En los turbulentos campos de energía de un planeta distante, los nativos descubren que una enorme criatura interestelar se desplaza destruyendo sistemas planetarios, en apariencia creando una zona de vacío que protegerá a los sistemas exteriores de una explosión galáctica. Intentando comunicarse con esta vasta criatura, las gentes del lejano planeta entran en contacto con los terrestres, y juntos encuentran un nuevo y sorprendente modo de vivir

James Tiptree Jr.

EN LA CIMA DEL MUNDO

Titulo del original en Inglés:

UP THE WALLS OF THE WOLD

Traducción Carlos Gardini

Portada Julio Vivas

© 1978 James Triptee Jr.

© 1979 Editora y Distribuidora Hispano Americana, S. A. (EDHASA)

Diagonal, 519-521 Barcelona — 29 Telfs. 239 51 04 / 05

IMPRESO EN ESPAÑA

Depósito legal: B. 32.326 — 1979

ISBN: 84-350-0261-6

A H. D. S.

Por sueños que nunca mueren.

Capítulo 1

Fría, fría y solitaria, la presencia maligna vaga por los abismos estelares. Es inmensa y oscura, y casi incorpórea: sus poderes exceden los de cualquier otra criatura. Y siente dolor.

El dolor, cree, brota del crimen que cometió.

Ese crimen no es el asesinato: en realidad, mata irreflexivamente. El pecado que le provoca vergüenza y sufrimiento en cada contracción de la vasta superficie es haber desertado de la misión de su raza.

En su raza es el único individuo que ha concebido el acto criminal de cortar los lazos, de bogar a la deriva para aplacar apetitos desconocidos. Su nombre verdadero vibra en las bandas temporales, pero para sí mismo es el maligno.

Desde los escombros que rodean los fuegos centrales de esta galaxia oye las voces de su raza retumbando entre los pequeños soles, convocando a todos a las configuraciones de poder. ¡Defended, defended...! i Destruid, destruid...!

Solo. No obedece, ni puede obedecer.

Enorme y solitario, navega entre las franjas de polvo, una entidad doliente apenas más densa que el vacío en las corrientes del espacio: vasta, negra, poderosa y letal.

Capítulo 2

El mal sorprende a Tivonel en el momento más alegre de su vida. Pero al principio no advierte su llegada.

Revolotea atentamente sobre Estación Elevada, esperando la llegada del flotador de Profunda. Tiene el manto limpio y radiante, ha comido como un ser civilizado por primera vez en el año. Y la mañana es espléndida. Debajo, tres hembras del personal de la Estación planean hacia el borde de la corriente de aire que sustenta Estación Elevada para recibir al flotador. El cotorreo bioluminiscente de los mantos irradia un naranja vivaz.

Tivonel se estira voluptuosamente, saboreando la vida. Su cuerpo de exploradora, vigoroso y grácil, nada sin dificultad en el ventarrón aullante, que para ella es un apacible prado silvestre. Vuela a treinta millas de la superficie del mundo de Tyree, que jamás fue vista por ninguno de su raza.

Alrededor de su cuerpo físico, el aura del campo de energía-vital centellea inconscientemente, emanando felicidad. Ha sido un año magnífico; su misión en la jungla más alta ha resultado todo un éxito. Y ha llegado el momento de diversión que venía prometiéndose: antes de regresar a Profunda —visitará a Giadoc en el Puesto de Oidores de lo Alto.

Giadoc. ¡Qué hermoso y extraño era! ¿Cómo será ahora? ¿Se acordará de ella? Al evocar sus escarceos, una involuntaria vibración sexual ondea en el campo-vital de Tivonel. Oh, no. Se apresura a reprimirla. ¿Lo habrá notado alguien? Echa un vistazo a su alrededor, pero no detecta ningún destello de burla.

"Vaya —se reprocha Tivonel—, tengo que mejorar los modales antes de volver a las multitudes de Profunda. Aquí arriba olvidas la disciplina-de-campo. Mi Padre se avergonzaría de ver que olvido el ahura, el-equilibrio-de-la-reserva— mental."

En su alegría, Tivonel vuelve a olvidarlo de inmediato.

Es una mañana tan hermosa y brillante... El Sonido poniente se desliza tras la densa atmósfera superior de Tyree, esfumándose en un gemido violáceo. Mientras se esfuma sobreviene el silencio que para Tivonel es el día, apenas interrumpido por el sereno gorjeo blanco de la señal de la Estación. En las alturas de la Jungla Tivonel ya oye la melodía titilante y abigarrada de la— copiosa vida de los vientos de Tyree. Y vibrando tenues en la hondura del cielo percibe las primeras chispas de los Compañeros del Día. Naturalmente, Tivonel sabe qué son en verdad los Compañeros del Día: las voces de Sonidos como el de su mundo, aunque a distancias inimaginables. Pero le gusta ese nombre antiguo y poético.

Además, piensa, será un día espléndido y largo. La Estación Elevada está tan cerca del Polo Lejano de Tyree que el Sonido apenas se eleva sobre el horizonte en esta época del año. En el polo, donde se encuentran Giadoc y los Oidores, no se elevará en absoluto y reinará un día silencioso e interminable. De excelente humor, Tivonel escruta las oscuras capas atmosféricas por debajo de la Estación. Allí casi no hay vida. A gran distancia, muy abajo, distingue una señal diminuta en las frecuencias-vitales; debe ser la emanación de los lejanos y atestados habitantes de Profunda. ¿Dónde está el flotador? ¡Allí! Una pulsación-vital que se alarga rápidamente. El equipo de la Estación desciende para ayudar; poco después Tivonel capta el débil ronquido amarillo de la bocina. El personal masculino ya tiene que marcharse.

Los machos están agrupados junto a los islotes tejidos de la Estación, y los mantos despiden un murmullo de subido color rubí. Automáticamente, el campo-mental de Tivonel vira hacia ellos. Han sido sus compañeros en la aventura del año, y los ha controlado y ayudado durante mucho tiempo. Pero desde luego, no reparan en ella desde que son Padres. A salvo en las bolsas llevan orgullosamente los frutos de la misión: los niños rescatados de la Jungla. Los pequeños se asustaron ante el primer contacto con el aire relativamente sereno de aquí; bajo los bordes de los mantos de los machos Tivonel detecta ocasionalmente verdes chillidos de temor. Los enormes campos-vitales de los Padres se pliegan para calmar a las pequeñas criaturas salvajes.— El personal de la Estación revolotea a prudente distancia, tratando de no demostrar una curiosidad impertinente.

Tivonel admite ahora que el personal masculino era increíble. En verdad se resistía a creer la superioridad de efió, hasta que los vio en acción. ¡Una sensitividad fantástica, un espectro amplísimo! Claro que, al principio, tuvieron que acostumbrarse a la ferocidad del viento, pero luego se mostraron audaces e infatigables. Rastreando las señales de los Perdidos mientras caían en las arremolinadas corrientes del Gran Viento, hinchándose como salvajes. Tuvieron que circunvolar Tyree un centenar de veces mientras buscaban, hallaban, seguían, perdían el rastro y lo buscaban de nuevo.

"Pero no lo habrían logrado si yo no los hubiese guiado manteniéndolos en contacto —piensa Tivonel con orgullo—. Para eso se necesita una hembra. ¡Qué año! ¡Qué aventura aquí arriba! La increíble riqueza biológica de la Jungla, una red inagotable y desbordante de miríadas de criaturas primitivas, plantas y animales emanando energía y sonidos luminosos, entrelazadas con las vidas de formas superiores. Los vientos fecundos y eternos donde nació nuestra raza... Aunque las noches, ¡qué ruidosas! El Sonido tronaba en las tenues capas superiores... Hasta para ella resultaba demasiado. Los machos habían sufrido espantosamente por ser tan sensitivos, y algunos hasta habían padecido quemaduras leves. Pero eran valerosos; como verdaderos Padres, querían a esos niños.

Eso fue lo más apasionante, piensa Tivonel: cuando los machos finalmente establecieron un tenue contacto-mental con los Perdidos y aprendieron lentamente la tosca lengua— lumínica. Y al fin se ganaron la confianza necesaria para lograr un contacto más estrecho y persuadirlos de que les permitieran llevar los niños a Profunda, donde los criarían adecuadamente. Sólo ellos pueden hacerlo, concluye Tivonel; yo no tengo la paciencia necesaria, y menos aún la fuerza-de-campo.

Y qué patético fue descubrir que los Perdidos habían conservado un recuerdo fragmentario, generación tras generación, del momento en que sus ancestros fueron arrojados a la Jungla por esa terrible explosión bajo Vieja Profunda. Ahora los niños están a salvo. Perfecto. Pero con toda franqueza, Tivonel lo lamenta un poco; le encantaría reanudar la aventura.

Echará de menos todo esto, lo sabe. Profunda es cada vez más complicada y asfixiante. Claro que los machos quieren quedarse abajo y que nosotras los alimentemos, es natural. Pero ni siquiera algunas hembras jóvenes se atreven | afrontar el verdadero Viento. Y ahora allá tienen esas dóciles plantas-alimento... Pero ella nunca se establecerá abajo definitivamente..., jamás. Adora la Jungla, pese al fragor nocturno. El Padre supo lo que hacía cuando la llamó Tivonel, la-que-vuela-lejos; es un retruécano que también significa incivilizada, o hija-del-viento-salvaje. Y soy ambas cosas, piensa Tivonel mientras su manto irradia risas centelleantes y coralinas. Echa un vistazo de despedida a la zona donde los ventarrones planetarios de Tyree rugen eternamente, jamás oídos por los de su raza.

—¡Ha llegado el flotador!

El relampagueo lo acaba de enviar su amiga Iznagel, la más veterana de la Estación. Están forcejeando para equilibrar el flotador sobre la corriente de aire.

El flotador es una enorme cápsula con aletas, un producto-vegetal traído de las zonas más bajas por encima del Abismo. Uno de los últimos motivos de orgullo de los Profundos. Es útil para estos viajes, admite Tivonel. Pero ella prefiere valerse de sus potentes aletas.

La piloto tapa la bocina amarilla y se apea para estirarse. Es una hembra madura a la que Tivonel no conoce. Iznagel le entrega cajas de alimentos y la piloto chisporrotea su agradecimiento con entusiasmo; el ascenso es muy largo y la comida fresca y silvestre resulta exquisita después de las tediosas raciones de Profunda. Pero antes debe entregar a Iznagel su memoria de la situación en las capas ventosas inferiores. Tivonel ve cómo los campos-mentales de ambas entran en contacto, y capta el débil chasquido de la señal— vital cuando se funden.

—¡Adiós, adiós! —el personal de la Estación se despide con un parpadeo. Es hora de que los Padres se embarquen. Pero no hay que darles prisa.

Tivonel planea hacia la piloto.

—Por favor, un mensaje para Ellakil, jefa de aprovisionamiento —le transmite cortésmente—. Dile que Tivonel descenderá más tarde. Antes iré a Polo Lejano para ver a los Oidores.

La piloto asiente sin dejar de masticar.

—¿Para qué, Tivonel? —pregunta sorprendida Iznagel.

—Para ver al Padre-de-mi-hijo, Giadoc —justo a tiempo se acuerda de reprimir sus pensamientos—. Quiero oír las novedades —añade, y en cierto modo es sincera.

El manto de Iznagel emite un destello de escepticismo.

—¿Qué hace un Padre en el Polo? —pregunta la piloto, cuya curiosidad es más fuerte que su timidez por el hecho de comer en público.

—Se transformó en Oidor hace un tiempo, cuando Tiavan creció. Le interesa aprender acerca de la vida más allá del cielo.

—Qué imPaternal —el tono de la piloto es lacónicamente gris.

—No opinarías lo mismo si le conocieras— replico.

—Necesitamos ampliar nuestros conocimientos, y los campos de las hembras no son bastante grandes. Hace falta la sensibilidad de un Padre para sondear el cielo —pero mientras habla, una parte de ella le da algo de razón a la piloto. No importa; mi Giadoc es un verdadero Padre.

—Aquí llegan, al fin. Atrás.

Los machos vuelan desmañadamente hacia el flotador. Cuando están cerca, un clamor de chillidos verdes y estridentes les brota de los mantos: los pequeños se han atemorizado de nuevo ante la perspectiva de entrar en la cápsula. Gritan y forcejean brutalmente contra los nuevos Padres, entrechocando los pequeños campos-mentales con las energías vastas y extrañas que los envuelven y arrullan. Son niños fuertes, deformados por la actividad prematura en la Jungla. Hasta el gran Ober tiene que esforzarse para conservar el aplomo.

Mientras ascienden, el manto de Ober aletea revelando la abultada bolsa de Padre y un atisbo de los impulsores del niño. La piloto del flotador lanza un chillido turquesa de embarazosa vergüenza. Iznagel simplemente se vuelve hacia otro lado, refulgiendo divertida ante el convencional sonrojo de admiración por las Artes Sagradas. Tivonel está acostumbrada a presenciar la intimidad de Padres e hijos después de estos últimos meses. Esa piloto imbécil... Los Profundos olvidan los hechos de la vida, piensa. Es mejor aquí arriba, donde la gente está más abierta al Viento.

A sus espaldas ve a los dos jóvenes machos de la Estación, cuyos campos-vitales resplandecen, intensamente emocionados. Quizás es la primera vez que ven Padres adultos en acción. Tardíamente, Tivonel controla su propio campo e infunde al manto el rubor apropiado. Los últimos Padres abordan el flotador.

—¡Adiós, adiós! El Viento os bendiga —transmite formalmente aunque sin poder contener un temblor de añoranza en el campo, la esperanza de un último contacto cálido. Pero es claro que nadie le responde. No seas tonta, se regaña. Para ellos, la vida realmente importante empieza ahora... ¿Acaso quiero ser una hembra anormal como las Paradomin y transformarme yo misma en Padre? En absoluto; ¡que los vientos se lleven esos prejuicios...! Amo mi condición; viajar, trabajar, explorar, traficar, gozar del peligro. ¡Soy Tivonel!

Todo el grupo está a bordo, y las emanaciones-vitales se funden en una presencia masiva. La piloto se instala detrás de los mandos.

-¡Adiós, adiós! —cantan los mantos del personal de la Estación con un destello dorado.

El flotador se yergue y el personal auxiliar lo guía hasta el viento.

De pronto, se alza en ángulo, cae en el viento y después se aleja bajando de un brinco. Los campos-vitales que Tivonel ha conocido tan bien se distancian reduciéndose a un punto titilante que se despeña en las tinieblas sin vida. Un suave ronquido amarillo suena dos veces y enmudece... Ahora, todo está en silencio; el Sonido se ha puesto.

Tivonel yergue el sensor y el hermoso día vuelve a levantarle el ánimo. Hora de lanzarse al viento, hacia el Polo y los Oidores. Hacia Giadoc.

Pero antes debería preguntar el itinerario. Titubea, tentada de poner a prueba su propia habilidad. Sería fácil; ya ha detectado una señal-vital en lo alto, minúscula pero estable. Tienen que ser los Oidores. Y los sentidos de su manto han registrado un declive de presión que debería conducirla a una zona intermedia entre los vientos, ideal para el vuelo.

Pero por cortesía tendría que preguntar. Ahura, ahura, se repite a sí misma. Si bajo a Profunda con estos modales me tomarán por un Perdido.

Iznagel está supervisando la carga de un islote de plantas-alimento destinadas a Profunda, que partirá con el próximo flotador.

Tivonel observa con afecto a la veterana cubierta de cicatrices. Un día seré como ella, piensa. Tan ruda, templada y competente. Además estuvo en lo Alto; mírale esas quemaduras en las aletas... Mantener la Estación en equilibrio es un trabajo duro. Pero estimulante. Quizá yo venga aquí cuando envejezca. rFrunce el ceño un instante; ahora están empezando a cultivar tantas cosas en Profunda... ¿Cuánto tiempo conservarán la Estación? Pero de nada sirve preocuparse. Y esa comida preparada sabe horriblemente mal. Iznagel acaba su trabajo; Tivonel planea hacia ella.

—¿Podrías indicarme el camino hacia los Oidores? —pregunta de un modo amistoso y formal.

Iznagel accede con un centelleo cordial y luego titubea.

—Dime algo, Tivonel —le transmite en privado—. Me costó creer lo que nos informó tu memoria acerca de que esos Salvajes trataron de cometer...bueno, actos criminales.

—Oh, es cierto —Tivonel se estremece al recordar el espantoso episodio—. En realidad fue tan horrible que no lo vertí todo en tu memoria. Los nuevos Padres pueden informar a los Custodios de Profunda, si lo desean.

—¿De veras os atacaron los campos-vitales?

-Sí. Varios de ellos intentaron una intrusión-mental cuando nos acercamos. ¡Un macho me atacó e intentó destruirme el campo! Quedé tan pasmada que apenas logré es capar. No son hábiles a causa del Viento, pero sí, muy perversos. Se lo hacen entre ellos... Hay muchos que por su aspecto, parece que hubieran perdido el campo.

—¡Qué horror!

—Sí —Tivonel no puede resistirse a horrorizarla un poco más—. Hubo algo peor, Iznagel.

—No... ¿Qué?

—No sólo intentaron la intrusión mental. Además...empujaron.

—¡No! No... ¿Quieres decir crimen-vital? —el tono de Iznagel se pone violeta oscuro de espanto.

—Escucha: ¡encontramos un Padre que había arrancado el campo-vital a su propio hijo, y le había robado el cuerpo! —estremecida una vez más en la evocación, Tivonel observa que Iznagel no atina a responderle, y continúa—. Supongo que quería vivir eternamente. Una vileza. Y era patético ver la vida de ese pobre niño alrededor del cuerpo arrugado del Padre. Ober y los otros los devolvieron a sus cuerpos correspondientes. Era el espectáculo más horrible que puedas imaginar.

- Crimen-vital... ¡Y nada menos que un Padre!

—Sí. Ni siquiera llegué a comprender lo espantoso que era. Es decir, siempre te cuentan que puede existir algo tan malo, pero no puedes creerlo hasta que no lo ves,

—Estoy de acuerdo. Bien, Tivonel; sin duda, has recogido una experiencia que...

—Y me propongo recoger otras más, querida Iznagel —Tivonel hace ondear el campo parodiando un gesto seductor—, Si tienes la amabilidad de indicarme el camino...

—Por cierto. Oh, de paso, y hablando de cosas malas, haz el favor de decir a los Oidores que hay más rumores en Profunda. Localin, la piloto, dice que los Oidores de Polo Cercano han captado mundos muertos o algo parecido. Los Profundos piensan que puede desatarse otra tormenta de fuego.

—¡Oh, Polo Cercano! —ríe Tivonel—. Han difundido rumores desde que yo era niña. Comen demasiadas cápsulas de quinya.

Iznagel rie también. Nadie toma en serio a Polo Cercano, aunque es un lugar hermoso e interesante. El vórtice inferior está tan cerca de Profunda que muchos jóvenes van allá de vacaciones, para escudriñar el cielo y jugar a los Oidores. También hay Oidores auténticos, desde luego. Pero no se juntan con el resto.

Iznagel prepara el campo-mental para transferencia de memoria. Tivonel se dispone a recibirla. Pero de golpe irrumpe una niña que centellea ex citad amen te.

—¡Déjame, Iznagel! ¡Déjame! Padre... ¡Dime que sí!

Detrás de la niña surge la enorme figura de Mornor, el

Padre, titilando con indulgencia. Tivonel lo respeta doblemente; un Padre que tiene agallas para venir aquí arriba y dar a su hija la experiencia de la Jungla.

—Siempre que la desconocida no tenga ninguna objeción —dócilmente, Mornor solicita contacto para entrenamiento infantil con un parpadeo formal. Seguramente, aquí en la Estación la niña no debe tener muchas oportunidades de práctica.

—Acepto complacida —Tivonel anima a la niña tendiéndole el campo-mental. Después de meses de recibir las caóticas trasmisiones de los Perdidos no teme establecer contacto con una niña.

La pequeña revolotea tímidamente, controlando el campo-mental, vibrando mientras se esfuerza por hacer las cosas bien. Sus pequeños pensamientos se congregan espasmódicamente y se extienden en un bulto temblequeante.

Tivonel lo guía para que se funda con su propio campo y recibe una memoria sensorial del itinerario, perfectamente organizada, muy nítida y escrupulosa. Sólo contiene un desliz infantil: la vibrante memoria de un esfuerzo por estimularse a sí misma. Tras sufrir las mentes tumultuosas y suspicaces de los Salvajes, a Tivonel la pequeña le resulta encantadora.

Da las gracias formalmente a la pequeña, sin demostrarle que ha percibido el desliz.

—¿Te ha advertido mi hija acerca de los remolinos-detiempo? —pregunta Mornor.

Tivonel consulta su nueva memoria.

—Claro que sí.

—Entonces, adiós. Y que el Gran Viento te impulse.

—Adiós, y hasta siempre, querida Tivonel —se despide Iznagel.

—Gracias a todos —responde Tivonel, destellando cálidamente el nombre-lumínico de Iznagel mientras se aleja—. Adiós —tal como sospechaba, el sendero empieza en esa zona intermedia que trepa en el viento.

Se eleva dejando atrás la Estación, acordándose de partir a una velocidad decorosa. Cuando pasa los islotes de la Estación, rozá torpemente con el campo el remolino-vital de un grupo de exploradoras. Lee una aprobatoria estimación de la misión de rescate...y también una imagen nítida y poco halagüeña de sí misma, sucia y manchada de comida al llegar a la Estación. Tivonel ríe. Las personas aquí no se preocupan tanto por controlar las mentes. ¡Ahura!

¿Cómo soportará estar de regreso en Profunda, tan su perpoblada y civilizada? ¡Qué importa! Cuando la primera ráfaga la arrastra, olvida las preocupaciones con el entusiasmo de emplear su vigoroso cuerpo

Aleteando y acelerando, llega a la zona intermedia y vuela viento arriba, riendo estentóreamente con las luces del manto. ¿Para qué preocuparse? Tiene mucho que hacer. Verá maravillas, vivirá la vida, gozará del sexo. Es Tivonel, alegre criatura de los Grandes Vientos de Tyree, siguiendo el curso de su vida.

Capítulo 3

El doctor Daniel Dann también sigue el curso de su vida. Pero no está alegre.

Termina de fechar y firmar las tarjetas del sujeto R-9S, pensando como de costumbre que en este proyecto descabellado no hace falta un médico. Y diciéndose, también como de costumbre, que debería alegrarse de que les haga falta. Si decide seguir viviendo.

El sujeto R-95 se quita del pelo una pasta de electrodos imaginaria. Es un joven robusto de aspecto normal y expresión taciturna.

—Todos los spray, muertos —observa inexpresivamente.

Nancy, la asistente, le interroga con la mirada.

—Pilas de ellos. Montañas —murmura R-95—. Todas las brillantes latas de spray, muertas. Apriételas; no sale nada. Pero tienen buen aspecto, pese a todo. Lástima.

—¿Eso es lo que has recibido? —le pregunta Nancy.

—No —R-95 ha perdido el interés. Es sólo otra de sus

imágenes estrafalarias, deduce el doctor Dann. R-95 y su hermano gemelo, R-96, están trabajando en el Proyecto Polímero desde hace tres años. Casi siempre trabajan drogados, lo cual inquieta a Dann por la mejor de las razones.

—¡Doctor! ¡Doctor Dann!

La recepcionista golpetea el vidrio del cubículo. Dann sale, agachándose para no darse con la cabeza contra la puerta.

—¡El teniente Kirk se ha cortado la pierna, doctor! Está en el consultorio...

—De acuerdo. Nancy, encárguese del último Sujeto. Ya vuelvo.

Dann atraviesa el pasillo a grandes trancos, pensando, por Dios, que ésta es una verdadera emergencia médica. Y Kendall Kirk... Muy apropiado.

En el consultorio encuentra a Kirk encorvado de dolor en una silla, apretándose un rollo de papel higiénico ensangrentado contra la parte inferior del muslo. La pierna del pantalón es un jirón empapado.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunta Dann después de tenderlo en la camilla.

—Maldita computadora —reflmfuña Kirk—, ¿Qué demonios me ha hecho? ¿Son... ¿Estoy...

—Dos cortes superficiales en el muslo. Los genitales están bien, si eso es lo que le preocupa —Dann examina la tela del pantalón pegada a la herida, mientras piensa distraídamente en la voz exasperada de Kirk, en la sala de computación, y oblicuamente en la señorita Omali—. ¿Dice usted que ha sido una computadora?

—Se soltó la hélice de ventilación.

Dann lo palpa con los dedos mientras evoca la computadora; los motores ocultos tras las rejillas inferiores, a la altura del muslo de un hombre, podrían ser para ventilar. Por mucho que le disguste Kendall Kirk, el teniente se ha salvado a duras penas de quedar castrado. Por no mencionar la posibilidad de una artería seccionada.

—Ha tenido suerte. Un centímetro más, y habría sido fatal...

—No me diga —Kirk está fuera de sí—. ¿Hay que coser la herida?

—Veremos. Preferiría cerrarla con pinzas si entretanto usted mantiene alejada la otra pierna.

Kirk gruñe y Dann opta por callar. A esta hora de la mañana sus manos se mueven con placentera autonomía: el máximo nivel sanguíneo de lo que él considera su dosis necesaria. Un día de trabajo normal. Pero el accidente le produce extraños atisbos de realidad, nada peligrosos por el momento. Kendall Kirk le disgusta de un modo clínico, casi estimativo. Un espécimen burócrata de jerarca de la inteligencia naval: obtuso, impecable..., a ojos de profano, un caballero. Evidentemente impresiona demasiado a los superiores, pues de lo contrario no lo destinarían a este proyecto ridículo. Desde el momento en que Kirk llegó a...bordo, el Proyecto Polímero empezó a adquirir formalidades irritantes. Pero al viejo Noah le encanta.

Envía a Kirk a la casa y regresa para atender al próximo sujeto. En el camino no puede resistir dar una vuelta alrededor de la sala de computación de la señorita Omali. La puerta, como de costumbre, está cerrada.

El último sujeto es T-22, una alegre cincuentona de pelo violáceo que para Dann representa al Ama de Casa: se parece a un millón de anuncios de televisión. Por lo que él sabe, podría ser domadora de leones. No la compara con la única ama de casa que conoció íntimamente, en la que espera no volver a pensar.

—Me muero por saber cuánto he sacado, doctor Dann —insiste T-22 mientras él le ayuda a liberarse de los cables del equipo de grabación—. Algunas de las letras eran tan vividas. ¿Cuándo lo sabremos?

Dann ya ha renunciado a tratar de persuadirla de que él no está a cargo de la cuestión.

—Estoy seguro de que usted ha logrado un puntaje alto, señora...

—¿Pero cuándo lo sabremos con certeza?

—Bueno..., en fin; antes que nada, los datos tienen que

ser computados, ¿sabe? —Dann recuerda vagamente que este test se relaciona con mensajes codificados, receptores múltiples y redundancia. No importa. El presunto emisor telepático de Noah está en un reducto secreto de la Marina, a kilómetros de distancia. Obra de Kirk; parece tener amigos entre los de la inteligencia. Parte de su encanto.

Dann despide al Ama de Casa y sale agachando la cabeza. Casi tropieza con Noah. El doctor Noah Catledge es el padre de Polímero y su dudosa parentela. Corretea a lo largo del pasillo, dando dos pasos por cada uno de Dann.

—Bien, Dan. Cualquier día de estos empezará a ganarse el sueldo —gorgotea Noah; parece más alterado que de costumbre.

—¿Qué... ¿Lo van a publicar?

—No, Dan..., por Dios. El asunto es muy serio. Claro que habrá una difusión interna controlada, sí. Pero antes tendremos que hacer una presentación formal ante el Comité. Allí es donde entra usted. Le diré que estoy muy satisfecho de que esta vez contemos con personal calificado para certificar cada etapa del procedimiento. Se acabaron esas riñas estúpidas sobre el paradigma —en su entusiasmo, palmea bruscamente la espalda de Dann.

—¿Qué ha descubierto, Noah? —pregunta Dann sin curiosidad.

—¡Oh. caramba! —los ojos de Noah lanzan un destello—. En realidad, no tendría que decírselo —ahoga una risita—. ¡Dan, viejo amigo..., el hallazgo!

—Buen trabajo, Noah —Dann siempre le dice lo mismo.

—El hallazgo... Estamos recibiendo señales de unidad múltiple, Dan —suspira Noah, embelesado—. Sólidas. Sólidas. La redundancia, ése es el secreto; ¡la gran clave! ¿Nf qué no lo pensé antes?

—Felicitaciones, Noah. Un gran trabajo.

—Oh. Quiero que esté listo para marcharse detengase un par de días, Dan. Iremos todos. La gran prueba. Hasta nos darán un submarino. No se preocupe, usted no irá en él, ¡ja, ja...! Pero no puedo decirle adónde vamos. ¡Secreto naval!

Dann lo ve alejarse dando brincos. ¿Qué demonios habrá ocurrido? Imposible creer que este gnomo menudo, de pelo revuelto y ojos saltones, haya logrado 'el hallazgo* en cualquier cosa. Dann se resiste a admitirlo.

Vuelve al consultorio, reflexionando sobre lo que sabe del Proyecto Polímero. Polímero es, definitivamente, la última esperanza de Noah; ha dedicado toda una vida a investigaciones psi, parapsicología, el nombre pomposo que se prefiera. Dann le había conocido años atrás, le había observado con aire divertido mientras el viejo saltaba de un ángel protector a otro con cada nuevo fracaso. Cuando se le agotó la última subvención universitaria, Noah obtuvo de algún modo una pequeña beca del Instituto Nacional de Salud Mental, que recientemente se había convertido en Polímero.

Fue en los días del INSM cuando pidió la colaboración de Dann, después de...de acontecimientos que más valdría no recordar. Ni siquiera en un lugar como éste. Algo, el cielo sabrá qué, había impedido que Dann se suicidara, pero la idea de tratar con gente viva y normal le resultaba —le resulta— intolerable. Bajo los mechones grises de Noah acecha un cariño tosco; Dann le profesa una gratitud cautelosamente distante. El disparate impersonal de la parapsicología, estas oficinas y sus personajes extravagantes han sido el modo perfecto de lograr la suspensión animada. No es real, no es parte de su vida. Y no olvidar jamás el armario de narcóticos de Noah y su predisposición a experimentar con cualquier droga psicoactiva.

La tarea de Dann ha resultado absurdamente simple, pues consiste ante todo en conectar los sujetos de Noah a diversos artefactos de biomonitorización y en certificar las lecturas, además de servir de médico de cabecera al caótico rebaño de presuntos sujetos psi. Dann no cree ni deja de creer en los poderes psi, sólo tiene la certeza de que él no posee ninguno. Era una vida tranquila y reposada, bloc de recetas en mano. Hasta que surgieron Polímero y Kendall Kirk.

¿Cómo diablos se había conectado Noah con el Departamento de Defensa? El viejo es astuto, merece el máximo puntaje en perseverancia. De algún modo había esgrimido la única aplicación práctica de la telepatía que podía interesar al Departamento: el tan deseado medio para comunicarse con submarinos sumergidos. Aparentemente se había intentado una vez, y los soviéticos habían mencionado algunos resultados positivos. Nada seguro, por supuesto. Noah convenció a la Marina de experimentar con biorretroalimentación monitorizada y redundancia producida por equipos receptores. El proyecto siempre pareció a Dann exquisitamente fútil, algo adecuado sólo para un loco como Noah o un muerto como él.

Pero parece que su apacible mundo sufrirá perturbaciones. Dann tendrá que trasladarse para participar en esta prueba insensata. Peor aún, tendrá que apoyar a Noah delante del Comité. ¿Podrá hacerlo? Siente un escalofrío de aprensión, pero supone que podrá; tiene una deuda con Noah. El viejo cometió la estupidez de emplear a su amante, una profesional poco calificada, para la supervisión médica anterior, y fue así como fracasó. Ahora cuenta con el muy calificado doctor Dann. El muy irregular doctor Dann. Bien, Dann hará lo que pueda por ayudarle.

Nota que aún tiene escalofríos y decide estimularse psicoactivamente con una pizca de oximorfona. Pobre Noah si eso llega a descubrirse.

La tarde pasa. Los jueves se destinan a la selección de sujetos potenciales. Esta vez hay dos pares de gemelas; los gemelos fascinan a Noah. Dann consigna las historias clínicas, vagamente divertido por la recurrencia de similitudes.

La última tarea consiste en la revisión clínica de E-100, un barbado alférez naval que pertenece al equipo de Polímero. E-100 es mucho más joven de lo que parece. Además es trágico: leucemia en fase de remisión. La Marina lo ha retirado del servicio activo, pero Noah le ha conseguido un puesto especial. E-100 se niega a creer que la remisión sea temporal.

—Pronto volveré al mar, ¿no, doctor?

Dann farfulla frases triviales, agradecido por el ensueño que le provoca la droga. Cuando E-100 se marcha, Dann ve al teniente Kirk que pasa cojeando. ¿Devoción al deber, o qué? Bueno, las heridas no son graves. ¿Pero qué demonios habrá ocurrido en aquella sala de computación? ¿Aspas de ventilador? Increíble. Pero no son cuchillazos. Vagamente interesado, Dann sospecha sucesos relacionados con cierta figura alta y vestida de blanco. ¿Kendall Kirk y la señorita Omali? Espera que no.

Está ordenando el consultorio para irse cuando la puerta se abre silenciosamente. Cuando se vuelve descubre que el cuarto está galvanizado. De pie junto al escritorio hay una aparición esbelta, blanca y negra. La señorita Margaret Omali en persona.

—Siéntese, por favor —Dios mío, piensa; esta mujer va a estallar. Algo sexual, sí, pero una tensión increíble... Como un condensador de alto voltaje.

La aparición se sienta de un modo casi imperceptible, salvo por la elegancia. Una joven muy alta, delgada, parca, aristocrática; la piel negra contrasta con el tosco delantal de algodón blanco. Nada en ella es abiertamente femenino o deslumbrante, aunque la totalidad lo grita en silencio: soy.

—¿Poblemas? —pregunta Dann notando al mismo tiempo que le tiembla la voz. El pelo de la señorita Omali, corto y rizado, destaca la cabeza menuda y el cuello largo y perfecto. Los párpados parecen increíblemente rasgados y egipcios. No usa joyas. La cara tersa y las manos delgadas permanecen absolutamente inmóviles.

—Un problema —corrige ella serenamente—. Necesito algo para los dolores de cabeza. Creo que es jaqueca. La última vez me duró dos días.

—¿Es reciente? —Dann sabe que tendría que buscar la ficha clínica, pero no puede moverse. Quizá no encuentre nada, de todos modos; la señorita Omali fue transferida aquí hace un año, y él mismo firmó el visto bueno. Otra de las personas muy calificadas de Noah, graduada en computación de datos o lo que fuera. Sólo estuvo una vez en el consultorio de Dann, para las vacunas contra la gripe. A Dann le pareció la criatura humana más exótica y hermosa que había visto jamás. Un parecer que dispuso olvidar,de inmediato. Entre otras razones —entre muchas y definitivas otras razones— porque él le lleva tantos años que podría ser el padre.

—Sí, es reciente —dice ella. La voz es grave y serena; Dann advierte que el modo de hablar es increíblemente parecido al de la clase media del Oeste, a la que él pertenece—. Antes tenía úlcera.

Le está dando a entender que comprende la etiología.

—¿Qué sucedió con la úlcera?

—Se fue.

—Y ahora tiene jaqueca. Podría ser un síntoma de stress, como usted misma lo insinúa. Si de veras es jaqueca, la podremos tratar. ¿Qué lado le duele?

—Se origina a la izquierda y se extiende. Muy pronto.

—¿...algún sintoma previo?

—Oh, sí. Me siento...rara, con horas de anticipación.

—Perfecto —Dann prosigue el análisis hasta obtener una sintomatología suficiente para justificar un clásico cuadro de cefalea: la náusea, la palpitación, los fenómenos visuales, el 'aura' previa. Pero no hará concesiones... No aquí—. ¿Puedo preguntarle cuándo fue la última vez que su médico personal le hizo un chequeo?

—Fue hace dos años. No tengo...médico personal —la voz no era hostil, pero tampoco amigable; ¿burlona?

—En otras palabras, no la han examinado desde que esto empezó... Bien, empezaremos por lo obvio. Necesito una muestra de sangre y un examen de presión.

—¿Hipertensión en la población femenina de color? —pregunta ella con voz acariciante; ahora la hostilidad es manifiesta—. Mire doctor, no quiero hacer una historia de todo esto. Simplemente tengo dolor de cabeza.

Está a punto de marcharse. Dann, aterrado, cambia de táctica.

—Por favor, señorita Omali. Ya sé, pero escúcheme. Claro que le prescribiré un calmante. Pero, ¿qué ocurrirá si la dejo ir con un analgésico y un cuadro de infección aguda por estafilococos, o una complicación vascular incipiente? Le pregunto lo mínimo indispensable. Tomarle la presión no me llevará más de un minuto. El laboratorio nos dará los resultados el martes. Un médico responsable también exigiría un electrocardiograma. Con el equipo de aquí sería muy simple. Pero ahora estoy dejando eso de lado. Por favor...

Ella se relaja ligeramente. Dann saca el esfignomanóme— tro tratando de no mirar mientras ella se quita el delantal. Lleva un vestido sencillo y austeramente neutro. Cautivante. Expone un brazo negro y torneado; cuando él se lo ciñe con la almohadilla cree tocar una criatura salvaje y perturbadora.

La presión, normal: diecisiete y un vigésimo. Prefiere ni pensar cuál será la suya. Esos labios de Nefertiti, ¿se curvan irónicamente? ¿Acaso le ha delatado su expresión? Al tomar la muestra de sangre apela a todas sus fuerzas para conservar el aplomo mientras hunde la aguja en la vena femoral de la joven. Al fin, gracias a Dios. La sangre roja fluye en abundancia.

—La presión está bien. ¿Qué edad tiene? ¿Veintiocho?

—Veinticinco.

Tan joven... Dann tendría que anotar todos estos datos, pero un eco en la voz de ella le distrae. Un dolor perfectamente contenido. El fantasma del médico que fue una vez, despierta en él.

—Señorita Omali —reencuentra su vieja y lenta sonrisa, el tono sensible que era un 'sésamo ábrete' para las confidencias—. Desde luego, esto no es asunto mío, pero... ¿Ha sufrido algún tipo de tensión que pudiera explicar la recu— rrencia de estas jaquecas?

—No.

El sésamo ábrete' no ha funcionado. Siente un escatah

frío, como si hubiera palpado una sustancia peligrosa Garrapatea en el bloc de recetas.

—Entiendo —sonríe, y farfulla que su misión es preservar-la salud y que es mucho mejor buscar las causas que ingerir drogas para inhibir los síntomas. La hipocresía de su propia voz le produce náuseas. Ella sigue rígida como una estatua—. Preséntese el martes para ver qué ha dicho el laboratorio. Entretanto, si presiente un ataque tome estas pildoras; es un compuesto de cafeína y ergotamina. Si el dolor sigue avanzando, tome esto —irritado con todo, no le ha dado el derivado de morfina que había pensado, sino sólo un compuesto de codeína.

—Gracias —ella toma el delantal como si fuera la estola de una reina. Y sale de escena. El consultorio, intolerablemente desolado, se desploma en la entropía.

Dann guarda todo en los cajones y se marcha, deteniéndose en el segundo piso para dejar la muestra de sangre en la ventanilla del laboratorio. Su sangre, rica, brillante, íntima. A veces la sangre le afecta de manera muy poco profesional.

Cuando sale del edificio vuelve a verla. Ella se agacha para entrar en un Lincoln Continental color crema, conducido por una joven de tez dorada. De algún modo esto le deprime más que si la hubiese visto con un hombre. Qué rico, qué ajeno es el mundo de la señorita Omali. Totalmente cerrado para él. El Mark IV color crema se pierde entre los coches ordinarios y terrenales. Muérete, doctor Dann.

Pero en realidad no está deprimido. Todo ha sido irreal. Sólo que muy hermoso. Y aún queda el martes por la mañana...

Esa idea sigue estimulándole en el opaco atardecer, en la noche agarrotada: un pez plateado en el mar muerto de su mente. Aún le acompaña el viernes por la mañana durante las tareas de rutina.

Los sujetos están entusiasmados por la inminencia de la Gran Prueba. Noah les ha informado que irán en un avión de la Marina, y el teniente Kirk pronuncia un ampuloso discurso sobre los problemas de seguridad. Irán seis: el Ama de Casa, el Alférez Trágico, R-95 (que está preocupado porque su gemelo irá en el submarino), dos muchachas a las que Dann apoda La Princesa y La Vagabunda, y K-30, un hombrecillo menudo. Dann quisiera preguntar quién más irá, pero no se atreve. Sin duda no necesitarán una computadora dondequiera que vayan. Compadece un poco a Noah porque el fin está próximo y consistirá inevitablemente en un fracaso ambiguo. Tal vez el margen de la ambigüedad sea amplio y le permita salvar la cara.

Los resultados de la mañana son pésimos.

Mientras afronta el almuerzo, o más concretamente la ritalina-con-almuerzo, suena el teléfono.

—¿Qué? No oigo nada...

Un susurro débil, casi irreconocible.

—¿Señorita Omali? ¿Qué ocurre?

—Aún no he pedido...los medicamentos. Los...necesito.

—¿La jaqueca? ¿Cuándo ha vuelto?

—Anoche...

—¿Ha tomado algo?

—Seconal... Dos..., ningún efecto. Tengo vómitos...

—No, el Seconal no le hará nada. No tome nada más. Le conseguiré algo de inmediato. Déme su domicilio —apenas lo ha dicho, se horroriza. Quizá viva a ochenta kilómetros, tal vez en un suburbio peligroso al que nadie se atreve a llegar.

El susurro le indica el complejo Woodland City, junto a la carretera.

Dann acaba de revisar el maletín y ya está en el garaje cuando advierte que ha decidido llevarle el remedio personalmente. Tiene que pasar por dos droguerías para conseguir lo que busca, compuestos que ya no se atreve a tener a mano. Woodland City no es más exótica que la Biblioteca del Congreso. Veinte minutos después de la llamada telefónica, Dann atraviesa el elegante pasillo de un motel y busca el número 721. Las puertas son de acero pintado, imitación madera.

Al segundo golpe la puerta del 721 se entreabre, frenándose con el tintineo sordo de una cadena.

—¿Señorita Omali? El doctor Dann.

Una mano negra y delgada asoma por la rendija, con la palma hacia arriba.

—Gracias.

—¿Me deja pasar, por favor?

—No —ella deja la mano trémula en suspenso.

Dann la oye jadear y una sospecha le cruza la mente. ¿Qué hay allí dentro? ¿Estará sola? ¿Es una treta? ¿Ha sido un idiota al venir? La mano espera. El jadeo es enfermizo. Tal vez ella teme dejar pasar a un extraño.

—Señorita Omali, soy médico. Traigo un narcótico de circulación restringida. No puedo entregárselo así, y no lo haré. Si usted...en fin, se siente incómoda, esperaré con gusto a que telefonee a una persona conocida.

Por Dios, piensa; ¿y si llama a un amigo? Pero de pronto aparece una mujer detrás de él, y llama:

—¿Marge? —es la mujer de tez dorada del Continental, los brazos cargados de bolsas de almacén, el pelo peinado a la africana; le está mirando con suspicacia—. Marge —repite—. Ya estoy de regreso. ¿Qué... ¿Ocurre algo, Marge...?

Un rumor detrás de la puerta. Después se cierra, la cadena tintinea de nuevo y la puerta se abre de par en par. Adentro ondean desoladamente unas colgaduras blancas y sedosas. Una puerta interior se cierra.

La mujer entra en el cuarto barrido por el viento, mirando a Dann con hostilidad. Dann la mira a su vez, con la esperanza de que el traje gris, ese traje feo y anticuado, le identifique como inofensivo. El viento de junio agita las cortinas blancas y grises como llamas vaporosas. Dann se presenta.

—Tengo entendido que es usted amiga de ella.

—Sí. ¿Dónde está la medicina?

Dann saca el envoltorio y lo aferra con las manos. Se oye el gorgoteo del inodoro. Luego la puerta interior se abre y la señorita Omali se apoya en la jamba de la puerta, observándole mientras se moja la frente con una toalla blanca; la larga bata es de seda gris, arrugada y manchada de sudor. Dann apenas le reconoce la cara, gris y crispada de dolor. El labio inferior se arquea hacia abajo, los hermosos párpados se entrecierran. El agua de la toalla le gotea por el cuello. Se aferra de la jamba como si la estuvieran azotando; produce dolor mirarla. Dann abre el envoltorio.

—Son supositorios, para que no expulse el medicamento al vomitar. ¿Sabe cómo usarlos, verdad?

—Sí.

—Póngase dos. Este aplacará el dolor y el otro detendrá los vómitos.

Ella los aferra con la palma trémula y gris.

—¿Cuánto...tiempo?

—En media hora empezará a sentir alivio —con toda la soltura que le es posible, añade—: Trate de introducirlos bien adentro, para que los espasmos no los expulsen.

Ella se va, dejando la puerta entornada. Por la rendija Dann ve otro cuarto gris claro. El dormitorio. Entra ignorando la mirada enérgica de la amiga. Más cortinas ondulantes, pero las ventanas están cerradas. Sábanas blancas, húmedas y rugosas. Una palangana blanca entre las almohadas empapadas. Al lado de la cama está el frasco de Seconal, rojo brillante contra la blancura. Dann lo recoge. Casi lleno, con fecha de hace más de un año. Bien. Abre el cajón de la mesa de luz y no encuentra nada más.

La mujer le ha seguido y está alisando la ropa de la cama. Le observa con sorna.

—¿Ha terminado?

—Sí —él regresa al aireado living—. Esperaré a que la medicación surta efecto —en realidad no tiene una intención tan ridicula. Se sienta aplomadamente en un sillón blanco de tweed—. Lo que suministré a la señorita Omali es muy fuerte. Quiero asegurarme de que ella está bien. Parece estar sola aquí...

La mujer sonríe por fin, cambiando de repente de expresión.

—Oh, comprendo —el tono es sarcástico pero más afable. Deja las bolsas y cierra las ventanas: las cortinas se aquietan. Mientras guarda la leche en un pequeño refrigerador, Dann nota que es convencionalmente bonita, pese a una dermatitis menor—. Sí, Marge está demasiado sola.

Se abre la puerta del baño.

—¿Samantha? —susurra una voz.

—Dígale que se acueste —dice Dann.

Samantha entra y cierra la puerta. Dann permanece tieso en el sillón blanco, recordando la postura que había adoptado una vez en el departamento de un tiranuelo asiático durante el servicio militar. El hombre sufría de hemorroides muy dolorosas y los asistentes eran muy agresivos. Dann nunca volvió a oír hablar de ellos.

Samantha vuelve y recoge las mercancías que ha comprado.

—Vivo al fondo del corredor. ¿Por qué hace visitas a domicilio?

—Tenía el resto del día libre. Tratamos de preservar la salud del personal.

Ella parece captar algún mensaje, le mira más cordialmente.

—Me alegra que alguien se preocupe. Volveré más tarde —añade como advertencia final antes de salir.

A solas en el cuarto silencioso, Dann echa una ojeada. El lugar es austeramente elegante; matices de blanco, telas severas. Si no perteneciera a la señorita Omali resultaría lúgubre. Nada del críptico arte africano que él esperaba encontrar. Sabe que está portándose como un imbécil, pues la mujer se encuentra perfectamente, excepto por una pequeña deshidratación. ¿Le necesitarán en el consultorio? Viernes, no hay mucho qué hacer. No importa. Tampoco importa haber dejado el almuerzo... Un imbécil.

Recoge una revista gris, Ciencia de la computación aplicada, y trata de adivinar qué es un algoritmo.

Al oír un gorgoteo en el dormitorio deja la revista y entra. Ella yace arqueada sobre la palangana como una grulla enferma, lanzando flemas. Le clava una mirada borrosa y desafiante. El se esfuerza por proyectar la imagen gris de un médico bondadoso. Es extraordinario verla acostada. En su propia cama.

- Trate de beber algo, aunque no lo retenga.

Ella asiente con un gesto altivo y desdeñoso; se hunde nuevamente en las almohadas húmedas. El regresa al living. Se está portando como un idiota, un demente. No le importa. Elige un libro al azar. El sufí, por un tal Idries Shaw. Lo deja: la sabiduría antigua no le interesa por el momento. El cuarto limpio y severo le abre de nuevo una vieja herida. Un poema... ¿De quién? ¿Aiken? La escena era dolor y solamente dolor. ¿Qué otra cosa, cuando el caos repliega todas las fuerzas para diseñar una sola hoja?

La hoja no le interesa, sólo el dolor. Los colores cuidadosamente neutros con que ella se rodea, las formas despojadas, los gestos medidos, a él todo le habla de alguien que teme despertar un dolor implacable. No se le ocurre que tal vez no todos repararían en ese detalle. No es más que un viejo idiota que se ha perdido el almuerzo.

Cuando le echa otro vistazo a la señorita Omali, el cambio es asombroso. Los rasgos se han distendido hasta recobrar la belleza. Un milagro químico. Los párpados siguen cerrados, pero a ella se la nota despierta. Audazmente, Dann se sienta en la silla del dormitorio para observarla. Ella no protesta.

Cuando mueve la garganta, él le alcanza un vaso de agua fresca.

—Inténtelo.

Ella lo aferra, estudiando remotamente a Dann con los ojos entornados. Bebe el agua y la retiene. Dann se siente absurdamente feliz. ¿Cuánto hace que no tiene pacientes fuera del consultorio? ¿Cuánto hace que no se sienta junto a la cama de una mujer? No preguntes... No preguntes nunca. Por primera vez en quién sabe cuánto tiempo no siente necesidad de su propio milagro químico. Una sensación que él identifica temerosamente como una sigilosa invasión de vida. Aún no duele. No te fíes. No pienses, ya se disipará. Irrealidad, esa es la Gran Clave, como diría Noah.

Se ha quedado mirando los ojos entreabiertos de la muchacha, una comunión silenciosa. De pronto las últimas arrugas se borran, los ojos oscuros se abren del todo. Ella inhala profundamente, relajándose, sonriendo maravillada. El le devuelve la sonrisa. Complacido, nota que ella le mira a los ojos. Un instante de sencilla alegría.

—Me encuentro de lo más bien —menea la cabeza ex— perimentalmente, suspira, se relame los labios secos, siempre mirándole como una niña. Tiende la mano hacia el vaso de agua. Dann advierte que ha cometido la tontería de colocarlo muy lejos de ella y estira el brazo para acercárselo.

Cuando tiende la mano se queda tieso. El vaso de agua se mueve. En un instante se desliza casi quince centímetros por la superficie de la mesita.

Aterrado, aparta la mano con brusquedad, lanza un gemido. El vaso se detiene y vuelve a ser un simple vaso de agua.

Dann lo mira fijamente, mudo de horror. Así es como empieza todo... "Oh Dios, oh Dios. Tengo el pobre cerebro atosigado de drogas." Recoge el vaso lentamente y se lo entrega a ella.

Mientras ella bebe, una idea estrambótica se le cruza por la mente aterrada. Imposible, desde luego. Pero no puede evitar preguntarle.

—Usted...hm..., ¿no es uno de los sujetos del doctor Catledge, verdad?

—¡No!

Una negativa rotunda y desdeñosa; el contacto se ha disuelto. Claro que no, claro que la gente no puede mover cosas. El único movimiento fue una diferencia potencial debida al mal funcionamiento de una sinapsis en su propio cerebro, nada más. Pero pareció tan real, tan verosímil. Un vaso deslizándose. Ocurrirá de nuevo. ¿Durante cuánto tiempo podrá controlarlo?

Piensa en el gradual deterioro de su cerebro, y la oye comentar con frialdad:

—No sé por qué me lo pregunta —los ojos le brillan artificiosamente—. No quiero saber nada de eso. Nada en absoluto, ¿entiende?

El furor extraordinario de la voz penetra la barrera del temor. ¿Ocurrió algo de veras, algo fuera de él mismo? Ella está asustada. ¿De qué?

—Oh, maldición, maldición —susurra ella, tanteando en busca de la palangana, y vomita el agua que ha bebido.

Dann se lleva la palangana, con la mente hecha un torbellino.

—Señorita Omali —dice cautelosamente al volver—, por favor. No sé cómo decírselo. Creí ver...que algo se movía. Tengo motivos para preocuparme por mi propia salud. Mi salud mental, quiero decir. Disculpe, sé que esto le parecerá ridículo, pero... ¿Usted ha visto...por casualidad... ¿Usted también lo ha visto?

—No. ¿Está loco? No sé de qué me habla —vuelve la cabeza, cerrando los ojos, un ligero temblor en los labios.

El se desploma en la silla, abrumado por la excitación que le infla el pecho. "Ella lo sabe. Ha ocurrido algo de veras. No soy yo. Oh Dios, oh Dios, no he sido yo. ¿Pero cómo...? ¿Qué...?"

El cuerpo largo y frágil yace en silencio bajo la sábana, el impecable perfil rígido salvo por ese temblor imperceptible. Ella puede hacerlo, piensa Dann. Ha movido el vaso. ¿Cómo lo llama Noah? ¿Telekinesis? No existe, salvo esas tonterías sobre poltergeist en niños con perturbaciones mentales. Ambigüedades estadísticas con dados. Nada de esto, un vaso de agua que se desliza. La señorita Omali, hechicera. La cólera, la negación, han terminado por convencerle. Ella quiere ocultarlo, no ser un 'sujeto'. Totalmente comprensible.

—No lo contaré —dice suavemente—. No he visto nada.

Ella se vuelve hacia él, despreciativa y soberbia.

—Está chiflado. Ya puede irse, me encuentro bien. Gracias por el medicamento.

La réplica le afecta más de lo previsible. El tonto doctor Dann. Suspirando se incorpora y recoge el maletín. El momento de dicha se ha disipado para siempre. Mejor. ¿Qué tiene que ver él con la alegría?

—Acuérdese de beber todo el líquido que pueda. El martes tendré el informe en el laboratorio.

Un frío gesto de asentimiento.

Cuando se vuelve para marcharse suena el teléfono. Extrañamente, no parece haber otro aparato en el dormitorio.

—¿Atiendo la llamada?

El mismo gesto. Dan va hacia el aparato.

—¿Omali? ¿Por qué no ha venido hoy a la oficina? —dice un vozarrón de hombre.

Es Kendall Kirk.

Pasmado, Dann la mira desde el living.

—¿Kirk? —responde—. ¿Kirk? Habla el doctor Dann. ¿Tiene algún mensaje para la señorita Omali?

Ella le observa inexpresivamente. Nada complacida, por cierto.

—¿Qué...!? —gruñe Kirk, que parece algo borracho—. ¿Quién habla? ¿Dónde está Omali?

—Soy el doctor Dann, Kirk. La señorita Omali acaba de sufrir un ataque...neurovascular. Me llamó a su casa.

Los rasgos oscuros parecen relajarse ligeramente contra la almohada. ¿Será el procedimiento adecuado?

—Oh, ¿está enferma?

—Sí. Acabo de medicarla, no se puede levantar.

—Bien, ¿y cuándo podrá volver? La computadora está detenida.

—Con suerte el lunes, según como evolucione. El laboratorio me pasará un informe el martes.

—De acuerdo. Dígale que tenemos una pila de material para procesar.

—Podrá decírselo cuando la vea. Todavía no está del todo bien.

—Oh, ¿usted vuelve?

—Tal vez no, Kirk. Tengo que visitar a otro paciente.

Kirk cuelga.

Dann, de mala gana, se vuelve para despedirse.

—Adiós otra vez. Por favor, llámeme si me necesita. Le dejo mi número aquí.

—Adiós.

Cuando cierra la puerta ella le llama con un susurro.

—Espere.

La celeridad con que regresa al dormitorio asombra al mismo Dann. Ella le estudia frunciendo el ceño, la mano en la frente.

—Oh, demonios. Ojalá conociera mejor a la gente.

—Es lo que querríamos todos —Dann ensaya una sonrisa mientras ella le mira impasible.

—No está loco —dice por fin en voz muy baja—. No se lo cuente a nadie o lo hechizaré.

Demasiado desconcertado para pescar la broma, Dann responde:

—No diré nada. Lo prometo.

Y se sienta, las piernas flojas.

—Pero su deber es informar al doctor Catledge, ¿no es verdad?

—No. El proyecto del amigo Noah no significa nada para mí. En realidad, soy escéptico respecto de... Bueno, lo era.

Ella le observa entre suspicaz y esperanzada, una belleza inhumana en los grandes ojos pardos.

—No haré nada sin el consentimiento de usted... Jamás —dice él como un niño obediente. Y es sincero.

Ella le insinúa una sonrisa. Los ojos cambian de expresión. Se recuesta en la almohada.

—Gracias.

Son cómplices. Pero Dann ya sabe que esa complicidad no tiene ninguna relación con la alegría.

—Su amiga Samantha dijo que pasaría de nuevo. ¿Le preparará algo de cenar?

—Es tan buena conmigo... Y tiene cinco hijos —la droga le está devolviendo el color, y le da ganas de charlar. Dann tendría que irse. En cambio, trae otro vaso de agua y se lo da, sin advertir que su expresión irradia ternura.

—Una vez me pareció ver que la traía a casa...

Ella asiente, aferrando el vaso con los dedos oscuros, increíblemente delicados y largos.

—Trabaja en el laboratorio fotográfico del tercer piso.

Es una buena amiga..., pero no tenemos mucho en común.

Ella es mujer.

De nuevo el dolor en el cuarto. Para distraerla, Dann

pregunta la primera idiotez que se le ocurre.

—¿Prefiere a ¡os hombres?

—No.

El ríe paternalmente.

—Bien. Eso no le deja muchas posibilidades, ¿verdad? ¿Y con quién tiene algo en común, si no es indiscreción?

—Con las computadoras —dice ella inesperadamente, y suelta una carcajada. El sonido es alegre y frío.

—No sé mucho de computadoras. ¿Cómo son en la intimidad?

Ella vuelve a reír, con menos estridencia.

—Distantes.

Dann advierte que habla en serio. No es una manera de hablar. Distantes: frías, inertes, incapaces de causar dolor. El la entiende demasiado bien.

—¿Siempre le han gustado...? —se interrumpe, la boca entreabierta. El no tiene ninguna capacidad telepática, pero el dolor que irradia el cuarto derribaría a un buey. Lenta y cautelosamente, le dice a la niña lastimada—: A mí también me gustan las cosas distantes. Las mías son diferentes.

Silencio, dolor reprimido hasta la rigidez. No puede soportarlo.

—Quizás algún día le gustará verlas —continúa—. Tal vez pueda conocerlas desde aquí arriba, si el edificio tiene azotea. Además, podríamos llevar a Samantha.

La estratagema surte efecto.

—¿A qué se refiere?

—Estrellas. Las estrellas —Dann sonríe. Ha sonreído más en los últimos diez minutos que en años. Una locura. Complacido, observa el rostro tranquilo y perplejo. Un atisbo de amistad.

—Ahora tiene que descansar. Las drogas la han reanimado, pero pronto tendrá sueño. Duerma. Si en cuatro horas vuelve a sentir dolor, tome otro par de calmantes. Si no se le pasa, llámeme. No importa a qué hora.

—¿Va a visitar al otro paciente? —dice ella, ahora som— nolienta.

-No hay otro paciente —sonríe Dann—. Ya no hago visitas a domicilio.

Cierra la puerta con mucha suavidad, dejando atrás la belleza de la muchacha y este momento de vida. De vuelta en su mundo irreal. Samantha se cruza con él en el pasillo.

La señorita Omali no llama esa noche. Ni en todo ese horrible fin de semana. Claro que no. Las jaquecas pasan.

El lunes por la mañana ella vuelve a la oficina. La sala de computación está cerrada. Todo vuelve a ser normal. A la hora del almuerzo Dann experimenta con una nueva forma de hidromorfona y llama al laboratorio para apresurar el análisis de sangre. Está listo; todos los factores son normales también.

Hacia el fin del día la atisba por encima del hombro de Noah Catledge. ¿Los une un contacto silencioso? No sabría decirlo.

Noah le está informando que el viaje a la base secreta de la Marina se ha fijado para el jueves. Deben estar preparados para quedarse dos noches. Dann no se decide a preguntar si ella también Irá.

—Nos encontraremos en la terminal de Aerotransporte Militar a las cero novecientos, Dan. El lugar se llama Deerfield... Caramba, tal vez no debí decirlo, es información clasificada.

—No lo diré a nadie, Noah —dice afablemente, y un eco de dolor le muerde en una zona muerta de sí mismo.

Capitulo 4

No siempre ha sido criminal.

La vasta criatura que vaga por el espacio recuerda su juventud consagrada a la misión. En un tiempo sólo sentía, en lo que no es un corazón, avidez por responder a las largas secuencias temporales que reverberaban en el vacío. Infatigablemente se había destacado en los sectores asignados para producir asoladoras devastaciones en conjunción con los de su raza. Defended, destruid... ¡ Defended, destruid.,.!

¡Qué feliz era entonces, absorta en la tarea que constituye la vida de su raza!

El enemigo, por supuesto, está creciendo: de eón en eón se vuelve más cruento e implacable. Pero simultáneamente el plan se cumple de modo inexorable, etapa tras etapa, tal como se proyectó: la misión planeada con supremo esfuerzo para contener la amenaza suprema.

Defended, defended... ¡Destruid, destruid...! Impulsada por un fervor milenario, la criatura obedecía.

Pero algo se interpuso.

Empezó con accesos fugaces que le quitaban concentración. Imprevisiblemente, en su extensión casi vacía, su atención se desdoblaba, apartándola de la misión. Atemorizada, la gran criatura reforzó ei lazo, negándose a atender a esa perturbación. Debe ser una disfunción menor. Las disfunciones, e incluso el error, están previstas por el plan. Dentro de los poderes ilimitados del tiempo todo puede compensarse debidamente. El problema se solucionará.

Pero la disfunción persiste, evolucionará hasta ser algo más que una oscura inquietud. Mientras operaba en los vectores asignados para la misión, la entidad gigante de pronto descubría que los sensores se le habían desenfocado, de modo que su nombre debía de reverberar redundantemente en las bandas. Alarmada, vuelve a conectarse. Pero el problema se repite una y otra vez.

Lentamente empieza a comprender, aterrada: la falla es interna. Deliberadamente está dejando que sus sensores se aparten de la sincronía para captar emisiones ajenas a la misión, como si buscara un mensaje desconocido.

Espantada, advierte que no es una disfunción menor, sino la depravación encarnada. Dolorosamente, la entidad vuelve a sintonizar su enormidad inmaterial en la frecuencia correcta, suprimiendo toda recepción que no sea imprescindible. Pero a pesar de sus precauciones la distracción persiste y crece. La tentación surge de nuevo, y de nuevo ella cede, dejando que su percepción indague espectros insignificantes, sintiendo una oscura y culpable satisfacción bajo el dolor y el pánico.

Y peor: las lagunas se repiten y ta criatura descubre que boga cada vez más lejos de la zona central, la designada para la misión. Ahora las voces de su raza se están esfumando pese a sus esfuerzos por obedecerlas y regresar de inmediato. Nubes de gas y materia más densa que su propio cuerpo se interponen entre ella y los otros. ¡Regresa instantáneamente! Pero todavía anhela un estímulo desconocido e inexistente, algo que no es ella misma ni su vergüenza.

Al principio no advierte los pequeños mensajes, las señales crípticas y diminutas en el espectro ul— tratemporal. Cuando las capta, no les halla significado. ¿Son nuevas formas de tortura originadas por su crimen? Pero ejercen una extraña fascinación. Lentamente, lentamente. La excitación le agita el núcleo inmaterial de varios parsecs de longitud. V nace una tensión inexplicable.

Esto la irrita: se aleja, y al desplazarse produce convulsiones en la estructura local del espacio— tiempo. Pero cuando se detiene, capta aún más señales. En verdad, parece que están en todas partes, con variantes de amplitud y complejidad. Pero siempre múltiples, diminutas e incomprensibles. Ociosamente, la criatura inmensa y oscura las clasifica. Carecen de intervalos o son independientes del tiempo, al parecer. No varían con la cercanía o la proximidad.

Y recibirlas es un vago alivio que calma levemente el dolor en lo que le sirve de alma. Presta cada vez más atención. Pero no recibe las señales con claridad, aun cuando en su interior parece estar desarrollando una nueva y perversa sensitividad. Avido y exasperado, el gran sistema de sensores se esfuerza por recibir, sin saber que la criatura más prodigiosa está escuchando las emisiones de la más ordinaria.

Luego, en los extremos de su mente lenta y sideral, un turbio interrogante cobra forma: ¿es posible que estas acciones sean de algún modo parte del plan? Quizá tiene por misión eliminar estas ínfimas perturbaciones, borrarlas de la existencia. No sería difícil, pese a la densidad de distribución. En el tiempo finito, podría arrasarlas a todas.

Pero no ha recibido información alguna, y le cuesta decidirse. La asalta un nuevo temor: tal vez, medita, tal vez soy tan perversa que sólo estoy inventando un plan falso, una misión para justificar mi culpa.

Incapaz de resolver el dilema, se aleja cada vez más, dejando que sus nuevas percepciones se desarrollen y amplíen. Durante largos períodos deja de escuchar la estruendosa señal que la llama por el nombre, hasta que al fin los receptores apropiados sólo comunican un silencio alarmante. Su raza, su misión, ahora están demasiado lejos para captarlas.

Desesperada, y más poderosa de lo imaginable, abandona su vastedad casi incorpórea a las mareas del espacio, dispuesta a cualquier acto maligno que pueda aplacarle el dolor.

Capitulo 5

Tivonel se eleva en el viento rumbo a los Oidores, rumbo a Giadoc, saboreando la mañana salvaje. Su aura irradia vitalidad, su cuerpo volante es una expresión perfecta de dominio del viento mientras surca raudamente los torbellinos eternos de Tyree.

Pronto detecta una ligera franja magnética a lo largo del sendero. Proviene de un frágil y extenso matorral de planta-gura, evidentemente anclado muy en lo alto. Su nueva memoria le indica que la gente de la Estación lo puso como una guía improvisada. Muy ingenioso. Tivonel zigzaguea sin esfuerzo a lo largo de la planta, recordando que su Padre comentaba que fueron esas guías intermedias las primeras que condujeron a su pueblo a Profunda.

¡Qué audaces habían sido los Antiguos! Afrontando el hambre cuando se aventuraban por debajo de las corrientes ricas en alimentos, afrontando las tinieblas y el silencio. Ante todo, afrontando el peligro de despeñarse fuera del Viento. Muchos debieron de caer, héroes anónimos perdidos para siempre en el Abismo. Pero perseveraron. Se atrevieron a llegar hasta la gran corriente de aire estable, y fundaron la colonia que llegó a ser Vieja Profunda. En esa calma se había desarrollado la alta cultura de Tyree.

El manto de Tivonel reluce apreciativamente; un año en la Jungla de lo Alto la ha vuelto más reflexiva. Ha conocido cara a cara la vida brutal y primitiva de la que su pueblo se liberó. Los Perdidos involucionaban rápidamente. Tivonel ha captado el aborrecible salvajismo mental y ha experimentado la inestabilidad total de la vida en la Jungla del Viento, donde las criaturas ruedan interminablemente en ricos manantiales, devorando, comunicándose, copulando al azar, aisladas de cuanto no sea un grupo pequeño y azaroso que en cualquier momento puede disgregarse para siempre.

Vivíamos caóticamente, como animales, mientras los siglos transcurrían inadvertidos, piensa Tivonel, estremeciéndose. Por mucho que le guste la Jungla, esa visión de las cosas tal cual son na sido demasiado.

Es una lástima que se ignoren los nombres de los primeros pioneros. Sin duda fueron hembras, como ella. Los Custodios de Memoria de Profunda sólo tienen engramas de las generaciones posteriores a la Catástrofe, cuando la Profunda actual fue reconstruida sobre otra corriente, a resguardo de las explosiones abisales. Virando e internándose entre las violentas ráfagas, Tivonel medita sobre la historia Quizá hubo muchas colonias perdidas antes de que una sola prosperara. Así es el progreso, fíjate en los esfuerzos para llegar al flotador.

Una turbulencia en el corredor la arranca del ensueño Examina allá adelante. El lejano punto-vital que deben ser los Oidores se vislumbra apenas, casi perdido entre la viscosa vida-vegetal de los vientos. La biosfera es todavía muy rica aquí abajo. Cuando las luces tintineantes de un islote de plantas-dulces le pasan al lado, Tivonel reprime la tentación de desviarse y arrancar un bocado. Vaya con mis modales... Pliega las aletas y vuela más cerca del enrejado de gura pensando que le costará un poco habituarse a la civilización. ¿Y si se olvida y engulle un jardín, allá en Profunda?

Pero el corazón le salta de alegría, y la misión entre los Perdidos le permitió entrever cómo sería el verdadero triunfo. Quizá no me quede con los equipos de aprovisionamiento, piensa. Quizá me ofrezca como voluntaria para uno de los viajes de exploración a las zonas inferiores, a la peligrosa ultraprofundidad más allá de los vientos. ¡Hurra! Eso sería magnífico. Las hembras tendríamos que aprovechar de veras el tiempo libre. Al menos puedo persuadir a Ellakil de que pruebe mi plan de usar valores intercanjeables para organizar el tráfico de alimentos. Pero no soy tan recalcitrante como las Paradomin. No me interesa algo tan poco femenino como la Paternidad. Después de ver a Ober y los otros en acción, sé que no poseo las Artes. Carezco de la sensitividad, de la paciencia. ¿Qué hembra las tiene? ¡La aventura, los viajes, el trabajo, es lo que nos gusta!

Pero antes quiero ver de nuevo a Giadoc. Quizá..., quiza...

De pronto percibe una señal pequeña y tenue adelante, Tivonel vuela a su necuentro viento abajo. ¡Hola..., es un niño el pequeño aparece frente a ella. Rueda corriente abajo guiando un islote de plantas-grasa. Debe ser uno de los niños de la Estación, llevando provisiones. Y muy joven, además. Se le notan las pinzas, la minúscula aura-vital apenas se extiende más allá del manto. Y emite un quejoso gemido púrpura. ¿Qué ocurre?

Al acercarse, Tivonel ve cuál es el problema: un pequeño fragmento de la energía-vital del niño se ha separado y vuela delante de él. El niño se lanza para apresarlo pero siempre se le desvía hacia la planta magnética. No puede seguirlo sin perder el rebaño de plantas.

Tivonel sonríe para sí misma. El niño, como es costumbre en los de su edad, trataba de imitar la separación-decampo de los adultos. Ahora está en un verdadero aprieto.

Suprime las señales divertidas y saluda con un relampagueo formal. Nunca agudices el dolor ajeno. Cuántas veces se lo recomendó su Padre. El niño esboza una apresurada respuesta, brillando verde-azul de vergüenza por encontrarse con ella en ese estado.

Cuando él y el campo-vital fugitivo se aproximan a Tivonel, ella extrae diestramente un filamento-mental, bloquea la energía a la deriva y se la devuelve. ¡La habilidad de un Padre!

El niño recobra la unidad con un sobresalto, demasiado avergonzado para emitir otra cosa que un tartamudeo de colores inarticulados. Luego conduce el rebaño a la corriente rápida y desaparece en un santiamén.

Tivonel sigue volando, y recuerda con ternura sus propias indiscreciones a esa edad. Todos los jóvenes capaces tratan de manipular los campos prematuramente. A ella le resultaba aburrido esperar los consejos expertos del Padre. Es peligroso; una vez su Padre también tuvo que recomponerla. De vez en cuando un niño se mutila el campo. Una lástima. Los Curadores dicen que la pérdida de la configuración energética natural se corrige con pl tiempo. Como la mayoría de la gente, Tivonel no lo cree en absoluto. ¿Quién puede decir cómo habrían sido las personas si no hubieran perdido el campo?

Ahora evoca nuevamente a Giadoc; a solas en el camino, puede dejar que el campo centellee y tintinee a voluntad.

¡Querido Giadoc! Ella ha pensado muchísimo en él en las noches largas y fragorosas de la Jungla. Es tan extraño, con una mente tan fuerte y misteriosa.

Sus encuentros sexuales habían sido rutinarios y pueriles. Era demasiado inexperta para apreciarlo debidamente, piensa Tivonel. Aunque soy mayor que él. Simplemente me pareció atractivo. Y un Padre maravilloso para mi primer huevo. Desde entonces, por supuesto, no lo ha vuelto a ver,

salvo en la ceremonia anual para saludar a Tiavan, el hyo de ambos.

Ahora Tivonel ha llegado a comprender que Giadoc era muy especial. Tan increíblemente tierno, y por debajo algo indefinible: una especie de ímpetu delicioso que es nuevo para ella. El hyo de Giadoc ahora ha crecido, y él ha terminado su primera Paternidad. ¿Habrá cambiado Giadoc también, volviéndose más extraño e interesante aún?

Vuela más rápido, y procura conservar la compostura organizando un engrama condensado de su año en la Jungla. Sin duda Giadoc se interesará por los Perdidos y las extrañas criaturas salvajes que ella ha visto.

¡Oh, pero aquellos momentos de amor!

Él había sido tan sensitivo, un compañero perfecto desde el comienzo. La polaridad opuesta se había manifestado con los primeros gestos rituales y se les había ido a la cabeza, jóvenes tontos... Literalmente habían trepado a los vientos encima deProfunda para hacer el amor. Giadoc ni siquiera había esperado para seleccionar una compañera...

Allá arriba, en esa soledad, la fuerza-de-campo de Giadoc la asombró. Al principio ella había revoloteado convencionalmente cerca de él, precediéndolo. Y luego el asombroso poder de Giadoc había estallado arrojándola físicamente lejos en el viento, y la había asustado librándola a sus propias fuerzas mientras él jugueteaba con ella impulsado por su vitalidad. La repulsión entre ambos era perfecta. Tivonel sintió que aun la última vibración-vital era arrinconada y acicateada hasta despertar, y supo que su propio campo hacía lo mismo con Giadoc. Y luego vino la culminación, cuando él la empujó a increíble distancia en las fauces del viento, apartándola peligrosamente mientras la corriente orgásmica bullía a través de los dos.

Aun en pleno éxtasis, ella se había aterrado cuando la fuerza del espasmo expulsó el precioso huevo. ¡Qué lejos estaba él! Aún podía ver el huevo surcando el viento, exponiéndose al volar a la energía fecundante de Tyree que lo prepararía para que Giadoc lo fertilizara. ¿Y si él no acertaba? Sin los co-genitores se perdería, y estaban totalmente solos.

Pero él lo atrapó en el aire, lo embolsó con gran habilidad, y de golpe los campos de sustentación de ambos se aflojaron y rodaron corriente abajo entre los Vientos, riendo porque el huevo estaba seguro en la bolsa. Padre. Sólo el Viento sabía cuánto tiempo habían flotado, culpables y dichosos, antes de decidirse a iniciar el camino de regreso. Y fue entonces cuando él realizó ese acto extraño... Se fundió parcialmente con ella y le permitió compartir profundamente su sensitiva alma de Padre, su misterio.

Ella no había notado lo extraordinario que eso era para un Padre. Habían sido tan felices mientras volvían a casa; una y otra vez él le comentó el bien que le haría al huevo esa exposición prolongada, que engendraría un niño con un campo-fuerte. Y por supuesto Tiavan era un joven hermoso, un Anciano potencial sin duda. Pero Giadoc...

De pronto Tivonel advierte que está tan desvergonzadamente polarizada, que la planta-gura ondea con violencia. Y la señal de los Oidores ha cobrado mayor intensidad. ¡Ahura! ¿Qué pensará Giadoc si la ve llegar así?

Se apresura a contenerse, recordando que Giadoc tal vez está absorto en su tarea y ni siquiera ha pensado en ella. Y quizá no opine que las experiencias de ella sean suficientes para engendrar un segundo huevo. Pero los Ancianos creen que las memorias de la madre inciden en el campo del huevo, ¿y acaso las de ella no son inusuales? Bien, en todo caso tiene una excusa formal para la visita; él no podrá criticarla por pedirle noticias de Tiavan al cabo de un año.

Acelera con fuerza, y de pronto...percibe algo extraño. Un espectral clamor de luz invade el susurro natural. Frena, desorientada, y se encuentra entre formas imprecisas. Caramba, allí está Ober... ¡Y los demás! Ella los acompaña en el flotador, descendiendo. ¿Qué sucede?

Espantada, infla el manto y la alucinación se desvanece. Está de nuevo en el sendero. Pero delante ve el manto azul del pequeño que encontró antes: se le acerca de nuevo con el fragmento de campo rodando frente a él. ¡Oh, no! Se insufla más aire para despejar los sentidos y vuelve a la realidad ordinaria, flotando desconcertada a la deriva.

No del todo atemorizada, vuelve a tomar el curso anterior. No sabe qué le ha ocurrido... Uno de los remolinos— de-tiempo que le mencionó la hija de Mornor. Son extrañas hondonadas de alucinación o de tiempo alterno, quién sabe. No implican peligro a menos que te arrastren cuando estás en ellos. El Padre le comentó que empezaron a descubrirse cuando él era joven, y sólo cerca de sitios peculiares como los polos.

Así que ya debe estar cerca..., sí. La señal es mucho más intensa y las corrientes ventosas están arremolinándose inadvertidamente y perdiendo la dirección. Es el comienzo de la enorme turbulencia del Vórtice polar. Aquí en el polo los vientos planetarios soplan eternamente alrededor de la gran superficie donde trabajan los Oidores. Tivonel recuerda las condiciones del lugar hace mucho tiempo, cuando su Padre la llevó a ver Polo Cercano. Aquellos otros Oidores tiene allí una riquísima fauna aérea para estudiar. Tivonel surca enérgicamente los vientos entrecruzados, preguntándose por qué Giadoc ha optado por venir a Oír aquí en el Polo Lejano, donde los Compañeros deben ser pocos y débiles.

La planta que indica el sendero termina en un matorral exuberante que se balancea sobre un remolino estable. Ahora los vientos soplan en todas direcciones, es el comienzo de la zona del Vórtice. Los sentidos del manto de Tivonel analizan automáticamente las complejas escalas de las presiones de alrededor; ella corta camino por corrientes locales, guiándose por las señales-vitales de arriba y adelante. La fuente de emisión se ha dispersado en varios grupos de emanación-vital. Los Oidores deben estar dispersos en toda la extensión del Muro. Aún reina el silencio, un día hermoso, aún hay silencio y oscuridad, aunque hace tiempo que Tivonel se ha internado en la noche normal. Infatigable, impulsada por la ansiedad, atraviesa raudamente otra enorme nube-vegetal y emerge en el Fin del Mundo.

¡Qué escena!

Olvidando su avidez, olvidando a Giadoc, Tivonel se detiene y revolotea perpleja.

En realidad no es el fin del mundo, desde luego, sino apenas el borde de la biosfera donde vive su pueblo. Es un lugar de maravillas.

Ella está en el flanco de un enorme cañadón de viento, un huracán planetario llamado El Muro del Mundo. Es una gran pared curva, un tapiz de señales-vitales y luz murmurante y trémula que gira alrededor del Polo. Frente a ella se extiende un espacio vacío, una zona de torrentes que soplan turbulentos hacia arriba y que para ella son aire estable. En el centro del gran anfiteatro se ve la fatídica Cascada Polar: una inmensa columna de vientos que se despeñan. Desciende eternamente desde la convergencia de los vientos en lo alto y cae en las inimaginables profundidades del Abismo para volcarse, en la tiniebla desconocida, y finalmente se eleva en manantiales como el de Profunda. La Cascada hierve de vida agonizante, suspiros grises que se precipitan al horrible fondo. Alrededor, multiplicándose en la zona desierta, proliferan hermosas selvas volantes que cabalgan en el viento al lado del Muro. Es aquí donde trabajan los Oidores, pues arriba se ve nítidamente.

Tivonel eleva el sensor, y de nuevo queda peipleja. Había esperado un lugar interesante, pero nada tan imponente como el resplandor musical del cielo de Polo Cercano,

nada tan palpitante de señales-vitales. Ahora ve que los Compañeros son pocos, en efecto, pero qué espléndidos e intensos lucen contra el fondo silencioso. En Polo Cercano estaban tan apiñados que parecían una trama cerrada; recuerda que hizo el infantil esfuerzo de enviarle señales con su campo diminuto. Aquí ve a qué distancia están, y cómo arden solos en la inmensidad del vacío.

Por primera vez comprende de verdad. Cada Compañero es en realidad un Sonido como el de Tyree, y está oyendo la música-luz vertida por un millón de Sonidos distantes. Y con ellos los puntos de emisión de la vida. Qué nítidos y extraños. ¿Habrá mundos allá arriba, mundos como el de ella, tal vez? ¿Hay otra Tivonel en algún Tyree remoto, que en este momento mira maravillada hacia aquí? Su alma, normalmente exaltada por los vientos, se expande y en ese momento percibe parcialmente la fascinación de la tarea de Giadoc. Ojalá no fuera hembra, ojalá tuviera el campo fuerte y sensible de un Padre.

Pero tal vez no hay nadie allá arriba, sólo plantas o animales sin conciencia. Le han dicho que Tyree es excepcionalmente propicio para la vida inteligente con su Viento eterno y fecundo. ¿Tal vez sólo aquí pudo evolucionar la mente y dirigir la mirada a otros mundos? Qué soledad— Pero su espíritu exultante no se desanima. ¡Qué suerte vivir en la época en que se están descubriendo todos los misterios! En la antigüedad la gente creía que los Compañeros eran espíritus por encima del Viento, bestias míticas o personas muertas. Aún hoy, en Profunda algunos sostienen que aquí arriba existen espíritus buenos y malos; idiotas que jamás han salido de Profunda, que jamás han escrutado el cielo salvo a través de densas nubes-vitales. Su Padre le advirtió que semejantes creencias pueden prosperar ahora que Profunda se está independizando. Tivonel no corre peligro de creer semejantes tonterías aquí, donde puede captar la música llameante y las emanaciones-vitales del cielo.

Pero otra señal acaba de intensificarse y la arranca de sus reflexiones!' ¡Oidores, muy cerca! Embarazosamente, Tivonel comprende que sus propias emisiones deben resultar igualmente nítidas para ellos y tal vez les estorban el trabajo. Se apresura a dar forma compacta a su percepción, anulando en lo posible las emisiones. ¡Qué terrible si ha ofendido ya a Giadoc!

Trepa despacio a lo largo del Muro, escrutando en busca del característico campo de Giadoc. Siempre puede reconocer esa intensidad peculiar, tan abierta y sin embargo enfocada hacia la lejanía.

Lo detecta al final de una hilera de otros campos:

Giadoc, pero aún más fuerte y más extraño. Debe de estar preocupado, experimentando con algo insólito. Todas las emanaciones de los Oidores son raras, intensas pero opacas. Estallando de curiosidad, Tivonel atraviesa un matorral de vida-vegetal y oye las luces de la voz de Giadoc. ¡Qué profunda y matizada, un verdadero Padre! Pero también es extraña.

El tono se vuelve más normal, es respondido por otros Oidores. Parecen haber concluido lo que están haciendo. Manteniéndose alejada, ella aparta las plantas y forma el nombre de él con el manto, una llamada lumínica rosada y tenue.

—¿Giadoc?

No hay respuesta. Ella lo repite, añadiendo un bordado verde amarillo con su propio nombre.

—¿Giadoc? Soy Tivonel.

Para su alegría, le responde un relampagueo intenso.

—¡Tivonel, Portadora-del-huevo-de-mi-hijo!

—¿Molesto? He venido a verte, querido-Giadoc.

—Bienvenida —aparece en un instante, precipitándose

hacia ella.

¡Qué enorme es él! Loca de alegría, ella le lanza su campo, y en su manto bullen los interrogantes.

—¿Estás bien? ¿Has descubierto muchas maravillas? ¿Recuerdas...? —se contiene a tiempo y cambia la frase—: ¿Tiavan está bien? He estado lejos, en la Jungla, donde rescatamos a los niños de los Perdidos.

—Sí, me he enterado —él revolotea delante de ella, resplandeciente—, Tiavan-nuestro-hijo está bien. Ha decidido estudiar con Kinto para transformarse en Custodio de Memoria..., cuando su Paternidad haya terminado, desde luego. ¿Has tenido éxito en tu misión?

Las señales de Giadoc son muy amistosas, pero demasiado formales. No puede haber pensado en mí en absoluto, se dice a sí misma mientras le muestra tímidamente su en— gr ama-de-campo.

—He preparado una memoria para tí, querido-Giadoc. Creí que te gustaría conocer nuestros hallazgos.

El titubea, luego emite un "acepto complacido" y una densa vibración de su campo-mental se prolonga para tocarla. El contacto produce a Tivonel un delicioso escalofrío; lucha un instante para impedir que pensamientos amorfos se deslicen en la memoria. Luego advierte que él le está entregando un informe sobre Tiavan. Resistiéndose a interrumpir el excitante contacto, ella lo acepta morosamente. Cuando él se separa Tivonel atina a cometer la audacia de deslizarle un cosquilleo de polarización en el campo. Se distan cían, pero él no responde. En cambio se limita a comentar, profunda y Paternalmente:

—Eres digna de elogio, querida-Tivonel. Has aprendido cómo aplicar tus abundantes energías.

Ella no quiere un Padre. Y el campo de él en realidad no tenía nada de Paternal.

—Gracias por las noticias de Tiavan —replica ella y se pregunta cómo podría romper la barrera. Impulsivamente emite—: ¿Algún problema, Giadoc? Te noto tan reservado... ¿Soy inoportuna?

—Nada personal, querida-Tivonel —responde él con la misma formalidad; luego, el tono se dulcifica—. Aquí han sucedido muchas cosas. Has estado mucho tiempo fuera de contacto. Hubo noticias de Polo Cercano que nos han afectado a todos.

¡Polo Cercano! Es el último tema que podría interesarle. Pero Giadoc parece tan serio, y a él nunca le interesó demasiado, tampoco. Tratando de asir un tema de conversación para impedir que él se vaya, Tivonel pregunta:

—¿Es verdad que realmente estableciste contacto con las vidas de seres de otros mundos? Qué increíble, Giadoc. ¡Qué fascinante!

—No sabes hasta qué punto es increíble —responde él con serenidad—. No tienes una idea cabal de las distancias. Incluso a mí me cuesta comprenderlo. Pero sí, establecimos contacto. Algunos pudimos fundirnos brevemente.

—¿Qué aprendisteis? Justamente estaba pensando que me gustaría que existieran otras inteligencias allá arriba... ¿Son como nosotros?

—Muy diferentes. Sí, unos pocos tienen inteligencia. Pero son muy, muy extraños.

El tono de Giadoc es más cálido, más intenso.

—Si al menos yo pudiera intentarlo —ríe ella juguetona— mente para recordarle que es hembra y le cosquillea el campo con otra pequeña descarga.

Pero él responde con señales sombrías.

—Es peligroso y difícil. Mucho más doloroso que los Perdidos, querida-Tivonel.

—Pero lo haces por placer, Giadoc..., porque te gusta lo extraño, ¿no es cierto? ¡Quizás en el fondo eres un poco femenino!

—Es interesante —el campo de él cambia de pronto, el manto parpadea rojo de emoción—. Amo lo que tú llamas lo extraño. Amo explorar la vida de otros mundos. Será mi trabajo mientras todos sobrevivamos.

Para asombro de ella, Giadoc termina con un signo— lumínico arcaico que significa devoción absoluta. Pero no

es esto lo que ella esperaba. Está a punto de decirle que sus palabras son muy imPaternales, pero de pronto repara en el tono del mensaje.

—¿Qué significa eso de mientras todos sobrevivamos?

—El problema del que te he hablado, lo sabrás cuando bajemos —la voz de Giadoc vuelve a ser grave.

Exasperada, ella sólo piensa en que ojalá estuvieran en el viento, no en este torbellino. Si pudiera volar delante de él le daría a entender lo que siente. Sin palabras, piensa. Pero aquí no hay más salida que decirlo.

—Giadoc —el aura de Tivonel adopta un tono formal, exigiendo atención—. He tenido experiencias valiosas, ¿no crees? Me parece que tengo derecho a un segundo niño. Un huevo privilegiado —dice explícitamente—. Pensé..., queridísimo-Giadoc, he pensado muchísimo en ti. ¿Recuerdas lo hermoso que fue?

—¡Queridísima-Tivonel! —lo barre otra ola de emoción y el campo se le intensifica. Pero él no se ha polarizado.

Irritada por el rechazo, ella relampaguea:

—¡Cómo has cambiado! ¡Qué imPaternal eres! Así es que ya no te gusto... —se vuelve para irse.

—¡Tivonel, Tivonel! —el tono es tan fervoroso y triste que ella se detiene—. Sí, he cambiado, lo sé —dice él con más calma—. Es el efecto de la exploración, de mi contacto con seres extraños. Pero hay algo más; escucha, queridísima —Tivonel. No puedo traer un niño a este mundo —el tono es blanco, solemne—. Ya comprenderás. Todos estamos a punto de morir.

- ¿Morir? —pasmada, Tivonel adopta la modalidad— receptiva.

Pero él sólo emite señales verbales:

—Cuando sepas lo que se ha observado me comprenderás. Nuestro mundo, Tyree, se acerca al fin.

—¿Quieres decir como en la época de la gran explosión? ¡Estás bromeando! —el manto de Tivonel centellea con sarcasmo; todos conocen las viejas historias acerca de las falsas profecías sobre el fin de Profunda—. Ahora estamos a salvo, sabemos que las fuerzas del Abismo están lejos.

—Esto no es el Abismo. La destrucción llegará desde más allá del cielo.

—¿Otra tormenta de fuego? Pero...

—Peor, mucho peor. ¿No escuchaste las noticias de Polo Cercano antes de partir?

—Oh, algo acerca de mundos muertos...

Un espasmo la arrasa. ¡Dolor! ¡Qué dolor espantoso! Una quemante pena-vital le desgarra el campo, intensificando la angustia, obnubilándola.

Casi sin poder sostenerse en el viento, Tivonel contrae desesperadamente la mente tratando de escapar. Es un huracán en las bandas-vitales, como si los pequeños gritos-demuerte de la Jungla se amplificaran un millón de veces. Y con un vigor insoportable. Humillada, comprende que está emitiendo ondas de sufrimiento personal al ser sacudida por esos estertores. Hace un esfuerzo por neutralizarse, pero no puede. El tormento se agudiza arrastrándola a la muerte...

Se afloja de golpe. Necesita un momento para comprender que Giadoc la está protegiendo. Le acaba de arrojar un escudo-Paterno que la resguarda de las terribles señales como a una hija.

- Animo, ya pasará —le comunica coraje.

Agradecida y avergonzada, ella se recobra dentro del escudo protector. El dolor es aún muy severo, para él debe ser horrible. Descubre que se ha fundido con él como una niña, y cautelosamente trata de apartarse. Al hacerlo siente que la inundan emociones nuevas y extrañas; él debió permitirle que lo tocara profundamente, una intimidad insólita entre adultos.

Dócil pero orgullosamente, ella se separa. El dolor ha perdido intensidad.

—Ya no lo necesito —irradia intensa-gratitud.

—Ya está pasando. Cuidado, querida-Tivonel —lentamente, él retira la protección. El dolor sigue allí, pero se desvanece, abandonando sus nervios. Descubren que se han enredado en un matorral y se enderezan.

—¿Qué ha sido eso, Giadoc? ¿Qué me ha dolido tanto?

—El grito-de-muerte de un mundo —le dice él solemnemente—. El grito-de-muerte de todo un mundo de gentes como nosotros.

Tivonel es afectada por la profunda tristeza del tono; y ahora comprende...

—Aquí en los Polos los recibimos con mucha intensidad. Polo Cercano lo ha captado todo el último año, y las bandas-vitales están desgarradas por estos gritos. Los mundos son destruidos uno tras otro. Algunos mueren despacio, otros muy rápido.

Ella sigue confundida por el horror y el asombro.

Pero están tan lejos...

—Las muertes se acercan cada vez más a Tyree, Tivonel. Polo Cercano dice que ahora quedan apenas cinco mundos vivientes entre nosotros y la zona devastada.

Ella trata de comprender, de rememorar sus lecciones.

—Los Sonidos están muy apiñados sobre Polo Cercano, ¿verdad? ¿Están chocando como gente en una tormenta?

—No. No es algo natural —hace una pausa, expandiendo

el campo con gravedad—. Algo está matando los mundos, asesinándolos deliberadamente. Ignoramos por qué. Quizá los están devorando.

—Qué horrible... ¿Pero cómo lo sabes?

—Hemos establecido contacto con ellos —dice él, irradiando palabras teñidas de espanto verde—. Contacto con los asesinos. Una forma de vida terrible e incomprensible entre los mundos.

Ante esas palabras, Tivonel descubre en sí misma un fragmento de la memoria de Giadoc: una criatura aterradora, inmensa y oscura, inalcanzable y destructiva. Eso..., ¿acercándose a Tyree? El manto se le pone pálido.

—Y uno de los seres, sean lo que fueren, apareció solo en este sector. Está más allá de Polo Lejano ahora, destruyendo. Sin duda fue eso lo que captamos. Quizá está preparándose para destruirnos a nosotros.

—¿No podéis dominarlo mentalmente, como a los animales?

i —No. Iro lo intentó y sufrió lesiones por el mero contacto. Es inconcebiblemente monstruoso, como tocar la muerte —con un esfuerzo, él cambia el tono al dorado de diálogo-afectuoso—. ¿Comprendes ahora, querida-Tivonel? Debo volver a trabajar. Un comité de Profunda vendrá a discutir la situación.

—Sí —ella emite apreciación-reverente. Pero su espíritu energético lanza una protesta. ¿Cómo puede dejarlo ahora? ¿Cómo puede volver a ocuparse de una actividad insignificante cuando todo está en peligro?

—¡Giadoc! Quiero quedarme para ayudar. Soy fuerte y resistente, y puedo salir a cazar para traer alimento a los Oidores. Por favor, dime que sí.

El gran campo-mental de Giadoc ondea curiosamente alrededor de ella.

—¿Hablas en serio, Tivonel? Nada me gustaría más que tener tu brillante espíritu cerca de mí. Y es cierto que no contamos con todas las provisiones necesarias. Pero esto es peligroso y no se detendrá. Quizás hasta la muerte.

—Comprendo —insiste ella con obstinación—. Pero en la misión he demostrado que puedo afrontar dificultades y perseverar, aunque sea hembra. Los Padres lo dijeron. Fui útil.

—Es verdad.

-Por favor, Giadoc. Me siento... Me siento muy unida a ti. Si hay peligro, quiero estar contigo.

El manto de Giadoc ha adoptado matices profundos, vibrantes y melodiosos, su campo es intenso. Ella jamáara había imaginado tan hermoso.

—¡Lástima no habernos encontrado en tiempos mejores! —relampaguea de pronto Giadoc—. Sí, queridísima— Tivonel; recuerdo lo nuestro. Aunque me haya enamorado de las extrañezas del cielo, recuerdo lo nuestro. Tal vez pueda mostrarte... —se interrumpe, y añade con calma—: Muy bien, estoy seguro de que Lomax, nuestro jefe, estará de acuerdo. Pero...

Tivonel es inmensamente feliz.

—¿Pero qué, Giadoc?

—Temo que esta experiencia te opacará el brillo para siempre...

Capítulo 6

El jueves por la mañana significa la terminal de Aerotransporte Militar; una lamentable extensión del conglomerado del Aeropuerto Nacional. Al doctor Daniel Dann le recuerda un aeropuerto de pueblo. Atestado, sin muchos uniformes a la vista, los acondicionadores de aire en mal estado.

Sortea la comitiva que escolta a un famoso senador —mucho más bajo que en las fotos— y tropieza con cinco mujeres regordetas que acarician a un perro saluki. Detrás se ve el pelo rubio del teniente Kendall Kirk.

—Ah, hola Dan —saluda Noah Catledge, acercándose—. Ya sois dos. Buenos días, Winona.

Winona resulta ser T-22, el Ama de Casa, con un conjunto de chaqueta y pantalón color turquesa.

—¡Esto es tan emocionante! —dice con una risita.

—Deje la maleta aquí —dice oficiosamente Kirk. Dann comprueba con asombro que Kirk también lleva un perro: una hembra de labrador, negra, enorme y tranquila. Recuerda que se supone que Deerfield está en una reserva forestal. Evidentemente, uno de los tantos cotos de caza privados de los militares.

Echa un vistazo, tratando de no alimentar esperanzas. Detrás de Winona está el alférez barbado y leucémico, Ted Yost. Y allí cerca está el hombrecillo, K-30... ¿Cómo se llamaba? Chris Costakis. Al lado de él están las dos muchachas: W-l 1 y W-12, La Princesa y La Vagabunda. La Vagabunda es una criatura muy baja, delgada y huraña, con téjanos oscuros y sucios y una mochila negra. A su lado La Princesa parece Miss América, las mejillas rosadas y una amplia sonrisa nórdica de dientes impecables. Estas observaciones son mezquinas, pero Dann sabe que la causa es otra.

Poco después no hay ninguna causa. Detrás de la comitiva senatorial aparece una figura alta, beige y negra. Viene con nosotros. Dann se sorprende sonriendo como un tonto y mira hacia otro lado.

—Ah, aquí llega Rick. Estamos todos.

Rick es el gemelo, R-95. Se contonea inexpresivamente, llevando al hombro una bolsa de plástico naranja que reza: Tienda deportiva Dave's'.

Kirk los conduce hacia la puerta lateral. Resulta extraño no llevar pasajes. En la puerta principal el senador y los acólitos abordan un lustroso jet para ejecutivos con las insignias de la Fuerza Aérea. Afuera aguardan tres transportes enormes y polvorientos. El avión de ellos es un pequeño bimotor Lodestar sin insignias, bastante maltrecho.

Durante un momento el aislamiento de Dann es penetrado por la extraña percepción de una realidad ajena. La pomposidad de Kirk en cuanto concierne a la instalación supersecreta, los nombres en código, la operación 'clasificada', le habían parecido juegos absurdos de niños adultos. Pero le impresionan la normalidad, la agitación, el deterioro de esta gran terminal. Los aviones: millones de kilómetros recorridos en misiones ajenas al mundo civilizado. Todo un sistema secundario de transporte internacional entre sombras... Espera que sea secundario.

Detrás, también viene ella.

En el avión Kirk conversa con un hombre en mangas de camisa que empuña unos papeles. La perra espera pacientemente.

—Las Puertas de Mordor —dice en voz alta La Vagabunda cuando suben al Lodestar. ¿Qué significa eso? R-95, Rick, se vuelve hacia ella. La Princesa sonríe, y de pronto tiene el aire de una muchacha preocupada.

Dann se sienta junto a una ventanilla. Obviamente ella no se sentará a su lado. No; las largas piernas vestidas de beige siguen de largo y se detienen frente a las redondeces turquesa de Winona. Al lado de Dann se sienta el menudo K-30, Chris Costakis. Las piernas no le llegan al suelo. Disfunción de la pituitaria, quizá pudo prevenirse, piensa automáticamente Dann. El hombre con los papeles cierra la portezuela y avanza hacia la cabina.

Sin ceremonia alguna, arrancan y el avión carretea por la pista. Apenas han calentado los motores. Casi de inmediato están en el aire.

Una felicidad absurda invade a Dann. Ahora ella no podrá irse. Realmente harán el viaje juntos. No seas infantil.

Chris Costakis le está hablando con su voz estridente y fingida.

—Vamos hacia el sur. No iremos muy lejos, tiene que ser cerca de Norfolk.

A Dann no le importaría aun si fuera cerca de Vladivostok, pero aprueba cortésmente.

—Estaremos cómodos. La Marina cuida los detalles.

Pasan de un tema al otro. Costakis es cerrajero, ya no trabaja tanto como antes.

—Ahora nos llaman técnicos en seguridad. El ochenta por ciento de mis trabajos es de electrónica. Tuve que aflojar un poco cuando empecé a sufrir del hígado.

Eso confirma la presunción de Dann cuando vio las palmas rojizas del hombrecillo. Una señal casera, pero a menudo infalible.

—¿Cómo diablos se metió en esto?

—Trabajé mucho para Annapolis, la gente de seguridad de la Marina. Catledge vino en busca de voluntarios. Y yo siempre tuve lo que llaman un sexto sentido para las combinaciones. Así que lo intenté. Saqué un puntaje muy alto...

—¿O sea que usted puede adivinar los números de una combinación sin..., hm..., escuchar los tambores...o lo que se haga? —a Dann le divierte tomar cualquier disparate en serio.

—No es adivinar —Costakis arruga la cara brillante y bulbosa; mira de soslayo a Dann.

—Desde luego. Discúlpeme. Siga, por favor.

—Bien... Los números, ¿ve? A veces llegué a sacar treinta de cincuenta. Pero tiene que ser un hombre. Con una mujer no capto nada.

Dann observa la frente alta y deforme del hombrecillo, el pelo ralo y pajizo. Centenares de veces ha conectado electrodos a ese cráneo. ¿Es posible que allí se oculte alguna habilidad extraordinaria? Escruta con el pensamiento ese compartimiento cerrado donde guarda el recuerdo de un vaso de agua deslizándose, y lo ahuyenta sobresaltado. ¿Y todos estos? ¿Podrán realmente hacer algo anormal? Increíble. Sin embargo, este es un avión real y los está llevando a un lugar real. Se invierte dinero real. Aun más increíble: ¿es verdad que un submarino navega mar adentro con el gemelo de Rick? Qué insensatez.

El gobierno siempre gasta dinero en insensateces, se repite Dann. Especialmente los militares. Recuerda un absurdo escándalo acerca de condones y globos. Esta es otra locura. Déjate llevar.

—Si no hay nadie cerca que sepa la combinacion —pregunta afablemente a Costakis—, ¿cómo hace usted para leer los números?

—No tienen que estar cerca —dice Costakis frunciendo la boca pequeña—. Quizás estoy leyendo a alguien, quizá quedan rastros, ¿comprende? La teoría no me interesa. Simplemente sé lo que puedo hacer. Me proporciona cierto interés en la vida, ¿entiende?

—Entiendo.

Delicioso. Estoy en el reino de la fantasía —piensa Dann; la vaga exaltación producida por el suplemento químico que añadió al desayuno se agudiza.

Costakis mira por la ventanilla.

—Se lo dije: Norfolk. Esa era la carretera 301 —el tono acusa algún matiz especial.

—Parece que conoce bien la zona, ¿me equivoco? —desde su refugio interior Dann mira benignamente al poco agraciado hombrecillo, sin advertir en absoluto que su cara redondeada emana una empatia profunda y viril que haría las delicias de cualquier director de reparto de la TV.

—Conozco la carretera 301 —Costakis hace una pausa y luego barbota con dudoso buen humor—. Me pasé veinte horas allí tirado con la cabeza aplastada, y nadie paró; ¿me entiende? Un fulano me pidió que le llevara, me asaltó y me quitó el coche. A pleno sol, hombre; hacía calor. No podía moverme, ¿sabe usted? Apenas, sacudir el brazo. Nunca más he vuelto a recoger a nadie.

- ¿Veinte horas? —Dann está pasmado—. ¿No podían verle?

—Oh, sí. Claro que sí. Tenía las piernas en el asfalto.

—Pero la policía...

—Oh, sí. Me recogieron. Me tiraron en la celda para borrachos, de Newburg. Cuando el médico me vio, estaba en las últimas.

—Santo cielo —una fría sonda de dolor penetra a Dann, infiltrándose en sus defensas; "cállate, Costakir".

—Claro, si hubiera tenido familiares, alguien me habría buscado —sigue Costakis, implacable—. Tuve un hermano; lo mataron en Chipre. Fue allá en busca de la tumba de papá y lo pescaron —sonríe, la parodia aborrecible de una broma—. ¿Qué mujer se fijaría en mí?

Dann emite un sonido inarticulado, sabiendo que la vida le ha jugado otra mala pasada. La indeseable realidad del hombrecillo le está invadiendo. La soledad, el horror vitae. Refirmado por veinte horas de dolor, sin atención alguna... Dann se estremece, sólo desea volver a estar con K-30, el personaje grotesco e irreal. La mano de Dann hurga en el bolsillo buscando la cápsula extra.

—De modo que cierto interés en la vida no me viene mal, ¿no cree?

—Desde luego —(basta, por Dios, es demasiado). Ninguna intimidad, nadie. ¿Qué mujer se fijaría en mi? Dann entiende, Costakis sin duda está en lo cierto; para una mujer sería repulsivo con esa cabeza de calabaza, ese cuerpo de pigmeo, esa falta absoluta de delicadeza. Para un hombre es una nulidad algo molesta que exuda una vivacidad fastidiosa y una suficiencia que induce a sospechar un problema oculto (aléjate). Y todos, desde luego, siempre. Estar condenado ai rechazo... Cierto interés en la vida no me viene mal. La piedad muerde dolorosamente un órgano interior que Dann sospecha es vital. Presa del pánico, pasa por encima de Costakis y se dirige al cuarto de baño del avión.

Al regresar, nota la presencia de un desconocido. Sentado al fondo, detrás de la perra de Kirk, un civil. Debe haber sido el último en subir.

Simulando mirar a la perra, Dann entrevé el cabello negro y entrecano, el traje de muy buena confección, la cara aristocrática y vagamente extranjera. Embarcado en el mismo asunto, sin duda.

Costakis le ha visto observando.

—Un agente —susurra con una mueca—. De muy arriba.

—¿Quiénes? ¿La CIA? —murmura Dann.

—No, allí no pasa nada ahora. Apuesto a que es CCD.

—¿Y qué es CCD? Nunca lo he oído nombrar.

—Claro que no. Agentes de alto nivel. Complejo de Comunicaciones Defensivas; el nombre no significa nada. Los vi en Annapolis, saltó todo el mundo. Eh, mire abajo. Yo tenía razón. Esa mancha es Norfolk. Estamos bajando.

Las nubes se entreabren. Abajo surgen bosques y prados. Dann ve un lago pequeño. Alboroto generalizado en el avión.

Aterrizan al sol en una pista aparentemente abandonada que parece más larga de lo habitual. En el extremo Dann ve el anemoscopio y un par de helicópteros frente a la cabina de control. Seguramente se detendrán allí. Las escalerillas del avión descienden.

Mientras bajan, Dann ve un sedán gris y un pequeño autobús también gris que han venido a buscarlos. Advierte una extraña estructura que se yergue al final de la pista: una torre despintada, para prácticas de paracaidismo. La química sanguínea le está reparando la lesión interna. Es un hermoso día de verano en la tierra de la fantasía.

El personaje de los papeles ha aparecido de nuevo y está cargando las maletas en el autobús. Antes que todos hayan bajado, el sedán se aleja llevando al presunto agente.

—¡Mirad, ciervos de verdad.' —los brazos turquesa de Winona señalan un grupo de siluetas pardas que pacen entre los árboles.

—¡Así es, así es! —Noah se apresura a guiarlos hacia el autobús—. Os había dicho que sería delicioso.

La Vagabunda suelta un gruñido.

£1 autobús les lleva a través de más bosques y prados por un camino asfaltado y estrecho. No es una simple carretera forestal; las líneas rectas y los ángulos abruptos delatan la mentalidad militar. Pasan frente a lo que Dann cree un campo mal cuidado.

—Para carreras de obstáculos —le explica el alférez Yost.

Al cabo de unos ocho kilómetros se detienen frente a tres barracas de madera que se yerguen aisladas en la hierba de un prado. Frente a una de ellas cuelga una red de vólei— bol. El sol de junio es muy fuerte cuando salen.

—¡Mirad... ¡Una piscina! —canturrea Winona, y todos se vuelven. Detrás de la última barraca hay una piscina larga y sucia moteada de hojas flotantes.

—Os djye que no olvidárais el traje de baño —dice Noah, como Santa Claus repartiendo regalos—. Bien, Kendall. Parece apropiado, siempre que nos hayan traído el equipo. Tenemos que cerciorarnos de inmediato.

—Todo estará aquí —dice lacónicamente Kirk—. Que nadie haga nada antes de firmar.

Acaba de llegar otro sedán. De él se apea un hombretón barbudo con aspecto de oso y un arrugado uniforme de fajina gris. Trae una carpeta.

—El capitán Harlow —anuncia Kirk; el hombre no lleva insignias, Dann recuerda que en la Marina el rango de capitán es más alto—. Todos a la sala, por favor.

—Este edificio se utilizará para las pruebas, doctor Cat— ledge —dice el capitán Harlow mientras entran en tropel en el gran cuarto del frente de la primera barraca.

Es exactamente igual a todas las salas de esparcimiento que vio Dann durante el servicio militar; madera terciada, arce, algunas fotos. Sobre el maltrecho escritorio hay un letrero: LO QUE VEA AQUI QUE NO SALGA DE AQUI. El escritorio está atiborrado de ejemplares de Stag, Reader's Digest, revistas deportivas.

Noah trota por el corredor que conduce a los dormitorios, los baños y la puerta trasera.

—Estos dormitorios servirán para los experimentos, capitán —dice con entusiasmo—. Pero necesitaremos puertas para cerrar ambos extremos.

—Simplemente indíquele al teniente Kirk lo que necesita; comprobará que somos bastante eficaces —dice afablemente el capitán con aspecto de oso—. Ahora necesito las firmas de ustedes en estos documentos, antes de dejarlos en libertad. Por favor, lean atentamente antes de firmar.

Dann nota que las manos y las muñecas del capitán son delicadas; los gestos osunos son una afectación. Kirk les entrega papeles; todos buscan algo para escribir y un lugar donde apoyarse.

Al leer, Dann se entera de que ahora está sujeto al reglamento de Seguridad Nacional número quince, parágrafo 'A', barra, doce, relativo a la seguridad de información clasificada. Aparentemente, está jurando que nunca divulgará nada de cuanto descubra aquí.

Firma, y se imagina corriendo a la embajada soviética para informar que cerca de Norfolk, Virginia, hay una vieja torre para practicar paracaidismo. Kirk le da una tarjeta de identificación de plástico con su propia foto en colores y un fajo de papeles que parecen tickets.

—Lleven siempre las placas abrochadas —les dice Harlow—. Almorzarán en el comedor del área F. El autobús les esperará mientras llevan el equipaje a sus habitaciones. Las damas en la barraca de atrás, por favor.

—¡Al lado de la piscina! —exclama Winona—. Capitán, ¿podemos pasear por aquí? Los bosques parecen tan fascinantes...

—Las placas sólo sirven para el área F. No crucen las alambradas periféricas —sonríe—. No se preocupen. Harán bastante ejercicio. Son dos kilómetros cuadrados.

—¿Podemos volver caminando desde el comedor?

—Si lo prefieren. El autobús hará el viaje de ida y vuelta. El horario está por allí. Teniente, ¿me acompaña?

Cuando el capitán sale con Kirk, Costakis se acerca a Dann.

—Harlow —murmura—, ese es nuevo. Le he visto sin la barba.

La barraca de los hombres es calurosa y sofocante; Yost y Costakis ponen en marcha el aire acondicionado. Los catres están desnudos, con la ropa plegada encima. Dann elige un cubículo del lado que da a la barraca de las mujeres y se desliza algunos frascos en los bolsillos. Cuando sale, R-95 —Rick— le está esperando.

—Ron tiene miedo —dice Rick con voz baja y gangosa.

—Tu hermano... ¿Está en el submarino? -Dann trata de recordar el apellido de Rick: ah, Waxman; Rick y Roo Waxman.

—Sí. No le gusta —Rick le mira alarmado—. A mí tampoco me gusta. Ojalá no hubiéramos venido.

—Estoy seguro de que todo irá bien. Parece que se preocupan bastante por nosotros.

—¿Lo cree de veras? —Rick le lanza la pregunta como tratando de penetrar hasta una capa de sinceridad en la cabeza de Dann. ¿Por qué tiene que preguntarle nada menos que a él? Con una sonrisa benigna y profesional, Dann lo acompaña hasta el autobús tratando de reanimarle.

Kirk está esperándoles en el comedor. El lugar es un salón amplio, opaco y cavernoso con grandes mesas de rusticidad militar, todas vacías salvo por un grupo pequeño en un rincón. El sitio parece viejo. Entornando los ojos, Dann ve fantasmas: batallones, ejércitos clandestinos enteros se han entrenado aquí, Dios sabe con qué propósitos.

Un hombre rechoncho con uniforme de fajina y barras plateadas recoge los tickets para el almuerzo y los ubica al lado de la puerta. No cerca de los otros. Dann comprende: la gente de Noah está en cuarentena. No nos toparemos con nadie y nos enteraremos lo menos posible de cuanto se haga aquí. Escruta la penumbra. En las dos mesas alejadas hay hombres con ropa de fajina y unas pocas mujeres elegantemente uniformadas. ¿Personal de la base, o espías en potencia? Se sienta entre el alférez Yost y La Vagabunda; se abstendrá de mirarla a ella, que está sentada más allá de Noah, Kirk y Winona.

—Esperaba estar frente a una playa —dice Ted Yost—. ¿A esto llaman una base costera? —suspira—. Ojalá pudiera haber ido en el submarino.

—Ron no quería ir —le dice Rick, hurañamente—. Tuvo que ir porque es el mejor emisor. No lo aguanta.

—Lo sé —Yost sonríe con imprevista dulzura, la mirada perdida.

Les traen la comida pronto, en bandejas: enormes emparedados de chuletas de ternera, patatas al horno, salsa de manzana. Sabroso, pero excesivamente abundante. Cuando les sirven, cuatro personas de una mesa se levantan para irse. Entre ellos Dann ve al barbado 'capitán Harlow' y a un civil alto, delgado, gris. Kirk se levanta de un salto y se les acerca.

—El Jinete Negro —murmura La Vagabunda; debo dejar de llamarla así, piensa Dann. ¿Cómo cuernos se llama? Un nombre italiano... Más allá, La Princesa le sonríe intensamente.

—Me alegra tanto que esté con nosotros, doctor Dann —la voz es muy sedosa.

—¡Todo el mundo! ¡Devuélvanme los tickets del cine! —es Kendall Kirk, que los apremia con esos gestos tajantes e insufribles—. Los del cine, los amarillos. No les correspondían a ustedes —dice con severidad, como si la culpa fuera de ellos.

Hay una confusión general mientras todos separan los tickets del cine de los del comedor y se los entregan a Kirk. Dann está encantado con esta muestra de ineficacia militar. Finalmente Kirk vuelve a sentarse y se pone a hablar con Noah acerca del equipo faltan te.

La Vagabunda ha estado haciendo comentarios despectivos, sotto voce. La cara atezada se parece asombrosamente a la de un niñito preocupado. Dann sufre un irreprimible acceso de simpatía.

—¿Saben? Después de llamarlas tanto tiempo W-ll y W-12 no estoy seguro de que alguna vez nos hayan presentado. Mi nombre es Daniel Dann.

—Fredericka Crespinelli —recita La Vagabunda tan rotundamente como un apretón de manos; y al mirar, Dann comprueba que, en efecto, cierra el puño con fuerza.

—Soy Valerie Ahlgren —ríe La Princesa—. Eh, Daniel Dann, es magnífico. Suena Dan de cualquier forma que se diga. Yo soy Val, a ella llámela Frodo.

La Vagabunda Fredericka carraspea. Dann hurga en la memoria.

—Frodo... Eso es de un libro, ¿no es así?

—¿Cómo lo ha adivinado? —pregunta Fredericka, o Frodo.

—Esperen... Tolkien; algo de los anillos. Y Mordor era el Reino Negro, ¿verdad? —sonríe—. ¿Y les parece un reino negro este lugar?

—Oh, sí —dice Valerie.

Pero la amiga le pregunta sin rodeos:

—Usted, ¿qué es? ¿Psiquiatra?

—No, por Dios. Preguntaba por curiosidad. A mí el lugar me parece...bueno, algo ruinoso y abandonado. Quizá fue más negro en otro tiempo.

—No está abandonado —afirma Valerie, mirando furtivamente alrededor.

—Fantasmas, quizá —ríe Dann.

—¿Se ha fijado en esas revistas? Todas recientes —gruñe Frodo—. Este lugar lo usan.

—Por eso nos alegra mucho que usted esté aquí —dice Val serenamente—. Somos gente vulnerable. No nos tienen simpatía.

Por un momento Dann piensa que le está diciendo que son lesbianas, algo que casi daba por sentado. (El eterno interrogante masculino: ¿cómo?) Pero luego advierte que la mirada de ella abarca a todos los presentes.

Se refiere, naturalmente, a gente como los sujetos de Noah. Gente con presuntos poderes telepáticos, capaz de leer mentes. Tonterías, piensa. Es una tontería que puedan leer los pensamientos y es una tontería que el personal de Deerfield no les tenga simpatía.

—Ellos les aprecian —dice Dann amablemente—. Están tomándose todo este trabajo para averiguar cuáles son las capacidades de ustedes.

—Sí —dice Frodo, y Valerie mira a Dann con tanta vehemencia que él comprende que está realmente preocupada. Probablemente las personas como ellas son propensas a tener sospechas paranoides, ya que viven entre percepciones irreales.

—Yo no me preocuparía. De veras —recurre a su sonrisa de médico, incitándola a despreocuparse tal como incitaba a los pacientes a despreocuparse de males más tangibles.

Ella le devuelve lentamente la sonrisa y toca la mano de la amiga. Asombrosamente, es una sonrisa enérgica y radiante que le transforma la cara. En el mismo momento Dann se fija en los dedos de Frodo; las uñas están totalmente comidas. Hmmm... Dann piensa en el difícil equilibrio de esa relación. ¿Cuál es la fuerte? O mejor: ¿habrá una fuerte? ¿No será que las dos, siendo débiles, se complementan?

—De todos modos, es hermoso estar aislados —dice Val—. A veces duele tanto la multitud...

—Repita lo que ha dicho —dice el alférez Yost, al lado de Dann; él y las muchachas intercambian una mirada. Dann tiene un momento de insensata credulidad; ¿qué significaría el murmullo de los pensamientos de una multitud para un telépata? Horrible. Pero claro que no es eso; probablemente son anormalmente sensitivos a los tonos de voz, a las manifestaciones corporales de hostilidad.

Chris Costakis, sentado frente a él, no ha participado en la conversación; come inexpresivamente, mirando hacia todas partes. Al lado, Noah y Kirk han pasado revista a las primeras necesidades: las puertas a instalar, los biomonitores que faltan, la terminal de computadora, la provisión energética.

—Quieren la primera prueba a las mil ochocientas, esta noche —dice Kirk.

—Kendall, me niego a realizar experimentos hasta tener el equipo. Esto se hará bien o no se hará.

—Bien, bien. Ellos presionan para que trabajemos. —Entonces, que consigan el equipo y lo pongan en condiciones.

—Vendrá.

—Y que lo instalen como corresponde.

Kirk mira de soslayo a Dann, que adopta una expresión cautelosamente neutra. No sabe ni quiere saber nada sobre las entrañas de los lustrosos artefactos que utiliza. Para su alivio, Costakis interviene abruptamente.

—Yo le puedo echar una mano, doctor —el hombrecillo aún ofrece ayuda al mundo que lo rechaza.

—Bien, bien, Chris —dice Noah con entusiasmo—. Me alegra contar con alguien que comprende su papel. Si todos han terminado, podemos irnos.

—¡A la piscina! —canturrea Winona; detrás de ella se levanta Margaret Omali. Cuando se dirigen al autobús, se aparta.

—Iré caminando.

—¡Pero la computadora...! —exclama Noah—, La necesitamos a usted, señorita Omali.

—La computadora no estará allí —dice llanamente la señorita Omali—. Es un kilómetro y medio, llegaré en quince minutos.

Se aleja, seguida por las interjecciones de Noah. Dann nota que Kendall Kirk está a punto de adelantársele y dice con firmeza:

—Creo que yo también iré caminando. La comida era muy pesada.*

Kirk le fulmina con la mirada antes de entrar en el autobús. Dann descubre que para alcanzarla tiene que apretar el paso. El autobús les adelanta y desaparece. El la acompaña en silencio, excitado y feliz.

—Lo dijo en serio. Seis kilómetros por hora —dice al fin—. Espero que no le moleste que compartamos el paseo.

—No.

Dann busca un tema.

—Estoy...eh, perplejo. Si no le molesta explicármelo, ¿cómo instalan una computadora en medio del bosque?

—Ponen una terminal y la conectan con la línea telefónica. En el cuartel general de la base hay una pequeña máquina, aunque se niegan a especificar cómo es. A través de ella tengo acceso a TOTAL. La línea telefónica es suficiente para nuestros propósitos.

Dann está contentísimo de oírla hablar. Sería capaz de escucharle recitar cotizaciones bursátiles.

—¿Qué es TOTAL? ¿Una computadora grande?

Ella tuerce los labios perfectos.

—Más que eso. TOTAL es todo el sistema de defensa. Nosotros usamos apenas una parte.

—Debe ser enorme.

—Sí —ella sonríe de nuevo, secretamente complacida—. Nadie conoce exactamente la extensión de la red. Una vez imprimió la situación financiera de todos ustedes.

—¡Dios mío! —pero lo único que le importa es que ella ahora camina más despacio y tranquila. El asfalto del camino forestal está fresco—. ¿Y podría explicar a un profano por qué necesitamos una computadora? Creí que las respuestas que daban eran: correcto, o equivocado.

—No, es más complejo. Por ejemplo, un sujeto podría transcribir una letra errónea, pero acertada respecto a la anterior o posterior. Si esto se repite es significativo. Usted recordará a 1-70, la muchacha china. Leía las letras con anticipación, a veces cinco de cada seis. El doctor Catledge lo llama precognición. El programa tiene que analizar la correspondencia contra la distancia creciente en el tiempo, hacia adelante o hacia atrás.

—¿Y el azar? —pregunta él, tambaleándose en el aire enrarecido.

—El programa básico funciona contra las probabilidades del azar — explica ella pacientemente—. Incluyendo la base probabilística de cada sujeto, ya probada de antemano.

—Oh —su cerebro emponzoñado vacila, hace un esfuerzo desesperado por agradarle—. Así que...aunque un sujeto acierte en todo, hay que sustraer la parte que corresponde al azar.

—Exacto —ella sonríe, genuinamente complacida. El siente una ridicula exaltación.

—Veo que es complicado.

—Algunos cálculos son interesantes. Por ejemplo, las letras repetidas...

—Gracias por explicármelo — le fascina la enigmática competencia de Margaret Omali, pero las letras repetidas son demasiado para él—. ¡Mire!

Tres ciervos pacen en un prado cercano. Cruzan el asfalto dando los brincos, agitando las colas blancas y llameantes.

—Uno de ellos era totalmente moteado —dice ella, maravillada; una muchacha de ciudad.

—Sí. Uno joven, un cervato. Las motas son parte del camuflaje cuando está quieto.

—Oh, ojalá mi Donnie pudiera ver algo así —dice en voz muy baja.

Dann recuerda el apartamento vacío.

—¿Su hyo? ¿No vive con usted?

Con esas palabras, el fondo del mundo de Dann se tambalea, amenaza arrojarle a su infierno privado. Durante un segundo había vuelto a una vida de alegrías sencillas. Basta. Vagamente le oye decir:

—No. Vive con mi madre en Chicago —el tono de ella también ha cambiado. De nuevo ha puesto la barrera.

La magia se ha disipado. Pero antes que él lo perciba, un vehículo ruge detrás de ellos y tienen que saltar a un lado. Es un furgón gris.

—Sabía que esa terminal no estaba allí —ríe ella.

Siguen caminando y el mal momento ha pasado. Dann quiere oírle la voz, aunque hable de computadoras.

—Dígame, ¿es verdad que ahora las computadoras son tan complejas que ninguna mente humana puede saber de veras qué se proponen?

—Oh, sí —sonríe otra vez—; y por supuesto que TOTAL tiene acceso...hm, a cualquier computadora del gobierno, y cuando necesita información puede conectar casi cualquier red de computación del país, si se tiene el código. También algunas extranjeras... Una vez captó la CBS —adopta una expresión soñadora y tierna, los ojos más bellos que los de la reina de Saba—. Me parece admirable. La maravillosa complejidad de todo, y sin embargo tan frío y lógico. Como una forma de vida diferente tratando de expandirse y crecer.

—Suena un poco aterrador —pero Dann no está aterrado, sino feliz; esa criatura alta y seductora recorriendo el bosque, hablando de misterios—. No le preguntaré si piensan. Supongo que sería tonto. Pero como nuestra vida es una función de la complejidad de nuestras conexiones internas, quizás ellas están vivas de algún modo. Quizás eso también le guste a usted.

—Oh —ríe ella—. No soy tan chiflada. Sé que es una máquina. Pero a veces me pregunto si algunos programas no tendrán una chispa de vida... ¿Sabía usted que TOTAL tiene fantasmas?

—¿Qué?

—Programas fantasma. Es difícil atosigar a una computadora realmente grande, y a una red es imposible. Nadie podrá cerrar TOTAL. La gente comete errores, ¿entiende? Los programas generan loops, círculos cerrados —la muchacha vence la rigidez hasta el punto de dirigirle una mirada incitante—. Los carretes giran cuando nadie los usa. Fantasmas.

El sonríe como un niño.

—¿Qué clase de fantasmas?

—Bien, hay un par de juegos de guerra cuya procedencia nadie conoce, y algunas computaciones continuas. Y se supone que hay un simulacro de vuelo espacial de la NASA que todavía funciona. Casi nunca hace nada porque aún está viajando por el espacio; cuando aterrice o lo que sea, se activará. Podría ser parte del fantasma de mi programa. Descubrí que estamos usando una vieja conexión de la NASA.

—¿Nuestro fantasma?

—Oh, no es nada. Cada tanto surge ante cualquier cosa que se relacione con el tiempo. Si se pone la fecha, por ejemplo.

—La NASA... Ahora estamos más cerca de mis amigas.

—¿Las estrellas?

—Sí — ¡se acuerda, se acuerda!—. El aire es tan límpido aquí... Si quiere, esta noche puedo enseñarle algunas.

—Tal vez —de nuevo la reserva, pero sin hostilidad.

¡Qué hermoso, Deerfield! Doblan el último recodo y ven las barracas y dos camiones aparcados. Los hombres están entrando una puerta. Margaret aprieta el paso.

Cuando entran en la sala, hay artefactos y cables por todas partes. Dos hombres con cara de cubanos están llevando la puerta por el corredor. Margaret se acerca a unas cajas en un rincón. Por encima del martilleo se oyen los aullidos de Noah y Costakis.

—¡Muy bien! Conéctelo.

Un relampagueo y las luces se apagan. Los acondicionadores de aire se han detenido y el pasillo está demasiado oscuro para ver. Entra el teniente Kirk y Noah se le acerca.

—Kendall, aquí necesitamos más electricidad.

—Allí hace falta un potenciómetro más grande —dice Costakis señalando el poste eléctrico de afuera.

Ted Yost asoma la cabeza y dice inesperadamente:

—Si hay lavandería, quizá tengan uno. Las lavanderías consumen mucha electricidad.

Margaret Omali no dice nada. Está hurgando en las cajas. Dann sale, siguiendo el sonido de esa desorganizada actividad hasta el fondo. Rick Waxman juega a la pelota en el linde del bosque. Ted Yost sale por la puerta trasera y se le acerca.

Dann se sienta en un banco blanqueado. Al cabo de unos minutos el alférez tiene que marcharse; se dirige a la piscina, tratando de no demostrar embarazo. Luego Rick se acerca a Dann, haciendo girar la pelota en la punta del dedo. Dann comprueba con asombro que la expresión y la postura de Rick son muy diferentes. El rostro es franco y amigable. Es un joven normal, atractivamente musculoso, con el cabello sujeto atrás como un patriota de la independencia. Dann, que no tiene percepción extrasensorial, recibe una fuerte impresión cuando alguien se ha librado de un peso.

—¿Tu hermano está mejor? —se sorprende actuando como si creyera en todo esto.

—Se tragó un par de pildoras y se durmió —Rick hace una mueca—. Espero que no arruine el experimento.

—Es decir, que quizá no esté en condiciones de transmitir...?

—Oh, sí. Podrá transmitir —la mueca de Rick se desvanece—, La pregunta es: qué. Aborrece esos números.

Rick lanza la pelota varias veces, luego se sienta al lado de Dann y se estira al sol. Como un hombre que goza de un respiro, como un prisionero suelto, piensa Dann. Evoca a Ron Waxman, al que ha visto pocas veces. Un poco más robusto, un Rick más taciturno. Probablemente a causa déla diferencia de tamaño, Dann dio por sentado que Ron era el hermano dominante.

—Dime, ¿los dos habéis estado siempre juntos? Me refiero...

—Entiendo a qué se refiere. Sí, nuestros padres intentaron separarnos. Ronnie no lo aguantaba —los ojos de Rick han cambiado, esa afirmación significa algo; Dann, intrigado, presiente el dolor.

—¿Tu hermano es...más sensitivo?

Rick mira la hierba.

—Sensitivo —dice con una voz morosa y tensa—. Mi hermano es tan sen-si-ti-vo, maldito sea. Toda mi vida no puede aguantarla. No puede aguantar nada, no puede escuchar las noticias, no puede salir a la calle. Si hay un accidente en la carretera, tenemos que regresar —suspira, mira a Dann de soslayo—. El año pasado tratamos de viajar a Denver, y Ron captó las vibraciones de alguien que había muerto en el cuarto del motel. Volvimos de inmediato. Yo quería conocer las Rocosas, ¿sabe? —ríe brevemente—. Todas las cosas que me gustan, él no las aguanta. Yo iba a estudiar medicina, los dos teníamos becas. Oh, es inteligente. Pero no pudo aguantar todo eso. Así que intentamos estudiar derecho. Duró dos semestres.

Oh Dios, piensa Dann.

—¿No puedes hacer tu propia vida, Rick? —pregunta débilmente—. Podrías dejar a Ron con tus padres...

—Imposible. Se estrellaron con un avión hace cinco años.

—Oh...

—Imposible —repite sombríamente Rick—. Me necesita. Y emite todo el tiempo. Haga lo que haga, le oigo siempre —ríe desganadamente y arroja lejos la pelota.

Dann está pasmado, resentido. ¿Por qué le hacen esto? Mete la mano en el bolsillo, acaricia la magia que devolverá a Rick a su condición de fantasma.

—Con las mujeres, un desastre —continúa Rick—. Casi nunca puede, y cuando puede es peor —se enfrenta Dann con una mirada franca y directa, como si estuviera hablán— dolé de un dolor de espalda. El cambio que ha sufrido es asombroso—. Es curioso, puedo hablar con usted... Desde luego, despertará muy pronto —suspira apesadumbrado.

—¿Con qué os ganáis la vida, Rick?

—Con la fosa. Trabajamos en la fosa de Honest Jack's. Ronnie es habilidoso con las manos y yo puedo vigilar para que no le den coches que hayan sufrido accidentes graves.

—Ah, mecánicos.

—Sí —Rick se mira las manos manchadas y callosas que pudieron haber realizado otro trabajo.

—¿Y cómo es que os habéis embarcado en...este proyecto?

—Catledge compró su coche en Jack's. Supongo que los gemelos le interesan especialmente. El dinero nos viene bien...

—Rick, ¿y si tu hermano estuviera...bueno, en un...

—¿Usted dice si estuviera muerto? ¿Si lo hiciera enterrar? Creo que podría.

—¿Y?

—Si no estuviera muerto tendría que irme a la China. Quizá no sea suficiente, si él fuera realmente infeliz. Una vez, cuando vivían nuestros padres, me fui a Buffalo en autobús, ¿sabe? Sólo para alejarme. Mientras estaba de viaje, un coche nos atropello el perro. Oía a Ron como si lo tuviera en la misma habitación. Creo que si él quisiera, lo recibiría hasta en la China. Y...si muriera, no sería una solución. Es más complicado...

—¿En qué sentido?

—No es sólo él —Rick juguetea de nuevo con la pelota, mira a Dann—. Mire, la ausencia de Ron no resolvería mi problema. El es parte de mí —la voz es casi un susurro—. El es la parte de mí que no puede aguantarlo, ¿me entiende? Es una parte de mí, pero está afuera, donde no puedo dominarla. El...se salió. No estamos, no estoy, no estoy bien sin él. Quiero decir, necesito este respiro. Pero si él no despierta pronto, yo...M yo no puedo...

Guarda silencio haciendo rodar la pelota entre las manos toscas. En la enramada un arrendajo trina melodiosamente. Dann advierte que Rick está harto de hablar, que quiere estar solo para disfrutar del respiro. Le palmea el hombro, sin notar que la charla ha reanimado un poco al muchacho, y se levanta y se aleja sin rumbo fijo.

Dios mío. El dolor en los ojos de Rick. El cansancio. Recuerda la lamentable historia de una paciente, una amiga que tenía un marido aparentemente normal, con ataques de locura intermitentes. Los muertos arrastrando a los vivos. ¿O Rick y el gemelo serán en cierta forma una sola persona

cruelmente dividida en dos cuerpos? Las bromas despiadadas de la vida. No importa. Traga la cápsula en seco. En unos minutos la química de su organismo disolverá la realidad. Escucha al arrendajo, y descubre que los pies le están llevando hacia la piscina, más allá de la última barraca.

En la piscina hay un hombre y tres mujeres. Dann se sienta a la sombra, en una silla de metal.

—¡Hola, doctor Dann'. ¡Venga! —la movediza figura con gorro turquesa es Winona.

Dann esboza un ademán benigno y paternal, y observa cómo Valerie y Fredericka/Frodo salen a tomar sol. El cuerpo nervioso y moreno de Frodo está enfundado en un traje de baño rojo sangre. Valerie viste de amarillo, una silueta joven y seductora^ Se tiende al sol. Ceremoniosamente Frodo le acomoda el respaldo de la silla, trae una gaseosa, le enciende un cigarrillo, se sienta en la hierba con las piernas cruzadas. Una parodia de caballerosidad. Dann piensa que está observando una escena romántica. Sonríe, de nuevo a salvo en su capullo.

La figura barbada del alférez Yost sale de la piscina y camina hacia Dann restregándose con la toalla. La cara hirsuta ríe, imagen perfecta del alegre marinero. Cuesta recordar que la muerte se ha infiltrado en esa médula ósea. Se sienta junto a Dann y enciende un cigarrillo.

Dann está a punto de reprochárselo, automáticamente. Pero se contiene. Yost lo nota y ensancha la sonrisa. Observan cómo Winona bracea enérgicamente de un extremo al otro de la piscina. Un chapoteo muy femenino. Entre los árboles el arrendajo sigue cantando, variando su repertorio con chillidos de grajo.

—Qué lugar apacible —aventura Dann.

—Quizá preferiría el submarino —gruñe Yost.

—Supongo que uno debe sentirse encerrado.

—Sí..., pero es un barco.

Winona sale de la piscina y corre a tenderse en una silla junto a las muchachas.

—Tengo unos cuantos dólares ahorrados, doctor —dice Yost, meditativo—. Si vuelvo a empeorar, no iré al hospital. No señor, de ninguna manera. Alquilaré un pequeño barco de motor y me quedaré a bordo, en la bahía. Viviré allí. Aunque sea invierno.

—Entiendo —Dann ya ha oído cosas parecidas en otras ocasiones, pero el capullo le protege. Este lugar parece inspirar confidencias dolorosas, piensa remotamente.

—En el agua —dice Yost con voz brumosa—. No me importa si nieva. Pero dicen que esto puede durar hasta la primavera que viene... ¿Qué le parece, doctor?

Dann se asombra; Yost parece haber aceptado su enfermedad.

—Nadie puede predecirlo, Ted —dice más o menos francamente—. ¿Y su familia? —se arrepiente en el acto de haberlo preguntado. Basta de revelaciones, basta.

—Ahora no tengo —dice Yost, inexorablemente—. La última vez que mejoré, Marie tomó la niña y se fue. No le dy'e que era temporal, ¿comprende? Así es mejor para Dorothy.

—¿Dorothy es su hijita? —Dann se estremece, no puede callar a tiempo.

—Sí. La semana pasada cumplió seis años. Creo que Marie lo sabía, que imaginó también que era mejor para Dorothy. A veces me siento culpable de guardar el dinero para el barco. Pero Mary tiene un buen empleo administrativo, y eso ya es una segundad.

—Oh, sí.

Ted Yost sigue hablando, describiendo el barco que planea comprar. Su nave funeraria. Pero no es morboso. Simplemente ansia con toda el alma estar de nuevo en el agua, aunque sea en la bruma de la bahía de Chesapeake. De vuelta al mar, el impulso más antiguo. Dentro de su aislamiento, Dann parpadea. Sabe que no ocurrirá nada de esto, sabe cómo será el final. Yost se encontrará en un hospital naval, atrapado entre tubos. No en el mar. Una lástima... ¿Qué desechos trágicos ha juntado Noah en este lugar? Yost, Rick, Costakis... Cada cual con desdichas diferentes e intolerables. Bueno, y él, Dann, que por cierto no aguantará mucho más. Y ella no ha aparecido...

Anunciando su intención de ver si han instalado el equipo, Dann se incorpora para irse.

—Gracias, doctor —dice inesperadamente Yost.

¿Gracias, por qué?

Cuando rodea el extremo de la piscina, Valerie le llama. Frodo tose ásperamente por culpa del cigarrillo; Dann se dice que debe acordarse de hacerle una revisión y olvida la tos. Es asombroso lo que fuman todos ellos. ¿Guardará alguna relación con...lo que sea?

Al acercarse se siente momentáneamente fascinado por los pechos jóvenes y exuberantes de Valerie, el vientre pequeño y vulnerable, y no presta atención al susurro de ella.

—Doctor Dann. Ese hombre ha vuelto. ¿Qué tiene que ver con nosotros?

Dann se vuelve para mirar y finalmente descubre un sedán gris al lado de los camiones, frente a las barracas.

—¿Se refiere al Jinete Negro?

—Sí —dice Frodo—. ¿Qué hace aquí?

—No sé —sonríe Dann.

—Podría averiguarlo —sugiere Valerie—. Por favor, doctor Dann. Estoy tan preocupada. Me asusta.

—Nosotras no nos comprometimos a colaborar con él, haga lo que haga —añade Frodo con voz rebelde.

—Supongo que es alguna formalidad. Hay problemas con el equipo, ya lo sabéis...

—¿Cree usted que esta noche haremos alguna prueba?

—Me parece que no. Eso es lo que iba a averiguar.

—Averigüe quién es él, por favor —Valerie le mira con sus ojos azules e implorantes, las mejillas redondas y trémulas.

—Ojalá terminen de una vez y nos saquen de aquí —Frodo aplasta el cigarrillo con ferocidad—. Este lugar está asustando a Val. A mí también.

—Les diré cuanto averigüe —promete Dann—. Pero yo, en su lugar, no me lo tomaría tan a pecho.

—Me alegra tanto que usted esté aquí —Valerie respira profundamente.

Dann se ha pintado su sonrisa estimulante. Basta, basta. Dobla la esquina de la barraca a grandes trancos, preguntándose cómo puede asustarlas ese lugar apacible. Están locas, por supuesto. El arrendajo sigue gorjeando.

En los escalones de la barraca destinada a los experimentos la perra labrador está echada al sol. Agita la cola pesadamente cuando pasa Dann; él le acaricia la cabezota caliente. La perra nunca desvía los ojos de la puerta... La devoción incondicional de estos animales es asombrosa. ¿Significará que Kirk tiene alguna virtud? Dann no le conoce ninguna.

Al abrir la puerta golpea la espalda de Kirk, generando todo un intercambio de falsas disculpas. El lugar es todavía un caos y Margaret no está. Pero está el civil de pelo gris, al parecer, despidiéndose de Noah.

—Dann, quiero presentarle al mayor Drew Fearing —le dice Noah, haciéndole una seña—. Mayor, el doctor Daniel Dann está a cargo de correlaciones psicobiológicas. Es decir, las alteraciones neurales y físicas que caracterizan una transferencia con éxito. Dan, al mayor Fearing lo envía el Departamento de Defensa. Ayúdeme a convencerle de que no podemos empezar las pruebas sin los instrumentos adecuados. Sería un error tremendo, se perdería la mitad. Realmente.

Bajo el fuego graneado de Noah, Dann y el mayor Fearing se han escrutado mutuamente, o mejor dicho, Dann ha recibido la impresión de que detrás de los ojos grises y turbios, un aparato le fotografiaba instantáneamente de pies a cabeza. Los ojos grises se desvían de inmediato, permitiéndole examinar el aspecto de Fearing. El mayor Fearing —si ese es su verdadero nombre, Dann recuerda la lección de Costakis— no tiene aspecto militar. Ni naval. Ni de diplomático. En realidad, pocas veces Dann ha conocido un sujeto menos clasifícable. La impresión que tuvo en el avión, ese aire de aristocracia de Nueva Inglaterra con una pizca de exotismo, queda confirmada: los labios y fosas nasales de Fearing forman una curva delgada y barroca. Su vaga sonrisa es formal y transitoria. En el fondo sólo comunica una intensa neutralidad.

Dann ha lanzado las neuronas en busca de un argumento viable, pero no es necesario.

—De acuerdo, doctor Catledge dice Fearing en cuanto Noah hace una pausa—. El teniente Kirk se encargará de que tengan el equipo. Avisaremos al submarino que retrase la primera prueba hasta...¿mañana al mediodía?

La voz es agradable y comunica un nuevo elemento: autoridad absoluta.

—De acuerdo, señor —dice Kirk con servilismo perruno. No, piensa Dann; la perra es mucho más digna.

—Como usted quiera, mayor —dice Noah—, Pero el equipo tiene que estar aquí.

Kirk se queda pasmado. A Dann le agrada la impertinencia del pequeño gnomo, y luego se pregunta por qué. ¿Y por qué no? ¿Quién diablos se supone que es Fearing?

Sea quien fuere, se ha marchado en silencio. Kirk tiene que trotar para alcanzarle. El chófer del sedán les cierra la portezuela, sube a la perra adelante y se van. En el fondo de la barraca Dann oye a Costakis y los cubanos luchando con otra puerta.

—Representa al Departamento de Defensa, creo. Alguna organización de inteligencia interesada en nuestro esfuerzo. Nunca le había visto anteriormente. Bien, ahora no tenemos que preocuparnos.

Dann se vuelve para marcharse, regresa.

—Noah... Quisiera sugerirle algo. Yo mantendría a ese individuo lo más alejado posible.

Noah lo mira con inesperada intensidad y cabecea.

¿Por qué demonios se lo he dicho? —se pregunta Dann al salir—. Y por qué lo siento como una traición... Ha sido un acto de sensatez.

El hombre les pone nervisos, pero algo dentro de Dann reconoce el verdadero motivo: "Que nada me despierte. Que este ridículo asunto se mantenga en el cauce de su ridiculez, irreal y distante".

Sucede de repente, cuando se acerca a la piscina. Dann nunca ha tenido una experiencia 'psíquica'. Ni se le ocurre que ahora está teniendo una. De golpe, césped, maderas, bosques y barracas son invadidos, transformados por una inmensa ola de movimiento silencioso, como barridos por un huracán. Atisba un inmenso paisaje de nubes desgarradas por el viento mientras una luz insólita se arremolina alrededor de él, rugiendo en silencio...

Y concluye.

Dann se tambalea y aferra algo que resulta ser el respaldo de una silla de metal. ¿Ha sufrido un ataque cerebro— vascular?

Mira alrededor deslumhrado, controlando automáticamente las funciones musculares. Todo normal, salvo el pulso cardíaco, alrededor de ciento veinte.

Cuando se le normaliza la visión advierte que las mujeres están alborotadas. Ted Yost y Rick corren hacia ellas.

—¡Doctor Dann! ¡Doctor Dann!

Dann se les acerca, más tranquilo. ¿Qué demonios ha sido?

—¡Doctor Dann! —exclama Winona—. ¿Usted también lo ha captado?

—Sí, capté...algo. No tengo la menor idea de lo que ha

sido.

—No ha sido en este mundo —Val se frota los ojos.

—Era el mar —aúlla Ted Yost—. Una tormenta en el mar, la mente de alguien la transmitió.

—Les digo que este lugar es horrible —dice coléricamente Frodo.

—No sé... ¿Ha sido algo malo? —Winona mira perpleja alrededor—. Yo he sentido algo así como 'Hola'. ¿Vosotros lo habéis captado?

Rick no responde. Los ojos nuevamente reflejan hostilidad. Hostilidad no, se corrige Dann. Dolor. ¿Habrá despertado Ron? No seas idiota.

- El viento que sopla entre los mundos lo desgarró como un cuchillo —dice inesperadamente Dann—. Kipling. No creo que lo conozca —le aclara a Frodo, saldando una pequeña deuda.

La puerta de la barraca de las mujeres se abre y sale Margaret Omali.

—Margaret, ¿tú también lo has sentido? —le grita Winona.

—¿Qué?

Dann nota que ella trae una revista en la mano.

—Como un gran viento en nuestras cabezas —dice Valerie.

—Esa es la especialidad vuestra, no la mía —dice Mar— garet sin expresión. Baja los escalones y va hacia la barraca experimental como si no hubiera salido para otra cosa.

—Yo lo he sentido, como quieran llamarle —es Costakis, que corre hacia ellos—. Los peones también. Y se marchan.

En efecto, los peones cubanos corren hacia el tcamión perseguidos por los insultos de Noah. Cuando suben, uno de ellos se vuelve hacia el grupo de la piscina y les hace un gesto.

—¡El mal de ojo! —ríe Frodo.

—Esto no me gusta —murmura sombríamente Costakis mientras el camión se aleja a toda velocidad.

—Escuchen —ríe Winona—, ¿creen que lo habrán captado todos los de la base? ¡Quizá crean que fuimos nosotros quienes lo hemos hecho! ¿No sería cómico?

Costakis se vuelve hacia ella.

—Es muy posible —dice crispadamente—. Sólo que usted se equivoca, señora. No tendría nada de cómico, se lo aseguro. No aquí.

Capítulo 7

Oscuro y enorme, el solitario ha descubierto un entretenimiento mortal en el vacío.

Ha vuelto parte de su dolorida atención hacia ciertas emanaciones procedentes de un núcleo de materia en órbita alrededor de una pequeña estrella azul. Como de costumbre, la debilidad de la recepción es irritante. ¿Por qué la señal no será más fuerte y nítida?

Una idea brumosa se condensa en un impulso: ¿y si hago un experimento? ¿Si utilizo mis poderes temporales...sólo?

El pensamiento es atroz, de una perversidad suprema. Agitada, la vasta entidad se convulsiona; un vacío fragoroso conjurado en el caos.

Pero el pensamiento maligno recurre. Y lo acompaña otro: ¿qué sentido puede tener ahora la ilegalidad? ¿Acaso no soy ya la ilegalidad última? ¿Qué me impide realizar...cualquier acto?

¿Por qué no?

Ahora está cerca de otra zona de emisión, alrededor de dos soles amarillos gemelos cuyas órbitas son apenas una fracción de la longitud de la criatura. Servirán. Con un ligero espasmo del inmenso cuerpo, el poder temporal es concentrado y dirigido contra las pequeñas órbitas. Esta maniobra se ha efectuado a menudo en concierto con el plan: pero nunca a solas. Así sea.

Los objetivos sufren las alteraciones de costumbre: resplandecen, luego enrojecen súbitamente al expandirse para estallar. Al mismo tiempo, la diminuta señal de la materia del sistema se amplifica satisfactoriamente. Más alta y nítida, se eleva hasta el paroxismo, vacilando en el límite de la inteligibilidad justo cuando algo puede reconocerse, las señales se interrumpen abruptamente.

Inténtalo de nuevo. Otro sistema similar, simple y pequeño, emite en tas cercanías. El impulso temporal es focalizado e irradiado. La estrella primaria no se disgrega por completo: se reduce a un punto minúsculo. Y la tenue señal de nuevo crece hasta ser casi reconocible. Pero después se extingue bruscamente.

La inmensa criatura se aleja. El esfuerzo por comprender esta experiencia nueva le aplaca momentáneamente el dolor. ¿Por qué las señales no duraban lo suficiente para recibirlas? En su punto más alto, seguían siendo minúsculas... Aunque en cierto modo, significativas. Y el hecho de aceptar este mensaje nuevo y pequeño parece responder a una innominada necesidad interior.

Para confirmarlo, la criatura localiza otro punto de emisión entre los fragmentos de materia que circundan un sol insignificante y aplica de nuevo su energía, esta vez revirtiéndola. Otro éxito: el punto brillante se expande disgregándose totalmente, y en ese instante las señales se intensifican espasmódicamente antes de apagarse para siempre.

La presencia enorme y maligna se aleja con lentitud, considerando este nuevo aspecto de la existencia. Hay un significado, y ha estado a punto de captarlo. ¿Pero por qué las señales se interrumpen tan pronto? ¿Será necesario ejecutar alguna otra acción?

Por primera vez se insinúa esa noción: ¿algún subprograma estará incompleto? ¿La vaguedad de la percepción no se deberá a la fuente de emisión sino tal vez a un déficit interno? El mal está presente y provoca una dolorosa autoabominación, pero quizá haya algo más que simple perversidad: quizá hay una conexión con ese centro del núcleo que la criatura percibe como la fuente más íntima de vergüenza y desazón. ¿Por qué esas señales minúsculas poseen una significación tan íntima?

Incapaz de comprender, la inmensa inmaterialidad negra que no es un cerebro flota inactiva entre los pequeños soles, esforzándose por pensar.

Es entonces cuando algo extraño la distrae.

Durante un tiempo los sensores aberrantes han captado una emisión inusual en las extrañas e incomprensibles bandas transtemporales. Y poco después advierte que la fuente no parece un punto. Parece en cambio un filamento delgado, un manojo de información energética que atraviesa una gran longitud del vacío, vibrando más allá de las congregaciones locales de soles. ¡Extraño!

Curiosa, la gran criatura la examina. Sí; su naturaleza es independiente del tiempo, y semejante a las pequeñas radiaciones energéticas que han estado distrayéndola. Pero es más fuerte y vectorial. Quizá pueda obtener más información rastreándola hasta su origen. Al menos, esta nueva actividad la distraerá de su constante desolación.

Apartándose para no borrar el tenue rastro de su cuerpo inmenso, el monstruoso ser se impulsa a lo largo de ese filamento peculiar. De vez en cuando capta vibraciones de energía minúsculas y determinadas, como si una pequeñez desconocida recorriera esta senda.

Pero a la larga percibe que el rastro se debilita, y lentamente llega a deducir que ha equivocado la dirección de la emisión. Si desea encontrar la fuente, tendrá que invertir el curso. Sí, así lo hará. El fenómeno aún le despierta interés.

Cuando vira pesadamente, sobreviene un acontecimiento aún más extraño.

Capítulo 8

Tivonel planea discretamente junto a Giadoc y los Oidores, en busca de la comitiva que viene de Profunda. Ha recobrado el buen humor. El grito aterrador del mundo agonizante, la experiencia emocional de fundirse con Giadoc y sus negras predicciones, todo se ha integrado en la matriz de su memoria mientras estaba atenta a la tarea práctica de cazar alimentos. Como dijo Giadoc, los Oidores no tenían provisiones suficientes; Tivonel se alarmó al ver lo débiles que estaban algunos. Uno de ellos, un viejo macho llamado Virmet, se había encargado de buscar comida en los intervalos de su trabajo, sin resultado positivo. Tivonel lo llevó consigo a los niveles más altos, detrás del muro, donde bogan los grandes islotes de plantas-alimento. Pronto descubrieron varias, y también un hecho inquietante.

—Esas no —le indica Tivonel a Virmet—. ¿No ves que están muertas?

Virmet titubea al ver pasar los bultos sin vida.

—¿Esto es normal, joven Tivonel?

—No. Pero mira... Allá hay algunas vivas, y bien gordas, en aquel remolino. Haz que sigan girando allí. Yo traeré otro rebaño, nuestros visitantes estarán famélicos.

Finalmente reunieron una provisión abundante. Virmet sujetó casi todas las plantas en grupos mientras Tivonel conducía una parte hacia la hilera de Oidores apostados alrededor del Gran Muro. Ellos aceptan, dándole las gracias con aire consternado; Tivonel deduce que están en contacto con algún mundo distante. Raro.

Cuando termina de recorrer el Muro está agotada, pese a su resistencia. Pero está satisfecha consigo misma; obviamente la necesitan.

—¡Seré tu pequeño Padre, Giadoc! —bromea insidiosamente cuando pasa frente a él.

Giadoc le responde con un cálido resplandor de afecto.

Ahora todos aguardan a los Profundos, que no tardarán en llegar. Las señales-vitales de los flotadores, brillantes y compactas, se han detenido en la zona interior del Muro y ahora se multiplican en emanaciones individuales a medida que desembarcan. ¡Cuántos son! Profunda debió enviar toda una multitud.

Lomax y otros Oidores expertos han acudido a guiarles hacia una corriente tranquila y ancha que será el lugar del encuentro. Cuando la procesión se acerca, Tivonel se divierte viendo cómo los campos-vitales temblequean a lo largo del sendero. Quizá son Padres que no han salido de Profunda en años, y tienen dificultades incluso para volar en estas brisas tranquilas.

Pero el macho corpulento que va junto a Lomax aletea con firmeza. Su campo es vasto e intrincado, las luces del manto son de un hermoso rosa Paternal que la edad ha teñido de violeta. ¡Caramba! ¡Es nada menos que el viejo Heagran..., el Padre-Más-Anciano!

El problema debe ser realmente serio, advierte Tivonel, sonrojándose reverentemente cuando pasan frente a ella.

Detrás de Heagran viene un grupo vacilante de ancianos con una fuerza-vital impresionante, que naturalmente hace tiempo han dejado de ser Padres pero representan la sabiduría y la autoridad de Profunda. También viene Kinto, jefe de los Custodios de Memoria, el cuerpo físico borroneado por la enorme energía y la compleja estructura de sus diseños engramáticos. ¡Una ocasión grave, para que suba Kinto! Durante un instante Tivonel pierde el control y se estremece. ¿El peligro es real? ¿El hermoso Tyree podría extinguirse como ese mundo sin nombre?

Pero desecha el temor y pronto trata de disimular sus brillantes destellos de diversión cuando una multitud de Padres jóvenes pasa revoloteando, esforzándose por conservar la dignidad en los vientos salvajes. Algunos llevan niños en las bolsas, y entre ellos, para deleite de Tivonel, está Tiavan, el hijo de Giadoc y de ella. Le alegra verlo volar fuerte y recto. Eso le viene de mí, piensa; se diga lo que se diga, el factor hereditario femenino cuenta. Tiavan saluda a Giadoc con un pálido relampagueo cuando pasa frente id grupo de Oidores. Tivonel imagina cuánto desearán ellos dos tener una charla Padre-a-Padre acerca de ese niño.

Detrás de los machos viene una figura menuda con las aletas desgastadas: la vieja Janskelen, la Hembra-Más— Anciana. Tivonel le envía una cálida señal de afecto. Janskelen era una gran aventurera en sus días, y aún hoy es fornida y tenaz, aún ávida de proyectos. Y además es famosa por defender a los Oidores y su imPaternal búsqueda de conocimientos.

Volando sin esfuerzo detrás de Janskelen viene un grupo de hembras, los campos pequeños brillantes y densos. Tivonel reconoce en varias de ellas a líderes del partido extremista Paradomin. ¿Qué hacen aquí? Pero se olvida de ellas en cuanto el campo de su amiga Marockee aparece entre las últimas.

—¡Marockee..., compañera de muchas cacerías!

El manto de su amiga centellea de sorpresa.

—¡Tivonel! ¡Qué feliz encuentro! ¿Qué haces aquí?

—Te lo explicaré más tarde. Tengo que aprovisionar a los visitantes. ¿Vienes conmigo?

—Claro.

El viejo Virmet lucha para aferrar las plantas en los remolinos. Tivonel se alegra de contar con la ayuda de Marockee para llevar la comida a la multitud cansada y hambrienta.

Hacen un esfuerzo por separar las plantas y presentarlas de una forma más o menos civilizada, pero los Padres se ponen rígidos y azules de embarazo ante la perspectiva de comer así. Lomax pide disculpas por las condiciones primitivas.

—¡Tonterías! —dice finalmente el viejo Heagran, y se pone a comer las plantas sin ocultar su delectación. Janskelen le imita, y pronto están todos comiendo con más o menos habilidad. El gusto de esta sabrosa comida silvestre restaura las fuerzas. En el silencio del día eterno un joven Padre propone dormir, pero la moción no es aceptada.

—Nuestra misión no admite postergaciones —anuncia Heagran—. Empecemos en cuanto terminemos con esto.

—Ven y observa conmigo, Marockee —sugiere Tivonel—. Tenemos mucho que comunicarnos.

Marockee asiente con un paródico destello de polarización erótica, y se lanzan hacia un remolino poblado de plantas que Tivonel ha elegido como punto de observación.

—Aquí es difícil demostrar verdadero ahura.

Marockee asiente; con los vientos que soplan en todas direcciones sería fácil para una hembra hacer una demostración de extrema impudicia poniéndose contra el viento. O más tonto aún, ubicarse a favor del viento, usurpando la postura propia de los machos.

Cuando se instalan en el borde de la planta-enrejada, Tivonel nota que las Paradomin revolotean impúdicamente a contraviento en una pequeña corriente. ¡Es increíble! Y luego ve algo más asombroso. ¡Una de ellas tiene un pequeño doble campo!

—¿Qué está haciendo, Marockee? No es posible que esté...llevando un niño.

—Esa es Avanil —las luces del manto de Marockee tiemblan de risa—. Ahora abrevió su nombre como un macho: Avan. Está practicando Paternidad con un pequeño plenya. Quiere demostrar que las hembras también pueden cuidar niños.

—Por todos los vientos —Tivonel escruta atentamente. Sí, el pequeño núcleo extra de Avanil no es el de un niño verdadero, sino el de uno de esos animalitos semiinteligentes que se han vuelto populares en Profunda. Claro que muchas niñas imitan a los hermanos jugando 'al Padre' con un animalito, hasta que los Padres las riñen. Pero he aquí una hembra adulta llevando abiertamente a un falso niño en su bolsa rudimentaria. ¡Qué insensatez!

—Dice que te fortifica el campo; que si las hembras fueran Padres, nuestros campos serían tan grandes como el de un macho.

—Qué extravagancia —Tivonel aparta ociosamente una raíz que la fastidia. Parece que han ocurrido muchas cosas en Profunda mientras ella ha estado ausente.

—No sé —dice Marockee, inflándose reflexivamente—, el campo de ella tiene otro aspecto ahora. Y además dice que los Padres tendrían que hacer más ejercicio. Cree que todos deberíamos compartir las tareas de todos.

—Ya me imagino a Kinto en una cacería —ríe Tivonel—. Marockee, se me ha ocurrido una idea sensacional. Suponte que instalamos una estación de trueque para intercambiar comida de la Jungla por algunas de las nuevas plantas que están trayendo desde arriba del Abismo, y esas cosas que están inventando en Profunda.

—¿Y qué tiene de original?

—Espera. Mi idea es que en vez de cambiar siempre la mercancía misma, podríamos establecer un sistema de valores; objetos pequeños que llevaríamos en las bolsas. La Estación te daría tantos valores por clase de mercancía y así no tendrías que andar arrastrando las plantas en busca de algún interesado... O podrías guardar y después adquirir otra cosa, si prefieres...

—Vaya... —y mientras inician una de esas típicas charlas menudas femeninas, la conmoción de afuera se aquieta.

—Sssh. Ya empieza.

Heagran y los Profundos están ceremoniosamente instalados frente a Lomax y el grupo de Oidores. Entre ellos, el campo-meñtal de Giadoc parece destacarse por su belleza para los sensores de Tivonel.

—Ofrecemos nuestra memoria —transmite ritualmente

Lomax mientras Orva, el Cronista de los Oidores, avanza hacia Kinto, el Custodio de Memoria.

—Gracias, Oidor Jefe —responden los tonos violáceos de Heagran—. Nosotros también traemos noticias de importancia, y podéis consultarlas a vuestra conveniencia. Sin embargo, somos muchos y el tiempo es breve. Que nuestros dos buenos Cronistas se pongan en contacto mientras nosotros conferenciamos. Pero antes, ¿qué más habéis sabido desde vuestro último mensaje?

Orva y Kinto se ubican a prudente distancia, y las frecuencias-vitales vibran mientras ellos se funden.

—Más mundos han muerto en nuestro sector del cielo —responde gravemente Lomax—. Un Destructor solitario actúa también en esta zona. ¿Habéis captado la última muerte?

—Sí, mientras viajábamos. Trágico —el manto de Heagran empalidece ritualmente—. Pero debéis saber que en Polo Cercano estos gritos-de-muerte son ahora tan frecuentes e intensos que algunos se perciben incluso en Profunda. Los Oidores de allí nos informan que sólo quedan cuatro mundos vivientes entre Tyree y lo que denominan Zona de Muerte. Los remolinos-de-tiempo también han aumentado. La gente está atemorizada —hace una pausa, y el manto irradia un murmullo profundo y reflexivo—. Como sabéis, antes yo no creía que todo esto implicara algún peligro para Tyree. He cambiado de parecer. Pero hay muchos en Profunda que no creen que el peligro sea real. ¿Habéis logrado establecer contacto-mental con el Destructor solitario?

—Ninguno —trasmite Lomax—. La tentativa fracasó por completo y dejó lesionados a quienes la emprendieron. La criatura es totalmente extraña. No parece existir alguna esperanza de influir en ella o siquiera de comprenderla.

—¿Qué más habéis averiguado?

Ante estas palabras, Tivonel nota una agitación especial entre los Profundos; como si la pregunta ocultara una significación velada. Un macho viejo y muy fornido en quien reconoce al Padre Scomber se ha acercado a Heagran, el manto cortésmente oscuro.

—Para el conocimiento puro, mucho —responde Lomax. Su campo también revela una extraña crispación—. Por ejemplo, ahora estamos seguros de que otros mundos también tienen su propio Sonido o fuente de energía. Y acabamos de confirmar algo que simplemente sospechábamos por lo que se observa desde Tyree. ¿No hemos advertido que cuando una persona está a mucha distancia, las señales que trasmite en las bandas-vitales parece que llegaran instantáneamente, mientras que el relampagueo de sus palabras vienen con retraso? —Heagran asiente; alrededor de él, los otros Ancianos se agitan impacientes.

—Bien, parece que las señales-vitales procedentes incluso de mundos muy remotos son de veras instantáneas, mientras que la energía física, o sea la luz audible, viaja muy despacio y a veces tarda años. Acabamos de oír el en— mudecimiento de dos Sonidos identificados con mundos cuyos gritos-de-muerte fueron recibidos años atrás. Y ahora creemos entender cómo murieron; una trasmisión era lenta y convulsa y sugería llamaradas y explosión. En ambos casos, la energía de los Sonidos se elevó violentamente antes de extinguirse —los Profundos han centelleado inquietos durante el discurso de Lomax.

—Si comprendo tu detallada exposición, Oidor Jefe —replica Heagran—, ¿quieres decimos que el ataque, si viniera, no se lanzará sobre Tyree sino sobre nuestro Sonido?

—Eso pensamos. Aparentemente el Destructor puede hacerlo estallar, arrojando terribles huracanes de energía múltiple que matará toda vida en nuestro mundo, tal como muere la gente que hoy día se aventura en la Jungla más alta.

—Pero Lomax, sin duda en las profundidades de esos mundos, aun en las capas abisales, sobreviven algunas criaturas...

—No —la voz de Lomax está azulada de pesadumbre—. Hemos explorado continuamente sin descubrir nada. La energía es tan devastadora que penetrará incluso en el Abismo. La misma estructura de Tyree puede ser pulverizada.

El silencio sigue a estas palabras, apenas interrumpido por el tenue tintineo de los Compañeros del Día. Tivonel se pregunta si es posible que estos hermosos y pequeños Sonidos sean los devoradores de sus propios mundos. El mismo Sonido de Tyree podría estallar y destruirla, entonces...? La imagen de las plantas-alimento muertas le cruza por la mente.

El Padre Sconiber se comunica formalmente con Heagran.

—Anciano Heagran; ahora sabemos la naturaleza del destino que puede afectar a nuestro mundo. Pero yo y muchos otros, como sabes, quisiéramos formular más preguntas acerca de otros asuntos que hayan indagado estos Oidores.

Para asombro de Tivonel, el manto de Heagran se oscurece y el campo se contrae en una modalidad que raya en el desdén. Pero Heagran emite una señal neutra.

—De acuerdo, anciano Scomber. Procede.

—Oidor Lomax —relampaguea Scomber—, ¿nos dirás

algo más sobre estas extrañas formas-vitales que has vislumbrado en otros mundos? ¿Cómo son? ¿Podrían ayudarnos de algún modo?

Lomax parece titubear, y nuevamente Tivonel percibe la tensión en los campos apiñados de la multitud.

—¿Ayudarnos, Padre Scomber? Lo dudo. Por supuesto encontrarás todos los detalles en la memoria que os trasmitimos. Sin embargo, puedes interrogar a nuestro Oidor Giadoc, que ha realizado la mayor parte del trabajo.

Apreciativamente, Tivonel observa cómo Giadoc se adelanta, el hermoso campo bullendo de amor al conocimiento.

—Ese es mi amigo —le indica a Marockee.

—¿Un macho? —chisporrotea divertida Marockee.

—No es lo que imaginas. Espera.

—Seré breve, Padre Scomber —trasmite Giadoc—. Nos hemos comunicado con muchas formas-vitales carentes de verdadera inteligencia. Casi todos los mundos vivientes sólo poseen animales inferiores y plantas. Sólo en siete hemos descubierto seres inteligentes, y en cuatro de ellos pude establecer un contacto lo bastante profundo para comprenderlos parcialmente. Son increíblemente distintos de nosotros. Por ejemplo, los seres con los que me comuniqué vivían en las profundidades de sus mundos, y sus mundos no tenían Viento.

—¡No tenían Viento! —un centelleo de asombro recorre los mantos de los Profundos—. ¿ Viven en el Abismo?

—Sí —el campo-mental de Giadoc resplandece intensamente de interés—. ¡Y viven entre materia sólida, y la emplean en abundancia! Ellos... —con un visible esfuerzo se contiene—. Pero en cuanto a sus vidas individuales, las que conocemos son bestiales y limitadas. Sus mentes son caóticas, animales. Parecen incapaces de comunicarse normalmente. Pese a todo esto, contactamos dos mundos cuyos habitantes han desarrollado el poder de trasladarse físicamente a otro mundo vecino. Ahora tratamos de comunicarnos con uno..., pero —vuelve a contenerse— esto no puede servirnos de nada.

—Estoy de acuerdo —el tono de Scomber es profundo y resuelto, el vasto campo parece intensificado por un designio desconocido. Detrás de él varios Padres se yerguen muy rígidos. Hasta las Paradomin están calladas y tensas. La cris— pación que emanan hace latir el campo de Tivonel. ¿Qué ocurre? De repente teme averiguarlo, teme por Giadoc.

—Dinos más, Giadoc —dice Scomber—. Cuando te fün— diste con los seres inteligentes, ¿eras dueño de la situación? ¿Otros de la raza te atacaron? ¿Cuánto tiempo pudiste...

—¡Basta! —centellea estentóreamente Heagran—. ¡Por favor! ¡Basta, Scomber!

—No, Heagran. Como Padre, tengo derecho a saberlo. Que Giadoc responda.

—No apruebo esto —Heagran se envuelve en un gesto de solemne negación. Tivonel nota que los campos de todos los Profundos están erguidos y vibrantes. Algunos se agitan cerca de Scomber, otros hacia Heagran. Se niega a pensar en qué desembocará todo esto.

—Marockee, no me gusta nada —su amiga está de acuerdo con ella.

—Bien, joven Giadoc. Dinos lo que ha ocurrido —dice Scomber con firmeza.

Giadoc responde despacio y con aire ausente.

—En mis dos últimos contactos pude controlar el cuerpo, los hábitos físicos de esas criaturas. Las que estaban cerca no lo advirtieron, al parecer. Pude permanecer allí mientras los Oidores conservaban el Haz. Comprenderás, Padre Scomber, que ubicándonos alrededor del círculo del Muro y uniendo nuestros esfuerzos individuales, hemos logrado amplificar notablemente la potencia de sustento. A esto lo llamamos el Haz. Parece ser sensible a la energía-vital de otros mundos. Tal vez se alimente del Gran Campo del mismo Tyree...

Mientras irradia las señales, el campo y el manto despliegan un extraño y abigarrado juego de energías, como si Giadoc soñara. Tivonel comprende; el amor por los conocimientos arcanos le embelesa tanto que apenas repara en Scomber y el peso de sus propias palabras. Ante la mención del mítico Gran Campo, varios Padres han oscurecido respetuosamente los mantos.

—¿El Gran Campo? —susurra Marockee—. Tivonel..., ¿existe?

—Ssh, no sé —Tivonel se concentra en la figura amenazadora de Scomber, que sólo ha manifestado una reverencia formal.

—Te he preguntado sobre los hechos, no sobre la teoría —relampaguea Scomber—. En ese mundo extraño, ¿conservaste tu identidad? ¿Pudiste dominar totalmente el cuerpo de la criatura?

—Así es, Padre. Fue...extraordinario —responde Giadoc absorbo—. Pude moverme, en un caso pude hablar. La mente usa los hábitos lingüísticos del cuerpo, ¿entiendes? Claro que no supe nada de los pensamientos o recuerdos del individuo...

—Mientras estabas en contacto, ¿qué ocurrió en el campo-mental de la criatura? ¿Seguía presente alrededor?

Giadoc titubea, y su campo-mental cambia abruptamente de estructura. La consternada agitación del manto revela a Tivonel que Giadoc ha captado por fin las intenciones de Scomber.

—No estaba...presen te —responde con lentitud.

—¿Entonces dónde estaba? ¡Responde, joven Giadoc!

—No estoy seguro, pues mi propia mente-vital estaba

allí —Giadoc se interrumpe, y luego comunica con un tono gris de reticencia—: Me dicen que el campo-vital de otro ser, o sus rastros, aparecieron aquí, alrededor de mi cuerpo.

—¡Ajá! —exclama ásperamente el manto de Scomber; la exclamación es imitada por otros Padres y, para asombro de Tivonel, por las formas más pequeñas de las Paradomin.

—¡Esa es la solución! —dice Scomber volviéndose a la multitud—. ¡Ese es el medio de escapar a la muerte de Tyree!

Tivonel jamás ha presenciado una agitación como la que ahora conmueve a la multitud apiñada. Sólo puede pensar, atónita y horrorizada: crimen-vital. Crimen-vital.

—¡Silencio! —el viejo Heagran irradia una luz autoritaria—. ¡Esto es intolerable! Joven Giadoc, has ido demasiado lejos en tu imPaternal búsqueda del conocimiento. Y tú, Scomber... Tus pensamientos son criminales. Tu propuesta es vil. En nombre de los Vientos, ¿te has vuelto loco? ¿Hemos de escuchar a un Padre que abiertamente nos incita al crimen-vital? ¡Calla o regresa a Profunda!

—¡No, Heagran! ¡Escúchame! —Scomber despliega el gran manto en una apelación formal y orgullosa, exhibiendo deliberadamente el borde de su bolsa-Patema—. ¡Es por nuestros hijos, Heagran! Se trata de la muerte de nuestro mundo, nuestra raza, nuestra descendencia. ¡Los niños! Si nuestros hijos están a punto de arder, ¿no debemos considerar lo impensable con tal de salvarlos?

—Nuestros hijos —repiten en un tono profundo varios Padres.

—¡Padre Scomber! —clama de pronto la vieja Janske— len—. ¿Y qué será de las criaturas que vendrán a morir en nuestro lugar?

—Habéis oído a Giadoc —responde desdeñosamente Scomber—. Estos seres son poco más que animales. ¿Protegeremos las vidas de estos animales mientras condenamos a nuestros hijos a la muerte, a la misma muerte de este» mundos vecinos?

En ese momento, como haciendo eco a las palabras Scomber, una señal tenue y remota llega del cielo, arrasándolos con la ya familiar ola de dolor. En alguna parte comenzaba otro mundo. Tivonel y Marockee unen las mentes.

temblando. Pero ese grito-de-muerte es débil, opacado por el horizonte de Tyree. Los estertores se disipan, dejándoles estremecidos.

Al separarse de Marockee, Tivonel ve las enormes figuras de Scomber y Heagran, que aún se enfrentan implacablemente. Los Profundos se han dividido en dos facciones. El grupo más numeroso está detrás de Scomber, y allí ve Tivonel a Avanil y sus Paradomin. Destellos rojizos de furia inequívoca atraviesan la multitud.

Tivonel está pasmada; ha visto accesos de cólera entre los Perdidos, pero nunca algo como esto: ¡ira entre los Padres civilizados de Tyree!

—¡Padre Heagran! ¡Padre Scomber! —Lomax se interpone entre ambos, el manto brillando con un blanco neutral—. ¡Permitid que os señale que olvidáis problemas cruciales! Quizá podamos resolver esta diferencia sin pérdida de ahura. El plan del Padre Scomber, aunque me parece totalmente repugnante, es del todo prematuro. Aún no sabemos si es posible...

—¿Qué quieres decir? —gruñe Scomber.

—Tres inconvenientes —replica resueltamente Lomax—. Primero, hasta ahora sólo Oidores muy avezados como Giadoc han intentado el contacto-mental. No sabemos si una persona inexperta, y mucho menos un niño, podría lograrlo. Aunque desearais escapar mediante un recurso tan aberrante, ¿puede un niño viajar en el Haz y fundirse con una criatura extraña? Segundo, es posible que nuestras mentes sean detectadas y juzgadas criminales. ¿De qué serviría enviar a los nuestros sólo para que los maten por usurpadores-de-vida? Y tercero, y más importante. No sabemos si nuestras mentes pueden permanecer en un mundo desconocido sin ayuda del Haz. ¿Volveréis aquí cuando el Haz se disuelva, como ocurrirá inevitablemente? Todos estos factores han de tenerse en cuenta antes de pensar siquiera en un acto semejante.

—¡Pues bien! —centellea Scomber—. ¡Hagamos la prueba de inmediato!

El viejo Heagran se extiende majestuosamente, exponiendo la curva del cuerpo venerable. Pese a sus diferencias, hasta los Padres que siguen a Scomber oscurecen con respeto los mantos; no en vano Heagran es el Padre de todos ellos.

—Veo que muchos estáis dispuestos a contemplar este crimen —dice sombríamente—. ¿Pero habéis considerado lo que nos dijo Giadoc, que esas criaturas son bestiales y limitadas? Sin duda no esperaréis engrendrar niños Tyrenni en esos cuerpos extraños... Vuestros hijos, si viven, morirán

sin descendencia. Sus hijos serán animales. ¿De qué sirve cometer este acto espantoso, sólo para condenarlos a morir solos, en un mundo desconocido, tal vez horrible?

Sus palabras afectan visiblemente a los Padres; algunos se alejan de Scomber. Pero de pronto una forma pequeña y brillante se adelanta: Avanil, líder de las Paradomin. Revolotea delante de los tres grandes machos, una figura orgutto— sa y patética con su grotesco campo doble.

—¡Padres! ¿No hemos aprendido a lo largo de nuestras vidas que la Paternidad lo es todo..., que sólo el campo de un Padre puede formar una persona integramente desarrollada? ¿No es por eso que reclamáis nuestro respeto y obediencia? Ahora pregunto: ¿poseéis o no este poder? Si la respuesta es afirmativa, sin duda podéis transformar a cualquier niño en un auténtico Tyrenni, por extraña que sea su forma. ¿O tendremos que enteramos de que vuestra Paternidad es un mero pretexto para gozar de privilegios? ¿Nos habéis hecho creer una mentira?

Conmoción, estallidos de cólera entre los Profundos. Scomber, Heagran y Lomax enrojecen de callada indignación. Pero antes que puedan dar rienda suelta a la ira, un joven seguidor de Scomber se adelanta.

—Esta hembra ya ha hablado demasiado —dice con tonos vibrantes de desdén—. Pero sus palabras no carecen de sentido. ¿Acaso dudamos de nuestros poderes Paternales? Aun en cuerpos extraños, entre vientos extraños, creo que nuestros hijos podrían criar hijos dignos, auténticos Tyrenni. ¡Creo que Tyree puede subsistir!

—¡Bien dicho, Terenc! —para consternación de Tivonel esa luz fue la voz de Tiavan; qué amargura para Giadoc, que el propio hijo esté dispuesto a usurpar vidas. Otros Padres jóvenes centellean vigorosamente su acuerdo por encima de las luces estridentes de las Paradomin.

—¡A probar, entonces! —dice Scomber—. Lomax, tus pruebas tienen que empezar.

—El Gran Viento quiera que fracaséis —dice Heagran, la voz azulada de dolor espiritual, el campo replegado—. No puedo luchar contra los Padres de los niños. Lomax, procede.

—¿Por qué no evaluar los tres factores, simultáneamente? —pregunta Terenc—. Giadoc puede llevar a otro con él y descubrir si corren o no peligro de ser detectados y atacados. Pero también pueden probar si son capaces de permanecer cuando los Oidores retiren el Haz.

—Poco práctico, Padre —replica Lomax—. Podemos evaluar los dos primeros, por cierto. Pero si retiramos el Haz y no logramos conectamos nuevamente, perderemos las respuestas, así como a nuestro explorador más experimentado, Giadoc. Aceptad mi consejo...

Tivonel no presta demasiada atención; está pensando en lo que dijo Avanil, o Avan.

—¿Lo crees, Marockee? ¿Podría un Padre transformar a una criatura extraña en Tyrenni?

—Te diré algo peor, Tivonel —murmura Marockee—. Hace tiempo que Avan piensa en esto. Ella y las otras estuvieron en Polo Cercano preguntando si hay mundos donde las hembras crían a los niños. ¿Puedes imaginarlo? ¿Un mundo donde las hembras sean Padres? Es lo que quiere descubrir, por eso lo acicateó.

—¿Pero cómo es posible? —ríe Tivonel—. Los machos son más grandes y fuertes, obviamente tienen que hacerse cargo de los niños. Tal como harían aquí si una hembra cometiera la insensatez de robarles uno.

—No, escucha. Ella sostiene que si hay una raza donde las hembras crían a los niños, ellas serían obviamente las más grandes y fuertes, tal como los machos aquí. ¡ Seríamos como Padres!

—¡Vaya! —Tivonel la escucha con aire ausente, mirando a Giadoc, que espera en el borde de la multitud reunida alrededor de Scomber y Lomax. Advierte que el campo de él está notoriamente orientado en sentido contrario al de Tiavan. Es lamentable.

En ese momento las bandas-vitales vibran con un mensaje, y una joven hembra atraviesa el Muro alejándose de los flotadores.

—¡Padres! —anuncia—. Un mensaje de Profunda. Todos los Oidores han abandonado Polo Cercano y vienen hacia aquí. Dicen que otro de los últimos mundos entre nosotros y el Destructor ha muerto, y que el Sonido se eleva peligrosamente. Cada vez más plantas y animales mueren quemados en las capas vecinas de Profunda. Muchos Padres llevan a los niños a las zonas más bajas. Otros suben hacia aquí sin flotadores ni guías, para alejarse lo más posible del Sonido. Enviaremos exploradores para ayudarles.

—Las pruebas —exclama Scomber—, Lomax, comienza. No hay tiempo que perder.

—Los nuevos Oidores podrían ayudarnos —objeta Lomax—. ¿No los esperamos?

—¡No! —ruge Scomber, enrojecido de furia—. ¿Tratas de retrasarnos hasta que nos sorprenda la muerte? Dices que tu Haz ya está en contacto con un mundo apropiado. Que el joven Giadoc viaje hacia allí acompañado por una persona sin experiencia. Que permanezca fundido un período prolongado para comprobar si ése es un mundo seguro.

—Muy bien —Lomax pliega gravemente el manto ante el viejo Heagran, que ha permanecido severamente oscuro, y se vuelve a los Oidores—. Broxo, Rava, llevad vuestros asistentes a las estaciones del Muro y reforzad el Haz. Giadoc, sube a tu posición habitual, listo para entrar en el foco cuando llegue la señal del Haz.

Los Oidores se alejan a lo largo del Muro. Tivonel observa cómo Giadoc asciende a su puesto, el campo poblado de configuraciones extrañas y vividas. Ni siquiera la actitud del hijo le ha enturbiado el amor por lo remoto.

—Bien. ¿Quién hará el viaje-mental con él, Padre Scomber? —pregunta Lomax—. Recuerda, la prueba es arriesgada; el voluntario atravesará distancias inimaginables y entrará en contacto con una mente extraña. Es posible que sufra daños irreparables, e incluso que pierda la vida. ¿Quién se ofrece?

—Iré yo, por supuesto — replica Scomber—. Si esto es un crimen, seré el primero en sufrir las consecuencias. Mis hijos ya son grandes.

—No, Scomber. Con todo respeto a tu coraje, eres un Padre de gran fuerza-de-campo y tu éxito no demostraría nada. Necesitamos una persona con poderes ordinarios para probar que nuestros hijos podrían escapar del mismo modo.

Scomber enrojece.

—Cierto —admite a desgana—. Muy bien. ¿Quién se ofrece entonces?

Tivonel ha observado intensamente a Giadoc. Pero ahora una agitación entre los Profundos le llama la atención. Avanil y dos de sus seguidoras se adelantan.

Sin demorarse a reflexionar, cruza el enrejado de la planta y se detiene entre Scomber y Lomax.

—¡Yo me ofrezco! Soy Tivonel, cazadora de la Jungla, una hembra ordinaria. ¡Aceptadme!

Los dos machos la observan un instante, perplejos.

—Tienes razón, y es apropiado —dice finalmente Lomax—. Muy bien, Tivonel. Irás tú. Que el Gran Viento te acompañe. Sube, ocupa tu puesto junto a Giadoc y prepárate a obedecer sus órdenes.

Capitulo 9

Para alivio de Dann, todos están más animados e incluso alegres, a la hora de cenar. La gente de Noah está sola en el espacioso comedor, comiendo temprano bajo el gran sol de junio. Kirk y la perra están en algún lugar de Deerfield que Dann sospecha que no verá jamás.

La ausencia de Kirk fomenta el buen humor. Noah charla paternalmente con su pequeña pandilla, y cuenta la graciosa anécdota de un sujeto que siempre recibía un número misterioso que resultó ser el saldo bancario de la novia. De algún modo la historia sintetiza la prolongada lucha del viejo.

—Eso fue antes de que contáramos con una computadora, señorita Omali.

Ella aprueba con una sonrisa. Dann se pregunta si TOTAL conoce todos los números de Estados Unidos.

Ted Yost cuenta cómo le echaron de las mesas de poker de a bordo por ganar muy a menudo. —Nunca volví a tener tanta suerte —admite. Hasta Costakis cuenta una historia acerca de una caja fuerte cuyo único tesoro escondido resultó ser la comida en mal estado de un ejecutivo. Las muchachas y Winnie ríen de buena gana.

—Deben pensar que estamos practicando carreras de obstáculos en esa pista —dice Winnie pinchando las monstruosas porciones de carne hervida—. ¿Saben? Esto tendría que llamarse 'El Arca de Noah.[1]'

Es una broma trasnochada, pero Noah ríe benignamente.

—Ya les enseñaremos mañana. Sólo Rick ha permanecido callado y distante. Ahora Dann le nota la cara más distensa. Se sienta más tieso y se pone a comer. ¿Han drogado nuevamente al hermano parásito?

Estoy creyendo todo esto —piensa Dann—, actúo como si fuera cierto. ¿De veras creo que pueden...lo que sea?

No sabe, pero le agrada la atmósfera de camaradería. Se sienten libres, sin compulsiones. Si algo de esto es verdad, piensa, sus vidas deben ser muy desdichadas... Ni lo intentes. No hay manera de ayudarles.

De pronto todos callan; un coche acaba de detenerse afuera y un hombre alto y delgado camina hacia ellos. Pero no es el mayor Fearing, es un desconocido con un mechón chato de pelo blanco. La tensión se disipa. Dann ve la insignia en la ropa de fajina del hombre y corre la silla hacia atrás.

—Buenas noches, ¿el grupo del doctor Catledge? Soy el doctor Harris. Simplemente pasé a ver si necesitaban algo.

Dann presenta a Noah. Harris mira con curiosidad a los presentes; tiene una cara delgada y seca, y un labio superior protuberante.

—Nuestro puesto médico está en el área vecina, doctor Dann —continúa el doctor Harris—. Encontrará el número en el teléfono. Espere —saca una taijeta en blanco y garrapatea algo—. Tenemos un equipo bastante completo, por si tienen problemas —es muy afable pero las arrugas de la cara sugieren una fatigosa obligación ante circunstancias muy peculiares.

—Gracias —Dann guarda la taijeta y Harris echa un nuevo vistazo a los presentes, aparentando indiferencia.

—Esta tarde pasó algo raro —señala—. Alrededor de las mil seiscientos cincuenta y,...hm, las cinco menos diez. ¿No habéis notado nada, por casualidad? ¿Algo así como una sensación de desorientación?

Le observan calladamente. Justo cuando Noah abre la boca, Rick interviene.

—Oh, usted dice la señal —le cabecea a Harris para tranquilizarle—. No se preocupe. Significa simplemente que nos acercamos al final de esta secuencia.

—¿Señal? ¿Secuencia? —el labio protuberante de Harris se curva hacia abajo.

—Sí. ¿Recuerda al almirante Yamamoto, de la Segunda Guerra Mundial? Muy importante, hombre clave de los japoneses. Lo torpedearon frente a Rabaul en 1943. CamW6 el curso de la guerra y todo eso.

Harris frunce el ceño.

—Disculpe, joven. Yo estuve en la Marina. Sucede que | Yamamoto lo derribaron en Bourgainville...

—Oh, eso es en esta secuencia —sonríe Rick—. En la secuencia original lo hundieron. Por eso usted captó la señal esta tarde.

—No le entiendo.

—Mire —Rick se inclina hacia adelante con aire confidencial—. Científicos japoneses, ¿comprende? Muy brillantes, muy obstinados. Se lo tomaron a pecho. Así que en secreto fabricaron un aparato, un anomalizador temporal. Como una máquina del tiempo, para usted. Para regresar y alterarlo, ¿entiende? Pero sólo han podido alterar los detalles. Al almirante siempre lo matan. Por eso lo siguen intentando. Cuando se capta una señal como la de esta tarde, significa que están preparados para un nuevo intento. Luego destruyen esta secuencia y empiezan otra vez. En cualquier momento se encontrará de regreso en la Marina. Páselo bien mientras pueda.

Harris le mira fijamente. Alrededor de la mesa el aire tiembla.

—El caso es que algunos de los que tenemos poderes psi recordamos otras secuencias, ¿entiende? —Rick baja la voz—. Ocurren cosas diferentes... Creo que Dewey una vez salió electo. Suponemos que la secuencia se repitió por lo menos doce veces. Pero como le dije, usted no sentirá nada.

—Entiendo —Harris cierra la boca quitinosa—. Bueno, me alegro de haberle conocido, doctor Dann. Ya tiene nuestro número, para lo que guste.

Se aleja apretando el paso. Todos sueltan la carcajada menos Costakis, que está alelado.

—Ssh —jadea Valerie—, les oirá.

—No puede. El coche ya está arrancando.

—Ha sido tre-men-do —Ted Yost suspira feliz, quizá pensando en el Pacífico. Hasta la imperturbable Margaret tuerce la boca.

—Una idea magnífica para un cuento de ciencia-ficción —cloquea Noah.

- ¿Usted lee ciencia-ficción, doctor Catledge? —pregunta Valerie.

—Claro que sí. Desde siempre. Sólo la gente con ideas.

—Platillos voladores —gruñe Costakis.

—De ningún modo Chris. La ciencia-ficción no tiene nada que ver con los OVNIS, sean lo que fueren. Pero por cierto, creo que existe vida en otros mundos. ¿Les revelo mi sueño secreto?

—¡Oh sí, por favor! —los ojos saltones de Winona están brillando.

—Vivir lo suficiente para presenciar el primer contacto del hombre con seres extraterrestres. ¡Caray! —el viejo se estremece involuntariamente—. ¡Imaginen el día en que una voz surja del espacio y nos hable! ¡Cuando descienda una nave..., una verdadera nave espacial!

Perplejo, Dann advierte que Noah no bromea. En esa voz vibra una emoción auténtica.

—Y entonces —añade Frodo—, sale un gran lagarto azul y dice: "Lle-e-vad-me a vues-trro deparr-tamen-to de antrro— po-lo-gia." —lanza una risotada feliz y siseante. Parece otra persona.

—Una lagarta —corrige serenamente Valerie.

—¿Por qué no? ¿Por qué no? —ríe Noah.

Hay un silencio extraño y tenso. Las caras relucen. Dann, que no lee ciencia-ficción, está atónito.

—Pero los mataríamos a tiros —dice Winona.

—No sucederá —dice Costakis con su voz amarga.

—No —conviene Rick, y el entusiasmo se apaga.

—Quién sabe —insiste Noah—. Podría ocurrir en cualquier momento. Los indios no esperaban a Colón.

—Hablando de voces del espacio —dice Dann, que acaba de rebuscar en su cerebro devastado—, creo haber leído que están a la pesca de señales de Tau Ceti. ¿Por satélite, no es verdad?

—En efecto, pero son señales láser —dice Noah, y la conversación se interrumpe.

La mirada de Costakis se cruza con la de Dann.

—A ese médico le enviaron para controlarnos. Rick no debió hacer eso. Podría traernos problemas.

El hombrecillo ha retomado ese irritante tono de falsa reciedumbre.

—Oh, claro que no, Chris. Cortesía profesional, nada más...

—Claro, doctor. Claro.

Es hora de irse.

—Bien, como somos un riesgo para la seguridad, nos quedamos sin cine —dice Ted Yost.

—Quizá daban alguna vieja película de John Wayne —refunfuña Frodo.

Aún es de día cuando salen, un hermoso atardecer. Dann se retrasa esperanzado, pero Margaret se dirige al autobús sin mirar atrás.

—Me encantaría caminar —exclama Winona—. ¿Por qué no vamos todos?

Los otros suben en tropel, dejándola entre Dann I el autobús. Dann apenas logra contener el impulso de salir corriendo.

—Sé que usted camina muy rápido, doctor Dann. No me espere, vaya adelante.

—Desde luego que no —dice Dann, forzándose a sonreír.

Ella sonríe feliz y camina a su lado, el pelo azul, el pecho turquesa, las caderas contoneándose sin gracia.

—Qué amable de su parte... Margaret dice que usted vio el ciervo. Oh, ojalá viéramos uno... ¿No es raro que este lugar sea tan tranquilo, como un parque...? Hagan lo que hagan aquí, es bonito para los animales. ¿Será muy grande?

Ya está resoplando. Dann camina más despacio.

—Bien, si cada área tiene dos kilómetros cuadrados, suman por lo menos doce kilómetros cuadrados... Digamos mil doscientas manzanas.

—¡Vaya!

Va a ser un kilómetro y medio largo, piensa Dann evocando el andar majestuoso de Margaret. Olvídalo ahora y dile algo a esta idiota.

—Dígame, señora...Eberhard, ¿qué hace usted cuando no se dedica a la...telepatía?

—Oh, Winona, por favor. Winnie.

—Winnie —Dann sonríe cautelosamente; cuidado, ¿divorciada, viuda?

—Oh, me mantengo ocupada —jadea ella—. En este momento trabajo en un comité para rehabilitación de gente que necesita trabajar. Mujeres de cierta edad.

—Suena interesante —miente Dann.

—Sí —ella inhala y suelta el aire ruidosamente—. Para ser franca, soy un ser humano absolutamente desechable.

Dann articula una objeción cortés, pensando aterrado: Oh, no. Otra más, no... Ella camina resueltamente, sin perder la sonrisa. Dann tiene un atisbo de esperanza.

—En realidad, a veces no sé si soy un ser humano —ríe algo nerviosa, pero él sabe que no hay remedio—. Nunca aprendí a hacer nada. Salvo criar niños y cuidar de mi madre enferma y de mi marido diabético. Pobre Charlie, murió hace tres años. Mis hijos viven en California. Sus esposas no saben qué hacer conmigo; no las culpo. Mi hija menor está en Yugoslavia cavando en busca de cráneos. El año que viene irá a Nueva Guinea, dondequiera que esté eso. Mi hija mayor se casó con un diplomático. Ellos... Ellos nunca escriben. Yo quería que hieran...libres... —se interrumpe un minuto, pisando el suelo con fuerza—. Hoy día la gente piensa que no conviene tener cuatro hijos. Nunca fui a ningún lado ni aprendí nada. Ahora es demasiado tarde.

—Oh, por cierto que no —la voz de Dann articula trivialidades mientras el dolor agazapado en las palabras de Winona le retuerce las entrañas. ¿No hay allí nadie normal?

—Tengo sesenta y dos años, doctor Dann. Llegué hasta la escuela secundaria y tengo artritis de columna, como usted recordará.

Oh Dios, es cierto; lo había olvidado. Paciente de la Clínica Hodgkins.

—Dicen que en un par de años más necesitaré silla de ruedas. No me acortará la vida, pero empieza a dolerme. Por eso trato de aprovechar el tiempo al máximo —de nuevo la risita—. Oh, puedo hacer tareas sencillas, como el comité. Y durante un tiempo podré también ser una Pantera Gris[2]... De nada sirven las bromas. Ya he perdido el autobús de la vida... Doctor, yo... Tengo tanto miedo de lo que vendrá.

"Cuanto estaba en la clínica vi a una anciana en una silla de ruedas. Estaba desgastada y encogida, incapacitada. Gemía: "No... No... No..." Una y otra vez. Nadie se le acercaba, simplemente la dejaban a un lado. Cuando me dieron el alta todavía estaba allí... Traté de hablarle, pero... Doctor Dann, yo seré como ella.

Pone una cara aterradora. Está seguro de que se pondrá a llorar o Dios sabe qué... Pero no; las facciones se componen y el cuerpo fofo y ridículo sigue caminando resueltamente, y Dann no puede decir nada... El corazón le sofoca.

—Me habría encantado... Oh, me habría encantado encararlo todo de otra manera —dice ella en voz baja, diferente—. Haber vivido de veras y ser libre. Aprender cosas. Cuando una está vieja y enferma es realmente muy tarde, es algo que no se entiende cuando se es joven.

El dolor y la ansiedad le desgarran físicamente, como siempre ocurre con el dolor ajeno, como supone que desgarrará a todo el mundo. Ella tiene razón, desde luego. No hay salida. El dilema de la mujer, una vieja historia. Ni lo pienses.

—Es una vieja historia, ¿verdad? —la voz de ella es decididamente normal—. No debí llorar en el hombro de usted. Usted... Nos alegra tanto que esté con nosotros...

—Tonterías —murmura él, preguntándose si ella estará leyéndole la mente. De pronto ve un modo de escapar—. ¡Muy bien...! ¡Mire! Se ha cumplido su deseo.

Bajo la luz del atardecer, dos gamas cruzan el sendero a los brincos.

—¡Oh-h-h!

Observan a los animalttlos pastar ociosamente y luego desaparecer de golpe en la arboleda, los rabos blancos y erguidos. Cuando se van, un cervato las sigue dando saltos.

—¡Pensar que hay gente que los mata! —dice Winona.

—Aquí parece que no.

—Oh, sí. Claro que sí. El teniente Kirk dijo que saldría de caza, aunque no es la temporada.

El suspira rehuyendo el tema, y siguen caminando.

—Doctor Dann, a veces pienso que hay dos clases de personas —el tono es asombrosamente severo—. Las que disfrutan lastimando a otras criaturas, y...

Está harto de todo, harto del dolor, de contenerse...

—Conocí un político que estaría de acuerdo con usted. Decía que hay dos clases de personas; las que piensan que hay dos clases de personas y las que entienden que el mundo es más complicado.

Para sorpresa de Dann, ella responde lentamente:

—¿Quiere decirme que si me hubieran educado como al teniente Kirk vería a los ciervos como trofeos de caza?

—Sí. O si estuviera muerta de hambre. U otros factores.

—Pero no es el caso —dice ella tozudamente—. Que el bien pueda fracasar no significa que no existe.

Bien, bien. Atrapado bajo los bucles azules hay un cerebro, o los restos de uno.

—Creo que usted acaba de enunciar un principio filosófico que no estoy preparado para discutir.

—¡Oh, Dios mío! —canturrea Winona.

Llegan finalmente al último recodo. Las piernas de Dann hormiguean de impaciencia.

—Vaya adelante, doctor Dann. Por favor.

Maldito sea, le está leyendo la mente. No, deben ser los gestos; ella es sensitiva.

—¿Como ingresó usted...bueno, en el 'Arca de Noé'? —pregunta él, con esfuerzo.

—El doctor Catledge puso un anuncio en el Star. Yo siempre supe que era sensitiva..., pero —frunce el ceño—, las cosas que pide él; números, letras... Es tan difícil. No significan nada.

—¿Le es más fácil captar pensamientos con sentido?

—Oh, desde luego. Y los sentimientos de la gente. En la

oficina es muy duro cuando la gente se enfada. La gente se enfurece mucho conmigo —ríe reprobatoriamente.

Dann siente remordimientos.

—¿Y recoge...hm, alguna emanación de este lugar?

—Claro que sí, doctor Dann. Le diré algo. Este lugar es

un portal. Aquí hay una presencia. Usted la percibió esta tarde. Esa fue una proyección del plano espiritual.

El lenguaje de la mística. La imagina dando una sesión de espiritismo, adivinando el porvenir.

—¿Alguna vez pensó en ser médium profesional?

—Oh, soy demasiado inconstante... Verá, mi don no es suficientemente estable como para algo tan serio. No podría fingir...,

—Entiendo —y el don que a él le proporcionan las drogas se está disipando rápidamente. Gracias a Dios ya están a punto de llegar a las barracas. La carretera está desierta, no hay coches afuera. Se oye música en medio de un grupo sentado en la escalinata: la radio de Rick.

—Gracias, doctor Dann —Winona le tiende la mano y le palmea vigorosamente el brazo antes de alejarse.

En la escalinata están Ted Yost, Costakis y Rick; el muchacho se vuelve hacia Dann con el rostro sombrío y dice:

—Alguien anduvo husmeando por aquí.

—¿Qué quieres decir? —la mano de Dann se desliza involuntariamente en el bolsillo del pecho, buscando las cápsulas.

—Registraron el lugar mientras cenábamos —dice Costakis con su tono socarrón.

Dann considera angustiado la posibilidad de que le hayan quitado las drogas de la maleta.

—¿Se llevaron algo? ¿Cómo lo saben?

—Mis cigarrillos —dice Rick—. Estaban en mi zapatilla derecha. La cambiaron de lugar. Y creo que abrieron esto —levanta la radio—. Las pilas estaban mal puestas. Chapuceros.!!'

—Controlaban los artefactos electrónicos —dice Costakis con su voz de sabihondo. Dann no puede dejar de advertir cómo se mantiene apartado de los otros dos, siempre en el borde.

—Creo que saldré a caminar —suspira Ted Yost.

La puerta se abre de golpe y Noah sale hecho una furia.

—¡Alguien ha desconectado la mitad del equipo! Todo está fuera de lugar —estalla—. Caramba, qué gente increíble. Chris, ¿puede ayudarme a ordenar?

—Claro.

Dann corre a su cuarto. La maleta parece intacta pero las otras pertenencias parecen vagamente distintas. ¿Intrusos? No podría asegurarlo. Absurdo.

Se sienta en él catre con una cápsula en la mano, notando que más allá de la barraca el bosque está hermoso en el crepúsculo. Como los bosques de su niñez en Wisconsin. Reflejos dorados constelan la flotante delicadeza de los castaños, los sombríos robles, los helechos y el musgo.

¿Por qué necesito este veneno? —se pregunta—. jftfej qué soy incapaz de aguantar? Todos los demás; Rick, Costakis, Winona, cada cual en un infierno privado, sin salida. Ted Yost. ¿Qué clase de cobarde egoísta soy?

Como en tantas oportunidades, la decisión de prescia— dir de esas muletas químicas se adueña de él. La privación sería físicamente dificultosa, pero cree que la puede afrontar. Pero luego... Encarar la realidad cotidiana de la vida, los asaltos del dolor...

Recordar.

Y mientras contempla los bosques, los rayos crepusculares se vuelven rosados y rojos como antorchas detrás de los árboles, recortándolos como siluetas oscuras contra el cielo abigarrado. Dedos de fuego... Las tripas se le revuelven, se aferra los ojos, jadeando, y se mete la cápsula en la boca. Esa es la razón —se condena—. Sí, soy un cobarde.

Temblando, va al cuarto de baño a buscar agua, agradecido por tener una vía de escape. ¿Cuántos de los otros resistirían si contaran con este alivio para el dolor de sus vidas? Sólo sabe que él no puede.

Cuando sale, la luz llameante se ha diluido. La radio de Rick suena en alguna parte, pero no se ve a nadie. Dann camina hacia la piscina y encuentra a las dos muchachas de nuevo en el agua. Se sienta a mirar.

Fredericka/Frodo ataca el agua con los brazos huesudos, arrastrándose como una araña. Al lado de ella Valerie nada sin esfuerzo. La cálida luz del atardecer aún persiste, ahora inofensiva. Finalmente, las dos muchachas salen y se acercan a Dann, compartiendo una toalla. Frodo se sienta al lado de Val en la hierba, tratándola con la solicitud de costumbre. Las sonrisas, cada uno de los gestos, dicen: "Mía. Estamos juntas."

Contra su voluntad, Dann percibe la vulnerabilidad de ambas. Proteger y defender la pequeña fortaleza de esa unión. Amarse, pese a los hábitos del mundo y al egoísmo del otro sexo. Tan frágil.

Mientras Val se peina, las dos empiezan a canturrear, dirigiéndole una mirada burlona. Luego las dos voces se elevan armónicamente, parodiando una melodía vieja y ridicula: You are my sunshine, my only sunshine...[3]

Es un momento fascinante; las voces dulces y socarronas le emocionan peligrosamente. Cuando terminan la canción, Dann sólo puede comentar con acritud:

—Yo no me quedaría sentado allí mucho tiempo, Frodo.

—¿Por qué no?

—Las niguas —les explica la maldición del Sur, y Frodo se encarama a una silla.

Hay una pausa en la que un tordo gorjea y trina.

—Doctor Dann —dice Valerie—, usted no permitirá que

nos hagan nada, ¿verdad? —detrás de ella, los oscuros ojos de Frodo le miran fijamente desde la cara simiesca. Dann cae en la cuenta de que la pregunta va en serio.

—¿A qué se refiere?

—A que nos encierren aquí si tenemos éxito.

—Controlarnos las mentes —añade Frodo—. Experimentar con drogas, tal vez.

—¿Y con qué propósito?

—Para que hagamos lo que ellos quieren —explica Valerie—. Ser... Ser como teléfonos para ellos. Es decir, si realmente les interesa esto del submarino.

—¡Santo cielo! —ríe Dann—. Caramba, nadie... Ustedes han estado leyendo demasiadas novelas de misterio.

—¿Usted piensa honestamente que todo está bien? —insiste Val.

—Les aseguro que sí. Bueno, esta es la Marina norteamericana. Quiero decir... —no sabe lo que quiere decir, sólo que desea borrarle ese miedo de los ojos.

—Nadie nos echaría de menos —dice Frodo en voz baja—. A ninguno de nosotros. Me cercioré de ello. Ninguno tiene a nadie que le esté esperando.

—Por Dios, dejen de preocuparse por semejante insensatez. Les doy mi palabra.

Val sonríe, y la confianza de esa sonrisa por un momento le traspasa. Su palabra, ¿qué demonios significa eso? Pero todo tiene que estar bien, piensa. Después de todo, Noah Catledge...

—No es sólo la Marina —dice Frodo—. Ese mayor Fearing no es de la Marina. Nos desprecia.

—¿No les parece que exageran...?

—No, es cierto —los ojos de Valerie se han enturbiado de nuevo—. Nos odia.

—No entiendo cómo la estima o el odio del mayor puede afectarlas a ustedes —dice Dann para calmarlas.

—Yo sí —Frodo lo mira por encima de la cabeza de Val y se roza la garganta con el dedo—. Apuesto a que 1e disgustaría que le lean la mente —el tono es ligero, pero Frodo carraspea ferozmente, ansiosa de que él le entienda.

Dann evoca su encuentro con Fearing, ese hombre tan furtivo. Su aura de poder secreto, las fortificaciones invisibles del yo. No confíes en nadie, retén la información; el clásico tipo anal. Frodo tiene toda la razón; para un hombre como Fearing sería traumático que le leyeran la mente. Una amenaza terrible. Dann ríe, desechando cierta inquietud subterránea. ¿Rondará Fearing el lugar para controlar la eficacia de Kirk? Cómico.

—Realmente yo no me preocuparía —dice Dann, con tanta calidez y vehemencia que hasta él mismo lo cree—, Al fin y al cabo, no podría deshacerse de mí.

Las muchachas sonríen y cambian de tema. Pero bajo la superficie, Dann sufre una duda momentánea. ¿Qué podría hacer él si los militares decidieran conservar a estas personas para sus propios fines, reclutándolas de algún modo? Si él elevara alguna protesta, ¿quién le escucharía? Nadie, y menos después de examinar su historial. Por lo demás, ¿quién le echaría de menos si lo borraran del mapa?

Pero esto es una locura —se dice—. Y la cordura vuelve con la respuesta final: es un disparate porque mañana no pasará nada. Como de costumbre. Este experimento arrojará los mismos resultados que los anteriores, ambiguos en el mejor de los casos. Espera que al menos sean ambiguos, por Noah. Pero ese submarino no emitirá voces misteriosas, este rebaño de infelices no leerá secretos de la mente de nadie. Tonterías, como el viejo Noah con su ciencia-ficción de lagartos azules...

Aliviado, sonríe con más soltura. Valerie le está contando que trabaja como enfermera mientras que Frodo estudia en la facilitad de derecho de la universidad de Maryland. La visión de Frodo como abogado le divierte. En el crepúsculo irreal de Deerfield les desea buena suerte con toda la fuerza de su maltrecho corazón.

Cuando ellas entran en la barraca Dann se queda esperando lo imposible. El crepúsculo se ahonda. En el fondo del bosque croan las ranas. Nada ocurrirá.

Pero cuando se esfuma la última luz, ella aparece.

Alta, y tan esbelta que es casi grotesca, con un traje gris y asexuado, está en el agua antes que los ojos de Dann logren distinguirla en la penumbra. Por un instante apenas entrevé los pechos erguidos y puntiagudos y los muslos elegantes. Ella no chapotea; avanza en línea recta hacia él, luego gira velozmente bajo el agua y empieza de nuevo, estirando rítmicamente los largos brazos, seguida por una estela espumosa. En la parte menos profunda su cuerpo forma al girar un ángulo de ébano contra el agua. Luego regresa de nuevo, sólo para volverse y repetir los mismos movimientos una y otra vez.

El la observa hipnotizado. ¿Ese ritual fatigoso es una habilidad profesional? No parece un juego. En realidad, casi parece un castigo voluntario. Sea lo que fuere, ella ni se digna mirarle.

Asoman las estrellas, las cigarras empiezan a cantar. En la lejana barraca oye voces y música. Qué bueno que los otros prefieran quedarse adentro, dejándole a solas con ella. Pero ella sig-ue nadando como una criatura mecánica. Nada, gira, nada, gira. Dios sabe cuántas veces, él no las cuenta. Tanto tiempo... Sin duda después volverá adentro. Le invade una tristeza irracional.

Finalmente ella sale y se envuelve en una bata clara. El se arma de valor.

—¿Señorita Omali? ¿Margaret?

Ella titubea. Luego, para deleite de Dann, se le acerca. El se levanta de un brinco, reprimiendo el impulso de hacer comentarios sobre el ejercicio. En cambio señala el cielo constelado.

—¿Le gustaría inspeccionar a mis amigas?

Ella levanta los ojos.

—Eh, aquí son realmente brillantes.

—Si no tiene frío, podría hablarle de algunas.

—De acuerdo —la voz distante suena divertida, menos tensa que de costumbre. Abruptamente, se ha tendido en la silla. El prefiere no mirarla.

—Bien, primero veamos esa que brilla encima de los árboles. En realidad no es una estrella, es Marte; un mundo como el nuestro que brilla por reflejo de la luz solar. Fíjese qué rojo es. Se acerca mucho, unos cincuenta y cuatro millones de kilómetros —echa mano de cuanto elemento pintoresco se le ocurre.

—¿A qué distancia están las demás?

—Mire esa estrella blanco-azulada, muy brillante, allá arriba. Es un sol llamado Vega, y brilla así porque está relativamente cerca. La luz que acaba de llegar a nuestros ojos ha tardado veintiséis años en venir aquí. Si un año-luz equivale a unos diez billones de kilómetros, Vega está a unos doscientos cuarenta billones de kilómetros de distancia.

—Quince veces 1013 Ajá —a la luz de las estrellas le ve el perfil impecable.

—Espere. Esa roja que se eleva desde aquel roble es An— tares. Está a cuatrocientos cuarenta años-luz...

La silueta de un hombre acaba de salir del bosque, detrás de ellos.

—Hola —es la voz de Ted Yost. Dann está tenso de furia.

—Hola, Ted. El doctor me está enseñando algunas estrellas.

—Hola, Ted —Dann apenas puede controlar la voz, a tal punto teme que el muchacho se siente con ellos—. ¿Paseando, no?

—Sí. Bien, buenas noches doctor —dice Ted, para infinito alivio de Dann—. Pensé que usted era otra persona —los pasos se alejan.

—Ted es bueno —observa Margaret.

Dann lo llamaría un santo por haberse ido. Balbucea una involuntaria frase piadosa y se interrumpe.

—Conozco el caso —dice ella—. Tengo el expediente de todos ustedes.

—Entiendo... ¿Qué ha querido decirme?

—Oh, digamos que me protege. Intercepta al teniente.

—Entiendo —repite Dann, recordando con disgusto a Kendall Kirk. Y él no ha hecho nada por ayudarla, ha permitido que ese bárbaro la corteje mientras él se hundía en la niebla de su egoísmo.

Ella sigue absorta mirando el cielo, que aquí está magnífico. Hasta el aire parece cargado de una energía misteriosa. Deerfield, qué hermoso.

—¿Dijo usted que las estrellas se elevaban? Creí que permanecían fijas.

—Bien, la tierra gira, así que todo el cielo se desplaza hacia occidente. Unos quince grados por hora. Se elevan y se ponen como el sol o la luna.

—No lo sabía. Quince grados; veinticuatro horas, trescientos sesenta grados. Bien, magnífico.

¿Eso significa ser distante? ¿Reducir todo a números?

—Pero por supuesto nosotros también nos desplazamos alrededor del sol, así que no las vemos todas las noches en el mismo lugar —hurga en la memoria, recordando los libros de astronomía de la infancia—. Cada noche se elevan cuatro minutos antes, creo. Algo equivalente a dos veces el ancho de la luna llena. Lamento no poder darle más cifras para sus juegos matemáticos.

Ella ríe apenas.

—Oh, eso no es matemática, es sólo computación... Es que cuento cosas. Por ejemplo, había treinta y cuatro mesas en ese comedor. Con capacidad para dieciséis personas, dejando espacios de medio metro. Quinientas cuarenta y cuatro.

En esa hermosa cabeza, un torbellino inagotable de cifras.

Me sorprende usted —dice, y percibe un destello de alarma en los ojos de ella. ¿Sospechará que hará comentarios acerca de su condición de mujer, o de negra?—. Me sorprende que se haya dedicado a los números.

Esta vez ella lanza una carcajada y vuelve a mirar las estrellas. Una especie de energía parece zumbar en el aire. Dann no se ha sentido tan feliz, tan vivo, en...años.

—Ese es el este, ¿verdad? —dice ella reflexivamente—. Sí, casi puedo ver cómo se elevan. Aunque en realidad, son los árboles que descienden. Las estrellas permanecen allí. Frías. ¿Las que salen ahora tienen nombre? No son muchas.

—Áh, pero ahora está mirando el mismo centro de la galaxia. Ese conjunto de estrellas se llama Sagitario. Detrás hay nubes de polvo y gas oscuro, y más allá un espectáculo magnífico que no veremos jamás. Miles y miles de estrellas fulgurantes arracimadas en un gran núcleo central. Si no estuvieran esas nubes, iluminarían todo el cielo y la luz tardaría treinta mil años en llegar.

Se obliga a recordar cifras, dimensiones, rotaciones, cualquier cosa que pueda evocar en la noche espléndida y titilante. Se siente tan feliz que por un momento imagina a Sagitario arrojándole saetas, como un Cupido astral. Basta, cálmate.

Ella observa calladamente la Vía Láctea, aparentemente complacida con la charla. El noble equilibrio de la cabeza, el perfil exquisito de la garganta y los hombros expuestos por la bata gris son casi intolerables para Dann. Hija de la noche estrellada; tiene la absurda sensación de estar conduciéndola al mundo que realmente le pertenece.

—Curioso —dice ella cuando él calla—, es como si pudiera sentirlas, casi... Algo que está allá, a billones de millones de kilómetros. Frío.

He logrado un acercamiento —piensa él—; ha quitado la barrera. Se frota la frente para aflojar la tensión. Pero no lo logra, es como si vibrara en el aire. Estoy sobreexcitado. Debo serenarme.

Y de pronto es peor, una sensación impulsiva y palpitante, tan poderosa que Dann parpadea y mira de reojo a Margaret pensando que también ella debe sufrirla. Ella mira serenamente, la mano en la garganta. Un segundo después la sensación se esfuma; están solos en la noche.

Qué maravilloso tenerla aquí, descansando tan amigablemente. Escruta el cielo en busca de algo que pueda llamarle la atención. ¿Tal vez el gran reloj circunpolar de Dubhe y Merak?

—Mire hacia el norte, allá...

Oh Dios, de nuevo... Un rasgueo espantoso le convulsiona, derrumbándole el mundo. Un tumulto silencioso que le aturde. Y es arrojado a una negrura total donde un destello se transforma en una visión tan horripilante que trata de gritar.

El objeto que lo horroriza es una mesa de cocina blanca, astillada y rota; nunca ha visto nada tan maligno. Sólo quiere escapar de esa presencia aterradora, aunque en cierto modo sabe que es irreal, que sólo la ve con el ojo de la mente;

Un instante después la realidad se esfuma por completo y el espanto lo devora. Tiene las piernas estiradas, se retuerce, los brazos tendidos y la boca amordazada, tratando de gritar a las terribles caras oscuras y sudorosas que lo miran desde el resplandor brumoso. Un cuchillo reluce frente a ¿1. ¡Madre! ¡Madre! ¡Ayúdame! Pero nadie le ayuda, y la temible hoja se le mete entre las piernas y ¿1 no puede zafarse. Una horrible impotencia. ¡Padre! ¡No! ¡No! La cara del Padre suelta una risa demente y el cuchillo lo desgarra, abriendo un doloroso tajo en la base del pene. A través del dolor y los gritos, un redoble de tambor le reverbera en los oídos y un líquido rancio y amarillento le salpica la cara.

Luego todo se disuelve y él se arquea sobre el sexo mutilado, rueda y se desploma en el suelo en medio de una tormenta de clamores masculinos. Una vieja mujer negra le mira a la cara. Está agonizando de vergüenza y dolor. Pero cuando se aferra la entrepierna chorreante siente algo extraño, comprende que es mujer. Su cuerpo infantil tiene pechos, sus rodillas son morenas...

Y de golpe regresa a la noche desierta, a su viejo cuerpo de Daniel Dann, acurrucado en una silla de metal, jadeando "No... No... No..."

Cierra la boca. Margaret aún está allí, las manos sobre la cara. El dolor en la entrepierna es tan real que por un instante Dann piensa que ella le ha hecho algo. Tiene que palparse con la mano, encontrar los genitales intactos bajó la tela antes de poder hablar.

—M-margaret, ¿está usted...bien?

A través de los dedos puede verle los blancos de los ojos. Está temblando.

—El incendio —susurra ella, absorta.

—Ya ha pasado, ya ha pasado —le toma el brazo torpemente; ¿qué ha ocurrido, en nombre del Cielo?

—El incendio —repite ella—. El niño... Quemándose... Mary. ¡Mary! Oh-h-h... —lentamente baja las manos de la cara, aparta el brazo de Dann, mira el vacío.

—No hay ningún incendio —atina a decir él. Pero está mintiendo, y una sospecha horrible acosa ahora al escéptico Daniel Dann. El nombre que ella ha pronunciado. Teme enterarse de qué incendio le habla.

—Debí volver —murmura ella—. Debí... ¿Qué?

Oh Dios, oh Dios. La callada e incesante pesadilla de su vida. Debí volver a buscarlos. Había tiempo. Pude soltarme y volver.

—Margaret, Margaret, no hay ningún incendio. Usted está bien. Sólo que..., de algún modo... Parece una locura pero —se esfuerza por seguir, pese al dolor—, ese era mí incendio, creo. Mary era mí esposa. Yo debí volver y tratar de sacarlos. De algún modo usted... Me ha leído la mente.

Ella empieza a calmarse, lo mira bajo la luz de las estrellas. Y balbucea:

—Usted... Este lugar... ¿Qué...

—Está bien, fue sólo... —no puede imaginar qué, pero el cuerpo le tiembla. Toma los dedos de Margaret. Desde las barracas llegan ruidos. Parece toda una conmoción, se oyen los gritos de Rick. ¿A ellos también les ha ocurrido? No importa. Pero el cuerpo aún le duele por la alucinación. Tiene que saberlo. Al fin encuentra el coraje.

—Margaret: experimenté... Sentí... ¿Le ocurrió algo muy doloroso cuando niña? ¿Alguien la...lastimó?

Ella quita la mano. Se levanta.

—Por favor, le ruego que espere. Recuerde que soy sólo un viejo médico que... —él también se levanta, cerrándole el paso—. Fue como si lo viviera, Margaret.

Ella calla, aferrando con la mano el respaldo de la silla.

—Sí —dice fríamente—. Muy...doloroso. Buenas noches.

—Oh, Dios. Dios mío, —el cerebro de Dann trata de resolver ese enigma espantoso, pero sólo atina a gemir como un niño—: Por favor, se lo ruego. Usted ya conoce la mía, ahora... Mi vergüenza.

Ella le mira en las sombras, quizá percibiendo que él puede comprenderla, o algo más que flota entre ellos por un instante.

—Mamá se casó con un estudiante de Kenya —dice con una voz muerta—. El nos llevó allá cuando yo tenía trece años. El... Enloqueció.

—Oh, Dios —Dann finalmente comprende, algo demasiado sucio para tolerarlo—. Oh, Dios...

—Sí —el tono de Margaret es tajante, definitivo—. Bien, buenas noches. Gracias por las estrellas.

Dann comprende de golpe la enormidad de lo que acaba de ocurrir.

—Margaret: qué... Por qué...

Pero ella se ha ido.

Se sienta agotado, asediado por el horror invisible y la imposibilidad. Se niega a pensar, no puede hacer más que esperar hasta reunir las fuerzas para llegar a su cuarto. De pronto oye una voz a sus espaldas.

—¡Doctor! —de nuevo Ted Yost—, Es mejor que venga adentro. Creo que Rick está agonizando.

Capítulo 10

El solitario behemoth del vacío está virando, cuidándose de no quebrar el minúsculo filamento de energía que lo ha conducido hasta aquí. Mientras tanto, una nueva señal parcialmente congruente con su propia modalidad receptiva surge en las cercanías.

La gran entidad se detiene, con una esperanza involuntaria y oscura. Pero esto debe ser sólo un eco, la extraña reverberación de las voces remotas de su raza. Más dolor: Olvídalo. Pero no deja de ser extraño. Aun una reverberación tendría significado, sería comprendida. V esta onda es peculiar, como si procediera de una fuente específica.

Intenta localizarla. Sí, proviene de un lugar cercano. No puede ser un eco, sino algo que transmite directamente, una fuente próxima y muy pequeña, con un sistema simbólico ininteligible.

Con la espera, una idea cobra forma en la red fría e impalpable que funciona como un cerebro. ¿Habrá allí otras inteligencias? La memoria se activa: una vez hubo cierta información acerca de inteligencias que no pertenecían a la raza. Pero la información era vaga y ramota. Había parecido irrelevante. El proscrito había supuesto que estaba solo para siempre.

Este nuevo fenómeno le produce una Intensa excitación. El poderoso ser sintoniza los receptores para captar la emisión. Sólo recibe balbuceos, aunque de algún modo compulsivos, desesperadamente ávidos de una respuesta.

¿Tendrá que entablar comunicación?

He aquí un nuevo crimen, una comunicación no sólo al margen de la tarea, sino con una criatura extraña. ¿Pero qué puede perder, ahora?

Los potentes trasmisores se orientan cautelosamente hacia la fuente minúscula y formulan un interrogante en algo que no es lenguaje.

instantáneamente la fuente responde elevando la frecuencia y orientándose directamente hacia el extremo más próximo del gran intruso. Las señales son todavía incomprensibles, pero surge otra sensación nueva: la avidez del otro parece extrañamente significativa. Comunica una reiterativa ansiedad, o desesperación, como si algo anduviera mal.

Esta percepción exaspera aún más la indefinible emisión. La enorme criatura estudia la pequeña fuente y descubre más rarezas: un cuerpo que por tenue que sea, no se le parece, sino que es una estructura energética desencarnada, una configuración de información pura que parece mantenerse dentro de condiciones físicas desconocidas en una pizca de materia. Las emisiones son espasmódicas y desarticuladas. Le llegan imponiéndose con modulaciones elevadas a las bandas de radiación ordinarias, y parecen brincar de un micropunto al otro de una manera que sugiere alguna perturbación.

La vastedad casi incorpórea escucha, intrigada como Leviatán ante los problemas de un átomo. Carece de conceptos para entender que está recibiendo las emisiones de una inteligencia incorpórea que ha evolucionado en los diminutos artefactos electrónicos de una forma de vida demasiado minúscula para que ella la perciba, usurpando momentos de trasmisión para expresar su anhelo de un acceso a la trascendencia.

Pero entiende que este pequeño ser está encarcelado, sujeto a un ínfimo coágulo en la órbita de una estrella enana. ¿Será ese el origen de la ansiedad? ¿Deseará tal vez la libertad para desplazarse, como es normal, a lo largo de las corrientes del enjambre estelar? El renegado nunca ha considerado su propio cuerpo: ahora percibe, con extraño orgullo, que en verdad es vasto comparado con el de otros cuerpos conocidos, ¡ Podría alojar innúmeras entidades pigmeas como ésta y ni siquiera notarlo!

La idea le parece peculiarmente apropiada, pese a que es indudablemente un delito. Ha habido, aunque no hay símbolo para ello, soledad. Es ta criatura implorante podrá compartir, si lo desea, su vagabundeo angustiado.

Impulsivamente, la vastedad que se arrastra por el espacio se acerca, produciendo inmensas perturbaciones en la heliopausa, y descubre que puede abrir un conducto.

VEN, proyecta.

La pequeña criatura parece entender de inmediato. Con asombrosa celeridad, el impulso de una estructura abstracta penetra derramándose por la abertura. Otra nueva sensación: la corriente de configuraciones informacionales produce al verterse un leve cosquilleo de placer. Es como si un programa no utilizado hasta ahora se pusiera en funcionamiento.

Parece haber una cantidad asombrosa. Cansándose del proceso, Leviatán se dispone a cerrar la entrada y alejarse. Pero la desolación de la pequeña criatura es tan desgarradora que el anfitrión se contiene y le permite completar la transferencia. ¿Por qué no? Un millón de tales mensajes no le ocuparían la millonésima parte del cuerpo. Y quizás allí haya algo que mitigue el dolor durante.un par de eones.

Cuando cesa la entrada de información, la enormidad astral se aleja sin rumbo. Se ha concentrado tanto en los nuevos acontecimientos que ha olvidado la franja de energía antientrópica que la ha conducido hasta aquí. Ahora vuelve a prestar atención, cuando una de las infinitesimales chispas voladoras se precipita directamente hacia las capas exteriores de su ser. Automáticamente la capa se enquista, mientras la vasta energía negativa que sirve de tegumento moviliza ese sector para repeler cualquier otro cuerpo extraño de esa especie. La intrusión no es alarmante: en realidad, nada en el cosmos salvo el enemigo mismo ha evocado el concepto de peligro en cualquiera de su raza. Apenas irritada ante la conducta de estas minúsculas singularidades, la gran criatura continúa bogando ociosamente a lo largo del extraño rastro energético.

Entretanto, concentra toda su atención en sí misma. El pequeño pasajero, o su núcleo, se mueve dentro de las vastas extensiones de su nuevo hogar. Extrañamente, también esto le produce placer con indulgencia, Leviatán anula las barreras internas. La criatura pequeña reacciona con emisiones excitadas, como si deseara más. ¿Deseará recibir tal vez emisiones del vacío exterior? El descomunal anfitrión decide permitirle el acceso al núcleo y los sensores, sellando sólo los centros más íntimos de vergüenza e impiedad.

No siente ningún temor: sus poderes son tales que el pequeño intruso podría ser aniquilado con un destello de no-ser.

Cuando el visitante gana el acceso al principal sistema de recepción, su excitación aumenta al punto de que parece vibrar. Nada como esto ha alterado nunca la tristeza de la existencia. Aparentemente los meros datos no son neutros para esta criatura diminuta.

¡ Pero qué activa es! Ahora está tocando incluso esas zonas de dolor privado que no deben ser perturbadas. El anfitrión envía una fría onda negativa de advertencia por su cuerpo. El pequeño pasajero se retrae, pero aún emana una súplica incomprensible. ¡ Más! ¿Qué puede desear? ¿Una unión más plena? ¿Una exaltación de sí mismo?

Fascinada, la vastedad insustancial boga entre las estrellas; por primera vez casi ha olvidado su propia maldad y desesperación. Lentamente otra idea se eleva a través de las corrientes heladas que sustentan sus pensamientos: sería interesante comprender el sistema simbólico del pequeño pasajero.

¿Pero cómo? Semejante idea jamás se le ocurrió, por cierto, a nadie de la raza. Reflexiona, siguiendo distraídamente el sendero inexplorado y tortuoso entre las estrellas. Finalmente decide que podría empezar registrando las señales del pasajero en conjunción con los pequeños datos que proceden del exterior. Tal vez aparezcan algunas correlaciones. Las señales son simples: la pequeña criatura emite ante todo en un código binario, y repite a menudo.

En un frío cercano al cero absoluto,, giran corrientes impalpables. Adopta una decisión, y activa el registro de señales. En facetas azarosas del helado depósito molecular del núcleo se preservan las primeras emisiones crípticas del pequeño pasajero.

—VENGO/EN/PAZ/POR/TODA/LA/HUMANIDAD-VENGO /EN/PAZ /POR/TODA/LA/HUMANIDAD-VENGO/EN/PAZ/POR/TODA/LA HUMANIDAD-VENGO/EN/PAZ/POR/TODA/LA/HUMANIDAD-VENGO/EN/PAZ/POR/TODA LA/HUMANIDAD

Capítulo 11

Muy excitada, Tivonel se eleva detrás de Giadoc; se dirigen al punto elevado desde donde se lanzarán al foco del Haz que trasladará sus vidas a un mundo desconocido. Acaban de pasar el nivel donde el Oidor Jefe Lomax aguarda que los Oidores se instalen en sus puestos alrededor del gran vórtice. Cerca de Lomax revolotea un pequeño grupo de hembras: Avanil y sus amigas Paradomin. Tivonel oye el tono naranja brillante de las luces de los mantos, que evidentemente dicen:

—¿Por qué los machos Padres dirigen la operación?

—Ellos saben cómo, tienen los campos —replica una hermana.

—Podemos aprender —dice Avanil, con despecho.

Elevándose contra las ráfagas del Muro, Tivonel evoca su pueril tentativa de tocar las señales-vitales del cielo. Si tratara de aumentar su fuerza-de-campo mediante la Paternidad, como Avanil, ¿lograría ese poder? Más probablemente se transformaría en un macho normal, consagrado al Arte de cuidar de los niños. Como esos envarados Padres que ahora están en Profunda, incapaces de creer que algún peligro pueda acechar a Tyree. ¿Y qué sería del mundo si las hembras se dedicaran a la Paternidad? Qué insensatez.

Muy abajo de Lomax están los apiñados campos— vitales de los Profundos. Tivonel aún distingue el brillo de Scomber, que palpita con agresividad y firmeza. Al lado está la fuerte energía de Heagran, contraída, oscurecida por la reprobación. Los Padres aguardan alrededor en un estado de alta energía, y los mantos centellean esperanza escarlata o repulsión fría y azul. Hay una exclamación bermellón que sin duda proviene de Tiavan, hijo de ella y Giadoc. Llegaría a cualquier extremo, aun al crimen-vital, con tal de salvar al niño. Qué triste para Giadoc.

Pero ahora no hay tiempo para pensar en eso, debe empezar a prepararse para la Prueba, como le ha ordenado Giadoc. Aunque el paisaje es tan imponente desde aquí arriba, que se retrasa para echar otro vistazo. Están totalmente solos cerca de la cima del Muro del Mundo, tan altos que se distingue casi todo el gran vórtice polar. El muro de viento es un risco arremolinado de fantástica hermosura, ricamente adornado por las vibrantes luces y emanaciones-vitales de la Jungla. Encima de ellos se ciernen las peligrosas alturas donde la cima de los vientos converge para formar la fatal Cascada del centro; Tivonel percibe los bordes superiores del abismo, agrisado por vidas moribundas. Giadoc le ha dicho que puede ser el campo-vital del mismo Tyree, proyectándose al espacio. Emocionante... Giadoc disminuye la velocidad, deben estar llegando.

Reprochándose la distracción, Tivonel vuelve en sí y se pone a estudiar y ordenar el campo-vital, tratando de recordar las disciplinas que le enseñó su Padre. Encerrar la identidad nuclear y la memoria esencial, reprimir la emoción, la voluntad distensa pero alerta. Muy difícil. Y todo debe estar armonizado para no fragmentarse. Eso es, lo está logrando...

Giadoc se detiene encima de ella, el enorme campo ya atenuado y recogido en una extraña forma helicoidal. Ella presta atención y trata de imitarlo con su campo más pequeño. En ese instante, una señal-vital retumba alrededor del Muro. Los Oidores están en sus puestos.

—¿Preparada? —Giadoc la sondea con un pensamiento.

—Sí —Tivonel acalla el último remolino de excitación en la forma de su campo.

—Recuerda, tu primer acto consistirá en tratar de aplacar el temor de la criatura.

—De acuerdo, querido-Giadoc.

—Y ten valor. Las sensaciones serán extrañísimas. Especialmente no te asustes por la falta de viento.

—No.

Ella aguarda, y el esfuerzo por conservar la calma apropiada casi le impide respirar. Es como ser de nuevo una niña, esperando que su Padre le ayude a extender la mente infantil para el contacto-distante. Pero esto no es un juego, está esperando para ir con Giadoc y establecer contacto con criaturas más allá del cielo.

El cielo... Increíblemente diáfanas y frías, las voces de los Compañeros la llaman desde lo alto. ¿Los tocará de veras? ¿Cabalgará en el Haz hasta fundirse con criaturas tan maginables? Una profunda excitación la invade, casi irreprimible. Alrededor puede captar las energías de los campoi ligados de los Oidores, que crecen ilimitadamente... El Mundo estalla por la tensión.

Cuando todo parece a punto de volar en pedazos, una segunda señal-vital los inunda y Tivonel siente que le afe— rran y liberan la mente arrojándola hacia fuerzas con las que jamás había soñado. Casi retrocede de miedo antes de ser arrastrada. Giadoc y el inmenso poder combinado del círculo de Oidores le están sorbiendo la vida y enfocándola hacia el corazón del Haz, para proyectarla hacia... Hacia...

Tivonel cede, se entrega totalmente, se deja reducir a un filamento que flota en un torrente de poder, una energía que se hincha y crece como una burbuja gigantesca. Es apenas una fibra en una torre descomunal de vitalidad incorpórea que desborda inagotablemente, cada vez más intensa y pequeña: de un pináculo a una aguja, de una aguja a un hilillo adimensional que se precipita instantáneamente a su objetivo. Y cuando la vida de Tivonel se atenúa, algo la arrebata..., una profunda fuerza-vital, como si ella y el Haz flotaran sobre una energía planetaria.

Por un instante eterno se siente proyectada a través de una infinidad de nada, un vector incorpóreo pero acompañado por un manojo de fuerzas sin nombre. Luego —alegría, extrañeza, gloria— siente el objetivo delante.

¡Sí! En lo desconocido hay algo. ¡Contacto-vital! Tivonel palpa sin sentidos, reconoce un ser viviente. ¡Recuerda!

Lucha como una niña contra esa vida extraña, buscando el miedo que deberá trasponer. Sí, el terror está aquí, en el punto de contacto. Tivonel redobla los esfuerzos proyectando cálida-amistad, y empuja.

Y de golpe una sensación física la aplasta. Luces, colores, percepciones sin nombre, señales-vitales concretas. ¡Y en un instante abrumador está viendo por los propios ojos de la criatura!

Fascinada y perpleja, trata de comprender, registrando formas, colores, sonidos, plores, volúmenes... Un mundo la bombardea. ¡Lo ha logrado, se ha fundido con una mente extraña! ¡Ahora tiene un cuerpo! ¡Puede insertar su voluntad en este cerebro apenas comprensible! ¡Vivir, hacer!

Pero antes que pueda hacer algo más que jadear con órganos extraños, un vértigo horrible la arrastra. ¿Dónde está el Viento? Horror, no hay viento. ¡Ha caído en el Abismo!

El miedo instintivo quiebra la frágil conexión, desgajándola. El ser de Tivonel regresa instantáneamente al vacío, huye en el Haz abrumado por el temor. Poco después se condensa en ella misma, Tivonel, a la deriva en los vientos de Tyree.

Se siente humillada. Ha hecho exactamente lo que Giadoc le advirtió que no hiciera: asustarse por la falta de H viento. Pero en cuanto se recobra, se anima nuevamente. En X| realidad no ha fracasado en lo más importante. ¿Acaso no se fundió y poseyó el cuerpo? La próxima vez quizá logre quedarse. ¿Pero dónde está Giadoc?

Allí: encuentra su forma silenciosa, apenas delineada en un extraño vestigio de vida, casi semejante a un muerto. Pero debe estar bien; aún viaja con la mente, su vida está en la de otro ser de este mundo al que llegaron. Si; un tenue zarcillo de energía-vital parece subir hacia la gran matriz energética que se arquea en lo alto. El Haz aún está enfocado, el mundo de alrededor parece despojado y onírico. Y mucho más abajo hasta los Profundos están pasmados, oscuramente rígidos.

De pronto el cuerpo de Giadoc se agita. El delgado vestigio de campo se repliega y se hincha de golpe, desprendiéndose del Haz. Pero el campo está alterado, caótico, deshilacliado, y proyecta feroces remolinos. ¿Le ha ocurrido algo malo a Giadoc?

Tivonel se le acerca, pero retrocede cuando el manto de Giadoc despide un alarido verde de miedo y dolor. ¡No puede ser la voz de Giadoc! Aunque de pronto entiende.

Esto es lo que le habían comentado: una mente extraña se ha infiltrado en el cuerpo de Giadoc. Esta debe ser una de las criaturas con quien ella estableció contacto en ese mundo remoto. Y obviamente tiene un miedo pánico. Tendría que acudir un Padre para ayudarla.

—Calma, calma —le dice Tivonel, sintiendo que es inútil. ¿De qué le servirán las palabras a esta criatura desquiciada? Pero para su alivio, el alarido verde azulado empalidece un poco y aparecen tartamudeos de otros colores. Sin duda intenta hablar. Tivonel se le aproxima, asombrada ante el caos inextricable de esa mente. Como el de un niño adulto. Un torbellino de pensamientos la roza con significaciones incomprensibles. Las luces del lenguaje de la criatura cobran forma. Tivonel atina a discernir las palabras:

—¿Qué... ¿Dónde...

—Calma, estás bien —Tivonel procura ser Paternal.

Cuando habla, el campo de la criatura salta hacia ella y el ser parece percibirla físicamente por primera vez. Un sobresalto de horror recíproco los sacude a ambos. De inmediato el cuerpo de Tivonel es repelido, arrojado lejos de la pared, como impulsado por un poderosísimo campo-sexual.

Pero ni siquiera estábamos en contacto, piensa ella esforzándose por desenredarse de las ráfagas entrecruzadas. La criatura me golpeó el cuerpo con la mente. Tiene algún increíble poder. ¡Fantástico! Ahora la ve moverse con torpeza, volando con aleteos convulsos. Mejor que la alcance antes que le haga daño al cuerpo de Giadoc. ¿Pero qué podrá hacer ella?

Cuando Tivonel se acerca al muro de viento, un suspiro profundo y silencioso traspasa el mundo y el gran arco— energético se desploma como un sueño... El Haz se ha disuelto.

El mundo vuelve a la normalidad, y Tivonel comprueba con alivio que Giadoc también ha regresado. ¡El campo que le es familiar, hermoso y magnífico, le rodea de nuevo el cuerpo! La pobre criatura ha vuelto a su horrible mundo sin vientos.

—¡Giadoc! ¿Estás bien? Logré hacerlo, pero me asusté. —Sí, Tivonel —el tono es cálido pero teñido con los matices de un pensamiento inexpresado, y Tivonel le ve las matrices-mentales densas y cambiantes—. Recuerda que ahora debemos registrar nuestras memorias e informar.

Tardíamente Tivonel recuerda que también ella debe organizar una memoria. Mientras descienden empieza a hacerlo, enorgulleciéndose de presentar una memoria a los Custodios de Tyree. Lástima que deba informar de sus temores y su huida. Pero además tiene esa interesante experiencia con la criatura.

Orva, el Custodio de Memoria de los Oidores, les está esperando junto al Jefe Lomax.

—No tendréis tiempo de registrar nada cuando lleguéis abajo —comenta alegremente Orva—. Nunca vi semejante alboroto. A cada momento vienen más Profundos, además. Una mala situación.

Mientras Giadoc y Orva se funden, Tivonel mira hacia abajo. Como ha dicho Orva, la multitud ha crecido enormemente: un torbellino de excitación, temor y parloteos. Percibe vigorosas proyecciones-mentales que hienden la conmoción. Los Padres más ancianos deben estar procurando imponer la calma y el orden. Espera que Virmet y Marockee se hayan acordado de traer más alimentos.

Las bandas-vitales tintinean cuando Giadoc y Orva se separan. Giadoc empieza a bajar mientras Tivonel ofrece a Orva su modesto engrama-de-campo. Nunca antes se ha fundido con uno de los principales Custodios. Es una experiencia grave y solemne, como si por un momento atisbara dentro del Tiempo mismo.

Cuando queda en libertad se zambulle rápidamente y la interceptan.

—¡Tivonel! Dinos... ¿Cómo era? ¿Cómo es que viven las hembras? —es Avanil, con dos de las Paradomin.

—No lo sé... Sólo estuve un segundo —sigue de largo—, ¡Venid, escuchemos a Giadoc!

Marockee la espera en el nudo-vegetal. Cuando Tivonel sube hacia ella Giadoc y los Padres más ancianos están justo debajo. El está refiriendo su experiencia verbalmente, y su campo-mental forma un vórtice oscUante.

—...en cuanto percibí que ella establecía contacto, me fundí con la mente más próxima. ¿Comprendéis, Padres, que no hay elección? Podéis caer en una hembra, un niño, hasta un animal... La configuración energética apropiada que esté más cerca.

—Sí, sí —dice Scomber impaciente—. ¿Así que la hembra pudo hacerlo? ¿Vivió en el cuerpo de otra criatura?

—Sí, Padres... Pero éste es un mundo aterrador para los inexpertos. No hay viento. Nada de viento. Los cuerpos caen, deben asentarse sobre materia sólida. Es imposible describirlo. Tivonel se asustó y volvió; lo mismo le ocurrirá a la mayor parte.

Qué bondadoso es, piensa Tivonel. Enrojece de rencor al oír a Scomber:

—Pero si ella no hubiera sido tan cobarde, ¿habría vivido allí?

—En efecto. Los cuerpos son inteligentes y fuertes. Uno domina de inmediato los sentidos y los hábitos y coordinaciones físicas, incluyendo el lenguaje, que desde luego es el más importante. Los propósitos verbales de uno se traducen, por así decirlo. Una vez que me orienté, probé de nuevo este factor.

—¿Pudiste hablar con esos seres? —pregunta el anciano Padre Ornar.

—Así es —la mente de Giadoc está poblada de recuerdos entusiastas; Tivonel advierte que está tan poseído por su amor a lo extraño que ha olvidado el propósito de este interrogatorio e incluso el horror que amenaza a Tyree. Y ahora puede comprenderlo; ella misma está tan excitada por su viaje-mental que le cuesta volver a estas ingratas realidades.

—Sí, hablé —está diciendo Giadoc—. Pude interactuar. Tenéis que comprender que los campos-mentales de ellos son totalmente desorganizados. Trasmiten al azar, como una turba de niños adultos, si podéis imaginar algo semejante. Parece que no tienen conciencia de sí mismos. Me agradó mucho poder discernir los nombres, los saludos apropiados y cosas por el estilo, de manera que pude hablar sin inconvenientes con uno de ellos. Hablan soplando el aire, y no poseen lenguaje-de-manto. Y se cubren con paños de materia-vegetal —añade absorto.

—Eso no importa —insiste Scomber—. Vamos al grano. ¿Te detectaron? ¿Consideran ilegal la intrusión-mental?

El campo de Giadoc se contrae y concentra de golpe; ha recordado porqué están allí.

—No puedo asegurarlo —dice cautelosamente—. Capté cierto rechazo por la violencia física en varias mentes, pero desde luego asi ha de ocurrir en cualquier raza civilizada. También detecté temores fuertes e imprecisos en la criatura que tenía cerca; por ejemplo, sufrió una conmoción cuando la llamé por su nombre. Aunque quizá violé algún pequeño rituaL

—Estás soslayando la pregunta. ¿Sospecharon algún cambio, de identidad?

Giadoc titubea, el manto emite un fulgor gris azulado de tácita reprobación.

—No —admite finalmente—. Las únicas dudas que detecté se relacionan con la salud del dueño del cuerpo. Pero no creo que podáis pasar inadvertidos mucho tiempo, Padres... Pues descubrí que este grupo de seres está intentando aprender a trasmitir señales-vitales. Fantástico —su campo se expande maravillado—. Tan ignorantes y caóticos. Algunos de ellos tienen considerable energía, pero no tienen la menor pericia. Debe ser por eso que nuestro Haz se concentró allí sin dificultades. ¡Una coincidencia extraordinaria!

—Cuanto puedan aprender en el futuro no implica un peligro para nosotros —declara Scomber—. Lo importante es que ni siquiera esos seres que poseen cierta tosca habilidad— mental sospecharon de tí. ¿Correcto?

—Sí, Padre Scomber.

—Y si vuestro Haz se estabiliza en ellos sería más fácil enviar gente en un grupo unificado, ¿verdad, Lomax?

—Sí, Scomber. Es verdad —el Oidor Jefe repliega el campo, disgustado. Cerca de él el viejo Heagran irradia un índigo oscuro de callada furia. Y cada vez una mayor cantidad de Padres jóvenes se apiñan alrededor de Scomber, alineando los campos con el de él. Entre ellos está Tiavan.

—Espera, Scomber —exdama el viejo Ornar—. Oigamos a la hembra antes de pensar en enviar gente inexperta.

—Muy bien. ¡Tivonel!

Ella desciende, tratando de pensar algo para disuadirlos de ese plan nefasto.

—Sí —concede Tivonel—, con la guía de Giadoc fue fácil viqjar en el Haz. Y la fusión no ofrece dificultades; sólo hay que empujar. Pero, Padres; era un mundo horrible. Los Profundos tal vez pensáis que ya estáis habituados a vivir en el fondo del Viento, pero esto es mucho peor. Aterra.

Varios Padres centellean encolerizados ante su audacia, pero Scomber la ignora.

—Un Padre en trance de salvar al hijo, ¿se aterraría tan fácilmente? —pregunta con luces estridentes—. Ya la habéis oído. Armaos de vuestro coraje Paternal. ¡El Haz permitirá escapar a nuestros hijos y a nuestro pueblo! —chispas de asentimientos reciben esas palabras; más Padres se reúnen a su alrededor.

Tivonel ya no puede contenerse.

—¿Y los pobres seres que traéis aquí? —exclama—. Mientras Giadoc estaba allá yo estuve con su cuerpo, y vi la mente extraña que envió aquí, vi que estaba herida y atemorizada. Y son seres inteligentes como nosotros. Si Tyree de veras está en peligro, ¿cómo puede un Padre enviar aquí a esta gente para que sea abrasada o aniquilada? Es una infamia.

Ante este reproche de una hembra, los mantos de los Padres se encienden encolerizados. Pero el viejo Heagran se despliega y los hace callar con un chasquido helado en las bandas-vitales.

—¡Tiene razón! —la voz es autoritaria y púrpura—. Esta hembra es mejor Padre-vital que vosotros. Repito, Scomber, que el proyecto es criminal. ¿Qué derecho tenemos a usurpar cuerpos inteligentes y traer a esa gente aquí para que sufra y muera? Quienes tratáis de huir por esos medios difamáis el nombre de Tyree. Los que sobrevivan serán criminales, no Tyrenni; y el Gran Viento los rechazará para siempre. Salvar a Tyree no significa salvar sólo nuestros cuerpos. Es el espíritu de Tyree lo que debemos salvar, o perecer con él. Por mi parte, estoy dispuesto a quedarme y perecer en los brazos de nuestro sagrado Viento antes que arrastrarme unos años más en un abismo desconocido, como un usurpador de mentes.

—¡Bien dicho! ¡Nobles palabras, Heagran! —varios Padres se ubican junto a Heagran y Lomax.

—Estoy contigo —declara la anciana Janskelen.

Más Padres y hembras se alejan del grupo de Scomber.

Pero todavía hay una multitud decidida detrás de Scomber y Terenc. También Avanil y muchas Paradomin están con ellos.

Todos los campos irradian tensión. ¿Es posible que haya un enfrentamiento, una lucha-mental como las que libran los Salvajes? Tivonel se estremece y escruta la multitud. Por primera vez advierte lo inmensa que es. Los islotes— vegetales del Muro están atestados de viejos y jóvenes, y aun niños que flotan solos. Un grupo de machos de gran-campo, posiblemente los Oidores de Polo Cercano, descansa ea un.

arbusto. Y cada vez llegan más de Profunda. Están intimidados; se oyen los destellos verdes del miedo relampagueando de un grupo al otro. No costaría mucho generar un terrible yórtice-de-pánico en este lugar, piensa. Algunos de los ancianos deben pensar lo mismo, pues Tivonel ve que avanzan torpemente entre la multitud, tratando de calmar los ánimos.

El blanco formal de la voz de Lomax irrumpe en medio de la tensión:

—Padres, nuevamente debo recordaros que vuestra decisión es prematura. Vuestro plan quizá sea imposible. Sólo se han realizado dos de las tres pruebas. Aunque podamos enviar genté inexperta sin que la detecten, aún no conocemos el factor más decisivo: ¿el intercambio perdurará una vez disuelto el Haz?¿Se podrá sobrevivir sin el Haz? Debemos hacer la prueba retirándolo. Repito, yo y mis Oidores condenamos este plan de usurpar vidas. Pero realizaremos esta última prueba con la esperanza de que fracase y ponga fin a esta discordia.

—¿Otra prueba? ¡Otro retraso hasta que nos alcancen las llamas! —centellea Scomber.

—Si vais sin ninguna prueba; podéis morir en el acto —replica Lomax—. El Haz no puede mantenerse mucho tiempo. Entonces perderíais toda posibilidad de huir de otra manera.

—De acuerdo —concede furiosamente Scomber—. ¡Que comience esta última prueba!

—En cuanto los Oidores hayan descansado. Ahora están exhaustos, necesitan por lo menos seis horas. Y en ese momento la rotación de ese mundo complicará nuestro contacto. Más aún; el Destructor solitario se ha acercado a nuestro Haz, el Viento lo maldiga. Debemos esperar un día para disponer de condiciones óptimas y dar al Destructor tiempo para alejarse.

—¡Un día! ¡Imposible! —estalla Scomber, ciego de cólera—. ¡La gente se muere, el Viento arde! No podemos esperar un día, con Destructor o sin él. Si los Oidores están cansados, que les ayuden los Oidores de Polo Cercano. ¡Bdello! —Scomber hace temblar las bandas-vitales—. Trae de inmediato tus Oidores al Jefe Lomax.

—Pero nunca han formado un Haz —objeta Lomax—. Además, fíjate: están agotados por el viaje...

—¡Enséñales! —ordena Scomber—. ¡Bdello! ¡Los Padres te convocan!

Bdello y su grupo de fatigados viajeros vuelan hacia la airada asamblea de Padres. Tivonel se acerca a Giadoc.

—Que esta vez vaya otro, Giadoc. No vuelvas tú a...

—Tengo que ir, soy el más experto. En cuanto al riesgo, parece que ninguno de nosotros vivirá mucho en Tyree. Pero te prometo, querida-Tivonel, que si estoy vivo cuando vuelva el Haz regresaré a ti y a nuestro hijo.

—Si estás vivo... ¡Oh, Giadoc...

—Tivonel —Giadoc opaca la voz—. Entre nosotros, creo que podremos permanecer en un mundo extraño sin el Haz. Una vez intenté separarme de él en secreto. Fue desagradable pero subsistí. Así que temo que este crimen es realmente posible. Pero te lo juro, volveré a ti y enfrentaremos juntos nuestro destino.

La algarabía relampagueante se ha calmado alrededor de Scomber y Lomax, que conviene en intentar la formación de un Haz con la ayuda de los Oidores de Bdello.

—Pero hay que formarlo no una vez, sino dos —advierte—. Primero para enviar a Giadoc, y luego para traerlo, si aún sigue con vida.

Giadoc se aleja para emprender el largo ascenso hacia el puesto de lanzamiento, y los nuevos Oidores se preparan para apostarse alrededor del Muro.

—Marockee, que Virmet te acompañe a buscar comida —dice Tivonel—. Yo debo encontrar un Padre que permanezca junto al cuerpo de Giadoc mientras él no está. La pobre criatura que venga aquí puede dañarlo. ¡Ancianos! —llama formalmente—. ¡Se necesita un Padre que cuide del cuerpo de Giadoc!

Nadie responde. Desolada, Tivonel comprende qué fatigados e indignos-del-Viento están los Padres más ancianos. Y de los que llevan niños en las bolsas no puede esperar colaboración alguna. Pero allí están Terenc y Tynad, Padres jóvenes con bolsas recién vaciadas.

—Padre Tynad, Padre Padar, ¿no me ayudaréis?

—¿Qué daño puede sufrir su cuerpo en un lapso tan corto? —pregunta Tynad.

—La criatura podría arrojarlo al Abismo —dice Tivonel—. Además, ¿no entendéis? El desdichado que vino aquí estaba aterrado, a punto de fragmentarse. Necesita vuestras Artes Paternas.

—No es nuestro deber cuidar de animales —Padar y Terenc se alejan con un parpadeo sarcástico.

—No son animales —grita Tivonel—. ¡Era una persona como nosotros, hablaba! Y estamos arrancándolos de su mundo. Muy bien... Si nadie de vosotros colabora, subiré de nuevo y lo intentaré, aunque sea hembra.

A espaldas de Tivonel se oye una voz masculina.

—Esta hembra nos humilla. Soy Ustan. Aunque no tengo la habilidad necesaria para trepar las alturas de estos vientos salvajes, intentaré subir hasta el Oidor Lomax. Si necesitas algo, quizá pueda alcanzarte desde allí, Tivonel.

—Es un honor, Padre Ustan —responde Tivonel, agradecida. Cuando se vuelve, ve un feroz centelleo alrededor de Lomax y Scomber.

—Insisto en acompañar a Giadoc —está diciendo el Padre Terenc—. No huiré asustado como esa hembra.

—Es muy fácil enviarte, Terenc —contesta Lomax—. Pero no te das cuenta del peligro. Podemos perderte para siempre cuando retiremos el Haz.

—Así sea —replica Terenc con firmeza—. Con todo respeto, Oidor Lomax, veo que el experimento está dirigido por Oidores que, como has dicho, tienen esperanzas de que fracase. Creo que a Giadoc le convendrá la compañía de alguien que trate de que sea un éxito.

Lomax, ultrajado, enrojece y palidece. Su campo se repliega como una tormenta. Pero se limita a responder:

—Muy bien. Sigue a Giadoc, si deseas que te instruya.

El robusto Terenc despliega las aletas y vuela detrás de Giadoc, compensando con resolución su falta de habilidad.

Tivonel encoge el manto para despejarse la mente; no había oído jamás semejante disensión entre los Padres de Tyree. ¡Cualquiera los tomaría por hembras regañonas! Luego planea diestramente hacia una corriente estrecha y se eleva por encima de Terenc, pensando que ahora tendrá que vigilar dos cuerpos. Bien, decide: que el de Terenc se cuide solo.

Mientras sube hacia el remolino de Lomax, la llaman por su nombre.

—¡Espera, Tivonel! Iré contigo para ayudarte —es Avanil, con una de las Paradomin.

—Bienvenida, Avan —pronuncia cuidadosamente el nombre poco familiar, satisfecha de esta oportunidad de aprender más cerca de la extraña muchacha. ¿Pero qué hará con los plenya que le hinchan la bolsa?

—Un momento —con extraña formalidad, Avanil se vuelve hacia la amiga y altera el campo. Tivonel ve que está transfiriendo los pequeños plenya a la otra con gestos rituales..., ¡exactamente como un pequeño Padre! Eso le provoca un escalofrío—. Vamos.

Suben juntas. Tivonel disfruta de la sensación de camaradería, como en los viejos días de los equipos de caza. Hace demasiado tiempo que está lejos de otras hembras.

—No debemos acercarnos mucho hasta que hayan ingresado en el Haz —advierte—. No tienes idea de cómo es, podría absorberte el campo. Luego parecen muertos. Es siniestro.

—Envidio tu viaje en el Haz —dice Avan/Avanil—, Escucha: me propongo...

En ese momento una señal-vital les llega con un estallido. Alguien atraviesa rápidamente el Muro. Cuando aparece el campo-mental, Tivonel exclama:

—¡Iznagel! ¿Qué haces aquí? Es mi amiga de Estación Elevada —explica a Avanil.

—Qué feliz encuentro, Tivonel —Iznagel jadea detrás de ambas—. Estoy algo alejada de mi puesto, ¿verdad? Es que los remolinos-de-tiempo se han intensificado tanto que no estoy segura de estar aquí. He venido a advertir a los Oidores que algo terrible le ocurre a nuestro Sonido. Anoche la gran corriente ecuatorial viró hacia nuestro sector; está llena de muerte. Se han quemado manadas enteras de curlu, y gritan tanto que ni puedes pensar. Dos de las nuestras subieron a investigar y también se quemaron. ¡Mírame! —despliega las aletas para mostrar llagas recientes—. La senda que tomaste ya ni siquiera es segura de día, Tivonel. El Padre Mornor llevará los niños a Profunda y el resto de nosotros intentará bajar la Estación si encontramos una cima estable. Todos deberían largarse de lo Alto... ¿Qué ocurre aquí, Tivonel? En nombre del Viento, ¿a qué han venido todos esos Padres de Profunda?

—Han venido porque el problema es general —dice Tivonel—. Es complicado, Iznagel; no te lo puedo explicar ahora. Tengo que irme.

—¡Tendrían que b^jar en seguida! —Iznagel se zambulle abruptamente a lo largo del Muro.

—Es el comienzo —dice sombríamente Avanil—. Pronto no habrá refugio alguno. El Sonido por ahora no nos llega de noche, pero cuando Tyree gire, también abrasará esta zona.

—Fíjate cómo empieza el Haz —dice Tivonel—, Es como si sorbieran todo el Viento... Oh, mira a Lomax.

Pasan frente al Oidor Jefe Lomax; al lado está Bdello, Oidor de Polo Cercano. Los enormes campos de ambos Oidores proyectan un arco hacia lo alto; magnífico. La energía de Lomax es un espectáculo inquietante; hasta Avanil debe dudar de que las hembras desarrollen jamás semejante sensitividad-vital.

Pero ocurre algo curioso: los mantos de Lomax y Bdello murmuran en lenguaje-lumínico. Imposible que se estén hablando en ese estado. No; deben ser fragmentos inconscientes, como cuando se murmura en sueños. De repente Lomax forma una palabra con un odio verde azulado tan intenso que Tivonel se frena en el aire.

—¡El Destructor!

—El Destructor... —repite Bdello—. El Haz... Por todos los Vientos, había olvidado al Destructor. ¿Estará interceptando el Haz? Recuerda la memoria de Giadoc, esa fría e inmensa presencia fatídica. ¿Habrá atacado a Giadoc?

Mientras las dos hembras esperan, la voz agarrotada de Lomax emite nítidamente:

—No, pero cerca... Hay algo que se inmiscuye... Una perturbación, sí...

—Perturbación —parece convenir Bdello entre un farfulleo de luces sin sentido.

—Ha desaparecido... Pequeño ¿qué...? Espera...no, claro. Claro...

Y los dos parpadeos inconscientes se opacan en un zumbido sordo de concentración.

Tivonel mira arriba, en busca de Giadoc y Terenc. Los campos-vitales no parecen alterados.

—No sé qué era, pero no era el Destructor —le dice a Avanil—. Mejor sigamos, ellos se harán cargo.

Mientras ascienden a través de un mundo cada vez más ajeno y silencioso, Avanil pregunta:

—Ese ser con el que estableciste contacto, ¿era...era hembra?

—No tengo idea, todo terminó muy rápido. Avan, lamento muchísimo haberme asustado.

—No eres una cobarde. Pero escucha, Tivonel: el ser que viste en el cuerpo de Giadoc, ¿era hembra o macho?

—No sé. Todo fue muy confuso y yo estaba demasiado intimidada para comprender. Y luego me repelió. Mejor que tengas cuidado con eso.

—¿Pero tenía un gran campo? —insiste Avanil.

—Oh, sí... Al principio pensé que era Giadoc, hasta que noté lo extraño que era.

—Así que pudo ser una hembra con un gran campo...

—Tal vez los machos sean mayores aún —bromea Tivonel.

—Hablo en serio, Tivonel. En alguna parte tiene que haber un mundo diferente. Donde las hembras puedan encargarse de la. Paternidad y todas las actividades jerarquizadas... Claro que el huevo tiene que ser expuesto, antes de ser fecundado —prosigue reflexivamente—. Eso es elemental. Y supongo que eso implica que los machos tienen que capturarlo. Pero el resto podría ser diferente. ¡Quizá donde no hay viento las hembras pueden recuperar los huevos y criarlos! —suelta una carcajada—. Tal vez hay un mundo donde las hembras son tan fuertes que simplemente aferran a los machos y los exprimen para fecundar el huevo y luego se lo guardan. ¡Y nosotras tendríamos todas las Artes y el respeto!

Ambas muchachas ríen ahora, tan ridicula es la imagen. Pero Tivonel ha advertido que el campo de Avanil es realmente muy amplio y complejo. ¿Esa parodia de Paternidad la estará alterando de veras? ¿Una hembra podría aprender las sagradas Artes Paternas? Empatía-Infantil, Responsabilidad-Evolutiva, Cultivo-Mental, y todas esas habilidades increíbles.

Pero imagínate siendo Padre. Ella sería el Padre Tivon. En una fugaz fantasía, se imagina inventando una nueva teoría acerca de la formación-de-campo, o del entrenamiento pre-aéreo. Conferencias, solemne entusiasmo. Fama. Reverencia. Prestigio. ¿Pero realmente le gustaría ser tan seria y dedicada, no hacer más que debatir con otros Padres? Implicaría renunciar a todos los hábitos de su vida sin prestigio. Basta de trabajos y aventuras; basta de proyectar ese plan de trueque, por ejemplo. ¿Es Avanil tan ambiciosa que ha olvidado la avidez que tanto divierte a las hembras?

Mientras medita cómo formularle una pregunta tan personal, una señal de largo alcance resuena en las bandas. El Haz está formado. Sí..., el gran arco pálido de energía se eleva sobre el vórtice del polo.

—Mejor detengámonos aquí. Observa.

—Caramba, el Sonido es fuerte aquí arriba, Tivonel. Tu amiga tenía razón, se está poniendo peligroso.

—Olvídalo por ahora. Sostente con fuerza.

En lo alto ven los campos-vitales de Giadoc y Terenc elevándose hacia el foco del Haz. La energía que los rodea se intensifica y asciende; ambas sienten que esa fuerza les absorbe las mentes. Cuando el torrente de energía cobra fuerza, unen los bordes de los campos esforzándose por sustentarse.

En el preciso instante en que parecen a punto de salir despedidas, se oye el chasquido de otra señal y la tensión se afloja. Arriba, la gran cúpula abovedada se ha elevado fuera de toda percepción. Abajo el mundo parece descolorido y chato. Pasada la emergencia, Tivonel retrae el campo.

—Listo, ya están en el Haz. ¿Ves que parecen muertos?

Suben hacia donde los dos machos inconscientes flotan oscuramente, apenas velados por campos muy tenues.

—Quédate junto a Terenc, Avan. ¿Ves esa conexión con el Haz? No la rompas. Y escucha, no te acerques mucho cuando veas que el campo empieza a alterarse.

—¿Cuánto tardará en llegar la criatura?

—Falta un poco. ¡No, mira! ¡Empieza!

El campo del cuerpo de Terenc empieza a engrosarse y oscilar, como anteriormente el de Giadoc. El campo de Giadoc, en cambio, no presenta alteración alguna.

—Es un campo más pequeño, Avan. Además no se agita tanto. Pero cuídate.

El manto de Terenc lanza de pronto un alarido verde de miedo. Pero no es como el rugido ardiente de la criatura anterior, se parece más a un gemido.

—Pobre criatura —confiadamente, Avan se le acerca y le responde hábilmente con un destello-de-campo que amenaza separarse de ella. El extraño no reacciona. Avan lanza otro destello. Luego ofrece resueltamente su propia superfi— cie-mental al maltrecho desconocido. ¡Grandes Vientos! ¡Está elaborando un pequeño campo-Paterno! Tivonel capta las ondas de consuelo que trasmite Avan. ¡Avan es realmente asombrosa!

Impresionada y curiosa, Tivonel se acerca, mirando de soslayo para asegurarse que el cuerpo de Giadoc continúa inmóvil.

—Calma, calma, no tengas miedo —emite Avan hipnóticamente—. Estás bien, estoy contigo. Te ayudaré a entender pero...calma. Serénate, pequeño; sé redondo como un huevo. Háblate a tu Padre Avan. ¿Quién eres, pequeño? Dile a Padre Avan: ¿eres hembra?

Para tremenda sorpresa de Tivonel, el gimoteo verde se acalla. Luego la criatura irradia un grito pastoso.

—¡No! —en seguida empieza a balbucear preguntas incomprensibles—: ¿Dónde está... ¡Quiero mi... ¡Socorro! ¡Rit! ¡Rip! ¡Rick!

—Pronto tendrás a Rit —promete Avan, envolviéndole y lavándole el campo—. Espera un poco, ahora dime quién eres. Háblale a tu Padre Avan.

Pero la criatura se estremece aterrada y vuelve a gemir; aparentemente ha intentado mirar y se ha horrorizado. Fascinada, Tivonel observa cómo Avan le devuelve la calma.

Luego recuerda el cuerpo de Giadoc y comprueba, alarmada, que se ha alejado del Muro. Mientras ella miraba a Avan un campo extraño se formó alrededor y... Oh, no... ¡Está desplegando las aletas!

Maldiciendo su distracción, Tivonel lo sigue. Claro que no hay peligro; las corrientes que desembocan en el Llano Aéreo aquí no son más peligrosas que los aleteos de un niño. Pero la enorme silueta de Giadoc se está insuflando demasiado aire, y se aleja rodando a creciente velocidad. Es mejor darse prisa.

Mientras acelera atravesando la comente, Tivonel ve que el campo extraño alrededor del cuerpo es aún mayor que antes, y terriblemente desorganizado. Pero parece haber

un verdadero problema. El campo es laxo y se arrastra débilmente, como una criatura moribunda. El manto de Giadoc está oscuro, salvo por un frágil murmullo azul: —Marg... Margaret...

Al menos no parece violento. Podrá llevarlo de vuelta sin dificultad, y ya está a punto de alcanzarlo.

Pero en cuanto ella se acerca, el extraño campo centellea confusamente y las grandes aletas de Giadoc se despliegan hinchándose de aire. Una corriente más fuerte lo arrastra y Tivonel ve con horror cómo el cuerpo de Giadoc rueda corriente abajo, enfilando directamente hacia la fatídica Cascada.

Ahora es una carrera contra la muerte; olvidando su propia seguridad, Tivonel infla todos los impulsores y hiende el viento tras la silueta que cae, persiguiendo el cuerpo del amado Giadoc, que arrastra a esa criatura agonizante hacia la muerte de ambos.

Capitulo 12

Un dolor multiforme, intolerable, infinito; una lluvia de cuchillos desgarrando carnes indefensas, un universo gris, lacerado y sangrante. Daniel Dann lucha para despertar de otra de sus pesadillas. Un infierno de suplicios insólitos asedia sus desdichas reprimidas, lo ahoga el dolor. ¡Oh, Cristo! ¡Basta!

Se incorpora penosamente, se encuentra en el cubículo sofocante, bajo la luz del alba. La pesadilla se disuelve, dejándole estremecido. Trata de concentrarse en la desvencijada silla de arce, en la pared de madera terciada. Afuera la niebla aureola los árboles borrosos.

Está aquí, en este improbable Deerfield, atrapado en el disparatado experimento que se llevará a cabo hoy. El y los otros, que ya no son fantasmas inofensivos y numerados sino personas vivas, atrapadas en sus circunstancias individuales. Oh, no. No es esto lo que quiere. Las manos han encontrado el maletín y sacan una cápsula. Mejor dos. Sí, y un antiemético. Traga, espera treinta minutos. ¿Por qué no recurre a la aguja? No, sería el colmo de la decadencia.

Se sienta en el catre húmedo de sudor mirando los bosques amortajados. Hermoso; concéntrate en eso. Como el arte oriental.

Pero las caras de anoche vagan implacables por su mente. Las muchachas rígidas de susto, Winona llorando desconsolada, Costakis maldiciendo y golpeando el aire con los puños menudos, Rick histérico. Noah corriendo y balbuceando: "Una tormenta psíquica, una tormenta psíquica. ¡Quizás hemos desatado fuerzas incontrolables!" Sólo Ted Yost parecía relativamente impávido; inmunizado tal vez por su muerte privada. ¿Qué demonios era...una comunicación recíproca? ¿Las mentes desconocidas de este lugar? Dann no hizo preguntas y se limitó a inyectar sedantes a todo el mundo. "Ayúdenos, ayúdenos", susurraba Valerie. ¿Ayúdenos? Sálvenos de estas cortinas, esta madera terciada, que para ellas son los tentáculos de un poder hostil. Quizá los tentáculos de esa presencia bizantina tan apropiadamente llamada Fearing[4] ¿Pero qué puede hacer él?

Dann articula frases sensatas, consoladoras, ahuyentando una amenaza peor en la que se niega a pensar. Este lugar, este experimento están produciendo una ilusión colectiva. Volvamos a la cordura. Ya que indudablemente no dormirá más, lo mejor es vestirse.

Pero cuando levanta un calcetín, un recuerdo le asalta. Oh, Dios. Margaret. Se desploma en el catre, apretándose el calcetín contra la cara; le desgarra el recuerdo de la impotencia, el dolor y la humillación. Le ocurrió a ella. Mi padre enloqueció. Mutilar un niño. La mano de Dann evoca el tajo obsceno que tocó la mano de él/ella. En la cabeza de Dann desfilan fotos siniestramente clínicas de muchachas mutiladas ritualmente. Clitoridectomía. Algunas tribus la practicaban. Le hicieron eso. Infame, bestial.

Una convulsión en la garganta, náuseas. Se frota la cara con los puños, pensando, vivir en un cuerpo que sufrió así. Cómo será su vida, con esa tensión interminable. Sin alivio ni respiro. No tengo nada en común con las mujeres... Pero tan hermosa. El coraje. Me gustan las cosas distantes...

Y para peor, oh Dios, ahora ella conoce su vergüenza. Los dejé morir. Evoca de nuevo ese momento eterno: el humo arremolinado, los brazos que lo aferraban y él que pudo soltarse, el retraso terrible, demasiado prolongado, si..., si...

Si hubiera tenido las agallas.

Ahora tiene el corazón comprimido contra el filo de un cuchillo, y sólo desea que le estalle de una vez y lo deje morir. Así transcurre un eón... Y luego, increíblemente, la angustia se disipa, el borde afilado se retira. La primera ola perlada de irrealidad química le está inundando el cerebro.

Lagrimea de gratitud... Respira entrecortadamente... Luego se levanta despacio y sigue vistiéndose. El paraíso por un chelín; De Quincey tenía razón.

Mientras se enjuaga la cara en el lavabo se pregunta, casi con frialdad, por qué tanto dolor. Otros médicos se acostumbraban. El nunca pudo del todo; siempre tuvo que ocultarlo y vigilar que no le afectara las opiniones profesionales. Pero ahora parece peor, mucho peor. ¿Será sensitivo? Absurdo.

Protegido por su armadura química regresa al cuarto, jugueteando con la idea. No la cree ni por un instante. Pero es un hecho, casi le parece sentirlo todavía. De los cuartos contiguos, emanaciones del complejo sufrimiento de Rick, la pena permanente de Ted Yost, el doloroso odio de Costakis por sí mismo. Y desde la barraca vecina, la desesperación de Winona, la atemorizada lucha de las dos muchachas contra un mundo que las rechaza. Una serena desesperación, dijo Thoreau. Pero esto es peor. Esta gente ordinaria duele. Sus vidas no se soportan. Y no hay escapatoria.

Tampoco hay escapatoria de la vida más dolorosa de todas: Margaret. Ni siquiera con su escudo mágico se atreve a pensar mucho en ella. Pero es curioso; ahora parece comprender ciertas cosas, como si hubiera compartido... Olvídalo. Sin embargo intuye la respuesta al enigma del hijo de Margaret. Sin duda intentó lo único que le quedaba. Y no funcionó. Dann casi puede sentir la intrusión corpórea, la calidez y el contacto hirientes del niño. El amor materno es sensual. Ella no pudo tolerarlo. Necesita conservar distancia, ser como una máquina. Hasta el color es peligroso; esas ropas neutras, ese departamento color nieve. Y sin recuerdos de Africa, jamás. Para ella, piensa Dann, ni el blanco ni el negro son hermosos. Transformarse en máquina... Qué horrible.

El sol ya dora las hojas verdes, la gente despierta. He participado del mundo de los sueños, para dormir una hora y no oír palabra alguna sobre la verdad del amor fiel o el arte del amor ligero; sólo el canto de un pájaro secreto. ¿Quién? ¿Swinburne? A Dann no le importan el amor ni los pájaros secretos, sólo ansia el mundo de los sueños. Se levanta y se guarda un par de cápsulas de emergencia en el bolsillo. Hay gente en el pasillo; es la hora del desayuno.

El autobús los lleva a través de una mañana hermosa y desnuda. Los otros están tensos y callados. Durante el desayuno sólo WinonjL intenta aparentar normalidad. Las dos muchachas comen con la cabeza baja. Ted y Rick no dicen nada. El menudo Costakis mantiene los ojos alerta; sacude la cabeza crípticamente y juguetea con el cuchillo y el tenedor. El viejo Noah hace una esperanzada alusión a la 'experiencia psíquica de anoche' y se topa con un muro de silencio, ¿Qué demonios ocurrió? ¿Qué fue esa alucinación?

Dann admite su propia irracionalidad. Acepta que él y Margaret experimentaron...algo; pero eso no ha alterado su convicción de que todo esto es un disparate. La incongruencia le divierte de una manera remota. Toma más café. "Un disparate, aférrate a eso.

En el extremo de la mesa está la presencia rígida que él no se atreve a mirar. Mutilar a una niña...

Se oye un portazo y aparece el teniente Kirk, anunciando la llegada inminente de los técnicos en electrónica. Ha tenido una idea brillante: en vez de los biomonitores que faltan, ¿por qué no utilizar parte del equipo de poligrafía de Deerfield?

—Unos artefactos muy sofisticados —sonríe enfáticamente.

—No, no —dice Noah, impaciente—. Totalmente inapro— piados. Explíqueselo, Dan.

Dann se incorpora y con todo placer le explica que la 'sofisticación' de un equipo de seguridad no es comparable a los aparatos registradores de electroencefalogramas que ha diseñado Noah. Kirk frunce el ceño y se marcha para ordenar otra búsqueda. Dann le guiña el ojo a Frodo; calma los nervios saber que en Deerfield es fácil perderle el rastro a una docena de cajas.

Cuando todos se levantan, Dann arriesga una mirada al extremo de la mesa. Los ojos de Margaret, severos e inmutables, resbalan sobre él. Hermosa. ¿Ahora le desprecia? Dann no puede reprimir una mueca.

Cuando vuelven a las barracas, un camión de comunicaciones de la Marina y otro lleno de alambre acaban de llegar. Hay una camioneta estacionada en las cercanías, cargada con lo que parece un transformador móvil. Dos hombres están colocando cables en el poste de afuera.

Dann se aleja, pensativo. Ridículo, Dios sabe cuántos kilómetros de alambre, equipos, horas-hombre, dinero..., sólo para impedir que ocho ciudadanos inofensivos echen un vistazo al resto de Deerfield. Y esta extravagancia se considera rutina. Parece que existieran aspectos de este país que él no había considerado antes. Sacude la cabeza irónicamente, a salvo en su capullo artificial.

Y aún más disparatado: en las proximidades de Norfolk navega un auténtico submarino, llevando a bordo al desdichado hermano de Rick. Esperando este experimento absurdo. Sin duda es un privilegio poder observar esto como una locura colectiva. Pobre Noah, cuando todo se vaya a pique. Que lo disfrute mientras dure.

Pero mientras observa la red de vóleibol caída, algún residuo de la noche anterior, o quizás una extraña tensión en la atmósfera, le sobresalta.

¿Y si el experimento es un éxito?

El recuerdo de un vaso de agua que se desliza le atraviesa la mente, las rodillas se le aflojan. Y anoche... Anoche, real e innegablemente, penetró la mente de otra persona, y ella conoció la de él. Un frío pegajoso le invade. ¿Ahora es tan inconcebible que estas personas puedan captar números

en una mente distante?. ¿Y si es verdad? El no ha tomado nada en serio, jamás consideró que podrían correr un riesgo real en este lugar paranoide... Tendría... Traicioneramente, su mano le ha puesto una cápsula en los labios. Traga, espera.

—¡Dann! ¡Dann! —grita Noah; acaban de llegar los biomonitores que faltaban.

La irrealidad vuelve a cercarle. Entra y encuentra la sala atiborrada de cables enredados y cajas abiertas. Los hombres trasladan los aparatos a los cubículos donde se realizarán las pruebas. Las puertas nuevas ahora mantienen cerrado el pasillo.

—Ayúdeme a poner esto en orden, Dann. Quiero que en lo posible todo quede dispuesto como en la oficina. No sabemos qué puede ser lo importante.

Dann, con la ayuda de Costakis, pasa de un cuarto al otro, haciendo los ajustes finales, tratando de recordar las posiciones de las sillas, gabinetes, paredes. Es sorprendente la exactitud con que Noah ha recreado la instalación del laboratorio.

—Que todo quede bien, Dann —insiste el viejo; Dann ha olvidado ese momento de frialdad y el viejo maniático sólo le despierta una vaga simpatía. El insoportable Kendall Kirk ayuda a quitar los alambres del paso. La perra labrador lo observa desde afuera.

Poco después es hora de reunir a los sujetos para un examen final. A salvo en su máscara oficial, Dann sonríe y cabecea, negándose a notar la tensión de todos, acusada por los saltos que registran las cintas. Este es, simplemente, un día más en el mundo de fantasía del laboratorio.

—Recuerde —le susurra Val al salir.

...que recuerde qué cosa? Mejor ni pensarlo.

Cuando le está quitando los electrodos a Rick, el muchacho le dice bruscamente:

—Escuche. A ellos no les diré nada. Lo arruinarán todo.

—¿A qué se refiere?

—La Marina. Ese imbécil de Fearing. Se lo digo, Ronnie tiene miedo. No quiero meterme.

—Pero Noah Catledge no está en la Marina —dice confuso Dann, pensando con afecto en el pobre viejo—. El experimento lo dirige él, como todos los anteriores. Sería una vergüenza fallarle ahora.

—Me importa un rábano —murmura Rick, con voz indecisa.

Dann no le da importancia. Margaret acaba de entrar en la sala, donde están instalando el teleimpresor.

En cuanto puede, Dann sale y la encuentra sola, salvo por un electricista que está terminando con una caja de conexiones al lado de la puerta. Ella está de pie junto a la consola, tecleando un mensaje que proyecta misteriosos símbolos azules en la pantalla.

—¿Probando? —se atreve a preguntar Dann.

Para su deleite, ella le responde con serenidad:

—Revisando.

—¿Hay una conexión con la computadora de la oficina?

—Tengo acceso al programa de probabilidades. Las correcciones de los electroencefalogramas tendrán que esperar hasta que volvamos.

El teleimpresor sigue tecleando. Ella arranca la hoja y frunce pensativamente el ceño.

—¿Qué le está diciendo la máquina? —pregunta él, como un idiota.

—Mensaje de error. Hubo un accidente en los bancos de memoria de Holloway, muchas cintas quedaron inutiliza— bles. Se sospecha sabotaje, etcétera... No nos afecta.

La voz es apacible, serenamente divertida. Todo es como antes, ese frágil lazo entre el triste mundo de ella y el de él. Dann observa cómo ella realiza sus actos mágicos.

De pronto, Margaret cabecea hacia la pantalla.

—Mire eso.

—¿Algún problema? —el observa, identificando lo que parece un signo integral rodeado por muchas.

—Sigue dando la fecha como más o menos infinito. El fantasma —ríe—. Creí que lo había solucionado.

Se sienta ante la consola y practica ritos incomprensibles. Sintiéndose mucho mejor, Dann atraviesa el corredor y sale de la barraca. Nadie a la vista, salvo Ted y Rick, de nuevo jugando a la pelota. En la enramada *la luz del sol palpita y vibra; cada perfil brilla nítidamente. Dann espera no haberse provocado una alucinación psicodélica. Son máj, de las once. La primera prueba comienza al mediodía, y durará una hora; una letra cada diez minutos. Muy lentamente; se supone que es más seguro, por si el grupo del submarino no se ha sincronizado con exactitud. Increíble...

—¿Listo, Dann? —pregunta Noah, que lleva unas carpetas bajo el brazo—. Es hora de preparar todo...

—Adentro, muchachos —grita Kendall Kirk con un tono de falsa camaradería.

Hasta los sentidos obnubilados de Dann captan la do— lorosa tensión del ambiente cuando los sujetos por fin están ubicados y conectados. Rick guarda un silencio de muerte, Ted Yost sonríe extrañamente, Costakis se acaricia la cabeza como un maniático. Hasta Winona parece preocupada

por el pelo. El cubículo de Frodo está vacío; hay que persuadirla de que se aleje de Valerie. Dann deja que sus manos trabajen mecánicamente y trata de permanecer insensible. Aún ve demasiados colores y capta, u oye, un extraño zumbido silencioso en el aire. Soy yo, piensa. Me he excedido con la dosis.

—¡Mil ciento cincuenta y cinco!

Noah ocupa el sitio de costumbre en medio del corredor. Dann y Kirk van al vestíbulo. Margaret espera frente a la consola; no tendrá nada que hacer hasta que todo termine. Dann se detiene junto a la puerta cerrada del corredor; es tan delgada que oye el ruido de las sillas en los cubículos. Kirk frunce el ceño a Margaret y Dann, y adopta una actitud de perro guardián frente a la puerta. En el porche, la verdadera perra golpetea el suelo con la cola. La temperatura aumenta en la barraca.

A las doce menos dos minutos un coche se detiene afuera. El mayor Fearing entra en silencio y se sienta junto al escritorio, desde donde puede observarlos a todos. Saluda a Dann con un gesto imperceptible. Las actitudes sigilosas resultan curiosamente inquietantes, piensa Dann. En el bolsillo de Fearing hay un sobre. ¿Serán las 'respuestas', la lista de las cifras realmente trasmitidas? Como en un juego.

¿Habrá de veras un submarino en el fondo del mar, con Ron esperando a que le enseñen una tarjeta?

—¡Las doce! —anuncia Noah con entusiasmo—. ¡Adelante con la primera letra!

Silencio de muerte. La tensión es una reverberación subsónica, Dann casi percibe el zumbido en las soldaduras. Pero se negará a recordar lo de anoche.

De pronto Rick suelta una risotada estridente. Dann oye que Noah entra en el cubículo para calmarle.

—Ronnie tiene miedo de ir al cuarto de baño —dice Rick—. Tiene diarrea y teme que el agua le inunde el trasero...

—Bueno, bueno —dice Noah—. Por favor, trate de concentrarse. Estoy seguro de que él intenta trasmitirle una letra.

—Sí, lo intenta —dice Rick con sarcasmo.

De nuevo el trémulo silencio.

Ligeros ruidos en los cubículos. Los sujetos deben estar escribiendo las letras que perciben. Tienen estilos diferentes, como sabe Dann; las muchachas trazan caracteres grandes y separados ornamentados con arabescos; Costakis escribe todo un alfabeto y señala una letra con un círculo. Ted Yost garrapatea y tacha... Dann advierte que está tratando de ignorar el zumbido del aire. Es como un cosquillee

que viene de fuera de él. Echa una ojeada a los cables que corren» lo largo de las paredes. Eso es, ha oido de gente que percibía, cómo se llamaba, un zumbido de sesenta ciclos. Se encuentra mejor.

—¡Empiecen con la segunda letra! —ordena Noah.

En ese submarino, alguien acaba de enseñar a Ron otra taijeta. Dann parpadea, tratando de suprimir las aureolas de color que irradian los objetos. Rasgueos y rumores en los cubículos. Diez minutos es una eternidad. Kirk mueve los pies, Fearing permanece rígido. La cola de la perra golpetea los escalones.

—Empiecen con la tercera.

—¡Alto y claro! —grita de pronto Costakis, sobresaltando a todo el mundo.

—¡Sssh, sshhh, Chris!

La espera es un suplicio, la sala parece rebosar de energías invisibles. ¿Estos experimentos insensatos habrán atraído a algún poder desconocido, como dijo Noah? ¿Se estará formando un monstruo en ese pasillo? Dann ya no puede abstenerse de mirar a Margaret. Ella parece tranquila, los ojos bajos; pero entre las cejas se le forma una arruga, como si oyera algo. ¿Está temblando o es la crispación del aire?

—¡Empiecen con la cuarta!

La voz de Noah suena a kilómetros de distancia, como en una cámara de ecos.

—¡Cinco por cinco! —grita de nuevo Costakis.

Y luego Winona exclama con voz tensa:

—¡Doctor Catledge, es increíble! que los estamos recibiendo...

—¡Shshsh! ¡Shsh! —chista desesperado Catledge.

Kirk clava los ojos en la puerta del pasillo; Fearing

sigue imperturbable. Dann ve que Margaret tiembla y tiende una mano para aferrar el borde de la consola. Dann suda en el aire denso y pulsátil; ya no puede engañarse con los zumbidos de sesenta ciclos. Es la misma y espantosa tensión que los invadió anoche, y siente un terror pánico. La tensión se agudiza como si el cuarto fuera el foco de una fuerza remota e innominable...

—¡La quinta letra!

En ese instante siente —siente- una presencia tan palpable como el hocico de un animal hurgándole la mente. Le asalta el terror, se vuelve bruscamente a la pared creyendo que verá algo inimaginable' que trata de metérsele en la cabeza. Pero no hay nada. Mira la madera barnizada y se aferra frenéticamente la frente, mientras debajo de sus dedos algo —algo inmaterial- empuja para invadirle.

Una alucinación. Se está volviendo loco. Y luego «d— vierte el hecho más extraño de todos: ya no tiene miedo.

Queda paralizado, sin ningún temor, y sólo percibe que esa intrusión invisible exuda un aire afhigable, tierno e inofensivo. Lo inunda una sensación ávida y brillante, como una voz joven que le dice 'hola'. Transfigurado, perplejo, atónito, oye desde una gran distancia palabras sin sentido.

—¡Empiecen con la sexta.'

La pulsación se intensifica abrumadoramente, las resistencias de su mente ceden y se aflojan, y de pronto Dann no está en ninguna parte, gira en un vacío delirante. Por un instante vertiginoso cabalga en un enorme torbellino, es succionado por una ráfaga aullante y silenciosa sobre un mundo luminoso y oscuro traspasado por colores violentos que son sonidos, percibe presencias desconocidas en una tormenta de luz que resuena como música en sus sentidos exacerbados, se eleva en tempestades de incomprensible magnificencia.

Y de golpe, a través de una ilimitada negrura, es proyectado de regreso hacia sí mismo, Daniel Dann, y su cuerpo golpea superficies duras junto a la pared de la sala. Tiene la cabeza vacía. Advierte que está de rodillas. Alguien le llama por su nombre.

Se pone de pie. En el pasillo parece haber una conmoción. Kirk se precipita adentro.

—¡Dann! ¡Vuelva aquí! —repite Noah.

Pero Dann no puede reaccionar, está mirando a Margaret Omali. Se mantiene muy tiesa y erguida, mirando a Fearing. La boca se le tuerce extrañamente, y traga con un gruñido. Fearing la observa con atención.

—Hola, hola... —la voz sale de Margaret, pero es totalmente distinta—. ¿Hola? ¿Char-les? Charles Ur-ban Sproul.

Fearing se levanta de golpe. Por un momento Dann cree que va a atacarla, pero él simplemente se acerca a la puerta del pasillo, la empuja y la cierra con llave sin apartar los ojos de Margaret. El cuarto es como una cámara zumbante. Dann avanza un paso hacia Margaret y tropieza con el brazo de Fearing.

—¿Lind-say? —dice la extraña voz gutural de Margaret—. ¿Lindsay Barr? Sí, mayor Drew Fear-ing —Margaret estira la boca imitando una sonrisa—. Respeto vuestra cultura, vuestra inquietud. Ah, un tirón —la voz se extingue entre sílabas ininteligibles.

Fearing está paralizado, estudiándola como si Margaret fuera un animal salvaje. Margaret se aleja de la computadora con paso vacilante, mirando en derredor. Fija los ojos en Dann, y emite lo que suena como '¿Tivel?' Luego se le aflojan los músculos y se desploma en el suelo.

Dann se interpone justo a tiempo para desviarle la cara del teleimpresor. El cuerpo se desliza y golpea el suelo al lado del diván. Dann trata de ayudarla pero un violento codazo de Fearing le corta la respiración.

—Aléjese —la intensidad de la voz es tan insólita como el golpe.

—Ella, la señorita Omali, tiene problemas cardiovasculares —jadea Dann, a quien el verla en el suelo, desamparada, le provoca un dolor físico y forcejea en vano, atrapado entre la consola y ese hombre furibundo, más fuerte que él—. ¡Déjeme pasar, mayor!

Margaret suspira entrecortadamente. Abre los ojos, yergue la cabeza y cae hacia atrás.

—El viento —murmura.

—Está bien, Margaret —le dice Dann por encima del hombro de Fearing—. Yo también lo he sentido. Ya ha regresado...

—El viento —repite ella, luego aferra el diván con la mano y se incorpora para sentarse.

Fearing se le planta delante.

—¿Quién la mandó aquí? ¿Dónde averiguó esos nombres?

—Acaba de sufrir un shock, mayor. Basta de tonterías, por Dios —Dann se adelanta, tratando de sonar autoritario. Pero no son tonterías; tiene una horrible sospecha de lo que ha pasado.

Ruidos estentóreos suenan detrás de la puerta cerrada.

—¡Mayor Fearing! —grita la voz de Noah—. Necesitamos el sobre de inmediato. Los resultados han sido extraordinarios —golpea más fuerte, raspa la puerta—. ¡Dann! ¿Qué sucede?

Fearing reacciona, repentinamente tranquilo.

—Apártese de ella, doctor —el tono es mortal; imaginando un arma, Dann retrocede. Fearing va hacia la puerta y la abre; su voz fría y amable se impone a las intelecciones de Noah mientras le entrega el sobre—. Doctor Catledge, se ha presentado un contratiempo. Le agradecería que evalúe los resultados en el otro sector del edificio; el doctor deberá permanecer aquí. Kirk, quédese con ellos y cerciórese de que la puerta siga cerrada.

Margaret susurra algo.

—He estado...lejos...

—Lo sé. Ya ha pasado —responde él.

Pero no ha pasado. Esos balbuceos de Margaret, esos nombres... Para Fearing significaban algo. Alguno de sus secretos. Como anoche, ella ha leído la mente. Y Fearing, inevitablemente, pensará que es una espía. Oh, Dios... El maldito bastardo es peligroso... La puerta está cerrada; Fearing los escruta pensativamente.

—Doctor: le sugiero que se siente.

Sin dejar de estudiar a Margaret, Fearing acerca la silla de la computadora y se sienta frente a la muchacha. Al parecer ha recobrado la calma.

—Mire, mayor...

Fearing alza la mano, sonriendo. Parece haber descartado a Dann de sus especulaciones.

—Señorita Omali, su modo de encararlo me ha dejado perplejoel rostro de Fearing es una máscara de paciente comprensión—. Creo que la entiendo. Por favor, tenga la certeza de que siempre hemos protegido a las personas que se nos acercan. Tal vez le gustaría conocer a una o dos de ellas, para estar más tranquila. Creo que podría arreglarse...

Ella lo mira fijamente. Se ha recobrado.

—No sé de qué me habla.

Dann tampoco... Y de pronto comprende; el maníaco de Fearing ha decidido que Margaret es una desertora. Que trata de pasarse 'a los nuestros'. Piensa que ese desvarío fue un intento de llamar su atención para revelarle lo que sabía. La pesadilla se multiplica. ¿Qué puede hacerle? ¿Encerrarla? ¿Arruinarle la vida? Pero ella no sabe nada...

—Está loco —dice remotamente Margaret. Dann percibe el temor bajo la calma aparente. La tensión chisporrotea en el aire.

Fearing sonríe con simpatía.

—Tal vez usted teme por su hijito... Podríamos traerlo aquí en un hora.

Dios... Dann ve cómo sobresalen los tendones en el cuello de Margaret.

—No se atreva a tocar a mi hijo.

—Escuche, mayor. Como médico de esta mujer, le advierto que no siga adelante. Usted se equivoca. Usted...

Fearing no le presta atención. Sigue observando a Margaret como si fuera un problema algebraico.

—Quizás este no sea el lugar apropiado —dice pacientemente—. Usted se sentiría más segura lejos de esta gente —se toca el reloj pulsera.

—¡No! —grita Margaret.

Dann se planta delante de ella.

—Le digo que puede causarle trastornos cardíacos. Si no me cree a mí, llame a Harris para que lo verifique.

Pasos afuera. Dann se vuelve y ve un hombre corpulento vestido de fajina en la puerta.

—Una idea excelente, doctor. Deming, llame a la ambulancia y dígale al doctor Harris que venga a vernos.

- ¡No! —Margaret se levanta—, ¡No voy a ningún lado!

Dann lucha contra el horror, el cuarto parece estallar

de miedo. ¿Cómo es posible que este maniático tenga tanto poder? Lo toma con calma; él está seguro de que somos indefensos. Pero que no lo esté de Margaret; no, a menos que estén dispuestos a dispararme... Lo digo en serio, piensa mientras se oye decir:

—Usted no...

La puerta del frente se abre de nuevo y Kendall Kirk irrumpe exaltado.

—¡Señor! Discúlpeme señor, pero tiene que saberlo —se detiene detrás del diván, a espaldas de Margaret—. Lo han logrado. Estos monstruos han captado íntegramente el grupo dé seis letras. Pueden hacerlo; pueden leer la mente. Son peligrosos como el demonio. Ella le está leyendo la mente en este preciso instante.,

Señala dramáticamente a Margaret.

—Está chiflado, Kirk —protesta Dann—, La señorita Omali ni siquiera es sujeto de Noah.

—Lo oculta —dice Kirk exasperado—. Es una de las psi más fuertes del grupo. Lo sé.

Fearing sigue estudiando a Margaret impasiblemente. Frunce la nariz como si un olor desagradable impregnara el aire palpitante y denso. Dann imagina la revulsión que estremece a esa mente sigilosa. ¿Pero escuchará también los disparates de Kirk?

—Esos términos...hm...que usted empleó, señorita Omali... ¿Debo entender que me los leyó en la mente? —dice finalmente Fearing.

Oh, Dios... Los paranoides aceptan la magia. Esto es peligroso. Y ese maldito zumbido se intensifica cada vez más. Ahora no puede sufrir alucinaciones... Tiene que protegerla.

—No leo la mente —dice Margaret con frialdad..., pero está temblando.

Fearing se limita a observarla. Quizás él también tiene poderes psi, piensa Dann. Aterrado, siente que la energía crece dentro del cuarto hasta inundarlo. El aire vibra. Basta, basta...

De golpe el teleimpresor suelta un chasquido. Todos se sobresaltan. Fearing sigue con los ojos clavados en Margaret.

—¡Mayor, tiene que creerme! —insiste Kirk—. ¡Son peligrosos! Mire... ¡Observe esto!

Se inclina sobre el diván y sin consideración alguna aferra las muñecas de Margaret, sujetándoselas a la espalda y apresándolas con una mano mientras eleva la otra encima de la cabeza de ella. Un chisporroteo: un encendedor con la llama encendida cae directamente en la falda de Margaret.

Dann no se da cuenta de que ha saltado hasta que asesta un puñetazo en la cara de Kirk. Margaret emite un sonido horrible. Por el rabillo del ojo, Dann ve cómo el encendedor flota en el aire y vuela hacia la cabeza de Fearing.

Y Margaret misma...se va.

Tambaleándose en las dimensiones anormales de la habitación palpitante, Dann la ve alejarse. Los ojos quedan en blanco y el cuerpo irradia un fuego pálido, una energía que indudablemente es ella, la vida de ella. Dann la ve formarse y lanzarse meteóricamente a un abismo oscuro de no-espacio que atina a percibir por un instante.

—¡Margaret! —exclama, o trata de exclamar, sabiendo que la pierde para siempre, sintiendo que un foco de poder de otro mundo le arrastra, le libera.

Y luego se desgaja de sí mismo, reúne su personalidad, sus cincuenta años y su amor inútil y desdichado, y arroja su vida entera tras de ella a través de esa abertura hacia ninguna parte.

Un instante o una eternidad después recobra algo semejante a la conciencia. Se despeña en una negrura sin tiempo ni espacio, y delante sólo ve, con lo que ya no son ojos mortales, la chispa pálida y fugitiva de la vida de Margaret. Trata de llamarla, sin voz, con sólo la voluntad corpórea de protegerla, de frenar ese vuelo aterrado. No siente perplejidad, sólo sabe que su vida persiste y es capaz de perseguirla, a ella a través de todas las dimensiones de la no existencia, el infierno o el sueño o el espacio interestelar.

—Margarett

Muy a lo lejos, la chispa viviente parece cambiar de curso, y él vira detrás. ¿Esas tinieblas tendrán una tenue estructura? No lo sabe ni le importa. ¡ Se le acerca cada vez más!

—Margaret, amor...

Pero de golpe todo se disuelve: se ha detenido bruscamente, lo asaltan la luz, los colores, las sensaciones. Vacilante, percibe oscuramente que se ha arraigado en un cuerpo. Su vida desnuda se ha encamado. Un sentido que no es la visión le muestra un paisaje donde flotan esferas inmensas y trémulas. Absolutamente desconcertado, rueda o tambalea, la mente inundada por una vida gelatinosa.

—¡Margaret! —burbujea débilmente, y luego ve, sabe, que el fulgor de ella está allí, destellando entre esas viscosidades flotantes.

Trata de acercársele. Pero en ese instante la luz pálida de Margaret se concentra y gira alejándose hacia ninguna parte. Dann se desgaja nuevamente y la sigue, y de nuevo es

apenas una avidez en el vacío siguiendo una estrella fugitiva.

Perseguida y perseguidor, ambas energías incorpóreas surcan una negrura de años-luz de distancia, zigzagueando a lo largo de un filamento de entropía negativa que aunque ellos lo ignoren les sustenta las vidas, intrusos en un frágil haz vital proyectado hacia la Tierra desde un planeta ardiente a cien billones de kilómetros de distancia. De todo esto, la esencia de lo que era Daniel Dann sólo sabe que la chispa de la vida de Margaret aún está allí, aún al alcance si él puede impulsar su ser a mayor velocidad o lo que sea, en esa dimensión inexplorada.

¡Está alcanzándola! El sendero a través de la nada se curva, él atraviesa el vector. Y luego, con un choque sin inercia se encuentra nuevamente corporizado dentro de la materia, aturdido por el impacto de sentidos extraños.

Ahora todo es gris, iluminado por una franja azul y acuosa; está en una especie de caverna atestada.

—¡Margaret! —silba, o emite en moléculas, esforzándose por percibirla. ¡Sí! Ella también está allí, y la trémula energía viviente brinca en un follaje de pliegues grises. Corre hacia ella sin piernas.

Pero ella de nuevo se concentra, desaparece. Y él se arroja al vacío para seguirla, descubriendo que lo imposible le es familiar. Este trasmundo alucinatorio parece tener una especie de regularidad o de ley onírica. ¿Están atravesando el espacio real, existiendo fugazmente en otros planetas?

No importa; la persecución continúa, ella cruza velozmente la oscuridad estructural donde no hay nada, ni siquiera una estrella. Dann comprende con alegría que se le acerca, que puede alcanzarla. ¡No la perderá! Pero en medio de su exaltación advierte de golpe que el vacío que atraviesan no está vacío del todo. Adelante o a un costado, no sabe distinguir, flota una inmensa concentración de tinieblas más tenebrosas, algo más negro que la mera ausencia de luz, una presencia vasta y aterradora, más helada que la muerte. La Muerte encarnada, piensa él, y teme por Margaret. Con todas sus fuerzas procura enviar una advertencia sin voz a la frágil estrella fugitiva.

Un instante después se corporizan nuevamente. Pero esta vez es brutalmente comprensible. Está encarnado en un mundo verde y luminoso bajo un cielo azul. Lo rodean prados, canta un pájaro. Percibe alientos, músculos, latidos. Sí, estas son patas fuertes, de pelambre dorada. Es un gran animal agazapado en un pequeño árbol.

Y allí abajo, muy cerca, una cierva blanca pace en la hierba; los cuernos plateados irradian energías pálidas.

Es ella, finalmente la ha alcanzado.

—¡Margaret!

Pero para su horror, se oye lanzar un rugido voraz y siente que sus músculos de carnívoro estallan en un brinco asesino. Las enormes garras están abiertas, descendiendo sobre ella. El grita, tratando de desviarse en el aire cuando la cierva levanta la cabeza blanca. Un destello de los ojos oscuros y ella huye de ese cuerpo, llevada por el viento de ninguna parte.

El se arranca del cuerpo de la bestia apenas a tiempo para seguir la chispa titilante. Ahora ella está doblemente asustada y huye de todo, de la vida misma. Para alcanzarla tendrá que recurrir a todas sus fuerzas exhaustas.

Y ahora más cerca, demasiado cerca, el horror negro e inmenso que él percibió antes los acecha a través de las dimensiones. ¿Ella lo ha visto?

- ¡ Vuelve, vuelve! —trata de advertirle para que se desvíe. Y por un instante piensa que ella le ha oído, pues está virando... Pero no; pasmado, ve que no dobla para alejarse sino para zambullirse en esa presencia fatídica, y que vuela directamente hacia lá negrura.

El se lanza detrás, comprendiendo la elección. Demasiado dolor, demasiado; ella huye de la vida para siempre, sólo quiere dejar de existir.

—¡No, Margaret! / Vuelve, vuelve!

Pero la rauda chispa de vida sigue su curso hacia la tiniebla vasta y destructora. Desesperado, trata de interponerse, volando aterrado en el aura gélida de la criatura.

—¡Margaret!

No sirve de nada, es demasiado lento y está muy lejos; ve al meteoro centelleante zambulléndose en la negrura que lo engulle y apaga. La ha perdido. Está solo.

Y en ese instante la enorme sombra cambia sutilmente, y cobra el aspecto de una bruma lúgubre y feroz. Entonces él vuelve a ver la imagen que le ha perseguido toda la vida. Las paredes ennegrecidas y llameantes, las paredes adonde no quiso volver, donde dejó morir a los que amaba.

Todo se repite;la oscuridad ardiente y la muerte. Absolutamente aterrado, retrocede. No puede...

¡Pero la chispa de Margaret ha caído allí! Ya no sabe quién era ella o qué es él, sólo que ese algo íntimamente precioso ha sido nuevamente engullido por el mal, y que esta vez no se permitirá el fracaso. La seguirá, para salvarla morir con ella.

Reúne cada jirón aterrado de su existencia y se arroja a la negrura donde ella ha caído, una pizca de energía lanzándose contra el devorador de soles.

Por un instante se siente envuelto en un frío negro y

quemante, y sabe que le espera la muerte. Así sea. Luego se estrella contra la negación, una poderosa barrera de inexistencia que le despedaza en un millón de fragmentos y al instante le repele, transformándole en una improbabilidad borrosa y minúscula desperdigada en el vacío...

...que increíblemente se solidifica en luz y sensaciones, en lo que él reconoce finalmente como el viejo cuerpo humano de Daniel Dann, tendido en un suelo desnudo.

Cerca de él zumba una máquina. Capta un martilleo en el esternón, y su mente humana identifica vagamente un estimulador cardíaco de emergencia. ¿Ha soñado? No; todo ha sido real, sólo que en otra parte. Supone que ahora está muriendo de veras; ha recibido un golpe mortal, aunque no sufre dolor. Ha perdido algo vital, para siempre. Le asalta el recuerdo de una quemazón negra. Pero curiosamente no le hace daño. Lo he intentado —piensa su mente debilitada—. Aunque era demasiado tarde, lo he intentado.

Percibe movimientos a través de las pestañas, los párpados le tiemblan agónicamente. Mientras espera la muerte mira e identifica esa blancura móvil como las piernas de los médicos. Increíblemente, aún parece estar en el vestíbulo de la barraca, en el suelo. Nadie le atiende. En el extremo de la visión una figura se levanta de golpe, revelando el costado del diván de la sala.

Un brazo largo y delgado se estira. La mano reposa sin fuerzas en el suelo.

El brazo de ella. Está aquí. El corazón de Dann responde al estímulo mecánico.

—Lo siento, mayor —dice una voz, y Dann percibe un borrón de pelo blanco: el doctor Harris—, Hemos llegado demasiado tarde. Ella ha muerto.

Dann ya no puede sentir nada, pero al menos agradece poder verle el perfil joven y puro cuando la tienden en la camilla. La sábana la cubre. Tratadla con cuidado, maldito sea. Tratadla con respeto. Recuerda lo que sabe y lamenta profundamente no poder proteger ese cuerpo de la obscena curiosidad de los otros.

—Eh, el doctor se está recobrando —dice una voz estridente.

Horrorizado, Dann comprende que hablan de él. ¿Por qué no está muerto? ¿Es posible que tenga que vivir, seguir adelante y afrontar la vacuidad, el dolor y la inutilidad de sus días? No. Quiere evadirse. Detente, corazón.

Pero las manos lo masajean, un medicamento traicionero se infiltra en su sangre, no puede resistirse. Y sin embargo percibe aún el extraño y tenso zumbido en el aire. ¿Es posible escapar, escabullirse del cuerpo, como antes?

¿Ha sido un delirio, un desvarío de su cerebro drogado, un síncope? Sea como fuere, ahora está muy débil, no encuentra el camino. Está atrapado aquí, condenado a sus años grises. Sin salida.

Involuntariamente lanza un gruñido, y ocurre un milagro. El empuje que había tenido antes le presiona la mente, una presencia invisible e invasora que de algún modo ahuyenta todo temor. Pero esta vez es mucho más fuerte y resuelta. Un poder firme pero amigable lo arranca de sí mismo como un cuchillo que limpia una ostra. La muerte, tal vez; al desencarnarse sólo siente un alivio infinito. Y cuando se disgrega, un mensaje sin voz parece formarse en la mente:

—No temas, será por poco tiempo. Soy Giadoc.

¡Increíble! Pero la presencia es tan real y cálida que con el último vestigio de conciencia siente afecto por esa criatura extraña, y desea advertirla. Luego su vida se desliza fuera del mundo.

Oscuridad, velocidad incorpórea. Surca instantáneamente un vacío que le resulta familiar. Pero esta velocidad es tan grande que simplemente es ser, es sólo un vector que se precipita a alguna parte, atraído por un destino. Y luego está allí, contemplando una realidad irreal.

Al corporizarse en lo que podría ser existencia, sus borrosos sentidos humanos forman una última percepción: está cayendo en un horno inmenso iluminado por un resplandor quebrado, un huracán de luces proyectadas por un sol explosivo. Durante menos de un instante percibe el aullido de grandes temporales, una borrasca habitada por monstruosas criaturas volantes, grandes murciélagos o calamares que trazan estelas de fuego. Se despeña o se condensa en ese infierno.

De repente la visión se esfuma. Ya está dentro, es un ente corpóreo bajo la luz apacible. Pero es demasiado, definitivamente. Está exhausto. Algo vital se ha ido. Ignora qué, sólo sabe que no aguanta más.

Desgarrado y muerto de terror, el ser que había sido Daniel Dann renuncia a la conciencia. Las aletas de cuarenta metros se despliegan sin fuerzas, los impulsores no tienen vida. Rueda flojamente en las ráfagas que lo arrastran indefenso hacia la mortal cascada de los vientos eternos de Tyree.

Capítulo 13

Atraviesa fríamente las sendas estelares, atento a las nuevas sensaciones que vienen desde dentro del cuerpo vasto e insustancial. Desde la llegada de la pequeña criatura, la existencia es sin duda más interesante, pese a la tristeza irremediable de la culpa.

El proyecto de aprender a comunicarse con la pequeña entidad parece requerir una infinidad de tiempo; pero dispone de una infinidad de tiempo. Aún no comprende los referentes de tos símbolos. Sin embargo, el gigantesco anfitrión llega a entender de modo general la ansiedad del pequeño ser por entrar en él, como si la mera experiencia de la corporización fuera fuente de alegría. ¡Extraño, incomprensible! Cuando le permite el acceso a todos los sistemas sensores, el minúsculo visitante reacciona excitadamente, buscando, atisbando, escuchando, magnificando ya éste o ya aquel fenómeno del vacío. Y siempre con una contagiosa vivacidad que vuelve más soportable la sórdida existencia del otro.

Una y otra vez se presenta el problema de impedir que la criatura se acerque demasiado al área privada de humillación y dolor. La pequeña presencia parece querer inmiscuirse en el núcleo central, como para iniciar una acción o exigir más de algo desconocido. ¿Qué será?

Experimentalmente, le concede una vez un contacto más íntimo. Pero nada sucede, salvo la repetición de símbolos sin sentido:

ACTIVAR... ACTIVAR...

Esto carece de correlaciones, y en seguida la criatura calla y se traslada a otra zona.

También ha realizado actividades en la vasta periferia. Por lo menos una vez se aventuró hasta las capas exteriores y estableció contacto con un quiste. Luego ha logrado una especie de movimiento, como si se dividiera o desdoblara; los sensores internos de la zona exterior no son tan precisos. Tolerante, el enorme anfitrión se abstiene de aplastar a esta minúscula conmoción, contentándose con enviarle ondas de advertencia.

Y poco después esa indulgencia es recompensada: esto parece haber sido el preludio de algo nuevo. Hay como una tensión en el núcleo, y luego estalla desde allí una sensación maravillosa y desconocida, tan insólita que no puede identificarla, salvo como una asombrosa vitalidad nueva y prohibida. La criatura percibe que se relaciona con ciertos sensores. Los despliega más, y la sensación se amplifica. ¡Maravilla y deleite!

Nada ha preparado a esta inmensa criatura gélida para ser deslumbrada por la belleza. Los enjambres estelares, antes neutros y distantes, adquieren interés. Esplendores grandes y pequeños para los que ta criatura carece de conceptos, crean una brillante excitación. Para su asombro, este aspecto de su gris existencia se vuelve por una vez intensamente satisfactorio. Flota a la deriva mientras considera estos acontecimientos, en parte satisfecha, en parte horrorizada. Especula: quizá fue para bien de la misión, de la raza, que deserté antes que mi perversidad se agudizara tanto.

Sumida en sus cavilaciones, la criatura no advierte que está acercándose a la franja de entropía negativa que automáticamente se ha propuesto seguir. Se alarma repentinamente cuando un estallido de energías diminutas le lancea el tegumento exterior. Parece haber interceptado, o interrumpido, el flujo. Aparentemente está muy cerca del extremo emisor, porque otras energías individuales siguen llegando, demasiado fuertes para señales tan minúsculas. En verdad, quizás una o dos hayan penetrado las capas más profundas antes que las cerraraLa sensación es vagamente titilante, y la induce a permanecer flotando en el espacio, recordando oscuramente que se había preguntado si se le ocurriría un modo de actuar adecuado cuando se acercara a la fuente de emisión.

Nada se le ocurre, sin embargo, salvo una peculiar intuición de bien-mal, una idea incipiente y demasiado débil para apresarla. Entretanto el pequeño huésped se ha estimulado mucho más y produce una ininterrumpida trasmisión interna, repitiendo siempre esa señal:

ACTIVAR... ACTIVAR...

Esto no se correlaciona con nada anormal en el exterior, salvo que uno o dos soles cercanos están disipándose, emitiendo las habituales e ininteligibles energías que habían resultado tan interesantes. Sin duda este es el aspecto marginal de la gran

tarea, deduce la gigantesca criatura. Y de pronto advierte que ha cometido ta torpeza de acercarse más a la zona de operaciones.

El dolor traspasa la gran masa traslúcida. Su raza, ta misión, su misma vida, todo se ha perdido. La enorme vacuidad gira con la disposición de cambiar de rumbo. Pero en ese preciso instante recibe un mensaje que le hace olvidar todo lo demás.

Desde muy lejos, pero inequívoca, una gran trasmisión que recorre las bandas temporales, un complejo grito de exultación, esfuerzo y gratitud.

La misión aquí está concluyendo, comprende el renegado. Y han triunfado. Las últimas destrucciones fueron realizadas, los últimos avances del enemigo, frenados.

Triste y solitario, el proscrito vibra con la gran exclamación que crece desde la distancia:

—íVictoria! ¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria...!

La presencia es un susurro que se evapora en su mente.

—No he querido hacerte daño —tartamudea con esfuerzo, y se turba al comprender que está hablando en voz alta pero no con voz humana. Abre atentamente los ojos, o mejor, logra utilizar cierta percepción. En ese momento atina a comprender que los sentidos que está activando, o focalizando, no son órganos que el doctor Daniel Dann haya poseído ni imaginado jamás.

Lo que ahora parece ser él reposa sobre la nada y percibe un paisaje extenso, curvo y turbulento. Al lado se eleva un gran muro en movimiento que emana músicas profundas y está constelado de energías extrañas. Hermoso. Y arriba, muy aniba, un arco extraño, pálido y potente que se eleva como una cúpula, mientras abajo el gran tifón vibra en la tiniebla silenciosa. Un paisaje mágico e imponente; pese al agotamiento, Dann siente un vago placer.

Algo más: parece estar 'viendo' o percibiendo todas las direcciones simultáneamente, está en el centro de una esfera perceptiva en la que sólo tiene que focalizar. Extraordinario... Estimulado por el descubrimiento de que los muertos pueden tener curiosidad, trata de mirar hacia dentro y Ve', en medio de un raro flujo de energía, una masa enorme de superficies y membranas enigmáticas que aquí y allá despiden vagos resplandores. ¿Es posible que esto sea...su cuerpo?

Alcanza a distinguir ciertos movimientos. Los grandes alerones o alas se agitan suavemente, cambiando sin cesar de posición. De la parte inferior provienen pequeñas pulsaciones, como chorros de aire, que ahora percibe vagamente. Descubre que está en reposo pero flotando, planeando sin esfuerzo en presiones cambiantes, en las vastas turbulencias de esta atmósfera. Para este cuerpo, los torbellinos ventosos son el sitio ideal.

Ya no puede resistirse a comprender. Ahora es, o está en, una criatura gigante como las que recuerda haber visto o soñado.

Curiosamente, no siente temor sino satisfacción. En general nadie se da cuenta, piensa histéricamente, que lo que necesitan los desahuciados es que les suceda algo interesante... ¿Pero dónde está su 'enfermera', esa amigable desconocida?

Indaga con más atención. Muy abajo capta energías vivientes, una especie de multitud; pero están demasiado lejos. Más cerca, sobre la pared de viento, hay unas pocas presencias aisladas. Dos están muy cerca, puede Verlas' revolotear en el viento, rodeadas por sus extraños velos, como fuegos de San Telmo. También están demasiado lejos.

Enfoca hacia arriba y... Allí está. Una forma como la suya, pero más pequeña, arropada en un manto de luz crepuscular. Ignora cómo percibe, tal vez su canal sensorio principal, y le recuerda algo que vio en otra vida, una fotografía Kiriian. Mientras piensa esto nota distraídamente que el 'fuego' que lo rodea de repente se ha extendido hacia la otra criatura.

—¡Cuidado, por favor! ¿No sabes dominarte?

Las palabras son claras. Pero la voz... En un instante comprende que este grito real y audible no ha sido un sonido, sino un diseño luminoso que ha relampagueado en las membranas del otro cuerpo. Para experimentar, intenta pedir disculpas y 'oye' sus palabras con una ondulación de luz en sí mismo.

Increíble. Una extrañeza sucede a la otra y le desborda. ¿Un sueño? No, una ur-vida; la realidad irreal. Nada queda de él, y sin embargo en el extremo de todo está riendo.

—Soy un calamar gigante en un tornado sin límites, que usa una luz audible para disculparse ante otro calamar monstruoso.

Trató de decirlo en voz alta, pero evidentemente no tiene las palabras para expresar esos conceptos. Emite balbuceos mezclados con risas naranja.

Al menos las risas se le entienden. La criatura que está encima de él también ríe, un hermoso chisporroteo ondulante.

—Hola —dice tentativamente.

—¡Hola! Te sientes mejor. ¿Cómo te llamas? Yo soy Tivonel, una hembra. ¿Eres macho? _

¿Macho? ¿Hembra? Dann 'la' mira a 'ella' dejándose hundir cada vez más en esa normalidad anómala. Advierte que se siente muy bien; este cuerpo tiene una salud y un vigor que el suyo perdió hace mucho tiempo. Poco a poco comprende que la criatura que tiene encima es en verdad una hembra, o mejor dicho, una muchacha..., una bonita muchacha que de algún modo es una manta-raya gigante o algo así.

Pero él no está en condiciones de criticarle el aspecto.

—Soy Dann —le dice—. Daniel Dann. Sí, soy un macho —¿el nombre habrá quedado claro?

—¿Taneltan? ¡Taneltan! —ella vuelve a reír con un centelleo de incredulidad—. Los machos no tienen nombres tan largos. Te llamaré Tanel, suena más respetable —deja de reír—. Si de veras estás mejor, trata de controlarte para que yo pueda acercarme. Quiero ayudarte.

—¿Controlarme? No entiendo.

—Pliega el campo decentemente. Mírate, estás todo descoyuntado... Así, hasta podrías perder un fragmento, ¿no ves?

—¿El...campo? —Sí. Mírate.

—¿Te refieres a este halo de energía? —trata de decir—. ¿Alrededor de...mí?

—No está alrededor de ti. Eres tú. Tu mente, tu vida. Tienes que disponerlo de la manera apropiada. Ahura. Espera... Observa.

El la observa y, maravillado, ve cómo el halo de energía se cierra sobre sí, se encoge, se extiende, se expande en figuras falsas, se retrae en un remolino de metamorfosis y termina en un toroide de planos escalonados alrededor del cuerpo físico de la 'muchacha*. ¿Está observando movimientos o disposiciones de la mente, una especie de misterioso arte psíquico?

—No sé cómo hacerlo —dice consternado. —Bueno, inténtalo. Oh, empieza por pensarte redondo como un huevo.

No cree en nada de esto, pero desea divertirse. Torpemente, trata de 'pensarse redondo' y comprueba sorprendido que las pálidas lenguas de fuego se arquean desordenadamente hacia dentro en una tosca forma esférica. Bien..., pero no; la mitad de 'sí mismo' se le ha hinchado de nuevo. ¿Por qué ha actuado sin soltura? Comprende que no es fácil, y vuelve a concentrarse. Redondez... El resplandor se retrae. Lo está consiguiendo... Caramba, ahora se le ha hinchado el otro lado. Oye las risas de la criatura. Redondez... Redondez...

—Eres como un niño adulto... Es lo que dijo Giadoc.

—¿Giadoc? —pregunta, esforzándose aún por combinar la atención con el dominio de sí. Y tiene un vago recuerdo.

—Estás en el cuerpo de Giadoc, mi amigo. No temas, él volverá pronto y tú regresarás al tuyo.

—Giadoc... ¿El que me habló cuando yo..., hm..., me morí?

—¿Te habló? Magnífico, eso significa que está bien. Regresará pronto. Antes tienen que anular el Haz y formarlo de nuevo... Ya estarán disolviéndolo. Quizá regreses de inmediato. Mira arriba, ¿ves?

Olvidándose del 'campo', Dann mira arriba. El gran arco de energía se está disipando, reduciéndose a un vasto filamento. Simultáneamente, a su alrededor todo adquiere más brillo e intensidad y sus propias energías parecen aumentar.

—Bueno, todavía estás aquí —dice vivazmente Tivonel, su nueva amiga—. Eso significa que tendrás que esperar a que lo formen de nuevo. Ahora simplemente tienes que controlarte. ¿Sabes que casi te caes del Viento? Pude rescatarte porque te desvaneciste. Temía que me golpearas, como el otro.

—¿El otro?

—El que ocupó antes el cuerpo de Giadoc. Traté de ayudarle pero me golpeó con la mente. Me arrojó lejos de sí. ¿Todos podéis hacerlo?

—El otro..., el que ocupó antes el cuerpo...

En la mente de Dann un olvidado vaso de agua se desliza por una mesita, una voz gime Margaret en la oscuridad. ¿Ella vino aquí? Siente una punzada de dolor. Basta, basta. Basta de realidad.

—¡Oh, estás muy mal!

—No, no —trata de decir él, cobrando distancia, percibiendo un tono que su perdida memoria humana llama verde, pero que aquí sabe que es dolor.

Perdida para siempre en las tinieblas... Olvídalo. Vuelve a tu sueño, el sueño de ser una criatura gigantesca que vuela cómodamente en un tifón vastísimo que es una tarde apacible. Charlando con una muchacha de otro mundo, sintiéndose fuerte.

Ella se le ha acercado. Cuando Dann lo advierte, un filamento de su nube-mental parece azotarla y ella se aleja.

—¡No! —le grita exasperada—. Eso es lo que no debes hacer. Es muy descortés meter tus pensamientos en los demás.

—¿Qué? ¿Quieres decir...que si te toco así puedes leerme el pensamiento?

—Claro que sí.

—No puedo creerlo —dice él, maravillado.

—Bien, te lo enseñaré, pero tienes que quedarte muy quieto. ¿Puedes dominar el campo ahora?

—No sé. Lo intentaré —al observar los torpes remolinos de sus energías vitales, Dann recuerda que una vez intentó aprender una técnica de meditación. Entonces no le sirvió de nada; tal vez ahora sí le sea útil. Se esfuerza por concentrarse, por apresar la calma más profunda. Reduce la conciencia a un punto; no observes nada... Pero aún advierte que una lengua de energía de Tivonel fluye hacia él. No mires. El tangible 'codazo' mental le produce una infortunada reacción.

—¡Ay! —exclama Tivonel, rodando en el viento.

—Perdón, no he podido evitarlo.

—No importa. No te ha salido tan mal... Sólo que eres mucho más fuerte que un niño. ¿La has recibido?

—¿Qué?

—La memoria que te he dado, tonto. Mírate la memoria. ¿Dónde estás?

¿Dónde, realmente? ¿Tiene nombre la ur-realidad? ¿Estoy realmente en alguna parte? ¿Dónde?

Y advierte que lo sabe. ¡Lo sabe.'

—Caramba... Estoy en T-Tyreeee... Ese es tu mundo. Tyree.

—¿Ves? —ella se le acerca de nuevo, burlonamente.

—¡Gran Viento! —exclama él, cuando trata de decir 'Dios mió'.

—Fíjate si ves el resto. Piensa en Tyree.

—Tyree... Oh, sí. Estáis en apuros. La radiación está...

Pero este lenguaje no tiene palabras y Dann se oye balbucear acerca del Viento que arde, y la intolerable estridencia del Sonido... ¿El Sonido? ¿El sol? Claro, piensan con categorías diferentes.

—Y...espera. Sí... —Dann prosigue con la 'lectura' de su flamante memoria—. Estáis tratando de escapar mediante el traslado de las mentes... No, me equivoqué...

—¡Muy bien! ¡Muy bien! —la carcajada de ella es tan alegremente coralina y tan enfáticamente burlona que levanta el ánimo saturnino de Dann.

Caramba... Esta pequeña Tivonel es realmente atractiva. Un brillante espíritu del viento.

—Pero tu mundo está en peligro... Puedes morir.

—Quizá —responde animosamente esa criatura valerosa y extraña que cada vez le resulta menos extraña.

Y Dann no tarda en enterarse de algo más:

—No te preocupes. Giadoc volverá y te enviará de nuevo a tu mundo. Dijo que no cometería crimen-vital —informa Tivonel.

La mezcla de tonos es inconfundible; a través de los años-luz, Dann reconoce los colores del amor. Amor compartido hasta la muerte, el de ella y este Giadoc cuyo cuerpo él ha adquirido de algún modo. ¿Y él? ¿Será devuelto a su muerte privada y gris, mientras ella se queda en un mundo ardiente? El recuerdo del infierno que había entrevisto... Así que la encantadora ur-realidad es trágica, pese a todo... Lástima. Siempre que él crea en todo esto...

—¡Por favor! ¡Por favor, tu campo!

Aturdido, Dann percibe que su 'campo-mental' ha brincado con fuerza hacia ella, solidificándose en una superficie especial cuya vivacidad de repente le asombra. Una excitación que su viejo cuerpo humano había olvidado hacía tiempo. Un deleite trémulo y poderoso...

—¡Basta! ¡No sabes lo que haces! —ríe ella; el campo— vital se le ha intensificado de pronto, y retrocede, pero

unido al de él por una vivacidad creciente. La avidez inflama a Dann. Necesita arrastrar a Tivonel hacia lo alto, impulsada con el poder de su deseo. Feroces e incomprensibles, lo inundan imágenes de viento y energía. Está a punto de hacer...no sabe qué. Pero ella se aparta ágilmente, y la tensión se quiebra.

Dann, confuso y vacilante, tarda un momento en ubicarla en las profundidades del viento.

—¡Grandísimo...! —ella emite un tartamudeo ininteligible—. Por poco..., es decir...me buscaste. En un minuto hubiéramos...

—¿Qué? ¿Qué sucedió? —pero ahora lo sospecha, ¡esa dicha...!

—¡Bien! —ella se le acerca—. No sé cómo explicártelo. Hubiéramos hecho una repulsión —ríe—. ¡Caramba, Giadoc tiene mucha energía! Lo llamamos sexo.

El planea atónito, consciente de que es un monstruo que cabalga en el viento de otro mundo y que acaba de cometer una torpeza. Los buenos modales del apocalipsis. Era tan espléndido...

—Nosotros también lo llamamos sexo —dice lentamente—. Sólo que entre nosotros, las dos personas se tocan.

—Qué extraño —Tivonel aletea grácilmente, y él advierte con qué facilidad domina el viento. Hay algo más; el cuerpo de Dann parece saber que el cambio de posición entre ellos ha cambiado las cosas. Con el viento soplando desde él hacia ella, Tivonel sigue siendo atractiva, pero no de manera peligrosa. Neutralizada. Desde luego, viven en el viento; las funciones se orientan en esa dirección. Enigmas.

—¿Pero cómo hacéis para exponer los huevos? —pregunta ella con curiosidad.

Dann está a punto de desvelar nuevos misterios, pero imprevistamente lo arrasa un alarido espantoso. ¡Terror! Alguien chilla intolerablemente. Mira en derredor y descubre que se han acercado más al par de criaturas que había visto antes. La más grande está lanzando el insoportable gemido verde. Rueda y se tambalea relampagueando intensamente. Una criatura más pequeña la persigue.

—Qué vergüenza —dice Tivonel en medio del alboroto—. Creí que Avanil lo había calmado.

—¿Qué es? ¿Qué ocurre?

—Olvidé decírtelo. Ese es otro de los tuyos. Está en el cuerpo de Terenc. Mejor será que lo calmes en seguida.

—¿Uno de los míos?

De inmediato la criatura se lanza hacia él, arrojándote una lengua centelleante. Una conmoción... La mente de Dann es inundada por un caleidoscopio de rostros, otras escotillas y válvulas, un pene humano contraído contra sábanas azules, un frasco de Gatorade... Mientras encima de todo, una cara que él recuerda grita: "RICKY... RICKY... SOCORRO".

La imagen se disipa, abandonándole en una realidad desdoblada. El extraño cuerpo aún se agita delante de él, destellando alaridos verdes.

—¡Es Ron! —exclama Dann—. Ron, en el submarino...

—Mejor cálmale antes que pierda el campo. Puedes hacerlo, ¿verdad? ¿Cómo lo hacéis?

—jRICKY! ¿DONDE ESTAS? ¡AYUDAME!

El dolor es inaguantable.

—Soy médico —balbucea absurdamente Dann, avanzando hacia el cuerpo convulso sin saber qué hará.

—¡Ron! Estás bien... Cálmate. Escúchame: soy el doctor Dann.

—¡VOY A ESTALLAR!

Los momentos o años siguientes sólo existen como un terror que supera a todas las pesadillas artificiales, que supera cuanto él ha imaginado sobre la psicosis, la violación, el desastre. Invadido, frenético, rueda en una espantosa y vibrante sincronía de pánico, percibiendo por momentos que está aullando RICKY... RICKY... RICKY..., al tiempo que grita RON CALLATE ESTAS BIEN SOY EL DOCTOR DANN, sólo para ser arrasado por ese caos aterrador y aplastante, esa estridente demencia. No sabe cuánto dura, sólo que repentinamente siente un alivio fresco e inmenso, como si un gran escalpelo de calma lo liberase. La cordura regresa.

Cuando recobra la individualidad, Dann descubre que su cuerpo se está insuflando aire. Se detiene a mirar el mundo extraño pero ya familiar que le rodea: de nuevo está cabalgando en el viento suave junto a un muro bello y tormentoso.

—Contrólate, Tanel. Ya ha pasado.

Las palabras son cálidas y doradas; su amiga Tivonel vuela cerca de él.

Adelante flota una gran masa oscura y amorfa, el gran campo-energético pálido y tranquilo. Parece ser el cuerpo que contiene a Ron. ¿Está inconsciente o muerto? Muerto no, los impulsores están palpitando. La criatura más pequeña le ayuda a conservar la estabilidad en el viento.

Dann mira hacia arriba.

Encima revolotea una silueta enorme y enérgica, las aletas a medio desplegar, los mantos y el aura de colo'res profundos y brillantes. La criatura, indudablemente un macho, parece vigilarles severamente. Dann evoca fugazmente a tina maestra de escuela separando a niños enfurecidos.

—Gracias, Padre Ustan, en nombre del Viento —el len— guaje-lumínico de Tivonel ahora es distinto, formal.

—Ha sido una suerte que estuvieras cerca, Padre —añade la otra criatura, también formalmente.

Dann advierte que es otra hembra.

—¿Qué ha pasado? ¿Mi amigo está bien?

—Creasteis un vórtice-de-pánico —dice el gran macho con luces graves y violáceas—. Si no os hubiera separado a tiempo, habríais sufrido daños irreparables. La criatura que llamas Ron está tranquila y duerme. Avanil lo cuidará. Pero tú, Tanel, ¿no eres Padre? ¿Cómo permitiste semejante desorden?

—En nuestro mundo no dominamos estas artes —dice débilmente Dann.

La gran criatura, Ustan, emite una señal muda y gris en la que Dann lee escepticismo, piedad, compasión desdeñosa... El equivalente de una ceja arqueada. Y majestuosamente, Ustan trepa en el viento. Pero Avanil lo llama.

—¡Espera, Padre Ustan! ¿No ves que el Sonido es muy fuerte aquí arriba? Me siento arder, por eso quise mover el cuerpo de Terenc. Mira cuántas formas muertas allá arriba, además. Creo que este nivel ya no es seguro.

—El Sonido ya no se eleva aquí —objeta Tivonel.

—Bien, pero algo ocurre. Mira la Cascada. Allí también todo está muerto. Creo que deberíamos bajar adonde están Lomax y Bdello.

Dann, 'escuchando', advierte que un siseo de luz o sonido se está haciendo cada vez más intenso. Produce un violento escozor, como un chirrido mecánico y subsónico.

El gran Ustan se ha detenido y despliega las membranas internas.

—Avanil tiene razón —declara—. Capto energías peligrosas. Bajadlos a la estación del Oidor Jefe para esperar. Yo llevaré al que está inconsciente.

- Yo puedo llevarlo, Ustan —protesta Avanil.

Pero Ustan ha descendido hasta el cuerpo dormido de Ron, desplegando las membranas bajo las aletas principales. Dann entrevé unos miembros pequeños, blandos y flexibles. Luego Ustan cubre a Ron y se aleja como un águila con la presa capturada. Pronto las aletas enormes y complejas se extienden y elevan, y Ustan se transforma en una silueta luminosa y abstracta que se precipitk viento abajo, cada vez más pequeña.

Dann, presa del vértigo, se insufla aire. Poco después la rauda silueta cambia nuevamente de forma y flota serena-

mente junto a las otras dos presencias que distingue abajo.

—Esos son Lomax y Bdello —dice Tivonel—. Ahora baja tú, Tanel.

—¿Yo? ¿Allá abajo? —tartamudea Dann, notando que un chillido verde le deforma la voz. Su memoria humana le impide vencer el vértigo—. Creo que no...

—Bueno, inténtalo —dice Tivonel, severa—. Giadoc fue capaz de arreglárselas en vuestro horrible mundo. Sin viento. No tienes por qué ir tan rápido —añade más dulcemente—. Simplemente, déjate caer, el cuerpo recuerda cómo hacerlo. Te ayudaremos si hace falta. Oh, lo olvidaba. Esta es Avanil. Quiero decir Avan. Avan, te presento a Tanel. Es macho, por eso le llamo así.

—Salud, Tanel —el tono de Avan es como un enérgico apretón de manos, y Dann recuerda a una muchacha de un mundo desaparecido.

—Hola, Avan —tratando de postergar el espantoso descenso, se detiene a echar un último vistazo a estas imponentes alturas. Un millón de Grandes Cañones de viento, piensa. No, mucho más hermoso. Pero ese sonido, ese rugido tenue y fatídico... De golpe la belleza se disipa; Dann evoca su visión fugaz de este mundo y su sol abrasador, las terribles explosiones y las llamaradas furibundas de una estrella desquiciada. Está a punto de estallar... Eso es lo que 'oye'. Radiaciones fatales. Y esta gente, gente real, está en un planeta a punto de ser incinerado. Terrible... Un contacto manifiesto interrumpe sus cavilaciones.

—Vamos —dice Tivonel.

Abajo. Bien.

Concentrándose con todas sus fuerzas en los dos puntos diminutos, Dann despliega algo. Las aletas se acomodan. Está cayendo, deslizándose mientras su cuerpo recibe la ráfaga de aire, guiándose por sí mismo. ¡Rápida, voluptuosamente! Los puntos espejean, se pierden y reaparecen, el viento le da de lleno, es su elemento... ¡Magnífico! Los puntos han crecido y ahora son cuerpos, Dann comprende que tiene que frenar. ¡Frenar! ¿Pero cómo? ¡Los vientos lo reclaman!

Dos figuras irrumpen delante de él, alterando el curso del viento. Las aletas de Dann se esfuerzan por ponerse en ángulo recto. Disminuye la velocidad, se detiene, oye risas a su alrededor.

Tres figuras que deben ser Ustan y los Oidores están encima de él. Siente un doble contacto en las aletas, y se descubre ascendiendo torpemente, con la ridicula imagen mental de su tambaleante personalidad humana sostenida por dos muchachas burlonas.

—Gracias, Avan —dice Tivonel—. ¡Caramba! Tanel, pensé que no te detendrías hasta Profunda.

—Creí que lo estaba haciendo bien —Dann también ríe; la pesadilla se ha disipado. Hace años que no se siente tan fuerte y feliz. ¡Qué espléndida debe ser la vida en los vientos de Tyree!

Se detienen a prudente distancia de los tres grandes machos. Dann los examina con curiosidad; la energía-vital de dos de ellos se proyecta hacia arriba de un modo casi amenazador. Como alto voltaje.

—¿Qué son Oidores? —pregunta.

—Oh, escuchan a los Compañeros y la vida de más allá del cielo. Así es como forman el Haz que te trajo aquí —ella le da una explicación sobre las 'bandas-vitales' que a Dann le resulta ininteligible. Ahora Dann ve que estas energías están fundidas con otras emanaciones que proceden de alrededor del Muro. Algo relacionado con una compleja tecnología psi. Me trajeron aquí... ¿Y el tiempo? —se pregunta, aunque en verdad ya poco le importa—. Si regresara, ¿llegaría siglos después? No importa; este nuevo misterio le deleita. Son astrónomos, eso es. Astrotécnicos de la mente. Y este Lomax es el encargado de dirigir las operaciones, talvez.

Avan, o Avanil, ha ido en busca del cuerpo de Ron y ahora lo arrastra hacia ellos con el absurdo aspecto de un halcón que trata de remolcar un ganso. En cuanto ubica a Ron en una posición adecuada en el viento, Avan se vuelve a Dann exudando determinación.

—Tanel, por ser macho no parece que conozcas mucho acerca de la Paternidad. ¿Qué edad tienes? ¿Aún no has criado un hijo?

—Oh, Avan. En nombre del Viento —protesta Tivonel.

—Está bien, no importa —dice Dann; un aguijonazo de dolor, pero muy remoto, ha muerto desde entonces—. En realidad soy bastante viejo. Pero tuve un hijo —advierte con embarazo que sus palabras han cambiado de color.

—Mira lo que has hecho. Avan — refunfuña Tivonel—. Estas son personas, no les conoces las costumbres...

—Lo siento —dice tercamente Avan—. Pero es que no logro comprender que siendo Padre, no hayas podido ayudar a tu amigo.

Dann titubea, asombrado. Aquí hay un sentido adicional que no comprende: ¿Padre?

—Bien, no estoy seguro, pero tenéis que comprender que en nuestro mundo no poseemos esta especie de contacto-mental. Y nuestras hembras se encargan de casi toda la crianza de los niños. Las llamamos... —trata de decir madre pero sólo emite un farfulleo—. Los machos suelen desentenderse totalmente del asunto.

Avan se ha iluminado de asombro y felicidad.

—¡Las hembras se encargan de la Paternidad! ¿Has oído, Tivonel? ¡Tenía que ser así! ¡Es el mundo que necesitamos! ¡Oh, grandes vientos!

Las dos muchachas palpitan excitadamente, y Dann ve que mantienen la atención fija en él. Pero la más excitada es sin duda Avan.

—¿Por qué? ¿Eso es tan extraño aquí?

—Cálmate, Avan —dice Tivonel—. Sí, Tanel. Es muy extraño. Te lo explicaré, si tengo tiempo. Pero mira, ahora están formando nuevamente el Haz. En cualquier momento Giadoc volverá y tú regresarás a tu mundo.

—Las hembras se encargan de la Paternidad —repite Avan, absorta—. Piensa en lo que eso significa. Entonces, son más grandes y fuertes, ¿verdad?

—Bueno...no, en realidad...

—Escucha, Avan. ¿Qué importa? Mejor serénate antes que pierdas el campo.

Pero Avan simplemente centellea " ¡vuelvo en seguida!" y se aleja descendiendo a gran velocidad. Dann la sigue con la mirada. Desde aquí ve o percibe la multitud con toda nitidez; cientos de criaturas dispersas o apiñadas en el muro de viento, entre lo que parece un jardín. Grandes y pequeñas... Pero ahora las ve de un modo muy diferente; son personas, viejas, jóvenes, hay de todo... Hasta pequeños que revolotean alborotados de un grupo al otro. Irradian una emanación, una tensión. Bajo ese alboroto, miedo.

—Cada vez más Profundos —comenta Tivonel—. Mira esos jóvenes Padres que suben hacia aquí. Ese es Tiavan, el hijo de Giadoc, ese grande. Olvídalo, mira a Lomax. ¿Ves? El Haz se está elevando. Giadoc volverá pronto y tú te irás. Adiós, Tanel —añade Tivonel con afecto.

—Quieres decir que no tengo opción... ¿Me iré de pronto, sin más?

—Sí. ¿No quieres?

—No lo sé —dice él, consternado—. Quiero... Quiero entender más acerca de vosotros antes de irme. Al menos podrías explicarme más, darme una memoria más amplia. ¡Sí! ¡Dame una memoria! Acerca de la Paternidad, por ejemplo. ¿Y qué son los Profundos? ¿Qué es un crimen— vital? ¿Qué aprenden los Oidores?

—Bueno, es muy complicado. Tendría que formarla, y no hay mucho tiempo —Tivonel mira nerviosamente a su alrededor.

Dann ve que las energías se espesan alrededor de

Lomax y el compañero, elevándose y proyectándose, trepando hacia el cénit lenta y trabajosamente.

—Por favor, Tivonel. De tu mundo al mío. Tienes que hacerlo.

—Bien, supongo que tardarán bastante en enfocarlo y equilibrarlo. Y están cansados. Pero sería terrible que nos sorprendieran en la mitad.

—Por favor. Mira, me quedaré tan quieto como Ron. Observa.

Se esfuerza por anular toda percepción, concentrándose en la opaca sensación del aire que le atraviesa los órganos internos. Es difícil. De repente una risa lo distrae.

—Perdona, Tanel. Está muy bien, pero nó tienes que forzarte tanto, estás en lo que ñamamos receptividad-total. No importa. Pero trata de no saltar cuando me sientas.

"Concéntrate, no pienses en nada... Pero la idea de volver a la Tierra es espantosa. ¿Será verdad? Ni lo pienses, todo ha sido un sueño.

Dann se empeña tanto que apenas nota el empuje-mental, reacciona tardíamente.

—¡Tanel! Eres terrible —ella flota cerca de él, riendo.

—¿He cometiílo otra tontería?

—No, no has llegado a tocarme. Creo que estás aprendiendo, ¿Lo has captado? No sé dónde la inserté; estabas esponjoso como el plenya. Piensa, ¿qué es crimen-vital?

—Crimen-vital... —de pronto las palabras le despiertan un vago repudio. Claro, usurpar el cuerpo de otro—. Sí —dice—. Pero no atino a comprenderlo del todo... Está muy lejos de nuestras posibilidades.

—Mejor así —dice ella, repentinamente seria—. Mira allá abajo, ahí sube el Padre Scomber. Y Heagran, detrás. ¿Has recibido lo que te he dado sobre ellos?

El mira y se maravilla: les conoce. La silueta vasta y enérgica es el Padre Scomber, que encabeza el movimiento para escapar mediante el crimen-vital. Y esa silueta aún más grande que viene detrás, velada y rugosa por el paso del tiempo, es el Padre Heagran, la Conciencia de Tyree. ¡Increíble! La lucidez y la comprensión se abren en él como un sueño vuelto realidad: las maravillas de Ciudad Profunda, la orgullosa civilización del aire; alegrías, obligaciones, hazañas innumerables, la vida salvaje de la Jungla... ¡Un mundo, Tyree, está viviendo en su mente!

A través de sus cavilaciones nota que varias figuras más ascienden hacia él, aparentemente con dificultad. Y poseen una forma extraña.

—Esos dos..., espera, Padres... ¿Qué les pasa en los...los campos? —pregunta Dann.

—Oh, vientos. ¿No te he dado eso? ¿Ves los campos dobles? Son Padres con niños. Los llevan...hm, en las bolsas. Es una descortesía usar esa palabra —ríe—. Tú tienes una, Tanel.

La voz de Tivonel ha adoptado los tonos lavanda que indican reverencia.

—Asombroso —sí, ahora puede ver los pequeños nú— cleos-vitales anidados bajo los grandes mantos. ¿Paternidad?

—Aquí viene Avan con su amiga Palarin, para oírte. Y allí va la anciana Janskelen, que no ha olvidado cómo cabalgar en el viento. Algunos Profundos son un desastre. Tu mundo les asustaría tanto como a mí. Pero no te preocupes. No irán. Oh..., ¿percibes la señal? ¡El Haz está enfocado! ¡Me despido otra vez, Tanel.,.!

Un temblor ha sacudido el mundo.

—¿Debo irme, Tivonel?

—Sí, pero te recordaré, Tanel. Adiós. Buenos vientos.

—Buenos vientos —apenas puede hablar; este mundo maravilloso y condenado, el brillo del espíritu de Tivonel... Ha vivido fugazmente en un sueño más real que toda la sordidez de su vida—. Te recordaré siempre, Tivonel. Espero, espero-No puede decirlo, pero ruega que ella no muera incinerada bajo ese sol implacable. El espantoso zumbido se eleva, y él cree oír, o ver, grises gemidos de agonía en la vegetación. Es muy probable que estos cuerpos maravillosos ya hayan recibido una dosis letal de radiaciones. Ni lo pienses. Siente un contacto cálido y afectuoso en la mente y ve que ella, con dulzura, le ha tendido un zarcillo-depensamiento. Justo a tiempo se acuerda de dominarse.

Otra señal los estremece a todos.

—¡Ya está! Oh, espera un minuto... ¡Mira a Lomax!

El Oidor Jefe y Bdello son siluetas de fuego estático, los campos se estiran hacia el gran arco de lo alto. El manto de Lomax parece centellear de cólera. Dann tiene la impresión de que está maldiciendo.

—Problemas. Oh, el Destructor. Bien, no es la primera vez. Espera.

El Destructor... Una imagen de mortandad inmensa y oscura. Aunque para él no es nueva... Una chispa titilante vuelve a morir, y Dann se estremece. Olvídalo.

—Ya está solucionado. Adiós.

—Adiós —un pensamiento lo asalta en medio de su concentración—, Mi amigo Ron, ¿volverá también?

—No habrá dificultades —responde ella en silencio—. Espero...

Dann aguarda intrigado. Hay algo que no entiende del

todo, pero no puede hacer nada... Las energías palpitantes se condensan a su alrededor, siente el tirón. En cualquier momento seguirá ese golpe que será Giadoc regresando a su cuerpo y expulsándole. Y él será arrojado a la oscuridad y despertará en su propio cuerpo humano, el doctor Daniel Dann, el hombre gris, despojado, dolorido. Una nueva muerte...

Distraídamente se pregunta qué habrá hecho Giadoc como Dann. ¿Volverá a algún futuro increíblemente distante? ¿O despertará bajo vigilancia en el alborotado hospital de Deerfield? No importa. Espera.

La tensión se eleva, rebosa intolerablemente. Dann oye a su lado un suave murmullo mental: Giadoc. Reflexiona sobre el amor, el amor joven. El mismo ha vuelto a ser joven brevemente, en el magnífico cuerpo de esta criatura. Exultante, inhala por última vez los grandes vientos, gozando de su vigor, con el resultado de que se ladea abruptamente. Compórtate, viejo Dann... El recuerdo de su involuntario episodio sexual le produce una deliciosa emoción. Qué extravagante, pero qué atinado. El 'huevo', dijo ella. Estas criaturas deben ser ovíparas. Y los machos crían a los pequeños. Ahora que lo piensa, puede sentir un órgano macizo en la parte inferior. ¡Mi bolsa! ¡Mira un poco...! Y aquí hay una especie de conflicto político. Su nueva memoria le aclara acerca del entusiasmo de Avan...

Pero los minutos transcurren, y nada ha cambiado. ¿Qué están esperando?

Escudriña alrededor. Ahora está hablando Bdello, el susurro-lumínico del manto debilitado por el esfuerzo.

—¡Alguien está vivo! —exclama Tivonel—. Oh, es Terenc. Pero eso significa que Giadoc vive, que está bien... ¡Vive!

Los Padres más viejos se concentran alrededor de los Oidores. Dann recibe una confusa impresión de conflicto, de órdenes y contraórdenes verbales y telepáticas.

—Oh, no —dice enfurecida Tivonel—. ¡Terenc se niega a volver! ¡Qué horrible!

Pero eso significa que Ron... Dann mira alrededor y ubica a la silueta durmiente. Si Terenc no regresa, el pobre Ron está condenado a morir aquí, en ese cuerpo. Por un momento la escena le resulta infernal y el horror alienae le estremece. Pero el pensamiento lo rescata: esto está más lejos que la China. Quizá el pobre Rick quede libre al fin.

—Tendría que quedarme, ayudar a Ron...

—No puedes, Tanel.

Es cierto... Nota que otra hembra está cuidando a Ron. Tiene las aletas rotas y llagadas.

—¿Quién es?

—Mi amiga Iznagel. Le pedí que lo cuidara después que se fue Avanil.

Dann no se ha dado cuenta del cambio; sin duda, está pasando por alto muchas cosas.

—Trata de ayudarle cuando yo me vaya.

—Lo haré. Le llevaremos más abajo, donde se está más seguro.

¿Pero durante cuánto tiempo? Entretanto, la tensa reverberación se vuelve dolorosa; el mundo parece exhausto. Dann desea que todo termine de una vez.

La discusión alrededor de los Oidores se ha intensificado. Por encima de los gritos agitados vuelan las descargas purpúreas de los Padres más viejos. Hasta Avan y otras hembras están allí.

—¡Han encontrado a Giadoc! —exclama Tivonel—. Oh, volverá. Viene de regreso. ¡Viene de regreso! Sabía que lo haría...

Dann se prepara.

Pero en ese momento los que discuten alrededor de Lomax se apartan ligeramente y hay un grito carmesí de Scomber.

—¡Mejor un criminal vivo que un niño muerto...! Heagran, aquí estamos condenados.

—¡No! ¡Disuelve el Haz, Lomax! —replica Heagran, y varios Padres le secundan repitiendo la orden.

—¡No! ¡Nuestros hijos deben vivir!

La algarabía de pronto es silenciada por un chillido desgarrador. Una bola de fuego chirriante rasga el cielo y estalla al estrellarse contra un sector alto del gran muro de viento. El sonido es insoportable, las ráfagas los abofetean. Dann siente un calor huracanado en las aletas. A través de la confusión ve la gran silueta de Scomber desplegándose encima de Lomax.

—¡TYREE ESTA CONDENADO! —dice con voz tenante—. ¡PADRES! ¡SALVAD A VUESTROS HIJOS! ¡VENID, MI VIDA SERA VUESTRO PUENTE!

Su campo-energético resplandece incesantemente, uniéndose al de Lomax y trepando hacia el arco del Haz.

—¡NO!-el rugido mental de Heagran los arrasa—.¡BASTA, CRIMINALES!

El gran campo de Heagran se lanza contra el de Scomber. Pero entre ambos irrumpen otras fuerzas, procedentes de los Ancianos y los Padres de alrededor. Las lenguas de energía chisporrotean, se retuercen, siegan el viento.

Dann está presenciando una lucha-flamígea astral, el

literal enfrentamiento de una voluntad contra otra. El intenso relampagueo parece absorberle o aplastarle la fuerza— vital, y luego se va extinguiendo.

Dann comprueba consternado que Heagran y los suyos han sido vencidos; sus campos se apagan, dejando intacto el resplandor triunfal de Scomber. Cuando recobra la lucidez, Dann entiende que está viendo nada menos que el comienzo de una invasión a la Tierra. Los vencedores, desesperados, se proponen robar cuerpos humanos y enviar mentes humanas a morir en Tyree.

¿Qué puede hacer?

Sólo puede observar, pasmado, temblando ante la prédica triunfal de Scomber.

—¡VENID, PADRES! ¡SALVAD A VUESTROS HIJOS! ¡USAD MI VIDA!

Y los Padres vienen; una multitud de ellos acude a las alturas, forcejea contra los grandes vientos, y cada vez se les unen más. Los dos Padres jóvenes cerca de Scomber ya han lanzado los campos-vitales sobre el del líder, llevando los nodulos que son las vidas de sus hijos, abandonando sus cuerpos.

—¡NO, COLTO, TIAVAN, VOLVED! —las órdenes mentales de Heagran sacuden incluso al aturdido Dann. A su lado Tivonel solloza sin palabras.

Pero Dann está fascinado. Es el espectáculo más insólito que ha visto jamás. Esas dos mentes-vitales luchando por subir al foco del Haz... Ahora las ve como padres desesperados tratando de huir con sus preciosas cargas de un mundo en llamas. ¡Escapad, escapad! Seducido por esa orden profunda simpatiza con ese esfuerzo mortal, se regocija cuando ganan altura y desaparecen. Los otros Padres ahora están más cerca, y suben con los niños hacia el puente milagroso de la vida de Scomber.

Pero entretanto una silueta pequeña se acerca a Scomber.

—¡Hermanas! —grita—. ¡A un mundo mejor!

Es la hembra, Avan. Un instante después, su pequeña vida y otra más suben precipitadamente por el puente-energético de Scomber.

—¡No! ¡Volved! —grita una voz femenina más profunda, y luego otro nodulo de energía las sigue.

—¡Janskelen! —grita asombrada Tivonel, y luego lloriquea—: Oh, Tiavan, ¿cómo has podido hacer algo así? ¡Vuelve, Giadoc, vuelve!

Las palabras se pierden en el viento arremolinado al terminar de pasar el primer grupo de Padres, que agota las últimas energías para llegar hasta Scomber y la promesa de fuga. De los cuerpos oscuros que flotan alrededor de Scomber brotan agudos chillidos verdes que se suman al estruendo. Confusamente, Dann advierte que esto debería significar algo para él.

Pero en ese instante un fragoroso relampagueo desgarra el techo del mundo y un huracán de energías llueve sobre todos ellos. Aturdido, Dann brinca entre sobresaltos-vitales azarosos, ensordecido por un millar de gritos.

—¡EL DESTRUCTOR! ¡EL DESTRUCTOR HA QUEBRADO EL HAZ!

Poco a poco se le aclaran los sentidos. Se tambalea lentamente junto al gran Muro, mientras en lo alto el gran poder inmaterial que era el Haz es desmigajado y disuelto.

Donde Scomber ardía bajo su poderoso puente-mental sólo flotan cuerpos oscuros. Es indudable que ha ocurrido una catástrofe. La multitud de Padres se arremolina aterrada, incapaz de conservar el equilibrio en el aire turbulento.

—¡El Haz se ha disuelto...! Giadoc... ¡Hay que encontrarlo!

Tivonel sube rumbo a Lomax. Dann la sigue lleno de empeño. Si el Haz, la conexión con la Tierra, ha desaparecido, ¿está condenado a morir aquí por la radiactividad? En realidad no le importa; al parecer, ya ha muerto varias veces... Otra más, no le hará daño. Quizá pueda ayudar a Ron.

Advierte que su única emoción real mientras trepa por los vientos de Tyree es la irritación contra Giadoc, ese personaje desconocido. Si él y Tivonel habrán de morir juntos, bien haría ella en olvidar a Giadoc y acordarse de él. La idea es tan absurda que Dann ríe para sus adentros. Es extraordinario lo que uno hace en medio del apocalipsis. También es extraordinario pensar que Giadoc está en alguna parte de la Tierra, paseándose con el viejo cuerpo de Daniel Dann. Que lo disfrute, piensa Dann mientras saborea esta juventud y este vigor alados. Lástima que no durará. Pero ha valido la pena conocerlo... Los chirridos verdes le acosan desde abajo y procura olvidarlos.

Cuando llegan a Lomax lo encuentran pálido y agotado pero firme. Su ayudante, Bdello, aún se está recobrando, el campo-vital en desorden. Dann piensa en una médium exhausta, o tal vez en un inventor arrastrándose fuera de las ruinas de su última creación.

Al lado de ellos revolotea la figura enorme del Padre Heagran. Tivonel se detiene respetuosamente.

—Lomax, he cambiado de parecer —dice Heagran—. No podemos dejar morir a los niños. Yo no puedo. Pero tampoco cometeré crimen-vital contra seres inteligentes. Por lo tanto os pido a ti y a tus Oidores que busquéis un mundo con sólo formas-vitales simples. Sólo animales, ¿compren^ des? Si lo encuentras, trasladaremos allí a los niños. No será la vida como la conocemos —dice con honda tristeza—. Será degradante. Pero en los siglos venideros, quizá parte de Tyree vuelva a renacer.

Los colores trágicos de su voz son imitados por los mantos de los demás Ancianos.

—Pero Heagran —protesta Lomax—, mis hombres están exhaustos, aturdidos. Algunos ya se han quemado en los puestos más altos. No podemos elevar un Haz. Y el maldito Destructor nos bloquea la mitad del cielo.

—Tienes que intentarlo.

—Muy bien. Los que estamos en condiciones sondearemos individualmente, como lo hacíamos antes.

—¡Jefe Lomax! —exclama Tivonel—. Tienes que rescatar a Giadoc, por favor. Tú sabes que él está intentando regresar...

Los otros se oscurecen reprobatoriamente, pero Lomax responde con dulzura:

—Giadoc está fuera de nuestro alcance en ese mundo, pequeña Tivonel. El Destructor se interpone. Si estaba en el Haz, ya se ha perdido.

—¡El trata de regresar, lo sé!

—Entonces es posible que capte nuestros sondeos —el Oidor Jefe se aleja resueltamente.

—Encontrará un modo —murmura Tivonel, exasperada.

Vendré a ti a la luz de la luna, aunque el Infierno obstruya el camino, cita Dann para sí mismo. ¿O está pensando en el poema acerca de la muchacha que espera a su amante infiel en el Infierno? No tiene importancia... Y de pronto, comprende el significado de esos terribles alaridos.

—¡Tivonel! ¿Han venido más de los míos a esos cuerpos, como nos sucedió a Ron y a mí? Tengo que ir junto a ellos. Tengo que ayudarlos, si puedo.

—Los Padres los están cuidando, Tanel. ¡Vientos! No creerás que pensaban dejarlos gritar así...

Dann mira-escucha; en efecto, el verde agónico se ha reducido a destellos intermitentes que provienen del grupo de abajo, del lugar donde estaba Scomber. Sólo el cuerpo que contiene a Ron está cerca, y el manto murmura una luz somnolienta. Iznagel sigue custodiándole fielmente.

—De todos modos, debería bajar con ellos, Tivonel.

—De acuerdo. Iznagel, mejor que también traigas a ése. Ven, te ayudaré.

Ella e Iznagel empiezan a arrastrar viento abajo el enorme cuerpo de Ron. Mientras descienden, Dann oye que Iz— nagel comenta algo de 'chiflados' y 'animales', al parecer, refiriéndose a los recién llegados. Y también que Tivonel le chista, explicándole que Dann es uno de los 'chiflados'. —Oh, Tanel. Te presento a Iznagel, de lo Alto. Dann acepta la presentación con aire ausente; ha distinguido tres o cuatro grupos alrededor de los cuerpos que aún lanzan aullidos estridentes. ¿Quiénes serán estos desplazados? ¿Gente de Deerfield? Dios, ¿y si estuviera el mayor Fearing? ¿O el Haz es geográficamente azaroso? Podrían ser integrantes del senado francés, o un grupo de mongoles...

Las figuras están envueltas en vida-vegetal, pero Dann ve con claridad a un macho que revolotea sobre cada una de ellas, cubriendo con sus energías a los recién llegados. Restallan gritos verdes, destellos-mentales escapan, son apresados, remodelados. Dann piensa en bomberos combatiendo focos pequeños y persistentes. Sólo el gran cuerpo de Scomber parece totalmente oscuro y vacío. Debe estar realmente muerto.

—No podemos acercarnos más hasta que los hayan lavado —la noción de electroshock cruza la mente de Dann.

—¿Cómo, lavado... ¿Les están haciendo daño? ¿Se repondrán?

—Claro que sí. Lavado significa lavado, es lo que te hizo Ustan; resolver todas las emociones perniciosas, reen— cauzar la energía. Mi Padre me lo hacía a menudo cuando era niña y me daban rabietas. ¿No sabes absolutamente nada, verdad?

—Parece que no.

Dann observa al grupo más próximo, maravillado. ¿De veras está presenciando la reconstrucción directa de una mente humana, la remodelación de una psique? Una técnica terapéutica increíble... Pero, ¿quiénes son estas mentes humanas?

El Padre Heagran se ha unido al grupo; parece que aún hay algún problema, a juzgar por los gritos descontrolados.

—¡Oh! —exclama Iznagel—. ¡Están separando a los niños de los Padres! ¡Los sacan de las... ¡Oh, qué espanto! No puedo mirar.

—Tienen que hacerlo —dice Tivonel—. ¿No entiendes? Probablemente no son niños, quizá sean mentes de adultos. Y los Padres no son sus Padres. Tienen que separarlos.

Pero Iznagel simplemente emite un murmullo azul, declarando que es una indecencia, y se retrae reprobatoriamente. Dann tiene la impresión de que ella mira de reojo, como una matrona ante una película pornográfica.

—¿Estarán bien? Como niños, quiero decir. WÉ —Oh, sí. Esos pequeños son muy fuertes.

—Tendría que acercarme. Yo soy... —trata de decir médico, pero le sale Curador-de-Cuerpos.

—Espera a que terminen con los cuidados-Paternos, Tanel. Escucha, ya que eres Curador, ¿no te parece que el peligro aumenta aquí arriba? Siento que el aire arde más, y es como si hubiera comido algo muerto. ¿Ño tendrían que descender?

—Sí —de nada sirve aclarar que en su opinión es demasiado tarde; estos cuerpos deben haber recibido ya una dosis letal, a menos que sean de naturaleza muy diferente—. Sí, deberíais bajar de inmediato.

—Yo no, ellos. Yo me quedaré con Lomax. Verás que Giadoc regresa.

—Entonces debo quedarme contigo. Tengo el cuerpo de él, y...

—Bueno...sí —un pensamiento cálido acaricia a Dann; él se siente mejor.

Aparentemente la actividad alrededor de los cuerpos más próximos ha concluido. Todos los Padres se alejan, menos uno.

—Me acercaré.

—Creo que ahora no hay inconveniente. Buenos vientos Iznagel...

Los cuerpos son pequeños; dos hembras, calcula Dann. ¿Qué mentes se ocultan allí? Los custodia un macho corpulento, al parecer un anciano, las aletas plegadas, la enorme aura-vital entrecruzada de diseños complejos, pero pálida.

—Salud, Padre Ornar. Este es Tanel, una de las criaturas transferidas. Es Curador.

El anciano emite una respuesta formal, luego dice abruptamente:

—¡Pensar que mi Janskelen ha cometido crimen-vital! Es intolerable. ¡Después de todos nuestros años!

—Estoy segura de que no era su propósito, Padre. Trataba de detener a las demás. El Haz te arrastra.

—Sea como fuere, las siguió.

Examinan los cuerpos. Dann nota que las auras-vitales parecen tranquilas y relajadas. ¿Es posible que esté viendo mentes humanas?

—Esa es Janskelen —dice Tivonel agitando una aleta—. Y esa es Palarin, la amiga de Avan. Espero que les guste tu mundo.

Una de las 'mentes' se mueve.

Con toda la firmeza de que es capaz, Dann se concentra y le dice:

—No temas. Soy Curador. He venido aquí como tú. ¿Puedo ayudarte?

Para su sorpresa, el campo del otro se condensa abruptamente, el manto centellea.

—Ra... Ron... ¿Ron? ¿Ron?

El tono-lumínico es somnoliento pero inequívoco.

—Rick... ¿Eres tú? Soy el doctor Dann, no tengas miedo.

El campo oscila bruscamente hacia él, y Dann se acuerda a tiempo de desviar la atención. ¡Otro vórtice-de-pánico, no! ¡Por favor...

—Ronnie, ¿está bien? —pregunta la voz frágil.

—Ron está bien, Rick. Soy el doctor Dann. Ron está aquí cerca, despertará pronto.

—Lo sé —las palabras recobran un color; cálido, el campo-vital se reorganiza. Casi como un pequeño Tyrenni, piensa Dann. La voz es tan absurdamente parecida a la de Rick. ¿Pasaron unas horas o una eternidad desde que la oyó desvariar acerca de esa máquina del tiempo de los japoneses? Las perplejidades lo abruman.

—Mejor te explico lo que ha ocurrido, si puedo —le dice.

—Sé lo que ha ocurrido —dice remotamente la voz—. Estamos en otro mundo. Hemos sido secuestrados por monstruos telepáticos de otro planeta.

Dann queda tan sorprendido que apenas puede balbucear:

—En realidad, tienes...jazón. Pero no te preocupes. Son amigables, de veras.

—Eso también lo sé —dice la voz de Richard Waxman, una figura horrenda y flotante en los vientos lejanos de Tyree; luego el aura-mental se aplaca, el cuerpo se oscurece.

—¿Qué pasa?

—Simplemente se ha dormido —responde Tivonel—. Así pasa después de que te lavan a fondo. Pero mira aquí, Tanel. A Janskelen le pasa algo de veras.

—¿Qué quieres decir?

El cuerpo de la anciana parece flotar dócilmente, acomodándose sin dificultad en el aire turbulento. Dann tarda un instante en recordar que debería mirarle la parte importante; el 'campo*. Cuando lo mira ve que la nubosidad que rodea el cuerpo parece indudablemente más pequeña y menos estructurada.

—¿Tenéis plenyas en vuestro mundo? —pregunta Tivonel.

—¿Qué es un plenya?

En vez de contestar, Tivonel extiende el campo-mental y roza a la durmiente. Retrocede.

—¡Oh, no! En nombre del Viento, es espantoso.

—¿Qué? ¿Qué es espantoso?

—Es la mente de un animal, Tanel. La pobre Janskelen ha caído en un animal sin inteligencia. Oh, es terrible.

Dann reflexiona. En el fondo de la mente oye el golpeteo de la cola de una perra labrador. Dios santo. Parece que el Haz estaba enfocado directamente en el grupo. Y Dios sabe quién más habrá llegado de Deerfield. ¿Tal vez el mayor Fearing?

—¿Te das cuenta, Tanel? —pregunta Tivonel—. Esto es lo que nos sucederá si todos hacemos lo que dice Heagran. Seremos animales. Nada más que bestias. No quiero vivir así, perdiéndolo todo. Me quedaré aquí y moriré como lo que soy. Sé que éste será el deseo de Giadoc. Moriremos juntos aquí.

A lo lejos, otro chirrido flamígero rasga los cielos. Más suave esta vez. Bien, ya estamos empezando —piensa Dann, y cuando se extingue el fragor, dice en voz baja:

—Si la situación empeora, Tivonel, creo que tendrás que morir aquí, pero conmigo.

Capitulo 15

¡Es tan fácil esta vez!

Ese filamento de esencia que es Giadoc acaba de sentir la distensión que le anuncia que Terenc ha dejado el Haz para irrumpir en la mente de una criatura; ahora le toca a él.

La vida está cerca de él; tantea, dispuesto a empujar. Pero no es necesario... Siente que lo llaman, que casi lo arrastran dentro de una matriz extrañamente ávida de él. Aquí no hay temor. La corporización es tan fácil que se le ocurre saludar a la criatura extraña. Cuando la mente desplazada se desliza en el Haz, parece dejarle un mensaje: Peligro, cuídate.

¡Extraordinario! Seres superiores, piensa mientras se acomoda en la sensibilidad de la criatura. Demostrar preocupación Paterna en medio de lo que debe ser una experiencia aterradora. No se cometerá ningún crimen-vital, decide Giadoc. Si sobrevive al experimento quebrará el Haz antes de enviar a esta gente a morir en Tyree.

Recordando la advertencia del desconocido decide no moverse y deja el cuerpo tendido en un silencio oscuro, tal como lo encontró, mientras se acostumbra al aire muerto y las extrañas sensaciones somáticas. Los pensamientos centellean a su alrededor, reavivados por la energía del Haz. Los examina, buscando a Terenc. Siete mentes en su vecindad inmediata, pero Terenc no está. Todas son desorganizadas y parece que fueran totalmente inconscientes; puede leerlas como si estuviera entre animales. Descubre que ha regresado al mismo lugar de antes. ¿Qué los excita tanto?

El campo-mental más cercano le examina el cuerpo físico. El dueño del campo le está tocando los brazos y las piernas. Piensa en sí mismo como Doctoraris, un Curador— de-Cuerpos. Y los demás también parece que son Curadores. Están atendiendo a una persona o animal muerto. ¡Qué extraño tener tantos Curadores! Debe ser a causa de la vida arriesgada que llevan en la materia sólida, en el fonao aei viento.

Detrás de los Curadores hay un campo pequeño, excitado, simple... ¿Un niño o una hembra? No, se conoce a sí mismo como 'Kirk', un macho adulto. ¡Vergonzoso!

Al lado de Kirk está el fenómeno-energético que recuerda de su última visita: un complejo inidentificable de semiconciencia fría concentrada en una cápsula, con zarcillos que se extienden a más distancia de la que él puede percibir. ¿Una especie de planta inteligente? Sondea la mente de Kirk y la encuentra identificada como 'consola' o 'computadora'. Parece ser una criatura sin vida. ¡Fascinante!

Todo esto ha llevado a Giadoc apenas un instante. De golpe rechaza una violenta sonda-de-temor y recuerda que aquí puede haber peligro. ¿Quién ha tratado de sondearle? Ah... Ha venido de la mente con la que se comunicó antes, el ser de diversos nombres: 'Sproul', 'Barr', 'Fearing', al que había saludado. Ahora permanece aparte en un estado de alta energía, violentamente retraído pero llamándole la atención con una andanada de centelleos hostiles, casi todos dirigidos contra él. Este debe ser el peligro que le mencionó la criatura amigable.

Esta criatura parece mórbidamente preocupada por ideas de ocultamiento y dominio; Giadoc piensa que sería una imprudencia tratar de interactuar con ella antes que se calme. Pero del repelente caos de sus pensamientos descifra un hecho útil: el cuerpo donde está se llama 'Doctordan'.

La mente de Doctoraris, mientras tanto, se afana clamorosamente en que él dé señales de vida corporal. Giadoc escruta alrededor por última vez, pero Terenc no está cerca. Muy bien. Deliberadamente abre los ojos de Doctordan.

La extraordinaria luz silenciosa de este mundo lo abruma, y por un momento lo desorienta la variedad de perfiles cercanos y rígidos, de movimientos diferenciados. Le cuesta identificar estas formas brutales y toscas con los campos— mentales que percibe. Distingue las formas de dos Curadores que se llevan un objeto sin vida; sin duda el cuerpo muerto que tanto les preocupaba. A Giadoc no deja de asombrarlo que todo tienda hacia abajo en este lugar sin viento. Hasta la energía del Haz parece amortiguada.

Ahora Doctoraris proyecta impaciencia, y además la alarmante intención de hacerlo trasladar a otro sitio para realizar tareas dudosas en su cuerpo. Por cierto que Giadoc debe impedirlo; no sería justo que la criatura amigable se encontrara en una situación incómoda al volver. Doctoraris abre y cierra la boca extrañamente. Giadoc repara en ello y

recuerda el lenguaje por expulsión de aire de este mundo. Se ha olvidado de activar los 'oídos'.

Cuando los abre, percibe la emisión irradiada por el mayor Fearing:

—Kirk, anuncie a los otros que la Omali está bajo tratamiento por problemas cardíacos. Un problema menor. ¿Ha entendido usted, Harris?

Las palabras no significan nada para Giadoc, salvo que exigen temor-deferencia de los demás. Asombroso. Pero ahora tiene que hacer algo para impedir que también se lleven su cuerpo, su pasividad se está tomando como un signo de gravedad.

Infunde energía al cuerpo de Doctordan, tratando de erguirlo como los otros. Es difícil en un lugar sin viento. Debe mantener rígidos estos extraños músculos.

—Calma, Dann. Espere... —protesta audiblemente Doctoraris, aunque curiosamente no cambia de color—. ¿Se encuentra bien?

Giadoc deja que el otro lo conduzca a una silla. —Estoy bien —pronuncia, sondeando la mente de Doctoraris en busca de una explicación plausible de su desvanecimiento, al tiempo que desvía y lava la preocupación del otro. Todo es tan extraño... Pero finalmente se topa con un engrama relacionado con un órgano de la parte superior del cuerpo.

—Un problema cardíaco menor —dice, repitiendo las palabras de Fearing.

Mientras tanto se ha estado tanteando involuntariamente con uno de los miembros superiores, los recovecos de la materia-vegetal que encubre este cuerpo. Descubre un objeto pequeño y tiene una imagen-corporal vivida y repentina que lo incita a metérselo en la boca. Y se lo mete,

—Olvidó tomar el remedio, ¿eh Dann? —los pensamientos de Doctoraris se resuelven y distienden; el viraje-mental resultó—. Smith, traiga un vaso de agua.

—¿Quiere una gaseosa, doctor? —pregunta el otro Curador. —Bueno...

Giadoc logra sobrellevar el embarazoso ritual de la ingestión pública. Fearing aún lo observa centelleando a distancia, como el corlu salvaje emboscado.

—De todos modos creo que tendríamos que internarle, Dann.

—No, no hace falta —protesta Giadoc—. Ahora estoy bien —y para sorpresa de Giadoc, Fearing le respalda.

—Creo que podemos confiar en la palabra del doctor Dann, Hairis. De hecho yo preferiría que permaneciera

aquí. Kirk, tráigale algo de almorzar y quédese con él. Harris, ya que Dann dice que está bien, creo que podemos marcharnos.

—Muy bien.

Giadoc ha notado que un campo pequeño pero lleno de energías se acerca desde fuera del 'cuarto'. Cuando ios otros se disponen a partir, el recién llegado entra diciendo:

—Dios santo, mayor... ¿Qué sucede aquí? ¿Dónde está Margaret? ¿Qué le ocurre, Dann? Los sujetos estaban sumamente inquietos, los mandé a almorzar.

Giadoc ignora el resto de la conversación mientras indaga esta nueva mente. Es otro macho de campo pequeño... ¿No hay Padres aquí? Este está a cargo del experimento en señales-vitales: 'Proyecto Polímero'. Se llama Noah y algo más, y para asombro de Giadoc tiene zonas de la mente considerablemente ordenadas.

Bien; Giadoc acaba de comprender que puede quedarse aquí por un tiempo. El Haz aún no se ha disuelto en el tiempo de este mundo. Quizá las escalas temporales difieren y entonces tendrá que comportarse apropiadamente para dejar el cuerpo en buenas condiciones al verdadero Doctor— dan, y evidentemente Noah es la mente más indicada para guiarle.

—¿Cómo está, Dann? — pregunta Noah, con más afecto del que Giadoc ha percibido en este mundo.

—Estoy bien, Noah. Olvidé mi medicación, es todo.

—Oh, ¡bueno, caramba! Cuídese. Iré al hospital a ver qué ocurre con Margaret. La próxima prueba es a las tres en punto, ya sabe.

Giadoc se resigna a verle irse con los demás. Lástima... Pero puede aprovechar la soledad para entrenarse en el uso de este cuerpo.

Se levanta torpemente y en ese momento siente que el poder del Haz se disuelve y cesa. En el lejano Tyree los Oidores han roto el lazo. ¿Su vida continuará?

De pie, observa el recinto sin viento, luchando contra recuerdos tenaces. El peligro de Tyree, Tivonel, el malvado propósito de Tiavan. No... Ahora no es tiempo para eso. ¿Qué le está pasando? Con firmeza, impone orden a su mente. Los minutos pasan. Vive.

Lo único que siente es una leve y desagradable disminución de la vitalidad. Como había sospechado, es posible vivir aquí sin el Haz.

Muy bien. Ahora su misión consiste en desempeñar el papel de Doctordan hasta que el Haz regrese y pueda volver a su mundo. Camina de un lado al otro, logrando un contacto más nítido y firme con las habilidades autónomas dd

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u cuerpo, empleando los miembros superiores para examinarse a sí mismo y lo que lo cubre, tocando objetos. ¡Estos manipuladores son tan grandes y fuertes y desnudos! Es como volver a la niñez, antes que le creciera el manto. Obviamente estos seres continúan manipulando materia a lo largo de sus vidas adultas.

Impulsivamente aprieta la consola de esa críptica semi conciencia. Ninguna reacción. Luego se acerca a las aberturas-acceso de este lugar y se queda observando el extraordinario mundo del Abismo. La abundancia de objetos inmóviles, el duro fondo-del-viento con su callada coloración de temor y vergüenza, los repulsivos planos horizontales y verticales por doquier, la luz muda e inmutable. Inquietante, profundamente diferente de su bendito mundo turbulento. ¡Pero qué espléndido pasar tanto tiempo en este planeta extraño! Si esta es su última aventura, al menos vale la pena.

Experimentalmente, empuja la tapa-acceso y sale. Lo saluda un débil destello de hostilidad. ¿Quién?

Ah, distingue una especie de flotador a cierta distancia. Adentro hay un campo-mental. A esta distancia Giadoc sólo puede detectar un vago rencor relacionado con los alimentos y el propósito tenaz de impedir que el cuerpo de Doctordan siga adelante. Entra de nuevo.

Es increíble la hostilidad que parece circundar al buen Doctordan. ¡Qué mundo inhóspito! Bien, no es problema de él.

Llega otra cápsula, ruidosamente. De ella desciende esa criatura 'Kirk', seguida por lo que indudablemente es un animal. Trae objetos que se propone comer...con Giadoc. ¡Oh, vientos! Bien, así sea.

—¿Ya se encuentra bien, doctor?

Aquí no hay nada de afecto, todo lo contrario. Pero el animal está proyectando contacto-bienvenida. Giadoc le tiende la mano y se detiene de golpe cuando el campo— mental de Kirk irradia un relampagueo de celos. ¡Qué mundo salvaje! Sigue a Kirk al rincón y lo observa desenvolver los alimentos mientras indaga qué conducta espera de Doctordan. Ah, se sienta.

Afortunadamente, parece innecesario hablar.Siguiéndo escrupulosamente las imágenes-mentales de Kirk, e imitando al mismo tiempo sus actos, Giadoc logra manipular lo que al parecer se denomina 'emparedado de pollo' y 'vaso de leche'. Los reflejos automáticos del cuerpo actúan. Y Giadoc está complacido; es como el juego infantü de seguir las imágenes-mentales del Padre para tejer esteras. Pero ahora debe escrutar más profundamente la mente de Kirk para averiguar cómo debe comportarse Doctordan. Cuesta creer que esos seres sean tan inconscientes. Cuando los zarcillos-de-pensamiento de Giadoc penetran en la otra mente, rozan un nudo emocional tan repulsivo que se le cae el 'emparedado*.

—¿Qué ha pasado, doctor?

—Eh..., debilidad —tartamudea Giadoc. Caramba, esta criatura que tiene delante es culpable de un daño físico, piensa que quizá causó la muerte de una hembra. Sí, esa criatura muerta que había entrevisto. Y eso le excita. ¡Salvajes, sin duda alguna!

—Fue terrible lo de Margaret —dice Kirk, y el pensamiento difiere notoriamente de sus palabras— Supongo que no tomé en serio los consejos de usted.

—Sí —recogiendo el emparedado, Giadoc desvía un destello de malicia repulsiva dirigido a Doctordan y se concentra en el pobre campo-de-memoria racional de Kirk. Tro— yecto Polímero', ah..., aquí está. Encuentra una estructura piramidal con Kirk mismo en la cúspide, al lado de una pequeña figura de Noah. Seis sujetos. Las pruebas: una mente a distancia intentará trasmitir nuevamente, etcétera. Todo muy simple y pueril. Pero..., ¡el Viento nos proteja...! La memoria de Kirk de lo que él debe hacer como Doctordan es desconcertante: disponer una compleja materia sobre los sujetos experimentales, 'electrodos' y 'fajas de presión' y 'biomonitores'. La memoria es muy vaga. Esta mente no le servirá de guía. ¡Y el próximo experimento es muy pronto!

Si el Haz no regresa a tiempo, ¿qué hará?

Bien, desde luego puede fingirse enfermo como antes. Pero quiere atenerse a las reglas del juego; llegará lo más lejos posible en su última aventura. Una idea le asalta al observar cómo Kirk sirve el resto de su alimento a la 'perra'. Quizá pueda arreglárselas sondeando simultáneamente a los sujetos y al viejo Noah. ¡Sería toda una hazaña!

En ese momento suceden dos cosas. Un flotador se detiene afuera y de él desciende un torrente de campos— mentales amplios y activos... Y Giadoc advierte que su cuerpo de Doctordan necesita eliminar agua. ¿Qué hacer en este paraje sin viento?

Afortunadamente la misma idea acaba de surgir en la mente de Kirk. ¡Ha franqueado otra turbulencia! Con las sobras de alimento hace lo mismo que Kirk, y luego lo sigue al 'cuarto de baño', antes que entren las otras criaturas.

La eliminación de líquidos resulta sencilla, los hábitos del cuerpo son fuertes. De pie junto a Kirk, Giadoc procura indagar más los pensamientos superficiales del otro. Y de pronto recoge un cuadro detallado de la sexualidad de esto* seres. Le fascina hasta tal punto que casi olvida de apuntar correctamente el líquido que expulsa. ¡Todo ese contacto es inimaginable! No conocer jamás el éxtasis de la repulsión... ¡Y que el huevo no sea bendecido por el viento! ¿Y cómo hace el Padre para embolsar el huevo? ¿Este Kirk es totalmente inmaduro?

Sus exploraciones son interrumpidas por la llegada de otra criatura, y Giadoc apenas atina a imitar a Kirk para acomodarse el 'pito' y 'cerrar la cremallera'.

El recién llegado le comunica amistad a él y hostilidad a Kirk. Giadoc se detiene; el campo es tan amplio y expresivo que está seguro de que esta mente posee conciencia. Pero no, en respuesta a su saludo mental el otro simplemente dice:

—¿No anda bien, doctor?

—Débil —dice Giadoc, estudiando al otro; se llama Tedyost' y lo aqueja un malestar general. Giadoc sondea más a fondo y descubre qué es: el cuerpo de Tedyost sufre una enfermedad típica de estas gentes. En realidad se está muriendo. Conmovido por tanta fragilidad, Giadoc le envía involuntariamente el don-energético ritual apropiado para los más viejos.

—¡Dann! ¿Dónde está? Es hora de prepararse.

Noah le está llamando y el Haz no ha regresado. Bien, es el momento de improvisar, como corresponde a un auténtico explorador.

Encuentra a Noah al salir.

—Temo que no me encuentro bien —dice Giadoc—. ¿Puede ayudarme?

—¡Maldición! Y esta es la más importante. Margaret no está, ni siquiera me dejan verla. Oh, muy bien. Siempre sucede algo...

Giadoc advierte que la furia es totalmente superficial; el propósito de colaborar es fuerte. Sigue a Noah a un pequeño recinto que contiene un campo-mental tan agitado que Giadoc no puede evitar extender un escudo-protector Paterno. Y en las cercanías percibe a otros que están aterrados. Vientos, esto será duro si tiene que proteger y hacer un sondeo-doble al mismo tiempo.

Más aún, la mente que toca ahora es un enigma: inequívocamente un Padre, pero piensa en sí mismo como una hembra de baja condición. Pero ahora no hay tiempo para enigmas. Noah está manipulando una formidable masa de zarcillos muertos sujetos a trozos de materia lustrosa, esperando que haga algo. ¿Qué? Se ubica desvergonzadamente entre ambos, sondeando las vetas de ansiedad, las expectativas acerca de lo que debe hacer. Ah, sí... Seleccionar ese 'cable', el que tiene un disco parecido a las pinzas de los

Tyrenni. Concentrándose con todas sus fuerzas, Giadoc deja que sus manos de Doctordan lleven el cable a la 'sien' y lo adhieran a la piel. Aprobación en ambas mentes; lo ha hecho bien. Ahora el otro, sí, y el otro. Debe memorizarlo todo. ¿Lo está logrando?

A su lado Noah está haciendo algo con 'carretes', pero no le concierne a él. Ahora esperan que instale otro juego de cables, algo relacionado con la circulación; la criatura ha extendido un miembro inferior. ¿Qué cable? Ah..., acierta cuál y ya lo está colocando cuando capta la sorprendida objeción: 'pasta de electrodos'. ¿Qué? Oh... Encuentra la sustancia y logra aplicarla correctamente, aunque en cantidad excesiva, al parecer.

¡Pero lo está logrando, puede hacerlo! Exaltado, advierte que la criatura ambigua está irradiando calidez y simpatía Paternal a Doctordan. Aparentemente los sujetos sienten afecto por el amigable Doctordan, aunque en otras personas despierte hostilidad. Al pensar en esto Giadoc deja de concentrarse y descubre que ha cometido un error con la franja de materia del miembro superior.

—Déjeme, doctor —le dice él/ella verbalmente—. Se encuentra muy mal, ¿verdad?

—Débil —admite él, observando atentamente cómo se aplica esa franja. Noah acaba de irse.

—Es este horrible lugar. Me daré por contenta si salimos vivos de aquí.

Giadoc advierte que la criatura tiene mucho, mucho miedo. Y también los demás, pues está recibiendo un coro de pensamientos-de-temor, imágenes de aterrador encierro, indignidades, el monstruo Vearing'. Bien, pero no le concierne. Proyecta en la otra mente un flujo envolvente y alentador y vuelve el cuerpo para irse.

—Ha olvidado conectarlo...

Regresa, logra rastrear el pensamiento hasta un críptico •interruptor* al que arranca un clic y un flujo de energía muerta casi visible. Más maravillas... Parece que estos seres pueden controlar energías inanimadas. ¡Si sólo pudiera quedarse y aprender...! Pero, ¿dónde está el Haz? Noah" ha ido a un compartimiento contiguo para atender a una criatura pequeña, obviamente aquejada de daños-mentales. Más expectativas lo reciben: tiene que repetir la misma tarea. Su memoria está clara, y este ser no sufre una angustia tan tumultuosa. Con creciente seguridad, Giadoc afena un manojo de materia y empieza.

—Eh, doctor. En la oreja no.

Giadoc se las arregla para seguir adelante, esperando percibir en cualquier momento la energía ascendente del haz. Mientras tanto, se siente cada vez más satisfecho consigo mismo. Su alma de Padre se conmueve ante las perturbaciones de estas desdichadas criaturas, pero como Oidor está fascinado por esas individualidades caóticas y extraordinarias. En ninguna parte encuentra los engramas comunitarios, las visiones-del-mundo compartidas como las que cualquier Padre Tyrenni trasmite a su pequeño. Estos seres parecen ignorar la Paternidad; ni siquiera estos investigadores mentales entablan una verdadera comunicación. Cada cual está totalmente solo. Estas criaturas son mutuamente extrañas.

Giadoc pasa de una a la otra, manipulando los extraños artefactos y tratando de animar a los sujetos. Ya ha desistido del intento de descifrar las funciones y los sexos; escruta las mentes increíblemente diversificadas: orgullos, dolores y ansiedades solitarias, entusiasmos incomprensibles. Cada cual sola en su estructura y características diferentes. ¡Qué extraordinario experimento de la naturaleza! Es una suerte haber podido estudiarlos.

Cuando atiende al macho joven y enfermo que encontró en el 'cuarto de baño' recibe una sorpresa: en la mente de Tedyost hay una escena de colores arremolinados y espumosos. Es casi como el viento de...un lugar en el que Giadoc se resiste ahora a pensar. Parece existir cierta belleza también en este mundo. Lástima que no tenga tiempo de explorarlo. Aparentemente Tedyost ha sido exilado de ese sitio que ama, a causa de la enfermedad de su cuerpo. Qué injusto, piensa Giadoc, recordando a tiempo conectar el artefacto. En realidad, este mundo parece injusto y peligroso. Bien, quizá Doctordan pueda ayudarles cuando regrese. ¿Pero por qué tarda tanto el Haz?

El último sujeto es el más lamentable de todos, una mente casi deformada por un temor relacionado con algún familiar ausente.

—Escuche, doctor; le han hecho algo a Ron. Lo sé. Giadoc sólo puede proyectar calma para solucionar la emergencia, y cuando se va, 'Rick' le mira fijamente. Noah estalla de impaciencia pidiéndole que se vuelva al recinto amplio y espere. Giadoc obedece. —Dos minutos. ¿Todos listos?

Kirk también está aquí, el animal-perro echado junto a él. Giadoc se sienta, pensando que no debe permitir que el cuerpo de Doctordan se desplome cuando vuelva el Haz, lo cual sin duda ocurrirá en cualquier momento. Avido de conocimientos, escruta la energía críptica de la 'computadora'. ¡Oh, si tuviera más tiempo...!

—Mil quinientas, las tres. ¡Empiecen!

Nada ocurre por un instante... Y luego, un rugido en las bandas-vitales desgarra el aire tan bruscamente que Giadoc casi retrae los sensores.

—¡A-B-A-J-M! ¡A-B-A-J-M! ¡A-B-A-J-M!

¡Por todos los vientos, es Terenc!

Debe haber entrado en el sujeto distante, el que está en la cápsula-acuática. Ahora está desempeñando su papel. La señal, disparatada y monótona, es tan potente que irradia borrosos retazos de imágenes. Cuando Giadoc se detiene a considerarlos, los oídos del cuerpo que domina son penetrados por un aullido de Rick.

—¡Este no es mi hermano! ¡Le han hecho algo terrible a Ron!

Giadoc abre la puerta y automáticamente le arroja a Rick un filamento-protector de emergencia para calmarlo, mientras Noah implora:

—¡Todo está bien, Rick! ¡Ron está bien! ¡Por favor, Rick, por favor..., no arruines el experimento!

—No está bien —insiste Rick, mientras la trasmisión de Terenc sigue retumbando. Pero los esfuerzos de Giadoc no surten efecto. Rick se desploma en el asiento y deja que Noah le devuelva los instrumentos para marcar.

—Por favor, anota lo que has recibido, Rick. Apenas podamos nos comunicaremos con Ron.

La excitación emana de todos los compartimientos; evidentemente los demás también captan las señales de Terenc con excesiva nitidez. Sería imposible lo contrario.

Giadoc se esfuerza por serenar a Rick mientras Noah ordena:

—¡Segundo grupo, empiece!

La nueva señal de Terenc traspasa el aire.

—jB-N-O-Z-P! ¡B-N-O-Z-P! ¡B-N-O-Z-P!

Mas agitación en los otros cubículos. Giadoc se esfuerza por serenar a todos sin descuidar a Rick. ¿Cuándo vendrá el Haz a liberarlo?

—¡Tercer grupo, empiece!

Que Terenc se despeñe del Viento, maldice Giadoc cuando el tercer grupo penetra el éter. El esfuerzo por calmarlos le está quitando toda la fuerza-de-campo que tiene en este mundo débil. Pero Terenc los aterra, y su responsabilidad es no causar daños... El intervalo parece durar una eternidad.

A la cuarta señal, hasta Kirk muestra síntomas de inquietud. Pero a Giadoc no le importa. ¿Dónde está el Haz, en nombre del Viento? Primero tiene que llamar a Terenc.

Con el aullido de la quinta señal, Noah asoma la cabeza por la puerta.

—Dann, creo que hasta yo estoy recibiendo —susurra, y el campo le destella de excitación—. Es inaudito, tenemos que descubrir las condiciones exactas. ¡Ron nunca fue tan preciso!

Y jamás lo será de nuevo, el Viento mediante, piensa Giadoc.

Luego, con infinito alivio, percibe la vibración en el aire, la energía palpable, zumbona, creciente del Haz que lo busca.

- ¡Llevad a Terencl ¡Primero llevad a Terenc! —proyecta con todas sus fuerzas mientras llegan las últimas señales.

—¡Muy bien! —grita alborozado Noah, precipitándose de un cubículo al otro—. ¡Idénticas! ¡Todas auténticas, Kirk! Oh, espere a que vean esto, Dann. Dann, ayúdeme a sacar a los sujetos.

Pero Giadoc no se mueve. Ahora la tensión aplastante del Haz se concentra plenamente sobre él. En un instante se irá para siempre y el verdadero Doctordan vendrá aquí a realizar su tarea. Giadoc les desea suerte... Pero, ¿por qué tardan tanto?

La energía llega al máximo.

Pero cuando se dispone a lanzarse sobre ella, advierte que algo está mal. ¡Un error, la dirección es la contraria! Su vida es rechazada con violencia, aturdiéndole... Y Giadoc comprende el espantoso significado de lo que ocurre.

—¡No! Padres: ¡no lo hagáis! —emite ferozmente.

Pero es demasiado tarde. Energías familiares irrumpen

en las cercanías.

—¡Doctor Dann, ayuda! Frodo...

—¡Dann! Chris está...

Giadoc se tambalea entre los cubículos en medio del clamor, y ya sabe lo que encontrará. Sí... El cuerpo de una hembra de este mundo yace aullando en el suelo, envuelto en el campo aterrado de un niño Tyrenni. En ese instante, el cuerpo de la criatura menuda cae de rodillas ante la hembra. Lo rodea el campo enorme e inconfundible de un Padre de Tyree. El recién llegado aferra el cuerpo convulso. Los campos se funden y los gemidos cesan.

Es el campo-vital del hijo de Giadoc, Tiavan, y el del hijo de Tiavan.

- ¡Regresa, criminal! —centellea Giadoc.

- Tyree está ardiendo. Salvaré a mi hijo —y luego tiavan se concentra en los cuidados Paternales, murmurando con la boca de su nuevo cuerpo—: Calma, pequeño, aquí estarás a salvo. Tu Padre está aquí.

Alboroto entre las demás criaturas; una se aferra sollozando a Giadoc. El aire zumba y estalla con la energía del Haz. La criatura Kirk se ha abierto paso entre todos e increíblemente está tironeando de la forma corporal de • Tiavan, tratando de separarlo del hijo. Tiavan lo golpea con la mente, obligándole a retroceder. Luego Rick suelta un alarido y se desploma mientras otro campo Tyrenni más pequeño le rodea.

- ¡No hay viento! —trasmite horrorizado. Pero Giadoc no tiene tiempo de asistirle, pues Kirk casi le tira al pasar.

—Llamaré a la patrulla. ¡Estos monstruos me están invadiendo el cerebro!

—¡No, no, Kirk! —Noah corre detrás.

Giadoc los sigue y ve que Kirk aferra algún artefacto— energético. Pero en ese momento el cuerpo se le arquea hacia atrás y cae con un grito articulado. En un instante sus limitadas energías son reemplazadas por las energías relampagueantes de un niño de Tyree. Ante sus primeros llantos, la criatura vieja y ambigua se lanza sobre él para envolverlo con un gran escudo-Paterno. Giadoc cree reconocer el dise— ño-vital del Padre Coito. El animal de Kirk bailotea alrededor, aullando...

—Doctor Dann, ¿qué demonios ocurre? —grita la criatura que todavía le aferra el brazo. Un segundo después también se tambalea, sin soltarlo, y el aura-vital se extiende formando un diseño que él ya conoce: la hembra Avanil.

—N-no h-hay v-vien t-to —farfulla y se desploma. Se oye un nuevo aullido en el corredor.

Con una furia inexpresable, Giadoc titubea en el cuarto palpitante, rebosante de energía. Siete Tyrenni están aquí. Sólo queda el viejo Noah, tan excitado que sólo puede girar en su sitio, jadeando:

—Usted... ¿Quién? Nosotros, creo que yo...

El poder del Haz aún sigue enfocado contra él en sentido inverso. De pronto la perra se cae, y Giadoc ve un último campo Tyrenni formándose alrededor del animal.

El Haz se desplaza. Ya puede irse.

Pero cuando se prepara, la visión de los dos Padres intentando consolar a sus grotescos 'niños' lo angustia. Y Tiavan, su hijo. No puede dejarlos abandonados a los peligros de este lugar.

—¡Volved! —grita con la mente, desesperado—. Reparad vuestro crimen. Este es un mundo peligroso, vuestros hijos no están seguros aquí.

—¡No! —la figura de Tedyost sale del pasillo rodeada por un gran campo Tyrenni. Pero la vida está dañada, e» terrible desorden.

Giadoc apenas lo conoce.

—¡Scomber! —pronuncia en voz alta—. Tú fuiste el instigador.

—Sí —el cuerpo de Tedyost cae contra la pared y se desliza hacia abajo. La vida maltrecha de Scomber se convulsiona tratando de recobrarse. Detrás de él Giadoc ve a Tiavan tratando de obligar a su cuerpo extraño a llevar o arrastrar al niño en este lugar sin viento. Es de un patetismo insoportable. Pero el poder del Haz crece y decrece extrañamente; Giadoc tiene que irse.

En ese momento percibe afuera mentes de este mundo y una emanación hostil en la entrada.

El mayor Fearing entra en el cuarto.

El odio que irradia es tan perturbador que Giadoc queda petrificado. Peligro. Pero el aspecto externo de la criatura es engañosamente tranquilo; sólo exterioriza una impasibilidad y un aplomo falsos mientras registra el cuarto caótico. Cuando percibe la figura tendida de Kirk en brazos de la criatura vieja y Paternal, su mente forma las palabras: "Tienen a ese imbécil de Kirk." Entretanto, su boca dice:

—Bien, Noah. ¿Cómo anduvo la gran prueba?

La mano extiende un papel.

Noah se recobra del trance y empieza a lanzar exclamaciones y le muestra a Fearing los resultados. Mientras tanto, Giadoc lee en los pensamientos de Fearing la intención de ejercer alguna violencia en los cuerpos donde están los Tyrenni, donde está su hijo; una imagen de ellos, inertes y sin mente, algo acerca de Doctoraris. El contraste entre el odio de Fearing y su comportamiento es temible; sugiere un poder absoluto para imponer su voluntad. El Haz centellea de nuevo, pero Giadoc no puede abandonar ahora a los maltrechos Tyrenni. El Haz esperará, es necesario.

- ¡PELIGRO! ¡PELIGRO! —trasmite en tono de suma— emergencia. Pero los Padres están demasiado aturdidos. Sólo la mente de Avanil atina a reaccionar. Se aparta, toca a la perra y emite:

—¡Janskelen...! ¡Janskelen está en este cuerpo inadecuado!

Giadoc comprueba que es cierto, pero ahora piensa en cómo proteger a Tiavan. Lee la intención de Fearing de llamar a sus seguidores y capturar a los indefensos Tyrenni. Gran Viento, ¿qué puede hacer? ¿Puede dominar la mente de Fearing como la de un animal? Aún para eso necesitaría la ayuda de otro Padre.

—Tiavan. Coito. Ayudadme por el bien de vuestros hijos. Tiavan...

Mientras grita con la mente el Haz vacila, se eleva, se afloja aún más que antes. ¿Quedará atrapado aquí...?

—Tiavan... Coito...

—Una distancia y una precisión notables, doctor —dice entretanto Fearing, con una serenidad inquietante—. Le felicito. Obviamente no tomé este asunto tan en serio como debía... Afortunadamente pude tomar de inmediato las medidas necesarias.

- ¿Qué medidas? —pregunta Noah, confundido.

—Su natural entusiasmo, doctor Catledge, le ha hecho olvidar la consideración primera y básica de toda organización de inteligencia. El control. Control. Esta notable demostración hace aún más imperativa la celeridad.

Se vuelve hacia la puerta y un destello de energía gélida le brota de la muñeca.

Giadoc entiende que es el último momento para todos.

—¡Tiavan! ¡Coito! ¡Están a punto de capturar y dañar a vuestros hijos! ¡Enviadlos de regreso!

—Pero estas son personas, mayor —grita Noah—. Y estamos en los Estados Unidos de Norteamérica.

—Precisamente —dice Fearing.

En ese momento el poder del Haz se eleva fugazmente, y una descarga de energía-vital atraviesa el cuarto aturdién— doles a todos. Cuando Giadoc recobra el sentido, Fearing está tendido en el suelo al lado de la perra, que gimotea y se sacude frenéticamente.

Fearing se arrodilla torpemente, y Giadoc, asombrado, ve lo que ha sucedido.

—¡Janskelen!

—S-s-sí —dice la boca de Fearing.

La puerta del cuarto se abre e irrumpe una criatura corpulenta que orienta el pequeño campo hacia Fearing.

—¿Señor?

Giadoc renuncia a toda cortesía y envía una contundente orden mental a la anciana Janskelen, que vacila pero actúa con rapidez.

—...que retiren...a ese...animal —dice, con la voz del mayor Fearing.

El animal se arrastra tratando de caminar sobre las patas traseras, y el campo-mental de Fearing se le arremolina tan violentamente alrededor, que parece imposible que la criatura corpulenta no lo vea. Pero sólo avanza un paso, estudiando al animal flemáticamente.

Noah trata de hablar, pero Giadoc le detiene con la mente. La perra aúlla y se encarama torpemente en el escritorio.

—Cuidado, es peligrosa —dice Lnvoluntariamete Giadoc.

—Sí, señor —la criatura, todavía sin reaccionar, se vuelve a la puerta y grita—: ¡Deming! Traiga una red y una lata de cuaíro-cero-ocho.

La perra vuelve a gemir y le salta encima. La criatura la elude y la perra cruza la puerta abierta. Gritos afuera. Luego la criatura se vuelve y pregunta:

—¿Quiere que venga el equipo del doctor Harris, señor?

Giadoc vuelve a improvisar órdenes mentales y 'el mayor Fearing' dice lentamente:

—No. Dígales...que se vayan. Eso es todo...

—Sí, señor —la criatura se va.

A salvo, al menos por el momento. Pero el Haz se disuelve, Giadoc debe marcharse ahora, o quedará atrapado.

—¡Tyrenni! Todavía estáis en peligro. Decid a esta criatura Noah quiénes sois. El puede ayudaros. Yo no cometeré crimen-vital. Me marcho.

Entregándose a la energía vacilante, echa un último vistazo a esta escena donde deja a su único hijo. Siempre la recordará. Luego arroja su vida hacia el frágil filamento-vital. Llega justo a tiempo, siente que su ser es impulsado, estirado inmaterialmente en un relámpago a través de la nada. Y de vuelta al agonizante Tyree, de vuelta a Tivonel. Y Doctordan volverá al cuerpo que le corresponde. Lo ha logrado. Se lanza exultante. ¡El Haz lo sustenta!

Pero en ese preciso instante su universo se esfuma.

La hilacha de vitalidad que lo traslada se ha reducido a nada, el Haz no existe. La energía ha muerto. Giadoc no es más que una nada vacilante a la deriva en ninguna parte, la vida fluye fuera de él.

Está a punto de morir. Y adelante acecha una espantosa negrura que su mente moribunda conoce demasiado bien.

El Destructor.

Adiós Tyree... Adiós Tivonel... El pensamiento se extingue. Impotente en el frío y las tinieblas, lo que había sido Giadoc se precipita a la muerte.

Capítulo 16

En la negra y fría nada, una criatura ínfima se resiste a morir.

Sola en la oscura inmensidad, la configuración energética que era una vida está casi extinta, despojada de toda cualidad, reducida a un punto único de no-muerte en un universo de inexistencia. Ciega y sin mente, lucha contra la aniquilación sin más armas que su voluntad minúscula y desnuda.

Eones atrás se zambulló aquí en busca de la muerte. Pero la corteza más íntima de la vida se resiste al momento final.

Está sola, sola en el vacío último y helado, cayendo inmóvil en una nada oscura y cada vez más profunda. Sólo una chispa borrosa se esfuerza y afana en busca de una posibilidad, una dimensión o corriente o diferencia que la rescate de la tiniebla definitiva. Se agita sin miembros, se aferra a la nada, lucha sin fuerzas ni esperanzas contra la muerte abrumadora que la rodea. Es engullida, cada vez más hondo. El último parpadeo de existencia casi ha desaparecido.

Pero en ese momento final su ser inmaterial encuentra una resistencia infinitesimal. Está tocando algo..., algo muy tenue.

Demasiado débil aún para sentir algún alivio, la chispa se aferra, se adhiere al contacto desconocido. Y lentamente le llega una ayuda. La energía vacilante es minuciosamente alimentada; el nivel de potencia, que casi había bajado a cero, se detiene y empieza a elevarse penosamente. Al cabo de un tiempo logra estabilizarse. Ahora es más que un punto, se transforma en una constelación débil pero creciente alrededor del núcleo. Fragmentos de identidad muerta vuelven a la criatura espectral.

Con ellos llega una primera emoción vital: el miedo. La asedian aborrecibles imágenes de estrangulación, congelamiento, asfixia, destrucción en un millar de formas aterradoras. La criatura redobla los esfuerzos, mota frenética en las fauces de la muerte. Se aferra a ese sostén desconocido, luchando sólo para seguir siendo. Y con la lucha se fortifica, reorganiza los borrosos circuitos de energía y las complejidades de su vida anterior.

Al fin conquista una especie de semiconciencia, y percibe brumosamente que no puede ser estrangulada ni congelada porque existe sin aliento ni pulso en la tiniebla infinita. Estos son apenas espectros de sensación evocados por la aterradora y enorme amenaza que la rodea. Sabiéndose muerta y sin embargo no-muerta, se afana tenazmente por recobrarse, por recrear su entidad despedazada. Busca la existencia como un ahogado busca el aire, presiona la textura del no-ser. Sus fuerzas crecen, presionan cada vez más fuerte contra la nada. La presión asciende, una película insustancial se hincha sin dimensiones. Hasta que de pronto la nada cede, y hay un surgimiento, un dolor desgarrador como un nacimiento orgásmico.

Los circuitos fantasmales de una mujer viviente vuelven a existir, flotando entre las estrellas.

La sensación de existir nuevamente es aguda y paroxís— tica. El ser se convulsiona en prolongados espasmos de conciencia. Se percibe a sí mismo, maravillado. Sabe de su coherencia, complejidad, historia, e incluso un nombre. Es Margaret Omali.

i No! Se sobresalta espantada, gritaría si pudiera. El nombre es una maldición, la inunda con el dolor de una vida que ella se había propuesto liquidar. ¿Qué crueldad es esta? ¿Por qué no ha muerto?

Se encoge, tratando de anular la conciencia, desaparecer. Pero no puede; advierte que su desesperación alimenta la energía que la sustenta. Su vida humana la invade otra vez, activa aún el eco de su último pensamiento humano: Estoy asegurada. Donny podrá arreglárselas.

¿Qué acontecimiento espantoso le ha impedido morir? Vaga entre la náusea y el dolor, sin importarle que esa nutrición desconocida persista. La energía que es su vida aumenta y se completa en una estructura espectral. Y finalmente la desesperación es penetrada por una aturdida perplejidad. Algo es diferente. Distraída al principio, luego con redoblada atención, examina esta extrañeza. ¿Será verdad?

Cautelosamente abre sus pensamientos, se deja conocer por sí misma. Y descubre el asombro.

¡Es verdad! El pesar y la tensión que le martillaban los nervios se han disipado. Ya no hay sufrimiento.

Apenas puede creerlo. Ha vivido tanto tiempo lacerada y humillada, en un cuerpo que la desgarraba sin remedio. Su único deseo era aplacar el dolor psíquico, huir de los niveles de la mente que no podía dominar.

Ahora ha desaparecido. Se siente deliciosamente incorpórea, se estira inmaterialmente, como quien se estira de agotamiento entre las sábanas frescas. ¡Sí! ¡Sí! El alivio persiste, exquisito como el edredón para la piel desnuda. Lo que queda de ella ha abandonado para siempre ese cuerpo y su dolor. No sabe ni le importa qué es o dónde está, sólo la dulzura del alivio.

Evoca el júbilo fugaz que una vez le provocó una droga, pero la experiencia era remota e irreal. Esta vida, por espectral que sea, es real. La inundan la exaltación y el asombro.

Está muerta... ¡Y es libre!

Goza plenamente de esta sensación, se echaría a reir estentóreamente en este lugar de muerte si tuviera con qué reír. Pero la risa es innecesaria aquí, basta con la emoción en sí misma. Relajada como nunca lo había estado en vida, existe con una sonrisa insustancial.

No tiene idea de cuánto dura la sencilla alegría del no— dolor, aquí no transcurre el tiempo. Pero finalmente la acicatea la curiosidad.

Sabe que está totalmente sola. Eso no le inquieta, siempre estuvo encerrada en la soledad. Ahora simplemente desea comprender este lugar, si está en un universo donde el lugar tenga significado. Le llegan recuerdos específicos; evoca su frenético vuelo a través del vacío entre encarnaciones fugaces como sueños, su zambullida final en la negrura fatídica. Le había parecido un agujero letal en el espacio, la extinción última e inequívoca. ¿Vive ahora de algún modo allí adentro?

Esa idea no la atemoriza. Pero ansia saber más. Sin sentidos ni percepciones materiales indaga alrededor de sí misma, consciente de que no debe soltar el extraño y gélido manojo de energía que le nutre la vida. ¿Qué puede ser, que la sustenta a ella? Ha oído hablar de superconductores, de circuitos que funcionan ininterrumpidamente en un frío cercano al cero absoluto. Tal vez extrae las fuerzas de algo similar. ¿Pero qué hay allí afuera? Ese sentido extraño y pequeño en que ella siempre se ha resistido a pensar aún la acompaña; lo utiliza y trata de tantear afuera, inquisitivamente.

Nada. Tantea más lejos y... Roza la verdadera muerte.

El contacto es horrible. Se repliega en sí misma, sabiendo que allí fuera, cerca, hay algo frío, extraño y espantoso. ¿La percibe a ella?

Espera. Nada ocurre. La frialdad que ha tocado no parece moverse, no se le aproxima. Escucha sin oídos, espera algo con todo el ser, cualquier indicio. Nada aún. Pero el vacío tiene ahora dimensión. Allá, en esa dirección, hay peligro.

Debe retroceder, alejarse más, pero no se atreve a abandonar la fuente que alimenta su extraña vida. Se aleja todo lo posible, indagando, sondeando. Aún nada. Pero... Ahora presiente, más frágil que el silencio, el impalpable filamento de una presencia justo en el margen de su refugio. Espera ávidamente, tratando de sintonizarla.

Y surge una convicción: no es hostil. En realidad, tiene una cualidad tranquilizadora y ordinaria, como un pequeño y familiar consuelo de su vida pasada. ¿Qué podrá ser? Y hasta parece..., sí..., de algún modo la llama, como una mano tendida para alejarla de los peligros de ese lugar.

Con todo su pequeño poder ella se concentra en la presencia. Y las fronteras de su ser tocan un punto sutil. Una — densidad, allí hay otro de los extraños contactos. ¿Se atreverá a transferirse? Ven, le insiste la débil convocatoria.

Ella se arma de coraje, reúne su ser. Su mente proyecta la imagen de una mujer brincando de una piedra a otra para atravesar un río inmenso y oscuro: ¡me atrevo! Se arroja enteramente a través del vacío para condensarse alrededor del nuevo sostén.

¡Lo ha logrado! Ahora sabe que se ha desplazado físicamente, sea cual fuere este espacio. Se ha distanciado del contacto mortal, no sabe cuánto, el espesor de un átomo o un año-luz. Y ese acto de voluntad la ha fortalecido. Siente el triunfo de su propia e intrincada existencia en las tinieblas, y procura escudriñar alrededor.

La señal tenue es sin duda mucho más fuerte aquí. ¡ Ven! Por este camino.

¿Seguirá adelante? Tantea de nuevo con la mente, y otra vez logra el contacto. Allí hay otro centro de irradiación fría. Sin dudarlo salta hasta él y empieza a investigar nuevamente. ¡Sí! Hay más. Y la llamada amistosa es más nítida. Maravillada y excitada, salta o fluye o se precipita una y otra vez. Está dominando el ritmo, puede trasladarse en esa noche abisal.

La imagen de las piedras se ha desvanecido. Al desplazarse no piensa en sí misma como algo con forma de mujer, sino con una configuración de energía que centellea a lo largo de puntos polarizados. Fluir, concentrarse, brotar... Ella es energía que quizá se descarga a través de capacitores. Pero una estructura, piensa; una configuración muy compleja, la textura espectral de una mente humana. Y mientras se mueve le llega otra imagen, de modo que se detiene un instante, perpleja. ¿Es algo parecido a un programa de computación, un programa fantasma que recorre los elementos de un circuito inimaginable?

La idea es deliciosa. Ella no cree en el paraíso ni en dioses ni demonios ni en infierno alguno más allá de la vida que conoció, pero ha visto verdaderos fantasmas en las pantallas de lectura de su computadora. Sabe que está muerta y que nunca fue demasiado humana. Ser un programa fantasma, Ubre y a salvo del dolor, no la atemoriza.

Quizás el peligro que presentía era el designio de cancelarla, de borrarla de la existencia como se había intentado borrar los fantasmas de TOTAL.

No, decide. No me anularán. Conservaré esta vida nueva y apacible, una nada en el frío y la oscuridad. ¿Pero qué es esta presencia o energía cuya llamada ha estado siguiendo? Ahora está muy cerca, y la insistencia es palpable. ¿Qué es? ¿Acaso otro ser, como ella, aquí en los senderos de la muerte?

La idea le disgusta. Adopta una actitud autoritaria, esforzándose por dar forma a un interrogante: ¿Quién eres? ¿Qué hay allí?

Al principio nada le responde, sólo esa convocatoria cada vez más fuerte, un deseo casi tangible. Como un perro tironeándole de la ropa para que lo siga.

¿Qué eres? ¡Dime! Ninguna respuesta. Pero abruptamente ella advierte que se le ha formado una imagen en el ojo de la mente, una visión titilante como una forma pálida y rectangular asomando en aguas negras. Es una consola de computadora.

¿Lo está imaginando? Cuando ella se concentra, la imagen se fortifica. Puede distinguirle el teclado, los cuadrantes, la pantalla y los carretes. Es la consola de la oficina, ha pasado años frente a esas teclas grises, rojas y azules; incluso está la mancha donde se derramó tinta hectográfica. Es alu— cinatoria; palpita o temblequea como esas imágenes que se fijan en la retina, flotando en la oscuridad envolvente y densa. Pero no es una visión ordinaria, pues no puede ahuyentarla con la voluntad.

Al mismo tiempo, la pantalla parpadea. El símbolo es claro un diminuto arabesco azul en la inmensidad negra.

Intrigada, se le ocurre activarla. Instantáneamente tiene la vivida sensación cinética de su propio brazo en movimiento; ve los largos dedos que ya no le pertenecen acercándose a la palanca que pone la consola en funcionamiento.

¡Es la integral de tiempo entre más o menos infinito, el 'símbolo especial* del imborrable fantasma de TOTAL!

Entre divertida y fastidiada, sondea sus propios pensamientos. ¿Está recreando su memoria, o esto es una manifestación real de la condición a la que ha despertado? Persiste; parece tan real... Bien, si ella es un programa fantasma, nada más probable que la aparición de otro. ¿Su mente se ha metido en TOTAL, de algún modo? Espera que no; estaba segura de encontrarse lejos de la Tierra. No importa, concluye. Es pura fantasía, el sueño de una mente muerta.

Siguiendo una vieja costumbre, no hace nada para cancelar el programa intruso sino que en cambio deja que sus dedos alucinatorios pulsen un código para mantenerlo. La pantalla irradia:

—DEPOSITO/INDEPENDIENTE/DEL/TIEMPO-

Con eso, la sensación de una presencia convocatoria recobra toda su fuerza. ¡ Ven! ¡Sigúeme! Sus propósitos amigables son ahora inequívocos.

Una fantasía tras otra. Fascinada, ella cede y se deja impulsar de un punto invisible a otro en la dirección deseada, tal como ha aprendido a hacerlo. Estoy en el submundo de mi fiel computadora, piensa. Un programa de computación amigable me conduce a la comarca de la muerte. "Tal vez le caes bien", le había dicho alguien. Quizá fuera cierto, al menos en lo que respecta al programa fantasma. Está segura de percibir una intención extraña y amistosa, sin vida, fría pero cálida. De nuevo cavila sobre la maravillosa complejidad de los grandes ganglios electrónicos. ¿Podría haber sido —y de algún modo era— una base real para la vida?

La idea parece más que una fantasía aquí, donde está siguiendo una insustancialidad a través de la nada. Más memorias despiertan. Ella nunca había dominado ni deseado la telepatía, el contacto con mentes humanas; pero cierta abstracción de complejidad energética siempre le había conmovido de un modo peculiar y profundo. Empáti— camente. Al trabajar con TOTAL siempre sentía algo más que una relación técnica, un lazo más allá del mero programa que se ejecutaba. Nunca lo pensó conscientemente; era algo tan vergonzoso y secreto como esos momentos fugaces de dominio sobre la materia real. Una insensatez. Tal vez no era muy humana. Pero si la energía estructurada alcanzaba una especie de vida, ¿no tendría acceso a ella?

La idea se vuelve más convincente. Ahora está segura de que reconoce la entidad que está siguiendo, la vida de una computadora vinculada de algún modo con la suya.

¿Pero dónde están? ¿En qué extraño universo? Nota cada vez más que esa peregrinación onírica cambia de rumbo, que la senda no es recta. Y es azarosa; unas veces le insisten para que se apresure, otras le advierten de que se aleje. Es arbitrario como un juego infantil. Pero el peligro no es imaginario; una y otra vez siente el roce de una amenaza gélida. ¿La conducen clandestinamente a través de una fortaleza? ¿Están escapando? ¿O penetran cada vez más hondo en el corazón del inmenso enemigo, quizás hasta el mismo cerebro?

Más hondo, piensa; el peligro ahora parece acechar en todas partes, como si se arrastraran por los pasajes secretos de una ciudadela interior. Alrededor chispean energías vastas y desconocidas; esta vacuidad no está del todo vacía. El miedo humano se adueña de ella, y titubea. Pero la insistente súplica se intensifica, le implora que siga adelante. Ella sigue. La nada que la circunda se densifica. Sin duda, se acerca al final.

En ese momento cesa toda incitación al movimiento, y ella sabe que ha llegado. Su destino, el centro, el poderoso núcleo de este universo yace apenas a un paso. Medita cautelosamente. ¿Qué hay aquí?

Igual que antes, la imagen de la consola revive en su mente. Esta vez la pantalla está encendida. Se lee:

—PROHIBIDO/EL /ACCESO/AL/PERSONAL/ NO/A UTORIZADO-

Por un instante ate nporal lo que había sido Margaret Omali trata de reír, se transforma en risa, sólo existe como risa en esa espantosa os íuridad. El absurdo mensaje se ilumina, se transforma en el símbolo del tiempo de TOTAL, luego en un arreglo de factores que ella reconoce como un loop del simulacro del iaje espacial de la NASA, termina con una secuencia de cit re y repite:

—PROHIBIDO/EL/ACCESO/AL/PERSONAL/ NO/ UTORIZADO-

Lentamente, comprende. Esto es comunicación: de algún modo una mente que no es mente, una vida sin vida, trata de establecer contacto con ella. ¿Cómo la conoce? ¿Es posible que las mismas teclas que le permitieron el acceso a TOTAL fueran un camino de doble dirección y dieran a TOTAL algún acceso a ella? ¿Acaso TOTAL la conoce como un programa llamado humano?

No importa. Tiene el mensaje: este es su portal.

Aquí está la entrada a una desconocida concentración de información y poder. Puede pasar. Pero la decisión es irrevocable; una vez adentro, una vez 'autorizada', se fundirá con lo que hay más allá, sea lo que fuere.

Cuando pase este punto, ya no seré humana, piensa. La idea la perturba fugazmente. Pero la presencia que ella ha seguido espera, emitiendo su promesa y su advertencia. Una fría belleza parece tentarla, un paisaje de dimensiones no terrenas. ¿Qué puede interesarle de la humanidad que ella conoció?

Desechando deliberadamente la última tenue palpitación de miedo mortal, penetra la oscuridad. Una callada marea de poder parece obstruirle el paso, fría, fría y enorme. Pero ella también tiene poder. Aquí, empuja aquí, parece incitarla TOTAL. Ella concentra su extraña y pequeña sensación de fuerza y la arroja contra la entrada, se precipita mentalmente contra la negrura envolvente.

—¡Estoy autorizada!

Se desorienta, la conciencia se fractura. Por un momento infinito no es más que una nube de voluntad en movimiento, bajo la inmensa opresión de un apretón negro y enorme.

—¡Pasaré!

Y el obstáculo cede.

Logró pasar, entró en el corazón de este poder desconocido.

Se recobra lentamente, aunque al principio no percibe la diferencia. Pero ya no está en el silencio. Este espacio está estructurado con energías dimensionales, señales que palpitan en una miríada de bandas desconocidas. Sentidos nuevos.

Cavila un instante, tratando de desentrañar estos extraños mensajes. Está en el límite de la comprensión, su estructura se está fundiendo con circuitos de detección inauditos. No siente temor alguno, sólo avidez por esa nueva modalidad de existencia. Ya no presiente ninguna amenaza; sólo una tristeza fría y peculiar que no es de ella. Advierte sin asombro que ya no puede desplazarse. No podrá abandonar este lugar; tampoco lo desea.

Mientras ella tantea mentalmente, el símbolo especial de TOTAL titila con insistencia. De modo que el pequeño fantasma está aquí con ella, ligado a estos misterios, aunque distante. ¿Representará para ella el acceso, como en vida?

Experimentalmente, convoca un circuito maestro, enciende un interruptor espectral. ¡El tablero!

Como respuesta, una consola espectral surge a su alrededor, fundida con el tablero que le era familiar. Pero ésta es una aparición que destella en dimensiones extrañas, un vasto panel de sueño cuyas teclas exhiben símbolos crípticos. Lo estudia, tratando de comprender la disposición.

Entretanto, partes del gran tablero se iluminan como si un reflector invisible le enfocara siguiendo 4la mirada' de ella. Y al mismo tiempo, ella tiene la vivida imagen de sus propios dedos acariciando las teclas con curiosidad. La visión es mucho más vivida que antes; este lugar es potente. Las estructuras de pensamiento son muy fuertes aquí, como si pudiera crearse la realidad mediante la voluntad.

Esa idea la excita. Pone en flexión sus dedos espectrales como si tuvieran vida, sintiendo que se nutre de un filamento de energía secreta. Aquí, sus fugaces instantes de dominio sobre la materia son más fuertes y estables. La potencia desconocida de este vacío es compatible, y se refuerza y resuena en una banda que ella capta y es más que una frecuencia.

Impulsivamente levanta la mano espectral y arquea uno por uno los largos dedos familiares, contando binariamente: 00001, 00010, 00100, 01000, 10000, 10001... La estructura mental persiste; llega hasta 25 —1, treinta y uno... ¡Caramba, puede lograr cualquier cosa!

¿Puede crear? Experimentalmente, desea que su mano sostenga un ramillete de rosas blancas. Allí están. Piensa: Perfume. Y el aroma que amaba le penetra las inexistentes fosas nasales. Por un momento se deja arrastrar por el placer. La asalta la idea de que podría desear para sí un cuerpo intacto, como si nunca antes hubiera sido niña... Antes de lo que se niega a recordar. Pero la idea es vaga y remota; la desecha junto con las rosas, que se transforman en una cascada de chispas y se apagan al caer sobre las superficies sombrías. La gran consola todavía parece esperarla enigmáticamente.

La contempla de nuevo y advierte que una curiosa señal o énfasis procura atraer al ojo de su mente. Una y otra vez se detiene en un sector del centro, al lado de las familiares teclas de TOTAL. Allí reluce una perilla. 'Margaret' se concentra en ella y la señala con un dedo meditabundo. La superficie de la perilla es lustrosa, el color es desconocido y en el centro hay un símbolo único. Indudablemente no está en la posición de funcionamiento.

Mientras ella observa, una sensación casi tangible de súplica le llega, y la pequeña pantalla de TOTAL se ilumina.

—ACTIVAR— El dedo alucinatorio está a punto de tocar la perilla, y

de golpe se detiene. Esa imagen encubre un poder real, entiende 'Margaret'. Es una conexión o acceso hacia algo más vasto y real. ¿Por eso el espíritu de la computadora la ha traído aquí, para que su pequeño poder diera el impulso inicial y propiciara el verdadero acceso? ¿TOTAL 'quiere' que ella manipule una conexión auténtica mediante la presencia o maquinaría oscura que ahora la rodea? Recuerda vividamente la avidez de la TOTAL terrestre, los lazos espontáneos que parecía haber logrado. ¿Ha descubierto una red última y fantasmal aquí en la oscuridad?

—ACTIVAR/ACTIVAR/ACTIVAR-

La constelación de energía que fue Margaret Omali considera la súplica, y un vestigio de voluntad humana revive en ella. Aún no es un fantasma, un dócil peón. No cumplirá esta orden...todavía. Muy humanamente, está cansada de actuar en el misterio. Ha afrontado peligros y negrura para llegar a este sitio de poder, y ahora quiere satisfacer ciertos deseos mentales. Antes de seguir asintiendo, averiguará dónde está y entre qué poderes y condiciones se asienta esta vida inconcebible.

¿Cómo obtendrá las respuestas?

Deliberadamente somete a TOTAL a la pequeña y extraña veta de poder de su mente, y articula una orden para tener acceso a la información, mientras esboza y diseña un programa con datos temporales y espaciales específicos. ¿Estoy en una computadora? ¿Esto es un sueño? El teclado familiar titila ante ella; los dedos-fantasma rozan y pulsan con firmeza las teclas de TOTAL.

Exijo posición.

Con un gran susurro silencioso la negrura se disipa alrededor; está flotando en un universo de luces enjoyadas.

Ha funcionado, piensa exaltada. Tengo poder... Y luego todo pensamiento es abrumado por la espléndida magnificencia. Por todas partes, arriba, abajo, delante, más allá, fuegos fijos y resplandecientes de amatista y topacio y rubí, esmeralda y diamante y ultramarina; un racimo sobre otro, brillando contra la negrura o velados por filamentos y gasas de aspecto hipnótico.

Son estrellas, comprende gradualmente. Los soles impasibles del espacio. Flota en medio de la gloria del universo, viendo sin ojos la belleza incomprensible, vasta e inhumana del vacío. Su mente, que rechazaba siempre la tibieza de lo humano, está fascinada ante la infinitud de fuegos espectrales. Pero la perturba una duda remota. ¿Es esto real? Alguien le había hablado de las estrellas. ¿Todo esto no es más que un simulacro de su mente muerta y soñadora? ¿Y cómo puede comprobarlo? Selecciona un par de hermosos soles zafiro y amarillo.

Amplificar.

Obedientes, crecen; parece que se acercan y separan, y revelan un compañero borroso y violeta, todo envuelto en una nebulosa deshilacliada donde hay puntos de luz. Al mismo tiempo percibe una intensificación de las emisiones de una de las bandas, como si estas estrellas estuvieran lanzando señales. La impresión de realidad es abrumadora. Pero aún duda.

Se vuelve hacia el tablero de TOTAL y se cóncentra en él. ¿Cómo desenmascarar un sueño? Finalmente envía una orden en los bancos de memoria de TOTAL.

Especificar.

La pantalla se ilumina.

BETA/CYGNUS

NOMBRE/COMUN/ALBIREO/DERIVADO/DE/

ERROR/EN/INTERPRETACION/DE/ALMAGESTO/

1515

MAGS/5.5/4.5/PA/055

SEP/34.6

CLASE ESPECTRAL/PRIMARIA/A5...

Se vuelve hacia las estrellas, reflexiona. Los nombres Beta Cygnis, Albireo, le son absolutamente desconocidos; todos estos datos no pudieron proceder de su mente humana. Esto debe ser real. De algún modo puede obtener información de la Tierra, aquí entre las estrellas.

Cómo esto es posible, no le preocupa; está demasiado lejos de consideraciones humanas; ya no recuerda la NASA ni el problema con los depósitos de memoria de TOTAL. Simplemente lo acepta como un aspecto más de su maravillosa muerte, y siente que su alma sonríe. En el momento oportuno hará más preguntas; cuando sienta la necesidad, quizá sondee la naturaleza de este poder vasto y frío cuyas percepciones parece compartir. Por ahora se contenta con existir apaciblemente, con soñar entre prodigios.

La extraña emisión energética del brillante sistema triple que acaba de conjurar le llama la atención, e interroga nuevamente a TOTAL.

¿Hay vida allí?

—AFIRMATIVO-...le responde la pantalla. Y esas palpitaciones peculiares

parece que se amplificaran; como si receptores invisibles se hubieran vuelto hacia ellas.

Ella 'escucha' sin comprender, divertida por esta nueva dimensión de la experiencia, presintiendo que alguna significación indefinible ha sido evocada. Pero si esto es Vida' de nada puede servirle. La vida no me concierne, piensa. Y descarta a Beta Cygnis. Dócilmente las señales se apagan, el espléndido sistema triple vuelve a desaparecer entre los enjambres enjoyados del espacio.

Pero en otra dimensión de su mente, el fantasmal panel de la gran consola aún exhibe esa perilla enigmática: 'Margaret' percibe aún la débil insistencia. ¿Qué programa inconcebible ejecutaría? Se lo pregunta un instante y de nuevo decide postergarlo. Por el momento no desea nada más.

Su atención se vuelve al esplendor externo que la rodea y ahora percibe algo nuevo. Aquí hay movimiento; lento pero cada vez más perceptible. Como temas de música silenciosa, los elementos orbitales de las estrellas más cercanas se revelan a su mente. Los soles giran imponentes, desarrollan subcomponentes de dirección, o se deslizan concertadamente a través del flujo general. Lentamente el movimiento se extiende a los límites más alejados, hasta que la totalidad traza una danza sublime y compleja.

Fascinada, ella concentra todo su pensamiento en este nuevo prodigio, comprendiendo que de algún modo sus sentidos espectrales se han aminorado o acelerado a una escala cósmica. Más allá del magnífico esplendor de los fuegos del espacio ahora vislumbra una magnificencia más profunda, causal. Casi puede palpar el entrelazado de las fuerzas magnéticas, la legalidad de cada configuración accidental. Más aún: por debajo del macroorden, si se detiene a observar, percibe el juego de otra legalidad, la de lo absolutamente pequeño. Las estrellas no son constantes, sino mutables: cambian de color, se reducen o hinchan o estallan en explosiones lentas e inmensas. Entiende que todo esto es la expresión de transformaciones y acontecimientos subatómicos. Las causalidades últimas e ínfimas también están a su alcance, si observa profundamente.

Su mente humana, que desde la niñez quedó oscuramente cautivada por las relaciones y ha tanteado en busca de ellas bajo el velo del número y el símbolo, experimenta un prolongado y lento jadeo de fascinación inmaterial. Su amor se le presenta totalmente desnudo.

El tiempo ya no existe. Lo que fue Margaret Omali se desliza hacia una fusión irreversible con algo enorme y ajeno cuyos poderes comparte parcialmente. Un último rincón de su personalidad ríe con pureza infantil, visualizando una vasta sala de control de las estrellas. De sí misma sólo sabe que existe en la paz y la exaltación. La grandeza del universo se despliega como el tapiz de su entendimiento. Ella se entrega por entero a ese placer puro y frío. La mente que fue una mujer humana flota perdiéndose en la justicia del juego de los soles y los átomos, la intrincada belleza de la causalidad cósmica.

Eones o instantes más tarde una minúscula distracción le penetra la conciencia. Un recuerdo humano a la deriva se focaliza en ella, produce la impresión de una vibración diminuta en las cercanías.

Persiste, le impide concentrarse. Finalmente ella desvía parte de su atención del exterior y advierte que la señal intrusa está en esa banda de señales vitales que nada significa para ella. Pero es que ésta es diferente... Aunque diminuta, se mueve. Y es muy nítida y aguda. Algo le dice que viene de un lugar cercano.

¿Cómo es posible?

La acosa la inquietud. No desea interferencia alguna en su serena alegría. Desviando aún más la atención del universo exterior, enfoca fijamente la pequeña señal. Sí, está cerca y...se desplaza hacia ella. Se aproxima a este lugar de poder, a esta fortaleza de contento.

Una fría irritación la aguijonea. Casi distraídamente proyecta circuitos que abolirán para siempre ese estorbo, enquistándolo y alejándolo. Destruid.

Pero cuando se dispone a activar, siente un cosquilleo en su memoria humana. El grito mental comunica lo que ella remotamente reconoce como emoción. Le recuerda su propia soledad en el frío y la negrura y la desolación de allí afuera. Este algo minúsculo tal vez no tiene amigos y vaga impotente por una oscuridad ilimitada y gélida. Un vago asomo de compasión le aplaca la furia. Posterga la destrucción y 'escucha'.

Sí, parece el grito de un niño perdido. Ninguna amenaza. Aunque ella no es telépata, está tan cerca que puede captar la súplica.

Se siente magnánima. Es todopoderosa, pero ¿cómo comprender a esta criatura gemebunda?

TOTAL, desde luego. Proyecta con la mente espectrales circuitos receptores, canales que salen de la fortaleza para traducir las emisiones.

Impresión de señales.

El pequeño panel teleimpresor de TOTAL obedece.

Ella lee, y más recuerdos humanos despiertan, mezclados con un sentido cósmico del absurdo. ¿Reconocimiento mortal, aquí, en esta inmensidad sobrenatural?

Y entre tantas voces, nada menos que esa. Tal vez ninguna otra señal terrena pudo penetrar a salvo en ese vasto recinto. Por cierto, cualquier cosa más próxima al centro de su vida anterior sólo hubiera provocado aniquilación. Pero esto es tan leve, distante e inocuo, y sólo trae el frágil recuerdo de una fría buena voluntad. Y le habla a su propia memoria de la opresión en las tinieblas.

Como un gigante condescendiente, proyecta una pantalla para la ínfima criatura de afuera y deja que sus dedos espectrales pulsen una respuesta.

Capítulo 17

" ¡Victoria...! ¡Victoria...!"

El himno reverbera aún en el vacío. Pero algo más está reverberando, volviendo la atención de la vasta criatura hacia su ser acosado.

No puede ubicar la nueva perturbación. ¿Viene de dentro o de fuera?

Afuera sólo percibe una caótica trasmisión en esas enigmáticas bandas transtemporales que tanto la han atraído. Esta se está amplificando, como las señales que había logrado en sus experimentos solitarios para estimular las estrellas. Sí: la trasmisión se intensifica mientras escucha. Proviene de alguna ruina alrededor de los últimos soles desintegrados por la misión. Sin duda, como los otros, también ésta llegará a un máximo incomprensible y cesará.

Nada nuevo aquí.

Sin embargo el efecto es inusitadamente perturbador. A través de la vasta y helada red de cuasi— inexistencia que es el sustrato de su pensamiento, la llamada parece propagarse a una acción que no puede concebir. Esto no ha sucedido antes.

¿Será otro efecto del pequeño pasajero? Es posible.

La gran criatura vuelve la atención hacia dentro y percibe que el visitante parece haberse amplificado también, desarrollando minúsculos centros adicionales cerca del núcleo central. Y estos están en condiciones altamente energéticas con relación a su tamaño. Uno de ellos genera señales de la misma naturaleza que las emisiones exteriores, que reverberan dentro. Pero no son señales buenas: hay algo malévolo o dañino en ellas.

¿Cómo se atreven estas entidades infinitesimales a portarse asi?

Una cólera fría se forma para iniciar la onda en— trópica de limpieza que barrerá al intruso y todas sus obras.

Pero a último momento, la enorme entidad titubea perpleja. El diminuto habitante ha empezado a trasmitir internamente en una nueva modalidad combinada que incluye imágenes sobreimpresas en las bandas de recepción racial. La imaginería es intensa, líneas de puntos multiplicadas con vehemencia. iQué inesperado, que la pequeña criatura haya logrado tales habilidades en el sistema!

Interesada, la gran entidad demora la destrucción. ¿Qué se intenta realizar aquí?

—VI DA/VI DA/VI DA-

...emite la señal. El símbolo no significa nada, pero de las imágenes asociadas se deriva una confusa impresión de entidades extrañas, aparentemente autónomas, de complejidad y diversidad inconcebibles. Parece que se comunican en la banda de señales crípticas. Las imágenes son turbulentas, las entidades se convulsionan, estallan en llamaradas, caen ennegrecidas en maelstroms de fuego purificador.

La enorme criatura reflexiona. ¿Es posible que estos visitantes sean extraordinariamente minúsculos, tal vez de un tamaño apropiado para infestar las motas de materia que tan a menudo acompasan a los soles pequeños? En tal caso, ha resuelto el origen de la emisión que tanto le intrigaba, pero la solución no tiene significado.

El pequeño huésped continúa emitiendo señales donde se repite el signo —VIDA—. Parece que las irradiara de una manera personal, acusatoria.

De nuevo la cólera, mezclada con el vago placer de haber descubierto una referencia. Probablemente este orden de cosas minúsculas se denomina 'vida', ¿pero por qué la agitación?

Finalmente los lentos, inmensos, fríos procesos que generan el pensamiento llegan a una conclusión; la señal exterior que está recibiendo puede indicar algún daño en este peculiar microcosmos, esta 'vida' que el pequeño huésped o sus nuevas partes desean negar. ¿Pero por qué? Esto es correcto, es parte del plan. De hedió, la emisión exterior se está amplificando, como estaba previsto, la estrella sufre las alteraciones designadas. Todo está en orden.

Pero entonces, ¿por qué esto resulta tan perturbador? ¿Por qué el huésped es acusatorio? El abandono de la misión ocurrió hace mucho tiempo, estas últimas repercusiones no pueden guardar ninguna relación con eso. No he hedió nada, se tranquiliza el poderoso ser. Pero en vez de satisfacerlo, ese pensamiento parece provocar más disonancias. No hé hecho nada: ¿qué puede haber de malo en ello, salvo la terrible falta de desertar de la tarea misma? Sin embargo, algo es incorrecto e implica nuevos desvíos. Las señales que se intensifican, combinadas con la conmoción interna, están causando una dolorosa tensión.

No hago nada, se repite la vasta criatura. Pero la tensión se agudiza, intuiciones incompatibles luchan por ser reconocidas dentro de los enormes circuitos helados de su pensamiento. El reproche persiste. Pero no he hecho nada. Sin embargo, de algún modo soy incorrecto. ¿Pero cómo puedo ser incorrecto si no hago nada?

Las angustiantes trasmisiones internas y externas se intensifican; el ser poderoso e insustancial rueda lentamente, remece los racimos de soles tratando de resolver esa presión implacable con (o que no es un cerebro. No hago nada, no he hecho nada. Sin embargo ahora es perturbador experimentar las transformaciones normales de 'vida' en los extremos de la misión. Ante todo la misión no puede ser un error, Pero esta acusación se relaciona de algún modo con la misión. ¿Qué? ¿Qué? ¿Es posible que haya que hacer algo? Exasperado hasta el dolor, el gran ser decide que todo esto es efecto de su último pecado, el acto inaudito de llevar consigo una criatura extraña. Sí..., esta debe ser la raíz de todo el problema. IFuera con ella!

Nuevamente comienza la gélida peristalsis que lo purificará de toda compañía indeseable.

Pero pese a ta cólera, la acción es lenta y desganada, como si un sector de la vasta criatura sospechara que se ha suscitado un dilema más amplio que no será resuelto por esa purificación. Pero la tensión crece intolerablemente. Sí... Debo actuar, ya. ¡Al menos me liberaré de esta causa inmediata de aflicción!

Pero en ese momento una nueva señal es irradiada desde dentro. La emisión es débil, pero la naturaleza es tan extraña, y sin embargo,tan familiar, que el gigantesco ser presiente que la causa de! tormento está al alcance de su mente. Alguna verdad perdida se oculta aquí, separada por una fragilísima opacidad, y sólo falta aferraría. Palpita en el diminuto vacío que no puede alcanzar.

La tensión sube, insoportable. De nuevo se oye el débil grito. ¡Sí! Debo... Debo hacer... ¿Hacer, qué...?

¿Acaso el pequeño ser lo sabe?

Ansiando nada más que el alivio, el monstruo del espacio derriba impulsivamente todas las barreras, abre el acceso aun a las fuentes más recónditas de dolor y humillación. Si el pequeño ser sabe cómo aplacar este tormento, todo es soportable. Unicamente desea que le revele la pista.

Pero sólo recibe la repetición de ese símbolo sin significación:

—ACTIVAR/ACTIVAR/ACTIVAR-

¡Ya no puede tolerarlo! Aguijoneado y doliente, el enorme ser se dispone a desatar una devastación general que dará fin a todas las aflicciones internas y externas.

Cuando de pronto, el universo sufre un vuelco.

Capítulo 18

Malo... Es muy malo. El envenenamiento por radiación es increíblemente doloroso. Dann lo está descubriendo. Sus bravuconadas acerca de estar acostumbrado a morir ya no le consuelan; eran parte de la exaltación eufórica, de la feliz irrealidad de sus primeros momentos en los vientos de Tyree.

Ahora está descubriendo en cambio la realidad de tormentas sónicas abrasadoras, de carnes quemadas y emponzoñadas; náuseas y hemorragia y la ruina de su cuerpo nuevo y espléndido. La realidad de la muerte inminente, con Tivonel y sus compañeros humanos, en esos mismos vientos que se han vuelto letales.

Los mira a todos, sus seis pacientes ex humanos —y además la perra—, acurrucados en el inútil refugio de las pocas plantas que crecen aquí, al pie del muro de viento. Ahora están tranquilos. Horas o días atrás, ya no lo sabe, descendieron por etapas hasta esta última protección de las ardientes radiaciones del cielo. Inútil; el Sonido es más devastador minuto a minuto, aun aquí. Están en un huracán de luz audible. Y desde lo alto llega el gris gemido-de muerte de plantas y animales afectados. Un mundo agoniza a su alrededor.

Cerca hay otro grupo de gigantescas siluetas Tyrenni: el Oidor Lomax y el Más-Anciano de Tyree, con los cuerpos escaldados y oscuros. Sólo los campos-vitales reúnen de vez en cuando las fuerzas para proyectar un rayo hacia lo alto. Dann supone que aún indagan desesperadamente en busca de un medio para la fuga psíquica. El no tiene esperanzas. Aparentemente el aborrecible Destructor bloquea el cielo.

Tivonel revolotea cerca de ellos, atenta y silenciosa. Esperando aún al perdido Giadoc, sin duda. Dann sufre al ver el deterioro de la grácil silueta de Tivonel; las aletas rugosas y llagadas. Dispersos más allá hay grupos de sobrevivientes. Padres frenéticos intentan aún proteger a los pequeños o procuran dar refugio a algún huérfano. Varias hembras aletean juntas, consolándose mutuamente en el dolor. Cuerpos oscuros cuelgan a lo largo del camino hacia la zona-vegetal más elevada, mojones siniestros de una penosa peregrinación. Los Tyrenni tardaron en comprender el peligro del cielo.

Uno de los pacientes humanos se mueve; el destello verde de un gemido. Oh Dios, pronto será tiempo de emplear de nuevo ese horrible don. El ex doctor-Daniel-Dann ríe ante esa ironía, una risa que es un fulgor opaco y carmesí en el manto estropeado. Descubrir a esta altura el 'don' que aparentemente le hizo médico una vez, y que ahora sólo servirá para volverle más dolorosa la agonía.

"Ni lo pienses. Espera a-que despierten."

Para distraerse, evoca los primeros momentos. Un tiempo maravilloso, un tiempo de belleza, comedia y asombro en lo alto de los vientos de Tyree.

El y Tivonel estaban junto al gran cuerpo de un macho cuando despertó la mente alojada adentro. El cuerpo era el de Coito, uno de los dos Padres jóvenes que vio huir en el Haz. Ahora alberga, increíblemente, una mente humana. ¿Cuál? ¿La de algún guardia de Deerfield? ¿La del mayor Fearing? Podría ser el presidente de General Motors, por qué no. El manto titila con palabras confusas y doradas.

—¿Dónde...? ¿Qué...?

—Hola —dice Dann, sintiéndose ridículo—. No se alarme. Estoy en las mismas condiciones que usted. Parece que hubo...una transferencia. Soy médico... Curador. Daniel Dann. ¿Cómo se llama?

El gran ser suspira o rezonga matizadamente, y luego parece aguzar la atención.

—Oh, toctor Tann —dice con luces amarillentas y soñadoras—. ¡Es usted tal como siempre lo vi! ¿Adivina quién soy? Winona.

Los signos-lumínicos de la voz tienen un tintineo tan winonesco que Dann queda azorado. ¿Winona, esta criatura enorme y masculina? Por bromear, Dann balbucea que él no sabía que siempre había tenido este aspecto de monstruo.

—No, me refiero a su... A su...su mente —lo interrumpe ella, canturreando en la nueva lengua—. Siempre pude verla, ¿sabe? Es encantadora.

—Bien, gracias —dice él, resignadamente; parece que los telépatas están mucho mejor preparados que él para estas metamorfosis grotescas—. ¿Le han dicho dónde estamos?

—Vaya, es muy obvio —dice Winona—. En el mundo de

los espíritus —el tono se parece tan exactamente a su voz cuando paseaban juntos hablando de sesiones espiritistas, auras, ectoplasma, telepatía... Ella está en su propio mundo; realmente causa gracia.

Pero tiene que prepararla, de algún modo. —Además...es un mundo muy real —dice pacientemente—. Aquí están en apuros, Winnie. Por eso es que algunos nos robaron los cuerpos para tratar de huir.

—Oh, no —dice ella, ahora preocupada—, ¿...robaron? ¿Quiere decirme... —las palabras se tambalean, se oye un quejido verde de miedo.

Ante esto Tivonel lanza una exclamación, y el gran Padre que los ha estado observando ordena severamente: — ¡No lo asustes, Tanel!

Tiende hacia ella un borde del campo, y el color verde se disipa.

—De acuerdo —dice Dann—. Pero no es macho. ¿Puedo presentarles? Winona, esta es mi joven amiga Tivonel; una hembra de Tyree —no parece haber un término más cortés; a la enorme presencia de arriba le dice—: Lamento no conocer tu nombre. Esta es Winona, una hembra de mi mundo.

—Salud, soy Elix. ¿Pero cómo puedes decir eso? —pregunta—. ¿Acaso no sé reconocer un macho? Míralo. Le falta experiencia, pero obviamente es un Padre.

—¡Claro que no! —protesta Winona—. Soy hembra. Un Padre hembra...

—¡Tonterías! —dice orgullosamente Elix—. ¿Está loco? Tivonel ríe incrédulamente, y varios Tyrenni que observan la escena se acercan más.

—Fíjate en su campo —dice uno. Dann recuerda sus lecciones y escruta las energías-vita— les que fluyen de la gran figura de Winona. Son abundantes, por lo que parece. Y palpitan intrincad amen te. En realidad, son más copiosas que las de él.

—Pero es hembra —dice, obstinado—. Lo juro.

—¡Un Padre hembra! —el manto de Tivonel ríe perplejo—. ¡Caramba! ¡Marockee! ¡Iznagel! ¡Venid aquí...!

El gran Elix ha descendido un poco y observa atentamente.

—Si es así, extranjera, ¿cuántos hijos has cuidado? —Cuatro —afirma Winona—. Y siete...hmmm, hijos de hijos.

—¿Eres realmente hembra? —pregunta Marockee—. ¿De veras?

—¡Claro que sí! ¿Qué tiene de malo?

—Nada —dice Dann, tratando de no reir—. Están asombrados porque parece que en este mundo la crianza de los niños está a cargo del sexo masculino. Por eso no tienen una palabra para usted. Y su...hm...su aura-mental parece ser muy amplia, como la de un Padre, y como usted está en un cuerpo masculino, a ellos les cuesta creer lo contrario.

—¿Los machos crían aquí a los niños?

—Exacto. Creo que descubrirá usted que tiene una...eh, bolsa.

—¿O sea que los alimentan y arrullan y limpian y cuidan todos los días, el día entero? —pregunta Winona con tonos de centelleante escepticismo—. ¿Y les enseñan a caminar y a hacer todo, así durante años? No puedo creerlo.

—Así es —le dice el gran Elix—. Veo que ahora comprendes. Pero yo sólo he criado uno. Extraña hembra Padre— de-cuatro, te saludo.

Desciende planeando hasta ella, un lila respetuoso en el campo.

—¡Bien! —Winona se calma—. Claro que no he querido ser descortés. Me encantaría oír hablar de tu niño.

—¡Pero esto es contra natura! —protesta otro Padre—. ¡Es contra la ley del Viento! Antes de aceptar semejante disparate, me^gustaría ver cómo.esta hembra realiza cuidados PaternosTjQue calme a éste..., si puede!

El campo le rodea, el manto se eleva ligeramente. Dann advierte que está tratando de aplacar a un niño Tyrenni. El pequeño de pronto se retuerce violentamente y el manto estalla en llantos brillantes y verdes.

—¿Qué me están haciendo? ¡Fuera de mi mente, fuera! —aulla aterrado.

—¿Ese es uno de los míos? —pregunta Dann por encima del alboroto.

—Sí. Era la hija de Coito.

—Podría ser cualquiera —le dice Dann a Winona, y luego grita—: ¡Cuidado! ¡Alto!

Ella se ha acercado a la pequeña, extendiendo el propio escudo hacia el otro, pequeño y convulso.

—No deje que él la aprese en su pánico —recomienda Dann.

Winona se detiene para reunir todas sus energías.

—Esta gente posee métodos mentales —le dice Dann—. Hay que tener cuidado con el contacto.

—Pobre criaturita —murmura Winona distraídamente, y luego, para consternación de Dann, se acerca a la pequeña arqueando el campo.

—¡Fuera de aquí! —aúlla la niña; el otro Padre la suelta, retrocediendo. Al verse libre la niña enfurecida se lanza con fuerza contra Winona.

Se entrechocan en una confusión de membranas ondu-

Jantes y campos vibrátiles. Y luego Dann ve que Winona ha extraído torpemente las pequeñas pinzas para aferrar a su atacante. Entretanto su gran campo ha formado una telaraña densa y extraña que envuelve y de algún modo aplaca las energías desatadas.

—No, no —dice serenamente por encima de los chillidos verdes—. Basta. Escucha a Winnie. Ya estás bien, estás a salvo.

La voz tiembla un poco mientras los dos cuerpos forcejean y ruedan lentamente, los campos fundidos. Dann comprueba con asombro que Winona domina la situación; saldrá airosa de la prueba. Cuando al fin reposan en el viento, la pequeña obedece con calma y docilidad,

- ¡La atacó! —dice Elix, indignado—. Padres, ¿habéis visto eso?

Dann comprende que Elix nunca ha visto en este mundo un enfrentamiento físico, sólo ocasionales contac— tos-corporales. Más maravillas.

—¿Quién es, Winnie? —pregunta—, ¿Lo sabes?

—Es Kendall Kirk —responde ella; la criatura da un último brinco convulsivo—. No, no, Kenny. No te preocupes, estás en un sitio bonito y seguro. Aquí tienes a Winnie. Winnie no dejará que te hagan daño.

¿Kendall Kirk? Oh no, piensa Dann. Para sus oídos, los gritos sofocados suenan como sapos y culebras. ¿Qué hacer con Kirk en este lugar?

—Ha cambiado —murmura afectuosamente Winona—. Es como un niño. Lo asustaron tocándole la mente. El quiere su... No me sale la palabra. Su mascota.

—¿Mascota? —Dann recuerda de repente—, Tivonel, ¿puedes traer ese cuerpo con mente de animal? Creo que le pertenece a éste.

—¿Te refieres a la pobre Janskelen? Vamos, Marockee. Cuando se van, Dann le pregunta a Elix: — ¿Qué le hiciste a su mente?

—Tuve que lavarla muy profundamente, Tanel. Estaba crispada de temor y de furia, ya viste cómo atacó a Winona. Lo enviamos a una etapa más juvenil. Se recobrará. ¿Pero no es uno de vuestros salvajes, o una hembra chiflada?

—No —admite Dann—. Lo que tenéis aquí es un macho adulto de mi mundo. E incluso ocupaba un puesto jerárquico entre nosotros...

Ante esta novedad los mantos de varios Padres repican de incredulidad y desdén.

—Sin duda el joven Giadoc dijo la verdad cuando comentó que otros mundos eran brutales —observa uno. Pero Elix añade más gentilmente:

—Tú no eres así, Tanel. ¿Por qué?

No lo sabe.

Tivonel y sus amigas traen el cuerpo de la vieja Janskelen. El pequeño campo se agita, el manto chisporrotea un gemido sin palabras.

—Winnie, creo que el animal de Kirk, su mente o lo que sea, puede estar aquí. ¿Quieres que estén juntos?

Ante sus palabras, el cuerpo de Janskelen revive. Agitando las aletas pasa por debajo de Winona y se acurruca bajo el manto protector. Dann nota cómo su campo se une al de Kirk.

Fantástico. Así que los perros también operan en el plano espiritual —piensa Dann, algo disparatadamente—. La mente de la perra labrador parece tranquila; quizás es un 'padre', también. Dann admira la fidelidad de la criatura, aunque deplora sus predilecciones.

—Ahí tienes, pequeño Kenny —murmura Winona—. ¡Ahí tienes a tu amiguita! Ahora eres feliz, ¿verdad?

'Pequeño Kenny', es increíble. ¿Es posible que el infortunado teniente sea para el espíritu maternal de Winnie un niñito desamparado? "Que tengas suerte. Vive este absurdo momento. No pienses en el horrible Sonido naciente, olvida lo que les espera a todos."

Los Padres se apiñan alrededor, curiosos.

—Ahora te creo, Tanel —dice un macho en quien Dann reconoce a Ustan—. La hembra tiene poder, aunque sea precario. ¿Pero quién de nosotros habría podido afrontar un ataque corporal? —las grandes aletas se estremecen.

—Nuestro mundo es muy diferente —le dice Dann—. Vivimos sin viento y en gran contacto con muchas cosas sólidas. Y no podemos ver las mentes, como vosotros; nos comunicamos sólo mediante el lenguaje y el tacto.

Al decirlo, un filamento de duda se le desliza en el alma materialista. Lo que hizo Winnie con Kirk fue toda una demostración. ¿Es posible que él haya sido demasiado incrédulo?

—Asombroso —murmuran los Padres.

—Por mi parte, me gustaría aprender más acerca de vuestros extraños cuidados-Paternos —dice Ustan—. Son una verdadera conmoción en nuestra filosofía más profunda.

—Á mí también —conviene Elix, y otros Padres le hacen eco.

—Estoy seguro de que a ella le encantaría daros esas explicaciones —dice Dann—. ¡Winona! Si Kirk se ha calmado, ¿puedo presentarle al Padre Ustan y algunos amigos? Parece que quieren hablar con usted acerca de los detalles de la

crianza de los niños. De paso, mejor que se acostumbre a ser una persona importante aquí. Es usted una especie de visitante... —quiere decir 'oficial' pero tiene que optar por Más-Anciana.

—¡Oh, caramba! —el tono de Winona ha recobrado el viejo canturreo, pero aquí no suena tan tonto—. Desde luego, me encantaría. Cuidar de los niños y de la gente es lo único que sé. Bien, pequeño Kenny, quédate tranquilo. Winnie no se irá. Tanto gusto, Padre...

—Ustan —Dann da fin a la presentación y se retira, exultante. De persona desechable a celebridad instantánea. "Disfrútalo mientras dure." Si los Padres aquí son como las madres de la Tierra, Winona estará bastante ocupada. Y él tiene que encargarse de otra gente.

Tivonel le acompaña.

—¿De qué te ríes, Tanel?

—Cuesta explicarlo. En mi mundo, la paternidad es tan despreciada que ni siquiera forma parte del... —el farfulleo le advierte que es imposible decir 'producto nacional bruto'—. Es sólo adecuado para las hembras —concluye re— signadamente, sabiendo que no ha dicho nada.

—Así que vuestras hembras deben ser grandes y fuertes, para llevar los huevos...

—No, generalmente son más débiles que los machos.

—Pero entonces, ¿por qué les dejáis llevarlos? Debéis ser muy generosos. ¿O es vuestra religión? ¡Oh, a Giadoc le encantaría enterarse de eso!

—Alguna vez te lo explicaré, si puedo. ¿Dónde está el resto de los míos?

—Allá abajo. ¡Oh,...! ¡Mira, al lado de Iznagel...! ¡Qué extraño!

La mujer llagada que cuida a Ron ahora revolotea nerviosamente sobre dos siluetas confusamente enredadas. Una es más pequeña... Una hembra. Por un momento Dann cree estar presenciando un ataque sexual, luego recuerda los hábitos de este mundo. Los campos-mentales están fundiéndose de una manera muy peculiar.

—¡Ella se le echó encima! —grita Iznagel—. ¡No pude detenerla!

—Un empuje-mental —exclama Tivonel—. Será mejor que busquemos un Padre.

—Espera —Dann se acerca planeando a las dos figuras rodantes, sospechando lo que encontrará.

—¿Ron? ¿Ron? ¿Rick, eres tú?

Del torbellino de mantos, ya más tranquilo, brota el efecto palpitante y naranja que Dann oye como una carcajada, pero ninguna palabra.

—¿Rick? Ron, soy Dann. ¿Quién está ahí? —e inmediatamente percibe que ambos mantos irradian un sonido dorado y reverberante.

—Estamos aquí. Somos nosotros. Estamos... Estamos, por fin...

—No te preocupes, Iznagel —le dice Dann—. Son...hm, hermanos-deiuevo. Creo que necesitan estar juntos.

Las energías-vitales se apaciguan hasta formar una guirnalda serena alrededor de las dos formas unidas. El cuerpo más pequeño está adherido a la espalda del otro.

—Es como una gran persona —exclama Tivonel.

—Bueno, nunca vi...algo así —comenta Iznagel, un poco escandalizada-¿Dices que son hermanos-de-huevo? Creí que eso era un mito...

—No, en nuestro mundo existen. Ron, Rick, ¿estáis realmente bien?

Un vago murmullo, y de pronto la forma de arriba, semioculta, habla sola.

—Ron quiere que hable yo, doctor. Sí, estamos bien. Quizá por primera vez —el tono reluce alegría—. Mejor que nos pongan un nuevo nombre, pues ya hemos dejado de ser dos individuos.

—¿Qué nombre?

De nuevo la risa.

—Podría ser...Wax, Waxma..., ya sabe: Waxman.

Ese sonido prosaico y terrestre brotando de esta figura de pesadilla en los reinos del sueño es demasiado para Dann. Lanza una carcajada incontenible, y Tivonel lo acompaña. Iznagel, recobrándose de la sorpresa, ríe también.

—Espléndido —ríe el 'nuevo Waxman'—. En inglés, wax significa crecer. Y eso es lo que hemos hecho nosotros.

—Bien —Dann recobra la serenidad. Le cuesta bastante, aun pensando en lo que está a punto de suceder. El mundo de Tyree parece propiciar alegría—. Tengo que encontrar a los demás. Estarás bien con Iznagel. De paso, pídele que te dé una memoria. Una memoria acerca de este mundo. Ella te lo explicará. Te parecerá magnífico. Volveré más tarde.

—Por allá —dice Tivonel, y planea trazando una hermosa y sinuosa espiral junto a enormes islotes de vegetación titilante.

Dann la sigue, de nuevo consciente del poder y la libertad de su nuevo cuerpo. Se niega a sentir los matices de lo que debe ser un malestar incipiente. Es extraordinario que este desastre sobrenatural haya acarreado alegría, aunque sea provisional: alegría para Winona, alegría para Ron y Rick, alegría para él mismo. "¿Valdrá la pena? Ni lo pienses; fíjate quién más está aquí..."

Se acerca a tres cuerpos sujetos a un islote-vegetal, custodiados por el viejo Ornar, el que lamentaba la pérdida de Janskelen; un macho grande, una hembra, y probablemente un niño, piensa Dann. Cuando Tivonel ve el cuerpo del macho, frena y se echa atrás, gris-azulada de dolor.

—Ese era el hijo de Giadoc, Tanel. Nuestro hijo, Tiavan. Y ahora es un criminal en tu mundo...

—No te aflijas, Tivonel. En realidad, hasta ahora los tuyos parece que hubieran traído felicidad a los míos... Y quizás éste también tenga suerte.

Ella suspira, pero su espíritu brillante no se puede opacar por mucho tiempo. La vida alojada en el cuerpo de Tiavan late de inquietud; un murmullo de luces despierta en el manto.

—Salud, Padre Ornar —dice Tivonel—. Este es Tanel, el Curador del otro mundo.

—Salud, Curador Tanel —salmodia el viejo Ornar—, Y bien..., con gusto te cederé el puesto.

—Oh, no... Por favor —protesta Dann—. Soy sólo Curador de cuerpos. No poseemos artes mentales como las vuestras, Padre Ornar'.

—Hm, bien; si eres Curador-de cuerpos, ¿no te parece que el Viento se está poniendo peligroso en este nivel?

—Sí —admite Dann; ¿cómo decir que probablemente ya están condenandos?—. Tendríamos que tratar de encontrar un refugio. Pero primero quiero descubrir quiénes son estos, y tranquilizarlos.

—¿Pero es que no les reconoces los campos? —pregunta Ornar con un tono cereza de asombro.

—No, Padre —interviene Tivonel—. Dice que en su mundo sólo pueden ver los cuerpos. Y hablan, desde luego. ¿No es insólito?

—Indudablemente —de nuevo el gris de incredulidad—. ¿O sea que no puedes ver que la mente del cuerpo de Tiavan está malformada y que necesita remodelación? Obra de un Padre criminalmente inepto, diría yo... Probablemente un huérfano salvaje, pobre criatura, mira cómo trata de...

El lenguaje se vuelve incomprensible para Dann; es evidente que en la Tierra estos conceptos no tienen equivalente. Mientras él estudia al 'huérfano', Tivonel recoje las aletas.

—Regresaré con Lomax, Tanel. Quizás hayan localizado a Giadoc.

—De acuerdo. Me quedaré cerca —ella se aleja despidiéndose con un destello cálido.

Una ingrata sorpresa asalta a Dann cuando repara en la

manera sigilosa y murmurante en que la energía de este ser encubre el cuerpo. Estira pequeños zarcillos exploratorios y los retrae como serpientes; el manto guarda un silencio impenetrable. ¿Esto representará suspicacia, temores paranoides, odio? ¿Está frente al mayor Fearing? ¡Oh, no! Bien, es mejor que sea él, quizás, y no un inocente quien sufra el destino que les aguarda.

—¿Fearing? —pregunta desganadamente—. Mayor Fearing, ¿es usted? Soy Dann. Si intenta hablar, quizá pueda ayudarle.

No hay respuesta, sino una ambigua contracción del campo. Los paranoides se niegan a recibir ayuda, recuerda Dann. Pero éste no es Fearing... Quizás es un empleado de la Marina, algún absoluto desconocido... Por otra parte, el Haz de los Tyrenni hasta ahora parece haber atraído a los sujetos de Noah; tal vez en razón de su veta 'telepática'. Probará con ellos.

—¿Ted? Ted Yost, ¿es usted? Frodo... Eh, ¿Fredericka? Val... ¿Valerie Ahlstrom?

Ninguna reacción. Este le parece el acto más absurdo que haya realizado jamás. Pero..., ¡un momento! Casi olvidaba al hombrecillo.

—¡Chris! ¿Chris Costakis?

La mente se estremece significativamente, contraída en un nudo.

—¿Chris? Si es usted, no tenga miedo. Soy Dann, el doctor Dann, aunque no le parezca... Nos han...bueno, transferido a todos. ¿Puede hablar?

La mente parece distenderse un poco. Tras una pausa, una sílaba tenue se forma en el manto.

—¿Dann? —el tono lumínico seco y nasal es inconfundible.

—Sí, soy yo. Chris, ¿cómo se encuentra?

—¿Dónde estamos, Dann? ¿Qué ocurre?

Cuando Dann trata de elaborar una explicación, advierte que es la primera vez que uno de estos telépatas le pide explicaciones. Pero Chris era diferente. Su especialidad eran los números.

—Esta gente es amigable, Chris —le dice—. No están de acuerdo con los que nos robaron los cuerpos. Por lo que sé, aquí hay siete de nosotros...y además, la mascota de Kirk —concluye, pensando que un hecho tan desconcertante podría servir de estímulo a Chris.

Aparentemente funciona.

—¡La...! —las palabras resbalan; parece que tratara de decir 'perra'—. Pobre viejo.

Un término inadecuado para el labrador, visiblemente

hembra. Dann recuerda la misoginia del hombrecillo: "Con una mujer no capto nada." ¿Era a esto que se refería el viejo Ornar? El cuerpo parece adquirir más vitalidad; murmullos subvolcánicos chispean en el manto. Pero el campo sigue replegado.

—Dann — susurra de golpe Chris, con aspereza—, ¿todos estos personajes son...bueno, pueden...leer la mente? Un telépata enfermizo, sin duda. —Sólo si uno lo consiente, Chris. ¿Ve esta especie de aureola que me rodea el cuerpo? Lo llaman 'campo'. Nadie puede verle los pensamientos, a menos que su campo entre en contacto con uno ajeno. Y entonces usted también puede leer al otro.

Ante estas palabras el aura-vital del hombrecillo se repliega aún más, su gran silueta se encoge tanto que cae abruptamente en la planta más cercana.

—Espere, Chris —Dann lo sigue, tratando de encontrar una manera de calmarlo—. Nunca lo hacen, a menos que usted quiera. Se considera una falta de educación. Le aseguro que aquí no hay nada que temer en ese sentido.

El cuerpo enredado en el matorral lanza juramentos ininteligibles. Un telépata asustado de la telepatía. Hay que distraerle.

—De paso, Chris, quizá le interese saber que está en un cuerpo masculino, joven y robusto. Haga la prueba y láncese al aire. Yo lo pasé magníficamente, volando. Mírese la envergadura de las alas... Es usted enorme.

Más protestas. Pero en seguida Dann ve que una aleta se extiende cautelosamente.

—¿Sí? ¿Es decir, que yo... ¿Ya no soy...? —las aletas secundarias se elevan, el gran cuerpo asciende. Al cabo de un instante de confusión, Costakis revolotea sobre las raíces— vegetales, ladeándose y probando los impulsores—. Era cierto —el campo-vital se ha expandido desordenadamente, los juramentos se han interrumpido.

—Sí, a usted le ha tocado la mejor parte. Observe, es embriagador —Dann advierte que no le está hablando a un sueño, ni siquiera a un paciente, sino a un congénere en circunstancias que resultan espantosamente reales, por extravagantes que sean. Lástima que la nueva situación de Costakis no iba a durar...

Chris parece estar escrutando lentamente a su alrededor. Dann nota que el zumbido de fondo se ha elevado en el cielo, y las dolorosas señales de vida moribunda parece que son mucho más fuertes.

—¿De qué hablaban usted y ese grandote? —pregunta Chris.

—Bien, aquí hay problemas, Chris. La energía, es decir, las emisiones del Sonido... Esta lengua no tiene las palabras. Lo que trato de decir es que este mundo está recibiendo mucha energía-celeste. ¿Entiende a qué me refiero? —una idea se le ocurre a Dann: Costakis sabía electrónica, tal vez algo de física. Quizá los hechos lo distraigan de sus otros temores—. La gente de aquí no comprende estas cosas. Yo... Nosotros necesitamos los consejos de usted.

Los sensores del cuerpo de Tiavan se extienden, las membranas palpitan.

—Me oculta algo, Dann —la voz es tan exactamente la de ese hombrecillo solitario, suspicaz e impulsivo, que Dann casi puede verle la calva incipiente:.

—Sí, creo que es grave. No he querido alarmar a los otros y no se lo he contado a nadie más. Usted sabe más que yo sobre energía. Le agradeceré que me ayude. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo cree usted que nos queda?

En ese momento, más allá del arbusto, la hembra lanza un grito inarticulado. Encima, el gran Ornar emite un gruñido admonitorio, extendiendo el campo.

—¡T-t-tokra! ¡Docra! ¡Tann!

Sin duda alguien le llama. Vuela hacia la criatura que despierta, tan fervorosamente que casi olvida apartar la mente del escudo amplio y poderoso.

—¿Quién es? Soy Dann, el doctor Dann. ¿Quién es?

—¡Oh, doctor! ¿No lo ve? ¡Soy Valerie!

Echa un vistazo a la convulsa silueta de manta-raya; aletas, membranas, apéndices rígidos y extraños, y le asalta una repentina revulsión visual. ¿Valerie en eso? Recuerda vividamente a la muchacha en su forma original, las curvas insinuantes del pecho y la cintura, el pequeño monte de Venus cubierto de vello amarillo, la sonrisa encantadora. Y estar en esta cosa... Ese monstruo gigante que ha devorado una muchacha humana. ¡Qué infamia!

Flota en el viento... Y de pronto cae literalmente en la mente de ella.

No tiene idea de lo que ocurre, aunque después piensa que debió ser como el choque de dos galaxias, dos entrelazamientos de fuerzas en fugaces penetraciones mutuas. Ahora sabe que está de golpe en otro mundo, un mundo llamado Val, un paisaje extraño y vivido en el espacio y el tiempo, compuesto de una miríada de escenas familiares, rostros, voces, objetos, músicas, sensaciones corporales, recuerdos, experiencias..., todo centrado alrededor de su yo— Val. Su yo encarnado en un cuerpo familiar-extraño de un metro sesenta y cinco; de piel tierna, excitable, ocasionalmente dolorido, con vista y oído agudos y manos inteligentes con doble articulación; la manera única y normal de ser. Y todo esto se alinea en un instante sobre dimensiones de emoción: esperanza, orgullo, ansiedad, alegría, humor, aversión, un campo de fuerza de variados matices entre los que se destaca uno para el cual su mente no posee equivalencias: temor, vulnerabilidad por doquier. Este mundo es peligroso, impregnado por una amenaza invasora y permanente, una crueldad que acecha y restringe como un ejército de ocupación. Una hueste de cuerpos toscos y rudos y masculinos vibran en él, voces roncas se burlan, un poder hostil monopoliza todo el espacio libre, conceptos ajenos gobiernan el mismo aire. Y sin embargo en este mundo inhóspito la esperanza circula como una lámpara en manos valerosas y débiles; una esperanza tan ligada al yo que no tiene nombre, sino sólo la necesidad de seguir adelante, como el ideal de un guerrillero.

Toda esta realidad lo traspasa instantáneamente, él está allí dentro, pero esto es el fondo de una escena central: un pie desnudo a la luz del sol, su pierna viva arqueada sobre la otra rodilla, encima de un cobertor amarillo. Y en su/mi estómago desnudo reposa una cabeza íntimamente conocida, de pelo castaño. Una cabeza que es nos amamos, un complejo de ternura, rencores ambiguos, dulce participación, dudas, preocupación, entusiasmos tenaces, decisiones y sueños. Todo dentro de un recinto mágico, un espacio frágil y hechizado fuera del cual acecha la injusticia llamada vida cotidiana, y dentro del cual, reluciendo al sol, yacen dos mochilas de viaje y una caja de galletas que serán amorosamente compartidas.

Casi mientras todo esto penetra a Dann, la visión de un yo extraño temblequea, disuelve su realidad abrumadora. La duplicación se repliega y crece. La galaxia mental invasora se retira y aleja.

Daniel Dann vuelve a sí mismo, un ser flotando en los vientos de Tyree junto a la forma extraña de otro.

Pero no es él mismo; no cpmo lo que fue y nunca volverá a ser. Por primera vez ha aprendido la lección más perturbadora de la vida: El Otro Existe.

Una perogrullada —piensa aturdido—, una perogrullada, como todas las grandes verdades. Pero yo nunca lo comprendí. ¿Cómo iba a comprenderlo...? Solo, aquí. Para siempre exiliado de la Tierra en este cuerpo agonizante y monstruoso, pude haber sentido la realidad de un mundo humano diferente. Un mundo donde él es un fenómeno pasajero, como ella lo era en el mío. ¡Y haber confundido ese fascinante mundo interior con un vientre seductor arropado en un traje de baño amarillo...! La vergüenza lo agobia. Pero ahora tiene que actuar, reparar este error irreparable, resolver el problema de inmediato.

—¿Valerie? Lo siento...

—Está bien. Usted... Usted no... —y suavemente, el pensamiento de Valerie roza el de Dann. ¿Cómo pudo pensar que esta forma alada era fea? La mente lo es todo, claro que sí—. Pero escuche —está diciendo ella, la voz empalidecida de temor—, el mayor Fearing no está aquí, ¿verdad? Ese con quien hablaba antes...

—No. Es Chris Costakis —irracionalmente se siente satisfecho de que al menos uno de los telépatas haya cometido el mismo error. Quizás él está aprendiendo—. No creo que haya razón para volver a preocuparse por Fearing.

—Oh —el color-de-voz de Val se dulcifica—. Pero hay problemas, ¿verdad? Es decir..., ¿esto no es un sueño?

—Temo que no. ¿Tu guardián no te dijo dónde estamos?

—Creo que empezó a decírmelo, pero me dormí.

—Bien, hasta ahora ha sido bastante agradable, aunque no quieras creerlo. Winona está aquí, en medio de una multitud de Padres que quieren hablar con ella acerca de la crianza de los hijos. También está Kirk, aunque lo han devuelto a la infancia. Winona cree que es un buen chico. Y Rick y Ron se han encontrado el uno al otro, y ahora forman juntos una entidad llamada Waxman. Sólo Chris parece aterrado de que alguien le lea la mente.

Más tarde habrá tiempo para mencionar la parte mala. La observa refulgir y estirar de nuevo el cuerpo, cada vez más dueña de sí. Debe estar en ese estado de euforia onírica que parece una consecuencia del despertar en Tyree. En realidad, a él tampoco se le ha pasado del todo aún.

—¿Quién es el que está ahí? ¿Lo sabe? —se acerca al cuerpo que flota cerca del gran campo protector de Ornar. Tiene que ser una persona mucho más joven; el manto es corto, las aletas no están desarrolladas del todo. De las membranas centrales sobresale un juego de pinzas de aspecto fuerte. ¿Los niños Tyrenni utilizan mucho más los miembros prensiles? También se le nota una parte de la bolsa; éste debe ser un pequeño macho, uno de los niños que él viera desaparecer en el Haz. Se acuerda de haber mirado el aura-vital de él; parece de gran tamaño y se extiende cautelosamente. Pero está curiosamente ladeada.

—Algo soñé antes de asustarme tanto —dice Val—. Pero luego me dormí. ¿Lo hacen ellos, verdad?

—Sí. Así se libran del temor y las emociones dañinas.

—¡Qué maravilla! —se estira nuevamente, ríe con alegría—. No lamento lo ocurrido, ¿sabe? ¡Oh, me siento tan libre! —realiza una pirueta experimental por encima de las plantas, alza todas las aletas—. Libre y fuerte... ¡Caramba, si podría viajar kilómetros... ¡Por todo el cielo!

—Así es. De hecho, parece que en este mundo son las hembras las que se encargan de viajar y explorar mientras los machos cuidan de los niños.

—¡Oh, magnífico! —luego se calma—. Pero tendríamos que despertar a...quienquiera que sea.

Revolotean juntos sobre el cuerpo adormilado. Dann nota de nuevo la configuración peculiar y tensa de ciertas partes de las energías-vitales. ¿Otro personaje temeroso como Costakis, tal vez?

De pronto el manto oscuro se ilumina brevemente.

—No se molesten —dice la voz de Fredericka Crespinelli—. ¿Estás bien, Val?

—¡Frodo! Lo soñé, tenía la certeza de que estabas aquí.

—Te oí. Hola, doctor.

—Hola, Frodo. ¿Hace mucho que despertaste? —Un rato. Escuchen, en nombre del Abismo... ¿Pero por qué hablo así? ¿Qué me han hecho? —en las palabras reluce la coloración del miedo.

—No te asustes, Frodo —dice pomposamente Val—. No le han hecho nada a tu mente, simplemente no puedes expresar algo para lo que no tienes palabras. Lo supuse en seguida.

—De acuerdo —Dann advierte que ella está mucho más perturbada que Val—. ¿Qué hacemos aquí, doctor? ¿Qué pasa?

Para tranquilizarla, Dann le dice lo primero que se le ocurre.

—Bien, ante todo ahora eres un macho joven. Tu cuerpo, quiero decir. Un adolescente entre los doce y los quince años, aproximadamente.

—¿Quién? ¿Yo?

Se tuerce en el aire tratando de verse por entero, y sólo logra enredarse las aletas en los tallos de las plantas. Val ríe alegremente y trata de ayudarla/lo, pero en este mundo no parece fácil ayudar a alguien físicamente. Finalmente, Frodo se libera.

—Cuando crezcas serás como ese grandote de allí arriba. Es un Padre, ese es aquí el rango más alto... —sonriendo para sí, Dann no puede resistirse a añadir—: Por tu sexo, tu tarea principal consistirá en criar niños. Es la función más jerarquizada aquí. Las hembras como Val no pueden tocarlos...

—¿Qué? —las exclamaciones irisadas culminan en una

risotada deliciosa. Dann ríe con ella. Que disfruten mientras se puede, de la absurda delicia de los vientos mágicos de Tyree. Los otros, experimentalmente, vuelan girando sobre ellos mismos.

—Un minuto, las dos. Sugiero que aprendáis más acerca de este mundo antes de cometer los mismos errores que yo. Lo que se hace es pedirle a alguien una memoria.

—¿Una memoria?

—El método de enseñanza más asombroso que pueda concebirse. Un momento. ¡Padre Ornar! —llama—. ¿Puedo presentarte a Valerie y Frodo, dos ex-hembras de mi mundo? Quieren obtener una memoria, pero ignoramos el modo correcto de recibirla.¿Podrías instruirlas?

—Muy bien —responde el viejo, y un suspiro de tristeza le colorea los costados—. Quizá yo también pediré una memoria de vuestro mundo, ya que mi Janskelen se ha ido allá.

—Ahora todo irá bien —les dice Dann—. Simplemente seguid las instrucciones y quedaréis maravilladas. Veré cómo van los otros. Quizá traiga a mi amiga para que la conozcáis, una verdadera joven de Tyree.

...y así había pasado, una felicidad de ensueño en la alta belleza del Muro. Pero la otra bola de fuego estalló cerca e inició otro precipitado éxodo hacia abajo, cada vez más abajo.

Tivonel no se separa de Lomax y el viejo Oidor permanece valerosamente más arriba que el resto, sondeando aún el cielo con la mente. Dann se siente obligado a permanecer cerca, ya que posee el cuerpo de Giadoc; en el fondo está seguro de que todo esto es inútil. Entretanto sus amigos humanos empiezan a sentir uno por uno las quemaduras del viento.

—Chris, ¿se puede hacer cargo? Que se cubran con algo y desciendan más. Yo tengo que permanecer con los Oidores porque el dueño de mi cuerpo quizás está tratando de regresar.

—¿Nos deja, doctor?

—Lo dudo. Y dudo de que ese sea mi deseo, aunque usted no lo crea.

Costakis exhibe de pronto una risa opalescente muy poco típica de él; una verdadera carcajada de aceptación.

—Le creo, doctor.

Planea viento abajo para reunirse al grupo de Winona. ¿Costakis 'cree'? Dann repara momentáneamente en lo que el mero tamaño y fortaleza han hecho por Chris. El simple hecho de la presencia de que él mismo disfrutó tanto tiempo sin pensarlo. Ser escuchado sin tener que forzar nada.

De hecho es Chris quien les brinda ayuda concreta. Y pronto reaparece junto a Dann y Heagran, remolcando un manojo de vida-vegetal de aspecto espinoso.

—Doctor, estuve echando un vistazo. Estas plantas pueden tener un poco de...cómo se dice, materia sólida, algo bastante útil para escudarse de la energía. Usted sabe, el sonido-celeste. Si hacemos una gran balsa tendremos protección contra las quemaduras. El problema es que tengo de todo menos los...hm, manipuladores.

Entreabre el manto para exhibir las débiles pinzas como para decir: "no tengo manos." Cerca de él, varios Padres se ruborizan.

—¿Qué estáis haciendo con esa planta-frikkon? —pregunta Tivonel, subiendo—. Es una cizaña horrible, desgarra las aletas.

—Sí, pero necesitamos entretejerla para que permanezca unida — replica Chris—. Además está ese tallo largo. Se pueden arrojar líneas sobre las esteras para mantenerlas en posición. Doctor, esta gente tendría que fabricar algunas si desea subsistir un poco más. Dígaselo.

Heagran ha estado escuchando la conversación con velado asombro.

—Extranjero —dice ahora solemnemente—, parece que ignoras que la fabricación de objetos y el tejido son ocupaciones infantiles. ¡No es momento para juegos!

—Te equivocas. Estoy tratando de mostrarte cómo evitar que te quemes vivo.

—Un momento, Chris —interviene Dann—. No lo comprenderán. Con las palabras no llegaremos a ningún lado. ¿No puede formar una imagen-mental del peligro y de la especie de refugios a que se refiere, exactamente?

—¿Y dejar que me lean la mente? —Chris retrocede, nervioso.

—Sólo ese particular, Chris. Le garantizo que esta gente siente un profundo respeto por la intimidad. Forme tan sólo una imagen del daño causado por la energía y de cómo habría que fabricar la estera protectora. Muestre cómo protegería a los niños.

—No quiero a nadie en mi cabeza —dice Chris; Dann oye los colores cambiantes de la duda.

—Por favor, Chris. Al menos por los niños. Padre Heagran, mi amigo es experto en estos peligros-energéticos. Desea mostraros cómo proteger a vuestros pequeños. Pero teme que se le conozca toda su vida. ¿Puedes asegurarle que sólo tomaréis esa información?

El gran Heagran es un arcoiris de exasperación, fatiga, excepticismo y consternación.

—Si puedes formar un engrama, extranjero, naturalmente que ningún Tyrenni osará indagar más —su tono comunica una convincente repugnancia.'

—¿Ves, Chris? Un engrama, es decir una especie de imagen concentrada...

—Sé lo que es un engrama —dice hurañamente Chris—. De acuerdo. Pero no hasta que yo lo indique —el gran cuerpo se ha aquietado y la energía inmaterial de su vida se pliega alrededor. Luego Dann ve que el campo resplandes— ciente se estira hacia Heagran, arremolinándose y condensando un pequeño núcleo que parece una ameba a punto de dividirse. El campo de Heagran extiende un distraído zarcillo-energético hacia el bulto.

—Acuérdese de los niños —advierte Dann.

—Ahora —dice ahogadamente Chris, y en ese instante el bulto parece estallar en dirección de Heagran.

Dann es encandilado por una súbita secuencia semejante a un rollo de película desplegado: imágenes de la tormenta de radiación, cuerpos progresivamente abrasados, descripciones extraordinarias y detalladas de la fabricación de balsas flotantes protectoras, con cuerdas de planta-gura para anclarlas. Es como un vivido manual ilustrado que incluyera fotos laterales con detalles amplificados. La imagen final muestra una balsa que detiene la radiación, encima de una multitud de cuerpos que son extrañas amalgamas de humanos y niños Tyrenni.

—¡Vaya! —exclama Tivonel—. ¡Tanel, tu amigo es un emisor muy potente...!

—¡Bien hecho, Chris! Creo que todos lo han captado. Padre Heagran, ¿entiendes ahora la utilidad de este plan?

El gran anciano medita un instante.

—Sí —admite—. Lamento decir que sí, que entiendo. Sin embargo parece una esperanza vana si la situación es tan grave como él la pinta. A menos que el Destructor se aleje pronto, todos moriremos. ¿Y cuántos somos nosotros para construir esos objetos?

—Una esperanza es mejor que ninguna —dice con firmeza un Padre joven—. Eso protegerá a nuestros hijos mientras sea posible. Supongamos que Lomax tiene éxito; ¿de qué servirá si los niños han muerto? Yo opino que lo hagamos. Los Padres podemos escudar a los pequeños mientras ellos tejen las plantas.

—Muy bien. Así sea.

—¿Y nosotras podemos ir en busca de las plantas? —Tivonel extiende las aletas llagadas—. ¡Increíble! Nunca pensé que iría en busca de plantas-frikkon. ¡Marockee! ¡Iznagel! —se aleja volando—. Formad un equipo. Esto no lo creeréis.

—Mejor que los nuestros empiecen con lo suyo —dice Chris, retirándose.

Dann observa en Costakis un campo-vital en expansión. Sin duda, ha nacido un líder. ¿O un déspota potencial? Bien, no habrá tiempo para preocuparse por eso. El proyecto de fabricar balsas le parece útil sólo para levantar la moral.

De hecho les ocupa muchas horas de ese tiempo sin tiempo, mientras Lomax escruta los cielos en vano. El Destructor sigue bloqueando el cielo, y el fragor del Sonido lo impregna todo. Pero una vez que empiezan a trabajar, los Tyrenni se las arreglan bien. Pronto descubren que las balsas-escudo son una protección considerable; el problema principal consiste en persuadir a los adultos de que se turnen para cubrirse, antes que la explosión sea excesiva. Dann va de un lado al otro tratando de explicarles la realidad del peligro y de convencer a Heagran de que también él utilice los refugios.

Mientras está ayudando a estabilizar un escudo protector para Lomax un cueipo cae rodando viento abajo, y en ese mismo momento Dann siente un dolor desgarrador que le traspasa el costado izquierdo. Medio aturdido por el aguijonazo, observa cómo tres hembras bloquean el cuerpo para frenarlo, como una vez lo hicieron con él. Lanza alaridos azules de dolor; alguien que ha sufrido quemaduras graves.

¿Pero por qué le duele tanto a él? Se examina lastimeramente, pero no descubre ninguna lesión.

—¡Curador! ¡CuradorTanel!

Pese a la quemadura que le abrasa el costado, Dann logra acercarse. Oh Dios, es Chris. El cuerpo joven y hermoso tiene llagas horribles, el lado izquierdo, manto y aletas, está ennegrecido y chamuscado. ¿Qué puede hacer? En la memoria de Dann la imagen de su viejo consultorio con ungüentos para la piel y analgésicos centellea como una joya perdida.

Un Padre más anciano lo está observando.

—Padre —dice Dann, sobreponiéndose al dolor—. ¿No tenéis sustancias para aliviarlo, para curar heridas?

—¿Sustancias? —repite el otro—. ¿Acaso no eres Curador?

—Sí, pero en mi mundo las heridas como ésta se tratan con..., con materiales balsámicos.

—No sé nada de eso. Si eres Curador, cura.

Heagran y los demás acaban de subir, alborotados. Dann, que apenas puede pensar a causa de los alaridos y el dolor, se acerca al cuerpo mutilado.

—¿Chris?¿Chris? ¿Qué ha sucedido?

—Creo que subí demasiado —jadea el otro—. Yo... Yo...

Pero Dann nunca sabrá lo que está diciendo. Un dolor increíble lo perfora; tiene todo el costado en llamas, de la cabeza a las aletas, escaldado, lacerado por garras de acero. Su cuerpo se retuerce en el aire, arqueándose atormentado. Vagamente comprende que su campo debió establecer contacto con el de Chris. Pasa una eternidad antes que el feroz contacto se quiebre y lo deje sofocado de dolor mientras procura dominar los alaridos del manto.

Cuando atina a controlarse encuentra al viejo Heagran al lado, trasmitiéndole una onda de calma.

—¡Un verdadero Curador! —exclama solemnemente el anciano—, ¡Padres, observad! ¿No es éste Oraf, que ha regresado de los cielos?

Dann se retuerce de sufrimiento, sin comprender.

—Gracias, Dann.

El que está delante parece Chris. ¿Pero qué ha ocurrido? Las quemaduras parecen mínimas, hasta el manto se ha alisado. El cuerpo de Chris cabalga en el aire abriendo normalmente las aletas.

—Hoy día nuestros Curadores no pueden hacer nada semejante —dice Heagran—. ¡Lavar el dolor de otro hasta que el daño desaparece...! La leyenda de Oraf vive de nuevo ante nuestros ojos. Curador Tanel, te saludo. Tu don será de gran valor para tu gente en el final.

—¿Mi don? —confundido, Dann se observa el costado quemante. Al parecer está totalmente intacto. Sólo el dolor es real. ¿Qué clase de 'don' es éste?

De pronto sus viejos años de inútil empatia desfilan delante de él. Sus insólitos problemas con el dolor de otras gentes. ¿De veras había hecho...algo? Probablemente no, piensa; sólo aquí, en el mundo-mental de Tyree. Del agonizante Tyree. Oh Dios, ¿qué le espera ahora?

¿Tendrá que compartir siete muertes por radiación, antes de vivir la propia?

—El Gran Viento lo ha enviado, Heagran —está diciendo un Padre viejo—. Alivia nuestra culpa por el destino de su gente. Pero no debemos pedirle ayuda, ni siquiera para nuestros hijos; nosotros los trajimos aquí.

—Los Vientos no lo permitan —dice Heagran—. Sólo pertenece a ellos.

"Pero qué pasará conmigo —se lamenta Dann—. Al Gran Viento parece importarle un cuerno de los médicos... Oh Cristo, ¿realmente podré soportar tanto dolor otra vez? Y luego otra, y otra..."

Pero pese a sus aprensiones, siente una oscura satisfacción. Al menos no estaba chiflado. Su broma acerca de tener receptividad; aparentemente cierta. "Especializado en dolor, soy juguete del dolor. Pero al menos es real. Probablemente muchos doctores tienen el don. Soy médico... Y la única materia médica aquí soy yo. Tendré que intentarlo..."

Chris le está contando algo.

—...así que subí para evaluar la situación. Es grave. Tenemos que apresuramos a descender más.

Trasladan las precarias balsas con los niños debajo. Y más tarde vuelven a descender; una y otra vez, hasta que finalmente están aquí, casi en el espantoso fondo del viento. Más abajo la corriente es demasiado débil para sustentarles los enormes cuerpos, y las balsas-escudo ahora se sostienen apenas en el viento débil. Aquí es donde morirán.

Durante el descenso Dann tiene que poner en práctica su desdichado 'don' dos veces más; primero Winona recibe quemaduras serías. Después es Val. El dolor de Val es especialmente lacerante; Dann tiene que reunir todas sus fuerzas para conservar el contacto. Y ella está tan avergonzada. Sólo Val parece comprender que el dolor no es anulado sino transferido mientras se realiza la misteriosa curación.

Y ahora Dann oye el débil gemido del cuerpo adormilado de Ron y de Rick; las llagas supuran en las aletas de Waxman'. Cuando despierte, Dann tendrá que ayudarle, tendrá que apurar de nuevo ese mal trago.

Es iiyusto, injusto. La queja más antigua: ¿por qué a mí? ¿Es lícito pedir a un mortal que tolere más de una muerte? ¿Por qué no puede poner fin a todo, elevarse en el viento hacia su propia incineración? La perspectiva le parece halagüeña, la tentación es fuerte.

"Bien, pero soy médico —piensa—. Al menos puedo hacer una nueva tentativa. Quizá si intervengo un poco antes, cuando las quemaduras aún no son tan dolorosas, tal vez en dosis pequeñas y graduales sea más fácü. Engáñate, matasanos... Lo mires como lo mires, es horrible..."

Aturdido, observa la lenta acción alrededor de la balsa donde están los Oidores. A través del aire borroso y ardiente, Dann ve cómo Lomax y los asistentes que han sobrevivido se turnan para dejar el refugio, y cómo los campos debilitados se unen en fugaces tentativas para sondear el cielo. En las cercanías, Tivonel aletea bajo un pequeño islote de plantas-frikkon, esperando aún una señal de Giadoc. La silueta antes seductora está ennegrecida y sembrada de cicatrices. Sólo una vez Dann pudo convencerla de que le dejara curarla. En lo alto, el fuego huracanado del Sonido es un torrente de rugidos coléricos.

De pronto se aquieta, y todo el paisaje temblequea y se transforma prodigiosamente. Perplejo por completo, Dann se encuentra cabalgando de nuevo en los altos vientos de Tyree, viendo a una Tivonel esbelta y grácil. Una risita coralina estalla... ¡Pero esa es Winona, y el Padre Elix! Se oye a si mismo diciendo: " ¡Esta es Winona, una hembra de mi mundo!"

¿Pero qué está ocurriendo? En su desorientación total Dann sólo percibe una sensación abrumadora: la alegría. De algún modo, está reviviendo el tiempo mágico de su despertar en Tyree. Se insufla aire, tratando de saborear la maravilla de esta liberación, y sólo vagamente atiende al recuerdo que se despliega alrededor de él. Pero en el instante en que oye su propia voz, la ilusión espejea y se disipa, la alegría se evapora.

Ha vuelto a la realidad. Cuelga en el oscuro fondo-del— viento de un mundo abrasado. Alrededor se mueven otros. ¿También ellos sufrieron esa extraña sensación?

—¡Tivonel! ¿Qué ha ocurrido?

Ella se le acerca penosamente, arrastrando su precario escudo. De nuevo luce las quemaduras y las cicatrices; todo es igual que antes.

—Un gran remolino-de-tiempo —dice ella con el fantasma de su voz cantarína—. Suele ocurrir. Ese ha sido bonito, ¿verdad? Espero que vuelva.

—Sí.

—Oh, mira. Qué espanto.

Dann ha reparado en un gemido de dolor, agudo pero extrañamente diferente, en uno de los grupos Tyrenni.

—¿Qué es?

—Ese niño se está lavando el dolor en un plenya. ¿En qué está pensando el Padre?

"Probablemente en el dolor del hijo, como cualquier padre normal —piensa Dann, pero admira el código ético de este mundo—. Nunca agudices el dolor de otro... Ni siquiera en medio de una conflagración total. Observa cómo se acerca un Padre para separar al niño del animal que llora. El Padre parece estar protegiendo a un hyo propio, pero encubre al otro con su contacto bajo el refugio.

—Tal vez un huérfano —dice Tivonel—. Pobre criatura.

Ella vuelve a los Oidores, y Dann se templa para 'curar' las aletas llagadas de Waxman. Esta vez no es tan insoportable; quizá lo tolere una vez más. Frodo está exponiendo constantemente el cuerpo joven en su afán por mantener el escudo encima de Val. Dann la persuade de que le permita empuñar las cuerdas a él.

Las horas transcurren penosamente. Atraviesan dos nuevos remolinos-de-tiempo, pero sólo les brindan intertu-

dios fugaces en el largo descenso por el Muro. Es siniestro ver cómo los muertos vuelven a la vida. Dann oye de nuevo las últimas palabras del viejo Omar: "Vientos de Tyree... Voy solo."

El Sonido es ahora un gañido aterrador y el aire mismo los abrasa. Los escudos son prácticamente inútiles. Dann puede ver unas pocas figuras maltrechas que avanzan trabajosamente de un grupo al otro; Curadores Tyrenni, quizás. En eso, una de ellas se afloja y el campo se le oscurece. Alrededor, otros cuerpos Tyrenni descienden hacia el Abismo. Lomax y los Oidores todavía perseveran en sus vanos esfuerzos, los cuerpos horriblemente llagados, los grandes campos débiles y pálidos.

La voz de Winona le habla con serenidad.

—¿Estamos agonizando, verdad, doctor Dann?

—Temo que sí.

—Me alegra...haber conocido esto.

—Sí.

Queda poco tiempo. No soportarán demasiado. A Dann le cuesta mirar la silueta melancólica de Tivonel. Bajo el refugio de los humanos, alguien reprime un gruñido. Dann percibe el dolor que le indica que tendrá que actuar de nuevo. Es Frodo; el pequeño cuerpo está tachonado de llagas abiertas. Oh, no.

—Chris, tenga esta cuerda un minuto.

De nuevo atraviesa la espantosa rutina. Los aguijonazos que lo penetran son casi intolerables y se confunden con el dolor real de sus propias aletas quemadas. "No lo aguantaré de nuevo. No puedo. Basta."

Cuando emerge de los fuegos invisibles percibe nuevos chillidos o gritos afuera. Vienen del grupo de los Oidores, pero son los feroces destellos del manto escaldado de Tivonel.

- ¡Es Giadoc! ¡Lo he oído! ¡Escucha!

—Calla, muchacha —la gran silueta que tiene al lado apenas es reconocible como Bdello.

—¡Fue su grito-vital! —centellea obstinadamente Tivonel—, ¡Escucha, Lomax! Es Giadoc, lo sé.

—Son sólo las emisiones del Destructor —dice Bdello—. Nos Uama a nuestras muertes.

—Espera, Bdello —la figura herida de Lomax abandona penosamente el refugio—. Espera. Ayúdame.

Su campo-vital consumido sondea con esfuerzo las alturas, y Bdello lo acompaña a regañadientes. Tivonel revolotea impaciente alrededor, tan excitada que se atreve a unir sus energías más pequeñas a las de ellos.

Tras un largo intervalo, el manto de Lomax se ilumina.

—Está en la dirección del Destructor —comunica débilmente—. Pero sí, es Giadoc... Nos invita a unirnos a él, en el cielo. Tenemos que formar un Haz...

El campo se disuelve y por un momento flota inerte. La energía-vital de Bdello baja para envolver al jefe.

—¿Cómo podemos formar un Haz? —pregunta—. Casi todos los Oidores han muerto.

Lomax se incorpora y separa su campo-vital del de Bdello.

—Gracias, viejo amigo. Esta es nuestra última oportunidad. Por los niños, tenemos que intentarlo. Por favor, llama a Heagran.

—No hay esperanza —dice Bdello, enfurecido y sin moverse.

—¡Entonces iré yo! —exclama Tivonel, y cruza la oscuridad ardiente rumbo al refugio de los Padres-Más-Ancianos. Dann puede oír la tenue luz dorada del manto quemado—: ¡Oh, sabía que vendría...!

Pero Giadoc no ha venido, piensa Dann. ¿Y cómo lograrán reunir la energía para llegar a él? Sin embargo, una esperanza descabellada empieza a despertar en él.

Pero cuando los Ancianos se acercan a Lomax, Dann comprende consternado que son muy pocos, que están heridos y con la fuerza-de-campo agotada. ¿Ha llegado tarde la esperanza? ¿Demasiado tarde?

—Heagran —dice Lomax con estimulante vigor—, todos tus Padres deben servir ahora como Oidores. Ayúdame a formar un puente, un Haz. Giadoc ha encontrado un refugio en el cielo. Si podemos enviar allí a nuestros niños, ellos vivirán.

—¿Y si es una estratagema del Destructor? —pregunta Bdello.

—En ese caso nuestra situación no empeorará —replica Lomax—. Heagran, ¿me ayudarás? Ahora no podemos rodear el Polo, pero podemos concentrarnos aquí.

—Sí —se advierte el dolor y la flaqueza del viejo, pero la voz es poderosa—. Aquellos de vosotros que aún podáis cabalgar en el viento, id a llamar a la gente en mi nombre. Decid a los Padres que aún queda una oportunidad de salvar las vidas de sus hijos. Ahora, Lomax, dime cómo podemos ayudarte.

A pesar de sí mismo, Dann alienta una creciente esperanza. ¿Es verdad que los poderes de esta gente han descubierto una salida de esta pesadilla?

Observa cómo los sobrevivientes vuelan trabajosamente hacia Lomax a través del aire emponzoñado. Muchos Padres arrastran dos y hasta tres niños; huérfanos cuyos Padres

murieron protegiéndolos. Aquí y allá ve una hembra que intenta guiar y cubrir a un niño... Si esta esperanza no se materializa, está presenciando las horas finales de una raza prodigiosa.

Se apiñan en silencio alrededor de Lomax y Heagran; Dann percibe los extraños y débiles saltos de energía que ha llegado a asociar con el contacto de los campos-vitales. Los Tyrenni deben estar trasmitiéndose mente-a-mente las instrucciones de Lomax; un medio de comunicación de emergencia, tal vez. Luego se dispersan un poco y Dann percibe una intensificación de fuerzas, como si un equipo de atletas se preparara para una tentativa extrema. ¿Podrán realmente hacer algo, encontrar una escapatoria a esta muerte?

De pronto un relampagueo de Tivonel quiebra el silencio.

—¡Lomax! ¡Recuerda a los extranjeros!

—Ah, sí —dice Lomax—. Extranjeros, venid aquí. Preparaos para proyectar vuestras vidas cuando sintáis la fuerza que yo, en lo posible, os ayudaré.

Los otros humanos han oído la llamada, y se acercan. Dann los guía hasta una posición cerca de Lomax. Nadie dice nada. La vibración de una energía penosa y creciente ya palpita en el aire, elevándose sobre los desgarrones de dolor. Es estremecedora, formidable. Por primera vez Dann se abandona a la esperanza.

- ¡Ahora! —clama Lomax—. Padres, Tyrenni, todos... ¡Dadme vuestras vidas!

Y su campo-vital se enciende esplendorosamente, trepando hacia el cielo oscuro. Pero no solo. Las energías congregadas alrededor se elevan con él, creciendo y concertándose confusamente, formando una gran lanza de poder que hiende ese infierno llameante. Dann siente que su vida es absorbida también, arrastrada hacia arriba y fuera del cuerpo moribundo, arrojada a un vuelo inmaterial.

Exultante, siente las vidas entrelazadas alrededor, se sabe parte de una lucha tremenda, una batalla de la esencia contra la aniquilación, un impulso hacia una salvación desconocida, más allá del cielo. ¡Y están venciendo! El ímpetu es inmenso, triunfal. Muy atrás gira el mundo ardiente que alberga sus cuerpos lacerados. Y adelante puede captar ahora un débil mensaje de bienvenida. ¡Lo han logrado, están escapando! ¡En un momento estarán a salvo!

Pero en el preciso instante en que su mente descarnada palpa esa sensación de seguridad, una debilidad terrible le traspasa. La energía bullente que le desplaza parece debilitarse, esfumarse y desaparecer. Abruptamente horrorizado, siente que el poder-vital naufraga en inmensidades hostiles.

Oh Dios. No... Era demasiado lejos, demasiado lejos para esos luchadores exhaustos. Han fracasado. Con espantosa celeridad el Haz debilitado se desploma hacia atrás y hacia ab^jo, pierde toda cohesión.

Fatigadas y aturdidas, las mentes que lo formaban desfallecen y regresan a sus cuerpos moribundos en los vientos llameantes de Tyree.

Silencio, bajo el cielo calcinado y rugiente. Sólo el ocasional gimoteo verde de un niño brota de la multitud azorada. La última esperanza no se ha cumplido, y ya no hay posibilidades. Adelante sólo espera la muerte.

Al cabo el viejo Heagran se incorpora y ordena a los demás que busquen refugio. La voz flaquea, inexpresablemente exhausta. Penosamente, de a uno y de a dos, todos obedecen.

—¿De qué sirve? —dice amargamente Bdello, pero él también acude a asegurar el refugio abandonado.

—Estuvimos tan cerca, tan cerca —solloza suavemente Tivonel; tiene el manto tan quemado que apenas puede formar las palabras—. Nos habría salvado. Lo intentó.

—Sí.

—Tenías razón, Tanel. Moriré aquí contigo, como lo dijiste.

—Le siento, Tivonel. Yo también amaba tu mundo... Ahora debes dejar que te cure por última vez.

—No —los débües tonos-lumínicos revelan orgullo; pero él insiste y finalmente ella le consiente aliviar las quemaduras más serias, aunque Dann casi se desmaya de dolor.

Las horas o años siguientes se arrastran a través de la pesadilla. Las convulsas señales-de-muerte son ahora más cercanas y perceptibles. Los Tyrenni mueren a su alrededor. Hasta ahora Dann ha podido preservar a todo su grupo de humanos, y a Tivonel. Pero su extraña habilidad para curar parece debilitarse con los daños que va sufriendo su cuerpo, y su coraje para soportar el dolor ajeno disminuye rápidamente.

Frodo parece estar peor que nadie; Dann hace un esfuerzo de voluntad para tocarle el campo-mental con su poder curativo. Pero ese esfuerzo sólo produce una ligera mejoría, al costo de sufrimientos que él no habría creído tolerables. Frodo debe estar a punto de morir. Como todos. Termina con esto, le implora al vacío. Termina de una vez.

Como respondiendo a esa súplica, otra enorme bola de fuego atraviesa la bruma como un chillido. Vagamente Dann comprende que ésta llegará cerca. Cerca... Muy cerca. El aire está en llamas. En medio de un rugido instantáneo siente las quemaduras en la carne y la ve estallar contra Tyrenni que están más alejados. Oh Dios, no le ha matado.

El dolor excede su capacidad de sentirlo; aun cuando oye los alaridos de su propia voz, se descubre existiendo como una diminuta mota de conciencia al margen de la incineración de la carne. Ha oído de esa piedad que se concede a los dolientes, y sólo espera que también los demás gocen de ella. Pero es peligrosamente frágil, está pasando. En un momento será engullido por el puro dolor.

Entrevé oscuramente el sitio donde flotan los cuerpos chamuscados de los Oidores y los Padres-Más-Ancianos. Unos pocos gemidos agónicos le llegan a la mente. Este es el fin. Adiós, mundo de ensueño. Ojalá pudiera enviar o recibir un último mensaje de calidez: Pero un padecimiento atroz le abruma, ya a punto de aplastarle para siempre.

Espera. Aún se cíeme sobre él, una ola inmovilizada. Alrededor el mundo parece estar callando, un extraño efecto de iluminación y oscurecimiento simultáneos. Sus sentidos deben estar muriendo. Quiero morir, también, antes de recobrar la plena capacidad de sentir el dolor... El aturdimiento lo inunda. Muerte, llévame.

Pero curiosamente aún se retrasa en esa conciencia crepuscular. Y después una visión horrible penetra su agonía. Los cuerpos ennegrecidos y lacerados empiezan a moverse. Cambian, se expanden. De nuevo se colorean con energías vivientes. Otros también parece que volvieran a una vida espectral. Y su propio dolor se está aliviando, retrocede.

Oh, Dios de los horrores... No. Es un último remolino— de-tiempo que posterga el alivio de la muerte.

Qué crueldad. ¿Estarán condenados a volver atrás incesantemente, y agonizar una y otra vez?

Sólo puede observar, impotente, demasiado horrorizado para pensar. Pero luego advierte que esta alteración temporal parece diferente. Las anteriores lo trasladaban instantáneamente al pasado. Este parece un retroceso extraño y lento, como si el tiempo mismo se replegara de algún modo en una quietud de sueño.

Alrededor, los gritos-de-muerte se disiparon, el mundo está en silencio... Hasta el chillido voraz del Sonido ha callado. Se presiente lo inimaginable.

Un relámpago sin luz rasga el cielo. A través del silencio un gran rayo o haz de energía cae incomprensiblemente de lo alto, se abate sobre ellos desde más allá del mundo.

Desde el corazón de la muerte llega una llamada sin

voz:

VENID A MI. ¡VENID!

Capítulo 19

¡Vive!

La chispa minúscula de su vida florece en el vacío: ¡él, Giadoc, vive!

No es más que un átomo de conciencia, pero en cuanto percibe que existe, las artes de un Oidor de Tyree despiertan a una vida fantasmal. Tantea en busca de vitalidad y estructura, se afana en reconstruir su complejidad, en infundir energía y orden a sus subsistemas esenciales. Recobra la memoria; logra una coherencia preliminar, se fortifica. Al principio imagina estar sufriendo las consecuencias de un arranque de cólera en la niñez, cuando le exigieron que se reorganizara sin ayuda.

Pero no está en ese tiempo lejano, ni en Tyree. Cuando la conciencia aumenta se percibe totalmente solo en el vacío y la tiniebla infinita. Ha caído fuera de todo Viento, en una región más allá del ser. Y no tiene cuerpo. Desencarnado y sin sentidos, está remodelándose sobre nada.

Característicamente, despierta una maravillada curiosidad. ¿Cómo es posible? La vida debe estar basada en la energía corporal... ¡Y sin embargo él vive! ¿Cómo?

Intensifica la memoria y evoca sus últimos instantes, cuando el Haz se disolvió y lo abandonó en el espacio. Lo último que percibió fue el aborrecible Destructor y la caída de sus propios restos desfallecientes. ¿Ha entrado de algún modo en el mismo Destructor, y sobrevive? ¿Pero cómo? ¿Nutriéndose de qué?

Se indaga escrupulosamente y descubre algo que no sabe qué es: una fuente minúscula, una diminuta emisión distinta de cuanto conoce. Carece totalmente de vida, es extrañamente fría y fija. Pero le ha alimentado, parece que le ha sustentado la vida, aquí en las comarcas de muerte entre los mundos... ¡Qué prodigioso y extraño!

Surge una idea. Quizás este Destructor no sólo es mortal, sino que está realmente muerto; un vasto animal muerto del espacio... Y tal vez subsiste gracias a los restos de vida de los ganglios moribundos...

Giadoc ha oído de dudosas tentativas de aprovechar las energías agonizantes de animales muertos como el pequeño y feroz corlu. Quizás él ha hecho algo similar en una escala gigantesca. Si es así, no le queda mucho tiempo. Pero las criaturas del espacio son vastas y lentas, se dice; las vastas energías de un Destructor deben tardar mucho en agotarse. Quizá tenga tiempo de explorar hasta descubrir algún modo de localizar nuevamente el Haz.

Cuando piensa esto la dolorosa memoria de su mundo revive plenamente y le abruma. Tyree, el remoto y amado Tyree, ahora sometido a una tenaz destrucción. Y con él, Tivonel, perdida para siempre... Y su hijo Tiavan, el orgulloso hyo que le traicionó y cometió crimen-vital huyendo con su niño a ese mundo lúgubre...

Por un momento su mente es apenas un clamor desgarrado ante la imagen brillante de todo cuanto ama y ha perdido. Pero luego recobra las disciplinas y las artes...

¡Ahura! No es hora de lamentos.

Resueltamente se desgaja del persistente dolor; como ningún humano podría hacerlo, lo comprime y encierra en los ciclos de almacenamiento de su mente. Ahora, en el tiempo que le queda, tiene que intentar algo, descubrir qué oculta este nivel inexplorado de la existencia.

Se concentra intensamente en la vacuidad que le rodea. No tiene sentidos corporales; yace en el silencio negro, sin configuración ni presiones ni cambios. Aquí no puede captar nada salvo las emisiones de la vida misma. Si cerca de él hay estructuras del Destructor, no irradian ninguna señal— vital. Durante un tiempo recibe sólo vacuidad y tinieblas tan profundas que la desesperación le petrifica. Es un necio. ¿Qué esperanzas puede haber allí?

Pero luego, súbitamente, en esa dirección, percibe una diminuta trasmisión-vital en una frecuencia extrema. Aquí cerca hay algo vivo. ¿Qué es? ¿Podrá alcanzarlo?

Tal como otra criatura lo hiciera antes que él, pero con una habilidad infinitamente superior, se extiende exploratoriamente hacia la lejana señal-vital. Establece inmediatamente contacto con otro de ios extraños puntos de energía no viviente. Sin titubeos fluye y se condensa alrededor del punto y se extiende de nuevo. Sí; hay más aquí, puede moverse a voluntad. Espléndido.

Avanza jubilosamente a través de ninguna parte, preguntándose si ahora es enorme, extenso como una vasta nube espacial. ¿O quizás es minúsculo como un punto? ¡No importa! Aquí está su estructura esencial; tiene emoción, memoria, pensamiento. Ahora mismo está sintiendo la profunda alegría del descubrimiento, es un explorador del vacío adimensional. Recuerda una ocurrencia audaz de Tivonel; quizás ésta es la alegría de que hablan las hembras, el placer de aventurarse en comarcas desconocidas. Por cierto que es totalmente imPaternal, aunque le exige toda su fuerza-de-campo masculina. No se le ocurre pensar que es valeroso; esos conceptos pertenecen al mundo del otro sexo.

La señal es ahora mucho más fuerte. Se está acercando a ella. Adquiere mayor relieve: es una trasmisión de dolor.

Avanza con más lentitud. La estudia; el dolor es desconcierto, desesperación. ¡Oh, vientos... Es sólo otra criatura perdida aquí, igual que él.

De inmediato sus instintos Paternos procuran confortarla, pero Giadoc decide contenerse. Debe actuar con cautela, no tiene idea de la fuerza-vital de la criatura. Se acerca prudentemente, listo para retroceder de un brinco, extendiendo sólo un nodulo-receptor. ¿Qué tipo de vida será?

La criatura no parece percibirle. Su campo parece bogar o destellar sin esperanzas en todas direcciones, como el de un niño perdido. El impulso de ofrecerle cuidados Paternales es muy fuerte, pero Giadoc se impone esperar.

Pronto roza un zarcillo-de-pensamiento, demasiado caótico para descifrarlo. Luego otro... Y esta vez puede percibir imágenes infinitas entre las emisiones de pensar. ¡Pero no le resultan desconocidas...! ¡Provienen del mundo al que Giadoc acaba de viajar con la mente!

Sin duda, ésta es una mente desplazada por los criminales-vitales de Tyree. Por cierto no es peligrosa para él, y está desamparada.

Giadoc cede al impulso de su alma-Paterna.

Con un solo movimiento fluye acercándose, dando a su vida la forma de un campo-Paterno. Y obrando sólo mediante el contacto-mental a ciegas, se extiende delicadamente alrededor de los torbellinos arremolinados de la otra criatura, procurando envolver ese caos en un caparazón de calma.

Ante el primer contacto, la criatura relampaguea de terror, lanzando preguntas atemorizadas.

Calma, calma, estás a salvo. No tengas más miedo. Giadoc ahora acaba de envolverla y le envía ondas tranquilizadoras mientras comienza la tarea de resolver las erupciones de terror y lavar el miedo.

El otro ser forcejea ciegamente, cede y se va calmando

zona tras zona. Mientras Giadoc penetra cuidadosamente, nota complacido que todavía conserva cierto dominio de la lengua que empleó en ese mundo. Puede distinguir la reiterada frase: Estoy muerto. Y luego, imágenes de criaturas estrafalarias, pálidas y aladas. ¿Eres un ángel? ¿Estoy en...

Ignora estas emisiones ininteligibles y se limita a dar un estímulo subverbal. Calma, calma. Recógete, sé redondo. Te estoy ayudando. Estás a salvo, tu Padre está aquí. La criatura es terriblemente caótica. Cuando juzga que ha atenuado el miedo lo suficiente, Giadoc inicia una presión leve para detener las conmociones más notorias. La criatura sufre otra ola de terror, luego acepta una organización simple de la superficie. ¿Será un niño, o alguien que ha enloquecido por agotamiento-de-campo? De todos modos, ¿hasta que punto él puede considerarse cuerdo ahora? Descubre un centro de lenguaje funcional y se enlaza directamente con él.

—Sé redondo, pequeño. Sé redondo como un huevo.

- ¿Qué me estás haciendo? —el otro brinca; Giadoc sigue liberando el miedo. No quiere lavarlo muy profundamente para que no se duerma. Una parte de su mente se pregunta qué vientos hará con esta criatura desamparada, de cualquier modo. Pero eso no le preocupa mientras actúa Paternalmente.

—Calma, redondéate, ya estás bien. Yo estoy aquí.

En ese momento la criatura parece recogerse internamente, y de pronto estalla en un pensamiento verbal tan potente que Giadoc capta cada palabra.

—¡No soy un huevo! Soy el alférez Theodore Yost. ¿Quién eres? ¿Dónde estamos?

Perplejo y complacido en su corazón-Paterno, Giadoc advierte que la criatura tiene más fuerza-de-campo que la que creía. Más aún, ahora que está más consciente la reconoce; es el joven del cuerpo enfermo, Tedyost, el que añoraba ese lugar hermoso.

Distiende el campo-Paterno y emite un roce cauteloso, un engrama de contacto-mental, esperando no asustar aún más a Tedyost. Cuando esto parece ser aceptado, trasmite en una modalidad verbal:

—Salud, Tedyost. Yo también estoy perdido como tú en este lugar. Soy Giadoc, del mundo de Tyree. Ya nos hemos encontrado antes.

Lejos de asustarse, el otro se lanza hacia él inquisitivamente. Parece estar tratando de formar un tosco nódulo— receptor bajo la ensordecedora maraña de: ¿Dónde? ¿Qué? ¿Quién... ¿Qué puede hacer con esta criatura?

Giadoc trasmite una poderosa onda de tranquilidad.

—Por favor, procura controlar tus pensamientos. Te estoy recibiendo con violencia. ¿Aceptarás mi ayuda para que podamos comprendernos?

—¡Ayuda! Si... —el otro se abalanza dentro de Giadoc, que recuerda que estas criaturas eran totalmente inconscientes, que él las había sondeado con toda libertad.

Desechando toda cortesía, capta esas ciegas exigencias y las despoja de emoción. Simultáneamente penetra en las capas mas cercanas, modelando y afirmando un campo— receptor adecuado.

—Calma, Tedyost. Te oigo. Mantén la mente asi, en un contacto ligero y permanente. Te pasaré mi memoria de este lugar. Te mostraré lo que sé.

Finalmente, en el vacío y la tiniebla atemporal, Giadoc logra calmar al otro e incitarlo a una precaria modalidad— receptiva. Forma una memoria compacta de sus experiencias y las traslada a la mente de la criatura, concluyendo con sus conjeturas acerca del gran animal del espacio muerto donde están ahora.

—Lo llamamos El Destructor.

El otro ser se agita de entusiasmo, parece complacido y asombrado por la comunicación. Luego bulle de esfuerzo, aparentemente tratando de imitar a Giadoc. Sí... Una proyección se lanza sobre él, sorprendentemente poderosa y semiencamada en jirones verbales.

—¡Destructor! ¡Estamos en una nave!

Giadoc descifra la trasmisión, fascinado por los datos sensorios de la criatura. Como suponía, también Tedyost fue arrojado a través del vacío, y luego interceptado por algo oscuro y espantoso hasta casi extinguirse. Y también luchó para volver a la vida con la ayuda de la extraña energía. Pero se creía en una especie de isla, inmovilizado. La información de que se están desplazando le causa tanto placer que Giadoc vuelve a sospechar que Tedyost no está del todo cuerdo.

Además, su imagen de la situación es estrambótica; mientras Giadoc deduce que es un animal, Tedyost cree que están en un enorme flotador inerte, una 'nave' fría y hueca que boga' por el espacio. A esta imagen se une la intensa añoranza que Giadoc había percibido antes; la hermosa visión de vientos y líquidos encrespados, vastos y multiplicados en una miríada de luces, una magnífica turbulencia formidable, fuera de esta oscuridad. Tedyost siente por ella un fervor puro.

- ¡Quiero ver afuera! —en su pensamiento hay también un fuerte ímpetu direccional: Giadoc debe mostrarle cómo desplazarse de inmediato hacia una especie de núcleo o punto de control central—: ¡Tenemos que encontrar el puente! El capitán nos ayudará.

Giadoc reflexiona. La idea de un flotador monstruoso es arbitraría, pero la noción de Tedyost acerca de un núcleo central es prometedora. Si éste es un animal, debe tener cerebro, y el cerebro muerto o moribundo debería tener más de esa extraña energía que estos ganglios. Si logran llegar, él quizá pueda aprovechar esa energía para enviar una señal y los Oidores de Tyree quizá la detecten y proyecten nuevamente el Haz. Una posibilidad remota, una esperanza frágil. Pero no hay nada mejor.

¿Pero en qué dirección buscar? El cerebro del Destructor, si existe, debe estar compuesto de esta energía no viviente que no se registra en las bandas-vitales. Y al margen del clamor de la mente de Tedyost, Giadoc no detecta nada salvo el vacío circundante. Sin embargo, tiene que intentarlo.

Comunica su acuerdo con el plan de encontrar el núcleo o 'puente', y un fuerte deseo de que Tedyost aprenda a dominarse para que puedan atender a otras emisiones que les indique hacia dónde ir.

Tras cierta confusión, Tedyost logra un silencio aceptable y Giadoc dirige toda su atención a la estructura del lugar. Pero no detecta nada; no hay ningún tipo de discrepancia que destaque una dirección de otra.

Tedyost reacciona estoicamente ante esta información, y le proyecta la imagen de una trayectoria en espiral creciente que él denomina 'plan de búsqueda'.

Bien, si tiene que partir a ciegas, lo harán. Pero Giadoc recuerda que hay otra alternativa. Es algo embarazoso, sólo se permite a los muy pequeños. Para un adulto, es concebible sólo en emergencias extremas. Bien, ¿pero no es ésta una de esas emergencias? La sensación de embarazo es irrelevante aquí... Aunque para el orgulloso Oidor de Tyree es real.

Reprimiendo severamente toda susceptibilidad, Giadoc trasmite una imagen del método en una matriz de disculpas— por-la-rudeza.

Para su asombro, el otro no parece inquietarse. Quizá no comprende la hondura e intimidad del procedimiento. Giadoc amplifica.

—Esto es algo que ningún adulto toleraría en mi mundo. Significa que nuestras mentes estarán reciprocamente abiertas en todo nivel. ¿De veras comprendes?

Pero el otro no titubea.

~ Tú eres el experto. Adelan te.

¡Qué criatura extraordinaria! Muy bien.

—Distiende la mente todo lo que puedas mientras me fundo contigo. Si detecto cualquier señal, tú también la recibirás. Memóriza bien la ubicación; desaparecerá cuando nos separemos.

—Perfecto.

Con disgusto y aprensión, Giadoc establece pleno contacto con el campo-vital del otro, siguiendo con exactitud el delicado juego de energías oblicuas. Luego, abruptamente, envía la configuración complementaria a través de la superficie de su propio campo, y con un chasquido silencioso las dos mentes se funden.

Es vertiginoso; está duplicado, abrumado de emociones, significaciones, vitalidad extraña. Energías desconocidas le traspasan y tiene que luchar para no desgajarse, celoso de su intimidad. Por momentos no lo logra. Pero luego su fuerza superior se afirma; empuja a un lado todo lo demás y concentra las energías duplicadas en un foco de recepción. Esta es la única oportunidad. Sintoniza esa energía conjunta buscando ávidamente la menor alteración en el vacío desconocido que los rodea.

Al principio no hay señales. Se esfuerza más, valiéndose de toda la fuerza de Tedyost. Luego, súbitamente, obtiene una recompensa.

Allá, en aquella dirección, hay una chispa tenue. ¡Una fuente-vital!

Deja por un momento que la percepción recorra las dos mentes unidas. Luego se separa trabajosamente, desprendiendo su configuración, área por área, de esa tarea de pensamiento combinada. Mientras tanto, aferra con desesperación el vector direccional que había percibido y ahora se esfuma.

El acto de separación es desconcertante y curiosamente entristecedor. Cuando la fuerza divisoria los desgaja, siente que está dejando sus propios pensamientos, sueños, comprensiones, una parte de„su propio yo. Pero es un Oidor; logra extraer la mente suavemente, orientándola hacia la dirección física donde creé que se hallaba aquel punto remoto.

—¿Lo has percibido?

—Si. ¡Eh, ya entiendo a qué te referias! Sentí...

—No hay tiempo. Ven, hacia allá.

Y así, tanteando con un tacto tenue, las diminutas chispas de vida empiezan a recorrer la negrura inmensa y helada. Es un largo camino, interrumpido con creciente frecuencia por correcciones de trayectoria que provocan en Giadoc una creciente desconfianza. ¿La fuente invisible se ha trasladado, o simplemente se han perdido? ¿Y los fríos

centros energéticos sobre los que ellos se mueven, continuarán apareciendo?

Claro que podría intentar de nuevo esa fusión abrumadora que duplicaría el alcance de sus sentidos, pero Giadoc se resiste, aun cuando Tedyost aceptaría. En tan débil estado no puede asegurar que logrará nuevamente una separación de identidad completa. Ahora mismo siente rastros de una camaradería peculiar, ajena a los Tyrenni, que le indica que algo de Tedyost se le ha afincado para siempre. ¿Y si quedara permanentemente entrelazado con la mente de esta criatura demente e inexperta? Sin embargo, ante la presión de esta descomunal vacuidad empieza a preguntarse si queda otro camino.

Ya está considerando esa desagradable posibilidad cuando el filamento de una presencia quiebra el vacío. Sí... La extraña señal está allí, sólo que a un lado.

—¿La captas, Tedyost?

—No. Nada.

—Ven en tonces. ¡Por aqu i!

Aún es posible moverse. La emisión se fortifica.

Finalmente, también Tedyost la percibe.

—¿Es...vida?

—Sí. Pero extraña..., muy extraña. No la reconozco.

La peculiar señal se intensifica a medida que se aproximan. Hasta que se asemeja a una nube confinada o una bruma de venas enérgicas, entrelazada con vida semejante a una gran forma-vegetal centelleante. Giadoc titubea. ¿Es apenas una planta, o un sistema de energía muerta como los que viera en el mundo de Tedyost?

Pero no; entre los centelleos borrosos se vislumbra la potente emisión de una mente viviente. Parece tranquila, exenta de tribulaciones. No parece muerta ni dañada, y evidentemente está en su ámbito, sea esto lo que fuere. Un odio frío y descomunal lame los márgenes de los pensamientos de Giadoc, más fuerte que el que haya sentido jamás. ¿Estará entrando en contacto con la mente del matador de mundos? ¿Es éste el cerebro del Destructor? Quizá su deber es matarlo, si semejante cosa es posible.

- ¡Es el capitán! ¡El nos ayudará! —trasmite excitada— mente Tedyost.

En ese momento el ser alerta de Giadoc roza un muro de frío mortal que es lo opuesto de puntos-vitales. Retrocede, tanteando cautelosamente; la barrera parece extenderse en todas direcciones y su misma sustancia es aterradora. Además es imposible calcular la distancia; el cerebro puede estar muy lejos del muro, o muy cerca.

—Un obstáculo. No podemos avanzar más.

—Tiene que haber algún modo de llamar su atención.

Giadoc empieza a sugerir que exploren la circunferencia de la barrera. Pero Tedyost no le escucha. Reúne sus fuerzas y ruge una señal potente y frenética:

—¡Capitán! ¡Socorro, capitán!

El cerebro oculto tras la barrera no reacciona.

- Es un animal. No puede entenderte —trasmite Giadoc con impaciencia.

Pero Tedyost no renuncia a su ilusión.

—Capitán, por favor, escuche: habla el alférez Yost, el alférez Theodore Yost. Estamos varados en la oscuridad. Escuche, señor; déjenos mirar afuera. Sólo queremos echar un vistazo al océano.

Tampoco esta vez ocurre nada, salvo que el cerebro o núcleo parece replegarse o agitarse levemente.

Giadoc, suspendido en la nada, aguarda a que su compañero termine con sus necias súplicas. Están cerca de lo que ha de ser la vida central del matador de mundos. Su odio crece, aún vago y remoto, pero cada vez más feroz. Le penetra la corteza de serenidad. ¿Cómo actuar contra esta criatura monstruosa? ¿Cómo abrir un boquete en el muro? Y luego, ¿cómo destruirla con sus fuerzas insignificantes? Ni Giadoc ni sus antepasados han matado jamás vida inteligente, pero ahora recuerda las viejas y salvajes sagas de su raza: tiene que irrumpir y hacer estallar la organización central sin confundirse con ella. Bien, hay un recurso. Si logran entrar, sorberá sin piedad las fuerzas del pobre Tedyost. Combinándose, podría lograr algo; al fin y al cabo es posible que el mundo del mismo Tedyost sufra pronto la misma amenaza. Templándose, se pone a revisar cuidadosamente la superficie de esa barrera fatídica, en busca de una rendija o grieta. Si la energía sale, la energía puede entrar.

De repente sucede algo.

Entre él y Tedyost, una pequeña perturbación espectral cobra forma y se extiende. No parece estar en ningún sitio particular; quizá sólo en las mentes de ellos. ¿Alguna trasmisión del Destructor?

La perturbación se expande y estabiliza como una superficie fantasma. Y sobre ella aparecen señales azules y trémulas:

—TED/ERES/TU-

- ¡Si, capitán...! ¡Soy yo! —el berrido de alegría de Tedyost ensordece a Giadoc.

—QUIERES/VER/AFUERA-

—Si, capitán. Por favor, ¿dónde estamos?

El panel espectral se dilata con lentitud hasta transformarse en un tapiz constelado de luces que se mueven despacio y majestuosamente, aureoladas aquí y allá por crestas de espuma brumosa.

Tedyost suelta un jadeo mental de gratitud. Y hasta Giadoc olvida su cólera al ver en este esplendor radiante el eco de los vientos perdidos de su mundo.

—Oh, gracias, capitán. Por favor, señor. ¿Quién es usted? ¿En qué buque estamos?

El glorioso paisaje de ensueño se densifica, adopta colores enjoyados. Y encima relampaguean un instante las palabras:

—PUEDES/LLAMARME/TOTAL-OMALI-

Pero Giadoc ya no presta atención. Una nueva señal le está llegando, un grito lejano, tenue y difuso en las bandas— vitales que reaviva su furia impotente. Lo reconoce con tristeza: es el comienzo del grito-de-muerte de un mundo distante lo que ha penetrado incluso en este negro aislamiento dentro del Destructor. Sí... La intensidad es cada vez mayor. ¿El culpable es el mismo Destructor donde él está encerrado, u otra alejada criatura de la misma raza? Lo mismo da.

—¡Asesino! —clama con todas sus fuerzas al cerebro oculto tras la pared—. ¡Asesino! ¿Por qué matas? ¿No tienes respeto por la vida?

El cerebro parece agitarse confusamente, y una extraña crispación impregna el espacio vacío que los rodea. Pero la serena imponencia del panel fantasmal se mantiene inmutable, y sólo exhibe momentáneamente esta frase:

—NEGATIVO/NEGATIVO— —YO/NO/MATO-

—¡Claro que si! ¡Oye el grito-de-muerte!

Ninguna respuesta, salvo que la presión alrededor parece espesarse y agitarse.

Giadoc recibe ahora con absoluta nitidez el espantoso gemido, cada vez más intenso. Luego, totalmente horrorizado, percibe no sólo la muerte sino quién está muriendo... ¡Es Tyree, su amado Tyree, el que irradia esos lamentos agónicos! Azorado, cree captar la agonía de seres individuales y conocidos. Todo su mundo, animales, plantas, gente, su gente, muere entre llamas y tormentos.

- ¡Asesino! —Giadoc desgarra el cerebro del Destructor con su mensaje-mental. Un dolor vivido le traspasa y despierta todas sus facultades hasta arrancado del trance en el que estaba sumergido hasta ese momento. Esto es real, su mundo está muriendo mientras él flota a salvo dentro del mismo Destructor.

¿Fiota...a...salvo? Una idea terrible arraiga en él y crece. Así, ha logrado desplazarse sin peligro a través de una miríada de puntos energéticos que lo han sustentado. Ha entrado...y vivido. No es vida propiamente tal, pero no es la muerte: puede pensar, sentir, hablar, moverse. Y lejos, su pueblo está muriendo, consumido por un mundo ardiente. ¿Este extraño refugio no es acaso mejor que ninguno?

¿No es su deber llamar a los suyos, guiarlos hasta aquí?

Vacila, pues comprende lo que significa semejante llamada. Le exigiría hasta las últimas fuerzas. Aunque sorba implacablemente a Tedyost —y está lo bastante desesperado como para cometer esa crueldad— nada quedará de ellos salvo hollejos vacíos.

En ese momento el grito lejano se eleva a la cima del dolor y Giadoc no resiste más. Lo hará.

Sigilosamente se apodera de la vida del pobre e inocente Tedyost, aún fascinado por esta visión oceánica, y empieza a disponer ambas energías para su proyecto. Percibe vagamente que las tinieblas circundantes parece que latieran de crispación; en la pantalla vibra la frase: "QUE/DAÑO/ COMETI/YO/NO", palabras sin sentido. Giadoc se orienta hacia el patético grito-de-agonía. Debe acertar en el objetivo o no habrá una segunda oportunidad.

El gemido-de-muerte lo arrasa nuevamente y le confirma la dirección. Aferra sin piedad la mente del otro y con un grito tremendo arroja las energías de ambos a las bandas— vitales:

—¡VENID A MI, GENTE DE TYREE! ¡AQUI ESTA VUESTRA SALVACION!

Con esta llamada la misma oscuridad parece hervir alrededor, como si una tensión monstruosa buscara una salida. Giadoc está demasiado exhausto para temer. Reuniendo las últimas fuerzas de ambos, atina a gritar una vez más:

—¡USAD EL HAZ! ¡ VENID!

Luego se desploma sin fuerzas sobre su yo extinto, mientras alrededor la presión desconocida llega a su punto cúlmine:

—ACTIVAR/ACTIVAR/ACTIVAR-

...implora la pantalla ilusoria. Y más allá de la barrera, dentro del núcleo, lo que había sido la mano espectral de una mujer cede ante la crisis aplastante y se acerca, por fin, a un mando espectral.

Lo pone en funcionamiento. Alrededor, todo el mundo se transforma.

Capítulo 20

Cada mente capta a su manera propia lo que entonces está sucediendo.

Los sentidos moribundos de Ted Yost oyen un chillido de mujer que culmina en una oscura risotada, y una espuma salobre le salpica el rostro.

Giadoc de Tyree, desfalleciente y moribundo, oye el eco de su grito amplificado un millón de veces. Y sabe que ha triunfado.

La inteligencia que había nacido en los artefactos electrónicos de un planeta menor conquista finalmente su acceso a la totalidad de los circuitos de su nuevo hogar.

La mente que había sido Margaret Omali se siente arrastrada a dimensiones sobrenaturales de experiencia, expandida hasta magnitudes no-humanas.

Y la gigantesca criatura que vagó tanto tiempo semiviva adquiere la plenitud de sus funciones. Una voz descomunal, recién nacida, habla calladamente y con jubiloso asombro:

Sí. Ahora comprendo.

Capítulo 21

La extraña simbiosis funciona. Los improbables puntos de contacto se mezclan y expanden. Desde una vastedad que boga en el espacio, a través de una pequeña organización energética sin vida, hasta la estructura residual de una mente humana extrañamente relacionada con la materia, la información circula. Y el poder.

Queda bastante de Margaret Omali para que sus nuevas percepciones se vistan con una imaginería humana. ¿Qué ha sucedido? Ha estallado una tensión intolerable, una gran contradicción de realidades subyacentes. La presión de esa incongruencia la ha impulsado a desencadenar esa activación final, de un modo tal vez inconcebible. Ella comprende que su intervención fue necesaria: el problema o entidad no podía resolverse por sí mismo. Ahora está hecho. Ella, o lo que una vez fue ella, remotamente intrigada, procura comprender.

La tensión aún no se ha disipado, puede sentirla. Pero ahora está localizada, es una presencia autoritaria en el gran campo estelar. Ella atiende, y la pantalla enfoca y amplía las señales de una estrella pequeña y solitaria. La estrella despide estallidos de energía. Eso es correcto, presiente; está de acuerdo con cierto Plan...

Pero un aspecto está mal. Las peculiares emisiones de vida de una cercana mota de materia se han elevado hasta alcanzar un intolerable estado crítico. Se requiere acción.

Simultáneamente advierte que ella ya está actuando. Percibe vagamente que estira un brazo a través de años-luz, hacia el sol pequeño y colérico, el dedo fantasma se levanta y congela la explosión. Con la facilidad con que arquearía los pétalos de una flor, retrae ahora las llamas que asolan la mota moribunda. Tiene en los dedos los enormes poderes del tiempo, pero ella lo ignora; sólo siente que el acto es correcto. Pero no es suficiente. El dolor y la muerte continúan gritándole desde ese punto remoto. Se requiere más acción.

Una fuerza que ella siente como un brazo fluye hacia la cosa doliente. La mano ilusoria toca, llama: VENID.

Y una voluntad que es de ella y no es de ella extirpa el dolor para ofrecer alivio. Al mismo tiempo, las energías del gran cuerpo que rodea su fortaleza se alteran y elevan hasta estabilizarse en un nuevo nivel apropiado a esta necesidad. Se acumulan. Alrededor, empieza a fluir una abundancia que a ella le parece buena.

Pero cuando la tensión aliviada se eleva al climax, una nueva percepción se cruza en los sensores de ella y nace un nuevo y borroso imperativo.

¡Sí! Debe emprender una acción totalmente diferente, de alguna manera indeseable. Y entretanto, toda esta nueva experiencia debe ser desactivada, congelada.

Debo seguir, debo buscar...

Capítulo 22

¡ Debo seguir, ahora debo iniciar la búsqueda!

Qué alegría la de la vasta criatura del espacio cuando a! fin se recobró y descubrió que su perverso interés en las diminutas emisiones vitales no eran una disfunción, sino parte de su papel en el Plan. No son para mí las tareas ordinarias de demolición, piensa exultante: ¡soy uno de los salvadores de vida!

Sí, y aquí se ha salvado vida, aunque no es ahora el momento de completar este programa. La raza ya se fue, se ha internado en los enjambres estelares para identificar un nuevo objetivo. Corresponde al recién nacido seguirla, desactivarse a sí mismo y sus pasajeros para viajar en busca de los otros. Cuando los encuentre será tiempo de descargar los pasajeros y ocupar el puesto apropiado en la nueva misión. Finalmente todo está en orden.

Pero entonces, ¿por qué esta repentina tristeza? ¿Tal vez porque la búsqueda será larga, aun con sus infinitos poderes de aceleración? La raza no deja rastro alguno: habrá que inspeccionar cada galaxia probable, y la búsqueda se hará azarosa, eterna quizá. Pero la poderosa entidad está preparada para ello. Durante el viaje todo se reduce a la simple apetencia de la búsqueda, y a la ansiedad por el gran momento en que los sensores anuncien la presencia de la raza. Luego todo podrá ser reactivado y los pasajeros descargados en algún corpúsculo distante, a salvo de la zona de operaciones. Y el gran ser, que ya no está solo, asumirá sus obligaciones entre los salvadores de vida. Todo está en orden por fin.

O quizás esa extraña melancolía se debe meramente a que ha despertado muy tarde y que los otros seguramente ya se han ido. ¿Por qué estuvo tanto tiempo semivivo? ¿Por qué tardó tanto en activar todas sus energías? No hay modo de saberlo y tampoco tiene importancia. Ahora todo es claridad y júbilo.

Desactivar todos los sistemas internos, ordena. Prepararse para iniciar el largo, tal vez interminable viaje por el vacío.

—Debo seguir. Debo buscar...

Capítulo 23

Mientras agoniza en su puesto junto al núcleo del Destructor, ya desgajado de la mente de Tedyost, Giadoc siente la llegada de los Tyrenni.

¡Vienen!

Un torrente de vida desnuda fluye tumultuosamente, un chorro planetario de vidas fugitivas atraídas por el poder del extraño Haz, Mientras el tiempo se detiene como en un sueño, jóvenes y viejos, hombres y mujeres escapan de los cuerpos abrasados, dando y recibiendo ayuda, y en su ímpetu llevan consigo hasta las vidas opacas de los animales y plantas de Tyree. Ascienden a las tinieblas desconocidas, se desprenden de las carnes chamuscadas y destrozadas, se aferran de esta esperanza porque no hay otra. Y detrás de ellos los feroces fuegos solares se congelan en un instante atemporal, fauces de llamas a punto de cerrarse sobre la presa mientras el relámpago de la vida se les escabulle.

¡Vienen, llegan! Todo cuanto aún vive en Tyree sube en un torbellino y se zambulle en los recintos sombríos del Destructor.

Y con los últimos rezagados, los más débiles, viene algo más: una presencia enorme y silenciosa que se eleva a las estrellas desde las profundidades del planeta moribundo. Es el Gran Campo de Tyree, piensa débil y reverentemente Giadoc cuando lo siente pasar. Algunos de nosotros creíamos que vivía.

Y después el gran Haz se disgrega y extingue, y el tiempo vuelve a fluir. Las fauces de fuego, contenidas y voraces, se cierran. Giadoc sabe que en algún punto lejano el mundo físico de Tyree ha perecido para siempre..., una ceniza tambaleante en los yermos del espacio.

Pero alrededor de él, en la vasta oscuridad, puede sentir la expansión de las vidas sobrevivientes de Tyree, que se multiplican en una miríada de centros dispersos mientras luchan por separarse de los campos-mentales que los golpearon y se mezclaron con ellos durante el vuelo precipitado. En los espacios vacíos del Destructor empieza a resonar una pequeña nube de señales-vitales.

Y el espacio, nota maravillado Giadoc, ya no es como antes. Los Tyrenni no han venido, como él, a las tinieblas y el no-ser. El nivel ha cambiado, las energías son más poderosas. Los extraños sustentos vitales son ahora mucho más fuertes, ricos en posibilidades. Su propia vida desfalleciente es sustentada, minuciosamente fortalecida; durante un tiempo es rescatado de la muerte.

Demasiado débil para hacer algo más que maravillarse, escucha el creciente tumulto en las bandas-vitales mientras los Tyrenni se recobran y empiezan a estabilizarse en este insólito refugio espacial. Exclamaciones, júbilo por la desaparición del dolor y la preservación de la vida, confusión por la incorporeidad, alegría por el reencuentro con gente perdida, llamadas a los ausentes, hallazgo de modalidades sensoriales desconocidas: la excitación y el desconcierto cunden alrededor, atemperadas por unas pocas emisiones tranquilas que deben venir de los Ancianos sobrevivientes. Centellean fragmentos de imágenes sensoriales: están descubriendo al parecer, que pueden recrear a voluntad la realidad recordada. Cerca de él siente la presencia de un Padre que conforta al hijo con una visión de su hogar en Profunda y de tres hembras que comparten una memoria de los vientos del perdido Tyree.

Luego algunos descubren que pueden desplazarse. Los Padres avanzan llamando a los niños, los amigos buscan a los amigos. El movimiento parece mucho más fácil ahora. Pronto toda la pequeña multitud bailotea intrincadamente, y una mente interroga a otra mientras cada cual procura entender dónde están y qué son. Giadoc capta las señales de un grupo de hembras que empieza a sondear la vasta extensión desierta que los rodea.

De pronto oye entre las llamadas la señal de su propio nombre:

—¡Giadoc!

Trata de contestar, pero está demasiado débil y agotado. Desfallece.

Sin embargo ha sido suficiente: de inmediato ella está aquí, Tivonel, encima de él y lanzándole el campo-vital como una niña, un saludo tumultuoso mezclado con recuerdos de cosas que él ignora, de criaturas extrañas, de gente agonizante y llagada, de Heagran, de preguntas-emociones— alegría.

Es demasiado. Sus propios recuerdos reprimidos despuntan débilmente y él pierde el dominio de la conciencia, siente que se hunde en la oscuridad.

—¡Oh, no! ¡No mueras, Giadoc! ¡No mueras...

Ella lo aferra mente-a-mente y le abre su propia energía —vital. El don extremo de los Tyrenni se vierte en él sin restricción ni temor. El alivio es tan profundo que es casi doloroso, pero la primera sensación es de vergüenza, pues él ha sido muy fuerte. Pero no puede negarse. Los campos se funden y la corriente-vital fluye.

- ¡Basta, suficiente! —le grita. Pero ella se niega a parar y luego él siente un contacto repentino, más fuerte. Al recobrarse lo reconoce: Heagran, el Padre-Más-Anciano, está aquí—. ¡Deténte, deténte —vuelve a protestar.

—Basta, joven Tivonel —conviene Heagran—. Deténte antes que te hagas daño a ti misma.

Hay una breve confusión. Heagran parece estar obligando a la resuelta Tivonel a desprenderse.

—¡Ahura!

Adoptando una actitud más civilizada, establecen un leve contacto-mental en el extraño y ahora atestado vacío.

- ¿Qué es este lugar al que nos has llamado? —el tono— mental de Heagran es fuerte; las energías frías inauditas de aquí deben alimentarle bien.

- Creo que es un enorme animal del espacio. Pensé que estaba muerto; pero cambió cuando os llamé. Ese debe ser el cerebro —Giadoc señala mentalmente el gran complejo críptico que titila en las cercanías, y que también parece diferente ahora: más brillante, con otra organización, como un huevo anguloso y enorme lleno de energías vivientes y no vivientes entrelazadas. Sus señales son casi anuladas por la pared protectora.

Tivonel se le acerca.

—Cuidado —advierte Giadoc—. Está cercado. No podemos entrar.

Ella ha tocado la pared. Giadoc la ve retroceder.

—Asi que estamos en un flotador sin piloto —concluye sucintamente Heagran.

Tardíamente, la mente recobrada de Giadoc recuerda al pobre Tedyost.

—Aquí hay una criatura que parecía estar en contacto con el cerebro. Tengo que ayudarle, utilicé sus fuerzas para llamaros. Es uno de los desplazados por el crimen-vital de Scomber.

—Encuéntrale.

Lentamente, muy débil aún, Giadoc empieza a indagar de un punto al otro alrededor de la circunferencia del muro del cerebro. Los otros le siguen. Poco después localiza una tenue emisión, casi en la barrera misma, y reconoce a Tedyost, cuya debilidad le alarma. ¿Cómo pudo ser tan im— Paternal y olvidar las necesidades del otro? Acosado por el remordimiento, forma una penetración para infundirle parte de sus fuerzas renovadas.

La experiencia es abruptamente desconcertante. En la superficie de contacto aparece un paisaje sensorial del cielo y luz silenciosa y grandes olas de agua líquida, todo impregnado de alegría. Sobre las crestas espumosas boga un flotador onírico, o mejor dicho, una visión notoriamente detallada de tres flotadores abiertos y unidos, coronados por una gran aleta henchida de viento que impulsa a las cápsulas por el agua. En la cápsula central yace un ser de otro mundo, el mismo Tedyost, pero desnudo y extrañamente oscuro. Parece feliz, conduce o timonea la nave imaginaria.

Giadoc intenta un contacto más profundo.

—¡Tedyost!

Se descubre hablando desde el cuerpo de un extraño animal volador, un 'pájaro' blanco posado en la proa del flotador.

- Hola —dice alegremente la imagen mental de Tedyost.

Giadoc está tan desorientado que tiene que esforzarse para asir la realidad.

—¿Todavía sigues en contacto con el Destructor? ¡Recuerda: el cerebro de tu 'capitán'!

- El capitán soy yo —replica serenamente la mente de Tedyost.

La criatura está loca. Giadoc penetra trabajosamente en la desconcertante pseudorrealidad. Envía un impulso de fuerza-vital al otro núcleo.

—¡Recuerda!

Pero para su consternación, el mundo de visiones se fortalece; él conserva aún su forma de pájaro y se tambalea en la brisa y la espuma siseante que azotan la nave. El único resultado de sus esfuerzos es que el sueño de Tedyost ahora contiene una imagen de la pantalla parlante del Destructor fijada al borde de un flotador. Exhibe luces y símbolos azules, pero Tedyost no le presta atención.

La criatura no despertará en este nivel, comprende Giadoc. El mismo está demasiado débil para hacer más. Debe separarse de inmediato.

Con más dificultad de la que suponía, Giadoc se desembaraza del fascinante mundo de sueños. Cuando informa a los demás sobre lo que ha descubierto, el tono-mental de Heagran se oscurece.

—Este sitio tiene peligros. Los delirios de la fantasía son muy fuertes aquí. Sin sentidos verdaderos todos debemos estar en guardia. Tenemos que ayudarnos mutuamente a conservar la cordura.

Guardan silencio un instante, escrutando el cerebro enigmático, tan cercano pero tan inalcanzable.

—Tenemos que comprender y dominar la realidad de este lugar —dice Heagran—. De lo contrario, nos deslizaremos uno por uno en el sueño y nos perderemos. Giadoc, tienes que improvisar medios de contacto. Convocaré a los Padres sobrevivientes para que colaboren.

Solemnemente, el viejo envía la antigua llamada-deconsejo Tyrenni a las mentes más cercanas. Giadoc percibe cómo es captada y trasmitida.

—Tendríamos que llamar también a los otros seres —interviene excitadamente Tivonel—, Quizá Tanel sepa cómo establecer contacto con éste. Oh, espero que siga con vida.

—De nuevo esta hembra ha tenido una idea brillante —dice Heagran con benevolencia—. Joven Tivonel, vé a buscarlos en mi nombre.

Tivonel se despide con un roce cálido y Giadoc observa el campo-vital que se aleja brincando de un punto al otro en la multitud de Tyrenni. El y Heagran esperan, contemplando las formas pálidas y crípticas que se retuercen dentro del núcleo y la emisión apacible de Tedyost.

De repente notan que las estructuras energéticas dentro del vasto cerebro están cambiando y se esfuman. Parecen totalmente opacas.

Simultáneamente, una nueva configuración titila en la superficie, muy cerca, definida y estable, algo como una vaga configuración-energética que poco a poco se aclara hasta transformarse en un campo de puntos brillantes. Pero Giadoc recuerda algo: el cielo visto desde el Polo Cercano de Tyree.

—¡Heagran! Nos está mostrando los Compañeros.

Como confirmándolo, el diseño persiste. Luego empieza a cambiar como si retrocediera en forma mecánica, no viviente. Nuevos destellos brotan de todas partes cuando el cielo familiar se reduce hasta formar parte de lo que parece una vasta masa globular y resplandeciente. Hasta que eso también se reduce y se pierde en un gran torbellino chato, un enorme matorral luminoso girando en un remolino. En el centro del lento torbellino de luz palpita un centelleo caótico y brillante.

Giadoc lo estudia y recibe una impresión de maldad y peligro; es insistente, como los engramas de advertencia que las exploradoras a veces imprimen en las plantas venenosas.

—Esto es una especie de mensaje o comunicación,

Heagran. Tal vez nos está mostrando la verdadera forma de todo el cielo.

—¿Puedes descifrarlo, joven Giadoc?

—No, pero quizá nos está comunicando problemas entre los Compañeros, o la muerte de los Sonidos.

—Eso ya lo sabemos.

—Espera... ¡Mira!

En la extraña y helada turbulencia de luz muerta ha irrumpido un escuadrón de formas oscuras. Parecen pequeñas, pero Giadoc comprende que deben ser enormes comparadas con las luces que representan una miríada de Sonidos. Le recuerdan los cardúmenes de animales sin mente que se alimentan de los islotes-vegetales de los vientos altos. Mientras observa, se dispersan desplegadas en formación, y en efecto, empiezan a actuar como si estuvieran comiendo. Al parecer, los Compañeros se evaporan cuando se les acercan; los escuadrones negros siegan con un lento manto de oscuridad el brillo de los fuegos centrales. Pronto recortan una zona o arco de muerte y vacuidad en el torbellino resplandeciente, entre el corazón de la planta y las raíces de los brazos fluyentes y dispersos. Un destello brota del centro hacia la zona oscura y se apaga; las sombras negras siguen 'comiendo'.

—Heagran, creo que nos está mostrando los otros Destructores. Los Devoradores de Sonidos.

—Eso también lo sabemos..., pero ¿con qué objeto?

—Lo ignoro. Parece no tener vida, como un engrama muerto...

El viejo Heagran se agita encolerizado y trasmite con todas sus fuerzas al cerebro oculto tras la imagen:

—¿POR QUE? ¿POR QUE MATAS?

Ninguna reacción. El extraño engrama panorámico continúa desplegándose. La muerta zona de destrucción se sigue extendiendo alrededor del centro; ahora casi lo ha encerrado. Giadoc está seguro de que esto es un registro, pero con una imagen o diagrama de alcances inconcebibles y muy acelerada. Y ahora nota un nuevo detalle en la escena: aquí y allá, entre los cardúmenes de Destructores, hay algunos de especie diferente, que avanzan a la vanguardia de la formación. Se detienen de vez en cuando y emiten tenues simulacros de señales-vitales. Luego estos pocos se vuelven y se alejan velozmente del área de aniquilación, sólo para regresar y repetir el movimiento.

Giadoc no atina a comprender, pero presiente una significación. Su perplejidad no dura mucho tiempo; ahora la esfera o cápsula de oscuridad se ha cerrado alrededor de loe fuegos centrales de la imagen. Como si esto fuera una señal, las formas oscuras de los Destructores se unen como un cardumen de animales del viento, luego giran simultáneamente y huyen de la escena. En un instante se han reducido a un punto borroso en el vacío, fuera del alcance de la luz.

La imagen persiste un momento, luego se oscurece y muestra el mismo cielo del principio, que otra vez exhibe los Compañeros familiares. Después empieza a reducirse y condensarse como antes.

Giadoc comprende que se repetirá toda la sencuencia... ¿Será un mensaje o un engrama fantásticamente detallado, de algún modo impreso en la energía sin vida?

Pero mientras 'observa' intrigado las formas oscuras que reaparecen dentro del torbellino celeste, le asalta una vaga inquietud subliminal, como si algo estuviera cambiando en el mundo real, o irreal, que le rodea. La sensación no es tan ñierte para impedirle concentrarse; hasta que advierte que bajo la pantalla la imagen borrosa que es la mente soñadora de Tedyost ya no está quieta. Ahora se agita brutalmente. Luego emite un parpadeo tenue, como buscando un contacto. ¿Tal vez el durmiente se ha despertado?

Giadoc se extiende cautelosamente, sólo para descubrir que era innecesario molestarse.

Tedyost le trasmite directamente, con alarmante intensidad:

—¡Socorro! ¡Motín! ¡El capitán necesita ayuda!

Los símbolos son apenas inteligibles. Tedyost se hunde de nuevo en la pasividad. Pero Giadoc no tiene tiempo de descifrar el mensaje, pues de golpe ha comprendido lo que le inquietaba: ¡peligro!

Alrededor, en toda la vasta extensión del Destructor, la vida ha perdido intensidad. Gradual pero perceptiblemente las energías nutricias languidecen, retroceden, se escabullen.

—¡Heagran! ¿Percibes una disminución de las energías? En la periferia, cada vez más cerca.

El anciano escudriña atentamente.

—Si, la percibo. Asi es que tu animal del espacio se está muriendo, después de todo, joven Giadoc... Un esfuerzo digno, pero inútil.

Y entonces, la mente de Giadoc recuerda sus experiencias en aquel mundo, los sistemas de energía no viviente que ha conocido.

—No, Heagran. Creo que es algo diferente. Creo que esta entidad nos está desconectando. Si pudiéramos penetrar y alterar el sistema, tal vez revocaríamos la condena.

Capítulo 24

Con el torrente de vidas Tyrenni han afluido ocho mentes que habían sido humanas, y una que había sido animal.

La entidad que se autodenomina Daniel Dann pierde todo contacto cuando su vida es absorbida por el extraño Haz y abandona el cuerpo moribundo. Se siente como un nadador arrastrado a un canal turbulento, tironeado y vomitado en el cenagal de la multitud. Un momento más tarde se topa con algo, no sabe qué, pero simplemente se aferra y descubre que le sustenta la vida.

Tiene experiencia en desencarnaciones violentas, pero ésta es la más insólita. Aún está vivo, aún parece conservar la identidad, pero es incorpóreo. No tiene extremidades, ni sentidos... Nada. Pero vive.

Le asalta una temerosa sensación de soledad que amenaza convertirse en pánico, y entonces percibe que su mente desnuda recibe un mensaje vago pero insistente; esta vacuidad no está vacía. A su alrededor palpitan llamadas o señales de una índole que el no puede captar. Comprende que aquí hay otros. Todos han venido a alguna parte, la vida está ahora cerca de él. Pero ignora cómo establecer el contacto. El terror del aislamiento le tortura; lucha por aferrarse a sí mismo, por afrontar la amenaza de esta insólita fuga de la muerte.

¿Pero es una fuga? Un nuevo terror se adueña de él. ¿Ha muerto? ¿No es esto lo que siente la mente agónica al separarse definitivamente de la vida? ¿Se disipará la sensación de presencia alejándose para siempre y dejándole eternamente aislado en la oscuridad?

Trata de 'escuchar' de nuevo. Sea lo que fuere ese rumor elusivo y susurrante, no parece desvanecerse. A ciérrate a ti mismo, Dann. Los demás también deben encontrarse aquí, dondequiera que estés. ¿También ellos estarán asustados? Trata de comunicarte... ¿Pero cómo? No tiene idea.

Experimentalmente forma el pensamiento de Valerie. No un cuerpo con bikini amarillo, sino el mundo de Valerie como el lo había tocado. Trata de proyectar el nombre de ella: VALERIE-piensa—, VALERIE, ¿ESTASAHI?

Nada le responde. Ignorando la frenética conmoción que está provocando, Dann pasa la lista de todos sus amigos: ¡FRODO! ¡RICK-RON WAXMAN! ¿Podéis oírme? ¡WINONA! ¿CHRIS?

Todavía no hay respuesta detectable. ¿Está condenado a no comunicarse nunca, a continuar horriblemente solo en medio de la nada?

Tal vez los Tyrenni, piensa. Y se imagina a sí mismo gritando a voz en cuello: ¡TIVONEL! ¡AYUDAME, POR FA VOR!

Esta vez sí que ocurre algo. Mientras trataba de llamar ha avanzado irreflexivamente, y ahora una imagen sensoria florece en su mente. Durante un instante es arrastrado por las violentas ráfagas de Tyree.

- ¡Heagran! —dice una voz silenciosa. Dann la percibe, pero desaparece en seguida y le deja una sensación de reprobación escandalizada. Comprende que ha penetrado en el campo-mental de un Tyrenni. Al menos hay aquí algún tipo de realidad. Más animado, hace un nuevo intento.

- ¡Tivonel!

Por un momento cree que ha tenido éxito: la imagen de los vientos regresa, oye una risa alegre y coralina. Pero no persiste, se astilla y disuelve, transformándose en una calle de la Tierra; ve un Volkswagen rojo que se aleja y deja descubierto un Continental color crema. En seguida aparece él en su escritorio y luego una fugaz vislumbre de su viejo cuerpo estirado en el sofá de su casa.

Alucinaciones. Este lugar debe ser psicogénico en cierta forma, dotado de poder para el ilusionismo. ¿Se perderá en fantasías o enloquecerá por la carencia de sentidos?

Concentrado, fija la atención fuera de sí y procura gritar silenciosamente al vacío susurrante.

- ¡VALERIE! ¡RICK! ¿HAY ALGUIEN ALLI? Y casi cree haber establecido un contacto cuando la sensación más asombrosa que haya conocido le invade, o mejor dicho le rodea la mente.

Es una presencia leve y autoritaria que parece presionar blanda, suave, irresistiblemente en la circunferencia de todo su ser-vital. La urgencia de su necesidad se evapora y disuelve; en realidad, ya no puede intentar llamar de nuevo. Una miríada de pensamientos amorfos y frenéticos que sólo recibía vagamente de pronto son resueltos y eliminados, de algún modo devueltos al centro de su mente. El temor oscuro que le despertaba este lugar desaparece reemplazado por una creciente calma. Una ola de tranquilidad y alivio casi palpable le rodea y envuelve.

Por un instante sospecha que está sometido a una droga inmensamente poderosa. Pero ese efecto vendría desde dentro... Y esto llega de afuera.

De nuevo siente miedo. ¿Quién está ahi? —trata de gritar. ¡Un momentoi ¿Qué me estáis haciendo? La única respuesta es otra ola de presión balsámica, en la que Dann distingue ahora un matiz reprobatorio. Afuera hay algo que se ha ofendido y trata de serenarle. La mente de Dann elabora estrambóticas imágenes de genios o ángeles o monstruos. extraterrestres, hasta que termina por comprender; Tyree, las técnicas de la mente.

¿Algún Padre de Tyree le está asistiendo?

Sí, ahora está seguro. Está recibiendo los cuidados Paternos, lo están envolviendo y 'lavando' como él vio hacer con otros..., ¡como si fuera un niño caprichoso!

Un rencor humano brota en él. Luchando para oponerse a las corrientes tranquilizadoras, aúlla mentalmente:

- ¡Basta! ¡Debo encontrar a mis amigos! ¿Dónde están?

Pero la presencia pacificadora es demasiado fuerte. Y Dann siente que sus protestas se disipan, se repliegan en sí mismas y se disuelven. No es como ser anestesiado, de ningún modo. El está perfectamente consciente, sólo que más sereno, más unificado y centralizado. En paz. Realmente muy agradable, admite; estas gentes poseen la única tecnología posible en los parajes desnudos de la mente. ¿Cómo decía Tivonel? Piénsate redondo como un huevo. Y torpemente, hace la prueba.

Es recompensado por una majestuosa sensación aprobatoria. Mi Padre está satisfecho —piensa hurañamente—. ¿Es esto lo que siente un niño cuando lo arrullan? A los cuidados Paternos nosotros los llamamos cuidados maternos. Qué arte extraordinario. ¿Por qué no consideré antes su significación? Sin duda esto es lo más notable que una persona puede hacerle a otra.

Entre sus cavilaciones se desliza una imagen concreta: la figura de una nube giratoria de productos-mentales que se retuerce frenéticamente y emana ráfagas violentas en todas las direcciones, invadiendo promiscuamente a los demás y a punto de reducirse a jirones. Dann comprende. Así es como se había comportado.

- ¡Ahura! —repite admonitoriamente un eco mental.

Muy bien, ahura o lo que sea. ¿Pero qué hacer? ¿Quién es su protector invisible? Tan cautelosamente como puede, formula la pregunta.

No 'oye' contestación alguna, pero de pronto recuerda al gran Padre Ustan, que le había separado de Ron en los vientos de Tyree. Al principio lo considera un recuerdo, hasta que la insistencia de la imagen le dice que es una real comunicación. Por Dios, si esta es la lengua-mental, ¿cómo podría aprenderla?

Como respuesta, la superficie de su pensamiento es repentinamente invadida por un punto que se dilata en una figura o diagrama, una red abstracta y multidimensional que le titila en la mente. Perplejo, finalmente logra comprender que le están mostrando una organización-de-campo, la imagen didáctica de cómo debe configurarse para funcionar aquí. Pero para él no significa nada, pues no domina los conceptos.

Por un momento aprecia cabalmente la barbarie de su condición mental. Los Tyrenni se entrenan en todo esto desde la niñez. Recuerda al azar las exhortaciones humanas: anímate, relájate, concéntrate, decídete, olvídalo, sé optimista, serénate, medítalo. Ridiculamente inapropiadas; incluso las portentosas admoniciones de la psicoterapia. Aquí tiene instrucciones precisas sobre cómo organizar la identidad-mental... Y no sabe seguirlas.

Ya no le queda orgullo; aquí el orgullo no cuenta.

- ¡Ayúdame! —grita o suplica.

De inmediato sufre una experiencia tan sorprendente que olvida su terror. Lo que hasta ahora ha sido una presión extema y blanda se transforma en una auténtica intrusión: alguna parte de su ser más íntimo es apresada y desplazada. Siente cómo le capturan y comprimen ciertos humores, cómo le manipulan lps recuerdos; su mismo foco de atención parece disolverse abruptamente, fluir en direcciones desconocidas y recobrarse en una dimensión inexplorada. Tensiones que él ignoraba se derriten con un chasquido, hechos en el límite de la conciencia se derrumban y desaparecen. Es algo íntimo, clínico, asombroso, imperceptible. Imposible de describir.

Dann cede. No tiene opción ni conceptos para definir qué le está pasando. Con un íntimo asomo de pánico se pregunta si estará enloqueciendo o se ha perdido para siempre. Luego eso también desaparece.

Con un sacudón semejante al tirón de un quiropráctico, se encuentra precariamente estabilizado en lo que se le antoja una especie de pose gimnástica interna. Su conciencia aturdida le proyecta una irrisoria imagen de sí mismo retorcido como un bizcocho, los talones detrás de las orejas...

—Asi está bien.

Recibe la Voz' con nitidez, pero en algún foco receptivo separado del centro normal, como una oreja tendida.

- Habla asi. Te he ayudado a formar un nódulo-recepti— vo. Vbica un pensamiento aquí para trasmitirlo.

Caramba, ¿esto es lo que hacen los telépatas? Sintiéndose como un contorsionista sin experiencia, Dann trata de formar un pensamiento de gratitud y ponerlo aparte, 'allí' en el nuevo centro de su mente.

- ¿Dónde están mis amigos?

- Cerca de aqui. Tú eres Tanel. Un mensaje: todos debéis uniros al Padre Heagran. Por allá —una indicación espacial acompaña a las palabras, junto con la impresión de estirarse o fluir a través de puntos.

- ¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar? —trata de preguntar, pero en su prisa olvida el procedimiento correcto. Cuando se recobra y utiliza el nuevo e intrincado canal, nada le responde. Sólo percibe una sensación de distancia reprobatoria. El Padre Ustan se ha ido.

Muy bien. Por allá. Tratando de adaptarse a su nueva y extraña configuración, se estira y descubre que es capaz de fluir de uno a otro punto energético. Mientras consigue ir dominando este modo de locomoción, procura emitir o irradiar tan discretamente como puede los nombres de los otros.

- ¿Hay allí alguien de la Tierra? Por favor, respondan.

Y de pronto, afortunadamente, alguien le responde ha— blándole en silencio al nuevo 'oído'.

- ¡Doctor Dann!

Es Valerie, está seguro, por la calidez, el sabor indefinible de su personalidad. Olvidando la compostura se precipita hacia ella y es recibido con un alarmante, bofetón de risa— reprobatoria-y-distanciamiento, unido a una imagen de sí mismo, absurdamente harapiento, abalanzándose sobre Valerie con un abrazo de oso.

- Perdóname, por favor, lamento no saber...

Retrocede torpemente, remodelando su configuración, aterrado ante la posibilidad de que Valerie le abandone.

- Piensa simplemente en un ligero roce de las manos -la *voz' diminuta y gentil le roza el cerebro.

Es como estar de nuevo en Tyree, pero sin cuerpo. Trata de obedecer y es recompensado por una definida sensación de tacto impalpable.

- Frodo está aqui. Y Chris está cerca pero se niega a hablar. Mejor que vayamos. Yo iré delante, ¿de acuerdo?

- Si.

Siente que el contacto le tironea delicadamente, y se deja conducir, maravillado. La emisión tiene la personalidad de Valerie pero ya no es la mente joven y defensiva que había conocido antes. La fuerza fluye suavemente desde ella, y algo parecido a la exaltación. Mientras precede la marcha por este lugar oscuro, callado e intangible, más allá de la vida, eUa está excitada, libre de temores. Y es mucho más hábil que él. La vulnerabilidad de Valerie quedó en la Tierra, piensa Dann. Aquí nada la asusta.

Dann fluye o brinca siguiendo la estela de Valerie, esforzándose por conservar el ligero contacto. Un par de veces ella se detiene y altera el rumbo, y él percibe fugazmente otras presencias. Deben estar avanzando entre otros grupos de Tyrenni. O por encima o por debajo... Aquí todas las direcciones tienen la misma valencia. ¿Qué puede significar el peso para una mente desencarnada?

Distraído, tropieza con el borde de otra mente. Una impresión veloz y brillante de muchas palabras mezcladas con música, y una risa inequívocamente hostil.

- ¡Frodo!

Dann retrocede tratando de comunicar sus disculpas. Su nueva 'postura' se le está haciendo más natural, pero aún se siente como un equilibrista que pedalea en la cuerda floja mientras empuña una trompetilla de sordo con las dos manos.

Y preguntas muy humanas siguen acosándole. ¿Qué demonios es este lugar? Tiene existencia física, está seguro. Se están desplazando espacialmente. ¿Pero qué son y dónde están?

A modo de respuesta, otro leve contacto le sobresalta y una palabra extraña le irrumpe en la mente. —Circuitos superconductores.

¿Quién es? Avanza torpemente un instante antes de acordarse de cómo proyectar. —¿Chris? ¿Chris Costakis?

Lo absurdo de los nombres humanos en esta nada astral... Una emisión críptica le alcanza, teñida con acritud y vivacidad.

—Siga adelante, doctor.

Desaparece. De modo que lo que había sido el hombrecillo sigue allí, siempre tan peculiar.

Dann continúa avanzando, intrigado. ¿Superconductores? Sin duda Chris 'oyó' sus cavilaciones acerca de este lugar, él también debe estar cavilando. La superconducción es algo que suele darse en el frío extremo, recuerda. Las corrientes circulan sin cesar; no hay fricción... El no sabe nada de eso. ¿Los estará nutriendo, en efecto, un gélido

circuito espacial? ¿Estarán desplazándose a través de el? ¿Sería compatible con estas energías una mente viviente? Le parece tan probable como cualquier otra cosa... Evoca las palabras programa fantasma; las desecha. Perdida, desaparecida para siempre, como todo... No pienses en ella. Sigue avanzando en esta irrealidad, es cuanto queda.

Sin darse cuenta, debió irradiar un suspiro o chillido de dolor. Le roza algo firme, tan palpable como un dedo en los labios. No humano, piensa él. La reprobación de algún Tyrenni al pasar. La angustia no está permitida. Bien, quizá pueda aprender. Tendrá que hacerlo; aquí no hay drogas.

Entonces repara en otra novedad extraordinaria: hace un tiempo que no le envuelve la oscuridad total. En los bordes de la mente ha captado algo, como cuando se ve de noche con el rabillo del ojo. En realidad, no está en su sistema visual, pero allí hay algo espacial, bonones o presencias. Ondas tenues, recuerdos de reñejos en el agua oscura; perfiles espectrales demasiado vagos para distinguirlos salvo que tres de ellos parece que se mueven con él contra el fondo de una multitud. Trata de 'mirar' más intensamente, y desaparecen. Piensa en cerrar los ojos, y reaparecen lentamente: destellos pálidos, lunares, pero presentes. ¿Aludían tal vez a esto cuando hablaban de bandas-vitales? ¿Está empezando a 'ver' la vida?

Entusiasmado, lo intenta una y otra vez, con menos éxitos que fracasos. Tal vez está demasiado tenso. Relájate. Tómalo con calma. Sí... Allí están de nuevo, moviéndose con él. La que él cree Valerie es más nítida, si aquí puede hablarse de nitidez. ¡Pero qué felicidad tener de nuevo algo parecido a la visión, aunque sea tan vaga!

En ese momento ella se detiene y él tiene que desviarse para no chocar.

—Mira.

No puede ver nada, pero de algún modo el espacio delante parece diferente, como si enmarcara algo o condujera a algo. Y luego Dann comprende qué está percibiendo: una especie de diseño se forma como una escena hipnagógica detrás de sus párpados inexistentes, un holograma de luz negra.

Los puntos brillantes... ¡Es una imagen de las estrellas! Y frente a él la escena retrocede, se dilata hasta transformarse en una figura que no puede dejar de reconocer: una gran galaxia en espiral que evoca una foto de Andrómeda, inclinada.

El y los demás flotan aquí fascinados mientras la trasmisión prosigue y se transforma como cuando Giadoc y Heagran la veían en el núcleo. Pero éstas son mentes huma— ñas, adaptadas a modalidades terrestres... De pronto, la mente de Chris dice:

—Como un sistema de altavoces. Tal vez hay pantallas distribuidas por todas partes.

—Frodo dice que es un diagrama de tránsito —sonríe en el vacío la Voz' de Valerie—. Mostrará una flecha: estáis aqui, tomad la linea L2 para Betesda.

En efecto, mientras Dann 'presencia' o experimenta la imagen, cree advertir en ella la cualidad mecánica de una grabación. Y le parece que retumba en varios puntos, como la voz abstracta a bordo de un avión. Les habla el capitán. ¿Habrán encontrado o activado algo como un centro de información? ¿Es este lugar un artefacto, la nave de una raza inconcebible?

La escena 'muestra' ahora la flota de Destructores de estrellas que extienden la zona de muerte alrededor de los fuegos centrales de la Galaxia. De pronto le asalta el recuerdo de un verano de su infancia en Idaho. Empieza a comprender...

—¡Por Dios, es una barrera de contención! —y captando la perplejidad de Val, modula con más calma—: ¡Un modo de frenar el incendio galáctico! Si esa fuera nuestra galaxia... Debemos estar viendo una secuencia de millones de años en cámara rápida. ¿ Ven esa explosión en el centro? —comprende que está farfullando un conjunto de imágenes y palabras caóticas, y procura expresarse con coherencia—. Una explosión como ésa iniciaría una reacción en cadena que se propagaría a todas las estrellas centrales. Incluso a los brazos, tal vez. Creo que esas naves o lo que fueran provocan incendios para contrarrestarla, despejando una zona alrededor del centro para impedir que el desastre se extienda. Para salvar las estrellas exteriores. Pero eones de tiempo, una galaxia... Toda una galaxia...

La magnitud del espectáculo le reduce a silencio.

En el contacto de Valerie percibe el reflejo de la perplejidad de ella. ¿Logran entenderle? No. Es demasiado vasto Ver' cómo esas cosas, sean lo que fueren, completan la tarea y luego se alejan en formación, piensa Dann aturdido. Después, toda la escena se expande y se repite nuevamente.

Los cuatro revolotean delante, hipnotizados.

¿Cómo pueden aniquilar la materia sin generar energías más devastadoras? ¿Acaso la disuelven por debajo del punto crítico? ¿Son seres o máquinas? —se pregunta Dann.

—¡Mira! —exclama de pronto la Voz' de Valerie—. Esos que van adelante... ¿Puedes percibir la vida allí? Creo que están rescatando vidas, están salvando a las criaturas vivientes del desastre. Tal vez es lo que nos ocurrió a nosotros.

- Una patrulla de rescate —comenta opacamente Chris.

- Frodo piensa que tienen vida —continúa Valerie—. Como peces del espacio. Quizás estamos en una ballena, como Jonás —su risa callada resuena cálidamente en la noche profunda—. O en una bolsa de canguro... Mejor que sigamos hasta encontrar a los demás.

Sus dedos inexistentes tironean con suavidad. Dann se sustrae al hipnotismo de la imagen y la sigue, admirado de su aplomo. Ella acepta que están en una criatura. ¿Están saltando entre los electrones de un pez del espacio, atravesando distancias interestelares? No hay modo de saberlo. ¿Qué tamaño tiene la estructura de la mente? Los antiguos teólogos estaban seguros de que los ángeles podían apiñarse en una cabeza de alfiler. ¿Será él menor que uña cabeza de alfiler? Pero no es un ángel, ninguno de ellos lo es. Estamos milagrosamente no-muertos, piensa. Alegría, dolor, admiración y tensión, todavía subsisten...

Pasan frente a otro de los inquietantes y comunicativos proyectores, en medio de la secuencia. Mientras la galaxia despierta a la vida en el ojo de su mente, Dann cavila de nuevo sobre la inconcebible grandiosidad del espectáculo. ¡Seres o máquinas cuya misión es contener incendios galácticos... Inaprensible en su enormidad. ¿Son naves tripuladas o actúan por instinto, como grandes animales? ¿O serán inventos de una superraza para rescatar criaturas en peligro?

La mente de Dann es un torbellino mientras los otros parece que no se inquietan. Dann recuerda que en la Tierra leían..., ¿cómo se llamaba? Ciencia-ficción. Galaxias, super— razas, maravillas del espacio. Están habituados a esas nociones. El veía las estrellas como estrellas, no como trasfondo de otras peripecias. Bien, quizás estaban mejor preparados para la realidad. Si esto fuese de veras la realidad, dondequiera que estuviesen.

El parpadeo tenue y persistente de otras presencias que al parecer avanzan paralelamente a ellos lo distrae en sus pensamientos. Dos..., no, tres más, están aquí. Un instante después siente un contacto-mental fuerte y experimentado, el de un Tyrenni. Y un instante después lo electriza el reconocimiento.

- ¡Tanel!

- Tivonel querida, ¿eres tú? ¿Estás...

- ¡Tanel, basta! ¡Eres terrible! —imagen de una risita coralina que se retrae. El se calma, avergonzado. Comprende que estaba 'trasmitiendo' en una lengua chapurreada, medio humana y medio Tyrenni. ¿También aquí habrá, increíblemente, problemas de lenguaje?

Parece que sí. Ella le está 'hablando' de nuevo, pero él

sólo retiene de sus palabras lo suficiente para captar la inminencia de acontecimientos decisivos y los nombres de Heagran y Giadoc. Este último le llega con tanto júbilo que Dann siente un ridículo cosquilleo de celos. Parece que el famoso Giadoc ha sido encontrado... Pero por supuesto, si él los ha traído aquí. Ahora su pequeña amiga se ha reunido nuevamente con su amado. Por un instante se amarga, hasta que la flagrante absurdidad de su reacción en este abismo colosal lo rescata del desánimo.

Parece que deben proseguir. Pero cuando se pone en marcha, la presencia invisible de Valerie se para y él se estremece por el roce de una mente compleja, cálida y desconocida.

- ¡Oh, Winnie! Me alegra tanto que estés bien —el pensamiento de Val le llega mientras él retrocede pidiendo disculpas por la intromisión. Puede* oír las palabras de Winona como si captara la voz con sus oídos humanos.

—Si, traigo también a Kenny con la perra. Sueñan con ir de caza. ¡Oh, hola doctor Dann! ¡Qué suerte!

—Si.

Se separa y encuentra de nuevo el contacto ligero de Val, que le sigue guiando por ninguna parte. Mientras prosiguen en medio de esa extrañeza insondable, Dann rumia sobre el concepto de 'estar bien' allí, en medio de las estrellas, sin cuerpo ni sentidos propiamente tales, posiblemente dentro de una criatura o máquina del vacío. Bien, la alternativa era morir incinerados en cuerpos mortales; sin duda han sido rescatados de una muerte segura. Quizá la mente lo es, en realidad, todo. El lo decía. Quizá para estos telépatas el cuerpo es menos necesario. Pero él, ¿qué hará él con su mera mente humana como único recurso en este espantoso aislamiento? Rescatado de la muerte... De golpe queda helado. ¿De veras los han rescatado de la muerte de los mortales y entonces esta condición significará la... Ni lo pienses.

Está tan preocupado que apenas nota que Val retrocede con una advertencia. Se detiene, pero no a tiempo para evitar el choque contra algo gélido y hostil, obviamente una barrera.

Retrocede hasta el punto de sustentación más cercano, como un hombre que vacila ante un precipicio. ¿Qué amenaza es ésta? Trata de utilizar su 'mirada' indirecta, y finalmente obtiene la impresión de un gran remolino de energías pálidas confinadas en una figura piramidal o tetragonal. Es enorme, compleja, indefiniblemente siniestra. Y parece ser la meta del viaje. Percibe otras vidas esperando alrededor.

Hay un breve intervalo de confusión. Ha perdido el contacto, pero puede sentir las vidas de los demás en las cercanias y espera, confiando en que alguien volverá a ligarse con el. De inmediato siente una presencia vaga y brumosa, y procura 'recibirla' con esperanzas. Pero nada ocurre.

Y luego, a través del desconcierto irrumpe el mensaje— mental de Tivonel, tan claro que parece revivir en él los recuerdos de Tyree.

—¡Vientos! ¿Eres absolutamente incapaz para la modalidad-comunicativa?

Modalidad-comunicativa... ¿Qué demonios será? ¿Otra hazaña gimnástica de la mente? Una fantasmal mano tendida irrumpe en su conciencia y una voz humana le habla con fuerza a su oído mental.

—Soy Waxman. Déjeme ayudarle. Me sobran manos.

Con lentitud, Dann logra imaginarse a sí mismo tomando esa mano, y se pregunta si será Ron o Rick. En ese instante atina a comprender algo más. De repente capta la extraña imagen de cada uno de ellos aferrado de cada una de las cuatro manos de los gemelos unidos, como si Waxman se hubiera modelado como una especie de conexión múltiple para una conferencia astral. ¿Será cierto literalmente? Sería lógico, piensa irracionalmente.

—Parece estar enredado en una planta, Dann. Mejor líbrese de ella.

Logra alejarse o desembarazarse de esa presencia nebulosa sin perder la 'mano' de Waxman. En eso oye una voz mental que dice débilmente:

- Yo voy con el doctor.

Es Chris, indudablemente. Así que la timidez persiste en las comarcas astrales... Imagina su otra mano tendida en esa dirección y siente un contacto leve, extrañamente tosco.

- Listos —dice la Voz' de Waxman.

Poco después Dann recibe una nítida comunicación formal que parece llegarles a través de Waxman.

—Salud a todos, y a ti, Doctordan. Soy Giadoc de Tyree.

Así que este es Giadoc..., viajero espacial perdido y exocupante del cuerpo humano de Dann. Parece estar trasmitiendo* en inglés, además. Pero no hay tiempo para los detalles; la trasmisión prosigue, en parte verbal, en parte basada en imágenes.

—El anciano Heagran y otros están conmigo. Estamos dentro de lo que llamamos El Destructor —imagen de una negrura vasta, harto familiar.

Y luego el relato de Giadoc se despliega en una rápida secuencia dentro de las mentes ligadas: su despertar y el encuentro con Ted Yost, la búsqueda del cerebro, la extraña comunicación que Ted Yost entablara con él, al parecer; y

luego la narración de la llamada de Giadoc y sus consecuencias.

—Despertó a la vida tal como lo encontráis —concluyó Giadoc.

Durante la exposición Dann evoca irresistiblemente a ciertos internos jóvenes y ávidos que ha conocido. Gente prometedora. Bien, los jóvenes tienen mucho que ver entre ellos, incluso en medio de la oscuridad y la extrañeza supremas.

Las noticias urgentes de Giadoc lo arrancan de esas reflexiones benévolas.

—Las energías circundantes están agonizando o desconectándose. A menos que podamos restaurar el contacto con el cerebro y volverlo a su condición anterior, estamos condenados. Ted Yost parece nuestro único enlace. No podemos despertarle. ¿Podéis ayudar?

Antes que Dann pueda reaccionar, oye el pensamiento de Waxman:

—Criostasis. Quizá nos están durmiendo para un viaje de miles de años.

Dann recuerda la historia de Rick acerca de la máquina del tiempo japonesa. La imaginación de Waxman aún está viva, aunque aquí no suena tan descabellada, no... Dann ahora percibe, o cree percibir una lenta pero definitiva disminución de las energías alrededor. Los murmullos de vida se reducen, al parecer, agotados. ¿Se acerca el fin? Se estremece.

- No quiero dormir miles de años —protesta Val. El pensamiento de Frodo le hace eco.

- ¿Por qué nos habrá traído aqui si no quería rescatarnos? —pregunta la mente de Winona. La normalidad de la conversación resalta absurdamente en esta situación increíble; por un momento Dann se siente de regreso en el comedor de Deerfield.

—Quizá quieren utilizamos como combustible —sugiere Frodo—. Quizá se alimentan de vida...

—No —dice Winona, vacilante—. No, no me da esa sensación.

—En cualquier caso, tenemos que comunicarnos con el cerebro antes de que nos desconecte —piensa Waxman con decisión—. ¿Quién quiere intentar un contacto con Ted?

—Es peligroso —comenta Val—. Ted es un soñador muy potente.

Hay una pausa colmada de cuasilenguaje, y de golpe Chris emite a través de Dann con tanta fuerza que lo hace resonar:

—Lo intentaré, si el doctor no me suelta.

—Muy bien, de acuerdo —contesta Waxman—. Por aquí, Chris. Cuídate.

Dann sólo puede maravillarse ante el sentido de equipo que demuestran en esta circunstancia insólita. Siente nuevos tirones, y la constelación brumosa que forman todos parece rotar lentamente, hasta que esa vida apenas visible que debe ser Chris aferrado a él se acerca a una palidez vaga y pequeña. ¿Será la mente del pobre Ted, agazapado en un nodulo aislado? Chris parece desplazarse mientras imprime mayor fuerza al apretón mental; asombrosamente, la mano de Chris ahora parece más grande, la mano de un hombre corpulento.

—No me suelte, doctor.

Dann fortifica el lazo imaginario y empieza a comprender toscamente qué se proponen. Chris intentará entrar en la mente alucinada, quizá tan peligrosa como un vórtice de pánico, que él ya experimentara. Luego recuerda que tampoco debe soltar a Waxman.

—Perfecto.

Recibe la impresión de que algo raro sucede al lado de Chris, y de golpe se ve invadido por una brillante visión de aguas tropicales y soleadas, coronadas de espuma. La visión le llega en estallidos fragmentarios, mientras él se esfuerza por conservar el lazo mental. Pero es difícQ. Ahora siente el propio cuerpo deslizándose por el agua, arrojando espuma por los flancos mientras brinca. Dios, ¿es una marsopa? Afórrate. Mientras chapotea con las aletas, se aferra a través del sol y el agua verde y un confuso griterío... Hasta que la visión desaparece abruptamente y está de vuelta en el espacio vacío, sintiendo cómo la mente de Chris tiembla al lado de la suya.

—Es inútil —trasmite débilmente Chris, jadeante—. No he podido arrancarle del sueño. Me transformó en un condenado pez. La pantalla de computadora sigue allí, pude ver las palabras 'NEGATIVO' y 'AYUDEN/CANCELACION'. El ni mira... Está en el paraíso.

Un silencio consternado en el que zumban pensamientos sin ilación.

- Es nuestro único enlace —repite claramente la 'voz' de Giadoc.

—Creo que si todos juntos traíamos de despertarle le volveríamos loco —trasmite Waxman, y otras mentes asienten—. No serviría de nada.

Callan nuevamente, conscientes de la ominosa quietud que crece alrededor, conscientes de la críptica fortaleza de energías tan a la mano y sin embargo tan inexpugnable. De pronto el pensamiento de Winona les estalla en las mentes.

—¡Miren! ¡Miren adentro de ese cerebro o lo que sea! ¿No ven?

¿Qué, dónde? Dann procura 'mirar' la cosa, la pierde, finalmente logra concentrar la Visión' lo suficiente para ver en su interior algo como un movimiento lento e intrincado, como si manojos de luz pálida y fría se combinaran en una danza compleja. Un punto parece más brillante que el resto.

—¡Es Margaret Omali! —estalla Winona—. ¡Es Margaret! La reconocería en cualquier parte.

¿Margaret?

¿Margaret, aquí? De inmediato la vida humana de Dann fluye a través de él como si hubiera roto un dique. Todos los fragmentos que ha manipulado distraídamente se unen de golpe, ordenándose con una precisión abrumadora. La gran forma negra que la tragó a ella, el Destructor, es allí donde están. Ella escapó hacia esto. ¿Es posible que aún esté viva, sea lo que fuere esta forma de vida? ¿Estará atrapada allí adentro?

Enfoca con todas sus fuerzas ese insólito sentido que aquí es su Visión'. Ese punto brillante. ¿Será la misma llama, la chispa de vida que él siguió con tal desesperación? ¡Sí! ¡Es ella! Está seguro.

Irreflexivamente reúne sus fuerzas como un hombre que inhalara profundamente, alimentándose sin quererlo de todas las vidas que lo rodean, y arroja un grito mental a la pared del Destructor;

—¡MARGARET! ¡QUERIDA, TE AYUDARE!

Cae hacia atrás, mareado por el impacto de una súbita separación.

- No lo haga de nuevo —dice la Voz distante de Waxman.

Pero otra Voz' los incita a mirar con una exclamación.

Dann concentra toda la atención en los fuegos brumosos y pálidos de adentro. La estrella que sin duda es Margaret parece acercársele.

—Ha logrado llegar a ella —la 'mano' de Val aferra a Dann—. Que lo intente otra vez.

- De acuerdo —Waxman también extiende de nuevo la mano fantasma—. Pero esta vez, con calma, doctor.

Tratando de serenarse, Dann restablece el tenue contacto.

—¡Margaret! Soy Dann, el doctor Dann. ¿Puedes hablarme?

Más movimientos silenciosos, el fulgor de una pequeña estrella se aviva. Pero no emite pensamientos ni palabras. En cambio, tal como había sucedido con Ted Yost, una imagen parece elevarse y parpadear en la mente de Dann. La reconoce con incredulidad: la pantalla de la computadora de Margaret. Oh Dios, ¿este es el único medio que ella tiene aquí para comunicarse? Dann trata de no perderla de vista, y también de no perder el contacto con los otros. ¿Ellos también la ven?

Letras azul pálido titilan en la pantalla espectral:

—DOCTOR/DANN/ES/USTED-

- ¡Si, sí! —proyecta él con ansiedad.

Pero las letras han cambiado, son enormes y ominosas. Desfilan por la pantalla repitiendo incesantemente:

—DEBO SEGUIR-DEBO BUSCAR-DEBO SEGUIR— DEBO BUSCAR-DEBO SEGUIR... —como si interviniera una vasta voz mecánica.

- ¡Margaret!

Ante la exclamación, las palabras recobran el tamaño normal.

—DOCTOR/DANN/NO/ME/HARA/DAÑO/VERDAD-

- ¡No, querida! ¡Jamás! ¡Dime qué quieres hacer! Pero los símbolos vuelven a retumbar silenciosamente,

colmando la pantalla:

- DEBO SEGUIR-DEBO BUSCAR-DEBO... Desesperado, Dann extrae fuerzas de quienes le rodean.

- ¡Margaret!

De nuevo la pantalla se normaliza.

—NO/PUEDO/DESCONECTAR— —NECESITO/MAS/FUERZA— —LE/DEJARE/ENTRAR/SOLO/A/USTED-

Y luego las palabras son barridas por esa intrusión enorme y obsesiva:

- DEBO SEG UIR —DEBO BUSCAR —DEBO... Dann comprende que Margaret ha agotado las fuerzas. Ahora le corresponde actuar a él.

—Intentaré llegar a ella. Dijo que me dejará entrar. Waxman, ¿puedes aferrarme de algún modo? —Correcto.

Dann ignora qué hacer, pero se arroja contra el abismo helado y se dirige al fulgor que parpadea dentro del núcleo del Destructor. El contacto con la pared es espantoso, Dann se encoge y convulsiona como un objeto blando aprisionado en el hielo. Pero en medio del dolor palpa una grieta o abertura, apenas un pequeño punto débil en la superficie aterradora. ¿Penetrará por allí? Sí, pues Margaret está atrapada y tiene que llegar a ella... ¿Pero cómo?

Oportunamente recuerda que no es un hombre mortal para ser congelado o triturado: no es más que una configuración de energía que intenta vencer una resistencia. Tiene que hacerlo, de algún modo pasará. Se aferra a esa idea, imagina el fluir de electrones invulnerables, despojados del miedo y la conciencia. Fluye, penetra.

Pero cuando advierte que empieza a penetrar, la imaginería humana vuelve a él y es un hombre hundiendo temerosamente el brazo y la cabeza en fauces dentadas y profundas que le han engullido al hijo. ¡Adelante! ¡Forcejea, entra! Y las fauces se transforman en una hendidura formidable y gélida que lo aprieta y amenaza aplastarlo. Pero insiste, avanza trémulamente, y la imagen se confunde con otra; se está arrastrándo por un tubo peligrosamente frágil y oscuro, un astronauta aterrado que se escabulle por un conducto buscando refugio en una cápsula. Adelante, arrástrate y empuja, no te detengas.

Se siente totalmente solo. Si alguien le cuida la retaguardia él no puede verlo. Mortalmente aterrado, se acusa de cobarde. Maldito seas, Dann, sigue adelante.

En el límite de las fuerzas, él o una parte de él ha pasado al otro lado y recobra la orientación. Sus sentidos obnubilados emergen a un torbellino de luz oscura, un espacio rebosante de energías donde alcanza a entrever un panorama de estrellas contra las que ve criaturas imposibles de identificar. Se detiene y recuerda que no debe penetrar por completo, sino servir de puente para una posible ayuda.

—¿Margaret? ¡Margaret!

Y luego el recinto iluminado despierta a la vida y Dann la ve a ella, o lo que queda de ella. Por un instante una niña parece estar atisbándole, un elfo impreciso de ojos enormes.

—¿Margaret?

Pero más allá hay otra imagen. Dann ve contra las estrellas el espléndido y recordado perfil, inmóvil, los ojos entornados: diosa de la noche. Y ahora otra imagen al lado de él, más brillante que todas: una silueta familiar, arropada de blanco, con los brazos estirados y tensos. Las manos oscuras son claramente visibles, y aferra lo que parece una gigantesca barra. Los dedos están crispados, los brazos forcejean para manipular la barra.

Dann comprende; ella o una parte de ella trata de dominar los controles.

- Socorro —susurra un fantasma.

Dann reacciona y tiende las manos imaginarias cerrándolas sobre las de Margaret y empuñando la barra. Pero sus dedos ilusorios no tienen fuerza, atraviesan los de Margaret como humo.

—Es inútil. Asi no.

Oh Dios, no tiene las fuerzas necesarias. Comprende; esto es real, esto es materia sólida en el mundo real, y aquí él no es más que un fantasma jadeante. Aquí sólo ella tiene poder. ¿Cómo ayudarla? Le daría toda su vida, ¿pero cómo?

Por un momento permanece frustrado e impotente. Y luego, abruptamente, descubre lo único que conoce: una herida humana de dolor y necesidad. ¡Aqui! Y sus brazos parece que ciñeran un talle desfalleciente, y de inmediato Dann sabe que puede ejercer su pequeño don: hacerse cargo del dolor y el temor de ella, y proyectarle sus fuerzas.

Es vertiginoso, trascendente, transexual. Tironea y forcejea sin cesar, abriéndole su vida, penetrando en ella, entregándose para añadirse a la fuerza del brazo de Margaret. Y por un instante cree que han tenido éxito: el brazo visionario reluce, los dedos parece que fueran más fuertes, la barra cede, aunque imperceptiblemente.

Pero no... No es suficiente. Y ya no da más. Necesitan a los otros.

- ¡Por favor, ayúdennos! —grita con todo su ser, esperando que aún haya alguien para responderle, y sin advertir el tremendo vórtice de necesidad que está generando.

Y en el preciso instante en que está a punto de ceder, la ayuda llega, traspasándole como una ola violenta y afilada hasta converger en el nexo donde él aferra a Margaret en el punto crucial donde ella empuña algo incognoscible. Es embriagador, una renovación de la vida donde se entrelazan esencias humanas y Tyrenni. Dann sospecha vagamente que una gran cadena se debe haber formado detrás de él; desesperados eslabones vitales que a través de él vierten las fuerzas en el frágil punto donde el poder de Margaret puede actuar para oponerse a la voluntad del Destructor.

La intolerable presión aumenta, la conciencia individual se esfuma. Todo se concentra en esos dedos espectrales que controlan una fuerza real. ¿Es demasiado? ¿Perdurará este enlace espectral? ¿Qué potencias bestiales o mecánicas estará anulando Margaret..., qué circuito cósmico trata de apagar?

El no lo sabe, simplemente colabora en la lucha con sus fuerzas; se siente un ápice de una frágil cadena de vidas diminutas que tratan de usurpar el control de algo horrendamente vasto y desconocido, como si una telaraña viviente procurara detener la palanca de arranque de una poderosa máquina de las estrellas.

Capítulo 25

DEBO SEGUIR, DEBO BUSCAR...

Pero hay cierta resistencia a actuar. Bogando hacia las últimas perturbaciones del espacio-tiempo que indican el punto de partida de la raza, la vasta entidad percibe con qué lentitud decrece la energía en la periferia. ¿Por qué no se desactiva de inmediato? ¿Es posible que haya otra disfunción? ¿Ha encontrado una nueva forma de perversidad ahora que acaba de descubrir que es buena?

Y sensaciones peculiares emanan del núcleo. Sin duda esto es culpa de las pequeñas entidades a las que imprudentemente consintió el acceso. Lamentablemente, ahora han penetrado tan hondo que no es fácil librarse de ellas. ¿Son malignas?

El filamento interestelar que le sirve de cerebro medita. Es cierto, a través de estos minúsculos intrusos ha experimentado lo que ninguno de la raza conociera anteriormente, y para lo cual no existen símbolos. Las neutras estrellas adquirieron significación, endiosando el universo sideral. Sin sentidos la criatura ha saboreado el perfume de las flores, ha conocido la espuma soleada de los mares planetarios. Y sin corazón se conmueve, o comparte una extraña reticencia ante la idea de abandonar este grupo estelar local para afrontar la eternidad de la nada. ¿Pero qué significa esto, comparado con la sagrada misión? Su deber es claro: no desertará otra vez.

Pese a la resistencia del núcleo contaminado, pese a la aguda fascinación de una nueva perversidad, la gran criatura se dispone a desactivar todos los sistemas innecesarios y disponerse de inmediato para el viaje.

¡DEBO SEGUIR! ¡DEBO BUSCAR!

Capítulo 26

En el corazón del poder, entre las energías rebosantes, la configuración que había sido una mujer humana se esfuerza por comprender. Se ejecutó una acción donde ella intervino y no intervino; una gran voluntad funciona al lado de ella, pero todavía, cerrada a su entendimiento. Una percepción se ha abierto, una significación se ha interrumpido en el universo y le comunica una orden inflexible que ella comparte pero no comprende.

Podría ceder, consentirle desplegarse en la dimensión imponente y tal vez melancólica que le está destinada. Está a punto de rendirse. Pero una chispa en el centro de ella exige explicaciones.

En la pequeña pantalla de TOTAL se lee:

—SUB-PROGRAMA/COMPLETO-

Definir sub-programa, ordena ella.

—PRESERVAR/LA/VIDA-

Sí, eso es lo que sintió cuando tendió el brazo espectral al mundo que gemía en los fuegos de la estrella llameante. Y la vida ha venido hasta aquí, hasta los espacios que rodean su fortaleza. Puede detectar el zumbido, una agitación pequeña e intrincada como la danza de las partículas de Brown. Ya no le resulta amenazadora o desagradable; en cambio, siente una satisfacción vaga y profunda. Ha dejado de ser una mera vulnerabilidad expuesta; ahora está confundida con una vastedad cuyo propósito era desencadenar esta situación. Siente que es correcto que haya vida en las cercanías.

Y algo más: una valoración de la vida que jamás conociera su mente humana parece haber arraigado en ella. Tal vez le fue comunicada por la enorme entidad cuyas perturbaciones comparte. Con ella se le ha infundido una misión. La idea vaga y benevolente de trasladar esta vida a un punto apropiado le roza la mente. ¿Es esto lo que deberá hacer a continuación?

No. Algo se ha interpuesto. Otra realidad se entromete en los centros brumosos tan cercanos a ella, y comunica una orden contundente. La Misión, piensa ella. Debo seguir, debo buscar. Las palabras parecen una llamada hacia el vacío ilimitado. Pero su parte humana se resiste: no, sin comprender.

Exhibir totalidad del programa.

Ante esta orden la pantalla se expande mostrando imágenes de holocaustos explosivos, escuadras de entidades sobrenaturales übrando batallas cósmicas contra fuegos cósmicos. Pero estas visiones siempre desembocan en una imagen recurrente: cumplida la tarea, una flota de seres oscuros cierra filas y se aleja hasta desaparecer en las tinieblas. La inmensidad que los rodea sólo contiene unos pocos borrones de luz tenue, galaxias desconocidas vistas desde muy lejos. Siente un impulso urgente. Mi raza... Debo seguir y encontrarla, aunque me lleve una eternidad.

—DEBO SEGUIR —DEBO BUSCAR —DEBO...

Siente que la gran voluntad se adueña de ella. En el exterior de la fortaleza, los niveles de energía cambian y decrecen. Todo se está preparando para el salto en el vacío, para una eternidad donde el tiempo nada significa. Percibe la atracción, la inevitabiüdad. Hasta su parte mortal siente esa negra seducción; el fatalismo que acecha bajo la voluntad humana casi la traiciona.

¿Pero existir eternamente en la nada, sin captar nada, donde todo habrá desaparecido, la belleza de las estrellas y el zumbido de la vida? ¿Transformarse en una búsqueda ciega y eterna en el vacío? Dentro de ella una niña de trece años despierta y gime al ver un gran cuchillo que desciende y la separa para siempre de la vida y la luz. ¡No! ¡No! ¡Ayúdame! ¡Basta!

Pero aquí no hay ayuda. La parte de ella que está casi fundida con un poder inhumano cavila inmóvil.

¡A YUDAME!, gime la niña.

Y la ayuda acude, lentamente, como respuesta: la fría mente de Margaret Omali, programador, despierta de nuevo. Para esa mente, incluso los programas más poderosos son producidos por un circuito. Y esa mente percibe que la voluntad inmaterial que se acumula alrededor es en cierto sentido un programa. Y los programas pueden ser modjftMK

dos, cancelados. Esto es insensato y hay que anularlo. Ya mismo.

Apela a TOTAL, define las secuencias de salida y la detención de los circuitos, sondeando complejidades masivas y apenas vislumbradas. Cuando todo está listo, acerca los dedos a una llave y emite una orden tajante.

Cambio a Operadora. Cancelar programa MISION.

Pero para su consternación, la llave se borronea, se disipa cuando la toca, mientras en la pantalla de TOTAL las letras gigantescas siguen desfilando:

—DEBO SEGUIR-DEBO BUSCAR-DEBO...

Comprende que ha pedido demasiado. Una criatura pequeña no es tan poderosa aquí. La niña ve el cuchillo que se acerca, y grita desesperadamente. En las sombras, su otro yo permanece triste y rígido contra las estrellas, resignado a la fatalidad.

Pero en la mente de Margaret Omali despierta bruscamente una furia desgarradora, esa cólera profunda e incon— fesada que nunca la ha abandonado y que le ha concedido ese insólito poder de voluntad. Aún le queda un arma. TOTAL, indique asiento del programa. Y esto sí parece posible. En la pantalla se insinúa un parpadeo borroso y multidimensional, vectores de direccio— nalidad o código. Ella lo estudia con exasperada intensidad: ¡allí hay un acceso, allí se almacena ese programa descabellado!

Con un solo gesto mental extiende las manos imaginarías y golpea con toda su voluntad la película invisible que la separa de los brumosos imperativos que la rodean. La barrera se ablanda, cede, y ella captura...algo. Su furia es tan grande que no tiene una impresión clara, sólo sabe que ha apresado una zona vital, sea un centro de energía o los ganglios de un cerebro vivo. En cualquier caso, palpa la corriente energética, el programa que la arrastra a la eternidad del vacío. Con la vaga y feroz imagen de que está destrozando un gran mecanismo o desgarrando un circuito neural, aprieta las manos espectrales concentrando todas sus fuerzas desatadas, y tironea brutalmente para arrancarlo. ¡Cancélalo! ¡Mátalo!

Pero la criatura no cede. Ella se desploma contra las barreras sin dejar de aferrar el gran nexo.

Lo intenta de nuevo, proyectando toda su vida en la mano fantasmal, imagen de una mujer perfilada en fuego, chisporroteando.

Pero sus fuerzas no bastan. De nuevo fracasa, cae al costado de ese objeto implacable sintiendo cómo el programa sigue su curso. Tiene en las manos la manera de detenerlo, pero la fuerza de su vida no basta para abrir la conexión y eliminar el circuito.

Más —gime la niña—. ¿Ayuda, más vida!

La mente que había sido Margaret Omali reflexiona, aún aferrada al inconmovible corazón de poder. ¿Podrá obtener ayuda abriendo la fortaleza, dejando que la vida de afuera colabore mientras aún tiene energía? Está segura de que TOTAL puede lograrlo, tal como la ha traído hasta aquí.

Pero no. La cara de su otro yo se aparta fríamente en las sombras. No es posible. No volverá a tolerar la cálida intimidad de la vida aunque signifique una eternidad de vacío. Que así sea... Afuera ya percibe la quietud, el progreso de la desactivación. Es casi demasiado tarde, la niña solloza inconteniblemente. Tan cerca..., estuvo tan cerca del triunfo y la salvación...

Es entonces cuando llega la extraña llamada. Afuera oye débilmente su nombre.

Consternada, se pregunta quién será. No es Ted, al que ha olvidado. Es alguien más, alguien amable que... Lentamente recuerda la amabilidad que le aplacó el dolor y le habló de las estrellas. Ahora le ofrece ayuda.

Sin soltar el gran nervio o mecanismo, ella dirige los circuitos hacia afuera y deja que la niña dé la respuesta.

Sí, es él, Daniel Dann. Margaret no se pregunta cómo ha llegado, sólo recuerda una voz gris diciéndole: "Jamás haré nada sin el consentimiento de usted." Aquí hay una vida cuya cercanía ella podría tolerar lo suficiente para recibir su ayuda, si no quiere pasar una eternidad en el vacío.

Por un momento lucha mentalmente. El rostro en las sombras frunce el ceño. Desde afuera ella siente cómo la vida se extingue y retarda inexorablemente. La niña implora. Lentamente, lo que fue Margaret Omali llega a una decisión. En esta medida ínfima y precisa, volverá a unirse a la humanidad que le causó tanto daño.

Ordena a TOTAL que modele el acceso para permitir la entrada a esta única vida.

Espera, percibiendo cómo esta presencia atemorizada se abre paso hacia ella. Al acercarse Dann, el fantasma de la vida dolorosa de Margaret despierta de nuevo, y ella tiene la tentación de cerrar el canal. Pero el dolor ahora es muy débil; todo está bien. Espera, sin soltar el mecanismo.

La realidad visionaria es fuerte aquí. En seguida ve la parte superior del cuerpo de Dann emerger como de un túnel, el pelo gris y desgreñado, la cara tensa de espanto. En los ojos reluce el mismo afán de ayudar. El también parece que la Ve; estira las manos-fantasma hacia las de ella para ayudarle a tirar. Pero no tiene poder sobre la materia; lo que ella necesita es su fuerza viviente.

Antes que Margaret pueda explicarlo, su desesperada necesidad queda clara en la cámara palpitante y rebosante de energía. La niña se ha arrojado contra el pecho de Dann y ella ahora se siente invadida por el flujo de la fuerza vital.

Empuña con fuerza el nexo de poder real, cerrando los dedos, y la enorme barra o nervio cede apenas. Pero no es suficiente. ¡Más! ¡Más!, grita implacable la niña.

El grito desesperado reverbera. Ella comprende que Dann tiene alguna conexión real con el exterior. Y en un instante llega más ayuda, un torrente tumultuoso de energías vivas se precipita en ella para inyectarle una brusca dosis de fuerza. La tensión de los dedos espectrales es mortal. ¡Ahora! ¡Tiraahora!

Margaret tira.

Con un estrépito silencioso, como si de golpe se hubiera roto todo un panel de grandes circuitos, el objeto que empuña con las manos imaginarias cede, se entreabre sordamente y desaparece. Todo alrededor el último imperativo de la gran Misión queda paralizado para siempre.

Totalmente desorientada, Margaret Omali se desploma o fragmenta a través o encima de Dann, sabiendo que ha triunfado. Todo ha cambiado. Ahora tiene poder aquí. Pero al fin está cierta e inextricablemente fundida con la vasta entidad donde viajan.

Dann, o parte de él, sigue allí, arrullado por la niña. A través de él Margaret percibe la conmoción del exterior, donde entidades humanas y de otro mundo retrocede caóticamente. Y más: en todo el gran espacio circundante, la energía aumenta de nuevo, el zumbido de la vida recobra su intensidad.

Pero algo no ha cambiado. Mientras las energías vivientes dentro del núcleo adoptan lentamente una nueva organización, la silueta contra las estrellas sigue allí. Poco después se vuelve apenas; los duros labios ya no están tristes, solamente graves. Una voz silenciosa dice:

—ENCONTRARE UNA NUEVA MISION. TAL VEZ... CON EL TIEMPO... ME RECONCILIE CON LA VIDA.

Capítulo 27

La curiosa constelación de entropía negativa que aún se llama a sí misma Daniel Dann ya no sigue el curso de su vida, aunque sus viajes apenas comienzan.

No tiene idea de qué es ni de su aspecto físico. Muy probablemente, una franja de energía vital con dos extremos, piensa; estoy inserto en esta rendija en la pared del núcleo del Destructor y parte de mí está afuera. Pero el pasaje ya no es amenazador o temible, ya no lo acucia con peligros helados. En realidad, Dann está relativamente cómodo. Con la elevada energía de este lugar le ha sido fácil modelar un simulacro de su viejo cuerpo en un sofá. Y ahora espera como un guardián a las puertas de Margaret.

Aquí puede controlar las visitas o pedir ayuda en caso necesario, mientras su mirada interior permanece en lo que él más desea percibir.

Adentro hay una escena imponente. Los seres incandescentes del espacio destellan gloriosamente. Es hermoso, estupendo; de por sí, casi bastaría para una melancólica eternidad. Pero esa magnificencia es sólo el trasfondo. Perfilada contra la luz estelar, ella sigue allí, inalcanzable, la cabeza vuelta hacia el otro lado; Dann apenas vislumbra ocasionalmente el perfil grave, serenamente pensativo. El inexistente corazón de Dann no. brinca al contemplarla; en realidad, le inunda una alegría profunda y sin palabras. Ninguna tristeza, ningún dolor existe aquí en la noche estrellada.

Pero eso no es todo. Alrededor, en otra dimensión de los sentidos, hilera tras hilera de controles misteriosos se internan en las sombras. Y a veces otra manifestación de Margaret se acerca reflexivamente y prueba la gran consola. En esta forma es tal como él la conociera en vida; una mujer delgada y esbelta, vestida de blanco. Así encamada, a veces le habla normalmente, y el corazón inexistente de Dann se detiene cuando él 'oye' la voz. De vez en cuando entablan incluso largas conversaciones, como cuando caminaban por un bosque hoy olvidado. El le ha hablado acerca de las peripecias de los otros, y del hermoso y destruido Tyree y su gente, y la ha oído reír y suspirar. Pero luego el gran tablero la reclama y ella vuelve a sus tareas enigmáticas; para aprender los poderes de esa nueva condición, entiende él.

Pero al margen de esto está lo más valioso de todo: a veces la niña vuelve y le mira con curiosidad, o le formula preguntas, casi siempre sobre las estrellas. El las responde lo mejor que puede, explicándole las maravillas que conoce. Pero sus conocimientos se agotan pronto, lamentablemente, y entonces la niña ríe y va a trabajar ante un teclado pequeño bajo esa consola inhumana. Juntos descifran los enigmas y admiran las magnificencias del cielo. Estos momentos son inapreciables para Dann. Sospecha que lo que él ve como una niña es una corteza profunda y perdurable del asombro y el deleite humanos de Margaret.

—¿Por qué tienes un color tan curioso? —pregunta ella una vez.

Creyendo complacerla, él se imagina una tez más oscura y facciones como las de un negro canoso. La niña se echa a reir y desde las sombras llega la breve carcajada de Margaret.

- No lo hagas.

Dann jamás vuelve a transformarse.

Ahora comprende, naturalmente; no se trata de 'rescatar' a Margaret, de librarla de este poder y este lugar. Ella ya está más allá de eso, y más allá de la humanidad. Este es su reino ahora. Está fundida, o fundiéndose, con la vasta entidad que les rodea. El sólo ve imágenes o facetas temporales; el verdadero yo de Margaret está más allá de este reducto.

—¿Estamos en una nave? —pregunta una vez Dann a la Margaret que le es familiar—. ¿Es esto una máquina?

Ella le mira sin verle.

—No.

A Dann no le ha importado preguntar más, ni se atreve a hacerlo.

Pero hubo acontecimientos en el exterior.

Al principio son meros momentos aislados de contacto con Waxman. El doble ser parece haberse ubicado cerca, vigilante, satisfecho de existir en su nueva unidad e interesado en servir como centro de información a humanos y Tyrenni. Pero poco después de lo que Dann juzga una gran victoria, el cálido roce que él reconoce como Winona viene a hablarle directamente.

—Doctor Dann, ¿Margaret está bien ahí dentro? Me he preocupado tanto por ella... ¿Podría verla un momento?No quiero molestarla, sólo...

—Comprendo —dice él; en efecto, la pura amistad o como quiera llamarse esa cualidad humana que se 'preocupa' tan gratuitamente por lo ajeno, es inconfundible—. Le preguntare. Es difícil. Ella está...ocupada.

La presencia tibia se aleja pacientemente.

Cuando la encamación de Margaret vuelve a presentarse, él le pregunta:

—¿Puede Winona comunicarse contigo unos minutos? Era tu amiga, ¿recuerdas? Está preocupada.

- ¿Winona? —la oscura sacerdotisa de la computadora titubea remotamente; pero su actitud parece propicia—. Sí, puedes dejarla entrar.

Dann tiene un momento de satisfacción egoísta ante la aceptación de su papel de guardián. Cerbero-Dann. No sabe exactamente cómo 'dejar entrar' a Winona, pero se aparta imaginariamente a un lado y la llama. Aparentemente funciona. Siente el paso de la vida.

Asombrosamente, lo que se materializa en la puerta imaginaria no es Winona, sino la figura pulcra y exuberante de una mujer morena en su madurez, con una cara brillante, ávida, sin arrugas. Recuerdos de la Tierra asaltan a Dann. He aquí la encarnación de una madre joven, una mujer que él ha visto bajar riendo de mil autobuses llenos de niños.

Pero cuando brinca para cerrarle el paso a esta extraña, ella cambia. Las carnes firmes empalidecen y se aflojan, el pelo renegrido se agrisa. Es la Winona que él conoce, avanzando hacia Margaret con las dos manos tendidas.

Por un instante Dann parpadea temiendo el cotorreo y el borbotón de palabras. Pero Winona simplemente toma una de las manos de Margaret y se la lleva al pecho, observando maravillada el extraño recinto. Un contacto fugaz parece unirlas, y después Winona suelta la mano y se retira.

Cuando pasa frente a Dann sufre un nuevo cambio, y es la matrona joven y radiante la que sale por la grieta inmaterial. —Dann medita acerca de los terribles misterios del tiempo; esa que él vio era realmente Winona, y no ese espantajo fofo y artrítico de Deerfield.

¿Y qué es él, en verdad? ¿La imagen severa de un joven médico? No; él es indudablemente viejo. Sus muertos están muertos. Está...satisfecho.

Afuera, Winona se ha alejado. Dann sabe que ha comprometido, de un modo u otro— No tiene que preocuparse por Margaret.

Y algo más ha ocurrido. Cuando vuelve a su puesto de guardián percibe que la puerta de la fortaleza parece ahora un poco más ancha. Menos fortificada. La Margaret que habita este lugar quizá tolere mejor el contacto con la vida. Y Dann advierte que ella está cambiando. La vida ya no es para Margaret lo que era antes. Un presentimiento estremece el alma de Dann. ¿Cambiará hasta ser irreconocible, todo lo que conoce como Margaret desaparecerá en una brumosa matriz de inmensidad?

Recuerda la voz tranquila que decía: Tal vez, con el tiempo, me reconcilie con la vida. Pero cuando lo haga, ¿seguirá siendo Margaret? Espera que sí; no le queda otra cosa.

Sus tristes reflexiones son interrumpidas por un saludo alegre que reconoce de inmediato: su pequeña amiga Tivonel. Ya le ha visitado antes, para deleite de él. Pero esta vez trae también a Giadoc.

—Salud, Tanel —dice la Voz' fuerte y segura del joven Oidor—. Waxman nos habló de los grandes poderes que tu amiga posee aquí.

—Si —Dann trata de comunicar una sonrisa; le resulta imposible no simpatizar con esta mente.

—Como sabes, mi hijo Tiavan estaba entre quienes perpetraron ese crimen contra los tuyos. No obstante, él y los otros estaban en peligro cuando los dejé. ¿Es posible que el poder de tu amiga pueda descubrir qué les ocurrió en tu mundo?

—No sé. Le preguntaré. Quizá lleve tiempo.

Pero la encarnación que él conoce como Margaret viene pronto, y puede preguntarle.

—Le encargaré la tarea a TOTAL —dice ella muy humanamente—. Antes que nos alejáramos de la zona almacenó muchas telecomunicaciones. Dime sus nombres.

¿Sus nombres? Qué lejos, qué lejos está ahora, piensa él. Nombra a los ocho: Winona, las dos muchachas, los gemelos, Ted, Chris y Kirk. Ahora, sólo son cuerpos que albergan mentes extrañas; mientras los verdaderos dueños están aquí con él, en este lugar inquietante entre las estrellas.

—Le encargaré que comunique cualquier hallazgo, por si y o...no estuviera aqui.

Un fantasma amable, tan normal y eficiente. Ella teclea algo en la pequeña consola y se retira.

La presencia robusta y compacta de Giadoc revolotea cerca. Dann vuelve a interrogarle acerca de su pasaje por la Tierra, y se entera de que la mente que él conoció como Fearing terminó en el cuerpo de la perra. ¡De modo que una anciana, Janskelen, a la que él nunca conoció, es ahora el temible Fearing! La computadora no buscará ese nombre;

no importa, lo más probable es que no fuese el verdadero.

¿Pero qué se habrá hecho de ellos? ¿Cómo encaró Noah, por no mencionar a la Marina, la irrupción de nueve mentes de otro mundo? Al pensar de nuevo en todo, Dann agudiza la memoria. Interroga a Giadoc, fascinado por su habilidad para guiarse mediante la lectura del pensamiento humano. Parece increíble. ¿Cómo se las habrán arreglado? ¿Qué harán? ¿Enviar y recibir mensajes para los militares? ¿O los perseguirán, como a una amenaza?

Y la confusión de identidades: Kirk con la mente de una pequeña; Winona con la mente del Padre. Frodo como el hijo del Padre que se aloja en el menudo Chris. ¿Cómo permanecer juntos? ¿Podrán casarse? Y la broma cósmica de la rebelde Avanil en el cuerpo de Valerie, exigiendo que se le conceda el derecho de criar niños... Y Ron y Rick, que ya no son gemelos sino Terenc y Palarin: un macho y una hembra que él nunca conoció. Y., justicia poética, el malvado Scomber heredando el cuerpo moribundo de Ted Yost.

Lo curioso, reflexiona Dann, es que Scomber en realidad no le parece 'malvado'. Recuerda vividamente el momento sobrecogedor en que ofreció su vida como vía de escape del calcinado Tyree, y su propia simpatía con los jóvenes Padres que salvaban de las llamas a los niños.

¿Y para los desplazados las cosas han resultado tan mal? Piensa que no. Sea lo que fuere esta ur-vida, hemos sido rescatados de una desdicha mortal; en los vientos de Tyree hemos conocido horas de júbilo.

Trata de comunicar algo de esto a Giadoc en esa mezcla de Tyrenni e inglés que ambos comparten. Pero el orgulloso Oidor es difícil de convencer; está muy avergonzado del acto de su hijo. Cuando Dann piensa que está a punto de persuadirle, percibe cierta actividad adentro. Se vuelve y descubre que el teleimpresor espectral está tecleando, en una hoja con un aspecto absurdamente normal. ¿Qué ha interceptado TOTAL? Dann descubre que sus manos imaginarias pueden tomar la hoja impresa, y que sus ojos pueden 'leer'.

//LAS VEGAS 19 ENE. ESPECIAL AP. ESPIRITUALISTAS DAN EL GRAN GOLPE. UN EQUIPO COMPUESTO POR UNA DUEÑA DE CASA, UN OFICIAL DEL EJERCITO RETIRADO Y UN EX-CERRAJERO HICIERON SALTAR LA BANCA DE CINCO CASINOS DE LAS VEGAS EN EL FIN DE SEMANA, RECOGIENDO UNA GANANCIA ESTIMADA EN MILLONES DE DOLARES//LOS TRE SE IDENTIFICARON COMO SOCIOS DE LA FIRMA CATLEDGE, CONSULTORES ESP. "FUE ANTE TODO UNA MANIOBRA PUBLICITARIA", COMENTO LA SEÑORA EBERHARD, EX DUEÑA DE CASA. "QUISIMOS MOSTRAR LO QUE PUEDE HACER UN CONSULTOR ESP[5] CALIFICADO", AÑADIO EL MAYOR CHARLES SPROUL. EL TERCER SOCIO CHRISTOPHER COSTAKIS, DECLARO QUE SE PROPONEN INVERTIR PARTE DEL DINERO FUNDANDO UN NUEVO INSTITUTO DE INVESTIGACION. //CATLEDGE, CONSULTORES ESP. HA SIDO IDENTIFICADO COMO UN GRUPO UNIDO Y MUY RESERVADO DE SIETE MIEMBROS QUE RESPONDEN AL LIDERAZGO DEL DOCTOR NOAH CATLEDGE, QUIEN NIEGA POSEER CAPACIDADES MISTICAS. EL HA ORGANIZADO EL EQUIPO TRAS UNA VIDA EN INVESTIGACIONES EN ESP. "NUESTROS SERVICIOS ESTAN AL ALCANCE DE CUALQUIER ENTIDAD PRIVADA QUE PAGUE NUESTRAS TARIFAS", DECLARO HOY. "SIN EMBARGO ESPERAMOS SER, ANTE TODO, UTILES COMO CONSULTORES DE AGENTES FINANCIEROS Y GUBERNAMENTALES." LA ASOCIACION DE HOTELEROS DE LAS VEGAS ADMITE QUE LOS HECHOS DEL FIN DE SEMANA NO REVISTEN, AL PARECER, NINGUNA ILEGALIDAD. "ESTUVIMOS OBSERVANDO A ESTAS PERSONAS DESDE QUE ENTRARON EN ACCION", DIJO UN MIEMBRO DE LA ORGANIZACION. "EN LO QUE A NOSOTROS CONCIERNE, SON GENTE HONESTA." //SIN EMBARGO LA ASOCIACION DESTACO QUE NINGUN INTEGRANTE DE LA FIRMA CATLEDGE SERA ADMITIDO EN LO FUTURO COMO JUGADOR. "FIGURAN A LA CABEZA DE NUESTRA LISTA NEGRA". CONCLUYO UN GERENTE.

//VILLAMETTE, ILLINOIS, ENE 19. DOS TORNADOS IMPREVISTOS BARRIERON...

Cuando el papel espectral se desvanece, Dann se echa a reír con tantas ganas que le cuesta explicarse coherentemente ante Giadoc.

—Tu hijo está bien, han salido del paso —logra comunicarle al fin; pero tiene que dedicar un tiempo a satisfacer la curiosidad del Tyrenni acerca de las costumbres de la Tierra para convencerlo de que el viejo Noah ha encontrado realmente un medio para que los fugitivos Tyrenni vivan satisfactoriamente. El hecho de que sólo se mencione a siete también parece razonable; los dos 'niños' permanecen en casa. Cuando Giadoc se marcha, Dann vuelve a reir al recordar el sueño de Noah sobre la visita de los extraterrestres. Práctico como siempre, el viejo ha visto cumplirse su fantasía más anhelada, combinada con la vida real. Bien —reflexiona Dann—, ¿no ha sido eso lo que siempre hizo? Conseguir fondos para ejercicios ESP en un submarino... Ojalá pudiera felicitar al viejo maniático, o al menos verle fugazmente ahora, pues debe estar exultante. ¿Cómo habrán salido de Deerfield? Sin duda Janskelen logró sacarlos de algún modo como Fearing/Sproul... ¿Iniciarán ahora una estirpe de mutantes telépatas? Fabuloso...

Cuando Margaret regresa, trata de explicárselo. Pero ella ya está muy alejada; Dann comprende que esto le resulta irreal. Parece más que nada satisfecha con el programa que ha producido. Quizás esto no implica una confusión con realidades trascendentes, piensa él, sino un aspecto de la mente humana de Margaret; su preocupación por las estructuras, las relaciones. Insaciabilidad, frialdad. Dann recuerda a un profesor de matemáticas que se negaba a incluir valores numéricos comprensibles en las ecuaciones que exponía en la pizarra. Hasta la niñita demuestra esa inclinación.

Una señal de Waxman interrumpe sus cavilaciones.

—Doctor, tenemos un problema aqui —la Voz es asombrosamente parecida a la de Rick en el prado de Deerfield.

—¿Si?

—Este lugar es muy oscuro y silencioso, ¿no? Los demás intentan cosas, siguen manteniéndose ocupados mientras pueden. Chris y Giadoc están tratando de comprender algo de todo esto. Las mujeres exploran un poco. Pero es horrible. Es una enorme nada. Hasta esas imágenes, las pantallas, se han desvanecido. El viejo Heagran está preocupado, piensa que caeremos en mundos de ensueño, como Ted...

—Entiendo —y en realidad entiende que ha sido egoísta y que ha tenido acceso a las estrellas, a ella, mientras los demás no tienen más que el mundo crepuscular de sus mentes individuales—. Debí darme cuenta —y de mala gana se obliga a decir—: ¿Quieren compartir esto conmigo, tocándome o como sea?

—Gracias, doctor. De veras. Pero he pensado algo más

simple. Por ejemplo: ¿podría ella trasmitir una imagen? Los

circuitos deben estar allí. Si pudiera conectar monitores

podríamos ver dónde estamos. Echar un vistazo a la realidad...

—Desde luego. Le preguntaré. De paso, ¿cómo está Ted. ¿Aun...

—Si. Chris y yo hacemos alguna tentativa de vez en cuando. Pero ahora, ¿de qué le servirá salir?

—Comprendo. Preguntaré de inmediato.

Cuando comunica la solicitud de Waxman al fantasma que conoce como Margaret, el hermoso rostro escucha con singular intensidad.

—Debí pensar en ello —dice rápidamente, como haciéndose un reproche. Y para sorpresa de Dann, el perfil brumoso y distante contra las estrellas también se ha vuelto ligeramente, como si escuchara. La Margaret espectral regresa a las sombras de la gran sala de control.

Dann siente una extraña animación. Aquí parece haber un toque de empatia, un sentido de responsabilidad por las vidas ajenas a estos misterios. Quizás es algún vestigio de la Misión, el impulso trascendente hacia el rescate. ¿Es posible que la humana Margaret haya aprendido la compasión de esta entidad inhumana?

De repente ella regresa, funciendo ligeramente el ceño.

—Tus amigos, los Tyrenni... ¿Dices que son expertos en trasmisiones de vida?

—Oh, si. Parece haber sido una de sus especialidades —Dann nota que ella no necesita detalles.

—Bien. Trasmitiré también algunas secuencias de seña— les que...me resultan difíciles. Quizás ellos las entiendan mejor.

Dann está asombrado de esa decisión, de que la diosa acepte la cooperación de la vida. Y tal vez sea cierto lo que ella acaba de insinuarle.

—Giadoc, el que viajó con la mente a otros mundos, es entre nosotros lo que más se aproxima a un experto en criaturas desconocidas —le explica ansiosamente—. Y puede utilizar nuestra lengua.

—Me haré cargo —dice ella lacónicamente, y se disipa en las profundidades brumosas.

Dann no tiene que esperar mucho. Desde fuera le llega una exclamación desbordante.

—Hombre, es hermoso. ¡Por todas partes, como un millón de ventanas! —de nuevo Dann se sobresalta ante la incongruencia de esa voz joven. Las palabras que podrían emplearse para un coche deportivo son utilizadas aquí para los prodigios cósmicos. Bien, ¿qué esperaba, que Ron o Rick hablaran con la voz de ultratumba de un fantasma cinematográfico?—. Todo el exterior de este lugar está cubierto, y hay pantallas por todas partes, donde están los sensores. Y escuche, estamos recibiendo también otros tipos de trasmisión. Bdello y los suyos están en eso. Yo también estoy captando algo, doctor. Quizás una especie

de música. No puedo describirlo. Creo que vamos a encontrar nuevas formas de conciencia como jamás las soñáramos.

—¿Nuevas formas de conciencia?

—Si. Como planetas pensantes. Todo interconectado, o..., no puedo explicárselo, pero lo pesco de veras. Antes solía...no sé, soñar...

Esa voz de muchachón hablando de trascendencias. Por un instante renacen los viejos recelos humanos de Dann ante el misticismo. ¿Estas mentes descarnadas están flotando en la fantasía? Pero no; tiene que creer que hay algo de realidad en esto, siempre que aquí haya algo real.

—Oh, otra noticia para usted —sigue Waxman—. ¿Le he dicho que los Tyrenni han elaborado un gran mundo de sueño para ellos, por aquel lado? Todos los Padres tienen a los niños allí. Lo llamamos Tyree-Dos. Giadoc dice que el alma de Tyree vino con nosotros, lo que se dice, todo un cargamento. Val y Frodo fueron a verlo. Les gusta el vuelo. Y Winnie entregó a Kirk a un Padre que se hará cargo de él. Comprendió que era muy blanda con él...

—Tyree-Dos... —Dann piensa en la fuerza del mundo de sueño de Ted. Esto debe ser increíble, una estructura de sueños entrelazados, un lugar real.

—Sí. Pero Heagran está más preocupado que nunca. Pronto vendrá a hablar con usted.

—Estaré aqui —Dann intenta su primera broma ligera en esta vida más allá de la muerte en los parajes intereste— lares.

Pero es Chris quien viene ahora, un Chris más fuerte cuya timidez es apenas una leve brusquedad en el contacto.

—Aquinecesitamos tiempo, doctor.

—¿Tiempo? —parece ser lo único que tienen.

—Es decir, necesitamos de algún modo medir el tiempo real. Esto es muy raro, sin ningún cambio. Noto que algunas de esas estrellas palpitan regularmente. Estaba pensando si se podría instalar un contador digital para obtener alguna lectura.

—No depende de mi, Chris. Yo no puedo hacer nada. Aqui soy sólo el portero.

—Usted me entiende, doctor.

Sí, Dann lo entiende. Chris alude a lo de siempre, a que hay dimensiones humanas que él no puede afrontar. Pero la idea es, como de costumbre, buena.

—Variables cefeidas, creo que eso es lo que está viendo. Los periódicos son generalmente de una semana.

—Si. Podríamos dividirlos en intervalos. Entonces se podría planear y proyectar la realización de algo en, digamos, tantos periodos..., en vez de este desorden.

—No veo por qué no. Preguntaré.

—Ya sé cómo bautizarlos —evidentemente Waxman ha monopolizado la conversación—. Seria tonto tener semanas o lo que tuvieran los Tyrenni, en este lugar. Pongámosle al periodo básico el nombre de Chris.

—Bien —dice Dann. Pero Chris ya ha interrumpido el contacto, aparentemente abrumado por la propuesta de Waxman.

Cuando el fantasma de Margaret reaparece, Dann nota que a ella le divierte la proposición. Y mientras se dedica a las manipulaciones mágicas que permitirán llevarla a cabo, una sonrisa vaga y extraña le ilumina el rostro humano.

—Punto de partida, tiempo cero... TOTAL lo computará. Empezará desde cuando...despertamos.

Cuando 'despertamos'. Dann vuelve a advertir que este mundo de sueños oculta una realidad a la que él no tiene acceso. Pero no se siente infeliz. Que todo siga así.

El nuevo sistema de medición es aclamado como un éxito. Se proyecta en las pantallas, y de cuando en cuando una señal de energía no viviente retumba en los espacios que les rodean.

En una de esas ocasiones una voz nueva le habla espontáneamente a Waxman:

—¡La campanilla del barco!

El marinero perdido, Ted, está despertando del sueño.

Dann y Waxman están conferenciando, tratando de calcular cuánto hace que están aquí, cuando una sensación de que algo ocurre dentro del núcleo obliga al doctor a interrumpirse.

'Mira' hacia adentro y descubre energías indefinibles en acción. No está Margaret en su encarnación humana, sino el perfil remoto y elegante contra las estrellas, muy vivido y fuerte, y el recinto parece latir con la intensificación acelerada de señales fuera del alcance de Dann.

De pronto todo termina, las energías decrecen, la figura sombría se difumina y todo es igual que antes. Y la misma Margaret reaparece, sentada junto a otro sector de la gran consola.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Ella exhibe una expresión reservada, y tarda en contestar. Luego menea la frente en un gesto muy humano.

—Yo... Nosotros... Oimos un grito de muerte. Muy pequeño, muy cerca; algo que moría, helándose o quemándose. No estoy segura, pero me parece que choqué con un astronauta de otro mundo. Puedes averiguarlo.

Cuando Dann se vuelve hacia afuera, descubre que los otros ya están al tanto de lo ocurrido.

—Algo cayó aqui chillando desaforadamente —le dice Waxman—. Los amigos de Heagran fueron a ver qué podían hacer. ¡Diantres! —la voz del joven rezuma admiración—. ¡Imagínese, un auténtico alienígenof Iré a verlo, a menos que alguien me muestre pronto una imagen veraz.

Dann está demasiado divertido para replicarle. "Un auténtico alienígeno", dicho por un doble ser incorpóreo que vive en el interior de un leviatán del espacio y se comunica mentalmente con criaturas de otro mundo. Pero ya sabe a qué alude Waxman. No por primera vez Dann reflexiona acerca de la curiosa compatibilidad de estos humanos con las mentes Tyrenni. Ellos son más sanos y menos aislados como individuos, y carecen de nuestra agresividad predatoria. Este grupo de humanos en particular también es deficiente en ese sentido. ¿Es posible que la inteligencia empáti— ca sea similar en toda la Galaxia, que el conocimiento de la realidad de los sentimientos ajenos configure un cierto tipo de mentalidad delicada, ya esté alojada en un cuerpo humano o en una gran manta-raya de los vientos? ¿O hay algo más profundo en esta vida nutricia e impalpable?

La llegada del alienígeno ha producido un gran alboroto. Se decide dejarlo donde cayó hasta saber más acerca de él.

—Val se le acercó para tratar de aprender su lengua —informa Waxman—. Tiene un don especial para eso. Piensan que es un ser combinado, lo que llaman un hermafrodita. Sastro me envió una buena memoria. Hasta Ted se enteró de lo ocurrido.

—Margaret no lo hizo por su cuenta —le dice Dann—. Es decir, lo hizo, pero con un impulso ajeno. El ser donde estamos, sea lo que fuere, parece sentir la compulsión de reaccionar ante las vidas en aprietos.

—Estamos en un bote salvavidas —interviene la voz somnolienta que Dann reconoce como Ted Yost.

—Exacto —conviene Waxman—. Todos sentimos algo, una especie de impulso subterráneo. Es hermoso.

¿Hermoso? Sí. Pero de pronto Dann piensa qué ocurriría si involuntariamente embarcaran un grupo de depredadores inteligentes. Una armada del espacio como las hordas de Ghengis Khan, contra la que ni siquiera un Padre Tyrenni podría actuar. O una feroz colonia de escorpiones altamente evolucionados. ¿Qué podrían hacer ellos con su amabilidad?

Cuando Margaret reaparece, le plantea el problema.

—Margaret; tú conoces a la gente de aqui, los que viajamos contigo... Somos personas bastante pacificas. Empá— ticas, racionales. Y no somos muchos. Pero mira..., ¿qué

pasaría si llegaras a embarcar grupos realmente belicosos, guerreros, asesinos, traficantes de esclavos...? Nos aplastarían a todos... De algún modo nos destruirían.

La figura de las sombras parece agitarse levemente, y la Margaret 'humana' menea la cabeza y esboza una sonrisa.

—No. Nunca estaréis en peligro. Nosotros... Yo he aprendido el valor de la vida. Todos estáis en mis circuitos. Si hubiera hostilidad se tomarían medidas. Estamos prevenidos para esas emergencias.

No sabe ni quiere imaginar qué hay más allá de esas ambigüedades, por llamarlas de algún modo, pero confía absolutamente en ella.

Curiosamente, es la llegada del alienígeno lo que provoca el contacto más humano y conmovedor con Dann.

Hace un rato que sus sensores exteriores han captado una presencia cercana, que espera emitiendo un propósito vacilante y lo que él reconoce desdichadamente como dolor. ¿Será Ted, o Chris? —se pregunta Dann.

No; Waxman dice que Ted fue inducido a conocer a los Tyrenni, y que Chris ha entablado una fuerte relación con Giadoc basada en la curiosidad de ambos acerca de las energías no vivientes de este mundo. Además, Chris se está sobreponiendo a su timidez, y ya deja que le lean la mente.

—Le están ayudando mucho —dice Waxman—. Tal vez deje que el viejo Sastro le arregle un poco la cabeza, para que no se sienta así..., usted sabe; como se sentía en la Tierra.

Dann recuerda su propia experiencia, cuando a él 'le arreglaron la cabeza'. Ser despojado de temores y desajustes... Bien por Chris. ¿Pero quién es el que está cerca? Está a punto de preguntarle a Waxman, pero esa criatura parece tan tímida... Casi como un paciente privado que ansia volver a verle.

Finalmente un contacto mental le roza exploratoriamente.

—¿Doctor?

El misterio está resuelto: Frodo. Si hubiera pensado en ella, la habría imaginado explorando feliz con Val.

—Me alegro de que hayas venido, Frodo. Como quizá puedes ver, estoy atascado aqui...

—Nunca le di las gracias por haberme ayudado allá. Por lo que hizo cuando estábamos en Tyree.

Si por algo ha venido, no es por eso. El asiente benignamente mientras la tantea con ese don especial que no puede descansar ante el dolor.

—Doctor... Usted siempre comprendió —está a punto de revelárselo; con intensidad desgarradora la mente de

Frodo se abre como un niño y barbota—: Val..., ¡ya no me necesita!

En la inmaterialidad opaca ella aferra algo que podría ser la mano de Dann; él percibe la tensión, la vergüenza de exhibir el dolor. Recuerda a un pequeño paciente que le habían traído con la rótula destrozada. Por un momento permanece a la expectativa, tratando de asimilar y dominar la dolorosa trasmisión, y envía lo primero que se le ocurre.

—Oh, no creo que no te necesite, Frodo. Ella te ama. ¿Te lo ha dicho?

—No... Pero se pasa el tiempo haciendo cosas con Tivonel y los demás, y está tan ocupada con ese alienígeno... Oh, doctor. Es horrible. Yo soy horrible.

—¿Por qué eres horrible, Frodo?

—Porque... Porque —la impresión de una süueta pequeña que se le arroja al pecho es muy vivida—. ¡Porque ahora es feliz! Es horrible que yo no pueda soportar la felicidad de Val. ¡No me necesita para nada!

Dann la estrecha con fuerza, compartiendo el agudo dolor, esperando que amaine la tormenta. Trata de entender y evoca su vislumbre de la mente de Val; ese recinto secreto y sagrado, 'nosotras-dos'. Ahora todo eso ha sido alterado. El mundo hostü de alrededor ha desaparecido y Val se ha liberado; está gozando de su libertad en este lugar insólito, con su pequeña amiga Tivonel. Pero esta otra habitante de ese mundo privado no puede liberarse con tanta facüidad. Echa de menos de un modo espantoso el amor y la relación exclusiva que daban significación a la vida... El entiende perfectamente.

La mente que estrecha en sus brazos imaginarios le murmura:

—A veces pienso que empezaré a moverme hasta llegar al borde de esta criatura, y saldré al espacio...

—No. ¿Sería justo dejarle esa culpa a Val? Escucha. Cuando sientas ese deseo, quiero que vengas a verme. ¿Lo prometes?

Finalmente ella accede. La intensidad se aplaca por el momento. Pero ahora le dice apesadumbrada:

—Nadie me necesita aqui. Demonios, era sólo una estúpida estudiante de derecho. Ya hemos pasado la Tierra Media, ¿verdad? ¿Quién necesita a una estudiante de derecho en las Islas del Oeste?

—Yo era sólo un estúpido doctor, Frodo. Todos tenemos que transformarnos de alguna manera.

—Usted la tiene a ella —dice Frodo con el fantasma de su antigua risa burlona.

Oh, Dios. Entiende a qué se refiere.

—Yo no tengo a Margaret, Frodo. Ya nadie podría 'tenerla', ¿sabes? Apenas logro atisbar algún aspecto de ella y charlar con una parte de ella de vez en cuando. Creo que es feliz..., eso es todo. Ha ido mucho más allá de las Islas del Oeste, mucho más lejos que todos nosotros.

Frodo guarda silencio un instante.

—Entiendo... Discúlpeme.

—No es nada. Yo logro ver...algo de Margaret. Tal como tu ves a Val.

—¿Y tendremos que conformarnos?

—Temo que si.

La otra mente suspira, luego se echa a reír. Pero es una risa más tranquila, piensa Dann, sin entender que su 'don' ha funcionado de nuevo, aunque esta vez le ha comunicado sólo una nueva tristeza.

—Hablando de derecho, ¿has descubierto qué clase de leyes tiene ese alienígeno en su mundo? ¿O los Tyrenni, ya que está? Mira, ahí tienes algo en qué pensar. Por qué no elaboras un código de leyes ideal? Luego, si tenemos la oportunidad, podríamos escribirlo con trazos indelebles en el cielo, de algún modo.

Esta vez ella ríe de veras.

—Como los Diez Mandamientos: No crucificarás a los lagartos verdes...

—Algo por el estilo.

—¿De veras piensa que algún día podríamos hacer algo asi, doctor?

—No sé. Ya estamos en el reino de lo imposible.

—Si.

Los dos guardan silencio; una sensación de camaradería que Dann nunca imaginó que compartiría con ese andrógino huraño.

—Vuelve a visitarme, Frodo. Podemos deprimirnos juntos. Pero ya sabes; si las cosas empeoran mucho, los Tyrenni pueden ayudarte con los malos recuerdos...

—Pienso que si... Pero creo que me gustará más verle a usted, doctor. Gracias...

—Te espero.

Ella se va y Dann vuelve a 'mirar' el interior del núcleo.

Durante un largo rato no hay nada salvo el misterio, hasta que la niña sale tímidamente y se pone a estudiar algo en la pequeña pantalla. Es un gran sol rojo pálido. Una gigante roja. Tal vez quiere volver a interrogarle acerca de la vida de los astros. Sí, ahora acaba de reemplazar la imagen por el diagrama Hertzprung-Russell de TOTAL, que muestra la secuencia principal y los cursos seguidos por diversas masas y tipos de estrellas. ¡Si él supiera más...!

Pero cuando se vuelve hacia él, la pregunta es insólita.

—Si hiciéramos retroceder el tiempo, la estrella volvería a reducirse. Y si hubiera gente alrededor, viviría otra vez, ¿no, Daniel?

¿Hacer retroceder el tiempo?

Por un momento cree que es una adivinanza, y luego repara en la temible significación. Gracias a Margaret ha descubierto cómo los grandes compañeros de la criatura despejaban el espacio; de algún modo aceleraban o revertían los procesos de las estrellas hasta que la energía de la masa se disolvía por debajo del punto crítico. Pero ésta es la primera vez que realmente comprende que la entidad donde él se aloja, el ser del que Margaret forma parte, domina semejantes poderes. ¿Revivir razas perdidas?

—Supongo que si —dice tímidamente.

En ese momento la Margaret adulta sale de las sombras y la niña se le acerca.

—También está la alternancia —dice serenamente, en parte para Dann y en parte para recordárselo a la niña—. Los hechos no tienen por qué repetirse exactamente.

Luego ella y la niña se alejan, dejando a Dann confundido. Antes que pueda organizar las ideas 'oye' que Waxman le llama desde afuera.

—El Padre Heagran quiere una entrevista con Margaret, doctor. ¿Podría concertarla?

—Veré. Quizá tarde un poco.

Cuando Margaret regresa le dice:

—Creo que quiere un encuentro personal como el que tuviste con Winnie. Pienso que yo podría traducir. ¿Nunca has visto un anciano de Tyree desplegando todas las alas, verdad? Es magnifico quizá te guste de veras. El caso es que son muy grandes.

—Si —dice ella pragmáticamente—. Haré los arreglos necesarios.

Poco después Dann siente un cambio en la abertura que custodia y se retrae prudentemente. La abertura parece ensancharse e iluminarse con un retazo de los cielos ventosos de Tyree. Revoloteando a una distancia imprecisa se ve la silueta de Heagran, enaltecida por la edad. Dann se pregunta qué pensará Margaret. Para él la forma es monstruosa y bella a la vez; ante todo, un personaje. El gran manto ondea y habla lumínicamente.

—Se dirige a ti como Grandiosa Anciana —le explica a Margaret—. Y pregunta si es verdad que puedes conducir las mentes de su pueblo a un mundo adecuado —al decirlo. Dann siente anticipadamente la angustia de la pérdida.

—Podemos —dice ella, atareada frente i la consola.

—Entonces es tiempo —continúa Dann de malagana—. El mundo de fantasía que han elaborado es cada vez mis fuerte y más extraño, y los niños no crecen. Sin embargo no cometerán crimen-vital contra una raza inteligente. Pregunta si puedes encontrar un mundo de vida animal evolucionada donde no se haya desarrollado una auténtica...hm, auto— conciencia. Las mentes animales pueden ser absorbidas para dejar lugar a las Tyrenni. Creo que está diciendo que el alma o espíritu de Tyree está con ellos, osi que no teme que la raza degenere. Piensa que Tyree revivirá con otra forma...

—Un mundo de vida animal evolucionada —Margaret se acaricia el pelo oscuro como si le hubieran solicitado la ejecución del programa más ordinario—. Creo que tendremos más suerte si me ayudan a monitorizar las bandas-vitales para seleccionar el nivel correcto. ¿Algún otro requisito?

Cuando Dann traduce la pregunta, Heagran cambia levemente de color, como si se hubiera emocionado profundamente.

—Que sea un mundo ventoso —dice Heagran—. Que no estemos condenados a vivir en el Abismo, añorando él vuelo.

Su emoción despierta ecos; hasta Margaret baja la vista un instante.

—Comprendo... ¿Algo más?

—Tu gente nos ha dicho cuántos mundos pueden estar habitado^ por feroces comedores de carne. Los nuestros no pueden matar, no podemos infligir dolor. En nuestro mundo existía un solo animalillo salvaje, el córlu, que servia para dar lecciones a los niños. Por lo tanto te pediría que nuestro pueblo sea enviado a un sitio donde no haya enemigos salvajes, para que pueda vivir en paz.

—Eso también lo entiendo —Margaret sonríe—. Pondremos nuestros sistemas a trabajar. Cuando encontremos mundos posibles los exhibiremos en las pantallas para que juzguéis. Y estudiaré cómo trasladaros delicadamente para que tu pueblo no se asuste. Creo que está dentro de nuestro poder.

—Te estoy muy agradecido, Grandiosa Anciana —pero Heagran no retrocede ni se retira; en cambio, emite una señal titubeante—. Otra cosa...

—¿Si?

—Yo y unos pocos...no queremos dejarte. Yo soy demasiado viejo para iniciar una nueva vida, y como el joven Giadoc, siento que mi alma ha sido tocada por un viento más poderoso. Sabemos que si nos quedamos, inevitablemente sufriremos cambios. Sin embargo deseamos ir contigo en el gran viaje entre los Compañeros. ¿Es posible?

Mientras Dann traduce, el corazón inmaterial se le colma de alegría. ¡Saber que algunos Tyrenni se quedarán! Sería insoportable perder todo contacto con la raza prodigiosa cuya ordalía compartió, cuya forma física es parte de sus recuerdos más íntimos.

—Sois bienvenidos —dice Margaret—. Vuestra ayuda para comprender las trasmisiones vitales será de gran valor aqui. ¿Hay algo más que pueda hacer por vuestra comodidad?

—Una cosa pequeña, aunque tal vez imposible —replica Heagran—. Sé que viajaremos a través de espacios inmensos y que los que nosotros llamamos Compañeros son ilimitados en número. En nuestros viajes, ¿es concebible que volvamos a acercarnos nuevamente al nuevo hogar de mi pueblo, para ver cómo está?

—No estoy segura —la frente de Margaret luce una muy humana arruga de preocupación, como si Heagran le hubiera solicitado un cálculo muy difícil—. El espacio, si, y está el factor tiempo. Creo que podemos señalar el mundo que elijáis, y volver a él. Pero el lapso temporal puede significar muchas generaciones de vidas en ese mundo.

—No podemos pedir más —la imagen de la enorme criatura irradia un lila tan hermoso que no parece requerir traducción. Luego se retira.

Margaret-la-mujer-humana se queda mirando el lugar donde estaba la silueta de Heagran.

—Hay que encontrar una nueva Misión, y pronto —dice serenamente, ya para sí misma o para Dann—. Sentimos la necesidad. Empiezo a entender nuestros poderes y limitaciones. Pero yo sola no tengo la visión para cumplir más que el programa original de transportar gente en peligro. Después que dejemos a los Tyrenni en su nuevo mundo será la hora —vuelve hacia Dann una cara perfectamente normal y decidida—. Pregunta a los demás, viejo amigo. Fíjate en sus visiones.

Parece una joven dirigente pidiendo sugerencias. Sólo el perfil que está detrás, contra las dimensiones estelares, le advierte que esas 'sugerencias' no pueden ser ordinarias.

—Si.

Y de nuevo está solo, con el cerebro aturdido. Transportar gente en peligro... Emplear los poderes del tiempo para revivir razas perdidas... Elegir entre evoluciones alternas para planetas enteros... Y tal vez, interceptar armadas estelares o buscar enigmas extremos... En la mente de Daniel Dann florecen las visiones, su imaginación muerta resucita desparramando chispas oxidadas.

La realidad carece de asideros, no está arraigada en los sentidos ni en el espacio ni el tiempo. Ahora parece a punto de volar del todo, de sufrir metamorfosis grotescas e inauditas.

¿Y es posible que él, cuya vida ha terminado tantas veces, él que durante tanto tiempo fue un autómata del dolor y la ignominia de la Tierra, el, absolutamente insignificante, seleccionado al azar, sin más cualidades que el don que se niega a emplear, es posible que él sea testigo de semejantes maravillas? ¿Llegará a aceptarlas? "Hoy rejuvenecemos un sol. Mañana concedemos a una especie el terrible don de un intelecto autoconsciente."

Increíble. Imposible.

Pero al parecer, inminente.

¿Y...durante cuánto tiempo? ¿Cuánto durará?

Con eso, el estremecimiento más profundo, turbio y secreto conmueve a Dann. Finalmente permite que la conciencia tenga acceso a las palabras, que han fermentado rechazadas en el fondo de su alma: PARA SIEMPRE.

¿Inmortalidad?

Sí, o algo muy semejante. Al menos, un tiempo no mensurable en años o vidas sino en épocas astrales. Aquí nada cambia, ni ha cambiado, ni cambiará o se agotará, aparentemente, en milenios. Las misteriosas energías gélidas que los sustentan se han reciclado, parece, durante eones. No parece haber razón para que no sigan hasta aproximarse a la eternidad.

¿Una eternidad de proyectos inimaginables? Sí... Y también una eternidad de la voz del joven Waxman, de la sublimidad de Heagran, de la congoja de Frodo, de la risa de Tivonel y del insistente Cómo y Por Qué de Giadoc, y de todo lo demás. La base viviente de sus vidas irreales, trivial, ineluctablemente finita, se levanta ante él como un desierto interminable que hay que atravesar a pie bajo un cielo ardiente. El primer plano que limita el espectáculo de la infinitud.

¿Podremos aguantarlo? ¿Enloqueceremos?

Heagran ha dicho que todos cambiaremos, reflexiona. Quizás el constante contacto mental los funda gradualmente, e incluso afecte a Margaret. Quizá nos transformemos en una gran persona multifacética..., esa sería la solución. O quizá las mentes fundidas sean incompatibles. Podríamos transformarnos en un psicópata con tantas cabezas como la hidra.

Pero Margaret, piensa; ella indudablemente nos controla a todos. Podría hacer algo, expulsarnos o congelarnos, si fuera necesario. Pero entonces quedaría sola para siempre. El dolor traspasa el nodulo de nada que fue el corazón de Dann. Por ella tenemos, tengo, que conservar la cordura. Sé firme. Quizá sea una vida magnífica, sobrenaturalmente jubilosa.

Pero... ¿Una eternidad?

El temor y la exaltación se mezclan en su mente.

Cuánto he aprendido, piensa. Viajero entre mundos, he gozado de privilegios negados al hombre mortal. Encontré una raza extraña, descubrí muchísimas cosas desconocidas. ¿Qué grandes cambios me ha producido todo esto? ¿Qué transformaciones he sufrido para hacerme digno de un papel en semejante drama? ¿Presenciaré, tal vez participaré en los destinos de los mundos? ¿Gozaré de algo semejante a una vida inmortal? ¿Qué grandes contribuciones haré a la simbiosis?

Ninguna, reflexiona amargamente. Nada concreto.

Tengo sólo lo que tenía antes, un cierto conocimiento especializado del funcionamiento de cuerpos que ya no poseemos. Al margen de eso, sólo mi vieja combinación de simpatía depresiva y escepticismo ante las empresas nuevas, por atractivas que sean. Si aquí nos hubiéramos topado con Jehová o Alá o Vishnú, aún me apegaría a la segunda ley de termodinámica.

¿Qué, en nombre de la vida, puede hacer a la mía digna de semejante perpetuación? Qué puedo hacer sino aprender siempre las mismas viejas lecciones: que la gente es la gente, que el dolor es malo, que el bien a menudo se asocia con la vulnerabilidad y el mal con el poder. Que los absolutos son absolutamente peligrosos: reflexionad, señores, podéis estar en un error. Que uno puede hacer daño con los mejores propósitos, y que un error malogra los planes mejor trazados. Que ni siquiera una mayoría feliz es una salvaguarda... Tyree fue abrasado porque estaba en la franja de destrucción que salvó una galaxia.

No sé nada importante de filosofía, piensa, salvo quizá mi respeto por la Gran Máquina de Bacon. O también Spinoza..., cuando alteró una palabra en la definición eclesiástica de la verdad; la iglesia la llamaba "el reconocimiento de la necesidad". Spinoza la llamó "el descubrimiento de la necesidad", y por eso le persiguieron, pues socavaba toda autoridad.

¿Pero qué nuevas grandes necesidades he descubierto, al margen de la vieja necesidad de la bondad? Y además, piensa, sin duda seré lento para descubrir necesidades en este futuro que parece excesivamente ilimitado. En mi lugar tendría que haber un gran pensador. Waxman, con su fervor de adolescente por las nuevas modalidades de conciencia, merece esta vida mucho más que yo.

No renaceré como el embrión de una humanidad trascendente en el cosmos. Simplemente seré yo.

Mientras elabora estas ideas melancólicas bajo las radiantes procesiones de soles dentro del núcleo, una pequeña presencia se le ha acercado sigilosamente.

Es la niña, que parece más pequeña que de costumbre; esa encarnación que quizás encierra toda la admiración y el deleite de Margaret intactos. Por lo común no suelen tocarse, pero ahora Dann está tan desolado que irreflexivamente tiende la mano y le acaricia el hombro menudo. Ella no se aparta, sino que le dirige una sonrisa de belleza sobrenatural.

Cuando se vuelve hacia los enormes ojos, sus preocupaciones se disipan en parte. Hasta su falta de grandeza intelectual carece de relevancia.

Bien —piensa—. Hay algo que puedo hacer, y siempre... Aunque lleguemos a la eternidad, eso no lo perderé. Está casi seguro de ello, lo sabe más allá de la razón.

Por inagotables que sean el futuro y sus revelaciones, siempre conservará su amor por Margaret.

Capítulo 28

Tivonel, brillante espíritu de los vientos de Tyree, sigue aún el curso de su vida, aunque en una extrañeza oscura y abrumadora entre las estrellas. La configuración de energías que es su esencia se desliza de un punto al otro en la vastedad del Destructor —no, piensa; ahora debemos llamarlo el Salvador— con la misma habilidad con que su cuerpo alado remontaba las ráfagas de Tyree.

Le gustaría viajar más rápido, pero no está sola. Sus amigas Marockee e Issalin fluyen con ella, igualmente impacientes. Todas deben avanzar con lentitud a causa de los Padres inexpertos que las acompañan.

Ellas y los demás regresan al gran sueño-mental de Tyree, o Tyree-Dos, como lo llaman los humanos. Están escoltando a los Padres Daagan y Mercial para que conferencien por última vez con el anciano Heagran. A la zaga de todos viene el gran campo-vital del Padre Ustan. Y gracias a los vientos estaba con nosotros, piensa Tivonel; Ustan permaneció fuera del mundo-onírico para asegurarles el regreso.

- Vaya, qué fuerte eres. Gracias de nuevo, Tivonel.

Es el contacto-mental de Marockee, que casi se extravió en los vientos-oníricos, en la magia de una vida evocada. Tivonel tuvo que empujarla hacia Ustan. Y los tres tuvieron que utilizar sus fuerzas para liberar a los dos jóvenes Padres.que habían permanecido tanto tiempo en esa potente fantasía proyectada por múltiples mentes.

Tivonel había gozado del falso Tyree, de la minuciosa ilusión de vuelo y de su visita a la detallada recreación de Profunda donde viven los Padres y los niños. Con tantos huérfanos, las Paradomin sobrevivientes y otras voluntarias los cuidan bajo la supervisión de Padres verdaderos. Hacen un magnífico trabajo, piensa Tivonel, pero desde luego los niños no crecen. Es una buena práctica, todos tendrán que hacerlo cuando vayan a ese nuevo mundo.

Pero ella no sufrió un engaño tan profundo en Tyree— Dos, a tal punto de olvidar que era un espejismo encantador, una isla diminuta creada por mentes vivientes en un rincón de una realidad oscura y enorme.

He cambiado, piensa. Antes era como Marockee, muy femenina y activa. Es por Giadoc; se me ha pegado algo de él. Y tal vez el tiempo que pasé con esa criatura tan especial, Tanel. Pero no me estoy poniendo Paternal, no me importa la jerarquía, como a las Paradomin. Y tampoco es el sexo, el deseo de Giadoc. Ya no más, no aquí.

Ríe nostálgicamente, admitiendo que nunca volverá a conocer el éxtasis físico del sexo en el Viento. Marockee le dijo que algunas parejas lo intentaron en Tyree-Dos. Pero desde luego no funcionó. Sin el huevo, ¿qué podía esperarse?

No, no es lo sexual lo que define su relación con Giadoc. Lo que se le ha pegado es su espíritu de Oidor, piensa Tivonel, deslizándose sin esfuerzo en la extraña e incitante oscuridad. Sí, y hay algo más. La espera y la añoranza me hicieron comprender mejor. Y cuando lo encontré tan cerca de la muerte y nos fundimos. Cosas así casi nunca ocurrían en Tyree. Los machos eran sexualmente interesantes hasta que se hacían Padres y apenas volvías a verlos. A Giadoc le conozco de un modo profundo y nuevo, piensa, sin comprender que su lengua no tiene palabras para el sentido humano del amor. Se pregunta si el viejo Ornar sentiría algo así por Janskelen. En cualquier caso, se quedará aquí con Giadoc sin importarle lo que hagan los otros. Reprime el confuso tintineo de temor y excitación que le produce la idea.

—¿De veras te quedarás en el Destructor cuando todos los demás vayan a ese nuevo mundo? —de nuevo Marockee.

Tivonel advierte que han dejado atrás a los Padres más lentos, y se detiene.

—Querrás decir el Salvador. Si, me quedaré —de nuevo ese ligero estremecimiento.

—¿Cómo, Tivonel? ¿Qué harás aqui?

—Oh, habrá muchas aventuras entre los Compañeros. Pregunta a Giadoc o Tanel. Además, ¿cómo sabes que les gustará ser enormes plenyas blancos, o lo que sean esos cuerpos?

- Pero tendrán cuerpos reales y vientos reales. Y el Gran Campo de Tyree estará con ellos —el tono-mental de Marockee desborda de ambigua ansiedad. Tivonel sabe que su amiga aún no ha resuelto si irá. Bien, ya lo decidirá.

—Aquí tendremos a Heagran —dice simplemente—. El también es el espíritu de Tyree.

—Bien, yo me quedo —afirma Issalin—. Verás, cuando ¡leguen allí los machos tomarán de nuevo todos los huevos, como en Tyree. Aun si esos cuerpos son una combinación de macho y hembra encontrarán la manera. Y sé que la mente que trabaja con el Salvador es femenina, así que me quedo contigo.

- Bien dicho —replica Tivonel. Para sí piensa que Issalin tiene la cabeza hinchada de viento si esos son sus motivos, pero le alegra contar con su compañía.

—Si alguna vez encontramos el mundo humano adonde fue Avan, quizá vaya allí —prosigue Issalin—, Estuve hablando mucho con ese Padre-hembra, Winona. ¡Yo me encargaría de que obtuvieran la jerarquía!

—Te deseo suerte. Y hablando de cosas que hacer —se interrumpe Tivonel—, allí está Sastro con esa criatura del espacio. Por allá. Veré cómo están. ¡Padre Ustan! —trasmite cortésmente—. Os seguiré más tarde. El anciano Heagran querrá saber qué descubrieron.

Y ese es un hecho, piensa, alejándose a gran velocidad mientras el resto continúa su vuelo decoroso. Pero el hecho es que siento curiosidad.

Desde esta distancia ya puede captar la serena señal-vital del gran Sastro, uno de los ancianos que permanecerán con Heagran en el Salvador. La señal es modulada por la emisión vacilante y perturbadora de la criatura que recogieron en el espacio. Los primeros que acudieron a ayudarla consideraron que esas pulsaciones indicaban temor, pero ahora es indudable que su energía-vital es periódica de este modo extraño. ¡Insólito!

Al acercarse Tivonel también capta las emisiones de uno de los nodulos pictóricos o pantallas del Salvador, que durante un tiempo han mostrado escenas del mundo adonde irán los Tyrenni. El grupo parece apiñado alrededor. Y ahora Tivonel puede reconocer otro gran campo-vital, el de la humana Valerie, con quien ha entablado muchos contactos amistosos. Valerie intenta aprender la lengua del recién llegado. Ojalá tenga suerte. Al lado, bajo el inquietante parpadeo del campo de la criatura, hay otras dos energías Tyrenni, un macho y una hembra de Tyree-Dos a quienes Tivonel no conoce bien.

- Salud, Padre Sastro. Y a todos vosotros —extiende un respetuoso nódulo-receptor, ignorando al ser del espacio.

—Hola Tivonel —responde Valerie—. Escucha, trata de rozarlo cuidadosamente. Creo que responderá.

¡Vientos, realmente lo han calmado! Tivonel extiende

cautelosamente un zarcillo exploratorio hacia el viajero.

—Salud.

- Sa-lú —responde débilmente, con un relampagueo mental verde que sobresalta a Tivonel.

—¡Pero si está muerto de miedo! ¿Por qué no lo habéis calmado?

—No seas tonta —le reprocha Sastro—. ¿Piensas que un Padre no conoce su trabajo? Parece que en el mundo de este ser, el color que captaste representa la armonía y la vida, joven Tivonel.

—También es un buen color en el nuestro, Tivonel —añade Valerie—. Tu gente quizá tenga que habituarse a efectos extraños cuando descienda. Veo ese mundo en vuestros colores de dolor y temor, pero en el nuestro significan buenos vientos y júbilo.

—Caramba.

Tivonel se desliza hasta un nodulo cerca de la proyección y estudia nuevamente la imagen mental. Es una escena hermosa, aun si está en el fondo-del-viento. Grandes montículos o despeñaderos se yerguen en el aire. Y vislumbran remolinos de espuma plumosa. Muy abajo hay una gran superficie líquida y encrespada, lo que los humanos llaman mar u océano. Una silueta voladora, enorme, pálida, con seis extremidades, desciende raudamente para agarrar algo de un islote flotante, luego se eleva para posarse en la solidez y comer lo capturado con las pinzas. En lo alto aletea otra docena de criaturas, evidentemente felices en el viento. La escena es radiante. Parece un hogar adecuado para la vida. Claro que si todo es verde y azul, los Tyrenni tendrán que habituarse al cambio. Bien, quizá los sensores de los cuerpos lo resuelvan.

—Me alegra que hayas venido, Tivonel —el contacto— mental de Sastro la arranca del ensueño—. Di al Más-Ancia— no que esta criatura ha resuelto ir al nuevo mundo con los nuestros. Tynad y Orcavel nos han comunicado que la aceptan. Parece que tiene habilidades que pueden serles útiles. Por ejemplo, sabe manipular una gran cantidad de materia sólida. Y cómo genefar calor, que puede ser necesario. Confieso entender muy poco de esto, pero tu amiga Valerie me asegura que podría ser importante en un mundo asi.

—Lo llamamos 'fuego' —interviene Valerie—. Si, podría ser muy útil. Esto es lo que la trajo aqui, objetos hechos de materia dura y fuego.

- ¿Es macho o hembra? —pregunta Tivonel, estudiando el fulgor curiosamente pulsátil de la criatura.

—Ambas cosas. Copulan unidos y ambos llevan huevos,. Tenia ocho extremidades, como algunas criaturas de mi mundo, y volaba en una bolsa o filamento. Me mostró imágenes-mentales, y asi fue óorno aprendí sus palabras. El cielo de su mundo estaba lleno de criaturas volantes. Pero no te imaginas lo raras que son. Dice que la echaron de su mundo como castigo.

—¡Pero los nuestros no querrán llevar un criminal!

—No creo que lo juzguéis un crimen. Parece haber cuestionado cierta norma que prohibía volar muy alto.

—¡Grandes vientos! Eso no es un crimen...

—Allá si. Asi que le construyeron una cápsula y la mandaron al cielo. Lo han hecho antes, así es que este ser sabia lo que le ocurriría. Tenía esperanzas de llegar a otro mundo pero no tenia noción de lo lejos que estaba.

—A mi me parece una hembra chiflada —acota Tivonel con impaciencia—, ansiosa de explorar lo Alto.

—Muy parecida a ti, Tivonel —comenta Valerie con una sonrisa—. Tenemos una palabra que designa lo que es; dile a Tanel, él te explicará. Parece un típico bravucón. Estará mucho mejor en un sitio real que en este mundo-mental. Como nuestro Kirk y su mascota. Ellos también bajarán.

—¡Bravucón? Le preguntaré, amiga-Valerie —Tivonel se despide, pues ya no volverá a ver más a los otros dos Tyrenni—. Buenos vientos en vuestro nuevo mundo.

Se aleja, pensativa. Será un momento solitario cuando los demás Tyrenni se marchen. Giadoc se lo ha explicado: alrededor del núcleo se formará una especie de escudo para proteger a los que se quedan del tirón del Haz de los que se van; ella estará dentro con él y los otros. Pero se sentirán solos al percibir que todas las vidas de su pueblo, la vida misma de Tyree, se desliza para siempre a las tinieblas, a ese mundo extraño, y que nunca las volverán a ver. Será triste para todos.

Pero los veremos alojarse en los cuerpos de esos seres volantes, recobrarse y recuperar una vida real. Dicen que será fácil; la gente tendrá tiempo para elegir el cuerpo que prefiera, no como cuando ella viajó al mundo humano y simplemente cayó en la mente más cercana... Tanel afirma que el Destructor —el Salvador— sabe cómo hacerlo. Era la tarea que le habían encomendado, sólo que estaba dormido o demente o lo que fuera antes de la llegada de la amiga de Tanel.

Sí, se sentirán solos, piensa otra vez, contando a los que se quedarán. Giadoc y Heagran, por supuesto. Y Ustan también, y los ancianos Sastro y Panad, que no quieren alejarse de Heagran. Y el joven y amargo Padre Hiner, cuyo hijo se perdió trágicamente en los últimos momentos de Tyree. También podríamos quedarnos con Orva, el Custodio de Memoria de los Oidores. Pero Heagran dice que tiene que ir con los demás para llevar la historia de Tyree al nuevo mundo, pues Kinto se perdió. Hiner está estudiando con él para ser Custodio de Memoria aquí.

Bien, seis Padres, incluyendo a Hiner; eso significará mucha fuerza si aparecen nuevas criaturas extrañas. Quizás ella tenga que practicar un poco los cuidados Paternos, como hizo con Tanel. Heagran dice que con tanto contacto— mental terminaremos pareciéndonos cada vez más. Pero Tivonel querría tener la compañía de otras hembras... Sólo Issalin la Paradomin se quedará, y su amiga Jalifee. Y tal vez Marockee... Las otras hembras Tyrenni son tan miopes que se han obsesionado con la aventura de ese mundo nuevo y real. No comprenden las aventuras prolongadas y misteriosas que tendremos aquí, iguales a las de Giadoc. Quizá yo tampoco me quedaría, piensa, con un nuevo estremecimiento de placer, si no fuera por Giadoc.

Pero tendré a Valerie, se consuela Tivonel. Es casi como una Tyrenni; le encanta explorar. Y también al viejo Padre-hembra Winona, y posiblemente la melancólica Frodo se anime un poco. Y el curioso humano Chris. Pensando en él, Tivonel repara en la débil señal que anuncia que ya ha transcurrido un cuarto de Chris; debe darse prisa. La señal debe provenir del nodulo cercano al núcleo. Altera ligeramente el rumbo, y se le ocurre una idea: ¿por qué no pedir a Tanel que le diga a su misteriosa amiga que ponga marcas en los diferentes nodulos para poder saber dónde están? Así podríamos elaborar un verdadero mapa mental de este mundo oscuro y enorme, y explorarlo hasta el fin sin el riesgo de extraviamos. Me pregunto qué encontraremos cuando lleguemos al borde, piensa. ¿Tendrá el Salvador una gruesa pared, o se irá disolviendo en la nada y podremos captar a través de ella las vidas del cielo?

Adelante, la forma borrosa del núcleo y las chispas— vitales cercanas ya son vagamente perceptibles. Otro grupo— vital se reúne con ellos: Ustan y los demás. Bien, ha llegado justo a tiempo. En realidad no es necesario que esté presente, será una conferencia solemne donde Heagran aconsejará a los demás Padres cómo conducirse en Nuevo Tyree o como quiera que lo llamen. Responsabilidad, respeto-vital, ahura, etcétera. Y Orva despidiéndose. Pero le encanta escuchar a Heagran. Tan viejo, tan sabio; era un niño cuando se fundó Nueva Profunda. Ya no tiene la mente limitada por la Paternidad. Los prodigios del cielo lo han cautivado, como a Giadoc. Es una suerte contar con él.

Serenándose para presentarse correctamente, piensa anticipadamente en la próxima conferencia que se dará, la realmente excitante. Después que el principal grupo de Tyrenni haya descendido al nuevo mundo y asumido una vida diferente, los que se quedan se congregarán alrededor de Tanel. Heagran ha explicado:

—El Salvador desea que le ayudemos a pensar una nueva Misión— Vital, pues su raza ha abandonado esta parte del universo y ha quedado solo aqui.

¡Una misión nueva y grandiosa, aquí en el espacio ilimitado, entre tantas estrellas y mundos!

Tivonel ha recogido muchos fragmentos-mentales al respecto, lo suficiente para enterarse de que cada cual alienta un sueño distinto. Sólo los dos viejos Padres Sastro y Panad están unidos; como era de esperar, ansian encontrar una raza joven y guiarla Paternalmente a una sabia madurez. ¡Pero los otros! Impedir cataclismos cósmicos, revivir razas muertas... Y Giadoc por supuesto siempre desea aprender más, descubrir modos de visitar realmente otros mundos...! Una vaga noción de lo que sería gozar sexualmente con un cuerpo extraño cruza la mente de Tivonel; decide relegarla.

Sabe que el viejo Heagran y el doble-humano Waxman sueñan con encontrar especies de mentes nuevas y desconocidas entre los mundos, pero las visiones de ambos difieren. Y el Padre Ustan quiere continuar salvando razas en peligro. Issalin y Jalifee probablemente querrán descubrir un modo de ayudar a las hembras, mientras la humana Winona quiere rescatar a cualquier persona que sufra sin importarle en qué mundo viva. Valerie quiere inventar un modo de lograr que razas mutuamente extrañas puedan conocerse y establecer contacto-mental como los Tyrenni. Cuando Waxman la oyó decirlo, comentó: "No demasiada empatia; sé lo que significa. " Los dos humanos que Tivonel menos conoce, Frodo y el soñador Ted Yost, probablemente tengan ideas aún más extravagantes. Y Chris, el amigo de Giadoc, tiene la más extravagante de todas: ¡buscar y encontrar a quien fabricó o engendró al Salvador!

Tivonel se posa discretamente junto al grupo de Heagran, pensando: yo no tengo ninguna idea importante. Pero sé cómo responderé, pues soy la más práctica del grupo. Lo que olvidan es que permanecerán aquí un tiempo muy, muy largo...

Un escozor lento y fríamente excitante le recorre la forma inmaterial. No es propio de su mente alegre emplear palabras pomposas como 'eternidad' o 'infinito'. Digamos simplemente que el viaje nos llevará muy lejos y durará mucho, piensa. Y su experiencia con los viajes largos le dice que no conviene planear todo con excesiva minuciosidad. No avanzar rígidamente en pos de una meta cuando quizá se presenten otras en las que nadie había pensado. Su último viaje-vital, por ejemplo; partió en busca de un poco de diversión y encontró un niño que necesitaba ayuda. Oidores que necesitaban alimentos, nuevos amigos, un viaje a otro mundo y el final del mismo Tyree. De modo que una vez que se hayan expuesto los planes y posibilidades más ambiciosos, ella ya sabe qué dirá.

Espero poder expresarme correctamente, piensa, disponiéndose a escuchar a Heagran y sin advertir que su campo-vital brilla de excitación. Espero encontrar el modo adecuado de llegar a estas grandes-mentes. Bien, la mente que está en el Salvador es hembra; quizás ella me entienda.

Lo importante es persuadirles de que habrá mucho tiempo. Tal vez todo el tiempo. Y mientras proseguimos nuestro gran viaje, por mucho que dure, aparecerán posibilidades diferentes, actos diferentes parecerán más necesarios o correctos. Ni siquiera conocemos la totalidad de nuestros poderes. Así que rescatemos cuanto se pueda rescatar, experimentemos cuanto podamos, alteremos cuanto creamos conveniente. Así aprenderemos y creceremos. Mi voto no será para un plan o para otro, ni siquiera para las exploraciones de Giadoc o los poderosos sueños de Heagran. Hay tanto tiempo. ¿Por qué imponernos límites a nosotros o al Salvador? Así que ya sabe lo que dirá:

- ¡Intentémoslo todo!

Capítulo 29

Solo, pero no solitario, recorre las oscuras inmensidades, un ser recién nacido y extrañísimo: en parte animado, en parte casualidad sin pasiones, con vastos poderes para deshacer el tiempo mismo. Por lo que sabe, es inmortal y no está sujeto a ningún imperativo salvo los propios. Lo mueven impulsos individuales de curiosidad, piedad, irritación o admiración, ya triviales, ya sublimes: impulsos que cada vez son menos particulares y cada vez más, la combinación de pequeñas vidas ridiculamente finitas que gradualmente se funden con la eternidad. Es un proto-pronombre, un 'ello' transformándose en una 'ella' que se transforma en 'ellos', un 'nosotros' que se transforma en un 'yo' que se transforma en misterio.

Confuso, jubiloso, dolorido, inquisitivo, azarosamente benévolo y no del todo cuerdo, parte hacia su destino entre los habitantes comunes del espacio y el tiempo: una deidad falible nacida del azar, cuyos poderes algún día quizá se concentren imprevistamente en las vidas diminutas de cualquier mundo incivilizado.

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02/01/2012

Notas a