El cirujano Justin Webb, toda una leyenda en Texas, se enfrentaba al mayor desafío de su vida: conseguir el amor de la detective Winona Raye, independiente, descarada, desenvuelta y bellísima. Cuando Winona descubrió un bebé abandonado en la puerta de su casa, el doctor aprovechó la oportunidad, y le ofreció que se casaran para darle un hogar al niño. Winona no tenía ninguna prisa en recorrer el camino hacia el altar, pero Justin había decidido estar cerca… aunque ella no quisiera.

Jennifer Greene

Desafío de Amor

Desafío de Amor (16.01.2002)

Título Original: Millionaire M.D. (2001)

Serie Multiautor: 1º El Club de los Ganaderos de Texas

Capítulo Uno

Al Doctor Justin Webb, el Vals de Tennessee le parecía una canción totalmente ridícula, por no decir insultante, para interpretar en una fiesta tejana. Pero qué demonios. Qué importaba lo que tuviera que hacer con tal de tener entre sus brazos a Winona. Nunca le había importado, y nunca le importaría. Ni siquiera le importaba tener que llevar esmoquin y mostrar sus mejores y acartonados modales durante toda una velada, con tal de poder conseguir pasar algún que otro rato con ella. Como en ese momento.

– Créeme, cielo, estás tan guapa que me casaría contigo.

– Vaya, gracias, doctor.

Winona llevaba unos zapatos de tacón muy alto, y le llegaba a Justin casi por la mejilla, pero todavía tenía que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Justin se quedó maravillado. Winona tenía los ojos del mismo color suave e impresionante del cielo al amanecer… pero una sonrisa de lo más maliciosa. Y eso era cuando se mostraba razonablemente agradable con él.

– ¿Hace cuánto que no me propones matrimonio? ¿Dos semanas?

– Más o menos.

Ella asintió recatadamente.

– ¿Y cuántas veces tengo que decírtelo? Si alguna vez llego a estar de humor para casarme con un soltero mujeriego cargado de dinero, te lo diré.

Justin sonrió, puesto que no tenía sentido tomarse el comentario en serio.

En el pasado le había asestado golpes mucho peores.

Claro que, pensándolo bien, él también.

Justin la agarró con fuerza y continuaron dando vueltas por la pista de baile. Sintió deseos de sacarla bailando al balcón, donde tendría a Win para él solo, pero la idea resultaba impensable. Desgraciadamente, esa noche de enero era una noche típica del oeste de Texas en esa época; hacía un frío insoportable y soplaba un viento cortante.

– Bueno, cariño, si no puedo convencerte para que te cases conmigo, ¿qué te parece una bonita, sórdida e inmoral aventura?

– Me encantaría doctor… con cualquier otro. Pero ya lo has hecho con tantas mujeres de la ciudad que yo solo sería una más en tu larga lista. Gracias, pero no.

Justin hizo una mueca, pero no por el comentario, sino porque ella acababa de pisarlo. Winona era sin duda adorable, pero era muy patosa bailando. Con la mano que le tenía colocada en la espalda, Justin la apretó contra su cuerpo. Y fue suficiente para sentir sus pezones bajo la tela del vestido negro de cuello alto; lo suficiente para ver las pupilas de sus ojos azul pálido dilatarse cuando su estómago rozó con la faja de seda del esmoquin; lo suficiente para percatarse del suave brillo de sus labios.

– Compórtate, perro.

Él arqueó las cejas, intentando adoptar aquella expresión de encantadora inocencia que tan bien le había funcionado siempre con el sexo débil.

– Venga, Win, solo estoy intentando ayudarte. Tengo miedo de que te tropieces y te caigas.

– ¿Que estás intentando ayudarme? ¡A mí me vas a engañar! ¿Y para qué demonios me tienes puesta la mano en el trasero? ¿Crees que no te voy a dar un puñetazo?

En realidad, Justin sabía muy bien que lo haría; en público, en privado, en la iglesia, en una gala de etiqueta o en cualquier lugar. Llevaba haciéndolo desde que era una malhumorada chiquilla de doce años, y él un fino y sofisticado chaval de diecisiete que lo sabía todo… excepto cómo diablos una mequetrefe como ella había conseguido robarle el corazón.

– Te he puesto las manos en el trasero antes -le recordó con delicadeza.

– Eso fue totalmente distinto. Me había clavado unos cristales y tú hacías tu papel de doctor…

– Cuánto me alegro de que saques ese tema. Nunca he tenido la oportunidad de decirte lo mucho que me ha gustado siempre jugar a los médicos contigo -dijo con fervor.

Winona tuvo que ahogar la risa. Lo cierto era que siempre le había costado ocultar su sentido del humor, pero en esa ocasión se puso seria enseguida.

– Corta el rollo, tú. Y esta vez lo digo en serio. Ya sabes que no estaría en esta fiesta si no estuviera trabajando. Y solo porque no lleve el uniforme de policía no quiere decir que esté aquí para jugar. Estoy aquí por trabajo, lo cual significa que o bien pones la mano donde debes o bien tendré que darte un golpe; y no estoy bromeando, Justin.

Él se dio cuenta. Además, no solo la creía, sino que jamás habría hecho nada para avergonzarla en público. Y no solo porque respetara a Winona y su trabajo, sino porque si alguna vez tenía la oportunidad de intentar ganarse a Win, no quería que hubiera nadie alrededor.

Sin embargo, en ese momento no fue capaz de retirarle la mano del trasero. Mientras disfrutaba momentáneamente de la turgencia de sus posaderas, que inmediatamente provocaron en él una reacción rápida y urgente, Justin arrugó el entrecejo.

– ¿Qué diablos llevas debajo del vestido?

Jamás le habría hecho la pregunta si hubiera notado que llevado algo. El vestido era de una seda muy fina, de modo que instintivamente Justin había esperado notar el borde de las braguitas. Pero al no hacerlo empezó a alarmarse. No había demasiadas razones por las que una mujer decidiera no ponerse ropa interior para asistir a un evento muy público y muy elegante, como lo era aquel; sobre todo Winona, que normalmente no era amiga de enseñar nada. Justin pensó que la única razón posible era que tuviera un amante.

Un amante.

Un hombre… Un hombre que no era él.

– ¿Justin, qué diantres ocurre con…? -Justin notó que cerraba el puño, lista para darle un golpe-. Quítame la mano del… -resopló indignada-. Se notaban los bordes -le susurró enfadada-. No me pude poner nada debajo. Claro que, no tengo porque darte ninguna explicación, y tienes cinco segundos para quitarme la mano antes de que…

Justin quitó la mano en ese mismo momento y respiró aliviado. Había pasado unos segundos infernales, sin poder respirar, hasta que ella le había explicado por qué no se había puesto braguitas. Mientras tanto, posiblemente porque ella no se estaba dando cuenta de que tenía la intención de comportarse mejor, Win seguía apuntándole el plexo solar con el puño. Eso es, hasta que apareció en escena un tipo de cabello negro, le guiñó un ojo a Win y con delicadeza le alzó el puño cerrado hasta su hombro derecho.

– Voy a interrumpir -dijo Aaron Black-, antes de que lleguéis a las manos. Además, bailo mucho mejor de lo que él lo hará nunca, Winona. Y soy mucho más guapo.

– Vaya, maldita sea -gruñó Justin, pero dejó que Aaron se llevara a Winona a dar vueltas por la pista.

Para empezar, la orquesta había empezado a interpretar una de esas alegres y animadas piezas de blue grass, de modo que cualquier oportunidad de bailar arrimados se desvanecía. Y en segundo lugar, Aaron no solo era miembro como él del Club de Ganaderos de Texas, sino que también era un amigo en el que Justin confiaba plenamente. Y además, había otra razón, maldito Aaron; porque desde luego era una persona de lo más diplomática, tanto en su vida profesional como en su vida privada, y cuando le hizo una señal con el pulgar para que se fuera hacia el bar, Justin entendió la discreta indicación de que, posiblemente, sería conveniente dejar un par de minutos en paz a Winona.

Se dirigió hacia el bar, sí… pero el ver a Winona dando vueltas entre los brazos de Aaron sintió una tristeza que ni una borrachera de whisky podría curar.

Ella siempre lo había tratado como a un amigo, como a un vecino, como a un querido aunque insufrible hermano mayor. Pero nunca como a un hombre.

Seguramente le habría pedido que se casara con él unas cincuenta veces; y cada vez ella se había echado a reír a carcajadas, como si la idea de casarse con él fuera el mejor chiste que le hubieran contado.

Lo entendía, lo entendía. Daba igual que la mitad de las mujeres de la ciudad lo persiguieran. Winona no podía imaginárselo de amante. Justin llevaba ya unos cuantos años pensando que si al menos ella lo necesitara; si tuviera oportunidad de mostrarle un lado distinto de sí mismo; si algo pudiera hacer que lo viera de otro modo, tal vez, solo tal vez, tuviera alguna posibilidad con ella.

– Hola, Doctor Webb -Riley Monroe, el conserje del Club, le sonrió-. Desde luego os habéis superado a vosotros mismos con la fiesta de esta noche. ¿Qué, quieres tomar?

– Whisky solo, por favor. Ah y, gracias, Riley.

Riley era una persona de confianza y tremendamente leal. Dos buenas cualidades en un hombre, y normalmente Justin habría charlado unos minutos con él. Sin embargo, esa noche Justin no estaba para charlas. Dio un trago lo bastante grande como para sentir el whisky quemándole las amígdalas y se apoyó de espaldas contra la barra.

La localizó. Seguía bailando con Aaron y… maldición, parecía que se lo estaba pasando en grande.

Miró a su alrededor, empeñado en dejar de pensar en Winona de una vez. La fiesta estaba en pleno apogeo, y aunque el buen gusto debía ser una prioridad con tantos regios invitados, también lo era el divertirse al estilo tejano. Los langostinos y la barbacoa compartían mesa con las frágiles rosas de invernadero y las elegantes esculturas de hielo. La formal orquesta iba vestida de etiqueta, pero naturalmente tenía una buena sección de violines.

Justin dio otro trago de whisky, intentando ignorar a una morena de cabello corto que volvió a pasar bailando junto a él. En lugar de a la morena le guiñó un ojo a una rubia. La Princesa Anna von Oberland de Obersbourg; al menos ese había sido su título hasta que se había casado con Greg, que estaba bien pegado a ella dando vueltas en la pista de baile, ajeno al alegre ritmo de la pieza que la banda estaba interpretando en ese momento.

El principal propósito de aquella juerga de etiqueta era Anna. Cualquier que no estuviera en el ajo habría encontrado la situación algo extraña. ¿Qué podrían tener en común un grupo de tejanos con la realeza de los pequeños países europeos de Obersbourg y Asterland? Pero meses atrás, la Princesa Anna había estado metida en un buen lío, y el Club de Ganaderos de Texas había acudido en su ayuda. En dos días, doce ciudadanos de los dos países volverían a Europa en un jet privado; sin Anna, por supuesto, que se había enamorado perdidamente de su novio y de Texas. Aquella fiesta era una oportunidad para que la familia de Anna, y el gobierno, le dieran las gracias a los miembros del Club de Ganaderos de Texas… Y una oportunidad para que el Club afianzara los vínculos con cada uno de los dos países.

Justin se terminó el whisky, pensando en lo extraña que resultaba aquella celebración. No porque estuviera celebrándose una fiesta. A decir verdad, el Club de los Ganaderos de Texas ponía cualquier excusa para dar una fiesta formal, y cuanto más grande, mejor. Pero habitualmente el grupo mantenía la reserva en cuanto a otras actividades más «privadas», por así decirlo. Al mundo se le daba bastante mal proteger a los seres inocentes. Y no significaba que el Club metiera las narices cuando había algún alboroto, pero a veces la vida de un inocente estaba pendiente de un hilo; una situación en la que o bien fallaba la diplomacia, o bien resultaba tan peliaguda que el recurrir a las vías normales sencillamente no daba resultado.

Un negro pensamiento se le pasó por la cabeza, robándole la alegría y desatando en él una gran zozobra. Él era el único miembro del Club que no poseía un arma. Sus abuelos habían sido importantes granjeros y petroleros, y cualquiera que viviera en una gran hacienda en aquellos parajes tan aislados sabía manejar un rifle. Se dio cuenta de que sus demás compañeros tenían algo de preparación militar; pero él rescataba a las personas con el bisturí.

Y eso en sí no tenía nada de malo, pero el torbellino de pensamientos que le daba vueltas a la cabeza comenzó a adentrarse por caminos más oscuros. Había vuelto de Bosnia para cambiar repentinamente de especialidad médica. Nadie le había preguntado por qué había cambiado a la cirugía plástica; nadie se había dado cuenta de que había ciertos casos que ya no tocaba. Y hasta ese momento no había importado, porque ninguna de las actividades privadas con el Club lo había obligado a enfrentarse a situaciones que le resultaran imposibles de acometer. Pero eso podría pasar, Justin lo sabía, y tenía miedo de dejar a sus compañeros del Club en la estacada.

De repente, la orquesta empezó a interpretar una suave melodía. Rápidamente, Justin alzó la cabeza. ¿Dónde estaría Winona? Una pelirroja le guiñó un ojo al pasar, y al momento la elegante rubia lo saludó moviendo los dedos mientras seguía agarrada a su pareja de baile. Siempre recibía mucha atención por parte de las mujeres en aquellas fiestas, y resultaba muy agradable, pero la razón principal por la que las mujeres solteras de la ciudad iban detrás de él era por su riqueza y su fama de miembro de la jet set.

La riqueza era real; sus abuelos le habían dejado una fortuna, además de lo que ganaba como cirujano plástico. Pero según contaban las columnas de sociedad, él solo se dedicaba a hacer liposucciones y arreglar narices, cuando no se largaba impulsivamente para pasar unas vacaciones lujosas y exóticas.

A Justin no solo no le importaba esa estúpida imagen, sino que la alimentaba. De ese modo, como la gente le creía veleidoso e imprevisible, hacía que sus proyectos y misiones con el Club de Ganaderos de Texas fueran más fáciles de llevar a cabo con discreción. Sin embargo, en esa situación en particular, lo medios de comunicación habían sido inducidos a creer que un grupo de buenos y solidarios tejanos se habían visto implicados «accidentalmente» en el dilema de la Princesa Anna.

Ah… Allí estaba. Entrecerró los ojos y se fijó en su encantadora sonrisa. ¿A quién diantres le estaría sonriendo? No seguía bailando con Aaron Black. El nuevo tenía el cabello más claro y los hombros más anchos, pero no era tan alto… Justin se relajó de repente. Era Matt. Solo estaba bailando con Matt Walker, y aunque se sabía que el granjero hacía que más de una se volvieran para mirarlo, también era un miembro del Club. Un amigo.

Aun así, ello no significaba que a Justin tuviera que gústale su manera de agarrarla, ni de sonreírle, ya puestos. Había un límite a la lealtad y a la amistad. Y ese límite era Winona Raye.

Ay, se estaba volviendo loco. Era culpa de ella. Siempre le había causado ese efecto, y cada año iba a peor. Estaba empezando a comportarse como un pobre enamorado.

– ¿Eh, doctor Webb, le pongo otro?

Justin volvió la cabeza.

– Claro, Riley. Me vendrá bien.

Sonrió a Riley y al extraño que tenía al lado.

El hombre de corta estatura le tendió la mano.

– Me parece que nos conocimos en otra ocasión, Doctor Webb. Me llamo Klimt. Robert Klimt.

– Oh, sí, claro. Lo recuerdo.

En realidad, Justin no tenía idea de quién era aquel hombre, pero siguió estrujándose el cerebro para intentar situarlo en su memoria. Klimt, Klimt… Estaba casi seguro de que alguien le había dicho que Robert Klimt era un miembro de la Cámara baja del Parlamento de Asterland.

– Estaba preguntándole al señor Monroe por el cartel que hay en el vestíbulo de entrada -Klimt señaló el logotipo que rezaba Liderazgo, Justicia y Paz-. He oído decir que ese eslogan viene de un suceso histórico de la ciudad. Tengo entendido que hay una romántica leyenda acerca de Royal en la que también hay algo relacionado con unas joyas, ¿no esa así?

– Oh, sí, sí.

Riley rellenó el vaso de Justin haciendo una fioritura, y seguidamente se volvió para sacar la botella de schnapps de importación de Klimt. Actos seguido, empezó a relatar la historia por la que el señor Klimt se había interesado.

La orquesta había empezado a interpretar un vals antiguo. Aaron Black pasó bailando junto a él con una joven feúcha. Justin creyó reconocerla. ¿Pamela…? No recordaba su apellido. ¿Sería una profesora? Se la veía muy tímida, muy formal.

Mejor aún que no estuviera bailando con Win. Justin paseó la mirada por la concurrencia. Vio a Aaron, vio a Matt, vio a… Por fin volvió a verla. Esa vez estaba bailando con un hombre de pelo negro como el azabache y extraordinarios ojos grises; una fila de blancos dientes brillaban en una sonrisa que rara vez aparecía en aquel rostro… el del jeque. Ben; otro miembro y compañero del Club, gracias a Dios, de modo que Justin no tenía que preocuparse de que no estuviera con algún caballero.

Confiaba en Ben lo mismo que confiaba en Aaron y en Matt. Les confiaría su vida. Pero confiarles a una mujer soltera y atractiva era harina de otro costal; sobre todo porque los hombres no tenían ni idea de lo mucho que él la quería.

Ni lo tendrían.

Toda esa vigilancia Justin la estaba llevando a cabo mientras charlaba con Riley y aquel invitado europeo que parecía tan interesado en conocer más sobre la leyenda más conocida del lugar.

Alguien interrumpió al jeque. Dakota Lewis.

Justin los siguió con la mirada sobre la pista y se vio impelido a sonreír. Dakota no era muy buen bailarín. Win tendría suerte si salía de la pista ilesa. Dakota aparentaba lo que era; no llevaba uniforme, pero su posición de militar retirado quedaba clara en la postura de su cuerpo y en su corte de pelo. A Justin no le preocupó ver a Dakota y a Winona juntos. Desde su divorcio, Dakota no había mostrado interés en ninguna mujer.

El hombre con el que habían estado charlando Riley y Justin se perdió entre los asistentes con su pequeña copa de schnapps en la mano.

Y Justin estaba a punto de hacer lo mismo también… hasta que Winona le llamó de nuevo la atención. Seguía bailando en la pista, pero esa vez con un extraño.

No era un lejano, sino uno de los invitados de Asterland, que Justin no conocía. Observó la manaza del tipo deslizándose por la espalda de Winona hasta el comienzo del trasero.

Ella sonrió al tipo. Y al momento siguiente, se volvió ligeramente y le retiró la mano de donde la tenía colocada.

Justin se movió con inquietud. No eran celos, Dios sabía que conocía todos los estadios de esa emoción en particular. Pero estaba claro que Winona se las estaba arreglando con el tipo; por muy protector que Justin se sintiera hacia ella, lo cierto era que jamás había visto a un hombre al que Winona no supiera manejar.

En realidad, era por esa misma razón por la que tan a menudo la engatusaban para que asistiera a aquel tipo de fiestas. La policía siempre estaba cerca por razones de seguridad, pero no era lo mismo. Lo pocos crímenes importantes que acontecían en Royal tendían a ser robos. De vez en cuando se cometían crímenes pasionales, alguna que otra pelea en el Restaurante Royal, disputas domésticas y ese tipo de cosas. Pero básicamente aquella no era una comunidad con un elevado índice de criminalidad. Aquella era tierra de petróleo. Los que alcanzaban el éxito, lo hacían a lo grande. Y los que no lo hacían, cobraban buenos sueldos, sencillamente porque había suficiente para todos. Los colegios eran de primera categoría, y en toda la zona los servicios eran muy completos. El único «riesgo» de una ciudad pequeña y rica como Royal era que servía de imán para los ladrones.

Razón por la cual Winona era irremplazable en aquellas fiestas. Siempre se presentaba con el mismo provocativo vestido negro, y los mismos sensuales zapatos de tacón alto. Y no enseñaba nada, jamás, pero no había nacido el hombre que se resistiera a acercarse a charlar con ella. Encima de eso, tenía un pronunciado sexto sentido; una intuición especial cuando algo o alguien no era normal.

Y Justin volvió a fruncir el ceño ligeramente. Ningún hombre la estaba mirando en ese preciso momento, y su pareja de baile había dejado de intentar ligar con ella. Pero ella estaba mirando alrededor del salón. Se tropezó aun estando agarrada a su pareja, lo cual no resultaba demasiado sorprendente en ella. Pero fue su manera repentina de moverse, con recelo, en tensión, lo que alertó a Justin y lo empujó a cruzar el atestado salón con la mayor rapidez posible.

Tal vez ella no supiera que Justin estaba enamorado de ella. Tal vez jamás había pensado en él como algo más que un viejo amigo con el que se había criado.

Pensándolo bien, tal vez nunca se diera cuenta de que sus proposiciones de matrimonio eran sinceras.

Pero si Winona estaba en peligro, Justin iba a estar allí junto a ella; lo quisiera ella o no.

Capítulo Dos

Winona estaba metida en un buen lío.

Llevaba dos noches seguidas soñando con la noche de la fiesta del Club de Ganaderos de Texas. Sabía que no era más que un sueño, porque cada vez se destacaban los mismos detalles. En su sueño ella era de una belleza superior, lo cual resultaba muy divertido pero nada realista. Bailaba con gracia sobre la pista, otra cosa que le llevó a pensar que había sido un sueño. Y en esos sueños bailaba y bailaba con una multitud de hombres; todos ellos adorables, todos ellos encantados con cada palabra que salía de sus labios, peleándose para volver a bailar con ella.

De acuerdo, de acuerdo, eran unos sueños bastante ridículos. Pero eran sus sueños, y se estaba divirtiendo de lo lindo con ellos.

Solo que en la versión particular de esa noche, Justin la estrechaba entre sus brazos mientras bailaban el Vals de Tennessee, una de las piezas más sensibleras que existían, y de repente ella estaba bailando desnuda. Y no pasaba nada porque estuviera desnuda, porque ninguna otra persona se daba cuenta, excepto ella…

Y Justin.

Winona se alarmó, pero al instante decidió no preocuparse. Aquello no era real, y como además era un sueño muy divertido, no quería que se terminara tan rápidamente.

Justin no podía apartar los ojos de ella. En realidad, le estaba paseando la mirada desde los dedos de los pies, hasta los ojos.

Sí, lo deseaba.

Siempre lo había deseado.

Winona se alarmó de nuevo… ¡Pero, por amor de Dios! Una chica debería de poder ser sincera consigo misma, al menos en la intimidad del sueño. Justin tenía un aspecto adorable. Era alto y desgarbado, con un acento suave y pausado y unos ojos de mirada sensual que harían temblar a cualquier mujer.

Un vago recuerdo afloró a su sueño. Tenía doce años. Hasta que la familia Gerard la había acogido, nunca había tenido una bicicleta. Acababa de irse a vivir a casa de los Gerard, y aún estaba esperando a que alguien la golpeara, a que alguien la regañara. Ocurriría. No sabía cuándo, pero esa vez desconfiaba, estaba preparada para protegerse. No necesitaba que nadie la vigilara… no era más que la bicicleta. Oh Dios mío, tenía tantas ganas de montarse en ella, y todo el mundo pensaba que sabría hacerlo, a su edad. Pero no era así. Y la primera vez que la había sacado estaba anocheciendo, porque así nadie la vería en la calle.

Y Justin había estado allí cuando se había empotrado contra un árbol. La había ayudado, le había arreglado la bicicleta. Un apuesto adolescente de diecisiete años, de carácter caballeroso, lo suficiente para ablandar el duro, frío y triste corazón de Winona. Le había rozado la mejilla, le había hecho reír. Después, ella había tenido que darle un puñetazo por ayudarla, por supuesto. ¿Qué más podía hacer una niña de doce años?

Winona abrió los ojos. Estaba en una habitación a oscuras. No tenía doce años ni se estaba enamorando de Justin Webb. No estaba bailando desnuda en el Club de Ganaderos de Texas. Solo estaba en su habitación, y el teléfono estaba sonando a las siete de la mañana, según marcaban los números digitales del despertador que había sobre la mesilla.

Nada más ver la hora que era, Winona abrió los ojos como platos. A esas horas solo podían llamarla por una razón. Había algún problema. Y aunque ella tenía un horario de nueve a cinco, cuando se trabajaba con adolescentes problemáticos, la realidad era que los chavales nunca se metían en líos a horas convenientes.

Encendió a tientas la lámpara y descolgó el teléfono.

– ¿Winona?

No era un chaval. Era un adulto. Más específicamente su jefe, desde la comisaría.

– Sabes que soy yo. ¿Qué ocurre, Wayne?

– ¿Sabes el jet que tenía que haber despegado anoche con destino a Asterland? ¿El vuelo donde tenían que viajar todos esos altos dignatarios?

– Sí, claro.

Lo sabía toda la ciudad.

– Bueno pues, algo fue mal. Despegó, y cuando llevaba unos minutos en el aire enviaron un mensaje por radio diciendo que tenían un grave problema. Al momento tuvieron que hacer un aterrizaje de emergencia a quince millas de Royal, en medio del campo. El avión se prendió fuego…

Los detalles no le importaban.

– ¿Y en qué puedo ayudar?

– En realidad, no lo sé.

Winona sabía que a Wayne no le gustaba que ocurriera nada en la ciudad. Tal y como lo veía él, Royal le pertenecía.

– Te estoy llamando desde el lugar del accidente. Esto ha ocurrido hace solo media hora. Primero hemos tenido que sacar a todo el mundo del avión. Solo un par de ellos parecen heridos de consideración, los demás solo están asustados. Pero no tenemos idea de lo que ha pasado.

– Wayne, dime entonces dónde quieres que vaya. ¿Al hospital, allí, a la comisaría?

– Quiero que vengas aquí. Las embajadas han empezado a llamar, también han llamado desde Washington. Tenemos coches de bomberos que han venido desde Midland a Odessa para ayudarnos. Después la mitad de la ciudad, naturalmente, está empezando a pasarse por aquí, y es como intentar detener una avalancha. Si siguen así, las mujeres empezaran a traer pucheros de caldo. Esto es una locura. Tenemos que averiguar cuál fue la causa del accidente, y para hacer eso tenemos que conseguir que todo el mundo salga de aquí para poner un poco de orden. Solo quiero que mi equipo al completo esté aquí. Incluso si…

– ¿Wayne?

– ¿Qué?

– Deja de hablar; estaré ahí en veinte minutos, ¿vale?

Un accidente de avión era algo muy gordo. Conocía de vista a todos los que habían montado en ese avión, que habían estado en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas dos noches atrás, y algunos de ellos eran amigos personales de Winona.

Sí, en Royal había algunos robos, alguna que otra pelea y gente que perdía de vez en cuando la cabeza, pero nada fuera de lo común.

De repente, oyó un ruido; un ruido extraño e inesperado que le hizo detenerse de momento en medio del pasillo. Le pareció como el llanto de un bebé; pero, por supuesto, eso era ridículo. Al ver que no se repetía, siguió su marcha.

Encendió la luz de la cocina, decorada en tonos crema y melocotón, puso en marcha la cafetera, y volvió a su dormitorio, haciendo mientras tanto una lista en la cabeza de todo lo que tenía que hacer.

Se puso un sujetador deportivo, abrió al cajón para sacar un suéter negro de lana y… De repente, irguió la cabeza.

Maldita sea. Otra vez aquel ruido; un ruido que no era habitual en su casa. ¿Sería un cachorro de perro? ¿Algún gato perdido?

En silencio, aguzando el oído, se puso el suéter, después unos calcetines y por último se calzó las botas. Agarró un cepillo de pelo. Tenía el pelo todo alborotado, claro que ella siempre lo tenía así, incluso recién salida de la peluquería.

Desayunó y se preparó para marcharse. En cuanto lo tuvo todo listo decidió dar una vuelta rápida por la casa para asegurarse de que aquel extraño ruido no venía de dentro. Solo tardaría un minuto. Al fin y al cabo, vivía en un pequeño bungalow; pequeño pero suyo. Bueno, suyo y del banco.

De pronto, volvió a oír el ruido, el sollozo.

Y sin perder tiempo deslizó el cerrojo de la puerta de entrada y la abrió.

Allí, junto al umbral de la puerta, había una canasta de mimbre de esas que se usaban para colocar la ropa. La canasta parecía llena de sábanas viejas, pero desde luego, de entre las sábanas emanaba un llanto.

Cuando vio al bebé, Winona se quedó paralizada.

Un bebé abandonado. Habían abandonado a un bebé.

– Ssh, ssh, no pasa nada, no llores…

Con sumo cuidado, Winona sacó al pequeño de la canasta. La mañana era muy fría, aún no había amanecido. El bebé estaba demasiado envuelto en trapos y pedazos de mantas como para verle la carita.

– Calla, calla -continuó diciendo Winona, pero el corazón le latía a cien por hora.

Un sinfín de sentimientos se agolparon en su garganta, recuerdos guardados en lo más recóndito de su memoria, causándole un dolor indescriptible. Sabía lo que era ser un niño abandonado… y lo sabría toda la vida.

En ese momento vio un papel dentro de la canasta. Solo le llevó unos segundos leerlo.

Querida Winona Raye:

No puedo cuidar de mi Angela. Usted es la única a la que puedo pedirle que lo haga. Por favor, quiérala.

Como policía experimentada que era, Winona se dio cuenta inmediatamente de varias cosas. En primer lugar, no habría modo de averiguar de dónde había salido aquel papel, ni de quién sería aquella letra de trazo claro sencillo. Y en segundo lugar, que de algún modo la madre del bebé la conocía específicamente; lo suficiente para conocer su nombre y para saber que se ocuparía del bebé.

Que desde luego lo haría.

Pero en ese momento no tenía tiempo para seguir pensando en eso. Hacía mucho frío y el bebé podía pillar un resfriado. Agarró el rebujo y se metió en la casa, donde había una temperatura muy agradable, sin dejar de arrullar y mecer al chiquitín.

¿Dios mío, qué iba a hacer? Sin embargo, lo más importante en ese momento era ocuparse del bebé, asegurarse de que entraba en calor y de alimentarlo. Después, Winona intentaría averiguar por qué alguien le había dejado un bebé a su puerta…

Sin embargo, sabía que el bebé sería llevado a alguna institución, porque eso era lo que ocurría cuando un niño era abandonado. Y aunque alguno de los padres se presentara inmediatamente, el tribunal pondría al menor en manos de los servicios sociales correspondientes, al menos temporalmente, porque fuera cual fuera la razón por la que un padre abandonara a su hijo, significaba que tal vez el pequeño no estuviera a salvo bajo su cuidado.

Winona conocía todos aquellos procedimientos legales, tanto por su trabajo como por su vida. Y aunque sabía que sus sentimientos eran irracionales, y demasiado emocionales, sintió algo especial hacia ese bebé que tenía en brazos. Fue un deseo repentino de proteger a esa criatura, de cuidar de ella, de salvarla. De quererla como a ella nunca la habían querido, como nunca la querrían.

Había varias maquinas expendedoras de café repartidas por el Hospital Memorial de Royal, pero sola una que utilizaba. Después de pasarse a la cirugía estética, Justin había intentado evitar la sala de urgencias, pero llegadas las diez de esa mañana estaba desesperado. Con ojos cansados, metió las monedas en la máquina, pulsó su selección de café solo, le dio una patada a la base de la máquina y esperó.

El café estaba caliente, amargo y cargado.

Fantástico.

Dio un sorbo y fue directamente pasillo adelante. Pasadas las puertas de cristal, estaba su Unidad de Plástica y Quemados. La comunidad pensaba que la unidad había sido montada gracias a una donación anónima, y a Justin le parecía bien. Lo que le importaba era que en dos años la unidad había alcanzado la reputación de ser la mejor del estado. No podía pedir más. Tenía el equipamiento y la tecnología más modernos. Las paredes eran de color aguamarina, el ambiente estéril, sereno. Un lugar perfecto.

Nada parecido a la caótica sala de urgencias. El Hospital Memorial de Royal era un establecimiento bien dirigido, pero una crisis como aquella había llegado a colapsar la sala.

A Justin le encantaba su Unidad de Cirugía Plástica y Quemados. Pero no quería volver a tener nada que ver con las urgencias, con las operaciones a vida o muerte.

Decidió continuar pasillo adelante y no volver la vista atrás, cuando de pronto vio la parte superior de una cabeza de pelo rizado que salía de una sala.

– ¿Winona?

Nada más verla los latidos de su corazón redoblaron su ritmo.

Ella alzó la cabeza al oír su voz. Fue entonces cuando Justin se dio cuenta de que llevaba un bebé en brazos; claro que no tenía nada de raro ver a Winona con un niño en urgencias. A menudo, su trabajo la colocaba en medio de algún conflicto entre un niño y sus padres o el colegio. Pero vio algo en su expresión que alertó a Justin de que aquello nada tenía que ver con un día habitual en la vida de Win.

Sin embargo, ella le sonrió con la misma naturalidad y familiaridad de siempre.

– Me imaginé que estarías en medio de todo esto. Vaya mañana, ¿eh? ¿Has estado en el lugar del accidente?

– Sí, fui para allá enseguida. No soy uno de los médicos de guardia para ese tipo de cosas, pero ya sabes lo rápidas que corren las noticias en Royal. Me llamó alguien que había oído que había un incendio relacionado con el accidente, de modo que fui para allá. De verdad, ha sido un auténtico caos.

– Aún no sé si ha habido heridos graves o no. ¿Cómo ha sido?

Algo le había ocurrido a Winona. Justin no tenía mucho más tiempo que ella, pero continuó hablando, porque eso le dio la oportunidad de observarla mejor. Su aspecto era el de siempre, pero había algo distinto en su mirada. Un brillo febril. Estaba allí, acunando aquel rebujo entre sus brazos, meciéndolo sin cesar mientras hablaban. El bebé estaba callado. Sin embargo, aquella suavidad en la mirada de Win le resultaba de lo más extraña. Vulnerable. Y Winona jamás tenía aspecto vulnerable si podía evitarlo.

– Las cosas podrían haber ido peor; al menos nadie ha muerto. Robert Klimt, ¿sabes quién es?, un miembro del Parlamento de Asterland. Perdió el conocimiento y tiene heridas en la cabeza; no sé cómo estará ahora.

– Espero que todos evolucionen favorablemente. ¿Por cierto, has visto a Pamela Miles?

– Yo no la he visto, pero he oído que está bien. Sin embargo, Lady Helena…

– ¿Tiene heridas graves?

– Bueno, su vida no corre peligro. Sufre una rotura de tobillo muy complicada, pero en cuanto le preparen eso creo que tendrá que venir a verme. Tiene algunas quemaduras…

– Oh, Dios mío, es una mujer tan bella.

Justin no podía decir más de Helena. Jamás hablaba de sus pacientes con nadie, ni siquiera con Winona. Pero quería seguir observándola y no quería darle ninguna excusa para que se largara de allí.

– Bueno, creo que la mayoría de los que iban en ese vuelo han sido atendidos y dados de alta. Y toda la ciudad está tan asustada como los pasajeros, porque no ha parado de venir gente.

– ¿Te has enterado de cuál ha sido la causa del aterrizaje de emergencia?

Justin arqueó las cejas.

– Estaba a punto de preguntarte lo mismo, señorita oficial de policía. Pensaba que tú lo sabrías ya.

– Bueno, normalmente habría estado en el lugar de los hechos desde el principio -admitió de mala gana-, pero me he entretenido.

Cuando levantó una esquina de la pálida manta de franela para que Justin le echara un vistazo, este entendió por fin la emoción que había visto reflejada en sus ojos. Fiereza. La fiereza propia de una leona protegiendo a su cachorro. No tenía nada de raro pensar en Win y en la maternidad, pero hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza lo importante que podía ser para ella. Al ir a acariciar la mejilla del bebé, Justin le rozó la mano a Winona accidentalmente.

– No me digas que alguien le ha hecho daño a esta ricura, o tendré que ir a cargarme a ese alguien.

– Oh, Dios mío, Justin -dijo Winona en tono suave-. Así es exactamente como yo me sentí. ¿No te parece preciosa?

– ¿Cuál es la historia?

– Se llama Angela. Esta mañana, cuando abrí la puerta para ir adonde había caído el avión, alrededor de las siete y cuarto de la mañana, me la encontré allí metida en una canasta de mimbre. Había una nota que decía que se llama Angela y pidiéndome a mí, específicamente, que cuidara de ella.

Justin se quedó inmóvil.

– Esta no es la primera vez que has tenido que ocuparte de un niño abandonado -dijo con cuidado.

– No, por supuesto que no. Pero este es tan pequeño que está claro que primero he tenido que traerla aquí. Me imagino que sabes cómo están las cosas. En los tiempos que corren, un bebé abandonado podría significar drogas o SIDA, o cualquier otra situación problemática en el entorno del niño; de modo que antes de hacer nada, tenía que saber si el bebé estaba sano o no.

– ¿Y bien?

– El Doctor Julian ha dicho que aparentemente está muy sana. Habrá que esperar a los análisis. Cree que tiene un poco menos de tres meses.

– ¿Entonces, qué vas a hacer ahora? -estaba mirándola a ella, no al bebé.

– Encontrar a la madre, por supuesto. Royal no es un sitio tan grande. Y si hay alguien que tiene buen ojo para los niños con problemas, esa soy yo. De modo que si hay alguien que pueda dar con los padres, yo soy la que más posibilidades tiene.

– ¿Y dónde se quedará el bebé mientras tanto?

Ella alzó la cabeza y lo miró con sus grandes ojos azules.

– Yo me pasé años en hogares de acogida -dijo en tono beligerante.

– Lo sé.

– El sistema está sobrecargado. Incluso en una zona tan rica como esta, no hay respuestas para este tipo de situaciones. La adopción es al menos una posibilidad para un bebé rubio y de ojos azules; pero no para este, al menos durante algún tiempo.

– Win, hablas como si estuvieras discutiendo con un tribunal. Solo estás hablando conmigo. ¿Qué pasa? ¿Te quieres quedar con el bebé?

Ella dejó caer los hombros, y perdió la dureza de su cuerpo. Y a sus ojos asomó de nuevo esa suavidad, esa vulnerabilidad que él jamás había visto en ella.

– Nadie me dejará que me quede con ella. Estoy soltera. Y, además, trabajo a tiempo completo. Pero en este momento, especialmente hoy, hay un caos tremendo en la ciudad por el accidente del avión. De modo que lo único que tiene sentido…

Justin oyó su código por el altavoz. Un camillero pasó junto a ellos para limpiar la sala de curas. De repente, el bebé abrió su boquita, bostezó y pestañeó levemente, dejando ver unos ojos adormilados de un exquisito color azul.

Justin miró al bebé, y después a Winona.

– Ahora mismo estamos los dos muy ocupados -le dijo-. ¿Qué te parece si paso a hacerte una visita después de la cena?

– No tienes por qué hacerlo.

Oh, sí, pensó, desde luego que sí.

Capítulo Tres

Justo cuando Winona se estaba metiendo el tenedor en la boca, oyó el débil llanto del bebé. No había tenido tiempo de almorzar, y parecía que tampoco lo iba a tener de cenar. Claro que no le importaba. ¿Quién necesitaba comida? Dejó caer el tenedor ruidosamente sobre el plato y echó a correr hacia el salón.

– ¡Ya voy Angela! ¡Ya voy!

Solo había llamado a un par de vecinas esa tarde, pero parecía que la noticia del bebé había volado, y había estado pasando gente a ayudarla toda la tarde. Aquel vecindario estaba lleno de niños, una de las razones que le habían llevado a comprarse la casa allí, y casi todo el mundo tenía algún accesorio de bebés en el ático o en el garaje. Como Winona no tenia ni idea del tiempo que iba a quedarse con el bebé, habría sido una tontería comprar nada. Además, sus vecinas habían sido de lo más generosas.

La princesa estaba acostada en un moisés y cubierta con una manta de bebé color rosa, vestida con el quinto conjunto que se le ponía ese día.

– Ya está, ya está, pequeña -la tomó en brazos con cuidado y empezó a darle palmadas y a acunarla, pero por dentro empezó a sentir pánico-. ¿Tienes hambre, cariño? ¿Te molesta la luz? ¿El ruido? Lo que sea, me ocuparé de ello, cielo. Pero no llores. Vamos, vamos, cariño…

El pánico era una sensación nueva. Había estado en la gloria todo el día, puesto que ella llevaba mucho tiempo deseando tener un bebé. Winona intentaba ser realista, para mentalizarse de que Angela no estaría con ella mucho tiempo. Solo era que… estar con la pequeña le parecía lo más natural del mundo. Había tenido que hacer mil cosas, empezando por llevar al bebé al hospital para hacerle un chequeo. Después habían ido con ella a la comisaría, había hablado con Wayne y después llamado a algunas madres del vecindario, antes de pasarse por el supermercado para comprar cosas. Cuanto más ocupada estaba, más encantado parecía el bebé. Pero después habían vuelto a casa. Y allí estaban, las dos solas.

Angela había sido un verdadero ángel durante todo el día, pero en ese momento estaba llorando, y Winona se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo cuidar a un bebé.

Alguien llamó a la puerta. Winona se dio la vuelta, rogando a Dios para que no fuera otra vecina con otra silla de paseo. Estaba muerta de hambre y exhausta.

Antes de llegar a la puerta, el pomo giró y Justin asomó la cabeza. Al verlo el pulso se le aceleró de inmediato. Siempre le pasaba lo mismo. Incluso después de toda una jornada de trabajo, Justin tenía un aspecto tan acelerado como el Porsche negro que había dejado aparcado delante de su casa. Entró lleno de energía, con la cara atezada por el viento, los ojos vivos y brillantes y una sonrisa provocativa en los labios.

– ¿Win? ¿Estás ahí…? Ah, veo que sí. Estás un poco ocupada, ¿no?

– ¡No creí que dijeras en serio lo de venir! ¡Pasa, pasa!

Deseó haber podido cepillarse el cabello y ponerse un poco de carmín. ¿Pero, qué importaba? Solo era Justin. Y por mucho que le hiciera rabiar, se alegró de verlo.

– ¿Sabes algo de bebés? -le preguntó con el llanto del bebé de fondo.

– Nada.

No importaba. Cerró la puerta de la casa con firmeza.

– Tú eres médico, tienes que saber algo…

– Sí, llevo mucho tiempo intentando decírselo a mis pacientes -se quitó la cazadora y dio un paso hacia el salón, pero al momento se paró en seco-. ¡Santo Cielo! ¿Ha pasado algún rebaño por aquí?

– Muy gracioso. Son accesorios para el bebé. Me los han prestado las vecinas. Escucha, Justin, sepas o no algo… por favor, agárrala un momento, ¿quieres? Solo necesito un minuto. Lo que tarde en ir a calentar un biberón e ir a por un pañal limpio.

– Vale.

– No te preocupes por el llanto; normalmente es un amor. Solo tengo que averiguar qué le pasa, pero si tú…

– Eh, Win. Créeme, no pasa nada. He venido a echarte una mano.

No era que no creyera a Justin, solo que su ayuda le parecía tan extraña. Tal vez la gente de la ciudad lo tuviera por un soltero despreocupado, pero Winona lo conocía bien. Algo le había pasado en Bosnia, porque desde que había vuelto era otra persona; más callado, más introvertido, y había dejado la especialidad que solía amar en favor de la cirugía plástica. Pero su fama de buen cirujano se había extendido por todo el sudoeste.

Su participación en el Club de Ganaderos de Texas era otro compromiso no reconocido.

Además, Justin siempre había sido un amigo en su vida… cuando no se mostraba insufrible.

– ¿Qué quieres decir con que has venido a ayudar? -le preguntó con recelo.

– Pues precisamente eso -le quitó el bebé de los brazos-. Pero ahora es esta llorona la que importa. Ve a preparar el biberón. Y yo intentaré ponerle el pañal si me dices dónde están.

Winona se llevó la mano al pecho. Con solo veintiocho años ya estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco.

– ¿Te ofreces voluntario para cambiarle el pañal? ¿Llevas mucho tiempo con estos síntomas? ¿Tienes fiebre? ¿Un tumor cerebral, tal vez?

Esos insultos solo consiguieron que él le revolviera el pelo, antes de salir del salón con el bebé en brazos. El teléfono sonó seis veces en la hora siguiente, y dos vecinas más se pasaron con una silla para el coche y mantas. Pero la confusión y el nerviosismo no fue igual con Justin allí. Winona ya no sentía pánico. Al contrario a la inexperiencia que decía tener, Justin actuó como un veterano tanto con los pañales como con los eructos. En cuanto le oía hablar, el bebé empezaba a hacer pompas y a babear.

– Igual que las demás mujeres de la ciudad -dijo Winona entre dientes.

– ¿Cómo?

– He dicho que la niña se ha enamorado de ti desde que la levantaste en brazos por primera vez.

– Sí, me he dado cuenta de que ha dejado de llorar. ¿Crees que reconoce a un tipo guapo, a pesar de lo joven que es? A alguien con clase, gusto, inteligen… ¡Ay!

Winona le dio un golpe con un cojín, y rápidamente él lo echó a un lado con una sonrisa. Llegadas las ocho, no solo habían alimentado y cambiado a Angela, sino que esta descansaba plácidamente en su moisés. Winona no se había dado cuenta del momento en que Justin le había ordenado que se sentara en el sofá y le había puesto un plato de comida en las manos, pero parecía que por fin pillaba algo de cena; estaba medio tirada en el sofá, cenando mientras acunaba el moisés con un pie enfundado en una fina media.

Justin estaba de rodillas en la alfombra, intentando arreglar un intercomunicador para el bebé, y por ello rodeado de clavos y tuercas. Estaba decididamente adorable.

La tele estaba encendida, pero ninguno de los dos la estaba viendo. Winona la había dejado encendida para subir el volumen si acaso daban alguna noticia del aterrizaje de emergencia del avión de Asterland. Sin embargo, temporalmente, era como si estuvieran en una isla los dos solos, exceptuando al bebé que dormía allí cerca.

– ¿Y qué dijo tu jefe de la situación con Angela? -le preguntó Justin.

– Bueno, como yo me suelo ocupar de los niños abandonados y con problemas, Wayne no tuvo que darme permiso para ocuparme del caso. Hombre, cuando me vio aparecer esta tarde con el bebé en una mochila, sí que se sorprendió un poco. Pero toda la comisaría está muy ocupada con el asunto del avión.

– Lo sé. El Club de Ganaderos de Texas ha estado especialmente implicado con ciudadanos de ambos países. Hemos ofrecido nuestra ayuda, y espero que las autoridades acepten nuestra oferta. Me doy cuenta de todo el trabajo policial que hay que hacer primero para conseguir pruebas y huellas y todo eso… pero ya ves cómo la crisis esta está afectando a toda la ciudad. Todo el mundo quiere saber lo mismo; qué fue lo que causó el aterrizaje de emergencia. Si fue un fallo mecánico, está bien, ¿pero y si fuera un sabotaje terrorista?

– Según he oído, ese jet en particular es uno de los aparatos más seguros que existen. Cuesta creer que no fuera más que un simple fallo mecánico.

Winona se puso un cojín en el regazo.

Cada vez le estaba costando más no mirar a Justin. Que ella supiera, Justin ya era multimillonario, y precisamente por eso resultaba aún más divertido verlo manejando un destornillador.

– ¿Y qué piensa la gente en tu comisaría? ¿Tenéis alguna razón para pensar que hubo juego sucio detrás del aterrizaje de emergencia?

– Esta tarde no había pruebas que condujeran en esa dirección… pero la verdad es que es demasiado pronto para asegurar nada. Tal vez hayan recogido todas las pruebas relevantes, pero llevará semanas hasta que puedan obtener respuestas completas. Todo el mundo sabe la tensión que había entre Asterland y Obersbourgh… Y la fiesta del Club de Ganaderos fue la primera ocasión en la que se juntaban los dos países después de más de diez años. Yo creo que tienes razón, Justin. Tú y los chicos del Club de Ganaderos de Texas deberíais participar en la investigación, y la verdad es que me sorprendería que no os pidieran ayuda.

Winona se inclinó hacia delante para asomarse al interior del moisés. Le preocupaba el accidente de avión, pero en ese momento, en ese día, había algo distinto que ocupaba su mente y su corazón.

– No irás a despertarla otra vez, ¿verdad?

Winona lo miró con indignación.

– ¿Acaso estás loco? Tal vez no tenga experiencia, pero hace horas que me he dado cuenta de eso. Jamás se debe despertar a un bebé que está durmiendo. Y si lo haces tú, tendré que matarte.

Su risa hizo sonreír a Winona. Pero Justin la miró y de pronto se puso serio.

– ¿Entonces cuál es el proceso legal a seguir? ¿Y qué le va a pasar ahora?

– Después del reconocimiento médico, lo normal sería entregarla a los servicios sociales correspondientes, para que ellos le buscaran un hogar de acogida -Winona apretó el cojín-. El tribunal se implicará más directamente en el asunto en cuanto se establezca algo más definitivo acerca de los padres. Y ese es mi trabajo. Encontrar a esos padres. Especialmente a la madre. Tengo que averiguar la historia, y por qué el bebé fue abandonado.

– ¿Y cómo vas a hacer eso?

Parecía extraño que jamás le hubiera contado a Justin detalle alguno sobre su trabajo, pero nunca se había dado la situación en la que hubiera surgido aquel tipo de conversación.

– Hay muchas maneras de encontrar pistas. Por ejemplo, ahora que conozco la edad aproximada del bebé, puedo empezar a buscar en los archivos de los hospitales, a ver si me pueden dar una pista de las mujeres que estaban embarazadas en ese momento. Después miraré los periódicos, las llamadas al teléfono de emergencias, los abusos, las muertes, cualquier cosa que haya ocurrido en los días anteriores al abandono del bebé, para ver si hay alguna conexión clara.

– Vaya, vaya. ¿Y qué más?

– Luego… bueno, después de eso, iré directamente a los casos de niños en peligro. Ya sabes cómo son las cosas en Royal. Esta es una comunidad adinerada, de modo que en la superficie no parece que tengamos muchos niños con problemas. Pero cada vez me doy más cuenta de que los niños muy ricos y los muy pobres tienen mucho en común. En ambos tipos de familias, los niños se crían solos. Pasan solos muchas horas. Los padres se mueven cerca del límite de las drogas y el alcohol. Hay divorcios, adultos ausentes. Sea como sea, son los niños que están solos los que tienden a meterse en problemas. De modo que una de las cosas que hago siempre es revisar los datos que tengo en el ordenador para los que se escapan.

– ¿Y?

– Y después compruebo la lista de absentismo escolar. La lista de arrestos. A continuación llamo a los institutos. Hablo con los orientadores sobre chicas embarazadas. Esta tarde empecé a hacer unas cuantas pesquisas, pero sería muy raro que tuviera respuestas concretas hoy mismo. Casi siempre lleva un tiempo.

– ¿Pero y si no consigues localizar a la madre después de todo ese proceso?

Winona frunció el ceño, consciente de pronto de que estaba retorciéndose las manos, de que Justin la estaba observando.

– Aún no he pensado en eso. Todavía es pronto. Créeme, encontraré a la madre. Lo he hecho antes.

– ¿Pero y si no la encuentras?

Justin puso derecho el intercomunicador del bebé y esa vez pareció funcionar correctamente.

Lo colocó a un lado y se puso de pie, pero no apartó la mirada de ella ni un momento.

– Bueno, entonces hay otras posibilidades. Lo más probable es que la madre sea una chica con problemas. Y, francamente, estoy tan capacitada como cualquier otra persona para encontrar a esa chica -dijo Winona con nerviosismo.

– Sé que lo estás, Win -dijo Justin en tono cariñoso-. Tú sabes lo que es ser abandonada. Nunca me sorprendió tu elección de trabajar con jóvenes cuando decidiste hacerte policía. Pero no es posible encontrar a los padres cada vez que hay un niño con problemas.

– Bueno, por supuesto que no. Y en lo referente a Angela… posiblemente su madre esté casada con un hombre que la maltrate, o algo así, y eso no aparecerá en ningún archivo. En realidad, alguien así sería imposible de encontrar. Y otra posibilidad sería…

Winona vaciló.

– ¿Cuál?

– Otra posibilidad es que sea una joven que ha mantenido su embarazo en secreto durante los nueves meses. Parece imposible, pero todos sabemos que ocurre.

– De acuerdo. De modo que ya hemos mencionado la mayor parte de los escenarios posibles. ¿Pero mientras tanto, qué se supone que le va a pasar a nuestra princesa en miniatura mientras tú haces todas esas pesquisas?

Instintivamente, Winona se llevó la mano al estómago, como para calmar la sensación de náusea. Lo que le había preguntado Justin era lo que se había pasado todo el día pensando. Y cada vez que dejaba salir a la superficie esos miedos se ponía enferma.

– Bueno, normalmente el tribunal la metería en un hogar de acogida, como ya te he explicado.

– Eso lo sé, lo que quiero es saber los detalles, Win -dijo en voz baja.

De nuevo se presionó el estómago, y seguidamente lo miró a los ojos.

– Podría ser adoptada. Es un bebé sano y, aunque no es justo, el hecho de que sea rubia y de ojos azules hace que esté más solicitada en el mercado de la adopción. Pero para que eso ocurra primero hay que encontrar a los padres, y averiguar que la han abandonado deliberadamente, que de verdad no la quieren y que renuncian legalmente a todos los derechos. O tal vez resulte que los padres están muertos.

Winona se quedó pensativa.

Justin se sentó en el sofá junto a ella; le estudió las facciones con la callada vigilancia de un cazador.

– Tú estuviste en varios hogares de acogida desde los seis años, ¿no? Pero había alguna razón por la que no podías ser adoptada. Recuerdo que las familias y los vecinos hablaron de ello cuando los Gerard te llevaron a su casa. Únicamente no recuerdo los detalles.

– No pudieron adoptarme porque mi madre estaba viva y podría haberme reclamado en cualquier momento. De modo que tuve que quedarme en el sistema de acogida hasta los dieciocho años.

– Nunca me habías mencionado antes a tu madre. Ni nada de lo que recordaras de cuando eras pequeña.

Ella se encogió de hombros, pero sintió una extraña aprensión.

– La historia de mis padres es tan antigua como el principio de los tiempos. Eran dos adolescentes, enamorados y con las hormonas disparadas. Cuando mi madre se quedó embarazada los dos dejaron el colegio; dos idiotas de dieciséis años sin dinero y sin formación profesional alguna, que pensaban que podían vivir del sexo y del amor. La diversión no duró mucho. Mi padre murió en un accidente de automóvil. No lo recuerdo en absoluto. Pero estuve con mi madre hasta los seis años.

– Y fue entonces cuando ella se largó.

Winona se puso nerviosa. No le gustaba hablar ni de los sentimientos ni del pasado.

– No hago más que pensar que uno de estos días podría encontrarla. Aún hago alguna que otra pesquisa de vez en cuando. Pero lo importante es que, en aquel momento, no pudo conmigo. Entonces no me daba cuenta de ello, pero ahora sí. Tenía todos los problemas que puede tener una mujer. Estaba sola, sin un centavo, con una niña pequeña a la que cuidar, convencida de que un poco de alcohol y un poco de droga de vez en cuando suavizaría sus problemas, cada vez más desesperada con cada perdedor que se cruzaba en su camino…

Justin se quedó callado un momento.

– Win… ¿Por qué no me has dicho esto antes?

– Porque no hay nada que decir. Trabajo con chavalas como ella todos los días; niñas que cometieron un error y ven cómo sus vidas se derrumban por culpa de ese error. El único error que cometió mi madre fue enamorarse, o más bien, encapricharse por mi padre, ya que eran los dos demasiado jóvenes. Justin, ¡tú sabes todo esto…!

Él sacudió la cabeza.

– No, en realidad no. Recuerdo a mi madre hablar con mi padre. Sabía que te habían abandonado de niña, y que tu madre te había dejado con una nota diciendo que volvería a buscarte en cuanto estuviera mejor de dinero, o algo así. Y recuerdo que los Gerard se enfurecieron mucho…

Eso le hizo pestañear.

– ¿Los Gerard se enfurecieron? ¿Por qué?

– Recuerdo que hubo una historia cuando Sissy Gerard te vio por primera vez… No sé con qué familia estabas en ese momento, pero un día Sissy volvió de una feria del condado y contó algo del modo en que esa familia te habría tratado, algo que la enfureció. Le dijo a Paget que iba a contratar a un abogado para poder llevarte a casa con ellos; y que iba a ser tu última casa hasta que fueras mayor para valértelas sola.

– Eso no lo sabía. Al menos no lo recuerdo -reconoció Winona-. Solo recuerdo a los Gerard; las caras de Sissy y Paget en el estéril edificio de los Servicios Sociales. Ella me abrazó como si me conociera de toda la vida. Dios, fueron tan buenas personas.

– Sí, lo son -Justin se rascó la barbilla-. Y por entonces tú le sacabas las uñas a todo el que pretendía acercarse a ti. Escupías a todos los chicos, peleabas en el patio…

Ella sonrió.

– Eh, cacho perro, ¿del lado de quién estás?

– Del tuyo. Siempre del tuyo -dijo en voz baja-. ¿Entonces este bebé va a ir a un hogar de acogida?

– No -dijo Winona sin pensárselo dos veces. Justin se quedó un momento pensativo, y entonces le preguntó en voz baja:

– ¿Win, tú no quieres renunciar a ella, verdad?

– No quiero que entre en acogida en ningún hogar, que vaya de un lado para otro, como me pasó a mí -dijo en tono enérgico-. Me enamoré de ella nada más verla. Lo reconozco. Y sé que es una estupidez, pero quienquiera que la dejara en mi puerta, Justin, debe de conocerme de algún modo. Solo quiero saber que si vuelve a sus padres ellos estarán en condiciones de cuidarla. Y hasta entonces…

– Quieres quedártela.

– No quiero que vaya de un sitio a otro -repitió.

De repente, algo muy raro en ella, sintió una oleada de emociones atenazándole la garganta y tuvo ganas de llorar. Era ridículo. Jamás había perdido el control así; al menos no delante de Justin, nunca delante de él.

Winona lo miró y sonrió para disimular. Teniendo en cuenta todas las veces que él había bromeado sobre casarse con ella, esa sería una buena manera de reírse de él.

– Normalmente, el tribunal no consideraría válida la situación de una mujer soltera y con un empleo para darme la custodia temporal. ¿No querrás casarte conmigo, verdad? Mejoraría muchísimo mis posibilidades.

Capítulo Cuatro

Justin sintió que se le paraba el corazón un segundo, para inmediatamente iniciar un ritmo frenético.

Winona no le estaba pidiendo en serio que se casara con ella. De eso era consciente. Totalmente. El tema del matrimonio era un tema de broma continua entre ellos, de tantas veces que le había pedido que se casara con él. Ella siempre había asumido que él bromeaba, de modo que resultaba de lo más natural que ella bromeara con él del mismo modo.

Pero en esas circunstancias había unas cuantas diferencias.

La repentina llegada del bebé a la vida de Winona la estaba afectando profundamente. Jamás había reconocido que necesitara ayuda con nada; y desde luego nunca le había permitido que la ayudara de ninguna manera. Justin no entendía del todo lo que ella sentía con la llegada del bebé, pero estaba segurísimo de una cosa: había estado esperando una oportunidad, cualquier oportunidad con ella desde hacía años. Y no estaba dispuesto a desaprovechar aquella.

– De acuerdo, hagámoslo -dijo en tono desenfadado.

Por primera vez en toda la tarde, la tensión abandonó su mirada y Winona se echó a reír.

– Claro. Es poca cosa, ¿verdad? Solo hace falta conseguir una licencia e ir a ver al Juez de Paz. Precisamente lo que estabas deseando hacer esta semana.

– En realidad, a mí me parece muy divertido -se inclinó hacia atrás, como si no tuviera nada más importante que hacer que estirar sus largas piernas.

Ella seguía riéndose.

– Me imagino los titulares de la prensa: El soltero más cotizado de Royal cazado por una policía.

– Cállate, Win. Sé que estabas de broma, ¿pero por qué no te lo piensas? Me ha parecido que hablabas muy en serio cuando has dicho que querías quedarte con el bebé.

– Sí, claro que sí. Pero, por amor de Dios, Justin, no decía en serio lo de casarnos. Tal vez incluso no resuelva nada, porque la madre de Angela podría aparecer en cualquier momento. Hoy incluso, o tal vez mañana…

– Y tal vez no aparezca nunca. Pero aunque se presentara a tu puerta mañana mismo, los tribunales no le darían la niña enseguida, sobre todo después de abandonarla como lo hizo. De modo que sea como sea, Angela va a tener que vivir en algún sitio durante algún tiempo; y podría ser bastante tiempo.

– Lo sé, lo sé. Eso es exactamente lo que me está volviendo loca -se pasó una mano por los cabellos y se volvió a mirarlo con dureza-. No puedo aguantar la preocupación de pensar que van a meterla en algún lugar malo para ella. Lo único que quiero es poder ocuparme de ella hasta que sepamos con seguridad lo que tiene en la vida. Sé que voy a quererla. Y aunque fuera solo eso, ya es mejor que el hecho de que la dejen en Dios sabe dónde.

– Win, si he entendido bien lo que me has dicho antes, te considerarían como posible guardián temporal si estuvieras casada. ¿Es eso cierto o no?

– Cierto. En realidad estoy casi segura de que me rechazarían por estar soltera. No conozco ninguna situación en la que a una mujer soltera se le haya permitido acoger a un niño. Aquí no. Siempre han sido familias con padre y madre.

– Entonces, casémonos.

Winona intentó contestar y terminó riéndose. Pero al momento se puso seria.

Justin jamás había visto a Winona descentrada. No tenía idea de que pudiera estar así… y menos por él.

Cuando levantó la mano, sabía que su intención era besarla. Cuando sus dedos acariciaron su mejilla, se hundieron con tanta suavidad en sus cabellos, y arrastraron su cabeza hacia él… sabía también lo que estaba haciendo. Más o menos. Desde luego sabía cómo besar a una mujer.

Pero jamás había besado a Winona. Y sabía que ningún beso iba a ser sencillo, al menos no con ella. No para él.

El beso la pilló de sorpresa, porque frunció el ceño y abrió los ojos como platos al ver que él se acercaba más y más. Pero cuando sus dedos se entrelazaron en sus cabellos, ella no se movió. Cuando sus labios rozaron los de ella, Winona no se retiró.

Pero nada en ella le recordó a una fría estatua. Era frágil, suave, cálida y atrayente.

Emitió un leve sonido cuando sus labios se posaron sobre los suyos. Win casi nunca usaba perfumes, pero de repente se vio envuelta en los suyos propios. El sabor a capuchino de su boca, el aroma a fresa del champú, el olor de la crema que se echaba en las manos y en la cara porque tenía la piel seca…

Lo agarró del brazo como para apartarlo, solo que no fue eso lo que hizo. Sus labios comenzaron a moverse bajo los de Justin, temblando como un susurro, y aleteó las pestañas, como si de repente la luz de la habitación fuera demasiado brillante.

Aquellos primeros besos se volvieron más profundos, más sedosos, más sensuales. Los dedos que le agarraban el brazo pasaron a entrelazarse en su cuello. Las lenguas danzaron, se enredaron. Justin la besó y continuó besándola, pero entonces sintió que la piel de Winona estaba cada vez más caliente, que su cuerpo se arqueaba sobre el suyo con un gemido fiero, ávido. Justin sonrió para sus adentros; Win no había tenido idea hasta ese momento de que había sentido deseo hacia él.

Ni él tampoco. Hasta entonces, Justin había estado seguro de que en todos esos años él había sido el único que había estado detrás de ella. Sí, entre ellos había cierto amor. El mismo amor que se tiene a un hermano al que uno agarraría del pescuezo y le daría azotes en el trasero. Se querían del mismo modo que uno quiere a un viejo amigo que conoce todos los secreto de su juventud. Pero él deseaba otro tipo de amor, el amor entre hombre y mujer, el que lo aguijoneaba a uno por dentro si uno lo permitía.

Y él quería permitirlo. Quería quitarle la sudadera, tumbarla sobre los cojines y hundirla en una sensualidad tan grande, tan caliente, que ninguno de ellos pudiera levantarse hasta que hubiera pasado. Deseaba verla desnuda, acariciarla desnuda, tenerla desnuda.

Pero había un bebé dormido allí junto a ellos. Además, Justin tenía miedo de ir demasiado deprisa y no poder obtener las respuestas que le interesaban.

De modo que intentó respirar con normalidad y apoyó la frente contra la de ella, con los ojos cerrados, encantado de que Winona estuviera respirando también como un tren de carga. Y eso lo ayudó a relajarse, a sonreír.

– Eh, Win… Tengo mucho dinero. Lo sabías, ¿verdad?

Ella lo miró y frunció el ceño.

– ¿Y eso debería importarme?

– Sí, porque es importante. Y es importante porque puedo arreglar los papeles para un matrimonio más deprisa que la mayoría de las personas. Y conseguir también aligerar los papeles para la custodia temporal. ¿Quieres este bebé? Podemos conseguirlo.

– Justin…

Tragó saliva con fuerza cuando él se puso de pie.

Justin ya había oído moverse al bebé. Se puso los zapatos y buscó su cazadora con la mirada, pero entonces la miró de nuevo a ella. Miró esos ojos suaves y claros como la superficie de un lago. Por primera vez en todos aquellos años, líquidos y suaves para él.

– No sé lo que pasará entre tú y yo. Pero nos conocemos de toda la vida, Winona. Y te lo vuelvo a decir, tengo dinero, recursos para arreglar esto con rapidez. Los necesarios para facilitar las cosas para los dos, para hacer lo que queramos hacer. No hay ninguna mujer en mi vida. ¿Hay algún hombre en la tuya?

Ella pestañeó.

– No.

– Vamos. Necesito que seas franca conmigo. Debe de haber alguien…

– No.

Justin no pudo ahogar una sonrisa. Le acarició con energía la cabeza, agarró su cazadora y salió de la casa. Había dejado caer su proposición. Pero sabía que Winona Raye jamás le daría un sí sin pensárselo.

Pero si salía en ese momento, no le daría la oportunidad de negarse.

Aquello no solo era progresar, sino casi rozar la gloria.

Con el bebé en brazos, Winona paseaba de un lado a otro del salón. El Porsche negro de Justin había desaparecido del camino hacía una hora, pero ella no dejaba de mirar hacia donde había estado. Tal vez su visita había sido un espejismo. O tal vez le hubiera echado algo en el café; porque llevaba un par de horas en un mundo de sueños.

Angela soltó un eructo adormilado y Winona sonrió. Había imaginado que Justin le había pedido que se casara con ella en serio. Nada de bromas. Totalmente en serio.

Vaya, eso sí que tenía gracia.

Tanta que incluso después de que el bebé se durmiera, esperaba que para toda la noche, Winona aún no podía pensar, ni respirar, ni dormir. Estaba cansada como un perro, pero seguía paseando en la oscuridad.

A medianoche, fue a la nevera, se sirvió una taza de leche y se metió en la cama para bebérsela. Hacía una noche estrellada y la luna, casi llena, brillaba en el cielo negro.

Había habido hombres, pero no desde hacía un tiempo. Cuando se había dado cuenta de que había sido ella la que había estropeado todas las relaciones, había decidido dejar de intentarlo. Le costaba trabajo abrir su corazón; ni en la cama ni fuera de ella.

En realidad, se le daba bastante bien fingir en la cama. Pero no parecía que tuviera mucho sentido. Ella no se sentía infeliz sola. Le gustaba su trabajo, su vida. Tenía amistades, era respetada en la comunidad. Le gustaba sentirse así. Segura. Tal vez le costaba confiar en otros plenamente. ¿Y qué?

Pero no le había gustado el beso de Justin. En sus labios había sentido la picadura de la abeja, y se le habían puesto los nervios de punta. Ella no solía dejarse llevar así. Jamás. Jamás se volvía loca, ni perdía la cabeza por un hombre, y menos aún por unos cuantos besos ridículos.

¿Qué diantres creía Justin que estaba haciendo besándola, ofreciéndole casarse con ella?

Winona concluyó que algo le estaba pasando a Justin. Algo muy serio. La idea la tranquilizó. Dejó la taza de leche vacía sobre la mesita y se acurrucó bajo la colcha, relajándose inmediatamente. Sencillamente debería habérsele ocurrido antes. Si Justin estaba actuando como un loco, tenía que haber una razón para ello. Fuera lo que fuera, hablaría con él. Lo ayudaría, como amigos que eran.

Y le aseguraría, por supuesto, que se había dado cuenta de que él nunca había tenido la intención de proponerle matrimonio.

Dos días después, mientras Justin se dirigía hacia el lugar donde el avión de Asterland había caído, iba pensando en Winona, no en el accidente. Pero según se iba acercando al lugar del siniestro, le fue cambiando el humor.

Finalmente apareció el avión. Justin detuvo su automóvil y salió; un viento frío como el hielo le mordió las mejillas.

– ¡Justin!

Ya había reconocido a los otros dos miembros del Club de Ganaderos de Texas y sus vehículos, pero por un momento se había distraído con la visión del avión. Al oír su nombre, se dio media vuelta y se dirigió hacia sus amigos. Típicamente, Dakota Lewis no parecía notar el frío de la mañana de enero, y llevaba la cazadora abierta, como si nada. Al menos Matthew Walker tenía la nariz y las mejillas coloradas, igual que él.

– Siento llegar tarde; el coche no quería arrancar.

– Solo llevamos unos minutos esperando.

Justin miró de nuevo a su alrededor.

– Caramba. Esto es desolador.

– Aún estoy sorprendido de que nos haya llamado la policía -comentó Matthew mientras los tres se dirigían hacia el avión.

– No creo que se le haya ocurrido a la policía. Sospecho que ha debido de ser la familia de la Princesa Anna. Ninguno de los pasajeros de Asterland u Obersbourg tiene contactos en América excepto nosotros, de modo que supongo que es natural que quieran que participemos en la investigación. Nos conocen y confían en nosotros -Dakota iba el primero-. Sería distinto si tuvieran alguna pista sobre la causa del aterrizaje de emergencia. Por supuesto, el fuego es la mejor manera de destruir las pruebas. Pero me parece que, en este momento, a todo el mundo sigue preocupándole que haya sido un sabotaje. Si no se encuentran respuestas enseguida, no me sorprendería que el gobierno de Asterland enviara su propia comisión de investigación.

– Bueno, no sé lo que podemos aportar nosotros -comentó Matthew.

– Yo pienso lo mismo, pero me parece que lo importante es echarle un vistazo a todo esto. Los expertos ya han peinado la zona, pero creo que somos los únicos que conocemos a la gente que despegó en este avión. Creo que suponen que encontraremos algo que tal vez nadie más sea capaz de percibir -frunció el ceño-. Pero pensé que Aaron y Ben estarían aquí con nosotros.

Dakota asintió.

– Ben sí. Estará aquí dentro de un rato. Llamó hace un momento al móvil para decirnos que se había tenido que entretener con un recado. Pero Aaron no… Aaron se marchó a Washington hará un par de días y aún no ha vuelto.

– ¿Se ha ido a Washington? ¿Por algo relacionado con esto? -preguntó Matthew. Dakota sacudió la cabeza.

– La verdad es que no sé qué está haciendo Aaron allí, pero cuando volvió a casa por vacaciones sé que tenía algún tipo de problema con su trabajo. Supuse que había pedido la excedencia en su trabajo como diplomático, de modo que supongo que estará en la embajada en Washington; pero lo único que sé es que estaba muy preocupado por algo.

– A mí me dio la misma impresión -opinó Justin.

– Yo intenté hablar con él la noche de la fiesta, pero entonces empezó a bailar con esa profesora tan feúcha de sonrisa dulce. ¿Cómo se llama? ¿Pamela?

– Pamela Miles -confirmó Justin, recordando que la había tratado la mañana del accidente-. Ella iba en el avión. Iba a Asterland a hacer un intercambio.

– Bueno, desde luego la noche de la fiesta no tenía en mente la enseñanza. Nunca imaginé que a Aaron le gustara ese tipo de chica, pero desde luego bailaron bien arrimados. Pero no tuve la oportunidad de preguntarle por su trabajo, y como se marchó temprano la noche de la fiesta…

Los tres hombres se quedaron en silencio bruscamente mientras caminaban en silencio por entre los restos del avión.

– Maldita sea. Qué desastre.

– Podría haber sido peor -murmuró Matthew.

– Muchísimo peor -Dakota fijó la vista en la cabina de mando; Dakota había servido en el Ejército del Aire, y estaba más familiarizado con todo ello que los otros dos-. Tú viste más que ninguno de nosotros, Justin.

– ¿Porque estuve aquí la mañana del accidente? Bueno, supongo que sí, pero yo solo tuve ojos para los heridos. No me entretuve en mirar el avión.

– Pues dejad que os cuente lo que sé. El fuego se inició aquí… -Dakota se movió y al momento volvió a moverse-. Robert Klimt iba sentado aquí. Y Lady Helena al otro lado del pasillo. Es normal que esos dos sufrieran heridas de mayor consideración que los demás.

Justin aspiró hondo y miró el interior del avión. Vio una novela tirada en el suelo, un zapato de tacón rojo tirado de lado. Un poco más allá había un bolso de piel de serpiente abierto, con un cepillo de pelo y barras de labios desperdigadas alrededor. Había un suéter allá, un abrigo acá. En el aire flotaba el olor acre del plástico quemado.

La puerta de la cabina del piloto estaba entreabierta, y por las ventanas entraba el frío aire de la mañana.

De pronto, un luminoso y breve destello le llamó la atención. En la moqueta, junto al asiento que había ocupado Lady Helena, Justin se puso de cuclillas y frunció el ceño.

– Matt. Dakota.

– ¿Qué? -Matthew se agachó también, pero Justin levantó una mano con cautela para impedir que tocara nada.

Dakota se acercó a ellos, intuyendo por la inusitada emoción y la seriedad de sus compañeros que habían encontrado algo importante. Se asomó por encima del hombro de Justin.

– Eso no puede ser lo que creo que es -suspiró.

Las dos gemas estaban allí, sobre la moqueta, entre el polvo y los objetos personales de los pasajeros. Muy cerca había un pañuelo, y un guante negro de conducir. Ceniza del fuego. Pero las dos piedras contrastaban con todo lo demás.

Una era un ópalo negro.

La otra, una esmeralda de tres quilates.

Justin, Dakota y Matthew se miraron con sorpresa. Matthew estaba pálido. Probablemente, Justin también.

En general a ninguno de los tres les importaban las joyas, pero los tres reconocieron esas en particular. Eran demasiado poco comunes y notables para ser confundidas con otras, incluso por personas no entendidas como ellos.

Toda la ciudad conocía la leyenda de las tres joyas del Club de Ganaderos de Texas. Y Justin recordó claramente que la vieja historia había sido contada en la última fiesta del Club; Riley Monroe se la había contado a un invitado de Asterland. Los habitantes de Royal no parecían nunca cansarse de contar el cuento de las joyas, aunque nunca creyeran que era cierto. Sencillamente, no importaba. Era una historia estupenda, y sobre todo una historia en la que se entreveían los valores del liderazgo, la justicia y la paz, el lema del Club de Ganaderos de Texas.

Dos de las gemas de la vieja leyenda eran, por supuesto, un ópalo negro y una enorme esmeralda.

Como esas dos que tenían delante.

Sorprendentemente, como esas dos. Exactamente, como esas dos.

Matthew sacudió la cabeza con fuerza.

– No lo entiendo. ¿Alguien ha intentado robarnos nuestras joyas? Pero no pensé nunca que nadie creyera de verdad la historia, y menos aún que nadie supiera dónde han estado encerradas todos estos años.

– Ni yo. En realidad, nada de esto tiene sentido. Si alguien hubiera entrado en el Club de noche, Riley Monroe nos habría avisado -dijo Justin mientras se ponía de pie, más o menos al mismo tiempo que Dakota-. Pero lo más horrible es que… si esas dos gemas fueron robadas, ¿entonces donde está el diamante rojo?

Los tres hombres maldijeron al unísono y de común acuerdo empezaron a buscar por todos los rincones del avión. Ninguna de las tres gemas tenía precio, pero el diamante rojo era el más singular de las tres, el sueño de cualquier coleccionista.

– No tiene sentido que se hayan llevado solo dos de las piedras y hayan dejado la otra -gruñó Dakota.

– En realidad no tiene sentido que hayan robado ninguna -le respondió Justin, pero de repente se quedó callado y aspiró ruidosamente.

– ¿Qué? -le preguntó Dakota-. ¿Lo has encontrado?

No, no había encontrado nada. Había encontrado un papel arrugado que jamás le habría llamado la atención de no haber contenido la palabra «esmeralda» escrita en letras mayúsculas. Frunció el ceño al notar que el papel era de Asterland.

– No sé lo que es esto -Justin le dijo a los otros-. No es una carta. No parece ir dirigido a nadie en particular; al menos en el papel no hay escrito ningún nombre. Pero alguien ha anotado la leyenda de Royal sobre las joyas. Toda la historia. El soldado tejano que encontró las piedras en los bolsillos de la chaqueta de un compañero caído durante la guerra contra Méjico, que después se llevó las piedras a Royal, su hogar, y que después encontró petróleo y se hizo rico antes de pensar siquiera en vender las piedras…

– Todo el mundo conoce la leyenda -comentó Matthew con impaciencia-. ¿Pero quién podía saber que las piedras existían de verdad o, menos aún, saber dónde estaban guardadas? -hizo una pausa y se quedó pensativo-. Ah y, por cierto, ¿pensáis que el robo de las joyas está relacionado con el accidente del avión?

Justin levantó la mano con gesto desconsolado.

– No sé cómo podría estar relacionado. Pero son demasiadas coincidencias.

– Necesitamos reunimos -dijo Dakota enseguida-. En cuanto podamos, debemos hablar con Aaron y Ben. Pero antes de eso, al menos uno de nosotros debe ir al Club, para ver si el diamante rojo sigue allí. Hay que hablar con Riley Monroe, e investigar qué le ha pasado a nuestra caja fuerte.

Justin se pasó la mano por los cabellos.

– Yo estoy dispuesto a hacer lo que sea, pero hoy tengo consulta hasta las ocho. Me doy cuenta de lo crítico de la situación, y podría cancelar las citas con los pacientes si fuera necesario, pero…

– No, no te preocupes, Justin. Yo también prefiero esperar hasta después de la cena -concluyó Matt-. Así, tal vez Ben pueda unirse a nosotros. Y si Aaron no ha vuelto, al menos podremos consultárselo por teléfono. Por sus contactos diplomáticos, creo que deberíamos contarle todo a Aaron antes de hacer nada.

– Sí, estoy de acuerdo -asintió Dakota-. Yo iré al club esta tarde para hablar con Monroe. Pero me parece bien reunimos después de cenar. ¿Justin?

Este ya se había vuelto hacia la salida del avión.

– ¿Quieres llevarte el ópalo y la esmeralda al club?

– No, maldita sea. Si han forzado la caja fuerte, necesitamos pensar juntos en un lugar seguro donde dejar las piedras mientras tanto. Pero hasta entonces quédatelas tú. Solo quería decirte que tengas cuidado con lo que le cuentas a Winona Raye.

Justin lo miró muy sorprendido.

– ¿Por qué diablos crees que voy a ver a Winona?

– Porque todos nos dimos cuenta de cómo la mirabas el día de la fiesta -Dakota y Matt le dieron unas palmadas en la espalda-. A mí me parece que no podrías haber elegido mejor. Winona es maravillosa. Y todo el mundo la quiere. Pero si le contamos algo tal vez la pongamos en una situación difícil, o peligrosa.

– Todos sabemos lo que está en juego, la razón por la que hemos mantenido nuestros asuntos en privado durante todos estos años.

– Eh, doctor, confío en ti plenamente. Y lo mismo digo de Winona. Pero creo que es mejor que nadie sepa una palabra de esto hasta que sepamos algo más del robo de las joyas y decidamos lo que hacer.

A Justin le pareció bien, y al momento los tres se separaron. Todos tenían sus vidas y sus trabajos que atender. Pero mientras Justin se encaminaba hacia el Porsche, su plan de ir a ver a Winona y de cenar temprano con ella empezó a cobrar más fuerza que nunca.

La había dejado sola durante dos días, aunque la había llamado por teléfono. Sabía que necesitaba tiempo para pensar.

Justin no quería ponerla en ningún aprieto contándole la historia de las joyas. Solo quería ponerla en un aprieto en lo tocante a una relación entre ellos. Y ninguna piedra, por muy preciosa que fuera, iba a apartarlo de ella. Ese día no. No era capaz de esperar más.

Capítulo Cinco

– ¡Winona!

Cuando Winona apenas había abierto la puerta del Restaurante Royal, la camarera gritó su nombre. Sheila abandonó a su cliente y fue directamente hacia ella.

– No hago más que oír hablar a todo el mundo de ti y ese bebé. Déjame ver.

Sheila se metió un caramelo masticable de frutas en la boca y condujo a Winona con el carro hasta una mesa al final, sin dejar de hablar todo el tiempo; y lo suficientemente alto para que se enterara todo el mundo.

– Llamó el doctor Webb. Dijo que te pusiera en una mesa donde no hubiera corrientes y que empezara a servirte; llegará en un momento, pero le ha retrasado un poco un paciente. Entonces estás saliendo con el doctor Webb, ¿eh? Dios, está como un tren expreso. A ver este bebé… Vaya, pero qué bonita eres.

Sheila levantó a Angela del carro y la niña se deleitó con las atenciones de la camarera.

Winona estaba demasiado cansada como para discutir con Sheila, y era demasiado mayor como para enfadarse porque hablara en voz tan alta. De modo que se quitó la cazadora y se dejó caer sobre el asiento, deseando poder tomarse un whisky doble en lugar de un vaso de agua. El caso era que, en los últimos dos días, Sheila no era la única habitante de Royal que había presumido que existía una relación de pareja entre Winona y Justin.

No tenía sentido. La gente debería estar hablando del accidente. Esa era la gran noticia en la ciudad, la crisis. Quien viera o dejara de ver Winona no debería importarle a nadie.

– Bueno, cariño, si no quieres decir nada, no se lo contaré a nadie -dijo Sheila en voz alta mientras dejaba el bebé en el carro-. Pero espero que te des cuenta de que nadie tiene curiosidad malsana. Todos te queremos -colocó dos salvamanteles sobre la mesa y sacó una libreta-. No parece ni india, ni hispana. Con ese pelo rubio y esos ojos azules… ¿Pero has encontrado ya a la madre?

– Todavía no.

– ¿Bueno, entonces qué vas a comer? El doctor Webb me dijo que empezaras sin él.

– Ya, pero prefiero esperarlo…

– No, no. Dijo que estarías cansada de trabajar y de ir con el bebé todo el día de arriba a abajo. Llegará. Dijo que se retrasaría diez minutos. Pero quiere que empieces a comer. Las costillas de hoy están muy tiernas. Y tengo un pastel de plátano para chuparse los dedos.

– Creo que tomaré una ensalada.

– Venga, chica, no puedes alimentarte de ensaladas como un conejo. Además, a los hombres les gustan llenitas -señaló las empanadas de ruibarbo que había tras el mostrador de cristal-. ¿Necesitas que te caliente algún biberón? ¿Te has acostado con el doctor Webb?

– Quiero ensalada de maíz. Nada de postre. Sí, gracias por ofrecerme lo del biberón. Y en cuanto a los demás, no es asunto tuyo.

– Veo que la pregunta no te ha hecho sonrojar. Si quieres que te dé un consejo, yo agarraría a ese hombre con todas mis armas, A algunos hombres se les puede hacer sufrir un poco, les gusta la caza. Pero con él, yo no me arriesgaría. Es demasiado guapo y demasiado rico. En cuanto puedas, llévate a ese chico a la cama y no dejes que mire a otra.

– Muchísimas gracias -Winona se paso la mano por los ojos, deseando que Sheila la dejara en paz.

– ¿Le has contado ya a los Gerard lo del bebé?

Winona suspiró. Era más fácil responder a las preguntas que intentar evitar contestarlas.

– Sí. Aún están de vacaciones en Japón, pasándoselo de maravilla. Pero hablé con ellos por teléfono hace dos noches.

– Te quieren mucho -Sheila colocó los cubiertos; otros dos clientes la llamaron, pero estaba claro que ella aún no quería moverse de allí-. Y sé además que estarían muy contentos de que tuvieras una relación con Justin, porque las familias Webb y Gerard siempre han estado muy unidas.

Winona resopló, apoyó un codo en la mesa y la barbilla en la mano y miró a Sheila.

– De acuerdo. Me rindo. Mantengo una apasionada e inmoral relación sexual con el doctor Webb. Si eso va a haceros felices, cuéntaselo a toda la ciudad, cuéntaselo al mundo entero…

Se quedó muda cuando de pronto vio una cara aparecer detrás de la de Sheila. Para colmo de males, Justin estaba sonriendo.

– Eh, cariño. Por favor, no le des todos los detalles de nuestra vida sexual a Sheila. No le habrás contado lo que hicimos en el Porsche hace dos noches, ¿verdad?

Con suavidad, como si fueran pareja, Justin se inclinó y le dio un beso en la cabeza, acarició al bebé y se sentó frente a ella como si fuera todo ello la cosa más natural del mundo.

– Sheila, solo tengo cuarenta y cinco minutos como máximo. Quiero la hamburguesa más grasienta que tengas en la cocina, muy hecha, y con una tonelada de patatas fritas…

– Como si necesitaras decírmelo, cielo -Sheila se dio la vuelta, claramente satisfecha, y fue a encargar lo que había pedido Justin.

Winona tardó unos minutos en recuperarse del susto, porque de pronto, sin saber por qué, el corazón le iba a cien por hora y estaba empezando a ponerse muy nerviosa. Había estado tranquila hasta que había entrado Justin. Y el beso que se habían dado dos noches atrás volvió a su memoria acompañado de una punzada de culpabilidad.

Sintió que él la miraba. Nada nuevo, por amor de Dios; se conocían desde hacía miles de años. Pero nada era igual desde que se habían besado. Él nunca… Él jamás la había mirado así, como se mira a una mujer en la que uno está interesado sexualmente. La miraba como si se la estuviera imaginando en la cama, y disfrutando, encima, de ello.

Ella paseó la mirada nerviosamente por el restaurante. Los taburetes de skay rojo estaban todos ocupados, y el largo mostrador de fórmica lleno de clientes.

El restaurante resultaba cómodo, familiar. Normalmente, estaba en el Restaurante Royal tan a gusto como en casa. Excepto esa noche.

Experimentó una sensación de pánico; como si el mundo entero estuviera derrumbándose encima de ella. No le importaba que él la mirara de aquel modo tan enervante, tan seductor e íntimo. No. Pero ella siempre había sabido cómo responder a Justin, cómo comportarse cuando estaba con él, y de repente todo eso parecía tambalearse. Por fin Justin dijo algo.

– Pareces cansada, Win.

– Gracias, doctor. Es precisamente lo que a una chica le gusta oír.

– Y no solo un poco cansada. Se ve que estás agotada.

Ella se alarmó inmediatamente. ¿Qué había sido de todas las palabras dulces que había utilizado en presencia de Sheila?

– ¿Quieres que te dé un puñetazo en el estómago? Me siento perfectamente -le soltó. El no se dio por aludido.

– ¿Algo va mal?

Ella se relajó de repente. Después de todo, aquel era el Justin que conocía de toda la vida; la persona que sabía todo de Angela.

– Todo va mal.

– Bueno, pues lo arreglaremos. Pero será algo duro si no quieres ser más específica.

Entonces, Winona se lo contó. Aunque Angela debería haber sido entregada a los Servicios Sociales correspondientes nada más encontrarla, nadie tenía ningún problema con que ella cuidara del bebé temporalmente. Sin embargo, todo el mundo, especialmente su jefe, no dejaba de recordarle que el hecho de que el bebé hubiera sido abandonado a su puerta no le daba ninguna ventaja o derecho legal sobre él. Y ella lo sabía. Pero por esa razón, una de las primeras cosas que había hecho era informarse de cómo iba el asunto de la acogida.

– No hay ninguna familia de acogida preparada. El juez encontrará un lugar para ella cuando tenga que hacerlo. Así se hace.

– Angela no irá a ningún sitio.

Bendito Justin; él sí que la entendía. Winona se relajó.

– Me doy cuenta de que no soy la persona más adecuada para ocuparse del bebé. O que tenga derecho, o que…

– Ay, Win, cállate por favor. No tienes que justificarte ante mí -se asomó a mirar al bebé, que dormía, mientras engullía la hamburguesa que Sheila le había llevado momentos antes-. Sigue contándome. ¿Cómo va la búsqueda de los padres? Me imagino que aún no los habrás encontrado.

– Dios sabe que lo estoy intentando.

– ¿Y bien?

Winona le informó. A la cabeza de las sospechosas había dos chavalas adolescentes. Las dos tenían problemas. Las dos habían bebido y habían hecho pellas. Las dos pertenecían a familias ricas, y sus padres las habían enviado a sendas granjas residenciales.

Sheila se paró a la mesa, dejó el biberón caliente y dos pedazos enormes de tarta, pero al ver que no continuaban hablando delante de ella, se marchó.

– Me he pasado horas por los colegios hoy, y al ordenador. Después he ido a las consultas médicas, a los tocólogos, a los hospitales, a Planificación Familiar. Pero ninguna de esas personas quiere hablar. De modo que después intenté hablar con algún que otro ministro de la iglesia, con la rabí Rachel…

Justin le miró el plato y le robó unas cuantas chuletas que ella no había tocado.

– Uno de los curas me dio un par de nombres para que los comprobara. Igual que el subdirector de uno de los institutos.

– ¿Y…? -le pasó una pinchada de carne y ella la aceptó.

– Pues que podría ser una mujer adulta. La madre no tiene por qué ser una adolescente -tragó saliva, y al momento el exasperante hombre le acercó otro trozo a la boca-. De modo que llamé a la Asociación de Mujeres, pensando que tal vez yo pudiera reconocer a la madre de Angela, pero allí se mostraron tan herméticas como los médicos. Creo en la discreción, por amor de Dios. Solo que ya han pasado varios días, y no soy capaz de conseguir una pista con fundamento.

– ¿Win, estás segura de que quieres una pista?

La pregunta le sorprendió.

– ¿Me estás preguntando si ralentizaría todo por querer quedarme con el bebé? -sacudió la cabeza con fuerza-. Reconozco que me he enamorado de la niña. Sé que solo han pasado tres días, pero te juro que ya la siento como si fuera mía. Pero solo hay una manera de hacer esto bien, Justin, y es intentar encontrar a la madre. Debo saber todo lo que ha pasado para después dar los pasos legales necesarios para hacer lo que sea más conveniente para Angela. Lo reconozco, la quiero para mí. Pero solo hay una manera de hacer esto, y es por el camino correcto. Tú lo sabes.

– Lo que yo pienso, señorita Raye, es que todo esto es demasiado para ti; y es un problema que serías muy, muy tonta de no dejarme compartir contigo. ¿De qué vale tener un amigo con mucho dinero si no puedes utilizarlo de vez en cuando? Conoces mi casa. Conoces a Myrt, mi ama de llaves y cocinera. Y mientras, estás intentando trabajar a tiempo completo…

– No -lo interrumpió con firmeza.

– ¿No? ¿No? Yo no te he preguntado nada aún.

Como no veía a Sheila por ninguna parte, Winona se levantó y llevó los platos al viejo mostrador de fórmica, para dejar la mesa libre. El bebé seguía dormido, pero empezaba a moverse un poco.

– El que te haya hablado de Angela y de los problemas que tengo, no quiere decir que hoy quisiera hablarte del tema.

– Sí, supongo que me vas a hablar de bodas.

Ella asintió.

– No me vas a engatusar para que me case, Justin-dijo en voz baja.

– ¿Crees que me estás contando algo que no supiera ya? ¿Por qué demonios iba a querer engatusarte para nada?

Pero ella no se iba a dejar engañar por aquel tono suave y natural.

– Eso es exactamente lo que me ha confundido en estos últimos días. Intentar entender. Me has pedido que me case contigo cientos de veces, pero siempre pensé que lo decías en broma. Quiero decir, es una de nuestras bromas favoritas. Pero esta vez… parecías decirlo en serio. Por eso empecé a pensar que tal vez tenías algún problema -lo miró a los ojos-. Sé que te pasó algo en Bosnia.

Él se quedó callado un momento.

– ¿Qué es esto? ¿Un hombre no puede pedirle a una mujer que se case con él sin que ella piense que está mal de la cabeza o que tiene algún serio problema?

– No intentes confundirme, doctor. Sabes perfectamente que eso no es a lo que me refiero. Contesta a mi pregunta. ¿O es que no puedes hablar de Bosnia?

– No tengo ni idea de qué tiene que ver Bosnia con esta conversación. Pero sí, por supuesto que me pasaron cosas allí. Pasé un año de puro infierno.

Ella asintió despacio.

– Lo sé. Y eso siempre lo has reconocido abiertamente… ¿Pero pasó algo de lo que no hayas hablado? ¿O de lo que no hayas podido hablar? Sé que contemplaste muchos horrores, y que sufriste. Y cuando volviste a casa te especializaste en cirugía y abandonaste lo tuyo.

– ¿Y bien?

– Pues que pensando en eso, recordé que fue más o menos por esa época cuando cambiaste en otras cosas. Te ganaste la reputación de mujeriego. Es estúpido.

– No sé si es estúpido. Más bien, difícil de evitar. Tengo dinero y estoy soltero, de modo que naturalmente la presión…

– No intentes desviarme, Justin -Winona se inclinó hacia delante, sintiéndose mucho mejor, ya que Justin había dejado de mirarla como si fuera un pastel-. Estoy hablando de lo que se dice de ti en la prensa, por ejemplo, de la reputación que has ayudado a alimentar. Y no todo es cierto.

– No es mentira que estoy soltero. O que tengo los medios para…

Ella resopló.

– Lo dices como si te pasaras todo el tiempo arreglando narices o poniendo implantes de silicona. ¿Pero por qué nadie en la ciudad se da cuenta de que gracias a ti tenemos esa moderna unidad de quemados en el hospital de Royal?

– ¿Quién te ha dicho eso? -Justin se tiró de la oreja, clara señal de su nerviosismo.

– ¿Por qué quieres darle a la comunidad la impresión de que solo aceptas como pacientes a mujeres ricas que no saben dónde echar el dinero, cuando en realidad dedicas una gran parte de tu tiempo a algunos de los peores casos de quemaduras en tres estados?

– Maldita sea -se tiró de nuevo de la oreja-. ¿Quién te ha dicho eso? Alguien ha estado mintiendo y calumniando sobre mí.

– Cállate, Justin. Solo estoy intentando decirte… Sé que algo no va bien. Tal vez no sea asunto mío, pero desde que empecé a darme cuenta de lo mucho que cambiaste desde que volviste de Bosnia, no hago más que ver señales de ese cambio. Está claro que algo importante te ha estado preocupando; algo de lo que no quieres hablar. Y no sé si esa locura de querer casarte conmigo podría ser parte de eso, pero…

Como si hubiera estado hablando de algo trivial, de repente Justin se puso de pie y agarró su cazadora. Winona se dio la vuelta, confundida, buscando alguna razón para el comportamiento de Justin.

Willis Herkner entraba en ese momento por la puerta del restaurante. El muy cretino seguía trabajando para American Investigator, que al menos para Winona seguía siendo el ejemplo más escandaloso de prensa amarilla de la ciudad. Sin embargo, Winona no imaginó por qué su presencia podía molestar a Justin lo suficiente para largarse con tanta rapidez.

– Justin… -empezó a decir, pero en ese momento Angela entreabrió sus ojitos azules y su boca de corazón emitió un primer quejido. Ese primero sonó algo adormilado y decididamente suave. Pero Winona sabía que el siguiente no sería así. Había que dar de comer, bañar y dormir a la niña. Pensándolo bien, después de aquel día tan largo, ella necesitaba lo mismo.

Mientras tanto, Justin se había puesto la cazadora y estaba abrochándose la cremallera.

– ¿Sabes una cosa? Ya cuando eras una niña rebelde me di cuenta de una cosa de ti. Siempre supiste ver la verdad bajo la superficie de las cosas. Nunca te dejaste engañar por las tonterías de la gente. Jamás fui capaz de mentirte, Win, ni siquiera cuando quise hacerlo.

– Bueno… eso es bueno -dijo convincentemente.

Pero él había conseguido confundirla de nuevo. Winona organizó sus pensamientos, empeñada en volver al tema inicial. Algo le pasaba a Justin, algo le preocupaba, y ella estaba empeñada en averiguarlo.

Sin embargo, antes de que Winona pudiera abrir la boca, él se inclinó hacia ella.

Media ciudad, tal vez más, estaba en el Restaurante Royal; el bebé lloriqueaba ya casi a pleno pulmón; los niños de otra mujer gritaban; y Sheila le gritó algo a Manny, que estaba en la cocina. Aun así, él la besó. Simplemente se agachó y posó los labios sobre los suyos.

Como una flor hambrienta de sol, todo su cuerpo se estiró para que él lo tocara. Alzó la cabeza al tiempo que sus párpados se cerraron con suavidad. Winona cerró los ojos y vio un despliegue de fuegos artificiales y de suaves llamas plateadas. Con los ojos cerrados, Winona cortó todas las imágenes sensoriales que había en el restaurante hasta que no fue consciente de nada excepto del doctor Justin Webb y de su peligrosa boca.

Intentó pensar con sensatez, pero no le quedaba ni un ápice.

Oh, Dios mío, ella no se dejaba llevar. Ni con los hombres ni con nadie. Uno se encariñaba con la gente, y después era abandonado, aunque fuera sin mala intención, se le partía el corazón. Uno no se moría de eso; pero, sencillamente, el corazón nunca dejaba de dolerle. No había nada que mereciera la pena ese dolor. Estaba segura de eso.

Pero sus labios se engancharon a los de Justin y no los soltaron. A excepción de los labios ninguna otra parte de su cuerpo tocaba con alguna de Justin. Su lengua cálida y sedosa acariciaba la suya, pero no de manera exigente, sino tan solo ofreciéndose…

Un inmenso calor la recorrió de pies a cabeza.

El bebé aumentó el volumen de su llanto. Un niño pasó junto a ellos galopando hacia el cuarto de baño. Un plato calló al suelo ruidosamente. Pero ella no se inmutó.

Entonces, Justin levantó la cabeza, y Winona vio que sus ojos eran más oscuros que el cielo a medianoche.

– ¿Es buena idea, verdad? Besarse en público.

– ¿Qué?

– Toda la ciudad sabe que nos conocemos. Pero así… así verán que estamos unidos, que estábamos pensando en casarnos incluso antes de que Angela llegara. De este modo pareceremos una pareja. De modo que no parecerá afectado ni malo cuando nos casemos.

– ¿Cuando nos casemos? -repitió ella.

– Y tienes toda la razón. Te había pedido que te casaras conmigo por un motivo muy serio. Es porque pensé que lo nuestro funcionaría. Y eso lo pensé muchos años antes de que tú pusieras los ojos sobre esta belleza que tenemos aquí.

Le rozó la mejilla, y entonces se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta.

Todo el ruido de antes cesó de pronto. Tan solo se oía el chirrío de la máquina de discos al cambiar de canción. Algunas personas se mostraban corteses. Pero otras o bien la miraban fijamente a ella, o bien a Justin.

Rápidamente, Winona recogió todo, agarró el carro del bebé y salió del local.

Justin le había puesto una droga a sus besos. Tal vez no reconociera ella la sustancia, pero estaba allí. En su sabor. En el ambiente. En su mirada. Y fuera lo que fuera, aquella maldita sustancia se le había subido a la cabeza.

Cuando por fin salió a la calle unos minutos después, aspiró el aire helado del invierno y, sin ton ni son, sonrió.

Su situación no tenía nada de graciosa. Nada. Tenía que averiguar qué ocultaba Justin, y punto. De algún modo le pareció que aún había una proposición de matrimonio flotando en el aire. Pero aún más preocupante y sorprendente le resultó pensar que él quería de verdad casarse con ella.

Pero ¡ay…! qué bien besaba.

Capítulo Seis

Cuando Justin aparcó el Porsche delante del edificio sede del Club de Ganaderos de Texas, apagó el contacto y se quedó sentado en el coche. La reunión con los compañeros era a las ocho, y ya pasaban unos minutos. Tenía que centrarse en el accidente de avión y en el asunto de las joyas, pero en lo único que podía pensar en ese momento era en Winona.

Estaba tan enamorado de ella…

En realidad, hacía tiempo que la amaba. Y lo había sabido tiempo antes de besarla. Pero había sido durante ese beso cuando por primera vez había soñado que Winona podría sentir lo mismo por él. El asunto del bebé había sido la primera emoción que Winona le había revelado por voluntad propia… Pero el beso que se habían dado nada tenía que ver con Angela. Tenía que ver con ellos dos; con algo nuevo, fuerte y poderoso que estaba naciendo entre ellos.

Bien sabía Dios que Win era cabezota, cerrada y demasiado independiente para apoyarse en él. Pero a él no le importaba. Se daba cuenta de que Winona estaba muy confundida por los sentimientos que habían surgido entre ellos, pero tal y como había dicho Shakespeare, todo valía en el amor y en la guerra. A Winona no iba a pasarle nada porque estuviera un tanto desconcertada.

Finalmente, salió silbando del coche y se dirigió hacia el edificio.

En la chimenea de piedra de la sala ardían alegremente unos troncos. Sobre la repisa colgaba la cabeza de un jabalí. Bajo una araña de Tiffany había una mesa de billar, con los tacos listos para empezar a jugar. Los muebles eran de cuero, grandes sofás y sillas, con otomanas para descansar los pies. Pero esa noche no había nadie sentado.

Justin sintió la tensión que flotaba en el ambiente. Matt estaba paseando de un lado a otro como un animal enjaulado; Dakota estaba junto a la ventana, pensativo e inmóvil. Aaron aún no había regresado de Washington, pero Ben estaba ya allí…

– Siento haberos hecho esperar, pero… Eh, menudas caras de funeral tenéis todos. ¿Hay más malas noticias? Dakota, supongo que habrás estado buscando el diamante rojo.

– No. Vine antes para hacer precisamente lo que quedamos -dijo Dakota-. Solo que cuando llegué aquí me di cuenta de que había un problema. La puerta de la bodega estaba abierta.

Justin maldijo entre dientes, y Dakota continuó.

– Se lo dije a Hank Langley, puesto que él es el dueño del club. Dijo que informaría a los demás miembros, pero que nosotros cinco, incluido Aaron, podríamos llevar las riendas de la situación. Necesitamos descubrir juntos qué está pasando, decidir juntos qué hacer. Me pareció mejor esperar hasta este momento para empezar a investigar. Cuando acabe la partida de póquer, nos quedaremos solos. Ojalá pudiera estar aquí Aaron; me da la impresión de que vamos a necesitar sus consejos.

Matthew rotó los hombros hacia delante y hacia atrás, como si quisiera liberar tensión.

– En principio, el encontrar la puerta de la bodega abierta no debería resultar tan sorprendente. Ya sabemos que alguien robó las piedras, y claramente tendría que acceder por algún sitio.

– Sí -Ben se adelantó-. Excepto que el vigilante nocturno debería haberse dado cuenta de que había una puerta abierta y haber dicho algo.

– ¿Riley no tiene anotado nada en la hoja sobre las dos últimas noches? -preguntó Justin.

– Nada de nada -respondió Dakota en tono frustrado.

– Vaya, qué extraño.

Justin sabía, al igual que todos los demás, que el viejo vigilante era la persona de más confianza que tenían. Tal vez Riley no fuera muy despabilado, pero siempre había sido una persona leal y de confianza.

– ¿Aún no habéis localizado a Aaron? -preguntó Justin.

– No -contestó Matthew-. Sabemos que sigue en Washington; lo cual no sería ningún problema si pudiera localizarlo o bien en la embajada o en la habitación del hotel. Pero la embajada se comporta como si no lo esperaran allí, y si el hotel le está dando nuestros mensajes, no ha contestado a ninguno.

– Y eso que le dejamos recado de que se pusiera en contacto con nosotros lo antes posible.

– Bueno, pero todos sabemos que llamará en cuanto pueda -añadió Justin.

Por el ruido que estaban haciendo los de la mesa de póquer, pareció que pronto se iban a quedar solos. Justin aprovechó para estudiar a sus compañeros.

– Está claro que pensáis que algo va mal. Matthew asintió inmediatamente.

– Lo hay.

Dakota concurrió:

– Algo va muy mal.

Ben asintió también.

– Creo que deberíamos esperar a quedarnos solos. No me importaría tener una pistola en la mano; me parece que haya algo acechándome detrás de cada sombra.

– Ssss. Me estáis metiendo miedo. Venga, tranquilidad -dijo Justin pausadamente-. A ver, hubo un robo, pero ninguno de nosotros sabemos cómo o por qué ocurrió. Pero quienquiera que robara las joyas estaba sin duda en el vuelo a Asterland. Y como hemos recuperado dos de las joyas, no solo le llevamos ventaja al ladrón, sino que él o ella estará probablemente ya fuera del país. En realidad, que yo sepa, casi no queda nadie en Royal de las personas que tomaron aquel vuelo…

– Robert Klimt -dijo Ben.

– Que está en coma.

– Lady Helena… -le recordó Matthew.

– Que continúa en el hospital, con la pierna rota y las quemaduras.

Matthew frunció el ceño.

– Quedaba alguien más. Sí, la profesora. Pamela no sé qué…

– Sí, Pamela Miles, la que estaba bailando con Aaron la noche de la fiesta -Justin alzo las manos-. Vosotros la visteis, ¿no? No es posible que ella fuera nuestra ladrona. Y otra persona de Royal que iba en el vuelo era Jamie Morris, pero ella iba a casarse, de modo que no creo que sea la persona que buscamos.

– Sí, sí -Dakota sonrió; Justin había conseguido tranquilizarlos, siempre lo conseguía-. No he oído ningún ruido desde que se cerró la puerta hace unos minutos. Creo que ya se han ido todos los del póquer, y que somos los únicos que quedamos aquí. Ve tú delante, Macduff. Pongámonos en marcha y averigüemos qué pasa aquí.

Ben iba a la cabeza. En realidad, el pasillo no tenía nada de misterioso. Justin, al igual que los demás, siempre sentía que los secretos encerraban un peligro. Todo el mundo conocía la leyenda de las joyas del club. Y nadie la creía.

Aunque una persona, pensó Justin mientras notaba el peso de las piedras en el bolsillo, desde luego la había creído.

Detrás de la cocina había una espaciosa alacena, y allí había unas estrechas escaleras que llevaban hasta la bodega. Al final de la bodega había una pesada puerta de resorte, que a simple vista parecía parte de la pared y no se distinguía si uno no se acercaba bien. Cada uno de ellos tenía una llave de esa puerta. Pero desgraciadamente, como Dakota había dicho, la puerta estaba sin cerrar, y se abrió cuando el primero de ellos presionó ligeramente con la mano. Detrás había un pasadizo de piedra; un pasillo estrecho, seco y frío como un sepulcro, mal iluminado por bombillas desnudas que colgaban del techo a intervalos regulares. Allí dentro no hacía tanto frío como fuera en el exterior, pero Justin se estremeció de todos modos. -¡Santo Cielo! ¡Qué horror! -exclamó Dakota. Justin se adelantó. De momento no vio nada tras los anchos hombros de Dakota, pero sintió la gravedad del problema en el tono de voz de su amigo. En un segundo, pasó a ser médico al cien por cien. Nada más ver el cuerpo acurrucado en el suelo, reconoció a Riley Monroe. Se agachó y le buscó el pulso, pero solo le bastó mirarlo para saber lo que pasaba. Hacía tiempo que no tenía pulso. Probablemente, un par de días. Demasiado tiempo como para hacer algo por el viejo guardés.

Detrás de él los demás empezaron a moverse.

– Busca la otra joya en la caja -dijo Ben en tono triste.

Matthew respondió.

– El diamante rojo tampoco está. Aquí no hay nada.

Entonces habló Dakota en tono muy bajo.

– ¿Justin?

Justin entendió que tanto Dakota como los demás estaban esperando a que a él se le ocurriera alguna idea. Nadie había pronunciado la palabra asesinato, pero todos sabían que eso era lo que había ocurrido.

– Bueno, Riley tiene un golpe en la cabeza, pero no creo que esa fuera la causa de la muerte. Creo que lo derribaron, y después le hicieron algo más. Ni un tiro ni un navajazo; no hay sangre por ninguna parte. Pienso que tal vez le hayan inyectado algo, lo cual implicaría que el asesino lo había planeado todo al detalle. Y aquí hace una temperatura tan baja que no puedo asegurar cuándo ocurrió, pero diría que hará un par de días…

– ¿Hace un par de días? ¿Quieres decir, la noche en que el avión de Asterland intentó despegar? -preguntó Ben.

Justin se quitó la cazadora y cubrió la cara de Riley, para seguidamente levantar la vista.

– Sí, es lo que yo pienso.

Todos se miraron, pero fue Matthew el que habló.

– Qué lío. Tenemos un muerto, un diamante rojo robado y un accidente de avión. Si se lo decimos a la policía, nos arriesgamos a que se produzca un incidente internacional; lo peor que podía ocurrir ahora que Asterland y Obersbourg tiene un acuerdo de paz tan precario. Y nos arriesgaríamos a eso sin ni siquiera saber si nuestro ladrón de joyas es un americano o uno de Asterland.

– No tenemos razón para pensar que el accidente y el robo están relacionados -dijo Dakota-. Los dos sucesos podrían haber coincidido.

Justin se puso de pie lentamente.

– Es cierto. Pero en este momento eso no importa tanto. Tenemos que ocuparnos de Riley. No tenemos otra elección que llamar a las autoridades.

– Lo sé -Matthew adelantó un pie y clavó el talón en el suelo-. Pero la cuestión es ¿qué autoridades? Han asesinado a Riley. Está claro que tenemos que llamar a la policía. Pero eso no quiere decir que tengamos que contarles todo lo relacionado con el club, la historia de las joyas o nuestra larga lista de misiones por el mundo. Quiero decir, una cosa es contarles lo de Riley, y otra muy distinta hacer pública esta situación. Ojalá alguien de dentro pudiera aconsejarnos. Aquí hay problemas muy gordos aparte de la muerte de Riley.

– Estoy de acuerdo -dijo Ben-. Pero solo necesitamos que un policía conozca toda la historia; alguien en quien podamos confiar.

Inmediatamente, Justin pensó en Winona.

– Bueno… Lo primero que tenemos que hacer es ocuparnos de Riley. Pero en lo referente a alguien de confianza del departamento de policía, tengo una sugerencia…

Justo en ese momento, empezó a sonar el busca del hospital. Justin maldijo para su interior. No podía estar en tres sitios a la vez, sin embargo, esa era una de esas noches en las que tendría que hacerlo.

Winona estaba con el teléfono pegado a la oreja cuando la cara regordeta de Wayne asomó a la puerta de su despacho. Mientras terminaba la llamada, su jefe dio un paso hacia delante y miró a su alrededor. El despacho era tan pequeño y estaba tan lleno de cosas que apenas se cabía. En ese momento, aparte de archivos y una mesa cuya superficie no había visto la luz desde hacía meses, la habitación estaba llena de accesorios de bebé; y Angela en sí misma no ocupaba lo que se dijera poco espacio entre las mantas, los sonajeros y los biberones. Sin embargo, al ver a Wayne empezó a hacer pompas con la boca de emoción.

Wayne suspiró largamente.

– Por fin puedo verte un momento. ¿Te has enterado del asesinato de Riley?

– Claro.

– No me gusta que haya estos líos en mi ciudad, y en esta semana es lo único que ha habido -Wayne se rascó la barbilla-. ¿Cuánto tiempo vas a tener al bebé en la oficina, Raye?

Wayne era un perro ladrador, pero su mordisco era aún peor.

– El bebé no me ha impedido seguir trabajando como una mula -dijo a la defensiva.

– Yo no he dicho eso. Pero lo hará. Tengo dos en casa. Sé el tiempo que hay que dedicarlos, y es todo el día. ¿Adonde crees que vas con todo esto, Winona?

– Sabes adonde voy. Estoy buscando a la madre.

– Eso no es lo que te estoy preguntando, y lo sabes. Estás ya tan encariñada con esa niña que se te nota en la cara. No es tuya. Y estás transgrediendo las normas, lo sabes muy bien, al no entregarla a los Servicios Sociales.

– No me han presionado.

En ocasiones, Wayne se mostraba fastidiosamente lógico.

– Porque esto es Royal. Y porque eres tú, y todo el mundo te conoce y quiere -gruñó Wayne-. ¿Pero si un policía no se comporta con rectitud, cómo vamos a hacer que los demás cumplan las leyes?

– No estoy incumpliendo la ley.

– Lo sé. No he dicho que estés haciendo eso. Deja de eludir el tema.

Ella asintió.

– Lo siento.

Lo sentía de verdad. Por muy difícil que su jefe pudiera mostrarse a veces, Wayne siempre había estado de su parte, y se daba cuenta de que se tomaba aquella discusión tan en serio como ella.

– De acuerdo. En cuanto hasta dónde quiero llegar, te diré que quiero encontrar a los padres. Y no he terminado aún con eso. Pero si eso no sale bien, me gustaría adoptar a Angela. O si no puedo adoptarla, acogerla en mi casa.

– De acuerdo, me gustan las respuestas sinceras -Wayne se pasó la mano por la cara-. Si necesitas que alguien informe del carácter que tienes, del tipo de padre adoptivo que serías, y ese tipo de cosas, acude a mí, Raye -dijo en tono gruñón.

No podía besar a su jefe; eso no habría sido apropiado, y además a él no le haría ninguna gracia.

– Gracias -dijo con sinceridad.

– Sí, bueno. No solo he venido a decirte eso. ¿Conocías a Riley Monroe?

– Sé que era el vigilante del Club de Ganaderos de Texas. Y hacía las veces de camarero en muchas de sus fiestas. Siempre me pareció un hombre muy agradable. No me lo imagino metido en ningún lío. Pero no lo conocía personalmente.

Wayne asintió.

– Sí, todo el mundo opina lo mismo. Quién diría que acabaría asesinado. La cuestión es que no vamos a poder ocultárselo a la prensa. La gente querrá enterarse e ir a presentarle sus respetos. Sobre todo porque Riley no tenía familia. Pero no quiero que los medios conozcan los detalles del caso hasta que no termine la investigación. Debemos llevar esto con reserva. Y sé que tú no te ocupas de homicidios, pero quiero que todo el mundo en la comisaría lo sepa.

– No hay problema.

Alguien gritó que había una llamada de teléfono para Wayne y este volvió corriendo a su despacho.

En el mismo momento en que ella iba a descolgar el teléfono, este sonó.

– ¿Winona?

– ¿Sí? -Winona estuvo segura de que la voz de mujer le resultaba conocida.

– Estoy en tu casa, querida…

– ¿Cómo dice?

– Solo quería saber si eres alérgica a algo.

– Bueno, no, pero…

– Bien. No quería arriesgarme a preparar algo de comer que no te fuera bien. Y Justin no creyó que querrías que me quedara a cuidar del bebé hasta que las dos nos hubiéramos sentado a charlar, pero no es como si no nos conociéramos de nada. De modo que quiero decirte desde ya que estoy disponible. Y adoro los niños. Y estaré aquí, ayudándote con la casa también, de modo que no pasa nada si el bebé se queda aquí. Y eso es todo, querida. Sé que estás en el trabajo y que no podéis recibir llamadas personales. No pasa nada.

La mujer colgó bruscamente, y Winona se quedó mirando el auricular durante unos segundos, totalmente aturdida. Sí, le sonaba la voz de la mujer, pero no conseguía localizarla. Y la conversación en sí, hablando de cocinar, de alergias y del bebé, no tenía sentido para Winona. Podría haberle alarmado la idea de que en su casa hubiera una extraña, de no haber surgido el nombre de una persona en la conversación. El de Justin.

Winona miró a Angela, que estaba en un capazo sobre la mesa.

– Angela, será mejor que vayamos a comer a casa, si te parece bien.

La niña empezó a mover las piernas, como si la idea le hubiera emocionado.

Cuando llegó delante de su casa, Winona vio un coche extraño aparcado en el camino. Salió del coche, sacó a Angela y la bolsa de esta lo más rápidamente posible, y se dirigió hacia la puerta. Iba a meter la llave cuando se dio cuenta de que no estaba echada.

Nada más asomar la cabeza, estuvo a punto de darle un infarto.

No había platos sucios en la pila y los azulejos de la cocina estaban limpios. En la encimera se estaba enfriando un bizcocho y en la lumbre se estaba cocinando algo que olía de maravilla. Winona no sabía hacer bizcochos. Y desde luego no hacía, o más bien no sabía hacer, estofados.

Dio unos pasos más. Tanto la lavadora como la secadora estaban en marcha en el lavadero. Y lo más chocante fue que había ropa doblada encima de la secadora. Doblada. No rebujada de cualquier manera.

Aquello era terrorífico. Aun así, se quitó la cazadora y continuó paseando por la casa con Angela en brazos. Estaba claro que allí había un intruso, pero no uno peligroso, sino más bien extraño.

En el suelo del cuarto de baño no había ni una sola toalla. Tampoco calcetines, bragas o tejanos en el suelo de su dormitorio. La cama estaba hecha. Hecha. Y con sábanas limpias. Como vivía la gente de verdad.

Con el bebé seguro entre sus brazos, se acercó de puntillas al salón, donde sabía que estaba el intruso por el estruendo que salía de allí. Al asomarse vio el trasero de una mujer inclinada pasando la aspiradora debajo del sofá.

Como si hubiera sentido que no estaba sola, la mujer se dio la vuelta de repente, se llevó la mano al pecho y apagó el aspirador al mismo tiempo.

– No te asustes -dijo Winona con afecto-. Puedo ayudarte con esto. Hay grupos de apoyo para todo tipo de problemas. Confía en mí. Puedo enseñarte a vivir con la suciedad. Yo lo hago a diario…

La mujer dejó caer la mano y se echó a reír con ganas.

– Justin siempre dijo que eras un bicho. No te acuerdas de mí, ¿verdad? ¿Te acuerdas de Myrt?

– Por supuesto.

Winona habría reconocido al ama de llaves de Justin en cuanto le hubiera echado un buen vistazo.

– Bueno, entonces este es nuestro bebé. Por si no lo sabías tuve cuatro hijos. Y ahora tengo siete nietos. Pero apenas los veo. Todos mis hijos se marcharon tan lejos por los trabajos y todo eso. Estoy deseando tomar en brazos a un bebé.

Poco a poco Winona se estaba haciendo a la idea de lo que pasaba allí; pero no estaba del todo segura.

– Justin me dijo que estabas demasiado ocupada, intentando trabajar a jornada completa y cuidar del bebé al mismo tiempo. Dijo que estabas agotándote. Su casa es grande, pero no hay mucho que limpiar. Sobre todo porque casi nunca está en casa. La verdad es que tiene tanto sitio que sería mucho más fácil que el bebé y tú…

– Vaya…

Winona sintió que le cedían las rodillas.

– Pero a mí no me importa. Me paga mucho dinero, que, por supuesto, es la mitad de lo que merezco… porque soy la mejor abuela que podrías contratar. Horneo que da gusto, jamás pierdo la paciencia con un niño. Y me encanta limpiar.

– Me está asustando -dijo Winona.

– Necesitas ayuda, y yo estoy aquí. Y Justin me paga un salario, de modo que no tienes que preocuparte por eso. Puedo quedarme a dormir cuando quieras…

– Asombroso…

– Ojalá no tuviera las noches tan libres, pero desde que Ted murió… Bueno, pero vayamos a lo importante. ¿Cada cuantas horas toma biberón? ¿A qué hora hay que bañarla? ¿Cuándo se pone pesada?

Myrt tendió los brazos, indicándole a Winona que quería que le pasara al bebé.

Winona lo hizo con mucho cuidado, y entonces se quedó derecha como una vara, observando cada movimiento de la mujer. Y al cabo de unos momentos se dio cuenta de que la mujer se había enamorado del bebé nada más tomarla en brazos.

– ¿Myrt?

– ¿Sí? -la mujer se sentó con la pequeña, olvidado la limpieza de la alfombra.

Winona sintió que su respeto hacia la mujer aumentaba considerablemente.

– Se pone pesada hacia la hora de la cena, más o menos. Justo cuando voy a cenar. Y, aparte de eso, casi nunca llora a no ser que tenga una buena razón. Toma un biberón cada cuatro horas, y es muy puntual. Ahora mismo, lleva un minuto de retraso.

– Bueno, entonces voy a preparárselo. Vamos a pasárnoslo muy bien juntas, ¿verdad, bonita?

Myrt pareció perder todo el interés por lo que le estaba diciendo Winona.

– Bueno, no quiero dejarla, pero en cuanto se tome el biberón lo más probable es que se eche una siesta de dos horas. Y necesito hablar con Justin. ¿Le importaría si salgo un rato?

– Pues claro que no, querida. Eso es lo que he intentando decirte. Estoy aquí por ti, y por el bebé.

Winona agarró su cazadora y las llaves del coche y salió. En cuanto se metió en el coche llamó a su jefe para que supiera que iba a tardar un rato en volver a su mesa.

Posiblemente «un rato» fuera quedarse corta, pensó mientras salía por el camino. Cuando agarrara a Justin… bueno, no estaba segura de lo que iba a hacerle. Pero desde luego iba a hacerlo bien.

Capítulo Siete

Cuando Winona atravesó las puertas del Hospital Memorial de Royal, el pulso le iba muy deprisa. No sabía por qué estaba tan nerviosa cuando las posibilidades de dar con Justin eran mínimas. Podría fácilmente estar metido en una operación que durara horas, y ella jamás lo interrumpiría cuando estuviera ocupado con sus pacientes.

No tenía por qué verlo en ese mismo instante, se repetía Winona una y otra vez. Desde luego, no debería haberle enviado a Myrt sin su permiso, pero el hecho de ser bueno no era ninguna ofensa. Podría gritarle por eso en otra ocasión, y cierto que aún le fastidiaba que no hubieran aclarado el asunto de la proposición, pero eso era parte del mismo problema. Algo le ocurría a Justin. Se estaba comportando de un modo muy extraño. Ella quería, necesitaba, entender la raíz de aquella tontería, pero pillarlo unos minutos en el trabajo para hablar un momento con él no iba a solucionar nada.

Pero quería verlo, y tenía que ser inmediatamente. Para gritarle por dominante y manipulador, se dijo a sí misma de modo virtuoso.

Pero a pesar de haberse dado a sí misma una razonable excusa, el corazón no dejaba de latirle.

Se detuvo en el mostrador del control de enfermeras que había nada más entrar en la unidad de cirugía plástica.

– No habrá visto al doctor Webb, ¿verdad? -le preguntó a una enfermera de pantalón azul con el nombre de Mary Jo en el broche que llevaba prendido en el pecho.

La rubia reconoció a Winona e intentó sonreír.

– Ha estado entrando y saliendo desde anoche. ¿Sabe lo del accidente de los dos adolescentes en la calle Cold Creek? Stevie tiene muchos cortes en la cara.

– Ah, maldita sea -dijo Winona-. ¿Stevie Richards?

Como si hubiera más de un Stevie que viviera en la calle Cold Creek.

– Sí. Los padres llamaron anoche al doctor Webb. La familia estaba destrozada. Finalmente, el doctor Webb obligó a todos marcharse y cuando se quedó a solas con Stevie consiguió tranquilizarlo.

Normalmente, Mary Jo no le habría contado a nadie los asuntos de los pacientes, pero Winona y ellas se conocían desde hacía años. A menudo ambas mujeres intercambiaban notas e información.

– Lo que sé es que hará una hora no estaba en la habitación de Stevie, pero podría…

Winona vio que iba a descolgar el teléfono y se lo impidió.

– No, no lo llames. No quiero molestarlo si está con un paciente. No es tan importante.

Si Justin había pasado toda la noche en vela, estaría exhausto.

– Sigue en el hospital, eso lo sé -dijo Mary Jo-. Estoy bastante segura de que ha subido a la habitación de Lady Helena. Eso fue hará una media hora, de modo que tal vez has escogido un buen momento para pillarlo.

– Gracias, te debo una.

Nada más entrar en la Unidad de Quemados, Winona sintió que entraba en otro planeta. Era aquel un lugar suave, tranquilo, con las paredes pintadas de azul pálido y las luces tenues. Allí nadie tosía, porque Justin no lo habría permitido. Cualquier germen sería peligroso para una persona con quemaduras graves. Los olores eran los mismos que los de un viejo hospital, a alcohol, a lejía y antiséptico, pero de algún modo ni el silencio ni los olores contribuían a hacer de él un lugar frío.

La habitación de Lady Helena se suponía que era un secreto por razones de seguridad, pero la policía sabía dónde estaba. Cuando Winona dio la vuelta a la esquina, reconoció al doctor Harding y a la doctora Chambers. Ambos estaban de pie a la puerta, y Winona oyó la voz de Justin que salía del interior de la habitación.

Winona vaciló al otro extremo del pasillo, pues no quería interrumpir. Sabía lo que le había pasado a Lady Helena.

Tras intercambiar unas palabras que Winona no oyó, los dos doctores salieron y se alejaron por el pasillo en dirección contraria, dejando a Justin solo con Lady Helena.

– ¿Doctor Webb, cómo voy a quedar? Por favor, dígame la verdad. Nadie parece dispuesto a responder a mis preguntas. No podré enfrentarme a la verdad si no la conozco. ¿Cómo quedarán de mal las cicatrices?

En ese momento, Winona se dio la vuelta y se marchó. Había cambiado completamente de opinión. Esperaría. Su deseo de verlo, de estar con él, era puro egoísmo. Y estaba claro que había pasado una noche angustiosa y un día aún más duro; la suave y desgarradora voz de Lady Helena era como para partirle el corazón a cualquiera, y Winona no quiso importunarlo en ese momento.

Sin embargo, Winona esperó unos momentos, para poder oír la suave cadencia de su voz, a pesar de no entender las palabras que le estaba diciendo. Tras unos instantes, salió de la habitación, con la cabeza agachada mientras se metía el bolígrafo en el bolsillo de la bata blanca, con la sonrisa que había esbozado para su paciente aún en los labios; pero al momento la sonrisa desapareció.

Estaba claro que se creyó solo por un momento en el pasillo. Winona vio cómo dejaba caer los hombros y que la gallardía de su postura se marchitaba. Su apuesto rostro estaba demacrado y pálido.

No pensaba dejarlo solo en ese momento.

– ¿Justin?

Incluso antes de volver la cabeza hacia el sonido de su voz, su expresión había vuelto a ser la habitual. Automáticamente se puso derecho y en sus labios se dibujó esa sonrisa indolente y encantadora; la viril vitalidad de su cuerpo volvió a surgir. Y aquel par de preciosos ojos negros la miraron detenidamente, pero sin dar ninguna pista de lo que estaba pensando.

– Vaya, Win. ¿Estás otra vez de ronda por los barrios bajos? ¿Buscando líos?

Ese era el problema con su provocación, que le entraban ganas de darle una bofetada o de besarlo.

– Tendrías que saber que te encontraría, después de lo que hiciste -dijo con dureza.

– ¿Qué? Yo no he hecho nada.

– Estás metido en un lío. Y la gente se cuida muy bien de meterse en líos con una policía. Es hora de enfrentarse a la verdad. ¿Qué te queda por hacer esta tarde?

– Bueno, por hoy he terminado con mis pacientes, pero creo que había quedado con la mujer del seguro esta tarde. Y tengo por lo menos dos horas de papeleo -le echó una sonrisa de medio lado-. Pero puedo cancelar todo eso. Prefiero estar contigo, aunque me haya metido en un lío. Pero, Win, debes saber que no puedo prometerte ser muy buena compañía esta tarde. Estoy algo cansado.

¿Algo cansado? Cuanto más lo miraba, más se daba cuenta Winona de que tendría suerte de poder llegar a casa sin quedarse dormido al volante.

– Bueno, te prometo que solo te quitaré unos minutos…

De repente él frunció el ceño.

– Ahora que lo pienso, necesito hablar contigo. La verdad es que quise llamar antes, pero no han parado de ocurrir cosas, y no he tenido ni un momento libre para llamarte. Me alegro de que nos hayamos encontrado…

Winona temió que quisiera hablarle de bodas. Eso no iba a ocurrir.

– Escucha, te diré lo que vamos a hacer. Nos pasamos por tu casa y te preparas un sándwich. Mientras comes podemos hablar, y después me largaré a casa.

Él arqueó las cejas.

– El plan me parece bien, pero no lo veo muy conveniente para ti. ¿Desde cuándo quieres ir a mi casa?

Desde nunca. Había estado allí; sabía dónde vivía pero no nunca se había sentido cómoda a solas con él en su casa. No era porque no se fiara de Justin, en absoluto, sino por los sentimientos que él despertaba en ella. Pero en ese momento nada de eso importaba; lo esencial era alimentar a Justin, ver que se pusiera cómodo y que se fuera a dormir.

Siguió al Porsche de Justin, y eso le dio la oportunidad de llamar por el móvil a Myrt.

– ¿Hasta cuándo te puedes quedar?

– Ya te lo he dicho varias veces. Toda la noche si me necesitas. Cuando quieras.

– Bueno… ¿Cómo está Angela?

– Como un ángel.

– ¿Es buena?

– Está feliz.

Winona se relajó.

– El caso es que acabo de ver a Justin y está hecho polvo. Quiero asegurarme de que llega a casa y de que come y descansa un poco, pero sé que no me hará caso si le digo el plan. No creo que me quede mucho tiempo en su casa, pero no puedo decirte la hora exacta.

– No hay problema. Como sé dónde vas a estar, te llamaré si te necesito. De otro modo, tómate la noche libre, mamá. Ve a divertirte. Si no has vuelto para cuando sienta sueño, me echaré a dormir en la habitación de invitados y dejaré la puerta entreabierta para poder oír al bebé. ¿Tienes llave?

Winona pestañeó. Ni siquiera sus madres de acogida le habían preguntado jamás si tenía llave. Myrt era como una madre honoraria, la quisiera o no.

La casa de Justin estaba a tan solo unos kilómetros de la suya, pero la diferencia era notable. La de Justin era de estuco blando con los tejados de tejas rojas de estilo español, de dos plantas y con pilares a los lados de la puerta de entrada. Un patio cubierto precedía a varias terrazas de un jardín donde no faltaban las fuentes. En el patio de Winona había una cuerda para tender la ropa; en el de Justin una fuente de mármol y un estanque con un chorro de agua en medio.

Cuando abrió la puerta, la invitó a pasar delante de él. Posiblemente fuera el extraño silencio lo que le hizo sentirse nerviosa. Se quitó la cazadora y los zapatos, intentando controlar la inquietud haciendo conversación con él.

– Hace tiempo que no venía por aquí. En realidad, no creo haber estado arriba. ¿Cuántos dormitorios hay?

– Cuatro, y tres cuartos de baño, creo; pero no estoy seguro -dijo con pesar-. Hace tanto que no subo que ya no me acuerdo.

Solo la planta baja era un laberinto de habitaciones. Pasados el comedor y el salón, había una sala de estar y un despacho, un solarium y una sala de billar, y en el primer piso había también un dormitorio principal.

– ¿Cuando compraste la casa lo hiciste pensando en una futura familia?

El alzó la cabeza rápidamente. El calor que le iluminó la mirada le pareció eléctrico, lleno de vida.

– Si me estás preguntando si me imaginaría a ti y a nuestros hijos viviendo en esta casa… la respuesta es sí, por supuesto. Y sí, es lo que he estado pensando. Aunque lo que más he hecho ha sido imaginarnos a ti y a mí practicando cómo fabricar esos niños.

Ella era policía. Demasiado mayor y demasiado dura como para ponerse colorada, pero sin duda aquel hombre le hizo sentir un calor que le subía por las mejillas. No importaba lo unidos que estuvieran, ni que entre ellos flotara una proposición matrimonial. Ella aún no era capaz de creer que él la quisiera. Ni que no se hubiera dado cuenta antes de la pasión que llevaba palpitando entre ellos tantos años.

– Justin, no estaba hablando de nosotros…

El sonrió, pero también dejó de tomarle el pelo.

– Sí, lo sé, estabas preguntándome por qué me compré esta casa. Pero la verdad es que… no lo sé, Win. Sencillamente me gustó el sitio. No fue una decisión tan práctica. Me enamoré de las dos chimeneas y de la magnífica mesa de billar.

Al pasar por el salón encendió las luces, iluminando los ventanales y techos abovedados, el suelo de tarima, los sofás y sillas, tapizados en algodón blanco sobre plumón.

– ¿Elegiste todo esto tú solo?

– ¿Estás de broma? La casa me la vendieron así. Lo único que tuve que hacer fue regar las plantas y elegir algunos cuadros para las paredes.

– Hombres -murmuró en tono seco.

Cuando cruzaron la sala de billar, justo anterior a la cocina, la misma Winona encendió la luz porque sospechó que acabarían allí. Era claramente el nido de Justin. Entre las ventanas que se extendían del suelo al techo, había estanterías también desde el suelo hasta el techo, atestadas de volúmenes manoseados. La mesa de billar estaba en el centro de la pieza, y la chimenea allí no era de gas, sino de leña. La alfombra oriental bajo la mesa era espesa como una esponja, y el sofá del fondo de suave cuero rojo oscuro, del color de los arándanos, igual que los quinqués que había sobre la repisa.

La imagen de esa habitación permaneció en su mente mientras caminaba hacia la cocina. Sin darle oportunidad de hablar, Winona se remangó las mangas y puso los brazos en jarras.

– De acuerdo, hoy es tu día de suerte. Mientras tú te das una ducha y pones los pies en alto, yo me ofrezco voluntaria para cocinar. Te prepararé lo que quieras; mientras no sea algo más complicado que un sándwich de queso fundido y patatas fritas. No, no me des las gracias. Me doy cuenta de que estás acostumbrado a la cocina de Myrt, pero como soy buena, te pondré unas galletas de postre…

– ¿Mmm, podría cambiar de opinión sobre prestarte a Myrt y que vuelva conmigo?

No quería que hablara de Myrt, ni de nada más hasta que no hubiera descansado un poco.

– Ve a ducharte -le dijo, señalándole con el índice la dirección del cuarto de baño.

– ¿Sabía yo que eras así de dominante y grosera? -dijo, pero la obedeció y se marchó.

Cuando Justin salió de la ducha, vestido con un par de tejanos limpios y una camisa de manga larga, Winona le tenía ya una bandeja de comida en la sala de billar. Un alegre fuego crepitaba en la chimenea de piedra. Winona había encendido los faroles de la repisa, y el resplandor iluminaba los sándwiches de queso y las patatas fritas.

– Vaya, esto es casi tan bueno como la comida rápida. Myrt siempre me da de comer cosas nutritivas.

– Me daba la impresión de que a menudo sufres con su cocina.

– Lo siento, Win, debería preparar algo de café. Hoy no soy buena compañía.

– Olvídate del café -dijo con suavidad-. Come un poco, ¿vale? Después te tumbas un poco a relajarte.

– Vale, pero debo hablarte de algo muy importante.

Winona supuso que iba a hablarle del matrimonio; y la verdad era que estaba de acuerdo. Ya era hora de que dejaran clara esa loca proposición suya. Y esa noche era la primera vez que no sabía cuánto tiempo podían hablar en privado.

Se comió los dos sándwiches con avidez, se tomó la infusión de hierbas y se recostó en el asiento con un suspiro; y, así de fácil, se quedó dormido. Cerró los ojos y se durmió como un bebé.

Con un resoplido triunfal, Winona retiró la bandeja de la mesa y fue a la cocina a recoger los cacharros. A los cinco minutos volvió a la sala de billar. Vio una manta sobre una silla y tapó a Justin con cuidado, para después tumbarse ella en el sofá rojo de cuero junto a él.

No tenía intención de quedarse más que unos minutos. Aunque Myrt estuviera allí para cuidar de Angela, quería volver a casa, estar con el bebé. Pero primero quería asegurarse de que Justin estaba totalmente dormido y de que ni el teléfono ni ningún otro ruido lo interrumpía durante un rato.

En media hora máximo se marcharía.

Seguro.

Se despertó sintiéndose desorientada. Por un momento no pudo descifrar dónde estaba, hasta que poco a poco los detalles se fueron haciendo más claros. Vio el fuego aún crepitando en la chimenea, reconoció la tupida alfombra oriental y la elegante mesa de billar. Y finalmente se dio cuenta de que estaba en casa de Justin… porque en ese momento lo sintió.

Sintió su mirada. Justin estaba sentado, totalmente despierto pero totalmente en silencio, mientras sus suaves ojos oscuros la miraban fijamente.

Volvió a sentir aquello que no había sentido con nadie más… aquella sensación de abandono. Un abandono que la empujaba a dejar todo lo seguro y a sentir. A sentirlo a él. De pies a cabeza. Un deseo de explorar y descubrir todo lo que podría ser con él si las luces estuvieran apagadas, y bajo las sábanas.

De pronto sintió un nudo en la garganta y el pulso acelerado. Rápidamente intentó decir algo normal.

– Eh, doctor, me supongo que nos hemos dormido los dos.

– Sí… Me has tendido una trampa, ¿eh?

– Bueno, sí, pero me enteré de que habías estado despierto toda la noche con ese chico que tuvo el accidente. No iba a pasarte nada porque te dejaras cuidar una vez.

– Bueno, pues yo también puedo manipular. Hace un rato llamé a Myrt para decirle dónde estabas. Le dije que te habías dormido. Dijo que ya sabía dónde estabas, y que el bebé está bien, de modo que puedes estar tranquila.

– ¿Qué hora es?

– Poco más de las dos. ¿Estás lo suficientemente despierta para que te hable de algo serio?

– Mmm… Dame cinco minutos.

Winona salió de la habitación, se lavó las manos, cepilló el pelo, se puso un poco de carmín y volvió con dos tazas de café instantáneo en la mano.

– Estoy lista -dijo, pero mientras se sentaba sintió una gran preocupación.

– Win… necesito hablarte de unas joyas.

– ¿Joyas? -le preguntó con confusión.

– Sí. ¿Conoces la vieja leyenda? Durante la Guerra de Méjico, Ernest Langley, un tejano, se encontró con un soldado herido e intentó salvarlo. El hombre murió, pero nuestro Ernest encontró que el soldado llevaba tres joyas encima, y las trajo a Royal pensando en vivir muy bien gracias a esas gemas. Pero, cosas de la vida, no tuvo que utilizarlas, porque de su tierra empezó a salir petróleo. De modo que donó discretamente las joyas a la vieja misión para asegurar el futuro de la ciudad. Básicamente, así fue cómo se fundó el Club de Ganaderos de Texas. El fundador original, Tex Langley, nieto de Ernest, juntó a un grupo de hombres que se encargaron de proteger las joyas, utilizándolas para hacer prosperar a la ciudad y para el bien de Royal a través de las generaciones. Construyeron el Club, pegado justo a la antigua misión.

– ¿Justin? Me he criado con esa leyenda. Todo el mundo en Royal la conoce. Excepto la parte del Club de Ganaderos, claro.

– Bueno, ten paciencia conmigo, ¿vale? Esas tres joyas eran una esmeralda, un ópalo y un diamante. Solo que cada una de ellas eran especiales en su género. El ópalo era un arlequín negro, de un tamaño y color que lo hacían especialmente extraordinario. La esmeralda era particularmente grande. En fin, las dos primeras piedras no tenían precio para un coleccionista por ser tan poco comunes; pero la tercera era un diamante rojo. Si ves uno es muy probable que no vuelvas a ver ninguno, de lo inusuales que son. Y los diamantes rojos, por supuesto, eran simbólicamente la piedra de los reyes, seguramente porque solo los hombres más poderosos podían poseerlas…

– Justin… -empezó a decir con impaciencia.

– Las han robado.

– Jus… ¿Como?

– Las joyas existen, han existido siempre. Alguna de las personas que tomó el vuelo a Asterland robó las joyas. No sabíamos que habían sido robadas hasta que cuatro miembros del Club fuimos a examinar el interior del avión hace unos días. Nos incluyeron en la investigación porque el Club de Ganaderos de Texas estuvo ayudando a la Princesa Anna en su papel de conseguir que los dos países volvieran a mantener conversaciones, de modo que estábamos más familiarizados con sus problemas diplomáticos y con las personalidades que otros de fuera…

– Sí, por eso disteis esa fiesta hace un par de semanas.

Justin asintió.

– Y como ha habido tantos roces entre los dos países, está claro que el sabotaje ha sido, y es, una preocupación seria. El caso es que, cuando empezamos a buscar pistas que nos llevaran a los posibles problemas mecánicos, por pura casualidad encontramos dos de las tres joyas. El ópalo y la esmeralda.

– Dios mío…

Justin asintió.

– Pero no encontramos el diamante rojo. Sigue faltando. Cuando nos juntamos en el Club, y fuimos a la caja fuerte donde se guardan las joyas… la encontramos abierta y a Riley Monroe muerto. Asesinado. Aparentemente, por el ladrón.

– Santo cielo. No lo entiendo…

– Ni nosotros tampoco, Win. Por eso te estoy contando todo esto. El grupo decidió que necesitábamos alguien de la policía que tuviera toda nuestra confianza… y naturalmente, esa persona eres tú -Justin se pasó la mano por los cabellos-. En cuanto dije tu nombre los demás asintieron. Sé que no eres parte de la investigación del asesinato de Monroe, pero no se trata de eso.

Winona no intentó hablar. Estaba muy concentrada, escuchándolo.

– Todo se está complicando. Para empezar, no queremos acusar directamente a ninguno de los de Asterland u Obersbourg de robar las joyas. Ya que los, dos países han conseguido firmar una especie de tregua, no queremos enfadarlos otra vez, ni arriesgarnos a que ocurra un incidente internacional. Pero eso quiere decir que la investigación del robo de las joyas, y del asesinato de Riley, necesita hacerse con reserva. Y peor que eso… -Justin se levantó y resopló con impaciencia-, peor que eso es que el Club de Ganaderos de Texas ha mantenido las joyas en secreto desde hace generaciones. Por una buena causa. Por la misma razón hemos podido mantener nuestras pequeñas expediciones en secreto. Si nuestros asuntos salen a la luz, perderemos la habilidad de ayudar a la gente; al menos, por las vías privadas donde hemos podido hacerlo hasta ahora. Si la verdad sobre las joyas tiene que salir a la luz, entonces qué se le va a hacer. Pero preferiríamos que no saliera. Sería distinto si estuviéramos seguros de que existe relación entre el accidente de avión y la muerte de Riley y el robo de las joyas. Pero no lo estamos. No lo sabemos. En realidad, no sabemos nada con seguridad.

Finalmente, Winona se dio cuenta de adonde quería llegar él.

– De acuerdo. Está claro que me estás contando esto por una razón. ¿Qué quieres que haga?

– Win… No me gusta ponerte en el ojo del huracán. Pero hasta que aclaremos esto necesitamos a alguien de la policía que sea de confianza. Alguien que nos ayude a evaluar dónde encajan los datos, que nos ayude a mantener la reserva sobre asuntos que no tienen por qué ser públicos. No quiero decir que el jefe de policía no tenga que estar al corriente de esto, pero no es nuestro hombre, porque para él no sería más que un conflicto de interés. Necesitamos a otra persona. Alguien de cuyo juicio nos fiemos. En cuya integridad confiemos.

– ¿Justin?

– ¿Qué?

Winona se puso de pie.

Capítulo Ocho

Winona tuvo ganas de sacudir la cabeza con fuerza, como para asegurarse de que lo había oído bien.

– ¿Confías en mí?

Justin, que había estado paseando delante de la chimenea, se detuvo bruscamente.

– Por supuesto que confío en ti. ¿Por qué me preguntas eso? -vaciló-. Lo único que me preocupa es implicarte en esto, Win. No es justo. No hay razón para que te sientas obligada a ayudar al Club. En ese momento lo importante era pensar en alguien de cuya integridad y buen juicio no dudara; y los demás también opinaron lo mismo. Sencillamente, nos pareciste la persona perfecta a quien acudir.

Dejó de hablar bruscamente, como distraído por los repentinos movimientos de Winona, que se dirigía directamente hacia él.

Winona sintió un nudo en la garganta. Siempre había tenido cuidado de no reaccionar impulsivamente. Ella no podía olvidar del todo que había sido una niña abandonada. Siempre había sentido que tenía que tener cuidado para granjearse la confianza de los demás. Y así lo había hecho.

Con el tiempo, Winona había aprendido a valorarse a sí misma. Sabía que era respetada y querida en la comunidad, y que ella se había ganado ese respeto. Pero no se había dado cuenta de que tuviera la confianza de Justin.

De alguien que ella valoraba.

De alguien que amaba; por mucho miedo que le hubiera dado que esa palabra aflorara a su consciencia.

Y eso le importó más de lo que le había importado nada. Y cuando se lanzó a los brazos de Justin, él le respondió sorprendido. Probablemente no había anticipado que se echaría a sus brazos con tanto ímpetu, ni que sus labios temblorosos se unirían a los de él.

Pero no podría haberle llevado menos tiempo darse cuenta. Enseguida, sus brazos la sujetaron sin despegar los labios de los suyos. El fuego ardía suavemente detrás de ellos, las sombras susurraban en las paredes. La noche pareció rodearlos de un silencio íntimo, especial.

Justin la besó, y volvió a besarla, como si hubieran pasado años desde la última vez. Como si su sabor fuera lo único que necesitara para sobrevivir.

Pero en el caso de ella, no era lo único que necesitaba. Precisaba mucho más. Y así, sus manos empezaron a acariciarlo, a tocarlo, a agarrarlo. Echó la cabeza hacia atrás, deleitándose con el beso de Justin, y seguidamente se dispuso a besarlo ella también.

Llevaba unos pantalones tejanos y una camisa de pana, pero no le duraron mucho tiempo encima. Tiró de la camiseta de Justin con frenesí, buscando terreno que explorar. Después de quitarle la camiseta, Justin empezó a desabotonarle a ella la blusa con movimientos pausados y sensuales, mientras iniciaba un camino de ardientes besos desde el mentón hasta el nacimiento de sus pechos. Y entonces, sus manos grandes y suaves la agarraron de la cintura. Inclinó la cabeza y empezó a juguetear con la lengua, esa vez a lo largo del borde del sujetador.

Winona aspiró con fuerza, buscando el oxígeno que parecía faltarle de repente. En pocos segundos le quitó la camisa y encontró el broche del sujetador; entonces, sus pechos cayeron sobre sus manos y Justin se volvió a inclinar para atrapar uno de sus pezones con suavidad entre los dientes.

Ella había desencadenado aquella explosión, la había deseado. Pero cuando Justin se incorporó de nuevo para besarla ardientemente, explorándole con la lengua todos los rincones secretos, Winona se quedó temblando como una hoja. Justin lo sintió, levantó la cabeza y estudió sus facciones.

– Win, no vamos a hacer nada que tú no quieras.

– Lo deseo. Te deseo, Justin.

Justin vaciló.

– Necesito que estés segura de que quieres esto. Sí, lo dejaré si tú lo dices, pero me voy a quedar muy mal si seguimos adelante y no es esto lo que en realidad quieres. No pasa nada. Decidas lo que decidas, no pasa nada.

– Tal vez no me lo esperara. Pero sé exactamente lo que quiero. Y es a ti -le agarró la cara con las dos manos y lo besó de nuevo, esa vez con suavidad-. Por favor…

– Bueno, entonces prepárate.

– ¿Eso es una promesa o una advertencia?

– Una promesa -respondió en tono sensual, y terminó de quitarse la camisa-. Y yo siempre cumplo mis promesas, Win.

Un escalofrío de emoción le recorrió la espalda; una sensación que la enervaba y avergonzaba al mismo tiempo. Justin empezó a besarla mientras la empujaba suavemente hacia atrás, hasta el oscuro pasillo.

– ¿Adonde vamos?

– Creo que hacer el amor contigo delante de la chimenea sería maravilloso… en otra ocasión. Pero la primera vez quiero hacerlo contigo sobre un buen colchón.

– Mmm…

Tenía miedo, pero lo deseaba con todas sus fuerzas. Tenía miedo de algo que no podía nombrar, de lo que no estaba segura. Pero cuando lo besaba el miedo cedía. Y cuando empezó a besarlo con pasión, entregándose por entero a él, el miedo se trasformó en algo tan divertido que pensó que no quería que la abandonara jamás.

Rozó con el hombro la pared, y seguidamente el marco de una puerta. No pudo reconocer ninguna forma de aquella habitación, no solo porque nunca hubiera estado allí, sino porque él no encendió ninguna luz. Le dio la sensación de estar en un lugar espacioso, con una ventana entreabierta por donde entraba frío. Percibió el olor a sándalo y a cuero. En la oscuridad distinguió el brillo del metal de la cama con dosel y el de un espejo sobre un escritorio cuando las sombras de sus cuerpos se reflejaron al pasar.

Abrió un cajón y sacó algo de dentro.

– Me encantaría tener bebés contigo, media docena, pero esta noche no quiero que nadie más comparta esta cama con nosotros. No quiero que pienses en nada, excepto en gozar. Y en lo que quiero hacer contigo.

– ¿Qué me quieres hacer? -preguntó débilmente.

– Amarte. Amarte como llevo tanto tiempo deseando hacer.

Winona sintió que le daba un vuelco el corazón. Tal vez no lo dijera en serio. Una mujer adulta debería saber lo caprichosas que resultaban las palabras de pasión de un hombre… pero lo creyó. Sintió la verdad en sus ojos, sintió la emoción impregnando su voz y sus caricias. Y aquel fue el último pensamiento coherente que tuvo.

El resto de la ropa que les faltaba por quitarse fue cayendo prenda tras prenda, hasta que finalmente estuvieron los dos totalmente desnudos. Él le levantó los brazos por encima de la cabeza y unió sus manos a las de ella, de modo que pudieran sentir cada uno el cuerpo del otro, desde las puntas de los dedos hasta los dedos de los pies. Resultó exquisitamente íntimo poder menear las caderas contra su miembro palpitante. Pero la sensación dejó de ser divertida a medida que se trasformaba en un deseo que empezó a aguijonearla por dentro, carcomiendo el vacío que asolaba su corazón.

– Justin, ven -dijo con urgencia.

– No quiero que olvides esto.

– No podría olvidarlo jamás.

– Detestaría que te levantaras por la mañana y pensaras que al fin y al cabo no había sido tan buena idea.

– Es imposible que me arrepienta de esto. Te lo prometo.

– Quiero que te sientas bien, Winona. Lo digo en serio. Podemos hacer que todo vaya bien, nosotros dos, podemos conseguir cualquier cosa. Sé que no estás hecha a la idea de que estemos juntos…

Santo cielo, y luego decían que las mujeres hablaban. Se dio la vuelta y empezó a demostrarle con sus caricias, con su ternura, lo que las palabras fallarían en comunicar. Pero sus caricias fueron tímidas porque ella misma sabía que aquello no era una de sus preferencias, y no se sentía cómoda haciéndolo. Sabía que a los hombres les gustaba, aunque no fuera muy de su agrado. Pero con Justin…

Con Justin ninguna de las viejas normas parecían funcionar. Con él sentía cosas distintas, porque para empezar no parecía ser ella misma. Pero aquello no tenía solo que ver con sí misma. Tenía que ver con el amor. Y con dar. Y cuanto más lo saboreaba, más lo acariciaba, más la inspiraba la intensa respuesta de Justin. Le oyó gemir de placer. Y después le oyó rugir.

A los pocos segundos sintió que Justin la levantaba y la dejaba caer sobre el colchón. Recordó vagamente que la habitación le había parecido fría al entrar.

– ¿Es que querías que terminara todo incluso antes de empezar? -le preguntó Justin.

– Bueno, no. Pero me lo estaba pasando de maravilla. Y como soy la invitada, creo que lo más cortés es dejarme hacer lo que quiera.

– De acuerdo.

Justin empezó a besarla y entonces la tomó. Ella no podría haber estado más lista para él, sin embargo estaba muy prieta, y Justin avanzó despacio por aquel suave nido privado, poco a poco, hasta que estuvo totalmente dentro de ella.

– Justin…

Estaba dentro de ella en ese momento, y Winona deseó que la penetrara con más fuerza, para terminar de satisfacerla.

Y así lo hizo. Empezó con una cadencia oscilante que hizo que se estremeciera la cama, la habitación y su universo entero… bien estuviera ella encima de él o él encima de ella.

– Te quiero, te quiero -le susurró, y entonces la condujo hasta la cima del placer.

Un rato después, en la oscuridad de la habitación, a Winona le pareció que pasaba mucho tiempo hasta que sus pulmones pudieron volver a respirar con normalidad. Pero no quería respirar normalmente, porque no se sentía normal. Se apoyó en un codo y observó a su amante en la oscuridad, saboreando lo que tenía delante. La lustrosa humedad de su piel, igual que la de ella; la boca, hinchada de tanto besar, tal y como estaba la de Winona.

Permaneció allí tumbado, exhausto, al menos hasta que abrió un ojo y vio que Winona estaba despierta y mirándolo. Winona sintió una leve caricia en la mejilla.

– ¿Te he dicho alguna vez lo bella que eres?

– Sí.

– Y lo sexy que eres.

– Sí, desde luego no has reparado en detalle.

– ¿Te he dicho que eres la amante más fabulosa y la mujer más extraordinaria del mundo?

Ella se inclinó y le besó la punta de la nariz.

– No voy a responder a eso. Pero… si esa oferta tuya de matrimonio sigue en pie, doctor, mi respuesta es «sí».

A las cuatro de la madrugada, Winona entró en su casa con el sigilo de un ladrón. Cerró con cuidado y fue directamente a la habitación del bebé. Angela dormía profundamente, con el pijama amarillo de muñecos y el traserito en pompa. La invadió una gran ternura. Se acercó a la cuna, solo para echarle un vistazo al bebé.

– Te he echado de menos -dijo con sentimiento-. Te he echado tanto de menos… Pero, Angela, te va a encantar Justin.

Lo cierto era que parecía querer al bebé de verdad. Después de hacer el amor una segunda vez, habían charlado durante mucho rato. El entendía que el futuro de Angela era incierto. No se sabía si a Winona se le iba a permitir que adoptara a la niña. Estar casada aumentaría sus posibilidades, pero eso era todo lo que haría.

Winona rememoró la conversación con Justin y la envolvió alrededor de su corazón. Justin debía de haberle dicho más de media docena de veces que todo aquello era entre él y ella, y que nada tenía que ver con el bebé. Además, ya que a Win le iba a ir muy bien estar casada, ¿por qué rechazarlo?

– No me casaría con nadie por el bien de un bebé. Eso es una locura.

– Pero antes no querías casarte conmigo.

– Win. Está claro que no me conoces en absoluto. Pero lo harás -le había dicho, y después había vuelto a besarla.

Allí, inclinada sobre la cuna, el recuerdo hizo que se estremeciera de arriba abajo, y sintió un suave calor por dentro.

– Estoy loca por él, Angela -le susurró-. Y va a venir mañana a verte. Veremos qué te parece, ¿vale?

– Ah… -se oyó una voz suave a la puerta-. Estás en casa.

Winona se llevó un susto tremendo.

– Myrt, siento mucho haber llegado tarde. No tuve intención de aprovecharme así de ti…

– Dios mío, niña, de verdad que no me escuchas. Y yo me he ofrecido a quedarme cuántas veces, ¿una docena? Además, no es como si yo fuera una extraña; sabes el tiempo que llevo con Justin, aunque tú y yo no hayamos tenido oportunidad de conocernos mucho antes.

– Lo sé. Lo sé… pero es que no creo que pienses que… -se frotó la parte de atrás del cuello, algo avergonzada- que yo…

– ¿Que te has acostado con mi jefe? Bueno, probablemente debería decir que no es asunto mío, pero no sería verdad. Cuando Justin me contó la situación con el bebé, que estabas trabajando mucho y que necesitabas ayuda, me di cuenta de cómo hablaba de ti, del brillo de su mirada al hacerlo. Así que, para ser sincera, quería aprovechar la oportunidad para hacer de celestina, al menos un poco…

– Me pidió que me casara con él -le confesó Winona.

Myrt sonrió de oreja a oreja.

– Y eso es estupendo, niña. Pero en este momento creo que será mejor que duermas un poco mientras puedas. Hablaremos de horarios y bebés después.

– Yo quiero una receta de lo mismo -dijo la doctora Harding al pasar junto a Justin.

Este había estado inmerso en una conversación, y no se había dado cuenta de que su risa se había oído por todo el pasillo hasta que ella se lo había comentado al pasar junto a él.

– Tiene razón -comentó el jeque Ben Rassad-. Estás tan optimista hoy. Tan vital y lleno de ánimo. Me alegra verte así de contento, Justin.

– Será que hoy me siento feliz.

– Mmm. Feliz por una mujer, creo -Ben no era muy propenso a hacer bromas, pero a veces las hacía con sus amigos.

Justin no confirmó ni negó el comentario de su amigo, pero sabía que era cierto. Llevaba todo el día como flotando y con los ojos risueños. Un largo día de trabajo no le había hecho perder el ánimo, ni siquiera a esas horas de la tarde. Era como si Winona estuviera allí con él, ocupando un lugar en su corazón y haciendo que se le acelerara el pulso solo de pensar en ella.

Pero de momento tenía que centrarse en asuntos más serios. Se puso serio, al igual que Ben, cuando llegaron a la habitación de hospital de Robert Klimt. Ambos entraron en silencio.

Aunque Justin no era el médico de Klimt, se había pasado frecuentemente a comprobar la evolución de Klimt desde el accidente. La última vez que había visto al hombre en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas, no podría haber dicho que el hombre le había caído muy bien. Pero otra cosa era verlo tan reducido como en esos momentos. Silencioso, desconsolado. Comprobó el pulso de Klimt, le tocó la piel, y automáticamente leyó y valoró todos los tubos y máquinas a las que estaba conectado el paciente.

– ¿Ha llamado ya Aaron?

– Sí. Creo que Walker consiguió finalmente hablar con él por teléfono ayer, de modo que Aaron sabe lo del robo de las joyas y el asesinato de Riley Monroe. Pero ojala volviera ya a casa; nadie sabe tanto sobre las vías diplomáticas y los problemas, como Aaron. Es obvio que nadie quiere ir por ahí acusando o levantando sospechas de ninguno de la delegación de Asterland si puede evitarse. Pero el gobierno de este país está cada vez más disgustado de que no hayamos encontrado aún la causa del accidente.

Ben se quedó mirando al silencioso Klimt y a las máquinas a las que estaba conectado.

– Si al menos se despertara… tal vez él viera algo, sabe algo. El incendio del avión empezó muy cerca de donde él y Lady Helena estaban sentados, y las dos joyas estaban al lado. Si alguien sabe algo, es él.

Justin asintió.

– Yo pienso lo mismo. Creo que Asterland va a enviar un grupo de investigadores propios si nuestras autoridades no empiezan a encontrar respuestas pronto.

– Yo haría lo mismo si estuviera en su lugar -Ben se dio la vuelta-. Y, mientras tanto, el diamante rojo sigue desaparecido. Al menos podemos eliminar a un sospechoso de la lista. Fijo que él no lo tiene.

– Eso es lo único que tenemos claro hasta ahora. Quienquiera que mató a Monroe no era un simple ladrón. Y el asesino fue alguno de los que iba en ese avión. Y si el asesino estaba allí, hay otras personas que podrían estar en peligro, bien porque vieran o porque se enteraran de algo.

– ¿Has hablado con Lady Helena?

– La he visto a diario. Pero casi no recuerda nada del accidente. No digo que sufra de amnesia, pero lo que sufrió fue muy traumático para ella. Aún le quedan meses de recuperación. Tal vez recuerde algo más adelante, ¿pero quién sabe cuándo será?

– ¿Has hablado con Winona?

– Sí, anoche. Ni siquiera lo dudó. Lo entendió todo perfectamente y se ofreció a hacer todo lo que esté en su mano para ayudarnos.

– ¿Has quedado ahora con ella?

– Sí, y o bien dejas de sonreír así, o tendré que darte un puñetazo -dijo Justin mientras salían de la habitación de Klimt.

– Es que en cuanto te he mencionado su nombre te has puesto, ¿cómo lo diría?, nerviosísimo. Tu sonrisa ha sido cegadora. ¡Ah, cómo caen los poderosos!

– Cuidado, jeque. Te la estás jugando -respondió Justin en tono de broma.

– Bien. ¿Entonces nos veremos de nuevo el jueves por la noche? Para hablar de lo que vamos a hacer con las dos joyas y demás.

– Sí.

– De acuerdo. Mientras tanto, intenta recordar que tienes que comer, que tienes que dormir, y que tienes que bajar de las nubes antes de montarte en el coche.

– Voy a acordarme de esta conversación cuando te enamores -le prometió Justin.

– Sí, sí -Ben sonrió y después se puso serio-. Justin… no has estado bien desde que volviste de Bosnia. Esta mujer… Me alegra mucho verte tan animado. Te lo digo en serio.

Justin salió al aparcamiento sonriendo, pero cuando se montó en el coche sintió un escalofrío.

Estaba deseando ver a Winona.

Hacía mucho tiempo que no pensaba en Bosnia, y las pesadillas recurrentes no lo acechaban desde que Winona se había implicado personalmente en su vida. Pero en ese momento, repentinamente, se sintió de nuevo nervioso, angustiado. Win iba a cuidar de él. Pero a veces sentía que Bosnia era como una mancha en su alma que se negaba a desaparecer. No había nada que consiguiera hacerle olvidar esos recuerdos, al menos no del todo.

Se dijo que debía olvidarlo, pensar en ella.

De modo que lo intentó.

Capítulo Nueve

Cuando Winona oyó que llamaban a la puerta tragó saliva con dificultad, y seguidamente se apresuró a contestar. Eran casi las seis, de modo que sabía que era Justin. Había pasado todo el día muy emocionada, deseando volver a verlo… y aún quería verlo, pero las circunstancias habían cambiado.

Abrió la puerta con Angela en brazos.

La niña estaba lista para salir a cenar, con un conjunto de color rosa pálido muy mono y zapatos de cuero rosa del mismo color. Se habría ganado el corazón de cualquiera, de no haber estado berreando como una posesa.

– Maldita sea, Justin, me temo que… -empezó a decir Winona.

– ¿Eh? -se llevó la mano a la oreja para oír mejor.

– No creo que podamos salir a cenar -gritó.

– Sí, parece que vamos a tener que poner en práctica el plan B -entró, cerró la puerta para que no entrara el frío, se quitó la cazadora y le pidió con gestos que le pasara a la niña.

– Está insoportable.

– Pues que llore conmigo, ¿verdad? Me parece que no estamos de muy buen humor, ¿eh?

– No tiene hambre, ni sueño, ni nada. No sé qué le pasa.

– Bueno, bueno, no te metas con mi segunda chica favorita -le dio primero un beso a Win en la punta de la nariz y después levantó al bebé en brazos; sorprendida, Angela dejó de llorar un momento y lo miró-. Soy el hombre más guapo que has visto en todo el día, ¿verdad?

Winona quería que le diera otro beso. Uno más apasionado y romántico que un simple beso en la nariz. Pero Angela parecía estar muy pensativa mirando a aquel apuesto hombre de ojos soñadores que acababa de aparecer. Entonces decidió. Primero sollozó desconsoladamente y seguidamente dio un grito que debió de oírse en todo el vecindario.

– De acuerdo -dijo Justin-. Ponte el abrigo y ponle el suyo al bebé.

– Justin, no podemos llevárnosla así a ningún sitio.

En el coche, la niña se tranquilizó un poco, y solo protestó una vez mientras Justin cruzaba su casa con ella en brazos.

– Me figuré que tal vez estaríamos mejor en mi casa porque no tendríamos que preocuparnos por la cena. Myrt ha preparado algo y lo ha dejado en el frigorífico. Creo que es carne asada. Mientras cenamos, quiero hablar contigo de unas cuantas cosas.

Winona no tenía idea de cómo lo hacía. En cinco minutos le había quitado la cazadora, ordenado que se quitara los zapatos y servido un vaso de vino dulce. Lo que le sorprendía era cómo conseguía hacerlo todo con Angela en brazos. Y el bebé había dejado de llorar.

– De verdad, Win, no me importa la casa en la que decidamos vivir. Si quieres quedarte en tu casa, me parece bien. Pero aquí tengo muchísimo espacio. Y Myrt ya está instalada.

Cuando entraron en la cocina intentó dejar a Angela en su carro. Ella soltó un chillido furioso, y Justin la levantó de nuevo.

Empezó a hablar de trasformar su estudio en un cuarto para el bebé, y de todas las cosas que necesitaban comprar; de que iba a dejar el Porsche y a comprarse un coche familiar, donde hubiera sitio suficiente para el bebé y para la compra. Cuando el teléfono sonó de repente, Justin fue a contestarlo con Angela en brazos.

En la cocina sacó el pan, una lechuga de la nevera, untó mostaza en el pan y preparó unos sándwiches de carne asada, y todo ello sin soltar a Angela. Le echó una mirada al bebé, como si estuviera debatiéndose entre si merecía siquiera la pena intentar comer sin ella en brazos, pero entonces empezó a comer con una mano.

Antes de que terminara la cena, Winona estaba totalmente enamorada de él.

Sí, antes había sentido deseo; y por muy fuerte este que hubiera sido, aquel era un sentimiento de otra índole. Estaba viendo a Justin en su papel de padre, viendo su paciencia, su delicadeza, su entrega sin que ni siquiera él se diera cuenta.

– ¿Justin?

– ¿Qué?

– Estás haciendo todos esos planes de boda y de vida juntos tan deprisa que me estás asustando. Has pensado ya tantas cosas, como si estuvieras tan seguro…

– Estoy seguro, Win. Nos va a encantar estar casados, de modo que cuanto antes lo hagamos, mejor. Si no resolvemos de antemano todos los detalles, ¿qué importa? Haremos las cosas poco a poco.

El bebé miró a Winona e hizo una pedorreta con la boca. Estaba claro que pensaba lo mismo que Justin.

– Si no te importa que cambie de tema un momento, solo quería decirte que… si te parece bien, en cuanto Angela se duerma, voy a tirarme encima de ti.

Con suavidad, Justin agarró al bebé de la barbilla.

– Bueno, ya has oído. ¿Cómo te puedo hacer chantaje para que te vayas a la cama?

Winona se echó a reír, pero sabía que a Angela no se le podía meter prisa.

– Tengo una idea -dijo de repente Justin.

– Las ideas no nos valen. Necesitamos un milagro -comentó Winona en tono irónico.

Pero parecía que Justin también era capaz de hacerlos. Empezó a llenar la bañera de hidromasaje del cuarto de baño de mármol y cobalto de la planta baja. Mientras Winona desnudaba al bebé en el cálido y húmedo ambiente del baño, él fue a buscar velas, las encendió y escogió un disco compacto de preciosas canciones de amor.

– ¿Ves qué rápido he conseguido que tu mamá se desnude? Y tú que pensabas que no era muy listo, ¿verdad?

Era un ambiente muy romántico para dos amantes, no para darle un baño a un bebé. Los chorros de agua caliente, los aromas de las velas perfumadas, las luces parpadeantes, las anhelantes canciones de amor. La oscuridad y la desnudez y los ojos misteriosos de Justin, mirándola desde el otro lado de la bañera mientras le acariciaba los dedos de los pies con los suyos.

El bebé gorjeaba y reía a carcajadas, bien en brazos de Justin o de ella. Y mientras la niña les hacía reír con sus monerías, Winona sintió que el deseo nacía entre ellos. También notó que Justin se relajaba, al igual que Angela. Que se dejaba llevar.

Posiblemente porque a ella siempre le había costado mucho dejarse llevar, reconocía lo mucho que controlaba Justin sus emociones. En su trabajo se entregaba al máximo. Pero lo que necesitaba y deseaba en su vida personal raramente lo demostraba delante de los demás, incluida ella… Especialmente desde que había vuelto de Bosnia.

Viendo al bebé intentando agarrarle la nariz, escuchando la risa relajada de Justin, Winona se enamoró de nuevo. Profundamente, irremediablemente.

Se levantó bruscamente de la bañera.

– ¿Has visto qué paisaje, Angela? -la provocó Justin-. Tu mamá está intentando volverme loco. Y lo está haciendo muy bien.

– No podemos quedarnos aquí toda la noche.

– ¿Por qué? Ella está a gusto.

– Porque se va a quedar hecha una pasa, tonto. Pero estaros ahí un par de minutos más mientras yo voy a calentarle un biberón y le preparo un sitio donde dormir, ¿de acuerdo?

Para cuando volvió al cuarto de baño, la señorita «Pasa» estaba fuera del agua y envuelta en una gruesa toalla de rizo americano, riéndose a carcajadas mientras Justin le hacía cosquillas.

– Ssss. Se supone que la vamos a echar a dormir dentro de un rato.

– No quiere dormir. Le gusta estar desnuda. ¿Sabes a quién creo que se parece?

– A ti. Desde luego -murmuró Winona.

– Yo estaba pensando en ti. Y pensar que te acabas de pasear por mi casa así, y que yo no podía hacer nada…

Entonces, el bebé bostezó. Winona le puso un pañal y el pijama de terciopelo, y cuando tomó a la niña en brazos se le escapó otro bostezo. Mientras se agarraba a la tetina del biberón, a Angela ya se le empezaron a cerrar las pestañas.

Winona no dejaba de pensar que tal vez estuviera loca, porque la luz de las velas y la música no la habían emocionado tanto como ver a Justin en su papel de papá.

Y mientras daba de comer a la niña, se quedó callada. Tan callada que Justin se dio cuenta. Winona sintió la mirada de él mientras intentaba que la niña se terminara el biberón sin quedarse totalmente dormida.

Finalmente, incorporó a la pequeña, un peso muerto que olía a leche y a polvos de talco, para que eructara antes de acostarla… Y siguió sintiendo la mirada de Justin todo el tiempo.

– Ya ha caído del todo -susurró-. Le he preparado una cama en la sala. Ahora mismo vuelvo.

Una vez acostado al bebé, Winona se dio cuenta de pronto que había estado paseándose por la casa medio desnuda delante de Justin. Y lo que hasta ese momento le había parecido natural, entonces le pareció… distinto. No era lo mismo sin estar el bebé con ellos.

Lo cierto era que solo habían sido amantes una noche, y de pronto a Winona le dio un ataque de nervios. Técnicamente, aquello era lo que ambos habían deseado, que el bebé se durmiera y poder tener la noche para ellos solos. Pero allí estaba ella en el pasillo fuera del baño, temblando como una hoja. ¿Qué hacer? Seguramente, Justin ya estaba harto de estar en el agua. ¿Debería ir a vestirse? Y de pronto oyó su voz, como si él hubiera sentido su nerviosismo.

– ¿Win? Ven aquí.

Winona entró en el cuarto de baño de puntillas y allí estaba él, esperándola en la bañera, mirándola con aquellos ojos de mirada sensual y soñadora.

– Sí, lo sé -dijo con delicadeza-. Sé que llevamos aquí un montón de rato. Y lo que los dos necesitamos es dormir y punto, ¿verdad?

– Sí…

– ¿Pero qué te parece si te metes un momento y te froto la espalda?

Winona se metió rápidamente en la bañera, y Justin sonrió.

Mientras él empezaba a darle un masaje en el cuello, Winona sintió que los párpados le pesaban una tonelada cada uno. Justin siguió dándole masajes hasta que le quitó la tensión de los hombros, pero entonces Winona le oyó que decía en voz baja:

– ¿En qué estabas pensando antes, Win?

Había estado pensando que finalmente creía que Justin quería casarse con ella de verdad. En que no era un sueño, sino realidad. Todos sus planes para montar la habitación del bebé se lo habían demostrado. Su modo de tratar a Angela era otra prueba de que sentía algo muy fuerte hacia la niña y de que ya disfrutaba en su papel de papá. Pero era en la relación entre ellos donde Winona seguía dudando. Se conocían desde hacía tanto tiempo… pero hasta que Angela había llegado accidentalmente a su vida, Winona no se había dado cuenta de que Justin sentía algo por ella.

En ese momento se preguntó cómo había podido engañarla durante tanto tiempo.

Y cómo se había podido engañar a sí misma.

Cerró los ojos, esforzándose por mostrar una sinceridad que no había mostrado con él hasta ese momento.

– Estaba pensando… bueno, apenas recuerdo a mi madre. Pero me acuerdo de la mañana en la que se marchó. Yo era muy pequeña; pero supe que estaba sola. Recordé sentirme abandonada, y que debía de tener algo muy malo para que ella se marchara así sin más. Y a pesar de lo mucho que he deseado un hijo, Justin, creo que siempre tuve miedo de no saber ser madre.

Winona vio que Justin estaba deseoso de decirle un montón de cosas, pero en lugar de eso se limitó a escuchar.

– ¿Y…?

– Y ahora te he visto cómo juegas con Angela. Como estás con ella. He visto la satisfacción en tu mirada.

– Bueno, no es nada sorprendente. La niña es una maravilla.

Winona sonrió.

– Yo también pienso lo mismo. Eso es exactamente lo que siento con ella. Alegría, fascinación. Tengo dentro un amor muy grande hacia ella, y cuando pienso en la relación tan especial que tenemos sé que seré una buena madre. Lo sé.

– Win, no puedo creer que hayas ni siquiera dudado de ello.

– Sí, he dudado. Es difícil de explicar, pero dudaba… de poder dejarme llevar. Cuando era niña lo pasé muy mal. Creo que siempre estuve convencida de que la partida de mi madre tenía que haber sido culpa mía. Y tenía miedo de que ese fallo mío pudiera afectarme a la hora de ser madre.

– Winona. Serás la mejor madre a este lado del Atlántico. Ya lo eres. Vaya, no tenía ni idea de que estuvieras preocupada por eso… -vaciló-. Cuando te quedaste tan callada, pensé que habías encontrado algo en la investigación de la madre de Angela, y que aún no me lo habías contado.

– Todos los días averiguo algo. Pero nada que me haya ayudado a localizar a la madre de Angela, al menos de momento.

– ¿Entonces… aún te preocupa que no vayas a poder quedarte con ella?

– Sí, eso me preocupa. Y mucho. Y voy a seguir preocupándome por eso hasta que sepa con seguridad qué le va a pasar. No puedo evitarlo. Igual que no puedo evitar esperar que Angela acabe siendo mía. Nuestra -se volvió para mirarlo-. Pero esa no es la razón por la que he aceptado tu proposición.

– ¿Aceptar…?

– Nunca te he dado una contestación clara, ¿no? Quiero decir… has estado haciendo planes de boda y para que vivamos juntos a la velocidad del rayo. Y sé que ambos hemos utilizado la palabra «matrimonio». Especialmente tú. Pero yo nunca me he adelantado y he reconocido estar enamorada de ti. Enamorada de verdad. Enamorada de pies a cabeza…

No tuvo oportunidad de terminar la frase porque él empezó a besarla. Winona había estado esperando aquello toda la noche. Toda la noche él la había seducido con las velas, el sonido de los saxofones y su modo de tratar al bebé.

Ella emitió un suave gemido de deseo que él se bebió mientras la besaba pausadamente. Su piel caliente y resbaladiza se deslizó sobre la suya. El vello de su pecho le hacía cosquillas, los hombros se erguían por encima del agua brillando como el oro negro. Sus piernas largas y fuertes acariciaban las suyas, más pequeñas y delgadas. Antes de que pudiera recuperarse del beso, estaba dentro de ella, y se colocó las piernas de Winona alrededor de su cintura antes de que ella tuviera tiempo de considerar la posibilidad de todo aquello.

– Nos vamos a ahogar -dijo ella.

– Yo ya me estoy ahogando -dijo él, y se zambulló en su boca para seguir besándola.

Extendió las manos sobre su trasero, apretándolos más el uno contra el otro. En su interior, Winona sintió aquel pulso caliente y secreto latiendo entre los dos.

– No tengo protección -Justin recordó de repente.

– Bien -dijo Winona.

– Si crees que me importa que hagamos un bebé, estás equivocada, Win. Espero que tengamos media docena. Y te lo aviso, mi plan para el resto de la velada es amarte hasta el amanecer.

– Bien -repitió ella.

– Serán dos noches sin dormir, y mañana estaremos los dos para recoger con pala.

– Bien -volvió a decir.

– Si crees que…

Dios Santo, ¿cómo podía hablar tanto aquel hombre? Ella le agarró la cara con las dos manos y se arrimó más a él. Entonces flexionó las rodillas para abrazarlo mejor con las piernas. Él no volvió a hablar después de eso, ni ella tampoco, pero lo cierto fue que pusieron el baño perdido de agua.

Esa noche, Winona perdió todas sus inhibiciones. Las buenas. Las importantes. Las inhibiciones que llevaba toda la vida alimentando, porque había estado segura de que las necesitaría para sobrevivir. Pero con él todo era distinto. Con él, se sintió tan abandonada como jamás habría imaginado…

Pero del modo más maravilloso de todos.

– Te amo, Winona Raye -le susurró mientras alcanzaban juntos el clímax.

Al día siguiente, mientras Winona iba a comer con Angela sentada en la silla del coche a su lado, de pronto se echó a reír en voz alta. Se había pasado toda la mañana rememorando los momentos de la noche anterior, y sonriendo todo el tiempo… Pero en esa ocasión estaba riendo por otra razón.

La noche anterior le había dicho por fin que sí. En realidad, Winona recordó de pronto las veces que le había sugerido a Justin que fijaran fecha para la boda. Solo que él no lo había hecho.

Winona se metió en un espacio en el aparcamiento del Restaurante Royal, agarró la bolsa de Angela y sacó a la niña del coche.

– Conoces este sitio, ¿verdad, mi niña? Y hoy vamos a ver a una amiga.

Nada más entrar en el restaurante vieron a Pamela Miles sentada en una de las mesas delanteras.

– Caramba, no era mi intención llegar tarde, Pam. Espero que no lleves mucho esperando…

– En absoluto. Solo llevo aquí unos minutos. ¿Y a quién tenemos aquí?

Winona sonrió mientras Pamela le hacía carantoñas a Angela, que no hacía más que intentar llamar la atención moviendo las piernas en el aire y haciendo pompas con la boca.

Sheila se acercó mascando chicle con el bloc de notas en la mano.

– Eh, Pam, se te están empezando a quitar los cardenales, ¿eh? Tienes mucho mejor aspecto, cielo.

– Estoy bien, solo que he perdido el apetito.

Winona le echó una mirada a la profesora de secundaria. Por un momento había olvidado que Pamela había esperado ocupar un puesto de profesora en Asterland durante el primer trimestre del curso y que había estado en el avión siniestrado.

– ¿Te sientes bien? -le preguntó.

– Bien. De verdad, comparada con algunas otras personas, no me ha pasado nada. Solo algunas contusiones. Aunque tengo que reconocer que los dos primeros días después del accidente me sentí bastante mal. Fue una experiencia horrible. Todavía sigo sin poder comer demasiado.

– Supongo que ya no irás a marcharte a Asterland a dar clase.

– No. Me encantaría, pero tendrá que ser en otra ocasión. No podían guardarme la plaza y tener a los niños sin profesor, claro está, y después del accidente no estuve segura del tiempo que tardaría en marcharme a Asterland y empezar a trabajar. Lo más lógico por ambas partes fue cancelarlo. De modo que de repente tengo un poco de tiempo libre. No me vendrá mal relajarme hasta el trimestre próximo; pero por favor, Winona, no quiero hacerte perder tu hora de la comida solo contándote cosas mías. Me dijiste que tenías que hablarme muy en serio sobre algo.

– Sí -contestó Winona, pero entonces vaciló.

Las dos mujeres se conocían a través de sus respectivos trabajos. En algunas ocasiones, Pamela le había pedido que fuera a hablar con sus alumnos y ella se había sentido encantada de tener la oportunidad. Con anterioridad a eso, lo único que Winona había oído era que la madre de Pamela tenía mala fama en la ciudad; lo cual resultaba siempre una sorpresa para cualquiera que conociera a Pam. Vestía con sencillez y recato, llevaba el pelo corto y no se preocupaba de maquillarse demasiado. Se notaba que disfrutaba cuando estaba con niños, y a Winona siempre le había caído bien y la consideraba una persona tranquila y auténtica. Pero no sabía cómo abordar aquel tema, aunque tendría que empezar de algún modo.

– Supongo que habrás oído rumores sobre Angela. Alguien la abandonó a mi puerta hace un par de semanas. Desde entonces he estado intentando averiguar quién es la madre.

– Sí, lo he oído. La ciudad entera está encantada de verte haciendo tu trabajo de policía con el bebé a todas partes.

Winona asintió.

– Sé que trabajas con los niños pequeños más que con los adolescentes. Pero la verdad es que me está costando dar con la madre de Angela. No estoy segura de que su madre sea una adolescente, pero tiene que ser alguien de la ciudad, porque la nota que dejó con el bebé iba dirigida a mí específicamente. Así que esperaba…

– ¿Esperabas que yo supiera algo?

– Sí. Supuse que habría una posibilidad muy remota de que tú lo supieras, pero lo he intentado por todas las vías normales y no he conseguido nada. Todo el mundo dice que los niños de todas las edades te hablan y confían en ti. Esperaba que tal vez habrías oído algo sobre alguna chica con problemas…

– Bueno, sí, la verdad es que hay alguien -Pamela tamborileó con los dedos sobre la mesa-. Estoy intentando recordar el nombre de la mujer. Estuvo en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas de hace un mes; alguien dijo que había perdido al bebé que esperaba antes de Navidad, pero en ese momento me pareció muy raro. Ya sabes cómo son las cosas en Royal. La ciudad se hubiera echado a la calle a acompañarla en el funeral, a apoyarla por una pérdida tan grande. Solo que no hubo ningún funeral… -Pamela sacudió la cabeza-. Esto es una locura. La verdad es que no sé nada. Eso solo fue un vago rumor que me contaron en ese momento, y a decir verdad, en esa fiesta yo estaba concentrada en otra cosa…

– Ya… -como Angela empezó a lloriquear, Winona levantó en brazos y le dio un biberón, pero al mirar a Pamela le echó una sonrisa de complicidad-. Te vi bailando con Aaron Black, chica.

Pamela se puso colorada.

– Me sentí como Cenicienta en la fiesta de palacio; y, créeme, a mí no me van los cuentos de hadas, y tampoco soy una persona a la que le apasionen las fiestas. La única razón por la que fui a esa fiesta fue porque iba a enseñar en Asterland, y pensé que sería una buena oportunidad para conocer a más gente de Asterland allí… Pero yo no pertenezco a ese grupo.

Winona sintió la inseguridad de su amiga.

– Eh, ¿qué quieres decir con eso?

– Vamos. Ya conoces a Aaron; parece un príncipe sacado de un cuento de hadas. Alto, elegante y guapo…

– Bueno sí, es un hombre guapo.

Solo que a Winona ya no le interesaba ningún hombre excepto Justin.

– Mmm. Yo también te vi en la fiesta. Solo tenías ojos para el doctor Webb.

A Winona le asombró tanto el comentario de Pamela que estuvo a punto de dejar caer el biberón al suelo.

Tal vez siempre hubiera sentido amor hacia Justin, y tal vez a él le hubiera pasado lo mismo. Pero sin embargo, algo lo había empujado a pedirle que se casara con ella. Y de pronto sintió la ansiedad golpeándole las venas. Todo había ido muy bien, pero Winona no había conseguido desembarazarse del todo de cierta sensación de angustia. Había algo en la vida de Justin que no iba bien, algo que no había compartido con ella.

– De acuerdo, dejaré de tomarte el pelo -dijo Pamela-. Si no quieres hablar de tu apuesto doctor, no te presionaré. Y te prometo que me mantendré alerta por si oigo algo sobre la madre de Angela -señaló el bebé y vaciló-. Quieres quedártela, ¿verdad? -le preguntó en voz baja.

– Sí -Winona sintió que le quemaban los ojos-. Ya me parece como si fuera mía. Pero lo importante es averiguar qué pasó. La verdad.

– Lo siento, tengo que marcharme.

– ¿Pasa algo?

– No, no, solo es que desde el accidente nada parece sentarme bien. Tal vez sea algo de estrés postraumático o alguna tontería de esas. Solo han pasado un par de semanas. Supongo que esperaré un poco más antes de tirar la toalla e ir a ver a un médico. Bueno… -se puso de pie, le dio un apretón a Winona en la mano y un beso en la frente al bebé.

Winona levantó al bebé para que eructara mientras sonreía mientras Pamela se marchaba del local… Pero la sonrisa se borró enseguida de su rostro y apretó a Angela contra su pecho.

No podía desembarazarse de la sensación de que algo que ella no entendía aún estaba importunando a Justin. Antes no había importado. Antes no había sido asunto suyo, ni había tenido derecho a saber ni a querer ofrecer su ayuda.

Pero ya sí.

Estaba arriesgando sus sentimientos, de un modo que no había hecho antes, por un hombre que se lo merecía. Pero por un hombre del que ya no estaba segura si la necesitaba y deseaba de verdad o no.

Capítulo Diez

Cuando Justin recogió a Winona para salir a cenar, estaba tan angustiado que tuvo ganas de reírse de sí mismo. Nunca había sido una persona nerviosa. Sin embargo, esa noche el pulso le latía demasiado deprisa y el estómago le hacía cosas raras; le sudaban las manos y el pequeño estuche que llevaba en el bolsillo de la americana parecía pesarle una tonelada.

Supuso que se sentiría mejor cuando la viera; solo que no fue así.

Winona se entretuvo unos minutos a la puerta mientras daba instrucciones a Myrt y hablaban del bebé. Se puso un abrigo de paño negro que desde luego le iba a hacer falta, porque era una noche de enero muy fría, pero Justin la había visto un momento con el vestido negro y los zapatos de tacón. Incluso cuando Win se arreglaba, nunca vestía ropa llamativa. Pero esa noche tenía un aire especial, peligroso, inquietante. Justin no supo qué pensar de todo ello; del pronunciado escote del vestido, de la sombra color humo que se había aplicado en los ojos, o del sutil pero letal perfume que se había puesto.

Los nervios que había sentido antes de verla parecieron a punto de estallar en ese momento.

Antes incluso de aparcar a la puerta de Claire's ya estaba tirándose del nudo de la corbata.

Aunque Royal era una ciudad adinerada, la personalidad de la ciudad nunca había sido formal. Claire's era la excepción. Cuando uno entraba en el local parecía escuchar el suave murmullo del refinamiento. Las mesas estaban vestidas con manteles de lino blanco, y en cada una había un centro de mesa de capullos de rosa recién cortados. En los menús no figuraban precios. En un rincón del comedor había un pianista vestido de esmoquin interpretando suaves canciones de amor.

Cuando le hubo quitado el abrigo, Winona se dio la vuelta y le susurró al oído:

– He estado antes aquí. Los Gerard venían para celebrar ocasiones especiales, igual que todo el mundo; al menos todos los que puedan permitírselo, claro. Pero siempre me he preguntado… ¿Qué pasa si alguien se tropieza? ¿O eructa?

A pesar de su nerviosismo, Justin empezó a relajarse.

– No pasa nada -le aseguró-. Aquí no puede ocurrir nada malo, de modo que no te preocupes.

Winona abrió el menú y sonrió cuando el camarero se acercó a la mesa.

– Creo que queremos empezar con la mejor botella de vino que tengan en la bodega.

– Sí, señor -dijo el camarero antes de darse la vuelta.

– Quítate los zapatos, Win. Estas sola conmigo. Hoy nos vamos a dar un homenaje por todo lo alto. Nada de pensar en bebés ni de preocuparnos por nada más. ¿De acuerdo?

Winona sonrió con tanta dulzura que sintió la tentación de ponerse a cantarle canciones de amor. Se dieron la mano suavemente, con ternura, como si no hubiera nadie más que ellos en el restaurante.

Justin no tenía idea de cómo había podido vivir tanto tiempo sin ella. Y mientras la miraba sintió un momento de felicidad plena. Pero desgraciadamente el momento no pareció durar mucho.

La suave sonrisa de Winona se volvió de pronto hierática.

– Caramba, Justin, tenía pensado hablar contigo… pero hay dos hombres sentados en la mesa de la esquina que no paran de mirarte. No pueden ser de aquí, porque no los conozco y, además, van vestidos de un modo un tanto extraño.

Justin no volvió la cabeza. Ya se había fijado en los dos hombres cuando habían entrado.

– Sí, se llaman Milo y Garth. Vaya par, ¿no?

El camarero les llevó el vino y Justin sirvió un poco del líquido rojo oscuro en la copa de Winona.

– ¿Entonces los conoces? Oh, diantres, vienen hacia aquí.

Maldita sea. Solo había dos personas en el planeta que Justin quisiera ver esa noche. Una era el bebé y la otra, la que más deseaba, era Win. Pero se vio obligado a levantar la cabeza, porque en ese momento los dos hombres se acercaron a la mesa sonriendo cortésmente.

– Doctor Webb, qué alegría volver a verlo. No queremos interrumpir su cena, pero cuando lo hemos visto pensamos en venir a saludarlo.

– Me alegra verlos -mintió Justin, y enseguida les presentó a Win, aunque de ningún modo iba a pedirles a los dos hombres que se sentaran a la mesa con ellos-. Milo y Garth han venido de Asterland, Winona.

Milo se volvió y le sonrió.

– Sí, llegamos ayer.

– Y están aquí para investigar las dificultades que ha habido con el avión. Esperemos que juntos podamos dar con alguna solución, ¿verdad, caballeros?

– Eso esperamos todos -Milo asintió con la cabeza-. Y ya que está aquí, doctor Webb, Garth y yo hemos estado repasando la lista de pasajeros. ¿Por casualidad conoce a una tal señorita Pamela Miles y una tal señorita Jamie Morris?

Justin notó que Winona lo miraba. Le rozó la pierna con la suya, esperando que entendiera que prefería llevar eso él solo.

– Sí, ambas mujeres viven aquí. Aunque espero que examinen toda la lista, y no solo a dos pasajeras que resultan ser americanas.

– Por supuesto, por supuesto. Solo es que, naturalmente, las pasajeras americanas son las que menos familiares nos resultaron.

Y también sería mucho más cómodo encontrar a algún americano a quien echar la culpa. Claro que Justin se cuidó de no expresar su opinión en voz alta

– Bueno, para serle sincero no estoy en posición para contestar a ninguna pregunta acerca de esas dos mujeres. Ni tampoco la señorita Raye. Pero tanto la señorita Miles como la señorita Morris llevan toda la vida en Royal, y les aseguro que son personas normales.

– Estoy seguro. Gracias por su atención -dijo Garth, despidiéndose de ellos.

Cuando por fin se alejaron lo suficiente para no escuchar lo que decían, Winona lo miró con el ceño fruncido.

– No me parece tan raro que el gobierno de Asterland haya enviado a alguien a investigar el caso. Pero me pillaron para sacarme información nada más llegar. Me dio la impresión de que pensaron que podrían sonsacarle más a un médico que a la policía. Pero ahora nos vamos a olvidar totalmente de ellos, ¿vale?

– Vale.

Durante la cena, Justin y Winona charlaron animadamente sobre distintos temas. El camarero les sirvió el solomillo con salsa bernesa, guisantes y patatas asadas. Cuando finalmente se llevó los platos, volvió para ofrecerles unas natillas, pero a Winona ya no le cabía más.

– No puedo más.

– Claro que sí -dijo, y le hizo una seña al camarero para que les llevara dos platos.

Justin la oyó protestar, pero cuando llegó el postre lo único que le oyó decir fue:

– Ay, qué ricas. Qué ricas…

– No estoy seguro, pero yo diría que normalmente no permiten que los clientes tengan orgasmos delante del resto de la clientela.

– Que se aguanten. Ese es su problema -dijo Winona con la audacia y picardía de siempre-. Has traído una carreta para sacarme luego de aquí, ¿no?

– No. Pero sí que he traído otra cosa -se metió la mano en el bolsillo derecho, y se dio cuenta de que le estaban temblando las manos otra vez.

– Justin… -tal vez notara algo, porque de pronto se puso a hablar como una cotorra-. Hablemos de otra cosa, ¿vale? No sé lo que te está molestando, pero se me ocurrió que podía ser por la casa. Ya me entiendes. ¿En qué casa vamos a vivir? A mí no me importa, pero mi casa es tan pequeña que la tuya me parece la mejor elección.

– Bueno, tu casa es muy pequeña para los tres, pero eso no tiene porque ser un impedimento, Win. Si no te gusta mi casa, podríamos comprarnos otra o construir una nueva.

– ¿Eso es lo que quieres?

– Quiero hacer lo que sea mejor para ti. Y para el bebé.

– Bueno… me encanta tu casa. Así que, a menos que quieras mudarte, creo que es el sitio ideal. Aunque…

Intentar hablar de algo normal no iba a funcionar. Al menos no mientras el estuche que tenía en el bolsillo siguiera inquietándolo. De modo que mientras ella se llevaba otra cucharada de natillas a la boca, él colocó el pequeño estuche sobre la mesa. Cuando Winona bajó la cuchara, lo vio.

Aunque no había terminado el postre, Winona dejó la cuchara sobre el plato. Lo miró con aquellos ojos, de un tono tan suave como la superficie de un lago, tan vulnerables como una noche de primavera.

– ¿Puedo… abrirlo? -le preguntó en voz baja.

– Me va a dar un infarto si no lo abres. Quería darte una sorpresa, Win, pero si no te gusta podemos ir a la mejor joyería que conozco, que está en Austin. Quiero que sea algo que te encante cuando lo mires cada día.

Pero como ella no parecía estar prestándole atención, Justin se calló.

Winona ya había abierto el estuche. Era un anillo con un zafiro. Y el zafiro no solo igualaba el color de sus ojos, sino que se suponía que era una piedra para una mujer que amara su individualidad, para una mujer única, como era ella. Pero no era un zafiro de color oscuro, sino que tenía una tonalidad inusual para ese tipo de piedras, ya que era del mismo color claro y brillante que los ojos de Winona.

Cuando Justin la miró a los ojos se dio cuenta de que Winona estaba a punto de llorar. Y entonces todas sus dudas se desvanecieron.

Winona se adelantó y lo besó. O bien fue él el que la besó a ella. Pero llegado ese momento, ¿quién sabía? Lo único que importaba era encontrarse con sus exuberantes labios a medio camino. Guandos sus labios se tocaron, el beso se convirtió en algo suave, silencioso y secreto. Reverente.

La textura de sus labios era una promesa. Cada vez que ella se acercaba a él, Justin sentía que se derretía por dentro. Entonces sintió que su vida podría ser mucho mejor con ella, que su corazón sería más fuerte, que todo ganaría con su presencia… Todo, si ella lo amaba.

Y él desde luego la amaba con todo su corazón. El amor fluyó entre ellos y los envolvió por entero. Y sí, también el deseo sexual despertó entre los dos. Un deseo ardiente. Justin se deleitó al pensar en ella; estaba impaciente por sacarla de allí y desnudarla para que lo único que llevara puesto fuera aquel maldito anillo…

Finalmente, Winona se apartó. Ambos estaban sin aliento, mirándose a los ojos.

– Vaya, me da la ligera impresión de que te ha gustado el anillo -murmuró Justin.

– No te burles de mí ahora, doctor. No podría soportarlo.

De pronto, se puso serio.

– Te quiero, Win. Nada de bromas. Siempre se ha tratado de esto. No es por el bebé ni por ninguna otra cosa. Solo es por amor.

– Y yo te quiero a ti. Fija una fecha. La que te parezca, Justin.

Y entonces, en el momento más emotivo, cálido e importante de toda su vida, Justin se quedó paralizado.

Dos noches después, mientras Justin conducía su Porsche hacia el Club, se dio cuenta de que las calles estaban vacías. Y no era de extrañar. Caía aguanieve intensamente, el asfalto estaba resbaladizo y soplaba un viento infernal.

Sin embargo, cuando Justin aparcó delante del Club y salió del coche, caminó hacia la puerta de entrada del edificio como si las inclemencias del tiempo le importaran un comino. Y no le importaban.

Win llevaba su anillo de compromiso. Y esa noche había vuelto a casa y habían hecho el amor hasta la madrugada. Pero también se había despertado alrededor de las cinco de la mañana por una pesadilla, y nada había vuelto a ser igual desde entonces. Algo iba mal. Algo muy malo le pasaba.

Lo más extraño era que todo le iba bien por primera vez en al vida. Adoraba a Winona. Y la mujer a la que amaba más que a nadie en el mundo había aceptado casarse con él. Normalmente los hombres tenían miedo a comprometerse, pero él no. Estar unido a Win era precisamente lo que él ansiaba, de modo que esa reacción de pánico que había sentido al pensar en fijar la fecha de la boda no tenía ningún sentido.

– Justin! ¡Me alegro de verte! -Matthew estaba dentro, junto a la puerta; pero al mirar a Justin se le heló la sonrisa en los labios-. ¿Pero qué demonios te ha pasado?

– Nada. Siento haberme retrasado un poco.

Echó una mirada y vio a los demás sentados dentro, excepto a Aaron. Ben tenía una taza de café en la mano, mientras que los otros se habían decantado por bebidas más fuertes. El familiar aroma a whisky flotaba en el ambiente, junto con el olor a cuero, lana y el del alegre fuego de troncos ardiendo.

Dakota se adelantó con una sonrisa.

– Eh, tío, parece que alguien te pegado una paliza -pero cuando Dakota lo miró bien, también dejó de sonreír-. Lo decía en broma… ¿Estás bien? No estarás enfermo, ¿verdad?

– No, estoy bien, en serio. Siento llegar tan tarde. Es que he tenido dos días seguidos de mucho trabajo.

Eso era lo que le había contado a Winona. Claro que temía que no se lo hubiera tragado. Y parecía que sus amigos tampoco.

Pero como esa noche tenían que discutir cosas muy serias, dejaron la charla para otro momento. Lo primero era buscar un escondite seguro para el ópalo y la esmeralda.

El trabajo le hubiera llevado a cualquiera cinco minutos. Pero habiendo cuatro hombres juntos, les llevó una hora y media.

Cuando terminaron de taladrar el agujero en la pared, Justin subió por la escalera que había en el vestíbulo de entrada. El cartel con el logotipo del Club, Liderazgo, Justicia y Paz, estaba tumbado de lado en el suelo. Y de pronto todos se quedaron en silencio.

Cada uno de ellos le echó una última mirada al ópalo negro y a la esmeralda, antes de que las dos piedras fueron envueltas en terciopelo blanco e introducidas en una fina caja de metal. Con el taladro habían hecho un agujero lo suficientemente grande para meter la caja, de modo que después de hacerlo, lo único que quedaba era colgar el cartel de nuevo.

– No podríamos haber buscado mejor sitio -dijo Matthew-. Quiero decir, a la larga tendremos que buscar un lugar más seguro para las piedras. Pero hasta que averigüemos qué ha sido del diamante rojo, este es ideal. Muy simbólico. Hemos hecho bien.

– Ojalá que los problemas relacionados con el accidente y el robo de las joyas fueran tan fáciles de resolver.

Barrieron, lo recogieron todo y guardaron la caja de herramientas. Sin embargo, terminaron todos de vuelta en el vestíbulo de entrada. Para ellos el cartel nunca había sido un símbolo de mal gusto, sino un recordatorio de los votos genuinos que habían hecho para ayudar a los demás cuando se habían unido al Club de Ganaderos de Texas. En ese momento, se sentían todos frustrados por no poder cumplir esa promesa.

– Cuanto más nos adentramos en este lío, menos sentido tiene -gimió Dakota.

– Repasemos lo que sabemos -sugirió Matthew-. Aún no se sabe nada de la identidad del asesino de Monroe, ¿no?

Aún no se sabía nada, y el diamante rojo seguía faltando. De momento, los hombres no tenían pruebas que pudiera conectar el accidente de avión con el robo de las joyas; pero el ladrón de estas tenía que ser sin duda uno de los pasajeros del avión de Asterland. Klimt, uno de los que podría haberles dado alguna respuesta específica de lo ocurrido, continuaba en coma.

– Bueno, algo tendrá que surgir -dijo Matthew-. Parte del problema es que ninguno de nosotros soportamos bien la frustración. Estamos acostumbrados a salir y hacer lo necesario para arreglar las cosas. Tener que esperar es, en parte, lo que nos está volviendo locos.

– También dudo de que haya una piedra tan única en todo el mundo como nuestro diamante rojo. Aunque apareciera en el mercado negro, se armaría un revuelo en cuanto eso pasara… si es que no damos con otro modo de encontrarla antes.

– Sí. El diamante rojo es la clave para resolver el resto -dijo Ben pensativamente-. ¿Justin? Justin se volvió hacia ellos con rapidez.

– Estoy de acuerdo con todos vosotros. Tan solo nos va a llevar un poco más de tiempo. Ninguno de nosotros ha aceptado jamás un fracaso y no lo vamos a aceptar ahora.

Los demás coincidieron calurosamente, pero Ben seguía mirándolo con el ceño fruncido.

– Estabas pensando en algo. Estabas mirando el cartel fijamente. ¿Se te ha ocurrido algo?

– Sí, se me ha ocurrido una cosa.

Justin no podía explicárselo a nadie. Pero aquella extraña manifestación había tenido lugar cuando le había echado un último vistazo al ópalo y a la esmeralda. De repente el corazón había empezado a latirle como un tambor, con inquietud, con miedo. La piedra que faltaba era la razón. El diamante rojo siempre había sido para todos el verdadero talismán de la causa del grupo. No porque fuera la más valiosa de las tres, sino porque representaba el liderazgo y el honor que debía tener todo hombre bueno.

Y los fuertes latidos de su corazón continuaron el sordo golpeteo. Recuerdos de Bosnia cruzaron su mente. Había tenido en mente un objetivo tan heroico cuando se había ido allí voluntario. Había querido ayudar, salvar a personas. Y en ese momento había sido lo suficientemente egoísta para pensar que era la persona ideal para hacer aquel trabajo; que era uno de los mejores médicos que había.

Solo que había aterrizado en una pesadilla. Paciente tras paciente había sufrido graves heridas a causa de las bombas, los tiros y la metralla. Pero las condiciones fueron horribles. A veces no había medicinas. A veces no había calefacción, ni electricidad; maldita sea, a veces ni siquiera agua corriente. El poseía la capacidad, pero no los medios para salvarlos. Y todos los pacientes, uno tras otro, habían muerto, hasta que Justin había empezado a sentir que se rompía por dentro. Tal vez no fueran sus fallos los que causaran las muertes, pero seguían siendo fracasos. Seguía siendo insoportable. Y cuando había vuelto a casa, se había especializado directamente en cirugía plástica, alejándose de cualquier especialidad en la que los pacientes murieran.

Hacía mucho tiempo que le había visto el sentido.

Le había visto el sentido hasta que le había pedido a Winona que se casara con él. Durante todos aquellos años había rezado para que Winona pudiera amarlo, pero una vez que ella había cedido a esos sentimientos… ah, bueno, Justin sabía exactamente por qué su corazón parecía vacío. Porque lo estaba. Tenía miedo de fallarle a Winona. Miedo de no ser ese hombre fuerte y honorable que ella parecía pensar que era; el hombre fuerte y honorable que Justin ya no estaba tan seguro ser.

Ben le agarró del hombro.

– A ti te pasa algo. ¿Quieres sentarte aquí? ¿O encontrar un sito donde quieras hablar?

Matthew se acercó a ellos.

– ¿Justin, qué te pasa? Cuéntanoslo. ¿Qué podemos hacer por ti?

– Nada.

No sabía si se sentía más aliviado o más preocupado de que por fin supiera por qué fijar la fecha de la boda lo tenía tan agobiado. Desgraciadamente, eso no quería decir que tuviera idea de qué hacer al respecto.

De repente sonó el teléfono, asustándolos a los cuatro. El recibidor más próximo estaba en el despacho del club, y Justin aprovechó la oportunidad para alejarse de sus amigos, por muy buenas intenciones que tuvieran.

– ¿Justin? Ay, gracias a Dios que te encuentro ahí… -era Winona, pero su voz no sonaba como siempre; a pesar de que ella siempre mantenía la cabeza fría cuando había una crisis, en ese momento su tono de voz era agudo y lleno de pánico-. Te necesito. Ahora mismo. Angela no respira bien. Le pasa algo malo. Tengo miedo de llevarla al hospital, miedo de hacer algo que pudiera hacerle empeorar…

Justin no tuvo que pensar. Winona lo necesitaba.

– Estaré allí en cinco minutos. Te lo prometo.

Capítulo Once

Winona había pasado miedo antes, pero no como en ese momento. A última hora de esa tarde había averiguado quién era la madre de Angela. En ese momento había pensado que no habría nada más importante o traumático que eso; pero se había equivocado.

En ese momento paseaba con el bebé en brazos porque tenía demasiado miedo para hacer otra cosa. Había vuelto a casa del trabajo y preparado algo de cena antes de preparar a Angela para dormir. Y todo había ido bien hasta que el bebé se había despertado, haciendo unos ruidos como si se estuviera ahogando.

Tenía miedo de acostarla. Miedo de que tenerla en brazos pudiera perjudicarla. Cuando se había entrenado para policía le habían enseñado primero auxilios, ¿pero qué había en aquel manual que sirviera cuando era su bebé el que sufría?

Winona oyó el ruido de la puerta de entrada.

– ¿Justin? ¡Estoy aquí! ¡Corre!

Quería prepararse antes de verlo, porque sabía que le dolería. Winona no tenía ni idea de lo que ese hombre estaba pensando, pero dos días atrás había sumado dos y dos. Durante días había estado presionándola para que se casara con él. Pero cuando había llegado el momento de fijar una fecha, se había echado atrás en más de una ocasión.

Había empezado a ver cuánto se preocupaba Justin; cuánto le había ocultado; cómo sería como padre, lo buen amante que era y todo el amor que llevaba dentro.

Solo que con todo ello había conseguido que se enamorara de él perdidamente. Prácticamente la había obligado a enamorarse de él total, profundamente. ¿Para después arrepentirse llegado el momento de fijar fecha?

Dios, cómo dolía. En realidad le dolía tanto que llevaba dos noches seguidas sin dormir apenas. Pero en ese momento no había tiempo para mostrar su dolor o su rabia. Solo tenía una cosa en la cabeza: el bebé.

Le oyó quitarse la cazadora antes de entrar en el cuarto de la niña.

– Lleva ya veinte minutos ahogándose como ahora. Tal vez debería haberla llevado al hospital, pero no entendía lo que pasaba; tampoco quería sacarla con el frío que hace, por si se ponía peor. Pero me doy cuenta, está claro, de que le pasa algo. No respira bien…

– Sigue hablando. Sigue contándome todo lo que le ha pasado.

– La puse a dormir hará unos cuarenta y cinco minutos. Ha pasado el día bien; bien del todo. Y se quedó dormida inmediatamente, pero fue como si se hubiera tragado algo, porque de repente empezó a toser. Yo estaba en la cocina y eché a correr hacia su cuarto. La levanté en brazos y empecé a darle palmadas en la espalda, pensando que podría ayudarla a que expulsara lo que fuera…

– ¿Y echó algo? -le preguntó Justin en tono tranquilo, pero con urgencia.

– No. Pero debió de echarlo. Porque después ya no parecía que se ahogara tanto. Siguió como está ahora. Ya ves lo mal que lo está pasando para respirar. Está casi azul…

– ¿Has llamado a un pediatra?

– No, por supuesto que no. Te he llamado a ti. Quería que vinieras tú.

– Win, vamos, sabes que yo no estoy especializado en bebés…

– Conoces la medicina como nadie. No hay nadie como tú.

– Maldita sea, Winona. No sabes lo que me estás pidiendo.

Fue algo tan raro por su parte decirle eso, que Winona levantó la cabeza. En ese momento ella y él no importaban. Lo importante era el bebé… pero de algún modo todo su dolor se desvaneció. No sabía por qué se había acobardado en el momento de fijar la fecha de boda, pero desde luego no era por falta de amor. Vio cómo la miraba. En sus ojos había una mirada tierna y llena de amor, fijada en la suya durante un largo segundo, antes de volverse a centrarse en el bebé.

Le quitó el bebé de los brazos y la tumbó sobre la superficie plana de la cuna. Con dedos ágiles y suaves le quitó la ropa y empezó a examinarla sin dejar de murmurarle.

– ¿Qué quieres decir con que no sé lo que te estoy pidiendo? -le preguntó en voz baja.

– No me puedo arriesgar a que le ocurra algo a Angela. A ella no. No puedo, Winona, maldita sea. Lo digo en serio. Ya no me dedico a esto.

Ella escuchó sus palabras, pero no tuvieron sentido; Justin ya estaba ocupándose de Angela del modo más competente posible.

Y nada más entrar por la puerta, Winona había dejado de sentir pánico. Bueno, casi. Aún estaba nerviosa y le temblaban las rodillas.

Pero si había alguien que pudiera salvar a un bebé, ese era Justin. Si alguien podía ayudar a Angela, Justin encontraría el modo de hacerlo. Si confiaba en alguien, y no había muchos en su lista, era en Justin.

– Enciende la lámpara -dijo en voz muy baja-. Tráeme el maletín negro y ábrelo, ¿quieres? Y después tráeme una paja de la cocina, ¿vale? Date prisa.

En su voz no oyó pánico, nada que pudiera causarle preocupación, pero instintivamente entendió que debía apresurarse. Volvió al poco tiempo con lo que le había pedido.

– Sabes lo que le pasa, ¿verdad?

– Sí -dijo-. Es la ballena.

– ¿Eh?

– El peluche. Nada más tumbarla en la cuna vi que el peluche tenía unos puntos sueltos, y que se le salía un poco de pelusa del relleno. Me da la impresión de que se ha metido un poco en la boca. Y seguro que le has estado dando palmadas ahí -señaló hacia la izquierda de la moqueta-, porque ha escupido un poco.

– Oh, Dios mío. ¿Crees que se ha tragado la pelusa? ¿Por eso le cuesta respirar? ¿Podría ser venenoso? ¿Podría…?

– Win.

– ¿Qué?

– Necesito que me escuches.

Ella tragó saliva.

– Te estoy escuchando.

– Esto no va a ser agradable. Aún tiene un poco de pelusa en la garganta. Esto es lo que le está obstruyendo el paso del aire. Tengo que sacarlo. ¿Winona?

– ¿Qué?

– Te quiero. Y te prometo, te prometo, que va a estar bien. Pero no va a ser bonito ver esto, de modo que quiero que vayas y te sientes en la habitación de al lado.

No pensaba moverse de allí; aunque sí que se tomó unos segundos para agarrar la ballena de peluche y tirarla a la papelera. Él continuó hablando en voz baja para tranquilizar al bebé, pero era a Winona a la que le estaba hablando, avisándola de que tal vez tuviera que hacerle una traqueotomía a Angela si no era capaz de aspirar la pelusa con la paja. De uno u otro modo tendría que sacársela.

Justin tenía razón. Nada de lo que hizo fue agradable a la vista, pero unos minutos después el bebé empezó a toser violentamente. Y entonces todo terminó. Justin se colocó a la pequeña apoyada en el hombro mientras le susurraba en voz baja y miraba a Winona con los ojos empañados.

– Ya puedes ir diciendo a nuestra hija que no vuelva a asustarme así -dijo Justin.

Winona deseaba abrazar a Angela, pero dejó que Justin siguiera con ella en brazos. Ella cambió las sábanas de la cuna por si quedaba algún resto de pelusa. Cuando todo estuvo listo y las luces apagadas, eran más de las doce. Justin le había puesto a la niña un pijama suave y caliente, y en ese momento Angela roncaba dulcemente. La tumbó en la cuna, pero ninguno de los dos quiso retirarse inmediatamente.

Quince minutos después, los dos seguían allí junto a la cuna, a pesar de que Justin había dicho tres veces que ya no había razón para preocuparse.

– Y duerme como un ángel -concedió Winona-. Vamos, es una tontería que nos quedemos aquí. Es hora de que nos acostemos y durmamos un poco.

– Ve tú. Yo me quedaré vigilándola un poco más.

– No, ve tú.

– No, tú.

A las dos de la madrugada, Winona se despertó en una mecedora junto a la cuna de Angela… y al momento vio a Justin a su lado en otra mecedora que había llevado antes. Tenía el cuello torcido como ella, y cara de cansado.

Winona sonrió mientras lo miraba. La amaba. Y también a Angela. No sabía lo que le había pasado unos días atrás, pero Winona sabía cuál era la verdad.

De repente, Justin abrió los ojos, como si hubiera sentido que ella estaba despierta y observándolo. Con la misma rapidez, se puso de pie y se inclinó para mirar al bebé, para ver si estaba tranquilo. Entonces se irguió y se frotó la cara con una mano.

– Está bien. Es una tontería que sigamos aquí, Winona. Nos hace falta dormir un poco a los dos.

– Lo sé -dijo, pero no se movió ni él tampoco-. Con todo lo que ha pasado, no he tenido oportunidad de decirte algo, Justin. Ya no hay razón para que te cases conmigo.

– ¿Qué?

– He averiguado quién es la madre de Angela.

Él tragó saliva y entonces fue y le tomó la mano. Cuando entraron en el salón a oscuras, Justin le echó una manta pequeña por los hombros y después la sentó en el sofá.

– De acuerdo. Cuéntame toda la historia.

– Estuvo en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas. Era una de las invitadas. La esposa de Herb Newton, Alicia. Herb estuvo un año sabático en Oriente Medio. El año pasado quedó embarazada, pero cuando el bebé iba a nacer, le dijo a sus vecinos y a su familia que el niño había nacido muerto, que lo había perdido. En lugar de ir al hospital, llamó a una comadrona. La comadrona dijo lo mismo que había dicho ella. Herb no estuvo presente en el parto, y él le contó lo mismo, que el bebé había muerto.

– ¿Entonces tú descubriste su mentira?

Winona asintió.

– Sí. La comadrona cuidó del bebé los dos primeros meses. La mujer estaba implicada en la historia y quería ayudar a Alicia, pero no sabía lo que hacer. El problema era que Herb la maltrataba físicamente. No dejó de pegar a Alicia mientras estuvo embarazada, y ella tuvo miedo de que le hubiera hecho daño también al bebé. En realidad, estaba totalmente segura de que había sido así. De modo que le pidió a la comadrona que dejara a Angela en mi puerta.

– Dios -murmuró Justin en tono emocionado.

– Alicia era una de las sospechosas que estaba investigando. Pero cuando fui a buscarla esta tarde me lo confesó todo. No va a ser sencillo, en cuanto al futuro de Angela.

– ¿Por qué?

– Porque tiene miedo de que Herb la mate si se entera de que el bebé está vivo. Ella no quiere al bebé. En absoluto. Va a intentar divorciarse, dejar esa relación y empezar una nueva vida. Pero si Herb averigua que el bebé sigue vivo, tiene miedo de que pida la custodia; y como es su padre biológico, Alicia tiene miedo de que pueda conseguirla y obligarla a que viva con él.

– Qué lío -dijo Justin en voz baja.

– Sí, y ahí está la cosa, que no puede resolverse legalmente; al menos durante un tiempo. Si Alicia consigue lo que quiere, dará a la niña en adopción, específicamente a mí. O a nosotros -lo miró a los ojos-. Pero el caso es que… no hay razón ya para que te cases conmigo, solo para darme la posibilidad de que pueda adoptar a Angela. Ahora conocemos la situación de la niña, y sabemos que llevará un tiempo hasta que los tribunales resuelvan. Pero el matrimonio no me va a ayudar a quedarme con Angela. Los verdaderos problemas legales son entre Alicia y su marido.

– Win, yo no quiero casarme contigo por Angela.

– Yo no creía eso, pero entonces te echaste atrás cuando llegó el momento de fijar la fecha de boda, como si no fueras en serio. Me has hecho daño, doctor.

El la miró con ansiedad.

– Yo no quería que pasara eso, de verdad. Y siempre he deseado casarme contigo, Win, desde hace años. Desde la primera vez que te vi; entonces tenías doce años y le dabas una patada en la espinilla a todos los niños que se acercaban a decirte hola. Dios, qué cabezota eras, qué valiente…

– Deja de decirme lindezas, y dime por qué me has hecho daño.

– No quería. No fue mi intención.

– Justin… eso no me vale.

Se quedaron en silencio; un silencio tenso. Él apartó la mirada un momento, y entonces se volvió y la miró a los ojos.

– Fue porque de pronto me di cuenta de que… tal vez no fuera el hombre que tú pensabas que era.

Ella le puso la mano sobre la suya; la mano izquierda, para que viera que llevaba puesto el anillo, que brillaba suavemente entre las sombras. Y entonces entrelazó los dedos con los suyos, con fuerza, para que tuviera algo a qué agarrarse.

– Perdí tantos pacientes en Bosnia… En mi especialidad, a veces se pierden pacientes. Así es. Es una lucha, una batalla contra la muerte. Las salas de urgencia son sitios desagradables, imperfectos, donde a veces solo tienes un segundo para tomar una decisión de vida o muerte. Es imposible. Pero… Win, yo pensaba que era bueno en mi trabajo -ella le apretó la mano con fuerza. -Pero allí no había medicamentos. A veces ni siquiera electricidad. Ni luz, ni agua, ni instalaciones. Nada. Nos llegaban pacientes que podrían haber salvado la vida, hombres que no tenían que haber muerto, niños sufriendo dolores. Y no podía hacer nada. Nada.

De haber podido sangrar por él, Winona lo habría hecho. Durante todo ese tiempo, ella había intuido que había una razón que explicara la soledad que se reflejaba en su mirada.

– Pensaba que era un hombre más fuerte. Pero cuando volví de Bosnia me eché a temblar solo de pensar en ver morir a un paciente más. Por eso cambié de especialidad. Veo dolor, pero casi siempre puedo hacer algo por remediarlo. Pensé que el cambio me vendría bien, pero por dentro no he dejado de sentir que fracasé. Que no estuve a la altura de las circunstancias. Que no era el hombre que querría haber sido; el hombre que pensaba que había sido.

– Maldito seas, Justin. Eres tan tonto, y te quiero tanto -le agarró la cara con fuerza y le plantó un beso lleno de posesividad-. Eres diez veces mejor que cualquier hombre, pedazo de cretino. ¿Es que pensabas que podías hacerlo todo?

– No, pero… No me había dado cuenta de lo mucho que me remordía la conciencia hasta que empezamos a hablar de casarnos y todo lo que había soñado que tendría contigo empezó a hacerse realidad. Y entonces me di cuenta de que no me había enfrentado a ello; que había sido un cobarde.

– Yo no amaría a un cobarde. No como te amo a ti, con toda mi alma.

– No estaba seguro de si me conocías bien o no. Tú no sabías de mi fracaso, y tuve miedo de que tal vez estuviera engañándote; de no poder prometerte que sería el hombre que necesitabas.

– Esta noche has salvado a nuestro bebé, doctor. ¿Dónde está el fracaso? Eres el mejor médico que conozco. Pero, aún más que eso, eres el mejor hombre -de nuevo lo besó, esa vez con ternura-. Te quiero, Justin.

– Ay, Win, yo también te quiero. Con toda mi alma. Por eso me ha costado tanto enfrentarme a esto. Porque quería tener derecho a amarte toda la vida.

– Hemos pasado una prueba de fuego, ¿no crees? Pero a partir de ahora… tus miedos serán los míos, y tus preocupaciones las mías.

– Y tu amor… mi amor -dijo él con pasión, y la tomó entre sus brazos, ofreciéndole un beso cargado de todo el amor y las promesas que en ese momento se estaban haciendo el uno al otro.

Epílogo

Cuando oyó el teléfono, Winona estaba rodeada de maletas. No acertaba a entender cómo una luna de miel tan breve podía generar tanta ropa sucia; sobre todo cuando la mayoría de las prendas eran tamaño bebé. Sin embargo, en ese momento corrió a la cocina, encantada de poder abandonar la tarea un momento. Al tiempo que llegaba junto al teléfono oyó los ruidos del agua y de risas ahogadas. Justin le estaba dando un baño a Angela, y en ese momento él se estaba riendo a carcajadas.

Winona no pudo evitar sonreír mientras se llevaba el auricular a la oreja. Para sorpresa suya, la que llamaba era Pamela Miles.

– Qué bien que hayas llamado -le dijo Winona afectuosamente.

– Seguramente estarás muy ocupada si acabas de volver de tu luna de miel, y siento importunarte. Pero me preguntaba cómo va todo. Si has dado con la madre de Angela y lo que va a pasar a la niña.

– Todo va de maravilla. Y acabamos de volver hace unas horas. La niña ha disfrutado muchísimo de la luna de miel. La verdad es que pensaba llamarte esta noche, así que me alegro de que hayas llamado.

– ¿Ibas a llamarme? -preguntó Pamela muy sorprendida.

Winona sonrió de nuevo.

– Sí porque te debo, todos te debemos, mi agradecimiento. Fuiste tú la que me diste la clave para dar con la madre biológica de Angela.

– Ah. Qué alivio saber la verdad, ¿no? ¿Pero quiere decir eso que no vas a poder quedarte ahora con el bebé?

– Justo lo contrario -Winona abrió la puerta del frigorífico y sacó un biberón para calentárselo a la niña-. No nos ha dado tiempo de poner en movimiento los procedimientos legales. Pero de momento, todo tiene un aspecto estupendo.

– ¿Te acuerdas aquel día que comimos juntas y me hablaste de esa mujer que había asistido a la fiesta del Club de Ganaderos de Texas?

– Claro. La del marido bestia.

– Exacto. Bueno, al final la convencí para que llamara a una psicóloga amiga mía. Ojalá lo hubiera hecho antes. No salió a tiempo, al menos técnicamente, porque ese perro que tenía por marido le pegó otra vez. En esa ocasión con un bate. Y so fue suficiente. Finalmente, lo denunció y como había utilizado un bate con ella, logramos que los cargos por intento de asesinato progresaran. Ella ahora está libre, y cada vez mejor. -Pamela suspiró largamente. -Me alegro tanto de que no esté ya con ese hombre. Como él tiene un trabajo tan bueno y vivían muy bien, la familia siempre parecía perfecta en la superficie. Pero yo había oído rumores. Hacía tiempo que me preocupaba que algo pasara en esa casa.

– Sí, y es una mujer encantadora. Al final se puso en contacto con Justin y conmigo mientras estábamos de luna de miel para pedirnos formalmente que adoptáramos a Angela. En este momento está intentando rehacer su vida. Quiere mudarse, y está totalmente segura de que no quiere al bebé. Me cuesta creer que no cambiará de opinión, pero dice que está totalmente segura de que será lo mejor tanto para Angela como para ella. Y Dios sabe que nosotros dos estamos deseando adoptar a nuestro cielito.

– Vaya, cuánto me alegro de que de vez en cuando haya una historia con final feliz. Qué cerdo. Todo el dinero que tenía no hacía de él un hombre bueno. Esto, ¿Winona?

Winona oyó la pregunta implícita en el tono de su amiga.

– ¿Winona? Por casualidad ¿sabes… si Aaron va a volver a Royal pronto?

– ¿Aaron Black?

– Sí. No es asunto mío, la verdad. Pero esperaba que supieras algo…

– Estoy casi segura de que oí a Justin comentar que Aaron tenía que volver en los próximos días. Y parece que va a quedarse aquí una temporada.

Después de colgar y mientras se iba por el pasillo con el biberón caliente en la mano, no pudo evitar sonreír. La fiesta del Club de Ganaderos de Texas había sido una especie de catalizador para todo tipo de eventos, algunos de ellos oscuros y serios, pero otros fantásticos y extraordinarios. ¿Quién habría pensado que una gentil y tímida profesora de escuela como Pamela acabaría bailando con el sofisticado Aaron Black?

Winona estaba deseando averiguar por qué Pamela le estaba preguntando por Aaron, pero su curiosidad se desvaneció cuando entró en la habitación. La noche de la fiesta otras parejas habían bailado juntas; como por ejemplo una dura mujer policía que jamás había pensado en casarse o que perteneciera a nadie, y un doctor con fama de playboy que no podía haberse enamorado de una mujer como ella.

Solo que se había enamorado.

Al igual que ella de él.

Completamente. Inevitablemente. Perdidamente.

Maravillosamente.

Vio los dos cuerpos desnudos sobre la cama de matrimonio, riéndose a carcajadas de tal modo que tuvo que dar con el pie en el suelo para llamar su atención.

– ¿Se puede saber qué está pasando aquí? Os dejo solos unos minutos y mira lo que hacéis.

– Es culpa de ella; no quería que la vistiera, solo que le hiciera cosquillas en la barriga.

– ¿Estás echándole la culpa a un bebé de tres meses?

– Eh, ayúdame -le dijo Justin al bebé-. Dile a mamá la verdad. Rápido, antes de que me meta en un lío.

– Debes de estar soñando si piensas que te va a salvar.

Winona dejó el biberón en la mesilla y se tiró a la cama con ellos. Justin tenía mucha razón. Estaba metido en un lío; una vida por delante llena de deliciosos, traviesos y continuos líos. Ella se sentó a horcajadas encima de él y lo besó ardientemente.

Angela se echó a reír cuando su mamá le rozó accidentalmente un dedo del pie, pero Winona sabía que tenía que dar de comer al bebé y meterlo en la cama dentro de poco. Claro que, en media hora más o menos, el doctor Justin Webb iba a estar metido en un lío mayor del que podría haber soñado jamás.

Y por la forma de mirarla, se veía que lo estaba deseando.

Jennifer Greene

***