Jessica Hart
Amor Inesperado
Amor Inesperado
Título Original: The right kind of man (1994)
Capítulo 1
CON franqueza señorita Henderson, usted no es adecuada para el trabajo.
Skye miraba al hombre sentado detrás de su escritorio. Lorimer Kingan era uno de esos escoceses serios, con sombría apariencia céltica y un aire de fortaleza de granito. Le había dicho a Vanessa que le sería fácil manejarlo, pero ahora se daba cuenta de que Lorimer Kingan podría ser muchas cosas menos fácil de manejar. Nunca había conocido a alguien menos apropiado para tratar de arrollarlo con su encanto.
La entrevista tuvo un mal inicio. Lorimer se había puesto de pie cuando ella fue introducida a su oficina y la miradaa de los ojos oscuros abarcó desde los salvajes rizos dorados hasta las tiras color jade de sus zapatos de ante. Skye sintió como si la hubiera examinado, evaluado y descartado por ser una rubia tonta antes de que siquiera tuviera la oportunidad de abrir la boca.
No era una evaluación totalmente injustificada, tuvo que admitir para sus adentros, pero ella había cambiado. Estaba cansada de ser la rubia tonta. Charles y su padre estaba convencidos de que era un caso perdido y estaba dispuesta a demostrarles que era capaz de ser sensata y sobrevivir por su cuenta. Para su infortunio, eso significaba persuadir a Lorimer de que era una buena profesional, dedicada y eficiente. Al recordar su resolución, Skye enderezó los hombros y mostró su mejor sonrisa cuando él le señaló la silla frente a su escritorio. Pocos hombres se resistían a la sonrisa de Skye pero Lorimer debía estar hecho de un material más resistente. Él volvió a sentarse y recogió la carpeta que contenía su curriculum vitae.
Procuró aparentar serenidad mientras él releía los detalles, pero su entrecejo fruncido la ponía nerviosa. ¿Se habría dado cuenta de que había exagerado? Vanessa se asombró cuando encontró a Skye mecanografiando un impreciso curriculum vitae en su procesador de palabras, pero Skye rechazó sus objeciones. Sólo eran unas cuantas mentiritas blancas. Nadie investigaba esos documentos… aunque ahora no estaba tan segura porque Lorimer Kingan parecía un hombre que lo investigaba todo.
Después de lo que a Skye le pareció un largo rato, él bajó la carpeta y la miró con evidente asombro.
– ¿Usted es Skye Henderson?
– Sí -respondió Skye. Trató de sonreír, aunque el efecto de su sonrisa no fue el que ella había anticipado. En lugar de parecer asombrado, el aturdimiento de sus ojos dio paso a la curiosidad.
– Tengo que admitir que usted no es exactamente lo que yo esperaba -dijo al fin con voz seca.
– ¿No lo soy? -dijo un poquitín nerviosa-. ¿Cómo esperaba que fuera?
– Digamos que esperaba a alguien un poco menos… llamativa -los inquietantes ojos azules se posaron en Skye-. Su historial profesional es impresionante. Imagino que cualquiera que haya tenido el tipo de trabajos que usted ha desempeñado necesita ser tanto discreta como eficiente.
La estudió con una especie de especulación impersonal que hizo que Skye se moviera inquieta en su silla. Los rizos color dorados se movían incontrolables sobre su rostro, donde los ojos y la amplia boca generosa siempre estaban al borde de la risa, sin importar lo mucho que intentara poner una expresión seria. A pesar de sus esfuerzos por parecer sensata, era obvio que no había convencido a Lorimer.
– Me perdonará si le digo que yo esperaba a alguien con una apariencia más profesional -continuó.
– Mi último jefe juzgaba a la gente por su trabajo, no por su apariencia -dijo-. Después de todo, uno no mecanografía con mayor rapidez si viste un traje gris -para ella no había ninguna diferencia ya que mecanografiaba despacio sin importar lo que vistiera.
– Quizá no -aceptó Lorimer con cierto humor. Skye esperaba que no la imaginara vestida con un traje gris-. Sin embargo, estoy seguro de que alguien con sus aptitudes y experiencia no necesita que yo le diga que se requiere mucho más que saber escribir a máquina para ser una secretaria -ahora definitivamente se mostraba sarcástico-. También tiene que reflejar la imagen de la compañía. Mis clientes son muy conservadores y sé que se mostrarían cautelosos si de pronto se encontraran con alguien tan luminoso como usted. Tendríamos que repartir gafas de sol en Recepción para evitar que se deslumbraran al verla.
– Usted no parece deslumbrado -señaló Skye con acritud. Esa entrevista sería más fácil para ella si lo estuviera.
– ¡Ah, pero yo soy un hombre difícil de impresionar! -señaló Lorimer.
¡Podía repetirlo! Skye todavía no estaba lista para rendirse.
– Me vestiré de gris, entonces.
Las arrugas en la comisura, de la boca de él se profundizaron para formar algo parecido a una sonrisa.
– ¡No podría exigirle tal sacrificio!
Ella se apresuró a asegurarle de nuevo:
– Sinceramente, no me importaría. Me mostraré muy tranquila y vestiré lo que usted desee. Sus clientes ni siquiera se fijarán en mí.
Lorimer la miraba. Sus pendientes en forma de pericos llenos de color, colgaban entre los rizos y rozaban sus mejillas.
– Usted no es el tipo de chica que pasa inadvertida -le dijo con sarcasmo en la voz, que se convirtió en diversión. Skye no sabía si molestarse ante su negativa, tomarla en serio o sentirse intrigada por el fugaz atisbo de calidez que alteraba su expresión e indicaba que existía un hombre inquietante y atractivo baje ese exterior formidable.
Nada iba de acuerdo al plan. La carta de Lorimer invitándola a la entrevista había sido tan alentadora que se convenció de que obtener el trabajo era una conclusión inevitable. Vanessa le había señalado que cualquier hombre de negocios que mereciera tal nombre, desearía alguna prueba de que la solicitante al puesto de secretaria, era todo lo que afirmaba, pero Skye había ignorado la idea, segura de que todo lo que tendría que hacer era sonreír y estar guapa. Ahora le parecía que Vanessa tenía razón.
Vanessa normalmente tenía razón. Sólo esperaba que su amiga no la tuviera también con respecto a Charles.
– Le aseguro que ni siquiera sabrá que yo estoy aquí -insistió con desesperación y Lorimer levantó una ceja inquisitiva.
– Eso no es una recomendación -se mostraba austero-. No podrá probar que es una secretaria eficiente si no puedo saber si está o no está en la oficina.
¡No había forma de complacerlo!
– Hace un minuto me ha dicho que quería que yo pasara desapercibida -le señaló.
Lorimer empezaba a perder la paciencia.
– ¡Lo que yo deseo, es una secretaria eficiente y discreta, no una que piense que la única alternativa para no abrumar a la gente es desaparecer!
Para Skye todo sonaba horriblemente familiar. Moderación, eficacia, discreción… ¿Por qué todos los hombres hacían tanto hincapié en esas virtudes? Se había pasado años tratando de inculcárselas sin ningún éxito aparente y hasta Charles parecía encontrar irresistibles y atractivas, tan aburridas cualidades. Skye no podía comprenderlo pero si eso era lo que le gustaba, así sería.
– Yo soy discreta, muy discreta.
Lorimer suspiró y de nuevo recogió el curriculum vitae.
– Usted parece desear mucho este empleo y, la verdad, no lo entiendo. Si es tan eficiente como dice, podrá conseguir otro trabajo sin dificultad.
– Por supuesto -trataba de parecer indiferente-, es que he decidido cambiar de dirección e intentar algo completamente nuevo -eso era verdad, un trabajo adecuado era una nueva dirección para ella.
– Ya veo -Lorimer se mostraba escéptico-. Supongo que sabrá que éste es un trabajo temporal.
– El anuncio decía que usted desea a alguien para trabajar durante tres meses -Skye lo había solicitado por ésa precisa razón. Podría probar que podía obtener un empleo adecuado, pero no quería probarlo durante demasiado tiempo. Tres meses le parecían más o menos bien.
– Así es -dijo Lorimer-. Catriona, que ha sido mi secretaria durante los cuatro últimos años, ha tenido que dejar el trabajo antes de lo que planeaba porque espera un bebé y los médicos le han recomendado reposo absoluto. Otra empleada, Moira Lindsay, va a hacerse cargo hasta que vuelva Catriona, pero Moira no puede incorporarse hasta enero. Por eso necesito a alguien hasta entonces. Serán sólo tres meses.
– Eso me conviene -Skye lo miraba esperanzada. Si Charles no había descubierto para Navidad que estaban hechos el uno para el otro, nunca lo haría. Pero lo descubriría, se recordó Skye. Tenía que ser positiva.
– Usted dice que desea cambiar de dirección. ¿Por qué no se buscó otro empleo en Londres?
– Quería algo nuevo -dijo Skye-
– ¿Así que vino a Edimburgo?
– Sí.
– ¿Por qué?
– Ya se lo he dicho -estaba un poco molesta-. Quiero iniciar una nueva vida.
– Sí, pero yo le he preguntado por qué precisamente en Edimburgo -dijo entre dientes Lorimer-. ¿Por qué no en Cardiff o Penzance o Manchester o cualquier otro lugar?
Skye vaciló, preguntándose qué diría si ella le contara que la razón medía un metro ochenta, era devastadoramente apuesto y respondía al nombre de Charles.
Lorimer esperaba una respuesta con la cabeza inclinada y Skye lo miró; contenta de poder observarlo sin que la penetrante mirada de él la perturbara. El ángulo de su cabeza enfatizaba los severos planos del rostro y la fuerte nariz. Su boca era severa; decididamente, no era del tipo sentimental. Nunca comprendería lo de Charles. Lorimer Kingan no parecía el tipo de hombre que tuviera tiempo para el amor; entonces miró su boca y la asaltó una duda… Él no amaría con facilidad pero si lo hacía…
– ¿Bien? -la voz impaciente de Lorimer interrumpió sus pensamientos.
– ¿Bien?
– Le he preguntado por qué eligió venir a Edimburgo -expresó Lorimer con exagerada paciencia-. ¿Se trata de un secreto de estado?
Skye se sonrojó.
– Yo… quería alejarme de Londres por un tiempo -improvisó, si hubiera sabido que él iba a hacer ése tipo de preguntas, se habría preparado.
– ¿Por qué? -insistió.
– Por razones personales -respondió Skye. Esperaba que así la dejara en paz, pero no fue así…
– Supongo que se trata de problemas de hombres -la revisó de forma crítica y ella, cautelosa, le devolvió la mirada.
– ¿Por qué piensa eso?
– Porque parece del tipo de chica que yo invariablemente asocio con hombres o problemas, o con ambos.
Skye consideró negarlo, pero la franqueza la forzó a aceptar que no sería muy convincente. La verdad era que sus problemas tenían que ver con un hombre, aunque no podía imaginar cómo lo había, adivinado Lorimer Kingan.
A veces su vida parecía un gran lío… pero todo eso iba a cambiar ahora que había conocido a Charles. Sólo tenía que permanecer en Edimburgo para que él pudiera darse cuenta de lo mucho que ella había cambiado.
¡Si no le hubiera dicho que trabajaba para Lorimer Kingan! Ahora se había metido en más problemas y tenía que persuadir a Lorimer de que le diera el empleo. La alternativa era demasiado horrible para, considerarla: no podía contarle a Charles que había mentido y regresar arrastrándose a Londres. Siempre tendía a la exageración y Skye se imaginaba sola y consumiéndose en alguna buhardilla, olvidando que tenía una familia que la adoraba y un amplio círculo de cariñosos amigos que no permitirían que se consumiese en una buhardilla.
Si ella no obtenía ese empleo, se moriría con el corazón destrozado y todo sería por culpa de Lorimer Kingan.
– Vine a Edimburgo para estar con una amiga -asumió una expresión abnegada-. Su prometido la abandonó justo antes de la boda y Vanessa está muy deprimida, -sería algo nuevo para Vanessa que nunca se había comprometido y era feliz. Skye cruzó los dedos-. No quiero que esté sola así que voy a quedarme con ella un par de meses hasta que pase lo peor. Por eso me conviene un trabajo temporal -continuó, con su mirada inocente-. No quiero un trabajo permanente, pero tengo que mantenerme mientras estoy con Vanessa. No puedo fallarle.
Skye se sentía complacida con su historia, pero Lorimer no se conmovió.
– Un comportamiento admirable -le dijo con esa inflexión irónica tan típica de él-. Estoy conmovido pero me temo que voy a tener que desilusionarlas a ambas, a usted y a su amiga.
– Pero, ¿por qué? -los ojos de ella estaban muy abiertos y azules ante su tono concluyente. Él debía tener un corazón de piedra o no se había creído una sola palabra.
– Con sinceridad, señorita Henderson, es usted bastante inadecuada para el trabajo -Lorimer echó su silla hacia atrás y se puso de pie moviéndose inquieto hacia la ventana para mirar hacia las casas georgianas al otro lado de la calle-. Le pedí que viniera porque me impresionó su curriculum vitae y porque pensé que usted sería escocesa. Tengo que decirle que si hubiera sabido que es inglesa, no la habría llamado. Es usted inglesa, ¿verdad?
– ¿Importa? -preguntó Skye cautelosa.
– Sí, señorita Henderson, sí importa.
– Soy medio escocesa -pensó con rapidez.
Lorimer se volvió y la miró con un gesto en la boca.
– No lo parece -rodeó el escritorio hacia ella. Parecía muy alto y poderoso con la luz a su espalda y ella se sintió en desventaja al estar sentada. Era más fácil cuando él también estaba sentado porque con su traje convencional y la corbata tenía el aspecto de un hombre de negocios, quizá formidable, pero un hombre como muchos otros. Ahora tuvo una impresión muy diferente de él: parecía… salvaje. Skye no conocía a nadie como él y muy dentro de sí sintió una respuesta instintiva. No podían ser más diferentes; sin embargo, ella también era un espíritu libre, impulsivo e imprudente.
Por un momento sus miradas se cruzaron; entonces él le levantó la barbilla con una mano y la forzó a mostrar el rostro.
– ¿Qué mitad suya es escocesa, Skye Henderson? A mí no me parece muy escocesa -ella sentía los dedos contra su piel, eran fuertes y cálidos. Él continuó, todavía mirándola con los ojos entrecerrados-: No, no creo que sea usted escocesa. Es usted muy bonita, muy frívola y muy inglesa.
– ¿Qué… importa eso? -se quedó sin aliento cuando la liberó y retrocedió.
– Se lo diré -Lorimer se acomodó sobre el escritorio y cruzó los brazos-. ¿Sabe usted lo que hacemos aquí en Kingan Associates?
– Algo que tiene que ver con el golf -expresó cautelosa mientras observaba las asombrosas fotos sobre la pared. Lorimer siguió la dirección de su mirada.
– Muy perceptiva -no se molestó en disfrazar el sarcasmo en esta ocasión-. Diseñamos y construimos campos de golf -le informó-. El golf, como muchas otras actividades de placer, es en la actualidad un negocio floreciente -hizo una pausa para tomar aliento y continuó-: Hay mucha demanda para construir nuevos campos. Al mismo tiempo, los granjeros producen menos y dejan su tierra de cultivo libre para otros propósitos y ahí es en donde nosotros entramos. Durante los años pasados, compramos tierra que de otra forma se quedaría sin cultivar y construimos nuevos campos por toda Escocia.
Skye pensó que él tenía una voz muy agradable. No tenía un acento marcado, sino esa suave entonación escocesa tan agradable al oído, más suave y cálida que las voces inglesas a las que estaba acostumbrada.
– No entiendo qué tiene eso que ver con que yo sea inglesa… medio inglesa -se corrigió con rapidez.
– Nada -la voz de Lorimer era cáustica-. Estoy tratando de explicarle por qué no tengo confianza en usted para este trabajo -observó antes de continuar-. Kingan Associates trabaja actualmente en proyectos de diseño de campos en Europa, Japón y América así como aquí, en el Reino Unido. Ahora quiero ampliar nuestras operaciones hacia hoteles que ofrezcan la más alta calidad en instalaciones deportivas. Me interesa un lugar en Galloway para un complejo proyecto modelo pero para que tan ambicioso cambio tenga éxito, necesito encontrar capital adicional para cubrir los costos.
No se atrevía a interrumpirlo por lo que continuó en silencio.
– Todo iba bien al principio. Una compañía en Londres se interesó y aceptó proporcionar la inversión necesaria para iniciar el proyecto. Cuando estaba a mitad de las negociaciones para comprar la propiedad, de forma repentina decidieron enviar a una de sus ejecutivas para «supervisar» los arreglos -su voz se endureció al continuar-. Esa mujer se entrometió en asuntos que no le importaban. Puso todo de cabeza, en especial a mí y antes de que yo supiera lo que sucedía, los dueños de las propiedades anularon el acuerdo. ¡Ese fue el fin de mi asociación inglesa!
Asió la estatua de bronce de un golfista que tenía sobre su escritorio y le dio vueltas en sus manos como si recordara su frustración.
– Si hubiera sido otro proyecto… pero el hotel Galloway es muy importante para mí. Es un sueño que he tenido desde hace algún tiempo y sé que puede funcionar. También sé que he encontrado la ubicación perfecta y no voy a rendirme -dejó la estatua sobre el escritorio y miró a Skye.
– Pude convencer a todas las partes de nuevo y dependo de la obtención de capital extra de una compañía de Edimburgo. Estoy seguro de que comprenderá que no puedo arriesgarme de nuevo empleando a otra inglesa.
Skye se movió inquieta consciente de que estaba fuera de lugar en ese despacho. Tan masculino, decorado con sobriedad, sin ninguna concesión a la frivolidad. En medio de todo eso ella estaba sentada como una mariposa, una vibrante pincelada de color, con sus pendientes oscilantes, muy cálida, muy llamativa e innegablemente femenina.
Era una situación intimidante, pero Skye era tan obstinada como Lorimer y estaba decidida a no perder la oportunidad de impresionar a Charles.
– No veo el problema -objetó-. Nadie tiene por qué saber que la chica que mecanografía las cartas es inglesa. Los procesadores de palabras no tienen acento.
– Los procesadores de palabras no contestan las llamadas telefónicas ni efectúan citas, ni saludan a los visitantes -señaló Lorimer-. Una secretaria tonta no me es de mucha ayuda.
Skye todavía no estaba vencida.
– Yo podría hablar así -sugirió con un acento típico escocés. Era una excelente imitadora y mantenía a Vanessa atacada de risa por las imitaciones que hacía de su vecino, pero Lorimer no parecía divertido.
– Me parece que usted piensa que se trata de un juego -se enderezó-: ¿O es su habilidad de hablar con acento tonto otra de las muchas cualidades profesionales de que alardea? -se sentó una vez más en la silla detrás del escritorio-. No, ya le he aclarado la situación. Arriesgo mi reputación personal en el éxito del proyecto Galloway y no puedo permitirme el lujo de emplear a la secretaria equivocada. Necesito a alguien sensata y eficiente, alguien dedicada y discreta… y escocesa. Usted, señorita Henderson, no me parece que posea ninguna de esas cualidades.
– Eso no es justo -protestó-. No puedo evitar ser inglesa.
– Eso es cierto -aceptó-. Si eso la hace sentir mejor, no es sólo su nacionalidad la que está contra usted. Como dice el anuncio, necesito una asistente que sepa algo sobre golf y, francamente, la habilidad de reconocer un extremo del otro de un palo de golf es mucho más importante para mí que todas sus sorprendentes calificaciones.
Skye lanzó a Lorimer una mirada displicente. Había pasado horas inventando sus excelentes cualidades profesionales para nada.
– La verdad es que estoy muy interesada en el golf.
Lorimer arqueó una ceja con incredulidad.
– Usted no parece una golfista.
– Soy principiante -se apresuró a decir, rogando que no la llevara a un campo para que se lo demostrara.
– ¿Tiene usted el resultado de su puntuación?
Skye lo miró con fijeza antes de recordar el curso intensivo de golf y la terminología que habíá usado Vanessa la noche anterior. Tenía algo que ver con un sistema de sancionar o premiar a los jugadores…
– Por supuesto, claro… -mostraba confianza.
– Supongo que es alto…
– No -Skye respondió con firmeza y, sospechaba, sarcasmo-. Muy bajo -no tenía caso pretender ser demasiado lista-. Mi puntuación es de apenas dos por el momento -continuó, pues de esa forma él no esperaría demasiado de ella.
– ¿Dos? -la expresión de Lorimer era indescriptible.
– Espero mejorar mientras estoy en Escocia -le aseguró.
– Ya veo -por un momento Lorimer la observó y de repente, de forma inesperada, su boca se torció en una devastadora sonrisa que la tomó desprevenida e hizo que retuviera el aliento. ¿Quién habría adivinado que parecería tan joven, tan cálido y tan peligrosamente atractivo?
– No se rinde con facilidad, ¿verdad? -la exasperación y el buen humor se mezclaban en su voz.
– ¿Es eso una cualidad?
– En algunos casos, aunque no en el suyo… -Lorimer movió la cabeza-. No, la combinación de frivolidad y obstinación es demasiado impresionante, para aceptarla.
– ¡Oh por favor! -Skye olvidó su orgullo al darse cuenta de que lo peor iba a suceder. ¿Cómo iba a decírselo a Charles?-. ¡Haré cualquier cosa! Trabajaré muy duro y trataré de no parecer inglesa, vestiré de gris y solamente responderé cuando se me hable, si me da el trabajo! -unió sus manos se inclinó implorante hacia él mirándolo con sus suplicantes ojos azules-. ¡Por favor!
– Ojalá supiera por qué está tan desesperada por obtener este empleo.
– Ya se lo he dicho…
– ¡No, por favor! -la interrumpió, observó su reloj y se puso de pie-. No puedo soportar más historias sentimentales, y ya que tengo otra cita, nunca sabré la verdadera razón -sus ojos se volvieron a ella-. ¡Una lástima, ya que estoy seguro de que hubiera sido muy entretenida!
Caminó a la puerta y esperó con burlona cortesía hasta que ella se levantó renuente. Se preguntaba si valdría la pena arrojarse a los pies del hombre, como súplica final, pero una mirada a su rostro fue suficiente para cambiar de opinión, pues ese breve vislumbre de humorismo había desaparecido y su expresión era tan implacable como antes. El abrió la puerta, impaciente por que ella se fuera.
Se resignó a lo inevitable. ¿Qué podía hacer ella si Lorimer Kingan era un ser tan frío? Caminaba pensativa antes de que su mirada se posara en su boca y entonces recordó cómo le había sonreído. ¡Pues no era tan frío!
– Adiós, señorita Henderson -extendió su mano y la miró con su característica ironía-. Estoy seguro de que alguien con su… digamos… originalidad, no tendrá ninguna dificultad en encontrar otro patrón más susceptible a sus encantos.
– Yo no deseo a nadie más -le tomó la mano, demasiado desconsolada para pensar en lo que decía-. ¡Lo quiero a usted!
– Me siento inmensamente halagado, pero me temo que ni siquiera la promesa de tal devoción sea suficiente para hacerme cambiar de opinión.
Cerró los dedos con firmeza alrededor de los de ella y Skye abatida escuchó de nuevo, como un eco, las palabras que había dicho: ¡Lo quiero a usted! El rubor escarlata surgió en sus mejillas y le soltó la mano.
– Yo no quería decir… -balbuceó.
– Sé lo que ha querido decir -aceptó seco Lorimer y abrió la puerta.
Todavía sonrojada, salió al área de recepción. Luchaba por controlar su confusión y, al principio, no vio al hombre que esperaba en uno de los cómodos sillones. Cuando ella y Lorimer aparecieron, el hombre dejó a un lado su periódico y se puso de pie. Era robusto, como de cincuenta años, con cabello gris acero y ojos astutos.
– ¿Skye?
Se detuvo como muerta, inconsciente de la súbita tensión en Lorimer.
– ¡Fleming! -gritó deleitada al reconocerlo como al mejor y más antiguo amigo de su padre, un financiero que dividía su tiempo entre sus compañías en Londres y Edimburgo. Lo conocía desde que era niña y le pareció extraño verlo ahí en Edimburgo. Se lanzó a sus brazos y lo abrazó con su típico y fogoso abandono-. ¡Qué maravillosa sorpresa! ¿Qué haces aquí?
– He venido a ver a Lorimer -explicó Fleming y le devolvió su afectuoso abrazo-. Estamos trabajando en un excitante proyecto juntos -soltó a Skye y se volvió hacia Lorimer con una agradable sonrisa-. Me alegro de verte, Lorimer.
Los dos hombres se estrecharon las manos; la expresión de Lorimer parecía tallada en madera mientras ella miraba de uno al otro y de forma tardía, sumó dos más dos. ¡Por supuesto! Charles tenía negocios con Fleming. ¡Claro! Fleming era el inversor al que Lorimer no quería ofender.
– Charles me dijo que trabajabas aquí -le decía Fleming ignorante de la tensión entre ella y Lorimer-. Supongo que sigues viéndote con él. ¿Lo sabe tu padre?
Skye no se atrevía a mirar a Lorimer.
– Todavía no -le dijo.
– Se alegrará cuando sepa que estás en tan buenas manos -repuso Fleming jovial-. Me gustaría llamarlo y contárselo. Por supuesto, yo siempre le he dicho que no tenía ninguna necesidad de preocuparse por ti. «Skye no es tan frívola como parece» le decía yo y es obvio que Lorimer está de acuerdo conmigo -lo miraba resplandeciente mientras que él parecía más sombrío-. ¡Qué coincidencia! Conozco a Skye desde que era un bebé y nunca pensé que vendría al norte. Y de pronto aparece en Edimburgo y ¡trabajando para ti!
– ¡Qué coincidencia! -comentó Lorimer entre dientes. Skye lo miró de reojo: un músculo palpitaba en su mentón. Parecía un hombre que se sentía forzado, arrinconado y Skye se preguntó si debía decirle a Fleming que todavía no trabajaba allí, pero si lo hacía, Charles se enteraría… Lorimer podría decírselo, pero ella lo dudaba… ¿Se arriesgaría a decirle a Fleming lo que pensaba de la hija de su amigo?
– El tiempo es dinero así que es mejor que continuemos con nuestras discusiones -Fleming besó a Skye en la mejilla-. Marjorie está también aquí, así que debes venir a cenar con nosotros. También invitaremos a Charles. Me parece recordar que te sentiste atraída hacia él en esa fiesta.
– Eso sería magnífico -la voz de Skye sonó débil.
Lorimer observó su reloj y luego miró hacia su oficina.
– Estaré contigo en un momento -fue a la oficina, despidiéndose con la mano de Skye.
Skye se puso nerviosa al mirar el sombrío rostro de Lorimer.
– ¿Sabía que Fleming Carmichael era el inversionista potencial de mi proyecto? -preguntó tenso.
– No -respondió-. Supongo que alguien me contó algo, pero nunca se me ocurrió que yo lo encontraría aquí -vaciló-. ¿Va a explicarle que después de todo yo no trabajo para usted?
– ¿Cómo podría hacerlo ahora? No lo conozco lo suficiente para saber cómo reaccionaría. Ya he tenido demasiadas complicaciones con este proyecto. Si Fleming quiere que usted trabaje aquí, es probable que valga la pena soportarla.
Skye soltó un largo suspiro de alivio.
– No lo lamentará, se lo proxneto.
– Es mejor que esté segura -la amenazó y se alejó hacia su oficina.
– ¿Cuándo quiere que empiece? -le gritó.
Lorimer se detuvo, volvió la cabeza hacia donde ella todavía se mostraba insegura pues aún no creía en la buena fortuna de haberse encontrado con Fleming. Al otro lado del pasillo, los ojos azules de él la miraban sombríos y con hostilidad.
– Preséntese aquí el lunes por la mañana, a las nueve en punto -se dio vuelta y abrió la puerta-. ¡Y no llegue tarde!
Capítulo 2
VANESSA vivía en el cuarto piso de un típico y sombrío edificio gris de apartamentos. En su interior, los pisos eran espaciosos y tenían techos altos, pero Skye temía el largo trayecto por la escalera desgastada. Abrió la pesada puerta y levantó la mirada hasta donde la claraboya permitía que penetrara una miserable cantidad de luz.
Inhaló profundo y subió el primer tramo de un golpe, para detenerse un momento. Perdió el paso al subir el segundo trato al encontrarse con la vecina de Vanessa, la señora Forsyth que llevaba dos pesadas bolsas de compras. La señora Forsyth siempre vestía un abrigo, guantes y un sombrero tipo turbante, con un broche al frente. Skye estaba convencida de que ella vestía todo el tiempo el mismo traje, hasta en la cama. Por su parte, la señora Forsyth desaprobaba a Skye porque era demasiado bonita y en su opinión, frívola.
– Déjeme ayudarla con esas bolsas, señora Forsyth.
Subieron con dificultad la escalera y la señora Forsyth se ablandó lo suficiente para darle las gracias cuando al fin llegaron arriba.
– ¡Hoy es mi día! -estalló al entrar en el apartamento de Vanessa y ver a su amiga bebiendo un té en la cocina-. ¡No sólo he conseguido el empleo sino que la señora Forsyth ha reconocido mi existencia!
– ¿Has conseguido el empleo? -Vanessa bajó el tazón y miró a Skye perpleja.-. ¿Cómo rayos has podido hacerlo?
– No sé por qué pareces tan sorprendida -sonreía al servirse una taza de té-. ¿Por qué no iba a obtenerlo?
– He preguntado sobre Lorimer Kingan en el trabajo y ¡tiene una reputación…!
– ¿Sí? -Skye tiró de una silla y se sentó al otro lado de la mesa.
– Es muy admirado en el mundo del deporte. Dicen que ha hecho un maravilloso trabajo con los jóvenes jugadores. El construyó su compañía de la nada… me parece formidable.
Una visión de Lorimer surgió ante Skye: los ojos azul oscuro, las rudas y amenazantes líneas de su rostro, la sensación de fuerza…
– Sí… es formidable -todavía podía sentir la presión de su palma contra la suya, la hormigueante calidez de su piel.
– No puede ser tan rudo si te ha dado el trabajo -señaló Vanessa-. Seguro que ese ridículo curriculum vitae que inventaste no le ha engañado.
– No lo creo -Skye parecía pesarosa-. De hecho, me parece que no se ha creído ni una palabra de lo que ponía.
– Entonces, ¿por qué te dio el empleo?
Skye le contó a Vanessa que se había encontrado con Fleming.
– Lorimer no estaba muy complacido -terminó-, aunque no puedo dejar de pensar que la aparición de Fleming significa que ¡fue el destino quien quiso que yo obtuviera ese puesto!
– Si yo fuera Lorimer Kingan, estaría mucho más que «no muy complacido», estaría furioso contigo por ponerlo en esa situación.
Skye había recuperado su optimismo una vez que se encontró fuera del alcance de la mirada aguda de Lorimer.
– Él deseaba una secretaria y ya tiene una. Quizá no sea la ideal -añadió generosa-, pero estoy libre para empezar cuando él quiere y haré el trabajo tan bien como cualquier otra secretaria temporal.
– ¡Me gustaría verlo! -Vanessa le sonrió a su amiga con afectuoso escepticismo-. No sabes nada de golf, eres una nulidad en mecanografía, eres una revoltosa irresponsable y te pasas todo el tiempo parloteando. No quiero criticarte, Skye, pero ¡creo que forzaste a Lorimer Kingan!
– ¡En esta ocasión voy a intentarlo! -protestó Skye-. Este empleo será un éxito, ya lo verás.
– ¡Nunca has aguantado un solo trabajo!
– Ahora es diferente. Van, cuando conocí a Charles me di cuenta de que era una niña mimada. Simplemente pasaba bien el tiempo y si las cosas salían mal, sabía que mi padre me rescataría. Fue Charles quien me hizo ver que yo no sabía hacer nada por mí misma. A él le gustan las mujeres que son frías, elegantes y capaces de cuidar de sí. Por eso no podía lograr que me tomara en serio y en cuanto a él concernía, yo sólo era la «niña de papá». Fue horrible cuando comprendí que él no quería nada conmigo; sin embargo, creo que fue lo mejor que pudo sucederme. Me hizo tomar conciencia de mi vida -concluyó con grandiosidad y parecía ultrajada cuando Vanessa sólo sonrió-. Es verdad, me di cuenta de que si deseaba tener una oportunidad con Charles, tenía que cambiar mi vida por completo. Me sentí culpable al pensar en todas las veces que dejé que papá me librara de problemas. Debí dejar Londres y aprender a ser independiente hace mucho tiempo. Esta es mi oportunidad de probarles a él y a Charles que puedo sobrevivir yo sola.
– ¿Puedes? -preguntó Vanessa con una mirada interrogante.
– Puedo intentarlo -dijo Skye que podía ser mucho más fuerte y obstinada de lo que la gente pensaba-. Venir a Edimburgo era lo que yo necesitaba. ¡Pobre papi! Se desesperaba porque yo me estableciera y obtuviera un trabajo decente y ahora, para variar, voy a hacer que se sienta orgulloso. Y voy a demostrarle a Charles que no puede ignorarme. Seré tan práctica y profesional como cualquiera de sus amigas, no quiero que piense que soy una rubia frívola.
– Pero Skye, ¡tú eres una rubia frívola! ¿No te gustaría un hombre que te amara por ser como eres?
– Es tan aburrido cuando sólo se sientan y te adoran… Estoy cansada de eso. Al menos Charles no lo hace.
– Eso es porque él sólo está interesado en sí mismo -comentó Vanessa con severidad. Conoció a Charles cuando se quedó con Skye en Londres y no se sintió impresionada-. Tú crees que estás enamorada de él porque es un reto, pero no es el hombre para ti, Skye, con franqueza, no lo es. Es demasiado frío y quiere que sus amigas sean apropiadas a su imagen fría y despiadada y tú nunca serás así.
– Sí, lo seré -asentó Skye obstinada-, y estoy enamorada de él. No habría venido a Edimburgo a buscar trabajo si no lo estuviera, ¿verdad?
– No hay forma de decir qué harás cuando se te mete una idea en la cabeza -fue el sincero comentario de Vanessa-. El problema contigo, Skye, es que no haces las cosas a medias. A ti nunca te gusta un hombre sino que pierdes la cabeza por completo por él. Te enamoras y desenamoras, y siempre del tipo equivocado. Lo que necesitas es enamorarte de verdad.
La imagen de Lorimer apareció en la mente de Skye antes de que ella la apartara con firmeza. Estaba enamorada de Charles, por supuesto que sí. Cerró sus ojos y trató de conjurar su imagen, pero sólo veía el rostro austero de Lorimer con su expresión irónica y su boca severa aunque excitante.
Abrió los ojos y frunció el entrecejo. No quería pensar en Lorimer. Quería pensar en Charles, y de pronto sintió pánico al comprender que no podía recordarlo. Sabía que era apuesto, mejor parecido que Lorimer, pero de pronto todos los detalles de su apariencia se desvanecieron de su mente.
¿Y qué importaba? Lo importante era que lo amaba. Ya había decidido mostrarse fría para que Charles nunca adivinara que él era la única razón de su estancia en Edimburgo y ahora tenía la excusa perfecta. Él entraría en la oficina y en lugar de la chica loca que conoció en Londres, la vería como la secretaria discreta y eficiente de Lorimer, fría, sofisticada, dedicada a su trabajo… y se enamoraría de ella. Mientras tanto, le demostraría a Lorimer Kingan que no era tan tonta como él creía. Sería la mejor secretaria que hubiera tenido y lo impresionaría tanto con su tranquila competencia, que se olvidaría de que ella era inglesa.
Convencida por ese cuadro color de rosa que serían los próximos tres meses, Skye estiró los brazos contenta y sonrió a Vanessa de forma angelical.
– No te preocupes, Van, todo va a salir bien. Puedo sentirlo, en mis huesos. El amor está en camino.
El lunes por la mañana, Skye salió muy animada. Era un día de principios de octubre y el aire llevaba el aroma distintivo del otoño. Contenta, se dirigió a la parada del autobús.
– No hace calor ¿verdad? -dijo la mujer que estaba junto a ella en fila, y comenzó a hablar animadamente. Skye escuchaba absorta y asentía de vez en cuando, hasta que, de pronto, su nueva amiga comentó que el autobús se estaba retrasando mucho esa mañana y Skye miró el reloj. ¡Las nueve menos cuarto! Las palabras de despedida de Lorimer sonaron en sus oídos: «Y no llegue tarde». Nunca llegaría a la oficina a tiempo aunque llegara el autobús. Skye miró frenética en busca de un taxi; pero el tráfico estaba prácticamente parado. Tendría que correr.
Kingan Associates estaba ubicado en un imponente edificio georgiano en el famoso Pueblo Nuevo de Edimburgo. Para cuando Skye se apoyó en las barandillas en busca de apoyo, sus cabellos rubios caían revueltos en torno a su rostro sonrojado. Nunca había corrido tanto en su vida. Resoplaba, pero de alguna forma se forzó a subir los escalones hasta la puerta reluciente pintada de blanco.
Empujó la puerta para abrirla y entró con cautela en el pasillo, aliviada de ver que estaba vacío excepto por Sheila, la tímida recepcionista que la había llevado a la oficina de Lorimer, para la entrevista. Miró el rostro sonrojado de Skye, con cierta alarma.
– ¿Estás bien?
– El autobús se retrasó -gruñó Skye, limpiando su rostro. ¡Y ella que iba a impresionar a Lorimer con su calma y competencia!
Sheila abrió la boca, pero no tuvo oportunidad de hablar porque la puerta de la oficina de Lorimer se abrió de golpe.
– Llega tarde.
El corazón de Skye que ya palpitaba agitado por el esfuerzo, pareció detenerse de repente cuando miró a Lorimer parado en el umbral, con su feroz mirada azul y sus cejas unidas sobre la nariz en una línea amenazante.
– Lo siento. El…
– Entre aquí -gritó-. No voy a hablar con usted en donde todos los empleados puedan escuchar -desapareció en su oficina.
– Cierre la puerta -le ordenó cuando ella vaciló en el dintel y luego le señaló una silla-. Siéntese.
– Sí, señor -musitó Skye, preguntándose si él esperaba que cruzara el cuarto haciendo reverencias. Se sentó en el borde de la silla y sopló los rizos de su frente. El pasador de su pelo se había soltado y ahora la melena dorada caía como una maraña salvaje en torno a su rostro. Estaba consciente de sus mejillas sonrojadas y su apariencia desaliñada.
Lorimer la observaba con disgusto.
– ¿Tiene usted reloj? -le preguntó con engañosa suavidad.
– Sí -Skye estaba sorprendida aunque aliviada de que no se mostrara tan enfadado como al principio, se sentó más derecha y trató de parecer nerviosa en lugar de exhausta.
– ¿Sabe cómo leer la hora? -persistió Lorimer en el mismo tono de exagerada paciencia.
– Sí, porque es digital -le explicó con bondad. Él cerró sus ojos un momento.
– ¡Claro, eso ayuda! Ahora, ya que tiene un reloj y hemos establecido que puede leerlo, quizá me pueda decir qué hora es en este momento…
Ni siquiera Skye podría confundir la fina ironía.
– Son… las nueve y veintisiete.
– ¿Y a qué hora se suponía que debía estar aquí?
– A las nueve en punto -respondió quedo.
– Nueve en punto -aceptó-. Eso significa…
– Que me he retrasado veintisiete minutos -dijo Skye y se sintió unos centímetros mal alta. Lorimer se apoyó el el respaldo de su silla.
– ¡Maravilloso! ¡También puede calcular el tiempo!
– Hubiera estado a tiempo, pero el autobús se retrasó -trató de explicar.
– ¿No se le ocurrió mirar su reloj mientras esperaba el autobús?
Skye lo miraba con cautela, insegura de cómo manejar su sarcasmo.
– No lo pensé -admitió y optó por la verdad-. Verá, esa mujer se puso a hablarme de su nieto. No creerá los problemas que ha tenido con las amígdalas.
Se interrumpió al captar la expresión de Lorimer.
– No estoy interesado en amígdalas -hablaba con mucho cuidado como si sólo así pudiera controlar su temperamento, con gran dificultad-. En esta oficina todo el mundo llega a tiempo y no haré ninguna excepción con usted. Llegará aquí a las nueve en punto cada mañana o será despedida. ¿Comprendido?
Decidió que era más seguro no decir nada, por lo que Skye asintió.
– Sabe tan bien como yo que si no fuera por Fleming Carmichael, usted no estaría sentada aquí ahora -continuó con frialdad-. Usted es la única persona que yo hubiera elegido como secretaria, pero Fleming parecía tan entusiasmado que, con franqueza, quise hacer todo lo posible por mantenerlo de mi lado en ese momento. Mi prioridad es obtener la inversión para poner en movimientoo el nuevo proyecto, aunque eso signifique soportarla durante los próximos tres meses.
– ¡Gracias por la cálida bienvenida! -Skye estaba enfadada.
– Soy sincero -señaló- y ya que hablamos de sinceridad, ¿no es hora de que sea sincera conmigo?
– ¿Sincera? -repitió y Lorimer suspiró.
– ¡Me preguntaba si usted reconocería la palabra! ¿Puedo ponerlo de forma más simple? Hemos descubierto que usted, de hecho, sabe cómo leer la hora a pesar de la evidencia en contra. Ahora quisiera saber si bajo presión, puede decir la verdad.
El corazón de Skye se hundió.
– ¿Qué quiere decir? -no había mucha seguridad en su voz. Tenía la horrible sensación de que ya sabía qué quería decir.
– Tuve una interesante charla con Fleming, que está muy encariñado con usted -el tono de Lorimer expresaba su extrañeza-. Nunca se le ocurrió que no hubiera sido por completo sincera conmigo así que pude descubrir bastante sobre usted. Entendí que es una niña mimada, irremediablemente frívola e irresponsable, incapaz de conservar un empleo más de unos meses -él se apoyó en el respaldo de su silla sin quitar la mirada de Skye-. ¡Ah! No se preocupe, Fleming no dijo eso. Él piensa que usted tiene suficiente encanto y personalidad para sobrevivir donde sea, pero me temo que yo no lo veo así. Usted me mintió y a mí no me gustan las mentirosas.
Skye ardía de humillación.
– Verá, yo deseaba el empleo -le explicó en voz queda.
– Eso ya lo sé. ¿Le importaría decirme por qué me mintió? ¡Y en esta ocasión quiero la verdad!
– Usted piensa que soy una estúpida.
– ¡Eso no me sorprendería nada! -dijo con una de esas chispas de humor que tanto la desconcertaba-. ¡Vamos, dígala! Este no es el tipo de trabajo que pudiera interesar a alguien como usted. ¿Por qué me eligió a mí?
– ¿Está seguro de que desea la verdad? No le gustará.
– No me gusta nada de esta situación.
– Pues… -Skye inhaló profundo y empezó-. Fleming y su esposa, Marjorie, dieron una fiesta hace unos cuantos meses y conocí ahí a alguien… a un hombre.
Lorimer golpeó con su pluma con impaciencia.
– No quiero la historia de su vida, Skye. Sólo quiero saber por qué está usted aquí.
– ¡Se lo estoy diciendo! Conocí a Charles en la casa de los Fleming y… me enamoré de él -hizo una pausa-. Lo vi unas cuantas veces después en fiestas, cenas y esas cosas, pero no tuvimos oportunidad de… de conocernos de forma adecuada. Charles trabaja para Fleming… y como sabía que iban a trasladarlo a la oficina de Edimburgo no quería comprometerse con nadie…
– Continúe -dijo Lorimer con voz sombría-. ¿Puedo entender que cuando él vino a Edimburgo usted también decidió venir?
– Yo estaba entonces a la deriva -no tenía necesidad de contarle detalles. La desilusión de su padre fue el punto final que la hizo decidirse por un nuevo principio-. Sucede que hablé con una antigua compañera de escuela que vive aquí y dijo que podía compartir un cuarto en su piso. Sugirió que viniera y me pareció la oportunidad perfecta. Charles estaba en Edimburgo y de pronto Vanessa invitándome a venir. No tenía ninguna atadura en Londres… y nada parecía importarme.
– ¡Ah! ¿Sí? -preguntó con ironía.
– Sí. Verá, pensé que si yo estaba aquí al mismo tiempo que Charles, él estará menos preocupado que cuando se encontraba en Londres y podríamos tener una oportunidad de conocernos.
– ¿Así que lo siguió hasta aquí? -Lorimer no podía creer lo que estaba oyendo-. ¿Sabe ese hombre infortunado que ha sido perseguido de forma tan pertinaz?
– Por supuesto que no -Skye se inclinó de forma confidencial-. A los hombres no les gusta que los persigan.
– No puedo imaginar algo peor -expresó Lorimer distante, mirándola con asombrosa fascinación.
– ¡Exactamente! Así que pensé decirle que todo había sido una casualidad, aunque no quería un trabajo permanente por si no funcionaba lo de Charles. Al principio no pensé en este trabajo, sino en un empleo como camarera o algo para ganar dinero.
– ¿Y por qué no buscó un trabajo de camarera?
– Charles es muy… supongo que serio. -Vanessa diría que era un presuntuoso, pero a ella no le gustaba-. A él le gustan las chicas inteligentes y profesionales, las que usan trajes elegantes y siempre saben cómo comportarse -suspiró porque por un momento había olvidado con quién hablaba, cuando sus ojos soñadores enfocaron los de Lorimer. Tenían una extraña expresión, entre exasperado e impaciente, pero también sonreía con bondad.
– ¿Deba entender que usted no es exactamente su tipo? -preguntó Lorimer seco.
– No, no lo soy -admitió con tristeza-. Yo quería impresionarlo y tuve que pretender que hacía algo más inteligente que trabajar en un restaurante. Examiné el periódico The Scotsman y vi su anuncio. Me pareció ideal: solamente tres meses y aquí, en Escocia.
En ese momento su plan le pareció perfecto, pero las cosas empezaron a salir mal cuando de nuevo se encontró con Charles.
– ¿Así que fue sólo mi mala suerte lo que hizo que eligiera mi anuncio? -preguntó Lorimer con un suspiro.
– Pues… sí -respondió apenada Skye-. Nunca pensé que usted me rechazaría. Todo iba tan bien… me las arreglé para «chocar» con Charles, pretendí sorprenderme y cuando me preguntó que hacía aquí, ya tenía lista mi historia. Le conté que trabajaba aquí y nunca soñé que Kingan Associates significara algo pára él excepto que dijo que probablemente me vería en el trabajo porque tenía tratos con usted, entonces fue cuando me di cuenta de que tenía que obtener el trabajo.
Lorimer miraba a Skye sin hablar. En honor a su nuevo empleo se había puesto su traje menos llamativo, un vestido corto de lana en vibrante color cereza que enfatizaba sus largas piernas. No pudo resistir alegrar un poco su imagen sobria al añadir uno de los collares de su colección, uno de exóticas frutas de madera, todas de brillantes colores. Las piñas de madera colgaban de su oídos.
– Supongo que no se le ocurrió que existen alternativas -comentó él después de un momento-. ¿No pudo decirle que aún no había empezado a trabajar? ¿O que estaba considerando otra oferta? De hecho, cualquier cosa, en lugar de decirle que ya era mi secretaria.
– No lo pensé -respondió sincera-. Puedo hacer el trabajo tan bien como cualquiera, sólo necesito una oportunidad para probarlo. Si Charles viene, tendré una buena excusa para verlo y él quedaría impresionado al verme. Será una nueva imagen para mí: discreta, profesional, sofisticada.
Lorimer miró a las piñas y parpadeó.
– Si yo pensara que existe una oportunidad de que ustedd fuera todas esas cosas, no pondría objeciones pero… ¡Nunca había oído tantas ridículas tonterías juntas!
– Me dijo que quería la verdad -le recordó Skye molesta-. ¿No me cree?
– ¡Por supuesto que la creo! Nadie podría inventar esa historia tan absurda -Lorimer metió la cabeza entre sus manos-. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
– Quizá fue usted un niño muy travieso -sugirió inocente y entonces deseó no haberlo hecho cuando Lorimer la miró.
– No es gracioso -apretaba los dientes-. Trato de dirigir una empresa y quiero una secretaria tranquila y sensata que me ayude a levantar este proyecto, ¿y qué obtengo? Una descocada frívola que es tan callada como un carnaval en el Caribe y casi igual de sensata. Quizá usted lo encuentre divertido, pero yo no. Sí este Charles suyo sabe tanto de usted como yo, no lo culpo por ignorarla, aunque nunca pensé que sentiría alguna simpatía por Charles Ferrars. Porque presumo que hablamos de Charles Ferrars, ¿verdad?
Ella asintió y él endureció la mirada.
– Lo conozco. Fleming quiere que participe en este trato así que es posible que venga. Sin embargo, si desea que él la considere discreta, Skye, será mejor que aprenda a ser discreta. Tratará asuntos confidenciales que Charles Ferrars no debe conocer, y si yo la oigo hablar con él acerca de alguno de ellos, dentro o fuera de horas de oficina, será despedida con un merecido puntapié en el trasero. ¿Está claro?
– ¿Quiere decir que me dejará trabajar para usted?
– No me queda más remedio -Lorimer parecía resignado-. No puedo arriesgarme a ofender a Fleming Carmichael y usted no quiere que su precioso Charles sepa que estamos aquí bajo falsas pretensiones. Ahora que ambos sabemos en dónde estamos, saquemos el mejor provecho de la situación, aunque me gustaría saber con quién o qué voy a tratar durante los próximos tres meses -recuperó el curriculum vitae de sobre su escritorio y se lo arrojó desdeñoso-. ¿Debo asumir que esta es una red de mentiras del principio al fin?
Skye lo tomó y lo alisó sobre su rodilla.
– Mi nombre y dirección están correctos -empezó a decir cautelosa al leer la lista de detalles personales-. Y, en realidad, tengo veintitrés años y estoy soltera.
– Vaya, cuánta sinceridad.
Ella volvió a revisar la lista.
– Nací en Londres y… eso también es correcto.
– Eso no es una recomendación, aunque sea verdad -asentó Lorimer-. Sin embargo, sigamos con sus antecedentes. ¿Tengo razón al pensar que su madre no es escocesa, como usted dice?
– No… pero durante una época estuvo muy interesada en Escocia -explicó Skye-. Leyó la historia del Príncipe Charlie justo antes de que yo naciera y se sintió atraída por su romanticismo.
– Muy gracioso -rezumaba frialdad-. Ese tipo de frívola actitud es típica de los ingleses. Tratan a Escocia como si fuera una broma -su tono era tan amargo que Skye supo que su disgusto por los ingleses iba más allá de su desastre con la compañía financiera de Londres. Sensata, decidió no empeorar más las cosas y se sentó derecha en la silla, como el tipo de chica que ni siquiera sabía el significado de la palabra «broma», sin embargo, su rostro no estaba diseñado para otra cosa mas que para la risa. Al observar sus poco exitosos intentos, la expresión amenazante de Lorimer desapareció. Tenía un atisbo de humor en sus ojos cuando señaló el curriculum vitae que ella tenía en su regazo-. Entiendo… por lo que Fleming dijo… que ¿cómo decirlo? usted ha tenido una forma… creativa de abordar lo que se refiera experiencias laborales.
– Yo sólo me promocioné un poco -respondió Skye con culpabilidad observando la lista de empleos de alto nivel que reclamaba haber desempeñado.
– ¿Así que trabajó para una agencia de publicidad, pero no como asistente ejecutiva del director?
– Trabajé de forma temporal durante un par de semanas.
– ¿Un par de semanas? -Lorimer presionó sus sienes y respiró profundo-. ¡No le falta descaro! Supongo que debo mostrarme agradecido de que haya trabajado como secretaria porque significa que puede mecanografiar, ¿verdad?
– ¡Por supuesto que puedo!
– ¿Setenta palabras por minuto?
– No creo… que tenga esa rapidez…
– Eso es lo que pensé. ¿Cuántas palabras por minuto debo reducir para hacerme una justa idea de lo que puede hacer? ¿Veinte? ¿Veinticinco?
– ¿Cuarenta? -aventuró Skye. Lorimer mantuvo su humor con evidente esfuerzo.
– ¿Cuarenta? -repitió con voz inexpresiva-. Déjeme aclarar esto. Usted puede arreglárselas con labores de mecanografía, pero yo debo aprender a escribir mis cartas a mano porque no debo esperar que usted las tome en taquigrafía, ¿es así?
– Creo que sería lo mejor -afirmó Skye, aliviada.
– ¿Hay algo que usted pueda hacer?
– Puedo responder el teléfono.
Lorimer únicamente levantó una ceja, desdeñoso.
– No creo que espere una ronda de aplausos, ¿verdad?
– Y puedo preparar tazas de buen café.
– Estoy seguro de que será de gran ayuda pero ¡soy más que capaz de servirme mi propio café!
– Bueno… puedo archivar y sacar copias y organizar sus viajes y su vida social -Lorimer no le parecía del tipo que iba a comidas y llevaba a sus clientes al teatro. Su idea de entretenimiento quizá se limitara al golf y ahí no había mucho campo para ella.
Lorimer no estaba impresionado por sus talentos.
– Si escribe a máquina tan despacio como creo; estaré aquí toda la noche para firmar mis cartas y no tendré tiempo para vida social -señaló cáustico-. Parece que hemos establecido que su curriculum vitae no vale ni el papel en el que fue escrito, así que bien puede devolvérmelo -extendió la mano y Skye se lo entregó avergonzada-. Iba a romperlo, pero es un documento tan creativo que pensé conservarlo para recordarme hasta dónde pueden llegar las chicas para conseguir a su hombre. Por supuesto, tampoco sabe nada de golf.
– Me gustaría jugar -Skye con valentía encontró su mirada desdeñosa.
– ¡Pero si no ha estado cerca de un campo de golf en toda su vida!
– Bueno… no.
– Me di cuenta cuando me dijo que tenía dos de puntuación.
– De forma deliberada escogí una puntuación baja para que no sospechara.
Lorimer suspiró.
– La puntuación de «Damas» empieza en treinta y seis, Skye. Las mejores tienen las puntuaciones más bajas. Si usted juega con dos puntos, significa que es una jugadora extremadamente buena. Si hubiera dicho una puntuación de treinta, yo habría creído que podía reconocer una pelota de golf si le cayera en la cabeza.
– ¡Pues qué estúpido sistema! -Skye se mostró disgustada y rió al comprender que había quedado como una tonta.
– Me agrada que le parezca divertido -Lorimer se mostró severo-. No podemos convertirla en una jugadora, pero tendrá que aprender algo de golf si no quiere dejarme en ridículo.
– ¿No puedo pretender que tengo fracturado mi brazo o algo así?
– ¡No sea ridícula! -estaba irritado-. No puede pasarse tres meses con una escayola sin ninguna razón. Además, necesita aparentar que sabe de lo que está hablando. Tendré que enseñarle lo básico cuando vayamos a Galloway.
– ¿Cuándo nos vamos a Galloway?
– Eso depende de su amigo Fleming Carmichael. Es probable que sea dentro de dos o tres semanas, pero hay mucho que hacer antes.
Aliviada porque la ira de Lorimer se hubiera disipado, Skye extendió las manos y lo miró resplandeciente.
– ¿Bien? ¿Dónde debo empezar?
– Puede empezar por arreglarse porque está hecha una facha -recogió su pluma y levantó una de las carpetas que estaban arregladas en montoncitos sobre el escritorio-. Yo pensaba dictarle, pero parece que ahora voy a escribirlo todo a mano. Mientras lo hago, puede familiarizarse con su oficina. ¡Y luego, a trabajar!
Capítulo 3
SKYE pronto aprendió que Lorimer Kingañ no era un hombre que hiciera amenazas vanas. Nunca había trabajado tanto en su vida. Sus patrones anteriores no esperaban mucho de ella, pero Lorimer la mantuvo ocupada toda la semana, la hacía mecanografiar una y otra vez las cartas hasta que quedaban perfectas. Todo tenía que estar inmaculado, incluyendo a Skye, que era muy descuidada. Sí, nunca había trabajado tanto. Y al terminar cada día estaba tan cansada que apenas podía arrastrarse por la escalera hasta el piso de Vanessa.
– Es que no estás acostumbrada a hacer un día de trabajo normal -le dijo Vanessa sin compasión-. Ya te acostumbrarás.
– Eso es lo que dice Lorimer -gruñó Skye ese fin de semana-. Al principio pensé que era por fastidiarme, para que dejara el empleo, pero cuando les pregunté a los otros en la oficina, dijeron que ¡él era así todo el tiempo! ¡Le tienen miedo! ¡Nunca hablan unos con otros! Entra uno en alguna oficina y todo está tan silencioso como una tumba. Todos tienen las cabezas bajas y están ¡trabajando!.
Vanessa rió ante la escandalizada expresión de Skye.
– ¡Sabes que eso hace la gente! ¿Cómo te aceptan? Debes ponerles muy nerviosos, porque nunca dejas de hablar.
– Creo que al principio pensaron que estaba un poco loca, pero ahora son muy amables conmigo. Por supuesto, si Lorimer me atrapa cotorreando, frunce el entrecejo, pero no dice nada. Simplemente me mira como si fuera a matarme -Skye se puso ceñuda al recordarlo-. ¿Sabes que no se me permite salir ni cinco minutos? Mis dedos están gastados de mecanografiar y volver a mecanografiar todas esas cartas.
– Pensé que tenías un procesador.
– Lo tengo, pero se me olvida archivar las cosas y que tengo que mecanografiar una y otra vez -suspiró-. No creo que esté cortada para ser una secretaria. El otro día rompí la fotocopiadora y la máquina del café, y el teléfono es un absoluto misterio para mí. Corté la llamada de un señor cinco veces cuando trataba de pasarle la comunicación a Lorimer. Al fin, tuvo que pedir el número y hacer que Lorimer lo llamara después; estaba furioso.
– ¡Eso no me sorprende!
– Pues no sé por qué no puede tener un teléfono normal como todo el mundo -se quejó Skye-. ¡Todos esos foquitos encendidos me confunden!
Vanessa le sonrió a su amiga. Skye estaba desparramada ante la chimenea eléctrica, bebía ginebra y miraba una revista.
– ¿Crees que Charles vale la pena todo eso?
– ¿Sabes? -dijo despacio-. Casi me había olvidado de Charles. Lorimer me mantiene tan ocupada que no tengo ni tiempo para pensar en él.
– Entonces es obvio que no estás tan enamorada de él como decías.
– Por supuesto que lo estoy -protestó de forma mecánica y entonces levantó sus asombrados ojos azules hacia Vanessa-. ¿No lo estoy?
– Nunca lo has estado -dijo Vanessa con firmeza-. Sé que es bien parecido, pero si te hubiera hecho caso jamás habrías pensado en él; se convirtió en un reto y de pronto decidiste que estabas locamente enamorada, aunque en realidad no es el hombre apropiado para ti.
– ¡Oh, querida! -Skye tenía expresión apenada-. Debo ser terriblemente voluble. ¿Piensas que alguna vez me enamoraré o terminaré como una solterona arrugada y vieja?
– ¡Tranquila! Todo lo que necesitas en encontrar al tipo de hombre apropiado.
– Sí pero, ¿dónde?
– ¿Y en el trabajo? Este Lorimer Kingan suena como poderoso y apropiado.
Skye prácticamente se ahogó con la bebida.
– ¿Lorimer? -farfulló.
– ¿Por qué no?
– Pues porque él… él… -Skye estaba consciente de una extraña sensación de vacío dentro de ella. Era como si la sugerencia de Vanessa hubiera abierto un hoyo negro que amenazaba engullirla, temerosa de mirar por si encontraba algo en el fondo.
– ¿Qué? -Vanessa era toda inocencia.
– ¡Es insufrible! Es arrogante, gruñón, sarcástico y horrible. Con franqueza, Van, me trata como si tuviera cinco años de edad.
– Me parece perfecto para ti -asentó Variessa.
¡Enamorarse de Lorimer! ¡Qué idea tan ridícula! Él era el último hombre de quien le gustaría enamorarse, se dijo Skye molesta, y cuanto más trataba de desechar la idea, más llegaba a ella el recuerdo de su boca, de su sonrisa con ese extraño atisbo de humor. Se quedó tan molesta e inquieta que Vanessa la convenció de dar un paseo hacia la cima del Arthurs Seat.
– Lo que necesitas es un poco de ejercicio.
Skye, parada en lo alto del risco, observaba Edimburgo, extendida a sus pies. Era un día frío, con viento, y Skye se subió el cuello de la chaqueta para protegerse. Había creído que Charles era todo lo que deseaba… y sólo necesitó una ligera sugerencia de Vanessa para cambiar todas sus ideas. Vanessa tenía razón. Era demasiado impetuosa. Nadie perseguiría a un hombre que apenas conocía hasta Edimburgo. A ninguno de sus amigos le gustaba Charles y eso debía advertirla, ¿pero había escuchado? No, sólo se metió en otro lío sin pensar en las consecuencias.
Casi obligó a Lorimer a darle el empleo, ¿y todo para qué? Sólo para estar cerca de un hombre del que no estaba segura que le gustara. No era de extrañar que Lorimer se mostrara tan desdeñoso con ella. Quizá debía admitir que era una estúpida y regresar a Londres. Lorimer probablemente se alegraría.
Skye pensó en dejar Edimburgo mientras bajaban por la colina y de regreso a The Meadow con la cabeza inclinada para protegerse del viento. Se había quejado del trabajo pero ahora, al pensar en dejarlo, se dio cuenta de que le gustaba estar ocupada. A todos sus jefes anteriores, ella les gustaba y le daban trabajos sencillos. A Lorimer quizá no le gustara mucho, pero al menos no había tenido tiempo de aburrirse.
Y le gustaba la gente que trabajaba con ella: Sheila, la recepcionista; Murray, el contable; Lisa, Rab y Andrew… sería una lástima dejarlos justo ahora que empezaba a conocerlos. Su mente se volvió a Lorimer y en seguida la alejó. No quería pensar en cómo se sentiría cuando volviera a verlo.
Ansiosa de cambiar la dirección de sus pensamientos, Skye recordó a su padre. Como Fleming predijo, él se sintió deleitado al saber que había encontrado al fin lo que se consideraba «un trabajo adecuado». Sin importar lo que sucediera, Charles le había hecho un favor al hacerla comprender lo consentida que siempre había estado. Había ido a Edimburgo para cambiar su vida y no había razón para que se echara atrás. No estaba enamorada de Charles, pero eso no significaba que tuviera que desilusionar a su padre y correr a casa para llevar la misma vida que antes. No, le debía a su padre eso y más.
También tenía que considerar a Vanessa. Si se iba ahora, Vanessa tendría que buscar a alguien para compartir el piso y Skye sabía que ella extrañaría a su tenaz y práctica amiga. También se sentía reacia a dejar Edimburgo. A pesar del frío, la ciudad tenía estilo. Para su sorpresa, a Skye le guslaban las calles adoquinadas y los estrechos callejones bajo la luz brumosa.
No, todavía no dejaría Edimburgo. Había permitido que la estúpida sugerencia de Vanessa le llegara porque estaba cansada y eso era todo. Debió reírse en lugar de imaginar con tanta claridad cómo sería estar enamorada de Lorimer, ser amada por él. ¡Cómo le gustaría dejar de pensar en su boca, en cómo la sentiría contra la suya!
Sería estúpido tomar otra decisión impulsiva. Por una vez, Skye decidiría de forma sensata: primero pensaría antes de actuar. Vería cómo se sentía al finalizar la siguiente semana. Las cosas podrían ser diferentes. No permitiría que Lorimer la hiciera trabajar tanto y procuraría encontrarse con Charles. Quizá cuando lo viera otra vez regresara. Había sido absurdo seguirlo, pero sería todavía más absurdo irse sin darle a Charles una oportunidad.
– ¡Máquina estúpida! -Skye dio una patada a la fotocopiadora-. El técnico vino ayer… ¡no puedes estar rota de nuevo! -apretó todos los botones que encontró pero el símbolo de «papel atascado» permanecía en rojo-. ¿Qué pasa contigo? -le gritó y de nuevo volvió a apretar el botón de inicio-. Ya llené la bandeja del papel, limpié los rodillos y ahora, ¿qué sucede?
Skye le dio otra vengativa patada.
– No hay ningún papel atascado, ¡inútil trozo de metal! Ya lo limpié bien así que ya puedes trabajar.
– ¿Qué rayos estás haciendo, Skye? -la exasperada voz de Lorimer sonó tras de ella lo que hizo que Skye se mostrara confundida. Él estaba en la puerta de ella y había una expresión de profunda irritación en su rostro.
La boca de Skye se secó al verlo, igual que el día anterior cuando de forma absurda se sintió consciente de él. Era culpa de Vanessa. Si no fuera por esa absurda sugerencia, nunca se habría fijado en lo apuesto que era, ni habría pensado un segundo en la forma en que frotaba su mentón cuando pensaba. Una vez que empezó a notar cosas, no dejó de hacerlo y sentía una extraña sensación en el estómago cuando miraba su boca.
La noche anterior le había dicho que se iría a una reunión esa mañana y no lo esperaba todavía. Decidida a demostrarle lo eficiente que era, había pensado tener todos los informes copiados y preparados antes de su llegada, pero la fotocopiadora se negó a cooperar y ahora todo lo que había hecho era quedar como una tonta de nuevo.
– Su bestial copiadora se niega a trabajar.
– Es una máquina Skye, no un monstruo -asentó Lorimer paciente-, y no se niega sino que espera se le den las instrucciones correctas.
– Es molesto -insistió Skye y se dispuso a darle otra patada.
– No vas a llegar a ningún lado dándole o gritándole -la tuteó Lorimer, molesto. Dejó su maletín sobre el escritorio de ella y la quitó de su camino-. Esta era antes una agradable y callada oficina, ahora, la calle Princess parece un océano de paz comparado con esto. ¿Por qué organizas estos líos? No pareces capaz de hacer algo en silencio. O estás parloteando, riendo, desvariando o furiosa con los objetos inanimados. Se te oye desde el vestíbulo.
– Tú te enfurecerías si tuvieras que tratar con esta máquina -dijo con amargura Skye-. No sé por qué la gente se molesta en tener fotocopiadoras. Sólo son maquinaria cara e inútil. Nunca funcionan. Nunca hacen nada. ¡Ni siquiera son bonitas! Simplemente están ahí ocupando espacio y tan pronto como uno les pide que hagan una fotocopia, que es para lo que están, ¡simplemente se niegan!
– Me sorprende que no te identifiques con estas máquinas -dijo Lorimer con una mirada irónica-. Caras, inútiles y se niegan a trabajar… todo eso me suena muy familiar -miraba el rostro indignado de Skye-. Por supuesto, estoy de acuerdo en que tú eres más decorativa, pero al menos las fotocopiadoras no están todo el día hablando.
– Al menos yo trabajo, que es más de lo que se puede decir de esta máquina. Quería tener listos estos informes cuando regresaras y estaba a la mitad cuando de pronto la máquina se atascó. La limpié, como Sheila me enseñó pero ahora no quiere funcionar.
Lorimer revisó la fotocopiadora mientras que Skye espiaba sobre su hombro, esperando que se diera cuenta de que él tampoco la haría funcionar. De pronto, él presionó un botón… y la máquina surgió a la vida.
– ¡Lo ha hecho deliberadamente porque yo ya le había dado a ese botón! -explotó Skye.
Sus cabezas todavía estaban inclinadas juntas sobre el panel y sus ojos estaban muy próximos. Skye miraba las profundidades azules y leía la exasperación, el humor y algo más que no podía identificar, algo que hizo que su corazón golpeara con fuerza contra sus costillas. Se sentía consciente de la dureza del cuerpo tan cerca del suyo, de esa fuerza inmensurable y su piel ardió con la súbita urgencia de apoyarse contra él y sentir sus brazos rodeándola.
Asombrada por sus pensamientos, se retiró de forma abrupta de él. Lorimer se enderezó y entonces se fijó en sus pendientes.
– ¿Qué rayos llevas colgado de las orejas? -preguntó incrédulo y extendió la mano para tomar uno entre sus dedos-. ¿Pelotas de golf?
Skye se sentía agonizar por la sensación de sus dedos contra los lóbulos, la calidez de su mano cerca de la garganta:
– ¿Te gustan? -su voz sonó ronca y sus pulsaciones golpeaban con tanta fuerza en sus oídos que apenas se daba cuenta de lo que decía. Era como si sintiera su mirada y su roce impersonal con cada fibra de su cuerpo y hasta el cabello rubio dorado que caía suavemente sobre los dedos de él, parecía temblar ante su presencia.
– Son un cambio de tus accesorios usuales -dijo Lorimer. A Skye le gustaba mucho la bisutería y tenía una colección de aretes de madera pintados con colores brillantes-. Hasta ahora hemos tenido pericos, cocodrilos, canguros y delfines… ¿Qué fue ayer? ¿Serpientes?
– Plátanos -gruñó Skye y para su enorme alivio él soltó sus pendientes y retrocedió-. Vi estas pelotas de golf ayer durante la hora de la comida y no pude resistir. Pensé que serían muy apropiados para tu asistente ejecutiva.
Vio el humor reflejado en los ojos de Lorimer. Ella había hecho un intento ineficaz para mantener sus pálidos rizos alejados de su frente con dos broches de plástico que tenían forma de mariposa; también llevaba mariposas multicolores aplicadas sobre la enorme sudadera color azul. Se veía vibrante, alegre… y totalmente fuera de lugar.
– Puedo pensar en muchas palabras para describir tu vestuario, Skye aunque «apropiado» ¡no es una de ellas!
– Supongo que te gustaría verme con una falda sensata, un suéter azul marino y pendientes de perlas.
– Sería un poco más tranquilizador, sí -aceptó-. Es como asistir a una explosión de fuegos artificiales -de forma inesperada, sonrió-. ¡Siempre estoy en espera del estallido!
Skye no estaba preparada para el efecto que tuvo en ella la súbita sonrisa de él y su corazón dio un respingo y aterrizó con un fuerte golpe que le quitó el aliento. Era la primera vez que él le sonreía de forma abierta; los breves atisbos de humor durante la entrevista no eran nada comparados con la transformación de ahora, cuando la boca recia se relajó en una sonrisa que mostró los fuertes dientes blancos.
– Me… temo que no tengo ropa sensata -jadeó Skye que trataba de parecer normal, aterrorizada de que él adivinara que una simple sonrisa era suficiente para derretirla y hacer que cada uno, de sus nervios tintineara.
– No creo que la tengas -Lorimer todavía parecía divertido-. Supongo que tendré que acostumbrarme a tu forma de vestir.
Hubo una pausa, una intensidad en el aire, cuando Skye encontró su mirada. Sus ojos eran azules y profundos y la sonrisa todavía estaba latente en ellos. ¿Sería posible que al fin Lorimer empezara a aceptarla? La esperanza la alegró y sin pensarlo le devolvió una cálida y espontánea sonrisa que iluminó todo su rostro. ¿Se habría equivocado? Estaba tan contenta con la idea de que empezara a gustarle… pero su expresión era extraña ahora y no estaba segura. Confundida, apartó sus ojos de los suyos.
– Esto… voy a arreglar estos informes.
– Sí, me gustaría tenerlos cuando me vaya hoy -Lorimer se retiró de la fotocopiadora y la dejó recoger las copias. Cuando ella se enderezó, él todavía la observaba con la misma extraña expresión en los ojos, se volvió de forma abrupta y recogió su maletín, que había dejado sobre el escritorio de Skye.
Como de costumbre, éste estaba cubierto de papeles, carpetas, diccionarios, manuales, mapas y libretas de apuntes, mezcladas con plumas, limas de uñas, lápiz labial y discos de computadora, cajas de pañuelos desechables, así como chocolatinas.
– No sé cómo puedes trabajar en ese desorden -revisaba todo con irritación-. No es de extrañar que pierdas cosas. ¿Y qué hacen esas flores aquí? -su mirada se agudizó al mirarla-. ¿Son de Charles Ferrars?
– No. Las compré yo -se relajó, aliviada al tratar de nuevo con el irritable Lorimer. El le era mucho más familiar y mucho menos perturbador que el cálido hombre atractivo que le había sonreído. Era tan normal, que se preguntaba si había imaginado la carga eléctrica en el ambiente cuando se miraban uno al otro.
Con un esfuerzo, Skye recuperó la compostura.
– ¿No has visto que hay flores sobre el escritorio de Sheila? Compré algunas para la Recepción, algunas para aquí y otras para tu oficina -abrió la puerta y le mostró su escritorio con un enorme florero lleno de margaritas.
Lorimer las miró y luego a Skye, como si ella se hubiera vuelto loca.
– ¿Para qué? -sí, definitivamente estaba normal de nuevo.
– Pensé que así sería mucho más agradable -le explicó-. La oficina es tan sosa… quiero decir que todo tiene mucho gusto pero… -miraba el cuarto bien proporcionado y elegante-, necesita algo cálido, ¿no crees?
Lorimer señaló el ramo de flores sobre el escritorio de ella.
– Un florero con una flor es una cosa, pero todo un seto herbáceo es otra completamente diferente. ¿Era necesario poner tantas?
– Me pareció buena idea en ese momento -dijo Skye ingenua-. Además, charlé con la señora que tiene el puesto de flores cuando me bajé del autobús esta mañana y no me pareció apropiado comprarle sólo un ramito de margaritas. Su esposo huyó hace muchos años y ella tiene cinco hijos que alimentar, sin mencionar a su anciano padre que…
– ¡Líbrame de los detalles! -Lorimer levantó una mano para interrumpirla-. No tengo deseos de descubrir la historia de la vida de cada extraño que pasa. Sólo díme si piensas correr con los gastos de esa infortunada mujer cada mañana, comprándole el puesto entero.
– Creo que cada tres días estará bien. Cada mañana me parece excesivo.
– Me sorprende que eso te detenga -le dijo con acritud-. El exceso parece ser tu segundo nombre. ¿Se supone que yo proporcionaré los fondos para este caritativo gesto?
– No sería tanto -trató de engatusarlo-, y la oficina se vería mejor, ¿verdad? -Lorimer gruñó algo como respuesta-. Le pregunté a Murray si podía tomar algo de la caja -perseveró-, y él dijo que estaba seguro de que no te importaría, aunque pensaba preguntártelo primero, claro -añadió con rapidez.
– Me complace escuchar eso -comentó irónico y caminó hasta su escritorio, se quitó la chaqueta antes de sentarse-. Parece que ya tienes a mi contable comiendo de tu mano, y a todos en este lugar. Sheila me ha dicho que estás organizando algo así como una reunión del personal esta noche.
– Solo vamos a comer pizza. Pensé que sería agradable conocerlos a todos -Skye vaciló en el umbral, al observarlo enrollar las mangas de su camisa mientras miraba los menajes que ella le había dejado sobre el escritorio-. ¿Quieres venir?
Lorimer levantó sus cejas oscuras.
– ¿Yo?
– Eres miembro del personal -le señaló.
La miró pensativo un momento y regresó su atención hacia los menajes.
– Gracias, pero no, gracias. Ya tengo planes para esta noche.
– ¡Oh! -Skye se sintió tonta. Por supuesto que él tenía sus propios planes. Tendría mejores cosas que hacer que ir a comer pizza. Se preguntaba qué haría y con quién estaría-. ¿Quieres una taza de café?
– Gracias -Lorimer ya estaba mirando los mensajes de forma ausente.
Skye bajó al sótano donde encontró a Sheila que volvía a llenar la cafetera.
– En realidad estoy entusiasmada por lo de esta noche -comentó la recepcionista-. No pensamos en salir juntos antes de que tú llegaras, Skye y todos estaban acostumbrados a irse a casa después del trabajo y apenas hablamos entre nosotros cuando estamos aquí. No sé por qué, pero todo es más divertido desde que tú llegaste.
Caminó hasta la ventana para mirar a la calle. Era un húmedo día gris y las luces estaban encendidas en todas las oficinas.
– Le he preguntado a Lorimer si quería venir con nosotros esta noche -dijo Skye de forma casual y Sheila casi dejó caer la lata del café.
– ¡No lo hiciste!
– ¿Por qué no?
– Yo no me atrevería -susurró Sheila impresionada-. ¡Eres valiente, Skye! Yo me sentiría aterrorizada si me gritara como te grita a ti.
– Es que por lo general, me lo merezco -Skye sonreía con franqueza-. De todas formas no va a venir, así que puedes relajarte. Dijo que estaba ocupado.
– Es probable -aceptó Sheila con alivio-. Creo que sale bastante.
– ¿Con quién? ¿Tiene una novia?
– No lo sé. Lo he visto salir un par de veces con Moira Lindsay. Ella es adorable y dicen que juega el golf de forma maravillosa.
– ¿Moira Lindsay? -el nombre sonó como una campana en la cabeza de Skye-. ¿No es la chica que será la secretaria de Lorimer, después de Navidad?
Sheila asintió.
– Correcto. Parece que es muy buena. Esto se va a quedar muy triste sin ti, Skye. Apenas llevas una semana y ya es difícil recordar cómo era antes de que tú llegaras.
Skye apenas la escuchaba. Apretaba el tazón de Lorimer tan fuerte que sus nudillos estaban blancos. Con razón no podía esperar que transcurrieran esos tres meses… ¡Qué agradable que su novia y su secretaria se convirtieran en una! Le había dicho que Moira estaba excepcionalmente bien calificada, pero no había apreciado hasta ese momento lo que significaban sus palabras.
Se quedó silenciosa mientras regresaba con Sheila. Menos mal que había descubierto lo de Moira antes de hacer algo tan tonto como enamorarse de Lorimer.
Dejó su tazón entre el revoltijo de su escritorio y llevó el otro con cuidado a la oficina de Lorimer. Estaba muy lleno y, concentrada, trataba de no derramar el líquido caliente sobre su mano. Iba a mitad del cuarto cuando observó que Lorimer tenía esa peculiar expresión en sus ojos, la misma que había visto antes. Se detuvo, intrigada.
– Si no llenaras el tazón hasta el borde, sería más fácil llevarlo -le dijo, pero Skye tuvo la sensación de que se esforzaba para parecer irritado. Se inclinó sobre los planos extendidos sobre el escritorio y le pasó el tazón.
– Con cuidado, está caliente -le advirtió mientras él movía su mano para tomar el asa. Al sentir su piel contra la suya, respingó y el café caliente se desbordó sobre sus dedos.
– ¡Ay! -de forma instintiva retiró su mano antes de que Lorimer hubiera sostenido la taza y cayó con un ruido sobre los blancos planos, derramando el café por todos lados.
– ¡Mujer estúpida! -Lorimer echó hacia atrás su silla y se puso de pie de un salto antes de que el café tuviera oportunidad de caer en su regazo. No había nada forzado en su irritación-. ¿Por qué lo has soltado?
Skye lamía sus dedos escaldados.
– Pensé que mi mano era más importante que tus planos.
– ¡Eso es muy discutible! -respondió furioso-. ¡Mira el lío que has armado! Tendremos que copiar todos estos planos de nuevo -los arrugó y los depositó en el cesto mientras que Skye limpiaba la mesa con pañuelos desechables.
– Aquí, dame -se los quitó de la mano-. ¡Como de costumbre sólo empeoras las cosas!
– No sé por qué estás tan molesto conmigo. Ha sido un accidente.
– Hay demasiados «accidentes» cuando tú andas por aquí -le lanzó-. La oficina es un caos total desde que llegaste y yo tengo trabajo acumulándose porque eres muy lenta, pasas el tiempo distrayendo a mi personal así que nadie hace ningún trabajo y eres tan ineficiente que ni siquiera puedes tomar un recado de forma apropiada.
– ¿Qué quieres decir?
– ¡Mira estos! -recogió un puñado de mensajes que ella le había dejado más temprano ahora húmedos y manchados de café y los sacudió ante ella-. La mitad son ilegibles, la otra mitad tan vagos que pueden considerarse ilegibles. No tienen fecha, ni hora de la llamada, ni siquiera tienen los números para que yo pueda llamar a la gente y no se escribe Kerrkobry, sino Kirkcudbright.
– Lo escribí como suena -objetó Skye.
– ¡Debiste escribirlo de forma apropiada!
– No es culpa mía que la mitad de los pueblos en Escocia tengan unos nombres tan raros -musitó-. Se necesita telepatía para saber cómo escribirlos:
– Todo lo que se necesita es un libro de referencia -dijo Lorimer con acritud-, y por supuesto, una mínima inteligencia que es obviamente el mayor problema en lo que a ti concierne -lanzó los pañuelos mojados al cesto-. Y tienes la osadía de quejarte de que las copiadoras son un desperdicio de espacio. ¡Al menos ellas no le echan a uno encima el café!
– ¿Por qué entonces no empleas a un robot? -lanzó Skye que perdió el control-. Eso te gustaría ¿verdad? Una máquina sin alma a la que pudieras gritarle todo lo que quisieras.
– No necesitaría gritarte si fueras mínimamente eficiente.
– Bueno, en el futuro, puedes ahorrarte los gritos -Skye estaba molesta-. Ya no necesitarás gritarme más. ¡Me voy! Puedes mecanografiar tus propias cartas hasta que tu preciosa Moira llegue aquí -le dijo y salió dando un portazo.
Capítulo 4
MUY próxima a las lágrimas, Skye empezó a dar vueltas en torno a su escritorio, y arrojando sus posesiones dentro de su bolso. ¡Era un cerdo! ¡Un cerdo arrogante y odioso! ¡Lo odiaba! ¿Y había pensado que le gustaba sólo porque le había sonreído? ¡Debía estar loca!
El recuerdo de la sonrisa de Lorimer era tan fuerte que Skye se sumió de nuevo en su silla y miró las flores que había comprado esa mañana, con una expresión perpleja. ¿En realidad era tan inútil como Lorimer decía?
¿Estaría tan deprimida si no se hubiera enterado de que Moira Lindsay era su novia? No era asunto suyo lo que Lorimer hiciera en su tiempo libre y no pensaba volver a cometer el error de enamorarse del hombre equivocado. Lo que en realidad quería era no enamorarse de nadie por algún tiempo y para variar, deseaba hacer un buen trabajo… y ahora, se daba cuenta de que todo lo hacía mal.
Miró en torno y aceptó que no quería irse, sin importar lo que le hubiera dicho a Lorimer. Por una vez en su vida había encontrado un empleo que le gustaba y sería estúpido salir de estampida por unas cuantas palabras dichas con ira. Charles era algo irrelevante y lo que importaba era su padre. La noche anterior la llamó por teléfono y le aseguró que no se preocupara por ella. No podía desilusionarlo ahora, sobre todo cuando su hermano mayor le había contado que su padre tenía problemas de negocios. Skye se sintió un poco culpable al darse cuenta que era la primera vez que alguno de sus hermanos le comentaba algo así. En el pasado pensaban que ella era demasiado frívola o que no le importaba. Las noticias de su hermano reforzaron su decisión de no ser más una carga para su padre. Ya había sido una mala hija por demasiado tiempo…
Miró hacia la puerta de la oficina de Lorimer. Era probable que estuviera retorciéndose las manos de gusto por haberse librado de ella. No lo culpaba, pero tendría que pedirle otra oportunidad. Lo peor que podía decir era «no».
Enderezó los hombros, empujó la silla y se puso de pie. Vaciló ante la puerta y luego llamó.
Fue abierta tan de repente que pensó que Lorimer estaba parado junto a la puerta. Por un momento se miraron uno al otro en silencio. La nariz de Skye estaba enrojecida y su boca todavía trémula mientras que sus ojos tenían la expresión brillante de las lágrimas no vertidas.
– ¿Si? -le dijo al fin.
– Quiero disculparme -Skye se sentía un poco insegura. Todo le parecía fácil hasta que la mirada penetrante de Lorimer se posó en ella-. Tenías razón y soy una secretaria imposible, pero lo intentaré si me das otra oportunidad.
– ¿Quieres quedarte?
– Sí.
Hubo una breve pausa.
– Si quieres saberlo -admitió al fin-. Iba a disculparme contigo.
– ¿Si? -Skye lo miraba sorprendida.
– No debí hablarte como lo hice. Tú tenías razón, fue un accidente -de pronto extendió la mano y tomó la de ella, la volvió e inspeccionó sus dedos-. ¿Te quemaste mucho?
– No… -balbuceó Skye muy consciente del contacto con su mano-. En realidad no.
– ¿Segura?
– Sí… -inhaló pues no sabía si sentirse aliviada o desilusionada cuando él soltó su mano-. Siento lo de los planos.
– Pueden copiarse de nuevo. Quizá tú puedas hacerlos esta tarde.
– ¿Significa que puedo quedarme?
Lorimer trató de parecer severo.
– Bueno, eso me ahorraría buscar otra secretaria, lo que llevaría otras dos semanas. Y, a pesar de que eres muy lenta, tú puedes mecanografiar y tener listo bastante trabajo en ese tiempo.
Debía mostrarse agradecida, pero Lorimer no se dejó engañar por su expresión humilde y una sonrisa apareció en su boca.
– ¡Está bien! Lo admito. Puedes ser enfurecedora pero haces el trabajo, y supongo que me estoy acostumbrando a ti.
¡Se estaba acostumbrando a ella! Quizá no era el más efusivo de los cumplidos, pero era un principio.
– Intentaré ser más eficiente -le aseguró.
– Con franqueza, Skye, ya lo intentas -se volvió a su escritorio y se convirtió en el mismo de siempre-. Ahora, ¿podemos seguir con el trabajo?
– Por supuesto -Skye le sonrió resplandeciente, sintiéndose como si en el último minuto hubiera escapado de un terrible destino-. ¿Te traigo más café?
– Gracias -se acomodó detrás de su escritorio.
Skye cerró la puerta sonriendo como una idiota, justo cuando el teléfono empezó a sonar. Dejó la mano en el auricular, reacia a levantarlo pues deseaba recordar la forma en que él le había sonreído, el contacto de su mano… El teléfono sonaba y lo levantó, incapaz de seguir ignorándolo.
– ¿Hola?
– ¿Skye?
– ¿Sí? -respondió confundida.
– Soy Charles… Charles Ferrars.
– ¡Ah! Charles… hola -antes se habría quedado sin aliento por la excitación ante el sonido de su voz, pero ahora ni siquiera lo reconoció.
– Pareces un poco distraída, Skye -¿sería su imaginación o había un tono irritado en su voz ante su falta de entusiasmo?-. ¿Estás bien?
– Estoy bien -hizo un esfuerzo por parecer alegre-. ¿Querías hablar con Lorimer?
– Sí pero pensé que sería agradable charlar primero contigo. He hablado con Fleming acerca de ti. No sabía quelo conocías tan bien.
¿Por eso se mostraba de pronto tan amistoso?
– Pensé que lo sabías -dijo-. Después de todo, nos conocimos en una de sus fiestas.
– Sí, pero había tanta gente ahí. Pensé que tan sólo eras una conocida.
– No, Fleming y Marjorie son prácticamente de la familia. Marjorie es mi madrina.
– Eso me ha dicho Fleming -la voz de Charles sonaba suave y segura-. No tuvimos oportunidad de charlar el otro día. ¿Qué te parece si comemos mañana?
– Me temo que no puedo mañana. Ya he quedado con Vanessa.
Siguió una breve pausa como si Charles esperara que ella dijera que cancelaría su cita con Vanessa.
– ¿Y qué te parece entonces mañana por la noche? -sugirió al fin-. De todas formas, espero estar ahí para ver a Lorimer y podríamos salir después de que termines de trabajar.
– Está bien -Skye deseaba sentir más entusiasmo con la idea aunque prefería encontrarse con Charles lejos de la oficina y de los penetrantes ojos azules de Lorimer. Además, había decidido darle a su plan original una oportunidad y quizá cuando viera a Charles de nuevo, regresara la antigua atracción-. Entonces te veré mañana. Ahora, ¿quieres hablar con Lorimer?
Cuando le dijo a Lorimer quién lo llamaba, él respondió enfadado:
– ¿Ferrars? ¡Oh, sí! Había olvidado por qué estabas tan ansiosa de estar aquí. Por un momento pensé que en realidad querías el trabajo -soltó una risilla amarga-. ¡Estúpido de mí!
A Skye le habría gustado decirle a Lorimer que no había pensado ni un momento en Charles cuando le pidió que le permitiera quedarse aunque quizá no la creyera. No debió contarle a Lorimer toda la historia; ahora él nunca creería la verdadera razón por la que deseaba quedarse.
– Hablaré con él. Pásamelo.
Ella colgó el teléfono. Fue despacio hasta la cocina para llevarle un poco de café y cuando regresó, Lorimer miraba ceñudo una carta y hacía notas al margen. En esta ocasión no se arriesgó a pasarle el tazón sino que lo colocó con cuidado sobre el escritorio.
– Me ha dicho que vais a salir mañana -dijo Lorimer, sin levantar la mirada de la carta.
– Sólo vamos a tomar una copa -entonces se preguntó por qué parecía una disculpa. No era asunto de Lorimer lo que ella hiciera después del trabajo.
– Pues no olvides lo que te dije sobre la confidencialidad -dijo de forma desagradable-. No quiero que Charles Ferrars sepa todo lo que sucede aquí.
Skye miraba su cabeza oscura, asombrada.
– ¿Por qué tendría él interés en saberlo?
– ¿Por qué si no querría salir contigo? -replicó Lorimer acusador.
– ¿Tan raro es que él desee verme? -la voz de Skye parecía miel y había un chispazo de ira en sus ojos.
– Conozco a muchos como Ferrars. Siempre tiene un motivo ulterior y quizá esté interesado en Kingan Associates, o en congraciarse con Fieming Carmichael, pero no está interesado en ti.
Skye sintió ganas de vaciarle el tazón encima.
– Bueno, lo veremos, ¿verdad?
Los ojos azules se encontraron en un reto sin palabras.
– Sí, ya veremos.
– ¡No me dijiste que era tan guapo! -Vanessa miraba a Skye acusadora mientras bajaban la escalera de la oficina al día siguiente.
– ¿Quién? -preguntó Skye.
– ¡Tu jefe, por supuesto! -Lorimer estaba en el pasillo hablando con Murray cuando Vanessa y Skye salieron para ir a comer. Él interrumpió la charla con el contable para recordarle a ella que sólo tenía una hora libre.
– Sé que eres muy flexible en lo que al tiempo se refiere -le dijo sin disfrazar su sarcasmo-, pero quizás puedas hacer un esfuerzo para regresar hoy a tiempo. Tengo mucho trabajo esta tarde y tú no saldrás con Charles Ferrars hasta que quede terminado.
Toda la mañana estuvo de mal humor y Skye no había podido hacer nada bien. Recordó a su padre y si no hubiera sido por él, se habría sentido tentada de decirle a Lorimer Kingan lo que podía hacer con su horrible trabajo.
Moira Lindsay llamó esa misma mañana y el corazón de Skye se dolió ante el sonido de la voz baja y musical de la otra chica y sus modales agradables. Lorimer no descargó su mal humor en ella, lejos de eso, parecía deleitado de escucharla y tan pronto como colgó el teléfono, le dijo a Skye que reservara una mesa para dos en uno de los restaurantes más exclusivos de Edimburgo.
Skye suspiró cuando ella y Vanessa cruzaban la Plaza Charlotte. ¿Y qué si quería invitar a salir a Moira? Ya había decidido concentrarse en su trabajo y olvidar a los hombres durante una temporada.
– No me sorprende que hayas perdido interés en Charles después de conocer a Lorimer -decía Vanessa al abrochar su abrigo.
– No he perdido interés en Charles. Quiero decir, que quiero hacerlo con calma. Después de todo, tú mi sugeriste que lo hiciera así.
– ¡Oh, vamos, Skye! Lorimer es dos veces más hombre que Charles. No me sorprende que sigas haciendo mal las cosas. Si mi jefe se pareciera a él, yo tampoco podría concentrarme en mi trabajo. Esa expresión severa es muy atractiva, ¿verdad? Mucho más que esa apariencia suave de Charles ya que su encanto se encuentra todo en la superficie y no hay nada por dentro.
– Al menos tiene encanto, que es mucho más de lo que puedo decir de Lorimer.
– No eres la alegre Skye de siempre -comentó Vanessa que la miraba apreciativa-. ¿Hay algo que no me hayas dicho?
– Por supuesto que no -Skye sentía extraña, inquieta y molesta, pero eso no tenía nada que ver con que Lorimer saliera con Moira esa noche. El problema era que ya no sabía qué sentía porque Lorimer la desconcentraba por completo. No, no podía contarle a Vanessa cómo se sentía con respecto a Lorimer. No había nada que contar.
– Por supuesto que no -repitió con más firmeza y pasó el resto de la hora de la comida contenta ante la perspectiva de volver a ver a Charles.
Lorimer estaba de peor humor esa tarde y a pesar de que Skye regresó cinco minutos antes de la hora, no se aplacó su mal humor y criticó su trabajo más que nunca. Skye salió furiosa de su oficina y cerró la puerta con fuerza innecesaria. Al volverse, de pronto se encontró frente a frente a Charles.
– Creo que he llegado en mal momento -dijo con suavidad-. La recepcionista me ha dicho que podía esperar aquí contigo. Espero que, no te importe -le sonrió de esa forma que una vez hizo temblar sus rodillas. Ahora, sólo sintió sorpresa por su intempestiva llegada.
– Por supuesto que no me importa -le dijo, pensando en lo poco razonable que se mostraba Lorimer.
Había olvidado lo apuesto que era Charles. Su cabello rubio tenía un bello corte y vestía con un gusto impecable. Podría ser un modelo. Skye lo observó esperando enamorarse de él otra vez, pero su corazón palpitaba con firmeza, sin perturbación.
Al comprender que estaba siendo un poco brusca, fue hacia él y lo besó en la mejilla:
– Me alegro de verte de nuevo, Charles -le dijo con mucho más calidez de la que hubiera demostrado si Lorimer no hubiera sido tan desagradable.
– También yo me alegro de verte, Skye.
– Odio romper esta conmovedora reunión -dijo Lorimer con acidez detrás de ellos-, pero todavía tienes trabajo, Skye. Tú no terminas de trabajar hasta las cinco y media.
Los dos hombres se saludaron con abierta hostilidad y Skye recordó cómo los había comparado Vanessa: Charles frío, suave y sofisticado, mientras que Lorimer era robusto y tan duro como el granito. Cuando se estrecharon las manos, le parecieron a Skye dos perros, listos para la pelea.
Desaparecieron en la oficina de Lorimer y Skye se puso a corregir el informe, golpeando las teclas con resentimiento. Cuando salieron, estaba tan malhumorada como Lorimer.
Lorimer abrió la puerta justo a tiempo de verla retocar sus labios y su expresión se endureció. Skye con rapidez echó un vistazo al espejo y metió el lápiz labial en su bolso, dirigiendo una deslumbrante a Charles.
– ¿Ya has terminado?
– Es obvio -respondió Lorimer con amargura-. ¿Y tú?
– También -Skye era la imagen de la virtud. Echó una ojeada a su reloj-. ¡Oh, son sólo las cinco y veintisiete! Charles, ¿no te importaría esperar unos minutos? No quiero que Lorimer piense que abandono mi puesto.
– Es mejor que te vayas si estás tan ansiosa por salir -espetó Lorimer.
– No puedo decirte cuánto me alegra verte -le dijo Skye a Charles, mirando a Lorimer a hurtadillas, se sintió deleitada por su expresión sombría. Era evidente que no soportaba verla con Charles.
Charles la llevó a un bar detrás de la calle Hanover.
– Lamento no haberme puesto en contacto contigo antes, Skye, pero he estado muy ocupado… ya sabes cómo es eso.
– Sé lo que quieres decir. Nosotros también estamos ocupados.
– Espero que no demasiado -dijo Charles y se acercó más-. Sería agradable verte más ya que ambos estamos exiliados aquí. Es una gran coincidencia que estés aquí al mismo tiempo que yo, ¿verdad?
– Sí, lo es -Skye se preguntaba si habría adivinado que ella lo había seguido. Ahora no sabía qué fue lo que la impulsó. ¿Qué había visto en él? Era muy apuesto y podía ver que varias mujeres en el bar le lanzaban miradas envidiosas, pero le parecía más atractivo cuando no quería nada con ella. Vanessa tenía razón. Todo lo que Charles significaba era un desafío. No podía evitar compararlo con Lorimer, quien con una simple mirada hacía que su corazón se desbocara.
– ¿Te gusta trabajar para Lorimer Kingan? -preguntó Charles-. Tiene carácter duro, ¿verdad? Lástima que sea un escocés gruñón.
– Hace poco que fue rechazado por una compañía inglesa -Skye no pudo detenerse. ¡Cielos! ¿Quién era ella para salir en defensa de Lorimer?
– Los planes de desarrollo son un negocio difícil. Si me preguntas, los escoceses son demasiado sentimentales para ser buenos comerciantes.
– Yo no diría que Lorimer es sentimental -Skye lo miraba asombrada.
– ¡Oh! Reconozco que me parece formidable, lo sé, pero no puedo evitar sentir que se preocupa demasiado de lo que hace -Charles hizo sonar la palabra «preocupa» como si fuera una aberración-. No acepta que la base de los negocios es el dinero.
Skye tomó un trago de vino y lo miró desafiante.
– ¿Y lo es para ti?
– Soy sincero con respecto a eso -respondió Charles con descuido-. Fleming me trajo aquí para tratar de llevar la oficina de Edimburgo al siglo veinte. Todo lo que necesito es demostrarle cómo se hacen las cosas y entonces podré regresar a Londres, cosa que estoy deseando hacer, la verdad.
– ¿No te gusta esto? -Skye lo miraba curiosa y él se estremeció de forma exagerada.
– ¡Es un país bárbaro! ¡Edimburgo es tan frío y aburrido! Pensé que tú lo entenderías, Skye. Tú siempre me has parecido una verdadera chica londinense.
– Eso creía yo también -comentó despacio-, pero ahora ya no estoy tan segura. Me gusta Edimburgo y creo que es una ciudad maravillosa.
La expresión de Charles era medio paternal, medio compasiva.
– Has cambiado.
– Sí -aceptó-. Creo que sí.
La noche parecía arrastrarse y Skye, que normalmente hubiera estado en su elemento, sentada muslo contra muslo con un hombre apuesto en un bar acogedor, continuaba mirando su reloj preguntándose qué estarían haciendo Lorimer y Moira. ¿Estarían jugando con la comida mientras se sonreían uno al otro bajo la luz de una vela?
Skye bebió su vino desesperada y se dijo por milésima vez que no le importaba. Trató de concentrarse en Charles, pero se sorprendió al encontrar que no había nada en él que le gustara.
También empezaba a tener la desagradable sospecha de que Lorimer tuvo razón cuando le dijo que Charles estaba más interesado en Kingan Associates y su intimidad con los Carmichael, que en ella. Le hizo muchas preguntas sobre el negocio de Lorimer que ella esquivó, preguntándole cosas sobre él. Como eso significaba escuchar su diatriba sobre las actitudes estrechas de Fleming en la oficina de Edimburgo, el clima, la falta de vida social y, la falta de oportunidades para hacer grandes negocios, pronto se sintió aburrida. Bueno, al fin y al cabo, ella se lo había buscado. ¡Tenía merecida esa horrible velada!
De todos modos, debía agradecerle algo a Charles. De no ser por él, jamás habría ido a Edimburgo y no habría conocido a Lorimer. Quizá las cosas no fueran tan malas después de todo.
Se fue en cuanto pudo. Una vez en casa, le contó a Vanessa lo que había pasado, y se sintió mucho mejor. De ahora en adelante, le comentó a su amiga, iba a dedicarse a trabajar.
Ignoró las pullas de Vanessa mientras planeaba un futuro optimista para ella. Se encontraría en su trabajo y cuando la preciosa Moira Lorimer estuviera libre, ella tendría una experiencia decente para encontrar otro empleo apropiado en cualquier lugar. Haría que su padre se sintiera orgulloso de ella. Lo que no haría sería perder más tiempo pensando en hombres. Había aprendido la lección con Charles y no tenía caso enamorarse de hombres que no estaban interesados en ella… y eso incluía a Lorimer Kingan. No, de ahora en adelante, trabajo sería su palabra clave.
Capítulo 5
NO TE importa salir con tu jefe, ¿verdad querida?
– Por supuesto que no -dijo Skye de forma automática-. Pero puede que a él sí le importe salir conmigo.
– Tonterías -dijo Marjorie Carmichael con firmeza-. ¿Con una chica bonita como tú? Por supuesto que no le importará. El asunto es que… -continuó de forma confidencial-, Fleming piensa que Lorimer y Charles no se llevan muy bien y cree que les convendría estrechar sus relaciones. Me temo que para ti es mezclar negocios con placer, pero como siempre eres tan buena compañía en las fiestas…
– Lo intentaré -Skye rió.
– Sabía que podía contar contigo. Entonces, hasta el sábado. ¿Te parece bien a las siete y media?
– Sí, está bien, os veré allí, entonces -Skye colgó el teléfono pensativa. Había visto poco a Lorimer, ya que había entrado y salido a reuniones y el día anterior había estado en Perth en una reunión. Además, el ambiente entre ellos estaba tenso desde que Charles la invitó a salir con él. Era obvio que la encontraba tan exasperante como siempre, aunque ella había intentado ser más eficiente.
No podía evitar preguntarse si cambiaría de opinión si la viera fuera de la oficina. Esa quizá fuera su oportunidad de mostrarle que no era tan sólo una secretaria atontada. Se mostraría glamorosa, sofisticada, una mujer de mundo… Sí, sería agradable demostrarle que no era tan estúpida como él pensaba.
A la hora de la comida se fue de compras. Se gastó casi todo el salario de un mes en un vestido negro, muy clásico. Skye nunca había tenido algo tan simple, tan sencillo y a la vez tan asombroso. El vestido era negro; de manga corta, con un escote en V hasta los hombros que descubría la fina piel y enfatizaba la línea pura de su clavícula.
Hasta Skye misma se impresionó al mirarse en el espejo la noche del sábado. No había duda sobre eso, estaba diferente.
– Pensé que habías decidido olvidar lo de Charles -Vanessa la miraba sospechosa mientras que ella se observaba ante el espejo grande del pasillo.
– Lo hice.
– Entonces, ¿por qué has hecho tanto esfuerzo para arreglarte esta noche?
Skye hizo grandes aspavientos al ajustar su vestido negro sobre los hombros y mantener los ojos fijos en el espejo. ¿Por qué había hecho tanto esfuerzo?
– Me apetecía cambiar. ¿Puedes prestarme unos pendientes, Van? Creo que los pericos arruinarían el efecto.
Al fin decidieron que usara un par de enormes nudos de oro que capturaban la luz y que parecían adecuados, se hizo un moño. Unos cuantos rizos rebeldes escapaban por su cuello, pero Vanessa le dijo con firmeza que eso no importaba:
– Parecer más suave, digamos que menos sofisticada.
– ¿En realidad parezco sofisticada? -Skye miraba su reflejo con deleite.
– Nunca pensé que lo diría, pero sí, lo pareces -Vanessa -estudiaba a su amiga como si nunca la hubiera visto antes-. Siempre has sido muy bonita, pero nunca te había visto tan hermosa. ¿Estás segura de que no tratas de impresionar a Charles?
– Absolutamente segura -Skye no quería admitir ni para sí misma que trataba de impresionar a Lorimer, pero cuando alisó su vestido, ya en los escalones de la entrada, ante el umbral: de la puerta de Fleming, no pudo evitar preguntarse si también él pensaría qué estaba hermosa. Trató de adoptar una expresión mundana que fuera con el vestido, pero era difícil tratar de parecer misteriosa cuando uno es saludada por gente que la ha conocido desde que estaba en pañales.
Fleming le dio un fuerte abrazo que la hizo sonrojar y reír y para cuando Marjorie salió para darle un beso afectuoso, quedaba poco de su imagen decorosa.
– ¡Cielos, estás preciosa! -dijo Marjorie al guiar a Skye hasta la sala-: Vamos, entra para conocer…
Skye apenas escuchó lo que decía pues se quedó rígida en el dintel y se encontró mirando directo a Lorimer, que estaba parado junto a la chimenea con un vaso de whisky en la mano; cuando Skye se acercó, él levantó la mirada. Ella esperaba verlo, pero no estaba preparada para la impresión que le causó. Estaba devastadoramente atractivo y Skye sintió que se quedaba sin aliento.
Sus ojos se encontraron y, por un momento, mientras se miraban uno al otro, fue como si él hubiera estado fuera de guardia y casi le pareció que él también estaba impresionado, y algo más, algo más profundo y mucho más inquietante.
– Recuerdas a Charles, por supuesto -Marjorie se encontraba junto a ella y Skye se recuperó con un esfuerzo. Charles estaba también muy apuesto, pero no tenía ni punto de comparación con Lorimer y Skye lo saludó afectuosa, con un beso en ambas mejillas. Sobre su hombro pudo ver que Lorimer se ponía tenso.
– Sé que no necesito presentarte a Lorimer -continuó Marjorie-, pero no sé si conoces a Moira… Moira Lindsay.
Entonces, Skye vio a una chica junto a Lorimer. Ella tenía una fría y serena presencia que la hacía pasar desapercibida, pero cuando Skye la miró, vio que tenía una piel clara, fresca y un precioso cabello rojo y se deprimió. Moira tenía ese tipo de resplandor y compostura que se adquirían gracias a una vida verdaderamente sana. Skye pensó en las noches que pasaba bebiendo ginebra y comiendo chocolates y helados con Vanessa. ¿Por qué no podía ser ella del tipo de chica que prefería pasar los fines de semana corriendo o en algún gimnasio en lugar de quedarse acostada enfrente de la televisión?
No era sorprendente que Lorimer estuviera tan entusiasmado con Moira. Era obvio que era inteligente, atractiva, y lo peor de todo, agradable. Skye se había preparado para que a simple vista le disgustara y encontró que no era así.
– Me alegro de conocerte -le dijo a Skye-. ¡He oído hablar tanto de ti!
– ¡Oh, cielos! -exclamó Skye. Lorimer la observaba burlón. Moira rió.
– No te preocupes si tienes algunos terribles secretos, porque Lorimer no me los ha dicho. ¡Por cierto que no me dijo que eras tan elegante!
Skye sintió todavía más calidez hacia ella, pero antes de que pudiera responder, Lorimer interrumpió:
– Ella no suele vestirse así. No hay nada elegante en los pericos y plátanos con los que acostumbra a engalanarse. Casi no te reconocí cuando te vi entrar así vestida, pero en cuanto vi esos pendientes exagerados, comprendí que después de todo, eras tú.
– ¡No son exagerados! -Skye se sintió ofendida. Había hecho tanto por impresionar a Lorimer con su recién adquirida sofisticación, que sus comentarios mordaces la hicieron sentirse tonta, como una niña vestida con la ropa de su madre.
– Son enormes -la contradijo-. Deben pesar un montón.
– ¡Tonterías! -mintió Skye; era cierto, pero no iba a admitirlo ante Lorimer.
– A qué extremos llegan algunas chicas para conseguir a su hombre -dijo Lorimer de forma que tan sólo Skye lo oyera. Ella levantó la barbilla. Si él quería pensar que estaba interesada en Charles, mejor. Era preferible eso a que tan siquiera sospechara que el esfuerzo no lo había hecho en beneficio de Charles, sino suyo. Deliberadamente se alejó y empezó a flirtear con Charles.
Se sentía desdichada, confundida y amargada. Tenía una sensación de tensión en la garganta como si fuera a estallar en llanto. Skye tomó unos cuantos tragos desesperados de su vino y habló hasta por los codos contándoles cuentos graciosos que mantuvieron a Moira y a sus padrinos divertidos, pero que sólo hacían que Lorimer se mostrara más severo. Al principio, Charles tomó sus intentos de flirteo como un cumplido, pero cuando ella subió el tono de voz, se mostró algo molesto; era obvio que estaba dividido entre su temor de ofender a su jefe y su disgusto por la frenética vivacidad de Skye.
Cuando se sentaron a cenar, Skye se sentía exhausta y decidió mostrarse reservada y sofisticada de nuevo. Pero su plan falló cuando uno de los pendientes de Vanessa se soltó de su lóbulo y cayó con un fuerte ruido en la sopa golpeando contra el fondo de la fina porcelana y salpicando de sopa a Charles que estaba sentado junto a ella. Él secó su corbata con la servilleta, evidentemente irritado, mientras que Skye se mordía el labio y miraba el trozo dorado nadando en su sopa, con evidente bochorno. ¿Por qué esas cosas siempre le sucedían a ella? Los pendientes de Moira no se hubieran atrevido a caerse.
Siguió un extraño silencio, roto únicamente por los murmullos de Charles sobre su corbata. Skye quería morir. Afortunadamente, Marjorie intervino y borró el bochorno del momento haciendo un comentario a Moira. Skye se arriesgó a levantar la mirada. Lorimer estaba sentado frente a ella, la observaba mostrando resignación así como una diversión renuente en sus ojos azul oscuro. Movió la cabeza, torciendo la boca en respuesta a la risa que surgió en la expresión de Skye.
Sumergió una punta de su servilleta en un vaso con agua y limpió el pendiente hasta que quedó brillante y, desafiante, lo colocó en su oreja antes de volver a encontrar la mirada de Lorimer; sus ojos brillaban con humor y reto bajo la luz de la velas. Lorimer sonrió y Skye le devolvió la sonrisa.
Entonces el momento quedó roto cuando Fleming requirió la atención de Lorimer y Marjorie le preguntó a Skye si deseaba terminar su sopa. Skye sentía la cabeza muy ligera; la sonrisa de Lorimer había dado vida a algún fusible quemado dentro de ella. Podía sentir la calidez correr por sus venas. Prosiguió la charla con Marjorie, pero Lorimer retenía su atención; notaba sus dedos curveados en torno a la copa de vino y la forma en que volvía su cabeza para sonreír a Moira. Cada vez que él hacía eso, ella se sentía lastimada. Era obvio que estaban muy cerca uno del otro.
Él no volvió a sonreírle. Con lentitud, esa calidez chispeante se desvaneció y la sonrisa de Skye se hizo más brillante porque estaba decidida a probarle a Lorimer que mientras él decidía ignorarla, los otros, al menos, apreciaban su compañía. Se mostraba positiva, deslumbrante y dominaba la charla mientras enviaba miradas coquetas a Charles, lo que exasperaba a Lorimer.
Sus hombros desnudos brillaban con suavidad, su rostro resultaba vivaz, incluso bajo la luz de las velas que capturaban el brillo de oro en sus orejas. El moño se le había deshecho y Skye movió la cabeza sin pensarlo, liberando así la dorada cabellera.
En una ocasión captó una llamarada en la expresión de los ojos de Lorimer y balbuceó. Él volvió la mirada y después de un momento de vacilación, Skye, tensa, continuó su historia. ¡Lorimer no tenía ningún derecho a ignorarla!
Se concentró en Charles cuando volvieron a la sala para tomar el café, pero era consciente de que Lorimer parecía cada vez más molesto. No sabía por qué estaba tan enfadado puesto que después de todo; era él quien la ignoraba. ¿Qué esperaba que hiciera ella? ¿Sentarse a esperar que él volviera a sonreírle? Desafiante extendió su copa para que la volvieran a llenar:
Skye había llegado al nivel más alto de vivacidad y protestó cuando Lorimer se levantó de repente y anunció que iba a llevarla a casa.
– ¡Puedo tomar un taxi!
– De todas formas voy en tu dirección -le dijo.
– ¿Y qué pasa con Moira? ¿Y Charles?
– Si hubieras escuchado a alguien más en lugar de a ti misma nos habrías oído decir que Moira y Charles viven cerca y él se ofreció a acompañarla. Eso me deja con un coche vacío y a ti en un estado en el que no puedes deambular por tu cuenta.
Skye pudo ver que Fleming ocultaba una sonrisa y miró a Lorimer indignada.
– ¡Estoy perfectamente bien!
– No discutas, Skye -todavía protestando fue forzada a bajar los escalones y salir hasta el coche de Lorimer y apenas tuvo tiempo suficiente de besar a Fleming y a Marjorie para despedirse. Skye notó que ambos tenían sonrisas conocedoras mientras la despedían con la mano. Estaba demasiado molesta con Lorimer para preguntarse qué significaban.
– Habría preferido tomar un taxi -le dijo molesta cuando él se metió al asiento del conductor. Lorimer la ignoró.
– Ponte el cinturón -le ordenó, encendió el motor y mirando a través del espejo retrovisor, inició la marcha. El brillo naranja de las lámparas de la calle marcaban las líneas de su rostro de forma que parecía formado por ángulos, bajo la penumbra y luz tenue.
Skye lo obedeció, todavía gruñendo.
– Quizá tú querías irte, pero yo estaba disfrutando -le dijo cuando ajustó el cinturón sobre su hombro desnudo.
– Tú eras la única que lo hacía. Pensé que era justo para todos impedir que te exhibieras más -la expresión de Lorimer era sardónica. Ella se había quitado los pendientes con un suspiro de alivio y masajeaba sus lastimados lóbulos. La masa de cabello oro pálido brillaba bajo las luces.
– ¡No me estaba exhibiendo! -dijo molesta. El júbilo desafiante que la mantuvo bulliciosa toda la noche se evaporaba con rapidez-. ¿Sabes cuál es tu problema? ¡Eres tan gazmoño y reprimido que ni siquiera sabes divertirte!
– ¿Qué había de divertido en el espectáculo en el que quedaste como tonta con Charles Ferrars? -replicó él-. Él, con toda seguridad, no lo disfrutó. Yo casi lo compadecí. ¡Sólo Dios sabe cómo Moira pudo pensar que eras divertida! Yo pensé que causabas consternación, y también Ferrars.
– ¿Cómo sabes lo que penaba? -dijo Skye con rudeza-. Apenas has cruzado una palabra con él en toda la noche.
– Tú hablas tanto, que nadie más pudo decir una palabra y no necesité hablar con él para saber que odiaba cada minuto. Es mejor que te rindas en lo que a él respecta, Skye. Eres demasiado ruidosa y es obvio que no te acomodas a su imagen cuidadosa y callada.
– Cuando quiera tu consejo ¡lo pediré! -Skye metió los pendientes en su bolso y lo cerró molesta. Volvió la cabeza de forma deliberada para mantener el silencio, que esperaba fuera digno. El coche transitaba sobre las piedras y cada calle parecía rodeada por un difuso halo de luz naranja entre la niebla. Skye se dijo que era la niebla lo que la hacía ver borroso y no las lágrimas no derramadas que brillaban en sus ojos.
Lorimer se detuvo ante el portal de su casa. Skye miró hacia el edificio: todas las ventanas estaban oscuras y las cortinas cerradas. Esperaba que las luces de la escalera se encendieran. Funcionaban con un regulador que tenía el desagradable hábito de dejarla a oscuras a mitad de camino, así que tenía que tantaquear hasta el siguiente interruptor, y Skye esa noche no se sentía muy segura para caminar en la oscuridad.
No se daba cuenta de la expresión aprensiva en su rostro y se sorprendió cuando Lorimer se ofreció de forma reacia a acompañarla adentro.
– ¿Lo harías? -se sentía agradecida y olvidó su enfurruñamiento ante el alivio de no enfrentarse a la negrura sola. Sin responder, él apagó el motor y cruzó con ella la calle. Skye abrió la pesada puerta y caminó hasta la pared para encender la luz. La escalera se inundó de tenue luz y ella soltó un suspiro de alivio.
– Gracias al cielo que funcionan las luces -lanzó una mirada a Lorimer, sintiéndose un poco avergonza da por su temor-. Es estúpido, lo sé, pero cuando las luces se apagan, queda tan oscuro como boca de lobo y odio pensar en estar sola en la oscuridad.
La expresión de Lorimer era inescrutable.
– Supongo que no planeabas quedarte sola, ¿verdad? -dio un paso hacia ella y, por alguna razón; Skye retrocedió hasta que chocó con la pared,
– ¿Qué… quieres decir? -balbuceó, con los nervios tensos ante su proxirnidad. Bajo-la tenue luz pasillo, su fuerte presencia era abrumadora y todo en él parecía resaltar con impactante detalle.
– Vamos, Skye -su tono era suave y peligroso-. ¿Pensaste que Charles te traería a casa esta noche, pero él no quiso jugar, no es así? Ha de ser muy frustrante para ti, sobre todo teniendo en cuenta las molestias que te tomaste por él.
Estiró la mano y rozó con su dedo la línea de la clavícula, con un roce de pluma que abrasó la piel de Skye e hizo que sus sentidos zumbaran. El cuerpo de él bloqueaba la luz y los ojos de ella relucían en las sombras. No podía respirar y cada jadeo le costaba un esfuerzo enorme; cuando Lorimer trazó una línea hacia el hueco sombreado de la clavícula, pensó que su corazón se detendría.
Deseaba retirarse de la pared, empujar su mano y subir con la cabeza en alto, pero los ojos de él la mantenían inmóvil. Lorimer apenas la tocaba, pero sabía que él podía sentir cómo su piel se estremecía er respuesta.
– Estás muy hermosa esta noche -le dijó,con voz profunda-. ¿No crees que sería una lástima desperdiciar todo ese esfuerzo? -sus dos manos se deslizaban tentadoras sobre los hombros desnudos, sus dedos cálidos y muy fuertes contra su piel satinada se deslizaban por la garganta bajo el suave cabello revuelto-. ¿No lo crees así? -volvió a preguntar muy quedo.
Skye no hubiera podido responder aunque quisiera. Estaba más allá de las palabras, más allá del pensamiento. Entonces, él inclinó la cabeza y la besó.
El contacto de sus labios fue como una chispa en yesca seca; Skye supo de forma intuitiva que él estaba tan poco preparado como ella para la llama que surgió en la respuesta que brotó en ambos. Quizá también él era incapaz de controlar la creciente fuerza ya que después de un momento de impacto, sus manos se tensaron dentro de su cabello y su beso se profundizó mientras la empujaba para que apoyara la espalda contra la pared.
Skye estaba perdida, abandonada en agudas sensaciones. En lugar de empujar a Lorimer, le devolvió el beso con desesperación. Apresado en la misma espiral de deseo, la boca de él se movía hambrienta sobre la suya y sus manos se deslizaron por la garganta para aproximarla a él con más fuerza.
Skye estaba derretida en sus brazos, despreocupada ahora de todo excepto de la ardiente necesidad que surgía en ella. Con torpeza, desabotonó su chaqueta y deslizó los brazos en torno a él, emocionada ante la fuerza de acero de su cuerpo.
Entre besos, se asían juntos, olvidados del hecho de que la luz de la escalera se había apagado de forma automática. Skye no sabía qué era sentir con tanta intensidad. Estaba aturdida por la ansiedad, intoxicada por la creciente y urgente necesidad, y cuando su boca dejó la suya, arqueó la garganta para que él pudiera dejar una tempestad de besos frenéticos, a lo largo de sus hombros, mientras musitaba su nombre casi acusador.
Los dedos de él buscaban la cremallera en la espalda del vestido mientras ella soltaba su camisa y dejaba que sus manos subieran por su espalda, con un murmullo de placer. Su piel estaba cálida y lisa, y Skye se estremeció.
– ¡Dios, Skye…! -al principio Skye no se dio cuenta que Lorimer había vuelto a la realidad y sus labios estaban contra las tormentosas pulsaciones debajo de su oreja. De forma gradual se dio cuenta de que sus manos estaban quietas y de que su espalda estaba rígida mientras luchaba por recobrar el control. Muy despacio, él volvió a subir la cremallera y dejó caer las manos a la vez que levantaba la cabeza. Entonces se acomodó contra la pared y volvió a encender la luz.
Skye se sintió como si la hubiera dejado caer sin advertencia en una piscina de agua helada. La luz que antes le pareció tenue, ahora iluminaba con crueldad su boca temblorosa y lastimada y su cabello revuelto. Sus ojos parecían enormes y todavía aturdidos por el deseo y las rodillas le temblaban tanto que temió deslizarse hasta el suelo, a los pies de Lorimer.
Por un largo momento simplemente se miraron el uno al otro como si no pudieran creer lo que había sucedido entre ellos.
– Charles es más afortunado de lo que cree -dijo Lorimer al fin con una sonrisa torcida-. Si él hubiera regresado contigo esta noche, no habría resistido una invitación como ésa y habría caído redondo en tu trampa.
Skye no dijo nada. Era físicamente incapaz de hablar así que sólo se concentró en apoyarse contra la pared.
– La próxima vez -continuó él cuando ella no respondió-… me olvidaría de los cuentos si fuera tú, Skye, y lo tentaría para llevarlo a un cuarto oscuro. Estoy seguro de que tendrás más éxito de esa forma.
Skye al fin encontró la voz o una patética imitación.
– Vete -susurró.
– No te pongas así -dijo Lorimer con rudeza-. Sólo quería asegurarme de que tus mejores esfuerzos de seducción no se desperdiciaran -se volvió hacia la puerta y entonces cambió de opinión. Como si obrara contra su mejor juicio la atrajo entre sus brazos una vez más para darle un breve beso-. Te veré el lunes y para variar, trata de estar a tiempo.
– De todas formas, cariño, al menos no tengo que preocuparme por ti -concluyó su padre con alegría-. Fleming me ha contado que Lorimer Kingan te está haciendo trabajar. Eso está bien. No puedo decirte qué aliviado me siento al saber que, para variar, estás en buenas manos.
Skye pensó en las manos de Lorimer sobre su piel, en su cabello. Su padre parecía preocupado por problemas de negocios y no tuvo corazón para decirle que las manos de Lorimer no eran seguras.
La noche anterior, cuando Lorimer se marchó, se dejó caer contra la pared y cerró con fuerza los ojos para no recordar su beso y las palpitaciones de la necesidad insatisfecha, hasta que la luzz se apagó de nuevo y tuvo que buscar el interruptor.
Estaba decidida a no volver a ver a Lorimer y su rostro ardía cuando recordaba cómo se había asido a él, cómo profundizó los besos y cómo lo había abrazado. ¿Cómo pudo perder así el control?
Su padre hablaba en ese momento de todas las veces que ella había cambiado de trabajo y Skye comprendió por primera vez lo insensible que había sido. También era la primera vez que su padre le hablaba de sus propios problemas. ¿Por qué tenía él que preocuparse? De pronto se sintió avergonzada. Él siempre había estado ahí para ella, para ayudarla a salir de los líos en los que de forma inevitable se metía y ahora era su turno de hacer algo por él. Todo lo que su padre deseaba era que ella conservara su trabajo hasta el término de los tres meses y no era mucho pedir. Skye no tenía que contarle, ahora que se sentía tan complacido con ella, que había decidido abandonar otro trabajo más. Otro lío, otro fallo. ¿Es que no podía hacer nada bien?
¿Sería tan difícil continuar trabajando con Lorimer? No, Lorimer no estaba interesado en ella. Ese beso fue… bueno, ¿qué había sido? ¿Un desafío? ¿Un castigo? ¿El medio de ventilar su irritación contra ella? No había tenido que ver con el amor y sus palabras casuales la dejaron destrozada y le mostraron con toda claridad que el episodio no lo había afectado.
Si él podía tratar el asunto así, ella también. Bienvenida la ira que corría por las venas de Skye y si su padre pudiera verla, levantaría las cejas ante su barbilla desafiante. Iría a la oficina el lunes y se comportaría como si no hubiera sucedido nada. En realidad no había sucedido nada. Fue tan sólo un beso, eso fue todo.
Eso era todo.
Capítulo 6
HAS planeado algo con Charles para esta semana?
Skye levantó la mirada con cautela de su procesador de palabras en cuanto Lorimer entró en su oficina un miércoles. Durante las dos últimas semanas había procurado ignorarlo, pero no podía evitar el salto de su corazón cada vez que él aparecía. Lorimer, a su vez se comportaba de igual forma que antes, tanto que a veces Skye se preguntaba si había imaginado el beso cuyo recuerdo tanto la atormentaba.
El ambiente entre ellos era tenso, como siempre había sido, y cuando fue obvio que Lorimer no iba a mencionar el beso, Skye se relajó. Todavía tenía cuidado de no tocarlo y no se dio tiempo para pensar o recordar. En el trabajo, arrastraba a Sheila a comer fuera o convencía a los otros para salir por las noches y el resto del tiempo impulsaba a Vanessa y a sus amigos a un remolino de actividades. Vanessa se quejaba de que estaba exhausta, pero la inextinguible energía de Skye estaba abastecida por una obstinada determinación de no permitir que Lorimer adivinara que ella había pensado en sus besos ni un sólo minuto.
– ¿Por qué lo preguntas? -no había sabido ni una palabra de Charles desde esa fatídica noche.
– Porque vas a venir mañana conmigo a Galloway y nos quedaremos el fin de semana.
– ¡Gracias por avisarme!
– En caso de que no lo hayas notado, esto es una oficina, no una agencia de citas -dejó un expediente en su bandeja de entrada-. Nos quedaremos en el Kielven Inn y llámalos para reservar habitaciones.
– ¿Y si están al completo?
– ¿A finales de noviembre? Estaremos solos. De todas formas, me he quedado ahí a menudo así que no tendremos problemas. También nos acercaremos a ver a los Buchanan. Tienen una casa que yo quiero convertir en un hotel y he podido convencerles de que hablen conmigo después del fracaso con los inversionistas ingleses. No hay nada definitivo, así que es vital que les causes una buena impresión… eso quiere decir que deberás mantenerte callada y comportarte, y por todos los cielos, trata de parecer un poco más seria y un poco menos del tipo «alcoholizado». Te recogeré mañana a las nueve de la mañana, no te retrases.
Fue inevitable, Skye se durmió. Pasó una noche salvaje con el grupo de Vanessa, tratando de convencerse de que si alguno de los chicos la besaba como lo había hecho Lorimer tendría exactamente el mismo efecto, sólo que sabía que no sería así. Eran amigables y divertidos; pero ninguno tenía la boca de Lorimer, las manos de Lorimer o el cuerpo fuerte y duro de Lorimer.
A las nueve en punto, el claxon de un coche sonaba impaciente abajo y Skye, que había salido de la cama apenas veinte minutos antes, se asomó por la ventana, con el pelo todavía mojado por la ducha rápida y llamó a Lorimer. Lo vio fruncir el ceño y salir del coche mirando su reloj.
– ¿Puedes darme diez minutos? -le gritó por lo que todos en la calle se detuvieron y asomaron las cabezas para ver qué sucedía.
Lorimer se tensó molesto al sentirse parte de un espectáculo público. Señaló su coche que estaba estacionado en doble fila, con el motor encendido.
– Un minuto -le gritó-. Si no estás aquí para entonces me iré sin ti y puedes empezar a buscarte otro trabajo.
Gruñendo, Skye metió el secador en su maleta, la cerró y recogió sus cosméticos del cuarto de baño. Sin tiempo para pensar, simplemente sacó todo de su guardarropa y lo metió en la maleta con el resultado de que resultó demasiado pesada y tuvo que bajarla a empellones por la escalera.
Tenía las mejillas sonrojadas y estaba sin aliento cuando llegó a la acera, mientras se ponía la chaqueta y una bufanda y trataba de fijar los pendientes que, en esta ocasión, eran cebras. Luchaba por mantener su bolsa de cosméticos a salvo, bajo su brazo.
Lorimer salió del coche con expresión de profunda irritación y le quitó la maleta.
– ¿Qué rayos llevas aquí? ¡Sólo estaremos fuera un par de noches!
– No estaba segura de lo que necesitaría -jadeó Skye cuando al fin pudo cerrar el gancho del segundo pendiente-. Así que lo he metido todo -se metió en el coche y se dejó caer en su asiento, dándose aire con un periódico.
– Espero que «todo» incluya algo más sensato que lo que llevas ahora -dijo Lorimer que parpadeó al mirar en todo su esplendor el atavío de Skye. Ella se había sentido complacida de su elección, pero era obvio que Lorimer tenía otras ideas. Él miraba su falda corta y la camiseta a rayas blancas y negras, luego su mirada viajó hacia abajo a las esbeltas piernas embutidas en brillantes medias negras y continuó hasta los zapatos negros de tacón alto-. Pensé que te había dicho que vistieras como una ejecutiva.
– ¿Qué tiene esto de malo? -Skye señaló su persona-. ¡Esta a la moda! Lo elegí especialmente porque era blanco y negro y tú dijiste que no querías ningún color brillante -se echó el cabello hacia atrás y señaló sus pendientes-. Mira, hasta obtuve estos para hacer juego. ¡Nunca había ido tan conjuntada!
– No vamos a Galloway a ver a la tribu Masai Mara -señaló Lorimer cáustico-. La idea de este viaje es que te mantengas callada y te confundas con el fondo. Se supone que tengo que convencer a los Buchanan de que van a hacer un negocio respetable y no podré hacerlo si me presento con una secretaria que parece que va de safari -la miraba irritado mientras esperaba para dar vuelta en Bruntsfield Place-. ¿No tienes algo liso?
– Sólo mi vestido negro -dijo sin pensar. Quiso que se la tragara la tierra. Volvieron a ella los recuerdos de ese pasillo en penumbra y la pasión intensa que los apretó de forma tan inesperada. ¿Recordaba Lorimer el vestido? ¿Recordaba haber trazado el escote con uno de sus dedos tentadores? ¿Recordaba haber bajado la cremallera con lentitud para deslizar las manos por sus hombros?
Skye tragó pues deseaba poder olvidarlo. Miró de soslayo su perfil y sus largas pestañas.
– ¡Oh, ese vestido! -comentó seco. Era obvio que sí recordaba y Skye deseó haber cerrado la boca. Esperaba parecer fría y despreocupada-. No creo que ese vestido sea adecuado para un viaje como éste -una inquietante mirada brilló en sus ojos-. ¡Tú eres la única chica que conozco que puede vestir por completo de negro y parecer llamativa!
– ¿Qué importa lo que yo vista? Nadie va a fijarse en mí si tengo que desvanecerme en el fondo y quedarme sin decir nada.
– ¿Cómo puedes desvanecerte en el fondo con esa apariencia? Quiero que la gente escuche lo que yo diga y no que esté bobeando contigo.
– ¡No diré ni una palabra!
– No tendrás que decir nada -se mostraba pesaroso-. Lo único que necesitas es quedarte sentada y enseñar las piernas…
Skye miró hacia sus medias por si tenían carreras.
– ¿Qué tienen de malo?
– No hay nada malo en ellas, al contrario -miraba sus rodillas y Skye de pronto se dio cuenta de que la falda se había subido hasta los muslos al sentarse y tiró de ella para bajarla-. Son demasiado… -vaciló y buscó la palabra adecuada y decidió al fin-: perturbadoras.
– Muchas veces llevo falda corta en la oficina y tú nunca me había dicho nada -señaló Skye.
– Todo en ti es perturbador, Skye.
A esa hora de la mañana los caminos estaban todavía llenos por ser la hora punta de tráfico y su progreso era lento. Skye observaba a los peatones que caminaban por el lado soleado de la calle, con las cabezas inclinadas para protegerse del viento. ¿Qué querría él decir con eso de «perturbador»? Ojalá no tuviera esa habilidad de inquietarla, ojalá que nunca hubiera mencionado ese maldito vestido. Quería olvidar lo cálida y excitante que era su boca.
Quizá se sintiera mejor si estuviera arreglada. De pronto recordó que iba sin maquillar y buscó su bolsa de cosméticos. La abrió para sacar el espejo. Después de darse colorete y pintarse los labios, se sentiría más segura.
– ¿Qué estas haciendo? -preguntó Lorimer irritado cuando se detuvieron en otra luz roja.
– Busco mi espejo.
– ¿Para qué rayos lo quieres?
– Quiero arreglarme. No importa, usaré éste -abandonó la búsqueda y con calma, giró el espejo del coche para que quedara frente a ella.
– ¡Qué rayos…! -Lorimer le lanzó una mirada de incredulidad y lo colocó como estaba anteriormente-. ¡Estoy conduciendo!
– No lo necesitas cuando estamos detenidos en un semáforo -señaló Skye de forma razonable y lo movió de nuevo hacia su lado-. No tardaré ni un minuto -abrió sus ojos azules y con cuidado empezó a ponerse rímel.
Lorimer sujetó el volante.
– ¡Que Dios me dé fuerzas!
– Oh, no hagas tantos aspavientos! -Skye estaba todavía enfadada. Quitó la tapa de su lápiz de labios de tono rosado-. No creo que sea un pecado.
– Skye, parece que no comprendes que vamos al campo -recalcó Lorimer entre dientes-. Vamos a recorrer caminos de barro y a negociar con rudos granjeros ancianos, no a un desfile de modas. ¡Estarás completamente fuera de lugar!
– Pues si voy a estar fuera de lugar, entonces una pincelada de lápiz labial no hará alguna diferencia, ¿verdad? -Skye limpió con cuidado el exceso de pintura y como Lorimer la miraba con frustración, mientras guardaba el lápiz labial dentro de su bolso, se volvió a mirarlo sonriente y señaló-: Ya está verde.
Los coches detenidos detrás de ellos tocaban sus bocinas con impaciencia.
– Eres tan superficial -dijo Lorimer mientras metía las velocidades con muy mal humor-. Parece que piensas únicamente en tu apariencia. Me sentiré contento cuando Moira se haga cargo y pueda tener una secretaria capaz de pensar en algo más que en sí, para variar.
– Moira tenía maquillaje cuando fue a casa de los Fleming -lo provocó Skye-. No oí que tú le dieras un sermón por ser superficial.
– Moira no estaba trabajando y tú sí. Esto no es sólo un paseo por la campiña, Skye. Me ha costado mucho arreglar este trato y no quiero que tú pongas en peligro todas mis negociaciones con algún comentario impertinente. Ya es bastante malo haber contratado a otra chica inglesa. ¡Sólo Dios sabe lo que pensarán los Buchanan cuando pongan sus ojos en ti!
– Con sinceridad, cualquiera pensaría que yo soy diferente.
– Alguien diferente podría ser un poco más predecible que tú. Por lo que yo puedo ver, tu acercamiento a la vida es completamente ilógico.
– No todos podemos estar programados como computadoras -protestó Skye-. Hay millones de personas lógicas.
– No creo que haya tantas chicas que lo dejan todo por seguir a un hombre que obviamente no se interesa en ellas.
Skye se sonrojó.
– ¿Quién dice que Charles no está interesado en mí?
– ¿Lo está?
Siguió un corto silencio. ¿Cómo podía decirle que no había pensado en Charles desde ese beso devastador?
– No he perdido la esperanza -respondió tensa. Que Lorimer pensara que ella todavía estaba enamorada de Charles. Tenía pocas defensas contra él y no podía permitir que su orgullo también se desmoronara.
– Siempre obsesionada -rió despectivo-. No puedo comprender qué ves en él. A mí me parece un tipo frío y aburrido.
– ¡Vaya comentario viniendo de ti!
– ¿Qué te hace pensar que yo soy frío, Skye? ¿Pensaste que era frío cuando te besé?
Skye sintió una oleada de humillante rubor subir por su garganta.
– Yo creí que querías olvidar ese episodio -pudo decir al fin con gran dificultad.
– ¿Lo crees? -su expresión era inescrutable.
– Pues yo deseo olvidarme de eso -lo recalcó como para convencerse.
– ¿Por qué? Lo disfrutaste… y no trates de negarlo -añadió cuando Skye abrió la boca.
– ¿Cómo iba a disfrutar de un beso tuyo cuando estoy enamorada de Charles? -le preguntó.
– Quizá eso signifique que después de todo, no estás enamorada de él.
– Espero que no estés sugiriendo que estoy enamorada de ti -exclamó Skye furiosa.
– No puedo pensar que eso sea factible -Lorimer la miraba con frialdad-. ¡Y con seguridad no te llevará a ningún lado si lo estás! Necesitas encontrar a alguien del tipo sufrido que esté preparado para aguantarte.
– Yo no necesito a nadie -Skye no sabía si sentirse lastimada o molesta-. Soy perfectamente feliz sola.
– Nadie lo adivinaría por la forma en que te comportas. Has perseguido a Charles Ferrars cuatrocientas millas y cuando él no te da ningún aliento, entonces empiezas con mi personal.
– ¿Tu qué? -Skye lo miró asombrada y la conquistó la ira-. ¿De qué estás hablando?
– Te he visto charlar con todos los hombres de la oficina. Eres toda sonrisas, risas y aleteo de pestañas con ellos -algo en su tono la hizo sospechar celos, aunque al instante lo desechó.
– Yo no aleteo mis pestañas -se mostró irritada-. Simplemente soy amigable.
– ¿Y qué hay de todas esas invitaciones para salir por la noche? ¡Supongo que una oficina no te da suficiente oportunidad! Parece que siempre sales con uno o con otro.
Skye estaba sorprendida de que lo hubiera notado.
– ¿Nunca has oído hablar de vida social?
– Es que no quiero que molestes a la gente. Todos eran muy felices antes, pero tú los has inquietado. Las chicas como tú siempre causan problemas.¡Lo siguiente será que todos mis hombres se corten el cuello unos a otros por tus enormes ojos azules!
Los enormes ojos azules en cuestión, brillaban de forma peligrosa.
– Una visita ocasional al bar no puede perturbar a nadie. Simplemente no te gusta la idea de que tu personal se divierta.
– No seas ridícula -espetó-. Lo único que no me gusta es ver a una mujer que se desvive por obtener un hombre.
Skye soltó un suspiro de exasperación. ¡Ojalá nunca le hubiera contado a Lorimer que estaba enamorada de Charles!
– Me sorprende que me hayas traído a este viaje -repuso sarcástica-. ¿No temes que salte sobre el primer hombre que vea?
– No es probable que tengas mucho éxito en este viaje. Tú les recordarás mucho a Caroline.
– ¿Caroline?
– La ejecutiva que enviaron de Londres mis inversionistas originales. La traje a Galloway, para que viera el lugar, pero se las arregló para disgustar a los Buchanan y casi volver loco a Duncan McPherson, tanto que por culpa suyo se deshizo el trato. Los Buchanan han aceptado de nuevo, pero Duncan es un viejo diablo obstinado y no perdonará la forma en que Caroline lo trató. Voy a acercarme a él con mucho cuidado porque posee la granja adjunta a la propiedad de Buchanan y algunos de sus campos serían perfectos para otro campo de golf de nueve hoyos. Pero es un hombre difícil y no sé si me escuchará.
– ¿Qué sucederá si no lo hace?
– Seguiríamos adelante sin él y tendríamos un campo de nueve hoyos aunque yo quiero que este hotel tenga lo mejor y eso significa un campo de dieciocho hoyos.
– Así que si no logras que este Duncan McPherson acepte vender la tierra que tiene vacante, ¿tendrías que abandonar el proyecto?
– De eso se trata -Lorimer hizo un gesto-. Estoy convencido de que puedo convertir la casa de los Buchanan y sus terrenos en un hotel y campo de golf soberbios, pero es cuestión de que todas las partes acepten y estoy muy cerca de reunir todas las piezas después de la desastrosa intervención de Caroline pero si pierdo un poco, como la tierra de Duncan McPherson, el resto se desunirá de nuevo y con ellos mi reputación. Esto significa mucho para mí, de ahí mi renuencia a contratarte. No quiero arriesgarme a ofender a nadie, ni que piensen que tengo a otra Caroline a cargo.
– ¿Soy tan parecida a ella? -preguntó Skye y no estaba segura de que deseara escuchar la respuesta.
– Tú eres inglesa -le dijo como si eso fuera todo lo que importara-. Eso será suficiente para medirte con la misma cinta pero por otro lado, en realidad, no te pareces a ella en nada. Caroline era muy astuta, muy eficiente, muy arrogante y muy despiadada. A ella no le importaba a quién pisoteara para salirse con la suya -la voz de Lorimer mostraba amargura y Skye le lanzó una mirada. ¿Se había sentido atraído hacia Caroline sólo para desilusionarse después? No le parecía factible porque Lorimer no era el tipo de hombre que se dejara pisotear y sinn embargo, eso podría explicar su resentimiento
– ¿Era atractiva?
– Mucho; si te gustan las reinas del hielo.
– Me parece justo tu tipo -gruñó Skye-. Fría, astuta, eficiente a todas las cualidades que yo no tengo.
– Existe una diferencia entre eficiencia y ser tan dura como las uñas -Skye decidió que había entendido mal su amargura. Ahora le parecía sólo malhumorado-. Tú y Caroline sois los dos extremos. Ella era despiadada y tú eres un caso perdido, pero cuando se trata de elegir al tipo de chica que me gustaría tener a mi lado en este viaje, es difícil escoger entre vosotras. Con franqueza, hubiera preferido dejarte en Edimburgo pero eres mi secretaria y tienes que ganarte el sueldo -miró en dirección a Skye-. Sólo espero que hayas comprendido lo importante que esto es para que permanezcas callada y me dejes hablar a mí.
Skye cruzó los brazos de forma virtuosa y asumió una expresión altiva.
– Ni siquiera sabrás que estoy ahí -le prometió y Lorimer suspiró.
– ¡Lo creeré cuando lo vea!
Pasaron sobre el curso de Tweed y continuaron por las lomas amarillentas y yermas. Todo parecía suave ante la palidez de la luz del sol, pero Skye se extremeció al pasar por La Cueva del Ganado del diablo, una enorme cavidad en las colinas, donde los ladrones de la frontera escondían el ganado robado y donde el diablo se reía al lanzar a sus víctimas desde la cima. Aún en un día brillante como ése, el lugar tenía un ambiente siniestro.
Una vez que bajaron de las colinas, el paisaje se hizo más suave y Skye se dedicó a admirarlo, decidida a no decir una palabra más en todo el viaje.
Llegaron a Glendorie al medio día. Los Buchanan vivían en una enorme casa de granito gris en las afueras de la villa y Skye pudo ver al instante lo que sería el lugar perfecto para un hotel. Las colinas bajas se extendían en bosques y los prados en frente de la casa llegaban hasta una corriente de agua, demasiado extensa para ser un simple arroyuelo y demasiado pequeña para llamarse río aunque ese día corría con bastante fuerza.
Los Buchanan eran una agradable pareja de unos setenta años, y salieron en cuanto oyeron el coche, acompañados por dos labradores negros.
– Recuerda que debes comportarte -insistió Lorimer-. Y por favor, no bebas mucho. No queremos otra actuación como la que diste en la casa de los Fleming.
– No te preocupes -Skye tenía expresión desafiante-. No me arriesgaré a una repetición de lo que sucedió después -prendió una brillante sonrisa en su rostro y salió del coche antes de que él pudiera contestar.
Estaba decidida a mostrarle a Lorimer que era capaz de parecer tranquila, pero su actuación fue estropeada por los dos labradores que, excitados, corrieron a saludarla. Ignorando el avergonzado intento de Angus Buchanan de detenerlos, metieron sus cabezas bajo la mano de ella hasta que tuvo que reír y acariciar sus suaves pieles.
– ¡Oh cariño, la llenarán de pelos! -se disculpó Isobel Buchanan mientras empujaba a los perros hacia un lado y estrechaba la mano de Skye-. Espero que no le molesten los perros.
– Por supuesto que no -le sonrió Skye con calidez, amistad y transparente sinceridad-. Siempre hemos tenido labradores en casa. Son adorables, ¿verdad?
– Es obvio que a ellos les gusta usted -Angus Buchanan se volvió después de saludar a Lorimer para mirar a Skye con obvia aprobación-. Los perros son buenos jueces del carácter.
– Mientras que no hayan manchado tan elegantes prendas -su esposa estudiaba la llamativa apariencia de su huésped con cierta reserva, pero se sintió aliviada cuando Skye sonrió.
– Lorimer diría que me lo merecía -le confesó-. Él quería que me pusiera un traje de dos piezas y un collar de perlas.
Ya tranquila, la señora Buchanan le sonrió.
– Ya tendrá tiempo para los trajes de dos piezas cuando sea mayor. Me gusta ver a la gente joven vestida con estilo.
Skye no pudo resistir lanzar a Lorimer una mirada de triunfo.
– Se supone que debes confundirte con el paisaje -le siseó en la oreja al entrar a la cómoda sala.
Skye lo intentó, en realidad, lo intentó pero los Buchanan habían decidido confiar en el juicio de sus perros y la acosaron con preguntas. Media hora después, Skye charlaba feliz, con una copa de jerez en su mano, acariciando las orejas de los labradores mientras admiraba fotografías de los nietos de los Buchanan que estaban en Australia.
– ¿Otro jerez, Skye?
Angus Buchanan estaba frente a ella. Detrás de él, Lorimer le envió una mirada amenazante que Skye no tuvo dificultad en traducir como una órden de que se negara con cortesía. Encontró su mirada con una suave sonrisa y extendió su copa.
A la hora de la comida se encontraba en estado chispeante y los Buchanan se mostraban encantados con ella. Lorimer, incapaz de gritarle como era indudablemente su deseo, estaba sentado con rostro malhumorado y eligió la primera oportunidad después del café, para arrastrarla fuera del salón.
– ¿Les importaría que lleve a Skye a dar una vuelta por la casa? Me gustaría tomar unas cuantas medidas.
– Por supuesto, por supuesto -Angus lo palmeó en el hombro-. Estábamos tan a gusto que nos olvidamos de que vosotros estáis aquí por negocios. ¡Tú mismo debes de olvidarte con una secretaria tan adorable como Skye! No, id adonde queráis.
– ¿Skye? -Lorimer estaba parado impaciente junto a la puerta y dijo su nombre entre dientes, pero Skye, con dos copas de jerez y un vaso de vino dentro de ella, terminó su café con una enfurecedora calma.
– ¡A sus órdenes, amo!
Todo el trayecto al subir la enorme escalera, tuvo que escuchar la furiosa diatriba que Lorimer había preparado desde antes de la comida. Era una exhibicionista. ¿Por qué nunca hacía lo que le decían? De forma deliberada lo había puesto en ridículo. Era frívola, poco práctica, completamente indigna de confianza, absolutamente imposible.
Sospechaba que él estaba molesto porque los Buchanan no la odiaban por ser inglesa. Skye lo aceptó, paciente, y esperó hasta que Lorimer terminó. Cuando llegaron hasta lo alto de la escalera, él se detuvo de repente y la miró.
Skye no dijo nada sino que le obsequió una alegre sonrisa, con los ojos azules muy brillantes. Lorimer luchó pero ni siquiera él estaba a salvo de su encanto.
– Eres imposible -dijo con una exasperada sonrisa y la tomó del brazo para conducirla por el corredor.
La última diatriba de Lorimer limpió el ambiente y Skye se sentía ligera mientras él le mostraba la casa. Arriba, los cuartos estaban en malas condiciones y necesitaban reparación y la mayoría de las notas de Lorimer eran para hacer las alteraciones inmediatas y las restauraciones que fueran necesarias. Los Buchanan habían admitido durante la comida que el mantenimiento de la casa era demasiado para ellos. Sus dos hijos vivían en el extranjero y aunque querían mucho la casa, ahora era una carga de la que estaban deseando deshacerse.
– La propiedad termina en el arroyuelo, allí -Lorimer estaba en el alféizar de la ventana de un dormitorio y Skye se reunió con él-. La tierra de Duncan McPherson está al otro lado. Como verás, sería magnífico si se pudiera incluir en el complejo.
– ¿Y si Duncan no quiere vender? -preguntó Skye dudosa.
– Llegó a considerar la idea antes de que Caroline interfiriera, así que no debe tener valor sentimental para él. Los campos no valen mucho como están y con franqueza, Duncan podría necesitar el dinero aunque no creo que lo admita.
– Todos tenemos nuestro orgullo -señaló Skye.
– ¿Hasta tú?
De pronto se dieron cuenta de que estaban muy juntos, mucho más de lo que se habían permitido durante las dos últimas semanas; sus ojos se encontraron y retuvieron sus miradas.
Skye sentía su aliento en la garganta y su corazón empezó a latir con lentitud. El recuerdo de su beso fue tan vívido que casi podía sentir su boca sobre la suya, sus manos trazando dibujos de fuego por su espalda. Podía saborear sus labios y oler el aroma cálido y limpio de su piel.
Podría tocarlo, deslizar sus brazos en torno suyo, levantar sus labios y rogarle que la besara de nuevo… Skye hizo que sus salvajes pensamientos se detuvieran pues no necesitaba dar ese paso para saber cuál sería la reacción de Lorimer. Debía tener orgullo, se recordó.
Retrocedió hacia la seguridad del amplio cuarto. Su voz estaba tan ronca, que tuvo que aclarar su garganta.
– Hasta yo -respondió.
Capítulo 7
ANGUS Buchanan los esperaba al pie de la escalera.
– ¿Está todo bien?
– Sí, bien. El único problema parece ser Duncan McPherson, como ya sabes, Angus. Si él se niega a vender, podría afectar la decisión de mi inversionista.
– Dudo que llegues muy lejos con Duncan. Él no estaba de acuerdo con la idea de construir un hotel aquí y después del asunto de esa mujer… -levantó sus amplios hombros-, se ha vuelto muy hostil. Tendrás suerte si puedes verlo.
– Ya veré qué puedo hacer mañana -prometió Lorimer-. No te preocupes. Si lo peor de lo peor sucediera, trataría de obtener el capital por otro lado. Siempre puedo vender la rectoría.
– ¡No puedes hacer eso! -Isobel Buchanan parecía impactada-. Es una casa adorable. Creo que es una lástima que esté en tan mal estado, aunque cualquiera que vea esta casa pensaría lo mismo que nosotros.
– Uno puede decir que esta casa ha sido amada -dijo Skye y se preguntó de qué rectoría hablarían-. Está llena de recuerdos felices, eso es lo que la hace tan acogedora.
– Tienes razón, querida -Isobel la miraba aprobadora-… Yo siempre siento que una casa necesita niños y risas. La rectoría pide a gritos una familia que viva en ella -se volvió persistente hacia Lorimer-. ¡Espero que hayas oído eso, Lorimer! Ya es hora de que te cases.
Skye se quedó perpleja. Era obvio que conocían a Lorimer desde hacía tiempo y si pensaban que iba a casarse…
– No tengo planes por ahora -dijo Lorimer inexpresivo.
– ¡Oh, lo siento!… -la señora Buchanan se interrumpió confundida-. Yo pensé…
Skye sintió el sonrojo en sus mejillas.
– Sólo soy una secretaria -se apresuró a decir.
– Sí. Skye sólo me está ayudando hasta que Moira Lindsay esté libre para empezar a trabajar. Conocéis a Moira, ¿verdad?
– Este… sí, por supuesto -Isobel estaba mortificada-. Es una chica agradable.
Siguió una extraña pausa mientras caminaban al coche.
– ¿Irás a la cena de presentación el sábado por la noche? -preguntó Angus a Lorimer para llenar el silencio-. Tú eres un miembro y ya que estás por aquí… Nada es mejor que la cena anual del club de golf cuando se trata de hacer contactos y, créeme, vas a necesitarlos si quieres que tu idea, del hotel sea un éxito.
Lorimer vaciló al mirar a Skye.
– ¿Te importaría quedarte otro día?
– Por supuesto que no le importará -dijo Angus antes de que ella tuviera oportunidad de responder-. Os dejaré un par de invitaciones en la puerta.
– Lamento todo eso -se disculpó Lorimer cuando se iban-. Puedes marcharte en el tren si lo prefieres.
– No me importa quedarme -se mostraban muy corteses el uno con el otro, muy tensos. La tarde invernal caía y las luces parecían manchones borrosos a través de la neblina-. No sabía que conocías tan bien a los Buchanan.
– No los conozco muy bien, pero crecí no muy lejos de aquí, así que los recuerdo. Fueron muy bondadosos cuando… mi padre murió -terminó después de una pausa. Skye tuvo la sensación de que no era eso lo que originalmente iba a decir.
– ¿De qué rectoría hablaban? -preguntó para cambiar el tema.
– Es una casa antigua que está hacia abajo por la costa -ella percibió que él se sentía aliviado-. Pasé por ahí una vez el año pasado, buscando un lugar adecuado para el hotel y la encontré al final del camino -hizo una pausa al recordar cómo vio la rectoría por primera vez y su rostro se suavizó-. Era prácticamente una ruina y no servía para hotel, pero me enamoré de ella. Los constructores han estado trabajando todo el verano y ya debe estar acabada la reforma. De hecho, me gustaría ir a ver cómo van las obras si tenemos tiempo.
– ¿Cómo es? -dijo Skye.
– Está junto al mar y tiene vista hacia el estuario y las colinas. Todo es mar, cielo y luz -levantó los hombros, abochornado por su elocuencia-. También es demasiado grande y poco práctica. Isobel tiene razón, necesita una familia.
Skye se concentró en mantener su voz ligera.
– Algún día podrás tener una familia.
– No lo creo. El matrimonio y la familia son para gente que cree en finales felices.
– ¿Y tú no crees?
– No -respondió-. No creo.
Lorimer estacionó el coche fuera del camino bajo un viejo roble.
– Caminaré el resto del camino -dijo, sacando un par de viejas botas-. Oíste lo que Angus Buchanan comentó sobre Duncan. Todavía se siente amargado, así que es mejor que no te vea. Tú quédate aquí y espera hasta que yo regrese -cerró el portaequipaje y rodeó el coche para golpear en su ventanilla. Skye la bajó y lo miró interrogante-. Por favor, no hagas ninguna estupidez. Será mejor que no salgas del coche.
Furiosa, Skye observó cómo su alta y corpulenta figura caminaba por el sendero y quedaba fuera de su vista. El coche parecía muy vacío sin él.
La última noche había sido terrible. Como Lorimer predijo, eran los únicos huéspedes en el Kielven Inn; cenaron en un comedor vacío, tratando de mantener una charla cortés para disfrazar la tensión que todavía existía entre ellos. Al final, Skye se excusó por cansancio que no sentía y escapó a su dormitorio. Se acostó escuchando los sonidos de la charla alegre que llegaba del bar y preguntándose por qué Lorimer no quería casarse.
Skye miró al cielo, tratando de descubrir qué había cambiado entre ellos, cuándo y por qué. Algo había sucedido junto a esa ventana en el dormitorio, pero no podía descubrir exactamente qué. Lo único que sabía era que todo resultaba mucho más fácil cuando Lorimer se mostraba desagradable.
A la mañana siguiente, cuando Lorimer insistió en llevarla al campo de golf de Kielven para enseñarla a jugar, ella cambió de opinión. No sabía si Lorimer había llegado a las mismas conclusiones que ella aunque estuvo de muy mal humor y cuando llegaron al primer campo, Skye había decidido que después de todo, lo prefería tenso y cortés.
La lección no fue un gran éxito ya que Skye no era una deportista natural y parecía que perdía el tiempo extraviando la pelota y balanceando el palo en torno a su cabeza. Lorimer apretaba los dientes y ladraba instrucciones hasta que ella empezó a reír, lo que lo puso todavía más furioso, y Skye empezó a sentirse frustrada por su incapacidad de golpear a esa estúpida pelota. Ambos apretaban los labios cuando salieron, después de jugar nueve hoyos.
Skye se acomodó en su asiento y observó a un conejo desaparecer entre los árboles. Así de cautelosa debía ser ella, debía pensar antes de saltar feliz a situaciones que no podía controlar. Si no le hubiera dado por perseguir a Charles, ahora no estaría metida en un coche, a mitad de camino de quién sabe dónde en espera de un hombre que apenas se molestaba en disfrazar su disgusto por ella.
Hubo una época en que creía que Charles era todo lo que deseaba y ahora apenas podía recordar cómo era. Pensó en la última vez que lo vio y, de pronto, se encontró pensando en cómo sintió las manos de Lorimer sobre su piel. Una sensación de inquietud la estremecía cada vez que recordaba su boca.
Trató de pensar en otra cosa y encendió la radio, pero había muchas interferencias y, después de un rato, se aburrió. Espió en la guantera para ver si había algunas cintas. Al buscar dentro encontró un par de cassettes, antes de que su mano se cerrara sobre algo suave y plano. Curiosa lo sacó y lo revisó. Era una bufanda de seda, todavía envuelta.
Skye miró el suave diseño y la forma en que estaba doblada que mostraba el monograma de una «M» a través del papel. ¿Una «M» por Moira? ¿Qué más podía ser? Era obvio que Lorimer esperaba el momento oportuno para entregársela como un regalo inesperado. Era adorable y le quedaría muy bien a Moira. Debió escogerla con mucho cuidado. ¿Con amor? Skye arrojó el paquete dentro de la guantera y la cerró de golpe. No era asunto suyo si Lorimer quería comprarle regalos a Moira.
Se sintió inquieta y salió del coche. Frente a ella había un campo que bajaba hasta el río y al otro extremo podía vislumbrar las chimeneas de granito de la casa de los Buchanan, medio escondida entre los árboles. Esa debía ser parte de la tierra que Lorimer estaba tan ansioso de adquirir.
A Skye no le parecía parecía muy especial, pero en un impulso se subió sobre el valle para echar un vistazo de cerca. Hacía demasiado frío para quedarse quieta y estaba demasiado aburrida para regresar al coche, con ese recordatorio de Moira en la guantera. No había ganado por allí, y si Lorimer estaba escondido en una cálida granja con Duncan McPherson, no le importaría que diera un corto paseo por el campo.
El césped estaba húmedo y pronto empezó a lamentar no tener unas botas de agua. Debía haber llovido recientemente ya que el río golpeaba con fuerza contra las orillas, arrastrando ramas muertas y extraños pedazos de plástico.
Skye se acercó a mirar un bulto que parecía atascado entre la retorcida raíz de un árbol y una rama. Era una oveja e hizo un gesto asumiendo que se había ahogado. ¡Pobre cosita! Debió caer al río y fue arrastrada.
Iba a darse vuelta cuando la oveja hizo un movimiento. Estaba apresada por la rama y no podía llegar a la orilla. Skye vaciló. Debía ir a buscar al granjero, pero como sería Duncan McPherson, Lorimer no le agradecería que irrumpiera sus delicadas negociaciones. Además, tardaría mucho tiempo en encontrarlos y la infortunada oveja estaba en las últimas. No podía dejarla morir.
Tomó una decisión y se deslizó por la orilla. Esa parte era un lodazal y sus zapatos quedaron arruinados.
Se acercó más al agua y se inclinó para tratar de sujetar a la oveja por la piel, pero estaba demasiado lejos. No había nada que hacer: iba a tener que mojarse los pies. El agua estaba helada cuando se metió en el río. Apretó los dientes y dio otro paso hacia la oveja y de pronto quedó sumergida hasta la cintura.
– ¡Ay, ay! -por un minuto no pudo hacer nada excepto sacudir las manos y jadear ante el intenso frío que le llegó a través de la ropa. ¿Por qué al menos no se había quitado el suéter? Bueno, ya estaba metida en eso y era mejor seguir adelante.
Vadeó hasta la oveja y trató de liberarla de la rama, pero su presencia llenó de pánico al animal, que se enredó todavía más y logró sumergir por completo a Skye en el proceso. Salió a la superficie, jadeante y maldiciendo en voz alta.
– ¡Estoy tratando de ayudarte, estúpido animal! -le llevó bastante tiempo, pero, al fin, pudo sacar tanto a la oveja como la rama a la orilla donde se quedaron en total inmovilidad.
Skye salió del lodo después de ella, resollando por el esfuerzo.
– Vamos, no puedes morirte ahora -jadeó, trastabilló y se inclinó para tirar de la oveja y ponerla lejos de la orilla. En la distancia escuchó un grito, pero estaba demasiado ocupada con la poco cooperativa oveja para atender. De pronto, la oveja se dio cuenta de que había tierra firme bajo ella y de nuevo, sin ninguna advertencia, volvió a la vida. En un momento era un montón apenas vivo y al siguiente se soltó de sus manos y subió la orilla para cruzar el campo, sin siquiera darle las gracias.
Skye perdió el equilibrio por el súbito empujón y cayó sobre el lado.
Durante un rato, se quedó ahí, preguntándose si todo eso no sería más que una pesadilla, pero el lodo y el frío eran demasiado reales así que con una exclamación de disgusto se puso de pie, escupió el lodo y lo quitó de sus dedos. ¡Estaba cubierta de lodo!
– Espero que me estés agradecida, oveja -musitó y levantó su cabeza para encontrarse mirando hacia dos rostros que tenían idéntica expresión de incredulidad. Lorimer estaba parado junto a un hombre anciano fibroso y rudo. Ambos la miraban incrédulos.
– Hola -saludó Skye, alegre. Les ofreció su mejor sonrisa, que tampoco le devolvieron.
– ¿Qué rayos estás haciendo? -preguntó Lorimer entre dientes.
– Bueno, esa oveja… -Skye miró en torno como para probar su historia. Estaba pastando en medio del campo. ¡Vaya gratitud!
El granjero miró de Skye a la oveja, con verdadero asombro.
– ¿Quiere decir que se metió al lodo por esa vieja bolsa de huesos?
– Se estaba ahogando -trató de explicarle Skye. Sabía que los granjeros eran poco sentimentales, pero eso era ridículo-. No podía dejarla ahí -miró a la oveja de nuevo-. ¿Cree que estará bien?
– ¡Oh, sí! -Duncan McPherson gruñó y le lanzó una mirada poco compasiva a la oveja-. Son duras, yo diría que más duras que usted -sonreía con malicia.
– Estás temblando -dijo Lorimer de pronto y caminó hasta lo alto de la orilla para darle la mano-. Vamos, sal de ahí -le ordenó con la misma compasión que demostró Duncan por su oveja-. ¡Cielos, que lío! -le dijo a Skye cuando tiró de ella hasta la orilla, mojada y sucia, con el cabello pegado. La mano de él estaba caliente y Skye hubiera querido aferrarse a ella, pero Lorimer no podía esperar a soltarla. Desconsolada, Skye limpió sus manos contra los pantalones aunque sólo empeoró las cosas.
– Lo siento, Duncan -dijo Lorimer, intentando, sin éxito, disfrazar su furia-. Esta es mi… ella es Skye Henderson.
Skye sonreía y Duncan McPherson asintió.
– Es mejor que vaya hasta la casa para secarse -le dijo.
– No quiero causarle molestias -balbuceó entre dientes.
– Debiste pensar en eso antes de salir del coche -dijo Lorimer cortante, pero se quitó su chaqueta para rodearle con ella los hombros-. Vamos, muévete. No quiero que pesques una neumonía.
La granja era cuadrada, sólida y estaba al final del sendero. Duncan se metió en la cocina y puso la tetera al fuego antes de desaparecer por la escalera y volver con un camisón viejo de franela. Tenía manga larga, cuello alto y olía a naftalina.
– Esto es de mi esposa -gruñó y lo lanzó a las manos de Skye-. Es mejor que se lo ponga cuando se haya lavado.
Skye chapoteó hasta el baño y se quitó la ropa mojada. La fontanería parecía anticuada, pero el agua estaba gloriosamente caliente y se sintió mucho mejor una vez que se lavó el lodo y secó con la toalla. Frotó su cabello y se puso el camisón. Su esbeltez casi se perdía dentro de los voluminosos pliegues, aunque estaba limpia y caliente y, lo mejor de todo, seca.
Cuando regresó a la cocina, Lorimer estaba sentado ante la mesa de madera con un tazón de té en las manos y charlaba con Duncan, que estaba de espaldas a la puerta. Skye no tenía a menudo la oportunidad de observar a Lorimer sin ser vista y vaciló sólo para inhalar mientras él sonreía por algo que Duncan decía.
Como si percibiera su fuerte reacción, Lorimer miró sobre el hombro de Duncan hacia donde estaba Skye y su sonrisa se desvaneció. El rostro de ella estaba lavado y relucía, sus rizos estaban húmedos y pegados a la cabeza y ella no era consciente del hecho de que la luz del pasillo brillaba a través del material blanco del camisón y marcaba la silueta de sus curvas esbeltas.
Después de un momento, Duncan notó el cambio en la expresión de Lorimer y se volvió en su silla.
– Entre -dijo al ver a Skye-. Le traeré algo de té.
– Gracias -dijo nerviosa. La mirada de Lorimer la hacía sentirse estúpida y tímida. Trató de no mirarlo mientras se sentaba en la silla que Duncan colocó para ella-. Siento causarle tantos problemas.
– Es lo menos que puedo hacer después de que usted salvó a una de mis ovejas -gruñó Duncan. Colocó frente a ella el tazón de té-. No es que esa oveja valga mucho, pero… aprecio la intención -guiñó los ojos y Skye entendió que él aparentaba ser un granjero duro, pero en el fondo estaba complacido de tener a su oveja a salvo. Ella rodeó el tazón con sus manos y le sonrió.
– ¿Sabía usted que estaba perdida?
– Sí, las conté en el campo. Tenemos una valla para mantenerlas lejos del arroyo, pero siempre hay una que se las arregla para salir. He perdido unas cuantas cuando el agua sube y estaba revisando las orillas cuando vi que su hombre se encaminaba al río, en dirección contraria.
– Fui hasta la granja -explicó Lorimer-, pero no pude encontrar a Duncan hasta que regresé al coche sólo para encontrar que habías desaparecido. No me sentí complacido, como podrás imaginar, especialmente cuando escuché gritos y maldiciones no apropiados para una dama, y es obvio que Duncan también los oyó.
– Completamente inapropiados para una dama -confirmó Duncan con seriedad, pero guiñó un ojo a Skye, quien se sonrojó y bajó la cabeza.
– Al menos Duncan y yo tuvimos oportunidad de charlar mientras estabas en el baño -dijo Lorimer, aplacado-. Y Duncan ha aceptado, reconsiderar mi nueva propuesta.
– ¡Oh, bien! -Skye resplandecía-. He visto sus palos en el pasillo -le dijo a Duncan-, y usted podría jugar todos los días con un campo de golf justo en el umbral de su puerta.
– Los granjeros no tienen tiempo de jugar todos los días -gruñó Duncan-, y supongo que un campo como éste no está abierto para tipos como yo.
– Por supuesto que sí -Skye ignoró los intentos de Lorimer de llamar su atención-. No me sorprendería que lo hicieran miembro honorario para agradecerle el haber hecho posible la construcción del campo.
Duncan lanzó una mirada especulativa hacia Lorimer.
– ¡Ah! bueno… podría ser, sí -respondió despacio.
– Estoy seguro de que podemos arreglarlo -le aseguró Lorimer.
– Piense en lo agradable que sería caminar por el sendero y dar una vuelta o dos cuando usted lo deseara -añadió Skye, persuasiva-. Debe ser muy solitario vivir aquí y estoy segura de que habría cantidad de visitantes a los que les gustaría jugar golf con alguien como usted, alguien que de verdad conozca el campo.
Los ojos de Duncan tenían una expresión de lejanía y era obvio que imaginaba cómo los agradecidos visitantes le expresaban su aprecio por su conocimiento del lugar, en el hoyo diecinueve.
– Supongo que no sería tan malo -sonrió tímido a Skye-. ¿Usted juega?
– Sí… -dijo orgullosa al recordar su lección y entonces captó la mirada de Lorimer-, un poquito.
– Entonces quizá juguemos en alguna ocasión.
– Me gustaría -aceptó sonriente.
– Necesitará practicar mucho antes de jugar con alguien como usted -comentó seco Lorimer-. Skye todavía cree que un bosque son muchos árboles y una plancha es algo que uno usa cuando está llena la cesta de la lavandería.
Skye lo miró y vio que la observaba con una mezcla de diversión, resignación, exasperación y algo más que no pudo identificar, pero que la hizo sentir un vacío por dentro. Levantó sus ojos y tomó el tazón entre sus manos, como si tuviera frío.
Bajo su pose de duro, Duncan tenía un sentido del humor burlón y era obvio que Skye le gustaba. Animado por el interés de ella, le habló de su esposa y de cómo lucharon por mantener la granja funcionando en el curso de los años. Su único hijo no quiso ser granjero y para disgusto de Duncan se fue a trabajar de contable en Dundee. Desde la muerte de su esposa, diez años antes, Duncan se había vuelto severo, incapaz de considerar una vida diferente, interrumpiendo el rudo trabajo sólo para sus vueltas semanales a Kielven, a media hora de distancia, para jugar al golf.
Todo eso se lo contó a Skye mientras Lorimer los observaba: el rudo granjero anciano y la vibrante chica con los agradables ojos azules y los rizos que se secaban en un desorden dorado en torno a su cara. Cuando Lorimer observó su reloj e indicó que debían ponerse en camino, Duncan estaba embarcado en una denuncia contra la política agrícola actual y se sintió desilusionado al ver interrumpida su charla.
– ¿Va usted a regresar a Edimburgo?
– No, pensamos quedarnos para la cena de presentación de mañana. ¿Usted irá, verdad Duncan?
– He ganado la Copa Kielven este año -les comentó orgulloso-. Y voy a recibirla.
– En ese caso, nos veremos allí -afirmó Lorimer-. Tendrá la oportunidad de pensar las cosas y quizá pueda dejarme saber entonces si ha decidido aceptar mi propuesta.
Pero Duncan era demasiado astuto para ser apresurado a tomar una decisión con tanta rapidez.
– Quizá haya decidido algo entonces, quizá no -fue todo lo que dijo.
Afuera ya estaba oscuro, frío y húmedo.
– Es mejor que te lleve en brazos -dijo Lorimer al mirar los pies desnudos de Skye. Duncan había insistido en que conservara el camisón y metiera toda su ropa mojada en una bolsa de plástico. Cuando Lorimer la levantó en sus brazos, Skye enredó los de ella en torno a su cuello. Ardía, estaba consciente de su desnudez debajo del camisón y de los brazos fuertes de Lorimer que la abrazaban contra su pecho.
Duncan caminó por el patio de la granja junto a ellos, cargando la bolsa con la ropa. Una vez que Skye estuvo a salvo, instalada en el coche, se inclinó a través de la ventanilla y estrechó su mano para despedirse. Luego asintió hacia Lorimer.
– No queremos que ella se ahogue -le dijo-, así que cuide mejor a su chica en el futuro. No es tan tonta como parece.
Lorimer se volvió a mirar a Skye cuando el motor volvió a la vida y su sonrisa brilló ante las luces del tablero.
– Empiezo a pensar que usted tiene razón -aceptó.
Capítulo 8
KIELVEN era una pequeña villa de casas blancas apiñadas en la costa, donde las colinas se desvanecían dentro del mar. Durante la marea baja, el agua era drenada hasta Solway, el estuario que dividía Escocia de las colinas de Cumbría y dejaba atrás una vasta extensión de reluciente lodo surcado por canales de plata. Uno podía caminar tres millas por los lodazales hasta el mar, le contó Lorimer a Skye esa mañana. Pero la marea era traicionera, pues llegaba a tremenda velocidad y ahogaba a los caminantes descuidados en sus peligrosas corrientes. Había puntos que conocían los lugareños, donde la marea podía llevarse a un hombre a caballo.
La marea estaba subiendo cuando regresaron al hotel. La gente se quedó atónica al ver a Skye con el camisón de la señora McPherson y todas las charlas se detuvieron cuando Lorimer la dejó en el suelo.
– ¿Por qué siempre me haces sentirme ridículo? -musitó él muy quedo.
Por acuerdo tácito, evitaron el comedor vacío y comieron en el agradable bar con su fuego trepidante y las hileras de botellas de whisky colgadas del techo sobre la barra. Skye se había quitado el camisón, pero de alguna forma estaba igual de llamativa con los vaqueros. Pero eso ella no lo sabía porque no era consciente de nada salvo de la presencia de Lorimer.
– ¿Estás bien? -Lorimer de nuevo la observaba de cerca y ella sintió que un traicionero rubor coloreaba sus mejillas.
– Sí -odiaba el tono de su voz alto y chillón-. Al menos… está muy cargado el aire aquí, ¿verdad?
Lorimer miró hacia la ventana.
– Parece que ha dejado de llover y me gustaría dar un paseo -vació su vaso y se puso de pie-. ¿Vienes?
Ayudó a Skye a ponerse la chaqueta y ella se estremeció con el roce de sus dedos en el cuello.
Ya no llovía, pero hacía mucho viento. Caminaron en silencio. La costa terminaba en una playa con guijarros, protegida contra lo peor del viento y Lorimer extendió una mano para ayudar a Skye a caminar sobre las piedras. Sus dedos la apretaban y, por un momento, pensó que iba a retenerla. Pero él la soltó enseguida.
Se sentaron juntos sobre una roca plana y escucharon a las olas romper sobre la playa. Podrían haber estado solos en el mundo, rodeados por la negrura de la noche. Skye podía ver la espuma de las olas cuando se estrellaban contra las rocas y, más allá, la nada. Sólo existía el sonido del viento y el agua, el rocío sobre su rostro y Lorimer, quieto y fuerte junto a ella.
Desde que uno de sus hermanos la había encerrado en un armario durante mucho tiempo, cuando todos eran pequeños, Skye odiaba la claustrofóbica negrura de la oscuridad. Era una de las razones por las que le gustaba vivir en una ciudad donde nunca estaba completamente oscuro o completamente silencioso. Ahí era diferente: no había farolas en las calles, no pasaban automóviles con sus luces, no se escuchaban las televisiones de los vecinos hasta altas horas de la noche, únicamente el viento, la lluvia y la noche.
Esperando que Lorimer no lo notara, Skye se acercó más a su segura presencia. Mientras él estuviera ahí, ella estaba a salvo y la oscuridad misma era una comodidad porque escondía sus brillantes y frívolos colores y quitaba importancia a las diferencias entre ellos. Era difícil verlo con claridad, pero podía discernir la línea de su nariz, su mentón y el tenue brillo de sus ojos cuando miraba hacia la oscuridad, casi como si él se hubiera olvidado de que ella estaba ahí.
Skye se preguntó en qué pensaba. Lo que fuera, no pensaba en ella y sintió dolor al saberlo.
– ¿Dónde está tu casa? -preguntó lo primero que sé le ocurrió, acuciada por el súbito deseo de recordarle su presencia.
– ¿La rectoría? -Lorimer pareció despertar y señaló hacia la oscuridad-. Al otro lado de la bahía. Quizá podamos ir mañana ya que tenemos algo de tiempo antes de la cena -vaciló-. Al menos… tú no tienes que ir si no lo deseas.
– No, pero me gustaría hacerlo -interrumpió Skye con rapidez y se dijo que era simple curiosidad por ver la casa de la que él se había enamorado y no desesperación por estar cerca de él.
Siguió otra larga pausa y entonces ambos hablaron a la vez:
– ¿Podrás?… -dijo al mismo tiempo que Lorimer.
– Yo…
– Tú primero -remarcó Skye.
Él se quedó en silencio por tanto tiempo que ella pensó que no la había escuchado.
– Creo que te debo una disculpa -su voz salía de la oscuridad-. Estaba muy equivocado al insistir en que no serías bienvenida aquí porque eres inglesa -continuó y eligió sus palabras con cuidado-. Es obvio que los Buchanan pensaron que eres maravillosa y también Duncan McPherson. Gracias a ti puede que venda su tierra. Si no hubiera sido por ti, nunca habría tenido la oportunidad de hablar con él -ahora se volvió hacia Skye-. No te he dado las gracias por eso y debí hacerlo.
– No te preocupes, sabía que no ibas a darme las gracias por desobedecer tus estrictas instrucciones.
– Conociéndote como te conozco, debí saber que no las obedecerías. Simplemente deseaba decirte que lo siento -continuó en tono más serio-. Me puse en guardia contra ti sólo porque eres inglesa.
Era un nuevo Lorimer y Skye no estaba segura de cómo tratar con él.
– Era una reacción comprensible después de la experiencia que tuviste con Caroline -afirmó un poco vacilante.
Siguió una pausa mínima y entonces Lorimer prosiguió:
– Sí -y repitió con más firmeza en esa ocasión-. ¡Sí!
Las olas chocaban contra las rocas y el viento soplaba sobre el agua, pero Skye no los escuchaba, concentrada en sacar de su mente esa urgente inquietud de apoyarse contra él, de presionar sus labios sobre la imagen borrosa de su garganta, de sentir su calor, su fuerza y su cuerpo seguro y fuerte.
Inhalar… exhalar… «sólo sigue respirando» se decía Skye tan tensa que cuando Lorimer dijo su nombre en la oscuridad, se congeló.
– ¿Skye?
– ¿Si? -jadeó con una aguda inhalación. Silencio.
– Nada -Lorimer se mostró brusco como si hubiera cambiado de opinión. Se levantó-. Hace frío. Regresemos.
Skye lo siguió más despacio por la playa, insegura y terriblemente desilusionada. Su voz tenía un tono tan extraño cuando dijo su nombre, que sintió una mezcla de esperanza y pánico en una salvaje y emocionante anticipación.
Tuvieron cuidado de no tocarse mientras caminaban de regreso al hotel, sin hablar.
– Creo que caminaré un poco más -gruñó Lorimer cuando llegaron a la puerta-. Tú entra -sin esperar su respuesta se alejó, dejando a Skye sola en la oscuridad.
Dentro, el bar estaba cálido y brillante y pudo escuchar voces alegres mientras subía la escalera. En esa época del año había pocos visitantes y ella y Lorimer, tenían todo el piso para ellos. Arriba hacía más frío y Skye se estremeció al lavarse con rapidez en el anticuado baño. Se apresuró a regresar a su dormitorio por el corredor con corrientes de aire.
Las mantas poco familiares pesaban sobre sus piernas y se movía inquieta, preguntándose qué iba a decir Lorimer antes de cambiar de opinión. Las luces del bar abajo lanzaban una tenue luz amarillenta y el ocasional estallido de risas la hacía sentir menos sola. Al fin se durmió, todavía intrigada.
Estaba parada en el lodo de Solway observando cómo el mar iba hacia ella. Sabía que debía correr, pero sus piernas no querían moverse y bajo sus pies el lodo la hacía resbalar. De pronto, Lorimer estaba ahí, montado a caballo y ella extendió su mano para que él la ayudara; sin embargo, pasó galopando y la dejó allí, mientras el mar la sumía en un remolino que la atrajo hacia abajo, más abajo, más abajo…
Skye despertó y se sentó. Su corazón golpeaba contra sus costillas por el terror y luchaba por respirar, resollando. Gradualmente, la pesadilla se desvaneció lo suficiente para que ella comprendiera que el ruido que se oía eran el viento y la lluvia, que azotaba con furia contra las ventanas. Abajo, las luces se habían extinguido y la oscuridad de la habitación era densa y amenazadora, comparada con la furia del exterior.
El sonido del trueno sólo hizo que la negrura en torno a Skye fuera absoluta y empezó a temblar cuando los terrores infantiles reemplazaron a la pesadilla. Era tonto estar tan asustada de la oscuridad. Estaba a salvo. Se acercó a la mesa y encendió la luz.
Nada sucedió.
Skye encendió de nuevo y de nuevo, de forma frenética, pero no había luz y su valeroso intento de pensar con cordura se desvaneció ante el recuerdo del temor de esa tarde, hacía diecisiete años. Cada horrible detalle estaba claro en su mente: el ruido de la cerradura, las risillas de los niños y sus susurros cuando se alejaban, la chocante y sofocante oscuridad y el terror que creció dentro de ella. Así que una vez que empezó a gritar, fue imposible detenerse.
Ella necesitaba tener luz. Le tomó a Skye todo su coraje arrojar las mantas, bajar las piernas de la cama y caminar hacia la oscuridad con los brazos extendidos. Caminó directo hacia algo, ¿una silla?, que chasqueó al arrastrarla, pero de alguna forma llegó a la puerta y buscó el interruptor. Se echó a llorar cuando descubrió que tampoco funcionaba.
Skye tenía la convicción de que se había despertado para encontrar que la pesadilla era real y su precario control se deslizó cuando la invadió el pánico. Si pudiera encontrar a Lorimer, estaría a salvo. El simple pensamiento fue suficiente para animarla a salir al corredor. Debía haber algún interruptor en algún lado, pero ¿dónde? ¿Dónde?
El ruido de la tormenta cesó en el aislado corredor sin ventanas y su propia respiración sonaba extraña y alta, mientras buscaba el contacto en la pared. Desorientada, trataba de recordar en dónde estaba el cuarto de Lorimer y se encontró murmurando:
– Por favor, déjame encontrarlo, por favor, por favor… -muy quedo, como un encantamiento. Su mano se cerró sobre un picaporte y le dio vuelta con sus temblorosos dedos cuando un agudo chasquido la hizo darse vuelta, sofocando un grito:
– ¿Skye? -la voz de Lorimer sonó en la oscuridad y Skye estalló en llanto.
– Estoy aquí, estoy aquí -sollozó y se tambaleó adonde escuchaba el sonido de su voz. Él debió dar unos pasos hacia ella, ya que chocó de golpe contra la infinita seguridad de su cuerpo fuerte y se sujetó frenética de él, soltando un gran suspiro de alivio cuando los brazos de Lorimer se cerraron con fuerza en torno a ella.
– ¿Skye? ¿Qué sucede? -le preguntó con voz áspera por la ansiedad ante su obvia inquietud, pero Skye no podía hablar. Sólo se estremecía y enterró el rostro en el hueco entre la garganta de él y su hombro. Se había puesto los pantalones, aunque su pecho estaba desnudo y Skye se aferró a su calor, a su esbelta fuerza como si fuera su único refugio. Ella vestía un camisón de satén y podía sentir que sus manos la acariciaban con ritmo sobre el lustroso material, quemando su piel con su seguridad mientras murmuraba palabras arrulladoras contra su suave cabello.
– ¿Qué pasa? -insistió Lorimer cuando sus aterrorizados sollozos se calmaron hasta convertirse en hipo. Él intentó retirarse un poco para poder ver el rostro de Skye mas ella apretó su brazo, llena de pánico.
– La oscuridad -musitó sobre su hombro al darse cuenta de su calor, de la piel desnuda aunque no podía soltarlo.
– Se ha ido la luz a causa de la tormenta -podía escuchar su voz resonar en su pecho mientras hablaba-. ¿Qué hacías aquí afuera si tienes miedo de la oscuridad?
– Te buscaba -susurró-, pero no recordaba dónde quedaba tu cuarto.
– Menos mal que te he oído -comentó con voz seca-. Te encaminabas en dirección contraria. Escuché un chasquido en tu cuarto y en seguida unos golpes por aquí así que pensé en salir a investigar. Cuando traté de encender la luz, comprendí que no había electricidad -entonces con gentileza acarició su espalda como si tratara de tranquilizar a un animal asustado, hizo una pausa y Skye escuchó la desaprobación en su voz-. ¡Estás temblando! Vamos, voy a llevarte de regreso a tu cama.
Mantuvo un brazo en torno de ella mientras la guiaba de regreso a su dormitorio y buscaba la cama en la oscuridad.
– Aquí está -la localizó al fin y echó hacia atrás las mantas-. Adentro.
Skye se sentó, lo sujetó llena de pánico al pensar que iba a quedarse sola de nuevo.
– ¿No te irás? -le rogó y al ver que él vacilaba, continuó-: Por favor, Lorimer -odiaba sentir las lágrimas en su voz pero era demasiado tarde para tener orgullo ahora-. Sé que es estúpido pero… por favor no te vayas.
– Está bien, me quedaré -con un suspiro, la empujó sobre la almohada-. Pero sólo si te metes ahora mismo en la cama -después de taparla se acostó junto a ella. Se acomodó y levantó su brazo sin decir ni una palabra, para que Skye se acurrucara junto a él. Cuando ella estuvo cómoda, permitió que su brazo la abrazara y con su pulgar casi de forma ausente, acariciaba la piel sedosa mientras que ella escuchaba el lento, firme y consolador palpitar de su corazón.
– Gracias -dijo muy quedo después de un rato cuando su propio corazón se había calmado.
– Ha sido un placer -dijo Lorimer con voz queda y luego en un tono de voz diferente, continuó-: ¿Quieres hablar de eso?
Skye tragó sintiéndose cálida, cómoda y segura en sus brazos, como si hubiera llegado a casa después de una larga travesía.
– Es algo tonto -musitó contra su pecho.
– No puede ser tan tonto -repuso Lorimer-. Estaba rígida de terror en el corredor.
Despacio, cortada, Skye le habló de aquel día que estuvo encerrada en el armario. Le habló del miedo, del pánico y la vergüenza que sentía por esa fobia irracional.
– Parece tan infantil el tener miedo de la oscuridad -su voz era muy queda-. Y no me pasa cuando hay luz suficiente de los faroles de la calle o cuando hay luna. Es sólo la oscuridad profunda lo que me aterroriza, como cuando estuve en el armario, o al despertar durante la noche.
– ¿O las escaleras que llevan a tu piso? -comentó Lorimer y su mano de pronto se tensó sobre el hombro de ella-. Tú me dijiste que tenías miedo, de la oscuridad, pero entonces no te creí.
Skye se quedó muy quieta al recordar cómo la había tomado en sus brazos en aquella ocasión. ¿También Lorimer lo recordaba? Se sentía muy consciente de él, de su amplio pecho desnudo bajo su mejilla, de la mano que acariciaba su brazo, del palpitar de su corazón y el calor de su piel y del satén, que era todo lo que había entre ellos. Deseó que Lorimer no hubiera mencionado el incidente en el pasillo oscuro. Había empezado a relajarse y ahora sus nervios vibraban de nuevo, aunque en esta ocasión no era por temor.
– No podías saber que yo estaba asustada de verdad. Y no te lo habría dicho esta noche si no me hubieras visto llorar como un bebé. Me siento tan estúpida… -él levantó su mano para acariciar los revueltos rizos con suavidad.
– No hay necesidad de que te sientas abochornada. Todos tenemos temores secretos.
– Tú no -él era tan decidido, tan invulnerable, que era imposible imaginar que pudiera tener temor de algo.
– Quizá no ahora, pero eso no significa que no pueda recordar cómo era -sus dedos se entrelazaron el el cabello de ella y pudo sentir cómo su pecho subía y bajaba con firmeza. Parecía que sus pensamientos lo habían llevado muy lejos-. ¿Sabes por qué tenía tantos prejuicios contra ti cuando te vi por primera vez, Skye? -preguntó después de largo rato.
– ¿Porque Caroline arruinó todos tus planes?
– En parte, pero mi desconfianza hacia los ingleses viene de antiguo, de antes de conocer a Caroline. Te conté que creí no lejos de Glendorie, pero no te dije que mi madre dejó a mi padre por un inglés cuando yo tenía ocho años -hizo una pausa. Skye no dijo nada, pero su brazo se tensó en torno a él-. Mi padre estaba muy amargado -continuó Lorimer al fin-. Richard había sido amigo suyo y esa traición lo lastimó casi tanto como la de mi madre. Yo me quedé con mi padre en Escocia y supongo que absorbí mucha de su amargura, lo que me enseñó a ser muy cínico y a odiar el matrimonio. Después de que mi madre lo dejó, mi padre cambió por completo y dejó que yo creciera como un salvaje. Murió un par de años más tarde y, cuando mi madre vino para llevarme a vivir con ella y Richard, en Surrey se quedó horrorizada. Yo estaba decidido a odiar todo en Inglaterra y al final me enviaron lejos a una escuela, para civilizarme como me dijeron -la voz de Lorimer sonaba amarga-. Eso fue todavía peor. Estaba atormentado por mi acento y era molestado sin piedad por ser diferente. Traté de escapar tres veces, pero nunca llegué muy lejos. Y lloraba todas las noche.
Skye sintió una oleada de ternura por ese infeliz niño. Ladeó un poco la cabeza y puso su palma contra la mejilla de él.
– Pobre niño -le dijo con ternura.
– Sobreviví -los dedos de Lorimer reanudaron las caricias a su suave cabello-. Nunca le había contado esto a nadie. He sido muy cauteloso con lo del matrimonio, aunque sé que es estúpido generalizar. Mi madre pudo haber huido con otro escocés y la desdicha habría sido la misma. Los prejuicios son sólo excusas para nuestra propia infelicidad y, ciertamente, no fue justo desquitándome contigo -Lorimer vaciló-. Eso en realidad es lo que yo quería decirte en la playa.
– No necesitas disculparte. Nadie puede culparte por odiar a los ingleses después de una experiencia como ésa. Es gracioso, pero yo nunca pensé en mí misma como muy inglesa, aunque supongo que lo soy.
– Lo eres -había diversión en la voz de Lorimer-, aunque podrías ser cualquier cosa.
– Trataré de ser menos inglesa de ahora en adelante -le ofreció.
– No creo que debas cambiar -afirmó Lorimer-. No cuando estoy acostumbrándome a tu forma de ser.
«¿No te gustaría que un hombre te amara por tu forma de ser?» ¿Por qué recordó ahora las palabras de Vanessa? Distaba mucho de amarla, pero aún así, Skye sintió un calor surgir y quemarla a lo largo de sus venas hasta latir de forma insistente bajo su piel. Sus manos cosquilleaban por la necesidad de pasarlas sobre el tenso y musculoso cuerpo. Deseaba que sus labios recorrieran su garganta hasta llegar a la boca. Deseaba meterse bajo él y que explorara su ansioso cuerpo con la boca y sus manos. Deseaba que la besara y le dijera que él estaba más que acostumbrado a ella, que la deseaba y la necesitaba justo como ella a él.
Lorimer no parecía notar la forma en que el cuerpo esbelto de ella vibraba en sus brazos. Bostezó. Era evidente que hacerle el amor era lo último que tenía en mente, comprendió Skye, humillada.
– Es tarde -le dijo-. ¿Crees que ya estarás bien si te quedas sola? ¿O quieres que me quede? -añadió con voz seca mientras ella se incrustaba en él llena de pánico ante la sugerencia de que pudiera dejarla.
Skye sabía que debía dejarlo regresar a su dormitorio, pero la oscuridad parecía esperarla atemorizante fuera de los brazos de Lorimer. La tormenta gemía y golpeaba contra la ventana…
– ¿Te importaría quedarte? -le preguntó quedo y levantó la cabeza para espiar su rostro a través de la oscuridad. Captó una leve sonrisa cuando Lorimer volvió a colocar la cabeza sobre su hombro.
– No, no me importa -respondió.
Despertó despacio, consciente de una sensación poco acostumbrada de seguridad y comodidad, demasiado contenta para preguntarse por qué mientras se estiraba y retorcía soñolienta.
– ¡Al fin! Pensé que ibas a dormir todo el día.
La voz seca de Lorimer hizo que Skye despertara por completo y sus ojos se abrieran. Estaba acostada presionada contra su costado, con la cabeza sobre su pecho y el brazo posesivo de él sobre ella, pero cuando pudo enfocar la mirada, Lorimer levantó el brazo y se sentó.
Los recuerdos de la noche anterior la inundaron y las mejillas de Skye se colorearon de rosa por el bochorno mientras luchaba por desenredarse de él.
– Debiste… despertarme -tartamudeó.
– No quise hacerlo. Estabas muerta para el mundo y pensé que estarás exhausta después de la noche pasada -Lorimer se estiró y flexionó los hombros mientras abría las cortinas. La tormenta había terminado y el cielo estaba azul y brillante, despejado de la neblina de la larga noche-. Además, estás tan tranquila cuando duermes…
Skye era muy consciente del pecho desnudo de él, de su camisón frívolo, revelador, y de la insoportable intimidad de las sábanas arrugadas y bajó los ojos mientras sentía que el rubor se profundizaba en sus mejillas.
– Siento lo de anoche -le dijo con dificultad.
Lorimer regresó a la cama y se sentó en la orilla mientras estudiaba el rostro inclinado de ella.
– No hay necesidad de que te disculpes.
– Pues gracias por ser tan comprensivo -Skye tragó-. Debió ser muy incómodo tenerme aferrada a ti como una lapa toda la noche.
La sonrisa de Lorimer estaba muy torcida.
– Incómodo es una palabra que lo describiría -aceptó con expresión críptica-, aunque puedo pensar en otras. Skye volvió la cabeza para encontrar sus ojos y siguió un momento preñado de silencio mientras se miraban el uno al otro. De pronto, Lorimer se puso de pie-. Voy a vestirme y es mejor que tú hagas lo mismo si no quieres perderte el desayuno. Te veré en el comedor.
No era exactamente la más romántica de las frases pero sus palabras ayudaron a disolver algo de la incomodidad de Skye y para cuando se hubo duchado y vestido, volvía a ser de nuevo la misma. Encontró a Lorimer en el comedor bebiendo café y leyendo The Scotsman, pero levantó la mirada y le sonrió cuando ella entró.
Skye sintió que la felicidad florecía dentro de ella. Temía que la humillación de la noche anterior y el bochorno de despertar en sus brazos, hicieran difíciles las cosas entre ellos.
Era cierto que Lorimer había llamado a Skye al orden por hablar demasiado y distraerlo cuando trataba de leer el periódico, pero en realidad no lo hizo con sinceridad y fue incapaz de ocultar su sonrisa al doblarlo, con una expresión sufrida, para ponerlo a un lado.
Tenía un día que llenar antes de la cena de presentación esa noche y Lorimer le propuso que le pidieran a la señora Brodie unos sandwiches y un termo con café y fueran a comer en la rectoría. Skye aceptó feliz aunque se habría sentido igual con cualquier cosa que él sugiriera esa mañana.
Afuera el aire estaba brillante como un diamante y el mar parecía plata bajo los rayos del sol invernal. Una irresistible alegría corría por las venas de Skye mientras esperaba a que Lorimer abriera el coche. Vestía unas mallas de colores, un chaleco grueso de diseño atrevido y un gorro de color de rosa puesto sobre sus rizos rebeldes. Unos coloridos peces tropicales de madera colgaban de forma inadecuada de sus orejas.
Condujeron entre campos verde esmeralda con matorrales y plateados brezos, Skye charlaba, excitada, llena de brío por el aire limpio y la divertida presencia de Lorimer junto a ella, pero cuando giraron en una curva difícil y el coche se detuvo frente a la rectoría, únicamente pudo observar en silencio.
Era una casa blanca sólida con puerta negra y ventanas negras. Estaba asentada de forma que ajustaba contra la colina, en un promontorio desde donde las colinas llegaban hasta el mar y se desvanecían en la distancia azulosa. El jardín era un poco más que un campo yermo y, al final, un sendero de piedras grises y rosas conducía por un inclinado risco hasta una diminuta cueva y a una franja de playa entre las rocas.
– ¿Bien? -Lorimer apagó el motor y se volvió a mirar a Skye. Había un indicio de ansiedad en su voz pero ella todavía miraba hacia la rectoría y no lo notó-. ¡Parece que no tienes nada qué decir! ¿Qué piensas?
Skye inhaló profundo.
– Es hermosa -y luego sin pensar, añadió-: Es casi como si estuviera esperándome -demasiado tarde se dio cuenta de que Lorimer podría malinterpretar sus palabras porque ésa no era su casa y nunca lo sería-. Quiero decir…
– Sé lo que quieres decir -Lorimer parecía divertido-. Yo también me sentí así.
– Simplemente es una casa acogedora -trató de explicarle Skye para borrar la impresión que pudiera haber causado sus anteriores palabras-. Es el tipo de casa donde uno sabe que al entrar habrá un buen fuego, té y bizcochos.
Lorimer sonrió al salir del coche.
– Me temo que hoy no encontrarás ni té ni bizcochos. He tenido a los constructores todo el verano tratando de hacer habitable el lugar, pero todavía falta mucho por hacer antes de tener tés agradables junto al fuego.
Skye vio lo que quería decir cuando le mostró la casa. Era más grande de lo que parecía desde fuera, con cuartos grandes e iluminados abajo y una red de pequeños pasillos que olían a yeso y tuberías nuevas.
Comieron sus sandwiches sentados en los escalones bajo el débil sol de noviembre, compartiendo el café en la tapa del termo, en un silencio amigable. Después, Lorimer la llevó a dar un paseo a lo largo de la vereda costera, trepando sobre rocas cubiertas de líquenes y tropezando alegres entre los arbustos. Había grandes gaviotas sobre las rocas más abajo, o girando y graznando sobre sus cabezas, como si esparcieran importantes noticias.
La lluvia de la noche anterior había limpiado el aire hasta dejarlo tan claro que podían ver a kilómetros de distancia y a través del estuario Solway hasta las colinas de Cumbría, que se destacaban con tanta claridad que Skye pensó que podría tocarla si extendía la mano. Vagaron despacio, sin meta, a lo largo de la playa; Skye se detenía a recoger delicadas conchas color de rosa mientras que Lorimer lanzaba piedras sobre el agua. Él vestía vaqueros y un chaleco oscuro de lana muy grueso que parecía intensificar el color de sus ojos y parecía joven y feliz, como nunca lo había visto Skye antes.
De pronto, embargada por la alegría del frío, la luz y el calor en el rostro de Lorimer, hizo un par de piruetas en la arena. Sin aliento y riendo, encontró a Lorimer que la observaba sonriente. El viento había revuelto su cabello oscuro y sus ojos parecían muy profundos y muy azules.
El estómago de Skye se encogió cuando se miraron uno al otro y la verdad, tan obvia que era difícil de creer, la golpeócon la fuerza de un manotazo: estaba enamorada de él.
Capítulo 9
QUÉ tonta había sido! Skye se volvió y su alegría desapareció con rapidez al comprender que se encontraba sobre una base nueva e insegura. Ella había creído estar enamorada muchas veces, pero nunca se había sentido así. Esa no era una atracción pasajera; era profunda, una necesidad dolorosa, un conocimiento instintivo que no podía negarse. Deseaba a Lorimer, por siempre, para siempre.
Vanessa le había dicho que necesitaba enamorarse de verdad… Pues ahora había encontrado al hombre adecuado, el único hombre para ella y se había enamorado, justo como Vanessa le dijo que sería. El problema era que ella era el tipo equivocado de chica para Lorimer.
Sí, él había sido más bondadoso y agradable ese fin de semana de lo que hubiera creido posible, pero no estaba enamorado de ella y nunca lo estaría. Él le había aclarado que no estaba interesado en el matrimonio y se necesitaría más que una chica tonta y frívola como ella para hacerlo cambiar de opinión. Si Lorimer alguna vez escogía esposa, sería sensata, una chica inteligente, que no lo molestara o lo abochornara. Una chica como Moira Lindsay. Skye recordó la bufanda que Lorimer tenía escondida en la guantera del coche y sintió como si una mano apretara su corazón.
Se mantuvo callada mientras subían de regreso por la vereda del risco y regresaban a la rectoría en acuerdo silencioso. Lorimer le lanzó una o dos miradas curiosas pero se había creado una nueva tensión entre ellos y él no dijo nada. Se limitó a meter las manos en los bolsillos.
Una vez de regreso, se excusó para revisar lo que hacían los constructores y Skye vagabundeó por la casa, torturándose con los «podrías» y «quizás». Podía imaginar cómo sería con dolorosa claridad: la casa cálida y decorada, quizá un poquito desordenada, no demasiado arreglada. Isobel Buchanan había tenido razón cuando la llamó una casa familiar. Necesitaba niños que rieran, gritaran, discutieran y corrieran por los corredores.
Skye cerró sus ojos, impresionada por la facilidad con que podía visualizar a un hijo de Lorimer: un pequeñín con cabello oscuro y los ojos azules, los ojos que hacían que su corazón se retorciera de amor.
De repente, abrió los ojos y respingó ante el dolor que sentía al pensar en ese niño. Podía imaginarlo con gran claridad pero si alguna vez existía, no sería su hijo. Él viviría en esa casa adorable y pertenecería a una mujer diferente. Era justo que lo que Lorimer necesitaba, una amorosa esposa y un hijo propio para enseñarle que el matrimonio no tenía que ser amargura y traición. Si tan sólo pudiera ser ella la que le enseñara lo que la felicidad podría ser… Los ojos de Skye se oscurecieron. ¿Qué sentido tenía provocarse con los deseos? No había futuro para ella con Lorimer, absolutamente ninguno.
Adonde quiera que fuera, las imágenes la perseguían. Podía verse en la cocina con su luz alta y sus ventanas con vista a las colinas, en el comedor, en el pasillo. Estuvo parada en la sala durante largo tiempo, mirando hacia la chimenea, imaginándola llameante, las cortinas cerradas para proteger del viento y la lluvia y un perro dormido junto al hogar y a Lorimer relajado en un sillón. Y entonces, en su imaginación, él levantaba la mirada y le sonreía y era Skye misma la que entraba en el salón para ir a sentarse a sus pies y descansar la cabeza sobre su rodilla y sentir cómo sus dedos amorosos le revolvían el cabello.
Podía escuchar las pisadas de Lorimer arriba y se liberó de sus ensoñaciones para subir la escalera. Quería encontrar a Lorimer y forzarse a hablar de forma normal de asuntos cotidianos, pretender que nada había cambiado, aunque al pasar por el dormitorio principal no pudo resistir extender la mano para darle vuelta al picaporte.
Era un cuarto grande que tenía vista al estuario y las colinas del otro lado, vacío, excepto por algunos pedazos de tubo de cobre y unas mantas apiladas contra la pared. Skye imaginaba cómo estaría el cuarto con una cama amplia, lo que sentiría al estar acostada con Lorimer, sabiendo que sólo necesitaba estirarse para tocarlo, para sentir las manos de él posesivas sobre sus curvas y su sonrisa contra su piel.
La imagen era tan vívida que Skye apretó los ojos de forma involuntaria contra el dolor de saber que eso nunca sucedería. Nunca imaginó que el amor pudiera doler tanto y para su horror, se dio cuenta de que sus mejillas estaban húmedas y respiró estremecida. Podía escuchar las pisadas de Lorimer por el corredor exterior. Apresurada se volvió hacia la ventana y limpió las lágrimas de sus mejillas con el dorso de su mano.
– ¿Qué sucede? -preguntó Lorimer con acritud.
– Nada… nada.
Él caminó hasta ella y la sujetó por los hombros.
– ¿Qué quieres decir con nada? ¡Has estado llorando!
– ¡No! -limpió furiosa su rostro-. Sólo estaba pensando.
– ¿En qué?
¿Cómo podía contarle la verdad? Skye se preguntaba qué diría él si le contaba que estaba enamorada de él. No creía poder soportar ver la expresión de horror que surgía en sus ojos, el instintivo rechazo o peor aún, una bondadosa explicación de por qué nunca podría ser. Eso ya lo sabía.
– Yo sólo pensaba… en cómo las cosas no funcionan como uno espera -dijo al fin y para su sorpresa la expresión de Lorimer se endureció.
– Supongo que eso significa que llorabas por Charles Ferrars. Me había olvidado de que él es la razón de que estés aquí pero tú no, ¿verdad? -preguntó rudo Lorimer-. ¿Qué sucede? ¿No ha sucumbido a tus ardides? ¡Tienes que trabajar con más empeño!
Skye se sintió tentada de decirle que no había pensado en Charles durante semanas pero, ¿qué objeto tenía? ¡Que pensara que todavía estaba obsesionada con Charles! Al menos eso le ahorraría el bochorno de que se diera cuenta de que era él el hombre que la perseguía en sueños.
– Gracias por el consejo.
Se miraron uno al otro, impotentes ante el antagonismo que había surgido de nuevo entre los dos. Lorimer hizo intento de caminar hacia ella, antes de cambiar de opinión y darse la vuelta.
– Vámonos -dijo con el tono al que ella estaba acostumbrada.
Skye lo siguió abajo y hasta el coche en silencio. El sol invernal parecía enorme y brillante sobre la colinas al oeste y brillaba sobre loscharcos y el lodo convirtiendo los canales más profundos en oro derretido. El viento había amainado y había una quietud extraña en el aire, como si el ocaso temblara de anticipación ante la desaparición final del sol detrás de las colinas. La temperatura había descendido mucho y Skye podía ver el vaho que formaba su aliento en el aire frío mientras abría la puerta del coche. Con el frío se intensificó el aroma del bosque y de los brezos.
Ella no deseaba entrar al coche y alejarse de esa casa con habitaciones tan acogedoras y sueños tan tentadores, pero Lorimer ya se inclinaba impaciente para abrir la puerta y entró. El tiempo para soñar había terminado.
Skye no olvidaría nunca la noche de la cena de presentación. Fue una de las más largas y más desdichadas de su vida, pero nadie lo habría adivinado por su brillante sonrisa y alegre charla. Se daba cuenta de que iba demasiado exagerada, con un vestido sin tirantes, de un vibrante tono jade. Lorimer siempre pensaría que ella era muy frívola y que estaba fuera de lugar.
Lorimer mismo estuvo de un humor extraño toda la noche como si mantuviera controladas sus emociones por simple fuerza de voluntad. Skye lo miró a hurtadillas y puso en su rostro una brillante sonrisa. Ella brilló durante la cena, aunque por la poca atención que Lorimer le prestaba, bien podía no estar ahí. Dejó que fueran los Buchanan quienes la presentaran a los demás invitados.
Las copas y premios ganados por los miembros del club de golf durante el año fueron entregados después de la cena con cortos discursos. Skye aplaudió con gran entusiasmo cuando Duncan McPherson subió para recibir una enorme copa, pero se sintió aliviada cuando todo terminó y las larga mesas fueron empujadas para hacer espacio para el baile.
El acordeón y el violín tocaron los primeros acordes y fue Duncan, no Lorimer, quien la invitó a bailar. A Skye le encantaba bailar y pudo seguir los pasos con rapidez. Por el rabillo del ojo veía a Lorimer que conducía a Isobel Buchanan por la pista. Él no la miró ni una vez.
Skye sonreía para demostrarle a Lorimer que se divertía como nunca en su vida y que no le importaba que él no la hubiera invitado a bailar. Giró y giró y fue guiada en las rondas por una sucesión de granjeros con manos callosas hasta que el rostro le dolió por el esfuerzo de sonreír.
Cuanto más la ignoraba Lorimer, más vivaz se tornaba. Bailó todos los bailes y, de pronto, se encontró frente a frente con él. De mala gana, Lorimer la tomó de la mano.
– Por todos los cielos, deja de dar saltos y chillar como una sirena -siseó-. No hay necesidad de que todos se enteren de que no tienes ni idea de lo que estás haciendo.
Skye simplemente le sacó la lengua y dirigió una brillante sonrisa a su nueva pareja, cuando Lorimer la soltó. Después de eso, hizo un esfuerzo adicional para dejarle saber cuánto disfrutaba sin él, pero Lorimer no parecía fijarse en ella. Por el contrario, se dedicó a sus compañeras, incluyendo una chica muy bonita que se parecía bastante a Moira y que le resultó odiosa a primera vista. ¿Por qué no podía invitarla a bailar?
Como había bailado tanto, Skye estaba sonrojada y si aliento cuando la orquesta cambió a un tono más lento al final de la noche.
– Da la impresión de que te estás divirtiendo -aprobó Isobel Buchanan-. Es muy agradable verte disfrutar. ¡Creo que has ganado unos cuantos corazones esta noche!
Pero no había ganado el único que le importaba, pensó Skye desdichada.
– Todos han sido tan amables -musitó sonriendo y sin mirar a Lorimer que charlaba con Angus Buchanan.
Fue un alivio quedarse quieta para recuperar el aliento, pero como la orquesta respondió a los ruegos para tocar otra pieza lenta, Angus se volvió a su esposa:
– Querida, creo que es mi baile -le dijo con galantería.
– ¡Qué adorable! -dijo Isobel con una sonrisa y entonces miró a Lorimer a Skye-. Aquí tienes la oportunidad de invitar a Skye, Lorimer. He visto que la has observado toda la noche cuando ni siquiera tenías la oportunidad de acercarte a ella.
Su esposo se la llevó girando y Lorimer y Skye se quedaron tratando de evitar mirarse. Skye deseaba que Lorimer la tomara en sus brazos, pero era obvio que eso era lo último que él deseaba.
– ¿Bailamos? -preguntó tensó después de un rato.
– Está bien -Skye se sentía humillada porque él prácticamente se había visto obligado a pedirle que bailaran.
– No pareces muy entusiasmada -comentó cuando estaban en la pista.
– ¡No ha sido una invitación muy entusiasta!
– ¿Qué esperabas? -preguntó Lorimer irritado-. Te has convertido en un espectáculo toda la noche. No caeré víctima de esa sonrisa tuya como todos esos pobres tontos con los que has estado coqueteando. Sé muy bien que tú preferirías estar bailando con Charles Ferrars.
Vaciló antes de rodearla con su brazo, casi reacio. Se movían con rigidez, tratando de tocarse lo menos posible, pero las luces eran muy tenues y la pista estaba atestada, por lo que fue inevitable que fueran empujados hasta quedar juntos, a pesar de sus deseos.
Skye mantenía los ojos fijos en la garganta de Lorimer, hipnotizada por el pulso firme y la sensación de su mano contra su espalda. La urgencia de relajarse contra él era casi abrumadora. ¿Qué pasaría si ella se acurrucaba en sus brazos?
Despacio, muy despacio, sucumbió a la tentación y relajó su cuerpo hasta que el espacio entre sus cuerpos se cerró y pudo apoyar la mejilla contra la garganta de él, con un suspiro de satisfacción. Esperaba que Lorimer la empujara, pero la presión de su mano había aumentado de forma imperceptible, para acercarla más y su cabeza bajó, de modo que él puso su mejilla contra el cabello suave y brillante de ella.
Skye podía sentirse estremecida por el deseo. Parte de ella deseaba que ese momento continuara para siempre pero el resto ansiaba volver la cabeza y sentir sus labios sobre los suyos. Deseaba que la llevara arriba y le hiciera el amor. Deseaba saborear su piel y sentir la gloriosa dureza de su cuerpo bajo los dedos.
Ninguno de sus deseos le fue concedido. Demasiado pronto, la melodía terminó y la gente rompió a cantar en coro Auld Lang Syne. Skye estaba sola, parpadeando de forma estúpida ante los sonrientes rostros que la rodeaban mientras sus manos eran estrechadas con entusiasmo por perfectos extraños.
No podía creer que Lorimer actuara como si no hubiera pasado nada cuando se despidieron de los Buchanan. Debió sonreír y despedirse de forma automática aunque se sentía desorientada y todos sus sentidos todavía clamaban por el contacto de Lorimer. Era una noche muy fría, y Skye agradeció el aire helado que quemaba su piel y la hizo volver a la realidad.
Estaba parada junto a Lorimer sin hablar, sin tocarse mientras observaban a los Buchanan alejarse.
– Bueno… creo que me iré a la cama -dijo con torpeza.
Lorimer la miró con expresión sardónica, pero no dijo nada mientras regresaban al interior y subían la escalera. Abajo, podían escuchar sonidos alegres de las últimas despedidas pero en el sombrío corredor la atmósfera era silenciosa y rebosante de tensión.
Skye sujetó con fuerza la llave de su cuarto, como un talismán contra el salvaje calor del deseo, ansiando el contacto con Lorimer, pero aterrorizada de lo que pudiera revelar si él la tocaba.
– ¡Vaya exhibición la que has dado allá abajo! -Lorimer rompió el silencio cuando se detuvieron frente a su puerta.
– ¿Qué… quieres decir?
– Tengo que decírtelo, Skye -su expresión era dura y desdeñosa-. Tú sí sabes como jugar el papel de la mujer cálida y deseable, ¿o es que has tenido mucha práctica?
– No sé de qué estás hablando.
– ¿No? Te aferraste a mí con ese camisón seductor y me rogaste que me quedara toda la noche y ahora, te derrites en mis brazos, tan cálida y tan suave… y ¡tan decidida a conseguir a otro hombre! Menos mal que estoy enterado de tu obsesión por Charles Ferrars, si no habría tenido ideas equivocadas sobre ti, Skye. ¡Qué lástima que Charles no estuviera aquí esta noche para ser testigo de tu actuación! Has debido maldecir por la oportunidad desperdiciada cuando tuviste que pasar la noche en mis brazos en lugar de en los suyos.
– Oh, no lo sé -había frialdad en la voz de Skye. Los comentarios desdeñosos de Lorimer habían hecho que todos los pensamientos de deseo desaparecieran de su mente y la dejaran molesta, decidida a lastimarlo tanto como él la lastimaba-. Cualquiera lo habría hecho y sucede que tú estabas ahí de forma muy conveniente.
Los ojos de Lorimer se entrecerraron de forma peligrosa.
– Así que fui conveniente, ¿verdad? ¡Qué cómodo para ti tener a un hombre conveniente para practicar tus técnicas de seducción con él! ¿Quieres practicar algo más?
– ¡No! -la llave cayó al suelo.
– ¿No? -se burló-. ¡Ese no fue el mensaje que recibí en la pista de baile!
– ¡Suéltame!
– No, creo que no lo haré. A mí me gustaría practicar -con una mano le levantó la barbilla y volvió su rostro atormentado hacia arriba.
Al instante siguiente su boca bajó sobre la suya en un beso castigador. Skye golpeó con fuerza con las manos sobre el pecho de él, pero su única respuesta fue apretarla más y, de pronto, la calidad del beso cambió. La amargura y la ira se habían disuelto imperceptiblemente en una dulzura que los capturó a ambos y llevó el beso más allá de su control en una oleada de intoxicante delirio.
Las palabras rudas que se habían lanzado el uno al otro estaban olvidadas. Era como si sus cuerpos tuvieran voluntad propia y sucumbieran a una fuerza mucho más grande.
Los brazos de Skye se deslizaron en torno a su cuello y sus dedos se enredaron en su cabello, mientras las manos de Lorimer se movían con urgencia sobre su cuerpo bajo su vestido, duras y exigentes contra los senos henchidos, la calidez de su muslo y se deslizaban con tentadora seguridad sobre su sedosa piel. Skye se aferró a él, hambrienta, sus sentidos giraban y se abandonó al electrizante deleite del contacto, del sabor de Lorimer y la dura y emocionante promesa de su cuerpo.
Cuando su boca dejó la suya, gimió en protesta.
– Ahora sabes cómo se siente uno después de ser usado -murmuró contra su oreja.
A Skye le tomó varios segundos comprender lo que él había dicho. Se quedó absolutamente fría.
– Eso no ha sido justo -susurró.
– Ahora sabes cómo es -repitió Lorimer-. No es agradable, ¿verdad?
– ¡Yo no te he usado!
– ¡Oh, vamos Skye! No es un secreto lo que sientes por Charles. Al principio admiré tu sinceridad, pero eso fue antes de saber que yo estaba destinado a actuar como un pobre sustituto.
– ¿Tú un sustituto de Charles? -¿cómo podía besarla de esa forma en un momento y al siguiente mostrarse tan amargado?-. ¡No me hagas reír! -Skye estaba demasiado lastimada para darse cuenta de lo que decía-. ¡Tú no podrías ser un sustituto adecuado para él!
– ¿Si? -Lorimer estaba tan enfadado como ella-. ¿Cómo te besa Charles, Skye? ¿Así? -la atrajo de nuevo a sus brazos atormentándola con besos quemantes que dejaron a Skye temblorosa e indefensa-. ¿O así? -en esta ocasión sus labios fueron gentiles, persuasivos e indescriptiblemente tiernos. La besó como si la amara, como si ella fuera algo raro y precioso y Skye no tuvo defensas para resistir. Estaba embrujada, encantada y se apoyó en él con un suspiro.
La decepción cuando él la soltó fue agonizante, tanto que tuvo que sofocar un grito de dolor. Lo miró humillada, pues él debía saber que ella había sucumbido. Él debía saber que ella se había permitido creer que en esta ocasión el beso era real.
Pero la expresión de Lorimer era inescrutable.
– Quizá tengas razón -dijo-. No es exactamente lo mismo besar a alguien que uno ama, ¿verdad?
Skye respingó. ¿La había estado comparando con Moira todo el tiempo?
Sus palabras insensibles le rompieron el corazón, la destrozaron, y sus rodillas temblaban incontrolables cuando se inclinó a recoger la llave de la alfombra.
– No -dijo y se preguntaba cuánto tiempo podría retener las lágrimas de amargura-. Supongo que no.
La mañana siguiente apenas intercambiaron una palabra en el camino de regreso a Edimburgo. Era otro hermoso día con el brillo del hielo sobre el césped y en torno a los árboles. Skye miraba sin ver por la ventanilla y se preguntaba si dejará de dolerle amar a Lorimer. ¿Disminuiría hasta convertirse en un leve dolor con el tiempo o siempre tendría que soportar esa agonía cuando pensara en él? Se sentía lacerada por los recuerdos de ese último beso traicionero. ¿Se daría cuenta Lorimer de cuánto la había lastimado al besarla con tanta ternura? ¿Sabía él qué amarga desilusión había sido darse cuenta de que eso no había significado nada para él, absolutamente nada?
Vanessa miró a Skye cuando llegó a la puerta y, con prudencia, no dijo nada. Skye se sintió agradecida por su comprensión, no creía que pudiera hablar de Lorimer aunque lo deseara. Se sentó frente a la televisión toda la tarde, cegada ante la parpadeante pantalla, sin escuchar ni una palabra, sin hacer nada para no darse la oportunidad de pensar, así que aceptó cuando Vanessa sugirió salir por la noche.
Skye se sentó en el atestado bar con Vanessa y sus amigos e hizo un esfuerzo heroico para parecer alegre. Habló, rió, y cuando su mente se desviaba hacia Lorimer o a la casa que esperaba entre el mar y las colinas, con firmeza apartaba la imagen. Fue un alivio volver a casa a través de las calles oscuras con Vanessa y dejar de sonreír.
Caminaban por la High Street hacia el castillo cuando Skye vio a Lorimer. Estaba parado en la curva haciendo señales a un taxi y Moira estaba junto a él, riendo por algo que él había dicho. Parecía feliz, deslumbrante por el amor.
El corazón de Skye se retorció de dolor y retrocedió hasta un umbral oscuro, aunque no había temor de que Lorimer mirara hacia el camino y la viera. Estaba demasiado ocupado con Moira, extendiendo solícito su mano para ayudarla a entrar en el taxi, sonriendo mientras subía tras ella. El taxi apagó su luz y se alejó.
Su última esperanza de que las palabras amargas de Lorimer y sus furiosos besos nacieran de los celos, murieron en ese oscuro pavimento esa noche. ¿Qué razón tendría de estar celoso cuando tenía a una chica como Moira tan enamorada? No había confusión en su felicidad ni en las sonrisas de Lorimer. Él no parecía ni amargado ni cínico con Moira, y tampoco parecía un hombre que hubiera esquivado el matrimonio. Parecía un hombre dispuesto a decir que el matrimonio era exactamente lo que deseaba.
– ¿Quieres hablar de eso? -preguntó Vanessa quedo.
– No. No… puedo, todavía no.
Desde lo profundo surgió un vestigio de orgullo. Lorimer no la amaba, nunca la amaría. Tendría que aceptarlo y seguir trabajando con él hasta Navidad, con tanta dignidad como pudiera. Eso significaba que no permitiría que Lorimer adivinara ni por un momento, todo lo que había llegado a significar para ella.
El lunes, Lorimer y ella se mostraron muy corteses uno con el otro. No mencionaron el fin de semana, era como si no hubiera sucedido, pensó Skye al empezar a mecanografiar las cartas en borrador que Lorimer le había entregado esa mañana. Debió pasarse toda la tarde anterior escribiéndolas.
Mecanografiaba una carta para el abogado, acerca de la compra propuesta de la tierra de Duncan McPherson, cuando la puerta se abrió y entró Moira Lindsay. Vestía una falta recta y un chaleco de cuello redondo color gris, que le quedaba a la perfección a lo tonos sutiles de la bufanda de seda.
Skye la reconoció de inmediato. Era la bufanda que Lorimer había guardado en su coche. Era obvio que el momento adecuado había sido la noche anterior.
Moira le sonrió a Skye, que notó el brillo de felicidad que la otra chica llevaba consigo. Ella también parecería feliz si Lorimer le hubiera dado un regalo escogido con tanto cuidado, la hubiera sonreído con afecto, la hubiera llevado a su casa y le hubiera demostrado cuánto la amaba.
– Hola, Skye -Skye apenas podía soportar lo amistoso del tono de voz de Moira-. Le dije a Lorimer que vendría esta mañana. ¿Está libre?
– Yo siempre estoy libre para ti, Moira, lo sabes -Lorimer apareció en el umbral de la puerta de su oficina. Su mirada se posó en Skye que miraba la pantalla de su procesador de palabras, incapaz de observar la felicidad en su rostro cuando saludó a Moira-. Entra, Moira… Skye ¿podrías traenos café, por favor?
– Por supuesto -Skye estaba orgullosa de su voz fría. Empujó su silla y buscó la bandeja que siempre usaba ahora para llevar el café hasta arriba desde la cocina. Cuando se levantó, pudo escuchar cuando Lorimer guiaba a Moira a su oficina.
– Supongo que es mejor que hagamos nuestros sentimientos personales a un lado y hablemos del futuro.
Moira rió, con la risa feliz de una mujer que sabía que era amada.
– No creo que vayan a cambiar tantas cosas. Yo seguiré trabajando para ti… hasta que pensemos en tener hijos, por supuesto.
La puerta se cerró tras ellos. Skye bajó a la cocina y sirvió el café. Sólo había una interpretación a lo que había escuchado. Lorimer y Moira iban a casarse. ¿Por qué más diría Lorimer que debían dejar a un lado los sentimientos personales para discutir de negocios? Iba a casarse con Moira y llevarla a vivir a la rectoría junto al mar y ella sería la madre de sus hijos de cabello oscuro y ojos azules.
Skye se controló por fuerza de voluntad, aunque sabía que al más ligero toque se rompería en miles de pedazos. Se forzó a subir y a entrar en la oficina donde Lorimer y Moira reían. Colocó la bandeja sobre el escritorio, puso una taza cerca de Moira y otra junto a Lorimer. Parecía que ninguno de ellos la había visto.
Skye se sentó en su escritorio y miró sus manos temblorosas. Si Lorimer la veía así no le sería difícil ver la verdad a través de su débil fachada. Tenía que convencerlo de que los besos que habían compartido, la noche que pasó en sus brazos, la fácil amistad que encontraron al caminar por la playa… todo eso significaba lo mismo para ella que para él.
Se sintió presa de un terrible aturdimiento. Sabía que debía trabajar, hacer algo, cualquier cosa, para quitar de su mente la imagen de Lorimer y Moira juntos, pero sólo miraba desdichada la pantalla. El teléfono que sonó repentinamente la hizo volver a la realidad. Inhaló profundo varias veces y descolgó el auricular.
Era Charles. Y la invitó a salir a cenar la noche siguiente. Él era la última persona que Skye deseaba ver e iba a ofrecerle una excusa cuando escuchó un estallido de risas detrás de la puerta cerrada. ¿Qué mejor forma de convencer a Lorimer de que ella no iba a sentarse a llorar por él?
– Gracias, Charles -dijo con firmeza-. Mañana me parece bien.
Capítulo 10
LORIMER fruncía el entrecejo al leer las cartas que ella había mecanografiado la tarde siguiente, cuando Charles entró en la oficina para recogerla. Se puso sombrío mientras miraba de Charles a Skye, que había tenido un cuidado especial con su apariencia ese día.
– ¿Vas a salir?
– Ya son las cinco y media -señaló Skye con dulzura. Ella había hecho una gran demostración al saludar a Charles, contenta de que Lorimer estuviera ahí para anotar que no tenía ojos para nadie más.
Estaba furiosa consigo misma por enamorarse de Lorimer. ¿Por qué había permitido que sucediera? Él no la había alentado, al contrario, había dejado muy claro que las chicas como ella no le interesaban… ¡Y se había comprometido con Moira! Eso hizo que Skye se sintiera todavía más enfadada. ¿Por qué se molestó en contarle todo sobre la separación de sus padres? Cuando pensaba en lo compasiva que se sintió, lo comprensiva, se sentía arder de humillación. Lorimer no necesitaba ni su compasión ni su comprensión. Tenía a Moira para que lo consolara de su pasado infortunio. Skye estaba convencida de que él debió imaginar cómo se sentía ella. ¿Eran sus sentimientos tan obvios? ¿Todavía lo eran?
El orgullo era lo único que mantenía a Skye. Era el primer día de diciembre y le faltaban sólo tres semanas para terminar. No iba a rendirse ahora.
Así que brindó a Lorimer la brillante sonrisa de una chica sin una sola preocupación en el mundo y dejó que Charles la ayudara a ponerse el abrigo.
Charles estaba decidido a mostrarse encantador y llevó a Skye a un restaurante caro y la cubrió de cumplidos, que la dejaron absolutamente fría. No podía comprender por qué se comportaba así con ella. La última vez que lo vio, en la fatal cena con los Fleming, él no se molestó en ocultar su disgusto por su comportamiento y ahora ahí estaba, colmándola de atenciones.
– Espero que podamos vernos más cuando regresemos a Londres -dijo Charles al llenarle la copa de nuevo.
Al pensar en Londres, o en cualquier lugar sin Lorimer, Skye sentía frío.
– Entonces, ¿te vas de Edimburgo pronto?
– Tan pronto como pueda -Charles se inclinó de forma confidencial-. La verdad es que estoy pensando en cambiarme de empleo, pero necesito estar seguro de que mi reputación me precede. Y para eso necesito que se conozca mi nombre en los círculos adecuados.
– Yo creía que te gustaba trabajar para Fleming.
– Es un buen tipo, pero demasiado precavido. Pierde el gran filón y lo sabe y ésa es una de las razones de que me trajera aquí, para enseñarle a su oficina en Escocia cómo tirar a matar.
Era un término horrible, reflexionó Skye, incapaz de creer ahora que había sido ese rasgo frío y despiadado de Charles, lo que una vez le pareció tan atractivo. Él, solícito, se inclinó y cubrió su mano con la suya.
– Te veo diferente, Skye. Estás más callada -bajo su voz significativamente-. Más atractiva.
Skye retiró su mano. No podía soportar a nadie excepto a Lorimer.
– Sólo estoy un poco cansada. No he pasado un buen fin de semana.
– Traté de llamarte el sábado pero tu compañera de piso me dijo que estabas fuera con Lorimer -la voz de Charles sonó muy casual-. ¿Qué estuvisteis haciendo?
– Fuimos a Galloway para buscar un lugar; para el nuevo campo y el hotel. Tú debes saberlo. Carmichael & Co. están en el negocio.
– ¡Oh, sí! -aceptó Charles-. Después de todo yo no he tenido mucho que ver con ese trato. Yo iba a tomar las negociaciones de manos de Fleming, pero tengo la impresión que Lorimer me hizo a un lado. Está arriesgando mucho en este nuevo hotel, pero haría mejor si fuera a donde está el dinero. Yo le sugerí algunos proyectos muy lucrativos de los que no quiso saber nada -de pronto le sonrió a Skye que pensó que quizá había imaginado la expresión vengativa de sus ojos-. ¡Él se lo pierde! Si desea arriesgar todo en su proyecto favorito, ése es su problema. Fleming me ha dicho que ya ha escogido un lugar… ¿Cuál es el nombre de la casa?
– Glendorie House.
– ¡Ah, sí! Eso es. ¿Entiendo que todo va de acuerdo a lo planeado?
Skye asintió y se sintió complacida de que él deseara charlar sobre negocios.
– Ahora sí. Obtuvimos el terreno extra para el campo de golf en el que Fleming insistía tanto y Lorimer está a punto de cerrar el trato con los dueños de la casa. No había ningún problema. Los Buchanan quieren vender, y están deseando cerrar el trato.
– Ya veo -Charles parecía pensativo, pero después de un momento, cambió de tema hacia lo que haría tan pronto como regresara a Londres.
Skye se sintió aliviada cuando la cena terminó. Charles había dejado caer comentarios sugestivos conforme progresaba la velada y ella ansiaba estar sola. Trató de llamar un taxi, pero Charles insistió en llevarla a casa en su coche y al final se rindió. Cuanto antes regresara al piso, antes podría encerrarse en su cuarto y llorar hasta dormirse.
Pronto deseó no haber aceptado su ofrecimiento. Charles seguía poniendo su mano sobre el muslo de ella sin importar lo lejos que se retirara y cuando detuvo el coche frente a su portal, se lanzó sobre ella antes de que tuviera tiempo de salir.
– Vamos, Skye -expresó burlón cuando ella luchó-. No hay necesidad de jugar estos juegos. ¿Crees que no noté lo mucho que trabajaste para obtener mi atención en Londres? ¡Entonces no habrías puesto objeciones!
– He cambiado -afirmó Skye.
– Sí, has cambiado y me gustas mucho más así -Charles se inclinó más cerca y su aliento caliente rozó su rostro-. Después de todo mereces una recompensa por haberme seguido hasta Edimburgo -él le alzó el rostro y la besó con torpeza.
Una voz fría en el fondo de su mente le dijo a Skye que ella se había buscado eso antes de que la ira viniera en su ayuda y pudiera apartarse. Tambaleante salió del coche y prácticamente corrió para cruzar el camino hasta la otra acerca donde se detuvo de repente, como si hubiera chocado contra una pared de ladrillo.
Lorimer la esperaba al otro lado con el rostro torcido por el desdén.
– ¿Qué sucede? ¿No es Charles lo suficientemente caballeroso como para quedarse a comprobar que subes a salvo la escalera oscura o no se dejó embaucar con esa farsa?
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Skye sin aliento.
– Mi coche está aparcado aquí. Iba a recogerlo cuando me encontré con esa escena de pasión desenfrenada en el coche de Charles. Parece que al fin has hecho algún progreso con él.
– Sí, practiqué mucho en Kielven -lanzó, furiosa con él, furiosa consigo misma por interesarse a pesar de lo que él pensaba. Después de todo, eso era lo que ella quería que él pensara, pero su victoria de pronto le pareció angustiosa.
– Me complace saber que te he sido de utilidad -dijo con amargura y se dio vuelta para perderse en la noche.
Hubo veces en esa semana en que Skye se preguntaba si valía la pena pasar un purgatorio cada día en la oficina. Lorimer sólo le hablaba cuando era absolutamente necesario. Sabía que sería más fácil para ambos si ella se iba, pero no podía resignarse a decirle adiós. A pesar de la horrible atmósfera y la dura y desdeñosa expresión de su rostro, todavía lo amaba. Todavía deseaba rodearlo con sus brazos y respirar el aroma limpio de su piel. Deseaba presionar sus labios en su garganta y apoyarse en él y escucharlo decir que nunca la dejaría ir.
El viernes, Lorimer anunció que Angus Buchanan lo había llamado por teléfono para invitarlos a Glendorie para comer al lunes siguiente.
– Le dije que no había necesidad de que tú fueras, pero ellos insistieron en que querían verte, así que dije que te llevaría conmigo.
Los Buchanan los esperaban. Parecían muy preocupados.
– Tuvimos la visita de un joven llamado Charles Ferrars el sábado -dijo Angus tan pronto como se acomodaron en la sala y los perros contentos a los pies de Skye-. Nos dijo que representaba a los inversionistas y que te estaban retirando el respaldo, aunque no dijo por qué, sólo que eso no nos afectaría ya que ellos nos comprarían la casa directamente -Angus parecía más viejo ese día-. Nos ofreció una cantidad más baja de la que habíamos acordado contigo, Lorimer, pero dijo que era lo más que obtendríamos. De acuerdo con él, tú no estarás en posición de comprar nada una vez que su firma retire su inversión.
– También dijo que un hotel aquí no sería lucrativo -intervino Isobel Buchanan-. El pensaba que habría más dinero en algún tipo de parque -miraba a Lorimer asombrada-. En realidad no comprendimos, pensamos que todo estaba acordado. ¿Qué sucede?
– No lo sé -un círculo blanco rodeaba la boca de Lorimer-, pero voy a investigarlo -se levantó-. No nos quedaremos a comer, Isobel. Creo que debo regresar a Edimburgo tan pronto como sea posible para arreglar este asunto.
– ¿Así que sabes quién es ese Charles Ferrars? -preguntó Angus.
– ¡Oh, sí, lo conozco! -Skye se estremeció ante la amenaza en su voz-. Y también Skye.
Prácticamente arrastró a Skye afuera y la empujó dentro del coche.
– ¿Bien? -exigió furioso cuando conducía haciendo chirriar los neumáticos-. ¿Quieres explicarme que habéis fraguado entre tú y Charles, qué habéis planeado entre los dos?
– ¡No sé nada de eso! -dijo Skye cerca de las lágrimas.
– ¡No te hagas la inocente conmigo, Skye! Has sido muy astuta al jugar a la chica que todos aman, tan divertida, tan bonita, tan encantadora, ¡tan traicionera! ¿Planeasteis eso desde el principio? ¿O pensaste que dándole información confidencial a Charles lograrías que te prestara atención?
– ¡No!
– ¿Cómo supo que tenía que ir a ver a los Buchanan? ¿Quién le dijo que querían vender? Yo no le conté eso a Fleming. Yo no he llegado a negociar con la ansiedad de un par de ancianos, pero es obvio que Charles sí.
Skye retorcía las manos en su regazo y se sentía culpable al recordar que le había contado a Charles todo sobre los Buchanan.
– Le dije que el trato iba bien, sin problemas -dijo quedo-. Y sí, le mencioné que los Buchanan estaban ansiosos de que todo terminara, pero yo no sabía que él planeaba esto.
– Lo habrías comprendido si te hubieras detenido a pensarlo, ¿no lo hiciste verdad? -Lorimer estaba rígido por la furia y sus manos apretaban el volante tan fuerte que sus nudillos estaban blancos-. No, todo lo que te preocupa era en beso que obtendrías como recompensa por una buena noche, tras pasarle información confidencial.
– Yo no sabía que era confidencial -le gritó de pronto-. Charles trabaja para Carmichael & Co. Debe tener acceso a toda esa información.
– Pero yo soy muy cuidadoso con la información que les paso. Nunca confié en Charles Ferrars. Le dije a Fleming que únicamente trabajaría con él y retuve cualquier información sobre la que Charles pudiera poner en sus manos.
– ¿Por qué no me lo dijiste? -preguntó. Estaba cansada, hambrienta y confundida-. Se supone que yo soy tu secretaria. Si no me hubieras mantenido en la oscuridad yo habría sabido qué decirle y qué no.
– ¿Por qué debería confiar en ti más que en él? -contraatacó Lorimer-. Tú me contaste que estabas enamorada de él y me dijiste que estabas dispuesta a todo.
– Estás muy equivocado -dijo desesperada.
– Me atrevo a decir que tú no querías arruinar mi trato -el desdén de Lorimer era peor que su ira-, pero de todas formas lo has hecho. Así es siempre contigo, ¿verdad, Skye? Eres tan malcriada, egoísta y superficial que nunca piensas que alguien más puede quedarse atrapado en tus estúpidas trampas infantiles. No te preocupa que los Buchanan estén en extremo preocupados, que Duncan se vaya a desilusionar de nuevo, que esos adorables terrenos vayas a ser arrasados para construir un parque de recreo con juegos de plástico. ¡Todo lo que te importa es Charles!
Skye volvió la cabeza, demasiado dolida para discutir, aunque de todas formas él no la escucharía.
Pasaron el trayecto de regreso a Edimburgo en un silencio glacial. Lorimer se detuvo frente a su casa.
– Sal de aquí -su voz no denotaba emoción-. Has sido un problema desde el principio y no quiero saber de ti ni verte ni cualquier cosa que tenga que ver contigo nunca.
Skye no dijo nada. Abrió la puerta, salió, la cerró con cuidado. Entonces se detuvo en la acera y observó a Lorimer salir de su vida mientras la desdichada estallaba al fin y las lágrimas corrían por sus mejillas.
– Estoy segura de que cambiará de opinión cuando se enfríe -dijo Vanessa varias horas después. Había llegado del trabajo para encontrar a Skye sentada en mitad del suelo con un tazón de té frío junto a ella y una expresión de tal desesperación en su rostro, que el corazón de Vanessa se estremeció. De forma gradual, extrajo de ella toda la historia-. Simplemente está lívido por la forma en que ese cretino de Charles ha estropeado su trato, pero cuando tenga tiempo de pensarlo, se dará cuenta de lo injusto que ha sido contigo. ¿Por qué no vas a verlo mañana y le explicas exactamente lo que sucedió.
– No -respondió Skye quedo-. No voy a intentar verlo de nuevo pues no puedo soportarlo. Me vuelvo a Londres.
– Tú no eres de las que se rinde con facilidad, Skye. Mira a qué extremos llegaste psra estar cerca de Charles y seguro que Lorimer vale más el esfuerzo que él.
– Con Charles era un simple juego y no puedo culpar a Lorimer por no tomarme en serio, pero lo que siento por él es… completamente diferente. No quiero jugar a nada con él. Lorimer merece algo mejor que eso. No desea verme de nuevo y no voy a castigarle con mi presencia. Será más fácil para ambos si me voy.
– ¡Oh, Skye! -Vanessa miraba a su amiga con tristeza-. Te extrañaré. ¿Y qué vas a hacer?
La inquietud apareció en el rostro de Skye mientras contemplaba un futuro gris y vacío.
– No lo sé -inhaló profundo y trató de que so voz trémula quedara bajo control-. Una cosa que voy a hacer es ir a ver a Fleming y pedirle que cambie de opinión sobre retirar su inversión. Es todo lo que puedo hacer por Lorimer. Él es demasiado orgulloso para rogar.
Cuando al día siguiente llamó a la oficina de Fleming, le dijeron que estaba en Londres y que no regresaría hasta el miércoles. Skye pasó el día paseando por Edimburgo. Hacía mucho frío y el cielo tenía una apariencia plomiza con amenaza de nevar. Las luces navideñas colgaban en los jardines debajo del castillo, suaves, opacadas bajo la luz azulada. El júbilo de la Navidad sólo parecía subrayar su desesperación y se alejó, deambulando por la loma hacia el castillo. Los edificios ahí eran altos y grises, aunque las luces en las ventanas los delineaban como oblongos amarillos en la enrarecida atmósfera.
La predicción de Vanessa de que Lorimer la iba a perdonar tan pronto como se tranquilizara, resultó errónea. Una Sheila abochornada subía la escalera esa tarde porque había recibido instrucciones de quitar todo vestigio de Skye en la oficina.
– ¿Qué rayos ha pasado? -le preguntó al entregarle su bolso de cosméticos, un chaleco y dos macetas-. Lorimer ha estado de un humor desastroso todo el día. No habla con nadie y casi me golpeó la cabeza cuando le pregunté en dónde estabas. ¡La oficina no es la misma sin ti, Skye!
– Me temo que tendréis que acostumbraros -abrazó a Sheila antes de que ambas rompieran en llanto-. Ve a visitarme si alguna vez vas a Londres y… y da recuerdos a todos de mi parte.
Llamó a Fleming a primera hora de la mañana siguiente y preguntó si podía ir a verlo.
– ¿Qué sucede, Skye? -preguntó preocupado cuando ella llegó-. Nunca te había visto en ese estado.
Skye apenas lo escuchaba.
– Sé que has decidido retirar tu financiación del proyecto de Lorimer, Fleming -se lanzó de inmediato-, pero, ¿no querrías por favor, por favor reconsiderarlo? -demasiado tensa, paseaba retorciendo sus dedos-. El proyecto significa mucho para Lorimer y mucha gente va a sentirse desilusionada si no sigue adelante. Los Buchanan, Duncan McPherson, todos a los que les gustaría tener otro campo de golf en lugar de un parque de diversiones que no podrán usar.
– Creo que es mejor que te sientes -Fleming la empujó con firmeza en un sillón-. Primero que todo, yo no he retirado la financiación. Charles me mencionó su plan por teléfono, pero era obvio que su motivación no era para aumentar nuestras utilidades sino para vengarse de Lorimer por algo trivial. Entiendo que él se negó a trabajar con Charles en algunos de los tratos. Por fortuna para Lorimer, yo no trabajo de esa forma y Charles y yo terminamos nuestra relación de negocios la semana pasada. Tenía grandes esperanzas puestas en él porque es un joven muy capaz, pero me temo que soy lo suficientemente anticuado para creer en los tratos hechos con honor. No sé si Charles sólo trataba de sabotear el proyecto para arruinar la reputación de Lorimer o si iba a intentar el financiamiento en algún otro lugar, pero Carmichael & Co. nunca incumple un acuerdo -hizo una pausa y después continuó-. Le dije a Lorimer eso cuando me llamó furioso el lunes por la tarde. Le tomó un poco de tiempo tranquilizarse y escuchar lo que yo tenía que decir, pero ¡me las arreglé para hacerle llegar mi mensaje!
– ¿Así que lo sabes? -Skye se dejo sumir en el sillón y expresó una oración silenciosa de agradecimiento-. Entonces, después de todo, yo no necesitaba venir -comprendió después de un rato.
– ¿Por qué lo has hecho? -Fleming la miraba con curiosidad-. Me preguntaba si vendrías a rogarme que aceptara a Charles de nuevo.
– ¿Pensaste que había venido a verte por Charles? -Skye lo miraba asombrada.
– Parece que malinterpreté la situación -comentó seco Fleming-. Pensé que tú estabas interesada en Charles.
– Lo estaba -admitió Skye cautelosa-. Pero todo ha cambiado.
Fleming puso una mano consoladora sobre su hombro.
– Creo que es mejor que me lo cuentes todo -Skye abrió su boca, la cerró y estalló en llanto. Fleming la limpió con paciencia y escuchó toda la enredada historia-. ¿Y no le has dicho a Lorimer que estás enamorada de él?
– ¿Cómo podría? -Skye sollozó en un pañuelo desechable arrugado-. Él está enamorado de Moira.
– ¿Moira? ¿Estás segura? -ella asintió y Fleming frunció el entrecejo-. Todavía pienso que es mejor que le digas cómo te sientes, ¿o te gustaría que se lo dijera yo?
– ¡No! -Skye se enderezó-. No, Fleming, ¡debes prometerme que no le dirás nada!
Fleming suspiró.
– Si así lo quieres… pero creo que cometes un error muy grande.
Todo lo sucedido en los últimos dos meses y medio había sido un error, pensó Skye mientras hacía fila para comprar su boleto en la estación de Waverley.
El billete le quemaba en el bolsillo. Incapaz de regresar al piso para arreglar su equipaje, Skye vagó sin meta por las calles. La noche anterior había nevado y la ciudad parecía un como con una delgada capa blanca esparcida sobre jardines, techos y calles y las estrechas casas parecían más oscuras que nunca. La gente iba envuelta en gruesos abrigos con las cabezas inclinadas para protegerse contra los copos de nieve que caían de vez en cuando.
Skye caminó más despacio, olisqueando el aroma distintivo de Edimburgo y estudiando las oscuras siluetas de los árboles. Recordaba haberse detenido en la parada del autobús mientras miraba los colores del otoño y se prometió que para cuando las hojas hubieran caído, su vida habría cambiado por completo.
Estaba hecho y ya no sería igual. ¿Se habría mostrado tan excitada ante el viaje a Edimburgo si hubiera sabido cómo evolucionarían las cosas?
Skye estaba muy fría cuando al fin regresó al piso y había copos de nieve derritiéndose en sus mejillas y prendidos de sus pestañas. «Esta será la última vez que yo suba estas escaleras» pensó y ante el pensamiento, se sintió muy triste, tanto que las lágrimas se aglomeraron y deslizaron por sus meillas frías. Nunca había llorado tanto, pensó molesta y quitó las lágrimas con el dorso de su mano mientras subía los últimos escalones y buscaba la llave en su bolso.
Sus dedos estaban entumecidos y, preocupada, trató de meter la llave en la cerradura sin ver al hombre que estaba parado junto a la puerta hasta que habló, muy quedo.
– ¿Skye?
Su mano se congeló en la puerta y la bajó al volverse despacio. Era Lorimer. Él salió de las sombras hacia ella.
– Has estado llorando -le dijo.
Skye creía haberse resignado a no volver a verlo nunca, y ahora sólo podía mirarlo con fijeza, beber de su presencia, incapaz de creer que, después de todo, él estaba ahí realmente.
– Estaba triste al pensar que dejaría Edimburgo -dijo al fin y su voz sonó ronca por la tensión de los últimos días.
– No tienes que irte -Lorimer no hizo intento de tocarla-. Yo todavía necesito una secretaria.
– ¿Por cuánto tiempo?
– Por otra semana, sólo hasta Navidad.
Lo odió por tentarla de esa forma. Al final surgió la ira vigorizante que atravesó el aturdimiento y la desdicha que había hecho presa de ella desde el lunes. ¿En realidad esperaba que ella se sintiera agradecida por la oportunidad de una maldita semana de cansar sus dedos por él?
– ¿No puedes buscar a otra persona? Debes estar desesperado si te encuentras obligado a pedírmelo.
– Estoy desesperado -respondió Lorimer-. He estado desesperado desde que me alejé conduciendo y te dejé parada en la acera -extendió una mano y arregló un rizo detrás de la oreja de Skye y le acarició la mejilla con ternura-. Si te prometo que me comportaré contigo muy bien todos los días, ¿me perdonarás por las cosas que te dije ese día?
La ira de ella se evaporó de la misma forma en que había surgido…
– ¿Perdonarte? -Skye se retiró decidida de los tentadores y perturbadores dedos cálidos-. Yo fui quien le contó a Charles lo de los Buchanan. Fui una estúpida, siempre lo estropeo todo -tragó-. Lo siento.
– Charles habría averiguado de otra forma la información -repuso Lorimer con gentileza-. Si yo no hubiera estado tan celoso ese lunes, me habría dado cuenta entonces.
Skye lo miraba incapaz de creer lo que había escuchado.
– ¿Celoso?
– ¿No te diste cuenta? -Lorimer sonrió burlón-. He pasado los dos últimos meses tan celoso que apenas podía pensar con claridad.
– ¿Quieres decirme que estabas celoso de Charles?
– Tú me contaste que estabas enamorada de ese hombre -le recordó Lorimer.
– Pero… pero… -Skye estaba al borde de las lágrimas y la risa-. Yo pretendía estar interesada en Charles porque pensé que tú estabas enamorado de Moira.
– Pues estabas equivocada -Lorimer tomó las manos entre las suyas con calidez-. Estoy enamorado de una chica muy diferente -su voz se hizo más profunda cuando se aproximó-. Estoy enamorado de una chica con sonrisa de sol, una chica con los ojos más azules que yo haya visto. Estoy enamorado de la chica más divertida y más exasperante, la chica más irresistible del mundo.
Los ojos de Skye brillaban por las lágrimas y su sonrisa temblaba en sus labios en una gloriosa e increible felicidad que la recorrió y disolvió hasta los más tenues indicios de desdicha.
– ¿Yo? -susurró y Lorimer sonrió con una sonrisa que debilitó sus rodillas.
– Tú -confirmó suave y la atrajo hacia sus brazos. Fue un beso de indescriptible dulzura que siguió y siguió. Ambos se perdieron en el encantamiento y ninguno de ellos escuchó que alguien subía por la escalera.
– Discúlpeme -Skye y Lorimer se retiraron para ver a la señora Forsythe que los miraba de forma desagradable-. Están bloqueando mi camino -señaló y ambos simplemente la miraron con expresión aturdida.
– ¡Oh, sí! Lo siento… -Skye se movió apresurada para dejarla pasar.
La señora Forsythe se volvió hacia su puerta y los miró dominante.
– Tiene usted un piso perfecto para hacer ese tipo de cosas. No hay necesidad de que estén obstruyendo la escalera -añadió y cerró la puerta con firmeza.
Skye lanzó a Lorimer una mirada jubilosa.
– ¡Has arruinado mi reputación!
– En ese caso, tendré que convertirte en una mujer honesta, aunque ella tiene razón, estaríamos mucho mejor adentro. Te he esperado aquí en el descansillo helado toda la tarde y ¡necesito sentarme!
La sala estaba desordenada con la ropa lavada, revistas y otras prendas aunque Lorimer pareció no notarlo. Se sumió en uno de los sillones y tiró de Skye para acomodarla en su regazo.
– ¿En dónde estábamos cuando fuimos interrumpidos de forma tan ruda?
Skye sonrió, rodeó su cuello con sus brazos y se lo recordó.
– ¿Cuánto tiempo has estado esperando? -murmuró sin aliento contra su oído, unos minutos después.
– Me parece que horas, aunque es probable que no fuera tanto. Estaba sentado en mi oficina sintiéndome como si el mundo hubiera llegado a su fin cuando Fleming llamó. Él me contó que habías ido a verlo para rogarle que no retirara mi inversión y pensó que yo debería saberlo.
– Le pedí que no te contara nada.
– Me complace que lo hiciera. Estaba tan convencido de que estabas enamorada de Charles que cuando escuché lo que habías hecho por mí, empecé a tener esperanzas de que quizá, después de todo, yo estuviera equivocado. Así que vine aquí directamente y esperé… y esperé… ¡y esperé! ¿Dónde estabas?
Skye descansó la cabeza contra el hombro de él, con un suspiro…
– Sólo vagaba por ahí, sintiéndome desdichada e imaginando lo feliz que tú eras con Moira.
– ¿Qué rayos te hizo pensar que yo estaba enamorado de Moira?
– Ella parecía ser exactamente el tipo de chica que te gusta -le explicó-, y te vi con ella esa noche cuando regresamos de Kielven. Al día siguiente, ella llevaba esa bufanda que le compraste, y parecía tan feliz que era obvio que estaba enamorada.
– Lo está -aceptó Lorimer de forma inesperada-. Y mucho, pero no de mí. Llevé a Moira a cenar para celebrar su compromiso con Andre Peters. Si supieras algo de golf, sabrías que él es el mejor jugador de Escocia, ahora está en Estados Unidos, por eso invité a Moira sola. Ella es una de las personas más agradables que conozco y una buena amiga, y la bufanda era un regalo de compromiso para ella.
– ¡Ojalá lo hubiera sabido! -dijo Skye-. Por eso acepté cenar con Charles y fue una de las peores noches de mi vida. Y lo peor de todo fue tener que enfrentarme contigo al final, sabiendo que me habías visto besarlo y que no me creerías, aunque te dijera que yo no lo había alentado…
Los brazos de Lorimer la apretaron.
– Pensaste que había sido la peor noche de tu vida, pero no fue nada comparado con lo que yo sentí. Estaba decidido a decirte lo que sentía por ti. Intenté despreciarte, pero no funcionó. Creo que he estado enamorado de ti desde que te sentaste en mi oficina y me contaste todas esas absurdas historias para que te diera el empleo.
Hizo una pausa y continuó:
– Yo no quería enamorarme de ti, Skye. La experiencia con mis padres me afectó mucho, pero tú me hiciste cambiar. Descubrí que yo no quería un futuro seguro y solitario, sino que te quería a ti. Y a pesar de todo lo que pensaba que sabía acerca del matrimonio, a pesar de todo lo que pensé que sabía de ti, tú eras mi única oportunidad de felicidad. No sabía cómo había sucedido o por qué, sólo sabía que era verdad. No importaba lo exasperante que fueras pues no te podía sacar de mi mente y ese fin de semana en Kielven sólo empeoró las cosas. ¿Sabes lo que fue para mí tenerte entre mis brazos toda la noche y saber que a ti no te importaba? Casi te lo dije en la playa, en la oscuridad, pero no tuve valor, en parte por el orgullo y en parte porque no quería que tú te retiraras justo cuando nos estábamos haciendo amigos.
Cambió de posición y se arrellanó en el sillón para estar más cómodo antes de proseguir;
– Tú no me facilitaste las cosas, Skye -tomó una de sus manos y le besó la palma-. Te sentías tan bien en mis brazos y tan bien en mi casa… Te llevé allí porque quería ver cómo se veían las habitaciones contigo en ellas y supe entonces que si no estabas tú allí, la casa me parecería vacía, sin importar cuántos muebles comprara. Entonces te vi llorando y pensé que era por Charles -hizo una pausa-. Estaba furioso conmigo por permitirme soñar y me dije que estaría mejor si te ignoraba, pero eso no me impidió desear golpear a cada hombre que te invitara a bailar esa noche y cuando bailamos juntos y sentí tu suavidad y calor en mis manos… pues perdí la cabeza.
Ladeó la cabeza de Skye y sonrió directo a sus ojos.
– No fue justo que te besara de esa forma y lo sé, pero tuve que detenerte de alguna manera y si te sirve de algo, después me sentí fatal. Por eso vine hasta aquí esa noche, para disculparme y preguntarte si existía alguna posibilidad de que pudiéramos empezar de nuevo… y entonces vi a Charles besándote -vaciló y entonces preguntó-: En realidad, ¿estabas enamorada de él?
– Eso pensé, pero era sólo un enamoramiento infantil. No estaba enamorada del Charles verdadero. Creo que estaba enamorada de la idea de enamorarme -miró profundo a los ojos de Lorimer y su propio color azul y calidez brillaban por la felicidad-. Eso fue antes de conocerte y saber qué era el amor en realidad -le explicó y lo besó de nuevo-. Continúa -dijo después de un rato apoyando su rostro contra la garganta de él, con un suspiro de satisfacción.
– Ya no hay mucho más. Me fui a casa pensando que había quedado como un tonto y me he comportado de forma muy desagradable desde entonces… pero era sólo porque estaba profunda y desesperadamente enamorado y la vida no parecía valer la pena de vivirse sin ti para darme aliciente.
La besó hasta que Skye se sintió la mujer más feliz del mundo.
– ¿Estás seguro de que me amas? -preguntó sin aliento ante el delicioso asalto de sus manos y el roce de sus labios en su garganta-. Soy el tipo equivocado de chica para ti. Soy un caso perdido, soy atolondrada y juego mal al golf y además soy inglesa y tengo un gusto terrible para los pendientes.
Lorimer levantó la cabeza y tomó con firmeza su rostro entre las manos.
– Lo sé y por supuesto, todo eso son inconvenientes graves. Eres la última chica de la que yo esperaba enamorarme pero de alguna forma, a pesar de todo, me di cuenta de que la chica equivocada era correcta para mí, la única -sonrió amoroso-. ¿Y quién sabe? Podrías cambiar -la molestó-. Con un poquito de práctica puedes mejorar tu golf y comprarte otros pendientes, aunque me da igual, te amo exactamente como eres.
– Podría intentar ser más eficiente y mejorar mi mecanografía -ofreció Skye preparada para sacrificarse para complacerlo.
Lorimer pareció considerarlo.
– No creo que valga la pena afinar tus habilidades secretariales por una semana -decidió-. Después de todo, Moira se hará cargo después de Navidad.
Ella retrocedió y lo miró inquieta, sintiéndose insegura.
– ¿Quieres decir que sólo me querrás durante una semana?
– Sólo te necesito como secretaria por una semana -dijo Lorimer-. Después, te necesitaré como esposa, ¡lo que requiere de diferentes habilidades!
Apaciguada, Skye se relajó contra él con un suspiro de felicidad al besar su oreja.
– ¿Por cuánto tiempo? -le susurró y él la abrazó con fuerza.
– Para siempre.
Jessica Hart