Leigh Brackett

CICLO DE JOHN STARK

Edición:Jack!2006

Edición especial para papyre.co.cc (c)2010

INDICE:
· La Encantadora de Venus
· La Reina de las Catacumbas Marcianas
· La Amazona Negra de Marte
· Stark y los Reyes de las Estrellas

La Encantadora de Venus

Publicada en el ejemplar de Otoño de 1949 de Planet Stories

I

El navío se movía lentamente por el Mar Rojo, a través de desgarrados velos de niebla, su vela apenas llena por el lánguido impulso del viento. Su casco, de un metal delgado y ligero, flotaba insonoro, mientras la proa cortaba el agua del extraño océano, con silentes estelas de llama.

La noche se profundizaba hacia el navío, un río de índigo saliendo del oeste. El hombre conocido como Stark, estaba plantado junto a la barandilla anterior contemplando el anochecer. Estaba impaciente y con una creciente sensación de peligro, de modo que le parecía, incluso, que el cálido viento presagiaba peligros.

El timonel estaba perezosamente reclinado sobre la barra. Era un hombre grande, con piel y cabello color leche. No habló, pero Stark sentía una y otra vez sus ojos vueltos hacia él, pálidos y calculadores bajo los entrecerrados párpados, con una secreta avaricia.

El capitán y los otros dos miembros del pequeño navío de cabotaje estaban cenando. Una o dos veces Stark oyó el estallido de una risa, medio en susurros y furtiva. Era como si los cuatro compartiesen en la intimidad un chiste del que él se veía rígidamente excluido.

El calor era opresivo. El sudor mojaba el oscuro rostro de Stark. Tenía la cabeza pegada en la espalda. El aire iba cargado de humedad, impregnado de la lodosa fecundidad de la tierra que descendía hacia el oeste detrás de la niebla infinita.

Había algo ominoso en el mar. Incluso en su propio mundo, el Mar Rojo es algo más que leyenda. Yace entre las Montañas de la Nube Blanca, la gran barrera que oculta la mitad del planeta. Pocos hombres habían cruzado aquella cordillera internándose en el vasto misterio del Venus Interior. Menos aún habían vuelto.

Stark era uno de aquellos pocos. Tres veces había cruzado las montañas, permaneciendo una vez casi un año. Pero jamás logró acostumbrarse al Mar Rojo.

No era agua. Era algo gaseoso, lo bastante denso, como para flotar en los cascos boyantes de metal de los navíos y ardía perpetuamente en sus profundos fuegos internos. Las nieblas acumuladas estaban manchadas de un resplandor sanguíneo. Por debajo de la superficie, Stark podía ver las llamaradas, donde perezosas corrientes progresaban y los pequeños rizos de las chispas que subían y se extendían, se fundían con otras chispas, de manera que el aspecto del mar era como un cosmos de estrellas carmesí.

Era hermoso, brillando contra la azul y luminosa oscuridad de la noche. Hermoso y extraño.

Se oyó un pisar de pies desnudos y el capitán Malthor, se acercó a Stark, silueteado débil y fantasmal contra el resplandor.

— Llegaremos a Shuruun -dijo -, antes de que se acabe el segundo vaso.

Stark asintió.

— Bien.

El viaje había parecido interminable y el estrecho confinamiento de la angosta cubierta le había sobresaltado los nervios.

— Le gustará Shuruun -dijo el capitán con jovialidad-. Nuestro vino, nuestra comida, nuestras mujeres…, todo soberbio. No tenemos muchos visitantes. Estamos bastante solos, como ya verá. Pero los que vienen…

Rió y dio una palma a Stark en el hombro.

— Ah, sí. ¡Será feliz usted en Shuruun!

Le pareció a Stark captar el eco de una risa de la invisible tripulación, como si escuchasen y percibieran una broma oculta en las palabras de Malthor.

— Estupendo -dijo Stark.

— Quizás -dijo Malthor- le guste alojarse conmigo. Le puedo hacer un buen precio.

Ya le había hecho a Stark un buen precio por el pasaje desde la costa. Un precio exorbitantemente bueno.

— No -repuso Stark.

— No tenga miedo -dijo el Venusiano, con tono confidencial-, Los forasteros que estuvieron en Shuruun tienen el mismo motivo todos. Es un buen sitio para esconderse. Allí estamos fuera del alcance de cualquiera.

Se detuvo, pero Stark no mordió el cebo. Al poco soltó una risita y prosiguió:

— De hecho, es un sitio tan seguro que la mayor parte de los forasteros deciden quedarse. Ahora, en mi casa, podría darle…

— No -volvió a repetir Stark con llaneza.

El capitán se encogió de hombros.

— Muy bien. Piénseselo de todos apodos — miró adelante, hacia las rojas y rizosas nieblas-. ¡Ah!,

Ve allí? — señaló y Stark descubrió la silueta sombría de los acantilados -. Nos dirigimos derechos hacia allá.

Malthor dio media vuelta y tomó la barra del timón. El timonel se adelantó para reunirse con los demás,,mientras el navío comenzaba a cobrar velocidad. Stark vio que acababa de verse apresado por la corriente que le arrastraba hacia los acantilados… Un río de fuego que marchaba con mayor rapidez aún en las profundidades del mar.

La pared oscura pareció saltar hacia ellos. Al principio Stark no pudo ver ningún paso. Luego, de pronto, una franja estrecha carmesí surgió, se ensanchó y se convirtió en una abertura de llamas hirvientes, alzándose silenciosamente entre las rocas rasgadas. La niebla roja subía como humo. El navío vibró, saltó hacia adelante y perforó como alocadamente el corazón del infierno.

A su pesar, las manos de Stark se crisparon sobre la barandilla. Rasgados velos de niebla giraron pasando junto a ellos. El mar, el aire, el propio navío, parecían tintados en sangre. No había sonido, en todo el salvaje correr de la corriente a través del pasaje. Sólo los hoscos fuegos que surgían y manaban.

El resplandor reflejado, mostró a Stark que los pasajes de Shuruun estaban defendidos. Planas fortalezas bordeaban la parte superior de los acantilados. Habían allí ballestas y grandes cabrestantes para extender y retirar redes que bloqueasen la estrecha garganta. Los hombres de Shuruun podían imponer su ley, que impedía el paso por la garganta a todo navío extranjero.

Tenían razón para tal ley y tal defensa. El comercio legal de Shuruun, tal como era, se reducía al vino y a los encajes delicados hechos con sedas de araña. Actualmente, sin embargo, la ciudad vivía en medio de la piratería, las artes de la estafa, y un comercio de contrabando asado en el jugo destilado de la adormidera «vela».

Mirando las rocas y las fortalezas, Stark pudo comprender cómo era que Shuruun había sido capaz, desde infinitos siglos, de sacrificar, de hacer víctimas de su codicia a los navegantes del Mar Rojo, y ofrecer un refugio a los proscritos, a los truhanes, a los que rompían el tabú.

Con asombrosa brusquedad, atravesaron la garganta, navegando sobre la tranquila superficie de aquel completo y cerrado brazo del Mar Rojo.

A causa de unos jirones de niebla, Stark no podía ver nada de la tierra, pero percibía unas cálidas emanaciones de suelo pantanoso, y el aroma pesado y podrido de una vegetación semipantanosa. Una vez, a través de un jirón de vapor, pensó percibir la baja sombra de una isla, pero desapareció casi de inmediato.

Después de la terrible corriente del estrecho, le pareció a Stark que el navío apenas se movía. Su impaciencia y el sentido sutil de peligro aumentaron. Comenzó a pasear por la cubierta; con los nerviosos y aterciopelados movimientos de un gato al acecho. La humedad del aire vaporoso era casi irrespirable después de la limpia claridad de Marte, de donde recientemente había venido. Todo estaba opresivamente quieto.

De pronto se detuvo, alzando la cabeza hacia atrás y escuchando.

El sonido era acunado débilmente por el suave viento. Venía de todas partes y de ninguna, una cosa vaga, diminuta, sin dirección. Casi le parecía que la propia noche había hablado… la cálida noche azul de Venus, llorando desde las nieblas con un acento de infinita pesadumbre.

El sonido se desvaneció y murió a lo lejos, siendo apenas audible y dejando tras de sí un sentido de dolorosa tristeza, como si toda la miseria y añoranza de un mundo hubiesen encontrado voz en aquella desolación.

Stark se estremeció. Al cabo de un tiempo oyó de nuevo el sonido; ahora con una nota más profunda, si bien débil y distante. Era mantenido con más persistencia por las oscilaciones del pesado aire y se convertía en un canto que subía y bajaba. No habían palabras. No era la clase de cosa que hubiera necesitado palabras. Luego volvió a extinguirse.

Stark enfrentóse con Malthor.

— ¿Qué era eso?

El hombre le miró con curiosidad. Parecía no haberlo oído.

— Oh, eso — el venusiano se encogía de hombros -. Una ilusión del viento. Suspira en las concavidades rocosas del estrecho.

Bostezó, volviendo a ceder el sitio al timonel y tornó a plantarse junto a Stark. El terrestre le ignoró. Por algún motivo, aquel sonido apenas escuchado a través de las nieblas, había convertido su intranquilidad en una cosa aguda y punzante.

La civilización acarició a Stark con mano ligera. Criado desde la infancia por aborígenes semihumanos, sus percepciones eran como las de un salvaje. Su oído muy bueno.

Malthor mentía. Aquel grito de pena no era producido por ningún viento.

— He conocido a varios terrestres -dijo Malthor, cambiando de conversación, pero no con mucha frecuencia -. Ninguno de ellos era parecido a usted.

La intuición avisó a Stark.

— No vengo de la Tierra -dijo -. Vengo de Mercurio.

Malthor se quedó algo turbado. Venus es un mundo nuboso, donde ningún hombre ha visto jamás el sol brillar como una estrella. El capitán había oído hablar vagamente de esas cosas. La Tierra y Marte los conocía de oídas, pero Mercurio era para él un mundo desconocido.

Stark se explicó:

— Es el planeta más próximo al sol. Hace mucha calor allí y el sol quema como una enorme hoguera, sin nubes que protejan de tanto calor.

— Ah. Por eso tiene una piel tan morena — extendió su propio antebrazo pálido cerca del de Stark y sacudió la cabeza-. Jamás vi una piel así -dijo con admiración-. Ni músculos tan grandes.

Alzando la vista prosiguió en un tono de completa amistad:

— Me gustaría que se alojase conmigo. No encontrará mejor pensión en Shuruun y le aviso de que hay gente en la ciudad que quiere aprovecharse de los extranjeros…, robarles, incluso matarles. Ahora, se me conoce a mí como un hombre de honor y usted podría dormir tranquilo en mi casa.

Se detuvo, añadiendo con una sonrisa:

También tengo una hija. Excelente cocinera… y muy guapa.

El tristón canturreo volvió a sonar de nuevo, débil y distante en el viento, un eco de aviso contra algún destino inimaginable.

Stark dijo por tercera vez:

— No.

No necesitaba que la intuición le dijese que se apartara del capitán. El hombre era un bribón no muy disimulado.

— Es usted muy tozudo. Se dará cuenta de que Shuruun no es lugar para la tozudería.

Dio media vuelta y se fue. Stark se acordó de donde estaba. El navío seguía adelante a través de una lenta eternidad de tiempo. Debajo de aquel largo y tranquilo golfo del Mar Rojo, a través del calor y de la niebla que se retorcía, el fantasmal canturreo le tenía hechizado, como los penetrantes sonidos de almas perdidas en algún infierno olvidado.

Al poco el curso del navío se alteró y Malthor volvió a aparecer en la cubierta anterior dando unas pocas y tranquilas órdenes. Stark vio tierra cercana, una mancha oscura en la noche y la silueta desgarrada de una ciudad.

Luces se encendían en los muelles y en las calles y los edificios bajos captaban un brusco resplandor del quemante mar. Vio una ciudad achaparrada y fea, Shuruun, agazapada como una bruja detrás la rocosa playa con sus faldas desgarradas manchadas en sangre.

El navío navegó hacia los muelles.

Stark percibió el susurro de un movimiento tras él, los pasos acariciantes y decididos de unos pies desnudos. Se volvió, con la asombrosa rapidez de un animal que se siente amenazado y su mano voló hacia su arma.

Una camilla de amarre, arrojada por el timonel, le golpeó en un lado de la cabeza con fuerza extrema. Retrocediendo, medio cegado, vio las formas distorsionadas de los hombres cerrándose sobre él. La voz de Malthor sonaba baja y dura. Una segunda camilla zumbó por los aires y chocó contra los hombros de Stark.

Manos se posaron en él. Cuerpos, pesados y fuertes, le derrumbaron y Malthor reía.

Los dientes de Stark relucieron desnudos y blancos. La mejilla de alguien pasó cerca y él hundió los incisivos en la carne. Empezó a gruñir con un sonido que no parecía salir de una garganta humana, ante los asombrados venusianos, que les parecía que el hombre que acababan de atacar, por arte de brujería se había convertido en una bestia al primer contacto con la violencia.

El hombre de la mejilla mordida gritó. Hubo un agitarse sin voces en la cubierta, una terrible

intensidad de movimientos y luego el gran cuerpo oscuro se alzó y sacudió, librándose de los que le apresaban y desapareciendo por encima de la barandilla, dejando a Malthor con nada más que con un puñado de harapos de seda en la mano, restos de una camisa.

La superficie del Mar Rojo se cerró sin una salpicadura sobre Stark. Se produjo una multitud de chispas carmesí, un rastro momentáneo de llama bajando como una cometa, ahogado, y luego…

II

Stark cayó despacio hacia abajo a través de un mundo extraño. No había dificultad en respiraren aquella especie de mar de fuego. Los gases del Mar Rojo mantenían la vida perfectamente bien y las criaturas que vivían en sus falsas aguas poseían pulmones casi normales.

No prestó mucha atención al principio, excepto para mantener automáticamente su equilibrio. Aún estaba turbado por el golpe y temblaba de cólera y horror.

Lo primitivo en él, cuyo nombre no era el de Stark sino N'Chaka, y que había luchado y había padecido hambre y cazado, en las áreas calcinantes del Cinturón Crepuscular de Mercurio, aprendiendo lecciones que jamás olvidó, deseaba regresar y matar a Malthor y a sus hombres. Lamentó no haber desgarrado sus gargantas, para que así no le pudieran jamás seguir su rastro.

Pero el hombre Stark, que aprendió lecciones más amargas en nombre de la civilización, se daba cuenta de la improcedencia de eso. Gruñó al sentir el dolor de su cabeza y maldijo a los venusianos en has, el crudo dialecto que era su lengua natal. Pero ya habría tiempo para Malthor.

Le sorprendió darse cuenta de que el golfo era muy profundo.

Reprimiendo su rabia, comenzó a nadar en dirección a la playa. No se veía rastro de persecución y pensó que Malthor había decidido dejarle huir. Estaba turbado acerca de la razón del ataque. No podía ser el robo, puesto que no llevaba nada excepto las ropas puestas y muy poco dinero.

No. Debía haber alguna razón más profunda. Una razón relacionada con la- insistencia de Malthor en que se alojase en su casa. Stark sonrió. No era una sonrisa placentera, pues pensaba en Shuruun y en las cosas que los hombres decían de la ciudad en torno a las playas del Mar Rojo.

Entonces su rostro se endureció. Los diminutos rizosos fuegos a través de los que nadaba, le trajeron recuerdos de otros tiempos en que ya se había aventurado en las profundidades del Mar Rojo.

Entonces no había estado solo. Helvi iba con él…, el hijo alto de un reyezuelo bárbaro, respaldado en la costa por Yarell. Habían cazado estas bellas bestias a través de bosques de cristal del fondo del mar y bañado en los pozos de llamas que salían del mismísimo corazón de Venus para alimentar al océano. Habían sido hermanos.

Ahora Helvi se había ido, dentro de Shuruun. No había vuelto jamás.

Stark siguió nadando, y al poco, vio bajo él, en el rojo resplandor, algo que le hizo hundirse más, frunciendo el ceño de sorpresa.

Eran árboles. Un gran bosque gigantesco subiendo a un firmamento fantasmal, con sus ramas oscilando gentiles ante el débil impulso de las corrientes.

Stark estaba turbado. Los bosques en donde él y Helvi cazaron eran verdaderamente cristalinos, sin el más leve asomo de la vida.

Pero ésos eran reales, o lo habían sido. Al principio pensó que todavía vivían, porque tenían hojas verdes y de vez en cuando retazos estrellados de grandes yemas doradas y púrpuras y de un blanco cerúleo. Pero cuando flotó hacia abajo, lo bastante cerca para tocarlos, se dio cuenta de que estaban muertos…, árboles, flores, capullos, todo.

No estaban momificados, no se habían convertido en piedra. Se plegaban y sus colores eran muy brillante. Simplemente, habían dejado de vivir y los gases del mar habían impedido por alguna maga química que se marchitasen, que cayesen. De manera tan perfecta se conservaban que apenas les había caído una hoja.

Stark no se aventuró en la densa profundidad inferior a las ramas superiores. Le sobrecogió un miedo extraño, a la vista del vasto bosque durmiendo en las profundidades del golfo, apagado y olvidado. Casi se preguntaba porqué se habían ido los pájaros imaginarios, llevándose las cálidas lluvias y la luz del día.

Se lanzó hacia arriba como un enorme pájaro oscuro remontando las ramas. Un sobrecogedor impulso de alejarse de aquel lugar irreal le impulsaba Su razón semisalvaje se estremecía, con la impresión de algo tan grande que necesitaba de todo su sentido común para convencerse que no le perseguían los demonios.

Por último, llegó a la superficie, dándose cuenta de que había perdido su dirección en las profundidades rojas y había descrito un largo círculo, de manera que ahora se encontraba más lejos de Shuruun. Retrocedió sin prisas y al poco tiempo trepó por las negras rocas.

Permaneció en el extremo de un campo fangoso que se extendía hacia la ciudad y siguió el camino también enfangado, marchando a paso moderado, pero con una sensación de estar alerta.

Unas cabañas tomaron forma entre la niebla, creciendo en número hasta formar una especie de calle. De trecho en trecho relámpagos de luz atravesaban las contraventanas. Un hombre y una mujer estaban abrazados muy juntos en el umbral de una casa. Cuando le vieron se separaron y la mujer emitió un gritito. Stark prosiguió sin volverse a mirar, pero sabía que le seguían silenciosamente a poca distancia.

El camino se retorcía como una serpiente trepando a través de un apiñamiento de casas. Había allá más luces y más gente; personas de piel blanca, altas, habitantes de los bordes del pantano, con ojos pálidos y largo cabello color cera virgen y rostro de lobo.

Stark pasó entre ellos, extraño y desconocido,

Ahora Helvi se había ido, dentro de Shuruun. No había vuelto jamás.

Stark siguió nadando, y al poco, vio bajo él, en el rojo resplandor, algo que le hizo hundirse más, frunciendo el ceño de sorpresa.

Eran árboles. Un gran bosque gigantesco subiendo a un firmamento fantasmal, con sus ramas oscilando gentiles ante el débil impulso de las corrientes.

Stark estaba turbado. Los bosques en donde él y Helvi cazaron eran verdaderamente cristalinos, sin el más leve asomo de la vida.

Pero ésos eran reales, o lo habían sido. Al principio pensó que todavía vivían, porque tenían hojas verdes y de vez en cuando retazos estrellados de grandes yemas doradas y púrpuras y de un blanco cerúleo. Pero cuando flotó hacia abajo, lo bastante cerca para tocarlos, se dio cuenta de que estaban muertos…, árboles, flores, capullos, todo.

No estaban momificados, no se habían convertido en piedra. Se plegaban y sus colores eran muy brillante. Simplemente, habían dejado de vivir y los gases del mar habían impedido por alguna maga química que se marchitasen, que cayesen. De manera tan perfecta se conservaban que apenas les había caído una hoja.

Stark no se aventuró en la densa profundidad inferior a las ramas superiores. Le sobrecogió un miedo extraño, a la vista del vasto bosque durmiendo en las profundidades del golfo, apagado y olvidado. Casi se preguntaba porqué se habían ido los pájaros imaginarios, llevándose las cálidas lluvias y la luz del día.

Se lanzó hacia arriba como un enorme pájaro oscuro remontando las ramas. Un sobrecogedor impulso de alejarse de aquel lugar irreal le impulsaba Su razón semisalvaje se estremecía, con la impresión de algo tan grande que necesitaba de todo su sentido común para convencerse que no le perseguían los demonios.

Por último, llegó a la superficie, dándose cuenta de que había perdido su dirección en las profundidades rojas y había descrito un largo círculo, de manera que ahora se encontraba más lejos de Shuruun. Retrocedió sin prisas y al poco tiempo trepó por las negras rocas.

Permaneció en el extremo de un campo fangoso que se extendía hacia la ciudad y siguió el camino también enfangado, marchando a paso moderado, pero con una sensación de estar alerta.

Unas cabañas tomaron forma entre la niebla, creciendo en número hasta formar una especie de calle. De trecho en trecho relámpagos de luz atravesaban las contraventanas. Un hombre y una mujer estaban abrazados muy juntos en el umbral de una casa. Cuando le vieron se separaron y la mujer emitió un gritito. Stark prosiguió sin volverse a mirar, pero sabía que le seguían silenciosamente a poca distancia.

El camino se retorcía como una serpiente trepando a través de un apiñamiento de casas. Había allá más luces y más gente; personas de piel blanca, altas, habitantes de los bordes del pantano, con ojos pálidos y largo cabello color cera virgen y rostro de lobo.

Stark pasó entre ellos, extraño y desconocido,

con su cabello negro y su piel tostada. No hablaron ni trataron de detenerle. Sólo le miraron por entre la niebla roja, con una mezcla curiosa de diversión y de miedo, y algunos le siguieron manteniéndose bien atrás. Una pandilla de niños pequeños, desnudos, salió de alguna parte de entre las casas y corrió gritando a su lado, fuera del alcance, hasta que uno le arrojó una piedra y gritó algo ininteligible, excepto por una palabra: «Lhari». Entonces todos se detuvieron, horrorizados y echaron a correr, huyendo.

Stark prosiguió, a través de un barrio de fabricantes de encajes, encaminándose por instinto hacia los muelles. El resplandor del Mar Rojo persistía en todo el aire, de modo que parecía como si la niebla estuviese repleta de diminutas gotas de sangre. El lugar olía como una miasma de lodo y de cuerpos apiñados, de vino y del aliento del «vela» de adormidera. Shuruun era una ciudad sucia y olía a diablos.

También había otra cosa en ella, una cosa sutil que conmovía los nervios de Stark con un escalofrío. Miedo. Pudo ver su sombra en los ojos del pueblo, oírlo en el tono bajo de sus voces. Los lobos de Shuruun no se sentían a salvo en su propio cubil. Inconscientemente, mientras aquel sentimiento crecía en su interior, el paso de Stark se hizo más y más cansino y sus ojos más fríos y duros.

Salió a una amplia plaza junto a la parte delantera de la bahía. Pudo ver los navíos fantasmales amarrados a lo largo de los muelles. Los cajones de vino amontonados. El bosque de más tiles y cordajes medio borrosos contra el fondo del golfo ardiente. Había muchas lámparas allí. Grandes edificios bajos se alzaban en torno a la plaza, oyéndose risas y voces que provenían de los oscuros porchados y, en alguna parte, una mujer cantaba con el acompañamiento melancólico de un ignorado instrumento.

Un resplandor sofocado de luz lejana captó la atención de Stark. El modo en que las calles trepaban hasta un terreno más alto hizo que se esforzase su visión contra la niebla, hasta descubrir burdamente el alto edificio de un castillo agazapado en los bajos acantilados, mirando con ojos brillantes a la noche y las calles de Shuruun.

Stark dudó breves instantes. Luego cruzó la plaza hacia la mayor de las tabernas.

Había una cantidad de personas en el espacio abierto, en su mayoría marineros con sus mujeres. Se les veía descompuestos y enloquecidos por el vino, pero aun así, se dieron cuenta del paso del moreno desconocido, separándose de él sin apartarle los ojos.

Los que seguían a Stark llegaron a la plaza tras él y se detuvieron, extendiéndose en una especie de despliegue sin rumbo para unirse con otros grupos, susurrando entre sí.

Un curioso silencio se aplastó contra la plaza. Un silbido nervioso corrió y rodeó dicho silencio y los hombres salieron lentamente de los porchados y de las puertas de las casas de vinos. De pronto, una mujer con el pelo despeinado, señaló con el brazo a Stark y se echó a reír. Era la risa discordante de una arpía.

Stark, encontró su camino cerrado por tres jóvenes altos, de boca dura y ojos aviesos, que le sonrieron como los mastines sonríen antes de matar.

— Forastero -dijeron-. Terrestre.

— Proscrito -respondió Stark y era sólo una verdad a medias.

Uno de los hombres dio un paso hacia adelante.

— ¿Volaste como un dragón por encima de las Montañas de la Nube Blanca? ¿Has caído del cielo?

— Vine en el barco de Malthor.

Una especie de suspiro recorrió la plaza acompañado del nombre de Malthor. Los ansiosos rostros de los jóvenes se hicieron pesados de desencanto. Pero el jefe dijo con viveza:

— Yo estaba en el muelle cuando amarró Malthor y tú no estabas a bordo.

Le tocó a Stark el turno de sonreír. A la luz de las lámparas, sus ojos destellaron fríos y brillantes como el hielo bajo los rayos del sol.

— Preguntar a Malthor el motivo -dijo-. Preguntar al hombre de la mejilla desgarrada. O quizás, quizás queréis aprenderlo vosotros mismos.

Los hombres le miraron, ceñudos, con una rara indecisión. Stark se plantó firme, con los músculos en tensión y dispuesto. La mujer que había reído a carcajadas, se acercó y miró a Stark a través de su alborotado cabello, respirando con dificultad a causa del vino de la dormidera.

En seguida ella dijo en voz alta:

— Salió del mar. De ahí, vino. Es…

Uno de los jóvenes la golpeó en la boca y la mujer cayó al barro. Un marino corpulento echó a correr, la agarró del pelo y la puso en pie de nuevo. Y su rostro estaba asustado y muy colérico. Apartó a la mujer, maldiciéndola por ser estúpida. Ella escupió sangre y no dijo más.

— Bueno — dijo Stark a los jóvenes-. ¿Os habéis decidido ya?

— ¡Decidirse! -dijo una voz tras ellos… una voz carraspeante, áspera, leñosa que manejaba los vocablos líquidos en lenguaje venusiano con verdadera torpeza-. ¡Estos imbéciles no tienen cerebro! Si lo tuviesen estarían ocupándose de sus asuntos, en lugar de estar ahí acusando a un desconocido.

Los jóvenes se volvieron ahora entre ellos…, y Stark pudo ver al hombre que había hablado. Estaba en los escalones delanteros de una taberna. Era un terrestre y al principio Stark le creyó viejo porque tenía el cabello blanco y su rostro cubierto de arrugas. Su cuerpo se veía comido por la fiebre, habiendo desaparecido los músculos convertidos en cuerdas nudosas retorcidas sobre el hueso. Se apoyaba pesadamente sobre un bastón y una de las piernas la tenía torcida y terriblemente quemada.

Sonrió a Stark y dijo en inglés vulgar:

— ¡Mire cómo me desembarazo de ellos

Comenzó a azotar con su lengua a los jóvenes, diciéndoles que eran imbéciles, que eran el desecho de los pantanos, que no conocían los modales y que si no creían la historia del forastero, que fuesen a preguntárselo a Malthor. Por último, sacudió su bastón en dirección a ellos, amenazándoles con limpieza.

— Iros ahora. ¡Marcharos! ¡Dejadnos solos… a mi hermano de la Tierra y a mí! -Los jóvenes dirigieron una mirada dudosa a los feroces ojos de Stark. Luego se miraron mutuamente y se encogieron de hombros y se fueron a través de la plaza como corderos, como niños malcriados cogidos en alguna travesura.

El terrestre de cabello blanco hizo un gesto a Stark y, mientras Stark se le acercaba hasta los escalones dijo en voz baja, casi furioso:

— Está usted en una ratonera.

Stark miró por encima de su hombro. Al borde de la plaza los tres jóvenes se habían reunido con un cuarto, que tenía el rostro vendado con harapos. Se esfumaron casi en seguida por una calle lateral, pero no antes de que Stark hubiese reconocido al cuarto hombre como Malthor.

Era al capitán a quien había marcado.

Con animosidad y en voz alta el cojo dijo en venusiano:

— Entre y beba conmigo, hermano, y hablaremos de la Tierra.

III

La taberna era de la clase baja y corriente de Venus… una sola habitación enorme bajo un techo de vigas desnudas, la pared medio abierta con persianas rojas subidas, el suelo de troncos partidos clavados en el lodo. Un mostrador largo y bajo, mesitas, pieles mugrientas y montones de dudosos cojines en el suelo, en torno a los lugares de reunión corrientes y a un extremo las atracciones… dos viejos con tambor y una flauta roja y un par de chicas de aspecto cansino y hosco.

El cojo condujo a Stark hasta una mesa del rincón y se sentó, pidiendo vino. Sus ojos, que eran obscuros y valientes por un largo sufrimiento, ardían de excitación. Le temblaban las manos. Antes de que Stark se hubiese sentado comenzó a hablar, las palabras se le atropellaban unas contra otras como si no tuviesen tiempo de salir de su boca lo bastante aprisa.

— ¿Qué tal se está allí ahora? ¿ Ha cambiado algo? Dime cómo son las… ciudades, las calles pavimentadas, las mujeres, el sol. Oh, Señor, lo que haría yo por volver a ver el sol… ¡y mujeres de pelo negro, vestidas! — se inclinó hacia adelante, mirando hambriento el rostro de Stark, como si pudiera ver todas esas cosas reflejadas en él-. ¡Por Dios, dímelo… háblame en inglés y cuéntame cosas de la Tierra!

— ¿Hace mucho tiempo que no está usted allí? — preguntó Stark.

— No lo sé. ¿Cómo se puede calcular el tiempo en un mundo sin sol, sin una maldita estrella que mirar? Diez años, cien. ¿Cómo iba a saberlo? Una eternidad. Háblame de la Tierra.

Stark sonrió con una mueca.

— Hace tiempo que yo no estoy allí. La policía estaba demasiado predispuesta a unirse al comité de bienvenida. Pero la última vez que la vi, estaba igual que siempre.

El cojo se estremeció. Ya no miraba a Stark, si no a un lujar lejano más allá de él.

— Bosques en otoño -dijo-. Rojo y oro sobre las pardas colinas. Nieve. Recuerdo lo que se siente teniendo frío. El aire te muerde cuando lo respiras. Y las mujeres con zapatillas de tacones altos. No hay pies desnudos chapoteando en el barro, sino tacones finos repiqueteando en la limpia calzada.

De pronto fulminó a Stark con sus ojos furiosos y brillantes por las lágrimas.

— ¿Por qué diablos has tenido que venir aquí y hacerme recordar? Soy Larrabee. Vivo en Shuruun. He estado aquí siempre y estaré hasta que me muera. No hay Tierra. Se fue. Mira simplemente al cielo y verás como se ha ido. No hay nada excepto nubes, Venus y barro.

Permaneció sentado, quieto, tembloroso, volviendo la cabeza de un lado a otro. Un hombre vino con licor, lo dejó sobre la mesa y se volvió a ir. La taberna estaba muy silenciosa. Había un amplio espacio vacío en torno de los dos terrestres. Más allá aquella gente yacía sobre cojines, sorbiendo el vino de dormidera y vigilando con furtiva expectación.

Bruscamente, Larrabee soltó una carcajada, un sonido áspero que tenía una cierta cantidad de sincero esparcimiento.

— No sé porqué me pongo sentimental pensando con la Tierra a estas alturas. Nunca pensaba mucho en ella cuando estaba allí.

No obstante, mantuvo su mirada alerta y cuando cogió la copa le temblaba tanto la mano que derramó parte del vino.

Stark le miraba con incredulidad.

— Larrabee -dijo-. Usted es Mike Larrabee. Es usted el hombre que consiguió medio millón de créditos sacándolos de la caja fuerte del ‹Royal Venus».

Larrabee asintió.

— Y escapé con ello, por encima de las Montañas de la Nube Blanca, que dicen que no se pueden sobrepasar. ¿Y sabes dónde está ahora ese medio millón? En el fondo del Mar Rojo, junto con mi navío y mi tripulación, ahí en el golfo. El Señor sabe porqué he vivido — se encogió de hombros -. Bueno, de todas maneras, me encaminaba hacia Shuruun cuando naufragué y conseguí llegar. ¿Por qué quejarse?

Volvió de nuevo a beber y profundamente. Stark sacudió la cabeza.

— Lleva aquí nueve años entonces, según tiempo terrestre-dijo. No conocía de antes a Larrabee, pero recordaba las fotografías suyas que circularon por el espacio en los bandos de la policía. Larrabee era entonces un hombre joven, moreno y guapo.

Larrabee adivinó su pensamiento.

— He cambiado, ¿verdad?

— Todo el mundo pensó que usted había;muerto -dijo Stark, procurando dar un rodeo a la respuesta.

Larrabee soltó una carcajada. Después de eso, durante un momento, hubo silencio. Los oídos de

Stark se esforzaban por captar algún sonido exterior, pero no se oía ninguno.

— ¿Qué hay de esa trampa en la que me encuentro? -dijo con brusquedad.

— Te diré una cosa -repuso Larrabee -. No hay salida. No puedo ayudarte. No lo haría si pudiese, métetelo en la mollera. Pero, de todas maneras, no puedo.

— Gracias — contestó Stark sombrío -. Por lo menos puede decirme lo que sucede.

— Escucha — le anunció Larrabee -. Soy un tullido y un viejo, y Shuruun no es el lugar más dulce del sistema solar para vivir. Pero vivo. Tengo una esposa, una tabla lisa, lo reconozco, porque tiene pocos dones, pero buena a su manera. Tú te darás cuenta de que hay unos pocos críos morenos revolcándose en el barro. Son también míos. Tengo cierta pericia en arreglar huesos y tal es así, que puedo conseguir mi vida casi gratis como se me antoja… que lo es mucho. También, a causa de esta pierna lisiada, vivo perfectamente seguro. Así que no me preguntes lo que pasa. Me cuesta mucho trabajo el no saberlo.

— ¿Quiénes son los Lhari? -preguntó Stark.

— ¿Te gustaría conocerlos? — Larrabee parecía hallar algo muy divertido en aquel pensamiento-. Sube hasta el castillo. Viven allí. Son los señores de Shuruun y se alegran siempre de conocer a los forasteros.

De pronto se inclinó hacia adelante.

— Y de todos modos, ¿quién eres tú? ¿Cómo te llamas y por qué diablos viniste a este lugar?

— Me llamo Stark y vine por el mismo motivo que usted.

— Stark -repitió Larrabee despacio con sus ojos mirando intencionadamente-. Eso me hace sonar una débil campanilla. Me parece haber visto un cartel reclamándote alguna vez, no sé qué, de un idiota que dirigió una revuelta nativa en algún lugar de las colonias Jupiterianas… un bruto de grandes ojos fríos al que pintorescamente llamaban el hombre salvaje de Mercurio.

Asintió, complacido consigo mismo.

— Hombre salvaje, ¿eh? ¡Bien, Shuruun, te domará!

— Quizás -dijo Stark. Sus ojos variaban constantemente de dirección mirando a Larrabee, mirando a la puerta y al oscuro porche y a la gente que bebía, pero que no hablaba entre sí-. Hablando de forasteros, uno vino aquí en la época de las últimas lluvias. Era Venusiano, de la costa superior. Un joven corpulento. Yo le conocía y quizás podría ayudarme.

Larrabee rezongó. Para entonces ya se había bebido su vino y el de Stark.

— Nadie puede ayudarte. En cuanto a tu amigo, jamás le vi. Empiezo a pensar que no debí nunca haberte visto a ti — de pronto cogió su bastón y se levantó con alguna dificultad. No miró a Stark, pero dijo con aspereza-: Será mejor que te vayas. -Dio media vuelta y marchó cojeando hacia el mostrador.

Stark se puso en pie. Miró a Larrabee y de nuevo las ventanillas de su nariz aletearon al percibir el hedor del miedo. Luego salió de la taberna por el mismo sitio en que entró, es decir, por la puerta principal. Nadie se movió para detenerle. Fuera, la plaza estaba vacía y había comenzado a llover.

Stark se quedó plantado un instante en los escalones. Estaba furioso y lleno de peligrosa intranquilidad, como el nerviosismo de un tigre que presiente a los batidores marchando hacia él a favor del viento. Casi habría recibido con una sonrisa a Malthor y a los tres jóvenes, pero no había nadie con quien luchar excepto el silencio y la lluvia.

Se adentró en el barro, húmero y cálido en torno a sus tobillos. Una idea se le ocurrió y empezó a moverse con un propósito definido.

Un fuerte chubasco arreció. La lluvia humeaba desde los hombros desnudos de Stark, batiendo con fuerza contra el fango. La bahía había desaparecido tras hirvientes nubes de niebla. Al chocar la lluvia con la superficie del Mar Rojo, se convertía instantáneamente por acción química en vapor. Los muelles y las calles vecinas estaban siendo tragadas por la impenetrable niebla. Un relámpago produjo una fantasmal luminosidad azul, mientras el trueno seguía retumbando.

Stark giró por el estrecho camino ascendente que conducía hacia el castillo.

Sus luces parpadeaban ahora, una a una, emborronadas por la creciente niebla. Los relámpagos destacaban su sombría masa contra el cielo de la noche y al cesar, parecían hacerla desaparecer. A través del ruido del trueno que seguía, Stark pensó haber oído una voz llamando.

Se detuvo, medio agazapado, con la mano en su revólver. El grito volvió a oírse, pareciendo la voz de una chica. Pasados unos instantes la vio, silueteada como un manchón pequeño y blanco en la calle corriendo tras él. En aquel breve vistazo advirtió que cada línea de su cuerpo femenino estaba impregnada de temor.

Stark se apoyó de espaldas contra la pared y esperó. No parecía ir nadie con ella, aunque era difícil precisarlo.

Ella llegó hasta él y se detuvo precisamente fuera de su alcance, mirándole y desviando la vista una y otra vez con penosa irresolución. Un brillante fogonazo la dejó ver con claridad. Era joven, no hacía mucho que había salido de la niñez; bonita, pero de una manera algo estúpida. Ahora le temblaba la boca demostrando estar al borde del llanto con sus ojos grandes y asustados. La falda le colgaba sobre los largos músculos por encima de su cuerpo desnudo, que apenas florecido en el de una mujer, relucía como la nieve húmeda. Su pálido cabello colgaba goteando sobre los hombros.

— ¿Qué quiere de mí? -preguntó Stark con suavidad.

Ella le miró, tan digna de compasión como un perrito empapado de agua que sonriese. Y como si aquella sonrisa hubiese arrebatado la poca resolución que ella tenía, se dejó caer de rodillas, sollozando.

— No puedo — gimió -. Me matará, pero no puedo.

— ¿El qué no puedes? — preguntó Stark.

Le miró con fijeza.

— ¡Huya! — le apremió ella-..«¡Huya, ahora!» ¡Morirá en los pantanos, pero es mejor que ser uno de los Seres Perdidos! -sacudió sus delgados brazos en dirección a Stark-: «¡Huya!».

IV

La calle estaba vacía. Nada se veía, nada se agitaba en ningún lugar. Stark se agachó y puso en pie a la muchacha, arrastrándola hasta debajo del cobijo de los salientes aleros.

— Vamos, vamos -dijo-. Supongamos que dejas de llorar y me dices todo lo que ocurre.

Al poco, entre gemidos, consiguió sacarle toda la historia.

— Soy Zareth -dijo ella-. La hija de Malthor, que le teme a usted por lo que le hizo en el navío, así que me ordenó que le vigilase en la plaza cuando saliera de la taberna, teniéndole yo que seguir y…

Se interrumpió y Stark le acarició el hombro.

— Adelante.

Pero un nuevo pensamiento se le había ocurrido.

— Lo haré si me promete no pegarme o… -miró a su pistola y se estremeció.

— Lo prometo.

Ella le estudió el rostro todo lo que le permitía ver la oscuridad y entonces pareció perder algo del miedo que la dominaba.

— Yo tenía que pararle. Debía decirle lo que ya le he dicho, que era la hija de Malthor y que él quería que le condujese hasta una emboscada, con el pretexto de ayudarle a escapar, pero eso no lo puedo hacer y, de todas maneras pienso ayudarle a huir, porque odio a Malthor y todo ese asunto de los Seres Perdidos.

Sacudió la cabeza y empezó otra vez a llorar, silenciosamente ahora y, de pronto, perdió todo cuanto tenía de mujer. Era sólo una criatura, triste y temerosa. Stark se alegró de haber señalado a Malthor.

— Pero no puedo abocarle a una emboscada. Odio a Malthor, aún cuando sea mi padre, porque me pega. Y a los Seres Perdidos… — Hizo una pausa -. A veces los oigo por la noche, cantando más allá de la niebla. Son unas voces muy terribles.

— Lo son — confirmó Stark -. Yo también lo he oído. ¿Quiénes son los Seres Perdidos, Zareth?

— No se lo puedo decir — repuso Zareth -. Está prohibido incluso hablar de ellos. De todas maneras — terminó con sinceridad — ni siquiera les conozco. Gente que desaparece, eso es todo. No de nuestra raza de Shuruun, comúnmente, si no forasteros como usted… y estoy segura de que mi padre va muchas veces a los pantanos con pretexto de cazar entre las tribus de allí, de donde vuelve sin nada, a no ser con hombres de algún navío capturado. El por qué o para qué, no lo sé. Lo único que he oído son los cánticos.

— Viven en el golfo de los Seres Perdidos, ¿verdad?

— Es preciso que lo hagan. Hay muchas islas allí.

— ¿Y qué hay de los Lhari, los señores de Shuruun? ¿No saben lo que sucede? ¿O tienen parte en ello?

La muchacha se estremeció y dijo:

— No es cosa nuestra preguntar a los Lhari, ni siquiera preguntarnos a nosotros mismos lo que hacen. Los que lo hicieron desaparecieron de Shuruun y nadie sabe dónde fueron.

Stark asintió. Permaneció en silencio un momento, pensando. Luego la manita de Zareth le rozó el hombro.

— Váyase -dijo ella-. Piérdase en los pantanos. Es usted fuerte y tiene algo distinto a los demás hombres. Usted puede vivir y encontrar el modo de subsistir.

— No. He de hacer algo antes de abandonar Shuruun -cogió la húmeda cabeza rubia de Zareth entre sus manos y la besó en la frente-. Eres una criatura muy dulce, Zareth, y valiente. Dile a Malthor que hiciste lo que él te dijo y que no fue culpa tuya el que no quisiera seguirte.

— De todas maneras me pegará -contestó con filosofía Zareth -, pero quizás no soy muy fuerte.

— No tendrá motivos para pegarte en absoluto, si le dices la verdad… que yo no fui contigo porque estaba decidido a proseguir hasta el castillo de los Lhari.

Hubo un largo, larguísimo silencio, mientras los ojos de Zareth se desorbitaban despacio por el horror y la lluvia que batía en el alero.

— Al castillo — susurró la muchacha -. ¡ Oh, no! ¡Váyase a los pantanos, o deje que Malthor se apodere de usted…, pero no vaya al castillo!, — se agarró fuerte a su brazo, los deditos hundiéndose en los músculos con la urgencia de una súplica -. Usted es un forastero, no sabe… ¡Por favor, no suba hasta allí!

— ¿Por qué no? -preguntó Stark -. ¿Son demonios los Lhari? ¿Se comen a los hombres? -se libró de sus manitas con suavidad-. Será mejor que te vayas ahora. Dile a tu padre donde estoy, por si quiere venir tras de mí.

Zareth retrocedió despacio, adentrándose en la lluvia, mirando como si contemplase a alguien que estuviera en el umbral del infierno, no muerto, si no peor que muerto. Una extrañeza se mostraba en su rostro y a través de tal extrañeza, un gran torrente de compasión. Intentó hablar una vez y luego sacudió la cabeza y dio media vuelta, echando a correr como si pensase que no podía soportar más la vista de Stark. Al cabo de un segundo había desaparecido.

Stark se quedó mirándola un momento, extrañamente conmovido. Luego volvió a meterse bajo la lluvia, encaminándose hacia arriba, a lo largo del escabroso sendero que conducía al castillo de los señores de Shuruun.

La niebla era cegadora. Stark tenía que adivinar el camino a medida que trepaba más alto, por encima del nivel de la ciudad, que se perdía en una hosca coloración rojiza. Soplaba un viento cálido y cada resplandor de relámpago se convertía en una niebla carmesí. En un infierno de púrpura. La noche estaba llena de susurros en donde la lluvia se vertía en el golfo. Se detuvo una vez para esconder su revólver en una oquedad entre las rocas.

Al cabo del rato volvió a tambalearse contra un pilar de piedra negra y encontró la puerta que colgaba de él, una cosa masiva forrada de metal y estaban cerradas. El batir de sus puños hizo un sonido excesivamente débil.

Entonces vio la campanilla, un disco enorme en forma de gong, de oro laminado junto a la entrada. Stark recogió el martillo y consiguió que el ruido profundo del gong se destacara de entre los truenos.

Una mirilla se abrió y los ojos de un hombre asomaron. Stark soltó el martillo.

— ¡Abra! -gritó-. ¡Quiero hablar con los Lhari!

En el interior se oyó el eco de una carcajada. Retazos de voces le llegaron a impulsos del viento y luego más risas y después, despacio, las grandes válvulas abrieron un poco la puerta, lo suficiente únicamente para que pudiera introducirse.

Entró y el portalón cerróse tras él con estrépito.

Permaneció plantado en un enorme patio abierto. Enclaustrado dentro de sus muros, se veía un poblado de cabañas, con corralizas abiertas para cocinar y corrales para las bestias, que eran dragones sin alas, de los pantanos, que se podían coger y dominar con garrochas y picas.

Vio todo aquello, sólo en vagos vistazos a través de la niebla. Los hombres que le habían dejado entrar se apiñaron en su torno, empujándole hacia la luz que salía a raudales de las cabañas.

— ¡Hablará con los Lhari! -gritó uno de ellos a las mujeres y niños que estaban mirándole en los umbrales. Recorrieron todo el patio en una gran algarabía de risas.

Stark los miró, sin decir nada. Eran de una raza sorprendente. Los hombres, evidentemente, eran soldados y guardas de los Lhari, porque llevaban el equipo de hombres de lucha. Evidentemente estaban con sus mujeres y sus hijos; todos viviendo tras los muros del castillo y teniendo poco que ver con Shuruun.

Pero fueron sus características raciales lo que le sorprendieron. Tenían el mestizaje de las tribus pálidas de los bordes de los pantanos que habían poblado a Shuruun y habían muchos con cabello blanco, y caras anchas. Sin embargo, incluso aquellos tenían un aspecto extraño, forastero. Stark se sintió turbado, porque la raza que había nombrado era desconocida aquí, detrás de las Montañas de la Nube Blanca, y casi desconocida, en cualquier parte de Venus a nivel del mar, entre los ondulantes marjales y las nieblas eternas.

Le miraban a él, incluso con más curiosidad, advirtiendo su piel y su cabello negro y los rasgos poco familiares de su rostro. Las mujeres se daban codazos unas a otras susurrando y emitiendo risitas. Una de ellas dijo en voz alta:

— ¡Necesitarán un aro de barril para rodearle el cuello!

Los guardias se cerraron en su torno.

— Bueno, si deseas ver a Lhari, lo verás-dijo el jefe-; pero primero tenemos que asegurarnos de ti.

Puntas de espada formaron un anillo en su torno. Stark no resistió mientras le desnudaron de cuanto tenía, excepto de sus pantalones cortos y sandalias. Se lo había esperado y le divertía, porque sabía lo poco que le podían quitar.

— De acuerdo -dijo el jefe-. Vamos.

Todo el pueblo salió bajo la lluvia para acompañar a Stark hasta la puerta del castillo. Había en ellos el mismo interés ominoso que tuvo la gente de Shuruun, pero con una diferencia. Sabían lo que iba a ocurrirle, lo sabían todo y por tanto apreciaban doblemente el juego.

El gran portalón era cuadrado y liso, pero no tosco ni falto de gracia. El castillo estaba edificado en piedra, cada bloque perfectamente cortado y encajado, y la puerta forrada del mismo metal que el de la muralla, oscuro, pero no corroído.

El jefe de la guardia gritó al portero:

— ¡Aquí hay uno que quiere hablar con los Lhari!

El portero rió.

— ¡Y lo hará! Su noche es larga y aburrida.

Abrió el pesado portalón y dio una voz a través del pasillo. Stark pudo oír el sonido despertando ecos cavernosos en el interior y, al poco, de las sombras aparecieron sirvientes vestidos de seda llevando collares de joyería. Por el sonido gutural de sus risas, Stark se dio cuenta de que carecían de lengua.

Stark se sintió entonces desfallecer. El umbral se cernía siniestro ante él, y de pronto se le ocurrió que el diablo estaba en la otra parte y que quizás Zareth fuera más prudente que él, cuando le previno de no acudir a los Lhari.

Luego, al pensar en Helvi y en otras cosas, perdió el miedo, convirtiéndosele en cólera. Un relámpago surcó el firmamento. El último grito de la moribunda tempestad sacudió el suelo a sus pies. Apartó a un lado al sonriente portero, portando consigo un velo de roja niebla, y no oyó cómo se cerraba la puerta furtiva y silenciosamente, como los pasos de la Muerte al acercarse.

Ardían antorchas a lo largo de las paredes y, a su humeante resplandor, pudo ver que el vestíbulo era como la entrada… cuadrado y sin adornos, con las paredes de negra roca. Era alto y amplio, y en la arquitectura había una tranquila dignidad reflexiva que poseía cierta belleza, en cierto modo más impresionante que la sensual belleza de los palacios arruinados o en ruinas que había visto en Marte.

No había bajorrelieves allí, ni pinturas ni frescos. Parecía que los constructores habían notado que el vestíbulo era en sí bastante, en su perfección de líneas y en el sombrío resplandor de la piedra pulimentada. La única decoración radicaba en los quicios de las ventanas. Ahora se las veía vacías, abiertas al firmamento con la niebla roja retorciéndose a través de ellas, pero todavía se veían retazos de vidrieras artísticas, con cristales de colores colgando del entramado, para mostrar lo que antaño fueron.

Un extraño sentimiento sensible se apoderó de Stark. A causa de su crianza salvaje era anormalmente sensible a la clase de impresiones que muchos hombres pueden recibir con vaguedad o no recibir en absoluto.

Bajando por el vestíbulo, seguido por las criaturas sin lengua, con sus sedas brillantes y relucientes collares, se vio sorprendido por una sutil diferencia en el lugar. El castillo era sólo una extensión de las mentes de sus constructores, un sueño convertido en realidad. Stark notó que el sueño oscuro, fresco, curiosamente sin tiempo, no se había originado en una mente como la suya, ni en la de ningún hombre que hubiera visto jamás.

Luego se llegó al extremo del vestíbulo, el camino estaba barrado por puertas bajas y anchas, de oro labrado con la misma casta simplicidad.

Hubo un suave arrastrar de pies, un informe estremecimiento de los sirvientes, un mirar de ojos burlones y maliciosos, y las puertas de oro se abrieron y Stark se halló en presencia de los Lhari.

V

A primera vista tenían el aspecto de criaturas entrevista en un sueño febril, muy brillantes y distantes, envueltas en un neblinoso resplandor que les daba una ilusión de belleza ultraterrestre.

El lugar en que ahora estaba plantado Stark era como una catedral por su amplitud y soledad. En su mayor parte quedaba sumido en la oscuridad, que parecía extenderse sin límite, por encima y por todos lados, como si las paredes fueran sólo umbrosos fantasmas de la propia noche. La pulimentada piedra negra bajo sus pies, contenía un vago y traslúcido resplandor, sin profundidad, como el agua de un estanque de mármol negro. Allí no había sustancia en parte alguna.

Lejos, en aquella sombría vastedad, ardían una serie de lámparas agrupadas, una galaxia de estrellitas que vertía un chorro de luz plateada sobre los señores de Shuruun.

No se produjo el menor ruido en el lugar, cuando entró Stark, porque al abrirse las puertas de oro captó la atención de los Lhari retenida en la contemplación del forastero. Stark empezó a caminar hacia ellos en aquella súbita quietud.

De pronto, en la impenetrable oscuridad de algún lugar de su derecha, se oyó un agudo alboroto y el arrastrarse de zarpas de reptil, un silbido y una especie de bajo y colérico musitar, todo ampliado y distorsionado por la caja de resonancia de la estancia, hasta convertirlo en un demoníaco murmullo que lo envolvió todo en torno.

Stark giró en redondo, agazapándose alerta, los ojos llameando y su cuerpo bañado de frío sudor. El ruido creció, precipitándose hacia él. Desde el distante resplandor de las lámparas, percibió la risa tintineante de una mujer, como fino cristal roto contra la bóveda. El silbido y el gruñir se alzaron en un hueco crescendo y Stark vio una forma que saltaba sobre él.

Extendió las manos para contener la embestida, pero nunca llegó a producirse. La forma no era otra cosa que un niño de unos diez años, que arrastraba tras de sí con una cuerda a un dragón joven, sin dientes, recién salido del huevo.

Stark se incorporó, sintiéndose decepcionado y furioso… y aliviado. El muchachito le miró ceñudo a través de una frente cubierta de plateados rizos. Luego le llamó con una sucia palabra y echó a correr, pataleando y bramando como una bestezuela, hasta parecer el padre de todos los dragones en aquella vasta cámara resonante.

Una voz habló. Despacio, áspera, sin sexo, sonó espesa por la bóveda. Espesa y fina a la vez, como una hoja de acero. El lenguaje del acero es inexorable y su palabra definitiva.

— Ven aquí, a la luz-dijo la voz.

Stark obedeció. A medida que se aproximaba a las lámparas, el aspecto de los Lhari cambiaba y se estabilizaba. Su belleza persistía, pero no era la misma. Le habían parecido como ángeles. Ahora que los podía ver claramente, Stark pensó que podrían haber sido los hijos del propio Lucifer.

Eran seis, contando al muchachito. Dos hombres, casi de la misma edad que Stark.

Una mujer hermosa, vestida con blanca seda, sentada con las.manos en el regazo, sin hacer nada. Otra mujer más joven aún, quizás no tan hermosa, pero con una expresión de amarga y tormentosa vitalidad. Vestía una corta túnica carmesí, y en un recio guante de cuero de su mano izquierda había posada una cosa voladora, rapaz, con los fieros ojos encapuchados.

El chico se plantó junto a los dos hombres, con la cabeza erguida con arrogancia. De vez en cuando tiraba del cordón de su cautivo dragón o le daba un puntapié a sus desdentadas mandíbulas. Se veía que estaba orgulloso por hacer aquello. Stark se preguntaba ahora, cómo se comportaría con la bestia cuando al animal le hubieran crecido los colmillos.

En frente suyo, en cuclillas sobre un montón de cojines, había un tercer hombre. Era deforme, con un cuerpo desmañado y largos brazos de tarántula y, en su regazo, sobre un pedazo de madera, yacía un afilado cuchillo con el que había trabajado en un trozo de madera, esculpiendo una forma mitad mujer mitad diablo. Stark vio con sorpresa, que el rostro del joven deforme era el único humano, el único bello de todos los allí presentes. Sus ojos eran viejos en aquella cara infantil, sabios y muy tristes. Sonrió al recién llegado y su sonrisa despertaba más compasión que las lágrimas.

Miraron todos a Stark, con ojos hambrientos e inquietos. Eran de raza pura, que habían dejado su impronta de extranjerismo en la gente de cabellos pálidos de los pantanos, en los sirvientes que se apiñaban en las chozas del patio.

Eran de la raza de la Gente de la Nube, los habitantes de las Altas Mesetas, reyes de la tierra en las lejanas laderas de las Montañas de la Nube Blanca. Era raro verles allí, en el lado oscuro del muro barrera, pero allí estaban. No podía imaginar cómo habían venido y por qué, dejando sus ricas llanuras fértiles por la hediondez de aquellos pantanos extranjeros. Pero no había posibilidad de confundirse con ellos… la orgullosa y fina modelación de sus cuerpos, su piel alabastrina, sus ojos que eran de todos los colores y de ninguno, como el cielo del alba, su cabello pura plata cálida.

No hablaron. Parecían estar aguardando permiso para Hacerlo, y Stark se preguntó, cuál de ellos le había dado la acerada orden.

Entonces esta orden volvió a producirse.

— Ven aquí… acércate más.

Y miró por detrás de ellos, más allá del círculo de las lámparas, en las sombras, y vio al que hablara.

Ella yacía sobre un lecho bajo, la cabeza apoyada en sedosas almohadas, su vasto y gigantescamente increíble cuerpo, cubierto con un manto de seda. Sólo los brazos le quedaban al desnudo, como dos masas informes de carne blanca, terminando en manos diminutas. De vez en cuando extendía una de ellas y tomaba un pellizco de comida de la dispuesta a su lado, resoplando y gruñendo por el esfuerzo y devorando lo tomado con horrible voracidad.

Sus rasgos se habían disuelto hacía ya mucho tiempo en una cosa informe, con excepción de su nariz, que sobresalía de la gordura, curvada, cruel y delgada, como el pico huesudo de la criatura que, posada en la muñeca de la joven, dormía soñando en sus encapuchados sueños de sangre. Y los ojos…

Stark la miró a los ojos y se estremeció. Luego miró la escultura a medio hacer que el tullido tenía en su regazo y comprendió qué inspiración sirvió de guía al cuchillo.

Medio mujer, medio puro diablo. Y fuerte. Muy fuerte. Su fortaleza yacía desnuda en sus ojos, según se podía ver, y era una fortaleza horrenda, fea. Podía desgajar montañas, pero no construir nada.

La vio mirarle. Los ojos de ella horadaban los suyos como si registraran sus entrañas y las estudiaran, y supo que ella esperaba que diera media vuelta, incapaz de resistirle la mirada. Pero no lo hizo. Al poco sonrió. Stark dijo:

— Vencí con la mirada a un lagarto de las rocas, hasta decidir quién se comía a quién. Y hasta derroté en fijeza a las mismas peñas mientras esperaba.

Ella sabía que el forastero había dicho la verdad. Stark confiaba en verla enfurecerse, pero se engañó. Un vago movimiento ondulatorio la sacudió, emergiendo al final con una carcajada insonora.

— ¿Veis eso? -,preguntó, dirigiéndose a los demás-. Vosotros, cachorros de los Lhari… ninguno se atreve a plantarme cara; sin embargo, aquí hay una gran criatura morena venida de los Dioses de sabe dónde, que pueda resistir y avergonzaros.

Tornó la mirada a Stark.

— ¿De qué demonio corre la sangre de tus venas, que no has podido aprender ni la prudencia ni el temor?

— Aprendí ambas cosas antes de aprender a andar. Pero aprendí también otra cosa… algo llamado cólera.

— ¿Y estás colérico?

— ¡Pregúntale a Malthor si lo estoy y por qué!

Vio a los dos hombres sobresaltarse un poco y una lenta sonrisa cruzar por el rostro de la muchacha.

— Malthor -cogió de la masa sobre el lecho y comió un puñado de carne asada que goteaba grasa-. Eso es interesante. Pero la rabia contra Malthor no te trajo aquí. Forastero, soy curiosa. Habla.

— Lo haré.

Stark miró en su derredor. El lugar era una tumba y una trampa. El mismo aire olía a peligro. La gente más joven le vigilaba en silencio. Nadie había hablado desde que entró, excepto el muchachito que le maldijo, acariciando con desgana a la criatura de su muñeca, de modo que se agitó y extendió sus patas con uñas como navajas y las sacó de sus huesudas fundas con un placer sensual. La mirada de ella sobre Stark era descarada y fría, singularmente retadora. De todos ellos, era la única que le veía como hombre. Para los demás era un problema, una diversión… algo menos que humano.

— Un hombre vino a Shuruun durante la época de las pasadas lluvias -dijo Stark -. Su nombre era Helvi, y era hijo de un reyezuelo junto a Yarell. Vino en busca de su hermano, que había roto el tabú y huyó para salvar la vida. Helvi venía a decirle que le habían levantado la maldición y que podía volver. Ninguno de los dos regresó.

Los ojos diabólicos parecían divertidos, parpadeando entre los arrugas que los circundaban.

— ¿Y qué?

— Yo he venido tras de Herví, que es amigo mío.

De nuevo, se produjo la ondulación en aquel montón de carne, la expresión de risa que simulaba y gruñía con ecos de víbora a través de la bóveda.

— La amistad debe de estar grabada muy honda en ti, forastero. Ah, bueno. Los Lhari tienen el corazón tierno. Encontrarás a tu amigo.

Y como si aquello fuese la señal de terminar su silencio, la gente joven rompió a reír también, hasta que el vasto salón vibró de risas, devolviendo un eco como las carcajadas diabólicas en los lindes del Infierno.

Sólo el tullido no rió, pero inclinó su brillante cabeza por encima de lo que estaba tallando y suspiró.

La chica gritó:

— ¡Todavía, no, Abuela! Guárdalo una temporada.

Los ojos fríos y crueles la enfocaron.

— ¿Y qué quieres hacer con él, Varra? ¿Atarlo de una cuerda como Bor con su maldita bestezuela?

— Quizás… aunque creo que necesitaría una recia cadena para sujetarle- Varra se volvió y miró a Stark, descarada y brillante, viviendo la anchura y altura del hombre, conformando la curva de sus poderosos músculos y recorriendo la férrea línea de la mandíbula. Sonrió. Su boca era adorable, como la fruta roja del árbol del pantano, que trae la muerte en su ponzoñosa dulzura.

He aquí a un hombre -dijo-. El primero que vi desde la muerte de mi padre.

Los dos hombres de la mesa de juego se levantaron, con sus rostros enrojecidos y furiosos. Uno de ellos se levantó y cogió con brusquedad a la chica por el brazo.

— De modo que yo no soy un hombre-dijo, con sorprendente suavidad -. Cosa triste para quien tiene que ser tu marido. Es mejor resolvamos eso ahora, antes de casarnos.

Varra asintió. Stark vio que los dedos del hombre se clavaban salvajes en el firme brazo de ella, pero la muchacha ni parpadeaba.

— Es hora de zanjarlo todo, Egil. Ya has aguantado bastante de mí. Llegó la hora de que me domes. Tengo que aprender a doblar la cabeza y a reconocerte como mi señor.

Por un momento, Stark pensó que la muchacha decía lo que pensaba, la nota burlona de su voz era muy sutil. Luego la mujer vestida de blanco, que en todo este tiempo no se había movido ni cambiado de expresión, emitió de nuevo la risa delgada y cantarina que ya había oído antes. Por eso, y por la oscura sofocación del rubor en la cara de Egil, Stark comprendió que Varra sólo devolvía al hombre sus propias frases. El muchacho emitió un ladrido de desprecio, pero de un codazo le obligaron a guardar silencio.

Varra miró fijamente a Stark.

— ¿Quiere luchar por mí? -preguntó.

De pronto le tocó a Stark el turno de reír.

— ¡No! -dijo.

— Muy bien, entonces. Lucharé yo por uní misma.

— Hombre — le espetó Egil -. Ya te enseñaré quién es el hombre, víbora repulsiva.

Se quitó el cinturón con la mano libre, doblando al mismo tiempo la muchacha, de modo que pudo tenerla bien al alcance. El animal de presa, un halcón terrestre, aferrado a su muñeca, batió

las alas y gritó, moviendo a un lado y a otro su encapuchada cabeza.

Con un movimiento tan rápido que apenas fue visible, Varra le quitó la capucha y lanzó a la criatura directamente al rostro de Egil.

El intentó hacerla huir, alzando los brazos para prevenirse de los espolones y del pico desgarrador. Las alas amplias batieron y martillearon. Egil gritó. El niño Bor se puso fuera del alcance y bailoteó arriba y abajo gritando de alegría.

Varra permaneció tranquila. Las despellejaduras de su brazo se estaban ennegreciendo, pero ella ni se dignó tocarlas. Egil retrocedió tambaleándose para chocar contra la mesa de juego y lanzó por el suelo las piezas de marfil. Después tropezó con un cojín y cayó llano al tiempo que los hambrientos espolones desgarraban su túnica.

Varra silbó una llamada clara y perentoria. La criatura dio un último picotazo a la nuca de Egil y regresó malhumorada a su percha en la muñeca de ella. La chica la sujetó, volviéndose hacia Stark. El recién llegado sabía por su posición que la joven estaba a punto de lanzarle el ave contra él. Pero Varra le estudió y luego sacudió la cabeza.

— No -dijo ella, colocando el capuchón en la cabeza del animal-. Lo matarías.

Egil se había puesto en pie hundiéndose en la oscuridad, mientras se lamía un corte de su brazo con el rostro negro de rabia. El otro hombre miró a Varra.

— Si tú me estuvieras destinada a mí -dijo-. ¡Te quitaría el genio!

— Ven e inténtalo — respondió Varra.

El hombre, sentándose, se encogió de hombros. -No es cosa mía. Yo mantengo la paz en mi propia casa-miré a la mujer de blanco y Stark vio que su rostro, aún que carente de cualquier expresión, había adoptado una mirada de abyecto miedo.

— Hazlo -dijo Varra- y, si yo fuera Arel, te apuñalaría mientras durmieses. Pero estás a salvo. Ella no tiene valor para eso.

Arel se estremeció y,miró rápidamente a sus manos mientras el hombre empezó a recoger las desparramadas piezas.

— Egil te retorcerá el cuello algún día, Varra -dijo con indiferencia-, y yo no lloraré ante tu cadáver.

Durante este tiempo la vieja había estado comiendo y mirando, con sus ojos relucientes de interés.

— Bonita mirada, ¿verdad? — preguntó a Stark -. Llena de ánimos, peleándose como jóvenes halcones en el nido. Por eso los mantengo en mi torno, así… tengo algo que mirar. Todos, excepto Treon -señaló al joven tullido-. No hace nada. Es torpe y delicado, peor que Arel. ¡Menuda maldición me ha salido con mi nieto! Pero su hermana tiene fuego suficiente para los dos — y devoró un dulce, gruñendo de orgullo.

Treon alzó la cabeza, habló y su voz era como música, despertando ecos de vívida melodía en aquel lugar oscuro.

— Puede que sea torpe, abuela, y débil de cuerpo, y sin esperanza. Sin embargo, seré el último de los Lhari. La muerte está a la espera en las torres y se os llevará a todos antes que a mí. Lo sé, porque los vientos me lo han dicho.

Volvió hacia Stark sus sufridos ojos y sonrió, una sonrisa con tal tristeza y resignación que el corazón del terrestre se conmovió. No obstante, había en ella algo de agradecimiento, como si hubiera terminado alguna larga espera.

— Tú -dijo con suavidad-, extranjero de los ojos fieros. Te vi venir, salir de la oscuridad, y donde pusiste el pie, dejaste una huella de sangre. Tenías los brazos rojos hasta el codo y tu pecho estaba salpicado de rojeces y en tu frente había el símbolo de la muerte. Entonces supe, y el viento susurró a mi oído: «Es así, este hombre derrumbará el castillo y sus piedras aplastarán Shuruun y pondrán en libertad a los Seres Perdidos».

Rió, muy silenciosamente.

— Miradle, miradle todos. ¡Porque él será vuestro fin!

Hubo un momento de silencio y Stark, con todas las supersticiones de una raza salvaje metidas dentro de él, sintió frío hasta las raíces de su pelo. Luego la anciana dijo con disgusto:

— Idiota, ¿te avisaron los vientos de esto?

Y con asombrosa fuerza y puntería cogió un racimo de fruta y se lo arrojó a Treon.

— Tápate la boca con eso — le dijo -. Estoy hasta la coronilla de tus profecías.

Treon miró el jugo carmesí cayendo en regueros despacio por la pechera de su túnica, hasta gotear en la escultura de su regazo. La cabeza semideformada se cubrió de zumo. Treon se vio conmovido por una silenciosa alegría.

— Bueno -dijo Varra acercándose a Stark-, ¿qué piensas de los Lhari? Los orgullosos Lhari, que no se detendrían a mezclar sangre con el ganado de los pantanos. Mi medio cobarde hermano, mis primos insignificantes, ese pequeño monstruo de Bor que es el último retoño del árbol… ¿te extraña que arrojase mi halcón contra Egil?

Aguardó una respuesta, la cabeza echada hacia atrás, los rizos plateados enmarcando su rostro como retazos de nubes tormentosas. Hubo una sacudida en ella que a la vez irritó y encantó a Stark. Un gato montés, pensó, pero poderosamente maligno, y valiente como un cachorro. Valiente… y honrado. Ella tenía los labios separados, a mitad de camino de la cólera y la sonrisa.

La cogió de pronto y la besó profundamente, apretando contra sí su ligero y esbelto cuerpo como si fuera una muñeca. No tuvo prisa en soltarla. Cuando por último lo hizo, sonrió y dijo:

— ¿Era eso lo que querías?

— Sí -respondió Varra -. Eso es lo que quería -miró en su torno, con la mandíbula peligrosamente firme-. Abuela…

No se oyó más. Stark vio que la anciana estaba intentando incorporarse, su rostro púrpura por el esfuerzo y por el más terrible frenesí que él había visto jamás.

— Tú -carraspeó a la muchacha. En su furia se atragantó y su falta de aliento se acusó y entonces Egil vino con pisadas suaves hasta el interior de la luz, portando en su mano una cosa hecha de metal negro y de forma rara, con un cañón roano y grueso.

— Échate, abuela -dijo-. Tengo intención de utilizar esto sobre Varra…

Mientras hablaba, oprimió un botón, y Stark en el acto de brincar hacia el amparo de la oscuridad, se derrumbó y quedó yaciendo como un muerto. Allí no había habido sonido, ni fogonazo, ni nada, excepto una enorme mano que lo lanzó súbitamente dentro del aniquilamiento.

Egil acabó la frase

— …Pero vi un blanco mejor.

VI

Rojo. Rojo. Rojo. El color de la sangre. Sangre en sus ojos. Ahora recordaba. La presa se revolvió contra él y habían luchado en las desnudas y cortantes rocas.

Nor había matado a N'Chaka. Él Señor de las Rocas era muy grande, un gigante entre los lagartos y N'Chaka era pequeño. El Señor de las Rocas había abierto la cabeza a N'Chaka antes de que la lanza de madera le arañase apenas su flanco.

Era extraño que N'Chaka viviera aún. El Señor de las Rocas debía estar harto por completo. Sólo eso le había salvado.

N'Chaka gemía, no de dolor, sino de vergüenza. Había fracasado. Esperando un gran triunfo, desobedeció la ley de la tribu que prohibía a un muchacho cazar la presa de un hombre, y había fracasado. El Viejo Uno no le recompensaría con el cinturón y la lanza de pedernal, símbolos de la virilidad. El Viejo Uno lo entregaría a las mujeres para que le castigaran con los látigos pequeños. Tika se reiría de él y pasarían muchas estaciones antes de que el Viejo Uno le diera permiso para intentar la Caza del Hombre.

Sangre en sus ojos.

Parpadeó para aclararlos. El instinto de supervivencia le acuciaba. Debía levantarse y alejarse antes de que el Señor de las Rocas volviera para comérselo.

La rojez no se iría. Manaba y fluía, brillando extrañamente. Tornó a parpadear y trató de alzar la cabeza, pero no pudo y el miedo le aplastó como la férrea plancha de la escarcha a las rocas del valle.

Todo era erróneo. Podía verse a sí mismo con claridad, como un muchachuelo desnudo, turbado por el dolor, levantándose y trepando por los salientes y las pizarras hasta la seguridad de la cueva. Sin embargo, era incapaz de moverse.

Todo erróneo. Tiempo, espacio, el universo, oscurecido y revuelto.

Una voz le habló. La voz de una muchacha. No era la de Tika y el idioma era desconocido.

Tika estaba muerta. Los recuerdos se agolparon en su mente, las cosas amargas, las crueles. El Viejo Uno había muerto y todos los demás…

La voz volvió a oírse, llamándole por un nombre que no era el suyo.

Stark.

El recuerdo se fragmentó en un caleidoscopio de imágenes rotas, pedazos vibrantes, giratorios. Se veía arrastrado entre ellos. Estaba perdido y el terror le originó un grito gutural.

Manos suaves le tocaban la cara, palabras gentiles, rápidas y acariciadoras. Lo rojo se aclaró y estabilizó, aunque no se fue; y de súbito volvió a ser él mismo, con todos sus recuerdos en el sitio correspondiente.

Yacía de espaldas y Zareth, la hija de Malthor, le estaba mirando. Ahora sabía lo que era la rojez. La había visto demasiado a menudo para no conocerla. Se encontraba en alguna parte del fondo del Mar Rojo… aquel fantasmal océano en el que un hombre puede respirar.

Pero no podía moverse. Eso no había cambiado. Su cuerpo estaba muerto.

El terror que sintió antes no era nada comparado con la agonía que ahora le inundaba. Yacía en la tumba de su propia carne, mirando a Zareth, esperando una respuesta a la pregunta que no se atrevía a formular.

Por la expresión de sus ojos ella le comprendió.

— Todo va bien -dijo y sonrió-. Pasará pronto. Te encontrarás bien. Es sólo el arma de los Lhari. No sé de que forma hacen que el cuerpo se duerma, pero volverá a despertar.

Stark se acordó del objeto negro que entonces Egil tenía en las manos. Un proyector de alguna especie, emitiendo una corriente vibratoria de alta frecuencia que paralizaba los centro nerviosos. Estaba sorprendido. Las Gentes de la Nube eran bárbaros, aunque en una escala superior a la de las tribus de las lindes del pantano que con toda seguridad no poseían tan científico instrumento. Se preguntó de dónde habría sacado el Lhari tal arma.

Realmente no importa. No, ahora. Una oleada de alivio le recorrió, llevándole peligrosamente cerca de las lágrimas. El efecto se disiparía. De momento eso era cuanto le importaba.

Volvió a mirar a Zareth. Su cabello pálido flotaba con las lentas ondas del mar, como una nube lechosa contra el chispeante carmesí. Ahora vio que su rostro estaba ajado y ensombrecido y que sus ojos reflejaban una terrible desesperanza. Cuando la vio por primera vez estaba viva…, asustada, no demasiado brillante, pero llena pie emoción y con un cierto valor interno. Ahora la chispa había desaparecido, estaba apagada.

Llevaba un collar en torno a su alto cuello. Un anillo de metal oscuro con los extremos soldados uno con otro para siempre.

— ¿Dónde estamos? — la preguntó.

Y ella contestó con su voz portando profundidad y cavernosidad en la densa sustancia del mar.

— Estamos en el lugar de los Seres Perdidos.

Stark miró más allá de ella, todo lo lejos que pudo, puesto que le era imposible volver la cabeza. Y algo extraño le sobrevino.

Negras paredes, negra cúpula por encima suyo, un vasto salón lleno del baño del mar que resbalaba en rachas de susurrantes llamas a través de los altos alféizares. Un salón gemelo al de la bóveda en sombras donde conoció a los Lhari.

— Hay una ciudad -dijo Zareth con tristeza-.

Pronto la verás. No podrás ver otra cosa hasta que mueras.

— ¿Cómo has venido hasta aquí, pequeña? -dijo Stark con voz suave.

— Por causa de mi padre. Te diré cuanto sé, que es bien poco. Malthor ha estado procurando esclavos a los Lhari desde hace mucho tiempo. Hay varios capitanes de Shuruun dedicados a la misma tarea, pero eso es algo que nunca se dice…, así que yo, su hija, sólo podía sospecharlo. Estuve segura cuando me mandó tras de ti.

Rió, con cierta amargura.

— Ahora, aquí estoy, con el collar de los Seres Perdidos en torno a mi cuello. Pero Malthor también está aquí -volvió a reír; una fea risa proviniendo de una boca joven. Luego miró a Stark y extendió la mano con timidez para tocarle el cabello como una caricia. Sus ojos de niña estaban muy abiertos, tiernos y llenos de lágrimas.

— ¿Por qué no te metiste en los pantanos cuando te avisé?

Stark respondió:

— Ya es tarde, ahora, para preocuparse por eso. Dices que Malthor está aquí, ¿esclavo?

— Sí — de nuevo aquella mirada de maravilla y admiración en los ojos de ella-. No sé lo que dijiste o hiciste a los Lhari, pero el Señor Egil bajó dominado por la furia, maldiciendo a mi padre, llamándole inepto por no haber sabido apoderarse de ti. Mi padre protestó y dio sus excusas y todo habría terminado bien… sólo que, su curiosidad le venció y preguntó al Señor Egil qué había pasado. Tú eras como una bestia salvaje, dijo Malthor, y esperaba que no hubieras hecho daño a la Señora Varra, puesto que podía ver por las heridas de Egil que había habido jaleo.

»El Señor Egil se volvió rojo como la púrpura. Creí que iba a caerse en redondo víctima de un ataque.

— Sí -dijo Stark -. Fue una equivocación decir eso. — El lado ridículo del asunto le sorprendió y de pronto se vio sacudido por las carcajadas-. ¡Malthor debió haber mantenido la boca cerrada!

— Egil llamó a su guardia y les ordenó' que aprehendieran a Malthor. Y cuando se dio cuenta de lo que había sucedido, Malthor se volvió contra mí, tratando de decir que yo tenía la culpa de todo porque te había dejado escapar.

Stark dejó de reír.

La voz de ella prosiguió despacio.

— Egil parecía loco de furia. He oído decir que todos los Lhari están locos y creo que así es. De todas maneras, ordenó que se me llevaran también, porque quería hundir en el barro para siempre a toda la estirpe de Malthor. Por eso estamos aquí.

Hubo un largo silencio. Stark no podía pensar en ninguna palabra de consuelo y en cuanto a la esperanza sería mejor esperar hasta estar seguro de que por lo menos podía levantar la cabeza. Egil podía haberle dañado permanentemente, fuera de toda curación. De hecho ya le sorprendía no estar muerto.

Tornó a mirar al collar en el cuello de Zareth. Esclava. Esclava de los Lhari en la ciudad de los Seres Perdidos.

¿Qué diablos hacían con los esclavos en el fondo del mar?

Los densos gases conducían el sonido notablemente bien, excepto por una rara propiedad de difusión que hacía parecer que una voz venía de todas partes a la vez. Ahora, de inmediato, Stark se dio cuenta de un sordo clamor de voces flotando hacia él.

Trató de ver y Zareth apartó la cabeza para facilitarle la visión.

Los Seres Perdidos regresaban del trabajo, quién sabe de qué clase, que realizaban cada día.

Saliendo de la roja cortina de más allá de la abierta puerta se desparramaron en la gran vastedad del salón que estaba lleno del mismo lóbrego rojo, moviéndose despacio con sus blancos cuerpos arrastrando estelas de adustas llamas. La hueste de los condenados vagando a través de un extraño infierno tapizado de rojo, cansada y sin esperanza.

Uno por uno fuéronse dejando caer en los jergones dispuestos en filas sobre la negra piedra del suelo y yacieron allí, exhaustos hasta el límite, con su pálido cabello flotando a impulsos de las lentas ondas del mar. Cada uno de ellos portaba un collar.

Un hombre no se acostó. Vino hacia Stark. Era un bárbaro alto que caminaba con grandes manotazos, de manera que se veía envuelto en chispas centelleantes, rojas, giratorias. Stark reconoció su rostro.

— Helvi -dijo, sonriéndole como bienvenida.

— ¡Hermano!

Helvi se agazapó — cuando le conoció Stark, era un corpulento y hermoso muchacho, pero ahora se había hecho hombre, con todas las risas convertidas en profundas y sombrías arrugas en torno a su boca y con los pómulos sobresaliendo como riscos de granito.

— Hermano — repitió mirando a Stark a través de un palio de lágrimas-. Loco -y maldijo salvajemente a Stark por haber llegado a Shuruun en busca de un estúpido que tomó el mismo camino y que servía para tanto como si estuviera ya muerto.

— ¿Me habrías seguido tú? -preguntó Stark.

— Pero es que yo soy sólo una criatura ignorante de los pantanos -contestó Helvi -. Viniste del espacio, conoces otros mundos, sabes leer y escribir… ¡deberías tener algo más de sentido común!

Stark sonrió.

— Y yo soy aún una ignorante criatura de las rocas. Así que los dos somos tontos. ¿Dónde está Tobal?

Tobal era el hermano de Helvi que quebrantó el tabú y buscó refugio en Shuruun. Aparentemente había hallado la paz final, porque Helvi sacudió la cabeza.

— Un hombre no puede vivir demasiado tiempo bajo el mar. No sólo es comer y respirar. Tobal agotó su tiempo y yo estoy cerca del fin del mío -alzó la mano y la bajó con violencia; mirando cómo los fuegos rojos bailoteaban en torno a sus brazos.

— El cerebro se quiebra antes que el cuerpo- dijo casual Helvi, como si la cosa no tuviera importancia.

— Helvi te ha velado cada período, mientras los otros dormían -habló Zareth.

— No

La Reina de las Catacumbas Marcianas

Leigh Brackett

Título original: Queen of Martian Catacombs

Aparecido en Planet Stories en Verano de 1949,

Traducción: PEDRO CAÑAS NAVARRO

No Publicado anteriormente

I

Por muchas horas, la montura, duramente espoleada, había huido por el desierto marciano, con su oscuro jinete. Ahora estaba llegando al borde de su agotamiento y se paró titubeando. Cuando el jinete, maldiciendo, clavó espuelas en sus lomos escamados, el animal sólo volvió su cabeza y le silbó. Dio, vacilando, unos pasos más alrededor de una colina arenosa y se paró, acurrucándose en la arena.

El hombre desmontó, los ojos de la montura, a la luz de las pequeñas lunas, quemaban como lámparas verdes, sabía que no tenía sentido presionar a su montura. El jinete miró hacia atrás, hacia el camino por donde había venido.

A distancia se veían cuatro sombras negras, agrupadas en la desolación del desierto, corrían deprisa, en pocos minutos estarían sobre él.

Permaneció rígido, pensando que hacer a continuación. Delante, demasíado delante, y más allá de una cresta, estaba Valkis y la salvación, pero él, en sus actuales condiciones, nunca llegaría. A su derecha, una colina rocosa y solitaria aparecía entre la arena. Había piedras caídas a sus pies.

Intentarán empujarme hacia lo abierto. pensó, pero, por los Nueve Infiernos, que les va a costar.

Se movió entonces corriendo hacia la colina rocosa con una ligereza y velocidad increíble en cualquiera que no fuera un animal o un salvaje. Era de tipo terrestre, de complexión alta y con más músculo del que su delgadez sugería.

El viento del desierto era amargamente frío, pero no parecía importarle, aunque llevaba sólo una camisa de seda de araña venusiana reducida a harapos y abierta hasta la cintura. Su piel era casi tan oscura como su pelo moreno, quemada por años de exposición a algún terrible sol. Sus ojos eran de color sorprendentemente claro, reflejando el pálido brillo de las lunas.

Con la habilidad de un lagarto, conseguida con la práctica, se deslizó entre las rocas, sueltas y traicioneras. Cuando encontró una posición ventajosa, en la que su espalda estaba protegida por la misma colina rocosa, se colocó cuerpo a tierra.

Después no se movió, excepto para empuñar su pistola. Había algo fantasmal en su completo silencio, una clase de paciencia tan inhumana como la paciencia de la roca que lo cobijaba.

Las cuatro sombras negras se aproximaron, transformándose en hombres montados.

Los jinetes encontraron la montura donde yacía, jadeando, y pararon. La línea de huellas del hombre, ya medio borrada por el viento, pero todavía lo bastante clara como para mostrar hacia donde se había encaminado.

El jefe se movió, los otros desmontaron, actuando con la rápida precisión de soldados, sacaron varios equipos de sus mochilas y comenzaron a ensamblarlos.

El hombre oculto bajo la colina rocosa, vio lo que estaban montando, se trataba de un cañón Banning, por ello supo que no podría escapar luchando de aquella trampa. Sus perseguidores, estaban fuera del alcance de su pistola y así permanecerían. El Banning, con su poderoso rayo eléctrico, lo dejaría muerto o sin sentido, como ellos quisieran.

Devolvió la pistola, en este momento inútil, a su cinturón. Sabía quienes eran estos hombres y por qué le buscaban. Eran funcionarios de la policía de Control de la Tierra y la traían un regalo — veinte años en los calabozos de la prisión de la Luna.

Veinte años en las catacumbas grises, enterradas en el silencio y la oscuridad eterna.

Comprendió lo inevitable. Estaba acostumbrado a los inevitables — hambre, dolor, soledad, la vaciedad de los sueños. En su momento, había aceptado montones de inevitables. Sin embargo, no realizó ningún movimiento para rendirse, miró a lo lejos al desierto, al cielo nocturno y sus ojos parpadearon, los ojos desesperados y extrañamente bellos de una criatura muy próxima a las raíces de la vida, algo más y menos que un hombre. Sus manos encontraron un trozo de piedra y lo rompieron.

El jefe de los cuatro hombres cabalgó lentamente hacia la colina de rocas con el brazo derecho levantado.

Su voz se oyó claramente, por encima del viento. ¡ Eric John Stark! Llamó y el hombre moreno se puso en tensión entre las sombras.

El jinete paró y habló otra vez, pero ahora en una lengua diferente. No era ningún dialecto de la Tierra, Marte o Venus, sino un habla extraña, tan dura y vital como los llameantes valles mercurianos donde se había engendrado.

— ¡Oh N´Chaka, oh Hombre-sin-tribu. Yo te llamo!

Después se produjo un largo silencio. El jinete y su montura quedaron inmóviles bajo las bajas lunas, esperando.

Eric John Stark salió lentamente de la de oscuridad bajo la colina rocosa.

— ¿Quién llama a N´Chaka?

El jinete, en alguna forma, se relajó. Respondió en inglés.

— Eric, Tu sabes perfectamente bien quien soy. -¿Podemos reunirnos en paz?

Eric se encogió de hombros — Por supuesto.

Eric caminó hasta encontrarse con el jinete, que había desmontado, dejando su montura detrás. Este oficial de la Policía de Control de la Tierra era un hombre delgado, con nervio, que tenía grabado en su cuerpo el aspecto rudo de la frontera. Su pelo era gris y su piel, oscurecida por el sol, estaba muy arrugada, sin embargo no había nada decrépito en su cara curtida, que ponía de manifiesto su buen humor, ni en sus escrutadores ojos oscuros, que nadie podía dejar de advertir.

— Eric, ha pasado mucho tiempo, dijo

Stark asintió con la cabeza, — dieciséis años. Los dos hombres se estudiaron, el uno al otro, por unos momentos y luego Stark dijo — “ Ashton, creía que todavía estabas en Mercurio”.

Han traído a todos los veteranos a Marte. Le ofreció unos cigarrillos.

— ¿Fumas?

Stark tomó uno. Los dos se agacharon para encenderlo con el mechero de Ashton y luego permanecieron de pié fumando mientras el viento cubría sus pies de arena roja y los tres hombres de la patrulla esperaban tranquilamente junto al cañón Banning. Ashton no corría riesgos, el rayo eléctrico podía atontar sin matar.

De forma directa, Ashton dijo:

— Eric, voy al grano, te voy a recordar unas cuantas cosas.

— Ahórratelas, le contestó Eric, -Me has capturado, no tienes por qué darle vueltas.

— Sí, contestó Ashton, Te tengo y me ha costado mucho tiempo y esfuerzo conseguirlo, por eso quiero hablar contigo.

Sus ojos oscuros se encontraron con la fría mirada de Stark y la mantuvieron.

— Recuerda que yo soy Simón Ashton, recuerda quien te salvó cuando los mineros de aquel valle de Mercurio tenían un chico salvaje en una jaula y lo iban a matar, como habían exterminado a la tribu que lo había criado. Recuerda todos los año siguientes cuando yo crié a ese niño salvaje para que llegara a ser un hombre civilizado.

Stark se sonrió y contestó no sin cierto humor — Me deberías haber dejado en la jaula, ya era un poco viejo para civilizarme.

— Puede ser, pero no lo creo, en cualquier caso te lo recuerdo, dijo Ashton.

Stark contestó, sin ninguna amargura especial,

— No te pongas sentimental, sé que tu trabajo es detenerme”.

Ashton contestó a propósito:

— Eric, no te detendré, a no ser que me obligues, y prosiguió rápidamente, antes que Stark pudiera responder -Tienes pendiente una sentencia de veinte años por entregar armas de contrabando a las tribus de los Pantanos Intermedios, cuando se sublevaron contra la Compañía Terro-Venusiana de Metales y otro par de trabajos semejantes.

— De acuerdo, sé por qué lo hiciste y no diré que no esté de acuerdo contigo, pero te pusiste fuera de la Ley y ya sabes lo que pasa. Ahora vas camino de Valkis, te encaminas a un lío que hará que la próxima vez que te coja vayas a la prisión de Luna de por vida.

— Y esta vez no estás de acuerdo conmigo.

— No, ¿Por qué piensas que casi me mato para alcanzarte antes de que llegues allí?. Ashton se aproximó, su cara era muy expesiva. -¿has hecho algún trato con Delgaun de Valkis?, Envió a buscarte.

— Envió a por mi, pero aun no hemos hecho ningún trato. Acabo de llegar. Recibí un mensaje de este Delgaun, sea quien fuere, me decía que aquí había una guerra particular, en las Tierras Secas, y me pagaría por luchar en ella. Al fin y al cabo, esta es mi profesión.

Ashton movió su cabeza.

— Eric, esta no es una guerra particular, se trata de algo mucho más grande y desagradable. El Consejo Marciano de Ciudades Estado y la Comisión Terrestre están los dos con sudor frío, realmente nadie sabe lo que está pasando. Sabes que en las ciudades del Canal Bajo, Valkis, Jekkara y Barrakesh, ningún marciano respetuoso con la ley, por no hablar de un terrestre, sobrevive más de cinco minutos, por si fuera poco, los suburbios están absolutamente verboten. Así que todo lo que tenemos son rumores.

— Rumores fantásticos sobre un caudillo bárbaro llamado Kynon, que, a lo que se ve, está prometiendo el Cielo y la Tierra a las tribus de Kesh y Shun — un extraño rumor en el que aparece el culto a los Ramas, que todo el mundo pensaba había desaparecido hacía mil años. Sabemos que Kynon está vinculado en alguna forma con Delgaun, que es un bandido muy eficiente, además sabemos que varios de los principales criminales del Sistema Solar están acudiendo a unírsele. Knighton y Walsh de la Tierra, Themis de Mercurio, Arrod de la Colonia de Calixto, Reeds de Aknuk y, creo, tu antiguo camarada de armas, Luhar el venusiano.

Stark tuvo un pequeño sobresalto, Ashton sonrió ligeramente.

— Si, dijo Sé algo sobre este asunto. Luego se puso serio y continuó. -Eric, te puedes imaginar cual es tu papel, los bárbaros están dispuestos a luchar alguna clase de guerra santa, para que hombres como Delgaun y los otros consigan sus diabólicos intereses.

— Medio mundo va a ser arrasado, la sangre va a fluir en abundancia por las Tierras Secas y será sangre de bárbaros, derramada por una falsa promesa. Los buitres carroñeros de Valkis engordarán con ella. Salvo que, en alguna forma, lo paremos.

Paró de hablar y luego, sin levantar la voz, dijo:

— Eric, quiero que vayas a Valkis, pero como mi agente. No te digo que le hagas un servicio a la civilización, tu no le debes nada, bien lo sabe Dios, pero puedes salvar de la matanza a un montón de gente como tú, de bárbaros, por no hablar de la población de Los estados marcianos fronterizos, que serán los primeros en conocer el hacha de Kynon.

— También puedes redimir la condena a veinte años en la prisión de Luna, incluso puedes desear llegar a ser un hombre, en vez de esa especie de tigre vagabundo que va de una lucha mortal a la siguiente, añadió, -si sales vivo.

Lentamente Stark dijo:

— Ashton, eres astuto, sabes que he desarrollado una profunda simpatía por los pueblos primitivos de todos los planetas, como aquellos que me criaron y tu empleas este sentimiento.

— Si, dijo Ashton

— Soy astuto, pero no soy un mentiroso, lo que te he dicho es verdad.

— Supongamos que acepto ser tu agente en este asunto y voy a Valkis. ¿Qué me impediría olvidarme de todo ello, cuando esté en la ciudad?.

Ashton contestó tranquilamente,

— Tu palabra, terminas valorando bien a un hombre cuando le conoces desde la niñez, me basta tu palabra.

Quedaron en silencio, después Stark levantó la mano

— De acuerdo Simón, pero sólo por esta vez, después cada uno seguirá su camino.

— Es justo, y se estrecharon las manos.

Ashton dijo:

— No te puedo dar ningún consejo, te tienes que arreglar por tu cuenta. Puedes ponerte en contacto conmigo a través de la oficina de la Comisión Terrestre de Tarak. ¿Sabes dónde está?.

Stark asintió con la cabeza.

— En la Frontera de las Tierras Secas.

— Buena suerte Eric.

Se giró y ambos se dirigieron juntos hacia donde los tres hombres esperaban. Ashton hizo una seña y empezaron a desmontar el cañón Banning. Ni ellos ni Ashton miraron hacia atrás cuando se alejaron cabalgando sobre sus monturas.

Stark les observó alejarse, respiró profundamente el aire frío y extendió sus brazos. Luego levantó a su montura que reposaba en la arena, ya estaba descansada y deseando cabalgar, siempre y cuando no la sometiera a excesiva presión. Nuevamente se encontró cruzando el desierto.

La sierra fue creciendo conforme se aproximaba a la misma, transformándose en una cadena de montañas bajas, gastadas por el tiempo. Ante él se abrió un paso, serpenteando entre colinas de roca desnuda.

Cruzó el paso, apareciendo en el otro extremo sobre la cuenca de un mar muerto, la tierra sin vida se extendía en la oscuridad, una vasta extensión desolada, más solitaria aún que el desierto. Entre el fondo del mar y el pié de las colinas, Stark vió las luces de Valkis.

II

Había muchas luces allá abajo. Pequeños alfilerazos de fuego donde las antorchas iluminaban las calles junto al Canal Bajo, la cinta de agua que era todo lo que quedaba de un océano olvidado.

Stark no había estado aquí nunca. Miró la ciudad que se extendía al final de la cuesta, bajo las lunas y tuvo un escalofrío, la descarga nerviosa elemental que el animal siente en presencia de la muerte.

Las calles iluminadas por antorchas, eran una pequeña porción de Valkis, la vida de la ciudad se había ido deslizando hacia abajo desde la cima de los acantilados, siguiendo el descenso del nivel del mar. Cinco ciudades, la más antigua, difícilmente reconocible como un lugar habitado por el hombre. Cinco puertos, los muelles y las dársenas todavía sosteniéndose, medio enterrados por la arena.

Cinco edades de la historia marciana, coronadas, en el lugar más elevado con el palacio arruinado de los antiguos reyes piratas de Valkis. Las torres todavía se mantenían en pié, derruidas pero indómitas, a la luz de la luna tenían un aspecto somnoliento, como si soñaran con el agua azul, el sonido de las olas y los barcos de elevado puente volviendo cargados de tesoros.

Stark hizo su camino descendiendo lentamente la cuesta. Había algo que le fascinaba en las casas de piedra sin tejado y silenciosas en la oscuridad de la noche. Los bloques del pavimento todavía mostraban señales del roce de las ruedas donde los carreteros habían transportado bienes al mercado o los príncipes habían paseado en carros dorados. Los muelles estaban señalados en aquellos puntos en que habían rozado con los barcos atracados, durante el cabeceo de las mareas.

Los sentidos de Stark se habían desarrollado en una escuela extraña y la delgada capa de civilización que tenía no los había embotado. Sintió que el viento llevaba ecos de voces y olor de especias y sangre recién derramada.

No se sorprendió cuando en el último nivel, encima de la ciudad habitada, varios hombres armados salieron de las sombras y lo detuvieron.

Eran hombres delgados, oscuros, con nervio y de pies ligeros; sus caras eran caras de lobo, en modo alguno de lobos salvajes, sino de bestias de presa que habían sido civilizados por tantos miles de años que no podían permitirse olvidarlo.

Se mostraron muy corteses, pero Stark tuvo mucho cuidado en no desobedecer sus órdenes.

Les dio su nombre y dijo “Delgaun ha enviado a por mí”.

El jefe de los valkisianos asintió con su estrecha cabeza.

— Se te esperaba.

Sus penetrantes ojos habían asimilado cada característica del terrestre, Stark sabía que su descripción había sido memorizada hasta el último detalle. Valkis guardaba sus puertas con cuidado.

— Pregunta en la ciudad, dijo el centinela, -Cualquiera puede decirte donde está el palacio.

Stark asintió y siguió bajando, a la luz de las lunas y en silencio, por calles que estaban muertas desde hacía largo tiempo.

Con una rapidez sorprendente, se encontró en las calles de la zona habitada.

Ahora era muy tarde, pero Valkis estaba despierta y rebullía, mejor dicho hervía, Las estrechas y retorcidas callejuelas estaban atestadas, la risa de las mujeres se oía procedente de las casas de tejados planos. La luz de las antorchas brillaba, dorada y roja, iluminando las tabernas y haciendo más tenebrosas las sombras que envolvían las entradas a los callejones.

Stark dejó su montura en un serai en el borde del canal. Los corrales ya estaban medio cerrados, reconoció los animales de montar de largas patas criados en las Tierras Secas. Cuando se iba, una caravana que entraba se cruzó con él, oyéndose entre la arena el ruido de ajorcas de bronce, de silbidos y de golpes.

Los jinetes eran bárbaros altos, Stark pensó que se trataba de keshi por la forma en que llevaban sus trenzas de cabellos leonados. Levaban cuero sin adornos, sus mujeres de ojos azules cabalgaban como reinas.

Valkis estaba lleno de bárbaros. Parece ser que durante días, habían recorrido el fondo del mar muerto, viniendo de lejanos oasis y desolados desiertos. Guerreros castaños de Kesh y de Shun, festejando junto al Canal Bajo, donde había más agua de la que habían visto en su vido.

Los bárbaros estaban en Valkis, pero no pertenecían a la ciudad. Mientras caminaba a través de las calles, Stark sintió el peculiar sabor de la ciudad, lo que apreció entonces, no podría modificarse por nada.

Una muchacha bailaba en una plaza, al son de un arpa y un tambor. El aire estaba pesado con el olor del vino, de especias y de incienso. Un valkisiano, delgado y atezado, con un faldellín brillante y un cinturón enjoyado, saltó y bailó con la muchacha, sus dientes brillaban cuando giraba y componía las correspondientes figuras. Al final, se aburrió de ella, riendo y con su pelo negro colgándole por la espalda.

Las mujeres miraron a Stark, mujeres graciosas como gatos, desnudas hasta la cintura, con faldas abiertas por los lados hasta encima de los muslos, sin llevar más ornamentos que pequeñas campanillas doradas. Esta es una característica de las ciudades del Canal Bajo, en ellas, el aire siempre está rebosante de su delicado y lujurioso repique.

Valkis tenía un alma sonriente y malvada. Stark había estado en muchos sitios a lo largo su vida, pero nunca en ninguno que le impresionara tanto por su maldad, increíblemente antigua y sin embargo todavía fuerte y alegre.

Al final encontró el palacio, un gran edificio medio hundido de piedra de cantera, con puertas y ventanas de bronce pulido, cerradas a causa de la arena y del incesante viento. Dio su nombre al guardia y fue introducido en el edificio, a través de salas decoradas con antiguos tapices con suelos desgastados por el paso de incontables generaciones de pies con sandalias.

Nuevamente, los sentidos medio salvajes de Stark, le dijeron que la vida dentro de estas paredes no había sido agradable. Las mismas piedras susurraban de una antiquísima violencia, las sombras estaban cargadas con los duraderos fantasmas de antiguas pasiones.

Fue conducido ante Delgaun, señor de Valkis, en la gran habitación central que le servía como cuartes general.

Delgaun era un hombre delgado y de aspecto felino, a la manera de su raza, Su peelo negro mostraba hilos de plata y la dura belleza de su rostro estaba fuertemente marcada, las arrugas estaban profundamente marcadas y toda la suavidad de la juventud, hacía tiempo que había desaparecido. Levaba un arnés magnífico y sus ojos, bajo sus finas cejas negras, eran como gotas de oro.

Observó al terrestre que entraba con una mirada rápida y penetrante, luego le dijo:

— Tu eres Stark.

Había algo extraño en aquellos ojos amarillos, brillantes y agudos, semejantes a los de un halcón de presa y sin embargo misteriosos, como si los pensamientos jamás se pusieran de manifiesto a su través. El hombre desagradó a Stark de forma instintiva.

Sin embargo asintió con la cabeza y se unió a la mesa del consejo, dirigiendo su atención a las otras personas que estaban en la habitación. Un puñado de marcianos, moradores del Canal Bajo, jefes y soldados como ponían de manifiesto sus ornamentos y aspecto orgulloso, además varios mercenarios extranjeros cuyas ropas resultaban incongruentes en aquel lugar.

Stark los conocía a todos. Knighton y Walsh de la Tierra, Themys de Mercurio,, Arrod de la Colonia de Calixto y Luhar de Venus. Piratas, ladrones, renegados, cada uno experto en su campo.

Ashton tenía razón. Entre Valkis y las Tierras Secas se estaba formando algo grande, quizá muy grande y de muy mal aspecto.

Pero esto fue una idea que cruzó rauda la mente de Stark. Su atención se centró en Luhar, nada más ver al venusiano, aparecieron recuerdos amargos y un odio salvaje inflamó el corazón de Stark.

El hombre era atractivo, un educado oficial de la Guardia de Asalto venusiana, muy delgado y muy elegante, con su pálida cabellera rizada y cortada al rape y su túnica oscura que se ajustaba como una segunda piel.

Dijo:

— El aborigen!, pensaba que ya teníamos bastantes bárbaros para tener que ir a buscar más.

Stark, sin decir nada, comenzó a dirigirse hacia Luhar

Luhar dijo con voz estridente:

— Stark, no tiene sentido que nos enfademos. Las disputas pasadas, pasadas están, ahora luchamos en el mismo bando.

A continuación habló el terrestre, con una peculiar suavidad.

— ya hemos estado antes en el mismo bando, contra la Compañía Terro-Venusiana de Metales, ¿Te acuerdas?.

— Lo recuerdo muy bien, Luahar hablaba no sólo para Stark sino para todos los que estaban en la habitación. Recuerdo que tus inocentes amigos bárbaros, me habían atado a un poste en los pantanos y que tu mirabas con alegría lo que me estaban haciendo, si los hombres de la Compañía no hubieran llegado, todavía estaría allí gritando.

— Tu nos vendiste, dijo Stark, te lo merecías.

Continuó acercándose a Luhar.

Entonces habló Delgaun, no levantó la voz, sin embargo Stark sintió el impacto de su orden.

— No se luchará aquí, los dos habéis sido contratados como mercenarios, y mientras cobréis mi paga os olvidaréis de vuestras disputas particulares. ¿Comprendido?.

Luhar asintió y se sentó, sonriéndole a Stark con la comisura de sus labios, éste seguía mirando a Delgaun con los ojos entornados.

Estaba medio ciego por su odio a Luhar. Sus manos ansiaban matar, pero aun así reconoció el poder de Delgaun.

Un sonido ronco, próximo al gruñido de una bestia, salió de su garganta. Luego, poco a poco, se relajó. Podía haber desafiado a Delgaun, pero esto hubiera supuesto el fracaso de la misión que había prometido a Ashton desempeñar aquí.

Se encogió de hombros y se juntó con los demás de la mesa.

Walsh de la Tierra se levantó de golpe y empezó a pasear para adelante y para atrás.

— ¿Cuánto tendremos que esperar más?, preguntó.

Dalgaun echó vino en una copa de bronce

— No esperes que sea yo quien lo sepa, le contestó de golpe. Deslizó el jarro sobre la mesa hacia Stark.

Stark se sirvió, el vino se notaba caliente y dulce en su lengua. Bebió lentamente, sentándose relajadamente, mientras los otros fumaban nerviosos o daban vueltas con los nervios a flor de piel.

Stark se preguntaba a quién o a qué estaban esperando, pero no lo preguntó.

El tiempo siguió transcurriendo.

Stark levantó su cabeza al escuchar algo, — ¿Qué es eso?

Sus oídos embotados no habían oído nada, pero Delgaun se levantó y abrió los postigos de la ventana que tenía a su lado.

La aurora marciana, brillante y clara, se extendía por el fondo del mar muerto, con una luz brillante. Más allá de la línea negra del canal, a través de una nibe de polvo, una caravana se dirigía a Valkis.

No era una caravana ordinaria, los guerreros cabalgaban por delante y por detrás, con las puntas de sus lanzas brillando a la luz del alba. Las cabalgaduras que llevaban arreos enjoyados, una litera con cortinas de seda carmesí, todo reflejaba un bárbaro esplendor. Claro y agudo, sobre el aire, llegaba la salvaje música de las gaitas y profundo redoblar de los tambores.

Stark adivinó, sin que nadie se lo dijera, quien era el que cabalgaba, como un rey, desde el desierto.

Delgaun emitió un sonido ronco con su garganta y dijo:

— Al fin llega Kinón y se asomó a la ventana, sus ojos estaban chispeantes con una alegría de la que sólo el conocía la causa.

— vamos a recibir al Donador de Vida.

Stark salió con ellos a las calles atestadas. El silencio se había extendido por la ciudad. Tanto valkisianos como bárbaros estaban atrapados por una excitación que los dejaba sin aliento, empujándose por las calles estrechas, dirigiéndose hacia el canal.

Stark se encontró, junto con Delgaun, en la gran plaza del mercado de esclavos, de pié sobre un estrado para subastas, encima de las cabezas de la multitud. El silencio, la expectación de la masa era algo fantasmal.

Al ritmo del trueno de los tambores y el salvaje sonido de las gaitas, Kynon de Shun entró en Valkis.

III

La caravana se dirigió directamente hacia la plaza del mercado de esclavos, la gente se apretó contra las paredes para dejarles pasar. El sonido de las pezuñas acolchadas sobre las piedras, el roce y el choque de los arneses, El magnífico brillar de las lanzas y de las grandes espadas, que se manejaban con las dos manos, de los moradores de las Tierras Secas, con redobles de tambor que emocionaban y el salvaje sonido de las gaitas de daban escalofríos. El mismo Stark no pudo evitar estremecerse.

La vanguardia llegó al estrado para subastas del mercado de esclavos, en ese momento, con una rapidez inusitada, los tambores cruzaron sus palillos y los gaiteros cesaron de tocar, en la plaza se hizo un silencio absoluto.

Esta situación, duró casi un minuto, luego el nombre de Kynon brotó de cada garganta bárbara, uniéndose al eco que repetían las piedras de la ciudad.

Un hombre descendió de su montura al estrado, colocándose en su borde, donde podía ver todo y alzó sus manos.

— ¡Hermanos, os saludo!

Las aclamaciones colmaron la plaza.

Stark estudió a Kynon, se sorprendió de que fuera tan joven. Había esperado a un profeta de barba gris y se encontraba a un guerrero de hombros musculosos, tan alto como él.

Los ojos de Kynon eran brillantes, muy azules, su rostro era el de un águila joven. Su voz era profunda y musical, el tipo de habla que puede arrastrar las multitudes a la locura.

Stark miró después a las absortas caras de la gente, incluso los valkisianos se habían rendido al ambiente reverencial, entonces pensó que Kynon era el hombre más peligroso que había conocido jamás. Este bárbaro de pelo leonado, con su faldellín de cuero claveteado con bronce, ya era un semidiós.

Kynón ordenó al capitán de sus guerreros:

— Trae al cautivo y al anciano, luego se volvió a la multitud, pidiéndoles silencio. Cuando, al fin, la plaza quedó calmada, su voz sonó desafiante a través del mercado.

— Todavía hay algunos que dudan de mí, Por ello he venido a Valkis y hoy, ¡ahora!, ¡ probaré que no he mentido!.

La multitud murmuró y luego rugió. Los hombres de Kynon estaban subiendo al estrado a un anciano tembloroso, tan doblado por los años que apenas podía mantenerse en pié y un joven de origen terrestre. El muchacho estaba encadenado, los ojos del viejo quemaban, mirando al joven que tenía a su lado con una alegría terrible.

Stark se agachó para observar, la litera con las cortinas de seda carmesí, estaba ahora junto al estrado, una muchacha, valkisiana, estaba a su lado, mirando hacia arriba. Parecía que sus ojos miraban a Kinon con un enfado provocativo.

Miró más allá de la servidora y vio que las cortinas estaban parcialmente abiertas. Una mujer yacía en los cojines de la litera, no podía ver mucho de ella, salvo que su pelo era como una llama oscura y que estaba riendo, mirando al viejo y al muchacho desnudo. Luego su mirada, muy oscura en las sombras de la litera, se levantó, Stark pudo ver que se dirigía a Delgaun.

Cada músculo del cuerpo de Delgaun estaba tenso, parecía incapaz de apartar la mirada de la mujer en la litera.

Stark sonrió muy ligeramente, los mercenarios extranjeros estaban cínicamente absorbidos en lo que estaba pasando. La muchedumbre, nuevamente se encontraba en silencio, bajo una tensión que cortaba el aliento. El sol brillaba en el cielo vacío, nubes de polvo se levantaban, el viento era cortante, lleno de olor a carne viva.

El anciano se adelantó y tocó el suave hombro del muchacho, sus encías se veían azules cuando sonrió

Kynon volvió a hablar nuevamente.

— ¡Todavía hay algunos que dudan de mí! ¡Algunos que se burlan cuando afirmo que poseo el antiguo secreto de los Ramas de antaño, el secreto por el cual, la mente de un hombre puede ser transferida al cuerpo de otro, pero ninguno de vosotros, después de hoy, dudará de que yo tengo el secreto!.

— Yo no soy un Rama, miró hacia abajo, a su poderoso cuerpo, medio conscientemente, flexionó sus músculos y rió. -¿Por qué tendría que ser un Rama?. ¡Aun no necesito el Transmisor de Mentes!.

La multitud respondió con una risa casi obscena.

— No, yo no soy un Rama, continuó Kynon, soy un hombre como vosotros, lo que no quiero es envejecer y después morir.

Se giró, de forma áspera, hacia el anciano.

— ¡Abuelo!, ¿no querrías ser nuevamente joven, cabalgar a la batalla, elegir a la mujer que quisieras?.

El anciano gimió, -¡Si, si!. Y miró ansiosamente al joven

— ¡Lo serás! Dijo Kynon con la fuerza de un dios en su voz. Se volvió nuevamente hacia la multitud y, en voz alta, dijo:

— Durante años he sufrido en el desierto, en soledad, buscando el secreto perdido de los Ramas y… ¡Lo encontré hermanos míos! Yo tengo su antiguo poder, yo sólo, en estas dos manos lo he sostenido y con él comenzará una nueva época para las razas de las Tierras Secas.

— Ciertamente habrá lucha, habrá derramamiento de sangre, pero cuando esto pase, los hombres de Kesh y de Shun se hayan liberado de su antigua esclavitud a la sed y los hombres de los Canales Bajos hayan recuperado lo que es suyo, entonces daré una nueva vida, una vida sin fin a todos aquellos que me hayan seguido. Los viejos, los enfermos, los heridos podrán escoger nuevos cuerpos entre los prisioneros. ¡No habrá más vejez, ni enfermedad ni muerte!.

Un murmullo, un susurro pleno de estremecimientos se levantó de la multitud, los ojos brillaban con una luz amarga, las bocas se abrían con el hambre más profunda del alma humana.

— Para que ninguno dude de mi promesa, dijo Kynon, ¡Observad, observad lo que voy a mostraros!

Observaron, sin moverse, casi sin respirar, observaron.

Los tambores comenzaron un lento y solemne redoblar. El capitán de los guerreros con una escolta de seis hombres, se dirigió a la litera y tomó de las manos de la mujer un bulto envuelto en sedas. Luego volvió al estrado, llevándolo con un cuidado como si fuera algo con un valor inimaginable, lo levantó y se lo entregó a Kynon.

Soltó las sedas que lo cubrían, que cayeron al suelo, en las manos de Kynon brillaron dos coronas de cristal unidas por una varilla brillante.

Las levantó, la luz del sol brillaba como fuego helado sobre el cristal.

— ¡Helas aquí!, dijo, ¡Las Coronas de los Ramas!

Entonces la multitud respiró oyéndose un largo y ronco ¡Ah!

El solemne redoble de tambores no se detenía, era como si el corazón de todo un mundo latía con él. Kynon se volvió, el anciano comenzó a temblar, Kynon colocó una corona en su cráneo arrugado, el tambaleante sujeto hizo una mueca como de dolor, pero su rostro estaba en éxtasis.

Inmediatamente, Kynon colocó la segunda corona en la cabeza del asustado muchacho.

Dijo. -¡Arrodillaos!

Se arrodillaron, desde lo alto, Kynon mantenía la varilla, que unía las coronas de cristal con sus dos manos.

Una luz pudo verse en la varilla, no era un reflejo del sol, azul y brillante relampagueó a través de la varilla y salió de esta para despertar un resplandor en las coronas, de forma que el viejo y el joven aparecieron rodeados de halos de fuego frío y sobrenatural.

El redoble de tambores cesó. El anciano gritó, sus manos se dirigieron débilmente hacia su cabeza, luego a su pecho y lo apretaron, de repente cayó de rodillas hacia delante, un temblor compulsivo comenzó a azotarle. Después cayó y quedó rígido.

El muchacho se balanceó y también cayó hacia delante, las cadenas que llevaba tintinearon.

La luz de las coronas se extinguió. Kynon permaneció u momento esperando, rígido como una estatua, sujetando la varilla que todavía brillaba con luz azul, luego también esta luz se apagó.

Kynon bajó la varilla y con una voz potente gritó — ¡Levántate abuelo!

El muchacho se removió, lentamente, muy lentamente se puso de pie, levantó sus manos y las miró, se tocó los muslos, su vientre plano, la profunda curva de su pecho.

Levantó los dedos hasta la joven garganta, se tocó las sueves mejillas, la espesa mata de pelo rubio que sobresalía por encima de la corona. Gritó

Con un acento perfecto de las Tierras Secas, el muchacho terrestre gritó en marciano -¡Estoy en el cuerpo del muchacho!, ¡Otra vez soy joven!

Un grito, un murmullo de éxtasis se levantó de la multitud, ésta oscilaba como una gran bestia, las caras blancas mirando hacia arriba. El muchacho se agachó y abrazó las rodillas de Kynon.

Eric John Stark se dió cuenta de que él mismo estaba temblando ligeramente. Miró a Delgaun y a mercenarios los extranjeros, el valkisiano, bajo su máscara de reverencia, tenía el aspecto de estar completamente satisfecho. Los demás estaban tan sorprendidos y boquiabiertos como la multitud.

Stark giró su cabeza ligeramente y miró hacia abajo a la litera, una mano blanca ya había bajado las cortinas, la seda escarlata parecía removerse como con una risa silenciosa.

La muchacha de servicio que estaba junto a la litera no se había movido. Rígida miró hacia arriba a Kynon, en sus ojos no había más que odio.

Después aquello fue una casa de locos, el empujar y pisar de la multitud, el redoble de los tambores, el sonido de las gaitas hicieron enmudecer los gritos. Las coronas y la varilla fueron envueltas nuevamente y retiradas. Kynon levantó al muchacho y le quitó las cadenas de la cautividad. Montó, con el joven detrás y junto con que Delgaun iba delante y los mercenarios extranjeros, se dirigieron a las calles de la ciudad.

El cuerpo del viejo quedó sin que nadie se preocupara por él, salvo algunos bárbaros de Kynon que llegaron, lo envolvieron en un sudario blanco y se lo llevaron.

Kynon de Shun entró en triunfo en el palacio de Delgaun. De pie junto a la litera dio la mano a la mujer que estaba dentro y caminó a su lado a través de la puerta de bronce.

Las mujeres de Shun eran altas y fuertes, criadas para ester junto a sus maridos tanto en la guerra como en el amor. Esta hija pelirroja de las Tierras Secas, con su andar orgulloso y sus blancos hombros, bastaba para detener el corazón de un hombre. La mirada de Stark la siguió desde la distancia.

En la sala del consejo se había reunido: Delgaun y los mercenarios extranjeros, Kynon con su reina de cabellos brillantes y nadie más. No había más marcianos que estos tres.

Kynon se sentó distendidamente en el trono que presidía la mesa, su rostro estaba reluciente, se enjugó el sudor y se llenó una copa con vino, mientras observaba la habitación con sus brillantes ojos azules.

— ¡Servios caballeros y brindemos!. Levantó la copa ¡ Por el secreto de los Ramas y el regalo de la vida!.

Stark bajó su copa, que todavía estaba vacía y miró directamente a Kynon

— Tu no tienes ningún secreto, dijo deliberadamente

Kynon se quedó totalmente rígido en su asiento, muy lentamente dejó su copa en la mesa, nadie más se movió.

En el silencio, la voz de Stark sonaba fuerte.

— Además, la demostración en la plaza fue un fraude desde el principio hasta el fin.

IV

Las palabras de Stark tuvieron en los oyentes el efecto de una descarga eléctrica. Las cejas negras de Delgaun se levantaron y la mujer se adelantó un poco para mirar, con profundo interés, al terrestre.

Kynon hizo una pregunta, sin dirigirla a nadie en particular

— ¿Quién es este gran mono negro?.

Delgaun le dijo algo.

— Ah si, Eric John Stark, el salvaje de Mercurio, luego amenazadoramente le pregunto — Bien, ¡Explica el porqué mentí en la plaza!.

— Con gusto, en primer lugar el muchacho terrestre era un prisionero, se le había dicho lo que tenía que hacer para salvar su pellejo y fue convenientemente entrenado para la representación. En segundo lugar las varilla y las coronas de cristal son un fraude, simplemente empleaste una pila Purcell en la varilla para producir una descarga electrónica, esto es lo que produjo la luz azul. En tercer lugar le diste veneno al anciano, posiblemente con una punta afilada dentro de la corona, le vi hacer muecas de dolor cuando se la pusiste.

Stark hizo una pausa -El anciano murió, el joven interpretó bien su papel, eso es todo lo que pasó.

Nuevamente se hizo un silencio sepulcral. Luhar se movió en la mesa, su cara ávida con esperanza. Los ojos de la mujer se encontraron con los de Stark y éste no los retiró.

Luego, de repente, Kynón comenzó a reír, cada vez más fuerte, hasta que las lágrimas corrieron por sus mejillas.

Al final dijo -Pienso que fue una buena representación, una magnífica representación, tienes que reconocerlo. La multitud se lo tragó con cuernos pezuñas y piel.

Se levantó y se acercó a Stark, dándole palmadas en el hombro, palmadas que podrían haber derribado a hombres menos fuertes que Stark.

— Me gustas salvaje, nadie más ha tenido el valor de hablar claro, pero apostaría a que todos piensan lo mismo.

Stark contestó -Dime una cosa, ¿Dónde pasaste todos esos años que, se supone, estuviste sufriendo en la soledad del desierto?

— ¿Eres curioso, verdad? Bien te descubriré el secreto, Kynon pasó, sin transición, a hablar en inglés coloquial -Estuve en la Tierra, aprendiendo cosas del tipo de la descarga electrónica Purcell.

Por encima, vertió vino en la copa de Stark y se la entregó. -Ahora lo sabes, todos lo sabemos, limpiemos el polvo de nuestros gaznates y olvidémonos de los negocios.

— No, dijo Stark

Kynon le miró y dijo -¿Qué pasa ahora?

— Estas engañando a tu pueblo, dijo Stark claramente, les estás haciendo falsas promesas para conducirlos a la guerra.

Kynon estaba auténticamente sorprendido por el enfado de Stark, -¡Por supuesto! ¿Qué hay de nuevo o extraño en esto? ¿Qué político no lo hace?

Luhar habló y su voz sonaba ácida por el odio -Vigílale Kynon, te venderá y te cortará la garganta si piensa que es lo mejor para los bárbaros.

Delgaun dijo -La reputación de Stark es conocida por todo el Sistema Solar, no hace falta que nos la recuerdes otra vez.

— No, Kynon sacudió su cabeza, mirando con candidez a Stark, enviamos a buscarlo, ¿Es que no sabíamos como era?. No hay problema.

Se retiró un poco hacia atrás de forma que incluyera a todos en lo que iba a decir.

— Mi pueblo tiene una causa justa para la guerra. Estánn hambrientos y sediento, mientras que las Ciudades Estado, a lo largo de la frontera de las Tierras Secas, ensucian todos los manantiales y cada vez son más ricos. ¿Tu sabes lo que es ver a tus hijos morir, implorando por el agua, en una larga marcha para llegar por fin a un oasis y encontrar el pozo cegado por la arena de una tormenta? ¿y volver a marchar para salvar a tu gente y a tu ganado? ¡Yo si lo sé!. Nací y me crié en las Tierras Secas y más de una vez he maldecido, con una lengua como un palo seco, a los estados de la frontera.

— Stark, tu deberías saber como funciona la mente de un bárbaro también como yo lo sé. Los hombres de Shun y de Kesh son enemigos tradicionales. Haciendo incursiones los unos contra los otros, robándose o en guerra abierta por el agua y el pasto. He tenido que darles un punto de unión, una fe lo bastante fuerte para lograr su alianza. Resucitar la leyenda de los Rama era la única esperanza que tenía.

— Y ha funcionado, las tribus ahora constituyen un único pueblo, pueden avanzar y tomar lo que les pertenece, el derecho a la vida, no he exagerado tanto mis promesas ¿Comprendes ahora?

Stark le estudió con sus fríos ojos de gato -¿Qué pintan aquí los hombres de Valkis, de Jekkara, de Barrakesh? ¿Qué pintamos aquí nosotros, los mercenarios?

Kynon sonrió, su sonrisa era totalmente sincera, no había humor en ella, sólo un gran orgullo y una terrible crueldad.

— Vamos a construir un imperio, dijo con suavidad, las Ciudades Estado están desorganizadas, con demasiada hambre unos y otros con demasiada grasa para luchar. La Tierra nos está saqueando, antes de no mucho Marte será poco más que otra Luna.

— Vamos a luchar por esto. Gentes de las Tierras Secas y de los Canales Bajos juntos, vamos a construir una potencia a partir del polvo y de la sangre y habrá bastante botín para que todos queden conformes.

— Delgaun dijo riendo, aquí es donde intervienen mis hombres, los moradores de los Canales Bajos vivimos de la rapiña.

— Vosotros, los mercenarios, dijo Kynon, estáis aquí para ayudar, te necesito a ti Stark y al venusiano para entrenar a mis hombres, para planear las campañas para proporcionarme todo vuestro conocimiento en la guerra de guerrillas. Knighton tiene un crucero rápido, nos traerá suministros desde el exterior. Walsh es un genio, según se dice, en la fabricación de armas. Themis es un gran mecánico y el ladrón más astuto en este lado del Infierno ¡salvo Delgaun aquí presente!. Reeds de Aknuk, la ciudad colgada en el abismo es un experto en el entretenimiento de vehículos militares, Arrod organizó y dirigió la Hermandad de los Pequeños Mundos, que ha vuelto laca a la Patrulla Espacial durante muchos años. Puede hacer lo mismo por nosotros. Esta es la respuesta, ahora Stark ¿Qué dices tú?

El terrestre respondió con lentitud -Seguiré contigo, en tanto no se dañe a las tribus.

Kynon rió, -No tienes porqué preocuparte por eso.

— Solo una pregunta más, dijo Stark, -¿Qué sucederá cuando la gente se de cuenta que todo el asunto de los Ramas es un simple mito?

Kynon contestó — No se enterarán, las coronas serán destruidas durante la batalla, será muy triste, pero también definitivo. Nadie sabe como hacer unas nuevas, ¡Yo sé manejar a la gente ¡ Estarán lo bastante felices cuando tengan la tierra y el agua.

Miró alrededor y dijo sencillamente -¿Podemos ahora sentarnos y beber como personas civilizadas?.

Se sentaron, el vino corrió por la mesa, los cuervos de Valkis brindaron a la salud de sus compañeros y por el botín que pensaban obtener. Stark aprendió que el nombre de la mujer era Berild.

Kynon estaba feliz. Se había congraciado con el pueblo y ahora lo estaba celebrando. Pero Stark se dio cuenta de que aunque bebió mucho su lengua no le traicionó en ningún momento.

Poco a poco, Luhar se fue poniendo malhumorado y quedándose silencioso, mirando directamente a Stark al otro lado de la mesa. Delgaun jugaba con su copa y su mirada amarilla se dirigía, sin parar, unas veces a Berild y otras a Stark.

Berild no bebió nada, se sentó un poco apartada de los demás, con su rostro en las sombras y sus labios, pintados de rojo, sonriendo. También sus ideas permanecían en secreto. Sin embargo Stark sabía que todavía le observaba y que Delgaun se había dado cuenta.

Luego Kynon dijo — Delgaun y yo tenemos que hablar, así caballeros que me despido de vosotros por el momento. Stark, Luhar, voy a volver al desierto a la media noche, y vosotros vendréis conmigo, es mejor que durmáis un rato.

Stark asintió con la cabeza, se levantó y salió con los otros.

Un asistente le mostró sus habitaciones, en el ala norte. Stark no había descansado en las últimas veinticuatro horas, y estaba contento por tener la oportunidad de dormir.

Se acostó, la cabeza le daba vueltas por el vino que había bebido, la sonrisa de Berild se burlaba de él. En ese momento sus pensamientos se dirigieron hacia Ashton y a su promesa, luego se durmió y soñó.

Volvía a ser un niño en Mercurio, corriendo por un sendero que le conducía desde la boca de una caverna hasta un valle. Sobre él, las montañas se elevaban hasta el cielo. Y se perdían en la tenue atmósfera. Las rocas danzaban en el espantoso calor, pero las plantas de sus pies eran como placas de hierro, aunque las notaba ligeras. Estaba completamente desnudo.

El brillo del sol entre las paredes del valle era como el brillante corazón del infierno. No parecía posible que el muchacho N´Chaka pudiera volver a sentir frío jamás, aunque sabía que cuando llegara la noche, el hielo se volvería a formar en las aguas poco profundas del río. Los dioses siempre estaban en guerra.

Pasó por un lugar, destruido por un terremoto. Se trataba de una mina, N´Chaka recordaba borrosamente que antiguamente había vivido allí, con varias criaturas de piel blanca, con su mismo aspecto. Prosiguió su camino sin dirigir a las ruinas una segunda mirada.

Estaba buscando a Tika, cuando fuera lo bastante mayor se emparejaría con esta hembra, ahora lo que quería era cazar con ella porque era veloz y con tan buen olfato como él para descubrir el olor de los grandes lagartos.

Oyó su voz llamándole por su nombre y N´Chaka empezó a correr, la vio agachada entre dos enormes peñascos, su claro pelaje manchado con sangre.

Una gran sombra de alas negras se precipitó sobre él, le miró con sus ojos amarillos y su pico intentó desgarrar su carne. Le arrojó su lanza pero los espolones de la criatura se hundieron en su hombro, los ojos amarillos se le acercaron, brillantes y llenos de muerte.

Conocía estos ojos, Tika gritó pero el sonido se extinguió, todo se extinguió salvo esos ojos, saltó hacia arriba luchando a brazo partido con la cosa…

La voz de un hombre gritando, las manos de un hombre sacudiéndolo, el sueño terminó. Stark volvió a la realidad, observando al asistente lleno de cicatrices que había venido a despertarle.

El hombre se apartó de él -Delgaun me envía, quiere que vayas al salón del consejo. Luego se volvió y marchó deprisa.

Stark sacudió su cabeza. El sueño había sido terriblemente real, bajó al salón del consejo, ahora estaba oscuro y las antorchas habían sido encendidas.

Delgaun estaba esperando, sentada junto a él en la mesa, estaba Berild. Los dos estaban solos, Delgaun lo miró con sus ojos dorados.

— Tengo un trabajo para ti Stark, ¿Recuerdas al capitán de los hombres de Kynon que estaba hoy en la plaza?

— Si

— Se llama Freka y es un buen hombre pero es adicto a un cierto vicio, ahora está completamente drogado, alguien tiene que traerlo para que esté dispuesto cuando Kynon emprenda la marcha. ¿Quieres encargarte de este asunto?.

Stark observó a Berild, le pareció que ella se estaba burlando de alguien, no podría decir si de él o de Delgaun. Preguntó

— ¿Dónde le encontraré?

— Sólo hay un sitio donde puede obtener su veneno particular, el antro de Kala, en las afueras de Valkis. Está en la ciudad vieja, más allá de los muelles inferiores. Delgaun sonrió. Stark, tendrás que llevar los puños preparados, Freka puede no quiere venir.

Stark dudó, luego dijo -lo haré lo mejor que pueda y salió a las oscuras calles de Valkis.

Cruzó una plaza alejándose del palacio, después, un sendero serpenteante se le tragó. De repente, alguien lo cogió por el brazo y le dijo apresuradamente.

— Sonríeme y luego entra en esa callejuela.

La mano sobre su brazo era pequeña y morena, la voz era muy hermosa, con su acompañamiento del sonido de las campanillas. Sonrió, como ella le había mandado y entró en la callejuela, que era poco más que un corte entre dos filas de casas.

Rápidamente puso sus manos contra la pared, de forma que la muchacha quedó aprisionada entre sus brazos. Vi una muchacha de ojos verdes, con campanillas doradas en las trenzas de su pelo negro y sus desvergonzados pechos desnudos encima de su enjoyado cinturón. Una muchacha guapa con un aspecto orgulloso.

La joven servidora que, en la plaza, había permanecido de pie junto a la litera y había observado a Kynon con un odio manifiesto.

— Bien, dijo Stark, ¿Qué quieres de mi, pequeña?

Ella respondió — mi nombre es Fianna y no pretendo matarte ni huir de ti.

Stark bajó sus manos, -¿Fianna, me seguiste?

— Si, el palacio de Delgaun está lleno de corredores ocultos y yo los conozco todos, estaba escuchando detrás de un panel en el salón del consejo, te oí hablar contra Kynon y también la orden que te dio Delgaun ahora mismo.

— ¿Y qué?

— Si lo que dijiste sobre las tribus es verdad, harías bien en marcharte ahora, mientras aun tienes una oportunidad de hacerlo. Kynon te mintió, te usará y luego te matará, igual que usará y destruirá a su propio pueblo. Su voz era simultáneamente cálida y amarga por la furia.

Stark la miró lentamente con una mirada que podía significar todo, o nada.

— Fianna, eres valkisiana ¿Qué te importa lo que les pase a los bárbaros.?

Sus ojos verdes, ligeramente inclinados, miraron con desprecio a los suyos.

— Terrestre, no pretendo conducirte a una trampa, odio a Kynon, mi madre fue una mujer del desierto.

Se detuvo y luego prosiguió de forma sombría -También he servido a la dama Berild y he aprendido muchas cosas, se acercan problemas, problemas mucho mayores de los que se imagina Kynon. De repente pregunto ¿Qué sabes de los Ramas?

— Nada, respondió, sólo que ya no existen, eso si es que han existido alguna vez.

Fianna le miró de forma extraña -Quizá no, ¿Me escucharás terrestre de Mercurio?, ¿Te marcharás ahora que sabes que estás marcado por la muerte?

— No, contestó Stark.

— ¿Ni siquiera aunque te diga que Delgaun te ha enviado a una trampa en el antro de Kala?

— No, sin embargo te agradezco el aviso, Fianna.

Se agachó y la besó, porque era muy joven y parecía honesta. Luego se volvió y siguió su camino.

V

La noche llegó súbitamente. Stark dejó atrás las antorchas, las risas y la música de las arpas, llegando a las calles de la ciudad vieja, donde sólo había silencio y la luz de las lunas.

Vio los muelles inferiores, grandes masas salientes de mármol, redondeadas y gastadas por el tiempo y se dirigió hacia ellos. En ese momento se dio cuenta que estaba siguiendo en débil pero nítido sendero que se extendía entre las antiguas casas. El silencio era sepulcral, por lo que se podía oír el seco susurro del polvo que se movía.

Pasó bajo la sombra de los muelles y giró para tomar una amplia avenida que antiguamente había salido desde el puerto. Tras haber caminado un poco, al otro lado de la avenida vio un alto edificio, medio derruido, sus ventanas tenían los postigos cerrados, detrás de los cuales se veía luz, de ahí venía el sonido de voces y el débil acorde de una música muy aguda y maligna.

Stark se aproximó, deslizándose a través de los jirones de sombra, cual si fuera tan ligero como una voluta de humo. Una vez en la puerta llamó, un hombre salió del antro de Kala pasó a su lado y siguió su camino hacia Valkis. Stark vio su rostro a la luz de las lunas, era la cara de una bestia más que la de un hombre. Iba hablando solo conforme andabas y una vez se rió, Stark sintió un sentimiento de repugnancia dentro de él.

Esperó hasta que el sonido de los pasos se perdió en la lejanía. Las casas abandonadas no presentaban signos de peligro. Un lagarto se arrastró entre las piedras, esto fue todo. La luz de las lunas iluminaba con un brillo frío la puerta del antro de Kala.

Stark encontró un pequeño trozo de piedra, lo raspó contra la sombría pared que se encontraba delante de él hasta que el roce produjo un sonido agudo. Luego contuvo el aliento mientras escuchaba.

Nada ni nadie se removió, sólo el viento seco soplaba entre las casas vacías.

Stark salió a un espacio abierto, tampoco sucedió cada, entonces abrió la puerta del antro de Kala.

Le envolvió una luz amarilla y una ola de aire caliente y cargado. En el interior había lámparas altas con lentes de cuarzo,cada una de las cuales emitía una rayo de luz pulsante de color naranja dorado. En los pequeños charcos de luz, sobre pieles sucias, cojines o simplemente sobre el suelo, yacían hombres y mujeres, cuyos rostros eran bestiales.

Stark comprendió entonces cual era el vicio secreto que Kala satisfacía aquí. Shanga, el involucionador, esta radiación causaba, temporalmente un atavismo artificial, que transportaba a los hombres, por algún tiempo, al estado de bestias. Se suponía que después de la destrucción del tenebroso anillo del Shanga de la Dama de Fand, ya no existía esta lacra. Sin embargo todavía persistía en lugares como éste, fuera de la ley.

Buscó a Freka y reconoció al bárbaro de elevada estatura, estaba tumbado bajo una de las lámparas de Shanga, con los ojos cerrados, cara de animal, gruñendo y revolviéndose en sueños como la bestia que, temporalmente, había llegado a ser.

Una voz habló desde detrás del hombro de Stark

— Soy Kala ¿Qué quieres extranjero?

Se giró, Kala quizá hubiera sido hermosa alguna vez, hace mil años, si tu cuentas su edad por sus pecados. Todavía llevaba las dulces campanillas entre sus cabellos, Stark recordó a Fianna. La cara de la mujer, que mostraba los estragos del tiempo, le puso enfermo; era como la aguda música de gaitas tejida del mismo corazón del mal.

Sus ojos todavía eran astutos y no habían dejado de percibir sus búsqueda alrededor de la habitación, ni su interés por Freka. Había un matiz de aviso en su voz.

El todavía no quería problemas, no hasta que descubriera alguna pista de la trampa sobre la que le había advertido Fianna.

Dijo -Tráeme vino.

— ¿Quieres usar una lámpara de involucionar, extranjero? Proporciona un gran placer.

— Quizá luego, ahora quiero vino.

Ella se retiró, batió palmas llamando a una moza sucia que llegó, caminado entre las figuras extendidas en el suelo, con una jarra de barro. Stark se sentó junto a una mesa con la espalda apoyada contra la pared pudiendo ver simultáneamente la puerta y toda la habitación.

Kala volvió a su montón de pieles junto a la puerta, sin embargo, sus ojos de basilisco estaban alerta.

Stark hizo como que bebía, pero su mente estaba trabajando y estaba muy fría.

Quizá esto, sin más, era la trampa. Freka de momento era una bestia, lucharía, Kala gritaría y los otros animales de mirada embotada quizá también lucharan.

Sin embargo, no necesitaba ningún aviso sobre esto, el mismo Delgaun le había dicho que habría problemas.

No, había algo más.

Dejó que su mirada vagabundeara por la habitación, era grande, además había otras habitaciones que se abrían a esta, cuyas entradas estaban tapadas por cortinas harapientas, A través de sus desgarrones, Stark pudo ver otros clientes de Kala tumbados bajo lámparas de Shanga, algunos se habían apartado tanto de la humanidad que era repugnante observarlos. Pero allí tampoco había ninguna señal de peligro que le amenazara.

Sólo había una cosa extraña. La habitación más próxima a donde estaba Freka sentado estaba vacía y sus cortinas sólo parcialmente bajadas.

Stark comenzó a meditar sobre la causa de que la habitación estuviese vacía.

Le hizo un gesto a Kala para que viniera y le dijo -Usaré la lámpara, pero quiero intimidad, ponla en esa habitación de ahí.

Kala contestó -Esa habitación está ocupada.

— Yo no veo a nadie

— Quiero decir que se ha pagado por ella y nadie puede entrar, te traré la lámpara aquí.

— No, al infierno con esto, me voy.

Arrojó una moneda y salió, moviéndose rápidamente fuera se escondió y observando a través de una ventana rota esperó.

Luhar de Venus salió de la habitación vacía. Su cara estaba preocupada, Stark sonrió. Se hechó hacia atrás y se pegó a la pared junto a la puerta.

En un momento el venusiano abrió la puerta y salió empuñando su pistola, todo simultáneamente.

Stark saltó sobre él.

Luhar lanzó un grito de enfado, su pistola disparó un malévolo rayo de fuego a través de la luz de las lunas, luego la gran mano de Stark machacó los huesos de su muñeca haciéndo que el arma cayera ruidosamente sobre el empedrado. Giró en redondo buscando el rostro de Stark, buscando con sus uñas los ojos del terrestre, Stark le golpeó. Luhar cayó dando vueltas y antes que pudiera incorporarse Stark había cogido la pistola y la había arojado entre las ruinas, al otro lado de la calle.

Luhar se levantó del pavimento con un salto de gato. Stark cayó con el a través de la puerta del antro de Kala y los dos giraron entre sucias pieles y cojines. Luhar estaba construido de resortes de acero, sin suavidad en ninguna parte, sus largos dedos se cerraron alrededor de la garganta de Stark.

Kala gritó con furia, cogió un la´tigo de entre los cojines, un arma tradicional de los Canales Bajos, y comenzó a azotar, imparcialmente, a los dos hombressu cabello colgaba formando mechones sobre su cara. Las figuras bestiales, bajo las lámparas, se removían a sus pies y gruñían.

El largo látigo golpeó la camisa y la carne de Stark que estaba bajo ella, en la espalda. Gritó y se puso de pié tambaleante, mientras Luhar seguía con su presa mortal en su garganta. Empujó hacia atrás la cara de Luhar con ambas manos y se arrojó hacia delante, sobre una mesa de forma que Luhar quedara aplastado bajo él.

El aliento del venusiano lo abandonó con un gruñido silbante, sus dedos se relajaron. Stark le apartó de golpe sus manos. Se levantó, cogió a Luhar apretándole cruelmente hasta que se puso blanco por el dolor, luego le levantó y arrojó entre los hombres con cara de bestias que gruñían y se estaban dirigiendo hacia él.

Kala saltó hacia Stark maldiciéndole y golpeándole con el látigo enrollado, él se giró, en ese momento ya había perdido su ligero barniz de civilización, borrado por el primer impulso de la batalla. Sus ojos llameaban con una luz fría, quitó el látigo de la mano de Kala y golpeó con su palma el malévolo rostro, cayó al suelo y quedó rígida.

Se enfrentó al anillo de de hombres embrutecidos por el Shanga que le separaban del cumplimiento de su misión… Un matiz rojizo teñía su visión, parcialmente sangre, parcialmente intensa rabia. Pudo ver a Freka de pié en un rincón, su cabeza oscilaba de lado a lado como si fuera un animal.

Stark levantó el látigo y se introdujo, a zancadas, en el anillo de hombres que ya no lo eran del todo.

Unas manos le golpearon y arañaron, cuerpos se pusieron delante y fueron apartados, ojos en blanco brillaron y bocas rojas gritaron, se produjo una mezcla de gruñidos y risas bestiales en sus oídos. El ansia de sangre se había extendido en estas criaturas. Se arremolinaron alrededor de Stark y lo derribaron con el peso de sus cuerpos retorcidos.

Le mordieron e hirieron a ciegas, luchó por volverse a incorporar, removiéndolos con sus grandes hombros, pisoteándolos con sus botas. El látigo silbaba y cantaba, el olor de la sangre se extendió en el aire viciado.

La cara atontada y embrutecida de Freka se inclinó ante Stark. El marciano gruñó y se lanzó hacia delante, Stark giró el mango del látigo, que estaba cargado de plomo, golpeando fuertemente la sien del Shunni, que se derrumbó en los brazos de Stark.

En la esquina de su campo visual apareció Luhar, se había arrastrado y levantado saliendo de la lucha, Ahora estaba detrás de Stark y había un cuchillo en su mano.

El peso de Freka estorbaba a Stark, de forma que no pudo apartarse, cuando Luahor atacó el se dobló y arrojó hacia atrás golpeando al venusiano en el vientre bajo. Sintió el beso caliente de la hoja en su carne, pero la herida era superficial, antes de que Luhar pudiera golpear otra vez, Stark doblado como un gran gato le golpeó derribándolo, el cráneo de Luhar sonó contra el pavimento. El puño del terrestre se levantó y cayó por dos veces, después de esto Luhar ya no se movió.

Stark se puso de pié, seguía con las rodillas flexionadas y los hombros en tensión. Mirando de un sitio a otro, su garganta emitió un sonido puramente salvaje.

Se movió hacia delante un paso o dos, medio desnudo, sangrando, alzándose como un coloso negro sobre los delgados marcianos, la horda embrutecida se alejó de él. Habían tenido más destrozos de los que hubieran deseado, había algo en el deseo del extranjero de apartarlos, que penetraba incluso en sus mentes drogadas por el Shanga.

Kala se sentó en la puerta y gritó -¡Fuera!

Stark permaneció un instante o dos observándola, luego levantó a Freka del suelo, se lo cargó en el hombro como si fuera un saco de carne y salió moviéndose ni rápido ni despacio, pero en línea recta, se le hizo sitio para que pasara.

Llevó al Shunni hacia abajo, a través de calles silenciosas hasta los retorcidos y atestados callejas de la Valkis moderna, también aquí la gente le miraba y se apartaba de su camino, llegó al palacio de Delgaun, los guardias le rodearon pero no le mandaron que parara.

Delgaun estaba en la sala del consejo, Berild todavía estaba con él, parecía que ambos habían estado esperando, tomando vino y charlando sobre cuestiones particulares. Delgaun se puso de pié cunado Starl entró, lo hizo tan precipitadamente que su copa cayó y el vino se derramó a sus piés.

Stark dejó al Shunni caer al suelo.

He traído a Freka, Luar todavía está en el antro de Kala.

Miró los ojos de Delgaun, amarillos y crueles, los ojos de su sueño. Se contuvo para no matarlo.

De repente la mujer rió, de forma clara y cantarina, su risa iba dirigida a Delgaun.

— Bien hecho salvaje, le dijo a Stark, Kynon es afortunado por tener tal apitán, un consejo para el futuro, piensa que Freka no te perdonará esto.

Mirando a Delgaun, Stark dijo con firmeza. -Esta no ha sido una noche para perdonar, añadió, puedo ocuparme de Freka.

— Me gustas salvaje, dijo Berild, sus ojos curiosos y dominantes, recorrieron el rostro de Stark -Cabalga junto a mí cuando partamos, quisiera conocerte mejor.

Ella sonrió.

Una sombra oscura se arrastró por la cara de Delgaun. Con una voz ronca por la furia dijo -Berild, quizá has olvidado algo, no hay nada para ti en este bárbaro, en esta criatura efímera.

Habría seguido hablando, descargando su enfado, pero Berild dijo de forma cortante.

— No hablaremos de tiempo, vete ahora Stark y estate preparado para la media noche.

Stark se retiró, su mente estaba surcada por una duda extraña.

VI

A la media noche, la caravana de Kynon formó de nuevo, en la gran plaza del mercado de esclavos y salió de Valkis entre el redoble de los tambores y el sonido de las gaitas. Delgaun estaba allí para verles ir, los vítores de la gente le siguieron como el viento del desierto.

Stark cabalgaba en solitario, estaba de mal humor y no quería compañía, la de la dama Berild menos que ninguna. Era bella, era peligrosa y pertenecía a Kynon, o a Delgaun, o quizás, a los dos. En la experiencia de Stark, las mujeres como ésta significaban muerte repentina y el no quería parte de ella, de ninguna manera, al menos de momento.

Luhar caminaba en cabeza con Kynon. Había llegado arrastrándose a la plaza y allí montó, su cara golpeada e hinchada, una fea mirada en sus ojos. Kynon miró rápidamente a Luhar y a Stark, que tenía sus propias cicatrices y dijo roncamente:

— Delgaun me ha dicho que hay un antiguo pleito de sangre entre vosotros dos, no quiero nuevas peleas ¿Entendido?. Después de que la guerra termine y se os pague podréis mataros el uno al otro, pero no antes ¿Está claro?

Stark asintió con la cabeza manteniendo la boca cerrada. Luhar murmuró su aceptación, desde ese momento no habían vuelto a mirarse el uno al otro.

Freka caminaba en su lugar acostumbrado, junto a Kynon, por lo que estaba cerca de Luhar. A Stark le pareció que sus cabalgaduras se acercaban y se mantenían juntas frecuentemente, a pesar de lo quebrado del camino.

El gran capitán bárbaro se sentaba levantado rígidamente en su silla, pero Stark había visto su cara a la luz de las antorchas enferma y sudorosa, con la mirada de animal todavía nublando su vista. Su sien llevaba una marca púrpura. Stark estaba seguro de que Berild había dicho la verdad, Freka no perdonaría ni esta indignidad ni la resaca de su interrumpido sueño bajo las lámparas de Shanga.

El fondo del mar muerto se extendía bajo el cielo oscuro, cuando dejaron atrás las luces de Valkis siguiendo su camino sobre la arena y los cantos de coral, descendiendo con cada milla que avanzaban, en la gran depresión. Se hacía difícil creer que un mundo en donde se había producido tal desolación cósmica pudiera soportar la vida en alguna parte.

Las pequeñas lunas proseguían sus trayectorias, dibujando sombras fantasmagóricas en las formas rocosas, que habían sido torturadas por el agua y el viento hasta adoptar formas imposibles. Se podían ver grietas que parecían no tener fondo y la arena blanca como el hueso. Las estrellas de hierro brillaban, tan próximas que el viento parecía brillar con su luz helada. En todo el espacio infinito nada se movía, el silencio era tan profundo que el aullido lejano de un gato de la arena, proveniente del Este, hizo que Stark saltara, tan fuerte le pareció el grito.

Sin embargo Stark no estaba deprimido por la desolación. Nacido y criado en lugares salvajes y desolados este desierto le era más familiar que las ciudades de los hombres.

Un poco después, sonó detrás de él un tintineo de ajorcas de bronce y vió avanzar a Fianna. Le sonrió y ella le dijo, de una forma más bien sombría.

— La dama Berild me envía para recordarte su deseo.

Stark miró hacia donde la litera de cortinas escarlatas se balanceaba, sus ojos brillaron

— ¿No es fácil que abandone algo, verdad?

— No, Fianna vio que no había nadie que pudiera oirlos y preguntó tranquilamente ¿En el antro de Kala pasó como te dije?

Stark asintió con la cabeza -Pequeña, pienso que te debo mi vida, Luhar me habría matado en el momento en que hubiera cargado con Freka.

El se agachó y tocó su mano por donde sujetaba las bridas. Ella sonrió, la sonrisa de una muchacha muy joven que parecía muy dulce a la luz de las lunas. Una sonrisa honesta y llena de camaradería.

Resultaba extraño estar hablando de la muerte con una chica tan bonita, a la luz de las lunas

Stark preguntó — ¿Por qué me quiere matar Delgaun?.

— Cuando habló con el hombre de Venus no dio ninguna razón. Sin embargo lo puedo adivinar, sabe que eres tan fuerte como él y por esta causa te teme. Además la dama Beryld te miró de una forma muy particular.

— Pensé que Beryld era la mujer de Kynon

— Quizá ella lo sea, por ahora, respondió Fianna enigmáticamente. Luego movió su cabeza mirando alrededor, con una expresión casi de miedo. -Ya he arriesgado demasiado, por favor, no dejes que se enteren de que he hablado contigo más cosas que las que me ordenaron decirte.

Sus ojos imploraban junto con ella y Stark comprendió de repente que también Fianna se encontraba en el borde de unas arenas movedizas.

— No tengas miedo, le dijo, queriendo decir -Sería mejor que nos fuéramos.

Ella giró su montura y mientras lo0 hacía susurró — ¡Ten cuidado Eric John Stark!.

Stark sintió con la cabeza y cabalgó tras ella, pensando que le gustaba el sonido de su nombre en los labios de la joven.

La dama Beryld yacía en medio de sus cojines y pieles, e incluso así no había nada de indolente en ella. Estaba relajada, como un gato, tranquila pero vibrante de vida. En las sombras de la litera su piel parecía de color blanco plateado y su pelo suelto era una dulce oscuridad.

— ¿Salvaje, eres terco?, preguntó -¿O me encuentras desagradable?.

El no se había dado cuenta anteriormente de lo lujuriosa y suave que era su voz, miró al magnífico cuerpo que se le ofrecía por entero y dijo.

— Te encuentro endiabladamente atractiva, por esto soy terco.

— ¿Estas asustado?

— Mi soldada la paga Kynon, ¿Entra su mujer en la retribución?

Ella rió, medio con desprecio — Las ambiciones de Kynon no dejan espacio para mí. Tenemos un convenio, ya que un rey debe tener una reina, además encuentra útil mi consejo. Ves, yo también soy ambiciosa, aparte de esto, no hay nada entre Kynon y yo.

Stark la miró, procurando leer sus ojos gris humo en la oscuridad

— ¿Y Delgaun?

— Me desea, pero… Ella dudó, luego prosiguió en un tono totalmente diferente del que había mantenido anteriormente, su voz baja y temblorosa, con un secreto placer, tan vasto y elemental como un cielo estrellado.

— No le pertenezco a nadie, dijo, Solo me pertenezco a mi misma.

Stark se dio cuenta que de momento se había olvidado de él.

Cabalgó un rato en silencio y luego, repitiendo las palabras de Delgaun dijo lentamente:

— Beryld, quizá has olvidado algo, No tengo nada para ti, sólo eres una mujer para una hora.

Stark vio que iba a estallar, por un instante sus ojos brillaron y su respiración se transformó en un jadeo. Luego se serenó, rió y dijo.

— El salvaje también es un loro, además una hora puede ser mucho tiempo, tan largo como la eternidad si se quiere que sea así.

— Si, dijo Stark, muchas veces he pensado así, esperando que me alcanzara la muerte, oculta en una grieta entre las rocas. Hablo de los aguijones de los grandes lagartos, su picadura el fatal.

Se levantó sobre su silla, colocando sus hombros más arriba que de los de ella, que estaban desnudos a pesar del viento cortante.

— Mis horas con mujeres, suelen ser muy cortas, dijo, las tengo después de la batalla, cuando hay tiempo para tales asuntos, quizá entonces venga a verte.

Se alejó y prosiguió su camino sin mirar hacia atrás, la piel de su espalda hormigueando con la espera de un cuchillo arrojadizo. Pero lo único que le siguió fue el preocupante sonido de una risa apagada por el viento.

Llegaba la aurora. Kynon hizo una seña a Stark para que se colocara a su lado y señaló al cruel yermo de arena punteado aquí y allá con rocas de basalto negro que surgían en el blanco resplandeciente.

— Este es el terreno por el que conducirás a mis hombres, conócelo como la palma de tu mano. También le estaba hablando a Luhar. Aprended donde está cada pozo de agua, cada posición ventajosa, cada sendero que conduce hacia la Frontera. No hay mejores luchadores que los hombres de las Tierras Secas cuando son bien dirigidos, vosotros debéis demostrarles que los podéis dirigir. Trabajareis con sus propios caudillos: Freka y los demás, los encontraréis cuando lleguemos a Sinharat.

Luhar preguntó -¿Sinharat?

— Es mi cuartel general, se encuentra, más o menos, a siete días de marcha, se trata de una ciudad isla, tan antigua como las lunas. El culto a los Ramas fue importante en estos lugares, la leyenda dice que es una especie de lugar sagrado para las tribus, por esto lo elegí.

Dio un profundo suspiro y sonrió, mirando el fondo del mar muerto hacia la Frontera, sus ojos tenían la misma luz, sin piedad, del sol que quemaba el desierto.

— Muy pronto, dijo más para él mismo que para los demás, sólo dentro de un puñado de días, ahogaremos a los estados de la Frontera en su propia sangre, después…

Rió muy suavemente y no dijo más. Stark podía creer que lo que Berild decía de él era cierto. Había una llama de ambición en Kynon, capaz de arrasar cualquier obstáculo que apareciera en su camino.

Midió la fuerza y el tamaño del bárbaro, de elevada estatura, con rostro de aspecto de águila, considerando el hierro que ocultaba su jovialidad. Lueg Stark, también miró hacia la Frontera y se preguntó si alguna vez volvería a ver Tarak o escuchar de nuevo la voz de Simón Ashton.

Durante tres días marcharon sin incidentes. Al medio día hacían un campamento sencillo y dormían las horas más calurosas, luego proseguían su marcha, bajo el cielo que se iba oscureciendo, una larga línea de hombres altos y monturas robustas, con la litera escarlata surgiendo, como una extraña flor, en medio de la fila… El sonido de los arneses, el polvo y las pezuñas acolchadas pisando los huesos del mar, dirigiéndose a la ciudad isla de Sinharat.

Stark no volvió a hablar con Berild. Ni ella envió a buscarlo. Se cruzó con Fianna en el campamento, se sonrieron y siguieron su camino. Por su bien, no se paró a conversar con ella.

Ni Luhar, ni Freka se le acercaron. Le evitaban ostensiblemente, salvo cuando Kynon reunía a todos para discutir alguna cuestión de estrategia. Los dos parecía que se habían hecho amigos, bebían juntos de la misma botella de vino.

Stark dormía siempre junto a su montura, con la espalda guardada y la pistola dispuesta. Las duras lecciones aprendidas en su niñez habían calado en su cerebro, si aparecía un hoyo en el camino, oculto por el polvo, el lo advertía antes que su cabalgadura.

Hacia el amanecer de la cuarta noche, el viento, que parecía no detener nunca su aullido, comenzó a disminuir. Al llegar la aurora había cesado por completo, el sol naciente tenía un tinte de sangre. Los pies de las cabalgaduras levantaron polvo que volvió a caer en el mismo sitio de donde se había alzado.

Stark comenzó a olfatear el aire, cada vez con más frecuencia miraba hacia el norte donde se encontraba una larga cuesta, tan lisa como la palma de la mano, que se extendía más allá de lo que era capaz de ver.

Una inquietud comenzó a crecer dentro de él sin parar. Se adelantó para unirse a Kynon.

— Viene una tormenta de arena, dijo, y volvió su cabeza hacia el norte.

Kynon le miró con curiosidad.

— Incluso sabes la dirección correcta, se podría pensar que eres un nativo. Miró con enfado creciente la gran extensión de terreno.

— Quisiera estar más cerca de la ciudad, pero un lugar es tan malo como otro cuando sopla el khamsin, lo único que hay que hacer es seguir moviéndose, eres un pero muerto si te paras, muerto y enterrado.

Juró con una extraña mezcla de torpe anglo-sajón en su blasfemia marciana, como si pensara que la tormenta era un enemigo personal.

— Pasa la voz a los guerreros, que aligeren sus cargas y saquen a Berild de su maldita litera. ¿Te atrae, verdad Stark?. Yo seguiré en cabeza de la columna, no os quedéis separados, sobre todo ¡ No os quedéis separados!.

Stark asintió con la cabeza y fue hacia atrás de la columna, hizo que Berils montara una cabalgadura y abandonaron la litera allí, una brillante mancha carmesí en las arenas, con sus cortinas bajadas lánguidamente, en completo silencio.

Nadie habló mucho. Las cabalgaduras fueron forzadas hasta el límite de su velocidad Estaban nerviosas e irritables, dispuestas a romper la línea y correr en estampida. El sol se alzaba cada vez más.

Transcurrió una hora.

El aire sin viento vibraba. El silencio oprimía la caravana con una mano amenazadora. Stark iba del principio y al final de la formación echando una mano a los mozos que sudaban dirigiendo a los animales de carga, que ahora sólo llevaban pellejos de agua y la comida más sencilla. Fianna cabalgaba junto a Berild.

Transcurrieron dos horas.

Por primera vez, en este día, se oyó un sonido en el desierto.

Vino de lejos, un gemido susurrante, como el grito de una giganta que estuviera dando a luz. Sonó más próximo, aumentando su intensidad conforme se aproximaba, como un crujido seco y amargo que llenara todo el cielo, lo sacudiera y lo desgarrara, hasta dejarlo abierto para que salieran todos los vientos del infierno.

La tormenta golpeó con rapidez. En un momento el aire estaba claro e inmóvil, al siguiente no se podía ver con el polvo y el viento producía un ruido como si, con una furia demoníaca, desgarrara todo lo que se encontraba en su camino.

Stark espoleó su montura hacia las mujeres, éstas aunque se encontraban sólo a unos pocos pies de distancia, ya estaban ocultas por un velo de arena mezclada con polvo.

Alguién se dirigió a tientas hacia él en la oscuridad. Unos cabellos largos azotaron su rostro. Comenzó a gritar ¡Fianna!, ¡Fianna!. Una mano de mujer tomó la suya y una voz le respondió, pero no pudo entender las palabras.

Entonces, de repente, su montura se aproximó a otros cuerpos escamosos. La presa de la mujer se deshizo. Unas fuertes manos de hombre le agarraron, pudo distinguir, en forma borrosa el aspecto de los dos hombres que tenía a su lado:

Luhar y Freka.

Su montura dio una gran sacudida y cayó hacia delante. Stark fue arrojado de la silla y cayó hacia atrás en la terrible arena.

VII

Por un momento permaneció medio atontado y sin respiración. Se oyó un terrible grito de reptil, sonando agudo en medio del bramido del viento. Formas borrosas pasaron a su lado y por dos veces fue casi aplastado por las pezuñas titubeantes de las monturas.

Luhar y Freka habían esperado hasta que se presentó su oportunidad. Fue maravillosamente sencillo, simplemente dejar a Stark solo y a pie, la tormenta y el desierto harían el trabajo por ellos, sin que nadie les pudiera reprochar culpa alguna.

Stark se puso de pie, entonces un cuerpo humano le golpeó en las rodillas y lo volvió a derribar. Agarró este cuerpo haciendo presa en él hasta que se dio cuenta de que la carne que tenía entre sus manos era suave y estaba vestida con tejido de seda. En ese momento vio que estaba agarrando a Berild.

— Era yo, yo, gritó, y no Fianna.

Oyó sus palabras muy débilmente. Aunque sabía que ella estaba gritando con toda la fuerza de sus pulmones. Ella debía haber sido derribada de su propia, montura cundo Luhar se interpuso entre ambos.

Sujetándola firmemente, de forma que no fuera arrastrada por el viento, Stark se levantó otra vez. A pesar de su fuerza era casi imposible permanecer de pie.

Ciego, mudo, medio asfixiado, luchó para seguir avanzando unos pocos pasos, de repente una de las monturas de carga, con gran ímpetu y dando un chillido agudo, surgió como una sombra detrás de él.

Gracias a la Providencia y a sus propios rápidos reflejos pudo agarrar sus correas de carga, sujetándolas con la tenacidad de un hombre dispuesto a no morir, tropezó una y ora vez, sujetándolo hasta que Berild consiguió agarrar las riendas. Entre ambos consiguieron derribar a la criatura.

Stark se abrazó a su cabeza mientras la mujer trepaba a su lomo, agarrando con su brazo las correas del arnés. Un echarpe de seda se extendió hacia él, lo tomó y lo ató alrededor de la cabeza de la cabalgadura, dejándole que pudiera respirar, esto tranquilizó a la bestia que después se quedó más tranquila.

No había ninguna dirección que seguir, ni se veía nada en éste infierno ululante. La caravana parecía haber sido dispersada como un montón de hojas en otoño. En los pocos instantes que Stark había permanecido quieto, sus piernas se habían enterrado hasta las rodillas, en un manto de arena que ondulaba como si fuera agua, empujó para quedar libre y recordando las palabras de Kynon, comenzó a andar, yendo hacia ninguna parte.

Berild desgarró su tenue vestido y le dio otro pedazo de seda para él mismo, lo ató alrededor de su nariz y de sus ojos, de forma que pudo ver algo.

Tropezando y tambaleándose, golpeado por el viento, como un niño es golpeado por un hombre fuerte, Stark siguió caminando, esperando contra toda esperanza encontrar el cuerpo principal de la caravana, aun sabiendo que esta ilusión era vana.

Las horas que siguieron fueron una pesadilla. Cerró su mente al sufrimiento, de una forma que un hombre civilizado habría encontrado imposible. En su niñez había habido días y noches y problemas sencillos, cómo sobrevivir el período de luz, para luego poder luchar para sobrevivir el período de oscuridad que venía después. Cada problema y cada peligro de uno en uno.

Ahora sólo había algo necesario, mantenerse en movimiento, olvidar el mañana, o qué le sucedería a la caravana o donde podía estar la pequeña Fianna con sus ojos brillantes. Olvidar la sed y el dolor que producía respirar y el fiero azote de la arena sobre su piel desnuda. Sólo no quedarse quieto.

Estaba oscureciendo cuando la cabalgadura volvió a caer al tropezar con una pata delantera en un a piedra medio enterrada. Stark le dio una muerte rápida y misericordiosa, tomaron las correas del arnés y se ataron los dos con ellas. Cada uno tomó tanto alimento como podía llevar y Stark se echó al hombro el único pellejo de agua con que la Fortuna les había agraciado.

Comenzaron a andar tambaleantes, pero Berild no se quejó.

Cayó la noche y todavía soplaba el khamsin. Stark se maravilló de la resistencia de la mujer, ya que sólo la tuvo que ayudar cuando se cayó. Él había perdido toda su sensibilidad, su cuerpo era simplemente una cosa que continuaba moviéndose porque se le había ordenado que no parara.

La niebla que cubría su mente, se había vuelto tan espesa como la negra oscuridad de la noche. Berild había cabalgado todo el día, pero él había ido caminando, e incluso su fuerza tenía un límite, al que se estaba aproximando por momentos, pronto estaría demasiado cansado, incluso para tener miedo.

En algún momento indeterminado, se dio cuenta de que Berild se había caído y que la estaba arrastrando por las correas que los unían. Se volvió, medio cegado, para ayudarla a levantarse. Ella decía algo, gritaba su nombre luchando para que pudiera oír sus palabras y comprenderlas.

Al final lo pudo hacer, se quitó el trapo de su rostro y respiró aire limpio. El viento había amainado, el cielo se estaba quedando claro.

Se dejó caer sobre sus mismas huellas y se durmió, con la exhausta mujer, medio muerta, a su lado.

Al empezar a clarear, ambos fueron despertados por la sed. Bebieron del pellejo y luego siguieron, por algún tiempo, sentados, mirando el desierto y el uno al otro, pensando en lo que les esperaba.

Stark preguntó — ¿Sabes dónde estamos?

— No exactamente. El rostro de Berild estaba ensombrecido por el cansancio, había cambiado y en cierto sentido, a Stark, le parecía más hermoso, ya que no había rastro de debilidad en él.

Ella meditó un rato, mirando hacia el sol. -El viento sopla del norte, dijo, lo que quiere decir que nos hemos desviado hacia el sur de la pista de las caravanas. Sinharat se encuentra en esta dirección más allá del yermo que se conoce como El Vientre de las Piedras. Señaló el norte y el este.

— ¿A qué distancia está?

— A pié, siete u ocho días

Stark midió sus existencias de agua y negó con la cabeza. Habrá que caminar sin agua.

Se levantó y cogió el pellejo del agua, Berild se colocó a su lado sin decir palabra. Su pelo rojo caía suelto sobre sus hombros. Los harapos de su vestido de seda habían sido arrancados por el viento, dejándole únicamente, la falda suelta de las mujeres del desierto, su cinturón y su collar cuajado de joyas.

Ella caminaba erguida con zancadas continuadas y ondulantes, a Stark se le hacía imposible recordarla como había sido anteriormente, cabalgando como una reina indolente en su litera escarlata.

No tenían ningún medio de resguardarse del sol del mediodía. Sin embargo, el sol de Marte, incluso en su momento más cálido, era un pálido candil si se le comparaba con el sol de Mercurio y éste no había molestado a Stark. Hizo que Berild se acostara en la sombra que proyectaba su propio cuerpo, observando su cara relajada y extraña cuando dormía.

Por primera vez, se dio cuenta de que había algo extraño en ella. En Valkis, prácticamente no la había visto y durante la marcha tampoco mucho. Ahora había poco de su mente y de su corazón que le ocultara.

¿O no?. Había momentos, mientras ella dormía, en que sombras de sueños extraños cruzaban su rostro, a veces, en el momento de despertar, pudo ver en sus ojos una mirada que no podía interpretar, entonces sus sentidos primitivos vibraban con vago susurro de aviso.

Berild se comportó magníficamente a lo largo de aquellos días ardientes y de aquellas noches gélidas, torturada por la sed y cansada hasta el agotamiento. Su piel blanca se estaba oscureciendo por el sol y su cabello se había transformado en una roja crin salvaje, pero sonreía y sus pies seguían avanzando resueltamente. Stark pensó que era la criatura más hermosa que había visto jamás.

Al cuarto día subieron una cuesta de piedra caliza, erosionada por el mar en edades pasadas, y miraron el lugar que era llamado el Vientre de las Piedras.

Delante de ellos, el fondo del mar se curvaba hacia abajo, formando una especia de gigantesca hondonada, el borde más lejano, se perdía entre las brillantes olas de calor. Stark pensó que nunca, ni siquiera en Mercurio, había visto un lugar más cruel y completamente olvidado de los dioses y de los hombres.

Parecía como si algún glaciar primitivo en la oscura época en que Marte era joven hubiese venido a morir aquí, cavando su propia tumba. El cuerpo del glaciar se había fundido tiempo ha, pero había dejado sus huesos.

Huesos de basalto, de granito, de mármol y de porfirio, de cada forma, color y tamaño que se pudiera imaginar, arrastrados por el hielo en su marcha hacia el sur desde el polo y depositado aquí como un túmulo funerario para señalar el lugar de su defunción.

El Vientre de las Piedras, Stark pensó que tenía otro nombre: Muerte-

Por primera vez, Berild perdió su ánimo. Se sentó y se tapó la cara con las manos.

— Estoy cansada, dijo, además tengo miedo.

Stark preguntó — ¿Se ha cruzado alguna vez?

— Una vez, pero se trataba de una partida de guerreros, montados y bien aprovisionados.

Stark miró a la extensión llena de piedras y dijo -¡la cruzaremos!.

Berild levantó su cabeza — No se como, pero te creo. Se levantó pausadamente y puso sus manos sobre el pecho de Stark, notando el potente latido de su corazón.

— Salvaje, dame tu fuerza, susurró, la necesitaré.

Stark la abrazó y la besó, pero sus labios estaban secos y sangraban por la terrible sed padecida. Luego descendieron hacia el lugar denominado el Vientre de las Piedras.

VIII

El desierto había sido un lugar placentero y agradable. Stark miró hacia atrás con añoranza a pesar de que este infierno de rocas ardientes era muy parecido a los valles de su infancia. A Stark no se le pasó por la cabeza tumbarse y dejarse morir.

Descansaron un rato en el refugio que ofrecía una grieta situada bajo una losa de piedra rojo sangre que sobresalía, humedeciendo sus lenguas hinchadas con unas gotas de agua maloliente del pellejo. Al anochecer bebieron las últimas gotas, pero Berild no le dejó abandonar el pellejo para llevar agua.

Oscuridad, un silencio lunar. El aire frío absorbía de las rocas, el calor del día, dejando caer la helada nocturna, así que Stark y la mujer de cabellos rojos debían seguir moviéndose o congelarse.

La mente de Stark cada vez estaba más aturdida. Hablaba de vez en cuando con un susurro ronco, volviendo frecuentemente a su dura lengua materna, la del Cinturón Crepuscular. Le parecía que estaba cazando, como tantas veces antes, en los lugares sin agua, en donde la sangre del gran lagarto le salvaría de la sed.

Sin embargo, en el Vientre de las Piedras no vivía nada, nada salvo los dos seres que se arrastraban y daban tumbos mientras lo cruzaban, bajo las pequeñas lunas.

Berild cayó y no pudo levantarse de nuevo. Stark se agachó a su lado, su rostro mirando al suyo, blanco a la luz de las lunas, sus ojos ardiendo y a la vez extraños.

— ¡No moriré!, susurró, no a él sino a los dioses, -¡No moriré!

Agarró puñados de arena y rocas cortantes, empujándose hacia delante. La locura que la mantenía con vida era algo misterioso.

Stark la levantó y cargó con ella. Su respirar se transformó en profundos suspiros. Tras un rato, él también cayó, siguió a cuatro patas, como un animal arrastrando a la mujer.

Se dio cuenta, de forma confusa, que estaba subiendo, la aurora clareaba en el cielo. Sus manos se deslizaron sobre un borde de arena y cayó, dando vueltas por una suave pendiente. Por fin se detuvo y quedo tendido sobre su espalda, como un cadáver.

El sol estava alto cuando recuperó la conciencia. Vio a Berild tumbada cerca de el y se arrastró hacia ella, sacudiéndola hasta que abrió los ojos, sus manos se movieron con debilidad y sus labios se movieron para pronunciar las mismas dos palabras ¡No moriré!.

Los ojos de Stark miraron hacia el horizonte, rezando por encontrar algún indicio de Sinharat, pero allí no había nada, solo el desierto y la arena. Con gran dificultad hizo que la mujer se pusiera de pié, sujetándola.

Intentó decirle que debían seguir, pero no pudo formaar las palabras. Solo con gestos pudo urgirla a proseguir hacia delante, en dirección a la ciudad.

Pero ella rechazó seguir -demasiado lejos… morir…sin agua…

Él sabía que tenía razón, pero aún no estaba dispuesto a dejarse morir.

Ella comenzó a alejarse de él, encaminándose hacia el sur, pensó que se había vuelto loca y estaba vagando al azar. Entonces se dio cuenta que estaba mirando fijamente, con terror, la línea que formaba este borde del Vientre de las Piedras, ésta formaba una gran cresta dentada como la espina dorsal de una ballena y a unas tres millas de distancia se levantaba como una aleta de roca rojiza, curvándose en medio del desierto.

Berild hizo con su garganta un ruido, como de llanto y comenzó a dirigirse hacia el distante promontorio.

Stark la alcanzó y procuró detenerla, pero ella no quería que la pararan, dirigiéndole una mirada de miedo.

Ella gritó -¡Agua! Y señaló.

Él estaba seguro de que se había vuelto loca, así se lo dijo forzando a su garganta a pronunciar estas dolorosas palabras, recordándole Sinharat y que se estaba alejando de cualquier posible ayuda.

Ella le dijo de nuevo, sin asomo de locura, -Demasiado lejos, dos o tres días sin agua. Luego señaló -El monasterio, un viejo pozo, una oportunidad…

Stark decidió que tenía poco que perder confiando en ella. Asintió con la cabeza y la siguió hacia la roca curvada.

Las tres millas podían haber sido trescientas. Al fin llegaron bajo los rotos acantilados, allí ni había nada más que arena.

Stark miró a la mujer, una gran rabia y un profundo sentido de la inutilidad de todo se apoderó de él. De verdad estaban perdidos.

Pero Berild se había adelantado unos pocos pasas, con un grito ronco se agachó y vio que era una columna tallada, medio enterrada. En ese momento pudo imaginarse la forma de las ruinas, reducidas a unas pocas columnas rotas.

Por un largo rato Berild permaneció de pie junto al pilar con los ojos cerrados. Stark tuvo el fantasmal sentimiento de que ella estaba visualizando el lugar como había sido, aunque las paredes se habían convertido en polvo hacía mil años. Luego ella se movió, la siguió y se dio cuenta de lo extraño que era verla, siguiendo el trazado de desaparecidos pasillos, sobre la arena desnuda.

Ella se detuvo en una amplia superficie plana, que pudo haber sido un patio central, aquí se arrodilló y comenzó a cavar.

Stark se agachó a su lado, ambos escarbaron como una pareja de perros en la arena blanda. Las uñas de Stark se deslizaron sobre algo duro, un brillo amarillo se vio a través de la arena ocre, en pocos minutos habían una tapa dorada de seis pies de largo, fuerte y maravillosamente grabada con los símbolos de algún dios del mar largo tiempo olvidado.

Stark se esforzó en levantarla, pero no pudo moverla, entonces Berild presionó un resorte oculto y la tapa se deslizó dejando una apertura. Bajo ésta, protegida a través de las edades, el agua, dulce y fresca, corría entre piedras cubiertas de musgo.

Una hora más tarde, Stark y Berild yacían dormidos, con la piel humedecida, sus mismos cabellos empapados de la bendita humedad.

Aquella noche, cuando las pequeñas lunas navegaban sobre el desierto, se sentaron junto al pozo con un sentimiento animal de descanso y felicidad. Stark miró a la mujer y dijo:

— Ahora te conozco

— ¿Salvaje, qué sabes?

— Que tu eres una Rama, ella no respondió inmediatamente, luego dijo

— Fui criada en estos desiertos. ¿Es tan extraño que conociera este pozo?

— Lo extraño es que no lo mencionaras antes, tenías miedo de que si me traías aquí tu secreto fuera revelado, pero al final era esto o la muerte.

Avanzó estudiándola.

— Si tu me hubieras conducido directamente al pozo, no me hubiera extrañado, pero tu te has detenido para recordar cómo estaban construidos los salones y donde estaban las puertas que conducían al patio interior. Tu viviste en este lugar antes de que cayera en ruinas y nadie, ni siquiera Kynon, lo conoce, sólo tú.

— Salvaje sueñas, la luna está en tus ojos.

Stark negó lentamente con su cabeza, -Lo sé.

Ella rió y extendió los brazos sobre la arena.

— Sin embargo soy joven, dijo, los hombres dicen que soy hermosa, es bueno ser joven, la juventud no tiene nada que ver con las cenizas y los cráneos vacíos

Ella le tocó el brazo y desde las puntas de sus dedos, pequeños dardos de fuego corrieron a través de su carne tibia.

— Salvaje olvida tus sueños, son locuras que se han ido con el amanecer.

La miró a la clara y pálida luz de las lunas, era joven y su cuerpo estaba bien proporcionado, sus labios estaban sonriendo.

Él inclinó su cabeza, los brazos de la mujer le rodearon, su cabello rozó suavemente sus mejillas. Luego, de repente, ella mordió cruelmente los labios de Stark, éste gritó y la empujó lejos, ella se sentó sobre sus talones riéndose de él.

— Esto por decir el nombre de Fianna en vez del mío cuando comenzó la tormenta.

Stark la maldijo. Había un sabor de sangre en su boca, la alcanzó y la agarró, ella volvió a reír, un sonido particularmente dulce y maligno.

El viento sopló sobre ellos, susurrando, el desierto estaba silencioso.

Permanecieron dos días entre las ruinas, al atardecer del segundo día Stark llenó el pellejo de agua y Berild volvió a colocar la dorada cubierta del pozo, luego comenzarón el largo camino hacia Sinharat.

IX

Stark la vió levantándose contra el cielo del alba, una ciudad de oro y mármol, construida encima de una isla de coral rosa y rojo, que había quedado al aire al desaparecer el mar. Sinharat la Inmortal.

Sin embargo había muerto, cuando se fueron acercando, lenta y trabajosamente a través de la arena, vio que el lugar no era más que un bello cadáver, las hermosas torres estaban derruidas, los palacios sin techo estaban abiertos al cielo. La vida que Kynon y sus ejércitos pudieran haber engañosamente otorgado a Sinharat no era más que el rápido pasar de hormigas a través de los perfectos huesos de los muertos.

— ¿Cómo era Sinharat antiguamente?, preguntó, — ¿rodeada de aguas azules y con las banderas ondeando?.

Berild se puso de mal humor y lo miró de forma calculadora.

— Te dije antes que olvides esa locura, si lo cuentas, nadie te creerá

— ¿Nadie?

— Salvaje, es mejor para ti que no me enfades, dijo tranquilamente -puedo ser tu única esperanza de vida antes de que esto termine.

No volvieron a hablar, encaminándose con pasos lentos y cansados hacia la ciudad.

Los ejércitos de Kynon estaban acampados en el desierto, bajo los acantilados de coral. Los altos guerreros de Kesh y Shun esperaban, junto con sus mujeres, cabalgaduras y brillantes lanzas, a los gaiteros que tocaran el toque de marcha hacia la Frontera. Las tiendas de piel y las estacas colocadas en largas filas eran incontables. A lo lejos, una nave espacial tipo Kallman, que Stark reconoció como perteneciente a Knighton, ponía una nota de incongruencia en el paisaje.

Los vigilantes divisaron a lo lejos dos figuras agotadas. Hombres mujeres y niños se dirigieron corriendo hacia ellos a través de la arena, mientras se levantaba un gran clamor de bienvenida. En lugar de la soledad que había experimentado por días, ahora se encontraba apretado por miles de personas. Berild fue izada y llevada en hombros por dos jefes, la gente también hubiera llevado así a Stark, si lo hubiera permitido.

Una escalinata con tramos de anchos escalones estaba tallada en el coral. La multitud siguió adelante junto con ellos. Delante iba Eric John Stark e iba sonriendo. De vez en cuando hacía una pregunta, pero los hombres se apartaban de las preguntas y de su sonrisa.

Subió hasta el final de la escalinata, con un paso largo y continuado, entrando en las calles de Sinharat, preguntando.

— ¿Dónde está Luhar de Venus?

Todos los hombres leían la muerte en su cara, pero ninguno osó detenerlo.

Atraídos por el clamor, salió la gente de las hermosas ruinas, una marea humana se extendió por las anchas avenidas, las calles de coral rosa enrojecido, hasta llegar a la plaza ante el gran palacio de oro, marfil y mármol blanco que resplandecía bajo el sol.

Luhar de venus bajó los amplios escalones, fresco por haber dormido, su blanco cabello desordenado, sus ojos todavía adormecidos.

Otros salieron por la puerta detrás de él, Stark no los vió, no le importaban. Berild, que gritaba su nombre mientras los jefes la llevaban en hombros, no le importaba. Lo único que le importaba era él y Luhar.

Cruzó la plaza sin apresurarse, un gigante oscuro destrozado, en harapos. Vió a Luhar detenerse en el último escalón, vió que el sueño y el atontamiento abandonaban los ojos del venusiano, que miraron primero a la mujer del pelo rojo y luego a él mismo, vio como el miedo y el odio inmortal lo dominaban.

Alguien se colocó entre él y Luhar, Stark levanó al hombre y lo arrojó a un lado y sin interrumpir sus pasos siguió su camino. Luhar se volvió a medias, podía haber huido y entrar en el palacio, pero en ese momento había mucha gente entre él y la puerta. Se agachó y empuñó su pistola.

Stark saltó.

Saltando, como una gran pantera negra, le golpeó por debajo. El disparo de Luhar pasó por encima de su espalda, no hubo más disparos. Durante un instante, terriblemente corto y silencioso, dos hombres permanecieron enmarañados el uno sobre el otro, luchando envueltos en una especie de éxtasis. Después Luhar gritó.

Stark notó confusamente que había manos, muchas manos, intentando apartarle, permaneció pegado al venusiano, gruñendo hasta que fue apartado por la fuerza superior de los que intentaban apartarlo. Luchó contra sus captores, a través de la niebla rojiza vio el rostro de Kynon, próximo al suyo y muy enfadado. Luhar todavía no estaba muerto.

— Te avisé Stark, dijo furiosamente Kynon, te avisé.

Los hombres se agachaban sobre Luhar, Knighton, Walsh, Themis, Reeds Arrod. Stark vio que Delgaun estaba entre ellos. No se preguntó en ese momento como había llegado a Valkis la orden de que Delgaun y sus mercenarios recorrieran el fondo del mar muerto buscando a la mujer de cabello rojo. Simplemente se dio cuenta de que Delgaun estaba allí.

Con frases cortas y jadeantes Stark explicó como Luhar y Freka habían intentado matarle y como Berild se había extraviado con él.

Kynon se volvió hacia venusiano. La muerte ya brillaba en sus ojos color gris nube, pero no se había apagado el odio y el veneno.

— Miente, susurró Luhar, le vi que intentaba huir y llevarse a la mujer.

Luhar de Venus se vengó con su último aliento.

Freka empujó hacia delante, ansioso de decir su parte, -Así fue, dijo, estaba con Luhar y también lo vi.

Delgaun rió, con una risa cruel y silenciosa. Se levantó y miró a Berild.

Los ojos de Berild llameaban, ignoró a Delgaun y le habló a Kynon.

— Imbécil, no puedes ver que le odian, lo que dice Stark es verdad, yo habría muerto en el desierto por culpa de estos miserables, si no hubiera sido porque Stark es mejor hombre que todos vosotros.

Delgaun dijo -Extrañas palabras dichas por una mujer a su marido, quizá, después de todo, Luhar mienta, quizá no fuera Stark quien quería huir sino tú.

Ella le maldijo con una antigua maldición, Kynon la miró sombriamente. Dijo a los hombres que sujetaban a Stark -Encadenadle abajo, en las mazmorras, luego tomó del brazo a Berild y entró con ella en el palacio.

Stark luchó hasta que alguien tras él le golpeó con el extremo de una lanza haciéndole perder el conocimiento. La última cosa que vio fue el rostro de Fianna, en pié apartada de la multitud, con sus amplios ojos llenos de lástima y amor.

Llegó a un lugar frío, piedra seca.

Había una argolla de hierro alrededor de su cuello unida con una cadena de cinco pies a una anilla en la pared. La celda era pequeña, una puerta de barras de hierro cerraba la única entrada, más allá se encontraba una plazoleta abierta con las puertas de otras celdas a su alrededor, encima se veía un emparrillado de piedra abierto al exterior. Adivinó que el lugar estaba construido bajo alguno de los patios del palacio.

No había otros prisioneros, lo que si había era un guardia, un bárbaro de hombros poderosos que estaba sentado en el bloque de las ejecuciones, en el centro de la plazoleta, con una espada y una jarra de vino. El guarda observaba al cautivo Stark y sonreía.

Freka

Cuando vio que Stark se había despertado, Levantó la jarra y rió -Aquí estarás hasta tu muerte, sólo los condenados vienen aquí.

Bebió, después no siguió hablando simplemente permaneció sentado sonriendo.

Stark no dijo nada. Esperaba con la misma paciencia inhumana con la que había esperado a sus captores bajo la colina rocosa.

La tenue luz del día desapareció del emparrillado, llegó la oscuridad atemperada por el pálido brillo de las lunas. Freka se transformó en una estatua, de hombre, plateada, sentada en el bloque de las ejecuciones, los ojos de Stark brillaron.

La jarra vacía cayó y se rompió. Freka se levantó, tomó la espada desnuda en su mano y cruzó la plazoleta hasta llegar frente a la celda. Levantó la barra exterior que cerraba la puerta, la cual cayó al suelo con un gran estruendo metálico y entró.

— De pié extranjero, ponte de pié y enfréntate al acero, después dormirás en un pozo de coral y ni siquiera los gusanos te encontrarán.

— ¡Perro del Shanga! gritó Stark con desprecio y colocó su espalda contra la pared a fin de poder disponer de la cadena en toda su longitud.

Vio el brillante acero relampaguear en el aire, hacia arriba y luego hacia abajo, pero cuando cayó el golpe, él ya había saltado a un lado u la punta de la espada golpeó la piedra. Stark saltó para agarrarlo.

Sus dedos se deslizaron por el duro músculo y Freka se apartó, era un luchador y no de los débiles. La argolla de hierro se clavó dolorosamente en la garganta del terrestre y la pesada cadena le arrastró hacia atrás, Freka se rió a carcajadas, la espada relampagueó con ansia de sangre.

Luego, como si de repente se hubiera formado a partir de las sombras, Fianna apareció en el portal. La pequeña pistola que empuñaba emitió un silbante rayo de fuego. Freka gritó una sóla vez y cayó. No se volvió a mover.

— ¡Cerdo! Dijo Fianna sin emoción, -Delgaun le ordenó esperar hasta estar seguro de que Kynon no vendría aquí abajo a hablar contigo, luego se diría que tu habías escapado de alguna manera con la ayuda de Berild.

Ella pisó el cuerpo y abrió la argolla con una llave que tomó de su cinturón.

Stark abrazó gentilmente sus delgados hombros entre sus brazos -¿Eres una joven bruja que conoces todas las cosas y siempre apareces cuando te necesito?

Ella le miró profundamente con una extraña mirada. En la oscuridad su joven rostro no le era familiar, envuelto en un aura fantasmal y triste. Stark hubiera querido ver los ojos de la muchacha más claramente.

— Conozco todas las cosas que debo conocer, le dijo cansadamente — Pienso que eras mi única esperanza, quizá la única esperanza de Marte.

La abrazó y la besó y le tocó la cabeza -eres demasiado joven para preocuparte con los destinos de los mundos.

Notó como temblaba -la juventud del cuerpo sólo es una ilusión cuando la mente es vieja.

— ¿La tuya es vieja, pequeña?

— Vieja, tanto como la de Berild

ÉL sintió las lágrimas calientes correr por su piel, ella era como un niño pequeño en sus brazos.

— Luego tu sabes quién es ella, dijo Stark.

— Si

Hizo una pausa y preguntó ¿Y Delgaun?

— Delgaun también

— Así lo pensaba, dijo Stark, asintió con la cabeza mientras observaba las franjas de la luz de las lunas en la plazoleta -Hay cosas que debo conocer por mi mismo, pero ahora sería mejor salir de aquí -¿Te envió Berild?.

— Si, tan pronto como pueda quitarle la llave a Kynon. Ella te está esperando. Fianna removió el cuerpo de Freka con el pié -arrastremos esto, lo ocultaremos en el pozo que había preparado para ti.

Stark cargó el cuerpo sobre sus hombros y siguió a la muchacha a través de un dédalo de corredores, algunos tan oscuros como la pez otrosdebilmente iluminados por las lunas. Fiana se moví a con la misma seguridad que si estuviera en la plaza principal al mediodía. Había un silencio de muerte en estos túneles junto con el tenue perfume seco de la eternidad.

Por fin Fianna susurró — Aquí ten cuidado

Le dio la mano para guiarle, pero los ojos de Stark eran como los de un gato en la oscuridad. Llegaron a un sitio en donde la roca, con la que los antiguos albañiles que habían construido estos túneles, daba paso al coral originario.

Bocas oscuras y destrozadas se abrían en el coral, entradas a ocultas catacumbas que se encontraban debajo. Stark arrojó el cuerpo de Freka en el pozo más próximo y luego, a disgusto, arrojó su espada detrás.

— No la necesitarás le dijo Fianna. -Además te reconocerían por ella, esta noche será lo bastante amarga sin necesidad de que los hombres de Shunn busquen vengar la muerte de Freka.

Stark escuchó un deslizar lejano en el pozo y tembló. Deseaba irse de allí, estaba contento de seguir a Fianna apartándose de este lugar de la oscuridad y del silencio de la muerte.

Se detuvo en un lugar donde un rayo de luz de las lunas penetraba a través de una extensa grieta en el techo del tunel.

— Ahora hablaremos, dijo Stark.

Fianna asintió con la cabeza -A llegado el tiempo para ello.

— Hay mentiras en todas partes, dijo Stark -Estoy envuelto en mentiras, tu sabes la verdad sobre esta guerra de Kynon, cuéntamela.

— La verdad sobre Kynon es simple, le respondió, hablando lentamente y escogiendo sus palabras. -Quiere tierra y poder, conquistas, verterá la sangre de su pueblo por esto, planea emplear a los hombres de los Canales Bajos a las órdenes de Delgaun para controlar a los guerreros de las tribus. Puede ser cierto, como dijo, que quiera conseguir tierras de pasto y agua, pero perderán su libertad y su orgullo, pienso que los ha juzgado equivocadamente, pienso que se levantarán contra él.

Miró a Stark -Planea emplear tus conocimientos y después matarte si llegas a constituir un problema.

— Lo había adivinado ¿Qué hay sobre los otros?

— ¿Los mercenarios extranjeros? Los empleará y luego los conservará como subordinados o bien les pagará y licenciará, si es necesario los matará.

— Dime ¿Qué hay de Berild y Delgaun?

Fianna dijo suavemente -Su verdad también es simple, adoptaron la idea de imperio de Kynon y la extendieron más lejos. Fue idea de Delgaun traer los mercenarios extranjeros. Pensaban emplear a Kynon y a los guerreros de las tribus hasta conseguir la victoria, luego se desharían de Kynon y gobernarían ellos, con los mercenarios extranjeros, sus naves y sus armas poderosas oprimirían tanto a los moradores de los Canales Bajos como a los habitantes de las Tierras Secas.

— De esta forma podrían saquear y violar un mundo. Muchos buitres de fuera de Marte acudirían, atraídos por el olor del botín. Los marcianos lucharían en tanto hubiera esperanza de saqueo, después se convertirían en esclavos para construir el imperio. Sus señores engordarían con el tributo de las Ciudades Estado y de los hombres de la tierra que se hubieran asentado aquí o que quisieran asentarse. Un plan perverso pero que rendiría sus beneficios.

Stark pensó en Knighton, Walsh de la Tierra, Themis de Mercurio, Reeds de Aknuk, Arrod de la colonia de Calixto, pensó en otros como ellos y en lo que harían con sus garras clavadas en el corazón de Marte. Pensó en los ojos amarillos de Delgaun.

Pensó en Berild y se puso enfermo por la repugnancia que le causó.

Fianna se le acercó hablándole en un tono diferente lleno de cuidado y ansiedad por él.

— Te he dicho esto porque sé lo que Berild planea. Esta noche ¡Esta noche es oscura y maligna, la muerte espera en Sinharat!. La tengo muy cerca, lo sé. Eric John Stark, debes seguir a tu corazón. No puedo decirte más.

— La volvió a besar, porque era dulce y muy valiente, luego le guió a través de un oscuro laberinto a donde Berild estaba esperando, con su peligrosa belleza y toda la maldad de las edades en su alma.

X

Salieron de la oscuridad tan rápidamente que Stark parpadeó ante la luz inusual de las antorchas colocadas sobre grandes armazones de plata en las paredes.

El suelo había sido suavizado artificialmente, pero por la demás la cripta parecía formada por la acción del mar sobre el acantilado de coral. No era grande, era como la caverna de un cuento de hadas, las paredes y el techo mostrando las fantásticas formas del coral rosa rojizo. El un extremo se encontraba un cofre dorado lleno de joyas brillantes.

Allí estaba Berild. Su maravilloso cabello estaba peinado y brillante. Su cuerpo estaba todo vestido de blanco, sus brazos y hombros estaban bronceados por los besos del sol del desierto.

Kynon también estaba allí. Estaba inmóvil y silencioso, no volvió su cabeza cuando Fianna y Stark entraron. Sus ojos estaban totalmente abiertos y en blanco, como los de un ciego.

— He estado esperando, dijo Berild -Hay poco tiempo.

Parecía enfadada e impaciente, Stark dijo -Freka está muerto, fue preciso ocultar su cuerpo.

Ella asintió con la cabeza y se volvió hacia la muchacha -Vamos Fianna

Fianna agachó la cabeza y se retiró. No miró a Stark, se pensaía que no le interesaba de ninguna manera lo que sucediera.

Stark miró a Kynon que no se había movido ni hablado.

— Lo tenemos en nuestras manos, dijo Berild contestando a la pregunta no formulada de Stark, -Drogué su vino de forma que su mente quedara abierta a la mía, ahora estará en mi poder todo el tiempo que yo desee que lo esté.

Hipnosis, pensó Stark, Sus nervios estaban comenzando a hacer cosas extrañas, querría volver a la celda y enfrentarse con la espada de Freka, al menos podría luchar abiertamente, sin engaños ni subterfugios.

Berild colocó sus manos sobre los hombros de Stark y sonrió como había hecho aquella noche junto al antiguo pozo.

— Salvaje, esta noche te ofrezco tres dones, dijo, sus ojos le desafiaron, el perfume de su cabello era dulce y enloquecedor.

— Tu vida, el poder…y a mí misma.

Stark dejó deslizarse suavemente sus manos desde sus hombros hasta sus caderas -¿Cómo lo harás? Preguntó.

— Fácilmente, dijo y rió. Ella estaba muy segura y orgullosa de su fuerza y feliz de encontrarse viva. -Muy fácilmente, tu adivinaste la verdad sobre mí, yo soy una de los Dos Veces Nacidos, yo soy una Rama, poseo el secreto del Transmisor de Mentes, el que el gran buey Kynon pretendía tener. Puedo darte vida ahora y para siempre, recuerda salvaje… ¡Para siempre!.

Agachó su oscuro rostro hasta el de la mujer, luego sus labios se tocaron y entonces murmuró -¿Podría tenerte para siempre Berild?

— Hasta que te canses de mí, o yo de ti, le besó y luego añadió con tono de burla -Delgaun me tuvo mil años, estoy cansada de él, muy cansada.

— Mil años es mucho tiempo, dijo Stark, -Yo no soy Delgaun.

— No, tu eres una bestia, un salvaje, un magnífico animal de ojos helados, por esto te amo. Ella le tocó los músculos de su pecho, luego su garganta y añadió -Es una pena que nunca encontrarás otro cuerpo como el que tienes ahora. Debemos preservar éste tanto tiempo como sea posible.

— ¿Qué plan tienes? Le preguntó Stark.

— Simplemente transferiré tu mente al cuerpo de Kynon. Tú serás Kynon con todo su poder, entonces podrás controlar a Delgaun, luego puedes destruirlo, pero no antes de que se gane la batalla, porque necesitamos a los hombres de Valky¡is y Jekkara. Puedes mantener tu cuerpo seguro de sus acechanzas y en el peor de los casos, si por casualidad tuviera éxito y asesinara al hombre que cree eres tú, tú seguirías vivo.

— Y después de la batalla, dijo Stark suavemente -¿ Entonces qué Berild?

— Gobernaremos juntos. Apretó sus palmas contra las suyas. -Salvaje, tienes fuertes manos.

¿No te gustaía tener un mundo entre ellas…y a mí?

Ella le miró, sus ojos repentinamente parecían astutos e interrogadores -¿O todavía crees en las tonterías que dijiste a Kynon sobre las tribus?

Stark sonrió -Es fácil tener principios en los asuntos en los que no hay ganancia. No, soy como dice mi nombre, un hombre sin tribu. No tengo lealtades, y si las tuviera ¿Podría recordarlas ahora?

La mantuvo, como ella había dicho, entre sus manos, que eran muy fuertes.

Pero, aun en esa posición Berild le dijo.

— Préstame juramento, mi sabiduría es mayor que la tuya y tengo poderes de los que tu ni sueñas, lo que te dé puedo retirártelo.

Por respuesta Stark silenció su boca con la suya.

Cuando terminó el beso, ella dijo jadeante -Debemos apresurarnos, las tribus están reunidas, Kynon debía dar la señal de comienzo de la guerra al amanecer. Es mucho lo que debo enseñarte desde este momento hasta entonces.

Ella se detuvo con sus manos sobre la tapa del cofre -Este lugar es secreto, dijo suavemente -desde antes de que el océano murieran este lugar era secreto. Ni siquiera Kynon lo conocía, creo que sólo Delgaun y yo, los Dos Veces Nacidos lo conocemos y ahora tú.

— ¿Y Fianna?

Berild se encogió de hombros -Sólo es mi sirvienta, para ella ésta es simplemente una pequeña caverna en donde guardo mis propias riquezas.

Presionó una serie de salientes que formaban una esructura, siguiendo una secuencia complicada, después se oyó el agudo sonido metálico de un candado al abrirse. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Stark. El animal que moraba en él quería correr, alejarse de todo este asunto que olía a maldad, pero el hombre acató el deseo de Berild y esperó y no se arredró cuando Kynon con sus ojos en blanco como si fuera un cadáver andante, se colocó a su lado.

Berild levantó la tapa dorada, envuelta en un silencio sepulcral.

En el estrado del mercado de esclavos de Valkis, Kynon habí apresentado dos coronas de cristal brillante y una varilla como de fuego. Como el cristal es al diamante, como la pálida luz de las lunas es a la luz del sol, eran las coronas de Kynon a las verdaderas.

En sus manos Berild mantenía las antiguas coronas de los Ramas, las donadoras de vida. Dos círculos de fuego glorioso oscurecían el tenue brillo de las antorchas, formando un nimbo de luz alrededor de la mujer vestida de blanco, de forma que parecía una diosa caminando sobre una nube de estrellas. Todo el ser de Stark se contrajo, ante la belleza, la maravilla y el terror, hasta llegar a ser un punto de dolor helado.

Ella colocó una corona sobre la cabeza de Kynon, incluso el autómata drogado tembló y suspiró al tocar la corona.

La mente de Stark viró apartándose del hecho increíble que iba a suceder, le susurró palabras, palabras apresuradas y desesperadas para mantenerle cuerdo, le habló sobre la estructura eléctrica de la mente, de la sensitividad de los cristales, conductores e impulsos electromagnéticos. Pero esto era únicamente la parte superior de su cerebro, la parte inferior era todavía el cerebro de N´Chaka que creía en dioses y demonios y todos los sortilegios de la oscuridad. Sólo su orgullo impidió que cayera, encogido de miedo, a los pies de Berild.

Ella estaba sobre él, una criatura de ensueño envuelta en una luz sobrenatural. Sonrió, le susurró. -No temas y colocó la segunda corona sobre su cabeza.

Un extraño fuego crepitante pasó a través de su cuerpo. Era como si algún pedazo del corazón de toda la creación hubiera sido colocado en las células del cristal, mediante alguna magia que no se podía adivinar. La fuerza que daba forma al universo, dispersaba a las estrellas y hacía girar a los soles. Había en ello algo que inspiraba respeto, algo casi sagrado.

Sin embargo tenía miedo, un miedo cerval.

De algún modo extraño, su cerebro estaba libre. Las paredes de su cráneo desaparecieron, su mente flotó en una oscura inmensidad. Era como un pequeño sol, brillando, girando, aumentando su tamaño…

Berild transportó la varilla de cristal desde el cofre, una vara de fuego mágico. En ese momento las ideas de Stark habían perdido cualquier tinte científico. Una nube de oscuridad neblinosa fluía a su alrededor, espesándose…

Un gran relámpago de luz, el distante eco de un grito que no reconoció como suyo, y luego…

Nada

XI

Estaba tendido de bruces, su mejilla apretada contra el frío coral. Abrió sus ojos, su mente se despojó de las sombras del recuerdo de algún terror. Vio, vagamente al principio y luego con terrible claridad, cuando su visión se recuperó, a un hombre tendido justo a su lado.

Un hombre alto, de complexión muy fuerte, con la piel tostada, hasta ser casi negra, por la exposición al sol, un hombre que le miró con ojos que eran asombrosamente claros para su oscuro rostro…

Sus propios ojos, su propia cara.

Gritó e intentó ponerse de pié, temblando, tambaleándose, su cuerpo le resultó extraño. Miró hacia abajo y vio unas piernas que no eran las suyas, sino que eran de otro hombre, vio la forma de la carne y los tendones sobre los huesos no era la de sus miembros.

La cara del gigante moreno que yacía sobre el coral, su propio cuerpo, parecía burlarse de él, miraba sin ver, con los ojos en blanco, vacíos, sin alma ni inteligencia.

La mente de Eric John Stark, luchó dentro del cuerpo ajeno que le servía de prisión, para conservar la cordura.

Le habló la voz de Berild, con la mano el su hombro, es decir en el hombro de Kynon…

— Salvaje, todo está bien, no temas. La mente de Kynon está en tu cuerpo, durmiendo hasta que le ordene despertar, tu eres Kynon ahora.

Esto no era algo que se aceptara fácilmente, pero sabía que era así y que él había querido que fuera así. Le fue más fácil clamarse cuando dio su espalda al otro.

Berild le abrazó, manteniendo el abrazo hasta que él terminó de tener escalofríos, de forma extraña recordaba el comportamiento de una madre con un niño asustado. Luego le besó sonriendo y dijo:

— La primera vez es duro, recuerdo de mi primera vez, que fue hace mucho tiempo. Ella lo sacudió con cuidado -Ahora ven, llevaremos tu cuerpo a un lugar seguro, luego tengo que contarte todos los planes de Kynon en relación con los que esperan ahí fuera.

Berild habló al cuerpo que yacía en el coral diciendo: -¡Arriba!, éste se levantó obedientemente y la siguió al lugar donde le condujo, un nicho estrecho y con barras situado en un pasaje lateral. El cuerpo no protestó cuando fue dejado encerrado en el hueco.

Berild dijo con suavidad -Recuerda que sólo yo puedo devolvértelo.

Fue con Berild a las habitaciones de Kynon en el palacio. Se sentó entre las posesiones de Kynon, vestido con el cuerpo de Kynon y descubrió como la mente de Kynon había planeado desatar una marea roja sobre las pacíficas ciudades de la Frontera.

Únicamente una pequeña fracción de su mente prestaba atención a esta revelación, el resto estaba concentrado en el tono carmesí de los cabellos de Berild, en sus voluptuosos labios y con la idea de que era posible vivir y ser joven durante toda la eternidad.

No perder nunca el orgullo que da la fuerza, nunca conocer el cansancio de la vista ni los fallos de la mente producidos por la edad. Seguir, como un niño en un campo de juego infinito, sin miedo al mañana.

Casi estaba amaneciendo.

Berild se levantó, le había dicho muchas cosas, pero no todas las que le había dicho Fianna, sobre la traición que había preparado en secreto con Delgaun. Ayudó a Stark, revestido con el cuerpo de Kynon, a ponerse el arnés de guerra, con la espada larga, el escudo y la lanza brillante. Luego colocó sus labios contra los suyos, de forma que su corazón prestado empezó a latir con tal rapidez que amenazó con explotar, los ojos de la mujer eran asombrosamente brillantes y hermosos.

— Ha llegado la hora, susurró.

Marchó a su lado, como la había hecho junto a Kynon en Valkis, caminaba como una reina.

Salieron del palacio por las escalinatas donde Luhar había muerto. Había monturas esperando, enjaezadas para la guerra junto con una escolta de altos caudillos, muchachos de enlace, gaiteros y tambores para hacer más llevadero el camino.

Stark montó en la cabalgadura de Kynon, la bestia sintió algo raro en él y empezó a silbar y moverse hacia atrás, pero la dominó. Con ademán imperioso, levantó su mano.

Redoblar de los tambores y música de las gaitas, crepitar de las llamas de las antorchas de los muchachos que servían de enlace cuando corrían, sonido del choque del metal contra metal, gritos de entusiasmo. Kynon de Shun descendió por las calles de Sinharat hasta los acantilados de coral, con la mujer del cabello rojo a su lado.

Estaban esperando.

Los hombres de Kesh y de Shun estaban reunidos bajo los acantilados esperando. Stark se dirigió, como le había dicho Berild, al borde del coran que estaba situado encima de la asamblea de guerreros. Allí estaba Delgaun con los mercenarios extranjeros y un puñado de valkisianos, parecía cansado y de mal humor. Stark sabía que había estado atareado mucho tiempo con los preparativos de última hora.

Los primeros pálidos rayos de la aurora se extendían por el desierto. Un fuerte grito sonoro se elevó desde los ejércitos reunidos, después se hizo el silencio, un tenso silencio.

Stark, ahora, no tenía miedo. El miedo era una emoción demasiado pequeña para lo que iba a suceder.

Vio los ojos dorados de Delgaun, brillando con una excitación cruel. Vio el triunfo secreto en la sonrisa de Berild. Miró hacia abajo a los guerreros y dejó que la magnífica voz de Kynon se elevara a través del aire silencioso.

— No habrá guerra, habéis sido traicionados.

A continuación, en el tiempo que le fue permitido, confesó la mentira de las coronas de los Ramas. Luego Berild que estaba detrás de él saltó como una furia de cabello escarlata, decidida a clavarle una daga en el corazón.

Si hubiera estado en su propio cuerpo, Stark habría evitado el golpe, pero los reflejos de Kynon no eran como los suyos, fueron lo bastante rápidos para posponer su muerte, la hoja se hundió profundamente, pero no donde Berild hubiera querido que se hundiera. Se giró, la cogió por las muñecas y le dijo a Delgaun.

— Ella también te ha traicionado. Freka yace en un pozo de coral y yo no soy Kinon.

Berild se liberó de su presa y espoleó su cabalgadura hacia el valkisiano, para romper las filas de su escolta y dirigirse hacia los acantilados a la seguridad de los túneles bajo Sinharat. Pero Delgaun era demasiado rápido.

Con una mano le agarró por su mata de pelo, Berild gritando, fue empujada fuera de la silla, incluso entonces sus gritos no eran de miedo sino de furia, se agarró a Delgaun y ambos cayeron a tierra.

Los altos caudillos de la escolta avanzaron, pero estaban confusos y su enfado iba creciendo. El delgado cuerpo de Delgaun se dobló y arrojó a la mujer sobre un reborde rocoso. Stark no vio lo que le sucedió después, ni quiso verlo.

Siguió contándoles a gritos a los bárbaros la historia de la traición de Delgaun.

Detrás de él, en el reborde rocoso, se veían un remolino de gente y a Delgaun corriendo a pie entre las cabalgaduras. Los mercenarios extranjeros comenzaron a ponerse en lugar seguro. Bajo él, en el desierto, que había estado silencioso, se estaba levantando un profundo murmullo, como el primer aullido de una tormenta, las filas de lanzas oscilaban como trigo azotado por el viento.

Stark sintió el lento fluir de la sangre de Kynon por el lugar donde la daga de Berild se había clavado en su espalda.

Habían perseguido a Delgaun haciendo que se apartara de su camino hacia el acantilado. Las dos monturas sin jinete habían sido capturadas y sujetadas. Habían procurado atrapar a Delgaun, pero como era rápido y ligero se les había escapado. Ahora retrocedió hacía donde se encontraba la gran cabalgadura de Kynon.

Golpeó al moribundo que estaba en la silla, se subió a la montura y cargó a través del abatido grupo de caudillos, que no podían moverse bien en el pequeño espacio en el que estaban agrupados.

Atravesó el grupo y saltó, luego los brazos de Kynon, dirigidos por la voluntad de Eric John Stark, le rodearon, le sujetaron y no le dejaron marchar.

Los dos hombres lucharon en saliente de coral, Stark lanzó un ronco grito de agonía y luego se quedó rígido con sus manos apretadas al cuello del valkisiano, con sus ojos atentos y extraños.

Llegaron guerreros, pero gritó: -Es mío, y le dejaron proseguir su pelea.

Delgaun no murió fácilmente. Consiguió sacar su daga y acuchillí el costado del otro hasta que sus costillas fueron visibles. La mente de Stark, una y otra vez se perdía en la oscura inmensidad de sí misma. Estaba viviendo otra vez el sueño que había tenido en Valkis y este era el final del sueño. N´Chaka finalmente había agarrado al demonio de ojos amarillos que pedía por su vida, y no le dejaría escapar.

Los ojos amarillos se ensancharon, estos ojos resplandecían pero luego, lentamente, comenzaron a apagarse hasta que perdieron la última chispa de vida. La fuerza abandonó las manos de N´Chaka que cayó, hacia delante, sobre su presa.

Abajo, sobre la arena, yacía Berild, su cabello extendido sobre la arena era tan rojo como la sangre a la luz del alba.

Los hombres de Kesh y de Shun, fluyeron, como una marea irresistible, sobre los acantilados de coral. Los caudillos, los gaitros y los enlaces se les unieron y comenzó la caza de los mercenarios extranjeros y de los lobos de Valkis a través de las calles de Sinharat.

Sin que nadie la viera, una muchcha morena siguió el sendero hasta el saliente de coral. Se agachó junto al cuerpo de Kynon, presionándole el corazón con su mano. Comenzó a llorar y sus lágrimas se mezclaron con la sangre.

Un debil gemido, apenas perceptible, brotó de los labios del hombre. Fianna, llorando como una niña, sacó un pequeño frasco de su cinturón y vertió tres gotas de un líquido pálido sobre la lengua enmudecida.

XII

Había recorrido un largo camino, había estado en los oscuros y profundos valles del Sitio de la Oscuridad y la escarcha acerada estaba dentro de sus huesos. Había subido a las cortantes montañas, en las que ninguna criatura del Cinturón Crepuscular había ido y había vuelto vivo.

Ahora había luz. Había estado vagando perdido, pero había vuelto a la luz. Su tribu, su gente estaría esperándole. Pero sabía que nunca los volvería a ver.

Luego recordó, sintiendo, como antiguamente, la terrible soledad, que ellos no eran su verdadero pueblo. Le habían criado, pero no eran de su sangre.

También recordó que estaban muertos, asesinados por los mineros que necesitaban toda el agua del valle para ellos mismos, asesinados por los mineros que habían metido a N´Chaka en una jaula.

Una ráfaga de terror le hizo pensar que nuevamente estaba en una jaula, rodeado de caras barbudas que le observaban. Pero a través del fulgor de la luz, no pudo ver barrotes.

Únicamente había una cara, la lastimosa cara ansiosa de una niña.

Fianna

Su cerebro comenzó a aclararse, La memoria retornó poco a poco, los distintos fragmentos fueron ajustándose entre sí gradualmente.

Kynon, Delgaun, Berild, Sinharat la Eterna.

Luego recordó con perfecta claridad que se estaba muriendo y le pareció algo terrible morir en el cuerpo de otro hombre. Por primera vez, sintió de forma completa, la separación de su propia carne, le pareció algo blasfemo, más terrible que la muerte.

Fianna estaba llorando, se estiraba los cabellos y sollozaba

— Estoy tan feliz, tenía miedo, mucho miedo, de que nunca despertaras.

Se sintió conmovido, porque sabía que ella le amaba y por eso había llorado. Para consolarla, levantó su mano y le acarició la cara.

Entonces vio sus dedos oscuros sobre su mejilla, oscuros…

Sus propios dedos, su propia mano.

Se dio cuenta que no estaba en el saliente, sino dentro de la cripta de coral, bajo el palacio, la luz que había deslumbrado sus ojos no era la del sol, sino el refulgir de las antorchas.

Se sentó, con su corazón latiendo de forma salvaje.

Kynon de Shun yacía junto a él sobre el coral, estaba completamente muerto, su cabeza rodeada por una corona de fuego, su costado abierto hasta verse el hueso, allí donde la hoja de Delgaun había golpeado.

La herida que el propio Kynon nunca había sentido.

El cofre dorado estaba abierto. La segunda corona estaba cerca de Fianna, con la barra de conexión a su lado.

Stark la miró profundamente a los ojos y muy suavemente le dijo — nunca me hubiera imaginado esto, ni en sueños.

— Ahora comprenderás muchas cosas, hoy estoy feliz de mi poder porque, verdaderamente, te he dado la vida.

Ella se levantó y Stark observó que estaba muy cansada, su voz sonaba aburrida, como si hablara de cosas antiguas que ya no tuvieran importancia.

— Ves por lo que tenía miedo, si ellos, Berild o Delgaun, hubieran sospechado que yo también era una de los Nacidos Dos Veces…Habría sido destruida, yo podía destruirlos, pero de uno en uno, no a los dos a la vez, y si hubiera podido, todavía quedaba Kynon, tu, Eric John Stark, hiciste lo que yo no pude.

— Fianna ¿Por qué estabas contra ellos? ¿Por qué estabas protegida contra el veneno que les hizo ser como eran?

Respondió con mal humor

— ¡Porque estoy cansada del mal, de las intrigas por el poder y de verter la sangre de los hombres como si fueran ganado!. Yo no soy mejor de lo que fue Berild, también he vivido muchísimo tiempo y mis manos no están limpias pero quizá, por lo que tu me has ayudado a hacer, he expiado al menos una parte de mis pecados.

Dejó de hablar, sus pensamientos se desarrollaron, de forma oscura en su interior, era extraño ver la sombra de la edad tocando su dulce cara juvenil. Entonces, muy lentamente, como hablaría una mujer muy muy vieja, dijo:

— Estoy cansada de vivir, a cualquier sitio que vaya soy una extranjera, tu puedes comprender esto, pero no al nivel que me sucede a mí. Existe un límite para el placer, después sólo queda la soledad.

— He recordado que una vez fui humana, por esto me opuse a su plan de construir un imperio, después de estas edades, he cerrado el círculo, volviendo a su punto inicial, las cosas ahora me vuelven a parecer como me parecían entonces, antes de que fuera tentada por el Transmisor de Mentes.

— ¡Es una cosa diabólica!, gritó de repente, se opone a la naturaleza y a los dioses y nunca ha traído más que mal.

Tomó la varilla de conexión de las coronas y la mantuvo en sus manos.

— Esto es el final, dijo, las ciudades mueren, las naciones perecen, las cosas materiales, incluso éstas, son destruidas, uno por uno, también los Dos Veces Nacidos han perecido, por accidentes, por enfermedades súbitas o han sido asesinados, como habría hecho Berild con Delgaun. Ahora sólo queda esto, señalando las coronas y yo.

De repente golpeó la varilla de conexión contra el coral y la rompió formando una llama borrosa que se alzaba entre un campanilleo de cristales rotos, luego, primero una y después la otra, rompió las dos coronas.

Durante un tiempo prolongado permaneció inmóvil, luego susurró -ahora sólo quedo yo.

Nuevamente todo quedó en silencio Stark estaba asombrado por la magnitud de lo que ella había hecho, el delgado cuerpo de la muchacha adquiría la estatura de una diosa.

Después de un rato, se acercó le acercó y dijo torpemente -No te he dado las gracias Fianna, tu me trajiste aquí y me salvaste la vida…

— En ese caso, bésame una vez. Le respondió y levantó sus labios para encontrar los de él, -Porque yo te amo, Eric John Stark, y es una lástima, pues yo no estoy hecha para ti, ni para ningún hombre.

La besó con mucha ternura, y notó el sabor amargo de las lágrimas sobre sus suaves labios.

— Ahora vamos, susurró ella, y le tomó por la mano.

Le condujo de retorno a través del laberinto, hasta el palacio y luego salieron a las calles de Sinharat. Stark vio que ya había atardecido y que la ciudad había quedado desierta. Las tribus de Kesh y Shun habían levantado el campamento y se habían marchado.

Había una cabalgadura preparada para él, cargada con alimento y agua. Fianna le preguntó a donde quería ir y señaló el camino a Tarak.

— ¿Y tu?, le preguntó ¿A dónde irás pequeña?

— No lo he pensado, levantó su cabeza y el viento jugó con su oscuro cabello, no sonreía, pero Stark comprendió que ella estaba feliz.

— Me he liberado de una pesada carga, susurró, me quedaré aquí durante un tiempo y meditaré, después sabré lo que tengo que hacer, pero sea lo sea lo que decida, no habrá mal en ello y al final, descansaré.

Montó y ella le miró, con una mirada que encogía el corazón, aunque no era triste.

— Vete ahora, le dijo, y que los dioses te acompañen.

— Y a ti, se agachó y la besó una vez más y luego se alejó cabalgando bajando por los acantilados de coral.

Ya lejos, en el desierto, se volvió y miró hacia atrás, una vez más, hacia las blancas torres de Sinharat que se alzaban frente a la luna mayor.

FIN

La Amazona Negra de Marte

Leigh Brackett

Título original: "Black Amazon of Mars" Aparecido en Planet Stories en marzo de 1951

Traducción: PEDRO CAÑAS NAVARRO

No Publicado anteriormente

Eric John Stark caminaba penosamente, sin cejar nunca, hacia la antigua ciudad marciana, y a cada paso que daba, maldecía el talismán de Ban Cruach que relucía en su cinturón manchado de sangre.

Tras él, las hordas de Ciaran lanzaban sus gritos de guerra, anhelantes por conseguir la mágica joya, y ante él se encontraba el terrible lugar en el que moraban las Criaturas del Hielo; a su lado caminaba el susurrante espectro de Ban Cruach… ¡Urgiéndole a pelear una batalla que Stark sabía que debía perder!

I

El marciano no se había movido ni hablado durante todas las largas y frías horas de aquella noche en las Tierras del Norte. Al oscurecer del día anterior, Eric John Stark le había acostado, envuelto en mantas, sobre la nieve. Había encendido un fuego con arbustos secos. Desde entonces, los dos hombres esperaban, solos, en el yermo sin fin que rodea el casquete polar de Marte.

Ahora, antes del alba, Camar, el marciano, habló.

— Stark

— ¿Dime?

— Me estoy muriendo

— Si

— No llegaré a Kushat

— No

Camar asintió con la cabeza y nuevamente quedó en silencio

El viento aullaba desde los hielos del norte; las murallas derruidas se enfrentaban al viento, como un refugio gigante, ahora sin techo, pero tan enorme y extendido que parecían menos murallas que acantilados de piedra negra. Stark no se habría aproximado a estos lugares si no hubiera sido por Camar. Se encontraban a disgusto, sintiendo el peso de una silenciosa y olvidada perversión antigua que gravitaba sobre ellos.

El terrestre alto miró a Camar, su cara estaba triste -A un hombre le gusta morir en su sitio, -luego dijo con tristeza -Lo siento.

— El Señor del Silencio es un gran personaje, -respondió Camar, -A él no le importa el lugar del encuentro, No, no fue para esto para lo que volví a las Tierras del Norte. -Estaba sufriendo los temblores de una agonía que no era del cuerpo -¡No alcanzaré Kushat!.

Stark contestó con calma, empleando el cortés leguaje marciano alto, casi tan correctamente como Camar.

— Sé que el alma de mi hermano soporta una carga más pesada que la muerte.

Se agachó colocando una mano sobre el hombro del marciano -Mi hermano ha dado su vida por mí, por consiguiente yo tomaré su carga, si es que puedo.

El no quería la carga de Camar, fuere lo que fuere, pero el marciano había luchado a su lado durante una larga campaña de guerra de guerrillas entre las hostigantes tribus de la luna más cercana. Era un buen hombre, finalmente había recibido la bala que iba dirigida a Stark, sabiendo perfectamente lo que estaba haciendo. Eran amigos.

Por esto Stark había traído a Camar al yermo país del norte, intentando llegar a la ciudad de su nacimiento. El marciano estaba siendo arrastrado por algún demonio secreto. Tenía miedo de morir antes de alcanzar Kushat.

Ahora no tenía elección.

— Stark, he pecado, he robado una cosa sagrada, tu, que eres extranjero, no sabes nada de Ban Cruach y el talismán que dejó, cuando se alejó para siempre, más allá de las Puertas de la Muerte.

Camar apartó las mantas a un lado y se sentó; la fiebre dio fuerza a su voz.

— Nací y me crié en el Barrio de los Ladrones, bajo la muralla. Estaba orgulloso de mi habilidad y el talismán era un desafío. Esta cosa era un tesoro; un tesoro que apenas había tocado nadie desde los días en que Ban Cruach lo había fabricado. Y esto fue en los días en los que los hombres todavía estaban rodeados de luz, antes de que olvidaran que eran dioses.

— Guardad bien las Puertas de la Muerte, -dijo Ban Cruach, -Es la protección de la ciudad y guardad el talismán siempre, porque puede llegar el día en que necesitéis su fuerza. Quien domina Kushat, domina Marte, el talismán mantendrá a la ciudad a salvo.

— Yo era un ladrón orgulloso, y robé el talismán.

Sus manos fueron a su ceñidor, un cinturón de cuero gastado con un adorno redondeado de acero en mal estado, pero sus dedos ya no se podían mover.

— Tómalo Stark, abre el remache, aquí, en ese lado donde está grabada la cabeza de un animal…

Stark tomó el cinturón de Camar y encontró el resorte oculto. La parte superior del adorno de metal quedó libre, dentro había algo envuelto en un trozo de seda.

— Tuve que irme de Kushat, susurró Camar -Nunca pude volver, pero yo poseía esto.

Miraba, mientras Stark desenvolvía el trozo de seda, con una mezcla de respeto, orgullo y remordimiento.

Stark había considerado que la mayor parte de la historia de Camar era superstición, pero aun así había esperado algo más espectacular que el objeto que mantenía en la palma de la mano.

Se trataba de una lente, de unas cuatro pulgadas de diámetro, fabricada por el hombre con gran habilidad, pero, con todo, no era más que un trozo de cristal. Moviéndola Stark vio que no era una simple lente sino un intrincado diseño, que comprendía muchas facetas, increíblemente complicado e hipnótico si se la miraba demasiado tiempo.

— ¿Para qué vale? — Le preguntó a Camar

— Somos como niños; lo hemos olvidado, pero hay una leyenda, una creencia, según la cual el mismo Ban Cruach hizo el talismán, como una señal de que no nos abandonaría, de que volvería cuando Kushat fuera amenazada… volvería a través de las Puertas de la Muerte, a enseñarnos nuevamente el poder que tuvo.

— No comprendo -dijo Stark-. ¿Qué son las Puertas de la Muerte?

— Es un paso que se abre en las montañas negras, más allá de Kushat. -Respondió Camar-. La ciudad permanece de guardia ante este paso El por qué nadie lo recuerda, sólo que es una gran responsabilidad.

Su mirada se regalaba con la visión del talismán.

— ¿Quieres que lo lleve a Kushat? -Dijo Stark.

— ¡Si, si!, Sin embargo…-Camar miró a Stark; de repente, sus ojos se llenaron de lágrimas. -No, el Norte no está acostumbrado a los extranjeros; conmigo habrías estado seguro, pero solo…No, Stark, ya has arriesgado demasiado, vuelve; sal de las Tierras del Norte, mientras puedas.

Cayó de espaldas sobre las mantas, Stark observó que una palidez azulada había aparecido en las arrugas de sus mejillas.

— Camar, -y luego otra vez -¡Camar!

— ¿Qué?

— Ve en paz, Camar, llevaré el talismán a Kushat.

El marciano suspiró y sonrió, Stark estaba contento de haber realizado la promesa. De repente Camar dijo

— Los jinetes de Mekh son lobos; cazan en estas gargantas, cuídate de ellos.

— Lo haré

El conocimiento de tenía Stark de la geografía de esta parte de Marte, realmente era impreciso, pero sabía que los valles montañosos de Mekh se encontraban delante, hacia el norte, entre él y Kushat. Camar le había hablado de estos guerreros de las tierras altas, estaba deseando seguir el consejo.

Camar había terminado de hablar, Stark sabía que no tendría que esperar mucho. El viento hablaba con la voz de un gran órgano, las lunas se habían puesto, por ello fuera de la torre estaba muy oscuro, salvo por el blanco resplandor de la nieve. Stark miró a las murallas que les resguardaban y tuvo un escalofrío. Había olor de muerte en el aire.

Para no pensar se agachó junto al fuego, estudiando la lente. Había arañazos en su borde, como si alguna vez hubiera estado sujeta a una abrazadera o colocada en una montura como una joya. Un ornamente, posiblemente el distintivo de un rango, extraño ornamento para un rey bárbaro de la aurora de Marte. La luz del fuego hacía que diminutas chispas bailaran en las infinitas facetas internas. De repente tuvo el extraño sentimiento de que aquella cosa estaba viva.

Una punzada de miedo primitivo e irracional le atravesó, luchó por apartarlo. Su visión estaba empezando a volverse borrosa, cerró sus ojos y en la oscuridad le pareció que podía ver y oír…

Se levantó, ahora agitado con un terror fantasmal y levantó su mano para arrojar el talismán lejos. Pero la parte de Stark que había aprendido con mucho esfuerzo y dolor a ser civilizada, le hizo detenerse y pensar.

Se sentó nuevamente, ¿Era un instrumento para hipnotizar? Posiblemente; sin embargo, la veloz ráfaga de luz y sonido no se encontraba en su memoria, no era suya.

Ahora estaba tentado, fascinado, como un niño que juega con fuego. El talismán, para funcionar, se debía colocar sobre algún sitio del cuerpo. ¿Dónde? ¿En el pecho? ¿En la frente?

Intentó lo primero sin ningún resultado, y luego tocó su frente con la superficie plana de la lente.

La gran torre de piedra se levantaba monstruosa hacia el cielo. Esto era todo, dentro había pálidas luces que se removían y parpadeaban, todo estaba coronado por una trémula oscuridad.

Él estaba fuera de la torre, cuerpo a tierra, lleno de miedo y muy enfadado y un odio capaz de derretir los huesos. No había nieve, pero había hielo por todas partes, alcanzando la mitad de la altura de la torre, sirviendo de funda a su base.

Hielo, frío, claro, hermoso…y mortal.

Se movió; se deslizó como una serpiente, con infinita precaución sobre la suave superficie. La torre había desaparecido, lejos, debajo de él, se encontraba una ciudad, vio los templos y los palacios: una ciudad alegre y brillante allá abajo, en el hielo, borrosa, como encantada y extraña… la imagen medio vislumbrada de un sueño, a través del cristal.

Vio a Aquellos que moraban allí, moviéndose lentamente por las calles, no podía verlos claramente, sólo el tenue brillo de sus cuerpos, esto le alegró.

Él les odió, con un odio más poderoso aún que el miedo, que en verdad era grande.

No era Eric John Stark, era Ban Cruach.

La torre y la ciudad desaparecieron, barridas por una poderosa marea.

Se encontraba bajo una escarpadura de roca negra, perforada por un solo paso. Los acantilados colgaban sobre él, extendiendo su enorme masa como si pretendieran aplastarle; la estrecha boca del paso, por donde pasaba el viento estaba llena de una risa maligna.

Comenzó a caminar hacia delante, hacia el paso; estaba totalmente solo.

La luz, al fondo del acantilado era mortecina y extraña. Pequeños velos de niebla se arrastraban y colgaban entre el hielo y la roca, espesándose, haciéndose más densa cuanto más lejos avanzaba por el paso. No podía ver; el viento hablaba con muchas lenguas, silbando en las hendiduras de los acantilados.

De repente, apareció una sombra en la niebla, ante él; una forma oscura y gigantesca que se movía a su encuentro; supo que miraba la muerte y gritó…

Fue Stark el que gritó en un ataque de miedo atávico; el eco de su grito le hizo levantarse de un salto, poniendo alerta todos sus miembros. Había dejado caer el talismán que yacía, brillando entre la nieve, a sus pies. Las extrañas memorias habían desaparecido; Camar había muerto.

Después de un rato se agachó, respirando con dificultad. No quería volver a tocar la lente. La parte de Stark que había aprendido a temer a dioses extraños y a malos espíritus, con cada paso que daba el aborigen primitivo, que siempre estaba tan cerca de su mente, le avisó de que dejara el objeto y huyera, que dejara aquel lugar de muerte y ruinas de piedra.

Se forzó a sí mismo a levantar la lente; no la miró; la envolvió en el trozo de seda y la volvió a colocar dentro del adorno de hierro. Luego colocó este tahalí alrededor de su cintura, tomó un pequeño frasco que estaba con sus pertenencias junto a la hoguera, bebió un trago generoso e intentó pensar racionalmente sobre lo que le había sucedido.

Memorias, no suyas sino de Ban Cruach, de hace un millón de años. De la aurora del mundo. Memorias de odio, de una guerra secreta contra seres inhumanos que moraban en ciudades de cristal, talladas en el hielo viviente y que empleaban las torres en ruinas para algún oscuro propósito.

¿Era este el significado del talismán y del poder que contenía? ¿Había Ban Cruach aprisionado los ecos de su mente en el cristal, por medio de alguna ciencia olvidada?

¿Por qué? Quizá como un aviso, como un recuerdo de la existencia de un peligro, sin tiempo, inhumano más allá de las Puertas de la Muerte.

De repente una de las monturas amarradas fuera de la torre en ruinas se despertó con un gruñido silbante.

Inmediatamente Stark quedó inmóvil.

Una fila de cabalgaduras de las montañas, moviéndose elegantemente, a través de las extensas ruinas; llegaron silenciosamente, moviéndose sobre sus pezuñas acolchadas. Sus jinetes también estaban silenciosos, hombres altos con cabellos pelirrojos, vestidos con chaquetas de cuero y llevando una larga y recta lanza cada uno.

Había muchos guerreros alrededor de la torre en aquella oscuridad azotada por el viento. Stark no se molestó en desenfundar su pistola, había aprendido desde muy joven la diferencia entre valentía e idiotez.

Avanzó hacia ellos, lentamente para que ninguno de ellos estuviera tentado de alancearlo. Pero no lo bastante despacio para denotar miedo. Levantó la mano derecha y los saludó.

No le respondieron; sentados en sus monturas, le observaron; Stark se dio cuenta de que Camar había dicho la verdad. Éstos eran los jinetes de Mekh; eran lobos.

II

Stark esperó hasta que los jinetes se cansaran de su propio silencio.

Por último uno preguntó:

— ¿De qué país eres?

— Me llaman N´Chaka, el Hombre sin Tribu -Respondió.

Era el nombre que le habían dado los aborígenes medio humanos que lo criaron, en medio del resplandor del Sol, del trueno y de las gélidas escarchas de Mercurio.

— Un extranjero, -dijo el jefe, y sonrió. Señaló al cadáver de Camar, y preguntó -¿Lo mataste tú?

— Era mi amigo, lo traía a morir a su casa.

Dos jinetes desmontaron para inspeccionar el cadáver, uno llamó al jefe -Era de Kushat, ¡Conozco a esa ralea, Thord! No ha sido robado, -a continuación pasó a remediar esta omisión él mismo.

Thord, el jefe, repitió:

— Un extranjero, en viaje hacia Kushat, con un hombre de ésta ciudad; bien, extranjero, tendrás que acompañarnos.

Stark se encogió de hombros; con las largas lanzas dispuesto a atravesarlo, no protestó cuando el alto Thord le arrebató todo lo que poseía, salvo sus vestidos…y el cinturón de Camar, el cual no tenía valor para que lo robaran. Thord arrojó a lo lejos, con desprecio, su pistola.

Uno de los guerreros trajo las cabalgaduras de Stark y de Camar de donde estaban amarradas, el terrestre montó, como era costumbre, en medio de violentas protestas de la criatura, a la cual no le gustaba el olor del extranjero; salieron del refugio que formaban las murallas a la furia desatada del viento.

El resto de la noche y el día y la noche que le siguieron, cabalgaron hacia el este, deteniéndose sólo para que las bestias descansaran y poder mascar sus raciones de tasajo.

Stark, cabalgando como un prisionero, comenzó a enterarse, en profundidad, de lo que era el País del Norte, separado por medio mundo del Marte de las naves espaciales, el comercio y los turistas de otros planetas. El futuro no había tocado estas montañas salvajes y yermas llanuras. El pasado se mantenía lo suficientemente orgulloso.

Hacia el norte, donde la barrera de hielo del casquete polar retrocedía, gigantesca, elevándose hacia el cielo, el horizonte mostraba un brillo extraño y fantasmal. El viento soplaba desde el hielo, a través de las gargantas de las montañas, a través de las llanuras, sin cesar. Aquí y allí se levantaban las crípticas torres, monolitos de piedra rotos. Stark recordó la visión del talismán, la estructura enorme coronada por una oscuridad fantasmal. Miró las ruinas con asco y curiosidad. Los hombres de Mekh no podían decirle nada.

Thord no le dijo a Stark a dónde le conducían y Stark no se lo preguntó. Eso hubiera supuesto una manifestación de miedo.

A media tarde del segundo día, llegaron a un lugar rocoso en el que la nieve había sido claramente apartada, más allá se encontraba una bajada con bastante pendiente a un estrecho valle. Mirando hacia abajo, Stark vio que el valle, -en lo que podía observar-, estaba lleno de hombres, cabalgaduras, cabañas hechas de pieles y arbustos, así como hogueras encendidas. Varios cientos, varios miles de guerreros estaban acampados bajo los acantilados; sus voces se elevaban en la tenue atmósfera formando un profundo murmullo que parecía ensordecedor, después del silencio de las llanuras.

Una hueste guerrera reunida ahora, antes del deshielo. Stark sonrió, tenía curiosidad por conocer al jefe de ese ejército.

Siguieron su camino en fila india por un sendero serpenteante que descendía por la cara del acantilado. El viento cesó de repente, detenido por las montañas que rodeaban al valle. Llegaron a las cabañas del campamento.

Aquí la nieve estaba pisada, sucia y medio fundida por las hogueras hasta ser aguanieve. No había mujeres en el campamento, ni signos de la horda de truhanes que acompaña a un ejército bárbaro. Sólo había hombres, moradores de las colinas, todos ellos guerreros, matadores de fuertes manos sin más pensamiento que la batalla.

Salieron de sus agujeros para vitorear a Thord y a sus hombres y observar al extranjero. Thord estaba arrebolado y jovial, complacido con su importancia.

— No tengo tiempo para ti, -le gritó, volviéndose hacia atrás -Tengo que ir a hablar con el señor Ciaran.

Stark cabalgaba impasible, un gigante oscuro con una cara de piedra. De vez en cuando hacía encorvarse a su bestia, divirtiéndose, para adentro, de poder hacerlo.

Finalmente llegaron a una cabaña mayor que las demás, pero construida exactamente igual que las otras y por ello no más confortable. Una lanza estaba clavada en la nieve a la entrada, de ella colgaba un pendón negro cruzado por una barra de plateada, semejando a un relámpago en cielo azabache. A su lado se encontraba un escudo con la misma divisa. No había guardias.

Thord desmontó, ordenándole a Stark que hiciera lo mismo, y golpeó el escudo con el puño de su espada, anunciándose a sí mismo.

— ¡Mi señor Ciaran! Soy Thord, con un cautivo.

Una voz sin tono y extrañamente modulada, contestó desde dentro.

— Entra Thord.

Thord empujó la cortina de piel y pasó, con Stark pisándole los talones.

La tenue luz del día no penetraba en el interior. Unos candiles ardían dando una luz parpadeante y un fuerte olor a aceite. El suelo de nieve pisoteada estaba cubierto de alfombras muy gastadas. Por lo demás no había ningún otro adorno, ni más muebles que una mesa y una silla, ambas oscuras por la vejez y el uso. Un jergón de pieles en una esquina sombría, con lo que parecía ser un montón de harapos encima completaba el mobiliario.

En la mesa se sentaba un hombre.

A la temblorosa luz de los candiles parecía muy alto. Desde el cuello hasta los muslos, su cuerpo delgado estaba cubierto por una cota de malla negra; debajo llevaba una túnica de cuero teñida de negro. Sobre sus rodillas sostenía un hacha de color azabache, un instrumento poderoso fabricado para machacar cráneos; en sus manos permanecía gentilmente como si fuera su juguete favorito.

Su cabeza y rostro estaban cubiertos por una cosa que Stark sólo había visto en antiguas pinturas, una antigua máscara de guerra de los antiguos Reyes de Marte de tierra adentro; labrada en brillante acero negro, parecía un rostro inhumano con rendijas para los ojos y una ranura con una rejilla para poder respirar. Hacia atrás se extendía, levantándose, una curva delgada, como el borde de un ala en vuelo.

A propósito, la máscara sin expresión se inclinó para examinar, no Thord, sino a Eric John Stark.

La voz hueca volvió a hablar desde dentro de la máscara

— ¿Qué pasó?

— Estábamos cazando en las gargantas del sur, -dijo Thord. -Vimos un fuego…-Contó la historia de cómo habían encontrado al extranjero y al cadáver de un hombre de Kushat.

— ¡Kushat! -Dijo con suavidad el señor Ciaran. -¡Bien! Extranjero ¿Por qué te dirigías a Kushat?.

— Me llamo Stark, Eric John Stark, terrestre de Mercurio. -Estaba harto de que le llamaran extranjero; de repente se dio cuenta que estaba harto de todo este asunto-. ¿Por qué no puedo ir a Kushat? ¿Hay alguna ley que prohíba que un hombre pueda ir allí en paz sin ser perseguido sobre las Tierras del Norte? ¿Por qué los guerreros de Mekh no se ocupan de sus propios asuntos? Ellos no tienen nada que ver con la ciudad.

Thord se quedó sin respiración, observando con una alegría anticipada.

Las manos del hombre de la armadura acariciaron su hacha. Eran manos delgadas, suaves y nerviosas, unas manos que parecían pequeñas para tal arma.

— Eric John Stark, nosotros tenemos los asuntos que nos da la gana, -habló con una peculiar gentileza -Te he preguntado ¿Por qué ibas a Kushat?.

Strak respondió del mismo modo.

— Porque mi camarada quería ir a casa a morir.

— Parece un viaje largo y duro sólo para morir. -El yelmo negro se agachó hacia delante, en una actitud de reflexión. -Sólo los condenados o los exiliados abandonan sus ciudades o sus clanes. ¿Por qué huyó tu camarada de Kushat?.

De repente, una voz habló desde el montón de harapos que estaba encima del jergón, entre las sombras de la esquina. Una voz masculina, profunda y cruel, con el temblor de la edad, o de la locura.

— Tres hombres, además de mí, han huido de Kushat, durante los años que interesan. Uno murió en las inundaciones de primavera, otro fue atrapado por una avalancha de hilo en invierno. Uno vive, un ladrón llamado Camar, que robó cierto talismán.

Stark dijo:

— Mi camarada se llamaba Greshi. El cinturón de cuero, cada vez resultaba ser más pesado; el adorno de hierro parecía quemarle el vientre. En ese momento empezó a tener miedo.

El señor Ciaran habló, ignorando a Stark -Era el talismán sagrado de Kushat; sin él la ciudad es como un hombre sin alma.

Stark pensó: “como el Velo de Tanith para Cartago”; reflexionó sobre el destino de ésta ciudad, después de que el Velo fue robado.

— Los nobles temían a su propio pueblo, -dijo el hombre que llevaba la armadura -No se atrevieron a confesar que había desaparecido. Pero nosotros lo sabemos.

— Y, -dijo Stark, -Atacaréis Kushat antes del deshielo, cuando menos os esperan.

— Tienes una mente aguda extranjero. Si, pero la gran muralla será difícil de asaltar, incluso así. Si yo llegara, portando en mis manos el talismán de Ban Cruach…

No terminó, se volvió hacia Thord

— Cuando despojaste el cadáver ¿Qué encontraste?.

— Nada mi señor; unas pocas monedas y un cuchillo que casi no merecía la pena llevarse.

— Y tú, Eric John Stark ¿Qué tomaste del cadáver?

— Nada, -contestó sin faltar a la verdad.

El señor Ciaran dijo:

— Thord, regístrale.

Thord se acercó, sonriendo a Stark y le desgarró la chaqueta que llevaba abierta.

Con una rapidez increíble el terrestre se movió, el canto de una mano ancha golpeó a Thord bajo la oreja; antes de que las rodillas del hombre hubieran tenido tiempo de doblarse Stark le había cogido un brazo, lo dobló hacia adentro y arrojó de cabeza a Thord a través de la cortina de la puerta.

Se irguió y volvió a girarse. Sus ojos mostraban un brillo que asustaba

— Este hombre ya me ha robado una vez, -dijo -Ya es bastante.

Oyó la llegada de los hombres de Thord. Tres de ellos se atascaron al intentar entrar a la vez; saltó hacia ellos, silenciosamente; sus puños hablaron por él, y luego lo hicieron sus pies, cuando devolvió a patadas, a los atontados bárbaros a su jefe.

— Ahora, -dijo al señor Ciaran- ¿Podemos hablar como hombres?

El hombre de la armadura rió con una risa de verdadera diversión. Parecía como si la mirada de detrás de la máscara estudiara el salvaje rostro de Stark; luego se levantó para saludar al resentido Thord que volvía a penetrar en la cabaña, con las mejillas rojas de rabia.

— Vete, -dijo el señor Ciaran-, el extranjero y yo hablaremos.

— Pero señor, -protestó mirando a Stark, -Es peligroso…

— Mi señora oscura cuida de mi seguridad, -dijo Ciaran dando pequeños golpes al hacha que sostenía en las rodillas -Vete.

Thord se fue.

El hombre de la armadura quedó silencioso, la máscara ciega se volvió a Stark, que devolvió la mirada sin ojos y también permaneció en silencio. El bulto de harapos en las sombras se irguió lentamente transformándose en un anciano de elevada estatura, con pelo rojizo y barba a través de la cual se podía ver sobresalir los pómulos huesudos y dos brillantes y pequeños puntos de fuego, como si una llama de maldad ardiera dentro de él.

Avanzó arrastrando los pies y se agachó ante el señor Ciaran., observando al terrestre. El hombre de la armadura se inclinó hacia delante.

— Te diré algo, Eric John Stark, soy un bastardo, pero tengo sangre de reyes. Mi nombre y rango los deberé ganar con mis manos, pero los colocaré altos. ¡Mi nombre se escuchará por todas las Tierras del Norte!.

— Tomaré Kushat, quien domine Kushat, dominará Marte, ¡Tomaré el poder y las riquezas que se ocultan más allá de la Puerta de la Muerte!.

— ¡Yo las he visto, -dijo el anciano, y sus ojos brillaron. -Yo he visto a Ban Cruach el poderoso. Yo he visto brillar en el hielo los templos y los palacios. ¡También he visto, a los Brillantes, los he visto a ellos, a los seres hermosos y repugnantes!.

De forma muy astuta miró de lado a Stark -Por eso Otar está loco, extranjero, porque los ha visto.

Un escalofrío recorrió a Stark. El también los había visto, no con sus propios ojos sino con la mente y la memoria de Ban Cruach, de hace un millón de años.

Luego la fantástica visión, que el talismán ahora oculto en su cinturón le había abierto, ¡no había sido una ilusión!. Si este anciano había visto…

— Yo no sé qué entes acechan más allá de las Puertas de la Muerte, -dijo Ciaran, -Pero mi oscura señora probará su fuerza, y pienso que mis lobos rojos los cazarán en cuanto huelan que hay botín.

— Los seres bellos y terribles, susurró Otar y ¡Los templos, los palacios y las grandes torres de piedra!.

— Cabalga a mi lado Stark, -dijo de repente el señor Ciaran -Entrégame el Talismán y sé el escudo de mi espalda; jamás a ningún hombre le he ofrecido este honor.

Stark preguntó lentamente: -¿Por qué me escoges a mí?

— Somos de una misma sangre, aunque seamos extranjeros el uno al otro.

Los fríos ojos del terrestre se entrecerraron.

— ¿Qué dirían a esto los lobos rojos? ¿Qué diría Otar?. -Éste le miró fríamente lleno de celos y miedo a que dijera: “Respondo que sí”.

— No pienso que debas temer a ninguno de ellos.

— Por el contrario, -dijo Stark -Soy un hombre prudente, -hizo una pausa. -Hay otra cosa, no trataré con ningún hombre hasta que le haya visto los ojos. ¡Quítate el yelmo Ciaran y luego, quizá, hablemos!

La respiración de Otar se transformó en un silbido, semejante al de una serpiente, al pasar el aire entre sus encías sin dientes; las manos de Lord Ciaran apretaron el mango del hacha.

— ¡No, esto nunca lo podré hacer!.- Susurró.

Otar se puso en pié, y, por primera vez, Stark sintió en toda su extensión la fuerza que se ocultaba en el extraño anciano.

— ¿Te gustaría mirar la cara de la destrucción? -Tronó- ¿Llamas a la muerte? ¿Piensas que algo se oculta tras una máscara de acero sin una buena razón? ¿Por qué pides verla?.

Se volvió -Mi señor, -dijo -mañana el último de los clanes se habrá unido con nosotros, después debemos marchar; entrega este terrestre a Thord y, antes de marcharnos, tendremos el talismán.

La negra y ciega máscara prosiguió inmóvil, girada hacia Stark. El terrestre pensó que de dentro provenía un débil sonido, que podía haber sido un suspiro.

Luego…

— Thord, -gritó el señor Ciaran y levantó el hacha.

III

Las llamas se elevaban del fuego a una gran altura en la garganta sin viento. Los hombres se sentaban alrededor, formando un amplio círculo: los jinetes salvajes de los valles montañosos de Mekh. Se sentaban como si fueran lobos, agazapados y temblorosos alrededor de una presa moribunda. Una y otra vez, sus blancos dientes mostraban una especie de risa silenciosa; sus ojos observaban.

— Es fuerte, -le decía en voz baja el uno al otro -Seguramente sobrevivirá toda la noche.

Sobre un saliente de roca se sentaba el señor Ciaran, envuelto en un manto negro, sosteniendo la gran hacha con su brazo doblado por el codo; junto a él, Otar se acurrucaba en la nieve.

Junto a ellos, largas lanzas habían sido clavadas profundamente en la nieve y atadas con correas para formar una especie de andamio; sobre esta estructura colgaba un hombre. Un hombre grande, con músculos de hierro y muy delgado, sujeto por los hombros, llenaba el andamio, doblando con su peso los astiles de las lanzas. Eric John Stark,de la Tierra, proveniente de Mercurio.

Previamente había sido azotado sin piedad, y ahora colgaba, sometido a su propio peso, entre las lanzas, respirando entre agudos sollozos; la nieve pisoteada de su alrededor estaba manchada de rojo.

Thord estaba empuñando el látigo, Se había quitado su chaqueta y su cuerpo, a pesar del frío, estaba brillante con el sudor. Azotaba a su víctima con gran cuidado, haciendo cantar y golpear al látigo. Estaba orgulloso de su habilidad.

Stark no gritó.

En un determinado momento Thord se volvió hacia detrás, jadeando y miró al señor Ciaran. El yelmo negro asintió con un movimiento.

Thord arrojó el látigo, fue junto al hombre grande y moreno y levantó su cabeza tirándole del pelo.

— ¡Stark! -Dijo, y le sacudió rudamente la cabeza -¡Extranjero!

Los ojos del terrestre se abrieron y le miraron fijamente, Thord no pudo evitar un ligero escalofrío. Parecía como si el dolor y las indignidades a que le habían sometido, hubieran tejido algún hechizo maléfico sobre este hombre con el que había cabalgado y al que pensaba conocer. Había visto esta misma mirada en el gato de las nieves capturado en una trampa; de repente, sintió que no le hablaba a un hombre sino a una bestia predadora.

— Stark, ¿Dónde está el talismán de Ban Cruach?.

El terrestre no respondió

Thord rió. Miró al cielo, por donde las lunas, a baja altura, recorrían veloces sus trayectorias.

— Sólo ha transcurrido media noche ¿Piensas que puedes aguantar hasta que amanezca?

Unos ojos fríos crueles y pacientes miraron a Thord. No hubo contestación.

Algún matiz de orgullo contenido en aquella mirada enfadó al bárbaro. Parecía burlarse de él, que tan seguro estaba de su habilidad con el látigo de soltar las lenguas menos dispuestas.

— ¿Piensas que no soy capaz de hacerte hablar, verdad? ¡Tú no me conoces extranjero! ¡Tú no conoces a Thord que, si lo desea, es capaz de hacer hablar a las piedras!.

Se empinó un poco y con su mano libre golpeó a Stark en la cara.

Parecía imposible que alguien que parecía moribundo se pudiera mover a esa velocidad. Se produjo un horrible brillar de dientes y la muñeca de Thord fue mordida en el lugar en que se une el pulgar. Rugió, después unas mandíbulas de hierro se cerraban machacando el hueso.

De repente Thord gritó, no de dolor sino de pánico. Las filas de guerreros que estaban observando avanzaron, incluso el señor Ciaran se levantó sorprendido.

— ¡Hark!, -el susurro se extendió alrededor del fuego, -¡Hark, cómo gruñe!

Thor había soltado el pelo de Stark y le estaba golpeando en la cabeza con su puño cerrado. Su cara estaba blanca.

— ¡Hombre Lobo!, ¡Suéltame bestia! ¡Suéltame!

Pero el hombre moreno, que seguía mordiendo la muñeca de Thord, machacándola, no le oyó. Al poco tiempo se oyó el sonido sordo del hueso al romperse.

Stark abrió sus mandíbulas. Thord cesó de golpearle, se retiró lentamente mirando la carne desgarrada. Stark colgaba con sus brazos totalmente extendidos.

Con su mano derecha Thord empuñó su cuchillo. El señor Ciaran avanzó y dijo:

— Espera Thord

— Es algo maligno, -susurró el bárbaro-, brujo, hombre-lobo y bestia,

Se aproximó a Stark.

El hombre de la armadura se movió, muy rápidamente, la gran hacha partió girando a través del aire. Golpeó de lleno a Thord en donde los músculos del cuello se llegan a los hombros; golpeó y se clavó.

El silencio se hizo en el valle.

El señor Ciaran caminó lentamente sobre la nieve pisada y recuperó su hacha.

— Debo ser obedecido, -dijo -No temo ni a los dioses, ni a los hombres ni a los demonios. -Señaló hacia Stark -Soltadle y cuidad de que no se muera.

Se retiró mientras Otar comenzaba a reír.

Stark oyó la risa aguda y salvaje como si llegara desde una distancia inmensa. Su boca estaba llena de sangre y su mente enloquecida con una furia helada.

En ese momento, una astucia puramente animal guió sus movimientos. Su cabeza cayó hacia delante y su cuerpo colgó inerte de las correas. Podía haber estado muerto.

Un grupo de hombres llegaron a donde estaba, les escuchó. Dudaban y tenían miedo, como el no se movía, reunieron su valor y se acercaron más, uno le tocó gentilmente con la punta de su lanza.

— Pínchale bien, -dijo otro, -Estemos seguros.

La afilada punta se clavó un poco más profundamente. Unas pocas gotas de sangre manaron y se unieron a las pequeñas corrientes rojas que fluían de las heridas dejadas por el látigo. Stark no se movió.

El lancero gritó -Ahora éste está lo bastante seguro.

Stark sintió como las hojas de los cuchillos cortaban las correas. Esperó. Las cintas de piel se rompieron y quedó libre.

No cayó, no habría caído salvo que hubiera tenido una herida mortal. Unió sus piernas y saltó.

En el primer asalto golpeó al lancero y lo arrojó al fuego; luego comenzó a correr hacia el lugar en lugar en el que las escamosas monturas estaban reunidas, dejando tras él, en la nieve, un rastro de sangre.

Un hombre apareció delante de él. Vio la sombra de una lanza y la desvió, cogió el astil con sus dos manos y se la arrebató al lancero, golpeándole con el extremo, y siguió su camino. Detrás de él oyó voces que gritaban en el inicio de un alboroto.

El señor Ciaran se giró y volvió caminando rápido.

Ahora había hombres delante de Stark, muchos hombres; el círculo de observadores se había roto, pues ya no había nada que observar. Agarró la larga lanza; era una buena arma, mejor que el garrote con punta de pedernal con el que el muchacho N´Chaka había cazado el lagarto gigante de las rocas.

Su cuerpo se curvó y medio agachó. Lanzó un grito: el grito de desafío del predador dispuesto a matar y se arrojó entre los hombres.

Provocó una carnicería con la larga lanza. Nadie esperaban tal ataque. Stark había aparecido nuevamente como vivo, demasiado rápidamente; tenían miedo de él; se podía oler su miedo; miedo no de un hombre como ellos, sino de una criatura que era más y menos que humana.

Mató y se encontró feliz.

Los salvajes jinetes de Mekh terminaron huyendo; estaban seguros de que era un demonio. Saltó en medio de ellos con su brillante lanza, y los bárbaros volvieron a oír un sonido que no podía venir de una garganta humana; su terror supersticioso se desató y los envió gritando, fuera del camino del terrestre, empujándose entre sí con un pánico infantil.

Stark pasó a través de los fugitivos. Ahora, salvo dos hombres montados que guardaban el rebaño, ya no había nadie entre él y la fuga.

Al estar montados se sentían más valientes; consideraron, que ni siquiera un brujo podría resistir su carga. Llegaron ante Stark cuando este corría, con las pezuñas acolchadas de sus bestias haciendo un sonido amortiguado de tambor sobre la nieve.

Sin parar de correr, Stark arrojó su lanza.

Atravesó el cuerpo de uno de los guerreros derribándolo, de forma que cayó bajo las patas de la montura de su compañero, trabándoselas. La bestia se encabritó y fue hacia atrás silbando. Stark prosiguió su fuga.

Se volvió a mirar por encima de su hombro, en medio de la multitud confusa de guerreros que gritaban, tuvo el atisbo de una figura con negra coraza y máscara alada, pasando con largas zancadas a través de los guerreros comunes y llevando levantada, dispuesta para ser arrojada un hacha negra.

Stark ahora estaba junto al rebaño; las bestias lo olieron.

El olor de Stark nunca había gustado a las cabalgaduras de las Tierras del Norte; ahora el hedor de la sangre del terrestre bastaba por sí sólo para hacerlos enloquecer. Comenzaron a silbar y a gruñir de forma inquietante, frotándose entre sí sus flancos de reptil; asimismo, comenzaron a dar vueltas, mientras lo miraban con ojos de cordero.

Saltó entre ellos antes de que se decidieran a escapar. Fue lo bastante rápido como para agarrar a uno por la cresta que hacía las funciones de crin; lo sujetó, sin importarle para nada sus gritos, saltó sobre su grupa y le hizo correr como un rayo; conforme cabalgaba, lanzó un escalofriante aullido animal que produjo pánico en aquellas criaturas.

El rebaño se deshizo, produciéndose una estampida desde el centro hacia el exterior, como la explosión de una bomba.

Stark marchaba al frente; agachándose sobre el cuello escamoso, vio a los guerreros de Mekh dispersos, golpeados y pisoteados sobre la nieve por las rápidas pezuñas de los animales; éstos derribaron cabañas, pateando sus paredes de arbustos, aullando fuerte con sus voces de reptil, y siguieron formando un gran alboroto a través de todo el campamento, dejando tras de si un destrozo semejante al producido por una tormenta. Stark estaba con ellos.

Arrebató una capa de los hombros de algún jefe poco importante cuando pasó a su lado; doblando cruelmente la cresta carnosa, y golpeando con sus puños la cabeza de la criatura, consiguió que su cabalgadura se dirigiera por el camino que deseaba seguir, bajando hacia el valle.

Tuvo un último vislumbre del señor Ciaran luchando por mantener a una de las cabalgaduras lo bastante tranquila como para poder montar; luego surgieron ante él, una docena de cuerpos luchando con las bestias. Stark se había ido.

La bestia no aflojó el paso; era como si pensara que pudiera descabalgar a la cosa extraña y sangrienta que estaba subida en su grupa. Los últimos bordes del campamento aparecieron y desaparecieron en la oscuridad, la nieve clara del valle inferior se abría ante él. La criatura se agachó y luego comenzó a galopar; la nieve blanca en polvo se elevaba cuando sus pezuñas tocaban el suelo.

Stark seguía sujeto a su cabalgadura; su fuerza se había ido, le había abandonado de repente, junto con la locura del combate. Ahora era consciente de que estaba enfermo y sangrando, que todo su cuerpo sufría un dolor cruel. En aquel momento, más que en las horas anteriores, odió al negro caudillo de los clanes de Mekh.

La bajada hacia el valle llegó a ser una especie de pesadilla. Stark estaba al tanto de las murallas de rocas que rodeaban el paso y que luego se ensanchaban, del viento que soplaba de ninguna parte, semejante a los golpes de un gran martillo; luego se encontró nuevamente en los páramos abiertos.

La cabalgadura comenzó titubear y a ir más despacio, luego se paró.

Stark recogió nieve para frotarse las heridas. Estaba cerca de desmayarse, pero detuvo la hemorragia; después, el dolor agudo fue sustituido por uno sordo, se envolvió en la capa y urgió a la bestia a seguir. Esta vez de forma gentil, pacientemente, después que ésta respiró, le obedeció, tomando un trote que arrastraba las pezuñas y que mantuvo durante horas.

Estuvo tres días en los páramos. Parte del tiempo cabalgó envuelto en una especie de sopor y parte del tiempo lo hizo en un estado enfebrecido de alerta, observando el horizonte. Con frecuencia confundió las rocas de formas salientes con jinetes y buscó cobijo hasta estar seguro de que no se movían. Tenía miedo de desmontar, porque la cabalgadura no tenía bridas. Cuando paraba para que descansara, él permanecía montado en su grupa, secándole su frente perlada con sudor.

El viento borraba sus huellas completamente, tan pronto como las hacía. Dos veces vio jinetes en la distancia; una de ellas se enterró en un montón grande de nieve y permaneció allí varias horas.

Las torres derruidas marchaban con él a través de la tierra yerma, gigantes solitarios separados por cincuenta millas. No se les aproximó.

Sabía que estaba dando bastante rodeo, pero no lo podía evitar, y esa fue probablemente la causa de su salvación. En aquellos torturados yermos, hendidos por eones de hielo e inundaciones, uno podía seguir a un hombre por una línea recta entre dos puntos, pero encontrar a un jinete solitario perdido en aquella soledad era una cuestión de mucha suerte, y los dados estaban con Stark.

Una tarde, a la puesta del sol, llegó a una llanura, que descendía suavemente hacía una elevada muralla rocosa negra cortada por un solo paso.

La luz era tenue y de color rojo sangre, brillando sobre la roca escarchada, de forma que parecía que la garganta que constituía el paso estaba ardiendo con fuegos malignos. Para la mente de Stark, esencialmente primitiva, y en aquel momento privada de toda la razón que había adquirido, el estrecho paso parecía como la puerta al país de los demonios, tan horribles como las fabulosas criaturas que se arrastran por el Lado Oscuro de su mundo de nacimiento.

Miró a las Puertas de la Muerte, entonces un oscuro recuerdo se arrastró por su cerebro. El recuerdo de aquella experiencia de pesadilla, en la que el talismán le había hecho atravesar aquel horrible desfiladero, no como Stark, sino como Ban Cruach.

Recordó las palabras de Otar “He visto a Ban Cruach el poderoso. ¿Estará todavía ante aquellas puertas oscuras luchando su guerra inimaginable solo?”.

Nuevamente, Stark recordó el sonido que producía el viento, semejante a la música de gaitas malignas. Nuevamente, una sombra con forma oscura y terrible surgió ante él…

Con gran esfuerzo, se obligó a recordar la visión que tenía en su mente. No podía retroceder ahora; no tenía ningún sitio a donde ir.

Su cansada montura seguía caminando lentamente, pero sin desanimarse; en ese momento Stark vio, como en un sueño, que una gran ciudad amurallada guardaba la terrible Puerta. A través de una niebla carmesí, observó como la ciudad se deslizaba hacia él y se maravilló de poder ver las edades, apiñadas como pájaros alrededor de las torres.

Había llegado a Kushat con el talismán de Ban Cruach todavía escondido en el cinturón manchado de sangre que llevaba alrededor de sus caderas.

IV

Estaba en una gran plaza, rodeada de puestos de vendedores ambulantes y tabernas. Más allá había edificios, calles, es decir, una ciudad. Stark tuvo la impresión borrosa, de que en esta ciudad, que se alzaba imponente junto a las montañas, -tan desolada y orgullosa como ellas, e igual de antigua, con muchas ruinas y barrios abandonados-, reinaba una gran oscuridad creciente.

No estaba seguro de cómo había llegado allí, pero allí estaba; erguido sobre sus pies mientras alguien le vertía vino amargo en la boca; lo bebió con ansia. Había gente a su alrededor bromeando, charlando, exigiendo respuestas a sus preguntas. La voz de una muchacha dijo bruscamente:

— ¡Dejadle en paz! ¿Acaso no veis que está herido?.

Stark miró hacia abajo; la chica era delgada y estaba cubierta de harapos; tenía el pelo negro y grandes ojos amarillos, como los de un gato. Sostenía en sus manos una botella de cuero. Le sonrió y dijo

— Me llamo Thanis.

Él, para mantenerse en pié, puso su mano sobre el hombro de la joven. Era un hombro flexible, sorprendentemente fuerte. Le gustaba tocarlo.

La multitud seguía congregada a su alrededor y se iba haciendo cada vez más numerosa; oyó el sonido de un paso militar. Un pequeño destacamento de soldados, con armadura ligera, se abría camino entre la multitud.

Un oficial muy joven, cuyo peto dañaba la vista de lo brillante que estaba, ordenó que se le dijera quién era Stark y por qué había venido hasta allí.

— Nadie cruza los páramos en invierno, -dijo, como si con ello quisiera dar a entender que el mero hecho de estar allí fuera señal de un propósito maligno.

— Los clanes de Mekh los están cruzando, -respondió Stark -Un ejército avanza contra Kushat a uno o dos días detrás de mí.

La multitud lo oyó. Aquí y allá se levantaron voces excitadas, pidiendo más noticias. Stark le dijo al oficial:

— Deja de perder el tiempo y llévame a ver a tu capitán.

— Lo más seguro es que veas el interior de la prisión, -respondió el joven -¿Qué tonterías dices sobre los clanes de Mekh?

Stark le miró tanto tiempo y con tanta curiosidad que la multitud comenzó a reírse con disimulo. La cara imberbe del oficial se puso colorada hasta las orejas.

— He luchado en muchas guerras, -dijo Stark con gentileza -hace ya tiempo que he aprendido a escuchar cuando alguien me avisa de un ataque.

— Lugo, es mejor que le lleves a ver al capitán, -gritó Thanis -Si hay guerra, también nos jugamos nuestra piel.

La multitud comenzó a gritar. Todos eran pobre gente, envueltos en capas deshilachadas o en prendas de cuero gastado. No tenían ningún cariño por los guardias. Tanto si había guerra como si no, su invierno había sido largo y aburrido; ahora iban aprovecharse, de la mejor manera de aquel revuelo.

— ¡Lugh llévale! ¡Déjale avisar a los nobles, para que piensen como defender Kushat y las Puertas de la Muerte, ahora que el talismán se ha perdido!

— ¡Eso es mentira! -Gritó Lugh -Y sabeis la pena por decirlo, así que cerrad vuestras bocas o haré que os azoten a todos. -Se volvió enfadado hacia Stark -Veamos si va armado.

Uno de los soldados avanzó, pero Stark fue más rápido, soltó la correa que sujetaba su capa dejando desnudo su pecho.

— Los bárbaros ya me han despojado de todo lo que tenía, -dijo -Pero me dieron algo a cambio.

La multitud miró las huellas medio curadas de los latigazos que cubrían su cuerpo. Aquella visión cortaba la respiración.

El soldado recogió la capa y la colocó sobre los hombros del terrestre. Lugh dijo hoscamente: -Entonces vamos.

Los dedos de Stark apretaron el hombro de Thanis

— Ven conmigo, pequeña, -susurró, -Si no me tendré que arrastrar.

Ella le sonrió y lo acompañó, la multitud les siguió.

El capitán de los guardias era un hombre grueso que olía a vino; su cara daba muestras de vejez, aunque su cabello todavía no era gris. Estaba sentado dentro de una torre chata, junto a la plaza; observó a Stark sin ningún interés especial.

— Si tienes algo que decír, dilo, -exclamó Lugh.

Stark les contó todo lo que le había sucedido, sin hablar de Camar ni del talismán. Esa no era la ocasión, ni aquel el hombre adecuado para que escuchara esa parte de la historia. El capitán escuchó todo lo que tenía que decir sobre la reunión de los clanes de Mekh y luego se sentó, estudiándole con astucia.

— ¿Tienes pruebas de lo que dices?

— Estas cicatrices; su mismo caudillo Ciaran ordenó que me azotaran.

El capitán las observó y luego se reclinó hacia atrás.

— Cualquier banda de cazadores errantes puede haberte azotado, -dijo -Un vagabundo sin nombre, de los dioses saben donde; un fuera de la ley, si es que sé juzgar a los hombres. Probablemente mereciste lo que te hicieron.

Tomó el vino y sonrió -Míra extranjero, en las Tierras del Norte nadie hace la guerra en invierno; además, nadie ha oído hablar de Ciaran; si esperas que la ciudad te recompense, te has equivocado miserablemente.

Controlando tristemente su enfado, Stark dijo: -El señor Ciaran llamará a vuestras puertas en dos días, entonces oiréis hablar de él.

— Quizá puedas esperarle, en una celda. Abandonarás Kushat con la primera caravana que salga después del deshielo. Tenemos bastante chusma aquí sin necesidad de que venga más.

Thanis estiró de la capa de Stark y dijo desde atrás

— Señor, -en sus labios, dicha palabra sonaba como algo sucio-, me ofrezco como fiadora por el extranjero.

El capitán la miró

— ¿Tú?

— Señor, soy una ciudadana libre de Kushat; de acuerdo con la ley puedo ofrecerme como fiadora por él.

— Si, vosotros, la escoria del Barrio de los Ladrones practicarais la ley tan bien como parloteáis sobre ella, tendríamos menos problemas, — gruñó el capitán -Bien, llévate a esta criatura si le quieres; no pienso que tengas nada que perder.

Lugh rió.

— Nombre y domicilio, -preguntó el Capitán; luego lo escribió. -Recuerda que no debe abandonar el Barrio.

Thanis asintió con la cabeza -Vamos, -le dijo a Stark. Él no se movió; ella le miró. El terrestre miraba al capitán. Su barba había crecido en estos últimos días, su cara, que todavía mostraba las cicatrices producidas por los golpes de Thord, tenía un aspecto lobuno producido por el dolor y la fiebre. Desde esa máscara malévola, sus ojos observaban con una intensidad terrible y fría al hombre de panza prominente que, sentado, se burlaba de él.

Thanis colocó su mano sobre la áspera mejilla y le dijo:

— Vamos; vamos y descansa.

Con gentileza, le desvió la cabeza; él bizqueó y osciló; luego ella le tomó por la cintura y le condujo, sin protestar hacia la puerta.

Allí ella se detuvo, mirando hacia atrás.

— Señor, -dijo muy suavemente, -Las noticias de este ataque están recorriendo el Barrio ya. Si tuviera lugar y se supiera que tu tenías el aviso y no lo comunicaste… -Hizo un gesto expresivo y salió.

Lugh miró inquieto a su superior

— Ella tiene razón mi capitán; si por casualidad ese hombre dijera la verdad…

El capitán maldijo.

— Tonterías. Es el cuento de un truhán; sin embargo…-Movió la cabeza con indecisión, y luego cogió un pergamino, -Después de todo, no hay que complicarse; redacto un informe, lo elevo y que los nobles se preocupen.

Comenzó a escribir con su pluma.

Thanis llevó a Stark por escalinatas y estrechas callejuelas, oscuras ya en el anochecer; en esta zona la ciudad se elevaba y luego descendía sobre las rocas desiguales. Stark percibía los fuertes olores a especias y a alimentos desconocidos; la oscura presencia dejada por un millón de generaciones apiñadas juntas, engendrando y muriendo en estas catacumbas de piedra y pizarra, atestadas de gente.

Había una casa, metida entre otras casas, construida bajo un saliente de la Gran Muralla. Había un tramo de escaleras, desgastadas por el uso, que giraban de forma incomprensible alrededor de las esquinas exteriores.

Había una habitación de techo bajo; y, vagamente, vislumbró a un hombre delgado llamado Balin, que dijo ser el hermano de Thanis. Había una cama de pieles y tejidos.

Stark cayó dormido.

Manos y voces le hicieron despertar, manos fuertes que le sacudían; voces apresuradas. Se incorporó gruñendo, como un animal despertado de repente, todavía perdido en las oscuras nieblas del agotamiento. Balin maldijo y le apartó sus dedos.

— ¿Qué es esto que has traído a casa Thanis?, por los dioses ¡Me ha golpeado!.

Thanis le ignoró

— Stark -dijo, -¡Stark! Escucha, vienen hombres; soldados. Te interrogarán ¿Me oyes?

— Te oigo- dijo Stark firmemente

¡No hablaré de Camar!

Stark se puso de pié y Balin dijo rápidamente: -¡Paz! La cosa está segura, ¡yo no robaría una garantía de condena a muerte!.

Su voz tenía un tono de verdad. Stark se sentó nuevamente; era un esfuerzo mantenerse despierto. Se oía un clamor en la calle de abajo. Todavía era de noche.

Balin dijo con cuidado:

— Diles lo que dijiste al capitán; nada más. Te matarán si lo descubren.

Una mano ruda llamó a la puerta y una voz gritó:

— ¡Abrid!

Balin comenzó a descorrer la barra, Thanis se sentó junto a Stark, con su mano tocando la del terrestre. Stark se frotó su cara; se había lavado, afeitado y tratado las heridas con un ungüento. No llevaba el cinturón, ni sus ropas manchadas de sangre. Entonces se dio cuenta de que estaba desnudo y se envolvió en una pieza de tela. Thanis susurró:

— El cinturón está colgando de ese gancho, bajo tu capa.

Balin abrió la puerta y la habitación se llenó de hombres.

Stark reconoció al capitán. Había otros cuatro que no conocía; joven, viejo o de mediana edad, todos estaban molestos de haber sido levantados del lecho o de la mesa de juego a esas horas. Un sexto hombre llevaba la coraza enjoyada de un noble; tenía una cara amable y agradable, cabello gris, ojos apacibles, mejillas suaves. Un hombre magnífico, pero ridículo al ir vestido y con el equipo propio de un soldado.

— ¿Es éste el hombre? -Preguntó-. El capitán asintió con la cabeza.

— Si, -esta vez era él quien tuvo que decir:- señor.

Balin, con un elegante ademán, trajo una silla. Levaba un pendiente con una joya carmesí en su oreja izquierda; cada gesto del hermano de Thanis rápido y delicado, por instinto era burlesco. Sus ojos eran brillantes y cínicos, situados en una cara curtida y delgada, con años de divertido incumplimiento de la ley; a Stark le gustaba.

Era un hombre civilizado; todos lo eran: el noble, el capitán y los demás. Tan civilizados, que los orígenes de su cultura habían sido olvidados media edad antes de que el primer ladrillo de arcilla se colocara en Babilonia.

Stark pensó, que eran demasiado civilizados. La paz había mellado sus colmillos y cortado sus garras. Pensó en los salvajes guerreros de los clanes llegando al galope a través de la llanura nevada, y sintió una cierta lástima por los hombres de Kushat.

El noble se sentó.

— Vagabundo, has venido con una extraña historia. Querría oírla de tus propios labios.

Stark la contó, habló lentamente, midiendo cada palabra, maldiciendo la flojedad que le nublaba el cerebro.

El noble, que se llamaba Rogain, le hizo preguntas ¿Dónde estaba el campamento? ¿Cuántos guerreros? ¿Qué palabras le había dicho exactamente el señor Ciaran y quién era él?

Stark respondió con un cuidado meticuloso.

Rogain pareció perdido en sus pensamientos por un tiempo. Parecía preocupado y trastornado; con una mano jugaba, sin propósito, con el puño de su espada; una mano de intelectual, sin callos.

— Una cosa más, -preguntó Rogain. -¿Qué negocios tienes tu en el páramo, durante el invierno?

Stark sonrió

— Soy un vagabundo profesional

— ¿Un fuera de la ley? -Preguntó el capitán. Stark se encogió de hombros.

— Mercenario es una palabra más amable.

Rogain estudió el dibujo de las huellas del látigo sobre la oscura piel del terrestre

— ¿Por qué, el así llamado señor Ciaran ordenó que te azotaran?.

— Yo había golpeado a uno de sus jefes.

Rogain suspiró y se levantó. Permaneció de pié, mirando a Stark melancólicamente desde debajo de sus cejas; al final dijo:

— Es una historia extraña, no la puedo creer; sin embargo ¿Por qué mentirías?.

Se detuvo, como si esperara que Stark respondiera esta cuestión y le quitara la preocupación.

— La historia se probará fácilmente, espera un día o dos. -Dijo Stara.

— Armaré la ciudad, -dijo Rogain, -No me atrevería a actuar de otra manera; pero te diré esto, -una sombra asombrosamente desagradable pasó por sus ojos -Si el ataque no se produce, si has removido a toda la ciudad por nada; te haré despellejar vivo, y tu cuerpo, colocado sobre la Muralla, alimentará a los pájaros carroñeros.

Se retiró llevándose a su escolta con él. Balin sonrió

— Lo hará, seguro, -dijo, y volvió a colocar la barra en la puerta.

Stark no respondió; miró a Balin, luego a Thanis y por último al cinturón que colgaba del gancho; sin curiosidad, pero de forma penetrante, como un animal que elabora sus propias percepciones. Dio un profundo suspiro; luego, como si pensara que no había ningún peligro en aquel lugar, se acostó e inmediatamente se quedó dormido.

Balin se encogió de hombros expresivamente, hizo un guiño y le preguntó a Thanis.

— ¿Estás totalmente segura de que es humano?.

— Es hermoso, -dijo Thanis- y colocó varias mantas sobre él. -Contén tu lengua.

La joven siguió sentada allí, observando el rostro de Stark como si sus lentos sueños se mostraran en su cara. Balin sonrió.

Era ya otra vez de noche cuando Stark se despertó. Se sentó, se estiró perezosamente. Thanis estaba agachada en el fuego del hogar, removiendo algo sabroso en una olla ennegrecida. Levaba un vestido rojo y un collar de oro batido; su pelo estaba peinado, suave y brillante.

Le sonrió al terrestre y se levantó, llevándole sus propias botas y pantalones, cuidadosamente limpiados y una túnica de cuero elegantemente teñido, suave cono la seda. Stark le preguntó de donde la había sacado.

— Balin la robó, de los baños a donde van los nobles. Dijo que tu deberías tener lo mejor, -se sonrió, -Le costó muchísimo tiempo encontrar una lo bastante grande para que te sentara bien.

Ella miró con interés y sin vergüenza, mientras él se vestía. Stark dijo:

— Ten cuidado de que no se te queme la sopa.

Ella le sacó la lengua

— Mejor es que estés orgulloso de tu fina piel, mientras puedas; no hay signos de ataque.

Stark se dio cuenta de que ahora percibía sonidos que no había oído antes de dormirse: el paso de soldados sobre la Muralla, encima de la casa, y las llamadas de la guardia. Kushat estaba armada y preparada; su tiempo se estaba acabando. Esperó que Ciaran no se retrasara en los páramos.

— Te explicaré algo sobre el cinturón, -dijo Thanis-. Cuando Balin te desnudó, vio el nombre de Camar arañado en la parte interior del adorno de metal. Él es capaz de abrir un huevo de lagarto sin dañar la cáscara.

— ¿Y tú? -Preguntó Stark.

Ella dobló sus largos dedos

— Me arreglo bastante bien.

Balin entró, había estado buscando noticias, pero no había muchas novedades.

— Los soldados están maldiciendo por la falsa alarma, -dijo. -La gente se encuentra excitada, pero como si todo fuera un juego. Kushat no ha luchado en una guerra desde hace siglos. -Suspiró -La lástima Stark, es que creo tu historia. Y tengo miedo.

Thanis le pasó un tazón humeante.

— Emplea tu lengua aquí, con esta comida. ¡Miedo de verdad! ¿has olvidado la Muralla?. Nadie la asaltado desde que se construyó la ciudad. ¡Déjales que ataquen!.

Stark se estaba divirtiendo

— Para ser una niña sabes mucho sobre la guerra.

— Se lo bastante para salvar nuestra piel. -La muchacha resplandecía, Balín se sonrió.

— Ella te ha cogido Stark, y hablando de pieles…-Miró al cinturón -O mejor hablando de talismanes, que no tenemos, ¿Cómo conseguiste esto?.

— Camar tenía un pecado sobre su conciencia…y era mi amigo. -Dijo Stark.

Balin le miró con profundo respeto.

— Eres tonto, -dijo -Mira: esa cosa ha vuelto a Kushat, y tu promesa está cumplida. Aquí no hay nada para ti salvo peligro; si yo fuera tú, no esperaría para ser despellejado, o muerto, o envuelto en una guerra que no es la tuya.

— Te equivocas; si que es mía, -contestó Stark -El señor Ciaran hizo que lo fuera. -También miró al cinturón -¿Qué hacemos con el talismán?.

— Devuélvelo a su lugar de origen, -dijo Thanis, -Mi hermano es mejor ladrón que Camar y estate seguro de que lo puede hacer.

— ¡No!, -dijo Balin, con una fuerza sorprendente. -Lo guardaremos nosotros, Stark y yo. Si tiene poder, es algo que no sé, pero en caso de que lo tenga, Kushat lo necesitará y debe estar en fuertes manos.

Stark dijo sombríamente:

— El talismán tiene poder; si para bien o para mal, eso no lo sé.

Le miraron sorprendidos, pero un ligero sentido de reverencia contuvo su curiosidad.

El no les podía decir nada; no estaba muy dispuesto a hablarle a nadie de la oscura visión de más allá de las Puertas de la Muerte, que el talismán de Ban Cruach le había concedido.

Balin estaba de pié

— Para bien o para mal, la reliquia de Ban Cruach ha vuelto a casa. -Bostezó -Me voy a la cama ¿Thanis, vienes conmigo o te quedas peleando con nuestro huésped?.

— Me quedo y pelearé.

— De acuerdo, -Balin suspiró como si fuera un duende. -Buenas noches. -Y desapareció en una habitación interior. Stark miró a Thanis; la chica tenía una boca cálida, y sus ojos eran hermosos y llenos de luz.

El terrestre sonrió, cogiéndole la mano.

Todavía era de noche; Stark seguía dormitando. Thanis abrió las cortinas, el viento y la luz de las lunas penetraron juntos en la habitación. Se asomó al alfeizar sobre una ciudad que dormitaba. Una sonrisa todavía se mantenía en las comisuras de su boca; era una sonrisa triste, de despedida y muy tierna.

Stark se removía inquieto, haciendo pequeños ruidos con la garganta. Sus movimientos se fueron haciendo cada vez más violentos. Thanis cruzó la habitación y le tocó.

Stark despertó instantáneamente.

— Animal, -dijo ella con suavidad -Sueñas.

Stark negó con la cabeza, sus ojos todavía estaban nublados pero no con sueño.

— Sangre, dijo -Se huele en el viento.

— Yo lo único que huelo es la aurora, -dijo Thanis, y sonrió.

Stark se levantó.

— Llama a Balin, voy a subir a la Muralla.

Ahora la chica no le conocía

— ¿Qué pasa Stark?¿Qué va mal?.

— Llama a Balin. -De repente parecía como si la habitación le ahogara. Tomó su capa y el cinturón de Camar y salió corriendo hacia la puerta, saliendo a los estrechos peldaños que estaban fuera. La luz de las lunas se reflejó en sus ojos pálidos como fuego helado.

Thanis tuvo un escalofrío; Balin se unió a ella sin necesidad de que tuviera que llamarlo. Él también había tenido un sueño inquieto; juntos, siguieron a Stark por la escalera, tallada con tosquedad, que conducía a los adarves de la Muralla.

Miró hacia el sur, donde la llanura descendía desde las montañas hasta Kushat. Allí no se movía nada, nada manchaba el blanco yermo. Pero Stark dijo:

— Atacarán al amanecer.

V

Esperaron. A cierta distancia, un guardia se apoyaba contra el parapeto, envuelto en su capa. Les miró sin manifestar ninguna curiosidad. Hacía un frío cortante; el viento bajaba silbando a través de las Puertas de la Muerte; abajo, en las calles, los fuegos de la guardia brillaban y se estremecían.

Esperaron; seguía sin ocurrir nada.

— ¿Cómo sabes que vendrán? -Dijo Balin con impaciencia.

Stark daba miedo. Un cuerpo con heridas superficiales que no tenía frío y en el cual, cada uno de sus músculos, parecía tener vida propia. Fobos se estaba poniendo, la luz de las lunas disminuía y cambiaba; la llanura estaba vacía, inmóvil.

— Esperarán a la oscuridad, que llegará, más o menos, en una hora, entre la puesta de la última luna y el amanecer.

Thanis susurró:

— Sólo son sueños. Además, tengo frío. -Dudó y luego se metió bajo la capa de Balin. Stark se había alejado de ella, Thanis observó sombriamente donde se asomaba sobre la piedra, podía haber sido parte de la roca pues aparecía tan oscuro e inmóvil como ella.

Deimos se ponía en dirección al oeste.

Stark volvió la cabeza, como forzado a mirar hacía los acantilados que se alzaban sobre Kushat, cerniéndose en las alturas, como una mancha que cubriera la mitad del cielo. Aquí, junto a ellos parecían ascender formando una masa de forma curvada, como la última ola de la eternidad elevándose cargada con las cenizas de mundos desaparecidos.

Yo he estado antes bajo esos acantilados; he sentido como se derrumbaban y me aplastaban; he tenido miedo.

Todavía tenía miedo. La mente que había transferido su memoria a la lente de cristal, había muerto hacía un millón de años pero, ni el tiempo ni la muerte habían hecho desvanecerse el terror que había soportado Ban Cruach en su viaje a través del paso de pesadilla.

Miró la oscura y estrecha boca de las Puertas de la Muerte, hendiendo la escarpadura como si fuera una herida; el primitivo ser simiesco que llevaba dentro, gritó y lloró oprimido por un repentino sentimiento de predestinación.

Había venido, recorriendo dolorosamente medio mundo, para acurrucarse ante las Puertas de la Muerte. Alguna magia maligna le había permitido ver cosas prohibidas; había unido su mente, mediante un enlace diabólico, con la mente muerta hacía largo tiempo de uno que había sido un semidiós. Estos milagros demoníacos no se habían realizado para nada ¿Se le permitiría salir sin daño?.

Abandonó rápidamente estas ideas y maldijo. Había dejado atrás a N´Chaka, un muchacho desnudo corriendo por un lugar de rocas y sol en Mercurio. Había vuelto a ser Eric John Stark un hombre civilizado. Olvidó la premonición sin sentido y dio la espalda a las montañas.

Deimos tocaba el horizonte. Un último resplandor de luz rojiza tiñó la nieve, luego desapareció.

Thanis, que estaba medio dormida dijo con irritación repentina:

— No creo en tus sentidos bárbaros; me voy a casa, -apartó a Balin a un lado y se fue bajando los escalones.

La llanura estaba entonces en la más completa oscuridad, bajo las débiles y lejanas estrellas Boreales.

Stark se asomó al parapeto; poseía una especie de paciencia intemporal. Balin le envidiaba; le habría gustado irse con Thanis; tenía frío y dudas, pero se quedó.

Siguió pasando el tiempo… minutos infinitos que se alargaban hasta parecer horas

— ¿Puedes oírlos? -dijo Stark.

— No

— Vienen. -Su oído, mucho más agudo que el de Balin, sentía los sonidos más débiles, el gran rumor de un ejército en marcha con cautela en la oscuridad. Hombres ligeramente armados; cazadores acostumbrados a atrapar bestias en la nieve. Se podían mover silenciosamente; muy silenciosamente.

— No oigo nada, -dijo Balin; y siguieron esperando.

Las estrellas occidentales se desplazaban hacia el horizonte; a lo lejos, en el este un débil resplandor apareció en el cielo.

La llanura seguía cubierta por la noche, pero Stark ya podía distinguir las altas torres de la Ciudad Real de Kushat; fantasmales y semejantes entre sí, las antiguas y orgullosas altas torres de los gobernantes y de sus nobles, que se elevaban sobre los atestados barrios de mercaderes, artesanos y ladrones. Se preguntó quién sería rey en Kushat cuando el sol, que aún no había salido, se pusiese.

Observando Balin le dijo:

— Estabas equivocado, no hay nada en la llanura.

— Espera. -Repuso Stark.

Ahora, velozmente, la aurora llegó de golpe al tenue aire de Marte, inundando el mundo con su luz chillona. Un relámpago de brillo cruel de hojas de espada, puntas de lanza, yelmos, cotas de malla barnizadas brillaban sobre las cabezas pelirrojas y las capas de cuero; los estandartes de los clanes, carmesí, oro y verde, resplandecían en la nieve.

No había ningún sonido, ni siquiera un susurro, en toda la llanura.

En algún lugar, un cuerno de caza envío su profundo grito, que partió la mañana. A continuación, sonó el salvaje clamor en las gaitas de las montañas, el trueno roto de los tambores y el grito, sin palabras, de regocijo que llegó hasta la Muralla de Kushat como el auténtico grito de la batalla. Los guerreros de Mekh comenzaron a moverse.

Sin orden; primero despacio, y luego más rápidamente, conforme notaban la presión de los guerreros que iban detrás, los bárbaros cargaron hacia la ciudad como el agua rebosa a través de un dique roto.

Grupos y partidas de guerreros, hombres altos corriendo como ciervos, saltando, gritando, enarbolando sus grandes enseñas. Jinetes espoleando sus monturas hasta que corrían al galope. Lanzas, mandobles, hachas oscilaban; un mar de hombres y bestias acometiendo, empujándose, haciendo temblar el suelo con el trueno de su paso.

A la cabeza de todos ellas avanzaba una figura solitaria, vestida de cota de malla negra, cabalgando una montura revestida de negro y llevando una gran hacha.

Kushat volvió a la vida. Se produjeron aglomeraciones y gritos en las calles; los soldados comenzaron a ocupar sus puestos en la Muralla. Una tropa poco numerosa, pensó Stara, y sacudió su cabeza., Masas de ciudadanos ocupaban las calles y todos los tejados estaban llenos. Llegó un grupo de nobles, que parecían muy valientes con sus resplandecientes cotas de malla; tomaron posiciones en la plaza que se encontraba junto a la puerta principal.

Balin no dijo nada y Stark no distrajo sus pensamientos, que según su aspecto, debían ser verdaderamente tenebrosos.

Llegaron unos soldados y les mandaron que se fueran de la Muralla. Stark y Balin volvieron a su propio tejado, en donde se les unió Thanis que estaba muy excitada, pero no tenía miedo.

— Dejémosles que ataquen, -dijo la muchacha. -Dejémosles que rompan sus lanzas contra la Muralla; tendrán que huir arrastrándose.

Stark comenzó a ponerse inquieto. En sus elevados emplazamientos, las grandes ballistas crujían y se oía el sonido rasgado de sus cuerdas. La canción muda de los arcos llegó a convertirse en un zumbido triste. Los hombres caían, y eran pisoteados por sus compañeros. El aullido sangriento de los clanes se alzaba de forma incesante a través del aire helado. Stark oyó el golpeteo de las escaleras de asalto contra la piedra.

De repente Thanis dijo:

— ¿Qué es eso, ese sonido como el de un trueno?

— Arietes, -respondió Stark -Están golpeando la puerta.

La chica escuchó y Stark vio en su cara un inicio de miedo.

Fue un largo combate. Durante toda la mañana Stark lo contempló ansiosamente desde el tejado. Los soldados de Kushat lucharon bien y con valor, pero eran como un rebaño de ovejas frente a los altos lobos de las montañas. Al medio día los oficiales comenzaron a recorrer los Barrios buscando hombres que reemplazaran a los muertos.

Stark y Balin subieron nuevamente a la Muralla.

Los clanes habían sufrido grandes pérdidas. Sus muertos yacían amontonados bajo la Muralla, en medio de escaleras rotas. Pero Stark conocía a estos bárbaros, habían estado acampados en el valle durante muchos días, inquietos e irritados, y ahora que habían sido presa de la locura del combate, no se iban a detener.

Una ola de guerreros tras otra rompía contra la muralla, era rechazada y regresaba nuevamente, sin descanso. Un trueno interminable seguía batiendo contra las puertas, en las que gigantes sudorosos movían los arietes bajo la cubierta de sus propios arqueros. Por todas partes, arriba y abajo, a lo largo de la vanguardia, cabalgaba el hombre de la armadura negra, al que le seguían salvajes vítores.

Balin dijo sombríamente:

— Es el fin de Kushat.

Una escalera se apoyó contra las piedras a unos pocos pies de distancia, los guerreros se arremolinaron en los peldaños; hombres de los clanes con la risa en sus bocas. Stark fue el primero en enfrentárseles.

Le habían dado una lanza, atravesó a dos guerreros con ella y luego la perdió; un tercer hombre llegó saltando el parapeto. Stark le agarró con sus brazos.

Balin observaba, vio al guerrero ser arrojado de la muralla, arrastrando al caer a sus compañeros que estaban subiendo la escalera. Vio el rostro de Stark, oyó los sonidos y olió la sangre y el sudor de la guerra; esto le hizo sentirse enfermo hasta la médula de los huesos. El odio que les tenía a los bárbaros era algo espantoso.

Stark cogió la espada de un hombre muerto y en diez minutos su brazo estaba tan rojo como el de un carnicero; no paró de observar el yelmo alado que se movía aquí y allá bajo las murallas, como un estandarte de los clanes.

A media tarde, los bárbaros habían puesto pie en la muralla en tres lugares y avanzaban por la repisa, extendiéndose hacia el interior como una marea irresistible; los defensores se desmoralizaron, y el miedo se transformó en pánico.

— Todo está ya perdido, -dijo Stark-. Busquemos a Thanis y escondámosla.

Balin bajó su espada, y susurró:

— Dame el talismán, -Stark vio que estaba llorando, -Dámelo e iré más allá de las Puertas de la Muerte y despertaré a Ban Cruach de su sueño. Si hubiera olvidado a Kushat, yo tomaré su poder con mis propias manos, abriré de par en par las Puertas de la Muerte y soltaré la destrucción sobre los hombres de Mekh; si la leyenda miente, moriré.

Balin era un hombre enloquecido

— ¡Dame el talismán!.

Stark le abofeteó, con cuidado y sin fuerza

— Oculta a tu hermana Balin, si no quieres ser tío de un muchacho pelirrojo.

Entonces recuperó la razón, como un hombre que ha estado a estado sin sentido. Mujeres gritando, con sus hijos, llenaban las calles que conducían desde la Muralla al interior de la ciudad; el trabajo sangriento, realizado a pie, proseguía en los tejados y en los callejones estrechos.

La puerta todavía no había sido derribada.

Stark apresuró su camino por la plaza; los puestos de los quincalleros estaban derribados; las jarras de vino estaban rotas y el vino tinto derramado. Las cabalgaduras gruñían y se removían cansadas de sus raídos arneses, volviéndose salvajes por los gritos y el olor de la sangre. Los muertos formaban altos montones en aquellos sitios en que habían caído de la muralla.

Aquí, todos eran soldados, luchando severamente para defender su último baluarte. El grave sonido de los arietes removía las mismas piedras. La madera, cubierta de hierro de la puerta produjo un ruido que enmudeció al resto de sonidos. Los nobles bajaron lentamente desde la plaza y montaron, esperando.

Ahora eran pocos. Su brillante armadura estaba mellada y sucia, sus caras estaban pálidas.

Un último golpe de ariete.

Con un agudo crujido, las debilitadas bisagras saltaron, la gran puerta quedó abierta.

Los nobles de Kushat realizaron su primera y última carga.

Como soldados, marcharon contra los jinetes de Mekh y como soldados lucharon hasta la muerte.

Los que quedaban vivos se retiraron hacia el extremo de la plaza, como atrapados por una avalancha. A través de la puerta entró el señor Ciaran, con su alada máscara de combate y su hacha que bebía la vida de los hombres a los que golpeaba.

Había una cabalgadura sin jinete que la reclamara, estirando de sus bridas. Stark se subió en la silla y desató a la bestia. Donde la pelea era más dura, una masa de monturas y hombres combatían rodilla contra rodilla; allí estaba el hombre de la armadura negra, cabalgando como un dios, magnífico, nacido para la guerra. Los ojos de Stark brillaron con una extraña luz fría. Picó espuelas, con fuerza, en los lomos cubiertos de escamas. La bestia se lanzó hacia delante.

Se lanzó, haciendo cantar a la espada larga que llevaba. La cabalgadura era fuerte y estaba asustada más allá del miedo. Mordía y empujaba, Stark acortó por en medio de la plaza y cuando estuvo lo bastante cerca gritó sobre el tumulto.

— ¡Aquí, Ciaran!

La máscara negra se volvió hacia él, la voz que recordaba habló desde detrás de la rendija barrada, alegremente.

— ¡El vagabundo!, ¡El salvaje!

Las dos monturas se golpearon, el hacha descendió siguiendo una curva silbante, una hoja de espada roja, relampagueó para encontrarse con ella. Rápido, rápido un sonido de metal contra metal, la espada se rompió y el hacha cayó al suelo.

Stark atacó.

Ciaran intentó empuñar su espada, pero su mano estaba entumecida por la fuerza del golpe y se movía con lentitud, perdiendo un segundo. El puño del arma de Stark todavía estaba en su mano entumecida; con él descargó un golpe, capaz de dejar sin sentido a cualquiera; en el yelmo, el metal sonó como una campana defectuosa.

El señor Ciaran se retiró, sólo un momento, pero lo bastante largo para que Stark agarrara la máscara de guerra, se la arrancara y pusiera sus manos alrededor de su cuello desnudo.

No le rompió el cuello como había planeado; los hombres de los clanes que se dirigían a salvar a su caudillo se pararon y quedaron inmóviles.

Entonces supo Stark por qué el señor Ciaran nunca mostraba su rostro.

La garganta que apretaba era blanca y fuerte; sus manos estaban enterradas en una crin de cabello rojo dorado, que caía sobre la cota de malla. Una boca roja, apasionada por la furia; unos maravillosos huesos bajo una carne escultural; ojos orgullosos, fieros y sin domar, como los ojos de una joven águila; fuego azul, desafiándole, odiándole…

— ¡Por los dioses! -dijo Stark muy suavemente -¡Por los dioses eternos!

VI

¡Una mujer! En ese momento de asombro, ella fue más rápida que él.

No hubo nada que le avisara. Ni el menor cambio de expresión; sus dos puños, unidos bajo los brazos extendidos de Stark, le golpearon bajo la mandíbula con tal fuerza que casi le rompen el cuello. Cayó limpiamente de la silla hacia atrás, quedando tumbado, extendido sobre las piedras manchadas de sangre, medio atontado; el viento le quitó el aturdimiento.

La mujer giró su montura; agachándose, tomó el hacha de donde había caído y se enfrentó a sus guerreros, que estaban tan asombrados como Stark.

— Os he dirigido bien, -dijo -He tomado Kushat para vosotros ¿Quiere algún hombre pelear conmigo?

Conocían el hacha, aunque no la conocieran a ella. La miraron de reojo, inquietos; totalmente perdidos. Stark, todavía tumbado en el suelo, pensó que nunca había visto algo tan orgulloso bello como Ciaran, con su malla negra, su pelo brillante ondeando y su mirada como un relámpago azul.

Los nobles de Kushat escogieron ese momento para cargar. El extraño desenmascaramiento del señor de Mekh les había dado tiempo para reunirse y penaron que los dioses habían hecho un milagro para ayudarles. Encontraron una esperanza cuando ya lo habían perdido todo, menos el coraje.

— ¡Una puta!, -gritaron-. ¡Una ramera de cuartel! ¡Una mujer!

Aullaban como locos mientras cargaban sobre los bárbaros.

La que había sido el señor Ciaran picó espuelas con fuerza, haciendo que la cabalgadura saltara, gritando hacia delante.

Penetró, sin mirar si alguien la seguía, entre los hombres de Kushat. La gran hacha se levantó, cayó y se volvió a levantar nuevamente.

Mató a tres y dejó a otros dos sangrando sobre las piedras, luego se volvió.

Los hombres de los clanes comenzaron a gritar

— ¡Ciaran! ¡Ciaran!

El grito ahogó el sonido de la batalla, como un solo hombre, se volvieron y la siguieron.

Stark, mientras se movía deprisa, para no perder la vida aplastado, no pudo dejar de reir. Sus mentes infantiles sólo podían considerar dos alternativas: matarla o adorarla. Pensó que los bardos cantarían al señor Ciaran de Mekh mientras hubiera hombres para escuchar.

Se las arregló para encontrar cobijo detrás de un puesto del mercado destrozado y después se fue de la plaza. Por el momento se habían olvidado de él. No quería esperar a que ellos, o ella, le recordaran.

Ella.

Todavía no se lo creía del todo, se tocó la herida bajo la mandíbula, donde le había golpeado y pensó en la fuerza, ligereza y rapidez de la mujer, en la forma en que había cabalgado sola a la batalla. Recordó la muerte de Thord y como había mantenido domados a sus lobos rojos. Stark estaba lleno de admiración y profunda excitación.

Recordó que ella le había dicho una vez: “Somos de una misma sangre aunque seamos extranjeros.”

Stark rió en silencio; sus ojos estaban muy brillantes.

La marea de la guerra ascendía hacia la Ciudad Real, en donde, por los ruidos, se estaba luchando encarnizadamente alrededor del castillo. Remolinos de la lucha principal, se extendían, con crujidos destemplados, a través de las calles; pero ya no se oía el retumbar de los arietes. Todos se dirigían hacia el interior de la ciudad; los vencidos corrían con los vencedores, pisándoles los talones. El corto día del norte ya estaba llegando a su fin.

Encontró un sitio donde esconderse, que ofrecía una relativa seguridad; se ocultó y comenzó a esperar.

Llegó la noche, y el terrestre no se movió. A juzgar por los ruidos que le llegaban, el saqueo de Kushat debía estar en su punto más elevado. Primero saqueaban las calles más ricas. Sus voces estaban espesas por el vino y mezcladas con los gritos de las mujeres. El reflejo de muchos fuegos teñía el cielo.

A media noche los sonidos comenzaron a ser más débiles; dos horas después, la ciudad dormía, drogada por el vino, la sangre y el cansancio de la batalla. Stark marchó en silencio por las calles hacia la Ciudad Real.

De acuerdo con el diseño inmemorial de las ciudades-estado marcianas, los castillos del rey y de las familias nobles estaban construidos juntos, con una grandeza que se manifestaba aislada. Ahora, muchas torres habían sido derribadas, y las grandes salas habían perdido su techumbre. El tiempo había destrozado la grandeza pasada de Kushat con más crueldad que las botas de cualquier conquistador.

En la casa del rey, los vistosos adornos arquitectónicos estaban tirados en el suelo, como alcantarillas, los jefes de Mekh dormían, junto con sus cansados gaiteros ente los asientos del salón de banquetes; en los nichos del portal, artísticamente grabado, los guardias dormitaban sobre sus lanzas. También ellos habían luchado ese día; aun así Stark no se les acercó.

Tiritando un poco por el viento cortante, siguió el bulto de las inmensas murallas hasta que encontró una puerta falsa, que algún mozo de cocina había dejado medio abierta en su huida. Stark entró, moviéndose como una sombra.

El pasaje estaba vacío, tenuemente iluminado por una sola antorcha. Unas escaleras se apartaban del corredor; comenzó a subirlas, siguiendo su camino de acuerdo con lo que recordaba de castillos semejantes que había visto en el pasado.

Llegó a un salón estrecho, obviamente para el uso de los criados. Un tapiz cerraba el extremo; éste se removía por la fría corriente que soplaba por el piso. Miró a su alrededor y vio un inmenso corredor abovedado, las paredes de piedra estaban recubiertas de madera tallada, muy rota y ennegrecida por el tiempo, pero que todavía mostraba las maravillosas tallas de bestias y hombres, más grandes que al natural y cubiertos con oro y esmalte brillante.

En el corredor se abría una sola arcada, Otar dormía ante ella, doblado sobre una tarima, como un perro.

Stark retrocedió hasta el salón estrecho; estaba seguro de que debía existir una entrada secreta a las habitaciones del rey; finalmente, encontró la pequeña puerta que estaba buscando.

Desde aquí todo era oscuridad; sentía su camino, dando los pasos con infinita precaución; al fin, vislumbró el débil resplandor de una luz filtrándose por los bordes de una cortina formada por un pesado tapiz.

Se arrastró hacia allí y oyó el lento respirar de un hombre al otro lado.

Apartó, con cuidado, una pulgada de la cortina, el hombre estaba extendido sobre un banco cruzado ante la puerta. Dormía el sueño tranquilo de quien está exhausto, sujetaba una espada con la mano; en su cuerpo tenía las manchas del trabajo que había realizado ese día. Estaba solo en la habitación; la puerta en la pared estaba cerrada.

Stark le golpeó y tomó la espada antes de que cayera al suelo. El hombre gruñó una vez; luego quedó totalmente relajado. Stark le amarró con su propio arnés, colocó una mordaza en su boca y prosiguió su camino a través de la puerta en la pared.

La habitación que estaba al otro lado era grande, de techo elevado, y estaba envuelta en sombras. Un fuego ardía en el hogar y una luz incierta mostraba borrosamente las cortinas, las ricas alfombras que cubrían el suelo y las formas oscuras de los muebles.

Stark se fijó en el enrejado que cubría la cama, colocada junto a la pared como era la costumbre del norte.

Ella estaba allí, durmiendo; su cabello rojo dorado tenía el color de las llamas.

Stark se detuvo un momento, observándola y luego, como si la mujer sintiera su presencia se removió y abrió los ojos.

Ella no gritó; el terrestre había sabido que no gritaría. No había miedo en ella; tan sólo dijo, con una especie de humor irónico:

— Hablaré con mis guardias sobre esto.

Apartó la colcha y se levantó. Era casi tan alta como él; tenía la piel blanca y el cabello muy lacio. Notó sus muslos largos, su estrecha cintura, sus magníficos hombros y sus pequeños pechos virginales. Ella se movió como se mueve un hombre, sin coquetería. Un manto largo de pieles, que Stark adivinó había adornado, hasta hacía poco, los hombros de un rey estaba colocado sobre una silla. Ella se lo puso.

— ¿Y bien, salvaje?

— He venido a avisarte…, -dudó que nombre darle, ella le dijo:

— Mi madre me llamó Ciara, si te parece mejor, -le dirigió una mirada de halcón -Te habría matado en la plaza, pero ahora creo que me hiciste un favor; la verdad se habría descubierto alguna vez; mejor entonces, que haya sido cuando no tenían tiempo de pensar sobre la cuestión. -La mujer rió -Ahora, si se lo pido, me seguirán al fin del mundo.

Stark dijo lentamente:

— ¿Incluso más allá de las Puertas de la Muerte?

— Por supuesto que sí; especialmente allí.

Se volvió hacia uno de los altos ventanales y miró los acantilados y a la grieta que, en lo alto, constituía el paso, ahora iluminado por la luz plateada y verdosa de las pequeñas lunas.

— Ban Crach fue un gran rey; partió de la nada y llegó a gobernar, con mano de hierro las Tierras del Norte; todavía los hombres hablan de él como de un semidiós. ¿Dónde obtuvo su poder si no fue más allá de las Puertas de la Muerte? ¿Por qué volvió aquí al final de su vida si no fue para ocultar su secreto? ¿Por qué construyó Kushat para guardar el paso, por siempre, si no fue para mantener el poder fuera del alcance de todas las otras naciones de Marte? Si, Stark. Mis guerreros me seguirán. No iré sola.

— Tu no eres Ban Cruach, ni yo tampoco. -La tomó por los hombros, -Escucha Ciara, ya eres la reina de las Tierras del Norte, y casi una leyenda. Sé feliz.

— ¡Feliz! -La cara de la mujer estaba próxima a la suya y la vio brillar, con la intensidad blanca de la ambición y el orgullo de hierro. -¿Eres tú feliz? -Le preguntó -¿Has sido feliz alguna vez?.

Stark sonrió

— Para ser extraños nos conocemos el uno al otro bastante bien, pero tus espuelas no me han hecho mucho daño.

— El viento y el fuego; uno gasta sus fuerzas vagabundeando, el otro devorando. Pero uno puede ayudar al otro. Una vez te hice una oferta y tu dijiste que no negociarías salvo que pudieras mirar en mis ojos. ¡Míralos ahora!.

El terrestre miró y las manos que tenía sobre sus hombros se estremecieron.

— ¡No! -Dijo roncamente. -Ciara estás loca ¿Quieres ser como Otar, y volverte loca por lo que veas?.

— Otar es un viejo y posiblemente estaba loco antes de que cruzara las montañas, además… yo no soy Otar.

Stark habló sombríamente

— Incluso los más bravos pueden desfallecer; el mismo Ban Cruach…

Ciara debió ver la sombra de terror en sus ojos, porque él sintió tenso el cuerpo de la mujer.

— ¿Qué pasó con Ban Cruach? ¿Qué sabes Stark? ¡Cuéntame!.

Stark se mantuvo en silencio, ella se le aproximó con enfado.

— Tu tienes el talismán, -Dijo -Estoy segura, y si es preciso te desollaré vivo para obtenerlo. Ella se le enfrentó -Pero tanto si lo obtengo como si no, iré a través de las Puertas de la Muerte, ahora debo esperar, hasta después del deshielo. Pronto soplará el viento cálido y las gargantas se inundarán, pero después marcharé, los cuentos de miedos y demonios no me detendrán.

La mujer comenzó a pasear por la habitación dando largas zancadas, el manto de pieles emitía un sutil susurro en torno a ella.

La joven guerrera habló con voz baja y amarga

— No sabes nada. Yo fui un niño-niña sin nombre. Cuando pude andar, entré de criada en la casa de mi abuelo. Las dos cosas que me mantienen viva son el orgullo y el odio. Dejé de fregar los suelos para practicar con las armas con los chicos jóvenes. Siempre me ganaban, pero yo seguía. Incluso entonces, sabía que sólo la fuerza me liberaría. Mi padre era el hijo de un rey, un hombre hábil con sus manos. Su sangre era fuerte en mi; aprendí.

Mantuvo muy alta su cabeza; se había ganado el derecho de tenerla así. Terminó diciendo tranquilamente:

— He recorrido un largo camino y no me voy a detener ahora.

— Ciara, -Stark fue y se colocó de pié ante ella -Te hablo como a un guerrero, como a un igual; quizá haya algún poder más allá de las Puertas de la Muerte, no lo sé, pero he visto locura horror, y un mal que está más allá de nuestra comprensión. No creo que me consideres un cobarde. Pues bien… ¡Yo no iría por ese paso ni por todo el poder de todos los reyes de Marte!.

Una vez que había empezado ya no podía parar, toda la fuerza de la tenebrosa visión del talismán volvió nuevamente a su memoria. Se acercó a la mujer empujado por la necesidad de hacerse comprender.

— ¡Sí que tengo el talismán! Y he tenido un vislumbre de su propósito. Pienso que Ban Cruach lo dejó como un aviso para que nadie le siguiera. He visto templos y palacios brillar entre el hielo; he visto las Puertas de la Muerte…no con mis ojos, Ciara sino con los suyos, con los ojos y la memoria de Ban Cruach.

La había vuelto a coger, y sus manos apretaban sus fuertes hombros.

— Créeme o lo verás por ti misma…¡Cosas horribles que caminan por aquellas calles enteradas, las mismas formas que se levantan, desde ninguna parte, en las nieblas del paso!.

La mirada de la mujer ardía, su aliento era cálido y dulce en sus labios, Ciara era como una espada en sus manos, brillante y sin miedo.

— ¡Dame el talismán!¡ Déjame verlo!

Stark respondió con furia

— Estás loca, tan loca como Otar. -La besó con rabia, temiendo que toda aquella belleza fuera destruida…un beso tan brutal como un golpe, que le dejó aturdido.

Ella le apartó lentamente, un solo paso. Stark pensó que le mataría; entonces dijo con fuerza:

— Si quieres verlo lo verás. Lo tengo aquí.

Abrió el adorno metálico y depositó el cristal en la mano extendida de la mujer, no la miró a los ojos.

— Siéntate; mantén esto, plano, apretado contra tu frente.

Se sentó en un gran sillón de madera tallada. Stark se dio cuenta de que sus manos estaban temblando; su rostro tenía el color de la ceniza blanca. El terrestre estaba contento de que ella no tuviera el hacha al alcance de la mano. No parecía que estuviera asustada.

Durante un intervalo de tiempo considerable, ella estudió la intrincada lente, el increíble depósito de la mente de un hombre; luego la levantó lentamente hasta su frente.

Stark la vio quedarse rígida en el sillón. Nunca supo cuanto tiempo aguardó junto a ella: segundos…una eternidad. Vio sus ojos en blanco y extraños, una sombra atravesó su rostro, cambiándolo sutilmente, modificando sus rasgos de forma que parecía que otra persona estuviera mirando a través de su cuerpo.

Llegó un momento en el que con una voz que no era la suya, la mujer gritó

— ¡Oh, dioses de Marte!

El talismán cayó al suelo dando vueltas, Ciara cayó hacia delante en los brazos de Stark.

Al principio pensó que Ciara estaba muerta; la llevó a la cama soportando una agonía que le sorprendió por su intensidad, la dejó acostada y puso su mano sobre su corazón.

Éste latía con fuerza. Un alivio, tan fuerte que casi parecía una enfermedad, le llenó por completo. Se volvió, buscando vino, y entonces vio el talismán, lo cogió y lo repuso en el interior del adorno metálico del cinturón. Una jarra cubierta de joyas se encontraba al otro lado de la habitación. La tomó y comenzó a regresar a donde se encontraba Ciara; de repente se produjo un clamor salvaje en el salón que estaba fuera, Otar estaba gritando el nombre de Ciara y aporreando la puerta.

Ésta no tenía barra, en un momento la destrozarían y pasarían a su través. Stark sabía que ellos no podían detener la investigación que se estaba realizando allí.

Dejó caer la jarra y deshizo rápidamente el camino que había recorrido. El guardia todavía estaba inconsciente, en el salón estrecho que estaba más allá. Stark dudó. En el corredor principal, una voz femenina se elevaba sobre el tumulto, pensó que conocía a la mujer.

Llegó al tapiz que servía de cortina y por segunda vez miró por su borde. El elevado corredor estaba lleno de hombres, recién despertados de su sueño y tan nerviosos como osos. Thanis luchaba atrapada por dos de ellos. Su vestido escarlata estaba desgarrado; los mechones de su cabellera ondeaban salvajemente, y su cara era el rostro de una loca. Toda la historia de la condenación de Kushat estaba escrita sobre ella.

Thanis gritó una y otra vez; no fue silenciada.

— ¡Decidle a ella, a la bruja que os manda! ¡Decidle que ya está condenada a muerte, ella y todo su ejército!

Otar abrió la puerta de la habitación de Ciara.

Thanis apareció delante; debía haberse arrastrado por todo el castillo antes de ser atrapada; el corazón de Stark sufría por ella.

— ¡Tú! -Gritó a través de la arcada y arrojó sobre el nombre de Ciara todas las obscenidades de su barrio -¡Balin ha partido para traer sobre ti la condenación! ¡Abrirá de par en par las Puertas de la Muerte y entonces tu morirás! ¡morirás! ¡morirás!

Cuando dejó caer la cortina Stark sintió un golpe de terror. Enloquecido por el odio hacia los conquistadores, Balin había cumplido su promesa marchando a abrir las Puertas de la Muerte.

Recordando su visión de pesadilla de los entes brillantes y malévolos a quienes Ban Cruach había aprisionado hacía largo tiempo tras aquellas puertas, Stark sintió crecer un malestar en su interior, conforme bajaba la escalera y salía por la puerta falsa.

Casi estaba amaneciendo; miró los altos acantilados; parecía como si el viento en el paso tuviera un sonido de risa y desprecio que se burlaba de sus crecientes temores.

Sabía lo que debía hacer si no quería que un antiguo y misterioso horror fuera liberado sobre Kushat.

El terrestre pensó: “aún puedo alcanzar a Balin antes de que llegue muy lejos; si no…”

No se atrevió a pensar en lo que ocurriría en este caso; comenzó a caminar muy rápidamente a través de las calles sumidas en la noche, hacia las distantes y elevadas Puertas de la Muerte.

VII

Era pasada la media noche; había ascendido hacia el comienzo del paso. Kushat se extendía pequeña bajo el terrestre; podía ver la estructura de las gargantas, cortadas por el tiempo en la roca viva, que conducían los torrentes de agua primaveral hacia la gran repisa sobre la cual se había construido la ciudad.

El mismo paso estaba acanalado, pero sólo por sus propias nieves y hielo derretido. Estaba demasiado alto para que por él pasara un curso de agua. Sin embargo, Stark pensó que sería difícil para un hombre salir vivo si era atrapado aquí por el deshielo.

No había encontrado ningún rastro de Balin. Sólo los dioses sabían cuantas horas le llevaba de ventaja. Stark lo imaginaba arrastrándose sobre las rocas con ojos salvajes, guiado por la misma locura que había llevado a Thanis al castillo a conjurar la destrucción sobre la cabeza de Ciara.

El sol era brillante pero no calentaba. Stark tiritaba; el viento helado soplaba fuerte. Los acantilados se elevaban sobre él, inmensos, agudos, capaces de aplastar, la estrecha boca del paso estaba ante el terrestre. No iría más allá, debería volver ahora.

Pero no lo hizo. Comenzó a caminar hacia delante, a las Puertas de la Muerte.

Al fondo del acantilado la luz era tenue y extraña. Pequeños jirones de niebla se arrastraban y colgaban entre el hielo y la roca; espesándose llegaron a ser más densos conforme avanzaba más y más en el paso. No podía ver; el viento hablaba con muchas lenguas, silbando al atravesar las hendeduras de los acantilados.

Los pasos del terrestre se fueron haciendo más lentos. Anteriormente, en su vida, había conocido el miedo. Pero ahora llevaba la carga del terror de dos hombres: Ban Cruach y él mismo.

Se paró, envuelto en la niebla cantarina. Procuró razonar consigo mismo, que los terrores de Ban Cruach habían muerto hacía un millón de años, que Otar había recorrido este camino y estaba vivo; también lo había andado Balin.

Pero la delgada capa de civilización desapareció y le dejó con los desnudos huesos de la verdad. Sus narices se torcieron ante el olor del mal, la sutil traza inmunda, que sólo una bestia, o uno tan próximo a ellas como Stark, podía sentir y reconocer. Cada nervio era un punto de dolor, lleno de aprensión. Un conocimiento poderoso de peligro, oculto en alguna parte, burlándose de él; hizo que su propio cuerpo cambiara, empujándole a el mismo a tenderse hacia delante, así que, cuando al final se recuperó, era más parecido a una cosa que andaba a cuatro patas que un hombre que caminara erecto.

Infinitamente cansado, silencioso, moviéndose con seguridad sobre el hielo y las rocas derribadas, siguió a Balin. Había cesado de pensar, ahora el puro instinto dirigía sus pasos.

El paso conducía adelante y adelante; cada vez se hacía más oscuro, en la tenebrosa y misteriosa luz crepuscular surgían formas que le amenazaban y alas fantasmales que le rozaban. Un terrible silencio que no era roto por las fantasmales voces del viento.

Roca, hielo y niebla. Nada que se moviera o viviera; sin embargo el sentimiento de peligro cada vez era más fuerte; cuando se detuvo, el latido de su corazón era como un trueno en sus oídos.

Una vez, a lo lejos, pensó que oía el eco de la voz de un hombre gritando, pero no divisó a Balin.

El paso comenzaba a descender, la luz crepuscular se fue oscureciendo hasta llegar a ser una noche enfermiza.

Seguía hacia abajo, cada vez con mayor lentitud, agachado, furtivamente, sometido a una fuerte opresión, tentado de golpear las piedras y desgarrar los sudarios de niebla. No tenía idea de cuantas millas había recorrido pero el hielo era ahora más espeso y el frío más intenso.

La roca estaba rota formando aristas agudas; la niebla se fue haciendo menos densa; la pálida oscuridad se transformó en un claro crepúsculo. Llegó al final de las Puertas de la Muerte.

Stark se detuvo; frente a él, casi bloqueando el final del paso algo alto y masivo surgía de entre las tenues nieblas.

Se trataba de un gran montículo de piedras, y sobre éste se sentaba una figura, mirando hacia fuera desde las Puertas de la Muerte como si estuviera de guardia frente al país que tenía delante.

Era la figura de un hombre con una antigua armadura marciana.

Tras un momento Stark se arrastró hacia el montículo de piedras; todavía era un completo salvaje dividido entre el miedo y la fascinación.

Se vio obligado a subirse sobre las piedras más bajas del montículo; de repente sintió un duro golpe y una instantánea sensación de calor, que en alguna forma se encontraba dentro de su carne no en el aire exterior que seguía helado. Dio un salto hacia delante mirando el rostro de la figura con armadura, tenía la confusa idea de que ésta le iba alcanzar y golpear.

Por supuesto no se movió. Stark sabía, sin necesidad de que nadie se lo dijera, que estaba mirando el rostro de Ban Cruach.

Se trataba de un rostro hecho para las batallas y para gobernar, los huesos de la frente marcados y fuertes, y, debajo, las cuencas de sus ojos, profundas por los años. Aquellos ojos, sombras oscuras bajo un yelmo oxidado, habían soñado sueños gloriosos; ni el tiempo ni la muerte había podido conquistarlos.

Ban Cruacho no estaba desarmado; ni siquiera en la muerte.

Vestido para la batalla en su antigua armadura, mantenía alzadas entre sus manos una poderosa espada. El pomo era una bola de cristal tan grande como el puño de un hombre y que mantenía en su interior una chispa de intenso brillo. La pequeña llama cegadora latía con su propia fuerza; la hoja de la espada brillaba con una radiación blanca y cruel.

Ban Cruach muerto, congelado por el frío cortante, eternamente sin cambio, sentado, durante un millón de años sobre su montículo funerario; guardando, para toda la eternidad, el extremo interior de las Puertas de la Muerte, mientras su ciudad, Kushat guardaba el exterior.

Stark se aproximó a Ban Cruach, con cuidado; dos pasos; nuevamente sintió el golpe y la sensación de calor en su sangre. Se retiró con satisfacción.

La extraña fuerza de la espada brillante, formaba una barrera invisible que cerraba la boca del paso que protegía Ban Cruach. Una barrera de ondas cortas, pensó, del mismo tipo de las empleadas en medicina, que no eran calientes en sí mismas pero aumentaban el calor de las células del cuerpo aumentando sus vibraciones. Estas ondas eran más fuertes que cualquiera de las que había conocido antes.

Una barrera, una muralla de fuerza cerraba el extremo interior de las Puertas de la Muerte. Una barrera que no estaba pensada contra los hombres.

Stark se estremeció, se giró desde la sombría y protectora forma de Ban Cruach siguiendo con sus ojos la mirada del rey muerto, más allá del montículo de piedras.

Miró a la tierra prohibida que se encontraba dentro de las Puertas de la Muerte.

A su espalda se encontraba la barrera de montañas; ante él, un puñado de millas hacia el norte, el borde del casquete polar se elevaba como un acantilado de cristal azulado alzándose hasta casi tocar las estrellas. Encerrado entre estas dos titánicas murallas se encontraba un gran valle de hielo.

El valle era blanco y brillante, muy inmóvil y muy hermoso, el hielo tomaba formas curiosas, como cúpulas curvadas y huecos. En el centro de todo esto se levantaba una oscura torre de piedra de estructura ciclópea, que Stark sabía debía estar enterrada, una distancia inconcebible, en el lecho de roca. Era como la torre en la que Ben Cruach había muerto. Pero esta no estaba reducida a ruinas. Se elevaba con una arrogancia ajena al hombre; dentro de su mole, pálidas luces fluctuaban de forma fantasmal. La torre estaba coronada con una nube de trémula oscuridad.

¡Era como la torre de su horrenda visión, la torre que había visto, no como Eric John Stark sino como Ban Cruach!.

La mirada de Stark se deslizó lentamente desde la maligna torre hasta el hilo curvado del valle. El miedo que tenía en su interior creció de forma ilimitada.

En su visión también había visto esto. El hielo brillante, las cúpulas y los huecos, había mirado hacia abajo a la ciudad que tenía a sus pies y había visto a los que iban y venían por sus calles enterradas.

Stark cayó abajo; por un tiempo no se movió.

No quería ir allí; no quería apartarse de la triste figura de Ban Cruach, con su brillante espada, que servía de aviso; no quería ir al valle silencioso. Tenía miedo, miedo de lo que podía ver si iba allí y miraba hacia abajo, a través del hielo, miedo de que se cumpliera el terrorífico final de la visión.

Pero había ido a buscar a Balin y Balin debía encontrarse allá adelante, en alguna parte. No quería ir, pero era Stark y debía ir.

Fue, muy espacio, hacia la torre de piedra. No había ningún sonido en aquella tierra.

Por último el crepúsculo se había desvanecido. El hielo brillaba, con débil luz, bajo las estrellas. Había luz debajo, una radiación suave que llenaba todo el valle con el brillo de una luna enterrada.

Stark procuró mantener sus ojos fijos en la torre; no quería mirar hacia abajo ni lo que yacía bajo sus firmes pies.

Inevitablemente miró.

Los templos y los palacios brillaban el hielo…

Nivel tras nivel hacia abajo. Pozos de luz suave con puentes elevados, delgadas espirales que ascendían hacia el suelo; una variación infinita, exquisitamente dispuesta, de calles y paredes de cristal, arriba, abajo, solapándose de forma que era como mirar mil copos de nieve gigantes. Una metrópolis de gasa y escarcha, frágil y amable como un sueño encerrada en las claras y puras bóvedas de hielo.

Stark vio a los habitantes de la ciudad caminando por las calles brillantes, sus perfiles borrosos por la bóveda de hielo, como cosas medio oscurecidas por el agua. Eran las criaturas de la visión, vagamente brillantes, infinitamente malignas.

Cerró los ojos y esperó hasta que el golpe y el atontamiento le alcanzaron; luego enfocó la torre resueltamente con su mirada y se arrastró sobre el techo cristalino que cubría aquellas calles enterradas.

Silencio, incluso el viento se había callado.

Quizá había recorrido la mitad de la distancia cuando se oyó un grito.

Retumbó en el valle con una violencia impactante -¡Stark! ¡Stark!. El hielo atrapó el sonido, las crestas curvadas lo cogían y devolvían con fantasmales voces de cristal, el eco seguía susurrando -¡Stark!¡ Stark!, llegó a parecer que cada una de las montañas hablaba.

Stark se volvió. En la pálida oscuridad entre el hielo y las estrellas había suficiente luz para ver el montículo de piedras que se elevaba tras él y la oscura figura de su cima con su brillante espada.

Luz bastante para ver a Ciara y un oscuro puñado de jinetes que la habían seguido a través de las Puertas de la Muerte.

Ella gritó nuevamente su nombre -¡Vuelve! ¡Vuelve!.

El hielo del valle respondió burlonamente -¡Vuelve! ¡Vuelve!.- Stark se vio invadido por un terror que le dejó sin movimiento.

Ella no le habría llamado. No habría emitido un sonido en aquel lugar mortal.

El grito ronco de un hombre se elevó sobre los ecos. Los jinetes se volvieron y huyeron apresuradamente, las monturas chillando y silbando, apretándose unas con otras, giraron salvajemente en el montículo rocoso, huyendo en estampida a través del paso.

Ciara se quedó sola. Stark la vio luchar para hacerse con la montura que cabalgaba y luego salir despedida de la silla mientas la bestia se retiraba. La mujer se dirigió corriendo hacia él, revestida con su armadura negra, balanceando en lo alto su gran hacha.

— ¡Detrás de ti Stark! ¡Oh dioses de Marte!

El terrestre se giró y les vio salir de la torre de piedra; eran criaturas pálidas y brillantes que se movían rápidamente a través del hielo, tan veloces y rápidas que ningún hombre viviente podía escapar de ellas.

Le gritó a Ciara para que se volviera. Empuñó su espada; al mirar sobre su hombro empezó a maldecir a la mujer lleno de furia, pues podía oír el sonido de sus pies calzados con armadura acercándosele por detrás.

Las criaturas que se deslizaban, lisas y delgadas, con forma de juncos, curvándose, delicadas como espectros, sus cuerpos parecían formados por el arco iris de amatista del norte, se levantaban… Si pudieran tocar a Ciara, si sus repugnantes manos llegaran a tocarla…

Stark lanzó un grito semejante al de un gato rabioso y cargó contra ellos.

Los cuerpos opalescentes se deslizaban más allá de su alcance. Las criaturas le observaban.

No tenían caras, pero le observaban; no tenían ojos pero no eran ciegos; no tenían orejas, pero no eran sordos. Los tentáculos inquisitivos que formaban sus órganos sensoriales se removían y desplazaban como los pétalos de flores diabólicas; su color era blanco como un fuego helado que danzaba sobre la nieve.

— ¡Vuelve Ciara!

Pero ella no volvió, y Stark sabía que ellos no la dejarían volver. Ella le alcanzó y se colocaron espalda contra espalda. Los seres brillantes les rodearon, a muchos pies de distancia sobre la nieve; observaron la espada larga y el hacha grande y cargada de rabia; en ese momento cierto cambio en el ágil oscilar de sus cuerpos sugería que se estaban riendo.

— ¡Imbécil! ¡Puñetera imbécil!

— ¿Y tú? -Respondió Ciara -Si, conozco la historia de Balin, que esa muchacha medio loca contó a gritos en el palacio; ella me lo dijo. Tu fuiste visto desde la muralla subiendo hacia las Puertas de la Muerte. Intenté alcanzarte.

— ¿Por qué?

Ella no contestó a esto -Las criaturas no nos atacarán Stark ¿Crees que podemos retirarnos hacia el montículo rocoso?

— No, pero lo podemos intentar.

Protegiéndose las espaldas el uno al otro comenzaron a caminar hacia Ban Cruach y el paso. Si conseguían alcanzar la barrera estarían a salvo.

Stark conocía ahora contra quien fue construida la barrera de fuerza de Ban Cruach; comenzó a adivinar el acertijo de las Puertas de la Muerte.

Los seres brillantes se deslizaron siguiéndolos, fuera de su alcance. No intentaron cerrarles el camino, pero formaron un círculo alrededor del hombre y la mujer, desplazándose, a la vez, con ellos y alrededor de ellos, una cadena ondulante y sin fin de muchos cuerpos brillantes, como joyas de suaves tonos.

Se iban acercando más al montículo rocoso cada vez, donde se cernía la figura de Ban Cruach con su espada, Por la mente de Stark pasó la idea de que las criaturas estaban jugando con él y con Ciara. Pero los seres no tenían armas; casi empezó a tener esperanza…

Desde la torre sobre la que se encontraba la nube de trémula oscuridad surgió un oscuro creciente de fuerza que se extendió a través del campo de hielo, como una hoz y atrapó a los dos humanos en su interior.

Stark sintió un golpe de frío entumecedor que transformó sus nervios en hielo. La espada se le cayó de la mano y oyó como el hacha de Ciara también caía. Tenía su cuerpo sin fuerza, sin sentidos, muerto.

Cayó y los seres brillantes se deslizaron hacia él.

VIII

A lo largo de su vida dos veces más había estado al borde del congelamiento. Había sido como en esta ocasión, el entumecimiento y el frío, sin embargo parecía como si la fuerza oscura golpeara más sus nervios que su carne.

No podía ver a Ciara, que estaba detrás de él, pero oyó el ruido metálico de su cota de malla y un pequeño grito, casi un sollozo; por ello supo que también había sido derribada.

Las criaturas brillantes le rodearon, vio sus cuerpos inclinándose sobre él, los helados tentáculos que constituían sus caras retorciéndose como si sintieran excitación o alegría.

Sus manos le tocaron, manos pequeñas con siete dedos, hábiles y delicadas. Incluso su carne entumecida sintió el terrible frío de su contacto, helado como el espacio exterior. Gritó, o intentó hacerlo, pero ellos no se inmutaron. Fue necesario un grupo numeroso para llevar su pesado cuerpo sobre sus hombros brillantes.

Vio como la torre se alzaba, cada vez más alta, sobre él. La nube de fuerza oscura que la coronaba no dejaba ver las estrellas. Después llegó a ser tan enorme que no se podía ver entera, finalmente un arco plano de piedra se cerró sobre su rostro, estaba en el interior.

Directamente encima de su cabeza, a cien o doscientos pies, -no podía concretar-, se encontraba un globo de cristal, ajustado sobre la parte superior de la torre como una joya en su montura.

El aire a su alrededor era sombrío, con la misma oscuridad fantasmal que se encontraba en el exterior, pero menos denso, de forma que Stark pudo ver la inextinguible chispa púrpura que ardía dentro del globo, enviando al exterior sus oscuras vibraciones. Un globo de cristal con un corazón de llama plomiza. Stark se acordó de que la espada de Ban Cruach calentaba la sangre, y el globo de la torre mortificaba la carne con frío. Se trataba de la misma fuerza pero en los extremos opuestos de su espectro.

Stark vio controles misteriosos que surgían del globo. Un panel lleno de ellos, colocado sobre una ancha repisa de piedra, justo dentro de la torre, debajo de donde él se encontraba, pero próximos. Había seres brillantes sobre la repisa manejando estos controles; también había otros mecanismos enormes y extraños.

Espirales de hielo ascendían en el vacío por dentro de la torre, llenando la pared de piedra de una tela de araña de puentes unidos por galerías de hielo. En alguna de estas galerías, Stark vislumbró vagamente figuras rígidas brillantes, semejantes a estatuas de hielo, pero no pudo distinguirlas claramente mientras era transportado.

Estaba siendo llevado hacia abajo. Pasó junto a grietas en la pared y supo que las pálidas luces que había visto a través de ellas eran los cuerpos en movimiento de las criaturas mientras subían y bajaban estos elevados puentes de hielo. Intentó girar su cabeza y mirar hacia abajo y vio lo que había debajo de él.

El pozo de la torre descendía sus buenos quinientos pies en el lecho de roca, ensanchándose conforme bajaba. La red de puentes de hielo y los caminos espirales se extendían hacia abajo igual que hacia arriba, las criaturas que lo transportaban se movían con suavidad a lo largo de una cinta de hielo transparente de no más de una yarda de anchura, suspendida sobre un terrible abismo.

En esta ocasión Stark estaba contento de no poder moverse. Un sobresalto instintivo de horror le habría arrojado a él y a sus porteadores a las rocas de abajo y se habría llevado a Ciara con ellos.

Cada vez más abajo, deslizándose en completo silencio sobre la cinta de hielo espiral descendente. El gran cristal oscuro cada vez aparecía sobre él más lejano. El hielo de las grietas de las paredes era sólido. Se preguntó si habrían traído a Balin por este camino.

Existían otras aperturas, amplios arcos semejantes a aquel por el que les habían traído cautivos; esas aperturas le daban a Stark breves vislumbres de anchas avenidas y edificios imprevisibles construidos a partir de hielo cristalino e inundados por una suave radiación semejante a la fantasmal luz de las lunas.

Al cabo de un tiempo, en lo que Stark consideró que era el tercer nivel de la ciudad, las criaturas le sacaron, a través de una de las arcadas a las calles de más allá.

Ahora, bajo él, se encontraba la traslúcida capa de hielo que formaba el piso de éste nivel y el techo del que se encontraba debajo. Podía ver las borrosas partes superiores de delicados minaretes, los tejados apiñados que brillaban como trazos de diamante.

Sobre él se encontraba un techo de hielo, hacia el que se elevaban espirales élficas, delicadas como agujas. Edificios de encaje y pequeñas cúpulas, edificios con forma de estrella, con forma de rueda, con la forma fantástica y encantadora de cristales de nieve, congelados con chispeante espuma de luz.

Los habitantes de la ciudad se reunía en la calle para observar, un arco iris viviente amatista, rosa y verde sobre el puro blanco azulado. No se oía la menor traza de sonido en ninguna parte.

Por algún tiempo se desplazaron a través de un laberinto geométrico de calles, hasta que llegaron un edificio con aspecto de catedral todo lleno de arcos y espirales, que se encontraba en el centro de una plaza de doce vértices. Allí giraron e introdujeron a sus cautivos en el interior.

Stark vio un techo abovedado, muy estilizado y elevado, pulido con trazos brillantes que podían haber sido tallas de alguna extraña clase, delicadas como telas de araña. Los pies de sus portadores permanecían silenciosos sobre el pavimento de hielo.

En el extremo más alejado de la bóveda, se sentaban siete seres brillantes en elevados tronos maravillosamente tallados en hielo; ante ellos con la cara gris, tiritando de frío sin darse cuenta, drogado por el horror enfermizo, se encontraba Balin. Una vez miró a su alrededor y no habló.

Stark fue colocado sobre sus pies, con Ciara a su lado. Vio la cara de la mujer; era terrible observar el miedo en sus ojos, que nunca antes habían mostrado esa emoción.

Él mismo estaba aprendiendo porqué los hombres se volvían locos tras las Puertas de la Muerte.

Terribles dedos helados le tocaron expertamente; un relámpago de dolor le recorrió, hacia abajo, la columna vertebral; nuevamente fue capaz de mantenerse en pié.

Los siete seres que se sentaban en los elevados tronos estaban inmóviles; sus brillantes tentáculos se removían con infinita delicadeza, como si estudiaran a los tres humanos que permanecían de pié ante ellos.

Stark pensó que notaba un frío hurgar en su cerebro. Consideró que estas criaturas probablemente eran telépatas. Les faltaban órganos de habla y sin embargo tenían medios eficientes de comunicación. La telepatía no era rara entre muchas razas del Sistema Solar. Stark había tenido experiencias previas sobre esta materia.

Forzó a su mente a relajarse. El impulso extraño fue de repente más fuerte. Sintió su propio pensamiento interrogador y notó como rozaba los bordes de una conciencia tan completamente extraña a la suya que no se podía relacionar con ella, ni aunque tuviera la habilidad de la telepatía.

Aprendió una cosa: que los seres brillantes sin cara le miraban a él con el mismo horror y repugnancia. Les desagradaban las facciones humanas y lo mas importante, aborrecían la carme humana por estar caliente. Incluso la cantidad infinitesimal de calor radiada por los cuerpos humanos medio congelados causaba molestias al pueblo del hielo.

Stark reunió sus imperfectas habilidades telepáticas y proyectó hacia los siete una pregunta mental.

— ¿Qué queréis de nosotros?.

La respuesta llegó, débil e imperfecta, como si la diferencia entre sus mentes fuera demasiado grande para ser salvada. La respuesta fue una única palabra:

— ¡Libertad!

De repente habló Balin, su voz fue sólo un susurro, pero que en aquella Bóveda de cristal, resonó sorprendentemente fuerte. -Ellos ya me lo han preguntado ¡Diles que no Stark! ¡Diles que no!.-Entonces miró a Ciara, una mirada de odio asesino -Si los sueltas hacia Kushat, te mataré con mis propias manos antes de morir.

Stark habló de nuevo, en silencio, a los siete -No comprendo.

Otra vez tuvo que luchar para comprender el extraño pensamiento. -Nosotros somos la antigua raza, los reyes del hielo. Hubo un tiempo en que dominamos toda la tierra más allá de las montañas, fuera del paso que llamas las Puertas de la Muerte.

Stark había visto las ruinas de las torres en los páramos exteriores. Conocía lo lejos que se había extendido su reino.

— Nosotros controlábamos el hielo, hasta mucho más allá del casquete polar. Nuestras torres cubrían la tierra con la oscura fuerza extraída del mismo Marte, del campo magnético del planeta. Las barras de radiación expulsaban el calor procedente del Sol e incluso los terribles vientos cálidos que soplaban desde el sur. Así nunca había deshielo, teníamos muchas ciudades y nuestra raza era grande.

“Luego llegó Ban Cruach desde el sur…

“Hizo la guerra contra nosotros, aprendió el secreto de los globos de cristal y aprendió como invertir su fuerza y emplearla contra nosotros. Él, conduciendo su ejército, destruyó nuestras torres una por una e hizo que nos retiráramos…

“Marte necesitaba agua, el hielo exterior fue fundido, ¡Nuestras hermosas ciudades se hundieron en la nada, para que criaturas como Ban Cruach pudieran tener agua!. Nuestro pueblo murió.

“Finalmente nos retiramos a nuestra antigua ciudadela polar, más allá de las Puertas de la Muerte. Incluso aquí nos siguió Ban Cruach. Llegó a destruir esta misma torre, en la estación del deshielo. Pero esta ciudad está construida con hielo polar, por ello sólo los niveles superiores fueron dañados. ¡El mismo Ban Cruach no pudo tocar el corazón del eterno casquete polar de Marte!.

“Cuando vio que no nos podía destruir por completo, se colocó a sí mismo, ya muerto, para guardar las Puertas de la Muerte, con su espada radiante, para que nunca podamos recuperar nuestro antiguo dominio…

“Esto es lo que queremos decir cuando pedimos libertad. Te pedimos que te lleves la espada de Ban Cruach de forma que podamos traspasar, de nuevo, las Puertas de la Muerte.

Stark gritó roncamente en voz alta -¡No!.

El conocía los desolados desiertos del sur, los yermos de polvo rojo, los fondos de los mares muertos…la terrible sed de Marte, creciendo cada año del millón que había transcurrido desde que Ban Cruach cerró las Puertas de la Muerte.

Conocía los canales, los lastimosos acueductos que era todo lo que permanecía entre los habitantes de Marte y su extinción. Recordaba el indulto anual de la pena de muerte que pesaba sobre el planeta, cuando el deshielo de primavera traía el agua impetuosa desde el norte.

Se imaginó a estas frías criaturas avanzando, construyendo nuevamente sus grandes torres de piedra, recubriendo medio mundo de hielo que no se fundiría nunca. Pensó en las gentes de Jekkara, de Valkis, de Barrakesh, de las incontables ciudades del sur, esperando la corriente del deshielo que nunca llegaría, cayendo finalmente; mezclando sus cuerpos con el polvo del desierto.

Nuevamente dijo: -¡No, nunca!

La distante voz-pensamiento de los siete, habló. Esta vez la pregunta fue dirigida a Ciara.

Stark vio su cara. Ella no conocía el Marte que él conocía, pero tenía recuerdos del suyo, los valles montañosos de Mekh, los páramos, las gargantas nevadas. Ella miró a las criaturas brillantes que se sentaban en los elevados tronos y dijo:

— ¡Si yo tomara esa espada, la usaría contra vosotros, como hizo Ban Cruach!

Stark sabía que los siete habían comprendido el pensamiento que estaba detrás de esas palabras, sintió que las criaturas se estaban divirtiendo.

— El secreto de esa espada se perdió hace un millón de años, el día que murió Ban Cruach. Ni tu ni nadie sabe como usarla como él la usó, pero las radiaciones de calor de la espada nos mantienen encerrados aquí.

“No podemos acercarnos a la espada porque sus vibraciones de calor nos matarían si lo hiciéramos. Pero vosotros, seres de cuerpos calientes podéis aproximaros a ella y quitarla del sitio en que se encuentra ¡Uno de vosotros la tomará!

Ellos estaban muy seguros de esto.

— Podemos ver un poco de vuestras mentes malignas, la mayor parte no lo comprendemos, pero la mente del hombre más grande está llena de la imagen de la mujer y la mente de la mujer está dirigida hacia él. También, existe un vínculo entre el hombre grande y el hombre pequeño, este lazo es menos fuerte pero es lo suficiente lo que pretendemos.

La voz-pensamiento de los siete terminó -El hombre grande nos retirará la espada, porque debe… salvar a los otros dos.

Ciara se volvió hacia Stark, -Ellos no te pueden obligar Stark, no se lo permitas; no importa lo que me hagan, ¡No se lo permitas!.

Balin la miró con un cierto asombro -¿Morirías para proteger Kushat?

— No sólo Kushat, aunque sus habitantes también son humanos, -dijo la mujer casi con enfado -También están mis lobos rojos; son una manada salvaje, pero son míos y otros. -Miró a Balin -¿Qué dices? ¿Tu vida, o la vida de las Tierras del Norte?.

Balin hizo un esfuerzo para levantar su cabeza a la altura de la de Ciara; la joya roja de su pendiente relampagueó en su oreja. Era un hombre aplastado por la caída de su mundo, asustado por que su loco impulso le había conducido allí, más allá de las Puertas de la Muerte. Pero no tenía miedo a morir.

Así lo dijo, e incluso Ciara supo que decía la verdad.

Pero los siete no se desanimaron. Stark sintió que su voz-pensamiento le susurró en la mente:

— Vosotros los humanos, no es a la muerte a lo único que debéis temer, sino también a la forma de morir. La verás antes de que realices tu elección.

Rápida y silenciosamente, aquellos del pueblo del hielo que habían traído a la ciudad a los cautivos, se acercaron desde detrás, donde se habían retirado u esperaban. Uno de ellos llevaba una varilla de cristal, semejante a un cetro, con una fea chispa de color púrpura ardiendo en un extremo.

Stark saltó para interponerse entre el portador del cetro y Ciara. Golpeó furioso, y como era casi tan rápido como ellos, atrapó uno de los delgados cuerpos luminosos con sus manos.

La absoluta frialdad de la carne extraña quemaba sus manos como si fuera fuego; aún así, siguió adherido a ellos, creando confusión, hasta que vio los tentáculos retorcerse y ponerse rígidos, como si la criatura experimentara dolor.

Entonces, de la vara de cristal salió un rayo de oscuridad que, en silencio, tocó su cerebro con el frío que hay entre los mundos.

No tuvo recuerdos de ser llevado, una vez más, a través de las brillantes calles de la ciudad élfica y maligna, de volver al magnífico pozo de la torre, de subir por el sendero espiral que se alzaba cientos de pies desde el lecho de roca hasta el globo de cristal oscuro. Cuando nuevamente abrió los ojos yacía en la ancha repisa de piedra al nivel del hielo.

Junto a él se encontraba el arco que conducía al exterior; cerca de su cabeza se encontraba el panel de control que había visto anteriormente.

Ciara y Balin también estaban allí, sobre la repisa de piedra. Se apoyaban rígidamente contra la pared de piedra junto al panel de control, en frente de ellos se encontraba un mecanismo achaparrado del cual surgía una especie de rueda de barras de cristal.

Sus cuerpos estaban extrañamente rígidos, pero sus ojos y sus mentes estaban despiertos. Terriblemente despiertos. Stark vio sus ojos y su corazón se desgarró.

Ciara le miraba, no podía hablar pro no era necesario que lo hiciera. No importa lo que me hagan…

Ella no había temido a los espadachines de Kushat. Ella no había temido a sus lobos rojos, cuando la desenmascaró en la plaza. Ahora tenía miedo. Pero le había avisado, le había ordenado que no la salvara.

¡Ellos no pueden obligarte Stark! ¡No se lo permitas!

También Balin suplicaba por Kushat.

Ellos no estaban solos en la repisa de piedra. El pueblo del hielo se reunía allí, y fuera, sobre el camino volante en espiral, sobre los estrechos puentes y las plataformas de frágil hielo, a través de la oscuridad del pozo, se encontraban observando centenares de seres, sin ojos, sin cara, con los colores del arco iris dibujados en sus cuerpos.

La mente de Stark podía oír su risa silenciosa; la risa del que conoce el secreto, llena de maldad, llena de triunfo. Stark estaba lleno de un terror que le sobrecogía.

Procuró moverse, arrastrarse hacia Ciara que, con su armadura negra, parecía una imagen tallada. No pudo.

Nuevamente, su mirada fiera y orgullosa se encontró con la suya. Los ecos de la risa silenciosa del pueblo del hielo se sintieron en su mente. Pensó lo extraño que era, en este momento, comprender que no había otra mujer como ella en todos los mundos del Sol.

El miedo que la mujer sentía no era por ella, era por Stark.

Separado de las multitudes del pueblo del hielo el grupo de los siete permanecía sobre la repisa rocosa. La voz-pensamiento le habló a Stark diciendo:

— ¡Mira sobre ti, he ahí los hombres que han atravesado las Puertas de la Muerte antes que tú!

Stark levantó sus ojos hacia donde los delgados dedos señalaban; vio las galerías de hielo que rodeaban la torre, vio, con mayor claridad, las estatuas de hielo que allí se encontraban y que anteriormente sólo había vislumbrado.

Hombres colocados como estatuas en las galerías; hombres cuyos cuerpos estaban recubiertos de una brillante capa de hielo que les envolvía por completo. Guerreros, nobles, fanáticos y ladrones, los vagabundos que habían intentado penetrar en esta valle prohibido durante un millón de años…y se habían quedado para siempre.

Vio sus caras, sus ojos torturados abiertos de par en par, sus rasgos congelados en la lenta agonía de una muerte horrible.

— Ellos nos rechazaron, -susurraron los siete -No apartaron la espada, y por ello murieron; como esta mujer y este hombre morirán, a no ser que decidas salvarlos.

“¡Humano, te enseñaremos como van a morir!

Uno del pueblo del hielo se agachó y tocó el mecanismo achaparrado que estaba frente a Balin y Ciara. Otro movió unos controles del panel maestro.

La rueda de varillas de cristal sobre el mecanismo achaparrado comenzó a girar. Las varillas se comenzaron a ver borrosas y luego se vio únicamente un disco, que giraba cada vez más deprisa.

Arriba en la cima de la torre el gran globo meditaba tristemente, envuelto en su nube de trémula oscuridad.

El disco llegó a ser una rueda borrosa. La oscura sombra del globo se hizo más profunda, se condensó y comenzó a alargarse y descender, estirándose hacia abajo, hacia el disco que giraba.

Las varillas de cristal del mecanismo bebieron la sombra; después, del disco borroso que giraba, comenzó a salir un sutil tejido de hebras de oscuridad, un tapiz de telaraña que envolvió a Ciara y a Balin, haciendo que sus perfiles fueran cada vez más fantasmales y que la palidez de su carne asemejara a la palidez de la nieve por la noche.

A pesar de ello, Stark siguió inmóvil.

El velo de oscuridad comenzó a chispear débilmente. Stark observó los brillantes puntos fríos, los trazos de escarcha escritos en la cota de malla de Ciara, el cabello moreno de Balin cubrirse de plata.

Escarcha, brillo, chisporroteo, belleza, un halo de escarcha rodeando sus cuerpos. Un polvo de diamantes sobre sus caras, una aureola de luz brillante coronando sus cabezas.

Escarcha, carne endureciéndose lentamente al aumentar el frío, hasta alcanzar la blancura del mármol. Sus ojos todavía estaban vivos, vio y comprendió.

La voz-pensamiento de los siete habló de nuevo.

— ¡Tienes únicamente unos minutos para decidir, humano! Sus cuerpos no pueden aguantar demasiado si quieres que vuelvan a vivir, ¡Ahí los tienes ante tus ojos, mira como sufren!

“¡Sólo minutos, humano! ¡Llévate la espada de Ban Cruach! Abre para nosotros las Puertas de la Muerte y soltaremos vivos a estos dos.

Cuando una de las criaturas brillantes se movió detrás de él, Stark volvió a sentir la relampagueante cuchillada de dolor recorrer sus nervios. La vida y la sensibilidad volvieron a sus piernas.

Luchó para mantenerse en pie. Centenares de criaturas del hielo le observaban desde los puentes y las galerías, en ansioso silencio.

No los miró, sus ojos miraron a los de Ciara, cuyos ojos suplicaban

— ¡No Stark! ¡No cambies la vida de las Tierras del Norte por mi vida!

La voz-pensamiento golpeó a Stark, penetrando en su mente con un apresuramiento cruel.

— ¡Apresúrate humano! Ya están comenzando a morir ¡Llévate la espada y les dejaremos vivir!.

Stark se volvió y gritó con una voz que hizo temblar los puentes de hielo.

— ¡Tomaré la espada!

Luego, dando traspiés, salió través de la arcada, dirigiéndose, a sobre el hielo, hacia el distante montículo de piedras que cerraba las Puertas de la Muerte.

IX

Stark fue corriendo a través del brillante hielo del valle, cada vez más deprisa y con mayor seguridad conforme sus miembros ateridos por el frío volvían a recuperar sus funciones. Tras él saliendo de la torre para observar venían los seres brillantes.

Le seguían deslizándose rápidamente. Pudo sentir su excitación, su extraño y frío éxtasis de triunfo. Supo que ya estaban pensando en las grandes torres de piedra levantándose, de nuevo, en las Tierras del Norte, en las ciudades de cristal rígidas y hermosos bajo el hielo, una vez que todos los vestigios de las feas ciudadelas de los hombres hubieran desaparecido y fueran olvidadas.

Los siete volvieron a hablar dando un aviso.

— Si vuelves contra nosotros con la espada el hombre y la mujer morirán y tú también morirás, porque ni tu ni nadie puede emplear esa espada como un arma ofensiva.

Stark siguió corriendo. Sólo pensaba en Ciara, con cristales de escarcha brillando sobre su carne de mármol y sus ojos que reflejaban su mudo tormento.

El montículo de piedra se elevaba delante, oscuro y alto. A Stark le pareció que la melancólica figura de Ban Cruach observaba su venida, con unos ojos sombríos bajo el casto oxidado. La gran espada brilló entre las manos muertas y congeladas.

El pueblo del hielo había moderado su carrera. Se detuvieron y esperaron, bien alejados del montículo.

Stark llegó al borde de la roca y sintió en su sangre el primer golpe de calor de las ondas de fuerza, lentamente el frío comenzó a abandonar sus huesos. Subió, arrastrándose hacia arriba sobre las irregulares piedras del montículo. De repente, al llegar a los pies de Ban Cruach, se resbaló y cayó. Por un segundo le pareció que no podía moverse.

Su espalda estaba vuelta hacia el pueblo del hielo. Su cuerpo estaba doblado hacia delante, ocultando sus manos que trabajaban a una velocidad de vértigo.

Desgarró un trozo de tejido de su capa. Sacó del adorno de metal la lente brillante, el talismán de Ban Cruach. Stark colocó la lente en su frente y la sujetó.

La dolorosa confusión que recordaba, su mente inundada de memorias que eran y no eran suyas. La mente de Ban Cruach gritándole su aviso, su duramente ganado conocimiento de una guerra antigua y épica…

Abrió su mente de par en par a fin de recibir aquellas memorias. Anteriormente había luchado contra ellas, ahora sabía que esas memorias eran su única -y pequeña- oportunidad, en este rápido juego con la muerte. Sólo dos ideas propias se habían mantenido firmes en aquella tambaleante marea de las memorias de otro hombre. Dos nombres: Ciara y Balin.

Se levantó nuevamente. Ahora su rostro tenía un aspecto extraño, una curiosa dualidad. Sus facciones no habían cambiado, sin embargo las líneas del cuerpo se habían alterado sutilmente, de forma que era como si el viejo e inconquistable rey se hubiera levantado para ir a la batalla.

Subió el último, o los últimos peldaños, y se colocó en pie ante Ban Cruach. Un escalofrío le recorrió, una especie de reorganización de su carne, como si Stark hubiera aceptado un extraño en su interior. Sus ojos fríos y pálidos, como el mismo hielo que cubría el valle, quemaban con una luz cruel.

Alcanzó la espada y la cogió de las manos heladas de Ban Cruach.

Como si fuera suya, el conocía el secreto de los anillos de metal que rodeaban la empuñadura, bajo la bola de cristal. El salvaje latir de la radiación invisible que golpeaba los músculos en tensión. Otra vez estaba caliente, su sangre circulaba con rapidez, sus músculos volvían a ser seguros y fuertes. Tocó los anillos y se volvió hacia el pueblo del hielo.

El aura de fuerza en forma de abanico que cerraba las Puertas de la Muerte se estrechó en él; cuando se hubo estrechado, salió desde la hoja de la espada formando una lengua de fuego pálido, brillando débilmente, hecha visible por el enfoque de la fuerza.

Stark sintió una ola de horror explotar en las mentes del pueblo del hielo, cuando se dieron cuenta de lo que había hecho. Rió.

Cuando se volvió para enfrentarse con ellos, su risa amarga resonó cruel a través del valle; oyó en su cerebro el silencioso grito de miedo que le llegó de todos los allí reunidos.

— ¡ Ben Cruach! ¡Ben Cruach ha vuelto!

Ellos habían sondeado su mente, ellos lo sabían.

Rió de nuevo y movió la espada formando un arco brillante; observó la hoja que formaba la fuerza, larga y reluciente, cuyo golpe contra los seres brillantes de cuerpo color arco iris, era más terrible que el del acero.

Cayeron, cayeron a través del hielo como flores bajo una guadaña; los seres que aún no habían sido alcanzados, a centenares se giraron y volvieron hacia la torre.

Stark bajó saltando desde el montículo, con el talismán de Ban Cruach sujeto a su frente, y la espada de Ban Cruach reluciendo en su mano.

Hacía oscilar la terrible hoja mientras corría; el rayo de fuerza que salía de ella cortaba la masa de criaturas que huían ante él, obstruyéndose por su propio número cuando intentaban penetrar por la arcada.

El tenía sólo unos pocos segundos para hacer lo que tenía que hacer.

Corriendo por el hielo a grandes zancadas, pisando los cuerpos aplastados de los muertos…luego desde la trémula oscuridad que se encontraba alrededor de la torre de piedra, el frío rayo negro golpeó hacia abajo.

Le azotó como un látigo que se desenrollara. Un mortal entumecimiento invadió las células de su cuerpo, le dolió la médula de los huesos. La brillante fuerza de la espada luchaba contra el frío invasor y una agonía corrosiva desgarraba el interior del cuerpo de Stark, en donde las radiaciones opuestas combatían su guerra.

Sus pasos fallaron; dio un ronco grito de dolor; luego sus piernas se doblaron y, pesadamente, cayó de rodillas.

Mantuvo empuñada la espada sólo por instinto. Ondas de angustia cegadora le golpeaban. El látigo de oscuridad le rodeaba, sus golpes hacían que el frío abismal del espacio exterior penetrara profundamente en su corazón.

Mantén la espada cerca, como si fuera un escudo. El dolor es grande, pero si no suelto la espada no moriré.

El poderoso Ban Cruach había mantenido antes esta misma lucha.

Nuevamente Stark levantó la espada, sin apartarla de su cuerpo. El latir orgulloso de su resplandor hacía retirarse al frío. A poca distancia el frío era muy intenso, pero esa distancia era lo suficientemente grande para que se pudiera levantar y proseguir, tambaleándose, hacia delante.

La fuerza oscura de la torre se manifestaba aplastante sobre él. No podría escapar. Con furia ciega acuchillaba con la espada resplandeciente; donde las fuerzas se encontraban, saltaban relámpagos por el aire; él no se retiraría derrotado.

Gritó; un grito de gato rabioso que era totalmente de Stark; la furia primitiva ante el dolor. Se obligó a sí mismo a correr, para arrastrar sobre el hielo, lo más deprisa posible, su cuerpo torturado. Porque Ciara se está muriendo, porque el oscuro frío quiere detenerme…

Los seres del hielo estaban atascados en la arcada, apresurándose, llenos de pánico, para encontrar refugio en la parte más lejana de la ciudad de muchos niveles. Les odiaba también; eran parte del frío, parte del dolor. Por su causa, Ciara y Balin estaban muriendo. Sintió la hoja de la espada acuchillándolos; su odio aumentó, uniéndose al odio de Ban Cruach, que se alojaba en su mente, hasta formar una imparable marea.

Acuchilló y cortó con el largo y terrible rayo resplandeciente. Los odiosos seres brillantes cayeron y cayeron. Stark sintió como la luz del arma de Ban Cruach mataba a través de las aberturas de la misma torre, que eran como ventanales abiertos en la piedra.

Una y otra vez, a la vez que corría, acuchilló a través de estas aberturas. De repente, el rayo de fuerza negro dejó de moverse; ya no le siguió, permaneciendo quieto, como si lo hubieran sujetado al hielo.

La batalla entre las fuerza abandonó su cuerpo; el dolor desapareció; se apresuró hacia la torre.

Ya se encontraba cerca; los cuerpos aplastados yacían en montones frente a la arcada, los últimos seres brillantes habían forzado su camino hacia el interior.

Sujetando la espada como si fuera una lanza, atravesó la arcada y penetró en la torre.

Los seres brillantes yacían muertos en aquellos lugares en que el rayo de calor destructivo les había alcanzado. Las plataformas de hielo que formaban las espirales, los puentes arqueados y las galerías de la parte superior de la torre, estaban vacías de aquellos seres.

Había muertos sobre la repisa de piedra, bajo el panel de control. Había muertos junto al mecanismo que tejía la escarcha helada alrededor de Ciara y Balin. El disco giratorio todavía zumbaba.

Abajo, en el magnífico pozo, el pueblo del hielo apiñado en los pasadizos estrechos, semejaba un extraño dibujo de colores. Pero Stark les volvió la espalda y corrió a la repisa; tenía la triste premonición de que había llegado demasiado tarde.

La escarcha se había espesado en torno a Ciara y a Balin. Formaba una corteza como si fuera laca que se hubiera vuelto rígida, ahora su carne estaba recubierta con una capa diamantina de hielo.

¡Seguramente estarían muertos!

Levantó la espada para destruir el disco, para machacarlo, pero no fue necesario. Cuando la fuerza total del rayo concentrado tocó la sombra que el disco contenía se produjo un violento resplandor de luz y el cristal se rompió. El mecanismo quedó en silencio.

El velo de oscuridad desapareció de alrededor del hombre y de la mujer cubiertos de hielo. Stark olvidó a las criaturas del pozo que se encontraban bajo él y dirigió la espada resplandeciente a Ciaran y Balin.

No afectaría la delgada capa de hielo que los cubría. Si el hombre y la mujer estaban muertos tampoco afectaría su carne más de lo que había afectado a la de Ban Cruach. Pero si estaban vivos, si todavía existía una chispa, una pavesa bajo la coraza de hielo, la radiación calentaría la sangre y restablecería el pulso de la vida en sus cuerpos.

Esperó observando el rostro de Ciara. Todavía estaba tan rígido como el mármol, e igual de blanco.

Algo, el instinto, o el aviso de la mente de Ban Cruach que había aprendido hace un millón de años el comportamiento de las criaturas del hielo, le hizo mirar detrás de él.

Con rapidez, en silencio y a hurtadillas las criaturas ascendían por tortuosos caminos. Habían adivinado que, en su ansiedad, se había olvidado de ellas; la espada se había girado, apartándose y si podían atacarle por detrás, entumecerle con la fuerza del frío de las varillas semejantes a cetros que llevaban…

Los acuchilló con la espada. Vio como el rayo, entre chasquidos, descendía y descendía por el pozo, vio los cuerpos caer como gotas de lluvia, golpeando aquí y allá en las plataformas y arrastrando a los vivos con ellos.

Pensó en los muchos niveles de la ciudad; pensó en los incontables millares que la debían habitar. Podía mantenerlos alejados del pozo tanto tiempo como quisiera, si no tenía que usar la espada para alguna otra cosa. Sabía que tan pronto como les diera la espalda los tendría nuevamente encima, y si alguna vez caía…

No podía desperdiciar un instante ni una oportunidad.

Sin saber que hacer miró a Ciara; le pareció que la capa de hielo que la recubría se había fundido un poco alrededor de su cara.

Golpeó, con desesperación, a las criaturas del pozo. En ese momento se dio cuenta de la respuesta.

Dejó caer la espada. El mecanismo redondo y achaparrado se encontraba junto a él, con su rueda de cristal rota. Lo levantó.

Era pesado; a dos hombres les hubiera costado levantarlo, pero Stark era un poseso. Gruñendo, tambaleándose con el esfuerzo, lo levantó y lo dejó caer hacia abajo.

Entre los delgados puentes y la tela de araña de caminos de hielo que se extendían por el hueco de la torre sonó como un trueno. Stark observó como caía la maquinaria, escuchó el chasquido del hielo al quebrarse y el crujido final de un millón de fragmentos en el fondo, a gran profundidad.

Sonrió y se volvió hacia Ciara, recogiendo la espada.

Unas horas más tarde. Stark caminaba a través del hilo brillante del valle hacia el montículo de piedras. La espada de Ban Crach colgaba en su costado, se había quitado el talismán y lo había vuelto a colocar en el adorno de metal del cinturón; volvía a ser él mismo.

Ciara y Balin caminaban a su lado; el color había vuelto a sus caras, pero no del todo; todavía estaban tan débiles que eran felices de que las manos de Stark les ayudaran a mantenerse de erguidos.

Se detuvieron a los pies de la colina de rocas y Stark subió solo.

Miró, durante un tiempo apreciable, al rostro de Ban Cruach. Luego miró la espada, y, con cuidado, volvió a colocar los anillos, de forma que la radiación siguiera extendiéndose como lo había hecho anteriormente, para cerrar las Puertas de la Muerte.

Volvió a colocar, casi con reverencia, la espada en las manos de Ban Cruach, después se volvió y bajó por encima de las piedras que se habían caído.

La oscuridad trémula seguía envolviendo la torre lejana. Bajo el hielo, la ciudad élfica se extendía hacia las profundidades. Los seres brillantes reconstruirían sus puentes en el hueco de la torre y seguirían viviendo como antes, soñando sus helados sueños de antiguo poder.

Pero no pasarían a través de las Puertas de la Muerte. Ban Cruach, con su oxidada armadura, todavía era el señor del paso, el guardián de las Tierras del Norte.

Stark dijo a los otros: -Contad la historia en Kushat, y cantadla por todas las Tierras del Norte: la historia de Ban Cruach y por qué guarda las Puertas de la Muerte. Los hombres lo han olvidado y no lo debieran haber hecho.

Los dos hombres y la mujer salieron del valle. No volvieron a hablar otra vez; el camino a través del paso parecía interminable.

Algunos de los jefes de Ciara se reunieron con ellos a la salida del paso, sobre Kushat. Habían esperado allí, avergonzándose ante la posibilidad de volver a la ciudad sin ella, pero sin atreverse a penetrar en el paso una vez más. Habían visto a las criaturas del valle y tenían miedo.

Les dieron monturas a los tres; los jefes pasaron ante Ciara con las cabezas inclinadas por la vergüenza.

Entraron en Kushat por la puerta rota y Stark fue con Ciara a la ciudad real; ella hizo que Balin también los acompañara.

— Tu hermana está allí, -dijo -La he protegido.

La ciudad estaba tranquila, con la oscura apatía que sigue a la batalla. Los hombres de Mekh vitorearon a Ciara en las calles. Ella cabalgaba orgullosamente, pero Stark comprendió que su rostro adusto mostraba cansancio.

El también estaba profundamente marcado por lo que había visto y hecho más allá de las Puertas de la Muerte.

Subieron hasta el castillo.

Thanis abrazó a Balin y lloró. Había perdido su furia salvaje inicial y ahora podía ver a Ciara con un odio refrenado, que casi tenía un matiz de admiración.

Cuando Thanis oyó la historia, dijo sin querer: -Luchaste por Kushat; al menos por esto te debo dar las gracias. -Luego se dirigió a Stark, y le miró -Por Kushat y por la vida de mi hermano… -Le besó y sus labios se llenaron de lágrimas; se volvió hacia Ciara con una sonrisa amarga.

— Nadie puede sujetarle más de lo que se sujeta al viento, ya lo aprenderás.

Se marchó con Balin, dejando en las habitaciones del rey a Stark y Ciara solos.

Ciara dijo: -La pequeña es muy astuta. -Se desabrochó la cota de malla y la dejó caer, quedándose de pié mostrando su cuerpo delgado vestido con una túnica de cuero negro, se dirigió a los altos ventanales y miró a las montañas, apoyó su cabeza cansada contra la piedra. -Un día maligno y una hazaña maligna. Ahora tengo que gobernar Kushat, sin ninguna recompensa de poder más allá de las Puertas de la Muerte ¡Cómo puede errar el ser humano!

Stark sirvió vino de un jarrón y se lo dio a Ciara. Ella le miró por encima del borde de la copa, con un cierto humor malévolo.

— La pequeña es astuta y tiene razón; no creo que pueda llegar a ser tan sabia como ella… ¿Stark te quedarás conmigo o te irás?.

Como no respondió, la mujer le preguntó

— Stark, ¿Qué ansía te guía? No es la conquista como a mí ¿Qué buscas que no puedes encontrar?.

Pensó en lo que había sucedido hacía muchos años; volvió a sus comienzos… Al joven N´Chaka que había sido feliz, durante un tiempo, con el Anciano y con la pequeña Tika, ente el relámpago, el trueno y las terribles escarchas de un valle en la Zona Crepuscular de Mercurio. Recordó como había terminado todo, bajo las pistolas de los mineros, hombres de su misma especie.

Negó con la cabeza -No sé; no importa. -La tomó entre sus dos manos sintiendo la fuerza y el esplendor de la mujer, le era difícil encontrar las palabras para lo que iba a decir. -Ciara, deseo quedarme, ahora, este instante. Te podría prometer que me quedaría para siempre, pero me conozco. Tu perteneces aquí, tú harás que Kushat sea tuya, yo no. Algún día me iré.

Ciara asintió con la cabeza -Mi cuello tampoco se hizo para llevar cadenas; un país es demasiado poco para retenerme. De acuerdo Stark, que así sea.

La mujer sonrió y dejó caer la copa de vino.

FIN

STARK Y LOS REYES DE LAS ESTRELLAS

EDMOND HAMILTON amp; LEIGH BRACKETT

Título original: "Stark and the Star Kings"

Aparecido en Stark and the Star Kings edición limitada de la editorial Haffner

Traducción: PEDRO CAÑAS NAVARRO

No Publicado anteriormente

Eric John Stark, forjado en el calor infernal de Mercurio y templado en las arenas de los desiertos de Marte, lucha contra las fuerzas del mal y la tiranía, vendiendo su brazo para defender la causa de la justicia en mundos de pecado y decadencia.

En Stark and the Star Kings, su única colaboración formal, Edmond Hamilton y su esposa Leigh Brackett, envían a Stark a persuadir a los Reyes de las Estrellas de que dejen de lado sus disputas y derroten un mal que amenaza al Universo.

I

El valle de la Gran División se extendía hacia el sudoeste, exactamente desde debajo del ecuador marciano. Se asemejaba a una magnífica cuchillada que se extendía a través de una longitud de dos mil quinientas millas y con una profundidad máxima de veinte mil pies.

Toda esta enorme y árida extensión se encuentra llena hasta el borde con mitos y supersticiones creados a lo largo de un período de tantos miles de años que ni los marcianos saben cuantos.

Eric John Stark avanzaba en solitario a través del oscurecido fondo del valle.

La cita había sido para él solo. Le había llegado de forma inesperada, en medio del frío arenoso de un campamento en las Tierras Secas. Una voz, investida de poder, había hablado en el interior de su mente.

Se trataba de una voz tranquila, pero los mandatos que contenía el mensaje, se notaba que eran tan obligatorios como la misma muerte.

La voz había dicho:

— ¡Oh, N´Chaka!, Hombre sin Tribu. El Señor del Tercer Recodo te solicita que acudas.

En todo Marte se conocía que quien se llama a sí mismo, Señor del Tercer Recodo había morado, durante la extensión de tiempo correspondiente a muchas vidas humanas, en las profundidades del valle de la Gran División.

¿Era humano?. Nadie lo podría decir. Incluso los ramas, aquellos marcianos casi inmortales, contra los que Stark había peleado una vez, en la ciudad muerta de Sinharat, no habrían sabido decir nada sobre él.

Pero temían su fuerza.

Stark estuvo pensando sobre estas cuestiones durante casi una hora, observando el polvo rojo que soplaba a través de una tierra gastada por el tiempo y que tomaba un aspecto fantástico y poco familiar conforme disminuía la luz del sol.

Era extraño que ahora le llegara una cita. Era extraño que el Señor del Tercer Recodo conociera lo suficiente sobre él para llamarle por el nombre que pocas personas conocían y aún menos empleaban. No su verdadero patronímico, sino su primer nombre, el que le dieron los miembros de la tribu semihumana que le crió.

En efecto era extraño que el Señor del Tercer Recodo le llamara empleando cualquier nombre, y en cualquier tiempo, como si pensara que tenía necesidad de Stark.

Quizá sí tenía necesidad de él.

En cualquier caso, no era frecuente que alguien fuera invitado a acudir a la presencia de una leyenda.

Esta era la causa por la que Stark avanzaba cabalgando sobre su bestia escamosa, a través de la noche perpetua del valle, encaminándose hacia el Tercer Recodo. Aunque la voz llena de poder que le había citado no había vuelto a hablarle, conocía exactamente como llegar a su destino.

Ahora se estaba aproximando al mismo.

Lejos, hacia delante, se percibía el resplandor de una pequeña luz. Sus rayos eran débiles, como si fueran ahogados en su origen, pero, de todas formas, la luz se encontraba allí. El resplandor se hizo más brillante y comenzó a desplazarse ante sus ojos, en el momento en que la cabalgadura cambió de dirección. Se encontraba dando la vuelta en el Tercera Recodo.

El resplandor de luz rojiza se hizo más intenso, contrayéndose desde una brillo de forma vaga a un punto definido.

La cabalgadura se detuvo de repente, giró su cabeza de aspecto desagradable y silbó, mirando a la oscuridad que se encontraba a su izquierda.

— ¿Y ahora qué?

Se preguntó Stark a sí mismo, llevando su mano al arma que colgaba de su cinturón.

No veía nada, pero le pareció percibir un ligero sonido, como de una risa, pero una risa no producida por un ser humano.

Alejó su mano del arma. Stark no dudaba de que el Señor del Tercer Recodo, tendría sirvientes y no había ninguna razón por la que los sirvientes tuvieran que ser seres humanos.

Stark espoleó a su montura y prosiguió cabalgando, sin mirar ni a la derecha ni a la izquierda. Había sido convocado a aquel lugar y maldito sería si iba a mostrar la más mínima señal de miedo.

La cabalgadura prosiguió su suave caminar sin mucho entusiasmo, la risa embrujada seguía oyéndose, atravesando la oscuridad que los envolvía, unas veces sonaba con más fuerza y otras más suave, como si proviniera de un lugar lejano.

El punto de luz roja que tenía delante se expandió y llegó a ser un rectángulo, parcialmente velado por las nieblas que se concentraban a su alrededor, llegando desde más allá.

El rectángulo brillante era una gran puerta abierta, más allá de la cual surgía la luz. La puerta se encontraba en la fachada de un edificio cuya forma y dimensiones no podían ser adivinadas, en medio de aquella oscuridad cubierta de niebla.

Stark tuvo la impresión de una ciudadela enorme y sombría, que se extendía en la perpetua noche del abismo y que allí mostraba uno de sus accesos.

Cabalgó hasta el portal, descendió de su montura prosiguiendo hacia delante, por en medio de las nieblas que procedentes de más allá de la puerta se enroscaban en su cuerpo. No pudo ver nada del salón o caverna en el que se introdujo, pero tuvo un sentimiento de espacio, de amplitud.

Se detuvo y esperó.

Durante un tiempo no se produjo ningún sonido. Después, desde algún lugar en medio de la niebla, se oyó el susurro de la risa, dulce y malvada, que no procedía de un ser humano.

Stark le dijo a este ser:

— Dile a tu señor que N´Chaka espera ser recibido.

Entonces se produjo una serie de sonrisas disimuladas y ruidos desagradables que parecían rodearlo por todas partes. Después la voz tranquila, pero cuyos mandatos debían ser obedecidos, que había oído anteriormente con su cerebro, le habló de nuevo. Ni por un momento llegó a estar seguro de si la oía a través de sus oídos o con la mente. Quizá por ambos conductos.

La voz dijo:

— Estoy aquí, N´Chaka.

Stark le contestó:

— En ese caso muéstrate ante mí, no negocio con nodie cuyo rostro no pueda ver.

No apareció nadie, la voz con una suavidad infinita preguntó:

— ¿Negociar? ¿quién ha hablado aquí de negociar? ¿desde cuándo el cuchillo que tienes en la mano negocia con su poseedor?

Stark respondió directamente.

— Este cuchillo negociará. Debes necesitar de mis servicios o no me habrías traído a este lugar. Si tienes necesidad de mí no me destruirás por una simple molestia. Por tanto. Muéstrate a ti mismo y hablemos.

La voz dijo:

— Aquí, en mi lejanía, los vientos me han dicho muchas cosas a cerca del terrestre que tiene dos nombres y que no es de la Tierra. Parece ser que lo que oí es cierto.

Se produjo un sonido de sandalias arrastrándose sobre piedra, las nieblas se retiraron. El Señor del Tercer recodo apareció ante Stark.

Se trataba de un hombre joven, vestido con las ropas que llevaría cualquier viejo Alto Marciano. La vestimenta era semejante a una toga, cuyos bordes barrían el suelo. La suave cara del joven era increíblemente hermosa.

El joven aparecido habló diciendo:

— Puedes llamarme Aarl, era mi nombre humano hace mucho, mucho tiempo.

Strak notó que se le erizaban los pelos de la nuca. Los ojos que se encontraban en el joven rostro eran tan negros, antiguos y profundos como el espacio. Eran ojos que mostraban un conocimiento y una fuerza más allá de lo humano, ojos capaces de robar el alma de un hombre y ahogarla.

Los ojos le asustaban, pensó que si los miraba directamente, se rompería en pedazos como un cristal dañado. Se sintió un poco orgulloso de poder apartar la mirada. Entonces dijo:

— ¿Debo entender que tú tuviste esta apariencia en aquellas lejanas edades?

Aarl le contestó:

— Yo tengo muchas formas. El aspecto externo es simplemente una ilusión.

Ante esta reflexión Stark señaló:

— Quizá para ti, pero el mío es algo que se encuentra más ligado a mi ser. Bien, he venido desde muy lejos y me encuentro sediento, hambriento y cansado. ¿Se encuentran los magos por encima de las leyes de la hospitalidad?

Ante la observación del terrestre Aarl dijo:

— Al menos no este mago, acompáñame.

Comenzaron a caminar a través de lo que Stark consideró, debido al eco que producían los sonidos, que era un salón de elevado techo y gran extensión. No se oyó ningún otro sonido de los servidores invisibles.

Las nieblas se retiraron todavía más lejos, ahora Stark podía ver las paredes de piedra negra, que se elevaban a una gran altura. Encima de ellos se veían estructuras hechas de fuego, brillantes arabescos que continuamente se movían y cambiaban de forma. Había en ellas algo que molestaba a Stark.

Tras un tiempo de observación se percató de que las orgullosas estructuras se encontraban corroídas, deslustradas, como la luz del sol sobre Marte. En ese momento dijo:

— De forma que la oscuridad también ha llegado hasta aquí.

Aarl, mirando de arriba abajo a Stark, mientras ambos proseguían su camino, contestó:

— Así es. ¿Cómo explican los hombres de ciencia la oscuridad a los moradores de los nueve mundos?

— Por supuesto tú ya sabes como lo hacen.

— Efectivamente, de todas formas, dímelo.

— Los científicos dicen que el Sistema Solar en su conjunto, se ha desplazado hasta una región llena de polvo cósmico, que es el que oscurece al sol.

— Los hombres sabios, con todas sus instrumentos ¿se creen esta explicación?

— No lo sé, al menos es lo que deben decir para intentar evitar el estallido del pánico.

— ¿Y tú, te lo crees?

— No

— ¿Por qué no te lo crees?

— Yo he estado entre las tiendas de los nómadas de las Tierras Secas, sus sabios dicen otras cosas, dicen que no se trata de algo inerte como el polvo sino de una fuerza activa.

— En verdad que ellos son los sabios, no hay ninguna nube de polvo, se trata de mucho más que esto, de algo mucho más grave.

Aarl se detuvo y comenzó a hablar con una intensidad propia de un hombre enfebrecido.

— ¿Puedes concebir la idea de un vampiro, de algo que bebe energía, que la roba a través del gran vacío…de un vacío mucho más grande que el que puedes imaginar?. Una cosa que si no es detenida devorará no sólo la luz del sol, sino incluso la fuerza de la gravedad que mantiene unida la familia de los mundos. Una cosa que destruirá el Sistema Solar.

Stark le miró anonadado, no queriendo creer lo que oía pero pensando que gran parte del relato debía ser verdad.

El Señor del Tercer Recodo se detuvo y agarró una muñeca de Stark con una mano helada. Luego le dijo:

— Stark, tengo miedo. Mis poderes son grandes, pero contra eso, no son nada, necesito ayuda. Por esto es por lo que te necesito, si te necesito, ven y te mostraré el por qué

II

Ambos se sentaron, en una habitación rodeada por la niebla, situada en algún lugar elevado de la ciudadela. Stark se encontraba recordando las estrofas de un antiguo poema cantado por los bardos.

¡Teme al Señor del Tercer Recodo! ¡Témele! Porque él es el Señor del Tiempo.

En ese momento Aarl dijo:

— El gran vacío del que te he hablado no es únicamente una dimensión del espacio. ¡Mira!

Stark miró hacia la cortina de niebla y quedó atrapado por la increíble escena que estaba tomando forma entre bruma que le rodeaba.

Ante él aparecía un gran panorama de estrellas, la tremenda oscuridad del vacío servía como marco para resaltar el brillo salvaje de los brillantes soles.

Se sintió a sí mismo arrastrado hacia esa inmensidad, avanzando hacia a ella a una velocidad terrible. Ante él se alzaban cadenas de estrellas, cadenas semejantes a las montañosas, pero formadas por brillantes nebulosas que surgían a uno y otro lado. Las cruzó y dejó atrás con toda su gloria.

Su campo de visión se desplazó, cambiando la perspectiva. Stark se percató de que había navíos delante de donde se encontraba. Brillantes naves estelares que avanzaban a toda velocidad a través de la jungla celestial.

Les vio brillantes y pequeños, como si fueran juguetes. Con una lucha vertiginosa contra sí mismo consiguió volver a la realidad de su propio cuerpo y de la fría piedra sobre la que se sentaba.

En ese momento Stark dijo:

— Eres un adepto, ¿qué es lo que pretendes al poner todo esto en el interior de mi mente?.

Aarl se contestó:

— Es cierto, pero lo que has visto no es una simple fantasía que has imaginado. Tú has visto lo mismo que yo he disto, saltando a través de un período de doscientos mil años. Has visto el futuro.

Stark le creyó. El Señor del Tercer Recodo no había llegado a alcanzar su posición dentro de las mentes de generaciones de marcianos a través del fraude. Los trucos sencillos que conocían los taumaturgos de cada pueblo no habrían soportado la prueba del tiempo.

Aarl era capaz de manejar la sabiduría perdida del antiguo Marte, una ciencia que se apartaba extraordinariamente de la ciencia de la Tierra, pero que no por ello era menos ciencia.

Volvió a mirar la visión que aparecía sobre la pantalla de niebla. Doscientos mil años en el futuro.

Aarl le dijo en aquel momento:

— Aquellas naves, aquellas poderosas naves que viajan a tan gran velocidad pertenecen a la flota de los Reyes de las Estrellas.

Este nombre, que oyó por primera vez, sonó en la mente de Stark como la llamada de un cuerno de caza. Preguntó:

— ¿Los Reyes de las Estrellas?.

— Los hombres que en el futuro gobernarán el Universo, cada uno siendo la suprema autoridad de su reino, principado o baronía.

Stark suspiró, volvió a mirar a la pantalla y dijo:

— Me parece bien y es algo adecuado. Las estrellas son demasiado brillantes para oficinistas desaseados y burócratas con trajes arrugados, cada uno procurando ser más vulgar que los otros. Sí, está bien que haya reyes de las Estrellas.

— Stark ¿quieres ir al futuro?

Stark notó que una vena comenzaba a latirle débilmente en el ángulo de su mandíbula.

— ¿Quieres decir ir al futuro con mi cuerpo? ¿tienes el conocimiento suficiente para mandarme con mi cuerpo doscientos mil años en el futuro?

— Dos años o dos millones de años, me es igual.

— ¿Serás capaz de traerme de regreso, con mi cuerpo?

— Si sobrevives sí.

Stark dudó, volvió a mirar nuevamente la imagen que aparecía en la niebla y dijo:

— ¿En calidad de qué iré?. Quiero decir qué funciones tendré

— Irás como un enviado, serás un mensajero, alguien debe ir a encontrarse con esos Reyes de las Estrellas frente a frente.

La voz de Aarl parecía cada vez más llena de enfado cunado añadió.

— He descubierto que la amenaza que pesa sobre nuestro Sistema Solar también existe en su tiempo. He intentado contactar con ello por medio de mis artes mentales, pero sin éxito. Simplemente, no escuchan, por esta razón es por la que te envío, Stark.

Stark contestó sonriendo:

— Enviaste a buscar a N´Chaka, el Hombre sin Tribu, que no es capaz de recordar a sus verdaderos padres, el que desnudo, fue criado como un hijo por los hombres salvajes que moran en el cruel Mercurio, achicharrado por el sol, el que lleva su recién adquirida humanidad como un traje no confortable y que todavía tiende a usar sus dientes cuando se encuentra enfurecido. ¿Por qué llevar a N´Chaka como embajador frente a los reyes de las Estrellas?

— Porque N´Chaka en su corazón es un animal, aunque tenga el cerebro de un hombre. Los animales no mienten, no se transforman en traidores a causa del ansia de dinero o de poder, o peor todavía, por una duda filosófica.

Aarl estudió a Stark con aquellos ojos que tenían la profundidad del espacio y dijo:

— En otras palabras, puedo confiar en ti.

— ¿Piensas que si alguien me ofreciera el Trono de Algol o de Betelgeuse no lo aceptaría?

Stark sonrió y prosiguió:

— El Señor de los Abismos sobreestima la pureza del animal.

— Pienso que no.

— De todas formas, ¿Por qué enviar a un bastardo terrestre, por qué no enviar a un marciano?

— Estamos demasiado ocupados con nuestro pasado, demasiado profundamente enraizados en nuestro sagrado suelo. Tú no tienes raíces, tienes una curiosidad que te devora y una extraña capacidad para la supervivencia. Si no fuera así no estarías aquí.

Alzó su mano para anticipar su siguiente comentario y dijo:

— ¡Mira!

La escena que aparecía en la cortina de niebla cambió bruscamente. Ahora apareció lo que podía ser el espacio en el sueño de un loco. Un enredo, una pesadilla de soles amontonados, estrellas muertas y nebulosas filiformes.

Stark parecía estar avanzando a gran velocidad a través de aquella jungla cósmica.

Aarl dijo entonces:

— Esta región se encuentra en el brazo accidental de la galaxia, se llama, mejor dicho, se llamará en los tiempos futuros las Marcas del Espacio Exterior. Allí se encuentran varios pequeños reinos estelares y también se encuentra esto:

Dos viejos soles rojos, semejantes a camafeos de rubí mantenían un desgarrado velo de oscuridad a través del campo de estrellas.

Stark se sumergió en la oscuridad de la nebulosa negra, pasó frente a estrellas ahogadas en las tinieblas, arrastrando sus planetas sumergidos en la noche. La nube que le rodeaba pareció desgarrarse como si fuera humo dispersado por el paso del viento.

Fuera, al otro lado se veía nuevamente un tenue resplandor, pero era extrañamente curvo, distorsionado alrededor de una región de negrura, de una región hecha de la Nada, totalmente diferente de la oscuridad polvorienta de la nebulosa. No podía ver en su interior, la imagen parecía retroceder, como si se retirara tras haber recibido un golpe.

En ese momento Aarl dijo:

— Ni siquiera mis artes pueden penetrar en la zona ciega, es de allí de donde viene la fuerza, saltando a través del tiempo, bebiendo la energía de nuestro Sistema Solar.

Stark le contestó:

— Si voy, mi tarea será muy simple, descubrir qué es esta fuerza, quien es responsable de su existencia y poner fin a esta situación.

Stark Movió la cabeza en sentido negativo y dijo:

— Tu confianza en mis habilidades me llega al alma, pero ¿sabes lo que pienso Aarl?, pienso que has vivido en este oscuro lugar durante demasiado tiempo, pienso que tu sentido común te ha abandonado.

Permaneció en pie, con su espalda vuelta frente a la pantalla de niebla.

— La tarea es imposible y tú lo sabes

— Si embargo, el trabajo debe ser ejecutado.

¿Y si se trata de un fenómeno natural, de algún extraño repliegue del continuum espacio-temporal…?

— En ese supuesto, desde luego, no encontramos sin ayuda, pero yo no creo que sea eso…

Aarl se levantó. Parecía que había crecido durante la conversación y ahora era más alto. Sus ojos miraban con una intensidad hipnótica, dijo:

— Tú no le tienes ninguna lealtad para con la Tierra por lo que los terrestres le hicieron a la tribu que te crió, a pesar de todo, no creo que desees que todos esos millones de personas mueran y el planeta con ellos dentro de no mucho tiempo. ¿Y qué me dices de Marte, el cual ha sido algo parecido a un hogar para ti?, todavía le quedaría un tiempo si la noche no se lo llevara.

Stark notó más fuerte el latido en su mandíbula, luego dijo:

— Me gustaría saber por donde empezar, sólo esto puede llevar el tiempo de una vida humana.

Aarl le contestó:

— No tenemos el tiempo de una vida humana, ni siquiera la mitad, la pérdida de energía se está acelerando rápidamente. De todas formas puedo decirte por donde debes empezar. Debes buscar a un hombre llamado Shorr Kan, rey de Aldeshar, en las Marcas. Es el más poderoso de los pequeños reyes y más astuto que todos los demás juntos. Simpatizarás con él.

— ¿Por qué?

— Porque esta extraña fuerza le está causando problemas inmediatamente. Debes asegurarte de conseguir su ayuda.

— Estás hablando como si yo ya hubiera tomado mi decisión.

— Ya la has tomado.

Stark se giró y volvió a mirar nuevamente la cortina de niebla, Ahora aparecía completamente negra, sólo había niebla y nada más que niebla. Sin embargo aún podía ver las naves de los Reyes de las Estrellas y la indómita jungla de las Marcas. El futuro, inescrutable, inexplorado. Tenía la oportunidad de verlo. ¿Iba a rechazarla?

Stark dijo:

— Supongo que tienes razón

Aarl asintió con la cabeza y le contestó:

— Realmente no tienes elección, eso ya lo sabía aun antes de convocarte.

Stark se encogió de hombros. Supongamos que lo intentaba y fallaba, esto siempre sería mejor que sentarse sin ninguna esperanza hasta que llegara el fin. Además siempre podría hacer su propia decisión sobre cuando volver.

Siguió tras Aarl que salía de la cámara.

Caminaron hasta el interior de un salón abarrotado de objetos. Stark reconoció varios instrumentos científicos de la Tierra de su tiempo, entre ellos se encontraba un preciso sismógrafo, equipo espectrográfico, una matriz con dispositivos electrónicos y los láseres más modernos. Había otros objetos que parecían reliquias que habían sobrevivido al antiguo Marte, disposiciones de formas cristalinas que no tenían ningún sentido par Stark.

También había otros objetos que supuso habían sido construidos por el mismo Señor del Tercer Recodo.

Uno de estos últimos era una especie de jaula de barras de cristal con forma helicoidal cuya parte superior se elevaba en espiral hacía la elevada bóveda que formaba el techo del salón. A lo que se ve desaparecía allí.

Stark intentó seguir sus bordes que progresivamente iban difuminándose con la distancia, pero se vio obligado a detenerse, atrapado completamente por el vértigo.

Aarl tomó asiento en la parte inferior de la jaula y dijo:

— Esta hélice amplifica mis poderes mentales y me permite manipular la dimensión temporal. Estés en el lugar que estés, seré capaz de permanecer en contacto con tu mente, ya que tú estás sintonizado para comunicar conmigo, pero no desperdiciaré la preciosa esta preciosa energía manteniendo una simple conversación contigo. Cuando estés dispuesto a volver, me lo dices.

Hizo algo con sus manos y las barras de cristal comenzaron a brillar con fuegos sutiles. Luego le indicó a Stark.

— Cuando despiertes te encontrarás en el futuro y tendrás todo conocimiento sobre aquella época que yo poseo.

Antes de que la oscuridad lo envolviera Stark sintió, de forma incongruente, un hambre devoradora.

Aarl no había cumplido su promesa.

III

Tuvo un extraño sueño. Él era infinito, era transparente. Los espacios que se extendían entre sus átomos eran lo bastante grandes como para contener en su interior a constelaciones de estrellas.

Se movía, pero su movimiento no era ni hacia delante ni hacia atrás, era como una astuta serpiente que reptaba de lado, ¿deslizándose a través de…qué?

En su sueño el movimiento le hacía ponerse enfermo. Sintió ganas de vomitar, pero dentro de él no había nada, simplemente sufría el dolor de las arcadas.

Quizá por esto Aarl no se había tomado la molestia de darle alimentos.

El dolor de las arcadas le hizo despertar.

Entonces se percató de que había dejado de moverse. Debajo de sus pies se encontraba suelo sólido. Su estómago recibió esta información con alivio.

La luz era peculiar, verdosa. Miró hacia arriba y pudo contemplar un gran sol brillando en medio de un cielo verde azulado, en el que se podían percibir nubes color menta.

Reconoció el sol, era Aldeshar, se encontraba en las Marcas del Espacio Exterior.

El planeta en el que se encontraba y cuya solidez había sido recibida ccon tanto alivio por su estómago era Altoh, el Mundo del Trono.

Se materializó allí, sus partículas se reunieron…procedentes del lugar y del tiempo en que hubieran estado. Se encontraba sobre una cresta baja, encima de una extraña ciudad.

Se trataba de una ciudad placentera, con casas de techos bajos y paseos, aquí y allá, para dar variedad a la perspectiva, se elevaban erguidas torres elevadas.

La gente que había hecho esto no había emplado nada parecido al horrible cubismo de los edificios funcionales.

Una red de canales brillaba a la luz del sol. Había una gran profusión de árboles y arbustos cubiertos de flores.

Los paseos estaban llenos de gente y los canales atestados de barcas de recreo. Parecía no haber tráfico de vehículos automóviles en la superficie, por ello el aire se encontraba maravillosamente limpio.

Todo el movimiento en las calles parecía converger hacia un punto, en el sector suroeste de la ciudad, en donde podía observarse un grupo de edificios, los más imponentes de la ciudad. Tenían elevadas torres y entre ellos podía observarse una plaza inmensa.

La ciudad se llamaba Donalyr y era la capital, los edificios eran el palacio de Shorr Kan y los centros administrativos del reino estelar.

De repente, un zumbido, muy agudo, llenó los cielos, alejando la atención de Stark de la ciudad. Encima de él, a través del cielo, brillando con la luz y rugiendo con el trueno de un dios, una nave colosal se colocaba en posición de aterrizar. La mirada de Stark siguió su descenso hasta un puerto estelar, situado a lo lejos, más allá del límite norte de Donalyr.

El suelo tembló bajo la mole y la gigantesca nave quedó quieta.

Stark miró hacia abajo, hacia la ciudad, en el tiempo que tardó su vista en llegar a los alrededores de Donalyr, otras tres naves más habían aterrizado.

Bajó a la ciudad y se dejó llevar por las masas que marchaban hacia la plaza del palacio. Se dio cuenta de que Aarl le había proporcionado un conocimiento operativo del lenguaje, podía comprender lo que decían a su alrededor y hablar con las personas que le arrastraban hacia la plaza.

Las personas de Altoh eran altos y fuertes, con piel rojizo oscuro, con rostros inteligentes y ojos agudos. Iban vestidos con ropas sueltas de brillantes colores, adecuadas para un clima templado.

Pero había muchos extranjeros, en un lugar en donde los navíos estelares iban y venían, además de hombres y mujeres había una sorprendente cantidad de seres no humanos, de todas las formas, tamaños y colores llevando toda clase de ropas.

A lo que se veía, Donalyr se encontraba totalmente acostumbrada a la presencia de extranjeros.

Aún así, la gente con la que se cruzó con él volvió la cabeza para mirar a Stark. Quizá lo hicieran por su altura y la forma en que se movía, o quizá había alguna otra cosa, que llamaba la atención sobre su duro rostro y la peculiar claridad de sus ojos, acentuada por el color de su piel, que hablaba del mucho tiempo que se encontró expuesta a un sol salvaje.

La gente sentía alguna diferencia entre él y los demás. Stark los ignoró, sabiendo a ciencia cierta, que no era posible que adivinaran hasta que grado llegaba su diferencia con ellos.

Las naves continuaban descendiendo del cielo entre inmensos truenos. Cuando llegó al borde de la gran plaza había contado nueve. Miró hacia arriba para ver descender a la que hacía la número diez, en ese momento notó un leve movimiento en la multitud que lo rodeaba, cerca de donde se encontraba, un ligero sonido, como la caída de una hoja le había sorprendido.

Lanzó su mano derecha hacia atrás, como si fuera un látigo y la cerró de golpe sobre algo que parecía hueso, se giró para ver lo que había atrapado.

Un hombre, pequeño y viejo, le miraba con la cara brillante y sin mostrar ningún tipo de arrepentimiento, como haría una ardilla a la que hubieran atrapado robando la nuez de alguien.

El hombrecillo le dijo:

— Eres demasiado rápido, pero aún así no habrías tenido ninguna oportunidad de que no te robara si tus ropas no me hubieran resultado tan extrañas. Pensaba que sabía en qué lugar de las Marcas se encontraba situado cada bolsillo y cada bolsa. Tú debes venir de muy lejos.

— De muy, muy lejos.

Le contestó Stark que observó al ladrón. El viejo llevaba una túnica llena de bolsas, sin que pudiera decirse de qué color era, no era ni clara ni oscura, ni brillante ni mate. Si no te fijabas con cuidado no le verías en medio de una multitud. En la parte inferior podían verse unas rodillas nudosas y unas pantorrillas delgadas como juncos, Stark prosiguió diciéndole:

— Bien, ¿qué hacemos contigo abuelito?.

El viejo le respondió:

— No te robé nada, además es mi palabra contra la tuya… tú no puedes probar que he intentado robarte.

Stark se quedó pensativo y luego le dijo:

— ¿Cómo de bueno es tu mundo?

El viejo, incorporándose lo más que pudo le contestó:

— ¡Qué pregunta me has hecho!

— Te la sigo haciendo

El viejo desvió la conversación en otra dirección.

— Eres un extraño aquí, necesitarás un guía. Yo conozco cada piedra de esta ciudad, puedo enseñarte donde están todos sus placeres, puedo protegerte de las garras de…

— …de ladrones y rateros como tú, sí.

Stark aflojó la presa que mantenía sobre su cautivo dejándole adoptar una posición más cómoda y le preguntó

— ¿Cómo te llamas?

— Song Durr

— De acuerdo Song Durr, No hay prisa, siempre podré decidir más tarde qué hacer.

Mientras decía esto Stark mantenía agarrada con fuerza la delgada muñeca, continuó diciéndole:

— Dime qué está pasando aquí.

— Los Señores de las Marcas se están reuniendo para mantener una conferencia con Shorr Kan.

El hombrecillo se sonrió y preguntó:

— Vamos, eso es lo que pienso, por cierto ¿cómo te llamas?

Stark le dijo su nombre, lo que provocó el comentario del nativo:

— Se trata de un nombre extraño, por él no puedo localizar tu mundo de origen.

— Algunos también me llaman N´Chaka

— ¡Eso es otra cosa! ¿de Strior? ¿o de Naroten?

Miró a Stark con ojos agudos y prosiguió:

— Bueno, lo mismo da.

Luego bajó la voz y preguntó:

— ¿Quizá es tu nombre dentro de la Hermandad?

Por supuesto, se trataba de una Hermandad de ladrones, Stark se encogió de hombros y dejó que el viejo interpretara su gesto como deseara. Luego le preguntó:

— ¿Por qué has dicho que se han reunido para mantener una conferencia, “vamos es lo que yo pienso”?

— Algunas naves estelares se han perdido. Los gobernantes de una docena, más o menos, de pequeños reinos se están volviendo locos por este asunto, sospechan que Shorr Kan es el responsable.

Song Durr dio un silbido de admiración y continuó:

— No me extrañaría que Shorr Kan tuviera algo que ver con estas desapariciones. Es un verdadero diablo y todo un rey, dale un poco más de tiempo y gobernará las Marcas, él que no tenía donde caerse muerto cuando llegó aquí.

Luego le dijo a Stark en tono lastimero.

— Hermano N´Chaka, si sigues apretando así me destrozarás la mano.

— Todavía no voy a soltarte, dime, ¿cómo se han perdido esas naves?

— Simplemente desaparecieron, en alguna parte más allá del Velo de Dendrid.

— El Velo de Dendrid, esto debe ser algún tipo de nebulosa oscura, y por cierto ¿quién es Dendrid?

— La diosa de la Muerte

— Parece un nombre adecuado, ¿por qué acusan a Shorr kan de las desapariciones?

Song Durr le miró y contestó diciendo:

— Debes venir de un lugar muy alejado de aquí, esto es una especie de tierra de nadie, por ello aquí siempre hay cuchilladas y estocadas entre los gobernantes…peleas por las fronteras, anexiones y todos estos líos. Una gran parte de estas regiones se encuentra inexplorada. De todos ellos el que ha realizado las actividades más osadas y ambiciosas ha asido Shorr Kan, o quizá el menos escrupuloso, depende de cómo lo quieras interpretar, si bien los otros reyes habrían hecho lo mismo si hubieran tenido suficiente valor. Además nosotros no hemos perdido ninguna nave.

Se frotó su demacrada nariz y dijo:

— Me gustaría ser una mosca y entrar en la sala donde van a mantener la conferencia.

Entonces Stark le dijo al ladrón:

— Hermano Song Durr, transformémonos en dos moscas.

Los ojos del viejo parecieron salirse de sus órbitas, luego contestó:

— ¿Quieres decir que nos introduzcamos en el palacio? No por favor, no digas locuras.

Empujó con fuerza contra la mano de Stark que seguía manteniendo agarrada su muñeca, éste le contestó:

— Me malinterpretas, no quiero entrar en el palacio como si fuéramos ladrones, quiero que entremos allí como si fuéramos reyes.

O como embajadores, enviados de otro tiempo y lugar. Stark se preguntó si Aarl le estaría escuchando, en su nebulosa ciudadela marciana, doscientos mil años en el pasado.

Song Durr permaneció de pie, rígido, con todos sus tendones en tensión mientras Stark le explicaba lo que tendría que hacer si quería mantener su libertad.

Finalmente Song Durr comenzó a sonreír y dijo:

— Creo que me gustará hacer lo que me has contado, si pienso que es mejor que estar otra temporada en las jaulas de los condenados. No se porqué… si se tratara de otro que no fueras tú, N´Chaka, preferiría las jaulas, pero algo de lo que has hecho me dice que podemos realizar lo que has dicho.

Luego Song Durr movió la cabeza y le dijo:

— Para ser un muchacho de pueblo tienes grandes ideas.

Sin dejar de silbar comenzó a dirigirse hacia las calles circundantes.

— Tenemos que apresurarnos hermano, los Reyes de las Estrellas llegarán pronto y no debemos llegar tarde a la fiesta.

IV

La procesión de los Reyes de las Estrellas brillaba en su recorrido entre el campo de aterrizaje y el extremo alejado de la plaza del palacio, en donde descendían de los coches sobre colchón de aire.

El camino entre uno y otro lugar se mantenía abierto entre la multitud por filas de guardias, de aspecto duro, vestidos con uniformes blancos, que cubrían la carrera hasta el mismo palacio.

Había muchísimas joyas, trajes reales de diversos tipos y rostros de muchos colores, cuatro de ellos definitivamente no humanos.

Stark pensó, un brillante espectáculo, y adecuado al lugar, encuadrado por las magníficas torres que se elevaban hacia el orgulloso resplandor verde del sol, las basta multitud, el impresionante silencio, el pórtico intrincadamente labrado en donde Shorr Kan, Señor Soberano de Aldeshar, se sentaba sobre un trono de piedra pulida…una pequeña figura a la distancia en que se encontraba, pero que, incluso allí rodeado de grupos de brillantes cortesanos, en alguna forma irradiaba poder.

La voz de bronce del chambelán, transmitida por grupos de altavoces, produjo ecos a través de la plaza.

— Burrol, Opis, rey de los mundos de Maktoo, Señor Supremo de la nebulosa Zorind. Kan Martann, rey de los Soles gemelos de Keldar. Flane Fell, rey de Tranett y barón de Leth…

Uno por uno los reyes de las estrellas se acercaban al trono donde se sentaba Shorr Kan, le cumplimentaban y pasaban, con sus cortejos, al interior del palacio.

Stark empujó, por entre dos guardias, hacia delante a Song Durr y le dijo:

— ¡Ahora!

Entonces el viejo gritó, lo más fuerte que pudo:

— ¡Esperad! ¡esperad un momento! Hay aquí otra persona que quiere conferenciar con nuestro señor y soberano, Eric John Stark, embajador ex…

Su voz se extinguió cuando los guardias lo agarraron. El chambelán que se había alejado después de que el último invitado había descendido de su coche sobre colchón de aire, miró con sorpresa y visiblemente molesto, la conmoción que se había producido.

Stark saltó hacia delante, apartando de golpe a un guardia y dijo:

— Eric John Stark, embajador extraordinario de los mundos del Sol.

Cuando llegó a este planeta, llevaba puestas sus ropas manchadas por el viaje, todavía cubiertas por el polvo rojo de Marte.

Sin embargo, ahora sus ropas eran totalmente negras, llevaba una rica túnica llena de hermosos bordados, debajo tenía puestos unos suaves pantalones y botas de fino cuero.

Song Durr había robado esta ropa de una de las mejores tiendas que abastecían a la gente de otros mundos.

También había querido robar algunas joyas, pero Stark sólo le había pedido una cadena de oro.

Por un instante todo quedó detenido, mientras el chambelán miraba a Stark y los guardias dudaban sobre si debían matarle o no, allí en el mismo sitio donde se encontraba.

Stark le dijo al Chambelán:

— Dile a tu señor que mi misión es urgente y está relacionada con el objeto de esta conferencia.

— pero tú no estás en la lista, no tienes credenciales…

Stark le contestó:

— He viajado desde muy lejos para hablar con tu rey. Lo que tengo que decirle trata sobre la muerte de los soles, ¿eres un hombre lo suficientemente valiente como para hacerme volver?

El chambelán le dijo:

— Yo no soy un hombre valiente, en absoluto, y dirigiéndose a los guardias les ordenó:

— ¡Detenedlo!

Los guardias lo sujetaron. El chambelán envió apresuradamente a un adjunto hacia el palacio.

Shorr Kan había detenido su audiencia y su atención se encontraba dirigida hacia la causa de la interrupción de la misma. Se produjo alguna conversación acelerada y Stark vio como Shorr Kan hacía un gesto decisivo. El adjunto volvió hacia donde se encontraban a toda velocidad.

— El embajador del Sol puede aproximarse, por supuesto con escolta.

El chambelán miró con aire de alivio. Hizo un gesto con la cabeza a los guardias, que salieron de la línea que formaban con las armas preparadas y se colocaron detrás de Stark y Song Durr, que en ese momento se hallaba vestido con ropas de un color carmesí glorioso.

El hombrecillo respiraba aceleradamente, manteniéndose erguido, dentro de lo posible ya que se encontraba invadido por los nervios.

Caminaron a grandes pasos a través del murmullo creciente de la multitud, que empujaba y apalancaba para ver esta nueva curiosidad. Subieron por la escalinata del palacio.

Stark permaneció en pie frente a Shorr Kan, rey de Aldeshar en las marcas del Espacio Exterior.

Sería rey, pero no se engreía de ello ni tampoco había dejado de estar prevenido. Seguía siendo un tigre cazador, sus ojos fríos de predator sobre sus patillas y garras, ansiosas de obtener otra presa.

Miró a Stark con una especie de buen humor mortal, enseñando sus blancos dientes que resaltaban sobre su fuerte y endurecido rostro. Le preguntó:

— Embajador extraordinario de los mundos del Sol, dime, ¿dónde está el Sol?

Era una buena pregunta, pero Stark no intentó responderla, simplemente dijo:

— Muy lejos, pero aún así, mi misión es de gran interés para su majestad.

— ¿Cómo es así?

— El problema al que os estáis enfrentando aquí en las Marcas, también nos afecta. Cuando oí hablar de la conferencia no esperé a presentar mis credenciales en la forma habitual. Es vital que se me atienda.

Shorr Kan no conocía la existencia del Sol ¿Cuál era la causa? ¿Su poca importancia o que ya no existía?, en cualquier caso…Stark forzó sus pensamientos, de forma resuelta en una dirección, si dejaba que su mente se viera envuelta en paradojas temporales, nunca iría a ninguna parte.

Shorr Kan le estaba preguntando:

— Vital, ¿para quién?

— El poder que se encuentra detrás del Velo de Dendrid, sea lo que sea, está matando nuestro sol, todo nuestro sistema solar. Vosotros podéis ser los siguientes, creo que es vital para todos nosotros hallar qué poder se encuentra detrás del Velo.

Stark se percató de que una pequeña sombra se movía, en un lugar muy profundo de los ojos del tigre y reconoció lo que esta tenue oscuridad significaba: Miedo.

Shorr Kan asintió, por una sólo vez, con su cabeza de cabello moreno y dijo:

— El embajador del Sol puede entrar.

Los guardias retrocedieron bajando los escalones. Stark y Song Durr siguieron al rey y a sus cortesanos a través de una gran portal de piedra.

Shong Durr, cuyo paso ahora era ligero y en cuya cara aparecía dibujada una gran sonrisa llena de avaricia, le susurró a Stark al oído.

— Casi me creo a mí mismo, para ser un muchacho de pueblo lo estás haciendo muy bien.

Stark se preguntó qué pensaría sobre esta cuestión más adelante.

La conferencia aparecía tormentosa. Se llevaba a cabo en un enorme salón de altas bóvedas. Su tamaño era tan grande que hacía parecer a los reyes y cortesanos como niños vestidos de personas mayores en medio de de un gran espacio vacío circular.

Algún predecesor de Shorr Kan había diseñado esta sala con mucho cuidado, la arquitectura estaba preparada, de forma deliberada, para crear un efecto de disminución de la altura de los asistentes a la conferencia.

Por el contrario, el estrado donde se encontraba el trono era inmenso, colocado a tal altura que todos los que le miraban tenían que hacerlo hacia arriba, de forma que quien así lo hacía percibía, no sólo el trono y su ocupante, sino también a las enormes deidades aladas, que presidían la sala desde cada uno de los lados del palio que cubría el trono.

Estas divinidades tenían rostros idénticos, horrorosos, orgullosos, y con narices prominentes. Sus ojos estaban realizados con piedras preciosas que brillaban sobre los reyes que se encontraban debajo.

Stark adivinó que los originales de aquellos rostros desagradables debían de haber sido los mismos constructores de aquel palacio.

Shorr Kan se hallaba ahora sentado en aquel trono y escuchaba a sus enemigos.

Flane Fell, rey de Tranett, parecía ser el portavoz del grupo y el principal rey que mantenía aquella dura acusación. Su piel tenía el color del viejo oporto, sus facciones recordaban las de un buitre.

Vestía con ropas grises, llevando sobre su pecho un diamante que tenía el brillo de un sol. Su cráneo calvo era alargado como el de un pájaro, sobre el aparecía una especie de torre dorada. Después de mucho hablar y vociferar le gritó al anfitrión:

— Si tú no eres responsable de la pérdida de nuestros navíos, ¿entonces quién es? ¡dínoslo Shorr Kan!

Shorr Kan sonrió, era más joven de lo que había esperado Stark, pero su juventud no era nada frente a su talante de conquistador.

— Vosotros creéis que estoy desarrollando algún nuevo tipo de poderosa arma secreta, lejos de aquí, más allá del velo de Dendrid, ¿Por qué creéis eso?

— Tus ambiciones son ampliamente conocidas, si puedes gobernarás las Marcas en solitario.

Shorr Kan le contestó:

— Por supuesto, ¿esto no se puede aplicar, en verdad, a cada uno de nosotros?. No es mi ambición lo que vosotros teméis, sino mi habilidad, os recuerdo que hasta ahora no he tenido ninguna necesidad de armas secretas.

En ese momento, abandonó el ropaje de suave seda con que había recubierto sus palabras y riendo con indignación les dijo:

— Se me ha dicho que habéis formado una alianza contra mí.

— Sí

— ¿Cómo os proponéis emplearla?

Flane Fell dijo:

— La unión hace la fuerza

Los demás reyes gritaron, manifestando su acuerdo con el que había hablado.

— Si nos fuerzas a caminar en esa dirección nuestra fuerza será abrumadora. Tu armada es poderosa, pero contra nuestras flotas combinadas Aldeshar no puede resistir ni una semana.

Shorr Kan dijo entonces:

— Es verdad, pero considera esto ¿y si yo poseyera realmente ese arma secreta? ¿qué les sucedería entonces a vuestras adorables flotas?. Si yo fuera uno de vosotros, no tomaría el camino de unirme contra Aldeshar.

Kan Martann dijo furiosamente:

— ¡Advenedizo, no seas tan arrogante! Todos nosotros hemos perdido naves, tú, Shorr Kan, no. Si no tienes el arma y verdaderamente ignoras en qué consiste la fuerza que se oculta más allá del Velo de Dendrid, ¿Por qué no has sido golpeado por la desgracia?

— Porque soy más astuto que vosotros, desde que me enteré de la desaparición de la primera nave, prohibí a las mías que se aproximaran a aquellos lugares.

Shorr Kan hizo un gesto con sus manos abarcando todo el salón y colocó a Stark frente al grupo de los reyes diciendo:

— Os presento a Eric John Stark, embajador extraordinario de los mundos del Sol, debemos oír lo que tiene que decir porque parece tener alguna relación con nuestra disputa.

Stark se percató desde el principio que estaba hablando frente a una barrera de mentes completamente cerradas a sus razonamientos. Aún así les dijo exactamente la verdad, dejando en la oscuridad únicamente la mención del tiempo y caracterizando a Aarl como si fuera un simple científico. A duras penas le dejaron terminar.

Dirigiéndose al trono, Flane Fell preguntó:

— ¿Qué esperas ganar con esto?. Este individuo es obviamente un impostor, intentando convencernos, de que porque algún mítico sistema situado en el otro extremo de la galaxia está siendo atacado por la misma amenaza que nosotros soportamos, tú no tienes nada que ver en ello. ¿ Piensas de que nos lo vamos a creer?.

Cuando el clamor se clamó Shorr Kan dijo:

— Pienso que sois un montón de imbéciles, suponed que os está diciendo la verdad, si esa cosa puede matar un sol, puede matar cualquier otro…Aldeshar, Tranett, Maktoo, los gemelos de Keldar…

— ¡No te creas que es tan fácil engañarnos!

— Lo que simplemente significa que desconfiáis de vuestras reales inteligencias, queréis creer en un arma, controlada por mí, porque sabéis que vosotros no podéis conseguir algo parecido. Pero suponed que se trata de un arma no controlada por mí, suponed que alguna fuerza de la naturaleza, salvaje y extraña, no controlada o controlable por alguien. ¿No sería más sabio encontrarla entre todos?

Con un gesto de tristeza Flane Fell dijo:

— Ya lo hemos intentado, hemos perdido navíos y no hemos obtenido ninguna información, ahora te toca a ti, este es nuestro ultimátum: Shorr Kan, desmantela tu arma, o demuéstranos, de forma fehaciente, que tú no has construido esa cosa. En el plazo de un mes, se enviará un navío sin tripulación más allá del Velo, si desaparece y tus pruebas no han resultado satisfactorias, significará la guerra.

Los Reyes de las Estrellas alzaron sus puños cerrados y gritaron a la vez:

— ¡Guerra!

— Os he oído reales hermanos, idos ahora.

El grupo partió con el tintineo de los calzados enjoyados que golpeaban sobre el suelo.

Shorr Kan despidió a sus cortesanos diciendo:

— Vosotros también.

Luego se dirigió a Stark y le dijo:

— ¡Quédate! Y tú también pequeño ladrón…

Song Durr, con su orgullo herido contestó:

— Majestad, soy el chambelán del embajador de…

Pero Shorr Kan le cortó diciendo:

— No me engañes, yo mismo estuve una vez en la Hermandad antes de llagar a ser rey. Tienes mi permiso para robar, si puedes hacerlo sin que te cojan y en tanto no toques los adornos alquilados. Dentro de una hora enviaré soldados para capturarte, pero claro no van a buscar dentro de las puertas de palacio.

Song Durr dijo lleno de agradecimiento:

— Majestad, abrazo tus rodillas y también las tuyas, muchacho de pueblo. Verdaderamente nuestro encuentro fue positivo. Te deseo buena suerte.

Se alejó con sus delgadas piernas temblando bajo la túnica.

Entonces Shorr Kan, sonriendo, dijo:

— Ese hombre tiene pocas preocupaciones

— Pero tú no le envidias.

— Si lo envidiara, me encontraría en su lugar.

Shorr Kan descendió del trono y se colocó, en pie, frente a Stark, diciéndole:

— Embajador, eres un hombre extraño, me haces sentir incómodo, además traes noticias preocupantes. Quizá debiera haberte matado nada más verte. Esto es lo que mis reales hermanos hubieran hecho. Pero mira, yo no he nacido rey. Soy un advenedizo, por ello mantengo mis ojos, mis oídos y especialmente mi mente abiertos de par en par. Además tengo otra ventaja sobre mis colegas, yo sé que estoy diciendo la verdad cuando les comunico que no tengo ningún arma secreta y que desconozco qué fuerza es esa, la cual se come a las naves y a las estrellas. ¿Me crees embajador?.

— Si

— ¿Por qué?

— Si controlaras esa fuerza la usarías

Shorr Kan se rió, luego le dijo a Stark:

— Te das cuenta de esto, ¿verdad?, por su puesto que te das cuenta, sin embargo ese rebaño de imbéciles…

Dirigió su barbilla, con un aire de desprecio, hacia el portón por donde habías salido los Reyes de las Estrellas y prosiguió diciendo:

— El odio que me tienen les ciega. Su principal deseo es librarse de mí, sin importarles lo que les suceda.

— Debes reconocer que te han metido limpiamente en una ratonera.

— Embajador, eso creen ellos, pero son tan sólo reyes insignificantes y despreciables, no hay nada más despreciable que un rey insignificante.

Miró hacia arriba y alrededor del gran salón en el que se encontraban y prosiguió diciendo:

— Lo considerarás horrible ¿verdad?. Especialmente aquellos dos seres detrás del trono con sus grandes y feos rostros. He pensado ponerles un sombrero a cada uno para que no se vean, pero, así, ya parecen lo bastante desagradables como para añadir algo más. Aldeshar siempre fue un reino insignificante y siempre lo será. Sin embargo, los primeros peldaños siempre deben ser pequeños. Embajador, más adelante habrá reinos mayores.

La ambición, la inteligencia, la energía y la falta de piedad brillaban en él con una luz resplandeciente. Le hacían parecer hermoso, con la belleza de las cosas que son perfectas en su diseño y sin faltas en su funcionamiento. Stark le dijo:

— Ahora tienes un pequeño problema que debe ser resuelto

Los ojos del tigre volvieron a dirigirse a Stark, quedándose fijos en él. Shorr Kan le contestó:

— ¿Por qué has venido a buscarme embajador? ¿Por qué has realizado este viaje tan largo desde el Sol?

— A lo que se ve, podemos ayudarnos el uno al otro.

Shorr Kan dijo en aquel momento:

— Tú necesitas mi ayuda, yo no necesito la tuya.

— ¿Cómo puedes asegurar esto, si todavía no conocemos lo que nos amenaza?

Shorr asintió con la cabeza y dijo:

— Embajador Stark, tengo un presentimiento sobre ti, seremos grandes amigos, o quizá grandes enemigos, si ocurre lo segundo no dudaré en matarte.

— Lo sé.

— De acuerdo, nos comprendemos mutuamente. Ahora vamos a trabajar, hay mucho que hacer. Mis consejeros científicos quieren oír tu historia, espués…

En ese momento Stark le dijo al rey de Aldeshar:

— Su majestad, os pido un favor…hace mucho tiempo desde que pude comer algo.

El mucho tiempo era el pequeño período de doscientos mil años.

V

Dos antiguos soles rojos, parecían broches de rubí clavados en la vieja cortina de oscuridad que se extendía frente al universo estrellado. Esta cortina era el velo de Dendrid y parecía ser exactamente igual a lo que Stark había visto en la niebla de la cámara que se encontraba en Marte, en la ciudadela de Aarl.

La visión que ahora tenía ante sí también era una proyección, esta vez sobre la pantalla del simulador de una nave exploradora del tipo Fantasma, el navío más rápido de la flota de Shorr Kan, que esta vez iba cargada con equipos especiales.

Stark y Shorr Kan se encontraban juntos, en pie, estudiando el simulador. Bajo Stark y alrededor suyo, atormentado toda la estructura de la nave y la carne de los tripulantes, no paraba de oírse el latir y zumbar del dispositivo FTL(1) responsable del movimiento de la nave.

Causaba un sentimiento subliminal de que el movimiento estaba causado por una especie de lucha, junto con la sensación sofocante de encontrarse atrapados entro de un caparazón de poder inimaginable, como un polluelo en el interior de un huevo.

La imagen que se veía sobre la pantalla era un truco electrónico, no más auténtica que la que le había mostrado Aarl, la única diferencia es que la nebulosa real se encontraba verdaderamente delante de la nave donde se encontraban.

El viaje de la nave espacial no se había producido como consecuencia de una decisión instantánea de Shorr Kan.

Se habían llevado a cabo reuniones sin fin con los consejeros, con los asesores científicos, militares y civiles, cada uno de los cuales proponía encarnizadamente acciones en direcciones totalmente opuestas unos a otros.

Finalmente Shorr Kan había tomado la decisión

(1) FTL Fast Than Light, más rápido que la luz (N.T.)

— Un rey está destinado a gobernar, cuando deja de tener el valor y la visión necesaria para ejecutar esta función, lo mejor que puede hacer es abdicar de una maldita vez. Mi reino se encuentra amenazado por la destrucción por dos cosas, la guerra y lo desconocido. Salvo que transformemos lo desconocido en conocido, la guerra es inevitable. Por consiguiente es mi deber descubrir lo que se oculta más allá del Velo de Dendrid.

Sus consejeros se apresuraron a decirle.

— Cierto, pero no tienes porqué ir tú en persona, el riego que correrías sería demasiado grande.

Shorr Kan contestó a estas objeciones, mientras lo hacía, la nobleza irradiaba de su cuerpo, iluminando el trono y los horribles genios que se encontraban tras él. Escuchándolo era fácil comprender el por qué atraía a sus seguidores.

— El riesgo es demasiado grande como para enviar a cualquier hombre, salvo a mí. ¿para qué vale un rey si no pone por delante de todo, incluso de su vida, la salvación de su pueblo? Preparad la nave.

Después de esta declaración se dieron órdenes y los consejeros comenzaron a tratar con la cuestión de preparar la nave. Shorr Kan hizo un gesto a Stark, mientras se encontraban a solas en el gran salóny le dijo:

— El ser noble es algo muy bueno, pero uno también debe ser práctico, ¿embajador, te das cuenta de cual es mi punto de vista?

La paciencia de Stark se había puesto a prueba con todas aquellas pendencias y retrasos. Había llegado a ser consciente de que la urgencia de actuar cada vez era más grande. Aarl le estaba mandando a su mente un silencioso y breve mensaje:

— ¡Date prisa!

Le dijo a Shorr Kan de una forma más bien cortés:

— En el mejor de los casos puedes convencer a tus reales hermanos para que te sigan, ya que temen dejarte ir sólo. Puedes encontrar una forma de destruirlos, o emplearlos como aliados, según lo que parezca aconsejable en cada momento. En el peor de los casos, con una nave rápida a tus órdenes, puedes mantener la esperanza de escapar hacia el espacio abierto si las cosas se ponen demasiado mal. Pero, ¿cómo puedes estar seguro de que ellos, simplemente, no te atacarán por la espalda en cuanto estés en el espacio exterior, dejando sin sentido ninguna de las dos situaciones anteriores?.

— Ellos querrán que les muestre el camino hacia donde se encuentra la supuesta arma. Creo que esperarán.

Shorr Kan colocó su mano sobre el hombro de Stark en un gesto que indicaba confianza y prosiguió:

— Ya que tú vas a venir conmigo, tus esperanzas de sobrevivir serán mayores si estoy en lo cierto. Embajador, he realizado algunas investigaciones sobre ti.

— ¿Si?

— Pienso que quizá seas un espía de mis reales hermanos, incluso un asesino, sabes, tienes el aspecto de uno de éstos últimos. Pero mis agentes no han podido encontrar ningún rastro tuyo, no pareces haber surgido en ninguno de los planetas de este entorno. Por ello debo creer que tú eres lo que dices ser, sólo hay un pequeño problema…

Shorr Kan le sonrió a Stark y le dijo:

— Todavía no hemos sido capaces de localizar el Sol, por eso, embajador, te voy a mantener cerca de mí, muy cerca, como si fueras lo que los matemáticos llaman una cantidad desconocida.

Stark pensó, una cantidad desconocida, dispuesta a ser empleada o descartada. Sin embargo, no podía evitar el permanecer unido a Shorr Kan.

Ahora permanecía en pie, en el puente de la nave exploradora y se preguntaba a sí mismo si Shorr Kan había interpretado correctamente las intenciones de sus hermanos reales. La verdad era que las naves de los reyes de las Marcas les estaban siguiendo, a una distancia prudencial, pero firmemente pegados a la estela que iban dejando. Shorr Kan le dijo:

— Tomaremos tierra en un planeta de la nebulosa, en Ceidiri, el mundo habitado más lejano que conocemos y el más próximo al borde de la región donde se manifiesta ese desconocido poder. Los habitantes de ese planeta, ceidrines, constituyen un pueblo muy extraño, pero la verdad es que las Marcas están llenas de pueblos extraños.

Shorr Kan prosiguió su explicación:

— Los inicios de las nuevas líneas evolutivas y los restos y callejones sin salida de las antiguas se encuentran en las Marcas, habiendo llegado en sucesivas olas de conquistadores interestelares. Es posible que nos puedan decir alguna cosa de interés.

— ¿Son una raza científica?

— En su propia forma particular, si lo son.

El jefe de los científicos, que los había acompañado para dirigir el manejo de la batería de instrumentos científicos instalados a bordo, hizo una precisión decisiva.

— Son hechiceros y ni siquiera son humanos.

Shorr Kan preguntó en ese momento.

— ¿Y tú qué has sido capaz de aclararnos? ¿Qué más allá del Velo existe una zona en la que se manifiesta una fuerza tremenda, suficiente para enrollar al espacio a su alrededor y destruir todo lo que se le aproxime?. Eso ya lo sabemos, ¿quieres decirnos ahora cómo aproximarnos a esta fuerza, como averiguar donde se encuentra su fuente, sin que también seamos destruidos nosotros mismos?.

— Todavía no.

— Cuando lo sepas, dímelo. Hasta entonces aceptaré cualquier tipo de conocimiento que pueda obtener, sin importarme de que fuente pueda provenir.

El tiempo siguió pasando. El tiempo transcurría para todos. Aquí y ahora para ellos y doscientos mil años en el pasado para los habitantes de los nueve mundos del Sol.

La nave se sumergió en la nebulosa oscura, como si lo hiciera en una nube de humo. Se trataba de la nebulosa que Stark había visto sobre la cortina de niebla de Aarl. Las nebulosas parecían enrollarse al paso de la veloz nave, quedando atrás como si fueran retazos de un tejido blanco.

Se trataba de una ilusión, después la nave salió de la situación FTL para salir al espacio normal.

Aquí, en el borde de la nebulosa, el velo era sutil, una estrella medio apagada brillaba con luz cárdena, abrazando a un pequeño planeta, próximo a la estrella que le calentaba.

A través de los desgarros abiertos en el Velo de Dendrid, Stark pudo ver lo que se encontraba más allá, la zona donde imperaba la oscuridad, el secreto y lo extraño.

Esa zona parecía haber crecido desde que la vio por última vez en la ciudadela de Marte.

Aterrizaron sobre el planeta, un mundo curioso, cubierto por las nubes, bajo su nebuloso sol. Un invernadero de pálida vegetación. Había una ciudad, con estrechos senderos que giraban por en medio de los árboles y las casas. Las mismas casas parecían masas de vegetación, constituidas por raíces vivas tejidas, que surgían con fuerza del terreno. Aquí y allá brotaban de estas raíces oscuras flores.

El pueblo de los ceidrines también era oscuro, de poca estatura, ojos profundos y tristes, con manos hábiles y llevaban abrigos de ricas pieles brillantes que les protegían de la lluvia.

Recibieron a sus visitantes fuera de las puertas de sus casas, en donde los extranjeros tenían sitio para permanecer levantados.

Llegó la noche y el cielo brilló con las estrellas gemelas en forma de dragón, su resplandor se veía apagado en aquellos lugares de la estrella cubiertos de polvo.

Las conversaciones se llevaron a cabo por medio de intérpretes, pero Stark comprendía más cosas de las que se decían con palabras. Podía percibir profundas corrientes subterráneas de miedo y excitación. El jefe dijo:

— Esto está creciendo, se estira, intenta agarrar, succionar. Es un niño fuerte, y está comenzando a pensar.

Se produjo un silencio en el claro de bosque donde se llevaba a cabo la conferencia. Shorr Kan, con una extraña voz sin entonación preguntó:

— ¿Estás diciendo que la cosa que se encuentra ahí afuera está viva? ¡Intérprete asegúrate qué este es el significado de lo que ha dicho!

El jefe prosiguió con su relato, sus ojos brillaban en medio de su pequeño rostro en donde se percibía un cierto aire de reprensión.

— Está vivo.

Luego, para que no quedara duda del sentido de sus palabras añadió:

— Nosotros sentimos que está vivo, además sabemos que nos matará en poco tiempo.

— Entonces ¿es algo maligno?

Los estrechos hombros del jefe se alzaron cuando respondió:

— No es malo, simplemente está vivo.

Shorr Kan se dirigió a los científicos y les preguntó:

— ¿Cómo puede ser posible esto? ¿puede una fuerza…que realmente es la nada…estar viva?

— Se ha postulado por algunos científicos que la etapa final de la evolución puede ser una criatura de energía pura, viva en el sentido de que necesita alimentarse de energía, como todas las formas de vida y que siente, en un grado que nosotros sólo podemos adivinar. Esta criatura sería algo que podría variar entre una ameba y un ser parecido a un dios.

El jefe de los científicos miró hacia los cielos, después a las pequeñas criaturas pardas que le observaban con sus extraños ojos y dijo:

— No podemos aceptar esto, no al menos con la evidencia que tenemos, no podemos aceptar lo que dice esta gente ignorante…

Shorr Kan completó irónicamente la frase del científico

— …algo así debe ser descubierto por las autoridades científicas competentes.

Luego añadió una breve frase:

— Puede que sea como has dicho o puede que no, pero debemos mantener nuestra mente abierta.

Se dirigió al caudillo de los ceidrines y le dijo con urgencia:

— ¿Puedes hablarle a esa cosa, comunicarte con ella?

— No nos escucha, ¿escuchas tú los gritos de los organismos que se encuentran en el aire que respiras o en el agua que bebes?

— Pero tú si puedes oírlo a él.

— Efectivamente, nosotros podemos oírlo. Crece muy rápidamente, muy pronto, el sonido producido por esa cosa, será lo único que podamos escuchar.

— ¿Eres capaz de conseguir que nosotros también podamos escucharle?

— Vosotros sois hombres y los hombres tienen tendencia a estar sordos a causa de sus propios sonidos. Pero hay uno aquí…

Giró su brillante cabeza y sus ojos se encontraron con los de Stark, entonces el jefe de los ceidrines dijo:

— Hay uno aquí que no es como los demás, él no está completamente sordo, quizá nos pueda ayudar a escuchar a ese ente.

Shorr Kan dijo en aquel momento:

— Muy bien, embajador, vas a conocer a quien se está comiendo tu sol. Aquí tienes tu oportunidad.

Le dijeron que tenía que hacer. Se arrodilló sobre el suelo y los hombrecillos formaron un círculo a su alrededor, las flores oscuras esparcían un aroma pesado, encima de ellos, en el cielo, podía verse el dragón gemelo.

Miró a los brillantes ojos del jefe y sintió que su mente estaba llegando a ser maleable, saliendo de ella una red de terminales psíquicos que se extendían, uniéndole con las mentes que le rodeaban en círculo.

Poco a poco comenzó a oír.

Al principio, oyó de forma imperfecta, con su limitado cerebro humano. Más tarde, instintivamente, se alegró de que esto hubiera sido así. No hubiera podido soportar el inmenso brillo de aquella conciencia, incluso el eco de la misma bastó para dejarlo atontado.

Para dejarlo atontado con alegría.

Con la alegría de estar vivo, de ser un ser que sentía y que estaba alerta, de ser joven, fuerte, con empuje, vibrante y fuerte. Con la alegría de ser.

No había nada malo en esta alegría, ni ninguna crueldad en aquella fuerza que latía y crecía, absorbiendo la vida de aquel universo pulsante, de una forma tan simple y natural como una hoja de hierba absorbe su alimento del suelo.

La energía era su alimento y el la comía, no era consciente de las vidas que destruía. Para su estructura era imposible tomar esta consciencia.

A su vista nada era destruido, sino transformado de una forma a otra. Para él toda la Creación era un gran depósito de gasolina destinado a alimentar sus fuegos eternos. La Creación incluía todo el tiempo así como todo el espacio.

La fuerza inmensa, acumulada en el corazón de ese ente, había comenzado a destrozar la estructura del mismo continuum espacio temporal, deformándolo de una forma tan fantástica, que el Sol de hace doscientos mil años era tan accesible para él, como el semiapagado sol de Ceidri

Era muy joven y sin pecado. Su potencial mental se extendía a través de parsecs.

Ya había tenido dos muestras de su propia grandeza. Podía pensar y crecer. Mientras una miríada de galaxias giratorias se acumulaban a su alrededor formando enjambres, cuyas abejas contemplaran la belleza resplandeciente de su ser.

A su debido tiempo el crearía. Bien sabe Dios que le gustaría crear, pero ahora todos sus impulsos eran brillantes y puros.

Era un ser inocente, y sin embargo mataba.

Stark seguía anhelando ser parte de aquel ser de divina fuerza y alegría. Deseaba disolverse para siempre en su interior, perder su individualidad y olvidarse de las pequeñas agonías que acompañan siempre a la naturaleza humana.

Sintió que casi había alcanzado el este objetivo cuando se rompió el contacto que mantenía con el círculo de ceidrines y con la lluvia que suavemente caía sobre él.

La lluvia humedecía sus mejillas mientras que él se sentía desolado por lo que había perdido.

VI

Shorr Kan le habló y Stark despertó de su sueño.

— Está vivo, es una nueva especie de ser, esto significa nuestro fin, salvo que le matemos. Si es que puede morir.

Se puso de pie y vio que los ojos de los presentes estaban fijos en él. El rey de Aldeshar, sus científicos y sus especialistas en armamento y en el arte de la guerra. Sus rostros se veían llenos de dudas y asustados.

Tenían miedo de creer y miedo de no creer. En ese momento Stark añadió:

— Si es que podemos matarlo.

En ese momento se inició un clamor de voces, hablado todos al mismo tiempo, hasta que un nuevo sonido impuso el silencio.

Bajando desde el cielo en donde se veía el dragón, las naves de los Reyes de las Estrellas comenzaban a aterrizar. Shorr Kan dijo:

— De acuerdo, les esperaremos aquí.

Luego miró a Stark y le explicó:

— Mientras tu mente se encontraba luchando por arrancar el lazo que la une a tu cuerpo y marchar al encuentro del ser, tuve un informe de mi nave. Algo está absorbiendo la energía de las celdas de potencia. De momento la pérdida es infinitesimal, pero detectable. Me pregunto qué deducirán de esto mis reales hermanos.

Sus reales hermanos se encontraban felices. Habían dejado sus cruceros pesados orbitando Ceindri, una fuerza inmensamente superior a la nave de exploración de Shorr Kan. Estaban encantados de haber atrapado al zorro de una forma tan fácil.

Flane Fell, que se había despojado de sus sedas, joyas y corona de oro, como habían hecho los demás reyes y estaba vestido para la guerra, le dijo:

— Si tienes ese arma, ahora no puedes emplearla contra nosotros, sin usarla a la vez contra ti.

A ello le contestó Shorr Kan con tranquilidad:

— Si tuviera el arma, esta idea ya se me habría ocurrido a mí. ¿Supongo que ya habréis explorado el planeta buscando instalaciones ocultas, posibles centros de control y cosas parecidas?.

— Efectivamente

— ¿Y todavía seguís creyendo que alguna potencia humana puede crear y controlar la fuerza que se extiende ahí fuera?

— Shorr Kan, cualquier tipo de evidencia será evaluada con justicia.

— Esto me quita un peso de encima. Entre tanto, ordenad a vuestros técnicos que controlen las células de potencia de vuestras naves, con mucho cuidado. Si queréis que controlen también mis células de potencia. Y no esperéis mucho para tomar decidir si me hacéis caso o no.

Flane Fell le preguntó:

— ¿Por qué?

Shorr Kan le hizo un gesto a Stark y le dijo:

— Explícaselo.

Stark se lo explicó.

Los Reyes de las Marcas, los reyes humanos, miraron a los ceidrines y Flane Fell dijo:

— ¿Qué son esas cosas en las que deberíamos creer? Cosas salvajes sobre un planeta perdido y todo por que lo dije un autonombrado embajador…

No pudo terminar. Uno de los reyes no humanos dio unos pasos hacia adelante y se le enfrentó. Los primeros antecesores de este individuo le habían dejado en herencia un cuerpo espléndidamente construido, una cabeza orgullosa, con un aristocrático hocico y sólo unos colmillos residuales, también le habían legado un traje de pelo blanco con hermosas rayas grises. Su sonrisa daba miedo. El rey no humano dijo:

— Siendo yo mismo algo salvaje, hablo por mis compañeros reyes que se encuentran en minoría y digo: Las criaturas sin pelo, hijas de un mono, no son menos salvajes que nosotros y no están, en forma alguna, más capacitados que nosotros para juzgar sobre la verdad de lo que aquí se ha dicho. Nosotros hablaremos con los ceidrines.

Se dirigieron a parlamentar con los nativos. Shorr Kan sonrió y dijo:

— El rey de Tranett ya me ha proporcionado aliados, le estoy agradecido.

Stark se apartó y miró al cielo, mientras recordaba.

La mañana se presentó oscura y cubierta con ráfagas de lluvia.

Cuando las nubes se abrieron, a Stark le pareció que el sol agonizante era más oscuro que el día anterior, por supuesto se trataba de un efecto de su imaginación. Los cuatro reyes no humanos, se reincorporaron al grupo. Sus rostros eran solemnes, el jefe de los ceidrines iba con ellos.

El rey que tenía el pelo que cubría su cuerpo rayado en gris dijo:

— El hombre llamado Stark dijo la verdad. Esa cosa ya ha comenzado a succionar la vida de este sol. Los ceidrines saben que ya están condenados y en la mismo situación estaremos nosotros, dentro de no mucho tiempo, si esa cosa no es destruida.

Llegaron informes de las naves, tanto de las que habían aterrizado como de las que todavía estaban en el espacio libre esperando órdenes. Todos hablaban de inexplicables pérdidas de energía en las células de potencia. Shorr Kan les dijo:

— Bien, reales hermanos, ¿cuál es vuestra decisión?

Los cuatro reyes no humanos se alinearon con el rey de Aldeshar diciendo:

— Nuestras flotas están a tu disposición y también lo están las mentes de nuestros mejores científicos.

El rey con el pelo rayado de gris miró a Flane Fell con sus ardientes ojos dorados y le dijo:

— Deja a un lado tus odios mezquinos, monito, si no lo haces así, toda tu especie, todas las cosas que respiran y se mueven, están condenadas.

Shorr Kan añadió dirigiéndose a Flane Fell:

— Siempre podrás matarme después, si es que salimos vivos.

Flane Fell hizo un gesto de enfado y dijo:

— De acuerdo, combinemos todos nuestros esfuerzos con el objetivo de que esa cosa muera.

“Combinemos todos nuestros esfuerzos…”

Mensajes de este tipo fueron transmitidos a los centros científicos de los lejanos mundos de la marca. Todos los mensajes contenían la misma pregunta.

¿Cómo podemos matar a esa cosa antes de que ella nos mate a nosotros?

Las naves dejaron Ceidrin y retornaron al otro lado de la nebulosa, en donde parecían una gran bandada de peces extendidos delante del Velo, iluminados por la pálida luz de los distantes soles. Esperaban respuestas.

Las respuestas comenzaron a llegar.

Maldiciendo, Shorr Kan dijo:

— ¡Energía!, esta cosa es energía, devora energía, vive de destruir los soles, ¿Cómo podemos destruirla con energía?

Narin Har, jefe de la misión científica conjunta, que ahora se encontraba a bordo de la nave insignia de Flane Fell, que era la mayor de todas y poseía el centro de comunicaciones más sofisticado, le respondió a Shorr Kan

— Hemos obtenido los resultados del trabajo de tres grandes computadores de Rigel, Vega y Fomalhaut, los tres están de acuerdo en que debemos emplear energía contra energía, atacndo con nuestros más potentes misiles.

Shorr Kan, espero un momento y luego preguntó

— ¿Antimateria?

— Sí

— Pero si actuamos así, ¿No alimentaremos simplemente su fuerza?

— Ahora están trabajando con las ecuaciones, pero a juzgar por la velocidad con la que la cosa absorbe energía de las estrellas a las cuales ha atacado, que es relativamente lenta, es necesario que introduzcamos una energía con gran violencia. Emplearemos proyectiles de antimateria contra la cosa, la atacaremos con tal cantidad de misiles que será incapaz de asimilar, lo bastante rápido, la energía que contienen. Esperamos que el resultado sea su aniquilación total.

— ¿Cuántos misiles se necesitan?

— Esa información todavía la estamos esperando.

La información llegó:

Narin Har leyó las cifras a los Reyes de las Marcas, reunidos en la nave insignia. Estas cifras le decían muy poco a Stark, también presente en la reunión, pero pudo percatarse por el aspecto de los rostros de los reyes, que la cifra les produjo un impacto tal que les dejó vacilantes. Shorr Kan dijo:

— Debemos solicitar todas las naves disponibles por todos los gobernantes de la Galaxia, todos los proyectiles de antimateria, que no van a ser suficientes pues su suministro es limitado y un gran complemento de armas atómicas convencionales. Debemos solicitárselo y con toda velocidad.

La nave exploradora que había sido enviada al otro lado del Velo, les trajo la noticia de que las cosas se estaban desarrollando allí con terrible rapidez.

Se envío el mensaje soportado en toda la evidencia científica que pudieron reunir.

Una vez más volvieron a esperar.

Más allá del Velo. La cosa se alimentaba con tranquilidad, soñaba sus sueños cósmicos. Y crecía. Shorr Kan explicó:

— Si el Imperio envía sus naves, el resto nos seguirá.

Apoyó, con fuerza, su puño sobre la mesa y continuó dicendo:

— Cuanto tiempo les lleva a los imbéciles deliberar, si insisten en estar de acuerdo en todo…

Se levantó y dijo:

— Yo mismo hablaré con Jhal Arn.

Stark preguntó entonces

— ¿Quién es Jhal Arn?

— Embajador eres un chico de pueblo. Jhal Arn es el gobernante del Imperio de la Galaxia Media, la mayor potencia de la galaxia.

— Hablas de él como si no te guStark.

— Ni tampoco el Imperio, pero eso ahora no es algo que importe, ven conmigo si quieres.

En la sala de comunicaciones, Stark observó como la pantalla de comunicaciones subespaciales se activaba y comenzaba a emitir el mensaje que enviaba Shorr Kan, este explicó lo que se estaba viendo en la pantalla

— Es el Salón de los Soles, en Throon, en el planeta real de Canopus, centro del Imperio, pero el Consejo Imperial está reunido.

En la pantalla se veía el inmenso salón, con banderas e insignias de un millar de reinos estelares. Stark sólo pudo captar, con una rápida mirada, la magnificencia del lugar de y los muchos extraños personajes que allí aparecían…pensó que se trataba de embajadores, que representaban a sus gobiernos en aquella sesión extraordinaria, príncipes y nobles de mundos desconocidos para él.

Centró su vista en el trono, donde un hombre alto aparecía sentado, mirando a un aparato que se encontraba frente a él.

Parecía que estuviera mirando directamente a Shorr Kan, que se encontraba separado de él por media galaxia.

Shorr Kan no desperdició el tiempo en cortesías hacia la realeza y rápidamente dijo:

— Jhal Arn, no tienes ninguna razón para ser mi amigo, ni yo tampoco, no tienes ninguna razón para confiar en mí, ni yo tampoco. Sin embargo ambos somos ciudadanos de esta Galaxia, aquí debemos vivir o morir, y con nosotros todo nuestro pueblo. Los soberanos de las Marcas estamos coaligados en esta lucha, pero no tenemos bastante poder para luchar solos. Si no te unes a nosotros, si no envías las naves que necesitamos, habrás condenado tu propio imperio a la destrucción.

Jhal Arn tenía un rostro elegante y lleno de fuerza, gastado con las preocupaciones del gobierno. En sus ojos había sabiduría. Ligeramente inclinó la cabeza y dijo:

— Lo que tú y yo sintamos el unos hacia el otro no tiene ninguna importancia. Shorr Kan, los Señores del Consejo han comprendido lo que dices. Hemos hablado con todos nuestros científicos y consejeros. La decisión ha sido tomada. Tendrás las naves.

La pantalla se oscureció.

Esperaron, esperaron mirando a los cielos negros en donde brillaban soles lejanos, mientras la gran rueda brillante de la galaxia giraba en torno a su centro de estrellas.

Durante el tiempo que esperaron la galaxia sólo giró una fracción infinitesimal de revolución, que sólo un computador podría medir.

Por fin llegaron las naves.

Stark observó desde las pantallas como llegaban, saliendo del vacío, Shorr Kan le iba diciendo de donde venían.

Los escuadrones del reino de Fomalhaut, con el emblema del sol blanco en sus proas, las naves de Rigel y Deneb, Algol y Altair, Antares y Vega.

as flotas de los grandes reinos ampliamente expandidos entre las constelaciones de Lira y Cisne, de Casiopea y de Lepus, del Cuervo y de Orión.

Las naves de los barones de la constelación de Hércules, llevando la insignia del conglomerado de estrellas doradas y así sucesivamente, hasta que la cabeza de Stark comenzó a darle vueltas, atiborrada de nombres de estrellas y mareado con el inmenso número de naves que se estaban alistando para el combate.

Los últimos en acudir a la cita, como enormes sombras oscuras que presagiaban la guerra interestelar, llegaron los enormes cruceros de combate del Imperio.

Las naves de los Reyes de las Estrellas, concentrados en el lugar de su cita, frente al Velo de Dendrid, hacían que los cielos aparecieran brillantes con sus luces.

Había mucho ir y venir de los capitanes de las naves estelares discutiendo la estrategia que convenía desarrollar y un sin fin de recogida de datos sobre las consolas de los computadores de abordo.

La gran Armada aparecía bajo el brillo de las estrellas, Stark recordó los planes que él había hecho para otras batallas en las que había luchado en tiempos antiguos, el había dispuesto las cargas de los hombres de Kesh y de Shun en las Tierras Secas marcianas y los mortales levantamientos de las tribus que habitaban los pantanos de Venus. Ejercicios para niños de pecho.

Allí, frente a la pantalla, aparecía una magnificencia que se encontraba mucho más allá de lo que se podía creer.

Y al otro lado del Velo se encontraba un adversario que se encontraba más allá de sus antiguos conocimientos.

Se preguntó si Aarl, todavía, estaba esperando y aguardando, se preguntó si los mundos del Sol, todavía, existían.

Las flotas de los Reyes de las Estrellas comenzaron su singladura, una enseña tras otra brillante enseña se fueron sumergiendo en la oscuridad de la nebulosa, atravesando con sus hermosas proas las espirales de polvo para saltar al espacio abierto que se encontraba más allá del velo, en donde el oculto enigma les aguardaba, extendiéndose, sin ninguna preocupación, a través del tiempo y del espacio.

Stark se encontraba de pie, junto a Shorr Kan frente a las pantallas de una pequeña nave de exploración, ahora parte de la flota de este último, tres cruceros pesados y un enjambre de naves ligeras, cualquier cosa que pudiera llevar un misil.

La flota de Aldeshar se encontraba situada en la primera oleada de ataque, junto con otras flotas de las Marcas.

La nave de exploración saltó desde la nebulosa disparando sus armas atómicas convencionales, contra la cosa negra que surgía ante ellos, luego, realizando un movimiento en espiral se alejó de allí, no siendo destruido por muy poco.

Se detuvo en un lugar desde donde era posible ver el resultado de su ataque y si era necesario huir. Shorr Kan seguía siendo tan práctico como siempre.

La primera oleada de ataque golpeó a la cosa como si fuera un rayo, las naves descargaron por completo sus baterías de misiles y comenzaron a realizar una fantasmal danza tridimensional con la muerte. Una danza cuidadosamente estudiada para evitar ser tragados por el enemigo y dejar vía libre a la siguiente oleada.

Y llegó la segunda oleada, las flotas plateadas con sus orgullosas insignias, soles y conglomerados de estrellas, el poder de los Reyes de las estrellas contra el poder en bruto de la Creación.

Lanzaron sus salvas de inimaginable energía contra el hijo de la energía, iluminando con una suave brillantez extensiones que debían medirse en parsecs.

La energía fue tanta que llegó a afectar a la estructura del Universo, en la que la cosa se encontraba anidada, finalmente el mismo espacio fue sacudido, la nave de exploración se retiró como si se encontrar en un mar con tempestad.

La criatura se movió y contraatacó.

Rayos de fuerza desnuda salieron disparados desde la negrura, alcanzando a las naves y haciéndolas desaparecer, dejando los cielos limpios.

Sin embargo más naves seguían llegando, más misiles seguían disparándose contra ella, cargados con la mortal anti materia, buscando la semilla del ser.

Los oscuros relámpagos resplandecían, la cosa seguía viva, luchaba y mataba. Stark dijo:

— Se está defendiendo a sí mismo, no sólo a sí mismo sino a toda su especie, es lo mismo que nosotros hacemos.

Podía sentir la sorpresa que la cosa sentía, el miedo, la espantosa rabia que estaba creciendo en su interior.

Probablemente su contacto anterior, realizado con ayuda de los ceidrines, le había dotado de esta habilidad, si era así lo lamentaba, pero al menos un eco de su propia rabia si que había.

La criatura era insensible, pensó Stark, sin comprender para nada a los seres humanos como él mismo. Únicamente se percataba de de que las repentinas explosiones de energía en su interior le eran peligrosas.

Había localizado las fuentes de aquellas descargas de energía y estaba intentando destruirlas.

Y parecía que estaba teniendo éxito.

Las flotas se retiraron, se produjo un alto en la acción. Los relámpagos de energía se detuvieron. La cosa parecía que no había sido herida, ni tan siquiera disminuida. Stark dijo:

— ¿Hemos sido derrotados?

Se encontraba empapado de sudor y nervioso, como si realmente hubiera estado luchando. Shorr Kan le dijo únicamente:

— Espera.

En ese momento Stark comprendió, muy lejos, con gran osadía, a lo largo del flanco no cartografiado de aquella criatura, surgió la flota del Conglomerado, relámpagos que aniquilaban danzaron en la oscuridad y brillaron, la criatura destruyó aquellas naves, olvidando a las grandes flotas que en ese momento avanzaban formando una estructura semejante a una media esfera.

Después de todo la cosa era un niño, ignoraba incluso las estrategias más simples.

Las flotas cargaron, lanzando un fuego en el que se combinaban múltiples energías, concentradas un una zona de aquella criatura.

Esta vez los fuegos encendidos no se apagaron.

Se extendieron. Los fuegos quemaban y brillaban. Grandes chispas de energía producían explosiones, como si fueran novas, de en medio de una negrura contorsionada, capturando a las naves y destruyéndolas, pero sin un objetivo o propósito concreto.

Los rayos salvajes que la cosa lanzaba, eran emitidos de forma aleatoria, ciegas emisiones de una fuerza mortal.

Las flotas se reagruparon, mostrando todos las naves que se habían salvado de la muerte.

En ese momento Stark oyó…mejor dicho sintió en todos los átomos de su carne,,, un increíble grito de desesperación, la angustia que suponía el debilitamiento, la alegría desapareció y las galaxias que giraban como ruedas, mostrando toda su belleza, desaparecieron de su vista, fue como si un enjambre de brillantes mariposas fuera barrido por un viento cruel.

La cosa murió.

Las flotas de los Reyes de las Estrellas huyeron de la violencia desatada por aquel ser moribundo.

Mientras tanto, el espacio se contorsionaba a su alrededor como si contuviera arrecifes, las estrellas fueron dispersadas, la furia insensata de la destrucción total brilló y se extendió a través de los parsecs y la estructura del Universo tembló.

Las naves encontraron refugio más allá del Velo de Dendrid, Allí esperaron temerosas de que la reacción en cadena que habían puesto en movimiento, todavía pudiera destruirlos.

Pero poco a poco la turbulencia fue desapareciendo, cuando los instrumentos de las naves registraron únicamente la radiación normal, la nave exploradora y otras pocas naves se aventuraron a regresar.

La forma de la nebulosa había sido alterada. Ceidri y su sol moribundo habían desaparecido. En el exterior, más allá se podía ver un nuevo tipo de negrura, la oscuridad vacía de la muerte.

Incluso Flane Fell estaba asustado por la enormidad de lo que habían hecho, dijo:

— ¡Qué difícil es ser Dios!

Shorr Kan le contestó:

— Quizá sea más difícil ser hombre, Dios, me parece recordar nunca dudó. Siempre tenía razón.

Volvieron a sus naves y las flotas de los Reyes de las Estrellas, las naves que habían sobrevivido a la matanza, comenzaron a dispersarse, dirigiéndose cada una hacia las lejanas estrellas de donde procedían.

Shorr Kan retornó a Aldeshar.

En la sala en la que se encontraban las horribles deidades le dijo a Stark:

— ¿Estás de acuerdo embajador?. Ahora tu pequeño sol se encuentra a salvo, si es que la salvación no le ha llegado un poco tarde. ¿Volverás allí o te quedarás aquí conmigo?. Puedo ser tu fortuna.

Stark negó con la cabeza y contestó a la oferta:

— Te aprecio rey de Aldeshar, pero no soy bueno para trabajar en equipo con otro, por lo que antes o después terminaríamos siendo enemigos como habías dicho antes de nuestra partida. Además tú has nacido para crear problemas y yo prefiero arreglarme con los míos.

Shorr Kan rió y le dijo:

— Posiblemente tienes razón, embajador, aunque lo siento, separémonos como amigos.

Se estrecharon las manos y Stark abandonó el palacio encaminándose, por las calles de Donaldyr, hacia las colinas en donde había aparecido.

Por entre las voces y los sonidos ordinarios que llegaban a sus oídos procedentes de su alrededor, todavía podía oír el último y desesperado grito de la criatura.

Ascendió a la cresta rocosa que dominaba la ciudad. Desde allí Aarl le devolvió a su hogar.

EPÍLOGO

Se sentaban en la elevada cámara rodeada por la niebla, allá en la antigua ciudadela. Stark dijo:

— No debíamos haberla matado, tú nunca estuviste en relación con su conciencia, yo sí, era…algo semejante a Dios.

Aarl le respondió:

— No, el hombre es semejante a Dios, lo que significa que es creador, destructor, salvador, padre amantísimo, pequeño tirano, ser sin piedad, monstruo sediento de sangre, fanático, piadoso, amable, asesino y noble. Esta criatura estaba muy muy lejos de la divinidad y quizá por ello hubiera merecido la pena que sobreviviera…pero no sobrevivió. Esta es la ley suprema.

Aarl miró fijamente a Stark con aquellos ojos negros como el espacio y continuó:

— No existe vida si no es a expensas de otra vida, matamos el grano para hacer nuestro pan y el grano, en su momento, mató el suelo para poder crecer. No te hagas reproches por lo que ha pasado. A su debido momento, otro super ser, semejante al muerto, nacerá y sobrevivirá a pesar de nosotros, en ese momento, nos habrá llegado la hora de desaparecer.

Aarl condujo a Stark hacia abajo, a través de los largos y retorcidos pasillos que conducían al portón de la fortaleza.

Allí se encontraba, ensillada y esperando, su cabalgadura.

Stark montó en ella y cabalgó alejándose de la fortaleza, dando la espalda para siempre al Tercer Recodo.

De esta forma había conocido el futuro y rozado la belleza de la cosa que había muerto, para bien o para mal.

La belleza que había muerto más allá del Velo de Dendril, allá arriba, donde las paredes del valle de la Gran División se elevaban hacia el cielo, se podía ver al sol brillando nuevamente sobre el viejo y orgulloso rostro de Marte.

Algo bueno, algo malo y quizá, en los días del futuro, las palabras de Aarl, acallarían su conciencia.

Pero con la conciencia culpable o no, lo que nunca olvidaría, sería el esplendor de las innumerables naves de los Reyes de las Estrellas preparados para la batalla.

FIN

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10/04/2010