido que desperdicie mis energías.
Enseguida sopesó las características de aquella habitación casi vacía. De unos tres metros por lado, tanto la sala como la silla, que estaba clavada al suelo, estaban pintadas de gris. Unas bombillas incrustadas en el techo brillaban con luz suave, suficiente para que Phelan pudiese ver su imagen en el único elemento destacado de la habitación. Estaba sentado frente a un espejo que ocupaba el centro de la pared.
Phelan rió para sus adentros. El mismo color que en mi celda y que el pasillo por el que me han conducido hasta aqui. Los tíos que gobiernan este centro para MechWarriors rebeldes no tienen imaginación. Aun asi, me alegro de haber salido de aquella celda. Si tuviese que pasar otro mes hablando solo, me volverla loco.
Se miró la muñeca derecha. Estaba rodeada por un brazalete de cuerda sintética blanca. El material era suave y no le irritaba la piel, ni tampoco estaba lo bastante apretado para causarle malestar, pero le disgustaba de todos modos. Podría entender una etiqueta identificativa o un localizador electrónico, pero ¿un fragmento de cuerda? Aquí está pasando algo extraño y, desde luego, no me gusta.
Sonó un ruido de estática a través de un altavoz oculto en el techo.
—Que el registro indique que es la primera entrevista con el prisionero 150949L. El sujeto es varón y parece haberse recuperado de las heridas leves que sufrió durante su captura.
Phelan sintió un escalofrío al oír aquella voz que lo describía de forma distante y clínica. ¿Heridas? Sintió un pinchazo de dolor entre los omóplatos, pero no hizo caso y sintió que volvía a surgir su antigua irritación. Sé que debo de haber sufrido una conmoción cerebral, porque no recuerdo nada después de haber pulsado el botón de eyección de mi Mech, el Sonriente. Todo está en blanco, incluso la causa del golpe.
Se encendió un deslumbrante foco de luz que iluminaba la cara de Phelan de forma directa. Una voz masculina pronunció una serie de números y palabras como un autómata:
—150949L, diga su nombre.
La voz vaciló y luego repitió la petición.
—150949L, diga su nombre.
Aunque articuló las palabras con igual rapidez que antes, el tono había cambiado, de forma casi imperceptible, de neutralidad a una creciente hostilidad.
Phelan miró directamente al reflejo de sus propios ojos y contestó:
—Phelan Patrick Kell.
—Engañar no le servirá de nada —dijo la voz, en tono amenazador.
Phelan se recostó en la silla, aunque inclinó la cabeza hacia adelante para protegerse los ojos. Ya sentía el calor de la luz concentrado en su melena negra.
—Me llamo Phelan Patrick Kell —insistió.
—Muy bien. —El tono de la voz indicaba que creía que seguía mintiendo y sugería que podría sufrir graves consecuencias por ello, pero siguió hablando—. ¿Dónde está su códex?
Phelan miró con perplejidad a su propia imagen.
—¿Mi códex?
—¿Dónde está su códex?
—Explique qué es un códex —pidió el joven mercenario, frunciendo el entrecejo.
—Engañar no le servirá de nada. Seguiremos con esto hasta que estemos satisfechos.
Phelan hizo un esfuerzo por liberar las manos.
—No sé de qué me está hablando.
—¿Quién es su padre?
Phelan se relajó un poco.
—El coronel Morgan Kell, Morgan Finn Kell.
—¿Quién es su madre?
—Salome Ward Kell.
La inflexión en el tono de la voz sorprendió a Phelan casi tanto como su respuesta pareció sorprender a su interrogador.
—Engañar no le servirá de nada. ¿Quién es su madre?
—Salome Ward Kell.
Otra voz, sin duda masculina, sonó a través del altavoz:
—¿Está su madre relacionada con el capitán Michael Ward, de las Fuerzas de Defensa de la Liga Estelar?
La segunda voz era más emotiva y Phelan, de forma casi instantánea, deseó complacer a aquella persona con su respuesta.
Tranquilo, Phelan. Ten cuidado. Es la típica técnica de interrogación tipo bueno/tipo malo.
—Sí, por ambas partes. Los padres de mi madre eran primos lejanos suyos.
—¿Qué significa para usted el nombre de Jal? —le espetó la voz adusta.
—¿Cómo demonios puedo saberlo? —replicó Phelan, contagiado por el tono irritado de la otra voz. Sin embargo, ya mientras contestaba le venía un recuerdo a la mente—. ¡Espere! Jal era el hijo de Michael Ward. Alguien me dijo que se marchó con el general Kerensky en lugar de su padre.
—¿Está seguro de eso? —preguntó la voz agradable, al parecer llena de curiosidad.
Phelan se encogió de hombros tanto como pudo con los cinturones que lo mantenían ligado.
—Tanto como puedo estarlo de la historia familiar antigua. Lo tenemos anotado todo en alguna parte y por eso nunca me molesté en memorizarlo.
La voz áspera regresó:
—¿Dónde está su códex?
—¿Qué es un códex? —preguntó de nuevo Phelan, con los dientes apretados.
Ninguna de las voces contestó a su pregunta. El altavoz guardó silencio y, por un segundo, el miedo irracional ae que lo habían abandonado impactó en Phelan como un rayo láser. ¡Agárrate a algo! Has estado tanto tiempo en aislamiento que cualquier contacto parece un regalo del Cielo. Contempló su propia imagen. Habría sido sencillo programar todas esas preguntas y respuestas en un ordenador.
Phelan sonrió para sus adentros y rió despreocupado. ¡Qué diablos! Sólo tenias doce años cuando montaste aquel sintetizador activado por el sonido. Cuando tu madre abría la puerta de tu habitación para ver si dormios y los goznes chirriaban, el sintetizador producía sonidos de ronauidos y respiración fuerte que la convencían de que estabas dormido. Por lo menos, la tuvo engañada durante una semana mientras aprendías a jugar al póquer en los cuarteles de los oficiales solteros.
Volvió a mirar el espejo de reflejos plateados. No hay nada en esas voces ni en sus palabras que demuestre que han sido emitidas por humanos. Especialmente la voz áspera. Si es una voz humana, su propietario tiene un problema grave de actitud
La voz agradable volvió a resonar a través del altavoz oculto:
—Por favor, perdone la demora. Me gustaría mantener un tono amistoso en esta entrevista inicial. ¿Cree que eso es posible?
—Claro.
—Excelente. —Phelan oyó unos ruidos secos a través del altavoz (¿Los sonidos de unos dedos sobre un teclado?) antes de la siguiente pregunta—: ¿Está seguro de que no sabe qué es un códex?
—No tiene ningún significado para mí —contestó Phelan, meneando la cabeza—. Tampoco recuerdo haber oído hablar de eso jamás.
—Un códex es una lectura de su patrón genético. Es muy importante.
Phelan se mordisqueó el labio inferior y añadió:
—Aún no sé lo que es un códex, pero me han hecho un análisis genotípico. Quiero decir que se lo hacen a todos los miembros de una compañía mercenaria. Lo utilizamos para identificar a las personas en caso de muerte. Pero están guardados en nuestro cuartel general.
—Interesante —comentó la voz, que parecía agradecida por la sincera respuesta de Phelan—. Ha mencionado que es miembro de una compañía mercenaria. ¿Cuáles?
—Los Demonios de Kell —respondió Phelan, balanceándose en la silla. ¡Qué extraño! Todo el mundo conoce a los Demonios de Kell—. Sirvo en el Segundo Regimiento.
—¡Dos regimientos! —exclamó la voz agradable con asombro e incredulidad—. ¿Esta compañía mercenaria tiene dos regimientos?
Un temor indefinido asaltó a Phelan. Parece sorprendido y desconcertado por la noticia, pero los Demonios tienen un segundo regimiento desde hace nueve años. Cuando Katrina Steiner murió, en su testamento nos legó dinero suficiente para organizarlo. Gracias a la herencia original legada a mi padre y a su hermano por Arthur Luvon, el marido de Katrina, pudieron fundarse los Demonios de Kell. El dinero de Katrina dobló el tamaño de los Demonios y nos dio mucha más libertad económica de la que hablamos tenido hasta entonces.
Contempló su reflejo en el espejo y se obligó a mantener una expresión lo más relajada y amistosa posible, teniendo en cuenta las circunstancias. Sin embargo, en su mente ya había colocado filtros para impedir que se le escapasen datos comprometedores, al menos hasta que pudiese valorar la amenaza que representaban sus captores. Cuando había sido hecho prisionero, Phelan había supuesto que era un cautivo de una guerra intestina de la Periferia, pero ya no estaba tan seguro de ello.
—Ha dicho que servía en una banda de mercenarios con dos regimientos —dijo la voz agradable, que había recobrado la compostura—. ¿Son regimientos de BattleMechs?
Phelan asintió con franqueza, sin prestar atención al sudor frío que le recorría la espalda.
—Sí. Ya sé que eso nos convierte en una de las unidades mercenarias más pequeñas, pero intentamos compensar con calidad nuestro escaso número.
Phelan notó el palpitar de su corazón en los oídos mientras esperaba a saber cuáles eran los efectos de aquella mentira en su interrogador.
—¿Y esas unidades son realmente eso: mercenarias? ¿No deben obediencia a ningún señor? —preguntó. Las dudas habían desaparecido de su tono de voz, sustituidas por un cierto apremio, y algo más.
Ten cuidado, Phelan. Te juegas mucho en esta respuesta. El joven mercenario tragó saliva y contestó:
—Como mercenarios deben su lealtad, en primer lugar, a quien los ha contratado. Pero —se apresuró a añadir— muchos mercenarios no aceptan ofertas de aristócratas a los que consideren faltos de escrúpulos. A muchos no les gusta controlar a las masas ni actuar como fuerza policial. Los mercenarios combaten en las guerras, eso es todo.
—Pero ¿no era aquella persecución de piratas una acción policial? —regresó la voz áspera, en tono triunfante.
La altivez del tono afectó a Phelan.
—Me lo pregunta como si perseguir bandidos no fuese muy honorable. En tal caso, ¿qué hacían ustedes allí? —gruñó Phelan con desprecio—. Por lo menos, mi compañero y yo estábamos equilibrados con nuestros enemigos. Habría sido un combate justo sin su interferencia.
El espejo vibró, como si algo lo hubiera golpeado desde el otro lado con un ruido sordo. Phelan levantó la cabeza y regaló una amplia sonrisa a sus invisibles interrogadores. Si han reaccionado así a una pulla verbal tan pequeña, que se vayan preparando cuando les ponga las cosas claras de verdad.
La voz agradable reanudó el interrogatorio, pero el tono más distendido de sus preguntas indicó a Phelan que se había ganado un cierto respeto por haber provocado al poseedor de la voz áspera. Aunque ésta no volvió a oírse en el resto de la sesión, Phelan comprendió, por la forma como se le formulaban las preguntas, que Chiflado —el apodo que Phelan le había puesto mentalmente— seguía presente en la sala y los escuchaba. Phelan era cauteloso siempre que oía una pregunta hostil, lo cual sucedió con la frecuencia suficiente para que decidiera revelar muy poca información.
★ ★ ★
El hombre de mediana edad se recostó en su silla de respaldo alto. Apoyó el codo izquierdo en el brazo de la silla y se atusó el blanco bigote y barbilla. Sus ojos azules seguían las líneas de texto que iban apareciendo en la terminal de datos; el brillo ambarino de la pantalla proyectaba reflejos dorados en sus cortos cabellos canos. Cuando acabó la información, pulsó una tecla y apagó la terminal.
Levantó la mirada, lo que hizo que el otro ocupante de la habitación se pusiera en posición de firmes. Hizo un leve gesto con la diestra y el otro hombre, más joven que él, adoptó una pose más distendida.
—Esto es interesantísimo, comandante estelar. La mayor parte de los informes de inteligencia reunidos por nuestros hombres acerca de los habitantes de la Periferia son exageraciones estúpidas, basadas en rumores de varios siglos de antigüedad, interpretaciones fantásticas y pesadillas. Este Phelan Kell, en cambio, tiene conocimientos y es lo bastante inteligente para disimularlo.
El comandante estelar asintió con la cabeza. Bajo la tenue luz de la habitación, su uniforme gris oscuro parecía negro, y las pequeñas estrellas rojas del cuello permanecieron ocultas hasta que un rayo de luz hizo brillar en ellas reflejos escarlatas.
—Estoy de acuerdo, mi Khan. Los médicos que repararon los daños que había sufrido calcularon que debe de tener entre dieciocho y veintitrés años de edad, lo que confirma su declaración de que tiene dieciocho. Como vimos en las grabaciones de la batalla, en el enfrentamiento en el que lo capturamos, maneja un 'Mech con cierta habilidad.
El hombre de mayor edad asintió con gesto pensativo, y levantó de nuevo la zurda para juguetear con los pelos de la barbilla.
—¿Qué piensa acerca de que tenga el mismo nombre que la unidad mercenaria? ¿Es un huérfano al que adoptaron?
—Neg, mi Khan —contestó el comandante estelar, encogiéndose de hombros—. Sería imposible que un adoptado se ganase ese nombre con tanta rapidez, ¿no? Pienso que debe de estar emparentado con la familia propietaria de la unidad. Incluso supongo que no goza de su pleno favor, ya que estaba prestando sus servicios en la Periferia. Tal vez, como nosotros también hemos hecho, los Demonios de Kell han enviado a un escuadrón de entrenamiento a cazar alimañas.
—Es posible, comandante estelar, muy posible —dijo el otro hombre, y sonrió—. No haga ningún reproche a Vlad ni a Carew por sus actuaciones respectivas en el interrogatorio. Las salidas de tono de Vlad fueron desafortunadas, pero ha dado a este Phelan un blanco para su ira. Vlad seguirá formando parte del equipo de investigación de este asunto. La sorpresa de Carew respecto a los mercenarios hizo que Kell fuera cauteloso, lo cual nos indica que posee información que él cree importante. Eso también es valioso.
—¿Deben continuar interrogándolo de igual manera?
El nombre de más edad pensó por unos momentos y asintió despacio con la cabeza.
—Af. Que sigan trabajando sin asistencia durante el próximo mes. Cuando regrese la Nave de Descenso Orión, los interrogadores habrán obtenido datos suficientes para avisarnos de las áreas de las cuales tiene información que no quiere revelar. En ese momento, con gente más experimentada, haremos lo que deba hacerse para averiguar todo lo que Phelan Kell puede contarnos.
Capítulo 11
Cuartel general del Décimo de Guardias de Donegaly Trell I
Marca Tamar
Mancomunidad de Lira
19 de octubre de 3049
El Kommandant Víctor Steiner-Davion colocó mejor la foto de su familia en un rincón del escritorio. La habían tomado un año y medio antes de que abandonara la Academia Militar de Nueva Avalon para regresar al Nagelring, y mostraba la última ocasión en que toda la familia había estado reunida. Victor, su padre, y su corpulento hermano Peter estaban de pie en la última fila. Su madre estaba sentada delante de Hanse, con Katherine a su derecha, Arthur a su izquierda y la pequeña Yvonne sentada a sus pies. Victor centró el retrato entre el monitor y la lámpara sujeta al lado derecho del escritorio, y a continuación se reclinó en la silla para estudiar el efecto que producía.
Frunció el entrecejo y se inclinó hacia adelante para volver a colocarla al otro lado de la mesa de nogal. ¿Acaso esta foto va a subrayar que tengo el mando de un batallón porque soy quien soy? Renny y los otros alumnos de mi clase se graduaron como leftenants y tienen mando sobre una lanza. Yo, en cambio, soy Kommandant y debo supervisar todo un batallón. Lo fastidioso es que sé que puedo asumir esa responsabilidad, siempre y cuando tenga la ocasión de hacerlo. Quiero recibir el mismo trato que cualquier otro miembro de las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada, pero no va a ser asi.
Llamaron con suavidad a la puerta, y Victor volvió al mundo real. Giró con presteza la foto de modo que quedó de espaldas a la puerta, y se estiró el uniforme.
—Adelante.
Entró en la habitación un hombre delgado y de cabello trigueño, que hizo un apresurado saludo a Victor.
—Se presenta el hauptmann Galen Cox, señor —dijo.
Victor se puso en pie, culpándose de no haberlo hecho antes de que Cox entrase en la sala, y le devolvió el saludo con gesto firme. Se dio cuenta de que los inquietos ojos azules del hauptmann lo observaban todo; sin embargo, el rostro de Cox no dejaba entrever ninguna pista sobre sus pensamientos. Victor alargó la mano y se la estrechó con cordialidad a su visitante.
—Encantado de conocerlo, hauptmann Cox. Soy Victor Steiner-Davion.
Cox estrechó la mano de Victor con igual firmeza y le sacudió con fuerza el brazo. No era una competición de fortaleza, sino una amistosa bienvenida que agradó a Victor. No necesita demostrar que es más fuerte que yo, pero tampoco tiene ningún deseo de darme coba. Bien, me gusta.
Con un gesto, Victor lo invitó a sentarse en una de las dos sillas amarillas de cuero situadas frente al escritorio, pero el hauptmann se resistía.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted, hauptmann ? —preguntó Victor.
—Me presento en cumplimiento de mi cargo, Kommandant. Soy su ayudante.
—Hauptmann —repuso Victor, irritado—, no tome esto como un insulto, ni como una reflexión sobre usted o la impresión que me ha causado, pero ya le dije al leftenant-general Hawksworth que no quiero tener ningún ayudante. —Victor señaló la puerta abierta que, siguiendo el pasillo, conducía a los otros despachos de Kommandant—. Yo, al igual que los demás, me siento satisfecho con un secretario.
Cox asintió sin hacer ninguna objeción, pero Victor comprendió que no se había rendido.
—Le ruego que me perdone, pero usted, Kommandant, es diferente de los demás.
—Un accidente de nacimiento no me hace distinto, hauptmann. No voy a tener un ayudante sólo porque soy el hijo de la Arcontesa. ¿Lo ha entendido?
El hauptmann inclinó su rubia cabeza y dio la espalda a Victor. Por unos momentos, Victor pensó que había ganado —lo cual lo sorprendía—. Entonces vio que Cox cerraba la puerta del despacho. Victor sonrió para sus adentros. Ahora vamos a las trincheras.
De nuevo, Cox examinó con la mirada a Victor.
—Pido permiso para hablar con franqueza, Kommandant —dijo.
—Lo tiene, señor Cox —respondió Victor, levantando las palmas de las manos.
—Cuando usted dijo que no era como los demás, yo no me refería a su linaje. Si asignáramos un oficial a cada persona de sangre azul de las Fuerzas Armadas, doblaríamos el tamaño del cuerpo de oficiales y su eficacia bajaría en una magnitud semejante. Y, para su información, el leftenant-general Hawksworth no tiene nada que ver con mi presencia aquí. Él respetó sus deseos y así lo comunicó al resto de los oficiales de este lugar.
—Si el general no lo ha asignado a mi servicio —dijo Victor, inclinándose hacia adelante—, y si no está aquí por mi linaje, ¿qué demonios está pasando?
—Fui seleccionado por los oficiales del regimiento —explicó Cox con una amplia sonrisa,
—¡Qué! —exclamó Victor, y se sentó de nuevo en la silla—. ¿Desde cuándo el ejército es una democracia?
—Desde que a los oficiales recién salidos de la Academia se les da el mando de un batallón —respondió Cox, mientras su sonrisa se esfumaba y su expresión se volvía severa—. Para la gente de Tharkad, estar aquí, en la Periferia, es una especie de broma. ¡Qué diablos!, es probable que usted no quisiera que lo destinasen aquí... lo cual lo hace exactamente igual a la mayoría de los demás oficiales de este destacamento. La mayoría de nuestros comandantes de lanza son recién salidos de la escuela, como usted, y están henchidos del orgullo de la graduación. Para ellos, este destino es una oportunidad de demostrar su capacidad y así poder ganar un destino más brillante, como vigilar la frontera con Draconis o sacudir un poco a los de la Liga de Mundos Libres.
Victor se sonrojó al recordar cómo había protestado al conocer su destino.
Cox avanzó hacia la silla que Victor le había ofrecido antes, pero se colocó detrás de ella y apoyó las manos en el respaldo.
—Es fácil enderezar a la mayoría de los leftenants. Nos metemos en una escaramuza con piratas, bandidos o unos incursores de Rasalhague, y los hacemos entrar en combate. Si no se quedan paralizados o se desmayan al primer intercambio de disparos, les damos órdenes y ellos las ejecutan. Ese primer combate siempre es duro para ellos y, por lo general, es más difícil aún para los hombres y las mujeres sobre los que tienen mando. Pero, si nos escuchan y hacen lo que les decimos, sobreviven. Es una especie de darwinismo militar en acción. —Cox devolvió la mirada a Víctor y prosiguió—: Usted, en cambio, tiene a su mando todo un batallón. Eso pone en sus manos a más de treinta y cinco MechWarriors en una batalla. Habrá confusión y caos. Si no puede controlar la situación, algunos morirán. —Se encogió de hombros—. Nadie quiere morir, de modo que aquí estoy.
Victor se quedó sentado, con las piernas y los brazos cruzados.
—¿Y si dicto una orden en la que lo relevo como mi ayudante?
La sonrisa regresó al rostro de Cox.
—Creo que descubrirá que esa orden se pierde en el caos electrónico que suele haber por aquí.
Victor levantó la mirada y se le contagió la sonrisa de Cox. Quiero estar enojado y sentirme insultado, pero eso sólo demostraría que necesito el vigilante que me han asignado. Valoro la preocupación del regimiento y, aún más, entiendo su renuencia a seguirá un comandante novato a la batalla. Debo ganarme su respeto, de manera que, si quiero que me traten con normalidad, supongo que tengo que empezar ahora.
Victor se mordisqueó el labio inferior por unos momentos y concluyó:
—Entonces, estoy ligado a usted tanto si me gusta como si no. ¿Es así, hauptmann?
Cox exhibió una sonrisa aún más amplia.
—Entonces, será mejor que me guste. —Victor se levantó y alargó la mano—. Estoy encantado de tenerlo como mi ayudante, hauptmann Cox.
Cox volvió a estrecharle la mano con fuerza,
—Encantado de estar a su lado, Alteza.
—Estamos en el ejército, hauptmann. Diríjase a mí por mi rango o llámeme Victor —dijo, desdeñando el tratamiento honorífico.
—Sí, señor... Kommandant.
—¿Por qué lo seleccionaron a usted como mi ayudante, señor Cox? —preguntó Victor, recostándose de nuevo en su silla: Vio una extraña chispa en sus ojos, pero el hauptmann la apagó antes de que Victor pudiese identificarla. Sin embargo, podía adivinar su significado—. No estaba previsto que éste fuera su destino, ¿verdad? Mi venida aquí no lo ha privado del mando de ningún batallón, ¿no es cierto?
Cox se encogió de hombros con indiferencia.
—No lo creo. Y, si así ha sido, es el secreto mejor guardado de la base. Obtuve este puesto porque me presenté voluntario.
—¿Se presentó voluntario para cuidar de mí? —preguntó Victor, arqueando una ceja—. ¿Por qué hizo algo así?
—Bueno —empezó Cox, y se acomodó en la silla—, cuando recibimos la noticia de que usted iba a venir a hacerse cargo del batallón del Kommandant Sykes, mucha gente comenzó a protestar. Ya sabe cómo funcionan estas cosas... Un tipo habla con otro, y éste habla con un tercero. De repente, lo que empezó como una irritación sin importancia se acaba convirtiendo en una crisis. Es como la historia del MechWarrior que tiene que llevarse prestada una llave de actuador para reparar su BattleMech. Mientras se dirige al almacén de suministros en medio de una tormenta, está cada vez más convencido de que el tech no le dejará la herramienta. Cuanto más piensa en ello, más contrariado está. Cuando, por fin, llega al almacén y encuentra al tech, le grita: «¡Bueno, en cualquier caso tampoco quería tu maldita llave de actuador!».
—«¡Tampoco quería tu maldita llave de actuador!» —repitió Victor, riendo suavemente—. Hace tiempo que mi primo Morgan Hasek-Davion me contó esa historia, pero entiendo por completo la situación. Me convirtieron en un monstruo que iba a conseguir que los matasen a todos.
—Pero sólo después de haber transformado esta unidad en una pandilla de cortesanos lameculos que lo esperaban con fervor —dijo Cox con un brillo malicioso en los ojos. Victor hizo una mueca, pero Cox continuó de todos modos—: En cualquier caso, pensé que la situación se estaba desquiciando, así que consulté su historial en la escuela y su hoja de servicios. Las notas de los exámenes no pueden parar un rayo de partículas, pero las suyas parecían lo bastante buenas para desviar un par de ellos. Pensé que, si iba a tener la ocasión de estar a la altura de todo ese potencial, alguien tendría que encargarse de tranquilizarlo un poco. —Se irguió en la silla—. Gal en el Cuchillo, ése soy yo.
Eso, Galen Cox, significa para mí más de lo que puede imaginar. Victor sonrió y, por primera vez desde que había ingresado en el Nagelring, sintió que le habían quitado un poco de peso encima de los hombros.
—Gracias, Galen —le dijo—. Haré cuanto pueda para ser merecedor de su confianza.
—Lo hará mejor aún, Kommandant —replicó el hombre rubio, y se incorporó para marcharse—. He leído su archivo, ¿recuerda? Espero con toda mi alma que nosotros estemos a la altura de usted.. .
Capítulo 12
Situación desconocida
Fecha desconocida
Phelan Kell intentó centrar la vista, pero el enorme disco de luz que brillaba sobre la mesa a la que estaba sujeto enviaba dolorosos aluviones de fotones directamente a su cerebro. La luz indirecta bastaba para iluminar a algunas de las personas situadas alrededor y encima de él. No obstante, era incapaz de recordar detalles o de contar su número. Su cerebro, que estaba haciendo todo lo posible por absorber como una esponja los productos químicos que le habían suministrado, no funcionaba nada bien.
—Diga su nombre.
El áspero tono de voz despertó leves recuerdos en Phelan, pero su deseo de rebelarse a la orden fue pasajero.
—Phelan Patrick Kell —consiguió decir, a pesar de notar la lengua hinchada y pastosa.
—¿Phelan? ¿Sabe lo que quiere decir su supuesto nombre? No asienta con la cabeza. Hable. Díganos lo que significa y por qué se llama así.
—Mi nombre es celta y significa lobo o «valiente como un lobo» —explicó Phelan, y trató de recordar lo que le habían dicho sus padres sobre sus motivos al elegir aquel nombre—. Me llamo Phelan por un amigo de mis padres, y Patrick por mi difunto tío. —Fuera de control, añadió con una risita—: ¡Y me llamo Kell porque sí!
Una oleada de vértigo sacudió a Phelan. Me han drogado a fondo. No puedo contarles lo que sé.. . Pero el solo hecho de articular este pensamiento lógico agotó su reserva de resistencia y lo dejó indefenso.
—Phelan, usted ha visto la actividad militar de Rasalhague. ¿Cuántos regimientos armados tienen? Incluya a las tropas mercenarias en el total.
Aquella nueva voz expresaba una especie de digna distancia que hizo que Phelan lo apodase «el Confesor». Y el otro es el Chiflado.
Phelan se concentró y dejó que su odio hacia Tor Miraborg alimentara su respuesta.
—Tienen dieciséis regimientos armados y unas pocas compañías mercenarias, pero que en su mayoría trabajan para gobernantes independientes.
—¿Por qué mintió sobre esto antes? —rugió iracunda la voz del Chiflado.
Su furia causó a Phelan más placer que las drogas que corrían por su cuerpo.
—Porque era divertido engañarlo —contestó con una sonrisa de felicidad.
—Phelan —resonó la voz del Confesor, interrumpiendo al Chiflado—, ¿cuántos regimientos tiene el Condominio Draconis?
La tristeza creció dentro de Phelan, como un estanque de aguas densas y oscuras que rodeaba su corazón.
—No lo sé —dijo.
—Seguramente tiene una idea aproximada —prosiguió la voz del Confesor en tono tranquilizador—. Debe de haber hablado de esto con alguien durante sus años académicos.
—¡No! —exclamó Phelan, agitándose como si le hubiesen tocado un nervio—. Nada de años académicos. No me gusta la Academia.
—Olvídese de la Academia. ¿Tiene alguna idea sobre la fuerza del Condominio? Sí, eso pensaba. Entre nosotros, ¿cuál cree que es?
Phelan intentó situarse más cerca de la silueta que había asignado a la voz del Confesor, pero la banda que le sujetaba la cabeza se lo impidió. Optó por guiñar un ojo en dirección a la voz.
—Según los datos oficiales —susurró— los Serpientes tienen cien unidades, pero han reconstruido las FACD, la mayor parte del tiempo en secreto. O sea, que es difícil saber con seguridad qué está pasando. Mi padre también decía que, con los programas de entrenamiento de la Genyosha y la Ryuken, las tropas del Condominio han mejorado.
—Entiendo —dijo en voz baja el Confesor, pensativo—. Si el ejército del Condominio es tan bueno, ¿por qué no ha reconquistado Rasalhague?
El joven MecnWarrior se encogió de hombros como pudo.
—Cuando Rasalhague se declaró independiente, Theodore Kurita luchó en favor de la República contra sus propias tropas de renegados. No sé la razón. Pregúntenselo a él.
—¿Y qué me dice de la Mancomunidad de Lira? ¿Cuántos soldados tienen?
Phelan se agitó incómodo al oír aquella pregunta del Confesor. ¡La Mancomunidad es mi patria!
—No lo sé —respondió.
Phelan oyó una voz nueva que procedía de fuera del círculo de luz.
—Picos en lo más alto de la escala, señor. Se está bloqueando.
—¿Cuál es el nivel de la droga en la sangre?
—Está en el percentil setenta y cinco.
—Suba al ochenta, pero déme un reloj para que sólo lo tenga durante quince minutos. —El tono de autoridad y apremio de la voz del Confesor se desvaneció cuando se dirigió de nuevo al prisionero—. Phelan, aquí todos somos sus amigos. Puede confiar en mí. ¿Cuántos regimientos mantiene la Mancomunidad de Lira?
Phelan sintió como si lo hubiesen reducido al tamaño de un micrón y lo hubiesen arrojado al viento. Notó la muñequera como una sierra de diamante que le cercenaba la carne. Vio que las cintas que habían sido sus piernas giraban y se retorcían hasta formar un nudo, mientras oleadas de dolor sacudían sus caderas. A continuación sintió como si se le alargase el cuello y la cabeza le cayese más allá de sus pies, precipitándose hacia el suelo. Cuando chocó contra él, creyó que iba a explotar como una fruta madura.
—Reduzca de nuevo la droga al percentil setenta y siete —ordenó el Confesor—. No tiene resistencia, carece de inmunidad química. Tiene una voluntad fuerte, nada más.
Alguien chasqueó los dedos. Sonó como un disparo en los oídos de Phelan, pero la voz del Chiflado se sobrepuso de inmediato a aquel sonidó.
—Dígame, Phelan: ¿qué le pasó en el Nagelring?
—¡No! —exclamó. Su resistencia cristalizó de forma instantánea.
—¡Libre nacido! —maldijo el hombre que vigilaba los monitores del interrogatorio.
—¿Qué pasa? ¿Vuelve a haber picos?
—Ojalá —contestó, y el equipo emitió una serie de ruidos secos—. Neg. No es un problema técnico. En la escala aparecen ciclos completos, no sólo picos. El sujeto reacciona con tanta energía a esa pregunta como alguien obligado a salir de su sibko.
Phelan se aferró a la palabra sibko. Sé que la he oído antes. ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Quién soy?
La voz del Confesor lo ayudó a centrarse de nuevo.
—La Liga de Mundos Libres tiene tropas. ¿Cuántos regimientos tiene?
—Setenta, probablemente —contestó Phelan, cerrando los ojos—. Andurien perdió la mayor parte de sus unidades al independizarse, en la guerra con la Confederación de Capela, y después, cuando Thomas Marik los reintegró a la Liga. Marik todavía debe de tener tropas acantonadas allí para mantener la paz.
—Y la Federación de Soles... ¿Cuántos regimientos tiene?
Phelan frunció el entrecejo. La Federación de Soles y la Mancomunidad de Lira han unido sus mandos. ¡Quieren obtener información de mi patria!
—Aumenta la resistencia, señor. Ha vinculado la Federación con la ManLir.
—Si no puede hablarme de la Federación de Soles —dijo la voz del Confesor con voz ronca, que a Phelan le sonó como el ruido de un cuchillo al desenfundarse—, tendremos que informarnos acerca del Nagelring.
—¡No! No, no, no, no, no... —Las palabras iban cayendo de los labios de Phelan de forma incoherente y su conciencia oscilaba de un lado a otro de su cráneo. No, no, no, eso no.
La vergüenza le enrojeció las mejillas y, luego, su cólera apareció como una fiebre y unas lágrimas asomaron a sus ojos. La Federación de Soles es demasiado grande para hacerle daño.
—Las FAFS tienen ciento tres regimientos.
—Todavía se resiste...
—¿Ciento tres regimientos y...? —preguntó la voz del Confesor, con cierta decepción.
Phelan intentó no responder, pero se habían abierto grietas en el dique que había tratado de construir en su mente.
—Los ejércitos de Davion y Steiner se han fusionado y el conjunto se llama Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada.
—Bien, muy bien, Phelan. —Alguien le dio unas palmadas amistosas en la pierna—. Siga cooperando y podremos acabar pronto. ¿Cuántos regimientos tienen las FAML?
Todo el cuerpo del mercenario se tensó. Intentó guardar en secreto la información, mas una voz le susurraba argumentos seductores en la cabeza que le carcomían la voluntad. ¿Qué han hecho los Uranos por ti, Phelan? Te humillaron y te expulsaron del Nagelring. Asesinaron a D.J. por culpa de su estupidez. Piensa en todas las veces que juraste vengarla si tenias la capacidad. Tú no la tienes, pero ellos sí. Todo lo que tienes que hacer es contarles lo que quieren saber y habrás reparado el motivo de tu vergüenza.
Phelan sintió como si un millón de hormigas ardientes desfilasen sobre su cuerpo y lo devorasen. Buscó en su cerebro la información sobre las tropas de la Mancomunidad de Lira, pero sólo encontró razones para no fallar a la Mancomunidad. Mis padres tienen una devoción incondicional a la familia Steiner. Víctor Steiner-Davion es mi primo. Traicionar a la Mancomunidad es como traicionarlos a ellos, a todas las personas que quiero. ¡No puedo hacer eso!
—Súbelo a ochenta y bájalo otra vez de inmediato —dijo la voz del Confesor, en tono un poco más irritado.
Aunque el mercenario oyó la amenaza latente en aquellas palabras e intentó prepararse para sufrir el efecto de la droga, jamás habría imaginado lo que iba a suceder. Sintió un temblor en los pies y supo que había comenzado una oleada en los kilómetros de cinta que parecían ahora sus piernas. La ola subió a las rodillas y más arriba, creciendo en intensidad, y le recorrió los muslos. Cuando la potencia de la oleada aumentó hasta hacerse casi insoportable, estalló de improviso como una tremenda explosión en su cerebro.
El Confesor repitió la pregunta sobre el grito de dolor de Phelan:
—¿Cuántos regimientos tiene la Mancomunidad de Lira?
Phelan luchó por resistirse, pero las palabras ya habían llegado a su garganta y su lengua.
—Ciento cincuentra y tres regimientos. Los sesenta y cinco que vienen de Skye y Tamar son de lealtad dudosa, porque la Arcontesa les ha prohibido que intenten reconquistar de manos de Rasalhague los planetas que formaban el antiguo Pacto de Tamar.
Le temblaba el cuerpo y los sollozos lo hacían jadear, pero nada podía liberarlo de sus ligaduras ni de sus torturadores. La maligna risa del Chinado enfatizó, en tono de burla, las palabras de la potente voz del Confesor:
—Muy bien, Phelan. Ahora volveremos a empezar desde el principio para asegurarnos de que todo es correcto. Colabore con nosotros y no nos veremos obligados a hacerle daño otra vez...
Capítulo 13
Skondia
Federación de Skye, Mancomunidad de Lira
31 de diciembre de 3049
Kai Allard, empapado en sudor, puso los brazos en jarras y alzó la cara al cielo. Estas colinas me hacen preguntarme si he hecho bien al obligarme a correr. Rió para sus adentros. En Skondia, correr no es una obligación. ¡Es una condena! Se levantó su roja camiseta para enjugarse el rostro.
Al bajarla, vio a la muchacha por primera vez. Sus cabellos negros apenas rozaban los hombros de la sudadera gris que vestía, que era de una talla demasiado grande para ella. El body negro y verde que llevaba debajo le ceñía las piernas, largas y musculosas, y los tonos verdosos subían por ellas como largas hojas de hierba. Con el tobillo derecho apoyado en un banco del parque, se inclinó, se agarró la punta del pie y se dobló hasta tocar la rodilla con la nariz.
Al incorporarse, vio que Kai la observaba y pareció reaccionar con timidez. Aunque sonrió, sus azules ojos eran cautelosos como los de un gato. Se llevó los brazos junto al pecho, ocultando el emblema del Instituto de Ciencias de Nueva Avalon, y empezó a efectuar giros de cintura.
—¡Hola! —saludó.
—Perdone si la he asustado —dijo Kai—. No esperaba ver a nadie más por aquí tan temprano de la mañana. —Echó una mirada al verde valle cubierto de bruma por donde había venido corriendo—. Aquí tienen una pista de deporte preciosa, pero nadie lo diría al ver la cantidad de gente que la utiliza.
Dio un paso adelante y vio que ella retrocedía con presteza.
—¿Podría pasármela? —preguntó señalando la bolsa de lona de color cobrizo que estaba sobre el banco, junto a ella—. Me gustaría sacar la toalla.
La actitud defensiva de la joven se esfumó cuando le entregó la bolsa a Kai.
—¿Cómo le fue?
—¿Perdón? —exclamó Kai, frunciendo el entrecejo.
Ella sonrió. Entonces, Kai se dio cuenta de que ella le gustaba muchísimo.
—La camiseta... Es de la vigésimo quinta carrera del Miriámetro de Nueva Avalon. ¿Cómo le fue?.
—Bueno, mi marca estuvo entre cincuenta y sesenta —contestó Kai mientras sacaba una toalla blanca de la bolsa y se secaba la cara.
Ella apoyó la otra pierna en el banco y empezó a hacer estiramientos.
—¿Se refiere al puesto o al tiempo que hizo? —inquirió.
Su pregunta no insinuó ningún reto ni incredulidad. Eso complació a Kai. Aún no ha decidido si soy un mentiroso u otro corredor en quien puede confiar.
—Hablo del puesto. Mi tiempo fue de cuarenta y tres treinta y cinco. Debí hacerlo mejor, pero me quedé sin fuerzas en la última parte de la carrera.
—¡La Colina Rompepiernas! —exclamó ella, riendo alegremente.
—¿La conoce? —dijo Kai, echándose también a reír—. Quiero decir, ¿ha participado también en esa carrera?
—No —contestó ella, agitando sus negros cabellos—. No en la carrera, sólo en la prueba abierta. Nó estoy muy preparada para competir. —Se irguió y prosiguió—: Esa colina es terrorífica. Sólo es un kilómetro y medio, más o menos, a través del Parque de la Paz de Davion hasta la línea de meta, pero parece un año-luz.
Kai se colgó la toalla alrededor del cuello y apoyó una pierna en el banco. Una gota de sudor rodó por su nariz al inclinarse para estirar los tendones de la rodilla.
—Tiene razón —dijo él—, esa colina es mortal. Aun así, mientras corría por el parque recobré algunas fuerzas al ver la estatua conmemorativa del Aguila de Plata.
—¿En serio? —preguntó ella, y se estremeció de forma evidente—. ¡Esa estatua es horrible! El perro está cubierto de arañazos y es obvio que expresa dolor. Y también está claro que la pantera va a matado. Yo la encontré deprimente. —Hizo una mueca de desagrado—. Es una escena tan violenta que no entiendo por qué está en el Parque de la Paz.
Kai cambió de pierna y se inclinó hacia adelante hasta tensar al máximo el músculo posterior del muslo. Recuerdo el día en que mi tío Dan me llevó al parque y me explicó que elperro representa a los Demonios de Kell, que acuden a rescatar a Melissa Steiner de una trampa de Kurita. Patrick Kell se sacrificó para asegurarse de que su prima Melissa podría escapar. La estatua merece estar en el Parque de la Paz porque la gente tiene que recordar que es necesario un enorme sacrificio para conseguir una gran victoria.
—La comprendo —dijo Kai—, pero no tengo la misma opinión. Creo que la niña a la que el perro está protegiendo, así como la cuerda que se alza hacia el cielo simbolizando el inminente rescate de la pequeña, componen una imagen llena de esperanza. —Se abstuvo de alardear acerca de la relación de su familia con la estatua—. En la carrera me sentía tan desgarrado como aquel perro, pero hice un último esfuerzo porque sabía que no iba a matarme, y porque sentí que me debía a mí mismo el mejor final que pudiese realizar.
—Y yo lo comprendo a usted —dijo ella. Se quitó la sudadera, mostrando la parte superior del body de gimnasia, muy ceñido al cuerpo y que resaltaba su figura. Llevaba los brazos al descubierto. Kai se fijó en sus músculos, bien marcados bajo la piel, así como en su vientre plano y sus pechos pequeños, que la definían como una corredora habitual. A continuación, ella arrojó la prenda sobre el banco.
—¿Es un sitio seguro? —inquirió. Kai se giró y se apoyó en el banco para estirar el talón de Aquiles y los músculos de la pierna derecha.
—¿Quiere decir para usted o para la sudadera?
—Para la sudadera —contestó ella, esbozando una sonrisa—. Aunque acabo de salir de la Nave de Descenso, puedo cuidar de mí misma.
—A la sudadera no le pasará nada —dijo Kai, riendo despreocupado—. Los delincuentes de Skondia no la considerarán digna de su categoría. Como la colonia penal de este planeta está situada en aquella luna plateada y allí la temperatura ambiente es de cero grados centígrados, prefieren cometer sólo robos a gran escala. Una sudadera del ICNA no vale la pena.
Ella miró en la misma dirección hacia una pequeña bola argéntea que flotaba cerca del horizonte, entre dos picos aserrados.
—Hace falta algo más que una pistola láser fabricada a partir de un bloque de tallowato de sodio para escapar de ese lugar. —Se volvió hacia Kai y añadió—: ¿Cómo lo llaman?
—Los criminales lo llaman Ultima Amante —contestó Kai—, pero los nativos lo llaman, sin más, Justicia.
—Eso es níuy frío... —comentó ella, frunciendo el entrecejo.
Kai se echó a reír.
—¿Es un juego de palabras?[2]
—No, no es un juego de palabras —dijo ella en tono enérgico. Observó a Kai por unos momentos e hizo un gesto de aprobación—. No muchas personas realizan los estiramientos correctos después de sus ejercicios. Lo que hace está muy bien.
—Cuando sea viejo, no quiero estar acartonado —replicó él.
—¿Hay una tendencia en su familia a tener esa clase de problemas? Quiero decir, ¿cómo están de salud sus abuelos?
Kai siguió sonriendo, pero su mente estaba repasando con rapidez a sus antepasados más próximos. El abuelo Allard está muy bien, Sé que suele decirse que padece una forma extraña e incurable de la enfermedad de Alzheimer, pero eso es para que nadie intente secuestrarlo para sonsacarle información. Los años que pasó en el Ministerio de Inteligencia, Información y Operaciones lo convirtieron en un recurso valioso para las agencias de inteligencia enemigas. En cambio, el padre de mi madre se volvió loco y así siguió durante años, hasta que por fin murió. Después de haber oído todo lo que hizo, y ver lo que Romano Liao —todavía no acepto la idea de que sea mi tía— ha hecho para causar problemas a mi madre, sólo me cabe esperar que en mí predomine el lado Allard de la familia.
—Uno de ellos está muerto —respondió—, pero ninguno ha tenido verdaderos problemas. Es sólo que no quiero dejar nada al azar. —Se volvió a enjugar la cara con la toalla y la metió en su bolsa—. Bueno, que disfrute con el ejercicio. A cinco klicks de distancia encontrará una ladera descendente muy tentadora, pero ahorre algunas fuerzas. Más allá hay un repechón que hace que la Colina Rompepiernas parezca un tobogán.
—¿Y después? —preguntó ella, algo recelosa.
—El hermano mayor de la colina.
—Gracias por el aviso —dijo la joven. Se echó el pelo atrás y continuó su marcha por la pista.
Kai la observó hasta que su cabeza se perdió de vista. Entonces se dio una palmada en la frente. ¡Idiota! Dijo que acababa de salir de una Nave de Descenso. Lo más probable es que no tenga tiempo de hacer muchos amigos y tú no tienes pareja para la recepción del mariscal de esta noche.
Miró la sudadera arrugada y deseó tener papel y lápiz para dejarle un mensaje. Un poco enfadado consigo mismo, emprendió el camino de regreso hacia el complejo militar y la casita que compartía con otro leftenant de los Guardias. Se detuvo en lo alto de la colina y buscó a la muchacha con la mirada, pero fue en vano.
Abandonó la atalaya y regresó a casa, reprochándose en silencio el no haberle preguntado siquiera su nombre.
★ ★ ★
—¡Kai, por la Sangre de Blake! —Bevan Pelosi, vestido sólo con una toalla alrededor de su estrecha cintura, dio un puñetazo en el canto de la puerta. La ducha que había a sus espaldas aún humeaba vapor, aunque el constante goteo del grifo no fue rival para su profunda voz.
—¿Cómo has podido dejar que se fuera una mujer así? —preguntó.
Kai lanzó a su rubicundo compañero de alojamiento una mirada amenazadora.
—Estamos hablando de mí, Bevan, no de ti. Yo no tengo tu vasta experiencia con mujeres. Cada vez que tengo una oportunidad, lo echo todo a perder.
Los cabellos de Bevan, que colgaban en rizos húmedos sobre su frente, no pudieron ocultar su ceño fruncido.
—Estaba pensando en esa chica en la ducha...
—Por eso estabas sonriendo —se burló Kai—. Y tenías la piel enrojecida...
—¡Muy observador! —repuso Bevan, con una mueca de desagrado—. ¿Por qué diablos no viniste, escribiste una nota, volviste al parque y la dejaste en el banco? Podrías haberte llevado mi aerocoche. Ya sabes dónde guardo las llaves.
Kai apartó la mirada del espejo y alzó una ceja.
—Querido amigo, la verdad es que lo pensé —dijo Kai, y lanzó una mirada a la papelera que estaba junto a su escritorio—. Habría hecho lo que acabas de sugerir, salvo que tu invitada de anoche ya se había llevado las llaves para salir a comprar todas esas cosas que puso en la tortilla esta mañana.
—Y no creas que no agradezco que me ayudases a acabarme aquel plato —dijo Bevan, y se dio una palmada en su liso vientre—. ¿Por qué las mujeres se empeñan en que engorde?
—Lo más probable es que quieran que vayas más despacio para atraparte.
La sonrisa de Pelosi floreció como un girasol.
—Tantas mujeres, tan poco tiempo... —comentó.
Kai apartó la mirada. Tantas mujeres, tan poco carácter.. . Se abrochó el cuello de su uniforme verde de paseo.
—¿Está bien colocado, Bevan?
Pelosi cerró el ojo izquierdo y asintió con la cabeza.
—No cambies de tema, Kai. ¿Cuánto tiempo hace que no sales con una chica?
—¿Quieres decir sin contar el tiempo que estuve saliendo con la prima de Pamela, para que tú pudieses estar a solas con Pam?
Bevoran hizo caso omiso del comentario irónico y se quedó con la mirada perdida.
—Pam... Ésa era una chica que sabía...
—¿Cocinar? —sugirió Kai con malicia.
Se apartó del espejo y se sentó en el borde de su cama. Abrió un estuche de palisandro y de su interior, recubierto de terciopelo de color rubí, sacó una espuela de plata. Tenía forma de U sin adornos, y en lugar de una rodaja tenía una púa en la parte inferior del bucle.
—Por lo menos, Pam no insistió nunca en poner quillar en la tortilla —comentó mientras se ajustaba la espuela al tacón de la bota izquierda con una tira de cueto negro.
Bevan se apoyó en el canto de la puerta y arrugó la nariz.
—Y eso lo dice un hombre que se pone espuelas en las botas...
—¿Por qué dejaste de salir con ella? —preguntó Kai, sin hacer caso de la pulla.
—No lo sé —respondió Bevan—. Sólo empezó a fastidiarme. De todas formas, creo que tú le gustabas más que yo.
—Eso no es sorprendente —repuso Kai mientras se metía los bajos de los pantalones en la caña de las botas negras—. Yo le prestaba más atención que tú.
—Es verdad. Me sentí bastante incómodo cuando le regalaste aquel holovídeo por su cumpleaños y yo me olvidé por completo. Me pregunto por qué no le pediste salir con ella cuando rompimos. A mí no me habría importado.
Kai se levantó y se miró en el espejo.
—No habría ido bien... con tu permiso o sin él —dijo.
Miró el cristal, mas sólo vio una hilera de pisadas por una playa de arenas negras.
Como si pudiese leer la mente de Kai, Bevan sonrió comprensivo.
—Bueno, sé que tu asunto con... ¿cómo se llamaba...?
—Wendy. Wendy Sylvester —contestó Kai. Su rostro permaneció impasible, con la mirada perdida. Bevan bajó la mirada, como excusándose.
—Sí, eso es, Wendy. Bueno, sé cómo acabó aquello y que te culpas de ello y todo lo demás. Pero no puedes dejar que ese recuerdo te destroce la vida. Tienes que volver a vivir. Esa chica de hoy podría ser un presagio. Kai se encogió de hombros.
—Si era un presagio, ya ha quedado atrás —dijo.
—El mar está lleno de peces, Kai —replicó Bevan, abriendo los brazos y levantándolos al cielo—. Eres un oficial y un buen parado, que además resulta que tiene suficiente sangre azul en las venas para que lo inviten a la recepción del mariscal mientras los demás tenemos que montarnos la Nochevieja por nuestra cuenta. Hay millares de mujeres a las que les encantaría ir contigo del brazo, o estar en tu cama, si les dieras la oportunidad.
Antes de que Kai pudiese replicar, Bevan prosiguió:
—Sé lo que me vas a decir, pero éste es el fondo del asunto, Kai: tienes que abrirte y darte una oportunidad. ¡Diablos, tienes que empezar ya!
Darte una oportunidad. Para Kay, aquella frase dio en la diana. ¿Por qué tengo que pasarme la vida evitando cosas, pensando que saldrán mal? Sabes que te entendías bien con Pam porque ella estaba con Bevan, lo que quería decir que no te sentías presionado. No podías estropearlo. Ahora, tienes que darte una oportunidad.
—Se hace saber que a partir del 1 enero de 3050, Kai Allard se dará a sí mismo una oportunidad —declaró, y extendió la mano a Bevan, pero un susurro de temor cruzó su mente. Esperemos que los dioses de la venganza no se fijen en tu osadía. De hacerlo, obtendrás lo que te mereces por tu temeridad.
★ ★ ★
—Sí, señor. Creo que fue hace tres años cuando nos vimos por última vez —dijo Kai sonriendo mientras le estrechaba la mano al leftenant-general Andrew Redburn—. Creo recordar que fue en la fiesta de aniversario de mis tíos Riva y Robert. Me gustó mucho verlos a usted y a Misha. —Miró a su alrededor y preguntó—: ¿Está ella aquí?
—No, pero me dio recuerdos para usted —contestó Andrew—. Me pidió que le diera las gracias por el amable holograma que le envió con motivo de su último libro...
La voz profunda y la sonrisa fácil de Andrew Redburn recordaron a Kai el tiempo en que el leftenant-general —entonces un simple mayor en el Primero de Ulanos de Kathil— había traído a su familia a Kestrel para asistir a la boda de Dan Allard. Se había tomado como misión vigilar a todos los niños allí presentes para que no tropezaran con nadie durante los preparativos. Kai tenía un afectuoso recuerdo de más de un colosal combate de lucha libre en el que Victor Davion, Phelan Kell y Thelos, el hijo de Andrew, habían sido como lobos atacando al oso Andrew... sin que faltasen rugidos, gruñidos y simpáticos palmetazos por todos lados.
—Fui totalmente sincero —dijo Kai—. Jay Mitchell y ella son los únicos historiadores que saben realizar un informe exacto de una batalla. El sangriento precio de la libertad hada. revivir la batalla de Rasalhague contra las fuerzas renegadas de Kurita durante las Guerras Ronin. Las descripciones tácticas de las batallas tenían un desarrollo lógico, y su análisis de la catástrofe de Gunzburg culpaba a quienes realmente eran los causantes: mercenarios y políticos por igual. Me gustó mucho el libro y pensé que debía decírselo.
Andrew sonrió y brilló un renejo de luz en las medallas y cintas que lucía en la ancha pechera negra de su uniforme de los Ulanos.
—Su mensaje llegó justo después de que el libro hubiera recibido una severa crítica —argüyó Redburn—, por lo que sus comentarios fueron muy bienvenidos.
—Entonces estoy doblemente satisfecho de haberle escrito. Sólo espero que sea Misha quien haga las crónicas de las batallas en las que yo participe. Sé que son los vencedores quienes escriben la historia, pero tener como observadora a una historiadora que simpatiza con uno no puede hacerme daño.
—Perdone... —dijo una voz.
Kai dio un respingo al oírla, y sintió que le daban unos golpecitos en el hombro. Se volvió y miró a los ojos, de un color azul profundo, de la mujer que había conocido aquella misma mañana. Tal vez Bevan tenia razón. ¡Podría ser un presagio!
Llevaba un vestido de noche negro, con un corpiño adornado con lentejuelas de ébano semejantes a estrellas, que relucían con las luces al caminar. El collar de perlas que colgaba alrededor de su cuello hacía juego con los pendientes y tenía un leve tono azulado que combinaba con sus ojos y sus oscuros cabellos.
—Olvidó su bolsa —dijo con una sonrisa maliciosa.
—¿Qué? —fiie todo lo que Kai pudo decir.
—Su bolsa —repitió ella, apoyando la mano en el brazo de Kai—. Donde guardó la toalla. Se la dejó en el banco. Después de mis ejercicios lo esperé, pensando que quizá volvería a buscaría. Su nombre no estaba por ninguna parte, por lo que no podía llamarlo. Me la llevé a casa y pensé en ir a la pista mañana temprano para devolvérsela.
Kai enrojeció y se volvió hacia Andrew a tiempo de ver una sonrisa divertida en su rostro.
—Nos conocimos esta mañana, general —le explicó—. Mientras corríamos. Desearía presentársela, pero...
—No es necesario —dijo Andrew, y guiñó el ojo a la mujer—. La doctora Lear llegó ayer. Ha sido trasladada al Décimo de Guardias Liranos y la conocí mientras bajaba a Skondia. Me alegro de volver a verla, doctora.
—Y yo a usted, general —respondió ella, saludándolo con un movimiento de cabeza.
—Permítame que haga las presentaciones —dijo Andrew a Kai—. Leftenant, le presento a la doctora Deirdre Lear.
—Estoy encantado de que nos hayan presentado —dijo, besándole la mano.
—Y, doctora, le presento al leftenantKai Allard-Liao.
La sonrisa de la joven se congeló en sus labios y se disolvió en una mueca débil e inexpresiva. Parpadeó, como si buscase unas palabras que no venían a su mente. Se rascó con las uñas la zona de la mano donde Kai la había besado, dio media vuelta con brusquedad y desapareció entre la gente.
Kai se quedó boquiabierto y una expresión preocupada apareció en el rostro de Andrew. Ambos hombres se miraron y luego apartaron la mirada, como unos amigos que hubiesen visto un fantasma pero no se atrevieran a admitirlo ante el otro. A Kai se le erizaron los cabellos de la nuca e intentó verla mientras se alejaba, pero el gentío la había engullido por completo.
—Me pregunto qué es lo que pasa —murmuró Kai, frotándose el cogote.
—No tengo ni idea —dijo Andrew—. Sé que se hizo médico porque su padre fue un MechWarrior que murió en combate cuando ella era sólo una niña. No le gusta mucho la violencia, aunque mencionó que era cinturón negro de aikido.
—Eso no me sorprende —dijo Kai—. El aikido enseña a utilizar la fuerza del oponente contra él. Es la técnica más avanzada en defensa personal no violenta. No haces daño a tu enemigo: se lo hace a sí mismo.
—Tal vez no se había dado cuenta de que usted es MechWarrior —sugirió Andrew—. Pero, claro, debió de adivinarlo por su uniforme. Quizá no sienta simpatías por los aristócratas; eso no es infrecuente.
—Quizá... —repitió Kai. Sea lo que sea, está dolida, y mucho. ¿No basta con que yo tenga que soportar la reputación de mi familia? Ahora también tengo que luchar contra algo que hizo otra persona. ¿De qué me sirve que me dé otra oportunidad, si explota en mi cara?
★ ★ ★
A la mañana siguiente, Kai encontró su bolsa en el banco, pero Deirdre no estaba a la vista. Aunque buscó en la bolsa por si había alguna nota u otro indicio de ella, fue inútil. Se sentó pesadamente en el banco. Si Bevan tiene razón y ella es un presagio, éste va a ser un año muy malo.
Capítulo 14
Nave de Salto Diré Wolf
Fin de las Estrellas, Periferia
15 de enero de 3050
El agrio olor de las sábanas empapadas en sudor asaltó a Phelan Kell cuando se esforzaba por recuperar la conciencia entre las negras brumas que le cubrían la mente. Millares de preguntas, hechas en cientos de formas distintas por una legión de voces, seguían resonando en su cerebro. Como contrapunto, oía una única voz rota por el dolor que las contestaba una y otra vez y que, al final, acababa por revelar verdades valiosas. Como el hedor de su lecho, Phelan reconoció aquella voz como la suya.
¡No, Dios mío, no puedo haberles contado todas esas cosas! He traicionado a todas las personas y todas las cosas que significan algo para mí. Sentía un gran peso en el estómago, aunque fue incapaz de distinguir si sus náuseas eran causadas por el desprecio que sentía hacia sí mismo, o por los efectos secundarios de las drogas que le habían inoculado. Yacía sobre su catre, sintiéndose débil, tembloroso y jadeante, contemplando la oscuridad de la celda. El hecho de que usaran drogas para hacerme hablar no hace que mis acciones sean menos despreciables o dañinas.
Un óvalo de luz cegadora destacó la silueta de la puerta de la celda y le dio unos momentos de tiempo para cerrar los ojos, pero la luz siguió brillando a través de los párpados, clavando agujas de tormento directamente en su cerebro. Su cadena de pensamientos avanzaba tan despacio que, cuando Phelan comprendió que podía levantar la mano para cubrirse los ojos, la puerta ya volvía a estar cerrada y alguien lo había hecho tumbarse de espaldas. Una mano le sujetó la muñeca derecha y, con destreza, le hizo levantar el antebrazo. Se lo estiró de un golpe y algo puntiagudo se clavó en su vena a la altura del codo.
Una sustancia química recorrió su cuerpo y eliminó los residuos de la miríada de interrogatorios. Cuando se acallaron las voces y las preguntas, Phelan sintió una sacudida por todo el cuerpo. Volvía a poder abrir los ojos con una orden mental, como testimonio elocuente de que los mensajes desde el cerebro hasta los miembros volvían a viajar por autopista, en lugar de recorrer las carreteras locales que habían utilizado durante los dos últimos meses. Giró la muñeca y agarró a la persona que lo había estado sujetando.
Una mano cayó en medio de su antebrazo, dejándoselo adormecido; a continuación lo sujetó por el pulgar y apartó la mano con la misma facilidad con que un niño pelaría una piel de naranja. Tal vez tenga de nuevo control sobre mi cuerpo, pero aún no tengo fuerzas, pensó Phelan. Abrió las manos y dejó que los brazos cayeran inertes sobre el lecho.
—Una sabia decisión —dijo una voz de mujer. Sin embargo, este hecho no lo sorprendió. Era una voz ronca, pero tan indiferente y carente de emociones como su manera de responder al ataque de Phelan.
La mujer lo agarró por el cordón que le rodeaba la muñeca derecha, le hizo levantar el brazo y se lo colocó cubriéndole los ojos.
—Voy a encender las luces despacio —dijo—. Siga proyectando una sombra sobre los ojos, porque la droga que le acabo de inyectar le dilatará un poco las pupilas.
La luz transformó todo el techo, que era de un negro infinito, haciéndolo pasar por diversos tonos de gris hasta un blanco resplandeciente que iluminó todos los rincones de la pequeña celda. Aunque Phelan se protegía los ojos, escrutaba con ansia todos los detalles de su entorno a medida que la luz los iba revelando. Su destartalado catre casi llenaba el cuartucho. Al ver la cómoda frente a la ventanilla se dio cuenta de inmediato de que tenía el peculiar diseño de las fabricadas para su utilización con gravedad cero. Eso quiere decir que estoy en una Nave de Descenso. En la esquina más próxima a la ventanilla, Phelan vio una manta de lana gris arrugada en un montón, y el dolor de su espalda le evocó recuerdos de más de una noche pasada acurrucado y envuelto en aquella manta como un niño pequeño.
Miró a la mujer, dándose la vuelta para poder situarla en su emplazamiento correcto en la oscura celda. Por unos momentos tuvo problemas para conciliar la imagen de la bella y esbelta mujer que se hallaba junto a él con la de la gorda y desagradable fémina que se había formado en la mente, basada por completo en la fuerza que había empleado antes para sujetarlo. Sus cabellos eran blancos, cortados muy cortos y peinados por detrás de las orejas. Aunque tenía una expresión seria, su nariz respingona le daba una incongruente expresión divertida.
Iba ataviada con un mono de la Armada y no llevaba adorno alguno salvo un pendiente en la oreja izquierda, con forma de estrella y lacado, del color de la sangre fresca. Cuatro de las ocho puntas de la estrella eran más alargadas, siendo la punta que apuntaba hacia abajo casi cuatro veces más larga que las otras, lo que daba al diseño una cierta semejanza con una daga. Se dirigió hacia la puerta. Phelan vio que el emblema que lucía en la hombrera del uniforme era igual que el pendiente.
La mujer enganchó el control remoto de las luces al borde del bolsillo de la cadera y se cruzó de brazos.
—Debí esperarme esto —dijo. Phelan balanceó las piernas sobre el borde del lecho y se sentó. Le sobrevino otro ataque de náuseas y se agarró al borde del catre para no caerse. Meneó la cabeza con la intención de despejarse la mente, pero esto sólo aumentó su malestar. No le quedaba más remedio que esperar a que pasara el mareo. Cuando por fin quedó atrás, giró la cabeza con cuidado para mirarla.
—¿Qué debía esperarse? —le preguntó.
Su propio tono de voz, ronco como un graznido, lo sorprendió. ¿Qué he estado haciendo? ¿Gárgaras con hojas de afeitar? Se estremeció cuando otro recuerdo asomó a su mente: las terroríficas alucinaciones que lo habían empujado desde la cama hasta el rincón. He debido de estar gritando durante horas.. .
—No puedo conducirlo ante la presencia del Khan con este aspecto —declaró ella con expresión irritada—. Debe tener un aspecto presentable. —Frunció el entrecejo al máximo—. Según las normas, debería llevarlo con los otros prisioneros, pero se supone que usted debe permanecer aislado. Alabado sea el Khan, pero ¿por qué me ha asignado este trabajo? —Arrugó la nariz; entonces pareció decidir lo que iban a hacer—. A los otros no les gustará, pero es su problema ¿quineg? Vámonos.
Phelan se puso en pie con dificultad y fue a trompicones hasta la pared opuesta de la celda. Encontró placer en el contacto del frío metal contra su espalda, que lo ayudó a contener las náuseas. Apoyó las palmas de las manos en la pared y se incorporó.
—¿Dónde estoy? ¿Quién es usted? ¿Adónde demonios me lleva? —Se cruzó de brazos y manifestó—: Respóndame, o no vamos a ninguna parte.
La mujer, sorprendida, arqueó una ceja y las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa.
—Depende del Khan que obtenga respuesta para sus preguntas, Phelan Kell, si así lo desea. Debe presentarse ante él, y mi trabajo consiste en llevarlo hasta allí. Después de todo lo que ha sufrido, comprendo su deseo de afirmar cierta independencia. Pero eso no es posible. Debe preguntarse a sí mismo si desea ir de forma voluntaria o quiere que sea yo quien lo lleve.
Phelan abrió la boca para responder, pero se contuvo.
Estás débil como un gatito y ella es fuerte como un tigre. Dejó caer los hombros.
—Supongo que quiere decir que lo podemos hacer a su manera o por las malas —dijo. Ella asintió con la cabeza—. Entonces, indique el camino.
Sin decir ni una palabra, la mujer hizo una seña a Phelan de que cruzara la puerta y lo guió por un pasillo. También estaba frío y limpio, e iluminado por brillantes paneles en el techo. Phelan observó que todas las demás ventanillas del pasillo estaban abiertas, lo que le hizo preguntarse si era el único prisionero o si se había confundido respecto a su categoría. Miró a su alrededor en busca de algún signo que pudiese darle una pista sobre el lugar donde se encontraba, pero sólo vio un escudo triangular con tres eslabones de una cadena pintados sobre el borde superior.
No consiguió descifrar su significado hasta que llegaron a otro tramo del pasillo que dibujaba una curva como el cubo de una rueda. Otros corredores salían de éste como radios y, a la entrada de cada uno de ellos, Phelan vio más escudos pintados con símbolos. Además del escudo con la imagen de una cadena que había visto antes, se fijó en otro con un diseño hexagonal, otro con una pequeña estrella roja y otro más que mostraba una bola estriada de colores azul y blanco. La mujer condujo a Phelan por el corredor marcado con este último símbolo.
¡Iconos! Los escudos son simples iconos que indican la clase de cosas que pueden encontrarse a lo largo de cada pasillo. Phelan sonrió para sus adentros, satisfecho de que su cerebro hubiese empezado a funcionar con aljgo más que un patrón aleatorio. No tengo ninguna pista de lo que significa el hexágono, pero apuesto a que las cadenas simbolizan la prisión. En cuanto a la estrella roja y la bola de colores, ¿quién sabe?
Mientras seguía recorriendo el pasillo, Phelan desveló con rapidez el secreto de la bola azul y blanca. El aroma a comida hizo que le gruñera el estómago, y varias puertas del lado derecho estaban marcadas con escudos que mostraban lincas onduladas que parecían espaguetis enloquecidos. Sólo Dios sabe lo que se supone que es ese símbolo; pero, a menos que mi olfato no funcione, hay comida por aquí cerca. Si el pasillo de la bola contiene un comedor, tal vez indique la proximidad de áreas habitadas o servicios de personal.
Mientras seguían avanzando por el pasillo, algo más acudió a la mente de Phelan. Si todas estas puertas con iconos de hilos enmarañados conducen a las cocinas, se trata de una sala bastante grande. Eso quiere decir que hay mucha gente a bordo de esta Nave de Descenso. Y, por tanto, tiene que ser de las grandes; lo más probable es que sea una de clase Behemotn.
Un poco más adelante, su guía se detuvo ante una puerta situada a la izquierda que estaba un poco hundida en la pared. Phelan vio fugazmente un escudo y un símbolo en forma de V, con una bola grande en el medio y dos esferas más pequeñas en cada ángulo. Entró en la habitación y rodeó una antesala. Tuvo que guiñar los ojos, debido a la intensa luz que procedía de los blancos paneles de las paredes y los espejos de metal argénteo en el muro de la izquierda. Por fin, sus ojos se acostumbraron a la luz y frunció el entrecejo. ¿Qué rayos es este lugar?
Dos de las tres personas que había en la habitación le lanzaron miradas feroces, como si hubiese interrumpido una ceremonia sagrada. Phelan sintió un escalofrío, pero pronto lo identificó como algo más que una normal sensación de inquietud por estar en un sitio donde, sin duda alguna, no era bienvenido. Me acostumbré a esta sensación en Gunzburg. Aquí, es como si ni siquiera fuese humano.
Las tres personas presentes tenían unas formas y un aspecto tan inusuales que Phelan se preguntó si ellos eran humanos. Al fondo había una mujer desnuda, que estaba sentada en un banco estrecho y hundido en su sección central. No porque ella estuviese gorda, aunque Phelan calculó que debía andar por los 150 kilos, sino porque era enorme. A pesar de que sus pálidas carnes se desparramaban en gruesos músculos, Phelan vio que su estado físico era mejor que el de los miembros de los Demonios de Kell que practicaban la halterofilia en sus ratos libres. ¡Tiene unos hombros más anchos que siete de estos armarios! No me equivocaré por mucho si digo que mide dos metros y treinta centímetros.
La mujer miró a Phelan por encima del hombro con fríos ojos castaños. Phelan vio que le examinaba los miembros y escrutaba los músculos de su cuerpo semidesnudo, como un depredador que estuviera decidiendo si la presa valía el esfuerzo necesario para matarla. Luego, sólo siguió entrelazando la larga trenza roja que le colgaba de la nuca. Si ella y yo no nos liamos nunca, no me importará. ¿Dónde encuentran 'Mechs que alberguen cuerpos como éste?
El hombre que estaba más cerca de Phelan también tenía un aspecto extraño. Entre él y la amazona podrían haber compuesto tres individuos de tamaño normal. Tenía la cabeza cubierta por una melena rubia, pero su cuerpo desnudo parecía demasiado pequeño para estar pegado a su cuello. Aun así, sus músculos, bien definidos, insinuaban la fuerza y la potencia que tenía y que desmentía su tamaño. El hombre no se volvió para mirar a Phelan, aunque lo observaba por un espejo con sus salientes ojos verdes.
Cuando Phelan miró a los ojos de la tercera persona de la habitación, sintió como si hubiese clavado un incritómetro métrico en una toma de electricidad. En los oscuros ojos de aquel hombre ardían las brasas del odio puro. ¿Qué diablos lo está corroyendo? El hombre llevaba una camisa azul larga, que llevaba suelta. Phelan supuso que ambos tenían más o menos el mismo tamaño. Nuestros cabellos también son del mismo color, aunque él tiene un pico de cabello en lafrente. Si no fuera por eso y por sus ojos castañosI casi pareceríamos hermanos.
El hombre situado en el centro volvió su fiera mirada hacia la mujer que guiaba a Phelan.
—Sácalo de aquí. Llévalo al corral de esquilmado.
—Neg —contestó ella—. Lo he traído aquí porque va a ir a ver al Khan y es preciso limpiarlo.
—Pero ¿aquí, Ranna? —preguntó la amazona.
Ranna se peinó sus nevados cabellos con sus delgados dedos.
—Sí, Evantha, aquí. Tiene que permanecer aislado de los demás. —Lanzó una mirada a Phelan y agregó—: No esperarás que lo lleve a mi cabina para limpiarlo, ¿quineg?
—Desde luego que no, comandante estelar —respondió el hombre del centro en tono de burla—. Debiste haberlo conducido a las cocinas. Allí tienen tubos para quitar la suciedad a los vegetales. —La carne alrededor de sus ojos castaños se tensó al añadir—: Que haga lo que quiera. No me preocupa. Yo ya he terminado.
Había algo en la voz de aquel hombre que resultaba familiar a Phelan, pero no conseguía adivinar qué. Cuando el hombre se metió los faldones de la camisa azul en los pantalones, Phelan vio el brillo de un objeto plateado en su cintura.
—¡Eh, ésa es mi hebilla! —exclamó el mercenario con ira, y alargó la mano para asir la cabeza de lobo de ónix y malaquita que Tyra había hecho para él.
Phelan no vio ninguno de los puñetazos, pero los oyó y los sintió muy bien. El primer golpe lo alcanzó en un lado de la cabeza, sobre la sien izquierda. Le hizo girar la cabeza y agacharse. A continuación sintió otro puñetazo en el estómago. Sus piernas le flaquearon y se desplomó como una muñeca de trapo. El último martillazo le cayó en el oído izquierdo y lo lanzó sobre una hilera de taquillas grises. Phelan chocó con fuerza contra ellos y cayó al suelo.
—¡Vlad!
La cabeza le daba vueltas a Phelan y casi no oyó a Ranna gritar aquel nombre, pero sintió que la amenaza que se cernía sobre él se retiraba. El mundo giraba rápidamente a su alrededor y sus pulmones ardían ansiosos de aire. Intentó respirar, mas sus pulmones no reaccionaban. Aunque estaba conmocionado, sabía por qué no podía respirar, pero eso no lo ayudó a serenarse. ¡Aire! ¡Necesito aire!
El hombrecillo rubio se arrodilló a su lado y lo hizo tumbarse de espaldas. Lo sujetó por la goma de los pantalones cortos y lo levantó, obligándolo a arquear la espalda. Entonces entró un poco de aire en sus pulmones. El hombre siguió elevando y bajando la cintura del mercenario mientras miraba a la persona que lo había golpeado. Este, el llamado Vlad, tenía una expresión en el rostro semejante a una nube de tormenta, y parecía a punto de escupirle.
—¡No me mires de esa manera, Carew! —exclamó, y desvió la mirada hacia la guía de Phelan—. Ni tú tampoco, Ranna. No toleraré que un inferior se me dirija en ese tono, ni aceptaré que chusma como ésta me toque. ¡Esta hebilla es mía! —Señaló con el dedo a Phelan y añadió—: Él era mi presa y yo tenía derecho a quedarme la hebilla. Es lo mínimo que me corresponde, dada la inusual decisión del Khan.
—No pierdas la cabeza, Vlad —replicó Ranna—. El Khan no ha ejercido a menudo su privilegio de reclamar lo que han ganado sus hombres, pero de todos modos tiene derecho a hacerlo. Tu acción avergüenza al sibko. Fuiste educado para estar más a la altura de las circunstancias.
La punzante réplica de Ranna hizo sonrojarse a Vlad. El la miró fijamente y luego bajó la mirada con brusquedad. Sin decir nada, pasó junto a Carew y salió de la habitación. Cuando la puerta se cerró de manera automática, Carew y Ranna suspiraron.
Al poner en marcha de nuevo sus pulmones, al menos de forma limitada, se había sofocado el fuego que ardía en el pecho de Phelan. Contempló la puerta y escupió cabellos y suciedad. ¡Esa voz! El que llaman Vlad era uno de mis interrogadores. Era el Chiflado. Curvó los dedos, como si quisiera estrangular al hombre que le había dado aquella paliza, mas la debilidad de sus temblorosos músculos no le dio ninguna esperanza sobre su capacidad para luchar. Estaré débil durante semanas, probablemente meses, y he permanecido encerrado en una celda diminuta sin poder hacer el menor ejercicio. Cuando vuelva a estar en forma quiza pueda hacer algo, pero ¡maldición!, se movió realmente rápido. Y pegaba muy duro.
Carew pasó las manos bajo el brazo derecho de Phelan mientras Ranna le sujetaba el izquierdo. Lo pusieron en pie y lo dejaron sobre el banco. Evantha se levantó, miró a Phelan con asco y se adentró aún más en la habitación. El mercenario se irguió, levantó la mirada y vio a un extraño en el espejo.
Le había crecido una barba de color castaño rojizo, que desentonaba con sus cabellos negros como el hollín. Su pelo, que siempre había llevado más largo que la mayoría de MechWarriors, se había convertido en una espesa maraña. De hecho, de no ser por el ojo izquierdo, que se iba hinchando poco a poco, y una gota de sangre que iba resbalando por el cuello desde la parte superior de la oreja, donde el último puñetazo de Vlad había causado un desgarro, no habría podido reconocerse a sí mismo.
Carew paseó la mirada entre el reflejo de Phelan y Ranna.
—¿Así que tienes que darle un aspecto presentable? Por tu bien, ruego que puedas darle el mismo efecto mágico que a tus exámenes de ascenso.
Ranna movió la mano izquierda tan deprisa que Phelan sólo vio una mancha borrosa que volaba hacia el cuello del hombre. Carew levantó la diestra en un intento de desviar el golpe, pero falló. Ella se echó a reír.
—Te estás volviendo lento, Carew. Podría haberte matado, ¿quiaf? No obstante, he decidido mantenerte con vida.
—Espera a que te enfrentes a mí en el próximo simtiempo, comandante estelar —replicó—. Aun así, te debo la vida. Como soy tan bajito, confío en que un pequeño favor baste para pagar mi deuda, ¿quiaf?
—Af —dijo ella, sonriendo con cierto cansancio—. ¿Tú lo lavas y yo lo seco?
Phelan empezó a sentirse ofendido. No me importaría que hablasen de mi como si no estuviese presente, de no ser porque hacen que me sienta como una pila de platos sucios.
—Perdón, pero hay testigos de que sabía bañarme yo solo en el pasado —intervino.
—¡Imaginaos! —exclamó el hombre de ojos grandes, sonriendo—. ¿Y lo hacías tan bien como te has sabido defender ahora?
El mercenario gruñó.
—Bueno, tengo más práctica bañándome que recibiendo palizas.
Ranna y Carew se echaron a reír.
—Bien, tienes mucho ánimo —reconoció Ranna y, volviéndose a Carew, preguntó—: ¿Me ayudarás? ¡Es por el bien del sibko!
—Af —contestó, con un suspiro hondo—. Utilizaremos tu material, tijeras y navaja.
—Trato hecho.
—¿Por qué tengo la sensación de que preferirían llevarme a lo más parecido a una lavandería que tengan en esta nave y meterme en una lavadora? —inquirió Phelan. Vio que sus rostros se iluminaban al oír la idea y levantó las manos—. No causaré problemas, de verdad. Sólo acabemos con esto de una vez.
★ ★ ★
Phelan, ataviado con la ropa de color verde oliva que Ranna había conseguido para él, se frotó el rostro recién afeitado mientras dejaba que Carew le cortase el pelo. Me alegro de que me hayan quitado la barba. Me hacía parecer demasiado viejo. De improviso, le vino a la memoria la imagen del rostro barbudo de su padre y sintió una enorme tristeza. ¿Durante cuánto tiempo he permanecido en cautiverio? Tengo que mandarles noticias como sea. ¿Por qué no hay nunca un acólito de ComStar cerca cuando lo necesitas?
Con la espalda apoyada en la pared posterior del turboascensor, Phelan observó cómo iban pasando con rapidez los números mientras el aparato los conducía a Ranna y a él hacia la proa de la nave. La cantidad de cubiertas, cada una marcada con su propio escudo, sorprendió al mercenario. Este ascensor da acceso a veinte cubiertas. Para llegar a las doce primeras, parece que hay que escribir un código con ese teclado numérico. Si los ascensores de esta nave funcionan como los de otras Naves de Descenso y no recorren la nave en toda su longitud para evitar fisuras y pérdida de presión atmosférica, entonces esta nave es realmente grande. La idea de que podría ser mayor que una Behemoth pasó fugazmente por su mente, pero la descartó de inmediato por considerarla imposible.
El ascensor aminoró su marcha y se detuvo. Ranna pulsó una serie de números en el teclado. Cada pulsación produjo un tono musical. La puerta se abrió y ella hizo salir a Phelan de un empujón. Echaron a andar por un pasillo. Ranna caminaba tan deprisa que el Demonio de Kell tenía poco tiempo para escrutar lo que había a su alrededor. Cuando por fin se detuvo, se encontraban ante una puerta pintada con un escudo que mostraba otro signo. En el centro había la silueta de una cabeza de lobo, que se parecía de forma sorprendente al emblema de los Demonios de Kell y a la hebilla del cinturón que Tyra había hecho para él. Debajo había una hilera de cinco estrellas rojas similares al pendiente de Ranna. Cuando la puerta se abrió, ella se puso en posición de firmes y Phelan la imitó.
—Entren, por favor.
El hombre que había hablado era alto y delgado, con cabellos blancos muy cortos. Les hizo un gesto para que entrasen, hospitalario pero carente de entusiasmo. Esbozaba una sonrisa, aunque Phelan no se sintió reconfortado. Había algo especial en su expresión mientras examinaba el ojo izquierdo hinchado de Phelan y la corteza de sangre seca en la oreja, mas no dijo nada.
Phelan siguió a Ranna al interior de la sala y la puerta se cerró a sus espaldas con un suspiro. Ranna se detuvo, se llevó la mano derecha a la ceja con un gesto brusco y saludó al Khan. Él le devolvió el saludo con un gesto elegante y le sonrió con expresión sincera.
—Espero que no le importase que le pidiera que trajera aquí a este hombre —dijo.
Ella se encogió de hombros. Su gesto fue ligeramente rígido, lo que delató un cierto resentimiento por su parte.
—Como no se me solicita que cumpla con mis deberes ahora, debo encontrar nuevas formas de servir.
El Khan aceptó la explicación con magnanimidad y se volvió hacia Phelan.
—Tiene mejor y peor aspecto que la última vez que lo vi —le dijo.
Phelan sonrió por pura cortesía, mientras intentaba en vano identificar la voz del Khan con alguna de las que lo habían interrogado.
—Soy torpe —contestó.
—Entonces, cuando Vlad se presentó para informarme que lo había atacado a usted, ¿estaba mintiendo?
Phelan levantó la cabeza y escrutó al Khan. ¿Toda esta reunión va a consistir en intrigas y en ponerme a prueba? ¿Qué puedo decirle que su gente no me haya sonsacado ya?
—De no haber sido tan torpe, habría evitado provocarlo o habría esquivado sus puños —repuso.
El Khan entornó sus azules ojos. Luego su expresión se animó e hizo señas a Phelan de que se acercara.
—Perdóneme. Ya ha sufrido suficientes interrogatorios en los últimos meses, ¿quiaf= Y dejo que siga de pie en el recibidor como un Punto al que estuviera recriminando algo. Por favor, entre y le presentaré a mi otro invitado.
Phelan avanzó, en respuesta a la invitación de su anfitrión. Observó que los aposentos del Khan parecían encajar a la perfección con aquel hombre. Al principio pensó que las habitaciones tenían pocos muebles, mas entonces se percató de que todo era de alta calidad, como si el Khan quisiera llenar su espacio vital sólo con lo mejor. Phelan imaginó que los adornos y el mobiliario eran, con toda probabilidad, los trofeos de un largo proceso de conquista. Podía imaginarse con facilidad a aquel hombre tirando algo antes de poner un elemento nuevo en aquel lugar.
Una alfombra de sombrío tono gris y unas cálidas paredes amarronadas daban a la sala el aire de un estudio. La luz amarillenta de unas lámparas empotradas en el techo iluminaban las estanterías y las mesas, que eran de cristal y de metal gris. El sofá y algunas sillas parecían cómodas. pero no coincidían en color ni en diseño. En los estantes había algunos informes y dos o tres libros holográficos, mas Phelan no pudo identificar ninguno de ellos.
La única decoración de las paredes colgaba sobre el sofá. Era un emblema, tan grande como su propio pecho. Phelan lo reconoció: era similar al del escudo grabado en la puerta. La única diferencia era que se trataba de un escudo auténtico y no había estrellas debajo de la cabeza de lobo. En su lugar había un pequeño cuadrado fijado al escudo. Al aproximarse, Phelan hizo otro asombroso descubrimiento. ¡Rayos, esto parece arrancado del blindaje de un 'Mech!
Cualquier otro pensamiento sobre la naturaleza del objeto o su construcción desapareció de la mente de Phelan cuando el otro invitado del Khan se apartó de uno de los estantes, donde había estado hojeando lo que había.
—Saludos, Phelan Kell —dijo—. En verdad, parece que las noticias sobre su muerte eran infundadas.
A pesar de su asombro, el joven mercenario identificó de inmediato a aquel hombre, ataviado con una túnica blanca y un fajín escarlata. ¡Por los siete infiernos! ¿Qué está haciendo aquí un capiscol de ComStar?
Perplejo, Phelan se quedó mirando boquiabierto a aquel hombre anciano de cabellos blancos, aunque enseguida recobró la compostura.
—La Paz de Blake sea con usted, capiscol...
El capiscol se ajustó el parche que le cubría el ojo derecho y miró al mercenario con su ojo sano.
—Sí, está claro. Usted es un Kell.
Había algo en la manera de hablar del capiscol que inquietó a Phelan.
—¿Conoce a mi padre? —le preguntó.
El capiscol vaciló por unos momentos. Phelan intuyó que se había tragado su primera reacción, cualquiera que fuese.
—¿Conocerlo? En realidad, no. En mi calidad de Capiscol Marcial, lo he observado y he aprendido a respetarlo mucho. Incluso lo vi en persona una vez, hace mucho tiempo; pero dudo que él se acuerde de mí o de las circunstancias de nuestro encuentro.
Phelan iba a preguntarle al dirigente de ComStar si podía transmitir noticias a sus padres, mas calló cuando el Khan entró en la habitación. Con una sonrisa cortés, el Khan abrió los brazos para dar la bienvenida a sus invitados.
—Permitan que haga las presentaciones. Phelan Kell, le presento a Anastasius Focht, Capiscol Marcial de su ComStar. Capiscol, éste es Phelan Kell.
El joven mercenario saludó a Focht con un movimiento de cabeza y miró al Khan con expectación. El Khan le devolvió la mirada.
—Y permítanme que yo también me presente —prosiguió—. Soy Ulric, Khan de los Lobos. Usted fue capturado por un comando de exploración enviado por mi clan y traído a mi Nave de Salto, la Diré Wolf.
La noticia de que en realidad se encontraba en una Nave de Salto dejó aún más estupefacto al Demonio de Kell que tras sus anteriores intentos de calcular el tamaño de lo que creía que era una Nave de Descenso.
¡Una Nave de Salto!¡Es imposible!Las Naves de Salto no son más que un puente de mando montado sobre una unidad Kearny-Fuchida. Puede que tengan una zona de embarque, y la Cu tiene agrocubiertas, pero eso es todo. Una Nave de Salto, con cubiertas e instalaciones para un montón de gente... ¡Oh, Phelan!, esto es mucho peor que una incursión relámpago sobre Tharkad.
Phelan se recuperó con rapidez y quiso extender la mano al Khan, pero presintió que Ulric habría rechazado el gesto, más por una cuestión formal que por desconfianza o rechazo.
—Señor, si me permite, ¿me sería posible enviar un mensaje a mi familia diciéndoles que sigo vivo? No es necesario que contenga información militar secreta: mi interrogatorio y aquella primera batalla bastaron para demostrarme que estaban invadiendo la Periferia y consolidando su presencia en ella. Sólo quiero que mis padres no sufran.
Ulric negó con la cabeza y Focht respondió a su pregunta.
—Lo lamento, herr Kell —dijo—; pero, incluso con el permiso del Khan, no puedo transmitir ese mensaje. La Primus me ha enviado como embajador ante este notable pueblo. Mi misión es de naturaleza diplomática y no puedo transmitir mensajes ni recibirlos, sea cual sea su contenido. —El capiscol sonrió y se volvió parcialmente hacia el Khan—. El Khan me ha enseñado grabaciones del encuentro de ustedes con su comando. Como ha visto, su tecnología militar y su habilidad son impresionantes.
Las palabras de Focht ahogaron las esperanzas que habían renacido en el corazón de Phelan. Un sabor amargo le ardía en la garganta mientras asentía al comentario del capiscol.
—Sí, son impresionantes —dijo—. Nunca he conocido ninguna otra organización en la que un soldado se delate a sí mismo por agresión.
—Si usted causara daños en la propiedad de otro, se lo diría al propietario, ¿quineg? —dijo Ulric, frunciendo el entrecejo.
Kell sólo escuchó a medias la pregunta.
—Sí, pero... Espere un momento. ¿Ha dicho propiedad?
—Al capturarlo, Vlad ganó un derecho sobre usted —contestó Ulric, con una expresión serena que no sugería que estuviera diciendo algo fuera de lo normal—. Yo ejercí mi prerrogativa como Khan.
La creciente expresión de horror de Phelan no alteró en lo más mínimo la explicación de Ulric, que le sujetó la muñeca derecha y le hizo mirar el brazalete.
—En una palabra, Phelan Kell —añadió—. usted me pertenece.
Capítulo 15
Espacio orbital, Thule, Provincia de Rasalhague
República Libre de Rasalhague
7 de marzo de 3050
Tyra Miraborg miró el monitor auxiliar de los controles de la carlinga. Mostraba un pequeño icono que representaba el caza Shilone en el centro de la pantalla, y una esfera de vectores gráficos giró despacio alrededor de la nave. Tres pequeños triángulos con rótulos de identificación aparecieron junto a su nave para señalar la posición de su caza y los otros dos pilotos de su grupo. Más adelante en su trayectoria, un gran orbe permanecía tentadoramente distante.
La mujer sonrió, sin apenas sentir la presión de las almohadillas del neurocasco en las comisuras de la boca. Pronto llegaremos a casa. De vuelta a bordo de la Bragi y en marcha hacia otro sistema. Debí comprender que ingresar en una guardia de honor significarla pasar la mayor parte del tiempo en ceremonias, pero no me esperaba realizar largos turnos de servicio custodiando al Ministro de Defensa mientras inspecciona las zonas de la Periferia atacadas por los piratas.
La voz de Anika Janssen la llamó a través de los altavoces del casco.
—No percibo nada inusual, kapten —dijo.
Tyra miró a la derecha y vio el Shilonedt Anika volando paralelo a su caza. La forma de ala de la nave la hacía uno de los pocos cazas aeroespaciales adecuados para combate tanto atmosférico como en espacio profundo. Los pilotos de un Shilone apodaban a su nave «bumerán». Uno de los primeros instructores de vuelo que había tenido Tyra le había dicho: «Eso, tesoro, es porque los pilotos de los Shibne siempre regresan después de una misión».
¡Claro, y ComStar nunca pierde ningún mensaje!, pensó Tyra, y abrió el canal de la radio.
—Recibido, Valquiria Dos —dijo—. Por aquí sin novedad. ¿Y tú, Ljungquist?
—Como la paz de un monasterio —repuso Sven Ljungquist, riendo—. Valquiria Cuatro no reporta ningún problema. Nos ha estado observando a los seis. Nadie se ha aproximado.
—Recibido, tres —dijo Tyra, y tocó con el dedo el icono de la Nave de Descenso en el monitor auxiliar.
En un instante, la Nave de Descenso sustituyó a su nave en el centro de la pantalla, y los iconos que señalaban su propia trayectoria se desplazaron al área inferior izquierda del escáner. Además de llenar la pantalla con los datos de sensores de la Bragi, el ordenador abrió una línea directa con la nave nodriza.
—Grupo Valquiria reportando sin novedad —declaró Tyra.
—Recibido, Valquiria Jefe. Debe regresar a tiempo para la cena —dijo la voz masculina del controlador de vuelo, y bajó el tono de voz para añadir—: La comida no se va a parecer en nada a la que comí hace dos noches en Sovol, lyra. Deberías aceptar mi invitación.
—Lójtnant Tviet, ¿le importaría concentrarse en di trabajo? —intervino Anika antes de que Tyra pudiese responder—. Estamos en un área de operaciones hostil.
Tyra oyó la respuesta de Tviet a la crítica de Anika y la conexión se cortó. Aunque dio gracias a Anika en silencio, los conocidos sentimientos de arrepentimiento e ira resurgieron en su interior. Se esforzó por no distraerse con aquella tristeza marginal. Tomaste la decisión y eso es todo. Decidiste rechazar la oferta de Phelan y te incorporaste a esta compañía porque era lo más sensato. No podios quedarte en Gunzburg eso seguro.
Un indicador rojo se encendió en el panel de control de la radio. Tyra pulsó el botón de inmediato.
—Tyra, no puedes seguir haciéndote reproches, porque no es culpa tuya. Lo pasado, pasado está —le dijo Anika a través de la frecuencia privada que compartían, como si le hubiese leído los pensamientos.
Tyra asintió con la cabeza y lanzó una mirada al Shilone de Anika.
—Sé que tienes razón, Nik —respondió—. No podría haber hecho nada para evitar la muerte de Phelan, aunque hubiese ingresado en los Demonios de Kell. Como la unidad de Phelan no tenía apoyo aeroespacial, yo no habría estado allí.
—Eso está mucho mejor —aprobó la voz de Anika, con una mezcla de alivio y exasperación.
Tyra volvió a mirar el escáner de la Bragi, que seguía sin problemas. A lo largo de aquella gira de «relaciones públicas», había estado esperando que los piratas que habían matado a Phelan hubiesen organizado una incursión, para tener así la ocasión de vengarse. Eso es una estupidez. La clase de ideas que lograrían que me matasen. Tyra activó el micrófono y dijo:
—Gracias, Nik. Ya estoy aquí otra vez. Cuando volvamos a la Bragi, recuérdame que dé a Tviet una lección sobre el significado de la palabra nej.
—Recibido.
Tyra vio que algo nuevo aparecía en la pantalla del escáner. Cuatro pequeños triángulos rojos se iluminaron en el borde exterior de la pantalla de la Nave de Descenso. El ordenador de combate encendió el segundo monitor y comenzó a mostrar las distintas siluetas y las descripciones de rendimiento de todos los cazas aeroespaciales y lanzaderas que coincidían con los datos que le llegaban. El ordenador iba alternando entre los modelos Stukay Corsair, pero no conseguía llegar a una decisión definitiva.
Tyra tocó el icono que representaba la nave, y el ordenador volvió a informar de sus propios instrumentos. Redujo el alcance del rastreo, pero le proporcionó su capacidad de combate, que, de pronto, pareció buena. Tyra abrió la radio en la frecuencia de control de la Nave de Descenso, pero introdujo el canal táctico de su grupo de vuelo en su transmisión.
—Aquí el grupo Valquiria, Bragi. Tenemos cuatro naves desconocidas en la pantalla. —Volvió a mirar el monitor y agregó—: Provienen de un vector que podrían parecer nuestras sombras calóricas, pero los localizo con mis propios instrumentos. Solicito confirmación.
Tyra aumentó la aceleración vectorial en el lado derecho de su nave, desplazándola a la izquierda, lejos de la nave de Anika. Observó que una de las cuatro naves que los seguían imitaba su maniobra. ¡Quienes quiera que sean, son buenos! Hace falta mucha práctica de vuelo para hacerse pasar por la sombra de infrarrojos de un caza aeroespacial que atraviesa una nube de helio.
—¡Recibido, grupo Val! —respondió la voz de Tviet sin el tono seductor de su comunicación anterior—. Estamos recibiendo una transmisión con interferencias del propio Thule. No sabemos de qué se trata, pero es probable que tenga algo que ver con acciones hostiles en el planeta.
—Recibido, Bragi. ¿Atacamos a los que llevamos a la cola? Están a unos cien miriámetros detrás de nosotros.
—Negativo, grupo Val. No tenemos problemas para alcanzar la Nave de Salto en el punto nadir. Limitaos a observarlos.
Tviet hablaba despacio, con pausas entre las palabras, lo que indicó a Tyra que el controlador estaba recibiendo muchos datos de otras fuentes además de la suya. Miró el monitor auxiliar y vio que las cuatro naves no identificadas habían dividido la formación y estaban acelerando. ¡Ahí vienen!
—Atención, Bragi, estamos siendo atacados y nos desplazamos para responder. Valquiria Dos, en formación conmigo. Tres y Cuatro, permaneced juntos y encargaos de la pareja que se acerca por el vector de doscientos cincuenta y seis grados. ¡Suerte!
—¡Pericia! —repuso Ljungquist.
Tyra activó los propulsores y los orientó de manera que la nave dibujase una curva cerrada hasta quedar totalmente inclinada a babor. Cuando estaba en el espacio no tenía que preocuparse por la fricción y las turbulencias del aire, pero la inercia seguía afectándola, tanto a ella como a la nave. Su traje de vuelo se presurizó para evitar una pérdida de bombeo de sangre a la cabeza al acelerar a 4G; de todas formas, sabía que ni siquiera el traje impediría que perdiese el conocimiento si su maniobra era demasiado rápida.
Una vez establecido el nuevo rumbo, volviendo sobre el espacio que acababa de recorrer, Tyra activó todos los sistemas de combate. El ordenador mostró una imagen del Shilone en el monitor principal e iluminó cada arma a medida que se iban poniendo a punto.
—Lanzamisiles de largo alcance, comprobar —murmuró Tyra—. Láser pesado delantero, comprobar. Láseres medios de las alas, comprobar y comprobar. Lanzamisiles de corto alcance de arco posterior, cargado y preparado.
Una mira roja apareció en la visera del casco y siguió el movimiento de su ojo derecho mientras ella escudriñaba a su alrededor. Los brazos de la silla giraron noventa grados poco a poco y dejaron al descubierto los botones de disparo de todas sus armas. Mantén la mira sobre el blanco, en despacio o en la pantalla sensora, y ¡puf!, se acabó.
Como los pesados BattleMechs terrestres, los cazas aeroespaciales confiaban en una pantalla holográfica de datos de sensores. Mientras que los pilotos de los 'Mechs sólo tenían que orientarse en un campo de batalla de dos dimensiones, los pilotos de cazas habían de enfrentarse a enemigos en un escenario tridimensional. Eso quería decir que sus pantallas holográficas formaban un cuenco alrededor del área hacia la que apuntaba el morro del caza. Un anillo dorado que brillaba alrededor de toda la pantalla indicaba al piloto que el ordenador había conseguido centrar el blanco en el punto de mira en el arco trasero.
El ordenador de Tyra seguía sin decidir si las naves hacia las que ella y Anika se dirigían eran del modelo Corsairo Stuka. Eso era inquietante. El Stuka era un caza con un grueso blindaje, que disponía de todas las armas que ella tenía y algunas más. El Corsair, aunque era más ligero tanto en armas como en blindaje, tenía una mayor capacidad de maniobra que lo convertía en un enemigo huidizo. Aun asi, si lo sitúo dentro del arco, es vulnerable.
—¿Tu ordenador se está volviendo esquizofrénico ? —preguntó Anika, que al parecer tenía los mismos problemas con el suyo.
—Sí —respondió Tyra, tratando de mostrarse confiada—, algo ha alterado su pequeño cerebro de silicona. —Sintió un escalofrío—. Imagina que son Stukas y ruega porque sean Corsairs.
—Recibido. —Por un segundo, el ruido de la estática resonó por el canal abierto. Luego se oyó de nuevo la voz de Anika—. ¿Qué diablos están haciendo aquí unos cazas de Davion? ¿Nos hemos declarado la guerra y yo no me he enterado? Quiero decir: ¿el Príncipe Hanse Davion se ha vuelto a casar o algo así?
Tyra sabía que los Stukas y los Corsairs eran naves fundamentales de las fuerzas armadas de la Federación de Soles, pero algo le decía que aquellos cazas no procedían de la Federación. Antes de que pudiese contestar a Anika, se encendieron las luces en su consola de mando y sonó la alarma en la carlinga.
—¡Tengo un radar hostil centrado sobre mí! ¡Bomba arriba a la izquierda! —gritó Tyra.
Hizo virar el Shilone a la derecha, golpeándose en el hombro contra el costado izquierdo de la carlinga. El caza descendió hasta quedar justo debajo de la nave de Anika, separados ambos aparatos por sólo veinticinco metros. Cuando el ordenador actualizó los datos de los sensores, dibujando otra imagen sobre la anterior, Tyra aceleró hacia el vector derecho. El Shilone viró a la izquierda, situándose más allá de donde había estado el caza de Anika, mientras ésta ejecutaba una maniobra similar que la hizo elevarse y situarse a la derecha de Tyra.
Las luces de alarma se apagaron. Bien. Mezclar nuestras siluetas y separarlas de nuevo ha causado confusión.
Golpeó con el puño el ordenador de localización de blancos. ¿Por qué rayos me han puesto en su punto de mira y yo no he podido hacer lo mismo? Éste no es momento de que el ordenador me falle.
Miró el monitor auxiliar y bajó la mira guiada mediante la vista hasta colocarla sobre la imagen del primer caza enemigo. En un abrir y cerrar de ojos, Tyra cargó los misiles de largo alcance y esperó a que se encendiera el piloto en el centro del retículo, confirmando que el blanco estaba en el punto de mira. Sin embargo, en lugar del piloto luminoso vio una medida de la distancia que separaba al blanco del alcance efectivo de los MLA. ¿Qué? Me tenían en su punto de mira con el triple del alcance efectivo. ¿Quién demonios son esos tíos? Abrió el canal de la radio.
—Valquiria Tres, el enemigo podría tener una capacidad de ataque superior. Aconsejo precaución.
Oyó las sirenas de los sensores que resonaban de fondo a la respuesta de Ljungquist.
—Recibido. Estoy un poco atareado aquí, Val Uno —dijo. Su voz sonó distorsionada en la siguiente frase, mientras el piloto iniciaba una maniobra a gran velocidad con su Slayer para no estar en el punto de mira—. ¡No, maldición! ¡Aarrg!
Se oyó un zumbido y un ruido seco a través de los altavoces. Antes de que Tyra pudiese averiguar lo que le había sucedido a Ljungquist, el ordenador puso a un enemigo en el punto de mira. Pulsó el gatillo con el dedo índice derecho, y el afuste de MLA montado bajo la carlinga lanzó una andanada de proyectiles en rápida sucesión. Los misiles se alejaron hasta que casi parecieron estrellas en la distancia. Entonces, una serie de explosiones iluminó el vacío. ¡Le di!
Sabía que no podía esperar que una andanada de MLA hubiese destruido a su enemigo, y tuvo una pronta confirmación de este hecho cuando ambos cazas aeroespaciales pasaron uno junto al otro. En un instante, el ordenador dejó de titubear entre los modelos Stuka y Corsair. No se quedó con ninguno de ellos, sino que mostró en el monitor secundario una imagen digitalizada de la nave a la que Tyra se enfrentaba.
Sin duda, la nave había sido construida según las líneas de un Stuka. Su cuerpo rectangular y sus alas rechonchas que sostenían grandes receptáculos de armas eran, sin confusión posible, los de un STU-K5. También tenía los estabilizadores delanteros, ubicados debajo de la carlinga abovedada, que añadían estabilidad al caza cuando tenía que entrar en una atmósfera. Unas leves variaciones en el contorno de las toberas de las alas sugerían, en cambio, que llevaban aún más armas que la pareja de láseres pesados que era el complemento estándar del modelo. Esto no complació a Tyra en absoluto.
Lo que sí le gustó fue ver el blindaje destrozado del morro del Stukay el agujero ennegrecido por el fuego que tenía allí donde, según el ordenador, debía haber un lanzamisiles de corto alcance. ¡Bien! En un combate reñido, eso me beneficiará, aunque le basta y sobra con sus láseres para destruir mi nave. Y no sólo lleva más armas, sino que su descripción de rendimiento sugiere que también está más blindado.
Y lo más intrigante: la imagen visual mostraba el emblema de la nave. A primera vista, a Tyra le pareció la silueta de un oso polar contra una luna negra. No, eso no puede ser. Ningún oso tiene seis patas. ¿Y por qué hay una estrella blanca en medio de la luna?
Tyra lanzó su Shilone a una trayectoria en S partida, dibujando un arco hacia arriba y a la derecha y luego girando la nave, con el morro orientado ciento ochenta grados respecto a la dirección en la que había volado poco antes. Intentó volver a tener el caza enemigo en el punto de mira, pero la otra nave había realizado una maniobra similar y ambas naves de combate volvían a estar enfrentadas. Al ver que un área de combate reducida daba la ventaja a su muy armado enemigo, Tyra dejó que el Shilone siguiera desplazándose a la derecha y luego giró en un amplio tonel alrededor de la línea de ataque de su enemigo.
Activó otra arma cuando sus escáners le indicaron que su enemigo había levantado el morro con brusquedad y giraba trazando un Immelmann. Un vuelo de fantasía, pero muy arriesgado. Tienes que estar mareado con las aceleraciones que has hecho. Miró el icono de la nave, que estaba a sus espaldas, y, cuando el borde de la pantalla brilló con una luz dorada, pulsó el botón situado debajo de su pulgar izquierdo. Aquí es donde te vas a ganar la paga.
Cuatro MCA salieron disparados hacia su blanco e impactaron en el caza enemigo cuando terminaba su giro. Las explosiones de los misiles se sucedieron en el morro del caza y en la carlinga. El ordenador de combate de Tyra actualizó la imagen del enemigo abriendo agujeros en el blindaje y dibujando una línea dentada en la escotilla de la carlinga.
El piloto reaccionó al ataque después de unos momentos de vacilación. Durante esos momentos, la nave siguió girando y el piloto aumentó la aceleración para virar hacia abajo y a la derecha. Tyra lanzó su caza a la izquierda y puso horizontales los controles de inclinación para levantar el morro. La maniobra la hundió en la silla y le hizo rechinar los dientes, pero mantuvo el rumbo. Activó el propulsor del ala derecha e hizo girar el Shilone hacia abajo, como un halcón, hacia la nave incursora que emprendía la huida.
Unas bolas brillantes y de múltiples colores bailaron ante sus ojos cuando volvió a levantar el morro del Shilone. Mi arco de picado es más inclinado que el suyo. Ttene que ponerse en el punto de mira.. . Presionó el pedal del pie izquierdo, dando mayor propulsión a aquella ala, lo que levantó el lado izquierdo de la nave y la hizo girar quince grados. ¡Aguanta! ¡Aguanta! El Shilone se colocó detrás del caza incursor como si estuviera unido a él por un cable. ¡Ahora!
Tyra disparó todas sus armas delanteras y, a su vez, sufrió daños a causa del fuego de láser medio que su adversario le disparó en su arco posterior. El rayo de luz escarlata abrió una negruzca cicatriz en el blindaje del lado derecho del fuselaje del Shilone. El ordenador de combate de Tyra actualizó el estado de su nave, pero no se encendió ninguna luz de aviso ni sonó ninguna sirena. Certificado de buena salud
El láser pesado que llevaba en el morro arrojó kilojulios de energía hacia el caza enemigo. El rayo rubí recorrió el fuselaje como un foco, pero concentró su ataque en la boca del propulsor trasero izquierdo. En combinación con el láser medio montado en el ala izquierda del Shilone, cerró la abertura, lo cual hizo derivar de inmediato el caza enemigo hacia la izquierda. El otro láser medio del Shilone arrancó placas del blindaje del ala derecha del caza, pero no hizo más daño que fundir la insignia de la luna y el oso.
Tyra giró su caza a la izquierda, siguiendo con tozudez a su enemigo. Tras haber perdido la boca del vector izquierdo, el piloto ya no puede virar con facilidad a la derecha. ¡Ya lo tengo!
Antes de que pudiera apuntar sus armas hacia el blanco para lanzar otro feroz ataque, el penetrante ulular de las alarmas retumbó en la carlinga.
—¡Ataque de MCA!
Apretó a fondo los pedales de ambos pies, poniendo en marcha los sobrepropulsores y lanzando la nave a toda velocidad hacia adelante. Hundida en su asiento, pasó de largo de su blanco e intentó otro giro de las alas para salir del vector. Cuando el Shilone comenzaba a reaccionar, recibió el impacto del trío de MCA lanzados por el piloto incursor.
Uno explotó en la superficie del ala izquierda. La explosión sacudió la nave y arrancó pedazos de blindaje, pero la reacción de inercia ayudó a Tyra a realizar la maniobra que pretendía. Los otros misiles chocaron contra el motor de la parte posterior del Shilone. El ordenador bajó la potencia en un siete por ciento, y en el monitor principal aparecieron dos pequeños iconos dentro del contorno del Shilone.
Una oleada de calor inundó la carlinga, lo que indicó a Tyra lo que el ordenador ya estaba mostrando en silencio. Estupendo. Dos radiadores averiados. Con el daño sufrido en el motor pierdo velocidad, y ahora esta monada me va a cocer poco a poco. Bueno, no tendré que preocuparme de eso si este otro incursor vuelve a tenerme en su punto de mira.
—Nik, ¿dónde estás?
—Sobre él, «capi». Giro a la izquierda. Tres, dos, uno... ¡Misiles y láseres fuera!
Tyra viró el Shilone a la izquierda y el caza de Anika atravesó el área que acababa de abandonar. Mientras la nave perforaba el espacio, Tyra vio una serie de explosiones en la nave que Nik había estado persiguiendo. Enderezó la nave y envió por radio una apresurada felicitación a su compañera de vuelo. A continuación, miró su pantalla de sensores y localizó su presa. Mientras aminoraba la aceleración, lanzó otra andanada de MCA desde el lanzamisiles trasero.
Los misiles fallaron el blanco, pero obligaron al piloto a seguir desplazándose a la izquierda en un intento desesperado por eludirlos. Eso lo colocó a sólo treinta metros del ala izquierda del caza de Tyra. El piloto la saludó y comenzó a elevarse. Por todos los... ¡Saluda ahora a esto!
Tyra lanzó una microexplosión de iones por el control de desplazamiento vertical derecho y cortó toda la aceleración. El Shilone, que no estaba afectado por la atmósfera, rotó respecto a su eje vertical y lanzó a Tyra contra los cinturones de seguridad, hacia el lado izquierdo de la carlinga. Los cazas siguieron volando en la misma dirección, pero Tyra orientó todas sus armas contra su enemigo.
El incursor hizo girar con rapidez su nave sobre su ala izquierda y aceleró con los propulsores de la panza de la nave para alejarse. El sistema de localización de blancos de Tyra se centró en aquella nueva fuente de calor e iluminó el punto en el retículo de mira. Sin pensarlo dos veces, Tyra accionó los tres láseres delanteros. El blindaje se evaporó con el contacto de los rayos láser, y las rejillas semifundidas saltaron al vado entre nubes de iones. Los infernales rayos incidieron en el cuerpo de la nave; sin embargo, al principio Tyra no pudo distinguir si había causado algún daño.
Casi como si su ataque no hubiese tenido lugar, el morro del caza incursor siguió desviándose de la trayectoria. El chorro de propulsión desencadenado que brotaba de la boca delantera sobrecargó los estabilizadores del caza, ya recalentados por el láser, y deformó el metal. Mientras el propulsor trasero empujaba la nave hacia adelante, el del morro la lanzaba en sentido contrario. Como un modelo de cera sometido a un calor insoportable, el caza comenzó a doblarse por su sección central. Entonces, el morro se partió justo detrás de la carlinga. Las dos mitades chocaron entre sí, aplastando la carlinga como una cáscara de huevo, y giraron convertidas en una bola de metal retorcido y blindaje cerámico fundido.
—Val Dos, aquí Val Uno —dijo Tyra—. Me he librado del mío. ¿Dónde estás?
Tyra miró el escáner angustiada. La máquina registró dos naves enemigas y tres amigas, incluida la suya propia, pero el exceso de calor en la carlinga había inutilizado temporalmente el circuito que dibujaba los rótulos de identificación de los iconos.
—¿A quién hemos perdido? —preguntó.
Otra nave enemiga desapareció antes de que Anika pudiese contestar.
—Lo siento, «capi». Tenía que estar concentrada aquí. Tengo daños de poca importancia en un propulsor de vector, pero aguantaré.
—Valquiria Cuatro informando. Mi blanco emprende la retirada. —En la voz de Karl Niemi no había ninguna emoción—. Sven cayó en el primer intercambio de disparos. Sufrió daños en la carlinga y se acabó para él, aunque antes consiguió prepararme uno. Y le di.
Tyra sintió un nudo en la garganta.
—¡Maldición! Era un buen hombre. ¿Cómo estás tú?
—Estoy perdiendo combustible, pero podré entrar en la Bragi. He trazado un vector de regreso. Si no puedo tomar tierra en el hangar, saltaré. No puedo levantar la nave, de modo que te estaré agradecido si solicitas por radio que tengan preparado un equipo de rescate.
—Recibido —dijo Tyra, y miró en el monitor secundario la imagen congelada de la insignia, con la luna negra y el oso de seis patas—. ¿Alguien sabe a qué unidad pirata corresponde este emblema?
Anika, aún aturdida tras haber sobrevivido al ataque, exclamó:
—¿Acaso tiene importancia? Mueren como los demás piratas. Quienesquiera que sean, los combatiremos como lo hemos hecho con todos los demás.
Tyra notó que tenía la boca seca. ¿Nuevos piratas con nuevas máquinas? Creo que vamos a iniciar la batalla de nuestra vida.
Capítulo 16
Turtle Boy
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
30 de marzo de 3050
Columnas de humo se elevaban como sogas negras y oleaginosas contra el rojizo cielo del alba. Yodama escrutó el horizonte y supo que lo que le bañaba el rostro de sudor era algo más que el calor emitido por el reactor de fusión de su Phoenix Hawk. ¡El Primer Batallón debe de estar combatiendo por su vida! Si lo que arde es la refinería petroquímica, eso quiere decir que han retrocedido a su última línea de defensa. Hizo avanzar el 'Mech, aunque sólo con el poderosísimo presentimiento de una catástrofe.
Cuando el disco solar apareció sobre la hilera de colinas que separaban la lanza de vanguardia de Shin y la última posición del Primer Batallón, el escáner de infrarrojos quedó inundado de fuego blanco. Shin tuvo que conmutar la modalidad a luz visual. Mientras el ordenador realizaba la operación, un fogonazo del escáner magnético lo impulsó a pulsar un botón para conmutar de nuevo los dispositivos a la detección de anomalías magnéticas. El ordenador dibujó, de forma tan clara como la luz del día, unas siluetas humanoides sobre el fondo de un paisaje de vectores gráficos.
Shin contempló la pantalla. Otro rompecabezas. ¡Han cedido este flanco a infantería equipada con trajes metálicos que confunden los escáneres de infrarrojos! Abrió una comunicación con Hohiro Kurita.
—Sho-sa, en mi escáner magnético he detectado infantería a quinientos metros. Se nos han anticipado.
Shin envió sus datos de sensores al Grand Dragón de Hohiro.
—¿Está seguro, tai-i ? —dijo la voz de Hohiro con serenidad, a pesar de que cabía la posibilidad de una emboscada—. Compruebe la ampliación del escáner. ¿Podrían ser 'Mechs?
—Es normal, sho-sa. Diría que son infantería con misiles Inferno para ralentizar nuestros movimientos.
Mientras pronunciaba aquellas palabras, Shin sintió que se le revolvía el estómago. Los cohetes Inferno, disparados desde un afuste manual, desprendían al explotar un líquido combustible gelatinoso que se pegaba al 'Mech como miel de fuego. Además de hacer de los 'Mechs un blanco más fácil para las armas buscadoras de focos de calor, los Inferno elevaban la temperatura interna del 'Mech lo suficiente para cocer al piloto en el interior de su máquina de guerra.
—Creo que tiene razón —dijo Hohiro. Su tono de voz siguió siendo confiado, a pesar de la extraña naturaleza del ataque—. Desplazaré al resto de la unidad al sur de esa posición mientras usted y su lanza dispersan a la infantería. Unase a nosotros en cuanto le sea posible, pero tenga cuidado. Nadie sabe qué otras sorpresas pueden tener guardadas estos incursores.
—Hai —contestó Shin con firmeza, sin dejar de sentir la misma inquietud que había notado en la primera reunión para estudiar la incursión hacia Turde Bay.
Los incursores habían aparecido en un «punto pirata», un punto de llegada mucho más próximo al planeta de lo que la mayoría de los astronavegantes consideraban seguro. Era obvio que pretendían que su ataque se produjera por sorpresa; y así habría sido, de no ser por una fuente de oxígeno de emergencia que un equipo minero había hecho explotar en los anillos del planeta. Avistaron las Naves de Descenso y enviaron un mensaje de aviso al planeta.
De todos modos, el aviso había precedido en sólo unos minutos al propio mensaje de los incursores a la superficie del planeta. Se identificaron como los «Jaguares de Humo», un nombre que nunca había sido asociado con ninguna banda de piratas de la Periferia. Querían saber de cuántas unidades disponía el planeta para defenderse, y se lo tomaron con tranquilidad cuando les dijeron que se enfrentaban a la Decimocuarta Legión de Vega. Los incursores informaron de sus objetivos y dijeron que sólo iban a atacar con dos «Núcleos». Shin no sabía a qué se referían al hablar de núcleos, pero sus 'Mechs habían estado destrozando el Primer Batallón. Abrió la frecuencia de radio al resto de su lanza y dijo:
—Lanza Flecha, conmuten a escáner magnético y desvíense al norte-noreste. Debemos hostigar a esa infantería y hacerlos retroceder. Tengan cuidado. Pueden ir armados con Infernos.
Mientras sus hombres confirmaban la recepción de la orden, Shin desplazó su Phoenix Haivk al flanco izquierdo del batallón. Los gigantescos propulsores de salto, semejantes a unas alas plegadas, estaban montados en la espalda de aquel 'Mech de once metros de altura. También llevaba en la mano derecha un láser pesado que terna la apariencia de una pistola, y en cada brazo tenía un láser medio y una ametralladora de calibre 50 para utilizarla contra unidades humanas.
Utilizando las palancas de mando que había en ambos brazos de la silla, Shin bajó la mira de sus armas sobre dos incursores escondidos. Detesto ver a 'Mechs enfrentándose a infantería, pero no puedo dejar que asen vivos en sus máquinas a mis hombres. Tal vez la mayoría de estos soldaditos huirán si acierto a un par de ellos. Shin tragó saliva, tensó ambos dedos medios sobre los gatillos y disparó el fuego de ametralladora; el conocido tabaleo resonó por toda la carlinga. Una salva de balas trazadoras dibujó líneas blancas desde las armas hasta sus blancos ocultos entre los matorrales. El escáner magnético de la carlinga valoró las dos ráfagas como impactos directos, y cambió el icono del blanco de la posición erecta a la tumbada. Sin embargo, Shin estaba seguro de que algunas balas trazadoras se habían desviado hacia arriba y Tejos de sus blancos, como si hubiesen rebotado en ellos. ¡Pero eso es imposible! Habrán impactado en alguna roca que debe de haber detrás de ellos, o algo así. Una ráfaga de calibre cincuenta atraviesa cualquier blindaje que pueda llevar un hombre.
Los otros blancos, que brillaban como luciérnagas en su pantalla táctica, no se movieron ni huyeron como él esperaba. Puso en su punto de mira a dos iconos humanos más y accionó los gatillos. Las balas dieron en los blancos, mas uno de ellos pareció apartarse de un salto de la salva de proyectiles. El icono brincó y atravesó el paisaje generado por el computador como si fuese un adeta de triple salto.
Shin, estupefacto, miró los dos primeros blancos que había atacado. Ambos volvían a estar en pie y daban saltos por el campo de batalla como gacelas. Con los mismos malos presagios que había sentido antes, el MechWarrior cambió los sensores a luz visual ampliada. ¡Que el Dragón se apiade de nosotros! ¿Qué demonios son esas cosas?
Tenían forma de hombres, pero su carne moteada, gris y negra, y el anormal grosor de los blindajes de protección de sus cuerpos, los distinguían como seres totalmente extraños. Carecían de cuello y sus cabezas parecían bultos que sobresalían de los hombros y el tórax, como un elemento añadido. Una escotilla en forma de V hacía las funciones de rostro en aquellas criaturas de aspecto mecánico. Unas gruesas estructuras cilíndricas reforzaban sus antebrazos, pero estaba claro que servían para algo más que una función de refuerzo. El brazo derecho terminaba en la boca de un láser, mientras que del antebrazo izquierdo colgaba el cañón de una ametralladora. La mano zurda no era más que un pulgar y otros dos dedos anormalmente gruesos, y los pies parecían poco más que unas pezuñas partidas y excesivamente grandes, incrustadas en las patas de una criatura demasiado baja.
Sólo cuando el lanzamisiles de doble cañón que uno de los soldados llevaba montado en la espalda escupió llamas y lanzó un proyectil contra el Phoenix Hawk, comprendió Shin que estaba contemplando un traje blindado de infantería, no un ser vivo. El proyectil explotó en el pectoral izquierdo del Phoenix Hawk y arrancó un poco de blindaje. El impacto hizo que el 'Mech se estremeciera, pero Shin apenas se dio cuenta: su mente era un torbellino.
Sin pensar, encuadró la figura blindada en la mira y disparó uno de los láseres medios. El rayo rubí dio en el blanco y lo hizo retroceder mientras parte de su blindaje se evaporaba. La figura reculó a trompicones, incendiando hierba y matojos a lo largo de su caótico recorrido. Rodó hasta quedar tumbada boca abajo, mientras su lanzamisiles, desenganchado del resto del traje, seguía rodando varios metros más allá.
—Lanza Flecha, tengan Cuidado. No son infantería normal.
—Recibido, tai-i —dijo Arishige Shimazu desde la carlinga de su Firestarter—. Las ametralladoras parecen volverlos locos.
Shin disparó contra otra figura con el láser medio.
—Al menos, los láseres los mantienen... —empezó, pero entonces se quedó estupefacto. El soldado al que había acertado antes con una ráfaga de ametralladora y luego con un rayo láser, estaba incorporándose otra vez. Tema quemada la pintura de camuflaje a manchas negras y grises, de una cierta similitud con el pelaje de un jaguar, en la parte delantera del traje blindado, dejando al descubierto el metal reluciente que había debajo de donde el blindaje se había fundido, mas la figura se movía sin grandes dificultades. Hincó una rodilla en tierra, alargó el brazo derecho y lanzó un rayo láser hacia el Phoenix Hawk que quemó parte del blindaje de la cabeza del 'Mech.
Shin apenas podía creerlo. Disparó un rayo con el láser pesado hacia aquel hombrecillo, oprimiendo el botón de disparo con una fiera presión del pulgar. El rayo escarlata impactó en el caparazón metálico del humanoide con kilojulios de energía. La figura se volvió borrosa como una imagen vista a través de una cortina de agua y se desvaneció mientras el rayo acababa de consumirla.
El agujero humeante que quedó abierto allí donde había estado la figura no alivió a Shin. Me veo obligado a usar el láser pesado contra esa cosa, ¡pero no ha quedado nada que desmuestre que lo he destruido! Podría haber huido de un salto. ¡Qué diablos, ni siquiera queda la menor prueba de que haya estado ahí! Shin vio en el monitor de estado los cuatro puntos brillantes que marcaban los impactos, añadidos por el computador a la silueta de su 'Mech. ¡Nada, salvo los daños que me ha causado!
Aparecieron más y más hombrecillos de infantería en lo alto de la colina, que pretendían rodear la acosada lanza de Shin. A medida que los incursores se acercaban, su avance a pequeños saltos los convertía en blancos difíciles. Y aún peor: mientras Shin seguía el recorrido de uno de ellos para eliminarlo con sus armas de energía, otros dos o tres atacaban su 'Mech con total impunidad. Los puntos de daños salpicaban el 'Mech de Shin como picaduras de mosquito, mientras que sus propios esfuerzos para eliminar a sus atacantes eran casi tan inútiles como pretender atrapar esos insectos en el aire.
—¡Yodama, socorro!
Shin giró bruscamente el Phoenix Hawk al oír el tono de pánico de Harunobu Mori. Los soldados habían cubierto su Locust como hormigas que estuviesen capturando un saltamontes. Una de sus patas de ave se había derrumbado tras varios ataques virulentos, y dos de las figuras blindadas estaban aferradas a la otra pata, descargando un rayo láser tras otro de su brazo derecho sobre la otra articulación de la cadera del 'Mech. Tres de los soldados golpeaban el 'Mech con las manos y lo horadaban, arrancándole placas de blindaje.
Shin disparó fuego de ametralladora sobre la infantería, Las balas no podían atravesar su blindaje, pero su pura fuerza cinética derribó a varios de ellos de sus precarios asideros. Una de las figuras quedó colgada de la pata del 'Mech que seguía entera; sin embargo, las balas abrieron un orificio en la abultada mochila donde había llevado un lanzamisiles. Una detonación, acompañada de un potente fogonazo, le destrozó la espalda. El soldado cayó inerte al sudo, y Morí lo aplastó cuando intentaba enderezar el 'Mech.
De pronto, una forma tapó la escotilla de visión de Shin, Un incursor estaba aferrado con una mano a la cabeza del Phoenix Hawk apuntó su láser hacia la escotilla y disparó. El rayo rojo que emitió comenzó a carcomer poco a poco el cristal polarizado, mientras él le asestaba cabezazos como anticipación a su rotura definitiva.
Shin hundió ambos pies en los pedales de los propulsores de salto. Los propulsores de iones se encendieron con una fuerte sacudida y levantaron el 'Mech del suelo, aunque pesaba cuarenta y cinco toneladas. En su veloz vuelo hacia el cielo, la figura perdió su asidero y permitió a Shin ver de nuevo el campo de batalla; también pudo ver el combate que estaba librándose al otro lado de la colina. Por unos momentos, Shin casi deseó que la figura hubiese seguido obstruyéndole la visión.
Más abajo, la infantería había restablecido su control sobre el Locust y comenzaba a salir humo de orificios abiertos en la propia carne del 'Mech. El Stinger de Malcolm Yesugi había caído, y una docena de incursores se esforzaban con ferocidad en hacerlo pedazos. Shimazu habría acudido al lugar con su Firestarter para ayudar al 'Mech de Yesugi a librarse de sus enemigos, mas media. docena de aquellas pulgas blindadas lo acosaban a pesar de los repetidos baños de llamas de iones que recibían.
Al otro lado de la colina, la Decimocuarta Legión de Vega estaba destrozada. Tal como Shin suponía, habían incendiado la refinería petroquímica. Ríos llameantes de espeso líquido negruzco manaban de las brechas abiertas en los costados de los depósitos. Era obvio que el Primer Batallón había creado aquellos ríos en un intento desesperado de defenderse, porque sabían que ningún 'Mech podía vadear una corriente ígnea sin sufrir una sobrecarga de calor. Aquel foso de fuego habría cubierto su flanco y habría orientado el ataque a un área más fácil de defender, pero los desechos mecánicos desmentían la validez de aquel plan.
¡De algún modo, los incursores han conseguido atravesar las llamas para atacar por el flanco indefenso! Shin observó los 'Mechs de los incursores, pero no logró identificarlos. Lanzó una mirada al monitor auxiliar, donde vio la inquietante imagen del ordenador que titubeaba entre varios diseños de 'Mechs en un esfuerzo por identificarlos de forma correcta. Volvió a mirar el horrible espectáculo y vio que uno de los incursores salía de las llamas con chorros de petróleo ardiente descendiendo por sus piernas.
Los incursores, aproximadamente dos docenas de 'Mechs, seguían su avance. Persiguieron a los restos del Primer Batallón hasta las mismas posiciones del Segundo Batallón y luego se enfrentaron a los refuerzos kuritanos, que se encontraban en el límite de efectividad de sus armas de largo alcance. Cuando vio que dos 'Mechs se desplomaban tras la andanada inicial, Shin tuvo la angustiosa sensación de que uno de ellos era el Grand Dragón de Hohiro Kurita.
Una vez más, la figura blindada trepó hasta la escotilla como un fantasma maléfico y volvió a disparar contra el cristal. De nuevo, Shin oprimió los pedales para elevarse aún más con la esperanza de quitárselo de encima. Entonces se produjo una explosión en la espalda del 'Mech, acompañada por una luz de aviso en el monitor de estado. Algo había destrozado el propulsor izquierdo; el derecho, que seguía funcionando, hizo dar al 'Mech una pausada pirueta.
¡Maldición! Debe de haber otro de ellos destruyendo los propulsores. Shin contuvo la respiración cuando la figura apoyada en la escotilla empezó a golpear el cristal con la cabeza con renovada intensidad. ¡Doscientos cincuenta metros de altura y cayendo! ¡Si la calda no me mata, él lo hará!
Shin golpeó con el puño el botón de eyección. Los resortes explosivos que rodeaban la ventana facial detonaron al unísono y la hicieron saltar por los aires. La figura blindada quedó envuelta en fragmentos de cristal y salió despedida. Por un fugaz momento, Shin creyó que se había librado de aquella pesadilla.
Sin embargo, el incursor consiguió agarrarse a un asidero con una mano, se balanceó en el aire y apoyó sus pezuñas de acero en el borde de la carlinga. La figura rebotaba arriba y abajo, y su silueta parecía poco más que un mono nervioso. Tal vez intentaba hablar, pero las sirenas de alarma que resonaban en la carlinga ahogaban todos los demás sonidos. La criatura dejó claras sus intenciones cuando levantó la mano derecha y apuntó con el láser a Shin.
Una llamarada llenó la esfera de la carlinga: los cohetes de eyección situados en la parte trasera de la silla de mando de Shin se encendieron. La inercia hundió a Shin en el grueso acolchado de la silla mientras los cohetes lo sacaban del agonizante Phoenix Hawk. Salió volando por el cielo, dando vueltas sin control, lo que le reveló que al salir del 'Mech había golpeado a su atacante. El líquido pegajoso que corría por sus muslos también le indicó que el incursor no había fallado su último disparo antes de morir.
Los giroestabilizadores de la silla se pusieron en marcha y controlaron en el caótico vuelo. Shin utilizó los pedales para girar la silla y dirigirla hacia un pequeño prado situado a unos quinientos metros del lugar donde la infantería seguía diezmando su lanza. Redujo la velocidad para aterrizar y vio cómo su Phoenix Hawk se estrellaba contra el suelo.
La fuerza de la eyección había torcido la cabeza del 'Mech hacia atrás y había dado un lento giro a la máquina humanoide. Obedeciendo a las mismas leyes de aerodinámica con que Dios se habría encontrado al hacer las montañas, la máquina de guerra dio una vuelta de campana y se estrelló de cabeza. El cuerpo aplastó la cabina como si fuese una ciscara hueca. Luego chocaron contra el suelo sus anchos hombros. La inercia le hizo separar los brazos, los puños golpearon la tierra y las rechonchas piernas del 'Mech se hundieron en el interior de su torso. Brotaron llamaradas de todas las grietas que se fueron abriendo en el Phoenix Hawk cuando las piernas destrozaron el reactor de fusión, para salir luego disparadas sobre chorros de fuego de iones. Entonces explotaron los restos del 'Mech, sembrando el campo de batalla de gigantescos fragmentos de blindaje cerámico semifundido y piezas dentadas de su esqueleto de hierro y titanio.
Los 'Mechs de la Lanza Flecha, por razón de su tamaño, resistieron la explosión con facilidad, y los restos del Phoenix Hawk que llovieron sobre ellos causaron daños semejantes a los de una tormenta de verano. Los pequeños incursores, en cambio, fueron descuartizados por placas de blindaje o empalados por fragmentos de la osamenta del 'Mech. Incluso aquellos que sobrevivieron a la tormenta de escombros, fueron víctimas de la onda expansiva de la explosión, que los lanzó por los aires lejos de los 'Mechs que habían apresado.
Shin tomó tierra con la silla de mando y soltó los cinturones de seguridad. Se quitó el neurocasco y examinó la herida que le había causado el incursor con su último disparo. No siento dolor, sólo hay sangre. Tiene que ser grave.
Tenía razón. La herida era espantosa, mortal. Estaba cubierto de sangre desde la parte inferior de su chaleco refrigerante y las piernas hasta la caña de las botas. Moscas negras ya volaban a su alrededor, y en el estado de conmoción en el que se encontraba apenas podía reunir fuerzas para ahuyentarlas.
Por fortuna, la sangre no era suya.
Débilmente, Shin agarró el brazo envuelto en armadura blindada y lo separó de su cintura. El tacto del suave metal era casi cálido, como carne, y los dedos seguían curvados alrededor de un burlete aislante de la cara del Phoenix Hawk. Una muesca apenas visible junto a la parte superior del brazo mostraba dónde había sufrido el impacto del borde de la silla durante la eyección. Más allá del hombro, también le había arrancado la mitad del blindaje de la cabeza y una ancha placa del pecho. Shin no miró en el interior de los sangrientos restos, sino que los arrojó a la larga hierba verde de verano y se levantó.
Asió el respaldo y lo arrancó de la silla. De su interior extrajo unos paquetes planos comprimidos, que contenían una bolsa de supervivencia, un mono de camuflaje en bosque, una pistola con su cinto, varias cargadores de municiones y un extractor diatómico purificador de agua. Dejó todos estos objetos sobre el asiento y se quitó el chaleco refrigerante y los calzoncillos manchados de sangre. Arrancó varios puñados de hierba para limpiarse casi toda la sangre y se puso el mono. Tras colocarse el extractor de agua, se ajustó la bolsa a la espalda y se ciñó la pistola a la cintura.
Cuando estuvo listo para partir, introdujo la mano en la cavidad de la silla y sacó su katana. La espada medía poco más de un metro, empuñadura incluida, y no pesaba más de dos kilos. Su vaina, de madera negra lacada, no tenia adornos; no obstante, Shin sabía que bajo una luz ultravioleta aparecía una fantasmal caligrafía de color púrpura que la identificaba como propiedad de un miembro del Kuroi Kiri. Como él no se había graduado en una de las academias militares de elite, no llevaba una segunda espada wakizashi. Tengo derecho a poseer esta hoja; pero, como decía mi oyabun, «dos espadas sólo sirven para dar espectáculo. El trabajo de una hoja se hace mejor con una sola».
Sosteniendo la espada envainada con la diestra, Shin echó a andar y, a los pocos pasos, tropezó con el brazo amputado del soldado de infantería. Hincó una rodilla en tierra y lo examinó. Es extraño. ¡Todo el miembro está frío! Parece como si el blindaje se estuviera congelando. Y en el interior se ha formado una membrana. ¿Y qué es este liquido negro y pegajoso que se extiende por todos lados?
Parece una especie de torniquete para que el brazo deje de perder sangre. Es como si la armadura estuviera protegiendo el miembro para que pudiese ser recompuesto... Eso es imposible... pero no más que todas las otras cosas que he visto hoy. Y eso significa.. .
Shin oyó un rumor de hojas de hierba a sus espaldas y se revolvió con rapidez. La katana brilló al salir de su vaina y dibujó un brillante arco plateado. Corrigiendo la trayectoria en el último segundo, para ajustarse a la increíble altura del incursor, dirigió el mandoble a un lado del cuello y el líquido carmesí lo salpicó en el hombro. El incursor retrocedió tambaleándose y, como no pudo recuperar el equilibrio al faltarle un brazo, cayó de espaldas con un movimiento torpe.
Shin notó un sabor amargo en la garganta. La sustancia negra, semejante al alquitrán, que había visto en el brazo amputado bañaba la carne desnuda del incursor como una fina membrana, aunque salía un poco de sangre alrededor del corte. Más chorros de líquido negro manaron de la porción del casco que seguía en su lugar, bañando la cara y la cabeza del incursor, cubriendo la herida y cortando el flujo de sangre. Shin oyó un zumbido y vio que brotaba un líquido transparente. Al mismo tiempo, el incursor gimió y luego sonrió como un demente. Con los ojos y los dientes de un intenso color blanco en medio de un rostro negro y empapado, se puso en pie de un salto.
Shin tiró la espada y desenfundó la pistola. A diferencia de la mayoría de sus compatriotas, prefería un arma pesada de cartuchos a un ligero lanzaagujas. Sostuvo el arma con la zurda con pulso firme, apuntó al lado izquierdo del pecho del incursor, que tenía al descubierto, y apretó el gatillo dos veces.
Ambas balas dieron en el blanco y dieron sendas sacudidas al cuerpo del incursor hasta casi volverlo de espaldas, pero ello no fue bastante para detenerlo. Shin levantó un poco el arma y apuntó al ojo que tenía desguarnecido. Vio que la pupila era grande como un platillo y supuso que el blindaje le estaba suministrando una dosis gigantesca de anestésicos. Sea lo que sea este tipo, no está sintiendo dolor. Espero de todo corazón que su cuerpo funcione igual que los nuestros.
El primer disparo a la cabeza hizo caer al incursor de rodillas, pero Shin necesitó el resto del cargador para matarlo. Aun con lesiones tan terribles, la armadura seguía bombeando el negro líquido muscular sintético para rellenar las heridas. Además de encerrar el cuerpo en un capullo negro, le inyectaba más drogas y esparcía un producto químico transparente que mataba las moscas que comenzaban a posarse sobre la piel ennegrecida.
Shin contempló aturdido al incursor y su armadura hasta que el ruido de la batalla lo arrancó de su estupor. Se arrodilló y se ató el brazo amputado a la bolsa. Tengo que llevarme esto conmigo. Esa cosa, con un brazo arrancado, ha sobrevivido a una caída de 250 metros y me ha seguido hasta este lugar, donde he necesitado ocho balas para matarlo... ¡si es que está muerto!
Miró por encima del hombro hacia la cortina de humo negro que se había alzado y tapaba el sol. No son bandidos de la Periferia, eso está claro. No sé lo que son; pero, si deciden invadir los mundos de la Esfera Interior, ¿quién podrá detenerlos?
Capítulo 17
Trell I
Marca Tamar, Mancomunidad de Lira
13 de abril de 3050
El Kommandant Victor Steiner-Davion hizo que el Victor se agachase y lo colocó en el lado izquierdo del estanque subterráneo, mientras el 'Mech incursor le disparaba con las armas situadas en su mitad izquierda. El 'Mech, que era del tipo Marauder, utilizó su cañón proyector de partículas, que emitió una luz como un relámpago artificial. El rayo azulado pasó zumbando por encima del hombro derecho del Victor, perforó un gigantesco carámbano que colgaba del techo de una caverna y lo partió en dos con un gran estruendo.
A pesar del hielo que cubría la escotilla de visión del 'Mech, el intenso color azul del arma de energía iluminó la carlinga como una luz estroboscópica. Victor se concentró en el paisaje computarizado de datos procedentes del escáner magnético, bajó el retículo dorado de su cañón automático para centrarlo sobre la silueta del 'Mech enemigo y apretó el botón de disparo con el pulgar. Se oyó un fuerte chirrido, como el de una bestia mecánica. Entonces, Victor vio que su andanada había dado en el blanco.
La tormenta de cartuchos de uranio reducido volvió a salpicar el hombro izquierdo del 'Mech incursor, pulverizando el escaso blindaje que quedaba sobre la articulación y arrancando los músculos de miómero de los huesos de hierro y titanio. A continuación, los propios huesos se doblaron, se retorcieron y acabaron por desprenderse bajo aquel feroz ataque. El brazo saltó por los aires y tensó la cinta de municiones del cañón automático, la desgarró y siguió su vuelo desbocado.
Victor sonrió al ver la evaluación que el ordenador hacía de los daños causados a su enemigo. Cuando se había topado por primera vez con aquel 'Mech tan extraño, el ordenador había intentado identificarlo como un Warhammer, luego como un Marauder y, por fin, como un Victor. Cuando comprendió que no había visto nada igual antes, Victor ordenó al ordenador que grabase todos los datos en la máquina bajo el nombre «Thor», que eligió porque el 'Mech tenía un cañón automático pesado en un brazo y un CPP en el otro. El trueno y el relámpago: los elementos que el dios Thor arrojaba.
El Thor movió el brazo del CPP en dirección a Victor, pero no llegó a disparar. Galen Cox lanzó dos andanadas de MCA desde los afustes montados en la pierna de su Crusader y le arrancó el brazo al Thor. Las explosiones de los MCA incrustaron fragmentos de blindaje aún más en las profundidades de la oscura cueva y, lo que era más importante, desviaron el armamento de su blanco. Una vez más, el CPP del incursor no acertó en el Victor, sino que convirtió en vapor otro carámbano. Sin embargo, el intenso frío reinante en la caverna convirtió el vapor en nieve, que cayó al humeante estanque.
Gracias, Galen. Te debo una. Víctor siguió al Thor, el cual, desequilibrado, intentaba retirarse. Giró a la izquierda, chocó contra una gigantesca estalactita y trastabilló hacia atrás, mientras la enorme aglomeración rocosa se tambaleaba y caía. Cuando el Thor entró de forma involuntaria en el radio de la mira de Victor, éste disparó el cañón automático. El zumbido del arma resonó en la carlinga, y los niveles de calor aumentaron en el reducido compartimiento hasta que Victor quedó empapado por completo en sudor.
Las balas del cañón automático abrieron una brecha en el muslo izquierdo del Thor y de su rodilla saltaron chispas. La metralla fue a caer al agua y algunas de las balas, que habían atravesado la articulación, rebotaron en las profundidades del complejo de cavernas de la Grieta del Trueno. La rodilla del Thor cedió, se torció y a continuación volvió a colocarse en su lugar. El metal se fundió con el metal, manteniendo el 'Mech en pie, aunque convirtiendo la rodilla en una articulación sólida y rígida.
—Kommandant, tenemos problemas —dijo Galen manteniendo la voz serena, pero Víctor notó un matiz apremiante—. En la entrada estoy registrando dos más de estos Thors y dos de los que he llamado Loki, por su configuración desquiciada. Parece como si esos Halcones de Jade actuasen en grupos de cinco, no en lanzas de cuatro como hacemos nosotros. Apuesto a que sus compañeros se dirigen hacia aquí.
—Recibido, Galen —repuso Víctor, y lanzó una mirada al escáner del sector. Estos nuevos 'Mechs nos cierran este camino para reunimos con el batallón. Tendremos que retroceder por el Sendero de los Contrabandistas hasta la Guarida del Dragón. Añadió—: Podríamos haberlo vencido, ¿eh? Ahora, retrocedamos.
—Sí, señor.
Galen empezó a recular con su Crusader, y el Thor lo imitó. Cuando Galen informó que su Crusader estaba en la posición adecuada para cubrir al Victor, Davion atravesó el lago subterráneo de aguas termales. Se sentía un poco más seguro al estar separado del incursor por un parapeto de estalactitas y estalagmitas. Abrió un canal de radio con su ayudante.
—Si no nos hubiésemos sumergido cuando captamos los informes de un comando explorador en esta zona, ¿crees que lo habríamos vencido?
La respuesta de Galen llegó al cabo de unos segundos de reflexión.
—Si hubiese estado mirando el escáner magnético, nos habría visto y entonces habríamos estado en desventaja. Debe de haber estado utilizando el escáner de infrarrojos, y las aguas termales nos ayudaron a disipar nuestras emisiones de calor. Si no le hubiéramos preparado una emboscada, creo que habríamos tenido problemas. A pesar de todos sus disparos, en ningún momento se ha recalentado.
Victor asintió para sí. De no haber sido porque Cox lo mantuvo atareado y yo hice un par de disparos afortunados, ese monstruo me habría devorado vivo. Tal como están las cosas, sólo he perdido algunos fragmentos de blindaje en el pecho y la pierna derecha. El blindaje del Crusader de Galen también se ha reducido al grosor de una hoja de papel en el lado derecho del torso y en la pierna izquierda. Estos incursores son duros, pero al menos no son invencibles.
—Estoy de acuerdo, señor Cox. Voy a llamar por radio al leftenant-general Hawksworth para ver si puede proporcionarnos una ruta despejada hasta el batallón.
Victor pulsó dos botones de su consola de mandos y abrió una frecuencia táctica directa con el cuartel general del regimiento.
—Tejón Uno a Madriguera, respondan. Necesito un nuevo vector hacia el frente.
—Negativo, Tejón Uno —contestó la voz tensa del general Hawksworth—. Debe regresar de inmediato a la Madriguera. Lo mismo es aplicable a Tejón Dos.
—Repita el mensaje, Madriguera —dijo Victor, frunciendo el entrecejo. Activó y desactivó el filtro de radio, haciendo que la estática interrumpiera la comunicación—. Tengo interferencias. Repita, por favor.
—No juegue conmigo, Tejón. Ya conozco el truco de la conmutación del filtro cuando se oyen órdenes que no agradan. Ya era viejo con Redburn en Saint Andre, durante la Cuarta Guerra. Repito, preséntense de inmediato en la Madriguera. Quiero verlos aquí.
Victor tragó saliva.
—Recibido, Madriguera. Nos presentaremos enseguida.
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Victor dejó su BattleMech junto a una Nave de Descenso de clase Leopard. Bajó la escalerilla con rapidez, arrojó el neurocasco a un sorprendido tech y echó a correr hacia el bajo edificio que albergaba el centro directivo del regimiento en tiempos de guerra. Galen Cox corrió como un esbelto galgo detrás de Victor.
En la cavernosa sala resonaban los ecos de informes desesperados por radio y peticiones de refuerzos. Bajo el brillo fantasmal de las pantallas de radar y las holográficas, los especialistas de comunicaciones parecían especialmente exhaustos. Todos asentían a las peticiones de apoyo y a continuación transferían las llamadas a otras personas que podían afrontar mejor el problema.
Mientras Victor se ponía un anorak sobre el chaleco refrigerante, comprendió por qué Hawksworth lo había llamado a la base. Alguien tiene que organizar este lugar. No podemos preparar una defensa cuando aquí todo está sumido en el caos. Vio a Hawksworth inclinado sobre una pantalla táctica y pasó entre el gentío para acercarse a él.
—Se presenta el Kommandant Davion, señor.
Hawksworth le devolvió el saludo con desgana. Aquel hombre, de talante jovial, había perdido todo su buen humor. Mechones de cabellos canosos le caían sobre las cejas, y de su nariz resbalaban gotas de sudor.
—No nos vayamos por las ramas, Kommandant. ¿Ha visto esa nave Leopard?
—Sí, señor. He dejado mi Victor a su lado.
—Bien, pues suba a ella —dijo el leftenant-general, y miró detrás de Victor para añadir—: Y usted también, Cox. Los dos. Lárguense de aquí.
—¡No! —gritó Victor, y su voz sonó más fuerte que todo el tumulto de la sala—. ¡No me iré! Mi batallón está ahí fuera y lo están diezmando. No voy a abandonarlos.
El general se irguió, y el fuego volvió a sus ojos.
—¡Usted hará lo que yo le ordene, Kommandant. Usted y el hauptmann Cox subirán a bordo de la Hejira ahora mismo para que los traslade a la Nave de Salto Strongbow. Se van de aquí.
Victor apretó los puños, pero se contuvo las ganas de golpear la mesa del panel de instrumentos.
—¡No! No puede sacarme de aquí. Si lo hace, perderemos esta batalla.
—La perderemos de todos modos —replicó Hawksworth, y señaló la pantalla táctica con un dedo tembloroso—. Estamos retrocediendo en todos los frentes. El círculo se está estrechando como un nudo corredizo. Esos Halcones de Jade disparan a distancias increíbles y destrozan nuestras defensas. He tenido más bajas en las tres primeras horas de combate que en los cuatro años que he pasado en Trell I. Y sólo se enfrentan a nosotros con tres docenas de 'Mechs y algunas unidades chifladas de infantería ataviada con armaduras.
Victor sintió que el corazón le palpitaba desbocado mientras Hawksworth recitaba aquella letanía de desastres.
—¡Piense, leftenant-generak —dijo—. ¿Quiere que la historia lo recuerde como el hombre que perdió Trell I? ¿O desea ser alabado por haber derrotado a esos incursores casi invencibles?
—Seré conocido como el hombre que perdió Trell I —repuso Hawksworth, apretando los dientes—. No puedo hacer nada para evitarlo. —Devolvió la fría mirada de Victor sin parpadear y agregó—: Pero no seré recordado como el hombre que dejó que matasen al heredero de Hanse Davion.
—¡NO! —exclamó Victor, y golpeó el pecho del anciano general con el dedo—. No me haga eso, general. No utilice a mi padre contra mí. No sea estúpido. Galen y yo derrotamos a uno de los incursores en Grieta del Trueno. El terreno y los obstáculos hicieron que todo el combate se realizase a corta distancia. Nuestros hombres pueden combatir en estas mismas condiciones. Retire las unidades a ese complejo de cavernas y a las estribaciones de la Montaña Negra. Tenemos que adoptar tácticas de guerrilla para vencer a esa gente, y podemos hacerlo. ¡Maldita sea, luche! ¡Y déjeme luchar a mí también!
—Lo siento, Victor. Si lo hubiésemos sabido antes, si hubiésemos tenido más tiempo, quizá su plan habría tenido éxito. ¡Qué diablos!, todavía podría salir bien, pero no puedo poner su vida en peligro. Usted tendrá su oportunidad. Y, cuando la tenga, ruego que tenga más valor que yo. Adiós, Alteza. —Hawksworth miró a Cox y ordenó—: Sáquelo de aquí.
Antes de que pudiese decir nada, Victor sintió que lo hacían dar media vuelta. El puño de Galen Cox volando hacia su barbilla fue la última imagen que Victor Steiner-Davion vio en Trell I.
Capítulo 18
Complejo del Primer Circuito de ComStar
Isla de Hilton Head, América del Norte, Tierra
15 de abril de 3050
Myndo Waterly dirigió la atención de los capiscoles al centro de la cámara.
—Ayer recibimos esta transmisión de nuestra instalación en Balsta. La he examinado una vez y ahora os la presento para vuestra instrucción. El mensaje es relativamente corto y, en el estilo del Capiscol Marcial, un tanto sucinto.
Dio una fuerte palmada, y se apagaron las luces de la cámara ovalada. Justo encima de la insignia de la estrella dorada de ComStar grabada en el suelo, apareció en forma holográfica la imagen del Capiscol Marcial. Sólo se veían la cabeza y los hombros, y la imagen estaba tan ampliada que el parche que le cubría el ojo era del tamaño de la rueda de un aerocoche.
—La Paz de Blake sea contigo, Primus —dijo la imagen—. Te transmito los saludos de Ulric, Khan del Clan de los Lobos. Él ha tenido la magnanimidad de consentir que se transmita este mensaje, siempre y cuando yo no revele datos militares de importancia. No es que sospeche que estemos jugando a un doble juego, pero prefiere no dar la impresión de que está quebrantando su propio sistema de seguridad.
Focht se ajustó el parche sobre el ojo derecho y continuó:
—En los tres meses que he pasado aquí, he tenido libertad para supervisar casi todas las operaciones de naturaleza militar, aunque he estado protegido de todo peligro bajo la bandera del propio Ulric. El Clan de los Lobos constituye una fuerza militar superior tanto en su táctica como en equipos, lo que hace que sus oponentes les presenten poca resistencia. Han sido extraordinariamente justos al aceptar rendiciones, y el único saqueo que realizan en los mundos conquistados es el de la toma de esclavos... aunque ellos los llaman «sirvientes». Además de convertirse en fuerza de trabajo involuntaria, estos cautivos también son rehenes que garantizan el buen comportamiento de los habitantes de sus respectivos planetas de origen.
El Capiscol Marcial inclinó la cabeza en una reverencia, la levantó de nuevo, miró en dirección a la Primus y prosiguió:
—Mis intentos de descifrar sus propósitos han encontrado respuestas corteses pero evasivas, aunque han expresado cierto interés en obtener nuestra ayuda. He oído extrañas referencias a una emigración masiva después del paso de las fuerzas invasoras, aunque Ulric lo niega. De todos modos, existe una curiosa falta de personas normales y corrientes en las naves que he visitado. Sin lugar a dudas, se trata de un ejército en marcha. Y su marcha es rápida.
»Aunque intentan ocultarlo, al parecer existe una rivalidad entre los distintos grupos de la fuerza invasora. Hay representantes de otros Clanes en las naves de los Lobos, y el Khan de Khanes, el ilKhan, está bajo la bandera de Ulric aunque en realidad pertenece al Clan de los Jaguares de Humo. A pesar de la distancia existente entre su Clan y el de los Lobos, el ilKhan Leo está en contacto con su gente a diario y, según parece, dirige sus esfuerzos en el Condominio Draconis.
Focht se frotó el ojo sano y se permitió una sonrisa.
—El pueblo de los Clanes es muy interesante. Muchas personas tienen buen carácter, aunque todos son fríos y competentes en la batalla. Es habitual que intercambien pullas verbales y otros sucedáneos de combate; además, los sirvientes sufren algunos abusos, pero el daño que pueden causarles no suele ser grave. Incluso lo que nosotros consideramos una herida grave tiene escasas consecuencias entre esta gente. He oído hablar de una columna vertebral reconstruida, e incluso un medtech me comentó que podría haberme restituido el ojo si se lo hubiera traído cuando lo perdí.
El Capiscol Marcial miró fuera del encuadre y asintió con la cabeza.
—Se me permitirá que me ponga en contacto contigo desde nuestro próximo asentamiento. Los Lobos han aceptado que dejemos nuestras estaciones en funcionamiento, a cambio de la promesa de que eliminaremos todos los informes de inteligencia militar enviados por partisanos. He dado estas órdenes al gestor de estas instalaciones, quien las ha transmitido a los otros planetas capturados por los Lobos. Desde luego, Ulric comprende que tenéis la autoridad definitiva sobre esta cuestión. Si optan por revocar mi iniciativa, Ulric ordenará que las instalaciones de ComStar sean aisladas, pero respetará nuestra pacífica soberanía.
La imagen se desvaneció y sumió la sala en la oscuridad durante un par de segundos, hasta que se encendieron las luces. Myndo examinó las caras de los miembros del Primer Circuito y se sintió satisfecha de sus expresiones de asombro. Sabían que había enviado al Capiscol Marcial como mi embajador personal a los invasores, pero no esperaban que yo lo autorizase a ofrecerles nuestros servicios de inteligencia para proseguir sus conquistas.
—¿Algún comentario? —preguntó con una sonrisa bondadosa.
Ulthar Everston, el corpulento capiscol de Tharkad, levantó un poco la mano.
—Al tocarse la cara durante la transmisión, Focht nos ha hecho saber que lo estaban supervisando. A la luz de este hecho, me sorprende que Ulric le permitiese hablar con tanta franqueza acerca de la captura de esclavos y las divisiones políticas entre los Clanes.
La capiscolesa de la capital de Capela, Sian, de apariencia diminuta y frágil tras su podio cristalino, hizo un gesto de desacuerdo.
—¿No podría ser, capiscol de Tharkad —dijo—, que Ulric quisiera hacernos saber que tiene un poder con el que hay que contar aunque no sea el ilKhan? El hecho de que Ulric tenga a ese Leo en su poder sugiere un compromiso del pasado. ¿Por qué si no consentiría el Khan de Khanes en dirigir su Clan bajo otra bandera alejada de la batalla?
Myndo sonrió cuando Sharilar Mori, la mujer que la había sucedido a ella como capiscolesa de Dieron, aceptó el reto de la capiscolesa de Sian.
—Yo sugiero, Jen Li, que la respuesta a tu pregunta tiene que preocuparnos más que cualquier querella política interna entre los invasores. El hecho de que Leo esté en contacto diario con sus fuerzas, que están actuando a más de 130 años-luz de él, seguramente implica que estos Clanes tienen Generadores de Hiperpulsación y que están versados en su uso.
Myndo bajó los párpados, lo que le dio un aire felino. Los Generadores de Hiperpulsación son los que dan a ComStar poder entre los Estados Sucesores. Es el GHP lo que nos permite enviar mensajes de forma instantánea entre planetas situados a cincuenta años-luz de distancia. Sólo nosotros sabemos cómo construirlos y manejarlos, y eso es lo que hace que todos dependan de nuestros servicios. En nosotros fluye un gran poder porque tenemos el control de las comunicaciones entre las estrellas.
Everston se inclinó hacia adelante sobre su podio. Al hacerlo, las mangas de su túnica escarlata se deslizaron sobre sus muñecas.
—No creo que debamos preocuparnos por esos invasores como rivales de nuestros servicios, capiscolesa de Dieron —dijo—. El Clan de los Halcones de Jade ya ha conquistado diez planetas de Steiner, incluido su terrible ataque en Trell I. Y los Lobos, que tienen la gran cortesía de hospedar al Capiscol Marcial, han ocupado los mundos de Icar y Chateau. Esto es una emergencia, más que la competencia respecto a los servicios de nuestra Orden.
Garoner Riis, el capiscol de Rasalhague, alto y espigado y de cabellos de color platino, también miró con severidad a Sharilar y comentó:
—Yo también debo dirigir vuestra atención a los mundos que han capturado. Entre los ataques de los Lobos y de los Osos Fantasmales, la República de Rasalhague ha perdido once planetas. La amenaza militar es gravísima.
Myndo levantó una mano, y la manga de su túnica de seda dorada descendió hasta su codo.
—Que cese esta disputa para que podamos revisar los hechos de esta invasión y valorar su auténtico peligro —dijo, e hizo un gesto con la cabeza a Everston—. Empecemos por ti, capiscol de Tharkad. ¿Qué han conquistado los llamados Clanes, y cómo lo han hecho?
—En un arco desde Barcelona y alrededor de los límites de la Mancomunidad de Lira —respondió Everston con pesadumbre—, los Halcones de Jade han conquistado Barcelona, Bone-Norman, Anywhere, Here, Bensinger y Toland. Su nueva ofensiva, que se inició hace dos días, añadió a la lista Steelton, Persistence, Winfield y Trell I. La conquista de estos cuatro últimos mundos no es completa, pero parece inevitable. Los Lobos, como ya he mencionado, han conquistado Icar y Chateau.
La Primus desvió su fría mirada hacia Everston.
—Capiscol de Tharkad, Trell I era el planeta donde estaba estacionado el primogénito de Davion. ¿Qué noticias tenemos de él?
—El leftenant-general Hawksworth ha evacuado a Victor Davion hace unas cuatro horas y los invasores lo han dejado marchar —respondió Everton—. Su Nave de Descenso se dirige hacia la Nave de Salto Strongbow, que se espera que salga del sistema a lo largo del día de mañana.
La Primus lo observó, escrutándolo con la mirada. Daba la sensación de que sabía lo que él iba a decir, pero le hizo un gesto de asentimiento para que continuase.
—Al parecer, el príncipe sugirió una estrategia a Hawksworth antes de ser trasladado y el general la ha puesto en práctica. Este plan no evitará que los Halcones de Jade conquisten el planeta de Steiner, aunque su victoria será más costosa. Aparte de esto, la situación es muy sombría.
Invitado a hablar por un gesto de la Primus, Riis enumeró las pérdidas de su nación:
—Los Lobos han conquistado Skallevoll, Outpost, Svelvik, Alleghe, The Edge, Nueva Caledonia, Blasta y Saint John. Los Osos Fantasmales han conquistado Thule, Damian y Holmsbu. En su ataque del siete de marzo sobre Thule, perdieron una víctima importante al enviar sólo un grupo de cazas aeroespaciales contra una Nave de Descenso que salía del sistema. A bordo de la nave iba el Ministro de Defensa de Rasalhague y su muerte habría dejado paralizada la República.
—Al oír la lista de mundos capturados, capiscol de Rasalhague —intervino Huthrin Vandel, peinándose sus negros cabellos con los dedos—, cabe pensar que la República de Rasalhague no tiene defensas.
Riis se agitó inquieto al oír los comentarios del capiscol de Nueva Avalon, pero contuvo una réplica airada.
—Vandel, parece que todo esto te resulta muy divertido, pero me atrevo a decir que tu tono sería por completo distinto si la Federación de Soles hubiese sido invadida. —Miró a la Primus y prosiguió—: Los invasores han vencido las tropas de Rasalhague con bastante facilidad, pero son magnánimos aceptando rendiciones. La única excepción a esta regla afecta a los mercenarios. Los Clanes, y en especial los Osos Fantasmales, parecen tener una mala opinión de los soldados que venden sus servicios por dinero. No hay informes sobre ejecuciones de prisioneros, mas los Clanes han desposeído de sus Mechs a los mercenarios que han capturado, lo que pone fin a sus carreras a efectos prácticos.
Myndo inclinó la cabeza, pero su expresión de absoluta confianza desmentía que sintiera curiosidad o preocupación.
—¿Cómo ha afectado esto a otras unidades mercenarias? ¿Se mantienen firmes o prefieren retirarse?
—La mayoría permanecen acuarteladas —contestó Riis, encogiéndose de hombros—, probablemente porque no son conscientes de todos los hechos. Como sabes, la publicación de informaciones sobre la invasión ha sido limitada. Es probable que los miembros del Primer Circuito seamos quienes tenemos la mejor perspectiva de lo que está sucediendo en realidad. Siguiendo tus instrucciones, Primus, sólo los gobiernos de cada nación deben conocer el alcance de sus pérdidas y cada uno debe pensar que sólo están atacando su territorio. La población en general todavía no está alarmada y la mayoría cree que la pérdida de las comunicaciones con algunos mundos fronterizos no es más serio que una incursión de piratas de la Periferia.
Sharilar Morí lanzó una carcajada amarga.
—Yo diría, capiscol de Rasalhague, que, si de verdad crees que Theodore Kurita y Hanse Davion no han adivinado el alcance de la invasión, no estás capacitado para ostentar tu cargo actual. Ninguno de los dos es tan estúpido para imaginar que un invasor de tanto poder y capacidad se vería limitado por unas fronteras trazadas en un mapa o definidas en un tratado. Admito que nadie sabe hasta dónde han llegado los invasores, pero es posible hacer una previsión muy aproximada.
»El Condominio Draconis ha perdido siete mundos ante el Clan de los Jaguares de Humo —continuó, mirando a Myndo—. Dado que las distancias entre los mundos habitables son mayores en la región del Condominio fronteriza con Rasalhague, los Jaguares de Humo no tienen un frente tan amplio para atacar; de lo contrario, es probable que hubiesen conquistado aún más planetas. Richmond, Idlewind, Tarnby, Bjarred y Schwartz cayeron con facilidad. Rockland, un planeta ocupado por guarniciones en la frontera de Alshain, fue más difícil de ocupar, pero la batalla no duró mucho. En Turtle Bay, la Decimocuarta Legión de Vega fue diezmada, aunque consiguió infligir algunos daños al enemigo. Además, ciertos elementos de los yakuza han creado una resistencia guerrillera que está causando problemas a los Jaguares de Humo. Aunque algunas unidades han partido de los cuatro primeros mundos, las tropas conquistadoras siguen en Turtle Bay dos semanas después de su victoria inicial.
Myndo se cruzó de brazos e introdujo las manos en las espaciosas mangas de su túnica dorada.
—¿Qué me dices de Hohiro Kurita? ¿Se tienen noticias de él?
—No. Mi gente no lo ha localizado, ni vivo ni muerto. Es posible que esté entre la multitud de prisioneros hechos por los Jaguares, aunque no podemos enviar a nadie para averiguarlo. No importan nuestras declaraciones de neutralidad: el comandante de la guarnición local afirma que sus órdenes proceden del Khan y que no se le ha concedido permiso para que los prisioneros reciban visitas.
—Si pudiésemos devolverle a su hijo, Theodore Kurita nos haría muchas concesiones, o incluso nos ganaríamos el favor del propio Coordinador —dijo la Primus—. ¿Es posible que nuestro equipo ROM saque a Hohiro de la prisión?
—El adepto que está a cargo de la célula ROM dice que no —contestó Sharilar—. Señala que la prisión que alberga a los MechWarriors capturados es la instalación con mayores medidas de seguridad del sistema Turtle Bay. En cincuenta años, sólo una persona ha escapado de allí. Durante el intento, aquel hombre recibió una bala en el estómago y no se ha sabido nada más de él desde que se sumergió en el río Sawagashii justo al lado de la prisión.
»Aparte de ello, Primus —prosiguió—, intentar un rescate de esas características pondría en peligro nuestras relaciones con los Clanes. Si realmente no se los puede contener, la gratitud de Theodore y de Takashi Kurita será inútil.
—Bien dicho, capiscolesa de Dieron —dijo Myndo con una sonrisa de aprobación—. Debemos permanecer siempre un paso por delante de los acontecimientos. Entretanto, ¿cuál es tu cálculo del tiempo que durará la resistencia de los yakuza?
La esbelta capiscolesa del Condominio Draconis se encogió de hombros.
—No hay forma de saberlo. Mis informadores no pueden, o no quieren, introducirse entre los yakuza. No hemos podido calibrar su fuerza pero, a menos que los yakuza tengan un almacén oculto de armas y municiones, su resistencia no puede durar mucho. Causarán contratiempos, pero nunca expulsarán a los invasores de Turtle Bay.
Como parecía que se habían presentado todos los informes, los capiscoles se volvieron hacia Myndo, pero ella estaba mirando sólo a Ulthar Everston, su antiguo adversario. Sonrió, como si sintiese un secreto regocijo.
—¿Sí, capiscol de Tharkad?
Everston apoyó las manos en el podio con los dedos entrelazados y dijo:
—Creo, Primus, que el Capiscol Marcial ha dicho que Ulric había expresado su interés en nuestra oferta de compartir datos de nuestro servicio de inteligencia con los invasores. ¿Acaso hemos abandonado nuestra misión de devolver a la humanidad a la luz? ¿Cómo puede ayudarnos a realizar nuestra misión el ayudar a un invasor formidable y posiblemente no humano a tener éxito en sus conquistas? Para estas criaturas de los Clanes, la civilización es una máscara que llevan mal puesta sobre sus verdaderos rostros. Nuestro mensaje de prosperidad espiritual puede no tener ningún significado para ellos. No entiendo el fundamento lógico de nuestro ofrecimiento de ayuda.
—Viejo amigo —dijo Myndo, y Everton enrojeció al oír su tono de altivez—, creo que este rumbo de acción es el más lógico en estas circunstancias y sí que favorece nuestra causa.
Sonrió como si experimentase un ingenuo asombro, lo cual pareció inquietar aún más a Everston.
—En primer lugar —prosiguió Myndo—, a cambio de la inteligencia militar, los invasores nos permitirán seguir en los mundos conquistados. También nos permitirán actuar como intermediarios entre ellos y la población autóctona. En resumen, nos convertiremos en una benévola clase de administradores con capacidad de reestructurar esos mundos, incluidos sus gobiernos y, más importante aún, sus sistemas educativos, para adoctrinar a la gente con nuestro mensaje: que ComStar es la salvadora de toda la humanidad, y sólo a través de nosotros podrá el género humano renacer de sus cenizas.
»En segundo lugar —continuó, enumerando cada punto con los dedos—, podemos dirigir a los invasores hacia objetivos que queremos destruir para nuestros propios fines. Podemos incitar a los Jaguares de Humo a que ataquen Luthien y decapiten el Condominio Draconis. Podemos volverlos hacia la fría Tharkad y eliminar esa mitad del eje Steiner-Davion. Como Thomas Marik simpatiza con nuestra causa, podemos mantener a los invasores lejos de sus posesiones hasta que se hayan expandido tanto que sea sencillo derrotarlos.
»Y en tercer lugar —dijo, bajando el tono de voz—, suministrar datos de inteligencia militar a los Clanes significa hacerlos dependientes de nosotros. Serán nuestros ojos y nuestros oídos, para que así, el día que cortemos nuestros vínculos, queden ciegos y sordos. Para entonces, el Capiscol Marcial habrá aprendido lo suficiente para permitirle derrotar a esas hordas. Y entonces toda la humanidad se regocijará al ver que ComStar se alza para destruir al ejército invasor.
»En resumen, damas y caballeros —concluyó, sonriendo con crueldad—, los Clanes y su invasión son un medio para alcanzar un fin. Los utilizaré y luego los eliminaré. Y así, en nuestra época, el sueño del Bendito Blake se hará realidad.
Libro 3
El corazón de la Bestia
Capítulo 19
Edo, Turtle Bay
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
16 de abril de 3050
Shin Yodama se tapó con la raída manta. La fría humedad de la cloaca penetraba en su cuerpo a través de la plataforma lateral de piedra donde estaba sentado. La humedad que se condensaba en el techo del túnel goteaba con espantosa monotonía, pero él intentaba utilizar el ruido como una especie de mantra. Cualquier cosa... Cualquier cosa que me lleve lejos de este lugar.
Dos hombres que murmuraban junto a él le rompieron la concentración.
—¿Por qué seguimos al Viejo, si él está satisfecho manteniéndonos aquí dentro como ratas? Esos invasores no son una tormenta que pasará pronto. No creo que el Viejo tenga voluntad de combatir contra ellos.
—Puede que se conforme con morir aquí, en la oscuridad —dijo el otro—, pero yo no. Quiero tener la mirada alta, hacia los anillos, cuando emprenda el último viaje.
Ambos callaron de inmediato al oír el chapoteo de las pisadas de alguien que caminaba por la corriente, que le llegaba hasta las rodillas. Se acercaba al puesto de guardia delantero. Shin desenfundó la pistola, aunque la mantuvo oculta entre los pliegues de la manta. La figura que se aproximaba en la penumbra empezó a caminar más deprisa; parecía no importarle que estuviera acercándose al peligro.
Cuando el hombre llegó a su altura, Shin amartilló la pistola.
—¿Quién va? —preguntó.
La figura se puso rígida. El terror que sentía era evidente.
—Azushi Motochika —dijo con voz ronca.
—¿Dónde demonios has estado? —inquirió Shin, guardando el arma—. Estábamos seguros de que los Muen no Daineko te habían atrapado.
O hombre negó con la cabeza y la confianza sustituyó al miedo en su voz y en su postura.
—No. Los Jaguares de Humo no me han atrapado, ¡pero yo sí los he pillado a ellos! —se jactó satisfecho—. ¿Ha oído esa explosión antes?
Shin asinuó.
—Pensábamos que eran los Gatos, que intentaban sellar otro de nuestros agujeros de ratas —elijo.
—No, esta vez ha sido una de las ratas de cloaca la que ha atacado a los Gatos. Puse una bomba en el club Meibutsu. Explotó y creo que los mató a todos. Había una docena allí dentro. Los vi entrar y los conté.
Los otros dos hombres dieron un grito de alegría y dieron palmadas en la espalda a Motochika, pero Shin se limitó a mirarlo con incredulidad.
—¿Qué me dices de las otras personas que había en el club? ¿Y nuestros hombres que estaban allí dentro?
Motochika titubeó, pero otro de los hombres respondió en su lugar.
—¿Qué importa? Eran colaboradores. Se merecen lo que han recibido.
Shin saltó de la plataforma y golpeó con la pistola a Motochika, que cayó a la corriente de aguas fecales.
—¡Idiota! ¡Son nuestra gente! ¡Sin ellos y sin su apoyo, no somos nada! Sobrevivimos gracias a su generosidad, porque creen que nosotros podremos expulsar a los Jaguares de Humo.
Antes de que se extinguieran los ecos de la voz de Shin, el retumbar del paso de un BattleMech por encima de sus cabezas ahogó todos los demás ruidos. Los otros tres hombres se encogieron de terror y el que había caído al agua se llevó una mano al arañazo que Shin le había hecho en la mejilla con el cañón de la pistola. Shin levantó la mirada, y el MechWarrior que había dentro de él no le permitió enseñar su miedo.
—¡Tú! —exclamó, señalando a Motochika—, ven conmigo. Vamos a subir, a ver qué están haciendo los Gatos. Vosotros dos, quedaos aquí.
Sin añadir nada más, Shin echó a andar por el túnel. Luego tomó un canal subsidiario que iba hacia el norte. Su rumbo seguía las calles que el 'Mech iba recorriendo por la superficie. Sin embargo, cuando el 'Mech se detuvo, Shin siguió adelante hasta llegar a una serie de escalones de hierro oxidado clavados en la pared. Esperó a que Motochika lo alcanzase y señaló hacia arriba.
—Esta escalera conduce a un edificio abandonado que debe de estar justo encima de la calle donde se encuentran ellos. Pasa tú primero.
Motochika subió los escalones, al principio con entusiasmo, pero moderó el paso al llegar a la superficie. Levantó la trampilla con precaución y se encogió junto a su borde antes de hacer señas a Shin de que subiera. Shin, que había aguardado entre las sombras, debajo del alcance de las luces, se unió al terrorista yakuza y avanzó con sigilo por la estancia hasta una ventana rota, que daba a la calle.
En la superficie hacía más calor, pero Shin sintió más frío que nunca al ver el BattleMech al que había apodado Daishi, o Gran Muerte. Estaba rodeado por cinco guerreros con armaduras como el que había tenido la fortuna de matar en el campo de batalla dos semanas atrás. Cada uno de ellos llevaba un lanzamisiles como una caja en la espalda, sujeto con firmeza al equipo que, según creía Shin, era una batería para la armadura blindada y sus armas. En lugar de fiarse sólo de los láseres de su mano derecha, la infantería también llevaba rifles pesados. El MechWarrior yakuza observó que el sistema de seguridad del rifle encajaba a la perfección en la boca del láser. Lo probable era que amplificase de algún modo la energía del rayo.
El 'Mech Daishi era más alto que todos los edificios salvo uno en aquella área suburbial burakumin de Edo. Aunque sus piernas y su torso podrían haber pertenecido a un modelo humanoide, el lanzamisiles de MLA de su hombro izquierdo parecía una cabeza auxiliar de varios ojos, y sus brazos eran poco más que manojos de cañones. Shin reconoció las armas como láseres pesados, un cañón automático pequeño y láseres medios, con tres bocas más de láseres medios repartidas por el pecho.
Uno de los guerreros blindados dio unos pasos al frente y anunció:
—¡Habitantes del distrito de Uramachi! Hemos seguido el rastro de un criminal hasta este lugar. Cometió el inútil e indiscriminado acto de poner una bomba en un lugar donde había personal civil y militar. La explosión ha causado muchas bajas, tanto de compatriotas vuestros como nuestros. Esto no va a continuar.
El soldado señaló una barraca situada junto al Daishi.
—Si el responsable no nos es entregado en los dos próximos minutos, todos los habitantes de esa casa morirán.
—¡Imbécil! —imprecó Shin a Motochika—, ¿ves lo que has hecho?
El joven miró al MechWarrior como si estuviera loco.
—No esperará que salga ahí fuera, ¿verdad? Hice el atentado por nuestra libertad. Están marcándose un farol. No destruirán esa barraca.
—Por tu bien, será mejor que no lo hagan. Si lo hacen y tú te niegas a entregarte, yo mismo te dispararé y arrojaré tu cadáver á la calle.
A medida que se aproximaba el límite de tiempo, aparecieron caras en las ventanas y en los vanos de las puertas, incluida la casa designada para su destrucción. El soldado de los Jaguares de Humo hizo un gesto de asentimiento y se volvió hacia la barraca. Al mismo tiempo, el Daishi echó los codos atrás y apuntó sus armas hacia la barraca de madera y alquitrán.
Motochika apartó la mirada, mas Shin lo asió por los cabellos y lo obligó a asomarse a la ventana.
—¡Mira!
Al recibir el ardiente impacto del láser pesado, la barraca se convirtió en un instante en una gran hoguera. Aparecieron llamas por todas partes que se alzaron por encima de la cabeza del Daishi y volvieron a descender cuando una ráfaga de disparos del cañón automático redujo la casa a ruinas. Una mujer con el pelo y el vestido en llamas salió gritando por la puerta, pero un disparo de láser del soldado invasor acalló sus gritos para siempre.
El acre olor a pelo y carne chamuscada hizo a Motochika liberarse de Shin para ir a vomitar en un rincón. Shin no le prestó atención; entonces vio que el Daishi avanzaba y apagaba las llamas bajo su plano pie metálico. El soldado volvió a alzar la voz en la calle:
—¡Habitantes del distrito de Uramachi! Hemos seguido el rastro de un criminal hasta este lugar. Cometió el inútil e indiscriminado acto de poner una bomba en un lugar donde había personal civil y militar. La explosión ha causado muchas bajas, tanto de compatriotas vuestros como nuestros. Esto no va a continuar.
El soldado señaló la siguiente barraca.
—Si el responsable no nos es entregado en los dos próximos minutos, todos los habitantes de esa casa morirán.
Shin sintió un sabor amargo en la boca.
—Las mismas palabras, Motochika, y los mismos gestos. ¿Vas a asumir la responsabilidad de tus actos, o vas a dejar que mueran más personas?
Motochika, que estaba a cuatro patas, miró débilmente sobre el hombro hacia el Kuroi Kiri MechWarrior.
—Nadie más se ha atrevido a atacarlos como yo lo he hecho —dijo en su defensa—. El Viejo autorizó que se realizaran expediciones para robar armas y suministros, pero nunca los hemos herido. Mientras yo me conformaba con pequeños robos, ellos han tenido secuestrado a nuestro pueblo. Si soy el único hombre con verdadero coraje, ¡no puedo sacrificarme porque nadie más va a luchar contra esos invasores!
Shin se esforzó por controlar la furia que le causaban las palabras de Motochika.
—¿Qué coraje hay en poner una bomba y matar a inocentes junto con culpables? ¡No eres más que un vulgar asesino! ¿Y cómo puedes hablar de coraje cuando te escondes como un canalla? Hay que tener algo más que valentía. Hay que poner inteligencia y honor en las acciones. Eres un niño que golpea a ciegas y luego espera que otros asuman la responsabilidad de sus errores.
Shin vio un brillo anaranjado en la calle y, casi de inmediato, supo lo que iba a suceder. Se inclinó y agarró a Motochika por el cuello de su chaqueta de cuero.
—Eso es coraje —le dijo—. Mira y aprende.
Un monje budista, calvo y ataviado con una túnica de color azafrán, caminaba por la calle cubierta de escombros hacia los Jaguares de Humo. Juntó las manos debajo de la barbilla y se inclinó ante el líder de los soldados.
—Perdóneme por no haberme presentado antes —dijo—. Pretendía negar mi destino. Yo puse la bomba que ha mencionado. No es preciso que castigue a nadie más.
Sin titubear ni sentir remordimientos, el soldado levantó el rifle láser y disparó. Los rayos volaron hacia el cuerpo del monje, lo levantaron en el aire por unos instantes y lo hicieron rodar por el suelo hasta que se detuvo. En el lugar donde debía haber estado su cara, sólo había un cráter negro del que brotaba una voluta de humo.
Los Jaguares de Humo dieron media vuelta y se fueron como si nada extraordinario hubiese sucedido. Shin soltó a Motochika, que se acurrucó junto al marco de la ventana y luego fue arrastrándose hasta la trampilla.
—Si yo fuese como tú, Motochika, te mataría de un disparo —le dijo—. Pero no me corresponde desafiar la autoridad del Viejo. Voy a presentarme ante él para pedirle su opinión. Si eres el hombre que dices ser, sigueme.
★ ★ ★
Muchos metros por debajo de las calles de Edo, el Viejo constituyó su tribunal en una sala polvorienta y apenas iluminada. Aunque era pequeño y de complexión esquelética, todavía tenía un gran poder. Miró sin compasión a Motochika, que estaba arrodillado ante él, y luego levantó la mirada lo suficiente para que todo el público supiera de su disgusto. Desde su posición en uno de los lados, Shin no se sintió aludido por la ira del Viejo, pero los otros yakuza presentes en la habitación irradiaban turbación y vergüenza.
—Así pues, Motochika Azushi, ¿cree saber lo que es mejor para nosotros en esta guerra contra los Jaguares de Humo? —le espetó el Viejo—. ¿Ha tenido una revelación que le da una sabiduría superior a la de su edad? ¿Ha adivinado mi pensamiento y cree conocer la estrategia. perfecta? ¿Ha llegado a la conclusión de que soy urt viejo chocho que no sabe nada? ¿Y esto lo ha animado a poner una bomba que ha matado a más personas de los nuestros que del enemigo? ¿Y luego ha permitido que un monje inocente pague por sus actos? ¿Acaso tiene menos orgullo que cerebro?
El Viejo sacó un cuchillo de la manga de su quimono de seda negro y lo arrojó al matón arrodillado.
—Utilice esto.
Motochika levantó la mirada. El horror abrió arrugas en su rostro.
—¿Hara-kiri?
El Viejo negó con la cabeza y dijo con desprecio:
—Si hubiese querido que se abriese el vientre, antes de darle el cuchillo le habría quitado el filo frotándolo contra las piedras. No. Demuéstreme su arrepentimiento.
Motochika asió el cuchillo con la diestra. Cerró todos los dedos de la mano izquierda menos el meñique, apoyó la mano en el suelo de piedra y puso el filo de la hoja sobre la articulación superior. Levantó la mirada antes de proseguir.
—Ha causado la muerte de personas inocentes —dijo el Viejo.
Motochika bajó el cuchillo a la segunda articulación. Manteniendo la cabeza levantada, se cortó su propia carne con la hoja; a continuación levantó el puño, arrancando la parte seccionada del dedo. Shin sintió como si hubiese recibido un puñetazo en el estómago, mientras algunos de los otros reclutas yakuza retrocedían. Pero Motochika no emitió ningún sonido. Se estrechó la mano lesionada contra el pecho y ofreció el dedo cortado y el cuchillo ensangrentado al Viejo.
—Perdóneme, oyabun —dijo—. No le volveré a fallar.
El Viejo asintió con la cabeza y miró a los otros.
—Muchos de ustedes creen que yo no haría nada para atacar a los Jaguares de Humo, pero están equivocados. Tengo una preocupación mayor, que he tardado mucho en decidir cómo llevarla a cabo. —Miró a Shin y prosiguió—: Como les ha contado nuestro compatriota, Yodama, Hohiro Kurita desapareció en combate. Sin embargo, no tenemos pruebas de su muerte. Esto se debe a que no está muerto. Esos «Gatos» de Humo lo tienen encerrado en su prisión. Vamos a sacarlo de allí y devolvérselo al Coordinador.
—¡Pero eso es imposible! —dijo alguien del grupo con voz ronca—. Tienen a sus prisioneros en Kurushiiyama. Nadie ha escapado jamás de aquella cárcel cuando las FIS la controlaban, y los Gatos han aumentado las medidas de seguridad. Moriremos en el intento.
Shin vio que muchos otros asentían con la cabeza. Esa prisión, Kurushiiyama, es una leyenda incluso en Marfik. Con razón recibió el apodo de Montaña del Dolor. Después de lo que he visto combatiendo contra los Gatos, si quieren mantener a la gente encerrada allí no es probable que nosotros logremos sacarlos. No obstante, Shin no tenía deseos de apostar contra el Viejo.
—¿Por qué me veo rodeado de niños? —preguntó el Viejo, disgustado—. ¿No recuerdan las historias? En una ocasión, uno de los prisioneros de Kurushiiyama logró escapar. Sus muros fueron franqueados en el pasado y volverán a serlo ahora. Nosotros nos encargaremos de eso.
—Esa historia de la fuga es un cuento de viejas —dijo un hombre alto que estaba acurrucado justo detrás de Motochika—. Aquel prisionero fue herido en el vientre. Quizás escapó de los muros de la prisión, pero murió a su sombra y el río Sawagashii se llevó su cadáver.
Con lástima y desprecio en su rostro, el Viejo se desató el obi del quimono y desnudó el lado izquierdo de su pecho. Señaló la cicatriz de una herida de bala que había borrado parte del dragón que tenía tatuado en el pecho y el abdomen.
—Aquí es donde me dispararon cuando franqueaba el último muro —explicó.
Dejó que el resto del quimono cayera al suelo y mostró el tatuaje del lado derecho. Como un gran mural que se extendía desde el hombro hasta la cintura, un tatuaje multicolor describía la historia del viaje de un joven desde el cautiverio hasta la libertad. En el hombro, el héroe de la historia escapaba de los confines de una montaña iluminada por los relámpagos. Al pie de la cumbre, luchaba contra dos demonios y los mataba, aunque uno de ellos conseguía herirlo en el vientre con una lanza de fuego. Por último, perdiendo sangre por la herida, el héroe se arrojaba al río y se refugiaba en un túnel seco hasta recuperar las fuerzas suficientes para salir de las cloacas.
—Ya ven, amigos míos: es posible vencer a Kurushiiyama. La ruta que utilicé para escapar era considerada como la secundaria, porque reservamos la primera y mejor para una fuga masiva. Nuestro primer deber es para con el Dragón, y salvar a Hohiro lo cumplirá a la perfección. Después —añadió el viejo con una sonrisa cruel—, los Gatos serán nuestros para jugar con ellos.
Capítulo 20
Avalon, Nueva Avalon
Marca Crucis, Federación de Soles
30 de abril de 3050
El Príncipe Hanse Davion se inclinó sobre la mesa y contempló el mapa holográfico de la Mancomunidad de Lira. Tomó la mano izquierda de su esposa en su diestra y se la apretó para transmitirle confianza.
—¿Estás seguro de que están atacando cuatro planetas más? ¡Invadieron los doce primeros hace sólo dos semanas. ¿Es eso posible?
Justin Allard, que se encontraba junto a la zona central de la mesa, asintió despacio.
—Al parecer, las tropas que conquistaron aquellos mundos no son las mismas que utilizan como guarniciones. Una vez desarmada la población, los invasores están por completo dispuestos a colaborar con las autoridades locales para mantener el orden. Esto libera de obligaciones a las tropas de choque para que puedan seguir su avance.
Melissa Steiner Davion examinó el mapa y dijo:
—Si en su primera oleada conquistaron doce planetas con tanta facilidad, ¿por qué ahora sólo atacan en cuatro?
—Eso, Arcontesa, es una pregunta a la que no puedo responder —dijo Justin, e hizo un gesto a Alex Mallory, el hombre alto y delgado que estaba sentado frente a él, junto a una terminal de datos.
Alex pulsó varias teclas, y el mapa fue sustituido por unas imágenes poco precisas de 'Mechs extraños enzarzados en una batalla. La imagen se amplió para mostrar el emblema de un halcón verde en el pecho de uno de los 'Mechs. En cuanto se estabilizó la imagen, otra insignia —una cabeza de lobo— apareció a su lado.
—La mayoría de los mundos conquistados a la Mancomunidad en la primera oleada fueron capturados por tropas que lucían este emblema del Halcón de Jade —explicó Justin, señalando las insignias—. En cambio, Icar y Chateau cayeron en manos de los Lobos. Sus 'Mechs son similares, pero no hemos visto operaciones combinadas. Parece que comparten un origen similar; aunque las dos fuerzas no trabajan juntas.
Alex volvió a mostrar el mapa y enfocó el sector fronterizo donde la invasión había comenzado a carcomer la Mancomunidad. Los mundos invadidos y conquistados aparecían en color verde, mientras que los puntos de tono azul brillante representaban a los otros planetas.
—Los cuatro nuevos lugares han sido atacados sólo por tropas de los Halcones de Jade. Los informes llegan poco a poco, pero creemos que los Halcones de Jade concentraron sus fuerzas de los diez planetas para atacar a los cuatro siguientes. Incluso existe la posibilidad de que reforzaran Trell I, porque, al parecer, la táctica de guerrilla del leftenant-genrral Hawksworth sigue causándoles algunos problemas.
Ruego a Dios porque sobrevivas, Hawksworth. Quiero colgarte una medalla en el pecho por haber sido lo bastante inteligente como para sacar a Víctor de allí, pensó Hanse. Luego preguntó:
—¿Cuánto podrá aguantar el Duodécimo de Donegpl?
—¿Como fuerza de combate dicaz? —inquirió Justin, y su expresión se ensombreció—. No mucho más. Prácticamente han agotado los suministros para sus 'Mechs. Sus armas de fusión seguirán funcionando mientras tengan combustible para sus motores de fusión, lo cual no es ningún problema en un planeta que produce hidrógeno, pero la falta de equipos de reparaciones y misiles los colocarán en una enorme desventaja. Yo tendría una enorme sorpresa si aguantasen todavía un mes más.
Alex asintió mostrando su conformidad, pero añadió una apostilla:
—Trell I tiene un par de estaciones de suministros ocultas dentro del área operativa de Hawksworth. Formaban parte de nuestra línea de suministros cuando temíamos que ios renegados Ronin atravesarían Rasalhague para atacar nuestros planetas. Hawksworth sabe dónde están. Si puede llegar a ellos, podrá continuar los suministros y mantener una buena posición defensiva. Por supuesto, cualquier batalla abierta contra los 'Mechs que esos invasores utilizan sería, como mínimo, una insensatez.
Hanse se reclinó en la silla mientras los demás guardaban silencio. Siempre esperábamos una invasión, pero yo pensaba que la lanzarían Kurita o la Liga de Mundos Libres. Nunca soñamos con que se produjera un ataque de invasores de más allá de la Periferia, con Mechs de un aspecto que no hemos visto nunca... En su primera oleada casi me arrebataron a mi hijo, y luego se apoderaron de una porción del reino de mi esposa. Hasta ahora, la única manera de combatirlos es con la táctica desesperada de la guerra de guerrillas. Eso puede funcionar en casos aislados donde las condiciones del planeta sean favorables, pero no puede hacer retrocederá los invasores. El Príncipe inspiró hondo.
—Pero, ¿quiénes demonios son? —preguntó. Por primera vez desde que Hanse tenía memoria, el Secretario de Inteligencia dejó que la frustración asomase a su rostro.
—No lo sé, Alteza —contestó—. Se han presentado muchas teorías, pero no tenemos información suficiente para separar los hechos de las fantasías.
Melissa cruzó los brazos y tabaleó con las puntas de los pulgares.
—¿Son los seguidores de Kerensky que han vuelto? —inquirió.
Justin miró a su ayudante, quien pulsó varias teclas del computador para mostrar otra imagen holográfica sobre el centro de la mesa.
—No podemos estar seguros, por supuesto, pero la organización de sus unidades no apoya la hipótesis de que su origen está en la Liga Estelar. Como vos sabéis, organizamos nuestras tropas basándonos en el antiguo sistema cuatro/tres de la Liga Estelar: cuatro 'Mechs componen una lanza, tres lanzas forman una compañía, tres compañías constituyen un batallón y tres batallones son un regimiento. Con las lanzas de mando del batallón y del regimiento, suman dos docenas de 'Mechs.
El suave tecleo de Alex hizo que apareciese otra tabla de organización junto a la anterior.
—Por lo que hemos podido extrapolar a partir de los datos reunidos por vuestro hijo y por el hauptmann Cox, los invasores trabajan con un sistema basado en el número cinco. Cinco 'Mechs forman una lanza, cinco de estas unidades componen la siguiente unidad superior, y así sucesivamente.
La ira hizo fruncir el entrecejo a Hanse.
—Así pues, si no son los descendientes de Kerensky, ¿quiénes son?
Justin entrelazó los dedos en la parte posterior del cuello y miró hacia Melissa.
—Tal vez exista una conexión con la época, hace unos cuarenta años, en que Katrina Steiner se hacía pasar por la pirata Corsario Rojo, cuando ella, Morgan Kell y Arthur Luvon escaparon a la Periferia para evitar a los asesinos de Alessandro Steiner. Entonces encontraron un centro de investigación de la Liga Estelar en un planeta que no aparecía en los mapas, y que poco antes había sido saqueado por los piratas. Muchos de los objetos que trajeron después del año que pasaron ocultos siguieron siendo misteriosos durante varias décadas. Por supuesto, ya sabéis que ése es el origen de las Cajas Negras que nos ayudaron a eludir la Interdicción de las Comunicaciones dictada por ComStar durante la Cuarta Guerra de Sucesión. Hasta que los piratas la destruyeron, aquella pequeña estación de investigación siguió realizando sus experimentos y descubrimientos, mientras el resto de la Esfera Interior entraba en un declive tecnológico a causa de tantos siglos de guerras.
—Entonces, ¿insinúas que, si hubo una estación de investigación que no fue descubierta en todos esos años, podría haber más? —sugirió Melissa.
—En efecto, podría haber miles de ellas, Alteza —contestó el Secretario de Inteligencia—, pero bastaría con una, dedicada a la investigación de armamento. Es evidente que los 'Mechs que han construido estos invasores están basados en los diseños de nuestros BattleMechs. Sólo son más potentes y se calientan menos. Obtener más potencia de un motor de fusión y crear mejores radiadores son dos de los objetivos principales de las investigaciones que se realizan en el Instituto de Ciencias de Nueva Avalon. Es posible que esos invasores nos lleven tres siglos de ventaja.
—Y empezaron a partir de un nivel tecnológico que nosotros todavía hemos de alcanzar —dijo Hanse, apretando el puño derecho—. ¿Qué crees que pasó entonces, Justin? ¿Cabe la posibilidad de que una base capaz de producir unos 'Mechs tan poderosos cayese en manos de unos bandidos de la Periferia, que ahora han vuelto esos recursos contra nosotros?
—Lo más probable es que no —respondió Justin con un gesto de impotencia—. Todo lo que podemos afirmar con seguridad es que, quienes quiera que sean, su tecnología es superior a cualquier otra desde los tiempos de la Liga Estelar. Aparte de esto, lo único que podemos hacer con la información de que disponemos en la actualidad es seguir haciendo adivinanzas.
¿Cómo podemos enfrentarnos a un enemigo con una capacidad armamentistica y táctica superior a la nuestra, si ni siquiera podemos imaginar quiénes son ni qué es lo que quieren? Es como luchar contra el humo, pensó Davion.
—Tus ideas tienen mérito —dijo—, y sé que seguís trabajando en este problema. Identificar a los invasores tiene una importancia vital.
—Desde luego, mi Príncipe.
Hanse hizo una breve pausa.
—¿Tenemos alguna noticia del general Hawksworth?
—No, Alteza. Se cree que destruyó su Caja Negra justo después de sacar a Victor del planeta. No estamos seguros si alguno de los depósitos de suministros tiene uno de esos aparatos que funcione. En tal caso, podría llegar otro mensaje pronto. —El jefe de espionaje apretó los puños, frustrado, y añadió—: Aunque nos haya enviado un mensaje, tardará más de una semana en llegar a Tharkad. Y, si lo ha enviado aquí, a Nueva Avalon, tardará casi un mes.
—¿No ha podido enviar un mensaje a través de ComStar? —inquirió la Arcontesa.
—No —contestó Justin—. O bien los invasores han paralizado todas las instalaciones de ComStar, o bien ComStar está colaborando con los invasores para que éstos no interfieran en su negocio de transmitir mensajes entre las estrellas. Sabemos que ComStar está filtrando algunos mensajes porque la noticia de que Victor escapó de Trell I llegó más deprisa con un mensaje del hauptmann Cox a su familia, que el mensaje prioritario enviado por Victor a la corte.
El Príncipe frunció el entrecejo.
—Si ComStar está filtrando los mensajes, nunca podremos averiguar el verdadero alcance de la invasión. No podemos estar seguros de si nuestros enemigos han sufrido una derrota, ni dónde.
Justin esbozó una sonrisa y miró a Alex.
—Mi Príncipe, creo que hemos vencido a ComStar con sus mismas armas —dijo, e hizo una seña a su ayudante—. Tú eres el autor de este invento, Alex. A ti te corresponde explicarlo.
Alex asintió e invocó una corriente de datos que sustituyó al mapa en la imagen.
—ComStar, por motivos que sólo conocen sus líderes, ha optado por no emitir noticias de la invasión. Sospecho que quieren evitar que cunda el pánico entre la gente hasta que los diversos gobiernos hayan tenido la oportunidad de reaccionar ante la amenaza. No obstante, han seguido suministrando informes de productos de todos los planetas atacados. A pesar de todos los intentos y propósitos, todo parece normal ahí fuera.
Otra serie de pulsaciones, y apareció otra serie de datos y una matriz de variables debajo.
—Para que todo el mundo caiga en su engaño —continuó Alex—, ComStar ha compuesto estas cifras a partir de datos recogidos durante los últimos setenta años. Los números parecen correctos porque alguna vez lo fueron. Comparé estos números con nuestra base de datos de los mismos informes. Tuve que trabajar un poco, pero creo que descifré el código. Alguien es un poco despistado en ComStar y no ha variado el algoritmo. Al aplicarlo sobre los datos que suministran sobre otros planetas susceptibles de ser atacados, creo que podemos adivinar dónde han actuado los invasores en Rasalhague y en el Condominio Draconis.
El mapa regresó cuando Alex aplicó su receta mágica a los datos del computador. En lugar de presentar sólo los mundos fronterizos de la Mancomunidad de Lira, amplió el mapa para mostrar las posibles invasiones en Rasalhague y en el Condominio.
—Como podéis ver, las cosas les van mejor a los invasores en la sección de Rasalhague más próxima a la frontera con la Mancomunidad. Creo que ésta es el área atacada por los Lobos. Los datos de ComStar sobre los cinco planetas de Csesztreg a Leoben, pasando por Nueva Bergen, empiezan a parecer manipulados, de modo que supongo que sólo han sido atacados en fechas recientes. Más cerca del Condominio, y ya dentro de su territorio, las cosas van más despacio.
—¿Encuentran los invasores alguna resistencia en la República de Rasalhague? —preguntó Melissa—. Perdieron trece planetas en la primera oleada, lo cual es un porcentaje mucho más alto para ellos que una docena de mundos para la Mancomunidad de Lira.
Justin señaló un planeta en la frontera de Rasalhague.
—El ataque a Thule podría haber paralizado la capacidad de combate de Rasalhague, porque su Ministro de Defensa estaba realizando un viaje a la frontera en esos mismos días. Creíamos que lo habían matado, pero apareció en un reciente holovídeo de noticias de Rasalhague. Nuestras fuentes, de manera independiente, nos han confirmado que sigue vivo, aunque los rumores aseguran que estuvieron a punto de acabar con él.
—Eso es interesante —comentó la Arcontesa—. Los Halcones de Jade atacan Trell I, donde está estacionado nuestro hijo. Otros invasores atacan Thule durante la visita del Ministro de Defensa y fallan por poco. Veo que también han golpeado en Turtle Bay. Creo recordar que Hohiro Kurita está estacionado allí, ¿no?
El jefe de espías asintió con gesto solemne.
—A menos que Hohiro fuese trasladado fuera del planeta justo antes del ataque, estaba en Turtle Bay cuando éste se produjo. No tenemos noticias de que haya escapado, por lo que cabe pensar que ha muerto en combate. Aun sin disponer de información de primera mano, hay indicios de que las cosas no le van bien al Condominio en esa región.
Justin se volvió hacia Alex.
—Muestra los recientes movimientos de tropas del Condominio —le pidió.
La imagen del mapa se contrajo y a continuación se centró en una sección de la frontera entre el Condominio y la Mancomunidad. Unos iconos, que representaban unidades militares, formaron pequeñas columnas en la parte inferior.
—Como podéis ver, Theodore Kurita está ejerciendo su autoridad como Gunji no Kanrei. Está trasladando tropas desde el Distrito Militar de Dieron y las está enviando de regreso en sus naves de suministros. Podrá enviar veinte regimientos de choque a finales del verano para hacer frente a los invasores. También está desplazando tropas de la frontera con Rasalhague, aunque en realidad no son suficientes para frenar el avance de los invasores.
Cuando Alex añadió animación a los movimientos de tropas, apareció una amplia área débil en las defensas fronterizas del Condominio. El Príncipe la miró como un maestro de ajedrez que estudiase una posición en el tablero. Si Theodore termina sus movimientos de tropas, dejará el corazón del Condominio abierto para un ataque que lo podría paralizar. Atrapado entre los invasores y nuestras fuerzas, el Condominio podría ser aplastado para siempre.
—¿Cómo hemos obtenido esta información?-preguntó,
Justin apoyó las palmas de las manos en la mesa y se inclinó hacia adelante antes de contestar.
—La mitad procede de agentes que tenemos situados en las diversas bases que están enviando tropas. De todas formas, no sabían que debían buscar hasta que les dimos órdenes muy específicas. Estábamos buscando la confirmación de los datos suministrados por un agente que tenemos en Luthien. Creemos que el agente ha perdido su tapadera, pero el Gunji no Kanrei no ha considerado adecuado eliminarlo aún.
—Entonces —dijo Hanse, arrellanándose en el asiento y juntando las yemas de los dedos—, ¿crees que Theodore Kurita nos ha filtrado esta información sobre sus propias debilidades?
Justin titubeó por unos momentos.
—Sí, Alteza, eso creo —respondió, y miró sucesivamente a todos los presentes—. Él jamás admitiría su debilidad, pero el hecho de que nos deje ver sus intenciones respecto a movimientos de tropas podría sugerir que cree que los invasores son una amenaza mucho mayor para los Éstados Sucesores que lo que podamos ser entre nosotros.
Hanse inspiró hondo y dejó escapar el aire poco a poco. Ésta sería una oportunidad perfecta para destruir el Condominio... y más de uno de mis mariscales de campo me animaría a hacerlo. Pero, si Justin tiene razón sobre las intenciones de Theodore, comparto la opinión que tiene el Kanrei sobre la invasión. ¿De qué sirve derrotar a un enemigo, si no puedo construir nada sobre esa victoria? Sería una estupidez.
—¿Qué crees tú? —preguntó Hanse a su mujer.
—Cariño, tengo la impresión de que Theodore está tan preocupado por la suerte de su hijo como lo estábamos nosotros hasta que supimos que Victor había sido evacuado. Ya sabes que Kurita hará la guerra a los invasores como a cualquiera de los Estados Sucesores. Si lo atacásemos, se vería obligado a dividir sus esfuerzos y eso podría ser un desastre para él en su guerra contra esas fuerzas extrañas. Una mirada al mapa deja claro que, una vez que los invasores hayan despedazado el Condominio, la Federación de Soles será su siguiente objetivo. Si pudiésemos desviar hacia la frontera a las tropas que tenemos asignadas ahora en la frontera con el Condominio, podríamos utilizarlas para rechazar la invasión de la Mancomunidad.
—Como siempre, tu análisis es absolutamente valioso y preciso —dijo Hanse sonriendo, y se volvió a Justin—. ¿Estás de acuerdo? ¿Desplazamos las tropas desde isla de Skye para que se enfrenten a los invasores?
—Sí. Nuestras Naves de Salto activas están en las posiciones correctas para moverse con rapidez. Podemos trasladar tropas a la frontera más deprisa que el Condominio. Ya he enviado órdenes a las unidades mercenarias que tenemos contratadas para que se dirijan a la frontera. Si tenemos suerte, pueden formar una barrera que frene a los invasores.
—¿Qué me dices de la Caballería Ligera de Eridani? —preguntó Hanse—. ¿Están dispuestos a trasladarse antes de que se haya secado la tinta de su último contrato?
—Sí, señor. Hoy mismo he recibido la confirmación de su acatamiento de las órdenes —respondió Justin—. También he recibido una petición de mi hermano Daniel para trasladar a los Demonios de Kell a la frontera. No sé dónde ha conseguido Dan esa información, pero parece que no cabe duda de que los invasores fueron le» responsables de la muerte de Phelan Kell en la Periferia. Le he dado permiso para desplazar los dos regimientos a Sudeten, ya que pensé que ese mundo sería un buen punto de encuentro para las fuerzas que enviemos al norte.
El Príncipe sonrió con admiración.
—Excelente idea. ¿Alguna noticia de Jaime Wolf?
—Ninguna respuesta al mensaje que le envié hace dos semanas. No obstante, sé que los regimientos Epsilon y Zeta han sido retirados de sus guarniciones de Andurien, y Thomas Marik está bastante molesto por no haber sido avisado. Parece que se dirigen a Outreach.
—Entiendo —dijo el Príncipe, y apoyó los codos en la mesa—. Sospecho que Wolf está llamando a los suyos para que asistan a una especie de reunión. Cuando tomen alguna decisión, tendremos noticias de ellos. —Hizo una pausa para examinar el mapa—. Emite órdenes al Primero de Ulanos de Kathil y a todos los regimientos de Deneb, Guardia Arcturiana, Guardia Lirana, Guardia Real y Regimientos MF de la Marca Skye, para que partan hacia Sudeten. Quiero que Morgan sepa que está al mando de este grupo de tropas y que encamine a Victor también hacia Sudeten. Trasladaremos tropas de la Marca Crucis para reforzar el pasillo entre Tierra y Skye.
El Príncipe calló al darse cuenta del silencio de su esposa y de una fugaz expresión de dolor en los ojos de Justin.
—Perdóname, Justin —dijo—, por pedirte que transmitas esta orden. Sé que tu hijo está en el Décimo de Guardias Liranos.
—Estoy seguro de que os servirá bien, mi Príncipe —contestó, irguiendo la cabeza.
—De eso no tengo ninguna duda, Justin Allard —dijo Davion—. Pero recuerdo que, hace veintitrés años, pedí a tu padre que ordenase a otro hombre que te matase. Tanto él como yo sabíamos que esa orden era la única manera de mantenerte con vida mientras estabas en misión secreta, pero sé lo difícil que fue para tu padre. Nunca imaginé que tendría que hacer pasar a otra persona por el mismo trance.
—Entonces, ¿por qué te obligas a pasarlo tú mismo? —le preguntó Melissa.
Hanse la tomó de las manos.
—Puedo ordenar a Victor con el corazón tranquilo que se encuentre con Morgan en Sudeten —contestó—. Tú y yo sabemos que él jamás aceptaría quedar fuera del plan. Quiere estar allí, con órdenes o sin ellas, de modo que prohibirle sumarse a la lucha no serviría de nada. Creo que es mejor que sepa que confiamos en él, antes que dejar que suponga que no es así.
Capítulo 21
Nave de Salto Diré Wolf, Órbita L-5
Nueva Bergen, Provincia de Rasalhague
República Libre de Rasalhague
3 de mayo de 3050
Phelan Kell dio un codazo en el costado a Griffin Picón.
—No me mires, Griff. ¡Mira la stravag puerta!
El otro hombre, rubio, más bajo y de complexión más robusta, gruñó al recibir el golpe y volvió su atención hacia el portal cerrado que conducía al dormitorio de los sirvientes.
—Estás aprendiendo muy deprisa a decir tacos en la lengua de los Clanes, Kell. Llegará un momento en que no podremos distinguirte de ellos. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que eso ocurra?
—No mucho. Y, si te tratan como a un enfermo fingido tanto tiempo como a mí, tú también aprenderás las palabras.
Griff se echó a reír.
—Sí, ese Vlad realmente tiene un interés especial por ti, ¿verdad?
—Se dice quineg, Griff. Se supone que tienes que terminar preguntas como ésa con «quineg» si quieres hablar como un miembro del Clan.
—Y no utilices contracciones, Phelan —le recordó el pirata—. Y, aparte de todos los «quinegs», el odio de ese Vlad hacia el es visceral.
—Y todo porque le estropeó la pintura de su 'Mech.
Insertó un chip en el circuito impreso y lo colocó en una caja petroquímica gris apenas más grande que una baraja de cartas. Deslizó la tapa que guardaba debajo del lazo de su muñeca y la puso en su sitio con un chasquido. Dio una palmada al dispositivo.
—Ya está, listo.
Griff miró por encima del hombro al mercenario.
—¿Estás seguro de que esa cosa funcionará? —Tras unos segundos de vacilación, añadió—: ¿Quiafi?
Phelan fue a su catre e introdujo la pequeña caja en el interior del colchón.
—Af. He trabajado a fondo la última semana para arreglar dos de sus cierres audiosensitivos. El tech estaba tan impresionado por mi habilidad que incluso me mostró cómo quemar eproms en el taller.
—¿Eproms ? —inquirió el antiguo pirata de la Periferia, sin hacer el menor esfuerzo por disimular su confusión.
Phelan esbozó una sonrisa. Mucho de lo que los Clanes tienen en esta Nave de Salto es perditécnica en los Estados Sucesores. He oído hablar de grabar programas en chips de computador, pero sólo porque un amigo de mi padre, Clovis Holstein, me enseñó cómo hacerlo. Pero la máquina que él utilizaba era un monstruo con sólo una cuarta parte de las características de la máquina que hay en los hangares de mantenimiento de esta nave. Con un equipo como ése, no me extraña que sus Mechs sean tan superiores a los nuestros.
—Un eprom es un chip de computador —explicó—. Contiene el programa, la información y las instrucciones, que es lo que hace que funcione la maquinaria. Lo que hice fue crear un programa que repasará todas las combinaciones posibles del cerrojo, empezando por dos números, hasta que el cerrojo se abra. Las lucecitas de la caja muestran cuántos números se están comprobando en la serie actual.
—Me alucinas, chaval —dijo Griff, meneando la cabeza—. En mis tiempos, todo lo que tenía que saber sobre chips era que si uno de ellos funcionaba mal en mi 'Mech, tenía que robar una placa entera de otra máquina para arreglarlo. ¿Y dices que esa cosa nos permitirá meternos en el área de las sirvientas?
Phelan asintió con solemnidad.
—La próxima vez que entre en el taller tengo que soldar algunas piezas y conseguir unas cuantas células de potencia. Cuando tenga todo eso, si la puerta tiene un cerrojo, esto lo abrirá.
—¡Sí! —exclamó Griff, dando una fuerte palmada—. ¿No estaremos todos muy contentos por ello? Hace demasiado tiempo que no veo a mi pequeña Marianna... ¿Qué pasa?
El joven MechWarrior hizo un esfuerzo por borrar la expresión de irritación de su rostro.
—No me importa que sepas lo de esta ganzúa electrónica —dijo—. Eres un tipo responsable y te agradezco que hayas mantenido a los demás lejos de mí cuando Ulric me trasladó a este dormitorio.
Phelan contempló la amplia habitación, llena de literas con mantas que eran de un color un poco más oscuro que el tono gris carcelario de la pared y la fría cubierta metálica. Arrojarme en medio de esta pandilla de piratas podría haber sido un error, pero no creo que Ulric cometa muchas equivocaciones de este tipo. Sospecho que quería ver si podía sobrevivir en este pozo de víboras.
—No quiero que Kenny Ryan ponga sus manos sobre él —dijo, exhalando Un suspiro—. Su turbo ascensor no llega hasta el puente de mando, ¿comprendes? Él querría utilizar mi ganzúa electrónica para llegar a la armería, al hangar de los 'Mechs o al puente de mando, y eso causaría verdaderos problemas.
—¿Podría llevarnos hasta todos esos sitios? —preguntó Griff, abriendo desmesuradamente sus verdes ojos.
—En efecto. Como ya te he dicho, si tiene una cerradura sónica, este aparato nos permitirá entrar. Aun así, esos lugares están vigilados por guardias y son muy seguros. No me importaría que a Kenny le chamuscasen la cabeza con un par de rayos láser, pero odio pensar en las otras bajas... Tú y yo sabemos que no tendría agallas para ir solo. La única razón por la que Kenny llegó a ser líder fue porque vio adónde queríais ir todos y se puso al frente de vosotros.
La puerta se abrió de pronto, lo que ahogó cualquier comentario de Griff. La sonrisa de Ranna se desvaneció un poco al ver al pirata, pero no del todo.
—Phelan, el Khan ha ordenado que te presentes ante él —dijo.
Phelan se levantó de inmediato y se alisó el mono que llevaba puesto. No se dio cuenta de cómo le palpitaba el corazón en el pecho hasta que vio la expresión divertida de Griff. Se sonrojó, lo que hizo que la sonrisa del pirata se ensanchase aún más. Ella es inteligente y guapa, y además es una MechWarrior. Y, ¡qué diablos!, me gusta. ¿Por qué debería avergonzarme? No estoy traicionando a los míos. Al menos, eso creo.
—No lo tengas levantado hasta muy tarde —comentó Griff, guiñando un ojo a Ranna—. El chico necesita descansar para que pueda trabajar.
Ranna trató de mantener una expresión severa, pero había un brillo de diversión en sus ojos.
—Trabajar... Ese es un concepto nuevo para ti. Creía que tenías que estar pintando ahora el Hangar de Almacenamiento Siete. Ya lo comprobaré.
—Ahora mismo iba hacia allí —repuso Griff, levantando las manos, y dijo a Phelan—: No nos dejes en mal lugar, chico. Cuando te bebas el té, no hagas ruido.
—No te preocupes —contestó el mercenario con una sonrisa cruel—, esto no es la Periferia. Aquí lo sirven en taza.
Griff se echó a reír y salió por la puerta. La mujer mantuvo su expresión de desaprobación hasta que se hubo marchado. Entonces su fachada se disolvió en una carcajada. Phelan pasó entre las literas y la siguió hacia el pasillo.
—¿Sabes lo que quiere el Khan, Ranna? ¿O sólo tengo que esperar y ver?
Ella negó con la cabeza, y hundió las manos en los bolsillos de su mono. Buscó algo en ellos con expresión preocupada. A continuación se dio unos golpecitos en los bolsillos del pecho. Siguió sin encontrar lo que buscaba.
—¿Cómo he podido olvidar mi control remoto? —preguntó con irritación, hablando consigo misma más que con Phelan. Se volvió hacia él cuando llegaron al turboascensor y le dijo—: Tendremos que desviarnos un poco. Me he dejado algo en mi cuarto.
Pulsó el botón de llamada del ascensor. Una vez en su interior, marcó que subiera cuatro niveles, introdujo el código de entrada y condujo a Phelan por un pasillo marcado con un escudo y el icono de una bola blanca y azul. Llegaron ante una puerta señalada con una cabeza de lobo y, debajo, una estrella roja con la punta prolongada hacia abajo como una daga. Ranna tecleó una serie de cinco números en el panel de cerradura. Sonaron unos tonos, pero fue demasiado rápido para que Phelan pudiese identificarlos. La puerta se abrió deslizándose a la izquierda y se cerró en silencio después de que hubieron entrado.
Phelan miró a su alrededor. La habitación es más pequeña que la del Khan, desde luego, pero tampoco es angosta. En el recibidor había un armario con espejo a la izquierda y una portezuela que conducía a un lavabo a la derecha y que era también la entrada a una pequeña sala de estar. Un escritorio ocupaba el rincón izquierdo más alejado, y Phelan vio alrededor de ella plumas, lápices, pinceles, botes de pintura y otros instrumentos de artista. De todas las paredes colgaban cuadros y, aunque eran de distintos colores y de temas totalmente diferentes, Phelan observó detalles del estilo que los hacían semejantes.
Ranna pasó a través de una portezuela abierta en la pared derecha de la salita de estar y desapareció en lo que Phelan supuso que era su dormitorio. Fue a la pared de enfrente y examinó de cerca un paisaje pintado en tonos púrpuras y rojos. El uso de líneas difuminadas daba la impresión de que el modelo utilizado para el cuadro era un lugar increíblemente cálido. Encima de las montañas más altas, la fría negror del espacio y las estrellas como diamantes parecían un santuario; sin embargo, Phelan entrevió una reluctancia en abandonar aquel mundo por el vacío sin límites que se extendía entre las estrellas.
—¿Te gusta? —dijo ella desde el dintel de la puerta.
—No estoy seguro. Me recuerda la primera vez que salí de Arc-Royal con los Demonios de Kell, cuando comprendí lo que significaba dejar el planeta donde había nacido. Entonces sólo tenía cinco años. Estaba entusiasmado, porque era una gran aventura, pero tampoco quería dejar atrás a mis abuelos y mis primos. —Phelan se volvió hacia ella—. Yo quería irme, pero también lo temía, ¿quiaf?
Ranna asintió con la cabeza.
—Af creo que te entiendo. Esa pintura es un paisaje del mundo donde me crié. Sentí una gran tristeza al abandonarlo. Pero has hablado de tus primos...
—Bueno, así los llamaba yo —dijo Phelan, sonriendo con timidez—. No eran primos hermanos, desde luego, porque no tenía ninguno. Quiero decir que faltaban años hasta que supimos lo de Chris. Sólo eran los amigos con los que crecí en Arc-Royal.
Ella sonrió cuando las palabras de Phelan por fin le resultaron comprensibles.
—¡Ah, tu sibko! Entiendo por qué eras reacio a dejarlos. Por suerte para mí, mi sibko ha viajado conmigo, o yo con él, por así decir.
El Demonio de Kell miró a Ranna y meneó la cabeza.
—Por alguna razón, no me imaginaba que te dedicases al arte —le dijo.
Ranna se dispuso a replicarle, pero él levantó la mano para acallar su protesta.
—Lo que quiero decir —explicó— es que la atmósfera que te rodea parece más adecuada para las aficiones militares que para las artísticas. Por supuesto, eres distinta de los demás. A ver si me explico: no puedo imaginarme a Evantha o a Vlad pintando o escribiendo poemas.
La idea hizo sonreír a Ranna.
—Af, creo que te entiendo, pero no estoy segura. Tienes que comprender que yo crecí con ellos, por lo que no me doy cuenta de esas cosas. Es difícil saber con seguridad si yo soy diferente.
Tranquilo, Phelan. Esta discusión podría meterte en muchos líos. Se encogió de hombros, levantó la mano derecha y tiró del cordón que tenía atado a la muñeca.
—Salvo tú y el Khan, todos los demás no ven más que este brazalete cuando me miran. Tú ves a la persona que soy en realidad, para bien o para mal. Sin tu ayuda, quizá no habría sobrevivido tanto tiempo.
—¡Oh, no creo que eso sea verdad, Phelan Patrick Kell! —repuso ella, aunque un brillo malicioso asomó a sus ojos de color azul cielo—. Tal vez yo miro más allá de tu brazalete de servidumbre porque pareces distinto de los otros sirvientes.
—Si se me permite el atrevimiento... ¿cómo y por qué? —inquirió Phelan.
Ranna se apoyó en el borde de la portezuela.
—Supongo que todo empezó con el interés del Khan en ti. Al principio me supo mal que se me asignara la tarea de cuidarte como una enfermera, pero ahora ya no encuentro que la tarea sea tan odiosa...
—Existe un Dios...
—Es una de las cosas que me gusta de ti, Phelan. Tienes ingenio y lo sabes expresar. No pareces estar planeando tu huida, aunque sé que eres lo bastante inteligente y peligroso para que esa idea te ronde por la cabeza. —Lo saludó con un movimiento de cabeza y prosiguió—: Tu sentido de la independencia, sobre todo, parece distinguirte de los demás. Eres un MechWarrior hasta tal extremo que el brazalete de servidumbre jamás aplastará tu espíritu.
Phelan entornó los ojos y reflexionó sobre sus palabras. Tiene razón. Me encantarla escapar de esta ballena de hojalata o, por lo menos, enviar un mensaje. ¿Me he dejado llevar por la inercia, o acaso ella es muy buena midiendo las fuerzas del oponente?
—Gracias por tu perspicacia —dijo, y se esforzó por sonreír con gesto despreocupado.
—Y gracias a ti por la tuya —repuso ella, devolviéndolé la sonrisa—. Tengo que preguntarte algo acerca de lo que dijiste antes. Tu conociste a tus abuelos, ¿quiaf?
—¡Claro! El abuelo Kell sigue vivo. A sus ochenta y siete años ya no está tan en forma como antes, pero sigue valiéndose por sí mismo. El abuelo Ward murió en la guerra antes de que yo naciera, pero la abuela Ward sigue viva en Arc-Royal.
—¿Ochenta y siete años? Debes de estar bromeando.
—No. Cumplirá los ochenta y ocho el próximo octubre.
—Asombroso...
Se oyó un chillido en el cuarto que estaba detrás de Ranna. Ella se volvió un poco, extendió el brazo e hizo unos suaves arrullos.
—No hay nada que temer, Jehu —dijo.
Una criatura de color oscuro voló hacia ella y se posó sobre su hombro. Phelan parpadeó y la señaló con la zurda.
—¿Qué demonios es eso?
Antes de que Ranna pudiese responder, la criatura dio un brinco y extendió sus alas, semejantes a las de un murciélago. El peludo animal sacudió su larga cola en el aire para equilibrar el vuelo y fue directamente hacia Phelan. Voló bajo, luego ascendió, se posó sobre su antebrazo, y enrolló la cola prensil en la muñeca. Agitó dos veces las alas para mantener el equilibrio mientras Phelan se acostumbraba a su peso; a continuación, aflojó la presión de la cola sobre la muñeca y caminó hasta su hombro.
Su rostro, sus cuartos traseros y su cola le daban un aspecto similar al de un primate pequeño, pero las alas lo convertían en una criatura distinta de los monos. Chilló con un tono melodioso y envolvió el cuello de Phelan con la cola como un viejo amigo habría pasado el brazo sobre los hombros del mercenario. Las bandas de color rojo y blanco del pelaje de su cara le daban un aspecto fiero y cómico al mismo tiempo.
—Es increíble —dijo Ranna, mirándolo fijamente—. Jehu nunca se acerca a los extraños. ¿Qué has hecho?
Phelan se encogió de hombros, pero sólo un poco para no inquietar a Jehu.
—No lo sé. Ni siquiera sé qué es Jehu, de forma que no tengo ni idea de lo que he hecho para inspirar confianza en él.
—En ella —lo corrigió Ranna—. Jehu es una surat. Son originarios de uno de los mundos que están más allá de la Periferia. Son inteligentes y muy adaptados a la vida doméstica, lo que los sitúa dos niveles por encima de la mayoría de las formas de vida de la Periferia.
—¡Eh, ten cuidado! ¡Tú me sacaste a mí de la Periferia!
—Mejorando lo presente, desde luego —concedió Ranna, inclinando su cabeza de blancos cabellos—. Al fin y al cabo, a Jehu le gustas, lo que quiere decir que tu forma de vida es claramente superior. —Luego dijo a la surat—: Jehu, vete a la cama. Comerás más tarde.
Jehu desplegó las alas y envolvió con ellas la cabeza de Phelan, una experiencia que a él le recordó como si se la frotasen con un jersey de olor almizclado. A continuación, el animal emprendió el vuelo. Ranna se apartó del umbral de la puerta; Jehu levantó el ala derecha y pasó a través de la abertura. Ranna sonrió a la criatura y condujo a Phelan al pasillo.
—Tener a Jehu es mi único lujo —explicó.
Al llegar al turboascensor, Phelan pulsó el botón de la pared.
—Sí, las mascotas son algo muy especial.
—Tú tienes una, ¿quiaf?
—No —respondió el mercenario—. La tenía. Era un perro llamado Sonriente. Un perro sin raza, aunque con una parte de sangre de lobo. Lo llamaba Sonriente porque siempre tenía la boca abierta en una mueca que podía convertirse en un ladrido, un gruñido o un enorme y húmedo lametazo —dijo Phelan sonrió, pero la tristeza asomó a sus ojos.
Ranna lo siguió al interior del ascensor y apoyó la mano en su antebrazo.
—¿Qué fue de él?
—Murió. —Phelan tragó saliva, tratando de disolver el nudo que tenía en la garganta—. Estábamos acantonados en la Liga de Mundos Libres, muy cerca de la frontera con la Confederación de Capela. La Canciller Romano Liao había enviado un asesino Maskirovka para matar a Dan Allard, que entonces tenía el grado de mayor, y a su familia. Dan es cuñado de Romano, y aquella bruja decidió matar a toda la familia para atacar a Justin Allard, hermano de Dan y esposo de la hermana de Romano, Candace. El asesino se equivocó de casa y pensó que yo era uno de los hijos de Dan.
«Sonriente se acercó a él como una sombra —continuó—. No gruñó ni ladró; sólo dio un salto y derribó al hombre. Cayeron los dos sobre la mesita de noche de mi dormitorio y yo me desperté. Entonces oí el vibropuñal, pero ya había terminado todo. Aunque Sonriente le quebró la garganta al asesino, éste logró apuñalarlo. —Phelan se frotó las manos sobre la pechera del mono—. Ni siquiera gimoteó. Sólo siguió sonriendo con los colmillos ensangrentados, hasta que murió.
Ranna le tomó una mano entre las suyas y se la apretó con fuerza.
—Tu pesar es el mío. Yo... —Lo miró a los ojos, titubeó, y volvió a bajar la mirada—. Me alegro de que no sufrieras ningún daño.
—Sí, está claro que fue lo único positivo de aquella experiencia —dijo el Demonio de Kell con un hondo suspiro—. Llamé a mi 'Mech «Sonriente» en recuerdo de mi perro. Siempre me dio buena suerte, hasta que me topé con Vlad.
Ella volvió a apretarle la mano. La puerta del ascensor se abrió, mas ella siguió sujetándolo incluso después de salir ai pasillo. Phelan intentó descifrar su expresión cuando sus dedos se separaron, pero no le reveló nada. ¿Sólo siente pena, o hay algo más? Admito que Ranna me hace sentir confuso y bastante azorado. No, tiene que ser lástima, nada más. Recuerda, Phelan: eres un extranjero y un sirviente, y, en definitiva, estas personas son tus enemigos.
Capítulo 22
Nave de Salto Diré Wolf, Órbita L-5
Nueva Bergen, Provincia de Rasalhague,
República Libre de Rasalhague
3 de mayo de 3050
En lugar de conducir a Phelan a los aposentos privados del Khan, Ranna lo guió a través de una cubierta que él no había visto antes. Los iconos de escudos eran más amenazadores, sobre todo uno que mostraba una figura humana con ambos brazos levantados por encima de la cabeza y con un rayo en cada mano, así como otra que consistía en un ojo que flotaba sobre unos rifles láser cruzados. El propio pasillo estaba sumido en la penumbra, y una hilera de luces rojas situadas en la intersección entre un mamparo y la cubierta les indicaba la dirección que debían seguir.
Phelan dedujo que tenía que ser una especie de centro de mando. La tenue iluminación eliminaba la necesidad de adaptar la visión a la oscuridad habitual en las salas de reuniones. Y lo más importante: aquellos iconos de aire marcial sólo podían significar que detrás de aquellas puertas se encontraban los centros nerviosos de los diversos ámbitos de servicio de los Clanes. Phelan supuso que la nave había llegado a un nuevo sistema y que los hombres de los Clanes se preparaban para conquistarlo.
El mercenario notó que se le aceleraba el pulso. ¿Por qué querrá el Khan que esté presente durante una invasión? Aunque no pueda huir, ¿por qué querría mostrarme datos de inteligencia militar que yo no debería ver? En ocasiones me gustaría que me dijeran qué es lo que se espera de mi. La novedad de estar viviendo como una rata en una caja de un laboratorio está acabándose.
Ranna abrió una puerta que tenía un icono del ojo y se encaminó hacia una habitación amueblada de forma confortable. Una vez en el interior, Phelan vio a través de una escotilla grande y redonda varias Naves de Salto flotando en el espacio. Unos sillones de cuero marrón fijos a las paredes permitían sentarse con comodidad. Cada una de las paredes, salvo la que estaba a la derecha de Phelan, estaba decorada con escenas de combate holográfícas.
La otra pared era de cristal y daba al puente de mando de la Diré Wolf. Más abajo, docenas de oficiales de los Clanes de ambos sexos rodeaban un área en la que había la pantalla holográfica más grande que Phelan había visto nunca. Cubría un espacio de seis metros de diámetro por lo menos, y las imágenes se alzaban a más de tres metros de la cubierta. Más allá había centenares de terminales, dispuestas a lo largo de la sala rectangular unas junto a otras, que brillaban con luz verde o ambarina. En el otro extremo del puente, un portal gigante se asomaba al planeta atacado.
Phelan reconoció a Ulric mientras paseaba por el interior de las imágenes tridimensionales, pero no pudo identificar al hombre de piel oscura que caminaba a su lado.
—Ranna, ¿quién es el hombre que está con el Khan?
—Es Leo, el ilKhan —contestó ella, frunciendo un poco el entrecejo—. Es un Jaguar de Humo y actual Khan de Khanes, y el líder de la invasión.
—No parece que te despierte muchas simpatías —comentó Phelan, volviéndose hacia ella.
—Es el ilKhan y hago lo que él ordena. Pero está decidido a interferir en el asalto del Khan al planeta. El Khan quería que el ataque fuese dirigido por la coronel estelar Lara o el coronel estelar Darren; en cambio, el ilKhan lo ha obligado a sustituir a Darren por el coronel estelar Marcos.
Phelan asignó aquellos nombres a los individuos señalados por Ranna desde su atalaya. Cuando Leo y Ulric salieron del área holográfica, el Capiscol Marcial se unió a ellos. Entonces, dos individuos más entraron en la unidad de visualización. La coronel estelar Lara tenía cabellos rubios, que le llegaban a media altura de la espalda, y las uñas pintadas de negro. Marcos fue a hablar con ella, y con gesto confiado se alisó sobre las sienes sus cabellos, negros como la pez. Ambos parecían estar en plena forma pero, en opinión de Phelan, eran demasiado jóvenes para ser coroneles.
—¿Qué es eso sobre lo que están caminando?
Ranna miró a Phelan con curiosidad.
—Es un holotanque de tamaño grande —le explicó—. Sus ordenadores coordinan todos los datos de entrada para crear un mapa tridimensional del planeta. Puede alcanzar incluso la escala uno-uno, aunque entonces pierde un poco de resolución. Por lo general se utiliza como pantalla táctica, aunque se usan unidades similares en combate de simulación para adiestrar a los Elementales, nuestra infantería blindada. Evantha es una Elemental.
El mercenario observó que los dos coroneles estelares paseaban alrededor del holotanque.
—Un coronel debe estar al mando de un regimiento, lo que quiere decir más o menos ciento treinta 'Mechs y diverso personal de apoyo. Van a necesitar más de un regimiento para capturar un planeta entero. ¿Por qué el ilKhan envía sólo a ellos dos?
Ranna titubeó el tiempo suficiente para que Phelan adivinara que estaba guardando en secreto parte de la información.
—Las autoridades de Nueva Bergen (creo que es así como llamáis a ese planeta) han dicho que sólo tienen dos regimientos para enfrentarse a nosotros. Cada uno de los coroneles apostará por alcanzar el honor de conquistar el planeta.
—¿Apostar? —preguntó Phelan. No entendía nada en absoluto—. Es posible que vuestros 'Mechs sean muy buenos, pero esto no es un juego...
—No, Phelan, no es un juego —dijo Ranna, lanzándole una mirada acerada. Tenía el tono de voz y el cuerpo llenos de tensión. Entonces se encendió un gran monitor de datos montado en la pared. Ella se volvió con brusquedad y observó la escena con atención.
En el holotanque, los coroneles estelares se estrecharon la mano y salieron del marco de la pantalla. Ulric hizo un gesto con la cabeza a Lara y le dijo algo, pero el sonido no atravesó la ventana. Detrás de ella había quince estrellas rojas de ocho puntas, semejantes a dagas, alineadas en la pantalla de datos de la pared debajo de un icono que Phelan dedujo que representaba la Diré Wolf. Al mismo tiempo, un pequeño dispositivo que Ranna llevaba ceñido al cinturón emitió un pitido y se encendió un piloto rojo.
Ranna sonrió como una loba y se frotó las manos.
—Sí, empieza con algo y mira cómo responde —dijo.
Marcos levantó un puño en el aire y gritó algo; sin embargo, de nuevo el sonido fue inaudible para los presentes en la sala de observación. Debajo de la línea de estrellas que se había materializado al hablar Lara, apareció otra hilera, pero ésta tenía sólo catorce estrellas. Lara replicó de inmediato a Marcos y dos de las estrellas desaparecieron de su línea. Marcos replicó y Lara igualó, con lo que ambas hileras quedaron con doce estrellas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Phelan a su acompañante.
La mujer levantó la mano derecha para que no le hiciera ninguna otra pregunta.
—Preliminares, eso es todo. Ambos tienen doce estrellas y Marcos tiene que envidar.
Marcos dio media vuelta y conversó con un par de oficiales del Clan. Vlad era uno de ellos. Phelan vio que el Capiscol Marcial le decía algo a Ulric, quien asintió con la cabeza. El ilKhan, por su parte, tenía una expresión amarga. Lara observó a su adversario desde el otro lado del holotanque y desdeñó los consejos de sus partidarios.
Marcos se volvió y sonrió lleno de confianza. Lanzó un envite que borró tres estrellas en forma de daga, sustituyéndolas por tres estrellas pequeñas blancas y azules de cinco puntas, y tres estrellas en forma de daga, verdes con bordes plateados y de cuatro puntas. El ilKhan hizo un gesto de felicitación, y Marcos se quedó mirando fijamente a su contrincante.
El envite de Lara eliminó tres estrellas como dagas, pero no colocó nada en su lugar. Marcos pareció anonadado y el ilKhan palideció. Ulric felicitó con un gesto y en silencio a Lara, y el Capiscol Marcial lo imitó.
—¡No! —exclamó Ranna, y miró el dispositivo de su cinturón cuando el piloto rojo se apagó. La ira y la frustración lucharon por tener el control de su rostro. Por fin, se dejó caer en el sillón situado junto a la ventana—. ¿Por qué ha descartado mi estrella?
Phelan se sentó a su lado y cruzó las piernas.
—¿Qué sucede? ¿No me lo puedes explicar?
Ella se volvió hacia él y lo miró con rabia, como si no lo reconociera. Luego se tranquilizó y le respondió.
—Lara y Marcos están apostando para ver quién puede conquistar el planeta con menor cantidad de equipos y personal. Cada una de las estrellas rojas representa una Estrella de 'Mechs. Las estrellas pequeñas, azules y blancas, representan una Estrella de cazas aeroespaciales, y las estrellas verdes simbolizan Elementales. El envite de Marcos, con el que sustituía tres estrellas de 'Mechs por tres estrellas de cazas y otras tres de Elementales, no le hacía perder poder. Lara comprendió que Marcos había alcanzado el nivel más bajo de confianza, de modo que bajó a nueve estrellas de 'Mechs. Eso le da un margen de maniobra si tiene problemas en el planeta, y será una gran victoria si no los tiene.
—¿Qué quieres decir con «margen de maniobra»?
—Lara puede convocar fuerzas en un volumen igual al último envite de Marcos sin tener que entregarle ningún botín —respondió Ranna—. Con su consentimiento, que no es probable que obtenga, podría convocar fuerzas equivalentes a su envite inicial, pero entonces tendría que nacer toda suerte de concesiones, hasta el punto de que la victoria no tendría ningún valor para ella.
—¡Oh! —exclamó el mercenario, y miró fijamente a Ranna tratando de atravesar el velo de desilusión que la cubría—. ¿Y por qué estás tan decepcionada? Creía que querías que Lara venciera en la guerra de envites.
—Y así es. —Le mostró el dispositivo que llevaba enganchado al cinturón, como si eso fuera la respuesta a su pregunta—. Lo que pasa es que la última estrella de 'Mechs que ha descartado era la mía. Mientras ella esté luchando en Nueva Bergen, yo tendré que quedarme aquí.
—Lo siento, no sabía que yo era una compañía tan aburrida. Entiendo que prefieras una batalla a...
—No es eso —dijo, y le dio una suave bofetada de broma, pero la irritación le hacía mantener fruncido el entrecejo—. Pero yo quería formar parte de la fuerza invasora. Es el primer ataque desde que pasé la prueba de ascenso a comandante estelar, y quería tener una posibilidad para ponerme a prueba.
—Lo entiendo —dijo Phelan, y tomó las manos de Ranna entre las suyas.
La puerta de la sala de observación se abrió y entró el Khan Ulric. Ranna y Phelan se levantaron de inmediato. Si el Khan observó al entrar su contacto físico, no hizo el menor gesto. El Capiscol Marcial, que iba un paso detrás de él, sí que se fijó pero controló su reacción de manera perfecta.
El Khan señaló el puente de mando y preguntó:
—¿Ha visto lo que ha ocurrido, Phelan? ¿Lo ha entendido?
Phelan inspiró hondo antes de contestar.
—Lo he observado y creo que lo entiendo. Sus comandantes envidan uno contra otro para ver quién puede alcanzar un objetivo con menos cantidad de personal y equipos. Comprendo que eso los obliga a ser lo más precisos que sea posible porque, supongo, el éxito en una misión abre otras oportunidades para encabezar más misiones. Lo que no comprendo es la razón por la que usted quería que viese este... —Phelan buscó la palabra apropiada— este ritual.
—Quería que lo observase porque quiero que lo entienda. Y quiero que lo entienda porque deseo que vea cómo pensamos y actuamos.
—Es un honor, pero ¿cómo puedo ser así más valioso para usted?
—Usted se subestima, Phelan. El ilKhan ha decidido que, dado que nuestro próximo objetivo se encuentra cerca del límite entre nuestra zona de ataque y la de los Osos Fantasmales, tendré que envidar contra el Khan Bjorn por el derecho de conquistarlo. Usted ya conoce cómo guerrean los suyos y, según lo que me ha contado el Capiscol Marcial sobre su historial, posee una mente militar muy heterodoxa. Quiero que me ayude a preparar mis envites. Nuestro próximo objetivo es una fruta madura, y quiero hacerme con ella.
Ulric se aproximó al joven mercenario y apoyó las manos sobre sus hombros.
—Con su ayuda, Phelan Kell —le dijo—, Rasalhague será mío.
Capítulo 23
Edo, Turtle Bay
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
7 de mayo de 3050
Acurrucado en la oscuridad de los túneles de desagüe que se extendían por debajo de Kurushiiyama, Shin Yodama se ajustó el sensor de luz del visor reflectante. El dispositivo, que se había entregado sólo al equipo «húmedo» de los yakuza, concentraba la luz que penetraba por el pequeño orificio redondo abierto encima de ellos. Con amplificación, la escasa luz que pasaba por los sumideros repartidos a lo largo del túnel parecía una serie de intensos focos.
Shin miró la pantalla luminosa del tiempo en la parte superior del visor. Encima, los números de la hora se aproximaban poco a poco a la medianoche. Debajo, los segundos y minutos del temporizador iban restando a medida que se acercaba el tiempo límite del ataque. Shin sonrió, tratando de disimular ante sí mismo el nerviosismo que le zarandeaba el estómago. Hemos llegado un minuto antes de la hora prevista. Faltan tres minutos.
El equipo «húmedo» se había acercado a la prisión buceando por el río Sawagashii y había localizado el túnel de cemento armado en el que el Viejo, muchos años atrás, había encontrado refugio temporal después de su huida. Conducía al corazón de la cárcel y estaba diseñado para canalizar el agua de los monzones y otras tormentas hasta el río. El túnel tenía dos metros de diámetro y hacía tiempo que se había imaginado como una buena ruta de huida, pero todos los sumideros que iban a dar a él eran demasiado pequeños para que pudiese pasar un prisionero y nadie tenía el equipo necesario para abrir una brecha en el cemento armado que se interponía entre ellos y el camino hacia la libertad.
Shin observó a los dos hombres, de la docena que formaban su equipo, que colocaban las cargas explosivas en un círculo alrededor de uno de los sumideros. Esas cargas de formas especiales deben explotar con la fuerza suficiente para abrir un agujero por el que podamos trepar hasta los bloques de celaos. El MechWarrior miró el sumidero. Espero que los yakuza que se presentaron voluntarios para ser encarcelados y poder avisar así a los hombres de la Legión, puedan volver a salir. Motochika había sido el primero en presentarse a esa misión.
Para tranquilizarse, Shin apoyó una mano en la extraña arma que le habían dado para realizar el asalto. El cañón y el gatillo de una pistola de alimentación por bombeo estaban acoplados a la parte inferior de la sección central de un láser. Por sexta vez desde que había entrado en el túnel, Shin consultó el selector de duración de pulsaciones en el láser y contuvo la tentación de aumentarlas a medio segundo. Si un rayo de un cuarto de segundo no puede fundir lo que se encuentre por delante, tendré que abrirme paso agolpes de pistola.
Shin tenía muy presente su encuentro con el soldado blindado con una armadura semidestruida y por eso había llenado su bandolera, que llevaba cruzada sobre el pecho, con cartuchos pesados. Dada su condición de zurdo, le molestaba un poco que la pistola saltase a la derecha y cruzase su línea de visión, pero rechazó su preocupación al considerarla trivial. Si eso es lo peor que puede pasarme en esta operación, todo irá muy bien. Con un espíritu más práctico, Shin se consoló con el imponente peso de la bandolera y el hecho de que tenía los bolsillos de su mono negro abarrotados con cargadores del rifle láser.
Cuando el cronómetro empezó a desgranar el último minuto, Shin y el resto del equipo retrocedieron por el túnel. Treinta segundos para la explosión. Los yakuza que están juera de la prisión deberían empezar la cortina de juego. Los misiles Inferno deberían conmocionar un poco a estos invasores, e incluso proporcionarnos algo de luz. Si no cumplen con el horario acordado, tendremos que conmutar los explosivos a control remoto... No, allá van.
El estruendo de las explosiones de los MCA y los Infernos contra los muros y las puertas de la cárcel llegó a los túneles que corrían por debajo de Kurushiiyama. Mientras las llamas se alzaban al cielo, brilló luz suficiente a través de los sumideros para casi cegar a los miembros del equipo que esperaban allí abajo. Cuando transcurrió el último segundo en el reloj del visor, Shin agachó la cabeza, cerró los ojos con fuerza y se tapó los oídos con las manos.
La fuerza de la explosión lo arrojó un metro hacia atrás, pero recuperó el equilibrio casi de inmediato. Se estiró como una serpiente y echó a correr hacia adelante. Entre la lluvia de polvo que caía por el agujero, vio los extremos retorcidos de las barras metálicas que formaban el esqueleto del túnel. Dejó el rifle colgando de su cinto, agarró una de las barras y subió a los oscuros confines de la lavandería de la prisión.
Otros hombres subieron también por el agujero y se desperdigaron hasta formar un perímetro. La luz de las llamas penetraba a través de las ventanas con barrotes y despejaban todas las sombras salvo las más profundas. Shin indicó a uno de los hombres que fuese a comprobar una hilera de lavadoras que habían caído como una serie de fichas de dominó por efecto de la explosión. A continuación mandó a los otros a vigilar las puertas. Cuando los exploradores le informaron que no había peligro, Shin dio la orden de avanzar.
Estamos en el nivel inferior del bloque Katana. Tenemos que seguir por el pasillo, doblar la esquina hasta la escalera y cruzar el puesto de control, y llegaremos a la Galería. Entonces sólo hay que volar las cerraduras y todo el mundo será libre. Shin se puso al frente del grupo. Se detuvo al final del pasillo, echó un rápido vistazo al otro lado de la esquina e hizo una seña de seguir adelante. Otro hombre hincó la rodilla al principio de la escalera. Shin pasó a su lado e hizo avanzar a su grupo de dos en dos.
Percibió un movimiento fugaz gracias a la ampliación de la visión periférica que le proporcionaba el visor. El aviso fue suficiente. Dio un brinco y rodó por el suelo hasta el primer rellano de la escalera. No hizo caso del intenso dolor en la espalda, producido al saltar sobre la bandolera. Se sentó y giró de forma que chocó de espaldas contra el rincón del rellano, lo que le produjo otra sacudida de dolor.
Unas agujas de luz láser hicieron arder llamas de tonos verdes y amarillos en los ladrillos situados justo encima del lugar por donde iba a pasar. A contraluz del láser, Shin vio la sombra de un hombre entre la barandilla y la pared del edificio. Apuntó con su arma a la sombra y sucesivamente apretó el gatillo y oprimió el botón de disparo del láser.
El rayo alcanzó al Jaguar de Humo justo encima de la cintura del mono de color verde oscuro que llevaba. La bala de la pistola impactó en el rifle láser y destruyó los carretes de energía con un brillante fogonazo de color azul eléctrico, para luego rebotar y penetrar en el pecho del invasor justo encima de la herida del láser. El Jaguar de Humo salió despedido, chocó contra los ladrillos y cayó inerte por las escaleras hasta quedar a los pies de Shin.
Dos yakuza más subieron corriendo por la escalera. Uno se arrodilló junto al Jaguar de Humo y le buscó el pulso en la garganta, mientras el otro se ponía al lado de Shin.
—¿Está herido? —le preguntó.
Shin negó con la cabeza y se frotó el lado izquierdo del pecho.
—La pistola estaba en mala posición. Me ha golpeado en las costillas con el retroceso. —Rodó hacia adelante y se puso en pie sin necesidad de ayuda. Se irguió poco a poco y puso otro cargador en la pistola—. ¡Espere! ¿Qué está haciendo?
El hombre que se había arrodillado junto al invasor había sacado un cuchillo de la bota.
—¡Todavía vive! —dijo como explicación.
Shin sintió un vacío en el estómago e hizo un gesto de asentimiento al otro hombre, que degolló al Jaguar de Humo. Shin hizo señas a otro miembro del equipo para que subiese por la escalera, y le señaló la puerta de acero que había al final. Mientras el hombre preparaba su lanzamisiles portátil, Shin desplegó con cautela a los yakuza que no habían ocupado todavía las posiciones que tenían asignadas.
—¡Adelante! —exclamó.
La punta de uranio reducido del cohete antiblindaje perforó la puerta como una bala atraviesa una manzana. Dos metros más allá de la gruesa plancha de acero, la cabeza del cohete explotó en una estrecha cámara rectangular. Un chorro de fuego surgió del orificio y chamuscó la pared de la escalera. Luego, las llamas que quedaron crearon una corona de color rojizo y amarillento alrededor de la puerta durante unos segundos, hasta que ésta se salió de los goznes y cayó sobre el suelo de cemento armado.
Salía humo de la cámara que había tras la puerta. La mitad superior de cada pared había volado en pedazos por efecto de la explosión y había arrojado fragmentos de vidrio a las salas de guardia que había a ambos lados del control de seguridad. A través del humo, Shin vio el interior de la Galería.
Dos yakuza entraron despacio y lanzaron granadas antipersonal en las salas de guardia. Las dos explosiones se produjeron de forma sucesiva, y algunos afilados fragmentos de plástico de las granadas rebotaron hasta la escalera.
Uno de los dos hombres se incorporó, dio un paso adelante y titubeó durante un segundo que le resultó fatal.
Tres rayos láser de color escarlata atravesaron el humo e incidieron en su pecho. Con la energía gastada sólo de forma parcial, perforaron el forro de la pieza superior de su negro uniforme y prendieron fuego en el tejido. El yakuza giró sobre sí mismo, chocó con la barandilla de lo alto de la escalera y cayó al vacío. Su cuerpo chocó contra el fondo con un golpe sordo y quedó inmóvil.
El Jaguar de Humo que estaba en el interior de la sala de guardia, bañado en sangre, voló hecho pedazos bajo la terrorífica ráfaga de disparos que se produjo a continuación. Docenas de fuegos ardieron como velas en la pared del fondo. El yakuza más adelantado siguió agachado y cruzó el puesto de control. Cuando apareció al otro laudo de la puerta fue saludado por vítores de sus compañeros, mientras otras detonaciones sacudían el edificio desde el exterior:
—Yamato, prepárese para volar las cerraduras —ordenó Shin, que esperó hasta que el hombre hubo cruzado la ventana hacia el puesto de guardia antes de entrar corriendo en la Galería.
Aunque había examinado los planos del edificio y lo había recorrido en sus sueños, la realidad lo dejó anodadado. ¡Esto es el basurero de la humanidad!
La Galería se alzaba a una altura de diez pisos y formaba una especie de frío y gris cañón de cemento armado que separaba unas paredes oscuras salpicadas de agujeros aún más negros. Brazos y piernas sobresalían entre los barrotes como apéndices de insectos que colgaban de las fauces de gigantescos lagartos. Miles de voces resonaban en la sala y la llenaban con un caos de murmullos que ahogaba todos los demás sonidos, salvo las potentes explosiones del exterior.
Shin echó a correr hacia la escalera que conducía a los niveles superiores del bloque de celdas. Con un disparo, voló el cerrojo de una puerta alambrada. Separó los restos y subió por la escalera a toda velocidad. Hohiro está en la celda diecisiete del tercer piso. Con otro disparo destrozó el cerrojo del nivel tres y accedió a la galería.
Los presos golpeaban las puertas y, con rostros desesperados, extendían los brazos hacia él para agarrar a Shin y acercarlo a ellos. Todos quieren ser libres, pero los aterra pensar que nunca lo lograrán. Tenemos que sacarlos de aquí.
Encontró la puerta de la celda número diecisiete y apuntó a los otros ocupantes de la celda que tapaban la entrada; éstos se apartaron en un segundo y permitieron a Shin ver con claridad a Hohiro, que estaba sentado en un catre. Se había incorporado sobre uno de sus codos y tenía una expresión expectante, aunque sus ojeras y el trapo ensangrentado que le envolvía la pierna derecha revelaron al yakuza el verdadero estado en que se encontraba.
Shin se asomó a la galería y levantó la mano derecha. Uno de los hombres que estaban abajo repitió la señal a Yamato. Un intenso fogonazo precedió al anuncio de una explosión y la consiguiente señal de alarma. Una serie de chasquidos metálidos resonaron a lo largo de los bloques de celdas y los presos sacaron las piernas y los brazos de las rejas. Las puertas de acero se abrieron en todo el bloque Katana, y los habitantes de las celdas salieron en masa.
Shin se abrió paso entre los presos y entró en la celda diecisiete. Se levantó el visor facial hasta colocárselo sobre la cabeza, se sentó en la litera de Hohiro y separó el botiquín médico de las tiras adhesivas que lo habían mantenido sujeto a la parte inferior de su espalda.
—Lamento que no hayamos podido venir en su busca antes —dijo sonriendo a su sho-sa.
Hohiro rió aliviado, mientras unas lágrimas resbalaban por su ceniciento rostro.
—Estoy contento por el simple hecho de que hayan venido. Aun cuando corrió el rumor de que iba a suceder algo, no podía creerlo. Debí saber que a usted se le ocurriría algo.
—Sólo soy el siervo de un maestro de artesanos y hago lo que se me dice —repuso Shin.
Desgarró el pantalón de presidiario de Hohiro hasta la mitad del muslo, sacó un parche adhesivo blanco del botiquín y lo pegó en la pierna de Hohiro, justo encima de la parte posterior de la rodilla.
—Esto le aliviará el dolor. ¿Puede andar?
Hohiro asintió. La tensión acumulada alrededor de sus ojos comenzó a remitir.
—Puedo caminar, quizás incluso correr un trecho corto.
—Bien. Arremánguese el brazo derecho.
Cuando Hohiro lo hubo hecho, Shin le pegó un adhesivo azul en la parte interior del codo.
—Dormirá durante una semana cuando hayamos salido de aquí —le explicó—, pero esto lo mantendrá en buena forma hasta entonces.
Un rumor de gritos y disparos resonó en la celda. Hohiro agarró a Shin por los brazos; la segunda droga ya había aguzado sus reflejos y aumentado su fuerza.
—¿Qué ocurre?
—No lo sé —contestó Shin, liberándose del abrazo de Hohiro—. Arrástrese por la galería hasta la celda número quince y espéreme allí.
El yakuza volvió a bajarse el visor, cargó la pistola con tres cartuchos más y corrió a la entrada de la celda. Lo que vio abajo lo dejó anonadado.
Un Jaguar de Humo avanzaba implacable entre la multitud, ataviado con un voluminoso uniforme blindado, y repartía golpes con los brazos a diestro y siniestro. Le bastaba con un golpe oblicuo para destrozar cuerpos, que salían despedidos contra el resto de la muchedumbre. También disparaba su láser a corta distancia, que segaba como una guadaña las vidas de los reclusos. La Galería estaba tan atestada de gente que nadie podía escapar, por más que lo intentaran, y así ellos mismos, de manera involuntaria, iban sembrando de cadáveres el paso del guerrero.
Sin pensarlo dos veces, Shin se llevó el rifle láser al hombro y lanzó dos disparos. Los rayos impactaron al Jaguar en la cabeza y en la curvatura de su espalda moteada de manchas grises, pero no llegaron a atravesar la armadura. Con la agilidad del felino al que imitaba con su atuendo, el invasor se revolvió, dobló las piernas y saltó hacia el tercer nivel.
La barandilla se desplomó bajo el peso del traje blindado del invasor, pero fue un obstáculo suficiente para entorpecer mucho sus movimientos. El Jaguar cayó de cuatro patas y, cuando fue a incorporarse, resbaló con el pie izquierdo, que llevaba cubierto de sangre, sobre la superficie de cemento armado de la galería. Shin disparó su pistola, y el impacto acabó de desequilibrar al Jaguar de Humo. El soldado blindado se precipitó desde la galería agitando los brazos con desesperación.
Sin embargo, antes de caer al vacío, logró agarrarse con la mano izquierda al piso de cemento armado de la galería como si fuese un ancla. Shin vio que la figura gris se columpiaba por dos veces para ganar impulso, hasta que alcanzó la superficie con el codo derecho. De manera tan inexorable como la salida del sol cada mañana, el invasor trepó hasta la galería.
Shin bajó la mano al selector de velocidad de pulsación del rifle láser y lo elevó al máximo. A bocajarro, apuntó a la oscura V de aspecto vidrioso que el soldado terna en medio de su achaparrada cabeza. Apretó el gatillo y el rayo atravesó el blanco. El soldado se estremeció mientras brotaba una voluta de humo de su ojo pulverizado. Luego cayó hacia atrás. Chocó con el piso del nivel inferior y giró por el aire hasta caer sobre la multitud que lo esperaba abajo.
Con el sudor empañándole el revés del visor, Shin retrocedió y fue hacia la celda número quince. Cuando entró en ella, Hohiro estaba apoyado en uno de los catres.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Hohiro. Sin pararse a contestar, Shin escrutó el muro posterior de la celda. A partir de la esquina inferior derecha, contó cinco bloques de largo y cinco de alto.
—Cuando el contratista construyó esta prisión —le explicó mientras sacaba la batería gastada del rifle láser y colocaba una nueva—, los jefes yakuza lo presionaron para que introdujese importantes cambios en el diseño original. En determinadas celdas que incluyen el número de la suerte, el cinco, en su número y nivel se dejaron rutas de huida. Nunca se utilizaron porque, una vez descubierto el secreto, habría que cerrar toda la instalación.
El yakuza disparó una docena de rayos láser. El grupo de cinco bloques del centro de la pared se convirtió en humo y polvo de cemento. El agujero abierto en el muro absorbió hacia el exterior buena parte del humo producido. Hohiro se dirigió al agujero y miró afuera, aunque evitó tocar la roca aún candente.
—¿Esta ruta nos permitirá escapar de aquí? —preguntó a Shin, mirándolo por encima del hombro.
—Sí. Bajaremos y tomaremos el primer túnel que va al norte. Nos conducirá al área de Uramachi. Desde allí, el Viejo nos permitirá embarcar en una lanzadera rápida que nos llevará hasta una Nave de Salto de dase Scout que tenemos oculta entre los Anillos. —Shin mostró una sonrisa forzada—. Después, ya depende de los hombres de su padre el que logremos llegar a un lugar seguro.
Hohiro asintió y acarició el borde del orificio.
—Podemos irnos ahora —dijo. Se oyeron más gritos procedentes de la Galería—. ¿Qué será de ellos?
—Nosotros vivimos para servir al Dragón —contestó Shin, entornando los ojos—. Los que consigan huir, se unirán al ejército subterráneo del Viejo. Los que no... —Apretó los clientes y añadió—: nos encargaremos de vengarlos.
Capítulo 24
Punto de salto nadir, Arcturus
Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira
26 de mayo de 3050
Kai Allard se volvió y lanzó la pequeña caja de material petroquímico al siguiente hombre de la fila. El flujo de mercancías seguía corriendo desde el pequeño almacén de la lanzadera. Los hombros le dolían un poco a Kai, pero en realidad agradecía los sencillos movimientos repetitivos y el ejercicio físico. Detesto estar enjaulado en una Nave de Descenso, sobre todo si es una nave de transporte de tropas. Desde luego, el hecho de que nos desplacemos todos de la Viper a la Gibraltar quiere decir que la nave estará abarrotada, pero siempre habrá más espacio para moverse que en una nave de clase Overlord.
—Teniente Allard —dijo una voz. Kai se volvió y sonrió al leftenant-general Redburn, cuando el otro hombre de la fila le lanzó la siguiente caja. Su borde puntiagudo lo arañó en el dorso de la mano derecha y le produjo una herida.
—¡Ay! —exclamó.
Asió el paquete con la zurda y la pasó al siguiente. Luego dio un paso atrás y se examinó la mano herida.
—Lo siento, señor... —dijo el soldado que le había tirado la caja. Parecía afligido.
Kai meneó la cabeza, y Andrew Redburn tranquilizó al soldado.
—No ha sido culpa suya —le dijo—. Yo no debí alterar el ritmo de la cadena.
Kai se chupó la herida y observó cómo la sangre volvía a salir por ella. Puso la mano izquierda sobre el dorso de la diestra para cerrar la herida y sonrió a Andrew.
—¿Me perdonará si no lo saludo, señor?
Andrew asintió y pasó el brazo sobre los hombros de Kai.
—Estaba en la cubierta de oficiales, esperando para darte la bienvenida junto con el resto de los oficiales del Décimo de Guardias Liranos, pero no te encontrabas allí. Entonces el leftenant Pelosi me dijo que habías venido con una lanzadera de mercancías y estabas echando una mano. De haberlo sabido antes...
¿De haber sabido qué, señor? ¿Que yo quería ayudar a cargar y descargar las mercancías, o que quería evitar ir en la misma lanzadera que Deirdre Lear? Kai se encogió de hombros y dijo:
—Pensé que, cuanto antes pudiésemos descargar la Viper, antes podríamos emprender la marcha hacia el límite del sistema. Ojalá hubiera sitio en la Gibraltar para nuestros BattleMechs.
—Es un deseo que nosotros compartimos —respondió Andrew con una mueca de disgusto—. Por desgracia, saltó en pedazos uno de los sellos de helio de la Nave de Salto que tenía la misión de transportar la Viper. Sin el helio líquido que acelerase el enfriamiento de la unidad Kearny-Fucnida, era imposible que la nave pudiera realizar el salto a Surcin con el resto del contingente. Sin embargo, yo no me preocuparía. Vienen más naves a Arcturus y sus hangares de 'Mechs estarán libres. Yen-lo-wang te alcanzará muy pronto; y, en el peor de ios casos, conozco media docena de 'Mechs disponibles para un joven y prometedor oficial.
—Gracias, señor —dijo Kai con una amplia sonrisa—. En tal caso, o en cualquier caso, haré cuanto pueda para justificar su confianza en mí.
—Excelente. —Andrew dio una afectuosa palmada a Kai en la espalda—. La razón por la que quería hablar contigo está relacionada con el nuevo Kommandant de tu batallón.
Kai asintió con la cabeza. No me extrañó que dejasen al Kommandant Smitz en Skondia. El aceptó dimitir de su cargo y ponerse al mando del Segundo Regimiento de la Fuerza de Defensa de Skondia. Me pregunto quién lo sustituirá. Un acuciante temor le subió a Kai hasta la garganta.
—No va a nombrarme su ayudante, ¿verdad? Quiero decir... Mantengo el mando sobre mi lanza, ¿no?
Redburn rió con suavidad.
—Hablas como yo cuando me dijeron que me transferían al Batallón de Entrenamiento de Kittery. No, no perderás tu lanza. Quería hablar contigo sobre el nuevo Kommamlant porque me gustaría que hablases en su favor en la reunión informal de oficiales del batallón. Seguramente habrá algunas dudas sobre él, pero carecen de base. Sé que puedo confiarte información delicada que es necesaria para convencerlos, y también sé que serás discreto.
—No creo que usted quiera ponerme en un compromiso, general, pero deseo asegurarme de qué es lo que me está pidiendo. Aunque estoy dispuesto a ayudar a un hombre a asumir su nuevo cargo, no daré mi apoyo a un idiota que haga que nos maten a todos. Ese nuevo Kommandant no ha conseguido el puesto gracias a su origen noble, ¿verdad?
—Dímelo tú —dijo Andrew, observando a Kai—. Es Victor Steiner-Davion.
El joven MechWarrior se quedó boquiabierto por unos instantes; luego volvió a cerrar la boca.
—Perdóneme, general. Creía que estaba en el Duodécimo de Guardias de Donegal.
—En efecto, allí estaba. Supongo que no es un secreto que se han producido incursiones importantes en la frontera.
Kai asintió con la cabeza, y un mechón de cabellos negros le cayó sobre la frente.
—Por eso nos dirigimos nosotros hacia allá —dijo.
—Han sido incursiones muy importantes, Kai, y la unidad de Victor ha perdido la integridad de su mando. Creemos que están combatiendo con táctica de guerrillas. Victor y su ayudante, el hauptmann Cox, escaparon del planeta porque el leftenant-general Hawksworth les ordenó que se fueran.
—Ése no es el Victor que yo conozco. Él nunca se iría —dijo el joven, entornando los ojos. Quizás ha cambiado desde su estancia en la AMNA.. .
—Victor es el mismo de siempre —repuso Andrew—. Cox tuvo que desmayarlo de un puñetazo para poder sacarlo del planeta. Me temo que ese hecho tendrá poca importancia para el Décimo de Guardias Liranos cuando sepan que el Duodécimo de Guardias de Donegal ha dejado de existir como unidad militar. Morgan Hasek-Davion y yo tenemos la máxima confianza en Victor, pero también sabemos lo temibles que pueden ser unas tropas si creen que su líder no es de fiar.
Kai bajó la mirada. Si el trabajo de Victor en la Academia Militar de Nueva Avalon es significativo, debe de ser un líder fuerte. Es probable que nos haga hacer cosas que jamás habríamos creído posibles. Aún más: cosas que el enemigo tampoco creería posibles.
—Señor, no dudo de que Victor será un jefe excelente, pero no estoy seguro de que sea conmigo con quien debe hablar. La hauptmann Meisler es la comandante de mi compañía, y los otros dos hauptmanns suelen dar mucho crédito a lo que ella dice.
—Ya he hablado con Rachel y me ha prometido que será receptiva sobre esta cuestión. Recordó que tú habías conocido a Victor en la AMNA y dijo que sería un honor tener a uno de los oficiales que venció en el escenario «La Mancha» bajo su mando y al otro como comandante en jefe. —Andrew sonrió aún más al ver que Kai se sonrojaba—. En mis tiempos en el Salón de los Guerreros de Nueva Syrtis os habría estrangulado a los dos por hacerlo todo tan bien.
Sé que debería sentirme halagado, pero mi victoria modificó la curva de resultados de aquella prueba y eso colocó a Wendy en la lista de reserva de la Guardia Pesada de Davion, pensó Kai.
—Llamar victoria a lo que hice es tergiversar esa palabra y arrebatar a Victor la solución a aquel problema —dijo.
—Estar rodeado por cuatro 'Mechs más pesados y conseguir destruir tres de ellos es, sin lugar a dudas, una victoria en una situación en que ganar era imposible —repuso Andrew, cruzándose de brazos—. Lo que tú hiciste no se había llevado a cabo nunca, y salió bien.
—Sí, salió bien —replicó el leftenant—, pero sólo por un corto espacio de tiempo. En lugar de disparar primero, corrí. Sabía que el Phoenix Hawk que había elegido conducir en la prueba podía ganar en una carrera a los 'Mechs controlados por el ordenador. Sólo tuve que separarlos y después atacarlos uno a uno. Fue en mi último combate cuando el ordenador me hizo entrar en su trampa. Fui soberbio. Debí retirarme y encontrar otra manera de dividir a los dos últimos 'Mechs. —Mientras hablaba, Kai descargó el puño derecho sobre la otra palma, lo que hizo que volviese a sangrar la herida del dorso—. La maniobra de Victor le permitió destruir a los BattleMechs enemigos y escapar sano y salvo. A pesar de que acabé con un resultado satisfactorio, estaba a merced del último 'Mech, el Quickdraw.
Se chupó de nuevo la sangre de la herida y miró a Redburn.
—Corrí —insistió—. Nadie había hecho eso antes, porque nadie había tenido miedo antes en esa prueba.
—Realmente no eres consciente de tus cualidades, ¿verdad? —dijo el general, sonriendo con benevolencia—. Todo el mundo va aterrorizado a esa prueba, igual que tú. Pero sólo tú reconociste tu miedo y encontraste la manera de superarlo y vencer en el escenario. La gente que empieza a disparar cuando se enfrenta a una situación extraordinariamente adversa, no tiene carreras largas ni muy destacadas. En cambio, de ti espero grandes logros. —Miró la mano de Kai y añadió—: ¿Por qué no vas a que te curen esto en el área clínica, y luego vienes a verme a lo que pasa por ser el salón de oficiales de este monstruo? El mariscal Hasek-Davion dijo que iba a enviar un mensaje al Príncipe Hanse y sugirió que tal vez quieras enviar un saludo a tu padre. También ha incluido una invitación para que cenes con nosotros esta noche.
—Sí, señor —respondió Kai, saludando con gesto marcial—. Será un placer.
★ ★ ★
Kai mostró la herida de la mano al cabo que estaba apostado en la entrada del área clínica.
—En realidad, no tiene importancia —dijo.
—Es mejor asegurarse —repuso el joven cabo, y señaló una escotilla que conducía al interior del hospital de la nave—. Entre allí y siéntese en Alpha Berth. La doctora lo verá dentro de unos minutos.
El MechWarrior cruzó la pequeña antesala y se sentó en la camilla. Al apoyar la mano, manchó de sangre el papel blanco que la cubría. Kai se miró el corte y lo acarició con el dedo índice, lo que hizo que brotara un poco más de sangre.
—¿Cree que necesitaremos morfina?
Al oír el gélido tono de aquella voz, Kai se irguió.
—No, doctora Lear —dijo.
Con escasos miramientos, la doctora le asió la mano y la examinó.
—El corte no es grave, pero tiene las manos sucias —comentó. Le tomó también la zurda y observó la capa de polvo negro que la cubría—. Utilizar esta mano para parar la hemorragia es tan poco apropiado como cauterizarse un corte de afeitado con un rifle láser.
—Bueno, doctora, no vi la necesidad de lavarme las manos antes de cortarme, y he venido aquí de inmediato —explicó Kai, y sonrió en un intento de contagiarle el gesto, pero fracasó.
—Muy bien, supongo que los rumores que corren sobre usted son ciertos: es un tipo especial. Imagínese: ha conseguido ensuciarse y sufrir una herida en la cubierta de oficiales. Creía que eso era imposible.
—No lo sabía —dijo Kai, bajando de la camilla—. Me hice el corte en el hangar de mercancías mientras descargaba el equipaje y los suministros transportados en la Viper. —Apartó las manos y agregó—: Seguramente, la maldita caja con la que me corté era suya.
—¿Dónde dice que estaba?
El MechWarrior le devolvió la frialdad de la mirada y respondió:
—Estaba abajo, en el hangar de mercancías, descargando paquetes de la lanzadera. Vine en ella desde la Viper. —Apartó la mirada antes de añadir—: No quería estar en la otra lanzadera para no tener una escena con usted.
Deirdre volvió a sujetarle la mano derecha, esta vez con mayor suavidad, y lo condujo a un grifo envuelto en una funda de plástico transparente.
—Apretando el pedal con el pie controlará el chorro de agua. Utilice la sustancia de la botella verde para lavarse bien la herida.
—Ya he utilizado antes un grifo de gravedad cero, doctora —repuso Kai.
Se puso un poco de gelatina verde de la botella en la palma izquierda, echó agua encima y frotó hasta que la espuma le cubrió las manos. Al principio, la espuma era de un color blanco y verdoso, pero luego adquirió un tono ceniciento. Tras aclararse las manos, y antes de que Deirdre se lo dijera, volvió a enjabonarse con la gelatina. Tuvo especial cuidado en limpiar bien el corte, se aclaró las manos de nuevo y, mientras aún goteaban, las presentó ante la doctora para que las examinase.
—¿Aprobado? —inquirió.
Ella reprimió su primera reacción y asintió con la cabeza. Abrió un armario situado bajo la pila y sacó un pulverizador lleno de un líquido amarillento, que se movía en su interior con una viscosidad a medio camino entre el agua y el vómito.
—Esto le va a doler —avisó.
—Por supuesto.
—Touché, leftenant.
Oprimió el pulverizador y cubrió el dorso de la mano de Kai con aquella sustancia de color mostaza, un desinfectante. A Kai le tembló la mano de forma involuntaria, pero ella se la sujetó y le echó un poco más.
—Lo siento. Esto ayudará a cerrar la herida. No es tan seria como para necesitar puntos de sutura. —La examinó con mayor atención—. Creo que utilizaré un vendaje de estilo mariposa para acabar de cerrarla. Si no... —Miró a Kai y agregó en tono cordial—: podría quedar una pequeña cicatriz.
Kai se sintió confuso. No entiendo por qué hay tanta ira en su voz en un momento, que se desvanece en el instante siguiente. Me odia por algún motivo, pero su profesión de médico se sobrepone a ese sentimiento personal.
—Bastará con un vendaje. Al menos, me recordará que debo ir con más cuidado.
—Una buena idea en cualquier momento —dijo ella.
Volvió a guardar la botella en el armario y sacó una venda pequeña con la forma de unas pesas. Le quitó el precinto, la extendió sobre la parte central del corte y apretó por ambos extremos. El material elástico se contrajo, comprimiendo aún más los bordes de la herida.
—¿Cómo ocurrió?
—Estaba ayudando a pasar cajas en una cadena cuando el general Redburn me distrajo —dijo Kai, encogiéndose de hombros.
—Codeándose con los jefes, ¿eh? —comentó Deirdre, con un extraño brillo en sus azules ojos.
—No —repuso el MechWarrior, poniéndose tenso—. El vino a buscarme. El general Redburn quería decirme algo.
—Pero es un viejo amigo de la familia, ¿no? —dijo ella, sonriendo con picardía.
¿Siente cierta antipatía hacia los nobles, entonces? Kai asintió con la cabeza, con la inquietante sensación de que estaba metiéndose en una trampa.
—Sirvió al lado de mi padre antes de la Cuarta Guerra —aclaró.
La mirada de Deirdre Lear se endureció, y en ella Kai vio ira y dolor. Su frialdad hacia mi está relacionada con la guerra o, quizá, con mi padre. ¿No dijo Andrew que su padre habla sido un MechWarrior que murió cuando ella era muy joven? No es mucho mayor que yo, asi que es probable que muriese durante la guerra. ¿Quién sabe?
Fue a decirle que lamentaba el fallecimiento de su padre, mas algo lo detuvo. No lo hagas. No sabes nada de su padre. Le vino a la cabeza un horrible pensamiento. Tal vez murió en el ataque a Sarna, cuya defensa, dicen, fue planificada por mi padre. ¡Espera! Intenta averiguar cosas sobre su pasado. Si ahora dices algo, sólo conseguirás empeorar la situación.
—Gracias por curarme la herida —dijo por fin, con una inclinación de cabeza.
—Tenga más cuidado en el futuro —repuso ella. Toda su compasión se había desvanecido—. No quiero volver a verlo en mi hospital.
Capítulo 25
Base Black Pearl Sudeten
Marca de Tamar, Mancomunidad de Lira
15 de junio de 3050
Sin sospechar nada, el Thor avanzaba desde la izquierda a lo largo de la pantalla de holovídeo. En su cabeza y hombros relucían la nieve y finas lágrimas de hielo mientras caminaba bajo la tempestad. Volutas de vapor brotaban de los ennegrecidos tubos del afuste de MLA en el hombro izquierdo, así como de otras fisuras semifundidas en su cuerpo. Allí donde la nieve arrastrada por el viento caía sobre músculos de miómero expuestos a la intemperie en el brazo derecho del Thor, saltaban chispas que rápidamente se transformaban en vapor cuando el músculo se flexionaba y movía el CPP de un lado a otro, en una vana búsqueda de víctimas.
De pronto se produjo una explosión de nieve alrededor de las piernas del 'Mech. Polvo negro y fragmentos de blindaje volaron por los aires y mancharon la blancura virginal de la nieve; una mina enterrada había destrozado las piernas de la máquina. El gigantesco 'Mech se tambaleó e hincó una rodilla. A su alrededor, varios 'Mechs de Donegal, cubiertos de nieve, rodearon a su enemigo y lanzaron misiles MCA y fuego de láser contra el Thor. Sometido a aquellas andanadas, el pesado 'Mech se tambaleó y cayó...
Victor Steiner-Davion levantó la mirada de la pantalla de holovídeo. En aquel mismo instante, Galen Cox estaba tomando asiento al otro lado del pasillo.
—¿Qué pasa? —preguntó Victor.
Galen se ajustó el cinturón de seguridad en la cintura y los hombros, y señaló el morro de la lanzadera con un movimiento de cabeza.
—La tripulación quería asegurarse de que usted se había puesto los cinturones. Aterrizaremos dentro de unos cinco minutos. —Echó un vistazo a las imágenes del holovídeo empotrado en un mamparo frente al asiento de Victor—. ¿Cree que aún se puede aprender algo más de eso?
Los azules ojos de Victor centellearon de ira, aunque logró contenería. Siempre puede aprenderse más. El Duodécimo de Guardias de Donegal ha seguido enviándonos telemetría sensitiva mientras salíamos del sistema. Estas imágenes, por sí solas, nos dan una visión de los incursores que es mejor que cualquier otra de las que tenemos. Reprimió sus emociones y asintió moviendo lentamente la cabeza.
—Espero que sí, hauptmann. De lo contrario, mucha gente habrá muerto en vano.
Galen inspiró hondo y dijo:
—Señor, tengo que volver a pedirle que estudie mi dimisión. A una orden suya, me presentaré ante un consejo de guerra bajo la acusación de golpear a un superior.
Victor miró al otro hombre, que era más alto que él, y meneó negativamente la cabeza mientras se ajustaba los cinturones.
—Hauptmann, he estudiado su ofrecimiento y lamento haberlo tenido en vilo tanto tiempo. No acepto su dimisión. —Bajó la mirada, incapaz de mantener el contacto visual con su ayudante—. Admito que lo culpé por impedirme ayudar a derrotar a los invasores en Trell I. Pero no era posible alcanzar la victoria en ese planeta. Ahora me doy cuenta de ello. Por lo que sabemos, toda resistencia a los Halcones de Jade terminó hace semanas. Incluso si hubiésemos puesto en práctica mi plan antes, no habría cambiado las cosas.
Victor levantó la mano para acallar cualquier comentario de Galen.
—Además —prosiguió—, soy consciente de que su acción probablemente alentó a los hombres y mujeres del Duodécimo de Donegal a actos de aún mayor heroísmo. Su conversación por radio deja claro que intentaban atraer la atención de los invasores sobre ellos para mantenerlos alejados de mí. Muchos murieron intentando ayudarme a escapar. Ahora debo hacer todo lo posible para que su sacrificio no haya sido en vano.
»El hecho de que mi padre diera la orden de que yo acudiese a esta reunión no garantiza de ningún modo que reciba un destino en el frente. Lo más probable es que mis padres quieran verme en un cargo administrativo en el Primero de Ulanos de Kathil. Morgan, en cambio, podría asignarme a otra unidad de combate, pero ¿qué general aprovechará la oportunidad que Hawksworth rehusó?
—Malo en un caso y malo en el otro... —comentó Cox.
—Muy cierto, aunque no por completo. Si puedo planear una operación que sea sensata y tenga mérito, Morgan podría asignármela. Recuerde que él no era mucho mayor de lo que soy yo ahora cuando los Ulanos atacaron la capital de Capela. Morgan no me dejaría dilapidar las vidas de hombres y mujeres en un ataque movido por mi vanidad, pero atenderá a razones.
—Parece que lo está esperando un comité de bienvenida, Kommandant.
Victor se volvió en la larga escalera mecánica y miró a través de la pared de cristal del edificio hacia los cinco hombres que estaban en pie sobre la alfombra azul de la sala de visitas.
—Parece una reunión familiar —comentó Víctor, y notó que Galen lo miraba perplejo—. Sabe quiénes son, ¿no?
Galen se encogió de hombros, un tanto cohibido.
—Me temo que no soy un asiduo de los ecos de sociedad, Alteza —contestó—. Tal vez ahora usted tendría que desmayarme de un golpe para ayudarme a pasar este apuro.
Víctor meneó la cabeza y señaló con disimulo al primer hombre de la fila,
—¿Ve al hombre con el uniforme negro y dorado y largos cabellos pelirrojos?
—¿Se refiere al mariscal Morgan Hasek-Davion? —preguntó Galen. Victor se volvió y le lanzó una mirada asesina. Galen se echó a reír—. Estoy obligado a conocer al comandante supremo de las fuerzas armadas en las que sirvo, eso es todo.
—Es verdad —dijo Victor—. El hombre que está a su lado es el leftenant-general Andrew Redburn. Antes de ayudar a Morgan a formar el Primero de Ulanos de Kathil, Redburn dirigió la Compañía Delta de la Guardia Ligera de Davion en la Cuarta Guerra.
—¿Los que hicieron el descenso sobre Saint Andre contra los Goliaths de Cochraine? —inquirió Galen con la mirada perdida—. Recuerdo que es una acción citada en el Instituto de la Guerra de Tamar como una acción clásica de capacidad de maniobra y sorpresa para derrotar a 'Mechs de mayor tamaño. ¿No fue él quien dirigió también la defensa de Gan Singh?
—Sí. Eso fue en 3042. Algunas tropas de Casa Marik decidieron que había llegado la hora de conquistar algunas plazas en la Marca de Sarna y comprobar la gravedad de nuestras pérdidas tras la guerra del 3039 contra Theodore Kurita. Andrew los convenció, de forma rápida y enérgica, de que cualquier debilidad por nuestra parte no era más que una fantasía suya.
—Ahora lo recuerdo —dijo Galen, frotándose la barbilla, que aún no se había afeitado—. Estaba a punto de graduarme en el Instituto de la Guerra. Así que es ese hombre. ¿Y qué me dice de los dos que están a su lado? No llevan uniformes de las FAMF.
Victor miró a los dos hombres. Ambos vestían uniformes similares: chaqueta roja y pantalones negros embutidos en botas de caña. La chaqueta, con doble pechera, tenía la forma de la cabeza de un perro salvaje, cuyas orejas se alzaban hasta los hombros mientras que el morro quedaba a la altura de la cintura. El más viejo de los MechWarriors llevaba cuatro cintas cosidas en la oreja izquierda de la cara de perro, para representar las condecoraciones de la unidad. También llevaba espuelas en las botas, lo que lo identificaba como procedente de la academia militar de la Federación de Soles. El más joven no llevaba espuelas y en su chaqueta sólo lucía una cinta de condecoración.
—El mayor es el teniente coronel Daniel Allard. Es el comandante de los Demonios de Kell y hermano del Secretario de Inteligencia, Justin Allard.
—¿Ése es Dan Allard? —inquirió Galen, mirando al mercenario de soslayo—. Parece llevar mucho tiempo de servicio.
—No. No se deje confundir por sus cabellos canos. Los ha heredado de su padre y empezaron a salirle muy pronto. Apenas pasa de los cincuenta años, aunque ya lleva más de treinta en los Demonios. Estaba presente cuando rescataron a Melissa Steiner en el incidente del Silver Eagle. Morgan Kell designó a Dan como comandante en jefe de los Demonios de Kell cuando se retiró hace ocho años.
—¿Y el otro hombre? ¿Quién es?
Victor titubeó por unos momentos.
—Es mi primo, Christian Kell. Es mayor de los Demonios y está al mando del Primer Batallón.
—Lo dice como si intentara convencerse a sí mismo de que realmente es Christian Kell —comentó Galen, y apoyó una mano sobre el hombro de Victor—. Yo creía que Morgan Kell sólo había tenido un hijo varón, el que murió en la Periferia el año pasado.
Victor inclinó la cabeza. ¡Qué bien lo ha expresado amigo mió! Es verdad que me cuesta creer que Chris es Chris, porque veo muchas cosas de su padre en él.
—Phelan era el único hijo varón de Morgan Kell. Christian es hijo de Patrick Kell, pero Patrick no llegó a conocerlo. Hace odio años, Chris apareció en un planeta donde estaban acantonados los Demonios de Kell y presentó a Morgan un mensaje verigrafiado de una mujer que había sido amante de Patrick. En él se decía que Christian era su hijo.
—Se sabe que la fortuna de los Kell es enorme —comentó Galen—, y eso debió de suceder justo después de que la abuela de usted legase una herencia increíble a Morgan Kell. Supongo que analizaron su genotipo para verificar su aseveración, ¿no?
—Sí, aunque apenas era necesario.
Aquel alto y estilizado mercenario tenía cuatro años más que Victor y lo sobrepasaba en veinte centímetros y quince kilos. En la manera como se peinaba sus oscuros cabellos y la estructura de sus rasgos, Victor veía un rostro familiar, pero era el de un hombre mayor, que había muerto varios años antes de su nacimiento.
—Sólo los ojos castaños lo hacen diferente de su padre —prosiguió—. He visto a Patrick Kell en holovídeos, pero su parecido es asombroso. Mi madre piensa que es la prueba más evidente de que existe la reencarnación, a pesar del hecho de que Christian nació casi un año antes de la muerte de su padre.
—¿Ah, sí? —dijo Galen sonriendo—. ¿A qué escuela fue? Debe de ser muy bueno, si ha llegado a mayor siendo tan joven.
Victor se enorgulleció del tono de respeto empleado por Galen.
—No habla mucho de ello, pero fue criado en el Condominio Draconis. Habla japonés con fluidez y se dice que es un demonio como su padre en el combate personal. Cuando llegó, Morgan se retiró y llevó a Chris al mundo de los Dragones, Outreach. Durante los tres años siguientes, Chris estudió con los mejores. Hubo rumores de que Jaime Wolf le ofreció incluso un puesto en los Dragones. Entró en los Demonios como teniente, pero ascendió a mayor gracias a su acción en la crisis de Ambergrist.
—¡Menudo grupo está esperándolo! —exclamó Galen, y apuntó con la cabeza al último hombre—. En esa compañía, el último debe de ser la Muerte en persona.
Victor tardó un momento en reconocerlo. Luego asintió con la cabeza.
—Tengo que corregirlo: es el hombre al que la misma Muerte teme. Es Kai Allard-Liao, sobrino de Dan e hijo de Justin. Es imposible saberlo, o ni siquiera al escucharlo, pero Kai es una de las mentes tácticas más agudas que han salido de una Academia desde la graduación de su tío o de Morgan Hasek-Davion. Tiene una intuición especial de las situaciones militares que resulta increíble. En simulaciones de combate, mueve un 'Mech como si estuviera implantado en su cerebro.
—Me ha parecido oír un «pero» escondido entre sus palabras —comentó Galen—. ¿Cuál es la parte negativa?
—En una situación dada, en cualquier situación, Kai piensa más allá y se critica a sí mismo hasta empantanarse en la indecisión y la inactividad. Y lo terrible es que no sólo carece de confianza en sí mismo, sino que no se permite pensar que será igual de inteligente al día siguiente, al otro, o el mes que viene. Pero, cuando está en forma, su habilidad para el análisis es extraordinaria a la hora de seleccionar los puntos débiles del enemigo.
—Me parece la clase de hombre a quien uno le solicita su examen de una situación pero limita su intervención a un ámbito reducido, donde tenga pocas ocasiones de estudiar qué es lo que debe hacer él.
—Quizá tenga usted razón —dijo Victor. Una observación astuta, Galen.
Victor se inclinó y recogió la bolsita de provisiones que le había dado la tripulación de la Hejira. Salió de la escalera mecánica e hizo una seña a Galen.
—Ahora que sabe quiénes son, vamos a hablar con ellos.
Sonriendo, dobló la esquina del túnel semicircular de salida y se quitó el guante de la diestra. Entró en el salón de recepción, se paró e hizo un saludo marcial.
—Se presenta el Kommandant Victor Steiner-Davion, señor —dijo. A su espalda, Galen Cox también se detuvo y saludó.
El mariscal Morgan Hasek-Davion devolvió el saludo con gesto firme. Luego, Victor y Morgan se dieron la mano y, a continuación, también un fuerte abrazo.
—Me alegro de verte sano y salvo, Victor.
Éste asintió y se separó de su primo.
—Te presento al hauptmann Galen Cox. Gracias a él estoy hoy aquí. —Se frotó la mandíbula y añadió—:Tiene un método infalible para tratar con los oficiales que se comportan como estúpidos.
Morgan le estrechó la mano a Galen y se volvió a sus acompañantes.
—Ya conoces al general Andrew Redburn, por supuesto —dijo.
Victor saludó a Andrew y le dio la mano.
—Me alegro de volver a verlo, general.
—La última vez fue cuando me obligaron a dar una conferencia en el Nagelring —comentó Andrew, riendo con suavidad.
—Y fue una excelente presentación —comentó Victor—. Me hizo ver la guerra de otra manera, al evocar el impresionante poder que tenemos a nuestra disposición con un solo BattleMech.
Victor se dirigió al siguiente hombre de la fila y alargó la mano.
—Hola, coronel Allard —le dijo. El mercenario de cabellos canos le estrechó la mano con fuerza y le sacudió el brazo afectuosamente.
—Me alegra volver a verlo. No creía que pudiesen mantenerlo alejado, pero temía que alguien fuera lo bastante insensato como para intentarlo.
A Victor le agradó el sincero saludo de Daniel Allard.
—Gracias, coronel —respondió—. Y yo me alegro a mi vez de que nadie fuese tan estúpido para tratar de mantener alejados de esto a los Demonios de Kell.
A continuación, saludó al otro miembro de los Demonios.
—Mis saludos, mayor. Me alegro mucho de volver a verte.
El aspecto atormentado de la mirada de Christian Kell se esfumó cuando lo saludó con una reverencia. Luego tomó la mano de Victor entre las suyas.
—Me sorprende verte aquí, primo. Corrían rumores de que estabas en las cavernas de Trell con una antorcha encendida y un cuchillo de monte, mientras los invasores seguían arrastrándose por el planeta.
Victor se echó a reír y le estrechó la mano. Chris sabía que Víctor jamás habría abandonado su puesto de buen grado.
—Rumores sin fundamento, supongo. Pero me gustaría tener otro asalto con los Halcones de Jade. Deben pagar por lo que han hecho al Décimo de Guardias de Donegal, y también por la muerte de Phelan Kell.
—Una deuda que pagarán con intereses —aseguró Chris.
Victor sonrió con expresión solemne, soltó la mano de Chris y se volvió hacia Kai.
—Estoy contento de verte, Kai —le dijo—. Esos Halcones de Jade son increíbles.
Kai bajó la mirada con timidez, pero la levantó de nuevo para mirar a Victor y le dio un afectuoso apretón de manos.
—Yo también me alegro de que estés aquí —contestó.
Una vez que hubo saludado a todos, Victor adoptó una actitud de poner manos a la obra.
—¿Cuál es el programa? —preguntó a Morgan—. ¿De cuánto tiempo disponemos?
—No lo sé con exactitud —respondió el interpelado—, pero tenemos previsto estar reunidos aquí durante las próximas ocho semanas para estudiar todos los datos que tenemos sobre los invasores. Al acabar ese plazo de tiempo, o antes si es necesario, reuniremos las tropas y los suministros necesarios para llevar a cabo los planes que hayamos elaborado.
—¿Tendré el mando de alguna unidad? —preguntó Victor a su primo.
Morgan apenas esbozó una sonrisa.
—Ya has sido trasladado al Décimo de Guardias Liranos, con tu rango actual de Kommandant. Si participas o no en los combates dependerá de lo que tú y los invasores hagáis en los dos próximos meses.
Victor asintió con gesto grave. Bien, pues. Tendré que ponerme a prueba. Tal vez sea el heredero de la Mancomunidad de Lira y la Federación de Soles, pero es aquí y ahora cuando comenzaré a ganarme el derecho a gobernarlos.
—Vamos pues, caballeros —dijo, señalando la puerta—. Tenemos una guerra que planificar y que ganar.
Capítulo 26
Nave de Salto Diré Wolf, Cara oculta de Rasalhague 7
Sistema Rasalhague, Provincia de Rasalhague
República Libre de Rasalhague
7 de julio de 3050
Con la cara mojada, Phelan Kell se irguió y miró a los ojos del reflejo de Kenny Ryan en el espejo. Detrás del capitán pirata había media docena de bandidos de la Periferia formando un semicírculo que bloqueaba la entrada a los lavabos. Más atrás, Griff Picón observaba la escena regocijado. Phelan se volvió despacio.
—Lo siento, Kenny —dijo—. Ya tengo todos los bailes reservados.
Tiró de la toalla que llevaba sobre el hombro y se secó las manos.
—Eres divertido, Kell —dijo el desgarbado hombrecillo, entornando sus ojos de rata—. Muy divertido. No bailarás mucho si decidimos destrozarte las rótulas.
Los hombres que respaldaban a Kenny sonrieron con frialdad.
—¡Oh, ya lo entiendo! —repuso Phelan, sonriendo cortésmente—. Has tenido una idea, una auténtica idea, y has decidido explicármela. Todo un éxito para ti, Kenny, y eres muy amable, pero no me interesa.
Phelan se dio la vuelta de nuevo hacia la pila llena de agua enjabonada, pero una mano cayó sobre su hombro desnudo y lo hizo girarse otra vez.
—No lo has captado, Kell —dijo Ryan. Su expresión cruel y sus grasientos cabellos grises le recordaron a Phelan un roedor salido de las alcantarillas—. Te has marcado un tanto con esa tal Ranna y estás recibiendo un trato especial. Ahora vas a ayudarnos a conseguir lo mismo para nosotros, o nos encargaremos de que ella deje de verte tan guapo. ¿Me entiendes ahora?
Ryan fue a apoyar un dedo en el pecho de Phelan, mas no llegó a completar el gesto. El mercenario lo agarró por la pechera del mono, lo levantó en vilo y lo dejó caer sentado sobre la pila. El agua caliente salpicó y mojó la parte trasera de los pantalones de Ryan. Phelan levantó la zurda para agarrarlo por la garganta y le golpeó la cabeza contra el cristal. Luego se volvió en dirección a los compinches de Ryan.
—Si alguno de vosotros se entromete, no volveréis a visitar a las sirvientas. Vosotros elegís. Ahora largaos, e id con mucho cuidado de ahora en adelante.
Cuando el grupo de hombres se hubo dispersado, Phelan volvió a concentrarse en su contrincante.
—Supongo que has estado preparando esto durante mucho tiempo, ¿quiaf, Kenny? Esperaba que te comportases y que quizás aprendieras a sobrevivir en medio de los Clanes. Supongo que eres demasiado estúpido para hacer cualquiera de las dos cosas.
Phelan aflojó su presión sobre la garganta de Ryan, que perdió parte del tono purpúreo que había adquirido su rostro. El pirata convirtió su expresión en una mueca feroz, pero su voz tartamudeante de miedo lo traicionó.
—A... Ahora sí que la has cagado, Kell. Impedí que te mataran o que te hicieran ningún daño porque les dije que eras útil. Se acabó. Eres hombre muerto, Kell.
El mercenario le dio un fuerte bofetón.
—No intentes asustarme, chacal. Esas anomalías evolutivas monosinápticas piensan con las gónadas. Sin mucho esfuerzo, acabo de convencerlos de que mi buena voluntad es su pasaporte al paraíso. Tú también decidiste, cuando me uní a esta pequeña comunidad, que podías intimidarme porque entonces estaba muy débil. —La furia ardió en los ojos de Phelan—. Entonces acababa de sufrir varios meses de interrogatorios con drogas. Ahora vuelvo a estar en forma, y quizás esté incluso mejor que antes, gracias a Ranna y al Khan Ulric. Puedo arrancarte la cabeza y escupirla al suelo sólo para demostrártelo.
—¡Adelante! —lo desafió Ryan, agarrándole la muñeca izquierda con ambas manos—. Si crees que puedes hacerlo, vamos, hazlo. Descubrirás que te resulta más difícil matarme de lo que crees.
El joven Demonio de Kell se echó a reír, soltó a Ryan y dio un par de pasos atrás.
—No voy a hacerlo, pero no por las razones que tú piensas. No has aprendido lo principal sobre esta gente, ni cuál es nuestra posición entre ellos, ¿verdad? No te das cuenta de lo importante que es para mí contar con su beneplácito, ¿eh?
—¿Qué es eso tan especial que haces, aparte de dar coba al Khan?
Phelan hizo caso omiso del comentario.
—Lo que debes entender de nuestros amos es que con cada salto nos adentramos más y más en la Esfera Interior —explicó.
Ryan lanzó una carcajada despreciativa.
—¡Fantástico! ¡Y pronto el Gran Hombre, Hanse, y el Osito Samuray se reunirán con nosotros aquí!
Phelan dio una bofetada a Kenny que le giró la cabeza e hizo una muesca en el cristal.
—¡Imbécil! Esto no es una película de holovídeo ni un campeonato de Solaris. Las personas están muriendo a montones. Los Clanes están jugando con nosotros. Sólo envían las tropas suficientes para que el combate sea interesante. ¡Recuerda con qué rapidez os liquidaron! Eso está sucediendo en toda la Esfera Interior.
De manera inconsciente, el pirata tiró del cordel que le rodeaba la muñeca derecha.
—¿Por qué debo preocuparme de eso? ¿Por qué tiene que importarme si los otros consiguen o no lo que yo hice? —preguntó, y escupió en el suelo.
El tono despreciativo de Ryan resonó en la cabeza de Phelan. Tiene razón, ¿quiaf? Es la arrogancia de los Estados Sucesores, la misma clase de estupidez ciega que mató a D.J., lo que los hace vulnerables frente a los Clanes. Basta con trabajar al lado de Ulric y Lara en el envite sobre Rasalhague para ver que los Clanes no son invencibles. Otros también deberían ver las fisuras en sus armaduras. Pero están demasiado atareados preocupándose por la jubilación o estudiando cómo conseguir su próximo ascenso. No piensan más allá de todo eso, y tú no les debes nada.
Phelan meneó la cabeza para librarse de todos estos pensamientos.
—La civilización está agonizando a nuestro alrededor —insistió—. Los Clanes saquean todo lo mejor de los planetas que ocupan. Imponen la ley marcial. Están aplastando a Rasalhague y destruyendo la esperanza de millones de personas. Alguien tiene que detenerlos.
—Así que de esta manera justificas el estar colaborando con ellos, ¿quiaf?
Oír a Ryan utilizar aquella expresión de los Clanes conmovió a Phelan. ¿Basta con el deseo de detener a los Clanes para justificar que traicione a mi pueblo hasta que pueda alcanzar mi objetivo? ¿Acaso estoy intentando redimirme por haber defraudado su confianza durante los interrogatorios? ¿O estoy ayudando a Ulric por otras razones más personales? No puedo negar el hecho de que están atacando Rasalhague, donde la gente desprecia a los mercenarios. He ayudado a Ulric a diseñar un plan de campaña invencible. ¿Estoy interpretando el papel de Judas con los Estados Sucesores para vengarme de Tor Miraborg y de mis compañeros del Nagelring?
Phelan tragó saliva y dijo:
—Tal como están las cosas, ninguna fuerza puede derrotar, o ni siquiera frenar, a los invasores porque nadie sabe lo suficiente sobre ellos. Cada uno de los Clanes tiene su propia manera de pacificar los planetas que conquista, y el Clan de los Lobos parece ser el menos duro. De hecho, cuando se trasladan dejan poco más que una guarnición testimonial para que trabaje con las estructuras gubernamentales ya existentes con el fin de mantener el orden. Es probable que ser conquistados por el Clan de los Lobos no sea peor para la gente corriente de un planeta que serlo por un líder rival en las constantes guerras entre los Estados Sucesores.
»Pero hay otra cosa —prosiguió el mercenario, mirando a Ryan a los ojos—. Ahora, el Capiscol Marcial y yo somos los únicos que mantenemos una relación con los invasores. Somos los únicos que estamos aprendiendo a tratar con ellos cara a cara, lo que significa que podremos ser intermediarios entre los Clanes y los gobernantes de los Estados Sucesores. Podríamos poner fin a esta guerra antes de lo esperado para que muera menos gente.
Ryan escupió en el suelo.
—Eres un soñador... y un cautivo. Te están utilizando. Y, cuando ya no te necesiten, se librarán de ti como tú tirarías una munición agotada.
—Tal vez tengas razón, pero al menos lo estoy intentando —repuso Phelan, lanzándole una mirada feroz—. No me gusta pensar que tú y yo pertenecemos a una misma especie, pero en esto estamos todos en el mismo barco. Y es verdad; quizás esté traicionando a una parte de los Estados Sucesores, pero los estoy entregando al Clan de los Lobos. Si los Lobos llegan a ser más poderosos, tal vez alcance una posición en la que pueda tener cierta influencia.
—Yo estaba equivocado —dijo Kenny Ryan, apretando los dientes—. No eres un soñador; eres un loco. Puedes disfrazarlo como quieras, Kell, pero eres un traidor a tu pueblo.
Una oleada de ira desatada sacudió a Phelan al oír las palabras de Ryan, pero no iba dirigida sólo contra el bandido de la Periferia, sino también contra sí mismo. ¡No! ¡No es cierto!
—Piensa lo que quieras, Kenny, No me importa. Tal vez no deba nada a los habitantes de la Esfera Interior, pero que me cuelguen si voy a quedarme parado viendo cómo esos Clanes asesinan a víctimas inocentes.
★ ★ ★
Phelan estaba junto a Ulric en el holotanque mientras el paisaje de la masa continental septentrional de Rasalhague se extendía en todas direcciones a su alrededor. Mientras avanzaban, nuevas áreas asomaban por el redondeado horizonte. En respuesta a una instrucción que había dado Ulric al entrar en el tanque, el mundo permaneció iluminado como si sólo hubieran pasado escasas horas tras el amanecer, sin importar el lugar que estuviesen contemplando.
Phelan señaló al sur, donde un grueso cinturón tropical rodeaba el ecuador del planeta.
—Esto es lo primero que puede dejar a un lado y que no es probable que el Khan de los Osos Fantasmales pase por alto. Escala de un metro igual a quince kilómetros. —Cuando el ordenador obedeció la orden, aplanando el horizonte y aumentando la resolución topográfica, se materializó un gran asentamiento urbano en una angosta bahía—. Es la base de Tyr, hogar del Tercero de los Hombres Libres de Rasalhague. Son un correoso regimiento de BattleMechs con alguna experiencia bélica. Por lo general tienen su base en Kandis, pero se trasladaron aquí hace poco para reforzar Rasalhague. No obstante, no serán un factor importante en la batalla.
—Explique el motivo —solicitó Ulric, frunciendo el entrecejo.
Phelan sonrió y respondió:
—Hace mucho tiempo, cuando se produjeron los primeros asentamientos en Rasalhague, tuvieron un pequeño problema con un virus nativo del planeta.
El Khan asintió y se frotó la mandíbula.
—Sí, la Plaga Fenris. Lo había olvidado. Supongo que la vencieron, ¿quiaf?
—Sí, poco después de colonizar el planeta. Pero, con el paso del tiempo, las cepas se volvieron menos virulentas con las siguientes mutaciones. La forma mortal de la Plaga Fenris dejó de existir hace siglos, pero versiones menos virulentas siguen apareciendo. Cada año a partir de julio, los nuevos virus surgen en los trópicos y dan la vuelta al mundo. Los Hombres Libres se han dispersado para evitar que todas las tropas enfermen al mismo tiempo. La mayor parte de la unidad está de vacaciones durante la temporada del virus, lo cual está bien porque el clima de los trópicos es insoportable en esa época.
El líder del Clan meneó la cabeza.
—¿Cuáles cree que son las posibilidades de que los Hombres Libres que sean convocados puedan resistirnos?
—Las posibilidades están equilibradas, porque el gobierno tiene un problema: si convocan a las tropas en Tyr, muchos de ellos enfermarán porque no han desarrollado su sistema inmunitario. Si desplazan los equipos a las áreas de acantonamiento provisional para que los Hombres Libres puedan disponer de sus BattleMechs, las probabilidades de que el virus actual se expanda por el planeta mucho más deprisa son extraordinarias. Además, aunque los Hombres Libres estén dispersos en unidades del nivel de una compañía, no es probable que constituyan una amenaza porque reaccionarán a sus ataques. Tampoco es probable que su red de transporte sea rápida, sobre todo si ustedes controlan los cielos.
Ulric asindó con reluctancia.
—Eso nos conduce a otra cuestión: la superioridad aeroespacial. El informe de los Osos Fantasmales indicaba que el regimiento aeroespacial del Primero de Drakons de Rasalhague era una unidad de elite que podía causarnos muchos problemas.
—El informe era correcto en su evaluación de los Drakons. Aun así, creo que hay una manera de neutralizados.
—¿Sí? —inquirió el Khan, observando con atención a Phelan. Éste se frotó las manos contra la pechera de su mono para quitarse el sudor.
—Los Drakons son la Guardia de Honor del Príncipe Electo y su regimiento de guardia personal. Se nutren de las filas de los Equipos de combate regimentales de Davion y se componen de los guerreros de elite de Rasalhague. Su fuerza es engañosa, sobre todo en lo referente a los cazas aeroespaciales, a causa de su forma de organizarse. Las compañías de 'Mechs tienen cuatro lanzas, no tres, y las lanzas de apoyo con misiles suelen tener cinco o incluso seis BattleMechs.
El mercenario se asió las manos detrás de la espalda y prosiguió:
—Tal como veo la organización de las unidades de los Clanes, un BattleMech, dos cazas aeroespaciales y cinco Elementales constituyen un Punto, y cinco de éstos forman una Estrella, una unidad más o menos análoga a lo que yo llamo una Lanza. La compañía aeroespacialde los Drakans, a diferencia de otras en los Estados Sucesores, pone cuatro cazas en una lanza, no dos. Eso significa que un regimiento completo dispone de ciento ocho cazas, una fuerza formidable, no importa cuáles sean las ventajas tecnológicas que ustedes tengan sobre ellos.
Ulric asintió en señal de aceptación del último argumento de su sirviente.
—Tal como indicó en la última reunión, di mayor alcance de nuestras armas no es muy útil en los combates a corta distancia, que son aquellos a los que los pilotos de la Esfera Interior están acostumbrados. Así pues, ¿cómo eliminaremos a los aviones de los Drakons?
—He hablado de neutralizar no de eliminar —aclaró Phelan, e inspiró hondo—. El Príncipe Electo Haakon Magnusson de Rasalhague es un antiguo revolucionario anti-Kurita, nacido en Alshain. En sus días de guerrero, lo llamaban «Zorro Plateado». En realidad no es tan viejo, pero sus actividades como terrorista comenzaron muchos años antes de la independencia de la República Libre de Rasalhague. En las batallas campales se siente incómodo. De hecho, los combaos de estilo guerrillero que han causado problemas a los Osos Fantasmales son el resultado de haber aplicado de nuevo las antiguas tácticas contra ellos.
»Los Drakons forman su guardia personal —prosiguió— y son tan leales a él y a sus ministros como los Jaguares de Humo lo son al ilKhan. La manera de desviar la atención de los cazas de los Drakons es darles una misión: poner a salvo al Zorro Plateado. Si usted no ataca Reykjavic en su primer asalto porque, debido a una información errónea, opta por atacar Asgard, la nueva capital que están construyendo, el Zorro Plateado tendrá una oportunidad de escapar. Se dirigirá hacia una Nave de Salto en el punto de salto nadir, creyendo que, mientras siga siendo libre, algún día podrá derrotar a los Clanes.
Ulric sonrió, admirado.
—Si Magnusson escapa y nuestros cazas aeroespaciales lo persiguen de cerca, los Drakons tendrán que permanecer a su lado todo el tiempo para preservar su seguridad. Acabarán saltando con él.
—En efecto —confirmó el Demonio de Kell, asintiendo—. No sólo eso, sino que la supervivencia del Príncipe Electo hará que otros planetas de Rasalhague no capitulen con facilidad. Ustedes han desarrollado un buen método para controlar los mundos conquistados, al permitirles cierto grado de soberanía. Eso satisfará el ego de los rasalhaguianos y los hará mucho más cooperativos. Por algunos de los informes que he leído, deduzco que los Osos Fantasmales y los Jaguares de Humo todavía no han aprendido esta técnica.
Ulric entrelazó los dedos y se los llevó a los labios.
—Digamos que su actitud filosófica no les permite la flexibilidad necesaria que pueda ayudarlos en su tarea —explicó, y cerró los ojos por un momento—. Así sólo tendríamos que enfrentarnos a las fuerzas terrestres de los Drakens y el Primero de Hombres Libres de Rasalhague.
—Así es. Debería ser fácil vencer a los Hombres Libres. Están estacionados en el continente del polo sur, que ahora está en pleno invierno. Aunque son especialistas en el combate con temperaturas bajas y se dice que disfrutan con las batallas que se desarrollan en las oscuras e inhóspitas condiciones invernales, el terreno llano y helado de aquella área los hace muy vulnerables a la capacidad de alcance ampliado de sus 'Mechs. Le sugiero que utilice BattleMechs con una gran cantidad de armas le energía, porque el frío puede afectar a los misiles y a los mecanismos de carga de las armas de proyectiles, incluso en las mejores máquinas.
—Estoy de acuerdo —dijo el Khan—. ¿Qué me dice de los Drakons?
—Son buenos —respondió Phelan con un fuerte suspiro—, y tienen apoyo de infantería y caballería blindada. Creo que lo único que puede hacer es combatir contra ellos. Tal vez su infantería blindada pueda acosar los tanques y frenar su marcha. Los Drakens podrían aceptar marcharse del planeta para poder reunirse con su Príncipe, pero pienso que esta posibilidad es bastante remota. En cambio, tiene más a su favor que les hagan una oferta de formar parte de la guarnición, sobre todo si los amenazan con llamar a sus propios mercenarios para que hagan el trabajo si ellos no aceptan.
El jefe del Clan mostró de improviso una sonrisa radiante.
—Una sugerencia excelente. Es justo lo que podía hacer si ganaba la apuesta. —Ulric apartó la mirada; ya estaba concentrado en el duelo que iba a librar con Bjorn de los Osos Fantasmales. Casi como coletilla, inquirió—: Nada más, ¿quineg?
—Af, Khan Ulric —repuso Phelan, y por la reacción de Ulric comprendió que esperaba una respuesta negativa. No puedo dejar que pase en Rasalhague lo mismo que en Turtle Bay—. Sé algo que le garantizará la victoria en la apuesta.
Por primera vez, Phelan vio en Ulric una expresión de incertidumbre. Eso lo preocupó. ¿Acaso he ido demasiado lejos? ¿Me he convertido en un peligro para él y para los Clanes?
—¿De qué se trata? —preguntó Ulric, mientras sus rasgos se serenaban en una máscara impasible.
Ahora o nunca, pensó Phelan.
—Ordene que la Diré Wolf se vaya —propuso.
La respuesta del mercenario provocó una expresión fugaz de asombro en el Khan, mas se desvaneció casi de inmediato.
—No sabe lo que está pidiendo.
Mientras Ulric hablaba, su mirada escudriñaba a Phelan, como si quisiera confirmar en qué se había convertido su sirviente.
—Creo que sí lo sé, Khan Ulric —dijo Phelan, irguiéndose. De pronto, notó que tenía la boca seca por el nerviosismo—. Vi el holovídeo de cómo el Sabré Cat, la nave insignia de los Jaguares de Humo, destruía Edo para poner fin a las revueltas. Vi cómo los misiles arrasaban los edificios y los rayos láser caían desde su órbita para fundir las calles. ¡El río Sawagashii hirvió hasta quedar seco por completo! En cuestión de minutos, una ciudad de más de un millón de habitantes fue reducida a una cicatriz carbonizada y reluciente en la superficie del planeta. ¿Cómo puede decir que no sé lo que estoy pidiendo?
—Incluso el ilKhan creyó que una huida de una prisión y seis semanas de revueltas no bastaban para justificar una represalia semejante —repuso el Khan, con la mirada perdida más allá del holotanque—. Le doy mi palabra de que yo jamás arrasaré un planeta de esa manera.
Phelan apretó los puños con movimientos convulsivos mientras las palabras de Kenny Ryan resonaban en su mente.
—Lo sé y le creo; de lo contrario, no lo habría ayudado a planear el ataque a un planeta libre. El problema es que no sé qué es lo que hará Bjorn. —El mercenario se esforzó por volver a abrir las manos y se frotó las sienes para calmarse—. Sé que la Diré Wolf es capaz de realizar los mismos bombardeos y ataques a nivel planetario, y sé que la guardan como un as en la manga en caso de que se encuentren ante una situación que no puedan controlar.
Phelan levantó la cabeza, bajó las manos y continuó:
—Solicité información sobre Bjorn y la obtuve. En su holografía se veían cuatro estrellas doradas de cuatro puntas en el cuello de su uniforme, mientras que usted luce estrellas rojas como dagas. Ranna me dijo que las estrellas rojas indican que la persona es un MechWarrior, mientras que las estrellas doradas las llevan quienes proceden de las unidades de Navegación Oficial. Eso me sugiere que Bjorn, sin importar quién pueda aconsejarlo, va a depender, de manera consciente o inconsciente, de recursos de Naves de Descenso y de Salto.
»Como Rasalhague se encuentra dentro de su zona de invasión, usted hará el primer envite. Sé que el ganador de la apuesta tiene el derecho de utilizar tantas fuerzas como ofreció en el primer envite, y sé que los primeros envites son de carácter preliminar para preparar lo que será luego una guerra de envites. —Phelan sintió el palpitar de su pulso en las sienes, mas no hizo nada por controlar su ira—. Si su envite no incluye la Diré Wolf, Bjorn tendrá que eliminar la Ursa Major en su primera propuesta, o de lo contrario tendrá que declararse vencido ya en el envite inicial. Lo habrá descolocado desde el principio y ya nunca podrá recuperarse lo bastante deprisa para oponerse a usted con eficacia.
—No es así como se hacen las cosas —replicó el Khan, con expresión severa—. Existe una fórmula en los envites. Usted me está pidiendo que viole la tradición que gobierna nuestras costumbres.
—En efecto. No obstante, le recuerdo que fue mi reputación de hacer cosas poco ortodoxas lo que lo impulsó a solicitar mi ayuda. Aquí la tiene: una acción nada ortodoxa que le dará el derecho de conquistar Rasalhague.
—Lo haré —afirmó Ulric, entrecerrando sus cerúleos ojos hasta que parecieron ranuras—. Y soportaré las consecuencias de semejante acción, pero sólo si me da algo a cambio.
Phelan titubeó.
—¿Qué puedo darle? Soy su sirviente. Ya soy propiedad suya.
El Khan meneó la cabeza poco a poco.
—Le he confiado secretos militares y material clasificado. Para conseguir su ayuda, he amenazado gravemente la invasión y a los propios Clanes. Hasta tal punto, que tanto si venzo en la apuesta como si no, creo que el ilKhan me pedirá que lo destruya. —Un ramalazo de dolor brilló fugazmente en los ojos de Ulric—. Eso no me gustaría hacerlo.
¡Me he metido en mi propio campo de vibraminas! Phelan sintió un nauseabundo vacío en su estómago. Fui tan estúpido como para creer que Ulric no reconocerla la clase de monstruo que ha creado al darme los datos necesarios para ayudarlo.
—¿El ataque será lo menos sangriento posible? —preguntó.
Ulric asintió con la cabeza.
—Una vez pacificado el planeta, podrá acompañarme en mi inspección.
—Bien negociado, y trato hecho —dijo Phelan, notando un nudo del tamaño de un naranji en la garganta—. Le doy mi palabra de MechWarrior que no intentaré huir ni comunicar a nadie lo que sé sin permiso suyo.
Antes poseía mi cuerpo; ahora ya es poseedor de mi alma.
Capítulo 27
Base de Black Pearl, Sudeten
Marca de Tamar, Mancomunidad de Lira
12 de julio de 3050
Kai Allard, sentado en el extremo de la sala de deliberaciones, se removió inquieto en su silla. Nunca debí dejar que Victor me convenciera para asistir a esta reunión de enlace. Debió traer a alguien como Renny Sanderlin... De haber sabido que mi encuentro con Victor a su llegada iba a conducirme a uno de los grupos estratégicos, tal vez no habría estado tan deseoso de verlo cuanto antes.
Desde la cabecera de la mesa, Morgan Hasek-Davion saludó con un movimiento de cabeza a Dan Allard, Chris Kell y la general Adriana Winston de la Caballería Ligera de Eridani.
—Gracias por asistir a la reunión sobre recursos y disponibilidad de fuerzas mercenarias. Comparto su preocupación por la manera como los invasores están apropiándose de los 'Mechs de los mercenarios que capturan. No puedo indemnizarlos por sus pérdidas en nombre de la Mancomunidad Federada, pero estoy dispuesto a invertir mis recursos personales y mi influencia para ayudar a entregar otro 'Mech a los guerreros que han sido desposeídos. Es evidente que esto no es ninguna garantía de que todos volverán de las batallas con un 'Mech, pues no puedo recompensar la estupidez ni la incompetencia pero tampoco quiero ver cómo buenos Mechwarriors pasan a engrosar las filas de los desposeídos a causa del capricho de un comandante enemigo.
—Entendido, mariscal —dijo Daniel Allard con una amarga sonrisa—. Se lo agradecemos de verdad.
Morgan miró hacia el otro extremo de la mesa.
—Victor —dijo—, puedes presentar tu informe sobre estrategia del Grupo de Jóvenes Oficiales.
Victor se incorporó, deslizando la silla hacia atrás.
—Según las instrucciones, hemos estudiado toda la información disponible en la actualidad sobre la invasión. Como todos sabemos, los invasores tienen 'Mechs superiores a los nuestros, con mayor número de armas y blindajes pesados. Su alcance es muy superior al de nuestros 'Mechs, lo cual les da una ventaja casi insuperable en el campo de batalla. En cambio, en el aire o el espacio nuestros aerocazas pueden reducir esta ventaja gracias a una movilidad superior respecto a los 'Mechs terrestres; no obstante, su mayor armamento y blindaje sigue causando problemas.
Victor pulsó un par de teclas del teclado que tenía conectado en su extremo de la mesa. En la parte central apareció un holograma generado por ordenador. La mitad izquierda del objeto aparecía dibujada con un gráfico de vectores y una serie de notaciones añadidas referidas al diseño. La otra mitad estaba cubierta de brillante carne metálica, que daba a la imagen un aspecto más humanoide.
—Además de tener 'Mechs más evolucionados, los invasores disponen de estos soldados de infantería blindados. Dado que pueden saltar distancias significativas y son muy difíciles de matar, hemos optado por apodarlos «Sapos». Por lo poco que hemos podido ver en los holovídeos, su armadura hace a la infantería inmune a los disparos, por lo menos a los de cualquier arma con menos potencial destructor que un CPP o un cañón automático pesado. No tenemos ninguna unidad que se parezca, ni siquiera de manera aproximada, a esta sección de su ejército. De hecho, los Sapos han destruido por sí solos algunas lanzas exploradoras.
Andrew Redburn, que estaba sentado a la derecha de Morgan, levantó un dedo para atraer la atención de Victor.
—¿Han elaborado algún baremo de equivalencia aproximado? —preguntó.
—¿Kai? —dijo Victor,
Aunque sabía la respuesta, Kai tecleó con rapidez en su cuaderno informático. La respuesta de la máquina confirmó los números que Kai ya tenía en la cabeza.
—Hemos estado un baremo de equivalencia de uno a dos. Esto significa que en una batalla entre un Locust de veinte toneladas y cinco Sapos, debería haber un cincuenta por ciento de bajas por cada lado. Cuando el Locust ha sido destruido, sólo han muerto dos Sapos. —Volvió a mirar el cuaderno y continuó—: Esta evaluación está basada, no obstante, en las siguientes suposiciones. Primera, que los Sapos no utilicen ningún arma más pesada que sus MCA y sus láseres pequeños, y, segunda, que el piloto del Locust tenga problemas importantes para apuntar a los Sapos a causa de su gran movilidad.
—A pesar de la aparente superioridad de sus armas y fuerzas —dijo Victor, reanudando la explicación de su informe—, pudimos elaborar algunas estrategias. El leftenant Allard las ha preparado tras analizar los datos disponibles. Dejo a su cargo la explicación de esta información.
Kai lanzó una mirada de sorpresa a Victor. Se incorporó despacio, con la boca seca. Dios mío, por favor, no permitas que lo estropee todo.
—Yo, eh... no sabía que hoy iba a hacer algo más que contestar a sus preguntas, de modo que no he preparado ningún documento por adelantado. Por favor, tengan en cuenta que es un trabajo preliminar. Quiero decir que se ha comprobado, pero no he tenido la ocasión de repasarlo a la luz de los nuevos datos que pueden haber llegado en las tres últimas horas, de modo que...
—Tranquilícese, leftenant —lo interrumpió Morgan Hasek-Davion, levantando la mano—. Sólo nos gustaría conocer algunas de sus observaciones. Esperemos que Dios nos dé tiempo suficiente para no tener que volver sobre cuestiones estratégicas mientras estemos en la etapa de gestación.
—Gracias, mariscal —dijo Kai. Las palabras de Morgan lo habían calmado, pero su corazón seguía latiendo con fuerza y la voz le temblaba un poco. Desvió la mirada hacia su tío Dan, que le sonreía para darle ánimos. Tras introducir una petición de información en el cuaderno informático, se acercó el teclado que había estado usando Victor y llamó un diagrama que sustituyó la imagen del Sapo en el centro de la mesa.
—Esto es un diagrama de la aparente ventaja en el alcance que las armas de los invasores tienen sobre las nuestras. Como pueden ver, la proporción es aproximadamente de tres a uno, es decir, si nosotros podemos alcanzar objetivos a cien metros, ellos pueden hacerlo a trescientos. Es probable que sus armas no sean más potentes que las nuestras, pero pueden ocasionar daños a mayores distancias porque disponen de mejores sistemas de puntería.
Kai pulsó otro botón del teclado, y aparecieron otras dos columnas junto a las que mostraban el alcance efectivo. Las nuevas columnas se alzaban más o menos a la misma altura.
—Indican el valor medio de los blancos a los que cualquier piloto dispara en un intercambio de disparos. Pueden ver que nuestros pilotos tienen mil trescientos doce blancos por andanada como promedio, mientras que la media de los invasores es de mil noventa y siete blancos. Tal vez no parezca una variación significativa, pero sí lo es. Si examinamos los datos referidos a nuestras tropas, basados en valores que se remontan a 3026 en Galahad, nuestros pilotos parecen sentirse más cómodos seleccionando más de un blanco en un encuentro. Aunque esto podría atribuirse a las distancias más cortas en las que solían librarse las batallas en las Guerras de Sucesión, es posible que los invasores prefieran concentrarse en un solo enemigo, haciendo caso omiso de los demás. Por supuesto, debemos tener en cuenta que nuestro universo de datos acerca de los invasores es, en el mejor de los casos, limitado.
—¿Quiere decir que prefieren el combate individual como los guerreros de Kurita, lanzando retos y cosas así? —preguntó Chris Kell.
—Ningún informe indica que se hayan lanzado o aceptado retos por parte de los invasores durante una batalla —contestó Kai, cuya ansiedad empezaba a desvanecerse—. Supongo que los invasores tienen un método de ataque muy coordinado. Es más probable que el comandante de la unidad asigne los blancos y el guerrero considere como una cuestión de orgullo el vencer a su oponente. Los hemos visto dejar a un compañero que acabara en persona con su contrincante, incluso cuando era más rápido que toda la unidad lo eliminase.
El joven MechWarrior tecleó otra orden en el ordenador. Él diagrama se reorganizó formando hologramas de diversos objetos.
—A causa de esta tendencia de luchar sólo contra un enemigo cada vez, y dado su mayor potencial de alcance, al Grupo de Jóvenes Oficiales se nos ocurrió que podría ser útil emplear señuelos o sobrecargas de sensores contra los invasores. Ello implicaría modificar algunas armas de tipo antipersonal y su distribución en los campos de batalla.
»El primer objeto que pueden ver —prosiguió— es la mina de elevación M1423 estándar. Cuando se pisa, la mina dispara su carga al aire y luego explota. En circunstancias normales, incluimos un dispositivo de metralla que se hace estallar un metro por encima de la superficie para matar a la infantería, pero eso sería ineficaz contra los Sapos o contra 'Mechs. En cambio, si usamos un explosivo de fósforo blanco que detone a diez o doce metros del suelo, la explosión quemaría las células del escáner de infrarrojos. Otras cargas llenas de metralla magnetizada e incluso pintura podrían inutilizar los dispositivos de escáner magnético y luz visual.
Tras teclear otra instrucción de forma apresurada, el segundo objeto sufrió una ampliación.
—Éste es un señuelo estándar de los cursos de entrenamiento. En Skondia se utilizan para proyectar imágenes de tanques y 'Mechs en distancias de fuego real. Si sembramos con estos artilugios un campo de batalla, sobre todo si los modificamos para que funcionen de forma cíclica en el interior de un 'Mech, crearemos la ilusión de que nuestras fuerzas son mucho mayores. Ello también generaría una legión de blancos para los invasores, de los cuales sólo unos pocos serían auténticos. Esto, como mínimo, los confundiría y les crearía dificultades al seleccionar sus objetivos. En el mejor de los casos, un ejército fantasma podría mantener entretenidos a un montón de Sapos o incluso a una lanza o dos de 'Mechs el tiempo suficiente para poder retirarnos, o incluso atraer a los invasores a emboscadas.
—Dada su mejor tecnología en diversas áreas, ¿cómo sabremos si estos señuelos van a engañar sus 'Mechs? —preguntó el general Winston, frunciendo el entrecejo.
—Buena pregunta, general —contestó Victor con una sonrisa despreocupada—. Un informe procedente de Barcelona describía cómo los Halcones de Jade estaban haciendo pedazos el curso de entrenamiento de la milicia local. Alguien lo había dejado en marcha cuando evacuaron la base, por error más que porque tuviesen algún plan.
—¿Cómo lo hicieron? —inquirió Chris Kell con una sonrisa lobuna.
—Tan bien que preferiría que disparasen a señuelos en vez de a mí —dijo Victor, adoptando de nuevo una expresión seria.
—Interesante —comentó Morgan mientras se arrellanaba en la silla—. Si equipamos nuestros propios 'Mechs con programas de invalidación de datos, los señuelos no confundirán nuestros propios aparatos. Además, si tenemos algunos señuelos que funcionen sólo en el nivel de rayos infrarrojos o del escáner magnético, podríamos crear aún más confusión. —Asió los brazos de la silla y se recostó con expresión satisfecha—. Gracias por su análisis, lefienant. Nos proporciona buen material con el que trabajar. Sin embargo, está claro que exige algunos preparativos, lo cual nos plantea el mayor problema de los identificados por el Grupo de Oficiales Veteranos. Tenemos que saber dónde atacarán los invasores antes de que podamos emprender acciones contra ellos.
Kai iba a sentarse, pero se incorporó otra vez.
—Perdone, señor, pero eso no es totalmente cierto.
Morgan titubeó, mas luego asintió con rapidez.
—Ya lo entiendo. Todas estas cosas podrían desplegarse por aire antes de enfrentarnos a ellos de forma directa. Acepto la corrección. De todos modos, sigue siendo un problema importante el encontrar al enemigo y saber dónde atacará.
Kai abrió la boca, pero miró antes a Victor.
—Adelante, Kai —lo animó Victor—. Es tu idea, y yo la apoyo por completo.
Kai tragó saliva. Desconozco la razón por la que crees en mí, pero significa para mí mucho más de lo que podrías imaginar.
—Perdóneme de nuevo, mariscal, por hablar sin ser mi turno.
—No, adelante, lefienant. Ésa es la razón de que tengamos estas reuniones. Tal vez nuestros cerebros osificados han pasado algo por alto.
—Bien, señor, hemos identificado el mismo problema, es decir, que no tenemos manera de prever cuándo y dónde atacarán los invasores. Las acciones en el área fronteriza de la Mancomunidad no nos han proporcionado ningún esquema de invasión. La primera oleada afectó a doce planetas, y la siguiente se redujo a cuatro. Es difícil saber cuál es su lógica, por lo que hemos decidido no intentar ninguna previsión.
Admitir aquello hizo que todos los oficiales y mercenarios veteranos lo mirasen con perplejidad, pero Kai prosiguió:
—Todos sabemos que el concepto de «frente» en una guerra interestelar es, en realidad, un mito. Las líneas de suministros se extienden a través de varios sistemas; pero, dado que hay un enorme número de sistemas estelares que no vale la pena colonizar, también hay incontables estaciones de recarga de unidades Kearny-Fuchida por todo el universo.
«Supongo que el coronel Allard recordará —continuó, mirando a su tío— que hace veintitrés años, en el rescate del Silver Eagle, los Demonios de Kell utilizaron una estrella no colonizada como punto de recarga. Mariscal, el general Redburn y usted también recordarán que recurrieron a estrellas no colonizadas durante la invasión del Primero de Ulanos de Kathil del planeta madre de Capela. Debido a la amenaza de un fallo de la unidad Kearny-Fuchida, la mayoría de las rutas de tránsito se trazan a través de sistemas habitados, para que pueda conseguirse ayuda en caso de emergencia. Sin embargo, todos sabemos que no es la única manera de actuar.
—Todo eso ya es sabido, lefienant —lo interrumpió el general Winston, impaciente—. Por culpa de esos sistemas no hay forma de que sepamos dónde atacarán los invasores.
—Estoy de acuerdo —dijo Kai, asintiendo sin reservas—. Los invasores nos atacan en mundos habitados porque saben que es en ellos donde nos encontrarán. De la misma manera, los únicos lugares donde sabemos que encontraremos invasores son los planetas que ya han ocupado. Dado que no hay ningún frente, podemos pasar por alto los planetas que han seleccionado para su ofensiva actual y atacar sólo aquellos que conquistaron recientemente. Tenemos que atacarlos donde ya están y, si empezamos a aislarlos de sus bases de suministros, dondequiera que estén, tendrán que detener la ofensiva porque estarán perdiendo terreno cada vez que ocupen un nuevo planeta.
—Parece razonable pensar que están empleando sus mejores tropas en la vanguardia —intervino Victor—. Sus tropas de elite están conquistando planetas, no custodiando los que ya han ocupado. Tenemos que suponer que las tropas de sus guarniciones no son tan buenas como las conquistadoras. Si lanzamos nuestras unidades de elite contra sus grupos más mediocres, y evitamos que nuestras unidades buenas sean diezmadas por sus guerreros de elite, podremos frenar su feroz ofensiva.
—¿Y si las tropas de las guarniciones son tan buenas como sus tropas de elite? —inquirió Dan Allard, haciendo una mueca.
—Entonces, todos los planes que hagamos serán inútiles —respondió Kai, encogiéndose de hombros en un gesto de impotencia—. Nos destrozarán, hagamos lo que hagamos.
Morgan juntó las yemas de los dedos y observó a los dos jóvenes oficiales que estaban en el otro extremo de la mesa.
—Su análisis y su estrategia son interesantes y, como mínimo, inusuales. No está mal después de sólo un mes de estudio y trabajo. Al acabar el período de nuestra estancia aquí, espero una propuesta de trabajo referida a esta estrategia, incluyendo las unidades susceptibles de ser utilizadas y un objetivo adecuado.
Antes de que pudiese dictar más instrucciones, alguien llamó a la puerta, interrumpiéndolo. Un ayudante entró en la sala y entregó al mariscal pelirrojo una nota de papel amarillo. Morgan la leyó y despidió al ayudante con un movimiento brusco de cabeza. Luego esperó a que saliese y cerrase la puerta antes de hablar.
—Amigos míos, nuestro tiempo de planificación ha sido reducido de manera inesperada.
Kai sintió que unas frías garras le recorrían la columna vertebral. ¿Qué ha sucedido?¿Qué han hecho ahora los invasores?
Morgan estampó la nota de papel contra la mesa y añadió:
—Necesito sus informes finales dentro de catorce días. Ni un día más. Los invasores acaban de atacar Rasalhague.
Capítulo 28
Sala de Reuniones del Primero de Drakons de Rasalhague
Norte de Reykjavik
Rasalhague, Provincia de Rasalhague
República Libre de Rasalhague
12 de julio de 3050
Tyra Miraborg sacudió la cabeza. No es posible que le haya oído bien. Levantó la mano y se incorporó mientras el overste Siggurson respondía a su saludo.
—No estoy segura de haberle entendido, overste —le dijo.
El líder de nariz aguileña de los Drakons se apartó del resplandor del proyector del techo y se dirigió hacia el centro del anfiteatro.
—¿Qué es lo que no ha entendido, kapterü Creía que lo había explicado con total claridad —le espetó. Su tono de irritación hizo que su pregunta pareciese ridícula.
Tyra irguió la cabeza con orgullo y le lanzó una mirada feroz.
—Entiendo muy bien la situación desesperada de nuestras fuerzas, overste. También comprendo lo devastador que es este ataque sobre la capital de la República. Lo que no entiendo es por qué ordena a la aeroafa que se mantenga alejada de la batalla. —Miró a los otros aeropilotos de la sala y añadió—: Usted ya ha dado sus destinos a los MechWarriors y les ha mandado partir. ¡En cambio, ahora nos llama para decirnos que no participaremos en la batalla! ¡Eso no tiene sentido, señor!.
Siggurson rió sin alegría.
—Ha hablado como lo que es, la hija del Jarl de Hierro. No se preocupe, kapten. Tendrá muchas oportunidades de ganar medallas en el futuro.
—Señor, ésa no es en absoluto mi preocupación —repuso Tyra, estremeciéndose de ira, y extendió los brazos para abarcar a todos los pilotos presentes en la sala—. ¡Somos guerreros, maldición! Nuestro derecho y nuestro deber es atacar al enemigo. Nos merecemos el derecho de asegurarnos de que nuestros camaradas limitados al movimiento terrestre no lucharán solos.
Siggurson dejó que los otros pilotos expresaran en murmullos su acuerdo con los sentimientos de Tyra. Entonces interrumpió toda discusión dando un golpe con el puntero de madera sobre una silla de la primera fila. El puntero saltó hecho pedazos con un fuerte ruido que hizo el silencio de inmediato.
—Déjeme que le responda a su pregunta implícita, kapten : ¿he mandado a las tropas con la impresión equivocada de que tendrán apoyo aéreo? La respuesta es que esas tropas ya saben que ustedes no estarán allí para cubrirlas. En resumen, la otra mitad de los Drakons sabe que los he enviado a la muerte. No fue más sencillo decírselo a ellos que ahora es explicarles a ustedes que los necesito vivos.
El overste señaló con la zurda la imagen que todavía se proyectaba en la pared. Era un mapa del continente septentrional de Rasalhague, que mostraba dónde habían aterrizado los invasores y daba datos aproximados de sus fuerzas.
—Pueden verlo todo igual que yo. Los invasores han seleccionado Asgard como objetivo por error, en lugar de la auténtica capital, Reykjavik. Ahora podemos desplegar nuestras tropas terrestres para interceptarlos mientras regresan a la capital, pero tendrán que pagar un precio muy alto si esperan conquistarla. Y la razón de que nuestros hombres luchen con tanto ardor es que el error del enemigo les da a ustedes la oportunidad de evacuar al Zorro Plateado de Rasalhague.
»Si él vive, la República vive. Y, si la República vive, nuestro sacrificio no será en vano —concluyó.
Tyra oyó en la voz de Siggurson amargura y el ruego de que lo obedecieran, pero ella no podía quedarse atrás.
—Overste, no será necesario utilizar todo un regimiento de cazas para dar cobertura aérea al Príncipe Electo. Utilice una compañía y deje que el resto de nosotros lo ayude a usted.
—No —repuso Siggurson, sacudiendo la cabeza—, y que no se hable más. Tal vez no necesitemos un regimiento para sacar al Príncipe Haakon del planeta, pero quizá sea necesario para asegurar que está a salvo en los sistemas que tendrá que atravesar. Las esperanzas y los sueños de miles de millones de personas estarán en las manos de ustedes. Que los dioses les despejen el camino y los protejan a todos y cada uno.
★ ★ ★
—Acércate, Val Cuatro —dijo Tyra, tras lanzar una mirada a la pantalla táctica auxiliar—. Permanece con nosotros, Marnie, o quedarás rezagada.
—Recibido, kapten.
Espero que me hayas entendido, lójtnant Ingstad, porque no es momento de emprender misiones individuales. Tal vez los Lobos no nos estén persiguiendo en nuestra huida, pero somos quienes tenemos que encargarnos de que el Zorro Plateado pueda escapar. No me gusta esta misión, pero que me cuelguen si dejo que fracase.
Tyra conectó la radio en la frecuencia que compartía con Anika Janssen.
—¿Ruta despejada, Nik?
—Recibido, kapten. Sin problemas en el vector hasta el agujero de escape —repuso Janssen con cierto tono de frustración—. Sé lo que está pensando Ingstad y apuesto a que Karl y tú estáis pensando lo mismo que ella. Se supone que debemos proteger la vida del Príncipe para que pueda huir, pero no me gusta la idea de dejar atrás al resto de los Drakens, y no me importa lo que dijera Siggurson. ¡Maldición!, puede que sean unos pisatierras enfangados, pero...
—Pero son nuestros pisatierras —dijo Tyra para acabar la frase—. Lo sé, y tampoco me gusta. Déjame ver si puedo hacer algo al respecto. —Tyra conmutó la radio a frecuencia taccomm—. Grupo de Vuelo Valquiria informando. El vector Rakblad está despejado.
—Recibido —crepitó una voz a través de los altavoces de su neurocasco—. Tenemos el Grupo de Vuelo Vikingo cinco minutos después de ustedes. Luego aparecerá el Grupo de Vuelo Zorro. Cita dentro de quince minutos. Vector Ressjuka para ruta de salida.
—Afirmativo, taccomm. Grupo Valquiria transfiriendo desde ochocientos metros hasta cubierta para continuar la pasada. —Tyra cruzó los dedos y procuró suprimir toda ansiedad de su voz—. ¿Puede autorizar la transferencia del estado de la misión, taccomn?
—Usted y todos los demás pilotos de esta fuerza aérea... —rezongó en tono cansado la voz del operador de la radio—. No, no puedo, Valquiria Jefe, pero usted lo hará aunque no se le otorgue permiso, ¿verdad? He recibido órdenes de prohibirle cambiar de dirección a dos-siete-uno y descender sobre Nape. También tengo órdenes de no decirle que se establecerá contacto y tendremos que presentar un informe al cabo de veinticinco kilómetros. Tengan cuidado y estén de vuelta en quince.
—Gracias, taccomm. Puede poner en marcha el cronómetro por nosotros —respondió Tyra, y abrió un canal con los otros tres miembros de su grupo de vuelo—. Despabilaos. Cambiad a rumbo dos-siete-uno y descended hasta que los árboles hagan cosquillas a la panza de vuestros aparatos. Tenemos que volar a ochocientos kilómetros por hora, con lo que el contacto se establecerá dentro de poco más de dos minutos. Permaneced agrupados. Tendremos tiempo para un par de pasadas. Disparad y volved aquí. Hemos de tomar el vector Ressjuka dentro de quince minutos y no quiero dejar atrás a nadie. ¿Entendido?
Tyra recibió tres respuestas positivas. Levantó el ala izquierda de su Shilone y bajó el morro hacia el suelo. Observó su indicador de velocidad mientras el ala descendía como una roca hacia el planeta. Puso horizontales los vectores de impulso para contrarrestar la tendencia de la nave a cambiar de orientación en la atmósfera, y luego levantó el morro para transformar la caída en picado en un planeo que la hizo volar a gran velocidad por encima de la superficie del planeta.
Una vez que hubo terminado la maniobra de descenso, Tyra activó el sistema de orientación de Nape. El Shilone recorrió quinientos metros bajo control del ordenador sobre el paisaje que se extendía por debajo como una manta arrugada. Los bosques se convirtieron en una mancha verde que parecía extenderse sin límites, salvo cuando el ordenador la hacía oscilar sobre alguna estribación gris. Incluso dentro de los confines de su carlinga y su neurocasco, pudo oír el rugido del viento. Aquel sonido le hizo latir el corazón más deprisa.
Cuando pasó sobre la última cordillera y descendió al valle de Asgard, Tyra desactivó el ordenador de Nape y encendió el sistema táctico. Una vez más, una imagen holográfica que representaba el campo de batalla rellenó el espacio que la separaba del panel de instrumentos. La luz de localización de blancos apareció en su visor y los brazos de la silla giraron hasta llenarle las manos de disparadores. Se activaron todos los sistemas de armas, que indicaron que estaban operativos al ciento por ciento.
—Nik, tú y yo iremos primero. Val Tres y Cuatro, quedaos atrás y seguidnos.
Tyra mantuvo las manos quietas sobre los disparadores mientras el Shilone planeaba como un halcón sobre la pradera. Descendió a veinticinco metros del suelo, volando más por intuición que por un proceso consciente. El neurocasco permitía a la nave utilizar el sentido de movimiento de su piloto para seguir deslizándose sobre la dorada alfombra de hierba del valle. Entonces, de repente, unos blancos aparecieron en la pantalla holográfica a más de tres mil metros de distancia.
A ochocientos kilómetros por hora, el alcance máximo pasaba a ser distancia corta en un parpadeo, pero aquello apenas importaba. Tyra pulsó los botones de disparo de los tres láseres. Los rayos de color rubí barrieron los 'Mechs apiñados en la superficie, evaporaron fragmentos de blindaje y quemaron áreas de hierba. Tyra levantó el morro del Shilone y disparó una andanada de misiles de corto alcance del arco trasero. Cuando los proyectiles explotaron entre los 'Mechs, hizo girar el caza y salió del radio de alcance de sus enemigos.
—¡Estupendo, Tyra! —exclamó Anika con entusiasmo—. No nos esperaban y no han tenido tiempo de rastrearnos. Les hemos arrancado un poco de blindaje, pero todavía se dirigen hacia Asgard.
Tyra equilibró la nave a un kilómetro de distancia y giró para observar cómo Karl Niemi y Marnie Ingstad hacían sus pasadas. Ambos cazas Slayer volaron sobre el terreno como buitres revoloteando sobre un cadáver, y los rayos láser atravesaron la nube de humo y cenizas que rodeaba a los invasores. A causa del humo, Tyra no podía ver con claridad los daños causados, pero una bola dorada de fuego que salía entre el humo le indicó que por lo menos habían explotado los motores de fusión de uno de los invasores.
Cuando ambos cazas se elevaron y salieron de la humareda, Tyra abrió el canal de radio con ellos.
—¡Buen disparo! Nik, trayectoria cruzada a cero coma uno klicks. Tres y Cuatro, fijad una trayectoria similar, pero rotad treinta grados. ¡Vamos allá!
El caza de Anika salió de su posición junto al ala izquierda de Tyra y giró en espiral hasta quedar medio kilómetro por debajo y desplazándose a estribor. Tyra bajó el morro del Shilone y comenzó un lento viraje a la izquierda. Cuando estuvo a noventa grados del ángulo de ataque de Anika, equilibró la nave y se acercó a quinientos metros.
Disparó una andanada de MLA para anunciar su llegada. Los invasores replicaron siguiendo la misma trayectoria que los misiles, pero Tyra había acortado tanta distancia en tan poco tiempo que sus disparos de contraataque pasaron por debajo de ella. Mientras dos de los invasores se daban cuenta de su error y empezaban a corregir la puntería, ella comenzó su vuelo de ametrallamiento. Mantuvo el pulgar apretado sobre el botón de disparo y cerró los dos primeros dedos de la mano izquierda sobre los botones que había debajo. Sendos rayos láser atravesaron la humareda y unas explosiones le indicaron que había encontrado blancos vulnerables entre el grupo de enemigos.
Dos segundos después, mientras elevaba el morro del Shilone y los invasores comenzaban a rastrear la nave, Anika disparó entre el humo en ángulo recto respecto a la trayectoria de ataque de Tyra. Su barrido de fuego de láser causó mucha confusión entre los MechWarriors que intentaban derribar a Tyra. Entonces, mientras maniobraban para matar a Anika, los dos Slayers hicieron sus pasadas. Tras una docena de pulsaciones, el grupo de vuelo Valquiria volvió a formarse, entero e intacto, a ochocientos metros de distancia y se dirigió hacia el este.
Tyra conectó la radio en frecuencia taccomm, pero dejó la línea abierta para que el resto del grupo oyera lo que estaba diciendo.
—Taccomm, el Grupo de Vuelo Valquiria confirma contacto en dirección dos-siete-uno. Hemos desenrollado la alfombra de bienvenida y les hemos enseñado lo que piensa la República de ellos.
—Muy agradecidos, Grupo Val —respondió el con— trolador de vuelo con una risa débil—. El overste Siggurson quiere saber qué les ha hecho pensar que podían transgredir sus órdenes.
—Dígale que nuestra mala leche —replicó Tyra, entornando los ojos, y miró la pantalla del ordenador de navegación—. Grupo Valquiria en dirección cero-ocho-nueve hacia el vector de salida Ressjuta. Que les den por el saco.
—Recibido, Val jefe. Haremos que os sintáis orgullosos. Rasalhague, corto.
Capítulo 29
Reykjavik, Estado de Islandia
Rasalhague, Provincia de Rasalhague
República Libre de Rasalhague
17 de julio de 3050
Volutas de humo serpenteaban por las calles, desde pequeñas hogueras y a través de los vacíos esqueletos de los edificios. Ladrillos y escombros yacían helados bajo la luz del alba. El color de los ladrillos recordó a Phelan la sangre seca, y los escombros grises las cenizas que veía por todas partes. ¡Dios mío, han tenido que combatir casa por casa en la ciudad!
El MechWarrior cautivo iba un paso o dos por detrás de Ulric. La coronel estelar Lara guiaba al Khan y su entorno por la capital conquistada. Iba a la derecha de Ulric, mientras que el Capiscol Marcial había aceptado un lugar de honor a su izquierda. Una docena de gigantescos Elementales formaban una bolsa protectora alrededor de los visitantes, aunque sólo dos de ellos llevaban su armadura metálica. Además de Phelan, seguían a los líderes varios MechWarriors del Clan, incluido el pretencioso Vlad.
Lara señaló un semicírculo de edificios que delimitaban el perímetro de la destrucción.
—Los Drakons mantuvieron sus últimas posiciones defensivas en esta área. No habíamos planeado una destrucción tan grande, pero la estrechez de las calles complicó las cosas. Y muchos de los nuestros querían acabar con esto tras la incursión que hicieron sus cazas cerca de Asgard.
Phelan oía las palabras, pero no podía encontrar la relación entre lo que decía y la escena que tenía ante sí. Aquellos edificios no habían sido sólo destruidos. Más bien parecían como plantas que hubiesen muerto de podredumbre. Lo que habían sido puntiagudos ángulos se habían fundido hasta convertirse en curvas. Los edificios se habían hundido sobre sí mismos, con los muros derretidos por los láseres y los rayos de partículas. Ennegrecidos por el fuego y manchados de rojo allí donde los ladrillos fundidos se habían derramado sobre la superficie, parecían hongos fláccidos y marchitos bajo el sol.
¡Y ni siquiera eran los blancos previstos! Los restos de 'Mechs de los Drakons que aún eran visibles le parecían a Phelan demasiado escasos para un gran campo de batalla. He visto el final de una docena de batallas, pero esta escena parece un vertedero de escombros. Las mayores concentraciones de restos de 'Mechs eran pequeños tugurios construidos por los refugiados, utilizando fragmentos de blindaje como paredes y techos para protegerse del intenso frío de la noche. Más allá, el desnudo esqueleto de una mano de 'Mech apuntando hacia el norte era el único indicio real de que unos 'Mechs habían combatido y habían sido destruidos en aquel lugar.
—¿Ha sobrevivido algún piloto de los Drakens, quiaf? —preguntó el Capiscol Marcial, diciendo en voz alta la pregunta que bailaba en la mente de Phelan.
—Afirmativo —contestó Lara—. La mayoría, de hecho. Decidimos enseguida que lo mejor sería establecer nuestras fuerzas de ocupación en cooperación con los Drakens, que serán nuestros embajadores ante el pueblo de Rasalhague. —Sonrió a Focht y añadió—: Por supuesto, trabajaremos utilizando los buenos oficios de ComStar, como siempre, para facilitar la reestructuración de la sociedad.
Phelan vio al otro lado de la calle a un pequeño grupo de gente junto a una hoguera, en el interior de un viejo tanque petroquímico. Sus ropas de vagabundos contrastaban de manera chocante con el mono de color verde y la chaqueta sintética que él llevaba. A través de orificios en los pantalones y quemaduras en los abrigos, vio que la mayoría llevaba varias capas de harapos para resguardarse del frío. La expresión atemorizada de sus ojos revelaba su hambre y su desesperación.
—Perdone mi presunción, coronel estelar —se atrevió a decir Phelan—, pero ¿qué medidas se han tomado respecto a las personas cuyo hogar ha sido destruido?
Lara iba a responder, pero antes miró a Ulric, quien hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza.
—Hemos dado albergue a la inmensa mayoría de estas personas en el lado occidental de la ciudad. Las instalaciones que utilizamos no están aún en buen estado, pero son adecuadas hasta que podamos reconstruir algunos edificios. —La mujer del Clan señaló a la gente apiñada cerca de las ruinas—. Esas personas se han negado a presentarse en las instalaciones y, por lo tanto, no reciben ayuda.
De pronto, Phelan recordó un fragmento de información. Campamentos en el lado occidental de Reykjavik... ¿No está eso descrito en El Precio Sangriento de la Libertad, de Misha Auburn?
—Se refiere a los cuarteles de Kempei Tai, al otro lado del río Oslo, ¿quineg?
—Af. Creo que ese nombre está asociado al lugar.
Phelan no hizo el menor esfuerzo por disimular su asombro.
—Los cuarteles de Kempei Tai eran un centro de reeducación de la FIS, la policía secreta de Kurita, antes de que Rasalhague alcanzase la independencia. La República Libre los conservó como recuerdo de la crueldad humana. Una cuarta parte de las personas que fueron enviadas allí no salieron con vida. ¿Les extraña que estas personas se nieguen a ser amontonadas allí?
Antes de que Lara pudiese preparar una respuesta, otro incidente llamó la atención del grupo. Mientras todos los que rodeaban al Khan estaban distraídos por la discusión, se acercó al grupo uno de los refugiados, un hombre anciano vestido con harapos, que olía a sudor y con el rostro y la ropa manchados de hollín.
—Por favor, señor, tiene que ayudarnos... —dijo al Khan, tirándple de la ropa.
Vlad se abalanzó sobre el vagabundo y lo apartó a un lado de una bofetada. El refugiado se apartó tambaleándose y rodó torpemente hasta quedar acurrucado. Aunque tenía las manos levantadas y la cabeza gacha en señal de sumisión, el MechWarrior del Clan siguió acercándose. Le dio un fuerte puntapié en el pecho que levantó al hombre del suelo y lo hizo caer de espaldas un par de metros más allá. El refugiado, aturdido y con los brazos y piernas abiertos, no ofrecía ninguna resistencia ni representaba ninguna amenaza, pero eso no frenó a Vlad.
—¡Va a matar a ese anciano! —dijo Phelan al Khan, sujetándolo—. ¡Tiene que detenerlo!
—¿Tengo que hacerlo? —preguntó Ulric, cuya mirada acerada impresionó al Demonio de Kell.
—Hicimos un trato —le recordó el mercenario, con los ojos brillantes de indignación—. ¡Se suponía que en todo esto se vertería el mínimo de sangre!
Ulric se volvió y contempló a Vlad, que estaba golpeando al mendigo.
—Si lo afecta, encárguese usted mismo.
Como un perro salvaje liberado de sus cadenas, Phelan echó a correr y sujetó la muñeca de Vlad con la zurda, deteniendo el puño ensangrentado en el punto más alto de su trayectoria. Antes de que Vlad pudiese liberar la mano de la melena plateada del viejo, el mercenario le dio un puñetazo en las costillas. Luego soltó el puño izquierdo de Vlad y a continuación hundió el suyo en su estómago. Vlad bajó el brazo para cubrirse el costado y el vientre, mas eso no le sirvió de ayuda. El puño derecho de Phelan voló por encima del hombro de Vlad y le giró la cabeza con un golpe seco en la mandíbula.
Mientras Vlad caía sobre el pavimento, Phelan sintió unas manos gigantescas sobre sus hombros. Sin pensarlo, hundió el codo derecho en el estómago de su nuevo oponente. Sin embargo, los músculos del desconocido atacante, duros como piedras, apenas si cedieron y las manos apretaron con más fuerza. El mercenario lanzó el puño derecho hacia arriba en un gancho corto y golpeó unos labios gruesos contra los dientes. Al mismo tiempo giró a la derecha y se liberó de las manos que lo tenían sujeto. Bajó la mano derecha y volvió a lanzar el puño. La Elemental que estaba frente a él recibió el impacto en la barbilla. A Evantha le brillaron los ojos y cayó de espaldas.
Un puño derecho descargó sobre la mejilla izquierda de Phelan, pero él ya había empezado a apartar la cara, por lo que el efecto del golpe se redujo. Entonces Phelan lanzó el puño derecho y golpeó a Vlad en el estómago. El puñetazo hizo gruñir al miembro del Clan y lo paró en seco. Vlad levantó de nuevo el puño, pero Phelan lo apartó lejos de su rostro con un movimiento de su mano izquierda. A continuación, el mercenario le dio un gancho con la diestra con toda su fuerza, que le rompió la nariz a Vlad con un crujido. Sus piernas se convirtieron en agua y se desplomó.
Phelan giró sobre el pie derecho y miró a la gente del Clan. A su izquierda, Evantha comenzaba a moverse, pero a su derecha sólo el movimiento rítmico del pecho de Vlad y el hilo de sangre que le manaba de la nariz indicaban que seguía vivo. Con los pulmones doloridos e inspirando con fuerza el frío aire entre los dientes apretados, el mercenario examinó los resultados de la pelea.
—Ha sido detenido, mi Khan —informó.
—Así es —respondió Ulric, sin que su expresión revelase ningún sentimiento.
Phelan paseó la mirada por el resto de los miembros del Clan con expresión desafiante. Un par de soldados de infantería le devolvieron la mirada, mas luego inclinaron la cabeza como en un saludo silencioso y desviaron la mirada mientras su camarada gemía de dolor. Por unos momentos, su reacción sorprendió a Phelan; entonces descubrió el millar de significados de aquel simple gesto. En su sociedad militar, lo que he hecho es poco menos que un milagro. Que yo venza a otro MechWarrior entra dentro de lo posible porque eso es lo que soy. Pero derrotar a alguien experto en combate mano a mano, eso es realmente especial. No les importa que la pillase por sorpresa: fue un error suyo por subestimarme. A sus ojos, eso no disminuye lo que deben de considerar como una increíble victoria.
Flexionó los dedos y controló la respiración. Sintió que los músculos comenzaban a temblarle a medida que la adrenalina se esparcía. Hizo una profunda inclinación, lo más semejante al estilo kuritano de lo que había aprendido en su período de convivencia con los Clanes, y se dirigió al Khan.
—Solicito, mi Señor, permiso para llevar a este hombre con los suyos.
—Sabe que nos marcharemos de aquí una hora antes del anochecer, aproximadamente a las dieciocho, hora local, ¿quiaf? —dijo el Khan, entornando los ojos. El Demonio de Kell asintió con solemnidad.
—Sabe que estaré allí —respondió. Siempre probándome, ¿quiaf? ¿Qué es lo que quiere de mí? Le he dado mi palabra de que no huiré ni revelaré sus secretos.
—Nunca lo dudé —replicó Ulric con una sonrisa lobuna. Se desabrochó su pesado reloj de acero y lo arrojó a Phelan—. Aquí tiene. Esto le evitará llegar tarde.
El mercenario lo atrapó en el aire y se lo puso en la muñeca izquierda.
—Gracias —dijo.
El Khan asintió con la cabeza.
—Usted es mi enviado personal ante este hombre y su pueblo, Phelan. Convénzalos de que los tiempos pasados han terminado. Anímelos a ir a los campamentos para poder reconstruir sus casas. Es por su bien.
Phelan se quedó mirando al Khan y quienes lo rodeaban mientras se alejaban, incluidos los dos Elementales que sostenían a Vlad y a Evantha. No lo entiendo, Ulric, Khan del Clan de los Lobos. Y eso me asusta. Pero aún me asusta más la sensación de que, dentro de poco, lo entenderé mucho mejor de lo que cualquiera de nosotros se atrevería a pensar.
★ ★ ★
El monumento de acero, que representaba un ancla, contra el que Phelan se apoyó estaba frío, pero no lo notó. Estaba contemplando el ancho río Oslo. Unas gaviotas de río, con el cuerpo de color rojo sangre y las alas negras, volaban y chillaban sobre su cabeza. Quería tirarles una piedra para ahuyentarlas, pero no encontró las fuerzas para hacerlo.
—¿Qué sucede, Phelan?
Ranna lo sobresaltó al apretarle el hombro por detrás.
—No eres fácil de encontrar. Dudo que lo hubiese hecho si esa familia que llevaste al centro de refugiados no hubiera hecho un comentario.
—Supongo que no quería que me encontrasen... No ahora —contestó Phelan.
Ranna retrocedió, pero él alargó la mano y le asió la suya.
—No, no quería decir eso. Sólo es que...
Ranna se sentó a su lado en la base del monumento en forma de ancla. El gélido aire daba un tono sonrosado a sus mejillas y le había enfriado las manos. Dejó que él le tomara las manos con las suyas para calentárselas y sonrió.
—No tienes que hablar si no quieres.
Phelan se mordisqueó el labio y negó con la cabeza.
—No dejo de pensar en el viejo y su familia —dijo—. Cuando lo ayudé a incorporarse, me miró como si fuese Jesucristo en su segunda venida. Balbuceó unas palabras en su lengua sueconesa, mientras yo sólo sonreía y lo acompañaba al lugar donde su familia se calentaba junto a un Riego. Su hijo, que era por lo menos diez años mayor que yo, me trató como si fuese su amo. Me tradujo lo que decía su padre acerca de la pelea, y por sus palabras parecía como si hubiese vencido a todo un regimiento de 'Mechs... un Núcleo, según vuestra clasificación.
—Si oyeses a los de infantería, hiciste más que eso —señaló Ranna con una expresión maliciosa en sus azules ojos.
Su comentario animó por unos momentos la amarga expresión de Phelan, pero no lo apartó de sus pensamientos.
—Mientras me elogiaban, no podía pensar en otra cosa que en cómo había vendido este planeta a Ulric. Le di las herramientas para vencer a Bjorn.
—Y eso ayudó a esas personas más de lo que crees, Phelan. Los Osos Fantasmales habrían hecho bombardeos masivos contra las posiciones de los Drakons en la ciudad, y sus pilotos creen que la cantidad es superior a la calidad a la hora de atacar al enemigo.
—¡Ya lo sé, maldición! Pero eso no evita que me sienta como un Judas —repuso, y se volvió para mirarla a los ojos—. Cuando alguien escriba la historia de la conquista de Rasalhague, seré calificado como de la misma calaña que Stefan Amaris, el Usurpador.
Ranna apartó las manos con un gesto brusco.
—No digas eso. No eres ningún Judas, y desde luego no eres como Amaris. Tu motivo no era la codicia personal. —Señaló con el dedo hacia la sección quemada de la ciudad y prosiguió—: Te abalanzaste sobre un guerrero entrenado para defender a un inocente. Muchos refugiados vieron lo que hiciste y muchos te siguieron cuando condujiste a la familia de aquel hombre al refugio. El riesgo que corriste consiguió que aquellas personas, por lo menos, pasen la noche bajo techo. También tendrán alimentos y pronto reconstruirán sus casas.
Ranna levantó la cabeza para mirarlo a los ojos y continuó:
—Lo que les pasó a esas personas les habría ocurrido en cualquier caso, con tu ayuda o sin ella. Salvo para aquellos a quienes elijamos para unirse a nosotros, aquí la vida volverá a la normalidad.
—Hablas como si ser un sirviente fuese un honor... —dijo Phelan, apartando la mirada.
Ranna inspiró hondo y exhaló poco a poco con una tenue voluta de vapor blanco.
—Hay muchas cosas que no conoces sobre nosotros porque sólo tienes contacto con una parte de nuestra sociedad. Sólo ves la esfera militar, porque somos la vanguardia de los Clanes. No puedo explicártelo todo ahora, pero tienes razón: ser un sirviente es un honor. Los capturados son seleccionados para unirse a nuestro Clan, y ése es uno de los mayores honores que una persona puede conocer en su vida.
—Pero me he unido al Clan de los Lobos como un mueble, no como una persona —replicó Phelan, frunciendo el entrecejo.
—No lo entiendes... Lo único que importa es que formas parte del Clan de los Lobos —repuso ella, apretando los puños con frustración.
Al ver que la discusión iba a continuar en círculos, Phelan volvió a tomarla de las manos.
—No quiero pelear contigo, Ranna —dijo, y se encogió de hombros con timidez—. Tal vez sólo siento nostalgia de mi hogar, después de casi un año metido en Naves de Salto y de Descenso. Tener un suelo bajo los pies y sentir auténtica gravedad... Incluso las gaviotas, con su colores rojo y negro, me hacen pensar en mi unidad. —Apartó la mirada y contempló las aguas del río—. Me siento muy solo.
Ranna sujetó a Phelan por las muñecas y lo obligó a incorporarse.
—Mientras yo esté aquí, Phelan Kell, jamás estarás solo. Como comandante estelar, se me ha concedido una habitación en el hotel Copenhague. Ven a compartirla conmigo y déjame que te enseñe que realmente tienes un hogar en el Cían de los Lobos.
Libro 4
La cabeza de la Bestia
Capítulo 30
Marshdale, Prefectura de Kagoshima
División Militar de Pesht, Condominio Draconis
21 de julio de 3050
Shin Yodama tiró de los extremos del fajín que llevaba ceñido a la cintura para alisarse la túnica acolchada. El estrépito del oleaje contra los riscos y los vientos que silbaban alrededor de la torre acentuaron la sensación de frío que le carcomía los huesos. ¡Y pensar que me convencí a mí mismo de soportar ocho semanas de viaje en una Nave de Salto porque creía que me esperaba un paraíso tropical a mi llegada! Desde luego, Marshdale no es eso. De haberlo sabido, quizás hubiera sugerido que continuásemos hasta Luthien, sin importar lo que dijesen las órdenes.
Marshdale era el octavo de los diez planetas del sistema y nunca pasaba lo bastante cerca de cualquiera de las dos estrellas de aquel sistema binario como para llegar a calentarse. Las fuerzas gravitatorias, en cambio, comprimían o estiraban el planeta a intervalos regulares. Eso creaba una fricción entre las placas tectónicas que calentaban los océanos lo suficiente para mantener la vida y crear las nubes bajas que cubrían el planeta. Los terremotos, producidos como un efecto secundario de aquella tortura gravitatoria, exigían que todos los edificios fuesen enormes. No obstante, los temblores eran tan habituales que los residentes más o menos permanentes hacían caso omiso de todos ellos salvo los más violentos.
Shin se apoyó en una pesada mesa de roble mientras el terreno se movía bajo sus pies. ¡Diablos!, incluso las sacudidas de una Nave de Descenso producidas por las turbulencias dan mayor sensación de estabilidad que este planeta. Cuando el temblor pasó, siguió aferrado a la mesa y, de pronto, se dio cuenta de lo cansado que estaba. Supongo que traer aquí a Hohiro y los informes me han tenido demasiado ocupado para ser consciente de lo cerca que he estado de caer exhausto. Me he estado poniendo muy al límite, a mí mismo y a mi suerte. También sé que no me gusta permanecer aquí en un virtual aislamiento. Y quiero saber qué es lo que ha sucedido con la invasión y qué ha pasado en Turtle Boy desde que escapamos.
Llamaron a la maciza puerta de madera.
—¡Adelante! —exclamó Shin en tono irritado. Al ver al hombre que cruzaba el umbral, Shin se quedó boquiabierto. Hizo una reverencia tan profunda que casi se golpeó la cabeza en la mesa, y permaneció indinado.
—¡Perdóneme, Gunji no Kanreü. No pretendía ser grosero —se excusó, y se incorporó poco a poco.
Theodore Kurita devolvió el saludo y cerró la puerta, que permaneció vigilada por dos hombres uniformados.
—No he oído ningún tono grosero, Shin Yodama. La puerta suprimió toda emoción de la palabra que dejó pasar al otro lado.
El nerviosismo de Shin comenzó a apaciguarse e intentó sonreír. Si hubiese utilizado ese tono con Takashi Kurita, lo habría lamentado; pero no es lo mismo con Theodore.
—Es usted muy amable, Alteza —dijo, y miró al suelo. No quería corregir su anterior error con una mirada que sería interpretada como un gesto de mala educación—. ¿Qué puede hacer por usted este humilde siervo?
El heredero del Dragón sonrió. De repente, pareció muy joven. Sólo la cicatriz que cruzaba su ceja izquierda y las arrugas que asomaban en las comisuras de los ojos insinuaban sus cincuenta y tres años. Aparte de aquellos minúsculos indicios, aquel hombre alto y delgado podía pasar por un MechWarrior con la mitad de su edad.
El Kanrei señaló una silla e hizo una seña a Shin de que tomase asiento.
—Usted me ha servido con mayor fidelidad que muchos de los guerreros que están a mi servicio —dijo, y se llevó la mano a la cicatriz de la ceja—. Ha estado conmigo tanto tiempo como esta cicatriz. Marfik, Najha, y ahora Turtle Bay. Ha hecho suficientes cosas en cualquiera de esos lugares para dejar satisfecha a la mayoría de las personas durante toda su vida. Y ahora ha salvado a mi hijo.
El yakuza negó con la cabeza.
—Perdóneme, Kanrei, pero sólo he cumplido con mi deber. Salvé a mi comandante en jefe, que es lo que cualquier otro habría hecho en las mismas circunstancias y con los mismos recursos. Los elogios y los agradecimientos deben ir dirigidos al oyabun de los Ryugawa-gumi en Edo. Sin él, tanto Hohiro-sama como yo estaríamos muertos.
Una sombra pareció cubrir el rostro de Theodore.
—Lo haría, si fuese posible. Por desgracia, la ciudad de Edo fue arrasada por un bombardeo planetario. Los Jaguares de Humo decidieron que, si no podían controlar a la población, la eliminarían. Todo ha desaparecido.
Shin vio en su imaginación cómo se evaporaba el castillo del Viejo entre una oleada de fuego y sintió náuseas.
—¿Cómo han podido hacerlo? ¿Cómo han podido destruir una ciudad?
—No lo sé —respondió el Kanrei, cerrando los ojos—. Mis fuentes dicen que el comandante de los Jaguares era muy arrogante y quería dar un ejemplo con Edo.
—Yo puedo confirmar su arrogancia —dijo Shin—. Quizá los informadores ya le hayan contado que presencié la destrucción de una cabaña para que la gente entregase a un terrorista a los invasores. Cuando un monje budista confesó el delito de haber puesto una bomba, lo mataron y se fueron. Parecían preocupados por la pérdida innecesaria de vidas, pero es evidente que mi juicio sobre ellos estaba equivocado, puesto que han destruido Edo.
—Al parecer, los Ryugawa-gumi hacían que la vida fuese muy desagradable para las tropas de la guarnición, en cuanto las fuerzas de vanguardia se marcharon en pos de nuevas conquistas. En lugar de volver a enviar las tropas de elite para restaurar el orden, utilizaron su flota orbital para destruir Edo y, al mismo tiempo, transmitir las imágenes de su destrucción a los otros grandes centros urbanos del planeta. —El Kanrei tragó saliva y añadió—: Como puede imaginar, la resistencia terminó al día siguiente.
»Lo que acabo de decirle es, por supuesto, estrictamente confidencial. Le he contado estas cosas porque sé que es el hombre más fiable. También pensé que le debía una explicación acerca de los Ryugawa-gumi.
—Gracias, Kanrei. Me siento honrado por su confianza.
El Kanrei juntó las manos a la espalda y escrutó a Shin.
—Si estuviera en mis manos, le concedería cualquier deseo como recompensa por rescatar a mi hijo de semejante peligro. No obstante, dado que Hohiro y usted son nuestras únicas fuentes de información de primera mano sobre este enemigo, debo pedirle que siga ofreciéndome sus servicios en esta crisis. También quiero que perdone esta aparente ingratitud.
—La única recompensa que deseo —respondió Shin con una cálida sonrisa— es tener la oportunidad de servirle. Sus necesidades y mis deseos son una misma cosa.
El Kanrei inclinó la cabeza.
—Venga. Los otros ya han llegado y discutiremos la estrategia.
Theodore y Shin atravesaron los oscuros pasillos del castillo detrás de los guardias, cuyos tacones repicaban contra las frías piedras de los corredores arqueados. El castillo, que se había construido con materiales del mismo planeta como una copia exacta de una antigua estructura de la Tierra, tenía un aire triste y sombrió a ojos de Shin.
Hace milenios, los caballeros europeos caminaban con sus armaduras por pasillos iguales que éstos, para preparar batallas y elaborar grandiosas estrategias. Ahora, muchos siglos después, nosotros hacemos lo mismo. La única diferencia es que nuestra armadura ha crecido demasiado para que pueda pasar por esta estructura. ¿Los moros invasores parecían tan incontenibles a los caballeros de Castilla como estos Clanes nos parecen a nosotros?
El Kanrei y Shin llegaron a una ancha escalera curva y descendieron a una sala mejor iluminada. Frente a la escalera, unas rugientes llamas ardían en el hogar, que a Shin le pareció más grande que su propia habitación. Dos mesas de madera de roble curada flanqueaban una pantalla holográfica. Había unos técnicos sentados ante las terminales de la unidad, mientras que un grupo de oficiales estaba reunido alrededor de las mesas.
¡Por los espíritus de mis antepasados! Es una colección increíble de líderes militares. Si los Clanes atacasen este lugar, decapitarían el Condominio de un solo golpe. Aunque Shin podía identificar las unidades y los rangos gracias a las insignias de los uniformes, sólo reconoció a un oficial aparte de Theodore y Hohiro. No había forma de que él o su unidad permaneciesen al margen de esto, gracias a los dioses.
El oficial estaba sentado junto al extremo de la mesa hacia la que se dirigía el Kanrei. De complexión ligera y más pequeña que la media, el MechWarrior poseía tanto carisma que varios de los oficiales menos seguros de sí mismos le lanzaban miradas de vez en cuando, o se comportaban como si sus ojos escaldasen. El hombre saludó a Theodore con un movimiento de cabeza.
Narimasa Asano, líder de la Genyosha. Shin miró las tres barras de la insignia del cuello de Asano. Entonces, es verdad que ha negado toda promoción por encima del rango de tai-sa, a pesar de que la Genyosha tiene ahora dos regimientos completos. Se dice que es su gesto de respeto por el hombre que formó la unidad, Yorinaga Kurita. Pero también he oído que lo ha hecho para igualar la Genyosha a los Demonios de Kell. En cualquier caso, me alegra tener con nosotros a los guerreros del Océano Negro.
Theodore invitó a Shin a tomar asiento junto a Hohiro y comenzó su informe.
—Quiero asegurarme de que todos nosotros estamos al corriente de los hechos. Por tanto, permítanme que explique la situación tal como yo la veo. En su última ofensiva, que hemos llamado «Tercera oleada», los Jaguares de Humo han atacado seis de nuestros planetas. Son: Jeanette, Chupadero, Kabah, Coudoux, Hanover y Albiero. Por su parte, los Osos Fantasmales han atacado Schuyler. También tenemos informes no confirmados de nuestros agentes en la República de Rasalhague de que los Clanes han conquistado allí un número significativo de mundos, incluida la capital.
Shin sintió como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el estómago. ¡Los Clanes han conquistado Rasalhague! Si ellos pueden reunir la fuerza necesaria para tomar una capital, ¿seremos capaces de reunir el poderío para defender la nuestra? Echó un vistazo al mapa del Condominio Draconis que uno de los techs había hecho aparecer en la pantalla y vio que la cuña de los planetas sometidos al ataque de los Jaguares de Humo, que se extendía hasta la Tierra y más allá, incluía a Luthien.
El Kanrei dejó que la caída de Rasalhague calara en los presentes durante unos momentos antes de continuar.
—Lo único bueno de todo esto es que nuestra estimación de los recursos de los Osos Fantasmales y la potencia de fuego que utilizaron para tomar Schuyler indica que no participaron en la conquista de Rasalhague. Aunque Schuyler es el primero de nuestros mundos que el Clan ha conquistado, no debemos temer, por lo menos a corto plazo, que los recursos de las factorías de armas de Nueva Oslo se vuelvan contra nosotros.
—Kanrei, ¿alguien ha conseguido identificar a estos Clanes? —preguntó Hohiro a su padre.
—No —respondió Theodore—. Sus identidades siguen siendo un misterio. Se han presentado varias teorías, pero ninguna de ellas parece satisfactoria. Se especula que su manejo de los BattleMechs revela que son el ejército de la Liga Estelar que ha regresado. Esta teoría debe contrastarse con la realidad de esos BattleMechs, que son más sofisticados que los conocidos en la era de la Liga Estelar. Y también cabe preguntarse: si los invasores son descendientes de las fuerzas de Kerensky, ¿por qué están atacando los Estados Sucesores?
»Tal como hemos visto —prosiguió—, los Clanes atacan con violencia y se mueven con rapidez. Muchos creen que son sólo la vanguardia de una migración en masa a los Estados Sucesores. Algo así como las invasiones bárbaras que barrieron algunas regiones de la Tierra hace dos milenios.
»Mucho antes de que Stefan Amaris asesinara al último Primer Señor de la Liga Estelar, la Esfera Interior ya estaba rodeada de reinos de la Periferia. A veces, los conocíamos por accidente. Por tanto, es posible que ya existiesen una o más naciones más allá de los reinos que conocemos. La idea de que un líder creado según el molde de Gengis Khan podría unir o conquistar una legión de pequeños estados, y forjar con ellos un ejército capaz de invadir la Esfera Interior, no parece muy descabellada. Por lo menos, sugiere un origen humano de las hordas que nos invaden, lo cual me parece preferible a cualquier explicación referida a alienígenas.
—¿Y si los invasores son otra forma de vida inteligente? —inquirió Shin.
El Kanrei sonrió con cautela.
—En tal caso, me tranquiliza pensar que usted, en su ataque a Kurushiiyama, consiguiera matar a algunos de ellos. —Paseó la mirada por los demás hombres presentes en la sala y añadió—: Eso no es más que un ejemplo, que demuestra que nuestros enemigos son vulnerables a nuestras armas. Mueren igual que nosotros.
Theodore lanzó una mirada a uno de los techs, que pulsó un par de teclas y cambió la imagen de la pantalla por dos imágenes paralelas de Hanover y Albiero.
—Las guarniciones de Hanover y Albiero recibieron unas órdenes de enfrentarse a los invasores que eran diferentes de las normas de combate que habíamos seguido en el pasado. Cuando los invasores preguntaron a los jefes de nuestras guarniciones cuántas unidades utilizarían en su defensa, nuestros oficiales se negaron a darles ninguna información o, según nuestra tradición, les proporcionaron un informe completo y detallado de fa orgullosa historia de la unidad. En ambos casos, los Jaguares de Humo llegaron con las fuerzas suficientes para derrotar a nuestras tropas en un plazo corto de tiempo. Las únicas unidades que tuvieron una actuación superior a la norma fueron unos regimientos recién formados cuyo historial no reflejaba la calidad de los MechWarriors que los componían.
Theoiaore miró a Asano y continuó:
—Esas unidades fueron creadas y entrenadas según el modelo de la Genyosha y la Ryuken. Sus comandantes evitaron las batallas feroces cara a cara que los Jaguares de Humo deseaban, y prefirieron algo más semejante a la táctica de ataque y retirada de los bandidos. Aunque nuestras fuerzas acabaron por sucumbir, en parte debido a problemas de suministros, su táctica consiguió reducir la ventaja en el alcance de disparo que los invasores tienen sobre nosotros.
Hubo algo en la explicación de Theodore que llamó la atención de Shin. Cuando los Jaguares de Humo entraron en Uramachi buscando a Motochika, aceptaron sin rechistar la confesión del monje de que había sido él quien había puesto la bomba. No parecieron estudiar siquiera la posibilidad de que estuviese mintiendo.
—Perdóneme por interrumpir —dijo—, pero, por lo que dice, los invasores preguntan qué fuerzas se utilizarán para defender un planeta. Aceptan la información como correcta y actúan respecto a ella, ¿No quiere eso decir que podrían subestimar con facilidad unas unidades desconocidas y que no han sido puestas a prueba?
Parece formar parte de su arrogancia, como en el caso del monje que se inculpó para salvar la vida a otros.
—Ése es el punto que iba a exponer —confirmó el Kanrei, lo que hizo sonrojarse a Shin—. Como el chusa Yodama ha señalado, los Jaguares parecen ser ingenuos cuando solicitan información. No esperan que se los engañe. Sería deshonroso mentirles, pero hace poco tiempo tuve la ocasión de cambiar los nombres y las designaciones de las unidades de las tropas de Hanover y Albiero. Permití a los comandantes de esas guarniciones que proporcionasen historiales de sus unidades que incluyesen acciones sólo bajo los nuevos nombres. Esto puede haber contribuido a la confusión de los invasores respecto a cuáles eran las unidades veteranas y cuáles eran las novatas.
Shin estaba escuchando con tanta atención los razonamientos de Theodore, que al principio no notó el rango que había utilizado para dirigirse a él. Entonces, de pronto, la palabra asomó a su conciencia. ¡Chu-sa! ¡Teniente coronel! Debe de haber sido un error. Un salto de dos rangos... ¡Es imposible!
Theodore miró a Shin y dijo:
—Sí, chu-sa Yodama, ha sido ascendido. Su superior recomendó el ascenso y yo no quiero a nadie por debajo del rango de chu-sa sirviendo en mi equipo. Espero que mi necesidad y su deseo sigan siendo una misma cosa, pues debemos trabajar juntos para detener a los invasores.
Sus palabras dejaron sin aliento a Shin. He sido ascendido muy por encima de mi posición social. Que Amida me di la capacidad de ser útil y la sabiduría de saber cuándo ha llegado mi momento.
—Cumpliré su voluntad o moriré en el intento, Kanrei —respondió.
—Bien —dijo el Kanrei, e hizo un gesto para indicar un gráfico que mostraba las fuerzas de las tropas y la cantidad de pérdidas—. En Hanover, las cosas nos fueron bien de una forma excepcional. Nuestras, fuerzas, que utilizaban reservas de suministros que tenían escondidas en las montañas Columna del Mundo, fueron capaces de oponerse a los Jaguares de Humo con gran eficacia. Sucumbieron cuando los invasores trajeron refuerzos y atacaron por el otro flanco a nuestros hombres. La batalla, que se libró en medio de una tempestad de nieve, causó muchas bajas en ambos bandos. Nuestro comandante en jefe sólo se rindió cuando el enemigo aceptó tratar a sus guerreros de forma honorable.
Otro informe de bajas sustituyó al primero. A diferencia del que lo había precedido, la columna de bajas de las fuerzas del Condominio era muchísimo mayor que la de los invasores.
—La batalla de Hanover terminó unas doce horas antes de que comenzase el ataque a Albiero. Los Jaguares de Humo llevaron un poco más de material del esperado y consiguieron localizar los almacenes de suministros de nuestras tropas. Una emboscada en uno de esos emplazamientos destruyó la compañía de mando del regimiento, lo cual condujo al colapso de la resistencia. No obstante, algunas unidades siguen realizando acciones guerrilleras, que dificultan la pacificación total del planeta.
—Si tuvieron noticias en doce horas —dijo Narima-sa Asano con cautela—, o bien los Clanes utilizan a ComStar para sus comunicaciones, o disponen de tecnología de HiperPulsación. No existe otra forma de que un mensaje viaje tan deprisa entre unas estrellas que están a quince años-luz de distancia entre sí, a menos que utilicen una Nave de Salto para enviar el mensaje.
—No se utilizó ninguna Nave de Salto —repuso Theodore, negando con la cabeza—. Como no podemos descartar que ComStar esté envuelta en todo este asunto, todas las operaciones irán ahora en sobres sellados. Creo que el hecho de que el enemigo tenga sus propios Generadores de HiperPulsación es una solución más sencilla del misterior. Sería una gran ventaja capturar uno de ellos, así como tener los medios para manejarlo, pero eso sólo puede suceder después de que hayamos derrotado al enemigo. Y lo derrotaremos.
El Kanrei sonrió con orgullo y continuó:
—Al ritmo en que se están produciendo las oleadas de ataques, disponemos ahora de unos dos meses antes de su próximo movimiento. Eso nos da el tiempo que necesitamos para preparar la Operación Sakkaku, Ilusión. Reuniremos a nuestras mejores unidades de élite bajo nuevos nombres en Wolcott, un planeta que sin duda atacarán en su próxima ofensiva. Prepararemos depósitos ocultos de suministros y ocuparemos los puntos más fáciles de defender. Estaremos listos para enfrentarnos a ellos.
—¿Cómo podemos saber que no adivinarán la trampa? —preguntó Shin, frunciendo el entrecejo—. ¿No se limitarán a pasar de largo de Wolcott, en favor de planetas con defensas más débiles?
El Kanrei miró a Shin con la mirada de un halcón.
—¡Oh, sabrán que es una trampa! Pero irán de todos modos. Cuando descubran nuestro señuelo, ellos mismos entrarán en la trampa. Recuerde lo arrogantes que son.
»Al fin y al cabo —añadió con una sonrisa astuta—, ¿cómo podrán resistirse a Wolcott cuando sepan que sus defensores están dirigidos por las dos personas que escaparon de sus garras en Turtle Bay?
Capítulo 31
Base Black Pearl Sudeten
Marca ele Tomar, Mancomunidad de Lira
21 de julio de 3050
—¡Dios mío, cómo odio esperar! —exclamó Víctor Steiner-Davion, meneando negativamente la cabeza.
—No te preocupes, Vic. Tu plan es bueno —dijo Kai Allard, que estaba sentado a su lado a la entrada de la sala de reuniones—. Todo irá bien. Tienen que aprobarlo.
—Perdona, pero creía que tú eras Kai Allard, el eterno pesimista.
Kai lo miró con timidez y esbozó una sonrisa.
—Víctor, tal vez tenga problemas con mi autoconfianza, pero no soy tan estúpido como para no ver las virtudes de otras personas. Fue una gran idea la que tuvo el hauptmann Cox de que yo condujera las fuerzas de los Halcones de Jade en nuestra última simulación. Entonces tuve que aprovechar todos los defectos que vi o imaginé en nuestra estrategia.
—Sí —dijo Víctor resoplando—, diste un repaso a nuestras fuerzas y las barriste como si fuesen soldaditos de plomo.
—Pero se suponía que era un escenario desesperado —repuso Kai, encogiéndose de hombros—. Teníamos las fuerzas dispersas y con un elevado número de bajas en los aterrizajes a causa de tormentas imprevisibles y la acción de aerocazas enemigos. Todo lo que podía ir mal fue mal, pero aun así conseguiste salvar a un regimiento y medio. El desastre era controlado y, como mínimo, la cantidad de datos sobre el enemigo que obtendríamos en tal caso ya justifica la operación. No podemos descartar el valor de la información.
—Hablas como el hijo del jefe de los espías —comentó Víctor, riendo con suavidad. Kai también se echó a reír.
—¡Vaya, eso lo llevo en la sangre! La cuestión es que este ataque tenía probabilidades más elevadas de lo normal de tener éxito. No apostaría sobre cuántos días u horas podríamos conservar Twycross después de conquistarla, pero sé que frenará el avance de los Halcones de Jade en el futuro.
La puerta de la sala de reuniones se abrió y el leftenant-general Andrew Redburn apareció en el umbral.
—Tenemos algunas preguntas —dijo—. Si quieren acompañarme...
Victor se frotó el estómago con la mano y se incorporó despacio. Kai lo miró con preocupación.
—¿Qué sucede?
—No es importante —contestó Victor, apoyando la mano en el hombro de su amigo—, pero siento como si en vez de un hormigueo nervioso tuviese un grupo de BattleMechs paseándose por mi estómago.
Entraron en la sala y, cuando se cerró la puerta a sus espaldas, ocuparon sus lugares en el extremo de la mesa. Como en las reuniones anteriores, se colocaron frente a Morgan Hasek-Davion, con el leftenant-general Redburn a su izquierda y los líderes mercenarios a su derecha. Kai se sentó y tomó el teclado en sus manos, mientras que Victor optó por quedarse de pie.
Morgan tabaleó con los dedos sobre las negras tapas del plan de batalla de Victor.
—Antes de empezar —dijo—, me gustaría decir que todos estamos impresionados por el trabajo que usted y su equipo han realizado para elaborar este trabajo. Es claro y conciso. Agradecemos de manera especial las abundantes pruebas sobre nuestro adversario. Es un trabajo que cabía esperar de un grupo de expertos veteranos, no de jóvenes oficiales como ustedes. Se han escrito notas de felicitación para quienes han contribuido a realizar este esfuerzo.
—Gracias, mariscal —respondió Victor, sonriendo e inclinando la cabeza—. Estamos muy agradecidos de que nuestro trabajo haya despertado su interés. —Hizo una breve pausa y miró a los ojos de color malaquita de Morgan—. Noto un «pero» flotando en sus palabras.
—Así es, en efecto —dijo Morgan en voz baja—. Este plan solicita la asignación de cuatro Regimientos: el Décimo de Guardias Liranos, los dos regimientos de los Demonios de Kell y el Noveno ERT M-E. Trasladar estas unidades y tanto el material de apoyo necesario como el personal, ocuparía el cuarenta y cinco por ciento de nuestros recursos disponibles en Naves de Salto y de Descenso. Eso limitaría gravemente mi capacidad de trasladar fuerzas a los planetas que es probable que sean invadidos por los invasores en su próxima oleada.
—Pero, en la reunión que mantuvimos hace dos semanas, estábamos de acuerdo en que era una insensatez intentar defender todas las áreas donde los invasores podían atacar —replicó Victor—. Es un juego de adivinanzas en el que sólo podemos perder.
—Saber que no podemos defender todos los planetas no significa que no tengamos que intentarlo —lo corrigió Morgan—. Esto es algo más que otro conflicto militar, y lo sabes tan bien como yo. Ryan Steiner, por poner sólo un ejemplo, estaría encantado de desgajar Isla de Skye de la Mancomunidad. Si nos acusaran de no haber hecho ningún esfuerzo para proteger los mundos de la Marca Tamar, su esposa y él podrían decidir independizarse y negociar un pacto por separado con los invasores. Eso nos separaría de la Federación de Soles, lo que sin duda estarás de acuerdo que sería una jugada contraproducente para nosotros.
—Puedes creerlo o no, primo, pero tuve en cuenta esa posibilidad —dijo Victor, deseando que alguien hubiese estrangulado a Ryan Steiner cuando nació—. Elegimos Twycross como objetivo por muchas razones; la mayoría estaban relacionadas con el terreno y otros factores de combate significativos. Aunque las consideraciones políticas sobre Twycross ocupan poco espacio en el informe, tuvieron su peso en la elección. Ese planeta, al fin y al cabo, es un centro de Mando. ¿Cómo podría reprocharnos Ryan intentar reconquistar un planeta tan importante en la Marca de Tamar?
El mariscal no contestó. Se arrellanó en la silla y escrutó a Victor durante unos largos segundos.
—¡Maldita sea, Morgan! —exclamó Victor, dando un puñetazo sobre la mesa—. ¡No me mires de ese modo! Soy muy consciente de las implicaciones políticas de lo que estamos haciendo aquí. Sé que este plan de batalla parece uno de esos grandiosos planes de los héroes de los cuentos para derrotar a las hordas enemigas. Y veo en tus ojos que eso te preocupa. Crees que hemos montado todo esto porque somos un manojo de novatos que creen que la guerra es un juego en el que podemos alcanzar la gloria. ¡Pues no es así!
Victor miró al techo y se obligó a respirar despacio para recuperar el control de su ira.
—En más ocasiones de las que puedo contar —prosiguió— he repasado las transmisiones de holovídeo enviadas a la Hejira mientras viajaba hacia la cita con la Strongbow. Me sé de memoria los nombres de todos los hombres y mujeres que estaban bajo mi mando y sé quiénes seguían vivos cuando me fui y quiénes habían muerto. He examinado millones de escenarios en mi cabeza para calcular quiénes podrían haber sobrevivido y durante cuánto tiempo. Ese proceso, esa tortura, me ha limpiado de toda tentación de alcanzar la gloria en la guerra.
»El próximo abril cumpliré veintiún años —continuó, apoyándose en la mesa sobre las palmas de las manos e inclinándose hacia adelante—. A partir de entonces seré mayor de edad y podré ser elegido para gobernar la Mancomunidad Federada unida. Mi madre ha dirigido la Mancomunidad de Lira con energía y sabiduría, Mi padre es un genio militar que planificó la conquista de la Confederación de Capela. Tengo muchas cosas que vivir aún si quiero llegar a encabezar y unir ambas naciones. Tengo que ganarme el respeto de mi pueblo, y debo demostrar que soy capaz de nacer lo que sea necesario para protegerlos.
Parte de la vehemencia de su voz se fue apagando, pero no así su dolor.
—Creo que una vez —prosiguió— dijiste a mi padre que con un cubo de agua asaltarías las puertas del infierno por él. Pues bien, te confieso que quiero algunos recursos más que ésos para mi pequeña batalla. He elegido un mundo notorio por su clima inhóspito y por su terreno traicionero, porque la mayoría de la población vive bajo tierra y no estará entre dos fuegos. También me imagino que los Halcones de Jade dejarán en la retaguardia el menor número de tropas posible, porque Twycross es realmente un lugar donde las tropas son sentenciadas a ir allí.
—Aunque la tormenta Diabolis proporcionará una gran cobertura, el Noveno de M-F no va a agradecer que se lo envíe allí —intervino Andrew Redburn, abriendo su copia del plan.
—Nadie lo haría —admitió Victor—. No va a ser divertido ni fácil desenvolverse en medio de esa gigantesca tormenta de arena, pero nos dará la ventaja que necesitamos. Además, el Noveno ha recibido entrenamiento en tormentas tan terribles como la Diabolis. —Titubeó por unos momentos; luego continuó, con voz un poco más apagada—. Si bien hay que reconocer que no eran tan grandes...
—Que conste en acta, Alteza —dijo Dan Allard, apoyándose también en la mesa—, que he repasado su plan con Chris y los tenientes coroneles Brahe y Bradley. Estamos de acuerdo con su plan. Aún más: Janos Vandermeer me ha asegurado que, en efecto, existe un punto pirata cerca de Twycross III. Dado que el cuarto planeta de ese sistema es una gigantesca bola de gas caliente, también cree que podremos recargar las Naves de Salto aproximadamente en la mitad del tiempo habitual. Con ayuda de los motores de iones, podríamos volver a saltar al cabo de una semana.
—Twycross también es un importante centro de producción de BattleMechs, mariscal —explicó Victor, conteniendo la sonrisa que le afloraba al rostro—. Podemos aprovechar sus almacenes e instalaciones para ayudar en el mantenimiento de nuestras fuerzas.
—¿Durante cuánto tiempo podrás resistir en Twycross? —preguntó Morgan.
—No lo sé —contestó Victor con un fuerte suspiro—. Es evidente que todo depende del tiempo que tarden los Halcones de Jade en observar que lo hemos ocupado y de cuántas tropas envíen de vuelta para recuperarlo. Mis fuerzas podrán defenderlo, retirarse o incluso dar otro salto hacia el borde de la Periferia, si recuperamos suministros suficientes en el ataque. El efecto neto será que los Halcones de Jade tendrán que retirar tropas de su fuerza invasora para perseguirnos. De improviso, tendrán que jugar el mismo juego de las adivinanzas que nosotros hacemos ahora.
Morgan juntó las yemas de los dedos; un gesto que Victor, tras años de colaboración con su primo, había aprendido a temer. Antes de que Morgan pronunciase su sentencia sobre el plan, Victor hizo un último alegato.
—Morgan, ¿te acuerdas de lo que me dijiste en Tharkad el año pasado? Me recordaste que mi padre te había contenido hasta que llegó el momento adecuado. Entiendo tus reservas y las respeto, pero no eras mucho mayor que yo lo soy ahora cuando formaste los Ulanos e hiciste lo imposible. Mi plan no es imposible. Puede triunfar y estoy preparado para que sea así. Confía en mí... por favor. Dame esta oportunidad, o saca la pistola y dispárame, porque mi futuro depende de ese plan.
Morgan cerró los ojos mientras se frotaba la frente con las yemas de los dedos. Se hizo el silencio en la sala de conferencias. A Victor le pareció que el tiempo avanzaba a paso de tortuga. ¡Por favor, Morgan, tienes que dejarme ir! Entonces, Morgan suspiró hondo y abrió los ojos.
—Revisa el plan para aumentar los suministros de municiones para que sean suficientes para seis semanas de combates sin cuartel. Incrementa el cálculo de personal a un ciento veinte por ciento de la cantidad actual y dales dos meses de suministros como ayuda para los refugiados que encuentren en su camino. Añade un plan para evacuar civiles del planeta y una lista de posibles lugares de ataque y rutas hacia el borde de la Periferia y hacia el flanco enemigo. También necesitamos una lista completa de posibles puntos piratas y tiempos de recarga para todas las rutas de escape disponibles.
»Tú mismo en persona —siguió diciendo a Victor— prepararás los documentos para indemnizar a los Demonios de Kell por sus pérdidas. Tus planes de batalla subrayarán la reducción al mínimo de la implicación de civiles. Quiero que tripliques el sistema de aviso para el Noveno de M-F para que no se metan en una emboscada de los Halcones de Jade mientras huyen de la tormenta Diabolis. Prepara también un plan para aislar la instalación de ComStar en Daubton.
—¡Vía libre! —exclamó Victor con perplejidad—. ¿Me estás concediendo esta ofensiva?
—Sí —contestó el mariscal—. Tu plan no carece de fallos, pero las ventajas son superiores a los riesgos. De los planes que he tenido que estudiar, es el mejor.
Victor miró a Kai, le sonrió y enseguida volvió su atención de nuevo a Morgan.
—No sé cómo darte las gracias...
—No lo hagas —repuso Morgan, levantando la diestra—. Aunque el coronel Allard será el comandante en jefe de la expedición, te hago responsable a ti de las vidas de todos los hombres, mujeres y niños de Twycross. Es una carga tremenda, pero apenas es un aperitivo de la que asumirás cuando ocupes el trono. Dentro de veinte años, cuando la ofensiva haya sido olvidada por todos excepto unos pocos historiadores, podrás decidir si quieres darme las gracias o no.
Victor Steiner-Davion entornó los ojos. Bien dicho, primo.
—Entonces, hasta dentro de veinte años, Morgan.
★ ★ ★
Después de la reunión, Victor corría en pos de Kai por el pasillo.
—Bien, lo conseguimos —le dijo—. Nos vamos a Twycross. —El gesto apocado de respuesta de Kai disparó las sirenas de alarma en la cabeza de Victor—. ¿Qué pasa? No me digas que ahora estás nervioso, cuando ya ha pasado todo.
—No, no es eso. Cuando me pidieron que hiciera un examen de los recursos disponibles, vi que mi 'Mech no ha llegado todavía. No lo hará a tiempo de que nos lo podamos llevar con nosotros. ¡Por culpa del caos burocrático, soy un desposeído!
Esta palabra se clavó en Victor como un cuchillo. ¡Desposeído! ¿Existe un destino peor que ser un MechWarrior sin 'Mech? Se estremeció.
—Puedo transferir el mando de mi lanza al teniente Abel von Rhemmer —prosiguió Kai—. Acaba de salir del Nagelring y ha ingresado en el Décimo. Debería poder hacerlo bien.
—¡No digas memeces! —le espetó Victor, sujetándolo por los hombros y obligándolo a volverse hacia él—. Ahora, escúchame. Hemos elaborado este plan contigo, pensando que estarás al frente de tu lanza. ¡Maldita sea! Todo tu batallón tiene programado un curso de gestión de crisis porque algunos de tus hombres piensan mejor con los pies que con la cabeza... y tú eres el primero de la lista, amigo mío.
—Gracias por el discurso —dijo Kai, con la cabeza gacha—, pero eso no conseguirá que Yen-lo-wang llegue más pronto. Pero no te preocupes. No me lo perdería ni por todos los mundos de la Marca de Tamar. Estaré allí, en el puesto de mando o dondequiera que desees. No intento escabullirme; sólo afronto los hechos.
—Kai, los hechos son éstos: quiero que estés allí y que lo hagas en un 'Mech al frente de tu lanza. —Victor frunció el entrecejo y añadió—: ¿De qué rayos sirve ser el hijo del Príncipe de la Federación de Soles y la Arcontesa de la Mancomunidad de Lira si no puedo conseguir un 'Mech para mi amigo? —Suspiró—. No es probable que sea Yen-lo-wang, pero podría ser similar. No te preocupes: encontraré un caballo de batalla para ti.
Kai sonrió, agradecido.
—¿Tengo que esperar veinte años a darte las gracias?
Victor se echó a reír, pasó un brazo sobre los hombros de Kai y los dos amigos echaron a andar por el pasillo.
—Sí, creo que es una buena idea —contestó—. Así ambos nos aseguraremos de estar aún por aquí.
—Yo estaré ahí, Alteza.
Victor sonrió para sus adentros. Y con tu ayuda, Kai, yo también estaré.
Capítulo 32
Nave de Salto Diré Wolf, órbita de asalto, Engadin VII
Provincia de Radstadt, República Libre de Rasalhague
30 de agosto de 3050
Phelan Kell descendió de su litera y gruñó al estirar las piernas.
—¡Dios mío, estoy exhausto!
Griff pasó a su lado y le dio una palmada en el muslo.
—Esa chica te mantiene despierto por las noches, ¿eh?
Phelan lo miró con irritación, pero ésta se le pasó enseguida.
—No, ése no es el problema. Parece que Engadin tenía unas Fuerzas Locales de Defensa atiborradas de misiles Infierno en afustes manuales. Al parecer hay montones de suministros en numerosas plantas de montaje de pequeños satélites. Le están provocando un ataque de nervios al coronel estelar Marcos, y Lara me ha hecho examinar informes de inteligencia para aconsejarla sobre la clase de apoyo que debe conceder a Marcos en el ataque.
Griff miró con expresión incrédula al Demonio de Kell mientras bajaba de su litera.
—¿Un comandante raciona los suministros a su rival? —inquirió.
—Es un sistema desquiciado, pero no parece que haya retrasado su avance de ninguna manera. De hecho, hay rumores de que los otros tres Clanes se suben por las paredes porque los Lobos han empezado su cuarta ofensiva con un mes de adelanto sobre ellos. Además, los Lobos se han adentrado más en los Estados Sucesores que los otros. Es todo muy extraño.
—Por decirlo con palabras suaves —comentó Griff, sonriendo y guiñando el ojo a su joven amigo—. Teniéndolos tan ocupados, creía que querrías pasar tu escaso tiempo libre con Ranna. Iba a apropiarme de tu ganzúa electrónica y hacer una escapada a los aposentos de las mujeres.
—Sólo he tenido una oportunidad real de hablar con ella, pero Vlad se aseguró de encontrar a otra persona para que lo hiciese en mi lugar —dijo Phelan con pesar—. Ahora no sé dónde está ella.
—Tu tono de voz dice algo distinto de tus palabras —insinuó el bandido de la Periferia, apoyando los codos en las rodillas.
Phelan suspiró. Sabía que tenía que confiar en alguien, y tal vez hablando con él evitaría que todo creciera hasta estar fuera de control.
—La verdad, no sé si es un problema. Creo que hay cosas que van muy bien entre Ranna y yo, pero de vez en cuando ocurre algo que no cuadra. Cuando le sugerí que nos viésemos, me dijo que necesitaba un poco de tiempo para ella.
—Eso puede ser una señal buena o mala —comentó Griff—. No habéis tenido más... problemas, ¿verdad?
—No, todos los sistemas están en pleno funcionamiento —dijo Phelan, riendo—. Aunque debo admitir que ha habido algunos casos de parada automática por recalentamiento y sobrecarga de los sensores.
—¿El problema no será que sólo eres un sirviente?
—Tal vez, pero no lo creo. Es posible que sea más insidioso. A diferencia de la mayoría, Ranna no es una simple máquina de matar. ¿Te acuerdas de que te hablé de su mascota, Jehu, y los cuadros? Ella es... somos... fogosos. Supongo que tú nos llamarías apasionados. Y eso tiene que ser más extraño para ella que para mí. Creo que esa fogosidad la seduce por completo, pero al mismo tiempo le parece peligrosa.
—Lo que la atrae, también la repele —gruñó Griff.
—Y la tensión de la guerra la está destrozando. Lo peor de todo es que creo que ella no se da cuenta de esto y, por tanto, no puede afrontar el conflicto. —Se encogió de hombros y añadió—: Por supuesto, es una pura especulación sobre un problema que quizá ni siquiera existe. Lo más seguro es que la explicación real sea mucho más sencilla.
—Sí, lo más probable es que haya encontrado a un semental más joven entre el último lote de sirvientes capturados en Rasalhague.
—Eso debe de ser —replicó el Demonio de Kell, lanzando una mirada feroz a su amigo—. Y supongo que por eso quieres la ganzúa. ¿Vas a dar la bienvenida a nuestra pequeña comunidad a las nuevas mujeres?
—¡Siempre el mejor servicio! Es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. —El bandido bajó el tono de voz para añadir—: Y tengo prevista otra pequeña misión. Kenny y yo queremos dar a Vlad una muestra de gratitud por hacernos trabajar dos turnos seguidos descargando mercancía de Rasalhague en los depósitos de la Diré Wolf. Te invitaría a venir, pero creo que no necesitas más motivos de que Vlad te odie.
—No, creo que paso —dijo Phelan, y rodó sobre el catre hacia el lado derecho. Introdujo la zurda bajo el colchón, sacó el pequeño aparato y se lo dio a Griff—. No estoy seguro de que visitar a Vlad sea buena idea. ¿Por qué no lo piensas mejor?
—Ya veremos —contestó Griff, encogiéndose de hombros.
—Como quieras —concluyó Phelan. Se acostó en el catre y se cubrió los ojos con el antebrazo—. Que te diviertas.
—Sí, mamá. No me esperes levantada.
★ ★ ★
Phelan se incorporó como un resorte cuando Griff le levantó el colchón y guardó la ganzúa debajo. Antiguos piratas se metían en sus respectivas camas por todo el dormitorio y aparentaban estar profundamente dormidos. Griff soltó el colchón de Phelan, subió a su catre y se tapó con la manta. Phelan parpadeó y miró a su amigo en la oscuridad.
—¿Qué diablos ha pasado?
—Nada —susurró Griff mientras daba un furioso puñetazo a su almohada—. Duérmete. Es mejor que no lo sepas.
—Díselo, Griff. —Era la voz de Kenny Ryan. El tono ambiguo de Ryan y la rápida negativa de Griff indicó a Phelan que había sucedido un desastre de grandes proporciones.
—¡Maldita sea, Griff, no me dejes con la duda! Has utilizado mi ganzúa, o sea que yo también estoy metido en esto. ¿Qué ha pasado?
—Díselo, Griff, o lo haré yo —insistió Ryan.
—¡No, hijo de puta, no! —dijo Griff, y rodó sobre su lecho para volverse hacia el joven mercenario—. Fuimos a la habitación de Vlad. Abrimos la puerta y allí estaba él. Fin de la historia. Ahora duérmete.
—¿Os vio? —preguntó Phelan.
—No. Todo estaba a oscuras. Éramos, como máximo, unas siluetas en el vano de la puerta. Ahora sabes lo que ha pasado. Duérmete.
Antes de que Phelan pudiese hacer otra pregunta, intervino Ryan.
—Cuéntaselo todo, Griff. Hazlo, o lo haré yo, y sabes cuánto disfrutaré.
Phelan alcanzó a oír el rechinar de dientes de Griff.
—Vlad no estaba solo...
—¿Y eso qué diablos me importa? —contestó Phelan, pero se preguntó por qué Kenny Ryan tenía tantas ganas de que lo averiguase. Si Kenny quiere que sepa algo, tiene que ser malo.. . Entonces surgió la respuesta en su mente.
»No... —murmuró, casi sin respiración—. No es posible...
—¡Eh, lo has adivinado, Kell! —dijo Ryan alegremente—. Esa chavala estaba con él, y no estaban discutiendo sobre movimientos de tropas. —Bajó la voz, adoptando un tono conspiratorio—. No nos dijiste que le gustaba gritar tanto, Kell.
La imagen de Ranna y Vlad copulando impactó con dolor en la mente de Phelan como un foco de intensa luz. Todos sus recuerdos de los momentos que habían pasado juntos se convirtieron en reminiscencias amargas. La suavidad de la carne de Ranna entre sus manos se transformó en la caricia de mil cuchillas. Sus gritos de placer eran carcajadas burlonas, y el amor que había creído ver en sus ojos se convirtió en desprecio. ¡He sido un idiota! Ulric me ha estado utilizando, igual que Vlad. Y Ranna también. Soy una herramienta en sus manos, nada más. A Ulric le satisface saber mi consejo de vez en cuando. A Vlad le satisface hacerme un desgraciado. Ya Ranna le satisfizo.. .
El intenso dolor que sintió en la boca del estómago le impidió terminar ese pensamiento. Se volvió hacia Griff, sin prestar atención a la risa burlona de Ryan.
—Gracias por tratar de protegerme, pero prefiero saberlo...
—Habría encontrado la manera de decírtelo sin hundirte, ya lo sabes. No te habría dejado a oscuras.
—¿Hundirlo? ¿Dejarlo a oscuras?. —se burló Ryan—. ¡Dios mío, para ya, Griff. Me vas a matar con tus bromas.
—¡Te voy a matar con mis propias manos, enano asqueroso! —rugió Griff, quitándose la manta de encima.
Phelan vio la silueta de Ryan, unos pocos catres más allá.
—¿Qué es lo que pasa aquí? ¿Acaso Kell no es lo bastante mayorcito para defenderse solo, quineg? —dijo Ryan en tono provocador—. ¡Claro que no! Si fuese un hombre, su pequeña putita no se habría buscado a otro...
El susurro de la puerta que se abría precedió en unas décimas de segundo al encendido de las luces. Phelan se cubrió los ojos y vio la figura de Vlad en el umbral. Tenía el mono azul abierto hasta la cintura, y le relucía el sudor sobre la mata de pelo negro y rizado que le cubría el pecho. Sus ojos parecían arder de furia y tenía una expresión diabólica.
—¿Quiénes de vosotros, savashri, se han atrevido a entrar en mis aposentos? —gruñó Vlad—. Más os vale al resto que me lo entreguéis, o todos vais a pagarlo caro.
Vlad sostenía en la diestra un tubo negro, de unos quince centímetros de longitud. Agitó la mano, y tres metros de cable negro flexible se desenrollaron como un lánguido tentáculo. Con el pulgar oprimió un botón rojo del mango, y en el dormitorio resonó un silbido a mitad de camino entre el ruido estático de una radio y la cola de una serpiente de cascabel. Los hombres que se encontraban en las literas más próximas a la puerta retrocedieron de inmediato. Vlad lanzó una carcajada maligna.
—¿Quién va a ser castigado, pequeños? ¿Tendré que elegir al azar?
Sacudió el electrolátigo sin esfuerzo hacia uno de los catres. El cable golpeó una almohada que explotó en fragmentos de fibra esponjosa medio fundidos. Mientras se extendía el hedor a plástico quemado, Vlad hizo un gesto a los hombres con la mano libre para que se adelantaran.
—Creedme, voy a encontrar a los culpables y les haré pagar. ¿Vais a contestarme de manera voluntaria, o tendré que sonsacaros la respuesta?
El dolor de Phelan respecto a Ranna se transformó en ira. Un látigo eléctrico: el pariente más suave de un látigo neural. No causa daños permanentes, pero tampoco causa el dolor suficiente para hacer perder el conocimiento. Una cosa es utilizarlo con animales de carga o para controlar a animales salvajes... Al menos, ése era su propósito inicial. Utilizarlo de forma indiscriminada contra hombres es algo muy distinto.. .
—Tú —dijo Vlad, señalando a un hombre acurrucado a los pies del catre de Kenny Ryan—. Ven aquí.
—No, Vlad —se interpuso Phelan, echando la manta a un lado—. Deja tranquilo a ese hombre.
El hombre del Clan levantó la cabeza, y todos los presentes se volvieron hacia el mercenario.
—¿Tú? ¿Tú eres quien va a decirme quiénes entraron en mis aposentos?
—No. Yo soy el Hombre que buscas. Asumo toda la responsabilidad.
—Noj Kell —repuso Vlad con una risita cruel—. No te saldrás con la tuya. El hecho de que el Khan te haya reclamado para él no me impediría golpearte, aunque fueses uno de los culpables.
—No es ninguna estratagema —afirmó Phelan, caminando hasta la puerta—. Yo soy el que buscas.
—Tú ni siquiera estabas allí. ¿Por qué haces esto?
—Yo estaba allí —replicó Phelan, devolviéndole la misma mirada furiosa—. Quieres que te lo describa, quiaf
De pronto Phelan vaciló y su apariencia audaz casi se quebró en pedazos. Había visto a Ranna al otro lado de la entrada, y las oleadas de dolor por su traición estuvieron a punto de hundirlo, pero hizo un esfuerzo por sobreponerse y llevar a cabo su propósito.
—Ranna y tú estabais juntos, disfrutando de vuestra compañía —explicó. Lanzó una risa forzada y oyó su eco en el vacío de su propio interior—. Y, por lo que oí, estabais disfrutando muchísimo.
—Tú no estabas allí —insistió Vlad, confundido—. Había dos hombres, y ninguno de ellos tenía tu complexión.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Phelan, riendo con indiferencia—. En el estado en que estabas, es un milagro que tus recuerdos sean precisos. Los suspiros, los sonidos y las horas parecen fluir sin control, ¿verdad?
—¿Por qué haces esto? —preguntó Vlad, irritado.
—Es mi responsabilidad. Yo lo hice. Soy el que buscas. —Phelan miró a los otros sirvientes y agregó—: Nadie más se declarará culpable y todos dirán que fui yo, no importa cuánto los tortures. ¿Qué más da? ¿Necesitas aún más alicientes?
—Te voy a destrozar, ¿sabes? —dijo Vlad, con el rostro convertido en una máscara de furia—. Tal vez has pensado que así salvarás a los otros, pero al final, créeme me los entregarás.
Phelan negó lentamente con la cabeza.
—Haz conmigo lo que quieras.
Vlad sacó una cuerda blanca del bolsillo y la arrojó a Kenny Ryan.
—Desnúdalo hasta la cintura y átale las manos al armazón de la litera más alta.
Phelan se bajó la cremallera del mono y se ató las mangas alrededor de la cintura mientras Ryan trepaba hasta la litera superior. Phelan levantó las manos y el pirata dejó caer la cuerda hasta el antebrazo y le ató las muñecas con destreza.
—Estás chiflado, Kell —susurró Ryan, buscando aleo en la expresión de su rostro—. No esperes que te dé las gracias por esto, porque será aún peor con nosotros cuando nos entregues.
—Si fueses un hombre, Ryan —replicó Phelan—, quizás entenderías por qué lo hago. Yo hice la ganzúa. Es mi responsabilidad. Y no te preocupes: tu espalda está a salvo. —Miró por encima del hombro a Vlad—. Yo puedo hacerle más daño callándome, que el que puede hacerme él a mí. Y eso me basta para guardar tu secreto.
Cuando Phelan se volvió de nuevo hacia las literas, vio que Ranna lo contemplaba con incredulidad. Ella lo miró a los ojos y apartó la mirada enseguida.
El electrolátigo le rodeó el tórax como una cinta de acero fundido. Le oprimió las costillas y lanzó tentáculos de dolor a lo largo de toda su columna vertebral. Sus músculos sufrieron un espasmo y luego se contrajeron, dejándolo colgando de la cuerda que le sujetaba las muñecas. El agudo dolor quebró su decisión de permanecer en silencio, y un gemido agónico e inhumano brotó desgarrado de su garganta.
Sus gritos cesaron cuando tuvo el cuello demasiado irritado para emitir ningún sonido. Poco tiempo después, su tortura también cesó.
Capítulo 33
Complejo del Primer Circuito de ComStar
Isla de Hilton Head, América del Norte, Tierra
30 de agosto de 3050
Myndo Waterly deslizó las manos al interior de las mangas de su túnica de seda dorada.
—Estoy de acuerdo, capiscol de Tharkad, en que la destrucción dé Edo en Turde Bay representa una escalada del conflicto que pone en tela de juicio la decisión de colaborar con los Clanes. No obstante, permíteme que te recuerde que el Capiscol Marcial ha informado que no espera más ataques de ese tipo, porque el Khan del Clan de los Jaguares de Humo ha perdido mucho prestigio a causa de ese incidente.
—Con todos mis respetos, Primus, y con la debida deferencia a mi colega de Dieron, creo que das más importancia a la vergüenza social de la que se merece —dijo Ulthar Everston, y se apoyó en su podio cristalino—. También quiero comentar que las naves con capacidad de salto del Clan no se han utilizado en los últimos días porque han sido descartadas en el peculiar juego de los invasores antes de conquistar un planeta. Aunque no lo has mencionado, recuerdo que fue Phelan Kell quien hizo la sugerencia de descartar una nave de guerra, no nuestro agente entre los Clanes.
Sharilar Morí miró a la Primus, quien le concedió permiso para hablar con un movimiento afirmativo de cabeza.
—Confundes los argumentos, capiscol de Tharkad. Si la Primus omitió una mención a la intervención de Phelan Kell en favor del abandono de todo intento de bombardeo planetario, es a causa del importante hecho de que los bombardeos han cesado y es improbable que continúen. La tercera y la cuarta oleada anticipada del Clan de los Lobos lo han demostrado a la perfección.
»En cuanto a la relevancia de la presión social en la sociedad de los Clanes —continuó Mori—, de manera constante oímos noticias de la presión para aceptar las normas y pujar por encima de los otros. El hecho de que el Khan Ulric de los Lobos descartase la Diré Wolf en sus negociaciones con el Khan Bjorn de los Osos Fantasmales supuso un enorme costo para Bjorn y ha elevado el prestigio de Ulric frente a los demás, incluidos sus rivales. En su búsqueda de gloria, otros han imitado a Ulric descartando aún más elementos que el soporte de las naves de guerra en sus competiciones para ser los responsables del ataque a un planeta. Como indican los últimos informes de Engadin, esto ha creado algunas dificultades. Tal vez no detenga el avance de los Clanes, pero seguro que lo frenará.
La diminuta Jen Li, capiscolesa de la Confederación de Capela, se mostró de acuerdo con ella.
—Aparte de la ofensiva del Clan de los Lobos en esta cuarta oleada, los otros clanes se han movido a un ritmo equivalente, más o menos, de una oleada cada dos meses...
—No soy ciego ni incapaz de entender un calendario, capiscolesa de Sian —le espetó Everston.
—Ni tampoco lo insinúo, capiscol de Tharkad —replicó Jen Li con frialdad—. Quería llamarte la atención sobre el hecho de que nuestros representantes están informando que ahora necesitan más tiempo para pacificar los planetas conquistados. En la ofensiva de los Halcones de Jade a la Mancomunidad de Lira, por ejemplo, puede verse un ataque inicial masivo que queda truncado en la segunda oleada. Eso se debe, en mi opinión, a la resistencia que encontraron en Trell I. La tercera oleada fue más osada, pero la población no se acobardó. Para quedar libres de problemas en la siguiente oleada, los Halcones de Jade desarmaron a los MechWarriors y a los pilotos aeroespaciales, pero permitieron a los milicianos locales que retuviesen sus armas y realizasen tareas de policía. En Twycross, los habitantes apenas notaron la presencia de los invasores y les dieron permiso para controlar el área de la superficie que deseasen. De hecho, si la Diabolis no hubiese obligado a que dos Naves de Descenso permanecieran en tierra, creo que los invasores habrían dejado sólo un regimiento y medio de BattleMechs para defender Twycross.
Huthrin Vandel soltó una risita.
—¡Qué curioso! Ahora, parece que basta con un regimiento para conservar un mundo cuando, hace veinticinco años, un batallón estaba considerado como una fuerza de guarnición increíble en cualquier planeta. ¿En qué medida aumentan la guarnición de Twycross esas Naves de Descenso varadas en tierra?
—Se cree que una nave contiene lo que ellos denominan Núcleo —contestó la Primus—, es decir, unos cuarenta y cinco 'Mechs, todos ellos de primera fila. La nave parece construida según el diseño de una Nave de Descenso de clase Overlord modificada. La otra nave se parece a una de clase Intruder y alberga unos setenta y cinco soldados blindados.
El capiscol de Nueva Avalon asintió pensativo.
—Incluidas las unidades de la guarnición, eso significa que los Halcones de Jade tienen una fuerza más o menos equivalente a dos regimientos y medio de 'Mechs. En términos de nuestra tecnología, eso les da una fuerza igual a unos seis regimientos. La infantería blindada vale por otra compañía. Incluso si tomamos en consideración factores ambientales que podrían limitar el alcance ampliado de sus armas, siguen siendo una fuerza formidable. Interesante...
—¿Todavía estás entre nosotros, capiscol de Nueva Avalon? —le preguntó Myndo, mirándolo con severidad—. ¿Tienes la intención de compartir tus reflexiones, o no?
—Bueno —respondió Vandel, sonriendo—, no tengo pruebas firmes, pero espero un inminente contraataque en el frente lirano.
En la expresión de su rostro, Myndo demostró de forma evidente lo poco que le gustaban las sorpresas.
—Explícate —lo apremió.
—Aunque el tráfico militar oficial ha continuado con informes triviales y comunicaciones típicas, los mensajes personales intercambiados con las tropas de Sudeten se han ido reduciendo de forma considerable. Los oficiales militares niegan que hayan trasladado tropas, pero de Sudeten están despegando Naves de Descenso suficientes para que la invasión de la Confederación de Capela en 3028 parezca una excursión al campo.
—Elimina la hipérbole, por favor —le advirtió la Primus con una mirada de reprobación.
—Como la Primus ordene —dijo Vandel, obedeciendo de manera formal—. Las listas de tropas que hemos obtenido de nuestras instalaciones en Sudeten eran, sin duda, impresionantes. Estaban presentes el Décimo de Guardias tiranos, el Primero de Ulanos de Kathil, los Demonios de Kell y la Caballería Ligera de Eridani, por mencionar sólo las unidades más conocidas. Además, tenemos tres testigos que han confirmado haber visto al príncipe Victor Steiner-Davion. Debe de estar aún dolido por el desastre de Trell.
»Ordené a algunos de mis hombres que hicieran un análisis de la situación en la Mancomunidad y la comparasen con el historial de Victor en Nagelring y su perfil de personalidad. Aunque es astuto para diseñar tácticas engañosas, el hijo de Hanse Davion parece preferir los planes agresivos. Defenderse no se ajusta a su idea de lo que es una estrategia militar adecuada, de modo que supuse que presionaría en favor de un ataque. Luego seleccioné los planetas conquistados a los que se podía llegar desde Sudeten en el plazo de tiempo que los Halcones de Jade necesitaban para lanzar su cuarta oleada y los relacioné con los mundos que tenían características ambientales y topográficas favorables al combate a corta distancia con el que están más familiarizados los guerreros de la Esfera Interior. La probabilidad más alta correspondía a Twycross con un ochenta y siete por ciento a su favor.
»Ningún elemento de la información que utilicé era inaccesible para las tropas de Davion —prosiguió con audacia, sonriente—. Un estudio de los amigos de Victor en el Nagelring y la Academia Militar de Nueva Avalon muestra que tanto Renard Sanderlin como Kai Allard-Liao habían sido destinados a unidades presentes en Sudeten, a saber, los Ulanos y el Décimo de Guardias Liranos respectivamente. Victor ha sido trasladado al Décimo de Guardias Liranos, por lo que supongo que esa unidad estará involucrada en el ataque. Dudo que vayan los Ulanos porque Morgan Hasek-Davion nunca pone toda la carne en el asador.
«También creo que los Demonios de Kell participarán en el ataque, quizás a causa del parentesco entre Dan Allard y Kai, que es su sobrino, y debido a la lealtad fanática de los Demonios hacia la dinastía Steiner. Por otra parte, Morgan retendrá a la Caballería Ligera de Eridani. No estoy seguro de cuáles serán las otras unidades que vayan, pero el Séptimo de Guardias de Donegal parece un candidato probable porque el clima de su planeta madre, Rahne, hace que Twycross parezca un lugar muy placentero.
Ulthar Everston, con una sonrisa de oreja a oreja, felicitó a su sempiterno aliado.
—Excelente análisis, Huthrin! —dijo, y añadió volviéndose a la Primus-Propongo que suministremos información a las fuerzas de Davion acerca de las unidades de los Clanes en Twycross para que no las pillen por sorpresa.
Sharilar Mori se anticipó a la negativa de la Primus alzando una mano.
—Con tu permiso, Primus, dispongo de cierta información que podría estar relacionada con la moción del capiscol de Tharkad. Ulthar, creo que deberías saber que el Condominio Draconis está preparando su propia trampa para los Clanes. Los Jaguares de Humo han oído rumores, procedentes de fuentes capturadas en su tercera oleada, de que los hombres que escaparon de Turtle Bay antes de la destrucción de Edo se encuentran ahora en Wolcott. También han averiguado, para mayor contrariedad, que uno de los prisioneros era Hohiro, hijo de Theodore Kurita, y que el propio Hohiro tomará parte en la defensa de Wolcott. Si el Khan de los Jaguares está aún escocido tras la vergüenza sufrida por el incidente de Edo, este mensaje lo provocará aún más. A Theodore no le queda más que enviarles una tarjeta de invitación a que ataquen Wolcott.
»Las invitaciones a ir a Wolcott, sin embargo, no se enviaron a los Clanes —continuó la capiscolesa de Dieron, reprimiendo una sonrisa—, sino que se entregaron a la Undécima Legión de Vega y a la Genyosha. Estas dos unidades y varios regimientos menos conocidos estarán en Wolcott, disfrazados bajo nombres ficticios de unidades e historiales que sólo abarcan sus éxitos más recientes. La Genyosha, por poner un ejemplo, ha estado acantonada en la frontera entre Dieron y Skye y no ha participado en ninguna acción durante el último año; por consiguiente, los Jaguares no tendrán una idea exacta de las posibilidades reales de esa unidad. Esta táctica funcionó bien en Hanover, lo que significa que los Jaguares recelarán de estas unidades «virginales». Pero es probable que el deseo de volver a capturar a Hohiro Kurita y recuperar parte del prestigio perdido en Edo sea superior a su precaución.
—¡Excelente! —dijo Everston, sonriendo de nuevo—. Daremos a esos invasores una lección que vienen necesitando desde que comenzó su ofensiva. No veo ningún motivo por el que no deberíamos proporcionar información a las fuerzas de Davion y Kurita.
—No seas estúpido, Ulthar —le espetó la Primus—.Si favorecemos al Condominio o a la Mancomunidad, se enterarán de que hemos establecido una relación con los Clanes, lo cual los enfurecerá en gran medida. Además, no deseamos poner en peligro nuestro vínculo cada vez más sólido con los Clanes. Ahora nos permiten actuar como intermediarios entre sus gobernadores y los habitantes de los planetas ocupados, aunque todavía no tenemos las manos libres para reconstruir esas sociedades a nuestra imagen y semejanza. Como no nos han pedido nada más que información trivial, no se sienten con ninguna obligación hacia nosotros. Creo que eso cambiará pronto.
»El último informe del Capiscol Marcial incluía datos sobre algunos indicios de fricciones entre los Clanes. Sugería que la cuarta oleada anticipada del Clan de los Lobos no les sentó nada bien a los otros grupos, sobre todo a los Jaguares y los Halcones. Al parecer, estos grupos han solicitado la convocatoria de un Consejo de Khanes, después de que se haya lanzado y terminado la cuarta oleada. El Capiscol Marcial cree que esto se debe a que mantienen una cierta paridad con el Khan Ulric. Este, gracias a la conquista de Rasalhague y a la presencia del ilKhan en su nave, será el anfitrión de la reunión. De todos modos, el Capiscol Marcial no sabe aún cuál es el planeta que el Khan ha elegido como lugar de encuentro.
Myndo abrió desmesuradamente los ojos, como un lobo que observase un ciervo avanzando con dificultad entre la nieve, y prosiguió:
—Ulric es el Khan sobre el que ejercemos más influencia. Ha sido quien ha colaborado de forma más estrecha con nosotros, y ha tenido éxito. Antes de esta reunión, tanto los Jaguares como los Halcones se han enfrentado a graves contratiempos en sus frentes. Una victoria pírrica o, peor aún, una derrota deterioraría su prestigio y aumentaría el poder de Ulric. Si cooperamos con Casa Davion o Casa Kurita, nos arriesgamos a que los Clanes nos desenmascaren y nos censuren. Esto nos cerraría el acceso al Khan más cooperador y potencialmente poderoso. Y estoy segura de que estarás de acuerdo en que sería una tontería sacrificar la oportunidad que tenemos de dirigir a los Clanes contra nuestro enemigo más odiado: Hanse Davion.
Everston inclinó la cabeza, aunque la expresión de su rostro no indicaba que estuviese en total acuerdo con la Primus.
—Retiraré la moción —dijo—, pero deseo que mis colegas estudien la posibilidad de ayudar a nuestros compatriotas en su guerra contra estos invasores alienígenas. Aunque corremos muchos riesgos al jugar con dos barajas, parece aún más arriesgado suponer que algún día podremos controlar al Khan Ulric. Sería una sabia precaución poner las bases para ayudar a los Estados Sucesores contra los invasores.
Myndo observó a Sharilar mientras hablaba Everston. Al ver que la esbelta mujer oriental asentía con la cabeza, fue cambiando su propia opinión sobre la sugerencia de Everston.
—Veo que tu consejo tiene fundamento —dijo— Además, la imagen de las fuerzas de ComStar cambiando el signo de las batallas en favor de los Estados Sucesores nos granjeará más simpatías, tanto de forma pública como privada, que si nos limitamos a actuar como mensajeros. Lo tendré en cuenta. —Sonrió con expresión confiada a los miembros del Primer Circuito. Estad seguros, colegas míos, que pase lo que pase ComStar salará incólume de este conflicto. Y al final se cumplirá el sueño de Jerome Biake de reunir a la Humanidad.
Capítulo 34
Nave de Salto Diré Wolf,
órbita de asalto, Engadin VII
Provincia de Radstadt,
República Libre de Rasalhague
31 de agosto de 3050
Aun antes de oír la exclamación ahogada, Phelan Kell sabía que era ella quien había atravesado la puerta del recinto de enfermos. Había imaginado aquella escena una y otra vez en fragmentos de sueños; pero cuando la oyó de verdad y la vio en el pequeño espejo de mano que tenía junto a la almohada, lo olvidó todo. ¿Cómo se puede sentir algo por una mujer que te traiciona y luego viene a vanagloriarse de ello?
La expresión de dolor del rostro de Ranna reflejaba algo más que simple horror ante el estado de su espalda, pero su naturaleza se le escapaba a Phelan. Gracias al espejo que sostenía en la mano, sabía que Vlad había hecho un trabajo excelente con él. En algún momento del proceso, Vlad había renunciado a intentar sonsacarle información y, en su furia, se había limitado a golpearlo. El látigo se doblaba para acariciar con fuego su estómago, por lo que las cicatrices y magulladuras que tenía allí no podían compararse con las profundas cavidades abiertas en la espalda.
—¡Libre nacido! Oh, Phelan... —Ranna extendió la mano hacia él, pero la retiró espantada—. Te debe de doler tanto...
Phelan intentó encogerse de hombros, pero sólo consiguió reavivar el fuego en los nervios de su espalda. El dolor le hizo apretar los dientes y jadeó.
—Sí, me duele. Pero sobreviviré.
Ella evitó su mirada reflejada en el espejo.
—Nunca he visto nada tan... brutal.
—Espero que ahora el Khan me venda —comentó Phelan con una risa amarga—. Un sirviente de saldo. Se cambia por surat o una oferta mejor.
Ranna levantó la cabeza, y Phelan dejó caer el espejo sobre la almohada.
—¿Qué sucede? ¿Por qué eres tan mordaz conmigo?
La pregunta que hizo Ranna, con un tono de confusa inocencia, lo sorprendió. ¿Cómo puede preguntar eso, después de haberse acostado con Vlad? ¿Se cree que no lo sé? ¡Qué diablos!, me oyó describir toda la escena... ¿Quizá piensa que no me importa, o que no debería importarme?
—Lo siento —dijo Phelan, e inspiró despacio y con mucho cuidado—. Sólo es que no me gusta que me utilicen. Creía que éramos amigos.
—¿Qué? Pero si somos amigos. —Ella se acercó a la cabecera de la cama, entrando en la visión periférica de Phelan por el lado derecho—. Somos amigos, Phelan.
—¿Amigos? —replicó él con sorna—. Si así es como tratas a tus amigos, me alegro de no ser tu enemigo.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué te he hecho?
—¡Deja de hacerte la ingenua, Ranna! Tal vez sólo sea un sirviente, pero no soy estúpido. —A pesar del dolor que le ardía en el costado, se volvió para mirarla a la cara—. ¿Que qué has hecho? ¡Te has acostado con él! ¿Te creías que a mí no me importaría, o ni siquiera lo pensaste en el calor del momento?
Ella lo miró fijamente sin entender ni una palabra.
—¿Cómo puede dolerte eso? ¿Qué importa?
—¿Que qué importa? —exclamó él—. ¿Hay algo que se me escapa de todo esto? Si no recuerdo mal, tú y yo nos acostábamos.
Ranna lo miró como si se hubiera vuelto loco.
—Es evidente que estás confuso —dijo—. No has podido dormir. Volveré a visitarte más tarde.
—No te preocupes —repuso él, volviendo a tumbarse de bruces—. Entre tu amante y tú ya me habéis hecho bastante daño.
—¿Amantes? ¿Vlad y yo? —Ranna se echó a reír—. Está claro que tu mente no funciona bien.
—Estabais juntos en la cama. ¡Ellos te vieron! ¿Cómo rayos lo llamas a eso?
—Desde luego, no somos amantes. Vlad y yo estábamos en el mismo sibko. —Su tono de voz era un reto para que lo transformase en alguna especie de acusación siniestra—. Estaba confusa por... algo... —farfulló— y fui a hablar con él.
—Pero eso no fue todo lo que hiciste, ¿verdad?
—¿Cómo puedes hablar de eso como si fuese un delito? ¡Estábamos en el mismo sibko! —rogó para que él la entendiese, pero sus palabras sólo hicieron estremecerse de rabia a Phelan. Ella se dio cuenta e intentó cambiar de conversación—. He venido porque echo de menos los ratos que pasamos juntos...
Phelan emitió un gemido de dolor.
—Ya me has hecho bastante. ¿No lo comprendes? No voy a dejar que le hagas a mi alma lo que Vlad le ha hecho a mi espalda... Al menos, no dejaré que lo hagas más. Ahora vete. Vete de aquí. No quiero volver a verte jamás.
Phelan hundió el rostro en el cojín para que ella no pudiese ver las lágrimas que ardían en sus ojos. Luchó por controlar sus sollozos, y pensó que lo había conseguido hasta que escuchó unos lloros. Volvió a intentarlo con más fuerza, pero el sonido continuó hasta que fue acallado por la puerta al cerrarse.
★ ★ ★
—¿Está despierto, herr Kell?
Phelan miró al espejo con los ojos enrojecidos e hizo un gesto de aprobación al Capiscol Marcial.
—Perdóneme que no me levante para saludarle, pero...
—No me siento ofendido —dijo Focht, contemplando la espalda destrozada del mercenario—. He visto heridas peores, aunque no en un hombre aún vivo.
El Demonio de Kell consiguió esbozar una sonrisa.
—Si hubiera sabido que iba a dolerme tanto, supongo que habría preferido morir.
Focht saludó su humor negro con un movimiento de cabeza.
—Estos verdugones tienen mal aspecto, pero creo que las cicatrices serán mínimas.
—¿Sabe lo que se dice en el Nagelring?
—Sí —contestó el anciano con la mirada perdida.
—«Las cicatrices son la prueba de que un hombre puede sobrevivir a su propia estupidez.» —Levantó la mano para ajustarse el parche del ojo—. Esas palabras adquirieron un significado especial para mí hace veinte años.
El mercenario suspiró.
—No lo había pensado desde ese punto de vista. De lo contrario, me las habría arreglado para que Vlad me hubiese dado un latigazo en la cara, para recordarme lo imbécil que soy cada vez que me mirase en un espejo.
—Algunos hombres ven en tales marcas una prueba de su propia inmortalidad e infalibilidad. Usted sería insufrible si se permitiera esa clase de vanidades.
La imagen de Tor Miraborg afloró a la mente de Phelan. Un tanto para el guerrero de ComStar.
—Hace tiempo que aprendí que no soy infalible.
—¿Se refiere a su expulsión del Nagelring? —inquirió Focht, mirándolo fijamente en el espejo.
—Sin duda conoce la historia. Usted proporcionó a Ulric un archivo de datos sobre mí...
—Todo lo que se incluyó en un paquete que me fue enviado —dijo en tono indiferente—. No lo leí y borré la explicación antes de entregarlo a Ulric.
—¿Por qué hizo eso, capiscol? Es obvio que fue entrenado en el legendario Nagelring. Pensé que disfrutaría con el relato de mi desgracia, como tantos otros. —Phelan titubeó por unos instantes y añadió—: ¿O lo borró para que Ulric me encontrase más aceptable como cómplice suyo?
—No soy tan cruel como para querer verlo sufrir por los vagos juicios de un Tribunal de Honor de Cadetes. Por otra parte, habría preferido que el Khan me eligiera a mí como consejero. De hecho, eliminé esa parte de su historial porque pensaba que la historia no debía contarse si usted no quería.
—Gracias —respondió Phelan; cerró los ojos por unos instantes, los volvió a abrir y contempló la mirada acerada del Capiscol Marcial—. En realidad, es una historia sencilla. Una amiga mía, una persona con la que me había criado, se graduó en el Nagelring cuando yo estaba en mi segundo año académico. Donna Jean Connor fue seleccionada por el Decimocuarto de Guardias Liranos y destinada a Ford. Siempre fue muy buena con los libros y las normativas (exactamente lo contrario que yo en ese aspecto) y gracias a su ayuda permanecí en el Nagelring durante los años más difíciles de la juventud. —Tragó saliva y prosiguió—: Supongo que estaba perdido sin ella, pero los holovídeos que me enviaba siempre me retenían allí y me mantenían por el buen camino.
»Pues bien, justo antes de la terrible tempestad que azotó Tharkad en el 48, el padre de Donna me dijo que ella había muerto en combate en Ford. Con la información que me dio, pude entrar en el ordenador del Departamento de Defensa y obtener un informe completo del incidente. Al parecer, había entrado con su lanza en una área donde jamás debió estar, porque su hauptmann dictaba sus órdenes a partir de un manual. Los de la Liga de Mundos Libres debían de tener el mismo libro, porque sus cazas hicieron una pasada sobre la lanza que apoyaba la avanzadilla de exploración de Donna, dieron la vuelta y los diezmaron.
Phelan golpeó la cabecera de la cama con el puño, y se estremeció al sentir en la espalda como si una criatura se la estuviese royendo. Su voz se volvió ronca de dolor.
—Perdí un poco el control —continuó—, pero no fue importante hasta que llegó la tempestad. Los medios de comunicación no paraban de hablar de personas atrapadas por la nieve, pero las autoridades nos habían ordenado a los cadetes con 'Mechs que impidiéramos posibles saqueos. Cuando oí que un grupo de escolares parecía haber quedado atrapado por una avalancha, decidí ir en su busca. Me apropié de las piezas necesarias para aumentar la capacidad de captación de sonido de los micrófonos externos de un Scorpion y me dirigí al noreste de la ciudad de Tharkad.
—¿Hacia el Glaciar de Sigfrido? —sugirió el capiscol.
—Sí. Llegué al área donde el aerobús había tomado tierra y ordené al ordenador que filtrase todos los sonidos menos los latidos de un corazón humano y los patrones de sonido de las válvulas de un motor de fusión Hochbaum. Al cabo de cuatro horas los encontré y excavé la nieve hasta la profundidad donde se hallaban. Entonces emití calor desde el motor de fusión del 'Mech hacia el exterior para mantenerlos calientes y les di la comida que llevaba conmigo. Hice una llamada de socorro por radio porque algunos niños habían sufrido heridas graves cuando una avalancha cubrió el aerobús en un dolmen, pero entonces llegó un nuevo frente que impidió despegar a las naves de evacuación.
—Espere... —lo interrumpió Focht, frunciendo el entrecejo—. Ahora recuerdo algo de esa historia. La mayoría de ellos sobrevivieron, pero no así los niños y otras personas heridas. El nombre del cadete que había ido a rescatarlos no se mencionaba en la noticia, pero recuerdo que su acción fue criticada porque no había llevado consigo los equipos y el personal médico adecuados... lo cual les causó la muerte.
—Así fue. En la audiencia del Tribunal de Honor mantuve que, si hubiese intentado obtener los suministros o la presencia de un médico, nunca habría logrado el permiso para efectuar el viaje, pero el Tribunal invalidó el argumento desde el principio. Me enfadé mucho y me negué a asistir al juicio. Me expulsaron, pero no se permitió a la prensa que airease mucho el asunto por deferencia a mi padre y a la Arcontesa. —Phelan suspiró—. Ya está. Ahora ya conoce esa sórdida historia.
—No tengo la impresión de que usted vea el incidente como un error —comentó el Capiscol Marcial.
El mercenario reflexionó por unos momentos y sacudió despacio la cabeza.
—No fue un error ir en busca de aquellas personas. Pero sí lo fue descuidarme de llevar conmigo a un médico. Sigo sin saber cómo podría haber encontrado uno y aun así emprender el viaje. El rescate en el Glaciar de Sigfrido es mi particular escenario «La Mancha». No importa lo que haga: no puedo ganar.
Phelan giró el espejo para tener una visión más amplia del oficial de ComStar.
—Pero usted no ha venido a preguntarme por mi historial académico, ¿verdad?
—No —repuso sonriendo el anciano—. He venido de parte del Khan Ulric. Él habría venido en persona, pero tras oír lo ocurrido en la visita de Ranna hace unas horas, ha querido que alguien con la misma cultura que usted le explicase exactamente lo ocurrido entre Vlad y ella.
—¿Por qué no lo guarda para alguien a quien le importe? —espetó Phelan.
—Mientras usted estaba en Gunzburg, la lengua y las costumbres de Rasalhague debieron de parecerle peculiares, ¿verdad? —continuó Focht como si no hubiese oído su comentario—. Tenía que esforzarse por expresar bien sus pensamientos a quienes no sabían el mismo dialecto que usted. Sus conocimientos de alemán le permitían hacerse entender en algunos casos, ¿ja?
Focht se acercó una silla y tomó asiento.
—Recuerdo una anécdota de hace mucho tiempo, cuando estaba en Summer. La familia Lestrade había instituido la costumbre de hablar italiano en su casa, donde yo estaba como invitado. Un día quería un vaso de agua, y la quería fría. Le dije al criado que la quería kalt, pero no me entendía. Hice gestos que sugerían la sensación de frío y repetí kalt varias veces. Cuando pensé que me habíá entendido, lo dejé ir a hacer el recado. Imagínese mi sorpresa cuando volvió con un vaso de agua caliente y humeante. La razón era que la palabra que quiere decir frío en italiano es freddo, mientras que caliente se dice caldo. Pensó que mis gestos se referían a temblores porque tenía mucho frío y quería agua calda.
—¿Intenta decirme que he malinterpretado la relación sexual entre Ranna y Vlad? Si sigo su analogía entre caliente y frío, ella se acostó con él para complacerme.
El Capiscol Marcial negó con la cabeza con gesto impaciente.
—La cuestión es ésta: lo que vio y lo hizo reaccionar como una terrible infidelidad no era, a ojos de Ranna o de los demás miembros de los Clanes, un problema que mereciera su atención. De hecho, su reacción bordea lo que esta gente considera una paranoia enfermiza. Es probable que ya hubiesen comenzado una terapia química para ayudarlo a superar su problema, de no haber hablado yó con el Khan al respecto.
Cuanto más hablaba el Capiscol Marcial, más confuso se sentía Phelan.
—Estoy moviéndome con los sensores apagados y visibilidad cero. Usted lo describe como si hacer el amor con Vlad no tuviera más importancia que darle una palmada en la espalda.
—No, desde luego que no. El contacto físico íntimo es una señal de afecto...
—Eso es lo primero que consigo entender de todo lo que ha dicho...
—Pero en esta sociedad no conlleva todo el bagaje emocional que tiene en la nuestra —dijo Focht, y se humedeció los labios—. Los Clanes son una sociedad alienígena, Phelan. A menudo me pregunto si son humanos. Para ellos, el hecho de que Ranna se acueste con Vlad sólo es un signo de amistad.
—Lo pinta como si el concepto de amor no existiese entre los Clanes.
—Sí que existe, pero no como nosotros lo conocemos y experimentamos. Al menos, no entre la casta guerrera de los Clanes. Para ellos, el esprit de corps, en una forma mucho más estrecha de lo que podemos comprender, sería el equivalente aproximado de lo que es el amor en nuestra sociedad. Lo que nosotros llamamos amor, al parecer, existe; pero es la excepción, no la regla.
—¿Entiende usted lo que dice? —preguntó Phelan, incrédulo—. ¿Cómo deciden con quién quieren casarse y tener hijos? Una sociedad no puede funcionar de esa manera.
—Una sociedad guerrera sí que puede, Phelan. Y, por lo que parece, funciona muy bien. Sus hijos nacen en un sibko.. .
—¿Qué diablos es eso? —preguntó el Demonio de Kell—. Ranna empleó esa misma palabra como si lo explicase todo.
El capiscol sonrió con expresión condescendiente.
—Un sibko es un grupo de niños nacidos al mismo tiempo, muchos de ellos de las mismas familias, según me parece, y que son criados juntos. Son escolarizados y puestos a prueba durante los primeros veinte años de sus vidas. Los que aprueban los exámenes, siguen adelante. Cuando cumplen su vigésimo aniversario, son sometidos a una prueba final, una experiencia tremenda. Si la superan, se convierten en Guerreros del Clan.
»Debería ser evidente para usted que las personas que han vivido y trabajado juntas durante tanto tiempo forman vínculos muy estrechos entre ellas. Cuando alcanzan la mayoría de edad, y me refiero al aspecto físico, es natural que exploren su sexualidad con aquellos que conocen mejor. La actividad sexual entre los miembros de un sibko se considera normal como para usted lo seria el vigilar a su hermana Caidin.
—Sí, ¡pero la diferencia es que yo nunca me he acostado con Caidin! —exclamó Phelan con un escalofrío—. No me extraña que le cueste tanto considerar humanos a estos seres. Incluso violan el tabú del incesto.
—Sí y no —respondió Focht—. El incesto es tabú por los problemas de endogamia que entraña. Ninguna de estas cópulas está autorizada para ser fértil, por lo que ese tabú es innecesario. Piénselo. El tabú del incesto es una imposición de la sociedad, no de la biología. Y en este caso es irrelevante porque Vlad y Ranna pertenecen a genealogías totalmente distintas.
—Con tantos apareamientos, ¿cómo se puede saber a qué genealogía pertenece uno?
Aunque Phelan intentó que su comentario sonase sarcástico, el esfuerzo lo dejó agotado. Ella parecía anonadada por mi reacción furiosa... ¿Es posible que las cosas sean como él las describe? Inspiró hondo.
—Si acepto lo que dice como verdadero, y aún no estoy seguro de aceptarlo todo, entonces me siento confundido por la actitud de Ranna en Rasalhague y después. Estábamos juntos todo el tiempo. —Phelan titubeó por unos momentos, pero siguió adelante—. Aunque no soy un donjuán, reconozco que me he enamorado un par de veces, y esta situación tiene todos los visos de ser una de ellas. Todo iba bien... Estaba bien, y entonces ella se fue con él. Dijo que quería hablar con él. Si no piensa que acostarse con él sea una traición, tengo que preguntar por qué no podía contarme a mí lo que quería hablar con él.
—Entonces, ¿aún no se ha dado cuenta? —dijo el capiscol, levantándose de la silla—. Como le dije antes, en esta sociedad el amor es la excepción, no la regla. Unas emociones tan fuertes son, como usted mismo ha sugerido, algo muy poderoso... y confuso, incluso aterrador para alguien que no ha aprendido a preverlas y ansiarlas. —Colocó la silla junto a la pared y concluyó—: Debería ser obvio para usted, Phelan Kell. Ranna fue a ver a Vlad porque quería contarle que está enamorada de usted.
Capítulo 35
Los Claustros, Twycross
Marca de Tamar, Mancomunidad de Lira
10 de septiembre de 3050
Victor Steiner-Davion se sintió como un enano junto a aquella roca roja excavada por el viento. Hincó la rodilla del BattleMech junto a los peñascos que un explorador había bautizado como «Claustros» por su semejanza con monjes encapuchados. Un cable delgado se extendía desde el costado del 'Mech hasta una pequeña caja de cemento, de un metro cuadrado de superficie, que había en el suelo.
En el interior de la carlinga del Victor, Davion examinó la imagen holográfica emitida desde el centro de mando hasta su 'Mech por la línea de conexión por tierra. El Noveno de M-F había logrado desplegarse en medio de la tormenta Diabolis y avanzaba entre fuertes vientos mientras escudriñaba el paisaje. Detrás de ellos, en el lugar donde había aterrizado el Noveno y otros dos puntos estratégicos, se habían colocado un montón de señuelos de 'Mechs y un abundante número de vibrabombas. Los señuelos habían conseguido llamar la atención de algunas tropas de guarnición de los Clanes, pero las feroces tormentas de arena dificultaban las comunicaciones excepto por cables tendidos por tierra, a los que muy pocos exploradores tenían acceso.
El Primer Regimiento de los Demonios de Kell y las fuerzas blindadas del Décimo de Guardias Liranos se habían desplegado por debajo de aquella posición en la Llanura de las Cortinas, llamada así por las capas de arena en movimiento que surcaban sin cesar aquel ancho valle. Una compañía de 'Mechs del Décimo de Guardias Liranos se había apostado al pie de las Montañas Rompevientos para bloquear el acceso a la retaguardia de los Demonios de Kell a través de la Gran Brecha, situada al este de la Llanura de las Cortinas. El Segundo Regimiento de los mercenarios resguardaba el flanco izquierdo del Primero ocupando las Montañas Dientes de Tiburón, que se alzaban al oeste. El resto del Décimo regimiento permanecía en la reserva para reforzar al Primero de los Demonios de Kell o cubrir uno de los flancos, según cuál fuese la necesidad.
Victor frunció el entrecejo cuando aparecieron transcripciones de transmisiones intermitentes en su monitor secundario.
—Central, ¿no podéis limpiar las transmisiones procedentes de la Brecha? No tengo claro si se han colocado los explosivos necesarios para cerrar el desfiladero. También tengo la impresión de que puede haber blindados activos en esa área. Solicito confirmación.
Victor esperó mientras el operador del centro de mando localizaba la información. Si las tropas de la guarnición vienen y aceptan el desafio de los Demonios de Kell, tal como esperamos, la Diabolis deberla alcanzar el extremo norte de la llanura justo después de la llegada de los Halcones. La Diabolis dificultará el combate, pero nos dará ventaja al acortar los alcances y dispersar los rayos de energía en cualquier distancia que no sea el mero disparo a bocajarro. La lucha será terrible, pero sólo asi podremos igualar las condiciones. Echó una ojeada al informe de estado del 'Mech en la pantalla principal. Si Dios quiere y este cañón automático no se atasca, creo que podremos vencer a los Clanes y reconquistar este planeta.
—Kommandant, tengo la información que ha solicitado. Se han puesto explosivos para cerrar la Brecha en su punto más hondo. Los equipos de demolición están listos, y las vibrabombas emplazadas más cerca de los explosivos están desactivadas para evitar una detonación prematura de los explosivos por simpatía.
Sí, una vez que se activa la pentaglicerina, es muy inestable. Está bien que este tiempo impida el uso de misiles MLA y MCA, porque un disparo próximo a las cargas podría desencadenar el derrumbamiento de todo el desfiladero. Si no tengo que destruirlo, prefiero mantenerlo abierto.
—Bien. ¿Hay confirmación de la presencia de infantería blindada cerca de la Brecha?
El comtech titubeó.
—No estamos seguros, señor —repuso al fin—. La Diabolis se ha desplazado a esa área, lo que significa que las comunicaciones son ahora intermitentes. Parece que el hauptmann Jungblud tiene contacto con su posición delantera y ha iniciado un combate. El leftenant-general Milstein dice que cree haber visto elementos periféricos de la guarnición en su avance hacia la llanura. Todos los demás informes indican que un regimiento y medio de 'Mechs avanzan entre la tormenta hacia el llano.
Aunque aquella explicación parecía correcta, algo tenía intranquilo a Victor. Es algo más que mi desagrado porque Morgan designase al leftenant-general Milstein como mi válvula de seguridad. No puedo hacer que Milstein sea otro Hawksworth.
—Gracias, centro de mando —dijo, y cambió a otro canal de la línea—. Kai, aquí Victor. ¿Has estado supervisando la situación en la Brecha?
—Afirmativo.
—¿Conclusiones?
El zumbido del ruido estático resonó en el neurocasco de Victor mientras Kai pensaba su respuesta.
—Creo, Kommandant, que los Clanes están tanteando la Brecha para ver si la dejamos indefensa. El uso de fuerzas blindadas podría ser un intento de atravesar el desfiladero y atacarnos por la retaguardia. Según el número de su infantería, podrán superar a nuestra compañía de 'Mechs de primera línea, sobre todo si combaten con 'Mechs de los Clanes, y luego diezmarán nuestra infantería.
—Seguramente será muy duro —comentó Victor con una mueca de desagrado. Miró el mapa e introdujo una instrucción en el ordenador para ampliar el área de la Brecha—. Tenemos una unidad hospitalaria móvil en el sector 0227. Lleva allí tu lanza e infórmame de la situación. El hospital está situado justo encima de una caja de conexión, de forma que no deberías tener problemas para llegar hasta allí.
—Gracias, Vic —exclamó la voz de Kai con un entusiasmo que sonó intacto en la transmisión—. Te llamaré dentro de una hora.
—Una hora, recibido —respondió Victor, pero detuvo la mano cuando iba a conmutar la radio otra vez para hablar con el centro de mando—. Kai, ten cuidado. Ese Hatchetman que llevas no tiene la potencia de fuego ni el blindaje a que estás acostumbrado con Yen-lo-wang. Espero de todo corazón que no lo necesites, pero recuerda que todo el conjunto de la cabeza de esa máquina salta cuando realizas una eyección, por lo que debes tener el torso erguido.
—Igual que el Wolfhound de mi tío —comentó Kai, riendo—. Tomo nota del aviso y te lo agradezco. Te llamaré en cuanto llegue al punto de destino. Corto.
Victor conmutó de nuevo la comunicación al centro de mando.
—Taccomm, aquí Davion. He desviado la lanza exploradora de Allard para reconocer el sector 0227. Reenvíenme sus informes, pero quiero que ustedes también los supervisen. Me voy de aquí en dirección a la llanura, para reunirme con el hauptmann Cox y el batallón Alfa.
—Recibido, señor. El leftenant-general Milstein lo exhorta a ser cauteloso. El tiempo estimado de llegada del enemigo es de treinta minutos según su última velocidad y posición registradas.
—Recibido y corto.
Victor pulsó un botón en la consola, y el empalme de fibra óptica se enrolló y se guardó de nuevo en el compartimiento del 'Mech. Mientras el BattleMech levantaba sus ochenta toneladas de peso para ponerse en pie, una ráfaga de viento lo sacudió. El Victor empezó a oscilar, pero los giróscopos conectados a través del neurocasco con el propio sentido del equilibrio del príncipe estabilizaron la máquina humanoide. Con la mano izquierda del 'Mech, Victor dio unas palmadas en las piernas a uno de los monjes de piedra e hizo avanzar su máquina en dirección al valle.
Más abajo, la Llanura de las Cortinas se extendía como un campo cobrizo de arcilla cocida. Vio desde su atalaya las paredes de arena que recorrían aquella especie de gigantesca lápida. Los terroríficos vientos que pasaban entre las montañas y azotaban el valle agitaban la arena en caprichosos patrones. Cuando chocaban entre sí, las paredes de arena se convertían en torbellinos rojos y dorados que combatían entre ellos hasta derrumbarse en montones de polvo escarlata.
Más allá de la Llanura de las Cortinas acechaba la Diabolis. El gigantesco embudo giratorio de polvo y escombros parecía, en su mayor parte, un cilindro de color negro. Victor notó movimientos en su interior, pero a causa de la distancia y el tamaño de la tormenta, sus paredes parecían girar a una velocidad angustiosamente lenta. Aun así, la altura a la que se elevaban los trazos de polvo rojo en el negro cono revelaba la potencia de la tempestad.
Sé que la velocidad de los vientos que hay en su interior se ha calculado en más de 350 kilómetros por hora. El sistema de guía por inercia del Noveno de M-F y cronómetros independientes van a ser las únicas cosas que los harán llegar a tiempo. Victor echó un vistazo a su reloj. Veinte minutos para el encuentro.
Aceleró la marcha del 'Mech por el sendero pisoteado por los pies de muchas máquinas asesinas. A unos quinientos metros del suelo del valle, se apartó del camino.
Pasó por un punto de control, y un 'Mech adornado con la insignia de la flecha ardiente de los exploradores le hizo señas para que se dirigiera al frente de la formación de Guardias Uranos. Allí encontró el Crusader de Galen Fox junto a un Wolfhound pintado con los colores rojo y negro de los Demonios de Kell. Victor abrió una comunicación con los dos 'Mechs.
—Teniente coronel Allard, he enviado a Kai para confirmar la posibilidad de una escaramuza con los Clanes en el área de la Gran Brecha. Tal vez tengan allí fuerzas blindadas e incluso una lanza o dos de 'Mechs.
—Ordenaré al coronel Brahe que envíe una lanza para prever esa posibilidad —resonó la respuesta de Dan Allard a través de los altavoces del neurocasco de Davion—. La única noticia buena es que eso quiere decir que no van a venir por Dientes de Tiburón. Creo que puedo ordenar a Scott Bradley que descienda con el Segundo Regimiento a las áreas de estacionamiento.
—Excelente idea, señor. Sólo tenemos que asegurarnos de que no inicien las hostilidades demasiado pronto. Queremos que los Halcones se enfrenten al Primer Regimiento antes de que los sorprendamos con el Noveno de M-F y el resto de los Demonios.
—Todo según el plan, Kommandant —dijo Dan en tono crítico, aunque también con cierto regocijo—. No se preocupe, lo recuerdo bien.
El Wolfhound se apartó de los otros dos 'Mechs y comenzó el descenso final al valle... Por su parte, el 'Mech de Galen se orientó hacia el otro extremo.
—Nuestro centinela en la entrada del valle acaba de decirnos que los Halcones vienen hacia aquí —comunicó Galen—. Informa sobre diversos 'Mechs inusuales, Thors y Lokis, y otro modelo que ha apodado Fenris, entre otros diseños más convencionales. Parece que no dejan que las tropas de la guarnición utilicen los mejores modelos.
—Hasta ahora, no les habíamos dado motivos para sospechar que necesitaban tener 'Mechs en sus planetas conquistados —comentó Victor, echando una ojeada al monitor secundario—. Todo lo que tenemos que hacer es contenerlos una hora y entonces el Noveno cerrará la trampa. Los tendremos a nuestra merced y les causaremos su primera derrota en esta guerra.
—Si Dios quiere y mantenemos las posiciones en el desfiladero —murmuró Galen.
Victor giró su 'Mech hacia la Llanura de las Cortinas.
—Mira, Galen... Las lanzas de primera línea de los Halcones han encontrado a los Demonios.
Las ondeantes cortinas de arena levantada por el viento jugaban un mortífero juego del escondite con los BattleMechs. El polvo rojizo ocultó los torsos escarlata de los 'Mechs de los Demonios de Kell hasta que los Halcones casi llegaron junto a ellos. A una distancia tan corta, la ventaja en el radio de alcance de los invasores era irrelevante y reducía la batalla a una competición que se decidiría por pura potencia de fuego de los contrincantes y la fortaleza de sus defensas.
Los intercambios iniciales fueron favorables a los Demonios de Kell. A causa de su superioridad numérica, concentraron su fuego en un único blanco y pudieron inutilizarlo con un par de andanadas. Los Halcones siguieron la táctica que Victor consideraba como su método tradicional, seleccionando blancos individuales y atacándolos excluyendo a los otros. En un principio, los grupos exploradores de los Halcones se retiraron enseguida, pero aminoraron la marcha de su retirada cuando los Demonios de Kell dejaron de perseguirlos e iban llegando sus propios refuerzos.
Los Demonios retrocedieron ante el bloque completo de los Halcones. Cuando varios 'Mechs de los Clanes se apartaron con rapidez de sus filas, los Demonios les dispararon. El comandante de los Halcones controló enseguida a sus hombres y los invasores iniciaron un avance controlado, dejando que los mercenarios eligieran su propio sitio y momento para morir.
Victor entornó los ojos. Pronto harán su maniobra. A los Demonios no les queda mucho sitio para retroceder. En cuanto el intercambio de disparos sea realmente intenso, ya podemos llamar al Segundo Regimiento. Una sonrisa afloró con regocijo juvenil a su rostro. ¡Creo que esto va a salir bien!
Entonces vio que un botón azul parpadeaba de forma apremiante en la consola de mandos. Lo pulsó mientras una ola de arenas negras y rojas ocultaban el campo de batalla.
—Aquí Davion. ¿Qué sucede?
—El leftenant-general Milstein dice que se retire, señor —dijo la voz del comtech, llena de pánico—. ¡Hágalo ya!
—¿Qué? —exclamó Victor, que no podía creer lo que estaba oyendo—. ¿Por qué? ¡Estamos a punto de empezar a destrozarlos!
—Kommandant, aquí Milstein —dijo otra voz—. Tiene que retirarse. Su posición es vulnerable, muy vulnerable.
—¡Maldición, expliqúese! ¿Qué diablos ha sucedido? —rugió Victor. ¡No voy a repetir aquí lo que pasó en Trellunol
—Acabamos de recibir una transmisión del hauptmann Jungblud. Su compañía ha sido atacada por infantería blindada y 'Mechs, un regimiento de cada tipo. No eran 'Mechs de la guarnición, repito, no eran 'Mechs de la guarnición. Eran máquinas de la vanguardia de los Clanes, Kommandant. La compañía de Jungblud ha sido destruida y no podemos elevar los equipos.
»Se acabó, Alteza —farfulló la voz de Milstein—. Los Clanes están entrando en masa por la Brecha.
Capítulo 36
Sector 0227, Twycross
Marca de Tamar, Mancomunidad de Lira
10 de septiembre de 3050
Dado que los vientos habían absorbido el humo negro y grasiento de los transportes blindados de personal (TBP) en llamas, el primer indicio que tuvo Kai Allard de las condiciones en el sector 0227 fue el MCA que impactó en el pecho de su Hatchetman. El cohete fue disparado por uno de la media docena de soldados blindados y explotó contra el pectoral izquierdo del 'Mech. Como resultado, la lluvia de fragmentos de blindaje que se produjo le arrancó la insignia de la Guardia Lirana, pero el misil no logró dañarlo ni detenerlo.
Kai centró la mira del cañón automático en la figura más próxima y oprimió el botón de disparo. El BattleMech se torció un poco cuando el cañón automático montado en el pectoral derecho lanzaba una andanada de fuego y metal. Las balas supersónicas atravesaron al soldado de parte a parte y rebotaron en las paredes del cañón entre una lluvia de chispas.
La armadura del enemigo y el misil que le restaba explotaron, pero Kai ya se había vuelto hacia otros blancos. Dirigió los láseres medios que tenía en el lado inferior de los antebrazos hacia otros invasores envueltos en metal. Uno de ellos esquivó el rayo rubí, mientras que el otro, atrapado entre los vehículos TBP y un pequeño edificio, se fundió.
Uno de los soldados blindados, que quizá creía que aquel 'Mech zanquilargo era un enemigo débil, le saltó a la cabeza. Mas nunca llegó a su destino, ya que Kai empleó el elemento menos habitual del armamento del Hatchetman. La hoja de uranio reducido y envuelta en titanio, que sostenía en la mano el 'Mech como una gigantesca maza, golpeó al Halcón de Jade en el aire como si fuera un insecto. Con los brazos y piernas abiertos, el guerrero salió despedido, fue a chocar contra la pared del cañón y se deslizó, ya sin vida, hasta el suelo, mientras de las fisuras de la armadura manaba sangre y un líquido negro.
Como un dios vengativo entre arrogantes mortales, el Hatchetman atacó a los Halcones restantes. Mientras aplastaba a uno de ellos con la zurda, el cañón automático hacía pedazos a otro. El último de sus enemigos, consciente de que estaba condenado, lanzó dos MCA a sendos TBP. Los láseres de Kai lo convirtieron en vapor unos segundos después de que explotasen los vehículos. Kai abrió un canal de radio con el resto de su lanza.
—Despertad. Esto no es normal. He tenido que liquidar a seis de esos Sapos. Mantened los ojos abiertos e id con cuidado —les dijo, y contempló la caótica escena—. Todo esto es un gran lío.
La unidad médica, situada en la parte central de un cañón de unos doscientos metros de ancho y cuatro veces esa distancia de largo, consistía en dos grandes tiendas situadas a los lados de un camión más pequeño donde guardaban la maquinaria y los suministros. Debido a las altas paredes del cañón, el ambiente permanecía bastante despejado y protegido de la furia de la Diabolis. El cañón trazaba una curva hacia el este en un punto situado frente a la colina por donde había subido Kai para llegar hasta él y se estrechaba en lo que era la sección más occidental de la Gran Brecha. Desde allí, la Brecha recorría trescientos metros ascendiendo por un leve promontorio, mientras que las paredes se elevaban otros cuatrocientos metros a cada lado del angosto desfiladero. En el punto donde el paso comenzaba a descender hacia el este, habían colocado los explosivos para bloquearlo si era necesario.
Soldados de la Mancomunidad, con los uniformes rotos y desgarrados, acudían masivamente desde el desfiladero y las estribaciones. Algunos corrían llenos de pánico, sin tener.idea de dónde se encontraban ni adónde se dirigían. Otros, sin preocuparse por sus heridas, ayudaban a compañeros menos afortunados a llegar al improvisado hospital. Más de un soldado cargaba con el cuerpo inerme de un amigo. Kai sabía que no había ayuda posible para muchos de ellos.
Kai hincó una rodilla del 'Mech y utilizó la mano libre para rodear a un soldado. Entonces tocó un botón para activar los altavoces externos.
—Informe, sargento Detloff —dijo, leyendo su nombre en el rótulo de su uniforme—. ¿Qué ha ocurrido?
El hombre se estremeció y pareció hacer un esfuerzo para hablar.
—Nos vimos desbordados, señor —dijo—. Acabábamos de poner los explosivos y todo lo demás cuando cayeron sobre nosotros. —De manera inconsciente bajó la mano a la funda vacía que le colgaba de la cadera—. Nada podía detenerlos.
Las imágenes de hombres sin protecciones tratando de detener a unos Halcones de Jade con pequeñas armas de fuego produjo un escalofrío al MechWarrior.
—¿Volaron el desfiladero? —preguntó, pero en ese mismo momento supo la respuesta. No pudieron haberlo hecho. Con todos los explosivos y tanto movimiento de rocas, lo habría notado durante mi ascensión. El suboficial confirmó la deducción de Kai con un movimiento negativo de la cabeza.
Kai activó el micrófono exterior y aumentó su potencia poco a poco. El sonido que le llegaba aumentó de intensidad hasta convertirse en un estrépito ensordecedor que conmovía incluso a los guerreros más atónitos del valle. Apagó, el micrófono exterior y encendió di del casco.
—Pongan a la gente en los TBP y otros vehículos. Tienen que irse de aquí. Los que puedan caminar, que ayuden a los otros o transporten todo el material clínico que les sea posible.
Kai desvió la atención de la escotilla de visión a la pantalla hoíográfica, donde vio que el resto de su lanza llegaba al lugar.
—Jeff, Mageie, utilizad vuestros 'Mechs para apartar los TBP incendiados, para que la gente pueda llegar a los que están en buen estado. Harry, mantén tu Hunchback cerca del sendero. Eres el hombre clave para sacar este convoy de aquí.
—Recibido, leftenant.
El Vindicator y el Trebuchet se dirigieron hacia los vehículos en llamas, mientras el Hunchback de tronco cilindrico se situaba como centinela a la entrada del cañón. Aunque cada uno de aquellos 'Mechs tenían una sola mano con capacidad de manipulación de objetos, su tremenda fuerza les permitió apartar fácilmente los TBP incendiados.
Kai se sintió deprimido cuando miró por la escotilla. ¡Oh, no! Ellos no tienen problemas, pero yo estoy a punto de tenerlos.
La doctora Deirdre Lear salió del hospital vestida con una túnica de cirujano manchada de sangre y se encaminó directa al Hatchetman. Se detuvo a cuatro o cinco metros de sus pies, puso los brazos en jarras y miró furiosa hacia la ventana polarizada.
—No sé quién se cree que es, pero este hospital no se va a ninguna parte —dijo, y señaló con el dedo las tiendas gemelas—. Ahí dentro tengo personas que morirán si se las traslada.
El MechWarrior tocó el cadáver blindado de un Halcón de Jade con la maza que tenía en la mano de su máquina.
—Sus hombres morirán si no se los traslada, doctora.
—Usted tiene armas. Protéjanos hasta que pueda estabilizar el estado de mis pacientes.
Kai hizo hincar la rodilla al Hatchetman y apoyó su mano izquierda en el suelo.
—Por favor, doctora, suba a la carlinga —dijo—. Prefiero no airear en público nuestra discusión.
Por unos instantes, la doctora mostró una expresión de asco, pero se sobrepuso a sus emociones y subió a la mano mecánica. Kai levantó despacio la mano hasta la altura del hombro y apoyó el borde en el hombro izquierdo del 'Mech.
—Hay una escotilla de entrada en el cogote. La voy a abrir. Por favor, dé la vuelta y entre.
Los dedos de Kai danzaron sobre el teclado del lado derecho de su consola de mandos, y la escotilla se abrió con un silbido de aire presurizado.
Deirdre entró con cautela en la carlinga. Sin volverse hacia ella, el MechWarrior señaló un asiento plegado en el lado derecho del compartimiento del piloto.
—Siéntese, por favor —le dijo—. Lamento la falta de espacio: no solemos llevar pasajeros.
—No pienso estar mucho rato aquí —repuso ella y se sentó.
Kai notó cómo lo penetraba con su enojada mirada. Volvió a enderezar el 'Mech y cerró la escotilla.
—Abróchese los cinturones. Encontrará unos auriculares en el compartimiento situado junto a su hombro derecho. Enchúfelos en este conector y podremos hablar con normalidad.
La doctora hizo lo que Kai le pidió.
—Podría dejar el 'Mech en el suelo —sugirió la mujer.
Kai negó con la cabeza y se concentró en la pantalla holográfica.
—No lo creo, doctora. Estamos en zona de guerra y un 'Mech estacionado es un blanco tentador. —Conmutó el sistema de comunicación a los altavoces exteriores-Sargento, reúna a todos los hombres que pueda. Quiero que vuelvan para cerrar el desfiladero.
—No puedo hacer eso, señor —dijo el suboficial.
El leftenant tenía la tarjeta magnética que controla el detonador.
—¿Y dónde está él?
—No lo sé —respondió. Parecía a punto de echarse a llorar—. Fue uno de ios primeros en ser atacados.
Kai frunció el ceño mientras el sudor le ardía en los ojos.
—¿Qué utilizaron como explosivo?
—Pentaglicerina —dijo el sargento con un escalofrío—. A montones. Tuvimos que desactivar las vibrabombas para que no explotasen por simpatía.
—Entonces seguramente bastará con un disparo de cañón automático a las paredes, o un misil.
—Sí, si tiene ganas de suicidarse —contestó Detloff, clavando la mirada en el Hatchetman—. Ni siquiera un Atlas podría subir entre tantas rocas, mucho menos sobrevivir tras quedar sepultado.
Kai golpeó el brazo de la silla de mando con el puño.
—¡Maldita sea! Será mejor que vuelva en busca de esa tarjeta magnética. Tiene que hacerlo. Sellar el desfiladero es nuestra única esperanza de evitar que los invasores maten a Victor Davion —dijo. Por favor, Dios mío, saca a Victor de aquí sano y salvo.. .
—Sí, señor —repuso el sargento con un nuevo brillo en los ojos. Se volvió hacia otros dos hombres, que a su vez reclutaron a varios más y se dirigieron hacia el estrecho paso del cañón.
—Perdóneme —reclamó su atención Deirdre en tono gélido—, pero creo que me ha traído aquí para hablar de cómo defender el hospital.
Kai se volvió y la miró a los ojos, y sólo entonces ella lo reconoció.
—Eso es lo que intento hacer, doctora. Estoy intentando darle un poco de tiempo, pero la única manera de hacerlo es sellar el desfiladero. La Brecha ha sido minada y está a punto de explotar, pero no pueden activarse las cargas explosivas a menos que recuperen esa tarjeta.
—¡Usted! —exclamó la mujer, destilando veneno por sus azules ojos—. ¡Déjeme salir ahora mismo!
—¡No! Necesito respuestas y sólo usted puede dármelas. —Kai hizo un esfuerzo por controlar su ira—. ¿Cuánto tiempo necesita para estabilizar a sus pacientes?
—¿A todos ellos? Doce horas.
—Imposible. Calcule un cincuenta por ciento de bajas. ¿Cuánto tiempo necesita?
—¿Cincuenta por ciento? —repitió la doctora boquiabierta—. ¡Eso es inhumano! ¿Cómo puede siquiera sugerirlo?
—Sólo trato de ser realista.
—Usted es un monstruo, una bestia sin sentimientos. Debí esperarlo de usted. Lo lleva en la sangre.
—¡Basta! —replicó Kai, apuntándola con el dedo—, ¡Basta ya! No sé por qué me odia y —titubeó— no me importa Si los 'Mechs de los Halcones de Jade, incluso una sola lanza, vienen detrás de esa infantería, ¡todos van a morir! Déme un plazo realista y yo se lo daré.
Cuando Kai apartó la mirada, una serie de figuras anaranjadas aparecieron en la pantalla del escáner magnético.
—¡No! —exclamó angustiado.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Deirdre, tirando de las cintas que la sujetaban al asiento.
—Se acaba el tiempo —respondió Kai.
El fuego de láser de los Sapos que entraban por la Brecha ardió en el aire. Los soldados de la Mancomunidad se lanzaron al suelo y los 'Mechs devolvieron los disparos, que consiguieron dispersar a los Halcones aunque sin causarles muchos daños. Mientras la gente corría al lado de su máquina llena de pánico, Kai hizo correr al Hatchetman hacia la Brecha. Cuando la infantería enemiga reanudó sus ataques, su 'Mech se convirtió en un blanco evidente aunque esquivo.
—¡Jeff, saca a todo el mundo de aquí! —ordenó a su segundo.
Bajó el retículo de mira sobre una silueta de apariencia humana y lanzó una terrible ráfaga de cartuchos del cañon automático. Observó cómo aquella figura acribillada se apartaba con paso inseguro, y cambió de curso para que la altura de once metros del Hatchetman ocultase al equipo que subía por la pared del cañón. ¡Detloff será mejor que encuentre a su leftenant! Le conseguiré ese tiempo, si puedo.. .
—¿Qué está haciendo? —preguntó Deirdre, aterrorizada—. ¿Se ha vuelto loco? ¡Déjeme salir de aquí!
—Ojalá pudiera, doctora. Ojalá. Agárrese.
Kai oprimió con ambos pies los pedales de los retropropulsores, y el 'Mech saltó por el aire. Cuando la fuerza de la gravedad lo hundió en la silla de mando, sintió como si se hubiese dejado el estómago en el suelo. Observó cómo el altímetro ascendía metro a metro en la escala. Cuando llegó a los treinta de altura y ciento cincuenta de avance, apagó los propulsores.
—Inclínese hacia adelante y agárrese las rodillas, doctora. El aterrizaje será duro.
Activó los propulsores en el último segundo, y el fogonazo derribó a varios Halcones. El Hatchetman aterrizó de forma contundente y dobló las rodillas para absorber el golpe. Luego, como un oso acosado por lobos, se abalanzó hacia adelante para crear el desconcierto entre las figuras blindadas.
Los láseres del Hatchetman pasaron entre los invasores, fundiendo el blindaje allí donde entraban en contacto. El cañón automático siempre encontraba un blanco, y el tremendo impacto físico de los proyectiles lanzaba a un guerrero contra otro. En cuanto a la maza del 'Mech, aplastaba y mutilaba a quienes no destrozaba mientras oscilaba de un lado a otro entre sus enemigos.
El ataque inicial de Kai hizo retroceder a los invasores hasta la entrada de la Brecha. Allí reunidos, le parecieron a Kai unos blancos menos difíciles. Los aplastó usando los puños y los pies, y siguió abriéndose paso entre ellos. Se los quitó de la espalda y los hombros frotándose contra las paredes de piedra del desfiladero y dejó sus cadáveres destrozados y relucientes como una estela de su avance.
Para Kai, un guerrero descendiente de guerreros, aquella batalla era todo aquello para lo que se había entrenado. En lo más hondo de su corazón sabía, en el momento en que irrumpió con su 'Mech entre sus filas, que iba a morir. Todo lo que había averiguado de los Halcones de Jade y su fantástica infantería le indicaba que estaba perdido. También sabía que, si vivía el tiempo suficiente, podría mantener la batalla lejos del hospital, dando a sus camaradas una oportunidad de escapar, y a Detloffla de volar la Brecha.
Algo parecía ir mal. A medida que la batalla continuaba metro a metro, adentrándose cada vez más en la Brecha, esa idea fue calando en su mente. La terrible ferocidad de su ataque había sorprendido a los Halcones y los había hecho retroceder. Aunque sus disparos de respuesta habían destruido la mayor parte del blindaje de su máquina, no les había dado la ocasión de pensar ni planear cómo dispararle. Del mismo modo que atacaba sus cuerpos con sus armas, con su furia insaciable atacaba su moral.
Por fin, emprendieron la huida.
El Hatchetman cargó en pos de aquellas cosas de aspecto humano, Kai no pretendía atraparlos. Aun antes de que su 'Mech diera los últimos pasos hasta la cima de la Brecha, su valoración de la batalla comenzó a tomar forma. Nunca debiste hacer esto. Has arriesgado la vida de Deirdre de forma innecesaria. Arrancaste sin pensar y eso casi le costó a tu señor una valiosísima pieza de equipo militar. Si se te acaba la suerte.. .
Al llegar a la cumbre, Kai se quedó anonadado.
—¡Por la sangre de Blake! Todo ha terminado.
Deirdre, sentada detrás de él, contempló también la fisura.
—¡Oh, Dios mío! ¿Qué ha hecho? —susurró con voz de niña.
Más abajo avanzaba un regimiento de BattleMechs de los Halcones de Jade, formando dos ordenadas columnas. Algunos de ellos mostraban señales de haber combatido, pero sólo en la pintura quemada en la boca de un láser o en las manchas junto al orificio de expulsión del cañón automático. Los pocos soldados que quedaban corrían entre las piernas de sus hermanos mayores y, en un par de casos, su armadura parecía fundirse con los BattleMechs.
De manera inconsciente, Kai ordenó al ordenador de combate que explorase las máquinas que había más abajo. Vio que se iluminaban figuras identificadas como las configuraciones que Victor había apodado Loki y Thor, pero también aparecieron en el monitor auxiliar docenas de otros diseños que no podían reconocerse. Un pequeño contador situado en una esquina del monitor contaba los 'Mechs; se detuvo en el número cuarenta y cinco.
Por lo que puedo hacer contra ellos, podrían ser cuatro mil quinientos. Espero de todo corazón que Detloff haya llegado a su posición. Kai conmutó los escáners a luz visual y amplió la imagen del área donde debía estar el sargento y sus hombres para volar el desfiladero. ¡Oh, no!, exclamó mentalmente. En lugar de soldados liranos, vio dos Sapos. Uno de ellos levantó un cuerpo inerte vestido con el uniforme de la Mancomunidad y lo arrojó de forma desafiante al fondo de la garganta.
Gracias a la imagen ampliada que le proporcionaba el escáner, Kai logró identificar el cadáver como el de Detloff. Lo he matado. Los he matado a todos. Se acabó, ¿no es cierto? No hay forma de que pueda ganar.. . Este pensamiento que le rondaba por la mente le evocó un recuerdo que casi había olvidado. Pensó en la acción que aquel recuerdo le aconsejaba y asintió para sus adentros.
—Doctora, haga exactamente lo que yo le pida en el momento en que así se lo indique —dijo.
Cambió de posición dos interruptores de la consola de mandos. Uno iluminó la carlinga con una luz rojiza y el otro abrió un panel en el brazo derecho de la silla de mando. Un botón azul iluminado se levantó hasta quedar justo debajo de los dedos de Kai.
—¿Ve ese panel que está junto a su rodilla derecha?
Ella asintió y preguntó en voz baja:
—¿Se refiere al que dice «Circuito de Contención Magnética»?
—Sí, abra ese panel. Cuando se lo indique, arranque todas las placas de circuitos tan deprisa como pueda. Saltarán chispas, saldrá humo y sonará una sirena, pero usted siga arrancándolas. No se preocupe si las estropea; sólo procure sacarlas todas.
Pulsó un botón del tablero de comunicaciones y abrió una comunicación de banda ancha.
—Soy Kai Allard-Liao —gruñó con voz grave, tiñendo sus palabras de una confianza y arrogancia que no sentía—. Soy un asesino de hombres.
»Mi misión es la de custodiar este desfiladero —prosiguió, abriendo los brazos del Hatchetman—. Aquellos de vosotros que queráis desafiarme, os ofrezco una muerte digna de un guerrero. Pero solicito indulgencia a quienes aceptéis mi oferta. Vuestros compañeros más pequeños me han obligado a agotar la munición de mi cañón automático y han destruido uno de mis láseres. —Juntó las manos del 'Mech y sostuvo con ambas la empuñadura de la maza—. Sólo me queda esta maza para defenderme. Pero os mataré a todos con ella, de uno en uno o por grupos.
Apartó el micrófono de un manotazo y dijo:
—Prepárese, doctora.
—Nos van a matar —repuso Deirdre, mirándolo con expresión incrédula—. Yo pensaba que iba a rendirse.
—Haré lo que sea necesario para sobrevivir a esto —dijo Kai con voz firme y serena—, pero también tengo obligaciones y deberes que debo cumplir. El sargento Dedofr y sus hombres han muerto porque les ordené que se adentrasen en territorio peligroso para volar el desfiladero. Si me rindo, si no hago nada, estos 'Mechs lo arrasarán todo, matarán a los refugiados que huyen del hospital y atacarán nuestras fuerzas por la retaguardia.
»Lamento haberla metido en esto —añadió, suavizando un poco el tono de voz, pero en absoluto su intensidad—. No espero que comprenda por qué está ocurriendo, pero sí quiero que sepa que es la única manera posible. Antes de que esto haya terminado, mis manos estarán manchadas con más sangre; pero es mejor que haya sangre de ellos en mis manos, que sangre de mis amigos en las suyas.
—Soy el coronel estelar Adler Malthus, al mando de los Guardias Halcones —restalló una voz a través de la radio en respuesta a su desafío. Un 'Mech del modelo que el ordenador identificaba como Thor se adelantó a la línea de Guardias. Levantó sus brazos sin manos por encima de la cabeza y cruzó las bocas del cañón automático y del CPE Un par de segundos después, todos los demás 'Mechs imitaron su gesto; luego volvieron a copiarlo cuando su líder bajó Tos brazos del Thor—. Te saludamos, Kai Allard-Liao, y te aseguramos que tu valentía perdurará en los corazones y las mentes de tus vencedores.
Kai se rió y volvió a abrir la comunicación.
—Y yo te aseguro que el recuerdo de tu valor será una leyenda conocida en todos los Estados Sucesores —contestó. Cerró la línea y, volviéndose a Deirdre, dijo—: Cuando él esté al alcance del brazo, empiece a arrancar las placas... ¡Ahora, doctora, hágalo ahora!
El Thor avanzó como un carnicero entrando en el matadero. Levantó el CPP que formaba su antebrazo derecho, para lanzar un disparo que destruyese al Hatchetman, pero Kai esquivó el ataque y golpeó la axila del Thor con la maza. Durante una fracción de segundo, Kai creyó que la lluvia de chispas que veía era sólo el reflejo de las que estaban saltando en la parte trasera de la carlinga; pero la lluvia de pedazos de blindaje demostró los daños que había causado en realidad. ¡Hijo de perra! Esta cosa funciona de verdad.
De inmediato, una voz cavernosa le recordó cómo un inapropiado exceso de confianza lo había derrotado en el escenario «La Mancha» de la Academia.
—¡Ya está! —gritó Deirdre a sus espaldas. Una oleada de calor convirtió la carlinga en un horno. Kai oprimió con fuerza el botón azul, cruzó los dedos y rezó.
El Thor había levantado los brazos para aplastar la cabeza del Hatchetman como si fuese un mosquito. Un fuego plateado rodeó el cuello del 'Mech antes de que el Thor pudiera juntar sus pesados miembros, y toda la carlinga saltó como una pieza con resorte de un juguete. Entonces se encendieron los cohetes secundarios, que abrasaron con sus llamas la rechoncha cabeza del Thor. La cabeza del Hatchetman voló hasta llegar a media altura de la entrada de la Gran Brecha.
Abajo, el motor de fusión del Hatchetman explotó, pues ya no estaba contenido por los campos magnéticos que Deirdre había destruido al practicar aquella especie de lobotomía del ordenador de control. De todas las articulaciones manó un blanco y ardiente líquido plasmático que bañó el deteriorado blindaje del 'Mech. Rodeó y engulló los brazos del Thor, la creciente energía lo sacudió y finalmente lo hizo saltar en pedazos con una terrible explosión.
La tremenda onda de choque afectó la pentaglicerina enterrada en las paredes de la Brecha. Cada veinte metros a partir del epicentro de la detonación, unas pequeñas explosiones regaron el cañón de rocas y fuego. Cada ola de explosiones activaba la siguiente de forma sucesiva, arrojando fragmentos de roca contra los Guardias Halcones. Mientras la cabeza del Hatchetman se elevaba a través de la Brecha, las rápidas detonaciones sacudieron su carcasa blindada. Un enorme pedazo de roca golpeó la escotilla de visión de la carlinga, la rompió y salpicó de astillas de cristal los muslos desnudos de Kai.
De pronto, cesaron las explosiones y se apagaron sus ecos. Kai, al ver que las resquebrajadas paredes de la Brecha aún se mantenían en pie, temió que la pentaglicerina hubiese fallado. Sin embargo, mientras pensaba una manera de orientar los tubos de propulsión hacia las paredes para chocar contra ellas e iniciar una reacción en cadena, un terrible rugido resonó en el paso ya alfombrado de escombros. Algunas rocas situadas en la parte más alta cayeron despacio hacia el suelo y otras las siguieron. Entonces, las paredes cedieron por su parte central y las rocas se precipitaron como torrentes de agua para llenar la Gran Brecha.
Los BattleMechs que tenían capacidad de salto volaron hacia el cielo, pero enormes losas los derribaron. Otros peñascos se desplomaron por todo el cañón, derribando 'Mechs como juguetes que sufriesen la rabieta destructiva de un niño. Rocas de bordes dentados cortaban los 'Mechs como cuchillos, cuyos motores de fusión explotaban a su vez y arrojaban más fragmentos y nubes de polvo. Unas negras y espesas nubes se extendieron por lo que había sido el único paso a través de las montañas, como un sudario para cubrir la tumba de los Guardias Halcones.
Horrorizado por la escena y conmovido por haber sido su causante, Kai apagó las pantallas en las que los escáners seguían enumerando, 'Mech a 'Mech, los daños infligidos. Sin prestar atención al dolor de sus piernas manchadas de sangre, y sólo consciente de los sollozos que oía a su espalda, esperó a que se apagase el motor de los cohetes. Abrió el paracaídas y buscó un lugar para posarse que estuviera lo más lejos posible de la Gran Brecha.
Capítulo 37
Llanura de las Cortinas, Twycross
Marca de Tomar, Mancomunidad de Lira
10 de septiembre de 3050
¡Los invasores han tomado la Brecha! Esta idea causó una descarga de adrenalina en el cuerpo de Victor. Juró en silencio que las semanas de planificación en Sudeten no serían en vano y se prohibió pensar en la derrota.
Estableció de inmediato una conexión con el coronel Allard.
—Coronel, por favor, no me saque de aquí —dijo, mientras tecleaba con la mano izquierda una solicitud de información en el ordenador táctico. Observó los datos que aparecían en el monitor principal—. Envíe la Excelsior, la Triumph, la Catamount y la hugh al sector 0227, y que contengan a los Halcones tanto como puedan.
—Coronel, ésas son las Naves de Descenso reservadas para evacuar nuestras tropas —intervino Milstein con una mezcla de sorpresa y asombro—. La Excelsior tiene como única misión la de evacuar a Victor. ¡No puedo permitir que esas naves se dediquen a otra cosa!
—Si no las usamos, no tendrán a nadie que evacuar —insistió Victor, negándose a rendirse.
—Coronel Allard, rechace esa orden —siseó Milstein—. Usted es su superior. No sé quién se cree que es, ¡pero desde luego no es su padre!
—¡Idiota! —rugió Victor, furioso—. No intento ser mi padre. —Intento ser algo más, pensó—. Es nuestra única oportunidad de salvar esta operación.
La estática causada por el fuego de láser restalló en el neurocasco de Victor mientras Daniel Allard daba su respuesta.
—Aplacen el debate, caballeros. Tenemos una batalla. Milstein, envíe las naves.
—Coronel Allard, teneo que recordarle que es mi deber encargarme de que el hijo del Príncipe esté a salvo.
—Entonces —repuso Dan con frialdad— le sugiero que meta el culo en su 'Mech y se largue de aquí, porque está distrayendo a mi oficial con sus llamadas por radio. Ordene a las Naves de Descenso que defiendan el sector 0227.
Victor examinó el mapa táctico del área que Dan había enviado a su 'Mech, y enseguida confirmó la sensatez de la estrategia que el líder mercenario ya había diseñado. Dan había seleccionado uno de los planes de contingencia de Kai para el ataque. Pulsó un botón para reenviar los datos del mapa a Galen y al resto de los Guardias. Esto podría salir bien.
En la frecuencia táctica, la voz de Dan sonó fuerte y confiada.
—Akira, retrase el flanco derecho y adelante el izquierdo. Tenemos que utilizar el Segundo Regimiento para cambiar toda la formación de los Clanes.
—Lo tengo. Haremos que los Clanes vuelvan hacia la abertura de la Brecha para que sus refuerzos tengan que abrirse paso entre sus propias fuerzas para llegar hasta nosotros. ¿Lo has copiado, Scott?
—Recibido. Bajaré para cubrir el valle y controlar sus límites. Tiempo estimado: diez minutos a partir de ¡ahora!
—Bien, Victor, estoy enviando el Décimo de Guardias para cubrir el flanco derecho de Akira.
Victor sintió que se desvanecía la amargura de sentirse marginado de la acción.
—Recibido. ¿Qué hay del Noveno de M-F?
—Faltan tres cuartos de hora hasta que queden libres de la tormenta. Hasta entonces no podremos ponernos en contacto con ellos. No me gusta, pero tendremos que hacerlo nosotros solos.
—Pueden ser nuestro as en la manga si las Naves de Descenso no detienen a los Halcones en la Brecha.
—Esperemos que no lleguemos a necesitarlos —contestó Dan.
—Recibido... y gracias por la oportunidad, coronel.
Una suave risa resonó en el neurocasco de Victor.
—¡Que no te quemen el trasero, Victor! El papeleo acabaría conmigo.
—A sus órdenes, coronel. Corto —dijo Victor, y conmutó la radio a la frecuencia táctica de los Guardias Liranos—. Atención, batallón Alfa. Kommandants, traigan a Bravo y a Charlie para formar la sección central y el flanco izquierdo, respectivamente. Charlie, estará codo con codo con el Primer Regimiento de los Demonios. Atacaremos y luego cederemos terreno poco a poco para que los Demonios puedan desplazarse al oeste. Hagan cuanto puedan y todos saldremos de ésta.
El Victor de Davion, de catorce metros de alto y con un cañón automático en lugar del antebrazo derecho, bajó de la colina y condujo al Décimo de Guardias Liranos a la misma entrada del infierno. Cortinas de arena giraban como velos de una danza exótica, ocultando unas cosas y dando imágenes fugaces de otras. Victor se preguntaba cuáles eran los peligros que acechaban en la tormenta de arena y apenas oía la frotación de las partículas contra la cara de su 'Mech.
El primer Halcón de Jade apareció a su derecha como por arte de magia. El Shadow Hawk casi había pasado de largo cuando su piloto vio a Victor y empezó a virar su máquina. Victor levantó el brazo derecho de su 'Mech y apuntó a bocajarro al Shadow Hawk con el cañón automático. El fogonazo subsiguiente borró la imagen de la cabeza del otro 'Mech, y los cartuchos de uranio reducido hicieron que la realidad se correspondiese con la imagen. El Shadow Hawk, decapitado, cayó hacia atrás y desapareció entre negras cortinas de arena.
A su alrededor, Víctor presenció brutales fragmentos de la batalla. Un Quickdraw Urano pasó a trompicones a su lado, con el brazo derecho colgando por un músculo de miómero retorcido. Como un animal salvaje que siguiese una pista de sangre, un Rifleman de los Halcones cruzaba el campo de batalla con el ala de sensores girando enloquecida en busca de todos los datos que pudiese encontrar. Se detuvo y volvió todas sus armas hacia Victor, y el doble cañón automático lanzó una andanada contra el pecho de su 'Mech.
El computador de combate del Victor rehizo el dibujo de su propia figura en el monitor auxiliar, añadiendo unos puntos amarillos que representaban los daños sufridos. Davion no hizo caso y centró el punto de mira en el compacto cuerpo del Rifleman. El zumbido del cañón automático inundó la carlinga, y un chorro de proyectiles impactó en el blindaje del hombro derecho del 'Mech Halcón. De la articulación saltaron chispas y llamaradas de colores azul y verde; el brazo dejó de moverse y quedó apuntando al frente.
Victor avanzó con su máquina de guerra hasta quedar dentro del radio de movimientos del Rifleman. Con la mano izquierda de su Victor lo golpeó en el hombro derecho. El impacto convirtió el blindaje ferrocerámico en polvo. Saltaron más chispas cuando el hombro se desprendió y todo el miembro cayó al suelo.
El piloto del Rifleman retrocedió medio paso y giró para apuntar a Victor con las armas del brazo izquierdo. Pero, en ese momento, el Crusader de Galen Fox salió de detrás de una pared de arena, agarró las armas del intruso con las manos de su 'Mech y las levantó hacia el cielo, los disparos del Rifleman del láser pesado y del cañón automático pasaron muy por encima de la cabeza del Víctor.
El Crusader estiró en distintas direcciones. Con un chirrido metálico, que pudo oírse incluso en medio de la tormenta, los cañones de las armas quedaron desalineados. El Victor apuntó con el cañón automático a la pierna derecha del Rifleman, y el príncipe apretó el botón de disparo. Los cartuchos arrancaron el blindaje de la rodilla del 'Mech Halcón y quebraron los huesos de titanio y magnesio. El Rifleman se inclinó a la derecha, cayó de costado y rodó hasta quedar tumbado de bruces.
Victor hizo un saludo militar con el 'Mech a Galen, dio media vuelta y siguió buscando nuevas víctimas. Al atardecer, todavía continuaba su cacería con gran éxito. Cuando se hizo de noche, el cañón automático agotó su munición y la batalla había abierto hendeduras en su blindaje, pero siguió adelante hasta que no quedó nadie con quien pudiese luchar.
★ ★ ★
Galen consultó su cuaderno informático.
—Según nuestras estimaciones, la comandante de los Halcones supo que pasaba algo raro cuando no llegaron sus refuerzos a través de la Brecha. Entonces dio la orden de retirada a sus hombres para que pudiesen huir de la Llanura al atardecer. No esperaban encontrarse con el Noveno de M-F y perdieron algunos 'Mechs más. El Noveno todavía persigue a los que han sobrevivido, pero esos condenados 'Mechs corren mucho sin recalentarse, por lo que están distanciándose de los nuestros.
—Sí, no hay duda de que corren y se mantienen fríos —admitió Victor—. Ya tengo un informe preliminar sobre un radiador que hemos conseguido de una de sus máquinas. ¡Tienen una especie de doble cámara para el intercambio de calor y un fluido con un factor de retención térmica igual a siete décimas del factor del propio aire! Los techs creen que esas unidades, que tienen más o menos el mismo tamaño que nuestros radiadores, son probablemente entre un ciento cincuenta y un doscientos por ciento más eficaces que las nuestras.
—Resulta difícil de creer que los hemos vencido después de ver los aparatos que utilizan —dijo Galen—. Los prisioneros también parecen perplejos por la derrota, pero ya se han adaptado a su nueva situación. Por lo general, quieren saber el nombre de nuestro Clan para saber a quién le deben obediencia ahora. —Cox rió y añadió—: Los guardias no se decidían sobre si eran del Clan de Davion o de Steiner, así que se pusieron de acuerdo diciendo que eran de Victor.
Davion suspiró hondo.
—Recuerda a todos que deben tratarlos de forma correcta. No sabemos si cambiarán las tornas. ¡Eh!, ¿crees que son ellos?
Las paredes de la tienda de Victor empezaron a vibrar y oyeron el ruido de un helicóptero. Davion se puso en pie de un brinco, tirando al suelo la silla de madera y lona en la que había estado sentado. La sonrisa de Galen reflejó la que había aflorado al rostro de Victor. Afuera se oían gritos de entusiasmo y aplausos. Entonces se abrió la entrada de la tienda.
Kai Allard, con el rostro rojo como la remolacha, entró con movimientos tiesos en la tienda y sostuvo la lona para que pasara también Deirdre Lear. Cuando ella estuvo dentro, dejó caer la lona y se volvió con torpeza por culpa de unos vendajes que le envolvían las piernas. Se puso firmes y saludó a Victor. Davion le devolvió el saludo y abrazó con afecto a su amigo.
—¡No sabes lo feliz que me sentí cuando el equipo de rescate informó que te habían encontrado! —exclamó. Creía que te había enviado a la muerte, amigo mío.
Victor retrocedió un paso y alargó la mano a Deirdre.
—Me alegro de que usted estuviese con él, doctora, para poder cuidar de sus heridas.
—Me siento satisfecha de haber podido ser de utilidad; pero, si puedo evitar ir otra vez a la batalla dentro de un 'Mech, lo haré —contestó ella.
Aunque Victor se sintió perplejo por su vehemencia, sabía que no era el mejor momento ni lugar para profundizar en la cuestión.
—Por favor, siéntense —dijo, señalándoles unas sillas—. Kai, cuando te envié a la Brecha sólo esperaba que te presentaras, no que ganaras la guerra tú solo.
Deirdre tomó asiento, mas Kai permaneció de pie.
—Sí, señor —repuso—. Lo siento, señor.
Había algo en la voz y en la mirada de Kai que hizo pensar a Víctor que todo iba muy mal. Habla como cuando estaba en laAMNA. ¿Qué demonios pasa aquí?
—Kai, hace demasiado tiempo que somos amigos para que ahora me llames «señor». Y reconozco esc tono de voz. ¿Qué sucede?
—He estado pensando mucho sobre lo ocurrido, Victor —dijo Kai, tragando saliva—. Te presento mi dimisión, efectiva de inmediato.
Victor miró a Galen y a Deirdre, que parecían tan estupefactos como él mismo.
—¿De qué estas hablando? Has salvado tú solo a nuestra fuerza expedicionaria. Tendrás que contratar a alguien para que te siga a todas partes con una chaqueta extra para poder colgarte todas las medallas que te estás ganando. ¡Diantre! No hay suficientes honores en la Esfera Interior que recompensen por lo que has hecho.
El MechWarrior herido levantó la mano para interrumpir a Victor.
—Alteza, agradezco más de lo que crees esas palabras amables, pero nada de eso tiene ningún sentido. Podrás leerlo todo en mi informe, pero te haré un breve resumen. No sólo puse en peligro de forma irresponsable a la doctora Lear, sino que di órdenes incorrectas a uno de los equipos de demolición. Fui tan estúpido como para imaginar que la media docena de soldados de infantería blindada que había en el área del hospital eran los únicos en toda la zona de las colinas. Envié a algunos hombres a volar el desfiladero y me enfrenté a unos veinte o treinta Halcones con mi Hatchetman. Sabía que tenía que haber más, pero ni siquiera intenté avisar a Detloff y sus hombres. Los Halcones los mataron a todos.
«Pregúntaselo a ella —prosiguió, volviéndose hacia Deirdre—. La doctora te lo explicará todo. —Kai bajó los ojos y enrojeció de vergüenza—. Puede decirse que yo maté a esos hombres, Victor. Debí preverlo. Lo sabía, pero no hice nada por salvarlos. Me merezco un consejo de guerra, no una medalla.
—Bien, doctora, ¿confirma usted sus palabras? —preguntó Victor a Deirdre—. ¿Mató Kai a esos hombres?
Emociones contradictorias asomaron al rostro de Lear mientras buscaba una respuesta. Miró a Kai y luego bajó la mirada y contempló sus manos y sus dedos entrelazados. Sin embargo, cuando levantó la cabeza miró a Victor sin pestañear.
—No, no fue culpa suya —contestó—. Esos hombres ya estaban muertos. Si él no los hubiese organizado, y no hubiera preparado la evacuación del hospital, todos habrían muerto. Por lo menos, en las montañas pudieron morir como hombres.
—Necesitas un poco de tiempo para reflexionar —dijo Victor a Kai—. Galen, llévese al leftenant Allard al hospital.
Deirdre se levantó y fue detrás de ellos, pero Victor apoyó una mano en su brazo.
—Por favor, doctora, espere un momento.
—Como desee, Alteza —repuso ella, y volvió a sentarse—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Escúcheme, doctora. Kai es un buen amigo y quiero que las cosas le vayan bien. Nunca ha sido un bastión de confianza en sí mismo, como acaba de presenciar, ya que es extremadamente duro a la hora de valorar sus propios actos. Aunque no dimita de las FAMF, nunca volverá a enviar hombres a una situación peligrosa como ésa sin procurarles más información y ayuda.
—¿Qué tiene que ver eso conmigo? —inquirió ella con expresión fría y voz gélida.
—Muy bien, doctora —dijo Victor en tono más agresivo—. Tal vez me diga que este asunto no. es de mi incumbencia, pero no lo acepto. Considérelo como una intromisión de un aristócrata con privilegios, o como la arrogancia de un MechWarrior; no me importa: Pero sí que me preocupa mi amigo. La tensión que hay entre ustedes es evidente, pero él nunca le ha hechó nada a usted. ¿Por qué lo odia?
Ella abrió la boca para contestar, pero se contuvo y bajó la mirada.
—Soy médico. Mi trabajo y mi vocación es socorrer a los heridos. Detesto la guerra y a los guerreros por la destrucción que causan...
—Sin embargo, ingresó en las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada. ¿Por que?
Deirdre suspiró con fuerza, levantó los hombros y se incorporó.
—Me alisté en ellas para demostrar a mi familia y mis amigos que puedo ser leal al padre de usted y al Estado que heredará. Me alisté porque mi familia estaba en deuda con la Federación de Soles. Yo estaba, y sigo estando, decidida a pagar esa deuda. —Hizo una breve pausa y agregó—: Me alisté porque haré cualquier cosa para corregir los horrores por los cuales usted va imponiendo medallas.
Victor apretó los dientes, pero mantuvo la compostura.
—Muy bien, le concedo, todo eso. Pero dejemos para otra ocasión la discusión de las razones por las que una guerra es necesaria. Contésteme a esto y la dejaré marchar. ¿Por qué odia a Kai?
—Eso es fácil de explicar —contestó Deirdre, y una sonrisa cruel asomó a las comisuras de su boca—. Déjeme que le haga una pregunta, Alteza. ¿Qué espera que sienta hacia el hijo del hombre que asesinó a mi padre?
Capítulo 38
Mando de la invasión, Wolcott
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
2 de octubre de 3050
Shin Yodama mostró una sonrisa confiada a Hohiro Kurita y le guiñó el ojo mientras el hijo del Kanrei abría una comunicación de banda ancha con las Naves de Descenso que orbitaban alrededor de Wolcott.
—¡Konnichi iva, Jaguares de Humo! Soy Hohiro Kurita, comandante supremo de las fuerzas defensoras de Wolcott. Aprendí algunas de sus costumbres mientras disfrutaba de su hospitalidad en Turtle Bay, al igual que mi ayudante, a quien le debo el haber podido escapar de aquel planeta. Para demostrarles que no somos bárbaros absolutos, les pregunto cuántas fuerzas piensan utilizar en este ataque para que podamos decidir qué recursos debo dedicar a repelerlo.
El Kanrei Theodore Kurita, de pie detrás de Hohiro junto a las ventanas del puesto de mando, observaba a su hijo con un orgullo evidente. Cruzó su mirada con la de Shin, compartió su sonrisa y se volvió para mirar por los ventanales. Una bola roja y anaranjada apenas era visible al este, sobre el horizonte, y se elevaba en el cielo nocturno. Dos pequeños puntos negros se movían poco a poco por su cara brillante. Tras ellos apareció la silueta, como una flecha, de una de las Naves de Descenso de los Clanes.
Shin frunció el entrecejo. Era excesivo esperar que tras Turde Bay no llevaran una de sus naves de guerra a la batalla Toda la planificación y el duro trabajo de sus hombres sería inútil si los invasores decidieran arrasar la superficie del planeta con las armas que abarrotaban aquel navio.
El chisporroteo de la radio hizo a Shin volverse hacia el altavoz montado en la pared.
—Soy el comandante galáctico Dietr Osis —dijo la voz—, Me temo, Hohiro Kurita, que ha extraído conclusiones incorrectas de sus observaciones. Hemos venido para conquistar el planeta y quedárnoslo. Por tanto, no le pedimos que negocie el volumen de sus fuerzas...
—¡Vamos, comandante galáctico! —se apresuró a responder Hohiro—. Ya sabe que las cosas se pueden poner muy feas aquí. Por supuesto, mi obligación es defender este planeta contra ustedes, pero no deseo perder más hombres de los que sean absolutamente necesarios. Como guerrero que también es, podrá comprenderlo. Deseo saber cuántas fuerzas utilizarán en su ataque para poder distribuir las mías de acuerdo con ello.
—¿Me está diciendo que no va a poner en juego todas sus tropas en la defensa de Wolcott? —exclamó Osis en un tono de total incredulidad—. ¿Va a emplear sólo una parte de sus fuerzas en una batalla que decidirá quién se adueñará del planeta?
Una sonrisa afloró a los labios de Hohiro, pero mantuvo un tono de voz impasible.
—Veo que ha entendido bien mi propuesta. Como es nuestra costumbre, le informaré del historial de servicio de mis unidades. No tardará en ver que he reunido a la escoria de nuestra sociedad. La verdad es que todos se han presentado voluntarios, pero un espíritu aventurero no basta para hacer un MechWarrior. Sí, estoy preparado para usar sólo una parte de mis fuerzas para defender Wolcott, siempre y cuando puedan arreglarse ciertos detalles.
—¿Detalles? Expliqúese, por favor.
—Usted intentará conquistar este planeta, un gran trofeo, si alcanza la victoria —continuó Hohiro, contemplando la silueta de la Nave de Salto a través de las ventanas—. Yo, en cambio, no lucho por un premio en especial.
—Puedo ofrecerle mi promesa de no volver a intentar conquistar su planeta si me derrota —contestó Osis en tono receloso. Su voz no dejó dudas a Shin de que el hombre del Clan creía que el sol de Wolcott se convertiría en nova antes de que eso sucediera.
—Agradezco el detalle —dijo Hohiro suspirando—, pero esa promesa sólo lo vincula a usted. En caso de defunción o destitución, se produciría otro ataque de forma casi inmediata y, desde luego, sin las buenas maneras que está demostrando usted. Esperaba algo más concreto en el caso de que lo derrotemos.
—¿Por ejemplo?
—Cuatro de sus BattleMechs de primera línea y dos docenas de armaduras blindadas —dijo Hohiro, cruzando los dedos. El comandante galáctico lanzó una ronca carcajada.
—¡Ni hablar! —repuso.
—¿Por qué no? —preguntó Hohiro en tono ofendido—. Usted mismo cree que carezco de toda posibilidad de victoria. Después de la batalla, cuando vuelva a escapar de su custodia y regrese con los míos, tendré que dar una explicación de mis actos para salvar mi reputación. Capturar parte de su material de guerra es un objetivo tan importante que mis superiores comprenderán mi apuesta. Lo menos que puede hacer es honrarme con la ilusión de que soy una amenaza merecedora de semejante intercambio.
Se produjo un silencio en la radio durante quince o veinte segundos. Entonces regresó la voz de Osis. Habló despacio, como si supiera que iba a lamentar sus palabras.
—Muy bien. Si me derrotan, me encargaré de que reciban cuatro de nuestros BattleMechs y dos docenas de armaduras de combate. También le prometo que Wolcott conservará su independencia si somos vencidos. En cuanto a las fuerzas que emplearé, no serán más de la mitad de las fuerzas que ustedes presenten.
Shin entrecerró los ojos. Con su mayor potencia de fuego, eso debería igualar sus posibilidades con las nuestras en pura capacidad destructiva. Controlando el campo de batalla y utilizando el terreno para nuestro beneficio, tenemos una posibilidad de derrotarlos.
Hohiro asintió despacio con una amplísima sonrisa.
—Es un placer negociar con un hombre tan razonable y honorable. Lo veré al frente de los Yuutsu, los Diablos Azules, en el distrito numachi no tanima a quince miriámetros al norte de mi posición actual. ¿En cuatro horas? Mis técnicos le transmitirán de inmediato los archivos sobre los Diablos Azules. Utilizaré ambos regimientos.
—Cuatro horas, pues.
—Y no se preocupe, comandante —añadió Hohiro en una ironía final—. Si sobrevive a la derrota, lo trataré mejor que como su pueblo me trató a mí.
Hohiro pulsó un botón y el micrófono se desconectó.
—Bien, ¿qué piensas? —preguntó a su padre.
Theodore se acercó a su hijo y apoyó ambas manos sobre sus hombros.
—Lo has hecho muy bien, hijo mío. Osis estará inquieto, preguntándose si lo hemos manipulado, y estará furioso por tu afrenta. Eso debería causarle una distracción importante—. Se volvió hada Shin y dijo—: Chu-sa, si tiene la amabilidad...
Shin se puso firmes.
—¿Kanrei?
—Por favor, póngase en contacto con el tai-sa Narimasa Asano y dígale que nos uniremos dentro de poco a su unidad, recién bautizada como Diablos Azules, en el Valle del Pantano. —Theodore mostró una sonrisa lobuna—. Dentro de cuatro horas asestaremos a los invasores la primera de muchas derrotas sangrientas.
★ ★ ★
La bruma se alzaba de las aguas salobres del Valle del Pantano y de sus densos mancares cubiertos de enredaderas. El valle recordó a Shin una tierra habitada por demonios de uno de los cuentos de terror que escuchaba con fascinación cuando era niño. Los gases ascendían a la superficie en grandes burbujas que también levantaban cieno negro y viscoso. Los reptiles, impulsándose con la lenta ondulación de sus colas, nadaban por la ciénaga como enfadados por la invasión, aunque esperando en secreto que los hombres se desprendiesen de sus caparazones metálicos y se convirtiesen en su cena.
Con su nuevo Phoenix Hawk junto al Trebuchet de Hohiro y el Crusader de Narimasa Asano, Shin estudió los cambios del campo de batalla, que estaba seguro de que iban a desorientar y confundir a los invasores. Bajo el verde dosel de hojas del pantano, miles de gallardetes metálicos colgaban como cintas doradas en un árbol de Navidad. Los gallardetes, que brillaban con tonos de plata y oro, contenían el metal suficiente para que un escáner magnético los interpretase como hechos de acero, ocultando así el ejército de 'Mechs que aguardaba en su oscuro centro.
Para ocultar aún mejor los 'Mechs de la Genyosha, los guerreros habían recibido la orden de apagar ios radiadores de los torsos y brazos de sus máquinas. Los únicos que quedaron en funcionamiento fueron los de las piernas. Al estar inmersos en las aguas del pantano, podían disipar el calor generado por un motor de fusión al ralentí. Además de aumentar la emisión de calor de toda la ciénaga, aquella precaución hacía a los 'Mechs prácticamente invisibles para los escáners caloríficos.
Todos los 'Mechs han sido pintados con un patrón de camuflaje que dificulta su localización en los pantanos, y los sistemas de interferencia inutilizarán todo intento de exploración con radares. Shin miró más allá de la ciénaga, hacia el vasto delta que se abría siguiendo la corriente de las aguas. Después de aterrizar aquí, tendrán que colocarse a corta distancia para poder vernos. El pantano está demasiado lleno de agua para poder quemarlo, de modo que tendrán que jugar al gato y al ratón con nosotros, pero en un campo de batalla que hemos elegido nosotros.
Dos Naves de Descenso con forma de huevo realizaron una pasada sobre el delta y luego dieron la vuelta para posarse sobre un banco de arena. No bajaron los trenes de aterrizaje, sino que permanecieron flotando a unos diez metros del suelo. Las puertas de los hangares se abrieron y unos BattleMechs descendieron al suelo en rápida sucesión. Al tomar tierra avanzaban enseguida hasta formar un perímetro, aprovechando la escasa protección que ofrecían los bancos de arena o los escombros arrastrados por la corriente.
Shin se maravilló de su eficacia. Sus pilotos tienen que ser auténticos maestros para mantener una nave tan equilibrada mientras cientos de toneladas en máquinas de guerra van a la puerta y saltan a tierra. O tienen unas manos increíblemente firmes para regular los controles, o su nivel de control por ordenador e integración de mandos sobrepasa todo lo que podamos imaginar. Y lo mismo puede decirse de los MechWarriors. Saltan con facilidad y ocupan sus posiciones sin titubear. Parecen trabajar en grupos de cinco y con una coordinación que sugiere que han estado sometidos a un entrenamiento conjunto intensivo.
Tras los 'Mechs, salió por la escotilla un diluvio de pequeñas figuras blindadas, pero todas ellas y cuatro BattleMechs quedaron rezagados mientras el resto de las máquinas ampliaban el perímetro aún más. Osis hace honor al trato. Ahí está nuestro premio, a la espera de que lo ganemos. Estoy seguro de que cree que asi nos tentará, pero tal vez seamos nosotros los últimos en reír.
—Llegó el momento, Shin —resonó la voz de Hohiro en su neurocasco—. Le deseo suerte, aunque ya tiene más que suficiente...
Shin activó con un dedo el sistema de localización de blancos.
—La suerte no tiene nada que ver con esto, sho-sa Kurita. Es el partido final. Usted, Alteza, ya ha vencido a los invasores. Ahora sólo nos queda recordárselo.
—Hai, chu-sa Yodama. Y eso es lo que vamos a hacer ahora mismo,
Shin oyó una serie de chasquidos en los auriculares y vio unos iconos que se movían en la pantalla holográfica. En ese mismo momento, unos pequeños y rápidos aerodeslizadores salieron del bosque del pantano, que rodeaba el delta por tres de sus lados. Los Savannah Masters que se precipitaron sobre los invasores eran poco más que una carlinga embutida entre un láser medio delantero y un ventilador trasero. En los archivos de datos, aquellos vehículos parecían ridículos a causa de su blindaje ligero y su armamento relativamente flojo, pero su tremenda velocidad los convertía en blancos muy difíciles de acertar. Al aproximarse a los invasores, sus láseres incidieron en varios blancos, aunque apenas hicieron más que destruir una parte de su blindaje.
Los invasores concentraron su atención y su fuego en los pequeños aerodeslizadores, que trazaban trayectorias retorcidas en su formación. Eso dio a los aerodeslizadores más lentos y pesados de las fuerzas de Yuutsu la oportunidad de ir al borde del pantano y lanzar ráfagas de misiles y de cartuchos de cañón automático a los miembros de los Clanes. Las lanzas de blindados concentraron su fuego en blancos específicos y golpearon a sus enemigos con cantidades devastadoras de energía y proyectiles. Shin vio que un Daishi se precipitaba a las aguas frente a él, mientras que otro 'Mech, que él había bautizado como Koshi, se revolvía con un brazo colgándole inerte en un costado.
Los invasores se dieron cuenta de la nueva amenaza y optaron por no hacer caso de los Savannah Masters y concentrar su ira en los aerotanques Drillson y Saracen. Sin embargo, los tanques se volvieron a esconder en el bosque y desaparecieron de las pantallas de los escáners. Los Savannah Masters, que volaban sobre el delta y los bancos de arena como guijarros planos arrojados por la mano de un niño, también fueron a refugiarse en el bosque. Antes de que tuviesen la ocasión de reaccionar, los invasores se encontraron con bajas y sin blancos.
Los Jaguares de Humo empezaron una ofensiva hacia el centro de las fuerzas del Condominio que estaban esperándolos. Cuando Shin vio que echaba a andar hacia su posición el 'Mech que había apodado Hagetaka por su cabeza en forma de buitre y sus patas de pájaro, sumergió su 'Mech en el agua. La parte superior de los afustes de misiles de los hombros se asomaron a la superficie un segundo y un chorro de agua turbia y blanca espuma salió disparado hacia el cielo. Entonces, dos explosiones levantaron olas en el delta y arrojaron escombros como una lluvia de cerámica sobre la agitada superficie de las aguas. Unas burbujas y gruesas volutas de vapor marcaron el fin del Hagetaka.
Al contemplar aquella destrucción, Shin se dijo que plantar vibrabombas en el terreno podía ser algo deshonroso, pero tenían que hacerio. Como dijo el Kanrei: *El honor es un abrigo demasiado fino para el frío de la tumba».
Cuando desapareció un segundo BattleMech, en esta ocasión un Koshi, un piloto azul brilló en la consola de mandos de Shin. Tocó un botón que activó los sistemas de armas y los motores de fusión enviaron potencia al láser pesado y los dos láseres medios que llevaba montados en ios antebrazos del Phoenix Hawk. Ahora vamos a hacerles una demostración de nuestro poder. Después nos ocultaremos en el bloque como hicieron antes las fuerzas blindadas. Por primera vez, esos invasores sabrán que tienen que combatir en serio.
Shin, de manera conjunta con los dos regimientos Genyosha e Yuutsu, avanzó hasta el borde del bosque de la ciénaga. Apuntó todas sus armas contra un Masakari. El retículo del punto de mira parpadeó dos veces cuando el torso rechoncho del 'Mech llenó la pantalla holográfica. Cuando el invasor levantó los CPP de su 'Meen, Shin disparó sus tres armas.
El rayo del láser medio, del color de la sangre, perforó el blindaje del afuste de misiles MLA que el Masakari llevaba sobre el hombro izquierdo. El otro abrió una oscura brecha en el blindaje del pectoral izquierdo y dividió el emblema del jaguar gris que llevaba pintado. Al mismo tiempo, los cañones proyectores de partículas del invasor lanzaron rayos artificiales azulados hacia el muslo y el brazo izquierdos del Phoenix Hawk. El blindaje explotó cuando el infernal calor del rayo lo convirtió en vapor.
Shin resistió el impacto para mantener el Mech orientado al frente. El ordenador suministró energía al láser pesado, que se transformó en una serie de luminosos rombos verdes. El rayo golpeó sin compasión la saliente cabeza del Masakari e hizo que se desprendieran fragmentos semifundidos de blindaje que rebotaron contra el ancho pecho del 'Mech. La máquina de guerra se tambaleó y ios CPP se desviaron hacia el agua. Luego, el piloto pareció recuperar el control de su máquina.
Antes de que pudiese replicar con una nueva ráfaga de disparos, una nube de rayos, misiles y proyectiles de otros miembros de la fuerza de Kurita impactó en el Masakari. Los cartuchos de media docena de cañones automáticos le hicieron doblar las rodillas. Los láseres quemaron su armadura y la tachonaron de grietas de las que goteaba cerámica fundida. Un enjambre de misiles de corto alcance convergieron en él y lo bañaron en fuego. Cuando se disiparon las llamas, el humeante BattleMech se desplomó de bruces. Siseantes nubes de vapor envolvieron su negro cadáver.
La luz azul de la consola de mandos de Shin se apagó, por lo que retrocedió para que el follaje y las bandas metálicas lo ocultasen. Cuando miró el campo de batalla por última vez, vio una docena de 'Mechs invasores inutilizados y por lo menos otros veinte que habían perdido la movilidad de uno o más miembros. El resto mostraba señales de daños, aunque en su mayoría se concentraban en el blindaje. En cuanto a sus propias tropas, Shin vio dos 'Mechs ligeros caídos y media docena de lugares donde los árboles del bosque se habían convertido en antorchas.
Ninguno de los invasores se movió. Por fin han comprendido que han querido cazar una presa demasiado difícil Este juego de mantenerse a la espera los va a matar a todos, y su líder es un imbécil si no se da cuenta de ello. Shin escudriñó el delta a través de algunas brechas abiertas en el follaje. ¿Qué ocurre? No entiendo nada.
La mayoría de los Jaguares de Humo retrocedieron con sus BattleMechs a una línea detrás de los cuatro 'Mechs y las dos docenas de figuras ataviadas con armaduras blindadas. Unas pocas máquinas de guerra comprobaban el estado de sus camaradas caídos. Shin supuso que, cuando encontraban signos de vida, arrancaban el compartimiento del piloto o lo ayudaban de algún otro modo a escapar; luego se reunieron con los otros hasta que sólo un 'Mech, un Ryoken humanoide, quedó entre las tropas y el bosque.
El 'Mech levantó los brazos, que acababan en láseres pesados de doble cañón, y Shin oyó en su neurocasco el chisporroteo de una transmisión por radio de banda ancha.
—Soy el comandante galáctico Dietr Osis. Admito mi responsabilidad en esta derrota y absuelvo a mi mando de cualquier implicación de que haya actuado equivocadamente. Yo lo saludo, Hohiro Kurita, a usted y a la Yuutsu. Ha elegido la hora, el lugar y la naturaleza de nuestro encuentro. Ahora veo que fui derrotado aun antes de que se hiciese el primer disparo. —El 'Mech bajó los brazos y se abrió la carlinga—. Haga lo que deba hacer y reclame su premio.
Shin frunció el entrecejo. ¿Hacer lo que se debe hacer? ¡Por los nueve infiernos!, ¿de qué está hablando? ¿Acaso cree que no vamos a darle tiempo de que se quite la vida para ahorrar a su familia la vergüenza de su derrota?
Casi de inmediato sonó en sus oídos la voz de Hohiro.
—Shin, usted no cree que quiere que preparemos una ceremonia de seppuku para él, ¿verdad?
—No lo sé, Alteza. Estoy confundido y no puedo dar ninguna respuesta.
En el delta, una figura salió del Ryoken y subió desde los hombros hasta lo más alto de su cabeza. El hombre abrió los brazos, y Shin volvió a oír la voz de Osis.
—Por favor, ruego que sean indulgentes. Sé que me merezco su desprecio, pero soy un guerrero. No me rompan. Eso no lo podría soportar.
La desesperación de la súplica de Osis conmovió a Shin y le hizo evocar el recuerdo de la infantería blindada en Uramachi. Esto es tan extraño como las acciones de los invasores cuando empezaron a arrasar aquel gueto. De algún modo, sé que debería hacer algo por Osis; eso es lo que me sugiere el tono desesperado de sus palabras. Pero ¿qué es lo que quiere?
—Alteza, tal vez desea que lo tomemos como prisionero para demostrar que tiene valor. Entonces, con esa parte de su honor recuperada, procederá a suicidarse.
—Sí, Shin, quizá sea eso.
Mientras tanto, Osis bajó los brazos abatido.
—Comprendo. Tienen razón. Después de lo que he hecho aquí, ya no tengo derecho a ostentar el título de guerrero. Por favor, no les permitan que destruyan a mis hijos.
Shin trató de despejarse la cabeza. ¿Destruirá sus hijos? ¡No somos carniceros!¿De qué hijos habla? ¿Qué es lo que quiere decir?
Uno de los soldados de la infantería blindada rompió la formación y, con tres saltos increíbles, llegó al Ryoken y subió a uno de sus hombros. Levantó el brazo derecho y disparó el láser cilindrico hacia su comandante. El cuerpo de Osis, decapitado por el disparo, cayó a las aguas cenagosas y enormes repules se abalanzaron sobre él.
Mientras regresaba para reunirse con sus compañeros, la figura blindada pasó junto a otro 'Mech que se estaba adelantando al resto. Una nueva voz resonó en los oídos de Shin.
—Lamentamos el juramento que nos impide volver a intentar conquistar este planeta, pues hemos encontrado algunos enemigos dignos de nosotros en esta campaña. Con su permiso, llamaremos a nuestras naves y partiremos. —El ruido de la estática siseó durante unos momentos y, entonces, la voz añadió—: ¿Desean que sean destruidos los hijos del comandante?
—¡No! —exclamó Hohiro tras unos instantes de vacilación—. No queremos que mueran sus descendientes. Y sí, llamen a sus naves. Márchense de inmediato.
Shin conmutó la radio a la frecuencia de mando.
—Sho-sa Hohiro-sama, ¿qué opina de toda esta locura?
—No lo sé ni lo entiendo —contestó Hohiro, que parecía tan nervioso como Shin.
—¿Y qué importa ahora, hijo mío? —preguntó Theodore Kurita—. Contentémonos con haber conseguido lo que nadie más ha podido hacer hasta ahora: hemos vencido al invasor y le hemos arrancado los 'Mechs que contienen el secreto de su increíble poder. En ningún momento de la historia de la humanidad ha habido una victoria tan grandiosa; y, aquí y ahora, esto es todo lo que importa.
Capítulo 39
Nave de Salto Diré Wolf
Órbita de asalto, Engadin VII
Provincia de Radstadt, República Libre de Rasalhague
31 de octubre de 3050
Phelan Kell pasó a la galería que daba al puente de mando de la Diré Wolf, esperando estar a solas. La presencia de otra persona lo arrancó de la confusión en la que había estado inmerso.
—Perdóneme, Capiscol Marcial. No sabía que estuviese aquí —dijo, y miró por encima del hombro mientras se cerraba la puerta—. Lo dejaré solo.
—No —repuso Anastasius Focht, levantando una mano—. Estoy aquí precisamente para verlo a usted. —El anciano de cabellos canosos sonrió y señaló la cubierta donde Ulric conversaba con el ilKhan—. Para verlo y para observar las cosas desde aquí, porque el ilKhan se opone a que esté presente en el puente.
El joven se estiró el cordón de sirviente de manera inconsciente.
—Sí, todos están muy susceptibles por aquí, ¿verdad? Esta reunión de los distintos líderes de los Clanes los tiene muy nerviosos.
Focht asintió con la cabeza, pensativo, y ocultó las manos en las mangas de su blanca túnica.
— Es cierto —confirmó—. Daría mucho por saber qué sucede en el núcleo de esta invasión.
Phelan, como un animal cautivo, presintió el peligro de forma casi inmediata.
—Me parece. Capiscol Marcial, que usted sabe más de las verdaderas intenciones de los Clanes que ninguna otra persona en la Esfera Interior, excepto, por supuesto, los propios miembros de los Clanes.
Focht sonrió con gesto distraído, se asió las manos detrás de la espalda y comenzó a pasearse por el estrecho cuarto.
—No subestime sus propios conocimientos sobre sus tácticas y formas de combatir. De todos modos, ninguno de los dos sabe la motivación auténtica de los Clanes. Un hombre tan inteligente como usted debe presentir que hay un propósito oculto en todo esto.
Phelan asintió mientras contemplaba el puente. Además de los oficiales habituales, vio otros individuos con ropas que los identificaban como miembros de los Clanes de los Osos Fantasmales, los Jaguares de Humo y los Halcones de Jade. Sabía que la mayoría de ellos habían llegado una semana antes en tres Naves de Salto distintas. Por lo que había podido dilucidar oyendo fragmentos de conversación y haciendo preguntas inocentes, aquellos hombres habían venido a negociar los detalles de una reunión de todos los Khanes involucrados en la invasión.
—Ambos reconocemos rivalidades entre los Clanes —dijo al hombre de ComStar— y, a menos que me equivoque, el precipitado lanzamiento de la última oleada de los Lobos descolocó a los demás. También supongo que el Condominio puso sus líderes en manos de los Jaguares en un planeta, y que la Mancomunidad ha causado problemas a los Halcones. Los Osos han consolidado sus posiciones con lentitud. Todo ello significa que los Lobos, en esta sociedad de guerreros, son los gallitos... y no pretendo hacer un juego de palabras.
—Bien —dijo Focht—. Su información es correcta y, en algunos casos, puedo darle detalles de los diversos frentes. Ante todo, permítame que le diga que los Demonios de Kell fueron el elemento clave de la victoria de la Mancomunidad.
¡Rayos, ya era hora! Phelan sonrió con más alegría de lo que lo había hecho en muchos meses.
—Gracias, capiscol. Le debo una.
Phelan no vio la expresión divertida que pasó fugazmente por el rostro del capiscol. Focht la reprimió enseguida e hizo otra pregunta.
—¿Ha notado otras divisiones dentro de los Clanes, algo que los distancie entre sí?
Phelan reflexionó por unos momentos.
—En realidad, no se trata de una división de los Clanes... pero sí que he notado una actitud distinta que atribuyo al hecho de que soy un sirviente. Algunas personas de los Clanes parecen aceptarme sin prejuicios, o al menos me ven con curiosidad, mientras que otros me ven como si fuera una especie de ser infrahumano. Ahí tiene los casos de Ulric y Vlad, que están abajo en el puente. Ulric me ha ayudado a cambio de mi ayuda; en cambio, Vlad me ha despreciado desde el principio.
—Esta dicotomía no se limita a los sirvientes, se lo aseguro —dijo el capiscol con cierto enojo mientras observaba al ilKhan, que se paseaba por el puente—. El Khan Ulric pensó que me convenía observar las formalidades de un Gran Consejo, pero el ilKhan prohibió mi presencia como si fuese indigno de tal honor. No creo que Ulric pretendiera que yo estuviera presente en el Gran Consejo, pero la reacción del ilKhan hizo perder un poco de prestigio a Leo y consiguió para Ulric una concesión para esta reunión.
—¿Cuál?
—El Diré Wolf será la única nave insignia. Los otros Khanes llegarán en Naves de Salto más pequeñas. Ulric también ha logrado que la reunión se celebre OB Radstadt, un planeta que está en la línea de avance de los demás. Al seleccionar este mundo refuerza la superioridad del Clan de los Lobos en la invasión.
El mercenario soltó una risita.
—Ulric sabe muy bien cómo jugar juegos políticos —comentó.
—Sí —gruñó el capiscol—. Cabe preguntarse cómo se determina cuándo acaba la partida. —Abrió las manos para abarcar la sala y añadió—: Usted y yo debemos de ser considerados como enemigos de los Clanes; no obstante, Ulric nos permite ver sus actividades desde aquí e incluso desde el puente. ¿Qué posibles razones puede tener?
—No conozco la respuesta, capiscol, pero admito que siempre me siento sometido a prueba. Casi parece como si nos dejase observarlo para que él nos pueda mirar a nosotros y ver nuestras reacciones.
—Entiendo esa sensación de sentirse sometido a prueba —dijo el Capiscol Marcial, apartando la vista del puente y volviéndose a Phelan—, y creo que tiene razón. También presiento que Ulric me está ocultando algo. Como juega tan bien sus partidas, me resulta difícil saber si realmente pretende mantener oculta la información, o si oculta lo que desea que yo sepa para que yo lo descubra. Y si el último caso es el correcto, ¿por qué quiere que aprenda algo que se supone que es confidencial?
—¡Guau! —exclamó Phelan, levantando las manos—. Esa clase de especulaciones le harán dar vueltas y vueltas hasta volverlo loco. Aunque haya algo que Ulric quiere que descubra, no será fácil conseguir esa información. Por si acaso no se ha dado cuenta, estamos en medio del campo enemigo y ambos hemos sido identificados como agentes enemigos. Además, esa clase de espionaje requiere una experiencia técnica y unos equipos que no tenemos.
Una mirada de regocijo volvió a asomar al rostro del Capiscol Marcial.
—Según tengo entendido, ha desarrollado la capacidad de atravesar puertas cerradas.
De pronto, la ganzúa sónica que Phelan tenía guardada en el bolsillo le pesó como si hubiese aumentado su masa un millar de veces. ¿Por qué diablos Griff no me ha librado de esto después de la paliza de Vlad?
—¡Espere un momento! De improviso, hemos pasado de una discusión trivial sobre el Khan a un tema que me ha causado una experiencia muy dolorosa. Hice un juramento a Ulric que no intentaría transmitir información sobre los Clanes a nadie. Él cumplió su parte del trato. No puedo faltar a mi palabra.
—Es admirable —admitió Focht—. Déme ese dispositivo y enséñeme cómo funciona. Yo haré el resto. Incluso diré que se lo robé a usted.
Sonaron tres tonos musicales en toda la nave, avisando del inminente salto a Radstadt. Phelan se apresuró a sentarse en el sillón colocado de espaldas al puente.
—Nada de eso, capiscol. Sería faltar a mi palabra.
Focht se sentó a su lado.
—Como dije antes, su sentido del honor es admirable.
—¿Pero?
—Pero no ha lugar aquí —respondió Focht, ajustándose los cinturones de seguridad guardados entre el respaldo y el asiento del sillón—. Es vital que conozcamos las verdaderas intenciones de seres tan poderosos como estos Clanes. Usted tiene los medios para ayudarme a reunir esa información.
El capiscol hizo una pausa, sonriendo con enorme confianza en sí mismo.
—Si usted me ayuda en esto, Phelan, haré que su familia se entere de que sigue vivo.
La oferta de Focht pilló desprevenido a Phelan. Imágenes de su padre, su madre y su hermana surgieron del lugar donde las había guardado y sintió una oleada de tristeza. Suspiró hondo y rezongó:
—El Khan Ulric no es el único que conoce bien el juego.
—Perdóneme, Phelan —dijo el anciano, arrepentido—. No habría jugado ese triunfo si la Primus en persona no me lo hubiese ordenado. Tiene la máxima importancia que obtenga esa información que quiero, y sólo podía convencerlo de ello haciéndole esta oferta vergonzosa.
¿La Primus le ha dicho que utilice esa táctica conmigo? Esto es muy importante, ¿no?, pensó Phelan.
—Ese mensaje no habría llegado nunca a mi familia, ¿verdad? —inquirió el mercenario, enojado.
Focht negó con la cabeza,
—¿Siempre hace lo que otros le dicen que haga?
—Hubo un tiempo en que era lo bastante arrogante para decir que nadie me daba órdenes —repuso el capiscol con la mirada perdida—. Pero me he vuelto más sabio con la edad. Me doy cuenta de la importancia de mi misión entre los Clanes y tengo la intención de llevarla a término.
»En caso de que haya escapado a su atención —prosiguió, con una sonrisa maliciosa asomando a las comisuras de sus labios—, los Clanes están conquistando la Esfera Interior con rapidez. Si sabemos qué es lo que quieren, podremos encontrar la manera de apaciguarlos o derrotarlos.
Phelan se peinó los cabellos con los dedos y a continuación se cubrió el rostro con ambas manos. Focht tiene razón. Tengo que decidir si debo más lealtad a mi familia y a mi nación, o al hombre que afirma poseerme. Según este planteamiento, la elección es fácil; entonces, ¿por qué me cuesta tomar una decisión? ¿Por qué una parte de mipiensa que la Esfera Interior se merece que le pase todo esto? ¿Acaso estoy todavía enfurecido por la muerte de Donna. y por haber sido expulsado del Nagelring? ¿O esta sociedad de guerreros es tan seductora por la manera como obliga a sus miembros a dar lo mejor de si mismos? ¿Puedo permitirme el lujo de encapricharme de una sociedad cuyo objetivo principales la destrucción?
La idea de traicionar a Ulric le produjo más inquietud y desencadenó más preguntas. ¿Es posible que el Khan nos haya reunido para que podamos descubrir secretos de los Clanes que podrían ayudar a los nuestros? Me ha dado casi tanta información como la que Justin Allard obtuvo de la Confederación de Copela en la Cuarta Guerra. Y, sin lugar a dudas, tiene que saber que ComStar es un posible canal de información a sus enemigos. Los Lobos intentan estar lo menos presente posible en los planetas que conquistan. ¿Cabe la posibilidad de que Ulric esté maquinando en secreto contra una guerra que no cree justa? Y, en tal caso, ¿somos nosotros dos sus herramientas para enviar esta información a los Estados Sucesores?
Phelan bajó las manos cuando, con reluctancia, tomó su decisión.
—De acuerdo. Lo ayudaré.
El capiscol alargó la mano, pero Phelan negó con la cabeza.
—No, ahora no, y no con este aparato. Déme algún tiempo para pensar la clase de materiales que necesitaremos para que no nos descubran. ¡Diantre!, las medidas de seguridad serán muy estrictas durante el Gran Consejo y, si aguardamos, tal vez obtengamos más información.
Focht asintió y ayudó a Phelan con los cinturones de seguridad mientras sonaba una serie de cinco tonos de aviso. El mercenario miró de reojo al gran ojo de buey redondo abierto en el casco de la nave y contempló el cielo estrellado. En el momento del salto, las estrellas se aplanaron como si las aplastasen con un martillo. Los puntos de luz se convirtieron en discos que se solapaban y llenaban de color blanco la negror del vacío exterior. Al mismo tiempo, Phelan sintió como si la nave y él mismo fuesen reducidos de tres dimensiones a dos, luego a una y por fin a ninguna. Por un tiempo demasiado breve para percibirlo conscientemente pero demasiado largo para pasarlo por alto, lo supo todo porque se había unificado con la realidad.
Entonces, el universo se desplegó de nuevo y le devolvió su vida y su identidad. A pesar de que apenas había pasado un segundo desde el comienzo del salto, la Diré Wolf había, viajado más de ocho parsecs. Se materializó en el punto de salto nadir, y la estrella alrededor de la cual orbitaba Radstadt brilló sobre ellos.
Phelan vio a través del ojo de buey otra Nave de Salto que se materializaba, y luego otra. Los otros Khanes llegan puntuales, pensó mientras seguían apareciendo naves.
¡Un momento!Ésas no son naves de los Clanes. ¡Dios santo!, ¿qué sucede?
Sonaron bocinas de alarma. Se activaron los escudos protectores, que obstruyeron la visión del espacio alrededor de la Diré Wolf. Phelan se aflojó los cinturones de seguridad y se dio la vuelta para contemplar el puente de mando. Abajo, los miembros de la tripulación corrían a los puestos de combate. Vlad ocupó una estación de escáner en el lado de estribor del puente. El holotanque rodeó a Ulric con innumerables imágenes de naves grandes y pequeñas, y las pantallas de visión de las paredes, que se empleaban durante las apuestas previas a la batalla, se encendieron con una lista de las fuerzas disponibles en la Diré Wolf. Más abajo, en un pequeño recuadro en una esquina ae la pantalla, iba apareciendo la lista de las fuerzas que iban a enfrentarse a la nave, que se iba alargando a medida que los sensores localizaban nuevas amenazas.
—¡Nos hemos metido en una emboscada! —dijo Phelan al anciano.
—¿De los otros Clanes, o de otro bando?
—No lo sé —gruñó Phelan—, pero sí sé una cosa: ahora sabremos si los Lobos son tan buenos como parecen.
Capítulo 40
Punto de salto nadir, Radstadt
Provincia de Radstadt, República Libre de Rasalhague
31 de octubre de 3050
Justo después de que Tyra Miraborg sufriese la última náusea debida al salto, la sirena montada en la pared justo encima de su puesto en la Raven emitió una llamada a los puestos de combate. ¿Qué demonios podía ser? Llevamos dos meses saltando como ranas entre estrellas con planetas deshabitados. ¡Es imposible que nos hayan seguido o que hayan previsto nuestra llegada a Radstadt! Si algún idiota ha decidido que nos toca hacer unos cuantos ejercicios de maniobras, pediré su cabeza.
Se puso en pie deprisa, pero sintió un fuerte mareo y tuvo que apoyarse en el mamparo de la cabina. Tragó saliva y se esforzó por despejarse. En cuanto el vértigo empezó a desvanecerse, abrió el armario y se puso el mono escarlata. Se subió la cremallera de la parte delantera del mono y se ajustó las tiras de velero de las muñecas. Luego se calzó las botas de vuelo y se las abrochó. Recogió los guantes con una mano, salió al pasillo y cerró la puerta de su camarote.
Todos los demás pilotos de los Drakons corrían hacia los hangares de despegue de popa de aquella Nave de Descenso de clase Vengeance. Tyra se desvió hacia una escalera de servicio al ver que estaba colapsado el acceso al ascensor que llevaba a las dos cubiertas superiores. Al llegar al primer nivel, giró y cayó al suelo cuando la Raven se separó de la Nave de Salto que la había transportado hasta aquel campo de batalla. Los motores de la Nave de Descenso hicieron estremecer el casco de la nave y resonó un ruido ronco.
Tyra se incorporó con dificultad y fue corriendo al lugar donde su caza Shilone la aguardaba en el hangar. Subió a la carlinga, se puso el neurocasco y conectó el cable que salía de él en un conector hembra situado junto a su hombro izquierdo. Mientras se ajustaba los cinturones de seguridad, comenzaron a sonar las instrucciones de la misión a través de los altavoces del casco.
—Tenemos cuatro, repito, cuatro Naves de Salto invasoras en el sistema. Una tiene el tamaño de sus destructores de planetas. Las otras tres naves son más pequeñas. La grande debe de ser la nave insignia. Es el blanco prioritario de la flota...
Estupendo, realmente estupendo. No nos enfrentamos contra ellos en Rasalhague, cuando teníamos todas nuestras fuerzas preparadas, y esperamos hasta que todos estamos reventados después de los meses escondidos en el espacio. Mientras su ira comenzaba a aflorar, Tyra luchó por dominarla y canalizarla. No, no es el momento de perder la cabeza. Ya tienes suficientes preocupaciones con tu compañera de ala y tu grupo de vuelo, y tienes que causar daños en esa nave insignia. Actúa ahora y ya te quejarás más tarde.
Pulsó un botón de la consola para encender el motor, y la escotilla de la carlinga se cerró. Un teclado numérico se encendió a su derecha. Como un arranque en frío no permitía que el ordenador realizase toda la serie de señales y contraseñales de reconocimiento para comprobar que el piloto estaba asignado a esta nave en particular, Tyra tuvo que teclear un código de ocho cifras que había elegido como contraseña de protección de la nave. Dos, ocho, cero, cuatro, tres, cero, tres y seis. El día que mi padre quedó paralítico. Es una fecha que jamás olvidaré; sin embargo, nadie esperaría que juera la clave que utilizase como código personal.
En respuesta al código tecleado, los motores arrancaron a máxima potencia y se activó el ordenador de las armas. En la carlinga apareció una imagen holográfica del campo de batalla, así como el retículo de mira sobre su ojo derecho en el visor de su casco. Los disparadores giraron y se colocaron en posición y el monitor auxiliar informó que todas las armas estaban cargadas, armadas y listas.
Tyra abrió una comunicación con el control de despegue.
—Valquiria Uno lista para despegar. Solicito permiso.
—Concedido.
Oprimió los pedales de propulsión con ambos pies. El Shilone arrancó y recorrió el pasillo de despegue. Las paredes metálicas se convirtieron en sendas manchas plateadas, y el orificio negro y cuadrado del final del pasillo creció como una boca que fuese a devorar su nave. Cuando el indicador de velocidad sobrepasó los setecientos kilómetros por hora, su caza se separó de la Raven.
Al ver tantas Naves de Descenso y de Salto, así como tantos cazas aeroespaciales, Tyra casi quedó anonadada. ¡Parece la Caída de los Dioses! Tantas personas, tantas máquinas de guerra, tantas muertes... He esperado este momento mucho tiempo, buscando una oportunidad de vengar a Phelan y demostrar mi valor a mi padre. ¡Cuidado, invasores, ahora ya sois míos!
De pronto, Tyra comprendió que el enemigo no había lanzado sus propios cazas. Sólo la nave más grande parecía tener hangares de despegue de naves, aunque no podía descartarse por completo su presencia en los otros navios. Los cazas van a ser los más vulnerables cuando salgan de los hangares de despegue. Si puedo acercarme, puedo causar graves daños.
Antes de que pudiese poner sus ideas en acción, el Shilone de Anika Janssen apareció junto al ala de estribor.
—El blanco más grande siempre es el más fácil de acertar, ¿eh, jefe?
—Sí, recibido.
Tyra trazó una trayectoria en espiral alejándose de la Raven e inició un largo picado hacia la nave insignia de los invasores. Al no poder utilizar la fuerza de gravedad para acelerar, el caza no aumentó su velocidad al dirigirse hacia la gigantesca Nave de Salto; además, dada su proximidad a la estrella amarilla-anaranjada que estaba en el centro del sistema solar, Tyra tuvo que aumentar la potencia para mantener la velocidad. La nave de Anika la seguía a escasos centenares de metros, pero poco a poco llegó al lado de Tyra. En ese momento tuvieron que enfrentarse al grupo de cazas procedentes de la nave insignia enemiga.
—Nik, dispara una vez y sal. Irrumpiremos en sus filas, lanzaremos una andanada de MCA y los dejaremos para los demás. —Tyra conmutó la radio al canal táctico y dijo—: Aquí Valquiria Uno. Necesitamos ayuda en el Sector Alfa X Dos Cuatro. Cazas enemigos por parejas.
—Recibido, Valquiria Uno. Fenir Tres y Cuatro van para allá.
—Y también Aesir Uno y Dos, Valquiria Uno —dijo otra voz—. Guardad algo para nosotros.
—Recibido.
Tyra lanzó una andanada completa de misiles de largo alcance y a continuación levantó el morro del Shilone para levantar la nave por encima de la trayectoria de los misiles. Éstos acertaron en el caza enemigo más próximo y se repartieron entre su morro y su ala derecha. Tyra miró el icono que representaba al caza en su pantalla holográfica y oprimió los botones de disparo. El morro de su nave emitió un rayo del láser pesado, que abrió una hendedura en el blindaje de la torreta de popa mientras los rayos de color rubí de los láseres medios de las alas producían más daños en el morro y el ala derecha.
El fuego de respuesta del caza invasor fue bajo y desviado, sin llegar a tocar la nave de Tyra. Ella presintió que su enemigo era un piloto inexperto y una presa fácil, pero mantuvo el plan original. De nada servirán los cazas que elimine si no podemos cargamos la nave nodriza. Accionó los pedales y lanzó al Shilone a una velocidad de mil ochocientos kilómetros por hora. Pulsó el botón del pulgar izquierdo y disparó una andanada de MCA para evitar ser perseguida mientras se precipitaba sobre la nave insignia.
A su alrededor, las Naves de Descenso se habían desacoplado de las de Salto y volaban hacia la flota invasora. Aquellos navios de formas desgarbadas, libres de la gravedad planetaria y de una opresiva atmósfera, se convertían en letales plataformas de armas. Abarrotadas de afustes lanzamisiles y cañones láser, las Naves de Descenso lanzaban plateadas llamas de iones hacia la flota invasora. En más de una ocasión, el capitán de una nave había abierto las puertas de los hangares de 'Mechs para que éstos se colocasen en la abertura y añadieran su potencia de fuego a las armas de la nave, en lugar de quedar inermes en el interior.
Cuando el Shilone sobrevoló la nave invasora más grande, Tyra comprendió por qué la habían descrito como un destructor de planetas. Docenas de Naves de Descenso salpicaban su silueta de avispa como verrugas métalicas en su piel negra y reluciente. Estaban acopladas con los propulsores orientados hacia el interior de la nave, lo que implicaba que podían utilizar todo su armamento contra los atacantes. Además, la propia Nave de Salto disponía de numerosas torretas y afustes lanzamisiles. Desde diversas bocas de las Naves de Descenso y de la Nave de Salto, varios BattleMechs de los Clanes fueron arrastrándose hasta el exterior y se aferraron al casco, con la esperanza de acertar con un disparo afortunado a un caza que se aproximase demasiado.
Tyra giró los deflectores para realizar un largo bucle hacia la proa de la Nave de Salto. Mientras tanto, Anika se mantenía en su cola. Tyra giró su Shilone sobre el ala derecha y se precipitó hacia el casco de la enorme nave. Lanzó una andanada de MLA que salpicaron los escudos cerrados del puente de mando, rodearon la nave e iniciaron una sucesión de detonaciones a lo largo de la espina dorsal de la nave.
Casi en ese mismo instante, Tyra vio un defecto en el diseño de la nave. Una estrecha hendedura separaba las dos mitades del casco construidas para el acoplamiento de Naves de Descenso. Llevó el caza hasta la cubierta y votó lo bastante bajo para que éstas no pudiesen dispararle por temor a causar daños a la propia Nave de Salto. La hendedura, estrecha según una escala planetaria, proporcionaba espacio suficiente para realizar maniobras que hacían muy difícil acertar a la nave. En su primera pasada, Tyra derribó dos torretas de CPP y, al llegar al otro extremo de la nave, salió de la hendedura y salpicó el casco de una de las Naves de Descenso con una andanada de MLA.
Por fin, pasó de largo de la Nave de Salto. ¡Maldición., no puedo disparar contra ninguna vela solar Eso los mantendría por aquí durante mucho tiempo! Consultó la pantalla y vio que Anika también había sobrevivido a la pasada por la parte posterior de la nave.
—División de trayectoria en ese, Nik, y haremos otra pasada.
—Recibido, pero esta vez voy primero —pidió su amiga.
—Tú primero, Nik. Voy detrás de ti.
Tyra trazó un vector de aceleración a la derecha y llevó a su caza arriba y a la izquierda. Levantó el ala derecha, ejecutó un rápido viraje y luego bajó en picado al nivel ae la espina dorsal de la Nave de Salto, siguiendo la estela del Shilone de Anika. Ambas resistieron la tentación de lanzar una andanada de misiles a las puertas de expulsión de desechos de la nave, ya que sabían que el chorro de iones convertiría en vapor las cabezas explosivas de los proyectiles antes de que pudieran causar ningún daño.
—Tengo una lectura de mi zona de proa, Tyra, pero no hay más torretas. Las hemos destruido todas. Debe de ser un bicho terrestre que se ha colocado aquí para tratar de pararnos. ¡No, maldita sea! —añadió con cierta ansiedad—. ¡Son dos! Vamos a volar alto y tú dispárales a las rodillas.
Anika levantó su aerocaza y Tyra vio los rayos láser que salían del aparato de su compañera. Su blanco replicó con rayos de CPP, que arrancaron parte del blindaje del morro y del ala izquierda de Anika. Su nave se elevó y se perdió de vista, mientras el Shilone revoloteaba como un halcón sobre los BattleMechs anclados al casco para resistir la aceleración de la nave.
La andanada de MLA que utilizó Tyra para anunciar su llegada dejó muy maltrecho uno de los dos 'Mechs. Las explosiones arrancaron la máquina de guerra de sus anchos pies y la separaron de la pared de la hendedura. Con los Brazos y las piernas abiertos, el 'Mech se separó del casco de La nave y flotó a la deriva en el espacio. Algo explotó en uno de sus hombros, y las azules chispas que se desprendieron bañaron su piel mientras se alejaba de la vista de Tyra.
El segundo 'Mech se mantuvo firme. El ordenador de la nave de Tyra le informó que el BattleMech ya estaba averiado tras la incursión de Anika, pero eso no le importó. No me preocupa tu estado: eres mio de todos modos. Por Nik y por Phelan, y por todos los Drakons que murieron en Rasalhague. Sin realizar un esfuerzo consciente, miró directamente al centro del ancho pecho del 'Mech humanoide. Sin prestar atención al fuego de CPP que pasó sobre su cabeza, lanzó contra el 'Mech todo el armamento de que disponía en su caza.
El trío de láseres concentró sus rayos en el pecho del BattleMech. Del brillante orificio que abrieron en él se desprendieron fragmentos de blindaje y estructuras internas. La silueta calórica del 'Mech brilló como una supernova. Una detonación interna hizo que su torso se deformase; entonces, el blindaje se dobló mientras una garras doradas de fuego lo partían por la mitad. La parte superior del 'Mech se esfumó en el fuego que desprendía su motor de fusión, y las piernas quedaron flotando en el espacio dentro de los estrechos confines de la hendedura.
Tyra levantó el morro de la nave para evitar la bola de fuego, pero se cruzó con una andanada de MCA disparada desde una Nave de Descenso cercana. Los misiles estallaron contra la carlinga, y el fogonazo la cegó por unos momentos. Sintió la sacudida de las explosiones, pero se obligó a no prestarles atención hasta que pudiese recuperar el control de la nave. Activó los dispositivos de poscombustión e hizo virar la nave en una larga espiral en dirección a la proa de la Nave de Salto.
—¡Tyra! ¡Tyra!
El grito apremiante de Anika sacó a Tyra de su ensueño. Dios mío, quedar tan aturdida en medio de una batalla... Debo de haber sufrido daños graves. Notó una cierta tensión alrededor del codo y en el pecho, pero necesitó algunos momentos para comprender que procedía del intento de su traje de vacío de localizar una brecha. De pronto, su cerebro registró el ulular de las sirenas de alarma y, al consultar el monitor primario, vio que tenía una abertura en la carlinga. Se llevó la mano al nombro derecho y tocó algo muy duro. Al apartar la mano, vio que estaba manchada de sangre.
—¡Tyra, dime algo!
—Estoy aquí, Nik. ¿Cómo estás tú?
—Una sobrecarga de los circuitos de los CPP ha desactivado el motor. No consigo volver a encenderlo. Lo apagaré del todo y haré un rearranque completo. No es importante. ¿Cómo estás tú?
—Me han dado, Nik. Es bastante grave. —Tyra notó un nudo en la garganta que le hacía difícil hablar—. Te quiero, ¿sabes? Me alegro que no puedas seguirme.
—¡No, Tyra! No hagas ninguna tontería. Acércate. Puedo ayudarte.
—Demasiado tarde, Nik. Si ves a mi padre, dile que lo hice para que se sindera orgulloso de mí.
Tyra apagó la radio y aceleró el Shilone. Accionó dos interruptores de seguridad. Uno desactivaba las bocinas de alarma, mientras que el otro eliminaba las restricciones de potencia del motor. Estas naves tienen más potencia de la que puede soportar un piloto en circunstancias normales. A máxima potencia, un piloto pierde el conocimiento. Pero eso ya no importa, ¿verdad?
Lanzó una carcajada y le gustó su sonido. No me había reído asi ni me había sentido tan despreocupada desde que Phelan se fue de Gunzburg. ¡Muy apropiado! Pronto estaré con él.
Bajó el morro del Shilone, dejó que la nave diera la vuelta y giró para poder ver cómo el puente de mando de la Nave de Salto se cernía sobre ella. Se acabó. El Jarl de Hierro hace otro sacrificio por Rasalhague. Oprimiendo los dos pedales de los propulsores, voló más rápido de lo que ningún ser humano había volado jamás y mantuvo la trayectoria del Shilone sobre su objetivo.
Capítulo 41
Nave de Salto Diré Wolf
Punto de salto nadir, Radstadt
Provincia de Radstadt, República Libre de Rasalhague
31 de octubre de 3050
Phelan Kell y el Capiscol Marcial corrieron por el pasillo hacia el puente de la Diré Wolf. Fueron pisando los talones de su escolta y tuvieron que usar una escalera de servicio para bajar de la cubierta de observación, lo que los obligó a alejarse del puente para poder dirigirse luego hacia él.
Mientras corrían los treinta últimos metros hasta el puente, toda la Nave de Salto sufrió una sacudida como si la hubiese golpeado la maza de un dios menor. Phelan trastabilló, pero logró rodar por el suelo para amortiguar el golpe. Su guía se estrelló contra una de las paredes, se dio un fuerte golpe en la cabeza, cayó al suelo y el Capiscol Marcial tropezó con él.
¡Dios mío! ¿Qué ha sido eso? Phelan se despejó, estiró los miembros y se preparó para un segundo impacto o una explosión secundaria.
—¿Se encuentra bien? —preguntó al Capiscol Marcial.
—Sí, pero no así nuestro guía —contestó, colocándose bien el parche sobre el ojo—. ¿Qué ha ocurrido?
Phelan se encogió de hombros y se arrastró hacia el cuerpo inerte del escolta. Sacó la radio que llevaba en el cinto y la encendió.
—Control de daños, envíen un equipo al puente —dijo—. Tenemos un problema. Y traigan también un equipo médico.
—¿Quién habla? ¿Llama desde el puente? —sonó una voz a través de la radio. Tenía un tono aterrorizado.
—No, estoy en el pasillo que conduce al puente. Algo ha explotado o ha golpeado contra la nave.
—¡Libre nacido! —exclamó el tech de reparaciones por la radio—. Algo ha abierto un agujero en el casco. Los sistemas automáticos lo están sellando, pero tendremos pérdida de presión. Ya va un equipo hacia allá. Y también un equipo médico.
—Si tienen pérdida de presión —dijo Phelan, mirando al Capiscol Marcial—, traigan trajes para actividad extravehicular y botellas de oxígeno.
—Confirmado, comandante —contestó la voz del oficial de control de daños, que sé había calmado considerablemente—. Están en camino.
—¡Comandante! —exclamó Focht con una sonrisa cautelosa—. Menudo ascenso.
El Demonio de Kell hizo caso omiso del comentario irónico y se concentró en lo que revelaba aquella reacción.
—¡Maldición!, la mayoría de los oficiales de la Diré Wolf estaban en el puente. A esta gente de los Clanes no le gustan las sorpresas y siempre solicitan órdenes a sus superiores. Por eso ese payaso me ha llamado comandante: porque yo le estaba dando órdenes. —Miró al hombre de ComStar y añadió—: ¿Quién va a dar órdenes a los tipos que se supone que tienen que mantenernos sanos y salvos?
Antes de que Focht pudiese contestar, llegó el equipo de control ele daños. Phelan tiró la radio al Capiscol Marcial.
—Vea si puede comunicarse con Ranna. Dígale que necesitamos saber quién está al mando. Y, si no puede darle una buena respuesta, dígale que es ella. —Vaciló—. Es decir, a menos que usted quiera este trabajo.
—Creo, Phelan Kell, que usted ya ha asumido el cargo —repuso Focht, sonriendo.
El mercenario lanzó una carcajada.
—¡Estupendo! Entonces considérelo una delegación de autoridad. Vea lo que puede hacer.
Phelan fue hacia un tech que había aplicado un instrumento de diagnóstico al cerrojo sónico junto a las puertas cerradas del puente.
—¡Librenacido!
—¿Qué pasa?
—El puente está sellado y hay una presión mínima —contestó el tech, angustiado—. No tengo ni idea de cuánto aguantarán los sellos del casco. Ha habido un savashri cortocircuito en los sistemas eléctricos. La puerta se ha autoasignado una nueva combinación y no sé cuál es. La ha elegido mediante un proceso aleatorio y, si los aparatos siguen funcionando, podría volver a cambiar en un momento.
—¿Cuántas cifras son? —preguntó Phelan.
—¿Y eso qué importa? —replicó el hombre del Clan con irritación.
Phelan sujetó al hombre por el cuello de la ropa y lo levantó en vilo.
—¡Responda, idiota! Puede haber gente aún viva ahí dentro.
—N... nueve —tartamudeó.
Phelan lo soltó. Sacó la ganzúa electrónica del bolsillo y se la arrojó.
—Ponga los conmutadores en nueve y sostenga el aparato pegado a la cerradura. —Se volvió a otro de los miembros del equipo y le dijo—: Déme uno de esos trajes de actividad extravehicular. Yo iré primero. El ilKhan y el Khan Ulric estaban en el puente. Hay que ir en su busca, sacarlos y conducirlos de inmediato al área clínica. Luego sacaremos a toda la gente que podamos.
El hombre del Clan asintió y preparó su equipo mientras Phelan se ajustaba el traje y lo sellaba en los tobillos y las muñecas. Están tan condicionados para recibir órdenes que me obedecen porque estoy dispuesto a asumir el mando. Sé que voy a pagarpor esto cuando termine la crisis, aunque quizás acepten la excusa de que soy un sirviente preocupado por mi amo. Se colocó la escafandra en la cabeza y se la ajustó en el cuello. Alguien lo ayudó con las botas y los guantes. Entonces, el tech que trabajaba con la cerradura dio un grito de asombro.
Las puertas del puente se abrieron. Entre una nube de humo gris salieron tambaleándose dos personas con quemaduras graves. Antes de cruzar la puerta, unos medtechs les aplicaron anestésicos y los condujeron por el pasillo. Phelan tomó dos tanques de oxígeno y se puso en cuclillas. En cuanto se llevaron a los heridos, avanzó tratando de mantenerse por debajo del nivel del humo, que se estaba disipando con rapidez.
Sea lo que sea lo que nos ha golpeado, era algo grande o se movía deprisa... ¡o ambas cosas! Con escasas excepciones, las estaciones de trabajo estaban arrancadas y habían caído al interior. Phelan vio brazos y piernas sepultados bajo montones de escombros de los aparatos electrónicos. Los hilos de sangre que manaban le indicaban que ya no podía ayudar a aquellas personas. Otros yacían sobre la cubierta, y unos pocos se movían débilmente, pero Phelan siguió adelante en su búsqueda.
Estaba en el holotanque cuando lo vi por última vez. Cuando se dirigía a las paredes derrumbadas de la pantalla, el humo se dispersó lo suficiente para permitirle ver el agujero abierto en el casco de la nave. Encima de la pantalla principal y un poco a la derecha, vio algo de un tamaño similar al puño de un 'Mech. Puntas dentadas de metal apuntaban al interior, pero no bastaban en absoluto para volver a cerrar el orificio. Tras el impacto, debió de producirse una lluvia de metralla en todo este lugar. ¿Quédiablos debe de haberlo causado?
Unas tuberías que se extendían por el casco bombeaban gotas de una sustancia alquitranada sobre la brecha y la cubrían con un telón negro y reluciente. Parte del oscuro fluido caía por la cara interior del casco y manchaba las paredes de negro, pero en su mayor parte se pegaba a la capa que había caído con anterioridad y aumentaba su grosor. Phelan vio que la capa se endurecía allí donde estaba en contacto con el vacío exterior, y reprimió un momentáneo acceso de pánico. Comprendió que, si aquella capa espesa cedía, el vacío los absorbería a todos al espacio. Paseó su mirada por el puente y meneó la cabeza. Era evidente que ninguna de las personas atrapadas por los escombros había salido volando por la brecha antes de que el fluido de sellado comenzase a actuar. Aunque las probabilidades eran poco halagüeñas, Phelan sabía que iba a encontrar a Ulric.
El tech de reparaciones habló nervioso por la radio.
—¡Moveos! El parche está sometido a fuertes tensiones. No sé cuánto tiempo aguantará ese stravag invento.
Phelan lanzó una mirada fugaz sobre el hombro hacia la puerta.
—Dígame cuando tenga una buena noticia.
—Ésa es la buena noticia, sirviente —repuso el tech.
Phelan rebuscó entre los restos del holotanque, y descubrió un hueco bajo el panel curvado que estaba más abajo. Quizá, sólo quizá.. . Se hincó de rodillas y entró en el hueco arrastrándose. Con la linterna que llevaba ligada al antebrazo derecho, despejó la oscuridad y vio al Khan.
¡Stravag! Tengo que darle aire. Colocó la máscara de uno de los tanques sobre el rostro ceniciento de Ulric y comenzó a suministrarle oxígeno. Con el mayor cuidado posible, desplazó el foco de luz para ver si el Khan tenía otras heridas aparte de un corte en la mejilla. No hay fracturas complicadas ni ningún escombro que lo tenga atrapado. Vamos a ver si puedo moverlo.
El mercenario agarró al Khan por las axilas y empezó a tirar de él. Cuando su cuerpo comenzó a moverse, Phelan notó que un poco de vitalidad volvía a recorrer sus miembros. Ulric abrió los ojos y parpadeó a causa del brillo de la linterna.
El Khan levantó las manos y agarró a Phelan por los brazos justo encima de los codos. Apoyándose en el mercenario, se liberó de los restos del holotanque. Hizo cuanto pudo por levantarse, pero sus rodillas se doblaron casi de inmediato y Phelan tuvo que sujetarlo para que no cayera.
El mercenario hizo un gesto a dos medtechs vestidos de blanco.
—Es el Khan —les dijo—. Sáquenlo de aquí.
De improviso, se conectaron los altavoces de radio que llevaba en la escafandra.
—Que todo el mundo salga del puente. El sello está sometido a un ciento diez por ciento de factor máximo de tensión y tenemos informes de que la actividad del enemigo comienza a concentrarse en esta área. ¡Muévanse! No sé cuánto tiempo aguantará.
Phelan fue hacia la puerta, pero entonces vio unas piernas que se movían débilmente. Se desvió para ver si podía ayudar y, al ver quién era, se paró en seco. Es mi suerte, supongo.
Vlad yacía de espaldas, con los brazos y piernas desmadejados, bajo una viga curvada de magnesio. Ninguno de sus miembros parecía fracturado, aunque algo le había abierto una herida desde la ceja izquierda hasta la mandíbula. Tenía ese lado de la cara cubierto de sangre, pero Phelan sabía que seguía vivo.
—Sirviente, muévete. Estamos a un ciento veintisiete por ciento de la tensión máxima. El sello cederá en cualquier momento.
El mercenario hizo caso omiso del aviso. Se arrodilló y trató de tirar de Vlad hacia el centro de la curva de la viga. Sin embargo, algo mantenía atascado el cuerpo. Sería irónico que lo que te impidió salir volando antes, ahora me impidiese salvarte. Pasó la mano bajo la viga y soltó la hebilla del cinturón del MechWarrior del lugar donde estaba enganchada.
Sujetó a Vlad por la hebilla hecha por Tyra y lo sacó de debajo de la viga metálica. Se lo echó sobre el hombro y corrió hacia la puerta, mientras el tech le hacía gestos de que se apresurase. Se fue acercando a la salida eludiendo montones de escombros. Entonces, a cinco metros de la salvación, resbaló en un charco de sangre y cayó.
Vlad salió despedido hacia el vano de la puerta, y el tech de reparación se lo llevó. Phelan intentó ponerse en pie, pero no podía encontrar un punto de apoyo firme porque tenía las botas empapadas de sangre y resbalaba. A su alrededor, escombros pequeños comenzaron a vibrar y a bailar mientras el sello se desgarraba por los bordes. Phelan se aferraba a cualquier cosa que lo ayudase a llegar a la puerta, pero nada le servía. Empezó a deslizarse, centímetro a centímetro, hacia la brecha abierta.
De pronto, una enorme masa metálica llenó la entrada. El Elemental agarró al mercenario por el cogote y lo lanzó al pasillo, apenas unos segundos antes de que se cerrase la puerta. Phelan cayó torpemente, aunque el alivio por haberse librado de la fatal atracción del vacío eliminó cualquier dolor o sentimiento de vergüenza que pudiese sentir.
Se puso en pie con dificultad. Estiró de la tira de velero que sujetaba el guante izquierdo a su muñeca y alargó la mano al Elemental que lo había salvado.
—No sé cómo darle las gracias —empezó.
La figura con la armadura se quitó el casco. Sosteniéndolo bajo el codo derecho, Evantha asió la mano de Phelan con la fuerza del acero.
—Habría sido una lástima dejarte morir —dijo.
—¿Evantha? —exclamó el mercenario, boquiabierto—. Después de lo que te hice en Rasalhague... ¿Por qué?
Evantha le sacudió la mano una vez y la soltó.
—Tal vez seas un sirviente, Phelan Patrick Kell, pero tienes el corazón de un guerrero, tienes mucho que aprender sobre nosotros y nuestras costumbres, pero debes darte cuenta de que te respetamos. Dejarte morir inútilmente habría sido un pecado mayor que dejar que me derrotases. —La mujer dejó que una sonrisa quebrase la máscara aterradora que era su rostro—. Y me habría impedido tener la ocasión de volver a luchar contigo.
Phelan se quedó mirándola mientras ella se alejaba vi por el pasillo, detrás de los medtechs que se llevaban a Vlad. Tiene razón. Tengo mucho que aprender de los Clanes. Tal vez sea eso lo que quiere Ulric: que entienda por qué han venido a la Esfera Interior. Sus pensamientos derivaron hacia su promesa de ayudar al Capiscol Marcial a desentrañar el misterio de los Clanes. Pero ¿qué haré cuando tenga esa información y cómo se me permitirá utilizarla?
Capítulo 42
Triad, ciudad de Tharkad, Tharkad
Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira
10 de noviembre de 3050
Victor Ian Steiner-Davion sonrió al dar la mano a Kai Allard.
—Me alegra que decidieras permanecer en las FAMF. Perderte habría sido un revés muy duro.
Kai le asió la mano con firmeza, pero el príncipe vio dudas en los grises ojos de su amigo.
—Gracias, Alteza —contestó—, pero no estoy seguro de que me lo merezca. —Al ver que Victor lo miraba con suspicacia, Kai levantó las manos y dijo—: No digas que soy demasiado duro conmigo. Sólo es que, a veces, todos intentáis con tanto entusiasmo aumentar mi confianza, que podéis pasaros por exceso. Realmente cometo errores y he tenido que afrontar las consecuencias del que tuve en Twycross. Gracias por darme el tiempo necesario para ello.
—Era lo menos que podía hacer por el hombre que evitó la aniquilación de cuatro regimientos de 'Mechs.
Victor abrió los brazos para abarcar la sala del trono, donde se encontraban. Banderas verdes y doradas colgaban de balaustradas y pilares. Incluso los dos Griffins que se alzaban a ambos lados del trono de la Arcontesa se habían pintado con el emblema de la Guardia de Donegal.
—De no haber sido por ti, todos estos estandartes serían negros y no habría celebraciones. ¡Rayos!, después de la derrota que les infligiste, los Clanes se han retirado y no han vuelto a intentar conquistar Twycross.
—¡Agradezco ese último comentario, pero tú y yo sabemos la verdad...
—Hiciste lo que debías hacer —replicó Victor, casi con brusquedad—. No eres culpable de ningún delito. La propia doctora Lear lo reconoció: aquellos hombres estaban condenados antes de que los enviases allí.
—No necesitaba en absoluto enviar a aquellos hombres —repuso Kai, peinándose los cabellos con los dedos—. Conozco las propiedades de la pentaglicerina. Sabía que una explosión en su proximidad podía hacerla estallar. Podría haber empleado el cañón automático o hacer que algunos invasores me disparasen misiles. Aquellos hombres no tenían que morir. Podrían haber sido evacuados con los demás. No importa cuál sea la manera de enfocar los hechos: sé que tengo las manos manchadas con su sangre.
—Eso fue lo que dijiste en Twycross cuando presentaste tu dimisión —dijo Victor—. ¿A qué se debe el cambio? ¿Por qué has decidido quedarte en las FAMF?
Kai se lamió los labios y suspiró antes de contestar.
—Al principio me sentí dolido porque me «condenaste» a ir a la nave médica de evacuación que estaba sacando a la gente de Twycross. Mis heridas eran, como mucho, leves; incluso cuando decidí dimitir, seguía sintiéndome responsable de mi lanza. Traté, de estar solo en la Curie, pero de algún modo corrió la voz sobre mí y lo que había hecho.
El leftemnt miró a Victor con recelo, pero el príncipe retrocedió y levantó las manos en señal de inocencia.
—¡Eh, no fui yo! —exclamó, y luego pensó: La doctora Lear estaba en la Curie, aunque con órdenes de permanecer lejos de Kai. A pesar de que no queríamos guardar en secreto la acción de Kai, tampoco era conocida por la gente, Me pregunto...
—De acuerdo, Victor, acepto tu palabra —dijo Kai, y levantó la mirada hacia el techo, que permanecía en la penumbra—. En mi viaje a Tharkad, muchos soldados vinieron a agradecerme el sacrificio que había hecho para salvarlos. Me dijeron que se necesitaba mucho valor para hacer lo que hice. Algunos de ellos eran soldados evacuados del hospital de la doctora Lear y que pensaban que habrían vagado para siempre por aquel planeta si yo no hubiese aparecido y les hubiera dado algo que hacer. Me dijeron que yo les había salvado la vida y que estarían encantados de servir a mis órdenes si tenían esa oportunidad.
«Quizá por primera vez en mi vida, no era el hijo de mi padre ni el heredero de mi madre. Me veían como Kai Allard, y no me acogieron por causa de mis padres o mis relaciones, sino por lo que había hecho por ellos. Se brindaron a servir a mis órdenes por algo que había hecho por mí mismo.
—Kai, si piensas que eres mi amigo porque...
—No, Victor —lo interrumpió Kai, negando con un enérgico movimiento de cabeza—. Sé que no es así. Me siento honrado de tener algunos amigos que, como tú, han perseverado lo suficiente para llegar a conocerme. Debí decirlo desde el principio. No obstante, incluso tú tendrás que admitir que seguramente no seríamos amigos si la posición de nuestras familias no hubiera establecido una alianza natural entre nosotros.
»Sea como sea —prosiguió—, el agradecimiento de aquellos hombres y mujeres no compensa exactamente lo sucedido en Twycross, aunque soy consciente de que no volveré a cometer el mismo error porque conozco el horror y el dolor que entraña. Y además, si dimito, podría sustituirme otro leftenant novato que cometiese el mismo error otra vez.
»Por consiguiente, Alteza, retiro mi dimisión.
Victor miró a Kai con sincera alegría. Sabía que su amigo todavía tenía el hábito de sospechar de todos sus actos, pero al menos había empezado a ponerlos en la perspectiva correcta. Era un cambio pequeño, aunque suficiente para resultar significativo.
Victor oyó que una puerta se abría a su espalda y vio que Kai se ponía firmes. Se volvió con rápidez mientras crecía una sonrisa en sus labios. Por una puerta lateral entró en la sala del trono su madre, la Arcontesa Melisa Steiner Davion, acompañada de Morgan Hasek-Davion.
—¡Una excelente noticia! —les dijo—. ¡Kai ha retirado su dimisión!
Antes de que pudiese decir nada, una tercera persona entró en la sala a través de la misma puerta. Era un hombre vestido con. un uniforme negro, cinturón y una tira roja a lo largo de las perneras de los pantalones. El hombre rodeó a Morgan y se plantó con los puños apoyados en las caderas. Sus negros ojos brillaban con alegría desbordada, y reflejos azules relucían en sus largos cabellos negros. En las hombreras lucía el emblema de una cabeza de lobo, con piel auténtica de animal. Los rubíes que brillaban a guisa de ojos del lobo eran como el fuego de su propia mirada.
—Victor Davion y Kai Allard-Liao. ¡Qué oportuno encontrarlos juntos!
El tono sarcástico del hombre irritó a Victor.
—Yo soy Victor —declaró—. ¿Con quién tengo el honor de hablar?
El hombre echó la cabeza atrás y lanzó una carcajada que resonó en la enorme sala.
—¡Espectacular! —exclamó, y se volvió hacia Melissa—. Las sangres de Steiner y Davion se han mezclado bien en él. Fuego y acero. Un poco de templanza y será invencible.
»Y en cuanto al otro —añadió—, el silencioso, es el que hay que vigilar. —Guiñó el ojo a Morgan—. Ya saben que en los tiempos de la antigua Roma, se solía poner a un enano en el carro de los generales victoriosos. Durante los desfiles públicos, mientras la multitud adulaba al general, el enano le recordaba entre susurros que la gloria terrena es pasajera. Aquel oficial que lleva siempre consigo a su propio enano, a alguien que le recuerde constantemente que se asegure de que tiene razón en lugar de sólo creer que es así, es un hombre de verdadera valía.
Víctor se volvió para observar cómo recibía Kai el cumplido y se quedó un tanto sorprendido al ver que Kai no se ruborizaba, como él esperaba. Kai hizo una leve inclinación, levantó la cabeza y mostró una sonrisa mordaz.
—Gracias, mayor Ngov. En verdad, es un auténtico elogio.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Victor a Morgan, frunciendo el entrecejo—. Reconozco ese uniforme: es de los Dragones de Wolf. Explíquenme qué sucede, por favor.
Morgan hizo un gesto de aprobación a Sveng Ngov.
—Es sencillo, Alteza —dijo el mercenario, con una amplia sonrisa—. El coronel Jaime Wolf me ha enviado para que escolte a su madre, a Morgan, a Kai y a usted mismo para asistir a una reunión de estrategia en Outreacn.
—¿Una reunión de estrategia? —preguntó Victor, cada vez más ceñudo—. ¿A qué se debe eso? Según mis últimas noticias, los Dragones de Wolf habían optado por permanecer neutrales en esta guerra. Además, los invasores se han ido.
—Los tiempos cambian, príncipe Victor —repuso el mercenario mientras se desvanecía su sonrisa—. Esta reunión está pensada para asegurarnos de que nosotros, no ellos, controlamos la velocidad, el tiempo y la dirección del cambio. Si no lo hacemos, ni todos los 'Mechs del mundo, ni todos los guerreros del mundo, bastarán para unir de nuevo a los Estados Sucesores...
Capítulo 43
Palacio de Obsidiana y Jade, Ciudad Imperial, Luthien
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
15 de noviembre de 3050
Shin se arrodilló con cuidado entre las sombras de la pared del jardín. Su quimono de seda negra lo hacía casi invisible, pero el fino tejido apenas lo resguardaba del frío de la despejada noche de Luthien. Sin embargo, Shin agradecía aquel frío porque adormecía la quemazón que sentía en su costado derecho.
Se obligó a controlar su respiración y participar de la paz del jardín. Con los ojos entrecerrados, eliminó la escasa luz procedente del resto de la Ciudad Imperial, sin preocuparse en absoluto por si se dormía. Entre el dolor y las emociones desbocadas en su espíritu, el sueño era el menor de sus problemas.
Levantó un poco la cabeza para examinar la silueta púrpura y negra del palacio donde vivía el Kanrei Theodore Kurita y su familia. Como la gran casa del Viejo en Edo, este edificio también estaba diseñado según los moldes de la antigua arquitectura japonesa. La torre central sólo se elevaba tres pisos, pero cada uno de ellos tenía el doble de la altura normal, y el diámetro de la torre era increíble. Shin había viajado en Naves de Descenso de menor área y masa que este edificio. Se sintió honrado de que el Kanrei le hubiese concedido una habitación en este lugar. ¡Qué lejos han quedado los suburbios de Marfik!
Al repasar su vida, todo lo que había sucedido antes de la invasión parecía borroso e irreal, como los antiguos holodramas o noticiarios. Los invasores han sido, en muchos sentidos, los enemigos más honorables. Una y otra vez intentaron igualar sus fuerzas con las nuestras para no avergonzarnos en exceso, ni siquiera en la derrota. A veces parecen francamente ingenuos en su trato y, desde su derrota en Wolcott, no han vuelto a atacar nuestros mundos. ¿Es posible que, según su visión del universo, esa derrota implique el fin de su ofensiva?
Con la misma rapidez con que esa pregunta se formó en su mente, la rechazó. No, eso es aún más absurdo que algunas teorías sobre su verdadera identidad. Lo poco que hemos visto de las máquinas y las armaduras que nos «ganamos» en la batalla de Wolcott me conduce a pensar que son humanos, pese al volumen de sus soldados de infantería. El hecho de que tengan BattleMechs indica que en algún momento de su historia se toparon con humanos que llevaban 'Mechs, pero nadie sabe hasta dónde pueden haber llegado los piratas de la Periferia. ¿Provienen de una colonia perdida, o son tal vez los descendientes de un líder carismático que arrastró a todo un pueblo para forjar una sociedad de guerreros?
Nuestros cautivos dicen guardar silencio sobre su pasado porque ahora son miembros del Clan de Kurita; sin embargo, no nos explican el significado que eso tiene para ellos. Es un misterio envuelto en incontables misterios. Ahora que se han ido, ¿podremos desentrañar esos misterios uno a uno?
El leve roce de una bota sobre la piedra hizo erguir bruscamente la cabeza a Shin. Una esbelta figura tapó las brillantes estrellas al trepar al borde almenado del muro; entonces saltó al jardín y quedó en cuclillas. Cuando se incorporó y avanzó hacia el palacio, Shin vio que era una mujer. No lleva armas visibles... ¿Será una asesina?
Sin hacer ningún ruido, Shin recogió un guijarro del suelo y avanzó. Al llegar a la distancia adecuada, lo arrojó al muro del jardín. Cuando la intrusa se volvió al oír el ruido, Shin se acercó a ella por la espalda, pero no la golpeó.
—¡Alto! —dijo.
En lugar de obedecer la orden, la mujer se revolvió y le lanzó una patada circular a la cabeza. Shin se agachó para esquivarla, aunque el talón lo rozó y le hizo perder un poco el equilibrio. Se recuperó mientras ella se volvía de nuevo para enfrentarse a él y adoptó una postura de lucha. La intrusa se movió de nuevo más deprisa de lo que él esperaba; lo agarró de la muñeca derecha, y Shin sintió un latigazo de dolor por todo el brazo. Aunque el dolor le dejó el miembro adormecido, Shin lo sacó de la manga del quimono, se agachó y giró para alejarse. Cuando la intrusa tiró de la ropa, el yakuza dejó que se la arrancase, y él fue a parar al mismo centro del jardín mientras ella se quedaba sólo con el quimono vacío entre las manos.
Se abrieron las puertas del jardín y del balcón, desde las que se proyectó luz para alumbrar la noche. Uno de los haces de luz brilló sobre Shin y proyectó una sombra de piernas alargadas sobre el muro del jardín. La intrusa tiró al suelo el quimono y se preparó para otro ataque. Entonces, se detuvo e hizo una respetuosa reverencia.
Shin se quedó boquiabierto de la sorpresa. Antes luchaba contra mí y ahora me saluda. ¿Qué sucede aquí? Cuando la intrusa se acercó, él le devolvió el saludo y trató de recordar dónde había visto la insignia de una cabeza de lobo roja que adornaba la pechera izquierda de su atuendo. ¿Los Dragones de Wolfi ¿Es posible? Después de tanto tiempo, lo único que pueden desear viniendo aquí es la muerte del Coordinador. En tal caso, ¿por qué atacan el palacio del Kanrei?
La intrusa se quitó el pasamontañas negro, y sus largos y rubios cabellos cayeron sobre sus hombros.
—Komban wa, Kanrei Kurita-sama —dijo en impecable japonés al hombre que había salido al balcón—. Le traigo los saludos del coronel Jaime Wolf.
—¿El coronel Wolf me envía saludos? —inquirió el Kanrei, poniendo los brazos en jarras—. ¿Acaso se ha helado el infierno de los cristianos, o es una especie de truco? —añadió con un cierto tono de humor—. ¿Los mensajeros de los Dragones siempre atacan a los ayudantes de confianza de aquellos a los que llevan un mensaje?
La mujer se echó a reír. Su voz sonó como un tintineo totalmente distinto de la mortífera amenaza que Shin había presentido antes.
—Soy la mayor Lilith Lang de los Dragones de Wolf, a su servicio. No es ningún truco, y no habría atacado a Shin Yodama de haber sabido que era él.
—¿Qué? —exclamó Shin—. ¿Cómo ha sabido...?
—Su historia lo identifica —respondió Lilith, señalándole el pecho—. Su costado izquierdo lo proclama como miembro de los Kuroi Kiri y el derecho canta otras grandes hazañas.
La luz del palacio iluminaba el contorno del nuevo tatuaje de Shin. Ya le había sido dibujada en el hombro una parte del rostro de un jaguar de humo rugiendo. Sus dorados ojos miraban con aire desafiante a la mercenaria y al Kanrei. Debajo, marcada con trazos negros, aparecía la figura inerte de un soldado de infantería blindada atravesado por una espada. La estela de estrellas y saltos que había realizado en su huida de Turde Bay le adornaba todo el brazo derecho, desde la muñeca al hombro, y se desgranaban escenas de su entrada en la prisión desde la espalda hasta las costillas.
Hohiro entró en el jardín por la puerta de la planea baja del edificio y se arropó con el quimono para protegerse del frío.
—No sabía que el coronel Wolf tuviese tanto interés en los hombres de mi padre —comentó.
—Hay muchas cosas que interesan a los Dragones, y hay muchas cosas que usted ignora, Hohiro —siseó Lilith con el mismo tono gélido. Entonces dijo a Theodore—: Con el propósito de acabar con este desconocimiento, he sido enviada para llevarlos a usted, a su familia y a Shin Yodama a Outreach. Allí aprenderán muchas cosas.
Hohiro lanzó una carcajada de menosprecio, pero el Kanrei pareció estudiar su insultante propuesta.
—Sería un imbécil si viajase solo hasta el cuartel general de un enemigo... —insinuó.
—El coronel Wolf previo que usted diría eso —dijo la mercenaria, sonriendo—. Dijo que podía traer la Genyosha o la Ryuken si lo consideraba conveniente, aunque esperaba que bastase con la promesa de salvoconducto de Dechan Fraser y Jeanette Rand. También dijo que su enfrentamiento no estaba relacionado con usted ni con el Condominio, sino sólo con Samsonov y el padre de usted. Es por causa de esa cuenta pendiente que he tenido que venir en secreto. No obstante, debe comprender que, si el coronel me hubiese enviado en una misión destructiva, nada podría haberme detenido.
—Bien dicho —confirmó Theodore—. No necesitaré la Genyosha ni la Ryuken, pero me gustaría que me acompañase el tai-sa Narimasa Asano.
—Excelente —contestó Lilith con una amplia sonrisa—. El coronel Wolf dijo que esperaba conocer por fin al tai-sa Asano. Reúna a sus hombres y diríjanse por un vector a la fábrica orbital de Ginka. Allí les enviaremos por radio las coordenadas hasta nuestra Nave de Salto.
Hohiro se adentró en el jardín y levantó el rostro hacia su padre.
—Esto es una locura, so-sen —le dijo—. Acabamos de derrotar a un enemigo y ahora nos entregas en manos de otro. No lo entiendo.
El Kanrei cruzó una mirada con Lilith y dijo con voz serena pero firme a su hijo:
—No te corresponde entenderlo ahora, Hohiro. Sólo debes obedecer. Que el coronel Wolf haya corrido el riesgo de enviar un mensajero quiere decir que su propósito es serio. Wolf no es un estúpido ni un loco. Eso me basta...
Capítulo 44
Cuartel general de los Dragones de Wolf,
Outreacb Marca de Sama, Mancomunidad Federada
12 de enero de 3051
Victor Ian Steiner-Davion estaba de pie en el umbral de la sala, estupefacto por el gentío que había allí reunido. Si la mitad de las historias que he oído son ciertas, no se han reunido tantas personas poderosas en un mismo lugar desde la boda de mi padre con mi madre. Los líderes militares iban de corro en corro, formados alrededor de los líderes políticos, mientras miembros de los Dragones de Wolf —con aspecto de estar muy contrariados por prestar aquel servicio— ofrecían bebidas y canapés a los invitados. Quizá lo más chocante para Victor fue que, entre tantas personas importantes, nadie se fijase en su llegada.
En cuanto se dio cuenta de que estaba resentido por ello, sonrió. Victor, aquí eres un pez muy pequeño entre tantos peces gordos. No eres un gigante, ni político ni militar... aún. Por consiguiente, tendrías que estar contento sólo por haber sido invitado. Sus pensamientos derivaron hacia el rompecabezas que Kai, Morgan y él mismo habían estado tratando de resolver durante su viaje a Outreach, pero se detuvo. No conseguimos adivinar por qué nos había convocado Wolf a todos, asi que no vale la pena malgastar esfuerzos en ello.
Entre la gente, Victor vio una cara conocida ataviada con el uniforme rojo y negro de los Demonios de Kell. Era un hombre alto del que emanaba un aura de fuerza y poder. Sus cabellos blancos y negros le llegaban a las hombreras de su roja guerrera; en cambio, llevaba la barba recortada con pulcritud. Como siempre, Victor tuvo la extraña sensación de que la muerte tendría que llevarse a aquel hombre mientras estuviese dormido, pues jamás podría sorprenderlo despierto.
Victor fue hacia Morgan Kell, que estaba hablando con dos personas de la Liga de Mundos Libres, los cuales se apartaron cortésmente cuando Davion llegó junto a ellos. Al verlo, el rostro de Morgan se iluminó.
—Alteza —dijo el primo de su madre y fundador de los Demonios de Kell—. Como siempre, verlo es un placer sin igual.
Victor le devolvió la sonrisa y le estrechó la mano.
—¿Sin igual? Mi madre no se sentiría feliz de oír eso...
—¡Ah, me ha pillado! —exclamó Morgan Kell, lanzando una carcajada—. En efecto, su madre ocupa un lugar especial en mi corazón. Considere mi afirmación corregida, pero no menos sincera.
—De acuerdo.
El mercenario repasó con la mirada a Victor y asintió con la cabeza, satisfecho.
—Dan Allard me dio buenas noticias sobre usted en la acción de Twycross. Dijo que podía pensar por sí mismo y que no tenía miedo de entrar en combate. Eso está bien. Esa actitud mató a su tío Ian en el Mundo de Mallory, pero ha salvado a su padre y a su primo Morgan Hasek-Davion de más aprietos de los que puedo contar con todos mis dedos.
—Si los Demonios no hubiesen estado cerca y el coronel Allard no hubiera estado dispuesto a correr un gran riesgo, las cosas habrían sido muy diferentes.
—Y si usted no hubiese enviado a Kai Allard a explorar el desfiladero, ¿cómo habrían sido? —inquirió Morgan.
Victor miró hacia el lugar donde estaba Kai con sus sus padres y sus hermanas gemelas.
—Ojalá él se diera permiso a sí mismo para reconocerlo —comentó.
—Creo que descubrirá que guerreros como Kai mantienen muy tensas las riendas porque temen lo que podría suceder si no lo hicieran —dijo Morgan Kell, pasando el brazo sobre los hombros de Victor—. Dé gracias porque está a su lado. Si alguna vez pierde ese control, habrá muy pocas cosas en la Esfera Interior que puedan detenerlo.
El creciente zumbido de una silla de ruedas eléctrica impidió cualquier otro comentario de Victor, que se volvió y vio a un hombre vestido con el uniforme de general del ejército de la República Libre de Rasalhague. Sus cabellos plateados y su barba tachonada de mechones negros le resultaban un tanto familiares, pero fue al ver la cicatriz que tenía en el lado izquierdo del rostro cuando un nombre surgió de su memoria. Es Tor Miraborg. Debe de haber venido con Haakon Magnusson, el Zorro Plateado. Realmente Wolf los ha reunido a todos aquí.
Por unos momentos, Victor pensó que la piloto aero— espacial que lo acompañaba era su hija, pero el rótulo que lucía sobre el pecho rezaba: «Janssen».
—¿Es usted Morgan Kell? —preguntó Miraborg, mirando con expresión feroz a Morgan.
El mercenario asintió con la cabeza en silencio.
—Yo soy Tor Miraborg. ¡Su hijo mató a mi hija!
La ira y el dolor presentes en la voz del anciano tullido conmovieron a Victor, en cambio, Morgan se mantuvo impasible..
—Explíqueme cómo es posible que mi hijo, muerto hace ya año y medio, puede haber asesinado a su hija.
—Su hijo se interpuso entre Tyra y yo —contestó Miraborg, con el rostro desencajado por el más puro odio—. Su influencia la alejó de mí y la impulsó a aceptar un puesto en los Drakans de Rasalhague. Mi hija murió combatiendo a los invasores.
—Entonces —repuso Morgan, irguiéndose cuan alto era—, su hija y mi hijo compartieron una última cosa en sus breves vidas. Hace no mucho tiempo recibí un holodisco de ella, en la que fue tan amable de compartir conmigo y con mi esposa algunos recuerdos del tiempo que había pasado con Phelan...
Miraborg hundid los hombros e inclinó la cabeza hasta rozar el pecho con la barbilla.
—¿Ella habló con usted? —susurró en tono torturado—. ¿Grabó un holodisco para usted. ¿Por qué?
Víctor reconoció la pregunta silenciosa que Miraborg no se atrevía a pronunciar. Ella jamás se comunicó con su padre, y él aún no sabe por qué.. .
—Su disco llegó como respuesta a otro que yo le había enviado —repuso Morgan en voz baja—. Le dejaré ver el mensaje, si lo desea.
El Jarl de Hierro se sacudió la tristeza que lo embargaba, y el fuego del odio retomó a su mirada y a su voz.
—No. No quiero ver ese mensaje. Ella dejó de ser mi hija cuando se marchó de Gunzburg.
Miraborg giró la silla de ruedas y desapareció entre la multitud. La mujer rubia y delgada quedó atrás, sola.
—Coronel, soy Anika Janssen —dijo—. Era la compañera de ala de Tyra, y también era su mejor amiga. —Lanzó una mirada a Miraborg y meneó negativamente la cabeza—. No haga caso de lo que le ha dicho. Sólo es un viejo amargado. Yo conocí a su hijo y estuve muchas veces con él y con Tyra. Estaba presente cuando se conocieron. No tiene nada de qué avergonzarse de su hijo. Phelan y Tyra se hicieron mucho bien uno a otro.
—Gracias, lojtnant —dijo el mercenario, apoyando las manos sobre los hombros de Anika—. Me alegra saber que Phelan tenía amigos.
—Y, si no le importa, señor —añadió Anika, emocionada—, me gustaría ver el holodisco que Tyra le envió. Ella y yo nunca tuvimos la oportunidad de despedirnos. Se lanzó con su Shilone contra la nave insignia de los invasores, directamente hacia el puente de mando. Hizo más para detener la invasión que ningún otro miembro del Royal Kungsarme, pero el Jarl de Hierro jamás reconocerá su heroísmo.
—Le daré una copia del disco mañana por la mañana —prometió Morgan con una afectuosa sonrisa—. Y gracias.
Cuando Anika se retiró, una conmoción llamó la atención de Victor. Vestida con un vestido de seda negro con adornos rojos que podía ser una parodia del uniforme de los Dragones, Romano Liao, Canciller de la Confederación de Capela, intentaba con desesperación que uno de los Dragones apostados junto a la puerta la anunciase. Los infortunados guardias intentaron no prestarle atención, pero cuando ella, frustrada, dio un puñetazo a uno de ellos, el hombre reaccionó e hizo ademán de darle una bofetada.
Un hombre joven, delgado y de cabellos oscuros, se interpuso entre ellos, mirando a Romano. El guardia se contuvo y el joven sujetó a su madre por las muñecas. Por unos momentos, el rostro de Romano se deformó por la ira, pero luego besó a su hijo en la mejilla con una expresión de profunda adoración. Mientras tanto, Tsen Shang, su esposo, se adelantó, la tomó del brazo y se la llevó.
Victor hizo un gesto de desolación. Sin duda, está tan loca como su padre. Parece que su hijo, Sun Tzu, puede controlarla; pero ¿por cuánto tiempo? Miró a Kai, quien observaba a Sun Tzu marchándose tras los pasos de sus padres. Tanto Kai como Sun Tzu son nietos de Maximilian Liao y ambos tienen derecho a reclamar el trono de la Confederación de Capela. No creo que Kai lo quiera, pero ¿acaso eso impedirá que Sun Tzu quiera librarse de un rival en potencia?
En el otro extremo de la habitación, el líder de los Dragones de Wolf subió a una tarima. Detrás de él iba otro hombre ataviado con el uniforme de los Dragones, que se paró cuando Wolf se acercó a un podio situado en el centro. Los demás miembros de los mandos de los Dragones fueron subiendo al entarimado y se quedaron al fondo, junto a la pared.
Victor frunció el entrecejo. ¡Qué extraño! ¿Dónde está la Viuda Negra ? No tenía noticias de que Natasha Kerensky estuviese herida o muerta.
—Gracias a todos por responder a la convocatoria que nos ha reunido en Outreach —comenzó a decir Jaime Wolf, alisándose sus escasos cabellos grises—. A algunos de ustedes les debe de haber parecido extraño y, no obstante, han intuido que mis motivos no eran frivolos. Deseo hablarles de un problema que afrontamos todos y cuya verdadera importancia quizá sólo conozcamos los Dragones.
»Antes de empezar deseo presentarles a mi nuevo segundo. —Wolf señaló al hombre joven que se encontraba unos pasos detrás de él—. Algunos de ustedes quizá lo conozcan ya con el nombre de mayor Darnell Winningham. Su verdadero nombre es MacKenzie Wolf, y es mi hijo. Sustituirá a Natasha Kerensky.
Wolf dejó que los murmullos ascendieran como una ola y luego se acallaran antes de proseguir
—Como todos ustedes saben, la Esfera Interior ha sido invadida durante este último año por un enemigo que posee BattleMechs de un poder extraordinario. En fechas recientes, las fuerzas de la Mancomunidad Federada y del Condominio Draconis han tenido modestos éxitos frente a estos invasores. Tras meses dé ensayos y errores, por fin han conseguido infligir una derrota a los invasores. Desde entonces, éstos se han retirado a todos los efectos a los planetas que ya han conquistado.
—¡Porque les hemos dado una buena patada en el trasero! —gritó alguien. Victor no logró identificar aquella voz, pero se encontró en medio de un desafiante coro de asentimientos. Les hemos dado muy fuerte.
—¿Realmente creen que pueden atemorizar a un enemigo tan implacable con pequeñas derrotas? —inquirió Wolf—. Se han retirado porque una piloto de Rasalhague se sacrificó estrellando su Shilone contra su nave insignia. Como mínimo, mató al líder de la invasión y desmontó la estructura de mando de las fuerzas enemigas. Si hubiese chocado diez metros más arriba o más abajo, los invasores seguirían con su inexorable avance.
»Si son tan ingenuos de pensar que dos pequeñas victorias y un golpe de suerte de una valiente piloto pueden arredrar a estos invasores, tenemos escasas posibilidades de éxito en nuestra guerra contra ellos.
—¿Nuestra guerra? —Era la voz de Romano Liao—. ¡Por supuesto! ¡Siempre lo supe! —Lanzó una risa triunfal y los miró con gesto despótico—. Se han limitado a esperar a que nuestras tropas se encargasen de esos invasores. ¡Y ahora, los Dragones de Wolf salen de sus guaridas y se lanzan a la batalla!
»Sus mercenarios —continuó, dirigiéndose a Jaime Wolf— son los más fieros de la Esfera Interior. Con su ayuda, haremos huir a esos renegados de la Periferia.
—Me temo que os equivocáis por completo, señora Canciller —la interrumpió Wolf, mirándola con severidad—. El enemigo al que nos enfrentamos no está compuesto de renegados o bandidos. Los invasores volverán, probablemente en menos de un año. Tendremos que estar preparados para enfrentarnos a ellos con todos nuestros medios, porque sólo hemos visto una pequeña muestra de su poder.
»Después de Radstadt y de la muerte de su líder, volverán con todas sus fuerzas —añadió Wolf con expresión hosca—. No darán cuartel ni lo pedirán. Señoras y caballeros, ahora comienza lo que podrían ser los últimos días de la Esfera Interior.
Epílogo
El nombre de la Bestia
Nave de Salto Diré Wolf, órbita de transferencia
Rasalhague, zona de ocupación del Clan de los Lobos
12 de enero de 3051
Phelan Kell entró en el pequeño hangar de lanzaderas de la Diré Wolf y encontró enseguida al Capiscol Marcial entre la multitud de acólitos de ComStar vestidos con túnicas amarillas que lo ayudaban a trasladar su equipaje. Se abrió paso entre ellos y alargó la mano al anciano tuerto.
—Acabo de enterarme de que se marcha —dijo.
—Sí —contestó Anastasius Focht, estrechando con afecto la mano de Phelan—. Ulric pensó que era lo mejor. Dijo que yo no sería bienvenido allí donde va ahora el Clan. —Soltó la mano del mercenario y lo miró, sonriente y con expresión intrigada—. ¿Qué va a ser de usted ahora? ¿Alguna noticia de la investigación sobre su conducta durante el ataque?
—No. Me han mantenido prácticamente incomunicado desde la batalla de Radstadt, pero es posible que otros asuntos más urgentes hayan tenido preferencia sobre mi destino. Tengo la impresión de que los Jaguares de Humo querían arrasar Radstadt, porque era probable que los supervivientes de la flota de Rasalhague buscasen refugio allí.
Focht asintió y llevó á Phelan lejos del resto de personal de ComStar.
—Ulric dijo que el hecho de que el cuerpo del ilKhan se perdiera en el vacío del espacio enfureció a los Jaguares. Era uno de ellos, como usted sabe. Estaban muy molestos porque usted había salvado a Ulric y no al ilKhan.
—Si lo hubiera visto, habría hecho todo lo posible. No olvide que... también saqué a Vlad del puente.
—Lo sé, Phelan —dijo el Capiscol Marcial.
—Soy consciente de que Ulric puede haber restringido la información que debe pasarse a ComStar. Pero si encuentra la manera de avisar a mi familia...
El Capiscol Marcial tocó la frente de Phelan con la palma de la mano derecha.
—Que la Paz de Blake sea con usted, Phelan Kell. No sé cuál será la decisión de la Primus respecto a los Clanes. Como debemos encargarnos de una parte de la política de ocupación de los Clanes durante su ausencia, ComStar se encuentra en una posición delicada. Como mínimo, quizá pueda hacerles saber que su hijo los ha honrado.
El mercenario asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa.
—Gracias. Creo que nos hemos hecho amigos. Echaré de menos el hablar con usted. Y le estoy profundamente agradecido por su ayuda durante todo el problema con Ranna y Vlad. Todavía no me siento del todo cómodo con esa situación, pero tal vez he aprendido de mis errores.
—Recuerde que por eso se forman cicatrices en el cuerpo —repuso Focht, casi con cariño.
Phelan hizo un saludo militar al Capiscol Marcial, dio media vuelta y salió del hangar. Al llegar a una ventana situada cerca de la puerta de la esclusa, vio que Focht subía a la lanzadera y se cerraba la escotilla. La ventana se cubrió de hielo cuando el Control de Despegue extrajo la presión del hangar y abrió la compuerta exterior.
Phelan no tuvo ocasión de ver partir la nave. Dos Elementales con armadura y fajines rojos cruzados sobre el tórax entraron en la sala. El patrón de sus armaduras, de color negro y gris moteado, los identificaba como pertenecientes al Clan de los Jaguares de Humo.
—¿Phelan Patríele Kell?
—Sí —contestó Phelan, preguntándose sobre la razón de su tono grave—. Soy yo.
El que estaba a su derecha señaló el pasillo.
—Debe acompañarnos.
El primer Elemental echó a andar hacia el área interior de la nave y el segundo lo siguió de cerca, con Phelan en medio de los dos.
Lleno de aprensión, Phelan se tiraba del cordón que le rodeaba la muñeca derecha. Tal vez los sirvientes no seamos esclavos y recibamos mejor trato que los bandidos y otros marginados, pero la palabra «cortesía» no describe cómo son las relaciones entre los guerreros y cualquier otra casta de esta cultura. Entonces, otra idea lo hizo sonreír. Bueno, al menos sé que me tienen un poco de miedo. Esta vez, los Elementales llevan armadura.
Una de las puertas del ascensor ya estaba abierta y otro Elemental impedía que el aparato fuese utilizado. Nunca había visto hacer eso antes. El Elemental que iba detrás de Phelan lo empujó al interior del ascensor. El mercenario se tuvo que apretujar en un rincón cuando los tres Elementales subieron también.
Aunque no podía ver el panel que mostraba el número de nivel, sabía que se dirigían hacia el nivel del puente. Cuando terminó el viaje, de manera un tanto prematura, Phelan comprendió que se habían detenido en una de las cubiertas prohibidas: aquellas donde sólo podían entrar los guerreros. Se le secó la boca y luego notó un regusto amargo.
Los Elementales lo condujeron por un corto pasillo y se detuvieron ante una puerta que no lucía ningún icono identificador. Uno de ellos llamó con su puño metálico, y la puerta se deslizó hacia arriba sin ningún ruido. De improviso, el Elemental que estaba detrás de Phelan le dio un fuerte empujón que lo mandó al interior de la habitación. La puerta se cerró de nuevo y lo dejó sumido en la más absoluta oscuridad.
Phelan, sin poder ver nada, levantó las manos y avanzó paso a paso hasta que tocó una pared. Giró a la derecha y dio la vuelta con cautela a la habitación. Dos metros por dos, sin mobiliario. Es un lugar menos hospitalario que el que ocupé cuando me capturaron. Los Elementales que me han traído son Jaguares de Humo. ¿Acaso van a vengarse conmigo de la muerte del ilKhan?
Phelan se revolvió cuando se abrió una puerta a su espalda. Vio a una mujer que estaba a unos dos metros del umbral, iluminada por un foco desde el techo, y que le hacía señales de que se acercase. ¿Eres tú, Ranna? Por sus gestos y su atuendo, presintió que su silencio tenía un significado especial.
Ataviada con un traje muy ceñido de cuero blanco, que dejaba al descubierto sus brazos y sus piernas, podría haber sido una aparición. El vestido estaba tachonado de plata y largas correas de cuero le colgaban como harapos. Unas botas de plata pulida y caña alta, como las de un MechWarrior, le cubrían las piernas por debajo de las rodillas, y tenía las manos y los antebrazos enfundados en guanteletes de fina malla de acero. Una corta capa de piel de lobo blanco le caía desde los hombros hasta la mitad de la espalda. La llevaba sujeta al cuello con un broche plateado en forma de cabeza de lobo con ojos de rubí.
Aunque Phelan creyó reconocer aquella figura, no podía estar seguro porque llevaba puesta una máscara. Le recordó la fiera faz de su BattleMech Wolfhound. Aquella máscara, esmaltada de blanco y trabajada con gran destreza, también tenía la forma de una cabeza de lobo. La boca del animal aparecía abierta, con los labios separados como si estuviese gruñendo. Sin embargo, los azules ojos de Ranna, que brillaban a través de las rendijas de la máscara, le quitaban parte de su fiereza.
Phelan dio un paso adelante y la mujer desapareció. La luz del techo se apagó y a continuación se encendió otra. La mujer volvió a aparecer más lejos. Lo invitaba a avanzar con un gesto lánguido; entonces, de forma brusca, levantó ambas manos por encima de los hombros. Hubo un brillo plateado y un tintineo metálico resonó en la oscuridad: la mujer había parado en el aire dos espadas gemelas con las manos.
Phelan echó a correr y pasó por debajo del brazo derecho de la mujer. Cuando Ranna soltó las hojas y éstas cayeron completando su arco, todo volvió a sumirse en las tinieblas. El Demonio de Kell sintió que se aguzaban todos sus sentidos y que el corazón le palpitaba con más fuerza. Esto tiene que ser un extraño ritual de justicia de los Clanes. Los Jaguares desean mi muerte, pero Ulric ha enviado a un representante del Clan de los Lobos para protegerme y ayudarme.
Notó que Ranna pasaba a su lado, pero optó por concentrarse en identificar otras percepciones. Oyó a su izquierda el seco murmullo de una bota sobre la cubierta. Se puso a gatas de inmediato, y una espada cortó el aire allí donde un momento antes estaba su espalda. Proyectó el pie izquierdo y golpeó algo. Su oponente no gritó, pero el ruido sordo de un cuerpo al caer al suelo y el tintineo de una espada suelta hicieron sonreír a Phelan.
Frente a él, Ranna apareció de nuevo dentro de un círculo de luz. El mercenario avanzó; entonces, ella se puso en cuclillas y dio un brinco. Phelan respondió de inmediato saltando hacia adelante. Dos espadas pasaron a escasos centímetros de su vientre y chocaron entre sí desprendiendo chispas. Phelan se encogió y rodó por el suelo. Cuando se incorporó, notó un movimiento a su derecha.
Demasiado tarde. Giró para apartarse, pero notó una ardiente punzada cuando otra hoja le cortó la carne del muslo derecho. Su pirueta lo llevó más cerca de Ranna.
Entonces hincó una rodilla y se tocó la herida con la diestra. La recorrió en toda su longitud y notó los dedos calientes, húmedos y pegajosos. Un corte de unos cinco centímetros; parece superficial. Duele como un condenado, pero no me frenará.
Cuando llegó al lado de Ranna, esperaba que ella se desvaneciera de nuevo al apagarse el foco, mas no fue así. Otro foco iluminó una figura plantada sobre el negro suelo. Era el alto y fuerte Ulric, envuelto en una larga capa negra y gris de piel de lobo. La luz del techo hacía que reluciesen sus blancos cabellos, aunque sumía sus ojos en impenetrables bolsas de sombra. Entonces, su profunda voz llenó el vacío.
—Hermanos de juramento, visibles e invisibles, cercanos y lejanos, vivos y muertos, regocijaos, pues el Lobo nos ha traído una nueva cría. —Dejó que sus palabras resonaran en la oscuridad hasta que el silencio volvió a reinar—. Hace cuarenta y siete años que la Matriz de Acero parió un cachorro como éste. Ese nacimiento es legendario, mas nadie objetará la validez del juramento.
En la oscuridad, Phelan oyó que un millar de voces susurraban como una sola:
—Seyla.
—¡Yo soy el Señor del Juramento! —dijo la voz de Ulric como un rugido lobuno—. Todos estarán vinculados por este Cónclave hasta que sean polvo y recuerdos, y aún más allá hasta el fin de todo lo que existe.
—Seyla.
El sibilante murmullo dio escalofríos a Phelan. La tensión creció mientras trataba frenéticamente de desentrañar el misterio de esta terrible ceremonia. Intentan matarme y luego me convierten en el eje de un extraño ritual No entiendo la mitad de las palabras que dice Ulric. Y espero con toda mi alma que pueda adivinar qué está pasando o, tan seguro como que este cordón me rodea la muñeca, me voy a convertir en un sirviente muerto.
Ulric miró a su alrededor como si con sus ojos pudiese ver a los reunidos más allá del círculo de luz.
—No cabe duda de la sabiduría del Lobo, pero hay quienes creen que su generosidad es excesiva. ¿Quién negará ia vida a este cachorro?
El mercenario vio que Ulric levantaba la cabeza al oír un rumor detrás de él. Un hombre pequeño y delgado, con la complexión que Phelan asociaba a los aeropilotos de los Clanes, entró en un círculo blanco pintado sobre la cubierta. Lucía un atuendo espectacular de cuero verde con un diseño inspirado en el mono de vuelo de un piloto. En lugar de una capa corta de piel, llevaba un brillante pectoral de color dorado y malaquita con dos estilizadas alas que se elevaban a ambos lados de su cabeza. Su máscara, en forma de cabeza de halcón y también de oro y malaquita, era una auténtica obra de arte.
El hombre se quitó la máscara, y la voz de Ulric resonó a la espalda de Phelan.
—Yo te reconozco, Cavell Malthus de los Halcones de Jade.
—Señor del Juramento, veo muerte desde los cielos para este cachorro. —Cavell observó al sirviente con enormes y hambrientos ojos castaños—. Sí, es muerte lo que veo.
—¿Quién entre los Lobos negará esta visión? —resonó con fuerza la voz de Ulric.
Un piloto aeroespacial se adelantó para tapar a Cavell. Su atuendo era de forma semejante al de Cavell, pero era de cuero gris marengo. Como la vestimenta de Ranna, tenía una capa de piel gris que le cubría un hombro. Cavell se quitó el casco, y el mercenario vio el brillo dorado de sus cabellos.
—Yo te reconozco, Carew de los Lobos.
—Señor del Juramento, veo que este cachorro no debe temer nada del aire.
Cuando la voz de Carew se apagó, tanto él como Cavell se pusieron de nuevo las máscaras, pero no se movieron de sus lugares. Junto a ellos, dos focos más iluminaron sendos círculos en el suelo de la cubierta.
Un titán surgió de la oscuridad. Su atuendo de cuero gris claro no estaba diseñado como un uniforme de los Clanes que Phelan pudiera reconocer, aunque eso apenas importaba. Se maravilló, en cambio, de que el material de que estaba hecho se estirase tanto para amoldarse a la masiva complexión del hombre. Aunque la vestimenta lo cubría desde el cuello hasta las botas, había añadido un taparrabos de piel de jaguar para marcar su afiliación, como si su máscara de jaguar salvaje pudiese confundirse con otra cosa. El Elemental se quitó la máscara.
—Yo te reconozco, Lincoln Osis de los Jaguares de Humo.
Osis era de raza negra y su voz sonó más profunda que la de Ulric, como una personificación casi perfecta del rugido de un jaguar.
—Señor del Juramento, veo muerte desde la mano para este cachorro. Sí, es muerte lo que veo.
De nuevo, Ulric formuló una petición a la asamblea oculta en las sombras:
—¿Quién entre los Lobos negará esta visión?
Otro miembro del Clan de los Lobos se adelantó y se interpuso entre Phelan y su retador. Aunque no hubiese visto la larga trenza pelirroja que caía a lo largo de su columna, habría conocido a Evantha por su forma de caminar hasta su emplazamiento.
—Yo te reconozco, Evantha Fedadral de los Lobos.
—Señor del Juramento, veo que este cachorro no tiene que temer nada de la mano.
Mientras Evantha y Lincoln volvían a colocarse las máscaras, se encendieron los dos círculos restantes sobre la cubierta. Casi de inmediato, un hombre entró en el círculo del retador. Phelan vio que su atuendo, como el de Ranna, era una variante de la escasa ropa que llevaban los MechWarriors en sus calurosas carlingas. Iba cubierto por una gruesa capa de pieles blancas, sujeta con las manos de un oso atadas al cuello. También llevaba las patas intermedias atadas a la altura de la cintura. La máscara que tenía puesta parecía tener incrustaciones de ópalo en las que se reflejaba la brillante piel con la que se abrigaba.
—Yo te reconozco, Garald Winson de los Osos Fantasmales.
—Señor del Juramento, veo muerte desde sus iguales —dijo, y su voz se redujo a un susurro helado al añadir—: Sí, es muerte lo que veo.
Phelan notó un cambio en la voz de Ulric cuando pidió que un Lobo refutase la visión del futuro de Winson. El mercenario esperaba en cierta medida que Ranna se adelantase, pero ésta permaneció en su lugar y otra persona dio el paso. Era evidente que se trataba de una mujer, cuya vestimenta era idéntica a la de Ranna en todo salvo el color, aunque resaltaba del mismo modo su figura. Mientras que Ranna iba de blanco, esta MechWarrior vestía totalmente de negro, incluida su corta capa de piel de lobo. Una melena pelirroja le caía sobre los hombros, y Phelan vio el símbolo de un reloj de arena de color escarlata sobre el abdomen. Pero se quedó estupefacto cuando ella se quitó la máscara.
—Yo te reconozco, Natasha Kerensky de los Lobos —dijo Ulric.
El mercenario la miró incrédulo, pero ella le dedicó una sonrisa antes de enfrentarse a su contrincante. ¡Natasha Kerensky!¡Pero si ella es la segunda de Jaime Wolf! ¿Qué está haciendo aquí, y por qué es reconocida por los Clanes? Con la misma rapidez con que se formó esa pregunta en su cerebro, la respuesta le llegó con terrible claridad. ¡Oh, Dios mío! No son los Dragones de Wolf, sino los Dragones de los Lobos[3]. ¡Han formado parte de los Clanes todo el tiempo!
De pronto, Phelan se dio cuenta de que no era el único sorprendido. Garald Wilson había palidecido de forma visible. El mercenario también oyo susurros en la oscuridad. Sin dejar de sonreír, Natasha parecía disfrutar del revuelo que había creado.
—Señor del Juramento —dijo Natasha en tono engreído—, conozco a este cachorro desde hace años. No tiene nada que temer de sus iguales, ni de aquellos que se creen superiores a él.
—Mírame, cachorro —dijo Ulric, y Phelan se volvió. El Khan lo miró con oíos inexpresivos—. Tres veces has sido desafiado, y tres defensores se han alzado en tu favor. Favorecido por el Lobo y protegido por el Clan, todo está en orden.
Ulric sacó una daga de plata de debajo de la capa. La empuñadura tenía forma de cabeza de lobo. Se adelantó y dijo:
—Dame tu mano derecha.
Phelan levantó la mano y Ulric deslizó el cuchillo entre la carne del mercenario y el cordón de la servidumbre.
—Esto te ha marcado como sirviente, mas tienes el corazón, la mente y el alma de un guerrero. El Lobo así lo ha visto y yo, el Señor del Juramento, así lo proclamo.
Ulric levantó el cuchillo y partió el cordón en dos. Con un diestro movimiento, giró el arma, apoyó la empuñadura sobre la muñeca de Phelan y le dobló los dedos a su alrededor. Entonces le levantó la mano con gesto triunfante.
—Cantemos nuestro regocijo y nuestro orgullo: ¡los Lobos cuentan con un nuevo guerrero entre ellos! —proclamó.
Unos suaves y respetuosos aplausos resonaron entre las sombras y se acallaron enseguida mientras Ulric retrocedía a su posición inicial. Phelan bajó la mano y oyó un ruido a su espalda. Se volvió despacio y vio que otro MechWarrior, vestido con el uniforme de los Lobos, salía de entre las sombras. Se detuvo frente a Phelan y se quitó la máscara.
El mercenario entornó los ojos. ¿Y ahora qué? Miró la espada que el miembro de los Lobos sostenía en la diestra y vio una mancha oscura en su punta. Tenias que ser tú, ¿quiaf?
Vlad se sujetó la máscara entre el codo y las costillas. La cicatriz que se había hecho en el puente seguía de color amoratado y descendía desde su ojo izquierdo a la mandíbula. Phelan se estremeció al verla. ¿Por qué todos los MechWarriors que me desprecian lucen cicatrices hechas en Radstadt?
Vlad hizo una inclinación rígida y formal. Se incorporó y miró a Phelan con una expresión que no dejó dudas a éste de la profundidad del odio de Vlad. Ese odio le llega al alma, se dijo Phelan como una advertencia. Tal vez llegue el día en que lamente haberlo rescatado del puente de la Diré Wolf.
Vlad tragó saliva antes de hablar.
—Bienvenido, hermano de sangre, a la Casa de Ward.
Alargó la mano izquierda para saludarlo; pero, mientras tanto, rozaba la guarnición de la espada contra la hebilla con la cabeza de lobo que lucía.
A Phelan no le pasó inadvertido el gesto. Te recordaré, Vlad, cada vez que vea que llevas la hebilla de Tyra... del mismo modo que tú te acordarás de mí al mirarte en el espejo. Llegará un día en que resolveremos nuestras diferencias para siempre. Conteniéndose por el carácter formal del encuentro, Phelan se limitó a estrecharle la mano a Vlad con la misma fuerza.
Se soltaron las manos y Vlad regresó a las sombras. Phelan se volvió de nuevo hacia el Khan, quien fijó la mirada en las oscuras profundidades de la sala.
—Yo, Ulric Kerensky, Khan de los Lobos y Señor del Juramento de este Cónclave, te doy la bienvenida a ti, Phelan Patrick Kell, al Clan de los Lobos. Según la costumbre heredada desde que Aleksandr Kerensky guió a nuestros antepasados desde este lugar y su hijo Nicholas nos salvó de nosotros mismos, serás conocido entre los Hijos de Kerensky como Phelan Wolf. Todos acatarán el juramento dado aquí. Así será hasta nuestro final.
—¡Así será hasta nuestro final! —repitió la asamblea. Los focos que iluminaban a los retadores y defensores de Phelan se apagaron y sólo quedaron visibles Ulric, Ranna y Phelan. Nadie habló, y Phelan interpretó los sonidos que oía como el ruido de los miembros de los Clanes saliendo de la sala.
Cuando volvió a reinar el silencio, Ulric se adelantó y ofreció su mano a Phelan.
—Ahora es usted uno de nosotros, Phelan Wolf. Ya no es un sirviente. Mediante este Cónclave, se ha convertido en un guerrero. De ahora en adelante disfrutará de todos los derechos y privilegios correspondientes a su estado, así como las responsabilidades, y deberes de un guerrero de los Lobos.
Phelan estrechó la mano de Ulric con afecto. Era como si, por primera vez, perteneciese a algo distinto de su familia.
—Le doy las gracias, mi Khan, por este honor —dijo—. Pero hay muchas cosas que no conozco ni entiendo. ¿Qué significan esos desafíos? ¿Y qué quiso decir Vlad al darme la bienvenida a la Casa de Ward?
—Usted es joven aún, según nuestra medida del tiempo. Todas sus preguntas serán contestadas durante su entrenamiento. Pero ahora es el momento de la celebración. Han pasado casi cinco décadas desde la última vez que los Guerreros Lobos adoptaron a alguien no nacido en la casta. Será honrado y recompensado por su acción en el puente, aunque me temo que el premio más adecuado debe aguardar hasta el final de nuestro viaje.
—¿Viaje? —inquirió Phelan, y de pronto recordó la referencia que el Capiscol Marcial había hecho de pasada a la «ausencia» del Clan—. ¿En qué consiste este viaje?
El Khan entornó los ojos, y la luz del techo hizo que su rostro pareciese una calavera.
—Viajaremos allá donde los Clanes, todos los Clanes, deben reunirse para discutir lo que hemos hecho. Elegiremos un nuevo ilKhan y revisaremos nuestros éxitos y nuestros fracasos. Y luego, bajo el liderazgo del nuevo ilKhan, ¡regresaremos a la Esfera Interior y terminaremos la liberación de la Liga Estelar de las fuerzas que la destruyeron hace tres siglos!
Glosario
Amna: Siglas de la Academia Militar de Nueva Avalon.
Cañón automático: El cañón automático es un arma de carga automática y disparo rápido. El cañón automático de los vehículos ligeros tiene un calibre que oscila entre los 30 y los 90 mm, mientras que el cañón de un 'Mech pesado puede tener un calibre de 80 a 120 mm o más. Esta arma dispara a alta velocidad ráfagas de cartuchos altamente explosivos, capaces de atravesar blindajes. Dadas las limitaciones de la tecnología de dispositivos de puntería de los 'Mechs, el alcance efectivo del cañón automático está limitado a menos de 600 metros.
Battlemech: Los BattleMechs son las máquinas de guerra más poderosas que se han construido jamás. Estos gigantescos vehículos de aspecto humanoide fueron diseñados por primera vez hace más de 500 años por científicos e ingenieros terráqueos. Son más rápidos, más móviles y con un armamento mucho mejor y más pesado que cualquier tanque del siglo XX. Tienen entre diez y doce metros de altura y van equipados con cañones de proyección de partículas, láseres, cañones automáticos de disparo rápido y misiles. Disponen de una potencia de fuego suficiente para destruir cualquier cosa, salvo a otro BattleMech. Un pequeño reactor de fusión les suministra energía en cantidad virtualmente ilimitada. Los BattleMechs pueden ser adaptados para combatir en toda clase de entornos naturales, desde desiertos abrasadores hasta los hielos árticos.
Comstar: ComStar, la red de comunicaciones interestelares, fue concebida por Jerome Blake, ex ministro de Comunicaciones durante los últimos años de existencia de la Liga Estelar. Tras el desmoronamiento de ésta, Blake se apoderó de la Tierra, reorganizó lo que quedaba de la red de comunicaciones de la Liga y fundó una organización privada que ofrecía sus servicios a los cinco Estados Sucesores a cambio de beneficios. Desde aquel día, ComStar se ha transformado en una poderosa sociedad secreta, caracterizada por su misticismo y sus rituales ocultos. Los iniciados en la Orden de ComStar se comprometen de por vida a su servicio.
CPP: CPP es la abreviatura de «Cañón de Proyección de Partículas», un acelerador magnético que dispara rayos de protones o iones de alta energía y causa daños tanto por impacto como por elevada temperatura El CPP es una de las armas más eficaces de que disponen los BattleMechs.
FAFS: Siglas de las Fuerzas Armadas de la Federación de Soles.
FAMF: Siglas de las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada.
FAML: Siglas de las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad de Lira.
FACD: Siglas de las Fuerzas Armadas del Condominio Draconis.
INSTITUTO DE CIENCIAS DE NUEVA AVALON (ICNA): En el año 3015, el Príncipe Hanse Davion decretó la construcción de una nueva universidad en Nueva Avalon, capital planetaria de la Federación de Soles. Esta universidad es conocida ahora bajo el nombre de Instituto de Ciencias de Nueva Avalon (ICNA) y su propósito consiste en recuperar las tecnologías y los conocimientos del pasado que se han perdido. Las casas Kurita y Marik han creado también sus propias universidades, pero ninguna dispone de una financiación ni de un personal tan notables como el ICNA
LIGA ESTELAR: La Liga Estelar se fundó en 2571 como un intento de la raza humana de establecer una alianza pacífica entre los principales sistemas estelares tras haberse extendido por el espacio. La Liga prosperó durante casi 200 años, hasta que se desencadenaron las Guerras de Sucesión a finales del siglo XXVIII. Finalmente, la Liga fue destruida cuando el órgano principal de gobierno, conocido como el Consejo Supremo, se disolvió a causa de la lucha por el poder. Cada uno de los Señores Consejeros se proclamó a sí mismo como Primer Señor de la Liga Estelar y, pocos meses después, toda la Esfera Interior estaba en guerra. Este conflicto continuo, prolongado a lo largo de varios siglos, es conocido simplemente como las Guerras de Sucesión y sigue existiendo en la actualidad. Como resultado de estas guerras, buena parte de la tecnología que había llevado a la Humanidad a su más elevado nivel de progreso, ha sido destruida, perdida u olvidada.
MCA: MCA es la abreviatura de «Misil de Corto Alcance». Son misiles de trayectoria directa con cabezas altamente explosivas y capaces de atravesar blindajes.
MLA: MLA es la abreviatura de «Misil de Largo Alcance», un misil de trayectoria indirecta con una cabeza altamente explosiva.
NAVES DE SALTO Y NAVES DE DESCENSO
Nave de Salto
El viaje interestelar se efectúa mediante las Naves de Salto, cuyos primeros modelos se diseñaron en el siglo XXII. Estas naves reciben su nombre por su capacidad para «saltar» de manera instantánea de un punto del espacio a otro. Están compuestas de una unidad central estrecha y alargada y una enorme vela. La vela está construida con un polímero revestido de una manera especial, que absorbe enormes cantidades de energía electromagnética de la estrella más cercana. La energía captada por la vela es transferida lentamente a la unidad central, que la convierte en un campo de alteración del espacio. Tras realizar el salto, la nave no puede volver a viajar hasta haber recargado la unidad con energía solar en su nueva ubicación espacial. Los plazos de seguridad para la recarga oscilan entre seis y ocho días.
Las Naves de Salto recorren en un instante vastas distancias interestelares gracias al hiperpropulsor Kearny— Fuchida. El propulsor K-F genera un campo alrededor de la Nave de Salto y abre un agujero en el hiperespacio. Momentos" después, la Nave de Salto es transportada a su nuevo destino, recorriendo distancias de 30 años-luz como máximo.
Los puntos de salto son posiciones espaciales en un sistema estelar donde la gravedad del sistema es prácticamente nula, requisito previo e indispensable para el funcionamiento del propulsor K-F. La distancia a la estrella del sistema depende de la masa de dicha estrella, y suele ser de muchas decenas de millones de kilómetros. Toda estrella tiene dos puntos de salto principales: uno en el cénit, en el polo norte de la estrella; y otro en el nadir, en el polo sur. También existe un número infinito de otros puntos de salto posibles, pero éstos sólo se utilizan en raras ocasiones.
Las Naves de Salto no aterrizan nunca en los planetas y sólo de vez en cuando se adentran en un sistema estelar. El viaje interplanetario es realizado por las Naves de Descenso. Estas naves se acoplan a la Nave de Salto hasta su llegada al punto de salto. La mayoría de las Naves de Salto que siguen en servicio tienen varios siglos de antigüedad, pues los Estados Sucesores no disponen de conocimientos técnicos suficientes para construir muchas más cada año. Por esta razón, existe un acuerdo tácito entre esos feroces enemigos de no atacar las Naves de Salto.
Nave de Descenso
Como las Naves de Salto suelen permanecer a una distancia considerable de los mundos habitados de un sistema estelar, para el viaje interplanetario fueron concebidas las Naves de Descenso. Una Nave de Descenso se acopla a ciertos engarces de la Nave de Salto y, tras la entrada en el sistema de destino, es liberada por la nave nodriza. Las Naves de Descenso tienen una elevada capacidad de maniobra, van profusamente armadas y son lo bastante aerodinámicas para despegar y aterrizar en las superficies de los planetas.
SEÑORES SUCESORES
Cada uno de los cinco Estados Sucesores está gobernado por una familia que desciende de los Señores del Consejo Supremo de la Liga Estelar. Las cinco Casas Reales reivindican el título de Primer Señor y han tratado de destruirse mutuamente desde el inicio de las Guerras de Sucesión, a finales del siglo XXVIII. Su campo de batalla es la vasta Esfera Interior, compuesta de todos los sistemas estelares ocupados en el pasado por los Estados miembros de la Liga Estelar.