Él siempre había estado en sus sueños…

Carrie Reynolds tenía una obsesión: Devlin Riley. El atractivo soltero era el protagonista absoluto de las fantasías más sensuales de Carrie. Sin embargo, ésta se dio cuenta de que, para ser la clase de mujer que Devlin deseaba, tenía que vivir la vida. Por eso decidió embarcarse en una aventura que incluía un barco, una cama y a Devlin.

Devlin estaba acostumbrado a dejar un rastro de corazones rotos a su paso, pero jamás comprometía el suyo. Sin embargo un día descubrió a una maravillosa rubia en su cama. El único problema era que la mujer afirmaba que aquella cama era suya y que no pensaba compartirla con nadie. Pero ella no sabía que Devlin nunca se acobardaba ante un desafío…

Kate Hoffmann

El Amante de sus Sueños

Not in my bed! (1999)

CAPÍTULO 01

Un helado viento barrió la calle principal de Lake Grove. Carrie Reynolds sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo, tintándole la nariz de un vivo color granate. Al acercarse a la fachada del edificio que albergaba su agencia de viajes, "Aventuras Inc.", observó los llamativos carteles que había colocado en el escaparate con la esperanza de atraer nuevos clientes.

Fiji. Una escapada exótica, playas de finísima arena… hombres bronceados y mujeres con minúsculos biquinis… cuerpos brillando bajo el sol…

El invierno era siempre la peor época del año. Cuatro meses interminables de cielos plomizos y de un frío que helaba hasta los huesos, salpicados de unos pocos días soleados. Además, el omnipresente viento del Lago Michigan era capaz de convertir Chicago y sus alrededores en lo más parecido a una Siberia urbana. Sin embargo, a pesar de que el invierno era malo para el estado de ánimo, era bueno para los negocios. Al mirar a través del cristal de la ventana, Carrie notó que había al menos tres clientes que estaban esperando ser atendidos. Y otro en la mesa de Susan…

– Es él -murmuró Carrie, sin poder apartar la mirada del hombre que estaba sentado a la mesa de su socia, Susie Ellis.

Carrie hubiera reconocido a Dev Riley en cualquier parte, incluso a distancia, y estando él de espaldas y las gafas de Carrie empañadas.

Carrie se tocó el enorme gorro de punto que se había puesto en la cabeza antes de salir de casa. Aquella mañana no se había preocupado en absoluto de su pelo. Ni del maquillaje. Un abrigo de lana, más grande de la cuenta, escondía lo peor de sus pecados: un grueso jersey verde y unos pantalones de pana deslucidos.

Durante un momento, a ella le pareció que tendría tiempo para volver corriendo a casa y cambiarse. Solo vivía a unas pocas manzanas. Sin embargo, en aquel momento, Dev Riley se puso de pie y le dio la mano a Susan. Antes de que Carrie pudiera pensar en otro plan, él se dirigió a la puerta de la agencia con su habitual porta-billetes azul en la mano.

– Dios -musitó ella, mirando a su alrededor para encontrar un sitio en el que esconderse.

Sin saber lo que hacer se caló más el gorro y se subió las solapas del abrigo, dándose la vuelta rápidamente para disponerse a cruzar la calle. Desgraciadamente, el tacón del zapato se le resbaló en una zona helada de la calle. En un suspiro, Carrie se vio sentada en medio de la acera. El gorro le había salido volando y yacía a su lado. La mochila estaba al lado del bordillo de la acera, con el contenido de la botella de zumo de uva negra que se había llevado de casa formando un pequeño charco morado encima de la acera. Además, se le habían torcido las gafas al enredársele en el pelo.

Carrie intentó ponerse de pie, pero el hielo convirtió aquella sencilla maniobra en algo peligroso. Si solo pudiera ponerse de pie, tal vez podría…

– ¿Se encuentra bien?

Él tenía la voz tal y como ella se la había imaginado, cálida y llena de matices, el tipo de voz que podía seducir a una mujer con solo unas pocas palabras. Carrie nunca le había oído hablar. Siempre que él iba a la agencia, ella encontraba una excusa para esconderse en la sala de las fotocopias o en el cuarto de baño, es decir, en cualquier lugar que le permitiera vigilarlo. Teniendo en cuenta que Devlin Riley tenía al menos dos viajes de negocios al mes, Carrie se había convertido en una experta en aquel tipo de maniobras.

– ¿Puedo ayudarla?

Al intentar apartarse el pelo de los ojos, Carrie dejó caer las gafas. Ella tuvo que contener el aliento al ver que él le extendía la mano, con los largos dedos enfundados en unos elegantes guantes de cuero negro.

– No, gracias. Estoy… bien -consiguió ella decir por fin.

– Por favor -insistió él, inclinándose sobre ella con una sonrisa. -Déjeme ayudarla. ¿Se ha hecho daño?

Carrie negó con la cabeza y estaba a punto de rehusar su ayuda de nuevo cuando él le tomó la mano y suavemente le pasó el brazo por la cintura.

Él era mucho más alto de lo que él se había imaginado. A duras penas ella le llegaba con la frente a la barbilla. Los hombros, resaltados por el elegante corte de un abrigo de cachemir, eran de una anchura imposible. Carrie no pudo mirarlo a los ojos. Solo sabía que eran de un misterioso tono azul. Sin embargo, si pudiera mirarlo, una vez… Cuando por fin consiguió hacerlo, ya no pudo apartar la mirada.

– Verde -musitó ella, asombrada. ¿Cómo se los habría podido imaginar de color azul?

– ¿Verde?

– Verlo -corrigió ella, disimulando, mientras se apartaba de él. -Yo… el hielo… Me preguntaba cómo no he podido verlo…

Él asintió y se inclinó para recogerle las gafas, que le puso con mucho cuidado, empujándolas suavemente por el puente de la nariz.

– Ya está. Así lo verá mejor.

– Gracias -dijo ella, observando cómo él le recogía también la mochila. Se movía con ágiles movimientos, mientras el viento le revolvía el pelo y la tenue luz de la mañana le resaltaba el perfil. -Maravilloso…

– ¿Cómo dice? -preguntó él, incorporándose.

Carrie se maldijo mentalmente. Tenía que aprender a controlar el hábito de hablar consigo misma, que había adquirido a lo largo de los últimos ocho años de vida en solitario. De aquella manera, al menos su voz, en conversación con las plantas y con el gato, llenaba la casa de sonidos.

– Maravilloso -repitió ella, mirando al cielo gris. -Creo que va a hacer un día maravilloso.

– ¿Usted cree? -preguntó él, con otra devastadora sonrisa. -Tenía entendido que iba a nevar. Han dicho que caerán unos diez centímetros.

– Yo creía que iban a ser quince -replicó ella.

En aquel momento, un incómodo silencio se produjo entre ellos. Aunque Carrie deseaba apartar la mirada de él, no pudo. No estaba segura de que fuera a volver a tener una oportunidad como aquella. Y el verdadero Dev Riley era mucho mejor que el que ella imaginaba en sus fantasías.

Finalmente, fue él quien rompió el silencio, aclarándose la garganta.

– Bueno, ¿está segura de que se encuentra bien?

– Sí.

– Me alegro. En ese caso, tengo que marcharme.

Entonces, él le dedicó una última sonrisa, se dio la vuelta y se marchó. Cuando ella estaba a punto de dejarse caer de rodillas de nuevo de pura mortificación, él se volvió, con lo que ella tuvo que recobrar la compostura rápidamente.

– Tal vez quiera parar en la agencia de viajes -le dijo él, -y decirles que la acera está muy resbaladiza por el hielo. Deberían poner sal.

– ¡Yo… lo haré! -respondió Carrie, con todo su entusiasmo. Luego se cargó la mochila al hombro. -Sí -murmuró. «Entraré allí y le diré a la dueña que es una idiota».

Con una risa amarga, Carrie abrió la puerta de la agencia y entró. Se estaba tan caliente en el interior que los cristales de las gafas se le empañaron enseguida. Cuando se le aclararon, vio a Susie de pie delante de ella.

– No me puedo creer que hayas hablado con Dev Riley. ¡Por fin has reunido las fuerzas para hacerlo! ¿Qué te ha dicho? ¿Qué le has dicho tú?

– Me caí -explicó Carrie, mirando a los clientes que estaban esperando. Rápidamente se dirigió hacia su mesa. -Y él me ayudó a levantarme. Yo le di las gracias. Con decirte que he debido parecerle una completa idiota te lo digo todo.

Ella dejó la mochila al lado de su silla y luego se quitó el abrigo y los mitones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había perdido el gorro con el viento.

– Bueno, era un gorro muy feo -musitó Carrie, mientras se dirigía a la sala de fotocopias a prepararse un café. -Necesito un donut.

Los pasteles con un alto nivel de calorías siempre la habían ayudado a tranquilizarse los nervios a primera hora de la mañana. Las patatas fritas eran lo único que le funcionaba después de las once. Por la tarde, tenía que recurrir al chocolate, en cualquiera de sus formas. Y antes de irse a la cama, tenía que tomarse un helado.

– ¡Quiero saber lo que has dicho! -exclamó Susie, pisándole los talones. -Has estado casi dos años soñando con ese hombre, babeando cada vez que él entraba en la agencia.

– ¡Eso no es cierto! Ahora, ¿quieres dejar de seguirme y ocuparte de los clientes?

– Ya lo estoy haciendo. Me estoy ocupando de Dev Riley.

Carrie reprimió un gruñido. Había veces en las que se arrepentía de no haber permanecido como única propietaria. Sin embargo, la agencia de viajes «Aventuras Inc.» se había hecho demasiado popular como para que la dirigiera solo una persona. Así Susie había pasado de ser una empleada indispensable a una aspirante a socia y había ido comprando poco a poco parte del negocio. Además, se había convertido en la mejor amiga, y torturadora, de Carrie.

A cambio, Carrie se había visto relevada de todas las tareas que no le gustaban del negocio de los viajes, como por ejemplo viajar. Susie la había interrogado sobre su vida personal con tanta insistencia que ya no había secretos entre ellas.

– Yo no sueño con Dev Riley -musitó Carrie, mientras se servía una taza de café. -Yo admiro su… abrigo -añadió por fin, sin saber si confesar que era su cara, su cuerpo. -Sí, eso es. Creo que tiene un gusto exquisito. Era de cachemir.

– Y tú no podrías decirme ninguna mentira menos creíble que esa. De hecho, es bueno que por fin hayas hablado con él. Eso es un gran paso para ti. Las dos sabemos que ya va siendo hora de que tengas una vida real. Una vida real con un hombre real.

– Ya tengo una vida -respondió Carrie, con la boca llena de donut.

– Tienes una profesión -la corrigió Susie. -Las dos sabemos que no has vivido nada desde que tenías diez años.

Susie tenía razón. La vida de Carrie había sido idílica hasta que su madre había muerto, casi veinte años atrás, cuando ella tenía diez años. Después de eso, al ser hija única, Carrie se había convertido en la mujer de la casa. Se había pasado la vida limpiando, cocinando, planchando y lavando para su padre. Y cuando no hacía eso, estaba con los deberes. Gran estudiante, Carta Louise Reynolds era la única persona en la historia del Instituto de High Grove que había ganado el premio de geografía durante cuatro años consecutivos.

Cuando llegó la hora de ir a la universidad, Carrie había decidido rechazar una beca en una prestigiosa universidad del este y decidió asistir a una pequeña facultad que estaba cerca de su casa. No le importaba tener que cuidar de su padre. Carrie lo quería más que a nadie y le gustaba que él la necesitara. Además, así tenía siempre una excusa para evitar todos los acontecimientos sociales que podía, como citas, bailes… chicos. Siempre tenía algo que hacer en casa.

De hecho, ya casi se había resignado a pasarse la vida como profesora de geografía cuando su padre hizo algo que la dejó muy sorprendida. En la semana en la que Carrie se graduaba en la universidad, John Reynolds anunció que se retiraba, se compró un piso en Florida, puso la casa familiar a nombre de su hija y le entregó un cheque por diez mil dólares. Básicamente, era decirle que ya iba siendo hora de que los dos vivieran.

Entonces, Carrie decidió comprar una pequeña agencia de viajes en el distrito de Lake Grove, un precioso barrio residencial de Chicago, en el que había mucho dinero. Se había creado su propio hueco en los negocios dedicándose a los viajes de aventuras, como ir de marcha por los Himalaya, viajar en balsa por el río Amazonas… Así se había conseguido hacer una clientela joven que había sido la clave para el rápido crecimiento de «Aventuras Inc.»

– ¿Carrie?

Miró a Susie y forzó una sonrisa, con la mente puesta ya en las comisiones de las compañías aéreas.

– De verdad. Tengo intención de crearme una vida propia. En cuanto tenga tiempo…

– Bueno, pues te sugiero que empieces esta misma mañana -le dijo Susie. -Ya has hablado con Dev Riley, el objeto de tus fantasías. Ahora, creo que deberías dar el siguiente paso.

– ¿El siguiente paso?

– Llámalo. Pídele que salga contigo, por ejemplo a comer, con la excusa de darle las gracias por recogerte de la acera. Yo tengo su número.

– Tiene novia. ¿No te acuerdas de que me lo dijiste? Además, ¿por qué iba a aceptar que yo lo invitara a comer?

Carrie sabía que no tenía que engañarse. Dev Riley nunca se sentiría atraído por ella, una mujer algo estúpida, socialmente inepta, con gafas de culo de vaso y una horrible permanente. Carrie tendría más posibilidades de que le tocara la lotería.

Al mirar su reflejo en la cafetera, se pasó los dedos por el pelo. Si se hubiera preocupado más de su aspecto aquella mañana, tal vez se hubiera sentido de un modo diferente. Sin embargo, Carrie siempre se había vestido de un modo que la hacía invisible para el sexo opuesto. Tal vez era para protegerse a sí misma de los rechazos que pudiera sufrir.

– Yo no podría hacerlo.

– Nunca lo sabrás a menos que pruebes -insistió Susie.

– Me diría que no -insistió ella, colocándose las gafas y llenándose los cristales de azúcar del donut.

– Tal vez no.

– ¡Venga ya! Sí, seguro que él agradecería el cambio de salir con las maravillosas mujeres con las que sale y saldría conmigo. De cuerpos de modelos a muslos fláccidos. ¿Quién está viviendo ahora en un mundo de fantasía?

– Si esperas demasiado, perderás la oportunidad.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Acabo de ayudarlo a planear unas románticas vacaciones. Para dos. Ha estado aquí a recoger los billetes. Estas son las primeras vacaciones que le organizo. Siempre son viajes de negocios. Sin embargo, esta vez, me pareció que estaba dispuesto a hacerle la «pregunta» a su acompañante de viaje. Se llama Jillian. Jillian Morgan.

– ¿Me estás diciendo que crees que se va a casar? -preguntó Carrie, que se sentía como si le hubieran atravesado el corazón.

Tras darse la vuelta para ocultar lo que sentía en aquellos momentos, no pudo dejar de preguntarse cómo podría sentirse así por un hombre que casi no conocía. ¡Él solo era una fantasía!

– Seamos prácticas -dijo Carrie, respirando profundamente. -Un hombre como Dev Riley nunca se fijaría en mí. Además, acabo de hacer el ridículo con él. Casi no podía articular dos palabras juntas. Yo no sé hablar con los hombres.

– Hacer el ridículo es muchas veces parte de la vida… y del amor. Todos lo hacemos. Lo único que pasa es que tú pareces hacerlo con más frecuencia que el resto de la gente, pero eso es parte de tu encanto.

– ¿De mi encanto?

– Carrie, tú diriges una de las agencias de viajes con más éxito de la ciudad. Eres una mujer de negocios muy respetada. Eres lista y divertida y también bonita. Lo único que tienes que hacer es prestar más atención a tu aspecto.

– Y también soy la persona más aburrida que conozco -le espetó Carrie.

– Bueno, eso es algo que podemos cambiar. Todos los días, tú planeas exóticas vacaciones para tus clientes. Sin embargo, tú nunca has tenido una aventura, ni siquiera unas vacaciones.

– Viajar sola parece tan… desesperado. Da pena. Y, además, siempre me ha dado un poco de miedo.

– Entonces, déjame planear unas vacaciones para ti. Yo me encargaré de prepararlo todo. Te garantizo que, cuando vuelvas, serás una persona diferente.

– No sé…

– ¡Anímate! Da el primer paso. Te prometo que no lo lamentarás.

Carrie dio otro mordisco al donut. Susie tenía razón. ¿Cómo podría esperar que un hombre como Dev Riley la encontrara interesante cuando ni ella misma se encontraba interesante? Él viajaba por todo el mundo, ella se limitaba a leer folletos de vacaciones. Él tenía relaciones sexuales con regularidad. Las de ella eran tan frecuentes como las elecciones presidenciales.

Tal vez lo que tenía que hacer era animarse un poco la vida. Tenía casi treinta años y se había pasado los últimos doce meses soñando con un hombre que jamás podría tener. Ya iba siendo hora de que saliera al mundo. Tenía que haber al menos otro hombre como Dev Riley esperando a la mujer de sus sueños.

– Entonces, ¿qué vas a hacer, Carrie Reynolds? ¿Tengo que recordarte que vas a cumplir treinta dentro de dos meses? ¡El mundo te está esperando!

– Lo pensaré -replicó Carrie. -Ya te lo diré.

– ¿A lo largo de la mañana?

– Esta semana.

– Tiene que ser hoy -insistió Susie. -¡El resto de tu vida tiene que comenzar hoy mismo!

Si no estás metida en un avión al final de la semana ya no me preocuparé más por ti.

Susie salió del cuarto de las fotocopiadoras, dejando a Carrie para que considerara aquella sugerencia. En realidad, Carrie ya había intentado cambiar su vida. La permanente había sido el primer paso, una decisión espontánea de la que se había arrepentido. En realidad, llevaba días pensando en pintar la casa de nuevo o tal vez en comprarse otro coche. Sin embargo, la preciosa fotografía del salón de belleza de la esquina le había nublado el sentido común. Una parte de su corazón había esperado que un nuevo estilo en el peinado le sirviera para tener más confianza en sí misma. Y que lo hiciera más atractiva para el sexo opuesto.

Si de verdad quería un hombre como Dev Riley tendría que convertirse en el tipo de mujer que él deseaba: arriesgada, segura de sí misma. Una mujer de mundo. Una mujer que pudiera hablar de cualquier cosa y que no se atiborrara de donuts cada vez que se sentía deprimida.

– Lo haré -murmuró Carrie, tirando el donut a la basura. -¡Lo haré, aunque haga el ridículo intentándolo!

Para cuando el taxi llegó al destino de vacaciones de Carrie, ella estaba deseando echarse una siesta. El vuelo a Miami había sido un infierno. Solo era la tercera vez que Carrie tomaba un avión en toda su vida. Desde que despegaron, no se había retirado la bolsa de papel de debajo de la barbilla, e intentando olvidarse de las náuseas, se había concentrado en Serendipity, el lujoso complejo turístico para solteros que Susie le había reservado.

Había tardado unos días en decidirse, pero finalmente había aceptado el destino de vacaciones que Susie había elegido para ella. ¿Qué podría ser mejor para empezar sus prácticas que un lugar lleno de solteros?

Carrie había estudiado tantos folletos de viajes durante tantos años que se podía imaginar el lugar con toda claridad: palmeras meciéndose con la brisa del mar, el ruido del océano, un balcón con vistas a la playa y todo lo necesario para mimarse todo lo que quisiera.

Tal vez incluso podría salir de su habitación para echarles un vistazo a los solteros. Tendría que asegurarse de conseguir unas buenas historias y unos cuantos hombres guapos que describir para poder contárselo a Susie. Tal vez no era el vuelo lo que le hacía sentir náuseas sino las perspectivas de tener algún tipo de relación con el sexo opuesto.

Incluso, tal vez fuera la velocidad a la que se movía el taxi por la carretera. Cuando finalmente salió del caluroso coche para encontrarse con el húmedo calor de Miami, creyó estar a punto de desmayarse.

– Esta es la razón por la que no viajo -murmuró ella, ajustándose el sombrero de paja a la cabeza.

Todas aquellas sensaciones la hacían sentirse fuera de su elemento. Mientras intentaba recuperarse, el taxista le sacó el equipaje del maletero y se lo puso a los pies para luego ponerse a buscarle un botones. Pero no había ni uno solo a la vista… probablemente porque tampoco había complejo turístico. Estaban aparcados al lado de un paseo marítimo brillantemente iluminado.

– Esto no es «Serendipity». Se supone que hay un complejo hotelero con montones de… habitaciones.

– Pues es esto -insistió el taxista, mirando el bloc de notas. -Esta es la dirección que se me ha dado. Esto es la Miamarina.

– Pero aquí no hay ningún complejo turístico -dijo ella, mirando a su alrededor. -Tiene que haber un error.

– Allí hay una señal, sobre esa valla, que dice Serendipity. Tal vez haya un barco para llegar al complejo turístico.

– ¡No! Barco no. Ya he tenido bastante con el avión. No pienso subirme en un barco.

– Bueno, señorita. Yo tengo que volver al aeropuerto. Puedo volver a llevarla al aeropuerto o puede quedarse aquí. Usted elige.

Carrie se mordió los labios. Había llegado muy lejos para tener una aventura. No podía echarse atrás por tener que montarse en un barco. Susie jamás le permitiría olvidarlo.

– Me quedo -dijo por fin, despidiendo al taxista. -Estaré bien.

El taxi se alejó a toda velocidad. Carrie suspiró. ¡Menudo modo de empezar las vacaciones! Se sentía mal, tenía calor y un fuerte dolor de cabeza, y encima se tenía que montar en un barco antes de poder tomarse una ducha y echarse una siesta. Menos mal que la gente no llevaba tan mal lo de los viajes como ella, si no, su negocio daría en quiebra enseguida.

– A la gente la encanta viajar -se aseguró. -Se supone que es divertido. Yo me estoy divirtiendo.

Carrie se pasó los dedos por el pelo, cenando los ojos con disgusto al notar los nudos. Se había pasado tres días arreglándose para su gran aventura. Se había aclarado el pelo del habitual color pardusco a rubio y se lo había cortado por los hombros. Las chicas del salón de belleza le habían depilado las cejas por lo que, cuando se marchó, Carrie no se conocía a sí misma.

Luego se había pasado un día entero en un centro comercial. Se gastaron cientos de dólares en prendas veraniegas. Después fueron al apartamento de Susie y lo metieron todo, junto con algunas cosas de Susie, en las maletas de diseño de ésta.

Carrie se frotó los ojos. Incluso se había animado a sacar las lentillas que se había comprado el año anterior, esperando mostrar los ojos azules que su peluquera consideraba maravillosos. Sin embargo, Carrie no estaba dispuesta a dejarse engañar. Ni todas las estilistas ni las peluqueras del mundo podrían convencerla de que era guapa.

Ella tenía unas curvas demasiado rotundas para estar de moda. Y era demasiado baja. Tenía el pelo indomable y los rasgos del montón. Ella era lo que todos los hombres coincidirían en denominar «una mujer corriente». Y eso sería si algún hombre se dignara a mirarla.

Tal vez ella tenía la culpa de aquella situación. Ella siempre había pensado que cuando apareciera el hombre adecuado, sería capaz de reconocer sus atributos positivos y vivirían juntos para siempre. Sin embargo, después de su loca atracción por Dev Riley, se había visto obligada a admitir que si quería tener alguna oportunidad de conseguir el amor y el matrimonio, tendría que hacer algunos cambios en su vida. Tendría que dejar de ocultarse detrás de ropas que no la favorecían y de sus gafas. Tendría que aprender a ser encantadora e ingeniosa, a actuar con confianza aunque no sintiera ninguna.

Aquel era el propósito de aquellas vacaciones. Practicar en un lugar en el que no tuviera que preocuparse por encontrarse con alguien conocido. Tendría que tragarse sus inseguridades y sus miedos. Tal vez así, cuando volviera a casa, tendría en su vida algo más que su trabajo.

– ¡A bordo!

Carrie levantó la vista y vio un hombre de pelo blanco, vestido con unos pantalones cortos, una camisa y una gorra también de color blanco. Estaba de pie al lado de un carrito cargado de helados. Era un vendedor de helados. ¡Lo que daría ella por tomarse un helado, o tal vez dos, en aquellos momentos!

– ¿Es usted la señorita Reynolds?

Ella se cubrió los ojos con la palma de la mano, para protegerlos del sol, y contempló al hombre. ¿Cómo era posible que un vendedor de helados supiera su hombre?

– Soy el capitán Fergus O'Malley -añadió el hombre, con un fuerte acento irlandés. A pesar de ser un rudo marino, tenía aspecto bonachón.

– ¿Capitán Fergus? Capitán Fergus, ¿tiene helados de chocolate y menta? ¿O almendrados? Hasta me vale un simple helado de fresa. Eso sí, de dos bolas.

– ¿Es helado lo que quiere? Ya veré lo que tenemos a bordo del Serendipity, señorita.

– ¿Cómo que a bordo del Serendipity? ¿No sería más correcto decir en Serendipity?

– No, yo me refiero al barco. Soy el Capitán Fergus O'Malley, el capitán del Serendipity. Y estoy seguro de que usted es una de mis pasajeras, Carrie Reynolds. Déjeme ayudarla con el equipaje y la acompañaré a bordo.

– A bordo -musitó Carrie. -Entonces… ¿usted no es un vendedor de helados? ¿Y Serendipity no es un maravilloso complejo hotelero con blandas camas y duchas calientes?

Carrie estuvo a punto de añadir «y hombres guapos y solteros con minúsculos bañadores», pero se lo pensó mejor.

El capitán Fergus se echó a reír como si ella hubiera dicho algo muy divertido y empezó a andar con las maletas de Carrie bajo el brazo.

– Serendipity es una nave de cincuenta y cuatro pies, una de las más lujosas para navegar por el Caribe. Tenemos una cama suave y una ducha caliente para usted, eso seguro. Además de comidas de sibarita y buenos vinos. ¿Es que no ha visto nuestro folleto?

Carrie negó con la cabeza mientras seguía al hombre. Las piernas amenazaban con doblársele de un momento a otro.

– Se suponía que estas vacaciones tienen que ser una aventura. Lo del avión y el taxi ha sido una verdadera aventura, pero lo del barco es demasiado para mí. Verá… Es que yo no nado muy bien y, como yo siempre digo, si no te quieres ahogar, es mejor que te mantengas alejada del agua. Pero resulta un poco difícil estando en un barco, ¿no le parece?

– No tiene que preocuparse por su seguridad. Además, no estaremos en el mar todo el tiempo. Haremos escalas en preciosos lugares casi todos los días a lo largo de los Cayos de Florida.

– Pero, ¿cómo se supone que voy a practicar? -musitó ella. -Susie sabía que yo quería practicar. ¿Por qué me metió en un barco en el que no hay nadie con el que practicar?

– ¿Practicar? -preguntó el capitán Fergus, deteniéndose para mirarla. -¿Qué es lo que quiere practicar?

– No importa -replicó ella. Al levantar la vista, vio un enorme velero meciéndose sobre las olas y Carrie no pudo evitar tragar saliva. -Voy a matarte, Susie Ellis. Te juro que, tan pronto como llegue a casa, vas a pagar por esto.

– Bueno, aquí está. Espero que tenga una buena travesía con nosotros, señorita Reynolds.

– Estoy segura de que me lo pasaría muy bien, si me fuera a subir a su barco, pero no puedo. Me temo que me pondría muy… enferma.

– De eso nos podremos encargar enseguida. Espere aquí y le traeré unas pastillas contra el mareo. Funcionan de maravilla.

– Eso me vendría muy bien. Yo me limitaré a sentarme aquí en este banco y contemplar el futuro. Y el inminente asesinato de mi socia.

El capitán Fergus la miró muy extrañado y luego subió al barco para desaparecer en la cabina. Unos pocos minutos más tarde, regresó con un frasco de pastillas y un enorme zumo de fratás.

– Un refresco de bienvenida -dijo él. -No tiene alcohol, pero la ayudará a tragarse la pastilla. Después de algún tiempo, se acostumbrará al movimiento. Dentro de unos pocos días ya ni siquiera lo notará.

Referente a los camarotes, el capitán Fergus tenía razón. Después de pasarse media hora en el muelle, Carrie por fin se atrevió a subir a bordo del Serendipity y comprobó todo lo que le había explicado el capitán. El camarote de Carrie era grande y lujoso, con un enorme salón y una habitación igualmente grande, con un cuarto de baño algo pequeño. Serendipity presumía de tener lo mismo que un hotel, menos otros huéspedes.

Una vez que se hubo instalado, la primer oficial y chef, la encantadora esposa del capitán Fergus, Moira, le llevó una pequeña bandeja con fruta fresca y una ensalada de langosta, que Carrie devoró con apetito.

Mientras el sol se ponía, el aire pareció detenerse, invitando al sueño. Las ropas de Carrie se le pegaban a la piel, así que ella se desnudó, deseando deshacerse de los restos de un día demasiado ajetreado. Envuelta en una toalla, se dirigió al cuarto de baño. Sin embargo, no pudo reunir fuerzas para meterse en el pequeño cubículo que servía de ducha.

Con un suspiro, volvió al camarote, se quitó la toalla y se tumbó en la cama, demasiado agotada para buscar un camisón en su equipaje. Las sábanas de algodón le daban una sensación fresca a la piel. La medicina contra el mareo le estaba produciendo una deliciosa sensación de letargo.

Carrie nunca se había acostado sin pijama, pero solo tenía la intención de echarse durante un rato. Además, ¿qué daño podía hacer si estaba sola? Después de dormir un rato, se levantaría, buscaría un teléfono y le pediría a Susie que le buscara unas verdaderas vacaciones, en un hotel de verdad.

El suave movimiento del barco parecía acunarla y finalmente acabó por dormirse. Se despertó una vez y se preguntó dónde estaba, pero luego se dejó atraer por el mundo de fantasías, satisfecha, cómoda y…

La fantasía no era una novedad. Dev Riley había formado parte de sus sueños muchas veces. Sin embargo, siempre había sido una figura vaga. Aquel sueño fue diferente. Aquella vez, parecía estar vivo en su imaginación, incluso el sonido de su voz, el color de sus ojos, su olor… Todo parecía real.

Carrie suspiró suavemente y se abrazó a una mullida almohada, estirando su cuerpo desnudo bajo las sábanas. En aquel sueño, ella era guapa y sexy, exactamente el tipo de mujer que le gustaría a un hombre como Dev. Él era apasionado y parecía completamente hechizado por los encantos de ella.

Estaban en el dormitorio de él, en la que era una de las versiones favoritas de Carrie. El tenía una cama enorme. Las velas parpadeaban en la oscuridad, bañando la habitación y el pecho de Dev de una suave luz dorada. Él se arrodillaba al lado de ella, observándola, esperando…

Sin embargo, aquel sueño nunca iba más allá. Nunca se hablaban ni se besaban. Solo se miraban… Carrie gimió y aferró aún más fuerte la almohada.

¿Por qué aquel sueño siempre se detenía antes de que empezara lo bueno?

CAPÍTULO 02

Dev Riley llegaba tarde. Había estado a punto de cancelar aquel viaje, pero, en el último minuto, había decidido seguir con sus planes. ¡Al diablo con Jillian Morgan! Y, en lo que a él se refería, todas las mujeres en general. ¡Antes de que él decidiera enamorarse de otra mujer y se confiara a ella, haría frío en los Cayos de Florida!

Se suponía que aquel viaje iba a marcar un punto clave en su vida. Había estado saliendo con Jillian durante casi dos años y el matrimonio había parecido, por lógica, el siguiente paso. Dev no había llegado a aquella conclusión sin pensárselo mucho. Había sopesado los pros y los contras y por fin se había animado a proceder.

Después de todo, Jillian era una mujer hermosa, segura de sí misma, inteligente e independiente, el tipo de mujer que él se sentiría orgulloso de tener como esposa. Ella adoraba su trabajo, pero lo que era más importante para Dev, entendía la obsesión que él tenía por el suyo, las largas horas y las noches que llegaba tarde a casa. Casarse con Jillian era preferible a tener que buscar otra mujer que aceptara su ajetreado estilo de vida y sus pocas ganas de fundar una familia. Además, los dos pasaban el poco tiempo del que disponían juntos, así que, ¿por qué no hacerlo oficial?

Dev le había dado a su agente de viajes, Susie Ellis, carta blanca para que le planeara la escapada más romántica que le pudiera encontrar. Cuando tuvo los billetes, había ido a darle a Jillian la sorpresa. Al principio ella se había negado a acompañarlo, con excusas de trabajo. Después de mucho insistir, ella había decidido que unas vacaciones era precisamente lo que necesitaban.

Dev no pudo evitar una amarga sonrisa. Había sido lo suficiente estúpido como para creer que Jillian había compartido sus planes para el futuro… hasta dos días antes de la salida. Al volver a casa, había descubierto que ella se había marchado. Él había encontrado una nota, redactada en términos muy impersonales, en la que le explicaba que había decidido aceptar un ascenso en su trabajo. Y aquel ascenso implicaba mudarse inmediatamente a Nueva York.

Aquella carta concluía con sus más sinceros deseos de felicidad. Ella había querido darle la noticia durante las vacaciones, pero luego se lo había pensado mejor. No mencionaba el amor ni el compromiso, ni tampoco se lamentaba por aquella repentina decisión. Las palabras que ella le había susurrado en sus momentos de pasión no parecían significar nada para ella, sobre todo cuando se interponían con su valiosa trayectoria profesional.

Dev bajó la cabeza y contempló las luces del paseo marítimo de Miami a través de las ventanas ahumadas de la limusina. Él mismo había estado tan obsesionado con el trabajo que había decidido pasar aquellas vacaciones en un lugar cercano a Chicago. Podría haberla llevado a Roma o París, pero había pensado en el trabajo lo primero. Había sido un estúpido al pensar que podrían tener un futuro juntos. El único interés común que compartían era el éxito profesional. Pero, si no podía tener un futuro con una mujer como Jillian, ¿quién le quedaba?

Tal vez nadie. Tal vez estaba destinado a permanecer soltero toda la vida. Lo que, considerando la situación, no era una mala perspectiva. Él nunca tenía problemas si quería salir con alguna mujer. Cuando esta le empezaba a pedir demasiado tiempo o energía, cortaba con la relación y seguía su camino. Podía volver a su antigua vida tan fácilmente como había decidido casarse.

Dev se frotó la frente, deseando erradicar el dolor que le crecía dentro. Así sería su vida. A partir de aquel momento, estaría solo. Las mujeres solo tendrían un lugar en su vida, es decir, en su cama. Cuando volviera de aquellas vacaciones, se volcaría de nuevo en su trabajo. Pero, hasta entonces, pasaría la semana solo, poniendo en perspectiva los amargos recuerdos de Jillian. Sacando a las mujeres de su vida para siempre.

Aprendería todo lo que se refería a la navegación. Disfrutaría del sol y de la brisa del mar. Practicaría algo de submarinismo. Dormiría todo lo que pudiera y aprendería a relajarse. Cuando regresara a casa, su relación con Jillian formaría parte del pasado.

La limusina se detuvo a la entrada del puerto. Mientras el conductor le abría la puerta, Dev oyó el golpeteo de los barcos, mecidos por el mar, contra las maderas del muelle. Los altos mástiles se movían contra el oscuro cielo de la noche, creando sombras en el suelo.

Durante un momento, Dev estuvo a punto de pedirle al conductor que lo llevara de nuevo al aeropuerto. Aquel viaje solo podría aburrirlo sobremanera… Probablemente podría aprovechar el tiempo mejor en su despacho, planeando su siguiente adquisición mientras intentaba olvidar a Jillian.

Sin embargo, nunca se había tomado unas vacaciones de verdad, que incluyeran una relajación en una soledad completa. Lo único que conseguía era tomarse unos días de vez en cuando y normalmente se llevaba el trabajo.

– Venga, Dev -musitó en voz baja. -Diriges una compañía multinacional. Claro que puedes pasarte unas vacaciones solo. Ya es hora de que aprendas a relajarte.

¿De qué tenía miedo? ¿De tener demasiado tiempo para pensar? ¿De poder ponerse a examinar lo que había hecho en su vida? ¿De los errores? Tenía treinta y siete años. A su edad, debería estar muy a gusto con el hombre en el que se había convertido. Sin embargo, desde que se había hecho cargo de la empresa de su padre quince años atrás, Dev se había pasado los días rodeado por la responsabilidad y disfrutando todos y cada uno de los minutos de ella. Era solo cuando se quedaba tranquilo cuando se planteaba si no habría más en la vida que lo que él tenía.

Maldiciendo en voz baja, Dev salió de la limusina y tomó la bolsa de viaje que le extendía el conductor. Aquel no era el momento para examinar sus faltas. ¡Se suponía que unas vacaciones tenían que ser divertidas! Al cruzar la portezuela, saludo al hombre uniformado que lo esperaba allí.

– Siento llegar tan tarde -dijo Dev.

– Está de vacaciones, señor Riley -le respondió el capitán, con una sonrisa. -Aquí no se tienen en cuenta los relojes.

– Intentaré recordarlo, señor…

– Capitán Fergus -replicó el hombre. -Estamos listos para partir tan pronto como usted suba a bordo. Su acompañante llegó a primera hora de la tarde y se ha acomodado en el camarote. -¿Mi acompañante?

– Ha tenido un pequeño problema de mareo, pero ya nos hemos ocupado de eso. Creo que ahora está dormida. Es una joven muy bonita, señor.

– Mi acompañante -repitió Dev, respirando profundamente.

Así que Jillian había cambiado de opinión. Su nota había parecido ser tan definitiva que él había decidido cancelar su parte del viaje con Susie y él mismo no se había decidido hasta unas pocas horas de que despegara el avión.

Si se lo había pensado mejor, ¿por qué no lo había llamado? ¿Por qué se presentaba allí sin decir una sola palabra? Tal vez quería disculparse, arreglar las cosas. Dev suspiró. ¿Estaría él dispuesto a perdonarla?

– ¿Le apetece algo de cenar, señor Riley? -le preguntó el capitán. -Tal vez le apetezca beber algo antes de que levemos anclas.

– ¿Levar anclas? ¿Ahora? -preguntó Dev, tras mirar el reloj. Era casi medianoche.

– Siempre navegamos de noche para que nuestros tripulantes tengan los días para hacer turismo. Conozco estas aguas como la palma de mi mano. No tiene que preocuparse. Con los sistemas de navegación por satélite no hay ningún problema.

– Creo que me apetece dormir un poco -respondió Dev. -Podemos marcharnos cuando usted quiera. Siento haberlos retrasado.

El capitán mostró a Dev el salón principal y luego señaló un estrecho pasillo.

– El camarote está ahí delante. Hay uno más pequeño donde puede dejar el equipaje. Llegaremos a Cayo Elliott a primera hora de la mañana. Pueden comer en tierra si así lo prefieren.

– Maravilloso -respondió Dev, sin mucho entusiasmo. Ni siquiera estaba seguro de que él y Jillian se fueran a hablar al día siguiente, así que mucho menos que fueran a compartir una comida. -Hasta mañana, capitán.

El camarote estaba a oscuras cuando Dev entró. La única luz se filtraba a través de los ojos de buey que había a cada lado de la cama. Extendió la mano para encender la luz, pero se lo pensó mejor. En aquellos momentos, no le apetecía hablar con Jillian. No estaba de humor para discutir.

Con un profundo suspiro, dejó caer las bolsas en el suelo y se quitó la chaqueta. Esperaría a la mañana para hablar con ella cuando él estuviera más centrado. Mientras se desnudaba, no dejó de mirar el bulto que se acurrucaba debajo de las sábanas.

De repente, tuvo la urgencia de quitarse los calzoncillos, que era lo único que lo cubría, y meterse en la cama con ella, despertarla lentamente… Tal vez si hacía el amor con ella, olvidaría toda la furia que sentía y podrían pasar unas buenas vacaciones. Siempre se habían sentido bien juntos, compartiendo una pasión que ambos encontraban satisfactoria. Y al final de las vacaciones, seguirían caminos separados.

Al final, Dev se estiró encima de la sábana, poniéndose los brazos detrás de la cabeza. Mientras se dirigía al barco, se había convencido de que pasaría aquellas vacaciones a solas, e incluso le había empezado a apetecer. En aquellos momentos, casi lo molestaba la presencia de Jillian.

En aquel momento, ella gimió suavemente y él sintió cómo se abrazaba a él. Dev apretó los dientes y luchó por controlar sus impulsos. A pesar de que no quería despertarla, ¿cómo iba a resistir la calidez del cuerpo de ella y el suave aliento contra la piel? él se volvió hacia ella y le acarició la mejilla, cubierta de una piel suave como la seda.

Sin poder resistirse, se acercó aún más a ella y la besó. Durante un instante, dudó. Ella parecía diferente, le sabía diferente. Tras pasarle la mano por el pelo, Dev se preguntó por qué se lo habría rizado.

Él decidió apartar aquellos pensamientos y levantó la sábana que le cubría el cuerpo. Lentamente, las manos empezaron a acariciar el tacto familiar de la carne, y, sin embargo, había algo que no encajaba. Donde antes había encontrado duros músculos, en aquellos momentos eran suaves curvas. La suave fragancia del perfume de ella lo inundó al inclinarse para besarle los pechos. Hasta el perfume olía diferente, exótico, excitante…

– Mmm -murmuró ella, arqueándose contra él. -Estás aquí, estás aquí de verdad.

Dev se quedó helado y se apartó de ella. Completamente aturdido, extendió la mano y encendió la luz de la mesilla de noche. A pesar de tener la cara levantada, ella seguía teniendo los ojos cerrados. Durante un instante, a Dev le pareció reconocerla, pero enseguida se dio cuenta de que la mujer que había en su camarote era una completa extraña.

Rápidamente, tomó la sábana y le cubrió el cuerpo. Cuando consiguió tranquilizarse, Dev extendió las manos y la sacudió por los hombros, suavemente. Ella no abrió los ojos. Entonces, él se levantó y se puso de pie, al lado de ella, sin saber lo que la decencia mandaba hacer en aquellos casos. Se dio cuenta de que lo primero que la decencia mandaba era cubrir de algún modo su evidente deseo, por lo que se puso rápidamente los pantalones.

¿Se había colado otra pasajera en su camarote por error? Eso era imposible. Se suponía que él y Jillian iban a ser los únicos pasajeros a bordo del Serendipity. Aquello le dejaba solo con un miembro de la tripulación. Al inclinarse sobre ella y estudiarle la cara, se dio cuenta de que, por la palidez de su rostro, no era una persona que se pasara la vida al bordo de un barco.

Además, el capitán Fergus la había llamado «su acompañante». Tal vez aquella mujer se había colado en el barco bajo falsas pretensiones. ¿Quién sería? ¿Qué demonios estaba haciendo en su cama? ¡Con toda seguridad aquello no estaba incluido en el precio del pasaje!

Extendió la mano para tocarla de nuevo, pero la retiró enseguida. Tenía una piel increíblemente suave, como no la había tocado antes. Dev se arrodilló y la estudió cuidadosamente. A primera vista, ella no era lo que él consideraría una mujer hermosa, sin embargo, tenía que admitir que era bastante intrigante.

Aquella mujer y Jillian eran como el día y la noche. Jillian era fría e inaccesible. Su esbelto cuerpo había sido esculpido por un entrenador profesional y poseía una actitud que reflejaba que era consciente de que su belleza era superada solo por su empuje y su inteligencia.

Por el contrario, aquella mujer era toda luz, desde la rubia melena hasta la frescura de su rostro. Unas cuantas pecas le cubrían la nariz y las pálidas mejillas. Tenía los labios fruncidos en lo que parecía ser una picara sonrisa. Además, por las curvas que se adivinaban bajo la sábana, Dev dudaba mucho que se pasara la vida levantando pesas en el gimnasio.

Aquella mujer tenía todas las cualidades que nunca lo habían atraído. Sin embargo, Dev no podía apartar los ojos de ella ni podía quitarse de encima la sensación de que ya la conocía. La suave brisa marina entró a través de uno de los ojos de buey, moviéndole un mechón de pelo.

Un hombre más sensato la hubiera despertado y le hubiera pedido una explicación. Un caballero al menos hubiera buscado al capitán y hubiera intentado averiguar cómo aquella extraña se había colado en su camarote. Sin embargo, Dev Riley no era ni un caballero ni un hombre sensato. En vez de eso, decidió meterse en la cama e intentar dormir.

Muy pronto descubriría quién era aquella mujer. Hasta entonces no iba a darle ninguna oportunidad de saltar del barco sin darle una explicación aceptable.

Carrie gruñó y estiró los brazos. Durante un largo momento, se negó a abrir los ojos, segura de que si lo hacía, sentiría náuseas. Se sentía enferma, como si tuviera gripe o una indigestión. Entonces, recordó dónde estaba.

– Dios -gritó ella. -Sigo en este maldito barco.

– La pregunta es, ¿qué diablos está haciendo en este maldito barco?

Asustada al oír la voz, Carrie se sentó en la cama de un salto. Al girar la cabeza, contempló un hombre tumbado a su lado. Ella parpadeó y trató de centrar la mirada. En cuanto lo consiguió, sus náuseas se incrementaron. ¡Dios santo! Era Dev Riley. Y no llevaba puestos más que unos calzoncillos de seda y una sonrisa.

– Debo de estar soñando -murmuró ella, sintiendo que la habitación le daba vueltas alrededor. Ella misma se dio la vuelta hacia su lado de la cama, convencida de que estaba dormida. -Por favor, tengo que estar soñando.

– Esto no es ningún sueño, querida.

¿Querida? ¿Dev Riley estaba en su cama y la estaba llamando «querida»? Aquello tenía que ser un sueño. Sin embargo, no tenía los ojos cerrados y podía oler perfectamente la colonia, oír el ruido del mar contra el casco del barco… ¡Y las náuseas! Si aquello fuera realmente un sueño, no se sentina tan mal.

Lentamente, Carrie se incorporó de nuevo y volvió a mirarlo. ¿Qué estaba haciendo aquel hombre en su cama? ¿Cómo habían…? ¡Susie! ¡Susie había sido la autora de aquel encuentro! La había llevado a Miami con falsas pretensiones y la había metido en la cama con Dev Riley.

– Yo no estoy soñando, ¿verdad?

Él sonrió y sacudió la cabeza, bajando luego la mirada hacia el pecho de ella. Entonces, Carrie se dio cuenta de que la sábana no tapaba lo suficiente. Con un gritito, se subió rápidamente la sábana hasta la barbilla y se apartó al borde de la cama.

Susie lo había preparado todo: el viaje, el camarote compartido… la había obligado a compartir aquella intimidad con el hombre de sus sueños. Si Carrie no se equivocaba, el barco ya estaba en plena travesía, lo suficientemente lejos de tierra como para permitirla escapar.

– Creo que voy a vomitar -susurró ella, intentando ponerse de pie.

– Antes de que vomites, tal vez me puedas explicar quién eres. Y lo que estás haciendo en mi camarote.

– Justo ahora no puedo hablar.

Ella lo oyó protestar entre dientes y unos segundos más tarde él volvió a aparecer al lado de ella.

– Aquí tienes. Toma.

Ella levantó la mirada a lo largo de sus musculosas piernas hasta llegar a los calzoncillos, en los que se adivinaba…

– Dios mío -murmuró ella.

Dev le entregó un vaso de agua. Ella lo tomó con mano temblorosa junto con la dosis de medicina.

– Tómatelo -le ordenó él. -Y ahora vamos a hablar.

Carrie hizo lo que él le decía, intentando ordenar sus pensamientos mientras se bebía el agua. Susie les había hecho una reserva en el mismo barco y en el mismo camarote. Sin embargo, Dev no sabía quién era ella ni la había reconocido, así que era imposible que él supiera que aquello había sido idea de Susie. ¿Y su…? Carrie escondió la cara entre las sábanas. ¿Habría encontrado Susie algún modo de deshacerse también de su novia? ¿Cómo podría ella haber organizado aquello también?

Jillian… así se llamaba. Su prometida. Estar desnuda en la cama, al lado de él, era bastante humillante. Lo único que podía empeorar las cosas era que ella entrara en el camarote y los pillara juntos.

– Tal vez si pudiera dormir un poco -dijo Carrie, frotándose la frente. -Ahora estoy muy confusa.

– Pues imagínate cómo me sentí yo cuando te acurrucaste contra mí y me besaste.

Carrie levantó la vista, con los ojos como platos. ¿Que lo había besado? ¿Cómo se podía haber perdido un momento tan memorable?

– ¿Que tú y yo…? ¿Nos hemos besado… en los labios… encima de esta cama?

Él frunció las cejas y sonrió del modo tan devastador en que solía hacerlo.

– En los labios. Y encima de esta cama. Ha sido muy apasionado. La tierra se sacudió bajo los pies, los ángeles cantaron…

Aturdida, Carrie se incorporó, dejándose caer la sábana hasta la cintura. Rápidamente, la recogió y se la colocó bien por debajo de los brazos. Aquella era la razón por la que la gente no debería dormir desnuda. Nunca se sabe con quién te puedes despertar.

– ¿Qué más… bueno… qué más hicimos…?

– ¿Es que no te acuerdas? -replicó él, con una sonrisa. -Me siento dolido. Normalmente, todas las mujeres me recuerdan perfectamente.

De hecho, me recuerdan tanto que la mayoría quieren volver a vivir los momentos que hemos compartido juntos, una y otra vez…

– Ya me hago a la idea -musitó Carrie, con el corazón latiéndole fuertemente contra el pecho.

¿Cómo podría haber estado dormida mientras…? Acababa de hacer el amor con el hombre de sus fantasías y no se acordaba de nada. A menos que… Al mirarlo, vio que tenía una expresión divertida en los ojos. ¿Estaría tomándole el pelo? Carrie se aclaró la garganta y se colocó bien la sábana.

No podía decirle abiertamente que le estaba mintiendo. Además, una parte de ella quería pensar que el sueño que había tenido la noche anterior había sido real. Aunque ella no lo recordara, tenía que haber sido uno de los momentos más memorables de su vida. Pero lo habría recordado, ¿no?

– ¿Fui… fui buena? -preguntó ella.

– ¿Buena? Estuviste increíble. Tan apasionada y tan desinhibida.

Carrie apretó los dientes. Sabía que él estaba mintiendo, se estaba burlando de ella. Y ella quería que pagara por ello. Quería borrarle aquella sonrisa de satisfacción de su atractivo rostro.

– Eso me sorprende -dijo ella en voz baja, -considerando que era la primera vez. Siempre había soñado con que sería perfecto… También había creído que lo recordaría.

– ¿Que es la primera vez? -preguntó él, con la sonrisa helada y los ojos muy abiertos. -¿Quieres decir que eres…?

Carrie suspiró muy dramáticamente.

– Mmm. La primera vez que yo… he conocido a un hombre tan canalla, despreciable, presumido, mentiroso, hijo de…

– Vale, vale -la interrumpió él, levantando una mano. -No hay necesidad alguna de insultar a mi madre. Siento haber adornado un poco la verdad, pero tienes que comprender mi sorpresa al encontrarte en mi cama.

Carrie se puso de pie a duras penas, sujetando la sábana fuertemente.

– Puede que no sepa lo que ha pasado exactamente aquí, pero sé perfectamente que no hicimos el amor.

– Bueno, tal vez lo pudiéramos haber hecho -dijo él, tras un momento de duda, -si yo no hubiera sido un caballero. Y tú no hubieras estado casi en coma.

– Y si yo no fuera una dama, empezaría a llamar a gritos al capitán.

– ¡Espera un momento! Eres tú la que está en mi camarote -exclamó Dev, apartándose de la cama para ir a sentarse en un sillón. -¿Por qué no empezamos con tu nombre?

– Me llamo Car… a. Cara. -dijo ella, corrigiéndose enseguida ya que sabía que no debía revelar su nombre.

Si él averiguaba quién era podría llegar a pensar que ella había planeado aquel encuentro para estar con él. Sin embargo, se dio cuenta de que él siempre había tratado con Susie y no había medios de que él supiera su nombre ya que no estaba impreso en la puerta.

– ¿Cara? ¿Cara qué?

– Carrie -se corrigió ella rápidamente. -Carrie Reynolds -añadió ella. Sabía que no era tan exótico como Jillian. -Pero mis amigos me llaman Carrie.

Ella lo observó cuidadosamente, esperando que él diera muestras de haberla reconocido, pero no pasó nada. Se habían encontrado cara a cara hacía unos pocos días, ella era la dueña de la agencia de viajes que él visitaba dos veces al mes, ¡y ni siquiera la reconocía! Carrie se sintió algo indignada.

– ¿De dónde eres?

Carrie sabía perfectamente que no debía decir de Lake Grove. Ni siquiera de Chicago. Por eso, Carrie rebuscó un lugar con el que él no hubiera podido tener ningún contacto.

– Soy de todas partes -dijo ella. -Mi padre era… vendedor. Principalmente vivimos en Anchorage, en Alaska. ¿Conoces Anchorage?

– He estado allí algunas veces.

– Bueno, no vivimos allí mucho tiempo antes de trasladarnos a Helena, en Montana.

– Me temo que nunca he estado en Helena.

Carrie suspiró aliviada. Sabía todos los lugares que Dev había visitado. ¿Cómo se le podía haber pasado Anchorage? Así que sería Carrie Reynolds de Helena, Montana. Mientras que él no conociera su verdadera identidad, ella podría salir de aquella situación sin que él se diera cuenta de quién era. Podría volver a Lake Grove y seguir con su vida como si nada hubiera pasado. Cuando Dev Riley volviera a entrar en la agencia, ni siquiera se dignaría a mirarla.

– Helena es la capital de Montana, ¿lo sabías? Aunque debería serlo Great Falls, dado que está más en el centro geográfico del estado. Montana se llama también «El estado del tesoro». Es el cuarto estado más grande de la unión -concluyó ella con una sonrisa.

– Ahora que has acabado con la clase de geografía -dijo Dev, -¿por qué no me dices lo que estás haciendo aquí?

– ¿Te importaría mucho si tuviéramos esta conversación vestidos? -preguntó Carrie.

– ¿Y renunciar a mi ventaja? Mientras tú tengas que refugiarte en esa sábana, no puedes escaparte a mis preguntas. ¿Cómo acabaste en este camarote?

– Evidentemente, todo ha sido un error -dijo ella, encogiéndose de hombros. -Yo pensé que mi agente de viajes me enviaba a un complejo turístico.

– Y yo reservé este barco para dos personas, que son todos los pasajeros que puede llevar este barco.

– Entonces, ¿dónde está tu compañera de viaje? No habrá estado en la cama con nosotros, ¿verdad?

– Ella lo canceló -replicó él, muy serio.

– Bueno, entonces ya está. Lo que hicieron fue una reserva doble de este camarote. Ocurre con frecuencia. Tal vez el capitán Fergus pensó que tú también cancelabas y por eso aceptó mi reserva.

– Pero él nos estaba esperando a mí y a mi acompañante. De hecho, él creía que tú eras mi acompañante. ¿Cómo me puedes explicar eso?

– Si estás sugiriendo que me he metido en este barco con engaños…

– ¿Lo hiciste? Hay muchas mujeres a las que les gustaría meterse en la cama con Dev Riley por más motivos de los que me puedo parar a pensar. ¿Eres tú una de esas mujeres, Carrie Reynolds? Eso si ese es tu verdadero nombre.

De todos los hombres arrogantes y condescendientes que ella había conocido Devlin Riley se llevaba el primer premio. ¿Cómo podría ser tan orgulloso como para pensar que las mujeres, o mejor dicho ella, pudiera ser capaz de mentir para meterse en la cama con él? ¿Cómo se había podido sentir atraída por alguien tan repugnante?

Carrie se envolvió aún más en la sábana y se dirigió a la puerta.

– Salga de mi camarote, señor Riley.

– Es mi camarote.

– Yo estaba aquí primero. Y el derecho de posesión es muy importante dentro de la ley.

– Posesión… -murmuró él. -Me parece que esa palabra es algo peligrosa de utilizar cuando se lleva puesta solo una sábana.

Carrie rápidamente se dio la vuelta, tomó los pantalones de él y se los tiró a la cabeza. Luego, abrió la puerta del camarote. -Fuera.

Con una encantadora sonrisa, Dev se puso los pantalones encima del hombro y salió de la habitación, silbando tranquilamente.

– Todavía no hemos acabado esta conversación.

Carrie cerró la puerta de un portazo, sonido que acompañó con una buena retahíla de juramentos.

– ¿Cómo he podido ser tan estúpida? -musitó. -¿El hombre de mis fantasías? ¡Es el hombre de mis pesadillas y estas vacaciones van a ser un desastre!

Dejando caer la sábana, Carrie se inclinó para sacar ropas limpias de la maleta. Finalmente encontró un vestido que no estaba demasiado arrugado y se lo metió por la cabeza. Tenía el pelo revuelto y, al alcanzar la bolsa del maquillaje, se regaño a sí misma. Después de lo que había dicho de ella, ¿cómo le podría importar lo que él pensara de su aspecto?

¿Cómo había podido crear una fantasía a partir de aquel monstruo? Todos sus sueños no tenían base real alguna más que su propia imaginación. Sin embargo, era muy guapo y encantador. Solo mirarlo le hacía contener la respiración…

Carrie apartó aquellos pensamientos y se pasó el cepillo por la enredada mata de pelo. Ella debería odiarlo, pero todo lo que podía conseguir era sentirse ligeramente indignada. Después de todo, el día que ella resbaló en el hielo había sido muy galante y se había comportado como un caballero en la cama, a pesar de que ella se le había insinuado.

– ¡No presentes excusas por él! -musitó ella, tirando el cepillo encima de la cama.

Él era un canalla con enorme ego. ¿Cómo se había atrevido a insinuar que Carrie se había metido en la cama para seducirlo?

En un intento por calmarse, Carrie se sentó en la cama y sopesó todas las opciones que tenía.

Tenía que bajarse de aquel barco. Lo último que necesitaba era que Dev descubriera cómo había llegado a aquella cama y a aquellas vacaciones. O que se diera cuenta de lo mucho que a Carrie le gustaba.

– No sé dónde estamos, pero tenemos que estar cercanos a tierra -murmuró Carrie, poniéndose de pie para abrir la puerta.

Le explicaría el error al capitán Fergus y él llevaría el barco al puerto más cercano. Mientras tuviera que seguir en el barco, ignoraría a Dev Riley y, si todo iba bien, se desharía de todas sus fantasías, y del hombre que las había inspirado, para cuando se pusiera el sol.

– Tiene que haber habido un malentendido -explicó Dev.

El capitán Fergus estaba de pie en el timón, inspeccionando las profundas aguas de color turquesa. Dev se sentó a la mesa que estaba preparada para el desayuno.

– ¿Es que no se encuentran satisfechos con el camarote? -preguntó el hombre. -Si hay algo más que podamos darles, pídanselo a Moira. Ella se lo conseguirá encantada.

– El camarote es perfecto -respondió Dev, saboreando el delicioso zumo de naranja. -Es la mujer con la que lo comparto. Es una extraña.

Dev no pudo evitar pensar que aquella extraña tenía un cuerpo suave y seductor escondido bajo aquella sábana. Al mismo tiempo podía ser dulce y vulnerable o testaruda e impertinente. Aquella combinación resultaba de lo más atrayente.

Dev había llegado a la conclusión de que la aparición de Carrie en aquel camarote había sido efectivamente una equivocación. No parecía el tipo de mujer que pudiera engañar a nadie. Sin embargo, la indignación y el enfado que ella había demostrado le parecieron muy divertidos.

– ¿Una extraña, dice? -preguntó el capitán Fergus, conteniendo la risa. -Muchacho, esto ocurre constantemente. Es ante la perspectiva de pasar unos pocos días confinados en un barco. En mi opinión, todas las parejas deberían pasar una semana o dos en un barco de vela antes de casarse. Con eso se acabarían todos los problemas de convivencia.

Dev tomó el cuchillo y el tenedor y se puso a comer una gruesa tortilla rellena de pimientos y queso. -No lo entiende. Hasta anoche, no había visto a esa mujer en toda mi vida.

– Una pelea de enamorados. Eso se arregla con un almuerzo íntimo en la playa de Cayo Elliott. Haré que Moira se encargue de prepararlo todo.

– Le digo que no conozco a la mujer que está en mi camarote -insistió Dev, empezando a perder la paciencia. -Mi acompañante, Jillian Morgan, canceló el viaje en el último minuto. Yo he venido a este viaje solo.

– Entonces, la señorita Reynolds no es su…

– Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Es una extraña para mí. No nos habíamos conocido hasta… anoche.

– Son esos malditos ordenadores -dijo el capitán, chascando la lengua. -Ya le dije a Moira que no podía confiar que una máquina hiciera el trabajo de un primer oficial. Me temo que es otro error.

– ¿Quiere decir que esto ya ha ocurrido antes? -Esto es lo que no pasa por apuntarnos a una central de reservas. Mi esposa pensó que reduciría el papeleo, pero yo…

– Lo importante es que yo pagué el camarote entero -lo interrumpió Dev. -Ella no tiene por qué estar aquí. Va a tener que encontrarle otra cabina.

– Bueno, ese es el problema, señor -respondió el capitán, rascándose la barbilla. -Ella también pagó el pasaje entero. Y nosotros solo tenemos otro camarote, en el que guardamos el equipaje. No es ni la mitad de lujoso. Solo tiene unas hamacas y un ojo de buey. Lo utilizamos cuando los nietos vienen a vernos. No está preparado para nuestros huéspedes. Supongo que usted y…

Aquella conversación se vio interrumpida por un pequeño estrépito. Un segundo después apareció una maleta, seguida de la otra. Dev oyó una maldición ahogada antes de que una bolsa de viaje apareciera en cubierta. Detrás apareció Carrie Reynolds, tropezando con las maletas que tenía esparcidas entre los pies. Al levantar la vista y ver que los dos hombres la estaban mirando, ella se sonrojó. Entonces, recobró rápidamente la compostura y se alisó la falda del vestido y se arregló el pelo.

Dev no pudo evitar sonreír y le extendió un zumo de naranja.

– ¿Le apetece desayunar, señorita Reynolds?

Ella le hizo un gesto de burla y centró su atención en el capitán.

– ¡Quiero bajar de este barco! Necesito hacerlo. ¿A qué distancia estamos de tierra?

– Lo siento mucho, señorita Reynolds. El señor Riley me ha explicado el problema.

– Estoy segura de que lo ha hecho -musitó ella, mirándolo de reojo. -Bueno, necesitamos encontrar un puerto para que yo pueda bajarme de este barco. Me sirve cualquier lugar en el que pueda conseguir un avión para regresar a Miami. Estas no son las vacaciones que yo reservé. Se suponía que iba a ser un complejo hotelero con servicio de habitaciones, masajes, una piscina y un… suelo que no se te mueva bajo los pies -añadió, poniéndose blanca de repente. -¡Dios mío!

– Tal vez unas tostadas te sienten bien -sugirió Dev.

Carrie se acercó titubeando hasta la mesa y se aferró a ella con desesperación. Los dedos le temblaban, pero rápidamente tomó la tostada de manos de Dev y le dio un bocado.

– ¿Cuánto… cuánto tiempo falta hasta que alcancemos tierra?

– Unas tres horas -respondió el capitán.

– Tres horas -repitió ella, sentándose lentamente en el banco. -Tres horas. Si me quedo aquí sentada y me concentro, puedo conseguir superar estas tres horas.

Dev la observó mientras cerraba los ojos. Unos segundos después, se volvió a poner muy pálida y abrió los ojos lentamente. Él le dio otra tostada y ella la tomó de mala gana.

– Es mejor que abras los ojos y los fijes en el horizonte -le sugirió Dev. -Los mareos en el mar se deben a un problema del oído interno. Si miras lo que hay a tu alrededor te sentirás mejor.

– No necesito tus consejos -musitó ella, mordisqueando la tostada.

– Solo intentaba ayudar.

Sin embargo, ella parecía tan desgraciada, que se sintió obligado a hacer algo por ella. Aunque nunca había protegido a las mujeres, Carrie Reynolds le parecía del tipo que necesitaba que alguien cuidara de ella. Tal vez, si no la vigilaba, podría tropezar y caerse al mar, quedarse inconsciente o…

Dev reprimió una sonrisa. Carrie no era el prototipo de la gracia femenina, pero encontraba su torpeza bastante atrayente. Además, una mujer no tenía por qué estar perfecta en todos los momentos del día y de la noche. Carrie era una mujer normal y no tenía miedo de demostrarlo. Y eso era algo por lo que Dev la admiraba.

En aquellos momentos, la brisa del mar le alborotaba el pelo y Dev notó que no podía apartar la atención de un mechón que le jugueteaba en el cuello. Ella estaba mirando el horizonte, con el perfil destacando contra la suave luz del sol. Entonces ella se volvió y lo sorprendió mirándola. Durante un momento, a Dev le pareció que ella iba a sonreír. Sin embargo, ella se limitó a limpiarse con una servilleta.

– Gracias -dijo. -Ya me encuentro mejor.

– ¿Te apetecería tomar algo más? Esta tortilla está bastante bien y también hay jamón a la plancha.

– Tengo mucha hambre -admitió ella, sonriendo ligeramente.

– Bien -dijo Dev, cortando su tortilla en dos partes y poniendo un trozo en el plato de ella. -Te sentirás mucho mejor después de comer.

Carrie se empleó en el desayuno con el apetito de un marinero hambriento. Dev nunca había visto a nadie disfrutar tanto de la comida como ella. Jillian comía como un pajarito. Sin embargo, Carrie se comió el trozo de tortilla que él le había dado, otra tostada, dos trozos de jamón y se bebió la mitad de la jarra de zumo de naranja. Para cuando hubo terminado, el color le había vuelto al rostro y parecía satisfecha.

– Háblame de ti, Carrie Reynolds -le dijo Dev, inclinándose hacia ella. -Ya sé que disfrutas de un buen desayuno.

– Llámame Carrie -dijo ella.

– De acuerdo, Carrie. Empecemos con tu vida personal. ¿Estás casada? ¿Prometida? ¿Tienes alguna relación seria?

– Eso no es asunto tuyo.

– Estás equivocada. Hemos pasado la noche juntos. Tengo curiosidad por conocer a la mujer que ha compartido mi cama.

– Era mi cama. Yo estaba allí primero. Y apenas nos tocamos.

– De acuerdo, te concedo los dos primeros puntos. En cuanto a lo de no tocarnos… bueno, tú sí que me tocaste a mí. No hay que negar eso.

Entonces se produjo un largo silencio, solo roto por el aleteo de las velas contra el viento.

– No hay mucho que contar -dijo ella por fin. -Llevo una vida bastante corriente.

– Sin embargo, estás aquí, tomándote unas vacaciones extraordinarias. Esto no es nada barato. ¿Qué haces para ganarte la vida?

– ¡Estas no son las vacaciones que se suponía que yo iba a tener! -insistió ella. -Mi agencia de viajes se ha equivocado. Cuando me baje de este barco, tendré las vacaciones que yo pagué.

– Si quieres, te puedes quedar.

– No -replicó ella, más enojada que sorprendida. -Estoy segura de que muchas mujeres encontrarían esa propuesta irresistible, es decir, el hecho de pasar unos días contigo, en tu cama, pero…

– Yo no estoy sugiriendo que compartamos la cama, Carrie. Hay otro camarote a bordo. No es tan bonito, pero…

– No. Aprecio mucho tu ofrecimiento de cambiarte de camarote, pero…

– Yo no me estoy ofreciendo a cambiarme -dijo Dev. -Lo que quería decir es que tú podrías quedarte con el otro camarote.

– ¡Pero si yo llegué aquí primero!

– Pero fue tu agencia de viajes la que cometió el error, no la mía. Lo dijiste tú misma.

– Quienquiera que dijera que la caballerosidad había muerto -protestó Carrie, arrugando la servilleta y tirándola encima de la mesa, -estaba equivocado. No es que esté muerta, está enterrada a muchos metros de profundidad debajo del ego del hombre moderno.

Dichas aquellas palabras, ella se puso de pie, pero obviamente no había conseguido acostumbrarse al vaivén del mar porque se le doblaron las rodillas y tuvo que agarrarse a la mesa.

Dev se puso de pie y la sujetó por los hombros antes de que ella perdiera el equilibrio completamente.

– ¡Eh! ¿Te encuentras bien? -preguntó él.

Al mirarla a los ojos, tuvo la extraña sensación de haber vivido aquello antes y hubiera jurado que a ella le pasaba lo mismo. Sin embargo, todo pasó tan rápido que debía haberlo solo imaginado.

– Estoy bien -dijo ella, soltándose de él. -Lo que tengo que hacer es bajar de este barco.

– Tal vez deberías tumbarte un poco. Puedes hacerlo en el camarote si quieres, no me importa.

– No, me quedaré aquí fuera -dijo ella, dirigiéndose a un lugar de cubierta, donde se sentó y se puso a contemplar el horizonte.

Dev se repantigó en su silla y se puso las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Si tenía que ser sincero consigo mismo, estaba esperando que ella decidiera quedarse. Le vendría bien la compañía y Carrie Reynolds no era una compañera de viaje tan desagradable. Sin embargo, ella no parecía compartir ese deseo. De hecho, se comportaba de un modo muy hostil con él.

¿Qué le importaba lo que ella pensara de él? Dev había ido a aquellas vacaciones para escaparse de las mujeres. Si tenía que pasar algún tiempo con una, era mucho mejor que ella lo odiara. De esa manera, él podría evitar pensar cómo iba a volver a meterse a Carrie Reynolds en la cama.

CAPÍTULO 03

El sol abrasador caía sobre la carretera que unía el club de yates con la pequeña pista de aterrizaje. Carrie había convencido al capitán Fergus de que tenía que volver a Miami, por lo que él no había parado en Cayo Elliott y se había dirigido al norte de Cayo Largo. Ella había esperado ver la ciudad de la película de Bogart, un lugar civilizado, cuando desembarcó. Sin embargo, estaban en la isla de Cayo Largo, lejos de la ciudad con la que compartía el nombre.

Cayo Largo era solo un trozo de tierra en medio del océano. Fuera de los confines del club de yates, había una pequeña zona residencial con unas preciosas casas y unas cuantas tiendas. Carrie se las había arreglado para encontrar un taxi, algo destartalado. La misma Carrie había colocado el equipaje en el maletero y le había dado indicaciones al conductor para que la llevara al aeropuerto.

El paisaje era probablemente bastante hermoso, pero Carrie no podía verlo a través de la cortina de polvo que levantaba el desvencijado vehículo. El conductor era casi un niño, lo suficientemente alto como para ver por encima del volante. El largo pelo le cubría los ojos y conducía con una mano, con la otra preocupada por despejarle constantemente la visión. La música bramaba desde los altavoces de la radio. Carrie se acercó a la ventana para cerrarla, pero entonces se dio cuenta de que el taxi no tenía ventanas.

– Parece que me he ido al infierno de vacaciones -murmuró, tapándose la cara para evitar tragar polvo.

Tan pronto como el Serendipity había tocado puerto, Carrie había desembarcado, agradecida de poder pisar por fin tierra firme. El capitán Fergus y Moira no dejaban de disculparse, pero no lograron convencerla de que se quedara en el barco. Dev Riley la había estado mirando todo el tiempo, con los brazos cruzados sobre el pecho y apoyado contra el mástil.

Si ella hubiera hecho caso a sus antiguas fantasías, hubiera podido pensar que a él lo apenaba verla marchar. Hubiera pensado que aquella implacable expresión ocultaba a duras penas sus verdaderos sentimientos. Pero Carrie había aprendido la lección.

Aquel era el problema de las fantasías. Se desvanecían a la luz de la realidad. Ella había imaginado a Dev Riley como un compendio de perfección masculina, pero la realidad le había mostrado que en realidad era un hombre testarudo, irritante y terco.

El taxi dio una curva muy cerrada y, con el movimiento, Carrie se vio lanzada hacia el otro lado. Si aguantaba unas horas más, estaría en un maravilloso hotel en Miami, donde podría dormir. Al día siguiente, volvería a casa y olvidaría aquella pesadilla.

Una imagen de Dev Riley, sin camisa, con las bronceadas piernas al sol, le asaltó el pensamiento. Si hubiera sido una mujer más valiente, se hubiera quedado. Una semana a solas con un hombre como Dev sería como un sueño hecho realidad. Pero tras pasar una mañana con él, Carrie había tenido que admitir que él estaba muy lejos de su alcance. Las conversaciones rápidas e ingeniosas, de las que Dev parecía disfrutar, no eran su fuerte.

Cuando volviera a casa, se olvidaría de él. Cuando él volviera a entrar en la agencia, no notaría que ella estaba allí. Él sería como otro cliente. Solo uno más, con un abrigo de cachemir, maravillosos ojos verdes… y el perfil de un dios griego.

– ¡Ya hemos llegado! -exclamó el conductor del taxi, deteniendo el coche de repente al lado de un claro para que Carrie pudiera bajar. -Ese es el avión de mi tío. Y él nunca está muy lejos de su aparato.

Tras sacar su equipaje, Carrie sacó el monedero y pagó al joven.

– ¿Cuándo sale el próximo vuelo? -preguntó Carrie.

– Cuando Pete despegue -replicó el chico, señalando el avión.

– Debe de haber más de una compañía aquí.

– No. Bueno, algunas veces, si hay más de un avión aparcado aquí. Pero no se preocupe. Pete la llevará a donde usted quiera por un precio justo.

– De acuerdo -replicó Carrie, tomando su maleta. -Voy a comprar mi billete.

Carrie inspeccionó la pista de aterrizaje, cortada entre la espesa vegetación que la rodeaba y la caseta de metal que había al final de esta. Lo único que indicaba que aquello era un aeropuerto era el indicador de viento. Aparte de eso, aquella pista parecía más bien un terreno de labor.

A continuación, ella empezó a andar a través del raído asfalto, tirando de las maletas como podía. Cuando llegó al avión, sudorosa y cubierta de polvo, pudo inspeccionar de cerca su medio de transporte. El avión parecía estar hecho de trozos de chatarra pegados con cinta adhesiva. Había arañazos y golpes por todo el fuselaje y una de las ruedas estaba pinchada.

De repente, desde el otro lado del avión, oyó el murmullo de una voz, pero no pudo distinguir las palabras. Inclinándose por debajo del avión, vio un par de desgastadas sandalias y unos calcetines dados de sí.

– ¡Perdone! -exclamó ella.

– Tercer tee, Pebble Beach.

– Estoy buscando a alguien que me lleve a Miami -dijo Carrie, rodeando el avión. -El chico que me ha traído en el taxi me ha dicho que usted puede hacerlo.

Al ver al piloto, Carrie se detuvo en seco. El hombre, vestido con una llamativa camisa hawaiana, no le estaba prestando ninguna atención. En vez de eso, hacía rodar una pelota de golf delante de él, la miraba durante unos segundos mientras masticaba el cigarro que tenía en la boca y luego la golpeaba con el palo de golf. Cada uno de sus golpes se veía seguido de un murmullo.

Tenía la cara muy dorada por el sol, como la mayoría de la gente de la zona. Lo único que le daba un aspecto un poco respetable era el pelo gris que le asomaba por debajo de la gorra de béisbol y las alas doradas que llevaba prendidas en la camisa.

– ¿Es usted el piloto? -preguntó Carrie.

– Teniente coronel Pete Beck, de la Marina de los Estados Unidos. Jubilado -añadió, mientras estudiaba otra bola y la golpeaba. -Tee número diecisiete, Augusta. Hay otros pilotos por aquí -dijo, por fin dirigiéndose a ella, -pero yo soy el único que está por aquí ahora. Este avión es todo mío. Comprado y pagado.

Carrie volvió a mirar el avión, añorando el mostrador de primera clase de Delta y un billete a casa en primera clase en un brillante avión. Sin embargo, el teniente Pete era su único medio de transporte a Miami, a no ser que quisiera tomar otro barco.

Ante aquella perspectiva, Carrie decidió que un corto vuelo con un aviador obsesionado por el golf era mejor que ir en barco… o volver a encontrarse con Dev Riley.

– ¿Puede llevarme a Miami?

– Puedo llevarla a cualquier parte, si tiene dinero suficiente.

– ¿Cuánto? -preguntó, contando mentalmente el dinero que llevaba en efectivo. Pete no parecía el tipo de hombre que aceptara American Express.

– Cuatrocientos -dijo por fin el hombre, después de calcular mentalmente el dinero y las ganas que ella tenía por abandonar la isla.

– ¿Cuatrocientos dólares? -preguntó Carrie, asombrada. -¿Por un vuelo de treinta minutos, solo de ida? Florida Air vuela desde el Cayo Oeste a Miami, lo que está el doble de lejos, por solo ciento cincuenta dólares. Y es billete de ida y vuelta.

– Bueno -se mofó Pete. -Yo no soy Florida Air, señorita. Y tampoco estamos en el Cayo Oeste, ¿verdad? Además, ocurre que necesito justamente cuatrocientos dólares para poder hacer dieciocho hoyos en un pequeño y maravilloso club de golf que hay en West Palm Beach. Lo toma o lo deja.

– Escuche señor -exclamó Carrie, dejando las maletas en el suelo y tomando al hombre por la camisa. -Necesito salir de esta isla y usted es el único modo que tengo de hacerlo. Usted va a llevarme a Miami por un precio razonable si no quiere que tenga un ataque de nervios en su maldita autopista. ¿Nos vamos entendiendo?

Durante un momento, Carrie pensó que el hombre podría ceder, pero luego endureció la mandíbula y entornó los ojos.

– Trescientos -bufó el hombre. -En efectivo. Ese es mi último precio.

Con eso, volvió su concentración a su palo de golf y siguió tirando bolas por la pista. Carrie inspeccionó el avión y luego al piloto y sopesó las opciones. Tenía trescientos dólares en la cartera, pero, por principios, no podía pagar una suma tan alta por un vuelo. Y ella sabía mejor que nadie el valor del transporte entre dos puntos cualquiera del planeta.

Por trescientos dólares era capaz de pasar otro día con Dev Riley. Aquella le parecía la mejor de las opciones que tenía. Al menos no correría el riesgo de estrellarse con un piloto que estaba más preocupado por el golf que por el estado de su avión.

– Trescientos dólares es demasiado -dijo carne por fin, esperando que él se aviniera a negociar.

– Como usted prefiera.

– Bueno, en ese caso, voy a volver al club de yates. Mi barco me está esperando allí. Si puedo usar su teléfono para llamar al taxi, yo…

– No puede llamar a un taxi.

– ¿Es que no piensa dejarme utilizar el teléfono?

– Lo haría si tuviera uno, viendo lo mucho que me está molestando.

– Entonces, ¿cómo voy a regresar?

– Supongo que lo tendrá que hacer andando.

– ¿Cómo va usted normalmente a la ciudad? -preguntó Carrie.

– Mi sobrino viene por aquí de vez en cuando y, entonces, consigo que me lleve.

– ¿Cuándo va a regresar?

– No sabría decirle -dijo el piloto, encogiéndose de hombros. -Me parece que, si quiere volver a la ciudad, es mejor que empiece a andar. Está a poco más de un kilómetro, pero hace mucho calor por las tardes.

Completamente desesperada, Carrie recogió sus maletas y se marchó.

– Esto no me puede estar pasando -se decía. -No he aterrizado en otra dimensión en la que las vacaciones son una forma de tortura. Solo estoy pasado por… un mal día. Eso es, un día realmente malo.

Mientras se afanaba con el equipaje a lo largo de la carretera, se dijo que si hubiera sido más encantadora, tal vez hubiera podido alcanzar un acuerdo con el teniente coronel Pete. Para cuando llegó a la carretera principal que llevaba al club de yates se sentía completamente agotada. El vestido de algodón se le pegaba al cuerpo y el polvo le cubría todo el cuerpo. Había caminado unos doscientos metros y el equipaje le pesaba tanto que se sentía tentada de dejarlo y seguir su camino sola. Sin embargo, sabía que si lo dejaba, no lo volvería a ver.

Un poco más adelante, oyó el ruido de un camión. Se detuvo y empezó a hacer señales al conductor para que parara. Cuando al final lo hizo, Carrie se dirigió a la cabina con su mejor sonrisa.

El hombre que había dentro podría haber pasado por hermano del teniente Pete, con la excepción de que llevaba un sombrero de paja en vez de la gorra de béisbol. Una nube de humo le rodeaba la cabeza, proveniente del cigarro que llevaba entre los dientes.

– Necesito ir al club de yates. ¿Puede llevarme?

– Tengo que llevar esos pollos al aeropuerto. Los va a recoger el flete dentro de veinte minutos.

– Si da la vuelta, le pagaré bien. Cincuenta dólares, en efectivo.

– Puede montar en la parte de atrás -replicó el hombre después de pensárselo.

Carrie frunció el ceño. No había asientos en la parte de atrás. Y un perro enorme ocupaba el asiento del pasajero. Entonces, se dio cuenta de que se tenía que montar en la zona de carga. Sin embargo, como sabía que no le quedaba opción, aceptó y se montó, junto con su equipaje, entre las jaulas de pollos. Estos la recibieron con gran alboroto, piando y aleteando. El olor que provenía de las jaulas estuvo a punto de hacerla desmayar y las plumas, que flotaban por todas partes, se le pegaban a la piel y al pelo.

La carretera era peor de lo que recordaba. Se pasó todo el viaje intentando sujetar las jaulas para que no se le cayeran encima. Para cuando llegaron al club, ya tenía impregnado el olor tan especial de sus compañeros de viaje. Mientras se bajaba de la furgoneta, varios hombres y mujeres, bien vestidos, se quedaron helados al verla.

Considerando la suerte que tenía, estaba segura de que Serendipity ya se habría marchado para cuando llegara al puerto. Pero el barco estaba allí, meciéndose suavemente sobre las olas. Rápidamente, fue a pagar al conductor.

Carrie no pensaba que fuera a estar tan contenta de volver a subir a aquel barco, pero así fue. Estaba demasiado agotada para transportar el equipaje al barco, así que lo dejó en el muelle para que lo subiera el capitán Fergus. Sin embargo, no pudo encontrar al capitán, ni a su esposa. Ni a Dev Riley.

Al bajar al salón principal, vio que estaba vacío. Con un suspiro de alivio, se metió en la habitación y se dejó caer en la cama en la que había dormido la noche anterior. Luego cerró los ojos y sonrió.

No le importaba en absoluto estar en la cama de Dev de nuevo. Él no estaba allí y ella solo necesitaba unos minutos para recuperarse. Luego, encontraría un taxista que la llevara a la estación de autobuses más cercana. E incluso, por un precio decente, la podría llevar el mismo a Miami. Sin embargo, durante unos instantes, no se levantaría de aquella cama por nada del mundo. En cuanto a Dev Riley, ya se ocuparía de él más tarde.

Dev regresó a bordo del Serendipity contemplando los potentes barcos que se dirigían navegando al océano. El sol estaba muy bajo en el cielo y brillaba sobre la superficie del mar.

Después de la repentina marcha de Carrie, Fergus le había sugerido una excursión al refugio de cocodrilos, por lo que había tomado uno de los pocos taxis que había y había observado los animales desde la carretera, ya que el refugio estaba cerrado a los turistas.

Dev había disfrutado mucho con aquella primera excursión, pero lo que más le había gustado había sido la conversación que había tenido con el taxista cuando volvían al barco. El joven le habló de una mujer que había llevado a la pista de aterrizaje justo antes de llevar a Dev. Aquella joven estaba tan desesperada por llegar a Miami que se había arriesgado a subirse en un avión con el piloto de peor reputación de los Cayos.

Al taxista, todo aquel incidente le parecía de lo más divertido y luego le contó un montón de historias sobre las aventuras de su tío en el aire. Para cuando llegaron al club de yates, Dev se había empezado a sentir culpable de haber enviado a Carrie a las manos de aquel hombre. Sin embargo, Carrie era una mujer adulta y ella era la que se había querido marchar.

Sin embargo, él se sentía algo culpable por haberla hecho sentirse tan mal. Debería haberse dado cuenta de que era una mujer muy sensible y de que tenía que tratarla con más cuidado. Tenía que reconocer que había hecho pagar a Carrie la frustración que sentía por Jillian, algo que ella no se había merecido.

A pesar de todo, ya no era momento de lamentar sus actos. Ella se había ido y él nunca volvería a verla. Al ver la bandera del Serendipity, se dio cuenta de que estaba solo, pero no se sentía tan contento como había pensado.

Para no volver a la soledad del barco, Dev se detuvo en el bar del puerto y pidió una de las especialidades locales para comer. La camarera le llevó una cerveza fría con un plato de moluscos de la zona. Los demás hombres que había en el bar eran una mezcla de marineros y hombres de la isla que lo invitaron a que participara en su conversación.

Después de compartir algunas cervezas más y un juego de dardos, Dev se dirigió al barco. El sol se había puesto. Al acercarse al barco, saludó al capitán Fergus, que estaba arriando las velas.

Sin saber por qué, volvió a pensar en Carrie Reynolds. Se dio cuenta de que estaba medio esperando encontrarla de nuevo en el barco. A pesar de solo haber pasado una noche juntos, aunque no había pasado nada entre ellos, no podía dejar de sentir cierta unión entre ellos. Ella era tan diferente…

Carrie Reynolds no era su tipo, pero tenía un encanto que él no podía dejar de encontrar atractivo. Y tampoco es que fuera fea. De hecho, era bastante bonita. Sin embargo, aquella noche tendría la cama para él solo.

Se quitó los zapatos y subió a bordo. El capitán Fergus lo llamó y le preguntó que si quería algo de cenar, pero Dev le dijo que no. Al entrar en el camarote, se quitó la camiseta.

En cuanto los ojos se le acostumbraron a la oscuridad, casi no pudo reprimir un grito de sorpresa. El salón principal estaba cubierto de las ropas de él. Las maletas estaban revueltas y una toalla, de la ducha que ella se había tomado, estaba extendida por encima de las sillas. Entonces, él cruzó el salón y abrió la puerta del camarote.

Ella estaba acurrucada encima de la cama, aferrada a una almohada. Durante un momento, él pensó que estaba dormida, pero entonces oyó un suave suspiro.

– Has vuelto -dijo él.

– Qué observador.

– Lo sospeché en el momento en que vi que todas mis cosas estaban ahí fuera tiradas -replicó él secamente. -También he notado que estás en mi cama.

– Ahora es mi cama y no tengo intención de marcharme. Vete. Quiero estar sola.

Dev cerró la puerta tras de él y se apoyó contra ella. Tuvo que apartar enseguida el sentimiento de alegría que había experimentado por verla. Ella había vuelto. A pesar de que no quería hacerlo, la había echado de menos y aquello lo enojaba. Normalmente controlaba perfectamente sus sentimientos, pero en lo que se refería a Carrie Reynolds, le resultaba imposible.

Al verla en la cama, no podía pensar en otra cosa que no fuera tumbarse junto a ella y besarla.

– Pensé que querías volver a Miami.

– No siempre conseguimos lo que queremos.

– Yo siempre consigo lo que quiero.

– Entonces, intenta echarme. ¡Venga, atrévete!

– Esa sugerencia me parece muy interesante. Tal vez disfrutara tirándote por la borda.

– Déjame en paz -dijo ella, sentándose en la cama. -Estoy cansada y sucia y huelo a pollos. Me he quemado por el sol y tengo un terrible dolor de cabeza. Tú me estás poniendo de los nervios. Esta cama es tan mía como tuya. Y ahora me estoy echando una siesta.

– ¿Pollos? ¿Es a eso a lo que huele?

– Voy a quedarme en este barco hasta que lleguemos a una ciudad más importante… A algún lugar con un aeropuerto de verdad y aviones de verdad y entonces me marcharé. Pero, hasta entonces, esta es mi cama. ¿Te enteras?

– ¿Y dónde se supone que voy a dormir yo?

– Me da igual. Por mí como si te atas al mástil.

Dev, en aquel momento, se acercó un poco más para mirarla a la cara.

– ¿Te encuentras bien?

– Ya te he dicho que estoy cansada, quemada por el sol y…

– Tienes granos -dijo Dev, señalándole a las mejillas.

– ¿Granos? ¿Qué clase de granos? -preguntó ella, tocándose la cara.

Dev se acercó a la cama y se sentó en el borde para poder mirarle la cara.

– A mí me parece sarampión o varicela. Pero son mayores y más rojos. ¿Te ha picado algo?

Tras lanzar un grito, Carrie se levantó de la cama y se miró en un pequeño espejo que llevaba en el bolso.

– Dios mío… Tengo granos por toda la cara. Estoy segura de que uno no se contagia de nada por estar con pollos, ¿verdad? Es imposible. Además, yo ya he pasado casi todas las enfermedades infantiles.

Ella se volvió a mirarlo. Al verla, Dev pensó que jamás había visto a una mujer más digna de lástima que Carrie Reynolds. Incluso con aquellos granos, seguía estando bonita. Por mucho que lo intentara, no podía apartar los ojos de ella.

Sin embargo, a Carrie no le gustó que la mirara con tanta intensidad. Las lágrimas empezaron a brotarle de los ojos y ella se hundió la cara entre las manos. Dev, que nunca había podido resistir las lágrimas de una mujer, se acercó a ella.

– No es tan grave -le dijo. -Con un poquito de maquillaje, o de esos polvos que lleváis las mujeres, ni se notarán. Y no es algo permanente. Desaparecerán enseguida. ¿Verdad?

Aquellas palabras no parecieron tener ningún efecto en Carrie. Ella siguió sollozando, con la cara cubierta por las manos. Suavemente, él le apartó los dedos para poder verle los ojos, que brillaban azules bajo las lágrimas.

– A mí me parece que es una reacción al sol -añadió Dev.

– No sé lo que se apropió de mí para venir de vacaciones. ¡Nunca debería haber venido! Debería haberme quedado en casa, donde no me apetece vomitar cada dos minutos, donde el sol está detrás de las nubes y donde no tengo que preocuparme por tener granos.

– No llores -murmuró Dev. -Realmente no me parece tan grave.

– Eso es lo que tú dices.

– Sí, claro que es lo que yo digo. En estos momentos, diría cualquier cosa para que dejaras de llorar.

– Bueno -dijo ella por fin, esbozando una ligera sonrisa. -Gracias por intentar que me sienta mejor.

Dev nunca supo lo que pasó por él en aquellos instantes. Nunca supo si fueron los ojos, húmedos, o la boca, suave y seductora. Todo lo que podía pensar era en el beso que habían compartido la noche anterior en la cama y la pasión le hacía hervir la sangre. Quería volver a experimentar lo mismo, a saborear la dulce boca y apretar aquel atractivo cuerpo contra él.

En el momento en el que se inclinó sobre ella y le rozó los labios, supo que estaba perdido. No podía pensar en nada que no fuera en besarla. Esperaba que ella se resistiera, pero no lo hizo. Temeroso de tocarla y romper el hechizo que parecía haber entre ellos, él la saboreó lentamente con la lengua y gruñó suavemente cuando ella abrió los labios.

Sin embargo, cuando él la tomó por los hombros, ella se echó atrás. Al mirarla, vio tanto dolor en sus ojos que por un momento pensó que ella se arrepentía de lo que había pasado entre ellos. Entonces, se dio cuenta de que el dolor era real y provenía de la piel abrasada por el sol.

– Lo siento -dijo Dev, apartándose.

– ¿Que lo sientes?

Las palmas de las manos de él se detuvieron durante un momento encima de los hombros de ella y sintió cómo el calor le irradiaba desde la piel de ella.

– Estás en el trópico. ¿No se te ocurrió traerte un protector solar?

– Claro que sí, lo que pasa es que no me lo puse. Yo solo quería irme a casa. Eso era lo único en lo que podía pensar. Y entonces, el taxi se marchó y me dejó en aquel lugar con aquel piloto horrible y aquel avión horrible. Y no había teléfonos. Tuve que andar hasta la carretera principal y hacía tanto calor…

– No has viajado mucho, ¿verdad?

– Claro que sí -replicó ella, sintiéndose insultada. -He viajado por todo el mundo. Lo que pasa es que estaba algo… distraída.

– Probablemente eso sea culpa mía. Me siento parcialmente responsable de todo esto. Después de todo, yo soy el que ha estropeado tus vacaciones.

– Gracias. Me alegro de que finalmente lo admitas. Todo esto ha sido culpa tuya.

– Eso no significa que vaya a cederte mi cama -dijo él, sonriendo. -Por lo que yo sé, tal vez te hayas expuesto al sol de esta manera solo para que yo me sienta culpable.

Con un gritó, Carrie tomó una almohada de la cama y se la tiró a la cabeza. Él la esquivó y se echó a reír.

– ¿Estoy cerca de la verdad?

– Me tenía que haber imaginado que no podías ser amable por mucho tiempo -exclamó ella, empezando a recoger sus cosas.

– Carrie, estaba bromeando.

– Bueno, pues ahora no tendrás a nadie a quién gastarle bromas. Te puedes quedar con la maldita cama. Que duermas bien. Espero que todos tus sueños se conviertan en pesadillas.

Dev se arrepintió. Él debía haber adivinado que ella estaba al borde de la histeria. Probablemente había sufrido mucho aquella tarde y estaba quemada por el sol y agotada. Unos pocos minutos atrás, se había puesto a llorar. Dev comprendió que aquella vez había ido demasiado lejos.

– Carrie, yo…

– Me marcho -musitó ella. -No sé cómo me has podido caer bien en alguna ocasión. Eres un… patán.

Con eso, ella salió por la puerta, dejando a Dev completamente aturdido.

– Qué listo eres, Dev -se dijo. -Un verdadero príncipe. La besas y luego la insultas. Ese es el modo perfecto de hacer amistades. Y una estrategia maravillosa para conseguir que una mujer se vaya a la cama contigo.

¿Por qué le resultaba tan difícil sacarse a Carrie Reynolds de la cabeza? Menos mal que había decidido olvidarse de las mujeres. Aquella resolución le había durado tanto como la excursión para ver los cocodrilos. Sin embargo, estaba decidido a no implicarse en otra relación romántica. Y mucho menos con una mujer como Carrie Reynolds.

Después de lo mucho que le había dolido el abandono de Jillian, tal vez simplemente estaba utilizando a Carrie para vengarse. Era evidente para cualquiera que ella no era su tipo. Carrie era lo opuesto de Jillian: nerviosa y un poco inocente. Sin embargo, era hermosa. Y tremendamente atractiva.

– Ten cuidado, Riley -musitó él. -Con toda seguridad no necesitas a una mujer que te necesita más de lo que tú la necesitas a ella.

Carrie debería haber sabido que aquellas vacaciones no iban a salir bien. Sin embargo, nunca había esperado verse atrapada en medio de un huracán de confusión y emociones. Con cada minuto que pasaba, se lamentaba más de no haberse gastado los trescientos dólares que el piloto le había pedido para llevarla a tierra. ¿Sería que, secretamente, había deseado volver con Dev?

Unas veces, parecía el caballero perfecto. Otras, la volvía loca con su arrogancia. A pesar de que no quería, no podía evitar sentirse atraída por él. Podría pasarse horas fantaseando sobre el tacto del pelo o el roce de la piel de él contra la suya…

Con un suave gemido, se aferró con manos y pies al sofá para anticipar el movimiento del barco. Durante la última hora, parecían haberse encontrado con mar arbolada. Por cuarta vez aquella noche, se cayó de la cama que había improvisado en el salón principal y se golpeó contra el suelo. En silencio, maldijo al capitán Fergus, a Dev y a todo el océano Atlántico.

Probablemente, en aquellos momentos, Dev estaba cómodamente instalado en la cama. Sin embargo, ella no iba a admitir la derrota. Le haría lamentar sus acusaciones aunque muriera intentándolo.

Carrie suspiró. En realidad, aquella reacción había sido innecesaria. Después de todo, él había estado bromeando. Sin embargo, su mal genio combinado con la insolación y los efectos del beso le habían hecho perder el sentido común y salir de la habitación.

Carrie se incorporó y apartó la manta. Si no encontraba un modo de no caerse al suelo, no conseguiría dormir. Y tendría unos buenos hematomas para añadir a sus granos al día siguiente.

– Debería dormir en el suelo -musitó ella.

Entonces se puso de pie, pero estuvo a punto de caerse de nuevo por una nueva ola. Tal vez sería más seguro dormir en una de las pequeñas hamacas del camarote pequeño. Al menos así no se caería al suelo.

A duras penas, se dirigió al camarote, dando gracias por no experimentar náuseas aquella noche, y abrió la puerta. Era poco mayor que un armario, con dos hamacas colgadas de un lado a otro. Frunciendo el ceño, se preguntó cómo se subía uno a aquella masa de cuerdas. Al principio probó a sentarse, pero acabó por darse la vuelta. Luego intentó poner la rodilla primero y, al ver que no funcionaba, se montó a horcajadas y por fin consiguió tumbarse.

La hamaca no era muy cómoda. Tenía los pies más altos que la cabeza y el cuerpo estaba doblado en un ángulo. La cuerda le rozaba contra la piel quemada por el sol, lo que hacía que viera las estrellas cada vez que intentaba acomodarse.

Cuando lo consiguió, respiró profundamente y cerró los ojos, decidida a dormir un poco. Sin embargo, con cada movimiento de las olas, la hamaca se balanceaba, lo que le estaba empezando a producir náuseas. Admitiendo su derrota, se bajó de la hamaca a los cinco minutos.

– Esto es ridículo -musitó ella. -¡Tengo todo el derecho del mundo a dormir en una cama de verdad!

Con eso, tomó su manta y se dirigió al camarote principal. Sin ninguna etiqueta, abrió la puerta. Dev la miró asombrado y se incorporó de la cama, donde estaba leyendo una revista. Llevaba un par de gafas de montura muy fina y la miró por encima de los cristales, completamente asombrado.

– Vengo a reclamar mi mitad de la cama -dijo Carrie, cruzando la habitación.

Entonces, él sonrió, pero no dijo nada. Se limito a apartar, a modo de invitación, las sábanas del lado libre. Ella sintió que su enfado subía varios grados. ¡Porque fuera a dormir con él, no significaba que le permitiera tomarse libertades!

Carrie tomó dos cojines y los colocó en el centro de la cama y luego los reforzó con un par de almohadas, creando una resistente barrera en medio de la cama.

– Simplemente vamos a dormir en la misma habitación -dijo ella. -Mientras tú permanezcas en tu lado de la cama y yo en el mío, todo irá bien.

– No sé -respondió Dev. -Yo me muevo mucho mientras duermo. No te puedo garantizar lo que voy a hacer.

– Es muy tarde -le espetó ella, cubriéndose con la manta hasta la barbilla. -Si no te importa, me gustaría dormir un poco.

Dev sonrió y entonces extendió la mano y apagó la luz de la mesilla de noche. Pero Carrie no se sentía a gusto en la oscuridad, así que encendió su lámpara.

– Yo no puedo dormir con la luz encendida -dijo él.

– Y yo no pienso dormir con ella apagada -replicó Carrie.

Dev pegó un empujón a la barrera y pasó por encima de ella como si no estuviera allí. El cuerpo de él cayó sobre el de ella, haciéndole sentir el calor que emanaba de su cuerpo a través del pijama de algodón que ella llevaba puesto. Entonces, él apagó la luz, pero no hizo intento alguno por volver a su lado de la cama.

Ella no podía verlo en la oscuridad del camarote, pero sí podía sentir la caricia del aliento de él sobre los labios. Conteniendo la respiración, esperó, preguntándose si iba a besarla. Si así era, no podría rechazarlo. No podía ignorar el deseo que la embargaba.

– Dulces sueños, Carrie.

Entonces, él se apartó, dejándola fría y sola en su lado de la cama. Carrie respiró profundamente para intentar evitar las sensaciones que había experimentado. Aquello era típico de aquellas desastrosas vacaciones. La primera noche, ella no había sentido los besos de Dev. Y entonces, estaba esperando que pasara lo mismo para poder experimentar lo que se había perdido aquella primera noche.

Estuvo esperando hasta que la respiración de él se hizo lenta y profunda. Entonces, se volvió hacia él e intentó distinguirle los rasgos en la oscuridad a través de la suave luz que entraba por los ojos de buey.

Lentamente, ella extendió la mano y le tocó el pelo, apartando la mano enseguida. Se había pasado tanto tiempo teniendo fantasías con aquel hombre… Sin embargo, en aquellos momentos, le pareció que, a pesar de todos los problemas que había entre ellos, le estaba empezando a gustar más la realidad que la fantasía.

CAPÍTULO 04

Carrie no sabía a ciencia cierta cuánto tiempo había estado dormida, pero cuando se despertó, el camarote estaba iluminado por el sol. Contuvo el aliento y lentamente acercó los dedos para tocar la barrera que ella había creado en medio de la cama. Sin embargo, al otro lado no había nada más que sábanas revueltas. Entonces ella respiró aliviada y se incorporó.

No se podía creer que hubiera pasado otra noche en la misma cama que Dev Riley. La primera noche había sido una equivocación y la segunda necesidad. ¿Habría una tercera y una cuarta? ¿Qué pasaría si así era?

Las fantasías le llenaron la mente y cerró los ojos para saborear el momento. Aunque él se comportaba como un arrogante algunas veces, no tenía duda alguna de que sería un amante maravilloso. Ella había tenido amantes en el pasado, pero el sexo siempre le había dado un poco de miedo. Ella nunca había conocido a un hombre que le hiciera hervir la sangre y temblar de pensar solamente cómo sería estar con él.

Así debería ser, pensó mientras se dejaba caer de nuevo sobre la almohada. Delirio y pasión conduciéndolos a un clímax perfecto y… entonces la perfecta satisfacción. Carrie suspiró. Al menos eso era lo que había leído en los artículos de las revistas. Hacer el amor significaba deshacerse de las inhibiciones. Y con Dev, ella podría hacerlo.

Después de todo, la noche anterior había sido ella la que se había metido en su cama. La Carrie Reynolds que ella conocía jamás hubiera sido capaz de eso. Sin embargo, la Carrie Reynolds de aquellas vacaciones era diferente.

De repente, alguien llamó a la puerta. Ella se incorporó. Si realmente deseaba tanto a Dev, ¿por qué no podía hacer que sus sentimientos fueran más aparentes? Si ella quería, podría ser atractiva y seductora. Carrie se colocó el pijama de manera que se le viera un poco la piel del hombro, luego se pasó la mano por el pelo y respiró profundamente.

– ¿Quién es? -preguntó, esperando que Dev contestara.

– Soy Moira, querida. ¿Puedo entrar? -preguntó la mujer. Antes de que Carrie pudiera ocultar su desilusión, la mujer abrió la puerta. -Te traigo un poco de desayuno. El señor Riley me dijo que tal vez te apeteciera dormir hasta tarde. Ya sé que no dormiste mucho anoche.

– ¿Él ha dicho eso? Bueno, pues te puedo asegurar que no pasó nada aquí anoche. Dormimos juntos, pero no pasó nada entre nosotros… Fue como ir de acampada.

– Claro que sí. Estoy segura de que él se refería a las quemaduras -dijo Moira, con una dulce sonrisa, mientras le ponía la bandeja en la cama. -Él me ha dicho que parecías un poco incómoda y que tuviste un sueño muy inquieto -añadió, enseñándole un tubo de bálsamo. -Nos hizo llamar por radio a un médico de Cayo Largo para que nos mandara esto. Te ayudará a aliviar los granos que tienes en la cara.

Carrie se había olvidado de los granos. ¡Qué humillante! Había intentado parecer sexy cuando parecía una niña con varicela.

– ¿Que él ha ordenado que me envíen esto?

Moira tomó el tubo y aplicó el bálsamo en las mejillas de Carrie. El alivio y la frescura fueron casi inmediatos.

– Luego, contrató un chófer para que lo trajera a Tavernier y que luego un barco nos los acercara esta mañana. Me apostaría que todo eso le ha costado bastante dinero. Además, también pidió que te trajeran otras cosas. Algunas cremas y lociones, aceite de baño y un precioso camisón hecho de la tela más suave que he visto en mucho tiempo.

– ¿Que Dev Riley ha hecho eso por mí? -preguntó Carrie, tomando la bolsa que la mujer llevaba en el brazo. Estaba asombrada de que él se hubiera tomado tantas molestias.

– Está bastante preocupado por ti, querida. Me imagino que se siente un poco culpable por vuestra pequeña discusión. Me alegro tanto de que hayáis solucionado vuestros problemas. Hacéis una pareja perfecta.

– No tenemos ningún problema. Y no somos pareja. Ni siquiera nos conocíamos. Éramos dos extraños.

– Extraños que comparten la misma cama -replicó Moira, negándose a aceptar la verdad. -Bueno, pues yo diría que ese muchacho tiene una buena manera de tratar a las extrañas.

– En cuanto pueda encontrar el modo de llegar a Miami, yo me marcho.

– Es mejor que empiece a recoger todo -dijo Moira, suspirando. -Hemos atracado. Si te apetece ir a dar una vuelta por la ciudad después de comer, nos encantaría llevarte. Tú puedes encontrar el modo de volver a Miami, si es que tienes tantas ganas de irte. Simplemente, háznoslo saber cuando estés lista.

Entonces, salió del camarote, dejando a Carrie un delicioso desayuno de tostadas y salchichas. Después de terminar el desayuno, Carrie se cubrió el cuerpo de cremas y se puso un suave vestido y un sombrero de paja de ala ancha en la cabeza. Casi se sentía normal, y feliz. Aunque no quisiera admitirlo, estaba deseando encontrarse con Dev y darle las gracias.

La suave brisa del mar le refrescó aún más la piel. Saludó con la mano al capitán Fergus. Al levantar la vista, vio que estaban en el lugar más bello que había visto nunca. Era una pequeña cala rodeada de una playa de arena blanca y manglares. El agua era tan azul que casi hacía daño a los ojos.

– No es tan hermosa como tú, pero no está mal.

El sonido de la voz de Dev la asustó. Al darse la vuelta, lo vio apoyado sobre el mástil, con el pelo revuelto por el viento. El torso desnudo le brillaba bajo el sol. Había estado en el agua y el bañador se le pegaba a la piel, revelando el contorno de sus bien torneadas piernas.

– ¿Dónde estamos?

– Se llama el Cayo de la Botella -replicó él, poniéndose las gafas de sol. -¿Te encuentras mejor?

– Sí. Gracias por… los regalos. Ha sido muy amable de tu parte.

Ella había esperado que él se acercara, pero no se movió. Carrie tragó saliva, intentando encontrar un tópico de conversación que fuera apropiado. Finalmente, se rindió. No se le ocurría nada que él pudiera encontrar interesante.

– Hace muy buen día -dijo ella, recordando el recurso del tiempo. -Muy… soleado.

– ¿Has dormido bien?

– Sí, muy bien. Como un tronco. ¿Y tú?

– No creí que pudiera hacerlo, pero al final lo conseguí.

– Bien. Me alegro de no haberte mantenido… despierto.

– Yo no.

Entonces se produjo un largo silencio entre ellos. ¿Qué habría querido decir Dev con eso? ¿Quería decir que le habría apetecido hacer algo más que apagar las luces y dormirse?

– Me alegro de que te hayas levantado -dijo él por fin. -Quería hablar contigo.

Él extendió la mano y la ayudó a llegar hasta la proa. Carrie no pudo dejar de imaginarse cómo sería sentir aquellas manos acariciándole el cuerpo. Entonces, ella se aclaró la garganta e intentó apartar aquellos pensamientos.

– Si es por lo de la cama, yo…

Él se volvió y le llevó un dedo a los labios, dejándole una marca cálida encima cuando apartó el dedo. Durante un momento, ella deseó que la besara y acabar con aquella conversación tan encorsetada.

Él se sentó en la cubierta y levantó la cara al sol. Ella aprovechó la oportunidad para estudiar sus rasgos y memorizarlos. Cuando él la miró, ella se sentó rápidamente a su lado.

– ¿Crees que un hombre y una mujer pueden ser amigos? -preguntó él. -Me refiero a algo en lo que no interfiera la atracción sexual.

– Pues supongo que sí -respondió Carrie, algo confundida. -¿Por qué no?

– ¿Has tenido alguna vez un amigo? ¿Un hombre con el que no te apeteciera irte a la cama?

– Claro -mintió Carrie.

La verdad era que había habido tan pocos hombres en su vida que no había tenido oportunidad de desarrollar lazos de amistad con ellos. Y tampoco había disfrutado yéndose a la cama con ninguno de ellos. Todo había sido tan desilusionador…

– Yo nunca he tenido una amiga. Tampoco lo he intentado. No estoy seguro de que sea posible.

– Yo soy tu amiga -dijo Carrie con una sonrisa. -Más o menos. Y, por si no te has dado cuenta, soy una mujer.

– Me he dado cuenta. Créeme.

Carrie se volvió para mirar al horizonte, muy satisfecha con aquel cumplido y la fascinación que él parecía sentir por sus labios.

– Si vamos a pasar el resto de nuestras vacaciones juntos -dijo él, -creo que es una buena idea que seamos amigos, ¿no te parece?

– Pero eso no va a ser así -musitó Carrie. -Yo me marcho a la ciudad esta tarde para ver si puedo regresar a Miami. Se supone que hay un autobús que…

– Pero yo quiero que te quedes.

El corazón de Carrie se detuvo. Durante un momento, no pudo respirar. ¿De verdad habría dicho él aquellas palabras? Quería creer que sí, pero algo le decía que era mejor mantener las distancias.

– Será bueno para mí. Estar con una mujer y no pensar en… ya sabes -añadió él. -Además, tú has pagado estas vacaciones. No es culpa tuya que alguien metiera la pata. Tienes tanto derecho como yo a divertirte. Así que quiero que te quedes. Me gustará tener compañía. Y, además, te puedes quedar con la cama. Yo encontraré otro lugar donde dormir.

Carrie intentó contenerse. Era tan agradable saber que él podía dejar a un lado cualquier atracción que pudiera sentir por ella… Que Carrie fuera tan fácil de olvidar. Sin embargo, al lado de las mujeres con las que él solía salir, probablemente ella no tenía comparación. Aquella era la realidad de Dev Riley, una realidad que ella tenía que empezar a aceptar.

– Pero tienes novia -le recordó Carrie. -¿Qué le parecerá a ella que yo me quede?

– ¿Por qué crees que tengo novia?

– Simplemente había asumido que… -dijo ella, sin querer admitir que lo sabía porque Susie se lo había dicho. -Tú reservaste un viaje para dos. Tú mismo lo dijiste. Y aquella primera noche en la cama, tú creíste que yo era otra persona, ¿no es verdad? Tú pensaste que yo era ella.

– Jillian -replicó él, con frialdad.

– ¿Por qué no está ella aquí contigo? ¿No debería ser ella la que compartiera estas vacaciones contigo en vez de ser yo la que lo haga? -preguntó, sin poder reprimir su curiosidad.

– No está aquí porque valora su carrera más que nuestra relación. Ya se ha terminado todo entre nosotros.

Carrie dobló las piernas y se las puso bajo la barbilla. El corazón le latía a toda velocidad por haber oído aquellas palabras. Sin embargo, aquella noticia no debería cambiar nada, pero Carrie no pudo evitar sentirse algo más alegre.

– Lo siento.

– Yo no. Ha sido lo mejor. Justo ahora, no necesito una mujer en mi vida. Créeme, estoy mucho mejor sin ella.

Aquellas palabras hicieron pedazos las esperanzas de Carrie. Él no necesitaba una mujer en su vida, pero le acababa de pedir que compartiera aquellas vacaciones con él. ¿Qué pensaba él que era ella? ¿Un alien sin sexo? Ella era una mujer con unas necesidades normales, con pasiones y deseos que se despertaban al estar cerca de un hombre tan guapo.

– Es más orgullo que pena -añadió él. -Ella no estaba lista para comprometerse y yo tampoco. Solo me molesta que ella se diera cuenta antes que yo.

Carrie lo miró. Si ella hubiera sido tan sofisticada como Jillian, tal vez le hubiera podido hacer ver que podría ser tan deseable como Jillian. Pero ella no era Jillian. Eso era evidente.

– Así que, ¿piensas quedarte?

Carrie asintió y se puso de pie.

– Claro. No hay problema. Fergus y Moira prometieron llevarme al pueblo después de comer. ¿Te gustaría venir?

– No, creo que me quedaré aquí. Tal vez vaya a nadar o lea algo. Ve tú. Diviértete.

Entonces cerró los ojos de nuevo. Ella esperó unos minutos y luego se marchó silenciosamente. Cuando llegó al camarote, se sentó en el borde de la cama e intentó poner orden en sus confusos pensamientos.

Después de aquella conversación solo sabía con seguridad una cosa. Le resultaba mucho más fácil odiar a Dev Riley cuando se portaba como un canalla.

Sentada en la proa del bote, Carrie observó el Serendipity, meciéndose suavemente sobre las olas. Cuando salió del camarote antes de comer, Dev se había ido. El capitán Fergus le dijo que lo había llevado a la ciudad en el bote y que había prometido estar en el muelle por la tarde para poder volver al barco con ellos.

Carrie se pasó el resto de la mañana leyendo y esperando que él regresara. Cuando vio que iba a comer sola, decidió acompañar a Moira y a Fergus a la ciudad de Tavernier, una pequeña ciudad en Cayo Largo. No merecía la pena pasarse el tiempo pensando en Dev cuando podía investigar las pequeñas tiendas que rodeaban el puerto.

La sorprendió mucho notar que disfrutó más de lo que había pensado con aquella excursión en solitario. Viajar sola no era tan terrible como ella se había imaginado.

Carrie había quedado en encontrarse con Moira y Fergus dos horas más tarde en el muelle, mientras ellos iban a hacer sus compras. La calle que salía del muelle estaba caldeada por el sol y la suave brisa marina hacía que los toldos de las tiendas aletearan. Un perrito se puso al paso con ella, esperando pacientemente mientras ella compraba.

Por fin, en una agradable taberna al aire libre, encontró una mesa y pidió unas gambas. Estaba dando de comer al perro las sobras mientras se tomaba un ponche de ron helado y observaba a los paseantes cuando…

– ¡Aggie! ¿Dónde estás? -gritó alguien, acompañando sus palabras con un silbido.

Carrie volvió a concentrarse en su comida, poco interesada por aquel extraño. Sin embargo, unos pocos segundos después, una sombra oscureció la mesa. Carrie levantó la vista y vio la silueta de un hombre que, al principio, le pareció Dev.

– Aggie, ya sabes que no tienes que pedir -dijo el hombre, con un acento australiano tan fuerte que Carrie apenas si comprendió lo que decía.

– Me temo que me ha confundido con otra persona -musitó Carrie, algo nerviosa. -No me llamo Aggie.

El hombre tomó la silla que había enfrente de la de Carrie, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas. Al ver el bronceado Adonis que tenía enfrente, Carrie tuvo que contener el aliento. Tenía la piel muy bronceada y el pelo rubio muy claro por el sol y el perfil perfecto. Sin embargo, no era tan guapo como Dev. El hombre sonrió e inclinó la cabeza hacia el perro.

– Claro que usted no es Aggie. Él sí. Es mi perro -repitió él, al ver que Carrie no comprendía. -Se llama Aggie. Y usted debe de ser la pasajera de Fergus y Moira. Me llamo Jace Stevens. Soy de Sídney, Australia.

– Carrie -dijo ella, tomando la mano que el hombre le extendía. -Carrie Reynolds de Lake Grove, Illi… Así que, ¿conoce al capitán Fergus y a Moira?

– Sí. Nos encontramos con frecuencia por los puertos del mar Caribe. Los conozco desde hace años. Cuando los vi en el paseo, Moira me dijo que tenían pasajeros. Una jovencita muy guapa, me dijo. Así que cuando la vi, supe que era usted.

Carrie sintió que se sonrojaba. Aquella era la segunda vez en el mismo día que alguien comentaba su belleza. Primero Dev y luego aquel extraño. ¿Sería que los granos de la cara la hacían irresistible para el sexo opuesto?

– Gracias -murmuró ella. -¿Es usted también capitán de un barco de pasajeros, señor Stevens?

Carrie se dijo que aquella era una buena pregunta. Haría tocio lo posible porque hablara de sí mismo. Había leído en algún sitio que a los hombres les gustaba. Aquella era una buena oportunidad para practicar lo que había ido a aprender, pero, ¿por qué no le saldrían las palabras con más naturalidad?

– No, solo soy una rata de barco. Me paso los inviernos aquí y los veranos en el circuito de carreras del norte. ¿Qué haces en Lake Grove?

– ¿Que conduce coches de carreras? -preguntó ella.

– No -respondió él, con una sonrisa. -Barcos de vela. Muy grandes. Yates de doce metros, como los que navegan en la Copa América.

– Es muy difícil para mí imaginarme eso -dijo Carrie, totalmente desesperanzada por no saber nada del tema. -Pero supongo que no van muy rápido.

– Deberías probarlo alguna vez. No hay nada igual. El viento en el pelo, las velas aleteando por encima de la cabeza. Es mejor que el sexo.

Carrie se tomó las manos. Hubiera podido pensar que aquel hombre estaba intentando ligar con ella… Un perfecto extraño se le acerca y empieza una conversación, usando su perrito como cebo. Era un sinvergüenza, pero muy sexy. Y estaba interesado en ella, pero ¿por qué?

No parecía un hombre desesperado. Ella lo estudió solapadamente mientras tomaba otro sorbo del ponche. Tal vez era su nuevo color de pelo o el vestido lo que resultaban tan atractivos.

Fuera lo que fuera, no podría hacerle ningún daño. Estaba de vacaciones y el hombre era amigo de Fergus y Moira.

– Yo probablemente me pondría a vomitar -admitió Carrie. -Probablemente Fergus y Moira te hayan dicho que no soy buena marinera.

– Eso es imposible -dijo él. -Aggie reconoce a un buen marino en cuanto lo ve. ¿Te gustaría ver mi barco? Está anclado en el puerto.

– No puedo -respondió Carrie, mirando el reloj. -Tengo que encontrarme con Fergus y Moira.

– ¿Por qué no te quedas a tomar algo conmigo? Yo te puedo llevar al Serendipity más tarde.

– No, gracias. Me están esperando -insistió Carrie, satisfecha de haber podido flirtear con él, pero sin querer intimar más con un desconocido.

– Entonces, Aggie y yo te acompañaremos al puerto.

– Yo la acompañaré -dijo una voz, familiar para Carrie, a sus espaldas.

Al mirar por encima del hombro, Carrie vio a Dev. Llevaba puestos un par de pantalones cortos y una camiseta azul clara. Tenía el pelo alborotado y húmedo en la nuca y miraba con sospecha a Jace Stevens.

Carrie se aclaró la garganta y se puso rápidamente de pie, algo incómoda con la actitud de Dev.

– Dev Riley, me gustaría presentarte a un amigo de los O'Malley. Se llama…

– Tenemos que irnos -interrumpió Dev, tomándola de la mano y dejando dinero encima de la mesa. Luego hizo una inclinación de cabeza a Jace y empujó a Carrie hacia la calle.

– Solo iba a presentarte a…

– ¡Tenemos que irnos! -repitió él. -Moira y Fergus nos están esperando.

Carrie se dio la vuelta y se despidió de Jace Stevens.

– Me ha encantado conocerte. Adiós, Aggie.

– No le hables -musitó Dev, tirándola del brazo. -Los tipos como ese no saben cuándo tienen bastante.

– Es muy agradable.

– Es un extraño y tú no debes hablar con extraños.

– No es un extraño. Conoce a Fergus y a Moira.

– Tal vez en Helena se habla con los extraños, pero aquí no. Podría ser un… traficante de drogas. O un delincuente. O… un pirata.

– ¿Un pirata? -exclamó Carrie, riendo, mientras intentaba seguirle el paso. -¿Estás loco? Capitanea barcos de carreras.

– Maldita sea, Carrie, ya sabes lo que quiero decir.

– Ya sé lo que estás diciendo, pero no estoy segura de por qué lo estás diciendo. ¿Quién eres tú para decirme con quién puedo y no puedo hablar? Solo porque seas mi amigo no significa que puedas ir dándome órdenes.

– Simplemente me preocupa tu seguridad -dijo él, sin dejar de mirar al frente.

– Tal vez es que estés celoso.

– ¿Qué? -preguntó él, parándose en medio de la calle. -¿Qué has dicho?

– Nada -respondió Carrie, mirando al suelo.

– Eso no es cierto. ¿Qué has dicho?

– He dicho que tal vez estés celoso -replicó ella.

– ¿De ese idiota? ¡Estarás soñando! Yo podría vender y comprar a ese tipo un millón de veces.

– Me alegro de saberlo -le espetó ella, mirándolo con desdén. Entonces, siguió andando ella sola. -Todo lo que estaba haciendo era hablar con él. Y me pareció un hombre encantador. Ha sido una experiencia de lo más esclarecedora.

– ¿Es así como lo llamas tú? Estaba intentando ligar contigo.

– ¡Escúchame! Tal vez Dios te haya bendecido con una abundante cantidad de encanto pero yo no tengo mucha experiencia en esto. Por eso he venido de vacaciones. Para practicar.

Tan pronto como acabó de decir aquellas palabras, lamentó haberlas dicho.

– ¿Para practicar la seducción de extraños en un bar?

– No era un extraño y estaba sentada en la parte del restaurante, no en el bar. No había nada de seducción por medio.

– Entonces, ¿qué estabas practicando?

– No es asunto tuyo.

– Es asunto mío cuando te pones en peligro.

– Aquel hombre era un amigo de Fergus y Moira. ¡No estaba en peligro! Ahora, ¿podemos dejar de hablar sobre esto?

– Eres demasiado inocente, Carrie -dijo él, empezando a andar de nuevo hacia el barco. -Ya no estás en Helena. Y está muy claro que no tienes demasiada experiencia con los hombres.

– Bueno, tal vez no. Pero es imposible que consiga experiencia si no practico.

– ¿Para quién estás practicando?

– No te lo puedo decir -dijo Carrie, apartándose de él y apretando el paso.

Él la alcanzó enseguida y la bloqueó el paso.

– Dímelo. Se supone que somos amigos, ¿no? Puedes confiar en mí.

– ¡De acuerdo! -dijo ella, tras un momento de duda. -Hay un hombre, pero él ni siquiera sabe que yo existo.

– ¿Cómo puede ser eso posible? -preguntó él, con voz suave, levantándole la cara por la barbilla.

– Es difícil de creer -replicó ella, en tono de burla. -Pero es cierto.

– ¿Lo amas?

Aquella pregunta tomó a Carrie por sorpresa. Cuatro días atrás, Dev Riley solo era una fantasía para ella. Entonces, sus sentimientos por él eran difíciles de definir. Desde que lo conocía personalmente, lo que sentía por él era mucho más real. Si era o no amor, no estaba segura, pero estaba empezando a sentir algo muy dentro de su corazón que parecía constituir un vínculo entre ellos.

– No -dijo ella con voz temblorosa. -No lo amo. Bueno -añadió, al mirarlo a los ojos-… tal vez un poco.

– Entonces, deja que sea yo quien te ayude, no el extraño de un bar.

– ¿Cómo puedes ayudarme tú?

– Si quieres practicar con alguien, practica conmigo. Así yo sabré que no corres ningún peligro.

Carrie negó con la cabeza. ¿Practicar sus técnicas de seducción con Dev Riley?

– Gracias por ofrecerte, pero yo no creo que fuera muy buena idea. Además, ¿por qué te preocupa que corra algún peligro?

– Porque somos amigos. Y eso es lo que hacen los amigos. Se cuidan los unos a los otros.

Carrie lo miró durante un momento, examinando cuidadosamente todas sus facciones. Aquello era todo lo que ella necesitaba: una invitación para practicar con el hombre de sus fantasías. ¡Ya había sido suficiente con que ella accediera a pasar aquella semana con él como para que entonces él le ofreciera la oportunidad de practicar sus artes de seducción con él, precisamente cuando era a él al que quería seducir!

Aquello no iba a funcionar. Todo aquello iba a acabar en desastre. Sin embargo, todo aquel viaje era un desastre. Y aquella catástrofe en particular sería lo único que merecería la pena recordar cuando regresara a casa.

La proa del Serendipity cortaba suavemente las tranquilas aguas del Caribe. Dev, apoyado contra el mástil, contemplaba la serenidad de la noche. Nunca antes había visto tantas estrellas y una luna tan brillante como la que relucía aquella noche. En la distancia, se veían las luces de un pueblo.

Dev casi se podía imaginar cómo habían sido aquellas aguas cientos de años atrás. Durante la cena de aquella noche, el capitán Fergus les había contado historias de piratas y de naufragios. Incluso les había contado una historia de fantasmas sobre un grupo de trabajadores del ferrocarril que habían sido arrastrados al mar durante un huracán y ahora embrujaban aquellas aguas con sus gritos de socorro.

Carrie había escuchado atentamente todas aquellas historias, pero casi no había hablado con Dev. A pesar de que ella se había comportado de un modo cortés, Dev no podía dejar de sentirse algo inquieto por lo que ella le había contado en el puerto. No había tenido intención de enfadarse con Carrie, pero al verla con aquel hombre no había podido contenerse. En otro hombre, podría haberse interpretado como celos, pero él sabía que no era así. Dev interpretó aquella reacción como el deseo de proteger a una amiga, una buena amiga a la que había aprendido a apreciar más y más en los últimos días.

Había intentado dormir en el camarote pequeño, pero después de unos pocos minutos había subido a cubierta. Dev respiró profundamente e intentó apartar los pensamientos sobre Carrie, y sobre el hombre que amaba, de su mente. Pero fue inútil. Su imaginación probablemente no tenía que ver nada con la realidad, pero se imaginaba el típico cowboy de Montana, una clase de hombre que todas las mujeres encontraban atractivo, especialmente las inocentes como Carrie.

No podía entenderlo. ¿Qué tenía un vaquero de Montana que no tuviera él? Evidentemente, Carrie se había enamorado del primer hombre por el que se había sentido atraída. Y no se daba cuenta de que una relación con esa clase de hombres solo podía ocasionarle problemas. Los vaqueros se pasaban la vida conduciendo ganado, por no hablar de las noches de juerga en el salón o el olor a sudor. Una relación como aquella estaba condenada a acabar mal antes de empezar. Y, como amigo y confidente, él tendría que convencerla de aquel hecho.

Dev se maldijo en silencio. ¿De verdad estaba realmente preocupado por el bienestar de Carrie? ¿O era que simplemente estaba intentando ignorar sus propios sentimientos de celos? Había decidido mantener su relación con Carrie en el plano estrictamente platónico. Pero aquello era más fácil de conseguir en la teoría que en la práctica. De hecho, el mundo se le ponía cuesta arriba cuando la miraba a aquellos hermosos ojos azules.

Ella le había pedido ayuda y, como buen amigo, estaba obligado a dársela. ¿Pero era él de verdad un buen amigo? Un amigo no debería querer besarla ni tocarla, y eso era lo que le pasaba a él. E incluso había empezado a imaginar contactos mucho más íntimos.

Entonces, ¿por qué se había ofrecido a ayudarla en su práctica? Cada vez que lo hicieran, su fuerza de voluntad se vería sometida a prueba. Sin embargo, Carrie era tan inocente que no sabía lo hermosa que era. Los motivos de ella, al contrario de los de él, eran completamente puros. Él estaba seguro que ella nunca recurriría a los trucos típicamente femeninos.

Entonces notó que algo se movía en cubierta. Al volverse, vio a Carrie paseando hacia la proa del barco. Llevaba puesto el camisón blanco que él le había comprado. La brisa se lo enredaba entre las piernas y, durante un momento, pareció un ángel. Al principio, Dev pensó que lo había visto, pero cuando ella pasó cerca de él sin mirarlo, él supo que ella ignoraba su presencia.

Dev contuvo el aliento mientras ella miraba el mar y extendía las manos para pasárselas por el pelo y luego estiraba los brazos por encima de la cabeza. La suave luz creaba un halo alrededor del cuerpo de ella, permitiendo a Dev verle el contorno del cuerpo a través de la traslúcida tela.

Él sintió que el deseo se adueñaba de su masculinidad. Podía imaginarse perfectamente cómo le quitaría el camisón, dejando que cayera hasta los pies. Tendría la piel cálida y suave, expuesta a las caricias. Ella respondería a sus deseos y se tumbarían los dos en la cubierta, bajo la luna y las estrellas, y harían el amor.

Dev cerró los ojos y respiró profundamente. ¿Qué era lo que lo atraía de ella? ¿Y por qué Carrie? Lo último que quería en su vida en aquellos momentos era una mujer. Lo único que quería en aquellos momentos era llevar una vida sencilla.

Sin embargo, desear a Carrie le resultaba muy sencillo. Era dulce, sencilla y honesta. Sabía que podía confiar en ella a pesar de conocerla desde hacía poco tiempo. Y a pesar de que ella intentara esconder sus emociones, todos sus sentimientos se le reflejaban en los ojos.

Dev había visto deseo en ellos cuando la había besado, pero también confusión. Él la deseaba de una manera en la que no había deseado nunca a ninguna otra mujer. Pero ella amaba a otro hombre. ¿Estaba él dispuesto a ignorar los hechos para satisfacer sus propias necesidades?

Tal vez la situación no fuera tan clara como había parecido en un principio. Ella estaba enamorada pero aquel hombre ni siquiera sabía que ella existía. Aquello significaba que no había compromiso entre ellos. Y Dev estaba libre. Ambos eran adultos y capaces de tomar sus propias decisiones. ¿Por qué no dejarse llevar por los acontecimientos?

Muchas personas tenían aventuras durante las vacaciones y luego regresaban a su día a día sin ningún sentimiento de culpa. Él volvería a su trabajo y ella a su vaquero, ambos felices con los recuerdos de la semana que habían pasado juntos.

Sin embargo, a Dev le parecía que no sería tan fácil olvidar a Carrie. Entonces se inclinó sobre el mástil, con la imagen de Carrie en la mente. El camisón lentamente se iba disolviendo en su imaginación hasta que ella estaba desnuda delante de él, como una sirena surgida del mar.

Cuando abrió los ojos, vio que Carrie se había ido. ¿Habría sido aquella aparición producto de su imaginación? ¿O sería que simplemente estaba cansado? Entonces, Dev se dirigió al salón principal. Al llegar a la puerta de su camarote, se detuvo. La pequeña habitación era muy pequeña y no tenía ventilación. No podía dejar de pensar en Carrie, tumbada en aquella cama tan grande y tan cómoda. Poco a poco, Dev se fue acercando al camarote.

Quería hablar con ella, necesitaba verla de nuevo antes de irse a dormir. Escuchó al lado de la puerta y luego la abrió. Todo estaba a oscuras, pero adivinaba el contorno de ella en la cama, respirando profundamente. Tuvo que luchar contra la urgencia de acercarse a la cama y tumbarse a su lado.

¿Cómo reaccionaría ella? ¿Respondería a sus caricias o se apartaría? Dev quería hacerle el amor, poseerla. Sin embargo, sabía que el corazón de Carrie era mucho más frágil que el de otras mujeres. Deseaba tener un romance para toda la vida con su vaquero y no una aventura con un hombre que era casi un extraño.

Ella gimió suavemente y se dio la vuelta. Dev contuvo el aliento, pero en cuanto ella se quedó quieta de nuevo, se acercó a la cama. El pelo rizado de ella se extendía por la almohada. Dev no pudo resistir el impulso de tomar un mechón.

– Dev -murmuró ella. -Mmm, Dev.

Rápidamente, él apartó la mano. Lentamente, ella abrió los ojos. Al principio, él pensó que estaba dormida, pero cuando ella se incorporó, apartándose el pelo de la cara, él no tuvo duda alguna.

– ¿Dev?

– Yo… yo no quería despertarte -musitó él, dando un paso atrás. -Estaba buscando… mi… mi… algo que he perdido. Mi libro.

– ¿Va todo bien?

– No podía dormir.

Ella suspiró suavemente, y luego levantó la sábana, apartándolas en señal de tácita invitación.

– Toma los cojines -susurró ella. -Puedes dormir aquí.

Sus instintos le dijeron a Dev que saliera del camarote. No podría pasar otra noche con ella sin tocarla, sin hundir el rostro en el fragante pelo de ella, sin quitarle la ropa y…

– No pasa nada -dijo ella. -No me importa. Confío en ti.

Él hizo lo que ella le había pedido y se tumbó en la cama. Durante un largo tiempo, el camarote estuvo en silencio, mientras él esperaba que ella dijera algo. Finalmente, él se incorporó ligeramente, le tomó la cara entre las manos y la besó en los labios.

– Buenas noches, Carrie.

Con un suspiró, él se tumbó de nuevo y sonrió. Después de eso, ella tendría algo que la mantuviera despierta el resto de la noche mientras que él dormía profundamente. Y por la mañana, intentaría averiguar lo que iba a hacer con Carrie Reynolds.

CAPÍTULO 05

Carrie se miró al espejo para examinar sus granos. Habían desaparecido y la piel de su rostro tenía un aspecto muy saludable. Lo único que revelaba que había pasado otra noche en la misma cama que Dev eran las oscuras ojeras que tenía bajó los ojos.

Aquel beso no había sido muy romántico. Él la había pillado desprevenida, tanto que casi no había tenido tiempo de reaccionar. Sin embargo, le parecía que debía haber hecho algo para que él quisiera besarla, pero no podía recordar el qué, lo que era una pena. Si supiera lo que le había impulsado a besarla, lo volvería a hacer para que él repitiera aquel beso.

Carrie tomó el lápiz de labios, pero tras quitar la tapa se detuvo. Dev le había dejado sus sentimientos perfectamente claros. Eran amigos, compañeros de viaje. Nada más. Sin embargo, los amigos se besaban en la mejilla, no en los labios. Y los amigos dormían en camas separadas. Los lazos de aquella amistad parecían cambiar a cada paso.

Con mucho cuidado se pintó los labios y luego tiró el lápiz a la bolsa de aseo y se pasó los dedos entre el pelo. Si ella tuviera más experiencia con los hombres, tal vez pudiera interpretar los signos mejor.

– Pase lo que pase -musitó, -habré practicado lo suficiente como para conquistar a todos esos hombres que están ahí fuera esperándome -añadió. Después de todo, para eso había ido a aquel viaje. Para hacerse más interesante. -Creo que necesito un poco de café.

Carrie tomó la manta y se la envolvió alrededor de los hombros. Se tomaría el café en el camarote, mientras se vestía. Sin embargo, al salir a cubierta, no pudo ver ni a Moira ni al capitán Fergus por ninguna parte. Ni a Dev. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que el barco estaba parado.

Carrie llamó a los demás, pero no contestó nadie. Entonces, se dirigió a popa, donde comían habitualmente y encontró café, bollos y fruta fresca.

Mientras se comía un bollo, miró a través del agua azul. Era un día maravilloso, con el cielo tan azul como…

Entonces vio algo en la superficie del mar.

¡Un cuerpo! Estaba flotando boca abajo en el agua.

– ¡Eh! -gritó Carrie. Al inclinarse sobre la barandilla, reconoció los pantalones azules y el pelo oscuro. -¡Dev!

No se movía. Tenía las piernas colgando hacia las profundidades y los brazos extendidos. Enseguida, Carrie pensó que él se había ahogado mientras ella dormía. O tal vez lo había atacado un tiburón mientras ella se pintaba los labios. Tal vez había sido uno de esos peces venenosos o…

Carrie recorrió la cubierta buscando algo que tirarle. Empezó a tirar los cojines de las sillas uno por uno y luego tiró dos de los protectores de goma que llevaba el barco para evitar golpes en el casco. Sin embargo, el cuerpo seguía inmóvil. Cuando tomó el flotador, Carrie se dio cuenta de que no tenía otro remedio que saltar.

– Si no quieres ahogarte, no te acerques al agua -musitó. Nunca había sido una buena nadadora y la costa estaba muy alejada. Sin embargo, el agua no era muy profunda, así que si no se despegaba del flotador tal vez conseguiría salvar a Dev. Tiró la manta y se colocó el flotador en la cintura. Poco a poco empezó a bajar por la escalerilla hasta el agua.

El camisón flotaba alrededor de ella, como un anillo. El agua estaba bastante fría, pero en cuanto se aseguró de que iba a flotar, Carrie se soltó de la escalerilla y empezó a nadar hacia Dev.

– Puedes hacerlo -se decía.

Sin embargo, lo que no sabía era lo que haría cuando llegara a él. ¿Tendría fuerzas suficientes para llevarlo al barco y subirlo a cubierta? ¿Se acordaría de cómo hacerle la respiración boca a boca? ¿Y si estaba muerto?

Carrie empezó a nadar más rápido y enseguida estuvo a punto de alcanzarlo. De repente, él sacó la cabeza del agua tan rápido que ella no pudo evitar gritar. Unas gafas de bucear le cubrían el rostro y por primera vez ella notó el tubo que le subía por detrás de la oreja.

– Buenos días -dijo él, quitándose las gafas.

– ¡Pensé que estabas muerto! -exclamó ella, dando un manotazo al agua.

– ¿Cómo dices?

– ¿Cómo puedes ser tan poco responsable? Nadar solo es peligroso. ¿Dónde están el capitán Fergus y Moira?

Dev se limpió el agua de los ojos, primero sorprendido y luego divertido por aquella regañina. Entonces, la tomó por la cintura y la estrechó contra él.

– Se han ido en el bote al Cayo Little Torch. ¿Por qué estás tan enfadada?

– Te vi desde el barco y pensé que te habías ahogado. Estabas tan quieto…

– ¿Estabas intentando salvarme? ¿Es esa la razón de que la mitad de los cojines del barco estén flotando por aquí?

Carrie apretó las manos contra el pecho de él, sintiendo los fuertes músculos bajo la piel y las dejó allí unos segundos antes de apartarlo.

– No te movías. No sabía lo que hacer. El pánico se apoderó de mí.

– Solo estaba buceando un poco. Hay un precioso arrecife ahí abajo. Estaba viendo una manta raya y no quería asustarla.

– ¿Una manta raya? -preguntó ella, rodeándole de repente el cuello con los brazos y enganchándose con las piernas a la cintura de él-Eso no será venenoso, ¿verdad?

– No. Ya hace mucho que se ha ido -dijo él, poniéndole las manos en los muslos. -Tú la asustaste.

Ella se soltó de él y se apartó.

– ¿Me viste nadar hacia ti y no pudiste levantar la cabeza?

– Me gustaba mucho lo que se veía debajo de la superficie. Tienes unas piernas preciosas, Carrie. Increíbles -añadió, mirando a través del agua. -Y también me gustan mucho las braguitas de encaje.

– Me podría haber ahogado, ¿sabes? -le espetó ella, bajándose el camisón. -No se me da muy bien nadar.

– ¿Me estás diciendo que arriesgaste tu vida por mí? ¿Por un simple conocido? ¿Al tipo que te robaría la cama en cuanto bajaras la guardia?

– La próxima vez no me lanzaré tan rápidamente al agua. Te dejaré para los tiburones.

Cuando él sonrió, ella se dio cuenta de que había respondido con el ingenio que tanto admiraba en otras mujeres. Había sido capaz de responderle y se estaban divirtiendo.

– Estás muy guapa cuando estás mojada -dijo él, apartándole un mechón de la mejilla.

Él la tocaba por todas partes. Carrie temblaba. ¿Cómo era posible que él no sintiera nada? Al levantar la vista, vio algo que le detuvo el pulso.

Él la miraba fijamente, sin apartarle los ojos de la boca. Carrie deseó que la besara de la misma manera que lo había hecho la noche anterior, pero más profundamente.

Dev se acercó un poco más y ella contuvo el aliento. En aquel momento, ella se sintió como si se estuviera ahogando. No estaba segura de lo que hacer ni decir. Sin embargo, ella le debía de haber enviado de nuevo la señal porque él la estrechó fuertemente entre los brazos.

Ambos flotaron en el agua. La boca de él tenía un tacto cálido contra la fresca piel de Carrie. Los labios de Dev trazaron una línea a lo largo de la mandíbula de ella hasta la clavícula. Carrie se sintió transportada.

El movimiento de las olas hacía que las caderas de ambos se juntaran y se separaran, sugiriendo lo que podría pasar entre ellos si daban rienda suelta a su pasión.

Él le acarició las caderas y le cubrió el trasero con las manos, haciéndole que le rodeara la cintura con las piernas. Carrie no se había sentido nunca tan viva y, sin embargo, tan perdida. Cada una de aquellas sensaciones era nueva para ella. Él la besó de nuevo y le exploró la boca con la lengua, suavemente al principio, para hacerlo luego con una intensidad que casi la dejó inconsciente. Ella gimió. Entonces, él se apartó.

– Yo podría enseñarte -murmuró él, acariciándole el labio inferior con el pulgar. -No es difícil.

– ¿Tan mala fui?

– Es más fácil si no te esfuerzas tanto. Relájate.

– Estoy relajada. Muy relajada…

– Soy un profesor cualificado. Desde el instituto. He enseñado a muchas personas.

– ¿A besar? -preguntó Carrie, sin entender nada.

– ¡No, tonta! -exclamó Dev, riendo. Entonces la soltó y empezó a trazar un círculo alrededor de ella. -A nadar. Podría enseñarte a nadar. Ya sabes cómo se besa.

Carrie no quería aprender a nadar, solo quería seguir besando a Dev. ¿Cómo podía cambiar tan rápidamente, de nada a besar y de besar a nadar?

– Creo que no -replicó Carrie. -Yo no soy muy atlética. Cada vez que lo intento, me hundo como una piedra.

– Quítate el flotador -dijo él, tomándola por la cintura. -Vamos a dar nuestra primera clase. A cambio por salvarme la vida.

– No puedo, de verdad. No me he traído el traje de baño.

– ¿Te vienes al Caribe y no te traes crema protectora ni traje de baño? Realmente no tienes ni idea sobre los viajes. ¿Qué voy a hacer contigo, Carrie?

Carrie quiso pedirle que la besara de nuevo, que la acariciara hasta que la piel le ardiera, que la llevara a la playa y le hiciera el amor…

– La verdad es que no he viajado mucho -dijo ella por fin. -Mi madre murió cuando yo era muy joven y yo cuidé de mi padre durante los años que pasé en el instituto y la universidad. Cuando me gradué, me puse a construir mi negocio.

– En Helena.

– ¿Helena?

– Sí, en Montana. Eso fue lo que me dijiste la primera noche ¿Te acuerdas?

– Oh, sí. Helena.

– La capital de Montana, El estado del tesoro. ¿Ves? Si tú me puedes enseñar geografía, yo te puedo enseñar a nadar.

– Supongo que sí.

– Confía en mí.

Con esas palabras, él le sacó el flotador por la cabeza. En cuanto lo hubo hecho, ella se sintió como si fuera a hundirse. Carrie se aferró a los hombros de él, con sus senos apretándose contra el fuerte pecho de él, sin nada más que la tela del camisón entre ellos. Carrie deseaba que no hubiera nada más que el agua entre ellos, besarle el pecho y saborear la sal que tenía sobre la piel. Si hubiera sido más valiente, se hubiera quitado el camisón, pero no se atrevió. En vez de eso, contuvo el aliento y trató de calmarse.

– Empezaremos aprendiendo a flotar -dijo él. -Echa la cabeza hacia atrás y arquea el cuello -añadió, mientras le ponía una mano en la espalda y la empujaba hacia arriba. -Saca los dedos de los pies. Ahora, aspira profundamente y saca pecho.

Carrie pataleó y se hundió en el agua, teniendo que aferrarse al cuello de Dev otra vez.

– ¿Qué es esto? -preguntó ella. -¡No me estás enseñando cómo flotar! Eres malvado.

– Te juro que eso es lo que hay que hacer.

– ¿Estás seguro?

Dev asintió y la empujó, volviendo a colocarla en la posición en la que lo habían dejado.

– Saca los brazos -le ordenó él.

La manera paciente y segura en la que él la guiaba la dejaron tan relajada que Carrie se sintió segura. Mientras escuchaba la voz de él, miraba al cielo. Poco a poco, él fue apartando las manos hasta dejarla flotando encima de la superficie del mar. Ella sonrió. No tenía miedo. Sabía que Dev la rescataría si corría algún peligro.

Sin embargo, a pesar de que estaba relajada, no podía dejar de sentir las manos de Dev en su cuerpo. ¿Cómo se sentiría si él la tocaba sin otra intención que el placer? Él siempre se detenía cuando ella empezaba a excitarse. ¿Cómo sería si él no se detuviera?

Solo unos cuantos días atrás, Dev Riley parecía estar tan lejos de su alcance. Era solo un hombre de fantasía que ella nunca podría tener. Sin embargo, todo había cambiado tanto. ¿Qué le había pasado? ¿Se habría convertido en una persona diferente en el momento en el que había subido al barco? ¿O era que simplemente había florecido al calor del sol? Podía hablar con él de un modo en el que nunca había podido hablar con otro hombre antes. Y se sentía más fuerte de lo que se habría imaginado.

Carrie cerró los ojos. Sin peso alguno, suspendida en el agua, todas sus dudas y temores parecían desvanecerse. Ella suspiró. Sería tan fácil tentarlo. Además, ¿qué podía perder? Cuando regresara a casa, no volvería a hablar con él. Si hacía el ridículo en el intento, siempre podría volver a ser la Carrie Reynolds de siempre.

No había riesgos a excepción de que ella podría destruir su recién creada amistad. Pero, ¿era una amistad lo que quería llevarse de aquellas vacaciones o prefería los recuerdos de una noche apasionada con Dev Riley?

Dev estaba sentado en la cubierta con las piernas colgando por el lateral del barco. Tomó un sorbo de la cerveza y miró a Carrie. Estaba tumbada en la cubierta de proa, con los ojos cerrados. Dev sospechaba que estaba dormida.

Había estado nadando durante casi una hora. Para cuando hubieron acabado, ella se había convertido en una nadadora aceptable. Le resultaba agradable tener algo que poder ofrecer a una mujer. Jillian era tan independiente que nunca había necesitado nada de él. Incluso cuando él le había dado un consejo, Dev siempre había tenido la sensación de que no lo estaba escuchando.

Sin embargo, el mero hecho de enseñar a Carrie a nadar le había dado un placer inconmensurable. Ella disfrutaba con las cosas pequeñas, una caracola que él le había llevado de la playa, un refresco que él le había preparado, la lona que le había extendido para protegerla del sol tropical… Cualquier cosa la agradecía con una dulce sonrisa.

La mirada de Dev se pasó de la boca al cuerpo. Ella no se había molestado en quitarse el camisón. Tal vez lo hubiera hecho si se hubiera dado cuenta de que se transparentaba cuando estaba mojado. La tela mojada se le pegaba a la piel, revelando la suave curva de los senos y el color rosado de los pezones.

Dev respiró profundamente. La amistad con Carrie le había parecido algo muy práctico para aquellas vacaciones. Sin embargo, desde el momento que había hecho aquella sugerencia, Dev se había empezado a preguntar si aquella decisión era la aceitada. ¿Cómo iba él a apartarse de ella cuando Carrie aparecía en sus brazos en cualquier ocasión?

Le costaba creer que la encontrara tan cautivadora. Si alguien le hubiera dicho que se iba a sentir atraído por una mujer como ella, le habría parecido absurdo.

– ¡Ah del barco!

Dev apartó los ojos de Carrie y vio a Fergus y a Moira acercándose en el bote. Entonces, él se llevó el dedo a los labios y señaló a Carrie.

Fergus asintió y Moira sonrió. Después de atar el bote, Fergus le dio las bolsas de la compra a Dev y luego ayudó a su esposa a subir a bordo, para luego hacerlo él.

– Entonces, ¿habéis tenido una buena mañana?

– Sí -respondió Dev. -Yo estuve buceando y Carrie aprendió a nadar.

– ¿De verdad? -preguntó Moira, con una picara sonrisa. -¿Y la enseñaste tú?

– ¡Moira McGuire O'Malley! -le gritó Fergus. -Deja el tema. A mi esposa le gusta hacer de celestina. Tendrás que perdonarla. Ya le he dicho que no había nada entre vosotros, pero a ella le parece que no es así.

– Si yo hubiera esperado a que tú te decidieras, Fergus O'Malley, todavía estaría soltera -le espetó Moira a su marido. -Reconozco cuando dos personas están hechas la una para la otra en cuanto las veo.

Con eso desapareció en la cocina, donde empezó a meter mido con las sartenes y las cacerolas.

– Ella tiene en mente que hay algo entre vosotros dos -le explicó Fergus. -No sé de dónde se saca esa mujer esas ideas, porque le he explicado que no hay ningún sentimiento entre vosotros.

– No. Solo somos amigos.

– Y yo sé que la señorita Reynolds quiere bajar del barco tan pronto como pueda para que pueda tener esas vacaciones que le prometieron.

Dev dudó. No le gustaba la dirección que estaba tomando aquella conversación.

– Tal vez. No sé. A mí no me ha dicho nada.

– He hablado con unos amigos en tierra. Van a volver en coche a Miami esta tarde. Le pregunté si les importaría llevar a la señorita al aeropuerto y me dijeron que no. O si quiere, puede esperar hasta mañana. Estaremos en Cayo Oeste y allí hay aeropuerto.

– En realidad, me parece que ha decidido quedarse.

– ¿Cómo? Pero si yo creía que…

– No -lo interrumpió Dev. -Nos hemos declarado una tregua. No hay razón alguna para que dos adultos no puedan pasar unas agradables vacaciones sin que tengan una relación. ¿No te parece?

Fergus frunció el ceño, con una expresión de sorpresa.

– ¿Has estado antes de vacaciones, joven? -preguntó el capitán, riendo.

– Sí. No. Bueno, no exactamente. He viajado, si es eso lo que me estás preguntando, pero nunca me he tomado unas vacaciones.

– Yo llevo paseando viajeros por estas aguas durante más años de los que me atrevo a contar -dijo Fergus. -Y lo que sé es una cosa. Sé que estas aguas, estos cayos de Florida tienen una manera de cambiar a las personas. Cuando una persona olvida sus problemas durante una semana o dos, se deja sitio para otras posibilidades mucho más intrigantes. El amor, por ejemplo.

– Nosotros no vamos a enamorarnos -dijo Dev, forzando una sonrisa. -Casi no nos conocemos.

– Yo supe que Moira era la chica que yo había estado esperando en el momento en que la vi. Fue amor a primera vista.

Dev consideró aquellas palabras durante un momento. Tal vez si él fuera un loco sentimental, creería al capitán Fergus. Sin embargo, él sabía que el amor no era algo que llegara tan fácil y rápidamente. Él y Jillian habían estado juntos durante más de dos años hasta que se habían planteado una vida juntos. Y en ese momento, su relación se había ido al garete.

– Yo no estoy planeando enamorarme de Carrie.

– Los planes no tienen nada que ver con esto -dijo Fergus, dándole una palmada en el hombro. -Por cierto, si estás tan decidido a no enamorarte, tal vez no deberías pasar estos días en una romántica isla con una chica bonita. Tal vez deberías ser tú el que se marchara a Miami antes de que lleguemos al Cayo Cristabel.

Dev observó al capitán mientras se dirigía a su cabina antes de volverse a Carrie. Tal vez debería decirle que podía volver a Miami. Si se le diera la opción, tal vez ella quisiera marcharse. Ya lo había querido hacer antes. ¿Qué le hacía pensar que había cambiado de opinión?

Dev inclinó la cabeza y suspiró. Estaba seguro de no haber mal interpretado el deseo que había visto en sus ojos azules. Ella había querido que él la besara. Pero, ¿acaso lo deseaba a él más de lo que deseaba irse a casa?

Sin embargo, él no quería que se marchara, al menos no hasta que hubiera averiguado por qué sentía esa fascinación por ella y supiera que ella no era la mujer que él buscaba.

Tenía que conseguir dejar de ver su hermoso rostro invadiéndole los sueños. No, no podía dejarla marchar. Si ella quería marcharse, entonces podría hacerlo desde Cayo Oeste. Hasta entonces, le quedaba un día para averiguar el misterio de Carrie.

– Ponte los zapatos. Nos vamos.

Carrie levantó la vista desde la cubierta de proa donde se había tumbado con una revista y una bebida fría. Él estaba apoyado contra el mástil, sin camisa y con los pantalones cortos que se había puesto para nadar. Cada día que pasaba, se parecía menos al hombre de negocios de Lake Grove y más a uno de esos cuerpos que se ven por la playa.

– ¿Dónde? Estamos en medio de ninguna parte.

– Entonces, no te pongas los zapatos -dijo él, saltando a su lado y poniéndola de pie. -Puedes ir descalza.

– Pero, ¿dónde vamos?

– Tengo algo especial que quiero enseñarte. Vamos a ir en el bote.

– Pero…

– Querías practicar, ¿no? Pues quiero que practiques aceptando mi invitación de buen grado. Entonces, quiero que te comportes como si de verdad te apeteciera pasar algún tiempo conmigo, como si tuvieras curiosidad sobre mis planes. ¿Podrás hacerlo?

– Sí, supongo que sí.

– Muy bien. La lección número uno va bastante bien -dijo él, dándole un rápido beso en los labios. -¿No crees? Eres una estudiante muy aplicada, Carrie Reynolds.

Carrie sonrió, tomando sus zapatos del camarote y siguiéndolo luego al bote. A ella le gustaban las sorpresas, especialmente cuando estas implicaban pasar tiempo a solas con Dev. Se habían pasado la mayor parte del día juntos, tomando el sol y nadando. Dev la había enseñado a bucear y a ella le había parecido que resultaba tan fácil como flotar.

Vieron un banco de peces loro y tres tipos diferentes de pez ángel y un pez mariposa, de cuatro ojos. A Carrie le estaba empezando a gustar el bucear cuando vieron un banco de pequeños tiburones. Aquello puso fin al buceo, ya que Carrie subió rápidamente al bote. Tras una larga siesta, se ducharon.

Carrie puso especial cuidado en arreglarse el pelo y se puso el vestido más bonito que tenía. Cuando salió del camarote, Dev la estaba esperando en la mesa con una maravillosa comida de pastelillos de cangrejo picantes y ensalada. Carrie aceptó tomarse una margarita, hecha con lima fresca de los Cayos. Después de la comida, ella se había puesto a leer en cubierta mientras Dev se iba de nuevo a bucear. Sin embargo, le había costado mucho concentrarse en la lectura.

Dev estaba en su elemento en el agua. Sin embargo, Carrie lo prefería fuera del agua, donde podría admirar su esbelto físico y las gotas de agua que empapaban el vello de su pecho y las imposibles pestañas.

Mientras Dev ayudaba a Moira a subir una cesta y una manta, Carrie no pudo dejar de admirar sus anchos hombros. Aunque le gustaba verlo con aquellos pantalones tan amplios, no podía dejar de preguntarse cómo estaría sin ellos.

¡Qué extraña parecía cuando, casi una semana atrás, había admirado el abrigo de cachemir que él llevaba puesto! En aquellos momentos, se imaginaba a Dev en la ducha, vistiéndose por la mañana, desnudo entre las sábanas… Nunca había sido una experta en la anatomía masculina, pero le parecía que estaba tan bien con la ropa como sin ella. Incluso, creía que tenía el más bonito…

– ¿Lista?

– Estoy lista -dijo Carrie, saliendo de sus ensoñaciones. -¿Dónde…? No importa. No me importa dónde vayamos.

– Ese es el espíritu -admitió Dev, mientras la ayudaba a bajar al bote.

Luego, desató el cabo y arrancó el motor. Poco a poco empezaron a separarse del Serendipity y se metieron en el canal. Islas diminutas los rodeaban, llenas de vegetación. A la suave luz del atardecer, Carrie podía ver los puentes que conectaban los cayos uno con el otro, como si fueran un collar de perlas. El aire era suave y cálido. Carrie podía saborear la sal en la brisa. Una bandada de pájaros marinos cruzó por encima de ellos, sumergiéndose en el agua como si fueran uno. A ella le costaba creer que aquellos eran los mismos cayos que estaban plagados de turistas. Desde el agua todo parecía verde y salvaje.

Dev había planeado unas vacaciones maravillosas. Si Jillian hubiera ido con él, hubiera podido contemplar toda aquella belleza. Y también hubiera sido el centro de las románticas atenciones de Dev. Sin embargo, era Carrie la que estaba allí, como si significaran algo el uno para el otro. Al mirarlo, él sonrió. Carrie supo entonces que sería feliz con los días que pasaran juntos. Después de todo, ¿qué mujer podría presumir de pasar unos días con el hombre de sus sueños en un lugar tan idílico?

Carrie miró al horizonte y suspiró. Todavía no había vivido todas sus fantasías. Había una en la que Dev y ella visitaban una isla desierta, como a la que se estaban acercando en aquellos minutos. Entonces, el bote se estropeaba y los dejaba allí, aislados del mundo. Por supuesto, Fergus y Moira irían a buscarlos, pero mientras tanto, estarían solos. Él construiría una pequeña cabana de hojas de palmera y pescaría peces y recogería cocos. Se pasarían el día nadando y haciendo el amor en la playa. Vivirían en un estado salvaje y desinhibido y se enamorarían. Cuando los rescataran, ya no tendrían ninguna duda de que pasarían el resto de su vida juntos.

De repente, el bote se detuvo y la proa se hundió en la arena de la playa. Carrie observó a Dev mientras él saltaba para meter el bote más en la arena. Luego, extendió la mano y la ayudó a salir.

– ¿Ya hemos llegado? -preguntó ella. -Sí. Tu isla desierta particular. ¿Qué te parece?

Ella tragó saliva. ¿Le habría él leído los pensamientos?

– Es muy tranquila.

– Exacto -dijo él, tomando la cesta y la manta. -Vamos. El mejor sitio está por aquí.

– ¿Cómo sabes tanto sobre este lugar? -preguntó Carrie.

– Vine aquí esta tarde mientras tú estabas durmiendo.

– ¿Qué estuviste haciendo aquí?

– Espera -dijo él, extendiendo la manta en la arena. -Ya lo verás -añadió, obligándola a que se sentara a su lado y luego sacando la botella de vino y las dos copas. Abrió la botella y llenó las copas. -Por los nuevos amigos.

– Por los nuevos amigos -repitió ella, golpeando suavemente su copa con la de él.

Se quedaron sentados en silencio, mirando el horizonte. Carrie no sabía lo que decir. ¿Por qué la habría llevado a aquel lugar? ¿Sería que él tenía la misma fantasía?

– Bueno -dijo ella.

– ¿Bueno qué?

– ¿Por qué estamos aquí?

– Ten paciencia -dijo él, bebiendo un poco de vino. -Ya lo verás.

– ¿Solo vamos a estar aquí sentados?

– Podríamos hablar -sugirió Dev. -Eso te serviría de práctica. ¿Por qué no me hablas de tu vaquero de Helena?

– ¿Vaquero?

– Del tipo del que estás enamorada.

– No es un vaquero -explicó ella, con voz suave. -Es un… un hombre de negocios. No sé exactamente lo que hace, pero es muy bueno en su trabajo.

Dev se detuvo un momento y luego sonrió.

– Me parece que ese tipo es un tesoro. Es el que buscan todas las mujeres. Rico, poderoso, con éxito…

– Eso no es todo lo que una mujer busca en un hombre -replicó Carrie.

– Entonces, ¿por qué no me explicas lo que quieren las mujeres, Carrie? Cuéntamelo.

– Me imagino que a todas las mujeres les gustaría encontrar un buen hombre -dijo ella, de mala gana. -Alguien amable y honrado. Y algunas mujeres quieren hijos. Una familia y una vida feliz.

– ¿Es eso lo que tú quieres, Carrie?

– Creo que sabré lo que quiero cuando lo encuentre -respondió ella, encogiéndose de hombros. -Pero hasta que lo encuentre, no estoy segura.

– Pero estás segura de que encontrarás lo que buscas con ese hombre.

– Tal vez. O tal vez con otra persona -afirmó ella, sintiendo que él no apartaba la mirada de ella. ¿Y tú? ¿Qué…? ¿Qué quieren los hombres?

– Alguien amable y honrada -dijo él repitiendo lo que ella había dicho. -Alguien a quien querer. Alguien como tú.

– Casi no me conoces -susurró ella, sonrojándose.

– Te conozco lo suficiente -murmuró él, tomándola de la mano. -Mira -añadió, señalando al horizonte. -Para eso te he traído aquí.

Carrie miró hacia dónde él le decía y se quedó sin aliento. El cielo parecía estar ardiendo con llamas rojas, rosas y violetas. No había visto en su vida nada tan hermoso ni una puesta de sol tan llena de color.

– Es maravilloso -dijo ella, volviéndose hacia Dev. Entonces, vio que él la estaba mirando. -Nunca he visto nada tan maravilloso.

– Pensé que te gustaría.

– Gracias por traerme aquí. No lo olvidaré nunca -agradeció ella, inclinándose sobre él y dándole un beso en la mejilla.

Carrie se volvió a ver cómo el sol se ponía lentamente sobre los cayos. Ninguno de los dos volvió a hablar, solo se dieron las manos y disfrutaron el momento. Cuando el sol se terminó de poner, Dev la llevó de vuelta al Serendipity, donde estuvieron sentados en la cubierta durante mucho tiempo, hablando y riendo, hasta que la luna los iluminó desde el cielo. Cuando él dijo que se iba a la cama, Carrie esperó que él quisiera compartir la cama de nuevo con ella. Pero cuando ella abrió la puerta del camarote, él se detuvo en el salón.

– No importa -dijo ella, con una sonrisa.

– Sí. Sí que importa.

– Pero no puedes dormir aquí. Lo hicimos anoche y no hubo… bueno, no… Te prometo que estás a salvo.

– Nadie que comparta una cama contigo puede estar a salvo, Carrie -susurró él, besándola en la frente.

Con eso, él la empujó dentro del camarote y cerró la puerta. Ella se sentó en el borde de la cama y se frotó la frente. Un temblor le recorrió la espalda por lo que se abrazó a sí misma y suspiró.

¿Que nadie que compartiera la cama con ella podía estar a salvo? Carrie sonrió. ¿Significaba eso que ella era peligrosa?

– Peligrosa -murmuró ella. -Compartir la cama conmigo es peligroso -añadió, riendo. -Me imagino que toda esta práctica está empezando a surtir efecto.

CAPÍTULO 06

Dev se quedó en la puerta del camarote de Carrie. Ella estaba sentada en el borde de la cama, sin saber que él la estaba observando. Aquella mañana, ella llevaba puesto un precioso vestido rosa. El pelo le caía suelto sobre los hombros. Con el esfuerzo de aplicarse la crema protectora, tenía el brazo retorcido por la espalda. Cuando se volvió hacia él, el vestido se le pegó al pecho.

Los dedos de Dev se agarrotaron al recordar cómo los había sentido bajo sus manos la primera noche, cuando la había confundido con Jillian. En aquel momento, deseaba poder recordar mejor lo que había tocado y lo que sentía al acariciarle las caderas.

Durante aquella noche de insomnio había tenido aquellos pensamientos, Podría haber seguido a Carrie al camarote y haberse metido en la cama con ella, pero aquel día ya había tenido suficientes tentaciones.

Dev sabía que si compartían la cama, él no podría apartar las manos de ella. No después de haber contemplado aquella puesta de sol. Carrie había estado tan hermosa a la luz de los últimos rayos de sol que a él le hubiera gustado verla a primera hora de la mañana. Sin embargo, había sido noble y caballeroso y había enfriado su deseo en la incómoda hamaca.

Jamás se había pensado dos veces si debía llevarse a una mujer a la cama, hasta que había conocido a Carrie. Las mujeres por las que él se había interesado en el pasado habían buscado más bien una noche de pasión que un futuro juntos. Sin embargo, Carrie no estaba hecha para aventuras de una noche. Tenía un corazón sensible y él no quería romperlo. No. Carrie era el tipo de mujer con la que un hombre se casaba, no de las de usar y tirar. El tipo de mujer con el que él querría pasar el resto de su vida… si estuviera interesado en los finales felices.

– ¿Estás lista? -preguntó Dev, entrando en el camarote.

– ¿Lista? ¿Para qué?

– Estamos en el Cayo Oeste. El hogar de Hemingway. Pensé que tal vez te apetecería salir. Ya sabes, como si fuera una cita… solo para practicar.

– ¿Una cita? -preguntó ella, poniéndose un poco de crema en la mano.

– Sí. Podemos hacer lo que hacen los turistas y luego podemos ir a un bonito restaurante. Cenar y luego tal vez ir a bailar. Todas las cosas que la gente hace cuando tienen una cita.

– ¿Ir a bailar? -preguntó ella, algo nerviosa. -¿Sabías que Cayo Oeste es el punto más al sur de los Estados Unidos? Bueno, eso sin incluir las islas. Ka Lae, en Hawai, está mucho más al sur.

– ¿Lo has leído en tu guía? -preguntó Dev, echándose un buen montón de crema en la mano.

– Ya lo sabía.

– Y supongo que conocerás también el punto más al norte, ¿verdad?

– Eso es fácil. Point Barrow, en Alaska o West Quoddy Head en Maine -respondió ella, con un hilo de voz, ya que Dev le estaba untando crema en la espalda. -El… el punto más alto es Monte McKinley.

Él seguía repartiendo la crema por la espalda y los hombros. En cuando la tocó, el calor que emanaba de la piel pareció aumentar. Dev intentó concentrarse en su tarea, pero en lo único en lo que podía pensar era en la suavidad de la piel o en la perfecta curva del cuello.

– ¿Y el punto más bajo es el Valle de la Muerte?

– Mmm -dijo ella, cerrando los ojos. -Está a doscientos ochenta pies por debajo del nivel del mar. El lugar más bajo del mundo es el Mar Muerto. Unos mil pies más bajo que el Valle de la Muerte.

– Sabes mucho de geografía -dijo él, aplicándole crema debajo del cuello.

– Gané un premio en el colegio. Cuatro años seguidos. Era la asignatura que mejor se me daba.

Dev se detuvo, como si se hubiera dado cuenta de que aquel era otro pequeño retazo de información que ella le regalaba. Sabía que era de Helena, que estaba enamorada de un hombre que no conocía, que su padre era vendedor y que su madre había muerto cuando ella era una niña. Pero aquello era todo lo que sabía de ella.

– Así que eras una de las listas de la clase -susurró Dev. -Me apuesto a que tenías un montón de novios.

– No. Yo nunca tuve novio en el instituto -respondió Carrie, abriendo mucho los ojos. -Yo era… realmente tímida. No era nada guapa. Llevaba unas gafas de culo de vaso y aparatos en los dientes. Y estaba un poco… gordita.

Dev pasó los dedos suavemente por los hombros y luego la frotó sobre los brazos. No podía apartar los ojos de un punto en el centro de la garganta. Sin embargo, cuando él se inclinaba para besar aquel punto, ella se puso rígida, por lo que él pudo recobrar el sentido común. Luego ella se relajó y respiró suavemente. Los dedos de él se deslizaron por debajo de la fina hombrera del vestido y Dev la apartó. Oyó que ella contenía el aliento. Entonces, esperó un momento. Luego la giró para que ella lo mirara. Quería besarla, y continuar aquella suave seducción.

Entonces, comprendió que nunca había necesitado a una mujer de la manera en que necesitaba a Carrie. Ella se había convertido en una necesidad innegable para él.

Él no quería que ella se negara, así que cubrió inmediatamente su boca con la de él. Carrie emitió un suave gemido, un sonido que pareció más de deseo que de rechazo. Como si quisiera convencerla aún más, él profundizó el beso. De repente, aquel momento se llenó de posibilidades, pero Dev se contuvo.

– Yo te hubiera pedido que vinieras conmigo al baile.

– No -respondió ella, sonrojada. -Nunca lo hubieras hecho. Los hombres como tú nunca se fijan en las mujeres como yo. Pasáis a nuestro lado en la calle y ni siquiera nos miráis.

– ¿De qué estás hablando? Claro que me fijaría en ti.

– Tal vez deberíamos irnos -sugirió Carrie, aclarándose la garganta. Entonces se puso de pie y se estiró el vestido. -¿Has visto mi sombrero? Yo no debería salir sin mi sombrero.

– Espera un momento -replicó él, asombrado por aquel comportamiento.

– No necesito más crema -dijo ella. -Ya me has untado bien todo el cuerpo. Estoy segura de ello.

– No es eso lo que me preocupa. Siéntate un momento. Quiero hablar contigo.

– No necesitamos hablar. Necesitamos marcharnos. ¡El Cayo Oeste no espera! -exclamó ella, inundada con una falsa alegría.

– ¿Te das cuenta de que es la primera vez que has hablado de ti en todo el viaje? -le preguntó Dev, tomándola del brazo y obligándola a sentarse. -Quiero que me cuentes más.

– ¿Por qué?

– Porque quiero conocerte, Carrie. ¿Hay algo malo en eso?

– No hay razón alguna para ello. Lo que quiero decir es que después de estas vacaciones, no volveremos a vernos. ¿Por qué ibas tú a querer saber más de una persona que no vas a volver a ver?

– Maldita sea, Carrie, no te estoy pidiendo que me reveles secretos nacionales. Solo quiero saber un poco sobre ti. Somos amigos, ¿no?

– ¿Tú crees?

– ¡Sí! Pensé que en eso nos habíamos puesto de acuerdo.

– Los amigos no se besan como tú acabas de besarme a mí. Y… y cuando me tocas, no lo haces como me tocaría un amigo.

Dev contuvo el aliento. Ella tenía razón. A la menor oportunidad, se había aprovechado de su buena naturaleza y su inocencia, asumiendo que el deseo que ella sentía era tan fuerte como el que sentía él. Sin embargo, a juzgar por la expresión que había en el rostro de Carrie, sabía perfectamente que se había equivocado.

– Lo siento -dijo él. -No quería obligarte a nada.

– Y no lo has hecho -replicó ella. -A mí me gustó que me besaras.

– ¿Te gustó?

– Sí. ¿A qué mujer no le gustaría? Lo que quiero decir es que tú eres guapo y encantador. Y estoy segura de que a todas las mujeres a las que has besado les ha gustado. Tú besas bastante bien.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– El problema es que en unos pocos días, los dos volveremos a casa. Y nunca nos volveremos a ver. Yo no quiero hacer algo que los dos podamos lamentar.

– ¿Quién dice que no nos vamos a volver a ver? -le espetó Dev, a pesar de que él había sido la primera persona que había asumido que sería así.

Sin embargo, no quería creer que Carrie desaparecería simplemente de su vida. ¿Significaría aquello que quería mantener una relación con ella?

– Venga ya, Dev -dijo ella. -Tú tienes tu vida y yo no formo parte de ella.

– Y tú tienes tu vaquero, ¿no? -musitó Dev.

– ¿Mi vaquero?

– Ese tipo de Helena. El tipo del que estás enamorada.

– Mi hombre de negocios -lo corrigió ella.

– ¿Cómo sabes que lo amas? ¿Cómo puedes estar tan segura? Casi no lo conoces. Yo estuve dos años con Jillian y pensé que la quería. Pero estaba equivocado. Ya ni siquiera pienso en ella. Casi ni se me pasa por la cabeza. ¿Cómo puedes estar tú tan segura?

– Yo no estoy segura de nada -dijo ella, algo a la defensiva. -No sé lo que va a pasar cuando llegue a casa. Tal vez nada. O tal vez mi vida cambiará completamente. Pero lo que sí que sé es que esto no es la vida real. Esto es como un paraíso temporal donde todo parece perfecto. Ahora, ¿dónde está mi sombrero?

– Yo también sé una cosa -dijo Dev. -Yo soy real. Yo estoy aquí contigo y él no. Eso tiene que significar algo, ¿no te parece?

– Significa que podemos pasar unas maravillosas vacaciones juntos -dijo Carrie, sonriéndole. -Significa que podemos pasear por el Cayo Oeste y ver las vistas. Podemos ser amigos, Dev. Eso es todo -añadió ella, descubriendo por fin el sombrero entre la ropa de la cama. -Aquí está. ¿Nos vamos?

– De acuerdo, si eso es lo que quieres -accedió él, de mala gana.

– Es lo que quiero -afirmó Carrie.

Con eso, se puso el sombrero, con el ala cubriéndole los ojos. Dev no sabía si lo que ella había dicho era cierto, pero tenía que creerla. Carrie Reynolds no quería nada de él que no fuera amistad.

¿Por qué lo molestaba aquello? Con toda seguridad, hacía que su vida fuera más sencilla. No tendría que preocuparse por hacerle daño. Ella nunca sentiría por él más de lo que él sentía por ella. Todo era perfecto.

Sin embargo, si todo era tan sencillo, entonces, ¿por qué estaba tan confundido?

Carrie se sentó en el banco de un parque y se frotó sus doloridos pies. Ella y Dev habían conseguido ver la mayor parte de los lugares más importantes del Cayo Oeste en un día. Finalmente, se habían detenido en un jardín lleno de plantas tropicales. Las palmeras construían una hermosa cúpula sobre sus cabezas. Carrie encontró que el aroma de plantas verdes y tierra húmeda era muy diferente al olor del mar al que tanto se había acostumbrado.

Ella se había enamorado del Cayo Oeste, con sus hermosas casas de estilo Victoriano y sus bulliciosas calles. Los habitantes de la ciudad se mezclaban con los turistas, componiendo un grupo de lo más colorista. Carrie y Dev pasaron por las casas de Hemingway y Audubon, visitaron museos dedicados a los buscadores de tesoros y los que provocaban naufragios. Finalmente, subieron las escaleras de un pequeño faro con la esperanza de ver el lugar donde estaba anclado el Serendipity.

Mientras paseaban por el sendero, la brisa se enredaba en la falda de Carrie. Cuando se puso a mirar a Dev, vio que él estaba estudiando una flor exótica. A su alrededor, los pájaros cantaban en un ruidoso coro. Sin embargo, en lo único en lo que podía pensar Carrie era en las mentiras que le había contado a Dev aquella mañana.

Si él dejara de besarla y abrazarla, tal vez podría poner sus sentimientos en orden. Sin embargo, después de su encuentro en el camarote aquella mañana, ella ya no sabía lo que él quería de ella, ni lo que ella quería de él. A pesar de que él afirmaba que solo quería que fuesen amigos, cada vez que ella lo miraba a los ojos veía algo más.

Además, estaban todas las cosas que ella necesitaba. Deseaba que la tumbara en la cama, que le quitara el vestido y que besara su piel desnuda. Jamás había pensado tanto en el sexo, pero desde la primera noche que pasó con Dev, había sido su único pensamiento. Si sus besos servían de algo, el sexo con él sería increíble.

Entonces, ¿qué la detenía? Para eso había ido a aquellas vacaciones. Si ella se decidía, estaba segura de que podría llevarse a Dev a la cama otra vez, y aquella vez para algo que no fuera dormir.

– No seas ridícula -musitó para sí misma. -Tú nunca has seducido a un hombre en tu vida.

Además, seducir a Dev no sería como seducir a otro hombre. Ella se había enamorado de él sin siquiera haberle hablado. ¿Cómo podría desengañarse de él después de compartir una experiencia tan íntima? Hacer el amor con Dev Riley sería la peor equivocación de su vida.

Lo contempló mientras se acercaba a ella. Aunque le había dejado sus sentimientos bastante claros, había esperado que él volviera a intentar besarla o tocarla durante su excursión. Sin embargo, lo único que él había hecho era tomarla de la mano. Si tenía algún pensamiento lujurioso, lo había escondido bastante bien.

– ¿Estás lista para cenar? -le preguntó Dev.

– Sí. Todo esto es tan bonito. Resulta difícil de creer que seguimos estando en los Estados Unidos. Todo es tan… exótico.

– Si los habitantes de la zona se hubieran salido con la suya en 1982, tal vez esto no sería parte del país. La patrulla de la frontera estableció controles de carretera en las autopistas para intentar capturar a los traficantes de drogas, pero solo consiguieron que los habitantes de los cayos se enfurecieran. Así que los locales pretendieron que querían separarse del país y la patrulla de la frontera quitó los controles.

– ¿Has leído eso en tu guía? -bromeó Carrie.

– No. Lo he leído en un cartel en la oficina de información.

– Me alegro mucho de que me hayan enviado a unas vacaciones que yo no pedí -dijo ella, entrelazando su brazo con el de él. -No se me ocurre otro lugar en el que prefiriera estar en estos momentos. Mañana tal vez podamos ir a ver el acuario.

– Mañana por la mañana nos vamos al Cayo Cristabel. Esa es la visita más bonita de todo el viaje.

– Vaya. Siempre creo que un lugar es el más interesante del viaje y luego me entero de que el del día siguiente es todavía mejor. Debería tomarme vacaciones más a menudo.

– ¿Dónde irías la próxima vez?

– No sé. Tendría que ser algún lugar cálido. En Chicago todo es tan gris y tan deprimente. Aquí, todo es cálido y verde.

– En Chicago hace mucho frío -afirmó Dev. -Pero no hace más frío que en Helena, ¿verdad?

Ella se volvió a mirarlo, completamente confundida. ¿Qué acababa de decir? ¿Había mencionado Chicago?

– Sí -respondió ella por fin. -En Helena hace mucho más frío. No quiero volver a Helena. Helena es terriblemente frío y gris.

– Podríamos quedarnos -sugirió Dev. -Podríamos dejar nuestros trabajos y construirnos una pequeña cabana en la playa. Tú podrías vender caracolas.

– Te aburrirías mucho -respondió ella, aliviada de haber podido ocultar su pequeña mentira. -A ti te encanta tu trabajo. Quiero decir, nunca te tomas vacaciones y esta es la primera… -añadió ella, interrumpiéndose en el acto. Si se suponía que no conocía a Dev, ¿cómo iba a ser posible que conociera aquellas cosas?-… quiero decir, te encanta tu trabajo, ¿verdad?

– Claro que sí -dijo él, mirándola algo extrañado. -Pero hasta que me tomé estas vacaciones, no me di cuenta de lo que me había estado perdiendo. Necesito tomarme más tiempo libre.

– Hay tantos lugares interesantes que visitar -musitó ella, asustada de seguir hablando. Si no tenía cuidado, le diría algo que él no debería saber.

– A decir verdad -confesó él, apretándole la mano, -preferiría estar aquí contigo que en ningún otro lugar del mundo.

– Eso es muy bonito.

– Vine a este viaje porque quería escapar de las mujeres. Después de lo de Jillian, había decidido borrar al resto de las de su sexo de mi vida. Pero entonces, apareciste tú en mi cama y todo cambió. Ese tipo del que estás enamorada tiene mucha suerte, Carrie.

– Él no sabe cuánta -replicó ella, apartando la mirada.

Sin embargo, ¿se sentiría Dev afortunado si supiera que era él el objeto de aquel amor? ¿O se sentiría traicionado por las mentiras de Carrie? Ella suspiró. Tenía que asegurarse de que él nunca lo descubriría.

Carrie levantó la cara al cielo y giró sobre sí misma. Los efectos del ron hicieron que las piernas se le doblaran un poco, así que Dev tuvo que recogerla entre sus brazos. Tenía los labios tan tentadores que él tuvo que controlar sus impulsos para no besarla. Con una risita, ella improvisó un paso que había aprendido aquella noche.

– Nunca había bailado así en mi vida -dijo.

Dev se echó a reír y la estrechó entre sus brazos, bailando con la suave música que salía de una taberna cercana. El cuerpo de Carrie era cálido y sus senos se apretaban contra su pecho.

– ¿Cómo habías bailado?

– Yo sola -replicó Carrie. -Con el pijama y mi gata. A Eloise la encanta Madonna y a mí Motown. Nos hemos pasado muchas noches de sábado bailando juntas.

Dev sonrió y cerró los ojos. No había muchas mujeres que estuvieran dispuestas a admitir su falta de vida social. Las mujeres con las que él había salido creaban una atmósfera de sofisticación que le había hecho sentirse en muchas ocasiones como el último de la lista. Sin embargo, con Carrie no había nadie esperando, a excepción del vaquero de Helena.

Dev le pasó el brazo por los hombros y empezaron a pasear hacia el puerto. Era casi medianoche y el Cayo Oeste parecía estar empezando a despertar. Los turistas y los locales se preparaban para disfrutar la noche. La música que salía de las tabernas creaba un ambiente festivo con variopintos contrastes.

Habían comenzado la tarde cenando en un pequeño café especializado en cocina caribeña. Los dos probaron de lo que él otro había pedido y charlaron agradablemente. Ella le contó, con cuidado, todos los detalles de su infancia, incluso su helado favorito: el de pasas al ron.

Para cuando terminaron con los postres, Dev había decidido que era la mujer más hermosa del mundo, al menos en lo que él había aprendido a valorar más que un cuerpo perfecto y una apariencia impecable. Carrie irradiaba belleza interior y lo iluminaba todo a su alrededor.

También, ella era la mujer más misteriosa e intrigante que él había conocido. Algunas veces, hablaba abiertamente, pero otras parecía haber una barrera entre ellos, como si ella estuviera pensando lo que debía decir. A él le parecía que era un esfuerzo por proteger su vulnerabilidad.

Ella le había preguntado por sus negocios y él la había aburrido con los detalles. Normalmente, él hablaba de su infancia con pocas palabras, pero le había contado a Carrie todo. Que había vivido en unos cuantos apartamentos desastrosos, con unos padres que se veían obligados a tener dos trabajos cada uno para mantener a cinco hijos. Sobre cómo su padre había ahorrado para abrir su propia empresa de electrónica. De cómo Dev lo había ayudado a convertir aquel negocio en una multinacional antes de que él se retirara a disfrutar la vida.

Después de cenar, fueron a un ruidoso bar con un camarero, llamado Billy, que afirmaba ser descendiente de contrabandistas, jugadores y gente de esa calaña. Billy consiguió que Carrie se animara a probar una bebida llamada «delicia del bucanero», una mezcla de ron y zumo de frutas, servida en un vaso con forma de barco pirata. Para cuando ella había conseguido que el líquido bajara de la cubierta, Carrie había aceptado la invitación de Dev para bailar.

– ¿Dónde vamos ahora? -preguntó ella.

– De vuelta al barco. Es hora de que te vayas a la cama. El capitán Fergus quiere zarpar para Cristabel dentro de unas pocas horas.

– Pero yo no quiero marcharme de aquí. Me gusta. Nadie se preocupa de lo que eres o de dónde vienes. Puedo ser yo simplemente.

– Te gustará el Cayo Cristabel. Te lo prometo.

– Pero aquí hay tantas cosas que hacer. ¿Por qué no nos quedamos aquí hasta que volvamos a casa?

Dev no se había molestado en hablarle a Carrie sobre la última parada del viaje. Y ella no había preguntado al capitán Fergus. No estaba seguro de que fuera a aceptar ir a Cayo Cristabel, pero no quería correr el riesgo de que así fuera. Ni siquiera él sabía por qué tenía tantas ganas de llevarla allí.

La villa privada de Cayo Cristabel tenía fama de ser el lugar más bonito de todos los cayos. Él lo había elegido con el propósito de pedirle a Jillian que se casara con él.

Pero Jillian ya no formaba parte de su vida. Dev quería compartir sus últimos dos días de vacaciones con Carrie, en su isla privada. Dev no sabía lo que iba a pasar allí. Tal vez esperaba entender de una vez sus sentimientos por Carrie o simplemente cerrar con un broche de oro aquellas vacaciones antes de que los dos se separaran. Tal vez esperaba simplemente que entre los dos pudieran saber lo que pasaba con su relación.

Él era un hombre al que gustaba tener estrategias preparadas. Sin embargo, con Carrie le resultaba imposible. Ella era una masa de contradicciones, envuelta en un cuerpo que le volvía loco de deseo. Ella estaba enamorada de otro hombre y, sin embargo, cada vez que la besaba, sentía que se deshacía en sus brazos. Además, ella le había invitado a su cama.

Entonces, ¿por qué tenía tanto miedo de arriesgarse? Había decidido respetar a Carrie, pero él mismo estaba llegando a la conclusión de que solo estaba intentando evitar sus verdaderos sentimientos.

Si no le hacía el amor a Carrie, no podría enamorarse de ella, ni ella de él. Y si no se amaban, entonces no tendrían problemas para separarse.

Aquello era lo mejor. No más besos, ni más deseo.

Serendipity se balanceaba ligeramente contra el muelle. Como Dev llevaba de la mano a Carrie, tiró de ella cuando vio que se acercaba demasiado peligrosamente al borde. Carrie se había excedido un poco con el ron y sin duda dormiría bien aquella noche. Al llegar al barco, él la ayudó a subir y a bajar por las escaleras al salón principal.

– Necesitamos música -dijo Carrie, rodeándole el cuello con los brazos. -Quiero bailar.

– Y yo creo que deberías dormir, Carrie -respondió él, besándole la punta de la nariz.

– Tal vez tengas razón -susurró ella, cerrando los ojos.

– Claro que tengo razón.

Un beso no podía hacer ningún daño. Sería solo un beso de buenas noches entre amigos, así que Dev se inclinó y le cubrió los labios.

Sin embargo, al sentir que ella aceptaba aquel beso plenamente, se olvidó de sus buenas intenciones y se concentró solamente en saborear su boca.

– Creía que habíamos decidido no volver a hacerlo más -dijo Carrie, apartándose.

– No puedo evitarlo, Carrie. Algunas veces simplemente tengo que besarte. ¿Qué te parece si cuando sienta la necesidad te lo pido? ¿Qué te parece eso?

– Te diría que no -lo advirtió ella, sonrojándose.

Dev acarició la nuca de Carrie y le hizo echar la cabeza hacia atrás para poder mirarla a los ojos.

– ¿Puedo volver a besarte, Carrie?

– No.

– De acuerdo, entonces, esta será la última vez.

– La última vez -repitió ella.

Dev la besó de nuevo, enredando la lengua con la de ella. Lentamente le acariciaba el abdomen, acercándose a los senos. Sin embargo, Dev de repente se detuvo, consciente de lo que había estado a punto de hacer. Había estado a punto de cruzar el umbral de algo más íntimo.

Él se apartó y esperó hasta que ella abrió los ojos. Deseaba ver su reacción. Carrie parpadeó hasta que los efectos de aquel beso fueron desapareciendo. Poco a poco, vio que las sensaciones anteriores se iban reemplazando con… placer.

– Qué… agradable -dijo ella. -Gracias.

– No tienes por qué darme las gracias.

– Ha sido una… buena práctica.

– ¿Práctica?

– Sí. Nuestra cita. El beso. Es solo para que yo practique, ¿no?

Dev se sintió muy frustrado. ¿Por qué tenía que negar ella la pasión que sentía?

– Creo que ya hemos tenido suficiente por una noche -replicó él, empujándola hacia el camarote.

– La práctica ayuda a perfeccionarse.

En realidad, aquello no era cierto. Carrie ya era perfecta para Dev. Parecía como si estuvieran destinados a estar juntos, en contra de lo que decía el sentido común. Con cada hora que pasaba, su necesidad se iba haciendo cada vez más intensa.

Sin embargo, lo único que les faltaba era tiempo. En dos días, ella volvería a Montana, con el hombre que amaba. Él tendría que volver a Chicago. Aquellas vacaciones terminarían… y la vida real volvería a empezar.

– ¿Quieres dormir conmigo esta noche? -preguntó ella.

– ¿Cómo dices?

– En la cama. Esa hamaca es muy incómoda. A mí no me importa. Sé que te comportarás como un perfecto caballero.

– Imposible -murmuró Dev.

Ya se estaba cansado de comportarse como un caballero con Carrie, especialmente cuando ella respondía tan apasionadamente a sus caricias. Tenía que haber algún modo de que ella reconociera la pasión que sentía, de hacerla sentir el deseo que él sentía por ella.

Dev estaba acostumbrado a conseguir lo que deseaba y deseaba a Carrie. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo conseguirla. Además, no sabía si lo que buscaba era una sola noche de amor o muchas noches para disfrutar de su voz y de su mirada. Hasta que supiera exactamente lo que quería, probablemente era mejor que no se metiera en su cama.

– Buenas noches, Carrie -respondió él, abriendo la puerta del pequeño camarote. -Que duermas bien.

CAPÍTULO 07

– ¿Estamos solos? ¿Completamente solos? -preguntó Carrie, en medio del amplio vestíbulo, con las maletas extendidas a sus pies. Su voz resonó por los frescos suelos de azulejos de estilo español hasta lo alto de las escaleras. -¿Dónde están Fergus y Moira y el resto de los invitados?

– Fergus y Moira se han ido. Y no hay otros invitados.

Carrie empujó el equipaje y salió corriendo hasta las puertas principales. La vista del océano desde allí era fantástica. Se veía al Serendipity apartándose del muelle y volviendo en dirección a Cayo Oeste.

– No lo entiendo. ¿Por qué nos dejan solos?

– Una isla privada no es muy privada cuando hay una multitud de personas alrededor -murmuró Dev. -Mira esa playa. ¿No es una maravilla? ¿Y qué te parece la casa?

– Tiene que haber servicio -dijo ella, con un matiz de desesperación en la voz. -¿Dónde está el servicio?

– Les pedí que vinieran solo por la mañana. Nos han dejado las comidas preparadas y el frigorífico está bien pertrechado. Tenemos todo lo que necesitamos aquí. Y si hay una emergencia, siempre podemos llamar por radio.

– ¿Por qué no me dijiste que íbamos a estar solos? -preguntó Carrie, algo frustrada.

– No creí que fuera importante -replicó Dev, encogiéndose de hombros. -En realidad, todas las vacaciones hemos estado solos. Hemos dormido en la misma cama en más de una ocasión. ¿Qué hay de diferente en esto?

– Es diferente -musitó Carrie, recogiendo su equipaje.

Y así era. A bordo del barco había otras personas. Había fronteras, acuerdos. Allí tenían… el marco más romántico que ella hubiera podido imaginar en alguna ocasión. La casa parecía una mansión sacada de un documental sobre la vida de los ricos. Era perfecta.

El edificio, de estuco blanco, estaba a pocos metros de la playa y tenía una amplia galería que se extendía por un lado completo de la casa, conectando el piso superior con la playa. El diseño combinaba los estilos español y francés con influencias de la arquitectura local. Los techos eran muy altos y estaban adornados con hermosos ventiladores. Las puertas de acceso a la casa, que eran de cristal, estaban cubiertas de gruesas cortinas y el interior estaba decorado con colores salmón y crema. Las hojas de las palmeras, plantadas en grandes macetas por todos los rincones de la mansión, susurraban con la fresca brisa marina. La casa tenía un aire tranquilo, exótico y algo desconcertante.

– No estás enfadada conmigo, ¿verdad?

– Teníamos un acuerdo -dijo ella, mientras subía la escalera a duras penas con el equipaje. -¿Es que no te acuerdas?

Dev iba pisándole los talones. Cuando ella tropezó por segunda vez, él le tomó la mayor de sus maletas y se la llevó a lo alto de las escaleras. Luego se puso delante de ella, bloqueándole el camino.

– ¿Qué acuerdo?

– Se supone que primero tienes que preguntar -le respondió ella. -¡Y si quiero decir que no, puedo hacerlo perfectamente!

– Eso es para lo de los besos. ¿Qué tiene eso que ver con este lugar?

– No te hagas el tonto -le espetó Carrie, rodeándolo para poder pasar. Luego atravesó el rellano y entró en la primera habitación. Una enorme cama con dosel, hecha de caoba, dominaba la habitación. -¡Mira esto! ¡Me has traído aquí para… para seducirme!

– En realidad, mi agente de viajes planeó todo esto hace un par de semanas -replicó él, riendo. -Yo había planeado pedirle a Jillian que se casara conmigo aquí. Esta habitación iba a ser el lugar donde lo iba a hacer -añadió, señalando la cama. -Efectivamente, ese hubiera sido el lugar exacto.

Carrie sintió que se sonrojaba. ¿En qué había estado pensando? ¿Cómo había podido olvidarse de Jillian? Dev no la había llevado allí a propósito. Aquella casa pertenecía al itinerario original, un itinerario del que ella no había formado parte desde el principio.

Carrie se castigó en silencio. Susie había preparado todo aquello para él. Ella era una profesional de primera clase, ya que no todas las agencias de viajes podían encontrar casas tan lujosas. Aquella casa era el lugar perfecto para la seducción y tenía todas las comodidades que un huésped pudiera desear. Aquel era el último lugar del mundo en el que a ella le gustaría encontrarse con Dev Riley.

– Lo siento -dijo ella. -Lo que me había imaginado no es cierto. Solo pensé…

Dev le cubrió los labios con un dedo para evitar que siguiera hablando. ¿Por qué no podría ella pensárselo antes de hablar? ¿Por qué tendría que decir lo primero que se le venía a la cabeza?

– Bueno, creo que tenías razón -admitió él. -Tal vez evité, deliberadamente, decirte que íbamos a estar solos aquí. Tal vez te traje aquí para seducirte. Ni siquiera yo mismo estoy seguro. Lo que sí que sé es que quería que pasásemos nuestros últimos días de vacaciones aquí. ¿Hay algo malo en eso?

Carrie abrió la boca para protestar, pero él la interrumpió de nuevo, aquella vez con un rápido beso, breve pero increíblemente seductor.

– Y también tienes razón en lo de nuestro acuerdo -añadió él.

– ¿Nuestro acuerdo?

– El de los besos. También es válido para otros… placeres. No pasará nada aquí, Carrie, a menos que tú lo quieras. ¿Me comprendes?

Ella asintió y luego sonrió de manera forzada. ¿A menos que ella quisiera? ¡Pero si aquello era en lo único que había estado pensando desde que se lo había encontrado en la cama! Había sopesado los puntos a favor y los puntos en contra un millón de veces y todavía seguía sin saber lo que quería. Sin embargo, lo que sí sabía era que si quería consumar su mayor fantasía tendría que pedirlo.

¿Cómo iba a pedir que la sedujeran? Ella siempre había pensado que era un tipo de acción que se efectuaba sin hablar, algo que las dos partes sentían simplemente que había llegado el momento. ¿Cuándo iba a pedirlo? ¿Antes de irse a dormir por la noche? Además, ¿qué importaba? Carrie sabía que jamás reuniría el valor suficiente para pedírselo.

– Entonces, ¿esta cama es tuya o mía?

– ¿Cómo? -preguntó ella, mirando a Dev por encima del hombro.

– Esta casa tiene cinco habitaciones. ¿Es esta la que quieres?

Carrie asintió. Con eso, Dev se puso a recogerle el equipaje y se lo puso encima de la cama para acercarse luego a las ventanas y abrirlas. Mientras miraba el mar, la brisa del océano le alborotó el pelo. Carrie se lo imaginó en aquel mismo lugar, a media noche, mientras ella estaba tumbada en aquella magnífica cama. Él tendría los ojos agotados y la piel cubierta de sudor… y ella estaría deseando que volviera a hacerle el amor.

Carrie sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Sería posible que viviera aquella escena antes de que se acabaran aquellas vacaciones? Si ella quería que así fuera, tendría que hacer que ocurriera pronto. Solo iban a pasar dos noches en aquella isla antes de que se terminara todo.

El corazón de Carrie le dio un vuelco al darse cuenta de que no volvería a estar a solas con Dev. No era que no fuera a volver a verlo. Él seguiría entrando en su vida de vez en cuando, cuando fuera a la agencia, pero nada sería igual. Él no sabría quién era ella, ni siquiera que ella estaba cerca. Sin embargo, así sería. Ella estaría observándolo y pensando en cada momento lo que habían compartido, regalándose con aquellos recuerdos.

– Me voy a la playa -dijo Dev. -¿Te apetece venir?

– No. Creo que voy a deshacer las maletas y a explorar la casa. Ve tú. Diviértete.

Dev asintió y salió de la habitación. Ella se acercó a las puertas de la terraza y salió al exterior, aspirando el aire marino. Tal vez debiera dejar de preocuparse sobre lo que podría ocurrir y simplemente pasárselo bien.

Entonces regresó a la cama y abrió las maletas. La jornada de compras en Cayo Oeste había sido un éxito. Se había comprado un precioso vestido hecho de gasa. La amplia falda y el ajustado corpiño la hacían sentirse increíblemente femenina y el pálido color destacaba el bronceado que ella había adquirido a lo largo de los días anteriores. Carrie decidió ponérselo para cenar aquella noche. También se había comprado unos pendientes de plata y un cuarzo rosa que se balanceaba seductoramente sobre el cuello.

Carrie abrió otra bolsa y vertió el contenido encima de la cama. Una cascada de color apareció delante de ella: azul eléctrico, amarillo chillón, fucsia… el traje de baño y el pareo a juego habían sido adquiridos en un impulso. Se había dado cuenta de que no podía seguir nadando en camisón si le surgía la oportunidad, muy probable en una isla, de volver a ir a nadar con Dev. Quería estar preparada.

Carrie nunca se había puesto un traje de baño, probablemente porque no le gustaban mucho sus muslos.

– Tal vez vaya siendo hora de que me atreva. -murmuró, quitándose los zapatos de un golpe de pierna.

Entonces, se quitó el vestido y se sujeto el traje de baño delante del cuerpo. No había tenido valor para probárselo en la tienda, simplemente se había limitado a comprar la misma talla de los vestidos.

Suspirando profundamente, Carrie se quitó el sujetador y se puso el traje de baño. De todas las experiencias de la vida, nada podría aterrorizar más a una mujer que probarse un traje de baño. Por lo menos, eso era lo que le parecía a ella. Luego tomó el pareo y se lo anudó a la cintura. Poco segura de sí misma, se dirigió al cuarto de baño que había dentro de la habitación y se miró en el espejo. Durante unos segundos, tuvo miedo de abrir los ojos.

– Si estás horrible -se dijo en voz alta, -te lo quitas. Y si es realmente espantoso, lo tiras y ya está.

Sin embargo, cuando abrió los ojos, se vio agradablemente sorprendida. Teniendo en cuenta que se consideraba una mujer sin mucho futuro en el terreno sentimental, no se miraba demasiado al espejo. De hecho, normalmente los evitaba. Pero estaba equivocada. Con su nuevo color de pelo y la piel tostada por el sol, estaba bastante bien con aquel traje de baño.

– De acuerdo -dijo ella, irguiéndose en el espejo. -Me lo quedo. Ahora, lo que tengo que hacer es salir para que me vea la gente.

De hecho, salir a un lugar lleno de gente le hubiese resultado más fácil que salir a una playa privada solo con Dev. Rápidamente salió del cuarto de baño y se asomó a la terraza. Dev estaba en el agua, bañándose entre la espuma.

Carrie se preguntó lo peor que podría ocurrir. Eso sería que él se riera porque la hubiera confundido con una ballena varada o un submarino. Sin embargo, a lo largo de aquella semana, Dev la había visto en peores situaciones, abrasada por el sol y mareada. Tal vez iba siendo hora de que la viera como una mujer real, como una mujer a la que él le podría apetecer seducir.

– Anímate -susurró. -Lo único que tienes que temer es el miedo en sí mismo.

Entonces, Carrie se dirigió a la planta de abajo para poder salir a la playa. Mientras intentaba anclar con normalidad, procuraba buscar la postura adecuada. Sin embargo, las rodillas le temblaban tanto que casi no podía mantenerse de pie.

Dev había salido del agua y estaba sentado en la arena, mirando el horizonte. Ella esperó hasta que él se diera cuenta de su presencia, pero parecía perdido en sus propios pensamientos. Carrie estaba prácticamente a su lado cuando él se dio cuenta de que ella estaba allí. El corazón de Carrie le dio un vuelco al notar cómo la miraba.

– ¡Vaya! -dijo él, recorriéndole el cuerpo con la mirada.

Carrie sonrió y se acercó un poco más a él. Sin embargo, él se puso rápidamente de pie y extendió la mano.

– ¡Carrie, ten cuidado con esa…!

Carrie sintió una dolorosa punzada en el pie, que se le extendió rápidamente por la pierna y gritó. Dev se acercó a ella enseguida y la tomó en brazos mientras ella lloraba de dolor. Sentía como si le estuvieran clavando un millón de agujas en la pierna.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó ella, aturdida.

– Has pisado una medusa -respondió Dev. -¡Dios mío, Carrie! Eres un desastre.

Ella sollozó y escondió la cara contra el hombro de él.

– Sabía que no debía haberme puesto este bañador. Me debería haber quedado en la habitación echándome una siesta.

Dev se echó a reír y le mordisqueó el cuello.

– ¿Para que yo me hubiera perdido esa entrada? ¡Ni hablar!

– ¿Cómo tienes el pie?

Carrie levantó la mirada de la cama y vio a Dev de pie en la puerta del dormitorio. Tenía una bandeja en las manos.

– Todavía me duele -dijo ella. -Pero creo que se me pasará pronto. Gracias a ti.

Dev la había llevado rápidamente a la casa como si pesara menos que una pluma. Entonces, había sacado una botella de amoniaco de la cocina y le había puesto un poco en el pie. Casi inmediatamente, el dolor había remitido, pero él había insistido en pedir consejo por radio. Cuando el médico le explicó lo que tenía que hacer, Dev lo hizo y se relajó lo suficiente como para bromear con ella de su mala suerte.

– Te he traído algo para comer -le dijo mientras se acercaba a la cama. -Me imaginé que no podrías ir tú sola a la cocina.

Carrie se incorporó en la cama y Dev le colocó las almohadas detrás de la espalda.

– ¿Por qué siempre tengo que estar en mis peores momentos cuando estoy contigo?

– ¿Cómo puedes decir eso? -preguntó él, poniéndole la bandeja en el regazo. -A mí tus pequeños percances me parecen muy divertidos. Mis vacaciones hubieran sido muy aburridas.

– Y yo estaba intentando ser sexy -musitó Carrie.

– ¿De verdad?

– No, al menos no deliberadamente. Bueno, lo que quiero decir es que no estaba intentando… ya sabes.

– Claro que no -respondió él, con voz tensa.

Durante un momento, pensó que se había enfadado con ella, pero entonces él le sonrió y la tomó de la mano, entrelazando los dedos con los de ella.

Carrie levantó la vista y vio que él la estaba mirando con expresión enigmática. ¿Por qué no podía admitir que ella estaba esperando llamar su atención? Incluso mejor, ¿por qué no pedirle directamente que pasara la noche con ella? ¿Cuánto le podía costar? No más que pavonearse por la playa con un traje de baño por primera vez en su vida. Carrie intentó tomar una decisión, ignorando todos sus temores y abrió la boca… pero no pudo hacerlo.

Después de un largo momento, él se puso de pie y suspiró.

– Ahora te dejaré que descanses -dijo él. -Voy a nadar un poco antes de irme a dormir. Que duermas bien -añadió desde la puerta. -Si necesitas algo, lo que sea, no dudes en llamarme.

En ese momento, ella quiso llamarlo, pedirle que se quedara, decirle que necesitaba sentir sus besos. Sin embargo, en vez de eso, se inclinó sobre las almohadas. Tal vez si se relajaba y cerraba los ojos, se despertaría por la mañana completamente convencida de que realmente no deseaba tanto a Dev Riley como ella creía.

Carrie no estaba segura de cuánto tiempo había dormido. Le dolía el pie y la pierna se le había quedado dormida de tenerla encima de las almohadas. Se incorporó en la mesa y se tocó la tela del camisón. Estaba húmeda. La brisa del mar se había calmado y la habitación estaba muy cargada. Entonces, extendió la mano para apagar la luz, dejando que la luz de la luna entrara a raudales por la ventana.

Con un suspiro, se levantó de la cama e intentó andar. Para su sorpresa, era capaz de descansar su peso en la pierna herida. Entonces, se dirigió a las puertas de la terraza, esperando poder refrescarse un poco. Sin embargo, lo que vio le quitó el aliento.

Dev estaba de pie en la arena, mirando el mar, con la luna destacando la silueta de su cuerpo. Ya no llevaba puestos sus habituales pantalones cortos. Estaba completamente desnudo. La mirada de Carrie se recreó en sus anchas espaldas, su estrecha cintura y sus largas y musculosas piernas. Conteniendo el aliento, ella salió lentamente a la terraza, escondiéndose entre las sombras que le proporcionaban los pilares de estuco.

Sin verla, él se dirigió lentamente hacia el agua y se metió en ella hasta que se sumergió. Carrie se mordió los labios mientras esperaba que apareciera. Cuando lo hizo, su cuerpo brillaba como la plata a la luz de la luna. Parecía un dios salido del mar, fiero e indomable, nadando poderosamente a través del agua y luego sumergiéndose otra vez.

Carrie lo observó durante largo tiempo, preguntándose de dónde sacaba tanta energía. Tal vez se sentía tan inquieto como ella. Tal vez, incluso pudiera estar pensando en ella, considerando lo que ocurriría si compartieran la cama por última vez. Ella gimió suavemente y dejó de mirar la escena, apoyándose contra la frescura de la columna.

Cuando se volvió a mirarlo, vio que estaba de pie en la arena, todavía desnudo, con una toalla alrededor del cuello. Carrie se sintió incapaz de moverse, de dejar de mirarlo. Entonces, Dev levantó la vista y la vio. Durante un largo instante, se quedaron quietos, mirándose, mientras un deseo invisible parecía ir construyendo un puente entre ellos.

– Quiero que me lo pidas -dijo ella, con voz temblorosa. -Por favor.

Lentamente, él se quitó la toalla de los hombros y se la puso alrededor de la cintura, mirándola con cautela. Mientras subía por las escaleras, él le preguntó:

– ¿Qué quieres que te pida, Carrie?

– No me lo pongas más difícil, porque si lo haces, cambiaré de opinión.

Dev asintió, acercándose a ella con pasos silenciosos. Entonces, le acarició la mejilla, mirándola dulcemente.

– Yo te deseo, Carrie. ¿Me deseas tú a mí?

– Sí -respondió ella, acariciándole el tórax.

Él contuvo el aliento y echó la cabeza hacia atrás. Asustada, ella apartó las manos enseguida. Sin mirarla, él le tomó los dedos y se los puso donde habían estado.

– Puedes tocarme -dijo él. -Me encanta sentirte las manos en mi cuerpo.

Carrie nunca había sido tan atrevida con un hombre, pero necesitaba conocerlo, explorar su cuerpo hasta que le resultara familiar solo con el tacto. Cada parte que tocaba era dura y suave al mismo tiempo, como si Dev estuviera tallado en mármol.

Carrie nunca había sentido un deseo tan fuerte antes. Había habido otros hombres en su vida, pero ninguno se había adueñado de ella como Dev Riley. Todo había empezado siendo una fantasía, pero en aquellos momentos él estaba delante de ella, vivo y real. Todas las dudas que ella debería haber sentido se evaporaron. Solo tenía un propósito en mente: amarlo hasta las últimas consecuencias y compartir la intimidad de su cuerpo con él.

– A mí no se me da muy bien esto -confesó ella.

– Me parece que lo estás haciendo perfectamente -dijo Dev acercándose aún más. -No tengas miedo de mí, Carrie. Te prometo que no te haré daño -añadió, tomándola entre sus brazos.

– Por favor, no me hagas hacer esto sola -musitó ella. -Tócame.

Carrie sentía que él le había dejado a ella el control y que ella se lo había devuelto a él. Cuando las manos de Dev le acariciaron los hombros, apartando las hombreras del camisón, Carrie se echó a temblar. Lentamente, él apartó la delicada tela, descubriendo sus hermosos pechos.

Dev fue cubriendo la clavícula de Carrie de besos y llegó por fin a los pezones. Al sentir que los labios de él la tocaban, Carrie se sintió invadida por oleadas de deseo y ahogó un gemido. Durante un momento, sintió que las rodillas le fallaban, pero Dev la tomó por la cintura. Nada en su vida, antes de aquel momento, le había parecido tan perfecto.

Carrie se aferró a aquella pasión, dejando atrás las inhibiciones, y se sintió libre como un pájaro volando sobre el mar. Se dejó llevar, mientras Dev le quitaba cuidadosamente el camisón, besando y acariciando cada centímetro de su piel. Cuando ella estuvo completamente desnuda, él se quitó la toalla.

Carrie sintió que se le cortaba la respiración al ver cómo el deseo había enardecido su masculinidad. Ella extendió la mano para tocarlo, pero luego la apartó. Dev sonrió y le mordisqueó el cuello.

– Ven conmigo -dijo él, tomándolo de la mano.

Dev la condujo a la playa y se metieron en el agua. Carrie esperaba que el mar estuviera frío, pero una cálida sensación se apoderó de ella al entrar. Dev la tomó por la cintura. Las olas del mar les hacían flotar suavemente sobre la espuma. Ella arqueó la espalda mientras él le acariciaba el vientre. Cada una de aquellas sensaciones se veía aumentada mil veces por la suave sensación del agua. Dev se colocó las piernas de Carrie alrededor de la cintura, haciendo que ella sintiera el deseo que él estaba experimentando por ella. Carrie contuvo el aliento, preguntándose si él la poseería allí mismo, en el agua. En vez de eso, la llevó a la playa de nuevo y la depositó suavemente en una manta.

Una vez más, sus besos la volvieron loca. Cada nervio de su cuerpo vibraba con el tacto de la lengua de Dev. Cuando los dedos de él encontraron la feminidad que estaban buscando, ella gimió, mesándole el cabello.

La boca de Dev era un dulce tormento, que iba enredando cada vez más el nudo de la pasión que iba creciendo dentro de ella. Carrie solo pensaba en desatarlo, sintiéndolo entre las piernas. Lentamente, él fue acercándola al punto más álgido y luego se apartó. Carrie le pidió que volviera de nuevo, con palabras incoherentes, murmurando su nombre una y otra vez.

La tensión era exquisita. Entonces una ola rompió en la playa, cubriéndolos por completo. Nada la había preparado para experimentar aquella sensación de placer. Mientras los temblores y las sacudidas se adueñaban de su cuerpo, ella le hizo tumbarse sobre ella, sintiendo el poder de su cuerpo.

Entonces, él la penetró. Ella lo miró mientras lo hacía, excitándose aún más por el gesto de placer que le contorsionó el rostro. Entonces, él empezó a poseerla, primero con gran delicadeza y luego con una pasión que amenazaba con llevarlos a los dos más allá de las profundidades del mar.

Cuando él estuvo cerca del clímax, murmuró el nombre de Carrie, tensándose sobre ella. Su suave aliento le rozaba la oreja mientras los sonidos de la pasión se le iban escapando de los labios. Y entonces, con un suave movimiento más, él explotó dentro de ella.

Carrie nunca había conocido algo como lo que acababan de compartir y que hubiera tenido un efecto más devastador en su cuerpo y en su alma. Amaba a aquel hombre más de lo que se había imaginado. Sus deseo infantiles se transformaron en profundos sentimientos hacia él. Lo quería en cuerpo y alma durante toda su vida. Para siempre.

Hicieron el amor de nuevo en la playa, cómodamente envueltos en la manta. Ella se quedó dormida entre sus brazos. Carrie casi no se dio cuenta de que él la llevaba a la habitación ni de que se metía en la cama con ella. Sin embargo, cuando se despertó con sus caricias, estuvo encantada de que él se tumbara de nuevo encima de ella y disfrutó con la sensación de que la penetrara de nuevo, suavemente. Sus sueños se habían hecho realidad.

Mientras él la condujo de nuevo al orgasmo, Carrie se dio cuenta de que había encontrado un paraíso entre los brazos de Dev. En cuanto a la realidad, la dejaría para cuando amaneciera.

Dev se despertó solo, pero al darse la vuelta en la cama, sonrió. Carrie no podía haberse ido muy lejos. Estaban en una isla de la que no se podía escapar. Si esperaba lo suficiente, ella volvería a la cama y podrían continuar con los placeres que habían compartido la noche anterior.

Cuando finalmente se habían quedado dormidos, abrazados, ya estaba amaneciendo. A él le hubiera gustado contemplar la puesta de sol con ella, pero ambos estaban demasiado agotados y se habían quedado dormidos. Sin embargo, no importaba. Ya tendrían la puesta de sol del día siguiente.

Dev miró el techo de la habitación y suspiró. ¿Por qué el pensar en mañana lo entristecía tanto? Dev no sabía cómo se separarían. Había considerado todas las opciones, incluso la de pedirle que se mudara a Chicago con él para que pudieran compartir una relación con futuro. Sin embargo, la mala experiencia que había tenido con Jillian le hacía ser cauto.

¿Estaba enamorado de Carrie Reynolds? Por el momento, le parecía que sí. Sus sentimientos hacia Carrie habían ido más allá de lo que sentía por Jillian, a pesar de que solo habían pasado una semana juntos. Sin embargo, tenía miedo. No estaba seguro de que aquellos sentimientos duraran fuera de la cama, o fuera del paraíso que habían encontrado. Siempre había oído que las aventuras de vacaciones eran como una hoguera. Calientes, intensas, pero no muy duraderas.

Dev se tumbó de lado para poder incorporarse en la cama. Tenía la intención de estar con Carrie todo lo que pudiera y disfrutar. En cuanto al futuro, ya tendría tiempo de enfrentarse a aquel problema. Entonces, se levantó y se puso un par de pantalones y se dirigió a la puerta. En aquellos momentos, necesitaba un café y a Carrie, y no necesariamente en ese orden.

La casa estaba en silencio, inundada solo por el rugido del mar. Dev bajó lentamente las escaleras, frotándose los ojos y bostezando.

Tal vez ella estaba preparando el desayuno. El ama de llaves ya habría llegado y probablemente ya había empezado a preparar el café. Sin embargo, cuando Dev llegó al vestíbulo, vio el equipaje de Carrie en el suelo. Estaba a punto de llamarla cuando ella apareció. Al verlo, se detuvo en seco y luego esbozó una sonrisa forzada.

Ya estaba vestida con un par de pantalones y una chaqueta de lino. Tenía el pelo recogido con un pañuelo que se había comprado en el Cayo Oeste. Estaba tan hermosa como la noche anterior, cuando se había arqueado contra él, con los ojos llenos de deseo y la respiración ahogada entre gemidos.

– Buenos días -dijo ella, con voz suave.

Dev se acercó a ella y Carrie, al mismo tiempo, dio un paso atrás. ¿Qué le había pasado? La afectuosa y cálida mujer que había compartido su cama la noche anterior había desaparecido. Solo le quedaba una fría indiferencia.

– ¿Dónde vas? -le preguntó él por fin, señalando el equipaje.

– Me voy a casa. Me marcho en el bote del marido del ama de llaves dentro de unos pocos minutos. Voy a tomar el vuelo que sale a Miami esta tarde.

– ¿Estabas pensando marcharte sin decir adiós? -preguntó él, incrédulo.

– Lo siento… No quería despertarte.

– ¿Que no querías despertarme? -exclamó Dev. -¿Es esa tu excusa? ¡Maldita sea, Carrie! Anoche hicimos el amor. Fue algo increíble. La gente no se larga después de una noche como esa.

– Lo siento -repitió ella.

– Por muchas veces que lo digas, cielito, eso no basta. Creo que me merezco algo más que un «lo siento». Me merezco una explicación.

Dev esperó a que ella hablara. No estaba dispuesto a dejarla marchar sin una explicación. Finalmente, ella levantó la cara del suelo y lo miró.

– Tú me dijiste que no ocurriría nada si yo no quería. Anoche quise, pero no quiero hablar de anoche. Solo quiero marcharme.

– ¿Qué pasa? ¿Es ese vaquero? ¿Es que te sientes culpable? No tienes por qué. Tú no lo has engañado.

– ¡No es un vaquero! -gritó ella, llena de frustración. -Él es… no es nadie. Él no importa. Y no me siento culpable. No es por eso por lo que me marcho.

– Entonces, quédate -dijo él, extendiendo la mano. -Todavía nos queda otro día.

– Dev, seamos prácticos -le espetó ella, dando un paso atrás. -Yo…

– ¡Al diablo con lo de ser prácticos! ¿Por qué todo tiene que ser práctico en lo que a ti respecta? Anoche hicimos el amor porque los dos queríamos. Lo de ser práctico no tuvo que ver nada con ello.

– Ambos sabíamos que tendríamos que decir adiós tarde o temprano. Yo lo estoy haciendo más fácil para los dos. Solo estoy diciendo que no deberíamos convertirlo en algo que no ha sido.

– ¿Y qué ha sido para ti?

– Práctica -dijo Carrie, respirando profundamente. -Ya te dije para qué había venido de vacaciones. Y tú sabes mejor que nadie que esto no es real. Lo que hemos compartido en estas vacaciones es una fantasía. Un romance de vacaciones y nada más.

Dev se echó a reír con amargura. ¡Aquel era el discurso que él debería haber dado a ella! Lo había planeado todo en la mente, pero, cuando lo estaba oyendo, no le gustaba en absoluto.

– ¿Así que ya está? Simplemente te vas a marchar… -dijo él, sacudiendo la cabeza. Ella no era diferente de Julián. ¿Por qué había pensado que Carrie era especial?

– No hagas esto más difícil de lo que tiene que ser -replicó Carrie, recogiendo su equipaje. -Recordemos solo los buenos momentos.

– Sé que sientes algo -susurró él, tomándola por el brazo y acercándola a él. -Carrie, lo vi anoche en tus ojos. Lo sentí por la manera en que me tocabas.

– No hay nada -dijo ella. -Nada que no se pase con el tiempo.

Dev tensó la mandíbula y trató de contener su mal genio, ya que sabía que este la alejaría para siempre.

– Carrie, yo no quiero olvidarte. Y no quiero que desaparezcas de mi vida. Al menos no de esta manera.

– Entonces, ¿de qué manera? ¿Es que planeas hacerme promesas que no puedas cumplir? ¿Es que acaso estás listo para decirme lo mucho que me amas? Dev, ni siquiera me conoces. No sabes quién soy ni lo que soy. Somos dos extraños que han compartido una cama durante unas pocas noches. No tenemos por qué hacer que signifique nada más que eso.

Sin embargo, aquello había significado mucho para Dev. Hasta aquel mismo momento, justo cuando ella se marchaba, no se había dado cuenta de cuánto. Y ya no sabía lo que hacer ni decir para conseguir que ella se quedara.

– Tienes razón -dijo él por fin, lleno de amargura. -No ha significado nada. Adelante. Márchate.

– No quiero que te enfades -respondió Carrie. -Me lo he pasado muy bien esta semana y me alegro de haberla pasado contigo. Nunca la olvidaré.

– Yo tampoco.

Con aquellas palabras, Dev le tomó las maletas y se las llevó fuera. El marido del ama de llaves estaba esperando en la entrada, con el bote en el puerto, esperando para llevarse a Carrie.

– Todo esto es muy hermoso -dijo Carrie, al salir al jardín. -Voy a echar de menos este lugar. No te preocupes. Me olvidarás en cuanto llegues a casa. Cuídate, Dev Riley -añadió, acariciándole la mejilla con una triste sonrisa.

– No quiero que te vayas -susurró él, besándole la palma de la mano.

– Tengo que hacerlo.

Dev la miró a los ojos una última vez y asintió. Carrie suspiró y se dirigió al lugar donde el pequeño bote estaba esperando. Él esperó que ella mirara atrás, pero no lo hizo. Se montó en el bote sin dejar de mirar el océano. Él tuvo que contener la necesidad que sintió de salir corriendo tras ella, sacarla del bote y hacerle confesar que lo amaba. De ofrecerle el matrimonio o dinero con tal de que se quedara.

Pero el bote se marchó y Dev contempló cómo una mujer, de la que creía estar enamorado, salía lentamente de su vida para siempre. Un doloroso vacío le llenó el corazón cuando se dio cuenta de que la había perdido sin remedio.

– Esto no se ha acabado todavía, Carrie -prometió él. -No estoy dispuesto a dejarte marchar así.

Entonces, él se dio la vuelta y entró en la casa para subir las escaleras de dos en dos. El bote volvería aquella tarde y para entonces él estaría listo para marcharse.

Si lo que sentía por Carrie tenía que resistir los embates del mundo real, lo mejor era que volviera al mundo real cuando antes.

CAPÍTULO 08

– Quiero que me prepares otras vacaciones -dijo Carrie. -En algún lugar que esté lejos de aquí y donde pueda olvidar tocio lo que ocurrió en las vacaciones que acabo de tener.

Estaba de pie delante de la puerta principal de «Aventuras Inc.», contemplando la calle. El invierno seguía en pleno apogeo en Chicago. La noche anterior había nevado.

Carrie se frotó los brazos y recordó el sol de Florida, la calidez de temperatura que tanto había amado, los cielos brillantes y la blanca arena. Desde que había vuelto, no había recobrado la felicidad. El tiempo parecía ahogarla, deprimiéndola y dejándola tan fría y gris como los días. Estaba empezando a perder su bronceado y sentía como, poco a poco, iba dejando de ser la mujer en la que se había convertido en los Cayos.

Se había vuelto a poner el pelo de su color marrón original y había vuelto a poner las lentillas en el cajón en un intento de recuperar la vida que llevaba antes. Sin embargo, cuanto más intentaba meterse en la piel de Carrie Reynolds, agente de viajes, más le costaba hacerlo. Estaba atrapada en un lugar extraño, entre la persona que había sido y en la que casi se había convertido. Carrie ya no estaba segura de quién era. Todo lo que sabía era que la mejor parte de ella se había quedado en aquella habitación donde Dev y ella habían hecho el amor. No podía dejar de imaginárselo, desnudo, con las sábanas enredadas entre las piernas.

Ella no había querido dejarlo, pero no podía soportar las despedidas, no quería leer en sus ojos que había llegado el fin. Habían compartido un romance de vacaciones y, aunque había sido maravilloso, no podía durar en cuanto ellos volvieran al mundo real.

Sin embargo, ella se había marchado sabiendo que él sería el único hombre que sería capaz de amar. Sus fantasías se habían hecho realidad tan solo durante una semana y ella debería sentirse satisfecha con eso. Llevaría aquellos recuerdos con ella para siempre. La siguiente vez que él entrara en la agencia, ya no sentiría nada. Dev Riley sería parte de su pasado. Y allí se quedaría.

– ¿Vas a hacerlo, sí o no? -insistió Carrie.

– Por escaparte no vas a dejar de amarlo -dijo Susie, rodeándole los hombros con los brazos.

– ¿Quién ha dicho que yo lo amaba? -preguntó ella, dándose la vuelta para mirar a su soda. -Yo no he dicho nada de eso.

– Tú estás enamorada de Dev Riley desde antes de que lo conocieras -afirmó Susie. -Ahora que has pasado una semana con él, no me irás a decir que tus sentimientos han cambiado.

Carrie contuvo el aliento. Susie siempre podía ver a través de ella. Intentó con todas sus fuerzas contener las lágrimas.

– No sé qué hacer. Él se pensará que lo he planeado todo a propósito, que fui detrás de él. No puedo contarle la verdad.

– ¿Por qué no?

– Cuando descubra que soy propietaria de la agencia en la que reserva sus viajes, que vivo aquí, en Lake Grove, va a pensar que lo he engañado.

– Si alguien debe sentirse culpable, esa soy yo. No es que me sienta así, pero tal vez debería. Yo soy la persona que planeó todo este embrollo. Tú eres completamente inocente.

– Él no se va a creer eso. Me dijo que lo encantaba mi sinceridad. Y yo soy la peor mentirosa del mundo. Le podría haber contado la verdad desde el principio, desde el minuto que descubrí que estaba en su cama.

– Cielo, ¿por qué tienes que enojarte contigo misma? Viste a un hombre que te gustaba y fuiste detrás de él. Debería sentirse halagado.

– Eso suena tan ruin. Como si se tratara de una cacería. ¿Tú crees que los tigres y los elefantes se sienten halagados?

– Los hombres tienen egos mucho mayores que los de los elefantes. Creo que deberían ser cazados.

– Pero yo no fui detrás de él. Al principio ni siquiera me gustó. Era tan desagradable… Pero entonces, me di cuenta de que estaba enfadado por lo que le había pasado con Jillian. Entonces, empezó a comportarse de un modo tan dulce que no pude evitar enamorarme de él de verdad.

– ¿Y qué siente él por ti?

– No estoy segura -respondió Carrie, arrebujándose en la chaqueta. -Nunca hemos hablado de lo que sentimos. Las cosas ocurrieron tan rápidamente entre nosotros… Estábamos de vacaciones. Nadie piensa cuando está de vacaciones.

– ¿Así que por eso piensas volver a tu antigua vida? Y cuando Dev Riley venga, ¿vas a seguir escondiéndote en la sala de la fotocopiadora?

– No. Vas a empezar a mandarle los billetes a su despacho. Así no tendré que encontrarme con él. Además, si me viera, ni siquiera me reconocería.

– No sé por qué te has cambiado el pelo. Estabas muy guapa de rubia.

– No era yo. Estaba tratando de ser alguien que nunca podré ser -afirmó, mirándose de arriba abajo. Volvía a llevar sus viejos pantalones de pana y la enorme chaqueta de siempre. -Esta es la verdadera Carrie Reynolds. Estoy a gusto con esta persona. Yo… soy feliz. Entonces, ¿vas a encargarte de mis vacaciones? Quiero un lugar tranquilo, donde no tenga que hablar con nadie.

– Sí. ¿Cuándo te quieres marchar?

– Necesito ponerme al día con un par de cosas aquí en la agencia pero creo que las habré terminado para el fin de semana.

– ¿Cuánto tiempo quieres marcharte?

– No sé -dijo Carrie, volviéndose para mirar por la ventana. -Volveré cuando esté lista.

– Lo siento, Carrie. Nunca tuve intención de hacerte daño -aseguró Susie, abrazándola.

– Lo sé -murmuró Carrie, mirando distraídamente un coche que estaba aparcando enfrente. -Sé que no… ¡Has vuelto a hacerlo!

– ¿De qué estás hablando?

– ¡De eso! -exclamó Carrie, tomando su sombrero de la silla y encasquetándoselo en la cabeza, mientras le señalaba el BMW oscuro. -Sabías que iba a venir aquí y no me avisaste. Querías que volviéramos a vernos.

– ¡No sabía que iba a venir! ¡Te lo juro!

– Tengo que marcharme -dijo Carrie, recogiendo su mochila y apresurándose a abrir la puerta. -No puedo verlo. Todavía no.

Cuando salió corriendo a la calle, su mirada se cruzó por un instante con la de Dev. Entonces, se caló más el sombrero y salió corriendo acera abajo.

Cuando estuvo a una distancia segura, se metió en la entrada de una tienda para recobrar el aliento. El corazón le latía a toda velocidad.

– Una mirada… y casi no puedo andar -susurró ella. -No puedo seguir así. No puedo arriesgarme a encontrarme con él. Voy a tener que mudarme.

Podría vender su casa y abrir una sucursal de «Aventuras Inc.» en otra ciudad. Como Fairbanks, en Alaska o Amarillo en Tejas.

– O Helena -dijo Carrie. -Tendré que mudarme a Montana. Al menos, con eso no habría mentido.

Carrie se apoyó en la puerta y miró hacia la agencia. Dev estaba cruzando la calle. Durante un instante, se sintió transportada al dormitorio de Cayo Cristabel. Al tocarse los labios, le pareció que aún podía sentir los besos de él. Cada recuerdo era tan intenso y tan claro que le parecía estar con él en aquellos momentos de pasión.

¿Cómo iba a ella a poder vivir sin él? Carrie no podía imaginarse sentir una pasión semejante por otro hombre.

Solo había una manera en la que podría solucionar las cosas con Dev. Podría volver a la agencia y decirle la verdad. Todo. Que lo había estado observando desde la distancia, que había estado teniendo fantasías con él, que lo había engañado en cuanto había tenido la oportunidad. Y entonces, cuando ella hubiera podido asimilar su reacción, le diría que lo amaba.

– Hazlo -se animó Carrie. -Dile la verdad. Ve a verlo y pídele que te perdone.

Entonces, Carrie dio un paso para salir de la entrada pero el gélido viento la golpeó en la cara, llevándose con él su resolución y su valor. Había vivido un sueño con Dev Riley y si le daba la oportunidad de rechazarla, aquel sueño sería imposible de soportar.

Tal vez fuera mejor dejar las cosas como estaban y volver a su vida normal, sabiendo que por lo menos había vivido una semana de verdadera pasión. Podría vivir el resto de sus días satisfecha solo con eso.

Carrie se dirigió a una cafetería que había en la siguiente manzana. Esperaría para volver a la agencia como si él nunca hubiera estado allí. Mantenerlo todo en secreto era lo mejor.

Tal vez si se lo seguía repitiendo, algún día llegaría a creérselo.

La nieve relucía con el brillante sol de mediodía. Al salir de su coche para dirigirse a la agencia de viajes, Dev tuvo que entornar los ojos para evitar la luz. Mientras esperaba que el tráfico se detuviera para poder cruzar, temblaba y se golpeaba las manos. Después de pasar casi una semana en los Cayos, le llevaría algo de tiempo acostumbrarse al gélido tiempo del norte.

Al mirar a ambos lados antes de cruzar la calle, se detuvo en seco al ver una figura que abandonaba la agencia. La mujer miró a través de la calle y, durante un momento, sus miradas se encontraron. Luego ella desapareció rápidamente calle abajo.

Al ver a aquella mujer, Dev sintió que se le paraba el corazón. Había algo en la forma en la que andaba, en la que inclinaba la cabeza que le resultaba familiar, a pesar del pesado abrigo y del sombrero. Pero entonces, se dio cuenta de que el color del pelo era completamente diferente y que llevaba unas gruesas gafas.

En silencio, se maldijo. Estaba empezando a ver a Carrie en todas partes. ¿Es que se estaría obsesionando por encontrarla? ¿Le habría robado el corazón?

Desde la mañana en la que ella se había marchado de la villa, Dev se había sentido muy confuso, aturdido por la repentina decisión de marcharse. Después, se había enfadado y se había intentado convencer de que aquello era lo mejor. No habría melancólicas despedidas, ni dudas ni lamentos. Aquello había puesto un sencillo fin a una aventura de vacaciones.

Aquel sentimiento le había durado como una media hora, lo que tardó en preparar la maleta y hacer la reserva de avión. Entonces, fue cuento empezó a sentir la necesidad de encontrarla. Lo que hiciera cuando la viera le era un misterio, pero tenía que verla una vez más.

No sabía lo que le diría cuando estuvieran cara a cara, pero su instinto le decía que era mejor que confesara lo que sentía por ella, admitir que se había enamorado. Sin embargo, ni él mismo podía creerse que aquello fuera cierto. Se habían conocido solo durante una semana y se suponía que el amor llevaba tiempo. Había tardado dos años en decidir pedirle a Jillian que se casara con él y, sin embargo, estaba dispuesto a pedírselo a Carrie después de una semana.

Quería pasar su vida con ella. Estaban hechos el uno para el otro, en cuerpo y alma. El hecho de que no la conociera mucho no importaba. Podría aprender todo lo que necesitara saber para hacerla feliz y se pasaría el resto de la vida descubriendo lo que le faltara. Nada podría separarlos si su amor era verdadero.

Y allí estaba el problema. Tal vez él estuviera enamorado de ella pero, ¿estaba ella enamorada de él? Aquella fue la pregunta que no dejó de hacerse en el vuelo de vuelta a Chicago. Si lo amaba, ¿por qué se había marchado? Lo único que la esperaba en Helena era el amor que sentía por un hombre desconocido. ¿Qué empujaba a una mujer a dejar a un lado lo que habían vivido por un extraño?

Dev suspiró. Tendría que encontrarla para descubrir aquellas respuestas, pero le estaba costando más de lo que hubiera creído. Había contactado con Fergus y Moira, asumiendo que ellos tendrían la dirección de Carrie. Sin embargo, ellos tenían como lugar de residencia Lake Grove, Illinois, y la agencia de la que provenía la reserva era «Aventuras Inc.». Los tres llegaron a la conclusión de que se trataba de otro error informático.

Entonces, Dev decidió ir a Helena. Después de pasarse la tarde de un viernes buscándola, no encontró nada. Helena no era una ciudad muy grande. Carrie Reynolds parecía haber desaparecido.

Por eso, se le había ocurrido ir a ver a Susie. Tal vez había algún modo en el que ella pudiera acceder a las listas de pasajeros de las compañías aéreas y encontrar la reserva que Carrie había hecho.

Al entrar en la agencia, Dev se quitó los guantes y se los metió en el bolsillo. Si Susie no podía ayudarlo, Dev solo tendría una opción: pedirle al jefe de seguridad de su empresa, un ex detective privado, que la buscara. A pesar de que no le gustaba mezclar el trabajo con la vida personal, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa.

– ¡Dev Riley! ¡Has vuelto!

– He vuelto -replicó él, sentándose en el sillón que había delante del escritorio de Susie.

– Cuéntame el viaje. Espero que todo saliera como esperabas. ¿Fue todo interesante, relajante?

– Mucho, me planeaste un viaje perfecto. -Siento que no fuera tan romántico como habías planeado. Me sorprendí mucho al saber que tu acompañante lo había cancelado. Espero que no estuvieses demasiado solo.

Dev frunció el ceño. Había habido muchas veces en las que se había preguntado cómo hubieran sido aquellas vacaciones si, en vez de estar con Carrie, hubiera estado con Jillian. Tal vez estaría comprometido con alguien a quien realmente no amaba.

Sin embargo, aquel error había cambiado su vida. Tal vez el destino siguiera ayudándolo.

– De eso es de lo que quería hablarte -dijo él.

– ¿De la soledad?

– No, quería hablarte de una mujer. Una mujer que conocí estas vacaciones.

– Pensé que habías estado solo -dijo ella, fingiendo.

– Por algún extraño error, el barco fue reservado por dos personas. La mujer de la que te hablo quería ir a un complejo hotelero y acabó en mi barco, en mi camarote y en mi cama. Yo quería saber si hay algún modo de que la pudieras encontrar. Ella hizo la reserva a través de una central.

– ¿Me has dicho en la cama? Vaya, vaya, sí que tuviste buenas vacaciones.

– Fueron maravillosas. Por eso necesito que hagas esto por mí. Necesito encontrarla.

– ¿Compartiste la cama con esa mujer y ni siquiera te molestaste en pedirle el número de teléfono? No me parece que te lo plantearas mucho.

– No es eso. Ella me dijo que era de Helena, pero he ido allí y no he podido encontrarla. Tienes que ayudarme.

– Bueno, no sé… Realmente no creo que…

– Eres mi última esperanza -la interrumpió él. -Lo único que me queda es contratar un detective privado.

– ¿Serías capaz de hacer eso? -preguntó Susie, con una sonrisa. -Esta mujer debe de ser muy especial.

– Lo es. Nunca he conocido a nadie como ella.

– ¿Cómo de especial?

– Creo que estoy enamorado de ella -confesó él, sabiendo que tenía que convencer a Susie para que lo ayudara. Además, las palabras le salieron de la boca casi sin pensar. -Sí, la amo. Sé que parece una tontería… Yo mismo nunca he creído en el amor a primera vista, pero cuando ocurre…

– ¿Qué pasa?

– Bueno, es algo increíble. Por eso necesito que me ayudes a encontrar a esa mujer.

– Dime una cosa. ¿Es hermosa? Déjame adivinar. ¿Es una morena, alta, esbelta, algo arrogante?

– No. No es demasiado alta, y no es demasiado esbelta. Con buenas curvas, perfecta. Es rubia y con ojos azules. Los ojos azules más increíbles que he visto. Y la sonrisa más dulce.

– A mí no me parece que sea tu tipo.

– Eso es lo que yo pensaba, pero me imagino que no sabía cuál era mi tipo hasta que la conocí. Entonces, ¿puedes encontrarla? Se me ha ocurrido que podrías buscarla en las listas de pasajeros de las compañías aéreas.

– Puedo intentarlo. ¿Por qué no me das un día o dos? Yo me pondré en contacto contigo.

– De acuerdo. Esto es muy importante para mí. Ella es muy importante. Tengo que encontrarla. Dímelo en cuanto sepas algo -añadió él, poniéndose de pie para estrechar la mano de Susie.

Con eso, él regresó al coche. Una vez allí, estuvo sentado al volante sin arrancarlo durante mucho tiempo, ya que algo le rondaba por la cabeza. Sin embargo, no podía recordar lo que era.

¡Entonces, lo recordó! Ni siquiera le había dicho a Susie cómo se llamaba. Rápidamente abrió la puerta del coche. ¿Cómo iba Susie a poder encontrarla si no sabía cómo se llamaba? Tal vez podría tomar el nombre de la reserva del Serendipity, pero Dev no quería correr riesgos. Rápidamente salió del coche y volvió corriendo a la agencia.

Cuando entró, Susie ya estaba ocupada con otro cliente. Dev intentó llamarle la atención, pero ella estaba demasiado absorta en su trabajo como para verlo. Finalmente, se acercó a la otra señorita.

– ¿Podría darle un mensaje a Susie? No me gustaría molestarla cuando está con otro cliente.

– Por supuesto -dijo la joven con una sonrisa, mientras tomaba lápiz y papel. -¿Qué le quiere decir?

– Dígale que quiero encontrar a Carrie Reynolds.

– Oh, Carrie ha estado aquí esta mañana. De hecho, pasó para decir que volvería esta tarde. ¿Le gustaría concertar una cita?

– No, no -dijo Dev. -Susie está buscando a Carrie Reynolds porque yo se lo he pedido. Ella no trabaja aquí. Es de Montana.

– No. Carrie es de aquí, de Lake Grove. Ella y Susie son las dueñas de la agencia.

Dev sacudió la cabeza, intentando comprender las palabras de aquella mujer. ¿Que Carrie Reynolds trabajaba allí, en aquella agencia? ¿Cómo podía ser aquello?

Poco a poco, Dev fue comprendiéndolo todo. No había habido un error con la reserva de Carrie. Se había hecho desde aquella agencia. Por eso no pudo encontrarla en Helena. ¡No vivía en Montana, vivía en Lake Grove! Ella había ido a aquellas vacaciones sabiendo perfectamente quién era él. Sin embargo, ella había mantenido su identidad en secreto.

Dev frunció el ceño. Esa era probablemente la verdad, pero le faltaba la información más importante, ¿por qué había ido ella a aquellas vacaciones? Susie debía saberlo pero se lo había ocultado. Algo confuso, Dev se frotó la frente.

– ¿Dice usted que la señorita Reynolds estará aquí esta tarde?

– Sí. Ella siempre viene a cerrar. Normalmente está aquí hasta las seis y media o las siete para encargarse de los que vienen a última hora. ¿Le gustaría que le dé hora para que ella lo atienda?

– No, creo que simplemente me pasaré a ver si está libre. ¿Va a trabajar Susie hasta tan tarde?

– Esta noche no. Carrie será la única que estará aquí. Si quiere ver a Susie, le puedo dar cita a la una.

– No, creo que prefiero hablar con la señorita Reynolds. Gracias por su ayuda. Ha sido de lo más… esclarecedora.

– Ha sido un placer -dijo la joven, sonriendo. -Que tenga un buen día.

Con eso, Dev se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. ¡Claro que tendría un buen día! Y una buena semana, un buen mes y una buena vida. Para eso, solo tendría que averiguar lo que estaba pasando allí.

Carrie estaba mirando la pantalla de su ordenador, comparando los precios de los vuelos de primera clase a San Francisco. Una reserva de grupo para visitar las bodegas de California la había mantenido ocupada toda la tarde.

El viaje sonaba tan interesante que pensó que le gustaría ir a ella también, solo para salir de

Lake Grove durante un tiempo. Había decidido que no estaba dispuesta a mudarse. Tendría que aprender a vivir con lo que pudiera ocurrir. Y si no podía, siempre podría decirle la verdad a Dev.

Con un suspiro, se concentró de nuevo en los billetes. De repente, la puerta principal se abrió y Carrie levantó la vista del ordenador. Al hacerlo, sintió que el corazón se le helaba en el pecho. Dev Riley se estaba acercando a su escritorio. Frenéticamente, buscó un lugar donde poder esconderse, cualquier sitio con tal de escapar de él.

Finalmente, se dejó caer debajo del escritorio, esperando que no la hubiera visto. Desde allí abajo, vio lo diferente que parecía con su traje y su corbata y sus caros zapatos italianos. Por un momento, deseó que estuviera vestido con los pantalones cortos y la camiseta que solía llevar en los Cayos. Carrie podría hablar con él, pero no con el impresionante hombre que estaba delante de su mesa.

– ¿Hola? -dijo él. Ella no se movió. -Puedo verla ahí abajo. ¿Se encuentra bien?

– Hola -respondió Carrie. -Yo… yo me encuentro bien. ¿Puedo ayudarlo?

– Estaba buscando a Susie. ¿Está ella aquí? -preguntó él, asomándose por el borde de la mesa.

– No, no está. Vendrá mañana. Puede venir mañana.

Él rodeó la mesa y muy pronto ella pudo verlo hasta las rodillas. Recordó que tenía unas rodillas muy bonitas y unas piernas muy musculosas.

– ¿Qué está haciendo ahí debajo?

– Mi lápiz -respondió ella, levantándose de repente y golpeándose contra la mesa. -He perdido mi lápiz.

– Aquí tiene otro -dijo él, sacando uno del bote que había encima de la mesa.

– No, quiero el lápiz que se me ha caído. Es… muy especial.

– Bueno, cuando lo encuentre, ¿me va a atender?

– Pensé que quería ver a Susie. Ella no está. Si vuelve mañana, estoy seguro de que ella podrá ayudarlo.

– Usted me sirve.

– Me temo que no tengo tiempo.

– ¿Tiene tiempo para buscar un lápiz que no necesita y no tiene tiempo para atender a un cliente?

Carrie se dio cuenta de que él no se iba a marchar tan fácilmente. Estaba segura de que en cuanto la mirara a los ojos, la reconocería, pero no le quedaba otra alternativa que salir de debajo de la mesa.

Ya no podría evitar la verdad, tendría que explicárselo todo. Tal vez aquello fuera lo mejor.

Poco a poco se incorporó y se sacudió los pantalones. Entonces lo miró. Carrie había esperado una reacción inmediata de reconocimiento, sorpresa, enojo… Sin embargo, Dev la miró impasible. ¿Sería posible que no la reconociera?

– ¿Ha encontrado el lápiz?

Carrie negó con la cabeza y se sentó en su sillón rápidamente, tirándose del pelo para esconder la cara. ¡No la reconocía! Efectivamente llevaba sus gafas y el pelo ya no era rubio, pero… Se había pasado una semana con aquel hombre, incluso había hecho el amor con él. ¿Cómo era posible que no la reconociera?

Carrie no estaba segura de si debía sentirse aliviada o insultada. Él le había dicho que nunca la olvidaría y dos días más tarde ni siquiera reconocía el sonido de su voz. Muy ofendida, Carrie abrió la boca para decirle quién era, pero… Entonces se dio cuenta de que no tenía fuerzas para contarle toda la verdad y, sobre todo, admitir que se había enamorado de él. Si empezaba, le tendría que contar todo. Y no podía hacerlo.

– ¿En qué puedo ayudarlo, señor…?

– Riley. Dev Riley.

– Señor Dev Riley -repitió ella, disfrutando del sonido de aquel nombre.

– Susie estaba trabajando en algo para mí. Tal vez ella se lo haya contado.

– Me temo que no he hablado con Susie desde esta mañana, pero estoy segura de poder ayudarlo con cualquier gestión que quiera realizar.

– Estoy buscando a una mujer.

– ¿Una mujer? -repitió ella, sorprendida. Efectivamente, él no había tardado mucho en reemplazarla por otra. Carrie se dio cuenta de que estaba mucho mejor sin él.

– Se llama Carrie Reynolds.

– ¿Carrie Reynolds?

– La conocí en unas vacaciones en los Cayos. He estado intentando encontrarla desde entonces. Susie estaba intentando ayudarme a buscarla.

– ¿Susie sabe que usted está buscando… a esa mujer? ¿Lo ha hablado con ella?

– He hablado con ella esta mañana. Está consultando las listas de embarque de las compañías aéreas y las centrales de reservas para intentar localizarla.

¡Dev la estaba buscando! Tal vez sentía algo por ella y sentía haberla dejado marchar. Tal vez incluso la amaba. Sin embargo, podría querer verla por otra razón. Tal vez quisiera ser él el que acabara con la relación en vez de dejarla a ella con la última palabra.

– No creo que pueda encontrar mucho -dijo Carrie. -Los archivos de las líneas aéreas son confidenciales. ¿Por qué quiere encontrar a esa mujer? No querrá usted acosarla, ¿verdad?

– Algunas cosas se quedaron por decir cuando nos despedimos.

– ¿Cómo qué?

– Eso es algo entre la señorita Reynolds y yo, ¿no le parece? -le espetó Dev.

Carrie sintió que una oleada de calor le coloreaba las mejillas. Bajó la cabeza para evitar que él la viera, preocupada de que por eso pudiera reconocerla. Se había sonrojado muchas veces delante de él. Recordaba una en particular, cuando le había pedido que le hiciera el amor.

– Por supuesto -dijo ella. -Solo pensé que…

– ¿Que confiaría en una completa desconocida?

– Yo no soy una completa desconocida -murmuró ella. -Me refiero a que soy la compañera de Susie y puede contarme cualquier cosa.

– No sé mucho sobre ella. Ella acabó en el camarote del barco que yo había alquilado. Hubo algún equívoco con las reservas. Durante la semana que pasamos juntos, nos hicimos muy… amigos.

– ¿Amigos?

– No creo que tenga que entrar en detalles. Ella me dijo que era de Helena, de Montana. He ido allí a buscarla y ella…

– ¿Que ha ido a Helena? -exclamó ella, sorprendida. -¿A buscarla?

– Como he dicho antes, tengo que encontrarla. Estoy dispuesto a pagarle a usted por su tiempo.

– ¿Estaría dispuesto a pagar para encontrarla?

– Lo que haga falta. No voy a parar hasta que vuelva a verla. ¿Me entiende, señorita…?

– Lo entiendo, señor Riley. Y puedo asegurarle que haremos lo que podamos.

– No quiero que lo intenten. Quiero que lo consigan.

Con eso, se abrochó el abrigo y se puso los guantes. Luego se dirigió a la puerta y se marchó, dejando a Carrie completamente aturdida.

Si él se preocupaba tanto por ella, ¿por qué no la había reconocido? Rápidamente abrió el cajón de su escritorio y buscó un espejito. Cuando finalmente lo encontró, lo abrió y se miró cuidadosamente.

– No estoy tan diferente -murmuró, apartándose el pelo de la cara. -Soy yo, la misma persona que él enseñó a nadar, que besó y con la que hizo el amor. Si le importo lo suficiente como para querer encontrarme, ¿por qué no me ha reconocido?

A menos que… realmente ella no le importara en absoluto. Tal vez todo lo que quería era vengar su ego herido y quisiera hacerle daño del mismo modo que ella se lo había hecho a él.

Considerando los recursos económicos de Dev, no tardaría mucho en ir a pedirle cuentas. Carrie decidió que no estaba dispuesta a esperar, completamente petrificada de miedo, que él apareciera a pedírselas. ¡Ella misma se las daría!

Carrie se incorporó en la silla y escribió algo en el ordenador. En un instante, tuvo en pantalla el perfil de Dev, con un listado de todos los viajes que él había organizado a través de la agencia y su dirección. Carrie la apuntó en un trozo de papel y luego tomó la chaqueta, que tenía colgada en el respaldo de la silla, y salió corriendo.

Desde que ella había llegado a la agencia aquella tarde, el tiempo había empeorado y había empezado a nevar. La ventisca llevaba los copos y formaba remolinos en las calles. Carrie andaba con dificultad por la acera, cerrando los ojos para protegérselos de la nieve. El pelo y las pestañas se le estaban cubriendo de copos de nieve.

Dev vivía en la zona antigua de Lake Grove, un lugar precioso, lleno de hermosas casas de ladrillo y amplios patios. Tenía dos opciones: o ir andando o volver a casa por el coche. Carrie decidió que podría llegar más rápidamente a pie, considerando el estado en el que estaba el asfalto. Además, si iba andando, tendría tiempo de pensar lo que quería decirle exactamente. Siempre que hablaba con Dev, tendía a hacerlo sin pensar mucho. Si había una vez en la que necesitara estar completamente segura de sí misma era aquella, cuando el futuro de ella y el de Dev estaba a punto de ser firmado.

CAPÍTULO 09

El viento rugía mientras la nieve golpeaba con fuerza las ventanas del estudio de Dev. Él avivó el fuego que había preparado para burlar el frío y bebió un poco de whisky. Mientras el licor le iba bajando por la garganta, no podía dejar de recordar cuándo, una hora antes, había vuelto a ver a Carrie.

Tal vez si se la hubiera encontrado en la calle no la hubiera reconocido, pero, cara a cara, lo había hecho al instante. Se había cambiado el color del pelo por el de un tono poco atractivo de castaño y llevaba gafas. Sin embargo, los ojos de detrás de aquellos cristales seguían siendo los mismos que lo habían mirado mientras hacían el amor.

Dev no estaba seguro de lo que había buscado al presentarse en la agencia para enfrentarse a ella. Tal vez había esperado que ella le explicara cómo, y por qué, había aparecido en sus vacaciones y en su cama, pero sobre todo por qué se había marchado sin decirle casi adiós. Pero ella no había querido reconocer que era Carrie.

Por eso, él había decidido seguirle la corriente. Tenía que haber una buena razón para aquello. Tal vez había otro hombre, o incluso un marido. Entonces, sintió que los celos se adueñaban de él y bebió otro sorbo de whisky para alejarlos. Sería típico de la mala suerte que lo acompañaba que, cuando él encontrara a la mujer que amaba, ella perteneciera a otra persona.

Muy pronto, tendría las respuestas a todas aquellas preguntas. Primero, esperaría a ver qué le decía Susie Ellis en los resultados de la búsqueda de una mujer que no estaba perdida. Tal vez volvería a la agencia una noche para poner a prueba los nervios de Carrie o…

Mientras Dev miraba el fuego recordó la mujer que había visto salir de la agencia por la mañana y lo comprendió todo. Aquellos ojos, aquel pelo… ¡También había sido Carrie!

Apoyando la mano en la repisa de la chimenea intentó imaginarse las intenciones de Carrie. ¿Cómo había supuesto que podría ocultarse de él? Él iba a la agencia al menos una vez al mes para recoger billetes u organizar viajes. Él y Carrie vivían en la misma ciudad. Tal vez incluso antes se habían encontrado muchas veces sin saberlo.

El reloj de la pared dio las siete. Dev se bebió el resto del whisky y se sentó a intentar adelantar el trabajo que llevaba atrasado. Sin embargo, mientras se dirigía a la cocina, sonó el timbre de la puerta. Dev frunció el ceño. ¿Quién sería a aquellas horas en una noche como aquella? Al mirar por la ventana, vio una figura al lado de la puerta, por lo que encendió la luz y la abrió.

Una pequeña figura, arrebujada en una chaqueta, una bufanda y un gorro estaba de pie en el porche. Dev se acercó un poco más y vio que la mujer parpadeaba. Aquellos ojos eran los maravillosos ojos azules de Carrie, ocultos tras unas gafas medio heladas.

– ¿Carrie?

Ella asintió y luego se echó a temblar de frío. Dev la tomó de la mano y la hizo entrar en la casa. Luego cerró la puerta y lo ayudó a quitarse la ropa mojada. Capa a capa, las ropas y la nieve fueron cayendo en el suelo de mármol del vestíbulo hasta que Dev pudo ver por fin a Carrie, con el pelo húmedo y las mejillas muy coloradas.

Él le quitó las gafas, se las limpió con el puño de la camisa y se las devolvió.

– ¿Qué diablos estás haciendo por la calle en una noche como esta?

– ¿Me reconoces? -preguntó Carrie, chasqueando los dientes. -¿Sabes quién soy?

– Claro que sí. Venga, vamos al estudio. El fuego está encendido y podrás calentarte.

– Sabes quién soy -repitió ella, siguiéndolo al estudio. -¿Y no te sorprendes de verme?

– Deja de decir eso. Ya te he dicho que sé quién eres.

– Pero, antes has estado en la agencia. Entraste y empezaste a hablarme como si no me reconocieras. ¿Sabías que era yo entonces?

– ¿Por qué te crees que estaba allí? Había ido a verte.

– ¿Qué clase de juego es este? -preguntó ella, deteniéndose bruscamente.

– Yo te podría hacer la misma pregunta -replicó él, dándose la vuelta para mirarla. -¿No te parece que soy yo el que se merece una explicación? Tú me dijiste que eras de Montana. Y estás aquí, en Lake Grove. Vives aquí, trabajas aquí… Y esa es solo la primera de tus mentiras.

– ¡No es así! -dijo Carrie, acercándose al fuego para poder calentarse las manos.

Dev sintió el impulso de acercarse a ella y tomarle los dedos entre los suyos y calentárselos con el calor de su propio cuerpo, pero apretó los puños y esperó.

– Sospecho cuál es la verdadera historia -dijo él, por fin, al ver que ella no dejaba de estudiar las llamas. -Tú y Susie visteis una presa fácil. Un hombre al que acaba de dejar su novia, con un poco de dinero, un negocio propio…

– ¡Eso no es cierto! ¡Yo nunca haría eso! ¿Cómo puedes creer que yo sería capaz de algo tan malvado?

– Has sido tú la que has venido a mi puerta. Obviamente, lo has hecho por alguna razón. ¿Cuál es?

Ella apretó los labios como si necesitara contener sus emociones. La luz del fuego la hacía parecer tan hermosa que Dev no podía apartar los ojos de ella.

– He venido a darte una explicación.

– Te escucho.

Ella continuó en la misma postura, sin mirarlo. Dev se acercó a ella, que lo miró de reojo, para luego concentrarse de nuevo en el fuego.

– ¿Te acuerdas de cuando hablamos del baile de fin de curso? -preguntó ella.

– ¿Del baile de fin de curso?

– Tú me dijiste que me hubieras llevado si me hubieras conocido en el instituto. Que me hubieras prestado atención. Y yo te dije que no era la clase de chica en la que se fijaran los hombres.

– Me acuerdo.

– ¿Sabías que ya nos conocíamos de antes? Me refiero a antes de ir a los Cayos. Fue en la calle, delante de la agencia. Yo me resbalé y me caí en el hielo. Tú me ayudaste a ponerme de pie.

Por eso le había parecido reconocerla la primera vez que la vio en el barco. Se habían encontrado antes y él la recordaba muy vagamente.

– ¿Esa chica eras tú? ¿La de la mochila y el zumo de uvas negras?

Carrie asintió y se apartó del fuego, frotándose las manos. Luego, se sentó en el sofá y se colocó las gafas sobre el puente de la nariz. Dev casi se sintió apenado por ella. Parecía tan tímida, completamente diferente de la brillante y segura mujer que había conocido en los Cayos.

– ¿Todavía eres capaz de decirme lo mismo? -preguntó ella, mirándolo. -Mírame. ¿Crees que puedes decir, con la mano en el corazón, que te habías fijado en mí? ¿Que te hubieras sentido lo suficientemente atraído por mí como para pedirme que fuera contigo? No tienes por qué contestar. Solo eran preguntas retóricas.

– Quiero contestarte. No, no me habría fijado en ti y tampoco te hubiera pedido que vinieras conmigo al baile. Yo casi nunca me fijo en las personas que no conozco y nunca les pido que salgan conmigo. Sin embargo, creo que nos conocimos muy bien en Florida y eso lo cambió todo. He llegado a conocerte, Carrie y yo…

– Esa no era yo -lo interrumpió. -Esta sí soy yo. Esta es Carrie Reynolds -añadió, señalándose. -Soy tímida, callada y del montón. Vivo en Lake Grove y soy la dueña de «Aventuras Inc.» Y…

– ¿Y qué?

– Llevo enamorada de ti mucho tiempo. Al menos, yo pensaba que era amor. No sabía lo que era estar enamorada así que me imagino que sería más exacto decir que me sentí atraída por ti.

– ¿Atraída por mí?

– Cuando venías a la agencia, yo te miraba desde la sala de fotocopias, o algunas veces desde mi escritorio. Tú nunca te fijaste en mí. A mí me parecía que eras el hombre más guapo y más interesante del mundo. Eras todo lo que yo quería… y todo lo que yo nunca podría tener.

– ¿Así que…?

– No digas nada -lo interrumpió ella de nuevo, levantando la mano. -No hasta que yo no haya acabado. Durante mucho tiempo -añadió ella, tras un suspiro, -yo conseguí mantenerlo en secreto. Yo pensé que era una tontería, algo infantil… Pero entonces Susie se dio cuenta de lo que estaba pasando. Ella se hizo cargo del asunto y me envió a aquellas vacaciones, sabiendo que tú estarías allí sin Jillian.

– ¿Susie lo organizó todo?

– El viaje, sí. Pero yo podía habértelo contado todo cuando tú llegaste o me podría haber marchado a casa después de aquella primera noche. Pero me quedé. Y di vida a aquella mentira… Pensé que tú creerías que yo lo había preparado todo para atraparte o manipularte o lo que sea que hagan las mujeres cuando quieren a un hombre. Hasta que tú apareciste en mi cama, eras solo una fantasía. Nunca quise que fueras nada más. Nunca quise que se convirtiera en realidad.

Dev la miró confundido, sin saber lo que decir.

– Entonces, ¿fue real?

– No. Todo fue una fantasía. Y ahora esa fantasía se ha acabado. Solo quería aclararlo entre nosotros -dijo ella con una sonrisa forzada. -Me siento terriblemente avergonzada de lo que ocurrió. Yo nunca quise ir tan lejos y no debería haberlo consentido. Te merecías la verdad -añadió, poniéndose de pie y disponiéndose a salir del estudio.

Sin embargo, Dev fue más rápido y la tomó por la mano.

– ¿Dónde vas?

– A casa -murmuró ella, con voz trémula. -He dicho lo que tenía que decir y ahora me voy.

– No puedes marcharte -dijo él. -La tormenta de nieve ha empeorado y tienes la chaqueta toda mojada. Hace demasiado frío como para que vuelvas andando a casa.

– Estaré perfectamente -replicó ella, saliendo al vestíbulo. -Por favor. Por favor, ya me he humillado demasiado por una noche. No lo empeores. Déjame marchar.

– ¿Y qué pasa si no te dejo marchar? -preguntó Dev, siguiéndola.

– Tienes que hacerlo. Ahora estamos de vuelta en el mundo real y no hay sitio para las fantasías. Mírame -afirmó ella, sonriendo con amargura. -Y mírate a ti. Somos como el día y la noche. No hubieras venido a mí por ti mismo ni en un millón de años. Nos hemos conocido a través de la manipulación, de una broma que una amiga decidió gastarme.

Dev no sabía lo que decir. Por un lado, se sentía muy enojado por las mentiras, las maquinaciones y la complicidad de Carrie en todo el asunto. Pero, por otra parte, sabía que debía sentirse halagado. Ella se había enamorado de él sin…

– Yo soy el vaquero -dijo él, dándose cuenta de repente. -¿Yo soy el hombre para el que estabas practicando?

Carrie asintió, sonrojándose.

– Pensé que si yo resultaba más interesante, más segura de mí misma… más experimentada, podría tener alguna posibilidad contigo… con los hombres. Fui de vacaciones para practicar.

– Así que, todo ese tiempo en el que tú y yo estábamos juntos, yo estaba convencido de que estabas enamorada de otro hombre. Y tú estabas consiguiendo exactamente lo que querías.

– Yo nunca quise hacerte daño -dijo ella tomando la chaqueta del suelo y poniéndosela. -Solo fui un poco egoísta. Después de un tiempo, me resultó mucho más difícil decirte la verdad, aun sabiendo que podría hacerte daño. Pero no lo hice, ¿verdad? Quiero decir que tú estás bien. Lo sé. Todo te irá perfectamente.

– ¿Tú crees?

– No has perdido nada. Estuviste con una mujer que ni siquiera existe, al menos no más allá de los Cayos de Florida. Esta es la verdadera Carrie Reynolds.

– Yo no veo diferencia alguna. Te has cambiado el pelo, llevas gafas, pero sigues siendo la misma mujer que conocí a bordo del Serendipity.

– Eso no es cierto. Yo misma lo reconozco -dijo ella, calándose el sombrero hasta las orejas y envolviéndose en la bufanda. -Ahora que te lo he dicho, creo que es mejor que me vaya. Realmente espero que esto no vaya a poner en peligro nuestra relación comercial, pero lo entenderé perfectamente si decides trabajar con otra agencia en el futuro.

Dev no entendía nada. Después de todo aquello, ¿era mantener sus relaciones comerciales lo único que la preocupaba? ¿Después de la pasión que habían compartido? ¿Acaso era ella tan inmune a aquellos sentimientos que podría salir de su vida de un modo tan sencillo? Carrie no le parecía diferente de Jillian.

Dev lentamente sacudió la cabeza mientras la miraba fijamente y se dio cuenta de que ella tenía razón. La Carrie Reynolds que había delante de él era completamente diferente. Aquella no era la mujer de la que se había enamorado.

– Tal vez tengas razón -murmuró él.

– Ya sabía que te darías cuenta de que yo no soy la mujer que tú necesitas -afirmó ella, con los ojos llenos de pena.

– En estos momentos, no estoy seguro de lo que necesito.

– Tal vez lo que necesites es que las cosas vuelvan a la normalidad. Lo que compartimos en Florida fue… muy agradable, pero ya se ha terminado. Tú puedes volver a tu vida de siempre y yo puedo volver a la mía. Adiós, Dev -añadió, extendiendo la mano.

– Adiós, Carrie -dijo él.

Con eso, ella salió de la casa. Dev se quedó en la puerta durante un largo tiempo, con el viento soplando a su alrededor, a pesar de que se estaba quedando helado. Quería ir detrás de ella, convencerla de que podrían volver a recobrar lo que habían compartido en los Cayos. Sin embargo, no estaba seguro de que a ella le importara lo suficiente.

Sinceramente, Dev ya no estaba seguro de nada. Lo único que sabía era que tenía problemas, ya que estaba más enamorado que nunca de Carrie Reynolds.

– ¿Cómo no me has dicho que Dev vino a la agencia? ¡Y tampoco me has dicho que le dijiste quién era yo!

Carrie estaba de pie, en la cocina de Susie, dejando un charco de agua de nieve en el suelo. Le había llevado casi una hora ir andando desde la casa de Dev hasta el apartamento de Susie, luchando contra el viento y la nieve. Y las lágrimas. Más helada y más mojada de lo que había estado antes en su vida, Carrie anhelaba el calor de sol de Cayo Oeste. En aquellos momentos, se sentía como una rata mojada y emocionalmente destrozada.

Susie se sentó a la mesa, comiendo patatas fritas.

– No le dije nada. Y no te dije nada porque tú me dijiste que no querías volver a pensar en él. ¿Es que no es eso lo que me dijiste?

– Sé que fue eso lo que te dije -dijo Carrie, quitándose los guantes, que tiró al suelo en medio del charco de agua. -Pero esperaba que me lo dijeras si él hablaba de mí contigo. Y vino a la agencia buscando a Carrie Reynolds, es decir, buscándome a mí.

– Sí. Está desesperado por encontrarte. Me pidió ayuda y si no se la doy, va a contratar un detective privado para localizarte. ¿No te parece romántico?

– Bueno, a mí también me pidió ayuda para localizarme. Cuando entró, te estaba buscando a ti, pero él sabía que me encontraría a mí.

– Todo esto me parece muy confuso -confesó Susie, arrugando la nariz y comiendo más patatas. -Además, yo no le dije dónde estabas.

– ¡Ya lo sabía! Estaba jugando conmigo, esperando que yo admitiera toda la historia.

– ¿Por qué iba él a jugar contigo? Está enamorado de ti.

– ¿Cómo? ¿Qué has dicho?

– He dicho que está enamorado de ti.

– ¿Te ha dicho él eso? ¿Dev te ha dicho que me ama? -preguntó Carrie, tomando una silla para sentarse. -¿Te dijo esas palabras exactamente?

– Claro. Bien altas, en la agencia. ¿Por qué si no tendría tantas ganas por encontrarte?

– No sé. No me lo ha dicho. Creo que quería vengarse en cierto modo. Yo pensé que probablemente estaba muy enfadado por lo que había ocurrido, así que fui a su casa y se lo conté todo.

– ¿Todo?

– Después de todo lo que le dije, humillándome de esa manera, él me dejó marchar sin más. No me habló de amor, así que debe de haberte mentido. O tal vez después de verme como soy ahora, cambió de opinión.

– ¿Qué le has dicho? -preguntó Susie, tomándola de la mano.

– Le dije todo. Sobre lo de las fantasías, del tiempo que llevaba enamorada de él… Entonces, le dije que no teníamos un futuro juntos. Se lo puse bien fácil. Y él lo aceptó.

– De nuevo estabas tratando de evitar el rechazo. Solo que esta vez, te has escapado de un hombre que no estaba planeando rechazarte.

– ¡Él no está enamorado de mí! Eso es imposible. Mírame. ¿Cómo me podría querer alguien como él? Él pensaba que me quería, pero se ha dado cuenta de que no es así. Yo tenía razón desde el principio.

Con un suspiro de frustración, Susie se levantó de la silla y tomó a Carrie de la mano.

– Ven conmigo -le dijo, llevándosela al cuarto de baño. Una vez allí, encendió la luz y empujó a Carrie delante del espejo. -Mírate. No mires los detalles, como el pelo húmedo y la nariz enrojecida. Mira el total, Carrie. Eres hermosa. Y eres una de las mejores personas que conozco. Tú nunca dirías nada malo de nadie y sabes cómo guardar un secreto. Eres leal a tus amigos y tienes que admitir que eres muy divertida. ¿Por qué no iba a estar él enamorado de ti?

Carrie se miró durante largo tiempo. Tal vez Susie tenía razón. No era tan poco atractiva como ella pensaba, a pesar de aquel pelo tan oscuro. Aunque su figura no era la de una modelo de pasarela, parecía una mujer de verdad, con curvas en los lugares más adecuados.

– Pero él es un hombre tan… de mundo. Tan experimentado, tan sofisticado.

– Los hombres de bandera se enamoran igual que los hombres más corrientes -dijo Susie, apartándole el pelo húmedo de la cara. -Y se enamoran de mujeres de bandera… como tú.

– ¿Que está enamorado de mí? -murmuró Carrie. -¿De verdad dijo eso?

– Claro que lo dijo. Y no creo que volver a verte, incluso en estas condiciones, le haya hecho cambiar de opinión.

– Pero, ¿por qué me permitió que me marchara?

– Tal vez porque pensó que no compartías sus sentimientos.

– Tengo que irme a casa. Tengo que pensar en todo esto -dijo Carrie, saliendo apresuradamente del cuarto de baño. -Le he dicho que no podíamos tener un futuro juntos. Yo pensé que así lo estaba haciendo todo más fácil. ¿Por qué no me ha dicho lo que sentía?

– Querida, hay una tormenta de nieve ahí fuera -le recordó Susie, volviendo a meterla en el cuarto de baño, -y tú ya estás medio congelada. ¿Por qué no te quitas esa ropa y te das una buena ducha? Yo voy a buscarte un pijama. Podemos tener una fiesta de pijamas y podemos hablar de Dev y de lo que vas a hacer ahora. Y tal vez podamos volver a cambiarte el color del pelo -añadió, con una expresión de horror. -Este no te hace ningún favor.

– Me gusta mi pelo así -afirmó Carrie, apartándole la mano. -Así soy yo.

– Lo sería si fueras un roedor que vive en un agujero de la pared. Este color no es para el pelo de una mujer.

– No es muy bonito, ¿verdad?

– Voy a ir la tienda por todo lo que necesitamos. ¿Qué te parece? ¿Rubio miel? Te podrías poner de pelirroja. O de morena. El pelo de un nuevo color te ayudará a ver la vida, y el amor, de otro modo.

– El cambiar el color de mi pelo no me va a ayudar a solucionar todos mis problemas.

– Tal vez te hará recordar lo que es realmente importante. Quien de verdad eres. Después de que te cambiemos el color del pelo, podemos hablar de ti y de Dev y de lo que vas a hacer. Lo dejaremos todo solucionado, luego lo consultas con la almohada y mañana por la mañana ya sabrás exactamente lo que tienes que decirle cuando regrese.

– No creo que pueda hacer nada.

– Vas a tener que volver a hablarle. No puedes dejar que siga pensando que no lo quieres. ¡Está enamorado de ti, Carrie! Esto es muy importante -dijo Susie, dándole un abrazo. -Por supuesto, yo seré tu dama de honor, mientras no me hagas ponerme uno de esos pomposos vestidos.

– ¡No! No habrá ningún vestido, ni pomposo ni de otra manera. No nos vamos a casar. Él no quiere casarse después de lo que le pasó con Jillian.

– Dúchate -le ordenó Susie, abriendo el grifo de la bañera. -Entonces, te teñiré el pelo, te haré la manicura y comeremos algo con muchas calorías. Las cosas siempre parecen más claras después de que te has metido una buena dosis de colesterol en el cuerpo. Voy a traerte un pijama y luego me voy a comprar el tinte. Vas a ver como antes de que acabe la noche hemos encontrado una solución.

Después de que Susie se marchara del cuarto de baño, Carrie se quitó lentamente la ropa mojada. Tenía el cuerpo aterido. Un temblor le recorrió toda la espalda, no de frío sino de la emoción por lo que había descubierto.

Dev Riley estaba enamorado de ella. ¿Por qué no se lo había dicho? Se lo había confesado a Susie, pero a ella no le había dicho nada.

¿Se lo diría si le diera la oportunidad? ¿Podría poner ella entonces todo a un lado y revelarle sus verdaderas intenciones? Ella había hecho todo lo posible por convencerlo de que ella era una mujer diferente de la persona con la que él había hecho el amor. Tal vez se había esforzado demasiado y habría provocado el desamor en Dev.

Carrie se metió debajo del agua caliente y sintió que la sangre se le iba calentando de nuevo. Cerró los ojos, completamente agotada. Poco más de una semana antes, podría haber descrito su vida como «normal», algo aburrida pero nada fuera de lo corriente. De repente, todo en lo que ella se apoyaba había desaparecido en un caos por culpa de Dev Riley. Nada la había preparado para el poder de sus propios sentimientos ni la posibilidad de que él pudiera correspondería. ¿Qué iba a hacer? ¿Podría ella confiar en ese amor? ¿O se habría desengañado él de ella, igual que lo había hecho con Jillian?

Carrie sintió como si un puñal le atravesara el corazón. Había soñado tanto tiempo con el amor de Dev y él estaba enamorado de ella. ¿Sería una situación duradera? Carrie no podría soportar el hecho de que pudiera perderlo tan rápido como lo había encontrado. No había garantías de que ellos se pasaran el resto de la vida juntos solo porque él decía amarla.

Apoyando las manos en los azulejos de la pared, Carrie bajó la cabeza y dejó que el agua le corriera por la espalda. Necesitaba tiempo para pensar, no solo unos pocos minutos o unas pocas horas, en los riesgos de dejarse amar por Dev Riley, y de amarlo ella a él.

Carrie siempre había dado por sentado que cuando finalmente se enamorara, todo estaría muy claro desde el principio. Pero no lo estaba. En aquellos momentos sentía una mezcla de confusión y alegría, de miedo y de felicidad. Todo parecía un sueño que ella tenía miedo de disolver con un ligero parpadeo, tan pronto como intentara alcanzarlo.

Cerrando los ojos, levantó la cara hacia el agua. ¿Por qué no podía adueñarse de ese sueño? ¿Acaso no se merecía ser feliz?

– Me tomaré mi tiempo y lo pensaré bien -murmuró. -Y, cuando me levante por la mañana, decidiré lo que hacer. Si Dev está enamorado de mí ahora, también lo estará mañana.

Carrie puso el neceser en el compartimiento encima del asiento y aprovechó para sacar una almohada y una manta. Luego miró al resto de los pasajeros de primera clase que había en la cabina y se sentó. El asiento de Susie, al lado suyo, seguía vacío y Carrie se estaba empezando a preguntar dónde estaría su amiga. Habían quedado en encontrarse en la puerta pero, como no había llegado para la hora de embarque, Carrie había decidido esperarla en el avión.

Cuando Susie le sugirió que se tomaran unas pequeñas vacaciones juntas, a Carrie la encantó la idea. Después de considerar mil cosas, finalmente se decidió a llamar a Dev, con la mala suerte de que él estaba fuera de la ciudad toda la semana y su secretaría se había negado a decirle cuándo volvería.

Carrie no pudo de dejar sentirse algo aliviada. No estaba segura de lo que iba a decirle. Tal vez, si hubiese estado enamorada antes, hubiera sabido mejor lo que tenía que decirle. Sin embargo, como no lo había estado, todas aquellas sensaciones le resultaban prácticamente desconocidas.

¿Cómo iba a tomar una decisión tan importante sin saber exactamente lo que sentía? El tiempo debería haber sido su aliado, pero cuanto más esperaba más dudaba de sí misma y del amor de Dev.

Había esperado que, al hacer el primer acercamiento, las cosas le resultaran mucho más fáciles. Sin embargo, resultaba evidente que Dev no tenía ninguna prisa. Por eso se había marchado de la ciudad. Toda la semana, estuvo esperando que los recuerdos que compartía con él fueran perdiendo intensidad. Tal vez si no volvía a verlo, las imágenes desaparecerían totalmente algún día, pero estaba segura de que le llevaría mucho tiempo.

Carrie se reclinó en el asiento y suspiró, estrechando la pequeña almohada contra su pecho.

Ella necesitaba volver a verlo para asegurarse de que él todavía sentía lo mismo por ella. Una mujer no da de lado a un hombre como Dev. Tendría que hacer algo… y pronto.

De repente, alguien puso un maletín en el asiento de Susie.

– Me temo que este asiento está ocupado -dijo ella, levantando la mirada.

– Espero que no, porque estás en mi asiento.

El corazón de Carrie dejó de latir al mirar a Dev a los ojos. Él se sentó a su lado, colocando el maletín debajo del asiento delantero.

– Primero mi cama y ahora mi asiento -dijo él. -Nunca te había considerado del tipo de mujer desesperada pero esto está yendo demasiado lejos, ¿no te parece?

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó ella, sonrojándose.

– Me voy de viaje -replicó Dev. -Y supongo que tú estás aquí para apuntarte de nuevo, ¿no?

– ¿Dónde está Susie? -preguntó Carrie, poniéndose de pie y golpeándose la cabeza con los compartimientos del equipaje. -Ese asiento es suyo, no tuyo.

– Ella no va a venir. Es solo tú y yo.

– No me puedo creer que me lo haya vuelto a hacer -protestó ella, de pie en el pasillo. -Yo no he planeado esto. No sabía que tú estarías aquí. ¡Y no estoy tan desesperada! -protestó ella, sacando el neceser del compartimiento superior, dejando a Dev casi inconsciente en el proceso. -¡Quiero bajarme de este avión! -le gritó a la azafata.

– Señora, no puede bajarse -dijo la mujer, acercándose apresuradamente a ella. -Ya hemos cerrado las puertas.

– Entonces, ábralas. No puedo quedarme en este avión.

– Por favor, siéntese, señora. Estamos empezando a dirigirnos a la pista.

– Escúcheme, soy agente de viajes y si no me deja salir de este avión, ¡no voy a contratar vuelos con esta compañía nunca más!

– Y si usted no se sienta y se abrocha el cinturón de seguridad, voy a tener que avisar al piloto. Así que, por favor, siéntese.

– Creo que es mejor que hagas lo que te dice. Amenazar a una azafata es un delito federal -dijo él. Carrie miró a Dev y vio que sonreía. Luego dio unos golpecitos en el asiento. -Te dejaré que te sientes al lado de la ventana.

Carrie lo obedeció de mala gana y se sentó.

– Voy a matar a Susie. ¿Cómo ha podido volver a hacerme esto? ¿Es que no estás enfadado?

– Susie no ha hecho nada. He sido yo -confesó Dev, abrochándose el cinturón.

– ¿Cómo dices?

– Me imaginé que, si quería hablar contigo, iba a tener que conseguir que estuvieras sola primero. Como no había barcos de vela a mano, tuve que conformarme con el avión. En un avión tú no te podrías escapar, a menos que lo hagas en paracaídas. No tendrás un paracaídas en el bolso, ¿verdad?

– No quiero hablar contigo.

– Lo siento por ti. Tenemos un vuelo de cuatro horas por delante y estoy dispuesto a aclarar todo este asunto. Estaba esperando que vinieras a verme de nuevo, pero…

– Te llamé a tu despacho pero no estabas allí.

– Nunca me dieron el mensaje -respondió Dev, con sorpresa.

– Porque no dejé ninguno.

– Bueno, entonces, ya te darás cuenta de por qué he tenido que recurrir a…

– ¿Al secuestro?

– Eso no es cierto. Tú tienes tu billete y nadie te obligó a subir a bordo.

– Yo pensé que me iba de vacaciones con Susie.

– Y te vas de vacaciones, pero conmigo.

– ¡Yo no puedo irme de vacaciones contigo!

– ¿Por qué no? Pasamos una semana maravillosa en los Cayos. Somos buenos compañeros de viaje. Te gusta viajar conmigo, ¿verdad?

– Tú eres exactamente el tipo de hombre con el que una mujer se moriría por pasar unas vacaciones -dijo ella, con tono de sorna. -Eres arrogante, egoísta…

– Ahí está la Carrie que conocí y amé -replicó él, con una sonrisa. -Sabía que la encontraría si apretaba un poco.

Carrie sintió que se le encogía el corazón. ¿La Carrie que conoció y que amó? Durante la semana anterior había soñado mil veces que él le decía aquellas palabras y que admitía lo que sentía por ella.

– Se me ha olvidado decir que «manipulador» es otro adjetivo que te va muy bien -replicó ella, retirando la mano cuando él intentaba tomársela. Sin embargo, su enfado iba desapareciendo poco a poco.

– Carrie, ¿de qué tienes miedo? Te he dejado mis sentimientos muy claros pero yo no sé lo que sientes tú. Dímelo para que podamos aclarar todo esto.

Ella se giró y se puso a mirar por la ventana, viendo cómo el avión empezaba a dirigirse a la pista. ¿Qué iba a decir ella? No sabía lo que la asustaba o por qué se sentía tan reacia. Intentar poner palabras a lo que sentía solo la habría confundido aún más. Sin embargo, tenía que intentarlo. Tal vez aquella sería su última oportunidad.

– Me temo que no sé lo que estoy haciendo -murmuró ella. -No he estado enamorada antes y me temo que me equivocaría y entonces tú ya no me querrías.

– Eso no va a ocurrir.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro? Tú no me conoces, Dev. Toda mi vida he tenido miedo al rechazo. Con cualquier comentario tuyo empezaré a dudar de mí misma, de tu amor. No sé si puedo ser la clase de mujer que tú quieres.

– Creo que eso es algo que tengo que decidir yo, ¿no te parece?

– ¡No me conoces, Dev! ¿Cómo puedes estar enamorado de alguien que no conoces?

– Sé que Carrie Reynolds no son dos personas diferentes. Durante nuestras vacaciones en los Cayos fue la primera vez que conseguiste ser tú misma. Dejaste atrás tu pasado y tus responsabilidades y preocupaciones y dejaste que saliera alguien muy especial. Esa eres tú, Carrie. Y también lo es la mujer que apareció en mi puerta la otra noche. Y la mujer con la cara quemada por el sol y la mujer con la que hice el amor. Son todas tú y las amo a todas.

– ¿Cómo puedes estar seguro?

– Simplemente lo sé -dijo él sonriendo. Entonces, le tomó la mano a Carrie y se la puso encima de su corazón. -Me lo dice este.

Carrie comprendió que aquellas palabras eran completamente sinceras y se tocó también el suyo. Le latía a toda velocidad.

– ¿De dónde has sacado la idea de que no podrás ser feliz? ¿Te has pasado tanto tiempo cuidando de otras personas que te crees que no te mereces un poco de felicidad? Tal vez nadie se ha parado a decirte que te mereces lo mejor. Yo te lo digo ahora. Te mereces toda la felicidad que el mundo pueda ofrecer.

El avión empezó a acelerar. Carrie cenó los ojos y se aferró a los reposabrazos. Todo se escapaba a su control. Ya no podía detener el amor que sentía por Dev igual que no podía parar el avión que se lanzaba al horizonte a toda velocidad.

Ella tragó saliva y los oídos se le taponaron. Cuanto más subían, más aumentaban los rugidos del motor en su cabeza. Entonces, Dev entrelazó silenciosamente los dedos con los de ella y le besó la muñeca. De repente, todo el miedo desapareció: el miedo a volar, al rechazo… En un segundo, se sintió completamente a salvo. Con un simple beso.

Si un beso podría darle tanta felicidad, ¿qué sería pasarse una vida entera con Dev? ¡Se merecía ser feliz! Ser amada. Dev le ofrecía una vida real, llena de pasión y alegría. Ella había estado demasiado asustada como para tomar lo que se le ofrecía.

Carrie suspiró profundamente y abrió los ojos. Todas las cosas buenas se conseguían arriesgándose. Si se pasaba la vida protegiéndose, jamás podría amar a nadie. Y ella amaba a Dev Riley desesperadamente.

Entonces, sonó la señal que indicaba que se podían quitar los cinturones de seguridad. Al mirar a Dev, vio que él la estaba mirando. Todo lo que él sentía por ella se reflejaba en aquellos hermosos ojos verdes y aquella cálida sonrisa.

– Ven conmigo -dijo ella.

– ¿Dónde vamos? Estamos en un avión.

– Necesitamos algo de intimidad -dijo ella, levantándose.

Ella lo llevo hasta el cuarto de baño y se sintió muy aliviada al comprobar que no estaba ocupado. Carrie abrió la puerta y entró para luego tirar de Dev. La puerta se cerró tras ellos.

Los cuartos de baño de los aviones eran demasiado pequeños incluso para una persona, por lo que los dos se encontraron apretados el uno contra el otro.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Dev, tomándola por la cintura. -¿Qué querías decirme?

– Es lo que quiero que tú me digas. Dime lo que sientes.

Él se inclinó sobre ella y apoyó la frente sobre la de Carrie, mirándola a los ojos.

– Te amo, Carrie Reynolds. No sé cuándo me enamoré de ti pero sé que estos sentimientos no van a desaparecer, al menos no en esta vida -dijo él, besándole ligeramente los labios. -No me importa el tiempo que tenga que esperar. Te esperaré toda la eternidad si tengo que hacerlo, pero quiero que sepas que nunca te haré daño y si tú…

– Y yo también te amo a ti. Pensé que te amaba incluso antes de conocerte, pero ahora me doy cuentea de que eso no era amor. Esto es amor, lo que siento en estos momentos. Esto es de verdad.

– ¿De verdad me amas?

– Sí. No sé por qué me ha costado tanto decirlo. Estaba tan asustada, tan confundida… Cuando Susie me envió a aquellas vacaciones, me prometió que volvería convertida en una nueva persona. Cuando ocurrió, no supe lo que hacer. No sabía cómo tratar a la nueva Carrie Reynolds ni tampoco lo que sentía por ti.

– ¿Ahora sí lo sabes?

– Sí. Te quiero en mi cama -dijo ella, rodeándole el cuello con los brazos para besarlo. -Y no solo por una semana sino para el resto de nuestras vidas. Quiero despertarme contigo cada mañana y dormirme contigo todas las noches.

– Piénsatelo -respondió él, estrechándola contra él aún más fuerte y sonriendo. -Todo eso es porque acabaste en una cama que no te pertenecía.

– ¡Fuiste tú el que acabaste en la cama equivocada! La cama era mía -bromeó ella.

– Bueno, de ahora en adelante, quiero que te metas en la cama en la que debas. Es decir, en la mía.

– La nuestra -corrigió ella.

– Nuestra cama -accedió él.

Dev la besó de nuevo y ella se rindió completamente. Siempre había querido tener una aventura exótica en su vida. Lugares maravillosos, gente llena de glamour. Siempre había querido ser más interesante, más sofisticada… la clase de mujer que Dev hubiera podido desear.

No había sido hasta aquel momento, en aquel cuarto de baño en el cielo, cuando Carrie se dio cuenta de que las aventuras no se encontraban solo en lugares extraños y en hoteles de lujo. La aventura también se podía encontrar en el corazón de cada ser humano. Y en su caso, en el amor que sentía por Dev.

Carrie miró a Dev a los ojos, llenos del amor que sentía por ella. Carrie echó la cabeza atrás y rompió a reír. Se había dado cuenta de que la mayor aventura de su vida estaba a punto de comenzar.

Kate Hoffmann

Kate Hoffman empezó a leer historias románticas en 1979 cuando encontró una copia de Cenizas al Viento de Kathleen Woodiwiss. Leyó el libro entero en una sola noche y se quedó enganchada al género. Casi 10 años después, mientras trabajaba en publicidad, Kate decidió intentar escribir su propia novela. Después de una sucesión de interesantes empleos en la enseñanza, el comercio, la publicidad y otros trabajos no remunerados, quiso añadir a la lista el de escritora de novelas románticas.

Tras algunos intentos fallidos, terminó su primera historia, A Vagabond Herat, que ganó el concurso nacional Harlequin Temptation de 1992. Desde entonces, Kate ha escrito numerosas novelas para Harlequin.

Kate vive en una acogedora casita de un pintoresco pueblo del sudeste de Wisconsin. Le gusta la jardinería, el golf, la lectura y las películas románticas.

***