El director de cine Aidan Pierce es el protagonista de las tórridas fantasías de Lily desde hace más de un año. Sin embargo, cuando se encuentra con él por casualidad, no sabe qué hacer… Si pudiera meterse en la piel de su álter ego Lacey St. Clair, el pseudónimo que ha adoptado para escribir su única obra literaria, la deliciosa y picante “Cómo seducir a un hombre en diez minutos”…
Aidan Pierce está acostumbrado al acoso de las aspirantes a estrella de Hollywood. Por suerte, la manera de ser sencilla y sin artificios de Lily no se parece en nada a la de esas mujeres. Sin embargo, cuando descubre que Lily, la mujer cuya personalidad lo ha deslumbrado, ha escrito un libro sobre seducción, comienza a tener dudas sobre ella. Desgraciadamente, aún no está dispuesto a renunciar a un sexo tan ardiente…
Kate Hoffmann
Tórridas fantasías
Tórridas fantasías (2010)
Título Original: Incognito (2008)
Serie: 9º Mult. Fantasías prohibidas
Prólogo
El verano anterior…
– Tienes nuestros billetes, ¿verdad?
Lily Hart suspiró suavemente. Aquel comentario había interrumpido su meditación. Tenía que tomar un avión dentro de media hora y, si no se calmaba, los ataques de ansiedad comenzarían en cuanto subiera al aparato.
– Sí, Miranda. Tengo los billetes. ¿Se me han olvidado alguna vez los billetes?
Tomó su bolso y sacó la cartera de viaje, realizada en carísimo cuero italiano, que Miranda le había regalado las anteriores Navidades. Miró las tarjetas de embarque, que estaban guardadas en el bolsillo interior y sacudió la cabeza. Aquélla era su vida: accesorios de diseño, billetes de primera clase para viajar a París, tres semanas en un piso alquilado de seis dormitorios en una exclusiva calle de la Orilla Izquierda. Aquélla era su vida.
En realidad, no lo era. No era su vida, sino la de Miranda Sinclair, escritora superventas. Como ayudante de investigación, secretaria y chica para todo de Miranda, Lily debía ocuparse de que la vida de su madrina fuera tan despreocupada como pudiera ser posible. Y, por ello, recibía un buen sueldo.
No obstante, no debía pagarse un precio tan alto por un trabajo, por muy bien remunerado que éste fuera. Miranda era la madrina de Lily y su tutora legal desde que los padres de ésta se divorciaron catorce años atrás. Miranda le había ofrecido un hogar, un lugar en el que vivir cuando los padres de Lily decidieron abandonar los Estados Unidos. Miranda la necesitaba más de lo que nadie la había necesitado antes, y Lily debería sentirse muy agradecida.
– Lo siento -murmuró Lily-. No quería hablarte de ese modo. Ya sabes cómo me siento cuando tengo que volar.
Miranda extendió la mano y golpeó cariñosamente la mano de Lily. Además de proporcionarle un hogar, Miranda se había ocupado de sufragar los gastos de los estudios universitarios de Lily y le había proporcionado un trabajo cuando los terminó. Por supuesto que le estaba muy agradecida, pero no podía dejar de preguntarse cómo se sentiría si pudiera tener una vida propia.
– Mira -murmuró Miranda, señalando con la cabeza a un hombre que estaba sentado en un sofá al otro lado de la sala VIP-. Guapo, ¿no?
Lily miró a Miranda y frunció el ceño.
– Basta ya. Creía que habíamos decidido que no volverías a hacer eso.
– Sólo te pido que mires -insistió Miranda, señalando con un índice de manicura perfecta. Entonces, se irguió y se metió un mechón de su cabello rubio ceniza detrás de la oreja. A pesar de que acababa de cumplir los cincuenta y cuatro años, Miranda se comportaba más como una hermana mayor que como una figura maternal. Ciertamente, no aparentaba mucho más que los veintisiete años de Lily-. Es un espécimen muy agraciado.
Lily se negó a obedecer. Durante los últimos años, Miranda había estado empeñada en encontrarle un hombre. Aparentemente, no aprobaba los que ella encontraba sin su ayuda: hombres agradables, estables y algo aburridos que no la engañaran ni le hicieran daño. Miranda prefería otra clase de hombres, los apasionados, temperamentales y creativos. El ejemplo típico del chico malo.
– Dios, pues sí que es guapo. ¿Sabes de quién se trata? De Aidan Pierce, el nuevo enfant terrible de Hollywood. Sus tres últimas películas han sido tres taquillazos. Todos los productores le envían sus proyectos para que sea él quien los dirija. ¿Cuántos años crees que tiene?
De mala gana, Lily levantó la mirada y se fijó en el hombre en cuestión. De repente, sintió que se le cortaba la respiración y se vio obligada a apartar la mirada. Si no lo hubiera hecho, se habría desmayado por falta de oxígeno.
Dado que vivía en Los Ángeles, había visto bastantes hombres guapos. Sin embargo, siempre había logrado descartarlos a todos porque no encajaban con la imagen de perfección que ella se había hecho de un hombre. Aidan Pierce estaba muy cerca de ser perfecto.
Tragó saliva y forzó una sonrisa.
– Demasiado joven para ti.
– Estoy pensando en cambiar mis reglas. Ya no me parece que resultaría patético que yo saliera con hombres menores de treinta años -replicó Miranda-. Desde luego, no sería demasiado joven para ti -añadió reclinándose en su butaca-. ¿Por qué no nos acercamos a él y nos presentamos? Podríamos preguntarle si quiere tomar algo.
Miranda hizo ademán de ponerse de pie, pero Lily se lo impidió, agarrándola por el brazo y obligándola a tomar de nuevo asiento.
– ¡Quieta! -exclamó. Sintió que se sonrojaba.
Miranda suspiró dramáticamente.
– Sabes que te adoro, cariño, pero no puedes vivir conmigo durante el resto de tu vida. Necesitas salir, divertirte y disfrutar del mundo.
– ¿Y lo voy a conseguir por el hecho de que tú me arrojes en brazos de un desconocido?
De mala gana, Miranda tomó su copia del Vogue y comenzó a hojearlo.
– Yo no diría que ése sea un desconocido precisamente. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales?
– Eso no es asunto tuyo -musitó Lily.
Como Miranda estaba distraída con su revista, Lily tuvo oportunidad de observar a Aidan Pierce. Iba vestido de un modo informal, con bermudas safari, una camiseta de algodón deslucido arremangada hasta los codos y chanclas. Tenía el cabello revuelto, como si acabara de levantarse de la cama para tomar aquel vuelo. Y lucía una barba de dos o tres días.
No pudo evitar experimentar un escalofrío al imaginarse el cuerpo que habría bajo aquellas prendas. Había mujeres en el mundo, en la ciudad de Los Ángeles, que sabían perfectamente el aspecto que Aidan Pierce tenía desnudo, mujeres que, seguramente, lo habrían tocado de todas las maneras posibles.
Un gemido se le escapó de los labios, sonido que disimuló con una tos. Entonces, miró a Miranda. Observó con desolación que su madrina la estaba observando con una sonrisa en el rostro.
– ¿Qué ocurre? -murmuró Lily.
– Te parece atractivo.
– Por supuesto. ¿Y a quién no?
Lily volvió a observar a Aidan, y vio que una joven se le sentaba repentinamente en el regazo. Él se rebulló debajo de ella con un gesto de incomodidad, pero la mujer se negó a levantarse.
– ¿Ves? Tiene novia. Ya no está disponible.
Miranda se concentró de nuevo en su revista.
– No le va a durar mucho. He leído en las revistas que sale con todas las actrices más hermosas de Hollywood y que luego las deja un mes o dos más tarde. Su problema es que necesita una mujer de verdad. Como tú.
– No creo que ese hombre pudiera interesarse por mí -murmuró Lily. A pesar de que Miranda había hecho todo lo que había podido para convertirla en una belleza, Lily seguía sintiéndose… corriente.
Miranda se rebulló en la silla y miró a Lily.
– ¿Es que no has aprendido nada de ese libro que has escrito? Una mujer puede seducir al hombre que se proponga. Simplemente tiene que estar segura de su sex-appeal.
Lily sacudió la cabeza.
– Yo no escribí Cómo seducir a un hombre en diez minutos. Lo escribiste tú.
Durante los últimos doce meses, Lily había estado ayudando a Miranda a escribir un manual sobre sexo, un libro que instruyera a las mujeres sobre las técnicas más eficaces para seducir a un hombre. La fama de Miranda se debía a las novelas de intriga que había escrito y que siempre habían sido superventas, pero una razón desconocida la había animado a cambiar de género. Como sabía que sus editores no iban a estar de acuerdo con el cambio, había vendido el libro utilizando el seudónimo de Lacey St. Claire.
– Sabes que tú escribiste la mayor parte -replicó Miranda-. El libro es en realidad tuyo y los derechos de autor también lo serán -añadió. Entonces, levantó una mano-. No pienso aceptar ninguna otra opinión al respecto, pero me había imaginado que habrías aprendido algo. Lo que fuera.
Lily frunció el ceño. Entonces, poco a poco, se fue dando cuenta de lo que Miranda quería decir.
– ¿A qué te refieres?
– A nada. Nada de nada -contestó Miranda encogiéndose de hombros.
– Así que eso era lo que buscabas, ¿verdad? ¿Me hiciste escribir ese libro con la única intención de que yo aprendiera a seducir a un hombre?
– Bueno, no esperaba que fuera tan bueno. Pensé que terminaría metiéndolo en un cajón sin mayores consecuencias. Pero era demasiado bueno. Las investigaciones que llevaste a cabo, combinadas con mi experiencia, convirtieron tu manuscrito en algo digno de ver la luz. Puedes demandarme. Pensaba que te estaba haciendo un favor.
Lily cruzó los brazos sobre el pecho.
– Vas a dejar ahora mismo de meterte en mi vida, Miranda. Sabes que te quiero mucho, pero esto tiene que terminarse. ¿Sabes lo mucho que trabajé en ese libro? Yo creía que te estaba ayudando y tú simplemente me estabas engañando.
– Y cuando el libro salga el año que viene, serás por fin una escritora publicada y tendrás tu hombre -afirmó Miranda. Se puso de pie y se colocó el bolso debajo del brazo-. Voy a por algo de beber. Resulta más fácil controlarte en un vuelo cuando te has tomado unos cuantos cócteles.
Lily observó a su madrina mientras se dirigía al bar. Siempre había soñado con conseguir que le publicaran un libro, pero no así. No con un libro sobre sexo. Llevaba ya seis meses trabajando en su propia novela, una historia muy sencilla sobre una joven que trata de encontrar su lugar en el mundo. Sin embargo, entre el horario de Miranda y sus propias inseguridades, Lily aún no había podido encontrar mucho tiempo para trabajar.
Observó cómo Miranda se acercaba a Aidan Pierce y se presentaba. Entonces, señaló con la cabeza a Lily. Aidan Pierce se giró hacia ella para luego centrar de nuevo su atención en Miranda.
– Tengo que conseguir una vida propia -susurró.
Lo haría. En cuanto regresaran de París, se buscaría un apartamento. Tal vez entonces, si un hombre como Aidan Pierce la miraba, tendría el valor suficiente para acercarse a él y saludarlo.
Capítulo 1
El presente verano…
– Señoras y caballeros, bienvenidos a nuestro vuelo Los Ángeles-Nueva York. Mientras nos preparamos para despegar, nuestro personal de cabina les ofrecerá algo de beber. Estaba previsto que despegáramos a las 21:30, pero vamos a demorarnos unos veinte minutos más. No obstante, el capitán nos ha asegurado que llegaremos a Nueva York a la hora estipulada.
El timbre sonó. Lily cerró los ojos y agarró con fuerza los reposabrazos de su asiento, tanta que los nudillos se le quedaron blancos. Esos eran los momentos que más odiaba. La espera. El periodo de tiempo entre el instante en el que se colocaba el cinturón de seguridad y el momento en el que, por fin, el avión despegaba.
Aunque había estado a punto de superar su miedo a volar aproximadamente hacía un año, el viaje a París que realizó con Miranda había renovado y duplicado sus temores. El avión perdió un motor en medio del Atlántico y se había visto a realizar un aterrizaje de emergencia en Irlanda. Lily se negó a montarse de nuevo en aquel avión y decidió trasladarse a París por medio de barcos y trenes. Cuando llegó el momento de regresar a casa, lo hizo del mismo modo: mediante el Queen Elizabeth II y recorriendo luego los Estados Unidos en tren. Desde entonces, se había negado a volver a montarse en avión.
Miró su libro de autoayuda. Se había leído seis libros sobre aquel tema en los últimos dos meses, había visto a una psicóloga y a un psiquiatra y había asistido a dos seminarios que garantizaban el éxito a la hora de superar el miedo a volar.
– El avión es el medio de transporte más seguro -se dijo colocándose las gafas sobre el puente de la nariz. Sí, claro. Esa frase haría que se sintiera mucho mejor cuando estuviera cayendo al vacío desde una altura de veinte mil pies.
Si hubiera podido elegir, habría ido a Nueva York en tren, pero Miranda había insistido una y otra vez en que sus temores eran completamente infundados. Sólo necesitaba afrontar sus miedos. Al final, Lily se había visto obligada a estar de acuerdo. Efectivamente, necesitaba superar sus temores. Sin embargo, eso no significaba que no estuviera preparada para un posible desastre. Tomó la tarjeta de información de emergencia que había en el bolsillo del asiento anterior al suyo y trató de leerla. ¿Por qué no podían darle a todo el mundo un paracaídas? Así, en el caso de que ocurriera algo, todos podrían saltar.
Levantó una mano para llamar a una de las azafatas.
– Creo que necesito beber algo, si no es ya demasiado tarde.
– Aún estamos esperando que embarquen unos cuantos pasajeros de primera clase. ¿Qué quiere que le traiga?
– Vodka -respondió Lily- Dos de esas botellitas con hielo y un chorrito de zumo de arándanos -especificó con una forzada sonrisa. Entonces, se reclinó en su asiento y trató de relajarse.
Todo era culpa suya. Un año atrás, se había hecho el juramento de marcharse de casa de Miranda y hacerse una vida propia. Sin embargo, parecía que nunca llegaba el momento adecuado para hacerlo. Miranda siempre parecía sumida en una crisis de una u otra clase. En aquellos momentos, llevaba un retraso de tres meses sobre la fecha final de una entrega y se había convencido de que el único lugar en el que podría terminar su novela sería en la casa de verano que tenía en los Hamptons. Por lo tanto, había ordenado a Lily que se adelantara y que abriera la vivienda.
Se metió la mano en el bolso y sacó un pequeño álbum de fotos. Lo había realizado en un taller que hizo para superar su miedo a volar. A los participantes se les había pedido que seleccionaran fotos que representaran todo lo que deseaban hacer en el futuro. Durante un viaje en avión, debía encontrar una foto en la que poder centrarse.
Lily hojeó el álbum. Encontró una fotografía de la Gran Muralla China, el destino turístico que siempre había deseado visitar, y otra de un perrito muy mono. Ella siempre había querido tener un perro, pero Miranda era alérgica. Además, vio una fotografía de una modelo con un sensual traje de baño. Algún día, podría perder diez kilos y tendría justamente ese aspecto.
De repente, se detuvo. Tenía frente a ella una foto de Aidan Pierce que había recortado de la revista Premiere. Algún día, encontraría un hombre que le hiciera suspirar tanto como él. Desde que lo vio por primera vez hacía ya un año, no había podido evitar seguir su trayectoria profesional en las revistas. Había comprado todas sus películas en DVD y había leído todo lo que había podido encontrar sobre su vida. Ocasionalmente, se había permitido tener una fantasía o dos imaginándose lo que sería tener un hombre como Aidan en la cama.
La azafata regresó con la copa de Lily y se la colocó sobre la bandeja.
– Tendré que llevarme el vaso antes de que despeguemos.
Un hombre pasó por detrás de la azafata. La mujer sonrió cuando el pasajero la golpeó sin querer con su bolsa de viaje. Lily tomó un sorbo de su vodka y observó cómo el pasajero buscaba espacio libre en los compartimientos superiores. Entonces, él se giró y Lily pudo verlo de perfil.
Contuvo tan violentamente la respiración, que el vodka se le fue por el lado equivocado. Empezó a toser violentamente y, mientras trataba de recuperar el aliento, se cubrió la boca con una servilleta.
– ¿Se encuentra usted bien? -le preguntó la azafata.
Lily agitó la mano. Las lágrimas habían comenzado a caérsele por las mejillas. De todas los hombres que podían haber subido a ese vuelo, ¿por qué tenía que haber sido precisamente él? Se arriesgó a levantar la mirada y vio que Aidan Pierce la estaba observando con un extraño gesto en el rostro. Observó su tarjeta de embarque y luego miró directamente a los números que había sobre la cabeza de Lily.
– No -susurró ella, a modo de silenciosa súplica. No podía ser el asiento que estaba a su lado. Había muchos otros lugares en los que él podía sentarse. No podía sentarse a su lado, ¿no? Él le mostró su tarjeta de embarque a la azafata y señaló precisamente el asiento que quedaba al lado del de Lily.
Ella se giró para mirar por la ventanilla, tratando desesperadamente de tranquilizarse. Sin embargo, cuando se giró, se encontró cara a cara con la bragueta de Aidan Pierce, que estaba estirándose para colocar su bolsa de viaje en el compartimiento superior.
Él llevaba el último botón de la camisa desabrochado, lo que le ofrecía a ella una amplia visión de su vientre. Lily deslizó los ojos por la línea de vello que le sobresalía de la cinturilla hasta llegar al abultamiento de los pantalones y volvió a subir apresuradamente la mirada. Giró rápidamente la cabeza y fijó la atención de nuevo en lo que se divisaba por la ventanilla.
De repente, le pareció que morir en un amasijo de acero retorcido y combustible ardiendo era una alternativa bastante aceptable sólo por poder volar hasta Nueva York sentada al lado de Aidan Pierce. Él se sentó a su lado. Estaban tan cerca, que Lily podía sentir perfectamente el calor que emanaba de su cuerpo y oler el aroma de su colonia. Quería extender la mano y tomar su bebida, pero tenía miedo de que ésta le temblara demasiado como para poder agarrar con firmeza el vaso.
– Resulta muy agradable volver a tenerlo con nosotros, señor Pierce. ¿Le puedo traer algo de beber?
– Una cerveza, por favor -dijo él.
Oh, Dios. No sonaba del modo en el que tenía que sonar. Aquel día en el aeropuerto no había tenido oportunidad de hablar con él, pero había visto una entrevista que le realizaban en televisión. Siempre había parecido muy distante. Hablaba con voz cuidadosa, medida, en cierto modo pagada de sí misma. En aquellos momentos, al pedir aquella cerveza, sonó como un tipo muy majo.
Lily entrelazó los dedos con fuerza sobre el regazo y se dio cuenta de que aún tenía abierto el álbum de fotos. Lo cerró con un golpe seco y lo guardó inmediatamente en su bolso. ¿Cuánto tiempo podría permanecer allí callada sin hablar? Más tarde o más temprano, alguien tendría que decir algo. No podrían ignorarse por completo durante un vuelo que duraba seis horas.
– Relájese. No va a ocurrir nada.
Lily se colocó las gafas y le dedicó una débil sonrisa.
– Yo… yo no tengo miedo.
Él lanzó una carcajada y señaló el libro que ella tenía sobre la mesita.
– El viajero aerofóbico -murmuró-. Menudo título. Resulta sonoro. Pero la verdad es que el dibujo del avioncito sonriente sugiere que el libro trata de gente a la que le gusta volar.
Durante un instante, Lily se relajó lo suficiente como para poder mirarlo. El cabello oscuro y revuelto, la esculpida boca, los ojos azules claros que parecían atravesarla de parte a parte… Comparado con los encorsetados atuendos que llevaban la mayoría de los viajeros de primera clase, aquellas ropas tan informales le daban un aspecto peligroso.
Sintió un escalofrío por la espalda. Había leído cientos de descripciones románticas de la belleza masculina, desde Jane Austen a Joan Collins, pero, por mucho que se esforzara, no podía recordar ninguna que le hiciera justicia Aidan Pierce. Él era, en el más amplio sentido de la palabra, perfecto.
– Yo… lo siento -murmuró-. Tiene razón. No me gusta volar -añadió. Sin embargo, la tensión que sentía en aquellos momentos no tenía nada que ver con su fobia a volar. Los hombres guapos tampoco se le habían dado nunca bien. Siempre la hacían sentirse torpe e inepta. Y los hombres guapos, en especial los que tenían hermosas sonrisas y ojos aún más hermosos, le hacían perder la capacidad de pensar de un modo racional. Siempre parecía dejarse llevar por pensamientos que se centraban en el aspecto que aquel hombre pudiera tener desnudo.
– Si tiene que ocurrir algo, lo hará en los primeros minutos después del despegue -dijo él.
– Sí, eso ya lo sé. En los primeros noventa segundos -respondió Lily-. Por lo tanto, si vamos a morir, va a ocurrir realmente pronto. Eso me hace sentirme mejor -añadió; lo miró y vio que se le dibujaba una sonrisa en el rostro.
– Ahora usted está empezando a asustarme.
– Lo siento -murmuró ella.
Aidan soltó una carcajada.
– ¿Por qué no hace usted más que disculparse?
– Lo siento -repitió ella. Entonces, contuvo la respiración y forzó otra sonrisa.
Una azafata se detuvo junto al asiento de Aidan y le dedicó una cálida sonrisa mientras le dejaba la cerveza que él había pedido sobre la mesita. Lily miró hacia el otro lado del pasillo y vio que otra pasajera estaba mirando fijamente a Aidan. Parecía que todas las mujeres que había en la cercanía de donde ellos estaban sentían una profunda fascinación por saber qué era lo que él había pedido para beber.
Se atrevió a mirarle el perfil. Efectivamente, compartía algunas cualidades con los dioses griegos, pero los hombres guapos abundaban en la ciudad de Los Ángeles. No obstante, ella jamás había estado tan cerca de uno. El codo de él le rozaba el suyo, pero Lily decidió mantener su espacio y se negó a apartar el brazo del lugar donde lo tenía apoyado.
Él se giró para mirarla. Lily apartó rápidamente los ojos, pero no pudo impedir que él se diera cuenta de que lo estaba observando.
– ¿Le apetecería otra copa? -le preguntó.
– Sí -respondió Lily sin pensar.
– ¿Desea otro vodka doble con un chorrito de zumo de arándanos? -le preguntó la azafata.
– Sólo zumo de arándanos -replicó Lily. Se sonrojó ligeramente. El vodka ya estaba empezando a calmarle los nervios y a caldearle la sangre, pero no quería que él pensara que era una alcohólica.
– Con un poco de vodka -dijo Aidan.
– Yo… En realidad no bebo -afirmó Lily-. Tan sólo cuando vuelo.
– Yo también -replicó él-. Dado que nos vamos a emborrachar juntos, tal vez debería presentarme. Me llamo Aidan, Aidan Pierce.
– Y yo Lily Hart.
Le estrechó la mano con cierta cautela. En el momento en el que lo tocó, sintió que una corriente le recorría todo el cuerpo. Frunció el ceño y apartó la mano inmediatamente.
– Encantada de conocerlo -murmuró.
Ojalá supiera flirtear. Seguramente había diez o quince mujeres en aquel vuelo que serían capaces de entregar el sueldo de un año por estar sentada exactamente en el lugar en el que ella estaba.
Ella jamás había necesitado flirtear. Nunca lo había necesitado con los hombres que normalmente se fijaban en ella. Sin embargo, un hombre como Aidan probablemente lo esperaba, tal vez incluso le gustara. Comentarios ingeniosos, caricias al descuido, insinuaciones veladas… Lily se dio cuenta de que, si por lo menos no lo intentaba, él se bajaría de aquel avión pensando que era… cuando menos rara.
La azafata reapareció con su copa. Aidan le entregó el zumo de arándanos y levantó su cerveza a modo de brindis.
– Por que lleguemos a Nueva York sanos y salvos.
Lily le dedicó una dubitativa sonrisa. Aquello no iba tan mal. De hecho, si no se estaba equivocando, él estaba flirteando con ella.
– ¿Por qué se dirige usted a la otra costa? -le preguntó Aidan.
– Voy a disfrutar de unas pequeñas vacaciones -respondió Lily-. En los Hamptons.
– Yo tengo amigos allí. En el verano, hay mucho ambiente. Mucha gente de Hollywood. ¿Va a alojarse allí con unos amigos o ha alquilado una casa?
– Yo… tengo una casa allí. Quiero decir que es la casa de mi familia. Bueno, en realidad no se trata de mi familia, pero… he estado yendo allí desde que tenía catorce años. Está cerca de Eastport -añadió, antes de tomar un sorbo de su copa-. ¿Y adónde va usted?
– A la ciudad. Tengo casa en el SoHo. En realidad, tenía que tener una reunión durante este vuelo, pero se canceló en el último minuto. Y usted debió de quedarse con su asiento -comentó con una sonrisa-. Una feliz coincidencia, ¿no le parece?
Y aquello era un cumplido. Dios, era un cumplido, ¿verdad? ¿O acaso sería más bien que, simplemente, estaba sacando un significado que aquellas palabras no contenían? Así era exactamente como comenzaban siempre sus fantasías, aunque no solía estar bebida y siempre tenía el aspecto de una mujer que acababa de salir de las páginas de una revista de moda. Sin embargo, se parecía bastante.
– ¿Se siente mejor?
– Un poco -respondió Lily.
Extendió la mano para dejar su vaso sobre la bandeja, pero, tal era su estado de excitación, que lo colocó mal sobre la mesa y el vaso se le escapó de las manos. Se cayó por el lado de la bandeja y fue a caer sobre la pierna de Aidan. Todo su contenido se desparramó sobre sus pantalones.
Completamente avergonzada, Lily agarró una servilleta y comenzó a frotar la zona que había quedado humedecida por la copa. Entonces, se dio cuenta de dónde había estado frotando. Lo miró a los ojos y sorprendió una sonrisa de asombro en sus labios.
– Lo siento -murmuró.
– Parece que su vaso tiene vida propia -dijo Aidan. Tomó el vaso de entre las piernas y lo colocó sobre la mesa.
Lily no quería tomar nada más de beber ni seguir haciendo el ridículo delante de él. De repente, sintió la necesidad de echarse un poco de agua fría en el rostro para conseguir despejarse.
Se inclinó y tomó su bolso. Se puso de pie, pero, al hacerlo, el bolso se enganchó en el borde de la bandeja de Aidan. La botella de cerveza que él estaba tomando se tambaleó y fue a verter su contenido también sobre el regazo del actor.
– Lo siento -murmuró ella, una vez más, mientras salía cómo podía al pasillo.
Cuando por fin llegó a la seguridad del cuarto de baño, entró en su interior y cerró la puerta. Entonces, se sentó sobre el váter y metió la mano en el bolso para sacar uno de sus libros sobre fobias. Sin embargo, el que sacó fue una copia de Cómo seducir a un hombre en diez minutos.
El libro había llegado a las librerías la semana anterior con muy poca publicidad. Lily había tenido cierta esperanza de que se convirtiera en un éxito, más que nada por lo mucho que había trabajado para escribir aquellas páginas. A pesar de todo, era consciente de que muy pocas mujeres necesitarían un libro como aquél. La mayoría de los hombres no necesitaban que los sedujeran. Normalmente, se mostraban bastante dispuestos para una relación sexual cuando, donde y con quien fuera.
– Yo necesito este libro -murmuró Lily. Lo abrió y leyó por encima el primer capítulo.
Paso número uno: elegir el objetivo. No se puede seducir a todos los hombres. Un hombre completamente seguro y feliz en su relación con la mujer de su vida podría aceptar de buena gana el hecho de flirtear con una mujer desconocida, pero no sentirá la tentación de ir más allá, aunque te quites toda la ropa y te ofrezcas a él.
Lily parpadeó. Entonces se miró en el espejo. Por lo que ella sabía, Aidan podría estar saliendo con una mujer o estar comprometido en secreto. Aunque parecía estar interesado, era bien conocido por todo el mundo que los hombres de Hollywood eran infieles por sistema. Hojeó el libro y encontró la sección referida al flirteo. La leyó en silencio.
El flirteo es un acto de cuidadoso equilibrio. Mostrar demasiado interés puede provocar que el hombre en cuestión salga huyendo. Mostrar demasiado poco supondrá no pasar nunca de los preliminares. Establece contacto visual y mantenlo unos segundos más de lo que se considera apropiado antes de apartar la mirada. Inclínate mientras hablas y, si puedes, tócalo como sin querer. Una inteligente combinación de seguridad y misterio es capaz de tentar a cualquier hombre.
Lily no se lo podía creer. Sí. Ella había escrito aquellas palabras, pero las había inspirado una cuidadosa investigación, no sus propias experiencias en la vida real. Dejó el libro sobre el borde del lavabo y se puso de pie. Se miró en el espejo una vez más. Decidió que tendría que quitarse las gafas. Se las metió en el bolso y, a continuación, se quitó la goma elástica de la cola de caballo con la que se había recogido el cabello. Con dedos temblorosos, se desabrochó dos botones de su blusa, dejando al descubierto un poco más de piel y el inicio de un sugerente escote.
– Mucho mejor -murmuró. Sin embargo, no era Lily Hart la que la contemplaba desde el espejo. Si pudiera convertirse en otra persona, en una mujer completamente distinta, tan sólo durante las seis horas siguientes. ¿Tan difícil podría resultar representar un papel? En Los Ángeles, todo el mundo fingía constantemente, tratando de hacerse pasar por algo que no se era para conseguir lo que deseaban.
¿No iba ella a ser capaz de dejar a un lado sus propias inhibiciones para ver si escondía una seductora en su interior? Como mujer soltera que vivía en Los Ángeles, tendría que espabilarse un poco si quería conseguir a un hombre como Aidan. ¿Por qué no aprovechar la situación para ver adónde la conducía ésta?
En un momento de su vida, toda mujer tenía una fantasía. ¿Cuántas veces se había preguntado cómo sería cambiarse por una supermodelo o una bella actriz, ser el objeto de deseo de todos los hombres? No tenía nada que perder. No volvería a ver a Aidan Pierce después de aquel vuelo.
– Señoras y caballeros, el capitán ha encendido la señal para que se abrochen los cinturones. Les rogamos que se aseguren de que todas sus pertenencias están bien colocadas en los compartimientos superiores o debajo del asiento. Nuestro personal de cabina pasará a recoger sus bebidas.
«Ahora o nunca», pensó Lily. Por una vez en su vida, debía dejarse llevar o aferrarse a lo que quería, aunque eso significara hacer algo salvaje y alocado. Aunque sus actos fueran impropios de ella.
Hojeó rápidamente el libro y leyó la lista de consejos que tan cuidadosamente había investigado. El aroma es importante. Metió la mano en el bolso y buscó su frasco de perfume. Destaca tus mejores rasgos. Se miró en el espejo. Siempre había creído que tenía una boca muy sensual. Tenía unos labios gruesos, de forma perfecta. Eran la clase de labios por los que las actrices de Hollywood pagaban mucho dinero. Sacó el lápiz de labios cuando guardó el perfume. Muéstrate segura sin resultar arrogante. Eso iba a ser más difícil. Resultaba fácil cambiar el aspecto exterior, pero llevaba ya mucho tiempo viviendo con sus dudas e inseguridades.
– Señoras y caballeros, les habla el capitán. Calculo que estaremos en el aire dentro de cinco minutos. El tiempo es bueno y tardaremos aproximadamente unas cinco horas y media en llegar al aeropuerto JFK. Relájense y disfruten del vuelo. Llegaremos a nuestro destino casi sin que se den cuenta.
Cinco horas y media para vivir una fantasía, una aventura que podría cambiar por completo el resto de su vida. En aquella ocasión, no tendría nada de lo que arrepentirse. Aquella vez, iría a la búsqueda de su fantasía y la haría real. Tal vez haciéndolo se transformara por fin en una mujer nueva.
Aidan miró el reloj. Entonces, se giró para mirar pasillo abajo hacia el lugar en el que estaba el cuarto de baño. Lily había desaparecido en él hacía casi diez minutos. Pensó en advertir a la azafata para que fuera a ver si se encontraba bien. Parecía tan asustada ante la perspectiva de volar, que Aidan temía que se hubiera puesto a vomitar o que incluso se hubiera desmayado en el cuarto de baño.
Cuando subió al avión, lo había hecho con la perspectiva de disfrutar de un vuelo tranquilo y sin contratiempo alguno. Como su reunión en el vuelo había sido cancelada, había creído que podría relajarse y dormir un poco. Llevaba casi un año sin parar trabajando en su última película.
Se miró los pantalones. Estaban empapados de la mezcla de su bebida con la de Lily. La azafata le había entregado un montón de servilletas para que se secara, pero Aidan se había resignado a estar incómodo durante el resto del vuelo.
Jamás había conocido una mujer tan nerviosa como Lily Hart. Aunque estaba acostumbrado a que mujeres de toda clase lo acosaran para conseguir un autógrafo y había recibido incluso un buen número de proposiciones deshonestas, tanta tontería le resultaba profundamente irritante. Entonces, ¿por qué le resultaba tan encantador en Lily?
Tal vez era porque, en el caso de su compañera de vuelo, no había ningún artificio. No estaba representando un papel. Ella tenía de verdad un montón de miedos e inseguridades. Ninguna mujer le hubiera derramado encima dos copas a propósito sólo para seducirlo. Ni se habría encerrado más de diez minutos en el cuarto de baño.
Contuvo el aliento y se reclinó en su asiento. Cerró los ojos. Era muy hermosa, a pesar de aquellas gafas de maestra y del descuidado peinado. No podía negar que la encontraba atractiva. Llevaba demasiado tiempo en Los Ángeles y las mujeres allí habían empezado a parecerse todas: largo cabello rubio, cuerpos esculpidos en un gimnasio y bronceados a base de crema, y con tan poca personalidad que casi resultaba imposible entablar una conversación con ellas.
Al principio, salir con hermosas actrices había sido fantástico. En el instituto, jamás había conseguido que una chica guapa se fijara en él. Entonces, era muy delgado, con poco estilo y, además, llevaba gafas. En la universidad, había mejorado un poco. En la actualidad, había logrado corregir todos sus problemas apuntándose a un gimnasio, con una competente estilista de Hollywood y operándose los ojos con cirugía láser. Como resultado, podía atraer a toda mujer que se propusiera. El problema era que, cuando las conseguía, dejaban de interesarle.
¿Qué diablos era lo que estaba buscando?
– Alguien de verdad -murmuró-. Algo de verdad.
Se había desencantado de su vida en general, de su trabajo, de las mujeres e incluso del coche que conducía. Había dirigido películas de éxito, pero no se trataba de películas importantes. No significaban nada. No perdurarían en el tiempo. Sus relaciones seguían más o menos el mismo patrón: resultaban muy llamativas, pero carecían por completo de sentimientos verdaderos. Demonios, incluso se había comprado su coche sólo por la imagen que le ayudaba a tener, a pesar de ser un todoterreno que se bebía prácticamente la gasolina. ¿Por qué nada de lo que hacía en su vida era como quería?
Tal vez precisamente por eso Lily Hart le había resultado tan intrigante. Era una mujer de verdad, con todas sus manías y rarezas. Había hecho el ridículo delante de él, pero, a pesar de todo, a él le parecía encantadora.
Además, era muy bonita. Casi no llevaba maquillaje. Su pálida piel, como de marfil, carecía por completo de imperfecciones. Llevaba el cabello oscuro apartado del rostro, lo que hacía que sus rasgos resultaran aún más llamativos. Sin embargo, era la boca lo que más le atraía. Tenía una forma perfecta, que no había sido creada por ninguna cirugía o inyección.
Aidan se reprendió mentalmente. ¿Por qué se había centrado inmediatamente en su aspecto? ¿Era eso lo que le había hecho la ciudad de Los Ángeles, convertirlo en un hombre necio y superficial? La mujer que iba a estar sentada a su lado no era sólo un montón de rasgos que se habían unido sólo para que él disfrutara observándolos. Hollywood era una ciudad insidiosa, como si se tratara de una droga que atraía a las personas sólo para conseguir que la vida de éstas se convirtiera en algo sin valor alguno.
Por eso se había sentido obligado a regresar a Nueva York. La Gran Manzana representaba una dosis de realidad que siempre conseguía aclararle la mente y hacerle centrarse en sus pensamientos. Necesitaba recordar los días en los que necesitaba rebuscar monedas en el sofá sólo para poder tomarse un café.
El avión comenzó a moverse lentamente hacia la pista de despegue. Aidan se levantó del asiento y se dirigió hacia la puerta del cuarto de baño. Llamó suavemente a la puerta.
– Lily, ¿te encuentras bien?
Un segundo más tarde, la puerta se abrió. Aidan se encontró mirándose en los ojos verdes más hermosos que había visto nunca. Dio un paso atrás, convencido de que se había equivocado de puerta. Entonces, se dio cuenta de que estaba mirando a Lily. Ella se había quitado las gafas y se había soltado el cabello. Los rizos oscuros se le enroscaban alrededor del cuello. Su rostro, que antes había presentado un aspecto pálido y tenso, presentaba un ligero rubor y los labios estaban maquillados con un seductor carmín de color rojo.
Aidan se aclaró la garganta.
– Debes venir a sentarte. Vamos a despegar.
Ella sonrió, mirándolo con los ojos ligeramente entornados.
– Gracias -murmuró.
Aidan se hizo a un lado para que ella pudiera pasar. Entonces, la siguió por el pasillo del avión. Sin poder evitarlo, se fijó en su trasero. La tela de la falda se le ceñía a las curvas como si se tratara de una segunda piel. Lily se sentó, recogió su bandeja y se puso el cinturón de seguridad.
– ¿Te encuentras mejor?
– Sí -respondió ella tranquilamente-. Mucho mejor.
– ¿Qué estabas haciendo ahí dentro?
– Ah… meditando. Es estupendo para aliviar el estrés.
Aidan no podía creer el cambio que se había producido en ella. Parecía haber dominado sus nervios de tal manera que él se preguntó si se habría tomado un par de tranquilizantes mientras estaba en el cuarto de baño. Sin embargo, cuando el avión entró en la pista y comenzó a tomar velocidad, vio que ella se tensaba, prueba evidente de que su tranquila apariencia era sólo superficial.
Aidan extendió la mano y agarró la de ella, entrelazando los dedos.
– Mírame -dijo. Ella se giró e hizo lo que él le había pedido-. No apartes los ojos de los míos y escucha mi voz. No hay nada que temer. Yo he tomado este vuelo cientos de veces y sigo con vida.
– Tú… Tienes unos ojos preciosos -murmuró ella-. Y unas pestañas muy largas.
– Yo estaba pensando lo mismo sobre ti -replicó él-. Y tu boca es…
– ¿Qué?
– Bueno, muy… Incita a besarla.
– ¿De verdad?
– Sí. De verdad.
Cuando notó que el avión alcanzaba la velocidad máxima, extendió las manos y le tomó el rostro entre ellas. Entonces, se inclinó hacia delante y la besó suavemente. Acarició con la lengua los dulces labios hasta que ella suspiró y los entreabrió.
A medida que avanzaban por la pista, el beso se hizo más intenso. Aidan comenzó a explorar los dulces rincones de la boca de Lily, bebiéndose su sabor. Trató de acercarla un poco más a él, pero el cinturón se lo impidió. Deseaba más, de un modo casi desesperado. La sensación que estaba experimentando al notar que el avión abandonaba el suelo se añadía a la adrenalina que se le había disparado.
Los motores rugieron, apagando así el rugido de su propio pulso en la cabeza. Un pequeño gemido se escapó de los labios de Lily, pero el beso no se interrumpió. Aidan sabía que, seguramente, estaban provocando una escena, pero no le importó. El instinto se había apoderado de él y le impedía detenerse.
Un sonido anunció que ya se podían quitar los cinturones de seguridad y los sobresaltó a ambos. Se separaron y Lily se acomodó de nuevo en su asiento, con los labios húmedos y vibrándole por lo que habían experimentado.
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó.
– Si tienes que preguntar, supongo que no lo he hecho demasiado bien -respondió él.
– No. Yo… me refería a ese sonido.
Aidan indicó el panel que tenían por encima de las cabezas.
– Se ha apagado la señal del cinturón de seguridad -dijo-. Ahora, podemos levantarnos y andar por la cabina si queremos.
– En ese caso, volveré enseguida -anunció Lily. Volvió a agarrar su bolso y se desabrochó el cinturón.
Aidan se puso de pie y salió al pasillo. Entonces, decidió sentarse en el asiento de ventanilla que ella acababa de dejar. Unos instantes después, la azafata regresó para traerles de nuevo las bebidas que les había retirado antes de despegar. También puso un plato de queso y fruta sobre la mesa de Lily.
– Anotaré lo que desee usted tomar para cenar dentro de unos minutos, señor -le dijo.
Aidan tomó una uva y se la metió en la boca. Masticó lentamente mientras pensaba en todo lo que había ocurrido desde que se montó en aquel avión. Jamás se había dejado llevar por encuentros sexuales anónimos, pero nunca antes había conocido una mujer como Lily Hart. Cuando la besó, su intención había sido al principio la de distraerla. En el instante en el que ella entreabrió los labios, todo cambió para él.
Ni podía negar la atracción que había entre ellos ni podía ignorarla. Sólo sentía curiosidad por lo que ocurriría si se dejaba llevar. Se adentraba en un territorio peligroso, la clase de situación que la mayoría de los hombres encontraban muy excitante, pero que jamás habían experimentado en la vida real.
Últimamente, Aidan había tratado de tener más cuidado con su vida sexual. Se había cansado de ver su vida social en las páginas de todas las revistas de Hollywood. Aunque a su publicista le encantaba, él sentía una profunda frustración por el hecho de que su vida personal se hubiera convertido en mejor entretenimiento que sus películas.
Si fuera un hombre inteligente, se levantaría y se cambiaría de asiento. Si se dejaba llevar, estaba seguro de que todo aparecería en la prensa pocos días después. Aunque a la mayoría de sus otras novias les encantaba verse en las revistas, no estaba seguro de que Lily sintiera lo mismo.
Cuando la besó, no había esperado que ella le devolviera el beso con tal entusiasmo ni tampoco había podido predecir su propia reacción. ¡Era una locura! Había tomado la decisión de tratar de encontrar algo de verdad en su vida y allí estaba, considerando una superficial aventura sexual en un avión.
Abrió los ojos y se levantó. Se dirigió hacia el cuarto de baño y llamó suavemente a la puerta. Aquella vez, cuando Lily abrió, él la reconoció inmediatamente. Aidan miró a ambos lados y entró en el minúsculo aseo y cerró la puerta a sus espaldas.
El espacio en el que se encontraban era tan pequeño que casi no había espacio para que los dos pudieran estar de pie. El cuerpo de Aidan se presionaba contra el de ella, por lo que se vio obligado a agarrarla por la cintura para mantener el equilibrio.
– Sobre lo que ha ocurrido -murmuró-, yo… yo sólo estaba intentando distraerte. No quería… -añadió, tragando saliva-. Yo no quería disfrutar… tanto. ¿Te ha gustado a ti?
– Sí -respondió ella, observándole atentamente. Le miró rápidamente la boca y luego volvió a mirarle de nuevo a los ojos.
Aidan sabía lo que tenía que hacer, lo que ella quería que él hiciera, y le resultó imposible resistirse. Sin pensárselo dos veces, volvió a besarla. Aquella vez, no fue para distraerla. Aquella vez, sus pensamientos estaban centrados por completo en las sensaciones que le producía la dulce boca que tenía bajo la suya.
Aidan había besado a muchas mujeres, pero jamás había sido así. Había una cierta sensación de prohibido en lo que estaban haciendo. Resultaba algo peligroso y convertía el sencillo acto de un beso en algo mucho más intenso. Sintió que ella le enredaba los dedos en el cabello y se le escapó un gruñido cuando la estrechó contra su cuerpo.
Tal vez se tratara precisamente de eso. Si los dos hubieran estado de pie junto a la puerta de la casa de ella, aquel beso no tendría nada de especial. Sin embargo, el hecho de pensar en lo que podría ocurrir entre ellos a continuación, convertía la situación en algo mucho más excitante de lo que realmente era. Todo tenía sentido, pero, al mismo tiempo, Aidan no quería creerlo. Tal vez simplemente había encontrado una mujer en la que pudiera confiar, al menos durante las próximas seis horas.
Se apartó de ella y le retiró el cabello del rostro.
– Deberíamos regresar a nuestros asientos -dijo él-. Alguien va a tener que utilizar pronto este cuarto de baño.
Ella no habló. Simplemente asintió. Agarró el bolso y salió por la puerta. Cuando Aidan regresó a su asiento, vio que ella tenía centrada su atención en un libro que tenía sobre el regazo. Observó cómo pasaba una página y notó que le temblaba ligeramente la mano. Extendió la suya y deslizó un dedo sobre la suave piel de la muñeca de Lily. Entonces, ella se volvió para mirarlo.
– Más tarde -prometió él.
Capítulo 2
Unos minutos después de que todos los pasajeros terminaran la cena, las luces de la zona de primera clase se atenuaron y la mayoría de los que allí viajaban aprovecharon la oportunidad para dormir un poco. Por la diferencia horaria, iban a llegar a Nueva York poco después de las seis de la mañana, justo al comienzo de un nuevo día.
Sin embargo, en aquellos momentos, Lily quería que la noche durara para siempre. Aidan y ella habían compartido una botella de champán durante la cena y, para su sorpresa, se sentía increíblemente relajada. Sospechaba que, además del alcohol, la compañía tenía mucho que ver con su estado de ánimo.
La conversación que mantuvieron durante la cena fue ligera, jovial. Lily fue tejiendo cuidadosamente su red de misterio alrededor de su atractivo compañero de viaje. Él la había besado. Evidentemente, también se sentía atraído por ella y ese pensamiento le daba la confianza que Lily necesitaba para seguir con su «experimento».
Si esperaba tener una vida social, iba a tener que aprender a funcionar como lo hacían otras mujeres de Los Ángeles. Necesitaba poder utilizar sus poderes de seducción para conseguir lo que quería. Después de todo, la competencia que habría por los hombres como Aidan Pierce sería muy dura. Lily sabía que probablemente jamás podría competir por un hombre como él en el mundo real, pero, en aquellos momentos, Aidan estaba sentado a su lado, acariciándola y besándola.
Aunque él sentía curiosidad por la vida de ella, no le preocuparon en lo más mínimo sus evasivas respuestas. Si le decía la verdad sobre quién era y sobre lo que hacía, sólo conseguiría poner de manifiesto una cosa: que su vida era muy aburrida.
Sin embargo, Aidan no se mostraba en absoluto renuente a hablar de su propia vida. La entretuvo con historias sobre sus viajes. Había recorrido gran parte del mundo y había permanecido en lugares exóticos sobre los que ella sólo había leído. Cuando habló de Tahití, Lily realizó un comentario sobre las playas y no corrigió a Aidan cuando él dio por sentado que ella también había estado allí. Cuando fue él quien preguntó, Lily se limitó a decir que había visitado muchos lugares exóticos e interesantes en el mundo.
– Aún no me has dicho cómo te ganas la vida -dijo él.
Lily dio un sorbo de champán y trató de sonreír con picardía.
– Escribo -respondió. Era cierto. Al menos, se trataba de una versión simplificada de la realidad-. ¿Y tú?
Él pareció sorprendido por la pregunta. Por supuesto, Lily sabía exactamente a qué se dedicaba él, pero iba a fingir que lo desconocía. ¿No añadiría este hecho un poco más de misterio a la atracción que había entre ellos?
– Olvídate de esa pregunta -añadió rápidamente-. No hablemos de trabajo…
Lo estudió durante un largo instante. Había otra pregunta sobre la que necesitaba obtener respuesta.
– ¿Estás casado? -le preguntó. Sabía que no lo estaba, pero podría tener una relación que aún no hubiera aparecido en la prensa.
– No. ¿Y tú?
– No -admitió ella-, pero no hablemos tampoco sobre nuestras relaciones sentimentales.
– Así que no podemos hablar de trabajo ni de relaciones sentimentales. ¿Qué nos queda?
Lily sonrió.
– No lo sé. Háblame de tu infancia.
Él le tomó la mano derecha y estudió cuidadosamente los dedos. Entonces, se llevó la mano a la boca y comenzó a besar las yemas de todos los dedos. Ningún hombre le había hecho eso nunca, y le pareció muy provocativo.
– Yo tuve una infancia normal -dijo él-. Nada anormal ni traumático. ¿Y tú?
Lily dudó. Jamás hablaba sobre su infancia, ni siquiera con Miranda. Había conseguido enterrar todos sus sentimientos tan profundamente que ya casi ni la afectaban.
– La mía fue idílica y perfecta -mintió-. Siguiente tema. ¿Cuál es tu color favorito?
– El azul. ¿Y tu postre favorito?
– El pastel de merengue de limón -replicó Lily-. ¿Tu lugar favorito para pasar unas vacaciones?
– Tu boca -murmuró él.
Lily se quedó helada. Trató desesperadamente de encontrar una respuesta ingeniosa. ¡Ningún hombre le había hablado antes de aquella manera! Apartó la mirada, esperando encontrar así la inspiración, pero Aidan le agarró la barbilla y la obligó a mirarlo.
– ¿Y el tuyo? -preguntó.
– El cuarto de baño de primera clase del avión que realiza el vuelo entre Los Ángeles y Nueva York -respondió tratando de que no se le quebrara la voz.
Lo había dicho. Ya no había vuelta atrás. Lily acababa de convertirse en una mujer excitante e interesante, en una aventurera, en la clase de mujer que podía seducir a un hombre como Aidan. En la clase de mujer que él desearía.
– ¿Piensas regresar allí en un futuro no muy lejano? -preguntó él. Extendió la mano y levantó el reposabrazos que se interponía entre ellos. Entonces, la agarró por la cintura y se la sentó en el regazo.
Lily miró a su alrededor para ver si alguien se había dado cuenta, pero Aidan le enmarcó el rostro entre las manos y la obligó a mirarlo a él.
– No te preocupes. Están todos dormidos.
– ¿Has hecho esto antes?
– Nunca -dijo él-, pero no te puedo decir que no se me haya pasado por la cabeza durante algún vuelvo especialmente aburrido. Normalmente tengo que sentarme junto a hombres de negocios o abuelas.
Le rodeó las caderas con un brazo mientras que levantó la otra mano para enredársela en el cabello. En esa ocasión, cuando la besó, lo hizo con facilidad, con perfección, como si ya hubiera memorizado los contornos de la boca de ella y supiera perfectamente lo bien que encajaban juntos. Lily se relajó entre sus brazos, disfrutando del modo en el que la besaba. Siempre había pensado que los besos eran algo a lo que se le daba demasiado valor, pero acababa de darse cuenta de que jamás la habían besado de verdad, al menos nunca lo había hecho un hombre que tomara en serio sus deseos.
Con cada movimiento, sentía cómo el deseo de Aidan se iba haciendo cada vez más desesperado. Se movió suavemente sobre él. Aidan gimió. Envalentonada por aquella respuesta, Lily le colocó una mano sobre el muslo. Con la otra, le abrió la camisa y comenzó a besarle el torso. Jamás se había mostrado tan descarada con un hombre, pero le gustaba. Ya no estaba en el mundo real. Se encontraba atrapada dentro de sus fantasías. No tenía que pensar antes de actuar. No había reglas ni límites.
Se colocó la mano sobre los botones de su blusa, pero él se los apartó. Comenzó a tirar de la tela hasta que dejó al descubierto la curva de uno de los hombros. Entonces, le mordió justo debajo de la oreja. El cálido aliento de su boca le acarició la piel. A continuación, él deslizó los labios hasta un punto que quedaba justo entre ambos senos.
– Tienes demasiada ropa puesta -murmuró.
Lily se levantó y sacó un par de mantas del compartimiento superior. La cabina estaba oscura y silenciosa y las azafatas estaban ocupadas en la zona reservada para ellas. Lily volvió a sentarse y le entregó una manta.
Aidan rió suavemente. Entonces, volvió a sentarse a Lily sobre el regazo.
– Ahora me estoy empezando a preguntar si tú sí que has hecho esto antes -susurró. Los cubrió a ambos con la manta y comenzó a desabrocharle los botones de la blusa.
Lily lo miró a los ojos. De repente, se sintió muy mareada, pero contuvo el aliento y le impidió ir más allá.
– Creo que necesitamos un poco más de intimidad -musitó-. Te espero en el cuarto de baño. Espera un par de minutos antes de seguirme.
Se volvió a abrochar la blusa y se levantó. Entonces, se dirigió hacia el cuarto de baño. Una azafata la vio y se apresuró a preguntarle:
– ¿Necesita algo?
– No. Estoy bien -respondió ella.
La azafata asintió y regresó al lugar del que había salido. Lily se encerró en el cuarto de baño y apoyó los brazos sobre el lavabo. Ya no había vuelta atrás. Si le quedaba alguna inhibición, necesitaba deshacerse de ella lo antes posible. Tembló de la cabeza a los pies. Entonces, respiró profundamente y se miró en el espejo.
Lo que más le sorprendía era que no tenía miedo. Se había pasado la mayor parte de su vida temiendo una cosa u otra. Tal vez fuera el alcohol o la altura o un entorno tan poco familiar, pero sabía exactamente lo que quería sin dudas ni inseguridades.
Tal vez fuera Aidan. Él se había mostrado encantador y atento. La había tratado como si ella fuera la mujer más seductora que hubiera conocido jamás. Resultaba fácil seducir a un hombre que quería que lo sedujeran. Contuvo el aliento. Había seguido los consejos de su libro y por fin tenía a un hombre dispuesto a todo con ella, pero, ¿estaba preparada para llegar hasta el fin?
Unos segundos después, Aidan llamó a la puerta. Sin pensárselo dos veces, Lily abrió. Deseaba a aquel hombre. No había razón alguna para negarse sus necesidades ni sus fantasías.
Aidan cerró la puerta a sus espaldas. El sonido que se oyó fue como el disparo que marca el inicio de una carrera. Los dos comenzaron de inmediato a besarse, a acariciarse. Lily le agarró la camisa por el bajo y se la sacó por la cabeza. Instantes después, Aidan terminó de desabrocharle la blusa y se la bajó por los brazos.
Tiro de Lily hacia sí. Encontró inmediatamente la boca y le enredó los dedos en el cabello. Por fin piel contra piel bajo la brillante luz que había encima del lavabo. Aidan se apartó de ella durante un momento para mirarla a los ojos y, en aquel instante, estuvo seguro de que Lily era la mujer más hermosa que había conocido nunca.
¿Cómo era posible que algo así estuviera ocurriendo de verdad? Cuando se montó en el avión, había esperado disfrutar de un vuelo rutinario, que pasaría durmiendo, leyendo o viendo una película. Sin embargo, en aquellos momentos, estaba encerrado en un minúsculo cuarto de baño desnudando a una desconocida.
Los labios de Lily estaban húmedos de sus besos. Tenía el cabello revuelto y la respiración acelerada. Aidan apretó la frente contra la de ella y le acarició suavemente el hombro. Entonces, hizo lo mismo con el pecho. Cuando por fin llegó a uno de los senos, se lo cubrió con la mano.
Todo en ella era natural y eso incluía unos pechos perfectos. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que tocó a una mujer de verdad y por ello la perspectiva de hacerle el amor le resultó muy excitante.
No era sólo su aspecto. Todas las reacciones de Lily eran sinceras, naturales. Con otras mujeres, se sentía como si sus respuestas estuvieran diseñadas exclusivamente para incrementar el placer de él. Gemidos, suspiros, frenéticos susurros… Todo parecía formar parte del guión de una película pornográfica. Cuando tocaba a Lily, ella temblaba. Cuando le mordía suavemente el cuello, ella contenía la respiración. Cuando ella sentía placer, suspiraba.
Aidan le deslizó los dedos por debajo del sujetador y comenzó a acariciarle el pezón con el pulgar. Ya estaba erecto. La agarró con fuerza por la cintura y la obligó a darse la vuelta. Entonces, se sentó y se la colocó entre las piernas. El vientre de Lily era muy suave, su piel como la seda. Levantó las manos y le bajó los tirantes del sujetador. Ella se cubrió los senos con los brazos, pero Aidan le capturó suavemente las manos con las suyas.
– Eres muy hermosa -murmuró-. Deja que te toque…
Otro pequeño gemido se le escapó de la garganta cuando él le rozó un pezón con los labios a través de la tela del sujetador. Todo a su alrededor pareció disolverse en una suave bruma. Aidan era consciente de los sonidos del avión, del zumbido de la luz fluorescente, del movimiento de las aspas del ventilador que había sobre sus cabezas, del rugido ahogado de los motores. Sin embargo, toda su atención se centraba en el cuerpo de Lily y en el placer que ella estaba experimentando.
Le deslizó las manos por las caderas y le levantó la falda. Entonces, apretó el rostro contra la calidez de su cuerpo y le besó dulcemente el vientre al tiempo que inhalaba el dulce aroma que emanaba de ella.
Lily le deslizó las manos sobre el torso con dedos temblorosos. Parecía sentirse abrumada por el tacto del cuerpo de Aidan bajo sus manos. Tenía las mejillas arreboladas y la respiración entrecortada. Aunque él estaba seguro de que Lily había estado con un hombre antes, le parecía que todo aquello era nuevo para ella.
– ¿Has hecho esto alguna vez antes? -le preguntó. De repente, necesitó saberlo.
Ella negó con la cabeza.
– No.
Aunque había aprendido a dudar de lo que normalmente salía de la boca de una mujer, Aidan sentía que podía confiar en Lily. Cubrió los dedos de ella con los suyos y se apretó la mano contra el corazón.
– Yo tampoco.
Lily sonrió suavemente, como si le agradara que él lo hubiera admitido de aquella manera tan natural. Aidan se puso de pie y la tomó entre sus brazos para volver a encontrar los labios de ella. Se tropezaron mientras trataban de encontrar una postura más cómoda. Los pies se les enredaban constantemente. Completamente frustrado, Aidan le rodeó la cintura con las manos y la levantó para colocarla sobre el borde del pequeño lavabo. Le agarró las piernas y se las colocó alrededor de la cintura. Entonces, se perdió en el sabor de la boca de Lily. Ella levantó las manos por encima de la cabeza para ofrecerle su cuerpo. Aún tenía la blusa enredada en las muñecas.
Aidan sabía que no podrían permanecer mucho tiempo en el cuarto de baño, pero no quería darse prisa. Había acudido preparado. Había sacado un preservativo de su bolsa de viaje antes de seguir a Lily al cuarto de baño.
Se tomó su tiempo. La besó profundamente. Le deslizó la mano por debajo de la cinturilla de la falda y sintió cómo ella se arqueaba contra él. Aún estaban vestidos, pero resultaba evidente adonde se dirigían.
Instintivamente, él comenzó a moverse contra ella. Su erección frotaba su tierna intimidad. Se alegraba de la barrera que existía entre ellos. Sin ésta, habría estado demasiado cerca del clímax. Lily se apoyó sobre los brazos y echó la cabeza hacia atrás.
– Dime lo que quieres -dijo él. Le levantó una pierna contra la cadera. De repente, el contacto entre ambos se hizo mucho más íntimo-. ¿Esto?
– Oh, sí -suspiró Lily, temblando al hablar.
Al principio, ella pareció estar tan centrada en lo que él le estaba haciendo que casi no se movía. Entonces, le rodeó con sus brazos y le agarró el trasero para poder acercarlo aún más íntimamente a ella. La tela de los pantalones de Aidan creaba una deliciosa fricción contra su miembro viril. Él se consideraba bastante experto en los asuntos de alcoba, capaz de dar placer a una mujer de cien modos diferentes antes de entregarse a sus propias necesidades. Sin embargo, cuando Lily lo tocaba, se sentía como si estuviera con una mujer por primera vez en su vida.
¿Se debería aquella sensación al hecho de estar haciendo algo completamente prohibido? ¿Estaba ya tan hastiado del sexo que sólo le excitaba lo que fuera diferente o acaso Lily tenía algo que hacía que ella fuera diferente de las otras mujeres con las que había estado hasta entonces? Casi no la conocía, pero se sentía como si el destino hubiera tenido un motivo para hacer que sus caminos se cruzaran.
Cuando ella le deslizó la mano por debajo de la cinturilla del pantalón, lanzó un gruñido. Estaba ya muy cerca, pero no por ello dejaba de controlar su deseo. Quería perderse en ella, pero, en ese momento, comprendió que no importaba cómo ni dónde se aliviara.
Aquélla no sería la última vez que compartirían una experiencia así. Aidan no tenía intención alguna de dejarla marchar cuando salieran del aeropuerto. Volvería a seducirla y no sería en un minúsculo cuarto de baño de un avión, sino en una cama grande y suave.
Lily enterró el rostro en la cuna del cuello de Aidan y le mordió suavemente mientras ambos seguían moviéndose uno contra el otro. Para su sorpresa, el cuerpo de Lily comenzó a temblar entre sus brazos. El sonido del orgasmo que ella estaba experimentando se ahogó contra la piel de Aidan.
Él se quedó asombrado, igual que, aparentemente, se sentía Lily. La miró y vio que tenía los ojos abiertos de par en par, completamente atónita. La besó suavemente y ella se fundió contra él. Aún tenía la respiración acelerada.
– ¿Cuánto tiempo crees que podemos permanecer aquí antes de que venga alguien a llamar a la puerta? -susurró él.
– Yo no creo que debiéramos irnos ya -dijo ella-. Aún no… Aún no hemos terminado, ¿verdad?
Aidan miró el reloj.
– Aún nos quedan dos horas para aterrizar. Se pueden hacer muchas cosas en dos horas.
– ¿Como cuáles? -le provocó ella.
– Todo lo que quieras. Estoy a tus órdenes.
Lily sonrió levemente.
– Oh, un esclavo. Una de mis fantasías hecha realidad. Bésame, esclavo…
Aidan gruñó. Entonces, le mordió suavemente el labio inferior.
– Prefiero ser ayudante de esclavo.
Ella se echó a reír. Entonces, apretó la boca contra la de él en un delicioso beso. Sin embargo, el placer que estaba experimentando en aquel momento duró muy poco. Un brusco movimiento hizo que Aidan perdiera el equilibrio. Él tuvo que extender las manos para tratar de no caerse. Se sujetó como pudo contra la puerta.
Cuando miró a Lily, vio que ella tenía los ojos abiertos de par en par con una expresión de terror reflejada en ellos.
– ¿Qué ha sido eso?
– Me ha parecido que se movía la tierra -bromeó él. Sin embargo, ella no sonrió con la broma-. No te preocupes. Sólo ha sido una pequeña turbulencia.
El avión volvió a agitarse violentamente. En esta ocasión, el movimiento fue lo suficientemente brusco como para lanzar a Aidan hacia delante. Se golpeó la cabeza contra una afilada esquina que había encima del lavabo. Se le escapó una maldición de los labios.
– Mierda. Eso me ha dolido.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Lily.
Aidan se miró en el espejo por encima del hombro de Lily.
– Creo que estoy sangrando.
Lily le agarró por la barbilla y le miró el arañazo que tenía en la frente. Entonces, se inclinó y tomó una toalla de papel del dispensador. Sin embargo, cuando trató de girarse un poco para pulsar el grifo del lavabo, notó que no podía moverse.
– Ahora siéntate tú y yo me pondré de pie.
Aidan hizo lo que ella le había pedido, pero una tercera sacudida la envió a ella de nuevo entre sus brazos.
– Tal vez ésta sea la fantasía de todos los hombres, pero la logística de hacerlo en un sitio como éste es muy complicada -comentó él. Tenía su erección apretada contra la suave carne del vientre de Lily.
– Señoras y caballeros, les habla el capitán. Nos hemos encontrado con una zona de inestabilidad, por lo que les rogamos que permanezcan en sus asientos con los cinturones de seguridad abrochados. Vamos a probar una altitud diferente para ver si podemos continuar con el vuelo sin incidencias.
– ¿Zona de inestabilidad? ¿Que significa eso? -preguntó Lily.
– Significa que es mejor que nos vistamos y que regresemos a nuestros asientos antes de que vengan a buscarnos -musitó él. Debería sentirse desilusionado de que todo fuera a terminar tan rápidamente, pero él estaba dispuesto a esperar.
En cuanto aquel maldito avión aterrizara, encontraría un lugar tranquilo e íntimo en el que poder disfrutar del cuerpo de Lily todo el tiempo que quisiera. Hasta entonces, tendría que convencerse de que aquel vuelo era tan sólo el principio y no el final.
Lily trataba de abrocharse el cinturón de seguridad. Parecía negarse a engancharse adecuadamente. El corazón le latía con fuerza en el pecho y parecía que le resultaba imposible respirar. Los movimientos del avión eran tan bruscos, que prácticamente estaba saltando en el asiento. Durante un instante, pensó que se iba a desmayar, pero, en aquel momento, Aidan se sentó a su lado.
Habían conseguido volver a vestirse, aunque les había costado bastante con las turbulencias y el espacio tan pequeño en el que se encontraban. Lily había salido del cuarto de baño en primer lugar y él la había seguido un minuto después.
Al ver lo que le ocurría, él le abrochó rápidamente el cinturón antes de ocuparse del suyo.
– No te preocupes -le dijo, rodeándole los hombros con el brazo-. Todo va a salir bien.
– Parece que el avión se está cayendo -susurró ella. Miró por la ventanilla-. Está lloviendo y hay relámpagos. ¿Y si nos cae un rayo encima? Una vez oí que esto le había ocurrido a un avión.
– ¿Qué ocurrió?
– No me acuerdo. Tal vez lo he olvidado a propósito. Debió de tener consecuencias muy graves…
Tenía un nudo en el estómago. Se sentía como si fuera a vomitar. Buscó la bolsa para hacerlo en el bolsillo del asiento anterior y se la colocó contra el pecho.
– Debería haberme ido en tren…
– Entonces no me habrías conocido.
– Odio esto. Odio esto. Odio esto… El año pasado, cuando volaba hacia París, el avión perdió un motor.
– Un avión puede volar perfectamente con un solo motor.
– No lo comprendes. Se cayó del avión, al mar…
Trató de tranquilizarse. El miedo a morir se estaba apoderando por completo de ella. Intentó pensar en otras cosas, como lo que acababa de ocurrir en el cuarto de baño. Se le puso la piel de gallina al recordar las caricias de Aidan, el contacto caliente y firme de su cuerpo contra el de ella. Esos pensamientos la hicieron sentirse aún más nerviosa. Entonces, recordó su reacción. Había tenido orgasmos con otros hombres, pero nunca antes tan rápidamente. Si no hubiera sido por las turbulencias, podrían haber seguido con lo que estaban haciendo y ella podría haber experimentado de nuevo aquellos placeres.
– ¿Estabas en ese vuelo? Me enteré de lo ocurrido. ¡Madre mía! ¡Qué miedo debiste pasar! -dijo Aidan antes de darle un beso en la sien-. Sin embargo, ¿qué probabilidades hay de que eso vuelva a pasar? Deben de ser muy pequeñas. De hecho, deberías sentirte contenta de que te ocurriera algo así. Ahora, ya no tienes posibilidad alguna de que te vuelva a ocurrir.
Lily lo miró. Era un buen hombre. Habría sido mucho más fácil seducir a un hombre que no fuera tan agradable, a uno que tuviera una actitud algo machista o que contara con una opinión demasiado exagerada sobre sí mismo. Sin embargo, Aidan… Resultaría mucho más difícil olvidarlo.
– Tal vez te pudiera ayudar en algo ese libro tuyo -sugirió él-. ¿Te gustaría que te leyera un poco?
– Claro -murmuró ella. Señaló el bolso que tenía debajo del asiento. El sonido de su voz había logrado calmarla un poco. Si conseguía centrarse en eso, tal vez no tendría tanto miedo.
– Debes de pensar que soy patética.
– Todos tenemos nuestros miedos.
– ¿A qué le tienes miedo tú?
Aidan sonrió.
– No voy a contártelo. Me he esforzado demasiado en hacerte creer que yo era un macho.
– Cuéntamelo -insistió ella.
– A las serpientes -admitió Aidan-. Y a los murciélagos. Tampoco me gustan demasiado ni las arañas ni los ciempiés. De hecho, trato de evitar todo lo que pueda matar a una persona con una picadura.
– Un murciélago común puede comerse más de seiscientos mosquitos en una hora -comentó ella. En el momento en el que pronunció estas palabras supo que había cometido un error-. Yo… yo… Hice un estudio sobre murciélagos cuando era niña. Resulta muy extraño cómo una se acuerda de cosas así cuando está a punto de morir…
Lily lanzó un gruñido. Tal vez debería rendirse. No le resultaba tan fácil representar el papel de seductora. Sin embargo, a algunos hombres les excitaba la inteligencia, ¿no?
Aidan extendió la mano y tomó el bolso. Entonces, sacó el montón de libros de autoayuda que ella llevaba para poder volar.
– Conquista tu miedo a volar -dijo.
– Ése no vale para nada.
– Aquí está el del título tan complicado.
– Aerofobia -dijo Lily- es el miedo a volar.
– ¿Y cómo se llama el miedo a las palabras muy complicadas?
– Logofobia. En realidad, eso es sólo el miedo a las palabras en general, no sólo a las que son muy complicadas. Aritmofobia es el miedo a los números. Grafofobia es el miedo a la escritura -explicó ella. Aidan la miró durante un largo instante. Demasiados conocimientos nunca eran nada bueno-. Algunos de estos datos simplemente se me escapan -añadió con una carcajada-. No sé por qué me acuerdo de ellos, pero es así.
– ¿Y qué me dices de éste? Diviértete volando. ¿Y éste de Volar sin miedo? -comentó Aidan. Tomó otro libro-. ¿Y el de…?
Al notar que se quedaba en silencio, Lily se giró para mirarlo. Aidan tenía entre las manos un ejemplar de…
– Cómo seducir a un hombre en diez minutos -leyó él-. Éste parece interesante -añadió. Comenzó a hojear las páginas.
– Es… No es lo que tú te piensas -dijo Lily. Frunció el ceño y le quitó inmediatamente el libro-. ¿Qué es lo que piensas?
– ¿Que esto no ha sido una experiencia espontánea? ¿Que te montaste en este avión dispuesta a seducir a alguien y resultó que yo era el que estaba más a mano?
Lily buscó un modo de explicarse y de hacerle comprender. Él no era una especie de rata de laboratorio en un extraño experimento sexual.
– Ese libro… ese libro es mío.
– Ya lo sé. Lo tenías en el bolso.
– Lo que quiero decir es que lo escribí yo. Es mío. Yo soy…
– ¿Tú eres Lacey St. Claire?
– Sí -respondió. Abrió el libro y señaló las notas que había realizado en los márgenes-. ¿Ves? Sólo estaba tomando notas por si acaso hacen una segunda edición.
Aidan sacudió la cabeza con incredulidad.
– ¿Me ha seducido una mujer que ha escrito un libro sobre seducción?
– En realidad, creo que fuiste tú el que me sedujo a mí.
– No. Yo estoy seguro de que fue al revés. ¿Haces esto a menudo?
– ¡No! -exclamó Lily inmediatamente. Tal vez estuviera fingiendo ser una seductora, pero no era una casquivana-. ¡No! Nunca. Es decir, he estado con hombres, pero no tengo por costumbre seducir a desconocidos.
– Es decir, que yo, en vez de ser la regla, era la excepción.
– Sí -dijo ella, agradecida de que Aidan, por fin, estuviera comenzando a ver la verdad-. La mayor parte de lo que he escrito en ese libro proviene de estudios científicos, no de experiencias propias. Se trata de fisiología básica. De la atracción entre hombres y mujeres.
– ¿Los científicos realizan estudios sobre seducción? Vaya, te aseguro que, si lo hubiera sabido, habría elegido esa asignatura en la universidad.
– El estudio de la sexualidad humana es un campo muy importante. De este modo, se pueden predecir los comportamientos.
Aidan recuperó el libro y lo examinó detenidamente.
– Entonces, ¿cómo te llamas de verdad? ¿Lacey o Lily?
– Lily. Lacey es mi pseudónimo. Así puedo proteger mi intimidad.
– Sí. Ya veo por qué. Diez minutos. La mayoría de los hombres sólo necesitan dos o tres para estar completamente listos.
– ¿Estás enfadado?
Aidan negó con la cabeza. Mientras leía la contraportada, frunció el ceño.
– No. Yo diría que confuso es una definición mejor de cómo me encuentro -contestó-. Tal vez incluso un poco desconcertado.
Lily le agarró de la mano.
– No tienes por qué. Yo no me arrepiento de nada. ¿Y tú?
– Tú eres la experta en seducción. Tendrás que decirme cómo lo he hecho.
– ¡No! Se trata sólo de un libro. Hay autores que escriben sobre vampiros, brujas y monstruos, pero que jamás han visto uno. En realidad, tú eres el primer hombre al que he seducido.
Aidan se tomó un instante para asimilar aquella confesión. Entonces, asintió.
– Supongo que la mayoría de los hombres apreciarían que una mujer tuviera conocimiento teórico en lo que se refiere al sexo.
Lily asintió.
– Los hombres tienen técnicas para seducir a las mujeres, ¿no? Están escritas en todas esas revistas para hombres y en libros diversos. ¿Por qué no iban a poder hacer lo mismo las mujeres? A mí me parece que es justo.
Suavemente, le quitó el libro de las manos y lo volvió a meter en el bolso.
– Tienes razón.
Cuando terminaron de hablar, Lily se dio cuenta de que las turbulencias habían pasado y de que el avión volvía a moverse sin problema alguno. Tomó la mano de Aidan y entrelazó los dedos con los de él. Parecía muy natural mantener el contacto, pero se preguntó por qué le parecía necesario. Dentro de unas pocas horas, se estarían despidiendo. Y después, ella ya no lo volvería a ver.
– Señoras y caballeros, les habla el capitán. Me temo que tenemos más malas noticias. El aeropuerto JFK está cubierto de niebla y se encuentra cerrado. Teniendo en cuenta el combustible con el que contamos, nos vemos obligados a desviarnos a Hartford, Connecticut. Cuando se despeje la niebla, les llevaremos a su destino.
Lily oyó cómo todos los pasajeros lanzaban un murmullo de desaprobación. Miró a Aidan y él se encogió de hombros.
– El único momento en el que la niebla resulta peligrosa es cuando se intenta aterrizar, por lo que estamos seguros -comentó él-. Creo que necesito una copa. ¿Te apetece una a ti?
Lily lo observó mientras hablaba con la azafata. Por alguna razón, le resultaba completamente necesario mostrarse encantador, como si estuviera tratando de castigar a Lily por los secretos que le había ocultado.
Tal vez era lo mejor. Se había divertido, pero todo había terminado. No volverían a pensar en hacer otro viaje al cuarto de baño ni en continuar aquella aventura cuando el avión aterrizara. Lily contuvo los deseos de volver a tomar el libro. Aunque se lo sabía de memoria, no podía recordar bien un capítulo en el que se trataba el tema de cómo enfrentarse a las consecuencias de una seducción anónima. ¿Podría separar los recuerdos del acto en sí mismo de los recuerdos de Aidan? No puedo evitar sentir un ligero arrepentimiento.
Ya no servía de nada analizar la decisión que había tomado. Lo hecho, hecho estaba. Además, había conseguido exactamente lo que había ido buscando. Había llevado a cabo una fantasía.
Sin embargo, de repente sintió que aquello no la satisfacía. De repente, quería más.
El sol ya había salido cuando aterrizaron en Hartford. La aerolínea había decidido dejar desembarcar a los pasajeros mientras esperaban que una nueva tripulación llegara a Hartford. Cuando el tiempo mejorara, despegarían de nuevo en dirección a Nueva York. Aidan tomó su bolsa del compartimiento superior y se hizo a un lado para dejar que Lily pasara.
Era muy temprano y él estaba borracho. Se había pasado la última hora del vuelo bebiendo Jack Daniel's con agua mientras trataba de comprender qué diablos era lo que tramaba Lily Hart. No parecía una de esas mujeres a las que él siempre estaba tratando de evitar, mujeres que se fijaban en un hombre y que luego hacían todo lo que podían para poseerlo. Lo que había ocurrido entre ellos parecía algo completamente natural. Sólo eran dos personas que habían descubierto una abrumadora atracción entre ellos y que habían actuado en consecuencia.
Tal vez eso había sido precisamente: una actuación. Alguien tan versado en el arte de la seducción podría hacer que un hombre creyera cualquier cosa. ¿Había sido real algo de todo lo ocurrido entre ellos? Su miedo a volar, el modo en el que le temblaban las manos cuando lo tocaba, la afirmación de que jamás había hecho el amor en un avión… Tal vez se había burlado de él.
La miró fijamente al rostro, los hermosos rasgos que había aprendido a apreciar en aquellas últimas horas. No se parecía en nada a ninguna otra mujer que hubiera conocido. Tenía una mezcla de alocada valentía y de abrumadora vulnerabilidad. Su instinto le decía que no había planeado seducirlo cuando se montó en el avión, pero la experiencia le advertía que no confiara en ella. Diablos. Había decidido apartarse temporalmente de las mujeres, dejar todas las atracciones superficiales allí donde debían estar, en Los Ángeles.
Si por lo menos tuviera más tiempo, podría tratar de comprender la clase de mujer que era. Por alguna razón, la verdad le importaba.
– Deja que te ayude -le dijo, para ponerse inmediatamente a echarle una mano con su bolsa de viaje-. ¿Tienes mucho equipaje?
– No. Sólo esa bolsa.
– Para ser mujer, viajas muy ligero.
– Tengo ropa en la casa.
Descendieron del avión juntos y en silencio, pero entre ellos existía una tensión que no podían ignorar. El aire estaba pleno de un deseo insatisfecho. No iba a resultarles fácil pasar juntos las siguientes horas. En el avión, estaban en su pequeño mundo. En aquellos momentos, habían aterrizado para volver a la realidad.
Aidan descartó el deseo de dejar las bolsas de viaje en el suelo y tomarla entre sus brazos, perderse en otro beso con ella.
– ¿Te apetece desayunar? -le preguntó-. Tenemos tiempo. A mí me vendría muy bien un café.
Lily sonrió.
– A mí también. Sigo un poco mareada del champán y de la falta de sueño.
– Tengo que decirte que nunca me había divertido tanto en un vuelo.
Se dirigieron al salón VIP. La aerolínea les había asegurado que en pocas horas podrían ponerse de nuevo en camino. A Aidan se le ocurrió que podría alquilar un coche y ofrecerse a llevar a Lily a los Hamptons, pero no quería arriesgarse a que ella le dijera que no.
Sin embargo, cuando llegaron a la puerta que marcaba la entrada real en el aeropuerto, se dio cuenta de que estaba a punto de tener que separarse de Lily. Junto a la puerta, había una azafata que sujetaba una tarjeta con el nombre de Lily escrito. Lily no la había visto y estuvo a punto de pasar a su lado sin percatarse. Lo habría hecho si Aidan no se lo hubiera advertido.
– Creo que esa mujer te está buscando.
– ¿Es usted la señorita Lily Hart? -le preguntó la azafata.
– Sí.
– Tengo un mensaje para usted. Un coche la está esperando en el exterior.
– ¿Un coche?
– Sí, señorita. ¿Ha facturado usted alguna maleta?
– No.
– En ese caso, espero que haya disfrutado de su vuelo y que vuelva a viajar pronto con nosotros -comentó la azafata.
– Gracias -replicó Lily mientras observaba cómo la azafata se alejaba. Entonces, se volvió a mirar a Aidan y sonrió-. Supongo que tendremos que dejar lo del desayuno para otro día -murmuró. Extendió la mano y le quitó la bolsa que le pertenecía. Se la colgó sobre el hombro y extendió la mano-. Ha sido muy… agradable conocerte, Aidan.
Él sonrió también.
– Espera un momento. Te acompaño -le sugirió él-. Tengo tiempo.
– No. No es necesario. No tienes por qué hacerlo.
Aidan volvió a quitarle la bolsa.
– Me vendrá bien hacer ejercicio -dijo. Echó a andar hacia la salida, por lo que a Lily no le quedó más remedio que seguirlo. Cuando lo alcanzó por fin, él extendió una mano y tomó la de Lily, entrelazando los dedos con los de ella-. Bueno, ¿qué es lo que vas a hacer en los Hamptons? Aparte de trabajar, claro.
– Voy a tratar de relajarme un poco. Tal vez ponerme al día con los libros que tengo que leer.
– ¿Significa eso que estás pensando en salir y seducir a otro hombre?
– ¡Claro que no!
– Bueno, si estás aburrida, siempre puedes llamarme. Puedes venir a la ciudad y podemos cenar juntos. O yo puedo ir a los Hamptons y comer contigo.
Cuando salieron por fin del aeropuerto, vieron que, efectivamente, había un coche esperando a Lily. El chofer tenía en las manos una tarjeta con el nombre de la joven. Lily se detuvo delante de Aidan y se miró los pies.
– Bueno, pues supongo que ya ha llegado la hora…
– Supongo -replicó él.
Las despedidas después de una aventura de una noche siempre resultaban incómodas, aunque en aquel caso ni siquiera se podía decir que hubieran estado juntos una noche. Además, ni siquiera habían conseguido llegar hasta el fin.
Normalmente, Aidan se mostraba muy ansioso por escapar después de pasar una noche con una mujer. En este caso no le ocurría así. Quería pasarse las siguientes dos o tres horas despidiéndose de Lily… y asegurándose de que volvía a verla. Sin embargo, ella parecía perfectamente satisfecha con el simple hecho de marcharse.
Se puso de puntillas y le dio un rápido beso en la mejilla.
– Cuídate, Aidan.
– Tú también, Lily.
Aidan observó como ella se dirigía hacia el vehículo que la estaba esperando. Entonces, recordó que no le había dado su número de móvil.
– ¡Lily! Espera.
Ella se detuvo y se dio la vuelta. Cuando Aidan llegó a su lado, extendió la mano.
– Se me había olvidado darte mi número. ¿Tienes tú teléfono móvil?
Lily dejó su bolsa en el suelo y rebuscó en su bolso de mano. Cuando encontró su teléfono móvil, lo sacó y se lo entregó a Aidan. Él grabó su número en la agenda del teléfono y se lo devolvió a Lily.
– Ya está. Llámame. Alguna vez. Muy pronto.
Ella asintió y se volvió a meter el teléfono en el bolso.
– Tú también podrías llamarme a mí…
– No tengo tu número…
Aidan se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y se sacó el móvil, que entregó a Lily. Ella negó con la cabeza.
– Yo no puedo programar esos aparatos -dijo. Recitó su número y dejó que Aidan lo grabara en la agenda de su teléfono. Entonces, miró por encima del hombro-. Tengo que marcharme. Me está esperando.
– Bien…
Aidan se metió el teléfono de nuevo en el bolsillo y, entonces, se inclinó hacia delante y la agarró por los brazos. Tiró de ella y le enredó los dedos en el cabello. Un segundo más tarde, la besó. El gesto fue rápido, pero intenso. Aidan se aseguró de que ella no olvidara jamás aquel beso.
Cuando terminó, dio un paso atrás.
– Adiós, Lily…
Le costó mucho alejarse. Casi lo había conseguido cuando oyó que ella lo llamaba. Se dio la vuelta muy lentamente y volvió a su lado. Se encontraron a medio camino.
– Yo… Sé que estabas planeando quedarte en la ciudad y comprenderé que tengas cosas que hacer allí, pero…
– ¿Sí?
– Bueno, yo estoy sola en la casa, al menos durante la próxima semana. Todo es muy bonito. Tenemos una piscina y una pista de tenis. Si quieres, puedes alojarte allí… conmigo.
– ¿Me estás invitando a los Hamptons?
– Sí. Tenemos una casa de invitados también. En realidad, se trata de la caseta de la piscina, pero puedes alojarte allí si prefieres tener más intimidad.
¿Cómo había podido decir algo así? Desgraciadamente, Aidan no estaba dispuesto a darle tiempo para que cambiara de opinión.
– Sí. Me encantaría ir a los Hamptons contigo, Lily Hart. Creo que nos lo podríamos pasar muy bien.
Ella sonrió.
– Bien. ¿Y tu equipaje?
Él señaló la bolsa que llevaba encima del hombro.
– Esto es todo lo que tengo -mintió-. Yo también viajo muy ligero.
Podría prescindir perfectamente de la maleta que había facturado. La aerolínea se la devolvería. Además, si era necesario, podría comprarse ropa nueva. Se iba a marchar a los Hamptons con Lily Hart. En una limusina. No se podía predecir lo que podría ocurrir por el camino. Y, cuando llegaran allí, pensaba terminar lo que habían empezado en el avión.
Capítulo 3
Lily sabía lo que ocurriría en el momento en el que el conductor cerrara la puerta a sus espaldas. Había estado latente desde el momento en el que salieron del cuarto de baño del avión. Volvían a estar solos, en su pequeño mundo. Los cristales ahumados y la pantalla que los aislaba del conductor proporcionaban una intimidad absoluta.
Aidan enredó los dedos en el cabello de la nuca de Lily y tiró de ella hacia sí para besarla larga y profundamente.
La decisión de invitarlo a los Hamptons había sido rápida. Parecía lo mejor que podía hacer. No quería dejarlo en el aeropuerto, sabiendo que tal vez no volvería a verlo. Además, Miranda iba a tardar otra semana en llegar. Tendría la casa entera para ella sola. La salvaje y espontánea Lily Hart no tendría que pensarse dos veces lo que quería.
Aidan fue depositando suaves besos sobre la piel de Lily hasta llegar a la curva del cuello. Entonces, gruñó.
– Supongo que sabes de lo que estás hablando…
– ¿A qué te refieres? -preguntó ella.
– No necesitas diez minutos. Soy tuyo desde el momento en el que se cerró la puerta del coche.
– No estoy tratando de seducirte -dijo Lily, sonriendo.
– ¿No?
– No. Tú estás tratando de seducirme a mí.
Aidan se apartó de ella.
– No lo creo.
– Has sido tú quien me ha besado.
– Tenía que hacerlo. No me quedaba elección alguna.
– Uno siempre tiene elección -replicó ella, frunciendo las cejas.
– Para ser alguien que presume de saberlo todo sobre la seducción, no comprendes muy bien la libido masculina. Para un hombre, es casi imposible resistirse a una mujer que está tan… interesada.
Lily se quedó boquiabierta. Había conseguido destruir cualquier aureola de misterio que hubiera conseguido. En aquellos momentos, Aidan sólo pensaba que ella era una mujer fácil.
– Muy bien. Te aseguro que no me interesas.
– No te creo -replicó él, con una sonrisa.
Lily se apartó de él y lo miró con cautela. Aidan parecía relajado. Se quitó la chaqueta y la colocó entre ambos. Ella contempló el torso y recordó el tacto de su piel desnuda bajo los dedos, el vello suave, los músculos que marcaban el fuerte abdomen. Se agarró con fuerza las manos sobre el regazo y notó que le temblaban los dedos. ¿Por qué se sentía de repente tan nerviosa? El cuarto de baño de un avión o el asiento trasero de una limusina. No importaba, ¿verdad? Los dos estaban dispuestos a hacer realidad sus fantasías sexuales. Sin embargo, en el avión, Aidan había sido un completo desconocido, un hombre del que podía alejarse fácilmente cuando aterrizaran. En aquellos momentos, se había convertido en el hombre con el que iba de camino a su casa de los Hamptons. Era un asunto completamente diferente.
Con un gesto natural, Aidan colocó el brazo por encima del respaldo del asiento y comenzó a juguetear con un mechón del cabello de Lily. Un delicioso temblor le recorrió a ella todo el cuerpo y sintió que el corazón le daba un vuelco.
– Bonita limusina -murmuró, mirando a su alrededor.
– Así es -respondió ella, tratando de ignorar los latidos de su corazón-, aunque no lo es tanto como algunas otras.
– Tiene un asiento trasero muy grande -comentó él con una pícara sonrisa.
Lily se encogió de hombros.
– Estoy segura de que es lo suficientemente grande.
Aidan se acercó un poco más a ella.
– Bueno, háblame de ese libro que escribiste. Diez segundos no es mucho tiempo. ¿De verdad están tan dispuestos la mayoría de los hombres?
– Son diez minutos, no diez segundos -explicó Lily-. En realidad, significa que una mujer es capaz de atraer a un hombre en diez minutos. Que algo tan sencillo como una mirada o una caricia pueden hacer que un hombre la desee.
– ¿Y los hombres? ¿Qué puedo hacer yo en diez minutos para que una mujer me desee?
Lily se echó a reír.
– Las mujeres no son tan fáciles. Hace falta un poco más…
En su caso, sólo había necesitado diez segundos para sentirse atraída por Aidan. Recordó aquel día, hacía ya tanto tiempo, cuando lo vio por primera vez.
Aidan se acercó a ella y comenzó a juguetear con los botones de la blusa que ella llevaba puesta. Fue abriéndolos uno a uno y retirando la tela para dejar al descubierto la suave piel.
– ¿Serviría el hecho de que te quitara muy lentamente la blusa?
Lily gimió suavemente cuando él llegó al último botón. Comprendió que ella ya no estaba a cargo de la seducción y ya no supo qué hacer. Cada caricia, cada sensación, le provocaba oleadas de deseo por todo el cuerpo. No quería resistirse. ¿Qué tenía que perder más allá de la inhibición?
– Creo que eso funcionaría.
Él le depositó un beso entre los senos.
– ¿Y esto? ¿Funciona si te beso justo aquí?
Lily echó la cabeza hacia atrás y suspiró al notar que él le tomaba un seno con la mano.
– Oh, qué bien…
– ¿Cuánto tiempo ha sido eso? ¿Diez segundos? ¿Tal vez quince?
– Son diez minutos -insistió ella. Decidió que tal vez había llegado ya el momento de hacer que él se esforzara un poco más-. Además, te recuerdo que sólo hace falta medio segundo para que yo cambie de opinión -le advirtió.
Aidan le rodeó la cintura con un brazo y la colocó debajo de él. Entonces, la besó, invadiéndole la boca con la lengua hasta que ella se vio obligada a rendirse.
– Y medio segundo para conseguir que vuelvas a cambiar de opinión.
Ya no había prisas. El hecho de desnudarse ya no debía ser un gesto rápido, sino una parte muy agradable de los preliminares. A medida que el paisaje pasaba con rapidez por delante de los cristales ahumados, se desnudaron el uno al otro hasta que Aidan se quedó sólo con los boxers y Lily con la ropa interior.
– ¿No fue aquí donde nos quedamos? -preguntó Aidan mientras mordisqueaba suavemente la oreja de Lily.
– Al menos, aquí no nos tendremos que preocupar de las turbulencias.
Aidan deslizó una mano por debajo del sujetador y comenzó a estimularle un pezón.
– Sin embargo, yo voy a tratar de conseguir que la tierra tiemble… si a ti no te importa.
En aquella ocasión, Lily sintió que se le cortaba la respiración.
– Yo… yo sólo quería decir que… ay qué bien… las turbulencias… tienen su origen en la mezcla de aire cálido con aire frío…
Lily gritó al sentir que Aidan introducía los dedos por debajo de la cinturilla de sus braguitas y encontraba por fin su húmedo sexo.
– No importa… -concluyó.
– No -dijo Aidan. Levantó la cabeza y la miró a los ojos-. Cuéntame más cosas.
– No creo que pueda hablar y… ya sabes.
– ¿No se te da bien realizar varias tareas al mismo tiempo?
Lily se echó a reír.
– No es eso. Se trata simplemente de que… prefiero centrar mis atenciones en una sola tarea -dijo. Extendió la mano y la frotó por la parte frontal de los boxers de Aidan. Él ya tenía una potente erección. Su miembro viril transmitía un profundo calor a través del suave algodón de los calzoncillos.
– Si tuviera que elegir una cosa, sería precisamente ésa -dijo suavemente.
Siguieron jugueteando, tomándose su tiempo y disfrutando de cada una de aquellas nuevas sensaciones. En el exterior del coche, el campo había dado paso a una pequeña ciudad, pero Lily no se percató. Se detuvieron algunas veces y Aidan levantó la mirada de la agradable exploración a la que la estaba sometiendo.
– El ferry -murmuró.
– ¿Cuánto falta para que lleguemos? -le preguntó Lily mientras lo observaba a través de la bruma del deseo.
– No lo sé. Tal vez una hora. O dos -susurró. Se incorporó y colocó a Lily encima de él, sentándola a horcajadas sobre sus caderas-. Mucho tiempo.
– La gente no puede vernos a través de las ventanillas, ¿verdad?
– Creo que es un poco tarde para empezar a preocuparse sobre eso -dijo él mientras le besaba el cuello-. No, claro que no pueden. El cristal tiene por fuera un acabado de espejo. Lo comprobé antes de entrar.
Miró por la ventanilla y vio que un miembro de la tripulación del ferry les daba indicaciones para subir al barco. La limusina entró en la bodega y se colocó entre dos coches.
– Me siento como si estuviera desnuda en un sitio público -murmuró Lily.
– Sí, es como si fuéramos dos niños portándonos mal -bromeó él.
Lily dejó a un lado sus preocupaciones y se puso de rodillas mientras que Aidan le trazaba una húmeda línea sobre el vientre. Sin embargo, cuando la sensación de mareo se apoderó de ella, tuvo que volver a sentarse y a cerrar los ojos. Él comenzó a mordisquearle el cuello e hizo que ella contuviera el aliento. La falta de sueño y el champán que habían tomado para cenar parecían haber escogido un mal momento para pasarle factura.
– Oh… -murmuró ella al sentir una extraña sensación en el estómago.
Trató de controlar las náuseas y entonces se dio cuenta de que no se trataba de resaca, sino del modo en el que coche se movía. Se había sentido así antes… cuando se montaba en un barco.
– Para. No me siento muy bien.
Aidan se apartó y frunció el ceño.
– ¿Qué ocurre?
– Siento como si… me parece que voy a…
– ¿Aquí?
Lily asintió.
– Normalmente tengo que tomar medicación, pero en esta ocasión no había planeado tener que viajar en barco. Tal vez sea algo que haya comido. O bebido.
– ¿Te mareas en los barcos?
– Sí -murmuró ella. Trató de contener las náuseas-. El verano pasado tomé el Queen Elizabeth II para cruzar el Atlántico. Fue horrible. Estuve vomitando todo el camino.
Aidan lanzó una maldición. Entonces, tomó la blusa de Lily y se la metió suavemente en los brazos.
– Un poco de aire fresco -dijo él-. Eso hará que te sientas mejor.
– ¡No te muevas! -exclamó Lily conteniendo la respiración-. Yo… yo creo que sería mejor que me dejaras tranquila unos minutos.
Aidan agarró sus pantalones y se los puso. A continuación, se puso las chanclas. Cuando él terminó de vestirse, Lily estaba completamente segura de que iba a hacer el ridículo delante de él. Sin embargo, en vez de marcharse, Aidan la ayudó a vestirse.
– Voy a vomitar encima de ti -le advirtió ella.
– Eres capaz de hacer cualquier cosa para volverme loco de deseo, ¿verdad? -bromeó él con una triste sonrisa en el rostro.
Cuando Lily estuvo de nuevo vestida, Aidan abrió la puerta y salió. Entonces, extendió una mano hacia el interior del coche para ayudarla a salir al exterior. Estaban en la bodega del ferry, entre los otros coches. Por un enorme agujero, que era el lugar por donde los coches entraban en el ferry, Lily vio cómo se alejaban lentamente de la costa.
Sintió que las rodillas se le doblaban. Aidan la tomó del brazo y la ayudó a subir las escaleras. Lentamente, subieron a la cubierta superior, para recibir por fin la luz del sol y el aire fresco. Lily se agarró a la barandilla mientras Aidan le frotaba lentamente la espalda.
– Dame el brazo -le dijo él.
– ¿Vas a arrojarme al mar?
– No -respondió él. Le tomó la muñeca y apretó los dedos contra la parte interior del brazo, justamente por encima del lugar donde late el pulso-. Aquí hay un punto de acupresión. Algunas veces funciona. Otras no -añadió. Le frotó suavemente la espalda con la mano que le quedaba libre y, en poco tiempo, Lily sintió que empezaba a relajarse.
– ¿Mejor?
Lily asintió. Se sentía muy sorprendida de que la sensación de náusea hubiera remitido tan rápidamente. Primero las turbulencias y luego el mareo. Estaba empezando a tener la sensación de que los dioses del placer sexual estaban conspirando contra ella.
– ¿Te apetece algo de comer o de beber?
– No. No estoy segura de que me sentara bien -respondió Lily. Apoyó los codos sobre la barandilla y cerró los ojos-. Puede que unas galletas saladas…
– Volveré enseguida -dijo él-. Sigue apretando en ese punto.
Lily respiró profundamente. Después de varios minutos, se sintió casi normal. Cuando se incorporó, vio que un pequeño grupo de pasajeros la estaba observando. Uno de ellos, un adolescente, se le acercó con una dubitativa sonrisa en el rostro.
– ¿Era ése Aidan Pierce? -le preguntó-. ¿El tipo que está con usted? Me ha parecido reconocerlo.
– ¿Lo conoces? -replicó Lily.
– Claro que sí. Ha dirigido Halcyon Seven. Todo el mundo lo conoce. Es el mejor director de toda la historia.
– Eso es lo que he oído…
– ¿Cree que le importaría si yo le hiciera una fotografía o si le pidiera un autógrafo? Mis amigos, que están ahí, no se creen que sea él.
Lily tragó saliva.
– Mientras yo no salga en la foto, no creo que importe -susurró ella. En aquellos momentos, entre el revolcón del coche y la sensación de mareo que le producía el mar, se imaginaba perfectamente el aspecto que tenía.
– ¿Es usted su esposa? -le preguntó el muchacho.
– No.
Cuando Aidan regresó, un grupo de cinco muchachos se había reunido alrededor de ella. Charlaban sobre sus partes favoritas de la película más famosa que Aidan había dirigido hasta la fecha: una película de ciencia-ficción sobre una estación espacial que estaba a punto de ser destruida. Lily la había visto doce veces escuchando los comentarios del director en DVD. Con mucha paciencia, Aidan posó para unas cuantas fotos y firmó las camisetas de los muchachos antes de pedirles que se marcharan.
– Lo siento -murmuró él.
– Supongo que eso significa que eres bastante famoso -dijo Lily.
– Más o menos. Al menos con los adolescentes. Halcyon Seven es una adaptación de un cómic, por lo que muchos fans incondicionales piensan que es lo mejor del mundo. Yo no comparto esa opinión. Sólo fue un trabajo más.
– Yo no la he visto -mintió Lily-. ¿De verdad no crees que sea tan buena?
– Bueno, no está mal, pero no quiero que me encasillen para siempre en el género de acción. Yo quiero trabajar en una película que signifique algo, que emocione a los espectadores sentimentalmente -dijo, mirándola-. Por eso no he aceptado ningún proyecto nuevo. Voy a esperar a que se me presente lo que estoy buscando.
– Debe de resultar muy halagador que todos quieran conocerte.
– Sí. Los fans no están mal. Son los demás, los que quieren mucho más que un autógrafo. Pueden hacerte la vida bastante difícil.
Aidan le entregó una bolsa de galletitas saladas con sabor a queso y una lata de ginger ale. Entonces, se metió la mano en los pantalones y sacó un zumo de manzana, un plátano y un paquete de caramelos.
– No estaba muy seguro de lo que podría sentarte bien -dijo.
– Empecemos con los caramelos.
Aidan abrió el paquete y luego fue escogiendo los caramelos basta que encontró el rojo.
– El rojo siempre es el mejor -comentó.
– Gracias -susurró Lily. Había sido un gesto sin importancia, pero muy considerado por su parte.
Lo miró y observó cómo su perfil se destacaba contra el sol de la mañana. Aquél había sido el encuentro más raro que había tenido con un miembro del sexo opuesto. Había pasado de las cumbres de la pasión hasta la más profunda sima de la humillación, todo en tan sólo ocho horas. Sin embargo, a lo largo del tiempo que habían pasado juntos, Aidan se había mostrado muy considerado y sexy, comportándose exactamente como la clase de hombre con el que una chica desearía estar para tener una aventura.
Pero, mientras estudiaba su hermoso rostro, se dio cuenta de que, aunque para él hubiera sido una aventura sin importancia, para ella no había sido así. Ya no era una fantasía, sino algo real y maravilloso que se estaba convirtiendo en algo más importante con cada momento que pasaba a su lado.
Cerró los ojos. Jamás se había preocupado de analizar aquella situación en su libro. Ciertamente, resultaba muy divertido seducir a un hombre en diez minutos, pero, ¿qué ocurre una hora o dos después, cuando no se podía olvidar el tacto de sus manos contra la piel ni el aroma de su colonia o el color de sus ojos?
Bueno, tendría una semana entera para decidirlo. Tal vez, cuando hubiera reunido más datos, podría empezar a escribir una segunda parte de su libro. Podría llamarse ¿Qué ocurre después de esos diez minutos de seducción? Podría tener más éxito que el primero de sus libros.
Aidan se apoyó contra la parte trasera de la limusina mientras marcaba el número de teléfono de Miranda Sinclair en su teléfono móvil. Ella respondió casi inmediatamente.
– Hola, Aidan Pierce.
– Hola, Miranda. ¿Cómo estás?
– Ocupada como siempre. Siento mucho haber tenido que cancelar nuestra reunión. Fechas límites. Ya sabes cómo es, pero voy a ir a los Hamptons la semana que viene. Tal vez tú puedas tomar un tren y podamos almorzar juntos.
– En realidad, voy a quedarme en los Hamptons con una amiga, así que, cuando llegues, sólo tienes que llamarme. Tengo muchas ganas de hablar contigo sobre tu próxima novela. He leído el tratamiento que se le había dado y creo que podría convertirlo en una gran película.
– Y yo también lo creo, cariño. Bueno, ¿dónde vas a alojarte? ¿Con alguien a quien yo conozca?
– En realidad, es escritora. Escribe con el pseudónimo de Lacey St. Claire, pero su verdadero nombre es Lily Hart. Su familia tiene una casa cerca de Eastport. ¿No es allí donde está tu casa?
– Hay tanta gente que vive en los Hamptons hoy en día que ya no los conozco. Jamás he oído ese nombre. Tendrás que presentarnos.
– Tal vez -dijo Aidan-. En ese caso, te llamo la semana que viene.
Los dos se despidieron y Aidan apagó su teléfono móvil. Permaneció mirándolo durante un largo instante. No había pensado dónde estarían Lily y él dentro de una semana. En realidad, llevaba viviendo el instante presente desde el momento en el que se montó en aquel avión.
Sin embargo, ya había tenido oportunidad de considerarlo. Si podía elegir, a él le gustaría creer que aún seguirían hablándose, que estarían incluso haciendo planes y que podrían haber encontrado algo más allá de su relación sexual.
Nunca antes se había permitido ser optimista sobre una mujer. Salir en pareja en Hollywood requería una visión bastante cínica de las relaciones. Aidan había sabido desde el principio que no era probable que fuera a encontrar el amor de su vida en Los Ángeles.
Sus padres aún seguían felizmente casados después de treinta y cinco años de matrimonio. Quería creer que había un futuro parecido esperándolo a él, un final feliz. Sin embargo, había decidido poner todo aquello en un segundo plano desde que se mudó al oeste. Sinceramente, no había salido con ninguna mujer con la que hubiera querido estar durante más de un mes o dos.
Este hecho le había dado una cierta reputación en la ciudad, pero lo más extraño de todo era que a todas las mujeres atractivas les parecía completamente irresistible aquel desafío. Aidan jamás había comprendido del todo lo que veían en él ni por qué estaban dispuestas a enfrentarse al rechazo sólo para decir que habían salido con él.
Levantó la vista y vio que el chofer se dirigía a la limusina. Lily seguía en el interior de la tiendecita en la que había entrado para buscar algo que le calmara el estómago. Aidan se metió el teléfono en el bolsillo y saludó al chofer con la mano. Éste tomó el gesto como una invitación y se acercó rápidamente para hablar con él.
– Tengo que decirle que es un honor para mí tenerlo a usted en mi limusina, señor Pierce. Me encantó su primera película. Soy fan de Halcyon Seven desde hace años y usted realmente ha hecho un gran trabajo con esa película. Ha permanecido fiel a los fans -dijo, extendiendo la mano-. Me llamo Joe. Joe Roncalli.
Aidan estrechó la mano del chofer.
– Gracias. Me ha gustado escuchar esas palabras. ¿Qué está haciendo ella ahí dentro?
Joe se encogió de hombros.
– Va a hacer usted una segunda parte, ¿verdad? Halcyon Seven es la mejor película de ciencia-ficción que se ha hecho en los últimos diez años. No puede dejar usted colgados a los fans.
– No me han pedido que haga una segunda parte -dijo Aidan-. Además, yo creo que debería probar algo diferente. Algo fuera del género de acción.
– Bueno, ¿como qué? Nada de películas románticas, ¿eh? Yo odio esas películas.
– No. Tal vez un thriller -comentó él. Volvió a mirar hacia la tienda-. Creo que voy a ver por qué Lily está tardando tanto.
– Voy a iniciar una campaña -le gritó Joe cuando Aidan se alejaba del coche-. Tal vez incluso organizar una petición formal por Internet.
Unos segundos más tarde, Lily salió de la tienda corriendo. Llevaba una bolsa de plástico llena de cosas.
– Ya estoy lista. Nos podemos marchar -dijo, con una sonrisa-. Tenían Krispy Kremes. Y batido de chocolate. He comprado algo para que podamos desayunar -añadió. Entonces, dio un trago del frasco de antiácido que tenía en la mano-. ¿Quieres un poco?
– Paso -contestó él.
Aunque Lily tenía unas profundas ojeras en el rostro y el cabello muy revuelto, tenía ya mejor color de cara. Aidan tenía que admitir que, incluso a plena luz del día, era una mujer muy sensual.
Había tocado su cuerpo, agarrado la tierna carne de sus senos entre las manos. La había acariciado hasta que ella se había rendido por completo ante él. Por su parte, Lily lo había hecho temblar de deseo. Y allí estaban, los dos, de pie en el aparcamiento de una tienda abierta las veinticuatro horas, dos desconocidos que ya habían intimado mucho en muy poco tiempo. No estaba seguro de cómo comportarse.
– ¿Tienes todo lo que necesitas? -quiso saber Aidan.
– Sí. ¿Sabe usted adonde nos dirigimos? -le preguntó ella al conductor.
– Tengo un sistema de navegación por satélite -respondió Joe-. Parece que tardaremos unos treinta o cuarenta minutos en llegar.
Los dos se pasaron el resto del trayecto charlando sobre los lugares que podían visitar y las cosas que podrían hacer en los Hamptons. Aidan vio cómo ella se comía tres donuts y bebía una botella de batido de chocolate. No había visto a ninguna mujer que comiera tanto desde… En realidad, jamás había visto a una mujer comer tanto.
Tras haber saciado su apetito, Lily se reclinó en el asiento y lo miró de soslayo.
– Cuando lleguemos a la casa, voy a darme una larga ducha de agua bien caliente y luego me voy a echar una siesta. Entre el vuelo y el ferry, me siento completamente agotada. Además, seguramente tengo cara de muerta.
Aidan extendió la mano y le apartó el cabello de los ojos.
– Estás muy hermosa.
Un hermoso rubor coloreó las mejillas de Lily. Se inclinó sobre él y le dio un beso en los labios. Aidan la abrazó y, un instante más tarde, se perdieron en algo mucho más profundo y excitante. Lily sabía a azúcar y a batido de chocolate. Él se giró un poco para mirarla.
– Contéstame a una cosa -murmuró.
– ¿Qué es lo que quieres saber?
– ¿Por qué me has pedido que venga aquí contigo? Podrías haberte marchado sin más. No nos habríamos vuelto a ver nunca más.
Lily lo miró durante un largo instante. Entonces, inclinó ligeramente la cabeza.
– No lo sé -dijo-. Simplemente lo hice. Yo… No pude evitarlo.
– ¿Significa eso que eres una persona bastante impulsiva?
– No, eso no. Soy la persona menos impulsiva del mundo. Lo planeo todo. Mi vida está tan organizada que nada me sorprende nunca. Bueno, tú sí me sorprendiste -añadió, tras una pequeña pausa.
– Yo diría que fue al revés. Fuiste tú la que me sorprendió a mí.
– Me gustan las sorpresas.
– A mí también -contestó Aidan.
Se inclinó hacia delante y la hizo reclinarse sobre el suave asiento de cuero. La besó lenta y cuidadosamente. Resultaba muy agradable no tener que preocuparse por el tiempo. Ya no sonaba el reloj por ninguna parte. Aunque la deseaba mucho más de lo que podía soportar, estaba dispuesto a esperar hasta que llegara el momento adecuado.
– ¿Y por qué eres tan organizada? -le preguntó sin dejar de besarle suavemente el cuello.
Lily consideró la pregunta. Al principio, Aidan creyó que no iba a responder para no revelar ningún detalle personal sobre su vida. Entonces, Lily lo miró con la duda reflejada en el rostro, como si estuviera calibrando hasta dónde podía contarle.
– Hubo un momento de mi vida en el que todo era una locura. Nunca sabía lo que iba a ocurrirme de un día para otro. Yo era sólo una niña. Sólo tenía doce o trece años. El único modo en el que pude superar aquella situación fue organizándome. Ordené mi habitación, mis discos, mis peluches, mis libros. Cuando terminé, volví a empezar de nuevo -comentó-. No tengo una obsesión compulsiva. Simplemente pude encontrar la paz en la organización. Me distraía.
– ¿Y por qué necesitabas encontrar la paz?
– Mis padres se estaban divorciando y yo me sentía atrapada en el medio. En realidad, no estaba en medio. Más bien al…
Se detuvo en seco y sonrió. Entonces, se encogió de hombros.
– La lectura era mi pasatiempo favorito, por lo que, cuando fui a la universidad, decidí combinar las dos cosas que más me gustaban: la organización y la lectura. Me gradué en administración de bibliotecas.
Aidan parpadeó. Se sentía muy sorprendido por aquel giro tan inesperado en la conversación.
– ¿Has sido bibliotecaria?
– No. Para eso hay que tener un título superior, pero eso era lo que yo creía que quería ser. Supongo que sigo implicada con los libros, aunque de un modo completamente diferente.
– Aparte de tu libro sobre seducción, ¿has escrito algo más?
Aidan esperó a que ella se explicara un poco más. Al ver que no lo hacía, decidió que la había presionado más de lo que debía. Tenía que haber una razón para que ella no quisiera revelar más de lo que le había contado ya sobre sí misma. No sabía de qué se trataba, pero tenía intención de descubrirlo.
Le acarició el labio inferior con el pulgar. En un espacio de tiempo tan breve, había aprendido a apreciar profundamente los pequeños detalles de sus rasgos: su hermosa boca, sus profundos ojos verdes, el modo en el que el cabello le caía por el rostro… No se cansaba ni de mirarla ni de tocarla.
– ¿Por qué has accedido a venir? -le preguntó ella.
– Supongo que sentía curiosidad.
– ¿Sobre mí? -replicó ella muy sorprendida.
– Por supuesto. ¿Por quién si no? Tú eres la que me llevó al cuarto de baño del avión y te aprovechaste de mí. Pensé que si me quedaba un poco más contigo, tal vez yo podría aprovecharme también de ti.
Lily se sonrojó.
– Creo que no habrá problema para eso. Cuando estemos pisando suelo firme.
El coche aminoró la marcha rápidamente y se detuvo. Lily miró por la ventanilla y sonrió.
– Ya hemos llegado. El chofer se ha pasado la verja de entrada.
Unos segundos más tarde, el chofer hizo que la limusina se moviera marcha atrás y girara hacia la verja. Lily bajó la pantalla que los separaba del conductor y le dio el código. Inmediatamente entraron en la propiedad. Cuando se detuvieron delante de la casa, Lily miró a Aidan.
– Muy bonita -dijo él.
– Sí, lo es.
El chofer abrió la puerta y ayudó a Lily a descender del coche. Entonces, se dirigió al maletero para sacar el equipaje de ambos. Llevó las bolsas hasta la puerta principal y se tocó ligeramente el sombrero.
– Ha sido un placer transportarlos a ustedes, señores. Que tengan unas felices vacaciones. Y le prometo que voy a empezar esa petición de la que le hablé, señor Pierce.
Aidan le dio una palmada en el hombro.
– Gracias.
Siguió a Lily al interior de la casa transportando las bolsas de ambos. Aunque la vivienda era grande, no resultaba tan ostentosa como algunas de las mansiones de la zona. Era una casa de campo de estilo más antiguo, de dos plantas, altos techos y muchas ventanas.
Cuando llegaron a la cocina, Lily abrió las puertas de cristal y salió al exterior. Una amplia terraza conducía a unos escalones de piedra que llevaban a su vez a la piscina. Más allá, había un edificio, más bajo, que miraba hacia la casa.
– Es por aquí -dijo ella.
Aidan se preguntó si había decidido que él durmiera en la casa de invitados a pesar de que iban a pasar mucho tiempo juntos en la cama. O pudiera ser que ella tuviera otros planes. Aunque estaba preparado para meterse con ella en la primera cama que encontrara, desnudarla inmediatamente y hacerle el amor, decidió esperar y tomarse las cosas un poco más lentamente.
Tal vez Lily se estuviera arrepintiendo de haber tenido un comportamiento tan impulsivo y haberlo invitado a la casa. Sin embargo, decidió que el hecho de tener que esforzarse un poco más para seducirla haría que, al final, todo resultara más agradable.
Lily estaba sentada en el centro de la cama mirando su teléfono móvil. Sabía que Miranda estaría esperando su llamada. Después de todo, ella le había organizado la limusina sabiendo que jamás querría volver a montarse en aquel avión después de haber tenido que bajarse. Probablemente habría calculado el tiempo que tardaría en llegar a la casa. Respiró profundamente y apretó el botón de la agenda para llamar a la casa de Beverly Hills. Esperó a que Miranda contestara el teléfono.
– Por fin -dijo Miranda sin molestarse en saludarla.
– Ya he llegado a casa, sana y salva. Gracias por la limusina. Lo pasé bastante mal con el primer contratiempo en ese avión. No creo que hubiera podido soportar lo de la niebla.
– ¿Tan malo fue el vuelo, querida?
– Digamos que fue algo movido -respondió ella. Aunque quería contarle a Miranda todos los detalles, sabía que su madrina le estaría dando consejos durante horas y la llamaría constantemente para ver cómo iban las cosas. No quería que Miranda se hiciera ilusiones por nada-, pero ya estoy aquí.
– Tal vez yo debería ir a verte inmediatamente. No quiero que estés sola en esa casa tan grande.
– ¡No! -exclamó Lily, calmando la voz inmediatamente-. No. Estoy bien. Haré que Luisa venga mañana, me llene el frigorífico y limpie un poco. Así podré relajarme yo un poco y tal vez incluso tomar el sol. ¿Cómo te va con el libro? ¿Estás haciendo progresos?
– No me hables del libro -dijo Miranda-. Es un desastre. El peor que he escrito hasta ahora. No me sorprendería que mi editora se negara a publicarlo. Me veré forzada a vender las casas y a vivir en una caja de cartón en la playa.
– Siempre dices lo mismo y tus libros son siempre maravillosos.
– Querida, quiero que vayas a la ciudad y me organices una firma de libros en esa tiendecita que tanto me gusta. Y también otra para ti. Hoy he hablado con mi editora y me ha dicho que las distribuidoras están teniendo una buena impresión sobre tu libro. Lo están comprando bastantes mujeres.
– Tal vez yo pueda comprarme también una caja de cartón al lado de la tuya con el cheque de mis derechos de autor -bromeó Lily.
Oyó un chapoteo en el agua y se acercó a las puertas que daban al jardín con el teléfono aún en la oreja. Apartó las cortinas y vio que Aidan estaba nadando en la piscina. El sol le brillaba en la espalda. Descubrió que no podía apartar la mirada de aquellos fuertes músculos que lo hacían avanzar con rapidez en el agua.
– Yo… tengo que dejarte -dijo.
– ¿Cómo? ¿No puedes seguir hablando conmigo un ratito más?
– No, Miranda. Estoy muy cansada y sólo necesito dormir un poco. Te prometo que te llamaré mañana.
Colgó el teléfono antes de que Miranda tuviera oportunidad de protestar. Sin apartar la atención de Aidan, lo siguió atentamente mientras él recorría la piscina de un lado a otro. Nadaba con movimientos poderosos, eficaces. Cortaba el agua con los brazos casi sin chapotear. Cuando llegaba al final de su largo, ejecutaba un giro perfecto y comenzaba a nadar en dirección opuesta. Lily contó diez largos sin que él se detuviera.
Eran las dos de la tarde, hora de la costa este, lo que significaba que eran las diez de la noche de California. Los dos llevaban más de veinticuatro horas sin dormir y habían bebido demasiado, pero él aún tenía energía suficiente para nadar de ese modo.
– Frustración sexual -murmuró. Las palabras se le escaparon antes de que se diera cuenta de que estaba pensando en voz alta.
Fuera lo que fuera lo que le ocurría, Aidan parecía haberlo dominado. Cuando terminó el siguiente largo, se salió de la piscina y se puso de pie en el borde. No dejaba de gotear agua. Sacudió la cabeza y su largo cabello envió gotas en todas las direcciones posibles. Al ver cómo levantaba los brazos por encima de la cabeza y se estiraba al sol, Lily tuvo que contener el aliento. Los músculos del torso se le tensaron y ella sintió un profundo deseo de tocarlo una vez más. Distinguía perfectamente el vello que le cubría el vientre y sabía perfectamente adonde apuntaba.
Aunque ya lo había tocado, no había tenido oportunidad de admirar su cuerpo. Era alto, más de un metro ochenta, con marcados músculos en hombros y brazos. La cintura y las caderas eran estrechas y tenía unas hermosas piernas, largas y perfectamente torneadas para ser masculinas.
– Bonitas pantorrillas -murmuró ella.
Un temblor le recorrió la piel. Sacudió la cabeza. Recordó a Aidan desnudo. Se lo imaginó sobre su cama, con las sábanas enredadas en el cuerpo. Trató de imaginarse lo que sería tenerlo durante una noche entera, poder disfrutar plenamente de aquel cuerpo en un lugar que no fueran los principales medios de transporte.
Se apartó de la ventana y respiró profundamente. Regresó a la cama y trató de calmarse. Se había mostrado muy descarada cuando se conocieron y, en aquellos momentos, había vuelto a convertirse en una temblorosa e insegura mujer. En aquel estado, Aidan sabría inmediatamente que no era la mujer sensual y desinhibida que había proclamado ser en un principio. Que no era mundana ni experimentada y que, por lo tanto, no era la clase de mujer capaz de atraer a cualquier hombre.
Se levantó de la cama y comenzó a desnudarse. Cuando estuvo completamente desnuda, abrió un cajón y buscó un traje de baño. Encontró un bikini azul turquesa que tenía desde el verano pasado, pero al final se decidió por un traje de baño.
Sin embargo, al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que no tenía tan mala figura. Hacía ejercicio con regularidad, tres veces por semana en el gimnasio que Miranda tenía en su casa. Además, comía de un modo saludable. Aunque no estaba tan delgada como se llevaba en Hollywood, pensaba que el bikini le sentaría bien.
Si iba a hacerlo, lo tendría que hacer bien, sin inhibiciones ni lamentaciones, sin trajes de baño de una pieza. Cuando hubo terminado de ponerse el bikini turquesa, se miró en el espejo.
– No está mal -murmuró.
Aidan la había visto con un aspecto horrible. Decidió que a partir de aquel momento sólo podía mejorar. Ya no sentía pánico, ni náuseas ni había luces fluorescentes por ninguna parte.
Alguien llamó suavemente a la puerta de la habitación.
– ¿Lily?
Hablaba muy suavemente, como si tuviera miedo a despertarla. Ella se apresuró para llegar a la puerta y la abrió inmediatamente. Se acarició suavemente el cabello y sonrió.
– Hola -dijo.
– Sólo quería ver cómo estabas y ver si te encuentras mejor.
– Estoy bien -replicó Lily.
Observó cómo él le recorría el cuerpo con la mirada.
– Vaya -murmuró Aidan-. Estás… estás casi desnuda.
No era exactamente un cumplido, sino más bien la constatación de un hecho.
– ¿Tan mal está? Sé que estoy algo pálida, en especial para lo que se lleva en Los Ángeles.
Él extendió una mano y le recorrió suavemente la cintura antes de estrecharla contra su cuerpo.
– Si me enseñas tanta carne, no esperes que me pueda mantener alejado de ti.
– No lo haré -susurró ella mientras le acariciaba suavemente el torso.
– Pensaba que te ibas a echar una siesta -dijo él.
– Se me había ocurrido dormitar un poco junto a la piscina y así poder tomar un poco el sol. ¿Has estado nadando?
– Sí -respondió él-. Y ahora me muero de hambre. Me estaba preguntando si conocías algún sitio de comida a domicilio. Dado que no tenemos coche y…
– Sí que tenemos coche -replicó Lily-. Además, hay una tienda en la ciudad que lleva comida a domicilio. Puedo pedir algo de comer.
– Yo la pediré. Estoy en deuda contigo por invitarme a venir aquí.
– Tenemos cuenta y no tienes por qué preocuparte. Tú eres un invitado en esta casa. No me debes nada.
– No estoy acostumbrado a ser un mantenido. Supongo que tendré que trabajar para pagarme mi alojamiento en esta casa de otro modo.
– ¿Cómo se te ocurre que podrías hacerlo? -le preguntó ella. Esperaba que él se la llevara a la cama. Se le ocurrían cientos de maneras en las que podría compensarla con su cuerpo.
– Bueno, hay que limpiar la piscina.
Lily parpadeó muy sorprendida.
– No. No tienes que hacer eso. Tenemos un hombre contratado para eso, pero no viene muy a menudo cuando no estamos en la casa.
– Bien. Baja cuando estés lista, pero no te pongas aún la crema para el sol. Eso lo haré yo.
Le dio un rápido beso y luego se dio la vuelta y marchó. Lily trató de controlar la respiración. Se colocó una mano en el pecho y advirtió cómo le latía el corazón.
– Puedo hacerlo -se dijo-. Puedo seducir a ese hombre. Puedo conseguir que vuelva a desearme.
Cerró los ojos y repitió estas palabras una y otra vez. Ya no era Lily Hart, la discreta ayudante de investigación, sino Lacey St. Claire, autora de éxito y experta en sexo. Se juró que aquella noche tendría a Aidan Pierce completamente desnudo en su cama.
Capítulo 4
Aidan se reclinó en la hamaca y cerró los ojos para poder dirigir el rostro al sol. Aunque prácticamente vivía todo el tiempo en Los Ángeles, jamás había tenido una oportunidad real de apreciar el tiempo. Siempre iba corriendo de una reunión a otra o estaba atascado en el tráfico o se encontraba sentado en un despacho durante un día soleado.
Le gustaba tomar el sol. Se había pasado los dos últimos meses trabajando. Si alguna vez regresaba a Los Ángeles, vendería la casa que tenía en las colinas para comprarse una vivienda en la playa, tal vez en Malibú.
Guiñó los ojos para evitar el sol y miró a Lily. Ella estaba tumbada a su lado, en otra hamaca, con los ojos cerrados.
– Esto es el paraíso -comentó.
– Hmmm -replicó ella.
– No hay ni aviones, ni barcos. Sólo esta enorme y cómoda hamaca -comentó. Estiró los brazos por encima de la cabeza y bostezó-. En estos momentos me podría quedar dormido.
– Pues cierra los ojos y deja de hablar.
Aidan sonrió.
– Si me duermo ahora, tardaré varios días en superar la diferencia horaria. Es mejor seguir despierto. Vamos -comentó. Se levantó de la hamaca-. Si nadamos un poco, nos despejaremos. Vente al agua conmigo.
– No quiero despertarme…
Aidan se sentó a horcajadas sobre la hamaca en la que Lily estaba tumbada y comenzó a masajearle el pie izquierdo.
– Tienes unos pies muy bonitos.
– Ah, qué gusto, esclavo -dijo ella, riendo-. Lo siento. Ayudante de esclavo. Ahora el otro.
Aidan dejó el pie y se inclinó sobre ella para besarla. La pierna de Lily le frotó su entrepierna al moverse debajo de él. El ligero contacto fue como una descarga eléctrica para su cuerpo. Quería terminar lo que los dos habían comenzado allí mismo, al lado de la piscina. El lugar resultaba lo suficientemente íntimo.
– Ven a nadar conmigo -insistió él. Le mordisqueó suavemente el cuello-. Uno siempre debe nadar acompañado. Si no es así, me podría ahogar.
– Si necesitas mi ayuda, sólo tienes que llamarme -replicó ella, con una sonrisa. Sin más, cerró los ojos.
Aidan se levantó de la hamaca y se dirigió a la piscina. Respiró varias veces profundamente y se sumergió en el lado más hondo. De niño, siempre había podido aguantar la respiración más que ninguno de los chicos que conocía. Se sentó en el fondo y esperó.
No llevaba allí mucho tiempo cuando vio que Lily se asomaba por el borde de la piscina. Dio un paso atrás y, entonces, Aidan se dejó ascender lentamente a la superficie, como si fuera un cadáver. Un instante más tarde, sintió que ella se arrojaba al agua y que lo agarraba por la cintura para llevarlo a la parte menos profunda de la piscina.
Al llegar allí, él se giró rápidamente y la agarró, arrastrándola consigo bajo el agua. Cuando salieron a la superficie, Lily comenzó a toser y a escupir agua mientras él los mantenía a ambos a flote.
– Yo… yo creía que te estabas ahogando -protestó ella.
– Sólo te estaba tomando el pelo.
– ¡No deberías haber hecho eso! -gritó ella mientras le golpeaba-. Me has dado un susto de muerte. Creía que te habías dado un golpe en la cabeza.
– Me has salvado.
– No quería que te ahogaras.
– Debo de gustarte mucho, ¿no?
Lily evitó su mirada y se centró en el torso.
– Tal vez. Bueno, un poco.
Aidan la llevó hasta el borde de la piscina y allí, cuando Lily pudo hacer pie, le enmarcó el rostro entre las manos y la besó. Sin embargo, en aquella ocasión no fue un simple contacto entre los labios de ambos. Aidan le dejó muy clara la necesidad que sentía hacia ella. Le devoró la boca hasta que ella se rindió contra su pecho, completamente vencida. Entonces, muy lentamente, él se apartó de su lado.
– ¿De verdad te gusto? -bromeó-. ¿O acaso sólo quieres mi cuerpo?
– Me gustas mucho -murmuró Lily contra sus labios-. Y también me gusta bastante tu cuerpo -añadió, deslizándole un dedo sobre la clavícula-. ¿Podemos salir de esta piscina?
– ¿Ya no nadamos más?
Lily sacudió la cabeza. Unas minúsculas gotitas de agua le brillaban en las pestañas.
– Creo que ya he tomado suficiente sol por hoy.
Aidan la agarró por la cintura y la sacó de la piscina. La sentó sobre el borde. Entonces, saltó él también y la ayudó a ponerse de pie. Volvió a buscarle la boca. Mientras se dirigían hacia la casa, no rompieron el contacto. Iban completamente perdidos en la oleada de su propio deseo.
Fueron dejando un rastro de huellas mojadas desde la cocina hasta el dormitorio de Lily. Cuando se tumbaron en la cama, aún estaban empapados. Aidan apartó un mechó de cabello de la frente de Lily. Ella se tumbó sobre las mullidas almohadas y cerró los ojos. Tenía una sonrisa en los labios.
Hacía menos de un día que Aidan la conocía y se había pasado la mayor parte de ese tiempo cuidando de ella o tratando de seducirla. La relación que existía entre ellos resultaba un poco rara, por llamarla de alguna manera. No estaba del todo seguro de lo que existía entre ellos. Relación, amistad… No se podía decir que fueran amantes, aunque él pensaba cambiar ese hecho cuanto antes le fuera posible. En aquellos momentos, su relación no podía denominarse de ninguna manera.
– ¿Estás tratando de volver a seducirme? -le preguntó él mientras le besaba el cuello-. Porque si es así, no estoy seguro de que vaya a ser capaz de impedírtelo. Creo que, como máximo, podría llevarte dos o tres minutos.
– ¿Y si te dejo que me seduzcas a mí? -replicó Lily-. ¿Cuánto tiempo crees que te llevaría?
– Podría seducirte en… diez horas.
Lily contuvo la respiración.
– ¿Diez horas? Debes de ser muy malo si tardas tanto tiempo.
– No -repuso Aidan con una picara sonrisa-. No lo comprendes. Soy muy bueno. Dame diez horas y te garantizo que no lo lamentarás.
– ¿Qué hora es en este momento?
– Las dos. Me queda hasta medianoche.
– No creo que se tarde diez horas -dijo Lily-. Más bien diez minutos.
– Sí, es verdad, pero piensa en todo lo que nos vamos a divertir si nos lo tomamos con calma.
– ¿Y si me resisto? ¿Y si no te deseo después de diez horas?
– Eso no va a ocurrir. Te aseguro que me desearás. Es inevitable.
Lily contuvo el aliento.
– Está bien. Creo que deberíamos empezar ahora mismo. El reloj no deja de funcionar. Puedes comenzar.
Aidan se tumbó a su lado y entrelazó los brazos por detrás de la cabeza.
– ¿Significa eso que yo estoy al mando?
Lily asintió.
– En ese caso, quiero que te levantes y te pongas aquí mismo, al lado de la cama.
Ella hizo lo que Aidan le había pedido.
– ¿Ahora qué?
– Quítate ese traje de baño mojado.
Lily parpadeó, como si aquella petición la hubiera tomado por sorpresa. Entonces, muy lentamente, se llevó las manos a la espalda y desabrochó las cintas del sujetador. Unos segundos más tarde, lo dejó caer al suelo. A continuación, hizo caer la braguita al suelo y la apartó de una patada.
Durante un largo instante, él se limitó a observarla. Lily lo miraba fijamente al rostro, aunque su respiración y el ligero temblor de los dedos revelaban lo nerviosa que estaba.
– ¿Tienes…? Ya sabes -susurró ella, sonrojándose. Ni siquiera podía pronunciar la palabra «preservativo». Una mujer que había escrito un manual sobre sexo debería al menos poder utilizar la terminología pertinente.
– No vamos a necesitar preservativo -respondió él-. Sólo vamos a echarnos una siesta.
Lily frunció el ceño.
– Si sigues con ese bañador mojado, no pienso dormir a tu lado -replicó.
Aidan se lo quitó inmediatamente.
– ¿Mejor? -preguntó mientras golpeaba suavemente la parte del colchón que quedaba a su lado.
Ella asintió. Se tumbó a su lado. Aidan la abrazó por la cintura y la colocó de espaldas a él. Le rodeó el cuerpo con los brazos y le acarició los senos perezosamente hasta que, con el pulgar y el índice, consiguió que el pezón se irguiera desafiante.
Lily suspiró suavemente.
– ¿Sólo vamos a dormir?
– Mmm, hmm -susurró Aidan mientras le besaba el hombro-. Cierra los ojos.
– ¿De verdad que te vas a dormir?
Aidan contuvo el aliento y sonrió. Aunque podría haberle hecho el amor, le gustaba la sensación de tener el cuerpo de Lily junto al suyo, de cerrar los ojos y de saber que ella estaría a su lado cuando se despertara. No recordaba haberse echado nunca la siesta con una mujer. Diablos. De hecho, ni siquiera se echaba la siesta. Sin embargo, en aquel momento, nada podía atraerlo más.
– La piel te huele a coco -susurró.
Lily se giró y lo miró por encima del hombro.
– Esto no es idea mía. Además, sé cómo te sientes…
Se apretó con fuerza contra él y se frotó contra el pene erecto. Aidan ahogó un gemido.
– Nos ocuparemos de eso más tarde -dijo.
– No te creo. Pienso que, si yo te tocara a ti, tú te sentirías obligado a hacer algo al respecto. Los hombres sois criaturas muy poco complicadas.
– Yo soy simplemente una vergüenza para todos los hombres. No a todos se les puede seducir en diez minutos. Ahora, cierra los ojos y duérmete.
Lily se dio la vuelta y lo miró. Entonces, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó suavemente.
– Diez minutos… -susurró.
Aquello era una locura. Era imposible desear más a ninguna otra mujer de lo que él deseaba a Lily. Hundió los dedos en el cabello revuelto y moldeó la boca contra la de ella.
La dulce carne de sus senos se apretaba contra su torso. Dios mío, era tan hermosa… Le agarró una pierna y se la subió hasta la cadera, de modo que su erección quedó entre las piernas de ella. Estaba ya muy cerca de perder el control, pero decidió no prestar atención a las sensaciones que le recorrían todo el cuerpo y se ordenó esperar.
Lily frotó su rostro contra la mejilla de Aidan. Él tuvo que contener el aliento, preguntándose lo mucho que le costaría resistirse. Sin embargo, después de unos minutos, se dio cuenta de que ella no le iba a presionar más. La respiración de Lily se había hecho muy profunda y regular. Se había quedado dormida.
Aidan cerró los ojos y la estrechó contra su cuerpo, inhalando el suave aroma que emanaba del cabello de Lily. Aquél era el modo perfecto de pasar una tarde, con la brisa del océano haciendo volar las ligeras cortinas y el sonido de las gaviotas en la distancia. Aidan había querido huir de Los Ángeles, encontrar un lugar en el que pudiera aclararse la cabeza. Por lo que a él se refería, había encontrado el paraíso.
La habitación estaba a oscuras cuando Lily se despertó. Se dio la vuelta y encontró que la cama estaba completamente vacía. Se frotó los ojos. Aidan la había tapado con una manta de algodón. Respiró profundamente y sonrió, acurrucándose contra la suave calidez del cobertor.
Había dado por sentado que aquellas vacaciones sólo serían una hilera interminable de horas completamente vacías, que los días se convertirían en noches sin mayor relevancia hasta que Miranda llegara con más trabajo. Tenía un montón de libros que no había logrado leer el verano pasado y tenía temas sobre los que investigar para mantenerse ocupada. Además, había planeado revisar muy en serio su novela. Sin embargo, en aquellos momentos, lo único que deseaba era pensar en Aidan.
Se mesó el cabello con las manos y se incorporó en la cama. La manta cayó, dejando al descubierto los senos desnudos. Se levantó de la cama y se dirigió a la puerta que daba al amplio porche. El sol se había puesto y la piscina estaba vacía, a pesar de estar iluminada.
Sacó un sencillo vestido de algodón y se dirigió al cuarto de baño. Cuando encendió la luz, se sorprendió mucho al ver la imagen de la mujer que la contemplaba desde el espejo. Su cabello, que normalmente estaba tan liso y tan bien peinado, mostraba un aspecto revuelto y estaba lleno de rizos y ondas. Su pálido rostro estaba coloreado por el sol y una lluvia de pecas le cubría la nariz y las mejillas. Tenía un aspecto… diferente. Casi sexy. Parecía la clase de mujer que podría ser capaz de atraer a un hombre como Aidan Pierce.
Si se hubieran encontrado en Los Ángeles, él ni siquiera la habría mirado. Recordó la primera vez que lo vio, hacía ya más de un año. ¿Habría existido la misma atracción si Miranda los hubiera presentado?
Tal vez el momento tenía que ser el adecuado.
Tal vez simplemente tenía que estar preparada. O podría ser también que llevaba tanto tiempo fantaseando sobre él, que conocerlo se había convertido en su destino. Algún día, tal vez podría hablarle de sus fantasías, sobre cómo él había sido su hombre perfecto incluso antes de que se conocieran.
Sonrió al espejo. Por primera vez en su vida, creía que podría encontrar a alguien al que pudiera amar para siempre. No era que creyera que podría amar a Aidan, dado que se acababan de conocer, pero jamás se había sentido de aquel modo. Todos los instantes del día estaban llenos de anticipación. Sólo pensar en él la excitaba.
Se puso el vestido sin preocuparse de la ropa interior. El suave algodón resultaba muy agradable contra la piel quemada por el sol. Cuando Aidan volviera a tocarla, quería que lo que se interpusiera entre ellos fuera lo mínimo posible.
Decidió dejarse el cabello suelto. No se maquilló. Resultaba increíble cómo el hecho de sentirse bien mejoraba su aspecto. Las ojeras le habían desaparecido del rostro y no podía dejar de sonreír.
Cuando bajó la escalera, se encontró a Aidan en la cocina, sentado en la amplia isla de mármol que había en el centro. Estaba leyendo y no la oyó entrar. Lily lo observó durante un largo instante, tomándose tiempo para apreciar lo guapo que era. Llevaba una camisa blanca de algodón desabrochada hasta la cintura y un par de pantalones de color caqui que parecían muy cómodos. Tenía los pies descalzos y el cabello revuelto. Una tarde pasada al sol le había dado a su piel una tonalidad dorada.
– ¿Qué estás leyendo? -le preguntó.
Aidan levantó la mirada y sonrió.
– Nada. Se trata sólo de un guión. Me estaba empezando a preguntar si te ibas a pasar toda la noche durmiendo.
– ¿Me lo habrías permitido? ¿Y tu plan?
Aidan consultó el reloj.
– En estos momentos, en lo único en lo que pienso es en cenar -dijo. Se dirigió al frigorífico, sacó un bol y lo colocó sobre la encimera.
– ¿Has preparado tú eso?
– No. Llamé a la tienda que me mencionaste. Encontré un folleto al lado del teléfono y lo trajeron hace media hora. Menos mal que sé marcar un número de teléfono, porque yo de cocinar nada. Sobrevivo con pizzas congeladas y comidas preparadas. Cuando estoy trabajando en una película, siempre hay catering.
Tomó un par de velas que encontró en una estantería y las colocó delante de Lily. Entonces, tomó una botella de vino blanco, que ya estaba abierta y le sirvió una copa.
– Gracias.
Aidan la miró durante un largo instante y sonrió.
– Estás muy hermosa.
– Me ha dado un poco el sol.
Aidan se apoyó sobre la encimera.
– Éste es un lugar muy agradable -dijo, mirando a su alrededor-. Resulta muy acogedor.
– Sí. A mí me gusta mucho, aunque preferiría que se pudiera venir en un trayecto muy corto de tren desde Los Ángeles.
– ¿Venías aquí con tus padres cuando eras pequeña?
Lily negó con la cabeza y tomó un sorbo de vino.
– Mis padres jamás han estado aquí.
– Oh… Yo creía que habías dicho que esta casa pertenecía a tu familia.
– Es una historia muy larga y muy complicada.
– Entonces, responde una pregunta fácil. ¿Soy yo el primer hombre al que has traído aquí?
– Ésa es mucho más fácil. Sí. En realidad, los hombres no se me dan muy bien.
Le había resultado difícil admitir algo así, pero ya no quería seguir fingiendo. No era Lacey St. Claire. Carecía de conocimientos prácticos sobre el arte de la seducción. Iba a hacerle el amor a Aidan y quería que él le hiciera el amor a ella, Lily Hart, no al personaje que había creado.
– Eso ya me lo había imaginado.
– ¿Sí?
Aidan asintió.
– Sí. ¿Por qué el libro?
– Supongo que era un ejercicio, un modo de aprender un poco más. No creí que pudiera sacar nada de ello. Ni siquiera fue idea mía -admitió. Respiró profundamente-. Hace un año y medio yo tenía un novio. Se llamaba George. Yo pensé que algún día terminaríamos casándonos, pero entonces, él me dijo que yo no era lo suficientemente sexy.
Aidan soltó una carcajada.
– Pues ese George era un idiota.
– No. Sólo quería a alguien… mejor. Ya sabes, a una rubia de pechos grandes… y largas piernas. Creo que a todos los hombres les parece que estas mujeres son muy sexys.
– A mí no -afirmó Aidan mientras se echaba un poco de ensalada en un plato.
– Pero tú has salido con muchas de esas mujeres…
– Sí, es cierto. No es muy difícil tratar de parecerse a los demás. Lo es más ser original.
– ¿Y yo lo soy?
– Claro que sí -respondió él mientras le pasaba la ensalada-. Definitivamente tú eres única, Lily Hart. Creo que jamás he conocido a una mujer como tú.
Compartieron otra botella de vino durante la cena y, mientras charlaban de asuntos sin importancia, Lily comenzó a darse cuenta de lo sutil que podía resultar la seducción. De vez en cuanto, Aidan la tocaba de un modo aparentemente inocente. Entonces, ella sentía que el pulso se le aceleraba.
También la seducía con palabras. Parecía tejer un hechizo a su alrededor hasta que consiguió que ella se sintiera la mujer más importante del mundo para él. Jamás apartaba la mirada de su rostro.
Sin embargo, no parecía que él estuviera tratando de conseguir que ella lo deseara. Todo ocurría con tanta naturalidad, que Lily tuvo que preguntarse si tal vez Aidan sentía algo por ella. Sabía que estaba poniendo en riesgo su propio corazón al pensar algo así, pero no le importaba. Aunque se estuviera engañando, resultaba una mentira tan maravillosa que lo único que quería era disfrutarla mientras durara.
Si él se marchaba de su vida al día siguiente, no tendría nada de lo que lamentarse. Su fantasía se había hecho realidad. ¿Cómo podía ser eso algo malo?
Hasta aquel momento, Lily había observado la vida desde la barrera. ¿De qué había tenido tanto miedo? Sabía que el divorcio de sus padres le había dejado heridas muy profundas, pero ya era una mujer adulta y las heridas habían cicatrizado hacía mucho tiempo. Por primera vez en su vida, se había arriesgado de verdad y la recompensa había sido ese hombre, aquel hombre maravilloso, divertido, sensual, con unos increíbles ojos azules y la boca de un dios. Un hombre que la deseaba tanto como ella lo deseaba a él.
Tomó su copa de vino y se tomó lo que le quedaba de un trago. La calidez del vino fue extendiéndosele por las venas y se sintió algo mareada. Aunque le gustaba aquella larga y lenta seducción, se moría de ganas por besar a Aidan.
Centró la mirada en los labios de él. Aidan sólo tardó un minuto en darse cuenta.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó.
– Estoy tratando de conseguir que me beses.
– Pues podrías levantarte, acercarte a mí y besarme.
– ¿Iría eso contra las reglas?
– No hay reglas. Sólo horario. Creo que un beso en estos momentos llegaría justo a tiempo.
Lily volvió a sentarse y sacudió la cabeza. ¿Tan predecible era?
– Hmmm… Supongo que la necesidad ha pasado ya. Ya no necesito besarte.
Aidan se bajó del taburete e hizo que ella se pusiera de pie.
– Vamos.
Salieron al exterior. Pasaron por delante de la casa de la piscina y del burbujeante jacuzzi hasta llegar a la pasarela que conducía al agua. La luna estaba saliendo por encima de Fire Island y creaba un sendero plateado de luz que parecía dirigirse directamente a ellos. Era una escena muy romántica. Lily tuvo que preguntarse si la luz de la luna era un suceso natural o formaba parte del fantástico plan de diez horas.
– ¿Has encargado tú esa luna?
– Sí. Sólo para ti.
– Eres bueno. Eso tengo que reconocerlo.
– Pues aún no has visto lo mejor…
Se colocó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos. Entonces, apoyó la barbilla sobre el hombro de ella. Cuando le dio un beso en el cuello, Lily gimió suavemente. Ella deseaba fervientemente arrancarse la ropa.
Sin salir de sus brazos, se giró para mirarlo. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Decidió que podía cambiar las reglas del juego. Se armó de valor y se agarró el bajo del vestido. Entonces, se lo sacó por la cabeza. Lo dejó caer suavemente sobre la pasarela.
– Vaya. Esto sí que está bien -murmuró él.
Aidan la tomó entre sus brazos y la estrechó contra su cuerpo. Compartieron un beso profundo y poderoso, lleno de pasión contenida y de la promesa de mucho más. Los dedos de él bailaban dulcemente sobre la piel de Lily, como si no pudiera saciarse de ella.
Cuando se apartó de ella para mirarla, Lily le retiró lentamente la camisa de los hombros. El cuerpo de Aidan brillaba a la luz de la luna y, durante un momento, Lily pensó que todo aquello podría ser un sueño. Era demasiado perfecto. Sin embargo, resultaba también demasiado real para ser una fantasía.
Bajó las manos y le desabrochó los botones de los pantalones. Estos se le deslizaron por las caderas hasta caer al suelo. Él también había decidido no ponerse ropa interior. Agarró la mano de Lily y la condujo hasta el jacuzzi.
Hasta lo ocurrido en el cuarto de baño del avión, Lily jamás había experimentado nada más que el sexo corriente. Sabía, por periódicos y revistas, que la gente tenía relaciones sexuales en todos los lugares posibles, pero ella nunca había ido más allá de la puerta de su apartamento.
Aidan entró en la burbujeante agua y la ayudó a descender las escaleras. Cuando estuvieron metidos hasta la cintura, él se dejó flotar de espaldas y la tomó entre sus brazos.
El hecho de sentir el cuerpo desnudo de Aidan contra el suyo resultaba tan excitante que, durante un momento, Lily perdió la cabeza. Aunque no era la experta que fingía ser, se dio cuenta de que tenía que reaccionar, sin miedo ni inhibiciones. Tenía que dejar que el instinto llevara las riendas.
Sintió las manos de Aidan sobre el cuerpo. Se arqueó contra él e inmediatamente notó la boca de Aidan sobre un pezón. El deseo se apoderó de ella inmediatamente.
Él se tomó su tiempo, examinándole el cuerpo mientras el agua los mantenía a ambos flotando. El vapor se elevaba a su alrededor porque la noche empezaba a ser fresca y parecía crear como una especie de refugio, un mundo separado en el que lo único que existía eran las caricias, los besos y los susurros. Justo entonces, cuando ella creyó que la situación no podía mejorar, Aidan encontró una manera nueva de tentar su deseo.
Lily no recordaba haber hecho un esfuerzo consciente para devolverle las caricias. Simplemente ocurrió. Necesitaba sentir el cuerpo de Aidan. Cuando comenzó a besarle el torso, él se relajó y se apoyó contra el borde del jacuzzi para permitir que Lily explorara su cuerpo.
Ella se perdió en los detalles, en el vello que le cubría el pecho, en la nuez que se erguía en la base de su garganta, en el tacto del pezón bajo los labios. Lentamente, fue encontrando sus lugares favoritos y les dedicó más atención. Él la observaba con los ojos medio cerrados y una expresión intensa en el rostro. Cuando Lily deslizó la mano por debajo del agua, Aidan contuvo el aliento.
Cerró los dedos alrededor del miembro viril de Aidan. Él sonrió. Lily observó su rostro mientras lo acariciaba, excitándolo con cada caricia. Aidan comenzó a gemir suavemente cuando ella incrementó la velocidad de sus movimientos y, de repente, le agarró con fuerza la mano y la obligó a detenerse.
Le agarró la cintura y la colocó sobre el borde del jacuzzi. La obligó a reclinarse y a apoyarse sobre los codos. Lily supo lo que él estaba a punto de hacer, pero no estaba del todo preparada para experimentar cómo sería.
La boca era cálida. La lengua encontró rápidamente el lugar más sensible. La fresca brisa de la noche le puso la piel de gallina, pero Lily no sentía frío. En lo único en lo que podía centrarse era en el modo en el que la boca de Aidan le estimulaba el sexo. Trató de relajarse y de dejarse llevar, pero no estaba segura de poder controlarse cuando lo hubiera hecho. El placer jamás había sido algo natural para ella, pero en aquellos momentos parecía como si se vertiera sobre ella como una catarata y que estuviera sintiendo al mismo tiempo todo lo que se había perdido a lo largo de su vida.
El pulso se le aceleró. Las yemas de los dedos le vibraban, impulsándola a moverse contra la boda de Aidan. De repente, se sintió a punto, rozando el orgasmo. Pero sintió miedo.
Estaba exponiendo una parte de su alma. Aquello no era sólo sexo, sino una liberación. Estaba descubriendo una parte de sí que ni siquiera sabía que existía. Se relajó y dejó que él se hiciera con el control. Un instante después, se disolvió en potentes espasmos de placer. Enredó los dedos en el cabello húmedo de Aidan y tiró de él. Inmediatamente lo apartó, dado que seguía atormentándola con la lengua.
En el cielo comenzaron a estallar fuegos artificiales. Senderos de luz azul y rosada que explotaban en el cielo para luego bajar a la tierra. Cerró los ojos y se dejó llevar por un orgasmo que parecía durar una eternidad. Cuando volvió a la realidad, se sentía completamente agotada, saciada e incluso mareada. Aidan volvió a meterla en el agua. La calidez la envolvió de nuevo. Encontró los labios de ella con los suyos y la besó, aquella vez muy tiernamente.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó apartándole el cabello del rostro y mirándola a los ojos.
– Creo que sí -dijo. Más fuegos artificiales-. ¿Los ves tú también?
– Sí. Alguien debe de estar celebrando el Cuatro de Julio con algunas semanas de anticipación.
– Menos mal. Son reales. Durante un instante, pensé que los estaba… No importa
Quería decirle lo increíblemente que se había sentido, lo maravilloso que era, pero no quería admitir que todo lo que había experimentado con los hombres hasta que él entró en su vida no había sido tan especial.
Se tumbaron en la cama de él en medio de un revuelo de miembros desnudos. Aunque Aidan le había prometido a Lily una larga y lenta seducción, se había cansado de esperar. La mujer que tenía entre sus brazos lo había poseído en cuerpo y alma y, por lo tanto, él quería también poseerla a ella.
Nunca antes había experimentado aquella clase de necesidad. Todas las partes erógenas de su cuerpo ansiaban que ella los tocara. Anhelaba el aroma de la piel de Lily y el tacto de su cabello entre los dedos. Su autocontrol se había desvanecido y, en su lugar, sentía una fuerza innegable que lo volvía loco de deseo.
El cuerpo de ella estaba debajo del suyo. Aidan sujetaba su propio peso con los brazos. El pene, duro y caliente, se apretaba contra la suave carne del vientre de Lily. Con cada caricia, sentía que podría perder todo contacto con la realidad para dejarse llevar por la bruma de la pasión. Sin embargo, en aquella ocasión, con Lily, quería ser consciente de cada uno de los momentos. Si todo aquello terminaba dentro de un par de semanas, quería recordarlo todo.
Casi no se conocían. En realidad, no eran más que unos desconocidos. Sin embargo, sabía que podía confiar en Lily.
Se dio la vuelta y tiró de ella. Cuando la acomodó encima de él, le recorrió suavemente el torso con las manos. Tenía cuerpo de mujer, suave y lleno de curvas, no musculado y huesudo como el de muchas mujeres de Los Ángeles. Era completamente natural… real. Por eso, todo lo que hacían, todo lo que sentían, parecía mucho más real también.
– ¿Vamos a hacerlo? -murmuró él.
– No estoy segura.
– ¿Que no estás…?
– No es eso. Sí que lo estoy -se apresuró ella a responder-. Es que cada vez que nos ponemos, ocurre algo. En estos momentos estoy esperando el terremoto o el tsunami. O tal vez un tornado muy conveniente.
– Creo que estamos seguros.
Las puertas de la casa de la piscina estaban abiertas, por lo que se oía la explosión de los fuegos artificiales en el exterior. Aidan cerró los ojos al sentir que Lily lo besaba. El sabor de sus labios era como un narcótico. Lentamente, le fue delineando el hombro con sus besos y luego el torso. La anticipación resultaba una insoportable tortura, pero Aidan esperó, disfrutando de las sensaciones que estaba experimentando por todo el cuerpo.
Cuando ella le rodeó el miembro viril con los labios, se quedó por completo sin aire. Se agarró con fuerza a las sábanas y trató de centrarse en algo que no fuera lo que Lily estaba haciendo. No le sirvió de nada. Se sintió perdido.
– Oh, Lily… Las cosas que me haces… deberían ser ilegales.
Se retorcía de placer debajo de ella y, cuando ya no pudo tolerarlo más, la apartó suavemente. Entonces, sacó un preservativo de la mesilla de noche y se lo entregó a Lily.
– No sé si puedo hacerlo -susurró ella mirando el paquete-. No han pasado diez horas.
Aidan soltó una carcajada.
– Eso será cuando terminemos.
A Lily, dos horas haciendo el amor no le parecían suficientes. Se tomó su tiempo para ponerle el preservativo. Cuando hubo terminado, Aidan la colocó debajo de él y la penetró lentamente, mordiéndose el labio inferior mientras se hundía en el cálido cuerpo de Lily. Aidan lanzó un gemido desgarrado. Cuando ella produjo el mismo sonido, él se detuvo en seco. Cuando Lily lo miró, vio que todo estaba bien. De hecho, ella se movió un poco más para que Aidan la penetrara más profundamente.
Durante un largo tiempo, no se movieron. Simplemente se miraron. Aidan acariciaba suavemente el rostro de Lily. No creía haber sentido antes un vínculo tan profundo con una mujer. ¿Cómo era posible? Casi no la conocía.
Estuvieron jugando a esa lenta seducción durante mucho tiempo. Aidan se movía dentro de ella y luego se detenía para explorar el cuerpo de Lily con labios y manos. Se sentía muy sorprendido por lo mucho que estaba sintiendo. De hecho, con cada postura nueva que probaban la necesidad era más aguda y Lily se mostraba más impaciente.
Se colocó de rodillas entre las piernas de ella moviéndose lenta y suavemente dentro de ella. Lily se agarró con fuerza a las sábanas. Cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo, él aminoraba la marcha, pero no tardó mucho en alcanzar el punto en el que le resultó ya imposible volver atrás. Aidan supo que ella estaba lista cuando sintió que se tensaba. Entonces, un segundo más tarde, gritó de placer y se disolvió en gozosos espasmos.
Las sensaciones eran tan exquisitas, que Aidan se dejó llevar. Se rindió a las sensaciones que estaba experimentando al sentir el cuerpo de Lily vibrando contra el suyo. Había tardado tanto en experimentar ese orgasmo que pareció durar una eternidad.
Cuando logró recuperar el pensamiento racional, abrió los ojos. Ella lo miraba con una sonrisa de satisfacción en los hermosos labios.
Aidan se mesó el cabello con las manos y sonrió.
– ¿Qué?
– No me puedo creer que lo hayamos hecho de verdad -dijo ella-. Casi esperaba que un meteorito cayera por el tejado.
– Yo creo que sentí que la tierra se movía un poco.
Lily levantó las manos y le trazó el labio inferior con la yema del dedo.
– ¿Sólo un poco?
– Está bien. Las placas tectónicas se movieron.
– Las placas tectónicas sólo se mueven de diez a cuarenta milímetros al año -comentó ella-, pero hay terremotos, claro está. Sin duda, tú has sido un terremoto.
– ¿Cómo es que sabes todos esos datos?
– No sé. Recuerdo todo lo que leo. Cuando era más joven, no leía libros, los devoraba. Cada pocos días, tenía que ir a la biblioteca para llevarme a casa un montón de volúmenes para leer. Me encerraba en mi habitación y me escapaba a todos esos mundos maravillosos.
De repente, la última de las barreras tras las que Lily se protegía desapareció. Lo vio en sus ojos. Una vulnerabilidad completa. Era precisamente lo que quería de ella, aunque le asustaba un poco.
– Eso es lo que yo siento con mis películas -dijo Aidan-. Cuando iba al cine, todo era posible. La vida era una aventura. Yo siempre pensé que sería genial estar a cargo de crear mundos nuevos sobre la pantalla de cine, hacer que mi imaginación se hiciera realidad. A mis padres les encantaba el cine, íbamos una vez a la semana todos juntos.
– Eso suena muy agradable. Debes de tener unos recuerdos muy bonitos. Mis padres nunca hacían nada conmigo. Yo sólo… bueno, estaba allí, en la barrera, observando sus vidas. Según creo, una familia debe girar en torno a los hijos, ¿no?
– ¿Estaban divorciados? -preguntó Aidan.
Lily no dudó. Lo que había ocurrido entre ellos había sido muy íntimo. Se sentía dispuesta a confiar en él.
– No es una historia feliz -dijo-. Se divorciaron cuando yo tenía trece años. Mi padre se marchó a Francia, donde compró un viñedo. Mi madre estuvo con una larga serie de millonarios italianos y vive… bueno, vive en muchos lugares diferentes, pero principalmente en un palazzo a las afueras de Milán.
– Vivir en Europa debió de ser una experiencia muy interesante.
– Yo no viví con ninguno de ellos después de que se divorciaran. Me quedé en California terminando mis estudios. Me fui a vivir con mi madrina. Cuando llegó el verano, los dos estaban demasiado ocupados para hacerse cargo de mí, por lo que permanecí donde estaba. Después de eso, supongo que se dieron cuenta de que yo era más feliz sin ellos.
Aidan lo sintió profundamente por Lily. Él había crecido en un hogar muy feliz.
– Lo siento. No tenemos que hablar sobre esto si no quieres.
– No. Está bien. Yo jamás he hablado nunca al respecto.
– ¿Tienes hermanos?
– No. Era hija única. Más o menos, era un accesorio en el matrimonio de mis padres. Mi madre era actriz y mi padre director de cine. Supongo que pensaron que sería buena publicidad tener un hijo, ya sabes, un bebé con el que se les pudiera fotografiar. Supongo que tengo suerte de que no se decidieran por un perro porque, si no, yo no estaría aquí.
– Hart… ¿Se llamaba tu padre Jackson Hart?
– Sí. Es él. Mi querido papá.
– En ese caso, tu madre debe de ser…
– Serena Frasier.
Aidan contuvo la respiración.
– Dios mío, Lily. Eres igual que ella. Hay algo en ti que me resultaba muy familiar y debía de ser eso. Tu madre era una mujer muy hermosa.
– Y lo sigue siendo. Te sorprendería ver cómo el hecho de tener un marido rico la ayuda a mantenerse joven.
– Tu padre era un gran director. Estudiamos su película Senda de papel en la facultad.
– Todo el mundo adoraba a mis padres -dijo ella-, en especial la prensa. Todas sus aventuras, sus peleas, sus reconciliaciones. Yo estaba en medio de todo eso. Tenía un asiento de primera fila.
– Y sobreviviste -comentó Aidan, estrechándola un poco más entre sus brazos. Deseó profundamente borrar el dolor que había notado en sus palabras con sus caricias, pero sabía que no podría-. Eres una mujer muy fuerte, Lily.
– No. No tanto…
Se acurrucó contra el pecho de Aidan y no tardó en quedarse dormida. Aidan siguió despierto. Las preguntas le impedían conciliar el sueño.
Había vivido en Los Ángeles el tiempo suficiente para saber que una relación en el mundo del espectáculo era casi imposible. Nadie duraba, al contrario de lo que les había ocurrido a sus padres. Aidan había dado por sentado que él jamás tendría una relación así, una relación que durara toda la vida. Sin embargo, tal vez había alguien en el mundo que le pertenecía, alguien tan perfecto que, simplemente, encajaran.
Ocultó el rostro en el cabello de Lily y respiró profundamente. Lily parecía encajar a la perfección. Sin embargo, venía acompañada de una historia que le hacía tener una profunda cautela sobre las relaciones a largo plazo.
Miró al techo de la casa y decidió que era una locura. Sólo hacía veinticuatro horas que conocía a Lily. ¿Cómo era posible que ya estuviera pensando en un futuro con ella?
Cerró los ojos y trató de relajarse. No tenía que decidir nada aquella noche. Le quedaba una semana al lado de Lily, siete días para decidir por qué la encontraba tan fascinante. Y para ello, pensaba emplear cada minuto de cada día en averiguarlo.
Capítulo 5
Lily se frotó los ojos. Llevaba bastante tiempo mirando la pantalla del ordenador. Estiró los brazos por encima de la cabeza y trató de despertarse. Le resultó imposible sin café.
Se había despertado hacía más de una hora en la cama de Aidan. Como le había resultado imposible volver a dormirse, había decidido levantarse. Además, no estaba segura del protocolo. Aidan le había dicho que jamás pasaba la noche con sus amantes y ella no quería que se sintiera incómodo. Por eso, se levantó de la cama.
Se había vestido y había regresado a la casa. Desgraciadamente, no pudo encontrar café en la cocina. Normalmente Luisa, el ama de llaves de la casa, se ocupaba de las compras pero Lily no la había llamado adrede. Sabía que Luisa le contaría a Miranda que había un hombre viviendo en la casa de la piscina.
Lily sonrió. Recordó la noche anterior, la larga seducción que Aidan le había prometido. Había sido todo lo que ella había deseado siempre, una velada romántica, juguetona y excitante. Había partes de su fantasía que siempre había dejado vacías y por fin sabía por qué. La fantasía jamás podría haber alcanzado lo especial que había sido hacer el amor con Aidan.
Amor. La palabra más especial. Seguramente, llamar simplemente sexo a lo que habían compartido era más exacto, pero Lily sentía que había algo más entre ellos, algo más profundo.
Respiró profundamente y cerró los ojos. Tal vez él simplemente era un experto en hacer que se sintiera así. Tal vez todo formaba parte de la seducción. Si esperaba sobrevivir una semana junto a Aidan, tendría que ser más objetiva. Los hombres necesitaban sexo. Era un imperativo biológico para ellos. Al contrario que las mujeres, normalmente no necesitaban tener sentimiento alguno ni vínculo emocional de ninguna clase para poder hacerlo. Lo tenía todo allí, en su libro.
– ¿Señorita Lily?
La voz la sobresaltó. Se dio la vuelta y vio que Luisa estaba de pie, junto a la puerta. Con la mano sobre el corazón, Lily forzó una sonrisa.
– ¡Ay qué susto me has dado!
– Lo siento mucho, señorita. Por eso me pareció que debía decirle que estaba aquí. No quería asustarla.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– La señorita Miranda me llamó para decirme si podía ocuparme de que el coche estuviera a punto antes de que ella llegara. Me ha sorprendido mucho verla a usted aquí sola. Pensé que, cuando ella canceló su viaje, usted se quedaría en California con ella.
– No. He decidido venir antes.
– ¿Le apetece un poco de café? He pasado por el mercado y he comprado su mezcla favorita. Tengo una cafetera ya preparada.
– Eso sería maravilloso…
Luisa se dio la vuelta para marcharse, pero Lily se lo impidió.
– Un momento, Luisa. Tenemos un invitado. Se llama Aidan. Aidan Pierce. Se aloja en la casa de la piscina.
– ¿Cree que él también querría un café?
– No -dijo Lily con una suave sonrisa-. Sigue dormido, pero te agradecería que no le dijeras nada a Miranda cuando llame. Ya sabes cómo es y no quiero tener que enfrentarme a sus preguntas en estos momentos.
– Oh -murmuró Luisa-. Comprendo. Es su invitado, señorita. Un invitado muy especial.
– Sé que eres muy leal a Miranda y no quiero ponerte en un aprieto, Luisa. No me disgustaré contigo si dices algo, pero…
Luisa levantó una mano.
– No se preocupe, señorita Lily. No diré ni una palabra. Comprendo que hay veces en las que una persona necesita intimidad. Ya me dirá cuando quieren desayunar usted y el señor Aidan. He comprado cruasanes y mermelada de fresa.
Lily se levantó de la silla y cruzó la sala para ir a abrazar a Luisa.
– Gracias.
Después, regresó a su trabajo. Se sentía muy aliviada de no tener que enfrentarse a Miranda al menos durante unos cuantos días más. No era que quisiera excluir deliberadamente a la única persona que realmente se preocupaba por ella, sino que todo lo que estaba ocurriendo con Aidan era muy nuevo y de resultado bastante incierto. Quería protegerse de los interrogatorios y las preguntas un poco más.
El sentido común le decía que jamás podría existir nada duradero entre ellos. Había visto lo que la profesión de su padre había provocado en su matrimonio. Su madre tampoco había ayudado. Realizar películas era una profesión muy glamurosa, pero vivir siempre en un lugar diferente era demasiado tentador para cualquier hombre o mujer. Ella jamás podría soportar las dudas sobre si el hombre al que amaba podía estar con otra mujer. No se podía imaginar compartiendo a un hombre como Aidan con otra mujer.
Se centró de nuevo en su ordenador y examinó las dos páginas que había reescrito. Trabajaba en su novela cuando encontraba un momento libre, pero aún le faltaban muchos meses para completarla. Había días en los que se sentía como si no fuera a terminarla nunca. Sin embargo, aquella mañana, había encontrado una nueva fuerza para centrarse en su trabajo.
Aidan y ella habían pasado una noche en la misma cama. De repente, Lily se había sentido como si pudiera conquistar el mundo. Sí. El sexo había sido increíble, pero eso no significaba que su vida entera fuera a cambiar.
– ¡Tranquilízate! -musitó.
– Eh.
El sonido de la voz de Aidan le provocó una agradable calidez en las venas. El pulso se le aceleró. Cerró los ojos y respiró profundamente antes de girar la silla. Llevaba los mismos pantalones que había llevado durante la mayor parte del día anterior. Llevaba el torso y los pies desnudos y tenía el cabello revuelto por el sueño.
– Buenos días -dijo ella.
Aidan tenía en la mano una taza de café. Entonces, cruzó la sala y se la dejó en la mesa.
– El ama de llaves me ha dicho que te traiga esto.
– Luisa.
– Me desperté y tú no estabas a mi lado -murmuró. Tomo un sorbo de su taza de café-. Es la primera noche que he pasado entera con una mujer y la termino solo en la cama. Supongo que ahora sé como se siente una persona en una situación así. Bueno, ¿qué estás haciendo aquí? -le preguntó tras mirar a su alrededor.
– Trabajando un poco.
– Bonito despacho. Cómodo.
No sabía qué decirle. ¿Debía darle las gracias por la maravillosa experiencia en la cama? Quería levantarse de su silla y arrojarse a sus brazos para darle un beso. Sin embargo, no podía moverse.
Aidan se acercó a las estanterías y examinó los títulos que allí había.
– Puedes tomar cualquier libro que te parezca interesante -comentó ella.
– Gracias -murmuró. Se acercó a las estanterías que contenían algunos de los premios que había recibido Miranda-. Vaya… ¿son todos estos…?
La voz se le ahogó de repente en la garganta cuando tomó una placa y la examinó cuidadosamente.
– ¿Qué es esto? -añadió-. ¿Qué tienes tú que ver con Miranda Sinclair?
– Es mi madrina.
Aidan la miró fijamente con la placa de Miranda aún entre las manos.
– ¿Cómo dices?
– Que es mi madrina. Y ésta es su casa.
– Dijiste que esta casa pertenecía a tu familia.
Lily se movió sobre la silla con un gesto de intranquilidad en el rostro. No le gustaba el tono de la voz de Aidan ni el modo en el que la estaba mirando.
– Miranda es mi familia. Ella me acogió después del divorcio de mis padres. Yo vivo con ella en Beverly Hills.
Aidan lanzó un gruñido.
– ¡Vaya! -musitó-. ¿Por qué no me lo habías dicho?
– ¿Decirte qué?
Aidan volvió a dejar la placa en la estantería.
– Yo siempre había tenido mucho cuidado con esto. Yo nunca, nunca mezclo negocios con placer -dijo, sacudiendo la cabeza y mesándose el cabello con gesto nervioso-. Tú estabas sentada en su asiento. Se suponía que yo tenía que reunirme con ella en el avión para hablar sobre la posibilidad de convertir su nueva novela en una película.
Cuando Lily escuchó estas palabras, se sintió como si la hubieran abofeteado. ¿Sería aquél otro intento de Miranda para encontrarle pareja? Su madrina trabajaba con una productora de Hollywood. Casi nunca tenía nada que ver con las adaptaciones de sus novelas para la gran pantalla. A Lily le había resultado un poco raro que Miranda insistiera en que ella fuera a los Hamptons sola. Siempre viajaban juntas.
– Pensé que dijiste que eras escritora.
– Y… y lo soy. También ayudo a Miranda a documentarse. Fue idea suya lo de ese libro sobre seducción y, al final, terminé escribiéndolo yo -susurró Lily. Se cubrió el rostro con las manos-. Lo siento. Algunas veces va demasiado lejos. No tenía ningún derecho a mezclarte a ti en todo esto.
– ¿De qué estás hablando? Yo soy el que la ha fastidiado aquí. Si se entera de que tú y yo nos estamos acostando, jamás querrá realizar ese proyecto conmigo.
– ¡Estaría encantada si se enterara de que nos estamos acostando! Al menos, del hecho de que yo me esté acostando con alguien. Si se entera de que eres tú, te permitirá llevar al cine las adaptaciones de sus diez próximas novelas.
Aidan la miró como si Lily acabara de perder la cabeza.
– ¿De qué estás hablando?
Lily se puso de pie.
– Sé sincero conmigo. Si hubieras sabido que soy la ahijada de Miranda, ¿te habrías venido al cuarto de baño del avión conmigo?
Aidan tardó sólo un instante en considerar aquella pregunta, pero a Lily le pareció una eternidad. Cerró los ojos y se preparó para la verdad. Cuando oyó que él contenía la respiración, lo miró y vio que él estaba sonriendo.
– Sí. Me habría ido contigo de todos modos. Puedo encontrar otro proyecto. No es importante.
Lily tragó saliva. Le resultaba imposible creer lo que estaba oyendo.
– ¿De verdad?
Aidan asintió. Entonces, rodeó el escritorio y la tomó entre sus brazos.
– Eh, hay muchas cosas que puedo hacer…
La besó suavemente, acariciándole las caderas para terminar por fin dejando descansar las manos sobre el trasero de ella.
– ¿De verdad crees que Miranda estaría encantada de saber que nos estamos acostando?
– A Miranda le gusta mucho meterse en mi vida. Por eso me hizo escribir ese libro. Le pareció que sería bueno para mí.
– Entonces, ¿en realidad no eres una experta en seducción?
– Sobre el papel, sí, pero no tengo mucha experiencia.
– Bien, en ese caso, tal vez tengamos que trabajar sobre eso un poco más -susurró-. Podríamos decir que se trata de una investigación. Yo seguramente podría enseñarte unas cuantas cosas y tú podrías hacer lo mismo conmigo. Podríamos estudiar juntos.
Lily suspiró.
– No tenía intención de hacerte creer que era algo que no soy.
– Supongo que todos fingimos un poco -comentó él, encogiéndose de hombros-. Podríamos habernos pasado el resto del vuelo ignorándonos. ¿Dónde habríamos ido a parar?
– Aquí no, desde luego.
– A eso me refería exactamente.
Dado que estaban siendo sinceros, Lily sabía que debería contarle toda la verdad, hablarle del día en el que lo vio en el aeropuerto y de que llevaba más de un año pensando en él. Sin embargo, decidió que la sinceridad de una mujer debía tener sus límites. O tal vez podría considerar aquellos detalles como su propio intento por mantener un cierto halo de misterio.
– ¿Por qué no le pides a Luisa que nos prepare algo de desayunar? Yo tengo que llamar a Miranda.
– Son las cuatro de la mañana en California -dijo él.
– Lo sé -replicó Lily-, pero nunca es demasiado temprano para una pequeña venganza.
Aidan le dio un beso en los labios.
– Dale las gracias de mi parte y dile que siento que no tengamos ya oportunidad de trabajar juntos.
Lily observó cómo Aidan se marchaba del despacho. Aunque sabía que lo más probable era que su proyecto con Miranda no llegara nunca a cuajar, resultaba agradable saber que lo habría abandonado de todos modos por ella. Aunque no quería darle al gesto más importancia de que la tenía, el hecho de que la hubiera antepuesto a ella le hacía sentirse muy bien.
Agarró el teléfono y se sentó de nuevo en la silla. Tras colocar los pies sobre el escritorio de Miranda, marcó el número de teléfono de su madrina. Sabía que el teléfono que tenía en la mesilla de noche la despertaría enseguida.
Cuando por fin contestó, Miranda habló con voz somnolienta.
– ¿Sí?
– ¿Miranda? ¿Te he despertado? Es que no podía esperar para contarte esto -dijo, sin esperar a que su madrina respondiera-. Supongo que podría haber esperado unas cuantas horas, pero esto es demasiado importante.
– ¿Lily? ¿Eres tú?
– Miranda, me voy a casar. Estoy enamorada. Sé que es algo precipitado, pero tú siempre me estás diciendo que debo ser más espontánea. Además, estamos enamorados. Es decir, sólo hace un día que nos conocemos, pero lo supimos inmediatamente. Sé que podemos hacer que nuestra relación funcione.
– ¿Lily?
– Tengo que dejarte, Miranda. Gracias por todo. Sé que quieres que sea feliz y por fin lo soy.
Lily soltó la carcajada. Si había algún modo de vengarse de Miranda por meterse en su vida, llamarla a las cuatro de la mañana era un buen modo de hacerlo. En cuanto al resto, sólo tendría que aguantar unas cuantas horas más.
Dejó el teléfono encendido y colocó el aparato dentro de un cajón. Si Miranda trataba de devolverle la llamada, le saltaría directamente el contestador automático. Si trataba de llamarla al móvil, simplemente no contestaría.
Cuando entró en la cocina, encontró a Aidan sentado en un taburete, con un ejemplar del New York Times del día anterior entre las manos. Luisa estaba ocupada preparando tostadas al estilo francés. Lily agarró un cruasán de la cesta y se sentó al lado de Aidan.
– ¿Has conseguido hablar con Miranda? -le preguntó él.
– Sí -respondió, tras meterse un trozo de cruasán en la boca-. Luisa, si Miranda te llama al móvil, no respondas.
– ¿Y por qué iba yo a hacer algo así? -replicó la mujer mientras la miraba por encima del hombro.
– Como favor personal hacia mí. Además, sólo será durante unas cuantas horas. Tal vez podría intentar llamarte a ti. No respondas tampoco -le dijo a Aidan.
– Está bien -repuso él aunque la observó muy extrañado.
Muy satisfecha de sí misma, tomó la sección de libros del Times.
– Luisa sabe preparar las mejores tostadas francesas. ¿Tenemos salchichas de esas pequeñas que compras en la granja?
Aidan extendió la mano y tomó la de ella. Entrelazó los dedos con los de ella y se la llevó a los labios. Allí, le dio un beso en el reverso de la mano. Ella lo miró encantada y sonrió.
– Me gusta esto de desayunar contigo -dijo.
– A mí también -replicó Aidan.
Aidan se estiró en la cama. Las carísimas sábanas resultaban muy suaves sobre su piel desnuda.
Lily estaba tumbada a su lado, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
– Somos demasiado perezosos -susurró ella mientras le acariciaba suavemente el vientre.
Habían desayunado y se habían vuelto a meter en la cama. Hicieron el amor antes de volver a quedarse dormidos. Aquélla era la idea que Aidan tenía de unas verdaderas vacaciones. ¿Qué más podía desear un hombre? Una cama suave, una hermosa mujer interesada en agradarlo y un lugar en el que pudiera estar confortablemente desnudo durante la mayor parte del día. Lo único que necesitaba para que fuera realmente perfecto era cerveza de barril y una televisión bien grande.
– ¿Qué tal lo he hecho?
– Yo te daría un sobresaliente -respondió Aidan.
Lily se giró hacia él y le mordió suavemente el brazo. Aidan le había enseñado lo que le gustaba y Lily se había aprendido la lección muy en serio. Ella le había enseñado que había algunas mujeres a las que les resultaba muy erótico un largo masaje en los pies. Aidan nunca le había chupado los dedos de los pies a una mujer, pero a Lily le había gustado mucho.
– Yo te doy un notable alto -dijo ella.
– ¿Cómo? ¿Por qué? Yo creía que lo había hecho bastante bien.
– Porque así te esforzarás más la próxima vez para que te dé una nota más alta.
Aidan consultó el despertador que había sobre la mesilla de noche.
– Es casi la hora de comer.
– Tal vez deberíamos hacer algo -comentó Lily. Estiró los brazos por encima de la cabeza-. Podríamos ir a la ciudad.
– O podríamos permanecer en la piscina -sugirió él.
– O podríamos almorzar en la cama…
– ¿No te parece que te estás tomando esto de la investigación demasiado en serio? -bromeó él-. No nos podemos pasar todo el tiempo en la cama.
Lily se dio la vuelta y se tumbó bocabajo. Apoyó un brazo sobre el pecho de Aidan y descansó la barbilla sobre su hombro.
– Uno jamás se toma la ciencia demasiado en serio. ¿Qué te parece si la novia de sir Isaac Newton le hubiera dicho que se fuera a casa a comer en vez de dejarle que se quedara sentado debajo de aquel árbol estudiando la gravedad? Yo tengo una responsabilidad para con el mundo.
Aidan la estrechó contra su cuerpo y hundió la nariz en el fragante cabello de Lily. Hacía poco más de un día que la conocía, pero sabía muy bien lo que le gustaba sobre ella. No se tomaba nada demasiado en serio. Lo que le había dicho sobre Miranda Sinclair habría sido suficiente para amargar su relación, pero con sus palabras sólo había provocado que a Aidan le resultara aún más atractiva.
No tenía miedo de admitir que tenía sus defectos e incluso los señalaba con gran sinceridad. Sin embargo, a ojos de Aidan, ella era perfecta. Perfecta con sus imperfecciones. Lily era una mujer de verdad.
Cerró los ojos. No sabía dónde diablos iba a terminar todo aquello, pero estaba dispuesto a darle el tiempo y la atención que necesitaba.
– Estaremos aquí tumbados un poquito más. Entonces, decidiremos qué podemos hacer -comentó él.
Oyó el zumbido familiar de su teléfono móvil. Lily le había advertido de que Miranda podría tratar de llamarlo. Cuando repasó la lista de llamadas perdidas, vio que el nombre de Miranda aparecía en cinco de ellas. Sin embargo, la llamada que tenía en aquellos momentos era de su agente. Se sentó en la cama.
– Tengo que contestar -le dijo a Lily-. Voy a por un poco de agua. ¿Quieres?
Lily asintió y se acurrucó en las almohadas antes de cerrar los ojos. Aidan se dirigió a la pequeña cocina de la casa de la piscina. Allí, abrió el teléfono.
– Hola, Sam. ¿Qué ocurre?
– ¿Dónde has estado? ¿Por qué no respondes el teléfono?
– Lo siento. Lo tenía apagado.
– ¿Durante dos días?
– He estado ocupado. Estoy de vacaciones.
– Pues yo jamás estoy de vacaciones en lo que se refiere a tu carrera. Y tú tampoco deberías estarlo.
Aunque le encantaba tener un agente como Sam, que siempre estaba pendiente de su trabajo y que jamás dejaba pasar una oportunidad, había veces en las que Aidan necesitaba relajarse un poco.
– ¿Qué es lo que ocurre?
– Bueno, en primer lugar, déjame que primero te diga que yo jamás me implico en los asuntos personales de mis clientes, pero acabo de recibir una llamada telefónica muy extraña de Miranda Sinclair. Ella afirma que tú te vas a casar con su ahijada.
– ¿Casarme yo? -repitió Aidan con una carcajada-. ¿Y de dónde se ha sacado una idea como ésa?
– De su propia ahijada. ¡Tu prometida! Se comportó como una loca por teléfono. Me dijo que había estado intentando llamarte y que quería saber si yo sabía cómo ponerme en contacto contigo. Yo creía que ibas a hablar con ella sobre su nuevo proyecto.
¿Era aquello a lo que Lily se había referido como «venganza»?
– No te preocupes. Lo arreglaré todo.
– Bien, pero es mejor que lo hagas con rapidez. El rumor se extiende como la espuma. Ya he recibido dos llamadas de US Weekly para confirmarlo. ¿Qué es lo que quiere que les diga?
– Que no es cierto -replicó Aidan-. No me voy a casar. De eso te puedo dar mi palabra.
– Está bien. Te he conseguido una reunión con los de Altamont Pictures. Tienen un proyecto nuevo muy interesante que creo que sería bueno para ti. No es una película de acción. La reunión es mañana.
– Mañana no puedo acudir a ninguna reunión.
– ¿Por qué no?
– Porque estoy en Nueva York. De vacaciones.
– Pues toma un avión de vuelta.
– No. Quiero quedarme aquí. Diles que tendrán que posponerla.
– Se trata de una gran oportunidad, Aidan. Me dijiste que querías algo diferente y te he conseguido esto. Si esto tiene que ver con una mujer, creo…
– Si realmente me quieren, esperarán. Tengo que dejarte. Te llamaré a finales de semana. Adiós, Sam.
Aidan apagó el teléfono y abrió el frigorífico. Sacó dos botellas de agua. Sabía que Lily simplemente estaba tratando de vengarse de Miranda, pero se preguntó por qué el hecho de que se hubiera mencionado la palabra «compromiso» y «matrimonio» no le preocupaba lo más mínimo. No hacía mucho tiempo que conocía a Lily, pero una cosa que sí sabía de ella era que le interesaba menos el matrimonio que a él.
En el último minuto, decidió meter el teléfono en el frigorífico antes de cerrar la puerta. Cuando regresó a la cama, se sentó en el centro y apretó la fría botella de agua contra el brazo desnudo de Lily.
– Te alegrará saber que la prensa va a anunciar nuestro compromiso muy pronto.
Ella abrió los ojos y se incorporó inmediatamente en la cama.
– ¿Qué has dicho?
– Que por Hollywood corre el rumor de que nos vamos a casar.
Lily se sentó en la cama y se cubrió el cuerpo desnudo con la manta.
– Oh, no…
– Oh, sí. ¿Sabes tú algo al respecto?
– No debía resultar así -explicó Lily. Se había ruborizado-. Ella no debía contárselo a nadie. Yo sólo se lo dije para vengarme de ella por meterse en mi vida.
– ¿Y qué fue exactamente lo que le dijiste, Lily?
La joven se sonrojó aún más.
– Llamé a Miranda y le dije que nos íbamos a casar. Entonces, os dije a ti y a Luisa que no respondierais a vuestros teléfonos si era Miranda la que llamaba para que pudiera sufrir un poco más. Yo iba a llamarla para decirle que estaba bromeando, pero entonces nos vinimos aquí y… bueno, se me olvidó.
– Me ha llamado a mí cinco veces y luego ha llamado a mi agente. Y debe de haber llamado también a alguien más, porque la noticia se ha filtrado a la prensa.
– Lo siento, lo siento… Te aseguro que no hablaba en serio cuando le dije eso. Fue lo único que se me ocurrió para fastidiarla. No sabes cómo es. Yo le digo siempre que parece una madrina sacada de una historia de terror.
– Sólo hay una cosa que podamos hacer.
– Sí, la llamaré enseguida y se lo explicaré todo.
– No. Creo que deberíamos casarnos -dijo Aidan tratando de mantener una expresión seria en el rostro-. Resulta más fácil que tratar de explicarlo todo. De todos modos, la prensa no nos creerá nunca. Sí. Creo que eso es lo que debemos hacer.
De repente, ella comenzó a sonreír.
– Eso sí que la enfurecería -dijo-. Miranda lleva planeando mi boda desde el día en el que me gradué de la universidad. No tiene hijos y se muere de ganas por empezar a redactar las listas de invitados.
– Parece que te quiere mucho.
– Así es. Eso ya lo sé, como también sé que sólo quiere verme feliz. Yo debería estar agradecida, pero algunas veces se excede.
– ¿Eres feliz ahora?
– Sí -respondió Lily tras mirarlo durante un instante.
– Bien. ¿Hay algo que yo pueda hacer para que seas aún más feliz?
– Bueno, podrías llevarme a la ciudad e invitarme a tomar un helado de coco. Hay una tienda en Eastport que vende los mejores helados.
– No resulta difícil agradarte.
No sería difícil enamorarse de Lily. Con ella, todo resultaba muy fácil. No le importaba que su nombre y el de ella fueran a aparecer en la prensa durante los próximos días. No le importaba tampoco que la madrina de ella estuviera decidida a cazarlo y a convertirlo en el marido de Lily. Demonios, no le importaba tener un poco de jaleo si eso significaba que podía estar con Lily y compartir la cama con ella.
La miró muy seriamente.
– Bueno, ¿vamos a tener una boda grande o una ceremonia íntima con tan sólo familiares y amigos?
– En realidad, le he dicho que nos vamos a fugar para casarnos -dijo Lily-. No le he dicho dónde. Tendremos que decidir ese detalle. ¿Qué te parece Canadá?
– Una boda canadiense. Suena muy agradable. Me gusta mucho Toronto. Allí hay un fantástico festival de cine. Y hay un lago muy grande.
Lily se echó a reír. Lo abrazó y tiró de él para que se volviera a tumbar en la cama. Le mordió suavemente el labio inferior.
– Creo que éste va a ser uno de los típicos compromisos matrimoniales de Hollywood. Lo tendremos que romper dentro de una hora. Simplemente diremos que nos hemos distanciado un poco, pero que seguimos siendo amigos.
– Amigos con derecho a roce -comentó él, riendo.
El pequeño pueblo de Eastport era uno de los lugares favoritos de Lily. Era famoso por sus tiendas de antigüedades. Cuando era adolescente, Lily se pasaba los sábados de sus vacaciones buscando tesoros en sus polvorientos estantes. Algunas de las tiendas habían cambiado de dueño, pero aún quedaban muchos rostros familiares a los que pasaba siempre a ver cuando estaba en la zona.
– Jamás he comprendido esto de las antigüedades -dijo Aidan mientras observaba un juego de cucharas de plata-. ¿Por qué comprar algo viejo cuando se puede comprar algo nuevo?
– Es la historia -respondió Lily. Señaló una tetera de plata que el dependiente les sacó enseguida-. Sujeta esto.
Aidan hizo lo que ella le había pedido y miró a Lily con perplejidad.
– ¿Saldrá un genio de ella si la froto?
– Piensa en la persona que poseyó este objeto en primer lugar. Está fechada en 1780. Un hombre la hizo con sus propias manos y la persona que la poseyó probablemente vivió la guerra de la Independencia. Tal vez se la trajo desde Inglaterra. Podría tener incluso un hijo que luchó en la guerra o incluso un marido. Ella vivió cuando este país nació y se calentó las manos con ella durante las frías noches de invierno. Nadie sabrá nunca su nombre ni las vivencias que tuvo, pero esta tetera forma parte de esa vida.
– Veo lo que quieres decir -afirmó Aidan tras pensárselo durante un instante. Miró al dependiente-. ¿Cuánto vale?
– Tres mil quinientos dólares.
– Me la llevo -dijo Aidan.
Lily se quedó perpleja.
– ¿Qué estás haciendo?
– Quiero comprarla.
– ¿Por qué? Tú no coleccionas antigüedades.
Aidan sacó la cartera y colocó una tarjeta de crédito sobre el mostrador.
– Simplemente la quiero. Quiero algo con lo que pueda recordar este día. Y me ha gustado tu historia.
El dependiente la embaló en una caja y le dio a Aidan el recibo para que lo firmara. Cuando salieron de la tienda, Lily se volvió para mirarlo.
– Estás loco. Probablemente podrías haber conseguido un precio mejor si hubieras regateado.
– Tal vez. Soy el alocado dueño de una tetera -afirmó-. ¿Sabes lo que de verdad me gustaría encontrar? Mi abuelo solía tener una hucha de un soldado. Se le colocaba la moneda en el fusil y entonces se accionaba una palanca. La moneda salía volando hacia un agujero de un árbol y se quedaba guardada en el tronco.
– Hay una tienda al final de la calle que está especializada en juguetes. Las huchas mecánicas están muy valoradas como piezas de colección.
– Yo solía jugar con esa hucha durante horas. Estaba en la universidad cuando mi abuelo murió y le pregunté a mi madre si me la podía quedar, pero ya habían donado muchas de sus cosas a tiendas benéficas -explicó. Agarró la mano de Lily y los dos siguieron paseando calle abajo-. Esto es muy divertido. Normalmente no me gusta ir de compras, pero contigo es muy agradable.
– Yo odio ir de compras, pero esto no lo considero así. Es más como si estuviéramos buscando un tesoro. Una nunca sabe lo que va a encontrar.
Aunque la mañana había comenzado de un modo algo extraño, Lily había logrado enmendar el día. Había llamado a Miranda para disculparse por la broma que le había gastado. Para su sorpresa, su madrina se había mostrado muy arrepentida y había admitido incluso que había ido demasiado lejos. Si Miranda esperaba una explicación de lo que estaba ocurriendo entre Aidan y Lily, no la obtuvo. Lily simplemente le dijo que Aidan era un hombre muy agradable y que se estaban divirtiendo.
Lily sonrió. Se imaginaba a Miranda en su casa de California especulando sobre los resultados de sus esfuerzos. Sin duda, acribillaría a Luisa a preguntas sobre si se acostaban o no, pero a Lily no le importaba. Tal vez debería agradecer la oportunidad. Probablemente no habría ocurrido nunca si lo hubiera dejado todo en manos del destino.
– ¿Quieres que cenemos aquí? -le preguntó Aidan-. Pasamos por delante de un italiano al entrar en el pueblo. Me apetece una pizza.
– Me parece bien -dijo Lily-. Podríamos ira buscarla y llevárnosla a casa.
– Eso suena incluso mejor -susurró él. La abrazó con fuerza y la estrechó contra su cuerpo. Le besó la coronilla y, durante un instante, Lily se sintió como si su vida fuera perfecta. Así se suponía que se sentía una persona cuando estaba enamorada. Vivía en un estado de felicidad absoluta.
– Ésa tienda es muy bonita -dijo Lily señalando una tienda de antigüedades al otro lado de la calle-. Tienen muchos juguetes antiguos. Tal vez encontremos allí tu hucha. O tal vez…
– ¿Aidan?
Él se detuvo y se giró lentamente al escuchar una voz de mujer. Una rubia de largas piernas estaba en la puerta de la tienda por la que acababan de pasar. Se quitó las gafas de sol y se acercó rápidamente a ellos.
– ¡Estaba segura de que eras tú!
– Hola, Brooke.
Ella le abrazó muy cariñosamente.
– ¿Qué estás haciendo aquí? Esperaba encontrarme con algunos conocidos de Los Ángeles, pero jamás contigo. Jamás me pareciste el tipo de persona que viene a los Hamptons.
– He venido de visita -respondió-. Lily, esta es Brooke Farris. Brooke, mi amiga Lily Hart. Me alojo en su casa.
Brooke miró a Lily y le dedicó una despreciativa sonrisa. Entonces, volvió a centrar toda su atención en Aidan.
– ¿Por qué no seguimos viéndonos? Yo pienso en ti constantemente. Nos divertíamos tanto…
Lily se giró hacia Aidan esperando que él respondiera. ¿Por qué no salía con aquella mujer? Era hermosa, alta… Lily decidió que el adjetivo que mejor la definía era «esbelta». Por mucho que ella se esforzara, jamás sería esbelta. Brooke tenía el cabello rubio y unos deslumbrantes dientes. Su maquillaje era perfecto y parecía que sus ropas acababan de salir de una revista de moda.
– Ya sabes cómo son las cosas -dijo Aidan-. Es la historia de siempre. He estado muy ocupado. Y no he estado en la ciudad.
– Bueno, pues asegúrate de llamarme cuando regreses. Eh, por cierto. Mañana por la noche hay una gran fiesta en casa de Jack Simons. Yo me alojo en su casa de invitados esta semana. Él va a dirigir mi próxima película. Te encantará. Todo el mundo va a estar presente. Pondré tu nombre en la lista -dijo. Metió la mano en el bolso y sacó un sobre-. Toma esto. Ahí dentro están las indicaciones sobre cómo llegar a la casa -añadió. Volvió a mirar a Lily-. Y puedes llevarte a tu amiga. Ella también es bienvenida.
Aidan la observó atentamente mientras se alejaba. Lily los observó a ambos y trató de decidir qué habían sido el uno para el otro. ¿Habían sido pareja? Seguramente. ¿Se habrían acostado? Cualquier hombre con sangre en las venas se habría esforzado por conseguirlo. ¿Se habrían enamorado? Aidan no parecía demasiado contento de verla.
– Es encantadora -murmuró Lily.
– Supongo que sí, pero no es tan guapa como tú.
Hasta aquel momento, Lily se habría creído todo lo que él le había dicho, pero le resultaba bastante difícil aceptarlo en este caso.
– No tienes por qué decir eso. Sé que no soy tan hermosa como ella.
– ¿De qué diablos estás hablando? Eres igual de hermosa, si no más porque, además, tú eres buena persona.
– Oh, sí -dijo ella con una risa forzada-. Una gran personalidad le reporta a una chica más hombres que un rostro y un cuerpo hermosos.
– Basta ya.
– No, tú eres el que tienes que evitar esa clase de comentarios. ¿No te parece que resulta bastante condescendiente que finjas que pertenezco a la misma categoría que esa mujer?
Lily tragó saliva. Le había resultado muy fácil creerse su fantasía, pero la verdad de todo el asunto era que Aidan podía elegir a las mujeres con las que quería estar. Ella sólo era con la que se estaba acostando en aquel momento hasta que apareciera alguien mejor. Podría soportarlo mientras él fuera sincero.
Se había prometido que no importaba, que cuando todo terminara se sentiría más que satisfecha y que seguiría con su vida, pero ya no podía soportar el hecho de pensar que Aidan se terminaría marchando con otra mujer, más hermosa y más segura de sí misma.
Él le tomó la mano y tiró de ella hasta que encontró un lugar tranquilo en el que pudieran hablar sin llamar la atención del resto de los peatones.
– Escúchame, Lily -le dijo él con voz tranquila y sosegada-. Si quisiera estar con una mujer como ésa, lo estaría. Quiero estar contigo. Estoy contigo. Fin de la historia. Ahora, ¿podemos seguir divirtiéndonos como antes y olvidarnos de esa mujer?
Lily lo miró a los ojos y vio que Aidan tenía la verdad escrita en ellos. No obstante, su instinto le decía que no confiara en él porque terminaría haciéndole daño. Estaba convencida de que sería así.
– Lo siento -dijo por fin-. Estoy cansada. Últimamente no hemos dormido mucho y esta mañana me he levantado muy temprano.
Aidan le acarició suavemente la mejilla y la besó.
– Tal vez deberíamos ir a comprar esa pizza y regresar a casa -sugirió él.
Lily asintió. Resultaba más sencillo fingir que todo iba bien, aunque sabía que sus posibilidades de mantener a su lado a un hombre como él eran, como mucho, escasas.
Tarde o temprano, él se daría cuenta de que sólo era una chica corriente. Todo lo que encontraba tan encantador o cautivador sobre ella se diluiría y comenzaría a preguntarse por qué se había sentido atraído por ella. Lo que había entre ellos era tan sólo una aventura de vacaciones. Todo el mundo sabía lo que ocurría con esa clase de relaciones. Terminan con el final de las vacaciones.
Capítulo 6
– ¿Señorita Lily? ¿Señorita Lily?
Lily se dio la vuelta en la cama y se tapó un poco más con la manta. Trataba de volverse a dormir, pero un incesante ruido en la puerta se lo impedía. Abrió un ojo y vio que el sol ya entraba por las puertas de la casa de la piscina.
– ¿Señorita Lily?
Se incorporó un poco y miró al otro lado de la cama. Aidan ya se había levantado y se había marchado.
– Estoy despierta -le dijo a Luisa-. Entra.
Luisa entró corriendo en la estancia con un teléfono inalámbrico en la mano.
– Siento molestarla, señorita Lily, pero es la señorita Miranda. Ha dicho que era una emergencia.
Lily miró el reloj. Eran sólo las siete de la mañana en Los Ángeles, demasiado temprano para que Miranda se hubiera levantado de la cama. Un escalofrío le recorrió la espalda.
– ¿Qué clase de emergencia? -preguntó mientras extendía la mano para agarrar el teléfono.
– No me lo ha dicho -respondió Luisa.
Lily se puso el teléfono al oído.
– Miranda, ¿qué es lo que ocurre? ¿Te encuentras bien? ¿Dónde estás?
– ¿Lo has visto esta mañana? Rachel me acaba de llamar y me ha dicho que los libreros de la costa este se están volviendo locos tratando de pedir más ejemplares de tu libro.
– ¿Cómo dices? -preguntó Lily, frotándose los ojos-. Miranda, ¿cuál es la emergencia?
– ¡Tu libro! Esta mañana estaban hablando de él en Talk to me, ya sabes ese programa que yo odio porque lo presentan unas mujeres que siempre están quejándose. Bueno, estaban hablando de tu libro. Los libreros están aceptando pedidos que no pueden entregar y no hacen más que perseguir a las distribuidoras. Es una locura. Rachel, la que se ocupa de la publicidad de la editorial, me ha llamado esta mañana y me ha dicho que quieren capitalizar esto. Necesitan que vayas a Talk to me.
– Yo… yo no puedo salir en televisión -dijo, casi sin comprender-. Tal vez podría firmar algunos libros, pero nada más. En cuanto me vean, se darán cuenta de que yo no he escrito ese libro.
– Pero sí que lo has escrito.
– Lo sé, lo sé, pero, ¿no te parece que es mucho mejor mantener mi identidad en secreto? Además, yo no quería escribir un libro sobre sexo, Miranda. Eso fue idea tuya.
– Lily, si le das publicidad a este libro, querrán comprarte otro y luego otro más. Les gusta que los autores ayuden a vender sus propios libros. ¿Por qué te crees tú que yo me paso seis meses al año en la carretera?
– ¿De verdad crees que debería hacerlo?
– Pues claro que sí. Rachel va a llamarte más tarde. Va a tomar un tren para ir a verte y preparar un plan contigo. Quieren que salgas en ese programa la semana que viene. Cómprate algo bonito. Yo voy a concertar una cita en tu nombre en el salón de belleza al que yo voy. Te arreglarán el cabello, te harán una limpieza de cutis y la manicura.
– Sí y, de paso, también me darán una personalidad nueva.
– Dile a Aidan que te ayude. Él se ha ocupado de conseguir que actrices de tercera realicen interpretaciones sorprendentes. Tal vez pueda ayudarte, es decir, si sigue ahí contigo…
– Sí, Miranda, sigue aquí.
– ¿Está contigo ahora mismo? -le preguntó-. No me respondas. Le preguntaré a Luisa qué es lo que está pasando. Ella es mucho más prolija con los detalles. Me ha dicho que duermes con él en la casa de la piscina. Cariño, tú puedes dormir en la casa. A mí no me importa y…
– Adiós, Miranda.
– Llámame más tarde y cuéntame lo que te haya dicho Rachel. Quiero saber exactamente lo que tienen planeado para ti. No dejes que te concierten demasiadas citas, y ni siquiera consideres los programas de segunda y tercera categoría. Además, ponte lo que quieras, pero no vayas de blanco. Te hará parecer una ballena.
– Miranda, sé lo que tengo que hacer. Llevo años coordinando tu publicidad junto a Rachel.
– Es cierto… Bueno, no hagas nada que yo no haría.
Lily colgó el teléfono y lo arrojó sobre la cama. Entonces, volvió a tumbarse. ¿Qué iba a hacer? Una cosa era haber escrito el libro y otra muy distinta defenderlo. Sí, efectivamente creía en todo lo que había escrito. Las mujeres deberían tener el poder de conseguir lo que desean sexualmente de los hombres, del mismo modo que los hombres llevaban años haciéndolo. Sin embargo, su única experiencia se reducía al encuentro con Aidan en el servicio del avión.
Recordó la tarde anterior, cuando se encontraron con Brooke.
– Ella sabría lo que hacer -musitó. Con su magnífico aspecto, a Brooke Farris seguramente le encantaba ir a los programas de televisión casi tanto como acostarse con Aidan-. Tal vez debería contratarla para que representara el papel de Lacey St. Claire. Eso resolvería todos mis problemas.
– ¿Va todo bien?
Era Aidan. Se acercó a la cama. Iba vestido con pantalones cortos y zapatillas deportivas. Estaba bebiéndose un vaso de zumo de naranja. Su cuerpo relucía con el brillo del sudor.
– No.
– Luisa me ha contado que Miranda ha llamado con una emergencia. ¿Tienes que regresar a Los Ángeles?
– No. A ella no le pasa nada. Me ocurre a mí.
– ¿Qué es lo que pasa? -quiso saber Aidan. Se sentó en la cama y la miró fijamente.
– Se ha estado hablado de mi libro en un programa muy popular de esta mañana y los libreros andan desesperados para obtener más copias. Mi editorial quiere que empiece a hacer publicidad.
– Eso es genial. ¿No?
– ¿Acaso parezco yo la clase de mujer que podría haber escrito ese libro?
– Pues sí. De hecho, eres esa clase de mujer.
– Miranda me convenció para que recabara información al respecto y escribiera el libro. Ahora, me están convenciendo para que le haga publicidad.
– Lily, no tienes que hacer nada que no desees hacer. En eso cuentas con todo mi apoyo. Si no quieres hacerle publicidad a tu libro, no lo hagas. Simplemente di que no.
Lily respiró profundamente.
– Jamás he tenido una fuente de ingresos a parte de lo que Miranda me paga. Llevo años queriendo tener mi propia casa. He ahorrado un poco de dinero, pero, si el libro se vende bien, tal vez gane lo suficiente para comprarme una casa. Por fin tendría una vida propia… ¿Quieres ayudarme, Aidan? Miranda me ha dicho que has conseguido que incluso actrices mediocres salgan bien en pantalla. ¿Crees que podrías convertirme en Lacey St. Claire.
– Recuérdame que le dé las gracias a Miranda por su cumplido -dijo Aidan. Se terminó el zumo y dejó el vaso vacío sobre la mesa.
– En realidad se trata sólo de eso, ¿verdad? De actuar. Si no soy esa mujer, puedo fingir serlo. Tú eres el director. Dirígeme.
– Estás bromeando, ¿verdad?
– Estoy hablando completamente en serio. Quieren que vaya a ese programa la semana que viene. Tengo que estar preparada. Tengo que parecer una… seductora.
Aidan la miró dubitativamente. Entonces, asintió.
– De acuerdo, pero primero tengo que darme una ducha… Tal vez nos podríamos duchar juntos. ¿Has hecho el amor alguna vez en una ducha?
– No -susurró ella. Sintió que se ruborizaba.
– La ducha es lo suficientemente grande para los dos. Podríamos considerar que esto es la primera lección. Vamos, Lacey. Atráeme a la ducha y haz lo que quieras conmigo.
Lily apartó la sábana y se puso de pie.
– Muy bien. Es un comienzo. Quítate la ropa.
Aidan negó muy lentamente con la cabeza.
– No. Me las vas a quitar tú. Tú eres la que debe practicar… Dios, eres muy hermosa por la mañana -murmuró.
Con Aidan todo resultaba muy fácil. Le había dejado muy claro que la deseaba tanto como ella lo deseaba a él. En lo que se refería al sexo, ella no tenía que pensar. Sólo sentir. Se puso de puntillas y lo besó. Entonces, le deslizó una mano sobre el vientre para acariciarle la entrepierna. Se la frotó sugerentemente hasta que empezó a notar que el miembro viril despertaba bajo la sedosa tela de los pantalones cortos que él llevaba.
– Voy a darme una ducha -susurró ella con voz muy seductora-. Puedes quedarte aquí o venirte conmigo.
– No importa. No necesito ducharme.
Lily frunció el ceño.
– Claro que sí lo necesitas. Tengo que deslizarte las manos enjabonadas sobre el cuerpo desnudo y limpiarte muy bien para que podamos…
Aidan la abrazó y la besó. Cuando por fin se apartó de ella, Lily echó a correr hacia el cuarto de baño. Él salió tras ella y Lily gritó cuando Aidan la agarró por la cintura y la llevó el resto del camino en brazos.
Cuando el agua salió caliente, Aidan se quitó los zapatos y los pantalones cortos. Entonces, la hizo entrar en el cubículo de la ducha. Allí, la besó apasionadamente, encendiendo inmediatamente su deseo. Lily se arqueó contra él y dejó que Aidan le besara suavemente hombros y senos. Cuando intentó bajar un poco más, ella lo agarró del cabello y lo obligó a incorporarse.
– Se supone que soy yo quien debe seducirte a ti. Dame una oportunidad.
Comenzó a acariciarlo lentamente, a explorar su cuerpo con labios y lengua. El agua facilitaba su tarea, por lo que Aidan no tardó mucho en estar completamente excitado y gimiendo de deseo. Lily sabía exactamente qué era lo que le volvería loco de deseo. Comenzó a besarle en sus partes más íntimas. Cuando deslizó los labios por la punta, él gimió de deseo y tuvo que apoyarse contra las paredes de la ducha con los ojos cerrados.
Lily decidió que, si no volvía a conocer a ningún hombre así de íntimamente, podría vivir con los recuerdos. Estos estaban tan profundamente grabados en su memoria que estaba segura de que podría recordar todas las caricias, todas las reacciones, sólo cerrando los ojos.
Ella lo tentaba con labios y lengua. Se sentía muy sorprendida por la facilidad con la que podía llevarlo al límite. Entonces, cuando estaba casi a punto, Aidan la agarró por los brazos y la obligó a levantase. Abrió los ojos y sonrió.
– No te muevas -le dijo, con los ojos nublados por el deseo.
Cuando regresó a la ducha, llevaba un preservativo en la mano. Se lo colocó rápidamente y la estrechó suavemente entre sus brazos, deslizándole los dedos entre las piernas.
Todos los nervios del cuerpo de Lily vibraban de tensión. Las caricias le aceleraban el pulso. Aidan era capaz de interpretar perfectamente los gestos de ella. Cuando llegó al límite, la levantó y le indicó que le pusiera las piernas alrededor de la cintura.
La penetró lentamente. Lily jamás había experimentado la sensación que sintió cuando lo sintió tan profundamente dentro de su ser. Los miedos y las inseguridades que le habían impedido amarlo desaparecieron por completo. ¿Por qué no podía sentirse así siempre, como si no hubiera nada que pudiera interponerse entre ellos?
Las sensaciones de placer que la atenazaban le impedían pensar racionalmente. Un momento más tarde, se vio presa de las sacudidas del clímax. Se tensó y se agarró con fuerza a Aidan. Segundos después, él llegó también al orgasmo. La apretó con fuerza contra la pared de la ducha mientras se hundía en ella una última vez.
Permanecieron unos instantes aferrados el uno al otro bajo la ducha. Los dos temblaban de placer. Lily sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y se permitió llorar sabiendo que sus lágrimas quedarían ocultas por el agua.
Jamás había experimentado tanta pasión con otro hombre. Aidan era al que quería en su vida, pero sabía que lo tenía todo en contra. Sus padres se habían querido mucho. Seguramente habían experimentado también aquella pasión, pero no había durado.
Una fantasía tenía una duración limitada. ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir dentro de ella antes de que el mundo real se entrometiera? Lily sabía que lo más seguro era que aquella aventura no tuviera un final feliz. Sin embargo, resultaría maravilloso mientras durara… ¿No?
Aidan estaba mirando el techo de la casa de la piscina, observando las aspas del ventilador. Lily llevaba más de dos horas encerrada en el despacho de Miranda con la publicista. Sin saber por qué, se encontraba intranquilo e inquieto.
Desde que regresaron del pueblo la tarde anterior, él había notado un sutil cambio en su relación. No sabía definir exactamente de qué se trataba, pero Lily tenía una mirada en los ojos que no sabía interpretar. ¿Tristeza? No. ¿Resignación? Tal vez.
Aunque habían hecho el amor en la ducha aquella mañana, Aidan había sentido una cierta desesperación en el deseo de Lily. Era como si quisiera demostrarse algo a sí misma… o tal vez a él. Aidan recordó el encuentro que habían tenido con Brooke.
Él no se había mostrado muy contento de verla. Se había comportado de un modo cortés, pero frío a las evidentes insinuaciones de Brooke. Aunque los dos habían salido un par de meses el año anterior y habían compartido la misma cama en cientos de ocasiones, jamás la había considerado una relación sería.
Demonios… Jamás había tenido una relación sería. Había tenido citas, relaciones sexuales, pero ninguna de ellas se había acercado ni siquiera a la definición de la palabra «seria». Sin embargo, no podía decir lo mismo de lo que había entre Lily y él.
Cuando estaba con ella, no quería estar en ningún otro sitio. En realidad, casi tenía miedo de dejarla, miedo de que lo que había entre ellos se evaporara de repente. Habían pasado tres noches y dos días juntos. En ese mismo momento en sus anteriores relaciones, ya habría empezado a buscar el modo de poner distancias entre ellos. Con Lily aún estaba tratando de encontrar el modo de acercarse más a ella.
Se levantó de la cama, se dirigió a la cocina y sacó una cerveza del frigorífico. Entonces, tomó el guión que se había llevado de Los Ángeles y trató de concentrarse en él, pero no hacía más que leer la misma página una y otra vez. No hacía más que pensar en Lily. Quería comprobar que estaba bien, pero le parecía mal molestarla. Debía recordar que tan sólo era un invitado en aquella casa. Como novio, podría tener más derecho, pero no tenía ningún título oficial en la vida de Lily.
Al menos era su amigo y conocía perfectamente el mundo de la publicidad. Decidió que podría ofrecerle sus consejos. Algo más tranquilo por estos pensamientos, salió a la piscina y se encontró allí a Lily, de pie junto al agua. Parecía perdida en sus pensamientos, tanto que no lo oyó acercarse.
– Hola. ¿Ya has terminado?
– No. Aún tenemos que revisar muchas cosas. Simplemente está llamando a su despacho para recoger los mensajes.
– ¿Cómo va?
– Considerando que odio volar, no le estoy poniendo las cosas muy fáciles. Estaba pensando que deberían ponerme uno de esos autobuses para recorrer todo el país en él.
– ¿Cuándo crees que vas a terminar?
– No lo sé. Lo siento. No creía que fuéramos a tardar tanto. Aún no hemos cenado. Luisa dejó algunas cosas en el frigorífico. Tal vez podrías ir al pueblo a comprar algo.
– No hay problema. Puedo esperar. Además, no necesito que me entretengas -susurró. Le rodeó la cintura con el brazo-, aunque me gusta que lo hagas.
– ¿Por qué no te vas a esa fiesta? -le sugirió ella evitando sus caricias-. Allí habrá personas que conozcas. Diviértete. Yo estaré aquí cuando regreses.
– Esas fiestas jamás son divertidas, Lily. Además, allí no hay nadie a quien yo quiera ver. Lo único que deseo está aquí.
– ¿Pero no es bueno relacionarte con la gente del cine?
Lily parecía decidida a librarse de él. Considerando que aún no tenía otra película, tal vez no sería tan mala idea acudir. No estaba en el punto de su carrera en el que se pudiera permitir rechazar una invitación a una fiesta de Jack Simons. Cuando estaba con Lily, le resultaba fácil olvidar que tenía una profesión.
– Iré si tú me acompañas.
– No puedo.
– Iremos juntos, cuando hayas terminado. Eh, ir a una fiesta así será un buen entrenamiento para ti. Si eres capaz de entablar conversación con un montón de personas que sólo piensan en sí mismas, podrás hablar con cualquiera. Además, la comida es siempre buena.
Para su sorpresa, Lily comenzó a considerar su sugerencia. Entonces, asintió.
– Está bien. ¿Por qué no vas tú primero? Yo me puedo reunir contigo cuando haya terminado. Llévate el todoterreno.
– ¿Y cómo vas a ir tú?
– Luisa sigue aquí. Haré que me lleve.
Aidan extendió las manos y frotó suavemente los brazos de Lily. La miró a los ojos. ¿Por qué estaba haciendo eso? Era casi como si lo estuviera alejando de su lado aposta, como si quisiera devolverlo al mundo que había dejado en Los Ángeles. ¿Se trataría de una prueba para ver si quería pasar la noche con Brooke en vez de con ella o simplemente le estaba dando algo que hacer con su tiempo?
– ¿Me prometes que vendrás?
– Te lo prometo.
Aidan observó atentamente el rostro de Lily para tratar de comprender sus sentimientos.
– No deseo a esa mujer. Quiero que quede claro si te estás comportando así por eso.
– Lo sé.
– Entonces, ¿a qué viene todo esto, Lily? Sé que te preocupa algo. Puedes ser sincera conmigo.
Lily se dio la vuelta y recorrió el borde de la piscina observando las aguas como si éstas contuvieran la respuesta.
– Me gustas -dijo por fin-. Eso es algo muy peligroso porque me hace desear pasar más tiempo contigo. Sin embargo, cuanto más tiempo estoy contigo, más me gustas.
– Así suele ocurrir habitualmente. ¿Qué tiene eso de malo?
– Cuando nos separemos, voy a echarte mucho de menos.
– ¿Y qué quieres hacer al respecto, Lily? -le preguntó Aidan acercándose a ella-. Tal vez deberíamos realizar un plan.
– Tal vez simplemente deberíamos dejarlo estar. Los dos sabemos cómo va a terminar esto. Tú tendrás que irte a grabar y yo estaré en Los Ángeles, y nos daremos cuenta de que ya no es tan bueno como lo era al principio. Jamás será tan bueno como esta semana aquí.
Aidan sabía que probablemente ella tenía razón, pero quería creer que, algún día, eso podría cambiar. Quería creer que Lily podría ser la elegida de su corazón, pero, si no lo creía, ¿cómo iba a poder convertirse en realidad?
– Creo que iré a esa fiesta.
Si Lily estaba tan decidida a construir un muro entre ellos, ¿por qué iba él a empeñarse en derribarlo? No necesitaba complicaciones en su vida. Resultaría mucho más fácil aceptar su relación como algo que tendría un principio y un final.
– Bien.
– ¿Sabes cómo llegar allí?
– Estuve en una fiesta benéfica en esa casa hace algunos veranos. Sé dónde está. Luisa me dejará de camino a su casa.
Las palabras no importaban. No esperaba que Lily se presentara en la fiesta. Estaba seguro de que, cuando regresara a la casa por la noche, ella le presentaría alguna excusa para justificar su ausencia. Tal vez incluso encontrara alguna razón para dormir en su propia cama aquella noche. Si ocurría así, Aidan empezaría a pensar en marcharse. Sentía que las cosas empezaban a ir mal y no sabía cómo impedirlo.
– Es mejor que regrese a la reunión. Hasta luego.
Aidan estaba cansado de evitar hablar de lo que, evidentemente, era un problema. Le agarró la mano y tiró de ella para tomarla entre sus brazos. La besó asegurándose de que ella sabía exactamente lo que sentía. Le moldeó la boca con la suya, ayudándose con los profundos movimientos de la lengua.
Así era como deberían ser siempre las cosas entre ellos. Una atracción tan profunda que ninguno de los dos pudiera negarla.
– Hagas lo que hagas, recuerda esto -murmuró-. Recuerda lo que se siente.
La soltó. Ella lo miraba con los ojos como platos. Entonces, Aidan se dio la vuelta y regresó a la casa de la piscina. Le tocaba mover ficha a ella. Si no reaccionaba, al menos Aidan sabría qué terreno pisaba. Si lo hacía, aún tendrían una oportunidad.
Lily había estado en casa de Jack Simons en otra ocasión en compañía de Miranda. Aunque su madrina siempre había tratado de conseguir que formara parte de la conversación, ella había preferido permanecer al margen y observar.
Resultaba mucho más fácil ser ella misma cuando no tenía que esforzarse por parecer interesante. Tal vez era lo único que le quedaba de una infancia en la barrera, observando. Al menos tenía mucho material para su novela. Podría ser que lograra encontrar más inspiración en aquella fiesta.
– ¿Qué tal estoy?
– Preciosa -le dijo Luisa-. Yo siempre he pensado que eras muy hermosa, Lily, y siempre me he preguntado también si tú terminarías dándote cuenta tú sola.
Se miró el vestido que llevaba puesto. Se lo había tomado prestado a Miranda. Se trataba de un vestido de seda salvaje, sin mangas, de color cobrizo. Lo acompañaba con un grueso collar con pendientes a juego que sabía que le habían costado una pequeña fortuna a Miranda en Bloomingdale's. Lo único que llevaba suyo eran las sandalias.
Tragó saliva. ¿Por qué había accedido a ir a aquella fiesta? Aidan quería que estuviera presente y, además, quería demostrarle a Brooke Farris que Aidan la había elegido a ella. Además, Jack Simons era amigo de Miranda y tenía que hacerlo por sí misma… y por Lacey St. Claire. Durante los próximos meses tendría que tratar con desconocidos. Si no conseguía relacionarse fuera del ambiente en el que se encontraba cómoda, jamás conseguiría que su libro tuviera un gran éxito. A pesar de todo, no dejaba de sentir una extraña sensación en el estómago, como de náusea.
– Seguro que él ya está de camino a casa, Luisa -dijo-. Llévame de nuevo a casa.
– Bueno, lo mejor es que veas por ti misma si él sigue allí. Yo esperaré fuera diez minutos. Si no sales en ese tiempo, sabré que lo has encontrado.
Lily asintió y trató de controlar los nervios. Cuando por fin llegaron a la casa, agarró con fuerza el bolso que también le había tomado prestado a Miranda y bajó del coche. Cuando llegó a la puerta, el guardia de seguridad la hizo detenerse.
– ¿Me enseña la invitación?
– He venido a reunirme con Aidan Pierce -dijo ella.
El guardia comprobó la lista.
– Tengo a Aidan Pierce, pero no se menciona que venga con acompañante. Lo siento.
Lily frunció el ceño. Brooke debía de haberse «olvidado» de añadirla a la lista de invitados. Decidió que no iba a consentir que la tratara de ese modo.
– Miranda Sinclair -comentó con cierta arrogancia. Merecía la pena intentarlo. Miranda siempre estaba invitada a todas las fiestas de los Hamptons.
– Aquí está -dijo el guardia-. Que disfrute de la fiesta, señorita Sinclair.
La casa de Jack Simons era una verdadera mansión, diseñada para que todo el mundo comprendiera lo rico y poderoso que era su propietario. Inmediatamente, un camarero se acercó a Lily y le ofreció una copa de champán. Ella lo aceptó y lo tomó de un trago. Miró a su alrededor y vio rostros familiares por todas partes: estrellas de cine, músicos y celebridades de índole diversa se mezclaban con facilidad con los nuevos ricos de la Gran Manzana.
Se dirigió a una de las mesas del bufé, tomó un canapé y se lo metió en la boca. Entonces, se dirigió hacia un lugar cerca de la chimenea en el que podía tomarse su champán y recorrer la sala en busca de Aidan.
– Mi estilista no dejaba de hablar de ello. Me dijo que tenía que leer ese libro. Me lo compré ayer cuando fui a la ciudad. Ni os podéis imaginar lo liberador que me resultó.
Lily no quería escuchar conversaciones ajenas, pero las tres damas que había a su lado estaban hablando tan alto, que resultaba imposible no oír lo que decían.
– ¿Funciona?
– Anoche seduje a mi marido en menos de diez minutos. Él siempre está tan cansado, que conseguir que considere la posibilidad del sexo ya es un logro. Sin embargo, se mostró muy interesado. Durante toda la noche. Y a la mañana siguiente también. Hacía años que no disfrutábamos tanto con el sexo.
Lily se acercó un poco más al grupo.
– Perdone, no quería escuchar lo que estaba diciendo, pero, ¿está usted hablando de Cómo seducir a un hombre en diez minutos?
– Así es. ¿Lo ha leído?
– Yo… Sí. Bueno, en realidad lo he escrito.
– ¿Es usted Lacey St. Claire?
– Sí. Es un pseudónimo. Mi verdadero nombre es Lily Hart.
– Oh, Dios mío. Me ha encantado su libro. Resulta informativo, directo… Yo siempre me sentía algo incómoda ante el hecho de iniciar el sexo, pero ese libro me ha liberado verdaderamente de mis inhibiciones. No sabe cómo ha cambiado mi matrimonio ese libro.
– Me alegro mucho.
– Me llamo Cynthia Woodridge y éstas son mis amigas Camille Rayburn y Whitney DeVoe.
Lily estrechó la mano de todas las damas. Se sentía atónita de haber conocido verdaderamente a alguien que había disfrutado con su libro.
– Mucho gusto.
– Tiene que venir a mi club de lectoras -dijo Cynthia-. No he hecho más que hablar de ese libro desde que lo leí ayer. He encargado algunas copias para mis amigas. ¿Va a pasar usted el verano en Hamptons?
– Sí. Me alojo en casa de Miranda Sinclair.
– Qué bien. Ahora, díganos -observó Cynthia-. ¿A cuántos hombres ha seducido usted con sus técnicas?
– Eso no lo puedo revelar-comentó Lily riendo-. Digamos que utilizo mis poderes prudentemente.
– ¿Hay alguien aquí a quien le gustaría seducir? -le preguntó Camille-. Me encantaría ver cómo lo hace.
Lily se quedó muy sorprendida por aquella petición.
– Bueno, supongo que podría mirar a ver si hay alguien que me interese -susurró. Miró a su alrededor buscando a Aidan-. No veo nada. Creo que voy a mirar fuera.
El trío la siguió a una distancia discreta. Las cuatro mujeres salieron a la terraza y allí, Lily vio por fin a Aidan, que estaba sentado en un murete. A su lado, Brooke, que llevaba un vestido muy ceñido y con un escote que le llegaba prácticamente al ombligo.
– Ahí está -dijo-. Me gusta ése.
– No lo conozco -comentó Cynthia-, pero es muy guapo. ¿Lo conocéis, chicas?
– No -respondió Whitney-, pero la que está con él es Brooke Farris. La odio. Mira qué vestido lleva puesto. Todo el mundo sabe que no lleva ropa interior.
– Adelante -dijo Camille-. Róbeselo a esa mujer. Me encantaría verlo.
Lily sabía que, si conseguía realizar aquel truco de un modo convincente, todas las mujeres de la fiesta conocerían su hazaña antes de que terminara la noche. Al día siguiente, Lacey St. Claire tendría la reputación que ella necesitaba tan desesperadamente.
– ¿Qué es lo que va a hacer primero? -quiso saber Camille.
– Llamar su atención -respondió Lily.
Comenzó a mirar fijamente a Aidan. Brooke le estaba hablando, pero él no parecía estar prestándole atención. De vez en cuando, ojeaba a los invitados. ¿La estaría buscando?
De repente, sus miradas se cruzaron.
– Ya está -murmuró Lily.
– Sí -susurró Camille-. Ha funcionado.
Lentamente, Aidan se apartó de Brooke y se dirigió hacia ella. Lily oyó que Brooke lo llamaba, pero ella comenzó a andar hacia él. Los dos se encontraron en el centro de la terraza. Ella levantó la mano y se la colocó en el torso.
– Hola -musitó ella-. Creo que no nos conocemos.
– ¿No?
– Me llamo Lacey St. Claire.
– Y yo Aidan Pierce -dijo él-. Creía que ya no ibas a venir -añadió, susurrándole las palabras al oído.
– Toma mi mano.
– Está bien…
Aidan hizo lo que ella le había pedido. Entrelazó los dedos con los de ella y se los llevó a los labios.
– Hay música. ¿Le gustaría bailar, señorita St. Claire?
– Sí. Me encantaría.
Aidan se colocó la mano de Lily en el brazo y la condujo a la pista de baile. Ella jamás había bailado con un hombre. Había bailado con muchachos en las fiestas escolares, pero aquello era algo completamente diferente. Los dos comenzaron a moverse suavemente por la pista.
– Me alegro de que hayas venido. Ya creía que no lo ibas a hacer.
– Yo también me alegro de haberlo hecho. Me gusta bailar contigo, Aidan.
– No se me da muy bien.
– Eres maravilloso -susurró ella mientras apoyaba suavemente la cabeza sobre el hombro de él.
– Estás muy guapa con ese vestido. Cuando te vi, no podía creer lo que estaba contemplando…
Lily lo miró a los ojos y sonrió. Aidan siempre sabía qué decirle para conseguir que se sintiera bien. De todas las mujeres hermosas que había en aquella fiesta, había elegido bailar con ella. Se inclinó sobre ella y la besó, humedeciéndole suavemente los labios con la lengua.
– Creo que ya he tenido bastante fiesta -dijo él-. Salgamos de aquí.
La tomó de la mano y la sacó de nuevo al jardín. Allí, Lily se volvió para mirar brevemente a Cynthia, Camille y Whitney, que la contemplaban con la boca abierta. Brooke también los miraba desde la terraza, con una mirada asesina en los ojos.
– ¿Adónde vamos? -le preguntó ella.
– No sé. A algún lugar en el que podamos estar solos. Ahora mismo. Tengo que tocarte y no puedo hacerlo en medio de una multitud.
– Podríamos marcharnos a casa…
– No. Eso nos llevaría demasiado tiempo.
En el césped había tiendas, que parecían sacadas de las noches árabes, pero Aidan no les prestó atención alguna. La llevaba hacia un edificio de cristal, de techo muy bajo, que había cerca de las pistas de tenis. Era un invernadero. Aidan abrió la puerta y los dos entraron.
– ¿Estás seguro de que podemos estar aquí?
– La puerta no estaba cerrada, así que lo consideraremos una invitación para, al menos, echar un vistazo en su interior.
Lily casi no lo veía, pero sentía su tacto. Él la agarró por la cintura y la sentó en el banco de trabajo.
– ¿Sabes cuánto te he echado de menos esta noche? -le preguntó él.
Le besaba la piel con labios ardientes mientras que la lengua trazaba una línea húmeda por donde pasaba.
– Dímelo…
– Durante todo el tiempo que llevo aquí, me moría de ganas por estar en otro lugar -susurró. Le bajó el vestido hasta conseguir dejar al descubierto un seno.
– Yo también te he echado de menos a ti. Me he acostumbrado a tenerte cerca.
Aidan le enmarcó el rostro con las manos y la besó apasionadamente.
– ¿Qué vamos a hacer al respecto?
Hasta aquel momento, habían evitado hablar del futuro. Sin embargo, se estaba haciendo cada vez más evidente que iban a tener que hacerlo tarde o temprano. ¿Qué ocurriría a finales de semana? ¿Seguirían sintiendo aquel abrumador deseo o habrían cambiado ya sus sentimientos?
– Hazme el amor -suplicó Lily.
– ¿Aquí?
– Sí. Necesito sentirte dentro de mí.
Aunque se arriesgaban a que los descubrieran, Aidan se tomó su tiempo. La sedujo lentamente con los dedos hasta que Lily estuvo más que excitada. Cuando por fin se hundió en ella, la agarró con fuerza y le susurró su nombre al oído.
En el pasado siempre habían hecho el amor con intensidad, pero en aquella ocasión Aidan parecía casi desesperado por establecer una conexión más íntima, por llegar más profundamente, por encontrar un lugar que hubiera dejado sin tocar.
Lily sintió que la emoción se apoderaba de ella. Aidan había puesto su vida patas arriba en cuestión de días. Le había hecho creer que la felicidad era posible. ¿Podría sobrevivir cuando se quedara sin todo aquello?
Se aferró a él y se dejó llevar por las sensaciones. El placer parecía cada vez más cercano. Ella gemía de placer a medida que él iba incrementando el ritmo. Los dos estaban perdidos en su pasión, atrapados en un huracán de deseo. Era un sentimiento primitivo que los llenaba plenamente. Cuando el orgasmo llegó por fin, fue profundo y poderoso. Aidan la acompañó enseguida. Sus cuerpos se arquearon el uno contra el otro hasta que no les quedó nada más por dar. Lily trató de respirar y de tranquilizar los alocados latidos de su corazón.
Aidan jamás la había poseído de un modo tan fiero, tan decidido, como si quisiera demostrar que lo que compartían era irrompible. Lily no sabía lo que significaba. Tal vez no lo sabría nunca.
De momento, se pertenecían el uno al otro, en cuerpo y alma. Habían dejado de fingir que lo que había entre ellos no era más que una aventura casual para reclamarse el uno al otro. Ocurriera lo que ocurriera, una parte de Aidan siempre le pertenecería.
Capítulo 7
– ¿Qué te parece éste? -le preguntó Lily. Se colocó delante el vestido que había elegido y se miró en el espejo-. Tiene que ser un poco sexy, pero sofisticado al mismo tiempo.
Miranda había llamado a su tienda favorita de Southampton y les había pedido que enviaran una selección de vestidos para la entrevista que Lily tenía en televisión la semana siguiente. Tenía los vestidos encima de la cama. Entre ellos, había algunos que eran del agrado de Lily, pero no estaba segura de que Lacey St. Claire se los pusiera.
– Me gusta ése -dijo Aidan. Estaba tumbado al otro lado de la cama con la nariz metida en el último número de Sports Illustrated. Como siempre, iba ataviado con sus pantalones cortos y sus chanclas-. Esta noche juegan los Mets. Deberíamos ir a la ciudad para ver el partido.
– ¿Cómo puedes pensar en el béisbol cuando yo estoy en medio de una crisis?
Él se asomó por encima de la revista e hizo un gesto de impaciencia.
– ¿Esto es una crisis? Pues entonces llamaré a los medios de comunicación.
Lily le dedicó una sonrisa a regañadientes.
– Está bien. No es una crisis, simplemente un problema que tengo que resolver. Quiero que me digas qué te parece. Eres un hombre. Sabes lo que resulta sexy en una mujer. Recuerda que soy Lacey St. Claire.
Aidan miro el vestido durante un largo instante.
– No lo sé. Tendrás que probártelo.
Con un dramático suspiro, Lily arrojó el vestido sobre la cama y comenzó a desnudarse. Aidan ya no parecía estar tan interesado en su revista. La observaba atentamente, sin perderse ningún detalle.
– Espera -dijo él al ver que Lily tomaba el vestido para ponérselo-. Me gustas así, pero mejor sin el sujetador ni las bragas. Prueba así.
– Eso sí que quedaría bien en la televisión…
– No importa lo que te pongas. A ti te sienta bien todo. Y nada.
Tenía que ser Aidan quien hiciera desaparecer su ansiedad con un cumplido. Se subió en la cama y se sentó sobre él. Entonces, agarró la revista y se la tiró al suelo.
– ¿Por qué eres tan amable conmigo?
– Porque me gustas. Me gustas mucho. Eres mi chica favorita. La verdad es que… -susurró mientras levantaba las manos y comenzaba a acariciarle los brazos. Parecía estar buscando las palabras que quería decir- la verdad es que… Bueno, creo que deberíamos hablar sobre la verdad.
– Parece algo muy serio. Creía que no nos poníamos serios.
– Tal vez deberíamos intentarlo. He hablado con mi agente esta mañana y voy a tener que volver a Los Ángeles pasado mañana. Me preguntaba si… Bueno, me preguntaba qué iba a pasar con nosotros, porque realmente me gustaría seguir viéndote.
– ¿De verdad? -preguntó Lily. Le resultó imposible no esbozar una sonrisa-. ¿Qué significa eso?
– No lo sé. Significa que quiero verte. ¿Qué crees tú que significa?
– Podría significa que quieres pasarte de vez en cuando a hablar. O que tal vez te gustaría invitarme a cenar y a ver una película el viernes por la noche. También podría significar que quieres hacer una visita nocturna a mi cama de vez en cuando.
– Yo no hago ese tipo de cosas.
– Todos los hombres lo hacen. Está impreso en vuestro ADN.
Aidan extendió la mano y le cubrió la mejilla con ella.
– Significa que no quiero que esto termine.
– Yo tampoco, pero en verano vivo aquí. Mi trabajo está aquí. Además, tengo que realizar la publicidad de mi libro, que va a durar más de seis semanas. Tú probablemente empezarás con las localizaciones de tu próxima película. No creo que esto vaya a funcionar.
– Haremos que funcione.
– Tal vez simplemente estemos destinados sólo a tener un romance de vacaciones.
– No digas eso -dijo Aidan. Se incorporó y la agarró por la cintura. Entonces, la obligó a tumbarse a su lado y se colocó encima de ella-. Lily, no puedo conseguir que esto funcione si tú no crees en ello.
– Quiero creer, pero vi cómo a mis padres les costaba mucho mantener su relación. Fue un largo y doloroso proceso. No estoy segura de que yo pudiera pasar por eso y salir indemne de ello.
– Entonces, ¿simplemente quieres dejar que esto pase?
– No. Quiero creer que podríamos hacer que funcionara, pero tenemos que ser realistas. Y sinceros el uno con el otro. Estoy dispuesta a intentarlo, pero si las cosas empiezan a ir mal, tendrás que prometerme que lo daremos por terminado. Sin ira, sin lamentaciones, sin tratar de arreglar algo que no se puede arreglar. Nos desearemos lo mejor el uno al otro y nos diremos adiós.
Por la expresión que Aidan tenía en el rostro, se notaba que no le importaba lo que Lily acababa de sugerir. Ella sabía que las relaciones, incluso en las circunstancias más favorables, no resultaban fáciles. Con su propia historia familiar y la profesión de Aidan, las posibilidades de éxito se reducían un poco más. Ella sólo quería estar preparada para lo peor. ¿Estaba mal eso?
– Muy bien -dijo él.
Se inclinó sobre ella y la besó. Aquel sencillo gesto rápidamente prendió el deseo en el cuerpo de Lily. ¿A quién estaba tratando de engañar? Tardaría toda una vida en olvidarle.
– ¿Me vas a ayudar a preparar las preguntas de mi entrevista?
– Sí. ¿Tienes una lista?
– Sí, pero ésas ya las he practicado. Necesito preguntas nuevas, inesperadas. Pregúntame cualquier cosa. Cuanto más provocadoras sean, mejor.
Aidan se apartó de ella y se tumbó a su lado.
– Está bien. ¿Por qué decidiste escribir este libro?
– Esta estaba en la lista.
– De acuerdo. ¿Cuántos hombres has seducido con el pretexto de investigar para este libro?
– A ninguno.
– ¿A ninguno?
– Hasta que te conocí, no había estado más de un año con ningún hombre. Estaba esperando a que viniera el adecuado.
– ¿Y ha llegado?
– Tal vez. No lo sé. Tendremos que darle tiempo. ¿Y tú? ¿A cuántas mujeres has seducido en tu vida?
En realidad, no quería saber la respuesta, pero sentía curiosidad. Un hombre como Aidan debía de tener muchas oportunidades.
– Soy yo el que hace las preguntas aquí. ¿Cuál es tu fantasía sexual favorita?
Lily abrió los ojos como platos.
– ¿De verdad crees que me podrían preguntar algo así?
– Podrían. Es mejor que respondas, por si acaso.
Lily consideró su respuesta durante mucho tiempo.
– No lo sé. Supongo que la estoy viviendo en estos momentos. No… Ésa no es una buena respuesta. Una enorme bañera llena de burbujas, una botella de champán y mi hombre favorito en la bañera conmigo.
– Muy excitante. Se han escuchado rumores de que te estás acostando con el guapo e inteligente director de cine Aidan Pierce. ¿Qué te parecen sus películas?
– Las he visto todas al menos cinco o seis veces y creo que son fabulosas.
Aidan soltó la carcajada. Evidentemente, había dado por sentado que ella le había contado una mentira. Sin embargo, era la pura verdad. Lily se preguntó si había llegado por fin el momento de confesarle la fijación que tenía con él desde hacía un año, desde el momento en el que lo vio en el aeropuerto. Tal vez se lo contara algún día, pero sólo cuando no tuviera ninguna consecuencia.
– Hemos oído también rumores de que él es realmente bueno en la cama. ¿Le importaría confirmar la veracidad de esta afirmación?
– No voy a confirmarlo ni a desmentirlo -dijo Lily-, pero lo que sí voy a decir es que sabe besar muy bien -añadió. Comenzó a deslizarle el dedo por el labio inferior-. ¿Quién te enseñó a besar?
– Di una clase.
– Hablo en serio. ¿Quién fue?
– Alison Armstrong. Tenía trece años y yo once. Tal vez doce. Ella había besado a muchos chicos y, por alguna razón desconocida, centró sus atenciones en mí.
– Una chica inteligente.
– No. En realidad, yo era un muchacho delgaducho y feo. Llevaba aparato en los dientes y gafas. Además, me ponía unas zapatillas azules que a mí me parecía que eran muy chulas porque se parecían a las de los Power Rangers.
– No te creo.
– Es cierto. Un día, Alison se me acercó y me dijo que quería verme en el campo de fútbol. Yo me presenté pensando que me iba a pedir que le hiciera los deberes de Matemáticas o que le prestara mi cámara de vídeo. Sin embargo, ella se limitó a comerme a besos.
– ¡Qué guarra!
– Oh, sí. Me metió la lengua en la boca. Yo no sabía qué estaba haciendo, pero me dejé llevar. Muy pronto, aprendí lo que había que hacer. Nos reunimos tres días más y aprendí todo tipo de cosas.
– Y, después de eso, ¿pudiste conseguir a todas las chicas que querías?
– No. No besé a ninguna otra chica hasta que estuve en el instituto, pero cuando llegué a la universidad, mis posibilidades mejoraron notablemente. Crecí, me quitaron los aparatos, me pusieron lentillas y me cortaron el pelo decentemente. Me había convertido en un estudiante de cinematografía, por lo que me consideraban muy guay sin que yo tuviera que esforzarme mucho.
– Yo te habría besado. A mí no me besaron hasta la noche de mi primer baile del instituto. Fue Grady Perkins. Besaba fatal.
– ¿Quién te dio el primer beso que mereciera la pena?
– Tú. Cuando me besaste en el avión. Un beso debería ser… sorprendente. Emocionante y aterrador a la vez. Jamás debería ser corriente.
– Para ser la mujer que escribió Cómo seducir a un hombre en diez minutos, eres una verdadera romántica.
Lily se acurrucó un poco más contra él.
– A veces creo que es mi reacción a lo que tuvieron que pasar mis padres y de lo que yo fui testigo. Quiero creer, pero sé que estoy siendo demasiado idealista.
– Mis padres llevan treinta y cinco años casados -dijo Aidan-. Aún siguen locamente enamorados el uno del otro.
– Tienen suerte -susurró ella. Entonces, besó a Aidan rápidamente en los labios-. Bueno, tengo que decidirme sobre el vestido. Luego tengo que llamar a Miranda y hablar con ella de la publicidad de mi libro.
– Está bien, pero quiero que hagamos planes para esta noche. Vamos a ir en tren a Nueva York para ver un partido de béisbol. Será una cita. Incluso te invitaré a cenar.
– Muy bien. Es una cita.
Aidan se bajó de la cama y señaló un vestido verde claro de estilo imperio.
– Ése. Va muy bien con tus ojos -dijo. Entonces, agarró la revista que tenía en el suelo y salió de la habitación.
Lily tomó el vestido y se lo puso por encima. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que él tenía razón. Hacía juego con sus ojos. Algunas veces, parecía que Aidan sabía más sobre Lily Hart que ella misma. Aunque no había tenido intención alguna de abrirse tan completamente a ese hombre, había ocurrido de todos modos. Lily sospechaba que estaba más metida en aquella relación de que lo que había planeado en un principio.
– No he estado nunca en un partido de béisbol -dijo Lily-, pero los he visto por televisión y parecen entretenidos.
Estaba de pie junto a Aidan, agarrada a la barra superior mientras el metro los balanceaba de un lado a otro. Él estaba agarrado a su cintura. Para un observador casual, el gesto sería protector, pero, en realidad, a Aidan le gustaba tocarla, mantener el contacto físico con ella. Si no podía agarrarle la mano, le apoyaba la suya en la espalda o la agarraba del codo mientras caminaba.
Aidan había visto cómo su padre hacía lo mismo durante años. Siempre le había parecido muy raro. Le parecía como si su padre no se fiara de que su madre pudiera mantenerse en pie sola. Por fin, Aidan se había dado cuenta de que no era eso. A su padre simplemente le gustaba tocar a su madre.
– Supongo que eso significa que no te gustan mucho los deportes.
– A Miranda le gusta más la ópera y el ballet. Además, cuando estamos aquí en verano, siempre vamos a ver espectáculos de Broadway.
– Podríamos ir a ver uno. No es demasiado tarde.
– No, no. Tenemos una cita. Tú has elegido y a mí me interesa el béisbol. Sin embargo, pensaba que el equipo de Nueva York eran los Yankees.
– Nueva York tiene dos equipos, los Yankees y los Mets. El estadio de los Yankees está en el Bronx y el Shea Stadium en Flushing, en Queens. Yo crecí en Queens, en Rockaway Beach. Por eso, soy fan de los Mets.
– ¿Siguen viviendo allí tus padres?
– En la misma casa. Mi madre es maestra y mi padre trabaja para el departamento de parques y jardines.
– Debió de ser muy agradable tener una infancia normal, con recuerdos normales. Creo que, si yo tuviera hijos alguna vez, eso sería lo que querría para ellos. Todo eso de la fama resulta muy confuso para los niños. Yo jamás lo comprendí.
– ¿Cómo es eso?
– A la gente le interesaban mucho mis padres. Por dondequiera que íbamos, siempre había alguien que quería una fotografía o un autógrafo. Cuanto más en crisis estaba el matrimonio de mis padres, más fotógrafos nos seguían. Ella tenía que disfrazarse para poder llevarme a mí al colegio.
– Creo que tu madre podía haberse enfrentado a esa situación de otro modo, ¿no te parece?
Lily se encogió de hombros.
– Ella decía que era parte de su trabajo. Que una estrella de cine estaba acabada cuando ya nadie quería hacerle fotos. Esto es lo normal -dijo ella mientras miraba por la ventanilla-. Ir a un partido de béisbol en el metro. Comer perritos calientes y palomitas. Tú podrías comprarme algo en la tienda del club. Y nadie nos sigue.
– ¿Qué te gustaría que te comprara?
– Una bandera.
– No hay problema. Puede que te compre también una gorra. Te convenceré para que te hagas de los Mets. No me gustaría que te inclinaras hacia el otro lado. Los Yankees tienen seguidores de sobra.
La estación de metro estaba justo enfrente del Shea Stadium. Descendieron rápidamente rodeados por una multitud de seguidores y entraron en el estadio.
– Esto es muy emocionante. ¿Nos vamos a sentar muy alto?
– No. Tenemos entradas para el lado de la tercera base -dijo él-. Con unos amigos -añadió-. En realidad, te voy a presentar a mis padres.
– ¿Que me vas a presentar a tus padres?
– Sé que debería habértelo dicho antes, pero no quería que creyeras que era muy importante, porque no lo es. Es sólo un partido de béisbol. Le regalé a mi padre cuatro abonos por Navidad y nadie utiliza los otros dos. No te preocupes. Les dije que iba a venir con una amiga. No he dicho novia ni nada por el estilo.
– ¿Y no crees que van a dar por sentado que estamos juntos?
– Lo que piensen no importa. Vamos tan sólo a un partido de béisbol y da la casualidad de que mis padres están sentados a nuestro lado. Les gusta el béisbol. Son personas agradables, Lily. Te prometo que te caerán bien.
La realidad era que quería presentarles a Lily a sus padres. Quería que supieran que él era capaz de conocer a una chica normal, que les gustara a ellos, no una de las típicas bellezas de Hollywood. Además, quería demostrarle a Lily que a veces los matrimonios sí duran para siempre, que había parejas que sí vivían los finales felices.
– Esto no es justo -protestó ella-. Deberías habérmelo advertido.
– Tú no eres radiactiva ni ellos caníbales o asesinos en serie. No te van a secuestrar ni a pedir un rescate por tu liberación. Como mucho, mi madre podría decirte que eres muy mona y mi padre te podría preguntar si te apetece una cerveza. Si eso es motivo de preocupación, podemos darnos la vuelta y regresar a casa.
Lily tardó sólo unos segundos en ver lo estúpidos que eran sus miedos. Cuando por fin cedió, Aidan se inclinó sobre ella y la besó.
– Está bien. Ahora podemos ir a buscar nuestro asiento.
A pesar de que había mucha gente, Aidan vio a sus padres inmediatamente. Los saludó con la mano, pero ellos no lo vieron a él hasta que los dos estuvieron prácticamente delante de sus progenitores.
– Hola -dijo.
Los dos se quedaron atónitos al verlo. Su madre esbozó inmediatamente una amplia sonrisa y le dio un abrazo.
– ¡Ya estáis aquí! -exclamó llena de alegría.
El padre de Aidan lo abrazó también y le dio una fuerte palmada en la espalda.
– Tienes buen aspecto. Estás bronceado.
Lily permaneció en un segundo plano, pero Aidan se dio la vuelta y le agarró la mano.
– Mamá, papá, ésta es Lily Hart. Lily, éste es mi padre, Dan Pierce y mi madre, Ann Marie.
Lily sonrió afectuosamente y extendió la mano.
– Hola. Es un placer conocerlos.
La madre de Aidan le dio un amigable abrazo.
– ¿Lily, ha dicho? Bueno, Aidan dijo que iba a venir acompañado, pero yo pensé que sería uno de sus amigos del barrio. Me alegra ver que se ha traído a alguien mucho más interesante.
La mujer entrelazó el brazo con el de Lily y se dirigieron juntas hacia la entrada.
– ¿Cuánto tiempo hace que os conocéis?
Aidan permaneció al lado de su padre.
– Es muy guapa -dijo Dan.
– Sí. Y también muy lista.
– ¿Es algo serio?
– Aún no estoy seguro. Podría serlo.
– Bueno, no dejes que tu madre la asuste. Lleva mucho tiempo esperando este día. Cuando tenga a Lily arrinconada, no creo que vaya a querer dejarla marchar. Tal vez decida encerrarla con llave en el sótano y darle ensalada de pollo para comer. Cuando tenemos invitados, siempre prepara ensalada de pollo. Jamás lo he entendido.
Aidan soltó una carcajada y recordó las palabras que le había dicho a Lily. Le había asegurado que sus padres no presentaban ningún peligro para ella, pero se había mostrado demasiado optimista.
– Me sentaré entre ellas.
Aidan descubrió que tratar de desviar el interés que su madre sentía por Lily le resultaba mucho más difícil de lo que había esperado. Insistió en que Lily se sentara junto a ella. Para no hacer una escena, Aidan cedió. Estaba claro que su madre quería evaluar plenamente a Lily tan pronto como le fuera posible.
A los pocos minutos, Aidan tomó a Lily por la mano y la hizo levantarse.
– Vamos. Voy a comprarte la gorra que te había prometido. ¿Os puedo traer algo? ¿Cacahuetes? ¿Otra cerveza? Lily y yo vamos de compras.
Ann Marie soltó una carcajada.
– ¡Vaya! Pues eso sí que es un cambio a mejor. A Aidan no le gustaba nada ir de compras.
– Vamos a comprar una gorra de béisbol, mamá, no paños de cocina. Volveremos enseguida.
Condujo a Lily hacia la salida. Cuando llegaron a la galería, la agarró por la cintura y lo besó larga y profundamente.
– Lo siento -dijo-. Lo siento. Jamás pensé que se comportaría de este modo.
– ¿De qué modo? Tu madre es muy agradable.
– ¿Agradable? Pero si te está interrogando y eso que el partido acaba de comenzar. Estoy seguro de que ya está planeando una reunión familiar que te incluya a ti. Estoy seguro de que invitará a todo el mundo.
– ¿Es que lo ha hecho ya antes? -preguntó Lily, riendo-. ¿Tiene a tus antiguas novias enterradas en el jardín trasero?
– No. Jamás he llevado a una chica a casa. Por eso se está comportando así.
– Pero supongo que les habrás presentado a alguna chica.
– Desde el instituto, no. Y ésas eran sólo amigas.
Lily lo miró con incredulidad.
– ¿Y te extraña que tu madre esté tan interesada en hablar conmigo? Probablemente había pensado que eras gay.
Aidan frunció el ceño. Comprendió que Lily tenía razón.
– Vaya… Ahora todo encaja… No es que a mis padres eso les suponga ningún problema, pero… Además, la razón por la que jamás he llevado a ninguna chica a mi casa es porque las mujeres con las que he estado últimamente no hubieran podido apreciar Rockaway Beach.
– ¿Y crees que yo sí?
Aidan se encogió de hombros.
– Bueno, sabía que a ti no te importaría. Eres la persona menos pretenciosa que he conocido. Eres divertida, dulce… Quería que mis padres supieran que podía encontrar a alguien que les gustara. Siento haberte puesto en esta situación. No quería hacerlo, pero sabía que tú no sacarías ninguna conclusión equivocada de esto. Es sólo un partido de béisbol.
Lily se puso de puntillas para darle un beso.
– No te preocupes. Puedo soportar a tu madre. Te olvidas de que vivo con Miranda Sinclair. Ella está loca de atar y he conseguido mantenerla a raya. Tu madre es una aficionada comparada con mi madrina. Espera a que Miranda te eche mano a ti -comentó, entre carcajadas-. Te atará a una silla, te pondrá una luz brillante delante de los ojos y te pedirá que hagas recuento de todas las mujeres con las que te has acostado. Además, te advierto que le encantan los detalles jugosos.
Aidan sonrió. Tenía muchas ganas de encontrarse con Miranda cara a cara. Quería decirle lo maravillosa que era su ahijada, lo mucho que le gustaba y lo agradecido que le estaba a ella por no haber tomado ese vuelo.
– Creo que yo también podré controlar a Miranda. He hablado con ella por teléfono en varias ocasiones y no me parece tan mala.
– Sí, pero entonces aún no te habías acostado conmigo.
– Ella fue la que organizó todo esto -dijo Aidan-. Si no hubiera sido por ella, no habríamos estado juntos en ese avión.
– Tendremos que encontrar un modo de darle las gracias -comentó Lily-. Tal vez debería comprarle un dedo de espuma de esos que venden en la tienda de recuerdos del club…
– ¡Lily! ¡Lily! ¿Dónde estás?
Lily levantó la vista de la pantalla del ordenador al escuchar que Aidan la llamaba.
– Estoy aquí, en el despacho.
Él había ido a la ciudad a una agencia de viajes local a recoger su billete de avión. Lily se había pasado la mañana tratando de revisar el tercer capítulo de su novela. Esperaba que el trabajo la ayudara a olvidar el hecho de que él se iba a marchar al día siguiente. Siempre había sabido que aquel momento terminaría por llegar. Los dos parecían estar preparándose para despedirse comportándose como si fuera algo normal, que no les afectara lo más mínimo.
Lily se mordió el labio inferior y trató de contener las lágrimas. Los últimos cinco días habían sido los más excitantes y los más románticos de su vida. Todas las fantasías que había imaginado se habían hecho realidad y, en aquellos momentos, estaba a punto de terminar.
– ¿Qué estás haciendo?
– Trabajando -replicó ella, forzando una sonrisa-. ¿Has conseguido tu billete?
Aidan asintió. Cruzó la sala y colocó las manos sobre la silla. Le dio un rápido beso.
– Ya está todo organizado. Tengo que estar en el aeropuerto a las seis de la mañana. ¿En qué estás trabajando?
Lily trató de cerrar el documento, pero Aidan se lo impidió.
– Es sólo un libro -explicó ella.
– ¿Más consejos de Lacey St. Claire?
– No. Es una novela.
– ¿Puedo leerla?
– No. No está terminada.
– ¿Crees que sería una buena película?
– No lo sé -respondió ella-. Creo que es divertida. Trata sobre una niña de Hollywood y la familia tan poco corriente con la que vive.
– ¿Es una comedia? Yo jamás he dirigido una comedia. Cuando hayas terminado, ¿me permitirás que la lea?
Lily asintió. Ya se habían hecho muchas promesas para el futuro. Una más no supondría ninguna diferencia. Además, podría ser muy agradable tener su opinión. Lily respetaba su gusto.
– Lo haré.
– Bien. Ahora, vamos. He traído el almuerzo. ¿Por qué no comemos y luego nos pasamos el resto de la tarde en la piscina?
Aidan la agarró por la cintura y comenzó a caminar detrás de ella mientras los dos se dirigían a la cocina. Cuando llegaron allí, Lily vio las bolsas de comida y… una copia recién comprada de Cómo seducir a un hombre en diez minutos.
– ¿Qué es esto?
– Me lo he comprado. Se me ha ocurrido que me lo podrías firmar. Necesitaba algo para leer en el avión.
– ¡No! -gritó Lily-. No puedes leer esto en el avión.
– ¿Y por qué no?
– Porque podría darte ideas. No quiero que termines en el cuarto de baño con una pasajera.
– Ah, veo que el monstruo de los celos comienza a levantar su fea cabeza -bromeó él. Le pellizcó suavemente la nariz y se dispuso a sacar la comida de las bolsas-. Yo te gusto, ¿verdad?
– Me he divertido mucho estos días, y siento mucho que vaya a terminarse.
Tomó uno de los recipientes. Vio que era ensalada de patata. Sólo tenía que hacer la pregunta, pero se juró que ella no iba a ser la primera que la realizara. Sin embargo, necesitaba saber la respuesta.
– Podríamos hacer planes para volvernos a ver -murmuro. Pronunció aquellas palabras antes de que pudiera contenerse.
Aidan le quitó la ensalada de patata de la mano y la abrió. Entonces, se la volvió a entregar con un tenedor de plástico.
– Yo estaba pensando en lo mismo. Voy a estar en Los Ángeles aproximadamente una semana, pero podría regresar aquí cuando haya terminado.
– Yo no voy a estar aquí. Me marcho a Florida a finales de la semana que viene para iniciar la gira de promoción de mi libro. Después, me marcho a Texas. Volveré a estar aquí dentro de tres semanas, pero sólo durante unos días. Nos podríamos ver entonces.
– Está bien. Dentro de tres semanas. Voy a regresar dentro de tres semanas.
Lily asintió. Tras organizar algo para volver a verse, el dolor que se le había acomodado en el corazón desapareció por completo. Tres semanas no era un periodo de tiempo demasiado largo. Podía esperar.
– Además, podremos hablar por teléfono -dijo Aidan-. Yo tengo tu teléfono móvil, así que no se me olvidará.
– Sí. Hablaremos por teléfono.
– Muy bien. Me alegro de que ya nos hayamos ocupado de este punto. Ahora, voy a ponerme unos pantalones cortos para que podamos comer al lado de la piscina.
Lily asintió y observó cómo él se iba corriendo hacia la casa de la piscina. Durante los últimos días, había tratado de memorizar pequeños detalles sobre lo que más le gustaba de él. El color exacto de sus ojos, el hoyuelo que se le formaba en la mejilla izquierda, el modo en el que los labios esbozaban una sonrisa. Había estudiado su cuerpo cuando se movía y sus manos cuando hablaba. Había tanto que asimilar, tantas cosas que le gustaban de él…
Oyó que su teléfono móvil comenzaba a sonar. Lo sacó del bolso. Era Aidan. Lily frunció el ceño y abrió el teléfono.
– ¿Qué quieres?
– Sólo estaba asegurándome de que esto funciona. Te echo de menos.
– Pero si sólo llevamos separados menos de un minuto. Además, si me pongo en la puerta de la cocina, seguramente podré verte.
– Ya lo sé, pero es que el tiempo pasa muy lentamente cuando no estás a mi lado.
– Pues entonces, haz lo que tengas que hacer y regresa aquí para comer conmigo.
– Me estoy desnudando. ¿Qué llevas tú puesto?
– Ropa. Pero si acabas de verme. Llevo puesto un vestido azul.
– No. No se hace así. Se supone que tienes que decirme que estás desnuda o que llevas puesto algo realmente sexy.
– ¿Sí?
– Sí. Dado que vamos a estar separados un tiempo, creo que deberíamos practicar el sexo telefónico.
– ¿Y por qué vamos a hacer algo así cuando aún estamos en la misma casa?
– Porque si no sale bien, puedo ir a tu dormitorio para que podamos tener relaciones sexuales de verdad.
Lily se echó a reír.
– No estoy segura de poder hacerlo.
– Claro que puedes. Primero, tienes que subir a tu dormitorio y quitarte toda la ropa. Y, mientras lo haces, tienes que ir contándomelo.
– ¡No!
– Vamos, Lily. Será divertido, te lo prometo. ¿Qué vas a hacer tú sola en esas habitaciones de hotel de Florida y Texas? No quiero que tengas relaciones sexuales con nadie más. Por lo tanto, tendrá que ser el teléfono o nada.
– ¿Has oído hablar alguna vez de la masturbación?
– Sí, pero es mucho más divertido si disfruto yo contigo desde el otro lado de la línea telefónica mientras tú me dices palabras sucias.
Lily se sentó en un taburete de la cocina y abrió una botella de ginger ale.
– Está bien -murmuró-. En estos momentos voy a mi dormitorio. Me estoy desabrochando el vestido.
– ¿Qué llevas puesto debajo?
– Nada. Esta mañana no me puse ropa interior. No creí que fuera a necesitarla.
– Ojalá me lo hubieras dicho cuando estaba en la cocina…
– ¿Y tú? ¿Qué llevas puesto?
– Nada. Estoy tumbado en la cama, completamente desnudo. Y estoy pensando en esta mañana, cuando estabas en esta cama conmigo. Estoy pensando en lo que hicimos juntos…
Lily sonrió al recordar el modo en el que habían hecho el amor.
– ¿Recuerdas cómo te toqué? -le preguntó ella-. ¿Por qué no te tocas del mismo modo y me dices cómo te sientes?
Se mordió el labio inferior para no soltar la carcajada. Aunque resultaba un poco raro hablar de esa manera, Lily comprendía que podría ayudar a la gente a aliviar el estrés. No obstante, jamás podría sustituir al sexo de verdad.
– Muy bien. Ya lo estoy haciendo. Dime qué estás haciendo tú.
Lily tomó un poco de ensalada de patata.
– Estoy tumbada en la cama, tocándome -susurró-. Oh, qué gusto…
– Sigue hablando -dijo él con voz profunda-. Dime lo que me harías si estuviéramos juntos.
Lily sintió que empezaba a calentarse. Aunque hablar de aquel modo resultaba un poco ridículo, resultaba también muy liberador. Muy propio de Lacey St. Claire.
– Comenzaría a besarte. Al principio serían besos cortos, rápidos. A lo largo del cuello, por el torso. Alcanzaría el sendero que conduce hasta el ombligo y luego seguiría bajando…
– ¿Adónde?
– Ya sabes dónde. Te besaría ahí. Te recorrería por todas partes con la lengua. Cuando ya no lo pudieras soportar más, yo…
– ¡Eres una mentirosa!
Lily se dio la vuelta y vio que Aidan estaba junto a la puerta, con una sonrisa en los labios y el teléfono junto a la oreja. Se había puesto unos pantalones cortos, y resultaba evidente por el abultamiento que tenía que la conversación estaba funcionando. Estaba excitado.
– ¡Y tú también! -exclamó ella bajándose del taburete.
– Se suponía que estabas desnuda.
– Y tú.
Se miraron el uno al otro durante un instante. Entonces, él se encogió de hombros y se bajó los pantalones dejando al descubierto su excitación. Lily agarró la falda del vestido y se lo sacó por la cabeza.
– ¿Estás contento ahora?
– Mucho…
– Luisa está a punto de volver. Ha ido a comprar unas cosas…
– Tal vez podrías darle la tarde libre.
Lily atravesó la cocina y se colocó delante de él. Miró la potente erección Aidan y sonrió.
– ¿Me has echado de menos?
Con un profundo gruñido, él la agarró por la cintura y la levantó del suelo. La llevó a la piscina. Al ver sus intenciones, Lily trató de soltarse de sus brazos.
– No. No quiero mojarme.
Aidan no escuchó. La llevó al lado más profundo de la piscina y saltó con ella en brazos. El agua estaba fría. Lily contuvo la respiración antes de que los dos se hundieran en la superficie.
Ella echaría de menos el romance y el sexo, pero estar con Aidan era también muy divertido. Lily estaba segura de que echaría de menos muchas cosas sobre él, pero, sin duda, ésa sería la que más añoraría.
Capítulo 8
Lily observó el perfil de Aidan, delineado por la luz de la luna que entraba a raudales por las puertas de cristal de su dormitorio. Acababan de hacer el amor y yacían en medio de prendas de ropa y sábanas revueltas.
Cada vez que hacían el amor era una revelación. Lily descubría nuevas facetas de su deseo, nuevas formas de agradarlo y nuevas sensaciones que le recorrían el cuerpo provocadas por las caricias de Aidan. Se preguntó cuánto tiempo podrían seguir así, sin que se entrometiera el mundo exterior.
Cerró los ojos y se los imaginó a ambos en una isla tropical, sin nada que hacer en todo el día más que disfrutar el uno del otro. Nadaban y se tumbaban al sol, dormían y hacían el amor. Eso era lo que había supuesto para ella aquella semana: una isla desierta. Unas vacaciones de fantasía.
Miró el reloj que tenía sobre la mesilla de noche. Eran las dos de la mañana. Un coche iba a recoger a Aidan al cabo de tres horas para llevarlo al aeropuerto. Ella se había ofrecido a llevarlo a la ciudad, pero Aidan había insistido en pedir un taxi.
La verdad era que Lily se alegraba de ello. Sabía que sería muy difícil decir adiós. No quería hacerlo en la terminal del aeropuerto, rodeados de gente. Así sería mucho mejor. Sin embargo, hasta entonces no quería cerrar los ojos.
Aunque había evitado el hecho de enfrentarse a sus sentimientos, sabía que se había enamorado de Aidan. No era el mismo sentimiento que había albergado hacia él desde que lo vio por primera vez. El verdadero Aidan era mucho mejor que el hombre que ella había imaginado.
Era como si ya tuvieran un pasado. Aidan parecía leer sus sentimientos y comprender sus estados de ánimo para responder exactamente del modo que ella esperaba, con una palabra, una mirada o una caricia. Así, todas sus inseguridades desaparecían inmediatamente.
¿Cómo había ocurrido todo aquello? Ella se había esforzado mucho por mantener las distancias. Conocía los riesgos de enamorarse. Sin embargo, él había poseído su cuerpo y le había secuestrado el alma. Nada de lo que pudiera decirse haría que le resultara más fácil despedirse de él.
Extendió la mano para acariciarlo. Estaba dispuesta a despertarlo y a suplicarle que se quedara. Mantuvo los dedos alejados de la piel de Aidan. Sentía el calor de su cuerpo. Tal vez la separación fuera buena para ellos. Pondría a prueba la profundidad de sus sentimientos. Además, si tenía una relación con Aidan, se vería obligada a soportar largas ausencias. Tal vez lo mejor era ver cómo las sobrellevaba antes de confesarle su amor.
¿Por qué resultaba tan duro decir esas palabras? ¿Sería porque en realidad jamás habían significado nada para ella? Su madre siempre había dicho a todo el mundo que le quería. ¿Cómo iba a resultarle sencillo creer cuando, a pesar de todo, a sus padres no les había costado nada abandonarla? Se suponía que ellos la querían y, a pesar de todo, la habían abandonado.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Durante todos los años que llevaba viviendo con Miranda, jamás había sido capaz de decirle que la quería. Aunque su madrina sí se lo decía a ella, por lo menos en su caso sabía que las palabras eran sinceras.
– Te amo -susurró-. Te amo, Aidan.
Sintió un profundo dolor en su interior. Por primera vez en su vida, Lily conoció el significado de aquel sentimiento. Resultaba fácil decir aquellas palabras cuando no las oía nadie. Sería mucho más difícil mirar a Aidan a los ojos y decirle lo que sentía sabiendo que su amor no era correspondido.
Con cuidado de no despertar a Aidan, se levantó de la cama. Se puso una bata que había sobre el suelo y salió del dormitorio. Fue a buscar su teléfono y lo encontró donde lo había dejado aquella tarde, sobre el mostrador de la cocina.
Lo agarró y se dirigió al salón. Se acurrucó en un sillón y se recogió los pies debajo de la bata. Entonces, marcó el número de Miranda.
– Hola, soy yo -dijo.
– Lily, ¿qué hora es allí?
– Es tarde. O tal vez temprano. No estoy segura.
– ¿Va todo bien?
– Sí… sólo quería darte las gracias. A principios de semana no me mostré muy amable contigo y quería que supieras que agradezco mucho todo lo que haces por mí.
– Ahora sí que sé que ocurre algo -dijo Miranda.
– No, no. Todo va bien. Por una vez, tus planes han funcionado. Él es maravilloso. Es todo lo que he deseado siempre en un hombre.
– Entonces, ¿por qué pareces tan triste?
– Yo… supongo que no estoy preparada para enfrentarme a la realidad de una relación. Me gustaban más las fantasías. En ellas no ocurre nunca nada malo.
– Lily, el que las cosas se pongan difíciles no significa que todo vaya a desmoronarse. Simplemente tienes que esforzarte un poco más.
– ¿Como lo hicieron mis padres?
– Deja que te diga algo sobre tus padres. Desde el principio, no fueron la pareja perfecta. Yo adoraba a tu madre y ella era mi mejor amiga, la primera persona que conocí cuando me mudé a Los Ángeles. Le dije que no se casara con tu padre, pero ella era muy testaruda y estaba segura de que podría conseguir que él sentara la cabeza. No fue todo malo, Lily.
– Tú has olvidado. Yo lo viví todo.
– Ese matrimonio tuvo una cosa muy buena. Te tuvieron a ti. Por lo tanto, no podemos decir que su unión fuera un fracaso absoluto.
– ¿Estuvieron alguna vez enamorados?
– Por supuesto, pero tu madre era joven y muy idealista. Tu padre estaba acostumbrado a tener a todas las mujeres que quería. Tú no tienes que cometer los mismos errores. Aquélla fue su vida. Tú necesitas vivir la tuya propia.
– ¿Cuándo vas a venir aquí?
– Dentro de unos pocos días.
– ¿Podrías venir pronto? Esta misma noche. Yo podría recogerte en el aeropuerto. Aquí todo está listo. Me gustaría pasar unos días contigo antes de empezar con la promoción de mi libro.
– Yo podría ayudarte a prepararte para tu aparición en televisión.
– Te lo agradecería mucho. Bueno, ahora te dejo. Llámame y dime cuál es tu número de vuelo.
– Dile lo que sientes, Lily. No dejes que se marche sin saberlo.
– Yo no sé lo que siento.
– Claro que lo sabes. Simplemente tienes miedo a admitirlo.
Se produjo una pausa entre ellas.
– Te quiero mucho, Miranda. Creo que nunca te he dicho lo agradecida que te estoy por todo lo que has hecho por mí a lo largo de los años. Tú eres la madre que yo debería haber tenido.
– Yo también te quiero, Lily. Que duermas bien…
Cuando colgó el teléfono, Lily cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Entonces, las lágrimas comenzaron a correrle por las mejillas. Se las secó rápidamente para tratar de controlar sus sentimientos. Al final, decidió que era mejor dejarse llevar por el llanto. Llorar por todo lo que le había hecho daño a lo largo de los años. Cuando terminó, se sintió completamente agotada.
Se volvió a meter de nuevo en la cama con Aidan. Pensó que podría dormir un poco más, pero, al verlo, le acarició el hermoso rostro con una mano y lo besó. Él se despertó lentamente. De inmediato, se percató de que ella estaba completamente desnuda a su lado.
Le deslizó la mano por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Sin mediar palabra, le devolvió el beso. Lily cerró los ojos y se dejó flotar en la oleada de deseo que la envolvía. Las manos de Aidan exploraron su cuerpo y la boca comenzó a estimular lugares que sólo él conocía.
– Hazme el amor -murmuró ella-. Hazme el amor…
Cuando Aidan la penetró, Lily se sintió plena. Su vida estaba al lado de aquel hombre. ¿Sería valiente y se aferraría a la felicidad que había encontrado o dejaría que su miedo a verse abandonada destruyera toda posibilidad de una vida junto a Aidan?
* * *
Él no necesitó reloj para despertarse. No había logrado conciliar el sueño desde que Lily lo despertó con sus besos. Le había hecho el amor, tratando desesperadamente de huir de lo que ambos sabían que les esperaba.
Tenía su equipaje preparado, esperándolo junto a la puerta principal. Su taxi iba a venir a recogerlo en pocos minutos. Se había pasado la última media hora tratando de decidir si despertar a Lily para despedirse de ella o dejar que durmiera. No estaba seguro de lo que debía esperar de ella.
Deseaba que ella llorara y le suplicara que se quedara, que le confesara los sentimientos que albergaba hacia él. Sabía que si ella reaccionaba así, se sentiría perdido. Si por el contrario se limitaba a besarlo y decirle adiós, el dolor sería aún más insoportable.
Desde el principio, los dos habían fingido que lo que compartían era simplemente un deseo físico, sin sentimientos. Sin embargo, no se podía negar que él le había tomado a Lily mucho cariño. Más que eso. Aunque no supiera lo que era el amor, diría que se parecía bastante a lo que él sentía.
Habían pasado seis días juntos. ¿Cómo iba a ser eso tiempo suficiente para enamorarse? Aunque las películas siempre habían popularizado el amor a primera vista, Aidan no creía que existiera. El amor llevaba tiempo, esfuerzo, era un sentimiento que había que alimentar.
Al menos, habían hablado del futuro. Se volverían a ver al cabo de tres semanas. Tal vez después de pasar un tiempo separado de ella, podría manejar mejor sus sentimientos. Quería estar completamente seguro antes de decir nada.
Le dio un beso en la frente y se levantó de la cama. Comenzó a vestirse. Las primeras luces de la mañana comenzaron a iluminar la habitación. Miró de nuevo el reloj, contando mentalmente los minutos que faltaban para marcharse. Se miró en el espejo que había encima de la cómoda y se peinó el cabello con los dedos. Cuando encontró los zapatos, supo que por fin estaba listo. Sin embargo, decidió que le dejaría a Lily una nota, algo que le demostrara que había estado pensando en ella. Miró a su alrededor para tratar de encontrar un trozo de papel. Encontró un bloc de notas que había debajo de una revista, al lado de la cama. Cuando lo tomó, se dio cuenta de que no era un bloc, sino un manuscrito. Se acercó a la ventana para leer la primera página. Después, hizo lo mismo con la segunda y la tercera.
Aunque aquel extracto pertenecía a la parte central de un libro, Aidan se sintió cautivado por el estilo. Lily estaba describiendo un sencillo corte de pelo para un niño en un elegante y moderno salón de belleza de Hollywood. Los personajes eran profundamente egoístas y el niño que narraba la historia poseía un malvado ingenio.
Quería llevarse aquellas páginas, pero Lily se había negado a dejarle leer lo que había escrito. Oponerse a sus deseos sería una traición que Lily no le perdonaría jamás.
Regresó a la cama para dejar los papeles. Entonces, sacó su teléfono móvil y marcó el número de Lily. Oyó que el teléfono comenzaba a sonar en alguna parte de la casa. Cuando saltó el buzón de voz, comenzó a hablar suavemente.
– Hola -dijo-. Ha llegado el momento de marcharme y estoy aquí, junto a la cama, mirándote y preguntándome qué diablos estoy haciendo. Quiero volver a meterme en la cama contigo y quedarme aquí otra semana, pero tengo asuntos de los que ocuparme, al igual que tú. Por eso, en vez de despertarte, me voy a marchar ahora mismo. Quiero que sepas que estoy pensando en ti y en lo afortunado que he sido por haberte conocido en ese avión. Te llamaré muy pronto. Cuídate, Lily.
Cerró lentamente el teléfono y respiró profundamente. Se sobrepuso a la tentación de inclinarse sobre ella para besarla y se alejó de la cama. Si la besaba, ella podría despertarse y, si se despertaba, podría no conformarse con sólo un beso. Si eso ocurría, jamás se marcharía.
Se dirigió hacia la puerta y la miró por última vez antes de marcharse.
– Hasta pronto -murmuró.
Mientras se dirigía hacia la puerta, se preguntó cómo sería la próxima vez que se vieran. ¿Seguiría siendo la atracción tan intensa o se habría enfriado? ¿Retomarían la relación donde la habían dejado o tendrían que volver a empezar?
Su taxi ya lo estaba esperando. Al verlo, el conductor salió y le abrió el maletero. Tras meter su equipaje, Aidan se volvió para mirar la casa por última vez. Sonrió al recordar el día en el que llegó a ella. Habían cambiado tan pocas cosas en un periodo de tiempo tan breve. Jamás le habría parecido posible.
– ¿Al JFK?
Aidan asintió. Se metió en el interior del vehículo y se acomodó sobre el suave asiento de cuero. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Cuando el taxi arrancó y comenzó a alejarse de la casa, él sintió la distancia que lo separaba de Lily casi como un dolor físico. Quiso decirle al conductor que detuviera el coche y regresara. No lo hizo. Decidió que era mejor marcharse. Si su relación iba a durar en el mundo real, tendrían que darle oportunidad de madurar. Si regresaba en aquel momento, las cosas no serían como habían planeado. De eso no le cabía la menor duda. Sin embargo, estaba preparado para los desafíos. Por primera vez en su vida, había encontrado una mujer por la que merecía la pena luchar.
– Señorita St. Claire, estamos listos para peinarla y maquillarla. Si es tan amable de acompañarme…
Lily miró la página de la revista que estaba tratando de leer. La cabeza le daba vueltas con las preguntas y las respuestas que tan cuidadosamente había practicado.
– ¿Señorita St. Claire?
Lily levantó la mirada y vio a la ayudante de producción de Talk to me.
– Lo siento…
Aunque sabía que ahora era la señorita St. Claire, a Lily aún le costaba bastante responder a aquel nombre. Se puso de pie y se pasó las manos por el vestido.
– Miranda estaba aquí hace tan sólo un minuto. ¿La ha visto?
– Está en maquillaje charlando con Gail.
Gail era Gail Weatherby, una de las cuatro tertulianas del programa. Gail era la periodista más experimentada de las cuatro y sería la que llevaría las riendas de la entrevista, con intervenciones ocasionales por parte de las otras. La ayudante de producción había repasado muchas de las preguntas con Lily, pero le había advertido que podría haber algunas cuestiones inesperadas.
Ocurriera lo que ocurriera, debía mantener un tono ligero y humorístico en la entrevista y no tomarse en serio ninguna de las preguntas. El problema era que Lily no se sentía con humor en aquellos momentos. Desgraciadamente, se sentía a punto de vomitar el donut que acababa de tomar para desayunar.
– ¿Le parece que este vestido está bien? -le preguntó Lily.
– Oh, es perfecto. El color destaca el de sus ojos. No podía haber elegido nada mejor para aparecer en televisión.
– Yo… yo no lo elegí -dijo ella-. Mi… mi novio lo escogió por mí. Es decir, en realidad es sólo un amigo, aunque tenemos una relación sentimental. No obstante, yo no diría que él es mi…
– Todo va a salir bien. Relájese y sea usted misma.
Ese era precisamente el problema. Esperaban que se relajara y que fuera Lacey St. Claire, pero ella no era Lacey St. Claire. La última vez que había sido Lacey fue la noche antes de que Aidan se marchara a Los Ángeles. Desde entonces, se había ido sintiendo cada vez más como la Lily Hart de antaño.
Cuando entró en la sala de maquillaje, vio a Miranda relajándose en uno de los sillones mientras peinaban a Gail. Miranda había estado en el programa en dos o tres ocasiones y se sentía muy cómoda allí. Ella estaba encandilando a todo el mundo, lo que resultaba sorprendente, dado que poco más de una hora antes, había estado despotricando de las cuatro tertulianas, criticando sus operaciones de cirugía plástica y los amantes que tenían.
– Cariño -gritó Miranda-. Le estaba diciendo a Gail que supe que tu libro iba a tener un gran éxito en el momento en el que lo leí. Aunque todas somos mujeres maduras, tenemos nuestras cosillas con el sexo. Ya va siendo hora de que, en el dormitorio, estemos al mismo nivel que nuestras parejas. Por supuesto, esas palabras son de Lily. Precisamente me lo decía ayer mismo, ¿verdad, querida?
Lily jamás había pronunciado aquellas palabras. Si lo hubiera hecho, ciertamente habría sido una persona mucho más interesante.
– ¿Dónde me siento? -preguntó.
Miranda se puso de pie.
– Aquí, cielo. Siéntate aquí y charla un rato con Gail. Yo voy a buscar una taza de café.
Lily miró a Gail y sonrió.
– Es una mujer increíble, ¿verdad?
– Tu madrina es una mujer de armas tomar -dijo Gail-. Supongo que debe de ser bastante difícil vivir con ella.
– En realidad, no -mintió. No quería decir nada que se pudiera tergiversar ni que se pudiera sacar cuando estuvieran grabando. Miranda le había advertido que tuviera cuidado con Gail porque no tenía reparo alguno a la hora de hacer preguntas comprometidas.
– Miranda me ha dicho que has estado saliendo con el director de cine Aidan Pierce.
– No estamos saliendo. Sólo somos amigos. Buenos amigos. Creo que a Miranda le gusta mucho adornar mi vida amorosa.
– Una vida que seguramente es bastante interesante, considerando el tema de tu libro.
– Vaya, me siento como si ya hubiera comenzado la entrevista.
– Simplemente estoy tratando de ver cómo eres. En ocasiones, estas charlas sacan a relucir detalles muy importantes. ¿Te ayudó Miranda con el libro?
– Sí. Me sugirió el tema. Leyó todos los bocetos y se lo envió a su editorial… sin que yo lo supiera. Siempre me ha animado mucho.
– Bueno, cuéntame cómo conociste a Aidan Pierce. Mi productora dice que es muy guapo.
– Te juro que sólo somos amigos.
Alguien llamó a la puerta cuando las dos se giraron, vieron que la ayudante de producción estaba allí con un enorme ramo de flores en las manos.
– Acaban de llegar para usted.
– Ponlas ahí -dijo Gail.
– No. Son para Lacey St. Claire -replicó la joven, colocándolas delante de Lily-. Llevan una tarjeta.
Lily sacó la tarjeta de entre las flores. La abrió inmediatamente y la leyó en silencio.
Mucha suerte, Lily. Con cariño, Aidan.
Volvió a guardar la tarjeta y se inclinó sobre las flores para aspirar su aroma. Durante los últimos días, había estado recibiendo pequeños regalos, algunos por correo u otros que simplemente aparecían en su casa de los Hamptons. Aidan le había enviado un libro sobre los faros de Long Island, una foto de sí mismo sentado junto a la tetera que habían comprado juntos, también una caja de trufas de chocolate y, justo el día anterior, un jersey de los Mets.
Miranda volvió a entrar en la sala. Llevaba dos vasos de café en las manos.
– He tenido que enviar a alguien para que me traiga estos cafés… ¡Dios mío! ¡Qué bonitas flores! Gail, ¿acaso tienes un admirador secreto?
– Son de Lily -respondió Gail.
– Son preciosas. Supongo que es otro regalo de Aidan, ¿no?
Gail frunció el ceño.
– Creía que habías dicho que erais solo amigos.
– Y así es -le aseguró Lily-. Sólo me las ha enviado para darme suerte.
Gail la miró con escepticismo y asintió.
– Muy bien. Yo tengo que prepararme. Nos veremos en el plató, Lily. Miranda, como siempre, ha sido un placer. Llámame algún día para que podamos almorzar juntas. Tengo una subasta benéfica a la que me encantaría que asistieras.
Miranda observó cómo peinaban y maquillaban a Lily. No dejó de hacer sugerencias ni de implicarse en una acalorada discusión sobre el color de lápiz de labios que Lily debía llevar. Al final, la maquilladora tuvo que ceder.
– Tienes que ser muy firme con estas personas -dijo Miranda-. Está en juego tu imagen. Si no te gusta algo, es mejor que lo digas. Recuerda que eres tú quien manda. Si muestras debilidad, se aprovecharán de ti.
– Entiendo -dijo ella suavemente. Se sacó la tarjeta y la volvió a leer. Había firmado las anteriores tarjetas de otro modo. Era la primera vez que utilizaba la palabra «cariño».
Suspiró. ¿Qué estaba haciendo? Una vez más, estaba creando una fantasía que no existía. Dentro de unas pocas semanas, volvería a verlo y retomarían la relación donde la habían dejado. Exactamente en el mismo lugar. No podía imaginarse que él estaba enamorado de ella y construir un mundo sobre una sencilla palabra. Eso sería un error.
– ¿Qué es esto? -preguntó Miranda.
– ¿El qué?
– Esa cara. Dios Santo, Lily. Tienes un aspecto tan… tan triste. Sonríe. Estoy cansada de que te pases el día con la cara larga.
– No me digas cómo debo sentirme -le espetó Lily-. Me he pasado toda la vida negando el hecho de que siento algo. Si quiero estar triste, puedo estar triste.
– Entonces, yo tenía razón. Las flores son de él. Bueno, al menos es muy considerado. Eso tengo que admitirlo.
– Es más que considerado. Es… es maravilloso.
– En ese caso, deberías estar bailando por toda la habitación. En vez de eso, estás pensando en todo lo que puede ir mal. Te estás preocupando sobre la próxima vez que os veáis o sobre si os volveréis a ver.
Miranda la conocía demasiado bien.
– No puedo evitarlo.
– Claro que puedes. Puedes empezar a creer que te mereces cosas buenas en la vida, en especial un hombre bueno. Por cierto, le he pedido a mi agente inmobiliario que te empiece a buscar una casa. Sé que has estado ahorrando y, con el dinero del libro, deberías estar en situación de comprar.
Lily miró fijamente a Miranda. Se sentía atónita por aquella afirmación.
– Creía que eso te disgustaría.
– Cariño, no podemos tener a ese hombre entrando y saliendo de mi casa cuando vaya a acostarse contigo. No estaría bien. Además, tú necesitas tu propio espacio, pero quiero asegurarme de que encuentras un lugar bonito y cercano a mí. Por eso, he decidido hacerte un pequeño préstamo -anunció Miranda. Al ver que Lily iba a protestar, levantó la mano para impedirle hablar-. Ya hablaremos de esto cuando regreses de promocionar tu libro.
Con esto, Miranda se levantó de la silla y se dirigió a la puerta.
– ¿Dónde está en estos momentos?
– En Los Ángeles.
– Tienes dos días antes de empezar con la promoción. Móntate en un avión y ve a verlo.
Miranda abrió la puerta y se marchó, dejando a Lily sumida en sus pensamientos.
Miranda tenía razón. Nada podía impedirle que pasara sus últimos días de libertad en Los Ángeles con Aidan. Aunque odiaba volar, tal vez no lo pasaría tan mal si supiera que viajaba para encontrarse con alguien maravilloso. Agarró el bolso y buscó su teléfono móvil en el interior. Si se marchaba justo después de la entrevista, podría estar en Los Ángeles aquella misma noche. Así tendría dos noches con Aidan antes de tener que marcharse otra vez.
Abrió el teléfono y miró la foto que él le había enviado de sí mismo. Resultaba difícil pensar en él como un hombre de carne y hueso cuando lo único que tenía era aquella fotografía y sus recuerdos.
Miranda tenía razón. Tenía motivos más que suficientes para mostrarse optimista. Una rápida escapada a Los Ángeles le vendría muy bien para sentirse menos… triste.
Capítulo 9
Seis meses después…
Aidan estaba mirando el cartel de la librería, que estaba colocado en medio de las decoraciones navideñas. En aquella fotografía, Lily parecía una mujer diferente. No se parecía en casi nada a la que había conocido el verano anterior. Su belleza era natural, pero, en aquella fotografía, resultaba… demasiado perfecta. No había visto a Lily desde hacía mucho tiempo. ¿Por qué no era posible que hubiera cambiado?
Observó Conventry Street, en la que se encontraba, y por la que los londinenses se dirigían a sus casas bajo el aguanieve. Llevaba en Inglaterra una semana realizando trabajo de producción sobre una nueva película ambientada durante los ataques alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Había estado aprovechando el tiempo para absorber el ambiente de la ciudad al tiempo que realizaba su trabajo recorriendo las calles y buscando localizaciones para utilizarlas en la película. Sin embargo, desde que se había enterado que Lily estaba también en la ciudad, no podía concentrarse en nada.
Jamás se había imaginado que su relación terminaría tan silenciosamente. Después de estar sólo unos días separados, Lily le había llamado para decirle que iba a ir a visitarle a Los Ángeles, pero en ese momento, él había aceptado realizar un viaje a Japón para promocionar el estreno en Asia de su última película. Los dos aún estaban decididos a conseguir que su relación funcionara, pero los conflictos de horarios por parte de uno u otro habían conseguido mantenerlos separados durante el resto del verano.
Después de eso, no parecieron capaces de encontrar un momento en el que los dos estuvieran libres. Tal vez se habían mostrado demasiado testarudos. No querían conformarse con un día o con un fin de semana. Habían querido una semana, como les había ocurrido en los Hamptons.
A lo largo del primer mes que estuvieron separados, hablaban por teléfono cada día. En agosto, las llamadas se redujeron a unas pocas veces por semana y los dos terminaron por resignarse ante el hecho de que su relación no iba a ser fácil. Gradualmente, a medida que avanzaba el otoño, consiguieron llamarse una vez cada semana o cada quince días. Cada conversación resultaba más incómoda que la anterior hasta que, por fin. los dos se dieron cuenta de que lo suyo podría no funcionar nunca.
Aunque no había hablado con Lily desde hacía más de dos meses, Aidan había seguido sus progresos en su página web. El libro había llegado a las listas de los más vendidos en septiembre y la gira de promoción de Lily se había alargado un poco más cuando su libro se publicó en Inglaterra.
En aquel momento, cuando por fin iban a estar en la misma ciudad durante unas cuantas noches, Aidan decidió que lo más adecuado sería invitarla a cenar. Había llegado el momento de hablar de lo suyo de una vez por todas. Él no podía dejar que se distanciaran de ese modo. La situación le creaba demasiadas dudas. Necesitaba respuestas y planeaba conseguirlas.
Sabía lo que él sentía. No pasaba ni una sola noche en la que no pensara en Lily antes de quedarse dormido. Por las mañanas, se despertaba preguntándose lo que ella tendría planeado para ese día. No había estado con ninguna otra mujer desde Lily. De hecho, ni siquiera había pensado en otra mujer, ni sexual ni de cualquier otro modo. Lily era la única a la que deseaba.
Abrió la puerta de la librería y entró. Había un pequeño grupo de personas reunidas en la parte trasera de la tienda, pero él decidió evaluar la situación primero. Se dirigió a un pasillo lateral y se puso a examinar los libros distraídamente. Encontró un buen punto de observación cerca de una pequeña zona de lectura. Agarró rápidamente un libro y tomó asiento.
Se colocó el volumen delante del rostro y se asomó por la parte superior. Un instante después, vio a Lily. Estaba sentada detrás de una mesa llena de ejemplares de su libro con un bolígrafo en la mano.
Charlaba amigablemente con cada persona que le entregaba una copia. Sonreía amablemente y firmaba. Dios… No recordaba lo hermosa que era… ni lo que esa belleza podía provocar en él. Sintió que el deseo se apoderaba de él. No quería volverse a marchar sin saber qué terreno pisaba con ella. Sin embargo, no quería que todo terminara allí, en aquella librería.
Se armó de valor al ver que la fila iba disminuyendo. La atención de Lily se centraba en la persona que tenía frente a ella en aquel momento, por lo que no lo vio. Cuando Aidan llegó por fin a la mesa, ella agarró un libro y lo abrió sin ni siquiera mirarlo.
– Dedícaselo al esclavo -dijo-. En realidad, mejor al ayudante de esclavo.
Lily levantó bruscamente la mirada y contuvo el aliento.
– Hola -murmuró con un gesto de incredulidad en su hermoso rostro-. ¿Qué estás haciendo aquí?
– He venido a Londres por negocios. He visto el cartel y he entrado. Resulta extraño que nos volvamos a ver en Londres.
– Lo sé… Ha pasado bastante tiempo.
– Así es. Bueno, ¿cómo has podido llegar aquí? Debes de haber superado tu miedo a volar.
– Estoy trabajando en ello. Me imaginé que ya iba siendo hora de dejar mis miedos atrás. Aún me pongo algo nerviosa al despegar, pero luego me calmo.
– Escucha, sé que ahora estás muy ocupada. Sólo quería verte y decirte hola.
– Hola -murmuró ella con una sonrisa en los labios.
– Hola -replicó él. Miró a sus espaldas para ver cuánta gente estaba esperando-. ¿Te gustaría tomarte conmigo una taza de café cuando hayas terminado.
– Sí. ¿Dónde?
– Hay una cafetería un poco más abajo, saliendo a la izquierda. Me reuniré allí contigo cuando termines.
– Es una cita -dijo ella.
– Así es. Nuestra segunda cita.
Lily asintió.
Aidan lentamente se retiró de la mesa andando de espaldas, sin poder apartar la mirada de ella. Se había olvidado de lo fácil que era perderse en aquellos hermosos ojos verdes. Podía ver todo lo que ella sentía reflejado allí y resultaba evidente que aún existía una abrumadora atracción entre ellos.
Aidan sonrió y salió de la librería. Se arrebujó bien con la chaqueta para protegerse de la humedad y del frío. Se sentía muy contento. Estaba seguro de que, cuando terminara aquella noche, habría recuperado a Lily.
Se suponía que debía terminar de firmar sus libros a las nueve, pero ella no llegó a la cafetería hasta casi las diez. Aidan estaba hojeando el periódico cuando ella llegó a la mesa.
– Lo siento. Había mucha gente y yo no podía permitir que se fueran sin su autógrafo.
Aidan se levantó y la ayudó a quitarse el abrigo. Durante un breve instante, detuvo las manos sobre los hombros de Lily, gozando con la calidez que emanaba de ellos. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que la tocó que se había olvidado del profundo efecto que tenía sobre él.
Cuando se sentó frente a ella, vio que ella estaba observando con gesto nervioso el menú. Se acercó un camarero y Lily pidió un café con leche. Aidan pidió otro café.
Empezaron a hablar sobre el libro de ella y sobre la nueva película de él. Evitaron toda mención de lo ocurrido en los Hamptons. Para un observador casual, seguramente parecerían unos buenos amigos, no amantes.
Aidan comenzó a cansarse de la conversación cortés. Extendió la mano sobre la mesa y le agarró la mano. Lily se sobresaltó, como si el contacto le hubiera producido una descarga eléctrica por todo el cuerpo.
– ¿Vamos a hablar de lo que es verdaderamente importante? -le preguntó-. ¿O acaso vamos a seguir ignorando el tema?
Lily centró la atención en su café.
– No sé qué decir. Supongo que las cosas no salieron tal y como lo habíamos planeado.
– ¿Por qué dejamos de hablar, Lily?
– Simplemente parecía más fácil. Todas las conversaciones que teníamos eran las mismas. Tratábamos de encontrar unos días para escaparnos y siempre había excusas y compromisos.
– No se supone que vaya a ser fácil, pero eso no significa que dejemos de intentarlo.
– Lo sé. Eso fue lo que me dijo también Miranda. Bueno, creo que debería marcharme. Tengo que levantarme mañana muy temprano para una entrevista.
Resultaba evidente que no quería hablar sobre lo que había ocurrido. Había evitado cuidadosamente la mirada de Aidan. De repente, él notó que los ojos se le habían llenado de lágrimas.
– ¿Puedo verte mañana? -preguntó él-. Podríamos salir a cenar. No conozco a nadie en Londres… más que a ti.
– Está bien. Me alojo en el Kensington Park Hotel. Habitación 1155. Llámame.
– ¿Puedo acompañarte a tu hotel dando un paseo? -le preguntó. Se había puesto de pie.
– Voy a tomar un taxi.
Aidan le agarró la mano y se inclinó hacia ella. Entonces, le dio un beso en la mejilla.
– Me alegro de haberte encontrado.
– Sí. Ha sido muy agradable. Gracias por el calé.
Aidan observó cómo ella se marchaba de la cafetería y volvió a sentarse. Iba a ser mucho más difícil de lo que había imaginado, pero no podía creerse que ella no estuviera sintiendo la misma sensación de frustración y pérdida.
¿Por qué no podían decir simplemente lo que sentían? Él estaba dispuesto a hacerlo, pero Lily había presentido lo que se le venía encima y le había interrumpido. No podía dejar que eso volviera a ocurrir.
Se sacó la cartera del bolsillo y dejó un billete de diez libras sobre la mesa para pagar las consumiciones. Tenía desde aquel momento hasta la cena del día siguiente para decidir cómo podía conseguir que Lily Hart volviera a formar parte de su vida. No tenía mucho tiempo, pero tendría que encontrar la manera de hacerlo.
Lily gruñó suavemente. Se incorporó en la cama y encendió la luz de la mesilla de noche. Tomó la almohada, le dio un puñetazo y terminó por arrojarla al suelo. Llevaba ya una hora tratando de quedarse dormida. Se sentía desesperada por poder descansar un poco antes de tener que levantarse para la entrevista. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, sólo conseguía ver el rostro de Aidan.
Había soñado en innumerables ocasiones sobre el hecho de volver a verlo, pero su encuentro con Aidan no había tenido nada que ver con esos sueños. Se había sentido nerviosa, temerosa de decir nada que pudiera volver a conjurar el pasado, aunque quería sacarlo todo, averiguar cómo habían llegado a esa situación después de un comienzo tan prometedor.
Extendió la mano, apagó la luz y cerró los ojos, pero un frenético golpeteo en la puerta la hizo sentarse de nuevo en la cama. Se levantó y se puso la bata. Entonces, fue corriendo a la puerta para ver de quién se trataba por la mirilla.
Se quedó completamente helada al ver que se trataba de Aidan. Dio un paso atrás. Eran casi las dos de la mañana. ¿Qué estaba haciendo él allí? Retiró el pestillo de seguridad y abrió la puerta.
– Hola -dijo él.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Solo quiero decirte una cosa. Luego me marcharé. Me pareció que no te apetecía mucho lo de la cena de mañana y empecé a pensar que ibas a cancelarla. Sé que las cosas resultan ahora bastante raras entre nosotros.
– Lo sé. ¿Por qué?
– He estado tratando de comprenderlo. Creo que es porque todo ha ocurrido muy rápido. No tuvimos oportunidad de fijarnos en los detalles.
– Tal vez se trate de eso. Es decir, es cierto que empezamos por el final y que luego tratamos de regresar al principio. Eso no funciona.
– Tampoco se pueden aprender los detalles por teléfono. Para eso, hay que estar con la persona con la que hablas. Sin embargo, no es eso lo que he venido a decirte.
– No importa. No necesito que tú…
– Espera. Déjame que te diga una cosa. Luego podrás tú hablar. ¿Puedo entrar? -le preguntó tras mirar por encima del hombro-. No creo que debiéramos hablar de este tipo de cosas en el pasillo.
Lily dio un paso atrás y le franqueó la entrada. Aidan entró en la habitación. Se detuvo para mirarla un instante y luego comenzó a pasear por la habitación.
– Dame un segundo mientras ordeno mis pensamientos.
Lily se sentó a los pies de la cama y lo observó.
– Es una coincidencia que tú también estés aquí -dijo.
– Sí -respondió. Entonces, tomó una caja que tenía sobre la mesilla de noche-. Ayer me fui de compras a una tienda de antigüedades y encontré esto. Pensé en enviártelo por correo para Navidad, pero, dado que estás aquí, te lo puedo dar en persona -añadió. Le entregó la caja-. Adelante. Ábrela.
Aidan hizo lo que ella le había pedido. Con mucho cuidado, sacó la hucha de hierro que él le había descrito aquel día en Eastport, la hucha con la que jugaba en casa de su abuelo.
– Espero que sea ésa.
– Lo es.
– Lo más gracioso de todo es que está fabricada en los Estados Unidos, pero yo lo he encontrado aquí. Fue muy raro. Estaba sobre una estantería de una tienda de Piccadilly. Yo ni siquiera estaba mirando en esa dirección. De repente, la vi y pensé en ti. La pintura es la original. Eso es importante porque así la hucha tiene más valor.
– Gracias. Entonces, supongo que aún sigues pensando en mí de vez en cuando.
– Yo pienso en ti constantemente.
Con mucho cuidado, Aidan retiró el embalaje de la hucha y la colocó sobre la mesa.
– Muy bien. Ya no puedo más, Lily. Te amo. Creo que me enamoré de ti en el momento en el que te besé en ese avión y no he dejado de hacerlo desde entonces.
Lily lo miró fijamente, con los ojos como platos y las manos entrelazadas sobre el regazo. Trató de mantener la calma, pero el corazón le latía con tanta fuerza que le parecía que iba a hacerle estallar el pecho.
– Yo… no sé qué decir.
– Lo sé. Ha sido una gran sorpresa. Tal vez debería habértelo dicho más despacio, pero sé lo que quiero y estoy cansado de perder el tiempo.
– Yo… simplemente no esperaba que me dijeras eso.
– Créeme si te digo que yo tampoco -confesó Aidan. Se sentó al lado de ella y le enmarcó el rostro entre las manos. Entonces, apretó la frente contra la de ella-. No estoy seguro de qué significa esto, Lily. Tal vez no significa nada, pero sé lo que siento. Si no nos volvemos a ver el uno al otro después de esta noche, al menos habré dicho lo que quería decirte. Al menos ya lo sabes.
– Lo sé.
– Lily, estoy dispuesto a esforzarme. Haré todo lo que haga falta. Puedo vivir en Los Ángeles o en Nueva York, donde tú quieras. Puedo trabajar en televisión. Regresaré a casa todas las noches. Podemos encontrar una casa y comenzar una vida juntos.
– No.
– ¿No a lo de la televisión o no a mí?
Lily se levantó de la cama y se dirigió al armario. Sacó un bolso de cuero y rebuscó en un bolsillo hasta que encontró su álbum. Entonces, regresó a la cama y volvió a sentarse.
– Quiero mostrarte algo -le explicó-. Tuve que hacer este álbum durante las clases para superar el miedo a volar. Recortábamos fotografías de cosas que nos hacían sentirnos felices, de cosas que queríamos en nuestras vidas. Así, cuando estuviéramos en un avión, podíamos sacarlo y centrarnos en él -añadió. Comenzó a hojear el cuaderno-. Aquí está. Aquí hay una foto tuya que recorté de una revista.
Aidan la miró asombrado.
– Es del estreno de mi segunda película.
– Sí. Es una de las pocas fotos tuyas en las que estás sonriendo. Eso me gustó.
– ¿Y el hecho de mirar una fotografía mía hace que te resulte más fácil volar?
– Sí. Pero no es sólo eso lo que quería decirte. Hice este álbum hace más de un año y medio.
– ¿Y decidiste añadir luego mi foto?
– No. Está ahí desde el principio. Probablemente creerás que todo esto es muy extraño y no te culparé si es eso lo que piensas, pero, dado que estamos siendo sinceros, quiero decírtelo. Te vi en la sala de espera de un aeropuerto un año antes de que nos conociéramos. Miranda y yo nos dirigíamos a París. Ella se acercó a ti y se presentó. Me señaló a mí y tú me miraste y me sonreíste. En ese momento, yo me enamoré de ti. Me enamoré como una adolescente, lo que resulta raro para una mujer de mi edad, pero así fue. Me pareciste el hombre perfecto.
– ¿Sabía esto Miranda?
– Sí. Lo adivinó por el modo en el que yo te estaba mirando. Por lo tanto, su maquinaciones estaban más justificadas de lo que tú pensaste en un principio.
– Entonces, ¿significa esto que llevas un año y medio enamorada de mí?
– Diecisiete meses para ser exactos.
– Y yo llevo enamorado de ti desde el momento en el que te besé.
– Supongo que sí -dijo ella con una sonrisa.
Aidan respiró profundamente.
– Hay otra cosa. No me encontré por casualidad con la librería en la que tú estabas firmando tus libros. Te he estado siguiendo por Internet. Sé que parece lo que haría un acosador, pero no lo es.
Lily extendió la mano y entrelazó los dedos con los de él.
– Qué tontos hemos sido, ¿no te parece?
– Sin embargo, creo que podemos arreglarlo. Te deseo, Lily. Te quiero en mi vida. No me importa lo que tenga que hacer, pero conseguiré que así sea.
Lily se puso de pie y se desabrochó el cinturón de la bata. Se la quitó y dejó que cayera al suelo. Entonces, se agarró el bajo del camisón y se lo sacó por encima de la cabeza.
Aidan extendió una mano y se la colocó sobre el vientre.
– ¿Estás tratando de seducirme?
– Así es -susurró ella.
– ¿No te parece que deberíamos hablar al respecto?
– Creo que podemos dejarlo para más tarde. Quiero hacer el amor con el hombre del que estoy enamorada.
Aidan la estrechó entre sus brazos.
– Quiero que me prometas una cosa, Lily.
– Lo que tú quieras -dijo ella mientras le peinaba suavemente el cabello con los dedos.
– Yo soy el primer y el último hombre con el que usas ese libro, ¿de acuerdo?
Lily se echó a reír.
– Te lo prometo. No pienso seducir a más desconocidos en un avión ni en ningún otro sitio.
Aidan se puso de pie y comenzó a quitarse la ropa. Cuando por fin estuvo desnudo, miró el reloj antes de quitárselo y lo dejó sobre la cama.
– Muy bien, querida mía. Tienes diez minutos. Ni uno más.
Aidan la agarró por la cintura y los dos cayeron sobre la cama. Cuando la boca de Aidan encontró por fin la de Lily, ella supo que aquélla era la única cosa que necesitaba en su vida. Aidan. Su corazón. Su alma. Su cuerpo. Su amor.
Su fantasía se había hecho realidad y se había convertido en algo mucho mejor de lo que nunca hubiera imaginado.
Epílogo
Al verano siguiente…
Aidan estaba de pie en el balcón mirando el Pacífico. El agua del mar tenía una perfecta tonalidad azul y reflejaba perfectamente la de un cielo sin nubes. Aquél era un día muy importante. Tal vez el más importante de su vida.
Se dio la vuelta y miró a través de las puertas abiertas del salón de su casa de Malibú. Lily estaba acurrucada en el sofá, con las hojas de su último manuscrito esparcidas a su alrededor.
Su primera novela, La niña de adorno, iba a ser publicada al mes siguiente y Aidan ya tenía los derechos para poder llevarla a la pantalla grande. La novela había creado bastante revuelo en Hollywood y la máquina publicitaria estaba lista para comenzar a funcionar.
Sonrió. Lily había cambiado mucho desde el verano anterior. No era diferente, sino que simplemente había mejorado a la hora de sobrellevar las complejidades de la fama. Había encontrado una seguridad en sí misma que Aidan admiraba profundamente. Sin embargo, en algunos momentos cuando estaban a solas, se mostraba insegura y vulnerable.
Llevaban viviendo juntos desde la Navidad anterior. Encontraron la casa de Malibú cuando los dos regresaron de Londres. Aidan estaba convencido de que sus vidas eran perfectas. Cuando él salía a buscar localizaciones, ella lo acompañaba. Cuando los viajes de promoción de Lily eran muy frecuentes, él encontraba el modo de reunirse con ella donde estuviera.
Hasta aquel momento había funcionado muy bien, pero a Aidan seguía preocupándole que algo pudiera robarles su felicidad. Quería estar seguro de que Lily y él estarían juntos para siempre. Aidan se metió la mano en un bolsillo y sacó el anillo. El diamante relució bajo la luz del sol.
Era un riesgo. Sabía lo nerviosa que Lily se ponía cuando se hablaba de matrimonio. Sin embargo, se amaban y se pertenecían el uno al otro. Si Lily no quería aceptar esto, tal vez tendría que obligarla a comprenderlo.
Entró en el salón. Lily levantó la mirada.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó ella.
– Nada.
– Llevas toda la mañana paseando de un lado a otro. ¿Por qué no te vas a correr un poco por la playa? Luego podríamos salir a almorzar.
– No necesito hacer ejercicio -replicó. Se acercó a la chimenea y tomó la hucha que ella le había regalado en Londres. Se metió la mano en el bolsillo e introdujo el anillo en la hucha. Por último, se acercó al sofá-. ¿Me puedes ayudar con esto?
– ¿Con qué?
– Quiero sacar el dinero de la hucha, pero no sé cómo hacerlo.
– ¿Y por qué lo quieres sacar?
– Está llena. Ya no puedo meter más.
Lily tomó la hucha y le dio la vuelta. Entonces, señaló la abertura que ésta tenía en la parte inferior.
– Tienes que abrir esto. Parece que lo podrás abrir con una moneda.
– Hazlo tú.
– No. Estoy tratando de terminar este capítulo. ¿Por qué te comportas de un modo tan raro?
Aidan se metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda, que entregó a Lily para que pudiera abrir la hucha. Ella hizo girar la tapa con la moneda y le dio la vuelta a la hucha sobre la mesa. Las monedas comenzaron a caer sobre la madera. Un segundo más tarde, lo hizo el anillo.
– ¿Qué es eso? -preguntó ella muy sorprendida.
– Parece un anillo.
– No me puedo creer que alguien haya dejado un anillo en esta hucha. El dependiente de la tienda debería haberlo sacado. Sé que el precio que pagué no incluía esto. ¿Crees que deberíamos tratar de descubrir quien fue el último dueño de esa hucha? Así podríamos devolverles el anillo.
Aidan soltó una carcajada. Menudo gesto romántico. ¿Por qué estas cosas funcionaban tan bien en las películas y fallaban en la vida real?
– He sido yo quien ha puesto el anillo en la hucha, Lily.
– Pero… ¿Por qué ibas tú a…?
– Porque quería que tú lo encontraras. Quería que lo tomaras y que te dieras cuenta de que era para ti -afirmó Aidan. Se lo quitó suavemente de la mano y se lo enseñó-. Es tuyo. Lo he comprado para ti. Quiero que te cases conmigo, Lily.
– ¿Quieres casarte conmigo? -preguntó ella con incredulidad.
– Sí. La tradición indica que debes dar una respuesta inmediatamente. En las películas, la protagonista siempre empieza a llorar y luego se arroja a los brazos del actor principal mientras dice que sí. Sin embargo, por el modo en el que tú me estás mirando, veo que no te vas a comportar así.
– Quieres casarte conmigo… -murmuró ella mirando el anillo.
– Sí. Creo que eso ya ha quedado claro.
Lily lo miró y él vio que los ojos se le habían llenado de lágrimas.
– Sí -contestó ella, por fin-. Me casaré contigo.
Arrojó el manuscrito. Las páginas volaron por todas partes. Entonces, se lanzó a los brazos de Aidan y le dio un largo y delicioso beso.
– ¿De verdad? -preguntó él.
– Por supuesto.
– ¿No te da miedo ya que podamos terminar como tus padres?
– Creo más bien que terminaremos como los tuyos.
– Nos va a costar. Tenemos que asegurarnos de que nosotros somos lo primero y no nuestros trabajos.
– Lo conseguiremos. Te amo, Aidan. Nada podrá nunca cambiar eso.
Aidan le apartó el cabello del rostro y la besó suavemente.
– Yo también te amo a ti, Lily -susurró. Tomó el anillo y se lo puso en el dedo anular de la mano izquierda-. Supongo que ya es oficial.
– Así es.
– Ha sido bastante romántico, ¿no crees?
– Sé cómo podemos conseguir que lo sea aún más -musitó ella-. Puedes hacerme el amor en este mismo instante. Tienes diez minutos para convencerme de que serás un buen marido
Lily se puso de pie y lo agarró a él de la mano para que se levantara también.
Aidan soltó una carcajada y la tomó en brazos.
– Cariño, te aseguro que voy a tardar mucho más de diez minutos.
– Entonces, una vida entera -dijo Lily rozando los labios contra los de él-. Te concedo toda una vida.
Kate Hoffmann