Cuiden sus pies, ¡llega la Revancha Pall Mall!

Quince años han pasado, pero los Bridgerton son tan taimados y diabólicos como siempre cuando cobra vida el campo de juego de croquet. Únanse a Anthony, Kate, Simón, Daphne, Colin, Edwina y, por supuesto, el mazo de la muerte, cuando Julia Quinn les demuestre que los finales felices todavía pueden ser un poco traviesos… y llenos de diversión.

Julia Quinn

El Vizconde que me amó Segundo Epílogo

Mayo 1829

Kate atravesó el césped, echando un vistazo sobre el hombro para asegurarse que su marido no la seguía. Quince años de matrimonio la habían enseñado una o dos cosas, y sabía que él estaría observando cada uno de sus movimientos.

Pero ella era inteligente y decidida. Y sabía que por una libra, el ayuda de cámara de Anthony podría fingir el desastre sastreril más maravilloso. Algo involucrando la mermelada o la plancha, o quizás una plaga en su vestuario, arañas, ratones, en realidad no le importaba qué. Kate estaba más que feliz en dejarle los detalles al criado mientras Anthony fuera adecuadamente distraído el tiempo suficiente para que ella pudiera escaparse.

– Esto es mío, todo mío. -Se rió, en el mismo tono que había usado ante la familia Bridgerton el mes anterior durante la representación de Macbeth. Su hijo mayor había asignado los papeles; ella había sido nombrada la Primera Bruja.

Kate había fingido no hacer caso, cuando Anthony lo había recompensado con un nuevo caballo.

Su marido pagaría ahora. Sus camisas iban a ser manchadas de rosa con mermelada de frambuesa y ella…

Estaría sonriendo fuerte y divertida

– Mío, mío, mío, mío -cantó, abriendo de un tirón la puerta de la cabaña, sobre la última sílaba, que justo resultó ser la nota grave de la Quinta Sinfonía de Beethoven.

– Mío, mío, mío, míííííííííío.

Lo tendría. Era suyo. Prácticamente podía saborearlo. Le hubiera gustado, incluso de ser posible, tenerlo a su lado. No tenía ninguna preferencia por la madera, desde luego, pero esto no era ningún instrumento ordinario de destrucción. Este era… el mazo de la muerte.

– Mío, mío, mío, mío, mío, mío, mío, mío, mío, mío, mío, míííííííííío -continuó, dando pequeños brincos con el familiar tramo del estribillo de Beethoven.

Apenas podía contenerse aguardando el lanzamiento general. El palo de palamallo estaba descansando en la esquina, como había estado siempre, y justo en ese momento…

– ¿Buscabas esto?

Kate dio la vuelta. Anthony estaba de pie en la entrada, riendo diabólicamente cuando giró el mazo negro del juego de palamallo en sus manos.

Su camisa estaba segadoramente blanca.

– Tú…Tú…

Una de sus cejas peligrosamente levantadas.

– Nunca eres extremadamente hábil con las palabras cuando estás enfadada.

– ¿Cómo hiciste… cómo hiciste…?

Él se inclinó hacia adelante, estrechando los ojos.

– Le pagué cinco libras.

– ¿Le diste cinco libras a Milton? -¡Por Dios!, eso era prácticamente el sueldo anual.

– Es mucho más práctico y barato que reemplazar todas mis camisas -dijo ceñudo-. Mermelada de frambuesa. Realmente, no has ahorrado en gastos.

Kate miró fijamente con ansia el mazo.

– El juego será en tres días -dijo Anthony y suspiró contento-, y ya he salido victorioso.

Kate no lo contradijo. Otro que no fuera un Bridgerton podría pensar que el partido anual comenzaba y terminaba en el mismo día, pero ella y Anthony se conocían mucho.

Ella no había vencido en el mazo por tres años seguidos. Que la condenaran si dejaba que él fuera mejor que ella esta vez

– Ríndete ahora, querida esposa -se burló-. Admite la derrota, y seremos todos más felices.

Kate suspiró suavemente, casi como consintiendo.

Los ojos de Anthony se estrecharon.

Kate ociosamente tocó con sus dedos el escote de su vestido.

Los ojos de Anthony se ensancharon.

– ¿Hace calor aquí, no crees? -preguntó ella, con voz suave, dulce, y terriblemente jadeante.

– Pequeña pícara -murmuró.

Ella deslizó la tela de sus hombros. No llevaba nada debajo.

– ¿Ningún botón? -susurró.

Negó con su cabeza. No era estúpida. Incluso los mejores planes podían torcerse. Una siempre tenía que vestirse para la ocasión. Había todavía un leve aire fresco, y sintió sus pezones tensarse como pequeños capullos ofendidos.

Kate tembló, luego trató de ocultarlo con un resollante jadeo, como si estuviera desesperadamente excitada.

Podía hacerlo, como si tuviera simplemente la mente concentrada, pretendiendo no fijarse en el mazo que su marido tenía en la mano.

Sin mencionar el enfriamiento.

– Encantador -murmuró Anthony, extendiendo la mano y acariciándole el costado de su pecho…

Kate ronroneó. Él nunca podía resistirse a eso.

Anthony rió despacio, luego alargó su mano, hasta hacer rodar el pezón entre sus dedos.

Kate soltó un grito sofocado, y sus ojos volaron hacia él. Él la miró, calculando exactamente, pero inmóvil con muchísimo control. Y ocurrió, sabía con precisión que ella nunca podría resistirse.

– ¡Ah, esposa! -murmuró, ahuecando el pecho desde abajo, y levantándolo hasta sentirlo pleno en su mano.

Él rió.

Kate dejó de respirar.

Él se inclinó hacia adelante y tomó el pezón en su boca.

– ¡Ah! -Ahora ella no fingía nada.

Él repitió su tortura del otro lado. Entonces se distanció. Retrocedió.

Kate quedó inmóvil, jadeando.

– Ah, si tuviera una pintura de esto -dijo él-. Yo la colgaría en mi oficina.

Kate quedó boquiabierta…

Él levantó el mazo del triunfo.

– ¡Adiós!, querida esposa. -Salió de la cabaña, luego giró su cabeza hacia atrás-. Intenta no resfriarte. ¿Lamentarías perderte la revancha, verdad?

Él tuvo suerte, reflexionaba Kate más tarde, que no hubiera pensado en agarrar una pelota de palamallo cuando había enredado el juego. Aunque pensándolo bien, su cabeza estaría probablemente demasiado lejos para que hubiera podido abollársela.

Al día siguiente.

Había pocos momentos, Anthony decidió, tan absoluta y completamente deliciosos que superaran los pasados con su esposa. Desde luego, esto dependería de la esposa, pero como él había escogido a una mujer de intelecto, magnífica e ingeniosa, sus momentos, estaba seguro, serían de lo más deliciosos…

Él se regodeaba con ello. Por sobre el té de su oficina, suspirando con placer miraba fijamente el mazo negro, que atravesaba su escritorio como un estimado trofeo. Lo miró, magnífico, brillando con la luz de la mañana, o al menos brillando donde no había sido arrastrado y aporreado durante décadas de juego brutal.

No importaba. Le gustaba cada abolladura y rasguño. Quizás era pueril, aún infantil, pero lo adoraba

Sobre todo adoraba que estuviera en su posesión, porque estaba más que encariñado con él. Cuando fue capaz de olvidar cuan brillantemente lo había arrebatado debajo de la nariz de Kate, recordó que en realidad esto marcaba algo más…

El día en que él se había enamorado.

No era que lo hubiera comprendido entonces. Tampoco Kate se lo había imaginado, pero estaba seguro de cuál fue el día en que ellos estuvieron predestinados a estar juntos, el día del mazo infame en el partido de palamallo.

Ella le había dejado el mazo rosado y había lanzado su pelota al lago.

¡Dios, qué mujer!

Estos habían sido los quince años más sublimes.

Rió satisfecho, luego dejó caer su mirada fija otra vez sobre el mazo negro. Cada año ellos jugaban el partido. Todos los jugadores originales, Anthony, Kate, su hermano Colin, su hermana Daphne y su marido Simón, y la hermana de Kate, Edwina, todos ellos marchando en tropel diligentemente hacia Aubrey Hall cada primavera, ocupando sus sitios y esperando siempre el cambio de recorrido…

Unos acordaban asistir con entusiasmo y otros por el mero entretenimiento, pero todos ellos asistían cada año.

Y este año, Anthony rió con regocijo. Él tenía el mazo y Kate no.

La vida era buena. La vida era muy, muy buena.

Al día siguiente.

– ¡Kaaaaaaaaaaate!

Kate alzó la vista de su libro.

– ¡Kaaaaaaaaaaate!

Ella trató de calcular la distancia. Después de que quince años de oír gritar su nombre de igual manera, se había hecho bastante experta calculando el tiempo entre el primer rugido y la aparición de su marido.

Esto no era tan sencillo de calcular como podía parecer. Había que considerar su ubicación, si estaba arriba o abajo, visible desde la entrada, etcétera, etcétera.

Luego había que añadir a los niños. ¿Estaban ellos en casa? ¿Posiblemente en su camino? ¡Ellos retrasarían su bajada, seguramente, quizás todo un minuto, y…

– ¡Tú!

Kate parpadeó ante la sorpresa. Anthony estaba en la entrada, jadeando por el esfuerzo y mirándola airadamente con un sorprendente grado de veneno.

– ¿Dónde está? -exigió.

Bien, quizás no tan sorprendente. Ella parpadeó sin inmutarse.

– ¿Quisieras sentarte? -preguntó-. Te has excedido un tanto en el esfuerzo.

– Kate…

– Ya no eres tan joven como antes -dijo con un suspiro.

– Kate… -el volumen iba creciendo.

– Puedo llamar por el té -dijo dulcemente.

– Está cerrada -gruñó él-. Mi oficina está cerrada.

– ¿Era eso? -murmuró ella.

– Tengo la única llave.

– ¿Tú?

Sus ojos se ensancharon.

– ¿Qué has hecho?

Ella volteó la página, aun cuando no estaba mirando la impresión.

– ¿Cuándo?

– ¿Qué significa cuándo?

– Significa -hizo una pausa, porque este no era un momento para dejar pasar sin una apropiada celebración interna-. ¿Cuándo? ¿Esta mañana? ¿O el mes pasado?

Esto le tomó un momento. No más que un segundo o dos, pero era lo suficientemente largo para que Kate observara su expresión, iba de la confusión hacia la indignada sospecha.

Era glorioso. Encantador. Delicioso. Habría reído con ello, pero esto sólo traería otro mes de redobladas grandes dificultades, bromas, y ella solamente quería terminarla.

– ¿Hiciste una llave de mi oficina?

– Soy tu esposa -dijo ella, echando un vistazo a sus uñas-. ¿No debería haber ningún secreto entre nosotros, no crees?

– ¿Hiciste una llave?

– No querrás guardarme secretos, ¿verdad?

Sus dedos agarraron el marco de la puerta hasta que los nudillos se tornaron blancos.

– Deja de mirar como si estuvieras disfrutando de esto -soltó él.

– Ah, pero sería una mentira, y es pecado mentirle al marido de una.

Extraños sonidos de ahogo comenzaron a emanar de su garganta.

Kate sonrió.

– ¿No prometí honestidad en algún momento?

– Era obediencia -gruñó él.

– ¿Obediencia? Seguramente no.

– ¿Dónde está él?

Ella se encogió.

– No entiendo.

– ¡Kate!

Alzando el tono.

– No entieeeeeeeeendo.

– Mujer… -Avanzó. Peligrosamente.

Kate tragó. Había un pequeño, más bien diminuto, de hecho, una muy verdadera posibilidad que pudiera haber ido demasiado lejos…

– Te ataré a la cama -advirtió él.

– Siiiiiii -dijo ella, evaluando el momento y estimando la distancia hacia la puerta-. Pero no puedo pensar correctamente.

Sus ojos llamearon, no exactamente con deseo, todavía estaba demasiado centrado en el mazo de palamallo, pero ella pensó que más bien había visto un destello de… interés allí.

– ¿Amarrarte dices? -murmuró, avanzando-. Y eso te gustaría, ¿eh?

Kate comprendió su significado y jadeó.

– ¡Tú no esperarás!

– Ah, eso espero.

Él estaba esperando repetir la función. Iba a amarrarla y abandonarla allí mientras buscaba el mazo.

No, si ella podía decir algo al respecto…

Kate saltó sobre el brazo de la silla y luego se escabulló por detrás. Siempre es aconsejable poner una barrera física en situaciones como estas.

– Ah, Kaaaaate -se burló, moviéndose hacia ella.

– Él es mío -declaró ella-. Era mío hace quince años, y lo es todavía.

– Era mío antes que fuera tuyo.

– ¡Pero te casaste conmigo!

– ¿Y eso lo hace tuyo?

Ella no dijo nada, solamente cerró sus ojos. Estaba sin aliento, jadeando, por la prisa del momento.

Y luego, rápido como el relámpago, él saltó hacia adelante, y extendiéndose sobre la silla, atrapó su hombro durante un breve instante antes que se le escapara…

– Tú nunca lo encontrarás -prácticamente chilló, escondida detrás del sofá.

– Ahora no creas que escaparás -advirtió él, haciéndose a un lado, maniobrando de cierta forma para colocarse entre ella y la puerta.

Ella miró la ventana.

– La caída te mataría -dijo él.

– ¡Oh, por el amor de Dios! -dijo una voz desde la entrada.

Kate y Anthony se dieron vuelta. Colin el hermano de Anthony estaba allí de pie, mirando a ambos con aire disgustado.

– Colin -dijo fuerte Anthony-. Que agradable verte.

Colin simplemente levantó una ceja.

– Supongo que estás buscando esto.

Kate jadeó. Él sostenía el mazo negro.

– ¿Cómo lo hiciste…?

Colin acarició el contundente cilindro casi con amor.

– Sólo puedo hablar por mí, desde luego -dijo con un suspiro feliz-. Pero por lo que a mí respecta, ya he ganado.

El día del juego…

– No consigo comprender -comentó Daphne, hermana de Anthony-. Por qué tú debes marcar el rumbo.

– Porque soy el maldito poseedor del lugar -dijo con mordacidad.

Colocó la mano para escudar sus ojos del sol e inspeccionó el trabajo. Esta vez había hecho una tarea brillante, se dijo a sí mismo. Sería diabólico.

Genio puro…

– ¿Alguna posibilidad de que te abstengas de blasfemar ante la compañía de las damas? -dijo Simón, Duque de Hastings, marido de Daphne.

– Ella no es ninguna dama -se quejó Anthony-. Es mi hermana.

– Ella es mi esposa.

Anthony sonrió con satisfacción.

– Fue mi hermana primero.

Simón se giró hacia Kate, quien estaba repiqueteando el mazo verde contra la hierba, como si se encontrara feliz, pero Anthony la conocía mucho.

– ¿Cómo -preguntó- lo toleras?

Ella se encogió.

– Ese es un talento que pocos poseen.

Colin envalentonado, agarrando el mazo negro como si fuera el Santo Grial.

– ¿Comenzamos? -preguntó elocuentemente…

Los labios de Simón se separaron con sorpresa.

– ¿El mazo de la muerte?

– Soy muy inteligente -confirmó Colin.

– Sobornó a la camarera -se quejó Kate.

– Tú sobornaste a mi criado -puntualizó Anthony.

– ¡Tú también!

– No soborné a nadie -dijo Simón a nadie en particular.

Daphne acarició su brazo con condescendencia.

– Tú no naciste en esta familia.

– Tampoco ella -retrucó él, señalando a Kate.

Daphne consideró esto.

– Ella es una aberración -concluyó finalmente.

– ¿Una aberración? -demandó Kate.

– Es el más alto cumplido -le informó Daphne. Hizo una pausa y luego añadió-. En este contexto.

Entonces se giró hacia Colin.

– ¿Cuánto?

– ¿Cuánto que?

– ¿Cuánto le diste a la camarera?

Él se encogió.

– Diez libras.

– ¿Diez libras? -casi chilló Daphne.

– ¿Estás loco? -requirió Anthony.

– Tú le diste cinco al criado -le recordó Kate.

– Espero que no fuera una de las mejores camareras -se quejó Anthony-, ya que seguramente se marchará antes de finalizar el día con tanto dinero en su bolsillo.

– Todas las camareras son buenas -dijo Kate, con cierta irritación.

– Diez libras -repitió Daphne, sacudiendo su cabeza-. Voy a decírselo a tu esposa.

– Adelante -dijo Colin indiferente cuando cabeceó hacia la colina que se empinaba sobre el curso del juego.

– Está allí mismo.

Daphne alzó la vista.

– ¿Penélope aquí?

– ¿Penélope aquí? -Ladró Anthony-. ¿Por qué?

– Es mi esposa -replicó Colin.

– Nunca había asistido antes.

– Quiso verme triunfar -devolvió en el acto Colin, recompensando a su hermano con una empalagosa y desbocada sonrisa.

Anthony resistió el impulso de estrangularlo. Apenas.

– ¿Y cómo sabes que vas a ganar?

Colin agitó el mazo negro ante él.

– Ya lo tengo.

– Buenos días a todos -dijo Penélope, bajando a la reunión.

– No victorees -le advirtió Anthony.

Penélope parpadeó confusa.

– ¿Te pido perdón?

– Y bajo ninguna circunstancia -siguió él-, porque realmente, alguien tiene que asegurar que el juego conservará algo de integridad, puedes estar a menos de diez pasos de tu marido…

Penélope miró a Colin, contó en su cabeza nueve pasos, estimó la distancia entre ellos, y dio un paso atrás.

– No habrá ninguna trampa -advirtió Anthony.

– Al menos ningún nuevo tipo de trampa -añadió Simón-. Técnicas engañosas ya establecidas están permitidas.

– ¿Puedo hablar con mi marido durante el transcurso del juego? -preguntó suavemente Penélope.

– ¡No! -corearon resonantes tres fuertes voces.

– Tú notarás -le dijo Simón-, que no hice ninguna objeción.

– Como dije -acotó Daphne, rozándolo a su paso para inspeccionar el terreno-, tú no has nacido en esta familia.

– ¿Dónde está Edwina? -preguntó Colin con bríos, echando un vistazo hacia la casa.

– Estará abajo dentro de poco -contestó Kate-. Estaba terminando el desayuno.

– Retrasa el juego.

Kate se dio vuelta hacia Daphne.

– Mi hermana no comparte nuestra devoción por el juego.

– ¿Piensa que estamos todos locos? -preguntó Daphne.

– Bastante.

– Bien, es encantadora por venir cada año -dijo Daphne.

– Esta es la tradición -ladró Anthony. Había conseguido enganchar el mazo naranja y lo balanceaba contra una pelota imaginaria, entrecerrando sus ojos mientras ensayaba su puntería.

– Él no habrá estado practicando el juego, ¿verdad? -preguntó Colin.

– ¿Cómo podría? -Respondió Simón-. Apenas marcó esta mañana. Todos lo vimos.

Colin lo ignoró y se giró hacia a Kate.

– ¿Hizo recientemente alguna extraña desaparición nocturna?

Ella bostezó.

– ¿Piensas que ha estado escapándose para jugar al palamallo a la luz de la luna?

– No me extrañaría nada -refunfuñó Colin.

– Ni a mí -replicó Kate-, pero te aseguro que ha estado durmiendo en su propia cama.

Colin manifestó.

– Eso es un asunto de tu incumbencia.

– Esta no es una conversación apropiada para tener delante de una dama -dijo Simón, pero estaba claro que estaba disfrutándolo.

Anthony le lanzó a Colin una mirada irritada, luego dirigió una en dirección a Simón por si acaso. La conversación se ponía absurda, y se estaba pasando el tiempo para que ellos comenzaran el partido.

– ¿Dónde está Edwina? -exigió él.

– La veo bajando la colina -contestó Kate.

Él levantó la vista para ver a Edwina Bagwell, la hermana menor de Kate, bajando trabajosamente la cuesta. Nunca había sido muy buena para ejercicios al aire libre, y bien podía imaginarla suspirando y poniendo sus ojos en blanco.

– Rosado para mí este año -declaró Daphne, arrancando uno de los mazos restantes del montón-. Aparentemente también, me siento femenina y delicada -Echó una mirada maliciosa a sus hermanos.

Simón llegó detrás de ella y seleccionó el mazo amarillo.

– Azul para Edwina, desde luego.

– Edwina siempre elige azul -dijo Kate a Penélope.

– ¿Por qué?

Kate hizo una pausa.

– No sé.

– ¿En cuanto al púrpura? -preguntó Penélope.

– ¡Ah!, nunca usamos ese.

– ¿Por qué?

Kate hizo una pausa otra vez.

– No sé.

– La tradición -insertó Anthony.

– ¿Entonces por qué cambia el resto de ustedes colores cada año? -persistió Penélope.

Anthony se giró hacia su hermano.

– ¿Siempre hace tantas preguntas?

– Siempre.

Él se volvió hacia Penélope y dijo:

– Nos gusta de esta manera.

– ¡Estoy aquí! -Gritó Edwina alegremente cuando se acercó al resto de los jugadores-. ¡Ah, azul otra vez! ¡Que atentos!

Ella recogió su equipo, luego girando hacia Anthony.

– ¿Jugamos?

Él dio una cabezada, luego giró hacia Simón.

– Tú eres el primero, Hastings.

– Como siempre -murmuró, y dejó caer la pelota en posición de partida- ¡Abran paso! -Advirtió, aun cuando nadie obstaculizaba su trayecto. Hizo retroceder su mazo y luego sacó hacia adelante con un magnífico golpe. La pelota partió a través del césped, directa y certera, aterrizando a unas yardas del siguiente terreno.

– ¡Ah, bien hecho! -aclamó Penélope, aplaudiendo sus manos.

– Dije nada de ovaciones -se quejó Anthony-. ¿Podría alguien seguir las instrucciones este día?

– ¿Incluso para Simón? -Devolvió Penélope-. Pensé que era sólo para Colin.

Anthony dejó su pelota con cuidado.

– Estás distrayéndome

– Como si el resto de nosotros no estuviéramos distrayéndonos -comentó Colin-. Alienta de lejos, querida.

Pero ella se mantuvo silenciosa cuando Anthony apuntó. Su golpe fue aún más poderoso que el del duque, y su pelota echó a rodar aún más lejos.

– Hmmm, mala suerte allí -dijo Kate.

Anthony la miró con suspicacia.

– ¿Qué piensas? Eso fue un golpe brillante.

– Bien, sí, pero…

– ¡Fuera de mi camino! -ordenó Colin, marchando a la posición de partida.

Anthony y su esposa se miraron fijamente.

– ¿Qué piensas tú?

– Nada -dijo ella con brusquedad-, sólo es una tontería, está indudablemente embarrado allí.

– ¿Embarrado?

Anthony miró su pelota, luego hacia atrás a su esposa, entonces otra vez a la pelota.

– No ha llovido durante días.

– Hmmm, no.

Él miró hacia atrás a su esposa. Enfureciéndose, diabólico, muy pronto iba a encerrar a su esposa en un calabozo

– ¿Cómo se embarró?

– Bien, quizás no… fangoso.

– No fangoso -repitió él, por lejos con más paciencia que la que ella merecía.

– Encharcado podría ser más apropiado. -Las palabras le fallaron.

– ¿Cubierto de charcos?

Ella frunció levemente su cara.

– ¿Cómo hace una para dar un adjetivo de charco?

Él dio un paso en su dirección.

Ella se lanzó detrás de Daphne.

– ¿Qué pasa? -preguntó Daphne, intercediendo entre ambos

Kate sacó su cabeza y rió triunfalmente.

– Realmente creo que va a matarme.

– ¿Con tantos testigos? -preguntó Simón.

– ¿Cómo -exigió Anthony-, se formó un charco en medio de la primavera más seca que recuerde?

Kate le brindó otra de sus amplias sonrisas molestas.

– Derramé mi té.

– ¿Cómo para llenar un charco entero?

Ella se encogió.

– Estaba frío.

– Frío.

– Y sedienta.

– Y al parecer torpe, también -acotó Simón.

Anthony lo miró airadamente.

– ¿Bien, si vas a matarla -dijo Simón-, te importaría esperar hasta que mi esposa estuviera lejos de ustedes dos?

Él se dio vuelta hacia Kate.

– ¿Cómo sabías donde hacer el charco?

– Eres muy predecible -contestó ella.

Anthony estiró sus dedos y midió su garganta.

– Cada año -dijo ella riéndose directamente de él- te posicionas siempre en el mismo punto de partida, y siempre golpeas la pelota precisamente por el mismo camino.

Colin decidió ese momento para hablar.

– Tú juegas Kate.

Ella salió corriendo detrás de Daphne y se escabulló en dirección al poste de partida.

– Todo es limpio, querido esposo -gritó alegremente. Y luego se dobló hacia adelante, apuntado, y haciendo volar la pelota verde.

Directamente en el charco.

Anthony suspiró feliz. Había justicia en este mundo, después de todo.

Treinta minutos más tarde Kate esperaba por su pelota cerca del tercer terreno.

– Lástima lo del fango -dijo Colin, dando un paseo por delante.

Ella lo miró airadamente.

Daphne pasó poco después.

– Tienes un poco en… -hizo señas hacia su cabello-. Sí, allí -añadió cuando Kate limpió con furia otra vez su sien-. Aunque haya un poco más, bien… -aclaró su garganta-, eh… por todas partes.

Kate la miró airadamente.

Simón dio un paso uniéndose. ¿Buen Dios necesitaba cada uno pasar por el tercer terreno en su camino hacia el quinto?

– Tienes un poco de lodo -dijo él amablemente.

Los dedos de Kate se aferraron más fuerte alrededor de su mazo. Su cabeza estaba muy, muy cerca.

– Pero al menos está mezclado con el té -añadió él.

– ¿Tiene eso que ver con algo? -preguntó Daphne.

– No estoy seguro.

Kate le oyó decir cuando Daphne y él iniciaban su marcha hacia el terreno número cinco.

– Pero me pareció que debía decir algo.

Kate contó hasta diez en su cabeza, y luego bastante segura, Edwina pasó a través de ella, Penélope venía tres pasos detrás. El par se había hecho algo así como un equipo, con Edwina haciendo todos los golpes y Penélope como consultora de la estrategia.

– ¡Ah, Kate! -dijo Edwina con un suspiro compasivo.

– ¡No lo digas! -gruñó Kate.

– Tú realmente hiciste el charco -advirtió Edwina.

– ¿De quién eres hermana? -exigió Kate.

Edwina le brindó una amplia sonrisa.

– La devoción de hermana no oscurece mi sentido del juego limpio.

– Esto es el palamallo. No es ningún juego limpio.

– Al parecer no -comentó Penélope.

– Diez pasos -advirtió Kate.

– De Colin, no de ti -contestó Penélope-. Aunque de verdad creo que debería quedarme al menos a un buen trecho de distancia en todo momento.

– ¿Deberíamos ir? -preguntó Edwina. Se giró hacia Kate-. Acabamos de terminar el cuarto palo.

– ¿Y tú necesitas tomar el camino más largo? -murmuró Kate.

– Simplemente nos pareció amable venir a verte -objetó Edwina.

Ella y Penélope se giraron para irse, y entonces Kate lo dejó escapar. No pudo contenerse.

– ¿Dónde está Anthony?

Edwina y Penélope se dieron la vuelta.

– ¿De verdad quieres saberlo? -preguntó Penélope.

Kate se obligó a asentir.

– En el último palo, me temo -replicó Penélope.

– ¿Antes o después? -dijo Kate con los dientes apretados.

– ¿Disculpa?

– ¿Está antes o después del palo? -repitió impaciente.

Y entonces, cuando Penélope no contestó al instante, añadió:

– ¿Ya ha terminado con la maldita cosa?

Penélope parpadeó sorprendida.

– Er, no. Creo que le quedan dos golpes. Quizás tres.

Kate las vio irse a través de sus entrecerrados ojos. No iba a ganar -ya no había oportunidad. Pero si no podía ganar, entonces por Dios que tampoco lo haría Anthony. Él no se merecía ninguna gloria ese día, no después de hacerla tropezar y caer en aquel charco de barro.

Oh, él había declarado que había sido un accidente, pero Kate encontraba altamente sospechoso que la bola de él hubiera salido disparada del charco en el momento exacto en que ella se adelantaba para recoger su propia bola. Ella tuvo que dar un pequeño salto para evitarla y se estaba felicitando a sí misma por haberse librado cuando Anthony se había girado con un evidentemente falso: “Vaya, ¿estás bien?”

El mazo había girado con él, convenientemente a la altura del tobillo. Kate no fue capaz de saltarlo, y había volado hasta el barro.

De cara.

Y luego Anthony había tenido el descaro de ofrecerle un pañuelo.

Iba a matarlo.

Matarlo.

Matarlo. Matarlo. Matarlo.

Pero primero iba a asegurarse de que no ganara.

Anthony sonreía abiertamente -hasta silbaba- mientras esperaba su turno. Le estaba llevando un ridículamente largo tiempo volver a tener el turno, con Kate tan alejada detrás de ellos con alguien que debía volver corriendo atrás para dejarle saber que era su turno, sin mencionar a Edwina, que parecía no entender nunca la virtud del juego rápido. Ya habían sido suficientemente malos los últimos catorce años, con ella andando sin prisas a cualquier parte como si tuviese todo el tiempo del mundo, pero ahora ella tenía a Penélope, que no la dejaba darle a la pelota sin su consejo y análisis.

Pero por una vez, a Anthony no le importaba. Iba en cabeza, tan lejos que probablemente nadie podría alcanzarlo. Y para hacer su victoria aún más dulce, Kate iba en último lugar.

Tan lejos que no había esperanza de que adelantase a nadie.

Era todo perfecto excepto por el hecho de que Colin le había arrebatado el mazo de la muerte.

Se giró hacia el último palo. Necesitaba un único golpe para preparar la bola, y otro más para hacerla pasar. Después de eso, sólo necesitaría dirigirla hasta el último palo y terminar el juego con un golpecito.

Era un juego de niños.

Lanzó un vistazo sobre el hombro. Pudo ver a Daphne junto al viejo roble. Estaba en lo alto de la ladera, y por lo tanto podría ver donde él no.

– ¿De quién es el turno? -le gritó.

Ella estiró el cuello mientras observaba a los otros jugadores jugando colina abajo.

– De Colin, creo -dijo, volviendo a girar el cuello hacia detrás-, lo que significa que Kate es la siguiente.

Él sonrió ante eso.

Aquel año había cambiado el recorrido un poco, haciéndolo de forma circular. Los jugadores tenían que seguir un retorcido patrón, lo que significaba en línea recta, de hecho estaba más cerca de Kate que de los otros. De hecho, sólo necesitaría moverse diez yardas hacia el sur, y podría verla mientras continuaba hacia el cuarto palo.

¿O era sólo el tercero?

Fuera como fuese, él no iba a perdérselo.

Por eso, con una sonrisa burlona en el rostro, echó a correr. ¿Debería gritar? Eso la irritaría más.

Pero eso sería ser cruel. Y por otro lado…

¡CRACK!

Anthony levantó la vista de sus reflexiones justo a tiempo de ver la bola verde precipitándose en su dirección.

¿Qué demonios?

Kate soltó una triunfante risa, se recogió las faldas y comenzó a correr.

– ¿Qué demonios haces? -exigió Anthony-. El cuarto palo está por allí.

Señaló la dirección apropiada incluso aunque estaba seguro de que Kate sabía dónde estaba.

– Sólo estoy en el tercer palo -dijo ella con aire de superioridad-, y de todas formas, he renunciado a ganar. No vale la pena a estas alturas, ¿no crees?

Anthony la miró, luego miró la bola que descansaba pacíficamente cerca del último palo.

Luego volvió a mirarla.

– Oh no, no lo harás -gruñó.

Ella sonrió lentamente.

Maliciosa.

Como una bruja.

– Mírame -le dijo.

Justo entonces Colin subió la colina a toda carrera.

– ¡Es tu turno, Anthony!

– ¿Cómo es posible? -preguntó-. Kate acaba de tirar, y Daphne, Edwina y Simón están antes.

– Nos hemos dado prisa -dijo Simón, acercándose a zancadas-. No queríamos perdernos esto.

– Oh, por el amor de Dios -murmuró, viendo cómo el resto se daba prisa para acercarse.

Se acercó con paso airado hasta su bola, entrecerrando los ojos mientras apuntaba.

– ¡Cuidado con la raíz de árbol! -gritó Penélope.

Anthony apretó los dientes.

– No es para darte ánimos -dijo, su cara magníficamente afable-. Seguramente un aviso no puede calificarse como dar ánimos…

– Cállate -dijo Anthony entre dientes.

– Todos tenemos parte en este juego -dijo ella, los labios crispados.

Anthony se giró.

– ¡Colin! -ladró-. Si no quieres ser viudo de repente, se tan amable de ponerle un bozal a tu mujer.

Colin se acercó hasta Penélope.

– Te quiero -le dijo, besándola en la mejilla.

– Y yo…

– ¡Basta! -explotó Anthony. Cuando todos los ojos se giraron en su dirección, añadió, casi en un gruñido-. Intento concentrarme.

Kate se acercó dando brincos.

– Aléjate de mí, mujer.

– Sólo quiero ver -dijo ella-. Apenas he tenido la oportunidad de ver nada del juego, estando tan lejos todo el tiempo.

Él entrecerró los ojos.

– Quizás sea responsable por lo del barro, y por favor, nota mi énfasis en la palabra quizás, lo que no implica ninguna clase de confirmación de mi parte.

Hizo una pausa, ignorando intencionadamente al resto, los cuales le miraban con la boca abierta.

– Sin embargo -siguió-, no logro ver cómo el que estés en último lugar es responsabilidad mía.

– El barro hace que mis manos estén resbaladizas -dijo ella con los dientes apretados-. No puedo agarrar bien el mazo.

Colin, que estaba fuera del juego, parpadeó.

– Me temo que eso es poco convincente, Kate. Tengo que concederle la razón a Anthony, por mucho que me duela.

– Bien -dijo ella, tras lanzarle a Colin una fulminante mirada-. No es culpa de nadie sino mía. Sin embargo… -y luego no dijo nada.

– Eh… ¿Sin embargo, qué? -preguntó por fin Edwina.

Kate podría haber sido una reina con su cetro, allí de pie, cubierta con barro.

– Sin embargo -continuó regiamente-, no tiene que gustarme. Y siendo esto palamallo y nosotros Bridgertons, no tengo porqué jugar limpio.

Anthony sacudió la cabeza y se volvió a inclinar para apuntar.

– Esta vez tiene razón -dijo Colin, como el irritante cabrón que era-. El buen espíritu competitivo nunca ha tenido un gran valor en este juego.

– ¡Cierra la boca!-gruñó Anthony.

– De hecho -continuó Colin-, se podría argumentar que…

– He dicho que te calles.

– …que es totalmente lo contrario, y que la falta de espíritu competitivo…

– Cierra la boca, Colin.

– …se debe elogiar, y…

Anthony decidió terminar con aquello y osciló el mazo. A aquel paso, se quedaría allí de pie hasta Michaelmas. Colin no iba a dejar de hablar nunca, y menos cuando tenía la oportunidad de irritar a su hermano.

Anthony se obligó a no oír nada excepto el viento. O al menos lo intentó.

Apuntó.

Hizo retroceder el mazo.

¡Crack!

No demasiado fuerte, no demasiado fuerte.

La bola salió rodando hacia delante, desafortunadamente no lo bastante lejos. No iba a pasar por el último palo en el próximo intento. Al menos no sin intervención divina que enviase la bola y la hiciese rodear una piedra del tamaño de un puño.

– Colin, te toca -dijo Daphne, pero él ya estaba apresurándose hacia su bola. Le dio un descuidado golpecito, y luego gritó:

– ¡Kate!

Ella se adelantó, parpadeando mientras calculaba la configuración del terreno. Su pelota estaba aproximadamente a un pie de distancia de la de Anthony. La piedra, sin embargo, estaba al otro lado, lo que quería decir que si intentaba boicotearle, no podría enviarle muy lejos, seguramente la piedra bloquearía la pelota.

– Un dilema interesante -murmuró Anthony.

Kate dio vueltas alrededor de las pelotas.

– Sería un gesto romántico -reflexionó ella-, si permito que ganes.

– Ah, esto no es algo que estés permitiendo -se burló él.

– Respuesta incorrecta -dijo, y apuntó.

Anthony estrechó sus ojos. ¿Qué iba a hacer ella?

Kate golpeó la pelota con la cantidad justa de fuerza, apuntando no directamente a su pelota, sino hacia la izquierda. La pelota se estrelló contra él, enviándola fuera con movimientos en espiral hacia la derecha. A causa del ángulo, ella no podía mandarla hasta donde podría tener con un tiro directo, pero se las ingenió para mandarla derecha a la cumbre de la colina.

Derecha a la cumbre.

Derecha a la cumbre.

Y entonces descendió.

Kate soltó un grito de placer que no habría estado fuera de lugar en un campo de batalla.

– Me las pagarás -dijo Anthony.

Ella estaba demasiado ocupada dando brincos como para prestarle cualquier atención.

– ¿Quién se supone que ganará ahora? -preguntó Penélope.

– Haz que lo sabes -dijo Anthony tranquilamente-, no me importa. -Y después caminó hacia la pelota verde y apuntó.

– ¡Detente, este no es tu turno! -gritó Edwina.

– Y esa no es tu pelota -añadió Penélope.

– ¿De verás? -murmuró él, y luego hizo un fly, estrellando su mazo en la pelota de Kate y enviándola a toda velocidad a través del césped, hasta la poco pronunciada cuesta, y la metió en el lago.

Kate soltó un ultrajado resoplido.

– ¡Eso no fue muy deportivo por tu parte!

Él le dedicó una sonrisa enloquecedora.

– Todo vale y todo eso, esposa.

– La sacarás tú -replicó ella.

– Eres la única que necesita un baño.

Daphne soltó una risa ahogada, y luego dijo:

– Creo que es mi turno. ¿Seguimos?

Ella se marchó, Simón, Edwina, y Penélope siguieron su estela.

– ¡Colin! -ladró Daphne.

– Ah, muy bien -refunfuñó, y se rezagó tras ellos.

Kate alzó la vista a su marido, sus labios comenzaban a crisparse.

– Bien -dijo ella, escarbando en un punto en su oreja que estaba particularmente endurecido por el barro-, supongo que esto es el final del partido para nosotros.

– Supongo.

– Un trabajo brillante este año.

– Tú también -añadió él, sonriéndole-. El charco estuvo inspirado.

– Yo también lo pensé -dijo ella, con nada de modestia en absoluto-. Y bien, respecto al barro…

– No fue del todo a propósito -murmuró él.

– Yo hubiera hecho lo mismo -concedió ella.

– Sí, lo sé.

– Estoy asquerosa -dijo mirándose.

– El lago está ahí mismo -dijo él.

– Está tan frío.

– ¿Un baño, entonces?

Ella sonrió de modo seductor.

– ¿Te unirás a mí?

– Pero por supuesto.

Él le ofreció su brazo y juntos comenzaron a pasear de vuelta a la casa.

– ¿Deberíamos haberles dicho que perdemos?- preguntó Kate.

– No.

– Colin va a intentar robar el mazo negro, lo sabes.

Él la miró con interés.

– ¿Piensas que él intentará llevárselo de Aubrey Hall?

– ¿Tú no?

– Absolutamente -contestó él, con gran énfasis-. Tendremos que aunar fuerzas.

– Oh, en efecto.

Anduvieron unos metros más, y luego Kate dijo:

– Pero una vez que lo tengamos de vuelta…

Él la miró con horror.

– Oh, entonces esto es un sálvese quien pueda. No pensarás…

– No -dijo ella deprisa-. Absolutamente no.

– Entonces estamos de acuerdo -dijo Anthony, con algo de alivio. ¿En realidad, dónde estaría la diversión si él no pudiera derrotar Kate?

Caminaron durante unos segundos más, y luego Kate dijo:

– Voy a ganar el próximo año.

– Sé que piensas que lo vas a hacer.

– No, lo haré. Tengo ideas. Estrategias.

Anthony se rió, luego se inclinó para besarla, con barro y todo.

– Yo también tengo ideas -dijo él con una sonrisa-. Y muchas, muchas estrategias.

Ella se lamió los labios.

– No hablaremos sobre el palamallo por más tiempo, ¿verdad?

Él negó con la cabeza.

Ella envolvió sus brazos alrededor de él, sus manos bajaron su cabeza hacia ella. Y entonces, en el momento antes de que sus labios tomaran los suyos, él oyó su suspiro…

– Bien.

Julia Quinn

***