JASPER FFORDE
Thursday Next 4
Algo huele a podrido
Título original: Something Rotten
Traducción: Pedro Jorge Romero
© Jasper Fforde, 2004
ISBN: 978-84-666-3779-4
Editorial: Ediciones B
Colección: Nova Ciencia Ficción
fb2: slstc 2012
Presentación
Como era de prever, el éxito mundial de J E llevó a su autor a seguir con las aventuras de la peculiar detective literaria Thursday Next, que se ha convertido ya en un personaje emblemático para los amantes de la literatura capaces de aceptar la ironía y apreciar la inteligencia.
Tras recuperar la integridad de Jane Eyre y vencer al malvado Acheron Hades J E), los problemas siguen acosando a la detective literaria Thursday Next. Por una parte, los cambios en el argumento de Jane Eyre hacen que una nueva y compleja entidad, Jurisficción, la persiga por haber alterado un clásico. Aunque parezca que se ha jubilado, el tío Mycroft sigue con sus peregrinas ideas e inventos llegando incluso a poner en peligro a la humanidad (como siempre...). Thursday ha encontrado valor para casarse, pero su reciente marido Landen ha sido «retrosustraído» por la omnipresente Corporación Goliath y ha desaparecido de la vida de todos, excepto de los recuerdos de la misma Thursday. Y, evidentemente, Thursday sigue perdiéndose en todo tipo de libros, desde El proceso de Frank Kafka, a Sentido y sensibilidad de Jane Austen pasando por Grandes esperanzas de Charles Dickens... Y eso sin olvidar el papel crucial de El cuervo de Edgar Allan Poe, donde Thursday dejó encerrado al agente Shitt de la todopoderosa Corporación Goliath ).
Siguiendo con sus aventuras sin cuento, Thursday se esconde en la Gran Biblioteca (un piso por cada letra del alfabeto y cada piso alberga todos los libros cuyo título empieza [o empezará...] con esa letra) cuyo sótano más profundo es, precisamente, el llamado Pozo de las Tramas Perdidas. Escondida en una mala novela, Caversham Heights, protagonizada por el detective Jack Spratt, Thursday ayudará a la definitiva deconstrucción de la ficción narrativa. Y todo ello mientras realiza su aprendizaje como nueva agente de Jurisficción, teniendo como maestra a la sin par la señorita Havisham de Grandes esperanzas de Dickens P T P).
De nuevo, tal como se demuestra en , «las barreras entre la realidad y la ficción son más porosas de lo que creemos», y así se descubre cuando Thursday Next vuelve a la realidad «real», acompañada esta vez de Hamlet, príncipe de Dinamarca, interesado en saber la opinión de la gente sobre él. La perversa Goliath Corporation ha decidido convertirse en una nueva y poderosa religión mundial y existe el peligro de un terrible fin del mundo nuclear. Desgraciadamente, la historia de Hamlet se ha mezclado con la de «Las alegres comadres de Windsor» para dar lugar a «Las alegres comadres de Elsinor»... Y todo son problemas.
Para gran satisfacción de los lectores, la aventura más loca y surrealista está servida. La serie de Thursday Next, detective literaria, iniciada con J E y de la que éste es el cuarto libro, es una gran fiesta literaria, sumamente inteligente y poblada de todo tipo de irreverencias. Siete libros publicados en dieciocho idiomas y más de dos millones de ejemplares impresos avalan la calidad del autor.
Tras casi veinte años seleccionando títulos de ciencia ficción y fantasía o, si quieren ustedes, de literatura especulativa inteligente para adultos en esta su colección NOVA, hay casos que considero excepcionales. Afortunadamente, al empezar mi trabajo en NOVA, se me ocurrió la idea de introducir cada libro con una breve presentación. Se trataba de decirles a ustedes porqué he seleccionado un título y no otro para estar en NOVA. La obra de Jasper Fforde hace que estas presentaciones tengan su mayor sentido. Por ello voy a repetir aquí, con algunas actualizaciones, lo que les decía en la presentación de la primera novela de Jasper Fforde que les ofrecimos, el arranque de esta sugerente serie: J E.
Leer es una afición que, muchas veces, puede llegar a convertirse en verdadero vicio. Un vicio que puede llegar a ser sumamente adictivo y, también, muy agradecido. Pero el tiempo pasa de manera ineluctable y la sensación de los viejos y empedernidos lectores como yo es que cada vez quedan menos novelas que nos sorprendan y emocionen. Un par de centenares de años de novelística nos han proporcionado un buen número de títulos inolvidables que, una vez leídos, acaban creando en algunos lectores la sensación de que «ya no hay novelas como ésas», de que lo que hoy se escribe casi no resiste la comparación con la viejas glorias del pasado.
Cada lector tiene su propia lista de títulos favoritos, de esas novelas de referencia que le han marcado como lector y a las que acude una y otra vez para reencontrarse con lo que considera la verdadera novelística. Algunos fabrican «cánones» en el absurdo convencimiento de que sus experiencias lectoras puedan ser el patrón de conducta para otros lectores. Olvidan que el acto de leer es sumamente anárquico y tremendamente individual, que el bagaje de lecturas previas condiciona el valor de cada nueva lectura, que cada lector es distinto y que cada lectura (incluso la de una misma obra en distintos momentos del tiempo de un mismo lector) resulta una experiencia radicalmente distinta.
Pero, como decía, si no siempre coinciden en los títulos, en lo que sí suelen coincidir los viejos lectores es que cada vez resulta más difícil encontrar en nuevas obras la satisfacción primigenia que otras novelas leídas con anterioridad les habían producido. Un lector tiene derecho a preguntarse, por ejemplo, si será alguna vez posible encontrar novelas que dejen el poso que, en su día, le dejaron obras como La Cartuja de Parma de Stendhal, como La historia universal de la infamia de Borges, como Los desnudos y los muertos de Mailer, como Viaje al final de la noche de Celine, como Conversación en la catedral de Vargas Llosa, como tantas y tantas otras obras que, a cada uno las suyas, nos resultan inolvidables.
Con el tiempo el lector se resigna y va aceptando que las sorpresas son cada vez menores, que cuanto más haya leído más difícil es resultar sorprendido por una nueva obra que, de alguna, manera acaba siempre resonando en torno a viejas lecturas tal vez incluso olvidadas pero que dejaron su poso en nuestro recuerdo incluso inconsciente.
Pero a veces se produce el milagro.
A veces un lector empedernido encuentra una novela distinta, inteligente, nueva con la que no puede por menos que sorprenderse. Una de esas obras que, inevitablemente, acaban incorporándose a ese escaso número de referencias inolvidables que componen su particular mundo de lector.
Por desgracia eso no ocurre a menudo (seguro que no tan a menudo como el lector desearía), pero lo cierto es que a veces puede ocurrir. Tal vez, además de ser un vicio adictivo, la lectura sigue siendo, en esencia, esa búsqueda de la nueva referencia inolvidable que cada vez resulta más difícil encontrar.
Y así me ha ocurrido a mí (y a otros muchos miles de lectores, todo hay que decirlo) con las novelas protagonizadas por Thursday Next, una peculiar «detective literaria» hija de un cronopolicía en una realidad alternativa en la que la guerra de Crimea sigue activa tras más de un centenar de años... Un personaje y una situación de esos que tienden a convertirse en realmente inolvidables. Todo ello nacido de la fecunda imaginación de un autor como Jasper Fforde.
Jasper Fforde es autor de una narrativa sumamente culta e inteligente al tiempo que muy divertida. Sus novelas están repletas de juegos de palabras, referencias literarias y una trama compleja pero siempre muy bien construida y realizada. Se ha comparado su obra con la de los Monty Python por la mezcla de comedia popular con la más alta erudición. Por el momento, sus dos series de novelas han alcanzado gran éxito popular convirtiéndose casi de inmediato en libros de culto. Su página web (www.jasperfforde.com) incluye todo tipo de noticias, un foro de discusión con los lectores, finales alternativos de sus novelas y todo tipo de «complementos» de las mismas y se ha convertido en uno de los más activos y adictivos foros de los amantes de la literatura en Internet.
La primera de esas series es la protagonizada por Thursday Next. Hasta ahora se han publicado cuatro novelas en la serie: J E (2001, NOVA número 199), (2002, NOVA número 204), P T P> (2003, NOVA número 209) y (2004, NOVA). Tras un reposo, la serie ha seguido su éxito en 2007 con F (2007) con la que se inicia una nueva tetralogía.
En el mundo de Thursday Next la literatura es casi como una religión. Se ha creado una brigada especial que se ocupa de asuntos tan esenciales como perseguir los plagios, descubrir al verdadero autor de las obras de Shakespeare o detener a los vendedores de falsos manuscritos. Pero ser detective literaria teniendo a un padre cronopolicía y a un tío capaz de las más locas invenciones no siempre ha de ser una ayuda. Y aún menos cuando Jane Eyre, la famosa heroína de Charlotte Brontë, es secuestrada por Acheron Hades, antiguo profesor de Thursday Next y moderna encarnación del mal más absoluto... Como bien se dice en algún lugar de J E: «Las barreras entre la realidad y la ficción son más porosas de lo que creemos.»
J E, la primera novela de Jasper Fforde, iniciaba en 2001 una serie, la de Thursday Next, detective literaria, hoy ya de culto entre sus millones de seguidores en todo el mundo. Una gran fiesta literaria, sumamente inteligente y poblada de todo tipo de irreverencias. Una divertida e inesperada sorpresa al alcance de los verdaderos amantes de la literatura entendida como una actividad jubilosa y, en este caso, altamente satisfactoria.
El éxito fue inmediato. Millones de lectores, en todo el mundo, se han reencontrado con sus mejores expectativas lectoras gracias a las novelas de Thursday Next. Y así lo testimonia también la reacción de la crítica también sorprendida (no podía ocurrir de otra manera...) con la frescura y la inteligencia que rezuma la novelística de Fforde.
Algunas muestras pueden servir para ilustrar las reacciones que produjo J E, la primera novela de la serie protagonizada por Thursday Next:
Una novela que se lee como un obra de Julio Verne escrita por Lewis Carroll... Olvide todas las reglas del tiempo, el espacio y la realidad: tan sólo siéntese cómodamente para disfrutar de la aventura.
Sunday Telegraph
Lo que Fforde logra es una variación del gambito clásico de los Monty Python: la incongruente yuxtaposición de la comedia más elemental con la más alta erudición. [...] Es un libro absurdo para gente inteligente: postmodernismo desarrollado como una farsa cruda y clamorosa.
The Independent
Deliciosamente inteligente... Repleta de agudos juegos de palabras, alusiones literarias e ingenio bibliográfico, E J E combina elementos de Monty Python, Harry Potter, Stephen Hawking y Buffy la Cazavampiros. Pero su peculiar encanto es todo mérito propio.
The Wall Street Journal
El lector se siente catapultado dentro y fuera de lo real y de lo imaginado, en una caza febril, divertida e ingeniosamente construida que finaliza atando todos los cabos sueltos de la manera más satisfactoria y brillantemente novelística.
The Times
Puede parecer exagerado, pero les aseguro que no lo es. Con la seguridad de que incluso tras tres lecturas puedo haberme perdido algunos de los muchos juegos de palabras, bromas y guiños al lector que proporciona Fforde, lo cierto es que acabé la lectura de esta novela (¡en las tres ocasiones!) con la más sonriente de las satisfacciones. Y esto, en el mundo en que vivimos, no es poca cosa... Se lo aseguro.
Aunque no se me oculta que la serie iniciada con J E es una obra que puede llegar a ser incluso idolatrada por unos lectores mientras que otros, los que no logren «entrar» en ella, en sus juegos, en su humor agudo e inteligente pueden considerarla incluso ridícula.
Si he de decirles la verdad, antes de contratar la serie de Thursday Next para NOVA hice algo que, en mis veinte años como editor, nunca hasta entonces había hecho: pedir la opinión de un lector especializado.
Como tal vez sepan, en el mundillo editorial no todos los editores se leen previamente todas las novelas que deciden publicar. Suele ser habitual recurrir a informes de lectores profesionales y a menudo se decide con poco más que eso. En mi caso nunca lo he hecho así. Lector empedernido, leo yo mismo las novelas para decidir si adquirimos o no sus derechos para NOVA.
Debo reconocer que, por primera vez en veinte años, con J E he recurrido a la opinión de un lector profesional. Tras leer la novela y quedar completamente subyugado por su frescura, su agilidad y el amor a los libros y la literatura de que hace gala su autor llegué incluso a dudar de mí mismo. ¿Era tan buena como a mí me parecía?
Al final, con gran sorpresa de quienes me conocen bien en Ediciones B, pedí que también leyera la novela uno de los lectores profesionales para conocer la opinión de otro lector conocedor del mercado hispano de libros. Afortunadamente ocurrió lo que esperaba, esa lectora coincidió conmigo en la excepcionalidad de la novela (entre otras lindezas, decía textualmente: «Yo la encuentro genial: es ficción para lectores adultos que no tienen miedo de perderse.») y en su interés incluso en el mercado español.
Esa lectora consideraba también que J E podía ser vista como un libro tradicional de detectives, algo parecido a lo que se preguntaba el crítico del Birmingham Post: «Una lectura absolutamente deliciosa. ¿Es una novela policíaca? No puedo decirlo realmente, estuve riendo demasiado rato.» El posible problema es que con J E se hace difícil saber a qué género pertenece si es que pertenece a alguno en concreto. Tal vez por eso, aunque hemos considerado otras opciones, al final la hemos incluido en una colección sumamente abierta en temática y género como está siendo NOVA.
Y si hay que asignarle un género, ha de bastar con la etiqueta «literario». ¿De acuerdo?
Jasper Fforde, en su conferencia de noviembre 2007 en Barcelona, con ocasión de la entrega del Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción, etiquetaba su narrativa como «ficción-ficción» (aunque en el título de la conferencia constara el denominativo más erudito de «metaficción»). Sería, en cierta forma, la ficción que trata de la ficción y que toma como elementos de la trama, situaciones, escenarios e incluso los personajes, de la misma narrativa.
En las propias palabras de Jasper Fforde:
Para aquellos que no conozcáis mi trabajo, quizá debería explicar en términos llanos qué es lo que hago. Mi género es, creo, la «ficción-ficción». Escribo libros para personas a las que les gustan las historias e historias para personas a las que les gustan los libros. El rico filón de ideas con el que tropecé casi por accidente mientras jugueteaba irresponsablemente con Dorian Grey una lluviosa tarde de martes fue que los personajes de los libros son reales y están vivos, y son humanos, y sólo representan sus papeles ante nosotros, su público.
No es por casualidad que sólo puedas tener abiertas dos páginas frente a ti cuando estás leyendo un libro porque, si pudieras leer tres páginas más adelante, verías a los ocupantes del libro intentando prepararse frenéticamente para la inminente escena y, si pudieras mirar tres páginas más atrás, verías cómo se desmontan los decorados y se envían hacia otros libros donde los necesitan —de hecho, he descubierto que sólo hay doce pianos en la ficción, y es necesaria toda una brigada especial de expertos en la logística de la narrativa con piano para comprimir y enviar esos instrumentos a través del espacio intergéneros allí donde se les necesita a continuación. En esta zona «postlectura», los personajes se relajarían y se felicitarían mutuamente por una escena bien interpretada, diciendo cosas como: (voz teatral) «Has estado deslumbrante, cielo, todo el género del espionaje habla de ti.» En un instante, ellos, también, serán transportados hacia otro libro donde, con un rápido cambio de género y con un sombrero diferente, representarán otro papel en otra historia. De hecho, llegaría incluso a decir que cada libro que posees, cuando está en reposo, está totalmente en blanco, con quizá sólo un cuidador descrito toscamente en la página noventa y siete, sentado junto a un brasero resplandeciente, calentándose las manos, bebiendo una taza de té y sumido en sus sueños de grandeza, en los que, si estudia verdaderamente mucho en la Escuela para Personajes de San Tabularasa, algún día podrá combatir con alienígenas del espacio en el cuadrante gamma a bordo de una novela de ciencia ficción de dudosa calidad.
Con este telón de fondo, he inventado un personaje que nos guiará, como Alicia, por un extraño paisaje de personajes díscolos, peligrosos virus de errores ortográficos, patrullas de ataque con el objetivo de asesinar a Heathcliff de Cumbres Borrascosas y formas de vida parasitarias decididas a devorar la gramática. Se llama Thursday Next y no le importa nada de nadie, a excepción de Miss Havisham de Dickens, con quien no deberíais cruzaros, ni mencionarle su boda.
Y si hay que asignarle etiquetas, basten las que el mismo autor usaba en la «Clasificación Goliath de libros» que aparecía en : «Ficción / Intriga / Surrealista / Cómico». No es poco.
Tal y como dice el mismo Jasper Fforde:
En el mundo de Thursday no hay hooligans pegándose unos a otros por equipos de fútbol, sino hooligans que se pegan sin sentido por discutir si fue Shakespeare o Marlowe el mejor autor teatral isabelino: ya veis, un lugar mucho mejor.
Verdaderamente, un mundo «mucho» mejor. Que ustedes lo disfruten.
M B
«Intenté imaginarme toda aquella sala llena de clones de Shakespeare tecleando en sus máquinas de escribir...»
Para Maddy, Rosie,
Jordan y Alexander
con todo mi amor
Abril de 2004
KAINE
EDICIONES
Advertencia: Este Libro padría ser objeto de legislación retrospectiva de libros. Para cumplir con la directiva Kaine CS80-B12864, la Información Obligatoria de Combustibilidad de esta novela se ha calculado de la siguiente forma:
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1
El Minotauro cretense en Nebraska
Jurisficción es el nombre que recibe la policía del interior de los libros. Haciendo uso de la información recogida por la Gran Central Textual, los muchos agentes de recursos prosaicos de Jurisficción trabajan incansablemente para mantener la continuidad narrativa en las páginas de todos los libros escritos hasta el momento, una tarea en ocasiones ingrata. Los agentes de Jurisficción se guían sobre todo por el ingenio al intentar reconciliar los deseos originales del autor y las expectativas del lector con un conjunto inmenso y en su mayoría sin sentido de regulaciones burocráticas establecidas por el Consejo de Géneros. Dirigí Jurisficción durante más de dos años y nunca dejó de asombrarme lo variado que era el trabajo: un día podía estar intentando sacar al imposiblemente tímido Darcy del baño y al siguiente me encontraba evitando el último intento de los marcianos por invadir Barnaby Rudge. Era complejo y las complicaciones se sucedían. Pero cuando lo extraño y lo absolutamente demencial se vuelve normal, empiezas a ansiar lo banal.
T N
Las crónicas de Jurisficción
El Minotauro había estado causando problemas que rebasaban ampliamente su importancia literaria. Primero había escapado del LibroPrisión de fantasía La espada de los zenobianos, luego nos había obligado a perseguirle sin pausa por toda la ficción, frustrando todos nuestros intentos de capturarle. El hijo mitológico, medio toro y medio hombre, de la reina Pasifae de Creta, a sólo un mes de su huida, había sido avistado en el interior de Los jinetes de la pradera roja. En ese momento nuestra intención seguía siendo capturarle con vida, por lo que le habíamos disparado una pequeña dosis de comedia de enredo. Teóricamente, no teníamos más que localizar dentro de la ficción brotes de chistes de tartas estampadas en la cara o de golpes contra farolas para localizar al hombre-bestia caníbal. Era una idea experimental y, por desgracia, un fracaso absoluto. Exceptuando que Lafeu menciona la tarta de nata en Bien está lo que bien acaba y la ridícula secuencia de persecución en Los papeles póstumos del club Pickwick, se encontró poco más. O la comedia de enredo no había sido lo suficientemente potente o había quedado diluida por la aversión natural del MundoLibro a los chistes visuales.
En cualquier caso, dos años después seguíamos buscándole en las novelas del Oeste, en los movimientos de ganado que al Minotauro le resultaban tan relajantes. Y fue por esa razón que el comandante Bradshaw y yo llegamos al principio de la página setenta y tres de una novela muy poco conocida llamada Muerte en el rancho Doble X.
—¿Qué opinas, vieja amiga? —preguntó Bradshaw, con un salacot y un traje de explorador africanos ideales para el verano caliente de Nebraska. Yo le sacaba casi una cabeza de altura pero él me sacaba cuatro décadas de edad; su piel quemada por el sol y el bigote blanco como la nieve eran el legado de muchos años en la ficción colonial africana: había sido el personaje principal en veintitrés novelas del «comandante Bradshaw», publicadas por última vez en 1932 y leídas por última vez en 1963. Muchos personajes de ficción se definen en función de su popularidad, pero no era el caso del comandante Bradshaw. Tras pasar toda una vida aventurera y totalmente ficticia defendiendo el África Oriental Británica contra una hueste de enemigos improbables, y matando a casi todos los animales que era posible matar, disfrutaba de su jubilación y era muy requerido en Jurisficción, donde su valor en combate y sus conocimientos del MundoLibro le convertían en uno de los grandes activos de la agencia.
Señalaba un tablón gastado por los elementos que nos informaba de que el pueblecito estaba a menos de un kilómetro, respondía al optimista nombre de Providencia y tenía una población de 2.387 habitantes.
Me protegí los ojos del sol y miré a mi alrededor. Una alfombra de salvia se extendía hasta las mismísimas montañas situadas a no menos de ocho kilómetros. La vegetación seguía un patrón repetitivo que delataba su naturaleza ficticia. En la ficción, la naturaleza caótica del mundo real, de colinas onduladas y modelos aleatorios de bosques y setos, era reemplazada por un paisaje formado por secuencias repetidas de la descripción inicial del autor. En el mundo de fantasía donde había establecido mi hogar, en un bosque había sólo ocho tipos de árbol, en una playa cinco tipos de guijarros y, en el cielo, sólo doce nubes diferentes. Un seto se repetía cada metro y medio, una cordillera montañosa cada seis picos. Al principio no molestaba demasiado, pero tras dos años viviendo en el interior de la ficción, había empezado a ansiar un mundo donde cada árbol, cada roca, cada colina y cada nube poseyese su propia forma e identidad. Y las puestas de sol. Era lo que más echaba de menos. Ni siquiera las mejor descritas se aproximan a las reales. Ansiaba presenciar una vez más los tonos delicados del cielo cuando el sol se hunde en el horizonte. De rojo a naranja, de rosa a azul, de azul marino a negro.
Bradshaw me miró y alzó las cejas inquisitivo. Como Bellman —directora de Jurisficción— yo no tendría que haber participado en una misión sobre el terreno; pero nunca había sido de las que se quedan tras una mesa, y capturar al Minotauro era importante. Había matado a uno de los nuestros, lo que lo convertía en un asunto pendiente.
Durante la semana anterior habíamos explorado sin éxito seis novelas épicas de la Guerra Civil, tres historias de la frontera, veintiocho novelas del Oeste de gran calidad y noventa y siete de calidad más bien dudosa antes de llegar a Muerte en el rancho Doble X, una obra situada justo en el límite de lo que podía considerarse prosa aceptable. En ninguno de los libros habíamos encontrado nada. Ni Minotauro ni siquiera olor a Minotauro, y creedme, apestan.
—¿Una posibilidad? —dijo Bradshaw señalando el cartel de Providencia.
—Lo intentaremos —respondí, poniéndome unas gafas de sol y consultando una lista de posibles escondites del Minotauro—. Si no sirve de nada, pararemos a almorzar antes de dirigirnos a El chico de Oklahoma.
Bradshaw asintió, sacó el cargador del rifle de caza y metió en él un cartucho. Era un arma convencional, pero cargada con munición poco convencional. Nuestra situación como agencia policial en el interior de la ficción nos daba acceso a tecnología abstracta. Un impacto de la cabeza borradora del rifle de Bradshaw y el Minotauro quedaría reducido a los elementos fundamentales de la existencia ficticia: texto y una neblina azulada... lo que queda cuando se rompe la conexión entre texto y significado. Las acusaciones de crueldad no tenían demasiado sentido, porque en el último Censo de Bestias había más de un millón de Minotauros casi idénticos, todos bien a resguardo en el interior de cientos de libros, novelas ilustradas y urnas que los exponían. El nuestro era diferente... un fugitivo. Un LibroHuido.
Al acercarnos, los sonidos de la atareada frontera de Nebraska llegaron a nuestros oídos. Estaban levantando un nuevo edificio, y el golpeteo de los clavos en la madera puntuaba el sonido de los cascos de los caballos, el restallido de las riendas y el traqueteo de las ruedas sobre la tierra apisonada. El eco metálico del martillo del herrero se mezclaba con la melodía distante de un coro que surgía de una iglesia de tablas, y sobre todo, se oía el alboroto general de las conversaciones de los ciudadanos ocupados. Llegamos a la esquina de los establos Eckley y echamos un vistazo cauteloso a la calle principal.
Providencia, tal y como la veíamos, disfrutaba felizmente del trasfondo narrativo, esperando pacientemente la llegada del protagonista dos páginas después. Entrar en el argumento principal y encontrarnos metidos en la historia no era algo que nos apeteciese, y dado que el Minotauro evitaba la línea argumental principal por temor a ser descubierto, era más probable dar con él en un lugar como aquél. Pero si, por cualquier razón, la narración se nos acercaba, yo recibiría un aviso... tenía en el bolsillo un Dispositivo de Proximidad Narrativa que emitiría un pitido de alarma en caso de que la trama se acercase en exceso. Podríamos ocultarnos hasta que pasase.
Un caballo pasó trotando cuando subíamos al porche crujiente del salón. Detuve a Bradshaw frente a las puertas dobles justo cuando echaban al borracho del pueblo, que salió volando. El tabernero salió tras él, limpiándose las manos con un trapo.
—¡Y no vuelvas hasta que no puedas pagar! —gritó, mirándonos con suspicacia.
Le mostré al tabernero la placa de Jurisficción mientras Bradshaw hacía guardia. En el género del Oeste hay demasiados pistoleros para estar tranquilo; cuando se inició el género hubo un error de cifras en la orden de pedido. Trabajar en novelas del Oeste podía significar tener hasta veintinueve duelos por hora.
—Jurisficción —le dije—. Éste es Bradshaw, yo soy Next. Buscamos al Minotauro.
El tabernero me miró fríamente.
—Creo que no han venido al género más adecuado, amigos —dijo.
Todos los protagonistas y los personajes secundarios de los libros están catalogados de la A a la D y de uno a diez. Los de grado A son como Gatsby o Jane Eyre, los de grado D son los peones que componen las escenas de calle y de habitaciones atestadas. El tabernero tenía diálogo, por lo que probablemente fuese un C-2. Lo suficientemente inteligente para responder pero no tanto como para tener mucha libertad como personaje.
—Puede que se haga llamar Norman Johnson —añadí, mostrándole la foto—. Alto, cuerpo de hombre, cabeza de toro, le gusta comer gente.
—No puedo ayudarla —dijo, negando lentamente con la cabeza mientras examinaba la foto.
—¿Algún brote de comedia de enredo o visual? —preguntó Bradshaw—. ¿Guantes de boxeo que saltan de cajas, pesos de dieciséis toneladas que caen sobre la gente, cosas así?
El tabernero rio.
—No he visto ningún peso caer encima de nadie, pero he oído que al sheriff le dieron en la cara con una sartén voladora, el martes.
Bradshaw y yo nos miramos.
—¿Dónde anda el sheriff? —pregunté.
Seguimos las indicaciones del tabernero y recorrimos el porche de madera dejando atrás la barbería y dos mineros de larga barba que conversaban muy animadamente usando auténtica jerga de la frontera. Detuve a Bradshaw cuando llegamos a un callejón. Había un duelo. O al menos, lo hubiese habido de no haber empezado una discusión sobre la hora asignada a cada enfrentamiento. Los dos pares de pistoleros —dos vestidos de color claro, dos de oscuro, con cinturones bajos decorados con hileras de balas relucientes— discutían sobre la hora de sus duelos mientras dos damas idénticas miraban con ansiedad. Intervino el alcalde y les dijo que si seguían discutiendo los dos perderían el turno y tendrían que volver al día siguiente, así que aceptaron a regañadientes echarlo a cara o cruz. Los ganadores ocuparon la calle principal mientras todos los demás hacían el favor de correr a esconderse. Se miraron, con la mano ligeramente por encima del revólver, a veinte pasos de distancia. Se produjo un estallido de acción, hubo dos detonaciones y uno de los pistoleros de negro dio contra el suelo mientras el vencedor lo miraba muy serio, ya que, dramáticamente, el tiro de su oponente sólo le había quitado el sombrero. Su dama corrió a abrazarle mientras se guardaba el revólver con una floritura.
—Vaya tontería —musitó Bradshaw—. ¡El verdadero Oeste no era así!
Muerte en el rancho Doble X estaba ambientada en 1875 y se había escrito en 1908, se diría que con suficientemente proximidad temporal como para ser fidedigna pero no. La mayoría de las novelas del Oeste tendían a mostrar una versión idealizada del Viejo Oeste que no había existido en realidad. En el Oeste de verdad los duelos a pistola eran muy raros, acertar a alguien con un Colt 45 de cañón corto era prácticamente imposible a menos que fuese a quemarropa: la pólvora de la década de los setenta del siglo XIX producía tal cantidad de humo que dos disparos en un bar lleno dejaban a los parroquianos tosiendo... y sin poder ver prácticamente nada.
—Eso da igual —respondí mientras se llevaban al pistolero muerto—. La leyenda es siempre mucho más entretenida, y no olvides que ahora estás en novela popular... la prosa mala es mucho más frecuente que la buena prosa y sería demasiado pedir que nuestro amigo vacuno se escondiese en Zane Grey u Owen Wister.
Seguimos avanzando, dejando atrás el hotel Majestic mientras pasaba una diligencia que levantaba una nube de polvo, con el conductor haciendo restallar el látigo por encima de la cabeza de los caballos.
—Ahí —dijo Bradshaw, señalando un edificio situado al otro lado de la calle que se distinguía del resto del pueblo porque era de ladrillo. Sobre la puerta rezaba: «Sheriff.» Cruzamos rápidamente la calle. Nuestra ropa llamaba bastante la atención entre vestidos largos, corpiños, chaquetas, guardapolvos, chalecos, cartucheras y corbatas de lazo. Sólo los agentes de Jurisficción con destino permanentemente se molestaban en adoptar la indumentaria de la novela, y muchos de los agentes que controlan el género del Oeste son personajes de los libros que patrullan... por tanto, no tienen que vestirse de nada.
Llamamos y entramos. El interior estaba oscuro en contraste con el soleado exterior y parpadeamos unos momentos mientras nos acostumbrábamos. En la pared, a nuestra derecha, había un tablón de anuncios generosamente cubierto de carteles de busca y captura... no sólo de Nebraska, sino de todo MundoLibro; uno amarillento ofrecía trescientos dólares por cualquier información sobre el paradero de Big Martin. Debajo había una cafetera con el esmalte desconchado encima de una estufa de hierro, y en la pared de la izquierda un armero. Un gato atigrado dormía encima de un enorme escritorio. La pared del fondo era el comienzo de la zona de celdas, en una de las cuales se alojaba un borracho profundamente dormido que roncaba con fuerza en su camastro. En medio de la habitación había una mesa enorme llena hasta los topes de papeles: circulares de la legislatura de Nebraska, algunas enmiendas a las leyes narrativas del Consejo de Géneros, el boletín de la sociedad de campanología y un catálogo de unos grandes almacenes abierto por la sección de artículos de lujo. Además, en la mesa había un par de botas gastadas de piel y, dentro, unos pies, unidos a su vez al sheriff, que vestía de negro de los pies a la cabeza y al que le hubiese venido bien un buen baño. Llevaba una estrella de metal en el pecho y de su cara sólo veíamos las guías de un enorme bigote gris que sobresalían del sombrero con que se la cubría. Estaba completamente dormido y se mantenía en precario equilibrio sobre las dos patas traseras de una silla que crujía con sus ronquidos.
—¿Sheriff?
No hubo respuesta.
—¡Sheriff!
Se despertó sobresaltado, quiso levantarse, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. Se derrumbó en el suelo y también se dio contra el escritorio, en el que resulta que había una jarra de agua. La jarra se inclinó y el contenido mojó al sheriff, que soltó un grito, que despertó al gato, que lanzó un aullido y saltó a las cortinas, que cayeron con estrépito sobre la estufa, que tiró el café e incendió las cortinas resecas. Corrí para apagar el fuego, golpeé la mesa y derribé el revólver cargado del sheriff, que cayó al suelo disparando un único tiro, que cortó el cordón de una cabeza de alce disecada, que cayó sobre Bradshaw. Así estábamos los tres; yo intentando apagar el fuego, el sheriff empapado de agua y Bradshaw tropezando con los muebles intentando quitarse la cabeza de alce. Era justo lo que buscábamos: un brote incontrolado de comedia de enredo completamente inapropiado.
—Sheriff, siento todo esto —dije disculpándome tras apagar el fuego, retirar el alce de la cabeza de Bradshaw y ayudar al hombre mojado a ponerse en pie. Medía más de metro ochenta, tenía un rostro castigado por los elementos y los ojos de un azul profundo. Le mostré la placa—: Thursday Next, directora de Jurisficción. Este es mi compañero, el comandante Bradshaw.
El sheriff se tranquilizó, e incluso logró sonreír un poco.
—Creía que eran ustedes de los Baxter —dijo, cepillándose con las manos y secándose el pelo con una servilleta para el té que decía: «Salones de Dawson City»—. Me alegro mucho de que no lo sean. Jurisficción, ¿eh? Hace mucho que no vemos a agentes de Jurisficción por aquí... Déjalo de una vez, Howell.
El borracho, Howell, se había despertado y exigía un trago «para empezar el día».
—Buscamos al Minotauro —le expliqué, mostrándole la fotografía al sheriff.
Se mesó pensativo la barba de tres días y negó con la cabeza.
—No recuerdo haber visto a este bicho, señorita Next.
—Tenemos razones para creer que no hace mucho que pasó por su oficina... lo hemos marcado con comedia de enredo.
—¡Ah! —dijo el sheriff—. Ya me parecía raro. Howell y yo llevamos algún tiempo tropezando y cayéndonos, ¿verdad, Howell?
—Di que sí —dijo el borracho.
—Podría ir disfrazado y usar un nombre falso —aventuré—. ¿Le suena de algo el nombre de Norman Johnson?
—La verdad es que no, señorita. Tenemos a veintiséis Johnson, pero son todos C-7... no son tan importantes como para tener nombre de pila.
Dibujé un sombrero vaquero sobre la fotografía del Minotauro, y también un guardapolvo, un chaleco y un cinturón.
—¡Oh! —dijo el sheriff reconociéndole súbitamente—. Ese señor Johnson.
—¿Sabe dónde está?
—Claro que sí. Lo tuve encerrado la semana pasada acusado de comerse a un cuatrero.
—¿Qué pasó?
—Pagó la fianza y le soltamos. Las leyes de Nebraska no dicen que no te puedas comer a un cuatrero. Un momento.
Fuera se había oído un disparo seguido de varios gritos de ciudadanos pillados por sorpresa. El sheriff sacó el Colt, abrió la puerta y salió. Solo en la calle, mirándole, había un joven de expresión seria, sujetando un arma con mano temblorosa. Su cartuchera estaba elegantemente trabajada y vi que la llevaba atada... señal clara de otro duelo en potencia.
—¡Vuelve a casa, Abe! —gritó el sheriff—. Hoy no es un buen día para morir.
—Mataste a mi papi —dijo el joven—, y al papi de mi papi. Y al papi de su papi. Y a mis hermanos Jethro, Hank, Hoss, Red, Peregrine, Marsh, Junior, Dizzy, Luke, Peregrine, George y todos los demás. Vengo a por ti, sheriff.
—Has repetido Peregrine.
—Era especial.
—Abel Baxter —susurró el sheriff entre dientes—, uno de los chicos Baxter. Aparecen puntuales como un reloj, y yo los mato con la misma regularidad.
—¿A cuántos ha matado? —le pregunté en susurros.
—Según el último recuento, unos sesenta. ¡Vuelve a casa, Abe, no lo voy a repetir!
El joven nos miró a Bradshaw y a mí y dijo:
—¿Nuevos ayudantes, sheriff? ¡Te van a hacer falta!
Y fue entonces cuando nos dimos cuenta de que Abel Baxter no estaba solo. Saliendo de los establos, a cada lado, aparecieron cuatro personajes de aspecto bastante poco recomendable. Fruncí el ceño. Parecían fuera de lugar en Muerte en el rancho Doble X. Para empezar, ninguno iba de negro, ni tampoco llevaban cinturones de cuero muy trabajado ni revólveres niquelados. Sus espuelas no sonaban al caminar y sus cartucheras eran simples y las llevaban en la cadera: esos hombres habían elegido el Winchester como arma. Me estremecí al comprobar que a uno le faltaba un botón del chaleco raído y que la suela, en el dedo gordo de la bota, se le había abierto. Las moscas revoloteaban alrededor de sus caras mugrientas y sin afeitar, y la marca de sudor del sombrero les llegaba casi hasta el cielo de la copa. No eran pistoleros C-2 genéricos de una novela popular, sino A-7 bien descritos de una novela de gran capacidad expresiva... y si podían disparar tan bien como el autor los había descrito íbamos a tener problemas.
El sheriff también se dio cuenta.
—¿De dónde han salido tus amigos, Abe?
Uno de los hombres se encajó el Winchester bajo el brazo y respondió con acento sureño.
—Nos envía el señor Johnson.
Y abrieron fuego. Sin esperas, sin dramatismo, sin pausas narrativas. Bradshaw y yo ya estábamos en movimiento... puede que cuadrarse frente a un pistolero con un rifle parezca de lo más valiente pero, si se trata de sobrevivir, no es la mejor opción. Desgraciadamente, el sheriff no lo comprendió hasta que fue demasiado tarde. De haber sobrevivido hasta la página 164, como se suponía que haría, después de dos páginas de tensión hubiera recibido un tiro, se hubiera retorcido dos veces en el suelo y vivido el tiempo suficiente para decir un adiós breve a su amor que le hubiese acunado mientras agonizaba sin sangrar. No iba a ser así. La muerte violenta realista iba
Los pistoleros dejaron de disparar tan pronto como desapareció el blanco... pero Bradshaw, con instinto de cazador, ya había apuntado al asesino del sheriff y disparado. Se produjo una tremenda explosión y hubo un breve destello y una enorme nube de humo. La cabeza borradora hizo blanco y el pistolero se desintegró en un crisantemo de texto que se dispersó por la calle principal, con el significado de las palabras convertido en una neblina azul que permaneció cerca del suelo un momento antes de evaporarse.
—¿Qué haces? —pregunté, disgustada por su impetuosidad.
—El o nosotros, Thursday —respondió Bradshaw sombrío, recargando su Martini-Henry—, él o nosotros.
—¿Has visto de cuánto texto estaba compuesto? —respondí furiosa—. Casi un párrafo entero. Sólo los personajes importantes tienen tanta descripción... ¡en algún lugar hay un libro al que le falta un personaje!
—Pero —respondió Bradshaw con tono agraviado—, yo no lo sabía antes de dispararle, ¿verdad?
Cabeceé. Quizá Bradshaw no hubiese reparado en el botón perdido, las manchas de sudor y los zapatos gastados, pero yo sí. Borrar un personaje importante implicaba más papeleo del que me apetecía cumplimentar. Con el formulario F36/34 (descarga de una cabeza borradora), el formulario B9/32 (reemplazar a un personaje importante) y el P13/36 (valoración de daños narrativos), podía pasarme dos días enteros. Antes creía que la burocracia del mundo real era horrible, pero en el mundo del papel lo es todo.
—Bien, ¿qué hacemos? —preguntó Bradshaw—. ¿Les pedimos amablemente que se rindan?
—Estoy pensando —respondí, sacando mi notalpiéfono y dándole al botón que decía «Gato». En la ficción, la forma más habitual de comunicación es por medio de notas a pie de página, pero allí tan lejos...
»¡Maldita sea! —dije—. No hay cobertura.
—La estación repetidora más cercana está en El virginiano —comentó Bradshaw, cambiando el cartucho y cerrando el rifle antes de echar un vistazo fuera—. Y no podemos saltar directamente de una novela popular a un clásico.
Tenía razón. Llevábamos casi seis días pasando de un libro a otro, y aunque en caso de emergencia podíamos escapar, haciéndolo le daríamos al Minotauro tiempo de sobra para huir. La situación no era buena, pero tampoco estaba perdida... de momento.
—¡Eh! —grité desde la oficina del sheriff—. ¡Queremos hablar!
—¿En serio? —dijo una voz clara desde el exterior—. El señor Johnson dijo que ya no le apetecía... a menos que le ofrezcan una amnistía.
—¡Podemos negociar! —respondí.
Un pitido salió de mi bolsillo.
—Maldita sea —farfullé, mirando el Dispositivo de Proximidad Narrativa—. Bradshaw, tenemos una línea argumental que llega por el este, a doscientos cincuenta metros y acercándose. Página setenta y cuatro, línea seis.
Bradshaw abrió apresuradamente su ejemplar de Muerte en el rancho Doble X y pasó el dedo por la línea:
—... McNeil entraba en Providencia, Nebraska, con cincuenta centavos en el bolsillo y el asesinato en mente...
Eché un vistazo cauteloso por la ventana. Efectivamente, un vaquero a lomos de un caballo zaino entraba lentamente en el pueblo. Hablando estrictamente, daba bastante igual que modificáramos la historia, ya que sólo la habían leído en dieciséis ocasiones en los últimos diez años, pero el código por el que nos guiábamos era muy claro. «¡Conservad la historia tal y como la concibió el autor!» era una frase que nos grababan ya desde el primer día de trabajo. Yo había violado esa regla en una ocasión y había sufrido las consecuencias... No quería hacerlo de nuevo.
—Necesito hablar con el señor Johnson —grité, mirando atentamente a McNeil, que todavía estaba a cierta distancia.
—Nadie habla con el señor Johnson a menos que el señor Johnson lo diga —respondió la voz—, pero si le ofrecen la amnistía la aceptará, y promete no comerse a nadie más.
—¡No hay trato a menos que primero hable con el señor Johnson! —grité.
—¡Entonces no hay acuerdo! —fue la respuesta.
Volví a mirar y vi que aparecían tres pistoleros más. Estaba claro que el Minotauro había hecho muchos amigos durante su estancia en el género del Oeste.
—Necesitamos refuerzos —murmuré.
Estaba claro que Bradshaw opinaba igual. Abrió su guía de viaje y extrajo algo parecido a una pistola de señales. Era un marcatexto, que se podía emplear para avisar a otros agentes. La guía de viaje era dimensionalmente ambivalente; el dispositivo era realmente más grande que el libro que lo contenía.
—En Jurisficción saben que estamos en las novelas populares del Oeste, sólo que no saben dónde. Lanzaré una señal.
Escogió el marcatexto que iba a situar con un tirador de la parte posterior de la pistola, se acercó a la puerta, apuntó al aire y disparó. Se oyó un golpe apagado y el proyectil se alzó al cielo. Estalló sin hacer ruido allá arriba y, por un instante, pude ver el texto de la página en un color gris claro contra el fondo azul del cielo. Las palabras estaban invertidas, claro está, y al mirar el ejemplar de Bradshaw de Muerte en el rancho Doble X vi que la palabra «ProVIDencia» estaba parcialmente en mayúsculas. Pronto llegaría la ayuda... una demostración de fuerza daría cuenta de los pistoleros. La duda era si el Minotauro intentaría huir o lucharía hasta el final.
—Los fuegos artificiales no nos asustan, señorita —dijo la voz—. ¿Van a salir o tendremos que entrar a buscarlos?
Miré a Bradshaw, que sonreía.
—¿Qué?
—Esto es toda una aventura, ¿no crees? —dijo el comandante, riendo como un niño al que acabasen de pillar robando manzanas—. Es mucho más divertido que cazar elefantes, pelearse con leones o devolver quincalla tribal robada por extranjeros sin escrúpulos.
—Antes opinaba igual —dije desalentada. Había disfrutado el desafío de dos años de misiones como ésa, no sin sus momentos de horror, incertidumbre o pánico... y además tenía un hijo de dos años que precisaba más atención de la que podía dedicarle. Desde hacía tiempo la presión de dirigir Jurisficción había ido en aumento y me hacía falta un respiro en el mundo real... uno bien largo. Ya lo había notado seis meses antes, justo tras la aventura que acabó siendo conocida como El gran fiasco de Samuel Pepys, pero no le había prestado atención. La sensación había regresado... y más intensa.
En algún punto, por encima de nuestras cabezas, comenzó una reverberación grave. Los cristales vibraron en los marcos de las ventanas y el polvo cayó de las vigas. El yeso se agrietó y una taza tembló tanto que se cayó de la mesa y se hizo añicos contra el suelo. Una ventana se rompió y una sombra cubrió la calle. La reverberación grave fue aumentando de volumen, ahogando el Dispositivo de Proximidad Narrativa que gemía quejosamente hasta alcanzar tal intensidad que ni siquiera parecía un sonido... Era una vibración que agitaba con tal fuerza la oficina del sheriff que se me nubló la vista. Luego, cuando el reloj caía de la pared y se estrellaba contra el suelo, comprendí lo que pasaba.
—¡Oh... No! —grité disgustada mientras el sonido se convertía en un rugido grave—. ¡Es como usar una almádana para abrir una nuez!
—¿El emperador Zhark? —preguntó Bradshaw.
—¿Quién si no se atrevería a entrar en una novela popular del Oeste con un crucero de batalla zharkiano?
Miramos fuera mientras la inmensa nave espacial nos sobrevolaba, con sus impulsores apuntando hacia abajo y emitiendo una ráfaga caliente de potencia concentrada que levantó una ráfaga huracanada de polvo y restos e incendió los establos. La enorme masa del crucero de batalla flotó un momento mientras se abría el tren de aterrizaje, para luego descender delicadamente... justo encima de McNeil y su caballo, que quedaron reducidos al grosor de medio penique.
Se me hundieron los hombros mientras veía mentalmente el aumento exponencial del papeleo. Los ciudadanos corrían despavoridos de un lado para otro y los caballos se encabritaron cuando los pistoleros dispararon inútilmente al casco blindado de la nave. Al cabo de un momento, del crucero de batalla interestelar había salido un pequeño ejército de soldados a pie que contaban con las armas zharkianas más recientes. Gemí. No era raro que el emperador se excediese en momentos así. Villano indiscutible de los ocho libros del «Emperador Zhark», el dios emperador tiránico más temido de la galaxia conocida era aparentemente incapaz de comprender el significado de la palabra «circunspección».
A los pocos minutos todo acabó. Los A-7 estaban muertos o habían huido a sus propios libros, y los marines zharkianos habían partido en busca del Minotauro. Podría haberles ahorrado la molestia. A esas alturas seguramente ya había huido. Habría que reemplazar a los A-7 y a McNeil, habría que volver a montar todo el libro para eliminar el crucero de batalla del siglo XXVI que había aparecido sin que lo hubiesen invitado en plena Nebraska de 1875. Era una violación flagrante del Código Contra Cruces Genéricos que intentábamos mantener dentro de la ficción. No me hubiera importado tanto de haber sido un incidente aislado, pero Zhark hacía cosas como aquélla demasiado a menudo para pasarlo por alto. Apenas podía controlarme mientras el emperador bajaba de su nave espacial con su variopinto séquito de extraterrestres y la señora Bigarilla, que también trabajaba para Jurisficción.
—¡¿A qué demonios crees estar jugando?!
—¡Oh! —dijo el emperador, sorprendido por mi disgusto—. ¡Creía que estarías encantada de vernos!
—La situación era mala pero no era irremediable —le dije, moviendo el brazo en dirección al pueblo—. ¡Mira lo que has hecho!
Miró a su alrededor. Los ciudadanos confusos habían empezado a salir de los restos de los edificios. Nada tan extraño había sucedido en una novela del Oeste desde que un sorbecerebros alienígena había escapado de Ciencia Ficción y lo habían atrapado en La colina del caballo salvaje.
—¡Me lo haces continuamente! No tienes ni idea de lo que son el sigilo y la sutileza.
—La verdad es que no —dijo el emperador, mirándose nerviosamente las manos—. Lo siento.
Los miembros del séquito alienígena, que no querían quedarse por allí por si también recibían una reprimenda, caminaron, se arrastraron o flotaron de vuelta a la nave de Zhark.
—Enviasteis un marcatexto...
—¿Y qué si lo hicimos? ¿No puedes entrar en un libro sin destruirlo todo?
—Tranquila, Thursday —dijo Bradshaw, apoyando una mano tranquilizadora en mi brazo—. Pedimos ayuda, y si el viejo Zharky era el que estaba más cerca, no podemos echarle en cara que quisiese ayudar. Después de todo, si tienes en cuenta que habitualmente destruye galaxias enteras, que haya quemado ProVIDencia y no toda Nebraska ha sido en realidad todo un logro... —Bajó la voz antes de añadir—: Para él.
—¡AH! —grité frustrada, agarrándome la cabeza—. A veces creo que...
Me callé. Pierdo los nervios de vez en cuando, pero muy rara vez delante de mis colegas, y cuando eso pasa es que las cosas van mal. Cuando empecé en este trabajo, me lo pasaba en grande, y Bradshaw seguía pasándoselo en grande. Pero recientemente disfrutaba menos. No estaba bien. Había tenido más que suficiente. Tenía que volver a casa.
—¿Thursday? —preguntó la señora Bigarilla, preocupada por mi silencio súbito—. ¿Estás bien?
Se acercó demasiado y me pinchó con una púa. Di un grito y me froté el brazo mientras ella daba un salto atrás y ocultaba su rubor. Los erizos de metro ochenta tienen su propio código de conducta.
—Estoy bien —respondí, sacudiéndome el polvo—. Es que las cosas tienen la habilidad de, bien, descontrolarse.
—¿A qué te refieres?
—¿Que a qué me refiero? ¿Que a qué me refiero? Bien, esta mañana estaba siguiendo a una bestia mitológica empleando un rastro de incidentes con tartas de nata por el Viejo Oeste, y esta tarde un crucero de batalla del siglo XXVI aterriza en ProVIDencia, Nebraska. ¿No suena un poco demencial?
—Esto es ficción —respondió Zhark todo inocencia—, se supone que pasan cosas raras.
—A mí no —dije con decisión—. En mi vida quiero algo parecido a la... realidad.
—¿Realidad? —repitió la señora Bigarilla—. ¿Te refieres a un lugar donde los erizos no hablen ni hagan la colada?
—Pero ¿quién dirigiría Jurisficción? —preguntó el emperador—. ¡Tú has sido el mejor Bellman de todos!
Agité la cabeza, alcé las manos al cielo y me acerqué a la zona salpicada de texto de pistolero A-7. Recogí una «D» y le di vueltas en la mano.
—Por favor, piénsatelo —dijo el comandante Bradshaw, que me había seguido—. Creo que descubrirás, vieja amiga, que la realidad está muy sobrevalorada.
—No lo bastante sobrevalorada, Bradshaw —respondí encogiéndome de hombros—. En ocasiones el trabajo más importante no es el más fácil.
—Inquieta está la cabeza que sostiene la corona —comentó Bradshaw, quien probablemente me comprendía mejor que nadie. Él y su esposa eran los mejores amigos que tenía en MundoLibro; la señora Bradshaw y mi hijo eran casi inseparables—. Sabía que no te quedarías para siempre —añadió Bradshaw, bajando la voz para que no le oyesen los demás—. ¿Cuándo te irás?
Me encogí de hombros.
—Tan pronto como pueda. Mañana. —Contemplé la destrucción que Zhark había causado en Muerte en el rancho Doble X. Habría que limpiar un montón y cumplimentar una montaña de papeles... Incluso era posible que se tomaran medidas disciplinarias si el Consejo de Géneros se enteraba de lo sucedido—. Supongo que antes tendré que hacer el papeleo acerca de este desastre —dije lentamente—. Digamos que dentro de tres días.
—Prometiste ocupar el puesto de Juana de Arco mientras ella asistía a un curso para mártires —añadió la señora Bigarilla, que también se había acercado.
Lo había olvidado.
—Entonces, una semana. Me iré dentro de una semana.
Todos nos quedamos en silencio. Yo reflexionando sobre mi regreso a Swindon y los demás pensando en las consecuencias de mi partida. Todos menos el emperador Zhark, que probablemente estuviese pensando en divertirse invadiendo el planeta Thraal.
—¿Estás convencida? —preguntó Bradshaw.
Asentí lentamente. Tenía otras razones para regresar al mundo real más apremiantes que la locura sin sentido de Zhark. Tenía un esposo que no existía, y un hijo que no podía pasarse toda la vida protegido dentro de los libros. Yo me había refugiado en la vieja Thursday, la que prefería las certezas en blanco y negro de vigilar la ficción que los ambiguos grises de las emociones.
—Sí, estoy decidida —dije sonriendo. Miré a Bradshaw, al emperador y a la señora Bigarilla. A pesar de sus defectos, había disfrutado trabajando con ellos. No todo había sido malo. En mi estancia en Jurisficción había visto y hecho cosas que jamás hubiera soñado. Había contemplado a los gramásitos sobrevolando las cúpulas de Xanadú. Había cabalgado a pelo unicornios por los densos bosques de Zenobia y había jugado al ajedrez con Ozymandias, rey de reyes. Había volado con Biggles en el frente occidental, cruzado alfanjes con Long John Silver y explorado el camino que no había elegido para recorrer las verdes montañas de Inglaterra. Pero a pesar de todos esos momentos de asombro y deleite, mi corazón estaba en casa, en Swindon, y pertenecía a un hombre llamado Landen Parke-Laine. Era mi esposo, el padre de mi hijo, no existía y le amaba.
«... el pistolero se desintegró en un crisantemo de texto que se dispersó por la calle principal...»
2
Nada como el hogar
Swindon, Wessex, Inglaterra, fue el lugar donde nací y viví hasta que me marché para unirme a los detectives literarios de Londres. Regresé diez años más tarde y me casé con mi antiguo novio, Landen Parke-Laine. La Corporación Goliath le asesinó a la edad de dos años para chantajearme. Surtió efecto, los ayudé... pero no recuperé a mi esposo. Curiosamente, conservé a mi hijo, Friday; ése es uno de los aspectos extraños y paradójicos del viaje en el tiempo que mi padre comprende pero yo no. Dos años después Landen seguía muerto y, a menos que yo lo resolviese pronto, tal vez permaneciese así para siempre.
T N,
Thursday Next, una vida en OpEspec
Dos semanas más tarde, en una luminosa y despejada mañana de mediados de julio, me encontraba en la esquina de Broome Manor Lane, en Swindon, en la acera de enfrente de casa de mi madre, con un niño pequeño en una sillita, dos dodos, el príncipe de Dinamarca, un corazón inquieto y el pelo demasiado corto. El Consejo de Géneros no se había tomado demasiado bien mi renuncia. Es más, se negaron a aceptarla y a cambio me ofrecieron un permiso indefinido, con la esperanza algo ilusoria de que pudiera volver si lo de actualizar a mi esposo «no salía bien». También sugirieron que podía intentar resolver lo del ficcionauta huido Yorrick Kaine, con quien ya me había encontrado dos veces en el pasado.
Hamlet había sido añadido a última hora al plan. Cada vez más preocupado por las noticias de que en el Exterior se le podía considerar «indeciso», había solicitado permiso para comprobarlo personalmente. Era algo muy raro, ya que a los personajes ficticios rara vez les importa la opinión pública, pero si Hamlet no tuviese nada de lo que preocuparse se preocuparía de no tener nada de lo que preocuparse, y ya que se trataba de la estrella indiscutible de Shakespeare y había perdido una vez más el galardón anual al protagonista romántico más turbulento frente a Heathcliff en los premios MundoLibro de ese año, el Consejo de Géneros consideraba que debía hacer algo para calmarle. Además, Jurisficción llevaba tiempo intentando convencerle para que fuese la fuerza policial en el drama isabelino desde que sir John Falstaff se había retirado por motivos de «buena salud», y se consideraba que un viaje al Exterior podría contribuir a persuadirle.
—¡Es extraño! —comentó, mirando el sol, los árboles, las casas y el tráfico—. ¡Haría falta una rapsodia desenfrenada y turbulenta para hacer justicia a todo lo que presencio!
—Aquí fuera vas a tener que hablar en inglés.
—¡Harían falta —me explicó Hamlet, señalando con las manos una calle de Swindon bastante inocua— millones de palabras para describir correctamente todo esto!
—Tienes razón. Así es. Ésa es la magia de la tecnología libresca de ImaginoTransferencia —le dije—. Un par de docenas de palabras conjuran una imagen completa. Pero sinceramente, es el lector quien hace la mayor parte del trabajo.
—¿El lector? ¿Qué tiene que ver?
—Bien, cada interpretación de un acontecimiento, entorno o personaje es única para la persona que lo lee porque dicha persona reviste la descripción del autor con recuerdos extraídos de su propia experiencia. Todo personaje que leen es en realidad una amalgama compleja de personas que han conocido, leído o visto... mucho más real de lo que es posible crear simplemente a partir del texto de la página. Dado que las experiencias de cada lector son diferentes, cada libro es único para cada lector.
—Por tanto —respondió el danés concentrándose—, ¿dice que cuanto más complejo y aparentemente contradictorio es un personaje, mayores son las interpretaciones posibles?
—Sí. Es más, yo diría que cada vez que la misma persona lee el mismo libro, éste es diferente... ¡porque las experiencias del lector han cambiado o se encuentra en un estado mental diferente!
—Bien, eso explica por qué nadie logra interpretarme. Después de cuatrocientos años nadie puede decidir, exactamente, cuáles son mis motivaciones —dejó de hablar un momento y suspiró con tristeza—. Ni siquiera yo. Uno diría que soy religioso, verdad, con todo eso de no querer matar al tío Claudio cuando reza y demás.
—Sí.
—Yo también lo creía. Por tanto, ¿por qué empleo esa frase atea de «no existe lo bueno y lo malo, es sólo el pensamiento el que decide»? ¿A qué viene eso?
—¿Quieres decir que no lo sabes?
—De veras, estoy tan confundido como cualquiera.
Miré fijamente a Hamlet y éste se encogió de hombros. Había tenido la esperanza de que me aclarase algunas de las contradicciones de la obra, pero ya no estaba tan segura.
—Quizá —dije pensativa— por eso nos gusta. Hay un Hamlet para cada uno.
—Bien —bufó apenado el danés—, para mí es un misterio. ¿Crees que me vendría bien ir a terapia?
—No estoy segura. Mira, ya casi estamos en casa. Recuerda: para todo el mundo excepto para mi familia eres... ¿quién eres?
—El primo Eddie.
—Genial. Vamos.
La casa de mamá era una propiedad de buenas proporciones situada en el sur de la ciudad, pero sin otro encanto que el que se deriva de una larga relación. Había pasado mis primeros dieciocho años allí, y todos los aspectos de la gran casa me resultaban familiares. Desde el árbol del que me había caído, rompiéndome la clavícula, hasta el sendero del jardín donde había aprendido a montar en bicicleta. Nunca me había dado cuenta, pero la empatía con lo familiar se incrementa con la edad. La casa me resultaba más cálida que en ningún otro momento de mi vida.
Respiré hondo, levanté la maleta y crucé la carretera empujando la silla. Pickwick, mi dodo de compañía, me seguía acompañada de su desobediente hijo Alan, anadeando de mal humor.
Llamé al timbre de mamá y, al cabo de un minuto, un párroco con algo de sobrepeso, pelo castaño corto y gafas abrió la puerta.
—¿Ésa es Bodoque...? —dijo al verme, sonriendo de pronto—. ¡Por la DEG, es Bodoque!
—Hola, Joffy. Cuánto tiempo.
Joffy era mi hermano. Era pastor de la religión de la Deidad Estándar Global, y aunque habíamos tenido nuestras diferencias, ya estaban más que olvidadas. Estaba encantada de verle. Y él de verme a mí.
—¡Guau! —dijo—. ¿Qué es eso?
—Eso es Friday —le expliqué—. Tu sobrino.
—¡Guau! —respondió Joffy, soltando a Friday de la silla y levantándolo—. ¿Siempre tiene el pelo así?
—Probablemente sea un efecto secundario del desayuno.
Friday miró a Joffy un momento, se sacó los dedos de la boca, se los pasó por la cara, se los volvió a guardar y le ofreció a Joffy su oso polar, Poley.
—Qué mono, ¿no? —dijo Joffy, subiendo y bajando a Friday y dejando que le tirase de la nariz—. Aunque un poco, bueno, pegajoso. ¿Habla?
—No mucho. Pero piensa un montón.
—Como Mycroft. ¿Qué te ha pasado en la cabeza?
—¿Te refieres al corte de pelo?
—¡Eso es! —comentó Joffy—. Creía que te habías bajado las orejas o algo parecido. Es un poco... eh... un poco exagerado, ¿no?
—Tuve que sustituir a Juana de Arco. Siempre es difícil encontrar sustitutos.
—Comprendo la razón —exclamó Joffy, mirando todavía incrédulo mi corte tazón de leche—. ¿Por qué no te rapas al cero y empiezas de nuevo?
—Este es Hamlet —dije, presentándole antes de que empezase a sentirse incómodo—, pero estamos aquí de incógnito, así que estoy diciendo que es mi primo Eddie.
—Joffy —dijo Joffy—, hermano de Thursday.
—Hamlet —dijo Hamlet—, príncipe de Dinamarca.
—¿Danés? —dijo Joffy sorprendido—. Yo no lo iría contando por ahí si fuese tú.
—¿Por qué?
—¡Cariño! —dijo mi madre apareciendo detrás de Joffy—. ¡Has vuelto! ¡Por todos los... qué pelo!
—Es cosa de Juana de Arco —explicó Joffy—, está de moda. A las pasarelas les encantan los mártires, ya sabes... ¿Recuerdas el look de Edith Cavel/Tolpuddle en el número de Femole del mes pasado?
—Vuelve a decir tonterías, ¿verdad?
—Sí —dijimos mamá y yo al unísono.
—Hola, mamá —dije, abrazándola—, ¿recuerdas a tu nieto?
Lo tomó en brazos y comentó lo mucho que había crecido. Era de lo más improbable que hubiese encogido pero sonreí igualmente. Intentaba visitar el mundo real tan a menudo como podía, pero llevaba seis meses sin lograrlo.
Cuando casi se hubo desmayado hiperventilando de tanto exclamar «oooh» y «aaah» y Friday había dejado de mirarla dubitativamente, nos invitó a pasar.
—Tú te quedas aquí —le dije a Pickwick—, y no dejes que Alan se porte mal.
Era demasiado tarde. Alan, a pesar de su pequeño tamaño, ya había aterrorizado a Mordecai y a los otros dodos para que le obedeciesen. Todos temblaban de miedo bajo las hortensias.
—¿Vas a quedarte mucho tiempo? —preguntó mi madre—. Tu cuarto está como lo dejaste.
Se refería a como lo dejé cuando tenía diecinueve años, pero consideré que sería descortés decirlo. Le expliqué que me gustaría quedarme hasta al menos haber conseguido un apartamento, le presenté a Hamlet y le pregunté si él también se podía quedar durante unos días.
—¡Claro que sí! Lady Hamilton ocupa el dormitorio de invitados y el encantador señor Bismarck está en el ático, así que puede usar el trastero.
Mi madre tomó la mano de Hamlet y le saludó de corazón.
—¿Cómo está usted, señor Hamlet? ¿De dónde ha dicho que es príncipe?
—De Dinamarca.
—¡Ah! Nada de visitas a partir de las siete y el desayuno se acaba a las nueve en punto. Espero que los invitados se hagan la cama y, si tiene colada, puede dejarla en el cesto de mimbre del descansillo. Encantada de conocerle. Soy la señora Next, la madre de Thursday.
—Yo tengo madre —respondió Hamlet con tristeza mientras se inclinaba para besar la mano de mi madre—. Comparte la cama de mi tío.
—En ese caso, deberían comprar otra —respondió mi madre, tan práctica como siempre—. Dicen que en IKEA hay muy buenas ofertas. Yo no compro allí, porque no me gusta eso de tener que montarlo... es decir, ¿qué sentido tiene pagar por algo que debes fabricar tú? Pero a los hombres les gusta precisamente por esa razón. ¿Le apetece Battenberg?
—¿Wittenberg?
—No, no. Battenberg.
—¿Sobre el río Eder? —preguntó Hamlet, confundido por el salto conversacional de mi madre de los muebles que montas tú mismo al pastel.
—No, tonto, sobre una blonda... cubierto de mazapán.
Hamlet se inclinó hacia mí.
—Tengo la impresión de que es posible que tu madre esté loca... y yo sé de eso.
—Acabarás acostumbrándote a su forma de hablar —dije, dándole una palmada en el brazo.
Recorrimos el pasillo hasta llegar al salón, donde, tras lograr separar los dedos de Friday de los abalorios de mamá, conseguimos sentarnos.
—¡Cuéntame las novedades! —exclamó mi madre mientras yo recorría el salón con la mirada, intentando descubrir todos los peligros potenciales para un niño de dos años.
—¿Por dónde empiezo? —pregunté, retirando un jarrón de flores que había sobre la tele antes de que Friday tuviese la oportunidad de echárselo por encima—. He tenido que hacer un montón de cosas antes de venir. Hace dos días estaba en Camelot intentando resolver algunos problemas matrimoniales y el día anterior... cariño, eso no se toca... negociaba un problema de compensación laboral con el sindicato de orcos.
—¡Cielo! —respondió mi madre—. Debes estar muriéndote por una taza de té.
—Por favor. Puede que MundoLibro sea el mejor lugar para encontrar caracterizaciones o narrativa explosiva, pero allí no se puede conseguir una taza de té decente ni por todo el bourbon de Hemingway.
—¡Yo lo preparo! —dijo Joffy—. Vamos, Hamlet, háblame de ti. ¿Tienes novia?
—Sí... pero está majara.
—¿En el sentido positivo o negativo?
Hamlet se encogió de hombros.
—En ninguno de los dos... simplemente majara. Pero su hermano... ¡por todos los cielos! ¡Salta a la mínima...!
La conversación se perdió en la cocina.
—¡No olvides el Battenberg! —gritó mi madre.
Abrí la maleta y saqué algunos juguetes que me había dado la señora Bradshaw. Melanie había cuidado en muchas ocasiones de Friday porque ella y el comandante Bradshaw no tenían hijos, con eso de que Melanie era una gorila de montaña, así que había mimado a Friday. Tenía sus aspectos positivos: siempre se comía la verdura y le encantaba la fruta, pero sospechaba que se subían a los muebles cuando yo no estaba por allí, y en una ocasión me había encontrado a Friday intentando pelar un plátano con los pies.
—¿Cómo te trata la vida? —pregunté.
—Mejor ahora que te he visto. Me siento muy sola con Mycroft y Polly de viaje en la decimocuarta Conferencia Anual de Científicos Locos. Si no fuese por Joffy y su compañero Miles, que se pasan todos los días, Bismarck y Emma, la señora Beatty de aquí al lado, Erradicaciones Anónimas, mi clase de repujado en metal y esa terrible señora Daniels, estaría completamente sola. ¿Es normal que Friday esté subido al aparador?
Me volví, di un salto, agarré a Friday por los tirantes de los pantalones y delicadamente le quité las dos copas de vino de cristal de sus manos inquisitivas. Le enseñé los juguetes y le senté en medio de la sala. Allí se quedó tres segundos antes de irse hacia DH82, el tilacino holgazán de mamá, que dormía en un sofá cercano.
DH82 gritó cuando Friday le tiró juguetonamente de los bigotes. A continuación el tilacino se puso en pie, bostezó y se fue en busca de la cena. Friday le siguió. Y yo seguí a Friday.
—¿... en la oreja? —decía Joffy cuando entramos en la cocina—. ¿Eso funciona de verdad?
—Aparentemente —respondió el príncipe—, le encontramos muerto como una piedra.
Recogí a Friday, que estaba a punto de servirse parte de la comida de DH82, y me lo llevé al salón.
—Lo siento —me expliqué—, está en la época de querer tocarlo todo. Háblame de Swindon. ¿Ha cambiado mucho?
—La verdad es que no. La decoración navideña ha mejorado mucho, hay una línea de Skyrail que pasa por el centro Brunel y ahora tiene veintiséis supermercados diferentes.
—¿Los residentes comen tanto?
—Hacemos lo que podemos.
Joffy regresó con Hamlet y colocó la bandeja en el centro.
—Ese pequeño dodo tuyo es terrorífico. Ha intentado atacarme cuando no miraba.
—Probablemente lo has asustado. ¿Cómo está papá?
Joffy, para el que ése era un tema delicado, decidió no participar y se puso a jugar con Friday.
—¡Venga, jovencito! —dijo—, vámonos de borrachera y a jugar al billar.
—Hace tiempo que tu padre quiere hablar contigo —dijo mi madre tan pronto como Joffy y Friday se fueron—. Como probablemente has supuesto, vuelve a tener problemas con Nelson. A veces regresa apestando a cordita, y la verdad es que no me apetece mucho que esté relacionándose con esa Emma Hamilton.
Mi padre era una especie de caballero andante que viajaba en el tiempo. Había sido miembro de OE-12, la agencia encargada de vigilar la línea temporal: la CronoGuardia. Había renunciado por diferencias sobre cómo se controlaba la línea temporal histórica y se había convertido en un renegado. La CronoGuardia decidió que era demasiado peligroso y le erradicó por medio de una muy precisa llamada a la puerta la noche de su concepción; en su lugar nació mi tía April.
—Por tanto, ¿Nelson murió en la batalla de Trafalgar? —pregunté, recordando los anteriores problemas de papá con la línea temporal.
—Sí —respondió—, pero no estoy segura de que eso fuese lo que debía pasar. Por eso tu padre «dice» que debe trabajar tan estrechamente con Emma.
Emma, evidentemente, era lady Emma Hamilton, la consorte de Nelson. Había avisado a mi padre de la erradicación de Nelson. Llevaba diez años casada con lord Nelson y sin solución de continuidad era una alcohólica arruinada que vivía en Calais. Tuvo que ser una conmoción. Mi madre se inclinó hacia mí.
—Entre nosotras, empiezo a pensar que Emma es un poco... ¡Emma! ¡Qué agradable verte!
En la puerta había una mujer alta de cara rubicunda vestida con un traje de encaje que había visto tiempos mejores. A pesar de los estragos de una larga y dañina relación con la botella, se apreciaban en ella los restos de un gran encanto y una tremenda belleza. De joven debía de ser deslumbrante.
—Hola, lady Hamilton —dije, levantándome para darle la mano—, ¿cómo va el marido?
—Sigue muerto.
—El mío también.
—Jopé.
—¡Ah! —exclamé, preguntándome dónde habría aprendido lady Hamilton esa palabra, aunque, pensándolo bien, probablemente conociese algunas bastante peores—. Éste es Hamlet.
—Emma Hamilton —dijo, echando una ojeada al incuestionablemente guapo danés y ofreciéndole la mano—, lady.
—Hamlet —respondió él, besando la mano ofrecida—, príncipe.
Las pestañas de Emma aletearon brevemente.
—¿Un príncipe? ¿De algún lugar que yo conozca?
—Pues de Dinamarca.
—Mi... antiguo novio bombardeó Copenhague sin piedad en 1801. Dijo que los daneses habían resistido muy bien.
—A los daneses nos gusta una buena pelea, lady Hamilton —respondió el príncipe con grandes dosis de encanto—, aunque yo no soy de Copenhague. Soy de una pequeña ciudad costera... Elsinore. Allí tenemos un castillo. No es muy grande. Apenas tiene sesenta habitaciones, una guarnición de menos de doscientos hombres. Un poco deprimente en invierno.
—¿Está encantado?
—Tiene un fantasma, que yo sepa. ¿Qué hacía su antiguo novio cuando no bombardeaba a los daneses?
—Oh, no mucho —dijo ella despreocupadamente—. Luchaba contra los franceses y los españoles. Fue dejando partes de su cuerpo por toda Europa... era lo que se consideraba normal en su época.
Se produjo una pausa mientras se miraban. Emma se puso a abanicarse.
—¡Cielos! —murmuró—. ¡Lo de hablar de partes del cuerpo me ha acalorado!
—¡Alto! —dijo mi madre, poniéndose en pie de un salto—. ¡Ya basta! ¡No voy a permitir ese tipo de insinuaciones sexuales en mi casa!
Hamlet y Emma parecieron sorprendidos por el estallido de mi madre, pero yo logré llevarla a un lado y susurrarle:
—¡Madre! No seas tan dura... Después de todo, los dos están solteros y, si Hamlet se interesa por Emma, ella podría perder el interés en otra persona.
—¿Otra... persona?
Casi podían oírse los engranajes de su cabeza. Después de una larga pausa respiró profundamente, se volvió hacia ellos y les dedicó una amplia sonrisa.
—Queridos, ¿por qué no hablan en el jardín? Hay una agradable brisa fresca y el niche d'amour del jardín de rosas es muy bonito en esta época del año.
—¿Quizás es un buen momento para tomar una copa? —preguntó Emma esperanzada.
—Quizá —respondió mi madre, quien evidentemente intentaba mantener a lady Hamilton lejos de la botella.
Emma no respondió. Simplemente le ofreció el brazo a Hamlet, que lo aceptó graciosamente y estaba a punto de dirigirla hacia las puertas abiertas que daban al patio cuando Emma le detuvo con un murmullo de:
—Son puertas francesas. —Y se lo llevó por la cocina.
—Como decía —dijo mi madre al sentarse—, Emma es una chica encantadora. ¿Pastel?
—Por favor.
—Aquí tienes —dijo pasándome el cuchillo—, sírvete tú misma.
—Cuéntame —dije mientras me cortaba un trozo de Battenberg—, ¿Landen ha regresado?
—Ése es tu marido erradicado, ¿no es así? —respondió con dulzura—. No, me temo que no. —Me sonrió para darme ánimo—. Deberías venir a una de mis veladas de Erradicaciones Anónimas... tenemos reunión mañana por la noche.
En común con mi madre, yo tenía un marido cuya realidad había sido eliminada del aquí y el ahora. Al contrario que mi madre, cuyo marido aparecía de vez en cuando en el flujo temporal, yo tenía un marido, Landen, que sólo existía en mis sueños y recuerdos. Nadie más le recordaba o sabía de él. Mamá sólo sabía lo que yo le había contado. Para todos los demás, incluidos los padres de Landen, yo sufría una demencia extraña. Pero el padre de Friday era Landen, a pesar de no existir, de la misma forma que mis hermanos y yo habíamos nacido a pesar de que mi padre no existía. El viaje en el tiempo es así. Está repleto de paradojas inexplicables.
—Le recuperaré —murmuré.
—¿A quién?
—A Landen.
Joffy entró del jardín con Friday, quien, al igual que todos los niños de su edad, no comprendía por qué los adultos no podían jugar al avión todo el día. Le di un trozo de Battenberg, que dejó caer por las ganas que tenía de comérselo. El habitualmente letárgico DH82 abrió un ojo, se comió el pastel y se volvió a quedar dormido en menos de tres segundos.
—Lorem ipsum dolor sit amet! —gritó Friday indignado.
—Sí, ha sido impresionante, ¿verdad? —admití—. Apuesto a que jamás has visto a Pickwick moverse a tal velocidad... ni siquiera por un malvavisco.
—Nostrud laboris nisi et commodo consequat —respondió Friday todavía más indignado—. Excepteur sint cupidatat non proident!
—Te está bien empleado —le dije—. Toma un sándwich de pepino.
—¿Qué ha dicho mi nieto? —preguntó mi madre mirando fijamente a Friday, que intentaba comerse el sándwich de un bocado mientras ofrecía un espectáculo desagradable.
—Oh, simplemente recita el Lorem ipsum. No dice nada más.
—El Lorem... ¿qué?
—El Lorem ipsum. Es texto falso que los impresores y tipógrafos usan en los ejemplos de diseño. No sé dónde lo aprendió. Es una consecuencia de vivir dentro de los libros, supongo.
—Comprendo —dijo mi madre, sin entender nada.
—¿Cómo están los primos? —pregunté.
—Wilbur y Orville dirigen conjuntamente MycroTech —respondió Joffy mientras me pasaba una taza de té—. Cometieron algunos errores mientras Mycroft estuvo fuera, pero creo que ahora los tiene bien controlados.
Wilbur y Orville eran los dos hijos de mis tíos. A pesar de tener los padres más inteligentes que se pudiese desear, ellos eran casi madera maciza de cuello para arriba.
—Pásame el azúcar, por favor. ¿Algunos errores?
—La verdad es que muchos. ¿Recuerdas el dispositivo para borrar la memoria de Mycroft?
—Sí y no.
—Bien, abrieron una cadena de centros de borrado llamada Recuerdos Fuera. Ibas y te quitaban los recuerdos desagradables.
—Supongo que era lucrativo.
—Muy lucrativo... hasta cometer el primer error. Lo que era, teniendo en cuenta quiénes son esos dos, no tanto una posibilidad como una cuestión de cuándo sucedería.
—¿Puedo preguntar qué pasó?
—Creo que fue el equivalente de hacer que accidentalmente una aspiradora se ponga a expulsar. Una tal señora Worthing fue a la sucursal de Swindon para borrar todo recuerdo de su primer matrimonio fallido.
—¿Y...?
—Bien, accidentalmente la cargaron con los recuerdos indeseados de setenta y dos rolletes de una noche, varias discusiones a consecuencia del alcohol, quince vidas malgastadas y casi mil episodios de ¡Nombra esa fruta! Iba a poner una demanda, pero llegó a un acuerdo a cambio del nombre y la dirección de uno de los hombres cuyas aventuras tenía en la mente. Por lo que sé, se han casado.
—Me gustan las historias con final feliz —intervino mi madre.
—En cualquier caso —añadió Joffy—, Mycroft les prohibió que lo volviesen a usar y a cambio les dio el coche camaleón para que lo vendiesen. Pronto estará en los concesionarios... si la Goliath no les roba la idea.
—¡Ah! —dije, tomando otro bocado de pastel—. ¿Y qué tal está mi multinacional más odiada?
Joffy puso los ojos en blanco.
—Tramando nada bueno, claro. Intentan pasarse a un sistema de gestión empresarial basado en la fe.
—¿Convertirse en... religión?
—Lo anunciaron el mes pasado, a propuesta de su propio precog corporativo, la hermana Bettina de Stroud. Planean cambiar la jerarquía corporativa a una estructura de múltiples deidades con sus propios dioses, semidioses, sacerdotes, lugares de culto y libros de oración. En la nueva Goliath, los empleados no recibirán como paga algo tan terrenal como el dinero, sino fe: en forma de cupones que podrán cambiar por bienes y servicios en cualquier tienda de la Goliath. Cualquiera que tenga acciones de la Goliath las canjeará, en términos muy favorables, por esos «cupones de fe», y todos adorarán a los miembros de los escalafones superiores de la Goliath.
—¿Y qué obtienen a cambio los «devotos»?
—Bien, la cálida sensación de pertenecer a algo, protección frente a los males del mundo y una recompensa en la otra vida... oh, y creo que también se incluye una camiseta.
—Muy típico de la Goliath.
—¿Verdad que sí? —Joffy sonrió—. Adorando en los santos lugares del consumo. Cuanto más gastes, más cerca estarás de su «dios».
—¡Horrible! —exclamé—. ¿Hay alguna buena noticia?
—¡Claro que sí! Los Mazos de Swindon van a derrotar a los Machacadores de Reading y ganarán la Superhoop de este año.
—¡Estás de broma!
—En absoluto. La victoria de Swindon en la Superhoop es parte de la Séptima Revelación, incompleta, de san Zvlkx. Dice así: «Se producirá una victoria local en los campos de juego de Swindonne en diecinueve cien y ochenta y ocho, y en consecuencia...» El resto se ha perdido, pero está muy claro.
San Zvlkx era el santo de Swindon, y todo niño educado le conocía, incluyéndome a mí. Sus Revelaciones habían sido objeto de muchas conjeturas a lo largo de los años, por una muy buena razón: eran asombrosamente precisas. Aun así, yo me sentía escéptica... sobre todo en lo concerniente a los Mazos de Swindon ganando la Superhoop. El equipo de la ciudad, a pesar de una actuación sorprendente en la final de hacía unos años y al talento innegable del capitán del equipo, Roger Kapok, era probablemente el peor del país.
—Es muy improbable, ¿no? Es decir, san Zvlkx desapareció... ¿en 1292?
Pero ni a Joffy ni a mi madre les pareció gracioso.
—Sí —dijo Joffy—, pero podemos preguntárselo para confirmarlo.
—¿Podemos? ¿Cómo?
—Según su Sexta Revelación, resucitará espontáneamente a las nueve y diez de pasado mañana.
—¡Pero eso es asombroso!
—Asombroso pero no existen precedentes —respondió Joffy—. Los videntes del siglo XIII han estado apareciéndose por todas partes. Dieciocho veces en los últimos seis meses. Zvlkx despertará el interés de los fieles y los Amigos, pero probablemente las cadenas de televisión no le presten mucha atención. Los índices de audiencia del regreso del hermano Velobius la semana pasada ni siquiera se acercaron a los de la reposición de Bonzo el perro maravilla en otro canal.
Pensé un momento de silencio.
—Ya basta de Swindon —dijo mi madre, que tenía buen olfato para los chismes... sobre todo si eran los míos—. ¿Qué te ha pasado a ti?
—¿Cuánto tiempo tienes? Lo que he estado haciendo daría para varios libros.
—Entonces... empecemos por la razón de tu regreso.
Así que les expliqué la presión de ser la responsable de Jurisficción y lo molestos que podían ser a veces los libros, y Friday y Landen, y las raíces ficticias de Yorrick Kaine. Al oírlo, Joffy dio un respingo.
—Kaine... ¿es ficticio?
Asentí.
—¿A qué viene el interés? La última vez que estuve aquí era un antiguo miembro caído en desgracia del partido whig.
—Ya no lo es. ¿De qué libro ha salido?
Me encogí de hombros.
—Ya me gustaría saberlo. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Joffy y mamá intercambiaron miradas nerviosas. Cuando mi madre se interesa por la política está claro que las cosas van mal.
—Algo huele a podrido en Inglaterra —murmuró mi madre.
—Y ese algo es el canciller inglés Yorrick Kaine —añadió Joffy—, pero no te lo aseguro. A las ocho de esta noche sale en La hora de esquivar las preguntas de la Toad News Network, aquí mismo, en Swindon.
Les conté más cosas sobre Jurisficción y Joffy, a cambio, me informó con alegría de que la asistencia a la iglesia de la Deidad Estándar Global se había incrementado después de aceptar el patrocinio de la Toast Marketing Board, una empresa que parecía haber duplicado su tamaño e influencia desde mi última visita. Habían diversificado su producción y, además de pan caliente, tenían mermeladas, cruasanes y pastas en el catálogo. Mi madre, para no dejarse superar, me contó que ella misma había ganado un poco de dinero patrocinando los pasteles del señor Rudyard, aunque en privado admitió que el Battenberg que nos había servido era el suyo. Luego me contó con todo detalle las intervenciones quirúrgicas de sus amigos ancianos, que no puedo decir que me apeteciese oír, y mientras recuperaba el aliento entre la apendicetomía de la señora Stripling y los problemas de «tuberías» del señor Walsh, una figura alta e imponente entró en la sala. El hombre llevaba una bonita chaqueta de mañana del siglo XVIII, lucía un bigote impresionante que hubiese avergonzado al del comandante Bradshaw y poseía un aire imperioso y de propósito vital que me recordó el del emperador Zhark.
—Thursday —anunció mi madre casi en un suspiro—, éste es el canciller prusiano, herr Otto Bismarck... tu padre y yo estamos intentando resolver la cuestión Schleswig-Holstein de 1863-1864; ha ido a buscar a su homólogo danés para que hablen. Otto... quiero decir, herr Bismarck, ésta es mi hija, Thursday.
Bismarck entrechocó los talones y me besó la mano de una forma cortésmente fría.
—Fräulein Next, el placer es todo mío —entonó con un marcado acento alemán.
Los curiosos invitados largo tiempo muertos de mi madre deberían haberme sorprendido, pero no era así. Ya no. No desde que a los nueve años me había topado con Alejandro Magno. Muy buen tipo... pero tenía unos modales horribles en la mesa.
—Bien, ¿qué le parece 1988, herr Bismarck?
—Me interesa en particular la idea de la limpieza en seco —respondió el prusiano—, y preveo un gran futuro para el motor de gasolina. —Se volvió hacia mi madre—. Pero sobre todo deseo hablar con el primer ministro danés. ¿Dónde podría estar?
—Creo que estamos teniendo unos problemillas para dar con él —respondió mi madre, agitando el cuchillo del pastel—. ¿Le apetece un poco de Battenberg?
—¡Ah! —respondió Bismarck, ablandado. Pasó delicadamente por encima de DH82 para sentarse junto a mi madre—. ¡El mejor Battenberg que he probado!
—Oh, herr B —dijo nerviosa mi madre—, ¡me halaga en exceso!
Sin que Bismarck la viese nos hizo gestos para que nos fuésemos y, como hijos obedientes que éramos, nos marchamos del salón.
—¡Bien! —dijo Joffy cerrando la puerta—. ¿Qué te ha parecido? ¡Mamá está desesperada por un poco de marcha teutona!
Alcé las cejas y le miré.
—No te confundas, Joff. Simplemente papá no aparece muy a menudo y la compañía masculina inteligente es difícil de encontrar.
Joffy rio.
—Buenos amigos, ¿eh? Vale. Éste es el acuerdo: te apuesto uno a diez a que mamá y el canciller de hierro estarán dedicándose al mambo a estas alturas de la semana que viene.
—Acepto.
Nos dimos la mano y, como Emma, Hamlet, Bismarck y mamá estaban ocupados, le pedí a Joffy que cuidase de Friday para poder salir a tomar un poco el aire.
Giré a la izquierda y subí por Marlborough, observando los cambios tras dos años de ausencia. Durante casi ocho años había seguido este mismo camino para ir al colegio, y todos los muros, árboles y casas me resultaban tan familiares como viejos amigos. En la calle Piper's habían levantado un hotel nuevo y algunas de las tiendas de la ciudad vieja habían cambiado de manos o habían sido remodeladas. Todo me resultaba muy familiar, y me pregunté si conservaría la sensación de pertenencia a algún lugar o si se disiparía como mi aprecio por Caversham Heights, el libro que había sido mi hogar durante los últimos años.
Bajé por Bath, giré a la derecha y me encontré en la calle donde Landen y yo habíamos vivido antes de su erradicación. Una tarde había vuelto a casa para encontrarme a su madre y padre viviendo allí. Dado que no me habían reconocido y me habían tomado —bastante razonablemente— por una loca peligrosa, decidí no arriesgarme y pasar por el otro lado de la calle.
Nada parecía muy diferente. En el porche seguía la maceta de Tickia orologica, junto a un saltador, y las cortinas de las ventanas eran claramente las de su madre. Seguí andando, luego retrocedí. Mi decisión de recuperarle se mezclaba con cierto fatalismo, con la sensación de que al final no lo conseguiría y que debía prepararme. Después de todo, había muerto cuando tenía dos años, y yo no recordaba cómo habían sido las cosas, sólo cómo podrían haber sido de haber vivido.
Me encogí de hombros y me reprendí por esas ideas tan morbosas. Luego me dirigí al Asilo Crepuscular Goliath, donde Yaya vivía.
Cuando la enfermera me acompañó, Yaya Next estaba en su cuarto viendo un documental de naturaleza llamado Caminando entre patos. Vestía un camisón de guinga azul, tenía el pelo gris ralo y daba la impresión de tener los ciento diez años que tenía. Se le había metido en la cabeza que no podía deshacerse de su envoltura mortal hasta no haber leído los diez libros más aburridos pero, dado que «aburrido» es tan imposible de cuantificar como «divertido», costaba saber qué hacer para ayudarla.
—¡Calla! —masculló en cuanto entré—. ¡Este programa es fascinante! —Miraba la televisión con toda la atención—. Piénsalo —añadió—. Estudiando los huesos del extinto Anas platyrhynchos pueden deducir cómo caminaba ese pato.
Miré la pequeña pantalla, donde un extraño pájaro animado anadeaba extrañamente hacia atrás mientras el narrador explicaba cómo habían logrado deducir tal cosa.
—¿Cómo pueden saberlo simplemente examinando los huesos? —pregunté dubitativa, porque había aprendido hacía mucho que un «experto» rara vez lo es.
—No te burles, joven Thursday —respondió Yaya—. Un grupo de paleontólogos aviares expertos incluso ha logrado deducir que la llamada del pato sonaría más o menos como «cuoc, cuoc».
—¿«Cuoc»? No parece muy probable.
—Quizá tengas razón —respondió, apagando la tele y lanzando el control remoto—. ¿Qué sabrán los expertos?
Al igual que yo, Yaya podía saltar al interior de la ficción. Yo no estaba muy segura de cómo lo hacíamos, pero estaba muy contenta de que así fuese... Ella me había ayudado a no olvidar a mi marido, algo que en cierto momento corrió peligro de suceder gracias a Aornis, la mnemonomorfa. Pero Yaya me había dejado hacía más o menos un año, anunciando que yo podía defenderme sola y que no malgastaría más tiempo cuidando continuamente de mí, lo que era un poco exagerado, ya que habitualmente era yo quien cuidaba de ella. Pero daba igual. Era mi yaya y la quería mucho.
—¡Cielo! —dije, mirando la piel arrugada y suave, que extrañamente me recordaba un bebé de equidna que había visto una vez en National Geograpbic.
—¿Qué? —preguntó de pronto.
—Nada.
—¿Nada? Pensabas que parezco muy vieja, ¿no es cierto?
Era difícil negarlo. Cada vez que la veía pensaba que no podía aparentar más edad, pero a la siguiente ocasión, con sorprendente regularidad, lo lograba.
—¿Cuándo has vuelto?
—Esta mañana.
—¿Y qué tal las cosas?
La puse al día. Hizo un gesto de desaprobación cuando le conté lo de Hamlet y lady Hamilton, y luego otro más intenso cuando mencioné a mi madre y Bismarck.
—Eso es muy arriesgado.
—¿Mamá y Bismarck?
—Emma y Hamlet.
—Él es ficticio y ella es histórica... ¿Qué tiene de malo?
—Pensaba —dijo lentamente, alzando las cejas— en lo que pasaría si Ofelia se enterase.
—Siempre he creído que la principal razón por la que sir John Falstaff dejó la vigilancia del drama isabelino fue alejarse todo lo posible de las exigencias de Ofelia, como lo de tener animales para acariciar y un buen suministro de agua mineral y sushi fresco en Elsinore siempre que le tocase trabajar a ella. ¿Crees que debería insistir en que Hamlet regrese a Hamlet?
—Quizá no enseguida —dijo Yaya, tosiendo en el pañuelo—. Deja que vea cómo es el mundo real. Podría convenirle recordar que no hacen falta cinco actos para tomar una decisión.
Se puso a toser de nuevo, así que llamé a la enfermera, que me dijo que probablemente sería mejor que me fuese. Le di un beso de despedida y salí del asilo sumida en profundas reflexiones, intentando encontrar una estrategia para los próximos días. Temía pensar en la cuantía de mi descubierto y, si quería atrapar a Kaine, sería mejor estar dentro de OpEspec que fuera. No había otra forma: debía recuperar mi trabajo. Lo intentaría al día siguiente y ya se vería. Desde luego había que lidiar con Kaine y esa noche tocaría de oído en el estudio de televisión. Probablemente debía buscar un logopeda para Friday e intentar hacer que abandonase el Lorem ipsum, y claro está, quedaba lo de Landen. ¿Por dónde empezar para intentar devolver a alguien al aquí y ahora después de ser borrado del allí y entonces por un agente cronupto de la supuestamente incorruptible CronoGuardia?
Abandoné súbitamente mis reflexiones al acercarme a la casa de mamá. Parecía que había alguien parcialmente oculto en el callejón de enfrente. Me metí en el jardín delantero más cercano, corrí entre las casas, atravesé dos patios traseros y luego me subí a un cubo de basura para poder mirar por encima de un muro alto. Tenía razón. Había alguien vigilando la casa de mi madre. Alguien demasiado vestido para ser verano estaba semioculto en la Buddleja davidii. El pie me resbaló del cubo e hice ruido. El individuo miró a su alrededor, me vio y salió corriendo. Salté el muro y le di caza. Fue mucho más fácil de lo que creía. Estaba en bastante mala forma y le atrapé cuando intentó patéticamente escalar un muro. Cuando lo obligaba a bajar se le cayó la bolsa de lona, de la que salieron varios cuadernos de notas, una cámara, unos binoculares pequeños y varios ejemplares de la gaceta de OpEspec 27, muy subrayados en rojo.
—¡Ah, ah, ah, suélteme! —dijo—. ¡Me hace daño!
Le retorcí el brazo a la espalda y se puso de rodillas. Estaba registrándole los bolsillos en busca de armas cuando se acercó a la carga otro hombre, vestido de forma similar al primero, que salió de detrás de un coche abandonado con una rama de árbol en ristre. Me volví, esquivé el golpe y, mientras la inercia de su embestida ejercía su efecto, le empujé con fuerza con el pie, se dio de cabeza contra el muro y quedó inconsciente.
El primer individuo iba desarmado, así que me aseguré de que su amigo inconsciente también lo estuviese... y de que no se ahogara con su propia sangre, un diente, o algo así.
—Sé que no sois de OpEspec —comenté—, porque sois muy malos. ¿De la Goliath?
El primer hombre se puso lentamente en pie. Me miraba de forma extraña y se frotaba el brazo que le había retorcido. Era un hombre corpulento, pero no parecía malo. Llevaba el pelo negro corto y tenía un enorme lunar en la barbilla. Le había roto las gafas; no parecía de la Goliath, pero ya me había equivocado otras veces.
—Encantado de conocerla, señorita Next. Hace mucho que espero este momento.
—He estado fuera.
—Desde enero de 1986. He esperado pacientemente casi dos años y medio para verla.
—¿Y por qué ha hecho algo así?
—Porque —dijo el hombre, sacando una placa de identificación y pasándomela—, soy su acechador asignado oficialmente.
Miré la placa. Era cierto, me lo habían asignado. Todo cien por cien legal, y yo no podía decir nada. De las licencias de acechadores se ocupaba OpEspec 33, el Departamento de Entretenimiento, que había establecido reglas muy específicas con la Unión Fusionada de Acechadores sobre quién podía acechar a quién. Ayudaba a regular una situación históricamente muy peliaguda y también graduaba a los acechadores según habilidad y perseverancia. El mío era un impresionante Grado 1, a los que dejan acechar a los famosos de verdad. Lo que me hizo sospechar.
—¿Un Grado 1? —pregunté—. ¿Debo sentirme halagada? No creía estar por encima de Grado 8.
—No tanto —admitió el acechador—, más bien de Grado 12. Pero tengo la corazonada de que va a prosperar. Me ocupé de Lola Vavoom en los años sesenta, cuando sólo había tenido un pequeño papel en Las calles de Wootton Bassett, y la aceché durante diecinueve años. Sólo la abandoné para dedicarme a Buck Stallion. Cuando se enteró, me envió una jarra de cristal grabada con las palabras: «Gracias por ser tan buen acechador. Lola.» ¿La conoce?
—La vi una vez, señor... —Miré el permiso antes de devolvérselo— De Floss. Un nombre interesante. ¿Algún parentesco con Candice?
—¿La autora? Ojalá —respondió el acechador, mirando al cielo—. Pero dado que me gustaría que fuésemos amigos, por favor, llámame Millon.
—Bien, Millon pues.
Nos dimos la mano. El hombre del suelo gimió y se sentó, frotándose la cabeza.
—¿Quién es tu amigo?
—No es mi amigo —dijo Millon—, es mi acechador. Y también un incordio.
—Espera... ¿eres acechador y tienes acechador?
—¡Por supuesto! —Millon rio—. Desde que publiqué mi autobiografía, Acechando en el lado salvaje, me he convertido en una pequeña celebridad. Incluso tengo un acuerdo de patrocinio con trencas CompassRose™. Es mi fama lo que permite a Adam, este de aquí, acecharme. Ahora que lo pienso, es un acechador de Grado 3, por lo que posiblemente tenga a su vez un acechador... ¿Conoces el poema?
Antes de poderlo detener, se puso a recitar:
Y eso hace la prensa amarilla,
pero dicen que los acechadores
que a otros acechan
a su vez tienen quien los vigila,
y nunca se termina.
—No, no lo conocía —comenté mientras el segundo acechador se ponía un pañuelo sobre el labio ensangrentado.
—Señorita Next, éste es Adam Gnusense. Adam, la señorita Next.
Me hizo un gesto con la mano, miró el pañuelo ensangrentado y gimió apenado. De pronto me arrepentí de mis actos.
—Lamento haberle pegado, señor Gnusense —me disculpé—. No sabía lo que hacían.
—Es un peligro laboral, señorita Next.
—Eh, Adam —dijo Millon, súbitamente entusiasmado—, ¿ya tienes a tu propio acechador?
—Anda por alguna parte —dijo Gnusense mirando a su alrededor—, un perdedor de Grado 34. El pobre bastardo revisaba mi basura anoche mismo. Mira que está pasado de moda...
—Estos chicos de hoy... —dijo Millon—. Puede que fuese lo habitual en los años sesenta, pero el acechador moderno es mucho más sutil. Largas vigilancias, muchas notas, horas de entradas y salidas, teleobjetivo.
—Vivimos unos tiempos muy tristes —admitió Adam, cabeceando compungido—. Debo irme. Yo diría que habría que echar un ojo a Adrian Lush como amigo.
Se puso en pie y se alejó tambaleándose un poco, tropezando con las latas de cerveza del suelo.
—No es muy parlanchín el amigo Adam —dijo Millon en un susurro—, pero se pega al blanco como una lapa. No le encontraría revolviendo en la basura... a menos que esté dando clase a alguno de los cachorrillos. Cuéntame, señorita Next, ¿dónde has estado durante dos años y medio? Las cosas han sido un poco aburridas... A los dieciocho meses de tu desaparición reduje mi acecho a sólo tres noches por semana.
—No me creerías nunca.
—Te sorprendería todo lo que puedo creer. Además de acechar he terminado mi primer libro: Breve historia de la Red de Operaciones Especiales. También soy editor de la revista Teorías conspiratorias. Entre el artículo sobre la relación tangible entre la Goliath y Yorrick Kaine y el de la existencia de una bestia misteriosa conocida como Guinzilla, hemos publicado varios artículos sobre ti y el caso Jane Eyre. También nos encantaría publicar un artículo sobre el trabajo de tu tío Mycroft. A pesar de que no sabemos casi nada, la red de conspiraciones está llena de verdades a medias, mentiras y suposiciones. ¿Es verdad que inventó un dispositivo de camuflaje para coches?
—Más o menos.
—¿Y papel carbón traductor?
—Lo llamaba rosettapapel.
—¿Y qué hay del ovinador? Teorías conspiratorias dedicó varias páginas a rumores sin fundamento sólo sobre ese invento.
—No sé. ¿Se trata de una máquina para cocer huevos, tal vez? ¿Hay algo que no sepas sobre mi familia?
—No mucho. Estoy pensando en escribir tu biografía. ¿Qué te parece: Thursday Next: una biografía?
—¿Cómo título? Es excesivamente imaginativo.
—Entonces, ¿tengo tu permiso?
—No, pero si me preparas un informe sobre Yorrick Kaine te hablaré de Aornis Hades.
—¿La hermanita de Acheron? ¡Hecho! ¿Estás segura de que no puedo escribir tu biografía? Ya he empezado.
—Totalmente segura... Si descubres algo, llama a mi puerta.
Suspiré.
—Vale, hazme un gesto cuando me veas salir.
De Floss aceptó ese plan y le dejé ordenando cuadernos, binoculares, cámaras y escribiendo un montón de anotaciones sobre su primer encuentro conmigo. No podía librarme de ese pobre loco, pero un acechador quizá llegara a ser un aliado.
3
La hora de esquivar las preguntas
LOS PÉRFIDOS DANESES SON «HISTÓRICAMENTE NUESTROS ENEMIGOS», AFIRMA EL HISTORIADOR DEMENTE
«Con franqueza, quedé pilín-pilín-pan horrorizado —declaró ayer el principal historiador demente de Inglaterra—. El ataque danés del siglo VIII contra nuestra yamba-yamba larga isla es una historia de invasión, subyugación, saqueo y explotación que quedó bla-bla-baaa sin respuesta hasta que, años más tarde, nosotros intentamos lo mismo.» El trabajo desconcertante y apenas coherente del historiador ha sido respaldado por otro académico igualmente estúpido, que ayer declaró: «La invasión danesa se inició en 786, cuando los daneses establecieron un reino en el este de Anglia. Ni siquiera usaron sus verdaderos nombres. Decidieron ocultar cobardemente su brutal obra bajo seudónimos anglos, como Bruts y Flynns. Investigaciones posteriores han demostrado que los daneses se quedaron más de cuatrocientos años y sólo pudieron ser expulsados con la valiente ayuda de nuestros nuevos mejores amigos, los franceses.»
Nuevo opresor (órgano de comunicación oficial del Partido Whig)
—¿Cómo es posible que Kaine llegase al poder con tal rapidez? —pregunté incrédula mientras esa noche Joffy y yo hacíamos cola pacientemente a las puertas de los estudios de Toad News Network, en Swindon—. La última vez que estuve aquí, Kaine y el Partido Whig prácticamente se habían hundido tras la debacle de Cardenio.
Joffy, desalentado, hizo un gesto con la cabeza en dirección a una multitud de seguidores uniformados de Kaine que esperaban en silencio a su glorioso líder.
—Aquí las cosas no han ido bien, Thurs. Kaine recuperó su escaño tras el asesinato de Samuel Pring. Los whigs formaron una alianza con los liberales y eligieron a Kaine como líder. Posee una especie de magnetismo personal y las multitudes que asisten a sus mítines no hacen más que crecer. Su postura de «Unificación Británica» ha ganado mucho apoyo, sobre todo entre los estúpidos incapaces de pensar por sí mismos.
—¿Guerra con Gales?
—No ha llegado a decirlo, pero el leopardo no muda sus manchas. Ganó por mayoría aplastante tras el hundimiento del anterior Gobierno a raíz del escándalo «dinero a cambio de llamas andinas». Tan pronto como llegó al poder se proclamó canciller. Su Ley de Desreforma del año pasado limitó el voto a los propietarios.
—¿Cómo logró que el Parlamento lo acordase? —comenté, conmocionada sólo de pensarlo.
—No estamos seguros —dijo Joffy compungido—. A veces el Parlamento hace cosas de lo más extrañas. Pero no está contento con ser canciller. Defiende la postura de que los comités y la transparencia sólo logran retrasar las cosas y que, si la gente realmente quiere que los trenes lleguen a su hora y los carritos de la compra caminen rectos, es indispensable que un hombre posea poderes ejecutivos incuestionables: un dictador.
—¿Y qué se lo impide?
—El presidente —respondió Joffy en voz baja—. Formby le ha dicho a Kaine que, si exige que se elija a un dictador, él se presentará en su contra y Yorrick sabe muy bien que Formby ganaría... Sigue siendo tan popular como siempre.
Lo pensé un momento.
—¿Qué edad tiene el presidente Formby?
—Ése es el problema. En mayo cumplió ochenta y cuatro años.
Callamos un momento y nos movimos con la cola para acercarnos a la entrada, donde dos hombres feos de OE-6 comprobaron nuestra identidad y nos dejaron pasar. Ocupamos los asientos del fondo y esperamos pacientemente que empezara el espectáculo. Costaba creer que Kaine hubiese logrado subir tan alto en la política inglesa pero, reflexioné, a un personaje de ficción le podía pasar cualquier cosa... Una característica que Yorrick, evidentemente, había explotado al máximo.
—¿Ves a ese hombre de aspecto desagradable que está en el borde del escenario? —preguntó Joffy.
—Sí —respondí, siguiendo la línea del dedo de Joffy hasta a un tipo corpulento, de pelo corto y sin cuello apreciable.
—Es el coronel Fawsten Gayle, jefe de seguridad de Kaine. No se juega con él. Se rumorea que le echaron de la escuela por clavarse la cabeza al banco de un parque para ganar una apuesta.
De pie junto a Gayle se encontraba un hombre cadavérico con rasgos apretados y gafitas redondas. Sostenía un maletín rojo ya algo estropeado e iba vestido con una chaqueta deportiva arrugada y pantalones de pana.
—¿Quién es?
—Ernst Stricknene. El consejero personal de Kaine.
Los miré un rato y me di cuenta de que, a pesar de no estar ni a medio metro de distancia, no intercambiaban ni miradas ni palabras. Las cosas en el bando de Kaine no estaban del todo decididas. Si podía acercarme, me limitaría a agarrar a Yorrick y a llevarle directamente a uno de los múltiples libros prisión de Jurisficción. Y ahí acabaría todo. Daba la impresión de que había vuelto a casa en el momento justo.
Examiné el ejemplar de regalo de El nuevo opresor que había encontrado en mi asiento.
—¿Kaine echa a los daneses la culpa de los males del país? —pregunté.
—Porque económicamente estamos en muy mala situación tras perder la guerra de Crimea con Rusia. Los rusos no sólo recibieron Tunbridge Wells como compensación de guerra, sino también un buen montón de pasta. El país está al borde de la quiebra, Kaine quiere conservar el poder, por tanto...
—... desvía la atención.
—Exacto. Echa la culpa a otros.
—Pero ¿a los daneses?
—Eso deja claro que está desesperado, ¿verdad? Como país llevamos demasiado tiempo echando las culpas a los galeses y los franceses; con los rusos fuera de juego, se ha inventado Dinamarca como enemigo público número uno. Está empleando los ataques vikingos del ochocientos y el dominio danés sobre Inglaterra en el siglo XI como excusas para fomentar la xenofobia idiota.
—¡Ridículo!
—Estoy de acuerdo. Los periódicos llevan todo el mes publicando propaganda antidanesa. Todos los sistemas de alta fidelidad de Bang & Olufsen se han retirado del mercado debido a problemas de «seguridad», y los juegos de construcción Lego están prohibidos, pendientes de investigación por «peligro de ahogamiento». La lista de escritores daneses ilegales crece segundo a segundo. Las obras de Kierkegaard ya han sido declaradas ilegales por la ley de Literatura Danesa Indeseable y las quemarán. El siguiente será Hans Christian Andersen, eso dicen... y después, quizás incluso Karen Blixen.
—Pueden arrancar mi ejemplar de Memorias de África de entre mis dedos muertos.
—Opino igual. Será mejor que te asegures de que Hamlet no le cuente a nadie de dónde procede. Silencio. Creo que pasa algo.
Algo pasaba, en efecto. El regidor había salido al escenario y nos explicaba con precisión lo que debíamos hacer. Después de una serie prolongada de comprobaciones técnicas, llegó el presentador del programa entre aplausos del público. Era Tudor Webastow de The Owl, que había fundamentado su carrera en poseer la capacidad justa de crítica como para que la prensa le considerase un enemigo creíble de los políticos pero no tanto como para acabar en el Támesis calzado con zapatos de cemento.
Se sentó a una mesa con una silla vacía a cada lado y ordenó sus notas. Al contrario de lo que era habitual en La hora de esquivar las preguntas, habría dos en lugar de cuatro invitados en el programa; pero esa noche era especial: Yorrick Kaine se enfrentaría a su oponente político, el señor Redmond van de Poste, del Partido del Sentido Común. El señor Webastow se aclaró la garganta y arrancó.
—Buenas noches y bienvenidos a La hora de esquivar las preguntas, el programa de debate más importante del país. Esta noche, como todas las noches, un grupo de distinguidas figuras públicas se dedicará a esquivar las preguntas del público y a defender las posturas inamovibles de su partido.
Aplausos y Webastow continuó:
—El programa de esta noche se emite desde Swindon, Wessex. En ocasiones denominada la tercera capital de Inglaterra o la «Venecia de la M4», la Swindon de hoy es una potencia financiera e industrial, que cuenta entre sus ciudadanos con profesionales y artistas representados políticamente del país en su conjunto. También me gustaría comentar que La hora de esquivar las preguntas se emite por cortesía de Sistemas de Expulsión Gran-Ajuste®, el tubo de escape ideal. —Dejó de hablar un momento y revolvió los papeles—. Es un honor recibir esta noche a dos representantes muy diferentes, de extremos opuestos del espectro político. En primer lugar me gustaría presentarles a un hombre muerto políticamente hace dos años, pero que ha logrado alcanzar el segundo puesto político más importante del país y que cuenta con millones de seguidores devotos, algunos de los cuales incluso están cuerdos. Damas y caballeros, ¡el canciller Yorrick Kaine!
Al entrar en el escenario, Kaine recibió una ovación desigual, y sonrió y asintió para beneficio de la multitud. Yo me incliné hacia delante. No parecía haber envejecido en los dos años que habían pasado desde la última vez que le había visto, como cabía esperar de un ficticio. Seguía con aspecto de tener casi treinta años, con el pelo negro peinado exquisitamente de lado; bien podría haber sido un modelo masculino para un patrón de punto de cruz. Sabía que no lo era. Ya lo había comprobado.
—Muchas gracias —dijo Kaine, sentándose a la mesa y uniendo las manos ante sí—. Debo decir que siempre he considerado Swindon como mi segundo hogar.
Se oyeron algunos murmullos de deleite provenientes de las primeras filas del público, en su mayoría de ancianas que consideraban a Kaine como el hijo que jamás habían tenido. Webastow intervino:
—Y también nos place dar la bienvenida al señor Redmond van de Poste, del Partido del Sentido Común, la oposición.
Se oyeron muchos menos aplausos cuando entró Van de Poste, sin duda. Le llevaba casi treinta años a Kaine, tenía un aspecto cansado y demacrado, llevaba gafas redondas de pasta y su tremenda calva brillaba. Echó un vistazo furtivo antes de sentarse con rigidez. Supuse el porqué. Bajo el traje llevaba un pesado chaleco antibalas... y por muy buenas razones. Los tres últimos líderes del partido del Sentido Común habían muerto en condiciones misteriosas. Su predecesora, la señora Fay Bentoss, había sido arrollada por un coche. Esa muerte no hubiese tenido nada de raro si no se hubiera producido cuando ella se encontraba en el salón de su casa.
—Gracias, caballeros, y bienvenidos. La primera pregunta es de la señorita Pupkin.
Una mujer bajita se puso en pie y dijo con timidez:
—Hola. Esta semana a Alguien le han hecho una Cosa Horrible, y me gustaría preguntar a los invitados si están dispuestos a condenar el hecho.
—Muy buena pregunta —respondió Webastow—. Señor Kaine, ¿quiere ser el primero?
—Gracias, Tudor. Sí, condeno completa y absolutamente la Cosa Horrible en los términos más enérgicos. En el Partido Whig nos horroriza que en esta gran nación nuestra sucedan Cosas Horribles sin que se castigue al Alguien que las comete. Además, me gustaría señalar que la avalancha actual de Cosas Horribles que se produce en nuestros pueblos y ciudades es una carga que heredamos del Partido del Sentido Común, y me gustaría añadir que en términos reales la incidencia de Cosas Horribles ha disminuido en un veintiocho por ciento desde que llegamos al poder.
Aplausos. Webastow le pidió a Van de Poste su opinión.
—Bien —dijo Redmond suspirando—, está claro que mi sabio amigo confunde los hechos. Tal y como nosotros manipulamos los datos, en realidad las Cosas Horribles van en aumento. Pero por un momento me gustaría dejar de jugar a la política de partidos y manifestar que, aunque se trató evidentemente de una gran tragedia personal para los implicados, condenar estos actos sin mayor reflexión no nos permite comprender por qué se producen y es preciso meditar más para llegar a la raíz de...
—Una vez más —le interrumpió Kaine—, vemos como el partido del Sentido Común niega su responsabilidad y renuncia a actuar con dureza ante dificultades indeterminadas. Espero que toda la gente sin identificar que ha sufrido problemas difusamente definidos comprenda...
—He dicho que condeno la Cosa Horrible —intervino Van de Poste—, y debo añadir que hemos estado investigando todo el espectro de Cosas Horribles, desde lo Simplemente Molesto hasta lo Escandalosamente Terrible, y que haremos uso de lo que descubramos... si alcanzamos el poder.
—¡Siempre se puede confiar que el partido del Sentido Común haga las cosas a medias! —se mofó Kaine, quien evidentemente disfrutaba de ese tipo de discusiones—. Llegando sólo hasta «Escandalosamente Terrible», el señor Van de Poste está haciendo un flaco favor a su país. En el Partido Whig hemos examinado el problema de las Cosas Horribles y proponemos una actitud de nula tolerancia para ofensas incluso de tan poco nivel como Ligeramente Inapropiadas. Sólo de esta forma podremos detener a los Álguienes que hacen Cosas Horribles antes de que pasen a actos Obscenamente Perversos.
Sonaron más aplausos, presumiblemente mientras el público intentaba decidir si «Simplemente Molesto» era peor que «Ligeramente Inapropiado».
—En pocas palabras —anunció Webastow—: al final de la primera ronda concedo tres puntos al señor Kaine por su excelente condena inespecífica, más un punto de bonificación por echar la culpa al Gobierno anterior y otro por transformar con éxito la pregunta para defender la posición de su partido. El señor Van de Poste recibe un punto por una firme refutación pero sólo dos puntos por su condena, ya que ha intentado incluir una observación imparcial e inteligente. Por tanto, al final de la primera ronda, Kaine va en cabeza con cinco puntos y Van de Poste tiene tres.
Más aplausos cuando las cifras aparecieron en el marcador.
—Pasamos a la siguiente fase del programa, que llamamos la ronda de «no responder a la pregunta». Tenemos una de la señorita Ives.
Una mujer de mediana edad alzó la mano y preguntó:
—¿Creen que es preciso añadir azúcar al pastel de ruibarbo o el déficit de dulzura se debe compensar con un ingrediente como las natillas?
—Gracias, señorita Ives. Señor Van de Poste, ¿desea ser el primero?
—Bien —dijo Redmond, mirando al público en busca de posibles asesinos—, esa pregunta va directamente al corazón del Gobierno, y lo primero que me gustaría decir es que el Partido del Sentido Común, cuando estábamos en el poder, probó más formas diferentes de hacer las cosas que cualquier otro partido que se recuerde y, por tanto, se acercó más a la forma correcta de hacer algo, aunque en su momento no lo supiésemos.
Aplausos y Joffy y yo nos miramos.
—¿Esto mejora? —susurré.
—Espera a que hablen de Dinamarca.
—Rechazo totalmente —dijo Kaine— la insinuación de que no hacernos las cosas de la forma correcta. Para demostrarlo, me gustaría alejarme por completo del tema y hablar sobre la Revisión del Servicio Sanitario que realizaremos el próximo año. Queremos reemplazar el anticuado modelo «preventivo» de medicina que este país ha seguido implacablemente por un modelo de «espera a estar realmente grave», dirigido específicamente a aquellos que más precisan atención médica: los enfermos. Se terminarán los exámenes sanitarios anuales para todos los ciudadanos y serán reemplazados por un régimen diagnóstico «terciario» que ahorrará dinero y recursos.
Se volvieron a oír aplausos.
—Vale —anunció Webastow—. A Van de Poste le concederé tres puntos por lograr con éxito no responder a la pregunta, pero doy cinco puntos a Kaine, que no sólo ha pasado de la pregunta sino que además ha aprovechado para difundir su propio programa político. Quedan seis rondas más, tenemos a Kaine con diez puntos y a Van de Poste con seis. Por favor, la siguiente pregunta.
Un joven con pelo teñido de rojo que estaba sentado en nuestra fila alzó la mano.
—Me gustaría sugerir que los daneses no son nuestros enemigos y que eso no es más que una maniobra cínica de los whigs para culpar a otros de nuestros problemas económicos.
—¡Ah! —dijo Webastow—. La controvertida cuestión danesa. Creo que será mejor que el señor Van de Poste sea el primero en esquivar esta pregunta.
De pronto Van de Poste pareció sentirse mal y miró hacia donde Stricknene y Gayle le miraban furiosos.
—Creo que —arrancó lentamente—, si los daneses son tal y como los describe el señor Kaine, ofreceré mi apoyo a su política.
Mientras Yorrick se ponía a hablar, Van de Poste se secó la frente con un pañuelo.
—Cuando llegué al poder, Inglaterra era una nación sumida en el declive económico y los males sociales. En ese momento nadie se daba cuenta, y tuve que hacer grandes esfuerzos para demostrar hasta qué punto se había hundido esta gran nación. Con el apoyo de mis seguidores, logré demostrar con razonable claridad que las cosas no estaban tan bien como creíamos, y que lo que creíamos percibir como paz y coexistencia con nuestros vecinos era en realidad un paraíso estúpido de espejismos y paranoia. Cualquiera que piense que...
Me incliné hacia Joffy.
—¿La gente se traga estas tonterías?
—Me temo que sí. Creo que está aplicando el principio de «la gente está mucho más dispuesta a creer una gran mentira que una pequeña». Aun así, me sigue sorprendiendo.
—... cualquiera que entorpezca esta misión —continuaba diciendo Kaine— es un enemigo del pueblo, ya sea danés, simpatizante gales dispuesto a derribar nuestra nación o un lunático mal informado que no merece voz ni voto.
Hubo aplausos pero también algunos abucheos. Vi al coronel Gayle apuntar en un papel quiénes gritaban, contando el número de los asientos.
—Pero ¿por qué los daneses? —insistió el hombre del pelo rojo—. Son famosos por la justicia de su sistema parlamentario, su impecable historial de respeto por los derechos humanos y tienen una reputación merecida por su gran labor benéfica en las naciones del Tercer Mundo... ¡Creo que eso son mentiras, señor Kaine!
Hubo jadeos y la gente contuvo el aliento, pero también algunas cabezas asintieron. Incluso, creo, la de Van de Poste.
—Al menos por el momento —arrancó Kaine en tono conciliatorio— todo el mundo tiene derecho a opinar y agradezco el candor de nuestro amigo. Sin embargo, me gustaría llamar la atención del público sobre un tema sin ninguna relación, pero muy emotivo, que apartará la discusión de las carencias vergonzosas de mi Administración para llevarnos al terreno de la política populista. A saber: el escandaloso número de muertes de cachorrillos y gatitos cuando el Partido del Sentido Común estaba en el poder.
La mención de la muerte de cachorrillos y gatitos arrancó gritos de alarma a los miembros más ancianos del público. Sabiendo que había logrado desviar la discusión, Kaine siguió hablando:
—Ahora mismo, más de mil cachorrillos y gatitos no deseados mueren por efecto de inyecciones letales, de las que los veterinarios daneses disponen con absoluta libertad. Como humanitarios entregados, el Partido Whig siempre ha condenado tal exterminación indeseada de animales de compañía.
—¿Señor Van de Poste? —preguntó Webastow—. ¿Cómo reacciona usted a las tácticas de distracción del señor Kaine sobre la muerte de gatitos?
—Está claro —dijo Van de Poste— que la muerte de gatitos y cachorrillos es lamentable, pero en el Partido del Sentido Común queremos que la gente sepa que la muerte de animales de compañía indeseados se debe realizar de esta forma. Si la gente fuese más responsable con sus animales, estas cosas no pasarían.
—¡La típica respuesta de Sentido Común! —ladró Kaine—. ¡Culpando a la población como si estuviese formada por idiotas irresponsables sin inteligencia! En el Partido Whig no aprobamos tales acusaciones, y nos horroriza la salida del señor Van de Poste. Ahora mismo puedo prometerles que el problema del déficit de hogares para perritos será mi principal preocupación cuando me convierta en dictador.
Muchos vítores a esas palabras y yo cabeceé compungida.
—Bien —dijo Webastow, feliz—, creo que daré al señor Kaine los cinco puntos por este magistral irse por las ramas, y una bonificación de dos por soslayar la cuestión danesa en lugar de afrontarla directamente. Señor Van de Poste, lamento darle un punto nada más. No sólo ha aceptado de forma tácita la horrenda política exterior del señor Kaine, sino que ha respondido al problema de los animales domésticos indeseados con una respuesta sincera. Por lo que, al final de la tercera ronda, el señor Kaine va muy por delante con diecisiete puntos y Van de Poste por detrás con siete. La próxima pregunta nos llega de la mano del señor Wedgwood.
—Sí —dijo un hombre muy anciano de la tercera fila—. Me gustaría saber si apoyan el paso de la Corporación Goliath a un sistema de administración corporativa fundamentado en la fe.
Y así siguió el debate durante casi una hora, con Kaine haciendo afirmaciones ridículas y sin que la mayor parte del público se diese cuenta o, lo que era peor, le importase. Me alegré horrores cuando el programa terminó con Kaine por delante con treinta y ocho puntos frente a los dieciséis de Van de Poste, y salimos.
—¿Ahora qué? —preguntó Joffy.
Me saqué del bolsillo la guía de Jurisficción y la abrí por la página que contenía un párrafo de La espada de los zenobianos, una de las muchas obras inéditas que Jurisficción empleaba como prisión. No teníamos más que agarrar a Kaine de la mano y leer.
—Voy a llevarme a Kaine de vuelta a MundoLibro. Es demasiado peligroso dejarlo aquí fuera.
—Estoy de acuerdo —dijo Joffy, llevándome hacia donde dos enormes limusinas esperaban al canciller—. Querrá encontrarse con su público «adorador», así que tendrás tu oportunidad.
Nos unimos a la multitud que le esperaba y nos abrimos paso hasta la primera fila. La mayor parte del público se había reunido para ver a Kaine, pero no por la misma razón que yo. Creció un murmullo de emoción cuando apareció Kaine. Sonrió serenamente y recorrió la fila, dio la mano y le ofrecieron flores y bebés para besar. Tenía bien cerca al coronel Gayle, con una falange de guardaespaldas que miraban fijamente a la multitud para garantizar que nadie intentase nada raro. Tras ellos sólo podía ver a Stricknene, que todavía sostenía el maletín rojo. Me oculté parcialmente tras un acólito entusiasta de Kaine que agitaba una bandera del Partido Whig para que el canciller no me viese. Ya nos habíamos enfrentado otras veces y él sabía bien de lo que yo era capaz, de la misma forma que yo sabía de lo que él era capaz: la última vez Kaine había intentado que nos devorase a todos la Bramadora, una especie de bestia infernal surgida de las profundidades de la imaginación más depravada del hombre. Si podía conjurar a voluntad bestias ficticias, tendría que tener cuidado.
Pero luego, a medida que el grupito se acercaba, comencé a sentir el curioso impulso de no atrapar a Kaine sino de unirme al entusiasmo contagioso. La atmósfera era eléctrica, y sentirse arrastrada por la multitud era algo que de pronto me parecía lo correcto. Joffy ya había sucumbido al encantamiento y agitaba los brazos y silbaba su apoyo. Yo derroté el intenso impulso de dejar lo que estaba haciendo y conceder a Kaine el beneficio de la duda. Él y su séquito habían llegado hasta nosotros. Su mano se acercó a la multitud. Me preparé, leí las primeras líneas de La espada de los zenobianos y aguardé el momento adecuado. Tendría que aferrarme con fuerza mientras me leía al interior del MundoLibro, pero eso no me preocupaba porque ya lo había hecho en múltiples ocasiones. Lo que me preocupaba era que mi determinación se evaporaba con rapidez. Antes de que el magnetismo de Kaine pudiese afectarme más, respiré hondo, agarré la mano ofrecida y musité rápidamente:
—«Era una época de paz en la tierra de los zenobianos...» No me llevó mucho tiempo saltar al MundoLibro. En un abrir y cerrar de ojos la agitada multitud nocturna del aparcamiento de los estudios de la Toad News Network desapareció y fue reemplazada por un cálido valle verde donde manadas de unicornios pastaban apaciblemente al sol del verano. Los gramásitos giraban en el cielo azul, aprovechando las corrientes termales que se alzaban desde la hierba cálida.
—¡Bien! —dije, volviéndome hacia Kaine y sufriendo algo así como una conmoción. Junto a mí no tenía a Yorrick, sino a un hombre de mediana edad que sostenía una bandera del Partido Whig y que miraba fijamente las aguas cristalinas que borboteaban saliendo de un hueco entre las rocas. Debía de haber agarrado la mano errónea.
—¿Dónde estoy? —preguntó el hombre, comprensiblemente desconcertado.
—Es una experiencia cercana a la muerte —dije a toda prisa—, ¿qué le parece?
—¡Es hermoso!
—Bien. No se acostumbre, le voy a llevar de vuelta.
Le volví a agarrar, murmuré la clave y salté fuera de la ficción, algo que me resultaba menos difícil. Llegamos detrás de unos contenedores de basura justo cuando Kaine y su séquito se alejaban. Corrí hasta Joffy, que seguía despidiéndose con la mano, y le dije que lo dejase de una vez.
—Lo siento —dijo agitando la cabeza—. ¿Qué te ha pasado a ti?
—Ni preguntes. Vamos, volvamos a casa.
Nos fuimos de allí mientras un hombre de mediana edad muy emocionado y muy perplejo contaba a quien quisiese oírlo lo de su experiencia «cercana a la muerte».
Me metí en la cama ya pasada la medianoche, con la cabeza dándome vueltas por haber experimentado el control casi hipnótico que Kaine ejercía sobre la población. Aun así, no se me habían acabado las ideas. Podía intentar agarrarle una vez más y, si no salía bien, emplear la cabeza borradora que había sacado a escondidas del MundoLibro. Destruirle no me provocaba ninguna inquietud. No sería más culpable de asesinato que un autor con su tecla de borrar. Pero mientras Formby se enfrentase a él, Kaine no se convertiría en dictador, por lo que tenía algo de tiempo para preparar la estrategia. Podía observar y planificar. «El tiempo invertido en renacimiento —solía decirme la señora Equívoco— nunca es tiempo perdido.»
4
Una ciudad como Swindon
FORMBY NIEGA A KAINE
El presidente-de-por-vida Formby vetó ayer, durante uno de los intercambios más violentos que ha presenciado esta nación, el intento del canciller Kaine de convertirse en dictador de Inglaterra. El Parlamento ya ha aprobado la Ley de Poderes Ejecutivos Totales de Kaine, que sólo precisa la firma presidencial para entrar en vigor. El presidente Formby, hablando desde el palacio presidencial, en Wigan, dijo a la prensa: «¡No permitiría que un ****** como ése administrase un quiosco de prensa y menos aún un país!» El canciller Kaine, enfurecido por el comentario del presidente, declaró que Formby «es demasiado viejo para tomar decisiones sobre el futuro del país, está muy alejado de la sociedad y es mal cantante». Tuvo que retractarse de esta última afirmación debido a las grandes protestas públicas.
The Toad, 13 de julio de 1988
Por la mañana tras La hora de esquivar las preguntas había dormido fatal y me había despertado antes que Friday, lo que era raro. Miré al techo y pensé en Kaine. Tendría que asistir a su siguiente acto público antes de que descubriese lo de mi regreso. Estaba pensando en por qué motivo Joffy y yo casi nos habíamos quedado atrapados en el circo de Yorrick cuando Friday despertó y parpadeó mirándome en plan desayuno. Me vestí a toda prisa y bajamos.
—Bienvenidos a El desayuno de Swindon con Toad —anunciaba el presentador de televisión cuando entramos—. Soy Warwick Fridge y me acompaña la encantadora Leigh Onzolent...
—Hola...
—... para ofrecerles dos horas de noticias, opiniones, diversión y concursos para empezar el día. Desayuno con Toad está patrocinado por Picaportes Arkwright, los mejores complementos para puertas de Wessex.
Warwick se volvió hacia Leigh, que tenía un aspecto demasiado glamuroso para ser las ocho de la mañana. Sonrió y dijo:
—Esta mañana hablaremos con el capitán de cróquet Roger Kapok sobre las posibilidades de Swindon en la Superhoop 88, y también con un hombre que afirma haber visto unicornios durante una experiencia cercana a la muerte. El sanador de dodos de Network Toad estará aquí para tratar acerca de los problemas psiquiátricos de sus mascotas y nuestra lectura de Otelo al revés llega a los cuartos de final. Más tarde hablaremos con el señor Joffy Next sobre la potencial resurrección mañana de san Zvlkx, pero antes las noticias. El presidente de Goliath ha anunciado objetivos de contrición que deben alcanzarse en un periodo...
—Buenos días, hija —dijo mi madre, entrando en la cocina—. Creía que eras de las que se levantan tarde.
—No era madrugadora hasta que nació el crío —respondí, señalando a Friday, que miraba expectante las gachas—. Si hay algo que se le da bien es comer.
—Era lo que tú hacías mejor a su edad. Oh —añadió mi madre despistada—, tengo que darte una cosa.
Corrió a su dormitorio y volvió con un montón de papeles de aspecto más que oficial.
—El señor Hicks los dejó para ti.
Braxton Hicks era mi antiguo jefe en OpEspec de Swindon. Me había ido sin avisar y, por el aspecto de su misiva, no le había sentado muy bien. Me había degradado a «detective analítico literario» y en la carta me exigía la devolución de la pistola y la placa. El segundo documento era una orden de arresto por una acusación falsa de posesión ilegal de una pequeña cantidad de queso de contrabando.
—¿El queso sigue caro? —le pregunté a mi madre.
—¡Es un robo! —musitó—. Tiene un gravamen del quinientos por ciento. Y no sólo el queso. El impuesto ahora afecta a todos los productos lácteos... incluso el yogurt.
Suspiré. Probablemente tuviese que ir a OpEspec a dar explicaciones. Podía pedir perdón, ir al estresexpertos y decir que padecía estrés postraumático, Xplkquilkiccasia o algo similar, y pedir la reincorporación a mi antiguo puesto. Quizá si me entrenaba con el hierro nueve podría hacerle un swing a mi jefe obseso del golf. Fuera de OpEspec no era un buen lugar en el que estar si pretendía cazar a Yorrick Kaine o convencer a la CronoGuardia de que me devolviese a mi esposo; me vendría bien tener acceso a todas las operaciones especiales y a las bases de datos policiales.
Repasé los papeles. Aparentemente me habían declarado culpable de la infracción por el queso y me habían multado con 5.000 libras más castos.
—¿Lo has pagado? —le pregunté a mi madre, mostrándole el requerimiento judicial.
—Sí.
—Entonces tengo que devolvértelo.
—No hace falta —respondió, añadiendo antes de que pudiese darle las gracias—: Lo pagué con tu margen de descubierto... descubierto que ahora es bastante considerable.
—Qué... considerado por tu parte.
—No tienes que agradecérmelo. ¿Bacon y huevos?
—Por favor.
—En marcha. ¿Recoges la leche?
Fui a la puerta principal a recoger la leche y, al inclinarme, oí el silbido de una bala pasando junto a mi oreja y el impacto cuando dio en el marco de la puerta. Estaba a punto de cerrarla de golpe y sacar la automática cuando una quietud inexplicable se apoderó de la escena, como una calma chicha súbita. Sobre mi cabeza una paloma se había congelado en el aire, con las alas extendidas hacia abajo. En la carretera, un motorista se mantenía en un equilibrio imposible, completamente quieto, y los transeúntes permanecían tan rígidos e inmóviles como estatuas... incluso Pickwick se había detenido en su paseo. El tiempo, al menos momentáneamente, se había congelado. Sólo conocía a una persona con cara suficiente para detener el tiempo de esa forma: mi padre. La pregunta era: ¿dónde estaba?
Miré a un lado y al otro de la calle. Nada. Ya que estaban a punto de asesinarme, pensé que me convenía saber quién iba a hacerlo, así que recorrí el sendero del jardín y crucé la calle hasta el callejón donde De Floss se había ocultado tan mal el día anterior. Fue allí donde encontré a mi padre con una rubia muy guapa de no más de metro y medio que se había quedado congelada en el proceso de desmontar un rifle de francotirador. Probablemente no había cumplido todavía los treinta y llevaba el pelo recogido en una coleta con un coletero de flores. Observé con cierta diversión producto del distanciamiento que tenía un amuleto de la suerte en la guarda del gatillo y la culata forrada de pelo de peluche rosa. Papá parecía más joven que yo, pero le reconocí al instante. La extraña naturaleza de los asuntos del tiempo tendía a hacer que las vidas de los agentes no fuesen lineales... Cada vez que veía a papá tenía una edad diferente.
—Hola papá.
—Tenías razón —dijo, comparando los rasgos congelados de la mujer con una serie de fotografías—. Es una asesina, efectivamente.
—¡Dejemos eso ahora! —grité con alegría—. ¿Cómo estás? ¡Hace años que no te veo!
Se volvió y me miró.
—¡Querida, hemos hablado hace unas horas!
—No.
—Sí, en serio.
—Que no.
Me observó un momento, miró su reloj, lo agitó y prestó atención al sonido, para luego volver a agitarlo.
—Toma —dije, pasándole el cronógrafo que llevaba yo—, ten el mío.
—Muy bonito... gracias. ¡Ah! Corrijo. Ha sido dentro de tres horas a partir de ahora. Es un error fácil de cometer. ¿Has llegado a alguna conclusión sobre el asunto que comentamos?
—No, papá —dije exasperada—, todavía no ha sucedido, ¿recuerdas?
—Tú siempre tan lineal —musitó, poniéndose de nuevo a comparar las fotografías con la asesina—. Creo que deberías intentar ampliar horizontes un poco... ¡Premio!
Había encontrado la fotografía de mi asesina y leyó lo que ponía en el dorso.
—Asesina muy cara que trabaja en la zona de Wiltshire-Oxford. Parece pequeña y pizpireta pero es tan letal como cualquiera. Usa el nombre de Revendedora —hizo una pausa—. Reventadora sonaría mejor, ¿no?
—Pero he oído que la Revendedora es tremendamente letal —comenté—. Un contrato con ella y puedes darte por más muerto que la pana.
—Yo también lo he oído —respondió mi padre pensativo—. Sesenta y siete víctimas; sesenta y ocho si fue ella la que se ocupó de Samuel Pring. Su intención ha debido ser fallar. Es la única explicación. En cualquier caso, su verdadero nombre es Cindy Stoker.
Eso no me lo esperaba. Cindy estaba casada con Spike Stoker, un agente de OE-17 con el que había trabajado en un par de ocasiones. Incluso le había aconsejado cómo contarle a Cindy que se ganaba la vida cazando hombres lobo... que no era la profesión más atractiva para un posible marido.
—¿Cindy es mi asesina? ¿Cindy es la Revendedora?
—¿La conoces?
—Sé de ella. Es la esposa de un buen amigo.
—Bien, no te encariñes demasiado. Intenta matarte, y falla, en tres ocasiones. La segunda vez con una bomba lapa en el coche, el lunes, la siguiente el viernes, a las once de la mañana... pero falla y tú, al final, escoges que ella muera. No debería contártelo, pero como ya hablamos, tienes un pez más gordo que pescar.
—¿Qué pez más gordo?
—Garbancito —dijo, con su voz seria de «padre que sabe lo que hay que hacer»—. No voy a mantener otra vez la misma conversación. Ahora tengo que volver al trabajo... Hay un CronoTifón en la Edad Media y si no lo resuelvo nos pasaremos un siglo recogiendo anacronismos por toda la línea temporal.
—Espera... ¿trabajas para la CronoGuardia?
—¡Ya te lo he contado! Intenta estar atenta... durante toda la semana, porque vas a necesitar todo tu ingenio. Bien, entra en casa y yo volveré a poner en marcha el mundo.
No estaba de humor para charlas, pero ya que le vería más tarde y entonces descubriría sobre qué acabábamos de hablar, no parecía tener demasiado sentido seguir charlando, así que le dije adiós y, mientras recorría el sendero del jardín, el tiempo regresó instantáneamente. La paloma siguió volando, el tráfico siguió moviéndose y todo siguió como siempre. El tiempo se había detenido tan absolutamente que todo lo que mi padre y yo habíamos dicho había ocupado cero tiempo. Eso sí, no tendría que estar vigilando continuamente porque sabía en qué momento Cindy intentaría librarse de mí. No me apetecía mucho que ella muriese por mi culpa, claro. Spike se cabrearía de veras.
Volví a la cocina, donde mamá seguía concentrada preparando bacón y huevos. Para ella y Friday habían pasado menos de veinte segundos.
—¿Qué era ese ruido en la puerta, Thursday?
—Probablemente el petardeo de un coche.
—Es curioso —dijo—. Hubiese jurado que era una bala impactando en la madera a gran velocidad. ¿Dos huevos o uno?
—Dos, por favor.
Abrí el periódico, que publicaba un reportaje de cinco páginas sobre las «galletas danesas» que, en realidad, habían llegado a Dinamarca con los reposteros vieneses emigrados en el siglo XVI. «¿En qué otras cosas —clamaba el artículo— nos han engañado los mentirosos daneses?» Cabeceé apenada y pasé la página.
Mamá dijo que podría ocuparse de Friday hasta la hora del té, promesa que logré arrancarle antes de que comprendiese bien lo que implicaba el cambio de pañal y viese lo atroces que eran sus modales durante el desayuno. Friday gritó:
—Ut enim ad veniam! —Lo que podía significar: «¡Mira hasta dónde puedo lanzar el desayuno!», mientras una cucharada de gachas cruzaba volando la cocina, para deleite de DH82, quien había aprendido con gran rapidez que permanecer cerca de niños pequeños durante las comidas resultaba más que productivo.
Hamlet bajó a desayunar, seguido, tras un intervalo prudente, por Emma. Se dieron los buenos días de una forma tan protocolaria que sólo su expresión seria me impidió estallar en carcajadas.
—¿Ha dormido bien, lady Hamilton? —preguntó Hamlet.
—Sí, gracias. Mi cuarto da al este y recibe la luz de la mañana, ¿sabe?
—¡Ah! —respondió Hamlet—. La mía no. Creo que en su momento fue el trastero. Tiene un bonito papel pintado rosa y una lámpara de Piolín en la mesilla de noche. No es que me haya fijado mucho, claro, porque estaba completamente dormido... solo.
—Claro.
—Deja que te muestre una cosa —dijo mamá después del desayuno. La seguí hasta el taller de Mycroft. Alan, que había mantenido encerrados a los dodos de mamá en el cobertizo del jardín toda la noche, en aquel momento amenazaba con picar a cualquiera que le mirase «así como de reojo».
—¡Pickwick! —dije firmemente—. ¿Vas a permitir que tu hijo haga de matón con los otros dodos?
Pickwick apartó la vista y fingió tener picor en la pata. Lo cierto era que podía controlar a Alan tanto como yo. Apenas media hora antes había perseguido al cartero por todo el jardín emitiendo un furioso plun-plun-plun, cosa que incluso el cartero admitió que «me pasa por primera vez».
Mamá abrió la puerta lateral del enorme taller y entramos. Allí trabajaba tío Mycroft en sus inventos. Allí me había hecho demostraciones, entre otras maravillas, del papel carbón traductor, de un dispositivo de advertencia de sarcasmos, de la geometría nextiana y, lo más importante de todo, del Portal de Prosa: el método que usé por primera vez para entrar en la ficción. Mi madre siempre se ponía nerviosa en el laboratorio de Mycroft. Muchos años antes, mi tío había desarrollado el papel tetradimensional, con la idea de que se pudiese imprimir una y otra vez la misma hoja de papel, aislando las distintas impresiones en zonas temporales marginalmente diferentes que pudieran leerse usando gafas temporales. Llegando al nivel del nanosegundo, era posible almacenar un millón de páginas de texto o de imágenes en una única hoja por segundo. Genial... pero el papel tenía exactamente el mismo aspecto que una hoja normal tamaño A4, y que mi madre hubiese empleado el irremplazable prototipo para forrar el cubo de abono había dado pie a una larga y agria discusión familiar. No era de extrañar que anduviese con tanto cuidado cuando estaba cerca de sus inventos.
—¿Qué querías enseñarme?
Sonrió y me guio hasta el fondo del taller. Allí, junto a las cosas que había rescatado de mi apartamento, se hallaba la forma inconfundible de mi Porsche 356 Speedster oculta bajo una funda.
—He puesto en marcha el motor una vez al mes y le he hecho pasar las revisiones. Incluso en un par de ocasiones lo saqué a dar una vuelta.
Con un gesto teatral retiró la sábana. El coche estaba un poco maltrecho tras varios incidentes, pero así me gustaba. Toqué delicadamente los agujeros de bala que le había hecho Hades tantos años antes, y el lateral delantero abollado de cuando me había metido en el río Severn. Abrí las puertas del garaje.
—Gracias, mamá. ¿Estás segura de que te las arreglarás con Friday?
—Hasta las cuatro de la tarde. Pero debes prometerme algo.
—¿Qué?
—Que esta noche vendrás a mi grupo de Erradicaciones Anónimas.
—¡Mamá...!
—Te hará bien. Puede que lo pases bien. Es posible que conozcas a alguien. Podría hacerte olvidar a Linden.
—Landen. Se llama Landen. Y no preciso ni quiero olvidarle.
—Entonces el grupo te dará apoyo. Además, es posible que aprendas algo. Oh, ¿no te llevarías a Hamlet? El señor Bismarck está mosqueado con los daneses por esa tontería de Schleswig-Holstein.
Entorné los párpados. ¿Podía ser que Joffy tuviese razón?
—¿Qué hay de Emma? ¿Quieres que me la lleve también?
—No. ¿Por qué?
—No, por nada.
Recogí a Friday y le estampé un beso.
—Pórtate bien, Friday. Pasarás el día con la abuela.
Friday me miró, miró a mamá, se metió el dedo en la nariz y dijo:
—Sunt in culpa qui officia id est laborum?
Le revolví el pelo y me mostró un moco que había encontrado. Rechacé el regalo, le limpié la mano con un pañuelo y me fui en busca de Hamlet. Me lo encontré en el jardín delantero demostrándoles a Emma y Pickwick la técnica de lanzar fintas con la espada. Incluso Alan había dejado de meterse con los otros dodos y observaba en silencio. Le llamé y vino corriendo.
—Lo siento —dijo el príncipe mientras yo abría las puertas del garaje—, sólo les demostraba cómo el tonto estúpido de Laertes recibió su merecido.
Le demostré cómo subir al Porsche, subí yo, arranqué y bajé la colina hasta el centro Brunel.
—Parece que te llevas muy bien con Emma.
—¿Con quién? —preguntó Hamlet, con una vaguedad muy poco convincente.
—Lady Hamilton.
—Oh, ella. Es una buena chica. Tenemos muchas cosas en común.
—¿Como por ejemplo?
—Bien —dijo Hamlet concentrándose—. Los dos tenemos un buen amigo llamado Horacio.
Dejamos atrás la rotonda mágica y señalé el nuevo estadio, con sus cuatro torres iluminadas, muy altas entre las casas bajas.
—Ese es nuestro estadio de cróquet —dije—, con un aforo de treinta mil espectadores, sede del equipo Mazos de Swindon.
—¿Aquí el cróquet es el deporte nacional?
—Oh, sí —respondí. Sabía un par de cosas porque había sido jugadora—. Ha evolucionado mucho desde sus orígenes. Para empezar, los equipos son más grandes... de diez jugadores en la Liga Mundial de Cróquet. Los jugadores tienen que hacer pasar la bola por los aros en el menor tiempo posible, por lo que puede ser un deporte muy brusco. Una bola perdida puede dar un buen susto y un golpe de mazo es potencialmente letal. La LMC insiste en que los jugadores lleven protecciones para el cuerpo y en que haya barreras protectoras para los espectadores.
Giré a la izquierda para entrar en la calle Manchester y aparqué tras un Griffin-6 Lowrider.
—¿Ahora qué?
—Necesito un corte de pelo. No creerás que voy a pasarme semanas pareciendo Juana de Arco, ¿verdad?
—¡Ah! —dijo Hamlet—. Hace tiempo que no lo mencionabas, por lo que ya no me daba cuenta. Si te da igual, me quedo aquí y le escribo una carta a Horacio. ¿«Pirata» lleva dos «t» o una?
—Una.
Entré en la peluquería de mamá. Las peluqueras me miraron el pelo con una especie de conmoción mental hasta que lady Volescamper, quien junto con su cada vez más excéntrico esposo alcalde constituía la aristocracia de Swindon, me señaló de pronto y dijo con una voz tan estridente que podría haber roto cristales:
—Ése es el estilo que busco. Algo nuevo. Algo retro... ¡Algo que cause sensación en el baile del Ayuntamiento de Swindon!
La señora Barnet, que era la estilista y también la chismosa oficial y coronada de Swindon, se guardó la expresión de horror y dijo diplomáticamente:
—Por supuesto. Y debo añadir que la audacia de Su Gracia está a la altura de su estilo.
Lady Volescamper regresó a la lectura de Femole, aparentemente sin reconocerme, lo que estaba más que bien: la última vez que había estado en Vole Towers, una bestia infernal surgida de las profundidades más tenebrosas de la imaginación humana destrozó la entrada principal.
—Hola, Thursday —dijo la señora Barnet, envolviéndome con una sábana con gesto de experta—, hace tiempo que no te veía.
—He estado fuera.
—¿En prisión?
—No... simplemente fuera.
—Ah. ¿Cómo lo quieres? Sé de buena tinta que el estilo «Juana de Arco» causará furor este verano.
—Sabes que no me dejo guiar por la moda, Gladys. Líbrame de este peinado de boba, ¿vale?
—Como desee la señora. —Tarareó para sí un momento antes de preguntar—: ¿Has ido de vacaciones este año?
Media hora más tarde volví al coche y me encontré a Hamlet hablando con una guardia de tráfico, tan embelesada por lo que le estuviese contando que ni se había molestado en ponerme la multa.
—Y así —dijo Hamlet tan pronto como pude oírle, ejecutando un gesto de ataque con la mano—, fue cuando grité: «¡Una rata, una rata!», y maté al viejo invisible. Hola, Thursday... cielo, sí que te lo has cortado, ¿no?
—Está mejor que antes. Vamos, debo ir a recuperar mi trabajo.
—¿Trabajo? —preguntó mientras nos alejábamos, dejando a una guardia de tráfico muy indignada porque quería saber qué pasaba a continuación.
—Sí. Aquí afuera hace falta dinero para vivir.
—Yo tengo un montón —dijo Hamlet con generosidad—. Deberías aceptar un poco del mío.
—Por alguna razón, tengo la impresión de que la corona ficticia de un siglo indeterminado no valdrá mucho en el Primer Banco de la Goliath... y guarda el cráneo. Aquí en el Exterior no es lo normal considerarlos complementos de moda.
—Son lo último allí de donde vengo.
—Bien, aquí no. Mételo en esa bolsa de supermercado.
—¡Alto!
Frené en seco y las ruedas chirriaron.
—¿Qué?
—Eso de ahí. ¡Soy yo!
Antes de que tuviese tiempo de decir nada, Hamlet había salido del coche y cruzado la calzada hasta la máquina expendedora de la esquina. Aparqué el Speedster y me uní a él. Miraba con deleite la caja, cuya parte superior era de vidrio; en el interior se veía un maniquí de cintura para arriba, apropiadamente ataviado.
—Se llama máquina Will-Speak —dije, pasándole una bolsa—. Toma... mete el cráneo en la bolsa como te he dicho.
—¿Qué hace?
—Oficialmente se llama Autómata Vendedor de Soliloquios de Shakespeare —le expliqué—. Metes dos chelines y recibes a cambio un fragmento breve de Shakespeare.
—¿Mío?
—Sí —dije—, tuyo.
Porque era, evidentemente, una máquina Will-Speak de Hamlet, y el maniquí de Hamlet miraba inexpresivo al Hamlet de carne y hueso situado a mi lado.
—¿Podemos oír un poco? —preguntó emocionado Hamlet.
—Si quieres... Toma.
Busqué una moneda y la metí en la máquina. Se oyeron zumbidos y chasquidos a medida que el muñeco cobraba vida.
—«Ser o no ser —dijo el maniquí con una voz metálica y hueca. La máquina era de los años treinta y a estas alturas estaba casi totalmente gastada—. Ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta...» Hamlet estaba tan fascinado como un niño que oyese por primera vez una grabación de su propia voz.
—¿De verdad soy yo? —preguntó.
—Las palabras son tuyas... pero los actores lo hacen mucho mejor.
—«... u oponer los brazos a este torrente de calamidades...»
—¿Actores?
—Sí. Actores que interpretan a Hamlet.
Parecía confundido.
—«... patrimonio de nuestra débil naturaleza?...»
—No comprendo.
—Bien —dije, mirando a mi alrededor para asegurarme de que no nos observase nadie—. ¿Sabes que eres Hamlet, de la obra Hamlet de Shakespeare?
—¿Sí?
—«... morir, dormir... tal vez soñar...»
—Bien, se trata de una obra de teatro, y aquí, en el Exterior, la gente interpreta las obras.
—¿Conmigo?
—A ti. Fingen ser tú.
—Pero ¿yo soy el real?
—«... ¿Quién podría tolerar tanta opresión...» —Es una forma de hablar.
—Ahhh —dijo tras pensarlo bien—. Comprendo. Es como lo de El asesinato de Gonzago. Ya me preguntaba yo cómo funcionaba. ¿Alguna vez podríamos ir a verme?
—Yo... supongo que sí —respondí incómoda—. ¿De verdad es lo que quieres?
—«... de aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante regresa...» —Por supuesto. He oído que en el Exterior algunas personas me consideran un imbécil incapaz de decidirse en lugar de un líder dinámico de multitudes, y esas «obras» que me describes me lo demostrarán de una forma u otra.
Intenté pensar en la película en la que menos indeciso pareciese.
—Podría conseguirte la versión de Zeffirelli en vídeo para que la vieses.
—¿Quién me interpreta?
—Mel Gibson.
—«... esta previsión nos hace a todos cobardes...» Hamlet me miró fijamente y boquiabierto.
—¡Pero si es fantástico! —dijo embelesado—. ¡Soy el mayor fan de Mel! —Pensó un momento—. Entonces... Danny Glover hará de Horacio, ¿no?
—«... así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia...» —No, no. Escucha: la serie de Arma letal no se parece en absoluto a Hamlet.
—Bien —respondió reflexivo el príncipe—, creo que en eso te equivocas. El personaje de Martin Riggs empieza con dudas vitales y pensando en el suicidio a causa de la pérdida de un ser querido, pero finalmente se convierte en un hombre de acción resuelto y mata a los malos. —Calló un momento—. En realidad, pasa lo mismo en Mad Max. ¿A Ofelia la interpreta Patsy Kensit?
—No —respondí, intentando ser paciente—. Helena Bonham Carter.
Alzó la vista al oírlo.
—¡Eso es aún mejor! Cuando se lo cuente a Ofelia, se volverá loca... si no está pirada ya.
—Quizá —dije dubitativa— sea mejor que veas la versión de Olivier. Vamos, tenemos trabajo.
—«... mudan su curso, no se ejecutan y se reducen a designios vanos...» El Hamlet Will-Speak dejó de chasquear y zumbar y quedó en silencio una vez más, esperando el siguiente florín.
«Porque era, evidentemente, una máquina Will-Speak de Hamlet, y el maniquí de Hamlet...»
5
Hamlet y Cheese
«LAS SIETE MARAVILLAS DE SWINDON»
SE DESVELA LA BUROCRACIA PARA ESCOGERLAS
Tras cinco años de cuidadas reflexiones, el Consejo Municipal de Swindon ha desvelado el proceso de decisión para el muy esperado plan turístico de las «siete maravillas» de la ciudad. El procedimiento de veintisiete pasos es el instrumento burocrático más costoso y complicado que la ciudad haya ideado jamás, y podría acabar siendo considerado una de las siete maravillas. El plan lo ejecutará el comité especial de Swindon para las maravillas, que tendrá en cuenta las solicitudes preparadas por el grupo de trabajo de las siete maravillas recogiendo los resultados de seis subcomités de selección. Una vez escogidas, las maravillas serán examinadas por ocho comités diferentes de supervisión antes de ser aceptadas definitivamente. El sistema bizantino e innecesariamente complejo ya va en cabeza para ganar el deseado Premio Papeleo concedido por Burocracia hoy.
Swindon Globe News, 12 de junio de 1988
Fui hasta el aparcamiento del centro Brunel y pagué el tique para poner en el parabrisas. Noté que casi se había triplicado el precio desde la última vez que había estado allí. Miré en el bolso. Tenía quince libras, tres chelines y un billete viejo de Skyrail.
—¿Escasa de fondos? —preguntó Hamlet mientras bajábamos las escaleras hasta la calle.
—Digamos que ahora mismo soy «rica en recibos».
En el MundoLibro el dinero nunca había sido un problema. Algo llamado «Supuesto Narrativo» se ocupaba de todos los problemas. Un lector suponía que habías ido de compras, al baño o que te habías cepillado el pelo, por lo que el escritor no tenía que especificarlo... lo que la verdad, estaba muy bien. Había olvidado todas las trivialidades del mundo real, pero de hecho las estaba disfrutando, por lo que distraían de los problemas de verdad.
—Aquí pone —dijo Hamlet tras leer el periódico—, ¡que Dinamarca invadió Inglaterra y mató a cientos de inocentes sin juicio previo!
—Fueron los vikingos en 786, Hamlet. No me parece a mí que eso se merezca el titular: «Oleada de daneses sedientos de sangre.» Además, en aquella época ellos eran tan daneses como nosotros ingleses.
—Por tanto, ¿no somos los enemigos históricos de Inglaterra?
—En absoluto.
—¿Y comer rollos de arenque no provoca problemas de erección?
—No. Y baja la voz. Todas estas personas son reales, no del tipo genérico D-7 para multitud. Aquí, tú sólo existes en una obra.
—Vale —dijo, parándose frente a una tienda de electrónica y mirando las teles—. ¿Quién es?
—Lola Vavoom. Una actriz.
—¿En serio? ¿Ha interpretado a Ofelia?
—En muchas ocasiones.
—¿Lo hace mejor que Helena Bonham Carter?
—Las dos son buenas... pero diferentes.
—¿Diferentes? ¿Qué quieres decir?
—Las dos dieron al papel matices diferentes.
Hamlet se rio.
—Creo que te estás confundiendo, Thursday. Ofelia es simplemente Ofelia.
—No aquí fuera. Escucha, voy a comprobar la gravedad de mi descubierto.
—¡Los exteriores complican tanto las cosas! —musitó—. Si ahora mismo estuviésemos en un libro, se te acercaría un abogado para decirte que tu tía rica había fallecido dejándote toda su fortuna... y luego empezaríamos el siguiente capítulo contigo en Londres acercándote al despacho de Kaine disfrazada de mujer de la limpieza.
—¡Disculpe...! —dijo un caballero trajeado con un sospechoso modo de hablar al estilo de un abogado—. ¿Es usted Thursday Next?
Miré nerviosa a Hamlet.
—Quizá.
—Permita que me presente. Me llamo Wentworth, de Wentworth, Wentworth y Wentworth, abogados. Soy el segundo Wentworth, por silo interesa.
—¿Y?
—Y... me preguntaba si podría darme su autógrafo. Seguí con gran interés su aventura en Jane Eyre.
Suspiré aliviada y le firmé el libro. El señor Wentworth me dio las gracias y se alejó corriendo.
—Por un momento me has preocupado —dijo Hamlet—. Se supone que yo soy el ficticio.
Sonreí.
—Lo eres. Y no lo olvides.
—¿Veintidós mil libras? —le dije a la cajera—. ¿Está segura?
La cajera me miró para luego centrarse en Hamlet, que estaba, no muy delicadamente, de pie detrás de mí.
—Por completo. Veintidós mil, trescientas ocho libras y cuatro chelines, tres peniques y medio penique... en descubierto —añadió, por si no me hubiese enterado—. Su casero la demandó por infracciones relativas a la tenencia de un dodo y ganó cinco mil libras. Ya que usted estaba ausente, incrementamos su límite cuando nos reclamó el pago. Luego volvimos a incrementarlo para pagar los intereses adicionales.
—Qué considerado por su parte.
—Gracias. El Amistoso Primer Banco Nacional de la Goliath siempre intenta contentar al cliente.
—¿Estás segura de que no prefieres la opción «de la tía rica»? —preguntó Hamlet bastante inútilmente.
—No. Calla.
—Hace casi dos años y medio que no recibimos ningún depósito suyo —añadió la cajera.
—He estado fuera.
—¿En prisión?
—No. ¿Así que el resto de mi descubierto se debe a...?
—Intereses por el dinero que le prestamos, intereses por los intereses que le prestamos, cartas reclamándole un dinero que sabemos que no tiene, cartas que sabíamos que no le llegarían pidiéndole una dirección, cartas preguntando si había recibido cartas que sabíamos que no había recibido, más cartas pidiendo una respuesta porque poseemos un extraño sentido del humor... ¡Ya sabe, todo acaba sumando! ¿Podemos esperar recibir un cheque en un futuro inmediato?
—La verdad es que no. Eh... ¿Hay posibilidades de aumentar mi límite?
La cajera arqueó una ceja.
—Puedo conseguirle una cita con el director. ¿Tiene alguna dirección a la que podamos enviarle cartas muy caras exigiéndole dinero?
Les di la dirección de mamá y concerté una cita para ver al director. Caminamos dejando atrás la estatua de Brunel y la librería Booktastic, que seguía abierta a pesar de varias liquidaciones por cierre... una de las cuales había presenciado con la señorita Havisham.
La señorita Havisham. Cómo había echado de menos su guía aquellos primeros meses al mando de Jurisficción. Con ella quizás hubiese podido evitar todo aquel estúpido episodio del calcetín en Días de Lake Wobegon.
—Vale, me rindo —dijo Hamlet de pronto—. ¿Cómo acaba todo?
—¿Cómo acaba qué?
Abrió los brazos.
—Todo esto. Tú, tu esposo, la señorita Hamilton, el dodo pequeño, lo de la Superhoop y la gran compañía... ¿cómo se llama?
—¿Goliath?
—Eso. ¿Cómo acaba todo?
—No tengo ni la más remota idea. Aquí fuera nuestras vidas son básicamente inciertas.
Hamlet pareció conmocionado por la idea.
—¿Cómo vivís sin saber lo que os depara el futuro?
—Eso forma parte de la diversión. El placer de la expectativa.
—No saber no tiene nada de placentero —dijo Hamlet con melancolía—. Excepto quizás en lo que se refiere a matar al viejo tonto de Polonio —añadió.
—A eso me refiero precisamente —respondí—. En el lugar de donde tú vienes los acontecimientos están decididos de antemano y todo sucede porque tiene importancia para el desarrollo del argumento.
—Está claro que hace tiempo que no lees Hamlet porque... ¡Cuidado!
Hamlet me empujó para apartarme cuando una pequeña apisonadora —de las que tienen el tamaño adecuado para trabajar en aceras y caminos— se nos acercó rápidamente y se estrelló contra el escaparate que habíamos estado mirando. La máquina se detuvo entre una enorme selección de aparatos eléctricos, con las ruedas traseras todavía girando.
—¿Estás bien? —preguntó Hamlet, ayudándome a ponerme en pie.
—Estoy bien... gracias.
—¡Cielos! —exclamó un obrero corriendo hacia nosotros y dándole a una válvula para desactivar la apisonadora—. ¿Están bien?
—Completamente ilesos. ¿Qué ha pasado?
—No lo sé —respondió el obrero rascándose la cabeza—. ¿Están seguros de estar bien?
—De veras, estamos bien.
Nos alejamos mientras se iba congregando una multitud. El propietario de la tienda no parecía demasiado contrariado; sin duda estaba pensando en lo que podría sacarle al seguro.
—¿Ves? —le dije a Hamlet mientras nos alejábamos.
—¿El qué?
—A eso precisamente me refiero. En el mundo real pasan muchas cosas sin razón. Si esto fuese ficción, ese pequeño incidente tendría su importancia dentro de treinta capítulos o así; pero no significa nada... después de todo, no todo acontecimiento vital tiene sentido.
—Díselo a los académicos que me estudian —bufó Hamlet desdeñoso, para luego meditar un momento antes de añadir—: Si el mundo real fuese un libro, jamás encontraría editor. Es demasiado largo, detallado en exceso, se va por las ramas a la primera oportunidad... y al final no se llega a ninguna conclusión importante.
—Quizá —dije pensativa— sea eso lo que nos gusta de él.
Llegamos hasta el edificio de OpEspec. Era de diseño germánico racional, construido durante la ocupación, y allí era donde yo —con Bowden Cable y Victor Analogy— me había enfrentado al plan de Acheron Hades para secuestrar a Jane Eyre extrayéndola de Jane Eyre. Hades había fracasado y había muerto en el intento. Me pregunté cuántos de la vieja pandilla seguirían por allí. Me asaltaron las dudas y decidí pensármelo un momento antes de entrar. Quizá fuese mejor meditar un plan en lugar de lanzarse a la carga como Zhark.
—¿Te apetece un café, Hamlet?
—Por favor.
Entramos en el Café Goliath de la acera de enfrente. Era el mismo al que había visto acercarse a Landen una hora antes de que lo erradicaran.
—¡Eh! —dijo el de la barra, que me resultaba familiar—. ¡Aquí no servimos a ésos!
—¿A qué ésos?
—A los daneses.
Estaba claro que la Goliath estaba compinchada con Kaine en esa tontería.
—No es danés. Es mi primo Eddie de Wolverhampton.
—¿En serio? Entonces, ¿por qué va vestido como Hamlet?
Pensé a toda prisa.
—Porque... está loco. ¿No es así, primo Eddie?
—Sí—dijo Hamlet, a quien, la verdad, no le resultaba difícil fingir locura—. Cuando el viento sopla del sur no distingo un huevo de una castaña.
—¿Ve?
—Bien, entonces no hay problema.
Me sobresalté al comprender por qué me resultaba familiar. Era el señor Cheese, uno de los matones corporativos de la Goliath que habían estado a las órdenes de Brik Schitt-Hawse. Él y su socio, el señor Chalk, me habían puesto las cosas difíciles antes de mi partida. Ya no llevaba perilla pero estaba claro que era él. ¿Trabajando de incógnito? Lo dudaba... En la chapa de identificación se leía su nombre junto a dos estrellas doradas: una por fregar y la otra por la espuma de latte. Pero no parecía reconocerme.
—¿Qué vas a tomar, Ham... digo, primo Eddie?
—¿Qué hay?
—Expreso, café solo, cortado, con leche, chocolate caliente, descafé, recafé, nocafé, algodecafé, extracafé, Goliachino™... ¿Qué pasa?
Hamlet se había puesto a temblar con cara de dolor y desesperación mientras contemplaba con los ojos abiertos como platos la tremenda cantidad de posibilidades que se abrían ante él.
—Un expreso o uno con leche, ésa es la cuestión —musitó mientras su libre albedrío se evaporaba rápidamente. Le había pedido a Hamlet algo a lo que no podía llegar con facilidad: a una decisión—. Si resulta más sabroso al paladar el café solo que el cortado —añadió atropelladamente con la voz distorsionada—. O pedir uno para llevar o uno bien grande para tomar aquí, o extra de crema, o no tomar nada, y oponiéndose así a la interminable elección de dar final al dolor de nuestro corazón...
—¡Primo Eddie! —dije con dureza—. ¡Déjalo!
—Espumear, espolvorear, quizá beber, y así...
—Tomará un café con extra de crema, por favor.
En cuanto dejó de sufrir el peso de la decisión, Hamlet se detuvo abruptamente.
—Lo siento —dijo frotándose las sienes—. No sé qué me ha pasado. De pronto he sentido el deseo incontenible de hablar un buen rato sin hacer nada. ¿Es normal?
—No en mi caso. Yo tomaré un café con leche, señor Cheese —dije, observando con atención su reacción.
Aparentemente seguía sin reconocerme. Tecleó el pedido y se puso a preparar los cafés.
—¿Me recuerda?
Entrecerró los párpados y me miró con atención un momento.
—No.
—¿Thursday Next?
De pronto, con una sonrisa de oreja a oreja, me tendió una mano enorme, recibiéndome como a una antigua compañera de trabajo en lugar de cómo a una enemiga del pasado. Vacilé y luego le estreché la mano vacilante.
—¡Señorita Next! ¿Dónde ha estado? ¿En prisión?
—Lejos.
—¡Ah! Pero ¿está bien?
—Estoy bien —dije con suspicacia, recuperando la mano—. ¿Cómo está usted?
—¡No ando mal! —Rio, mirando un momento a los lados y entornando los ojos—. Ha cambiado. ¿Qué es?
—¿Casi no tengo pelo?
—Eso es. La buscamos por todas partes. Se pasó casi dieciocho meses en la lista de los «diez más buscados de verdad» de la Goliath... aunque nunca llegó al primer puesto.
—Estoy destrozada.
—Nadie ha pasado nunca diez meses en la lista —añadió el señor Cheese con una mirada de nostalgia—, el siguiente que más duró aguantó tres semanas. ¡La buscamos por todas partes!
—Pero ¿se rindieron?
—Cielos, no —respondió Cheese—. La perseverancia es la característica predominante de la Goliath. Se siguió una política de reestructuración corporativa y nos reasignaron.
—Los despidieron.
—La Goliath nunca despide a nadie —dijo Cheese conmocionado—. De la cuna al ataúd. Ya conoce los anuncios.
—Entonces, ¿simplemente pasó de intimidar y aterrorizar a los cafés y los cortados?
—¿No lo sabe? —dijo Cheese, quitando un poco de espuma—. La Goliath ha cambiado su imagen corporativa de «matón irresistible» por la de «paz, amor y comprensión».
—Anoche oí algo de eso —respondí—, pero me perdonará si no me convence.
—El perdón es la característica más destacada de Goliath, señorita Next. La fe es un producto difícil de vender... y es por eso que resulta preciso reasignar a matones peligrosos e implacables como yo. Nuestra vidente corporativa, la hermana Bettina, previó la necesidad de que nos pasásemos a un sistema de gestión corporativa fundamentado en la fe, pero las reglas para las nuevas religiones son muy estrictas: tenemos que realizar cambios fundamentales y sinceros en la corporación. Es por eso que el antiguo Servicio Interno de Seguridad de la Goliath se llama ahora Goliath lo Siente Intensa y Sinceramente... Incluso hemos conservado las mismas iniciales para no tener que desviar dinero de alguna buena causa para comprar papel con otro membrete.
—O para no tener que volver a cambiarlo una vez que termine esta charada.
—¿Sabe? —Cheese me señaló con el dedo—. Siempre ha sido un poquitín cínica. Debería aprender a confiar más.
—A confiar. Vale. ¿Y cree que el público se creerá esta mierda sentimentaloide de buen-Dios-lo-sentimos-por-favor-perdónennos después de cuatro décadas de explotación descarada?
—¿Explotación descarada? —repitió Cheese consternado—. No me lo parece. Más bien lo que teníamos en mente era la «búsqueda proactiva del bien mayor»... y fueron cinco décadas, no cuatro. ¿Está segura de que su primo Eddie no es danés?
—Completamente segura.
Pensé en Brik Schitt-Hawse, el odioso agente de la Goliath que había ordenado la erradicación de mi esposo.
—¿Qué hay de Schitt-Hawse? ¿Dónde trabaja ahora?
—Creo que ocupa un puesto en Goliathpolis. La realidad es que ya no me muevo en esos círculos. ¡Deberíamos reunirnos todos y tomar unas copas! ¿Qué le parece?
—Me parece que preferiría recuperar a mi esposo —respondí de malas.
—¡Oh! —dijo Cheese, recordando de pronto qué mal concreto me habían causado él y la Goliath. Añadió lentamente—: ¡Debe odiarnos!
—Sólo mucho.
—No podemos consentirlo. El arrepentimiento es la característica distintiva de la Goliath. ¿Ha solicitado la Reversión de Tratamiento Injusto de la Goliath?
Le miré fijamente y alcé una ceja.
—Bien —dijo—, la Goliath ha estado permitiendo que los ciudadanos descontentos soliciten la reversión de cualquier medida injusta o innecesariamente cruel que se les haya podido aplicar... es más bien una especie de gran disculpa. Si la Goliath desea convertirse en el opio de las masas, primero debemos expiar nuestros pecados. Nos gusta corregir cualquier error y luego darnos un buen abrazo para dejar claro que va en serio.
—De ahí su degradación a camarero de una cafetería.
—¡Exacto!
—¿Cómo lo solicito?
—En Goliathpolis hemos abierto un Disculpatorio; puede tomar la conexión gratuita desde el gravepuerto de Tarbuck. Allí le indicarán qué hacer.
—Paz armoniosa, ¿eh?
—La paz es la característica destacada de Goliath, señorita Next. Simplemente rellene el formulario y hable con uno de nuestros disculpadores. ¡Estoy seguro de que recuperará a su esposo en un periquete!
Cogí el café con extra de crema y el café con leche y me senté junto a la ventana, mirando en silencio el edificio de OpEspec. Hamlet notó mi inquietud y se enfrascó en la lista de cosas que le quería decir a Ofelia pero que no creía poder decirle y luego en otra lista de cosas que debía decirle pero que no le diría. Luego hizo una lista de todas las listas que había preparado para Ofelia y, finalmente, redactó una carta de agradecimiento para sir John Gielgud.
—Voy a ocuparme de unos cuantos detalles —dije al cabo de un rato—. No te muevas de aquí y no le cuentes a nadie quién eres en realidad. ¿Lo comprendes?
—Sí.
—¿Quién eres?
—Hamlet, príncipe de... es una broma. Soy tu primo Eddie.
—Bien. Y tienes crema en la nariz.
6
Operaciones Especiales
La Red de Operaciones Especiales era la agencia encargada de áreas demasiado especializadas para confiárselas a las fuerzas regulares. Había más de treinta departamentos de OpEspec. OE-1 los controlaba todos, OE-12 era la CronoGuardia y OE-13 se ocupaba de las especies creadas mediante ingeniería genética. OE-17 era Eliminación de Vampiros y Hombres Lobo y OE-32 Control de Horticultura. Yo había pertenecido a OE-27, Detectives Literarios. Diez años autentificando a Milton y persiguiendo obras falsificadas de Shakespeare. Tras mi trabajo dentro de la ficción, todo me resultaba un poco insulso. En Jurisficción podía atrapar a un caballo encabritado; el trabajo de detective literario se parecía más a deambular por un inmenso campo con un ronzal y la fotografía de una zanahoria.
T N
Diarios privados
Empujé para abrir la puerta de la comisaría y entré. Era un edificio compartido con las fuerzas regulares de Swindon, algo más cochambroso de lo que recordaba. Las paredes estaban pintadas del mismo verde desagradable y percibía el ligero aroma a col hervida procedente del comedor del segundo piso. En realidad, mi estancia allí a finales del 85 no había sido tan larga; gran parte de mi carrera en OpEspec había transcurrido en Londres.
Me acerqué al mostrador principal, esperando ver al sargento Ross. Lo habían reemplazado por alguien que parecía demasiado joven para ser agente de policía y más aún sargento de atención al público.
—He venido a recuperar mi trabajo —anuncié.
—¿Y era?
—Detective literario.
Se rio. «Qué desagradable», pensé.
—Tendrá que ver al comandante —respondió, sin apartar la vista del libro sobre el que garabateaba—. ¿Nombre?
—Thursday Next.
Lentamente se hizo el silencio en la sala, empezando por los que tenía más cerca y abriéndose paso hacia fuera con mi nombre susurrado como si fuese una onda en un lago. A los dos segundos me miraban fijamente al menos dos docenas de policías y agentes de OpEspec, un par de imitadoras de Gaskell y un doble de Coleridge. Con una sonrisa avergonzada fui pasando los ojos de un rostro inexpresivo a otro, intentando decidir si salir corriendo, luchar o qué. El corazón se me aceleró al ver que un joven agente que tenía cerca se llevaba la mano al bolsillo de la camisa y sacaba... un cuaderno.
—Por favor —dijo—, ¿podría firmarme un autógrafo?
—Por supuesto.
Suspiré aliviada y pronto me daban golpes en la espalda y me felicitaban por la aventura de Jane Eyre. Me había olvidado de lo de ser famosa, aunque también vi que había otros agentes presentes a los que les interesaba por otra razón: OE-1, probablemente.
—Tengo que ver a Bowden Cable —dije al sargento, al comprender que si alguien podía ayudarme era mi antiguo compañero. Sonrió, descolgó el teléfono, comunicó mi presencia y me dio un pase de visitante, para luego decirme que fuese a la sala de interrogatorios dieciséis del tercer piso. Di las gracias a mis nuevos conocidos, fui hasta el ascensor y subí al tercero. Cuando las puertas se abrieron con estruendo, caminé apresuradamente hacia la sala dieciséis. A medio camino me interceptó Bowden, quien me agarró del brazo y me llevó a un despacho vacío.
—¡Bowden! —dije feliz—. ¿Cómo estás?
No había cambiado mucho en los últimos dos años. Iba escrupulosamente aseado y vestía su habitual traje de rayas, pero sin la chaqueta, por lo que seguramente se había apresurado a reunirse conmigo.
—Estoy bien, Thursday, muy bien. Pero ¿dónde demonios has estado?
—He estado...
—Me lo cuentas más tarde. ¡Gracias a la DEG que te he encontrado primero! No nos queda mucho tiempo. ¡Cielos! ¿Qué te has hecho en el pelo?
—Bien, Juana de...
—Me lo cuentas más tarde. ¿Sabes de Yorrick Kaine?
—¡Claro! Estoy aquí para...
—No hay tiempo para explicaciones. No te tiene en buena estima. Tiene un consejero personal, llamado Ernst Stricknene, que nos llama todos los días para preguntar si has vuelto. Pero esta mañana... ¡no nos ha llamado!
—¿Y?
—Así que sabe que has vuelto. Además, ¿por qué te interesa tanto el canciller?
—Porque es ficticio y quiero llevarle de vuelta al MundoLibro, donde pertenece.
—Me reiría si eso me lo dijese alguien que no fueses tú. ¿Es cierto de veras?
—Tan cierto como que estoy aquí de pie.
—Bien, tu vida corre peligro, eso es todo lo que sé. ¿Has oído hablar de una asesina llamada...?
—¿La Revendedora?
—¿Cómo lo sabes?
—Tengo mis fuentes. ¿Alguna idea de quién realizó el encargo?
—Bien, ha matado a sesenta y siete personas... sesenta y ocho si también se encargó de Samuel Pring... y no hay duda alguna de que mató a Gordon Duff-Rolecks, cuya muerte sólo benefició a...
—Kaine.
—Exacto. Tienes que andarte con mucho ojo. Más aún, te necesitamos de vuelta como miembro activo de los detectives literarios. En el departamento tenemos un par de problemas que precisan solución.
—Bien, ¿qué hacemos?
—Vale, en el mejor de los casos desapareciste sin permiso y en el peor eres traficante de queso. Así que nos hemos inventado una tapadera de tal complejidad y tal desmesura que sólo puede ser cierta. Aquí la tienes: en un universo paralelo dominado por completo por las langostas, tú...
Pero la puerta se abrió en ese momento y entró una figura familiar. Digo familiar pero no precisamente bienvenida. Era el comandante Braxton Hicks, director de Operaciones Especiales en Swindon.
Casi pude oír que a Bowden se le paraba el corazón... y el mío también se paró.
Hicks todavía tenía trabajo gracias a mí, pero no esperaba que lo tuviese muy en cuenta. Era un funcionario, un contable... enamorado de su querido presupuesto más que de cualquier otra cosa. Nunca me había dado cuartel y no esperaba que empezase entonces.
—¡Ah, la he encontrado! —dijo el comandante muy serio—. Señorita Next. Me han dicho que había llegado. Nos ha estado dando esquinazo, ¿verdad?
—Ha estado... —fue a decir Bowden.
—Estoy seguro de que la señorita Next puede explicarse sola, ¿no?
—Sí, señor.
—Bien. Cierre la puerta al salir, ¿vale?
Bowden sonrió incómodo y salió de la sala de interrogatorios.
Braxton se sentó, abrió mi expediente y se mesó pensativo el enorme bigote.
—Desaparecida sin avisar durante dos años, degradada hace dieciocho meses, no devolvió el arma, la placa ni la regla, el lápiz, los ocho bolígrafos y un diccionario de OpEspec.
—Puedo explicarlo.
—Tenemos además el asunto del queso ilegal que encontramos bajo el Hispano-Suiza de su picnic hace dos años y medio. Tengo declaraciones juradas de todos los presentes declarando que estaba usted sola, que se reunió con ellos allá arriba y que el queso era suyo.
—Sí, pero...
—Y la policía de tráfico dice que se la vio ofreciendo asistencia y auxilio a una peligrosa conductora en serie en la A419, al norte de Swindon.
—Eso...
—Pero lo peor de todo es que me mintió personal y sistemáticamente desde el momento en que se puso a mis órdenes. Dijo que aprendería a jugar al golf y no ha cogido ni una vez un palo.
—Pero...
—También tengo pruebas de sus mentiras. Visité personalmente hasta el último club de golf y en ninguno de ellos ha jugado jamás una persona que se ajuste a su descripción... ni siquiera en las zonas de prácticas. ¿Cómo me lo explica, eh?
—Bien...
—Desaparece hace dos años y medio sin decir ni una palabra. Tuve que degradarla, empleada estrella. Los periódicos se lo pasaron de lo lindo. Alteró mi swing durante semanas.
—Lamento haber estropeado su golf, señor.
—Está metida en un lío, joven.
Me miró fijamente, exactamente igual que mi profesor de lengua en el colegio, y de pronto sentí el peligroso deseo de reírme. Por suerte, no lo hice.
—¿Qué tiene que decir en su defensa?
—Puedo explicarlo, si me deja.
—Chica, hace cinco minutos que intento que...
La puerta volvió a abrirse y entró el coronel Flanker de OE-1, acompañado de otro agente. Flanker dirigía Asuntos Internos, la policía de OpEspec. Era tan bien recibido como un gusano y otra vieja bête noire mía. Si Hicks era malo, Flanker era peor. Braxton sólo quería que yo pasase por alguna tonta medida disciplinaria... Flanker querría encerrarme para siempre, después de decirle cómo encontrar a mi padre.
—¡Vaya! —dijo en cuanto me vio—. Es cierto. Gracias, Braxton, mi prisionera. Agente Jodrell, espósela.
Jodrell se me acercó, me agarró las muñecas y me las puso a la espalda. No tenía sentido que intentara huir; podía ver a al menos otros tres agentes de OE-1 cerca de la puerta. Pensé en Friday. ¡Si al menos Bowden hubiese dado conmigo unos minutos antes...!
—Un minuto, señor Flanker —dijo Braxton, cerrando mi expediente—. ¿Qué cree que está haciendo?
—Arrestar a la señorita Next acusada de ausentarse sin permiso, dejación de sus funciones y posesión ilegal de queso de contrabando... para empezar.
—Realizaba una misión para OE-23 —dijo Braxton, mirándole con tranquilidad—, una operación encubierta de la Brigada del Queso.
No podía creer lo que oía. ¿Braxton mintiendo? ¿Por mí?
—¿La Brigada del Queso? —repitió Flanker, manifestando idéntica sorpresa.
—Sí —respondió Braxton, que una vez que empezaba descubría que el subterfugio y el uso temerario de su autoridad eran muy emocionantes—. Durante dos años ha estado infiltrada en Gales llevando a cabo una operación clandestina de espionaje, vigilando fábricas ilegales de queso. El queso con sus huellas digitales era parte de un envío ilegal que nos ayudó a interceptar.
—¿En serio? —dijo Flanker, cuya confianza empezaba a flaquear.
—Le doy mi palabra. No la estaba arrestando, me estaba comunicando los resultados de la misión. Parece ser que Joe Martlet controlaba la operación. Él le dará todos los detalles.
—Sabe tan bien como yo que la mafia del queso mató a Joe hace dos semanas.
—Fue una tragedia —admitió Braxton—. Un buen hombre ese Martlet... uno de los mejores. Podía jugar un tres bajo par con facilidad y nunca maldecía cuando lanzaba hacia el foso; de ahí la reaparición de la señorita Next —añadió sin pausa. Nunca antes había visto a alguien mentir tan bien. Ni siquiera yo lo hacía. Ni siquiera Friday cuando descubría que, con ayuda de Pickwick, había asaltado el bote de las galletas.
—¿Es cierto? —dijo Flanker—. ¿Dos años en misión secreta en Gales?
—Ydy, ond dydy hi ddim wedi bwrw glaw pob dydd! —respondí con mi mejor galés.
Flanker achicó los ojos y me miró un momento sin hablar.
—Estaba asignándola de nuevo a los detectives literarios cuando abrió usted la puerta —añadió Braxton.
Flanker miró a Braxton, luego a mí, luego de nuevo a Braxton. Hizo un gesto a Jodrell, quien me soltó.
—Muy bien. Pero el martes quiero un informe completo sobre mi mesa.
—Lo tendrá el viernes, señor Flanker. Soy un hombre muy ocupado.
Flanker dedicó un momento a mirarme con furia. Luego le habló a Braxton:
—Ahora que la señorita Next ha vuelto a Detectives Literarios, debería asignarla como agente de enlace con OE-14 para la captura de libros daneses. A mis chicos se les da muy bien lo de requisar, pero ninguno distingue un Mark Twain de un Samuel Clemens.
—No estoy segura de querer... —empecé a decir.
—Creo que debería alegrarse de ayudarme, señorita Next, ¿no cree? Es una oportunidad de compensar las transgresiones del pasado, ¿no?
Braxton respondió por mí.
—Estoy seguro de que la señorita Next estará encantada de ayudarle en todo lo posible, señor Flanker.
Flanker esbozó una poco habitual sonrisa.
—Bien. Haré que el jefe de división de OE-14 se ponga en contacto con usted. —Se volvió hacia Braxton—. Pero sigo necesitando ese informe para el martes.
—Lo tendrá —respondió Braxton—, el viernes.
Flanker nos miró a los dos con furia y, sin decir ni pío, salió de la habitación, seguido de cerca por su subordinado. Suspiré aliviada cuando se cerró la puerta.
—Señor, yo...
—No quiero oír nada más —respondió Braxton bruscamente, recogiendo sus papeles—. Me jubilaré dentro de dos meses y quería hacer algo que hiciese que esta carrera de burocracia, apostar sobre seguro y lamer culos hubiese valido la pena. No sé qué va a ser de Detectives Literarios con toda esta tontería de quemar libros daneses, pero sé que gente como usted debe estar con nosotros. Haga todo lo posible por despistarlos y confundirlos, joven... puedo envolver a Flanker en burocracia casi toda la eternidad.
—Braxton —dije, ofreciéndole un abrazo espontáneo—, ¡es usted un encanto!
—¡Tonterías! —dijo, algo bruscamente y un pelín avergonzado—. Pero espero algo a cambio.
—¿Yes?
—Bien —dijo lentamente, mirando al suelo—. Me preguntaba si usted y yo podríamos...
—¿Podríamos qué?
—Podríamos... jugar al golf el domingo. —Se le iluminaron los ojos—. Sólo para que vea cómo es. Créame, ¡tan pronto como agarre un palo de golf quedará enganchada de por vida! La señora Hicks no tiene que enterarse. ¿Qué tal?
—Allí estaré, a las nueve —le dije, riendo.
—Pues esperará mucho... yo llego a las once.
—A las once entonces.
Le di la mano y salí por la puerta convertida en una mujer libre. En ocasiones el auxilio llega de los sitios más inesperados.
7
Detectives Literarios
LA CORPORACIÓN GOLIATH LO DESMIENTE TAJANTEMENTE
La Corporación Goliath intentó ayer prevenir molestias y especulaciones que sólo consiguen hacer perder tiempo publicando el desmentido más amplio hasta la fecha. «Simplemente, lo negamos todo —dijo el señor Toedee, el jefe operativo de relaciones públicas de la Goliath—, incluida cualquier noticia actual o futura.» La medida de choque de Goliath es un indicio de la creciente inquietud por la impunidad de la corporación, sobre todo en lo que respecta a su departamento de armamento avanzado. «Es muy simple —añadió el señor Toedee—. Hasta que nos hayamos convertido en fe y podamos negarlo todo recurriendo a la excusa de que “la Goliath actúa de forma misteriosa”, expresamente negamos poseer o lo que sea que tenga que ver con ello el ovinador, tecnología anticastigo, tomates de “crecimiento rápido” o Diatrymas corriendo a sus anchas por el New Forest. Es más, ni siquiera sabemos qué son esas cosas.» Entre gritos de «¿qué es un ovinador?» y «¿tomates?», el señor Toedee dio por terminada la rueda de prensa, bendijo a todos los presentes y se fue.
The Toad on Sunday, 3 de julio de 1988
Encontré a Bowden inquietándose en la oficina de Detectives Literarios y le conté lo sucedido.
—Vaya, vaya —dijo al fin—. Me parece que el viejo Braxton está prendado.
—¡Oh, para ya!
Estábamos sentados en una oficina que parecía la enorme biblioteca de una casa de campo. Tenía dos pisos de altura, con estantes repletos de libros que cubrían hasta el último centímetro cuadrado de pared. Una escalera de caracol llevaba hasta una pasarela que recorría toda la pared, permitiendo el acceso a los estantes superiores. Era un lugar ordenado y metódico... pero con menos actividad de lo que recordaba.
—¿Dónde están todos?
—La última vez que estuviste aquí éramos ocho. Ya sólo quedamos Victor, Malin y yo. A los demás los destinaron a otros puestos o los despidieron.
—¿Eso ha sido en todos los departamentos de OpEspec?
Bowden rio.
—¡Claro que no! Los matones de OE-14 siguen vivitos y coleando, y obedecen todas las órdenes de Yorrick Kaine. Tampoco ha habido muchos recortes en OE-1...
—¡Thursday, qué sorpresa tan maravillosa!
Era Victor Analogy, mi antiguo jefe en Detectives Literarios de Swindon. Era un anciano caballero de grandes patillas, vestido con un elegante traje de tweed con pajarita. Debido al calor del verano se había quitado la chaqueta, pero aun así seguía siendo elegante, a pesar de su avanzada edad.
—¡Victor, qué buen aspecto!
—Y tú también, querida. ¿A qué maldades te has dedicado desde que nos vimos por última vez?
—Es una larga historia.
—Esas son las buenas. Déjame adivinar: ¿dentro de la ficción?
—Dicho en pocas palabras.
—¿Qué tal es?
—La verdad es que está muy bien. A veces resulta confuso y en ocasiones se pasan momentos de extrema sobrecarga imaginativa, pero es variado y lo habitual es que haga buen tiempo. ¿Aquí podemos hablar sin problemas?
Victor asintió y nos sentamos. Les conté lo de Jurisficción, el Consejo de Géneros y todo lo que me había pasado en mi etapa como Bellman. Incluso mencioné por encima mi implicación en La solución de Edwin Drood, que los divirtió mucho.
—Siempre me lo había preguntado —comentó Victor pensativo—. Pero ¿estás segura de que Kaine es ficticio?
Les dije que lo estaba.
Se puso en pie y se acercó a la ventana.
—Lo tendrás difícil para acercarte —dijo Victor—. ¿Sabe que has vuelto?
—Con toda seguridad —dijo Bowden.
—En ese caso podrías ser una amenaza tan grande para su puesto de gobernante absoluto de Inglaterra como el propio presidente Formby. Yo de ti tendría cuidado. ¿Podemos ayudarte de alguna forma?
Pensé un momento.
—Pues sí, la verdad. No hemos podido localizar el libro del que Kaine ha escapado. Podría estar empleando un nombre falso y deberíamos ponernos en contacto con cualquier lector que reconozca las locuras del canciller como propias de algún personaje desconocido que haya podido leer en alguna parte. En Jurisficción hemos estado recorriendo la Gran Biblioteca, pero sin resultado: todos los personajes de ficción están en su sitio.
—Haremos lo que podamos, Thursday. ¿Cuándo podrás volver con nosotros?
—No lo sé —respondí lentamente—. Tengo que recuperar a mi marido. ¿Recordáis que os dije que la CronoGuardia lo había erradicado?
—Sí; Lindane, ¿no?
—Landen. Si no fuese por él, probablemente me quedaría en la ficción.
Todos callamos un momento.
—Bien —dije con alegría—, ¿qué ha pasado en el mundo de los detectives literarios?
Victor frunció el ceño.
—No colaboramos con los quemalibros de Kaine. ¿Has oído lo de la orden de empezar a quemar toda la literatura danesa?
Asentí.
—Mientras hablamos, están requisando las obras de Kierkegaard. Le dije a Braxton que si nos ordenaban hacerlo dimitiríamos.
—Oh... ah.
—No estoy seguro de que me guste el tono en que has dicho eso —comentó Bowden.
Hice una mueca.
—He aceptado ser la agente de enlace con OE-14 en la captura de libros daneses para Flanker... lo siento. No tenía elección.
—Yo lo considero una buena noticia —dijo Bowden—. Puedes hacer que busquen en lugares donde no vayan a encontrar ningún libro danés. Pero ten cuidado. Flanker se ha mostrado suspicaz desde que le dijimos que estábamos demasiado ocupados para investigar si planeaban sacar de contrabando ejemplares de El concepto de la angustia a Gales para su conservación. —Rio y bajó la voz—: No era una excusa. Es verdad que estábamos muy ocupados... ¡reuniendo ejemplares de libros prohibidos para su transporte a Gales!
Victor hizo una mueca.
—La verdad es que no quiero oírlo, Bowden. ¡Si os pillan, caeríamos todos!
—Hay cosas por las que vale la pena ir a la cárcel, Victor —respondió Bowden con voz monótona—. Como detectives literarios, juramos defender y sostener la palabra escrita... no cumplir las peores fantasías paranoicas de un político demente.
—Simplemente, ten cuidado.
—Por supuesto —respondió Bowden—, podría quedar en nada si no encontramos la forma de sacar los libros de Inglaterra. La frontera galesa no debería ser un problema, porque Gales es aliada de Dinamarca. Supongo que no tendrás ninguna idea de cómo superar los controles fronterizos ingleses, ¿verdad?
—No estoy segura —respondí—. ¿Cuántos ejemplares quieres sacar?
—Como unos cuatro camiones.
Solté un silbido. Lo habitual era que los productos —como el queso, por ejemplo— entrasen de contrabando en Inglaterra. No sabía cómo sacar libros prohibidos.
—Lo estudiaré. ¿Qué más hay?
—Lo de siempre —respondió Bowden—. Milton, Jonson y Swift falsos... bandas callejeras de Montescos y Capuletos... Alguien encontró un primer borrador de El molino del Floss titulado El chapuzón en la presa. Además, la librería especializada en Daphne Farquitt ardió hasta los cimientos.
—¿Para estafar al seguro?
—No... probablemente fuesen los opositores a Farquitt.
Farquitt había escrito su primera novela de amor picante en 1932, y desde entonces básicamente se había limitado a escribirla de nuevo una y otra vez. Amada por muchos y odiada por una minoría vitriólica, Farquitt era la principal novelista romántica de Inglaterra.
—También se ha producido un enorme incremento entre los novelistas del consumo de drogas para mejorar el rendimiento —añadió—. Al ganador del Premio Booker del año pasado de escritura rápida le quitaron el galardón porque dio positivo en Cartlandromina. Y justo la semana pasada estuvieron a punto de suspender durante dos años a Handley Paige porque no pasó un control aleatorio de drogas.
—A veces me pregunto si no tenemos demasiadas reglas —musitó Victor pensativo, y los tres nos quedamos sentados, asintiendo ensimismados.
Bowden rompió el silencio. Sacó un trozo de papel manchado en una bolsa para pruebas y me lo pasó.
—¿Qué te parece?
Lo leí, sin reconocer las palabras pero reconociendo el estilo. Era un soneto de Shakespeare... y muy bueno, la verdad.
—Shakespeare... pero no es isabelino; la mención de una rana llamada Gustavo así lo sugiere... pero parece suyo. ¿Cuál fue el veredicto del Analizador de Metro Poético?
—Hay una probabilidad del noventa y uno por ciento de que Will sea el autor —respondió Victor.
—¿De dónde ha salido?
—Del cadáver de un don nadie llamado Shaxpert, asesinado el martes por la noche. Creemos que alguien ha estado clonando a Shakespeare.
—¿Clonando a Shakespeare? ¿Estáis seguros? ¿No podría tratarse de un «secuestro temporal» de la CronoGuardia?
—No. Los análisis sanguíneos nos indicaban que todos estaban vacunados al nacer de la rubéola, las paperas y demás.
—Esperad... ¿hay más de uno?
—Tres —dijo Bowden—. Ha sido una oleada reciente.
—¿Cuándo podrás volver al trabajo, Thursday? —preguntó Victor, solemne—. Como ves, te necesitamos.
Callé un momento.
—Primero necesitaré una semana para ordenar mi vida, señor. Hay algunos asuntos urgentes de los que debo ocuparme.
—¿Qué, si puedo preguntar —dijo Victor—, es más importante que bandas callejeras de Montescos y Capuletos, Shakespeares clonados, sacar a Kierkegaard de contrabando y que los autores tomen sustancias prohibidas?
—Encontrar una guardería de fiar.
—¡Cielos! —dijo Victor—. ¡Felicidades! Tienes que traer por aquí al pequeño gritón. ¿Verdad, Bowden?
—Por supuesto.
—Plantea un pequeño problema —comentó Victor—. No podemos tenerte corriendo por ahí y que tengas que dejarlo a las cinco para preparar el té de junior. Quizá será mejor que nos ocupemos nosotros de todo.
—No —dije con una seguridad que les hizo dar un salto—. No, voy a reintegrarme al trabajo. Sólo tengo que resolver algunos asuntos. ¿OpEspec tiene guardería?
—No.
—Ah. Bien, supongo que ya pensaré en algo. Si recupero a mi marido no habrá problema. Os llamaré mañana.
Una pausa.
—Bien, supongo que tenemos que respetar su decisión —dijo Victor, solemne—. Simplemente nos alegramos de que hayas vuelto. ¿No es así, Bowden?
—Sí —respondió mi antiguo compañero—. Nos alegramos mucho.
8
El tiempo no espera a nadie
OpEspec-12 es la CronoGuardia, el departamento gubernamental encargado de preservar la estabilidad del tiempo. Su trabajo es mantener la integridad de la Línea Histórica Estándar (LHE) e impedir que se produzca algún cambio o que se dé un uso no autorizado de la línea temporal. Nadie conoce sus trabajos más geniales, ya que los cambios en el pasado dan la impresión de haber sido siempre así como son. No es raro que en algún turno de trabajo de la CronoGuardia la historia se flexione de forma muy dramática antes de volver a la LHE. Los cataclismos capaces de destruir el planeta se producen por lo general dos veces por semana, pero agentes especializados de la CronoGuardia los evitan con maestría. Los ciudadanos jamás se percatan de nada... lo que, sinceramente, es lo mejor.
C N (inexistente),
Tiempoarriba/Tiempoabajo (obra inédita)
Todavía no había terminado con OpEspec. Todavía tenía que descubrir lo que mi padre me había contado sobre el primer encuentro. Dar con un viajero en el tiempo puede ser muy complicado, pero ya que pasaba frente a la oficina de la CronoGuardia casi exactamente tres horas después de nuestro anterior encuentro, parecía el lugar perfecto donde buscar.
Llamé a la puerta y, al no recibir respuesta, entré. Cuando trabajé por última vez en OpEspec, casi nunca oíamos nada sobre los miembros algo excéntricos de la élite de viajeros en el tiempo; pero cuando trabajas en el negocio del tiempo no lo malgastas tontamente... es demasiado valioso. Mi padre siempre decía que el tiempo era, con diferencia, lo más valioso que poseíamos, y que el derroche temporal debería ser un crimen capital... por lo que ver Intercambio de riñones de famosos o leer las novelas de Daphne Farquitt es un crimen por definición.
La sala estaba vacía y, en apariencia, llevaba así varios años. Al menos, ése era el aspecto que tenía cuando la mirabas por primera vez... segundos después unos pintores la decoraban por primera vez, un segundo más tarde estaba en ruinas, luego llena, luego vacía otra vez. La habitación siguió así mientras la miraba, saltando a momentos diferentes de su historia pero sin permanecer jamás más que unos segundos en un estado determinado. Los agentes de la CronoGuardia no eran más que manchas de luz que se movían y retorcían, momentáneamente visibles para mí cuando saltaban del pasado al futuro o del futuro al pasado. De haber sido miembro de la CronoGuardia, quizá todo hubiese tenido más sentido para mí, pero no lo era y no lo tenía.
Había un mueble que permanecía inmutable mientras todo lo demás corría, se movía y se difuminaba en una confusión incesante. Se trataba de una mesita con un teléfono antiguo, de los verticales. Avancé y descolgué el receptor.
—¿Hola?
—Hola —dijo una voz pregrabada—, ha contactado con la CronoGuardia de Swindon. Para satisfacer su petición disponemos de vanas opciones. Si ha sido víctima de una deformación cronológica, marque uno. Si desea denunciar una anomalía cronológica, marque dos. Si cree que se ha visto involucrado en un cronocrimen...
Me ofreció varias posibilidades más, pero ninguna que me permitiese ponerme en contacto con mi padre. Cuando terminó la larga lista, me ofreció la opción de hablar con un agente, así que ésa fue la que escogí. El movimiento difuso de la sala se detuvo instantáneamente y todo encajó en su lugar... aunque el mobiliario y la decoración eran más propios de los años sesenta. Había un agente tras la mesa, un hombre alto e innegablemente guapo vestido con el uniforme azul de la Crono-Guardia, con las franjas de capitán en los hombros. Como él mismo había predicho, era mi padre, tres horas más tarde y tres horas más joven. Al principio, no me reconoció.
—Hola —dijo—, ¿puedo ayudarla?
—Soy yo, Thursday.
—¿Thursday? —repitió con los ojos bien abiertos mientras se ponía en pie—. ¿Mi hija Thursday?
Asentí, y él se acercó más.
—¡Cielos! —exclamó, examinándome con gran interés—. ¡Qué maravilloso volver a verte! ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Seis siglos?
—Dos años. —Dije dos años para evitar embrollar las cosas mencionando la conversión de esa mañana—. Pero ¿por qué vuelves a trabajar para la CronoGuardia? Creía que eras un renegado.
—¡Ah! —dijo, indicándome que me acercase y bajando la voz—. Se produjo un cambio de dirección y dijeron que prestarían atención a mis quejas si trabajaba para ellos en el Cuerpo de Preservación Histórica. Tuve que aceptar ser degradado y no me reactualizarán hasta que no acaben con el papeleo, pero por lo demás va muy bien. ¿Tu marido sigue erradicado?
—Me temo que sí. ¿Alguna posibilidad...?
Hizo una mueca.
—Me encantaría, garbancito, pero la verdad es que tengo que tener mucho cuidado durante algunas décadas. ¿Te gusta la oficina?
Miré la decoración anticuada de la salita.
—Un poco pequeña, ¿no?
Mi padre, que estaba sin duda de un humor excelente, sonrió.
—Oh, sí, y eso que aquí trabajamos más de setecientos. Como no podemos estar todos dentro a la vez, extendemos el uso por el flujo temporal como si fuese un trozo de elástico. —Separó las manos todo lo posible, en plan demostración—. Lo llamamos tiempo compartido. —Se frotó la barbilla y miró a su alrededor—. ¿Qué fecha es aquí fuera?
—Es 14 de julio de 1988.
—Qué golpe de suerte —dijo, bajando aún más la voz—. Es providencial que te hayas presentado. Me han echado la culpa por la guerra entre Alemania y Dinamarca de 1864.
—¿Fue culpa tuya?
—No... fue cosa del zoquete de Bismarck. Pero no importa. Me han trasladado a otra división del Cuerpo de Preservación Histórica para darme una segunda oportunidad. Mi primera misión es en julio de 1988, así que ahora mismo toda información sobre la situación local es una bendición. ¿Has oído hablar de alguien llamado Yorrick Kaine?
—Es canciller de Inglaterra.
—Eso me suponía. ¿San Zvlkx regresa mañana?
—Es posible.
—Vale. ¿Quién ha ganado la Superhoop?
—Eso será dentro de una semana a partir del sábado —expliqué—. Todavía no ha pasado.
—No es estrictamente cierto, garbancito. Todo lo que hacemos sucedió en realidad hace mucho, mucho tiempo... incluso esta conversación. El futuro ya está allí. Los pioneros que abrieron los primeros surcos históricos en la línea temporal virgen murieron hace eones. Ahora simplemente nos limitamos a intentar preservarla más o menos como debería ser. Por cierto, ¿has oído hablar de alguien llamado Winston Churchill?
Pensé un momento.
—Fue un estadista inglés que se puso en evidencia durante la Gran Guerra. Murió en 1932 atropellado por un taxi.
—Por tanto, ¿no era nadie fundamental?
—La verdad es que no. ¿Por qué?
—Ah, por nada. Es sólo una teoría en la que estoy trabajando. En cualquier caso, todo ha sucedido ya... de no haber sido así no habría necesidad de gente como yo. Pero las cosas salen mal. En el curso normal de los acontecimientos, el tiempo vuela de un lado a otro, desde el final del entonces hasta el comienzo del ahora, como la lanzadera en el telar, entretejiendo los hilos de la historia. Si se encuentra con un obstáculo podría doblarse un poco y nadie apreciaría el cambio. Pero si el obstáculo es grande, y Kaine es uno muy grande, créeme, entonces la historia se desvía. Y eso es lo que tenemos que corregir. Me han trasladado a la División de Prevención del Armagedón, y se acerca un desastre apocalíptico de Nivel III capaz de acabar con toda la vida. —Un momento de silencio—. ¿Sabe tu madre que llevas el pelo tan corto?
—¿Se supone que debe suceder?
—¿Lo de tu pelo?
—No, el Armagedón.
—En absoluto. Tiene un Índice de Probabilidad Final de sólo el veintidós por ciento: «no es muy probable».
—Entonces, no es como ese incidente con la Crema Maravillosa —comenté.
—¿Qué incidente?
—Nada.
—Vale. Bien, como estoy a prueba, más o menos, les pareció que debía empezar por algo pequeño.
—Sigo sin comprenderte.
—Es muy simple —dijo mi padre—. Dos días después de la Superhoop, el presidente Formby morirá por causas naturales. Al día siguiente, Yorrick Kaine se proclamará dictador de Inglaterra. Dos semanas después, tras el tradicional secuestro de la prensa y la ejecución sumaria de los antiguos partidarios, Kaine declarará la guerra a Gales. Dos días después de una larga batalla con tanques en la frontera con Gales, los Clanes Unidos de Escocia lanzarán un ataque contra Berwick-upon-Tweed. Resentido, Kaine bombardeará Glasgow y el Imperio sueco entrará en la guerra en apoyo de Escocia. Rusia se unirá a Kaine después del saqueo de su asentamiento colonial en Fetlar... y la guerra se trasladará al continente europeo. No tardará en convertirse en una lucha apocalíptica entre las superpotencias africanas y americanas. En menos de tres meses la Tierra no será más que un montón humeante de cenizas radioactivas. Claro está —añadió—, que eso no es más que el panorama peor. Probablemente nada de esto suceda nunca y, si tú y yo hacemos bien nuestro trabajo, así será.
—¿No puedes limitarte a matar a Kaine?
—No es tan fácil. El tiempo es el pegamento del cosmos, garbancito, y hay que retirarlo con cuidado. Te sorprendería saber con qué insistencia la línea temporal histórica cuida de los déspotas. ¿Por qué crees que dictadores como Pol Pot, Bokassa e Idi Amin viven tanto y gente como Mozart, Jim Henson y la madre Teresa mueren relativamente jóvenes?
—No creo que podamos considerar joven a la madre Teresa.
—Al contrario... se suponía que viviría hasta los ciento veinte.
Una pausa.
—Vale, papá... ¿Cuál es el plan?
—Bien. Es increíblemente complejo y también increíblemente simple. Para evitar que Kaine se haga con el poder, debemos descarrilar al máximo a su patrocinador, la Corporación Goliath. Sin ella, no tiene poder. Para lograrlo, tenemos que garantizar... que Swindon gane la Superhoop.
—¿Y eso cómo?
—Está relacionado con la causalidad. Sucesos sin importancia tienen grandes consecuencias. Ya verás.
—No, me refiero a cómo voy a lograr que gane Swindon. Aparte de Kapok, Aubrey Jambe y quizá Biffo Mandible, los jugadores son todos, bueno, una mierda... por no dar más detalles. Sobre todo cuando los comparas con sus oponentes en la Superhoop, los Machacadores de Reading.
—Estoy seguro de que se te ocurrirá algo, pero cuida de Kapok... es el primero al que intentarán eliminar. Tendrás que hacerlo sola, garbancito, yo tengo mis propios problemas. Parece ser que la muerte de Nelson al comienzo de la batalla de Trafalgar no fue, después de todo, obra de Revisionistas Históricos franceses. Hablé con un conocido en la CronoGendarmería y le hizo gracia sólo la idea de que los Revisionistas fuesen a intentar hacer algo así; los modelos avanzados de flujo temporal con Napoleón como emperador de toda Europa no dan muy buenos resultados para Francia... a la larga están mucho mejor con las cosas tal y como sucedieron.
—Entonces, ¿quién mató a Nelson?
—Bien, el propio Nelson. No me preguntes la razón. Bueno, ¿para qué querías verme?
Tuve que pensar con cuidado.
—Bien... en realidad para nada. Te he visto hace tres horas y me has dicho que habíamos hablado, así que he venido a verte. Ahora supongo que debería pedirte que descubras quién intentaba matarme esta mañana, cosa que no podría hacer si no me hubiese encontrado contigo esta mañana, y te he visto esta mañana porque acabo de decirte que intentaban asesinarme —Papá rio.
—Es un poco como tener una secadora en la cabeza, garbancito. A veces no sé si estoy allá o ahora. Pero será mejor que compruebe lo del asesinato, por si acaso.
—Sí —dije, más confundida que nunca—. Supongo que será lo mejor.
9
Erradicaciones Anónimas
GOLIATH APOYA A KAINE Y AL PARTIDO WHIG
Ayer la Corporación Goliath reafirmó su apoyo al canciller Kaine en una fiesta para honrar al líder inglés. Durante una cena lujosa a la que asistieron más de quinientas personalidades importantes del comercio y los departamentos gubernamentales, Goliath aseguró su inquebrantable apoyo al canciller. En respuesta, Kaine agradeció cortésmente ese apoyo y anunció el proyecto de un paquete de medidas destinadas a ayudar a la Goliath en su cambio, muy deseable aunque difícil, a corporación basada en la fe, así como a financiar varios programas actuales de armamento, cuyos detalles han sido declarados secretos.
The Toad, 13 de julio de 1988
Cuando Hamlet y yo llegamos a casa un equipo de televisión de Swindon5 me esperaba en la acera.
—Señorita Next —dijo el periodista—, ¿puede decirnos dónde ha estado estos dos últimos años?
—Sin comentarios.
—Pueden entrevistarme a mí —dijo Hamlet, que había comprendido que allí fuera era un famoso.
—¿Y quién es usted? —preguntó el periodista, sin entender nada.
Yo le miré y se desinfló.
—Soy... soy... su primo Eddie.
—Muy bien, primo Eddie, ¿puedes decirnos dónde ha estado la señorita Next durante los últimos dos años?
—Sin comentarios.
Y recorrimos el camino del jardín hasta la puerta principal.
—¿Dónde has estado? —exigió saber mi madre en cuanto cruzamos el umbral.
—Siento llegar tarde, mamá. ¿Cómo le ha ido al pequeñín?
—Agotador. Dice que su tía Mel es una gorila que puede pelar plátanos con los pies colgada de una lámpara.
—¿Ha hablado?
Friday empleaba la ancestral e internacional señal infantil para pedir que lo cogiesen —levantar los brazos— y, cuando lo hice, me estampó un beso húmedo en la mejilla y se puso a parlotear de un modo ininteligible.
—No es que haya dicho mucho —admitió mamá—, pero me ha hecho un dibujo de la tía Mel bastante explícito.
—¿La tía Mel una gorila? —Reí, mirando el dibujo, que era claramente de... bien, un gorila—. ¡Vaya imaginación!
—Vaya que sí. Me lo encontré subido al aparador, dispuesto a columpiarse de las cortinas. Cuando le dije que eso no se hace me señaló el dibujo de la tía Mel, con lo que entiendo que ella le deja.
—Te deja, ¿eh? Es decir, que se columpió, vaya.
Pickwick entró con cara de disgusto, ataviado con un gorro de papel pegado con cinta adhesiva.
—Pickwick es un compañero de juegos muy tolerante —dijo mi madre, a quien evidentemente no se le daba muy bien entender las expresiones de los dodos.
—Tengo que buscarle una guardería. ¿Le has cambiado el pañal?
—Tres veces. Sale todo directamente, ¿no?
Olisqueé las perneras de sus pantalones.
—Sí. Directamente.
—Bien, tengo reunión con mi grupo de metal repujado —dijo, poniéndose el sombrero y cogiendo el bolso y las gafas de protección para soldar—, pero será mejor que te busques alguna cuidadora de confianza. Yo puedo ocuparme una hora de vez en cuando, pero no puedo días enteros... y la verdad es que no quiero cambiar más pañales.
—¿Crees que lady Hamilton cuidaría de él?
—Es posible. —Lo dijo en un tono que daba a entender todo lo contrario—. Puedes preguntárselo.
Abrió la puerta y recibió un plun furioso de Alan, que estaba algo de malas y arrancaba flores del jardín delantero. Con velocidad increíble, mi madre lo agarró por el cuello y entre plunes y a pesar de su resistencia furiosa le metió sin contemplaciones en el cobertizo y cerró la puerta con llave.
—¡Pajarraco horrible! —dijo mi madre, dándole un beso a Friday—. ¿Tengo el monedero?
—En el bolso.
—¿Llevo el sombrero?
—Sí.
Sonrió, me dijo que no debía molestar a Bismarck ni comprar nada a ningún vendedor puerta a puerta a menos que fuese una verdadera ganga, y se fue.
Cambié a Friday, luego le dejé que fuese a buscar algo que hacer. Preparé té para Hamlet y para mí. Hamlet había puesto la tele y miraba el canal Shakespeare de MOLE-TV. Yo me senté en el sofá y miré el jardín. Un mamut lo había destruido la última vez que había estado allí y comprobé que mi madre lo había replantado con especies no demasiado agradables al paladar de los Proboscidea; muy conveniente, teniendo en cuenta las migraciones. Mientras miraba, Pickwick pasó anadeando, posiblemente preguntándose dónde se había ido Alan. En términos de un día de trabajo, había logrado muy poco. Seguía siendo detective literario pero debía 20.000 libras y no estaba más cerca de recuperar a Landen.
Mi madre volvió como a las ocho y el primero de sus amigos de Erradicaciones Anónimas apareció a las nueve. Eran diez, y tan pronto como atravesaron la puerta se pusieron a charlar sobre los que describían como sus «perdidos». Emma Hamilton y yo no estábamos solas en eso de tener a cónyuges con problemas de existencia. Pero aunque daba la impresión de que Landen y el Horacio de Emma persistían en forma de recuerdos intensos, mucha gente no tenía tanta suerte. Algunos sólo tenían la vaga sensación de que debería haber alguien que no estaba. Para ser sincera, la verdad es que no quería estar allí, pero se lo había prometido a mi madre y vivía en su casa, por lo que no había más discusión.
—Gracias, damas y caballeros —dijo mi madre dando una palmada—. Si toman asiento podremos comenzar la reunión.
Todos se sentaron, provistos de té y Battenberg, y pusieron cara de expectación.
—Primero, me gustaría dar la bienvenida a un nuevo miembro de nuestro grupo. Como saben, mi hija ha estado fuera un par de años... ¡Me gustaría dejar claro que no ha estado en la cárcel!
—Gracias, madre —murmuré entre dientes mientras el grupo reía cortésmente, dando instantáneamente por supuesto que precisamente allí era donde había estado.
—Y ha aceptado amablemente unirse a nuestro grupo y decir unas palabras. ¿Thursday?
Respiré hondo, me puse en pie y dije apresuradamente:
—Hola a todos. Me llamo Thursday Next y mi esposo no existe.
Aplausos y alguien dijo:
—Así se hace, Thursday.
No se me ocurrió nada más que pudiese, o quisiese, decir, así que me senté. En silencio, todos me miraron, esperando con amabilidad a que siguiese hablando.
—Eso es todo. Final de la historia.
—¡Brindo por ello! —dijo Emma, mirando con tristeza el armarito cerrado de las bebidas.
—Eres muy valiente —dijo la señora Beatty, que estaba sentada a mi lado. Me tocó la mano con amabilidad—. ¿Cómo se llamaba?
—Landen. Landen Parke-Laine. La CronoGuardia lo asesinó en el año 1947. Mañana iré al Disculpatorio de Goliath para intentar invertir la erradicación.
Murmullos.
—¿Qué pasa?
—Debes comprender —dijo un hombre alto y dolorosamente delgado que hasta el momento había guardado silencio—, que para avanzar en este grupo debes empezar a aceptar que se trata de un problema de memoria... no hay Landen; simplemente piensas que lo hay.
—Aquí todo está muy seco, ¿no? —musitó Emma sin la menor sutileza, mientras seguía mirando el armario de las bebidas.
—Yo era como tú —dijo la señora Beatty, que había dejado de tocarme la mano y se había puesto a hacer punto otra vez—. Tenía una vida maravillosa con Edgar y luego, una mañana, me despierto en otra casa con Gerald a mi lado. No me creyó cuando le expliqué el problema, y tomé medicación durante diez años hasta que llegué aquí. Sólo ahora, en compañía de vosotros, estoy empezando a comprender que no es más que una enfermedad de mi cabeza.
Me sentí horrorizada.
—¿Madre?
—Es algo a lo que debemos enfrentarnos, querida.
—Pero papá te visita, ¿no?
—Bien, creo que lo hace —dijo, concentrándose—. Pero, por supuesto, cuando se va no es más que un recuerdo. No hay ninguna prueba real de que exista.
—¿Qué hay de mí? ¿Y de Joffy? ¿Incluso de Anton? ¿Cómo nacieron sin papá?
Se encogió de hombros, enfrentada a la paradoja.
—Quizá, después de todo, no se trate más que de una indiscreción juvenil que luego expurgué de mi mente.
—¿Y Emma? ¿Y Bismarck? ¿Cómo explicas que estén aquí?
—Bien —dijo mi madre, concentrándose de veras—, estoy segura de que hay una explicación racional... en algún lugar.
—¿Eso es lo que enseña este grupo? —pregunté indignada—. ¿A negar los recuerdos de los seres queridos?
Miré a los reunidos, que aparentemente se habían rendido a la desesperada paradoja en la que vivían cada minuto de sus vidas. Abrí la boca para intentar describir con elocuencia cómo sabía yo que había estado casada con Landen cuando comprendí que perdía el tiempo. No había nada, nada en absoluto, que indicase que era algo más que un estado de mi mente. Suspiré. Para ser sincera, estaba en mi mente. No había sucedido. Sólo tenía recuerdos de cómo podría haber pasado. El hombre alto y delgado, el realista, empezaba a convencerlos a todos de que no eran víctimas de un deslizamiento temporal sino que estaban locos.
—Quieren pruebas...
Me interrumpió una llamada insistente a la puerta principal. Quienes fuesen, no perdieron el tiempo; se limitaron a entrar en casa hasta el salón. Era una mujer de mediana edad vestida con un traje estampado de flores que sostenía la mano de un hombre confundido y bastante avergonzado.
—¡Hola, grupo! —dijo con alegría—. ¡Es Ralph! ¡Le he recuperado!
—¡Ah! —dijo Emma—. ¡Eso es digno de celebrarse!
Todos pasaron de ella.
—Lo siento —dijo mi madre—, ¿no se ha equivocado de casa? ¿O de grupo de autoayuda?
—No, no —aseguró la mujer—. Soy Julie, Julie Aseizer. ¡Todas las semanas, desde hace tres años, participo en este grupo!
Se hizo el silencio. Sólo se oía el tintineo de las agujas de calceta de la señora Beatty.
—Bien, yo no la he visto nunca —anunció el hombre alto y delgado. Miró al grupo—. ¿Alguien la reconoce?
Todos cabecearon.
—Supongo que se cree muy graciosa, ¿no? —dijo con furia el hombre delgado—. Este es un grupo de autoayuda para personas con graves aberraciones de la memoria y, la verdad, no me parece ni divertido ni constructivo que se burle de nosotros. ¡Por favor, váyase!
La mujer se quedó inmóvil un momento, mordiéndose el labio, pero habló su marido.
—Vamos, querida, te llevo a casa.
—¡Pero espera...! —dijo ella—. Ahora que él ha vuelto todo es como era y yo no habría tenido necesidad de venir a este grupo, así que no lo hice... sin embargo, lo recuerdo...
Dejó de hablar lentamente y su marido la abrazó cuando se echó a llorar. La llevó fuera, deshaciéndose en disculpas.
Tan pronto como se hubieron marchado el hombre delgado se sentó indignado.
—¡Una situación lamentable! —gruñó.
—Mucha gente considera esta vieja broma divertida —añadió la señora Beatty—. Ésta es la segunda vez en lo que va de mes.
—Me ha dado una sed terrible —añadió Emma.
—Quizá —sugerí—, deberían formar un grupo de autoayuda para ellos... Podrían llamarlo Erradicaciones Anónimas Anónimas.
Nadie le vio la gracia y oculté la sonrisa. Después de todo, era posible que Landen y yo tuviésemos nuestra oportunidad.
A partir de aquel momento ya no participé demasiado en el grupo, y la verdad es que la conversación se alejó pronto de las erradicaciones y se centró en cuestiones más mundanas, como la última tanda de programas de televisión que había florecido en mi ausencia. ¡Nombra esa fruta con famosos! Presentado por Frankie Saveloy tenía uno de los mayores índices de audiencia, como Tostadoras del infierno y ¡Te han grapado!, una recopilación de los accidentes de papelería más graciosos de Inglaterra. Emma había renunciado a toda sutileza y atacaba la cerradura del armarito con un destornillador cuando Friday emitió los gritos ultrasónicos que sólo oyen los padres —te hace comprender cómo es posible que las ovejas sepan qué cordero es el suyo— y, agradecida, me disculpé. Estaba de pie en la cuna agitando los barrotes, así que lo saqué y le leí hasta que los dos nos quedamos dormidos.
«¿Pretende decirme, señor Holmes, que nos hemos confundido de libro?»
10
La señora Bigarilla
LA CEREMONIA DE QUEMA DE LIBROS DE KIERKEGAARD DEMUESTRA LA ESCASA POPULARIDAD DEL FILÓSOFO DANÉS
La pasada noche, el canciller Yorrick Kaine ofició la primera quema de literatura danesa en la que se incineraron ocho ejemplares de Temor y temblor, cantidad situada muy por debajo de las «treinta o cuarenta toneladas» que se esperaban. Cuando se le pidió que comentase la aparente falta de entusiasmo del público por quemar la filosofía danesa, Kaine explicó que «Kierkegaard es claramente menos popular de lo que creíamos, y merecidamente además... El siguiente será... ¡Hans Christian Andersen!». Kierkegaard no pudo hacer ningún comentario porque desconsideradamente se dejó morir hace años.
The Toad, 14 de julio de 1988
Cuando desperté a las dos de la mañana soñaba que un elefante que blandía una sierra mecánica se me había sentado en el pecho. Seguía completamente vestida con un Friday roncando encima. Lo devolví a la cuna y giré la lámpara de la mesa de noche hacia la pared para tamizar la luz. Mi madre, por razones que sólo ella conocía, había conservado mi dormitorio exactamente como yo lo había dejado al irme de casa. Sentía nostalgia e inquietud viendo lo que me interesaba cuando era una adolescente. Los chicos, la música, Jane Austen y las labores policiales; pero no especialmente por ese orden.
Me desvestí y me puse una camiseta larga. Miré la forma dormida de Friday, que emitía ruidos de succión con los labios.
—¡Calla! —dijo una voz cercana. Me volví. Allí, en la penumbra, había un erizo hembra enorme con delantal y gorro. Prestaba atención a la puerta y después de sonreírme de oreja a oreja se acercó a la ventana y miró fuera.
»¡Guau! —exclamó asombrada—. Las luces de la calle son de color naranja. ¡Nunca lo hubiese dicho!
—Señora Bigardía —dije—, ¡sólo he estado fuera dos días!
—Lamento molestarte. —Me hizo una reverencia apresurada y se puso a doblar distraídamente mi camisa, que yo había tirado al respaldo de una silla—, pero están pasando un par de cosas que me ha parecido que debía contarte... y dijiste que si tenía alguna duda...
—Vale... pero aquí no; despertaremos a Friday.
Así que nos escabullimos escaleras abajo, a la cocina. Bajé las persianas antes de encender la luz, porque la presencia de un erizo de metro ochenta con chal y cofia podría haber sido motivo de rumores en el vecindario... Hoy en día nadie lleva cofia en Swindon.
Le ofrecí a la señora Bigardía un sitio a la mesa. Aunque los habían dejado a ella, al emperador Zhark y a Bradshaw a cargo de Jurisficción en mi ausencia, ninguno de ellos poseía las cualidades de liderazgo necesarias para hacer por sí solo el trabajo. Y como el Consejo de Géneros se negaba a aceptar que mi ausencia fuese algo más que una «baja de enfermedad» no elegía a un nuevo Bellman.
—Bien, ¿qué pasa? —pregunté.
—¡Oh, señorita Next! —aulló, sus púas erizadas de disgusto—. ¡Por favor, vuelve!
—Aquí fuera tengo asuntos pendientes —le expliqué—, ¡todos lo sabéis!
Suspiró.
—Lo sé, pero el emperador Zhark tuvo una rabieta cuando le sugerí que pasara menos tiempo conquistando el universo y más en Jurisficción. La Reina Roja no se ocupa de nada posterior a 1867 y Vernham Deane está atado con la última novela de Daphne Farquitt. El comandante Bradshaw hace lo que le apetece, lo que me deja a mí al mando... y esta mañana alguien ha dejado un plato con leche y pan sobre mi mesa.
—Probablemente no ha sido más que una broma.
—Pues no me hace gracia —respondió indignada la señora Bigarilla.
—Por cierto —dije al ocurrírseme una idea—, ¿habéis descubierto de qué libro escapó Yorrick Kaine?
—Me temo que no. Ahora mismo el Gato busca en las novelas sin publicar del Pozo de las Tramas Perdidas, pero podría llevar tiempo. Ya sabes lo caóticas que son las cosas allá abajo.
—Demasiado bien —suspiré, pensando con una mezcla de nostalgia y alivio en mi antiguo hogar en la ficción inédita. En el Pozo es donde se construyen realmente los libros, donde los tramadores crean las historias que los autores creen que escriben. Puedes comprar dispositivos narrativos a precio de saldo y verbos al peso. Un lugar extraño, cierto.
«Vale —dije al fin—, será mejor que me cuentes qué pasa.
—Bien —dijo la señora Bigarilla, contando con la pata—. Esta mañana por el MundoLibro se ha extendido el rumor de un posible cambio en las leyes de copyright.
—No sé cómo empiezan esos rumores —respondí cansada—. ¿Hay algo de cierto?
—Qué va.
Se trata de un asunto delicado para los habitantes de MundoLibro. El paso a ser de dominio público, sin copyright, siempre ha sido una perspectiva temible para un personaje, e incluso contando con grupos de apoyo y cursos de capacitación para aliviar el golpe, la «menopausia narrativa» lleva su tiempo. El problema es que las leyes de copyright tienden a variar de un lugar del mundo a otro, y en ocasiones los personajes son de dominio público en un mercado y no en otros, lo que resulta confuso. Cabe además la posibilidad de que cambie la ley y personajes que se habían acostumbrado a ser de dominio público se encuentran de pronto sometidos a copyright, o viceversa. En el MundoLibro es palpable la inquietud que despiertan estos asuntos; basta con una chispa para provocar un altercado.
—Por tanto, ¿todo bien?
—Básicamente.
—Bien. ¿Algo más?
—Starbucks quiere abrir otro local en la serie los Hermanos Hardy.
—¿Otro? —pregunté sorprendida—. Ya tiene dieciséis. ¿Cuánto café creen que son capaces de beber? Diles que pueden abrir otro en La señora Dalloway y dos más en La era de la razón. Aparte de eso, nada más. ¿Qué más?
—El sastre de Gloucester necesita varios metros de seda rojo cereza para terminar la casaca bordada del alcalde... pero tiene un resfriado y no puede salir.
—¿Quiénes somos? ¿Una empresa de mensajería? Dile que mande a su gato Simplón.
—Vale.
Una pausa.
—No habrás venido hasta aquí para darme malas noticias sobre Kaine y hablarme del pánico por el copyright y la tela color cereza, ¿verdad?
Me miró y suspiró.
—Hay un problemilla con Hamlet.
—Lo sé. Pero ahora mismo le está haciendo un favor a mi madre. Lo enviaré de vuelta dentro de unos días.
—Bueno... —respondió nerviosa la erizo—. Es un pelín más complicado. Tal vez no sea mala idea mantenerlo aquí fuera más tiempo.
—¿Qué pasa? —pregunté suspicaz.
La señora Bigarilla adoptó una expresión triste.
—Bien, sabes que se han producido muchas protestas en Hamlet desde que Rosencrantz y Guildenstern consiguieron su propia obra.
—Sí.
—Justo después de irte, Ofelia dio un golpe de Estado aprovechando la ausencia de Hamlet. Importó un Hamlet B-6 de Shakespeare versionado por Lamb y le convenció para rehacer algunas de las escenas clave favoreciendo a Ofelia.
—¿Y?
—Bien —dijo la señora Bigarilla—, ahora se titula La tragedia de la hermosa Ofelia, enloquecida por el cruel Hamlet, príncipe de Dinamarca.
—Esa mujer siempre está tramando algo, ¿no? Yo la reprendería. Dile que vuelva a la fila o la acusaremos de una infracción de ficción de Clase II a tal velocidad que la cabeza le dará vueltas.
—Lo hemos intentado, pero Laertes volvió de París y apoyó la revolución. Juntos introdujeron algunos cambios más y ahora se llama: La tragedia del noble Laertes, que venga a su hermana, la hermosa Ofelia, enloquecida por el cruel y criminal Hamlet, príncipe de Dinamarca.
Me pasé los dedos por el poco pelo que me quedaba.
—Bien... ¿y arrestarlos a los dos?
—Demasiado tarde. Su padre Polonio tenía ganas de juerga y se les unió. También ha hecho cambios y ahora se titula La tragedia del muy ingenioso y en absoluto aburrido Polonio, padre del noble Laertes, que venga a su hermosa hermana Ofelia, enloquecida por el cruel, criminal y totalmente irrespetuoso Hamlet, príncipe de Dinamarca.
—¿Cómo resulta?
—¿Con Polonio? Muy... farragosa. Podríamos reemplazarlos a todos —añadió la señora Bigarilla—, pero cambiar a tantos personajes principales de golpe podría provocar daños irreparables. Ahora mismo lo último que nos hace falta es que Hamlet regrese y meta mano... ya sabes cómo se enfurece incluso si alguien propone cambiar una palabra.
—Vale —dije—, esto es lo que haremos. Todo esto sucede en la edición en folio de 1623, ¿no?
La señora Bigarilla asintió.
—Vale. Trasladad Hamlet, o como sea que se llame ahora, a un dispositivo narrativo que no se esté usando y activad una edición moderna de Hamlet para que todos en el Exterior la lean. Nos dará cierto margen sin que nadie tenga que ver la versión polonizada. No será la mejor obra, pero tendrá que valer. Horacio seguirá del lado de Hamlet, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Entonces nombradle agente provisional de Jurisficción y que intente convencer a la familia de Polonio para que participe en una sesión de arbitraje. Mantenedme informada. Mientras tanto, yo intentaré que Hamlet esté entretenido aquí fuera.
Tomó nota.
—¿Eso es todo? —pregunté.
—A menos que necesites que te hagan la colada.
—Tengo una madre que se pelearía contigo por el derecho a hacer la colada. ¡Ahora, por favor, por favor, señora Bigarilla, debes dejarme resolver lo de Kaine y recuperar a mi marido!
—Tienes razón —dijo tras una breve pausa—. Nosotros controlaremos la situación.
—Genial.
—Vale.
—Bien... buenas noches.
—Sí —dijo la señora Bigarilla—, buenas noches.
Se quedó de pie en el linóleo de la cocina, entrelazando las garras y mirando al techo.
—Biga, ¿qué pasa?
—¡Es el señor Bigarilla! —soltó al fin—. ¡Anoche volvió a casa completamente conmocionado y oliendo a gases de escape dé coche! ¡Estoy preocupadísima!
Eran ya las tres de la mañana cuando me quedé a solas con mis pensamientos, un hijo dormido y un pañuelo empapado de lágrimas de erizo.
11
La grandeza de san Zvlkx
LA CORPORACIÓN GOLIATH PONE EN MARCHA UN PROGRAMA DE «REDUCCIÓN DE DISTRACCIONES»
Ayer fueron en aumento las acusaciones de que los intentos de la corporación por aumentar la productividad conducirían a la perdida de libertades civiles. Goliath lo negó enérgicamente: «Consideramos que tapiar el millón aproximado de ventanas de nuestras 10.000 instalaciones es un paso adelante muy positivo. Eliminando las ventanas, aspiramos a ayudar a los empleados que sufren un posible desorden de déficit de interés en el trabajo a autoayudarse más y a aumentar su productividad. También creemos que la medida contribuirá a ahorrar miles de litros de líquido limpiador y que evitará las seiscientas muertes de limpiaventanas que se estima que se producen anualmente.» La acusación de que la corporación no es más que una panda de matones tuvo como respuesta una demanda por difamación entregada personalmente por hombres de hombros muy anchos y con tatuajes.
Toad del domingo, 3 de julio de 1988
Desde sus humildes orígenes en 1289 a su ardiente final en otoño de 1536, la altiva belleza de la Gran Catedral de Swindon igualó en su día la de las catedrales de Canterbury o York, aunque no perduró. Reconstruido en al menos cuatro ocasiones desde entonces, el solar de la catedral está ocupado actualmente por un templo de otra naturaleza: un supermercado Tesco. Donde antes los monjes paseaban en silencio por sus claustros abovedados, ahora se pueden comprar los videos de ejercicios de Lola Vavoom y, donde en su época el exquisito rosetón oriental arrancaba lágrimas incluso a los corazones más fríos, ahora hay un expositor refrigerado que ofrece cinco tipos diferentes de salchichas ahumadas.
Ocupé mi asiento y me coloqué a Friday en el regazo. Se retorció mientras yo daba un vistazo. El aparcamiento estaba atestado de espectadores ansiosos. Algunos, como yo, ocupaban los asientos de la grada levantada especialmente para la ocasión, mientras que el resto se situaba tras barreras dispuestas en el asfalto. Pero todos, sentados o de pie, miraban una pequeña zona acordonada encajada entre el punto de devolución de los carritos de la compra y las máquinas de cambio. En esa pequeña zona había una vieja entrada en arco, el único resto visible del en su época gran asentamiento monástico de Swindon.
—¿Cómo lo llevas? —me preguntó Joffy, quien, además de ser pastor de la DEG y algunas otras confesiones menores, era el director de Amigos Idólatras de san Zvlkx.
—Bien. ¿Ésa es Lydia Startright?
Señalaba a una periodista muy bien vestida que se preparaba para emitir.
—Va a entrevistarme. ¿Qué aspecto tengo?
—Muy... eclesiástico.
—Bien. Disculpa.
Se enderezó el cuello y fue hasta Lydia. Ella estaba de pie junto al productor, un hombre bajito y poco atractivo hasta tal punto falto de originalidad que todavía creía que era guay y deseable que los miembros de la prensa vistiesen de negro.
—¿A qué hora se espera la aparición del viejo Zvlkx? —le preguntó el productor a Joffy.
—Será dentro de unos cinco minutos.
—Bien. Lyds, será mejor que empecemos.
Lydia se preparó, echó un último vistazo a sus notas, esperó la cuenta atrás del productor, compuso una sonrisa amable y empezó.
—Buenos días, damas y caballeros, les habla Lydia Startright, de la Toad News Network, informando en directo desde Swindon. Faltan menos de cinco minutos para que san Zvlkx, el poco conocido y en ocasiones controvertido santo del siglo XIII, resucite aquí, en directo para la televisión regional. —Se dio la vuelta para señalar las piedras castigadas por el tiempo, antes ignoradas por miles de compradores, pero ahora centro de atención de todos—. En su tiempo, en este punto se alzaba la Gran Catedral de Swindon, fundada en el siglo XIII por Zvlkx. En lo que es ahora la pescadería san Zvlkx escribió su Libro de Revelaciones, que contiene siete bloques de profecías, cinco de los cuales ya se han cumplido. Para ayudarnos a superar el sinuoso terreno de afirmaciones y refutaciones, tengo conmigo al muy irreverendo Joffy Next, cabeza de la Iglesia de la Deidad Estándar Global de Swindon, portavoz de Amigos Idólatras de san Zvlkx y experto en todo los aspectos zvlkxianos. Hola, Joffy, bienvenido al programa.
—Gracias, Lydia —dijo Joffy—, en la DEG somos tus admiradores.
—Gracias. Bien, ¿qué son exactamente las Revelaciones?
—Bien —dijo—, comprensiblemente los detalles no son muy precisos, pero san Zvlkx, antes de desaparecer en un «fuego purificador», en 1292, escribió varias predicciones en un librito. La biblioteca municipal de Swindon posee una copia incompleta de las Revelaciones pero, al contrario que las predicciones de otros videntes, que son vagas y están muy abiertas a la interpretación, las de san Zvlkx son refrescantemente específicas.
—¿Podrías darnos un ejemplo?
—Por supuesto. Parte de la Primera Revelación de san Zvlkx dice: «El humilde hijo de un carnicero de la villa de Ipswich llegará a ser lord canciller. Se llamará Tommy Wolsey y ocupará el cargo el día antes de Navidad, y sólo recibirá un regalo, no dos, como le correspondería por derecho...»
—¡Es asombrosamente precisa! —dijo Lydia con asombro.
—Efectivamente... las cartas que se conservan del cardenal Wolsey indican muy claramente que se sintió «enojado y molesto» de tener que conformarse con un solo regalo, algo de lo que hablaba muy a menudo y que pudo contribuir, años más tarde, a que fracasase en su intento de persuadir al Papa para que concediese a Enrique VIII la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón.
—Asombroso —dijo Lydia—. ¿Qué más?
—Bien —siguió diciendo Joffy—, la Segunda Revelación de Zvlkx decía: «... se la conocerá como Invencible, una armada de más de cien naves, apestando a paella, que cruzará el Canal. El fuego y el viento conspirarán para destruirla, Inglaterra seguirá siendo libre...».
—No es tan exacta —dijo Lydia.
—Estoy de acuerdo —respondió Joffy—. La paella no se inventó hasta después de lo de la Armada Invencible. Hay curiosos errores, pero aun así la precisión es asombrosa. No sólo sus Revelaciones incluyen nombres y fechas sino también, en una ocasión, un número de teléfono válido para pasar un buen rato en Leeds. A finales del siglo XVI san Zvlkx había logrado esa poco habitual distinción del absoluto triunfo isabelino: la placa conmemorativa. Cuando llegó la época de su siguiente Revelación, siglo y medio después, sus seguidores y partidarios sólo eran un puñado. Pero cuando llegó la hora, su Tercera Revelación catapultó a Zvlkx a los titulares de todo el mundo: «En 1776, un Jorge rey, de número tres, perderá la cabeza, su mayor colonia y sus calcetines. La colonia crecerá hasta convertirse en la mayor potencia del mundo, pero su cabeza y sus calcetines seguirán perdidos...»
—¿Y la cuarta?
—«Un hombre con el nombre de cierto calzado impermeable derrotará en Bélgica a un francés bajito...»
—Está claro que se refiere a Waterloo... ¿Y la quinta?
—«Los malvados pero aun así elegantemente vestidos agresores llamados nasis, el temor a los cuales polarizará la nación, serán expulsados de estas islas por, y sé que suena muy raro, la colonia mencionada en la tercera predicción. Y Denis Compton logrará 3.816 carreras para Middlesex en una única temporada...»
—Impresionante —musitó Lydia—. ¿Cómo iba a saber un monje del siglo XIII que Compton bateaba para Middlesex?
—Era, y es posible que lo vuelva a ser, el mejor de los videntes —respondió Joffy.
—Sabemos que su Sexta Revelación es la predicción de su segunda llegada, pero realmente la Séptima interesará sobre todo a los aficionados al deporte de Swindon.
—Exacto —respondió Joffy—. Según el Codex Zvlkxus, incompleto, será: «Se producirá una victoria local en los campos de juego de Swindonne en diecinueve cien y ochenta y ocho, y en consecuencia...» Hay más, pero se ha perdido. Podemos preguntárselo cuando reaparezca.
—¡Fascinante, irreverendo Next! Sólo una pregunta. ¿Dónde está?
Miré la hora mientras Friday se ponía de pie en mi regazo y dedicaba esa inquietante mirada de los dos años a la pareja que teníamos detrás. San Zvlkx llevaba ya tres minutos de retraso, y vi que Joffy se mordía el labio nervioso. Habían dado mucha publicidad a las predicciones del gran hombre, y que no apareciese sería vergonzoso... además de costoso. Joffy se había gastado buena parte de los ahorros de mamá aprendiendo inglés antiguo en el centro local de educación para adultos.
—Dígame, irreverendo Next —añadió Lydia, intentando alargar la entrevista—, ¿es cierto que la Toast Marketing Board ha logrado un acuerdo de patrocinio con san Zvlkx?
—Efectivamente —respondió Joffy—, los Amigos Idólatras de san Zvlkx hemos logrado un acuerdo muy favorable en su nombre con Toast, que deseaba tener los derechos exclusivos sobre su imagen y sabiduría, si la tiene.
—Aun así, ¿es cierto que la Corporación Goliath estaba interesada?
—En realidad no. La Goliath no ha sido muy entusiasta desde que su división de ropa deportiva pagó un cuarto de millón por el patrocinio exclusivo de santa Bernadette de Lincoln. Pero desde su regreso hace seis meses, santa Bernadette no ha hecho otra cosa que encerrarse en su habitación y dedicarse a la oración introspectiva, lo que no deja mucho margen para vender calzado deportivo. Por otra parte, la Toast Marketing Board no hace tales exigencias... estarán encantados con lo que san Zvlkx quiera hacer por ellos.
Lydia miró a la cámara.
—Asombroso. Si nos acaban de sintonizar, ésta es la retransmisión de la segunda llegada del santo del siglo XIII, Thomas Zvlkx.
Volví a mirar la hora. Zvlkx llevaba casi cinco minutos de retraso. Lydia siguió con el programa, entrevistando a varias personas para ganar tiempo. La multitud se fue impacientando y del silencio expectante empezaron a surgir murmullos. Lydia acababa de preguntarle a un gurú de la moda por la ropa que podíamos esperar que llevara Zvlkx cuando la interrumpió un grito. Algo pasaba en el exterior del Tesco, entre el elefante volador que se activaba con monedas y el buzón. Joffy saltó de la zona de prensa y corrió hacia una columna de humo que se alzaba de una grieta que se había abierto en la zona de aparcamiento para madres con niños. El cielo se oscureció, los pájaros dejaron de cantar y los clientes que salían de las puertas giratorias miraron asombrados un rayo que golpeaba el arco de piedra y lo partía en dos. Se escuchó un grito colectivo de alarma cuando comenzó a soplar un viento surgido de la nada. Banderolas que anunciaban productos en oferta y que colgaban fláccidas de las astas se soltaron de golpe y un revoltijo de polvo y papeles se esparció por el aparcamiento, haciendo toser a varias personas.
Todo pasó en segundos. Sentado en el suelo y vestido con un hábito basto atado a la cintura con una cuerda había un hombre mugriento con la barba descuidada y la dentadura hecha un asco. Parpadeó y miró con curiosidad su nuevo entorno.
—Bienvenido —dijo Joffy, el primero en acercársele—. Represento a los amigos Idólatras de san Zvlkx y le ofrezco protección y guía.
El monje del siglo XIII le miró con sus ojos oscuros y miró luego a la multitud que se le acercaba, todos hablando al mismo tiempo, señalándole y preguntándole si se hacía una foto con ellos.
—No tienes mal acento —respondió san Zvlkx lentamente—. ¿Estamos en 1988?
—Así es, señor. He llegado a un acuerdo de patrocinio, en su nombre, con la Toast Marketing Board.
—¿En efectivo?
Joffy asintió.
—?*&$@ gracias por ello —dijo Zvlkx—. ¿La ceveza ha mejorado desde que me fui?
—No mucho. Pero hay más para elegir.
—No puedo esperar. ¡Vaya, vaya! ¿Quién es la chorba de la blusa ajustada?
—Señor Next —intervino Lydia, que había logrado llegar hasta ellos—, ¿podría decirnos qué dice el señor Zvlkx?
—Yo... eh... le he dado la bienvenida al siglo XX y le he dicho que tenemos mucho que aprender de él en lo que se refiere a la apicultura y al arte perdido de fabricar aguamiel. Él... eh... dice que simplemente está muy cansado por el viaje y sólo desea la paz mundial, puentes entre las naciones y buenos hogares para huérfanos, gatitos y cachorrillos.
La multitud se dividió de pronto para dejar pasar al alcalde de Swindon. San Zvlkx reconocía el poder en cuanto lo veía y le sonrió a lord Volescamper, quien se le acercó a buen paso y tomó la mano sucia del monje.
—Vaya, vaya, bienvenido al siglo XX, grumete —dijo Volescamper, limpiándose la mano con un pañuelo—. ¿Qué te parece?
—Bienvenido a nuestra época —tradujo Joffy—, ¿disfruta de su estancia?
—De fábula, viejo —se limitó a responder el santo.
—Dice que está muy bien, gracias.
—Comunícale al digno santo que tenemos un regalo de bienvenida esperándole en la suite presidencial del hotel Finis. Sabiendo de su aversión a las comodidades, nos hemos tomado la libertad de retirar moquetas, cortinas, sábanas y toallas y hemos reemplazado el colchón por unos sacos de cáñamo llenos de piedras.
—¿Qué ha dicho el viejales?
—No quiera saberlo.
—¿Qué hay de la Séptima Revelación incompleta? —preguntó Lydia—. ¿Puede san Zvlkx decirnos algo?
Joffy tradujo con rapidez y san Zvlkx rebuscó entre los pliegues de su túnica para sacar un librito encuadernado en piel. La multitud guardó silencio mientras él se lamía un dedo mugriento, llegaba hasta la página correcta y leía:
—Se producirá una vistoria local en los campos de juego de Swindonne en diecinueve cien y ochenta y ocho, y en consecuencia y sólo a consecuencia de este hecho, caerán un gran tirano y la empresa llamada Goliathe.
Todos los ojos se posaron en Joffy, quien tradujo. Tras una toma general de aliento se desencadenó un clamor de preguntas.
—Señor Zvlkx —dijo un periodista de The Mole, que hasta ese momento se había estado aburriendo de muerte—, ¿pretende decir que la Goliath caerá si Swindon gana la Superhoop?
—Eso es exactamente lo que dice —respondió Joffy.
Los periodistas reunidos gritaron otra ronda de preguntas mientras yo intentaba analizar con cuidado las repercusiones de esa noticia. Papá había dicho que una victoria de Swindon en la Superhoop evitaría el Apocalipsis y, si lo que Zvlkx decía era cierto, una victoria el sábado tendría precisamente ese efecto. La pregunta era cómo. A mí no me parecía que hubiese ninguna relación. Seguía sin comprender cómo una victoria en el cróquet podía derribar a un semidictador y destruir una de las multinacionales más poderosas del planeta cuando lord Volescamper intervino y, con un gesto de la mano, silenció a la ruidosa multitud de periodistas.
—Señor Next, agradezca al santo sus palabras. Tendremos tiempo de sobra para reflexionar sobre esta Revelación, pero ahora mismo me gustaría presentarle a los miembros de la Cámara de Comercio de Swindon, que, debo añadir, está patrocinada por Los Cientos y Miles de san Biddulph®, el glaseado ideal. Después tomaremos un poco de té y pastel de zanahoria. ¿Estaría de acuerdo?
Joffy lo tradujo y Zvlkx sonrió con alegría.
—Por cierto, san Zvlkx —dijo Volescamper mientras se dirigían hacia la marquesina para tomar té y bollos—, ¿qué tal era el siglo XIII?
—El alcalde quiere saber cómo era el siglo XIII... y nada de pasarse, rayito de sol.
—Sucio, húmedo, hasta arriba de enfermedades y pestilencia.
—Dice que como Londres, Su Gracia.
San Zvlkx miró el arco gastado, la única muestra visible de lo que en su época había sido una gran catedral, y preguntó:
—¿Qué fue de la catedral?
—Ardió durante la dísolucíón de los monasterios.
—Maldición —musitó alzando las cejas—, debería haberlo previsto.
—Duis ante dolor infugiat nulla pariatur —murmuró Friday, señalando la lejana figura de san Zvlkx, que se perdía rápidamente entre una multitud de bienintencionados y periodistas.
—No tengo ni idea, cariño... pero tengo la impresión de que las cosas se empiezan a poner interesantes.
—Bien —dijo Lydia a la cámara—, una Revelación que podría implicar un desastre potencial para la Corporación Goliath y...
Su productor hacía gestos desenfrenados para evitar que relacionase en directo a Kaine con la palabra «tirano».
—...y un tirano indeterminado. Les habló Lydia Startright, transmitiendo en directo un acontecimiento milagroso para la Toad News. Y ahora, unas palabras de nuestro patrocinador, Farmacéuticas Goliath, fabricantes de Hemorroalivio.
12
Spike y Cindy
El agente Spike Stoker pertenecía a OE-17, Eliminación de Vampiros y Hombres Lobo, la más solitaria de las divisiones de OpEspec. Los agentes de OE-17 trabajaban en el mundo crepuscular de los semivivos, polimorfos, vampiros, licántropos y aquellos inclinados a hacer el mal. Spike había sido condecorado más veces de las que yo había leído Tres hombres en una barca, pero claro, él era el único cazador de todo el suroeste: nadie en su sano juicio hubiese realizado su trabajo por un sueldo de OpEspec, excepto yo. Y en mi caso sólo lo hacía cuando necesitaba desesperadamente dinero.
T N
Mi vida en OpEspec
Reflexionando profundamente, llevé a Friday de vuelta al coche. Las apuestas habían aumentado y cualquier posibilidad que yo hubiese podido tener de influir de algún modo en el resultado de la Superhoop se había vuelto mucho más imposible. Con la Goliath y Kaine interesados en que los Mazos de Swindon perdiesen, lo más probable era que nuestra victoria hubiese pasado de ser «muy improbable» a ser «completamente imposible».
—Eso explica —dijo una voz— por qué la Goliath se está pasando a un sistema de gestión empresarial basado en la fe.
Me volví. Mi acechador, Millon de Floss, caminaba muy cerca de mí. Debía tener una razón muy importante para violar la orden de alejamiento. Me paré un momento.
—¿Por qué lo crees?
—Una vez convertida en religión, ya no será una «compañía llamada Goliathe», como dice la profecía de Zvlkx —dijo Millon—, y evitará que la Revelación se haga realidad. La hermana Bettina, la precog corporativa de Goliath, debió preveer algo así y los avisó.
—¿Significa eso —pregunté lentamente— que se toman en serio lo que dice san Zvlkx?
—Es demasiado preciso para no tenerlo en cuenta, señorita Next, por improbable que pueda parecer la predicción. Ahora que conocen la Séptima Revelación de cabo a rabo, intentarán evitar por todos los medios que Swindon gane... y seguirán con lo de la religión, por si acaso.
Tenía sentido... más o menos. Papá debía saberlo, o una versión aproximada. No pintaba demasiado bien, pero mi padre había dicho que la probabilidad de esta Armagedón era sólo del 22%, así que tenía que haber una solución.
—Esta tarde visitaré Goliathpolis —dije pensativa—. ¿Has descubierto algo sobre Kaine?
Millon buscó el cuaderno de notas en el bolsillo, dio con él y fue pasando las páginas llenas de números.
—Está por aquí en algún sitio —dijo disculpándose—. Me gusta apuntar el número de serie de las aspiradoras y estaba con una Hoover XB-23E muy poco habitual cuando recibí la llamada. Aquí está. Ese tal Kaine es el sueño de un paranoico de las conspiraciones. Apareció hace cinco años, sin pasado, sin padres, sin nada. Obtuvo su número de seguridad social en 1982 y parece que sólo ha trabajado en su editorial y luego como parlamentario.
—Entonces, no hay mucho para empezar.
—Todavía no, pero seguiré buscando. Puede que te interese saber que le han visto en varias ocasiones en compañía de Lola Vavoom.
—¿Y a quién no?
—Cierto. ¿Querías saber cosas sobre el señor Schitt-Hawse? Dirige el Departamento de Tecnología de la Goliath.
—¿Estás seguro?
Millon pareció dudar un momento.
—En la industria de las conspiraciones la palabra «seguro» posee la propiedad de la plasticidad, pero sí. Tenemos un topo en Goliathpolis. Claro que sólo trabaja en la cafetería, pero te sorprendería la cantidad de información importante que uno oye mientras sirve pastas de mantequilla. Aparentemente Schitt-Hawse ha estado implicado en algo llamado Proyecto Ovitrón. No estamos seguros, pero podría ser un plan de desarrollo del ovinador de tu tío. ¿Podría ser algo del estilo de Los cuclillos de Midwich?
—Sinceramente, espero que no.
Tomé algunas notas, le di las gracias a Millon por su dedicación y continué caminando hacia mi coche, con la cabeza llena de futuros posibles, ovinadores y de Kaine.
Diez minutos más tarde estábamos en el Speedster, corriendo en dirección norte hacia Cricklade. Mi padre me había dicho que Cindy fracasaría tres veces en su intento de matarme antes de morir ella, pero era posible que el futuro no se desarrollase de esa forma... después de todo, en un futuro alternativo un tirador de OpEspec me había matado y yo seguía con vida.
Hacía más de dos años que no veía a Spike, pero me alegró saber que había abandonado su apartamento cochambroso para mudarse a una nueva dirección, en Cricklade. Pronto di con la calle. La finca era una construcción nueva de piedra de Cotswold que, a la luz del sol, tenía un cálido resplandor ocre. Mientras avanzaba despacio por la calle comprobando los números, Friday me fue señalando los puntos de interés.
—Ipsum —dijo, señalando un coche.
Tenía la esperanza de que Spike no estuviese en casa para poder hablar con Cindy a solas, pero no tuve suerte. Aparqué tras su vehículo blanco y negro de OpEspec y bajé. Spike en persona estaba sentado en la tumbona del jardín delantero, y se me cayó el alma a los pies cuando me di cuenta de que no sólo estaba casado con Cindy sino que además tenían descendencia... Una niña de un año aproximadamente estaba sentada en la hierba junto a su padre, jugando bajo una sombrilla. Maldije para mis adentros mientras Friday se ocultaba detrás de mi pierna. Tendría que conseguir que Cindy cooperase: la alternativa no sería muy halagüeña para ella y sería peor para Spike y su hija.
—¡Hola! —gritó Spike. Indicó a la persona con la que conversaba por teléfono que esperase un momento y se levantó para darme un abrazo—. ¿Cómo te va, Next?
—Estoy bien, Spike. ¿Y tú?
Abrió los brazos, indicando los elementos de la vida del centro de Inglaterra en las afueras. Las ventanas dobles, el césped bien cuidado, el camino de entrada, la puerta de hierro forjado.
—¡Mira todo esto, hermana! ¿No es lo mejor?
—Ipsum —dijo Friday señalando una maceta.
—Chico guapo. Pasa. Estaré contigo enseguida.
Entré en la casa y me encontré a Cindy en la cocina. Llevaba un delantal y el pelo recogido.
—Hola —dije, intentando que mi voz sonara normal—. Tú debes ser Cindy.
Me miró directamente a los ojos. No tenía pinta de ser una asesina profesional que había matado en sesenta y siete ocasiones, sesenta y ocho si se había encargado de Samuel Pring. Aunque la verdad es que eso pasa siempre con los realmente buenos.
—Bien, bien, Thursday Next —dijo lentamente, inclinándose para sacar algunas prendas húmedas de la lavadora y tocarle la oreja a Friday—. Spike te tiene en mucha estima.
—Entonces, ¿ya sabes a qué he venido?
Dejó la ropa, recogió un Webster de Fisher-Price que amenazaba con hacer caer a alguien y se lo pasó a Friday, quien se sentó a examinarlo con toda atención.
—Lo supongo. Un chico guapo. ¿Qué edad tiene?
—El mes pasado cumplió dos años. Y me gustaría darte las gracias por fallar ayer.
Me dedicó una sonrisa amplia y salió por la puerta de atrás. Le di caza y se puso a colgar la ropa.
—¿Es Kaine quien intenta matarme?
—Siempre respeto la confidencialidad del cliente —dijo en voz baja—, y no fallaré eternamente.
—Entonces déjalo ahora mismo —dije—. ¿Por qué tienes que hacerlo?
Colgó un babero azul.
—Por dos razones: primero, no voy a dejar de trabajar simplemente porque esté casada y tenga una hija y, segundo, siempre cumplo un contrato, pase lo que pase. Si no lo hiciera, tendría que devolver el dinero. Y la Revendedora no hace devoluciones.
—Ya —respondí—. Siento curiosidad por un detalle: ¿por qué te pusiste Revendedora?
Me miró fijamente y con frialdad.
—Los impresores cometieron un error en el papel de carta y hubiese sido demasiado costoso corregirlo. No te rías. —Colgó una almohada—. Cumpliré mi contrato, señorita Next, pero no lo intentaré hoy... Así que tienes tiempo de sobra para recoger tus cosas e irte para siempre a un lugar donde no pueda encontrarte. Y ocúltate bien... soy muy buena en mi trabajo.
Echó un vistazo a la cocina. Yo colgué una enorme camiseta de OE-17.
—Él no lo sabe, ¿verdad? —dije.
—Spike es un buen hombre —respondió Cindy—. Simplemente es un poco lento de entendederas. Tú no se lo vas a decir y él no lo sabrá nunca. ¿Agarras el otro extremo de la sábana?
Así el extremo de la sábana seca y la doblamos entre las dos.
—No voy a ir a ninguna parte, Cindy —le dije—, y me protegeré con lo que haga falta.
Nos miramos fijamente un momento. No parecía servir de nada.
—¡Jubílate! —le dije.
—¡Jamás!
—¿Por qué no?
—Porque me gusta y se me da bien... ¿Te apetece un poco de té, Thursday?
Spike había llegado al jardín cargando con la niña.
—Bien, ¿cómo están mis dos damas favoritas?
—Thursday me echaba una mano con la colada, Spikey —dijo Cindy, reemplazando su dura profesionalidad por una especie de infantilismo—. Voy a calentar agua... ¿Dos terrones de azúcar, Thursday?
—Uno.
Entró en la casa.
—¿Qué te parece? —preguntó Spike en voz baja—. ¿No es lo más bonito que has visto nunca?
Era como un quinceañero enamorado por primera vez.
—Es encantadora, Spike, eres un hombre afortunado.
—Ésta es Betty —dijo Spike, agarrando el diminuto brazo del bebé con una mano enorme y agitándolo—. Un añito. Tenías razón en lo de ser sincero con Cindy... No le importó que me dedicase a toda esa mier... quiero decir a asuntos de vampiros. Es más, creo que se siente un poco orgullosa.
—Eres un hombre con suerte —repetí, preguntándome cómo me las iba a arreglar para no dejarlos a él viudo y a la niña sin madre.
Volvimos a la casa, donde Cindy estaba atareada en la cocina.
—¿Dónde has estado? —preguntó Spike, dejando a Betty junto a Friday. Se miraron con suspicacia—. ¿En la cárcel?
—No. En un lugar extraño. En otro lugar.
—¿Vas a volver allí? —preguntó Cindy toda inocencia.
—¡Acaba de llegar! —exclamó Spike—. Todavía no queremos acabar con ella.
—Acabar con ella... claro que no —respondió Cindy, dejando la taza de té en la mesa—. Tomad asiento. Hay galletas en esa lata de ahí.
—Gracias. Bien —dije—, ¿cómo va el negocio de los vampiros?
—Más o menos. Han estado tranquilos últimamente. Igual que los hombres lobo. La otra noche me enfrenté a unos zombis en el centro municipal, pero el trabajo de contener Seres Malvados Supremos prácticamente se ha terminado. Se han visto algunos espectros, apariciones y fantasmas en Winchester, pero no son mi especialidad. Se habla de cerrar el departamento y contratarme como autónomo cuando sea preciso ocuparse de algo.
—¿Eso es malo?
—En realidad no. Puedo cobrar lo que quiera cuando corren los vampiros, pero en las épocas de tranquilidad iría un poco corto de fondos. No quisiera que Cindy tuviese que trabajar a tiempo completo, vamos.
Se rio y Cindy rio con él, dándole una galleta a Betty. Ella le dio un tremendo mordisco desdentado y pareció sorprendida de no obtener resultado. Friday se la cogió y le demostró cómo se hacía.
—Bien, ¿a qué te dedicas ahora? —preguntó Spike.
—A poca cosa. Me he dejado caer de camino a Goliathpolis... mi marido todavía no ha vuelto.
—¿Has oído lo de la Revelación de Zvlkx?
—Estaba allí.
—Entonces la Goliath va a precisar todo el perdón que pueda conseguir... No vas a encontrar un mejor momento para obligarlos a devolvértelo.
Charlamos unos diez minutos hasta que llegó la hora de irse. No logré volver a hablar a solas con Cindy, pero ya había dicho lo que quería y esperaba que lo aceptase, aunque dudaba de que así fuese.
—Si en algún momento necesito un colaborador autónomo, ¿te unirás a mí? —preguntó Spike mientras me acompañaba a la puerta, cuando Friday ya se había comido casi todas las galletas.
Pensé en mi descubierto.
—Por favor.
—Bien —respondió Spike—, estaremos en contacto.
Fui por la M4 hasta Saknussum International, donde tuve que correr para pillar el gravetubo hasta el gravepuerto James Tarbuck de Liverpool. Friday y yo almorzamos un poco antes de tomar el transbordador a Goliathpolis. Goliath me había quitado a mi marido y podía devolvérmelo. Y cuando tienes una queja contra una empresa, vas directamente a lo más alto.
14
El Disculpatorio™ de la Goliath
EL MINISTRO KAINEANO AFIRMA QUE LOS COCHES DANESES SON «UNA TRAMPA MORTAL»
Robert Edsel, el ministro kaineano de Seguridad Vial, atacó ayer al fabricante danés Volvo, afirmando que los vehículos pesados y feos antes considerados los coches más seguros del mercado son realmente todo lo contrario: una trampa mortal para cualquiera tan estúpido como para comprar uno. «El Volvo obtuvo muy malos resultados en la prueba de granada impulsada por cohete —afirmó el señor Edsel en el comunicado de ayer—, y los propietarios y sus hijos se arriesgan a sufrir daños permanentes en la columna cuando el coche cae de tan poca altura como treinta metros.» El señor Edsel siguió desdeñando el orgullo de la industria automovilística danesa al revelar que los filtros de aire de los Volvo «apenas ofrecen protección» contra los flujos piroclásticos, los gases venenosos y otros fenómenos habituales en las erupciones volcánicas. «La verdad es que recomendaría a cualquiera que estuviese pensando en comprar este lamentable producto danés que lo pensase bien», dijo el señor Edsel. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores danés puntualizó que los Volvo son, en realidad, suecos, el señor Edsel acusó una vez más a los daneses de intentar culpar a sus vecinos de sus propios fracasos industriales.
The Toad on Sunday, 16 de julio de 1988
La Isla de Man era un Estado empresarial independiente dentro de Inglaterra desde que en 1963 se apropiaron de ella en nombre del bien mayor fiscal. El mar irlandés que la rodeaba estaba abarrotado de minas para rechazar a los visitantes indeseados y sus cielos estaban protegidos por los sistemas antiaéreos más avanzados conocidos por el hombre. Disponía de hospitales y escuelas, una universidad, su propio reactor de fusión y además, desde Douglas hasta el gravepuerto Kennedy en Nueva York, el único tramo privado de gravetubo del mundo. La isla acogía a casi 200.000 residentes que no hacían más que dar apoyo, o dar apoyo a los que daban apoyo, a la empresa que controlaba enteramente la pequeña isla: la Corporación Goliath.
El viejo pueblo manés de Laxey había sido rebautizado como Goliathpolis y era el Hong Kong del archipiélago británico, un bosque de torres de vidrio que cubría las colinas hacia Snaefell. El mayor de tales rascacielos sobrepasaba los picos montañosos de fondo y se le veía reluciendo al sol incluso desde Blackpool, si las condiciones climáticas lo permitían. Ese edificio acogía el núcleo de toda la vasta multinacional, la flor y nata de los ingenieros corporativos de Goliath. Un empleado podía pasar toda su vida en la isla sin cruzar jamás su puerta principal.
Fue en la planta baja de ese edificio, en el corazón mismo de la corporación, donde encontré el Disculpatorio de la Goliath.
Me coloqué al final de una pequeña fila, delante de una moderna mesa de cristal donde dos sonrientes empleados de Goliath iban repartiendo cuestionarios y números.
—¡Hola! —dijo uno de los empleados, una joven con una sonrisa torcida—. Bienvenida al Emporio de Disculpas de la Corporación Goliath. Lamento que haya tenido que esperar. ¿En qué puedo ayudarla?
—La Goliath asesinó a mi marido.
—¡Qué horrible! —respondió con una muestra lamentable e insincera de compasión—. Lo lamento muchísimo. La Goliath, como parte del proceso de cambio a un sistema de gestión basado en la fe, está decidida a corregir cualquier error desagradable en el que haya podido incurrir. Tiene que rellenar este formulario, este otro y la sección D de éste... y luego tomar asiento. Haremos que uno de nuestros disculpadores especializados la reciba lo antes posible.
Me entregó varios formularios largos y un número, para luego señalarme una puerta lateral. La abrí y entré en el Disculpatorio. Era una sala enorme con ventanales del suelo hasta el techo que ofrecían una panorámica impresionante del mar de Irlanda. A un lado había una fila de unos veinte cubículos que ocupaban disculpadores trajeados.
Todos ellos permanecían sentados prestando mucha atención a lo que les decían con la misma expresión contrita. Al otro lado, filas y filas de asientos de madera ocupados por los ciudadanos alguna vez maltratados, que agarraban ansiosamente su número y esperaban turno pacientemente. Miré el mío. Era el 6.174. Miré el panel, que indicaba que atendían al número 836.
—¡Querido y dulce pueblo! —dijo una voz por megafonía—. La Goliath lamenta profundamente todo el daño que pueda haberles causado inadvertidamente en el pasado. Aquí, en el Disculpatorio™ de Goliath, estamos deseosos de ayudarlos con sus problemas, por pequeños que sean.
—¡Oiga! —le dije a un hombre que cojeaba hacia la salida—. ¿La Goliath se ha arrepentido satisfactoriamente?
—Bien, la verdad es que no era necesario —respondió de un modo bastante insulso—. Fue responsabilidad mía... de hecho. ¡Yo me he disculpado por malgastar su precioso tiempo!
—¿Qué hicieron?
—Contaminaron mi barrio de radiación ionizante, algo que negaron durante diecisiete años, incluso cuando a la gente se le cayeron los dientes y a mí me creció un tercer pie.
—¿Y los ha perdonado?
—Claro. Ahora comprendo que fue simplemente un accidente y que el pueblo debe aceptar los riesgos si quiere disponer de energía limpia abundante, comida en cantidad ilimitada y electrodesfragmentadores caseros.
Cargaba con un montón de papeles que no eran los formularios que yo había tenido que cumplimentar, sino folletos sobre cómo unirse a la Nueva Goliath. No como consumidor, sino como adorador. Siempre había desconfiado profundamente de la Goliath, pero todo aquello del «arrepentimiento» olía peor que cualquier otro montaje que hubiese visto. Me volví, rompí el número y me encaminé a la salida.
—¡Señorita Next! —dijo una voz conocida—. ¡Vaya, la señorita Next!
Un hombre bajito de rasgos apretados y cabeza redonda con un corte de pelo agresivamente militar me miraba. Vestía un traje oscuro, llevaba pesadas joyas de oro y podía decirse que era la persona que peor me caía del mundo: era Jack Schitt, en su época el gurú de armas avanzadas de la Goliath y ex prisionero de El cuervo. Era el hombre que había intentado prolongar la guerra de Crimea para ganar una fortuna con la última superarma de la Goliath, el rifle de plasma.
En mi interior se desató la furia. Le di la vuelta a Friday para que mirara hacia otra parte y en su mente infantil no arraigaran extrañas ideas sobre el uso de la violencia y, a continuación, agarré a Schitt por la garganta. Él dio un paso atrás, tropezó y cayó a mis pies con un gritito. Con la experiencia de haberme encontrado ya antes en aquella situación, le solté y coloqué la mano en la empuñadura de mi automática, esperando recibir el ataque de los guardaespaldas de Jack. Pero no pasó nada. Simplemente nos miraban los ciudadanos tristes.
—Aquí no hay nadie para ayudarme —dijo Jack Schitt, poniéndose despacio de pie—. Hoy me han atacado ocho veces... Me considero afortunado. Ayer fueron veintitrés.
Le miré y vi, por primera vez, que tenía un ojo a la funerala y el labio roto.
—¿Nada de guardaespaldas? —repetí—. ¿Por qué?
—Mi penitencia consiste en verme con aquellos a los que intimidé y maltraté en el pasado, señorita Next. Cuando nos vimos por primera vez, yo era el jefe de la División de Armamento Avanzado de la Goliath y ocupaba el puesto 329 en la escala corporativa —suspiró—. Ahora, gracias a su denuncia más que pública de las limitaciones del rifle de plasma, la corporación ha decidido degradarme. Soy Agente de Facilitación de Disculpas de segunda clase, puesto 12.398.219 en la escala. Los poderosos han caído, señorita Next.
—Se equivoca —respondí—, simplemente le han trasladado a un nivel más acorde con su competencia. Es una vergüenza. Se merece algo mucho peor.
Los ojos le temblaron de furia. El viejo Jack, el homicida, regresó por un breve momento. Pero el sentimiento duró poco y dejó caer los hombros al comprender que, sin el servicio de seguridad de la Goliath para respaldarle, no tenía más que un poder mínimo.
—Quizá tenga razón —se limitó a decir—. No tendrá que esperar su turno, señorita Next. Me encargaré personalmente de su caso. ¿Es su hijo? —Se inclinó para mirarle mejor—. Guapo, ¿no?
—Eiusmod tempor incididunt adipisicing elit —dijo Friday, mirando a Jack con extrema suspicacia.
—¿Qué ha dicho?
—Ha dicho: «Toca a mi madre y te rompo la nariz.» Jack se puso rápidamente en pie.
—Comprendo. La Goliath y yo mismo le ofrecemos una completa disculpa, sincera y sin reservas.
—¿Por qué?
—No lo sé. Lo tengo en el informe. ¿Viene a mi despacho?
Me indicó una puerta y cruzamos un patio con una enorme fuente central, dejamos atrás a algunos ejecutivos de la Goliath que charlaban en una esquina, atravesamos luego un arco y recorrimos un pasillo ancho lleno de oficinistas que iban de un lado a otro con carpetas bajo el brazo.
Jack abrió una puerta, me invitó a pasar, me ofreció una silla y se sentó. Era una oficinita patética, sin otro adorno que un gastado calendario de Lola Vavoom en la pared y una planta muerta en una maceta. La única ventana daba a un muro. Ordenó algunos papeles que tenía sobre la mesa y habló por el intercomunicador.
—Señor Higgs, ¿me haría el favor de traer el expediente de Thursday Next, por favor?
Me miró con seriedad y dispuso la cabeza en un ligero ángulo, como si estuviese intentando adoptar alguna postura de disculpa.
—Ninguno de nosotros se dio cuenta —dijo con la voz suave que los empleados de pompas fúnebres emplean para intentar convencerte de que compres el ataúd de lujo— de lo horriblemente que nos habíamos portado hasta que nos pusimos a preguntar a la gente si a todos les parecía mal nuestra conducta.
—Por qué no nos dejamos de mier... —miré a Friday, quien me miró a mí—. Dejamos esta... estas... tonterías y pasamos directamente al punto en que expían sus crímenes.
Suspiró, me miró un momento y dijo:
—Muy bien. ¿Qué es lo que hicimos mal?
—¿No lo recuerda?
—Hago muchas cosas malas, señorita Next, me disculpará si no recuerdo todos los detalles.
—Erradicó a mi marido —dije entre dientes.
—¡Por supuesto! ¿Y cómo se llamaba el erradicado?
—Landen —respondí con frialdad—. Landen Parke-Laine.
En ese momento llegó el oficinista con un expediente marcado como «extremadamente secreto» y lo dejó sobre la mesa. Jack lo abrió y lo hojeó.
—El expediente dice que, en el momento en que asegura que fue erradicado su marido, el agente encargado de su caso era Schitt-Hawse. Dice aquí que la presionó para liberar al agente Schitt, ése soy yo, de las páginas de El cuervo utilizando a un agente desconocido de la CronoGuardia que ofreció voluntariamente sus servicios. Dice aquí que usted cumplió con su parte pero que la promesa fue revocada debido a una situación de continuación imprevista y comercialmente necesaria del chantaje.
—Quiere decir codicia empresarial, ¿no?
—No menosprecie la codicia, señorita Next... es la gran fuerza que mueve el comercio. En este contexto, probablemente se debiese a nuestro plan de emplear el MundoLibro como lugar al que arrojar residuos nucleares y donde vender productos y servicios de gran calidad a los personajes de ficción. Luego la encerramos en nuestra bóveda más inaccesible, de la que escapó por un medio desconocido. —Cerró el expediente—. Esto quiere decir, señorita Next, que la secuestramos, que intentamos matarla y que la tuvimos más de un año en la lista de aquellos a los que hay que «disparar en cuanto lo veas». Parece que le corresponde una generosa compensación en efectivo.
—No quiero dinero, Jack. Mandaron a alguien al pasado para matar a Landen, ¡ahora envíen a alguien a desmatarlo!
Jack Schitt dejó de hablar y tamborileó un momento con los dedos sobre la mesa.
—No es así como se hace —respondió exasperado—. Las reglas de disculpa y restitución son muy precisas: para que nos arrepintamos debemos estar de acuerdo en lo que hemos hecho mal, y en nuestros archivos no hay mención alguna a ningún tejemaneje ilegal con el tiempo por parte de la Goliath. Considerando que los archivos de la Goliath se someten periódicamente a una auditoría temporal, creo que eso demuestra de manera concluyente que, de haber habido alguna mala jugada en el tiempo, ha sido por iniciativa de la CronoGuardia. El registro cronológico de la Goliath es impecable.
Golpeé la mesa con el puño y Jack dio un respingo. Sin sus secuaces no era más que un cobarde, y cada vez que se estremecía yo me hacía más fuerte.
—Es una completa y total mier... —Volví a mirar a Friday—. Un asco, Jack. La Goliath y la CronoGuardia erradicaron a mi esposo. Usted tenía el poder de eliminarle... Es usted quien debe restituirle.
—No es posible.
—¡Devuélvanme a mi marido!
La furia de Jack regresó. También se puso en pie y me apuntó con un dedo acusador.
—¿Tiene la más mínima idea de lo que cuesta sobornar a la CronoGuardia? Más dinero del que nos interesa malgastar en el estúpido perdón a medias que nos puede ofrecer. Y otra cosa, yo... disculpe.
El teléfono había sonado y respondió, echándome ojeadas mientras hablaba.
—Sí, así es... Sí, aquí está... Sí, lo hemos hablado... Sí, lo haré. —Abrió los ojos como platos—. Es realmente todo un honor, señor... No, no sería ningún problema, señor... Sí, estoy seguro de poder convencerla, señor... No, es lo que todos deseamos... Buenos días, señor. Gracias. —Dejó el auricular y con vigor renovado sacó una caja de cartón vacía del armario—. ¡Buenas noticias! —exclamó metiendo en la caja las fruslerías de la mesa—. El presidente de la Nueva Goliath se ha interesado especialmente por su caso y le garantiza personalmente el retorno de su marido.
—¿No había dicho que esos tejemanejes temporales no tenían nada que ver con la Goliath?
—Aparentemente me informaron mal. Estaremos más que encantados de reactualizar a Libner.
—Landen.
—Eso.
—¿Dónde está la trampa? —pregunté suspicaz.
—No hay ninguna trampa —respondió Jack, recogiendo la placa con su nombre y colocándola en la caja junto al calendario—. Sólo queremos que nos perdone y caerle bien.
—¿Gustarme usted?
—Sí. O al menos, fingirlo. No es tan difícil, ¿verdad? Simplemente firme este Formulario Estándar de Perdón al pie, aquí, y reactualizaremos a su queridito. Fácil, ¿no?
Seguía suspicaz.
—No creo que tengan la más mínima intención de devolverme a Landen.
—Vale —dijo Jack, sacando algunas carpetas del archivador y metiéndolas en la caja de cartón—, no firme y no lo sabrá nunca. Como dice usted, señorita Next... nos libramos de él y podemos traerle de nuevo.
—Ya me engañó una vez, Jack. ¿Cómo sé que no lo volverá a hacer?
Jack dejó de guardar cosas y me miró algo aprensivo.
—¿Va a firmar?
—No.
Jack suspiró y se puso a sacarlo todo de la caja y a colocarlo en su sitio.
—Bien —musitó—, ahí va mi ascenso. Pero escuche: firme o no saldrá de aquí convertida en una mujer libre. La Nueva Goliath no tiene nada pendiente con usted. Además, ¿qué puede perder?
—Sólo quiero —respondí— recuperar a mi esposo. No voy a firmar nada.
Jack sacó la placa con el nombre y la colocó sobre la mesa.
Volvió a sonar el teléfono.
—Sí, señor... No, no lo hará, señor... Ya lo he intentado, señor... Muy bien, señor.
Dejó el auricular y volvió a coger la placa con el nombre; la sostuvo sobre la caja.
—Ese era el presidente. Quiere disculparse personalmente. ¿Irá usted?
Me lo pensé. Ver al jefazo de la Goliath era un acontecimiento casi sin precedentes incluso para los ejecutivos de la Goliath. Si alguien podía recuperar a Landen era él.
—Vale.
Jack sonrió, dejó caer la placa en la caja y luego se apresuró a meter todo lo demás.
—Bien —dijo— debo darme prisa... me han ascendido tres puestos en la escala. Vaya al mostrador principal de recepción y alguien la escoltará. No olvide su Formulario Estándar de Perdón, y si pudiese mencionar mi nombre le estaría muy agradecido.
Me entregó los formularios sin firmar mientras se abría la puerta y entraba otro agente de Goliath, cargando también con una caja de cartón llena de efectos personales.
—¿Qué pasa si no le recupero, señor Schitt?
—Bien —dijo mirando la hora—, si tiene alguna queja con respecto a la calidad de nuestra contrición, será mejor que se la plantee a su disculpador asignado. Yo ya no trabajo aquí. —Me dedicó una sonrisa desdeñosa, se puso el sombrero y se fue.
—¡Bien! —dijo el nuevo disculpador esquivando la mesa y repartiendo sus cosas por todo el despacho—. ¿Hay algo por lo que quería que nos disculpásemos?
—Por su empresa —musité.
—De corazón, sinceramente, sin reservas —respondió el disculpador con una voz que parecía sincera.
15
Encuentro con el presidente
Hace cincuenta años no éramos más que una pequeña multinacional con apenas 7.000 empleados. Ahora tenemos más de 38.000.000 de empleados distribuidos en 14.000 empresas que se ocupan de 12.000.000 de productos y servicios diferentes. El tamaño de la Goliath nos da estabilidad para declarar con confianza que estaremos cuidando de ti durante muchos años más. En el año 1980 nuestros ingresos igualaban la suma del producto interior bruto del 72% de los países del planeta. Este año hemos presenciado cómo la empresa daba el gran salto adelante para convertirse en una religión oficialmente reconocida con sus propios dioses, semidioses, sacerdotes, lugares de culto y libros de oraciones. Las acciones de la Goliath se canjearán por la entrada en nuestro sistema de gestión empresarial basado en la fe, en el que vosotros (los devotos) nos adoraréis a nosotros (los dioses) a cambio de protección contra los males del mundo y una recompensa en la otra vida. Sé que os uniréis a mí en esta empresa como os habéis unido a todas nuestras pasadas empresas. Pronto estará disponible un folleto explicativo detallado de cómo puede contribuir al cumplimiento de los intereses de la corporación en estos aspectos. Nueva Goliath. Para todo lo que puedas necesitar. Para todo lo que puedas llegar a desear. Para siempre.
Extracto del discurso del presidente de la Goliath en 1988
Fui hasta la recepción y le di mi nombre a la recepcionista quien, alzando las cejas al oír mi petición, llamó al piso 110, manifestó sorpresa y luego me dijo que esperase. Empujé a Friday hasta la zona de espera y le di un plátano que llevaba en el bolso. Me senté y observé como los ejecutivos recorrían rápidamente, de un lado a otro, los relucientes suelos de mármol, todos aparentemente muy atareados pero por lo visto sin hacer nada.
—¿Señorita Next?
Había dos individuos delante de mí. Uno iba vestido con el traje azul oscuro de los ejecutivos de la Goliath; el otro era un lacayo con librea que sostenía una reluciente bandeja de plata.
—¿Sí? —dije, poniéndome en pie.
—Me llamo señor Godfrey, soy el secretario personal del presidente. Si tiene la amabilidad.
Me señaló la bandeja.
Comprendí lo que quería, saqué la automática y la dejé en la bandeja. El lacayo aguardó cortés. Capté el mensaje y dejé también los dos cargadores de repuesto. Hizo una reverencia y se fue en silencio, y el ejecutivo me guio sin decir nada hasta un ascensor acordonado situado en el otro extremo de la sala. Metí dentro a Friday con su cochecito y la puerta silbó al cerrarse.
Se trataba de un ascensor de cristal que subía por el exterior del edificio. Y desde ese punto ventajoso, mientras ascendíamos silenciosamente hacia el cielo, vi todos los edificios de Goliathpolis alzándose por la costa casi hasta Douglas. El inmenso tamaño de la corporación nunca había quedado más de manifiesto: todos esos edificios simplemente se limitaban a administrar las miles de empresas y millones de empleados repartidos por todo el mundo. De haberme encontrado mentalmente dispuesta a la benevolencia, la escala y la grandeza de las posesiones de la Goliath podrían haberme impresionado. Tal y como me sentía, sólo vi ganancias obtenidas con malas artes.
Los edificios más pequeños no tardaron en quedar atrás a medida que seguíamos subiendo, hasta que incluso los otros rascacielos estuvieron más abajo. Miraba fascinada la vista espectacular cuando de pronto una neblina blanca la ocultó. En el exterior se formaron gotitas de agua y no vi nada hasta segundos más tarde, cuando abandonamos las nubes y llegamos al brillo del sol y un cielo azul oscuro. Miré por encima de las nubes, que se extendían hasta perderse en la distancia. Me sentía tan hipnotizada por el espectáculo que no me di cuenta de que el ascensor se había parado.
—Ipsum —dijo Friday, también impresionado, y señaló con el dedo por si me lo había perdido.
—¿Señorita Next?
Me volví. Decir que la sala de juntas era impresionante sería no hacerle justicia. Se encontraba en el último piso del edificio. Las paredes y el techo eran de vidrio tintado, y desde allí, en un día despejado, era posible mirar el mundo desde el punto de vista de los dioses. Aquel día daba la impresión de que flotábamos en un mar de algodón. El edificio y su posición, muy por encima del planeta tanto geográfica como moralmente, reflejaban a la perfección el dominio y el poder de la corporación.
En medio de la sala había una larga mesa con unos treinta miembros de la junta de la Goliath de pie, al lado de sus asientos, mirándome en silencio. Nadie dijo nada, y yo estaba a punto de preguntar por el jefe cuando me di cuenta de que un hombre alto miraba por la ventana, con las manos unidas a la espalda.
—¡Ipsum!—dijo Friday.
—Permítame que le presente al presidente de la Corporación Goliath, John Henry Goliath V, tataranieto del fundador, John Henry Goliath —dijo mi escolta.
La figura que miraba por la ventana se volvió para recibirme. Debía medir más de dos metros y además era corpulento. Ancho, imponente y dominante. Todavía no había cumplido cincuenta años, tenía unos penetrantes ojos verdes que parecían atravesarme y me dedicó una sonrisa tan cálida que instantáneamente me relajé.
—¿Señorita Next? —dijo con una voz que sonaba como un trueno lejano—. Hace tiempo que deseo conocerla.
El apretón de manos fue cálido y amistoso; era fácil olvidar quién era y lo que había hecho.
—Están de pie por usted —anunció, señalando a los miembros del consejo—. Personalmente nos ha costado más de mil millones de libras en efectivo y al menos cuatro veces esa cantidad en pérdidas. Un adversario así merece admiración y no la injuria.
Los miembros de la junta aplaudieron unos diez segundos y tomaron asiento. Entre ellos vi a Brik Schitt-Hawse; inclinó la cabeza hacia mí con un gesto de reconocimiento.
—Si no supiera ya la respuesta le ofrecería un puesto en el consejo —dijo el presidente con una sonrisa—. Estamos terminando una reunión, señorita Next. En unos minutos estaré a su disposición. Por favor, pídaselo al señor Godfrey si le apetece algo para usted o su hijo.
—Gracias.
Le pedí a Godfrey un zumo de naranja con pajita para Friday, lo saqué de la silla y me senté con él en un sofá cercano para observar la reunión.
—Punto setenta y seis —dijo un hombre diminuto vestido con un traje azul cobalto—. La Antártida. Hay cierto grado de oposición a nuestra compra del continente por parte de una pequeña minoría de supuestos benefactores que creen que nuestra intención está lejos de ser benévola.
—Y eso, señor Jarvis, es un problema ¿por...? —preguntó John Henry Goliath V.
—No es un problema sino una observación, señor. Propongo que compensemos cualquier posible publicidad negativa haciendo saber que simplemente adquirimos el continente para generar nuevos puestos de trabajo relacionados con el ecoturismo en una zona que tradicionalmente se ha considerado pobre en ese tipo de oportunidades de empleo.
—Así se hará —bramó el presidente—. ¿Qué más?
—Bien, dado que adoptaremos muy en serio el papel de «ecoguardianes», propongo enviar una flota de diez buques de guerra para proteger el continente de los vándalos que pretenden dañar la población de pingüinos, extraer hielo y nieve ilegalmente y otras tropelías en general.
—Los buques de guerra disminuyen mucho el margen de beneficios —dijo otro miembro del consejo. Pero el señor Jarvis ya había tenido en cuenta este inconveniente.
—No sucederá tal cosa si subcontratamos la seguridad a una potencia extranjera deseosa de hacer negocios con nosotros. He elaborado un plan según el cual, las Naciones Unidas del Caribe patrullarán el continente a cambio de todo el hielo y toda la nieve que quieran. Con la compra de la Antártida podemos vender nieve más barata que cualquier país de la Alianza Norte. Esa nieve sin vender la compraremos a cuatro peniques la tonelada, la fundiremos y la cambiaremos en Marruecos por arena para construcción, que exportaremos a países con déficit de arena con un beneficio neto del 12 %. Todos los detalles están en mi informe.
Murmullos de acuerdo. El presidente asintió pensativo.
—Gracias, señor Jarvis. La idea parece gustar al consejo. Pero dígame, ¿qué hay del vasto recurso natural que originalmente nos hizo comprar la Antártida para su explotación?
Jarvis chasqueó los dedos y las puertas del ascensor se abrieron para que entrara un chef que empujaba un carrito con una bandeja de plata. Se detuvo junto a la silla del presidente, levantó la tapa y dejó sobre la mesa un platito con lo que parecía una loncha de cerdo. Un lacayo dispuso tenedor y cuchillo junto al plato, así como una servilleta recién planchada, para luego retirarse.
El presidente pinchó un trozo con el tenedor y se lo llevó a la boca. Abrió unos ojos como platos y escupió. El lacayo le pasó un vaso de agua.
—¡Asqueroso!
—Estoy de acuerdo, señor —respondió Jarvis—, casi por completo incomestible.
—¡Maldita sea! ¿Pretende decirme que compramos todo un continente con una producción potencial de comida de diez millones de unidades de pingüinos al año sólo para descubrir que no se pueden comer?
—No es más que un contratiempo pasajero, señor. Si pasan a la página setenta y dos...
Todos los miembros del consejo abrieron simultáneamente los informes. Jarvis tomó el suyo y se acercó a la ventana para leerlo.
—El problema de vender pingüino como carne ideal para tomar el domingo puede dividirse en dos partes: una, los pingüinos saben a creosota y, dos, mucha gente tiene la impresión equivocada de que los pingüinos son «monos», «adorables» y una especie «en peligro». Para solventar la primera parte, propongo que, como parte del lanzamiento de este alimento abundante, financiemos un programa especial sobre cómo cocinar pingüino en el GoliathCanal 16, así como una campaña publicitaria muy divertida con el eslogan: «P...p...p...prepara p...p...p...pingüino.» El presidente asintió muy atento.
—Propongo además —siguió diciendo Jarvis—, que financiemos un estudio independiente sobre los beneficios para la salud de todas las aves marinas. Los resultados de ese estudio independiente y totalmente imparcial incluirán la recomendación de que la ingesta semanal de pingüino para una persona debería ser de... un pingüino.
—¿Y la segunda parte? —preguntó otro miembro del consejo—. Esa idea de la gente sobre los pingüinos, de que no hay que comérselos.
—No es un escollo insuperable, señor. Si recuerda, tuvimos un problema similar al lanzar al mercado la hamburguesa de bebé foca, y ahora es uno de nuestros productos más vendidos. Propongo que pintemos a los pingüinos como criaturas insensibles y crueles que insisten en criar a sus hijos en lo que es básicamente un enorme congelador. Más aún, podemos aprovecharnos del problema de que están «en peligro» con una campaña publicitaria que diga: «¡Cómanlo rápido antes de que desaparezcan!»
—O —dijo otro miembro del consejo—: «Ponga un pingüino en su cocina... dele un bocado antes de que se extinga.»
—No rima muy bien, ¿no? —dijo un tercero—. ¿Qué tal: «Para un sabor muy distinto, come un pájaro casi extinto»?
—Me gusta más el mío.
Jarvis se sentó y esperó los comentarios del presidente.
—Así será. ¿Qué tal «Antártida... el nuevo Ártico» como remate? Que la gente de publicidad monte una campaña. La reunión ha terminado.
Los miembros del consejo cerraron las carpetas en un único movimiento y luego desfilaron hasta el otro extremo de la sala, donde una escalera de caracol llevaba al piso de abajo. A los pocos minutos sólo quedaban el presidente y Brik Schitt-Hawse. Éste dejó su maletín de piel roja sobre la mesa que había delante de mí y me miró desapasionadamente, sin decir nada. Para tratarse de alguien como Schitt-Hawse, que estaba enamorado del sonido de su propia voz, resultaba evidente que el presidente era quien mandaba.
—¿Qué opina? —me preguntó Goliath.
—¿Qué opino? —respondí—. ¿Qué tal que es «moralmente reprobable»?
—Creo que descubrirá que no hay bondad ni maldad moral, señorita Next. La valoración moral sólo puede realizarse retrospectivamente, transcurridos veinte años o más. Los Parlamentos duran demasiado poco para hacer el bien a largo plazo. Son las corporaciones las que deben hacer lo que es mejor para todos. Una administración política puede durar cinco años... en nuestro caso duraremos varios siglos, y sin esa molesta responsabilidad y esa transparencia que siempre se interpone. El salto de la Goliath a religión es el siguiente paso lógico.
—No me convence, señor Goliath —le dije—. Creo que se convierten en religión para escapar de la Séptima Revelación de san Zvlkx.
Me miró con sus penetrantes ojos verdes.
—«Evitarla», no «escapar de ella», señorita Next. Un matiz textual minúsculo pero con grandes repercusiones legales. Legalmente podemos intentar evitar el futuro pero no escapar de él. Siempre que podamos demostrar que hay un 49% de posibilidades de que nuestros intentos de alterar el futuro fracasen, estamos en zona segura legal. La CronoGuardia es muy estricta con las reglas y seríamos unos tontos si intentásemos infringirlas.
—No me ha pedido que venga aquí a hablar sobre matices legales, señor Goliath.
—No, señorita Next. Quería la oportunidad de explicar nuestra postura a una de nuestras oponentes más temibles. Yo también tengo dudas y, si puedo hacer que las comprenda, entonces me habré convencido de que hacemos lo correcto y lo bueno. Tome asiento.
Me senté, demasiado obediente. El señor Goliath poseía una personalidad arrolladora.
—La evolución ha moldeado a los humanos para pensar a corto plazo, señorita Next —continuó. Su voz era profunda y parecía producir eco dentro de mi cabeza—. Para tener éxito en el sentido biológico no tenemos más que lograr que nuestros hijos alcancen la edad reproductiva. Tenemos que superar ese planteamiento. Si nos vemos como residentes a largo plazo de este planeta debemos planificar a largo plazo. La Goliath tiene un plan de mil años para sí misma. La responsabilidad por este planeta es demasiado importante para dejársela a un grupo disperso de Gobiernos que pelean constantemente por las fronteras y se preocupan sólo de sus intereses. En la Goliath no nos consideramos una empresa ni un Gobierno, sino una fuerza del bien. Una fuerza del bien a la espera. Ahora mismo tenemos treinta y ocho millones de empleados; no es difícil apreciar los beneficios de tener tres mil millones. Imagine a todos los habitantes del planeta trabajando en pos de un mismo fin: la abolición de todos los Gobiernos y la creación de un único negocio cuya única función sea la administración del planeta por gente del planeta, para la gente del planeta, de un modo igualitario y sostenible para todos... no la Goliath, sino Tierra, S.A. Una empresa en la que todos los habitantes del planeta sigan una única acción igualitaria.
—¿Es por eso que se convierten en religión?
—Digamos que su amigo el señor Zvlkx nos ha incitado a seguir un camino que deberíamos haber recorrido hace mucho tiempo. Usted emplea la palabra «religión», pero nosotros lo vemos más como una única fe conciliadora que unirá a toda la humanidad. Un mundo, un país, un pueblo, una meta. Estoy seguro de que comprende que tiene sentido.
Lo más extraño era que casi lo comprendía. Sin países no habría disputas fronterizas. La guerra de Crimea había durado casi 132 años, y en todo el planeta había al menos cien pequeños conflictos. De pronto, la Goliath no parecía tan mala, es más, era una amiga. Era una tonta por no haberme dado cuenta antes.
Me froté las sienes.
—Bien —siguió diciendo el presidente en voz baja—. Me gustaría ofrecerle ahora mismo una rama de olivo y deserradicar a su marido.
—A cambio —añadió Schitt-Hawse, hablando por primera vez—, nos gustaría que aceptase nuestra disculpa total, sincera y sin reservas y que firmase nuestro Formulario Estándar de Perdón.
Los miré por turno, luego miré el contrato que me habían puesto delante, luego a Friday, que se había metido los dedos en la boca y me miraba con aire inquisitivo. Tenía que recuperar a mi marido y al padre de Friday. No parecía haber ninguna buena razón para no firmar.
—Quiero su palabra de que le recuperaré.
—La tiene —respondió el presidente.
Acepté la pluma que me ofrecían y firmé el formulario.
—¡Excelente! —dijo el presidente—. Reactualizaremos a su marido tan pronto como sea posible. Que tenga un buen día, señorita Next, ha sido un gran placer conocerla.
—Lo mismo digo —respondí, sonriendo y dándoles la mano—. Debo decir que he quedado muy satisfecha con lo que he oído aquí. Puede contar con mi apoyo cuando se conviertan en religión.
Me entregaron algunos folletos sobre cómo unirme a Nueva Goliath, que acepté agradecida. Unos minutos después me acompañaron a la salida, donde el transbordador al gravepuerto de Tarbuck había sido retenido por mí. Cuando llegué a Tarbuck la sonrisa tonta había desaparecido de mi cara; cuando llegué a Saknussum me sentía confusa; en el camino de regreso a Swindon sospechaba que algo no iba del todo bien; estaba furiosa cuando llegué a casa de mamá. La Goliath me había engañado... una vez más.
16
Esa tarde
LAS TOSTADAS PODRÍAN SER PERJUDICIALES PARA LA SALUD
Ésa ha sido la sorprendente conclusión de un proyecto de investigación realizado el martes por la mañana, conjuntamente, por Kaine y la Goliath. «Durante nuestra investigación hemos descubierto que, en ciertas circunstancias, la ingestión de una tostada hace que el consumidor se retuerza presa de una agonía inimaginable, echando espuma por la boca, antes de que la muerte, misericordiosamente, acabe con su sufrimiento.» Los científicos añaden en el informe que los resultados estaban lejos de ser concluyentes y que era preciso comprobarlos con más detalle antes de considerar que las tostadas no son un riesgo para la salud. La Toast Marketing Board reaccionó con furia y comentó que la tostada «peligrosa» usada en el experimento había sido untada con un veneno mortal, estricnina, y que esos experimentos «científicos» no eran más que otro intento de manchar el buen nombre de la empresa y su patrocinado, el líder de la oposición Redmond van de Poste.
The Mole, 16 de julio de 1988
—¿Cómo te ha ido hoy? —me preguntó mamá, pasándome una taza de té llena hasta el borde. Friday, molido por la larga jornada, se había dormido comiéndose su papilla de frijoles con queso. Lo había bañado y lo había acostado. Hamlet y Emma se habían ido al cine o algo así y Bismarck escuchaba a Wagner en su walkman, así que mamá y yo estábamos solas.
—No muy bien —respondí lentamente—. No puedo convencer a una asesina para que no intente matarme, Hamlet no está seguro aquí pero tampoco puedo enviarle de vuelta y, si no consigo que Swindon gane la Superhoop, el mundo se acabará. La Goliath ha logrado engañarme de alguna forma para lograr mi perdón, tengo mi propio acechador y debo encontrar una forma de sacar del país los libros prohibidos que debería perseguir. Y Landen sigue sin volver.
—¿De veras? —dijo ella, sin haberme prestado ni la más mínima atención—. Creo tener un plan para lidiar con ese molesto vástago de Pickwick.
—¿Una inyección letal?
—No tiene gracia. No, mi amiga la señora Beatty conoce a un hombre que susurra a los dodos y hace milagros con los malcriados.
—Estás de broma, ¿no?
—En absoluto.
—Supongo que debemos probar lo que sea. No comprendo por qué se porta así... Pickers es una ricura.
Guardamos silencio un momento.
—¿Mamá? —dije al fin.
—¿Sí?
—¿Qué opinas de Bismarck?
—¿De Otto? Bien, la mayoría de la gente le recuerda por su retórica de «sangre y hierro», la unificación y las guerras... pero muy pocos reconocen que fue el creador del primer sistema de seguridad social de Europa.
—No, me refiero a... es decir... tú no...
Pero en ese preciso instante oímos juramentos y un portazo. Tras algunos golpes y choques, Hamlet entró en el salón seguido de Emma. Se detuvo, recuperó la compostura, se frotó la frente, miró al cielo, suspiró desde el fondo del alma y dijo:
—¡Oh, que esta carne tan sólida se fundiese, se deshiciese y se transformase en rocío![1]
—¿Va todo bien? —pregunté.
—¡O que el eterno no hubiese impuesto su ley contra el suicidio![2]
—Voy a preparar una taza de té —dijo mi madre, que tenía instinto para estas cosas—. ¿Le gustaría un poco de Battenberg, señor Hamlet?
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Qué imposibles, qué rancias, qué hueras, qué inútiles... Sí, por favor... me parecen las pantomimas de este mundo![3]
Mi madre asintió y siguió con lo suyo.
—¿Qué pasa? —le pregunté a Emma mientras Hamlet se paseaba por el salón, golpeándose la cabeza por la frustración y la pena.
—Bueno, hemos ido a ver Hamlet en el Alhambra.
—¡Mecachis! —musité—. No... no ha ido demasiado bien, ¿verdad?
—Bueno —reflexionó Emma mientras Hamlet recorría el salón con su histrionismo—, la obra está bien, excepto que Hamlet ha gritado un par de veces que Polonio no era un personaje cómico y que Laertes no era ni remotamente guapo. A la dirección no parecía importarle demasiado... había al menos doce «Hamlets» entre el público y todos manifestaban su opinión.
—¡Qué asco! ¡Qué vergüenza! —siguió diciendo Hamlet—. ¡Es un jardín de malas hierbas que crecen para producir semilla; poseído totalmente por productos groseros y malditos...![4]
—Ha sido cuando nosotros y otros doce Hamlets hemos ido a tomar una copa tranquilamente con la compañía teatral cuando las cosas se han puesto feas —prosiguió Emma—. Piarno Keyes, que interpreta a Hamlet, se ha ofendido por las críticas de Hamlet a su interpretación; Hamlet le ha dicho que su caracterización era demasiado indecisa. El señor Keyes ha dicho que Hamlet se equivocaba, que era un hombre consumido por la incertidumbre. Luego Hamlet ha dicho que él es Hamlet y que algo sabe del asunto; uno de los otros «Hamlets» se ha mostrado en desacuerdo y ha dicho que Hamlet era él y que el señor Keyes le había parecido excelente. Varios «Hamlets» han estado de acuerdo, y todo podría haber acabado aquí si Hamlet no hubiese dicho que, si el señor Keyes insistía en seguir interpretando a Hamlet, debería ver cómo lo había hecho Mel Gibson y mejorar su interpretación con lo que aprendiese.
—Oh, cielos.
—Sí —dijo Emma—, oh cielos. El señor Keyes ha perdido por completo los estribos. «¿Mel Gibson? ¿El p*t* Mel Gibson? ¡Es la única j*d*d* mierda que me repiten todos los días!», ha rugido, y ha intentado darle un puñetazo a Hamlet en la nariz. Hamlet ha sido demasiado rápido, claro, y tenía el estilete en la garganta de Keyes en menos que canta un gallo, así que uno de los otros «Hamlets» ha propuesto un concurso de Hamlets. Las reglas eran simples: todos interpretarían el monólogo de ser o no ser y los parroquianos de la taberna los puntuarían de cero a diez.
—¿Y?
—Hamlet ha quedado último.
—¿Ultimo? ¿Cómo ha podido quedar último?
—Bien, insistió en interpretar el soliloquio no tanto como una indagación existencial sobre la vida y la muerte y la posibilidad de un más allá, sino como si un mundo ficticio postapocalíptico donde punks armados con ballestas en motocicleta intentan matar a la gente para robarle la gasolina.
Miré a Hamlet, quien se había tranquilizado un poco y repasaba la colección de vídeos de mi madre en busca del Hamlet de Olivier para comprobar si era mejor que el de Gibson.
—No me sorprende que esté fuera de sí.
—¡Aquí estamos! —dijo mi madre volviendo con una bandeja grande con todos los elementos del té—. ¡Cuando las cosas van mal no hay nada como una buena taza de té!
Hamlet gruñó mirándose los pies y dijo:
—No tendrá un poco de ese pastel, ¿verdad?
—¡Especialmente hecho para usted! —Mi madre sonrió mostrando con una floritura el Battenberg. También tenía razón. Tras unas tazas y un trozo de pastel, Hamlet casi volvía a ser humano.
Dejé a Emma y a Hamlet discutiendo con mi madre si debía ver el Hamlet de Olivier o poner la tele para los Grandes momentos deportivos del cróquet y me fui a fregar a la cocina. Allí estuve preguntándome qué técnica de lavado cerebral había usado la Goliath para hacerme firmar el formulario de perdón. Curiosamente, todavía sentía ramalazos de benevolencia hacia la Goliath. En cuanto me despistaba me parecía que no eran tan malos y tenía que hacer un esfuerzo consciente para recordarme que sí lo eran. Lo positivo era la posibilidad de que me devolviesen a Landen, pero no sabía cuándo sería eso ni cómo.
Me disponía a considerar si el agua fría sería más efectiva para quitar las manchas de kétchup que la caliente cuando se oyó un chasquido en el aire, como si arrugasen celofán. El sonido aumentó y tentáculos verdes de electricidad fueron rodeando la batidora Kenwood, para luego hacerse más intensos hasta que un resplandor verdoso, como un fuego fatuo, bailó alrededor del microondas. Hubo una luz brillante y el retumbar del trueno cuando tres figuras se empezaron a materializar en la cocina. Dos iban vestidas con armadura completa y sostenían armas de rayos ridículamente grandes; la otra figura era alta, con una túnica de cuello alto totalmente negra hasta los pies y abotonada hasta la garganta. Tenía la piel pálida, pómulos marcados y llevaba una perilla pequeña y muy precisa. Con los brazos cruzados, me miraba con una ceja levantada. Era verdaderamente un tirano entre tiranos, un cruel líder galáctico que había asesinado a miles de millones para satisfacer su imperioso deseo, no del todo bien explicado, de conseguir el dominio absoluto de la galaxia. Era... el emperador Zhark.
17
Emperador Zhark
Jurisficción es el nombre que recibe la policía del interior de los libros. Haciendo uso de la información recogida por la Gran Central Textual, los muchos agentes de recursos prosaicos de Jurisficción trabajan incansablemente para mantener la continuidad narrativa en las páginas de todos los libros escritos hasta el momento, una tarea en ocasiones ingrata. Los agentes de Jurisficción se guían sobre todo por el ingenio al intentar reconciliar los deseos originales del autor y las expectativas del lector con un conjunto inmenso y en su mayoría sin sentido de regulaciones burocráticas establecidas por el Consejo de Géneros. Dirigí Jurisficción durante más de dos años y nunca dejó de asombrarme lo variado que era el trabajo: un día podía estar intentando sacar al imposiblemente tímido Darcy del baño y al siguiente me encontraba evitando el último intento de los marcianos por invadir Barnaby Rudge. Era complejo y las complicaciones se sucedían. Pero cuando lo extraño y lo absolutamente demencial se vuelve normal, empiezas a ansiar lo banal.
Handley Paige, autor cuyos trabajos anteriores fueron Estación espacial Z-5 y La venganza de los thraals, escribió en los años setenta las ocho novelas del emperador Zhark. Con Zhark logró un compendio de todo lo que debe ser una mala novela de ciencia ficción: mundos extraños, alienígenas con tentáculos, viajes espaciales, pilotos de mandíbula cuadrada enfrentándose a un emperador de pantomima que vive exclusivamente para provocar el mal y el caos en la galaxia. Su enemigo habitual en los libros era el coronel Brandt, del Cuerpo Espacial, ayudado por su compañero alienígena Ashley. Se han rodado dos películas de Zhark protagonizadas por Buck Stallion: Zhark el destructor y Mal día en una gran roca, ninguna de las cuales tiene nada de bueno.
M F
Los libros de H. Paige
—¿Es necesario? —pregunté.
—¿El qué? —respondió el emperador.
—Realizar una entrada dramática tan carente de sentido. ¿Y qué hacen aquí estos dos zoquetes?
—¿Quién ha hablado? —dijo una voz apagada desde el interior del casco opaco de uno de los guardaespaldas—. Aquí dentro no se ve un carajo.
—¿A quién llama zoquete? —dijo el otro.
Zhark rio, pasando de los dos.
—Es contractual. Tengo un agente nuevo que sabe ocuparse de un personaje de mi calidad. Al menos una vez en cada libro debe salir una descripción mía de como mínimo ochenta palabras y, al menos dos veces por libro, un capítulo debe terminar con mi aparición.
—¿Y el nombre en el título?
—Renunciamos a eso a cambio de que apareciera en el título del capítulo. Si esto fuese una novela, debería haber empezado un capítulo nuevo en cuanto aparecí.
—Bien, entonces está bien que no sea una novela —respondí—. Si mi madre hubiese estado aquí probablemente hubiese sufrido un ataque al corazón.
—¡Oh! —respondió el emperador, mirando a su alrededor—. ¿Tú también vives con tu madre?
—¿Qué pasa? ¿Hay problemas en Jurisficción?
—Descansad, chicos —les dijo Zhark a los dos guardias, que se pusieron a guiarse por el tacto hasta dar con sillas para sentarse—. Me envía la señora Bigarilla. Está muy ocupada con la reunión general anual de personajes de Beatrix Potter pero quería mantenerte al tanto de lo que pasa en Jurisficción.
—¿Quién es, cariño? —gritó mi madre desde el salón.
—Es un maniaco homicida decidido a dominar la galaxia —grité.
—Muy bien, cariño.
Me volví hacia Zhark.
—Bien, ¿cuáles son las novedades?
—Max de Winter, de Rebeca —dijo Zhark meditativo—. El Departamento de Justicia del MundoLibro le ha arrestado de nuevo.
—¿Snell no le había librado de los cargos de asesinato?
—Así fue. Pero el departamento todavía le tiene en el punto de mira. Le han arrestado, alucinarás, por fraude de seguros. ¿Recuerdas el barco que hundió con su esposa dentro?
Asentí.
—Pues bien, aparentemente reclamó el pago del seguro por el bote, por lo que creen que podrán pillarle por ahí.
No era algo raro en el MundoLibro. El Consejo de Géneros nos mandaba mantener la narrativa ficticia lo más estable posible. Si lo que pretendía el autor era que los asesinos quedasen libres y que los tiranos conservasen el poder... eso hacíamos. Tendíamos a pasar por alto las pequeñas infracciones que no eran evidentes para el público lector. Sin embargo, en un golpe maestro de burocracia inspirada, el Consejo de Géneros también había creado un Departamento de Justicia encargado de las transgresiones individuales. La condena de David Copperfield por el asesinato de su primera esposa había sido su mayor éxito —antes de mi época, me apresuro en añadir— y a Jurisficción, al no poder salvarle, no le quedó más que entrenar a otro personaje que ocupase el puesto de Copperfield. Ya antes habían intentado pillar a Max de Winter, pero siempre habíamos podido contraatacar. Fraude de seguro. Apenas podía creerlo.
—¿Has avisado al Grifo?
—Trabaja en la enésima apelación de Fagin.
—Que se ocupe él. No se lo podemos dejar a los aficionados. ¿Qué hay de Hamlet? ¿Puedo enviarle de vuelta?
—No... exactamente —respondió Zhark, vacilando.
—Se está convirtiendo en un incordio —admití—, y los daneses corren peligro de arresto. No puedo tenerle continuamente entretenido viendo películas de Mel Gibson.
—Me gustaría que Mel Gibson me interpretase a mí —dijo Zhark, pensativo.
—No creo que Mel Gibson interprete a malvados —le dije—. Probablemente te interpretaría Geoffrey Rush o alguien parecido.
—Eso no estaría tan mal. ¿Ese pastel tiene dueño?
—Toma el que quieras.
Zhark se cortó una buena porción de Battenberg, tomó un bocado y siguió hablando:
—Vale, éste es el acuerdo: logramos que la familia Polonio se sometiese a arbitraje por las reescrituras no autorizadas de Hamlet.
—¿Cómo lo lograsteis?
—Le prometimos a Ofelia que tendría su propio libro. Todo de vuelta a la normalidad... sin problemas.
—Bien... ¿Puedo enviar a Hamlet de vuelta?
—No todavía —respondió Zhark, que intentaba ocultar su malestar fingiendo encontrar pelusa en la capa—. Verás, ahora Ofelia está como loca por una de las infidelidades de Hamlet... con alguien que ella cree que se llama Henna Appleton. ¿Sabes algo de eso?
—No. Nada. Nada en absoluto. En serio. Ni siquiera conozco a nadie llamado Henna Appleton. ¿Por qué?
—Esperaba que tú me lo aclarases. Bien, se volvió loca del todo y amenazó con ahogarse en el primer acto en lugar de en el cuarto. Creemos que ya la tenemos controlada. Pero mientras nos ocupábamos de eso, se produjo una opa hostil.
Maldije en voz alta y Zhark dio un salto. Nada era sencillo en el MundoLibro. Las fusiones de libros, en las que uno se unía a otro para incremento de la ventaja narrativa colectiva de sus tramas rutinarias, eran por suerte raras pero no inexistentes. La fusión más famosa en Shakespeare fue la de las obras Hijas de Lear e Hijos de Gloucester para producir El rey Lear. Otras fusiones potenciales, como Mucho ruido por Verona y La fierecilla de una noche de verano, fueron rechazadas en la fase de planificación y no habían llegado a producirse. Podía llevar meses separar las tramas, si realmente era posible hacerlo. El rey Lear se resistió de tal forma a la separación que la dejamos como estaba.
—¿Qué se ha fusionado con Hamlet? —Bien, ahora se llama Las alegres comadres de Elsinore, y la protagonista es Gertrude, a quien Falstaff persigue por el castillo mientras el ama Page, Ford y Ofelia le hacen burla. Laertes es el rey de las hadas y Hamlet ha quedado relegado a una trama secundaria de dieciséis líneas en las que sale convencido de que Caius y Fenton han conspirado para matar a su padre a cambio de setecientas libras.
Gemí.
—¿Qué tal es?
—Hay que esperar bastante hasta que empieza a tener gracia, y luego todos mueren.
—Vale —acepté—, intentaré mantener a Hamlet entretenido. ¿Cuánto tiempo llevará arreglar la obra?
Zhark hizo una mueca y sorbió por entre los dientes, como hace el técnico de la caldera cuando va a decirte lo que cuesta la reparación.
—Bien, ahí radica el problema, Thursday. No estoy seguro de que podamos hacerlo. De haber sucedido en algún lugar que no fuese el original, podríamos haberlo borrado todo. ¿Recuerdas el problema que tuvimos con El rey Lear? Bien, no creo que vayamos a tener más suerte con Hamlet, príncipe de Dinamarca.
Me senté y escondí la cabeza entre las manos. No habría Hamlet. Una pérdida tan inmensa que apenas era comprensible.
—¿Cuánto tiempo nos queda antes de que Hamlet empiece a cambiar? —pregunté sin levantar la vista.
—Como unos cinco días, seis a lo sumo —respondió Zhark en voz baja—. Después el derrumbe se acelerará. Dentro de dos semanas la obra tal y como la conocemos habrá dejado de existir.
—Debe haber algo que podamos hacer.
—Lo hemos probado prácticamente todo. Se nos han acabado las ideas... a menos que tengas un William Shakespeare de repuesto guardado en la manga.
Me senté.
—¿Qué has dicho?
—Que se nos han acabado las ideas.
—Después de eso.
—A menos que tengas un William Shakespeare de repuesto guardado en la manga.
—Eso. ¿De qué nos serviría tenerlo?
—Bien —dijo Zhark pensativo—, dado que no se conserva ningún manuscrito original de Hamlet ni de Las alegres comadres, uno recién escrito por el autor se convertiría en el manuscrito original... y podríamos usarlo para reiniciar los dispositivos narrativos desde cero. La verdad es que sería muy sencillo.
Sonreí, pero Zhark me miró anonadado.
—Thursday, ¡Shakespeare murió en 1616!
Me levanté y le di una palmadita en el brazo.
—Debes volver a la oficina y asegurarte de que la situación no empeore. Lo de Shakespeare me lo dejas a mí. Bien, ¿alguien ha descubierto de qué libro ha salido Yorrick Kaine?
—Estamos empleando todos los recursos disponibles —respondió Zhark, todavía algo confundido—, pero son muchas las novelas que hay que repasar. ¿Puedes darnos alguna pista?
—Bien, no es demasiado polifacético, así que no me molestaría en buscar en obras demasiado literarias. Empezaría con las novelas de suspense político y luego pasaría a las de espías.
Zhark tomó nota.
—Bien. ¿Algún otro problema?
—Sí —respondió el emperador—. Simplón está siendo un incordio en El sastre de Gloucester. Por lo visto, el sastre dejó escapar todos los ratones y ahora Simplón no le da el hilo color cereza. Si la casaca del alcalde no está lista para Navidad, el lío será tremendo.
—Que los ratones se encarguen de fabricar la casaca. No están haciendo nada.
Suspiró.
—Vale, lo intentaré. —Miró la hora—. Bien, será mejor que me marche. A las cuatro tengo que aniquilar el planeta Thraal y ya voy con retraso. ¿Crees que debería emplear mi fiable rayo de la muerte zharkiano y freírlos vivos en un milisegundo o desplazo un asteroide a su órbita, provocando así al menos seis capítulos de dramatismo mientras intentan descubrir una solución ingeniosa para derrotarme?
—El asteroide parece una apuesta segura.
—A mí también me lo parece. Bien, nos vemos.
Le dije adiós con la mano mientras él y los dos guardias salían de mi mundo y regresaban al suyo, que era con toda seguridad el mejor lugar donde podían estar. En el mundo real ya teníamos tiranos de sobra.
Justo estaba preguntándome cómo sería Las alegres comadres de Elsinore cuando hubo otro zumbido y la cocina volvió a llenarse de luz. Allí, mirada imperial, cuello alto, etcétera, etcétera, estaba el emperador Zhark.
18
Otra vez el emperador Zhark
EL PRESIDENTE GEORGE FORMBY INAUGURA UNA FÁBRICA DE MOTOCICLETAS
El presidente inauguró ayer la nueva fábrica de motocicletas de Brough-Vincent-Norton, en Liverpool, que aportará a la zona unos muy ansiados empleos. El presidente describió la fábrica, extremadamente moderna y que aspira a producir un millar de máquinas de paseo y carreras de calidad a la semana, como «¡una pasada!». El presidente, que ha sido siempre un fiel defensor de las motocicletas, condujo una de las Vincent Súper Shadow de la empresa por la pista de pruebas. Se dice que alcanzó los 190 kilómetros por hora, para gran preocupación del séquito por el estado de salud del presidente octogenario. Luego nuestro George hizo una alegre interpretación de Riding in the TT Races, recordando al público la época en que ganó el trofeo Manx Tourist subido a un prototipo de motocicleta Rainbow.
The Toad, 9 de julio de 1988
—¿Has olvidado algo? —pregunté.
—Sí. ¿Cómo se llama ese pastel de tu madre?
—Se llama Battenberg.
Sacó una pluma y se lo apuntó en el puño de la camisa.
—Vale. Bien, entonces eso es todo.
—Bien.
—Vale.
—¿Hay algo más?
—¿Y...?
—Es... es...
—¿Qué?
El emperador Zhark se mordió el labio, miró nervioso a su alrededor y se acercó. Aunque ya en el pasado había tenido buenas razones para reprenderle —y en dos ocasiones le había retirado la placa de Jurisficción por «incompetencia absoluta»— en realidad me caía muy bien. En el interior de la amnistía de su propio libro era un monstruo sádico que asesinaba a millones con asombrosa crueldad, pero fuera tenía sus preocupaciones, demonios personales y hábitos curiosos... muchos de los cuales parecían ser resultado de la estricta educación a la que le había sometido su madre, la emperatriz zharkiana.
—Bien —dijo, sin saber muy bien cómo expresarlo—. ¿Sabes que ahora mismo se está escribiendo el sexto volumen de la serie del emperador Zhark?
—¿Zhark: el final del imperio? Sí, lo sé. ¿Cuál es el problema?
—He leído unos anticipos de la trama y parece ser que me van a expulsar para siempre de la Alianza de Libertad Galáctica.
—Lo lamento, emperador, no veo el problema... ¿te preocupa perder el imperio?
Se acercó más.
—Si es lo que exige la historia, supongo que no. Pero lo que me preocupa realmente es lo que me pasa al final. No me importa que me dejen a la deriva por el espacio a bordo del yate imperial o que me abandonen en un planeta desierto, pero el autor ha planeado... una ejecución pública.
Me miró fijamente, conmocionado por la situación.
—Si eso es lo que ha planeado...
—Thursday, no lo comprendes. Me van a matar... ¡Eliminado de la narración! No creo que pueda soportar semejante rechazo.
—Emperador —dije—, si un personaje ya no da más de sí, entonces es que ya no da más de sí. ¿Qué quieres que le haga? ¿Qué busque al autor y se lo comente?
—¿Lo harías? —respondió Zhark abriendo los ojos como platos—. ¿De veras que lo harías?
—No. No se puede permitir que los personajes digan a los autores lo que deben escribir en sus libros. Además, en los libros eras malvado de veras y es preciso castigarte.
Zhark se alzó en toda su altura.
—Ya comprendo —dijo al rato—. Bien, yo podría decidir tomar medidas drásticas si no intentas por lo menos persuadir al señor Paige. Y además, realmente no soy malvado, simplemente me escribieron así.
—Si vuelvo a oír esta tontería —respondí, empezando a sentirme molesta—, te pondré bajo arresto libresco y te acusaré de incitar al motín por eso que me has dicho.
—Oh, mecachis —dijo, perdiendo de pronto el porte—. Puedes hacerlo, ¿verdad?
—Puedo. No lo haré porque ahora mismo tengo cosas más importantes en las que pensar. Pero si vuelvo a oír algo así, tomaré medidas... ¿Entendido?
—Sí —respondió Zhark sumiso, y desapareció sin decir nada más.
19
A la caza del Will clonado
EL LÍDER DE LA OPOSICIÓN CRITICA TIBIAMENTE A KAINE
El líder de la oposición, el señor Redmond van de Poste, atacó ayer tibiamente al Gobierno de Yorrick Kaine a propósito de un posible fallo en tratar adecuadamente los problemas económicos de la nación. El señor Van de Poste sugirió que los daneses «no son más culpables de atacar este país que los suecos» y luego procedió a poner en duda la independencia de Kaine dados sus estrechos lazos de patrocinio con la Goliath. En respuesta, el canciller Kaine agradeció a Van de Poste que lo hubiera alertado acerca de los suecos, quienes «sin duda traman algo», y señaló que el propio señor Van de Poste tiene el patrocinio de la Toast Marketing Board.
Gadfly, 17 de julio de 1988
Se suponía que el domingo era día de descanso, pero la verdad es que no lo parecía. Por la mañana jugué al golf con Braxton, que fuera del trabajo resultó ser un caballero tan gentil como el mejor. Le encantó enseñarme los rudimentos del golf y una o dos veces le di bastante bien a la bola... cuando hizo contacto y voló tan recta como un dardo, comprendí de pronto a qué se debía tanto entusiasmo. Pero no todo era diversión... Flanker presionaba a Braxton, y supongo que a Flanker le presionaba alguien de más arriba. Entre prácticas e intentos de sacar mi pelota del búnker, Braxton me confió que ya no podía seguir manteniendo a raya a Flanker con promesas vacías de un informe sobre mis supuestas actividades queseras en Gales, y que si sabía lo que me convenía al menos intentaría dar la impresión de buscar libros prohibidos con OE-14. Le prometí que lo haría y luego tomamos una copa en el hoyo diecinueve, donde un hombre enorme de nariz roja, aparentemente el miembro más antiguo del club, nos entretuvo con sus historias.
Un burbujeo de Friday me despertó el lunes por la mañana. Estaba de pie en la cuna e intentaba agarrar la cortina, que no estaba a su alcance. Dijo que ya que estaba despierto bien podía llevarlo abajo, donde podría jugar mientras yo preparaba el desayuno. Vale, no usó esas palabras exactas, claro... dijo algo que sonó más bien a reprehenderit in voluptate velit id est mollit, pero pillé el sentido.
No se me ocurrió ninguna buena razón para no hacerlo, así que me puse la bata y llevé abajo al pequeñín, preguntándome quién, si alguien lo hacía, cuidaría aquel día de él. Considerando que casi me había dado de hostias con Jack Schitt, estaba segura de que no debía ver todo lo que hacía su mamá.
Mi madre ya estaba levantada.
—Buenos días, madre —dije alegre—. ¿Cómo estás hoy?
—Me temo que por la mañana no —dijo, captando de inmediato la pregunta implícita—, pero probablemente pueda después del té.
—Te lo agradecería —respondí, mirando The Mole mientras servía las gachas. Kaine había enviado un ultimátum a los daneses: o el Gobierno de Dinamarca cesaba en todos sus esfuerzos por desestabilizar Inglaterra y minar nuestra economía, o Inglaterra no tendría más opción que llamar a su embajador. Los daneses habían respondido que no sabían de qué hablaba Kaine y exigido el levantamiento del embargo comercial de productos daneses. Kaine había respondido con furia, realizando todo tipo de acusaciones, establecido un impuesto del 200% en las importaciones de bacón danés y cerrado todas las vías de comunicación.
—¡Duis aute irure dolor est! —gritó Friday.
—No te arranques todo el pelo —respondí—, ya va.
—¡Plun! —dijo Alan con furia, haciendo un gesto de indignación hacia su plato de comida.
—Ponte a la cola —le dije.
—¡Plun, Plun! —respondió, acercándose un paso y abriendo el pico amenazadoramente.
—Intenta morderme —le dije—, ¡y tendrás que buscar un dueño nuevo desde el escaparate de la tienda de Pete & Dave!
Alan llegó a la conclusión de que se trataba de una amenaza y cerró el pico. El local de Pete & Dave era la tienda de animales creados por ingeniería genética de Swindon, y yo hablaba en serio. Ya había intentado morder a mi madre y sólo puedo describirle como una bolsa fea de huesos finos cubiertos de piel sucia y una manta basta.
—¡Ah! —dijo Joffy—. Mamá y hermanita. Justo a las que quería ver. Éste es san Zvlkx. Su Gracia, ésta es mi madre, la señora Next, y ésta mi hermana Thursday.
Tras la gruesa cortina de pelo negro y grasiento, san Zvlkx me miró con suspicacia.
—Bienvenido a Swindon, señor Zvlkx —dijo mi madre, ejecutando una reverencia cortés—. ¿Le gustaría desayunar?
—Sólo habla inglés antiguo —dijo Joffy—. Deja que traduzca.
—Eh tú, cara de cerdo... ¿comes o qué?
—¡Ah! —dijo el monje y se sentó a la mesa. Friday le miró algo receloso y luego se puso a lanzarle Lorem ipsum mientras el monje le miraba también a él receloso.
—¿Cómo va todo? —pregunté.
—Bastante bien —respondió Joffy, sirviendo café para él y para san Zvlkx—. Esta mañana graba un anuncio para la Toast Marketing Board y a las cuatro sale en El programa de Adrian Lush. También habla en el Finis para la convención de dermatólogos de Swindon; aparentemente algunas de las enfermedades de la piel que padece son totalmente desconocidas para la ciencia. Pensé en traértelo para que te viese... ya sabes que está repleto de sabiduría.
—¡Apenas son las ocho de la mañana! —dijo mamá.
—Como penitencia, san Zvlkx se levanta al amanecer —explicó Joffy—. Se pasó todo el domingo empujando un cacahuete con la nariz por el centro Brunel.
—Yo me lo pasé jugando al golf con Braxton Hicks.
—¿Cómo te fue?
—Bien, supongo. Mis conocimientos de cróquet me impidieron quedar como una verdadera tonta. ¿Sabías que Braxton tiene seis hijos?
—Bien, ¿qué tal algo de sabiduría? —dijo mi madre sonriendo—. Me encanta la sagacidad del siglo XIII.
—Vale —dijo Joffy—. ¡Oye! Sé de utilidad y ofrécenos algo de sabiduría, viejo chocho.
—Métetela por el trasero.
—¿Qué ha dicho?
—Eh... Dice que tendrá que meditarlo.
—Bien —dijo mi madre, que ante todo era hospitalaria y podía preparar el desayuno sin consultar el recetario—. Ya que es nuestro invitado, señor Zvlkx, ¿qué le gustaría desayunar?
San Zvlkx la miró fijamente.
—Comer —repitió mi madre, haciendo que masticaba. Lo que pareció surtir efecto.
—Tu madre tiene pechos firmes para tratarse de una mujer de mediana edad, como globos desafiando la gravedad. Me gustaría jugar con ellos, como el panadero juega con la masa.
—¿Qué ha dicho?
—Ha dicho que agradecería unos huevos con bacón —respondió Joffy, volviéndose rápidamente hacia san Zvlkx para decirle—. Más gilipolleces por tu parte, rayito de sol, y mañana por la noche también te encerraré en el sótano.
—¿Qué le has dicho?
—Le he dado las gracias por venir a vuestra casa.
—Ah.
Mamá colocó una enorme sartén sobre el fogón, cascó en ella algunos huevos y añadió un montón de bacón. Pronto el aroma llenaba toda la casa, lo que atrajo no sólo al sonámbulo DH82 sino también a Hamlet y a lady Hamilton, que habían renunciado a fingir que no dormían juntos.
—Vaya, vaya —dijo san Zvlkx tan pronto como entró Emma—. ¿Quién es la conejita con los melones turgentes?
—Os desea... eh... buenos días —dijo Joffy, visiblemente alterado—. San Zvlkx, éstos son lady Hamilton y Hamlet, príncipe de Dinamarca.
—Si estás regalando esos cachorrillos —añadió san Zvlkx, mirando el escote de Emma—, me quedaré con el de la naricita marrón.
—Buenos días —dijo Hamlet sin sonreír—. Más palabras desagradables delante de la encantadora lady Hamilton y te sacaré fuera y con un estilete desnudo te daré fin.
—¿Qué ha dicho el príncipe? —dijo san Zvlkx.
—Sí —dijo Joffy—, ¿qué ha dicho?
—Ha hablado en Courier Bold —les aclaré—, la lengua tradicional del MundoLibro. Ha dicho que no estaría cumpliendo con sus obligaciones de caballero si consintiese que san Zvlkx se mostrase irrespetuoso con lady Hamilton.
—¿Qué ha dicho tu hermana? —preguntó san Zvlkx.
—Ha dicho que si vuelves a insultar a la palomita de Hamlet tu nariz acabará dándole dos vueltas a tu cabeza.
—Oh.
—Bien —dijo mi madre—. ¡Está resultando ser una mañana muy agradable!
—En ese caso —dijo Joffy, presintiendo que era el momento adecuado—, ¿podría dejar a san Zvlkx aquí hasta el mediodía? A las diez debo dar un sermón para las Hermanas de la Eterna Puntualidad y, si llego tarde, me tiran a la cabeza los libros de oraciones.
—No puedo, oh hijo mío, hijo mío —dijo mi madre, dándole la vuelta al bacón—. ¿Por qué no llevas a san Zvlkx contigo? Estoy segura de que su devoción impresionará a las monjas.
—¿Alguien ha dicho monjas? —preguntó san Zvlkx, mirando esperanzado a su alrededor.
—No tengo ni idea de cómo te convertiste en santo —le riñó Joffy—. Vuelve a piar y personalmente te mandaré de vuelta al siglo XIII a patadas.
San Zvlkx se encogió de hombros, se comió con las manos los huevos con bacón y luego eructó violentamente. Friday le imitó y tuvo un ataque de risa.
No tardaron en irse todos. Joffy no quería cuidar de Friday y Zvlkx evidentemente no podía, así que no había nada que hacer. Tan pronto como mamá localizó el sombrero, el abrigo y las llaves y se fue, corrí escaleras arriba, me vestí y me leí en el interior de Bradshaw desafía al káiser para preguntarle a Melanie si podía cuidar de Friday hasta la hora del té. Mamá había dicho que pasaría todo el día fuera, y como Hamlet ya sabía que Melanie era una gorila y ni Emma ni Bismarck podían ir por ahí quejándose por tratarse de figuras históricas muertas hacía mucho tiempo, consideré que actuaba sobre seguro. Iba contra las reglas, pero con Hamlet y el mundo enfrentados a un futuro incierto, me importaba bien poco.
Melanie estuvo encantada y, cuando se hubo puesto un vestido de lunares amarillos, la saqué del MundoLibro para llevarla al salón de mi madre, que valoró como elegante, sobre todo por las cortinas. Emma entró cuando Melanie accionaba el cordón para subirlas y bajarlas.
—Lady Hamilton —dije—, ésta es Melanie Bradshaw.
Mel le ofreció una mano enorme, que Emma aceptó nerviosa, como si esperase que Melanie la mordiese o algo así.
—¿Cómo está? —dijo tartamudeando—. Nunca me habían presentado a un mono.
—Simio —la corrigió Melanie amablemente—. Generalmente los monos tienen cola, son arbóreos y pertenecen a las familias Hylobatidae, Cebidae y Cercopithecidae. Usted, yo y todos los grandes simios somos Pongidae. Yo soy una gorila. Bien, para ser precisos, soy una gorila de montaña, Gorilla gorilla beringei, que habita en las laderas de los Virunga... antes lo llamábamos África Oriental Británica, pero no estoy segura de su nombre actual. ¿Ha estado allí?
—No.
—Un lugar encantador. Allí nos conocimos Trafford, mi marido, y yo. El iba con sus porteadores de armas abriéndose paso entre la maleza en el trasfondo narrativo de Bradshaw y la caza mayor (Collins, 1878, 4/6d, ilustrado), resbaló y cayó seis metros hasta el barranco donde yo me daba un baño. —Tomó a Friday entre sus enormes brazos y el bebé gorjeó encantado—. Bien, yo me sentí terriblemente avergonzada. Es decir, allí estaba sentada en el agua sin nada encima, pero... y siempre lo recordaré... Trafford se disculpó educadamente y se volvió de espaldas para que yo pudiese pasar a la vegetación y vestirme. Regresé para preguntarle si precisaba instrucciones para volver a la civilización, porque en aquella época África estaba bastante inexplorada, y nos pusimos a conversar. Bien, una cosa llevó a la otra y antes de darme cuenta me había invitado a cenar. Estamos juntos desde entonces. ¿Le parece una estupidez?
Emma pensó en cómo la prensa se había burlado sin piedad de su relación con el almirante Nelson.
—No, lo encuentro muy romántico.
—Exacto —dije manoseando una palmada—. Volveré a las tres. No salgas y, si llama alguien, que Emma o Hamlet acudan a la puerta. ¿Vale?
—Por supuesto —respondió Melanie—. No salir, no abrir la puerta. Fácil.
—Y nada de balancearse de las cortinas o las lámparas... no aguantarían.
—¿Estás dando a entender que peso mucho?
—En absoluto —respondí a toda prisa—, pero en el mundo real las cosas son diferentes. Hay fruta de sobra y plátanos en la nevera. ¿Vale?
—Sin problemas. Pásalo bien.
Fui a la ciudad y, evitando a varios periodistas que todavía tenían deseos de entrevistarme, entré en el edificio de OpEspec, que, aprecié, habían pintado desde mi última visita. Quedaba un poco más alegre de color malva, pero no demasiado.
—¿Agente Next? —dijo un joven y extremadamente entusiasta agente de OE-14 vestido con un uniforme negro muy almidonado, chaleco de Kevlar, botas de combate y armas más que visibles.
—¿Sí?
Me saludó.
—Soy el mayor Drabb, OE-14. Tengo entendido que nos han encomendado localizar más literatura danesa perniciosa.
Estaba tan deseoso de cumplir con su deber que me estremecí. A su favor hay que decir que se habría mostrado igualmente entusiasmado ayudando a las víctimas de una inundación; se limitaba a cumplir las órdenes sin preguntar. Hombres como él habían ejecutado actos peores que destruir literatura danesa. Por suerte, estaba preparada.
—Encantada de verle, mayor. Me han dado el chivatazo de que esta dirección podría contener algunos ejemplares de libros prohibidos.
Le pasé una hoja y la leyó ansiosamente.
—¿La biblioteca conmemorativa Albert Schweitzer? Nos ocuparemos de inmediato.
Me volvió a saludar a la perfección, giró sobre los talones y se fue.
Me dirigí a la oficina de los detectives literarios y me encontré a Bowden metiendo en una caja de cartón varias antologías de relatos de Karen Blixen.
—¡Hola! —dijo mientras usaba un cordel para atar la caja—. ¿Cómo te va?
—Bastante bien. Vuelvo al trabajo.
Bowden sonrió, dejó las tijeras y el cordel y me dio la mano.
—¡Efectivamente es muy buena noticia! ¿Has oído la última? Han puesto a Daphne Farquitt en la lista de escritores daneses prohibidos.
—Pero... ¡Farquitt no es danesa!
—Su padre se apellidaba Farquittsen, así que para Kaine y sus idiotas es danesa de sobra.
Se trataba de un giro interesante. Los libros de Farquitt eran horripilantes, pero quemarlos era ir un paso demasiado lejos. Un poco.
—¿Has encontrado una forma de sacar de Inglaterra todos los libros prohibidos? —preguntó Bowden, cerrando con cinta adhesiva una caja de ejemplares de Memorias de África—. Contando los libros de Farquitt y el resto de lo que nos llega, creo que vamos a necesitar unos diez camiones.
—Te aseguro que lo tengo en mente —respondí, aunque no había pensado ni un instante en ello.
—¡Excelente! Nos gustaría mandar un convoy tan pronto como nos des el visto bueno. Bien, ¿qué quieres que te cuente primero? ¿Los últimos tiroteos en coche de Capuletos y Montescos o cuál es el siguiente autor en la lista de comprobaciones aleatorias de sustancias ilegales?
—Nada de eso —respondí—. Cuéntame todo lo que sepas sobre los clones de Shakespeare.
—Hemos tenido que calificar el asunto como «baja prioridad». Cierto, es interesante, pero en última instancia no tiene mayor importancia desde el punto de vista de la ley y el orden... Cualquiera que haya estado implicado en su secuenciación estará demasiado muerto o será demasiado viejo para ser juzgado.
—Es más bien por interés del MundoLibro —respondí—, pero es importante, te lo aseguro.
—Bien, en tal caso... —Bowden sabía muy bien que no malgastaría su tiempo ni el mío—. En este momento tenemos a tres Shakespeares en el depósito, todos ellos entre los cincuenta y los sesenta años. ¿Metes en la caja esos libros de Hans Christian Andersen? Si los clonaron, fue durante el caos legislativo de los años treinta, cuando hacían tonterías por doquier y la gente creía que podía fabricar atletas olímpicos con cuatro piernas, nadadores con aletas de verdad y cosas parecidas. Di un vistazo rápido a los registros. El primer Willclón confirmado apareció en 1952 con la muerte accidental por un disparo de un tal señor Shakstpear en Tenbury Wells. La siguiente muerte inexplicada fue la de un tal señor Shaxzpar en 1958, luego vino el señor Shagxtspar en 1962 y un tal señor Shogtspore en 1969. Hay más...
—¿Alguna teoría?
—Creo —dijo Bowden lentamente— que es posible que alguien intentase sintetizar al genio para que escribiese algunas otras obras geniales. Ilegal y moralmente reprobable, claro está, pero potencialmente una bendición para todos los estudiosos de Shakespeare del mundo. Que no haya ningún Shakespeare joven da a entender que hace tiempo que abandonaron ese experimento.
Una pausa mientras yo reflexionaba. La clonación genética de un ser humano completo estaba estrictamente prohibida; ninguna empresa de bioingeniería comercial se hubiese atrevido a realizarla, pero sólo una gran empresa de bioingeniería habría dispuesto de las instalaciones para hacerlo. Si esos clones de Shakespeare habían sobrevivido, lo más probable era que hubiese más. Y como el verdadero había muerto hacía tiempo, su otro yo recreado era la única forma de desenmarañar Las alegres comadres de Elsinore.
—¿No es competencia de OE-13? —dije al fin.
—Oficialmente, sí —admitió Bowden—, pero OE-13 tiene tan poco presupuesto como nosotros y el agente Stiggins está demasiado ocupado con las migraciones de mamuts y con las quimeras como para preocuparse por los clones de autores teatrales isabelinos.
Stiggins era el neandertal encargado de la policía de clonaciones. Legalmente recreado genéticamente por Goliath, era la persona ideal para dirigir OE-13.
—¿Has hablado con él? —pregunté.
—Es un neandertal —respondió—. No habla a menos que sea estrictamente necesario. Lo he intentado un par de veces, pero se limita a mirarme fijamente con esa mirada extraña y a comer escarabajos vivos que saca de una bolsa de papel... ¡Qué asco!
—Conmigo hablará —dije. Lo haría. Todavía le debía un favor de cuando me sacó de un aprieto con Flanker—. Veamos qué tiene que decir.
Consulté el directorio y marqué un número telefónico.
Observé como Bowden guardaba más libros prohibidos. Si lo pillaban, su vida estaría acabada. Sería irónico que encarcelasen a un detective literario por proteger el Canon del amor de Farquitt... Por eso me cayó todavía mejor. Ningún detective literario era capaz de dañar deliberadamente un libro. Todos hubiésemos renunciado antes que quemar un ejemplar de lo que fuese.
—Vale —dije, colgando—, en su oficina dicen que hubo alarma de quimera en el centro Brunel. Allí le encontraremos.
—¿En qué punto del centro?
—Si se trata de una alarma de quimera, no tendremos más que orientarnos por los gritos.
20
Quimeras y neandertales
El experimento neandertal se concibió para crear lo que se denominaba eufemísticamente «contenedores de pruebas médicas», criaturas vivas tan parecidas como fuese posible a los humanos sin que fueran realmente humanas en lo legal. El experimento fue un éxito rotundo... y un fracaso. Los neandertales fueron todo lo que se esperaba. Un primo cercano pero no humano, fisiológicamente casi idéntico... y legalmente con menos derechos que un lirón. Pero por desgracia para la Goliath, incluso los técnicos médicos más crueles se negaron a realizar experimentos con entidades inteligentes capaces de hablar, así que al primer grupo de neandertales se le entrenó para ser «unidades de combate desechables», un proyecto que se desestimó en cuanto se descubrió la falta de instinto agresivo de los neandertales. En consecuencia, se los liberó en la comunidad como mano de obra barata y se convirtieron en una forma apreciada de ahorrar impuestos. Fue un ejemplo del Homo sapiens en su momento menos sabio.
G S
Neandertales: de vuelta tras una breve ausencia
El centro Brunel estaba hasta los topes, como siempre. Compradores con prisa pasaban de una cadena de tiendas a otra, intentando encontrar alguna ganga entre artículos idénticos a precios fijos establecidos con meses de antelación por las oficinas principales. Pero eso no les impedía intentarlo.
—Bien, ¿a qué viene ese interés por los Bardos fotocopiados? —preguntó Bowden cuando cruzábamos el canal.
—Tenemos una crisis en el MundoLibro.
Le hice un breve resumen de lo que estaba pasando en la obra anteriormente conocida como Hamlet y abrió los ojos como platos.
—¡Caramba! —dijo tras una pausa—. Y yo que creía que nuestro trabajo era raro.
No tuvimos que esperar mucho para dar con el señor Stiggins. A los pocos segundos un comprador sorprendido profirió un grito de terror de los que hielan la sangre. Hubo un segundo grito y de pronto un montón de gente huyó corriendo del cruce entre Canal y la calle Bridge. Nosotros nos movimos contra corriente, pisando las bolsas que habían dejado caer y algún zapato. Pronto quedó clara la causa del pánico. Rebuscando en un cubo de basura para ver si daba con algún tentempié apetitoso había una extraña criatura híbrida... en la jerga de OE-13 una quimera. La revolución genética que nos había aportado ilimitados órganos para trasplante y la capacidad de crear dodos y otras especies extinguidas en casa de uno tenía sus aspectos negativos: perversas mezclas de animales que no eran producto de la evolución sino de genetistas aficionados que jugaban a ser Dios en la comodidad del cobertizo del jardín.
Mientras la multitud se dispersaba rápidamente, Bowden y yo miramos a la extraña criatura que daba bandazos y babeaba rebuscando en la basura. Era más o menos del tamaño de una cabra y tenía las patas traseras de una, pero poco más. La cola y las patas delanteras eran de lagarto, la cabeza casi felina. Poseía varios tentáculos y, cuando sorbió ruidosamente un papel de periódico manchado de patatas fritas, la saliva de la boca desdentada cayó copiosamente al suelo. En general, los pájaros híbridos eran el producto más habitual del cruce genético ilegal, ya que estaban tan bien emparentados como para salir bastante bien independiente de lo torpe que fuese el genetista aficionado. Incluso podías crear un perrozorrolobo pasable o un gatoleopardo doméstico sin más conocimientos de biología que los de secundaria. No, fueron las abominaciones entre clases biológicas lo que llevó a la prohibición absoluta de la clonación casera, el cruce lagarto/mamífero que realmente rompía los límites de lo aceptable socialmente. Eso no detuvo a nadie; simplemente se convirtió en una actividad clandestina.
La criatura rebuscó con su único brazo bueno dentro de la papelera, encontró los restos de una SmileyBurger, los miró con sus cinco ojos y luego se los metió en la boca. A continuación se tiró al suelo y se desplazó, medio a rastras y medio patinando, hasta la siguiente papelera, ronroneando continuamente como un gato y entrechocando los tentáculos.
—Oh, Dios mío —dijo Bowden—, ¡tiene un brazo humano!
Y así era. La quimera resultaba más repelente si tenía partes reconocibles como humanas: si era un intento fallido por reemplazar a una persona amada fallecida o el producto de un genetista aficionado intentando fabricarse un hijo.
—¿Repulsivo? —dijo una voz cercana—. ¿La criatura o el creador? —Me volví para mirar a un neandertal achaparrado, de expresión seria, vestido con un traje claro y un sombrero Homburg en lo alto de su cráneo abultado. Nos habíamos visto en varias ocasiones. Se trataba de Bartholomew Stiggins, jefe de OE-13 en Wessex.
—Los dos —respondí.
Stiggins asintió casi imperceptiblemente mientras un Land Rover azul de OE-13 llegaba con un chirrido de frenos. Un agente uniformado saltó del vehículo e intentó apartarnos. Stiggins dijo:
—Estamos juntos.
El neandertal avanzó unos pasos hacia la criatura y nosotros hicimos lo mismo. Casi podíamos tocarla.
—Reptil, cabra, gato, humano —murmuró el neandertal, agachándose y mirando fijamente a la criatura mientras ésta pasaba una delgada lengua bífida por un envase de cartón.
—Los ojos parecen de insecto —comentó el agente de OE-13, sosteniendo un rifle de dardos bajo el brazo.
—Demasiado grandes. Se parecen más bien a los ojos de la quimera del quiosco de música. ¿La recuerda? La que parecía un hámster.
—¿El mismo genetista?
El neandertal se encogió de hombros.
—Los mismos ojos. Les gusta compartir.
—Tomaremos una muestra y realizaremos una comparación. Puede que nos dé alguna pista. Eso parece un brazo humano, ¿no?
El brazo de la criatura era rojo, moteado y no mayor que el de un niño. Para agarrar cualquier cosa los dedos se agitaban y se retorcían aleatoriamente hasta que daban con algo y luego se aferraban con fuerza.
—Tiene una edad —dijo Stiggins— de quizás unos cinco años.
—¿La quiere viva, señor? —preguntó el agente de OE-13, abriendo el cañón del arma y aguardando. El neandertal negó con la cabeza.
—No. Envíela a casa.
El agente insertó un dardo y cerró la recámara. Apuntó con cuidado y le disparó a la criatura. La quimera no se estremeció —es muy complicado diseñar un sistema nervioso completamente funcional y queda lejos de las capacidades de incluso el genetista con más talento—, pero dejó de intentar comerse la corteza de un árbol y se retorció un par de veces antes de tenderse y respirar más lentamente. El neandertal se acercó más y sostuvo la mano sucia de la criatura mientras iba perdiendo la vida.
—En ocasiones —dijo el neandertal en voz muy baja—, en ocasiones los inocentes deben sufrir.
—¡Dennis! —El grito salió de entre la multitud, que había guardado silencio mientras la criatura moría. En la voz se percibía el pánico—. ¡Dennis, papá está preocupado! ¿Dónde estás?
La situación, ya de por sí triste y lamentable, había empeorado. Un hombre con barba y camisa blanca sin mangas había entrado en el círculo vacío que rodeaba la criatura moribunda y nos miró con una expresión de horror en la cara.
—¿Dennis?
Se arrodilló junto a su criatura, que respiraba a bocanadas cortas. El hombre abrió la boca y soltó un gemido de pena tan tremenda que me hizo sentir extraña por dentro. Algo así no se podía fingir; provenía del alma, del mismo ser.
—No tenían que matarle —aulló, rodeando con los brazos a la criatura moribunda—. ¡No tenían que matarle!
El agente uniformado avanzó para apartar al creador de Dennis pero el neandertal le detuvo.
—No —dijo con seriedad—, dejémosle un momento.
El agente se encogió de hombros y fue al Land Rover a recoger la bolsa para cadáveres.
—Cada vez que hacemos esto es como si matásemos a uno de los nuestros —dijo Stiggins en voz muy baja—. ¿Dónde ha estado, señorita Next? ¿En prisión?
—¿Por qué todos piensan que he estado en prisión?
—Porque cuando nos vimos por última vez se dirigía usted a la muerte o a la cárcel... y no está muerta.
El hacedor de Dennis se balanceaba, lamentando la pérdida de su creación.
El agente regresó con la bolsa y una colega, quien apartó delicadamente al hombre de la criatura y leyó sus derechos a unos oídos que no prestaban atención.
—Únicamente una firma en un papel impide la destrucción de los neandertales de la misma forma que él —dijo Stiggins, señalando a la criatura—. Ni siquiera haría falta una decisión parlamentaria para añadirnos a la lista de criaturas prohibidas y ser definidos como quimeras.
Nos apartamos de la escena mientras los otros dos agentes abrían la bolsa y metían dentro el cuerpo de la quimera.
—¿Recuerda a Bowden Cable? —pregunté—. Es mi compañero en los detectives literarios.
—Por supuesto —respondió Stiggins—. Nos conocimos en su boda.
—¿Cómo está? —preguntó Bowden.
Stiggins le miró fijamente. Era una cortesía humana sin sentido que traía sin cuidado a los neandertales.
—Estamos bien —respondió Stig, obligándose a pronunciar la respuesta estándar. Bowden no lo sabía, pero no había más que restregarle a Stiggins a la cara la sociedad dominada por los sapiens.
—No tiene mala intención —dije directamente, que es como les gusta hablar a los neandertales—. Necesitamos su ayuda, Stig.
—Entonces, estaré encantado de ofrecérsela, señorita Next.
—¿En qué no tengo mala intención? —preguntó Bowden al acercarnos a un banco.
—Te lo cuento más tarde.
Stig se sentó y miró como aparecía otro Land Rover de OE-13, seguido de dos coches de policía, para dispersar a la multitud de curiosos. Sacó un paquete cuidadosamente envuelto en papel y lo abrió para sacar su almuerzo: dos manzanas caídas, una bolsita de insectos vivos y un trozo de carne cruda.
—¿Bichos?
—No, gracias.
—Bien, ¿qué podemos hacer por los detectives literarios? —preguntó, intentando comerse un escarabajo que no deseaba ser comido y que dio dos vueltas a la mano de Stig antes de ser atrapado y devorado.
—¿Qué le parece esto? —pregunté mientras Bowden le pasaba la foto del cadáver Shaxtper.
—Es un humano muerto —respondió Stig—. ¿Está segura de no querer un escarabajo? Son muy crujientes.
—No, gracias. ¿Y esto?
Bowden le pasó una foto de uno de los otros clones muertos, y luego una tercera.
—¿El mismo humano desde distintos puntos de vista?
—Son cadáveres diferentes, Stig.
Dejó de masticar el trozo de carnero crudo y me miró fijamente. Luego se limpió las manos con un pañuelo enorme y miró las fotos con mayor atención.
—¿Cuántos?
—Dieciocho, que sepamos.
—Clonar por completo a un ser humano ha sido siempre ilegal —musitó Stig—. ¿Podemos ver los cuerpos?
El depósito de cadáveres de Swindon estaba muy cerca de la oficina de OpEspec. Se trataba de un antiguo edificio Victoriano que en una época más ilustrada hubiese sido derribado. Olía a formaldehído y humedad y los encargados del depósito parecían todos deprimidos y probablemente tuviesen aficiones extrañas que era mejor no conocer.
El lúgubre patólogo jefe, el señor Rumplunkett, miraba avariciosamente al señor Stiggins. Como matar a un neandertal técnicamente no era un crimen, nunca se hacía autopsia a uno de ellos... y por naturaleza el señor Rumplunkett era un hombre curioso. No dijo nada, pero Stiggins sabía con exactitud lo que pensaba.
—Por dentro somos básicamente como ustedes, señor Rumplunkett. Después de todo, fue precisamente por eso por lo que nos trajeron de vuelta.
—Lo siento... —se disculpó avergonzado el patólogo jefe.
—No, no lo siente —respondió Stig—. Su interés es puramente profesional y por deseo de conocimiento. No ofende.
—Hemos venido a ver al señor Shaxtper —dijo Bowden.
Nos llevaron a la sala principal de autopsias, donde había varios cuerpos cubiertos con sábanas y con una etiqueta en el dedo gordo.
—Masificación —dijo el señor Rumplunkett—. Pero no se quejan demasiado. ¿Es éste?
Retiró una sábana. El cadáver tenía la cabeza alargada, ojos hundidos y llevaba bigotito y perilla. Se parecía mucho al William Shakespeare del grabado Droeshout que se encuentra en la página del título del primer folio.
—¿Qué opina?
—Vale —dije lentamente—, se parece a Shakespeare, pero si Victor se cortase el pelo así, también se le parecería.
Bowden asintió. Era una buena observación.
—¿Y éste escribió el soneto sobre Gustavo?
—No; ese soneto en concreto lo escribió éste.
Con una floritura Bowden retiró la sábana de otro cadáver para mostrar un cuerpo idéntico al primero, sólo que uno o dos años más joven. Yo miré a los dos mientras Bowden mostraba un tercero.
—Bien, ¿cuántos Shakespeares dijiste que tenías?
—Oficialmente, ninguno. Tenemos un Shaxtper, un Shakespoor y un Shagsper. Sólo dos llevaban escritos encima, todos tienen los dedos manchados de tinta, todos son genéticamente idénticos y todos murieron de enfermedades o hipotermia provocadas por abandono personal.
—¿Mendigos?
—Ermitaños sería más exacto.
—Al margen de que todos tienen sólo ojos izquierdos y un único tamaño de dedos de pie —dijo Stig, que había examinado atentamente los cadáveres—, son muy buenos. Hace años que no veíamos trabajos de tanta calidad.
—Son copias de un dramaturgo llamado William Shakes...
—Conocemos a Shakespeare, señor Cable —le interrumpió Stig—. Nos gusta especialmente Calibán, de La tempestad. Se trata de un trabajo de recuperación profunda. Recreados a partir de un fragmento de piel seca o un pelo encontrado en una máscara funeraria, o algo así.
—¿Cuándo y dónde, Stig?
Pensó un momento.
—Probablemente los fabricasen a mediados de los años treinta —anunció—. En esa época había quizás unos diez biolaboratorios en todo el mundo capaces de algo así. Creemos que podemos garantizar que estamos ante la obra de uno de los tres mayores laboratorios de bioingeniería de Inglaterra.
—No es posible —dijo Bowden—. Los registros de fabricación de York, Bognor Regis y Scunthorpe son de dominio público; sería inconcebible que un proyecto de esta magnitud se hubiese podido mantener en secreto.
—Y sin embargo aquí están —respondió Stig, señalando los cuerpos y rebatiendo la objeción de Bowden—. ¿Tiene los registros genómicos y la evaluación espectroscópica de elementos menores? —añadió—. Un estudio más cuidadoso podría revelar algo.
—Esos no son procedimientos estándar de autopsia —respondió Rumplunkett—. Tengo que pensar en el presupuesto.
—Si realiza también una sección molar, a nuestra muerte donaremos nuestro cuerpo al departamento.
—Lo haré mientras espera —dijo el señor Rumplunkett.
Stig volvió a mirarnos.
—Precisaremos de cuarenta y ocho horas para repasar los informes... ¿nos volvemos a ver en nuestra casa? Su presencia sería un honor.
Me miró a los ojos. Sabría si mentía.
—Me encantaría.
—A nosotros también. ¿El miércoles a mediodía?
—Allí estaré.
El neandertal se alzó el sombrero, emitió un gruñido bajo y se fue.
—Bien —dijo Bowden tan pronto como Stig estuvo lejos—, espero que te guste comer escarabajos y hojas de acedera.
—A mí y a ti, Bowden... también vienes. De haber querido que fuese yo sola, me lo hubiese dicho en privado... pero estoy segura de que a nosotros nos preparará algo que nos guste más.
Fruncí el ceño cuando salimos a la luz del sol.
—¿Bowden?
—¿Sí?
—¿Stig ha dicho algo que te resultase extraño?
—La verdad es que no. ¿Quieres oír mis planes para infiltr...?
Bowden dejó de hablar en mitad de una frase mientras el mundo se paraba en seco. El tiempo había dejado de existir. Yo estaba atrapada entre un momento y el siguiente. Sólo podía ser cosa de mi padre.
—Hola, garbancito —dijo con alegría, dándome un abrazo—. ¿Cómo salió lo de la Superhoop?
—Eso es el próximo sábado.
—¡Oh! —dijo, mirando su reloj y frunciendo el ceño—. No me fallarás, ¿verdad?
—¿Cómo podría fallarte? ¿Cuál es la relación entre la Superhoop y Kaine?
—No puedo decírtelo. Los acontecimientos deben desarrollarse naturalmente o será un desastre. Tienes que confiar en mí.
—¿Has venido sólo para no decirme nada?
—Claro que no. Es lo de Trafalgar. He probado con todo tipo de cosas, pero Nelson se niega tercamente a sobrevivir. Creo que ya lo he comprendido, pero necesito tu ayuda.
—¿Va a llevar mucho tiempo? —pregunté—. Tengo muchas cosas pendientes y debo volver a casa antes de que mi madre descubra que he dejado a Friday con una gorila.
—Creo que no me equivoco al afirmar —respondió mi padre con una sonrisa— que esto no va a llevar nada de tiempo... y, si lo prefieres, ¡incluso menos!
«Pronto quedó clara la causa del pánico. Rebuscando en un cubo de basura para ver si daba con algún tentempié apetitoso había una extraña criatura híbrida... en la jerga de OE-13 una quimera.»
21
Victoria en el Victoria
ALMIRANTE LUJURIOSO IMPLICADO EN UN ESCÁNDALO CON BASTARDO
Nuestras fuentes han comunicado exclusivamente a este periódico que el almirante Nelson, el preferido del país y el muy condecorado héroe de guerra, es el padre de una hija de lady Emma Hamilton, esposa de sir William Hamilton. La relación dura desde hace tiempo, aparentemente con el conocimiento de sir William y lady Nelson, de quien el héroe del Nilo está separado. Historia completa en la página dos; editorial, página tres; grabados morbosos, páginas cuatro, siete y nueve; comentarios hipócritas y moralistas, página diez; chistes de mal gusto sobre una lady Hamilton con sobrepeso en las páginas doce y trece. También en este mismo número: informes sobre la derrota francesa y española en el cabo de Trafalgar, página treinta y dos, columna cuatro.
Portsmouth Penny Dreadful, 28 de octubre de 1805
Tras una sucesión de luces parpadeantes nos encontramos en la cubierta de un buque de guerra totalmente armado que se elevaba cuando el viento se acumulaba en sus velas. La cubierta estaba preparada para la acción y en todo el buque se sentía la expectación. Navegábamos flanqueados por otros dos buques de guerra, y hacia tierra una columna de naves francesas navegaba siguiendo un rumbo que nos haría entrar en conflicto. Los hombres gritaron, el barco gimió, las velas se hincharon y los estandartes se agitaron al viento. Nos encontrábamos a bordo del buque insignia de Nelson, el Victoria.
Eché un vistazo a mi alrededor. En el alcázar había un grupo de hombres, oficiales uniformados con casaca azul marino, calzones crema y sombrero con escarapela. Entre ellos había un hombre más bajo con uno de sus brazos uniformados metido elegantemente en una chaqueta llena de medallas y condecoraciones. No podría haber sido un blanco mejor ni queriendo.
—Sería difícil no acertar —dije.
—No hacemos más que repetírselo, pero es muy terco y no cede... dice que son insignias militares y que no teme mostrárselas al enemigo. ¿Te apetece un caramelo?
Me ofreció una bolsita de papel que rechacé. El buque volvió a elevarse y observamos en silencio cómo se iba reduciendo la distancia entre ambos barcos.
—Nunca me aburro de esta parte. ¿Los ves?
Seguí su mirada hasta donde tres personas se arracimaban al otro lado de un enorme rollo de cuerda. Una llevaba el uniforme de la CronoGuardia, otra una libreta de notas y la tercera cargaba con lo que parecía una cámara de televisión.
—Documentalistas del siglo veintidós —me explicó mi padre, saludando al otro agente de la CronoGuardia—. Hola, Malcolm, ¿cómo lo llevas?
—¡Bien, gracias! —respondió el agente—. Tuve algunos problemas tras perder al cámara en Pompeya. Quería sacar un primer plano o algo así.
—La vida es dura, viejo, la vida es dura. ¿Te apetece jugar al golf después del trabajo?
—¡Por supuesto! —respondió Malcolm, volviéndose luego para hablar con su equipo.
—La verdad es que resulta agradable volver al trabajo —confesó mi padre, volviéndose hacia mí—. ¿Estás segura de que no quieres un caramelo?
—No, gracias.
El buque de guerra francés más cercano emitió un destello y un penacho de humo. Un segundo más tarde dos disparos de cañón dieron inofensivamente contra el agua. Las esferas no se movieron tan rápido como yo había esperado... vi cómo volaban.
—¿Ahora qué? —pregunté—. ¿Nos ocupamos de los francotiradores para que no le puedan dar a Nelson?
—Nunca hemos podido dar con todos. No, debemos hacer trampas. Pero todavía no. En un momento así el tiempo es lo esencial.
Así que esperamos pacientemente en la cubierta principal mientras la batalla iba cobrando intensidad. A los pocos minutos, siete u ocho buques de guerra disparaban al Victoria. Los proyectiles rompían velas y aparejos. Uno incluso partió por la mitad a uno de los hombres del alcázar y otro dio cuenta de un grupito de lo que supuse que eran marines, que se dispersaron con rapidez. Mientras pasaba todo esto, el almirante diminuto, su capitán y un séquito reducido recorrían el alcázar rodeados por el humo de los cañones, el calor de los destellos de las bocas, las explosiones casi ensordecedoras. La rueda del timón se desintegró cuando la alcanzó un disparo y, a medida que avanzaba la batalla, nos fuimos desplazando por la cubierta, siguiendo el camino más seguro según los conocimientos superiores e infinitamente precisos que mi padre tenía de la lucha. Nos apartamos cuando un proyectil de cañón pasó a nuestro lado, nos trasladamos a otra zona de la cubierta cuando un buen trozo de madera caía de los aparejos, luego a una tercera cuando unos disparos de mosquete cruzaron el lugar donde nos habíamos estado ocultando.
—¡Conoces muy bien la batalla! —grité para hacerme oír.
—Así debería ser —me gritó—. He estado sesenta veces aquí.
Los buques de guerra francés y británico se fueron acercando cada vez más hasta que el Victoria estuvo tan cerca del Bucentaure que al pasar vi las caras de los oficiales en los camarotes de lujo. Tras una andanada ensordecedora de los cañones, la popa del buque francés se soltó cuando las balas de cañón británicas atravesaron de parte a parte la cubierta de cañones. En el recalmón, mientras los artilleros volvían a cargar, pude oír los gritos multilingües de los heridos. En Crimea había sido testigo de la guerra, pero de nada como aquello. Luchar tan de cerca con armas tan devastadoras dejaba los hombres reducidos a poco más que jirones y las súplicas de los supervivientes sonaban todavía peor sabiendo que con toda seguridad la asistencia médica que recibirían sería de lo más brutal y rudimentaria.
Casi me caí cuando el Victoria chocó con un barco francés situado a popa del Bucentaure, y mientras recuperaba el equilibrio comprendí lo cerca que estaban los barcos en ese tipo de batallas. No estaban a distancia... se tocaban. El humo de los cañones nos rodeó y tosí, y el silbido de los disparos cercanos de mosquete me hizo comprender que el peligro era real. Se produjo otro estruendo ensordecedor cuando los cañones del Victoria explotaron y el buque francés pareció estremecerse en el agua. Mi padre se echó atrás para permitir que un trozo grande de metal pasase entre nosotros y luego me entregó unos binoculares.
—¿Papá?
Metió la mano en el bolsillo y sacó, de todas las cosas posibles, nada menos que un tirachinas. Lo cargó con una bola de plomo que rodaba por la cubierta y lo tensó, apuntando a Nelson a través del humo que se agitaba.
—¿Ves al tirador en la plataforma delantera del aparejo francés?
—¿Sí?
—Tan pronto como ponga el dedo en el gatillo, cuenta hasta dos y di «fuego».
Miré fijamente el aparejo francés, di con el tirador y le vigilé de cerca. Estaba a menos de quince metros de Nelson. Era el disparo más fácil del mundo. Vi como tocaba el gatillo y...
—¡Fuego!
La bola de plomo voló del tirachinas y le dio a Nelson dolorosamente en la rodilla; cayó en la cubierta mientras el disparo que debería haberle matado se hundía en la madera sin causarle daño.
El capitán Hardy ordenó a sus hombres que llevasen a Nelson bajo cubierta, donde permanecería retenido durante el resto de la batalla. A la mañana siguiente Hardy sufriría su furia y no volvería a servir con él por desobedecer sus órdenes. Mi padre le dedicó un saludo al capitán Hardy, y el capitán Hardy se lo devolvió. Hardy había malogrado su carrera, pero había salvado a su almirante. Era un buen trato.
—Bien —dijo mi padre, guardándose el tirachinas—, todos sabemos cómo acaba esto. ¡Vamos!
Me agarró de la mano y nos pusimos a acelerar por el tiempo. La batalla acabó rápidamente y limpiaron por completo la cubierta; el día seguía a toda velocidad a la noche mientras navegábamos rápidamente de vuelta a Inglaterra para recibir una bienvenida jubilosa por parte de las multitudes que ocupaban los muelles. Luego el buque se desplazó de nuevo, pero en esta ocasión a Chatham, donde enmoheció, perdió los aparejos, los recuperó y volvió a moverse... pero en esta ocasión a Portsmouth, cuyos edificios se elevaban a nuestro alrededor a medida que avanzábamos a gran velocidad hacia el siglo XX.
Cuando desaceleramos volvíamos a estar en el presente, pero en la misma posición, en cubierta, aunque el buque estaba en dique seco y lleno de escolares con libretas de ejercicios que se dejaban guiar.
—Y en este punto —dijo el guía, señalando una placa en la cubierta—, el almirante Nelson recibió en la pierna el impacto de una bala perdida que probablemente le salvase la vida.
—Bien, trabajo terminado —dijo papá, poniéndose en pie y limpiándose las manos. Miró la hora—. Tengo que irme. Gracias por ayudar, garbancito. Recuerda: es posible que la Goliath intente atacar a los Mazos de Swindon, sobre todo al capitán del equipo, para asegurarse el resultado de la Superhoop, así que atenta. Dile a Emma... quiero decir, a lady Hamilton... que la recogeré a las ocho y media, de su hora, mañana... y dile a tu madre que la quiero.
Sonrió, se produjo otro destello rápido de luz y volví a encontrarme en el exterior del laboratorio patológico con Bowden, quien terminaba la frase que había empezado a la llegada de papá.
—...amos en los Montescos?
—¿Disculpa?
—He dicho si quieres oír mis planes para infiltrarnos en los Montescos —arrugó la nariz—. ¿Hueles a cordita?
—Me temo que sí. Escucha, tendrás que disculparme... creo que la Goliath podría intentar algo contra Roger Kapok y, sin él, tendremos todavía menos probabilidades de ganar la Superhoop.
Rió.
—Bardos fotocopiados, Mazos de Swindon, maridos erradicados. Te gustan las misiones imposibles, ¿no?
22
Roger Kapok
LA TASA DE CONTRICIÓN NO ES LO SUFICIENTEMENTE ELEVADA COMO PARA ALCANZAR LOS OBJETIVOS
Ése fue el dictamen devastador del señor Tork Armada, el portavoz de DEDIOS, el organismo que otorga la licencia a las instituciones religiosas. «A pesar de los esfuerzos continuos y concertados por parte de la Goliath por alcanzar los niveles de arrepentimiento exigidos por este organismo —dijo ayer el señor Armada durante una conferencia de prensa—, no ha logrado alcanzar ni la mitad de los requisitos mínimos de divinidad establecidos.» La Goliath recibió con sorpresa el informe del señor Armada, ya que la corporación había tenido la esperanza de que su petición se aprobase con rapidez y sin oposición. «Cambiamos de táctica para dirigirnos a los que consideran a la Goliath anatema —dijo el señor Schitt-Hawse, un portavoz de la empresa—. Recientemente hemos logrado el perdón de alguien que nos había despreciado profundamente, alguien que cuenta por veinte según las propias reglas de contrición de DEDIOS. Pronto habrá más como ella.» El señor Armada claramente no se sintió impresionado y se limitó a decir: «Bien, ya veremos.»
¡Goliath Hoy!, 17 de julio de 1988
Subí rápidamente la calle hasta el estadio de cróquet para 30.000 espectadores, reflexionando profundamente. Esa mañana habían publicado las cifras de contrición de la Goliath y, gracias a mí y al Proyecto de Disculpa en Masa por Crimea, el cambio a religión no sólo parecía ya posible sino probable. El único aspecto positivo era que probablemente no se produjese hasta después de la Superhoop, por lo que cabía la posibilidad —confirmada por mi padre— de que la Goliath intentase comprar al equipo de Swindon. Y apuntar al capitán, Roger Kapok, era probablemente el mejor método.
Dejé atrás el aparcamiento VIP donde se exhibían en fila automóviles caros y le mostré al aburrido guardia de seguridad mi placa de OpEspec. Entré en el estadio y recorrí uno de los túneles de acceso hasta la parte superior, y desde allí miré al campo. En la distancia, los aros resultaban casi invisibles, pero sus posiciones quedaban indicadas por grandes círculos blancos pintados sobre el césped. La línea de las diez yardas cruzaba el césped de parte a parte y los «peligros naturales» —el jardín italiano hundido, los arbustos de rododendros y los parterres— destacaban con claridad. Cada «obstrucción» se había construido siguiendo meticulosamente las especificaciones de la Liga Mundial de Cróquet. Antes de cada partido se medía con exactitud la altura de los rododendros, los parterres se delimitaban con arbustos idénticos, se instalaban en el jardín las azucenas y la gran fuente de Minerva, idéntica a la de todos los campos del mundo, desde Dallas hasta Poona, desde Nairobi hasta Reykjavik.
Vi a los Mazos de Swindon dedicados a una dura sesión de entrenamiento. Roger Kapok se encontraba entre ellos, ladrando órdenes al equipo mientras todos corrían de acá para allá, haciendo girar los mazos peligrosamente cerca unos de otros. El cróquet a cuatro bolas podía ser un deporte peligroso, y manejar los mazos con poco espacio sin provocar heridas físicas de gravedad se consideraba una habilidad única en la Liga de Cróquet.
Bajé los escalones entre las filas de asientos, lo que casi acabó conmigo, porque a mitad de camino resbalé con una piel de plátano tirada con descuido y, de no haber sido por un juego de piernas habilidoso, me habría caído de cabeza contra los escalones de cemento. Mascullé una maldición, eché una mirada de furia a un encargado y entré en el campo.
—Bien —oí que decía Kapok al acercarme—, el sábado tenemos un encuentro importante y no quiero que nadie vaya pensando que vamos a ganar automáticamente porque lo haya predicho san Zvlkx. La semana pasada el hermano Thomas de York predijo una victoria por veinte puntos para los Lanzados de Battersea y los derrotaron de mala manera, así que al loro. No voy a consentir que el equipo confíe en el destino para ganar este encuentro... lo haremos con trabajo de equipo, dedicación y táctica. —Los jugadores reunidos emitieron gruñidos de aceptación y asintieron con la cabeza. Kapok siguió hablando—: Swindon nunca ha ganado la Superhoop, así que quiero que sea nuestra primera vez. Biffo, Smudger y Aubrey se encargarán como siempre de la ofensiva, y no quiero que nadie se caiga en el jardín hundido como pasa en todos los entrenamientos del martes. Los peligros están ahí para que perdáis las pelotas del oponente con golpes limpios y legales, y no quiero que los uséis para ningún otro propósito.
Kapok era un hombre corpulento, de pelo muy corto y nariz muy mal rota que llevaba con orgullo. Cinco años antes había recibido un pelotazo en la cara, cuando no eran obligatorios los cascos y las defensas corporales. Llevaba más de diez años en Swindon y, a sus treinta y cinco, se encontraba en el límite de edad para un jugador profesional de cróquet. Él y el resto de los miembros del equipo eran leyendas locales y, que se recordara, no habían tenido que pagar las bebidas en el pub... Pero fuera de Swindon eran prácticamente desconocidos.
—Thursday Next —dije, acercándome y presentándome—, OpEspec. ¿Podemos hablar?
—Claro. Descansad, chicos.
Le di la mano a Roger y nos fuimos hacia el parterre adyacente a la línea de las cuarenta yardas, junto a la apisonadora de jardín que, debido a un horrible accidente en la Copa PanPacífica del año pasado, ahora estaba acolchada.
—Soy un gran admirador suyo, señorita Next —dijo Roger, sonriendo de oreja a oreja y dejando al descubierto varios huecos en la dentadura—. Su trabajo en Jane Eyre fue asombroso. Me encantan las novelas de Charlotte Brontë. ¿No le parece que el personaje de Ginevra Fanshawe de Villette y el de Blanche Ingram de Jane Eyre son similares?
Efectivamente, me había dado cuenta, más que nada porque en realidad eran la misma persona, pero no me pareció que Kapok o cualquier otro tuviesen necesidad de conocer la economía del MundoLibro.
—¿En serio? —dije—. No me había dado cuenta. Vayamos al grano, señor Kapok. ¿Alguien ha intentado convencerle para no jugar el sábado?
—No. Y probablemente me ha oído decirle al equipo que haga caso omiso de la Séptima Revelación. Aspiramos a ganar por nosotros mismos y por Swindon. ¡Y ganaremos, tiene mi palabra!
Sonrió, con la resplandeciente sonrisa reconstruida de Roger Kapok que tantas veces había visto en las vallas publicitarias de Swindon, anunciándolo todo, desde pasta de dientes hasta pintura para el suelo. Su confianza era contagiosa y de pronto derrotar a los Machacadores de Reading me pareció, más que «completamente imposible», «bastante improbable».
—¿Y qué hay de usted? —pregunté, recordando la advertencia de mi padre al respecto de que sería el primero al que la Goliath trataría de atacar.
—¿Qué pasa conmigo?
—¿Permanecerá en el equipo pase lo que pase?
—¡Claro que sí! —respondió—. Ni los caballos salvajes podrían impedirme liderar la victoria de los Mazos.
—¿Prometido?
—Por mi honor. El código de los Kapok está en juego. Sólo la muerte me impedirá estar el sábado en el campo.
—Debería ser precavido, señor Kapok —dije—. La Goliath hará todo lo posible para garantizar una victoria de Reading en la Superhoop.
—Sé cuidar de mí mismo.
—No lo pongo en duda, pero aun así debería tener cuidado. —Callé, invadida por un súbito impulso infantil—. ¿Le importa... si doy un golpe? —Señalé su mazo y él dejó caer una bola azul al suelo.
—¿Jugaba?
—En el equipo de la universidad.
—¡Roger! —gritó uno de los jugadores a nuestra espalda. Se disculpó y yo me cuadré frente a la bola. Hacía años que no jugaba, pero sólo por falta de tiempo libre. Se trataba de un juego rápido y violento, muy diferente de su anticuado predecesor, aunque los peligros naturales, como los rododendros y los demás elementos de jardín, se mantenían desde la época en que no era más que un inofensivo juego de jardín. Con el pie hice rodar la bola para plantarla firmemente en la hierba. Mi antiguo entrenador de cróquet había sido un ex jugador de la liga llamado Alf Widdeershaine, que siempre me decía que la concentración era el ingrediente de los mejores jugadores de cróquet... y Alf debía saberlo bien porque había sido profesional con los Bombarderos de Slough y se había retirado con 7.892 carreras de aro, un récord todavía imbatido. Miré a lo largo del campo hasta el aro posterior de las cuarenta yardas. Desde donde estaba no era más grande que la punta de un dedo. Alf había hecho aro desde cincuenta yardas de distancia, pero mi mejor marca era de sólo veinte. Me concentré mientras agarraba el mango de cuero, luego levanté el mazo y descargué un tremendo golpe. Se oyó un restallido satisfactorio y la bola describió un arco bajo... directamente hacia los rododendros. Maldición. De haber sido en un partido, habría «perdido la bola» hasta el siguiente tercio. Me volví para comprobar si alguien había estado mirándome, pero por suerte no había sido así. En vez de eso, parecía que los miembros del equipo estaban enzarzados en un altercado. Dejé caer el mazo y corrí.
—¡No puedes irte! —gritaba Aubrey Jambe, defensa de aro—. ¿Qué pasa con la Superhoop?
—Os irá bien sin mí —imploró Kapok—, ¡de verdad!
Estaba junto a dos hombres trajeados que no parecían dedicarse al negocio del deporte. Les mostré la identificación.
—Thursday Next, OpEspec. ¿Qué pasa?
Los dos hombres se miraron. Habló el alto.
—Somos cazatalentos de los Meteoros de Gloucester y creemos que al señor Kapok le gustaría venir a jugar con nosotros.
—¿A menos de una semana de la Superhoop?
—Ya era hora de cambiar, señorita Next —dijo Kapok, mirando nerviosamente a su alrededor—. Creo que Biffo dirigirá el equipo mejor de lo que hubiese podido hacerlo yo. ¿No crees, Biffo?
—¿Qué hay de todos esos «caballos salvajes» y del «código de los Kapok»? —le increpé—. ¡Lo ha prometido!
—Necesito pasar más tiempo con mi familia —musitó Kapok, encogiéndose de hombros y claramente sin ganas de permanecer en el estadio ni un segundo más de lo estrictamente necesario—. Os irá bien... ¿No lo predijo san Zvlkx?
—¡Los videntes no son siempre fiables al cien por cien! Usted mismo lo ha dicho. ¿Quiénes sois realmente vosotros dos?
—No nos meta en esto —dijo el alto de los dos trajeados—. Nos limitamos a hacer una oferta... El señor Kapok decide si se queda o se va.
Kapok y los dos hombres se volvieron para irse.
—¡Kapok, por amor de Dios! —aulló Biffo—. ¡Los Machacadores nos dará de palos si tú no nos diriges!
Pero siguió caminando, con sus antiguos compañeros de equipo mirándole con decepción. Gruñeron y maldijeron un rato antes de que el director de los Mazos, un personaje larguirucho con un bigote fino y la piel muy blanca, bajara al césped y preguntara qué pasaba.
—¡Ah! —dijo al saber la noticia—. Lamento oírlo, pero ya que estáis todos reunidos probablemente sea el momento adecuado para comunicaros que me retiro por problemas de salud.
—¿Cuándo?
—Ahora mismo —dijo el director, y se fue corriendo. La Goliath estaba sacándole provecho a la mañana.
—Bien —dijo Aubrey tan pronto como se hubo ido—. ¿Ahora qué?
—Escuchad —dije—. No puedo contaros por qué es históricamente imperativo que ganéis la Superhoop. Ganaréis este encuentro porque debéis hacerlo. Es así de simple. ¿Puedes ser capitán? —pregunté, volviéndome hacia el jugador enorme llamado Biffo. Le había visto realizar «pases a ciegas» por los arbustos de rododendros con una precisión sobrenatural, y su tiro clásico a la estaca desde la línea de las sesenta yardas durante el partido de liga contra Southampton era sin duda uno de los Diez Mejores Grandes Momentos de la historia del cróquet. Claro que todo eso había sido hacía más de diez años, antes de que un mal placaje le torciese la rodilla. En la actualidad era defensa, protegiendo los aros de los golpeadores del otro equipo.
—Yo no —respondió con aire resignado.
—¿Smudger?
Smudger jugaba de delantero y se había especializado en rebotes aéreos. Su famoso doble aro en la eliminatoria Swindon-Gloucester en el 78 seguía todavía en el recuerdo de todos, a pesar de que no habían ganado ese partido.
—No.
—¿Alguien?
—Yo seré el capitán, señorita Next.
Era Aubrey Jambe. Había sido capitán en el pasado, antes de que una campaña mediática de acusaciones relacionadas con él y un chimpancé le hiciese renunciar.
—Bien.
—Pero vamos a necesitar un nuevo director —dijo Aubrey despacio—, y ya que parece ser tan apasionada, creo que es la candidata ideal.
Antes de comprender lo que decía ya había aceptado, lo que sentó muy bien a los jugadores. Habían recuperado un poco el ánimo. Agarré a Aubrey del brazo y lo llevé hasta el centro del césped para mantener nuestra primera reunión estratégica.
—Vale —dije—. Dime la verdad, Jambe, ¿qué posibilidades tenemos?
—Rozando lo imposible —respondió Aubrey con sinceridad—. Tuvimos que vender a nuestro mejor jugador al Glasgow para poder realizar todos los cambios exigidos por la Liga Mundial de Cróquet en el campo. Luego nuestro principal defensa, Lauren de Rematte, ganó un viaje increíble a África en uno de esos concursos por correo. Con la marcha de Kapok nos hemos quedado con diez jugadores, sin reservas, y hemos perdido al mejor golpeador. Biffo, Smudger, Snake, George y Johnno son buenos jugadores, pero los demás son de segunda categoría.
—Por tanto, ¿qué precisamos para ganar?
—Si todos los jugadores del equipo de Reading muriesen la misma noche y fuesen reemplazados por niños de nueve años en mala forma física, quizá tuviéramos una posibilidad.
—Demasiado difícil y probablemente sea ilegal. ¿Qué más?
Aubrey me miró desanimado.
—Cinco jugadores de calidad y tendríamos posibilidades.
Era mucho pedir. Si podían llegar hasta Kapok, podían ofrecer «incentivos» a cualquier otro jugador que se nos quisiese unir.
—Vale —dije—, déjalo en mis manos.
—¿Tiene un plan?
—Claro está —mentí, sintiendo cómo el manto de la dirección caía sobre mis hombros—, los nuevos ya casi han firmado. Además —añadí con cierta convicción artificial—, nos protege la Revelación.
23
Yaya Next
LOS MACHACADORES DE READING CONFÍAN EN GANAR LA SUPERHOOP
Tras la sorprendente renuncia esta tarde de Roger Kapok y Gray Fergunson, del equipo de croquet de Swindon, los Machacadores aparecen como casi seguros ganadores de la Superhoop este sábado, aunque la profecía de san Zvlkx diga lo contrario. A pesar de las noticias, los locales de apuestas se mostraban cautelosos y redujeron las posibilidades de los Mazos a 700-1. La señorita Thursday Next, la nueva directora de los Mazos, se negó a hablar de fracaso y dijo a los periodistas que Swindon triunfaría. Cuando la presionaron para explicar cómo lo lograría, declaró que la entrevista había terminado.
Swindon Evening Blurb, 18 de julio de 1988
—¿Eres la directora de los Mazos? —me preguntó Bowden con incredulidad—. ¿Qué le ha pasado a Gray Fergunson?
—Le compraron, le sobornaron, le asustaron... ¿quién sabe? —le contesté.
—Te gusta mantenerte ocupada, ¿no? ¿Eso significa que no me podrás ayudar a sacar de Inglaterra los libros prohibidos?
—No temas por eso —le garanticé—. Encontraré la forma.
Hubiese querido sentir tanta confianza. Le dije a Bowden que le vería al día siguiente y me fui caminando, sólo para ser interceptada por el muy concienzudo mayor Drabb, que me dijo con gran eficiencia que él y su escuadrón habían rebuscado de arriba abajo en la biblioteca Albert Schweitzer sin encontrar ni un solo libro danés. Le felicité por su diligencia y le dije que volviese a hablar conmigo al día siguiente. Me dedicó un saludo perfecto, me entregó un informe escrito de treinta y dos páginas y se fue.
Yaya se encontraba en el jardín del Asilo Crepuscular Goliath cuando pasé por allí de camino a casa. Iba vestida con un vestido de guinga azul y regaba las flores.
—He oído la noticia por la radio. ¡Felicidades!
—Gracias —respondí sin entusiasmo, tirándome en una enorme silla de mimbre—. No tengo ni idea de por qué me ofrecí voluntaria para dirigir los Mazos... ¡No tengo ni idea sobre cómo se lleva un equipo de cróquet!
—Quizá sólo hagan falta fe y convicción... —respondió, inclinándose para llegar hasta una rosa—. Dos rasgos de personalidad en los que creo, si me permites decirlo, que destacas.
—La fe no va a hacer aparecer a cinco excelentes jugadores de cróquet, ¿no?
—Te sorprendería lo que puede lograr la fe. Después de todo, tienes de tu lado la Revelación de san Zvlkx.
—El futuro no está decidido, Yaya. Podemos perder, y probablemente perdamos.
Me reprendió.
—¡Bien! ¡Sí que estamos quejicas esta mañana! ¿Qué importa si perdéis? ¡Después de todo, no es más que un juego!
Me hundí aún más.
—Si no fuese más que un juego no me preocuparía. Así lo ve mi padre: Kaine se proclamará dictador tan pronto como el presidente Formby muera, el próximo lunes. En cuanto se haga con el poder ejecutivo se embarcará en una guerra que terminará en un Armagedón de Nivel III que acabará con toda la vida del planeta. No podemos impedir que el presidente muera, pero podemos, insiste mi padre, evitar la guerra mundial simplemente ganando la Superhoop.
Yaya se sentó en la silla de mimbre que había a mi lado.
—Y además tengo a Hamlet —añadí, frotándome las sienes—. Las alegres comadres de Windsor ha lanzado una opa hostil y, si no encuentro pronto a un clon de Shakespeare, no habrá Hamlet al que Hamlet pueda volver. La Goliath ha vuelto a engañarme. No sé cómo lo hicieron, pero fue como si me sorbiesen el libre albedrío por los ojos. Dijeron que recuperaría a Landen; pero la verdad, tengo mis dudas. Y tengo que sacar ilegalmente de Inglaterra diez camiones de libros prohibidos.
Concluida la parrafada, suspiré y guardé silencio. Yaya permaneció pensativa un rato y, tras aparentemente llegar a una conclusión importante, anunció:
—¿Sabes qué deberías hacer?
—¿Qué?
—Retira a Smudger de la defensa y colócale como apoyo al aro medio. Jambe debería ser el golpeador, como siempre, pero Biffo...
—¡Yaya! No has prestado atención a nada de lo que he dicho, ¿verdad?
Me acarició la mano.
—Claro que sí. Hamlet intenta sacar a las alegres comadres de Inglaterra sorbiéndoles los ojos, lo que llevaría a un Armagedón y a la muerte del presidente, ¿no?
—Da igual. ¿Qué tal te va a ti? ¿Has encontrado los diez libros más aburridos?
—Así es —respondió—, pero me resisto a terminar de leerlos porque tengo la sensación de que queda un último momento de epifanía en mi vida que se me revelará justo antes de mi muerte.
—¿Qué tipo de epifanía?
—No lo sé. ¿Quieres jugar al Scrabble?
Así que Yaya y yo jugamos al Scrabble. Pensé que yo iba ganando hasta que ella logró encajar «zoquete» como triple de palabra y a partir de ahí fui cuesta abajo. Perdí con 319 puntos contra sus 503.
24
De vuelta a casa
DINAMARCA ES RESPONSABLE DEL HONGO HOLANDÉS
«La enfermedad del hongo holandés que afecta a los olmos es todo menos holandesa», fue la contundente afirmación realizada por un técnico forestal la semana pasada. «Durante muchos años hemos culpado a los holandeses de la enfermedad del hongo holandés —declaró Jeremy Acom, principal portavoz de la Instalación de Investigación Forestal Pino Nudoso—. La llamada enfermedad del hongo holandés, que mató a mediados de los setenta casi todos los olmos de Inglaterra, se creía originaria de Holanda, de ahí el nombre.» Pero nuevas investigaciones ponen en duda esa hipótesis. «Empleando técnicas de las que no disponíamos en los setenta, hemos descubierto pruebas que sugieren que esa enfermedad se originó en Dinamarca.» El señor Acorn añadió: «No tenemos pruebas directas para afirmar que Dinamarca esté implicada en el diseño y dispersión de armas contra los árboles, pero debemos mantener la mente abierta. En Inglaterra hay muchos robles y abedules que en este momento están desprotegidos ante cualquier ataque.» Guerra Forestal... ¿Deberíamos preocuparnos? Información completa en la página nueve.
Arboreal Times, 17 de julio de 1988
Corrí a casa para llegar antes que mi madre, porque no estaba muy segura sobre cómo reaccionaría si encontraba a Friday al cuidado de una gorila. Era posible que no le pareciese ningún problema, pero tampoco quería arriesgarme.
Horrorizada, comprobé que mamá había llegado antes que yo... y no sólo ella. Una enorme multitud de periodistas se había congregado frente a la casa, aguardando el retorno de la nueva directora de los Mazos, y sólo después de haber respondido con un millar de «sin comentarios» pude llegar hasta ella, justo cuando metía la llave en la cerradura de la puerta principal.
—Hola, madre —dije, prácticamente sin aliento.
—Hola, hija.
—¿Entras?
—Es lo que hago habitualmente al llegar a casa.
—¿No estás pensando en ir de compras? —le propuse.
—¿Qué escondes?
—Nada.
—Bien.
Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta mirándome inquisitiva. La dejé atrás corriendo hacia el salón, donde Melanie dormía en el sofá, con los pies apoyados en la mesita de café y Friday roncando feliz sobre su pecho. Cerré la puerta rápidamente.
—¡Duerme! —le susurré a mi madre.
—¡El corderito! Vamos a echar un vistazo.
—No, mejor le dejamos en paz. Tiene el sueño ligero.
—Puedo mirar muy en silencio.
—Quizá no lo suficiente.
—Entonces miraré por la puerta de servicio.
—¡No...!
—¿Por qué no?
—Está atascada. Imposible abrirla. Te lo quería decir esta mañana pero se me olvidó. ¿Recuerdas que Anton y yo solíamos meternos por ella? ¿Tienes aceite?
—La puerta de servicio nunca se ha atascado...
—¿Te apetece té? —pregunté con alegría, probando con una distracción que para mi madre sería irresistible—. Tengo que contarte un problema sentimental. ¡Quizá tú puedas ayudarme!
Por desgracia, me conocía demasiado bien.
—Ahora estoy segura de que ocultas algo. ¡Déjame...!
Intenté pasar, pero se me ocurrió una genialidad.
—No, madre, los avergonzarás... y tú también sentirás vergüenza.
Se detuvo.
—¿A qué te refieres?
—Es Emma.
—¿Emma? ¿Qué le pasa?
—Emma... y Hamlet.
Puso cara de conmoción y se tapó la boca con la mano.
—¿Ahí dentro? ¿En mi sofá?
Asentí.
—¿Haciendo... ya sabes? ¿Los dos... juntos?
—Y muy desnudos... pero antes plegaron el antimacasar —añadí, para no alterarla demasiado.
Agitó la cabeza con tristeza.
—No está bien, ya sabes, Thursday.
—Lo sé.
—Es tremendamente inmoral.
—Mucho.
—Bien, vamos a tomar esa taza de té y puedes contarme ese problema sentimental tuyo... ¿Es por Daisy Mutlar?
—No... no tengo problemas sentimentales.
—Pero ¿dijiste...?
—Sí, madre, era una excusa para impedirte toparte con Emma y Hamlet.
—Oh —dijo al comprender—. Bien, de todas formas vamos a tomar el té.
Suspiré aliviada y mi madre entró en la cocina... para encontrarse con Hamlet y Emma que charlaban lavando los platos. Se detuvo en seco y los miró fijamente.
—¡Es repugnante! —dijo al fin.
—¿Disculpe? —preguntó Hamlet.
—Lo que están haciendo en mi salón... en mi sofá.
—¿Qué estamos haciendo, señora Next? —preguntó Emma.
—¿Qué están haciendo? —dijo ofendida mi madre, alzando la voz—. Les diré lo que están haciendo. Bien, no lo haré porque es demasiado... vengan, echen un vistazo.
Y antes de que pudiese detenerla abrió la puerta del salón para mostrar a... Friday, solo, dormido sobre el sofá. Mi madre puso cara de confusión y me miró.
—Thursday, ¿qué está pasando?
—No puedo ni explicármelo —respondí, preguntándome dónde habría ido Melanie. Era una sala grande, pero no tanto como para ocultar a un gorila. Metí la cabeza y comprobé que las puertas que daban al jardín estaban entreabiertas—. Ha debido de ser un efecto óptico.
—¿Un efecto óptico?
—Sí. ¿Puedo?
Cerré la puerta y me quedé helada al ver a Melanie recorriendo el jardín de puntillas, perfectamente visible por las ventanas de la cocina.
—¿Cómo puede ser un efecto óptico?
—No estoy del todo segura —dije balbuceando—. ¿Has cambiado las cortinas? Parecen diferentes.
—No. ¿Por qué no querías que mirase en el salón?
—Porque... porque... porque le pedí a la señora Beatty que cuidase de Friday y sabía que a ti te parecería mal, pero ya se ha ido y todo está bien.
—¡Ah! —dijo mi madre, satisfecha al fin. Suspiré aliviada. Me había librado.
—¡Cielos! —dijo Hamlet señalando con el dedo—. ¿Hay un gorila en el jardín?
Todos los ojos se dirigieron al exterior, donde Melanie se había parado con la pierna levantada sobre las clavellinas. Se quedó en suspenso, nos dedicó una sonrisa avergonzada y saludó con la mano.
—¿Dónde? —dijo mi madre—. Yo sólo veo a una mujer extremadamente velluda caminando de puntillas entre mis clavellinas.
—Es la señora Bradshaw —musité, dedicándole a Hamlet una mirada furibunda—. Ha estado ayudándome con el niño.
—Bien, no la dejes vagar por el jardín, Thursday... ¡Dile que pase!
Mamá dejó la compra y se puso a llenar el calentador de agua.
—La pobre señora Bradshaw debe pensar que somos abominablemente poco hospitalarios... ¿Crees que le apetecerá un trozo de Battenberg?
Hamlet y Emma me miraron y yo me encogí de hombros. Le hice un gesto a Melanie para que entrase en casa y se la presenté a mi madre.
—Encantada de conocerla —dijo Melanie—, tiene un nieto encantador.
—Gracias —respondió mi madre, como si el esfuerzo hubiese sido totalmente suyo—. Lo hago lo mejor que puedo.
—Acabo de regresar de Trafalgar —dije, volviéndome hacia lady Hamilton—. Papá ha restaurado a su esposo y dice que la recogerá mañana a las ocho y media.
—¡Oh! —dijo ella, sin el entusiasmo que yo había esperado—. Es... una noticia maravillosa.
—Sí —añadió Hamlet más bien hosco—, una noticia maravillosa.
Se miraron.
—Será mejor que vaya a hacer las maletas —dijo Emma.
—Sí —respondió Hamlet—. Te echaré una mano.
Y los dos salieron de la cocina.
—¿Qué les pasa? —preguntó Melanie, sirviéndose un trozo del pastel que le habían ofrecido y sentándose en una silla, que crujió ominosamente.
—Mal de amores —respondí. Y creo que así era.
—Bien, señora Bradshaw —dijo mi madre, poniéndose seria—, hace poco me he convertido en agente de algunos productos de belleza, muchos de los cuales son totalmente inadecuados para las personas calvas... si me comprende.
—¡Ooooh! —exclamó Melanie, inclinándose para prestar atención. Sí que tenía un problema de vello facial. Lo contrario habría sido raro, tratándose de una gorila... y nunca había tenido la oportunidad de hablar con una consejera de belleza. Probablemente mamá también acabase intentando venderle Tupperware.
Fui al piso de arriba, donde Hamlet y Emma discutían. Ella parecía estar diciéndole que su «querido almirante» la necesitaba más que nadie, y Hamlet decía que se fuera a vivir con él a Elsinore y que «Ofelia puede irse al infierno».
Emma replicó que no era una solución muy práctica y luego Hamlet recitó un discurso extremadamente largo e ininteligible que creo que significaba que nada en el mundo real es simple o fácil, que lamentaba el día en que abandonó su obra y que estaba seguro de que Ofelia discutía asuntos de Estado con Horacio cuando él les daba la espalda.
A continuación Emma se confundió, pensando que se metía con su Horacio, y cuando él le explicó que se trataba de su amigo Horacio ella cambió de opinión y le dijo que se iría con él a Elsinore, pero a Hamlet se le ocurrió que quizá, después de todo, no fuese tan buena idea, y recitó otro largo monólogo, hasta que Emma se aburrió y bajó a tomarse una cerveza y volvió a subir antes de que él se diese cuenta de que se había ido. Al cabo de un rato, Hamlet consiguió hablar hasta quedar paralizado sin haber tomado ninguna decisión... lo que no dejaba de estar bien, porque no había obra a la que pudiese regresar.
Precisamente reflexionaba sobre si realmente sería posible dar con un clon de Shakespeare cuando oí un gritito. Volví a bajar y me encontré a Friday pestañeando en la puerta del salón, despeinado y soñoliento.
—¿Has dormido bien, hombrecito?
—Sunt in culpa qui officia deserunt mollit —respondió, lo que yo decidí que significaba: «He dormido muy bien y ahora preciso un tentempié para aguantar las próximas dos horas.»
Regresé a la cocina, con una sensación de incordio en la cabeza. Por algo que había comentado mamá. O por algo que había dicho Stiggins. ¿O había sido Emma? A Friday le preparé un bocadillo de crema de chocolate, que procedió a restregarse por toda la cara.
—Creo que tengo el color justo para usted —dijo mi madre, encontrando un tono gris de pintura de uñas que armonizaba con el pelaje negro de Melanie—. Cielos... ¡vaya unas uñas fuertes!
—Ya no escarbo tanto como antes —respondió Melanie con ojos nostálgicos—. A Trafford no le gusta. Cree que los vecinos chismorrean.
El corazón se me paró un momento y grité espontáneamente:
—¡Ahhhhhhhhh!
Mi madre dio un respingo, pintó una línea en la mano de Melanie y derramó el contenido de la botellita sobre su vestido de topos.
—¡Mira lo que me has hecho hacer! —me recriminó. Melanie tampoco parecía muy contenta.
—Posh, Murray Posh, Daisy Posh, Daisy Mutlar... ¿Por qué hace un momento has nombrado a Daisy Mutlar?
—Bien, porque me ha parecido que te molestaría saber que seguía por aquí.
Daisy Mutlar era la mujer con la que Landen estuvo a punto de casarse durante nuestra separación forzada de diez años. Pero eso no era lo importante. Lo importante era que sin Landen nunca habría habido una Daisy. Y si Daisy andaba por aquí, entonces Landen también...
Me miré la mano. En el dedo tenía... un anillo. Un anillo de casada. I ,o subí hasta el nudillo para dejar al descubierto una zona blanca. Daba la impresión de que siempre lo había llevado puesto. Y si así era...
—¿Dónde está Landen?
—Me imagino que en su casa —dijo mi madre—. ¿Te quedas a cenar?
—Entonces... ¿no está erradicado?
Mi madre pareció confundida.
—¡Buen Dios, no!
Entrecerré los ojos.
—Luego, ¿nunca he visitado Erradicaciones Anónimas?
—Claro que no, cariño. Ya sabes que la señora Beatty y yo somos las únicas que nos reunimos... y la señora Beatty sólo viene a consolarme. ¿De qué diablos estás hablando? ¡Vuelve! ¿Adónde...?
Abrí la puerta y di dos pasos por el sendero del jardín antes de recordar que había dejado a Friday, así que fui por él, descubrí que a pesar del babero se había ensuciado de chocolate, le puse el jersey sobre la camiseta, vi que también se lo había manchado, le puse uno limpio, le cambié el pañal y... no tenía calcetines.
—¿Qué haces, cariño? —preguntó mi madre mientras yo rebuscaba en la cesta de la colada.
—Es Landen —le solté emocionada—, le erradicaron y ahora ha vuelto, y es como si no se hubiese ido nunca y quiero que conozca a Friday, pero Friday va demasiado pringoso para conocer a su padre.
—¿Erradicado? ¿Landen? ¿Cuándo? —preguntó incrédula mi madre—. ¿Estás segura?
—¿No es ése precisamente el objetivo de la erradicación? —respondí, habiendo encontrado seis calcetines, todos diferentes—. Nadie llega a enterarse. Puede que te sorprenda saber que, en una época, Erradicaciones Anónimas tuvo cuarenta o más miembros. Cuando yo asistí eran menos de diez. Hiciste un gran trabajo, madre. Todos te estarían muy agradecidos... si pudiesen recordarlo.
—¡Oh! —dijo mi madre en un poco habitual momento de claridad mental—. Entonces... cuando los erradicados regresan es como si no se hubiesen ido nunca. Por tanto: el pasado se rescribe automáticamente para tener en cuenta la no erradicación.
—Bien, sí... más o menos.
Puse dos calcetines cualesquiera en los pies de Friday, que me complicó la tarea separando los dedos. Luego di con sus zapatos, uno de los cuales estaba bajo el sofá y el otro en el estante superior de la librería. Después de todo, Melanie se había estado subiendo a los muebles. Di con un cepillo y le arreglé el pelo al niño, intentando desesperadamente aplanar un mechón rígido que olía sospechosamente a frijoles cocidos. No lo logré y renuncié. Luego le lavé la cara, cosa que no le gustó nada. Estaba saliendo por la puerta cuando me vi en el espejo y corrí escaleras arriba. Dejé a Friday en la cama, me puse una camiseta y unos vaqueros limpios e intenté hacer algo, lo que fuese, con el pelo corto.
—¿Qué opinas? —le pregunté a Friday, que me esperaba sentado en el aparador, mirándome.
—Aliquippa ex consequat.
—Espero que eso signifique: «Estás encantadora, mamá.»
—Mollit anim est laborum.
Me puse la chaqueta, salí de la habitación, volví a entrar para cepillarme los dientes y recoger el oso polar de Friday, volví a salir por la puerta y le dije a mamá que posiblemente no volviese esa noche.
Todavía tenía el corazón desbocado cuando salí a la calle, pasé de los periodistas, metí a Friday en el asiento del pasajero del Speedster, quité la capota (bien podíamos llegar con estilo) y le até. Metí la llave en el contacto y entonces...
—No conduzcas, mamá.
Friday habló. Me quedé muda un segundo, con la mano puesta en el contacto.
—¿Friday? —dije—. ¿Estás hablando?
Y a continuación el corazón se me congeló. Me miraba con la expresión más seria que hubiese visto nunca en un niño de dos años. Y sabía por qué. Cindy. Era el día del segundo intento de asesinato. Con tantas emociones lo había olvidado. Aparté cuidadosamente la mano de la llave sin sacarla y allí me quedé, con el intermitente parpadeando, los pilotos del aceite y de la batería encendidos. Solté cuidadosamente a Friday y, luego, sin ganas de abrir ninguna portezuela, salí por encima y me lo llevé. Había faltado poco.
—Gracias, cariño, te debo una... pero ¿por qué has esperado hasta ahora para decir nada?
No respondió... se limitó a meterse los dedos en la boca y chuparlos inocentemente.
—Eres de los fuertes y silenciosos, ¿eh? Vamos, chico maravilla, llamemos a OE-14.
La policía bloqueó la carrera y el equipo de artificieros llegó veinte minutos más tarde, para deleite de periodistas y equipos de televisión. Casi de inmediato estuvimos en directo en todas las cadenas, que relacionaban el equipo de artificieros con mi nuevo trabajo como directora de los Mazos y respondían con elucubraciones a todas las incógnitas o, en un caso, con una invención muy ingeniosa.
Los cuatro kilos de explosivos estaban conectados al motor de arranque. Un segundo más y Friday y yo habríamos tenido que llamar a las puertas celestiales. Cuando hice mis declaraciones saltaba de impaciencia. No les conté que aquél era el segundo de tres intentos de asesinato, ni tampoco les conté que el tercer intento se produciría al final de la semana. Pero me lo apunté en la mano para no olvidarlo.
—Revendedora —les dije—, sí, suena raro... no sé por qué. Bien, sí... pero son sesenta y ocho si contamos a Samuel Pring. ¿La razón? Quién sabe. Yo fui la Thursday Next que cambió el final de Jane Eyre. ¿No lo ha leído? ¿Prefiere El profesor? No importa. Está en mi expediente. No, soy de OE-27. Victor Analogy. Se llama Friday. Tiene dos años. Sí, es muy mono, ¿verdad? ¿En serio? Felicidades. No, me encantaría ver las fotos. ¿Su tía? ¿En serio? ¿Me puedo ir ya?
Una hora más tarde me dejaron irme, por lo que encajé a Friday en su carrito y le empujé rápidamente hasta casa de Landen. Llegué algo acalorada y tuve que pararme para recuperar el aliento y ordenar las ideas. La casa estaba donde recordaba. El macetero de Tickia orologica del porche había desaparecido, así como el saltador. Tras unas cortinas de muy buen gusto veía movimiento. Me enderecé la camisa, intenté alisar el pelo de Friday, recorrí el sendero del jardín y llamé a la puerta. Sentía las palmas calientes y sudorosas y no podía controlar la sonrisa estúpida que tenía pintada en la cara. Cargaba con Friday con la intención de producir mayor efecto dramático y me lo pasé a la otra cadera porque pesaba un poco. Después de lo que me parecieron varias horas pero fueron, sospecho, menos de diez segundos, la puerta se abrió y apareció... Landen, tan alto, guapo y extraordinario como le había deseado ver en los últimos años. No era como le recordaba... era mucho mejor. Mi amor, mi vida, el padre de mi hijo... humano. Sentía que las lágrimas empezaban a acumulárseme en los ojos e intenté decir algo pero sólo pude emitir una estúpida tos nasal. El me miró y yo le miré, luego él me miró más, y yo le miré más, luego pensé que quizá no me reconocía con el pelo corto, así que intenté pensar en algo gracioso, ingenioso e inteligente para decirle pero, como no se me ocurrió nada, me cambié a Friday a la otra cadera porque cada segundo pesaba más y dije, bastante estúpidamente:
—Soy Thursday.
—Sé quién eres —dijo sin sentimiento—. Tienes la cara muy dura, ¿no?
Y me cerró la puerta en las narices.
Quedé conmocionada durante un momento y tuve que ordenar mis ideas antes de volver a llamar al timbre. Se produjo otra pausa que pareció durar una hora pero que sospecho que sólo fue mínimamente mayor que la anterior, de trece segundos como mucho, antes de que se abriese la puerta.
—Vaya —dijo Landen—, pero si es Thursday Next.
—Y Friday —respondí—, tu hijo.
—Mi hijo —respondió Landen, sin mirarle a sabiendas—, vale.
—¿Qué pasa? —pregunté, empezando a sentir las lágrimas—. ¡Creía que estarías encantado de verme!
Suspiró largamente y se frotó la frente.
—Es difícil.
—¿Qué es difícil? ¿Cómo puede ser difícil?
—Bien —dijo—, hace dos años y medio desapareciste de mi vida. No supe nada de ti. Ni una postal, ni una carta, ni una llamada de teléfono, nada. ¡Y ahora te presentas a mi puerta como si no hubiese pasado nada y yo debería estar encantado de verte!
Más o menos suspiré de alivio. Más o menos. De alguna forma siempre había imaginado que la deserradicación de Landen sería como vernos tras una larga ausencia. Nunca había pensado que Landen no sabría que había sido erradicado. Cuando desapareció nadie sabía que había existido, y ahora que había vuelto nadie sabía que se había ido. Ni siquiera él.
—¿Has oído hablar de las erradicaciones? —pregunté.
Asintió.
Respiré hondo.
—Bien, hace dos años y medio, un miembro cronupto de OE-12 te hizo matar a los dos años en un accidente. Fue un intento de chantaje por parte de un miembro de la Corporación Goliath llamado Brik Schitt-Hawse.
—Le recuerdo.
—Vale. Y quería que sacase a su hermanastro de El cuervo, donde Bowden y yo le habíamos encerrado.
—Eso también lo recuerdo.
—Vale. Así que de pronto tú no existías. Nada de lo que habíamos hecho juntos había sucedido. Intenté recuperarte yendo con mi padre a tu accidente de 1947. Nos lo impidieron y decidí vivir en el interior de la ficción hasta que el pequeño Friday naciera, para volver cuando estuviese preparada. Cosa que ha pasado ahora. Fin de la historia.
Nos miramos mutuamente un buen rato, que bien podría haber sido una hora pero que probablemente fuesen sólo veinte segundos, volví a cambiar a Friday de cadera y al fin él dijo:
—El problema, Thursday, es que ahora las cosas han cambiado. Desapareciste de mi vida. No estabas. Tuve que seguir adelante.
—¿A qué te refieres? —pregunté, sintiendo unas náuseas súbitas.
—Bien, lo que pasa es —añadió lentamente— que pensé que no ibas a volver. Así que me casé con Daisy Mutlar.
«Melanie se había parado con la pierna levantada sobre las clavellinas. Se quedó en suspenso, nos dedicó una sonrisa avergonzada y saludó con la mano.»
25
Dificultades prácticas con respecto a la deserradicación
SE BUSCA PERSONA DANESA
Ayer se buscaba a un hombre de apariencia danesa en relación con el robo a mano armada del Primer Banco de la Goliath en Banbury. El hombre, descrito como «de apariencia danesa», entró en el banco a las 9.35 y exigió que el cajero le hiciese entrega de todo el dinero. Robó quinientas libras esterlinas y una pequeña cantidad de coronas danesas que se encontraban en el departamento de moneda extranjera. La policía describió la pequeña suma de coronas como «especialmente importante» y juró acabar con la amenaza de la criminalidad danesa tan pronto como sea posible. Se advierte a la población que esté atenta a cualquier individuo de apariencia danesa, y que comunique a la policía la presencia de cualquier danés que actúe de forma sospechosa o, si eso no es posible, la de cualquier danés.
The Toad, 15 de julio de 1988
—¿Hiciste qué?
—Bien, desapareciste sin dejar rastro. ¿Qué se suponía que debía hacer?
No podía creerlo. El cabroncete había buscado consuelo en los brazos de una vaca miserable que ni siquiera se merecía cargar con su equipaje, y menos aún ser su esposa. Le miré sin habla. Es incluso posible que en algún momento me quedase boquiabierta, y estaba considerando si echarme a llorar, matarle con las manos desnudas, cerrar la puerta, gritar o hacer simultáneamente todo lo anterior cuando me di cuenta de que Landen hacía lo que hace cuando intenta no reírse.
—Montón cojo de mierda —dije al fin, sonriendo por el alivio—. ¡No te has casado!
—Pero te he engañado un rato, ¿eh? —Sonrió.
Ahora sí que estaba furiosa.
—¿Por qué has tenido que hacerme esta broma estúpida? ¡Sabes que voy armada y soy inestable!
—¡No es más estúpida que tu absurda historia de que fui erradicado!
—No es una historia absurda.
—Lo es. Si me hubiesen erradicado, entonces no existiría este pequeñín...
Dejó de hablar y de pronto toda queja desapareció en cuanto Friday se convirtió en el centro de su atención. Landen miró a Friday y Friday miró a Landen. Yo los miré por turnos, luego, sacándose los dedos de la boca, Friday dijo:
—Culo.
—¿Qué ha dicho?
—No estoy segura. Me parece una palabra que aprendió de san Zvlkx.
Landen le pellizcó la nariz a Friday.
—Bip —dijo Landen.
—Tetas —dijo Friday.
—Erradicado, ¿eh?
—Sí.
—Es la historia más absurda que he oído en toda mi vida.
—No te lo discuto.
Pausa.
—Demasiado extraña, supongo, para no ser cierta.
Nos aproximamos al mismo tiempo y me di con su barbilla en la cabeza. Se oyó un chasquido cuando sus dientes se juntaron y gritó de dolor... creo que se mordió la lengua. Era como había dicho Hamlet. En el mundo real nada es nunca fácil ni sencillo. Él lo odiaba precisamente por esa razón... a mí me encantaba.
—¿Qué tiene tanta gracia? —me preguntó Landen.
—Nada —respondí—, recordaba algo que dijo Hamlet.
—¿Hamlet? ¿Aquí?
—No... en casa de mamá. Tiene una aventura con Emma Hamilton, cuyo novio, el almirante Nelson, intentó suicidarse.
—¿Con qué método?
—La Armada francesa.
—No... no —dijo Landen agitando la cabeza—. Por ahora me limitaré a una única historia absurdamente ridícula. Escucha, soy escritor y a mino se me ocurrirían tantas gili... quiero decir, tantas tonterías como las que te pasan a ti.
Friday logró quitarse un zapato a pesar de los mejores esfuerzos de mi doble nudo y en aquel momento tiraba del calcetín.
—Un chico guapo, ¿eh? —dijo Landen tras una pausa.
—Se parece a su padre.
—No... a su madre. ¿Tiene el dedo permanentemente encajado en la nariz?
—Casi siempre. Se llama «la búsqueda». Es un pasatiempo que ha mantenido a los niños entretenidos desde el comienzo de los tiempos. Ya basta, Friday.
Se sacó el dedo con un pop casi audible y le entregó el oso polar a Landen.
—Ullamco laboris nisi ut aliquip.
—¿Qué ha dicho?
—No lo sé —respondí—. Es algo llamado Lorem ipsum... una especie de pseudolatín que los tipógrafos emplean para crear bloques de texto realista.
Landen alzó las cejas.
—No estás de broma, ¿verdad?
—Lo usan mucho en el Pozo de las Tramas Perdidas.
—¿El qué?
—Es el lugar donde la ficción...
—¡Basta! —dijo Landen, manoseando una palmada—. No puedo permitir que sigas soltando historias ridículas en la puerta. Pasa y cuéntamelas dentro.
Negué con la cabeza y le miré fijamente.
—¿Qué pasa?
—Mi madre me dijo que Daisy Mutlar había vuelto a la ciudad.
—Por lo visto trabaja aquí.
—¿En serio? —pregunté con suspicacia—. ¿Cómo lo sabes?
—Trabaja para mi editor.
—¿Y no la has estado viendo?
—¡Qué va!
—¿Me lo juras por lo más sagrado?
Alzó la mano.
—Por el honor de los exploradores.
—Vale —dije despacio—. Te creo.
Me toqué los labios.
—No entro hasta que no me des uno aquí.
Sonrió y me abrazó. Nos besamos muy delicadamente y me estremecí.
—Consequat est laborum —dijo Friday, participando en el abrazo.
Entramos en la casa y dejé a Friday en el suelo. Sus ojos entrenados examinaron la casa en busca de cualquier cosa que pudiese echarse por encima.
—¿Thursday?
—¿Sí?
—Admitamos por pura conveniencia que fui erradicado.
—¿Sí?
—Entonces, ¿todo lo sucedido desde la última vez que nos vimos en el exterior del edificio de OpEspec no ha sucedido en realidad?
Le abracé con fuerza.
—Sucedió, Land. No debería haber sucedido, pero sucedió.
—Entonces, ¿el dolor que sentí fue real?
—Sí. Yo también lo sentí.
—Entonces me perdí cómo te hinchabas... Por cierto, ¿tienes fotos?
—No creo. Pero juega bien tus cartas y te enseñaré las marcas.
—Me mata la impaciencia.
Volvió a besarme y miró a Friday con una sonrisa desquiciada.
—¿Thursday?
—¿Qué?
—¡Tengo un hijo!
Decidí corregirle.
—No... ¡Tenemos un hijo!
—Cierto. Bien —dijo frotándose las manos—. Supongo que será mejor cenar algo. ¿Te sigue gustando el pastel de pescado?
Se oyó un estallido cuando Friday chocó con un jarrón del salón y lo derribó. Así que recogí los destrozos mientras me disculpaba, y Landen dijo que daba igual pero cerró la puerta del despacho. Nos preparó la cena y nos pusimos al día sobre lo que hacía mientras no estaba erradicado —si eso tiene sentido— y yo le hablé de la señora Bigarilla, las tormentas de palabras, Melanie y todo lo demás.
—Así que un gramásito es una forma de vida parásita que vive en el interior de los libros.
—Básicamente.
—¿Y si no encuentras un clon de Shakespeare perderemos Hamlet?
—Sí.
—¿Y la Superhoop está indisociablemente relacionada con evitar una guerra termonuclear?
—Lo está. ¿Puedo venir a vivir aquí?
—He conservado el cajón de los calcetines justo como a ti te gusta.
Sonreí.
—¿Alfabéticamente, de izquierda a derecha?
—No, arco iris, violeta a la derecha... ¿o así es como le gustaba a Daisy? ¡Ah! ¡Bromeaba! No tienes sentido del... ¡Ah! ¡Para! ¡Déjalo! ¡No! ¡Ay!
Pero era demasiado tarde. Le tenía bloqueado en el suelo e intentaba hacerle cosquillas. Friday se chupó los dedos y miró, disgustado, mientras Landen lograba soltar mis manos, se daba la vuelta y me hacía cosquillas a mí, cosa que no me gustaba en absoluto. Después de un rato nos convertimos en un amasijo de risas tontas.
—Bien, Thursday —dijo, ayudándome a ponerme en pie—, ¿te quedas esta noche?
—No.
—¿No?
—No. Me voy a mudar y a quedarme para siempre.
Usamos el dormitorio de invitados para acostar a Friday. Le preparamos una especie de cuna. Estaba encantado de dormir casi en cualquier parte siempre que tuviese su oso polar. Se había quedado en casa de Melanie y, en una ocasión, en la de la señora Bigarilla, que era cálida, acogedora y olía a musgo, palitos y detergente en polvo. Incluso había dormido en la isla del Tesoro durante una visita que había hecho el año anterior para resolver el problema de la cabra de Ben Gunn... Long John le había hablado hasta dormirlo, algo que se le daba muy bien.
—Bien —dijo Landen mientras nos dirigíamos a nuestro dormitorio—, son muchas las necesidades de un hombre...
—¡Déjame adivinar! ¿Quieres que te frote la espalda?
—Por favor. Justo ahí donde lo hacías tan bien. Lo echo mucho de menos.
—¿Nada más?
—No, nada. ¿Por qué, pensabas en algo?
Me reí mientras él me acercaba. Le olí. Podía recordar razonablemente bien su aspecto y el sonido de su voz, pero no el olor. Percibí algo instantáneamente reconocible en cuanto apoyé la cara en los pliegues de su camisa, algo que me trajo recuerdos de noviazgo, picnic y pasión.
—Me gustas con el pelo corto —dijo Landen.
—Bien, a mí no me gusta —respondí—, y si me lo revuelves una vez más de esa forma te clavaré un dedo en el ojo.
Nos tendimos en la cama y él me sacó lentamente la sudadera por la cabeza. Se quedó prendida en el reloj y fue cómico cuando tiró con suavidad intentando que no se evaporara el romanticismo de la situación. No pude evitarlo y me eché a reír.
—¡Oh, venga, no te rías, Thursday! —dijo, sin dejar de tirar de la sudadera. Reí más y él también, para luego preguntarme si tenía tijeras y luego al fin bajar la prenda obstinada. Me puse a desabrocharle los botones de la camisa y él me hocicó el cuello, lo que me produjo un agradable hormigueo. Intenté quitarme los zapatos, pero eran de cordones y, cuando al fin uno de ellos saltó, acabó en el otro extremo de la habitación y le dio a un espejo, que se cayó y se rompió.
—¡Mierda! —dije—. Siete años de mala suerte.
—No era más que un espejo de dos años —me explicó Landen—. No te dan uno de siete años en las casas de empeño.
Intenté quitarme el otro zapato, me patinó y le di a Landen en la espinilla... lo que daba igual porque había perdido una pierna en Crimea y ya me había pasado en otras ocasiones. Pero en ésa no se oyó el sonido hueco de siempre.
—¿Pierna nueva?
—¡Sí! ¿Quieres verla?
Se quitó los pantalones para mostrarme una prótesis elegante que parecía salida de un estudio italiano de diseño... todo curvas, metal reluciente y articulaciones absorbentes de goma. Una belleza. Una pierna entre piernas.
—¡Guau!
—Me la fabricó tu tío Mycroft. ¿Impresionada?
—Vaya que sí. ¿Conservas la antigua?
—En el jardín. Tiene un hibisco dentro.
—¿De qué color?
—Azul.
—¿Azul claro o azul oscuro?
—Claro.
—¿Has redecorado el dormitorio?
—Sí. Usé uno de esos muestrarios de papel pintado y no logré decidirme por ninguno, así que arranqué las muestras y las usé todas. ¿No te parece que el efecto es interesante?
—No estoy segura de que el motivo Regency pegue con Bonzo, el perro maravilla.
—Es posible —admitió—, pero me salió muy barato.
Yo estaba más que nerviosa y él también. Hablábamos de todo excepto de aquello sobre lo que realmente queríamos hablar.
—¡Calla!
—¿Qué pasa?
—¿Eso ha sido Friday?
—No he oído nada.
—Las madres tenemos un oído perfectamente afinado. Puedo oír medio segundo de gemido a diez pasillos de distancia.
Me levanté y fui a echar un vistazo, pero estaba completamente dormido, evidentemente. La ventana estaba abierta y una brisa movía ligeramente las cortinas de muselina, haciendo que las farolas proyectasen sombras sobre su cara. Cómo le quería, y qué pequeño y vulnerable era. Me relajé y una vez más recuperé el autocontrol. Aparte de una borrachera estúpida que afortunadamente no había llegado a nada, mis relaciones románticas sumaban un total de cero durante los últimos dos años y medio. Llevaba una eternidad esperando ese momento. Y me estaba comportando como una adolescente enamorada. Respiré hondo y volví al dormitorio, quitándome por el camino la camiseta, los pantalones, el zapato que me quedaba y los calcetines, me tambaleé y di un salto en el pasillo. Me detuve justo en la puerta. La luz estaba apagada y se había hecho el silencio. Así resultaba más fácil. Entré desnuda en el dormitorio, crucé en silencio la alfombra, me metí en la cama y me acurruqué junto a Landen. Llevaba un pijama y olía de otra forma. Se encendió la luz y el hombre tendido a mi lado gritó de sorpresa. No era Landen sino el padre de Landen... y junto a él, estaba su esposa, Houson. Me miraron, yo los miré, balbuceé:
—Lo siento, me he confundido de dormitorio. —Y salí corriendo de la habitación, recogiendo el montón de ropa que había dejado en la puerta. Pero no me encontraba en la habitación equivocada y la ausencia de anillo de bodas confirmaba lo que temía. Me habían devuelto a Landen... sólo para quitármelo de nuevo. Algo había salido mal. La deserradicación no había cuajado.
—¿La conozco? —dijo Houson, que había salido del dormitorio y me miraba mientras recuperaba a Friday del dormitorio de invitados, donde dormía junto a la tía Ethel de Landen.
—No —respondí—. Me he equivocado de casa. Me pasa continuamente.
Dejé los zapatos y bajé las escaleras con Friday bajo el brazo, recogí la chaqueta del respaldo de una silla diferente en una sala decorada de forma diferente y corrí en la oscuridad, con la cara arrasada de lágrimas.
26
Desayuno con Mycroft
SE HALLA ALQUITRANADO A UN AMIGO EMPLUMADO
El misterioso alquitranador de aves marinas de Swindon ha atacado de nuevo. En esta ocasión la víctima ha sido un petrel, que fue encontrado en un callejón de Commer-cial. El pájaro sin identificar fue descubierto ayer cubierto por una gruesa capa de lo que los científicos identificaron como crudo. Éste es el séptimo ataque de tal naturaleza en menos de una semana y la policía de Swindon empieza a enterarse. «Éste ha sido el séptimo ataque en menos de una semana —declaró esta mañana un policía de Swindon—, y empezamos a enterarnos.» Hasta ahora nadie ha podido ver al inexplicable alquitranador de aves marinas, pero un experto del NSPB indicó ayer a la policía que el sospechoso probablemente desplazaría una carga de 280.000 toneladas, estaría oxidado y encallado en alguna roca cercana. A pesar de las numerosas búsquedas policiales en la zona, no se ha podido dar con ningún sospechoso que responda a esta descripción.
Swindon Daily Eyestrain, 18 de julio de 1988
Era la mañana siguiente. Estaba sentada a la mesa de la cocina mirándome el anular y considerando la total ausencia de anillo de bodas. Mamá entró con bata y rulos en el pelo, le dio de comer a DH82, dejó que Alan saliese del escobero donde teníamos que retenerle y echó fuera al dodo delincuente con una fregona. Alan emitió un plun de furia y luego atacó al limpiabotas.
—¿Qué te pasa, cariño?
—Es Landen.
—¿Quién?
—Mi esposo. Fue reactualizado anoche, pero sólo durante unas dos horas.
—¡Pobrecita! Tuvo que ser muy embarazoso.
—¿Embarazoso? Mucho. Me metí desnuda en la cama del señor y la señora Parke-Laine.
Mi madre se puso del color de la ceniza y se le cayó la sartén.
—¿Te reconocieron?
—No creo.
—¡Gracias a la DEG! —dijo, enormemente aliviada. La vergüenza pública era algo que quería evitar más que cualquier otra cosa, y que una hija se metiese en la cama de los mecenas de la Liga de la Tostada de Swindon era probablemente la mayor torpeza social que se le podía ocurrir.
—Buenos días, cosita —dijo Mycroft, entrando en la cocina y sentándose a la mesa del desayuno. Era mi tío inventor, extraordinariamente brillante, que aparentemente acababa de regresar de la Convención de Científicos Locos de 1988, o LocoCon'88 como la llamaban.
—¡Tío —dije, probablemente con menos entusiasmo del que merecía—, qué agradable es volver a verte!
—Y a ti, preciosa —dijo con cariño—. ¿Has vuelto para quedarte?
—No estoy segura —respondí, pensando en Landen—. ¿La tía Polly está bien?
—Más sana que una manzana. Hemos ido a LocoCon... y por alguna razón me han hecho entrega de un premio a toda una vida aunque no se me ocurre por qué.
Era una típica frase de Mycroft. A pesar de su genio indudable, nunca creía estar haciendo nada particularmente brillante ni útil... simplemente le gustaba jugar con las ideas. Su invento del Portal de Prosa era lo que me había permitido entrar originalmente en la ficción. Se había establecido en el mundo de Sherlock Holmes para escapar de la Goliath, pero se había quedado atrapado allí hasta que le rescaté hacía más o menos un año.
—¿La Goliath ha vuelto a molestarte? —pregunté—. Me refiero tras tu vuelta.
—Lo intentaron —respondió en voz baja—, pero no me sacaron nada.
—¿No estabas dispuesto a decirles nada?
—No. Fue mejor todavía. No podía. Verás, no recuerdo absolutamente nada sobre ninguno de los inventos de los que querían hablar.
—¿Cómo es posible?
—Bien —respondió Mycroft bebiendo un poco de té—. No estoy seguro, pero desde el punto de vista lógico, debo haber inventado un dispositivo para borrar la memoria, o algo similar, y lo he usado selectivamente en mi persona y en Polly. Lo llamamos el Big Blank. Es la única explicación posible.
—Entonces, ¿no recuerdas cómo funciona el Portal de Prosa?
—¿El qué?
—El Portal de Prosa. Un dispositivo para entrar en la ficción.
—Me preguntaron por algo así, ahora que lo mencionas. Sería muy interesante intentar desarrollarlo de nuevo, pero Polly dice que no debería. Tengo el laboratorio lleno de dispositivos cuyo uso se me escapa totalmente. Un ovinador, por ejemplo... está claro que tiene relación con los huevos, pero ¿qué hace?
—No lo sé.
—Bien, quizá sea mejor así. Hoy en día sólo trabajo con fines pacíficos. El intelecto es inútil si no es para que mejoremos todos.
—Estoy de acuerdo contigo. ¿Qué trabajo presentaste en Loco-Con'88?
—Sobre todo, de matemática nextiana teórica —respondió Mycroft, encantado de hablar de su tema preferido: su trabajo—. Te conté lo de la geometría nextiana, ¿verdad?
Asentí.
—Bien, la teoría nextiana de números está muy relacionada, y en su forma más simple te permite retroceder para descubrir la operación original de la que se deriva el resultado.
—¿Eh?
—Bien, digamos que tienes los números 12 y 16. Los multiplicas y obtienes 192, ¿sí? Bien, en la matemática convencional, si te diesen el número 192 no sabrías de dónde ha salido. Podría ser el resultado de 3 por 64, de 6 por 32 e incluso de 194 menos 2. Pero no lo sabrías simplemente mirando el número, ¿verdad?
—Supongo que no.
—Suposición equivocada —dijo Mycroft sonriendo—. La teoría nextiana de números actúa a la inversa que la matemática normal: dada una respuesta, te permite obtener el enunciado exacto.
—¿Y qué aplicación práctica tiene eso?
—Tiene cientos de aplicaciones. —Se sacó un papel del bolsillo y me lo pasó. Lo desdoblé y encontré un número escrito: 2216.091-1, o dos elevado a la potencia doscientos dieciséis mil noventa y uno, menos uno.
—Es un número grande.
—Es un número de tamaño medio —me corrigió.
—¿Y?
—Bien, si te diese una historia corta de unas diez mil palabras, te indicase que le asignases un valor a cada letra y cada signo de puntuación y luego los apuntases, obtendrías un número de más o menos sesenta y cinco mil dígitos. A continuación no tienes más que encontrar una forma más simple de expresarlo. Empleando una rama de la matemática nextiana que llamo FactorZip, podemos reducir un número de cualquier tamaño a un estilo corto y preciso.
Volví a mirar el número.
—¿Esto es?
—Sleepy Hollow pasado por FactorZip. Estoy trabajando en la reducción de todos los libros jamás escritos a números de menos de cincuenta dígitos. Da que pensar, ¿eh? En lugar de comprar un periódico cada día, te limitas a apuntar un número y lo metes en la calculadora nextexpansora para leerlo.
—¡Genial! —dije impresionada.
—Todavía estoy empezando, pero tengo la esperanza de que algún día podré predecir la causa simplemente observando el resultado. Y luego, intentar reconstruir preguntas desconocidas a partir de respuestas conocidas.
—¿Como cuál?
—Bien, la respuesta: «¡Dios, no, todo lo contrario!» Siempre he querido saber a qué pregunta da respuesta.
—Qué chulo —respondí, intentando todavía comprender cómo iba alguien a saber, por mirar el número nueve, que había sido obtenido elevando tres al cuadrado o extrayendo la raíz cuadrada de ochenta y uno.
—¿Verdad que sí? —dijo con una sonrisa, agradeciéndole a mi madre los huevos con panceta que le había puesto delante.
La partida de lady Hamilton a las 8.30 sólo fue triste para Hamlet. Se puso de un humor tenebroso y se enfrascó en un largo monólogo sobre cómo su corazón estaba a punto de romperse y lo cruel que era la mano que le había repartido el destino. Dijo que Emma era su amor verdadero y que su partida dejaba vacía su vida; una vida con poco sentido ya y con la que sería mejor terminar... y así sucesivamente hasta que, al final, Emma tuvo que interrumpirle para darle las gracias porque de veras que tenía que irse o si no llegaría tarde a algo que no podía especificar. Por lo que él se pasó los siguientes cinco minutos insultándola. Le dijo que era una puta y se fue, musitando algo sobre ser un camaleón. Cuando por fin se hubo ido, los demás pudimos despedirnos.
—Adiós, Thursday —dijo Emma agarrándome las manos—, siempre has sido muy amable conmigo. Espero que recuperes a tu esposo. ¿Me permites un breve comentario que podría serte de utilidad?
—Claro.
—No dejes que Smudger domine las posiciones delanteras de aros. Es mejor en la defensa, especialmente si Biffo le apoya... y si quieres ganar, juega a la ofensiva.
—Gracias —dije despacio—, eres muy amable.
Le di un abrazo, y también mi madre... un poco incómoda, porque en realidad nunca había podido librarse de la sospecha de que Emma se había liado con papá. Luego, un momento más tarde, Emma desapareció, que debía ser lo que pasaba cuando mi padre llegaba y el tiempo se detenía para los demás.
—Bien —dijo mi madre, limpiándose las manos en el delantal—, ya se ha ido. Me alegro de que haya recuperado a su marido.
—Sí —admití algo desafiante, y salí en busca de Hamlet. Estaba fuera, sentado en el banco de las rosas, reflexionando profundamente.
—¿Estás bien? —pregunté, sentándome a su lado.
—Háblame sinceramente, señorita Next. ¿Vaciló?
—Bien... en realidad no.
—¡Sinceramente!
—Quizá... un poquitín.
Hamlet gimió de un modo desgarrador y enterró la cara en las manos.
—¡Oh qué mísero soy, qué parecido a un siervo! Un esclavo de esta obra con contradicciones tan inmensas que los estudiosos escriben volúmenes intentando explicarme. En un momento dado amo a Ofelia, al siguiente la trato con crueldad. Soy por turnos un adolescente petulante y un hombre maduro, un solitario melancólico y un ingenioso que les indica a los actores cómo hacer su trabajo. No sé decidir si soy un filósofo o un adolescente llorón, un poeta o un asesino, uno que lo deja todo para más tarde o un hombre de acción. Puede que esté completamente loco, o que sea un cuerdo que finge estar loco, o incluso un loco que finge estar cuerdo. Según cuentan todos, mi padre era un monstruo sediento de guerra... por lo tanto, ¿estuvo tan mal que Claudio lo matase? ¿Vi realmente el fantasma de mi padre o fue a Fortinbras disfrazado, intentando sembrar la discordia en Dinamarca? ¿Y cuánto tiempo pasé en Inglaterra? ¿Qué edad tengo? He visto dieciséis adaptaciones cinematográficas diferentes de Hamlet, dos obras teatrales, he leído tres cómics y he escuchado una versión radiofónica. Todo desde Olivier a Gibson, de Barrymore a William Shatner en Conciencia del rey.
—¿Y?
—Todas son diferentes.
Con silenciosa desesperación buscó a su alrededor la calavera, la encontró y la miró meditativo unos segundos antes de continuar.
—¿Tienes idea de la presión que siento al ser el mayor enigma dramático del mundo?
—Debe ser intolerable.
—Lo es. Me sentiría peor si nadie me hubiese descifrado... pero lo han hecho. ¿Sabes cuántos libros hay sobre mí?
—¿Cientos?
—Miles. ¡Y las injurias que escriben! El complejo de Edipo es con diferencia lo más insultante. El beso de buenas noches a mamá se va alargando cada vez más. Ese tal Freud acabará con la nariz rota si me topo con él. Mi obra es un completo y absoluto desastre: cuatro actos de palabrería y uno de acción. ¿Por qué se molesta nadie en verla?
Hundió los hombros y dio la impresión de que estaba sollozando. Le puse una mano a la espalda.
—Pagamos por ver su complejidad y la búsqueda en el interior de tu alma: eres la figura trágica por antonomasia; dudando de todo, diseccionando todas las traiciones y vergüenzas de la vida. Si sólo quisiéramos acción, nos limitaríamos a ver exclusivamente películas de Chuck Norris. Es el camino que recorres para exorcizar tus demonios lo que hace de la obra el tour de force de dilación que es.
—¿Las cuatro horas y media?
—Sí —dije, preocupada por no herir sus sentimientos—, las cuatro horas y media de cabo a rabo.
Movió la cabeza con tristeza.
—Me gustaría estar de acuerdo contigo, pero preciso más respuestas, Horacio.
—Thursday.
—Sí, la suya también. Más respuestas y una nueva faceta para mi personaje. Menos charla y más acción. Así que he contratado los servicios de... un consejero de resolución de conflictos.
No sonaba nada bien.
—¿Resolución de conflictos? ¿Crees que es lo mejor?
—Podría ayudarme a resolver los problemas con mi tío... y ese imbécil de Laertes.
Lo pensé un momento. Tal vez un Hamlet todo acción no fuese muy buena idea, pero como no había obra a la que pudiese volver, la idea me daba un respiro de varios días. Decidí no intervenir de momento.
—¿Cuándo hablarás con él?
Se encogió de hombros.
—Mañana. O quizá pasado mañana. ¿Sabes?, los consejeros de resolución de conflictos están muy ocupados.
Suspiré aliviada. Fiel a su carácter, Hamlet seguía vacilando. Pero se alegraba de haber tomado algo parecido a una decisión y siguió hablando más animadamente.
—Pero basta de hablar de mí. ¿Qué tal tú?
Le hice un breve resumen, empezando por la reerradicación de Landen y acabando con la importancia de encontrar cinco buenos jugadores para ayudar a Swindon a ganar la Superhoop.
—Mm —respondió tan pronto como acabé—. Tengo un plan para ti. ¿Quieres oírlo?
—Siempre que no sea decirme dónde debe jugar Biffo.
Negó con la cabeza, miró con cuidado a su alrededor y bajó la voz.
—Finge estar loca y habla mucho. Luego, esto es lo importante, no hagas nada en absoluto hasta que no sea estrictamente necesario... y luego asegúrate de que todo el mundo muere.
—Gracias —dije pasado un rato—, lo tendré en cuenta.
—¡Plun! —dijo Alan que había estado anadeando malhumorado por el jardín.
—Creo que ese pájaro busca problemas —comentó Hamlet.
Alan, a quien estaba claro que no le gustaba nada la actitud de Hamlet, decidió atacar y fue por el zapato. Un mal movimiento. El príncipe de Dinamarca se puso en pie de un salto, desenvainó la espada y antes de que yo pudiese detenerle atacó directamente al dodo. Era un espadachín consumado y lo único que hizo fue cortarle unas plumas de la cabeza. El pequeño dodo, ahora con una calva, abrió los ojos como platos y miró a su alrededor, con una combinación de terror y asombro, las plumas que caían flotando al suelo.
—¡Más tonterías, mi amigo de buenas plumas —anunció Hamlet, guardándose la espada—, y acabarás en el curry!
Pickwick, que había estado mirando desde una esquina segura cerca del montón de abono, avanzó decididamente y se situó retadora entre Alan y Hamlet. Nunca hasta entonces la había visto actuar con valentía, pero supongo que Alan era su hijo, aunque fuese un gamberro. Alan, aterrorizado o indignado, permaneció totalmente inmóvil, con el pico abierto.
—Teléfono para ti —gritó mi madre. Entré en casa y tomé el receptor. Era Aubrey Jambe. Quería que hablase con Alf Widdershaine para pedirle que volviese de su retiro y también para saber si había encontrado a otros jugadores.
—Estoy en ello —le respondí, buscando en las páginas amarillas la sección de «agentes deportivos»—. Te llamaré. No pierdas la esperanza, Aubrey.
Emitió un sonido de acuerdo y colgó. Llamé a Wilson Lonsdale y Partners, los mejores agentes deportivos de Inglaterra, y quedé encantada al enterarme de que había disponibles varios jugadores mundiales de cróquet; por desgracia, el interés se esfumó en cuanto mencioné a qué equipo representaba.
—¿Swindon? —dijo uno de los asociados de Lonsdale—. Acabo de acordarme... no tenemos absolutamente a nadie.
—¿No había dicho que sí?
—Habrá sido un error registral. Buenos días.
Había colgado. Llamé a otras agencias y en todas ellas me dieron una respuesta similar. Estaba claro que la Goliath y Kaine cubrían todas sus bases.
A continuación llamé a mi antiguo entrenador, Alf Widdershaine, y tras una larga conversación logré convencerle de que viniese al estadio a hacer lo que pudiese. Llamé a Jambe para contarle la buena noticia de Alf, aunque tuve la precaución de ocultarle de momento la falta de nuevos jugadores.
Pensé un momento en el problema de existencia de Landen y luego encontré el número de Julie Aseizer, la mujer de Erradicaciones Anónimas que había recuperado a su esposo. La llamé y le expliqué la situación.
—¡Oh, sí! —dijo amablemente—. ¡Mi Ralph parpadeó como una bombilla estropeada hasta que la deserradicación cuajó!
Le di las gracias, colgué y me toqué el dedo anular. Seguía faltándome el anillo.
Miré al jardín y vi a Hamlet caminando por el césped, pensando... con Alan siguiéndole a una distancia prudente. Mientras miraba, Hamlet se volvió hacia él y le miró con seriedad. El pequeño dodo se acobardó y apoyó la cabeza en el suelo suplicante. Estaba claro que Hamlet no era sólo un príncipe ficticio de Dinamarca sino también una especie de dodo alfa.
Sonreí y fui al salón, donde me encontré a Friday construyendo un castillo de bloques con ayuda de Pickwick. Claro está, en ese contexto «ayudar» significaba «mirar». Eché un vistazo al reloj. Era hora de ir a trabajar. Justo en el momento en que tan bien me hubiese sentado una relajante terapia de bloques. Mamá aceptó cuidar de Friday y le di un beso de despedida.
—Pórtate bien.
—Trasero.
—¿Qué ha dicho?
—Astil.
—Si son palabrotas en inglés antiguo, san Zvlkx va a tener muchos problemas... y tú también, amiguito. Mamá, ¿estás segura?
—Claro que sí. Le llevaremos al zoo.
—Bien. Un momento... ¿quiénes?
—Bismarck y yo.
—¿¡Mamá!?
—¿Qué? ¿Una mujer más o menos viuda no puede disfrutar de vez en cuando de un poco de compañía masculina?
—Bien —concedí, sintiéndome por alguna razón irracionalmente conmocionada—, supongo que no hay ninguna razón en contra.
—Bien. Ya puedes irte. Después del zoo es posible que nos dejemos caer por el salón de té. Y luego iremos al teatro.
Se había puesto a soñar despierta, así que me fui, conmocionada no sólo porque mi madre estuviese considerando la idea de mantener una relación con Bismarck, sino también porque Joffy pudiese tener razón.
27
Mierdas raras en la M4
George Formby, nacido George Hoy Booth, en Wigan, en 1904, siguió los pasos de su padre en el mundo del music hall, adoptó el ukelele como elemento característico y, cuando estalló la guerra, era una estrella de las variedades, el teatro cómico y el cine. Durante el primer año de guerra, él y su esposa Beryl realizaron extensas giras para los soldados, entreteniendo a las tropas, y rodaron varias películas de gran éxito. Cuando la invasión de Inglaterra resultó inevitable, muchos famosos y dignatarios influyentes fueron enviados a Canadá. Pasando a la clandestinidad con la resistencia inglesa y varios regimientos leales de los voluntarios de defensa local, Formby se encargó de la ilegal Radio de san Jorge y emitió canciones, chistes y mensajes a oyentes clandestinos de todo el país. Los Formby hicieron uso de sus numerosos contactos en el norte para pasar clandestinamente a muchos pilotos aliados a la Gales neutral y formaron células de la resistencia que hostigaron a los invasores nazis. En la Inglaterra republicana de posguerra, se le nombró presidente honorario de por vida.
J W
La extraordinaria carrera de George Formby
Evité a los periodistas que me esperaban en el edificio de OpEspec y aparqué en la parte de atrás. El mayor Drabb me esperaba cuando entré en el vestíbulo. Me saludó con precisión, pero esa mañana aprecié cierta reticencia en él. Le pasé otro papel.
—Buenos días, mayor. La misión de hoy es el museo de Novela Americana de Salisbury.
—Muy... bien, agente Next.
—¿Algún problema, mayor?
—Bien —dijo, mordiéndose nerviosamente el labio—, ayer me hizo buscar en la biblioteca de Belgas Famosos y hoy el museo de Novela Americana. ¿No deberíamos estar buscando en... bien, instalaciones más danesas?
Le llevé aparte y bajé la voz.
—Eso es exactamente lo que esperan que hagamos. Los daneses son listos. No esperará que oculten sus libros es un lugar tan evidente como la biblioteca Danesa de Wessex, ¿verdad?
Sonrió y se tocó la nariz.
—Muy astuta, agente Next.
Drabb volvió a saludar, entrechocó los talones y se fue. Sonreí para mis adentros y pulsé el botón para llamar al ascensor. Mientras Drabb no informase a Flanker podría tenerle así toda la semana.
Bowden no estaba solo. Hablaba con la última persona a la que esperaría ver en la oficina de detectives literarios: Spike.
—Hola, Thursday —dijo.
—Hola, Spike.
No sonreía. Temí que tuviese alguna relación con Cindy, pero me equivocaba.
—Los amigos de OE-6 nos comunican que están pasando mierdas muy raras en la M4 —anunció—, y cuando alguien dice «mierda rara» me llaman...
—... a ti.
—Bingo. Pero el mercader de la mierda rara no puede ocuparse solo, así que te llama...
—... a mí.
—Bingo.
Había otro agente más. Vestía el traje oscuro típico de las divisiones superiores de OpEspec, y miraba la hora con muy poca sutileza.
—El tiempo corre, agente Stoker.
—¿En qué consiste el trabajo? —pregunté.
—Sí —dijo Spike, cuya actitud más bien relajada frente a las situaciones de vida o muerte requería cierto periodo de adaptación—, ¿en qué consiste exactamente el trabajo?
El agente del traje nos miró impasible.
—Es secreto —anunció—. Pero tengo autorización para contarles lo siguiente: a menos que recuperemos a ####### en menos de ### horas, ### lograrán ####### ejecutivos totales y podréis decir ### a cualquier parecido con la #######.
—Suena #######mente serio —dijo Spike, mirándome—. ¿Te apuntas?
—Me apunto.
Sin otra explicación nos llevaron a la rotonda de la salida 16 de la autopista M4. OE-6 era Seguridad Nacional, lo que provocaba algunos interesantes conflictos de intereses. El departamento que protegía a Formby también protegía a Kaine. Y en general los agentes de OE-6 que protegían a Formby actuaban contra los agentes de OE-6 que se ocupaban de Kaine, que estaban más que encantados de verle desaparecer. Las facciones de OpEspec siempre se peleaban, pero rara vez dentro del mismo departamento. Kaine tenía mucho de lo que dar cuenta.
En cualquier caso, no me caían bien, ni a Spike tampoco, y lo que fuese que quisiesen debía ser muy raro. Nadie llama a Spike a menos que haya descartado cualquier otra posibilidad. Él es la última línea de defensa cuando la racionalidad comienza a desmoronarse.
Paramos en el arcén, donde nos esperaban dos enormes limusinas Bentley. Aparcados junto a ellas había seis coches de policía normales, con sus ocupantes aburridos y esperando órdenes. Estaba pasando algo muy importante.
—¿Quién es la mujer? —preguntó tan pronto como salimos del coche un agente alto con cara de pocos amigos.
—Thursday Next —respondí—. OE-27.
—¿Detectives Literarios? —se burló.
—A mí me vale —dijo Spike—. Si no puedo contar con mi personal, pueden ustedes ocuparse de su mierda.
El agente de OE-6 nos miró por turnos.
—Identificación.
Le mostré la placa. La miró un momento y me la devolvió.
—Soy el coronel Parks —dijo el agente—. Soy el jefe de la seguridad presidencial. Éste es Dowding, mi segundo al mando.
Spike y yo intercambiamos miradas. El presidente. Era serio de verdad.
Dowding, una figura lacónica vestida con un traje negro, nos saludó mientras Parks seguía hablando.
—Primero, debo recalcar que esta situación es de gran importancia nacional y sólo les pido consejo porque estamos desesperados. Nos encontramos en una situación de déficit de jefe de Estado en virtud de una situación de alta probabilidad ultramundana... y teníamos la esperanza de que pudiesen aplicar ingeniería inversa para resolvérnosla.
—Sin palabrería —dijo Spike—, ¿qué pasa?
Parks hundió los hombros mientras se quitaba las gafas oscuras.
—Hemos perdido al presidente.
El corazón se me paró un segundo. Era una mala noticia. Muy mala noticia. Tal y como yo lo entendía, el presidente no tenía que morir hasta el siguiente lunes, después de que Kaine y la Goliath hubiesen sido neutralizados. Que desapareciera o muriera antes permitiría a Kaine hacerse con el poder y empezar la tercera guerra mundial una semana antes de lo previsto... y eso, la verdad, no era parte del plan.
Spike pensó un momento y luego dijo:
—Qué cagada.
—Sí.
—¿Dónde?
Parks extendió el brazo hacia el tráfico que recorría la autopista.
—En algún lugar de ahí.
—¿Cuánto hace?
—Doce horas. El canciller Kaine se ha enterado y está presionando para celebrar a las seis de esta tarde una votación parlamentaria que le nombre dictador. Lo que nos deja menos de ocho horas.
Spike asintió pensativo.
—Muéstreme dónde le vieron por última vez.
Parks chasqueó los dedos y un Bentley negro se nos acercó. Subimos y la limusina se unió a la M4. Los coches de policía se situaron detrás para crear un escudo rodante. A los pocos kilómetros nuestro carril quedó desierto y tranquilo. Parks nos explicó lo sucedido. Llevaban al presidente Formby desde Londres a Bath por la M4 y, en algún punto entre las salidas 16 y 17 —donde nos encontrábamos—, había desaparecido.
El Bentley se detuvo en el asfalto vacío.
—El coche del presidente era el vehículo central de un convoy de tres coches —nos explicó Parks mientras nos apeábamos—. El coche de Saundby iba detrás y yo iba con Dowding delante; Mallory conducía el coche del presidente. En este punto exacto miré atrás y vi que Mallory indicaba que iba a parar. Le vi desplazarse al arcén y nos detuvimos de inmediato.
Spike olisqueó el aire.
—¿Y qué pasó luego?
—Perdimos de vista el coche. Creíamos que se había caído por el terraplén, pero cuando llegamos allí... nada. Ni una zarza que no estuviese en su sitio. El coche, simplemente, desapareció.
Caminamos hasta el borde y miramos cuesta abajo. La autopista recorría el campo circundante sobre un terraplén de tierra; cuestas muy empinadas bajaban unos cinco metros entre vegetación desigual hasta una verja. Más allá había un campo, un puente de cemento sobre una zanja de drenaje y, más allá, como a ochocientos metros de distancia, una hilera de casas blancas.
—Las cosas no desaparecen porque sí —dijo finalmente Spike—. Siempre hay una razón. Habitualmente es muy simple, a veces es muy extraña... pero siempre hay una razón. Dowding, ¿qué dice usted?
—Básicamente lo mismo. Su coche fue a pararse, y luego, bien, desapareció de la vista.
—¿Desapareció?
—En realidad, fue más bien como si se fundiese —dijo un confundido Dowding.
Spike se frotó pensativo la barbilla y se inclinó para recoger un puñado de detritos del camino. Pequeños gránulos de vidrio endurecido, fragmentos de metal y cables del recubrimiento de la rueda de un coche. Se estremeció.
—¿Qué pasa? —preguntó Parks.
—Creo que el presidente Formby ha pasado... al lado muerto.
—Entonces, ¿dónde está el cuerpo? Es más, ¿dónde está el coche?
—Hay tres tipos de muertos —dijo Spike, contando con los dedos—. El muerto, el no muerto y el semimuerto. A los muertos los llamamos «espiritualmente vacíos»: la fuerza vital se ha extinguido. Son los que tienen suerte. Los no muertos son los «espiritualmente deficitarios», con los que trato frecuentemente: vampiros, zombis, monstruos y demás.
—¿Y los semimuertos?
—Son espiritualmente ambiguos. Son los que están en tránsito de un estado a otro o se encuentran en un limbo espiritual... Son lo que usted y yo llamaríamos «fantasmas».
Parks rio a carcajadas y Spike arqueó una ceja, la única señal de indignación que le había visto jamás.
—No le he pedido que venga para oír tonterías sobre espectros, fantasmillas y bestias patilargas, agente Stoker.
—No olvide «las cosas que hacen ruido por la noche» —respondió Spike—. No creería la de ruido que pueden armar si no se pone remedio enseguida.
—Da igual. Tal y como yo lo veo, hay un estado de muerte y es el de «no está vivo». Bien, ¿tiene algo útil que aportar a esta investigación o no?
Spike no respondió. Miró fijamente a Parks un momento y bajó por el terraplén hacia un árbol marchito. Sus ramas deshojadas destacaban incongruentemente entre todo el verde del verano, y las bolsas de plástico atrapadas en las ramas se movían tranquilamente con la brisa. Parks y yo nos miramos y luego descendimos el terraplén para unirnos a él. Encontramos a Spike examinando con gran interés la hierba corta.
—Si tiene alguna teoría, debería contárnosla —dijo Parks, apoyándose en el árbol—. Me empiezan a aburrir todas estas tonterías new age.
—Todos, en cierto momento, visitamos el reino de la semimuerte —comentó Spike, recorriendo el suelo con los dedos como un chimpancé despiojando a un amigo—, pero para la mayoría de nosotros el paso de una región a la siguiente dura un milisegundo. Parpadeas y ya. Pero hay otros. Otros que deambulan durante años por el mundo de la semimuerte. Los «espiritualmente ambiguos» que no saben que están muertos o, como en el caso del presidente, los que llegan allí por accidente.
—¿Y...? —preguntó Park, que con cada segundo que pasaba iba perdiendo más el interés por Spike. Éste siguió recorriendo la tierra, por lo que el agente de OE-6 se encogió de hombros con resignación y se fue de vuelta al terraplén.
—Paró para ir al baño en el área de servicio de Membury o en la de Chieveley, ¿verdad? —preguntó Spike en voz alta—. Incluso me pregunto si lo hizo en Reading.
Parks se detuvo y, de pronto, cambió de actitud. Con torpeza volvió a bajar el terraplén y se unió a nosotros.
—¿Cómo lo ha sabido?
Spike miró los campos vacíos.
—Aquí hay un área de servicio.
—Iban a construirla —le corregí—, pero después de la construcción de Kington St... digo, Leigh Delamere, se consideró innecesaria.
—Sí que está aquí —respondió Spike—, pero está oculta a la vista. Esto fue lo que sucedió: el presidente tenía que ir al baño y le pidió a Mallory que parase en la siguiente área de servicio. Mallory está cansado y, su mente, abierta a todo lo que no vemos habitualmente. Ve lo que cree que es un área de servicio y para. Los dos mundos se tocan durante una fracción de segundo, el Bentley del presidente pasa de uno al otro, y luego los mundos vuelven a separarse. Me temo, damas y caballeros, que el presidente Formby ha entrado accidentalmente por una puerta al otro mundo... Es una persona viva perdida en la morada de los muertos.
Un silencio sepulcral.
—Es la historia más estúpida que me han obligado a oír jamás —declaró Park, que ni durante un segundo quería perder de vista la realidad—. Si escuchase a una panda de lunáticos un mes no oiría nada más demencial.
—Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Parks, de las que sueña su filosofía.
Una pausa mientras el agente de OE-6 sopesaba los hechos.
—¿Cree que podrá recuperarle?
—Me temo que no. Los espíritus de los semimuertos se sentirán atraídos por él como polillas por la luz, intentando alimentarse de su fuerza vital para poder volver ellos al mundo de los vivos. Casi con toda seguridad intentarlo sería un suicidio.
Parks suspiró.
—Vale. ¿Cuánto?
—Diez mil. Paga extra por ser «reino de los muertos con práctica seguridad de muerte».
—¿Cada uno?
—Ya que lo dice, ¿por qué no?
—Vale —dijo Parks apenas sonriendo—, recibirán su dinero ensangrentado... pero sólo si hay resultados.
—No pretendería que fuese de otra forma.
Spike me indicó que le siguiese y volvimos asaltar la verja. Mientras tanto, el agente de OE-6 nos miraba, sin saber si sentirse impresionado, hacer que nos internaran en un sanatorio o qué.
—¡Eso los ha asustado! —me siseó Spike mientras subíamos con esfuerzo por el terraplén. Pasamos por encima de unos trozos de guardabarros rotos y fragmentos de plástico fundido—. ¡No hay nada como un poco de «oh, oh, pasamos al mundo de los espíritus» para dejarlos cagados de miedo!
—¿Quieres decir que era todo mentira? —pregunté, no sin cierto grado de nerviosismo. Ya había participado en dos aventuras con Spike. En la primera, un vampiro por poco me muerde, y en la segunda casi me comen los zombis.
—Ya me gustaría —respondió—, pero si hacemos que parezca demasiado fácil no estarían dispuestos a soltar la pasta gansa. ¡Será coser y cantar! Después de todo, ¿qué podemos perder?
—¿La vida?
—¡Bah! Tienes que relajarte un poco, Thursday. Considéralo una experiencia... parte del rico tapiz de la muerte. ¿Lista?
—No.
—Genial. ¡Vamos a darles a los semimuertos donde más les duele!
Recorrimos cinco veces el tramo entre las salidas 16 y 17 sin ver más que conductores aburridos y un par de vacas. Empezaba a preguntarme si Spike sabía realmente lo que se traía entre manos.
—¿Spike?
—¿Sí? —respondió, concentrándose en un campo vacío que le parecía que podía contener el portal a la muerte.
—¿Qué buscamos en concreto?
—No tengo ni la más remota idea, pero si el presidente puede pasar sin morir, nosotros también. ¿Estás segura de no querer situar a Biffo en la ofensiva del aro medio? No se le saca partido en defensa. Podrías poner a Johnno de golpeador y emplear a Jambe y a Snake para reforzar la defensa.
—Puede que no importe si no doy con otros cinco jugadores —respondí—. Conseguí que Alf Widdershaine volviese como entrenador. Tú jugabas al cróquet campestre, ¿no?
—Ni lo sueñes, Thursday.
—Oh, venga.
—No.
Una larga pausa. Yo miraba el tráfico por la ventanilla y Spike se concentraba en conducir, mirando expectante de vez en cuando algún campo de los que bordeaban la carretera. Ya tenía claro que iba a ser un día largo, así que me pareció que aquél era tan buen momento como otro para sacar el tema de Cindy. No me apetecía matarla y Spike, bien lo sabía, no estaría precisamente encantado con su muerte.
—Por cierto... ¿cuándo os casasteis Cindy y tú?
—Hará unos dieciocho meses. ¿Has visitado alguna vez el reino de la muerte?
—Una vez, tomando café, Orfeo me describió la versión griega... pero sólo los detalles más importantes. ¿Cindy... eh... tiene trabajo?
—Es bibliotecaria —respondió Spike—, a tiempo parcial. Yo he ido un par de veces; no es ni la mitad de terrorífica de lo que imaginas.
—¿La biblioteca?
—La región de los muertos. Orfeo le pagó al barquero, pero no es más que un timo. Puedes hacerlo por ti mismo sin ninguna dificultad; los botes hinchables de la tienda de deportes van de fábula.
Intenté imaginar a Spike remando para adentrarse en el submundo empleando una lancha de colores llamativos, pero rápidamente descarté esa imagen.
—Bien... ¿En qué biblioteca trabaja Cindy?
—En la de Highclose. Tiene guardería, por lo que resulta muy cómoda. Yo quiero tener otro hijo, pero Cindy no está del todo segura. Por cierto, ¿cómo está tu esposo? ¿Sigue erradicado?
—En este momento deambula entre el «ser» y el «no ser».
—Entonces, ¿hay esperanza?
—Siempre hay esperanza.
—Lo mismo opino. ¿Alguna vez has tenido una experiencia cercana a la muerte?
—Sí —respondí, recordando que un tirador de la policía me había matado en un futuro alternativo.
—¿Cómo fue?
—Oscura.
—Suena a experiencia cercana a la muerte de lo más normalita —respondió Spike con alegría—. Yo las tengo cada dos por tres. No, vamos a necesitar algo un poco mejor. Para entrar en el otro mundo necesitamos pasar a un pelo de la muerte personificada y flotar allí, lejos de su alcance.
—¿Y cómo lo vamos a hacer?
—No tengo ni idea.
Tomó por la salida 17 y el cambio de sentido para incorporarse al carril contrario y dar otra vuelta.
—¿A qué se dedicaba Cindy antes de casarse?
—También era bibliotecaria. Desciende de una larga saga de bibliotecarios sicilianos... su hermano es bibliotecario de la CIA.
—¿La CIA?
—Sí; se pasa la vida viajando por todo el mundo... catalogando sus libros, supongo.
Daba la impresión de que Cindy había querido decirle a qué se dedicaba pero no había tenido valor. Era fácil que saber la verdad sobre Cindy conmocionase a Spike, así que pensé que sería mejor plantar en él algunas dudas. Sería mucho menos doloroso si lo deducía por su cuenta.
—¿Se gana mucho como bibliotecario?
—¡La verdad es que sí! —exclamó Spike—. En ocasiones la llaman para trabajos extra, indexaciones de emergencia o algo así, y le pagan en billetes usados... metidos en maletines. No sé cómo lo hacen, pero lo hacen.
Suspiré y me rendí.
Dimos dos vueltas más. Parks y el resto de los agentes de OE-6 hacía tiempo que se habían aburrido y se habían largado, y yo también empezaba a estar un poco cansada.
—¿Cuánto tiempo tenemos que hacer esto? —pregunté cuando dábamos la séptima vuelta a la rotonda de la salida 16, mientras el cielo se oscurecía y en el parabrisas empezaban a aparecer señales de lluvia. Spike puso los limpia, que protestaron con gemidos.
—¿Por qué? ¿Tienes algo que hacer?
—Le prometí a mamá que a partir de las cinco no tendría que cuidar de Friday.
—¿Para qué están las abuelas? Además, estás trabajando.
—Bien, ésa no es la cuestión, ¿verdad? —respondí—. Si la incordio, es posible que no vuelva a cuidar de él.
—Debería darte las gracias. A mis padres les encanta cuidar de Betty, aunque Cindy no tiene padres: a los dos los mataron tiradores de la policía mientras ejercían de bibliotecarios.
—¿No te parece un poco raro?
Se encogió de hombros.
—En mi trabajo a veces es difícil distinguir lo raro de lo que no lo es.
—Comparto esa sensación. ¿Estás seguro de no querer jugar en la Superhoop?
—Antes le haría la ortodoncia a un hombre lobo. —Pisó el acelerador a fondo y se fue metiendo entre el tráfico que esperaba para volver a la M4 en dirección oeste—. Ya estoy aburrido. ¡Muerte, cúbrenos con tu manto!
El coche de Spike salió disparado y ganó velocidad rápidamente por el cambio de sentido mientras un diluvio de lluvia veraniega caía súbitamente sobre la autopista, tan intensa que incluso con los limpias al máximo la visibilidad era mínima. Spike encendió los faros y entramos en la autopista a una velocidad endiablada, atravesando las salpicaduras de un leviatán antes de pasar al carril rápido. Eché un vistazo al velocímetro. La aguja se acercaba a los ciento cincuenta.
—¿No crees que es mejor reducir un poco? —grité. Pero Spike se limitó a sonreír como un loco y adelantó a otro coche. Ya íbamos a casi ciento sesenta cuando Spike señaló por la ventanilla y gritó:
—¡Mira!
Miré los campos vacíos; no se veía nada excepto una cortina de lluvia que caía desde un cielo plomizo. Mientras miraba, de pronto entreví una franja de luz tan débil como una luciérnaga. Podría haber sido cualquier cosa, pero para los ojos bien entrenados de Spike era justo lo que buscábamos... una grieta en el telón oscuro que separaba a los vivos de los muertos.
—Allá vamos —gritó Spike y dio un volantazo. El lateral de la M4 nos recibió con un destello y yo entreví apenas el terraplén, las ramas blancas del árbol muerto y la lluvia arremolinándose frente los faros antes de que las ruedas golpeasen con fuerza la zanja de drenaje y abandonásemos la carrera. De pronto sentimos la ligereza de estar en el aire y me agarré previendo un aterrizaje duro. No se produjo. Un momento más tarde conducíamos lentamente por un área de servicio en plena noche. Había dejado de llover y en el cielo negro como la tinta no se veía ni una estrella. Habíamos llegado.
28
Área de servicio Dauntsey
El tiempo es breve y el arte es largo, y nuestros corazones, aunque bravos y valerosos todavía, al igual que tambores sordos, tocan marchas fúnebres hacia la sepultura.
H W L
Salmo a la vida
Avanzamos lentamente y aparcamos al lado del Bentley negro de Formby, vacío y con las llaves en el contacto.
—Parece que todavía tenemos tiempo. ¿Qué plan propones?
—Bien, tengo entendido que una lira siempre viene bien... y creo que también se dice algo sobre no mirar atrás.
—En mi opinión, es opcional. Mi estrategia es más o menos ésta: localizamos al presidente y lo sacamos corriendo de aquí. Nos ocupamos de cualquiera que pretenda impedírnoslo. ¿Qué te parece?
—¡Guau! —exclamé—. Lo tienes previsto hasta el más mínimo detalle, ¿no?
—Posee la elegancia de la simplicidad.
Spike miró a la gente que entraba en el edificio de servicio. Se apeó del coche.
—Este portal no es sólo para los accidentes de tráfico —musitó, abriendo el maletero y sacando una escopeta—. Por lo concurrido que está, diría que este portal sirve a la mayoría de los de Wessex y a parte de los de Oxfordshire. Hace años no hacían falta sitios como éste. La diñabas y subías o bajabas. Fácil.
—¿Qué cambió?
Spike abrió una caja de munición y metió un cartucho en la recámara.
—El aumento del secularismo tuvo algo que ver, pero sobre todo la reanimación cardiorrespiratoria. Te mueres, vienes aquí, alguien te resucita y te vas.
—Vale. Bien. ¿Qué hace el presidente aquí?
Spike se llenó los bolsillos de cartuchos y se metió la escopeta recortada en un bolsillo interior muy profundo del abrigo.
—Un accidente. No debería estar aquí... ni nosotros. ¿Llevas armas?
Asentí.
—Entonces veamos cómo están las cosas. Actúa como si estuvieses muerta... no queremos llamar la atención.
Recorrimos despacio el aparcamiento en dirección al edificio. Junto a nosotros pasaban las grúas que se llevaban los coches vacíos de las almas que se habían ido, perdiéndose en la neblina que cubría la salida.
Abrimos la puerta y entramos, pasando de un representante del club del automóvil que, con desgana, intentó hacernos socios. El interior estaba bien iluminado, era espacioso, olía levemente a desinfectante y era básicamente idéntico a cualquier otra área de servicio que hubiese visto en mi vida. La diferencia principal eran los visitantes. Hablaban en voz baja y apagada, y sus movimientos eran lánguidos, como si la carga de la vida les pesase sobre los hombros. Y también me di cuenta de que, a pesar de que mucha gente entraba por la puerta, no había tanta gente que saliera.
Dejamos atrás los teléfonos, ninguno de los cuales funcionaba, y nos acercamos a la cafetería, que olía a té recalentado y pizza. La gente estaba sentada en grupos, hablando en voz baja, leyendo periódicos atrasados y tomando café. Algunas mesas tenían un número con soporte que indicaba un pedido de comida que todavía no había llegado.
—¿Todos están muertos? —pregunté.
—Casi. Esto no es más que un portal, no lo olvides. Mira ahí. —Spike me llevó aparte y me señaló el puente que conectaba la zona meridional donde nos encontramos con la zona septentrional. Miré por las ventanas sucias el puente peatonal que describía un suave arco sobre la autopista, hacia la nada.
—Nadie regresa, ¿verdad?
—El país desconocido de cuyas fronteras no regresa ningún viajero —respondió Spike—. Es nuestro último viaje.
La camarera dijo un número.
—Treinta y dos.
—¡Aquí! —dijo una pareja que teníamos cerca.
—Gracias, el norte los espera.
—¿Norte? —repitió la mujer—. Debe ser un error. Hemos pedido pescado, patatas y guisantes para dos.
—Pueden ir por el paso peatonal de ahí. ¡Gracias!
La pareja rezongó y murmuró un poco, pero aun así se puso en pie. Los dos se acercaron despacio al camino e iniciaron el avance. Mientras miraba, sus siluetas se fueron desdibujando progresivamente hasta que desaparecieron por completo. Me estremecí y, para consolarme, miré hacia el mundo de los vivos y la autopista. Distinguía vagamente la M4 repleta de tráfico en la hora punta, los faros que relucían en el asfalto húmedo por la lluvia. Los vivos volvían a casa para encontrarse con sus seres queridos. ¿Qué hacía yo allí, en nombre de lo más sagrado?
Spike me sacó de mis cavilaciones dándome un golpe en las costillas y señalando. Al otro lado de la cafetería había un anciano frágil sentado a una mesa. En un par de ocasiones había visto al presidente Formby, pero la última vez había sido hacía casi una década. Según papá, al cabo de seis días moriría por causas naturales, y no estaba fuera de lugar decir que ciertamente eso parecía. Estaba terriblemente delgado y tenía los ojos hundidos en las cuencas. Sus dientes, tan característicos, sobresalían más que nunca. Puede ser muy duro pasar una vida en el mundo del espectáculo, y el doble de horrible pasar media vida en la política. Sólo aguantaba para impedir que Kaine se hiciese con todo el poder, y por su aspecto estaba claro que iba perdiendo y lo sabía.
Iba a ponerme en pie cuando Spike me susurró:
—Puede que sea demasiado tarde. Mira la mesa.
Frente a él tenía un número, el 33. Sentí que Spike se envaraba y bajaba los hombros, como si hubiese reconocido a alguien pero no quisiera que esa persona lo viese a él.
—Thursday —me susurró—, lleva al presidente a mi coche, a toda costa, antes de que vuelva la camarera. Debo ocuparme de algo. Te veré fuera.
—¿Qué pasa? ¿Spike?
Pero ya se alejaba, moviéndose despacio entre las almas perdidas arremolinadas alrededor del quiosco de prensa, hasta que desapareció. Respiré hondo, me levanté y fui hasta la mesa de Formby.
—¡Hola, joven! —dijo el presidente—. ¿Dónde están mis guardaespaldas?
—No tengo tiempo para explicárselo, señor presidente, pero debe venir conmigo.
—Oh, bien —dijo conforme—, si tú lo dices... Pero acabo de pedir pastel y patatas. ¡Podría comerme un caballo y probablemente lo haría!
Sonrió y luego se rio un poco.
—Debemos irnos —le azucé—. ¡Prometo que se lo explicaré todo!
—¡Pero ya he pagado...!
—¿Mesa treinta y tres? —dijo la camarera, que se había colocado con sigilo a mi espalda.
—Esos somos nosotros —respondió el presidente con alegría.
—Hemos tenido un problema con su pedido. Debe usted ausentarse un momento, pero se lo mantendremos caliente.
Suspiré aliviada. Se suponía que no estaba muerto y el personal lo sabía.
—¿Podemos irnos ya?
—No me voy hasta que no me devuelvan el dinero —dijo él con terquedad.
—Su vida corre peligro, señor presidente.
—Corro peligro en muchas ocasiones, joven, pero no me iré hasta que no me devuelvan los diez machacantes.
—Yo le pagaré —respondí—. Ahora, salgamos de aquí.
Le obligué a ponerse en pie y lo llevé hasta la salida. Mientras abríamos las puertas y salíamos, tres hombres de aspecto poco recomendable surgieron de las sombras. Iban armados.
—¡Vaya, vaya! —dijo el primero, que iba vestido con un uniforme de OpEspec bastante raído. Llevaba el pelo corto grasiento y tenía la piel de un tono cadavérico. En una mano sostenía un viejo revólver de OpEspec y mantenía la otra firmemente plantada encima de la cabeza—. ¡Parece que por aquí tenemos a unos vivos!
—Tira el arma —dijo el segundo.
—Vivirás para lamentarlo —le dije. Pero nada más decirlo comprendí que era una tontería.
—¡Ya es demasiado tarde para eso! —respondió—. La pistola, por favor.
La tiré y el hombre cogió a Formby y lo volvió a llevar dentro mientras el otro recogía mi pistola y se la metía en el bolsillo.
—Ahora tú —dijo—. Adentro. Tenemos que hacer un intercambio y el tiempo vuela.
No sabía dónde estaba Spike pero él había presentido el peligro, eso lo tenía claro. Suponía que tenía un plan y que probablemente fuese mejor ganar tiempo.
—¿Qué quieren?
—No mucho. —El hombre con la mano en la cabeza se rio—. Nada más y nada menos que... tu alma.
—Y es de las buenas —dijo el tercero, que sostenía algún tipo de medidor que emitía un zumbido y con el que me apuntaba—. Tiene un montón de vida dentro. Al viejo le quedan seis días... no vamos a sacar mucho de él.
Aquello no me gustó ni pizca.
—Muévete —dijo el primer hombre, indicando la puerta.
—¿Adónde?
—Al norte.
—Sobre mi cadáver.
—Ésa es...
El tercer hombre no acabó la frase. La parte superior de su pecho estalló en mil fragmentos resecos que olían a verduras mohosas. El primer hombre se volvió y disparó en dirección a la cafetería, oportunidad que aproveché para correr hacia el aparcamiento y refugiarme detrás de un coche. Al cabo de un momento me asomé con cautela. Spike estaba dentro, intercambiando disparos con el primer tipo, que parapetado tras el Bentley presidencial seguía todavía con la mano en la cabeza. Me maldije por haber entregado el arma. Mientras prestaba atención a la escena, la noche y el área de servicio, sin embargo, empecé a experimentar una sensación de déjà vu. No, fue algo mucho más intenso: había estado verdaderamente allí antes, durante un salto en el tiempo, hacía tres años. Había visto la situación en que me encontraba y había dejado un arma para mí. Busqué. A mi espalda, un hombre y una mujer (es más, Bowden y yo) se metían precipitadamente en un Speedster... en mi Speedster. Sonreí y me puse de rodillas para buscar el arma bajo la rueda del coche. Mis manos agarraron la automática. Quité el seguro y me alejé del coche, disparando mientras me movía. El primer hombre me vio y fue a refugiarse entre la multitud, que se dispersó aterrorizada. Entré cautelosamente en el edificio, ahora aparentemente desierto, y me reuní con Spike en la entrada de la tienda. Veíamos perfectamente los escalones que daban al puente; nadie podría ir al norte sin pasar a nuestro lado. Saqué el cargador de la automática y recargué.
—El tipo alto es Chesney, mi antiguo compañero de OE-17 —me contó Spike mientras recargaba la escopeta—. La corbata tapa la decapitación a la que le sometí. Tiene que agarrarse la cabeza para que no se le caiga.
—Ah. Ya me parecía raro que lo hiciese. Pero perder la cabeza... Eso te mata, ¿no?
—Es lo habitual. Debe sobornar a los guardianes del portal o algo parecido. Mi suposición es que lleva un chanchullo de reclamación de almas.
—Espera, espera, más despacio —dije—. Tu antiguo compañero Chesney, que está muerto, ¿dirige un servicio de sacar almas del otro mundo?
—Eso parece. A la muerte no le importan las personalidades... le preocupa ante todo alcanzar los objetivos. Después de todo, un alma se parece mucho a otra.
—¿Por tanto...?
—Sí. Chesney cambia el alma de alguien muerto por el alma de alguien vivo y en perfecto estado.
—Diría que te estás quedando conmigo, pero tengo la sensación de que no es así.
—Ya me gustaría estar inventándomelo. Estoy seguro de que, además, es muy lucrativo. Da la impresión de que eso le pasó a Mallory, el chofer de Formby. Vale, éste es el plan: te intercambiamos por el presidente y, cuando estés en su poder, yo rescato a Formby y vuelvo por ti.
—Tengo una idea mejor —respondí—. ¿Qué tal si te cambiamos a ti y yo busco ayuda?
—Creía que lo sabías todo sobre el inframundo gracias a tu amiguito Orfeo —me replicó Spike con cierta irritación.
—Sólo lo esencial que me contó tomando café... y en cualquier caso tú ya lo has hecho. ¿Cómo era eso de la lancha inflable para remar por el inframundo?
—Bien —dijo muy despacio—, en realidad fue más bien un viaje hipotético.
—No tienes ni idea de lo que haces, ¿verdad?
—No. Pero por diez mil estoy dispuesto a arriesgarme un poco.
No tuvimos tiempo de discutir más porque dispararon varios tiros contra nosotros. Un cliente gritó de miedo cuando una de las balas convirtió un expositor de revistas en confeti. Antes de que me diera tiempo a reaccionar Spike ya había disparado al techo y convertido una lámpara en una lluvia de chispas.
—¿Quién nos dispara? —preguntó Spike—. ¿Lo ves?
—Te aseguro que no ha sido la lámpara.
—Tenía que dispararle a algo. Cúbreme. —Saltó y disparó.
Yo me uní a él, tonta de mí. No tener ni idea de lo que pasaba no me había parecido un problema porque suponía que Spike sabía más o menos lo que se hacía. Ahora que estaba segura de que no era así, la huida me pareció una buena opción. Después de disparar inútilmente pasillo abajo, paramos y nos volvimos a refugiar tras la esquina.
—¡Chesney! —gritó Spike—. Quiero hablar contigo.
—¿Qué buscas aquí? —dijo una voz—. ¡Este es mi territorio!
—Vamos a pensar con la cabeza —respondió Spike, conteniendo la risa—. ¡Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo!
Una pausa, luego se volvió a oír la voz de Chesney:
—Alto el fuego. Salimos.
Chesney se dejó ver justo al lado del helicóptero a monedas para niños y una máquina Will-Speak de Coriolano. El secuaz que le quedaba se unió a él, agarrando al presidente.
—Hola, Spike —dijo Chesney. Era un hombre alto que daba la impresión de no tener ni una gota de sangre en todo el cuerpo—. No te he perdonado por matarme.
—Me gano la vida matando vampiros, Dave. Te convertiste en vampiro... tuve que hacerlo.
—¿Tuviste que hacerlo?
—Por supuesto. Estabas a punto de hundir los dientes en el cuello de una virgen de dieciocho años para convertirla en un cascarón sin vida dispuesto a satisfacer todos tus deseos.
—Todo el mundo tiene derecho a una afición.
—Los trenes en miniatura son una afición —respondió Spike—. Esparcir la semilla del vampirismo, no. —Hizo un gesto hacia el cuello de Chesney—. Tienes un corte muy feo.
—Muy gracioso. ¿Qué propones?
—Muy sencillo. Quiero recuperar al presidente Formby.
—¿Y a cambio?
Spike me apuntó con la escopeta.
—Te doy a Thursday. Tiene un montón de vida dentro. Dame la pistola, cariño.
—¿Qué? —exclamé con bien fingida indignación.
—Haz lo que te digo. Hay que proteger al presidente a toda costa... tú misma me lo has dicho.
Le pasé la pistola.
—Bien. Ahora avanza.
Recorrimos lentamente la explanada. Los acobardados visitantes nos observaban con fascinación morbosa. Nos paramos a diez metros de Chesney, junto a la zona de juegos.
—Envíame al presidente.
Chesney le hizo un gesto al secuaz, que le soltó. Formby, a estas alturas algo confundido, avanzó hacia nosotros.
—Ahora envía a Thursday.
—¡Vaya! —dijo Spike—. ¿Todavía usas ese viejo revólver de OpEspec? Toma su automática... ya no le va a hacer falta.
Y le lanzó la pistola a su antiguo compañero. Chesney se despistó momentáneamente y fue a agarrarla... pero con la mano que empleaba para sostenerse la cabeza, que se le torció peligrosamente. Intentó agarrársela pero sólo logró empeorar la situación y la cabeza le cayó hacia delante, escapó de sus manos ansiosas y golpeó el suelo con el sonido de una col grande. La indecorosa situación había distraído al segundo de Chesney, a quien desarmó un disparo de la escopeta de Spike. No vi motivo para que Spike fuese el único en divertirse, así que corrí, atrapé la cabeza de Chesney que rebotaba y de una patada la hice pasar por la puerta del salón de máquinas recreativas: un tiro directo de trescientos puntos a la máquina de baloncesto. Spike ya le había dado un golpe en el pecho al confundido y descabezado Chesney y recuperó mis dos automáticas. Agarré al presidente y salimos al aparcamiento mientras la cabeza de Chesney ladraba insultos encajada boca abajo en la cesta.
Spike sonrió al llegar a su coche.
—Bien, el viejo Chesney realmente ha perdido...
—No —dije—, no lo digas. Es una chorrada.
—¿Esto es un parque temático? —preguntó Formby en cuanto lo metimos en el coche de Spike.
—Algo así, señor presidente —respondí mientras salíamos marcha atrás del aparcamiento haciendo chirriar las ruedas camino de la rampa de salida. Nadie intentó detenernos y un par de segundos más tarde parpadeábamos a la luz del día y bajo la lluvia en el carril de la M4. Eran las 5.03. Teníamos tiempo de sobra para conseguir que el presidente llegase a un teléfono y se opusiese a la votación parlamentaria de Kaine. Le tendí la mano a Spike, quien me la agarró con alegría y luego me devolvió el arma, que seguía cubierta de polvo seco del gorila amigo de Chesney
—¿Has visto la expresión de su cara cuando se le ha empezado a caer la cabeza? —preguntó Spike, riendo—. ¡Tío, vivo para momentos así!
29
El Gato antiguamente conocido como de Cheshire
REY DANÉS IMPLICADO EN UN FIASCO DE MAREAS
Nuestros periodistas han descubierto que, en otra asombrosa demostración de estupidez danesa, el rey Canuto de Dinamarca intentó hacer uso de su autoridad para detener la pleamar. No lo logró, evidentemente, y el Monarca Tontorrón quedó empapado. Las autoridades danesas se apresuraron a negar los hechos y se apresuraron obscenamente a manchar la reputación de la excelente e imparcial prensa inglesa con la siguiente mentira: «Para empezar, no se llamaba Canuto, sino Cnut —comenzaba la absurda y poco plausible diatriba del ministro danés de propaganda—. Los ingleses le llamáis Canuto para que parezca que los extranjeros no os gobernaron durante doscientos años. Y Cnut no intentó dar órdenes al mar... Lo que hizo fue para demostrar a sus cortesanos, demasiado aduladores, que la marea no se doblegaba a su voluntad. Y todo eso pasó hace novecientos años... si es que realmente sucedió.» El rey Canuto no quiso hacer ningún comentario.
The Toad, 18 de julio de 1988
Le dijimos al presidente que sí, que tenía razón: no era más que un parque temático de área de servicio. Dowding y Parks quedaron sinceramente encantados de recuperar a su presidente, y Yorrick Kaine canceló la votación parlamentaria.
Para suplirla condujo una oración para dar las gracias a la providencia por el retorno de Formby. En cuanto a Spike y a mí, nos dieron a cada uno un cheque y nos dijeron que se asegurarían de que recibiésemos el «banjolele con hojas de roble» por nuestro celo en el cumplimiento del deber.
Spike y yo nos despedimos tras un agotador día de trabajo y volví a la oficina de OpEspec. Junto a mi coche me esperaba un mayor Drabb un tanto molesto.
—¡Una vez más no hemos encontrado libros daneses, agente Next! —dijo entre dientes, entregándome un informe—. Otro fracaso y tendré que comunicárselo a la autoridad superior.
Le miré furibunda, avancé un paso y le clavé un dedo en el pecho. Al menos necesitaba que Flanker me dejase en paz hasta la Superhoop.
—¿Me echa la culpa de sus fracasos?
—Bien —dijo, vacilando un poco y retrocediendo nerviosamente mientras yo me acercaba más—, es decir...
—Duplique sus esfuerzos, mayor Drabb, o haré que le retiren el mando. ¿Me comprende?
Eso último lo dije gritando, cosa que no quería hacer... pero empezaba a estar desesperada. No quería tener que lidiar con Flanker y con todo lo demás.
—Por supuesto —dijo Drabb con voz ronca—, acepto toda la responsabilidad por mi fracaso.
—Bien —me envaré—. Mañana debe registrar el Gremio de Escritores Australianos de Wootton Bassett.
Drabb se secó la frente y me volvió a saludar.
—Como usted diga, señorita Next.
Intenté atravesar la variopinta reunión de periodistas y equipos de televisión, pero fueron tan insistentes que me detuve para cruzar con ellos unas palabras.
—Señorita Next —dijo un periodista de ToadSports que se peleaba con otros cinco o seis equipos de televisión por lograr el mejor ángulo—, ¿cuál ha sido su reacción al enterarse de que cinco de los Mazos han renunciado tras recibir amenazas de muerte?
Yo no lo sabía, pero no dejé que se notara.
—Estamos contratando nuevos jugadores para el equipo...
—Señorita directora... Con sólo cinco jugadores, ¿no cree que es mejor retirarse?
—Vamos a jugar, se lo garantizo.
—¿Qué puede comentar acerca del rumor de que los Machacadores de Reading han fichado a Quebrantahuesos McSneed?
—Lo de siempre. La Superhoop será una victoria trascendental para Swindon.
—¿Y qué hay de la noticia de que la han declarado «incapaz de dirigir» dada su tan controvertida decisión de situar a Biffo en la defensa?
—Las posiciones de juego todavía no han sido fijadas, y en todo caso eso es decisión del señor Jambe. Ahora, si me disculpan...
Volví a ponerme en marcha y me alejé del edificio de OpEspec mientras los equipos de noticias seguían acribillándome a preguntas. Volvía a ser muy famosa, y no me gustaba.
Llegué a casa justo a tiempo de ahorrarle a mamá prepararle más té a Friday.
—¡Ocho palitos de pescado! —musitó, conmocionada por su avidez—. ¡Ocho!
—Eso no es nada —respondí, metiendo el cheque de la paga en una tetera decorativa. Le acaricié la oreja a Friday—. Espera a ver la cantidad de judías que es capaz de tragar.
—El teléfono no ha parado de sonar. Aubrey no sé qué, sobre unas amenazas de muerte o algo parecido.
—Le llamaré. ¿Qué tal el zoo?
—¡Oh! —exclamó. Se tocó el pelo y escapó de la cocina. Esperé a que se hubiera ido para agacharme junto a Friday.
—¿Bismarck y la abuela se... han besado?
—Tempor incididunt ut labore —respondió enigmáticamente—, et dolore magna aliqua.
—Espero que eso signifique «ni hablar», querido —musité, llenándole la taza. Se me enganchó la alianza en el borde y la miré resignada. Landen había vuelto. Me la sujeté firmemente, descolgué el auricular del teléfono y marqué.
—¿Hola? —respondió la voz de Landen.
—Soy Thursday.
—¡Thursday! —dijo con una mezcla de alivio y alarma—. ¿Qué te pasó?¡Te esperaba en el dormitorio y oí que se cerraba la puerta principal! ¿Fue por algo que hice?
—No, Land. Volvieron a erradicarte.
—¿Todavía estoy erradicado?
—Claro que no.
Se produjo una larga pausa. De hecho, demasiado larga. Me miré la mano. El anillo de boda había vuelto a desaparecer. Suspiré, colgué y regresé con Friday, descorazonada.
Llamé a Aubrey mientras bañaba a Friday e intenté tranquilizarlo con respecto a los jugadores perdidos. Le dije que siguiese entrenando y que yo cumpliría. No estaba segura de cómo hacerlo, pero eso no se lo conté. Simplemente le aseguré que «casi estaba».
—Debo irme —le dije al fin—. Tengo que lavarle el pelo a Friday y no puedo hacerlo con una mano.
Esa noche, mientras le leía Pinocho a Friday, apareció un enorme gato atigrado encima del armario de mi dormitorio. No apareció instantáneamente... se materializó desde la punta de la cola hasta la tremenda sonrisa. Cuando empezó a trabajar en Alicia en el país de las maravillas se le conocía como el Gato de Cheshire, pero las autoridades desplazaron los límites del condado de Cheshire y se convirtió en el Gato de la Autoridad Unitaria de Warrington, pero como eso era un poco complicado, lo llamaban afectuosamente el Gato antiguamente conocido como de Cheshire o, más fácil aún, el Gato. Su nombre verdadero era Archibald, pero lo usaba exclusivamente su madre cuando se enfadaba con él. Trabajaba muy estrechamente con Jurisficción. Se encargaba de la Gran Biblioteca, un almacén cavernoso y casi infinito que contenía todos los libros jamás escritos. Pero decir que el Gato era bibliotecario sería injusto. Era un superbibliotecario: lo sabía todo sobre los libros a su cargo. Cuándo los leían, quiénes lo hacían... todo. Es decir, todo excepto en qué libro salía Yorrick Kaine. Friday rio y señaló cuando el Gato terminó de materializarse y nos miró con una sonrisa grabada en el rostro, escuchando ansiosamente la historia.
—¡Hola! —dijo tan pronto como hube terminado, besado a Friday y apagado la luz—. Tengo información para ti.
—¿Sobre?
—Sobre Yorrick Kaine.
Llevé al Gato al piso de abajo, donde se sentó encima del microondas mientras yo preparaba té.
—Bien, ¿qué has descubierto?
—He descubierto que un policía no es un señor que vende pólizas... es como un guardia.
—Me refería a Kaine.
—Ah. Bien, realicé una búsqueda exhaustiva y no aparece en ninguna de las listas de personajes de la Gran Biblioteca ni del Pozo de las Tramas Perdidas. Venga de donde venga, no procede de la ficción, ni de la poesía, ni de los chistes, los ensayos ni los patrones de costura publicados.
—No creo que te hayas llegado hasta aquí para decirme que has fallado, Chesh —dije—. ¿Cuál es la buena noticia?
Los ojos del Gato centellearon y agitó los bigotes.
—¡Autoedición! —anunció con un gesto florido.
Una idea inspirada. Yo nunca me había planteado que pudiera haber salido de ahí. El reino de los libros autopublicados era una mezcolanza de historias pintorescas, antologías poéticas, magna opera de los que carecían verdaderamente de talento... y alguna joya ocasional. Lo importante era que de haberse publicado oficialmente las hubieran recibido con los brazos abiertos en la Gran Biblioteca... y eso no había pasado.
—¿Estás seguro?
El Gato me pasó una ficha de biblioteca.
—Sabía que para ti era importante, así que pedí algunos favores.
Leí la ficha en voz alta.
—Larga lujuria, 1931. Edición limitada de cien ejemplares. Autora: Daphne Farquitt.
Miré al Gato. Daphne Farquitt. Autora de casi quinientas novelas románticas y estrella del género.
—Antes de hacerse famosa como autora de libros espantosos, escribía libros espantosos que publicaba por su cuenta —me explicó el Gato—. En Larga lujuria, Yorrick es un político local deseoso de prosperar. Ni siquiera es un personaje importante. Sólo se le menciona en dos ocasiones y ni siquiera merece una descripción.
—¿Puedes lograrme acceso a la biblioteca de autoedición? —pregunte.
—No hay biblioteca de autoedición —dijo el Gato, encogiéndose de hombros—. Tenemos personajes y reseñas breves de los autores y del Earnest Scribbler Monthly, pero poco más. Aun así, sólo tenemos que encontrar un ejemplar y es nuestro.
Volvió a sonreír, pero yo no.
—No es tan fácil, Gato. Echa un vistazo.
Le mostré el último ejemplar de The Toad. El Gato se ajustó con cuidado las gafas y leyó: «El frenesí de la quema de libros daneses alcanza nuevas cotas con las novelas de la nacida en Copenhague Farquitt destinadas a las llamas.»
—No lo entiendo —dijo el Gato, posando ansioso una zarpa sobre un anuncio de comida Mininoliciosa para gatos—, ¿a qué viene lo de quemar todos sus libros?
—Eso es porque evidentemente él no es capaz de dar con todos los ejemplares originales de Larga lujuria y, presa de la desesperación, ha montado toda esa tapadera antidanesa. Con suerte, sus idiotas quemalibros le harán el trabajo. Soy una tonta por no haberme dado cuenta. Después de todo, ¿dónde esconderías una rama?
Una larga pausa.
—Me rindo —dijo el Gato—, ¿dónde esconderías una rama?
—En un bosque.
Miré pensativa por la ventana. Larga lujuria. No sabía cuántos ejemplares quedaban de los cien, pero como los libros de Farquitt estaban destinados a la hoguera, supuse que quedaba al menos uno. La clave para destruir a Kaine era una novela inédita de Farquitt.
—¿Por qué ocultarías una rama en un bosque? —preguntó el Gato, que había estado un rato callado pensando la pregunta.
—Es una analogía —le expliqué—. Kaine tiene que deshacerse de todos los ejemplares de Larga lujuria pero no quiere levantar sospechas, así que apunta a los daneses, el «bosque», en lugar de a Farquitt, la «rama». ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo.
—Bien.
—Bien, será mejor que me vaya —anunció el Gato, y desapareció.
No me sorprendió demasiado porque el Gato solía irse de aquella forma. Me serví té con un poco ríe leche y luego coloqué algunas tazas en una bandeja. Estaba pensando dónde encontrar un ejemplar de Larga lujuria y, lo más importante, pensando en llamar otra vez a Julie para preguntarle cuánto tiempo había parpadeado su marido «como una bombilla» cuando el Gato reapareció y se mantuvo en precario equilibrio sobre la batidora Kenwood,
—Por cierto —dijo—, el Grifo me ha contado que dentro de dos semanas harán pública la sentencia por tu infracción de ficción. ¿Quieres estar presente?
Se refería a cuando cambié el final de Jane Eyre. En el juicio me habían declarado culpable, pero los retrasos legales en el MundoLibro eran considerables.
—No —dije tras pensármelo—. No, dile que venga a contarme cuál es la sentencia.
—Se lo diré. Bien, adiosito —dijo el Gato, y desapareció, esta vez de veras.
Abrí con el pie la puerta del taller de Mycroft, la sujeté para que Pickwick pudiese seguirme, la cerré antes de que Alan nos siguiera y dejé la bandeja en un banco de trabajo. Mycroft y Polly miraban fijamente una pequeña figura geométrica de latón de forma extraña.
—Gracias, cariño —dijo Polly—. ¿Cómo te van las cosas?
—Entre regular y fatal, tía.
Polly llevaba casada con Mycroft cuarenta y dos años y, aunque parecía estar en segundo plano, en realidad era casi tan genial como su esposo. Era una mujer vital de setenta años que controlaba la naturaleza a menudo irascible y olvidadiza de Mycroft con una paciencia que me resultaba inspiradora.
—El truco —me contó en una ocasión— es considerarle como un niño de cinco años con un cociente intelectual de doscientos sesenta.
Tomó una taza de té y sopló la superficie del líquido.
—¿Sigues pensando en si poner a Smudger en la defensa?
—En realidad, pensaba en Biffo.
—Poner a Biffo o Smudger en la defensa sería malgastar su talento —dijo Mycroft, usando una lima para pulir una de las caras del poliedro—. Deberías poner a Snake en la defensa. Le falta experiencia, cierto, pero juega bien y cuenta con la ventaja de la juventud.
—Bien, la verdad es que la estrategia de equipo se la dejo a Aubrey.
—Espero que esté a la altura. ¿Qué opinas de esto?
Me pasó la figura y di vueltas al objeto, del tamaño de una uva. Algunas caras parecían pares y otras impares... y extrañamente, algunas parecían ser pares e impares a la vez. Mis ojos tenían problemas para comprenderlo.
—Muy... bonita —respondí—. ¿Qué hace?
—¿Hacer? —Mycroft sonrió—. ¡Ponía sobre el banco de trabajo y verás lo que hace!
Lo hice, pero la curiosa figura, inestable sobre la cara en la que la había apoyado, cayó sobre otra. Luego, tras una breve pausa, volvió a caer sobre una tercera. Siguió recorriendo a trompicones la superficie de trabajo hasta que topó con un destornillador y se detuvo.
—Lo llamo nextaedro —anunció Mycroft, recogiendo la figura y poniéndola en el suelo, donde siguió con su peregrinación aleatoria, observada por Pickwick, que creyó que la perseguía y salió huyendo para ocultarse—. La mayoría de las figuras irregulares son inestables sólo sobre una o dos caras. El nextaedro es inestable sobre todas sus caras... seguirá cayendo hasta que un objeto sólido se lo impida.
—¡Fascinante! —musité, siempre asombrada del ingenio de las invenciones de Mycroft—. Pero ¿para qué sirve?
—Bien —me explicó Mycroft, contento de que le hubiera hecho la pregunta—. ¿Sabes esos generadores inerciales que se usan en los relojes de pulsera sin cuerda?
—¿Sí?
—Si metieses uno grande en un nextaedro de unas seis toneladas, calculo que podrías generar hasta cien vatios de potencia.
—Pero... ¡eso sólo bastaría para alimentar una bombilla!
—Considerando que la entrada es nula, me parece un logro destacable —respondió Mycroft algo contrariado—. Para generar cantidades importantes de energía tendríamos que tallar un cuerpo de masa considerable. Marte, por ejemplo. Habría que darle forma de nextaedro con una superficie plana alrededor retenida por la gravedad. La energía se enviaría a la Tierra empleando rayos Tesla....
Dejó de hablar para ponerse a bosquejar ideas y ecuaciones en un cuadernillo. Miré como el nextaedro caía, giraba y rodaba por el suelo hasta dar con un rollo de cables.
—Hablando más en serio —me confió Polly, dejando el té—, podrías ayudarnos a identificar algunos de los dispositivos de este taller. Como Mycroft y yo hemos hecho el Big Blank, es posible que nos puedas ayudar.
—Lo intentaré —dije, mirando los extraños dispositivos de la estancia—. Ese de ahí adivina los gajos que tiene una naranja sin abrirla; el del cuerno es un olfatógrafo para medir olores, y la cajita puede transformar el oro en plomo.
—¿Qué sentido tiene eso?
—No estoy del todo segura.
Polly tomó notas en el inventario y yo pasé los siguientes diez minutos intentando describir todas las invenciones de Mycroft que pude. No fue fácil. No me lo había contado todo.
—Tampoco estoy segura de qué hace eso —dije, señalando una pequeña máquina del tamaño de un listín telefónico que había encima del banco de trabajo.
—Curiosamente —respondió Polly—, de éste sabemos el nombre. Es un ovinador.
—¿Cómo lo sabéis si no podéis recordar?
—Porque —dijo Mycroft, que se unió a nosotras tras haber terminado con sus notas—, tiene la palabra «ovinador» grabada ahí. Creemos que debe de ser un dispositivo para fabricar huevos sin usar gallinas, o para fabricar gallinas sin usar huevos. O algo completamente diferente. Venga, voy a encenderlo.
Mycroft le dio al interruptor y se encendió una lucecita roja.
—¿Eso es todo?
—Sí —respondió Polly, mirando pensativa la cajita, no demasiado emocionante.
—No hay ni rastro de huevos ni de gallinas —comenté.
—Ni rastro —Mycroft suspiró—. Puede que sólo sea una máquina para encender una luz roja. ¡Maldita pérdida de memoria! Lo que me recuerda... ¿tienes idea de cuál es la máquina para borrar la memoria?
Registramos el taller mirando las extrañas y en su mayoría anónimas invenciones. Cualquiera de ellas hubiese podido servir para borrar la memoria, pero igualmente cualquiera hubiese podido ser un dispositivo para descorazonar manzanas.
Permanecimos un rato en silencio.
—Sigo opinando que Smudger debería ser defensa —dijo Polly, seguramente la mayor fan del cróquet de la casa.
—Probablemente tienes razón —dije, sintiendo de pronto que era mejor seguirle la corriente—. ¿Tío?
—Polly es la que sabe de esto —respondió—. Estoy un poco cansado. ¿Quién quiere ir a ver ¡Nombra esa fruta! en la tele?
Todos estuvimos de acuerdo en que sería una forma muy relajada de acabar el día y me encontré por primera vez en mi vida mirando ese repugnante concurso. A la mitad me di cuenta de lo malo que era y me fui a la cama, con las sienes a punto de estallarme de dolor.
30
La Nación Neandertal
SE «USARÁN» NEANDERTALES EN UNA ESCUELA DE ENTRENAMIENTO DE POLÍTICOS
Los neandertales, la propiedad recreada genéticamente de la Corporación Goliath, encontraron ayer un empleo inesperado en la Escuela Chipping Sodbury para políticos, cuando cuatro individuos escogidos iniciaron su participación en la clase de economía de la veracidad en el servicio público. Los neandertales, cuyas habilidades extremadamente desarrolladas para detectar gestos faciales los predispone a percibir cualquier mentira, sirven para que los alumnos mejoren su capacidad para mentir algo que podría resultar útil a estos aprendices de políticos una vez que ocupen un puesto público. «¡Tío, esos tales lo pillan todo! —declaró el señor Richard Dixon, estudiante de primero—. No se les pasa nada... ¡Incluso detectan un ligero embellecimiento o una omisión táctica!» Los profesores se declaran encantados con los neandertales y en privado admitieron: «¡Si al proletariado se le diese la mitad de bien detectar mentiras, estaríamos realmente jodidos!»
The Toad (sección política), 4 de julio de 1988
Llevábamos toda la mañana buscando Larga lujuria sin ningún éxito. Kaine nos llevaba casi dos años de ventaja. De los cien ejemplares impresos, sesenta y dos habían cambiado de manos en los últimos dieciocho meses o así, pero no hay nada como un comprador misterioso cargado de pasta para subir el precio, y el último ejemplar se había vendido en la casa de subasta Agatha's por 720.000 libras; una suma sin precedentes, incluso para un Farquitt anterior a la guerra. Cada vez daba más la impresión de que las posibilidades de dar con un ejemplar de Larga lujuria eran muy reducidas. Llamé al agente de Farquitt, quien me contó que habían confiscado toda la biblioteca de la autora y que, antes de soltarla, a la dama septuagenaria la habían interrogado largamente sobre el activismo político en favor de los daneses. Ni siquiera una visita a la biblioteca Farquitt en Didcot dio frutos: casi dieciocho meses antes «agentes gubernamentales» habían requisado el manuscrito original de Larga lujuria y también un ejemplar firmado. El bibliotecario se reunió con nosotros en el salón de mármol tallado y, tras decirnos que no hablásemos demasiado alto, nos informó de que ejemplares de todas las obras de Farquitt estaban almacenados y listos para su retirada «tan pronto como sea posible». Bowden respondió que nos marcharíamos a la frontera en cuanto resolviésemos todos los detalles. No me miró al decirlo, pero sabía lo que pensaba: yo tenía que encontrar la manera de cruzar la frontera.
Regresamos en silencio a la oficina de detectives literarios y, tan pronto como llegué, llamé a Landen. Mi anillo de bodas, que había estado apareciendo y desapareciendo toda la mañana, llevaba unos buenos veinte minutos en su sitio.
—¡Hola, Thursday! —dijo con entusiasmo—. ¿Qué te pasó ayer? Estábamos hablando y te callaste.
—Hubo un problema.
—¿Por qué no vienes a almorzar? Tengo palitos de pescado, frijoles y guisantes... con puré de plátano y crema de budín.
—¿Has estado comentando el menú con Friday?
—¿Qué te hace pensarlo?
—Me encantaría, Land. Pero ahora mismo sigues estando un poco existencialmente inestable, así que, simplemente, acabaría quedando en evidencia otra vez delante de tus padres... y tengo que reunirme con alguien para hablar de Shakespeare.
—¿Alguien que yo conozca?
—Bartholomew Stiggins.
—¿El neandertal?
—Sí.
—Espero que te gusten los escarabajos. Llámame la próxima vez que vuelva a existir. Te qu...
La línea se cortó. Mi anillo de bodas también había desaparecido.
Presté atención un momento al tono de marcado, tocándome pensativamente la frente con el auricular.
—Yo también te quiero, Land —dije en voz baja.
—¿Tu contacto galés? —preguntó Bowden, entrando con un fax de la Sociedad de Amigos de Karen Blixen.
—No exactamente.
—Entonces, ¿un nuevo jugador para la Superhoop?
—Ojalá. Goliath y Kaine han asustado a todos los jugadores del país excepto a Penélope Hrah, que juega a cambio de comida y a la que no le importa lo que nadie diga, piense o haga.
—¿No le arrancaron hace unos años una pierna en la semifinal de los Golpeadores de Newport frente a los Errabundos de Dartmoor?
—No puedo permitirme ser demasiado melindrosa, Bowd. Si la sitúo como defensa, puede ladrar a cualquiera que se acerque. ¿Listo para almorzar?
La población de neandertales de Swindon ascendía a unos trescientos individuos y todos vivían en una pequeña aldea occidental conocida como La Nación. Como eran muy hábiles con las herramientas, sólo les habían dado dos hectáreas y media de tierra, agua y puntos de desagüe y les habían dicho que se pusieran a ello... como si hubiese hecho falta decírselo, que no hacía.
Los neandertales no eran humanos ni descendientes nuestros, sino primos. Habían evolucionado al mismo tiempo que nosotros y se habían extinguido al no poder competir con éxito contra los más agresivos humanos. A finales de los años treinta y principios de los cuarenta, Bioingeniería Goliath los trajo de vuelta y se habían convertido en tan parte del mundo moderno como los dodos o los mamuts. Y como habían sido secuenciados por Goliath, cada uno de ellos era realmente propiedad de la corporación. Un plan nada generoso de «recompra» para adquirirse a sí mismos no había sido muy bien recibido.
Aparcamos a un poco de distancia de La Nación y nos apeamos del coche.
—¿No podemos aparcar dentro? —preguntó Bowden.
—No les gustan los coches —le expliqué—. No le ven demasiado sentido a viajar distancias. Según la lógica neandertal, cualquier lugar al que no se pueda llegar tras un día de marcha no vale la pena ser visitado. Nuestro jardinero neandertal solía recorrer a pie cada martes los seis kilómetros hasta nuestra casa. Rechazaba cualquier ofrecimiento de llevarle. Caminar era, insistía, «la única forma decente de viajar». «Si conduces, te pierdes las conversaciones en los setos», decía.
—Tiene sentido —respondió Bowden—, pero si debes llegar pronto a algún lugar...
—Ahí radica la diferencia, Bowd. Tienes que distanciarte de la forma de pensar humana. Para los neandertales, nada es tan urgente como para no poder hacerlo en otro momento... o no hacerlo. Por cierto, ¿te has acordado de no ducharte esta mañana?
Asintió. Como el olor era tan importante para la comunicación neandertal, la ducha jabonosa de los humanos se entendía más bien como un subterfugio sospechoso. Si hablabas con un neandertal llevando colonia, instantáneamente pensaba que tenías algo que ocultar.
Atravesamos la entrada de hierba de La Nación y nos encontramos con un neandertal solitario sentado en una silla en medio del camino. Leía el Neandertal News, impreso en letras grandes. Dobló el periódico y delicadamente olisqueó el aire antes de mirarnos brevemente y preguntar:
—¿A quién desean visitar?
—Somos Next y Cable. Almuerzo con el señor Stiggins.
El neandertal nos miró fijamente un momento y luego nos indicó una casa situada al otro lado del descampado que rodeaba un tótem que no tenía idea de qué representaba. En la zona de hierba había cinco o seis neandertales jugando al cróquet y los miré atentamente un rato. No jugaban por equipos. Se limitaban a pasar la pelota y a marcar tantos cuando era posible. Eran excelentes jugadores. Vi a uno marcar desde al menos treinta y seis metros de rebote con otra bola. Era una pena que los neandertales no fuesen agresivamente competitivos... le hubiesen venido bien al equipo.
—¿Notas algo? —pregunté mientras recorríamos la hierba con los jugadores de cróquet moviéndose a nuestro lado como nubes de brazos y piernas bien coordinados.
—¿No hay niños?
—El neandertal más joven tiene cincuenta y dos años —le expliqué—, los machos son estériles. Probablemente sea su principal causa de desacuerdo con sus propietarios.
—Yo también estaría cabreado.
Dimos con la casa de Stiggins, abrí la puerta y entramos directamente. Sabía algunas cosas sobre costumbres neandertales y jamás se entraba en una casa neandertal a menos que te estuviesen esperando... en cuyo caso la considerabas como tuya y entrabas sin más. La casa estaba construida por completo con madera y materiales reciclados y tenía forma circular, con un hogar en el centro. Era cómoda, cálida y agradable, no la cueva pelada que creo que Bowden esperaba. Había en ella un televisor y sillones de verdad, sillas e incluso un equipo de alta fidelidad. Stiggins, que estaba de pie junto al fuego, tenía a su lado una neandertal un poco más baja que él.
—¡Bienvenidos! —dijo Stig—. Ésta es Felicity... formamos una asociación.
Su mujer se nos acercó en silencio y nos abrazó consecutivamente, aprovechando la oportunidad para olernos, primero la axila y luego el pelo. Vi que Bowden hacía una mueca y Stig soltó una tosecita ronca que era la risa neandertal.
—Señor Cable, está usted incómodo —comentó Stig.
Bowden se encogió de hombros. Sí que estaba incómodo, y conocía a los neandertales lo suficiente para saber que no se les podía mentir.
—Sí, lo estoy —respondió—. Nunca había visto una casa neandertal.
—¿Es diferente a la suya?
—Mucho —dijo Bowden, examinando la disposición de las vigas del techo, hechas de distintos trozos de madera pegados con cola a los que luego se había dado forma.
—No hay ni un solo clavo o tornillo, señor Cable. ¿Ha oído el ruido de la madera cuando le introducen un tornillo? Es poco caritativo.
—¿Hay algo que no fabriquen ustedes mismos?
—En realidad no. Es insultante no dar a la materia prima todos los usos posibles. El dinero que ganamos se destina íntegramente al plan de recompra. Tal vez cuando nos llegue nuestra hora podamos permitirnos los títulos de propiedad.
—Entonces, si me disculpa, ¿qué sentido tiene?
—Morir libre, señor Cable. ¿Algo de beber?
La señora Stiggins regresó con cuatro vasos cortados del fondo de botellas de vino y nos los ofreció. Stig se tomó el contenido del suyo de un trago y yo intenté hacer lo mismo. Estuve a punto de atragantarme... no era muy diferente a beber gasolina. Bowden se atragantó y se agarró la garganta como si le quemase. El señor y la señora Stiggins nos miraron con curiosidad y estallaron luego en toda una serie de toses guturales.
—Me parece que no entiendo el chiste —dijo Bowden con los ojos llenos de lágrimas.
—Es costumbre neandertal humillar a los invitados —anunció Stig, recogiendo nuestros vasos—. Ustedes han bebido ginebra de patata... nosotros agua. La vida es buena. Tomen asiento.
Nos sentamos en el sofá y Stig revolvió las brasas del fuego. En el espetón había un conejo y suspiré aliviada; no tendríamos que almorzar escarabajos.
—Esos jugadores de cróquet de ahí fuera —dije—, ¿cree que se les podría convencer para jugar en los Mazos de Swindon?
—No. Sólo los humanos se definen a sí mismos por oposición a otros humanos. Para nosotros ganar o perder carece de sentido. Las cosas simplemente son lo que se supone que deben ser.
Pensé en ofrecer dinero. Después de todo, el salario de un mes de un jugador medio podría cubrir con facilidad un millar de planes de recompra. Pero los neandertales son muy raros con el dinero... sobre todo con el dinero que no creen haberse ganado. No dije nada.
—¿Tiene alguna idea más sobre los Shakespeares clonados? —preguntó Bowden.
Stig pensó un momento, arrugó la nariz, le dio la vuelta al conejo y luego se acercó a un enorme buró y regresó con un expediente grueso: el informe genómico que había recibido del señor Rumplunkett.
—Son definitivamente clones —dijo—, y quien los crease se cubrió las espaldas... Eliminaron los números de serie de las células y al ADN le falta la información del fabricante. En lo que se refiere al nivel molecular, podrían haber sido creados en cualquier parte.
—Stig —dije, pensando en Hamlet—, no hace falta que le diga lo importante que es que encontremos un clon de Will... y pronto.
—Todavía no hemos terminado, señorita Next. ¿Ve esto?
Me entregó una evaluación espectroscópica de los dientes del señor Shaxtper y miré la gráfica en zigzag sin comprender.
—Lo hacemos para examinar los patrones de salud a largo plazo. A partir de una sección transversal de los dientes de Shaxtper podemos deducir la zona de fabricación basándonos exclusivamente en la dureza del agua.
—Comprendo —dijo Bowden—. Bien, ¿dónde se encuentra esa agua?
—Fácil: en Birmingham.
Bowden batió palmas de contento.
—¿Quiere decir que hay un laboratorio secreto de ingeniería genética en la zona de Birmingham? ¡Lo encontraremos en un periquete!
—El laboratorio no está en Birmingham —dijo Stig.
—Pero ha dicho...
Yo sabía exactamente por dónde iba.
—Birmingham importa toda su agua —dije en voz baja—, del valle de Elan... en la República Socialista de Gales.
De pronto la labor se nos había complicado mucho. Las mayores instalaciones de biotecnología de Goliath estaban a orillas del embalse Craig Goch, en el centro del Elan, antes de su traslado a Presellis. Las habían construido al otro lado de la frontera debido a la laxa normativa biotecnológica; las cerraron en cuanto el Parlamento gales se puso al día. El laboratorio de Presellis sólo realizaba trabajos legítimos.
—¡Imposible! —se mofó Bowden—. ¡Cerraron hace décadas!
—Y sin embargo —respondió Stig lentamente—, sus Shakespeares se fabricaron allí. Señor Cable, no es usted un amigo natural de los neandertales y no posee la fuerza de espíritu de la señorita Next, sin embargo es usted apasionado.
A Bowden no le convencía el resumen de Stig.
—¿Cómo puede conocerme tan bien?
Hubo un momento de silencio mientras Stig daba vueltas al conejo en el asador.
—Vive con una mujer a la que no ama realmente pero que necesita por razones de estabilidad. Sospecha que se ve con otro y la furia y la duda pesan sobre sus hombros. Siente que no le han ascendido como sería justo y que la única mujer a la que ama realmente es inaccesible...
—Vale, vale —dijo Bowden hosco—, me hago una idea.
—Los humanos irradian emociones como fuegos violentos, señor Cable. Nos asombra que puedan engañarse unos a otros con tanta facilidad. Vemos todos los engaños y hemos evolucionado para no necesitarlos.
—Esos laboratorios... —dije, deseosa de cambiar de tema—. ¿Están ustedes seguros?
—Estamos seguros —afirmó Stig—, y no sólo fabricaron allí los Shakespeares. Todos los neandertales hasta la versión 2.3.5 también. Deseamos regresar. Tenemos necesidad urgente de lo que se nos ha negado.
—¿Y es?
—Niños —dijo Stig—. Hemos estado planeando la expedición y sus características sapiens nos serían útiles. Ustedes poseen una impetuosidad que a nosotros nos falta. Un neandertal medita cada movimiento antes de actuar y está genéticamente predispuesto a la precaución. Nos hace falta alguien como usted, señorita Next: un humano impulsivo, con tendencia a la violencia y capaz de mandar... pero dominado por lo que es correcto.
Suspiré.
—No vamos a entrar en la República Socialista —dije—. No tenemos jurisdicción y si nos pillan lo pagaremos caro.
—¿Qué hay de tu plan para llevar los libros, Thursday? —preguntó Bowden con tranquilidad.
—No hay ningún plan, Bowd. Lo siento. No puedo arriesgarme a acabar encerrada en alguna celda galesa durante la Superhoop. Tengo que asegurarme de la victoria de los Mazos. Tengo que estar aquí.
Stig frunció el ceño.
—¡Es extraño! —dijo al fin—. No desea ganar por una falsa sensación de orgullo por su ciudad natal... Captamos un propósito superior.
—No puedo contárselo, Stig, pero lo que lee es cierto. Es vital para todos nosotros que Swindon gane la Superhoop.
Stig miró a la señora Stiggins y los dos conversaron unos buenos cinco minutos... empleando exclusivamente expresiones faciales y algún gruñido. Cuando terminaron, Stig dijo:
—Hay acuerdo. Usted, el señor Cable y yo mismo entraremos por la fuerza en los laboratorios de ingeniería genética de Goliath. Usted para encontrar a su Shakespeare, nosotros para encontrar la semilla para nuestras hembras.
—No puedo...
—Aunque fracasemos —añadió Stig—, la Nación Neandertal aportará cinco jugadores para que la ayuden a ganar la Superhoop. No habrá ni pago ni gloria. ¿Es un acuerdo?
Miré sus pequeños ojos marrones. A juzgar por la calidad de los jugadores que había visto fuera y mis conocimientos acerca de los neandertales en general, tendríamos una oportunidad... incluso si yo estaba encerrada en una cárcel galesa.
Acepté la mano que me tendía.
—Es un acuerdo.
—Entonces comamos. ¿Les gusta el conejo?
Los dos asentimos.
—Bien. Es nuestra especialidad. En neandertales se llama conejo-yescara.
—Suena genial —respondió Bowden—. ¿Con qué se sirve?
—Patatas y una... salsa crujiente ácida de color verde amarronado.
No estoy segura, pero creo que Stig me guiñó un ojo. No debería haberme preocupado. La comida fue excelente y los neandertales tienen toda la razón: los escarabajos están muy infravalorados.
31
Reunión de planificación
DISMINUYE EL NÚMERO DE CORMORANES COMUNES
Un importante ornitólogo afirmó ayer que la incompatibilidad entre osos y aves es la responsable del declive de los cormoranes en los últimos tiempos. «Hace años que sabemos que los cormoranes depositan sus huevos en bolsas de papel para evitar la luz —nos explicó el señor Daniel Chough—, pero la repoblación de osos en Inglaterra ha sometido a una tensión insoportable los hábitos reproductivos de esas aves. A pesar de que osos y aves rara vez compiten por comida y recursos, parece ser que los osos de paseo con bollos roban las bolsas de papel de los cormoranes para, según una investigación preliminar, recoger las migas.» Se sospecha que los osos podrían ser de origen danés, pero no se ha confirmado.
Flap!, artículo del 20 de julio de 1988
—Bien, ¿qué sabes del Elan? —preguntó Bowden mientras volvíamos a la ciudad.
—No mucho —respondí, mirando las gráficas de los dientes del señor Shaxtper. Stig estimaba que había vivido en Elan mucho más que los otros, quizás hasta hacía pocos años. Si había sobrevivido tanto tiempo, ¿podría haber más como él? No estaba todavía dispuesta a abrigar falsas esperanzas, pero al menos me parecía posible que al final pudiésemos salvar Hamlet.
—¿Hablabas en serio cuando decías que no habías podido encontrar una forma de entrar?
—Eso me temo. Pero siempre podemos fingir ser empleados de la compañía del agua de Birmingham o algo por el estilo.
—¿Por qué los empleados del agua iban a viajar con diez camiones cargados de libros daneses prohibidos? —preguntó Bowden, con toda la razón.
—¿Para tener algo que leer mientras cumplen con sus obligaciones?
—Quemarán esos libros si no los salvamos, Thursday. Debemos encontrar una forma de entrar en la República.
—Ya se me ocurrirá algo.
Me pasé el resto de la tarde esquivando llamadas de periodistas deportivos deseosos de obtener una noticia y descubrir quién jugaría en cada posición. Llamé a Aubrey y le dije que tendríamos cinco jugadores nuevos, pero no le conté que serían neandertales. No podía arriesgarme a que se enterase la prensa.
Cuando volvía a casa de mamá mi anillo de bodas volvía a estar firmemente instalado alrededor de mi dedo. Llevé a Friday a casa de Landen y, viendo que todo parecía haber vuelto a la normalidad, llamé dos veces. Se oyó un revuelo emocionado en el interior y Landen abrió la puerta.
—¡Aquí estás! —dijo feliz—. Cuando me colgaste me preocupé un poco.
—No colgué, Land.
—¿Volví a erradicarme?
—Eso me temo.
—¿Sucederá de nuevo?
—Espero que no. ¿Puedo pasar?
Dejé a Friday en el suelo; de inmediato intentó subir las escaleras.
—Es hora de dormir, ¿no es así, hombrecito? —preguntó Landen, siguiéndole mientras trepaba hasta arriba. Vi que en la habitación de invitados había dos barreras de escalera sin desembalar, lo que me tranquilizó. También había comprado una cuna y varios juguetes.
—He comprado ropa.
Abrió un cajón. Estaba repleto de todo tipo de prendas para el pequeñito, y aunque algunas me parecieron un poco pequeñas, no dije nada. Bajamos a Friday y Landen preparó la cena.
—Entonces, ¿sabías que iba a volver? —pregunté mientras él cortaba el brécol.
—Oh, sí. En cuanto resolvieses toda esa tontería de la erradicación —respondió—. ¿Preparas té, por favor?
Fui al fregadero y llené el hervidor.
—¿Ya tienes un plan para lidiar con Kaine? —preguntó Landen.
—No —admití—. La verdad es que estoy apostando porque se cumpla la Séptima Revelación de san Zvlkx.
—Lo que no comprendo —dijo Landen, cortando zanahorias— es por qué todos excepto Formby parecen estar de acuerdo con todo lo que Kaine dice. Mansos como corderos, todos ellos.
—Debo admitir que me sorprende que nadie se oponga a los planes de Kaine —dije, mirando ausente por la ventana de la cocina. Fruncí el ceño cuando en mi cabeza empezó a tomar forma una idea—. ¿Land?
—¿Sí?
—¿Cuándo se acercó Formby por última vez a Kaine?
—Nunca. Le evita como a la peste. Kaine quiere una reunión cara a cara, pero el presidente no está dispuesto a ceder.
—¡Eso es! —dije, recibiendo la inspiración.
—¿El qué?
—Bien... —Callé porque algo al fondo del jardín me había llamado la atención—. ¿Tienes vecinos entrometidos, Land?
—La verdad es que no.
—Entonces, probablemente sea mi acechador.
—¿Tienes un acechador?
Señalé.
—Claro. Está justo ahí, detrás de los laureles, llamándome.
—¿Quieres que me porte como un macho fuerte y le persiga con un palo?
—No. Se me ha ocurrido una idea mejor.
—Hola, Millon. ¿Cómo va el acecho? Te he traído una taza de té y un bollo.
—Muy bien —dijo, apuntando en el cuaderno la hora a la que había salido a hablar con él y haciéndose a un lado para dejarme sitio en el arbusto de laurel—. ¿Cómo te van las cosas a ti?
—En general bien. ¿Por qué me llamabas?
—¡Ah! —dijo—. En la revista Teorías conspiratorias íbamos a publicar un artículo sobre videntes del siglo XIII y quería hacerte algunas preguntas.
—Adelante.
—¿No encuentras curioso que veintiocho santos de la Edad Media hayan escogido este año para su reaparición?
—La verdad es que no lo había considerado.
—Vale. ¿Y no te parece curioso que, de esos veintiocho supuestos videntes, sólo dos, san Zvlkx y la hermana Bettina de Stroud, profetizaran algo que realmente se haya cumplido?
—¿Qué pretendes decir?
—Que san Zvlkx no es ni mucho menos un santo del siglo XIII, sino un criminal que viaja en el tiempo. Realizó un viaje ilícito a la Edad Oscura, escribió lo que recordaba de la historia y luego, en el momento apropiado, se catapultó en el tiempo para ver como se cumplía su última «Revelación».
—¿Por qué? —pregunté—. Si la CronoGuardia se enterara de lo que hace se encontraría con que jamás habría nacido... literalmente. ¿Por qué arriesgarse a la inexistencia a cambio de unos pocos años de fama como visitante asqueroso del siglo XIII con un montón de desagradables enfermedades cutáneas?
Millon se encogió de hombros.
—No lo sé. Pensé que tú podrías ayudarme a mí. —Calló.
—Dime, Millon... ¿Hay alguna relación entre Kaine y el ovinador?
—¡Claro que sí! Deberías leer la revista Teorías conspiratorias más a menudo. Aunque la mayoría de las conexiones que establecemos entre tecnologías secretas y puestos de poder son tan tenues como la niebla, en este caso es realmente firme: su ayudante personal, Stricknene, trabajaba antes con Schitt-Hawse en el departamento de tecnología de Goliath. Si Goliath tiene un ovinador, entonces es más que posible que Kaine también tenga uno. Bien, ¿sabes qué hace el ovinador?
Reí. Era precisamente la información que deseaba oír.
—Verás, dime —añadí, sintiendo la esperanza renacer a cada segundo—, ¿qué sabes de los antiguos laboratorios de bioingeniería de Goliath?
—¡Uuuuuuuf! —dijo, emitiendo el sonido de un entusiasta al que invitan a hacer un comentario sobre su tema favorito—. ¡Eso son palabras mayores! Los antiguos laboratorios de Goliath siguen en pie en lo que llamamos «Área 21»... la parte vacía del centro de Gales, el Elan.
—¿Vacía metafórica o literalmente?
—Vacía en el sentido de que allí no va nadie más que los inspectores del agua... y tenemos pruebas sin ningún fundamento que vendemos como hechos que indican que un número indeterminado de inspectores ha desaparecido sin dejar rastro. En cualquier caso, la zona está aislada, rodeada de una verja eléctrica.
—¿Para evitar que la gente entre?
—No —dijo Millon lentamente—, para mantener dentro los experimentos genéticos que estuviese haciendo Goliath allí. Toda el Área 21 está infestada de quimeras. Tengo carpetas y carpetas llenas de historias poco plausibles acerca de personas que han entrado allí y a las que supuestamente nadie ha vuelto a ver. En todo caso, ¿por qué te interesa la planta de Elan?
—Por los experimentos genéticos ilegales con humanos realizados en secreto por una multinacional aparentemente inocente.
Millon estuvo a punto de desmayarse por sobrecarga de conspiración. Cuando se hubo recuperado, me preguntó cómo podía ayudarme.
—Necesito que me localices cualquier fotografía, plano o mapa que pueda servirme de guía en una visita.
Millon abrió los ojos como platos y garabateó en el cuaderno.
—¿Vas a ir al Área 21?
—No —respondí—, vamos a ir los dos. Mañana. Salimos a las siete de la mañana, en punto. ¿Puedes encontrar lo que te he pedido?
Achicó los ojos.
—Puedo conseguir la información, señorita Next —dijo lentamente y con un brillo en los ojos—, pero tiene un precio. Seré tu biógrafo oficial.
Le tendí la mano y él la aceptó agradecido.
—Hecho.
Volví a entrar y encontré a Landen charlando con un hombre vestido con prendas con un aire ligeramente punk, gafas de montura de un color llamativo, el pelo rubio y una perilla diminuta plantada firmemente justo bajo el labio inferior.
—Querida —dijo Landen, agarrando la mano que acababa de colocarle en el hombro—, éste es mi buen amigo Handley Paige.
Le estreché la mano. Se parecía bastante a todos los escritores de ciencia ficción que había conocido. Un poco sabiondo pero agradable.
—Escribe usted los libros del emperador Zhark —comenté.
Hizo una mueca.
—Nadie me habla jamás de las cosas decentes que escribo —se quejó—. Se limitan a pedirme más novelas de Zhark. Lo escribí en broma... Es un pastiche de mala ciencia ficción, y que me aspen si no es lo más popular que he escrito nunca.
Recordé lo que me había dicho el emperador Zhark.
—Va a matarle, ¿no?
Handley se sorprendió.
—¿Cómo lo sabe?
—Trabaja para OE-27 —le explicó Landen—. Lo saben todo.
—Pensaba que se ocupaban de los clásicos.
—Nos encargamos de todos los géneros —le expliqué—. Por razones que no puedo revelar, le aconsejo que encierre a Zhark en un planeta deshabitado en lugar de someterle a la humillación de una ejecución pública.
Handley rio.
—¡Habla de él como si fuese una persona real!
—Se toma muy en serio su trabajo, Handley —dijo Landen sin sonreír—. Te aconsejo que te tomes muy en serio todo lo que te diga. Todo está interconectado, Handley.
Pero Handley era inflexible.
—Lo voy a matar tan definitiva y absolutamente que nadie volverá a pedirme una novela de Zhark. Gracias por prestarme el libro, Land. No hace falta que nadie me acompañe.
—¿Handley corre peligro? —preguntó Landen tan pronto como hubo salido.
—Muy posiblemente. No estoy segura de si los rayos de la muerte zharkianos funcionan en el mundo real, pero no me gustaría que Handley fuese quien lo descubriese.
—Es un asunto del MundoLibro, ¿no? Vamos a cambiar de tema. ¿Qué quería tu acechador?
Sonreí.
—Sabes, Landen, las cosas empiezan a pintar bien. Debo llamar a Bowden.
Marqué rápidamente.
—¿Bowd? Thursday al habla. He descubierto cómo cruzar la frontera. Arréglalo todo para mañana por la mañana. Nos reuniremos en Leigh Delamere a las ocho... no puedo contártelo... Stig y Millon... allí nos vemos. Chao.
Llamé a Stig y le dije lo mismo. Luego le di un beso a Landen y le pregunté si le importaba alimentar solo a Friday. No le importaba, claro está, y salí corriendo para verme con Mycroft.
Volví a tiempo para ayudar a Landen a limpiar la capa de comida del cuerpo de Friday, leerle un cuento y meterle en la cama. No era tarde, pero también nos fuimos a la cama. Esa noche no hubo timidez ni confusión y nos desvestimos con rapidez. Me tumbó sobre la cama y con la punta de los dedos...
—¡Alto! —grité.
—¿Qué?
—¡No me puedo concentrar con esas personas...!
Landen miró el dormitorio vacío.
—¿Qué personas?
—Esas personas —repetí, agitando la mano hacia todas partes—. Las que nos están leyendo.
Landen me miró fijamente y arqueó una ceja. Me sentí estúpida, me relajé y solté una risa nerviosa.
—Lo siento. Llevo demasiado tiempo viviendo en el interior de la ficción; en ocasiones tengo la extraña sensación de que tú, yo y todo lo demás no somos más que personajes de un libro o algo parecido.
—Eso es una ridiculez.
—Lo sé, lo sé. Lo siento. ¿Dónde estábamos?
—Justo aquí.
32
Área 21: el Elan
LA LEY DE LIBERTAD ####### UN POCO MÁS CERCA, ANUNCIA EL SEÑOR #######
El Gobierno abierto avanzó un paso más ayer mismo con el anunció de que el scñor ##### apoyaría la ley de libertad #######. La ley, que aspira a hacer que información de alto ####### de ####### llegue a manos de la #######, fue acogida por el señor ####### direcror, ####### del departamento de #######, como un «gran salto adelante». El principal detractor del proyecto de ley, el señor #######, garantizó que «mientras me siga llamando #######, no permitiré la aprobación de esta #######.
The #######, ## de julio de 19##
—Bien, ¿cuál es el plan? —preguntó Bowden mientras nos dirigíamos a la ciudad fronteriza galesa de Hay-on-Wye. Eran como las diez de la mañana y viajábamos en el Griffin Sportina de fabricación galesa de Bowden con Millon de Floss y Stig en el asiento posterior. Nos seguía un convoy de diez camiones, todos ellos cargados de libros daneses prohibidos.
—Bien —dije—, ¿nunca os pareció raro que el Parlamento accediese a todo lo que pedía Kaine?
—He renunciado a comprender al Parlamento —dijo Bowden.
—Todos los parlamentarios son unos charlatanes lloricas —terció Millon.
—Si alguien necesita un gobierno —añadió Stig—, entonces es una forma de vida defectuosa sin remedio.
—A mí también me intrigaba —proseguí—. Una legislatura absolutamente conforme con los peores excesos de Kaine sólo podía significar una cosa: alguna forma de control mental de corto alcance controlado por administradores sin escrúpulos.
—¡Una teoría de las que a mí me gustan! —exclamó Millon emocionado.
—Al principio no podía entenderlo, pero luego fui a Goliathpolis y lo sufrí en mis propias carnes. Tuve una especie de sensación de abotargamiento, un deseo de dejarme llevar por la corriente siguiendo el camino más fácil, por estúpido o erróneo que fuese. También comprobé sus efectos en el programa de televisión La hora de esquivar las preguntas. Los de la primera fila comían de la mano de Kaine, independientemente de lo que dijese.
—¿Cuál es la conexión?
—Lo volví a sentir en el laboratorio de Mycroft. Pero todo encajó cuando Landen hizo un comentario sarcástico. El ovinador. Todos creíamos que lo de «ovi» estaba relacionado con los huevos, pero no. Es una referencia a las «ovejas». El ovinador transmite ondas cerebrales subalfa que inhiben el libre albedrío e instalan tendencias ovinas en la mente de cualquiera que esté cerca. Puede programarse para tener en cuenta a los operadores, de forma que no sientan los efectos; es posible que Goliath haya desarrollado una versión de largo alcance llamada el ovitrón y un antídoto. Mycroft cree que posiblemente él lo inventase para transmitir consignas de salud pública, pero no se acuerda. Goliath lo obtuvo, Stricknene se lo pasó a Kaine... bingo. El Parlamento hace todo lo que le pide Kaine. Sólo Formby sigue siendo tan contrario a Yorrick porque se niega a acercársele.
Silencio en el coche.
—¿Qué podemos hacer?
—Mycroft está trabajando en un ovinegador que debería contrarrestar los efectos, pero debemos llevar a cabo nuestros planes antes de que termine lo del Elan... y ganar la Superhoop.
—Incluso a mí me cuesta creerlo —comentó Millon—, y es la primera vez que me pasa.
—¿Cómo va a permitirnos eso salir de Inglaterra? —preguntó Bowden.
Toqué el maletín que llevaba en el regazo.
—Con el ovinador de nuestro lado, nadie se nos opondrá.
—No estoy seguro de que sea moralmente aceptable —dijo Bowden—. Es decir, ¿no nos convierte eso en tan malos como Kaine?
—Creo que deberíamos parar y discutirlo —añadió Millon—. Una cosa es inventar historias sobre experimentos de control mental y otra muy diferente usarlos.
Abrí el maletín y activé el ovinador.
—¿Quién está de acuerdo conmigo en ir al Elan, chicos?
—Bien, vale —admitió Bowden—. Supongo que estoy contigo.
—¿Millon?
—Haré lo que haga Bowden.
—Funciona de veras, ¿no? —comentó Stig con tos burlona. Yo también me reí un poco.
Atravesar el punto de control inglés de Clifford fue más fácil de lo que había imaginado. Yo iba delante con el ovinador en el maletín y estuve en la estación charlando con el guardia y dándoles a él y a la pequeña guarnición una media hora de terapia antes de que llegase Bowden con los diez camiones.
—¿Qué son esos camiones? —preguntó el guardia con cierto letargo en la voz.
—No necesitas revisar el contenido de los camiones —le dije.
—No necesitamos mirar en los camiones —repitió el guardia fronterizo.
—Podemos pasar sin inconvenientes.
—Pueden pasar sin inconvenientes.
—Vas a portarte mejor con tu novia.
—Definitivamente me voy a portar mejor con mi novia... circulen.
Nos hizo un gesto para que avanzásemos y cruzamos la zona desmilitarizada hasta los guardias de la frontera galesa, que llamaron a su coronel tan pronto como les hubimos explicado que llevábamos diez camiones de libros daneses que precisaban protección. Siguió una conversación telefónica larga y compleja con alguien del consulado danés, y media hora después nos escoltaron con los libros hasta un hangar vacío del aeródromo de Llandrindod Wells. El coronel al mando nos dio vía libre de vuelta a la frontera, pero yo encendí el ovinador y le dije que podía escoltar los camiones pero que a nosotros nos dejase seguir nuestro camino, un plan que él decidió rápidamente que era mejor.
Diez minutos más tarde nos íbamos por la carretera hacia Elan, con Millon dirigiéndonos durante todo el camino guiándose por un mapa turístico de los cincuenta. Cuando dejamos atrás Rhaydr el paisaje se volvió más agreste, las granjas estaban cada vez más dispersas y la carretera tenía cada vez más baches hasta que, mientras el sol alcanzaba el cénit e iniciaba su descenso, llegamos a unas puertas altas, coronadas generosamente con alambre de espino. En una vieja garita de piedra había dos guardias muy aburridos, que no precisaron más que una breve ráfaga del ovinador para desconectar la valla eléctrica y dejarnos pasar. Bowden detuvo el coche delante de otra valla interna situada a veinte metros de la primera. No estaba electrificada, por lo que la abrí para dejar pasar el vehículo.
La carretera estaba en todavía peores condiciones al otro lado. Matas de hierba crecían en las grietas del cemento de la carretera y de vez en cuando nos impedía avanzar algún árbol caído.
—Bien, ¿puedes contarme por qué estamos aquí? —preguntó Millon, mirando atentamente por la ventanilla sin dejar de sacar fotos.
—Por dos razones —dije, consultando el mapa que Millon había obtenido de sus colegas de conspiración—. Primero, porque creemos que alguien ha estado clonando Shakespeares y necesito uno con cierta urgencia; segundo, para encontrar información reproductiva vital para Stig.
—¿Así que es cierto que los neandertales no pueden tener hijos?
A Stig le cayó bien Millon porque la pregunta había sido directa.
—Es cierto —se limitó a responder, cargando la pistola de dardos tranquilizantes del tamaño de habanos.
—Gira a la izquierda, Bowd.
Cambió de marcha, giró el volante y nos desplazamos por una carretera con bosques tenebrosos a ambos lados. Avanzamos colina arriba, giramos a la izquierda en un saliente rocoso y nos detuvimos. Delante de nosotros había un coche oxidado y volcado que bloqueaba el camino.
—Quédate en el coche, déjalo en marcha —le dije a Bowden—. Millon, en tu sitio. Stig... conmigo.
Stig y yo bajamos del coche y cautelosamente nos acercamos al vehículo volcado. Era un Studebaker original, de probablemente unos diez años. Los vándalos nunca se acercaban a aquel lugar. El cristal del velocímetro seguía intacto, las llaves oxidadas estaban en el contacto, la piel de los asientos colgaba a tiras podridas. En el suelo había un maletín desteñido por el sol, lleno de material técnico relacionado con el agua, mohoso y descolorido por el viento y la lluvia. No había ni rastro de los ocupantes. Yo había pensado que Millon exageraba con aquello de las «quimeras corriendo a sus anchas», pero de repente me puse nerviosa.
—¡Señorita Next!
Era Stig. Estaba como a diez metros del coche, agachado y con el rifle sobre las rodillas. Me acerqué lentamente, mirando ansiosamente hacia el bosque tupido de ambos lados de la carretera. Había silencio. Demasiado silencio. El sonido de sus pasos resultaba ensordecedor.
—¿Qué pasa?
Señaló al suelo. En la carretera había un cúbito humano. Hubiesen sido quienes hubieran sido los ocupantes, uno de ellos no había regresado.
—¿Lo oye? —preguntó Stig.
Presté atención.
—No.
—Exacto. Ni el más mínimo ruido. Es aconsejable que nos vayamos.
Le dimos la vuelta al coche hasta apoyarlo sobre el techo para dejar espacio y pasamos, en esta ocasión mucho más lentamente y en silencio. Había otros tres coches en ese tramo de carretera, dos de lado y uno contra el arcén. En ninguno de ellos había ocupantes, y los bosques pegados a las cunetas por alguna razón parecían más tenebrosos, profundos e impenetrables. Me alegré de llegar a la cima de la colina. Dejamos atrás el bosque, una pequeña presa y un lago antes de que una elevación del camino nos permitiese ver los laboratorios de bioingeniería de Goliath. Le pedí a Bowden que parase. Nos acercamos en silencio y todos observamos la vieja instalación con los binoculares.
Estaba en una posición espléndida, junto en el borde del embalse. Pero comparado con lo que la imaginación hiperactiva de Millon y una fotografía estropeada tomada en su día me habían hecho esperar, resultaba un poco decepcionante. En su día, la planta había sido un vasto complejo estilo modernista habitual de las fábricas de los años treinta, pero daba la impresión de que hacía ya mucho tiempo alguien había intentado con no demasiado éxito demolerlo. Aunque el edificio había sido en buena parte destruido o se había desmoronado, el ala este se había mantenido prácticamente intacta. Aun así, hacía años, incluso décadas, que nadie se pasaba por allí.
—¿Qué ha sido eso? —dijo Millon.
—¿Qué ha sido qué?
—Un sonido como pegajoso.
—Con suerte, sólo el viento. Vamos a examinar más de cerca esa planta.
Bajamos la colina y aparcamos delante del edificio. La fachada delantera era imponente a pesar de estar semiderruida, e incluso conservaba buena parte de los azulejos decorativos. Estaba claro que Goliath había hecho grandes planes para ese lugar. Nos abrimos paso entre los escombros, subimos despacio los escalones y llegamos a la entrada principal. Habían arrancado de cuajo ambas puertas y una tenía grandes y profundas marcas que interesaron mucho a Millon. Entré. El vestíbulo ovalado estaba lleno de mobiliario roto y cascotes. El que en sus tiempos fuera un hermoso techo de vidrio se había caído hacía tiempo, permitiendo el paso de la luz natural a lo que de otra forma hubiese sido un interior oscuro. El vidrio crujió y se rompió al pisarlo.
—¿Dónde están los laboratorios principales? —pregunté, sin ganas de estar allí ni un minuto más de lo necesario.
Millon desplegó el plano.
—¿De dónde sacas todo eso? —preguntó Bowden asombrado.
—Lo cambié por un pie de yeti de Cairngorm —respondió Millon, como si hablase de cromos—. Es por aquí.
Recorrimos el edificio, caminando entre escombros y techos parcialmente caídos, hacia la relativamente intacta ala este. Allí el techo había aguantado y nuestras linternas iluminaron despachos y salas de incubadoras cuyas paredes estaban forradas de filas y filas de tanques de líquido amniótico abandonados. En muchos de ellos, los restos licuados de alguna forma de vida potencial se habían asentado en el fondo. Goliath se había largado a toda prisa.
—¿Qué era esto? —pregunté, con una voz apenas más alta que un susurro.
—Esto era... —murmuró Millon, consultando el plano—. La instalación principal de creación de tigres dientes de sable. El ala neandertal debería estar por ahí; la primera a la derecha.
La puerta estaba atrancada, pero reseca y podrida, por lo que no hizo falta mucha fuerza para abrirla. Había papeles por todas partes, que habían intentado destruir sin demasiado entusiasmo. Nos quedamos en la entrada y dejamos que Stiggins entrase solo. La habitación medía unos treinta metros de longitud por unos diez de anchura. Se parecía a la instalación de los tigres, pero los frascos de líquido amniótico eran más grandes. Las tuberías de vidrio para los nutrientes todavía estaban en su lugar y me estremecí. Para mí, la sala era innegablemente inquietante, pero para Stig era su primer hogar. Él, junto con muchos miles de sus compañeros otrora extintos, se habían desarrollado allí. Yo había secuenciado a Pickwick en casa, con simples utensilios de cocina, y la había gestado a partir de un huevo de ganso sin núcleo. Pájaros y reptiles eran una cosa; el cultivo umbilical de mamíferos era algo completamente diferente. Stig caminó con cuidado entre las tuberías retorcidas y el vidrio roto hasta una puerta situada al fondo y encontró la sala de procesamiento, donde sacaban a los bebés neandertales de los tanques para que respirasen por primera vez. Más allá estaba el nido donde habían cuidado de los pequeños. Seguimos a Stig. Estaba de pie junto a un ventanal con vistas al embalse.
—Cuando soñamos, soñamos con esto —dijo en voz baja. Luego, considerando claramente que perdíamos el tiempo, regresó a la sala de incubación y se puso a rebuscar en archivadores y cajones. Le dije que nos reuniríamos fuera y me uní a Millon, que intentaba descifrar la disposición de la planta.
Después de caminar en silencio por varias salas con más filas de tanques de líquido amniótico, llegamos a una zona de seguridad con puertas de acero. Las puertas estaban abiertas y pasamos, entrando en lo que fuera en su momento la zona más secreta de las instalaciones.
A los doce pasos más o menos, el pasillo desembocaba en un salón enorme, y supimos que habíamos encontrado lo que buscábamos. En el interior de la enorme sala habían construido una copia exacta del teatro Globo. El escenario y las filas de asientos estaban forrados de hojas arrancadas de obras de Shakespeare, con muchas anotaciones en tinta negra. En la sala contigua encontramos un dormitorio con capacidad para doscientas camas. Toda la ropa de cama estaba amontonada en una esquina, los somieres estaban rotos y deformados.
—¿Cuántos crees que pasaron por aquí? —preguntó Bowden en un susurro.
—Cientos y cientos —respondió Millon, sosteniendo un ejemplar gastado de Dos caballeros de Verona con el nombre «Shaxpreke, W., 769» en la tapa. Cabeceó apenado.
—¿Qué habrá sido de ellos?
—Están muertos —dijo una voz—, ¡tan muertos como un ducado!
33
Shgakespeafe
DRAMATURGO AFIRMA: «EL MUNDO ENTERO ES UN ESCENARIO»
Tal fue la analogía acerca de la vida que hizo ayer el señor William Shakespeare en el estreno, en el Globo, de su obra más reciente. El señor Shakespeare continuó comparando las obras de teatro con las siete fases de la vida declarando que «hombres y mujeres no son más que actores: tienen sus entradas y salidas, y un hombre a lo largo de su vida interpreta muchos papeles». La última obra estrenada del señor Shakespeare, una comedia titulada Como gustéis, obtuvo críticas muy dispares. Según Southwark Gazette se trata de una «hilarante comedia en la mejor tradición del género», mientras que Westminster Evening News la describió como una «porquería de mal gusto sacada de la letrina de Warwickshire». El señor Shakespeare se negó a hacer comentarios, ya enfrascado en la continuación.
Blackfriars News, septiembre de 1589
Nos volvimos hacia un hombre bajo, con el pelo revuelto y descuidado, que estaba de pie en la puerta. Vestía ropa isabelina que había visto mejores días y llevaba los pies envueltos en trozos de tela a modo de improvisados zapatos. Se estremecía nerviosamente y tenía un ojo cerrado... Pero exceptuando esos detalles, su parecido con los Shakespeares que Bowden había encontrado era innegable. Un superviviente. Di un paso al frente. Tenía la cara marcada y arrugada, los dientes que le quedaban negros y desportillados. Debía tener al menos setenta años, pero no importaba. El genial Shakespeare había muerto en 1616 pero, genéticamente hablando, estaba con nosotros.
—¿William Shakespeare?
—Soy en efecto un William, señor, y mi nombre es Shgakespeafe —corrigió.
—Señor Shgakespeafe —empecé de nuevo, sin estar del todo segura de cómo explicarle lo que quería—, me llamo Thursday Next y tengo a un príncipe danés que requiere de su ayuda urgente.
Me miró a mí, miró a Bowden y luego a Millon, para luego mirarme otra vez a mí. A continuación una sonrisa iluminó sus rasgos envejecidos.
—¡Oh, maravilla! —dijo al fin—. ¡Qué asombrosa es la humanidad! ¡Qué mundo maravilloso el que contiene a tales personas!
Avanzó y me estrechó la mano con calidez; no daba la impresión de haber pasado mucho tiempo solo.
—¿Qué fue de los otros, señor Shgakespeafe?
Nos indicó que le siguiésemos y luego salió disparado como una gacela. Tuvimos que esforzarnos para mantenernos a su altura mientras volaba por los pasillos laberínticos, esquivando con habilidad los restos y las máquinas rotas. Le dimos alcance cuando se detuvo frente a una ventana sin cristal que daba a lo que antes había sido una enorme zona para hacer ejercicio. En el centro había dos montículos cubiertos de hierba. No hacía falta mucha imaginación para deducir qué había debajo.
—Oh, corazón, pesado corazón, ¿por qué suspiras sin romperte? —musitó Shgakespeafe con pena—. Después de la masacre de tantos compañeros por la falsedad y la traición, ¿cuándo serán conquistados nuestros grandes regeneradores?
—Me gustaría decir que vengaremos a sus hermanos —le dije con tristeza—. Pero, sinceramente, los responsables ya han muerto. Sólo puedo ofrecerle, y a cualquier superviviente, mi protección.
Escuchó atentamente cada una de mis palabras y pareció impresionarle mi sinceridad. Miré más allá de las fosas comunes de los Shakespeares hasta otros montículos. Creía que podían haber clonado dos docenas o así, no cientos.
—¿Hay algún otro Shakespeare más? —preguntó Bowden.
—Sólo yo... Sin embargo la noche resuena con los gritos de mis primos —respondió Shgakespeafe—. Pronto los oirán.
Y como en respuesta a sus palabras, llegó un extraño grito desde las colinas. Habíamos oído algo similar cuando Stig se había encargado de la quimera, allá en Swindon.
—No estamos seguros, Clarence, no estamos seguros —dijo Shgakespeafe, mirando nerviosamente a su alrededor—. Seguidme y prestadme vuestros oídos, amigos.
Nos guio por un pasillo hasta una sala repleta de escritorios ordenadamente dispuestos en hileras, cada uno con una máquina de escribir. Sólo una de las máquinas de escribir parecía seguir funcionando; a su alrededor había montones y montones de hojas mecanografiadas: el resultado de la producción de Shgakespeafe. Nos llevó hasta ella y nos dio a leer parte de su obra, mirándonos expectante mientras nosotros recorríamos las páginas con los ojos. Desgraciadamente, no era nada especial: simples fragmentos de obras ya existentes unidos entre sí para dotarlos de un nuevo significado. Intenté imaginarme toda aquella sala llena de clones de Shakespeare tecleando en sus máquinas de escribir, con la cabeza llena de las obras del Bardo, y a los científicos caminando entre ellos e intentando encontrar uno, sólo uno, que tuviese al menos la mitad de talento que el original.
Shgakespeafe nos llamó al despacho contiguo a la sala de escritura, y allí nos mostró montones y montones de papeles, todos envueltos en papel marrón, con el nombre de un clon de Shakespeare impreso en la etiqueta. A medida que la producción de obras superaba la capacidad para evaluarla, los encargados se limitaban a archivar lo escrito y almacenarlo para que lo examinase un anónimo empleado del futuro. Volví a mirar el montón de papeles. En ese almacén debía de haber veinte toneladas o más. Por un agujero del tejado había entrado la lluvia y buena parte de aquella pequeña montaña de prosa estaba húmeda, mohosa y era inestable.
—Llevaría una eternidad examinar todo esto en busca de algún material de genio —comentó Bowden a mi lado. Quizás, al final, el experimento había tenido éxito. Quizás en la fosa común de allí fuera había enterrado un genio como Shakespeare, con su obra igualmente enterrada en las profundidades de prosa ininteligible que mirábamos. Era poco probable que llegásemos a saberlo, y de hacerlo no aprenderíamos nada nuevo... excepto que se podía hacer y que otros podrían intentarlo. Tenía la esperanza de que la montaña de papel se fuese descomponiendo lentamente. En su búsqueda del gran Arte, Goliath había cometido un crimen que superaba cualquiera que le hubiese visto cometer hasta entonces.
Millon sacó fotos, iluminando con el flas el interior oscuro del escritorium. Yo me estremecí y decidí que tenía que alejarme de la opresión del interior. Bowden y yo fuimos hasta la entrada del edificio y nos sentamos entre los escombros de los escalones, justo al lado de una estatua caída de Sócrates que sostenía una inscripción que proclamaba la importancia de buscar el conocimiento.
—¿Crees que tendremos problemas para convencer a Shgakespeare para que venga con nosotros? —preguntó.
Como si quisiera respondernos, Shgakespeafe salió cautelosamente del edificio. Llevaba una maleta destrozada y parpadeó a la luz del sol. Sin esperar a que le dijésemos nada, se subió al coche y se puso a garabatear en un cuaderno con un trocito de lápiz.
—¿Responde eso a tu pregunta?
Delante de nosotros el sol se hundió detrás de la colina y, de pronto, el aire se enfrió. Cada vez que se oía un ruido extraño proveniente de las colinas, Shgakespeafe daba un salto y miraba nerviosamente a su alrededor para luego seguir escribiendo. Yo estaba a punto de entrar a recoger a Stig cuando éste salió del edificio cargado con tres enormes volúmenes encuadernados en piel.
—¿Has encontrado lo que necesitabas?
Me pasó el primer libro, que abrí al azar. Era, descubrí, un manual biotecnológico de Goliath para crear un neandertal. La página por la que lo había abierto contenía una descripción detallada de una mano de neandertal.
—Un manual completo —dijo lentamente—. Con él podemos fabricar niños.
Le devolví el volumen y él metió los tres en el maletero. En la distancia oímos otro aullido ultraterrenal.
—¡Un mortal —musitó Shgakespeafe, hundiéndose en el asiento—, como la vida y la muerte separándose!
—Será mejor que nos marchemos —dije—. Ahí fuera hay algo, y me da en la nariz que será mejor que nos marchemos antes de que le pique la curiosidad.
—¿Una quimera? —preguntó Bowden—. En realidad, hemos visto un total de cero quimeras desde que entramos aquí.
—No las vemos porque no desean ser vistas —comentó Stig—. Aquí hay quimeras. Quimeras peligrosas.
—Gracias, Stig —dijo Millon, limpiándose la frente con un pañuelo—, eso ha sido todo un alivio.
—Es la verdad, señor De Floss.
—Bien, de ahora en adelante, guárdese la verdad.
Cerré la puerta trasera tan pronto como Stig se hubo encajado junto a Shgakespeafe y ocupé el asiento del pasajero. Bowden fue tan rápido como le permitía el coche.
—Millon, ¿hay alguna ruta que no nos obligue a pasar por esa zona de bosque donde encontramos los otros coches?
Consultó el mapa un momento.
—No. ¿Por?
—Porque da la impresión de ser el lugar ideal para una emboscada.
—Esto mejora cada vez más, ¿verdad?
—Al contrario —respondió Stig, que se lo tomaba todo literalmente—, esto no tiene nada de bueno. La idea de que nos coman las quimeras resulta extremadamente inconveniente.
—¿Inconveniente? —repitió Millon—. ¿Qué nos coman las quimeras es inconveniente?
—Efectivamente —dijo Stig—. Los manuales de instrucciones neandertales son mucho más importantes que nosotros.
—Eso opina usted —respondió Millon—. Ahora mismo, no hay nada más importante que yo.
—Qué humano —se limitó a decir Stig.
Corrimos por la carretera, pasamos junto al corte de roca y nos dirigimos al bosque.
—¡Por el hormigueo de mis pulgares —comentó Shgakespeafe con ominosidad—, algo malvado se acerca!
—¡Ahí! —gritó Millon, señalando a una figura temblorosa por la ventanilla. Yo entreví la gran bestia antes de que desapareciese tras un roble caído, luego vi otra que saltaba de árbol en árbol. Ya no se ocultaban. Podíamos verlas a medida que avanzábamos por la carretera flanqueada de árboles, dejando atrás los coches abandonados. Bestias moviéndose y saltando entre los árboles, creaciones experimentales de una industria todavía sin regular. Oímos un golpe cuando una de ellas saltó, golpeó el techo de acero del coche y a continuación desapareció en el bosque con un grito. Miré por la luna trasera y vi algo profundamente desagradable que se alejaba por la carretera. Saqué la automática y Stig bajó la ventanilla sosteniendo la pistola tranquilizante. Tras la siguiente curva Bowden pisó el freno a fondo. Había una fila de quimeras bloqueando el paso. Bowden metió la marcha atrás, pero un árbol cayó en el camino impidiéndonos la huida. Nos habíamos metido en la trampa, la trampa había saltado... y sólo quedaba que los «atrapadores» hiciesen lo que quisiesen con los atrapados.
—¿Cuántos? —pregunté.
—Diez delante —dijo Bowden.
—Dos docenas detrás —respondió Stig.
—¡Muchos a cada lado! —dijo Millon estremeciéndose, más acostumbrado a inventarse hechos que se ajustasen a sus alocadas teorías conspiratorias que a presenciarlos realmente.
—Qué muestra es de la maldad viviente —musitó Shgakespeafe—. ¡Siempre parece terrible cuando se aproxima la muerte!
—Vale —comenté—, todos tranquilos y, cuando yo lo diga, abrimos fuego.
—No sobreviviremos —dijo Stig con toda tranquilidad—. Son demasiados y nosotros somos demasiado pocos. Aconsejamos una estrategia diferente.
—¿Y es?
Stig se quedó momentáneamente sin habla.
—No lo sabemos. Simplemente, diferente.
Las quimeras babearon y gimieron profundamente, aproximándose. Cada una era un caleidoscopio de miembros, como si sus creadores se hubiesen deleitado con perversas mezclas genéticas, intentando superarse.
—Cuando cuente hasta tres, acelera y suelta el embrague —le indiqué a Bowden—. Los demás disparamos con todo lo que tengamos. —Le pasé a De Floss la pistola de Bowden—. ¿Sabes usarla?
Asintió y quitó el seguro.
—Uno... dos...
Dejé de contar porque un grito surgido del bosque tomó por sorpresa a las quimeras. Las que tenían las orejas levantadas se detuvieron para luego dispersarse aterrorizadas. No era ninguna alegría. Las quimeras eran malas, pero algo capaz de asustar a las quimeras sólo podía ser peor. Volvimos a oír el grito.
—Parece humano —comentó Bowden.
—¿Hasta qué punto humano? —preguntó Millon.
Sonaron varios gritos más, emitidos por más de un individuo, y cuando la última de las quimeras aterrorizadas desapareció yo suspiré aliviada. A nuestra derecha apareció un grupo de hombres. Todos eran muy bajitos y vestían el uniforme desteñido y hecho jirones de lo que parecía ser el Ejército francés. Algunos lucían viejos sombreros con escarapelas, otros no llevaban casaca y algunos sólo una camisa sucia de lino blanco. Mi alivio duró poco. Se quedaron en la linde del bosque y nos miraron con suspicacia, con pesadas mazas en las manos.
—Qu'est-ce que c'est? —dijo uno señalándonos.
—Anglais? —dijo otro.
—Les rosbifs? Ici, en France? —dijo sorprendido un tercero.
—Non, ce n'est pas possible!
No hacía falta ser un genio para darse cuenta.
—Una banda de Napoleones —susurró Bowden—. Da la impresión de que Goliath pretendía algo más que preservar al Bardo. El potencial militar de clonar a Napoleón en su mejor momento sería considerable.
Los Napoleones nos miraron un momento y luego conversaron entre sí en voz baja, discutieron, gesticularon animadamente, alzaron la voz y, en general, estuvieron en desacuerdo.
—Vamos —le susurré a Bowden.
Pero tan pronto como el coche cambió de marcha los Napoleones entraron en acción gritando:
—Au secours! Les rosbifs s'échappent! N'oubliez pas Agincourt! Vite! Vite! —Y corrieron hacia el coche.
Stig disparó y logró dar en el muslo a un Napoleón de aspecto especialmente brutal. Golpearon el coche con las mazas, rompieron las ventanillas y nos cubrieron con una lluvia de vidrios rotos. Con el codo golpeé el cierre centralizado cuando un Napoleón intentaba abrir una puerta. Estaba a punto de disparar a quemarropa a la cara de otro cuando se produjo una tremenda explosión como a treinta metros por delante de nosotros. La onda expansiva hizo temblar el coche, que quedó momentáneamente envuelto en una nube de humo.
—Sacrebleu! —gritó Napoleón, deteniendo el ataque—. Le Grand Nez! Avancez, mes amis, mort aux ennemis de la République!
—¡Adelante! —le grité a Bowden, quien, a pesar de haber recibido un golpe napoleónico de refilón, seguía consciente. El coche arrancó y agarré el volante para esquivar a un grupo de unos veinte Wellingtons en distintas fases de deterioro que dejaban atrás el coche empujados por sus ansias por acabar con Napoleón.
—¡Atentos, en guardia y atacad! —oí que gritaba Wellington mientras nosotros ganábamos velocidad y dejábamos atrás un cañón humeante y los coches abandonados que habíamos visto al entrar. A los pocos minutos habíamos salido del bosque, alejándonos de las facciones enfrentadas, y Bowden frenó un poco.
—¿Todos bien?
Todos respondieron afirmativamente, aunque no estaban ilesos. Millon seguía pálido y le quité la pistola de Bowden por si acaso. Stig tenía un moratón en la mejilla y yo varios cortes en la cara a causa de las esquirlas de cristal.
—Señor Shgakespeafe —pregunté—, ¿está bien?
—Mirad a vuestro alrededor —dijo solemne—. La seguridad cede paso a la conspiración.
Fuimos hasta las puertas, abandonamos el Área 21 y cruzamos la frontera galesa bajo un cielo oscuro camino de regreso a casa.
34
San Zvlkx y Cindy
UN HOMBRE DE BOURNEMOUTH AFIRMA QUE KAINE ES «DE FICCIÓN»
El señor Martin Piffco, instalador de gas jubilado, realizó ayer un comentario ridículo al afirmar que el querido líder de la nación no es más que un personaje de ficción «que ha cobrado vida». Hablando desde el Hogar Bournemouth para los Excesivamente Excéntricos, donde ha sido ingresado «por su propia seguridad», el señor Piffco fue más específico y relacionó al señor Yorrick Kaine con un personaje secundario de ego desmesurado que aparece en un libro de Daphne Farquitt llamado Larga lujuria. La oficina del canciller declaró que no era más que «una coincidencia», pero aun así ordenó que confiscasen el libro de Farquitt. El señor Piffco, que se enfrenta a cargos sin especificar, fue también noticia el año pasado cuando afirmó que Kaine y Goliath invertían en «experimentos para el control mental».
Bournemouth Bugle, 15 de marzo de 1987
Me desperté y contemplé a Landen a la luz del amanecer que empezaba a recorrer el dormitorio. Roncaba muy bajito y le di un buen abrazo antes de levantarme, ponerme una bata y bajar a preparar café. Entré en el estudio de Landen mientras esperaba a que el agua hirviese, me senté al piano y toqué algunas escalas. En ese preciso instante el sol se deslizó por encima del tejado de la casa de enfrente y lanzó un haz de luz anaranjada por la estancia. Oí que el hervidor se apagaba y volví a la cocina para preparar café. Mientras vertía agua caliente sobre el café molido oí un gritito en el piso superior. Me detuve esperando por si se oía otro. Un único gemido podía ser de Landen y le dejaría en paz. Dos gemidos o más serían del Hambriento, deseoso de tragarse uno o dos platos de gachas. Diez segundos después se oyó un segundo gemido y estaba a punto de subir cuando oí un golpe de Landen al ponerse la pierna; luego recorrió el pasillo hasta el cuarto de Friday. Se oyeron más pasos cuando volvió a su dormitorio, y luego silencio. Me relajé, tomé un sorbo de café y me senté a la mesa de la cocina, reflexionando profundamente.
Al día siguiente sería la Superhoop y tenía mi equipo; la pregunta era: ¿serviría de algo? También cabía la posibilidad de que encontrásemos un ejemplar de Larga lujuria... pero tampoco contaba con ello. También era tan posible como improbable que Shgakespeafe desenredase Las alegres comadres de Elsinore y Mycroft inventase pronto el ovinegador. Pero ninguno de esos importantes asuntos era el que más me preocupaba: lo más acuciante para mí era que a las once de esa mañana Cindy intentaría matarme por tercera y última vez. Fracasaría y luego moriría. Pensé en Spike y en Betty y descolgué el teléfono. Suponía que Spike sería de los que duermen profundamente y acerté... respondió Cindy.
—Soy Thursday.
—Esto es muy poco ético profesionalmente —dijo Cindy con voz de sueño—. ¿Qué hora es?
—Las seis y media. Escucha, te llamo porque creo que sería una buena idea que hoy te quedases en casa y no fueses a trabajar.
Una pausa.
—No puedo hacerlo —dijo al fin—. Ya he contratado a la niñera y todo. Pero nada te impide a ti salir de la ciudad y no volver nunca.
—También es mi ciudad, Cindy.
—Vete ahora o tendrán que ir adecentando la cripta de los Next.
—No lo haré.
—Entonces —respondió Cindy lanzando un suspiro—, no hay más que hablar. Nos veremos luego... aunque dudo que tú me veas a mí.
Colgó y yo colgué con cuidado. Sentía náuseas. Iba a morir la esposa de un buen amigo y no me parecía justo.
—¿Qué pasa? —dijo una voz—. Pareces disgustada.
Era la señora Bigarilla.
—No —respondí—, todo está como debe. Gracias por venir; he encontrado a un William Shakespeare. No es el original, pero valdrá para lo que queremos. Está en el armario.
Abrí la puerta del armario y un muy sobresaltado Shgakespeafe alzó la vista de la página en la que había estado garabateando a la luz de una vela que se había colocado en la cabeza. La cera la había empezado a gotear por la cara, pero no parecía molestarle.
—Señor Shgakespeafe, ésta es la erizo de quien le he hablado.
Cerró el cuaderno y miró a la señora Bigardía. No manifestaba miedo ni sorpresa... después de las abominaciones que a diario había esquivado en el Área 21, supongo que una erizo de metro ochenta era un alivio. La señora Bigardía le dedicó una reverencia.
—Encantada de conocerle, señor Shgakespeafe —dijo cortés—. ¿Viene conmigo, por favor?
—¿Quién era? —preguntó Landen mientras bajaba las escaleras.
—Era la señora Bigardía, que ha venido a recoger a un clon de William Shakespeare para evitar la destrucción permanente de Hamlet.
—Eres incapaz de hablar en serio, ¿verdad? —Rio y me abrazó. Había metido a Shgakespeafe en casa sin que Landen se enterase. Sé que se supone que debes ser sincera con tu esposo y no mentirle, pero me daba la impresión de que todo tenía un límite, y de tenerlo no quería alcanzarlo antes de la cuenta.
Friday bajó a desayunar diez minutos más tarde, despeinado, somnoliento y un poco malhumorado.
—Quis nostrud laboris —gimió—. Nisi ut aliquip ex consequat.
Le di unas cuantas tostadas y fui al armario situado bajo las escaleras a buscar mi chaleco antibalas. Todas mis cosas estaban en casa de Landen, como si nunca me hubiese ido. Los deslizamientos en el tiempo son confusos, pero te acostumbras a casi todo.
—¿Para qué el chaleco antibalas?
Era Landen. Mecachis. Hubiese tenido que ponérmelo en la oficina.
—¿Qué chaleco antibalas?
—El que intentas ponerte.
—Oh, ése. Para nada. Escucha, si Friday tiene hambre le puedes dar un tentempié. Le gustan los plátanos... puede que tengas que comprárselos; si se pasa una gorila, es la señora Bradshaw de la que te hablé.
—No cambies de tema. ¿Cómo puedes ir con chaleco antibalas al trabajo sin un motivo?
—Es por precaución.
—Contratar un seguro es tomar una precaución. Que lleves chaleco significa que te arriesgas más de lo debido.
—El riesgo sería mayor si no me lo pusiera.
—¿Qué pasa, Thursday?
Agité la mano en el aire e intenté quitarle importancia al asunto.
—No es más que una asesina. Una pequeñita. Apenas vale la pena pensar en ello.
—¿Cuál?
—No lo recuerdo. La Reven... algo.
—¿La Revendedora? ¿Un contrato con ella y es mejor que te dediques a leer cuentos cortos? ¿Sesenta y siete víctimas conocidas?
—Sesenta y ocho, si se encargó de Samuel Pring.
—Eso no importa. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Yo... yo... no quería preocuparte.
Se frotó la cara con las manos y me miró un instante. Luego suspiró desde lo más hondo.
—Ésta es la Thursday Next con la que me casé, ¿no?
Asentí.
Me rodeó con los brazos y apretó con fuerza.
—¿Tendrás cuidado? —me susurró al oído.
—Siempre tengo cuidado.
—No, cuidado de verdad. El que se tiene cuando hay un marido y un hijo que estarían profundamente cabreados si te perdiesen.
—Ah —le susurré—, tanto cuidado como eso. Sí, lo tendré.
Nos besamos y yo me abroché el chaleco, me puse la blusa encima y luego la pistolera. Le di un beso a Friday y le dije que se portase bien. Luego volví a besar a Landen.
—Nos veremos esta noche —le dije—. Lo prometo.
Conduje hasta Wanborough para reunirme con Joffy. Oficiaba una unión civil de la DEG y tuve que esperar al fondo de la nave a que terminase. Disponía de un poco de tiempo antes de tener que enfrentarme con Cindy, y examinar más de acerca a san Zvlkx parecía una buena forma de invertirlo. La idea de Millon de que Zvlkx no era un vidente sino un miembro renegado de la CronoGuardia implicado en una forma de cronocrimen parecía, así de primeras, bastante improbable. No podías ocultarte de la CronoGuardia. Ellos siempre daban contigo. Quizá no en el aquí y ahora, sino en el allí y entonces... cuando menos lo esperabas. Mucho antes de que se te ocurriese siquiera hacer algo mal. La CronoGuardia tampoco dejaba rastro. Una vez desaparecido el criminal, el cronocrimen tampoco se había producido. Muy elegante, muy inteligente. Pero con unos registros históricos exhaustivamente examinados por la CronoGuardia dando su aprobación a Zvlkx, ¿cómo demonios había logrado Zvlkx, si era en realidad un fraude, engañar el sistema?
—¡Hola, Bodoque! —dijo Joffy mientras una pareja feliz se besaba a las puertas de la iglesia y bajo una lluvia de confeti—. ¿Qué te trae por aquí?
—San Zvlkx... ¿dónde está?
—Esta mañana ha tomado el bus a Swindon. ¿Por qué?
Les expliqué mis sospechas.
—¿Zvlkx un miembro renegado de la CronoGuardia? Pero ¿por qué? ¿Qué trama? ¿Por qué arriesgarse a la erradicación permanente a cambio de una dudosa fama como vidente del siglo XIII?
—¿Cuánto recibió de la Toast Marketing Board?
—Veinticinco mil.
—No es una fortuna. ¿Puedo ver su cuarto?
—¡Qué escándalo! —respondió Joffy—. Yo sería culpable de una vergonzosa violación de la intimidad si te permitiese registrar su habitación estando él ausente. Aquí tengo un duplicado de la llave.
El cuarto de Zvlkx se parecía bastante a la idea que se hace una de una celda monacal: espartano. Dormía sobre un jergón de paja y el resto del mobiliario consistía en una silla y una mesa. Sobre la mesa había una Biblia. Sólo después de rebuscar dimos con un CD Walkman bajo el colchón justo con unos cuantos ejemplares de Grandes y saltarinas y de Caballo veloz.
—¿Es jugador? —pregunté.
—Beber, apostar, fumar, fornicar... lo ha hecho todo.
—Las revistas también demuestran que sabe leer en inglés. ¿Qué buscas, Joffy?
Joffy había estado mirando bajo la almohada.
—Su Libro de Revelaciones. Normalmente lo esconde aquí.
—¡Vaya! Ya has registrado este cuarto. ¿Sospechabas?
Joffy se mostró cohibido.
—Eso me temo. No se comporta como un santo sino más bien como un, bien, un tipo cualquiera de la calle... Cuando traduzco tengo que hacer ciertos... ajustes.
Saqué el cajón y le di la vuelta. Pegado debajo había un sobre.
—¡Premio!
Contenía un billete de gravetubo sólo de ida a Bali. Joffy arqueó las cejas e intercambiamos una mirada inquieta. Era evidente que Zvlkx tramaba algo.
Joffy me acompañó a Swindon y condujimos por las calles intentando dar con el santo perdido. Visitamos la sede de su antigua catedral, pero no dimos con él, así que seguimos una ruta que nos llevó por los tribunales, el edificio de OpEspec y el teatro antes de pasar por la universidad y bajar por Commercial. Joffy le vio frente a la tienda de Pete & Dave, subiendo por la calle.
—¡Ahí está!
—Le veo.
Nos apeamos del coche y corrimos para ponernos a la altura de la figura desaliñada, vestida sólo con una manta. Fue pura mala suerte que echase una mirada atrás y nos viese. Cruzó corriendo la calle. No sé si fue a causa del pelo largo y desarreglado que le tapaba los ojos o porque durante su estancia en la Edad Media se había olvidado de los coches, pero no miró por dónde iba y quedó directamente delante de un bus. Golpeó el parabrisas con la cabeza y su cuerpo huesudo salió proyectado de lado y golpeó el suelo con estruendo. Joffy y yo fuimos los primeros en llegar a su lado. Quizás un hombre más joven hubiese sobrevivido sin muchas dificultades, pero Zvlkx, con un cuerpo debilitado por la mala dieta y las enfermedades, no tenía demasiadas posibilidades. Tosía y se arrastraba con las fuerzas que le quedaban hacia la entrada del local más cercano.
—Tranquilo, su gracia —le susurró Joffy, poniéndole una mano en el hombro e impidiéndole moverse—. Todo irá bien.
—Mierda —dijo Zvlkx exasperado—, mierda, mierda, mierda. Sobrevivir a la peste para que me atropelle el bus de la maldita línea veintitrés. ¡Mierda!
—¿Qué ha dicho?
—Está molesto.
—¿Quién eres? —dije—. ¿Eres de la CronoGuardia?
Sus ojos se centraron en los míos y gimió. No sólo se moría, sino que se moría de un modo ruidoso.
Intentó por última vez llegar a la puerta y se derrumbó.
—¡Que alguien llame a una ambulancia! —gritó Joffy.
—Es demasiado tarde para eso —susurró Zvlkx—. Demasiado tarde para mí, demasiado tarbe para todos nosotros. Se suponía que ni acabaría así; el tiempo está desarticulado... y no seré yo quien lo arregle. Joffy, toma esto y empléalo con la sabíburía que yo no hubiese demostrado. Entiérrame en los terrenos de la catedral... y no les contéis quién era yo. Viví como un pecador pero me gustaría morir como un santo. Oh, si una tipa gorba llamaba Shirley te dice que le prometí mil libras, es una maldíta mentirosa. —Volvió a toser, se estremeció brevemente y dejó de moverse.
Le coloqué la mano en el cuello mugriento pero no pude encontrarle el pulso.
—¿Qué ha dicho?
—Algo referente a una dama con sobrepeso llamada Shirley, que el tiempo está desarticulado... y que use sus Revelaciones como mejor me parezca.
—¿A qué se refería? ¿A que su Revelación no va a cumplirse?
—No lo sé... pero me ha dado esto.
Era el Libro de Revelaciones de Zvlkx. Joffy pasó las páginas amarillentas, que contenían todas sus supuestas profecías en inglés antiguo junto con algún tipo de operación aritmética. Joffy le cerró los ojos a Zvlkx y colocó la chaqueta sobre la cabeza del santo muerto. Se había formado una multitud, y un policía tomó el control. Joffy ocultó el libro y nos hicimos a un lado al oír a lo lejos el sonido de la ambulancia. El dueño del local también había salido y nos dijo que era malo para el negocio que un vagabundo se muriese en su puerta, pero cambió de opinión cuando se enteró de quién era.
—¡Cielos! —dijo respetuoso—. ¡Un verdadero santo nos honra muriendo a nuestra puerta!
Le di un codazo a Joffy y señalé. Era un local de apuestas.
—¡Qué típico! —bufó Joffy—. De no haber muerto intentando apostar, habría sido en un burdel. Sabía que no estaba en el pub porque todavía no han abierto.
Sobresaltada, miré la hora. Eran las 10.50. Cindy. Había estado tan concentrada en san Zvlkx que me había olvidado de ella. Retrocedí hacia la puerta y miré a mi alrededor. No vi ni rastro de ella, claro, pero se trataba de la mejor. Al principio pensé que me beneficiaba la aglomeración de gente, ya que era poco probable que quisiese matar a inocentes, pero cambié de opinión cuando me di cuenta de que el respeto que Cindy sentía por la vida de los inocentes se podía escribir con letras mayúsculas en la solapa de una caja de fósforos. Tenía que alejarme de la multitud antes de que sufriese alguien más. Subí por la calle Commercial y me acercaba a la esquina con Granville cuando me detuve en seco. Cindy acababa de doblar la esquina. Automáticamente cerré la mano alrededor de la empuñadura del arma, pero me detuve llena de incertidumbre. No iba sola. Iba con Spike.
—¡Vaya! —dijo Spike, mirando la conmoción que tenía a mi espalda—. ¿Qué pasa?
—Ha muerto Zvlkx, Spike.
Yo miraba fijamente a Cindy, que me miraba fijamente a mí. Sólo podía verle una mano. La otra la tenía en el bolso. Había fallado dos veces... ¿a qué estaría dispuesta con tal de matarme? ¿Lo haría a plena luz del día con su esposo como testigo? Yo estaba de pie con la mano en la culata de la automática, que no había sacado. Debía confiar en mi padre. Había tenido razón con respecto a los intentos anteriores. Saqué el arma y apunté. Varios transeúntes lanzaron exclamaciones y se dispersaron.
—¿Thursday? —gritó Spike—. ¿Qué demonios está pasando? ¡Baja eso!
—No, Spike. Cindy no es bibliotecaria, es la Revendedora.
Spike me miró. Luego miró a su diminuta esposa y se rio.
—¿Cindy una asesina? ¡Estás de broma!
—Ella está loca y yo estoy asustada, Spikey —gimoteó Cindy con su mejor voz de niñita patética—. No sé de qué habla. ¡Nunca he empuñado un arma!
—Muy despacio, saca el arma del bolso, Cindy.
Pero fue Spike quien se movió. Sacó su arma y apuntó... me apuntó a mí.
—Baja el arma, Thurs. Siempre me has caído bien pero no me costará elegir.
Me mordí el labio pero no dejé de mirar a Cindy.
—¿Nunca te has preguntado por qué le pagan en efectivo esos trabajos de bibliotecaria o por qué su hermano trabaja para la CIA? ¿Por qué tiradores de la policía mataron a sus padres? ¿Alguna vez has oído que la policía mate a un bibliotecario?
—¡Todo tiene explicación, Spikey! —gimió Cindy—. ¡Mátala! ¡Está loca!
Ahora comprendía su plan. Ni siquiera iba a molestarse en hacer el trabajo. A plena luz del día, su esposo dispararía el arma y sería todo legal: un buen hombre defendiendo a su esposa. Era buena. Era la mejor. Era la Revendedora. Un contrato con ella y puedes darte por más acabado que la pana.
—La han contratado para matarme, Spike. ¡Ya ha intentado matarme en dos ocasiones...!
—¡Baja el arma, Thursday!
—¡Spikey, estoy asustada!
—¡Cindy, quiero verte las dos manos!
—¡Baja el arma, Thursday!
Habíamos llegado a un callejón sin salida. Mientras estaba allí de pie con Spike apuntándome él a la cabeza con un arma y yo apuntando a Cindy, comprendí que era posiblemente la peor situación en la que podía encontrarme. Si bajaba el arma, Cindy me mataría. Si no bajaba el arma, Spike me mataría. Si yo mataba a Cindy, Spike me mataría. Por mucho que lo intentaba no se me ocurría ninguna salida que no incluyese mi muerte. Un asunto complicado, como poco. Y fue entonces cuando el piano de cola cayó sobre Cindy.
Nunca había oído un piano caer diez metros para estrellarse en el cemento, pero fue exactamente como me lo había imaginado. Una cacofonía que resonó en toda la calle. El azar quiso que el piano —un Steinway Baby, según descubrí más tarde— fallase por completo. Fue la banqueta lo que golpeó a Cindy, que se desplomó como un saco. Un vistazo y los dos supimos que era grave. Una herida importante de cabeza y un cuello muy roto. Para Spike fue un momento de emociones encontradas. Sentía pena y conmoción por el accidente, pero también comprendía que yo había tenido razón... la mano de Cindy todavía sostenía un revólver del 38 con silenciador.
—¡No! —gritó Spike, tocándole con delicadeza la mejilla pálida—. ¡Otra vez no!
Cindy gimió débilmente mientras el policía que se había estado encargando de san Zvlkx se acercaba corriendo acompañado de dos sanitarios.
—Deberías habérmelo contado —musitó Spike, negándose a mirarme, con sus imponentes hombros temblando ligeramente por el llanto.
—Lo siento, Spike.
No respondió, sino que se apartó mientras intentaban estabilizarla.
—¿Quién es? —preguntó el policía—. Es más, ¿quiénes son ustedes?
—OpEspec —dijimos a la vez, mostrando las placas.
—Y ésta es Cindy Stoker —dijo Spike con tristeza—, la asesina conocida como la Revendedora... y mi esposa.
35
Lo que Thursday hizo a continuación
EL GOBIERNO KAINEANO FINANCIARÁ EL ESCUDO «ANTICASTIGO»
El señor Yorrick Kaine anunció ayer los planes para construir una red defensiva que contrarreste la creciente amenaza de la ira de Dios sobre sus creaciones. Los detalles concretos del «escudo anticastigo» siguen siendo de máximo secreto, pero los expertos de Defensa e importantes teólogos están de acuerdo en que sería posible tenerlo listo dentro de cinco años. Los seguidores de Kaine aducen el castigo de un pueblecito de Oswestry, el pasado octubre, con una «lluvia de fuego purificador» y la plaga de sapos de Rutland como razones. «Tanto Oswestry como Rutland son señales de alarma para nuestra nación —dijo el señor Kaine—. Es posible que fuesen pecadores, pero el castigo sin el proceso legal pertinente es algo que no estoy dispuesto a tolerar. En el mundo de hoy, donde la definición de pecado es tan difusa, debemos protegernos contra una deidad excesivamente ferviente, deseosa de defender un conjunto anticuado de reglas. Por esa razón, vamos a invertir en tecnología anticastigo.» El contrato de 14.000 millones de libras será adjudicado en exclusiva a Armas Goliath, S. A.
The Mole, julio de 1988
Las cadenas de noticias se lo pasaron en grande. La muerte de san Zvlkx tan poco después de su resurrección levantó algunas sospechas, pero el extraño accidente de la Revendedora mientras «iba a cumplir una misión» fue una sensación que borró de la primera página incluso la inminente Superhoop. Increíblemente, a pesar de varias lesiones internas y una herida brutal en la cabeza, no murió. La llevaron a St Septyk, donde lucharon por estabilizarla. No es que se sintieran muy obligados moralmente, claro está, pero podía delatar a los sesenta y siete o sesenta y ocho clientes que le habían pagado para realizar sus viles actos, premio que el fiscal estaba deseoso de cobrar. Una hora después de salir del quirófano, los jefes del submundo criminal realizaron tres intentos por silenciarla para siempre. La trasladaron a un ala segura del hogar Kingsdown para locos criminales, y allí se quedó, comatosa, conectada a un sistema de respiración artificial.
—Spike tenía razón. Debería habérselo dicho antes —le dije a Yaya—, ¡o debería habérselo soplado a las autoridades!
Aquel día Yaya Next se sentía mucho mejor. Aunque su avanzada edad la tenía muy débil, esa mañana incluso había caminado un poco. Cuando llegué tenía puestas las gafas de lectura y estaba rodeada de montones de libros muy sobados. De los que habitualmente se leen porque forman parte de un plan de estudios y no por placer.
—Pero no lo hiciste —respondió, mirándome por encima de las gafas—, y cuando te lo contó, tu padre ya sabía que no lo harías.
—También dijo que yo decidiría si vivía o moría, pero se equivocó... Ahora ya no es asunto mío. —Me froté la cabeza y suspiré—. Pobre Spike. Lo está pasando muy mal.
—¿Dónde está?
—Le está interrogando OE-9. Desde Londres han enviado un agente que la persigue desde hace diez años. Yo estaría allí de no ser por Flanker.
—¿Flanker? —preguntó Yaya—. ¿Qué ha hecho?
—Felicitarme por guiar OE-14 hasta un enorme almacén de literatura danesa oculta.
—Creía que intentabas entorpecer su labor.
Me encogí de hombros.
—Así era. ¿Cómo iba a saber que la resistencia danesa realmente empleaba el Gremio de Escritores Australianos como almacén?
—¿Les contaste que fue Kaine quien le pagó para matarte?
—No —dije bajando la vista—. No sé en quién puedo confiar y lo último que necesito es encontrarme en custodia preventiva o algo así.
Si mañana no estoy en la línea de banda de la Superhoop, los neandertales no jugarán.
—¿No hay ninguna buena noticia?
—Sí —dije, animándome un poco—. He sacado del país algunos libros daneses, Hamlet está reparándose... y he recuperado a Landen.
Yaya me miró y me levantó la cara con la mano.
—¿Definitivamente?
Me miré el anillo de boda.
—Veinticuatro horas y contando.
—A mí me hicieron lo mismo —suspiró Yaya, quitándose las gafas y frotándose los ojos con una mano huesuda—. Fuimos muy felices durante más de cuarenta años hasta que lo volví a perder... en esa ocasión de la forma natural e inevitable. Y eso fue hace más de treinta.
Guardó silencio un momento, y para distraerla le conté lo de san Zvlkx, su muerte y sus Revelaciones, y el poco sentido que tenía todo el asunto. Las paradojas de los viajes en el tiempo tienden a darme dolor de cabeza.
—En ocasiones —dijo Yaya, mostrándome la portada del Swindon Evening Globe—, tienes delante todos los hechos... sólo hay que disponerlos en el orden correcto.
Miré la fotografía. La habían tomado unos segundos después de que el piano cayese sobre Cindy. No me había dado cuenta de lo mucho que se habían dispersado los restos del Steinway. Un poco más allá, la solitaria figura de Zvlkx seguía tendida en el pavimento, abandonada dada la situación.
—¿Puedo quedármela?
—Claro que sí. Ten cuidado, cariño. Recuerda que tu padre no puede advertirte de todos los peligros potenciales... sólo los superhéroes son invulnerables. La final de cróquet no está ganada en absoluto y en las próximas veinticuatro horas puede pasar cualquier cosa.
Le agradecí sus amables palabras, le ahuequé la almohada y me fui.
—¿Una defensa neandertal? —repitieron Aubrey y Alf cuando me los encontré haciendo prácticas en el estadio de cróquet. Habían amenazado con despedirme si no les contaba lo que tramaba.
—Claro está, cualquier equipo pagaría millones por tener neandertales en sus filas... pero ellos no están dispuestos.
—Ya han aceptado. No aceptan remuneración alguna y la verdad es que no sé cómo se integrarán en un equipo con humanos... tengo la sensación de que formarán un equipo propio dentro del nuestro.
—No me importa —dijo Aubrey, apoyándose en la maza y señalando con la mano el resto del campo—. Me estaba autoengañando. Biffo es demasiado viejo, Smudger tiene problemas con la bebida y Snake no es mentalmente estable. George está bien y yo me defiendo, pero el equipo de los Machacadores dispone de toda una nueva generación de talentos. Van a desplegar a tipos como Quebrantahuesos McSneed.
No bromeaba. Un benefactor misterioso (probablemente la Goliath) había donado una gran suma de dinero a los Machacadores. La suficiente para que pudiesen comprar a quien se les antojara. La Goliath no se arriesgaba con la séptima Revelación.
—Entonces, ¿todavía podemos jugar con cinco tales?
—Sí —dijo Aubrey con una sonrisa—, todavía podemos jugar.
Me dejé caer en casa de mamá, supuestamente para llevarme a Hamlet y a los dodos a casa de Landen. Me encontré a mi madre en la cocina con Bismarck, que parecía estar contándole un chiste.
—... y luego el caballo blanco dice: «¿Qué Erich?»
—¡Oh, herr B! —dijo mi madre, riéndose y dándole una palmada en el hombro—. ¡Es incorregible!
Me vio allí de pie.
—¡Thursday! ¿Estás bien? He oído en la radio algo de un accidente con un piano...
—Estoy bien, mamá, de verdad. —Miré fríamente al canciller prusiano, quien, había decidido, se tomaba demasiadas libertades con mi madre—. Buenas tardes, herr Bismarck. ¿Sigue sin haber resuelto eso de Schleswig-Holstein?
—Esperando sigo al primer ministro danés —respondió Bismarck, poniéndose en pie para saludarme—. Pero empiezo a impacientarme.
—Espero que llegue pronto, herr Bismarck —dijo mi madre, poniendo el hervidor en el fogón—. ¿Le apetece una taza de té mientras espera?
El canciller volvió a inclinarse cortés.
—Sólo si lo sirve con pastel Battenberg.
—¡Estoy segura de que ha quedado un poco si ese pillín del señor Hamlet no se lo ha comido todo! —Puso mala cara al descubrir que, efectivamente, el pillín del señor Hamlet se lo había comido—. ¡Oh, cielos! ¿Le apetecería un poco de pastel de almendra?
Bismarck frunció las cejas furioso.
—¡Allá adónde voy los daneses se burlan de mi persona y de la confederación alemana! —exclamó enfadado, golpeándose la palma de la mano con el puño—. La incorporación del ducado de Schleswig al Estado danés podría haberla pasado por alto, pero un insulto personal Battenberg no lo toleraré. ¡Es la guerra!
—Un minutito, Otto —dijo mi madre, quien, tras haber criado ella sola a toda la familia, estaba perfectamente capacitada para resolver el asunto Battenberg-Schleswig-Holstein—. ¿No habíamos acordado que no ibas a invadir Dinamarca?
—Eso fue antes, ahora es ahora —musitó el canciller, hinchando con tanta agresividad el pecho que un botón de latón salió disparado y le dio a Pickwick en la parte posterior de la cabeza—. A elegir: ¡el señor Hamlet se disculpa en nombre del pueblo danés por su comportamiento o será la guerra!
—Ahora mismo está hablando con ese encantador experto en conflictos —respondió ansiosa mamá.
—Entonces, es la guerra —anunció Bismarck, sentándose a la mesa para tomarse el trozo de pastel de almendras—. No tiene sentido seguir hablando. Regresar deseo a 1863.
Pero en ese momento se abrió la puerta. Era Hamlet. Nos miró a todos y daba la impresión de ser, bien... diferente.
—¡Ah! —dijo, desenvainando la espada—. ¡Bismarck! Tu postura agresiva con Dinamarca ha terminado. ¡Prepárate para... morir!
Estaba claro que la charla con el experto en conflictos le había afectado hasta lo más profundo. Bismarck, sin inmutarse por la súbita amenaza contra su vida, sacó una pistola.
—¡Bien! Así que el Battenberg te acabas a mis espaldas, ¿eh?
Y bien podrían haberse matado mutuamente si mamá y yo no hubiésemos intervenido.
—¡Hamlet! —dije—. Matar a Bismarck no te devolverá a tu padre, ¿verdad?
—¡Otto! —dijo mamá—. Matar a Hamlet no cambiará los sentimientos de los ciudadanos de Schleswig, ¿verdad?
Me llevé a Hamlet al pasillo e intenté explicarle por qué, después de todo, las respuestas súbitas podrían no ser buena idea.
—No estoy de acuerdo —dijo, blandiendo la espada —. Lo primero que haré al volver a casa será matar a ese tío asesino mío, casarme con Ofelia y enfrentarme a Fortinbras. Mejor aún, invadiré Noruega preventivamente, luego Suecia y... ¿qué hay al lado?
—Finlandia.
—Eso.
Apoyó la mano izquierda en la cadera y, con la espada, atacó agresivamente a un enemigo imaginario. Pickwick cometió el error de salir al pasillo en ese preciso instante y soltó un grito de asombro cuando el estoque de Hamlet se detuvo a cinco centímetros de su cabeza. Por un momento Pickwick pareció a punto de desplomarse y luego escapó.
—Ese especialista en resolución de conflictos la verdad es que me ha enseñado un par de cosas, señorita Next. Aparentemente, mi problema era un conflicto latente o sin resolver; la muerte de mi padre, que persiste y fermenta en el interior de un individuo: yo. ¡Para resolver nuestros problemas debemos enfrentarnos directamente a esos conflictos y solucionarlos como mejor podamos!
Era peor de lo que creía.
—Entonces, ¿ya no fingirás estar loco y hablar un montón?
—No hace falta —respondió Hamlet, riéndose—. Se ha terminado el tiempo de hablar. Polonio también tendrá su merecido. Tan pronto como me case con su hija, le despediré como consejero y lo convertiré en bibliotecario jefe o algo así. Sí, vamos a cambiar las cosas en mi obra, te lo aseguro.
—¿Qué hay de fomentar la tolerancia entre oponentes para construir una coexistencia pacífica y, a la larga, beneficiosa de grupos enfrentados?
—Creo que hablaremos de eso en la segunda sesión. No importa. Mañana a esta hora Hamlet será la dinámica narración de cómo un hombre se venga y llega al poder para convertirse en el mejor rey de la historia de Dinamarca. ¡Es el fin de Hamlet el indeciso y el comienzo de Hamlet el héroe de acción! Hay algo podrido en el estado de Dinamarca y Hamlet dice... ¡es hora de pagar!
Era horrible. No podía enviarle de vuelta hasta que la señora Bigarilla y Shgakespeafe hubiesen resuelto lo de la obra, y en aquel estado no había forma de saber de qué sería capaz. Tenía que pensar rápido.
—Buena idea, Hamlet. Pero antes creo que deberías saber que aquí, en Inglaterra, se insulta y se difama a los daneses, y que se queman los libros de Kierkegaard, Andersen, Branner, Blixen y Farquitt.
Guardó silencio y me miró con el horror reflejado en los ojos.
—Hago lo que puedo por impedirlo —añadí—, pero...
—¿Queman los libros de Daphne?
—¿La conoces?
—Claro que sí. Soy un gran admirador suyo. Tenemos que encontrar algo que hacer durante los largos inviernos de Elsinore. A mamá también le gusta mucho... aunque mi tío prefiere a Catherine Cookson. Pero basta de hablar —dijo, activando rápidamente su cerebro postdilación y nada vacilante—. ¿Qué hacemos?
—Todo depende de que mañana ganemos la Superhoop, pero debemos demostrar fuerza por si Kaine intenta algo. Reúne a todos los partidarios daneses que puedas.
—¿Es muy importante?
—Podría ser vital.
Los ojos de Hamlet destellaron con una determinación acerada. Tomó el cráneo de la mesita del pasillo, me puso una mano en el hombro y adoptó una pose teatral.
—Mañana por la mañana, amiga mía, tendrás a tantos daneses que no sabrás qué hacer con ellos. Pero dejémonos de cháchara sin sentido; ¡debo partir!
Y sin decir más, salió por la puerta. De «hablar continuamente sin actuar» había pasado a «actuar continuamente sin hablar». No hubiese tenido que haberlo traído nunca al mundo real.
—Por cierto —dijo Hamlet, que asomaba la cabeza por la puerta—, no le contarás a Ofelia lo de Emma, ¿verdad?
—Tengo los labios sellados.
Recogí los dodos, los metí en el coche y volví a casa. Poco después del accidente de Cindy había llamado a Landen para decirle que estaba ilesa. Afirmó que en todo momento había sabido que no me pasaría nada y yo le prometí que a partir de entonces haría lo posible por evitar a los asesinos a sueldo. No pude parar frente a la casa porque había al menos tres furgonetas de la prensa, así que aparqué detrás, recorrí el callejón, saludé a Millon y crucé el jardín trasero hasta las puertas.
—¡Lipsum! —dijo Friday, corriendo para abrazarme. Lo recogí mientras Alan valoraba su nuevo hogar, intentando determinar las zonas con mayor potencial para hacer travesuras.
—Tienes un telegrama en la mesa —dijo Landen—. Y, si te sientes masoquista, la prensa estaría encantada de que le repitas que crees que los Mazos ganarán mañana.
—La verdad es que no me siento masoquista —respondí, abriendo el telegrama—. ¿Cómo estás tú...?
Me quedé sin habla cuando leí el telegrama. Era simple y directo:
D, P A S.
K
—¿Cariño? —grité.
—¿Sí? —dijo Landen desde arriba.
—Tengo que irme.
—¿Asesinos?
—No... tiranos megalómanos deseosos de conquistar el mundo.
—¿Quieres que te espere levantado?
—No, pero hay que bañar a Friday... y no te olvides frotar detrás de las orejas.
36
Kaine contra Next
CRÍTICAS A LA TECNOLOGÍA ANTICASTIGO
A algunos importantes líderes religiosos no les ha sentado bien el uso de tecnología anticastigo por parte del señor Kaine. «No estamos del todo seguros de que el señor Kaine pueda poner su voluntad por encima de la de Dios —dijo un obispo nervioso, que ha querido mantenerse en el anonimato—. Si Dios decide destruir algo, entonces opinamos que probablemente tiene buenas razones para hacerlo.» Los ateos, tampoco emocionados por los planes de Kaine, no creen que la desaparición de Oswestry fuese debida más que al impacto desafortunado de un meteorito. «Huele a la política habitual de Kaine de meternos miedo —dijo Rupert Smercc, de Ipswich—. Mientras la población se preocupa de amenazas inexistentes, a consecuencia de la necesidad humana de encontrarle sentido a un mundo tenebroso y brutal, Kaine sube los impuestos y culpa de todo a los daneses.» No todos fueron tan contundentes en su rechazo. El señor Pascoe, portavoz oficial de Agnósticos Federados, declaró: «Es posible que en el fondo del asunto del castigo divino haya algo de verdad, pero no estamos seguros.»
The Mole, julio de 1988
Era de noche cuando llegué a la zona de mantenimiento del aeródromo de Swindon. Aunque en la terminal de enfrente las aeronaves todavía zumbaban en el cielo nocturno, esa zona del campo estaba desierta. Los empleados se habían ido hacía tiempo. Les enseñé la placa a los de seguridad y luego seguí las indicaciones de la carretera y dejé atrás una aeronave atracada, cuyos flancos plateados brillaban a la luz de la luna. Las puertas de ocho pisos de altura del pantagruélico Hangar D estaban completamente cerradas, pero pronto di con un Mercedes deportivo de color negro aparcado junto a una puerta lateral, así que me detuve a cierta distancia y apagué motor y faros. Cambié el cargador de la automática por uno que había llenado con cinco cabezas borraduras... lo máximo que había logrado sacar a hurtadillas del MundoLibro. Me apeé del coche, escuché con atención y, como no oí nada, me acerqué en silencio al hangar.
Como entonces las aeronaves transcontinentales de trescientos metros se construían en las Zeppelinwerks de Alemania, las únicas que había en el hangar, del tamaño de una catedral, eran las relativamente pequeñas, de sesenta asientos, a medio construir y con aspecto de cestos espartanos, con las costillas de aluminio unidas por una delicada filigrana de vigas, cada una cuidadosamente remachada a la siguiente. Parecía excesivamente complejo para algo en esencia tan simple. Busqué por el alto interior, pero no había ni rastro de Kaine. Saqué la automática, cargué la primera cabeza borradora y quité el seguro.
—¿Kaine?
No hubo respuesta.
Oí un ruido y apunté el arma hacia donde una góndola parcialmente construida descansaba sobre unos soportes. Me maldije por estar tan nerviosa y de pronto me di cuenta de lo mucho que deseaba que Bradshaw estuviese conmigo. Luego lo sentí... o al menos, lo olí. El pestazo de la muerte flotando en una brisa ligera. Me volví para ver una forma oscura y fétida abalanzándose sobre mí. Experimenté momentáneamente un terror sobrenatural antes de apretar el gatillo y oír el impacto de la primera cabeza borradora. La bestia infernal se evaporó en una ventisca de las letras sueltas que formaban su existencia. Cayeron a mi alrededor con el sonidito de un adorno navideño al romperse.
Oí un aplauso y vi la silueta de Kaine de pie, detrás de la góndola de control parcialmente terminada. No me detuve ni un momento y disparé una segunda cabeza borradora. En un instante Kaine invocó a un personaje secundario, un hombre bajito con gafas, justo delante del proyectil, y fue él, y no Kaine, el borrado.
Yorrick salió a la luz. No había envejecido ni un día desde que le viera por última vez. Su piel era inmaculada y no tenía ni un pelo fuera de su sitio. Sólo los personajes mejor descritos son indistinguibles de una persona real. Los demás, y Kaine se contaba entre ellos, tenían un vago aspecto plástico que delataba sus orígenes ficticios.
—¿Disfrutas? —le pregunté sarcástica.
—Oh, sí —respondió, sonriendo.
Era un personaje de segunda en un papel de primera y había escalado muy por encima de sus posibilidades... Era un niño controlando un país. No estaba segura si se debía a la Goliath, al ovinador o a sus orígenes ficticios, pero tenía claro que era tan peligroso en el mundo real como en el MundoLibro. No se podía desdeñar a nadie capaz de invocar bestias infernales a voluntad.
Volví a disparar y pasó lo mismo. El personaje fue otro, de una obra de época, creo, pero el efecto idéntico. Kaine empleaba como escudos a personajes desechables. Miré nerviosa a mi alrededor, presintiendo una trampa.
—Olvidas que he tenido muchos años para practicar mis poderes —dijo Kaine, mirándome sin pestañear—, y como puedes ver los don nadie de Farquitt son muy baratos.
—¡Asesino!
Kaine rio.
—No puedes asesinar a un personaje de ficción, Thursday. Si se pudiese, ¡todos los autores estarían entre rejas!
—Sabes a qué me refiero —rugí, acercándome. Si lograba agarrarle, podría saltar a la ficción y llevármelo. Kaine lo sabía y se mantenía a distancia.
—Eres un verdadero incordio —añadió—, y mira que pensé que la Revendedora sería capaz de ocuparse de ti para no tener que hacerlo yo. A pesar de las poquísimas posibilidades de Swindon en la Superhoop de mañana, no puedo arriesgarme a que la Revelación de Zvlkx se cumpla, por improbable que sea. Y mis amigos de la Goliath están de acuerdo conmigo.
—Éste no es tu lugar —le dije—, y estás jugando con las vidas de personas de verdad. Te crearon para entretener, no para gobernar.
—¿Tienes alguna idea de lo que se siente siendo un personaje B-9 atrapado en una novela autoeditada? —dijo mientras dábamos vueltas lentamente alrededor de la góndola de control de la aeronave—. ¿Que no te lean nunca? ¿Con dos frases de diálogo y menospreciado por personajes inferiores a ti?
—¿Qué tiene de malo el programa de intercambio de personajes? —pregunté, ganando tiempo.
—Lo intenté. ¿Sabes qué me dijo el Consejo de Géneros?
—Soy toda oídos.
—Me dijo que aprovechase al máximo mi situación. Bien, ¡eso es lo que hago, señorita Next!
—Tengo cierta influencia en el consejo, Kaine. Ríndete y haré todo lo que pueda.
—¡Mentiras! —escupió Kaine—. ¡Mentiras, mentiras y más mentiras! ¡No tienes ninguna intención de ayudarme!
No lo negué.
—Bien —siguió diciendo—, dije que necesitaba hablar contigo, y aquí estamos: has descubierto de dónde vengo y, a pesar de todos mis esfuerzos por destruir ejemplares de Larga lujuria todavía cabe la posibilidad de que consigas uno y me borres desde dentro. No puedo consentirlo. Así que quería ofrecerte la oportunidad de participar en un acuerdo mutuamente beneficioso. Algo que nos convenga a los dos. Yo en los pasillos del poder y tú como jefa de cualquier división de OpEspec que te apetezca... o de la propia OpEspec, si se tercia.
—Creo que me subestimas —dije en voz baja—. El único acuerdo que me interesa es tu rendición incondicional.
—Oh, no te subestimo —añadió el canciller con una sonrisa torcida—. Sólo lo he dicho para dar tiempo a una amiga Gorgona de ponerse a tu espalda. Por cierto, ¿conoces a... Medusa?
Oí un siseo. El vello de la nuca se me erizó y el corazón se me aceleró. Miré al suelo al tiempo que me volvía y saltaba de lado, resistiéndome a la tentación de mirar a la criatura desnuda y repelente que se me había estado acercando. Es difícil acertar a un blanco al que intentas no mirar. Mi cuarta cabeza borradora dio inútilmente en un soporte del extremo opuesto del hangar. Di un paso atrás, tropecé con un trozo de metal y caí de espaldas. La pistola resbaló por el suelo hacia unas cajas. Solté un juramento e intenté alejarme lo posible del horror mitológico. Pero Medusa me agarró por el tobillo mientras las serpientes de su cabeza siseaban con furia. Intenté liberarme a patadas pero me agarraba como un tornillo de banco. Con la mano libre me agarró el otro tobillo y luego, riendo como una loca, se deslizó sobre mi cuerpo mientras yo luchaba por alejarla, hundiendo sus garras afiladas en mi carne, haciéndome llorar de dolor.
—¡Mírame a la cara! —gritó la Gorgona mientras nos peleábamos en el polvo—. ¡Mírame a la cara y acepta tu destino!
Mantuve la vista apartada mientras ella me apretaba contra el cemento frío y luego, cuando tuvo su cuerpo apestoso y huesudo sentado sobre mi pecho, volvió a reír y me agarró la cabeza con ambas manos. Grité y cerré los ojos con fuerza, sintiendo náuseas por su aliento pútrido. No había huida. Noté sus manos moviéndose sobre mi cara, sus yemas sobre los párpados.
—¡Venga, Thursday, cariño —chilló, un grito casi ahogado por el siseo de las serpientes—, contempla mi alma y siente como tu cuerpo se convierte en piedra!
Me resistí y luché mientras sus dedos me abrían los párpados. Giré los ojos todo lo posible en las cuencas, desesperada por retrasar lo inevitable, y justo empezaba a ver destellos de luz y la parte inferior de su cuerpo cuando se oyó un sonido como el de acero desenvainado y un golpe seco. Medusa quedó flácida y silenciosa sobre mi pecho. Abrí los ojos y aparté la cabeza cortada de Gorgona. Me puse en pie de un salto, salí de inmediato del charco de sangre que manaba de su cuerpo descabezado y corrí hacia atrás, tropezando por las ganas de escapar.
—Bien —dijo una voz conocida—. ¡Parece que he llegado justo a tiempo!
Era el Gato. Estaba sentado sobre una costilla sin terminar de aeronave y sonreía de oreja a oreja. No estaba solo. Junto a él había un hombre. Pero no era un hombre corriente. Alto, de casi dos metros treinta y de hombros anchos, vestía una armadura rudimentaria y entre las manos poderosas sostenía un escudo y una espada que parecían no pesar nada. Era un guerrero de aspecto feroz; uno de esos héroes sobre los que se escriben poemas épicos... de los que ya no necesitamos en nuestra época. Era el más alfa de los machos... era Beowulf. No emitía ningún sonido, mantenía las rodillas ligeramente dobladas, listo para la batalla, moviendo la espada ensangrentada en una elegantemente lenta figura de ocho.
—Buen movimiento, señor Gato —dijo Kaine sardónico, saliendo de detrás de la góndola y mirándonos desde el otro lado de la zona despejada del hangar.
—Puede terminar con esto ahora mismo, señor Kaine —dijo el Gato—. Regrese a su libro y quédese allí... o afronte las consecuencias.
—Decido no hacerlo —respondió Kaine con una sonrisa—, y dado que ha subido las apuestas invocando a un héroe del siglo VIII, le desafío a un duelo de invocaciones enfrentando a mis campeones ficticios contra los suyos. Si usted gana, permaneceré para siempre en Larga lujuria; si yo gano, me dejarán en paz.
Miré al Gato, que, por una vez, no sonreía.
—Muy bien, señor Kaine. Acepto el desafío. ¿Las reglas habituales? ¿Las bestias de una en una y absolutamente nada de krákenes?
—Sí, sí —respondió Kaine impaciente. Cerró los ojos y, con un alarido demente apareció Grendel volando hacia Beowulf, quien expertamente lo partió en ocho trozos más o menos iguales.
—Creo que le hemos despistado —susurró el Gato por la comisura de la boca—. Ha sido muy mal movimiento... Beowulf siempre destruye a Grendel.
Pero Kaine no malgastó el tiempo y un instante más tarde había un Tyrannosaurus rex vivo pisoteando el suelo de cemento. La saliva le goteaba de los colmillos. Agitó con furia la cola y derribó la góndola.
—¿De El mundo perdido? —preguntó el Gato—. ¿O de Parque jurásico?
—De ninguno de los dos —respondió Kaine—. Es de Mi primer libro de dinosaurios.
—¡Ooh! —respondió el Gato—. La jugada de prueba, ¿eh?
Kaine chasqueó los dedos y el terrible lagarto se abalanzó hacia Beowulf que atacaba blandiendo la espada. Yo retrocedí hacia el Gato y le pregunté ansiosamente:
—Ese Beowulf no es el original, ¿verdad?
—¡Buen Dios, no, todo lo contrario!
Estuvo bien. Beowulf había convertido a Grendel en picadillo, pero el Tyrannosaurus, a su vez, le convirtió a él en carne picada. Mientras el lagarto gigante se tragaba los restos del guerrero, el Gato me susurró:
—¡Me encantan estas competiciones!
Me limpié con el pañuelo la cara magullada. Debo decir que en realidad no compartía la alegría picara del Gato, o su placer.
—¿Qué hacemos ahora? —le pregunté—. ¿Smaug el dragón?
—No serviría de nada. Él invocaría a Bardo para matarle. Quizá sea mejor una retirada táctica e introducir a Alan Quartermain con su rifle para elefantes, pero llego tarde a la fiesta de cumpleaños de mi hijo, así que será... ¡él!
El aire se estremeció sobre nosotros y, entre silbidos y gorgoteos, apareció una criatura con alas de murciélago. Tenía una cola larga, patas de reptil, ojos llameantes, enormes garras peludas... y vestía una túnica de color lila con calcetines a juego.
El Tyrannosaurus miró al Jabberwocky, quien le miró todavía flotando en el aire y emitiendo peligrosos silbidos. Tenía más o menos el mismo tamaño que el dinosaurio y fue por él agresivamente, abriendo y cerrando las mandíbulas, dando golpes con las garras. Mientras el Gato, Kaine y yo mirábamos, el Jabberwocky y el Tyrannosaurus se enzarzaron en un combate mortal agitando las colas. En cierto momento dio la impresión de que el campeón de Kaine se impondría, hasta que el Jabberwocky ejecutó una maniobra conocida en lucha libre como «giro en el aire e impacto corporal» que estremeció el suelo. El lagarto gigante quedó tendido, apenas se movía. Un animal de semejante tamaño no tenía que caer de muy alto para romperse un hueso. El Jabberwocky gorjeó encantado para sí, ejecutando una danza triunfal de dos pasos mientras se nos acercaba.
—¡Basta! —gritó Kaine—. ¡Ya estoy harto!
Alzó los brazos y un fuerte viento barrió el hangar. En el exterior resonaron truenos y una forma inmensa creció en el esqueleto vacío de la aeronave a medio terminar. Creció y creció hasta calzarse el esqueleto de la aeronave como si fuese un corsé. Luego se libró de él y con un tentáculo atrapó al Jabberwocky y lo elevó hasta muy arriba. Kaine había hecho trampa. Era el Kraken. Húmedo, extrañamente informe y apestando a ostras demasiado cocidas, era la criatura de ficción más grande y poderosa que yo conocía.
—¡Eh, eh! —dijo el Gato, agitando la pata hacia Kaine—. ¡Recuerde las reglas!
—¡Al demonio las reglas! —gritó Kaine—. ¡Insignificantes agentes de Jurisficción, preparaos para morir!
—Ésa ha sido —me dijo el Gato— una frase muy tópica.
—Es un Farquitt, ¿qué esperabas? ¿Qué vamos a hacer?
El Kraken envolvió varias veces el cuerpo del Jabberwocky con un tentáculo resbaladizo y luego apretó hasta que los ojos empezaron a salírsele ominosamente.
—¡Gato! —dije con más premura—. ¿Qué hacemos ahora?
—Estoy pensando —respondió el Gato, agitando furiosamente la cola—. No es nada fácil encontrar algo que pueda derrotar al Kraken. Espera. Espera. ¡Creo que lo tengo!
Un destello y allí, delante del Kraken, apareció... un hada diminuta, que no me llegaba ni a las rodillas. Poseía alas delicadas de libélula y llevaba una tiara de plata y una varita que agitó en dirección a Kaine. En un instante el Kraken desapareció y el Jabberwocky cayó a tierra, luchando por respirar.
—¿Qué demonios...? —gritó Kaine, furioso y sorprendido, agitando inútilmente las manos para intentar hacer volver al Kraken.
—Me temo que ha perdido —respondió el Gato—. Pero ha hecho trampas y yo también he tenido que hacer trampas y, aunque he ganado, no puedo reclamar mi premio. Ahora está todo en manos de Thursday.
—¿A qué te refieres? —gritó Kaine furibundo—. ¿Quién era ésa y por qué ya no puedo invocar bestias de la ficción?
—Bien —dijo el Gato ronroneando—, ésa era el Hada Azul, de Pinocho.
—¿Es decir...? —preguntó Kaine boquiabierto.
—Exacto —respondió el Gato—. Le ha convertido en una persona real, igual que convirtió a Pinocho en un niño de verdad.
Kaine se llevó las manos al pecho, luego a la cara, intentando comprenderlo.
—Pero... ¡Eso significa que no tienes poder sobre mí!
—Por desgracia, así es —respondió el Gato—. Jurisficción no tiene jurisdicción sobre personas reales en el mundo real. Como ya he dicho, ahora todo depende de Thursday. —El Gato calló y repitió las dos palabras para comprobar cuál sonaba mejor—: Jurisficción... jurisdicción... Jurisficción... jurisdicción.
Kaine y yo nos miramos. Si era real, entonces Jurisficción no tenía ningún control sobre él... y eso también implicaba que no podíamos destruirle a través de su libro. Pero a su vez él no podía escapar del mundo real: sangraría, moriría y envejecería como cualquier hombre. Kaine se echó a reír.
—¡Bien, vaya sorpresa! ¡Muchas gracias, señor Gato!
El Gato soltó un bufido de desprecio y se volvió para mirar a otro lado.
—Me has hecho un gran favor —añadió Kaine—. Ahora tengo libertad para llevar a este país a cotas más elevadas sin que tú y tu banda de idiotas ficticios os entrometáis. Tengo libertad para abandonar los últimos vestigios de bondad que me he visto obligado a mantener en referencia a mi personaje escrito. Señor Gato, gracias, y también te lo agradece el pueblo de la Gran Bretaña Unificada. —Volvió a reír y me miró—. Y en cuanto a ti, señorita Next, ¡no podrás ni acercarte!
—Todavía queda la séptima Revelación —dije con un hilo de voz.
—¿Ganar la Superhoop? ¿Con esa pandilla de desharrapados desesperados? Creo que sobrevalora con mucho sus posibilidades, mi dama... Y con la Goliath y el ovinador para ayudarme, ¡no puedo ni empezar a sobrevalorar las mías!
Volvió a reír, miró la hora y salió apresuradamente del hangar. Oímos que ponía el coche en marcha y se iba.
—Lo siento —dijo el Gato, todavía mirando para otro lado—. Tenía que pensar algo rápido. Y al menos así no ha ganado... por esta noche.
Suspiré.
—Lo has hecho muy bien, Chesh... A mí jamás se me hubiera ocurrido invocar al Hada Azul.
—Ha estado muy bien, ¿verdad? —dijo el Gato—. ¿Hueles a bollos de mantequilla?
—No.
—Yo tampoco. ¿A quién vas a situar en el centro del campo?
—Probablemente a Biffo —dije lentamente, recogiendo la automática del suelo y cambiando el cargador—. Y a Stig, para recibir los rebotes.
—Ah. Bien, buena suerte y nos vemos pronto —dijo el Gato, y desapareció.
Suspiré y miré a mi alrededor, repasando la tranquilidad del hangar vacío. Los cuerpos sanguinolentos y destrozados de Medusa, el Tyrannosaurus y Beowulf habían desaparecido. Exceptuando la aeronave destrozada, no quedaba rastro de la batalla librada. Habíamos logrado una victoria contra Kaine, pero no la completa victoria que yo había esperado. Iba hacia la salida cuando me di cuenta de que el Gato había reaparecido y se mantenía en equilibrio sobre el mango de una plataforma para palés.
—¿Has dicho Stig o eslip? —dijo el Gato.
—He dicho Stig —respondí—, y me gustaría que no aparecieses y desaparecieses tan súbitamente: me mareas.
—Vale —dijo el Gato, y en esa ocasión fue desapareciendo muy lentamente, empezando por el extremo de la cola y dejando por último la sonrisa, que allí se quedó un tiempo después de que el resto se hubiese esfumado.
37
Antes del partido
LOS SEGUIDORES DE ZVLKX ORGANIZAN UNA MARCHA NOCTURNA
Los setenta y seis miembros de los Amigos Idólatras de San Zvlkx pasaron la noche marchando silenciosamente por los lugares de interés relacionados con su adorado líder, que fue atropellado el viernes por el bus número 23. La marcha se inició en el aparcamiento de Tesco y recorrió los lugares de Swindon que san Zvlkx más apreciaba —siete pubs, seis locales de apuestas y el principal burdel de Swindon— antes de rezar en el lugar de su muerte. La marcha se desarrolló en silencio, roto únicamente por las numerosas interrupciones de una tal Shirley, que insistía en que Zvlkx le debía dinero.
Swindon Daily Eyestrain, 22 de julio de 1988
A las ocho llegué al estadio de cróquet. Los fans ya aguardaban en la entrada, esperando obtener los mejores asientos. Me dejaron pasar y aparqué el Speedster en el espacio destinado a dirección, para luego dirigirme a los vestuarios. Aubrey me esperaba, caminando de un lado para otro.
—¿Bien? —dijo—. ¿Dónde está nuestro equipo?
—Llegarán a la una.
—¿No puede ser un poco antes? —preguntó—. Hay que comentar las tácticas.
—No —dije con firmeza—. Llegarán a su hora. No tiene sentido intentar imponerles las limitaciones cronológicas humanas. Juegan con nosotros, eso es lo principal.
—Vale —aceptó Aubrey renuente—. ¿Conoces a Penélope Hrah?
Penélope era una mujer grande y potente que parecía capaz de partir nueces con los párpados. Se había dedicado al cróquet porque el hockey no era lo suficientemente violento, y aunque a los treinta y dos ya estaba al final de su carrera, podía ser una jugadora muy valiosa... aunque sólo fuese como arma de terror. Me daba miedo... y yo estaba en su equipo.
—Hola, Penélope —dije nerviosa—. De veras que me alegro de que nos ayudes.
Un gruñido como respuesta.
—¿Todo va bien? ¿Puedo traerte algo?
Volvió a gruñir y yo me froté las manos ansiosa.
—Vale, bien, entonces te dejo.
Me fui a comentar la estrategia con Alf y Aubrey. Pasé las siguientes dos horas sometiéndome a entrevistas y asegurándome de que los abogados del equipo estuviesen listos y comprendiesen todos los complejos procedimientos legales del partido. A mediodía llegaron Landen y Friday con Mycroft, Polly y mi madre. Los guie a los asientos reservados a los VIP, justo detrás del banquillo de los jugadores, y los senté junto a Joffy y Miles, que habían llegado antes.
—¿Va a ganar Swindon? —preguntó Polly.
—Eso espero —dije, sin demasiada confianza.
—Tu problema, Thursday —dijo Joffy—, es que no tienes fe. Los miembros de los Amigos Idólatras de San Zvlkx tenemos una fe absoluta en las Revelaciones. Perded y la Goliath alcanzará nuevas cotas de explotación humana y avaricia inconmensurable ocultas bajo las vestiduras de la formalidad religiosa y el dogma sacro pervertido.
—Muy buen discurso.
—Sí, yo también lo pienso. Lo ensayé durante la marcha de anoche. Pero no te sientas presionada.
—Gracias por nada. ¿Dónde está Hamlet?
—Dijo que vendría más tarde.
Los dejé para participar en una emisión en directo con Lydia Startright, a quien le interesaba más saber dónde había estado durante los dos años y medio anteriores que preguntarme por las posibilidades de Swindon. Después corrí a la entrada de jugadores para recibir a Stig —que jugaba— y a los otros cuatro neandertales. No les afectó en absoluto la atención mediática y pasaron por completo de las hordas de periodistas. Les di las gracias por unirse al equipo y Stig comentó que estaba allí simplemente porque era parte del acuerdo y nada más.
Los guie a los vestuarios, donde los jugadores humanos los recibieron con bastante curiosidad. Hablaron entrecortadamente, los neandertales limitando sus palabras a los aspectos técnicos del cróquet. Para ellos no importaba nada que ganásemos o perdiésemos... simplemente se limitarían a hacer todo lo que pudiesen. Se negaron a ponerse protecciones; preferían jugar descalzos, con pantalones cortos y llamativas camisas hawaianas. Lo que supuso un pequeño problema para la Toast Marketing Board, que había insistido en que su nombre apareciese en las prendas del equipo, pero al final lo arreglé y todo se resolvió satisfactoriamente. Faltaban menos de diez minutos para que saliésemos al campo, así que Aubrey hizo un encendido discurso al equipo, que los neandertales no acabaron de entender. Stig, quien quizá comprendiese mejor a los humanos que los otros, les dijo simplemente: «Haced tantos aros como podáis.» Eso lo comprendieron perfectamente.
—¿Señorita Next?
Me volví para encontrarme con un hombre cadavérico que me miraba fijamente. Le reconocí al instante. Era Ernst Stricknene, el consejero de Kaine... y traía un maletín rojo. Había visto un maletín similar en Goliathpolis y en La hora de esquivar las preguntas. Sin duda ocultaba un ovinador.
—¿Qué quiere?
—Al canciller Kaine le gustaría dirigir unas palabras al equipo de Swindon.
—¿Por qué?
Stricknene me miró fríamente.
—No es usted nadie para poner en duda los deseos del canciller, señorita.
Fue entonces cuando entró Kaine, rodeado de sus matones y su séquito. Los jugadores del equipo se pusieron en pie respetuosamente... excepto los neandertales, quienes, ignorando por completo los caprichos de la jerarquía, siguieron hablando entre sí a gruñidos. Kaine me miró triunfal, pero me di cuenta de que había cambiado ligeramente. Sus ojos parecían cansados y la boca estaba algo caída. Empezaba a demostrar que era humano. Empezaba a envejecer.
—¡Ah! —dijo—. La ubicua señorita Next. Detective literario, directora de equipo, salvadora dejarte Eyre. ¿Hay algo que no sepa hacer?
—No se me da bien el punto de cruz.
Los miembros del equipo rieron y también los seguidores de Kaine, que se callaron de pronto en cuanto éste dedicó una mirada a toda la estancia con el ceño fruncido. Pero se controló y me dedicó una sonrisa falsa después de asentir en dirección a Stricknene.
—He venido a hablar con el equipo y a decir a todos que sería mucho mejor para el país que yo siguiese en el poder. Aunque no sé cómo actuará la Revelación de Zvlkx, no puedo dejar el futuro seguro de esta nación en manos de los caprichos de un vidente del siglo XIII bastante descuidado en lo que a higiene personal se refiere. ¿Comprenden lo que digo?
Sabía lo que tramaba. El ovinador. Era probable que en menos de un minuto nos tuviese comiendo de su mano. Pero no contaba con Hamlet, que apareció de pronto detrás de Stricknene, con el estoque desenvainado. Era entonces o nunca y grité:
—¡El maletín! ¡Destruye el ovinador!
Hamlet no precisó de más y dio un salto, atravesando expertamente el maletín, que emitió un breve destello verde y un gemido agudo muy breve que hizo que los perros policiales de fuera se pusiesen a ladrar. Dos agentes de OE-6 derribaron a Hamlet con facilidad para luego esposarle.
—¿Quién es este hombre? —preguntó Kaine.
—Es mi primo Eddie.
—¡No! —gritó Hamlet, poniéndose bien recto, a pesar de que le retenían dos hombres—. Soy Hamlet, príncipe de Dinamarca. ¡Danés y orgulloso de serlo!
Kaine mostró una sonrisa de suficiencia.
—Capitán, arreste a la señorita Next por dar cobijo a un danés... y arreste a todo el equipo por complicidad en el auxilio.
Era un mal momento. Sin jugadores, tendría que admitir la derrota. Pero Hamlet, convertido en hombre de acción, tenía una idea.
—Yo no lo haría si fuese usted.
—¿Y por qué no? —se mofó Kaine, no sin cierto estremecimiento de la voz; ahora actuaba guiándose exclusivamente por su ingenio. No le ayudaban ni el ovinador ni sus raíces ficticias.
—Porque —anunció Hamlet—, soy muy buen amigo de la señora Daphne Farquitt.
—¿Y...? —preguntó Kaine sonriendo un poco.
—Está ahí fuera, aguardando mi regreso. Si no aparezco, o si intenta usted alguna triquiñuela contra los Mazos, movilizará a sus tropas.
Kaine rio y Stricknene, adulador, se rio con él.
—¿Tropas? ¿Qué tropas son ésas?
Pero Hamlet hablaba completamente en serio. Los miró furioso un momento antes de decir:
—Su club de fans. Están muy bien organizados, van armados hasta los dientes y están furiosos por haber tenido que quemar sus libros y más que dispuestos a obedecer las órdenes de Farquitt. Hay treinta mil estacionados cerca del estadio y otros noventa mil en la reserva. Una orden de Daphne y estará acabado.
—He anulado la ley que prohibía a Farquitt —respondió Kaine a toda prisa—. Se dispersarán cuando lo sepan.
—No creerán ni una palabra de su lengua mentirosa —respondió Hamlet en voz baja—, sólo lo que la señora Farquitt les diga. Su poder se reduce, amigo mío, y los poco elegantes dedos del destino van abriendo la puerta.
Se produjo un silencio tenso mientras Kaine miraba a Hamlet y Hamlet miraba a Kaine. Yo había presenciado bastantes situaciones similares, pero ninguna de la que dependiese tanto.
—De todas formas, no tienen ni la más mínima posibilidad de ganar —anunció Kaine tras sopesar cuidadosamente las opciones—. Voy a disfrutar viendo a los Machacadores destrozándolos. Suéltenle.
Los agentes de OE-6 le quitaron las esposas a Hamlet y escoltaron a Kaine por la puerta.
—Bien —dijo Hamlet—, parece que volvemos a jugar. Voy a ver el partido con tu madre. ¡Gana por los fans de Farquitt, Thursday!
Y se fue.
No tuvimos tiempo para seguir pensando en la situación porque oímos el claxon y el rugido de emoción de la multitud resonó por el túnel.
—Suerte a todos —dijo Aubrey con bastante bravuconería—. ¡Empieza el espectáculo!
La multitud estalló en júbilo cuando los jugadores salieron al campo. El estadio tenía capacidad para treinta mil personas y estaba hasta los topes. En el exterior habían dispuesto monitores enormes para los que no habían podido entrar, y las televisiones emitían el partido en directo a una cifra estimada de dos mil millones de personas de setenta y tres países. Iba a ser todo un espectáculo.
Yo me quedé en la línea de base cuando los Mazos de Swindon se alinearon para enfrentarse a los Machacadores de Reading. Los jugadores se miraron con furia mientras la banda de metal Swindon & District Wheel-Tappers desfilaba detrás de Lola Vavoom. Hubo una pausa mientras el presidente Formby ocupaba su asiento en el palco VIP y, dirigido por la señora Vavoom, el público se puso en pie para cantar el himno no oficial inglés Cuando limpio ventanas. Una vez terminada la canción, Yorrick Kaine apareció en el palco VIP, pero recibió una bienvenida irrisoria. Hubo algunos aplausos y algunos lo jalearon, pero nada comparado con lo que esperaba. Su postura antidanesa había perdido bastante apoyo popular desde que había cometido el error de acusar a las jugadoras del equipo femenino danés de balonmano de ser espías y las había arrestado. Vi que se sentaba y miraba furioso al presidente, quien le sonrió cálidamente.
Yo estaba en la línea de base con Alf Widdershaine, observando los preliminares.
—¿Podríamos haber hecho algo más? —susurré.
—No —dijo Alf tras una pausa—. Sólo espero que los neandertales cumplan.
Me volví y fui hacia Landen. En el regazo tenía a Friday, gorjeando y batiendo palmas. En una ocasión le había llevado a la carrera de cuadrigas de Ben-Hur y le había encantado.
—¿Qué probabilidades hay, querida? —preguntó Landen.
—Entre razonables y más o menos con los neandertales jugando. Hablamos más tarde.
Besé a los dos y Landen me deseó buena suerte.
—Dolor in reprehenderit... mami —dijo Friday. Le agradecía sus amables palabras y oí que decían mi nombre. Era Aubrey, que hablaba con el árbitro, quien, como dictaba la costumbre, vestía como un párroco de pueblo.
—¿Qué dice? —oí que vociferaba Aubrey mientras me acercaba. Daba la impresión de que había un altercado y el partido ni siquiera había empezado—. ¡Muéstreme dónde pone eso en las reglas!
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Los neandertales —dijo Aubrey entre dientes—. ¡Parece ser que, según las reglas, los no humanos no pueden jugar!
Miré a Stig y a los cuatro neandertales que todavía permanecían sentados en círculo, meditando.
—Regla 78b-45 (ii) —citó el árbitro mientras O'Fathens, el capitán de los Machacadores de Reading, miraba con expresión de alegría—. «Ningún jugador o equipo podrá usar un equino o cualquier otra criatura no humana para tener ventaja sobre el equipo contrario.»
—Pero eso no se refiere a un jugador —dije—. La regla claramente se refiere a caballos, antílopes y demás. Se añadió cuando los Aplanadores de Dorchester intentaron tener ventaja jugando a caballo, en 1962.
—A mí la regla me parece clara —gruñó O'Fathens, avanzando—. ¿Los neandertales son humanos?
Aubrey también dio un paso al frente. Las narices casi se tocaban.
—Bien... más o menos.
No quedaba más remedio que pedir arbitrio judicial. Como diez años antes se habían relajado las reglas relativas a los litigios en el campo, no era raro que la primera media hora del partido se invirtiese en disputas legales entre los equipos de abogados, de los que cada bando tenía dos, con un sustituto. Añadía dramatismo a los preliminares, pero acarreaba algunos problemas; después de una Superhoop especialmente litigiosa, seis años antes, un argumento legal había sido invalidado en el Tribunal Supremo dos años después del partido, así que se decidió la obligatoriedad de que tres jueces del Tribunal Supremo estuviesen disponibles para tomar una decisión inmediata e incuestionable sobre asuntos legales.
Nos acercamos al Tribunal Portátil y nuestros abogados respectivos hicieron sus alegaciones. Los tres jueces se retiraron a su cámara y regresaron unos minutos después para anunciar:
—El Tribunal de Apelación del Cróquet, en la acción Mazos contra Machacadores (legalidad de jugador neandertal), decide aceptar la demanda de los Machacadores. Para la ley inglesa los neandertales no son humanos y no pueden jugar.
Los seguidores de los Reading aclamaron la decisión cuando apareció en pantalla.
Aubrey abrió la boca, pero yo lo aparté.
—No malgastes esfuerzos, Aubrey.
—Podemos preparar una apelación en siete minutos —dijo el señor Runcorn, uno de nuestros abogados—. Creo que podemos encontrar un precedente no humano en la semifinal de la Superhoop de los Sauces de Worcester contra los Sidreros de Tauton, 1963.
Aubrey se rascó la cabeza y me miró.
—¿Thursday?
—Una apelación fallida nos haría perder dos aros —dije—. Yo digo que los abogados la preparen. Si creen que vale la pena, podemos presentar la apelación al final del primer tercio.
—¡Pero hemos perdido a cinco jugadores y ni siquiera hemos cogido los mazos!
—No se pierde hasta no haber perdido, Aubrey. Nosotros también tenemos algunos ases en la manga.
No bromeaba. Antes había visitado el pabellón de los abogados, mientras comprobaban el pasado de todos los jugadores del equipo contrario. El golpeador de los Machacadores, George Rino McNasty, tenía catorce multas de tráfico sin pagar y nuestro equipo legal logró que se juzgase su caso allí mismo; le sentenciaron a una hora de servicios comunitarios, lo que le dejó recogiendo basura en el aparcamiento hasta el final del segundo tercio. Jambe se volvió hacia el señor Runcorn.
—Vale, prepare la apelación para el final del primer tercio. Empezaremos con lo que tenemos.
Incluso usando al sustituto, sólo teníamos seis jugadores en lugar de diez. Pero la cosa fue a peor. Para jugar en el equipo local debías haber nacido en la ciudad o haber vivido al menos seis meses en ella antes de jugar. Nuestro sustituto, Johnno Swift, sólo había vivido en Swindon cinco meses y veintiséis días antes de empezar su carrera, hacía tres años, en los Mazos. Los abogados de Reading argumentaron que en su primer partido jugó ilegalmente, una falta que debería haberle valido una prohibición de por vida. Una vez más, los jueces aceptaron la demanda y la multitud gritó de emoción. Swift regresó abatido a los vestuarios.
—Bien —dijo O'Fathens, tendiéndole la mano a Jambe—, aceptamos que asumís la derrota, ¿vale?
—Vamos a jugar, O'Fathens. Incluso si Swindon pierde por mil tantos, la gente seguirá diciendo que éste fue el mejor...
—No lo creo —le interrumpió el abogado de los Machacadores con una sonrisa de triunfo—. Ahora sólo tienen cinco jugadores. Según la regla 68 lg, subsección (f/6): «Un equipo que no pueda empezar el partido con un mínimo de seis jugadores pierde automáticamente.» Señaló el texto en el volumen siete de las reglas de la Liga Mundial de Cróquet. Eso decía, efectivamente, justo bajo la regla que estipulaba la cantidad mínima de pasas de los bollos que se vendían en el estadio. ¡Derrotados! ¡Derrotados incluso antes de haber cogido un mazo! Swindon lo soportaría, pero el mundo no podría... la Revelación sería falsa y Kaine y la Goliath seguirían sin problemas con sus planes perversos.
—Lo comunicaré —dijo el árbitro.
—No —dijo Alf, chasqueando los dedos—, ¡tenemos otro jugador disponible!
—¿Quién?
Me señaló.
—¡Thursday!
Quedé conmocionada. Hacía ocho años que no jugaba.
—¡Protesto! —ladró el abogado de los Machacadores—. ¡La señorita Next no es de Swindon!
—Nací en St Septyk —dije lentamente—. Para este equipo es como si fuera de Swindon.
—Quizá como si fuera de Swindon —dijo el abogado, consultando apresuradamente las reglas—, pero no cuenta con la experiencia suficiente. Según la regla 23f subsección (g/9), no puede jugar al cróquet estándar internacional porque no ha jugado un mínimo de diez partidos estándar del condado.
Pensé un momento.
—La verdad es que sí que lo he hecho.
Era cierto. Cuando residía en Londres solía jugar para el equipo Middlesex de OpEspec. Lo hacía bastante bien, la verdad... aunque no como un profesional.
—Es la decisión del Tribunal de Apelación de Cróquet —entonaron los tres jueces, que estaban tan deseosos como cualquiera de ver un buen partido— que a la señorita Next se le permita representar a su ciudad en este encuentro.
O'Fathens perdió la compostura.
—¡Es una ridiculez! ¿Qué estupidez de decisión es ésa?
Los jueces le miraron con seriedad.
—Es la decisión del tribunal... y le consideramos en desacato. Los Machacadores pierden un tanto.
O'Fathens hervía de rabia pero se contuvo, se volvió y, seguido por sus abogados, se acercó a su equipo.
—¡Qué bien! —Rio Aubrey—. ¡No hemos ni empezado y ya vamos ganando!
Intentaba parecer entusiasmado, pero era difícil. Nosotros teníamos un equipo de seis jugadores... cinco y cuarto contándome a mí... y teníamos por delante todo el partido.
—Quedan diez minutos para el comienzo. Thursday, ponte el equipo extra de Snake. Es más o menos de tu talla.
Corrí a los vestuarios y me puse las protecciones de hombros y piernas de Snake. Widdershaine me ayudó a sujetármelas alrededor del pecho y agarré un mazo antes de volver corriendo al campo, ajustándome la cinta del casco mientras Aubrey empezaba con su charla estratégica.
—En encuentros anteriores —dijo con tranquilidad—, los Machacadores se han dedicado a comprobar los laterales débiles con una táctica de apertura Bomperini. Una finta desviada hacia el aro medio a la izquierda pero en realidad dirigido a un aro de fondo derecho sin defender.
El equipo lanzó un silbido.
—Pero nosotros lo estaremos esperando. Quiero que sepan que vamos a jugar agresivamente. En lugar de retroceder, nos lanzaremos directamente a una maniobra de rebote sorpresa. Smudger, empezarás tú con un pase lateral para Biffo, que a su vez pasará a Thursday...
—Espera —dijo Biffo—, Thursday simplemente completa el cupo. ¡Hace años que no le da a una pelota!
Era cierto. Pero Jambe pensaba a lo grande.
—Exacto. Quiero que piensen que Thursday es un arma secreta... que planeamos su incorporación tardía. Con un poco de suerte, malgastarán a un buen jugador marcándola. Thursday, mándala hacia su bola roja y Snake la interceptará. Da igual si fallas. Quiero que nuestra táctica los confunda. Y Penélope... limítate a asustar al otro equipo.
Un gruñido de la ayudante.
—Vale, no os paséis, no más violencia de la necesaria y prestad atención a la Duquesa. Le gusta golpear tobillos.
Unimos los puños y soltamos un alarido. Me dirigí lentamente a mi puesto en el campo con el corazón desbocado por la adrenalina.
—¿Estás bien?
Era Aubrey.
—Claro.
—Bien. Vamos a jugar al cróquet.
38
LMC Superhoop 88
Sábado 22 de julio de 1988, 14.00 Estadio de Swindon, Wessex | |
Machacadores de Reading: Tim O’Fathens (capitán) Carolyn La Marca Mays, medio campo Ralph El Libro Spurrier, golpeador ofensivo Quebrantahuesos McSneed, aro delantero George Rino McNasty, golpeador Emma TV Longhurst, defensa Louis Sherwin-Stark, rebotador Han Magnet Ismail, aro delantero Freddie Dribler Lochnis, defensa de estaca Duquesa de Sheffield, apoyo EQUIPO LEGAL: Wapcaplitt & Sfortz LlNIER: lan Paten ENTRENADOR: Geoffrey Snurge |
Mazos de Swindon: Aubrey Jambe (capitán) Alan Biffo Mandible, medio campo Snake SpilHkin, golpeador ofensivo Crunk (neandertal), defensa Warg (neandertal), golpeador Dort (neandertal), defensa Stiggins (neandertal), rebotador Smudger Blarney, aro delantero JonnoZim (neandertal) golpeador Penélope Hrah, apoyo de aro medio Thursday Next, directora/medio campo EQUIPO LEGAL: Runcorn & Twizzit SUB: ENTRENADOR: Alf Widdershaine |
Me situé en mi puesto, en la línea de las veinte yardas, y miré a mi alrededor. Los arbustos de rododendros del centro me impedían ver el aro de fondo derecha; eché un vistazo al marcador y al reloj. Quedaban dos minutos. Había otros tres peligros naturales entre los que teníamos que jugar: el grupo que tomaba el té, que estaban formando algunos voluntarios; la apisonadora de jardín y el jardín italiano. Una vez que los miembros del grupo de té estuvieron en su puesto y el árbitro párroco quedó satisfecho de que sus Unieres coadjutores estaban todos en posición, el claxon emitió un alarido tremendo.
Sucedieron muchas cosas a la vez. Se oyeron dos golpes casi simultáneos al poner los dos equipos en marcha sus bolas, y corrí instintivamente para interceptar el pase de Biffo. Dado que los Machacadores no creían que yo valiese mucho, no me habían marcado, y el pase de Biffo vino hacia mí. Quedé enrojecida por la emoción y lo atrapé en el aire, golpeándolo hacia la bola del oponente en lo que parecía que sería un rebote aéreo. No salió bien. Pasó a casi treinta centímetros. La bola opuesta llegó hasta la línea de las cuarenta yardas, donde Spurrier la lanzó con fuerza a través del aro de fondo derecha: la clásica apertura Bomperini. No tuve mucho tiempo para reflexionar porque Aubrey gritó mi nombre y me volví para atacar la bola opuesta. Sonó el claxon y todos dejaron de jugar. Yo había tocado la bola opuesta cuando se encontraba al sur de la línea de cuarenta yardas, después de que la hubiera pasado la última persona que había golpeado una bola roja en dirección opuesta... Una de las transgresiones más claras.
—Lo siento, chicos —dije mientras los Machacadores formaban para el penalti. O'Fathens ejecutó el lanzamiento y catapultó nuestra bola a los rododendros. Mientras George intentaba encontrarla, y con nuestra otra bola fuera de juego en el jardín italiano, el equipo de los Machacadores se lanzó a la ofensiva e hizo aro tres veces antes de que pudiésemos recuperar el aliento. Incluso tras haber localizado la bola estábamos demasiado dispersos, y tras otros veintiocho minutos de duro trabajo defensivo logramos terminar el primer tercio con sólo cuatro aros contra los ocho de Reading.
—Son demasiados —jadeó Snake—. Ocho-cuatro es el peor resultado inicial de toda la historia de las finales de la Superhoop.
—Todavía no nos han derrotado —respondió Jambe, bebiendo—. Thursday, has jugado bien.
—¿Bien? —respondí, quitándome el casco y limpiándome el sudor de la frente—. ¡Hundí la bola con el primer golpe y nos hice perder un aro en un penalti!
—Pero aun así hemos logrado un aro... y ya hubiésemos perdido de no haber jugado tú. Tienes que relajarte un poco. Juegas como si nos jugásemos el destino del mundo.
El equipo no lo sabía, pero así era.
—Simplemente relájate un poco, tómate un segundo antes de golpear y todo irá bien. Biffo... buen trabajo; buen aro, Penélope, aunque si vuelves a perseguir a su apoyo es posible que te piten falta.
Un gruñido fue la respuesta de Penélope.
—¿Señor Jambe? —dijo el señor Runcorn, que había estado redactando una apelación contra la decisión de descartar a los neandertales.
—¿Sí? ¿Tenemos algún fundamento?
—Me temo que no. No soy capaz de dar con ningún fundamento. El precedente no humano ha sido rechazado en la apelación. Lo siento mucho, señor. Creo que lo estoy haciendo muy mal. ¿Puedo renunciar y ceder el puesto al sustituto?
—No es culpa suya —dijo Jambe con amabilidad—. Que el abogado sustituto siga con la búsqueda.
Runcorn saludó y se fue a sentar al banco de abogados, donde un joven con un traje que le sentaba fatal había permanecido sentado en silencio durante todo el primer tercio.
—La Duquesa es criminal —musitó Biffo sin aliento—. Casi me pilla dos veces.
—¿Golpear a un oponente no es una falta de tarjeta roja y tres aros? —pregunté.
—¡Claro que sí! Pero si pueden librarse de nuestro mejor jugador es posible que les compense. Todos debéis vigilarla de cerca.
—¿Señor Jambe?
Era el árbitro, que nos comunicó que se habían presentado más demandas contra nuestro equipo. Obedientemente nos acercamos a la Tribunal Portátil, donde los jueces firmaban una enmienda al libro de leyes de la Liga Mundial de Cróquet.
—¿Qué pasa?
—Como resultado de la entrada en vigor de la Ley Económica (Chivo Expiatorio) Danesa, los descendientes de daneses no pueden votar ni ocupar puestos clave.
—¿Cuándo ha entrado en vigor esa ley?
—Hace cinco minutos.
Miré a Kaine, que estaba en el palco VIP. Sonrió y me saludó.
—¿Y? —preguntó Jambe—. Las tonterías de Kaine no tienen ninguna importancia en el cróquet. Esto es deporte, no política.
El abogado de los Machacadores, el señor Wapcaplitt, tosió educadamente.
—En eso se equivoca. La definición de «puestos clave» incluye a cualquier deportista bien pagado. Hemos investigado y hemos descubierto que la señora Penélope Hrah nació en Copenhague. Es danesa.
Jambe se quedó mudo.
—Puede que naciese allí, pero no soy danesa —dijo Hrah, dando un paso amenazador hacia Wapcaplitt—. Mis padres estaban de vacaciones.
—Estamos al corriente de los hechos —entonó Wapcaplitt— y hemos solicitado una decisión. Nació en Dinamarca, es técnicamente danesa, ocupa un «puesto clave» y, por tanto, no puede jugar en este equipo.
—¡Tonterías! —gritó Aubrey—. ¿Si hubiese nacido en una perrera dirían que es un perro?
—Mm —respondió el abogado, pensativo—, se trata de un interesante dilema legal.
Penélope no pudo contenerse más y fue a por él. Los cuatro tuvimos que retenerla, y hubo que atarla y sacarla del campo.
—Nos hemos quedado con cinco jugadores —musitó Jambe—. Por debajo del mínimo.
—Sí —dijo el señor Wapcaplitt como quien no quiere la cosa—, parece que los Machacadores han ganado...
—Creo que no —interrumpió nuestro abogado sustituto, que se llamaba, supimos entonces, Twizzit—. Como tan bien manifestó mi estimado colega, la regla es que: «Un equipo que no pueda "empezar" el partido con un mínimo de seis jugadores pierde automáticamente.» Tal y como yo lo entiendo, el encuentro ya ha empezado y podemos seguir jugando con cinco. ¿Señorías?
Los jueces juntaron las cabezas un momento y luego afirmaron:
—En esta cuestión el tribunal falla a favor de los Mazos de Swindon. Pueden seguir jugando el segundo tercio con cinco jugadores.
Fuimos lentamente a la línea de base. Cuatro de los jugadores neandertales seguían sentados en el banco, con la mirada perdida.
—¿Dónde está Stig? —les pregunté.
No obtuve respuesta. Sonó el claxon del segundo tercio, por lo que agarré mazo y casco y corrí al campo.
—Nueva estrategia, gente —nos dijo Jambe a mí, Smudger, Snake y Biffo... lo que quedaba de los Mazos de Swindon—. Jugamos a la defensiva para garantizar que no obtengan ningún aro más. Vale todo... y prestad atención a la Duquesa.
El segundo tercio probablemente fuese el tercio más interesante de toda la historia de la Liga Mundial de Cróquet. Para empezar, Biffo y Aubrey mandaron nuestras bolas a los rododendros. Fue una táctica novedosa con dos consecuencias: la primera, que no íbamos a obtener más aros en el tercio medio y, la segunda, que negábamos al otro equipo la posibilidad de hacer rebotar sus bolas en las nuestras. Estaba claro que eso no era ninguna ventaja si aspirábamos a ganar, pero no intentábamos ganar... intentábamos sobrevivir. Los Machacadores no tenían más que lograr treinta aros y darle a la estaca central para ganar de inmediato... y tal y como iba el partido lo más probable era que nosotros no llegásemos ni al tercer tercio. Quizá fuese retrasar lo inevitable, pero así es la Liga Mundial de Cróquet. Frustrante, violenta y repleta de sorpresas.
—¡No hagáis prisioneros! —gritó Biffo, blandiendo el mazo sobre la cabeza en una muestra de bravuconería que resumía la estrategia para el segundo tercio. Funcionó. Liberados de la tarea de defender las bolas, todos nos dedicamos al ataque y juntos causamos muchos problemas a los Machacadores, que quedaron confundidos por una estrategia de juego tan poco ortodoxa.
En cierto momento grité «¡fuera!» y me inventé algo tan ridículamente complejo que parecía cierto. Hicieron falta diez minutos de valioso tiempo para demostrar que no lo era.
Cuando terminó el segundo tercio estábamos casi completamente agotados. Los Machacadores ganaban por veintiún aros a doce, y nosotros sólo habíamos ganado los otros ocho sólo porque habían expulsado a Quebrantahuesos McSneed por intentar darle a Jambe con el mazo y la Duquesa le había causado una conmoción a Biffo.
—¿Cuántos dedos te estoy mostrando? —preguntó Alf.
—Pescado —respondió Biffo, con mirada perdida.
—¿Estás bien? —preguntó Landen cuando fui a verlo.
—Estoy bien —resoplé—. Pero en mala forma. Friday me abrazó.
—¿Thursday? —susurró Landen en voz muy baja—. He estado pensando. ¿De dónde salió el piano?
—¿Qué piano?
—El que le cayó a Cindy encima.
—Bien, supongo que simplemente, bien... cayó, ¿no? ¿Qué insinúas?
—Que fue un intento de asesinato.
—¿Alguien intentó asesinar a la asesina con un piano?
—No. Le dio por accidente. Creo que el piano iba dirigido... ¡contra ti!
—¿Quién iba a querer matarme con un piano?
—No lo sé. ¿Recientemente has sufrido algún atentado poco ortodoxo contra tu vida?
—No.
—Creo que sigues en peligro, cariño. Por favor, ten cuidado.
Le di otro beso y le acaricié la cara con una mano llena de barro.
—¡Lo siento! —murmuré, intentando limpiarle y empeorando las cosas—. Pero ahora mismo tengo muchas cosas en las que pensar.
Corrí y me uní a Jambe para la charla del último tercio.
—Bien —dijo, repartiendo bollos de Chelsea—, vamos a perder este encuentro, pero vamos a perder de un modo glorioso. No quiero que se diga que los Mazos no lucharon hasta el último jugador. ¿No es así, Biffo?
—Tirolés.
Entrechocamos los puños y volvimos a emitir el alarido. El equipo estaba totalmente revigorizado... excepto yo. Era cierto que nadie podría decir que no lo habíamos intentado, pero a pesar de la retórica bienintencionada de Jambe, tres semanas después la Tierra sería una masa de ceniza radioactiva y la gloria no serviría de nada a Swindon ni a nadie. Pero aun así, cogí un bollo y una taza de té.
—Buenas —dijo Twizzit, que apareció de pronto en compañía de Stig.
—¡Coged un bollo! —dijo Aubrey—. ¡Vamos a perder con estilo!
Pero Twizzit no sonreía.
—Hemos estado examinando el genoma del señor Stig...
—¿Su qué?
—Su genoma. El mapa genético completo, tanto el suyo como el de los otros neandertales.
—¿Y?
Twizzit repasó unos papeles.
—Todos fueron construidos entre 1939 y 1948, en los laboratorios de bioingeniería de la Goliath. Lo importante es que el prototipo de neandertal no podía hablar... así que los construyeron con laringe humana. —Twizzit sonrió torcidamente, como si se hubiese sacado un as de la manga, y anunció con dramatismo—: Los neandertales son un 1,03 por ciento humanos.
—Pero eso no los convierte en humanos —dije—. ¿De qué nos sirve?
—Admito que no son humanos —dijo Twizzit, mostrando todavía la sombra de una sonrisa—, pero las reglas excluyen concretamente a cualquier «no humano». Pero dado que tienen «algo» de humano, técnicamente no pertenecen a esa categoría.
Se produjo una larga pausa. Miré a Stig, quien me miró y arqueó las cejas.
—Creo que deberíamos presentar una apelación —dijo Jambe en voz baja, con tanta prisa que se dejó el bollo a medio comer—. ¡Stig, que tus hombres se vayan preparando!
Los jueces nos dieron la razón. El 1,03 por ciento fue suficiente para demostrar que no eran no humanos y, por tanto, no se les podía impedir jugar. Mientras Wapcaplitt salía corriendo para buscar una razón para apelar en los reglamentos del cróquet, los neandertales, Grunk, Warg, Dorf, Zim y Stig, calentaron mientras los Machacadores nos miraban nerviosos. Era muy habitual intentar que los neandertales jugasen, porque podían correr todo el día sin cansarse, pero nadie lo había logrado hasta entonces.
—Vale, escuchad —dijo Jambe, reuniéndonos—. Volvemos a tener el equipo completo. Thursday, quiero que te quedes en el banquillo para recuperar el aliento. Vamos a engañarlos con un cambiazo Puchonski. Biffo llevará la bola roja desde la línea de cuarenta yardas a los arbustos de rododendros, más allá del jardín italiano, y la dejará en posición cercana al aro cinco. Snake, tú la tomarás desde ese punto y golpearás su amarilla... Stig te defenderá. Señor Warg, quiero que marque a su número cinco. Es peligroso, así que va a tener que usar todos los trucos que pueda. Smudger, vas a ocuparte de dejar fuera a la Duquesa. Cuando el párroco te muestre la tarjeta roja haré entrar a Thursday. ¿Sí?
No respondí; por alguna razón, empezaba a sufrir un tremendo ataque de déjà vu.
—¿Thursday? —repitió Aubrey—. ¿Estás bien? ¡Pareces en el mundo de los sueños!
—Estoy bien —dije lentamente—, esperaré tu señal.
—Bien.
Todos hicimos lo del alarido y luego los demás ocuparon sus puestos mientras yo me sentaba en el banquillo y volvía a mirar el marcador. Perdíamos veintiuno a doce.
El claxon sonó y el partido se reinició con una agresividad renovada. Biffo golpeó la bola amarilla en dirección al aro del fondo y dio a la bola de los Machacadores. Warg aprovechó el rebote. La bola contraria, con un swing habilidoso, cayó en el jardín italiano, y la nuestra voló recta sobre los rododendros: un golpe distante arrancó un rugido a la multitud, y supe que Grunk había interceptado la bola y que ésta había pasado por el aro. Aubrey hizo un gesto a Smudger, que se ocupó de la Duquesa con el mejor estilo: los dos cayeron contra el grupo que tomaba el té y derribaron la mesa. El claxon sonó indicando un tiempo muerto mientras retiraban a la Duquesa de entre las tazas de té. Estaba consciente, pero se había roto el tobillo. A Smudger le sacaron tarjeta roja, pero no hubo tantos de penalización porque antes la Duquesa había visto una tarjeta amarilla por golpear a Biffo. Me uní a la lucha cuando el juego se iniciaba de nuevo, pero la anterior confianza de los Machacadores se evaporaba con rapidez bajo el ataque continuo de los neandertales, que podían anticipar todos sus movimientos simplemente leyendo su lenguaje corporal. Warg pasó a Grunk, que le dio a la bola un golpe tan tremendo que atravesó limpiamente los rododendros partiendo en dos las hojas, y Zim, al otro lado, la convirtió con ayuda de un aro sin defender.
A tres minutos del final, casi nos habíamos recuperado: veinticinco aros contra los veintinueve de los Machacadores. Totalmente alterados, los Machacadores fallaron un rebote, y a sólo un minuto lograron su trigésimo aro con nosotros a dos por detrás. Para ganar sólo tenían que «hacer estaca» golpeando el poste central. Mientras lo intentaban, y nosotros hacíamos lo posible por impedírselo, el señor Grunk, a ocho segundos del final y a dos aros, golpeó un aro doble que atravesó un aro de fondo, las cuarenta yardas del campo y pasó por un aro medio. Nunca había oído aullar tanto a una multitud.
Habíamos igualado e intentábamos desesperadamente llevar la bola a la estaca en La melé de jugadores que se esforzaban por evitar que los Machacadores hiciesen lo mismo. Warg le gruñó a Grunk, quien corrió hacia la melé y penetró en ella, derribando a seis jugadores mientras Warg golpeaba la bola hacia la estaca ahora desprotegida. Golpeó claramente la estaca... pero un segundo después de que sonase el claxon. El partido había terminado... con empate.
«Aubrey hizo un gesto a Smudger, que se ocupó de la Duquesa con el mejor estilo: los dos cayeron contra el grupo que tomaba el té y derribaron la mesa.»
39
Muerte súbita
LOS NEANDERTALES RECHAZAN LA OFERTA PARA JUGAR AL CRÓQUET
Tontamente, un grupo de neandertales rechazó ayer una oferta espléndida e irrepetible de los Meteoros de Gloucester, tras su asombrosa actuación en el partido del sábado de los Machacadores contra los Mazos. Un representante neandertal rechazó la generosa oferta de diez, cuentas de relucientes colores, declarando que cualquier conflicto, por fingido que sea, es inherentemente insultante. La oferta subió a una batería de cocina de fondo difusor, y también fue rechazada categóricamente. Más tarde un representante de los Meteoros declaró que las tácticas exhibidas por los neandertales en el partido del sábado fueron en realidad el resultado de unos trucos ingeniosos que les había enseñado el entrenador de los Mazos.
The Toad, 24 de julio de 1988
—Buen trabajo —dijo Alf mientras nos sentábamos en el suelo, jadeando. Yo había perdido el casco en la melé, pero no me había dado cuenta hasta entonces. Tenía las protecciones sucias y rotas, el mango del mazo se había partido y tenía un corte en la barbilla. Todo el equipo estaba enlodado, magullado y agotado... pero todavía teníamos bastantes posibilidades.
—¿En qué orden? —preguntó el árbitro, refiriéndose a los lanzamientos de penalti de «muerte súbita».
Era muy simple. Nos íbamos turnando para darle a la estaca, retrocediendo diez yardas en cada ocasión. Había seis líneas hasta el mismo borde. Si las acertábamos todas, empezábamos de nuevo hasta que alguien fallase. Alf miró a los jugadores que todavía tenían fuerzas para sostener un mazo y me colocó a mí en séptima posición, por lo que, si volvíamos a empezar, yo me encontraría en la línea fácil de las diez yardas.
—Primero Biffo, luego Aubrey, Stig, Dorf, Warg, Grunk y Thursday.
El árbitro lo apuntó y se fue; yo me fui a ver a mi familia.
—¿Qué hay de la apisonadora? —preguntó.
—¿Qué pasa con la apisonadora?
—¿No estuvo a punto de pasarte por encima?
—Fue un accidente, Land. Tengo que irme. Chao.
La línea de las diez yardas era fácil; ninguno de los dos jugadores tuvo problemas para darle a la estaca. La de veinte yardas tampoco dio problemas. Los fanáticos de los Machacadores rugieron de júbilo cuando Reading fue la primera en darle a la estaca, pero los nuestros rugieron con igual fuerza cuando nosotros también acertamos. La de treinta yardas tampoco dio problemas, los dos equipos acertaron la estaca, y todos nos fuimos a la línea de cuarenta yardas. A esa distancia la estaca era diminuta y yo no entendía cómo alguien podía acertarla, pero lo hicieron... primero Mays para Reading y luego Dorf para nosotros. La multitud demostró su apoyo, pero luego se oyeron truenos y se puso a llover, detalle cuya importancia no comprendimos de inmediato.
—¿Adónde van? —preguntó Aubrey al ver que Stig, Grunk, Dorf y Warg corrían a refugiarse.
—Es una costumbre neandertal —le expliqué a medida que la lluvia ganaba fuerza dramáticamente y el agua chorreaba por nuestras protecciones hasta el suelo—. Los neandertales jamás trabajan, juegan ni se quedan inmóviles bajo la lluvia si pueden evitarlo. No te preocupes, volverán en cuanto pare.
Pero no paró.
—Penalti de cincuenta yardas —anunció el árbitro—. O'Fathens por los Machacadores y el señor Warg por los Mazos.
Miré a Warg, sentado a cubierto en el banquillo, mirando la lluvia con una mezcla de respeto y asombro.
—¡Nos hará perder el partido! —me dijo Jambe al oído—. ¿No puedes hacer algo?
Crucé la hierba mojada para acercarme a Warg, quien me miró impávido cuando le imploré que volviese para lanzar el penalti.
—Está lloviendo —respondió—, y no es más que un juego. En realidad da lo mismo quién gane, ¿no?
—¿Stig? —imploré.
—Por ti jugaríamos bajo la lluvia, Thursday. Pero ya hemos tenido nuestro turno. La lluvia es preciosa; da vida... también deberías respetarla más.
Regresé a la línea de cincuenta yardas todo lo despacio que pude, dándole a la lluvia tiempo de amainar. No lo hizo.
—¿Bien? —preguntó Jambe.
Negué apenada con la cabeza.
—Me temo que no. A los neandertales no les interesa ganar. Sólo han jugado como favor personal.
Aubrey suspiró.
—Nos gustaría retrasar el próximo penalti hasta que deje de llover —anunció Twizzit, que había aparecido protegiéndose la cabeza con un periódico. Semejante petición se situaba en un terreno legal bastante dudoso, y él lo sabía bien. El árbitro preguntó a los Machacadores si querían retrasar los penaltis, pero O'Fathens me miró fijamente y dijo que no. Así que la siguiente persona de la lista ocupó el puesto en la línea de cincuenta yardas: yo.
Me limpié la lluvia de los ojos e intenté al menos ver la estaca. Llovía con tal intensidad que las gotas en cascada creaban una neblina acuosa a unos pocos centímetros sobre la hierba. Aun así, tenía el segundo tiro... O'Fathens también podía fallar.
El capitán de los Machacadores se concentró un momento, blandió el mazo y conectó bien. La bola volaba alto hacia la estaca y parecía que iba a darle de lleno. Pero con un tremendo chapoteo cayó antes de llegar. Un murmullo de expectación se elevó de la multitud.
La noticia llegó al campo: O'Fathens se había quedado a más de un metro veinte de la estaca. Yo tenía que acercarme más para ganar la Superhoop.
—Buena suerte —dijo Aubrey, apretándome el brazo.
Fui a la línea de cincuenta yardas, en aquellos momentos un terreno enlodado que se hundía bajo mis botas. Me quité las protecciones de los hombros y las eché a un lado, practiqué un par de swings, me limpié los ojos y miré la estaca multicolor, que parecía haber logrado retroceder otras veinte yardas. Me cuadré frente a la bola y desplacé mi peso para adoptar la postura correcta. La multitud guardaba silencio. Ellos no sabían lo importante que era ese golpe, pero yo sí. No me atrevía a fallar. Miré la bola, miré fijamente la estaca, volví a mirar la bola, agarré con fuerza el mango del mazo y lo alcé en el aire para golpear con fuerza la bola, lanzando un aullido justo cuando la madera entraba en contacto con ésta, que salió volando en un arco suave. Pensé en Kaine y en la Goliath, en Landen y Friday, y en las consecuencias para el mundo si fallaba el tiro. El destino de toda la vida de este hermoso planeta decidido por un disparo de mazo de cróquet. Vi hundirse mi bola en el terreno empapado y a los encargados del campo corriendo para comparar distancias. Me volví y caminé bajo la lluvia en dirección a Landen. Había hecho todo lo posible y el partido había terminado. No oí lo que decía la megafonía, sólo el rugido de la multitud. Pero ¿qué multitud? Se disparó un flas y me sentí mareada. Todos los sonidos se apagaban y el mundo parecía ralentizarse, no como sucedía con mi padre, sino como tras un subidón de adrenalina, cuando todo parece extraño y diferente. Busqué a Landen y a Friday en los asientos, pero me distrajo una figura alta vestida con guardapolvo y sombrero y que, tras saltar la barrera, corría hacia mí. Sin parar de correr se sacó algo del bolsillo. Sus pies lanzaban grandes cantidades de agua enlodada hacia sus pantalones. Le miré fijamente mientras se acercaba y me di cuenta de que tenía los ojos amarillos y que, bajo su sombrero, parecía haber... cuernos. No vi más; un brillante destello blanco, un estallido ensordecedor y el resto no fue más que silencio.
40
Segunda primera persona
LA ELECCIÓN DE YATE DE LA FAMOSA DETECTIVE LITERARIA SIGUE SIENDO UN MISTERIO
El atentado del pasado sábado contra Thursday Next deja sin respuesta la pregunta de cuál es su yate favorito, según nos comunica nuestro corresponsal en Swindon. «Por lo que sabemos de ella, suponemos que sería un queche de diez metros con piloto automático.» Otros comentaristas de yates se muestran en desacuerdo y opinan que habría escogido algo mayor, como un balandro o una yola, aunque es posible que sólo hubiese querido una embarcación para dar paseos por la costa en día laborable o durante un fin de semana largo, en cuyo caso se habría decidido por una compacta de seis metros. Le preguntamos a su marido por los gustos de Thursday Next sobre barcos, pero se negó a responder.
Mensual de Yates, julio de 1988
Yo la observaba, hasta el momento del disparo. Parecía confundida y cansada mientras se aproximaba tras el penalti, y la multitud se puso a rugir cuando yo grité para llamar su atención y no me oyó. Fue entonces cuando vi a un hombre saltar la barrera y correr hacia ella. Pensé que se trataba de un fanático enloquecido o algo así, y el disparo sonó más bien como un petardo. Se vio una nubecilla de humo azul y Thursday mostró durante un momento una expresión de incredulidad y luego, simplemente, se desmoronó y cayó sobre la hierba. Así de simple. Antes de darme cuenta de lo que hacía ya le había pasado el niño a Joffy y había saltado la barrera, moviéndome todo lo rápido que podía. Fui el primero en llegar hasta Thursday, que estaba tendida, completamente inmóvil, en el suelo embarrado, con los ojos abiertos y un perfecto agujero rojo cinco centímetros por encima de su ojo derecho.
Alguien gritó:
—¡Un médico!
Fui yo.
Pasé a automático. Durante un momento la idea de que alguien le hubiese disparado a mi mujer desapareció de mi mente; simplemente se trataba de una baja... y el cielo sabe cuántas veces había tratado con bajas. Saqué el pañuelo y lo apreté contra la herida. Dije:
—Thursday, ¿me oyes?
No respondió. No parpadeaba, a pesar de que la lluvia le daba en la cara. Se la protegí con una mano. Un médico apareció a mi lado, removiendo el suelo embarrado con las ganas de ayudar. Dijo:
—¿Qué ha pasado?
Yo dije:
—Le han disparado.
Delicadamente, puse la mano en la parte posterior de su cabeza y suspiré algo aliviado al no dar con un orificio de salida.
Otro médico, una mujer, se unió a nosotros y me dijo que me apartase. Pero me aparté sólo lo justo para dejarla trabajar. Seguí agarrando la mano de Thursday.
El primero dijo:
—Tenemos pulso. —Luego añadió—: ¿Dónde está la maldita ambulancia?
Me quedé con ella hasta que llegamos al hospital y sólo la solté cuando la llevaron al quirófano.
Una amable enfermera de St Septyk me dijo:
—Tome. —Y me dio una manta.
Me senté en una silla dura en urgencias y miré el reloj de pared y los carteles de información sobre temas de salud. Pensé en Thursday, intentando calcular cuánto tiempo habíamos pasado juntos. No mucho en dos años y medio, la verdad.
A mi lado, un chico con la cabeza metida en una olla me dijo:
—¿Por qué está usted aquí, señor?
Me incliné y le hablé al mango hueco para que pudiese oírme:
—Yo estoy bien, pero le han disparado a mi mujer.
El niño con la cabeza metida en la olla dijo:
—Jopé.
Y yo respondí:
—Sí, jopé.
Me senté y me puse a mirar los carteles durante mucho tiempo, hasta que alguien dijo:
—¿Landen?
Alcé la vista. Era la señora Next. Había estado llorando. Creo que yo también había llorado.
Dijo:
—¿Cómo está?
Y yo dije:
—No lo sé.
Se sentó a mi lado.
—Te he traído un poco de Battenberg. Dije:
—La verdad es que no tengo hambre.
—Lo sé. Pero no se me ocurre qué más hacer.
Los dos nos quedamos mirando en silencio el reloj y los carteles. Al cabo de un rato dije:
—¿Dónde está Friday?
La señora Next me tocó el brazo.
—Con Joffy y Miles.
—Ah —dije—, bien.
Tres horas después Thursday salió del quirófano. El doctor, que parecía totalmente agotado pero me miró directamente a los ojos, lo que me gustó, me dijo que la situación no era muy buena pero que estaba estable; era una luchadora y yo no debía perder la esperanza. Con la señora Next fuimos a verla. Tenía un enorme vendaje alrededor de la cabeza y los monitores emitían esos pitidos que se oyen en las películas. La señora Next sollozó y dijo:
—Ya he perdido a un hijo. No quiero perder a otro. Bueno, a una hija, quiero decir, pero ya sabes a qué me refiero...
Yo dije:
—Lo sé.
No sabía lo que era haber perdido un hijo, pero parecía la frase apropiada dadas las circunstancias.
Nos quedamos con ella dos horas mientras en el exterior iba oscureciendo y se encendían los fluorescentes. Al cabo de dos horas más, la señora Next dijo:
—Ahora me voy, pero volveré por la mañana. Tú deberías intentar dormir.
Dije:
—Lo sé. Sólo me voy a quedar cinco minutos.
Me quedé una hora más. Una enfermera amable me trajo una taza de té y comí un poco de Battenberg. Me fui a casa a las once. Joffy me esperaba. Me dijo que había acostado a Friday y me preguntó cómo estaba su hermana.
Yo dije:
—No pinta bien, Joff.
Me tocó el hombro, me abrazó y me dijo que él y todos los miembros de la DEG se habían unido a los Amigos Idólatras de San Zvlkx y las Hermanas de la Eterna Puntualidad para rezar por ella, lo que había sido muy amable por su parte y por la de los demás.
Me quedé sentado en el sofá mucho tiempo, hasta que llamaron muy suavemente a la puerta de la cocina. La abrí para encontrarme con un grupito. Un hombre que se presentó como el primo Eddie de Thursday, pero que me susurró que realmente se llamaba Hamlet, me dijo:
—¿Es mal momento? Hemos sabido lo de Thursday y queríamos decirle lo mucho que lo sentimos.
Intenté mostrarme alegre. Lo cierto era que quería que se largasen:
—Gracias. No me importa en absoluto. Los amigos de Thursday son mis amigos. ¿Té y Battenberg?
—Si no es mucha molestia.
Le acompañaban otros tres. El primero era un hombre bajito que tenía exactamente el aspecto de cazador Victoriano. Vestía salacot, ropa de safari y lucía un enorme bigote blanco. Me ofreció la mano y dijo:
—Comandante Bradshaw, a su servicio. Una dama excelente, su esposa. Me gustan las mujeres que saben comportarse en situaciones difíciles. ¿Le contó la vez que ella y yo cazamos morlocks en Trollope?
—No.
—Una pena. Algún día se lo contaré. Ésta es la memsahib, la señora Bradshaw.
Mclanie era grande, peluda y parecía una gorila. Es más, era una gorila, pero de modales impecables, e hizo una reverencia cuando tomé su mano enorme y negra como el carbón, que tenía el pulgar en un sitio raro, por lo que era difícil de agarrar. Tenía los ojos hundidos anegados de lágrimas y dijo:
—¡Oh, Landen! ¿Puedo llamarte Landen? Cuando te erradicaron Thursday hablaba continuamente de ti. Todos la queríamos... es decir, todavía la queremos. ¿Cómo está? ¿Cómo está Friday? ¡Debes sentirte fatal!
—La verdad es que Thursday no está muy bien —dije, lo que era la verdad.
El cuarto miembro del grupo era un hombre alto vestido con una túnica negra. Poseía una enorme cabeza calva y cejas muy arqueadas. Me tendió una mano de manicura perfecta y dijo:
—Me llamo Zhark, pero puedes llamarme Horace. Solía trabajar con Thursday. Mis condolencias. Si sirve de ayuda, estaré encantado de masacrar a algunos miles de thraals como tributo a los dioses.
No sabía qué era un thraal, pero le dije que no era necesario. Dijo:
—La verdad es que no es ningún problema. Acabo de conquistar su planeta y la verdad es que no tengo claro qué hacer con ellos.
Le dije que de verdad no era necesario y añadí que no pensaba que a Thursday le hubiese gustado; luego me maldije por haberlo dicho en pasado. Puse el hervidor al fuego y dije:
—¿Battenberg?
Hamlet y Zhark respondieron al unísono. Estaba claro que disfrutaban de la especialidad de mi suegra. Sonreí por primera vez en ocho horas y veintitrés minutos y dije:
—Hay de sobra. La señora Next no deja de mandar y los dodos no quieren ni tocarlo. Cada uno se puede llevar un pastel entero.
Preparé té, la señora Bradshaw lo sirvió, y se produjo un silencio incómodo. Zhark me preguntó si sabía dónde vivía Handley Paige, pero el cazador le dedicó una mirada severa y se calló.
Hablamos mucho sobre Thursday y lo que había hecho en el ficticio MundoLibro. Las historias eran absolutamente increíbles, pero no se me ocurrió ponerlas en duda. Agradecía la compañía y me alegraba saber lo que había estado haciendo durante los últimos dos años. La señora Bradshaw también me contó cosas de Friday; e incluso se ofreció a cuidar de él cuando yo quisiese. Zhark estaba más interesado en hablar sobre Handley, pero aun así tuvo tiempo de contarme una historia absolutamente increíble sobre el modo en que él y Thursday habían lidiado con un marciano que había escapado de La guerra de los mundos y había aparecido en El viento entre los sauces.
—Es la campiña —me explicó—, quiero decir, con eso del campo inglés y demás. Los atrae y...
Bradshaw le dio un codazo para que se callase.
Se fueron dos horas después, algo bebidos y muy repletos de Battenberg. Me di cuenta de que el alto había estado revisando mi libreta de direcciones antes de irse y cuando miré vi que la había dejado por la dirección de Handley. Volví al salón y me senté en el sofá hasta que el sueño me derrotó.
Me despertó Pickwick pidiéndome que la dejase salir, y Alan pidiendo entrar. El dodo más pequeño venía manchado de pintura, olía a perfume y tenía una cinta azul atada a la pata izquierda y sostenía una caballa con el pico. Hasta hoy sigo sin tener ni idea de qué había estado haciendo. Subí, comprobé que Friday dormía en su cuna, y luego me di una larga ducha y me afeité.
41
La muerte es ella
EL ASALTANTE DE LA SUPERHOOP «SE ESFUMA»
El asesino misterioso que disparó a la directora del equipo de los Mazos no ha sido localizado a pesar de los grandes esfuerzos de OpEspec. «Todavía estamos al comienzo de la investigación —dijo un portavoz de la policía—, pero por las prendas abandonadas en el lugar del crimen, nos interesa hablar con un tal señor Norman Johnson, que creemos estuvo alojado en el hotel Finis durante la semana pasada.» Cuando se le pidió que comentase la relación entre el ataque contra la señorita Next y un incidente con un piano de cola el pasado viernes, el mismo portavoz de la policía confirmó que los ataques estaban relacionados pero no dio detalles. La señorita Next sigue en el hospital de St Septyk, donde su estado se considera grave.
Swindon Daily Eyestrain, 24 de julio de 1988
—¿Mesa diecisiete?
—¿Disculpe?
—Mesa diecisiete. La tuya es la mesa diecisiete, ¿cierto?
Miré confundida a la camarera. Un segundo antes me encontraba lanzando un penalti durante una Superhoop... y de golpe estaba en una cafetería. Se trataba de una mujer amable de modales corteses. Miré el número de la mesa. Era la mesa diecisiete.
—¿Sí?
—Debes ir... a la zona norte.
Debí mostrarme confundida porque me lo repitió y luego me dio instrucciones: siguiendo el pasillo, dejar atrás la máquina Will-Speak de Coriolano, subir las escaleras y cruzar el paso elevado para peatones.
Le di las gracias y me fui. Seguía vestida con el uniforme de cróquet pero no llevaba mazo ni casco, y me toqué la cabeza con delicadeza para palpar un agujerito. Me detuve un momento y miré a mi alrededor. Ya había estado allí antes, y hacía poco. Me encontraba en un área de servicio. La misma que había visitado con Spike. Pero ¿dónde estaba Spike? ¿Y por qué no podía recordar cómo había llegado hasta allí?
—¡Vaya, mira a quién tenemos aquí! —dijo una voz a mi espalda Era Chesney, en esta ocasión con collarín y una magulladura en el lado de la cabeza donde le había dado la patada. Junto a él estaba uno de sus lacayos, a quien le faltaba un brazo.
—Chesney —murmuré buscando un arma—, ¿todavía sigues en el negocio de reclamación de almas?
—¡Y de qué forma!
—Tócame y te parto en dos.
—¡Ooooh! —dijo Chesney—. No te des esos aires, niña... Acaban de mandarte a la zona norte, ¿cierto?
—¿Y?
—Bien, sólo hay una razón para ir allí —respondió el ayudante de Chesney con una sonrisa nada simpática.
—¿Quieres decir...?
—Exacto —dijo Chesney sonriendo—, estás muerta.
—¿Muerta?
—Muerta. Únete al club, cariño.
—¿Cómo puedo estar muerta?
—¿Recuerdas al asesino de la Superhoop?
Me volví a tocar el agujero de la cabeza.
—Me dispararon.
—En la cabeza. ¡Sal de ésta, señorita Next!
—Landen debe de estar destrozado —murmuré—, y el martes tenía que llevar a Friday a la revisión.
—¡Esas cosas ya no son asunto tuyo! —se mofó el ayudante de Chesney, y los dos se fueron, riéndose.
Me volví hacia los escalones del paso peatonal que llevaba hacia la zona norte y miré a mi alrededor. Curiosamente no sentía demasiado miedo por el hecho de estar muerta. Simplemente, deseaba haber tenido la oportunidad de despedirme de los chicos. Subía el primer escalón cuando oí un frenazo de ruedas y un tremendo choque. Un coche acababa de llegar al área de servicio, se había subido al bordillo y había chocado con unos cubos de basura. De él había saltado un hombre alto que atravesaba corriendo las puertas, mirando desesperadamente hacia todas partes hasta que me vio. Era Spike.
—¡Thursday...! —jadeó—. ¡Gracias al cielo que doy contigo antes de que cruces!
—¿Estás vivo?
—Claro que sí. Para llegar hasta aquí he necesitado dos días corriendo de un lado a otro de la M4. Parece que llego justo a tiempo.
—¿A tiempo? ¿A tiempo de qué?
—De llevarte a casa.
Me dio las llaves del coche.
—Eso es la ignición, pero para arrancar el motor hay que darle a un botón situado en medio del salpicadero.
—En medio del salpicadero, vale. ¿Qué hay de ti?
—Tengo algunos asuntos pendientes con Chesney, así que nos vemos en el otro lado.
Me abrazó y corrió hacia el quiosco de prensa.
Yo salí y me subí al coche de Spike, agradecida de tener un amigo como él que sabía ocuparse de esas cosas. Volvería a ver a Friday y a Landen, y todo sería estupendo. Le di al arranque, fui marcha atrás y luego hacia la salida. Me pregunté si habríamos ganado la Superhoop. Debería habérselo preguntado a Spike. ¡Spike!
Frené en seco y rápidamente fui marcha atrás hacia el área de servicio, me apeé del coche y crucé corriendo el puente peatonal que llevaba hasta la zona norte.
Sólo que no era la zona norte, claro. Era una enorme caverna de antigüedad incalculable iluminada por docenas de antorchas. Las estalactitas y las estalagmitas se habían unido formando columnas dóricas orgánicas que sostenían un techo muy alto, y serpenteando por entre las columnas y el suelo lleno de pedruscos, había una fila ordenada de las almas muertas que se preparaban para cruzar el río que protegía la entrada al inframundo. El solitario barquero tenía montado un buen negocio; por un chelín extra podías disfrutar de una visita guiada del trayecto. Otro emprendedor vendía guías del inframundo, cómo asegurarse de que el alma muerta llegase a una tierra de leche y miel, y para los de carácter más dudoso algunas indicaciones valiosas sobre cómo estar a buenas con el Gran Tipo el Día del Juicio Final.
Corrí por la fila y me encontré a Spike a diez almas del principio.
—¡Ni lo sueñes, Spike!
Alguien de delante nos mandó callar.
—Te aguantas, Thursday. Simplemente cuida de Betty, ¿vale?
—No vas a ocupar mi lugar, Spike.
—Déjame hacerlo, Thursday. Mereces una vida larga. Por delante te quedan todavía muchas cosas maravillosas.
—También a ti.
—Es discutible. Enfrentarse a los no muertos nunca fue ninguna fiesta. ¿Y sin Cindy?
—No está muerta, Spike.
—Si sobrevive, jamás la dejarán salir de la cárcel. Es la Revendedora. No, después de toda la mierda que he tenido que sufrir, ésta la verdad es que parece una buena opción. Me quedo.
—No.
—Intenta detenerme.
El mismo hombre nos volvió a mandar callar.
—No te permitiré hacerlo, Spike. Piensa en Betty. Además, yo soy la que está muerta, no tú. ¡Seguridad!
Un esqueleto mohoso que sostenía una lanza y llevaba una armadura oxidada se nos acercó con sonidos metálicos.
—¿Qué pasa aquí?
Le clavé un dedo a Spike.
—Este hombre no está muerto.
—¿No está muerto? —respondió el guardia, conmocionado. Toda la fila de gente se volvió para mirar mientras el guardia desenvainaba una espada oxidada y apuntaba a Spike, quien renuente levantó las manos y, agitando tristemente la cabeza, recorrió de nuevo el camino peatonal.
—¡Diles a Landen y Friday que los quiero! —le grité cuando se iba, dándome cuenta de pronto que debería haberle preguntado quién había ganado la Superhoop. Me volví hacia la fila que tenía detrás y que serpenteaba entre las grandes rocas que llenaban la caverna, y dije:
—¿Alguien sabe el resultado de la Superhoop 88?
El hombre que tenía delante me mandó callar otra vez.
—¿Por qué no se mete el...? Oh. Hola, señor presidente —lo salude.
Tan pronto como me reconoció me dedicó una sonrisa dentuda.
—¡Vaya, señorita Next! ¿Volvemos a estar en ese parque temático?
—Más o menos.
Me alegraba que el viaje por el río llevase corriente abajo y también corriente arriba. Una cosa era segura: a menos que se hubiese producido un horrible error administrativo, Formby no estaba destinado al tormento eterno en las llamas brutales del infierno.
—Bien, ¿cómo está? —pregunté, algo desorientada de encontrarme con el famoso más famoso, y el último, que llegaría a conocer.
—Bastante bien, muchacha. Estaba dando un concierto y de pronto me encontré en la cafetería pidiendo pastel y patatas para uno.
Spike había dicho que le había llevado dos días dar conmigo, por lo que debía ser el 24... y, como papá había predicho, Formby había muerto como se suponía, actuando para el regimiento de veteranos de Lancaster. Me desalentó darme cuenta que los días posteriores a la muerte de Formby señalarían el comienzo de la tercera guerra mundial. Pero eso ya no era asunto mío.
Llegó el bote para el antiguo presidente y se subió.
El barquero empujó la pequeña embarcación hacia el río y hundió la pértiga en las aguas oscuras.
—El señor Formby, ¿no? —dijo el barquero—. Soy un gran admirador. En una ocasión tuve al señor Garrick en mi bote. ¿Acepta peticiones?
—Oh, claro —respondió, siempre un hombre del espectáculo—, pero no tengo mi ukelele.
—Tome el mío —dijo el barquero—. A veces yo también toco un poco, ya sabe.
Formby cogió el ukelele y tocó las cuerdas.
—¿Qué le gustaría oír?
El barquero se lo dijo y la caverna adusta se llenó con una interpretación jubilosa de We've Been a Long Time Gone. Parecía la forma perfecta de partir para el anciano que había dado tanto a tantos... no sólo como hombre del espectáculo, sino también como luchador por la libertad y venerable hombre de estado. La barca, Formby y el barquero desaparecieron en la niebla que cubría el río, ocultando la otra orilla y apagando el sonido. Me tocaba a mí. ¿Qué había dicho Yaya? ¿Lo peor de morir es no saber cómo acabarán las cosas? Aun así, había recuperado a Landen, por lo que Friday estaba en buenas manos.
—¿Señorita Next?
Alcé la vista. El barquero había vuelto. Iba vestido con una especie de túnica sucia; no podía verle la cara.
—¿Tiene el importe?
Cogí la moneda y estaba a punto de entregársela cuando...
—¡¡¡Esperen!!!
Me volví para ver a una joven bajita que venía corriendo, sin aliento. Se apartó el pelo rubio de la cara y me sonrió tímidamente. Era Cindy.
—Ocuparé su lugar —le dijo al barquero, entregándole una moneda.
—¿Cómo puedes hacerlo? —dije algo sorprendida—. ¡Tú misma estás casi muerta!
—No —me corrigió—, no lo estoy. Y lo que es más, lo superé. No hubiese debido, pero lo hice. En ocasiones el diablo cuida de los suyos —Pero abandonarás a Spike y a Betty...
—Préstame atención un momento, Thursday. Durante mi carrera he matado a sesenta y ocho personas.
—Así que te encargaste de Samuel Pring.
—Fue sin querer. Pero escucha: sesenta y ocho almas inocentes que llegaron al río antes de tiempo, todo por mi culpa. Y lo hice por dinero. Puedes ponerte todo lo superior que quieras, pero la verdad es que, cuando me recupere, jamás veré la luz del día, y jamás volveré a sostener en brazos a Betty ni abrazar a Spike. No quiero eso. Tú eres mejor persona que yo, Thursday, y el mundo está mucho mejor contigo presente.
—Pero no se trata de eso —dije—. Cuando llega la hora de irte...
—Mira —me interrumpió con furia—, déjame hacer una buena obra para compensar una cuarta parte del uno por ciento de las desgracias que he provocado.
La miraba fijamente cuando el esqueleto con la armadura oxidada volvió a acercarse.
—¿Más problemas, señorita Next?
—¿Nos permite un minuto, por favor?
—Por favor —imploró Cindy—, es realmente lo que quiero.
Miré al esqueleto, que de haber tenido ojos probablemente hubiese hecho un gesto de exasperación.
—La decisión es suya, señorita Next —dijo el guardia—, pero alguien debe subir a la barca o me quedo sin trabajo... y tengo una esposa huesuda y dos pequeños esqueletos a los que mandar a la universidad.
Me volví hacia Cindy, le tendí la mano y ella respondió al saludo, para luego tirar de mí y abrazarme con fuerza mientras me susurraba al oído:
—Gracias, Thursday. Cuida de Spike por mí.
Saltó rápidamente a la barca antes de que yo pudiese cambiar de opinión. Me dedicó una sonrisa y se sentó en la proa mientras el barquero se apoyaba en la pértiga, para empujar la pequeña barca silenciosamente en el río. Considerando la cuantía de sus pecados, salvarme a mí no era más que pagar un pequeño precio, pero ella se sentía mejor así y yo también. Mientras la barca con Cindy se perdía en la niebla, yo me volví y regresé al paso de peatones, a la zona sur del área de servicio Dauntsey y a la vida.
42
Explicaciones
FUNERAL DE ESTADO ATRAE A LÍDERES MUNDIALES
Millones de desconsolados ciudadanos ingleses y los líderes mundiales más importantes llegaron ayer a Wigan para rendir homenaje al presidente George Formby, fallecido hace dos semanas. El cortejo fúnebre completó un circuito alrededor de las Midlands con las calles flanqueadas de gente deseosa de dar su último adiós a) que ha sido presidente inglés durante los últimos treinta y nueve años. En el funeral, en la catedral de Wigan, el nuevo canciller, el señor Redmond van de Poste, dedicó elogiosas palabras a las contribuciones del gran hombre a la paz mundial. Después de que el Coro de Voces Masculinas de Lancashire cantara With My Little Stick of Blackpool Rock acompañado por doscientos ukeleles, el canciller invitó a la reina de Dinamarca a acompañarle en la interpretación a dúo de Your Way Is My Way, gesto que podría resolver los problemas entre nuestras respectivas naciones.
The Toad, 10 de agosto de 1988
—Por un momento no supimos cómo acabaría —dijo Landen, sentado en la cama del hospital, agarrándome la mano—. Por un momento creíamos que no lo superarías.
Le dediqué una amplia sonrisa. Había recuperado el conocimiento el día antes y cada movimiento me sentaba como si me clavasen una daga en la cabeza. Miré a mi alrededor. También estaban allí Joffy, Miles y Hamlet.
—Hola, chicos.
Me sonrieron y me dieron la bienvenida.
—¿Cuánto hace? —pregunté con un susurro.
—Dos semanas —dijo Landen—. La verdad es que creíamos...
Le apreté la mano con delicadeza y miré a mi alrededor. Land adivinó enseguida lo que tenía en mente.
—Está con su abuela.
Alcé la mano para tocarme la cabeza pero sólo pude palpar un buen vendaje. Landen me agarró la mano y la devolvió a la sábana.
—¿Qué...?
—Fuiste asombrosamente afortunada —dijo, tranquilizador—. Los médicos dicen que te recuperarás por completo. El calibre de la bala era muy pequeño y penetró oblicuamente en el cráneo; cuando lo atravesó había perdido casi toda la energía. —Se tocó la cabeza—. Quedó encajada entre tu cerebro y el interior del cráneo. Pero la verdad es que nos diste un buen susto.
—Cindy ha muerto, ¿verdad?
Respondió Joffy:
—Parecía que estaba mejorando pero tuvo septicemia.
—Se amaban de verdad, a pesar de sus diferencias, ¿sabéis?
—Era una asesina a sueldo, Thursday, una muy buena. No creo que pensase en la muerte como en otra cosa que un riesgo profesional.
Asentí. Tenía razón.
Landen se inclinó y me besó la nariz.
—¿Quién me disparó, Land?
—¿Te suena de algo el nombre de Norman Johnson?
—Sí —dije—. El Minotauro. Tenías razón. Llevaba toda la semana intentando matarme con recursos cómicos: la apisonadora, la piel de plátano, el piano. Fui tonta de no darme cuenta. Aunque, eso sí, una pistola tampoco es un artículo de broma, ¿verdad?
Landen sonrió.
—Junto con la bala, del cañón salió una enorme bandera que ponía «pum». La policía todavía intenta explicárselo.
Suspiré. El Minotauro ya habría desaparecido, pero tendría que seguir siendo cauta. Me volví hacia Landen. Quedaba una cosa por saber.
—¿Ganamos?
—Claro que sí. Te acercaste treinta centímetros más que O'Fathens. Han votado tu tiro como «el mejor momento deportivo del siglo». Al menos en Swindon.
—¿No estamos en guerra con Gales?
Landen negó con la cabeza y sonrió.
—Kaine está acabado, cariño mío... y la Goliath ha abandonado sus intentos de convertirse en religión. Es cierto que san Zvlkx actuaba de modo misterioso.
—¿Vas a contármelo o voy a tener que sacártelo a golpes? —le pregunté con una gran sonrisa.
Joffy desdobló la fotografía de san Zvlkx y el piano fatal de Cindy en Commercial, la que salía en la portada del Swindon Evening Globe que me había dado Yaya.
—La encontramos en el bolsillo de tu pantalón —dijo Miles.
—Y nos hizo pensar sobre a qué lugar concreto iba Zvlkx esa mañana, y por qué tenía un billete de gravetubo en el dormitorio —añadió Joffy—. Iba a minimizar sus pérdidas y a huir. Creo que ni siquiera Zvlkx, fuese quien fuese, creía que Swindon pudiera ganar la Superhoop. Papá siempre decía que el tiempo no es inmutable.
—No lo entiendo.
Miles se inclinó y volvió a enseñarme la fotografía.
—Murió intentando llegar a Cuentas Tudor Turf.
—¿Y? Es el local de apuestas más antiguo de Swindon.
—No... del mundo. Hicimos unas llamadas. Lleva abierto sin interrupción desde 1264.
Miré inquisitiva a Joffy.
—¿Qué pretendéis decir?
—Que el Libro de Revelaciones no era nada de eso. ¡Es un boleto de apuestas del siglo XIII!
—¿Un qué?
Se sacó del bolsillo las Revelaciones de Zvlkx y abrió el librito por la primera página. Había allí un recibo firmado por un cuarto de penique, que habíamos tomado por un impuesto de encuadernación o algo parecido. La suma situada junto a cada Revelación era en realidad la probabilidad en contra del cumplimiento de ese hecho, cada una firmada con la misma rúbrica de la primera página. Joffy pasó las páginas del pequeño libro.
—A la Revelación sobre la Armada Invencible se le asignó una probabilidad de seiscientos contra uno, a la victoria de Wellington en Waterloo de cuatrocientos veinte contra uno. —Pasó a la última página—. Al resultado del partido de cróquet, una probabilidad de ciento veinticuatro mil contra uno. Eran probabilidades generosas porque Zvlkx había apostado con siglos de antelación; es más, siglos antes de que alguien inventase el cróquet. No es sorprendente que el signatario de la apuesta se sintiese confiado en ofrecer esas probabilidades.
—Bien —dije—, no nos precipitemos. Ciento veinticuatro mil cuartos de penique sólo son... son...
—Ciento treinta libras —dijo Miles.
—Eso. Ciento treinta libras. La victoria de Nelson le reportaría, ¿cuánto? ¿Nueve libras?
Seguía sin comprenderlo.
—Thursday... es un totalizador. Cada apuesta o suceso que se cumple se multiplica por los aciertos anteriores... y cualquier profecía que no se cumpliese lo hubiese dejado todo en cero.
—Bien... ¿Cuánto valen las Revelaciones?
Joffy miró a Miles, quien miró a Landen, quien sonrió y miró a Joffy.
—Ciento veintiocho mil millones de libras.
—¡Pero Tudor Turf no podía tener tanto dinero!
—Claro que no —respondió Miles—, pero la empresa que financia a Tudor Turf estaría legalmente obligada a pagar cualquier apuesta aceptada. Y Tudor Turf es propiedad de Huchas de Wessex, que a su vez es propiedad de Cara Tú Pierdes, que es propiedad de la división de juegos de Alegría Consolidada, que es propiedad de...
—La Corporación Goliath —susurré.
—Exacto.
Un silencio de conmoción. Quería salir de la cama de un salto y reír, gritar y dar vueltas corriendo; pero para tal demostración, lo sabía bien, tendría que esperar a encontrarme mejor de salud. De momento, me limité a sonreír.
—Bien, ¿qué parte de la Goliath es ahora propiedad de los Amigos Idólatras de San Zvlkx?
—Bien —dijo Joffy—, en realidad no poseen nada. No sé si recuerdas que vendimos toda su sabiduría a la Toast Marketing Board. Ellos poseen ahora el cincuenta y ocho por ciento de Goliath. Les dijimos lo que queríamos y aceptaron de corazón. La Goliath ha abandonado sus planes de convertirse en religión y ha decidido apoyar a un partido político distinto. El acuerdo también incluye algo relativo a construir una nueva catedral. Ganamos, Thursday. ¡Ganamos!
Descubrí que la caída de Kaine había sido rápida y humillante. Sin el apoyo de la Goliath, y sin el ovinador, el Parlamento de pronto se planteó por qué había estado tan dispuesto a seguirle a ciegas, y aquellos que le habían ayudado se volvieron contra él con igual entusiasmo. En menos de una semana había comprendido lo que significaba ser humano. La vanidad, las maquinaciones y la conspiración que tan bien le habían servido cuando era ficticio habían perdido buena parte de su poder cuando hablaba con una lengua de verdad, y a los tres días de la Superhoop perdió el cargo. Ernst Stricknene, interrogado durante mucho tiempo por las llamadas a Cindy Stoker realizadas desde su despacho, decidió salvarse hasta donde fuera posible y habló largo y tendido sobre su antiguo jefe. Kaine se enfrentaba a la lista de cargos presentados jamás contra un cargo público en toda la historia de Inglaterra. Tanto, de hecho, que resulta más simple detallar de qué no se le acusaba, a saber: «trabajar como niñera sin licencia» y «usar la bocina del coche en zonas urbanas de noche». Si le declaraban culpable de todo, se enfrentaba a más de novecientos años de prisión.
—Casi siento pena por él —dijo Joffy, que perdonaba con bastante más facilidad que yo—. Pobre Yorrick.
—Sí —respondió Hamlet sarcástico—. Pobre.
43
Recuperación
EL PARTIDO TOSTADA PRESENTA SU MANIFIESTO
El señor Redmond van de Poste, cuyo Partido Tostada (antiguamente del Sentido Común) tomó la semana pasada el control de la nación, hizo público el manifiesto del partido para rescatar al país del colapso económico y social. El señor Van de Poste comenzó anunciando unos requerimientos mínimos de consumo de tostadas para todos los ciudadanos según una escala basada en la edad. A continuación propuso un plan para colocar una tostadora nueva en todos los hogares a lo largo del próximo año. «A largo plazo —siguió diciendo el señor Van de Poste—, prepararemos un plan de cinco años para actualizar todas nuestras cadenas de producción con la intención de construir un nuevo tipo de supertostadora que acabará con toda la competencia y convertirá Inglaterra en la capital de la tostada del mundo.» Los detractores del Manifiesto Tostada manifestaron su alarma por las estridentes exigencias de Van de Poste de una Alianza Tostada del Atlántico Norte, y señalaron que dejar fuera a naciones que no comen tostadas crearía tensiones internacionales innecesarias. El señor Van de Poste no ha respondido todavía y ha pedido una reforma del Parlamento.
The Toad, 4 de agosto de 1988
Dos semanas más tarde regresé a una casa tan repleta de flores que parecía los jardines Kew. Seguía sintiéndome débil, cansada y apática, y a menudo tenía que descansar. Me senté y contemplé el jardín. El aire estaba cargado de los aromas del verano y la brisa jugaba con las finas cortinas. Friday, en el suelo, pintaba con lápices de colores y podía oír el repiqueteo de la máquina de escribir de Landen en la habitación de al lado. En la cocina, Louis Armstrong cantaba por la radio La vie en rose. Era la primera vez que podía relajarme desde no sabía cuándo. Iba a necesitar una larga convalecencia, pero con el tiempo volvería al trabajo... quizás en OpEspec, quizás en Jurisficción, quizás en ambas.
—He venido a despedirme.
Era Hamlet. Ya antes me había contado que William Shgakespeafe había logrado con mucho esfuerzo separar Las alegres comadres de Windsor de Hamlet, y las dos obras habían quedado como debían ser. Una enigmática, la otra derivada de una anterior.
—¿Estás seguro de...?
Me silenció con un gesto de la mano y se sentó en el sofá mientras Alan le contemplaba con adoración.
—En mi estancia aquí he aprendido muchas cosas —dijo—. He aprendido que hay muchos Hamlets y que nos gusta cada uno por sus diferentes interpretaciones. A mí me gustó el de Gibson porque es el que menos vacila, el de Orson porque es el que tiene mejor voz, el de Gielgud por su facilidad para adaptarse al papel y el de Jacobi por su pasión. Por cierto, ¿has oído hablar de un tipo llamado Branagh?
—No.
—Está empezando. Tengo la sensación de que su Hamlet será estupendo.
Pensó un momento.
—Durante siglos me ha preocupado que el público me considerase un niño mimado y un deslenguado incapaz de decidirse por nada, pero ver el mundo real me ha hecho comprender mi atractivo. Mi obra es popular porque mis defectos son vuestros defectos, mi indecisión es la indecisión de todos vosotros. Todos sabemos qué se debe hacer; pero en ocasiones no sabemos cómo hacerlo. A la larga, actuar sin pensar no sirve de nada. Puede que yo vacile durante un tiempo, pero al final tomo la decisión correcta: asumo mis problemas y me enfrento a ellos. Y eso encierra un mensaje para toda la humanidad, aunque no estoy del todo seguro de cuál es. Quizá no haya mensaje. La verdad es que no sé. Además, si no vacilo, no hay obra.
—¿No vas a matar a tu tío en el primer acto?
—No. Es más, voy a dejar la obra tal y como está. He decidido concentrar mis energías en ser el agente de Jurisficción para todas las obras de Shakespeare. También probaré con Marlowe... pero no me atrae mucho Webster.
—Son grandes noticias —le dije—. Jurisficción estará encantada.
Hizo una pausa.
—Todavía me disgusta que alguien le contase a Ofelia lo mío con Emma. No fuiste tú, ¿verdad?
—Por mi honor.
Se puso en pie, me hizo una reverencia y me besó la mano.
—Vendrás a visitarme, ¿no?
—Puedes contar con ello —respondí—. Sólo una pregunta: ¿cómo lograste dar con Daphne Farquitt? Es una reclusa entre reclusas.
Sonrió.
—No lo hice. La mañana de la Superhoop sólo había logrado reunir a nueve personas. Hay un límite al sentimiento de oposición a Kaine que puede obtenerse yendo de puerta en puerta en Swindon a las dos de la madrugada.
—Entonces, ¿nunca hubo un club de fans de Farquitt?
—Oh, seguro que lo hay por ahí, pero Kaine no lo sabía, ¿verdad?
Reí.
—Tengo la sensación de que vas a ser un gran agente de Jurisficción. Y quiero que te lleves un regalo mío.
—¿Un regalo? Creo que nunca me han hecho un regalo.
—¿No? Bien, siempre hay una primera vez para todo. Quiero que te quedes con... Alan.
—¿El dodo?
—Creo que será una presencia valiosa en el castillo de Elsinore... pero no le dejes entrar en la trama principal.
Hamlet miró a Alan, que le devolvió la mirada con amor.
—Gracias —dijo con toda sinceridad—. Es un gran honor.
Alan se puso un poco meloso cuando Hamlet lo tomó en brazos, y momentos más tarde los dos habían desaparecido camino de Elsinore, Hamlet para avanzar en su carrera profesional de dejador de cosas para más tarde y Alan para causar problemas en la corte danesa.
—Hola, garbancito.
—Hola, papá.
—Lo hiciste genial en la Superhoop. ¿Cómo te sientes?
—Bastante bien.
—¿Te conté que tan pronto como el bus veintitrés atropelló a Zvlkx el índice de Probabilidad Final del Armagedón pasó al ochenta y tres por ciento?
—No, no me lo contaste.
—En realidad, mejor así. No me hubiese gustado que te asustases.
—Papá, ¿quién era en realidad san Zvlkx?
Se inclinó hacia mí.
—No se lo cuentes a nadie, pero era alguien llamado Steve Schultz, de la Toast Marketing Board. Creo que es posible que yo le reclutase o que ellos me pidiesen ayuda... no estoy seguro. La historia se ha rescrito tantas veces que no me acuerdo muy bien de cómo era al principio. Es como intentar deducir el color original de una pared después de pintarla ocho veces. Sólo puedo decir que todo salió bien... y que las cosas son mucho más extrañas de lo que concebimos. Pero lo importante es que la Goliath ahora tiene que rendir cuentas a la Toast Marketing Board y que Kaine ha perdido el poder. Todo el asunto ha recibido la certificación de hecho histórico y así es como va a quedarse.
—¿Papá?
—¿Sí?
—¿Cómo lograste hacer saltar a Schultz o Zvlkx o quienquiera que fuese desde el siglo XIII sin que la CronoGuardia descubriese lo que tramabas?
—¿Dónde ocultas un guijarro, garbancito?
—En una playa.
—¿Y dónde esconder a un santo impostor del siglo XIII?
—Entre... ¿un montón de otros santos impostores del siglo XIII?
Sonrió.
—¿Enviaste al presente a los veintiocho sólo para ocultar a san Zvlkx?
—En realidad, a veintisiete. Uno de ellos era verdadero. Pero no lo hice solo. Me hizo falta contar con alguien que provocase un Crono-Tifón en la Edad Media como tapadera. Alguien con asombrosas habilidades como viajero temporal. Un experto que puede navegar por el tiempo con una habilidad que yo jamás poseeré.
—¿Yo?
Rió.
—No, tonta... Friday.
El muchachito alzó la vista al oír su nombre. Mordió el lápiz, hizo una mueca y escupió los trocitos encima de Pickwick, que dio un salto de miedo y corrió a ocultarse.
—Garbancito, te presento al futuro director de la CronoGuardia. ¿Cómo crees que sobrevivió a la erradicación de Landen?
Miré al jovencito, quien me devolvió la mirada y sonrió.
Papá miró la hora.
—Bien, tengo que irme. Nelson sigue con sus trucos. El tiempo no espera por ningún hombre, como nos gusta decir.
44
Telón
LOS NEANDERTALES ENTRAN EN LA NUEVA LISTA ANUAL DE ESPECIES «EN PELIGRO»
Los neandertales, los primos otrora extintos del Homo sapiens, recibieron ayer la calificación de especie «en peligro» junto con el lirón comestible y el sormomujo lavanco. El canciller entrante, el señor Redmond van de Poste del Partido Tostada, les concedió tal honor en reconocimiento a la labor realizada durante la Superhoop Swindon/Reading. El señor Van de Poste se reunió con los neandertales y les leyó un discurso escrito a propósito para ellos. «Personalmente me importa un nabo vuestra situación —les dijo—, pero resulta beneficioso políticamente y da muchos votos hacer algo para que unos muertos de hambre de baja estofa como vosotros obtengáis un poco de libertad dentro de unos límites.» Los neandertales, que esperaban verdades a medias y desinformación, recibieron con alegría su discurso. «Estudiaremos la solicitud de pasar a la categoría de “en vías de extinción” el año próximo... si nos tomamos la molestia.»
Swindon Daily Eyestrain, 7 de septiembre de 1988
Tres semanas después ya me sentía lo bastante bien como para recibir un premio durante un almuerzo con el alcalde. Lord Volescamper hizo entrega a todo el equipo de la Superhoop de una Estrella de Swindon, acuñada especialmente para la ocasión. El único neandertal que se presentó fue Stig, que comprendía lo que significaba para mí, aunque él no podía entender del todo el concepto de enaltecimiento individual.
Después hubo una fiesta y todos querían charlar conmigo, sobre todo para preguntarme si me dedicaría al cróquet profesionalmente. Volví a encontrarme con Handley Paige, quien dio un respingo al verme y se tragó el contenido de la copa hecho un manojo de nervios.
—He decidido no matar al personaje del emperador Zhark —anunció rápidamente—. Me gustaría dejarlo claro ahora mismo, por si alguien piensa que voy a dejar de escribir libros de Zhark, cosa que no va a pasar. Ni hablar. Nunca.
Miró cauteloso a su alrededor.
—¿Disculpe? —dije—. Me parece que no le entiendo.
—Oh... vale —respondió con sarcasmo. Intentó beber de la copa vacía y se fue a la barra.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó Landen.
—A mí que me registren.
Spike también asistía a la fiesta y se me acercó mientras yo pedía otra copa.
—¿Qué te dijo cuando ocupó tu lugar?
Me volví para mirarle; no me sorprendía que supiese que Cindy me había reemplazado. Después de todo, era experto en la semimuerte.
—Dijo que quería compensar todo el mal que había causado, y que sabía que jamás volvería a abrazaros a Betty y a ti.
—Podrías haberte negado, pero me alegro de que no lo hicieses. La amaba, pero estaba podrida hasta la médula.
Guardó silencio un momento y le toqué el brazo.
—No del todo podrida, Spike. Ella os amaba mucho.
Me miró y sonrió.
—Lo sé. Hiciste lo correcto, Thursday. Gracias. —Y me abrazó antes de irse.
Respondí a más preguntas sobre la Superhoop y luego decidí que ya era suficiente. Le pedí a Landen que me llevase a casa.
Landen conducía el Speedster, con Friday en la sillita para niños del asiento posterior, junto a Pickwick, que no quería quedarse sola ahora que Alan se había ido.
—¿Land?
—¿Mm?
—¿Alguna vez has pensado que mi recuperación fue curiosa?
—Me alegro de que sobrevivieras, por supuesto...
—Para un momento el coche.
—¿Por qué?
—Por favor, haz lo que te digo.
Se detuvo a un lado y con mucho cuidado bajé y me acerqué a dos figuras familiares sentadas en la acera, delante de una cafetería Goliath. Me acerqué en silencio y me senté junto a la mayor de las dos antes de que se diese cuenta. Miró a su alrededor y dio un buen brinco al verme.
—¡Hubo una época en la que jamás hubieses podido acercarte sigilosamente a un Grifo! —dijo apenado.
Sonreí. Era una criatura con cabeza y alas de águila y cuerpo de león. Llevaba gafas y un pañuelo bajo el abrigo, lo que disminuía un poco su por lo demás temible apariencia. Era ficticio, efectivamente, pero era también el director del equipo legal de Jurisficción, mi abogado... y un amigo.
—¡Grifo! —dije con cierta sorpresa—. ¿Qué haces en el Exterior?
—He venido a verte —susurró, mirando a su alrededor y bajando la voz—. ¿Conoces a la Tortuga Artificial? Es mi mano derecha en el departamento legal.
Hizo un gesto hacia una tortuga con cabeza de ternero y la mirada perdida. Había salido, igual que el Grifo, directamente de las páginas de Alicia en el país de las maravillas.
—¿Cómo está usted?
—Bien... supongo. —La Tortuga Artificial suspiró, limpiándose los ojos con un pañuelo.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Es algo muy serio... demasiado para contarlo por notaalpiéfono. Y necesitaba una excusa para venir al Exterior a investigar las rotondas. Son fascinantes.
De pronto estaba acalorada e inquieta. No por las rotondas, claro está, sino por mi condena. La infracción de ficción. Había cambiado el final de Jane Eyre y el Tribunal de Corazones me había declarado culpable. Sólo faltaba saber la sentencia.
—¿Qué ha sido?
—No está tan mal —exclamó el Grifo, chasqueando los dedos en dirección a la Tortuga Artificial, que le pasó una hoja de papel manchada de lágrimas.
Tomé el papel y examiné el contenido algo borroso.
—Es más bien poco habitual —admitió el Grifo—. Creo que lo de la guinga es excesivamente cruel. De por sí sería una buena razón para apelar.
Miré la hoja.
—Veinte años de mi vida vistiendo guinga azul —susurré.
—Y no puedes morirte hasta no haber leído los diez libros más aburridos —añadió el Grifo.
—Mi abuela tuvo que hacer lo mismo —les expliqué, algo confusa.
—No es posible —dijo la Tortuga Artificial secándose los ojos—. Es una sentencia única, como corresponde al crimen. Puedes cumplir los veinte años de guinga cuando quieras... no tiene que ser ahora.
—¡Pero mi abuela sufrió este mismo castigo...!
—Estás confundida —respondió el Grifo con firmeza, recuperando la hoja, doblándola y metiéndosela en el bolsillo—. Será mejor que nos marchemos. ¿Asistirás a las bodas de oro de Bradshaw?
—Sí —dije despacio, todavía confusa.
—Genial. Página 221, Bradshaw y el diamante de M'shala. Hay que llevar una botella y un plátano. Tráete al marido. Sé que ahora es real, pero nadie es perfecto. A todos nos gustaría conocerle.
—Gracias. ¿Qué hay...?
—¡Cielos! —dijo el Grifo, mirando un enorme reloj de bolsillo—. ¿Ya es tan tarde? ¡En diez páginas tenemos que bailar una contradanza de los bogavantes!
La Tortuga Artificial se alegró un poquito al oírlo y al momento habían desaparecido.
Regresé despacio al coche, donde Landen y Friday me esperaban.
—¡Pap! —dijo Friday con voz potente.
—¡Oye! —dijo Landen—. ¡Claramente ha dicho «papá»!
Vio que yo tenía el ceño fruncido.
—¿Qué pasa?
—Landen, mi abuela materna murió en 1968.
—¿Y?
—Bien, si ella murió entonces y mi abuela paterna murió en 1979...
—¿Sí?
—Entonces, ¿quién es la que vive en el Asilo Crepuscular Goliath?
—No la he visto nunca —me explicó Landen—. Creía que lo de «yaya» era un apelativo cariñoso.
No respondí. Había creído que era mi abuela pero no lo era. Es más, sólo la conocía desde hacía tres años. Hasta entonces no la había visto nunca. Quizás esa afirmación no fuese del todo exacta. La había visto siempre que me miraba a un espejo, pero era mucho más joven. Yaya no era mi yaya. Yaya era yo.
Landen me llevó hasta el Asilo Crepuscular Goliath y entré sola, dejando a Landen y a Friday en el coche. Me acerqué a su cuarto con el corazón desbocado y me encontré a la jefa de enfermeras inclinada sobre la figura que dormitaba ligeramente de la muy, muy anciana en la que yo me convertiría algún día.
—¿Sufre mucho?
—Los calmantes mitigan el dolor —respondió la enfermera—. ¿De la familia?
—Sí —respondí—, muy cercana.
—Es una mujer asombrosa —comentó la enfermera en voz baja—. Es increíble que siga con nosotros.
—Se debe a un castigo —dije.
—¿Disculpe?
—No importa. Ya no falta mucho.
Me acerqué más a la cama y ella abrió los ojos.
—¡Hola, joven Thursday! —dijo Yaya, haciendo un débil gesto con la mano. Se quitó la mascarilla de oxígeno, recibió la reprimenda de la enfermera y se la volvió a poner.
—No eres mi abuela, ¿verdad? —dije despacio, sentándome en el borde de la cama.
Me sonrió benévola y puso su mano pequeña, rosada y arrugada sobre la mía.
—Soy Yaya Next —respondió—, sólo que no la tuya. ¿Cuándo lo descubriste?
—El Grifo acaba de comunicarme la sentencia.
Ahora que lo sabía, me resultaba todavía más familiar que antes. Incluso noté la pequeña cicatriz en la barbilla de la herida recibida durante la carga de la Brigada Blindada en el 73, y la bien curada cicatriz sobre el ojo.
—¿Cómo he podido no darme cuenta? —le pregunté confusa—. Mis dos abuelas han muerto... y siempre lo he sabido.
La anciana volvió a sonreír.
—Aornis no pasa por tu cabeza sin que aprendas algunos trucos, querida. El tiempo que he pasado contigo no ha sido un tiempo desperdiciado. De otra forma nuestro esposo no habría sobrevivido y Aornis podría haberlo borrado todo cuando vivíamos en Caversham Heights. Por cierto, ¿dónde está Landen?
—Está fuera, cuidando del pequeño Friday.
—¡Ah!
Me miró a los ojos para luego decir:
—¿Le dirás que le quiero?
—Por supuesto.
—Bien, ahora que sabes quién soy, creo que es hora de que me vaya. Encontré los diez clásicos más aburridos... y casi he terminado el último.
—Creía que seguramente tendrías un momento de inspiración antes de irte. Una última y emocionante revelación.
—Así es, joven Thursday. Pero no para mí, para «nosotras». Ahora, toma mi ejemplar de La reina de las hadas. Tengo ciento diez años y hace tiempo que se pasó mi hora de partir.
Tomé el libro de la mesilla. Nunca había leído el final... ni siquiera había pasado de la página cuarenta. Era tan aburrido como eso.
—¿No tienes que leerlo tú? —pregunté.
—Tú, yo, ¿qué importa? —Su risa se convirtió en una tos débil que no se le pasó hasta que la ayudé a sentarse recta.
«¡Gracias, cariño! —dijo cuando se le hubo pasado el ataque—. Sólo queda un párrafo. La página está marcada.
Abrí el libro pero no quería leer el texto. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Miré a la anciana y me topé con su sonrisa dulce.
—Ya es la hora —se limitó a decir—. Te envidio... ¡tienes tantos años maravillosos por delante! Lee, por favor.
Me enjugué las lágrimas. Tuve una idea y cerré el libro.
—Pero si lo leo ahora —dije despacio—, entonces cuando tenga ciento diez años ya lo habré leído, y estaré... ya sabes... justo antes de la última frase antes de que yo... es decir, mi yo más joven... —Callé, pensando en la paradoja aparentemente imposible.
—¡Querida Thursday! —dijo la anciana con amabilidad—. ¡Siempre tan lineal! Funcionará, créeme. Las cosas son mucho más extrañas de lo que podemos concebir. En su momento lo descubrirás, como lo descubrí yo.
Me sonrió benévola y abrí el libro.
—¿Tienes algo que decirme?
Me sonrió de nuevo.
—No, cariño. Hay cosas que es mejor no decir. Landen y tú pasaréis unos maravillosos años juntos, te lo aseguro. ¡Lee, joven Thursday!
Hubo un estremecimiento y mi padre apareció al otro lado de la cama.
—¡Papá! —dijo la anciana—. ¡Gracias por venir!
—No me lo perdería por nada. ¡Oh, hija mía! —dijo en un susurro, inclinándose para besarle la frente y sostenerle la mano—. He traído a otros.
Y allí estaba el joven que había visto con Lavoisier en mi banquete de boda. Le cogió la mano y se la besó.
—¡Friday! —dijo la anciana—. ¿Qué edad tienen ahora tus hijos?
—Aquí están, mamá. ¡Pregúntaselo tú misma!
Y allí estaban, junto a la esposa de Friday, a la que todavía no conocía porque era una niña de un año de algún lugar del mundo, completamente ignorante de su futuro. La acompañaban dos niños. Dos nietos míos en los que nadie había pensado todavía y que menos aún habían nacido. Seguí leyendo La reina de las hadas muy despacio mientras iba apareciendo más gente para ver a la anciana antes de que partiera.
—¡Tuesday! —dijo Yaya al ver aparecer a otra persona. Era mi hija. En alguna ocasión habíamos hablado de tenerla... y allí estaba, una vivaz mujer de sesenta años. También había traído a sus hijos, y una de sus hijas había traído a sus niños.
En total, creo que esa noche vi a veintiocho descendientes míos, todos ellos sombríos y sólo uno de los cuales había nacido ya. Tras despedirse y desaparecer, aparecieron otros visitantes. Allí estaban el emperador y la emperatriz Zhark, el señor y la señora Bradshaw, que jamás envejecerían. También vino el Gato de Cheshire, y varias señoritas Havisham, así como una delegación de langostas del futuro lejano, un hombre alto que fumaba un puro y otras personas que aparecieron y desaparecieron educadamente. Yo seguí leyendo, apretándole la otra mano a medida que el fuego de la vida abandonaba su cuerpo cansado. Cuando empecé el último verso de La reina de las hadas, había cerrado los ojos y su respiración era muy superficial. El último invitado ya se había ido y sólo quedábamos mi padre y yo.
Terminé el verso y la condena acabó. Veinte años de guinga y diez libros aburridos. Cerré el volumen y me tendí en la cama junto a ella. Su cara ya había perdido el color y tenía la boca entreabierta. Me sobresaltó un sollozo cerca de mí. Nunca había visto llorar a mi padre, pero grandes lágrimas le rodaban en silencio por las mejillas. Me dio las gracias y se fue, dejándome a solas con la mujer de la cama y la enfermera que aguardaba discretamente en la puerta. Estaba triste como si hubiese perdido a una compañera querida, pero no dolida. Después de todo, yo seguía con vida. De la muerte de mi padre, muchos años antes, había aprendido que el final de la vida y morir son dos hechos completamente diferentes, y me consolé con esa idea.
—¿Estás bien? —me preguntó Landen cuando volví al coche—. ¡Tienes cara de haber visto un fantasma!
—A varios —respondí—. Creo que acabo de ver toda mi vida pasar por delante de mis ojos.
—¿Salgo yo?
—Muchas veces, Land.
—Una vez la vida me pasó por delante de los ojos —dijo—. El problema fue que parpadeé y me perdí todo lo bueno.
—A mí me hará falta más de un parpadeo —le dije, besuqueándole la oreja—. ¿Cómo está el hombrecito?
—Cansado después de matarse a señalar.
Miré el asiento posterior. Friday se había dormido y roncaba.
Landen puso el coche en marcha y salió del aparcamiento.
—Por cierto, ¿quién era la anciana? —preguntó cuando nos incorporábamos a la carretera—. No me lo has llegado a decir.
Pensé un momento.
—Una persona que me conocía muy bien y apareció cuando más la necesitaba.
—Yo tengo a una persona así —dijo Landen—, y si se siente con ánimos, me gustaría llevarla a cenar. ¿Dónde te apetece ir?
Pensé en la anciana de la cama, vestida de guinga, aguantando hasta el último verso, y en toda la gente que había ido a visitarla para despedirse. Decidí que mi vida sería buena; más aún, sería excepcional.
—Si tú me acompañas —le dije con cariño—, cenar en SmileyBurger es como cenar en el Ritz.
Agradecimientos
Todo mi agradecimiento para Maggy y Stewart Roberts, por las ilustraciones de este libro.
Gracias a Mari Roberts por investigarlo todo hasta el último detalle, desde los daneses a Hamlet, pasando por la resolución de conflictos y el chiste del piano, y por su compañía y su amor.
Las citas del señor Shgakespeafe y Hamlet son cortesía de Shakespeare (William) Inc.
El uso de Lorem ipsum me lo propusieron Swaim y Rogan.
Que conste que la excelente versión de Hamlet de Zeffirelli, protagonizada por Mel Gibson y Glenn Close, se rodó en 1987, no en 1991.
Mi agradecimiento a John Sutherland y Cedric Watts por su serie «Rompecabezas literarios», que sigue entreteniendo y gustando, y a Norrie Epstein por su excelente Friendly Shakespeare, que es todo lo que el título sugiere. También a la Reduced Shakespeare Company por tantas tonterías sobre el Bardo tan necesarias en momentos de estrés.
La investigación sobre las novelas populares del Oeste fue realizada por Gillian Taylor, autor de Darrow's Word y muchas otras obras: http:/www.gillian-f-taylor.co.uk.
Mi agradecimiento a Landen Parke-Laine por aceptar aparecer a última hora como estrella invitada en primera persona.
No se mató ningún pingüino ni se destruyó ningún piano durante la preparación de este libro. La comida de pingüinos de la página 154 y el incidente con el piano de la página 307 son simples trucos narrativos y no sucedieron en realidad.
Mis disculpas a todos los daneses del mundo por los insultos ficticios que aparecen en las páginas de este libro. Me gustaría aclarar que sólo tienen un propósito satírico, y que me gusta mucho Dinamarca, sobre todo el rollo de arenque, el bacón, el Lego, Bang & Olufsen, las Faroes, Karen Blixen... y, por supuesto, Hamlet, el mejor danés de todos.
Información obligatoria acerca de las tostadas, como exige la legislación actual sobre tostadas. El pan se fabricó originalmente con una panificadora Panasonic SD206, se cortó con un cuchillo Ikea para pan en una tabla casera para pan y se tostó en una Dualit modelo 3CBGB. Se untó con mantequilla y mermelada casera.
La aparición de Zhark en este libro, así como el uso de su nombre y sus aventuras, contó con la supervisión y la aprobación de Zhark Enterprises, Inc. Agradecemos la ayuda y asistencia del emperador en la realización de esta novela.
Este libro se escribió enteramente en la República Socialista de Gales.
Una producción Fforde/Hodder/Penguin/Ediciones B.
Reconocimiento
Frederick Warne & Co. es el propietario de todos los derechos, copyrights y marcas registradas de los nombres e ilustraciones de los personajes de Beatrix Potter.
Personajes
Bartholomew Stiggins: Conocido habitualmente como Stig. Neandertal recuperado de la extinción por medio de ingeniería genética. Dirige OpEspec 13 (Swindon), la agencia policial responsable de las especies creadas por medio de ingeniería genética como los mamuts, dodos, tigres dientes de sable y quimeras.
Bowden Cable: Colega de Thursday en los detectives literarios de Swindon.
Braxton Hicks: Comandante de la red de operaciones especiales de Swindon.
Comandante Trafford Bradshaw: Héroe popular de una serie juvenil de historias de aventuras de los años veinte, ya descatalogadas, e importante agente de Jurisficción.
Coronel Next: Caballero errante que viaja en el tiempo. Fue erradicado por la CronoGuardia, una especie de agencia policial del tiempo, a pesar de lo cual sigue por ahí y visita a Thursday de vez en cuando.
Daphne Farquitt: Autora de novelas románticas con un talento inversamente proporcional a sus ventas.
Friday Next: Hijo de Thursday, de dos años.
Gales: República Socialista.
Gato, antiguamente conocido como Cheshire: El superbibliotecario, antiguamente del País de las Maravillas, encargado de la Gran Biblioteca. Agente de Jurisficción.
Hamlet: Príncipe danés con tendencia a la indecisión.
La Corporación Goliath: Importante multinacional sin escrúpulos ansiosa por hacerse con el dominio espiritual y mundial.
Lady Emma Hamilton: Consorte del almirante Horacio Nelson y alcohólica. Se disgustó cuando su esposo murió inexplicablemente al comienzo de la batalla de Trafalgar. Vive en el cuarto de invitados de la señora Next.
Landen Parke-Laine: Esposo de Thursday, que no existe desde su erradicación en 1947 por parte de la Corporación Goliath, deseosa de chantajear a la señorita Next.
Lola Vavoom: Actriz que no aparece en esta novela pero debe figurar en la lista de personajes por razones contractuales.
Melanie Bradshaw (señora): Gorila casada con el comandante Bradshaw.
Minotauro: Hijo de Pasifae, reina de Creta, mitad hombre y mitad toro. Escapó de su prisión y se ha convertido en Libro Huido. En paradero desconocido.
Mycroft Next: Tío inventor de Thursday. Lo último que se supo de él es que vivía en tranquilo retiro en el trasfondo narrativo de las novelas de Sherlock Holmes. Diseñador del Portal de Prosa y del dispositivo de advertencia temprana de sarcasmo, entre muchos otros inventos. Esposo de Polly.
OpEspec: Contracción de Operaciones Especiales, los departamentos gubernamentales que se encargan de todo aquello excesivamente extraño para las fuerzas policiales normales. Desde el viaje en el tiempo hasta el buen gusto.
Pickwick: Dodo de compañía con muy poco cerebro.
Presidente George Formby: Presidente octogenario de Inglaterra contrario a Yorrick Kaine y a todo lo que éste representa.
Quimera: Cualquier forma de vida no evolucionada ilegal creada por un secuenciador genético aficionado. Se destruye sin piedad.
San Zvlkx: Santo del siglo XIII cuyas Revelaciones tienen la asombrosa capacidad de cumplirse.
Señora Bigarilla, emperador Zhark, la Reina Roja, Falstaff, Vernham Deane: Agentes de Jurisficción, muy capacitados.
Superhoop: La final de la Liga Mundial de Cróquet. Habitualmente violenta, siempre controvertida.
Thursday Next: Antigua agente de la oficina de detectives literarios de Swindon (OpEspec 27) y actualmente directora de Jurisficción, la agencia policial que opera en el interior de la ficción para proteger la estabilidad de la palabra escrita.
Victor Analogy: Jefe de los detectives literarios de Swindon.
Wednesday Next: Madre de Thursday. Reside en Swindon.
Yaya Next: Reside en el Asilo Crepuscular Goliath, Swindon. Tiene 110 años y no puede morir hasta no haber leído los diez clásicos más aburridos.
Yorrick Kaine: Político whig e importante empresario editorial. También canciller de derechas de Inglaterra, que pronto se convertirá en dictador. Ficticio, y enemigo acérrimo de Thursday Next.