Kate Carlisle
¿Quién seduce a quién?
¿Quién seduce a quién? (2012)
Título Original: How to Seduce a Billionaire (2011)
Serie: 3º Los hermanos Duke
Capítulo 1
Nota a mí mismo: «Prohibir vacaciones a empleados», farfulló Brandon Duke al comprobar que la taza de café estaba vacía. Otro recordatorio de que su valiosa ayudante, Kelly Meredith, seguía de vacaciones. Llevaba fuera dos semanas; desde su punto de vista, eso eran catorce días de más.
No era que Brandon no fuera capaz servirse un café, pero Kelly siempre se adelantaba, apareciendo para rellenarle la taza con café caliente en el momento justo. Era una maravilla en todos los sentidos: los clientes la adoraban, las hojas de cálculo no le daban ningún miedo, y tenía un don para reconocer el mal o buen carácter de las personas con solo mirarlas. Esa cualidad valía su peso en oro, y Brandon la había aprovechado pidiendo a Kelly que lo acompañara a reuniones de negocios por todo el país.
Brandon también tenía buen instinto a la hora de evaluar a un posible socio de negocios, o la motivación de un competidor, pero Kelly era un gran apoyo. Hasta sus hermanos habían adquirido el hábito de pedirle que colaborara en la contratación de empleados y en la solución de problemas de otros departamentos. Todo funcionaba mejor gracias a ella.
Aprovechando la tranquilidad de la oficina a esa hora tan temprana, Brandon empezó a escribir notas para la conferencia telefónica que tendría con sus hermanos más tarde. El Mansion Silverado Trail, en Napa Valley, nuevo centro vacacional de los Duke y joya de la corona de su imperio hotelero, estaba a punto de inaugurarse; había llegado el momento de centrar sus energías en nuevas propiedades y nuevos retos.
Revisó la lista de opciones para pujar por la absorción de una pequeña cadena de hoteles de lujo en la pintoresca costa de Oregon, después consultó su agenda. Cada hora del día estaba ocupada con citas, conferencias telefónicas y entregas, gran parte de ellas relacionadas con la gran inauguración. Por suerte, Kelly volvía ese día. Su sustituta había sido competente, pero Kelly era la única capaz de manejar la miríada de tensiones y conflictos que implicaban los eventos venideros.
La esposa de su hermano estaba a punto de tener un bebé. Iba a ser el primer nieto. Eso sí que iba a ser una celebración por todo lo alto. Brandon tenía que comprarle algo y no tenía la menor idea de qué; confiaba en que Kelly sabría elegir el regalo perfecto, y hasta lo envolvería.
Brandon oyó ruido de papeles y de cajones al otro lado de la puerta entreabierta.
– Buenos días, Brandon -saludó una voz alegre.
– Ya era hora de que volvieras, Kelly -replicó él con alivio-. Ven a verme en cuanto puedas.
– Vale. Pero antes prepararé café.
Brandon consultó el reloj. Había llegado quince minutos antes de su hora, otra muestra de que era la empleada ideal.
– Me gusta estar de vuelta -murmuró Kelly, encendiendo el ordenador. Era difícil de creer, pero había echado de menos a Brandon Duke. El sonido de su voz grave le provocaba un escalofrío que atribuía a la pasión que sentía por su trabajo.
Dejó el bolso en un cajón del escritorio y fue a preparar café. Al llenar la jarra de agua se dio cuenta de que le temblaba la mano y se obligó a relajarse. No había razón para sentirse nerviosa.
Aunque había hecho algunos cambios durante las vacaciones, nadie los notaría. Se fijaban en su buen sentido de los negocios y en su actitud positiva. No se darían cuenta de que, en vez de uno de sus habituales trajes pantalón, llevaba puesto un precioso vestido de punto color gris oscuro que acariciaba sus curvas con sutileza. Ni de que había cambiado las sosas gafas de los últimos cinco años por lentillas.
– Kelly -llamó Brandon desde su oficina-. Trae la carpeta de Dream Coast cuando vengas, ¿vale?
– Ahora mismo voy.
La familiar voz de Brandon Duke hizo sonreír a Kelly. Con una altura de un metro noventa y tres, tendría que haberla intimidado desde el primer día. Además, sabía que bajo los trajes de diseño había músculos duros como rocas. Habían coincidido en el gimnasio del hotel más de una vez, y lo había visto en pantalones cortos y camiseta. Ver a un exjugador profesional de fútbol americano levantando pesas era un espectáculo que la dejaba sin aliento, pero ella lo achacaba a haberse excedido en la cinta de ejercicios.
Soltó una risita al pensar en algunas de sus amigas, que habrían asesinado por ver al guapo Brandon Duke en pantalones cortos. Por suerte, Kelly nunca se había sentido tentada por su jefe.
Era un hombre espectacular, sí, pero para Kelly era mucho más importante su puesto de trabajo que una aventura breve e insignificante con un deportista famoso. Y una aventura con Brandon Duke solo podía ser así. Había visto a las mujeres que hacían fila para salir con él, y cómo eran desechadas a las dos semanas como mucho.
– ¿Qué diablos te pasa? -susurró para sí. Nunca había pensado en su jefe en esos términos, y no tenía intención de empezar a hacerlo. Sacudió la cabeza, disgustada consigo misma.
Mientras se llenaba la cafetera, Kelly miró por la ventana, sintiéndose orgullosa y afortunada por estar allí. ¿A quién no le gustaría trabajar en lo alto de una colina, en el corazón del valle Napa, con vistas a viñedos que se perdían en el horizonte?
Brandon y su equipo ejecutivo llevaban cuatro meses trabajando in situ en el Mansion Silverado Trail. Seguirían allí alrededor de un mes más, hasta que el complejo estuviera abierto al público y concluyera la vendimia. Después regresarían a la sede central de Duke, en Dunsmuir Bay.
Para entonces, Kelly habría completado su plan y su vida volvería a la normalidad. Entretanto, tendría que acordarse de respirar y relajarse.
– ¿Oyes, Kelly? Relájate -murmuró, alisando el vestido con las manos. Después, llenó dos tazas de café-. Respira.
Dejó un café en su escritorio, recogió el correo y abrió la puerta del despacho de su jefe.
– Buenos días, Brandon -saludó, dejando el correo sobre su mesa.
– Buenos días, Kelly -dijo él, mientras escribía en una libreta-. Me alegro de tenerte de vuelta.
– Gracias, yo también de estar aquí -dejó la taza sobre el papel secante-. Café.
– Gracias -dijo él, absorto en lo que escribía. Un momento después, llevó la mano a la taza y alzó la vista. Sus ojos se agrandaron-. ¿Kelly?
– ¿Sí? -ella lo miró y parpadeó-. Ah, disculpa. Querías la carpeta de Dream Coast. La traeré.
– ¿Kelly? -su voz sonó tensa.
– ¿Sí, Brandon?
Él la miraba con… ¿incredulidad? ¿Horror? No era buena señal. Cuánto más la miraba, más nerviosa se ponía.
– Eh, vamos -dijo-. No tengo un aspecto tan horrible como para hacerte enmudecer -toqueteó el cuello del vestido, sonrojándose.
– Pero, ¿qué has hecho con…? -su voz se apagó, pero siguió mirando su rostro.
– Ah, ¿lo dices por las lentillas? Sí. Era hora de un cambio. Voy a por la carpeta.
– Kelly -sonó exigente.
Ella se dio la vuelta y vio que él la miraba el pelo. Suspiró y se apartó un mechón de la mejilla.
– Me lo han aclarado y le han dado forma. Nada importante -salió corriendo a por la carpeta.
A juzgar por la reacción de Brandon, la gente iba a mirarla como si fuera una alienígena. Así no iba a ser fácil relajarse, respirar y ejecutar su plan.
Buscaba en el archivador cuando oyó el sonido de las ruedas de la silla de Brandon. Segundos después él estaba en el umbral. Seguía mirándola.
– ¿Kelly? -repitió.
– ¿Por qué no haces más que repetir mi nombre? -Kelly alzó la cabeza.
– Para comprobar que eres tú.
– Soy yo, así que vale ya -le dijo-. Ah, aquí está la carpeta, por fin.
– ¿Qué has hecho?
– Eso ya lo has preguntado.
– Y sigo esperando una respuesta.
Ella dejó caer los hombros un segundo, pero luego se enderezó. No tenía por qué avergonzarse, y menos ante Brandon, que siempre había elogiado su capacidad de trabajo y de resolución de problemas.
– Me he hecho un pequeño cambio de imagen.
– ¿Pequeño?
– Sí. He perdido unos kilos, me he cortado el pelo y me he puesto lentillas. Nada importante.
– Pues yo diría que sí. Ni siquiera pareces tú.
– Claro que parezco yo -Kelly no iba a mencionar la semana pasada en un lujoso establecimiento termal ni las clases privadas de etiqueta y dicción.
– Pero llevas puesto un vestido -acusó él.
Kelly se miró y luego alzó la vista.
– Sí, cierto. ¿Eso es un problema?
– No. Dios, no -incómodo, dio un paso hacia atrás-. No es problema. Te queda genial. Es solo que… tú no llevas vestidos.
– Ahora sí -a Kelly la sorprendió que lo hubiera notado. Esbozó una sonrisa resuelta.
– Supongo -dubitativo, escrutó su rostro-. Bien, como dije antes, tienes un aspecto genial.
– Gracias. Me siento genial.
– Sí. Eso es genial -asintió con la cabeza, apretó los dientes y soltó el aire con fuerza.
Kelly se preguntó por qué seguía frunciendo el ceño si todo era tan genial.
– ¡Ah! -dijo, sintiéndose ridícula. Le ofreció la carpeta-. Aquí está el informe de Dream Coast. Sus manos se rozaron un instante y ella sintió que un extraño cosquilleo le recorría el brazo.
– Gracias -el ceño de Brandon se acentuó.
– De nada.
– Es genial que estés de vuelta -dijo Brandon.
– Gracias -Kelly se planteó hacer un recuento de geniales-. Tendré las cifras de ventas mensuales calculadas en veinte minutos.
Él cerró la puerta y ella se hundió en su silla. Levantó la taza de café y tomó un largo trago.
* * *
Brandon dejó la carpeta de Dream Coast en el escritorio y siguió andando hasta una de las paredes, acristalada de suelo a techo. Su equipo y él ocupaban la suite del propietario, en la última planta del Mansion Silverado Trail, y nunca se cansaba de las vistas. Cuando contemplaba las suaves colinas de viñedos chardonnay se enorgullecía del éxito familiar.
Había captado un leve aroma a flores y especias en el aire. No estaba acostumbrado a que su ayudante llevara perfume, o no lo había notado antes, pero el olor lo llevó a imaginar una fresca habitación de hotel y una rubia ardiente. Desnuda. Entre las sábanas. Debajo de él.
Kelly. Aún la olía. Maldijo para sí.
Había hecho el tonto mirándola boquiabierto, como si ella fuera un filete jugoso y él un perrito muerto de hambre. Se había quedado mudo. Y luego se había repetido como un loro. Pero la culpa era de ella. Había conseguido desconcertarlo del todo, y eso nunca le ocurría a Brandon Duke.
Movió la cabeza. Kelly no había necesitado ningún cambio de imagen. Estaba bien como era: profesional, inteligente, discreta. Nunca suponía una distracción.
A Brandon no le gustaban las distracciones en su lugar de trabajo. En la oficina solo se dedicaba a los negocios. Tras diez años siendo una estrella de la liga de fútbol, sabía que las distracciones arruinaban el juego. Desviar la vista de la pelota un segundo podía suponer acabar enterrado bajo un montón de hombretones enormes y rudos.
Brandon apoyó una mano en el cristal. ¿Quién sabía que su eficiente ayudante ocultaba curvas impresionantes y unas piernas de primera bajo los habituales trajes pantalón? ¿Y que sus ojos eran tan grandes y azules que un hombre podría perderse en ellos?
Más inquietante aún era su nuevo pintalabios. Tenía que ser nuevo, o él se habría fijado antes en los labios carnosos y en esa boca tan sexy. Casi había derramado el café al contemplarlos.
Y el vestido se pegaba a cada curva de su lujurioso cuerpo. Curvas cuya existencia había desconocido. Aunque la veía en el gimnasio del hotel a menudo, siempre llevaba pantalones de chándal y camisetas enormes. Imposible adivinar que escondía un cuerpo como ese bajo las prendas sudadas. Había estado engañándolo a propósito.
– No seas ridículo -se reconvino. Pero lo cierto era que su discreta y trabajadora ayudante era un monumento. Y eso le parecía una traición.
Unos minutos antes, cuando sus manos se habían rozado, había sentido una especie de corriente eléctrica. El recuerdo de la sensación de piel contra piel hizo que se excitara.
– El cambio es bueno -rezongó con sarcasmo, volviendo a su escritorio. No. El cambio no era bueno. Estaba acostumbrado a que Kelly llevara el cabello de color anodino recogido en una coleta o en un moño. Y se había convertido en una cascada de color miel que caía por sus hombros y espalda. Cualquier hombre desearía hundir las manos en ese pelo mientras se daba un festejo con sus lujuriosos labios. Su excitación se disparó.
Intentó controlarla abriendo la carpeta y buscando el documento que necesitaba. Sin éxito.
– Esto es inaceptable -farfulló, molesto.
Se negaba a perder la sensación de decoro y orden que siempre había imperado en la oficina. El trabajo era demasiado exigente, y Kelly una parte demasiado importante del equipo para permitir que se convirtiera en una distracción. O, más bien, en una atracción.
Mejor poner fin al asunto de inmediato. Pulsó el botón intercomunicador.
– Kelly, por favor, ven aquí.
– Ahora mismo -contestó ella. Siete segundos después entraba al despacho con una libreta.
– Siéntate -dijo él, poniéndose en pie y paseando, para evitar mirarle las piernas. No se fiaba de sí mismo-. Tenemos que hablar.
– ¿Qué ocurre? -preguntó ella, alarmada.
– Siempre hemos sido sinceros el uno con el otro, ¿no es cierto?
– Sí -admitió ella.
– Confío en ti plenamente, como bien sabes.
– Lo sé. Y yo siento lo mismo, Brandon.
– Bien -dijo él, sin saber cómo seguir-. Bien.
Nunca antes se había quedado sin palabras. La miró y tuvo que desviar la mirada. ¿Cuándo se había vuelto tan bella? Conocía a las mujeres, amaba a las mujeres. Y ellas lo amaban a él. ¿Cómo no había sabido que Kelly era tan atractiva? ¿Estaba ciego?
– Brandon, ¿estás descontento con mi trabajo?
– ¿Qué? No.
– ¿Ha trabajado bien Jane en mi ausencia?
– Sí, lo ha hecho bien. Ese no es el problema.
– Bien, porque odiaría tener…
– Mira, Kelly -interrumpió él, cansado de jugar al gato y al ratón-. ¿Te ha pasado algo mientras estaba de vacaciones?
– No -se sorprendió ella-, ¿por qué piensas…?
– Entonces, ¿a qué viene este cambio? -le espetó él-. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué crees que tienes que engalanarte para…?
– ¿Engalanarme?
– Bueno, sí. Ya sabes, maquillarte y… diablos.
– ¿Está mal que intente mejorar mi aspecto?
– No he dicho eso.
– ¿Me he pasado? La mujer del mostrador de maquillaje me enseñó cómo ponérmelo, pero soy nueva en esto. Aún estoy practicando -alzó el rostro y sus labios brillaron al captar la luz-. Dime la verdad. ¿El maquillaje es exagerado?
– Cielos, no, está bien -pensó que estaba demasiado bien, pero no lo dijo.
– Ahora estás siendo amable, pero no te creo. Tú forma de mirarme esta mañana cuando entré…
– ¿Qué? No -«Ay, señor», pensó. Ella parecía a punto de llorar. Nunca había llorado antes.
– Pensé que podría hacerlo. Otras mujeres lo hacen, ¿por qué yo no? -se puso en pie y paseó por la habitación-. Creí que había sido sutil. ¿Parezco una tonta?
– No, en…
– Puedes ser sincero.
– Estoy siendo…
– La idea fue una locura desde el principio -masculló ella, apoyando la espalda en la pared-. Puedo hacer operaciones matemáticas complicadas de cabeza, pero no sé nada de seducción.
¿Seducción?
– Esto es muy embarazoso -gimió ella.
– No, no -dijo él, esperando que se le ocurriera algo profundo que decir. No se le ocurrió.
– ¿Qué voy a hacer ahora? Solo me queda una semana para…, ay -se tapó los ojos un momento y luego miró hacia el techo. Después, cruzó los brazos sobre el pecho y golpeó el suelo con la puntera de sus relucientes zapatos de tacón-. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
– No digas eso -se acercó y le puso las manos sobre los hombros-. Eres una de las personas más listas que conozco.
– Puede que en los negocios, pero no en el romance -lo miró con un mohín en los labios.
Sin duda ella tenía seducción y romance en mente. ¿Por qué? En los años que conocía a Kelly, Brandon nunca la había oído mencionar intereses románticos. Pero, de repente, cambiaba de aspecto para atraer a un tipo. ¿A quién pensaba seducir? ¿Lo conocía él? ¿Era lo bastante bueno para ella? Brandon formuló cuidadosamente su pregunta.
– ¿A quién intentas seducir?
– A Roger. Mi antiguo novio -arrugó la frente y se examinó las uñas-. Tendría que haber sabido que no funcionaría.
Brandon se preguntó quién diablos era Roger. La parte de él que debería haber sentido alivio al oír que él no era su objetivo, sintió una sorprendente desilusión. Aunque nunca permitiría que hubiera nada entre ellos, le irritaba el asunto.
– ¿Quién es Roger? -preguntó en voz alta.
– Acabo de decirte que es mi exnovio. Roger Hempstead -volvió a su silla-. Rompimos hace unos años y no he vuelto a verlo.
– ¿Hace cuánto rompisteis?
– Hace casi cinco años.
– Ese es más o menos el tiempo que llevas aquí trabajando -dijo él, tras un rápido cálculo.
– Sí -apoyó un codo en el brazo de la silla y lo miró con coraje-. Después de la ruptura, no podía soportar vivir en la misma pequeña ciudad, con gente pendiente de mis palabras y movimientos. Decidí trasladarme lo más lejos posible, así que busqué trabajo en California y encontré este.
– Me alegro. Pero sería una ruptura terrible.
– No fue agradable, pero lo he superado.
– ¿Seguro?
– Sí -asintió con firmeza-. Pero el mes pasado me enteré de que la empresa de Roger ha reservado el Mansión para su reunión anual. Estará aquí la semana que viene -inspiró profundamente y exhaló-. Y quería sorprenderlo.
– Ah, entiendo -apoyó la cadera en el escritorio-. Si te sirve de consuelo, puedo garantizarte que se quedará sin aliento.
– Lo dices por amabilidad -lo miró, escéptica.
– No soy tan amable. Créeme.
– Gracias -apretó los labios-. Pero no sé lo que hago. Se me dan bien el mundo de los negocios, pero el del romance me supera.
– Dime en qué puedo ayudarte.
– ¿En serio? -Kelly lo miró con interés.
– Claro -Brandon estaba dispuesto a casi todo para que las aguas volvieran a su cauce. Si Kelly se sentía segura, haría su trabajo y dejaría de preocuparse por ese payaso de Roger. Y cuando Roger se fuera, volvería a ser la Kelly con la que se sentía cómodo. Su universo volvería al orden.
– Sería fantástico -dijo ella con entusiasmo-. El consejo de alguien como tú me vendrían muy bien.
– ¿Alguien como yo?
– Es que os parecéis mucho. Tú y Roger, quiero decir. Sería una ayuda conocer tu perspectiva.
– ¿Qué quieres decir con que nos parecemos?
– Los dos sois fuertes y guapos, arrogantes y despiadados y, ya sabes, machos alfa típicos.
Era una descripción certera. Le gustaba lo de fuerte y guapo.
– No me extraña que Roger pensara que yo no era bastante para él -añadió Kelly.
– ¿Por qué dices eso?
– Él me lo dijo cuando rompió conmigo.
– ¿Bromeas?
– No -dijo ella-. Pero ya me viste antes de mi cambio de aspecto, Brandon. Sencilla, natural, sosa.
Él sintió un pinchazo de culpabilidad al comprender que había pensado eso mismo de ella. Pero le había parecido algo bueno. Se alegró de no haberlo dicho nunca en voz alta.
– Te hizo daño -apuntó él, estudiando su rostro.
– No, no. Me dijo la verdad y tendría que estarle agradecida por eso.
– ¿Agradecida? ¿Por qué?
– Porque me ayudó a ver las cosas con más claridad -Kelly apretó los labios.
– ¿Qué clase de cosas? -preguntó Brandon.
– Mis carencias. Por eso he decidido recuperarlo -dijo Kelly con una sonrisa resplandeciente.
– ¿Recuperarlo? -Brandon no entendía el porqué. Ni siquiera conocía a Roger y ya lo odiaba.
– Sí. Y eso explica el cambio de imagen -dijo. Después, consultó el reloj-. Dime, ¿quieres que pida el almuerzo al catering?
– Sí, muy bien. Tomaré el sándwich de ternera.
– Vale. Lo pediré.
– Kelly, si necesitas ayuda o consejo, pídemelo.
– ¿Lo dices en serio? ¿Seguro?
– No me habría ofrecido si no fuera así.
– Bueno, hay una cosita en la que podrías ayudarme, si no te importa -dijo ella, tras un breve debate interno-. Vuelvo enseguida.
Regresó veinte segundos después con una bolsa de una conocida y cara tienda de lencería. Tomó aire, sacó dos diminutas prendas transparentes y se las mostró, agitándolas ante sus ojos.
– ¿Qué prefieres? ¿Tanga negro o bragas rojas?
Capítulo 2
Él se atragantó con el café.
Kelly corrió a su lado y le palmeó la espalda.
– ¿Estás bien?
– Sí -consiguió decir él-. Estoy bien.
Estaría aún mejor cuando ella se apartara y dejara de clavarle los senos en el brazo. Era humano, su resistencia tenía un límite.
Aunque había sido atacado por algunos de los defensas más grandes de la historia del fútbol americano, ninguno había conseguido que se sintiera como en ese momento.
No le había bastado con cambiar las reglas del juego con su nuevo aspecto, encima le enseñaba sus braguitas. ¿No sabía que esos trocitos de seda quedarían impresos para siempre en su frágil psique masculina? Lo había condenado a pasar el milenio siguiente imaginándosela con ese tanga negro. No podía ser tan ingenua.
– No pretendía asustarte -dijo ella-. Pero te ofreciste a ayudarme.
– No me has asustado -dijo él, con voz ronca-. El café se fue por mal sitio. Dame… un minuto.
Ella volvió a su lado y guardó las prendas de seda y encaje en la bolsa.
– Irán muy bien -dijo él, con voz queda.
– ¿En serio? -sus ojos brillaron esperanzados.
– Créeme -asintió él-. Cualquier hombre normal agradecería verte con ellas.
– ¿De verdad? -sonrió-. Gracias, Brandon. Eh, perdona por habértelas enseñado así, sin avisar.
– No es problema.
– Para que esto funcione, necesito saber qué les parece sexy a los hombres -arrugó la frente-. Roger nunca pensó que yo lo fuera.
– ¿Roger tiene alguna discapacidad cognoscitiva o algo así? -preguntó Brandon.
Kelly se echó a reír.
– Gracias. Iré a pedir la comida.
– Buena idea -dijo él-. Y, ¿Kelly?
– ¿Sí? -preguntó ella desde la puerta.
– Mejor el tanga negro.
* * *
Horas después, Brandon colgó el teléfono tras mantener una videoconferencia de dos horas con sus hermanos y el abogado.
– Ese tipo nunca calla -dijo, moviendo la cabeza al pensar en la verborrea del abogado.
– He llegado a pensar que le pagas por palabra -Kelly flexionó los dedos. Había estado tomando notas durante la reunión, así que se levantó y estiró los brazos. El movimiento hizo que el tejido de punto se tensara sobre sus senos redondos y perfectos. Brandon tuvo que desviar la mirada para controlar un nuevo principio de erección.
– Voy a por café -dijo ella-. ¿Quieres uno?
– No, gracias. ¿Tendrás tiempo de redactar tus notas y el análisis esta tarde?
– Desde luego. Empezaré ahora mismo.
– Te lo agradezco.
Salió y cerró la puerta. Brandon apretó los dientes. Necesitaba que Kelly reconsiderara su vestuario. Hasta sus tobillos le causaban palpitaciones. Los zapatos de tacón que llevaba hacían cosas increíbles con cada centímetro de sus piernas.
Una hora después, cuando el resto del equipo se había ido a casa, salió a buscar un informe a la zona que ocupaba Kelly. Ella fruncía los labios y hacía mohines mirándose en el espejo de su polvera. Al verlo, parpadeó, cerró la cajita y la echó al cajón.
– Sé que me arrepentiré de preguntarlo pero ¿qué estabas haciendo? -preguntó él.
– Nada. ¿Qué necesitas? ¿Un informe? ¿Cuál? -se levantó y abrió el primer cajón del archivador.
– Me estás picando la curiosidad, así que será mejor que me lo digas -insistió él.
– Vale -Kelly apretó los dientes con rabia-. Roger se quejaba de mi forma de besar, así que estaba practicando en el espejo. Ya. ¿Contento?
– Roger es un auténtico idiota -movió la cabeza-. ¿Por qué te importa lo que piensa?
– Ya te lo dije, quiero recuperarlo.
– Eso es lo incomprensible -fue al archivador y empezó a pasar las carpetas-. ¿Dónde está el nuevo informe de Montclair Pavilion?
– Lo tengo aquí -le dio una fina carpeta. Parecía tan abatida, que Brandon sintió lástima de ella.
– Mira, seguro que besas como una diosa -le dijo-. Así que olvídate de lo que piensa Roger.
– Desearía poder practicar con algo más que un espejo -rezongó ella.
– Ya -asintió él, hojeando la carpeta-. Suele funcionar mejor si te devuelven el beso.
– Supongo que no estarías dispuesto a ayudarme con eso -le lanzó una mirada esperanzada.
– Por favor, Kelly, seriedad -hizo una mueca.
– ¿Qué quieres decir? -Ella lo comprendió de repente-. ¡Oh! ¡No, no! No pretendía que tú me besaras… De ningún modo querría que tú… Bueno, lo diga como lo diga, no va a sonar bien.
– Pues dilo, sin más.
– Vale. No me refería a que me besaras tú -se sentó al borde del escritorio-. El caso es que tengo una lista de posibles…, eh, participantes. Pensaba que podías revisarla conmigo y hacer sugerencias.
– ¿Tienes una lista? -no tendría que sorprenderse tanto. Kelly hacía listas para todo-. A ver si lo he entendido. Has hecho una lista de hombres a los que te planteas pedir ayuda con… ¿la asignatura de besar?
– Eso es -ella pasó una página y la estudió.
– ¿Y yo no estoy en la lista? -inquirió.
– ¿Qué? No, para nada -movió la cabeza y alzó la mano-. Por supuesto que no. Eres mi jefe.
– Bien. Mejor que eso esté claro.
Brandon tendría que sentir alivio, sin embargo, su irritación se disparaba. Por lo visto, servía para juzgar sus malditas bragas, pero no para besarla.
Se reconvino por pensar cosas ridículas; la situación se le estaba yendo de las manos. Soltó el aire lentamente, desechó su reacción personal e intentó centrarse en la extraña misión de Kelly.
– ¿Quién está en la lista? -preguntó, casi temiendo oír la respuesta.
– ¿Qué opinas de Jean Pierre? -ella lo miró.
– ¿El chef del hotel? -se extrañó, incrédulo.
– Es francés -explicó-. Inventaron el beso, ¿no?
– Ni lo sueñes. Jean Pierre no. Sería el principio de un incidente internacional. De ninguna manera.
– Vale, vale -tachó el nombre de Jean Pierre de la lista-. ¿Qué tal Jeremy?
– ¿El tipo que corta el césped?
– Es paisajista de jardines -corrigió ella-. Casi un artista. Podría saber mucho del arte del amor.
– Es gay.
– ¿En serio? ¿Por qué no sé yo esas cosas? -resopló con frustración y tachó el nombre de Jeremy-. ¿Nicholas, el fabricante de vino? Es alemán…
– Déjame ver la lista -le quitó la libreta y miró los nombres-. ¿Paulo, el chico de las cabañas?
– Es mono -alegó ella, algo desesperada.
– Olvídalo. ¿Quién es Rocco?
– Uno de los conductores de limusina.
– ¿Cuál?
– El tipo grande que tiene…
– Da igual -negó con la cabeza-. No.
– Pero…
– No -le devolvió la lista-. Tírala. No quiero que vayas por ahí besando al personal, diablos.
– Bien -mirándolo con furia, arrancó la hoja, la arrugó y la tiró a la papelera-. Supongo que tienes razón. Podría dar una impresión equivocada.
– ¿Podría? -comentó él, con tono sarcástico.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho, lo que, maldita fuera, daba más realce a sus senos.
– ¿A quién puedo pedir ayuda? -apoyó la cadera en el escritorio-. Tengo una semana antes de que llegue Roger. Podría practicar bastante. ¿Tienes algún amigo?
– No.
– Lástima -frunció los labios, pensativa-. Tal vez haya alguien en la ciudad que…
– No es buena idea -interrumpió él, con un tono que ponía fin a la discusión. «No es buena idea» se quedaba muy corto. Era una de las peores ideas que había oído en su vida. No la quería besando a los empleados ni a los confiados residentes de Napa Valley. Sería el colmo que a los lugareños le diera por hablar de la loca de los besos de Mansion Silverado Trail.
Sin embargo, la tensión de la mandíbula de Kelly indicaba su empeño en poner su plan en práctica. Y si lo hacía a sus espaldas con, por ejemplo, un encargado de la piscina…
Brandon contempló los brillantes labios fruncidos y supo que el único hombre que podía ayudarla a mejorar su técnica al besar era él. Sobre todo porque, de repente, no soportaba la idea de que besara a otros.
– Vale -dijo con brusquedad-. Yo te ayudaré.
– Pero tú no estás en la lista.
– No importa. Voy a ayudarte porque no quiero que andes por ahí asustando a los empleados.
Ella se apartó del escritorio, se puso las manos en las caderas y lo miró con la cabeza ladeada.
– Sé que lo has dicho sin mala intención.
– Perdona. Sí -movió la cabeza como si quisiera borrar sus palabras-. Desde luego.
– No me parece buena idea -afirmó ella.
– Es la única forma de evitar que te metas en problemas por aquí.
– No me meteré en problemas.
– Lo sé, porque seré yo quien te ayude.
– De acuerdo. Te lo agradezco, Brandon -Kelly tomó aire y lo soltó lentamente. Dio un paso hacia él, pero Brandon alzó la mano para detenerla.
– Espera. Hay que fijar unas normas básicas.
– ¿Normas? ¿Por qué?
– Porque me niego a que te enamores de mí.
– ¿Enamorarme de ti? -ella parpadeó y empezó a reírse-. ¿Estás de broma?
– ¿Te parece gracioso? -él se sintió insultado.
– Sí -Kelly reía como una colegiala-. La idea de que pudiera ser lo bastante boba como para enamorarme de ti es muy graciosa.
– ¿Lo bastante boba?
– Sí, boba -levantó una mano y empezó a contar dedos-. Eres gruñón por la mañana, dejas los periódicos tirados por todas partes, tienes una cita con una mujer y luego no vuelves a llamarla, eres como un niño grande cuando estás enfermo…
– Espera un momento -protestó él. Pero ella se había animado y parecía estar disfrutando.
– ¿Y esas supersticiones que mantienes de cuando jugabas al fútbol? Cielos, llevar los mismos calcetines en todos los partidos ya era malo, pero también oí que solo comías sardinas y arándanos la noche antes de jugar. ¿Sigues haciendo eso antes de cerrar una negociación?
Brandon había oído más que suficiente.
– Lavaban los calcetines después de cada partido -dejó la carpeta en una silla y se acercó.
– ¿Ah, sí?
– Sí -le colocó la mano en la nuca y la atrajo hacia sí-. Y tanto sardinas como arándanos son excelentes fuentes de ácidos omega tres.
– Fascinante -susurró ella, mirándolo con los ojos muy abiertos.
– Mejoran el funcionamiento del cerebro -añadió él, acariciándole la mejilla.
– Es bueno saberlo -sonó algo inquieta.
– El jugador de ataque es el cerebro del equipo, ¿sabías eso? -le murmuró. Luego le besó el cuello.
– ¿Qué haces? -gimió ella.
– ¿Qué crees que hago?
– No estoy segura.
– Yo sí -la besó. Sabía tan dulce y cálida como había imaginado. Y más. Tuvo que esforzarse para mantener un contacto leve, no habría sido bueno dejarse llevar. Pero eso no le impidió desear tumbarla en el escritorio, deslizar las manos por sus muslos, abrirle las piernas y hundirse en ella.
Tenía que parar. Lo que estaba haciendo era malo por innumerables razones. Si se apartaba ya, ambos podrían olvidar ese beso.
Ella dejó escapar un gemido de rendición, y Brandon supo que deseaba lo mismo que él. Y no pudo parar. Utilizó la lengua para abrir sus labios e invadir esa boca tan sexy. Sus lenguas iniciaron un sensual juego de avances y retiradas.
Quería moldear sus senos y acariciar los pezones erectos con los pulgares, pero eso sería una locura sin retorno. Así que hizo acopio de toda su voluntad y se obligó a poner fin al beso.
– Uy -Kelly se lamió los labios y abrió los ojos. Él se tensó al ver la deliciosa lengua rosada-. Oh, ha estado bien -musitó con un deje de sorpresa-. Ha estado muy bien.
– Sí -farfulló él, ceñudo-. Es verdad.
– Me ha gustado mucho.
A él también le había gustado, pero se lo calló. Debía recuperar el control de las extrañas emociones que lo atenazaban por dentro.
– Roger nunca besaba así -dijo ella, pensativa.
– ¿He dicho ya que el tipo es un idiota?
– No es raro que no le pareciera sexy. Era porque él no hacía que me sintiera sexy -razonó ella-. Pero tú sí -declaró, sonriente-. Y ahora… vaya. Diría que el problema era Roger, no yo. Pero no puedo estar segura.
– Sí, sí puedes -rezongó él-. El problema era Roger. Fin de la historia.
– Gracias, Brandon -le tocó el brazo.
– De nada -él puso rumbo hacia su despacho.
– Espera -llamó ella.
Se dio la vuelta. Una arruga de preocupación surcaba su tersa frente. Sus labios rosados, tiernos y húmedos eran lo más sexy había visto nunca. Al darse cuenta de que anhelaba besarla de nuevo, Brandon entró al despacho.
– Creo que podría llegar a ser muy buena en esto y enloquecer a Roger, pero necesito practicar -dijo ella, siguiéndolo.
Brandon vio que llevaba la libreta en la mano; seguramente tenía la esperanza de hacer una maldita lista de las posibles formas de besarse.
– No es buena idea -Brandon guardó la carpeta Montclair en su maletín.
– Antes dijiste lo mismo y resultó ser una gran idea.
– No más prácticas -la taladró con la mirada-. Normas básicas ¿recuerdas?
– Sí, no te preocupes -escrutó su rostro y asintió-. De acuerdo, supongo que tienes razón.
– Sé que la tengo -cerró el maletín de golpe.
– Gracias por tu ayuda. Ha sido fantástico. En el sentido educativo, me refiero.
– De nada -respondió él, saliendo del despacho-. Es hora de irse a casa.
– Yo voy a quedarme un rato -dijo ella, pasando a una hoja limpia de la libreta-. Tengo que apuntar algunos datos ahora que lo tengo todo fresco. Tendré que recordarlo después.
– ¿Vas a escribir notas sobre ese beso?
– Sí, para referencia en el futuro -ya había empezado a garabatear lo que parecían cálculos matemáticos-. Si lo escribo todo, lo que hiciste y lo que sentí, podré rememorar las sensaciones la próxima vez, y sabré que lo estoy haciendo bien.
– La próxima vez -repitió él con vaguedad.
– Sí. Suelo recordar las experiencias táctiles mejor si apunto mis impresiones de inmediato. Después, estudiaré mis notas como preparación. Claro que un beso real proporcionaría muchos más datos… -murmuró Kelly para sí, golpeando la libreta con el bolígrafo. Alzó la mirada y estudió a Brandon. A él no le gustó lo que vio en sus ojos.
– Ni lo pienses.
– ¿Pensar qué? -preguntó ella agitando las pestañas con inocencia.
Si fuera otra mujer, Brandon habría sabido que practicaba un peligroso juego de seducción. Pero era Kelly, que no parecía saber nada de trucos femeninos y cuyo rostro era un libro abierto. Por eso, su responsabilidad era dejarle las cosas claras.
– Olvídalo, Kelly. No voy a besarte de nuevo.
– Ya lo sé -murmuró ella, frunciendo los labios húmedos y carnosos.
Capítulo 3
«No voy a besarte de nuevo».
Cada vez que Kelly rememoraba las palabras, la vergüenza le encendía las mejillas. Y como no podía dejar de revivir la escena, no la extrañaría que su cabeza entrara en combustión espontánea en cualquier momento.
– Deja de pensar en eso -se exigió, mientras metía un plato preparado en el microondas. Tenía cuatro minutos para esperar, pensar y recordar. Echó un vistazo a la cómoda minisuite, pensando en ordenarla, pero todo estaba en su sitio. La habitación estaba impoluta, como siempre.
El Mansion tenía un servicio de limpieza de primer orden y, aunque Kelly formaba parte de la plantilla, los encargados insistían en ir a diario para limpiar y comprobar que todo estaba en orden y a su gusto. Así que tenía tiempo de sobra para dar vueltas a sus pensamientos.
– No te bastó con prácticamente suplicarle a tu jefe que te besara -se reconvino-, en la oficina y a plena luz del día. No, encima tuviste que agitar tus bragas ante su cara. Eso sí es clase. ¿Por qué le enseñaste esa lista de candidatos para besar?
Dejó escapar un suspiro y se sentó en el taburete que había junto a la encimera. Abrió una botella de agua mineral con gas y se sirvió un vaso. Tenía que decidir su próximo movimiento.
Había distintas formas de remediar la situación. Una era pedirle disculpas a Brandon la mañana siguiente. Podía explicarle, y sería verdad, que diez días a dieta en el complejo termal le habían dejado el cerebro nublado e incapaz de pensar.
Probablemente no la creería; toda la empresa sabía que la mente de Kelly era puro acero. No iba a creerse que, de repente, había perdido la capacidad de pensar a derechas. La otra solución era marcharse a algún lugar remoto, como Duluth, sin dejar dirección. Estaba bastante segura de que el desafortunado incidente de las braguitas desaparecería de la memoria de Brandon en unos meses, un año a lo sumo.
– Ay, Dios -apoyó los codos en la encimera y enterró el rostro entre las manos. El hecho de que Brandon hubiera recomendado el tanga negro no era una gran ayuda en ese momento.
El microondas pitó y sacó su ligera cena. Estaba orgullosa de seguir tomando raciones pequeñas, pero presentía que no tardaría en darse un atracón de helado.
Por culpa del beso.
Había hecho voto de no pensar en eso, y cambiaba el curso de su pensamiento cada vez que rondaba el recuerdo del tacto de Brandon, del sabor de su boca. Pero decidió dejarse llevar y pensar a gusto un momento.
Nunca había experimentado nada igual. Solo había sido un beso, pero había sentido más pasión y excitación en esos segundos que en los dos años y siete meses que había pasado con Roger.
Cerró los ojos y se rindió a la tentación, reviviendo la exquisita presión de las manos de Brandon, la cálida suavidad de su boca…
Un momento después, abrió los ojos y miró la cena, que empezaba a enfriarse. Había perdido el apetito, al menos de comida.
– Tienes que dejarlo, ya -se amonestó. Brandon Duke era su jefe. Su trabajo era importante para ella. No podía permitirse soñar despierta con el hombre que pagaba su sueldo.
En otros tiempos, Kelly había imaginado un romance de cuento de hadas con final feliz para Roger y ella. Él había sido su príncipe encantador y ella la chica más afortunada del mundo. Pero el príncipe se había convertido en un sapo nada encantador. Había hecho promesas que no pretendía cumplir y había reventado sus sueños de amor y matrimonio. La ruptura no había sido bonita, y Kelly no la había sobrellevado nada bien.
Antes de conocer a Roger había estado abierta a todo. Sabía que era lista y atractiva, que quería enamorarse, casarse y tener hijos algún día. Pero después de que Roger la dejara de forma tan cruel, se había sentido rota, cínica, incómoda e insegura, sobre todo con los hombres. Había perdido la confianza en sí misma y había tardado mucho en volver a pensar en salir con alguien.
Irónicamente, trabajar con Brandon había sido el mejor antídoto para sus miedos e inseguridades. Él le había dejado claro que la consideraba un miembro indispensable de su equipo. Confiaba en su inteligencia y sus dotes organizativas para que lo ayudara a dirigir sus proyectos.
Su confianza creció y floreció hasta que decidió que estaba lista para volver a salir con alguien. Quería enamorarse, casarse y formar una familia. Para cumplir ese objetivo tenía que encontrar al hombre adecuado.
Tan organizada como siempre, empezó por llamar a amigos y compañeros de trabajo. Luego preparó una lista de agencias de contactos por Internet, así como de grupos y actividades locales que incrementarían sus posibilidades de conocer a alguien interesante.
Se había creído preparada para volver a la escena romántica hasta que vio el nombre de Roger en la lista de reservas del hotel. Sintió un nudo en la garganta y se le cerró el estómago. La antigua inseguridad volvió con saña. Entonces había comprendido que no podría amar a otro hombre hasta librarse de Roger y del daño que le había permitido infligir en su vida.
Si eso exigía una confrontación, la habría. El único problema de enfrentarse a Roger era que su ego era tan enorme que podría defenderse atacando. No estaba segura de poder soportar otra desagradable batalla de palabras e insultos. Eso llevó a Kelly a idear su plan salvavidas.
Si conseguía reconquistar a Roger, para luego rechazarlo, recuperaría parte de su antiguo optimismo y alegría de vivir. Sería libre para avanzar y volver a amar. Recuperaría el poder.
Además, sabía que a Roger no le dolería su rechazo; Kelly nunca le haría daño a propósito, por mal que la hubiera tratado. Roger tenía un ego demasiado alto como para permitir que una mujer lo hiriera. Olvidaría la afrenta tan fácilmente como si quitara una pelusa de un traje.
Lo importante era que ella estaría curada y lista para volver a vivir, para abrir el corazón a la posibilidad de encontrar el amor y la felicidad.
El cambio de imagen la ayudaría. Las lecciones de cómo besar no harían ningún mal, sobre todo si provenían de un maestro en ese arte.
– Brandon -movió el tenedor por el plato.
Su problema era que no estaba segura de tener experiencia suficiente para atraer a Roger después de un único beso con Brandon, aunque había sido muy potente. Por eso, por una parte, deseaba poder seguir aprendiendo los secretos del beso con Brandon. Por otra, rechazaba la idea: ¡era su jefe! Y peor aún, si es que había algo peor que eso, Brandon podía estropear sus planes para vengarse de Roger. Si Brandon seguía ayudándola, eso podría conducir a más. Era lo que tenían los besos.
Era inútil negar que corría peligro. Solo tenía que pensar en unas horas antes, cuando Brandon la había besado. Si él hubiera querido más, habría aceptado con gusto. El beso había sido fantástico.
– Vale, sí, el hombre sabe besar -dejó el tenedor en el plato y se puso en pie, no podía comer.
Incluso si volvía a besarla y eso llevaba a algo más, no sería tan estúpida como para enamorarse de Brandon Duke. Inquieta, colgó la chaqueta en el pequeño armario y eligió la ropa que se pondría el día siguiente.
Aunque se había reído de sus normas básicas, después de besarlo no le quedaba más remedio que preguntarse si podría resistirse a sus encantos.
– Sí -afirmó, cerrando la puerta del armario. No era tonta. Conocía la reputación de Brandon con las mujeres, conocía su costumbre de salir con una unos días para luego pasar a la siguiente. Sería una locura que una mujer esperase que Brandon Duke correspondiera sus sentimientos. Así que Kelly no podía enamorarse de él, y no lo haría.
Brandon no era de los que «sentaban cabeza y se casaban», y Kelly quería conocer a uno de esos y enamorarse. Él no encajaba en su plan de vida.
Como no se enamoraría de él, Brandon Duke era el hombre perfecto para enseñarla a besar.
Tenía que convencerlo de que siguiera ayudándola. Había aprendido muchísimo en unos instantes.
– Ay -suspiró, obligándose a comer un bocado.
¿Cómo podía convencer a su jefe de que la dejara practicar un poco más? Tenía que dejarle claro que solo necesitaba unas lecciones de romance y seducción. Cuanto más aprendiera, más posibilidades tendría de poner a Roger en su sitio.
Brandon tenía que entenderlo.
No pudo evitar pensar que si un mero beso había cambiado su perspectiva respecto a sus problemas con Roger, practicar el sexo con Brandon podría ser toda una revelación.
– ¿Qué? -Se levantó de golpe y se rodeó el cuerpo con los brazos-. Deja de pensar en eso ahora mismo -llevó el plato y el vaso al fregadero-. Solo harías el ridículo.
Sin embargo, ya no pudo sacarse la imagen de la cabeza. Se preguntó qué ocurriría si Brandon y ella practicaban el sexo.
Si lo hacían y descubría que realmente era muy mala en eso, no podría volver a mirarlo a la cara. Tendría que dimitir.
Pero si resultaba ser muy buena, tal vez él pensaría que había mentido sobre su falta de experiencia y que se había acostado con la mitad de los hombres de la ciudad. Ella no podría volver a mirarlo a la cara. Tendría que dimitir.
Gimió y tomó un sorbo de agua.
– Vale, ya está -tamborileó con los dedos en la encimera-. Olvida todo el asunto.
Tenía que encontrar otra forma de solucionar lo de Roger. Al día siguiente le explicaría a Brandon que había estado equivocada, y él la perdonaría. Estaba segura. Al fin y al cabo, nunca le había causado a su jefe ningún problema hasta ese día. Después de las explicaciones, todo volvería a la normalidad. Le aseguraría a Brandon que no volvería a portarse de forma inapropiada.
En menos de un año, al mirar atrás, se reiría de esa leve mancha en su impoluto expediente.
Sonó el timbre y ella dio un bote. Miró su reloj y se preguntó si sería el servicio de habitaciones. Les había pedido que no llamaran a su puerta con los deliciosos bombones de buenas noches. Pero esa noche aceptaría uno, necesitaba algo que la distrajera de sus pensamientos. Corrió a abrir la puerta y su mente se quedó en blanco.
– Brandon -susurró.
– Tenemos que hablar.
Brandon miró a Kelly y ya no pudo recordar por qué le había parecido buena idea ir a verla.
Tras pasar un buen rato corriendo por el recinto de hotel, mantener otra breve conferencia con sus hermanos para finalizar los detalles de la llegada de la familia a la inauguración del complejo, y una rápida degustación de las creaciones del chef para el menú de la fiesta de la vendimia, Brandon se había retirado a su suite para ver un partido de fútbol en televisión. Pero, por primera vez, no había podido concentrarse en el juego.
Culpó de ello a Kelly.
El hecho era que no podía sacársela de la cabeza. No en el sentido sexual, desde luego, a pesar de recordaba vívidamente su cálida boca, la dulzura de su lengua y lo que le gustaría hacer con… Pero eso no iba a ocurrir. Ni en broma. No con Kelly. No en esa vida.
En primer lugar, trabajaba para él. Sería un tremendo imbécil si pusiera en peligro su relación profesional con la mejor ayudante que había tenido en su vida. Y, además, Kelly no era su tipo. No era sofisticada y mundana como las mujeres con las que solía salir. No era el tipo de mujer a la que Brandon llamaría de repente para una noche de diversión en la ciudad, seguida de una buena dosis de sexo y ningún compromiso de volver a llamar.
No, Kelly era más del tipo vecina de al lado, la que encontraría un buen hombre y se casaría. Para Brandon, eso era como si llevara una banderola con la inscripción «No tocar». Lo más sensato sería obedecer esa advertencia invisible.
En su infancia, antes de que Sally Duke lo adoptara, había visto todas las formas en que la gente podía hacerse daño en nombre del amor y el matrimonio, y no iba a seguir ese camino. Con eso en mente, había decidido no volver a tocar a Kelly.
Sin embargo, la había visto muy meditabunda e insegura esa tarde. Acostumbrado a verla siempre segura al cien por cien de sí misma y de sus capacidades, el cambio lo preocupaba. Y encima estaba ese beso, en el que se negaba a pensar.
Entonces, ¿qué hacía en su puerta con una botella de vino en la mano?
– Tenemos que hablar -repitió. Había utilizado la misma frase también en la oficina. Esa vez le sonó aún más vana, aunque fuera verdad. Ella se hizo a un lado y él entró-. Espero no estar interrumpiendo tu cena.
– No, he acabado -dijo ella.
– ¿Tomarás un vaso si la abro? -le enseñó la botella de vino.
– Claro -miró la botella y luego a él-. Buscaré un sacacorchos.
Mientras rebuscaba en un cajón de la cocina, él notó que estaba nerviosa. Con razón. No todos los días una mujer besaba a su jefe. Ni todas las noches su jefe aparecía en la puerta con una botella de vino. Esperaba que no llegara a conclusiones erróneas. Él solo pretendía aclarar la situación para que su relación profesional volviera a ser tan buena como antes del beso. No tardaría en explicarse, pero tenía que admitir que una copa de vino les ayudaría a relajarse.
– Aquí tienes -dijo ella dándole el sacacorchos.
– ¿Copas?
– Ah -tragó saliva, nerviosa-. De acuerdo.
Mientras descorchaba la botella, estudió a su ayudante, preguntándose cómo había pensado que podría relajarse en su habitación de hotel.
Llevaba pantalones cortos y camiseta, un conjunto que cualquiera consideraría apropiado para pasar una cálida noche en su habitación. Pero cuando estiró los brazos para agarrar las copas del segundo estante del armario, la camiseta se subió y dejó a la vista su estómago firme y bronceado.
– Aquí tienes -dijo. Puso las copas en la encimera.
– Gracias -Brandon soltó el aire que había estado conteniendo sin saberlo. Se tomó su tiempo sirviendo las copas y le dio una-. Kelly, yo…
– Mira, Brandon… -habló a la vez que él.
– Disculpa. ¿Qué ibas a decir?
– No, tú primero -se apresuró a decir.
– Vale. He pensado…
– Vale, empezaré yo -Kelly miró al techo como si estuviera buscando ayuda de los cielos.
Brandon observó su pecho subir y bajar con la respiración. Estaba tensa, sin duda. Ella tomó un trago de vino, dio unos pasos por la diminuta cocina y luego lo miró con expresión arrepentida.
– Quiero pedirte perdón por mi comportamiento de hoy. No sé qué me ocurrió. Me he estado volviendo loca desde que supe que Roger venía y creo que… perdí la cabeza. Estoy avergonzada. Espero que aceptes mis disculpas, nunca volverá a ocurrir -cuando concluyó parecía agotada por el esfuerzo. Él sintió pena de ella.
– ¿Por qué no nos sentamos? -la condujo al estrecho sofá de la zona de estar de la minisuite y se sentaron. Aunque debería sentirse aliviado, a Brandon no había acabado de gustarle la disculpa-. Dime, ¿qué es lo que no volverá a ocurrir nunca?
Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. Dejó la copa de vino sobe la mesa y lo miró ceñuda.
– Sabes a qué me refiero.
– Dímelo.
– Bien -soltó el aire y Brandon volvió a quedar hipnotizado por el movimiento de sus senos-. Te arrinconé -agitó los brazos y gruñó con disgusto-. Casi me lancé sobre ti. Metafóricamente hablando, claro -lo miró de reojo.
– Claro -aceptó él con cautela.
– No te dejé más opción que besarme, Brandon. Fue horrible por mi parte -agarró la copa-. No me malinterpretes, agradezco lo que hiciste. Fue maravilloso, la verdad, y me ayudó a confirmar algunas cosas que me tenían confundida. Pero no debí pedírtelo y lo siento. Me aproveché de ti.
– ¿Eso hiciste? -contuvo una sonrisa. ¿En serio creía que una mujer podía aprovecharse de él?
– Sí -puso los dedos sobre los párpados, como si tuviera dolor de cabeza-. Prácticamente te supliqué que me besaras.
– Bueno, no suplicaste -Brandon sonrió. Estaba empezando a disfrutar-. Pero sigue.
– Lo entenderé si no puedes perdonarme, pero espero que lo hagas. Solo puedo prometerte que no volverá a ocurrir nunca.
– ¿Nunca?
– Nunca, lo juro. De hecho, si pudieras borrar la escena de tu mente, mejor que mejor.
– Estás pidiéndome que olvide lo ocurrido.
– ¡Exacto! Te lo agradecería mucho. Sabes que nunca he sido una empleada problemática, así que si olvidas este día, te prometo que no se repetirá.
– Siempre has sido buena empleada -se frotó la mandíbula, pensativo.
– Eso creo. Lo de hoy ha sido una aberración momentánea -lo miró con alivio-. Podemos achacárselo a locura postvacacional, o algo.
– O algo -murmuró él.
– Has sido muy comprensivo. Gracias -le dijo, sonriente. Tomó un sorbo de vino-. Me alegro de haber hablado. Me siento mucho mejor.
– Para eso estoy aquí.
– Temía que hubieras venido a despedirme.
– Nunca te despediría por lo ocurrido. He venido a hablar contigo y a asegurarte que todo iba bien. Sabía que serías muy dura contigo misma.
– Bueno, lo cierto es que me comporté de forma inapropiada y me arrepiento de ello.
– Ya, lo he entendido -era justo lo que él había esperado oírle decir, pero algo seguía irritándolo-. Me preocupa una cosa, Kelly.
– ¿El qué?
– ¿Por qué diablos quieres recuperar a ese payaso de Roger?
– Es algo que debo hacer. Y lo haré. Pero no lo pienses ni un segundo más, Brandon. No debería haberte involucrado en mis asuntos personales.
– Kelly, deja de disculparte. Yo insistí en que me dijeras qué te preocupaba. Si quieres saber la verdad, me alegro de que me lo contaras.
– ¿Te alegras? ¿Por qué?
– Porque demuestra tu confianza, y te lo agradezco. Eres muy importante para mí.
– Gracias, Brandon -sus ojos se agrandaron-. Significa mucho para mí oírte decir eso.
– Supongo que no lo digo lo bastante a menudo -frunció el ceño-. Por eso me molesta que quieras recuperar a ese tipo. Te hizo daño.
– Pero no volverá a hacérmelo nunca.
– Me alegra oírlo -dijo Brandon, pero no lo creía. Kelly era demasiado ingenua para entender cómo funcionaban los tipos como Roger. Temía que el hombre supiera exactamente cómo volver a herirla. Tomó un sorbo de vino, considerando su siguiente paso-. ¿Cuándo llega Roger?
– El lunes que viene.
– Entonces, estará aquí durante la semana de inauguración -Brandon hizo una mueca. De alguna manera, la idea de ver a Kelly intentando reconquistar al tipo durante una semana, lo ponía de mal humor. Para distraerse, estudió el color del vino-. ¿Quieres que hable con él?
– ¡No! -Se enderezó de un salto-. Gracias, pero no. ¿Serías capaz?
– Sí -aseveró él-. Si pensara que podía ayudarte, lo haría. Como es obvio que prefieres que no lo haga, me abstendré. Pero, te aviso, si el tipo da un paso en falso…
– No lo dará -levantó una mano para silenciarlo-. No se lo permitiré.
– Me alegro -Brandon volvió a fijar la mirada en el vino-. ¿Sigues planeando besarlo?
– Ejem… -Kelly se quedó muda.
– No pretendo entrometerme, Kelly, pero tenemos la agenda completa durante la semana de la inauguración y necesito toda tu atención. Si piensas andar besando al tipo o, ya sabes, liándote con él, podría ser un problema.
– Brandon, lo que haga con Roger no influirá en mi atención al trabajo.
– No estoy seguro de querer arriesgarme.
– Estamos hablando de un beso o dos -se removió, inquieta-. No es gran cosa.
– Sí es gran cosa si se hace bien.
– Oh -se mordisqueó el labio-. Claro. Pero Roger no lo… en fin.
– Roger no lo hará bien. ¿Ibas a decir eso?
– Sí, pero quería decir que… -nerviosa, se levantó del sofá y cruzó los brazos sobre el pecho-. Todo saldrá bien.
– ¿Eso crees?
– Sí. Seguro -sonrió apretando los dientes-. Ahora ya sé lo que estoy haciendo.
– Ya -farfulló él-. Ahora que te he besado, crees que podrás enseñarle a Roger cómo se hace.
– Puede -tensó la mandíbula, desafiante.
– Tardará casi una semana en llegar -dijo Brandon-. ¿Seguro que recordarás cómo hacerlo?
– Desde luego -se lamió los labios con nerviosismo y Brandon se alegró de estar sentado.
De pronto, se preguntó qué demonios hacía allí sentado mientras ella estaba al otro lado de la habitación, más bonita que ninguna mujer.
La deseaba, aunque fuera una estupidez. Sabía lo que quería, y él siempre iba tras lo que quería. Rindiéndose a lo inevitable, se puso en pie y fue hacia ella.
– ¿No estarías pensando en practicar con alguien más, verdad?
– Claro que no -dejó caer los hombros como si hubiera estado planeando hacer eso mismo.
– Bien -Brandon se acercó lentamente, mirándola a los ojos-. Porque no me gustaría oír rumores de besuqueos desatados entre el personal.
– No los oirás, te lo prometo -musitó ella, retrocediendo un paso-. Al menos, no desatados -añadió, conteniendo una sonrisa.
– ¿Te parece gracioso? -Se acercó aún más-. Besarse de forma desatada no tiene gracia.
– Seguro que tienes razón -asintió ella.
– Créeme, la tengo -estaba tan cerca que veía las pecas de sus mejillas y su nariz.
– ¿Brandon? -se mordisqueó el labio inferior-. ¿Qué estás…?
– Shh -la silenció, observando su deliciosa boca. Cuando se curvó con una sonrisa, ya no pudo resistirse a la tentación. Hizo lo que habría hecho cualquier hombre en su situación. La besó.
Y le pareció el más dulce de los festines. Sabía aún mejor de lo que recordaba. Ladeó la cabeza y profundizó el beso, sintiendo el deseo urgente de tocarla, de hundirse en ella. La rodeó con los brazos e inhaló su delicioso aroma, mientras depositaba suaves besos en su cuello.
– Brandon sé que no querías…
– Shh -apartó el cuello de la camiseta para besarle la piel del hombro-. Quiero.
– ¿Seguro? -susurró ella.
– Eso me toca preguntarlo a mí -replicó él.
– Oh -lo miró con ojos brillantes-. Pues yo sí. Estoy muy, muy segura.
– Es cuanto necesitaba oír -deslizó la mano por su costado, subiendo hasta la curva del pecho. Tal y como había deseado todo el día, acarició su pezón con el pulgar hasta que se endureció.
– Por favor, no pares -gimió ella.
– Ni en sueños -agachó la cabeza y capturó sus labios. Fue un placer instantáneo e intenso. Ella, deseosa, abrió la boca, acogiéndolo en su calidez y rodeando su cuello con los brazos-. Quiero tocarte, Kelly -masculló.
– Mmm, eso me gustaría.
Él no necesitó más. La levantó en brazos y fue hacia la cama. Ella cubrió su cuello y su hombro de besos. Cuando llegaron a la cama, la depositó encima y se puso a horcajadas sobre ella. Agarró el bajo de la camiseta y se la sacó de un tirón. Con los brazos estirados encima de la cabeza y el cabello desparramado sobre la almohada, parecía salida de un sueño de Brandon. Haciendo un esfuerzo para ir despacio, deslizó la mano bajo su espalda y le desabrochó el sujetador.
– Eres impresionante -musitó, reverente.
Kelly sonrió y le acarició la mejilla, casi como si le costara creer que era real. Brandon no creía haberse sentido nunca tan vivo como en ese momento. Inclinó la cabeza sobre sus senos y succionó primero un pezón y luego el otro. Ella se arqueó hacia él con un gemido.
Las manos de él siguieron acariciando sus senos mientras su boca iniciaba una sensual exploración desplazándose estómago abajo y deteniéndose aquí y allá para saborear su piel suave. Cuando llegó al centro ardiente de su feminidad, ella se estremeció con anticipación y él se apresuró a satisfacerla. Perdió la noción del tiempo, consciente solo de sus suaves gemidos de deleite y del placer que sentía al provocarlos. Hasta que oyó su nombre.
– Por favor, Brandon. Te necesito, ahora.
Al oír eso, Brandon se levantó, se quitó la ropa y la tiró sobre una silla. Sacó un preservativo de un bolsillo y se lo puso. Cuando volvía a su lado, Kelly se lamió los labios y a Brandon casi le fallaron las rodillas. En ese momento la deseaba más que a ninguna mujer.
La colocó sobre él, agarrando sus nalgas con ambas manos mientras la guiaba hacia su erección. Al tiempo que devoraba su boca, se hundió en su calor, llenándola por completo.
Sus cuerpos se movieron en un ritmo perfecto, como si hubieran sido creados para eso. La pasión era explosiva. Brandon nunca se había sentido más poderoso, más arrebatado por una necesidad: llevarla al placer infinito.
El cuerpo de ella pugnaba por acercarse más, tanto que los latidos de su corazón le resonaban en el pecho. Sus labios encontraron los suyos y moldearon su boca con tanta dulzura que él perdió el control. Con una desesperación jamás sentida, se hundió en ella una y otra vez. Ella gritó su nombre, estremeciéndose. La abrazó con más fuerza y siguió hasta contestar con su propio grito y lanzarse tras ella al delicioso abismo.
Capítulo 4
– Así que esto es lo que causa tanto revuelo -dijo Kelly por fin, con voz maravillada.
Por fin, Brandon había recuperado el aliento y su cabeza había dejado de dar vueltas. Se puso de costado y, aunque estaba más afectado de lo que quería admitir, le ofreció una sonrisa segura.
– Sí, esto es. ¿Por qué suenas tan sorprendida? Sé que lo has hecho antes.
– No así -murmuró ella. Después se puso a ahuecar la almohada que tenía bajo la cabeza.
– ¿Estás diciéndome que el tonto de tu exnovio nunca te satisfizo? -colocó los dedos bajo su barbilla y la obligó a mirarlo.
– Roger me dijo que no era muy buena en la cama -admitió ella con desgana-. El término exacto fue «pésima» -admitió.
– Se equivocaba del todo, cielo. Lo sabes, ¿no?
– Ahora sí. Pero entonces no estaba segura.
– Bueno, eso fue entonces y esto es ahora -sacudió la cabeza, negándose a pensar en ese tipo un segundo más-. Yo estoy muy seguro.
– ¿De verdad? -su sonrisa era tan tenue que a él casi le rompió el corazón.
– Maldición, Kelly, ¿no ves lo tentadora que eres? Olvida lo que te dijo ese idiota. Es obvio que te culpaba de su propia ineptitud -se recostó en el cabecero y la atrajo hacia así-. Se equivocaba, ¿me oyes? Eres fantástica. Sexy. Nunca había… -se detuvo y tomó aire-. Digamos que mi cerebro aún está dando botes por lo ardiente que eres.
Ella sonrió con alegría, volviendo a hipnotizarlo con su boca.
– Vale -aceptó-. Te creo.
– Bien -gruñó él-. Y deberías creerme cuando digo que ese tipo necesita que le den una lección.
– Eso es justo lo que pienso hacer -su sonrisa se apagó. Le tocó el pecho-. ¿Me harías un favor?
– ¿Otro? -soltó una risita cuando ella le dio una palmada en el pecho. Agarró su mano con cariño-. Claro que te haré un favor, preciosa. ¿Cuál?
– Mañana no quiero oír palabras de arrepentimiento, culpabilidad o vergüenza -le dijo-. Por favor, Brandon. Esto ha sido maravilloso y me siento feliz. No quiero que caiga una sombra sobre lo ocurrido esta noche.
– Trato hecho. No habrá sombras.
– Gracias -esbozó una sonrisa sexy-. Y te las doy en todos los sentidos.
– Ahora te toca a ti hacerme un favor. No quiero oír más palabras de agradecimiento, ¿me oyes?
– De acuerdo, no más «gracias».
– Gracias -repuso él. Los dos se rieron. Luego él se inclinó para besarla.
– Me gusta mucho como besas -confesó Kelly. Le devolvió el beso, excitándolo de nuevo.
– Por si no te habías dado cuenta, creo que es bastante obvio que a mí me gusta todo de ti.
Seguidamente, procedió a demostrarle cuánto.
Mucho más tarde, después de la segunda, o tercera, vez que hacían el amor, Brandon rodeó a Kelly con los brazos.
– Mmm -musitó ella-. Es agradable.
– Sí que lo es -corroboró él. Pero una parte de él cuestionaba lo que estaba haciendo. Se sentía demasiado bien y eso podría ser un problema. Tal vez debería irse y volver a su dormitorio. Tenía que ser más de medianoche, pero aún podría descansar bastantes horas.
A Brandon le dio vueltas la cabeza. No podía estar pensando en dejarla en ese momento. Pero si se quedaba allí, tenían que hablar.
– Oye, no te estás enamorando de mí, ¿verdad? -preguntó, rodeando su cintura con un brazo.
– ¿Qué? -ella giró hasta ponerse de cara a él. Esbozó una sonrisa traviesa-. Yo tendría que hacerte la misma pregunta.
– Eh, conozco las normas -él soltó una risita.
– Mejor -dijo ella con seriedad simulada-, porque soy una mujer muy ocupada y no quiero tener que aguantar que me sigas por la oficina.
– Intentaré contenerme -bromeó él.
– Eso espero -su sonrisa se desvaneció-. Ya que estamos, habría que acordar algunas cosas.
– ¿Como qué?
– Como que no quiero que el personal comente nuestros asuntos privados.
– Yo tampoco. Seremos discretos.
– Muy bien -hizo una mueca-. ¿Y tu familia? Llegarán dentro de unos días y no me gustaría que descubrieran que me acuesto con mi jefe.
– Lo entiendo -Brandon le acarició la mejilla. Sentía un respeto total por ella, pero otros podrían considerar su relación íntima inapropiada.
– Por eso, cuando llegue tu familia deberíamos dejar de vernos.
– Aunque odio admitirlo, probablemente sea buena idea -rezongó él, acariciando su muslo-. Pero hasta entonces…
– Mmm, sí. Hasta entonces podrías volver a demostrarme la razón de tanto revuelo.
– ¿Adónde fuiste anoche? -preguntó Cameron Duke cuando Brandon contestó al teléfono la mañana siguiente-. Te llamé varias veces.
– Puede que hubiera salido a correr -improvisó Brandon-. ¿A qué hora llamaste?
– La primera vez a las siete, lo intenté un par de veces más antes de las ocho.
– Lo siento, hermano. Puse el teléfono a cargar y me olvidé de encenderlo. ¿Qué querías?
– Mamá insistió en que te llamara para confirmar las reservas. Al final decidí llamar a Kelly, pero ella tampoco contestaba al teléfono.
– Tal vez salió a cenar.
– ¿Sin su teléfono? No nuestra Kelly.
– Es raro, sin duda -Brandon odiaba mentir a sus hermanos, pero no podía decirles que había pasado toda la noche con su ayudante. Al pensar en ello, deseó estar aún en la cama con ella, abrazándola. Dentro de ella. Junto a su piel suave.
– Entonces, ¿podremos utilizar los dos carritos de golf para la visita a los viñedos?
– ¿Qué? -Brandon sacudió la cabeza para borrar las imágenes eróticas que había conjurado-. Sí.
– ¿Estás bien, hermano? Suenas como si estuvieras pensando en otra cosa.
– Ya sabes cómo es esto. Tengo toda una lista de cosas -se rascó la mandíbula, preguntándose qué diablos le ocurría a su cerebro. Nunca se había distraído pensando en una mujer en horas de trabajo. Tenía que concentrarse en los negocios.
– Claro que lo sé -dijo Cameron-. Solo espero que estés preparado para lo que está por llegar.
Brandon se mesó el pelo y se obligó a liberar su mente de la gloriosa imagen de Kelly desnuda.
Al igual que sus hermanos, nunca dejaba nada relativo a los negocios al azar. Había mantenido incontables reuniones con los encargados del hotel y del restaurante, y toda la plantilla llevaba semanas trabajando a tiempo completo. Cada día, los directores asignaban el papel de huésped a distintos empleados, y los demás practicaban sus funciones con ellos. El equipo directivo revisaba y resolvía cualquier problema o dificultad que surgiera, y repetían el proceso al día siguiente. Era la mejor manera de solucionar cualquier fallo antes de la inauguración oficial.
El chef y el equipo de cocina habían diseñado un nuevo menú y Brandon sabía que las críticas serían fantásticas. El Mansion Silverado Trail pronto se convertiría en un hito en la ruta del vino.
Sus hermanos llegarían con sus esposas el jueves, para una última reunión preinauguración. Su madre llegaría con sus amigas el viernes.
– Estoy todo lo preparado que puedo estar -dijo Brandon. Soltó una risita al imaginarse a su madre con sus amigas pasándolo bien en el Mansion.
– Me alegra oírlo -dijo Cameron.
Cuando colgó el teléfono, Brandon pensó cuánto había cambiado su familia en el último año. Nadie habría pensado que los hijos de Sally Duke pasarían de ser solterones empedernidos a hombres de familia en tan poco tiempo. Bueno, dos de tres. Cameron y Adam habían sucumbido a los encantos de dos bellas mujeres, pero Brandon no iba a seguir sus pasos. De ninguna manera.
Sonrió y volvió a jurarse que no sería víctima de las mañas de casamentera de su madre. Sally negaba ser culpable de que Cameron y Adam se hubieran enamorado de sus respectivas esposas, pero no la creían. Brandon y sus hermanos no sabían cómo lo había conseguido, pero estaban seguros de que había tenido algo que ver.
No se trataba de que no quisiera a Sally Duke. La adoraba y le debía la vida. Desde el día que lo había salvado de ser enviado a un correccional, estaba en deuda con ella. Brandon había supuesto un gran riesgo que Sally había aceptado.
Sally era una viuda joven, generosa y rica, cuyo adorado esposo, William, había sido un niño de acogida. Ella, para colaborar con el sistema que había salvado a un hombre tan maravilloso como William, había adoptado a tres chicos de la misma edad: Brandon, Adam y Cameron.
Cuando los tres niños de ocho años aprendieron a confiar los unos en los otros, hicieron un juramento de lealtad. Eran hermanos de sangre y nada los separaría. Como parte de su pacto, prometieron no casarse ni traer niños al mundo, porque sabían que la gente casada se hacía daño, y que los padres, excepto Sally, herían a sus hijos.
Sally los había educado bien, y se habían convertido en hombres buenos, fuertes y, la mayor parte del tiempo, listos. Brandon había advertido a sus hermanos que Sally pretendía casarlos a todos, pero no le habían escuchado. Adam conoció a Trish y se enamoró. Meses después, Cameron se reencontró con Julia, un antiguo amor, y descubrió que tenían un hijo, el pequeño Jake. Ambos se habían casado recientemente y eran muy felices. Adam y Trish estaban a punto de ser padres.
Así que tanto Adam como Cameron habían roto el pacto. Brandon les había dicho que entendía que eran débiles y había renovado el juramento solo. Se habían reído y burlado de él. Pero lo cierto era que, antes de conocer a sus hermanos, Brandon ya había decidido no casarse ni tener hijos. Le bastaba con recordar las brutales palizas que había recibido de su padre, cuando su madre drogadicta les abandonó, para no querer transmitir esos genes a otro ser.
Por esa razón, sus relaciones con mujeres eran siempre superficiales. Sus aventuras solo duraban unas semanas, dos meses como máximo. Además, Brandon no solía permitirse pasar la noche entera con una mujer. No le gustaba que se hicieran esperanzas y pensaran que podían mantener con él algo más que una aventura pasajera.
Esa práctica se había ido al traste la noche anterior, con Kelly. Había planeado marcharse a dormir a su propia cama, pero había sido incapaz de alejarse de su dulzura. Por la mañana se habían duchado juntos y hecho el amor de nuevo.
La imagen de Kelly con el cuerpo brillante de agua jabonosa y perfumada casi lo hizo gemir. Se había comportado de forma desinhibida y dulce, no se parecía a ninguna otra mujer de su pasado.
Lo último que quería en el mundo era hacer daño a Kelly, así que se alegraba de que hubieran hablado y reafirmado las normas básicas. Había insistido en que solo lo estaban pasando bien mientras ampliaba sus conocimientos sobre el arte de la seducción. Le había asegurado que no era tan boba como para enamorarse.
No notó la presencia de Kelly hasta que puso una taza de café caliente sobre el escritorio.
– Hola -murmuró, alzando la vista. Iba a sentarla sobre su regazo cuando ella le lanzó una mirada de advertencia.
– Buenos días, Brandon -le saludó con voz alta e hizo un gesto con la cabeza. Un segundo después entraba el encargado de los conserjes-. Serge tiene un tema urgente que comentarte.
– ¿Tienes un minuto, Brandon? -Serge se acercó al escritorio-. Ha surgido un problema con la nueva tour operadora.
– Claro. ¿En qué puedo ayudarte?
Kelly echó agua en la cafetera y contuvo un bostezo. No era extraño que estuviera cansada. Además de ocuparse de la organización general y las emergencias de último minuto, había pasado toda la noche haciendo el amor con Brandon. Apenas había dormido y tenía dolores en puntos del cuerpo nada habituales. Pero no se quejaba, en absoluto.
Seguía costándole creer que Brandon hubiera aparecido en su habitación. Y más aún que después hubieran compartido varias horas de sexo espectacular.
Pero esa mañana, mientras se vestía, había empezado a preocuparse por cómo reaccionaría Brandon al verla en la oficina. A pesar de haber pactado en contra de remordimientos y vergüenza, tal vez había sido un terrible error acostarse con él.
O tal vez no. Al fin y al cabo, solo era sexo. No había emociones de por medio. Estaba teniendo una aventura con un hombre por el que millones de mujeres matarían. Sin presión.
De tanto dar vueltas al asunto y preguntarse en qué había estado pensando para acostarse con él, llegó a la oficina con un ataque de ansiedad.
Sin embargo, Brandon le había sonreído al verla, y extendido el brazo hacia ella. Eso la convenció de que había merecido la pena.
Tendría que haber sabido que Brandon lo haría bien. Además de ser alto, guapo, cautivador y sexy, su vida había sido maravillosa desde que fue adoptado por Sally Duke cuando tenía ocho años.
Una vez Sally le había hecho a Kelly un resumen de la vida de Brandon, empezando con su época de estudiante de matrícula de honor en el instituto y jugador de fútbol en la universidad. Después, tras jugar profesionalmente varios años, se había convertido en comentarista deportivo de la cadena televisiva más importante del país. Pero se había cansado de la fama y se había unido al equipo de desarrollo hotelero e inmobiliario de sus hermanos hacía unos años.
Sally también le había confiado que atraía a las mujeres como moscas. Kelly ya lo sabía, pues llevaba cuatro años siendo la guardiana de las llaves del recinto. En otras palabras, se encargaba de filtrar las llamadas y visitas de todas las mujeres que querían hablar con Brandon.
Ni en sueños había pensado que acabaría siendo una de ellas. La idea no le gustaba nada.
– No soy una de esas mujeres -se dijo, recordando la conversación de la noche anterior-. Tenemos un acuerdo. Es algo temporal.
Por fin entendía por qué todas esas mujeres parecían tener estrellitas en los ojos. Brandon también había conseguido que los suyos chispearan. Sonriente, recogió el correo y empezó a abrir sobres y clasificar cartas. Al darse cuenta de que estaba tarareando y desafinaba, soltó una risita. Luego se quedó paralizada.
– ¿A qué ha venido eso? ¿Qué me pasa? -Kelly no era mujer de risitas.
Se preguntó si tendría algún virus. Se tocó la frente para ver si tenía fiebre, pero estaba fresca y seca. Solo tenía una respuesta: se sentía… ¿feliz?
Feliz era una palabra adecuada para describir cómo se sentía. Le costaba creer su buena fortuna y, aunque Brandon no quería que lo dijera, se sentía agradecida por su… ¿asistencia?, ¿amistad especial? Kelly no sabía cómo expresarlo.
– Por su destreza -dijo en voz alta, asintiendo-. Estoy en formación -volvió a sonreír. Eso sonaba mejor que las otras opciones. Al fin y al cabo, solía asistir a cursillos de formación en nuevos sistemas y programas informáticos, ¿por qué no de destreza sexual? Tenía sentido y, además, era la verdad. Ella era la alumna y Brandon el maestro.
Al imaginarse el currículo, soltó otra risita.
– Kelly, ¿tienes el archivo Redmond?
– Está aquí, Brandon -contuvo otra risita.
– ¿A qué viene la sonrisa? -preguntó Brandon.
– Estoy de buen humor -le contestó-. El café estará listo enseguida.
– Gracias -volvió al despacho y cerró la puerta.
Kelly sabía que Brandon tenía una conferencia telefónica que duraría una hora o más. Su plan era aprovechar ese tiempo para revisar la agenda de la conferencia a la que asistiría Roger. Él y los empleados de su pequeña pero poderosa empresa llegarían el lunes. Kelly recordaba haber visto que tenían la noche del jueves libre para cenar donde quisieran o asistir a una cata de vinos en alguna bodega de la zona.
Kelly planeaba atraer a Roger a su habitación, incitarlo y excitarlo, para luego darle la patada. Así aprendería, y ella sería la maestra. Estaba deseando demostrarle a su exnovio algunas de las cosas que le había enseñado Brandon. Se sentía mucho más segura de sí misma, de su atractivo y su sensualidad desde que el día anterior Brandon se había quedado mudo al ver su cambio de imagen.
Sonó el teléfono, sobresaltándola.
– Oficina del Sr. Duke, Kelly Meredith al habla.
– Soy Bianca Stephens -dijo una voz entrecortada-. Ponme con Brandon de inmediato.
– Lo siento, señorita Stephens, Brandon tiene una conferencia, no se le puede molestar.
– ¿Qué? Bueno, interrúmpela. Dile que estoy esperando. Sé qué querrá hablar conmigo.
– No lo dudo -dijo Kelly, conteniendo una mueca-, pero es una conferencia telefónica con varios clientes y con sus socios. Le diré que la llame.
– Kathy, ¿sabes quién soy?
– Sí, señorita Stephens, y me llamo Kelly.
– Lo que sea -dijo-. Mira, ponle una nota delante de la cara, sé que aceptará mi llamada.
– Me ha dado instrucciones de no molestarlo. Lo siento mucho, pero le daré su mensaje.
– ¿Cómo has dicho que te llamabas?
– Kelly. Kelly Meredith.
– Bien, Kelly -dijo Bianca, con tono de considerarla una tonta niña de primaria-. Le diré a Brandon lo poco cooperativa que has sido.
– Sí, señora. Y yo le daré su mensaje.
– Más te vale -declaró ella-. No le gustará saber que se ha perdido mi llamada.
– Seguro que es así, yo… -Kelly calló. Bianca había cortado la comunicación. Eso la impresionó.
Colgó y se levantó para pasear por la oficina. Estiró los brazos y giró el cuello para liberarse de la ira que sentía. Sabía muy bien quién era Bianca Stephens: hija de un exministro de Defensa y presentadora de un programa de entrevistas matutino en una cadena nacional. Delgada, guapísima y, probablemente, muy inteligente, maldita fuera.
Recriminándose, fue a la cocina a servirse un refresco. Siempre había habido mujeres como Bianca Stephens en la vida de Brandon, y siempre las habría. Eran supermodelos, herederas, actrices y diseñadoras. Algunas eran agradables y otras horribles, como Bianca Stephens. Brandon salía con ellas porque lucían mucho colgadas de su brazo y, probablemente, en su cama, aunque Kelly no quería pensar en eso. Lo cierto era que la decepcionaba que Brandon estuviera dispuesto a salir con una mujer tan grosera como esa.
Kelly agradeció al cielo que su vínculo emocional con Brandon no fuera lo bastante fuerte para que eso le importara, pero tenía que admitir que la irritaba que la tratasen como si fuera una mera asalariada. Inspiró varias veces, se echó el pelo hacia atrás e hizo girar los hombros para relajarse. Luego regresó a su escritorio.
– No te equivoques -masculló, sentándose-. Una «mera asalariada», eso es exactamente lo que eres.
Agarró el abrecartas y siguió con el correo. Se dijo que el problema no era ser asalariada, sino tratar con gente grosera como Bianca, que la trataba con desprecio y superioridad porque le pagaban por contestar el teléfono.
Sin embargo, Kelly había filtrado a menudo ese tipo de llamadas de mujeres petulantes sin que la afectaran lo más mínimo.
– No te importaría tanto si no te hubieras acostado con él -susurró, colocando varias cartas en una carpeta para que Brandon las revisara. Arrugó la frente, preguntándose si, de repente, Brandon le importaba demasiado. No lo creía. Le importaba sí, pero desde luego no lo amaba. No podía permitir que eso ocurriera. Habían hablado del tema, le había asegurado que no se enamoraría de él y, además, ¡no era tonta!
Aun así, era lógico, tras haber pasado una noche haciendo las cosas más íntimas que podían hacer un hombre y una mujer juntos. Pero se le pasaría, pronto, o se daría de patadas por su estupidez.
Sonó el teléfono. Deseando que no fuera Bianca, contestó con su tono más profesional.
– Hola, Kelly. Soy Sally Duke.
– Hola, señora Duke -Kelly se relajó. La madre de Brandon era siempre amable y encantadora-. ¿Cómo está?
– Muy bien, cielo. Estoy deseando verte este fin de semana.
– Y yo a usted -abrió una de las carpetas que tenía delante-. Tengo aquí su itinerario y veo que llegará el viernes, alrededor de las dos. La limusina estará esperando en el aeropuerto. ¿Ha hecho Brandon la reserva para cenar?
– Eso espero. ¿Te importaría confirmarlo?
– En absoluto. No hay nada apuntado, pero le preguntaré a Brandon cuando acabe su conferencia telefónica. Me aseguraré de que está organizado.
– Lo sé. Tengo que admitir que me hace ilusión -dijo Sally-. Hay cientos de restaurantes fabulosos en Napa que me encantaría probar.
– A mí también.
– Kelly, cariño, ¿algo va mal? Suenas rara.
– No, estoy bien. O lo estaré pronto -le aseguró Kelly. Que la madre del jefe notara que estaba tristona era mala señal-. Acabo de ocuparme de algo desagradable.
– ¿Algo o alguien?
– Nada importante -Kelly suspiró, sabiendo que había dicho demasiado.
– Ah, es alguien -adivinó Sally-. Crié a tres chicos. Aprendí a leer entre líneas.
Kelly se rio. No quería involucrar a la señora Duke en sus problemas, así que cambió de tema.
– Veo que Brandon, usted y sus amigas visitarán las bodegas el sábado. Eso será divertido.
– Lo pasaremos de miedo -dijo Sally, jovial-. Kelly, el sábado por la noche cenaremos en el restaurante del hotel. Adam, Cameron y sus esposas estarán allí, y sería maravilloso que te unieras a nosotros. Si estás libre, claro. Nos ayudas mucho y ya te consideramos parte de la familia.
A Kelly se le llenaron los ojos de lágrimas. Su madre había muerto cuando ella tenía doce años, y seguía echándola de menos a diario. Su padre estaba vivo, pero residía en Vermont, cerca de sus otras dos hijas y sus familias.
– Que yo sepa, estoy libre. Y me encantaría cenar con todos. Muchas gracias por invitarme -de repente, pensaron que tal vez Brandon iría con una mujer, pero se dijo que no importaba. La había invitado su madre.
– Fantástico -exclamó Sally-. Por cierto, ¿qué tal tu viaje al centro termal? ¿Cumplieron todo lo prometido?
– Fue una maravilla. Muchas gracias por recomendármelo.
– Yo lo pasé de fábula allí el año pasado -dijo Sally-. Cuando mencionaste que te apetecía renovar tu imagen, me pareció el lugar perfecto.
– Lo fue.
– Me alegro. Estoy deseando ver los cambios.
Acabaron la conversación y Kelly pasó el resto de la mañana contestando correos electrónicos y organizando conferencias telefónicas para futuros proyectos. Cualquier cosa era mejor que pensar en Brandon y en lo que habían hecho juntos la noche anterior y esa mañana. Le resultaba imposible pensar a derechas cuando recordaba su forma de tocarla, su manera de acelerar el ritmo dentro de ella, la calidez de su aliento en la piel.
– Ay, Dios -tragó aire. Tenía que centrarse en el trabajo, pero no podía. Siguió soñando despierta con lo que Brandon le había hecho sentir, las palabras que le había susurrado al oído y las cimas de placer que le había ayudado a escalar.
Miró la luz roja del teléfono y agradeció que Brandon siguiera en conferencia. Si la viese en ese momento, adivinaría lo que había estado pensando y seguramente la acusaría de enamorarse de él. Pero no había nada más lejos de la verdad. De ningún modo iba a enamorarse de Brandon Duke.
Se obligó a concentrarse y adelantó bastante en la hora siguiente. Aun así, cada pocos minutos se descubría imaginándose en sus brazos. Pasó parte de la hora del almuerzo ante el escritorio, comiendo un sándwich y pagando facturas. Brandon tenía una reunión fuera de la oficina así que, después de comer, Kelly dejó todos los mensajes en su escritorio y aprovechó para ir a dar un paseo por el camino enladrillado que rodeaba los viñedos.
Miró las seis plantas escalonadas de suites con terraza, situadas en la ladera. Después echó un vistazo a las sofisticadas casitas de dos dormitorios que había salpicadas por la colina. No podía evitar sentirse orgullosa del pequeño pero importante papel que había jugado en el desarrollo del lujoso Mansion Silverado Trail.
Con sus paredes de estuco cubiertas de hiedra y de estilo mediterráneo, el complejo era una fusión del encanto del viejo mundo y de elegancia moderna. El restaurante ya había sido galardonado con tres estrellas por una famosa guía de viaje.
En tres días, llegarían los primeros huéspedes para el fin de semana de la gran inauguración, que incluía participación en la vendimia y en el festival de otoño. Habría cenas deliciosas, catas de vino y una gala de celebración el sábado por la noche.
Kelly llevaba meses trabajando en los actos y consideraba el proyecto como su bebé. Había cuidado cada detalle.
Pero desde el inicio del proyecto, se habían producido varios cambios en su vida. El primero era que no había contado con ver a Roger.
Un cambio aún más importante era que jamás se había imaginado teniendo una aventura con Brandon Duke, y la tenía. Sabía que iba a necesitar toda su inteligencia, discreción y buen juicio para superar la semana trabajando mano a mano con él. Además, tendría que tener especial cuidado para que ni el personal del hotel ni la familia de Brandon sospecharan nada.
No creía que fuera a ser un problema. Habían decidido poner fin a la aventura cuando llegara la familia de Brandon. Entonces lidiaría con Roger.
Inspiró el aire fresco y miró a su alrededor. En California, con las colinas siempre verdes y clima templado hasta en invierno, los indicios de la llegada del otoño eran sutiles: el moteado de las hojas, un rastro de mezquite en el aire, el juego de luces y sombras en las montañas al atardecer.
Le gustaba mucho Napa, pero no le importaría volver a Dunsmuir Bay pasadas unas semanas. Tenía un bonito apartamento dúplex con vistas a la bahía y buenos amigos a los que les alegraría ver. Y, por supuesto, adoraba su trabajo y su espaciosa oficina en la sede de Duke.
Cuando estuviera en casa, el Proyecto Roger habría concluido. Planeaba empezar a salir con hombres cuanto antes, y no volvería a acostarse con Brandon. Sobre todo porque no quería poner en peligro su excelente empleo, era imperativo que volviera a ser la ayudante práctica, profesional y bien organizada que Brandon se merecía.
Eso implicaba no más sexo con Brandon.
Decidió utilizar esas palabras como mantra porque se harían realidad en muy pocos días. «No más sexo con Brandon», repitió con firmeza, emprendiendo el camino de vuelta a la oficina.
Capítulo 5
El almuerzo de negocios duró más de lo que Brandon había esperado. Fue hacia su suite, preparándose para el montón de mensajes urgentes que sabía que le daría Kelly en cuanto entrara. Tenía ganas de tirar los mensajes a la papelera, agarrar a Kelly y conducir por las colinas a un lugar donde esconderse el resto del día.
Soltó una risita al pensar que, teniendo en cuenta las cosas que habían hecho Kelly y él la noche anterior, era una suerte que parte de su cerebro siguiera intacto. La erótica imagen de su fantástico cuerpo desnudo sobre la cama asaltó su cerebro y tuvo que apretar los dientes para controlar la excitación. Pensaba volver a pasar la noche con ella; aunque perdiera la cabeza del todo, habría merecido la pena.
De vuelta en su despacho, revisó los mensajes. Tiró el de Bianca, una mujer con la que salía de vez en cuando, a la papelera. No necesitaba más distracciones.
Se obligó a concentrarse en el trabajo, pero Kelly invadía su mente al menor descuido.
Sus hermanos llegarían en dos días, el jueves, y todo entraría en ebullición. Habría varias reuniones de última hora, conferencias telefónicas de urgencia, inspecciones y ensayos antes de que comenzaran las festividades, el viernes. Ese día llegaría su madre con sus amigas, y también los primeros huéspedes oficiales del Mansion.
La lista de huéspedes incluía a numerosos amantes del vino, a un crítico de una prestigiosa revista de viajes, a varios amigos de los hermanos Duke y a un importante cargo estatal con quien habían hecho negocios. Y también al idiota del exnovio de Kelly, claro. Roger y compañía no llegarían hasta el lunes.
En parte, seguía atónito por haber accedido a ayudar a Kelly a recuperar al tipo. Si realmente pretendía llevarse a Roger a la cama, no dudaría en obstaculizarle el camino.
Brandon sabía que lo más inteligente sería considerar lo ocurrido como una aventura de una sola noche. Sabía que estaban jugando con fuego y no deberían seguir acostándose juntos. Y también sabía que era él quien debía poner el punto final, antes de que la cosa fuera a más. Kelly lo entendería; ya habían hablado del tema.
Pero cada vez que lo pensaba, cambiaba de opinión. La deseaba demasiado. También sabía que ese sentimiento perdería fuerza. Cuando ocurriera, Kelly y él volverían a ser compañeros de trabajo y el aspecto sexual de su relación terminaría amigablemente. Sin líos ni complicaciones.
Por la noche, Brandon convenció a Kelly para que fuera a cenar con él a un agradable restaurante italiano en Napa. A los dos les apetecía escapar del hotel durante unas horas. Durante la comida hablaron de asuntos de negocios y familia. Kelly le habló a Brandon de sus hermanas y sus familias, y Brandon mencionó que su madre tenía el proyecto de buscar al hermano de su difunto esposo.
– El marido de Sally, William Duke, tenía un hermano, Tom -explicó Brandon-. Cuando sus padres murieron, enviaron a los chicos a un orfanato de San Francisco.
Kelly asintió mientras se servía alcachofas, pimientos y calabacín a la plancha.
– Sally me dijo que su esposo fue la razón de que quisiera adoptaros a los tres.
– Así es. El sueño de Bill era devolver simbólicamente lo que había recibido adoptando él a otros niños, pero murió antes de poder cumplirlo.
– Me alegra que Sally lo cumpliera por él.
– Doy las gracias al cielo por ello a diario -Brandon sonrió y tomó un sorbo de vino.
– ¿Ha sabido algo del hermano de Bill?
– Aun no. Por lo visto, el orfanato no era muy agradable y los chicos se escaparon unas cuantas veces. Bill fue adoptado y su hermano siguió allí. Años después, cuando Bill tuvo edad suficiente para buscarlo, descubrió que el orfanato se había incendiado y todos los registros se habían perdido.
– Eso es terrible. ¿Sabe Sally si el hermano de Bill sobrevivió?
– Sí. Tom ya tenía dieciocho años cuando se produjo el incendio, no estaría allí. Pero Bill lo buscó sin éxito. Su esperanza era que Tom hubiera sido adoptado y cambiado de apellido.
– Eso espero -dijo Kelly-. Por favor, dile a Sally que puedo ayudarla si necesita a alguien que investigue. Sabes que me gustan los retos.
– Gracias, Kelly -le sonrió-. Se lo diré.
– Ha sido divertido -dijo Kelly, mientras volvían hacia el hotel-. Y la pasta estaba deliciosa. Estoy llenísima.
– Sí, yo también -dijo Brandon-. Me alegro de que hayamos podido escaparnos un rato. Ya no habrá oportunidades de hacerlo.
– Lo sé -Kelly miró el cielo tachonado de estrellas. La luna llena iluminaba el camino-. Hace una noche preciosa.
– Y aún hace calor -comentó Brandon-. Es la noche perfecta para darse un baño.
– No creo que haga calor como para eso.
– Hace el suficiente para lo que tengo en mente -le agarró la mano-. Ven conmigo.
Intrigada, Kelly le permitió que cambiara de dirección y la condujera hacia la casa del propietario, en la que se alojaba él. La cómoda casa había sido construida en la colina, bajo el edificio principal. Era grande, con dos dormitorios, techo abovedado y chimenea en la sala de estar. Unas puertas de cristal daban paso a un bonito patio enmarcado por una pared de arbustos, flores y olivos. A un lado había un jacuzzi para dos.
Kelly miró a su alrededor. La espesa vegetación garantizaba una intimidad absoluta.
– Es precioso -dijo, mirando a Brandon.
– Eso creo yo -pulsó un botón, y Kelly vio, sonriente, cómo la superficie del agua empezaba a burbujear.
Brandon le quitó la chaqueta, la dobló y la dejó sobre una hamaca. Kelly hizo lo mismo con la de él. Se desvistieron rápidamente y entraron en el agua caliente y burbujeante.
– Oh, es una delicia -dijo ella, sumergiéndose hasta los hombros.
Brandon se sentó en el escalón y la atrajo para colocarla en su regazo, de cara a él.
– Sí, definitivamente es una delicia -puso las manos en sus mejillas y se inclinó para besarla.
Cuando sintió sus labios, la mente de Kelly se vació de todo pensamiento y se centró en el hombre. Él se tomó su tiempo, besándola, acariciándola con manos y lengua. Ella flotaba en un mar de placer, ingrávida en sus brazos.
– Eres bellísima -tomó sus senos en las manos e inclinó la cabeza para besar uno y luego el otro.
– Brandon -susurró ella.
– Quiero hacerte el amor.
– Sí.
Él se puso de pie en el agua, y ella se aferró a su cintura con las piernas. La deslizó lentamente sobre su miembro, hasta el final. Ella lo sintió tan dentro, tan profundo, que se preguntó si alguna vez volvería a sentirse tan completa. Después, él agarró su trasero y apretó con suavidad, provocándole una oleada de placer. Gritó cuando él empezó a moverse en su interior, más fuerte y más rápido, profundizando más y más. Se movió con él mientras las sensaciones pulsaban e irradiaban desde su centro hacia el exterior, removiendo cada átomo de su cuerpo y de su alma.
Deslizó las manos por los abultados músculos de su espalda, mientras sus poderosas caderas seguían empujándola, llevándola hacia el clímax. Sintió que su cuerpo se fundía con en el de él que, con un gruñido gutural, se dejó ir, lanzándose a un abismo de puro éxtasis.
* * *
Al día siguiente, Kelly empezó a comprender que su Plan Roger tenía fallos. Según pasaban los días, el plan de vengarse de Roger perdía más y más importancia. Eso era bueno porque necesitaba olvidarse de Roger de una vez por todas.
La verdad era que, en los últimos días, cuando buscaba en su mente, corazón y alma indicios de la tristeza que había sentido desde que Roger rompió con ella, no los encontraba. Eso era asombroso, y sabía que tenía que agradecérselo a Brandon. Él la había hecho ver que Roger estaba equivocado; era perfectamente capaz de atraer a un hombre.
Pero desde que Brandon pasaba las noches en su cama, había empezado a aparecer en sus sueños durante las horas de trabajo. Si no tenía cuidado, acabaría suspirando como una adolescente cada vez que él pasara junto a su escritorio.
No podía olvidar que habían establecido normas básicas y que estaba prohibido enamorarse de Brandon Duke. No solo no funcionaría, encima acabaría perdiendo un empleo que adoraba.
Si se descubría deseando que Brandon y ella pudieran estar juntos de verdad, no tenía más que mirar su agenda de contactos personales y contar el número de mujeres a las que había dejado en los últimos dos años, sin ofrecerles más que un regalo de despedida. Kelly había sido la encargada de comprar y enviar la mayoría de esos regalos.
Sacudió la cabeza y volvió al trabajo. Tenía mucho que hacer y tenía que ganarse el sueldo.
– ¡Es horrible! -exclamó el primer chef, Jean Pierre, curvando los labios con asco.
– ¿Estás loco? Es el mejor Montepulciano producido en la Toscana en los últimos cincuenta años -contrapuso Antonio Stelline, el sumiller.
– Italiano -masculló Jean Pierre con desdén-. Ya se entiende, ¿no?
– ¿Qué quieres decir con eso, franchute?
Era jueves por la mañana y Brandon llevaba una hora mediando entre su autocrático primer chef, Jean Pierre, y Antonio, el brillante sumiller que había contratado recientemente. Habían entablado una lucha de poder respecto al maridaje del menú de degustación del sábado por la noche. Brandon salió de la reunión sintiéndose como el rey Salomón por haber negociado una solución razonable, si bien habían añadido tres vinos al menú, y habría que reimprimirlo de inmediato.
Un rato después llegaron Cameron y Adam con sus esposas. Brandon había adjudicado a cada pareja una casita con vistas al valle, chimenea y patio con jacuzzi. Trish y Julia podrían disfrutar de masajes y limpiezas de cutis mientras él y sus hermanos se reunían con los principales directores.
Esa noche, Brandon invitó a sus hermanos a cenar en el comedor del hotel. Intentó convencer a Kelly para que los acompañara, pero ella alegó que tenía asuntos personales que atender. Él no supo si decía la verdad, pero aceptó la excusa. Después, durante la excelente cena, se esforzó por no pensar en ella y en que la echaba de menos.
– Ojalá Kelly hubiera cenado con nosotros -comentó Trish, la esposa de Adam, cuando pedían los postres-. Espero que no estés haciendo que trabaje hasta tarde.
– En absoluto -dijo Brandon-. La invité, pero dijo que tenía asuntos personales que resolver.
– No la culpo -Cameron encogió los hombros-. Al fin y al cabo, ¿quién elige cenar con su jefe?
– Está guapísima -dijo Julia tras tomar un sorbo de vino-. ¿Qué se ha hecho?
– Algún tipo de cambio de imagen -Brandon movió la cabeza con desconcierto-. No sé por qué. ¿Quién entiende esas cosas?
– A las mujeres les gusta cambiar de imagen. Es divertido -Trish se rio.
– Si tú lo dices… -Brandon la miró con escepticismo-. La verdad, adoro a las mujeres, pero nunca entenderé por qué hacen las cosas.
– Los hombres, en cambio, somos un libro abierto -apuntó Adam, sonriente.
– Exacto -exclamó Brandon-. Ni juegos, ni subterfugios, ni cambios de imagen.
– Kelly fue a Orchids, ¿verdad? -le preguntó Julia a Trish.
– Eso es -confirmó Trish-. Se supone que es fabuloso. ¿No fue Sally el año pasado? Recuerdo haberla oído decir maravillas sobre el masaje de algas, un día que estábamos en la piscina.
– ¿Mamá fue a un centro termal? -preguntó Brandon, incrédulo.
– Sí. El verano pasado, con Bea y Marjorie -contestó Trish.
– ¿Al mismo al que ha ido Kelly? -Brandon sintió un escalofrío en la espalda.
– Eso creo. Pregúntaselo.
Brandon contempló a la esposa de Adam masajear su voluminoso vientre. Pensó en el bebé de ocho meses que esperaba allí dentro, listo para salir y ser mimado por tías, tíos y abuelas.
– Dios -dijo Trish-, me encantaría pasar una semana entera recibiendo masajes y cuidados.
– Suena divino -Julia dejó escapar un suspiro.
Siguió escuchando a sus cuñadas alabar el centro que su madre había recomendado a Kelly. Hacían que sonara como un reino mágico donde los sueños se hacían realidad.
– ¿Qué tiene para ser tan fantástico?
– Oh, hay todo tipo de masajes, claro -dijo Julia-. Aquí tenéis varios, junto con los baños de lodo y clases de yoga. Pero este sitio está diseñado solo para mujeres, y aunque hay actividades deportivas, como senderismo y montar a caballo, se concentran en todos los aspectos del cuerpo y mente de una mujer. Te miman desde que entras al vestíbulo. Pero eso no es lo mejor.
– Sigue -dijo Brandon, tras mirar a sus hermanos, que parecían tan perplejos como él.
– Ofrece cambios de imagen radicales -explicó Trish-, que incluyen estilismo del cabello, pautas de maquillaje y consejos sobre cómo vestirse, sugiriendo los colores y formas que mejor se adecuan a cada cuerpo.
– Y no podemos olvidar las comidas -añadió Julia-. Sirven porciones de solo cincuenta calorías.
– Por eso yo no aguantaría más de un fin de semana -dijo Trish, riéndose.
– Ni tú, ni yo -afirmó Julia.
Brandon había oído suficiente. Ahora que sabía que su propia madre había aconsejado a Kelly con respecto a la tontería del cambio de imagen, tenía que plantearse la posibilidad de que su madre viera a Kelly como su siguiente proyecto casamentero.
Tenía sentido. Sally clamaba que quería ver a sus tres hijos casados y con prole. Había cumplido dos tercios de su objetivo. Solo faltaba Brandon.
Pero Kelly no conocía sus tejemanejes y se había dejado manipular hasta el punto de pasar dos semanas de vacaciones donde Sally le había recomendado.
Kelly había vuelto de las vacaciones como una mujer nueva. Y, sorpresa, eso había marcado el principio de una aventura que, en contra de su buen juicio, no quería que acabara. Brandon frunció el ceño. Si su madre creía que Kelly lo llevaría al altar gracias a un cambio de peinado y un nuevo vestuario, se equivocaba.
Kelly le había dicho que el cambio de imagen era para recuperar a Roger, ¿le había dicho la verdad?
– No me gusta nada esa mirada -dijo Adam, estudiando su rostro.
– Peor para ti -Brandon tomó un sorbo de vino.
– ¿Qué pasa por esa cabeza tuya? -preguntó Cameron-. Tienes pinta de estar a punto de empezar a masticar clavos.
– Estoy a punto de empezar a masticar algo, sí.
Llamaron a la puerta y Kelly sintió un cosquilleo en el estómago. Había pasado una noche tranquila, leyendo y viendo la televisión, segura de que con su familia allí, Brandon no pasaría más noches con ella. Lo había aceptado y tendría que estar agradecida toda su vida por las maravillosas noches que habían compartido.
Pero él estaba allí y ella burbujeaba de alegría. Era absurdo. Tenía que calmarse. No podía comportarse como una colegiala cada vez que lo viera. Además, probablemente él venía a confirmarle que no volverían a dormir juntos.
Inspiró varias veces y se obligó a ir hacia la puerta con paso tranquilo.
– Brandon. No creí que fuera a verte esta noche.
– Necesito preguntarte algo -dijo él, entrando.
– Claro, lo que sea. ¿Disfrutasteis de la cena?
– ¿Qué? Ah, sí. Fue fantástica. Jean Pierre se superó a sí mismo.
– Me alegro. Me gustó ver a Trish y a Julia. Son guapísimas, y tus hermanos parecen muy felices.
– Tú también eres guapísima -dijo él.
– Gracias.
– Lo digo en serio -examinó sus rasgos-. Siempre lo fuiste, pero supongo que no me había dado cuenta. Eres una belleza, Kelly.
– Brandon, ¿qué ocurre? ¿Qué ha pasado?
– Nada -dio unos pasos por la habitación y volvió a su lado-. Deja que te pregunte algo. ¿Te sugirió mi madre lo del cambio de imagen?
– ¿Tu madre? Cielos, no. ¿Por qué?
– ¿No fuiste al mismo lugar al que fue ella hace más o menos un año?
– Bueno, sí -fue hacia la cocina, llenó un vaso de agua y dio un trago-. Tu madre me recomendó Orchids cuando le dije que buscaba un centro termal donde poder… -se detuvo y miró a Brandon-. ¿A qué viene todo esto?
Él paseó de un lado a otro, como un animal enjaulado. Después se detuvo y la miró de nuevo.
– ¿Seguro que mi madre no sugirió que te iría bien un cambio de imagen?
– Cielos, Brandon -Kelly parpadeó-. Tu madre es la mujer más dulce del mundo. Nunca me diría algo así.
– ¿Estás segura?
– Claro que estoy segura. Solo me recomendó un sitio cuando le pedí consejo.
– De acuerdo, bien -aceptó él, que no había dejado de mirarla ni un segundo.
– Me asombra que pienses tan mal de tu madre.
– Eh -alzó la mano para detenerla-. Créeme, quiero a mi madre y no pienso mal de ella. Pero sé que ha manipulado una o dos situaciones, y me preocupaba que te hubiera dado algún consejo no solicitado.
– Pues no te preocupes por eso. Mencioné que quería arreglarme el pelo y… bueno, otras cosas, y tú madre me dio el nombre del centro que había visitado ella. El resto fue cosa mía.
– Me alegra oírlo -aceptó él, aparentemente satisfecho. Ella comprendió que estaba raro y no le sacaría ninguna explicación.
– ¿Quieres una copa de vino o algo?
– Sí, algo. Ven aquí -extendió los brazos y la atrajo contra su cuerpo. Acarició su espalda lentamente, provocándole escalofríos.
– No íbamos a hacer esto más, ¿recuerdas? -apuntó ella, apoyando la mejilla en su hombro.
– Sí, eso creía -farfulló-. Pero he cambiado de opinión. Solo esta vez. ¿Te parece bien?
– Oh, sí, más que bien -murmuró ella, que entre sus fuertes brazos se sentía como en casa.
– Te eché de menos en la cena, ¿sabes? -dijo él.
– Oh, Brandon -parpadeó para que no viera el brillo de las lágrimas que habían provocado esas dulces palabras-. No quería interferir en el tiempo que pasas con tu familia.
– No estarías interfiriendo -puso un dedo bajo su barbilla y ladeó su rostro para mirarla a los ojos-. Mi familia es genial, pero habría sido más divertido si tú hubieras estado allí.
– Bueno, ahora estamos juntos -le sonrió, complacida-, así que vamos a aprovecharlo.
– Nena -dijo él, conduciéndola hacia la cama-. Creí que no ibas a decirlo nunca.
La mañana siguiente empezó el ajetreo. Los primeros huéspedes llegaron a mediodía, excitados por formar parte de la esperada gran inauguración.
La ceremonia oficial fue un ejemplo de precisión, estilo y alegría. Brandon, que observaba cómo se desarrollaba todo, se sintió orgulloso de sus empleados, que estaban dando lo mejor de sí mismos. Tanto que Brandon empezaba a sentirse innecesario. Y era una sensación fantástica.
Además, el encargado de reservas le había dicho que el hotel ya estaba completo para toda la temporada. El Mansion pronto sería el destino de moda en Napa Valley. Brandon confiaba en poder irse de allí en una semanas, dejando la tarea de dirigir el pequeño y lujoso hotel en manos de los expertos que había contratado.
A principios de la tarde llegaron su madre y sus dos amigas. Brandon las recibió a la llegada de la limusina y las llevó al vestíbulo.
– Oh, es precioso, Brandon -dijo Sally, mientras ella y sus amigas miraban a su alrededor.
– Me encantan los colores -dijo Marjorie.
Él conocía a las dos mejores amigas de su madre, Beatrice y Marjorie, desde hacía más de veinte años; eran casi como sus tías favoritas. Además, Marjorie había dirigido el departamento de recursos humanos de Proyectos Duke durante varios años.
– Estoy deseando hacer el tour «de la viña al barril» -dijo Beatrice-. ¿Podremos probar las uvas según vayamos recogiéndolas?
– ¿No preferirías probar el producto final? -le preguntó Sally.
– Eso también -Beatrice sonrió.
– Puedes hacerlo todo -dijo Brandon-. Vamos a ocuparnos del equipaje e instalaros, después podéis elegir las actividades que queráis.
– Yo quiero una cata de vino -dio Sally.
– Oh, yo también -corroboró Marjorie. Beatrice asintió con entusiasmo.
– Entonces os enseñaré vuestra suite para que podáis empezar -dijo Brandon sonriente.
Dos horas después, Brandon había concluido una breve reunión con sus hermanos y el personal del restaurante. Adam había ido a su habitación a ver cómo estaba Trish, que se había echado la siesta; Cameron y Julia se habían servido copas de vino y habían ido a disfrutar de la puesta del sol dando un paseo por los viñedos.
Brandon iba de camino a su despacho cuando vio a Marjorie y a Bea en la tienda de regalos que había enfrente del mostrador de recepción. Marjorie sujetaba una caja de bombones y Bea una botella de vino tinto, y hablaban con el dependiente. Sonrió, imaginándoselas discutiendo cuál sería el mejor vino para beber con chocolate. Su madre no estaba en la tienda. Un movimiento captó su atención y la vio en la terraza, charlando animadamente con Kelly.
Durante un momento disfrutó de la imagen de la corta falda de Kelly moviéndose al viento, mientras se preguntaba qué llevaría debajo. Tuvo la esperanza de que fuera otro tanga, y se permitió imaginar la sensación del encaje en su sedosa…
– Hola, madre -saludó desde detrás.
– ¡Oh! Brandon, no te había oído -Sally se dio la vuelta.
– ¿De qué hablabais? -preguntó él.
– Le estaba diciendo a Kelly que tiene un aspecto fantástico -replicó Sally-. ¿No te parece?
– Sí, genial -dijo Brandon cauteloso-. ¿Y qué?
– ¿Te encuentras bien, cariño? -Sally le lanzó una mirada perpleja.
– Seguramente se está preguntando qué hago fuera de la oficina -dijo Kelly-. Así que más me vale volver. Ha sido un placer verla de nuevo, señora Duke.
– Lo mismo digo, Kelly -le dio un abrazo rápido-. Te veré mañana por la noche, si no antes.
– Hasta entonces -se despidió Kelly, poniendo rumbo hacia la oficina.
– ¿Qué pasa mañana por la noche? -preguntó Brandon con cautela.
– Kelly cenará con nosotros.
– Mamá, ¿qué estás haciendo? -frunció el ceño.
– No te entiendo -enderezó los hombros y le miró a los ojos-. Kelly hace tanto por nosotros que me pareció que sería un detalle invitarla. La verdad, me sorprende que no la invitaras tú.
– Mira, mamá, Kelly es genial, pero no quiero que juegues a hacer de celestina entre ella y yo.
– ¿Celestina? -lo miró con expresión atónita.
Pero Brandon sabía que su madre era una excelente actriz cuando quería serlo.
– Puedes negarlo cuanto quieras, pero sé que has intentado conseguir casarnos a los tres -cruzó los brazos sobre el pecho, serio-. Has tenido éxito con Adam y Cameron, pero no lo tendrás conmigo. No conseguirás que me declare a Kelly, así que más de vale dejarlo ya mismo.
– ¿Declararte? -parpadeó-. ¿A Kelly? -lo miró asombrada unos segundos, después se echó a reír. Y siguió riendo hasta quedarse sin aliento-. Ay, Dios, hacía años que no me reía así.
– ¿Qué es lo que tiene tanta gracia, mamá?
– Oh, cielo, venga. ¿Tú? ¿Casarte con Kelly? Eso es ridículo.
– ¿Ah, sí? -dijo él con tono retador.
– Brandon, cielo, te quiero mucho, ¡pero nunca le haría eso a Kelly! -volvió a reírse.
– ¿A Kelly? -le tocó a Brandon sorprenderse-. ¿Y yo qué?
– Sobrevivirás -dijo ella, dándole una palmadita en el brazo-. Kelly y tú haríais una pareja horrible.
– No creo -protestó indignado. Movió la cabeza, pensando que estaba intentando atraparlo-. Es decir, sí. Es decir… ¿por qué lo dices?
– Kelly es un encanto y sería un placer y un honor tenerla como nuera, pero no ocurrirá nunca -le sonrió con paciencia-. No encajáis. Ella es demasiado romántica.
– No sé si estoy de acuerdo -dijo él, midiendo sus palabras; Sally ya le había engañado una vez.
– Sí lo es, cielo -dijo Sally-. Kelly ha sufrido y aún tiene el corazón dolido. Quiere el sueño, Brandon, ese «felices para siempre».
– La mayoría de las mujeres quieren eso, creo -admitió él, filosófico.
– Sí, y tú has dejado muy claro que no tienes ninguna intención de darle eso a ninguna mujer.
– Cierto -admitió él con una mueca.
– Entonces, ¿por qué iba a querer emparejar a Kelly contigo?
– No lo sé. ¿Por qué ibas a hacerlo?
– Exacto, ¡no lo haría! -exclamó ella triunfal, poniendo fin a la conversación. Le dio otro abrazo y le palmeó la espalda como si fuera un niño listo-. Las chicas y yo nos vamos a cenar a Tra Vigne, ya te veremos por la mañana -se despidió.
Él se quedó allí preguntándose cómo había conseguido vencerlo en esa conversación.
Capítulo 6
La vendimia empezó a la mañana siguiente. Aunque los Duke habían contratado a muchos trabajadores, los huéspedes estaban invitados a participar como parte de la experiencia «de la vid al barril». Para mucha gente que pasaba las vacaciones en Napa Valley era tradición participar en la vendimia. Había algo esencial y gratificante en el acto físico de recoger las uvas que algún día serían el vino que servirían en su mesa.
– ¿Cómo se sabe cuándo están las uvas en su punto? -preguntó la señora Kingsley que, junto con su esposo, estaba en Napa por primera vez.
Brandon iba a hablar, pero Kelly se le adelantó.
– Hay diversas maneras de juzgarlo -dijo, agarrando un racimo y separándolo de la vid con una navaja. Dio uvas a los señores Kingsley y se metió una en la boca-. El sabor del vino no se suele percibir en la fruta -explicó.
– Es muy dulce -dijo la mujer, mascando.
– Sí -dijo Kelly-. Yo solo noto el azúcar. Pero un experto captaría taninos y acidez en la piel.
– Entiendo -aceptó la señora Kingsley.
– Hay todo tipo de instrumentos y análisis para medir la madurez de la uva -siguió Kelly-. Pero creo que hay mucho arte mezclado con la ciencia. Y también suerte. Al fin y al cabo, ¿quién sabe cómo cambiará el tiempo de una temporada a otra?
Kelly había impresionado a Brandon muchas veces con su sentido de los negocios y su destreza social, y ese día volvió a hacerlo. La observó ir de hilera en hilera, saludando a los huéspedes, repartiendo botellas de agua y dando consejos que iban desde cómo cortar la uva a la necesidad de protegerse del sol aunque estuvieran en octubre.
– Es muy especial -dijo Adam.
– Sí que lo es -corroboró Brandon.
– Tal vez deberíamos plantearnos ascenderla.
– De eso nada -gruñó Brandon-. Me la quedo.
– ¿Te la quedas? -Adam enarcó una ceja.
– Ya sabes lo que quiero decir -Brandon movió la mano en el aire-. Me la quedo de ayudante.
– Sí, de ayudante -Adam hizo una mueca-. Ya.
– ¿Qué significa eso?
– Significa que no te culpo -Adam miró a Kelly con interés renovado-. Si yo tuviera a alguien tan especial trabajando para mí, tampoco la dejaría ir.
– Eso está claro -dijo Brandon, que sabía que Trish había sido la ayudante temporal de Adam. Se habían enamorado y casado el año anterior-. Pero todos hemos asumido que eres un hombre débil.
– ¿Débil, eh? -Adam echó la cabeza hacia atrás y se rio. Vio a su bella esposa embarazada sentada bajo una sombrilla, bebiendo agua de una botella. Asintió satisfecho y miró a Brandon-. Solo un hombre fuerte reconoce su propia debilidad.
– Signifique lo signifique eso.
– Creo que sabes lo que significa -dijo Adam. Miró a Kelly antes de volver a mirar a Brandon.
– Buen intento, hermano, pero te equivocas. No va a suceder.
– Espero que te estés convenciendo tú, porque a mí no me convences.
– Estoy convencido de que no sabes de qué estás hablando -se defendió Brandon.
Sonriente, Adam le dio un golpe en la espalda y fue a ver a Trish. Brandon siguió mirando a Kelly, que aún reía y charlaba con los huéspedes. Arrugó la frente al recordar lo que Adam había dicho.
Su familia estaba medio loca.
El que deseara a Kelly tanto como respirar, no significaba que fuera a ser tan estúpido como para casarse con ella. Su aventura se centraba en el sexo, no el matrimonio. Brandon se negaba al matrimonio. Ahora y siempre.
Entretanto, siguió mirando a Kelly. Notó que se había puesto el brillo labial con sabor a frambuesa que había llevado la noche anterior, cuando fue a verla. El recuerdo de lo que había hecho con esos sensuales labios lo obligó a apretar los dientes para no avergonzarse ante todos sus clientes.
No ayudaba que ella luciese una femenina blusa de punto que se pegaba a sus curvas y vaqueros azul oscuro que moldeaban su bonito trasero a la perfección. Se había recogido el pelo espeso y brillante en una cola de caballo que se movía de un lado a otro, tentándolo.
Si Kelly y él fueran una auténtica pareja, no dudaría en ir hacia ella y besarla, pero no lo eran.
– Gracias por tu ayuda -dijo el señor Kingsley, inclinando la cabeza hacia ella-. Te veremos en la cata de vino.
– No lo dude, señor Kinsgley -dijo Kelly. Él y su esposa, con sus gorras a juego, emprendieron el camino de vuelta al hotel agarrados de la mano.
Kelly no había supuesto que disfrutaría tanto con los huéspedes del hotel. No se consideraba tímida, pero tampoco solía ser tan extrovertida. Lo atribuía a la seguridad en sí misma que había adquirido en la última semana, desde que Brandon y ella dormían juntos. Tendría que estar agotada, pero se sentía rebosante de energía y entusiasmo.
– No lo analices. Disfrútalo -murmuró para sí.
– ¿Qué has dicho? -preguntó Brandon.
Kelly tragó aire y se giró lentamente para mirarlo. Le parecía más alto y fuerte, pero tal vez fuera porque ella llevaba botas planas, en vez de zapatos de tacón. O porque estaba impresionante con camisa y vaqueros en vez de traje y corbata.
– Hablaba conmigo misma -contestó-. ¿No ha sido un día divertido? Creo que todos lo han pasado bien.
– Gracias a ti -dijo él-. Mis hermanos quieren darte una bonificación y ascenderte.
Eso hizo que ella se sintiera feliz como un gatito. Sintió ganas de enredarse alrededor de sus piernas y ronronear, pero consiguió controlarse.
– Me dicen que vas a cenar con nosotros -comentó Brandon, ya saliendo del viñedo y tomando el sendero empedrado y bordeado de flores que llevaba al hotel.
– Espero que no te moleste.
– Claro que no. Mi madre te considera parte de la familia. Lo pasaremos bien, pero tendremos que evitar tocarnos.
– Supongo que podremos aguantar una hora o dos -Kelly se rio-. Me cae muy bien tu madre.
– A mí me pasa lo mismo -dijo él, apretándole el hombro con gesto amistoso.
Ella ronroneó para sus adentros.
– Un brindis por el Mansion Silverado Trail -dijo Adam, alzando su copa.
El resto de los Duke, junto con Beatrice, Marjorie y Kelly, levantaron las copas.
– Por el Mansion -dijo Cameron.
– Porque reine como destino supremo entre todas las propiedades Duke -añadió Brandon con una sonrisa.
– Al menos en Napa Valley -rio Adam.
– Sí -intervino Cameron-. No puede competir con el Monarch Dunes.
– Ni con el Fantasy Mountain.
– Todos son establecimientos fabulosos -dijo Marjorie-. Habéis hecho un trabajo increíble.
– Gracias -dijo Adam-. Pero en parte es culpa tuya, por ayudarnos a contratar al mejor personal.
– Ah, sí -Marjorie le guiñó un ojo a Trish-. Me alegra que por fin hayas reconocido quién es el auténtico genio de Proyectos Duke.
– Dado que fuiste tú quien contrató a Kelly y a Trish, tengo que estar de acuerdo -dijo Brandon, mirando a Kelly. Ella, sonrojándose, se apresuró a cambiar de tema, dirigiéndose a Julia.
– ¿Disfrutaste del masaje hoy? -le preguntó.
– Sí, ha sido divino -miró a Brandon-. Espero que estés pagando muy bien a Ingrid, la masajista. Vale su peso en oro.
Como eran nueve en total, Brandon había reservado la pequeña pero elegante sala privada que había junto a la bodega. A su llegada, le había apartado la silla a Kelly para que se sentara y había aprovechado para acariciarle la espalda y provocarle un delicioso escalofrío.
Todos habían optado por el menú de degustación, lo que implicaba un vino distinto con cada plato. La comida estaba deliciosa y el maridaje era perfecto. Kelly saboreó cada bocado y cada sorbo de vino. Estuvieron de acuerdo en que el equipo de cocina se había superado.
A Kelly le parecían interesantes y entretenidas las conversaciones que se sucedían en la mesa. Sally y Marjorie bromearon con Beatrice sobre algunos de los hombres que había conocido por Internet, y le pidieron que describiera los momentos más divertidos.
Julia habló sobre los problemas y dificultades de convertir su enorme propiedad familiar en un museo de arte y centro de aprendizaje infantil, que incluía un huerto y un pequeño zoo de animales domésticos. Les contó anécdotas sobre el mono que hacía reír a los niños montándose en la cabra.
Mientras Julia hablaba, Cameron le agarró la mano con cariño. Kelly se sintió cautivada y melancólica al ver cómo miraba a Julia. Los hermanos de Brandon estaban profundamente enamorados de sus esposas y no ocultaban sus sentimientos. Se preguntó si sería mucho pedir que llegara el día en que un hombre la mirase así.
Cuando retiraban el primer plato, miró a Brandon, que se reía de algo que había dicho Adam. Como si lo percibiera, Brandon volvió la cabeza y sus miradas se encontraron. La oleada de calor fue instantánea, fuerte e intensa.
Segundos después, parpadeó, y Brandon miró hacia otro lado como si no hubiera ocurrido nada especial. Kelly habría jurado que Brandon la había mirado con el mismo amor que había visto en los ojos de sus hermanos cuando miraban a sus esposas. Se preguntó si eran imaginaciones suyas o se estaba volviendo loca.
Miró a su alrededor para comprobar si alguien habían notado su súbita incomodidad. Pero todos, Brandon incluido, hablaban, reían y bebían tal y como habían hecho desde el principio de la cena.
Era obvio que había malinterpretado su mirada y eso hizo que se sintiera como una tonta enamorada. Tomó un trago de agua, se obligó a respirar pausadamente y decidió olvidar lo que creía haber visto.
* * *
– No has cenado mucho -le dijo Brandon más tarde, después de hacer el amor. Estaban tendidos en la cama de ella, mirándose.
– El primer plato me llenó más de lo que esperaba -dijo Kelly, maldiciéndose por mentir-. Pero todo lo que probé estaba delicioso.
– Hoy he recibido muchas alabanzas sobre ti.
– ¿Sobre mí?
– Sí -dijo, empezando a acariciar su espalda lenta y sensualmente-. Los huéspedes apreciaron tu ayuda en los viñedos. Fuiste toda una relaciones públicas, asegurándote de que disfrutaban y enseñándoles a cortar las uvas. ¿Dónde aprendiste a hacer eso?
– A veces paseo por los viñedos a la hora del almuerzo y charlo con los trabajadores. Ellos me enseñaron -suspiró de placer al sentir la caricia de su mano en el hombro.
– ¿En serio? -le apartó un mechón de pelo de la frente-. Se te da muy bien. Si alguna vez quieres un empleo en los viñedos, házmelo saber.
– Brandon, hemos vuelto a saltarnos las normas básicas -le dijo, apoyando las manos en su pecho.
– ¿Tú también lo has notado?
– Sí -sonrió para ocultar su tristeza-. Hay que aceptar que esta será nuestra última noche juntos.
– ¿Eso crees? -puso las manos sobre las suyas.
– Los dos estamos muy ocupados, y tu familia ya está aquí -añadió ella con voz tenue.
– Sí. Y no podemos olvidar que ese payaso que no nombraré llegará dentro de un par de días.
Kelly suspiró. Había estado deseando poner en práctica su Plan Roger, pero la idea de verlo empezaba a deprimirla.
– Bueno -Brandon le alzó la barbilla para captar su mirada-. Quedan horas antes de mañana así que, por ahora, olvidemos el mundo exterior.
La alzó y la situó sobre su potente erección.
– Oh, qué maravilla -gimió ella.
Y él procedió a complacerla de todas las maneras posibles.
* * *
A la mañana siguiente, Brandon se fue antes del amanecer. A Kelly le resultó imposible volverse a dormir. Hizo acopio de todo su valor, consciente de que había llegado el día de aceptar que no volvería a pasar la noche con Brandon.
Se levantó y fue a ducharse. Era domingo y Brandon pasaría el día con su familia. Había contratado una limusina que los llevaría a hacer una cata de champán por el valle. Sería divertido para todos pero, además, habría negocios, porque se estaban planteando asociarse con uno de los viticultores especializados en espumoso. La noche anterior, Brandon había tenido el detalle de invitarla, pero ella se había excusado. Dado que iban a poner punto final a su deliciosa aventura, prefería pasar el menor tiempo posible con él.
Al día siguiente, el lunes, llegarían Roger y el resto de la plantilla de su empresa inversora. Estarían allí cinco días. Así que, además de tener que ocuparse de las exigencias de su trabajo, Kelly tendría que estar pendiente de su exnovio.
Eso era lo que quería. No tenía intención de renunciar a su plan de vengarse de Roger. Le serviría para dar cerrojazo al tema y seguir con su vida sintiéndose más segura y fuerte. Lo suficiente como para dar los primeros pasos en busca de un hombre bueno y decente que la quisiera tanto como ella le querría a él.
Lo malo del Plan Roger era que no habría más veladas románticas con Brandon. Habían roto el pacto tras la llegada de su familia, pero no volvería a ocurrir. De hecho, no era justo utilizar a Brandon como lo había estado utilizando. Le había pedido ayuda en las técnicas del romance y la seducción y él había aceptado dárselas; a esas alturas había cumplido de sobra su parte del compromiso.
Por otra parte, no sería sano para ella seguir simulando que tenían una relación amorosa más allá de las paredes de la oficina. Solo había habido largas noches de sexo satisfactorio.
Mientras se secaba el pelo, Kelly no pudo evitar pensar que «satisfactorio» era quedarse muy corto. Habían compartido una tormenta de sexo apasionado y salvaje. Solo con pensarlo se excitaba.
Cuando se cepillaba los dientes, se obligó a recordar las muchas mujeres con las que Brandon había salido y con las que había roto. Y las pulseras de diamantes que ella se había encargado de comprar como regalo de despedida.
Lo último que quería Kelly era su propia pulsera de diamantes. Se moriría de humillación si Brandon intentaba darle una mientras le abría la puerta para que saliera. Esa imagen la convenció.
Se puso unos pantalones, una camiseta y unas deportivas, agarró el bolso y salió a hacer sus compras semanales y otros recados.
El lunes por la mañana, Kelly llegó a la oficina temprano, empeñada en ser la ayudante eficaz y talentosa que Brandon había contratado, nada más. Se sentía descansada por primera vez en una semana. Había temido que, acostumbrada a dormir acurrucada contra Brandon, le costaría dormir sola. Pero se había rendido al sueño en cuanto había posado la cabeza en la almohada; había dormido toda la noche de un tirón.
Se alegraba de haber descansado porque ese día llegaba Roger. Necesitaba estar fresca para concentrarse en él. Había dedicado bastante tiempo a vestirse y arreglarse. Se alegraba de haberse puesto el elegante vestido azul y blanco que acentuaba su estrecha cintura y sus curvas, porque los ojos de Brandon se habían iluminado de deseo al verla. Era justo la reacción que había pretendido conseguir y eso le infundió la confianza que necesitaría para hablar con Roger.
Sonó el teléfono y Kelly contestó de inmediato.
– Quiero hablar con Brandon -exigió una imperiosa voz femenina.
Kelly torció los labios. Era Bianca Stephens otra vez. Le había pasado su mensaje a Brandon la semana anterior, pero no sabía si la había llamado.
– Un momento, por favor -murmuró. Puso la llamada en espera y anunció la llamada a Brandon por el intercomunicador.
– Dile que deje un mensaje, por favor. No tengo tiempo de hablar con ella ahora.
– De acuerdo -Kelly sabía que la mujer no se tomaría la noticia nada bien. Pulsó otro botón-. Lo siento, señorita Stephens, pero Brandon no puede hablar ahora. ¿Quiere dejarle un mensaje?
– Tienes que estar de broma.
– No, señora. No está disponible, así que tendré que pasarle un mensaje.
– Bien, tengo un mensaje. Dile que necesita despedir a su recepcionista, o lo que seas, porque es una incompetente.
– Eh… ¿disculpe? -Kelly se atragantó.
– ¿No me has oído? ¿También estás sorda?
– No, no estoy sorda, pero…
– Entonces, ponme con Brandon ahora mismo.
– Me temo que no -dijo Kelly, y desconectó la llamada. Temblando, se levantó y paseó de un lado a otro, atónita. ¡Había colgado el teléfono a una supuesta amiga de su jefe! Era una barbaridad pero, por otra parte, le costaba creer que Brandon fuera amigo de alguien tan horrible.
Se preguntó si era demasiado pronto para tomarse otras vacaciones. Tenía que estar muy estresada si era capaz de colgar el teléfono así.
Tendría que decírselo a Brandon. Antes o después, lo oiría de boca de su grosera amiga. Moviendo la cabeza, se sentó de nuevo a idear una explicación razonable.
* * *
Brandon respiró aliviado cuando vio la luz roja apagarse, indicando la desconexión de la llamada.
No le había devuelto a Bianca la llamada de la semana anterior y, encima, acababa de negarse a hablar con ella. Él nunca había sido de los que evitan las confrontaciones y, además, con Bianca lo pasaba bien. Se habían visto bastante, y ella siempre estaba dispuesta a un encuentro puramente sexual cuando coincidían. No entendía por qué no había hablado con ella. ¿Cuál era su problema?
Se revolvió el pelo, intentando descubrirlo. Bianca solo le llamaba cuando estaba en la costa oeste y le apetecía darse un revolcón con él.
Por desgracia, no era buen momento para verla. Brandon tenía que estar a disposición de Kelly y ayudarla mientras estuviera allí ese idiota de Roger. Esa era su excusa para no ver a Bianca.
– ¿Sí, Kelly? -contestó al intercomunicador.
– Quería decirte que corté la llamada de la señorita Stephens por accidente, y que puede que se haya enfadado conmigo. Sé que ahora no tienes tiempo de hablar con ella, pero ¿quieres que la llame y le explique lo ocurrido?
– No te molestes, lo superará -dijo él-. La llamaré la semana que viene.
– De acuerdo -sonó aliviada-. Gracias.
Brandon se recostó en la silla y miró por la ventana. Tal vez llamaría a Bianca la semana siguiente, tal vez no. En realidad, nunca le había parecido divertida. Su mundo giraba alrededor de su trabajo, sus problemas, sus triunfos y su propia importancia. Hablaba de sí misma todo el tiempo. Siempre estaba quejándose de algo.
No necesitaba ese tipo de irritación en ese momento. Tenía que concentrar su energía en observar, y posiblemente «ayudar», a Kelly a poner en acción su plan para recuperar a Roger.
También tenía que contener sus impulsos. Ella había dejado claro dos noches antes que no le estaba permitido volver a romper las normas básicas. Eso podía replantearse en un futuro cercano, pero no mientras Roger estuviera allí. Sin embargo, vigilaría a Kelly; no iba a permitir que se hiciera daño al poner en marcha su estúpido plan.
Brandon se frotó las manos al pensar que ese mismo día vería cara a cara al imbécil que había hecho sufrir a Kelly.
Comenzaba el juego.
Capítulo 7
– Tal vez no sepa con quién está tratando -dijo una mujer rubia a la recepcionista. Muy cerca, un hombre elegantemente vestido daba golpecitos en el suelo con el pie, impaciente.
Kelly habría reconocido el sonido en cualquier sitio. Era Roger, por supuesto. Al observarlo, recordó que el más mínimo inconveniente podía sacarlo de sus casillas. Y la primera señal de advertencia eran los golpecitos con el pie.
El resto del grupo de Roger también estaba en el vestíbulo, diez o doce hombres de negocios y varias mujeres, esperando para registrarse.
Sharon, la recepcionista, sonrió cálidamente.
– Somos muy conscientes de quién es el señor Hempstead. Es un honor darles la bienvenida. Nos complace que su empresa haya escogido nuestro hotel para su conferencia. Hemos instalado al señor Hempstead en Sauvignon, nuestra suite privada más exclusiva. Estoy finalizando la documentación; me ocuparé del resto de las reservas de inmediato.
– Eso espero.
Sharon, sin dejar de sonreír, metió dos tarjetas de plástico en un estuche de cartón y tocó una reluciente campanilla de latón.
– Uno de nuestros botones acompañará al señor Hempstead a su suite.
– Póngame en la habitación más cercana a la de él.
Kelly estudió a la fría y atractiva mujer y asumió que era la secretaria de Roger, o algún tipo de socia. El traje negro de raya fina y la blusa de seda gris parecían demasiados serios y fuera de lugar en la elegancia informal del vestíbulo, pero era indudable que el estilo favorecía a la mujer. Daba la impresión de ser formal de pies a cabeza.
De repente, Kelly pensó que tal vez Roger y la mujer se acostaban juntos. Eso supondría un inconveniente que ni siquiera había considerado.
Miró a Roger. Seguía siendo muy guapo, pero el cabello rubio oscuro empezaba a clarear en la coronilla. Estaba demasiado moreno. El traje marrón era impecable pero algo pasado de moda. La corbata era de rayas borgoña y oro, los colores de su universidad. Tenía aspecto de exactamente lo que era: el privilegiado y malcriado descendiente de una venerable familia de la costa este.
En ese momento, Sharon miró a su alrededor con expresión de ansiedad y Kelly supo que había que intervenir. Justo entonces, Brandon entró al vestíbulo por la puerta opuesta. Fue directo hacia Roger, para horror de Kelly.
– Hola, señor Hempstead -saludó Brandon, estrechando la mano de Roger-. Es un placer conocerlo. Esperábamos su llegada. Soy Brandon Duke. Bienvenido al Mansion Silverado Trail.
– Gracias -dijo Roger, impresionado porque el magnate y exjugador de fútbol fuera a saludarlo en persona-. Hemos oído buenas críticas sobre el hotel, pero hay un error con nuestras habitaciones…
– No es un error -intervino Brandon, agitando el dedo-. Una subida de categoría.
Kelly frunció el ceño, preguntándose qué tramaba su jefe. En ese momento las diferencias entre los dos hombres le parecían tan obvias que no sabía por qué le había dicho a Brandon que se parecían. Cierto que ambos eran ricos y ambiciosos. Sin embargo, aunque Brandon era mandón, y le gustaba salirse con la suya, no tenía ni un ápice de la altiva arrogancia que tenía su exnovio.
Mientras los hombres hablaban, la rubia se dio la vuelta y miró a Brandon de pies a cabeza, como si fuera un filete y ella una leona hambrienta.
Kelly, que ya había visto suficiente, cuadró los hombros y fue hacia el mostrador.
– Hola, Roger -dijo.
Él la miró sin mucho interés, pero de repente dio un respingo y abrió los ojos de par en par.
– ¿Kelly?
– Sí, Roger, soy yo -fue al otro lado del mostrador-. Vamos a terminar con el registro y podréis ir a vuestras habitaciones.
– ¿Trabajas aquí? -Roger no parpadeó.
– Desde luego que sí -respondió ella con una sonrisa resplandeciente-. Bienvenido al Mansion Silverado Trail. Veré qué puedo hacer para acelerar el proceso de registro.
– Gracias, Kelly. Yo me ocuparé -dijo Michael, el otro recepcionista, acercándose a toda prisa. Se inclinó hacia ella-. He tenido que cambiar todas sus reservas de restaurante. Han traído a dos personas más sin avisar -le susurró.
Kelly, saliendo de detrás del mostrador, pensó que era típico de Roger complicar las cosas. Brandon se acercó a ella y sonrió a los huéspedes.
– Michael y Sharon concluirán el proceso lo más rápidamente posible. Quiero desearles una buena estancia, y espero que disfruten del champán de bienvenida que llevarán a sus habitaciones en la próxima media hora.
Hubo sonrisas y un coro de gracias de varios miembros del grupo, pero Roger no hizo ni caso.
– ¿Kelly? -la agarró de un brazo y la llevó a un lado-. Casi no te reconozco. Ha pasado mucho tiempo. ¿Qué tal te ha ido?
– De maravilla, Roger. ¿Y a ti?
– Estás fantástica -dijo él, ignorando la pregunta-. ¿Qué te has hecho?
– Oh, nada especial -dijo ella con indiferencia-. Me he cortado el pelo.
– Es más que eso -él arrugó la frente-. Hay algo más…
– Ya sabes, ejercicio, buena comida, buen vino -le sonrió con seguridad-. La vida es bella.
– Bueno, sea lo que sea que hagas, funciona -dijo él embelesado-. Oye, ¿estás libre esta noche? Podríamos cenar juntos.
– ¿Esta noche? No, me temo que…
– Está ocupada -intervino Brandon, desde detrás de ella-. Tiene que trabajar hasta tarde.
Kelly se dio la vuelta y la lanzó una mirada fulminante. Después volvió a mirar a Roger.
– Cierto, esta noche trabajo, pero estoy libre el jueves por la noche. ¿Y tú?
– Sí -afirmó él de inmediato-. Cenaremos.
– Espera un momento -farfulló Brandon.
Kelly le dio un discreto codazo en el estómago para callarlo y volvió a centrarse en su exnovio.
– Tengo que volver a mi oficina, Roger, pero seguro que nos veremos por aquí antes del jueves. Espero que todos disfrutéis de vuestra estancia.
– Por supuesto que nos veremos antes -Roger enarcó una ceja con desenfado.
– Así que ese es Roger -dijo Brandon, mientras volvían juntos a la oficina.
– ¿Se puede saber por qué te has entrometido? -Kelly se detuvo y apoyó las manos en las caderas.
– Eh, te he hecho un favor.
– Dijiste que no le dirías nada.
– Estaba haciendo el papel de hotelero amable. Ofreciendo la mano a un huésped importante.
– Ofreciendo el puño, querrás decir.
– No me tientes -Brandon bufó-. El tipo es un vendedor escurridizo como una serpiente, ¿no?
– No es tan malo -negó ella, volviendo a andar.
– Claro que sí -insistió Brandon-. ¿Y quién es la reina del hielo?
– ¿La mujer que había con él? -Kelly arrugó la frente-. Supuse que sería su ayudante, pero es muy mandona, ¿no crees?
– Sí, como tú -dijo él, mirándola de reojo.
– Yo no soy mandona -Kelly simuló indignarse.
– Sí que lo eres -dijo él, haciéndola entrar en la oficina y cerrando la puerta con pestillo.
Sin previo aviso, le dio la vuelta y la apoyó contra la pared. Ella dejó escapar un gritito.
– Mira cómo me manejas a mí -dijo Brandon-. Me obligas a hacer esto… -bajó la cabeza y empezó a mordisquearle el cuello.
Kelly sintió la descarga eléctrica bajar hasta sus pies. Solo habían sido dos días, pero lo había echado mucho de menos.
– Y esto… -Brandon le quitó la chaqueta de los hombros, y le sujetó los brazos a la espalda, haciendo que sacara el pecho.
– Pero… oh, sí.
– Eres muy mandona -le desabotonó el vestido y llevó la mano a sus senos.
– Brandon -gimió ella cuando, apartando el sujetador, empezó a juguetear con sus pezones. Envuelta en una neblina de placer, recordó algo importante y le agarró la mano-. Brandon, espera. No íbamos a repetir esto. Tendríamos que parar…
– Después de esto, lo juro -masculló él-. No puedo parar. Necesito tenerte ahora.
– Sí, por favor -dijo ella, mientras él lamía sus pezones-. Date prisa.
– Mandona -murmuró él, mordisqueando.
– Cállate y bésame -gruñó ella, alzando los brazos y quitándole la chaqueta. Él se rio.
– Amo a una mujer mandona.
Después, capturó sus labios e introdujo la lengua en su boca. Kelly forcejeó con el cinturón hasta que consiguió quitárselo. Luego le desabrochó el pantalón y bajó la cremallera que contenía su impresionante erección.
Aun entregada a la pasión, había registrado la frase: «Amo a una mujer mandona», pero sabía que no significaba nada especial. Si empezaba a dar importancia a cada palabra relacionada con el amor que él dijera, se volvería loca.
Segundos después, Brandon le hizo olvidarlo todo mientras succionaba sus pezones. Le quitó el vestido y lo dejó caer al suelo.
– ¡Vaya! -exclamó al ver el tanga negro.
– ¿Te gusta? -le preguntó, provocadora.
– Si no recuerdo mal, fue mi elección personal -dijo él, mirándola lentamente de pies a cabeza-. Los tacones tampoco están nada mal -añadió con una sonrisa seductora.
– Vaya, gracias.
– Cielos, eres increíble -musitó él, bajando las manos por la parte exterior de sus muslos mientras se arrodillaba ante ella.
– Brandon, ¿qué…?
– Shh, déjame -le abrió las piernas con suavidad y empezó a besar la parte interna de sus muslos, rodilla arriba hasta llegar al sexo-. Qué belleza -musitó.
Puso las manos en sus nalgas para acercarla y darse un festejo. Se tomó su tiempo, besando y lamiendo, tocando y excitando hasta llevarla al borde de la cima y dar marcha atrás, jugando con ella hasta volverla loca de pasión.
– Brandon, por favor -gritó ella.
– Pronto, amor -prometió él.
– Ahora -exigió ella, pensando que si no ocurría pronto se moriría de necesidad.
Él se fue irguiendo poco a poco, besando su estómago y sus senos, hasta estar en pie.
Kelly lo miró a los ojos y, al ver la tierna pasión que reflejaban, supo que en ese momento sentía lo mismo que ella. Era más que mera necesidad o deseo; lo sentía en los huesos, fluía en su sangre, templándole hasta el alma. Comprender que a él le ocurría lo mismo la llenó de júbilo. Sus labios se encontraron.
Sin esfuerzo aparente, él la levantó y giró para apoyarse en la pared, con ella en brazos. Ella rodeó su cintura con las piernas y gimió cuando la situó sobre su firme erección, llenándola por completo.
– Sí -gritó, besándola, devorando su boca en una explosión de fuego y placer.
Juntos, se llevaron al límite y bajaron el ritmo para prologar el éxtasis. Siguieron con ritmo pausado y constante, hasta que la pasión volvió a desbordarse. Él era cuanto deseaba, lo que siempre había esperado. La penetraba con un frenesí equivalente al de ella, y ambos volvieron al borde de ese abismo en el que se balancearon un instante, para luego perderse en un clímax tan intenso y devastador que ella se preguntó si sobrevivirían.
– ¿Qué acaba de ocurrir aquí? -preguntó Kelly, con voz temblorosa y confusa.
– Me has obligado a aprovecharme de ti, ¿recuerdas?
– Para esto sirven las normas básicas -murmuró ella entre dientes, mirando a su alrededor.
De alguna manera, habían conseguido llegar al sofá y dejarse caer allí, cada uno en un extremo. Había ropa por el suelo. Kelly estaba medio tapada con el colorido chal que decoraba el respaldo del sofá, Brandon estaba gloriosamente desnudo. Parecía la escena de un cuadro decadente.
– Ven aquí -Brandon agarró su tobillo y la acercó, obligándola a sentarse en su regazo-. ¿Qué decías de normas básicas? -preguntó.
– Nada.
– Bien -le pasó los dedos por el cabello-. ¿Qué te parece que nos vistamos y vayamos a cenar?
Pero ella sabía lo que tenía que hacer. Inspiró profundamente, para darse valor, y soltó el aire muy despacio.
– Brandon, tenemos que dejar de hacer eso.
– Dejar de hacer ¿qué? -se inclinó para mirarla a los ojos-. ¿Cenar?
– Hablo en serio.
– ¿De cenar? -le acarició la espalda-. Yo también. Me muero de hambre.
– Brandon.
– ¿Sí, Kelly? -le besó la cabeza y ella notó que sus labios se curvaban con una sonrisa.
– Sabes a qué me refiero -le agarró la mano-. Tenemos que dejar de, ya sabes, romper las normas, de practicar el sexo.
– ¿En serio?
– Sabes que sí -lo miró con solemnidad y apretó su mano-. Ya hablamos de ello. Se suponía que íbamos a parar cuando llegara tu familia.
– Eso no funcionó -soltó una risita y le besó el hombro.
– Después dijimos que pararíamos cuando llegara Roger -dijo Kelly estirando el cuello para facilitarle el acceso-. Está aquí, y hay que vernos.
– Sí, hay que vernos -le alzó el pelo para seguir depositando besos en su piel.
– Has sido muy generoso ayudándome con todo esto. Hemos estado juntos casi todas las noches durante una semana, y ha sido maravilloso. Estoy disfrutando más que en toda mi vida -agitó las pestañas y desvió la mirada para que él no viera la confusión y dolor de sus ojos-. Pero ahora tenemos que parar antes de que…
– Antes… ¿de qué, Kelly?
«Antes de que nos enamoremos. Antes de que te canses de mí», pensó ella, pero no lo dijo.
– Antes de que los empleados de servicio del hotel descubran lo que está ocurriendo.
Brandon sabía que tendría que alegrarse de que le recordara las normas básicas, una vez más. Sin embargo, mirando a Kelly, sabía que entre ellos estaba ocurriendo algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar. No era solo cuestión de sexo. Era más. Ella le gustaba, quería estar con ella. Cuando se separaban la echaba de menos. Sabía que eso no duraría, nunca duraba. Pero mientras lo estuvieran pasando bien, no tenía sentido dejarlo.
Brandon sabía que nunca sería el hombre que ella necesitaba. Kelly estaba hecha para el amor, el matrimonio y la familia. Una familia de verdad, de esas que él no había conocido.
Era cierto que Sally lo había salvado y que, junto con Adam y Cameron, habían creado un fuerte vínculo familiar. Pero antes de Sally, lo único que Brandon asociaba con la familia era el dolor. Eso persistía en su memoria, lo perseguía. Le recordaba que nunca estaría a la altura del ideal de hombre que Kelly buscaba.
Aun así, podían disfrutar el uno del otro mientras durara la atracción.
– Mira -dijo, acariciando su mejilla-, puede que sea una locura, pero no quiero dejar de verte. Lo estoy pasando muy bien. Y tú también estás disfrutando, ¿no?
– Sí, claro -le sonrió-. Sabes que sí.
– Entonces, de momento, eso es lo único que importa -la atrajo hacía él y selló sus palabras besándole los labios.
Capítulo 8
La mañana siguiente, Kelly asomó la cabeza al despacho de Brandon.
– Voy a llevar estas facturas al conserje. ¿Necesitarás algo mientras esté fuera?
Brandon, que estaba al teléfono, le indicó que no mediante gestos.
Kelly, mientras caminaba por la soleada terraza hacia el vestíbulo, pensó en la noche anterior. Brandon y ella habían salido del hotel y conducido a Santa Helena para disfrutar de una deliciosa hamburguesa con queso y patatas fritas. Tal vez fuera por la compañía, pero no recordaba haberlo pasado tan bien nunca. Habían reído y compartido historias como si fueran una pareja auténtica en una cita real. Pero no lo eran. Solo disfrutaban del sexo y a veces cenaban juntos.
– ¿Pero no es eso lo que conlleva salir con alguien? -murmuró Kelly-. ¿Sexo y cena?
Al fin y al cabo, cualquiera que los observara pensaría que eran una joven pareja de enamorados.
Pero no estaban enamorados. En absoluto.
Como había dicho Brandon, mientras siguieran disfrutando el uno del otro, ¿por qué parar?
– Estamos divirtiéndonos -se dijo, tomando el sendero que rodeaba el edificio principal-. Así que déjalo estar -añadió, para acallar a su conciencia.
– ¿Kelly?
– Oh -había estado tan sumida en sus pensamientos que no había visto que Roger estaba delante de ella, a menos de un metro-. Hola, Roger, ¿qué planes tenéis esta mañana?
– Hemos reservado el Pabellón -dijo, señalando hacia la zona termal-, para realizar ejercicios de consolidación de equipo.
El Pabellón era un chalé que se utilizaba para bodas, cenas y pequeñas conferencias. Estaba detrás de la zona termal, escondido entre olivos y robles, por lo que resultaba muy íntimo. Era uno de los lugares favoritos de Kelly.
– Muy interesante -dijo con educación-. Espero que la actividad tenga éxito.
– Escucha, Kelly, he estado pensando en ti toda la noche -se acercó y agarró su brazo-. Te he echado mucho de menos. ¿Crees que podríamos…?
– ¿Roger? -llamó una voz femenina-. ¿Vienes?
Kelly se dio la vuelta y vio a la reina del hielo. Ese día lucía un severo traje negro con blusa gris y zapatos de diez centímetros de tacón. Solo le faltaba el látigo para parecer una dominatriz.
– Hola, Ariel -dijo Roger, con poco entusiasmo.
– No podemos empezar sin ti.
Kelly pensó que era guapa, excepto por dos surcos verticales entre las cejas que se acentuaban cuando estaba molesta, y parecían tirar de sus cejas, dándole apariencia de bruja de cómic.
Kelly se avergonzó de sí misma por pensar eso. Al fin y al cabo, si Ariel estaba interesada por Roger, no se merecía más que su compasión.
– Adelántate y empieza -Roger la despidió con un ademán-. Iré enseguida -la observó marcharse y volvió a dirigirse a Kelly-. Lo que intento decirte es que creo que tú y yo podríamos…
– Ah, aquí estás -dijo Brandon complacido-. Buenos días, Hempstead. Espero que haya dormido bien.
– Pienso dormir aún mejor esta noche -dijo Roger sin quitarle los ojos de encima a Kelly.
– Buena suerte -Brandon le dio una palmada en la espalda-. Recomiendo una cerveza fría antes de acostarse. Funciona de maravilla. Vamos, Kelly, ¿no ibas a ver al conserje? -maniobró para meterse entre los dos y liberó el brazo de Kelly, que Roger aún sujetaba-. Nos veremos, Hempstead.
– ¿Estás loco? -le susurró Kelly, cuando estuvieron a una distancia prudencial.
– ¿Le has oído? -gruñó Brandon-. El tipo alucina. Cree que vas a acabar en su cama esta noche.
– Sí, lo sé. Y no me importa dejar que lo crea.
– ¿Por qué? -se detuvo y la miró fijamente.
– Porque me sentiré muy bien al decirle que no -contestó ella.
– ¿No? -repitió él.
– ¿En serio crees que me acostaría con ese tipo?
– No -repuso él lentamente, como si no se lo hubiera planteado antes-. Pero él no lo sabe.
– Correcto, y dejaremos que siga así -sonrió al ver que Brandon la miraba desconcertado-. No hablemos más de Roger. Tengo que ir a entregar estas facturas.
La noche siguiente, Brandon se preguntó por enésima vez por qué no le había dado un puñetazo en la cara a Roger en cuanto lo conoció.
El encargado del bar de vinos se había puesto enfermo, y lo estaba sustituyendo un camarero del restaurante. El hotel estaba repleto y Brandon, que no quería fallos, había decidido supervisar el bar hasta las diez, la hora de cierre. El bar del restaurante seguía abierto hasta medianoche.
Naturalmente, Roger había elegido esa noche para tomarse una copa de más. Estaba claro, el hombre era un asno pomposo que no sabía beber, pero como era el jefe nadie le llevaba la contraria ni lo arrastraba a su habitación. Por si eso fuera poco, cuanto más bebía Roger, más orgulloso de sí mismo se sentía. En ese momento debía considerarse el mismo Fred Astaire, porque había agarrado y hecho girar en redondo a Sherry, la camarera. Sherry, toda una profesional, había conseguido equilibrar la bandeja de bebidas que llevaba en la mano.
Personalmente, a Brandon le habría encantado ver cómo las bebidas caían sobre la cabeza de Roger, a su pesar, se interpuso entre ellos, agarró a Roger de los hombros y le dio la vuelta.
– Ya ha bebido suficiente, amigo.
– Tú otra vez -balbuceó Roger-. Aparta, ¿vale? Ella me desea.
– Estoy seguro -dijo Brandon, rodeando a Roger con un brazo y conduciéndole en otra dirección-. Pero hago esto por su bien. Tiene un gancho de derecha pernicioso, y un marido enorme y con poco sentido del humor. Es peligroso.
– Pero noto que le gusto. Y está muy buena.
– Sí, amigo, seguro que les gustas a todas -masculló Brandon, guiándolo hacia la puerta-. Venga, es hora de dejarlo por hoy.
De repente, la reina del hielo apareció al otro lado de Roger y lo agarró por la cintura.
– Yo me ocuparé de él -dijo.
– Eh, tú -exclamó Roger señalándola con un dedo-. Te conozco.
– Sí, y yo a ti -le dio una palmadita en el pecho.
– ¿Seguro que podrá? -preguntó Brandon, temiendo que Roger pudiera derribar a la delgada mujer con un simple movimiento del brazo.
– No sería la primera vez -dijo ella.
– ¿Qué te parece si vamos a mi habitación? -Roger pasó un brazo por los hombros de la mujer y la miró a la cara-. Tengo un jacuzzi.
– Suena irresistible -contestó ella, y se alejaron.
Brandon movió la cabeza con disgusto. El hombre era un auténtico imbécil, pero a la mujer parecía no importarle. Había gente de todo tipo.
Roger creía que podía hacer lo que le diera la gana, con quien él eligiera y cuando quisiera. Podía beber en exceso y ser desconsiderado con impunidad porque era rico y poderoso. Había nacido siéndolo y lo utilizaba como arma.
Brandon había conocido a muchos como él en su época de futbolista.
El padre de Brandon también había sido así, pero sin dinero. Un hombre enorme que intimidaba a los demás con su fuerza. Para él era un juego, y Brandon y su madre habían sido sus juguetes favoritos. Lo demostraba con los puños.
Brandon imaginaba el daño que un hombre como ese podía infligir a alguien tan gentil y dulce como Kelly. Apretó los puños al pensar que Kelly iba a cenar con él la noche siguiente.
Brandon sabía que ella le había dado largas los últimos días, con el efecto de que el tipo la deseara más que nunca. Lo sabía porque había vigilado cada paso que daba Kelly. Y si él no podía, lo hacían otros que luego le informaban. Roger no le gustaba y no le merecía la menor confianza.
Le había prometido a Kelly que no interferiría en sus planes de cenar con su exnovio, pero no tenía la menor intención de dejarla a solas con él. Estaría cerca esperando, observando, asegurándose de que Roger no volvía a hacerle daño.
Al día siguiente llegó la gran noche de Kelly. Para cenar con Roger se puso un seductor vestido negro que había reservado para la ocasión. Se ajustaba a su cuerpo como un guante, acentuando sus curvas. Apenas tenía mangas y el escote, en forma de corazón, le realzaba el pecho.
Se miró en el espejo mientras se ponía un collar de diamantes de imitación y pendientes a juego. Le gustó lo que veía. El esfuerzo había valido la pena.
Había decidido cenar con Roger en su elegante suite, en vez de en el restaurante del hotel. Así su conversación sería privada. Brandon no podría escuchar e interrumpirles sin razón justificada.
Aunque Kelly conocía a Roger desde hacía años y se sentía segura con él, había comprobado con la cocina que había encargado cena. No quería que pensara que podía invitarla a su habitación e intentar seducirla sin más. Fue un gran alivio saber que había pedido una deliciosa cena para dos.
Iniciarían la velada con una botella de champán y una bandeja de aperitivos, seguirían con carne de primera y suflé de chocolate de postre. Cuando salían juntos Roger había sido tacaño cuando cenaban fuera, pero esa noche había dado el do de pecho. Kelly suponía que pretendía impresionarla, justo como ella había esperado.
Si conseguía que le suplicara que volviese con él, su plan habría triunfado. Le rechazaría, por supuesto. Y si le preguntaba el porqué, se lo diría. Él protestaría y posiblemente acabara insultándola. Pero no le importaba. Solo quería la satisfacción de saber que la encontraba atractiva y quería recuperarla. Entonces ella saldría de su vida para siempre e iniciaría un futuro de color de rosa.
Una parte de ella sabía que el plan era algo mezquino, pero también sabía que necesitaba hacerlo. Tenía que poner fin a esa parte de su vida.
Y ya en plano egoísta, apenas había almorzado, así que si conseguía dejarlo plantado después del suflé de chocolate, el éxito de la velada sería total.
No tendría que haber ido. Las tres últimas horas eran tiempo perdido que nunca recuperaría.
La buena noticia era que la carne había superado la perfección y que el suflé de chocolate era gloria divina; la mala noticia era que ambas cosas le pesaban en el estómago como piedras.
Roger la había recibido guapo y elegante, con chaqueta de Armani y una camisa de raya fina de Brooks Brothers. Había sido un perfecto caballero toda la velada. La había piropeado y preguntado por su vida en California. Le había hablado de amigos mutuos y le había contado cosas sobre la gente que trabajaba para él.
Estaba muerta de aburrimiento.
Habían bebido champán, degustado canapés y disfrutado de la cena y el postre. Y él no se había insinuado. Tenía que pasarle algo raro. Desde su llegada el lunes, se había insinuado, buscándola al menos dos veces al día, con una urgencia que ella, obviamente, había confundido con deseo. Porque esa noche, nada. Solo educación y cortesía.
Tal vez fuera mejor así. Al fin y al cabo, Roger era agua pasada, no sentía absolutamente nada por él. Y tenía que agradecérselo a Brandon.
– Ha sido fantástico ponernos al día, Roger -dijo, apartando la silla y poniéndose en pie-. La cena ha sido fantástica, pero debería irme ya.
– Kelly, espera -se levantó de un salto y le agarró una mano-. No te vayas. Tenemos que hablar.
– Llevamos toda la noche hablando, Roger -dijo ella mirando la mano y luego su rostro.
– Lo sé, pero no he dicho lo que necesitaba decir -se acercó más a ella-. Mira, Kelly, quiero pedirte disculpas.
– ¿De veras?
– Sí. Dios, estás preciosa -deslizó los dedos por su hombro. Ella sintió un desagradable escalofrío.
– ¿A qué viene todo esto, Roger?
– Llevo toda la noche intentando… -apretó los dientes con aspecto avergonzado-, bueno, verás, sé que dije cosas que no debí decir cuando estábamos juntos. Me equivoqué. Fui… estúpido. Pero al verte esta semana y recordar lo que tuvimos, lo echo de menos. Te echo de menos a ti. Quiero otra oportunidad. Vuelve conmigo, Kelly.
Kelly lo miró. Ahora que por fin decía lo que había esperado, no se creía una sola palabra.
– Yo… Roger, no sé qué decir.
– Di que sí. Haz las maletas y vuelve conmigo.
– Roger, yo…
– Espera, no digas nada. Solo… siente -inclinó la cabeza para besarla. De hecho, más bien estrelló los labios contra los de ella.
Ella lo permitió. Y cuando volvió a besarla con un poco más de delicadeza, Kelly intentó sentir anhelo, algo. Pero no había nada. Y comprendió que nunca había sentido atracción por Roger, pero había creído que era problema de ella, no de él.
¿Dónde estaban los relámpagos? ¿Dónde los fuegos artificiales? ¿Los rayos de sol? Siempre los sentía cuando Brandon la besaba.
Roger la atrajo y le besó el cuello.
– Oh, Kelly, estábamos tan bien juntos.
– ¿Lo estábamos? -ella frunció el ceño.
– Lo recuerdas -le susurró-. ¿No vuelves a sentirlo cuando nos tocamos?
– La verdad es que no -se apartó para evitar su aliento-. Lo siento, Roger. No siento nada.
– Sí lo sientes. Lo noto -la atrajo de nuevo.
– Roger, por favor, no.
– Te estás haciendo la difícil -dijo, ladeando la cabeza para intentar besarla otra vez-. Supongo que en parte me lo merezco por decir las cosas que dije hace cinco años. Pero ya te has divertido. Admite que quieres volver conmigo y olvidaremos el pasado.
Apretó la boca contra la de ella, que casi sintió náuseas. Le dio una palmada en el brazo, tan fuerte que él interrumpió el beso y ella pudo retroceder.
– No vuelvas a tocarme -le dijo-. Te he dicho que ya no siento lo mismo por ti. Me voy.
– Vamos, Kelly -siguió acercándose a ella-. No vas a irte después de que haya gastado más de trescientos dólares en la cena. Estás nerviosa porque aún no sabes cómo hacerle el amor a un hombre.
– Oh, no -alzó la mano para detenerlo-. Eres tú quien no sabe lo que hace. Sé bien lo que se siente con un buen beso, Roger. Y no lo siento contigo.
Roger volvió a agarrarla. En ese momento se oyeron fuertes golpes en la puerta.
– ¿Qué ocurre? -Kelly dio un bote.
– ¿Qué demonios le pasa a este maldito lugar? -gritó Roger.
– ¡No le pasa nada! -dijo Kelly-. Habrá ocurrido algo. Una emergencia.
– ¡Abre, Hempstead! -gritó alguien.
– ¿Brandon? -Kelly, con los ojos de par en par, corrió a abrir la puerta.
– ¿Duke? -Roger puso una mueca de disgusto-. ¿Qué diablos quieres?
– ¿Estás bien, cariño? -Brandon entró y rodeó a Kelly con los brazos.
– Quítale las manos de encima, Duke -ordenó Roger, con tono amenazador.
– De eso nada -Brandon la apretó contra sí.
– Brandon, ¿qué haces aquí? -preguntó Kelly, tras absorber su presencia, su olor y su calidez.
– Sé que querías recuperarlo, nena -la miró a los ojos-. Pero créeme, no es el hombre para ti.
– ¿Crees que no lo sé? -Kelly lo miró atónita.
– Espera. ¿Quieres recuperarme? -intervino Roger-. Entonces ¿por qué no estás…?
– No -afirmó ella-. Quería recuperarte, pero para vengarme rechazándote.
– Caramba -Brandon miraba de uno a otro.
– Estoy confuso -Roger movió la cabeza.
– Vámonos de aquí, Kelly.
– Espera -exigió Roger-. ¿Vas a irte con él?
– Sí.
– ¿Crees que este tipo te quiere? -se burló Roger-. Eres una tonta.
– Ya basta, Hempstead -dijo Brandon.
– Ah, ya -soltó una risa desdeñosa-. Crees que estás enamorada de él, ¿verdad? Menuda tontería. Solo quiere sexo, Kelly. Aunque no imagino por qué. Seguro que sigues siendo pésima en la cama.
Ella se estremeció, pero siguió andando.
– No me obligues a hacerte daño, Hempstead -Brandon, molesto se volvió hacia él.
– ¿En serio crees que te desea, Kelly? -persistió Roger, con mirada salvaje y desesperada-. Sale con las mujeres más bellas del mundo. ¿Crees que puedes competir con eso? No eres nada para él.
Kelly se aferró al brazo de Brandon y lo obligó a seguir andando.
– Lo digo en serio, Kelly. Sabes que te iría mejor conmigo -casi gritó Roger. Ella giró en redondo y agitó el dedo.
– No es verdad. Sin ánimo de ofender, no me atraes, Roger. No siento nada cuando me besas. Ni chispa, ni excitación. Nada. ¿Y sabes una cosa? No es culpa mía. No sabes besar a una mujer.
– ¡Vale! ¿Quién te necesita? Vete -gritó él. En cuanto salieron, cerró de un portazo.
Caminaron en silencio disfrutando del aire nocturno, fresco y limpio.
– Ha sido desagradable -dijo ella por fin.
– ¿Estás bien? ¿Te hizo daño?
– Sus palabras pretendían herir, pero ya las había oído antes.
– Conseguiste tu objetivo -puso un brazo sobre su hombro y la atrajo.
– Pero no fue tan satisfactorio como esperaba.
– Lo siento, cielo -Brandon se inclinó y apoyó la frente en la de ella-. Pero no merece la pena perder el sueño por él. Sobre todo porque está completamente equivocado.
– ¿Qué quieres decir?
– Eres fantástica en la cama.
– Tienes razón -rio ella-. Por lo menos la cena fue fantástica. Un sobresaliente para Jean Pierre.
– Me alegra oírlo.
– Roger tenía razón respecto a una cosa -dijo Kelly momentos después.
– No, que va -Brandon arrugó la frente.
– Sí la tenía -lo miró, solemnemente-. Solo me quieres por el sexo.
– Lo dices como si fuera algo malo.
Ella se rio.
– Venga -la apretó contra sí-. Vamos a casa.
Brandon sabía que lo correcto sería acostarla y dejarla sola. Había pasado un mal rato con Roger y veía atisbos del dolor que el tipo le había causado. Pero no quería irse y dejarla con la duda de que algo de lo que había dicho ese idiota fuera verdad.
Esa noche quería que se sintiera adorada. En vez de ir a la habitación de ella, la condujo a su espaciosa suite. Una vez dentro, con la puerta cerrada, la alzó en brazos y la llevó al dormitorio, dejándola de pie junto a la cama.
– Hoy estás bellísima.
– Gracias -murmuró ella, alzando la vista.
– Es un vestido muy sexy -llevó la mano a su espalda y bajó la cremallera lentamente-. Pero tu piel lo es aún más.
Empezó a bajarle el vestido poco a poco, revelando primero sus lujuriosos pechos.
– Una belleza -se inclinó y saboreó un pezón y luego el otro, lamiendo y chupando hasta que ella gimió de placer y enredó los dedos en su pelo.
Siguió quitándole el vestido, descubriendo su piel centímetro a centímetro, hasta que cayó al suelo, dejándola con un diminuto retazo de encaje rojo y zapatos de tacón.
– Nunca me cansaré de este vestuario -dijo él, acariciando su piel e introduciendo el dedo en el elástico de las braguitas.
– Brandon…
– Quiero notar cómo te rindes.
– Sí, por favor -ronroneó ella.
Con un movimiento rápido, se deshizo del encaje. Después la tocó y ella arqueó el cuerpo hacia él. Incapaz de resistirse, tardó dos segundos en quitarse la camisa para sentir su piel contra la suya; después volvió a concentrarse en el centro húmedo y ardiente de su sexo.
Mientras escuchaba sus suspiros y susurros, su cuerpo se endureció y empezó a arder con el deseo de llenarla por completo. Se movió para atrapar su boca, le entreabrió los labios y paladeó su sabor.
Los gemidos fueron creciendo en intensidad y su propio cuerpo se tensó con un deseo insoportable. De repente, ella gritó y se derrumbó contra él. La alzó en brazos y la dejó en la cama. Se desnudó y se unió a ella, preguntándose si moriría de la agónica necesidad que sentía.
Oyó el rugido de la sangre en los oídos cuando basculó las caderas y se introdujo en ella. Con un gritito, ella se alzó para permitir que la llenara aún más. Se movían armónicamente, como si llevaran años siendo amantes, en vez de un par de semanas. Él se perdió en su interior, perdió el sentido de todo excepto la exquisita unión de sus cuerpos y el tronar de sus corazones latiendo al unísono.
Abrió los ojos, miró los de ella y vio deseo salvaje en su mirada. Mientras embestía una y otra vez para satisfacer su necesidad con la propia, observó cómo su boca se redondeaba y emitía dulces gemidos de placer. La deseaba tanto que, sin poder resistir más, la besó, tragándose sus gritos de júbilo mientras la seguía a la cima y se vaciaba dentro de ella.
Capítulo 9
Roger y su grupo se marcharon al día siguiente, para alivio y alegría de Kelly. Mientras iba a la oficina por el bonito sendero bordeado de flores, pensó en la noche anterior. Brandon había tenido razón; Roger era un estúpido y se preguntaba qué había visto en él. Pero ya no importaba.
Lo único importante era que, antes de empezar a insultarla, Roger había dejado claro que la quería de vuelta en su vida. Y Kelly lo había rechazado. Había cumplido su plan, por fin había cerrado esa etapa de su vida y se alegraba de ello.
Tenía que enfrentarse a un problema mucho mayor: Brandon. Sabía que tenía que ser fuerte y romper con él para siempre. No podían seguir durmiendo juntos porque, aunque la noche anterior había sonado a broma, ella había dicho la verdad: ¡solo la quería por el sexo!
Por supuesto, también quería conservarla como ayudante. Le había dicho una y otra vez que era indispensable en la empresa. Era agradable oír eso, y no quería perder esa parte de su vida, pero ya no se sentía capaz de hacer el papel de novia.
Había que remitirse a los hechos. Brandon nunca pasaba mucho más de un mes con una mujer, y ya llevaba casi dos semanas con Kelly. Dos semanas maravillosas. Prefería quedarse con los recuerdos felices de esos días a sufrir una dolorosa ruptura y quedarse solo con recuerdos tristes. Y sin trabajo.
Pero, sobre todo, había un espinoso asunto al que Kelly no había querido enfrentarse hasta ese momento. Estaba enamorada de Brandon Duke.
– Ay, Dios -musitó. La asombraba ser tan tonta. Se había dado cuenta la noche anterior, cuando Brandon entró en la suite de Roger para defenderla. Había sido su caballero andante, y se había derretido al verlo.
Kelly tomó la autopista en dirección sur. Había ido a la oficina, echado un vistazo a su guapo jefe y, en vez de aclarar las cosas, había alegado agotamiento y pedido libres el resto del viernes y el lunes. Brandon había accedido, suponiendo que la había afectado el desagradable asunto de Roger.
Odiaba mentirle a Brandon, pero aún no podía afrontar lo que tenía que hacer. Aprovecharía el fin de semana largo para reflexionar y encontrar la mejor forma de manejar su nueva realidad.
Había preparado una bolsa de viaje y puesto rumbo a Dunsmuir Bay, su hogar. Cuatro horas después, aparcó ante su apartamento dúplex, bajó del coche y se estiró. Llenó sus pulmones con el aroma fresco y salado del océano. Se alegraba de estar en casa.
Dedicó el resto de la tarde a quitar el polvo en la sala y el dormitorio. Después se sirvió una copa de vino, se sentó en la terraza y contempló el mar azul oscuro y el pulular de los barcos en el puerto.
Al día siguiente, se despertó temprano y fue a caminar por el paseo marítimo. En el camino de vuelta, se desvió para visitar la parte vieja de Dunsmuir, llena de tiendas y restaurantes. El delicioso olor a productos recién horneados la llevó a entrar en Cupcake, la tienda de Julia Duke.
Le gustó la decoración azul brillante y blanco, y las mesas y sillas situadas junto a los ventanales que había a ambos lados de la entrada. Se acercó al mostrador y salivó al ver los bollos, pastas y tartas.
– ¿Kelly? -llamó alguien.
Miró hacia el otro extremo y vio a Julia, Trish y Sally Duke sentadas en una mesa, tomando café con leche y bollos.
– Siéntate con nosotras -invitó Sally.
– No quiero interrumpir vuestro desayuno.
– ¿Bromeas? -Julia acercó una silla de la mesa de al lado-. Ven y siéntate. ¿Qué haces aquí?
– Decidí tomarme unos días libres y venir a airear mi apartamento. Volveremos dentro de unos días, y quería estar preparada.
– Me alegraré mucho de teneros de vuelta en la ciudad -dijo Sally.
– Te traeré un café con leche -Julia se levantó.
– Por favor, no te molestes.
– No es molestia, es mi trabajo -sonrió ella. En ese momento llegó Lynnie, la camarera, para tomar nota, así que Julia se sentó.
– Me encantó veros en Napa -dijo Kelly.
– Lo pasamos de maravilla -dijo Trish-. Aún sueño con los masajes de Ingrid y me despierto gimiendo. Seguro que Adam sospecha algo raro.
Todas se rieron.
– Vuestros maridos son fantásticos. No debería decirlo, ya que son mis jefes, pero me encanta ver lo enamorados que están de vosotras.
– Es bonito, ¿verdad? -Sally sonrió a sus nueras con aprecio-. ¿Y tú, Kelly? ¿No era esta la semana que ibas a ver a alguien especial de tu pasado?
– Al final la visita se quedó en nada -rio Kelly.
– Pero por eso querías hacerte el cambio de imagen, ¿no?
– Sí -Kelly se sonrojó. Lynnie llegó con el café y bebió un poco para ocultar su vergüenza.
– Venga, cuéntanos qué ocurrió -dijo Trish.
– Te prometemos guardar el secreto -dijo Julia-. Brandon no se enterará.
– Eso no me preocupa -dijo Kelly-. Él estuvo involucrado en el asunto.
– La cosa se pone interesante -dijo Julia.
Kelly contó la historia de su ruptura y cómo había puesto en marcha su plan de venganza.
– Me alegro de que al menos disfrutaras de una buena cena -dijo Trish, frotándose la tripa.
– Sí, yo también me alegré -Kelly se rio. Le caían muy bien las tres mujeres y se sentía muy vinculada a ellas.
– El dolor de espalda está empeorando -dijo Trish, arqueándose y cambiando de posición.
– ¿Desde cuándo te molesta? -preguntó Sally.
– Llevo así toda la mañana.
– ¿Alguna contracción?
– Sí, pero no significan nada. No salgo de cuentas hasta dentro de tres días.
Sally y Julia intercambiaron una mirada.
– ¿Llamamos a Adam? -preguntó Kelly.
– No, no -dijo Trish con voz débil. Estiró los hombros-. Hoy está en la oficina.
– Te llevaré a casa -ofreció Sally.
– O al hospital -añadió Kelly.
– Estoy bien. Prefiero oír más cosas sobre ese imbécil de Roger. Eso me distraerá.
– Sí, Kelly, cuéntanos cómo se mezcló Brandon -la animó Sally.
Kelly les contó la llegada de Brandon a la suite de Roger y todas alabaron su heroísmo.
– Oh, oh -Trish intentó ponerse en pie-. Odio interrumpir la historia, pero he roto aguas.
– No te muevas -Kelly la ayudó a acomodarse de nuevo. Llamó a Adam a la oficina y se ofreció a alertar a sus hermanos. No fue necesario, porque estaban en plena conferencia telefónica.
– Cielo, siento que te duela, pero estoy emocionada -Sally le frotó la espalda a Trish-. ¡Vamos a tener un bebé!
Kelly las acompañó al hospital y después intentó irse varias veces, pero Sally no la dejó.
– No soy parte de la familia -protestaba ella.
– Sí que lo eres. Además, mantienes la calma mucho mejor que nosotras en situaciones de tensión. Te agradecería que te quedaras.
– Bueno, me quedaré un rato más.
– ¿Dónde está? -preguntó Adam, que llegó corriendo por el pasillo.
– En esa habitación -Sally le agarró el brazo-. Antes de entrar, respira y relájate. Y péinate un poco, o le darás un susto de muerte.
– Vale -Adam inspiró profundamente y se alisó el pelo con los dedos. Después besó a Sally en la mejilla-. Te quiero, mamá.
Kelly sonrió al ver las lágrimas de felicidad que afloraban a los ojos de Sally.
Cameron llegó un momento después. Besó a Julia y saludó a Sally y a Kelly.
– Brandon viene en el jet de la empresa. Llegará dentro de una hora o así.
– Bien -dijo Sally, dándole un abrazo a Cameron-. Sé que Adam querrá que estéis aquí.
– Tengo que irme -dijo Kelly, tras oír que Brandon llegaría pronto.
– No, por favor -Sally hizo una pausa y escrutó su rostro-. ¿Quieres irte porque viene Brandon?
– No -replicó Kelly con demasiada rapidez.
– Vamos a sentarnos allí -le sugirió Sally-. Quiero preguntarte una cosa.
Kelly no se atrevió a negarse porque sabía que eso acrecentaría las sospechas de Sally. La siguió.
– Kelly, no quiero entrometerme, pero ¿sientes algo por Brandon? -preguntó Sally.
– Claro que sí -le contestó-. Llevamos años trabajando juntos y es un gran tipo. Me gusta.
– Sabes a qué me refiero -Sally cruzó los brazos sobre el pecho.
– Sí, lo sé. Y sí, me gusta Brandon. Mucho -admitió Kelly, que no quería mentirle-. Pero le conozco muy bien y sé que una relación entre nosotros no funcionaría. Las mujeres hacen cola para salir con él, señora Duke.
– Sí, lo sé.
– Mujeres espectaculares y sofisticadas. No puedo enfrentarme a esa clase de competencia.
– Yo creo que sí -dijo Sally.
– Gracias, pero no -Kelly intentó sonreír-. Y aunque pudiera, Brandon no es hombre de una sola mujer. Pasa de una a otra como si… -calló y arrugó la frente. No sería correcto darle a Sally detalles sobre la vida amorosa de su hijo.
– No te molestes en suavizarlo, querida -Sally movió la cabeza-. Sé que mis hijos siempre han sido populares con las mujeres -agarró la mano de Kelly-. También sé que Brandon es un hombre bueno y digno de ser amado.
– Yo también lo pienso -susurró Kelly-. Ojalá…, desearía ser la mujer que él amara.
– Me encantaría que lo fueras -Sally la abrazó.
– Eres muy dulce -Kelly contuvo las lágrimas que afloraron a sus ojos-. Gracias.
Sally, con expresión resuelta, murmuró algo que Kelly no oyó bien. Le sonó parecido a: «Veremos lo dulce que puedo llegar a ser».
Brandon entró en la sala de espera y vio a su madre sentada con Julia y Cameron. Su hermano tenía al pequeño Jake apoyado en el hombro.
– ¿Qué tal va todo? -preguntó.
– Cielo, me alegro de que estés aquí -Sally se levantó, le dio un abrazo y salió al pasillo con él.
Brandon echó otro vistazo a la sala, pero no vio a Kelly que, según Adam, había sido quien le había avisado de que Trish estaba de parto. Así que Brandon llevaba dos horas preguntándose qué hacía Kelly de vuelta en Dunsmuir Bay. La había llamado al móvil, pero no contestaba, y eso era muy raro en ella.
Escudriñó el pasillo, pensando que tal vez hubiera ido al aseo, o a por un café.
– ¿Buscas a alguien? -preguntó su madre.
– Sí, pensé que Kelly estaría aquí. Adam me dijo que había venido con vosotras.
– Estuvo aquí un rato, pero se marchó.
– Oh. ¿Va a volver?
– No lo sé -Sally arrugó la frente-. Me pareció que no quería estar aquí cuando llegaras.
– ¿Por qué no iba a querer estar aquí cuando yo llegara? -Brandon la miró desconcertado.
– Dijo que no era parte de la familia y que sería mejor irse.
– ¿Qué? -la miró, incrédulo-. Menuda bobada.
– ¿Seguro?
– Mamá, ¿adónde quieres ir a parar?
– Ya hemos hablado de esto, Brandon. Creía que estábamos de acuerdo, pero ahora tengo que preguntártelo, ¿tienes una relación con Kelly?
– ¿Por qué? ¿Qué te ha dicho?
– No ha dicho una palabra pero parecía incómoda aquí. Y no has contestado a la pregunta.
– Venga, mamá, déjalo -al ver la mirada de su madre, capituló-. Bueno, vale, pero no es una relación seria. Solo estamos pasando un buen rato.
– Ay, cielo -Sally movió la cabeza-. No creo que Kelly sea esa clase de chica.
– Eso ya lo dijiste antes -se rascó la mandíbula-. No estoy seguro de saber qué quieres decir.
– Sí lo sabes. Kelly no es sofisticada como las mujeres con las que sales, ni conoce las reglas del juego. Es sensible y dulce. Quiere conocer a un hombre agradable, enamorarse y formar una familia. Los dos sabemos que ese no eres tú.
– Eh, yo soy un hombre agradable.
– Sí, lo eres, y sé que no le harías daño a propósito -le dio una palmadita en el brazo-. Pero si no dejas de verla, le romperás el corazón.
Trish dio a luz a un niño de tres kilos y medio de peso a las dos de la madrugada. Le pusieron de nombre Tyler Jackson Duke. A pesar de la hora, Adam dio cigarros puros a sus hermanos y la familia lo celebró con champán, a excepción de Trish, que tomó zumo de manzana. Brandon sacó una foto con el móvil y ella había puesto: ¡Felicidades, tío!
Al menos volvía a comunicarse con él. Decidió no presionarla más, sabiendo que la vería el martes. Para entonces habría olvidado lo de Roger, volvería a ser ella misma y podrían hablar. Entretanto, aprovechando que estaba en Dunsmuir Bay, decidió pasar el día buscando ideas creativas con las que mimar a su sobrino.
Capítulo 10
El martes por la mañana, Brandon cruzó la terraza camino de la oficina sonriente y animoso. Kelly estaría allí, y estaba deseando volver a verla.
Cuando llegó no estaba en su escritorio y sintió una punzada de miedo, que desechó de inmediato. Era temprano. Llegaría de un momento a otro.
Entró en su despacho, se quitó la chaqueta y la colgó en el perchero. Se sentó y estudió la agenda. Reuniones, conferencias y organización de la mudanza de vuelta a Dunsmuir Bay. La visita a casa durante el fin de semana le había recordado cuánto echaba de menos a su familia y las ventajas de vivir en la costa californiana.
Diez minutos después, oyó a Kelly entrar.
– Buenos días, Kelly -llamó-. Ven cuando tengas un momento.
– De acuerdo.
Unos minutos después, tras encender el ordenador y poner la cafetera, entró al despacho.
Brandon alzó la cabeza sonriente y se quedó boquiabierto. Llevaba puesto un viejo y aburrido traje pantalón color gris y un jersey negro de cuello vuelto. Tenía el pelo recogido en una coleta y llevaba las feas gafas de montura de pasta.
– ¿Qué te ha pasado? -preguntó él, sin pararse a pensar-. Esto… ¿has perdido las lentillas?
– No, las gafas son más fáciles -explicó ella-. Ahora que Roger se ha ido, he pensado volver a ponerme algunos de mis conjuntos más cómodos. Este está bien, ¿no?
– Sí, claro -aceptó él, aturdido por su decisión.
– Bien -tras un leve titubeo se sentó frente a él-. Tenemos que hablar, Brandon.
– De acuerdo, hablemos -dijo él, observando cómo se quitaba las gafas y jugueteaba con ellas.
Se dio cuenta de que estaba más guapa que nunca, sin maquillaje. Los pantalones eran muy anchos y el color no la favorecía, pero Brandon sabía que bajo toda esa tela había un par de piernas increíbles. La súbita imagen de sus muslos desnudos hizo que se le tensara la entrepierna. Acercó la silla a la mesa para ocultar su problema.
– No te enfades, pero tengo que darte las gracias -empezó ella por fin, tras tomar aire.
– Habíamos quedado en que no lo harías.
– Lo siento, pero no puedo evitarlo -dijo-. Déjame que acabe, ¿vale?
– De acuerdo. Adelante.
– Primero, tengo que agradecerte que me ayudaras a prepararme para la visita de Roger, ya me entiendes. Segundo, gracias por ir a su suite. Llegaste justo a tiempo, y me gustó saber que me cubrías mientras forcejeaba con Roger.
– De nada -Brandon sonrió.
– Me alegra decir que he mantenido mi parte del trato y no me he enamorado de ti. Ahora estoy lista para volver a mi vida tal y como era antes de que el nombre de mi exnovio se mencionara aquí.
– ¿Qué significa eso exactamente, Kelly?
– Significa que ya no vamos a dormir juntos -desvió la mirada y juntó las manos sobre el regazo.
– Dormir juntos.
– Ya me entiendes -esbozó una sonrisa temblorosa-. No es que no disfrutara de cada momento, ya lo sabes. Pero… lo siento, Brandon, es hora de poner punto final a eso. Fue maravilloso pero… lo siento -se levantó de la silla y salió del despacho, cerrando la puerta a su espalda.
Él analizó sus palabras. Una parte de él estaba disgustado con su decisión de poner fin a sus relaciones sexuales. De hecho, todo él estaba disgustado. La deseaba en ese mismo momento. Incluso con ese feo traje, era más sexy que cualquier otra mujer.
Apoyó los codos sobre la mesa, planeando su próxima jugada. Dejaría pasar unas horas y después la invitaría a cenar. Una buena comida, un buen vino y sin duda acabarían en la cama.
Las palabras de su madre resonaron en su cerebro. Eso era lo malo de tener conciencia. Sabía que Sally tenía razón. Kelly era dulce y sensible y se merecía encontrar el amor. Si Brandon se salía con la suya y la aventura continuaba, corría el riesgo de romperle el corazón Kelly.
Se recostó en la silla y se frotó el pecho, pensativo. Debía de haber hecho algún mal movimiento, porque sentía una punzada dolorosa.
Brandon la invitó a cenar esa noche y ella, muy cortés, lo rechazó. Al día siguiente, le pidió que almorzara con él y ella dijo que tenía otros planes.
Por último, le preguntó si quería ir a su habitación por la tarde, después del trabajo.
– Sabes que no puedo hacer eso, Brandon -dijo ella, intentando sonreír.
– Valía la pena intentarlo.
– Lo siento -dijo ella-. Toda esta situación es culpa mía.
– ¿Por qué lo dices?
– Fue una falta de profesionalidad mezclarte en mis problemas. Ahora solo anhelo que todo vuelva a ser como antes. Espero que puedas ayudarme.
– Ya. Claro. Seguro -asintió y volvió a su despacho. Kelly tuvo que contener las lágrimas.
No sabía si iba a poder seguir trabajando con él a diario. Pero la alternativa era no volver a verlo, y esa idea le parecía insoportable.
Tenía que dejar de pensar en besarlo y tocarlo, en cómo la había acariciado y hecho reír. ¡Tenía que dejar de pensar! Y lo haría.
Aunque tardase treinta o cuarenta años, estaba segura de que lo superaría.
– Tu madre en la línea dos -anunció Kelly por el intercomunicador.
– Gracias, Kelly -pulsó el botón-. Hola, mamá.
– Hola, cariño. No he sabido nada de ti en toda la semana, así que llamo para ver si estás bien.
– Estoy perfectamente. ¿Cómo te va?
– De maravilla. El bebé es una preciosidad -habló durante cinco minutos de Tyler-. ¿Cómo está Kelly? -preguntó después.
– Bien. ¿Por qué lo preguntas?
– Suenas algo irritado. ¿Va todo bien?
– Claro, ¿por qué no iba a ir bien? -le espetó-. Kelly parece haber olvidado que alguna vez practicamos el sexo juntos, así que todo perfecto -le asombró haber dicho eso en voz alta.
– Ah -dijo ella.
– Disculpa, mamá, estoy bastante ocupado.
– Brandon, ¿estás enamorado de Kelly? -Sally, hizo caso omiso de su indirecta.
– ¿Qué? -gritó él.
– No hace falta que grites -lo calmó-. Cielo, ¿por qué si no iba a molestarte que no quiera acostarse contigo?
– ¿Quién ha dicho que me molesta?
Ella se echó a reír, lo que lo irritó aún más.
– Mira, mamá, de verdad no tengo tiempo de…
– Escúchame, Brandon Duke. Está claro como el agua que estás enamorado de esa chica, y espero que te cases con ella. Puedes negarlo cuanto quieras, pero te conozco mejor que tú mismo.
– Tengo que dejarte. Te quiero, mamá.
– Yo también te quiero, hijo. Llámame después y dime cómo ha ido la cosa. Adiós.
Él colgó y se frotó la nuca. Entre las ridículas suposiciones de su madre y la actitud estrictamente profesional de Kelly, se volvería loco.
Durante los últimos tres días había tenido que soportar que Kelly fuera la ayudante perfecta que contestaba llamadas, hacía café y tecleaba sus cartas, siempre cortés y profesional.
Brandon le había dejado claro que estaba más que dispuesto a seguir con su relación sexual, pero Kelly lo había rechazado. Y él había insistido tres o cuatro veces más.
De repente, se había revuelto contra él, acusándolo de sentirse atraído por ella solo por su cambio de imagen. Él había intentado negarlo, sin éxito. A él se le había injusto, dado que llevaba días excitado a todas horas. La ironía del asunto era que, aunque Kelly había vuelto a la aburrida ropa de antes, él se excitaba en cuanto la veía. Por fin podía decirle con toda seguridad que el cambio de imagen no tenía que ver con la atracción que sentía, pero Kelly se negaba a escucharlo.
– Volveré en un rato -le dijo, saliendo de la oficina. Fue a su suite y decidió salir a correr. Le iría bien para librarse de su locura. Podía deberse a algún tipo de toxina, y el ejercicio era la respuesta.
Mientras corría, evaluó la situación con objetividad. Tenía que admitir que romper con Kelly había sido lo mejor para ambos. Era su empleada y nunca tendría que haberse acostado con ella. Ni por hacerle un favor.
Sonrió, admitiendo que el favor había sido mutuo. Lo terrible era que la echaba de menos, y no solo en la cama. Tenía una mente muy despierta y le gustaba charlar con ella. Además, Kelly le hacía reír. Pocas mujeres lo habían conseguido.
Pero todo eso daba igual, porque su madre tenía razón en una cosa. Kelly tenía «hogar tradicional» prácticamente tatuado en la frente. Se merecía a un hombre bueno que la amara y le diera un par de niños, un perro, hámsteres y una pecera.
Prefirió no pensar en cuánto odiaba imaginársela en la cama con otro hombre.
Llevaba unos ocho kilómetros cuando, jadeante y sudoroso, encontró la solución a su problema. Era sencilla: necesitaba acostarse con alguien.
Esa noche haría algunas llamadas, concertaría una o dos citas para el fin de semana y se entregaría al sexo. Tal vez así pondría fin al deseo descontrolado que sentía por Kelly.
Kelly se ajustó las gafas y continuó tecleando la carta que Brandon le había dictado. Odiaba las viejas gafas, pero sabía que era mejor ponérselas y estar fea para mantener a Brandon a distancia.
Ese día llevaba un viejo traje pantalón con zapatos planos de color marrón y el pelo recogido, parecía la tía soltera de alguien. Pero eso la ayudaba por la mañana, cuando se miraba en el espejo antes de salir y se convencía de que era una insensatez enamorarse de su guapo jefe. «Es el típico cliché», se repetía.
Aun así, cada vez que lo veía, tenía que luchar para ignorar sus sentimientos. Era obvio que él no iba a pedirle matrimonio y que no quería formar una familia. Una mujer tendría que ser idiota para pensar que lo haría, y Kelly nunca lo había sido. Al menos en el pasado.
La puerta se abrió y una mujer impresionante entró en la oficina. Era alta y delgada, con largo pelo rubio y los ojos más azules que Kelly había visto nunca. Era perfecta, etérea y real.
Kelly movió la cabeza, derrotada. Era Bianca Stephens, la bella bruja malvada de sus pesadillas. En persona. La mujer más espectacular que había visto en su vida.
– Supongo que tú eres Karen -dijo con altivez-. Vengo a ver a Brandon. Me está esperando.
Kelly no tenía ni fuerzas ni interés en volver a corregirla con respecto a su nombre.
– Entre directamente -dijo, señalando la puerta cerrada del despacho de Brandon.
– Eso hago -Bianca cerró la puerta a su espalda.
Kelly sintió que le faltaba el aire y apoyó la cabeza en el escritorio. Esa había sido la última gota. No aguantaba más.
Al notar que estaba llorando supo que tenía que actuar de inmediato. Estaba enamorada y ya no podía ver sus juegos con otras mujeres.
Dejaría de reservar cenas románticas para él y su pareja de la semana. Dejaría de comprar pulseras de diamantes para sus civilizadas despedidas. Lo dejaría todo.
Hizo acopio de energía, se limpió las lágrimas, escribió una carta de renuncia y se la envió por correo electrónico. Sacó su bolso del cajón inferior del escritorio, se levantó y salió de la oficina.
– Hola, Brandon -saludó Bianca.
– ¡Bianca! -no pudo ocultar su sorpresa.
– ¿No te alegras de verme?
– Oh, sí, claro -dijo, levantándose para saludarla-. Pero, ¿qué haces aquí?
– Me gustó mucho saber de ti la otra noche -le besó la mejilla y se pasó el dedo por los labios. Era un gesto supuestamente seductor, que él le había visto hacer docenas de veces-. No me apetecía esperar hasta el fin de semana, así que le he pedido a Gregory que me trajera. Y aquí estoy. ¿Te alegras de verme? -abrió los brazos.
– ¿Alegrarme? Sí -miró la puerta cerrada-. ¿Has visto a mi ayudante afuera?
– Sí. La verdad, Brandon, no sé cómo permites que esa mujer tan grosera trabaje para ti.
– ¿Grosera? ¿Kelly?
– No me gusta criticar -dijo, inspeccionando sus uñas-, pero el otro día fue muy desagradable conmigo por teléfono.
– ¿Kelly? -Brandon, distraído, miró el teléfono. No había ninguna luz roja que indicara que estaba hablando. ¿Por qué no le había avisado de la llegada de Bianca?-. Hoy estoy bastante ocupado.
– ¿Demasiado ocupado para mí? -hizo un mohín.
– No, claro que no -dijo él, pensando que había sido un poco brusco-. Es agradable verte.
– Eso espero. Esto está bastante lejos.
– Sí. Es toda una sorpresa -la miró un instante. Había olvidado lo bella y lo egocéntrica que era-. Necesito solucionar un par de cosas…
– ¿Vas a seguir trabajando?
– Solo un minuto -dijo, cerrando las carpetas que había sobre su mesa-. Supongo que después podemos ir a tomar algo.
– Suena bien -se sentó en una silla y sacó su teléfono-. Entretanto, revisaré mis mensajes.
– Muy bien.
Él oyó un pitido y fue a comprobar el correo electrónico. Era un mensaje de Kelly. Tal vez para explicarle cómo diablos había conseguido entrar Bianca. Abrió el mensaje y se quedó atónito.
Dos semanas de preaviso… Renuncia… Gracias por la oportunidad…
– ¿Qué? -se puso en pie-. No, no, no.
– ¿No? -dijo Bianca.
Él la miró, preguntándose por qué estaba allí. Pero sabía el porqué. Él la había llamado para decirle que quería verla. ¿Qué diablos le pasaba?
– Soy un idiota -masculló, enojado.
– ¿Brandon? ¿Estás enfermo?
– Perdona, Bianca -dijo, ayudándola a levantarse y guiándola a la puerta-. Tendrás que decirle a Gregory que te lleve de vuelta a la ciudad. Ha surgido algo.
Salió del despacho corriendo.
Kelly acababa de sacar la maleta del armario cuando llamaron a la puerta. Suspirando, fue a abrir. Era Brandon, guapo, alto y muy preocupado.
– No puedes marcharte sin más.
– No voy a hacerlo -le dijo, dejándole entrar-. Te he dado dos semanas de preaviso.
– ¿Por qué? ¿Ha dicho Bianca algo que te haya molestado? ¿Es por eso?
– No, claro que no -abrió un cajón, sacó un montón de blusas y las metió en la maleta.
– Sí te ha dicho algo. Lo sabía -paseó por la habitación-. Le he dicho que se fuera. No puedes renunciar.
– Sí que puedo. Y no es por Bianca -Kelly movió la cabeza, aún la horrorizaba que Brandon disfrutara con alguien tan desagradable. Pero no era asunto suyo. Ya no.
– Entonces, ¿por qué te vas? Trabajamos muy bien juntos.
– Sí. Lo hacíamos -sonrió con tristeza, y guardó unos vaqueros-. Pero entonces rompí las normas.
– ¿Qué normas? -preguntó él, sin dejar de pasear de un lado a otro-. ¿De qué estás hablando?
– Las normas básicas, ¿recuerdas? -inspiró profundamente y lo miró-. Me enamoré de ti.
Él se quedó mudo de sorpresa.
– Ya lo sé -dijo ella, dejando la lencería sobre la cama-. Para mí también fue un shock.
– ¿Qué? -la agarró y la puso de cara a él-. No. No hiciste eso. Soy un idiota, como un niño grande cuando estoy enfermo. Soy supersticioso. Tendrías que estar loca para enamorarte de mí ¿recuerdas? Eso dijiste. Y prometiste que no…
– Sé lo que prometí -lo cortó-. Y lo siento mucho, pero no he podido cumplir mi palabra.
– No me lo creo.
– Es verdad. Lo siento.
– Tiene que haber sido culpa de Bianca. Cuando llegó, te enfadaste y te fuiste.
– No estoy enfadada -insistió ella.
– ¿Por qué te fuiste entonces? Ella se ha ido. No quiero estar con ella. Me di cuenta al verla. ¿Fue grosera contigo? Puede ser muy hiriente.
– Oh, Brandon -Kelly sonrió con tristeza-. ¿No lo entiendes? Si no es Bianca, será otra. Siempre habrá otras mujeres en tu vida.
– Pero te quiero a ti en mi vida.
– Yo también a ti, pero no de la misma manera. Mira, sé que no estás enamorado de mí. No eres de esos hombres que se conforman con una mujer, siempre lo he sabido. Esto no es culpa tuya. Soy yo quien ha roto las normas.
– Te perdono.
– Gracias -se rio-. Pero hoy me he dado cuenta de que ya no puedo estar ante tu despacho viendo un desfile de mujeres. Llámame debilucha, pero ya no puedo ir a comprar regalos a las mujeres con las que te acuestas. Lo siento.
– Todo esto es culpa mía -le agarró las manos.
– ¿Por qué lo dices? -se obligó a mirarle a los ojos.
– Nos iba demasiado bien juntos. Pero eso no es amor, Kelly -explicó-. Es solo buen sexo.
Ella se rio de nuevo, después se dio cuenta de que también lloraba. Se limpió las lágrimas.
– Sí, el sexo era bueno, mucho. Pero conozco mi corazón, Brandon. Sé que siento amor por ti, y sé que tú no sientes lo mismo. Está bien.
– A mí no me lo parece.
– Lo siento. Pero tienes que entender que no puedo seguir trabajando para ti.
– Maldición, Kelly -se mesó el cabello con frustración-. No sé cómo arreglar esto.
– No puedes hacer nada para arreglarlo. Me quedaré dos semanas y contrataré a mi sustituta. Luego me iré.
Las dos semanas pasaron demasiado rápido. Antes de que Brandon pudiera hacerse a la idea, Kelly se había ido. Su sustituta era Sarah, una mujer más mayor y tan bien organizada que asustaba a Brandon. Kelly la había adiestrado tan bien que hacía casi todo igual que su predecesora.
Pero no era Kelly.
Sarah organizó el traslado de vuelta a Dunsmuir Bay, y no hubo ni una sola incidencia.
Pero no era Kelly.
Brandon sabía que se le pasaría la tontería un día de esos. Al fin y al cabo, no era como si estuviera enamorado de Kelly. No estaba enamorado de nadie. Él no hacía eso. Pero la echaba de menos. Era lógico, porque habían trabajado juntos más de cuatro años. Habían llegado a conocerse muy bien y se le hacía raro que no estuviera allí. Nada más.
Como siempre, sabía lo que necesitaba para borrarla de su mente. Haría algunas llamadas. Tenía que encontrar a una mujer que ocupara su lugar. No Bianca, desde luego. Se preguntaba por qué había pasado tiempo con esa mujer tan vacua y vanidosa. Había muchas mujeres donde elegir.
Lo cierto era que no se imaginaba manteniendo una conversación romántica con otra mujer. Ni cenando, compartiendo una botella de vino, hablando y pasando una velada completa con ella. Intentó recordar cómo eran sus citas de antes, pero esa época parecía haberse disipado en la niebla. Solo recordaba los buenos momentos con Kelly, charlando, riendo y compartiendo secretos durante horas. La idea de pasar tiempo con otra persona lo aburría mortalmente.
Así que se entregó al trabajo, seguro de que se le pasaría cualquier de esos días.
El sábado siguiente Adam y Trish invitaron a todos a ver al bebé. Brandon aparcó ante la enorme casa y, con las manos en el volante, se planteó si entrar o no. Esa mañana le había costado salir de la cama y se preguntaba si tendría algún virus. No quería estar cerca del bebé si estaba enfermo.
Pero tenía la cabeza y la nariz despejadas, y no tenía tos. Tampoco molestias de estómago, aunque últimamente no le apetecía salir a cenar. Se sentía desanimado, pero lo achacaba al regreso a casa. Hizo un esfuerzo y salió del coche.
– Eh, ¿te has olvidado de la cerveza? -le preguntó Cameron desde el porche.
– No, la tengo aquí -replicó él, corriendo hacia el maletero. Sacudió la cabeza y sacó la caja de cervezas.
Cuando su madre o hermanos le preguntaban algo, a mitad de la respuesta se daba cuenta de que había perdido el hilo y se había ido por la tangente.
Estaban reunidos alrededor de la ancha encimera que separaba la cocina de la sala cuando su madre le puso la mano en la frente.
– ¿Te encuentras bien, cariño?
– Sí, estoy bien -dijo él-. Solo distraído.
– Espero que no sea un virus.
– No, es el exceso de trabajo. Puede que necesite unas vacaciones.
– Hablando de vacaciones, ayer me encontré con Kelly -dijo Julia-. Ha estado visitando a su familia. Tiene muy buen aspecto.
– ¿Ha estado en el este? -preguntó Brandon.
– Sí. Ya sabes que su familia vive en Vermont.
– Cierto -estudió su botella de cerveza.
– Roger vive en su ciudad natal, ¿no? -Julia tomó un sorbo de limonada.
– ¿Roger? -Brandon sintió el amargor de la bilis en la boca-. ¿Vio a Roger cuando fue a casa?
– Bueno, estaban en la misma ciudad -justificó Trish, cerrando la puerta del frigorífico.
Kelly no podía haber vuelto al este para ver a Roger. Brandon estaba seguro de eso. Pero si eran de la misma ciudad, tal vez Roger conocía a su familia. O el padre de Kelly conocía al de Roger. ¿Había querido su familia que se casara con él? Maldijo para sí, conociendo la importancia que tenía la presión familiar.
– Cariño, estás algo pálido -Sally le agarró del brazo.
Brandon dio el último trago a su cerveza.
– Solo necesito unas malditas vacaciones.
Decidió pasar unos días en el hotel de Napa, pero no fue en calidad de jefe. Se llevó sus botas más viejas, vaqueros desgastados y unas cuantas camisas raídas, y se puso a trabajar en los viñedos.
En su etapa adolescente, Brandon y sus hermanos habían pasados algunos veranos trabajando en la construcción, así que sabía lo que era el trabajo duro. Era básico y real. El sudor y el trabajo ayudaban a un hombre a pensar en su vida, en qué importaba y qué no. Al final de un largo día, podía mirar a su alrededor y ver lo que había conseguido.
Mientras Brandon cruzaba los campos, dejando atrás las hileras de vides libres de malas hierbas, a la luz del ocaso otoñal, miraba a su alrededor veía lo que había conseguido.
Y sabía exactamente lo que le faltaba.
Kelly había vuelto de Vermont hacía más de una semana y sabía que tenía que empezar a organizar su vida social. Ya había pospuesto la tarea demasiado tiempo. Tenía un objetivo. Era hora de lanzarse a salir, o se haría vieja.
Llamaron a la puerta y se le aceleró el corazón.
– Basta ya -se recriminó, mirando el reloj de pared. Tenía que ser el cartero. ¡Brandon ni siquiera sabía dónde vivía! Y no tenía razones para ir a verla. Tenía que dejar de ponerse nerviosa cada vez que sonaba el timbre o el teléfono. Guardó el último plato y fue a abrir.
Y se le olvidó cómo respirar.
– ¿B-Brandon? -tartamudeó.
– Hola, Kelly -dijo él-. Oye, necesito ayuda.
Ella parpadeó, sin creer lo que veía. Estaba apoyado en el umbral, aún más guapo de lo que ella recordaba, que no era poco.
– ¿Vas a dejarme entrar? -preguntó.
– Oh, sí -abrió más la puerta-. ¿Ha dejado el trabajo Sarah?
– No -entró en la casa, llenándola con su presencia-. Sarah va bien. Trabaja de maravilla.
– Ah. Vale -cerró la puerta y lo miró. Hacía cuatro largas semanas que no lo veía, y había hecho lo posible por mantenerse ocupada, no pensar en él y seguir adelante con su vida. Había pasado una semana en el este, visitando a su padre, sus hermanas y su familia. Había sido una visita muy agradable, pero el viaje le había confirmado que Dunsmuir Bay era su auténtico hogar. Solo tenía que recomponer su vida. Había empezado su lista de posibilidades para establecer contactos personales e iniciar relaciones. Había pasado el día anterior ante el ordenador, revisando páginas de agencias de empleo. Tenía una lista de opciones prometedoras, y pensaba enviar currículos al día siguiente.
Pero al ver a Brandon olvidó todo eso.
– Bonito sitio -dijo él, mirando a su alrededor. Fue hacia la ventana-. Una vista fantástica.
– Gracias -Kelly pensó que parecía más alto de lo que recordaba. Tal vez fuera porque nunca había estado en su casa antes. Se lamió los labios, nerviosa-. Has dicho que necesitabas mi ayuda.
– Sí -la miró pensativo un momento. Después se acercó y tomó su mano. Kelly intentó no pensar en lo bien que encajaban una en la otra.
– Verás, es un poco embarazoso. Me pregunto si podríamos sentarnos y hablar unos minutos.
– Vale -lo condujo al cómodo sofá. Él se sentó demasiado cerca-. ¿De qué se trata, Brandon?
– Necesito ayuda con mi forma de besar, Kelly. No estoy seguro de seguir haciéndolo bien.
– Estás de broma, ¿verdad? -Kelly intentó tragar saliva, tenía la garganta seca.
– No. Estoy desesperado.
– Brandon, eres el último hombre del mundo que necesita ayuda con su forma de besar.
– Ves, en eso te equivocas -dijo él apretándole la mano con más fuerza.
– Vale. Pero podrías conseguir ayuda de cualquier mujer del mundo. ¿Por qué estás aquí?
– De eso se trata -le tocó la mejilla y le pasó los dedos por el pelo-. He descubierto que solo funciona cuando beso a la persona a la que quiero.
– Oh, Brandon -suspiró ella.
– Estoy enamorado de ti, Kelly.
– No -musitó.
– No te culpo por cuestionarlo, porque he sido un idiota. Me convencí a mí mismo de que era imposible que pudieras amarme de verdad.
– Pero eso es…
– Déjame decirlo -puso un dedo en su labios para silenciarla-, porque no me resulta fácil admitir alguna cosas.
– De acuerdo -asintió con la cabeza.
– Mis padres eran muy mala gente. Aprendí lecciones muy duras cuando era muy pequeño. Preferiría no entrar en detalles, pero uno de los días más afortunados de mi vida fue cuando Sally me acogió. Pero, aunque es una madre fantástica y se lo debo todo, los feos recuerdos no se borraron.
Ella puso la mano sobre su rodilla para confortarlo, pero no dijo nada.
– Por culpa de esos recuerdos decidí hace mucho tiempo que nunca le importaría a nadie de verdad. Así que decidí no enamorarme nunca. Así, nadie podría acercarse a mí lo suficiente como para hacerme daño.
– Oh, Brandon.
– Hizo falta que me dejaras para darme cuenta de cuánto quería importarte -dijo él-. Me quedé atónito cuando me dijiste que estabas enamorada de mí. Al principio, no pude creerlo. Era demasiado… importante, ¿entiendes?
– Sí, entiendo.
– La verdad es que me asusté muchísimo -puso su mano sobre la de ella-. Pero quiero ser importante para ti, Kelly. Quiero que me ames, porque estoy enamorado de ti. Mi corazón está vacío cuando no estás. No puedo vivir sin ti.
Ella derramó una lagrimita y Brandon pasó el pulgar por su mejilla para capturarla.
– Por favor, Kelly. Por favor, líbrame de esta tortura y dime que aún me quieres.
– Claro que te quiero aún, Brandon -dijo ella-. Te quiero con todo mi corazón.
– ¿Te casarás conmigo? -preguntó, tomando su rostro entre las manos-. Quiero pasar el resto de mi vida mostrándote cuánto te quiero.
– Sí, me casaré contigo.
– Te quiero muchísimo.
– Entonces, ¿puedes besarme, por favor?
– No estoy seguro de recordar cómo se hace. Será mejor que me lo demuestres -dijo él.
Ella se rio y le echó los brazos al cuello.
– La práctica lleva a la perfección -se rio y le rodeó el cuello con los brazos.
– Entonces, será mejor que empecemos ya -dijo él, uniéndose a su risa.
La invadió el júbilo cuando él la rodeó con los brazos y la besó con todo el amor que desbordaba su corazón. Y fue perfecto.
Epílogo
Dos años después
El verano en la costa de California central era una sucesión de días cálidos y noches templadas, y a juicio de Brandon Duke no había mejor razón para dar una fiesta. Excepto que además fuera una fiesta sorpresa por el cumpleaños de su madre.
Mientras recorría el perímetro del jardín trasero, Brandon absorbía las imágenes y sonidos de la fiesta que había reunido a familiares y amigos. Pensó en cuánto habían cambiado su vida y la de sus hermanos en unos pocos años.
Antes habrían celebrado un elegante cóctel con conversaciones apagadas. Allí se oían carcajadas y chapoteos en la piscina. Sonrió al ver a su madre luciendo unos pantalones capri de color rosa, propios de una adolescente. En el aire se mezclaban los aromas de la brisa del océano, la crema de protección solar, el pollo a la barbacoa y la limonada fría.
En ese momento, vio a Kelly al otro lado del jardín, y sintió el júbilo habitual cuando miraba a su bella esposa. Observó con orgullo y amor cómo se acariciaba el vientre en el que un niño esperaba el momento de nacer. Kelly había cambiado su vida para mejor, y en pocos días le haría padre. Brandon sabía que con ella a su lado podía superar cualquier obstáculo, conquistar cualquier miedo.
– Una fiesta genial, hermano -Cameron le dio una palmada en el hombro-. Creo que mamá se sorprendió de verdad.
– Durante un momento, pensé que había dejado de respirar -admitió Brandon, moviendo la cabeza.
– Sí, y luego se echó a llorar -Cameron se rio-. Fue perfecto.
Juntos, contemplaron a la gente. Cameron sonrió al ver a su hijo Jake explicar a su hermanita Samantha cómo hacer correr un camión de juguete por el sendero enladrillado que rodeaba la casa. En la piscina, su primito T.J. se movía en brazos de su orgulloso padre. Adam aseguraba a quien quisiera escucharle que su hijo sería nadador olímpico.
– Gracias por la invitación, Brandon -dijo su primo Aidan, abriendo una botella de cerveza.
– Me alegra que pudierais venir. Ya era hora de que nos conociéramos. Además de ser la sorpresa perfecta para mamá en su cumpleaños.
– Tenéis una familia sensacional -dijo Logan, el gemelo de Aidan, uniéndose a ellos tres.
– Gracias -Cameron sonrió-. Nos alegramos de que seáis parte de ella.
– Todo gracias a tu madre -Aidan soltó una risita-. Dejó a papá sin habla cuando lo llamó. Él llevaba años intentando encontrar a su hermano Bill, pero en el incendio del orfanato se quemaron todos los registros y al final se rindió.
Brandon movió la cabeza. Bill, el esposo de Sally, y su hermano Tom, habían sido adoptados por familias distintas y perdido el contacto. Si no hubiera sido por la testarudez de Sally Duke, tal vez nunca hubieran conocido a sus primos.
– A Sally casi se le rompió el corazón cuando supo lo del incendio -dijo Cameron-. Pero es muy tenaz. Era inevitable que os localizara antes o después.
– Le agradecemos que lo hiciera -dijo Logan-. A papá le encantó poder conoceros a todos.
Los cuatro primos miraron a Sally y al hombre alto y guapo que había junto a ella. Era Tom, el hermano de su difunto marido.
Brandon se fijó en la sonrisa de Tom cuando miraba a Sally. Se volvió hacia Logan.
– Tu padre es viudo, ¿verdad?
– Sí, y tu madre viuda -Logan les lanzó una mirada especulativa-. Caramba.
Adam se enrolló una toalla a la cintura, agarró una botella de cerveza, dio un largo trago y se reunió con sus hermanos y primos.
– Parece que lo están pasando bien -dijo, señalando a Sally y a Tom con la barbilla.
– Sí, eso comentábamos -apuntó Aidan.
– No sé qué pensar -dijo Cameron, pensativo.
Brandon bebió un trago antes de hablar.
– Puede que esta familia aún no haya puesto punto final a su tendencia casamentera.
Kate Carlisle