<p style="margin-top: 0.8em">Prólogo</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Bienvenido otra vez</p> </h3> <p>No sabía cuánto tiempo había estado muerto. No había tiempo, ni estaciones, ni cambios, sólo eternidad.</p> <p>Las sombras lo rodeaban al otro lado del velo; dos en particular llamaron su atención. Sabía qué eran. Había sido uno de ellos.</p> <p>La vida que ansiaba era accesible a ellos. Ahora, igual que en su existencia como no muerto, quería succionarla de los mortales que no podían protegerse. Si pudiera envidiar a ese par de no muertos, lo haría, pero no había tiempo. No tenían vida, así que no le preocupaban.</p> <p>Por otro lado, no podían verlo. Cuando perteneció al mundo, pero no estaba vivo, tampoco pudo ver a los que se habían ido antes que él. Pero a pesar de que no podían verlo, parecía que lo seguían. Se alejó. Quería vida.</p> <p>Era una misión de tontos, esa incesante búsqueda de energía mortal. Vibraba en la gente y los animales por los que pasaba delante cada día, pero no podía tocarla. A pesar de lo fino que era el velo, lo separaba de eso que anhelaba. Podía llegar a ella, tenerla en sus manos, pero esa cortina de sombras siempre lo evitaba.</p> <p>El color, algo ajeno a aquella existencia, habría impactado sus sentidos si los hubiera tenido. La pareja carente de vida sostenía algo entre los dos, brillante y aterrador como la fiera espada que el ángel blandía a las puertas del Edén. Atraía las sombras como polillas al fuego, aunque odiaba esa descripción tan cliché. El resplandeciente claro se abrió y una mano, no llena de vida, pero aun así real, lo atravesó.</p> <p>Las otras sombras gritaron y se deslizaron sobre ella. Como agua sobre aceite, rodaron fuera de la corpórea piel. Como si lo buscaran concretamente a él, el intruso apartó a las demás y lo agarró.</p> <p>No había sentido pánico desde que había muerto. No había sentido desesperación desde que ella lo había traicionado. Ahora la sentía a medida que los ásperos dedos reales tiraban de él a través de la grieta.</p> <p>Unos sentimientos que casi había olvidado lo invadieron de golpe. Resbaladizo y caliente, sensaciones que recordaba que habían sido placenteras una vez lo devoraron. Su ser sin forma adoptó una silueta a la vez familiar y horrorosamente extraña.</p> <p>Demasiado brillante. Demasiado fría. Demasiado real.</p> <p>Demasiado fuerte.</p> <p>Alguien se rió con el sonido de un cristal rompiéndose.</p> <p>—¡Lo hemos hecho! ¡No puedo creer que lo hayamos hecho!</p> <p>La luz le hizo daño a los ojos. Parpadeó, pero no logró ver con más claridad. En su pecho, sintió un golpazo que no había pertenecido a él en siglos: el latido de un corazón humano.</p> <p>Vivo. Estaba vivo.</p> <p>Cayó al suelo, gritando y arañando su prisión mortal.</p> <p>El que lo había hecho se inclinó sobre él y le dio una palmadita en la espalda. El contacto de carne contra carne hizo que unas punzantes sensaciones lo recorrieran.</p> <p>—Bienvenido otra vez, Cyrus.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 1</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Pesadilla</p> </h3> <p>—Has soñado con él esta mañana, Carrie.</p> <p>Ante el sonido de la voz de Nathan, mis manos se paralizaron sobre el teclado.</p> <p>—¿Otra vez estás vigilándome mientras duermo?</p> <p>Eso me preocupó. Además de resultar increíblemente espeluznante, la costumbre que tiene mi Creador de espiarme cuando tengo pesadillas suele aumentar cuando hay problemas en el horizonte. Antes de nuestra gran lucha contra él dos meses atrás, normalmente al despertar me había encontrado a Nathan en la cama a mi lado, mirándome como si fuera a desaparecer si volvía la cabeza. Justo tres semanas después de eso, cuando nuestro nuevo Donante había entrado en casa con la intención de atravesarnos con una estaca mientras dormíamos, Nathan había estado sentado en la silla de mi escritorio, vigilándome, esperando a que algo, a que cualquier cosa, sucediera.</p> <p>En lugar de quedarse en la puerta, había entrado y se había sentado en mi cama (la verdad es que no había otro sitio donde ir, la habitación era muy pequeña) como si lo hubiera invitado. No es que me sintiera ofendida, porque era su apartamento, y la vieja habitación de Ziggy no era del todo como un hogar para mí.</p> <p>Observé a Nathan mientras él me miraba a mí, y supuse que intentaba evaluar mi estado de ánimo. Detestaba discutir conmigo, y estaba claro que había esperado que la conversación se desarrollara de otro modo.</p> <p>—Bueno, estoy preocupado —cuando enarqué una ceja, lo admitió—: De acuerdo, estoy irracionalmente enfadado contigo.</p> <p>Maldito sea por estar tan guapo. El tiempo deja de molestarte cuando te conviertes en vampiro y Nathan se había detenido a los treinta y dos. A pesar de la palidez asociada a setenta años evitando la luz del sol, seguía tan guapo y joven como estaba en las fotografías que había guardado de su vida prevampiro. Aunque entonces Nathan parecía la estatua de un dios griego, con su pelo negro, unos preciosos ojos grises y un cuerpo tonificado y duro, eran sus ojos lo que me habían hecho enamorarme de él. A pesar de que se había mostrado muy duro y había supuesto una amenaza para mi vida la primera vez que nos vimos, yo había visto bondad y tristeza en ellos. Sus ojos no eran sólo ventanas a su alma; eran puertas que dejaban salir cosas que no habría podido ocultarme ni siquiera sin el lazo de sangre que nos unía.</p> <p>Había vuelto a mi ordenador, donde mi última disertación sobre la fisiología del vampiro había esperado con un cursor parpadeando con impaciencia. Puedes sacar al humano del médico, pero no puedes sacar al médico del vampiro… o como se diga. Había estado trabajando en <i>Un estudio de la compatibilidad de sangre para la eficiencia metabólica</i> para matar el tiempo y distraerme de la locura de los dos últimos meses. Pero inevitablemente había podido conmigo, de modo que cuando Nathan había entrado yo estaba tecleando <i>calcetines altos amarillos</i> una y otra vez.</p> <p>—Has sido tú el que ha dicho «irracional», no yo.</p> <p>—No puedo evitarlo —su vergüenza era evidente a través del lazo de sangre, pero eso no calmó mi enfado—. ¿Qué está pasando?</p> <p>—Bueno, para empezar, estoy cansado de este estúpido proyecto de investigación…</p> <p>—¿Tú estás cansado? He sido yo la que se ha pasado toda la semana bebiendo AB negativo —a pesar de que se rió, lo vi nervioso—. Y has estado vigilándome mientras dormía, lo que normalmente significa que algo importante está a punto de pasar. Además, he estado teniendo estas pesadillas, aunque estoy segura de que no es nada.</p> <p>—No sonaba como si no fuera «nada» —el colchón crujió cuando se levantó.</p> <p>—Vaya, así que escuchas además de mirar.</p> <p>El fantasma de una sonrisa sarcástica cruzó su cara cuando se arrodilló junto a mi silla.</p> <p>—Haces que suene como si fuera obsceno.</p> <p>Sabía que no podía evitar esa oleada de deseo que capté a través del lazo de sangre, porque nuestros cerebros estaban conectados mediante una extraña y telepática línea colectiva. A menos que me bloqueara, o viceversa, oíamos los pensamientos del otro y sentíamos las emociones del otro. Por desgracia, el lazo de sangre no filtra las emociones negativas, así que siempre, después del sexo, captaba una buena ración de culpabilidad. Recuerdos de Marianne, su esposa fallecida, nunca estaban lejos de su mente, de modo que el juego de castigo siempre solía aparecer escasos minutos después de la <i>petit mort.</i> Una vez que yo sentía su sentimiento de culpa, añadía un poco del mío por el hecho de haber ayudado a causarlo, y el resultante efecto bola de nieve era una razón lo suficientemente buena como para querer evitar tener sexo con él; sin embargo, no renunciábamos a algún que otro encuentro. Haberlos dejado habría sido como dejar la heroína de golpe.</p> <p>—En serio, ¿por qué estás vigilándome?</p> <p>—Por las pesadillas.</p> <p>Me encogí de hombros en un intento de catalogar mis terroríficos sueños como algo meramente recurrente.</p> <p>—Tengo muchas pesadillas.</p> <p>—Has dicho su nombre.</p> <p>Nathan no era mi primer Creador. Cyrus, a quien sólo conocía como «John Doe» cuando me atacó en la morgue del hospital, me había convertido en vampiro y a punto había estado de matarme cuando no me había mostrado dispuesta a satisfacer sus retorcidos deseos. Cuando había vuelto con Nathan y con el Movimiento Voluntario para la Extinción de Vampiros en busca de ayuda, Cyrus me había arrancado uno de mis dos corazones (un extraño rasgo de la fisiología de los vampiros) y me había dejado desangrándome en el callejón detrás del edificio donde vivía Nathan. Cuando Nathan me encontró, yo ya había muerto. Él me había revivido dándome su sangre y eso había tenido el efecto deseado: estaba viva, después de todo. Pero Nathan no había caído en la cuenta de que con ello estaba volviendo a crearme.</p> <p>Antes de que todo eso sucediera, él ya tenía un odio arraigado hacia Cyrus y ahora, como mi nuevo Creador, ese odio era diez veces más fuerte. Odiaba que mencionara a mi primer Creador, aunque fuera de pasada, pero una parte de mí, la más malvada, no pudo evitarlo.</p> <p>—Tal vez mis sueños sobre Cyrus son algo subconsciente para irritarte.</p> <p>Él enarcó una ceja.</p> <p>—Ésa es la misma excusa que utilizas para dejar la pasta de dientes sin tapar.</p> <p>Tenía razón. Normalmente tiene razón. ¡Maldita intuición de Creador! Apagué el monitor del ordenador y me recosté en la silla.</p> <p>—Imagino que tienes alguna teoría para esto.</p> <p>—Aún no. Esperaba darle forma mientras me cuentas, con detalle, esos sueños. Después, iba a interrumpirte con una gran exclamación, algo parecido a «¡aja!» y en ese punto te quedarías impresionada y ligeramente excitada por mi genialidad —se encogió de hombros—. Pero ahora, supongo que simplemente me conformaré con los detalles.</p> <p>Volteé los ojos y me crucé de brazos.</p> <p>—Nunca veo su cara, pero sé que es él.</p> <p>Nathan asintió, indicándome que continuara.</p> <p>—No hay más colores que el azul —me mordí el labio—. El mismo tono azul acuarela que recuerdo de cuando estuve… muerta.</p> <p>Nathan frunció el ceño intensamente, una indicación de que le había despertado la curiosidad con mi historia.</p> <p>—¿Estás segura de que tu superconsciente no está recordando esa noche?</p> <p>Cuando tenía esos sueños, siempre veía las mismas cosas. El brillante gato naranja que había pasado por delante de mi cuerpo abierto, y las siluetas de la gente de las sombras que venían a buscarme. No quise intranquilizar a Nathan con esos recuerdos. Mi breve muerte, la segunda, ya le había traumatizado bastante.</p> <p>—Déjate de tanta tontería psicológica. Crees que estoy teniendo estos sueños por una razón, ¿verdad?</p> <p>Dejó escapar un largo suspiro mientras su mente buscaba excusas para no responderme.</p> <p>—Supongo que podría ser algún resto de tu antiguo lazo de sangre con él.</p> <p>—Pero ¿por qué ahora? —sacudí la cabeza—. Han pasado dos meses. ¿Qué podría haber pasado para reactivar el lazo ahora?</p> <p>Nathan se levantó intentando, aunque sin lograrlo, parecer despreocupado.</p> <p>—Podría ser cualquier cosa. Le diré a Max que investigue en los archivos del Movimiento.</p> <p>El Movimiento Voluntario para la Extinción de Vampiros era una organización totalitaria que exigía la muerte de los vampiros que no vivían siguiendo su estricto código. Nathan llevaba setenta años en libertad condicional por haber matado a su mujer, a pesar de que no había sido del todo su culpa, y al crearme había roto una de las reglas esenciales: evitar la muerte inevitable de un vampiro herido. En lugar de esperar a que lo descubrieran y lo mataran, Nathan había optado por ser un proscrito, pero mantenía la comunicación con Max Harrison, el único vampiro que conocía las circunstancias que nos rodeaban a Nathan y a mí.</p> <p>Sonreí.</p> <p>—Estoy segura de que le encantará la misión.</p> <p>—No tiene elección —dijo Nathan con tono alegre. Ya no ocultaba el hecho de que vivía para hacer de la vida de Max un infierno—. Bueno, hace tiempo que se ha puesto el sol. Será mejor que baje y me gane el pan. ¿Vas a trabajar esta noche? Tengo género que catalogar.</p> <p>—Por muy tentador que pueda sonar, no —ya había trabajado bastantes horas no remuneradas en la librería y tienda de ocultismo de Nathan como para llenar varias vidas. Señalé hacia el ordenador—. Tengo que terminar esto antes de que me vuelva loca.</p> <p>—Como quieras. Pero la próxima vez que quieras hacer algún loco experimento, utiliza a otro como tu rata de laboratorio.</p> <p>Oí la puerta cerrarse cuando se marchó. Solía echar el cerrojo, pero en esa ocasión no oí el revelador tintineo de las llaves.</p> <p>Los vampiros le dan tanta importancia al vínculo entre Creador e Iniciado como los humanos al vínculo entre padre e hijo. Por lo general, Nathan era terriblemente protector conmigo, e intenté desechar la sensación de que algo podía ir mal. Esos pensamientos eran como la hiedra venenosa; una vez que la rozas, la infección se extiende y aumenta. No me apetecía pasar la noche en ascuas y saltando ante el más leve sonido.</p> <p>Encendí el monitor con la esperanza de perderme en la jerga médica, pero no podía concentrarme. Mi inquietud aumentó, las manos comenzaron a sudarme y sentí un cosquilleo en el estómago. Analicé los síntomas y sólo entonces pude reconocer la reacción de mi cuerpo.</p> <p>Lucha o huida.</p> <p>La primitiva respuesta al miedo había ido tomando forma dentro de mí lentamente, pero no corría un peligro inminente. El corazón me dio un vuelco cuando comencé a ver mi reflejo detrás de las palabras sobre la pantalla. Las pupilas se me habían dilatado y mi rostro comenzó a transformarse en el de un monstruo. Me levanté con la intención de calmarme; no había razón para sentirme así.</p> <p>A menos que fuera el lazo de sangre.</p> <p>Nathan.</p> <p>Salí corriendo de mi habitación y, al hacerlo, tropecé con la silla del escritorio. Nuestro piso estaba en el piso de arriba, la librería estaba en el sótano. Bajé las escaleras tan rápido como pude, aferrándome a la barandilla mientras mis pies se tropezaban el uno con el otro. La puerta parecía estar a años luz. Salí por ella hacia la calle, donde el frío aire de comienzos de primavera me quitó el aliento.</p> <p>Y entonces el dolor se apoderó de él, y abandoné toda esperanza de recuperarlo.</p> <p>El vínculo de sangre había desaparecido, pero no como cuando Nathan me ocultaba sus pensamientos; era como si hubiera un muro de ladrillo. Era… como un vacío.</p> <p>Nathan estaba muerto.</p> <p>Me aferré a la barandilla de las escaleras que descendían bajo la acera. La luz de la luna iluminaba los cristales rotos. Lo que fuera que había atacado a Nathan había entrado por la ventana de la tienda.</p> <p>«Busca un arma. Busca ayuda».</p> <p>Bajé los escalones de dos en dos. Dentro, la luz de la trastienda titilaba agonizante. Unos tubos fluorescentes rotos llenaban el suelo y algunas chispas caían del cableado del techo como copos de nieve.</p> <p>Las mesas donde solían estar expuestos con mucho gusto los cristales, las cartas de Tarot y otras baratijas <i>New Age</i> estaban completamente destruidas, hechas astillas sobre el suelo y aplastando los objetos que habían sostenido una vez. A mi derecha, la vitrina de cristal del mostrador estaba hecha pedazos. Sabía que Nathan tenía un hacha en el armario de detrás. Me moví en esa dirección con tanto silencio como pude teniendo en cuenta que el cristal crujía bajo mis zapatos.</p> <p>Algo se movió en el laberinto de estanterías que había detrás de mí.</p> <p>El ruido me paralizó por un momento mientras sopesaba la distancia hasta la puerta y las probabilidades que tenía de defenderme bien con el hacha. Deseché la opción de salir corriendo. No podía dejar a Nathan atrás. No, si existía la más mínima posibilidad de que pudiera estar a salvo.</p> <p>Corrí hasta el armario, saqué el hacha e intenté impregnar mis entumecidos dedos de algo de valor mientras agarraba el mango. Lo que fuera que había entrado seguía en la tienda.</p> <p>Se me erizó el vello de la nuca. La cosa que se ocultaba entre las sombras rugió.</p> <p>El reloj de detrás del mostrador dio la hora. Salté. La criatura salió corriendo hacia mí.</p> <p>Mi cabeza rebotó contra el duro suelo cuando esa cosa me derribó y unos fuegos artificiales de dolor explotaron en mi visión. El olor de la sangre de Nathan, por lo general un perfume agradable y familiar, llenó mis fosas nasales de amargor y sentí náuseas. Cerré los ojos y mis músculos se tensaron mientras intentaba no vomitar.</p> <p>El peso de la cosa que hacía presión sobre mí se elevó. Abrí los ojos a tiempo de verla saltar por detrás del mostrador con su ruidosa respiración casi enmudeciendo las repetidas campanadas del reloj.</p> <p>—¿Nathan? —grité sin apenas reconocer mi propia voz por el pánico que la teñía. Volví a gritar su nombre. No hubo respuesta.</p> <p>Sorprendentemente, de pronto lo vi muy claro: Nathan no podía venir a ayudarme. Estaba sola con esa criatura y lamentablemente equipada para defenderme.</p> <p>Un fuerte gruñido sonó detrás del mostrador y en un segundo de puro terror, lancé el hacha en esa dirección. Chocó contra la caja registradora y cayó al suelo, lejos de mi alcance.</p> <p>Sola. Lamentablemente equipada. Y obviamente estúpida.</p> <p>No tuve mucho tiempo para preocuparme. La criatura saltó sobre el mostrador y me abordó. Con un grito me quedé sin aliento y alcé la vista para ver al monstruo, a través de una bruma de dolor, agarrándome.</p> <p>Un hombre. Un hombre desnudo y ensangrentado.</p> <p>La criatura no había matado a Nathan. La criatura era Nathan.</p> <p>Su rostro se retorció en un salvaje rugido. Sus ojos eran fríos y no me reconocían. Sujetaba un pedazo de cristal empapado en sangre y unos sangrientos símbolos cubrían sus brazos y su pecho. Con otra oleada de náuseas caí en la cuenta de que los había tallado en su propia carne.</p> <p>Inclinó la cabeza hacia mí y giré la cara. Se acercó tanto que su aliento levantó el pelo de mi sien y me olfateó. Con un audible rugido alzó el fragmento de cristal sobre su cabeza.</p> <p>—Nathan, por favor, no —le susurré, pero sabía que no me oiría. Esa cosa no era Nathan. Era un monstruo que llevaba la cara de mi Creador.</p> <p>Bajó el cristal y me estremecí cuando cayó al suelo junto a mi cabeza. Una sangre fresca y cálida procedente de su mano me manchó la cara cuando me agarró de la barbilla y me obligó a mirarlo. Farfulló en una lengua que no entendí y se apartó.</p> <p>Aunque me senté rápidamente, se había marchado antes de que pudiera verlo. La única evidencia de su presencia allí eran sus huellas marcadas con sangre sobre las escaleras que conducían a la calle.</p> <p>Temblando, levanté una mano como para alcanzarlo. Estaba mojada con su sangre corrompida. Por lo general, el olor de la sangre de Nathan me reconfortaba; ahora, algo la había manchado, y la fetidez me hizo vomitar. Me cubrí la nariz con el cuello de la camisa mientras me arrastraba hacia la puerta. El cristal roto sobre el suelo me pinchó los brazos, pero apenas lo sentí.</p> <p>Como un zombi, subí las escaleras hasta el apartamento, ignorando la sangre que goteaba de mis manos cortadas. Reaccioné lo suficiente como para cerrar con llave. Después, fui a la habitación de Nathan y me senté en el borde de la cama con el teléfono inalámbrico. Marqué automáticamente con la mirada fija en un enganchón que la alfombra tenía en un extremo.</p> <p>—Harrison —Max sonó alegre al otro lado de la línea. Quería estar donde estaba él, sin tener consciencia de lo que acababa de ver.</p> <p>—Soy Carrie —tragué con dificultad—. Te necesito.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 2</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Territorio familiar</p> </h3> <p>El suelo estaba frío, pero el aire era caliente y demasiado brillante. Instintivamente, Cyrus se estremeció cuando la luz del sol tocó su piel. Su piel desnuda y de humano.</p> <p>Qué humillante. No tenía energía para clamar contra tal indignación. El cansancio inundaba sus huesos y el hambre lo roía por dentro.</p> <p>Como vampiro, su necesidad de sangre se había correspondido con la idea de hambre, pero había sido mucho más que un deseo físico. El hambre de sangre era una necesidad de realización emocional, eran las ansias de consentir el deseo más primario de su especie. Matar. Controlar. El hambre humana era sádica en cuanto a su simplicidad. Una agonía puramente física que hacía siglos que no sentía.</p> <p>¿Qué le había pasado?</p> <p>Cuando se levantó, sus huesos gritaron protestando y volvió a caer. A su alrededor, podía distinguir una oscuridad cavernosa. Encima de él, un cono de luz de sol proyectaba un círculo de protección, tal y como Dahlia lo habría llamado. Dahlia. Si había tenido algo que ver con eso, le arrancaría su pequeña cabeza de sus gordos hombros, fuera o no humano. En cuanto se recuperara, estaba seguro de que su ira le daría la fuerza suficiente para dirigir todo un ejército de brujas vampiro.</p> <p>Había voces en la oscuridad, pero no podía ver a quién pertenecían. Aunque su visión no se había aclarado, era mucho mejor de lo que había sido cuando había estado muerto.</p> <p>Muerto. Carrie. El dolor de su traición volvió con una sorprendente ferocidad. Ella había rechazado su amor, había rechazado su sangre, y después le había atravesado el corazón con un cuchillo. Si no hubiera tenido las de perder, Cyrus incluso habría admirado su valor.</p> <p>Con los ojos cerrados, se tumbó en el duro y frío suelo. «Mármol», pensó. Era curioso cómo las cosas estaban volviendo ahora a él, pieza por pieza. Tal vez eso era prueba de la existencia de un alma, el recuerdo de vidas pasadas. Dahlia siempre había insistido en que su alma había vivido varias vidas como diversas e importantes figuras históricas. No, ahora no iba a empezar a creer en un alma, porque eso haría que toda la situación fuera mucho más ridícula.</p> <p>Como la desagradable sensación en la parte baja de su abdomen. Hacía meses que no sentía eso, pero el significado volvía a él sin ningún esfuerzo.</p> <p>—¿Hola? —les gritó a las voces en la oscuridad, aunque un rudo «¡eh!» habría sido más apropiado teniendo en cuenta lo que le habían hecho—. Tengo que ir al baño.</p> <p>Las voces riñeron entre sí creciendo en intensidad hasta que alguien gritó y rompió la tensión.</p> <p>—Bueno, entonces ¡ve tú y tráela!</p> <p>—¿A quién? —gritó Cyrus, pero el ruido de la oscuridad se tragó sus palabras. Esperaba que ese «ella» en cuestión no fuera uno de esos dos vampiros que habían tirado de él. Uno había poseído una voz que habría avergonzado a una banshee y la otra había sido tan áspera y masculina que por un momento había pensado que era un hombre.</p> <p>Una puerta chirrió al abrirse y después se cerró de golpe. Un espeluznante grito de terror prendió unas chispas de nostalgia en el corazón de Cyrus, y la puerta volvió a abrirse. El «ella» en cuestión estaba aparentemente aterrorizada, pero eso le dio poca satisfacción, ya que él no estaba ni a salvo ni seguro.</p> <p>—Muévete, zorra —ordenó desde las sombras una voz distorsionada.</p> <p>Una forma salió de la oscuridad. A medida que se acercaba más, los colores se fundieron. El amarillo de su vestido se fundió con el marrón de su pelo y su piel blanca. Sangre roja esparcida por su torso, y unos horribles tonos morados, negros y azules marcaban su cuello y le rodeaban el ojo.</p> <p>Se acercó cautamente, se detuvo a unos dos pasos de él y se arrodilló a su lado. La luz del sol la tocó, pero ella no se quemó. Humana. Su alivio fue palpable; no quería ser la comida de las criaturas sobre las que antes había gobernado.</p> <p>—Estoy aquí para ayudarte —dijo con una voz que fue apenas un susurro.</p> <p>Cyrus la miró con desdén. No podía soportar a las mujeres con voz suave. No le resultaban interesantes, y para él cualquier cosa que no le divirtiera era superflua. Alargó una temblorosa mano para apartarle el pelo de la cara y le tocó el moretón que rodeaba su ojo.</p> <p>—Veo que no escuchas bien.</p> <p>Ella apretó los puños con furia ganándose su respeto por un momento. Después, se estremeció y esa ilusión de valor se desvaneció. No era el primer ojo morado que le habían puesto, y él lo sabía.</p> <p>—Agárrate a mí —le susurró ayudándolo a levantarse—. Han dicho que no podrías caminar.</p> <p>Qué humillante. Él, que había sido letal y poderoso, ahora era humano, y los vampiros que acechaban en las sombras lo sabían. Aunque se mantenían distanciados, su entusiasmo era palpable. Sabía lo que sentiría si estuviera en su lugar. Deseo, curiosidad. Que él supiera, no había vampiros que regresaran de entre los muertos, y sólo ese hecho ya lo convertía en una exquisitez.</p> <p>Uno de los vampiros gruñó. Cyrus oyó el tintineo de unas cadenas a medida que la criatura se acercaba, y se puso tenso. A su lado, la chica tembló.</p> <p>—¡No podéis hacerle daño! —ordenó otro vampiro, y el que estaba avanzando se detuvo.</p> <p>—¿Dónde estoy? —preguntó Cyrus odiándose a sí mismo por confiar en la chica.</p> <p>—En Santa Ana —susurró ella—. Una iglesia.</p> <p>—Me lo imaginaba —la puerta se abrió y tuvo arcadas ante el hedor a muerte con el que solía deleitarse. Miró las brillantes motocicletas de cromo aparcadas en el vestíbulo de la iglesia.</p> <p>—Decían que iban a enterrarlos cuando se pusiera el sol —dijo la chica en voz baja—. No lo han hecho.</p> <p>Cyrus miró hacia las formas enmarañadas de dos cuerpos sobre la alfombra. Uno estaba vestido de negro y con un alzacuello. El otro era el de una mujer con el pelo blanco y su blusa y su chaqueta de punto estaban abiertas dejando ver la arrugada piel de su pecho. Tenía la falda subida alrededor de los muslos y se le veían las medias que le llegaban a la altura de las rodillas.</p> <p>—El padre Bart y la hermana Helen —susurró la chica—. Ellos…</p> <p>—Sé lo que le han hecho —él giró la cabeza y se apoyó en la pared—. Cúbrela.</p> <p>«Hola, conciencia. Volvemos a vernos».</p> <p>Cuando la chica volvió a su lado, estaba temblando. Quería golpearla por su debilidad, tal y como lo habría hecho en su anterior vida, aunque ahora dudaba que pudiera siquiera alzarle el brazo. Por vergonzoso que pareciera, confiaba en ella y no le haría mucho bien no recibir su ayuda.</p> <p>—La rectoría está abajo —lloriqueó patéticamente cuando abrió la puerta. Unos escalones conducían hasta la oscuridad—. Creo que ahí es donde nos tendrán. Es donde me han tenido metida a mí.</p> <p>La mente de él se aceleró, intentando hacer encajar la información que recordaba de su vida anterior y cómo eso podría aplicarse a su situación actual.</p> <p>—¿Y quiénes son?</p> <p>—Monstruos —la palabra fue menos que un susurro.</p> <p>Deseó poder tirarla por las escaleras, pero, por desgracia, eso haría que él cayera detrás también.</p> <p>—Sí, vampiros. Lo sé. ¿Pero quiénes son?</p> <p>Ella sacudió la cabeza.</p> <p>—No sé qué…</p> <p>—¿Quiénes son? ¿Con quién están aliados? ¿Son los Colmillos, o los Celtas o los del Aquelarre? —buscó en su memoria los nombres de otros clanes de vampiros y su corazón se encogió—. ¿No son del Movimiento?</p> <p>Qué pregunta tan estúpida, ¡claro que no eran del Movimiento! No tendría sentido que el Movimiento Voluntario para la Extinción de los Vampiros trajera de vuelta a los vampiros de entre los muertos… A menos que su nueva existencia humana fuera alguna forma de sádico castigo que habían planeado para él. Si fuera así, podría saber quién había sido el que había puesto su nombre el primero de la lista.</p> <p>La chica lo ayudó a bajar las escaleras hasta llegar a un apartamento con una cama, un sillón reclinable, una mesa plegable de aluminio abollada con una cena preparada en el microondas a medio comer y una copia de la guía de televisión con un crucigrama sobre ella. Una pequeña librería sostenía una televisión y unos cuantos libros, además de una botella de agua bendita y un rosario puestos en una esquina.</p> <p>Cyrus señaló al agua.</p> <p>—Esconde eso.</p> <p>La chica lo apoyó contra la pared antes de pasar a hacer lo que le había dicho.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Porque arriba hay muchos vampiros y al parecer en esta habitación no miraron detenidamente. Cualquier arma potencial que podamos encontrar nos vendrá bien —la chica agarró la botella y pasó por delante de él sin mirarlo—. ¿Qué problema tienes?</p> <p>—Ninguno —la palabra vino acompañada de un sollozo histérico y aterrorizado—. Aparte de que me hayan secuestrado unos vampiros y de haber visto cómo asesinan a mis dos mejores amigos.</p> <p>Arrugó la nariz ante la idea.</p> <p>—Si tus dos mejores amigos eran una monja y un cura, diría que sí que tienes un problema. Pero me refería a por qué no me miras.</p> <p>Eso la obligó a hacerlo, y con los ojos bien abiertos.</p> <p>—Porque estás desnudo.</p> <p>Había pasado mucho, mucho tiempo, desde la última vez que se había reído tanto.</p> <p>—Oh, deja que adivine. Tú también eres una hermana. ¿Hermana…?</p> <p>La chica se sonrojó como si esa idea fuera absurda.</p> <p>—No.</p> <p>—Qué pena. Las monjas siempre me han parecido muy divertidas. Todas me decían «no» al principio, pero después me suplicaban que siguiera —se encogió de hombros e ignoró su sollozo de horror—. Quiero utilizar el lavabo y darme un baño. Tendrás que ayudarme. Y después podrías encontrarme alguna prenda de ropa del cura.</p> <p>—¿Y si bajan aquí? —se agarró a su brazo, al parecer más temerosa de sus captores que de su desnudez.</p> <p>—Te sugeriría que dejaras de hacerte la inocente. Es más probable que te dejen vivir si eres una participante activa —la empujó para quitársela de encima y cayó al suelo. No podía soportar el sonido de su agudo sollozo lastimero e intentó arrastrarse.</p> <p>—Deja que te ayude —dijo ella en voz baja, arrodillándose a su lado. Y, como se sentía tan tremendamente débil, dejó que lo ayudara a levantarse.</p> <p>El baño era pequeño, nada a lo que estaba acostumbrado en su antigua vida, pero tenía una bañera y la horrible moqueta naranja no pasaba de la puerta. Si no fuera por las baldosas torcidas del suelo, diría que ésa era, hasta el momento, su habitación favorita.</p> <p>Soportó la humillación de otro humano ayudándolo a usar el lavabo y después la chica se dispuso a abrir el oxidado grifo para llenar la bañera de porcelana.</p> <p>Lo ayudó a meterse dentro, con unos finos brazos que temblaron de agotamiento.</p> <p>—¿Podrás quedarte incorporado?</p> <p>—Estoy sentado en un caldero de agua hirviendo. Intentaré por todos los medios mantener el resto de mi cuerpo fuera, sí.</p> <p>Lo dejó solo con sus pensamientos y entonces un montón de ellos lo invadieron. Demasiado exhausto como para hacer algo más que pensar, consideró los pasos que daría a continuación. Primero, descubriría quién le había hecho eso, y después contactaría con su padre. «A menos que sea padre el que ha hecho esto». Eso no era tan rocambolesco como le gustaría pensar. Lo que no tenía sentido era por qué el viejo lo había vuelto a convertir en humano.</p> <p>No, claro que no habría sido su padre. Cyrus se enorgullecía de tener un nombre conocido entre los vampiros, de modo que tal vez un grupo fanático lo había traído de vuelta con la esperanza de fama o favores a cambio. O por un sacrificio.</p> <p>No era algo que no se hubiera oído; él mismo había ayudado a su padre a sacrificar vampiros durante siglos. Pero ¿por qué era humano?</p> <p>Empezaba a sentirse cómodo cuando oyó un suave golpe en la puerta.</p> <p>—¿Qué? —agarró el objeto más cercano, una pastilla de jabón, y la lanzó contra la puerta.</p> <p>Ratón, como había empezado a llamar mentalmente a la chica, entró con una pila de ropa cuidadosamente doblada.</p> <p>—El padre Bart era más bajo que tú. Y más gordo.</p> <p>—Recoge el jabón —Cyrus la observó mientras se agachaba y tras estudiar su trasero, decidió que no había nada interesante.</p> <p>En el pasado, se habría alimentado de ella. Tenía unas piernas largas y esbeltas que habría sido una delicia tener alrededor de su cuerpo, y un pelo del largo perfecto, lo justo para echarlo atrás y dejar al descubierto su cuello para un buen mordisco. Pero su rostro era demasiado inocente, y su actitud demasiado tímida. Su vestido de tirantes le hacía imaginarla yendo a unos grandes almacenes en la camioneta de papaíto mientras por las ventanillas bajadas salía la música de Garth Brooks.</p> <p>El vampiro Cyrus habría obtenido placer y sangre de ella en una noche y la chica no habría vivido para ver el amanecer.</p> <p>Echaba demasiado de menos la sangre y prefirió no pensar en ello. Cuando ella se levantó y le dio el jabón, él volvió a tirarlo.</p> <p>—¿Qué es eso? ¿Poliéster?</p> <p>—No lo sé.</p> <p>—Pues lee las jodidas etiquetas. ¿No vales para nada? —agarró la camisa que estaba en lo más alto de la pila y leyó la etiqueta antes de arrojarla con desdén—. Yo sólo llevo fibra natural.</p> <p>La chica asintió con gesto de inseguridad.</p> <p>—No creo que el padre Bart tuviera…</p> <p>—¡El cura muerto no es mi puto problema! —dio un puñetazo dentro del agua haciendo que ésta se saliera por los bordes de la bañera.</p> <p>Ratón se apartó gritando y a Cyrus le animó bastante ver a la chica asustada.</p> <p>—Márchate. Si no puedes encontrarme nada apropiado, tendrás que preguntarles a esos imbéciles de arriba —apoyó la cabeza sobre la bañera y cerró los ojos disfrutando de la letanía de súplicas de la chica mientras ella se encogía en el suelo.</p> <p></p> <p>Max llegó cinco horas después. Yo estaba bajo las sábanas en la cama de Nathan, aferrándome a su aroma como si fuera una balsa salvavidas e intentando ignorar la radio que él siempre tenía encendida. La emisora de <i>rock</i> clásico estaba emitiendo un bloque de Fleetwood Mac. <i>Gipsy</i> estaba terminando cuando oí la puerta de la entrada abrirse de golpe.</p> <p>—¿Carrie? —algo pesado golpeó el suelo en el salón; probablemente era la bolsa de tela que Max siempre llevaba con él. Unas fuertes pisadas recorrieron el pasillo y salí de las sábanas a tiempo de verlo detenerse en la puerta.</p> <p>—¿Qué está pasando? ¿Dónde está Nathan?</p> <p>—Se ha ido —no sé si fue por el alivio de por fin tener a un aliado en mi pesadilla o porque había asimilado la realidad de la situación, pero mi voz se rasgó y comencé a llorar—. Se ha ido.</p> <p>—Oh, Dios, Carrie —Max se sentó en la cama y me rodeó con los brazos. Cuando hundí la cara contra su hombro, su chaqueta me olió a cuero y a humo de cigarro. Me apartó y, representando el movimiento de una estaca atravesándole el corazón, me preguntó en voz baja:</p> <p>—¿Se ha ido del todo?</p> <p>Sacudí la cabeza y me sequé los ojos.</p> <p>—No de ese modo. Estaba aquí, su cuerpo estaba aquí, pero él no estaba.</p> <p>—¿Estaba poseído?</p> <p>—No exactamente —¿cómo podía explicarlo?—. No quedaba nada de Nathan. ¿Podrías apagar esa radio?</p> <p>Max asintió y jugueteó con la radio despertador hasta que <i>Go Your Own Way </i>dejó de oírse.</p> <p>—Odio esa canción.</p> <p>Me cubrí los ojos y volvió a abrazarme, pero por muy reconfortante que fuera ese acercamiento físico, no sirvió para calmar el dolor de mi corazón.</p> <p>—¿Qué ha pasado? —preguntó.</p> <p>—Lo sentí por el lazo de sangre. Sentí que algo iba mal y por eso bajé.</p> <p>Cuando no pude terminar, me dio unas palmaditas en la espalda. Era un hombre muy comprensivo.</p> <p>—Escucha, voy a bajar a echar un vistazo. Tú quédate aquí —me apartó y me miró a los ojos—, ¿de acuerdo?</p> <p>Lo seguí hasta el salón y lo vi sacar unas estacas de la bolsa.</p> <p>—Ten cuidado.</p> <p>Me miró y me dirigió la sonrisa más fingida que había visto en su rostro.</p> <p>—Puedo cuidarme solo, doctora.</p> <p>—No, no me refiero a eso. Si Nathan está ahí abajo…</p> <p>Max siguió mi mirada, posada en la estaca que llevaba en la mano. Cuando nuestros ojos volvieron a encontrarse, su expresión me partió el corazón más de lo que ya estaba.</p> <p>—Ten un poco de confianza en mí, Carrie.</p> <p>—Lo siento —al borde de las lágrimas, me giré y fingí interés en una de las muchas estanterías que cubrían la pared. Sólo cuando oí la puerta cerrarse suavemente, me permití secarme los ojos. Al alzar la mirada, vi los lomos de la enorme colección de libros de Nathan, y al otro lado vi su sillón, sus zapatos, una taza de sangre por la mitad sobre una pila de libros. Todo estaba allí, todas las pequeñas partes que conformaban la vida de Nathan esperando a que él regresara con ellas. Si no lo encontrábamos nunca, tendría que enfrentarme a esos pequeños recordatorios.</p> <p>No sé cuánto me quedé ahí mirando la foto, pero cuando el chirrido del pomo anunció el regreso de Max, me sorprendió que hubiera tardado tan poco.</p> <p>Se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo de una silla.</p> <p>—No hay nada, sólo un montón de sangre con olor desagradable. ¿Se supone que es suya?</p> <p>Asentí, sin poder hablar.</p> <p>—No hay nada más que podamos hacer esta noche —se rascó la nuca y maldijo—. Dime qué ha pasado.</p> <p>Los símbolos.</p> <p>—Había marcas —busqué una libreta y un boli—. Unas cosas extrañas que se había grabado por todo el cuerpo.</p> <p>—¿Grabado? ¿Con cortes? —Max se puso a mi lado y miró por encima de mi hombro mientras yo garabateaba lo que podía recordar de ellos.</p> <p>—Creo que eran sigiles o algo así —cerré los ojos, pero no pude hacerme una idea clara—. Parecían como ángulos con círculos.</p> <p>Cuando le di el papel, frunció el ceño y deslizó los dedos sobre los símbolos.</p> <p>—¿Estás segura de que eran así?</p> <p>—Bueno, no les he sacado una foto, pero cuando un hombre desnudo y ensangrentado con cosas raras grabadas por todo su cuerpo te tiene contra el suelo, por la cabeza se te pasan otras cosas —me mordí el labio y señalé a la hoja—. ¿Qué crees?</p> <p>—¿Te atacó? —los ojos de Max se clavaron en mí y buscaron señales—. ¿Estás bien?</p> <p>—Sí —no había pensado en mencionar lo del ataque, y ahora esa omisión me parecía ridícula. Casi me reí de mi estupidez—. Paró. Creo que… creo que sabía que era yo. Me olió y después… simplemente se detuvo.</p> <p>Max pensó en ello y le dio la vuelta a la hoja.</p> <p>—¿Nathan habla otros idiomas? —sacó su teléfono móvil—. ¿Arameo, hindi, griego? ¿Algo con letras distintas a las nuestras?</p> <p>Sacudí la cabeza.</p> <p>—Gaélico, que lo aprendió de niño, pero las letras son iguales. A veces lo habla sin darse cuenta cuando está cansado o ha bebido, pero…</p> <p>Max se rió.</p> <p>—Recordaré eso para futuras referencias.</p> <p>El hecho de que pensara que Nathan tenía un futuro me reconfortó un poco. Me senté en el sillón mientras Max marcaba un número en su teléfono.</p> <p>—¿A quién estás llamando?</p> <p>—Al Movimiento —dijo como quitándole importancia, como si no estuviera en la casa de dos vampiros fugitivos.</p> <p>Le quité el teléfono.</p> <p>—¡Eh! ¿Qué estás haciendo?</p> <p>—No puedes llamar al Movimiento —le susurré con furia a pesar de que podían oírme—. Nos matarán.</p> <p>—Querrán saber que algo le ha pasado a Nathan. Además, ¿quién va a ayudarnos? ¿Esos libros de hechizos que hay ahí abajo? —se giró para hablar por teléfono y saludó a alguien en español—. Hola, cariño. Soy Harrison. Pásame con Anne.</p> <p>El corazón me palpitaba con fuerza mientras veía al único amigo de Nathan convertirse en Judas.</p> <p>—Anne, ¿cómo estás? —preguntó también en español—. Soy Harrison —se detuvo y entonces estalló en carcajadas.</p> <p>¿Cómo podía hacerlo? Nathan había abandonado el Movimiento Voluntario para la Extinción de Vampiros al convertirse en mi Creador. Desde entonces, habíamos estado intentando pasar desapercibidos, ¿y ahora Max iba a descubrirnos?</p> <p>—Entendido —sonrió ampliamente—. Estaremos en el avión cuando se ponga el sol.</p> <p>—¿Avión? —dije apenas había colgado—. ¿Adónde vas?</p> <p>—Los dos vamos al cuartel general del Movimiento. En Madrid —añadió como si el lugar donde estaba ubicado fuera mi principal preocupación.</p> <p>—¿Cómo dices? ¿Esperas que me meta en un edificio lleno de asesinos que tienen órdenes de eliminarme? —sacudí la cabeza enérgicamente—. Ni hablar.</p> <p>Max se rió.</p> <p>—¿Te crees muy importante, verdad? Hay miles de vampiros renegados por todo el mundo. Tú eres una vampira de dos meses de edad que mató a su Creador. Aunque le mencionaras tu nombre a todo el mundo en ese lugar, apuesto a que no te cruzarías con un vampiro que lo reconociera.</p> <p>—Pero les has dicho lo de Nathan. Ahora irán a buscarlo.</p> <p>Max tiró el teléfono sobre la mesita de café y se sentó a mi lado.</p> <p>—Era un buen asesino. Lamentan que haya abandonado, pero no van a ponerle precio a su cabeza a menos que sobrepase la línea. Hay muchos más vampiros ahí afuera haciendo más daño a la humanidad.</p> <p>Sabía que era verdad, Nathan me lo había dicho. Si nos hubieran querido muertos, nos habrían atravesado con una estaca una semana después de que yo matara a Cyrus.</p> <p>—¿Sobrepasar la línea? —el corazón me dio un vuelco—. ¿Haciendo qué?</p> <p>—Matar a alguien o crear un nuevo vampiro. Escucha, no voy a decirte que esta situación es ideal. Nathan corre un grave peligro. Si pensara que tenemos los recursos necesarios para ayudarlo nosotros mismos, jamás habría involucrado al Movimiento.</p> <p>—No dejarás que lo maten, ¿verdad?</p> <p>Max sacudió la cabeza, pero aun así mi corazón estaba cubierto por una banda de preocupación.</p> <p>—Hay algo que no estás diciéndome —murmuré.</p> <p>Suspiró.</p> <p>—Hemos estado siguiendo al Devorador de Almas. Ha habido… actividad.</p> <p>Claro que la había habido. Jacob Seymour, el padre de Cyrus y Creador de Nathan, había protagonizado mis pesadillas desde que lo vi en la fiesta del Año Nuevo Vampiro de Cyrus. Se comía a otros vampiros, consumiendo su sangre y sus almas para seguir vivo después de que tantos años de maníaco poder le hubieran pasado factura a su metabolismo. La mayor parte del tiempo dormía en su ataúd con todo un séquito de guardias, pero un golpe del Movimiento había desestabilizado su calendario alimenticio.</p> <p>—¿Qué clase de actividad? —tenía los puños apretados y estaba clavándome las uñas. Quería gritar—. ¡Vamos! ¡Dime qué está pasando! —pero no podía tratar así a Max. Estaba intentando ayudarme dándome la información con delicadeza, pero no sabía que eso era como quitar una tirita muy despacio.</p> <p>—Sus Iniciados más conocidos han desaparecido, incluso tipos del Movimiento. Carrie, hay una razón por la que el Devorador de Almas es tan débil. Ha creado un Iniciado al año durante cinco siglos. Ahora todos están desapareciendo y él está haciéndose más fuerte.</p> <p>Si antes creía que había tocado fondo, estaba muy equivocada. Ante las palabras de Max, el fondo se hundió más todavía.</p> <p>—No crees… —no podía decirlo. Sólo había una forma de que el Devorador de Almas se hiciera más fuerte: consumiendo la sangre y el alma de un vampiro.</p> <p>—Eh, yo sólo sé lo que me han dicho —dijo—. Pero esto… escucha, sólo hay una persona que podrá decirnos qué le ha pasado a Nathan, aunque por desgracia, es un poco peligrosa. Por eso el Movimiento la tiene —se detuvo, maldijo y se pasó una mano por su pelo corto y rubio—. No me gusta el plan, pero creen que es la mejor idea y, sinceramente, no tenemos otro sitio adonde ir.</p> <p>Impactada, me di cuenta de que mi noche no había empezado así. Me había levantado, había hablado con Nathan y había salido a dar un paseo, sin sospechar que nos aguardaban más penurias. Lo injusto de la situación me hundió. Lo único que quería era a Nathan, tenerlo a mi lado para que me dijera que todo iba a salir bien. Intenté percibirlo mediante el lazo de sangre, pero no sentí nada. Un dolor, tan poderoso que no pude expresarlo con un sonido, salió de mi cuerpo y mi boca se quedó helada en un silencioso grito. Intenté mantenerme en pie, pero caí de rodillas sobre el suelo.</p> <p>Max corrió a mi lado al instante, me levantó y me tumbó en el sillón. Me rodeó con sus brazos y me eché sobre él. Su camiseta resultaba cálida contra mi mejilla y por un momento imaginé que era Nathan el que me abrazaba.</p> <p>Después alejé esa fantasía de mi cabeza. Tenía que enfrentarme a la realidad. Nathan se había ido y tal vez para siempre.</p> <p>—No sé qué voy a hacer —sollocé, más para mí misma que hacia Max.</p> <p>Él intentó controlar la emoción para que no se reflejara en su voz.</p> <p>—Yo sí sé qué vas a hacer. Vamos a subirnos a ese avión con destino a Madrid, nos reuniremos con el Movimiento, visitaremos la ciudad, nos emborracharemos y veremos un espectáculo de flamenco, ¿a que suena bien?</p> <p>—¿Cómo puedes bromear en un momento como éste? —me sequé la nariz con el dorso de la mano mientras lo miraba—. ¿Y si no recuperamos a Nathan?</p> <p>—Esto no es lo peor que le ha pasado a Nathan. Saldrá de ésta —vaciló—. No se lo he contado a nadie…</p> <p>—¿Que no has contado qué?</p> <p>Él miró a otro lado.</p> <p>—No sé si servirá de algo que te lo diga.</p> <p>—Merece la pena intentarlo —nada de lo que dijera podría empeorar las cosas.</p> <p>—Mi Creador murió —antes de que pudiera darle las condolencias, se apresuró a continuar diciendo—: hace unos diez años. No pertenecía al Movimiento, y yo tampoco lo era al principio. Estaba viviendo con él, no era una relación homosexual ni nada de eso, y comencé a hablar con una chica. Era una de ellos, una asesina. Yo no lo sabía. Me utilizó para llegar hasta el Movimiento y después no me dio elección. O me unía a ellos o moría, y después de ver lo que le había hecho a Marcus…</p> <p>—No tienes que seguir —le susurré. El dolor en su voz me abrumó.</p> <p>Asintió y sonrió como si le avergonzara exponerse emocionalmente.</p> <p>—Aún lo echo de menos. A veces creo que si pudiera oír su voz… Pero, en general, me he recuperado. Quería decirle «no puedo ni imaginármelo» o «debió de ser horrible», pero sí que podía imaginármelo y sí que era horrible. Por esa razón me lo dijo. Si pudo sobrevivir a la muerte de su Creador, yo podría sobrevivir a estar separada de Nathan, aunque por desgracia, con ello venía implícita la seguridad de que también podría sobrevivir a la muerte de Nathan. No quería pensar en ello, así que no dije nada y volví a apoyarme en Max, en el amor familiar que cimienta las buenas amistades.</p> <p>—Vamos a recuperarlo, Carrie. Nathan para mí es un fastidio y no creo que tenga la suerte de tenerlo lejos durante mucho tiempo —me dio un afectuoso apretón.</p> <p>Nuestra conversación murió sin más a medida que fuimos retrayéndonos en nosotros mismos. Max se quedó dormido, apoyado sobre mí en el sofá. Estoy segura de que hacíamos una bonita estampa: dos almas heridas, la una confiando en que la otra la sustentara.</p> <p>Fuera, se alzó el sol. Estuviera donde estuviera Nathan, esperaba que se encontrara bien.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 3</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">La naturaleza de la bestia</p> </h3> <p>Arriba, una mujer gritaba sin cesar. Era un sonido bello y delicioso que iba a volverlo loco.</p> <p>Cyrus estaba tumbado en la estrecha cama del cura muerto y Ratón dormía en el suelo, donde había estado llorando hasta quedarse dormida para enfado de Cyrus. Sin embargo, había puesto sábanas limpias en la cama, así que no podía decirse que fuera la sirvienta más inútil que hubiera tenido en su vida.</p> <p>El ruido de arriba murió y asumió que la mujer que lo había estado haciendo también murió con él. A continuación, la dejarían sin sangre y se comerían sus órganos. A Cyrus se le secaron los labios de nostalgia. ¡Qué no haría por un trago de sangre!</p> <p>Ratón le había dado de comer una sopa de lata que estaba demasiado clara y demasiado salada. Incluso siendo vampiro, había disfrutado de varias delicias culinarias: chocolate, quesos caros y el mejor caviar. Ya que la sangre había sido su sustento principal, sólo había tenido que comer por placer. La idea de ingerir comida de lo más modesta por necesidad le resultaba brutalmente deprimente, pero por suerte le había devuelto a sus extremidades algo de fuerza.</p> <p>—¿Estás despierta? —se incorporó y la empujó suavemente con los dedos de los pies. Ella estaba tumbada de lado, enroscada, con la manta que él generosamente le había dejado. Cuando ella no se movió, le dio una patada—. ¡Levántate!</p> <p>La chica no se movió. Durante un momento de alegría, Cyrus se preguntó si estaría muerta. Otra patada provocó un pequeño movimiento. Ella frunció el ceño y giró la cabeza. Su apagado cabello le caía hacia atrás, exponiendo su cuello y su pulso, que palpitaba con seductora familiaridad. Sólo un mordisco.</p> <p>Ya no era un vampiro. No tenía colmillos, ni sed de sangre, por lo menos, no físicamente. Pero su alma aún la ansiaba. Anhelaba el rico sabor de la sangre, la conexión emocional del acto de beber. La sopa enlatada no podía reemplazar eso.</p> <p>Se deslizó hasta el suelo sin hacer ningún ruido y curvó su cuerpo alrededor del de ella, cerrando los ojos para dejar de ver cómo daba vueltas la habitación. Aunque sus caderas y hombros eran huesudos, la piel de la chica era cálida. Recordaba esa parte, la seducción. Había habido ocasiones en las que hacerles daño simplemente para verlas luchar había sido divertido, pero ahora ya no estaba seguro de su fuerza y no quería que la chica gritara y alertara a los vampiros que había arriba.</p> <p>El cabello de la joven aún olía a champú, ése barato y con aroma a fresa que había visto en el baño. Hundió su cara en su cuello y saboreó su piel, salada por el sudor y el miedo.</p> <p>Su tacto no la despertó. Ella gimió suavemente cuando él le recorrió la oreja con la lengua. Echó las caderas hacia atrás, contra las de él, y Cyrus la sujetó ahí, junto a su creciente excitación.</p> <p>Así lo recordaba. El puro placer físico se entremezcló con la abrumadora emoción. Siempre había un momento en el que el acto lo hacía beber, le hacía olvidar que había intentado matar y hacer caso omiso de su conciencia. Por un instante, se engañaba para creer que era una expresión de amor y no un preludio de muerte. Por un instante, era tan tonto de creer que lo amaban.</p> <p>Cerró los ojos con fuerza y coló la mano por la parte delantera de su vestido. La calidez de su palpitante corazón resonaba como el suyo, parecía imitarlo.</p> <p>Nunca lo habían amado. ¿Cómo iban a hacerlo si él nunca había merecido amor? Ni el de su padre, ni el de sus esposas, ni el de sus compañeros. ¿Qué había hecho él para merecer amor?</p> <p>La ira lo invadió y agarró la huesuda cadera de la chica con crueldad. Incluso a pesar de carecer de su fuerza de vampiro, sabía que le habría dejado un moretón.</p> <p>Eso era lo que anhelaba. El dolor. El horror. Se deleitaba en ello.</p> <p>Cuando ella se despertó sobresaltada, Cyrus se inclinó y la vio reaccionar lentamente. Primero, confusión tras despertarse de un sueño tan pecaminosamente agradable. Después, vergüenza al darse cuenta de que su sueño había sido realidad. Horror, cuando vio que la sujetaba, y finalmente, aceptación al darse cuenta de lo que él le haría.</p> <p>Aunque el cuerpo de la chica temblaba, sus extremidades estaban paralizadas en un intento patético e inútil de apartarlo. Él se relamió los labios y bajó la cabeza mientras la adrenalina alimentaba su débil cuerpo. Sus desafilados dientes de humano no rompieron la piel y ella gritó mientras sus fauces aplastaban la tierna carne de su garganta, pero no se resistió. Él volvió a intentarlo, y la joven lo golpeó en el pecho con los puños. Cyrus la ignoró y mordió una vez más, cubriéndole la boca con la mano para hacerla callar.</p> <p>La chica lo mordió y él maldijo. Se colocó encima de ella sobre el frío suelo y se situó entre sus muslos después de alzarle el vestido. Sintió el calor y la humedad a través del fino algodón de su ropa interior. Ella abrió los ojos ante tan íntimo contacto y se quedó paralizada durante un mero segundo antes de volver a retorcerse y golpearlo. Pensó que iba a violarla y luchó con más fuerza que cuando había dado por hecho que la mataría.</p> <p>Su terror fue como un afrodisíaco; el aroma de su sudor teñido de pavor lo embargó. Sentir cómo forcejeaba contra su duro cuerpo para escapar lo excitó aún más. La agarró del pelo y le echó la cabeza atrás. Localizó las marcas rojas que le había dejado en el cuello y volvió a morder.</p> <p>En esa ocasión, no soltó la presión inmediatamente, sino que la aumentó hasta que le dolió la mandíbula. Ella le arañó la espalda con las uñas y su largo grito se agudizó según él presionaba más.</p> <p>Finalmente, y con un desagradable sonido, su piel cedió. Sangró, no a borbotones como si hubiera sido una arteria, sino un mero rastro. Si pudiera haber recordado ese sabor en la otra vida, habría sabido que estaba en el Infierno. Pensar que había estado separado de la hermosa violencia de beber sangre… Tembló mientras lamía delicadamente la herida.</p> <p>El grito de ella quedó reemplazado por silenciosos sollozos que él sólo notó por el movimiento de su garganta bajo su boca. Le había hecho daño, la había hecho llorar. Volvía a tener ese poder, fuera o no humano, y eso lo excitaba.</p> <p>El sabor de ella prendió un exquisito fuego en su entrepierna. Se hundió entre sus muslos con fuerza y se dejó llevar por el horrible placer de la sangre brotando de su herida y de la desesperación que brotaba de su alma. Pero no era suficiente. No era como antes.</p> <p>—Por favor —dijo ella con la voz entrecortada—. Por favor, no.</p> <p>Su desesperado susurro lo llevó al límite; echó la cabeza atrás y gimió mientras vertía su esencia sobre la pálida piel de sus muslos. Con la respiración acelerada, se apartó de ella, que intentó levantarse con sollozos incontenibles. La puerta del baño se cerró de golpe y el sonido del pestillo fue como un bloque de hielo en su entrepierna.</p> <p>No lo había disfrutado tanto como en el pasado. Antes, cuando había sido vampiro, no se había parado ni un segundo a pensar en lo que había hecho, pero ahora la conciencia lo remordía, a pesar de que, desde que se había convertido, había practicado para ignorarla. ¿Por qué había vuelto ahora? Sin duda era algo de lo que podía prescindir.</p> <p>Le había hecho daño. Un momento antes eso le había producido placer y ahora debería seguir haciéndolo; les había hecho cosas peores a innumerables chicas, había destruido su inocencia y su confianza… por no hablar de sus vidas.</p> <p>Era exactamente lo mismo que le había hecho a Ratón.</p> <p>Se incorporó y se quedó mirando hacia la puerta cerrada del baño. No podía oír sus suaves sollozos, pero los imaginaba mientras oía el agua correr en la bañera. La chica había visto cómo masacraban y violaban a sus amigos, pero no había estado completamente rota. No hasta ese momento. No hasta el momento en que él había abusado de ella y la había aterrorizado. «Eso es lo que haces. Eres un monstruo». Aunque sabía que era verdad, no podía obligarse a creerlo. La humanidad se había abierto camino en su desgastada alma, para bien o para mal… probablemente para mal.</p> <p>Se puso de pie y fue hacia la puerta del baño apoyándose en los objetos que encontraba.</p> <p>—Sal de ahí.</p> <p>Ella no respondió.</p> <p>—He dicho que salgas de ahí —no tenía paciencia para ese jueguecito. Debería subir, exigirles respuestas a sus captores e insistir en que lo devolvieran a su anterior estado, si es que lograba subir las escaleras después de la energía que había gastado forcejeando con ella—. Vete al infierno —fue cojeando hasta la cajonera y sacó algo de ropa del sacerdote muerto. Los pantalones eran un poco cortos y la cintura un poco grande, pero ya se preocuparía más tarde por un atuendo mejor. Se puso una de las horrorosas camisas negras y fue hacia las angostas escaleras. A medio camino, le fallaron las piernas y cayó al suelo. Aun así, siguió avanzando, impulsándose lentamente hasta los primeros escalones, donde tuvo que respirar hondo antes de poder subir arrastrándose por ellos.</p> <p>Se había esperado que la puerta de arriba estaría cerrada con llave, y lo estaba, pero sólo desde dentro. Aun así, le costó bastante. Tuvo que estirarse para alcanzar el pomo y sólo después de varios intentos, logró girarlo. La puerta se abrió y su pésimo equilibrio y su extraña postura lo hicieron caer de bruces sobre la áspera moqueta de la planta principal.</p> <p>Los cuerpos del sacerdote y de la monja habían sido retirados del vestíbulo, pero los habían sustituido por nuevos cadáveres. Cyrus se arrastró por el suelo y, con el movimiento, se le subió la camisa y la moqueta le raspó el estómago. Alargó la mano hacia el manillar de una de las motos para levantarse, pero el vehículo se ladeó y por un momento pensó que iba a caérsele encima. Con un sollozo de frustración, fue hacia la pared y haciendo acopio de una gran fuerza de voluntad, se levantó. No tenían ningún respeto ni por nada ni por nadie, pero tenía más posibilidades si se enfrentaba a ellos de pie y no arrastrándose a sus pies.</p> <p>Mientras descansaba apoyado contra la pared, a través de unas oscuras ventanas vio dónde se encontraba. Un aparcamiento en un océano de tierra del desierto, y al otro lado, una carretera. Cuando bajó la mirada hacia una de las motos y vio la insignia en un lateral se le pusieron los pelos de punta. Los Colmillos.</p> <p>Una parte de él sintió repugnancia al pensar en pasar un minuto más con esos zafios, pero otra parte se alegraba de haberles ofrecido refugio en los días previos a su prematura muerte. Si tuvieran un mínimo de decencia, cosa que dudaba, al menos le explicarían qué estaba pasando.</p> <p>Las grandes puertas dobles que daban a la iglesia estaban cerradas y cubiertas de unos símbolos crípticos dibujados con tiza. Tiró de ellas y entró.</p> <p>Una música fuerte y discordante, la misma de la que Cyrus se había sentido agradecido de librarse cuando la prolongada estancia de los Colmillos en la mansión llegó a su fin, atronaba desde un enorme equipo estéreo colocado en un altar lateral. Una bulliciosa partida a los dados tenía ocupada a gran parte de la banda en el pasillo central. Unos cuantos dormían en los bancos, obviamente sin importarles cómo sus sucias botas y su desastrosa ropa estaban manchando los asientos tapizados. Un Colmillo estaba pintando con spray unos exagerados falos sobre las figuras de un mural que representaba <i>la Última Cena</i> en una pared lateral. En general, estaban comportándose con mucha más educación que cuando habían estado en su casa engullendo cerveza y arruinando sus cenas formales. «Deben de comportarse así porque están en una iglesia».</p> <p>Cuando Cyrus entró, dejaron lo que estaban haciendo para fijarse en él. Todos menos tres. Estaban sentados en el santuario, donde lo habían tenido a él esa misma mañana. Unas velas marcaban el perímetro de un círculo que los rodeaba. Tenían los dedos juntos y entonaban una cantinela en voz baja. Reconoció a uno como la persona que lo había traído desde el Más Allá, una mujer alta con una voz grave y un rostro feo, incluso para tratarse de un vampiro. Los otros parecían más jóvenes. Uno era un hombre, con el pelo negro de punta y la otra, una mujer con un peinado similar. Los tres tenían unas grotescas caras de hambre.</p> <p>Una rabia tan intensa que ardía en sus venas se apoderó de Cyrus, pero sus extremidades estaban tan débiles que cuando corrió hacia ellos, se tropezó y cayó de cara contra el suelo. Alzó la vista mientras los vampiros situados en el perímetro de la sala avanzaban hacia él. Hundieron sus garras en su pelo y le rasgaron la ropa.</p> <p>Un grito, dolorosamente familiar, llenó el aire. Los monstruos se quedaron paralizados y él miró hacia arriba a tiempo de ver a Ratón, con su ligero vestido pegado a su húmeda piel y su cabello empapado cayéndole sobre los hombros. Corrió hacia los vampiros, lo agarró y los apartó de un modo que Cyrus habría considerado de lo más temerario si ella no hubiera estado temblando y gritando histéricamente. Los había sorprendido y eso había bastado. Estaban demasiado impactados como para atacar o resistirse.</p> <p>Agarró la muñeca de Cyrus con su fría y húmeda mano, lo puso de pie y lo sujetó con una fuerza sorprendente. Él miró hacia los tres vampiros que había en el círculo, y pensó en volver a intentar llegar hasta ellos.</p> <p>—¡Por favor! —dijo Ratón tirándole del brazo desesperadamente—. ¡Por favor!</p> <p>Tenía razón al estar asustada porque los vampiros no se quedarían petrificados para siempre. Se abalanzarían sobre ellos como una corriente de muerte, y el débil, patético y humano Cyrus no podría hacer nada para detenerlos. Se agarró fuerte Ratón mientras ella lo sacaba del santuario.</p> <p>Llegaron hasta la puerta justo antes de que los monstruos corrieran a por ellos. Ratón gritó cuando uno la agarró del pelo, pero se liberó y agarró con más fuerza a Cyrus. Unos cuantos pasos más y estarían a salvo, pero esos pasos parecieron kilómetros debido a las piernas adormecidas de él y la cada vez menos fuerza de ella. Con una final y heroica ráfaga de energía, Ratón abrió la puerta del sótano y lo empujó delante de ella. Él estuvo a punto de tropezar escaleras abajo. Ella cerró la puerta y echó el cerrojo.</p> <p>Los vampiros empezaron a arañar la puerta y a lanzar gritos de furia, pero entonces las voces dieron paso a unas fuertes pisadas. Los Colmillos se habían marchado.</p> <p>Cyrus tomó aire; le dolía el pecho por el esfuerzo.</p> <p>—¿De qué iba todo eso?</p> <p>—¡Por favor, no vuelvas a subir ahí! —dijo agarrándolo por la parte delantera de su camisa rajada y atrapando a la vez entre sus manos unos largos mechones de su pelo.</p> <p>—¿Crees que volvería a subir ahí por gusto? ¡Me matarán! —quería agarrarla de los hombros y hundir sus dedos en su tierna piel mientras la zarandeaba, pero decidió que no era divertido hacerle daño. Y ésa era la razón por la que antes no había sentido placer al hacerlo.</p> <p>—Si te matan, ¡me matarán!</p> <p>—¿De qué estás hablando? —bajó la voz. En el pasado, habría preferido morir antes que mostrar sensibilidad ante una mujer gritando, pero por mucho que odiara admitirlo, la necesitaba y necesitaba que estuviera calmada para que pudiera decirle lo que sabía.</p> <p>Se sentó en el segundo escalón y ella lo hizo también, de modo que quedaron apretujados entre las paredes de hormigón de la estrecha escalera.</p> <p>—Si mueres, yo no serviré para nada.</p> <p>«De todos modos ya tenía la impresión de que no servías para nada».</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—Sólo me dejan vivir para tenerte vigilado. No saben cómo ocuparse de un… humano. Me mantuvieron viva para poder cuidarte —de pronto pareció darse cuenta de que sus cuerpos estaban tocándose y se apartó de él—. Si mueres, me matarán. Para ellos soy de usar y tirar. Eso es lo que me dijeron cuando mataron al padre Bart y a la hermana Helen.</p> <p>Cuando giró la cabeza, vio la sangrienta marca de los dientes de él en su piel. Él miró a otro lado.</p> <p>—¿Y si me suicido? ¿Y si fuera a la cocina y me cortara las venas con un cuchillo?</p> <p>—¡No! —volvió a agarrarlo y él la esquivó, aunque los huesos le dolieron por el esfuerzo.</p> <p>—Así que tienes la tarea de velar por mi bienestar a costa de tu vida. Pues has hecho poco por evitar que me haga daño. Hay una cuchilla en el cuarto de baño y cuchillos en la cocina, lo cual me dice que no te importa si vives o mueres —observó su rostro mientras ella absorbía sus palabras.</p> <p>Ratón miró abajo y su voz fue apenas un susurro cuando habló.</p> <p>—¿Te suicidarías?</p> <p>¿Lo haría? Eso le pondría fin a esa miserable existencia humana, pero lo habían traído de vuelta del reino de los muertos al parecer con un propósito y podrían volver a hacerlo.</p> <p>—No, no deseo morir —se deslizó hasta el siguiente escalón, decidido a no volver a mirarla.</p> <p>—Yo tampoco —susurró ella—. Por lo menos, no lo creo.</p> <p>Eso le dio algo de esperanza, algo que utilizar contra ella si era necesario.</p> <p>—En ese caso, más te vale mantenerme con vida.</p> <p></p> <p>—Ya está —anunció Max al dejar caer su bolsa sobre el suelo lujosamente enmoquetado.</p> <p>Únicamente el ligero sonido resultante me recordó que estábamos en un avión. Max se tiró sobre el sofá de piel color crema y levantó los pies, como si estuviera en un sillón de segunda mano de la habitación de un colegio mayor.</p> <p>—Siéntate. Es un vuelo largo.</p> <p>No podía apartar los ojos de la suntuosa decoración del <i>jet</i> privado. Las paredes, la moqueta y los muebles eran de tonos neutros y una cálida luz resaltaba la madera oscura de las mesas.</p> <p>—Esto es más bonito que mi apartamento.</p> <p>—Hay muchos lugares más bonitos que tu apartamento —Max abrió una consola del brazo del sofá y de ella salió un mando a distancia. Lo agarró y encendió la televisión—. Como, por ejemplo, mi apartamento.</p> <p>Observé la pequeña mesa redonda y los dos sillones de orejas a ambos lados de ella. Eran bonitos, pero probablemente no muy cómodos.</p> <p>—¿Vas a monopolizar ese sofá todo el tiempo?</p> <p>—¿Qué? —apartó la mirada de la televisión y se incorporó—. Oh, no. Lo siento. ¿Quieres dar una vuelta por aquí?</p> <p>—¿Es que hay más? —ya sólo con esa sala me había quedado impresionada.</p> <p>Max se levantó y señaló uno de los paneles cubiertos de tela de la pared.</p> <p>—Vamos.</p> <p>Claro, había un pomo de puerta oculto en la moldura de marfil. Max la abrió para dejar ver una pequeña cocina, no muy distinta de las de un vuelo comercial, y al otro lado, una cabina de mando con toda clase de botones brillantes y diales iluminados. Dos pilotos con su uniforme se comunicaban con la torre de control por sus auriculares mientras encendían interruptores y hacían comprobaciones. Eran perfectamente normales. Humanos, incluso.</p> <p>—¿El Movimiento tiene a humanos trabajando para él? —le pregunté en voz baja mientras Max me llevaba hacia la zona de pasajeros.</p> <p>—Hombres lobo. Verás a muchos en el cuartel general. Ellos también son antivampiros, así que el Movimiento cree que es genial tenerlos a bordo. ¿Quieres ver los dormitorios?</p> <p>—Eso es un tema más delicado —le di un pequeño codazo en las costillas—. Más te vale que haya camas individuales o reza porque el vuelo no dure mucho.</p> <p>—Es probable que no —admitió—, pero el verdadero problema es estar esperando en la pista a que anochezca.</p> <p>Al pensar en la salida del sol, me entró el pánico. Una cosa era estar en el cobijo de una casa o incluso en la vieja camioneta de Ziggy cuando amanecía, pero un avión parecía algo terriblemente arriesgado.</p> <p>—¿Vamos a estar metidos en esta cosa cuando salga el sol?</p> <p>—Bueno… sí —Max no parecía nada preocupado y eso resultaba irritante—. Es un vuelo largo y una noche corta. ¿Por qué crees que construyeron esto sin ventanas?</p> <p>—¡Oh, Dios! ¿Y si nos estrellamos? ¡Max, podríamos morir!</p> <p>—¿Y? También morirías si fueras humana y nos estrelláramos.</p> <p>Con ese reconfortante tono, Max me llevó hasta el otro lado de la cabina, donde abrió una puerta de caoba adornada con oro. Al final de un estrecho pasillo, había otra habitación igualmente bonita con dos camas.</p> <p>—Maldita sea —dijo él sacudiendo la cabeza, como si estuviera decepcionado—. ¿No quieres compartir?</p> <p>—Paso. No te lo tomes como algo personal. Ahora mismo estoy concentrándome en todo eso de estrellarnos —intenté no pensar en ello; era algo que se me daba bien desde que habían muerto mis padres. Si ignoraba el dolor, éste no me paralizaría cuando hubiera cosas más importantes de las que ocuparme. Cerré los ojos y me hundí en la cama—. Me he dejado la bolsa en la otra habitación.</p> <p>—Voy a por ella.</p> <p>Cuando Max regresó con la bolsa, le eché un vistazo al contenido; había decidido dejar mi corazón humano en la tienda de Nathan. Después de arrebatárselo a Cyrus, se lo había dado a Nathan para que me lo guardara, y lo cierto era que se había superado en cuestiones de seguridad. La caja que contenía mi corazón era resistente al fuego y estaba soldada, así que nada, a excepción de un Apocalipsis, podría dañar su contenido. Aun así, no podía evitar sentir miedo por estar separada de él, a pesar de saber que nada podía hacerle daño en su escondite secreto, y que dejarlo allí era mucho mejor que intentar colar un corazón humano por las aduanas.</p> <p>Una vampira esbelta y con aspecto simpático llamó a la puerta para saludarnos. A Max se le puso una amplia sonrisa al verla.</p> <p>—Eres nueva aquí.</p> <p>La joven se sonrojó y después pareció recordar su deber profesional.</p> <p>—Sí, lo soy. Me llamo Amanda. Seré vuestra azafata de vuelo.</p> <p>—Yo soy Max. Max Harrison. Seré tu pasajero —le tendió la mano y ella la estrechó con una mirada de suave desconcierto.</p> <p>Giró su mirada hacia mí, con gesto de disculpa, y con tono displicente dije:</p> <p>—No me pertenece.</p> <p>—El comandante dice que vamos a despegar. Tenéis que tomar asiento y abrocharos los cinturones —dijo como si aferrarse a su discurso ensayado pudiera ayudarla a resistir los encantos de Max.</p> <p>—Lo haremos —él le guiñó un ojo y eso la hizo salir disparada de la habitación.</p> <p>—¿Siempre acosas sexualmente a jóvenes inocentes? —le dije volteando los ojos antes de avanzar por el pasillo.</p> <p>Él se rió.</p> <p>—Lo siento, ¿nos conocemos?</p> <p>Una vez que habíamos despegado y que yo me sentí segura de que no corríamos un peligro inminente de caer al océano mientras ardíamos hasta morir, me quité el cinturón y me levanté.</p> <p>—Estoy cansada. Ayer no dormí bien. ¿Te importa si me voy a dormir?</p> <p>Max sacudió la cabeza sin dejar de mirar la televisión.</p> <p>—Novecientos canales. Creo que estaré bien aquí.</p> <p>—Genial —a decir verdad, estaba más cansada por los programas de variedades españoles que había estado viendo que por cansancio físico—. Despiértame antes de aterrizar si es que duermo tanto.</p> <p>—Vale.</p> <p>De camino al dormitorio, oí los gemidos de una actriz porno excesivamente entusiasmada. Por lo menos, Max tendría algo con lo que ocupar su tiempo.</p> <p>Las camas eran más cómodas de lo que me esperaba. Las sábanas eran de un algodón parecido al egipcio y el incesante zumbido de la maquinaria a mi alrededor creó un ambiente parecido al del vientre materno, o al menos, a lo que yo imaginaba que sería el vientre materno. Debería haber podido quedarme dormida inmediatamente, pero mi cerebro no dejaba de reproducir el horror de mi situación. No sabía dónde estaba Nathan o si estaba vivo. Cuando intentaba comunicarme mediante el lazo de sangre, lo único que obtenía era un dolor atroz. ¿Significaba eso que estaba muerto? Sólo imaginármelo intensificaba la agonía, así que evité pensar en él, pero lo único que quería era volver a sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo, oírle decirme que todo saldría bien. Por el contrario, lloré, agradecida de que el ruido del avión impidiera que Max oyera mis sollozos.</p> <p>No estoy segura de en qué momento crucé la línea entre la consciencia y el sueño, de modo que fue un impacto abrir los ojos y encontrarme en la habitación de Cyrus, en su mansión. El colchón que tenía debajo de mí era suave, y las sábanas de lino tan frescas y limpias como recordaba.</p> <p>No hay duda de que Clarence ha cuidado bien de la casa.</p> <p>—Estás despierta.</p> <p>No había oído la voz de mi antiguo Creador, ni siquiera en sueños, desde la noche en que lo había matado. Lo había visto muchas veces, pero siempre a través de un opaco filtro azul. Nunca habíamos hablado. Aun así, recordaba sus empalagosos halagos y sus manipuladoras palabras. Su delicado tono debería haberme puesto en guardia, pero de algún modo sabía que estaba soñando y que no podía hacerme daño. No tenía razón para resistirme a él… aunque tampoco podía decirse que hubiera podido hacerlo en el pasado.</p> <p>Me giré para mirarlo. Su largo cabello dorado blanquecino le cubría los hombros y la almohada que tenía bajo la cabeza. Una sonrisa se formó lentamente en su hermosa boca y deseé tocarla.</p> <p>—No estoy despierta —no pude evitar la tristeza que se reflejó en mi voz—. Estoy en un avión. Estoy durmiendo.</p> <p>Él asintió y me agarró. Sus manos no eran esas garras consecuencia de quinientos años de vida como un muerto, sino que fueron suaves y fuertes cuando me apartaron el pelo de los ojos. Se deslizaron por mi cuello hasta la cicatriz que él me había dejado la noche que me había transformado, y un temblor de deseo me recorrió ante su tacto. En realidad, a Cyrus le habría gustado esa reacción. En mi sueño, el arrepentimiento había suavizado su habitual cruel rostro.</p> <p>—Tienes razón. No estás despierta, pero ahora tienes los ojos abiertos.</p> <p>Me incliné hacia delante y lo besé. En ese beso ya no estaba ese deseo de control y poder que había habido antes. Me entregué por completo y deseé que él hiciera lo mismo. En mi sueño podía volver a tenerlo, esas partes de él a las que había amado y no temido. Las partes de él que me habían seducido hasta el punto de preguntarme si mi humanidad de verdad merecía la pena.</p> <p>Cuando abrí los ojos otra vez, estaba despierta ante un impresionado Max.</p> <p>—Estaba intentando… despertarte —dijo tartamudeando y frotándose la barbilla como si yo lo hubiera golpeado. Además, su mirada era acusatoria—. Y me has besado.</p> <p>—Lo siento —resistí las ganas de limpiarme los labios—. Estaba soñando.</p> <p>—Debe de haber sido un horror de sueño —se metió las manos en los bolsillos y se balanceó sobre sus pies sin dejar de mirarme—. Ha salido algo en las noticias que creo que deberías ver.</p> <p>En la otra habitación, Max tenía la CNN puesta.</p> <p>—¿No tienes porno puesto? Debe de ser importante.</p> <p>—Shh, lo están diciendo otra vez —señaló a la pantalla.</p> <p>La presentadora, que previamente había estado narrando la historia de un caballo al que habían entrenado para utilizar el lavabo, puso una expresión bastante más seria.</p> <p>—La policía de Grand Rapids, Michigan, está buscando al sospechoso de un brutal asesinato que tuvo lugar el lunes por la noche delante de varios testigos.</p> <p>—Eso fue anoche… —agarré una de las almohadas y la puse contra mi pecho.</p> <p>La presentadora continuó.</p> <p>—La víctima, cuyo nombre no ha sido revelado, estaba corriendo por un carril bici cuando un hombre no identificado la tiró al suelo y le cortó el cuello.</p> <p>Un adolescente apareció en la pantalla con el rostro colorado de haber llorado.</p> <p>—Pasó muy deprisa, nadie pudo hacer nada. Tenía la cara hecha un desastre, como si la tuviera quemada o algo así. Fue como si a la chica le hubieran arrancado la garganta.</p> <p>—Estamos interrogando a los testigos y trabajando con ellos para elaborar retratos robot y esperamos poder arrestar al asesino lo antes posible —reconocí al policía de mediana edad; era el mismo que hacía unos meses me había puesto una multa por exceso de velocidad. Parecía mostrarse más benévolo con el asesino que como se había portado conmigo.</p> <p>De nuevo en el estudio, la presentadora miró a cámara con expresión sombría.</p> <p>—Los dibujantes de la policía han creado este retrato…</p> <p>No había duda de que el dibujo se parecía a Nathan.</p> <p>—La policía sospecha que es de origen caucásico, de entre treinta y cuarenta años con cicatrices en la cara y varios tatuajes. Se le considera peligroso.</p> <p>—Tatuajes. Claro, los sigiles.</p> <p>—Por suerte, el Movimiento tendrá más información cuando aterricemos —dijo Max con voz suave.</p> <p>—Van a matarlo, ¿verdad? —no podía recordar haberme sentido nunca tan cansada. Ése era el momento en el que se suponía que Max tendría que haber dicho algo para reconfortarme, pero se quedó en silencio.</p> <p>Me cubrí la cara con las manos.</p> <p>—Espero que lo maten. Porque si no lo hacen, jamás me perdonará.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 4</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Una madriguera</p> </h3> <p>Si el sacerdote muerto no hubiera tenido televisión, tal vez Cyrus jamás habría sabido lo que estaba sucediendo. Aunque tampoco podía decirse que tuviera que estarle agradecido al cura. Cyrus odiaba la televisión. Desde su horrible nacimiento, esa maldita cosa era lo único de lo que hablaban los humanos. Sin embargo, en ese espantoso cautiverio, necesitaba algo con lo que ocupar su mente y no estaba dispuesto a estudiar la Biblia.</p> <p>Ratón seguía durmiendo. Después de que hubiera dejado de llorar y de que él hubiera descansado lo suficiente como para lograr sentarse derecho, le había pedido que le llevara un botiquín de primeros auxilios para vendarle su cuello ensangrentado. La había dejado dormir en la cama. De todos modos a él no le haría falta, ya que después de haberla cuidado de ese modo se sentía inquieto y no había tenido oportunidad de concebir el sueño.</p> <p>Durante las primeras horas se había mantenido ocupado arrancando páginas de una Biblia para hacer grullas de papel; ya había terminado con la primera mitad del Génesis cuando se aburrió y encendió la televisión. Aunque cualquier vampiro sensato estaría dormido en ese momento, los Colmillos parecían estar más contentos con ese atronador y repetitivo sonido que no podía llegar a calificarse como música.</p> <p>Había tres canales y sólo uno emitía algo interesante. La presentadora de las noticias locales llevaba demasiado pintalabios rojo y su pelo parecía una pieza de plástico perfectamente moldeada. Era exactamente la clase de mujer a la que Cyrus le gustaba atraer para luego torturar hasta la muerte. Se inclinó hacia la pantalla.</p> <p>—Las autoridades de Louden County han suspendido la búsqueda de tres personas desaparecidas después de un incendio en una iglesia en Hudson —la imagen mostró tres fotografías. El sacerdote y la monja muertos y una guapa chica con una luminosa sonrisa y un vestido de tirantes de algodón.</p> <p>Ratón.</p> <p>La voz nasal de la mujer seguía diciendo:</p> <p>—La policía dice que el padre Barfholome Straub, la hermana Helen Jacobs y Stacey Pickles estaban trabajando en la iglesia católica de Santa Ana el viernes cuando estalló el fuego, pero no se ha visto a ninguno de los tres desde entonces. Unas huellas en el exterior del edificio sugieren que podrían haber intentado ponerse a salvo, pero con las altísimas temperaturas que se han alcanzado durante el fin de semana se cree que pueden estar muertos.</p> <p>Cyrus miró a la chica tendida en la cama y sacudió la cabeza.</p> <p>—¿Pickles?</p> <p>Más perturbador que el ridículo apellido de la chica era la cuestión del fuego. ¿Por qué creían las autoridades que el edificio había ardido? Y si había pasado el fin de semana…</p> <p>—Levántate —se puso de pie y zarandeó a la chica, contento de haber recuperado algo de fuerza—. ¿Qué día es?</p> <p>Ella lo miró confundida.</p> <p>—Martes o miércoles. He perdido la cuenta. Estás de pie.</p> <p>Martes o miércoles, lo cual significaba que se había despertado un lunes. Pero llevaban ahí desde el viernes.</p> <p>—¿Qué pasó el domingo cuando la gente se presentó aquí para la misa?</p> <p>—No lo sé. No vino nadie. Cuando el padre Bart se lo mencionó a… —se humedeció los labios—… fue cuando lo mataron. Intentó decirles que pronto iría gente para los servicios, pero se rieron de él y le dijeron que nadie vendría a ayudarnos.</p> <p>Cyrus se giró para no ver sus lágrimas ya que podían despertar en él ese peligroso sentimiento de culpa humano y no tenía tiempo para ello.</p> <p>—¿Te dijeron por qué?</p> <p>—No. Simplemente empezaron a matarlos.</p> <p>—Pero los mantuvieron dos días antes de matarlos. ¿Por qué? —la cronología no tenía sentido. Si él hubiera tomado rehenes, se habría deshecho de los inútiles al instante.</p> <p>Cuando giró la cara hacia Ratón, ella tenía los ojos como platos y enmarcados de rojo.</p> <p>—Estaban haciendo cosas. Cosas de ocultismo. Venerando a Satán.</p> <p>—Imposible. Los Colmillos creen que los Satánicos son unos maricones —cuando ella se estremeció ante su vulgar lenguaje, se animó—. ¿Qué estaban haciendo exactamente?</p> <p>La chica comenzó a juguetear con el dobladillo de su vestido y un perverso recuerdo de la noche anterior invadió la mente de Cyrus. Se esperaba sentir culpabilidad y, cuando no la sintió, esa ausencia resultó mucho más perturbadora de lo que habría resultado su presencia.</p> <p>—No sé qué estaban haciendo. No nos lo dijeron. Pero les oí decir que tenían que estar seguros de que era él y que necesitaban una mano del padre Bart.</p> <p>—¿Él tenía que formar parte del ritual? —tenía sentido. Aunque Cyrus no creía en todo ese rollo católico que había tenido que tragarse de niño, el poder de un sacerdote era similar, si no mayor, al de un mago.</p> <p>—No lo necesitaban a él. Necesitaban su mano —susurró—. El resto de lo que le hicieron fue para divertirse.</p> <p>—¿Por qué no te hicieron nada a ti? —se sentó a su lado en la cama, ignorando la vergüenza que sintió cuando ella se apartó estremecida—. ¿Por qué no te utilizaron y se alimentaron de ti como le hicieron a la monja?</p> <p>—Porque yo no era divertida —tartamudeó y una lágrima se deslizó por su mejilla—. Yo ni grité ni recé, y eso era lo que ellos querían. Les gustaba que la hermana Jacobs rezara mientras abusaban de ella.</p> <p>Esa idea habría divertido a Cyrus en el pasado, pero ya no. No, cuando esa chica estaba tan visiblemente traumatizada por lo que había visto.</p> <p>—¿Y por qué tú ni gritaste ni rezaste?</p> <p>Por primera vez, Ratón lo miró a los ojos y Cyrus no pudo ver ni vida ni esperanza en esos pozos marrones.</p> <p>—Porque nadie estaba escuchando.</p> <p>Se parecía mucho a él siglos atrás. Intentó contener la emoción al decir:</p> <p>—Eso es lo más importante que aprenderás nunca. Porque nadie está escuchando y nadie está buscándote.</p> <p>En ese momento, ella se vino abajo y estalló en sollozos.</p> <p>Él se levantó y fue hacia la pequeña cocina intentando ignorar el temblor de sus piernas. No soportaría volver a debilitarse tan pronto.</p> <p>—No tenemos leche.</p> <p>—¿Qué está pasando? —la chica tenía la cara hinchada y colorada de llorar y contrastaba notablemente con la gasa blanca de su cuello—. ¿Qué están haciendo?</p> <p>—No tengo ni idea —fue cojeando hasta la nevera y la abrió antes de olisquear un cartón de zumo de naranja sospechoso que al final resultó no estar caducado. Lo dejó sobre la encimera de un golpe y se agarró al borde para sostenerse, pero cayó al suelo. Ratón estaba a su lado al instante, ayudándolo a levantarse y a guiarlo hasta la silla.</p> <p>—No necesito tu ayuda —le dijo él bruscamente, pero la aceptó de todos modos.</p> <p>Ratón sacó dos vasos del armario. Le temblaban las manos mientras servía el zumo.</p> <p>Él pensó en ofrecerle algo de consuelo, pero desechó la idea. Ya había sido amable con ella y no quería que eso se convirtiera en un hábito.</p> <p>—En las noticias han dicho que han suspendido vuestra búsqueda y que la iglesia se quemó.</p> <p>—Eso es imposible —se secó los ojos con el dorso de la mano—. Debían de estar hablando de otra cosa.</p> <p>—Creen que habéis muerto en el desierto, Stacey Pickles.</p> <p>—¿Están buscándome? —primero esperanza y después horror se reflejaron en su rostro—. ¿Por qué creen que este sitio se ha incendiado?</p> <p>—No lo sé. Hay hechizos, encantamientos, que pueden hacer que una persona vea lo que el hechicero quiere que vea. Pero hacer que todo un edificio desaparezca y hacerlo de un modo tan convincente como para engañar a mucha gente… eso requiere un poder que no creo que exista —sacudió la cabeza—. ¿Vas a darme algo de zumo?</p> <p>Ella se acercó lentamente, como un animal salvaje no familiarizado con los humanos, y dejó el vaso delante de él.</p> <p>—Te han devuelto de entre los muertos. Debían de saber algo que tú no sabes.</p> <p>Él se rió ante el hecho de que la chica le hablara con tanto atrevimiento y dio un trago. El zumo era igual de espeso que la sangre, pero frío y con una textura desagradable.</p> <p>—No puedo acostumbrarme a esto.</p> <p>—¿A qué?</p> <p>—A vivir como un humano. Es desagradable.</p> <p>—No. Lo que es desagradable es morirse de hambre cuando se acaba la comida.</p> <p>—Eso no sucederá. Por lo menos, no a mí. Tu vida depende de ello, recuerda. Se supone que tienes que cuidar de mí.</p> <p>Ella pareció sentirse insultada.</p> <p>—No estaba hablando de ti. Estaba hablando de mí. No van a preocuparse de mantenerme con vida cuando hayan terminado contigo.</p> <p>Él retiró una de las sillas de la mesa de fórmica y se sentó.</p> <p>—¿Y qué es, exactamente, eso que van a hacer conmigo?</p> <p>—No lo sé —se mordió el labio—. Algo malo.</p> <p>—Tus poderes de percepción me dejan impresionado —cerró los ojos. Lo que necesitaba era un plan, algo de dinero para sobornar a los Colmillos a cambio de información. Lo que necesitaba era…</p> <p>—Tienes una curiosa forma de hablar. ¿De dónde eres?</p> <p>Lo que necesitaba era que Ratón dejara de hablar.</p> <p>—Inglaterra. Pero recientemente he estado confinado en un purgatorio azul. No recuerdo la dirección —se detuvo—. ¿Estabas allí cuando hicieron el ritual?</p> <p>La mirada de ella volvió a mostrarse distante y su voz no fue más que un susurro cuando respondió:</p> <p>—Sí.</p> <p>—¿Qué hicieron? —Cyrus retiró otra silla y le indicó que se sentara—. ¿Dijeron algunas palabras en concreto? ¿Leyeron de un libro?</p> <p>Ella se quedó paralizada y mirando ausente la mesa y la marca de una taza que se había quedado fijada en ella.</p> <p>—No lo recuerdo.</p> <p>Cyrus contuvo su impaciencia; no serviría de nada volver a asustarla, no cuando había empezado a comunicarse como un ser humano racional.</p> <p>—No ha sido hace tanto tiempo. Estoy seguro de que si te tomas un momento, lo recordarás…</p> <p>—¡No lo recuerdo! —se giró hacia la encimera, donde una pequeña pila de platos sucios y utensilios esperaba a que los fregaran, y los tiró al suelo. El impacto de su acción duró más que el estruendo, y se quedó ahí de pie, con cara de incredulidad mientras miraba los fragmentos en el suelo de baldosas.</p> <p>Cyrus se dio cuenta de que él podía reaccionar de dos formas. Podía arremeter contra ella con furia e impaciencia, destruyendo cualquier ápice de confianza que le quedara a la chica y cualquier posibilidad de saber más sobre su situación. O podía ignorarla hasta que se le pasara el berrinche y reservar su débil fuerza para cuestiones más importantes. Optó por lo último, ya que no tenía ni el estómago ni la energía para ejercer más violencia dirigida a ella.</p> <p>—Límpialo… —dijo sin darle mucha importancia cuando se levantó y fue hacia la cama. Se cubrió con las sábanas, pero le costó quedarse dormido con el sol que iluminaba la habitación por la pequeña y alta ventana y el sonido de los patéticos gimoteos de Ratón invadiendo sus oídos.</p> <p></p> <p>En cuanto se puso el sol, Max y yo bajamos del <i>jet</i> privado para pisar el cálido asfalto.</p> <p>—Me encanta esta época del año. Ni demasiado calor por la noche, ni demasiado frío. Si estuvieras aquí en julio o en enero, sabrías lo que quiero decir —dijo Max mientras cargaba con nuestras bolsas hacia el futurista edificio del aeropuerto.</p> <p>No había dormido bien durante el día. Mis sueños habían estado llenos de extraños símbolos que sabía que nunca descifraría y en algunos de ellos realizaba un extraño viaje a un espeso bosque con un cerdo debajo del brazo. No estaba de humor para los rollos de Max.</p> <p>—No es un viaje de placer. Estamos aquí para descubrir qué le está pasando a Cyrus.</p> <p>Max se detuvo en seco y tiró su bolsa.</p> <p>—¿A quién?</p> <p>—A Nathan —me detuve y lo miré—. No tenemos tiempo de tonterías. Vamos.</p> <p>—Has dicho Cyrus.</p> <p>Me quedé con la boca abierta. ¿En serio había dicho eso? No había duda de que mi primer Creador había estado ocupando mi mente últimamente, pero no solía tener esos deslices.</p> <p>—Yo no he dicho eso.</p> <p>—Sí, claro que lo has dicho. Yo apenas conocía a ese tipo, ¿por qué iba a colar su nombre en tus frases? Carrie, ¿pasa algo que no me hayas contado? —Max recogió la bolsa y me indicó que siguiera caminando. Y me vino bien, porque me había quedado paralizada después de mi estúpido error. El cuadrante de mi cerebro que controlaba mis pies reconoció su indicación y avancé junto a él.</p> <p>—No exactamente.</p> <p>—Aja. ¿No vas a decirme exactamente lo que está pasando, o es que no está pasando nada exactamente?</p> <p>—Un poco de las dos cosas —me detuve otra vez y lo miré—. Justo antes de que eso le pasara a Nathan, me había dicho que, al parecer, yo había pronunciado el nombre de Cyrus mientras soñaba.</p> <p>—¿Nathan había vuelto a vigilarte mientras dormías? Eso no es nada bueno.</p> <p>—Sabía que pasaba algo, pero no podía haber imaginado esto —comenzamos a caminar otra vez, en silencio. Después de unos cuantos pasos, recordé mi sueño en el avión y las embarazosas consecuencias—. También hay algo más.</p> <p>—Dispara.</p> <p>—Cuando estábamos en el avión, he soñado con él —me miré los pies para no tener que mirarlo a la cara—. Cuando te he besado.</p> <p>—Bueno, eso es comprensible. Él es tu Creador y todo eso —unos cuantos pasos más y Max se dio cuenta de lo que yo quería decir—. Espera, ¿pensabas que yo era Cyrus, no Nathan?</p> <p>—Estaba soñando. No puedo controlar lo que hago en mis sueños. ¿Te ha parecido que estoy a la defensiva?</p> <p>Necesitaba un baño caliente y mucho tiempo para recuperarme del monótono vuelo, así que decidí mantener un cómodo silencio hasta salir del aeropuerto.</p> <p>Max me condujo hasta la parada de taxis.</p> <p>—¿Avión privado, pero ningún coche blindado con pequeñas banderitas para recogernos? —gruñí, sin poder evitarlo, mientras me metía en el asiento trasero del estrecho taxi.</p> <p>—Al Movimiento no le gusta llamar demasiado la atención —dijo en voz baja. Le dio al conductor un colorido billete español y en ese idioma le dijo—: A la Plaza Mayor, por favor.</p> <p>Madrid. Lo que podía ver por las ventanas del coche no era lo que me había esperado de una ciudad española. Vallas publicitarias de productos estadounidenses se mezclaban con anuncios de películas españolas. Si no fuera por las enormes plantas llenas de flores que crecían en la mediana de la avenida y las señales que no podía entender, me habría parecido estar en cualquier ciudad de Estados Unidos.</p> <p>Entonces pasamos la parte moderna de la ciudad y las brillantes tiendas y teatros iluminados dieron paso a los edificios que me había imaginado, bajos y con tejas de terracota. Las calles eran menos llanas ahí. Rejas de hierro forjado rodeaban diminutos balcones cargados de flores. Imaginé que habíamos tomado un atajo hasta que el coche se detuvo.</p> <p>La calle era tan angosta que sólo pudimos abrir una puerta para salir.</p> <p>—Estamos… ¿dónde estamos? —le pregunté mirando al cielo.</p> <p>—No podía llevamos hasta la Plaza Mayor. Es una zona peatonal.</p> <p>Lo seguí por un laberinto de callejones, impresionada de que pudiera orientarse tan fácilmente. En su mayoría, las calles que recorrimos estaban bastante oscuras. Vampiro o no, si hubiera estado sola, me habría dado la vuelta y habría corrido por donde nos había llevado el taxi.</p> <p>Salimos de un callejón para dar con una calle más concurrida, donde la gente disfrutaba tomando copas en mesas situadas en las aceras delante de restaurantes con aspecto caro y los artistas callejeros bailaban y posaban para los turistas. Al final de la calle había una enorme y oscura pared con una puerta en forma de arco. Al otro lado estaba la Plaza Mayor.</p> <p>Nunca había visto nada tan increíblemente bello y romántico en toda mi vida. Edificios como los que me había imaginado cuando leí <i>El Quijote</i> de niña rodeaban la plaza. Cafeterías y tiendas atraían a los turistas y una enorme escultura dominaba el centro. Había mucha gente, pero el espacio parecía grandísimo. Las voces que se oían en el aire de la noche crearon un cálido murmullo. Por encima, el claro cielo destellaba con estrellas que parecían estar tan cerca que podía tocarlas, y su fría belleza contrastaba con la vida y la calidez que había sobre el suelo.</p> <p>Igual que Max y yo contrastábamos con la vida que nos rodeaba. Un golpe de anhelo atravesó mi corazón; un grupo de adolescentes reunidos alrededor de un puesto de helados estaban riéndose, y cerca de la gran estatua de un soldado a caballo, un guapo hombre moreno levantaba en brazos a una mujer pelirroja y le daba vueltas mientras la falda de ella flotaba en el aire como una bandera. La dejó en el suelo y la besó antes de que los dos se fundieran en un abrazo. Era como una postal romántica. Envidiaba a toda esa gente de un modo que no había sentido desde que me había convertido. Echaba de menos mi humanidad y lo que me había sido arrebatado como nunca antes lo había hecho.</p> <p>—Esto es…</p> <p>—Precioso —terminó Max—. Es mi parte favorita de la ciudad. Está tan llena de vida…</p> <p>Cerré los ojos.</p> <p>—Pues yo iba a decir que esto es insoportable.</p> <p>—Carrie, ¿estás bien? —me agarró del brazo y yo posé la mano sobre él. El romanticismo del lugar me estaba calando hondo, eso era todo.</p> <p>—Estoy bien. Sólo cansada del viaje y preocupada por Nathan. No es nada.</p> <p>—Bueno, entonces terminemos con esto —señaló un edificio de ladrillo rojo con unas bonitas molduras blancas alrededor de las ventanas.</p> <p>—Ése es el cuartel general del Movimiento Voluntario para la Extinción de Vampiros.</p> <p>Voltéelos ojos.</p> <p>—No estoy muy segura de estar siguiéndote. ¿Te refieres a esas dos plantas que parecen ser apartamentos o a ese local con el menú colgado en la ventana?</p> <p>—Ya lo verás —se colgó mi bolsa al hombro y me agarró la mano.</p> <p>La cafetería era muy moderna, con paredes negras e iluminación de neón azul. La clientela cenaba en unos platos cuadrados sin apenas comida… aunque era muy apropiado ya que todos estaban delgados como barras.</p> <p>El <i>maître</i>, un joven guapo todo vestido de negro, levantó la vista de su libro de reservas. Cuando vio a Max, sonrió.</p> <p>—Ah, señor Harrison. ¿Y usted es…?</p> <p>—La doctora Carrie Ames. Tiene una reserva —Max le guiñó el ojo al hombre, aunque fue apenas perceptible.</p> <p>El <i>maître</i> pareció captarlo y sonrió.</p> <p>—Síganme, por favor.</p> <p>Bordeamos las mesas hasta una puerta de acero con una cuerda de terciopelo negro delante y un pequeño cartel con las letras <i>VIP</i>. Al entrar, el resto de los clientes nos miraron como preguntándose cómo nosotros, con la ropa que llevábamos, podíamos estar en la zona VIP.</p> <p>La puerta era un ascensor. El <i>maître</i> pulsó el botón negro que se fundía con la pared y la puerta se deslizó dejándonos entrar.</p> <p>Una vez que la puerta se cerró, el joven se giró hacia nosotros.</p> <p>—¿Es la primera vez que visita el Movimiento, doctora?</p> <p>—La primera vez que visito España, de hecho.</p> <p>—Le encantará —el inglés del joven tenía poco acento, pero era muy bueno—. Después de seiscientos años, aún no me he cansado.</p> <p>Nuestra conversación quedó interrumpida por una ruda voz electrónica que habló en varios idiomas antes de que yo pudiera captar el inglés.</p> <p>—Se requiere confirmación de reconocimiento de voz.</p> <p>El <i>maître</i> se llevó un dedo a los labios para indicarme que estuviera en silencio antes de decir:</p> <p>—Miguel.</p> <p>—Muestra de voz confirmada —nos informó la voz electrónica—. Por favor, introduzca el código.</p> <p>—Miguel está en primera línea aquí en el Movimiento —me explicó Max cuando el vampiro abrió un panel oculto y marcó unos números en el teclado—. Aquí nadie entra sin su aprobación.</p> <p>—Lo de ser camarero es, como dirían en las películas de espías, una tapadera —dijo Miguel con una sonrisa.</p> <p>—¿Y qué pasa si te equivocas e introduces mal el código? —le pregunté.</p> <p>—Un impulso electrónico debilitador nos paralizaría momentáneamente y el ascensor iría hasta una planta de seguridad donde habría unos asesinos esperando para detenernos e interrogarnos hasta que se comprobaran nuestras credenciales. No es para tanto —dijo Max encogiéndose de hombros.</p> <p>—Y tú lo sabes bien —añadió Miguel riéndose y dándole una palmadita en la espalda—. A Max ya no le permiten subir solo en el ascensor.</p> <p>Max estaba a punto de responderle cuando las puertas se abrieron hacia una recepción tan luminosa que tuve que cubrirme los ojos. Las paredes, los muebles y el techo eran blancos y la luz de arriba cegadora. Lo único que destacaba allí era el suelo cubierto por una moqueta gris y una chica que daba miedo y que estaba sentada en el escritorio.</p> <p>—Anne se ocupará de vosotros ahora —dijo Miguel mientras salíamos del ascensor—. Buenas noches —añadió en español.</p> <p>—Buenas noches —repitió Max, aunque ese educado gesto no iba dirigido a Miguel.</p> <p>—Hola, Max —dijo la chica con una sonrisa que contrastaba con su aspecto. Su pelo negro, su pálida piel y la ropa negra propia de un zombi me recordaron a los aburridos adolescentes que trabajaban en la tienda gótica del centro comercial de mi antiguo barrio.</p> <p>Max se apoyó sobre el mostrador.</p> <p>—¿Me has echado de menos, muñequita?</p> <p>—Oh, claro. Sabes que sí.</p> <p>—Te presento a la doctora Carrie Ames. Debería estar en la lista de amnistía.</p> <p>—¿Lista de amnistía? —pregunté mirando por encima del mostrador con interés.</p> <p>—La lista de «no matar a» —aclaró la chica con la mano extendida hacia mí—. Soy Anne.</p> <p>Le estreché la mano pensando que lo mejor sería ser educada por si me habían borrado de la lista, aunque al cabo de unos tensos segundos, encontró mi nombre.</p> <p>—Está bien, en una hora os reuniréis con el general Breton. Eh… y hoy no está de buen humor.</p> <p>—¿General? ¿Entonces sois como el Ejército de Salvación o como el ejército corriente?</p> <p>Max carraspeó lanzándome una mirada de advertencia.</p> <p>—El general Breton exige el respeto que le otorga su título como oficial del Ejército Británico.</p> <p>—Oh, entonces es como un general de verdad —tragué con dificultad—. Genial.</p> <p>Anne me dio unas palmaditas en el brazo, como para animarme.</p> <p>—Sólo lo fue durante unos años y sólo en la guerra de 1812.</p> <p>—Carrie es… nueva —dijo Max con tono de disculpa—. Recuerda, algunos no somos tan mayores como tú.</p> <p>Mirando a la chica no podía creer que tuviera más de dieciséis años, pero soy de la firme creencia de que no se debe preguntar la edad a ninguna mujer.</p> <p>—Lo siento —dijo Anne antes de preguntarme con una sonrisa—: ¿Quieres dar una vuelta por aquí mientras esperáis?</p> <p>—Claro.</p> <p>Anne nos indicó que la siguiéramos hasta unas puertas dobles donde introdujo una tarjeta. Cuando la puerta se deslizó, nos invitó a pasar.</p> <p>El sanctasanctórum del Movimiento estaba decorado de forma similar al vestíbulo, pero había puertas con lectores de tarjeta a lo largo de todo un pasillo, donde había apostados varios centinelas vestidos con el mismo uniforme negro que habían llevado los asesinos la noche que entraron en la mansión de Cyrus.</p> <p>—Todas las habitaciones con etiquetas azules como éstas son las seguras en caso de que se produzca un fallo de seguridad.</p> <p>Abrió una puerta para dejar ver un despacho. Una mujer con un largo y vaporoso caftán y un turbante levantó la mirada de una pila de papeles y preguntó:</p> <p>—¿Puedo ayudaros en algo?</p> <p>—Sólo estaba mostrándoles las habitaciones seguras a nuestros visitantes —dijo Anne animadamente antes de volver a cerrar la puerta.</p> <p>—Entonces, ¿qué son las habitaciones seguras? —pregunté.</p> <p>—Es exactamente donde quieres estar cuando oyes la cuenta atrás del fallo de seguridad —interpuso Max—. Si alguien logra entrar, Anne activa la alarma y tienes treinta segundos para entrar en una habitación segura antes de que entren rayos ultravioleta. Todas están desbloqueadas.</p> <p>—Cualquier vampiro que vaya por los pasillos acabará frito —terminó Anne—. ¿Guay, verdad?</p> <p>—Muy guay —dije como una madre intentando imitar el lenguaje de su hija—. Pero ¿y si no es un vampiro? ¿Y si entra un humano?</p> <p>—Tenemos un plan de contingencia para ello —respondió Anne—. Un peludo plan de contingencia.</p> <p>—Hombres lobo —apuntó Max con tono de disgusto—. A ellos no les afectan los rayos. Peinan los pasillos y matan a cualquiera que se encuentren.</p> <p>La idea de que en cualquier momento alguien pudiera apretar un interruptor y someternos a todos a una luz artificial y dañina me inquietó y me estremecí cuando los fluorescentes del techo titilaron.</p> <p>—No te preocupes —dijo Anne con una carcajada—. Sólo un pequeño grupo de gente tiene el código de seguridad. Así estamos más a salvo.</p> <p>La visita continuó por un laberinto de pasillos en cuesta hacia abajo. Cada nivel tenía más seguridad, como el Pentágono. Anne explicó lo que contenían algunas de las salas y asentí educadamente, pero en mi mente seguía pensando y preocupándome por Nathan.</p> <p>—Y esto —dijo mientras deslizaba su tarjeta por un lector y abría una pesada puerta—, es donde termina nuestra visita. El despacho del general Breton.</p> <p>—Bueno, gracias —le dije—. Ha sido muy… instructivo.</p> <p>—Querrás decir aburrido —suspiró Anne dramáticamente—. Imagínate lo que es vivir aquí.</p> <p>—Te vemos en la salida —le dijo Max.</p> <p>Anne nos dejó en la puerta y antes de que Max pudiera entrar en el despacho, le puse una mano en el hombro.</p> <p>—Está bien, lo capto. Alta seguridad, paranoia. ¿Por qué estamos aquí?</p> <p>—Estamos aquí porque tenemos que ayudar a Nathan —apoyó el pie en la puerta y la abrió un poco—. Escucha, está muy claro que lo que fuera que le pasó fue por un hechizo y el Movimiento puede ayudarnos a descubrir quién es el artífice.</p> <p>—¿Cómo? ¿También tienen una base de datos con todas las brujas? ¡Sería imposible! ¿Sabes cuántas niñas hay por ahí que quieren ser como Sabrina, la bruja adolescente de la tele? —quería darle una patada a la puerta, estaba frustrada—. ¿Puedes darme una buena respuesta? ¡Tú siempre tienes una respuesta!</p> <p>—¡Está bien! —observó el pasillo antes de hablar—. Estamos aquí para ver a Oráculo.</p> <p>—¿Oráculo? —repetí.</p> <p>—Es una vampira, una muy vieja. Sabe cosas. Lo sabe prácticamente todo, y lo que no sabe puede descubrirlo. Pero es peligrosa —dejó escapar un suspiro como si supiera que lo inevitable estaba a punto de llegar—. Esperaba poder convencer a Breton para que me dejara pasar a verla.</p> <p>—Sin mí, ¿verdad? —¿qué les pasaba a los vampiros, que creían que necesitaba protección constantemente?—. Ni hablar.</p> <p>—Carrie, no lo entiendes. Es totalmente impredecible y posee poderes de telequinesia… Puede matarte, Carrie. Con su mente. Nadie depende de mí, y si me convierte en polvo, no hay problema. Pero tú tienes que estar con Nathan. No voy a ser el responsable de tu muerte… Y por lo que veo, mi vehemente discurso no está conmoviéndote lo más mínimo.</p> <p>—Ni un ápice —miré a la puerta—. ¿Crees que este general seguirá tu plan?</p> <p>Max se quedó pensativo un momento.</p> <p>—Creo que tenemos más oportunidades con él que con otros. Tú sólo deja que hable yo, ¿de acuerdo?</p> <p>—¡Sé que quiero ayudar a Nathan! ¿Crees que haría algo para poner en peligro nuestras posibilidades?</p> <p>—No intencionadamente —abrió la puerta y me indicó que entrara.</p> <p>—¿Qué quieres decir con «no intencionadamente»? —le pregunté. Pero no dijo más. Suspiré y entré para nuestra reunión con el general Breton.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 5</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Resistencia</p> </h3> <p>—¿Cómo eras antes de morir?</p> <p>La pregunta sobresaltó a Cyrus. Creía que Ratón estaba durmiendo, a pesar de que parecía imposible que alguien pudiera dormir con el ruido que los Colmillos estaban haciendo arriba. Casi en cuanto se puso el sol, empezaron la música, el rugido de los motores y los inevitables gritos. Por lo general, Ratón siempre deseaba estar dormida para cuando llegara ese momento. Después de días con ellos, ya conocía la agenda alimenticia de los Colmillos.</p> <p>Cyrus habría estado dormido si hubiera tenido las agallas de quitarle la cama a ella, y se reconfortó diciéndose que le gustaba el sonido de los gritos de arriba.</p> <p>—¿Qué quieres decir? —le preguntó él.</p> <p>Ella se giró para mirarlo a la cara. Al menos, ya no parecía tenerle miedo. Tal vez la oscuridad ayudaba.</p> <p>—Te han traído de entre los muertos. ¿Cómo eras antes de morir? ¿Eras… igual que ahora?</p> <p>—¿Humano? —preguntó él con sorna—. No, no era humano.</p> <p>—No. ¿Le… le hacías daño a la gente?</p> <p>Cyrus se estremeció cuando ella se llevó la mano al vendaje de su cuello. Se odiaba por lamentar haberle hecho daño. Estaba empezando a cansarle ese sentimiento de vergüenza por hacer algo que le habría parecido perfectamente natural en el pasado.</p> <p>—Claro que sí. Y cosas mucho peores de lo que te hice a ti. Me encantaban las chicas como tú.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—Estoy seguro de que conoces a las de tu clase. Se mueren por un poco de afecto igual que un perro se muere por pedazos de comida. Chicas tan simples que no llaman la atención que ellas quieren, pero lo suficientemente guapas como para que se fijen en ellas hombres que están verdaderamente desesperados. Apuesto a que te subiste ese vestidito de tirantes a cambio de unos revolcones con los que esperabas que te amaran.</p> <p>—Te equivocas.</p> <p>—Claro que sí —se levantó con las manos en los bolsillos y la miró—. Tú eras una de las chicas buenas.</p> <p>Ella asintió con lágrimas en los ojos.</p> <p>—Las chicas buenas no existen —se sentó a su lado en la cama y puso una mano sobre su rodilla cubierta por la manta—. Por mucho que digan que quieren mantenerse puras, están deseando saber cómo es.</p> <p>—¿Cómo es… —Ratón cerró los ojos y sacudió la cabeza como para despejar sus ideas—… cómo es qué?</p> <p>Cyrus apartó la manta lentamente y ella corrió a taparse las rodillas con la falda. Él posó la mano sobre su gemelo.</p> <p>—La sensación de entregarte por completo a otra persona.</p> <p>—Yo nunca… —su respiración era entrecortada.</p> <p>—Sí que lo has hecho —subió la mano mientras ella temblaba, aunque sin apartarse—. No tienes que negarlo. He estado con demasiadas chicas como tú como para saber qué está pasando por tu cabeza. Estás preguntándote qué les hice para que se entregaran a mí, qué clase de placer les di para que se rindieran ante mí sin dudarlo. Y estás preguntándote si yo te haré lo mismo a ti.</p> <p>Con un único movimiento, se situó encima de ella, que no se resistió y separó los muslos. Fue miedo más que deseo lo que la hizo ceder, algo que Cyrus supo al mirarla a los ojos y que lo animó a continuar.</p> <p>—Las cortejaba con palabras que nunca le habían oído a un hombre, pero nunca les decía que las amaba. Ésa era la clave. Creían que si me daban un poco más, que si me dejaban hacer lo que yo quería, con el tiempo eso sería suficiente. Creían que eso les haría ser especiales para mí y que las amaría.</p> <p>Deslizó una mano entre sus cuerpos. Ella se había quitado las braguitas, las había lavado en el lavabo y ahora estaban secándose en el toallero. No hubo nada que frenara el atrevimiento de su caricia y ella gimió aferrada a sus hombros a pesar de intentar apartarlo.</p> <p>—¿Lo ves? Aunque sabes que es un juego y sabes lo que soy, no vas a pedirme que pare. Oh, te sientes culpable y sucia, pero crees que puedes vivir con la culpa con tal de obtener lo que necesitas —cerró los ojos para no perder el control. El cuerpo de la chica estaba húmedo y preparado. Podía tomarla. Sabía que ella le dejaría, pero ¿y después qué? No podía matarla. No tenía fuerzas para ello. Tenía que controlarse.</p> <p>Ella temblaba bajo él y lo miraba con ojos inocentes, pero Cyrus no pudo evitarlo. Deslizó su pulgar sobre su resbaladiza piel y se acercó para oír su suave y contenido gemido.</p> <p>—Esta parte me encantaba —le susurró al oído sin dejar de acariciarla mientras ella giraba las caderas contra su mano—, pero no era la mejor.</p> <p>—¿Y cuál era? —no quería saberlo, eso era evidente en su tono, pero al mismo tiempo Cyrus sabía que su curiosidad era demasiado grande. Pasaba lo mismo con todas. Su curiosidad era su perdición.</p> <p>—La mejor parte… —le mordisqueó el cuello evitando ese horrible vendaje que lo inducía a sentirse culpable, y hundió un dedo dentro de ella—. La mejor parte era morderlas y escuchar cómo morían mientras las utilizaba.</p> <p>La joven se tensó y su cuerpo ofreció demasiada resistencia cuando él intentó deslizar su dedo más adentro. Era virgen.</p> <p>Sintió náuseas y se apartó. Claro que se lo había esperado, pero lo que no se había esperado era la vergüenza que lo paralizó. ¿De dónde había salido?</p> <p>Ella se incorporó y lo miró con el ceño fruncido por un momento antes de alargar las manos hacia él. Demasiado impactado como para resistirse, Cyrus se quedó sentado, inmóvil, mientras lo besaba.</p> <p>Él ya había sentido eso antes, esa desesperación por el tacto humano. Había aprendido a protegerse de ello y, cuando la rechazó y la apartó, un sospechoso dolor le atravesó el pecho.</p> <p>—¡No dejaré que te comportes como una ramera ante mí a cambio de un falso afecto!</p> <p>—¿Qué? —ella ardía en furia—. ¡Lo hiciste con todas esas chicas! ¡Lo hiciste y después las mataste! ¿Por qué a mí no?</p> <p>—¿Es eso lo que quieres? —ahora que había tocado su piel, que había oído sus suaves gemidos, la idea le repugnó. Tal vez tenía más en común con esas chicas necesitadas de lo que había querido admitir.</p> <p>—¡Quiero acabar con esto! —gritó frustrada y con desesperación mientras agitaba las piernas y las manos como una niña con un gran berrinche—. ¡Ya estoy muerta! ¡Sólo quiero que esto acabe!</p> <p>Cyrus fue hasta los pies de la cama; el corazón le golpeteaba las costillas. ¿Cómo había que tratar con los humanos cuando perdían el control de esa manera? En las primeras horas después de que hubiera vuelto a ser mortal, había sentido pánico y terror. Había rezado por morir. Conocía el dolor de la chica y, si pudiera evitarle ese dolor, lo haría.</p> <p>Bajo la débil luz de luna que iluminaba la cocina, vio una tabla de cuchillos sobre la encimera. En cuanto Ratón estuviera muerta, él volvería a tener paz, por dentro y por fuera. No más dudas sobre sí mismo, no más luchas contra esa nueva y aterradora humanidad.</p> <p>Su furia fue calmándose a medida que el ataque de la chica iba dando paso a pequeños e infantiles sollozos y él volvió a sentirse como un monstruo. No, «monstruo» era una palabra demasiado fuerte. «Cobarde». Eso lo describía mejor. Cobarde por tener miedo de un oponente tan formidable como una mujer llorando.</p> <p>—No llores —dijo bruscamente, aunque sabía que no era una orden que ella obedecería. Maldiciendo, la rodeó por la cintura y la acercó a sí, como si él pudiera absorber todo el dolor que irradiaba de ella.</p> <p>—Estoy harta de esperar —lloró contra su hombro—. No estoy asustada y estoy harta de esperar.</p> <p>La abrazó hasta el amanecer, a pesar de que se había quedado dormida llorando mucho antes. Y cuando la luz del sol se filtró por las pequeñas ventanas del sótano, la estupidez de sus actos cayó sobre él de un modo aplastante.</p> <p>«Eres patético». Era la voz de su padre, no la suya, la que resonaba por su cabeza. «Mírate, quedándote a su lado como un cachorro lloriqueando».</p> <p>Por mucho que odiara la voz, sabía que tenía razón. En ese lugar no había sitio para su conciencia.</p> <p>Aun así, no podía separarse de la reconfortante calidez de su cuerpo. Y eso le asustó más que cualquier palabra que su padre pudiera decir para avergonzarlo.</p> <p></p> <p>En la facultad de Medicina, soñaba con tener mi propia clínica algún día. Había imaginado exactamente el color y el mobiliario que pondría para que mis pacientes estuvieran cómodos mientras esperaban a que los atendiera.</p> <p>El general debería haberme llamado para pedirme sugerencias a la hora de decorar todo aquello. La sala de espera de su despacho era tan sencilla y blanca como el resto del edificio del Movimiento. Sin embargo, el general llevaba la austeridad y la sencillez hasta un nuevo nivel. Dos frías sillas de acero eran el único mobiliario de la sala. Los fluorescentes eran tan brillantes que parecía que el lugar resplandeciera y las paredes se mezclaban con el suelo, dando la impresión de estar flotando en el vacío.</p> <p>Como en el Purgatorio, sólo que con sillas plegables.</p> <p>Max se sentó a mi lado y tamborileó los dedos sobre sus muslos.</p> <p>—No podíamos hacerlo esperar, pero él puede hacernos esperar a nosotros.</p> <p>Estaba demasiado nerviosa como para molestarme en concentrarme en el sarcasmo de Max y, cuando finalmente la puerta se abrió, quise echar a correr.</p> <p>Me dio un vuelco el estómago a la vez que los ojos se me salieron de las órbitas. Una mujer alta y esbelta vestida enteramente con cuero negro salió por la puerta como una chica Bond. Su profunda y letalmente seria mirada dorada nos recorrió, y su cabello negro caía sobre su espalda en forma de una perfecta trenza que le llegaba a la cintura. Gruñó al pasar por delante.</p> <p>El rostro de Max se transformó; sus mandíbulas se alargaron para formar un hocico ligeramente porcino con unos colmillos cubiertos de saliva. Gruñó brutalmente y entonces su rostro volvió a la normalidad con la misma velocidad con que se había transformado.</p> <p>La mujer no volvió a dirigirse a él y cuando la puerta de fuera se cerró, él se levantó y le dio una patada a la silla.</p> <p>—¡Zorra!</p> <p>—¿A qué ha venido eso? ¿Tuvisteis una mala ruptura?</p> <p>A juzgar por la mirada de Max, no estaba para mis bromas.</p> <p>—¿Esa asquerosa perra y yo? ¡Más quisiera!</p> <p>Levanté las manos.</p> <p>—Eh, no la conozco, pero debería informarte de que me ofende oír que llamas de ese modo a otra mujer.</p> <p>—Eso es lo que es —señaló con tomo acusatorio hacia la puerta—. Una apestosa mujer lobo. El día en que el Movimiento los dejó unirse a nuestras filas, debería haber presentado mi dimisión.</p> <p>—¿Qué tienes contra los hombres lobo?</p> <p>—No es mi rechazo hacia los hombres lobo lo que me hace detestar a ésa en concreto. Bella DeCesare. Es una auténtica zorra. Breton le da toda clase de misiones importantes porque es la única asesina que puede viajar en vuelos comerciales. Él dice que es porque tiene el récord de muertes de todos los hombres lobo del Movimiento. Yo digo que se la está tirando.</p> <p>—Qué bien —recordé a Cyrus hablando sobre los lupins, mestizos de hombre lobo y vampiro, y cómo se habían distanciado de sus primos más primitivos, y yo pensaba en los hombres lobo desde entonces como bestias peludas y medio humanas saltando por el bosque y dando caza a inocentes campistas. La mujer que había visto no tenía nada de primitivo—. Ellos también juegan en este bando. Había algunos lupins en la mansión de Cyrus, pero no recuerdo quiénes eran.</p> <p>Max la miró con gesto de disgusto.</p> <p>—Limitemos la mención de ese nombre a cero veces al día, ¿de acuerdo? Bella es una mujer lobo. Según ellos, no son términos intercambiables. Pero no son tan distintos como los lupins quieren que creamos. Los hombres lobo siguen vinculados a la tierra y a la luna. Hace cien años se reunieron en un consejo para discutir sobre el hecho de controlar sus ciclos…</p> <p>—Espera —lo interrumpí—. Estamos hablando sobre sus ciclos para convertirse en lobos y no sobre la menstruación, ¿verdad?</p> <p>—Sí. Y vamos a meter también esa palabra en la lista de términos de tolerancia cero. Bueno, el caso es que los hombres lobo siempre han estado metidos en ese rollo mágico y hippy de la tierra, como esos artículos <i>New Age</i> que Nathan tiene en su tienda. Con la diferencia de que ellos saben lo que están haciendo porque están más o menos regidos por la naturaleza. Durante siglos, han tenido escarceos con la magia para alterar el tiempo y saltarse los días de influencia de la luna llena. Después, algunos se pasaron a las ciencias, y aparecieron con una inyección que contenía el Cambio. La escisión resultante causó que las especies se dividieran en dos razas, o clanes, hombres lobo y lupins. Los lupins creen que son superiores porque defienden la vacuna que les permite vivir como humanos. Los hombres lobo creen que los lupins son unos traidores por apartarse de la magia. De modo que comenzó una guerra y, ya que los lupins no tienen problemas en alimentarse de humanos inocentes, el Movimiento se alió con los hombres lobo. Se han unido y así tienen la posibilidad de matar a lupins y a vampiros. Personalmente, no me importaría si perdieran su calma colectiva y comenzaran a hacerse pedazos los unos a los otros.</p> <p>—Lo recordaré cuando llegue el momento de llamar a un servicio de limpieza que recoja el pelo y las tripas de las paredes.</p> <p>Di un respingo ante la refinada pero imponente voz británica, y lo mismo le pasó a Max. El hombre que había hablado me sorprendió. Me había formado una imagen en la cabeza basándome en su título militar y me había esperado un hombre de unos cincuenta años con una mandíbula de hierro, arrugas profundas alrededor de los ojos y un corte de pelo absolutamente preciso. Pero Breton era todo lo contrario. Probablemente lo habían convertido cuando era un treintañero. Su largo cabello color trigo estaba recogido hacia atrás en una cola de caballo acentuando sus afilados rasgos y su larga y recta nariz. Tenía los labios fruncidos en una expresión que podía ser de enfado o de diversión. Costaba decirlo.</p> <p>—General Breton, supongo —esperaba haber sonado más resuelta de lo que me sentía cuando extendí la mano hacia él y recé porque no estuvieran sudadas.</p> <p>El hombre no la estrechó.</p> <p>—Aquí no nos andamos con esos formalismos. Puede llamarme «General», doctora Ames.</p> <p>—Y usted puede llamarme… ¿Doctora?</p> <p>Me lanzó una fría mirada.</p> <p>—Entren.</p> <p>Lo seguimos y en todo momento Max estuvo levantándole el dedo corazón a la espalda del general.</p> <p>El despacho de dentro me resultó un poco impactante en comparación con el aspecto de la sala de espera. Las paredes estaban pandadas en madera oscura y tenía un enorme escritorio con el emblema tallado de una caza del zorro. Había dos sillones de orejas ante la mesa, justo donde Breton nos indicó que nos sentáramos. Fue como si hubiésemos entrado en un restaurante temático con parafernalia británica. Detrás del escritorio, dos ventanas grandes, claramente falsas teniendo en cuenta que estábamos bajo el suelo, mostraban una soleada escena de campo. «Alguien echa de menos el sol».</p> <p>Y no podía culparlo. De vez en cuando yo misma me veía deseando pasar un día tumbada en la playa y tomando el sol.</p> <p>—Es muy… pastoril —intenté sonar simpática, pero no lo logré.</p> <p>Breton estrechó los ojos. Eran grises, pero no podían igualarse a los de Nathan. Los ojos de Nathan eran cambiantes, nubes de tormenta con el ocasional anillo de plata. Los ojos de Breton eran del color de la piedra, e igual de formidables.</p> <p>—York. Allí hay una caza magnífica —se acomodó en su sillón, que parecía infinitamente más cómodo que los nuestros, y puso un sobre encima de la mesa—. Puede que esto les interese.</p> <p>Max agarró el sobre y, al levantarlo, unas fotografías en blanco y negro salieron de él.</p> <p>Me cubrí la boca, pero no pude apartar la mirada. Las horribles imágenes mostraban a una mujer con la cabeza casi cortada y la garganta arrancada.</p> <p>—¿Es su amigo el señor Galbraith responsable de esto?</p> <p>Asentí, tenía náuseas. En las noticias un testigo había mencionado que a la víctima le habían abierto la garganta. En realidad, la parte delantera de su cuello había sido arrancada y los bordes de la herida tenían marcas de dientes.</p> <p>—A Nathan lo ha poseído algo —explicó Max, sin mirar las fotos—. Por eso estamos aquí.</p> <p>—Sí, eso es lo que me ha dicho Anne. Me ha dicho que la atacó, doctora Ames. Cuénteme qué pasó —el general se recostó en su silla como si fuera a engañarme para creer que no había tomado una decisión ya.</p> <p>Fui breve.</p> <p>—Bajé a nuestra librería…</p> <p>—¿Vive con el señor Galbraith? ¿Están casados?</p> <p>—No, él es mi… —me detuve antes de poder decir «Creador». Nathan estaba en libertad condicional y que matara a esa chica definitivamente no había ayudado nada. Si sabían que me había salvado la vida al darme su sangre, en lugar de librarse de mí como dictaba la ley del Movimiento, sin duda estaría acabado.</p> <p>Intenté pensar en un modo de explicar nuestra enrevesada relación y no conseguí nada.</p> <p>—Es mi… amante.</p> <p>Una extraña expresión atravesó el rostro del general; fue el equivalente físico a la frase «demasiada información».</p> <p>—Entiendo. Por favor, continúe.</p> <p>—Bajé a la librería. Estaba toda revuelta y Nathan me atacó —me dolió recordarlo.</p> <p>Breton me pasó una de las fotos.</p> <p>—También atacó a esta joven. ¿Cómo pudo usted escapar mientras que ella no?</p> <p>Me mordí el labio. Yo daba por hecho que la razón por la que Nathan me había dejado en paz era el olor de su sangre en mí, pero eso no podía revelárselo a Breton.</p> <p>—Hablé con él. Le pedí que no me hiciera daño.</p> <p>—Entiendo —el general asintió y agarró el sobre. Sacó un pedazo de papel amarillo de él y Max respiró hondo.</p> <p>—¿Qué es eso? —los miré a los dos—. ¿Qué está pasando?</p> <p>—Es una orden de ejecución —el rostro de Max era adusto y desalentador.</p> <p>Antes de que yo pudiera protestar, Breton habló.</p> <p>—Si se pudo razonar con el señor Galbraith cuando atacó a la doctora Ames, entonces no estaba poseído.</p> <p>—¿Y los símbolos? —dije tartamudeando—. Tenía símbolos grabados en su piel.</p> <p>—No importa —dijo Breton agitando una mano—. El señor Galbraith estaba en libertad condicional. Ha vuelto a matar y hay que hacer algo al respecto.</p> <p>—¿Hacer algo? —me levanté y tiré la silla hacia atrás. Max me agarró del brazo, pero lo aparté—. Yo estaba allí. Lo vi. ¡Nathan jamás haría una cosa así! Algo lo obligó a actuar de ese modo.</p> <p>—¿Y debo creer en su palabra? —Breton estrechó los ojos—. ¿La palabra de un vampiro que nunca se ha unido al Movimiento para defender a otro vampiro que le ha dado la espalda a todo lo que defendemos?</p> <p>Las manos me temblaban de rabia.</p> <p>—Muy bien. Me uniré al Movimiento ahora mismo. ¿Dónde firmo? Porque una vez que tenga la tarjeta de socio, ¡voy a presentar una queja contra usted por ser… tan gilipollas!</p> <p>—Harrison —gritó Breton, aunque su enfurecida mirada nunca abandonó la mía—. ¡Mantenga a su invitada bajo control antes de que tome medidas más drásticas!</p> <p>—¡Cálmate! —Max jamás había usado ese tono conmigo y que ahora lo hiciera me indicó lo mucho que temía a Breton—. General, tiene que haber un modo de solucionar esto para que Nathan no tenga que morir.</p> <p>—La decisión es definitiva —el general apiló las fotos.</p> <p>Me giré hacia Max, desesperada. No podía mirarme a los ojos y entonces supe que no se podía hacer nada.</p> <p>Miré el pedazo de papel amarillo y por un momento pensé en agarrar la orden de ejecución y partirla en mil pedazos, pero eso no resolvería nada.</p> <p>—¿Y Oráculo? —pregunté apenas esperanzada—. ¿Y si ella…?</p> <p>—Nadie le ha dado permiso para hablar de Oráculo.</p> <p>—Íbamos a pedírselo, general —Max me dirigió una gélida mirada.</p> <p>—Oráculo no es infalible. No creo que haya hecho una predicción absolutamente acertada hasta la fecha. Y ella también es… impredecible. No podemos arriesgarnos a que un civil entre en contacto con ella.</p> <p>—¡Puedo arreglármelas! —era una táctica equivocada que tomar con él. Me di cuenta demasiado tarde.</p> <p>El general sacudió la cabeza.</p> <p>—Hemos terminado. Salgan, por favor.</p> <p>Max me puso la mano en el brazo.</p> <p>—Vamos, Carrie.</p> <p>Antes de saber lo que estaba haciendo, agarré la orden de ejecución.</p> <p>—Bien. Si alguien va a matarlo, que sea yo.</p> <p>—Usted no pertenece al Movimiento —Breton no dio más explicaciones.</p> <p>—¡Soy su Iniciada! —di un puñetazo en la mesa.</p> <p>No tenía sentido seguir guardando el secreto si iban a matarlo de todos modos.</p> <p>El general miró a Max.</p> <p>—¿Harrison? Usted me dijo que la había creado Simon Seymour.</p> <p>—¡Y así fue! —en mi estado de furia había olvidado el grave problema en el que se metería Max por saberlo y no informar de que Nathan me había revivido—. Cyrus intentó matarme y Nathan me dio su sangre para revivirme, pero Max no lo sabía.</p> <p>—¿Es eso verdad, Harrison? —Breton miró a Max del mismo modo que una serpiente venenosa mira a su siguiente comida.</p> <p>Max asintió y dijo:</p> <p>—No lo dudo ni por un minuto. Tal vez debería dejar que ella misma fuera tras Nathan. Sabría mejor dónde encontrarlo.</p> <p>El general sacudió la cabeza.</p> <p>—No podemos confiar en que un vampiro que no pertenece al Movimiento lleve a cabo esa clase de trabajo. Sobre todo, si él es su Creador. Sabe tan bien como yo la clase de dolor que eso provoca. No es probable que ella lo haga.</p> <p>—Lo siento, Carrie —dijo Max agarrándome la mano y apretándola con fuerza.</p> <p>No podía terminar así. Las ideas se me agolpaban en la cabeza. Nathan me había entrenado, pero yo no podría vencer a un asesino en una pelea. Además, no tenía ni idea de dónde podría encontrar a Nathan o si lo encontraría a tiempo; otro asesino podría estar buscándolo en ese mismo instante.</p> <p>—Entonces, deje que lo haga Max.</p> <p>Max se quedó desconcertado, como si se acabara de despertar en una habitación desconocida.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Por favor, general —me agarré al borde de la mesa hasta que los nudillos se me pusieron blancos—. Max y Nathan eran amigos. Confío en que él haga el trabajo. Sé que no dejaría sufrir a Nathan.</p> <p>—Su confianza en Harrison no me preocupa —el comentario sonó frío en el brusco acento británico de Breton. Respiró hondo—. Bien, Harrison, mañana por la noche tomarán un vuelo para regresar. Pero quiero que ella se mantenga a un radio de quince kilómetros del lugar de la muerte. ¿Me he explicado con claridad?</p> <p>—Cristalina —Max me quitó la orden de ejecución y la dobló antes de guardársela en el bolsillo de su abrigo de cuero.</p> <p>—Bien. Imagino que conocen la salida —Breton le dio las fotografías a Max, pero las agarré yo.</p> <p>Casi estábamos en la puerta cuando el general volvió a hablar.</p> <p>—Y, Harrison, si fracasa en su misión, enviaré a alguien que no lo hará.</p> <p>Seguí a Max hasta el pasillo.</p> <p>—No lo hagas… —dije una vez que la puerta se cerró.</p> <p>Max me agarró por los hombros y me giró para que lo mirara.</p> <p>—Esto no es un juego, Carrie —tenía la cara a escasos centímetros de la mía—. Voy a tener que matar a Nathan. No sé en qué pensabas ahí dentro, pero aún tengo un trabajo que hacer.</p> <p>Me soltó y se giró para echar a andar.</p> <p>—Sí, pero aún no sabes dónde está. Puedes esperar mientras yo descubro qué está pasando.</p> <p>Él se rió.</p> <p>—¿Y cómo piensas hacer eso? No tienes recursos, nadie está dispuesto a ayudarte. Aunque pudieras curar a Nathan por arte de magia de lo que sea que lo tiene hechizado, sigo teniendo órdenes de matarlo. Estás sola en esto. Nathan está muerto y te engañas a ti misma si piensas lo contrario.</p> <p>—¿Entonces ya está? —sacudí la cabeza con incredulidad—. ¿Estás rindiéndote, sin más?</p> <p>—¡Estoy cuidándome las espaldas!</p> <p>Cerré los ojos. Ése no era el Max que conocía; era un completo extraño.</p> <p>—Max, por favor, confía en mí. Confía en que no voy a hacer nada que te pueda ponerte en peligro.</p> <p>—Vas a hacer lo que necesites hacer por ti misma, Carrie. Eso es lo que hacen los supervivientes.</p> <p>Miré las fotografías y la mirada vacía del cadáver me sacudió por dentro.</p> <p>—No me interesa ayudarme a mí misma —dije conteniendo las lágrimas—. Sólo quiero salvar a Nathan.</p> <p>—Es demasiado tarde para eso —dijo Max suavemente—. El Movimiento ha tomado su decisión y pase lo que pase, la mantendrán.</p> <p>Sacudí la cabeza.</p> <p>—No quiero salvarlo del Movimiento. Quiero salvarlo de sí mismo.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 6</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Oráculo</p> </h3> <p>Max necesitaba reunir algunos suministros antes de marcharnos. No tenía la mínima idea de qué equipo necesitaba para matar a mi Creador, pero me negué a ayudarlo a reunirlo. Fue a la armería después de darme órdenes estrictas de ir directamente a la recepción.</p> <p>Y no tuve elección. Tan pronto como se marchó, un guardia salió de ninguna parte y me llevó al vestíbulo.</p> <p>—No es nada personal —dijo—. Es que no puedo permitir que haya vampiros no pertenecientes al Movimiento rondando por los pasillos.</p> <p>Anne había regresado a su puesto en el mostrador y alzó la vista cuando las puertas se cerraron. Se le iluminó el rostro.</p> <p>—Bueno, ¿cómo ha ido con el general?</p> <p>—No ha ido bien —normalmente, habría lamentado tener que hablar con una completa desconocida, pero no estaba sonsacándome información y, es más, su sincero interés me hizo querer que lo hiciera. Jamás había pensado que me gustara requerir tanta atención—. Básicamente me ha abatido.</p> <p>—Qué gilipollas. Lo siento.</p> <p>—Es un hombre muy testarudo, ¿verdad? —dije mientras me sentaba en uno de los sillones de felpa.</p> <p>Anne se levantó y se sentó en el suelo.</p> <p>—Bueno, en esta organización no se llega lejos si no eres testarudo.</p> <p>—No lo sé —la vi juguetear con las pulseras negras que llevaba en la muñeca—. A ti parece irte bien.</p> <p>Con una sonrisa torcida, volteó los ojos.</p> <p>—Sí, soy una gran recepcionista. ¿Dónde está Max?</p> <p>—Cargándose de artilugios y suministros con los que matar a mi Creador. Estoy loca por estar esperándolo. Debería estar volando hacia Estados Unidos.</p> <p>—Sí, claro, ¿en un avión comercial? Buena suerte —sacudió la cabeza—. Max tiene que parecer duro y serio con su trabajo, pero dudo que lo mate de verdad.</p> <p>—¿No lo penalizarán? —el Movimiento parecía repartir «libertad condicional» como chucherías en Halloween.</p> <p>—¡Qué va! Max ya ha eludido misiones antes. Nunca va a presentarse y a decir «no voy a matar a este vampiro», pero sí cuándo va a suceder. Llamará para dar un parte y dirá cosas como «no ha habido suerte todavía, pero encontraré a ese cabrón». Ya sabes, la clase de cosas que diría John Wayne en una película.</p> <p>—Así es como suele hablar Max —le recordé.</p> <p>Ella volteó los ojos.</p> <p>—Ya lo sé. Pero esto es diferente. Y, por cierto, se vuelve mucho más duro cuando está reacio a hacer un trabajo.</p> <p>La seguridad con la que habló me hizo sentir mejor. Por mucho que discutieran Nathan y Max, ninguno de ellos quería ver al otro muerto. Tal vez cuando estuviéramos lejos de los ojos y oídos del Movimiento, Max cambiaría de idea.</p> <p>—Bueno —dijo Anne animadamente—, ¿y qué te ha parecido este sitio?</p> <p>—Me ha parecido… bonito —respondí de manera poco convincente—. Para nada lo que me esperaba.</p> <p>—Lo sé. La mayoría de la gente cree que va a encontrarse paredes de piedra, antorchas y tipos con largas barbas y ropa terrorífica. Quiero decir, tenemos a los tipos con barbas largas, pero sólo se ponen esa ropa durante los rituales —lo dijo como si fuera algo completamente normal tratar con fuerzas ocultas en el puesto de trabajo—. Aparte de ellos, aquí no hay nada raro.</p> <p>—Bueno, excepto Oráculo. Aunque supongo que no la veré. ¿Cómo es?</p> <p>—Es como… —Anne apretó los labios mientras pensaba—. Es como la Bola Mágica 8, sólo que puede matarte.</p> <p>—¿Puede responder a tus preguntas?</p> <p>—¿Con la boca? No, pero habla mediante telepatía todo el tiempo, aunque no suele decir cosas que tengan sentido. ¿Por qué? ¿Tienes alguna pregunta?</p> <p>No estaba segura de si debería admitirlo o no. La noción de privacidad parecía habérsele escapado a esa eterna adolescente y aunque era agradable no me apetecía examinar mis miedos más profundos con ella. Me limité a un diplomático:</p> <p>—Sí.</p> <p>—Guay. Yo le he hecho toda clase de preguntas, pero nunca me ha respondido. Quiero decir, una vez me ofreció una aterradora visión de mi espalda partiéndose por cuatro sitios distintos, pero no llegó a hacerlo, así que no estoy preocupada —después de meditar un momento, alzó la vista y me preguntó—: ¿Y el general no os ha dejado verla?</p> <p>—Me ha dado la impresión de que al general no le importa mucho Oráculo.</p> <p>Anne suspiró.</p> <p>—Mucha gente aquí es así, pero ya sabes, cualquier información que puedas obtener sería útil en tu situación.</p> <p>—Bueno, no es que ahora importe. Por cómo lo ha hecho sonar Max, se necesita un permiso especial para verla —suspiré con audible frustración.</p> <p>Hubo una larga pausa. Me había esperado una respuesta inmediata de Anne y cuando no la oí, miré arriba. Estaba agitando una tarjeta atada a una cuerda negra y sonriendo.</p> <p>—¡O amigos con permiso de acceso!</p> <p>—¿Quieres decir… tú?</p> <p>—Aja. Tengo acceso a todos los lugares de este edificio gracias a mis excelentes años de servicio y al hecho de que en ocasiones tenga que acompañar a visitantes a dar una vuelta por las instalaciones —su traviesa sonrisa llegó hasta los rabillos de sus ojos—. Bueno, ¿quieres?</p> <p>—¿No te meterás en problemas?</p> <p>—Sólo si nos pillan. Además, no es que vayan a deshacerse de mí.</p> <p>Tuve la impresión de que Anne interpretó mi indecisión como miedo.</p> <p>—Últimamente no le ha hecho daño a nadie. Le han cambiado la dieta. Estaba tomando demasiada sangre masculina y la testosterona la hacía ser demasiado gruñona. Ahora es muy dulce.</p> <p>Tuve un fugaz momento de cordura y me controlé.</p> <p>—Max me ha dicho que me quedara aquí.</p> <p>—¿Y? —Anne se puso de pie y se situó detrás de la mesa, de donde tomó un par de notas adhesivas—. Le dejaremos un mensaje. Además, está en la armería. Se pasará allí un rato.</p> <p>—Los hombres no pueden resistirse al encanto de brillantes juguetes nuevos —accedí a regañadientes—. Ya sabes que se va a enfadar mucho.</p> <p>—No te preocupes, sé cómo manejarlo. No es tan duro.</p> <p>Garabateó algo en el papel y lo pegó en el monitor de su ordenador antes de indicarme que le diera mi bolsa.</p> <p>—Aquí atrás estará segura. No has traído muchas cosas.</p> <p>La seguí hasta las puertas.</p> <p>—Me la hizo Max. Supongo que no tenía pensado quedarse mucho tiempo. Nos vamos mañana por la noche.</p> <p>—Qué pena —deslizó su tarjeta por el lector—. El hotel donde os tienen alojados es muy bonito.</p> <p>El hecho de que estuviéramos hospedados en un hotel me sorprendió.</p> <p>—Pensé que tendríais dormitorios subterráneos o cosas así.</p> <p>—Y los tenemos —me aseguró Anne—, pero sólo para el personal que está en guardia permanente. Como yo, por ejemplo, o los médicos que se ocupan de Oráculo. Los nuevos asesinos que están de prácticas y sus mentores también residen aquí, pero su estancia no es permanente.</p> <p>Un hombre alto y delgado con un hábito y un peinado a lo Edgar Allan Poe pasó por delante de nosotros y asintió. Anne lo saludó con la mano y siguió.</p> <p>—Debes de ser una recepcionista muy buena si te tienen trabajando todos los días y a todas horas —deslicé los dedos por la pared a medida que caminábamos; un horrible hábito que había adoptado de humana y que tuve que dejar cuando estudié la cantidad de enfermedades que puedes contagiarte así. Ahora que los gérmenes ya no eran una preocupación, no me importó… aunque era algo que desquiciaba a Nathan.</p> <p>—La verdad es que no soy una recepcionista. Soy más como Miguel —me explicó y le agradecí que me sacara a mi Creador de la cabeza.</p> <p>—Creía que Miguel era una especie de jefe del departamento de seguridad aquí. Entonces has sido una asesina.</p> <p>Ella asintió.</p> <p>—Durante trescientos años. Me dejaron retirarme en los años cincuenta. Eh… me refiero a la década de los cincuenta del siglo XIX.</p> <p>—¿Hace trescientos años? Espera… —la detuve poniéndole una mano en el brazo—. Nathan me dijo que el Movimiento tenía doscientos años.</p> <p>—Sí, pero antes de que empezáramos a llamarnos el Movimiento, éramos la Hermandad de la Sangre. Por aquel entonces las cosas eran mucho más difíciles.</p> <p>Nos adentramos más en el edificio que en la primera visita. Me fijé en que esa zona tenía menos habitaciones seguras y más etiquetas de seguridad. Llegamos a dos grandes puertas cubiertas por señales rojas de advertencia escritas en distintos idiomas. Además de un lector de tarjetas, vi que había un escáner que reconocía la palma de la mano y un teclado en la pared.</p> <p>—Ésta es la sección más segura del cuartel general —me explicó Anne—. Sólo tienen acceso administradores de alto nivel y el equipo de seguridad. Oh, y los científicos que monitorizan a Oráculo.</p> <p>—¿Científicos? —me mordí los labios nerviosa mientras la veía introducir los códigos. La pegatina escrita en inglés advertía de que un código erróneo resultaría en una alerta de seguridad, y no recordaba dónde había visto la última habitación segura.</p> <p>—Sí. Tiene todo un equipo de médicos, químicos y farmacéuticos que la tienen medicada y controlada —la misma voz electrónica del ascensor nos informó de que el código era correcto y Anne empujó la puerta.</p> <p>—Si está drogada, ¿por qué le tiene tanto miedo Max? No es la clase de tipo que le tiene miedo a las cosas.</p> <p>—Estaba en el equipo que la trasladó hasta las nuevas instalaciones en los ochenta. No deberían haberle asignado la labor, era demasiado joven. Incluso ahora es demasiado joven. Bueno, el caso es que sus medicamentos no lograron contenerla y le retorció la cabeza a un miembro del equipo hasta arrancársela.</p> <p>—¿Se la retorció? ¿Tiene esa clase de poder?</p> <p>—Oh, sí. Tiene poderes de telequinesia. Estaría guay si no la empleara de un modo tan destructivo. Pero por eso está constantemente dopada. ¡Ah, ya hemos llegado!</p> <p>Giramos a la izquierda y atravesamos unas puertas de vaivén para entrar en una sala con las paredes negras como las de una exposición en un museo. Una ventana oscura del tamaño de una pantalla de cine ocupaba toda una pared y estaba separada de nosotras por una barandilla de bronce.</p> <p>—Quédate ahí —me indicó Anne mientras se movía hacia la ventana, donde giró un disco. Las luces se atenuaron lentamente en nuestro lado del cristal a la vez que el otro lado se iluminaba.</p> <p>—Es como la casa de los pingüinos en Mundo Marino —dije provocando las risas de Anne.</p> <p>Detrás del cristal, algo rojizo rodeaba una forma suspendida en el aire. Me llevó un momento darme cuenta de qué era eso rojo.</p> <p>—¿Es sangre?</p> <p>Anne se situó a mi lado junto a la barandilla.</p> <p>—Sí. Oráculo ya no puede alimentarse en el sentido tradicional. Requiere mucha más sangre para mantener sus tejidos. Una inmersión total le permite absorber la sangre por los pulmones y los poros al igual que por su aparato digestivo. La sangre circula constantemente por filtros purificadores y que le dan oxígeno para proporcionarle una óptima alimentación.</p> <p>—¿Entonces tenéis una gigantesca máquina ahí atrás bombeando sangre? —miré el tanque.</p> <p>Anne asintió y se encogió de hombros.</p> <p>—Sí.</p> <p>A medida que las luces se intensificaban, la forma se vio con más claridad. Una figura, desnuda y claramente femenina, flotaba en la sangre. Lo que parecían ser vías intravenosas y electrodos estaban conectados a sus esbeltas extremidades y a su cabeza calva. Tenía el rostro relajado y los ojos cerrados como si estuviera durmiendo. Era perfecta, a excepción de los tres cuernos que le salían de la cabeza.</p> <p>Volví a pensar en la fiesta de Año Nuevo de Cyrus y en las criaturas que había visto allí.</p> <p>—¿Es medio demonio?</p> <p>—No. Oráculo es muy vieja, una de las vampiras más antiguas que conocemos. Los cuernos son una consecuencia natural del proceso de envejecimiento. Nos deformamos cuando envejecemos —Anne alargó el brazo, se apartó las pulseras de plástico dejando al descubierto el leve inicio de lo que sólo podría describirse como una garra. Volvió a cubrirla—. Además, ella es la vampira mejor dotada físicamente que conozco.</p> <p>—Entonces, ¿está ahí encerrada? —pregunté apoyándome en la barandilla.</p> <p>—Eso es. Ha pasado por distintos métodos de contención desde que se la capturó en el año 1079 de la era cristiana y fue entregada al Movimiento en el primer año de creación del grupo por el rey Jorge II, en 1765.</p> <p>—¿El Movimiento es así de viejo? —le pregunté—. Pensé que por entonces era la Hermandad de la Sangre.</p> <p>Antes de que Anne pudiera responder, la sangre del tanque golpeó el cristal con una ola que creó un estruendoso eco.</p> <p>—No te preocupes por eso. Está reaccionando a tu voz porque eres nueva.</p> <p>«Igual que cuando ves a un perro grande y aterrador y te dicen que sólo está jugando».</p> <p>—Tiene un equipo de cuidadores que le administran sedantes. Las drogas que le administran la mantienen en un ligero coma. Es más seguro, y más propicio para sus visiones. Los especialistas la monitorizan y podemos ver con claridad sucesos mundiales con días de adelanto con la información que nos aporta ella. Bueno, ya sabes, si es que decide aportarla.</p> <p>Tal vez fue un truco de la luz, pero habría jurado que Oráculo había abierto los ojos.</p> <p>—Qué raro —susurró Anne—. Voy a avisarlos para que sepan que está despierta.</p> <p>Así que no había sido simplemente una inquietante ilusión. Y al parecer, esa voz tampoco era imaginación mía. «Carrie», decía suavemente. El tono frío me paralizó. «Carrie, ha vuelto».</p> <p>—¿Quién? —pregunté en voz alta, aunque lo sabía. En mi corazón sabía a quién se refería. Dos meses de horribles pesadillas pasaron por mi mente. «¡No!», le grité a Oráculo sin hablar. «Cyrus está muerto. ¡Nada puede traerlo de vuelta!».</p> <p>«¿Dudas de mí, vampiro?».</p> <p>Estoy segurísima de que fue en ese momento cuando las cosas empezaron a ir mal. La voz de Oráculo llenó mi cabeza y se mostró furiosa.</p> <p>«¿Qué quieres, vampiro? ¿Por qué vienes a mí?».</p> <p>«Me has dicho que ha vuelto. Necesito saber de quién estás hablando».</p> <p>«Temes que hable del que se llama Simon». Otra ola de sangre golpeó el tanque. Anne, que había corrido hacia el intercomunicador, se encogió contra la pared. No sé si había pedido ayuda o no.</p> <p>—¿Simon? —grité en voz alta. Me llevó un momento recordar el nombre real de Cyrus—. No le tengo miedo a Cyrus.</p> <p>«No deberías, aunque vuelve a vivir. Vive. Pero hablo del que devora la esencia de la sangre de mi especie». Otra ola golpeó el tanque.</p> <p>—¿El Devorador de Almas? —pero entonces otra parte de su discurso reclamó mi atención—. ¿Qué quieres decir con que Cyrus está vivo?</p> <p>«Alzado por los exquisitos en la tierra de los muertos. Cuando el primero se levanta, el segundo cae. Ambos serán devorados».</p> <p>Anne seguía pegada a la pared.</p> <p>—Tenemos que irnos. No es seguro estar aquí cuando está así de agitada.</p> <p>No podía marcharme todavía. No, cuando estaba empezando a obtener respuestas.</p> <p>—¿El Devorador de Almas ha poseído a Nathan?</p> <p>Las olas de sangre ahora golpeaban más y más deprisa. Por el rabillo del ojo vi a Anne taparse los oídos.</p> <p>«Tienes tu respuesta. Busca a los exquisitos en la tierra de los muertos. La carne y la sangre del destructor».</p> <p>Un frío miedo se apoderó de mí.</p> <p>—¿Y si no puedo encontrarlo? ¡No lo entiendo!</p> <p>Los ojos de Oráculo volvieron a abrirse y en ese mismo instante, los guardias del Movimiento irrumpieron en la sala seguidos por Max.</p> <p>—Carrie, ¡aléjate de ella!</p> <p>Oráculo abrió la boca; olas de sonido rizaban la superficie de la sangre mientras su grito llenaba el aire y mi cabeza.</p> <p>«¡Se convertirá en un dios!».</p> <p>—¡No, no, no! —gritó Anne, arañando la pared como si estuviera buscando un lugar donde asirse. Un segundo después, supe por qué. Como si no fuera más que una pluma en la brisa, su pequeño cuerpo voló por la habitación… aunque las plumas no crujen de ese modo cuando chocan contra las paredes. Cayó al suelo. Intenté correr hacia ella, pero tenía los pies inmovilizados.</p> <p>—¡Anne! —antes de que Max pudiera moverse, una fuerza invisible lo clavó a la pared.</p> <p>Por extraño que parezca, mi miedo se esfumó. La voz de Oráculo bloqueó el sonido de Max, que me gritaba que saliera corriendo; ella insistía en que me acercara y no pude encontrar una buena razón para no hacerlo.</p> <p>Me deslicé por debajo de la barandilla de bronce y crucé el espacio que me separaba del tanque. Según me acercaba al cristal, Oráculo comenzó a moverse, dando largos y pesados pasos a través de la sangre. Suspendida, parecía que estuviera caminando por el aire. Alargó los brazos hacia mí y puse las palmas contra el tanque pensado que ella pondría las manos contra el cristal para encontrarse con las mías. Sin embargo, las retorció hasta formar unas garras al mismo tiempo que yo sentía cómo mi garganta quedaba aplastada.</p> <p>Estaba bastante segura de que me retorcería la cabeza hasta arrancármela.</p> <p>«¡No!», le supliqué en mi mente. «No voy a morir así. ¿Por qué ibas a darme esta información para dejar que al instante muera conmigo?».</p> <p>Me soltó. Las luces parpadearon y dejaron el tanque a oscuras. De pronto sentí los brazos de Max rodeándome y sacándome de la sala. Unos vampiros con batas blancas entraron corriendo para atender a Anne.</p> <p>—¿Qué coño ha sido eso? —repetía Max una y otra vez a mi lado mientras corríamos por el pasillo.</p> <p>No podía responderle. La voz de Oráculo resonaba en mi memoria.</p> <p>«Se convertirá en un dios».</p> <p></p> <p>Cyrus se despertó gritando.</p> <p>Ratón estaba sentada a su lado y le echó un brazo sobre sus hombros desnudos. La piel de la joven era demasiado ardiente y seca, magnificando el resbaladizo y frío sudor que cubría el cuerpo de él.</p> <p>—Has tenido una pesadilla —dijo ella.</p> <p>El primer instinto de Cyrus fue abofetearla, pero la ya familiar vergüenza lo invadió y lo contuvo. Se levantó de la estrecha cama que habían compartido. Se había deleitado en la sensación de abrazarla mientras ella dormía, una sensación que no podía comparar con nada en su vasta y morbosa existencia. Ahora, bajo la luz del día que se colaba débilmente por las pequeñas ventanas del sótano, la noche le parecía sucia de algún modo.</p> <p>Había sido un vampiro de cientos de años con unos recursos económicos ilimitados y un poderoso encanto a su disposición. Siempre había tenido lo que había querido y, sin duda, nunca había querido consolar a una mujer sollozante a lo largo de las oscuras horas de la noche.</p> <p>«Lo habrías hecho por Carrie».</p> <p>Agarró su camisa (mejor dicho, la del sacerdote) de los pies de la cama y se la puso, recordándose que debería estar furioso por llevar esa tela barata; tenía el leve recuerdo de habérsela quitado justo antes de rodear a Ratón con sus brazos. Ella lo llamó mientras entraba en el cuarto de baño, pero la ignoró y cerró la puerta de un portazo, porque necesitaba espacio y tranquilidad y un modo de bloquear ese horrible sueño de su mente.</p> <p>Pero había soñado con ella, como si no pudiera olvidar con facilidad todas las cosas que concernían a Carrie. En el sueño, la había abrazado, pero no fue un abrazo lascivo. Ella le había dejado que le acariciara el pelo y que la besara. Le había dicho que lo amaba. Cuando Carrie había sido su Iniciada, siempre había estado al borde de la repulsión cada vez que lo había tocado. En su sueño, sin embargo, lo había amado del modo que él había querido que lo amaran.</p> <p>Cuando había abierto los ojos, había tenido entre sus brazos el cuerpo sin corazón y ensangrentado de su amada Elsbeth. La había zarandeado, desesperado por revivirla, pero entonces sus rizos castaños y sus delicados rasgos se habían transformado en el cabello rubio claro y el anguloso rostro de Carrie. En ese punto se había despertado gritando y había encontrado a Ratón a su lado, y durante un terrible momento, estuvo seguro de que a ella también la había matado.</p> <p>«Tengo que salir de aquí», se dijo cuando abrió el grifo y se echó agua fría en la cara. «Estoy perdiendo la cabeza».</p> <p>Desechó esa idea. Le habían ocurrido demasiadas cosas en su pasado, demasiado horror, demasiada muerte, como para perder la cabeza por una simple chica como Ratón. Si iba a perder la cabeza por algo, no sería por ella.</p> <p>«No, si puedo evitarlo». Su propia voz le sonó como la de su padre y eso le complació. Por fin estaba volviendo a ser el mismo de antes.</p> <p>Pero ¿por qué ese pensamiento lo puso enfermo?</p> <p>¿Por qué no iba a querer reclamar esa parte de sí mismo que su traicionero cuerpo humano quería borrar?</p> <p>«Estúpido, nunca aprendes». Apoyó la frente contra el espejo. ¿Había sido su padre, o el Devorador de Almas, la criatura que le había hecho perder la cordura a Jacob Seymour, el que le había dicho esas palabras una y otra vez? Había sido Jacob, al principio, después de que su querida Moll hubiera avanzado hacia el sol y hubiera ardido hasta convertirse en cenizas, y de nuevo, cien años más tarde, cuando la encantadora Francesca se había metido en una bañera llena de agua sagrada. Pero para cuando la sangre de Elsbeth se había enfriado y congelado en su piel de mármol, Jacob Seymour ya llevaba tiempo muerto y había sido el Devorador de Almas el que había acudido a Cyrus. Y cuando Carrie le había clavado la estaca en el corazón, había oído la voz de Jacob en su cabeza, provocándolo con esas mismas palabras.</p> <p>Cyrus abrió el armario de las medicinas. Ahí encontró jabón de afeitar, una cuchilla y tijeras. Imbéciles; no podía evitar ese absoluto desdén por sus captores. Habían estado demasiado ocupados jugando a las torturas con Ratón y sus sagrados amigos como para pensar en quitar del sótano armas potenciales. Los vampiros de arriba o eran estúpidos o no tenían ni idea de su humanidad, no se daban cuenta de lo fácil que sería para él cortarse las venas y terminar con la espera.</p> <p>¿O no? Todo en él era tan… mortal. ¿De verdad sería capaz de quitarse su propia vida cuando sólo pensarlo le daba repugnancia? No. No regresaría a ese mundo fantasma. No, si podía evitarlo.</p> <p>Decidió que debía matarla y demostrarse a sí mismo que había aprendido algo. Se demostraría que aún podía ser el vampiro que su padre había querido tener a su lado y, con suerte, su padre sentiría lo mismo.</p> <p>La total dependencia de Cyrus de Ratón en las actividades del día a día sería un obstáculo… bastante fácil de superar. Si aprendía a llevar una vida mortal, sólo por un tiempo hasta que su padre lo encontrara, podría librarse de ella.</p> <p>Se aprovechó de los artículos de tocador del sacerdote, contento de pensar que regresaría a su anterior estado. A cada pasada de la cuchilla, su determinación se reafirmaba. Aunque sus sirvientes siempre se habían encargado de utilizar los modernos electrodomésticos de la cocina, se consideraba un hombre inteligente y confiaba bastante en su habilidad para apañarse solo. Cuando terminara de acicalarse, saldría del baño y mataría a Ratón con sus propias manos, si era necesario; aunque con un cuchillo, mejor. De cualquier modo, ella moriría.</p> <p>«Antes de que pueda hacerme daño como los demás. ¿Lo ves, padre? He aprendido algo después de todo».</p> <p>Podía hacerlo. Ella lo hacía débil; matarla lo haría fuerte.</p> <p>Utilizando el endeble peine de plástico que había encontrado en el armario, se desenredó su enmarañado pelo largo, pero sólo le hicieron falta dos fuertes tirones para darse cuenta de la triste verdad, tendría que cortárselo.</p> <p>«Estás buscando excusas para no matarla».</p> <p>Había tijeras en el armario, podría utilizarlas para apuñalarla. Una vez le había arrancado los dedos de la mano a un hombre con una podadera y había sido una experiencia muy placentera.</p> <p>El recuerdo le revolvió el estómago y centró su atención en las tijeras. Al contrario de lo que esperaba, no estaban ni oxidadas ni desafiladas. Unos cuantos tijeretazos le dejaron el pelo a la altura de los hombros y de ahí pasó a dejarlo con el típico estilo corto que había visto en sus antiguos guardaespaldas. Tardó más de lo que había pensado en terminar el trabajo y los brazos le dolían para cuando terminó.</p> <p>Al otro lado de la puerta, en un programa de la tele se preguntaba por el precio del jabón líquido para la lavadora y la voz de Ratón se adelantó a la respuesta del concursante.</p> <p>Cyrus se humedeció el pelo y se lo peinó con la raya a un lado. Sus ojos perfectamente sanos lo miraron desde el espejo. Ya no se parecía en nada al monstruo que había sido una vez y, durante un aterrador momento, eso le gustó. Después, agarró las tijeras una vez más.</p> <p>Abrió la puerta tan silenciosamente como pudo para que ella no apartara la mirada de la televisión. La luz del sol se colaba por la pequeña ventana sobre su cabeza rodeándola de un halo de brillantes motas de polvo. Aunque parecía cansada, su rostro ya no reflejaba preocupación.</p> <p>Un concursante gritó un número y Ratón sacudió la cabeza.</p> <p>—Demasiado alto.</p> <p>Cyrus avanzó lentamente. No quería que lo viera hasta el momento que alzara las tijeras, justo antes de atacarla; así vería su rostro palidecer de horror. Pero al pensar en ello, se le encogió el pecho y emitió un involuntario grito ahogado.</p> <p>Ella se giró, claramente sorprendida.</p> <p>«Lo sabe», le gritaba su desesperado cerebro. «Hazlo ahora, lo sabe».</p> <p>La expresión de impacto de su rostro se transformó en una sonrisa.</p> <p>—Te has cortado el pelo.</p> <p>Nunca la había visto sonreír. No era hermosa, pero ese gesto la hizo pasar de ser una chica simple a tener una belleza sencilla. Y fue el significado de esa sonrisa lo que le hizo a Cyrus quedarse sin aire porque entendió que, en algún momento de la noche, mientras había estado acurrucada a su lado, su miedo por él se había desvanecido.</p> <p>—Está muy bien —añadió ella con una sonrisa más amplia todavía.</p> <p>Cyrus nunca había estado acomplejado por nada; le había sido muy fácil estar seguro de sí mismo cuando sabía que lo adoraban y, en ese momento, habría hecho cualquier cosa con tal de volver a sentir esa confianza en sí mismo. Alargó la mano para tocar los mechones más cortos que se había dejado dándose cuenta demasiado tarde de que aún tenía las tijeras en la mano.</p> <p>La sonrisa de la chica desapareció.</p> <p>—¿Para qué son?</p> <p>Mentir no era algo que hubiera perdido en el cambio de inmortal a muerto y a mortal. Se pasó las tijeras de una mano a otra, con naturalidad.</p> <p>—Pensé que nos harían más falta en la cocina.</p> <p>—Buena idea —ella se levantó lentamente y lo siguió.</p> <p>«Así que todavía me tiene miedo».</p> <p>De pronto, y con impactante claridad, una visión de su cuello rajado y su vestido ensangrentado se apoderó de su mente. Las tijeras, antes una herramienta simple y común, le parecían algo maléfico, como si su intención las hubiera impregnado de maldad.</p> <p>«No puedo hacerlo». No quería pensar el porque; era tan débil como su padre lo consideraba.</p> <p>Metió las tijeras en un cajón y lo cerró, resistiendo las ganas de hacerlo de golpe. ¿Era posible que sus captores se hubieran imaginado que intentaría matarla, que él pensaría en suicidarse? ¿Era todo eso una tortura planeada?</p> <p>Detrás de él, Ratón emitió un pequeño suspiro de alivio. Cyrus se giró, no seguro de si estaba furioso con ella por no confiar en él, o avergonzado de sí mismo por merecerse esa desconfianza. Unas lágrimas colmaban los ojos de la chica, pero estaba sonriendo.</p> <p>—Sabía que no lo harías.</p> <p>—¿Lo sabías? —quería agarrar un cuchillo de la encimera y demostrarle que se equivocaba, pero la furia se desvaneció dentro de él para ser sustituida por desesperación. Se sentó junto a la mesa y apoyó la cabeza en las manos—. Porque yo no estaba seguro de mí mismo.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 7</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Consecuencias</p> </h3> <p>—¿Cómo ha podido ser tan irresponsable?</p> <p>—En defensa de Max, General, he de decir que fue Anne quien me llevó a Oráculo —interpuse y me encontré con la mirada de acero de Breton.</p> <p>—Sí, lo sé. Y por eso, ella será penalizada. En cuanto a usted, ¡tiene suerte de que no llamara a un equipo para atravesarla con una estaca o de que no lo haya hecho yo mismo! —Breton arrojó el fajo de papeles que tenía en la mano y cayeron sobre el escritorio con un fuerte sonido—. La información de su viaje. Todo está en orden.</p> <p>—¿Qué es esto? —preguntó Max.</p> <p>—Es la orden que lo excluye de la misión de Galbraith.</p> <p>—¡Por favor, General! —grité—. Oráculo me ha dado información. «Busca a los exquisitos en la tierra de los muertos». ¡Es una prueba!</p> <p>—¿Una prueba? —gritó Breton—. ¿Una prueba de qué?</p> <p>—¡De que el Devorador de Almas trama algo! No sé decir por qué o cómo, pero debe creerme. ¡El Devorador de Almas está detrás de lo que le está sucediendo a Nathan!</p> <p>—Por lo que yo sé, el único problema con el señor Galbraith es que ha matado. Dos veces. Pero ahora sus amigos están convirtiéndose en mi problema. Señor Harrison, ha sido retirado del caso. Se lo asignaré a alguien más imparcial.</p> <p>—¡No puede hacer eso! —me puse de pie—. ¡No es culpa de Max, y tampoco es culpa de Nathan! ¡Se merece algo mejor que esto!</p> <p>—Lo que se merece el señor Galbraith es morir aterrorizado, como murieron sus víctimas.</p> <p>Max me puso la mano en el brazo.</p> <p>—Vamos. No hay nada que podamos hacer.</p> <p>De camino al aeropuerto estuvimos en silencio. Nos habíamos marchado del edificio cuando el alba estaba demasiado cerca y cuanto más se aclaraba el cielo, más tensos nos poníamos. Para cuando llegamos a la pista, tuvimos que correr hacia el avión mientras el frenético zumbido de los motores nos instaba a hacerlo.</p> <p>La razón oficial que dio el Movimiento fue que nos habían hecho marcharnos para protegernos, para alejarnos del alcance mental de Oráculo. Aunque yo sabía que en realidad se debía a que Breton estaba enfadadísimo conmigo, y en el fondo me alegré de poder irnos. Teníamos pocos recursos y una misión al parecer imposible ante nosotros. Me habría vuelto loca si hubiera tenido que quedarme en la habitación de un hotel todo el día esperando a descubrir qué estaba pasando y sabiendo que habían enviado a otro asesino para buscar a Nathan.</p> <p>Subimos los escalones del avión justo a tiempo. El ardiente sol de España se asomó por el horizonte justo cuando la azafata cerró la puerta. Una fina capa de humo salió de detrás de su mano por el contacto con la luz del sol.</p> <p>—¿En qué cojones estabas pensando?</p> <p>—¡Estaba pensando en que tenía un modo de obtener respuestas y tenía que utilizarlo! ¡Uno de los dos tenía que hacerlo!</p> <p>—Oh, ¿así que es culpa mía? —Max lanzó una carcajada de sarcasmo—. ¡Ahora hay un asesino buscando a Nathan y nosotros estamos jodidos, Carrie! ¡Si yo siguiera al cargo de la misión, podríamos haber tenido algo más de tiempo!</p> <p>—¡No, no podríamos haberlo tenido! —me cubrí la cara con las manos—. No podríamos. Cyrus está vivo.</p> <p>—Imposible.</p> <p>Contuve las lágrimas.</p> <p>—Oráculo me lo ha dicho. Eso explica por qué he estado teniendo estos sueños pero, Max… me ha dicho cosas.</p> <p>—¿Te ha dicho esas cosas antes de empezar a partirle la espalda a Anne? —Max caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada—. Por cuatro sitios. ¡Cuatro! Es un milagro que no la haya matado.</p> <p>—No ha sido un milagro. Oráculo sabía exactamente lo que estaba haciendo. Anne me dijo que había tenido una visión de eso años atrás. No ha sido un accidente.</p> <p>—¡Y una mierda que no ha sido un accidente!</p> <p>—¡Max, cálmate! —mi severo tono me sorprendió incluso a mí, y por un momento nos quedamos mirándonos impactados.</p> <p>Él fue el primero en reaccionar, aunque no mucho.</p> <p>—Vale.</p> <p>—¿Qué quieres decir con «vale»? —sentí mi histeria creciendo otra vez—. Cyrus está vivo, pero yo lo maté. Tú estabas allí. Los dos lo vimos morir. ¿Cómo puede estar vivo?</p> <p>Max se encogió de hombros.</p> <p>—No es algo que no haya oído antes. Sé que hay formas de hacerlo, pero ¿quién querría traer de vuelta a ese cabrón? —la lucecita de «por favor, abróchense los cinturones» se encendió encima de mi cabeza y Max me indicó que me sentara.</p> <p>—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? —intenté sonar valiente mientras me sentaba a su lado.</p> <p>—Carrie —dijo suavemente, como preparándome para lo peor—, sabes lo que pasará si desobedezco al Movimiento.</p> <p>—Y tú sabes, mejor que yo, lo que pasará si obedeces y matas a mi Creador —no podía soportarlo más, aunque sabía que no estábamos más que comenzando un largo viaje. La incertidumbre se apoderó de mí hasta que deseé que todo acabara pronto, para bien o para mal, porque entonces, por lo menos, lo sabría. No tendría que temer perder a Nathan si ya lo había perdido, no tendría que estrujar mi esperanza si ya estaba satisfecha.</p> <p>Max me abrazó con fuerza y su voz tembló ligeramente cuando me susurró al oído:</p> <p>—Puede que ni siquiera haya que llegar a eso.</p> <p>—¿Cuál es el plan, entonces? No soporto seguir sin hacer nada.</p> <p>—Sé que no puedes —se detuvo—. ¿Qué te ha dicho Oráculo?</p> <p>—Ha dicho que «busque a los exquisitos en la tierra de los muertos». No sé, he pensado que tal vez se refería a los Colmillos —me estremecí ante el recuerdo de los zafios vampiros que había conocido en la mansión de Cyrus—. ¿Crees que podrían levantar a alguien de entre los muertos?</p> <p>Max suspiró.</p> <p>—Por desgracia, sí. Lo cierto es que empezaron como un conciliábulo místico. Hacían muchos rituales mágicos, invocando a demonios y cosas así antes de que empezara a mezclarse todo eso de las motos. Hoy en día hay una combinación de ambos. Quedan tantos místicos que el Movimiento les tiene miedo y tienen una enorme sección destinada al estudio de ese grupo.</p> <p>—Bueno, eso me quita un gran peso de encima —dije con sarcasmo—. Entonces, ¿podrían convertir al Devorador de Almas en un dios? Porque ésa es la otra bomba que soltó Oráculo.</p> <p>—¿Un dios? —a Max prácticamente se le salieron los ojos de las órbitas—. Espero… que no.</p> <p>—Genial —eché la cabeza atrás y cerré los ojos intentando calmar mi mente.</p> <p>—La cuestión es que tienen a varias brujas —continuó Max—, y siguen entrenándolas de manera activa. Ya sabes lo malo que puede ser enfrentarse a una de ellas.</p> <p>¡Puaj! Brujas. Sólo pensar en ellas me ponía los pelos de punta. Las que rendían culto a la tierra y entraban en la tienda de Nathan haciéndose llamar «brujas» no tenían ni idea del verdadero poder que existía ahí fuera. Era una fuerza aterradora, capaz de una destrucción que yo nunca había visto… hasta que conocí a Dahlia.</p> <p>Dahlia había sido la más ferviente admiradora de Cyrus hasta que él había cometido el error de intentar servirla como plato principal en una fiesta. Había logrado convertirse, aunque no quería ni imaginarme el destino que le había esperado al pobre vampiro que le había dado su sangre. Después de eso, se había calmado un poco, aunque seguía ahí fuera, con el poder de una verdadera hechicera y la fuerza de los no muertos.</p> <p>—¿Podría Dahlia tener algo que ver en todo esto? —le pregunté.</p> <p>La mención de su nombre hizo que Max se sintiera visiblemente incómodo. Lo habían dejado a su merced la noche que yo maté a Cyrus, pero había escapado de algún modo. No quise saber qué le habría hecho para que él ahora tuviera esa expresión de angustia en su rostro.</p> <p>—¿Crees que querría traerlo de vuelta?</p> <p>Dahlia no había sido capaz de matar a Cyrus, pero había querido verlo muerto. Sin duda, lo que sentía por él era una retorcida variante del amor y, además, era tan impredecible como el viento.</p> <p>—Probablemente no —tuve que admitir respondiendo a mi propia pregunta.</p> <p>—Bueno, concentrémonos en «la tierra de los muertos». Sé que a los Colmillos les gusta estar por Barstow, en el sur de California, porque me han enviado allí un par de veces para alguna misión. Allí todo está bastante muerto.</p> <p>—¿Sugieres que vayamos a echar un vistazo?</p> <p>—Yo no puedo hacer ese viaje. Creo que de los dos soy el que mejor puede descubrir qué le ha pasado a Nathan. Tú, por el contrario…</p> <p>Sacudí la cabeza.</p> <p>—No iré sola.</p> <p>—Nathan te enseñó a cuidarte sola —me recordó Max—. Te ha enseñado a luchar. Te meterás en menos problemas buscando a Cyrus en mitad de ninguna parte que quedándote en tu apartamento con los asesinos tomando el lugar.</p> <p>Estaba a punto de señalar que lo único que me había enseñado Nathan era defensa personal, pero Max tenía razón. No me supondría mucho conducir hasta Barstow. Sería muchísimo más fácil que quedarme esperando a que alguien le diera caza a Nathan y lo matara.</p> <p>—Me pregunto a quién enviarán para atrapar a Nathan.</p> <p>Max olfateó al aire.</p> <p>—¿Hueles eso?</p> <p>Por un segundo me pregunté si la azafata había ardido en la cocina, pero entonces capté el olor en cuestión. No era el olor a perrito caliente de la carne de vampiro en llamas, sino algo más parecido a un exótico perfume.</p> <p>Aun así, no creí que hubiera que darle importancia y preferí ignorarlo.</p> <p>—No, no lo huelo, Scooby.</p> <p>—¿Seguro que no hueles eso? —Max se puso de pie—. Levanta, vamos a echar un vistazo.</p> <p>—¿Y qué pasa con el cinturón?</p> <p>—Vamos a arriesgarnos —fue hacia la puerta de la cocina y yo lo seguí. La azafata, que estaba poniéndose un vendaje en la quemadura de su mano, se sobresaltó.</p> <p>—¿Hay alguien más aparte de nosotros en este avión? —gritó él.</p> <p>Ella se encogió de hombros.</p> <p>—Bueno, los pilotos. Pero aparte de…</p> <p>Max no siguió preguntándole. Nos separamos para buscar por otras partes del avión… no sabía para qué, pero Max estaba tan alterado que no me molesté en preguntarle. Él buscó en la cocina y en la cabina de mando, mientras que yo lo hice en el dormitorio. A pesar de nuestra precipitada marcha del Movimiento, alguien había tenido el detalle de dejar una cesta de frutas para nosotros.</p> <p>«Estaría muy bien si fuéramos conejos vampiros como Bunnicula». Eso hizo salir a la superficie un recuerdo agridulce. Había mencionado ese libro de niños la noche después de que Nathan me hubiera ayudado a escapar de Cyrus. Fue cuando Ziggy, el hijo adoptado de Nathan, había muerto. Me dejé caer sobre la cama, aplastada por el peso de mi pesar y por la tristeza que había sentido por él aquella noche. «¿Crees que lo dejé morir?». El tono acusatorio de Nathan se coló en mi mente. Le había dicho algunas cosas crueles y amargas, pero al final había sido una especie de terapia para los dos. Se había derrumbado y había llorado y yo lo había abrazado en el suelo rodeados de los restos del desayuno, que había destrozado en su momento de furia. Nos habíamos quedado sin sangre y tuvimos que conformarnos con comida de humanos para no bebernos la última bolsa que Ziggy había dejado.</p> <p>Miré la cesta de frutas; la comida de humanos era el último recurso. Un vampiro habría dejado una buena bolsa de O positivo a temperatura corporal como un gesto de cortesía.</p> <p>Max llegó en ese mismo instante y levantó la cesta.</p> <p>—¡Hija de puta! Ya me olía yo algo —le dio una patada a la cama mientras yo quitaba el papel celofán que recubría la cesta.</p> <p>Dentro había manzanas, cerezas, naranjas y unas delicadas flores amarradas a una fina rama.</p> <p>—Oh.</p> <p>Max partió la rama y aplastó las flores con su bota. Lo seguí hasta la cabina, y nos abrochamos los cinturones justo a tiempo para despegar.</p> <p>—Ha estado aquí. Quería que supiéramos que ha estado aquí. Debería haberlo sabido cuando he visto a esa zorra en el despacho de Breton. No tenía ninguna intención de permitirme ir tras Nathan, ¡ni siquiera cuando me dio la orden de ejecución! ¡Ya le había dado a ella la maldita misión! Ha tomado un avión mientras nosotros seguíamos en el edificio, e incluso ha tenido tiempo de dejarnos un regalito.</p> <p>Lo único que pude hacer fue recostarme en mi asiento e intentar calmarme. El Movimiento estaba intentando sabotearnos, el Devorador de Almas iba a convertirse en un dios, mi primer Creador se había levantado de entre los muertos, mi actual Creador tenía dos asesinos pisándole los talones. Y la única que podía impedir todo ese caos era yo.</p> <p></p> <p>Cuando se acercaba la noche, Cyrus se vio disfrutando de la compañía de Ratón. Ella había preparado el mejor almuerzo que pudieron permitirse, y él le había agradecido el esfuerzo.</p> <p>Además, había sido una agradable compañía. A Cyrus le había parecido perjudicial que hubiera dejado de temerlo, pero ahora estaba descubriendo que su conversación era una forma excelente de pasar el tiempo. Ella aún estaba algo sensible y habían hablado de ello durante el almuerzo. Le había hablado de su familia, o más bien de su falta de familia. Era huérfana, aunque no dijo el motivo de la muerte de sus padres. Había una hermana, pero se había mudado a Los Ángeles para intentar ser actriz y había terminado seducida por el dinero fácil y haciendo películas pornográficas. Lo último que Ratón sabía de ella era que había escapado de una clínica de rehabilitación en la que estaba sentenciada a permanecer por su adicción a las drogas.</p> <p>Después de eso, la única familia de Ratón había sido la parroquia. Cyrus había puesto cara rara al oírlo y ella se había sentido muy ofendida. Su fe era lo que la había mantenido en pie todo ese tiempo y no iba a permitir que se burlara de ello.</p> <p>El desafortunado sacerdote fallecido era nuevo en la parroquia; estaba a punto de jubilarse cuando se enteró de las calamidades por las que estaba pasando la pequeña iglesia de esa comunidad en el desierto y había accedido a estar con ellos hasta que encontraran a otro sacerdote. La monja llevaba en la parroquia veinticinco años, desde su creación. Ambos, tal y como dijo Cyrus, habían estado allí en el momento más inoportuno.</p> <p>Ratón se mostró de acuerdo y mientras miraba el sándwich que tenía intacto en el plato, comenzó a sollozar.</p> <p>Cyrus había querido rodearla con sus brazos y calmarla, pero se había contenido porque no había confiado en sí mismo, temía hacerle algo cruel si la tocaba y no iba a permitirse ser así ahora.</p> <p>No era que no le gustara ser un vampiro, lo había sido tanto tiempo que no sabía ser otra cosa, pero si le daba una oportunidad a la humanidad, podría acabar gustándole. ¿Por qué no iba a ser feliz con una vida humana como lo había sido de vampiro? Estaba empezando a no ansiar el poder y el control, a disfrutar de unas sencillas sensaciones humanas, y ahora podía reírse durante una agradable conversación y no por algún acto de crueldad que le infligiera a alguien. Como humano, sería bondadoso. Descubrió que prefería ser bondadoso.</p> <p>Y por eso había hecho lo único que podía hacer: no le había dado esperanzas a la chica ni le había asegurado que todo iría bien. Simplemente había cambiado de tema.</p> <p>—Deberíamos cenar esta noche. Hacer algo especial para celebrar mi regreso a la humanidad.</p> <p>—Supongo —había respondido ella vacilante—, pero para eso deberíamos tener comida.</p> <p>—No te preocupes. Conozco a… ésos de ahí arriba, una vez les hice un favor. Seguro que nos conseguirán más. No dejarán que me muera de hambre. Me han traído por alguna razón.</p> <p>Después de eso, ella había parecido quedarse más tranquila y le había hablado de vidas de los santos y de historias de la Biblia. Cyrus se lo había permitido porque le había hecho sentirse mejor.</p> <p>Ahora, la joven estaba junto a la pequeña cocina preparando Dios sabía qué para cenar, pero antes se había bañado y se había peinado y estaba canturreando a la vez que trabajaba. Cyrus esperaba en la mesa mientras ella servía la comida (pequeñas pechugas de pollo en una sospechosa salsa que había sacado de una comida congelada, zanahorias enlatadas y macarrones con queso) y estaban a punto de empezar a cenar cuando la puerta en lo alto de las escaleras se abrió.</p> <p>—Creía que estaba cerrada por dentro —le susurró Cyrus a Ratón, sin intención de emplear un tono acusatorio.</p> <p>Ella abrió los ojos aterrorizada y se le aceleró el pulso. Cyrus quería reconfortarla, pero no hubo tiempo para eso. Unas fuertes pisadas descendían por las escaleras.</p> <p>—Siento interrumpir vuestra cena, colegas —anunció una voz rasgada antes de que se viera a su dueña, con el rostro contraído en forma de vampiro y unos hombros que eran bastante más anchos que los de Cyrus. Le llevó un momento darse cuenta de que era una mujer.</p> <p>Ratón gritó y se levantó demasiado deprisa; le dio un golpe a la mesa y los platos sonaron.</p> <p>—Cálmate —le advirtió él levantándose lentamente para situarse a su lado—. Ven conmigo.</p> <p>Ratón corrió hacia él y lo rodeó por el cuello.</p> <p>—No voy a dejar que te haga daño —dijo Cyrus frotándose la piel del cuello. Sabía que al día siguiente tendría una herida ahí. Dirigiéndose a la vampira, preguntó bruscamente—: ¿Qué significa todo esto?</p> <p>—Tenemos que hablar. Líbrate de ella un minuto. No tardaremos.</p> <p>—Vamos, ve —le dijo a Ratón, animándola a que fuera al otro lado del apartamento. La siguió sin dejar de mirar a la vampira ni un instante.</p> <p>Ratón fue hacia la cama y se sentó. La vampira retiró de una patada la silla donde había estado sentado Cyrus y se sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su chaleco de cuero.</p> <p>—Simon Seymour. Por fin nos conocemos.</p> <p>—Aún no nos conocemos, no me has dicho quién eres. Y ahora me llamo Cyrus.</p> <p>—Ya lo he oído —ella extendió su mano—. Llámame Angie. He oído que das unas fiestas de Año Nuevo geniales. Siéntate.</p> <p>—Algunas son más geniales que otras —se tocó la mano; la vampira tenía mucha fuerza y se la había aplastado al estrechársela—. ¿Qué está pasando?</p> <p>Ella sacó un cigarrillo del paquete y le ofreció otro a él. Aunque había dejado de fumar antes de morir porque encontrar mesas en los restaurantes se había convertido en algo irritante en la era actual, tan concienciada con la salud, lo aceptó. Le vendría bien para calmar los nervios.</p> <p>Angie se echó hacia atrás y se quedó mirándolo un momento, antes de admitir:</p> <p>—Sólo he bajado para asegurarme de que has sobrevivido todo este tiempo. La verdad es que no sé qué tengo que decirte.</p> <p>—Empieza por quién os ha obligado a hacer esto —le dio una calada al cigarrillo—. ¿Ha sido mi padre?</p> <p>—¿Alguien más tiene la clase de conexiones requeridas para traer a alguien de entre los muertos? —preguntó enarcando una ceja.</p> <p>Había sospechado que el Devorador de Almas había sido el artífice. Aun así, ahora que sus sospechas habían quedado confirmadas, un gélido escalofrío le recorrió la espalda.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—No lo dijo. Me dio doscientos mil dólares para hacer el trabajo. Le habría pedido más de haber sabido todo el esfuerzo que requiere, pero nadie rompe la promesa que le hace al D.H.</p> <p>—Refiérete a él apropiadamente —le ordenó Cyrus, más por una cuestión de costumbre que por respeto. ¿Cómo podía haberle hecho eso su padre? Le parecía imposible que su padre pudiera necesitarlo para algo, ya que nunca había tenido confianza en él, y sin embargo ahí estaba ese fracaso de hijo. Vivo. Y humano. Aunque… ¿durante cuánto tiempo?</p> <p>—Imagino que vais a transformarme otra vez.</p> <p>—No.</p> <p>—Seguro que él espera que me lo gane. ¿Quién va a venir a por mí?</p> <p>—Aún no lo sé —le dio una larga calada al cigarrillo—. Estamos a la espera de noticias.</p> <p>—No puedo esperar mucho más. Apenas me queda comida aquí abajo —tuvo la precaución de no decir «nos queda». Esa mujer había aceptado dinero a cambio de levantar a un muerto. Era peligrosa y para nada alguien ante quien querría exponer a Ratón.</p> <p>—Nos ocuparemos de eso.</p> <p>—Bien —Cyrus se levantó—. Supongo que ya hemos terminado.</p> <p>Ella sonrió y la expresión resultó monstruosa en su rostro deforme.</p> <p>—Pero antes de irme…</p> <p>Sacó un sobre de su chaleco y se lo dio. Cyrus levantó la solapa y sacó el contenido.</p> <p>Fotografías hechas con una Polaroid. De él y de Ratón tumbados en la estrecha cama la noche anterior. Él la rodeaba con gesto protector con un brazo y tenía la cabeza apoyada en la curva de su cuello.</p> <p>—Me alegra ver que os estáis llevando tan bien aquí abajo —el rostro de Angie volvió a su forma humana. Tenía mejor aspecto de vampira.</p> <p>Cyrus se metió las fotos en el bolsillo y no dijo nada, aunque sabía lo que significaban. Los Colmillos sabían que le importaba Ratón y eso era un arma formidable, una que él había desconocido que existiera hasta verla con sus propios ojos. Podían hacerle daño para ponerlo a prueba, para forzarlo a cooperar, simplemente porque se divertirían torturándolo.</p> <p>—Ayuda saber que tenemos material para negociar, ¿no crees? —Angie apagó el cigarrillo sobre el mantel de plástico.</p> <p>—Supongo que sí —respondió él con la boca seca. Necesitó dar unos pasos antes de recuperar el valor y la confianza que ella le había arrebatado—. Aunque yo también tengo material para negociar. La necesito. Aún estoy demasiado débil para cuidarme —una mentira, aunque una fácil de decir—. Si muere, yo muero, y vosotros perdéis vuestro dinero.</p> <p>—Devolverle el dinero a tu padre sería la menor de mis preocupaciones —Angie se cruzó de brazos—. Además, siempre podría volver a levantarte a ti.</p> <p>Cyrus la observó hasta verla desaparecer en lo alto de las escaleras y cerrar la puerta. Corrió arriba y echó el cerrojo mientras se reprendía por no haber pedido la llave o lo que fuera que Angie había utilizado para entrar.</p> <p>Ratón seguía sentada en el borde de la cama y sollozando en silencio.</p> <p>—Maldita sea —Cyrus no pudo evitar maldecir mientras bajaba corriendo las escaleras—. ¿Qué pasa?</p> <p>Ella alzó la cabeza, tenía los ojos rojos de llorar.</p> <p>—¿Qué pasará cuando te vayas? ¿Qué me harán?</p> <p>—No pasará nada —se odiaba por esa promesa vacía. No tenía ni idea de lo que pasaría cuando su padre mandara a buscarlo, pero se sentó a su lado incapaz de seguir haciéndole promesas—. Me aseguraré de que nadie te haga daño.</p> <p>«No fuiste capaz de salvar a las demás», dijo una mezquina voz en su cabeza. No le molestó que le recordaran sus fracasos a la hora de salvar a sus compañeras, sino el hecho de que de pronto pensara en Ratón como una de ellas.</p> <p>—¿Y si te… cambian? Si te conviertes en uno de ellos, ¿me matarás?</p> <p>«Probablemente». Pensó en lo que su padre le había hecho a Nolen, obligándolo a devorar a la única persona que había querido proteger con su último aliento de humano. Si los Colmillos decidían convertir a Cyrus y encerrarlo con Ratón, llegaría el momento en que la mataría por necesidad. Y si su padre se encargaba de ello, aun así Ratón podría morir a sus manos.</p> <p>Pero eso no se lo dijo.</p> <p>—No. No me convertiré en un monstruo. Te prometo que yo nunca te haré daño.</p> <p>Pero tenía la impresión de que ambos estaban muertos.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 8</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Víctima de las circunstancias</p> </h3> <p>A Max Harrison nunca le había gustado Michigan y aun así siempre acababa allí.</p> <p>Había visto a Carrie marcharse en la vieja camioneta de Ziggy después de asegurarle decenas de veces que el vehículo lograría llegar hasta allí. No le gustaba mentir, pero no tuvo otra opción. Necesitaría su coche para seguir a Nathan y la parte trasera de la camioneta, que carecía de ventanas, al menos protegería a Carrie del sol.</p> <p>Ella le había dejado las llaves del apartamento y le había dicho que se sintiera como en casa; ¡como si él pudiera sentirse como en casa en una ciudad donde todo cerraba a las nueve!</p> <p>Subió las escaleras hasta el apartamento. Él último lugar donde había estado cierto tiempo era Chicago: <i>blues</i> y alcohol hasta altas horas de la madrugada. Nada podía superar esa ciudad, aunque no podía quedarse allí mucho tiempo. Había demasiados recuerdos de Marcus. Demasiado dolor.</p> <p>Ahora deseaba poder estar allí, deseaba poder estar en Zimbabue, en cualquier lugar menos ahí.</p> <p>No dudó de la historia de Carrie ni por un minuto. Probablemente, Nathan estaba poseído, pero mientras que ella estaba llena de esperanza y determinación, él sólo podía sentir desesperación.</p> <p>La posesión demoníaca de un vampiro no era algo que pudiera curarse sin medidas drásticas, y esas medidas solían implicar la punta de una estaca de madera en el corazón. Aunque le resultaba difícil imaginar la idea de matar a Nathan, Max sabía que sería mucho mejor para él morir que ser curado milagrosamente y tener que enfrentarse a la muerte que le había ocasionado a gente inocente.</p> <p>Dejó la bolsa sobre el sofá, era su costumbre. La última vez que se había quedado en el apartamento había sido cuando había ayudado a Nathan y a Carrie a matar a Cyrus. Ella era muy valiente por correr a enfrentarse con él después de lo que le había hecho. Max no estaba seguro de si, dadas las mismas circunstancias, él podría haber soportado hacer algo así.</p> <p>En la cocina buscó algo en la nevera. Por muchas veces que alguien le dijera que se sintiera como en casa, siempre se sentía como si estuviera fisgoneando. Sacó una bolsa de sangre y la vertió en la tetera, rezando porque Carrie no hubiera toqueteado el contenido para uno de sus experimentos.</p> <p>Fue a poner música y, al echar un vistazo a las hileras de CDs, no le fue difícil saber cuáles eran de Nathan y cuáles de Carrie. Nathan tenía una buena selección de Zepellin y Floyd, lo suyo era el <i>rock</i> clásico, mientras que Carrie tenía una pequeña pero respetable colección de <i>jazz</i> y algunos álbumes pop de gusto cuestionable.</p> <p>«Como el agua y el aceite», dijo Max para sí mientras ponía un CD de Led Zepellin. Al instante, las primeras notas de <i>Babe, I'm Gonna Leave You</i> comenzaron a salir por los altavoces.</p> <p>—Excelente —dijo.</p> <p>Fue a la cocina, se echó la sangre caliente en una taza y se sentó junto a la mesa de fórmica agrietada. Decidió esperar a que anocheciera y comenzar entonces a sondear la ciudad. Encontraría a Nathan, estuviera donde estuviera. A su amigo le debía dejarlo morir a manos de un vampiro, y no de una mujer lobo que apestaba a humo de hoguera y a mugre. La única cosa que Max odiaba más que a los hombres lobo eran los hippies, y a veces le había costado diferenciarlos.</p> <p>Se levantó y fue tomándose su cena mientras vagaba por el apartamento. Allá adonde mirara había libros, libretas, trozos de papel, fotos instantáneas enmarcadas y sobre las estanterías. Era un hogar. Alguien vivía ahí.</p> <p>Levantó una de las fotos. Estaba tomada en una montaña rusa por la noche, por supuesto. Jamás desde que conocía a Nathan lo había visto divertirse tanto.</p> <p>Carrie le hacía bien. Ella viviría un infierno cuando Nathan muriera y no sólo por el lazo de sangre, porque, tanto si lo admitían como si no, Carrie y Nathan estaban enamorados.</p> <p>Por alguna razón, la canción estaba poniéndolo nervioso y cuando fue a pasarla, el suelo crujió. Otro crujido se oyó desde el otro lado del pasillo. Había alguien ahí, merodeando por las oscuras y vacías habitaciones.</p> <p>La única arma que tenía era una estaca de madera que se metió en el bolsillo trasero, por si acaso, además de llevarse un cuchillo de la cocina. Su rostro se transformó y corrió por el pasillo.</p> <p>Cuando dio dos pasos dentro de la habitación de Nathan, una bota de piel con tacón de aguja lo golpeó en la frente. Esa cosa le rajó la cara y lo hizo caer hacia atrás, haciendo que la sorpresa devolviera su rostro a su estado de humano. Dos golpes más, un puñetazo en el estómago y una patada en la entrepierna lo llevaron contra la pared e hicieron regresar su semblante de monstruo.</p> <p>Mientras respiraba entrecortadamente, captó el picante aroma de su perfume. La mujer lobo. DeCesare.</p> <p>Con un grito de furia, se abalanzó sobre la asesina haciéndola caer al suelo, pero ella lo arañó en la cara con unas uñas afiladas como cuchillas. Cuando Max se echó hacia atrás, el gesto fue suficiente para que ella lo sujetara de espaldas al suelo y lo apuntara con una estaca en el corazón. Se quedó paralizado.</p> <p>—Nolen Galbraith —dijo ella en un extraño acento—, por orden del Movimiento Voluntario para la Extinción de Vampiros estás sentenciado a morir por el asesinato de Marianne Galbraith y de Christine Allen. ¿Cómo te declaras?</p> <p>—Enciende la luz —dijo él sin terminar diciendo en voz alta «estúpida zorra».</p> <p>—¿Nolen Galbraith?</p> <p>—No —Max se la quitó de encima y se puso de pie sacudiéndose la ropa como si estuviera sucia—. Anoche te reuniste con el general Breton, ¿o debería decir con «tu novio, el general Breton»?</p> <p>—Enciende tú la luz —le exigió—. No tengo la visión nocturna que tienes tú.</p> <p>—¿Podría eso deberse a que… oh… no sé… a que no eres un vampiro? —pero encendió la luz de todos modos porque ella aún tenía la estaca y resultaba que él era alérgico a las astillas en el corazón—. Siempre pensé que los perros podían ver en la oscuridad. ¿O eran los gatos?</p> <p>—Me ha enviado el general Breton. Al parecer, estaba preocupado por un asesino que no es capaz de completar la misión —sus últimas palabras se transformaron en un rugido.</p> <p>—Eso sigue sin explicar por qué estás en la casa de mi amigo, sobre todo cuando está corriendo por las calles hecho un loco. ¿En qué coño estabas pensando al venir aquí? —el cuchillo estaba en el suelo, junto a sus pies. Sólo tenía que pensar en cómo recuperarlo sin que la mujer lobo lo convirtiera en una brocheta. Por suerte, ella no pareció haberse dado cuenta de su desesperada mirada al suelo.</p> <p>—Podría preguntarte lo mismo a ti. Estás merodeando por aquí, bebiéndote su sangre, utilizando sus cosas. Parece que estás jugando en ambos bandos.</p> <p>—Sólo hay un bando, cielito, y odio decepcionarte, pero Nolen está en él.</p> <p>—Ha matado.</p> <p>—¡Bajo circunstancias atenuantes!</p> <p>Bella sacudió la cabeza.</p> <p>—No hay circunstancias atenuantes. Ha matado y será asesinado.</p> <p>—A menos que yo te mate a ti primero —Max se esperó ver algún tipo de reacción en sus ojos, pero no hubo nada, sólo la fría y calculadora mirada de un depredador que vivía sólo para cazar.</p> <p>Moviéndose más deprisa que cualquier criatura mortal que hubiera visto en su vida, la mujer lobo arrojó la estaca contra él. Max se agachó y recogió el cuchillo. El misil de madera se clavó en la pared, cerca de donde habría estado su corazón.</p> <p>Ella corrió hacia la puerta agarrando a su paso un puñado de ropa del cesto de la ropa sucia. «Para el olor, para seguirle el rastro», supuso Max, y tuvo que reconocer con furia que Bella habría tenido la sartén por el mango en esa pelea. Se podía entrenar a una persona para ser un cazador, pero los animales… nacían con el instinto.</p> <p>Corrió tras ella y a punto estuvo de atraparla, pero cuando Bella abrió la puerta, la luz del sol entró y Max tuvo que retroceder.</p> <p>Mientras la mujer lobo corría por la calle iba gritando:</p> <p>—Apártate de mi camino, vampiro. Te mataré si he de hacerlo.</p> <p></p> <p>Tomé la I-94 y crucé la frontera del estado antes de que saliera el sol. Después de un aburrido día en la insoportablemente calurosa camioneta, me puse en carretera con una botella de sangre en la nevera portátil y me dirigí hacia el oeste.</p> <p>Justo al salir de Chicago, tomé la autopista que me llevaría hasta Iowa e inmediatamente el paisaje se allanó. Como tenía la radio rota, enseguida acabé con mi voz… y con un repertorio de canciones de Abba.</p> <p>Sin nada con lo que ocupar mi mente, mis pensamientos se centraron inevitablemente en Nathan. Sabía que no estaba muerto y, con precaución, intenté probar el lazo de sangre y a través de él le envié todo mi amor y apoyo, con la esperanza de que recibiera el mensaje. Al momento, unos recuerdos que habría preferido ignorar comenzaron a salir a la superficie.</p> <p>Pensé en todos nuestros intentos fallidos de jugar al <i>Risk</i>, en cómo le había gritado «¡mala señal, mala señal!» cada vez que había lanzado el dado. Lo había enfadado mucho, pero no tanto como para no verle la gracia.</p> <p>Recuerdo la vez que intentamos volver a pintar La Cripta.</p> <p>—¿Qué es eso? —me había preguntado al ver el adorno botánico que estaba pintando en la parte alta de las paredes.</p> <p>—Una hoja de higo.</p> <p>—Al parecer, mi idea de una hoja y tu idea de una hoja difieren bastante.</p> <p>—Pues a mí me parece que está bien.</p> <p>—Lo único que digo es que si estuvieras al cargo del Jardín del Edén, me gustaría no vivir allí —se acercaba el alba y habíamos estado trabajando desde la puesta de sol. La batalla de pintura resultante había acabado manchando las estanterías y el techo.</p> <p>Extraje toda la felicidad que pude de esos recuerdos y la envié también por el lazo de sangre. Tal vez le reconfortaría que estuviéramos buscándolo.</p> <p>Deseé poder parar la camioneta y echarme a llorar, pero no tenía tiempo para eso. Me tragué mi dolor y mantuve los ojos en la carretera.</p> <p>¿Qué pasaría si Max lo alcanzaba? Aunque Anne había dicho que no le haría nada, también había dicho que Oráculo no le hacía daño a nadie y mirad lo que había pasado… Pensar en que Max pudiera hacerle daño a Nathan… No estaba segura de si podría volver a mirarlo a la cara si eso sucediera.</p> <p>Y luego estaba el problema de Cyrus. ¿Cómo podría soportar volver a verlo? ¿Aún ejercería ese seductor y enfermizo poder sobre mí? ¿Cómo reaccionaría ante él ahora que era humano? Eso, suponiendo que aún fuera humano cuando yo llegara allí, claro. No podía imaginarme que él soportara ese estado durante mucho tiempo. Al otro lado de las ventanas, los kilómetros pasaban y pasaban. Nunca supe por qué a ese paisaje lo llamaban «llanuras rodantes». No rodaban. Simplemente se extendían interminablemente adentrándose en la noche con alguna que otra granja o pueblecito que rompía la ilusión de estar parado.</p> <p>Lo más cerca del alba posible, y sin la más mínima idea de en qué estado me encontraba, me detuve en una estación de servicio y me metí detrás de las gruesas cortinas de lona para dormir.</p> <p>Más por sentirme sola, que esperanzada, volví a probar el lazo de sangre.</p> <p>«Vamos a solucionar esto, Nathan. Te prometo que vamos a solucionarlo».</p> <p>Al principio, pensé que no habría respuesta, pero en esa ocasión lo oí. «Ayúdame».</p> <p>Su respuesta fue leve, pero supe que era él y no mi desesperada imaginación. Sin duda era Nathan. Y estaba sumido en un dolor inimaginable.</p> <p></p> <p>Cyrus se despertó cuando salió el sol. Ratón estaba acurrucada a su lado, con una extraña sonrisa en su rostro dormido, y él detestó la idea de poder despertarla.</p> <p>Se levantó con cuidado y fue al cuarto de baño. Cerró la puerta, pensó en los monstruos que merodeaban arriba y la abrió un poco para poder oírlos si bajaban. Sabía por experiencia que un trato con un vampiro en realidad no era un trato.</p> <p>Se preparó un baño esperando que el ruido del agua al caer en la bañera no despertara a Ratón. Merecía dormir porque cuando dormía no tenía que pensar en su funesta situación.</p> <p>Aunque sabía que tenía un nombre, no podía pensar en ella como «Stacey» y mucho menos como «Stacey Pickles». Sabía que se merecía un nombre mejor que «Ratón», pero le iba bien y no se le ocurría uno mejor.</p> <p>Se metió en el agua y sumergió la cabeza. Aunque siempre le había encantado la sensación de verse completamente envuelto por el agua, ahora no podía soportarlo. Sus pulmones de mortal pedían aire a gritos y cualquier ligero ruido le resultaba siniestro. Se levantó con la respiración entrecortada y se sorprendió al ver a Ratón apartarse de un salto de la bañera; no la había oído entrar.</p> <p>—Me has asustado.</p> <p>—Lo siento —dijo ella en voz baja. Aún llevaba la camiseta con la que había dormido y sus escuálidas piernas asomaban por debajo—. Te he oído levantarte y no quería estar sola.</p> <p>—No pasa nada.</p> <p>Ella dio un cauteloso paso adelante.</p> <p>—La puerta estaba abierta. No sabía que estabas…</p> <p>—No me importa —le gustaba tenerla cerca. Por lo menos así sabía que estaba a salvo.</p> <p>Cuando la chica se arrodilló junto a la bañera, desvió la mirada de su cuerpo desnudo. Cyrus alargó la mano y le acarició el pelo.</p> <p>—Hoy es mi cumpleaños —le dijo ella.</p> <p>—¿En serio? —no sabía por qué se había mostrado tan interesado. El cautiverio estaba haciéndole cosas raras—. ¿Cuántos años tienes?</p> <p>—Diecinueve.</p> <p>—Diecinueve y eres… —iba a hacer un comentario sobre su virginidad, pero se dio cuenta de que sería demasiado grosero. No le habría importado serlo con cualquier otra persona… ahí tenía una peligrosa diferencia más con su vida anterior, que eligió ignorar—. ¿Tienes diecinueve años?</p> <p>—¿Cuántos tienes tú? —le preguntó con miedo en la mirada.</p> <p>Cyrus conocía esa mirada y retiró la mano.</p> <p>—No lo sé. Creo que debía de tener veintisiete cuando me convertí en vampiro. Después no seguí la cuenta, pero han pasado siete siglos, si esto te sirve de algo.</p> <p>—Siete siglos… Y yo que pensaba que era mayor.</p> <p>Él se rió ante la absurdez de su inocente comentario.</p> <p>Con un suspiro, ella bajó la mano por el borde de la bañera y la deslizó por el agua; sus dedos quedaron a escasos centímetros de la piel de Cyrus y por un minuto él pensó que lo tocaría, pero no lo hizo; simplemente se quedó mirando la pared de hormigón, aunque estaba claro que no veía nada.</p> <p>—¿Cómo puedes olvidar cuántos años tienes? ¿No estás deseando que llegue el día de tu cumpleaños? —apoyó la cabeza en el borde de la bañera mientras seguía moviendo los dedos dentro del agua.</p> <p>—No sé cuándo es mi cumpleaños. Mi madre murió unos días después de que yo naciera y mi padre se casó con otra mujer, pero ella no sabía qué día había nacido yo y mi padre no llevaba la cuenta.</p> <p>Ratón se giró hacia él, al borde de las lágrimas.</p> <p>—Eso es muy triste.</p> <p>—No del todo —le aseguró—. Los cumpleaños no importaban mucho por entonces.</p> <p>—Pero podrías tener uno. Lleva la cuenta desde el día que te trajeron de vuelta. O el día que…</p> <p>—No hablemos de eso —no quería que tuviera ningún conocimiento de su vida de vampiro. No quería oír esa sórdida terminología en sus labios. Forzando una sonrisa, dijo—: Tengo buenas noticias.</p> <p>—¿Qué noticias?</p> <p>—Cuando hablé con la vampira anoche, dijo que nos traerían comida —preocupado, miró su plano estómago; tendría que vigilar lo que comía o engordaría. Eso era algo de lo que no había tenido que preocuparse antes.</p> <p>—¿De dónde van a sacarla?</p> <p>—No lo sé. Tal vez tienen algo aquí. Es una iglesia. ¿No dan limosnas a los pobres?</p> <p>—La despensa es para las familias con pocos ingresos de la parroquia.</p> <p>—Sí, y creen que la iglesia ha sido presa de las llamas. Ratón, no nos queda mucha.</p> <p>—¿Ratón? —una vacilante sonrisa cruzó sus labios—. ¿Por qué me has llamado así?</p> <p>Maldita sea. Nunca se había dirigido a ella con algo que no fuera «eh, tú».</p> <p>—Porque me recuerdas a un ratón.</p> <p>Pareció muy ofendida y él se apresuró a corregirse.</p> <p>—No físicamente, pero eres tan callada… Si quieres que te llame…</p> <p>—No. Llámame Ratón. Nunca antes había tenido un apodo —su sonrisa se amplió—. Es un buen regalo de cumpleaños.</p> <p>Se quedaron en silencio y el único sonido fue el de alguna que otra gota cayendo del grifo.</p> <p>—No me sentiré bien tomando esa comida —lo miró a los ojos—, pero lo haré.</p> <p>—Me alegra ver que has entrado en razón.</p> <p>Ella se encogió de hombros.</p> <p>—Me prometiste que no me pasaría nada. Eres lo más parecido a un protector que he tenido y por eso te creo.</p> <p>Le dolía el corazón por los vergonzosos recuerdos de lo que le había hecho, pero no se disculparía. Conciencia o no, aún tenía algo de orgullo y no viviría lamentándose.</p> <p>Terminó su baño y le dirigió a Ratón una mirada de advertencia antes de levantarse para que ella pudiera darse la vuelta. La chica entró en la otra habitación y le llevó ropa limpia. Cuando Cyrus salió del cuarto de baño, la encontró en los pies de la escalera con mirada de preocupación.</p> <p>—¿Qué pasa? —le tocó el hombro aunque no estaba seguro de por qué.</p> <p>—¿Saldrán… si subimos?</p> <p>—No pueden salir a la luz. Arderían. Si estuviéramos en la luz, estaríamos bien.</p> <p>—Entonces, una vez que saliéramos… ¿estaríamos bien?</p> <p>—En teoría.</p> <p>Ratón comenzó a subir los escalones, muy despacio. Él la agarró del brazo.</p> <p>—¿Qué estás haciendo?</p> <p>Ella le indicó que estuviera en silencio. Cyrus no quería seguirla, pero lo hizo y se quedó detrás, con una mano en la barandilla y la otra en su muñeca. Ella se detuvo unas cuantas veces y él pensó que había cambiado de idea, pero entonces avanzó como si hubiera recuperado el valor y se obligara a continuar.</p> <p>Una vez que entraron en el vestíbulo y cerraron la puerta del sótano, su valor la abandonó. Se quedó mirando aterrorizada las puertas del santuario. Un sigil en tiza manchaba la madera. Cyrus pudo imaginar con qué propósito.</p> <p>—No pueden salir —le recordó, señalando a la luz del sol.</p> <p>La chica se detuvo ante las puertas de la calle flanqueadas por unas largas ventanas.</p> <p>—Podemos escapar.</p> <p>Ella lo agarró de la muñeca.</p> <p>—No podemos.</p> <p>—Claro que podemos. ¡Mira! Podemos salir por esas puertas y encontrar ayuda —las manos le temblaban cuando las posó sobre la barra de metal. Rezó porque no sonara la alarma. Se oyó un ligero chirrido y entonces la libertad se presentó ante él en forma de una carretera desierta—. No puede estar lejos el pueblo más cercano.</p> <p>—Ocho kilómetros.</p> <p>—¿Ocho kilómetros? ¿Eso es todo? —podía caminar esa distancia con facilidad, incluso como humano. ¡Hasta podía llevarla en brazos durante ocho kilómetros!—. ¡No perdamos más tiempo!</p> <p>—No.</p> <p>—¿Por qué no? —sintió la violencia aumentando en él, tentándolo a partirle el cuello a Ratón y salvarse él.</p> <p>—Estamos en el Valle de la Muerte. Jamás sobrevivirías. Ocho kilómetros a través de un abrasador desierto. Morirías en media hora. No serviría de nada —dijo con la cabeza agachada.</p> <p>—No —sintió pánico—. ¿Y si hacemos autostop? ¿Y si…? —mientras miraba la carretera cayó en la cuenta de que en todo el tiempo que llevaban ahí no había pasado ningún coche.</p> <p>Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.</p> <p>—Jamás lo lograrías durante el día. Y de noche…</p> <p>—De noche, nos encontrarían —se pasó la mano por el pelo—. Bueno, ha sido un buen plan por el momento.</p> <p>—Si intentaras escapar, ¿me llevarías contigo?</p> <p>—Claro que sí —dijo, y lo creyó, aunque no quiso admitir el porque.</p> <p>Ella se quedó mirándolo durante un momento dolorosamente intenso. ¿Qué haría ahora? ¿Lloraría? ¿Lo besaría? Parecía como si fuera a optar por eso último cuando las puertas del santuario se abrieron y se oyeron unas voces cargadas de furia y el grito de una mujer.</p> <p>Antes de que pudieran moverse, las puertas se abrieron de golpe y una mujer, desnuda a excepción de los restos de un sujetador, apareció allí. Unas marcas de mordiscos le cubrían la piel. Tenía los ojos azules y las extremidades llenas de manchas.</p> <p>Ratón se quedó petrificada, con los ojos abiertos y horrorizados. La mujer alargó los brazos hacia ellos con el rostro contraído en un rictus de dolor mientras caía al suelo. Desde las sombras entre las puertas del santuario, los Colmillos los miraban.</p> <p>—No pueden salir —le recordó a Ratón mientras la llevaba hacia la puerta del sótano.</p> <p>Un vampiro demacrado con los ojos hundidos agarró a la moribunda mujer por el tobillo y tiró. Ella levantó la cabeza con ojos llenos de lágrimas y sus labios formaron un sordo «por favor» antes de que clavara los dedos en la moqueta mientras el Colmillo tiraba de ella, gritando, para volver a meterla en el santuario.</p> <p>—¡Bajad! —les gritó otro vampiro. Después las puertas se cerraron de golpe y se quedaron solos.</p> <p>—¿Qu-qué…? —Ratón tartamudeó y después se dejó caer sobre Cyrus. Estaba desmayándose y él aún no se encontraba lo suficientemente fuerte como para sostener su peso. Intentó llegar a la puerta del sótano, pero cayeron a la moqueta justo donde la mujer había caído en su desventurado intento por escapar. Miró al suelo. Uñas. Se le habían caído de los dedos mientras intentaba desesperadamente evitar que los Colmillos tiraran de ella.</p> <p>Ratón alzó la cabeza con un grito ahogado; también las había visto.</p> <p>—¿Tú…? ¿Cuando tú…?</p> <p>—No —Cyrus no pudo mirarla, no podía ver su rostro horrorizado—. No, yo era mucho peor.</p> <p>Ella se apartó temblando.</p> <p>—Deberíamos bajar. El sol se pondrá y estarán furiosos.</p> <p>Mientras regresaban a su prisión, Cyrus entendió que, con o sin luz, estaban condenados de todos modos. Los Colmillos habían tenido un horrible sentido del ingenio al retenerlos allí, donde el clima confinaría a los cautivos durante el día, justo el momento en el que ellos eran más vulnerables.</p> <p>Cyrus y Ratón estaban atrapados. El peligro de la situación, que hasta el momento parecía un fastidio sin más, finalmente hizo mella en él. Ratón, a quien había estado aferrándose, no sobreviviría, y esa idea le resultó insoportable. Él, que había matado con tan sádico placer en el pasado, se libraría por voluntad de su padre, pero ella, que no había perdido su pureza, ni de cuerpo ni de alma, moriría como víctima de las circunstancias.</p> <p>No lo permitiría. Cuando le había dicho a Angie que la muerte de Ratón resultaría en la suya propia, había dicho la verdad. Y aunque se daba cuenta de que su situación había influido e intensificado sus sentimientos hacia ella, no podía negar que la idea de perderla le aterrorizaba.</p> <p>Y tal vez eso era más terrorífico que los Colmillos y su padre juntos.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 9</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Y mueres, joven y hermoso</p> </h3> <p>Me detuve en un bar de carretera al otro lado de Cheyenne. Aún no había amanecido, pero necesitaba salir de la camioneta y estirar las piernas.</p> <p>El lugar era pequeño, con surtidores de diesel detrás y un aparcamiento lleno de arena al lado, donde los camioneros podían aparcar para dormir durante la noche. Con más de un poco de temor, dejé la camioneta y me dirigí al diminuto restaurante.</p> <p>Dado lo tarde que era, no había muchos clientes, y en el aparcamiento sólo había dos motos y un oxidado Cavalier. Por lo menos así la camioneta no estaría tan fuera de lugar.</p> <p>El restaurante era una sala estrecha; no tenía mesas, sólo siete u ocho bancos de plástico contra la pared. En ese momento sólo uno de ellos estaba ocupado por un motorista entrecano con una larga barba gris y un hombre con una cazadora de cuero que parecía recién sacado de un anuncio de Calvin Klein. Éste esbozó una gran sonrisa cuando entré y teniendo en cuenta mi grasiento pelo y mi desaliñada apariencia, su comportamiento me resultó inmediatamente sospechoso.</p> <p>—Ven, siéntate con nosotros —me dijo. Yo sacudí la cabeza y me senté en otro banco.</p> <p>—Creo que os dejaré tener intimidad.</p> <p>Una camarera que parecía bastante complacida con mi presencia se dirigió a mi mesa con un suspiro. Tuve la sensación de que detrás del mostrador tenía una novela de Nora Roberts.</p> <p>—Sólo café —le dije con una agradable sonrisa.</p> <p>—Aja —tomó nota y se guardó la libreta en el delantal—. Debe de ser mi noche de suerte.</p> <p>Miré a mis compañeros de restaurante y vi que ellos también tenían sólo café. La camarera, Ruby, según decía la etiqueta que llevaba en la camisa, sacó una jarra marrón de cerámica y la llenó de café. Me la llevó a la mesa y la dejó delante de mí sin mucha ceremonia.</p> <p>—¿Otra taza, caballeros? —les preguntó con sarcasmo.</p> <p>El barbudo no dijo nada. Calvin Klein empujó la taza hacia ella.</p> <p>—Por supuesto. Y también pon el de la señorita a mi cuenta.</p> <p>—Setenta y cinco centavos. Qué derrochador.</p> <p>Calvin Klein se levantó y vino a mi mesa.</p> <p>—No le hagas caso. Se ha comportado como una zorra toda la noche.</p> <p>—Yo no empleo esa palabra cuando me refiero a una camarera.</p> <p>—¿Te he dado una mala impresión, verdad? —su sonrisa del gato de <i>Alicia en el País de las Maravillas </i>me recordó al modo en que Max había mirado a la azafata del avión. Ese día ahora me parecía muy lejano. Yo vivía en mi propio tiempo, que funcionaba con una marcada diferencia cronológica del resto. Una hora parecía un día, un día parecía toda una vida.</p> <p>Pero a pesar de tener tanto tiempo, no me apetecía desperdiciar ni un poco con un motero demasiado sonriente en un bar de carretera.</p> <p>—Será mejor que vuelvas corriendo antes de que tu novio empiece a sentirse solo.</p> <p>A Calvin pareció divertirle el comentario.</p> <p>—Si estás insinuando que este caballero y yo tenemos una relación íntima, te diré que soy cien por cien heterosexual y que estoy disponible.</p> <p>—Tomaré nota —no me había fijado en su extraño acento hasta que le oí decir unas cuantas palabras seguidas y una alarma saltó en mi cabeza.</p> <p>—¿Eres británico, por casualidad?</p> <p>—Me declaro culpable —dijo con una carcajada—. Soy escritor. Estoy viendo Estados Unidos por primera vez. Espero encontrar una novela en alguna parte.</p> <p>—Prueba en Borders. He visto alguna allí de vez en cuando. ¿Por qué disimulas tu acento?</p> <p>La pregunta pareció tomarlo desprevenido y durante el segundo en el que vaciló antes de responder, supe que fuera lo que fuera lo que me contestara, sería una mentira.</p> <p>—Supongo que es automático. Probablemente se me ha pegado el acento yanqui de él.</p> <p>Miré al compañero de Calvin, que estaba sentado con los brazos cruzados y con unas gafas de espejo que le cubrían los ojos.</p> <p>—No parece muy hablador. ¿Cuánto tiempo llevas en el país?</p> <p>Ahora pareció un poco desconfiado con mi interrogatorio.</p> <p>—Unas tres semanas.</p> <p>—No me parece tanto como para que un británico deje completamente su acento —antes de que él pudiera moverse, lo agarré por la muñeca.</p> <p>Fría como el hielo.</p> <p>—Mentiroso —dije soltándole el brazo—. Eres un vampiro.</p> <p>Miró a la camarera horrorizado, aunque ella no había levantado la mirada de su libro.</p> <p>—¿Cómo cojones lo has sabido? —me preguntó con un susurro.</p> <p>Forcé mi transformación y le dejé ver mi verdadero rostro durante sólo un segundo.</p> <p>—¡Joder! No eres del Movimiento, ¿verdad? —se metió la mano en la cazadora.</p> <p>—No, no lo soy, así que deja la estaca donde está —alcé la mirada para asegurarme de que su amigo tampoco estaba preparándose para una matanza—. ¡Pero debería darte vergüenza!</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—¡Sé lo que estabas haciendo! ¡Querías ligarme para acostarte conmigo y después ibas a comerme! ¡Es asqueroso! —di un golpe en la mesa y mi taza de café dio un salto.</p> <p>En esa ocasión la camarera sí que miró.</p> <p>—No dejes que te moleste, cielo. Ha estado intentándolo con cada chica que ha entrado esta noche. Y me refiero a toda la noche, ¿eh, señor Rellena la Taza Gratis?</p> <p>—Gracias, Ruby —murmuró Calvin Klein con los dientes apretados—, por tu crítica hacia mi forma de cortejar.</p> <p>—De nada —respondió ella mascando su chicle.</p> <p>Lo agarré de la camiseta.</p> <p>—Bueno, ¿a qué juegas?</p> <p>Con cara de verdadero asco, apartó su ropa de mi mano.</p> <p>—Para tu información, no estaba mintiendo. Soy escritor.</p> <p>—Mentiroso.</p> <p>—No, en serio. Tal vez has oído hablar de mí. George Gordon, o más comúnmente llamado Lord Byron.</p> <p>—Mentiroso —me eché hacia atrás sobre el asiento y lo miré con la misma mirada que tenía reservada para los chavales que llegaban a Urgencias y me juraban que no habían visto a su amigo consumir drogas a pesar de haberlo llevado allí con una sobredosis.</p> <p>—No —alzó las manos—. No estoy buscando problemas, estoy buscando inspiración.</p> <p>—¿Inspiración? —repetí con sarcasmo—. ¿Tengo que creerme que Lord Byron se ha quedado sin material para escribir?</p> <p>—Prueba a escribir sin parar durante siglos sin tener que necesitar un poco de ayuda para conseguir las corrientes creativas de hoy en día —se metió la mano en la chaqueta—. Voy a por mis cigarrillos.</p> <p>—No he visto ningún trabajo reciente tuyo. Claro que no soy una gran lectora —lo observé detenidamente, preparada para atacar a la más mínima sospecha.</p> <p>—Bueno, claro que no lo has visto. ¿No creerás que me hago llamar exactamente George Gordon, verdad? —sacó un paquete lleno de ilustraciones y de él extrajo un cigarrillo hecho con papel negro—. Son de clavo, ¿quieres?</p> <p>—¿Tienes idea de lo que eso hace a tus pulmones? Te irá mejor fumando cigarrillos normales. Bueno, dime, ¿qué has estado escribiendo?</p> <p>—Mi última publicación ha sido <i>Sangre caliente. </i>Mi seudónimo es Sharon Ekard —se metió la mano en el bolsillo, despacio, y sacó un brillante marcapáginas—. Puedes quedártelo.</p> <p>Vi la imagen. Un hombre moreno alto y ridículamente musculoso con unos colmillos mal pintados sostenía a una mujer ataviada con un camisón transparente que tenía la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados en éxtasis mientras él la mordía.</p> <p>—¿Escribes… novelas románticas de vampiros?</p> <p>—Culpable de todos los cargos —se encogió de hombros—. Pero estoy buscando un cambio. Mi amigo dice que se dirige al Valle de la Muerte para una especie de misión de alto secreto. No me creo ni una palabra, claro, pero algo así podría darme ideas para un divertido diario de viaje.</p> <p>El motorista, que asustaba bastante, gruñó. Byron se giró hacia él y lo saludó.</p> <p>—Si es que no me mata antes, claro. Lo cual es una posibilidad si sigo soltando información de manera tan despreocupada.</p> <p>El Valle de la Muerte. La tierra de los muertos.</p> <p>El motero, que mordisqueaba un palillo y se lo pasaba de un lado a otro de la boca, puso los píes encima de la mesa. Me fijé en que la familiar insignia de los Colmillos, un único diente del que goteaba veneno, estaba bordada en el brazo de su cazadora de cuero. Debajo de él reconocí un símbolo: un dragón dorado enroscado alrededor de un enorme diamante.</p> <p>Era el emblema de las mascotas del Devorador de Almas. Recordé haberlo visto en forma de colgante en la ceremonia del Año Nuevo vampiro; era un «regalo» para el humano que sería sacrificado para el Devorador. El mismo Jacob Seymour se lo había dado a la mujer de Nathan, Marianne, y yo había elegido que fuera Ziggy el que lo llevara la noche que había escapado de la mansión de Cyrus. Ninguno de los dos sacrificios había salido según lo planeado.</p> <p>Byron se inclinó sobre la mesa con una perversa sonrisa.</p> <p>—Bueno, ¿te quedas en la ciudad mucho tiempo? ¿Lo suficiente como para un día de…?</p> <p>—Hice un trabajo sobre ti en la facultad —ladeé la cabeza mientras lo analizaba más detenidamente. Estaba más demacrado que en la portada de mi libro—. ¿Qué pasó?</p> <p>Él suspiró.</p> <p>—¿Por qué cada vez que unos vampiros se encuentran tienen que compartir historias de «cómo me convertí»? No es tan interesante.</p> <p>—Hay pocos vampiros que sean grandes figuras de la literatura —le di un sorbo a mi café y lo miró. Si me mentía, lo sabría, y pude ver la compulsión de mentir en su rostro.</p> <p>—De acuerdo. Ya que tú y todo el maldito mundo me conoce, fue por tuberculosis. Estaba al borde de la muerte cuando uno de los médicos que me atendía hizo el trabajo. Me costó que el entierro resultara convincente.</p> <p>—¿Te enterraron vivo? —un escalofrío me recorrió la espalda.</p> <p>—No muerto, en realidad. Un escritor nunca rechaza una nueva experiencia, señorita…</p> <p>—Harrison —mentí. No tenía ningún sentido decir mi nombre verdadero delante de Grizzly Adams, que no dejaba de observarnos—. Puedes llamarme… Maxine.</p> <p>—¿Maxine, eh? —la elegante nariz de Byron se arrugó—. Bueno, como decía, después del entierro, el médico me desenterró y llevo aquí desde entonces.</p> <p>—Tengo que reconocer que yo no habría podido soportarlo. Tengo claustrofobia.</p> <p>—Eso es lo que se hacía en aquellos tiempos. Mozart lo hizo. Hugo lo hizo.</p> <p>Me puse derecha.</p> <p>—¿Mozart y Víctor Hugo?</p> <p>—En el pasado, si de verdad querías una vida inmortal, tenías que trabajar para ello —continuó diciendo como si no hubiera oído mi interrupción—. Ahora un vampiro tiene suerte si ve la plancha de mármol del director de pompas fúnebres.</p> <p>—¿Suerte? —pensé en Cyrus, frío y muerto en la morgue—. Yo no lo llamaría suerte.</p> <p>—Bueno, y ya que revientas de ganas de saber sobre mi conversión, debes de estar muriéndote por hablar de la tuya. ¿Qué pasó? ¿El príncipe oscuro del amor te sedujo y después no volvió a llamarte? —dio una calada y soltó anillos de humo—. Siempre prometen eternidad, ¿verdad?</p> <p>—Me atacaron y me transformé de manera accidental. No es de las historias más interesantes, nada que ver con <i>Sangre caliente.</i></p> <p>—Bueno, claro que no. Si fuera así, tú estarías en la lista de libros más vendidos, no yo —apagó su cigarrillo—. ¿Qué estás haciendo en el desierto… Maxine?</p> <p>—¿Qué estás haciendo tú en el desierto, George? —le di el mismo énfasis sarcástico a su nombre que él había puesto en el mío.</p> <p>—Ya te lo he contado. Estoy escribiendo la gran novela estadounidense.</p> <p>—Eres británico —di otro trago de café.</p> <p>—Estás buscando algo —dijo mirándome fijamente a los ojos.</p> <p>Se me erizó el vello de la nuca y tuve la sensación de que había partes de ese encuentro que me había perdido. Miré al motero. Las partes que me había perdido eran las que Byron no podía contarme. Por suerte, mi angustia no fue obvia para ninguno de los dos cuando miré a Byron a los ojos y le dije:</p> <p>—No. No estoy buscando nada.</p> <p>—¿A nadie? —dijo gesticulando con la boca antes de volver la vista hacia el motorista.</p> <p>«Sabe que pasa algo. No digas nada», me supliqué. Tenía que salir de la conversación antes de desvelar demasiado y, por suerte, el cielo cada vez más claro me dio la perfecta salida. Me terminé la taza y me levanté.</p> <p>—Bueno, tengo que ir a refugiarme. ¿Qué vais a hacer vosotros?</p> <p>—Vamos al Painted Pony Motor. Está al otro lado de la autopista, pero mi amigo vive peligrosamente. ¿Y tú?</p> <p>—Aún no he encontrado un sitio. Seguramente me dirigiré a la siguiente salida.</p> <p>—Puede que no llegues a tiempo —Byron sacó una pluma de su bolsillo y me quitó la servilleta—. Si sigues viva cuando se ponga el sol, aquí tienes mi móvil. Tal vez podríamos vernos en un lugar más íntimo.</p> <p>Garabateó algo en el papel y me lo devolvió. Debajo de su número, donde debería haber escrito su nombre, estaban las palabras <i>Santa Ana.</i></p> <p>Lo miré y me lanzó una mirada de advertencia. Saludé al motero con la mano, que alzó dos dedos a modo de saludo.</p> <p>—Bueno, caballeros, os veré por la carretera.</p> <p></p> <p>Más tarde, confinada en la camioneta, marqué el número de Byron en mi móvil.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—¿Estás solo?</p> <p>—Sí, gracias a Dios —hubo una larga pausa y después un sonido de disgusto antes de que me preguntara—: ¿Has llamado sólo para hablar?</p> <p>—¿Por qué has escrito eso en la servilleta?</p> <p>—¿El qué? ¿Mi número? No tengo ni idea. Si hubiera sabido que me llamarías en mitad del día… —estaba bostezando.</p> <p>—Lo otro. Santa Ana —respiré hondo—. ¿Qué sabes?</p> <p>—Sé que vamos hacia allá y sé que cualquier vampiro en su sano juicio no estaría cruzando el desierto en una camioneta que podría estropearse en cualquier momento. Estás buscando a alguien y diría que ese objetivo es el mismo que el de mi compañero.</p> <p>—¿Vas a entrometerte en mi camino? —movida por la costumbre, agarré el hacha y las estacas que tenía metidas bajo mi saco de dormir.</p> <p>—No, pero no puedo prometerte lo mismo de mi compañero —se detuvo—. ¿Quieres que mantenga esta conversación en secreto?</p> <p>—No, quiero que ese peludo hijo de puta me persiga y me arranque la cabeza. ¿Tú qué crees? —me llevé la mano a la frente. Una de las desventajas de que tu cuerpo se acomodara a la temperatura del lugar era que si ese lugar estaba a cuarenta grados, tú también acababas estando a cuarenta grados.</p> <p>Seguro que el motel Painted Pony Motor tenía aire acondicionado. «Byron, cabrón con suerte».</p> <p>Se oyó un profundo suspiro al otro lado de la línea.</p> <p>—En tu época se abusa demasiado del sarcasmo.</p> <p>—Puedes hablar de ello en tu libro. Y gracias por la ayuda.</p> <p>—De nada. No sé en qué estás metida, pero no te recomiendo que juegues con estos vampiros.</p> <p>Cerré los ojos y recé para tener fuerzas.</p> <p>—Creo que puedo con ellos.</p> <p>—Si necesitas ayuda, llámame. Mi compañero no comparte habitación conmigo, cree que soy mariquita —pude oír su sonrisa irónica—. Buena suerte,<i> milady.</i></p> <p>Qué suerte tenía. No tenía que preocuparme por encontrar a Cyrus, porque Cyrus me había encontrado a mí.</p> <p>O, al menos, un tipo que conocía a un tipo que sabía dónde estaba Cyrus me encontró. Como no sabía ni adonde ir ni qué hacer cuando llegara allí, tendría que aprovecharme de lo que pudiera. Tendría que seguir a Byron.</p> <p></p> <p>Cuando el policía apuntó a los arbustos con la linterna, Max pensó: «Ha sido una idea increíblemente estúpida».</p> <p>Había seguido a esa perra hasta el parque Ah-NabAwen, no lejos de donde supuestamente Nathan le había arrancado el cuello a la señorita Allen. Cuando pensó que la mujer lobo lo había olfateado, su instinto fue esconderse, pero no porque le tuviera miedo, sino porque no quería que ella lo siguiera hasta Nathan. No se le había ocurrido que las pisadas que recorrían el camino podían haber pertenecido a otra persona. A un agente de la ley, por ejemplo. Tampoco se le había ocurrido que esconderse entre los mismos matorrales donde se había escondido un loco justo antes de asesinar brutalmente a una mujer inocente podría resultar un poco sospechoso. «Harrison, imbécil».</p> <p>Un aullido resonante hizo que el agente dejara de buscar entre los matorrales y se sobresaltara tirando la linterna. En silencio, Max le dio las gracias al perro. La radio del policía sonó.</p> <p>—Afirmativo. Aquí no hay nada. Parece que todo el mundo está cumpliendo el toque de queda.</p> <p>El perro volvió a aullar, justo cuando los regordetes dedos del policía volvieron a rodear la linterna. Oí sus pasos alejándose rápidamente.</p> <p>Esperó hasta que oyó la puerta del coche cerrarse y después se dejó caer de espaldas. Lo recorrió un sudor frío y sólo cuando notó que estaba temblando se dio cuenta de que tenía miedo. O mejor dicho, que estaba aterrorizado. No había mucho a lo que temiera, pero la policía conformaba esa pequeña lista. Podían esposarte, meterte en el coche y llevarte a alguna parte sin protección solar.</p> <p>—Ya puedes salir, cobarde —dijo una voz con un marcado acento.</p> <p>Max se tapó la cara con las manos. «Ésta sí que es mi noche».</p> <p>Intentando salir de entre los matorrales haciéndose el menor daño posible, salió al camino asfaltado. La mujer lobo estaba esperándolo, de pie en mitad del camino y vestida con cuero, como recién sacada de una mala peli de acción… o de una muy buena película pomo.</p> <p>—¿Alguna vez has oído las palabras «no llamar la atención»? —se sacudió los pantalones.</p> <p>—¿Alguna vez has oído las palabras «no me importa»? —ella no se movió cuando él se acercó.</p> <p>—¿Sabes? A los lupins se los suele intimidar más fácilmente. Me lo estás poniendo difícil.</p> <p>—Yo no soy una lupin. ¡Asquerosos traidores! —cuando escupió, sus ojos brillaron con un letal brillo dorado. Las pupilas se estrecharon hasta convertirse en dos puntitos y después se encendieron para hacer juego con el iris.</p> <p>El efecto fue inquietante, incluso a pesar de todo lo que Max había visto, y dio un paso atrás.</p> <p>—¿Ahora quién se intimida fácilmente, vampiro?</p> <p>—¿Has ahuyentado a ese poli?</p> <p>Ella asintió.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Odio a la policía.</p> <p>—Entonces estamos igual. Bueno, ¿crees que va a volver a inspeccionar la escena del crimen?</p> <p>—No —se sacó un pedazo de tela del bolsillo y olfateó al aire antes de agitar varias veces la tela bajo su nariz—. No ha estado aquí desde que la mató.</p> <p>—Eso te lo podría haber dicho yo. No es un psicópata.</p> <p>—No, no lo es —la mujer lobo se agachó para tocar el pavimento y se llevó los dedos a la nariz—. Tampoco está actuando como un vampiro.</p> <p>—¿Qué quieres decir? —Max se arrodilló y captó el aroma a sangre. Hacía días que Nathan había matado a la mujer y había humedad en el aire. Debió de haber mucha sangre para que aún no se hubiera ido del todo.</p> <p>—Cuando matas, ¿dejas toda esta sangre atrás?</p> <p>—Para tu información, yo nunca he matado a nadie. Al menos, no en el sentido técnico.</p> <p>—Pero no, un vampiro no habría dejado sangre. Se habría alimentado con ella —con gesto ausente, Max deslizó sus dedos sobre el tobillo de la mujer trazado con tiza. Cuando se levantó, se limpió las manos en el pantalón, como si hubiera tocado algo sucio—. Este sitio me pone los pelos de punta. Vámonos de aquí.</p> <p>Ella se quedó tan sorprendida como él; había dicho esas palabras movido por la costumbre de trabajar en equipo, de tener un objetivo en común. Bella negó con la cabeza.</p> <p>—Tengo un trabajo que hacer. Dejaré que sigas revolcándote en los arbustos.</p> <p>«Qué perra», pensó, aunque esbozó una sonrisa. La vio alejarse; su trenza se sacudía como un látigo tras ella.</p> <p>—Bella. Si te interpones en mi camino, te mataré.</p> <p>Sus carcajadas flotaron por el aire hasta él en una nube de aroma a almizcle.</p> <p>—No, no lo harás. Si fuera tú, me daría prisa. La policía está volviendo.</p> <p>Max miró hacia el puente; no había nada de tráfico, pero al momento una lejana sirena rompió el silencio.</p> <p>Cuando giró la cabeza, Bella ya se había ido.</p> <p></p> <p>Cyrus se despertó en mitad de la noche cubierto de un sudor frío. No estaba seguro, pero pensó que había estado gritando porque Ratón se despertó a la vez.</p> <p>—¿Cyrus? ¿Qué pasa?</p> <p>Tenía la garganta seca, era como si estuviera tragando cuchillas.</p> <p>—Nada. Vuelve a dormir.</p> <p>Cuando se levantó, se echó la sábana alrededor de la cintura. Aunque ella dormía a su lado en la estrecha cama, seguía teniendo un extraño pudor.</p> <p>—Dímelo, por favor —ataviada con su enorme camiseta, se sentó en la cama.</p> <p>Si en ese momento a Cyrus le hubieran pedido que la describiera con una sola palabra, habría dicho «frágil», de modo que, ¿cómo iba a compartir con ella los detalles de su pesadilla?</p> <p>—He dicho que vuelvas a dormir.</p> <p>Dos días atrás su áspero tono habría intimidado a la joven, pero ya parecía acostumbrada a sus cambios de humor.</p> <p>—Estabas gritando. La gente no grita si no pasa nada.</p> <p>Cyrus fue hacia la pared y apoyó la cabeza en ella a la vez que se cubría los ojos con el antebrazo. El calor del desierto que había penetrado en el sótano durante el día se había ido con el frescor de la noche, dejando la superficie de su piel fría.</p> <p>—Sólo ha sido un sueño —dijo, más para reconfortarse a sí mismo que para darle explicaciones a ella—. Tengo muchas pesadillas.</p> <p>—Es terrible.</p> <p>—Es lo propio teniendo en cuenta la vida que he tenido —se puso derecho y se frotó la cara con las manos—. Estaré bien enseguida. Siento haberte despertado.</p> <p>—¿De qué trataba? Ha sido sólo un sueño. Contármelo no me hará daño.</p> <p>Él se sentó a su lado, aunque no lo suficientemente cerca como para que ella pudiera tocarlo. Lo último que necesitaba era su compasión.</p> <p>—Cuando me convertí en vampiro, mi padre me sacó el corazón.</p> <p>La chica contuvo un grito ahogado, pero había sido ella la que había preguntado, de modo que siguió.</p> <p>—No sé cómo sucede, pero después de transformarse, a los vampiros les crece un segundo corazón. El primero, el humano, es el corazón que hay que atravesar con la estaca para matar al vampiro. Y por eso mi padre me lo sacó.</p> <p>—¿Para que no pudieran matarte? —su inocencia resultaba encantadora.</p> <p>—Para que yo no pudiera traicionarlo. Guardó mi corazón durante siete siglos —cerró los ojos y respiró hondo.</p> <p>—Pero ya no tienes que preocuparte por eso ahora. Vuelves a ser humano.</p> <p>—Por el momento —respondió mirando al suelo, donde ella tenía apoyados sus delicados pies. Sin embargo, no supo por qué había dicho eso cuando sabía que le inquietaría; tal vez no había cambiado tanto como se había imaginado.</p> <p>Pero ella sí que había cambiado. Sólo un día antes, habría temblado ante la idea de su transformación y, sin embargo, se levantó y lo miró, con los brazos cruzados sobre su pecho. El movimiento hizo que la camiseta se le subiera y dejara expuestos sus blancos y sedosos muslos. La imagen fue dolorosamente excitante, y él cerró los ojos avergonzado al recordar lo que le había hecho aquella primera noche.</p> <p>—¿Por qué ibas a decirme algo así? —le temblaba el labio inferior, aunque no de miedo, sino de rabia.</p> <p>—No lo sé —admitió, incapaz de mirarla—. Lo siento —se quedó impactado ya que era la primera vez que le decía esas palabras a alguien de manera ferviente. Pero volvió a decirlas, susurrándolas una y otra vez, para disculparse por la brusquedad que había tenido que soportar de él y por el hecho de que, sin merecerlo, estaba involucrada en el acto traicionero de su padre y de que eso acabaría costándole la vida.</p> <p>Y moriría. No había modo de evitarlo. Él no podía enfrentarse a la secta que veneraba a su padre; no era nadie, no tenía poder que ofrecerles ni riqueza con la que seducirlos.</p> <p>Y ahí fue cuando comprendió el horror de su humanidad. Estaban a merced del destino, él y su Ratón, al igual que había estado a merced de su padre durante siglos.</p> <p>Sólo había una cosa que podía hacer para que el plan de su padre obrase en su favor. Cuando lo convirtieran, él podría convertir a Ratón.</p> <p>Recordó a sus mujeres, cómo las había amado a cada una de ellas y cómo su padre se las había arrebatado y habían muerto odiándolo a él. Pero lo cierto era que tal vez nunca lo habían amado desde un principio. Tal vez como humanas habían sentido alguna clase de afecto hacia él, pero una vez que se habían transformado, se habían vuelto diferentes. La primera se había convertido en una tonta ramera que buscaba el placer allá donde pudiera encontrarlo, pero sin volver nunca a la cama de Cyrus. Dos habían rezado porque el Señor se apiadara de ellas y salvara sus almas, y así se habían quitado la vida; una, exponiéndose a la luz del sol, y otra metiéndose en una bañera de agua bendita. A las demás, incluyendo a su amada Elsbeth, las había perdido como consecuencia del apetito de poder de su padre.</p> <p>No podía permitir que Ratón se enfrentara a ese destino.</p> <p>—Lo siento —seguía diciéndole con lágrimas en los ojos.</p> <p>Arrodillada a su lado en la cama, ella pasó de ser el demonio lujurioso que lo había atormentado sin ser consciente, al ángel de la compasión mientras lo envolvía en sus brazos.</p> <p>Ninguna de ellas lo había reconfortado nunca así. La que más se había acercado había sido Carrie, justo antes de que le hubiera atravesado el corazón. Dejó que Ratón le acariciara el pelo y se apoyó contra ella. Le parecía vergonzoso estar llorando como un niño delante de una mujer. En el pasado, la habría matado… cuando se sintiera mejor. Ahora, la muerte de esa joven era lo único que temía, y eso le asustaba más que perder la suya propia.</p> <p>Su temor se transformó en una abrumadora desesperación y se aferró a ella, sabiendo que sus dedos estaban hiriendo la frágil piel de debajo de su camiseta. Ratón no se quejó y el tono de su voz en ningún momento subió a más de un murmullo mientras lo reconfortaba con palabras tranquilizadoras.</p> <p>Su ternura no hizo más que aumentar la desesperación de él. Ella no se merecía eso, había mucha gente a la que a él le encantaría ver morir en su lugar. Tomó su cara entre las manos y la miró a los ojos. Tenía que ver que lo entendía.</p> <p>—Si sobrevivimos a esto, te daré todo lo que has deseado en tu vida.</p> <p>Ella le bajó las manos hasta sus rodillas.</p> <p>—No será necesario.</p> <p>Lo dijo para calmarlo porque no lo creía. O tal vez porque la había asustado. Él la agarró por los hombros y la llevó hacia sí con la intención de comunicarle con un torpe beso la intensidad de sus sentimientos.</p> <p>La chica no se resistió. No le devolvió el beso con tanto entusiasmo como él se había esperado, pero su cálida boca se separó bajo la suya mientras un sonido de sorpresa reverberaba en su garganta.</p> <p>Eso era exactamente lo que Cyrus había estado buscando. Aceptación. No por lo que pudiera darle, sino por la intención que había detrás de ella. Él tenía lo que quería y no tendría que pedir más.</p> <p>Ratón parecía confusa cuando él se apartó y la besó en la mejilla.</p> <p>—Vamos a dormir.</p> <p>Tal vez si fingía que el nuevo día que despuntaba en el horizonte no suponía un día más próximo al final, acabaría creyéndoselo.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 10</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Marzo</p> </h3> <p>De nuevo estaba en la cama de Cyrus. La luz de las velas titilaba en las paredes color crema y unas cortinas de seda flotaban con la fría brisa de la noche. Era un sueño, lo sabía, porque me había ido a dormir a la parte trasera de la cada vez más desagradable camioneta. También lo sabía porque Nathan yacía a mi lado.</p> <p>Me tocó la cara.</p> <p>—Estás muerto.</p> <p>Eso no era lo que había pretendido decir; sabía que no estaba muerto. Su terror y su dolor me asaltaban constantemente a través del lazo de sangre, y había sido tan abrumador que había tenido que pararme en el arcén y concentrarme en bloquear su voz de mi mente. Después, había conducido el resto de la noche entre lágrimas rezando para que no pensara que lo había abandonado.</p> <p>En mi sueño sonrió. «No estoy muerto. Sigo aquí». Su voz resonó en mi cerebro suplicando que lo ayudara. Tenía un extraño sonido estéreo y las ondas de sonido distorsionaron el aire que nos rodeaba.</p> <p>—¿Has oído eso?</p> <p>Claro que lo había oído. Lo había dicho él.</p> <p>Pero Nathan se limitó a sonreír, ajeno a mi angustia.</p> <p>—¿Adónde vas corriendo?</p> <p>Los gritos de tortura volvían a ocupar el aire.</p> <p>—Sé que eso no lo estoy soñando.</p> <p>No estaba segura de que me hubiera oído, así que intenté repetir las palabras para descubrir que ahora los gritos procedían de mi boca. Nathan me tomó en sus brazos.</p> <p>—No tienes que correr —susurró contra mi pelo—. Por favor, no corras por mí.</p> <p>Una gota de sangre cayó contra las claras sábanas.</p> <p>—Estás sangrando —me incorporé y Nathan se dejó caer sobre el colchón; estaba chorreando sangre mientras sangraba por los misteriosos símbolos tallados en su piel.</p> <p>—Carrie, por favor.</p> <p>Me giré y me levanté. Un único paso me alejó lo suficientemente de la cama como para no oírlo y apenas verlo. Cyrus me esperaba al otro lado de la increíblemente larga habitación y fui hacia él.</p> <p>—Te necesita —dijo mi primer Creador sin su habitual tono de mofa—. ¿Vas a ir con él?</p> <p>Negué con la cabeza.</p> <p>—Ahora ya no está en mis manos.</p> <p>Los brazos de Cyrus me envolvieron, pero sus manos se transformaron en garras que me arrancaron la piel. Lo miré a los ojos y su rostro se transformó de un modo grotesco antes de convertirse en el de Nathan. Gritó; fue un grito tan fuerte y largo que creí que no podría soportarlo. Cuando temí que me volvería loca por el sonido, me desperté. Mi teléfono sonó a mi lado. Aún adormecida, lo alcancé.</p> <p>—Entraremos en Nevada esta noche.</p> <p>—Gracias.</p> <p>Era Byron. Se rió.</p> <p>—Creí que te gustaría saberlo, así que puedes adelantarnos y aparecer allí antes de que alcancemos a tu hombre.</p> <p>—No es mi hombre… —dije sin darme cuenta—. Quiero decir, estoy buscándolo, pero…</p> <p>—Sea como sea a mí me da igual. ¿Has comido?</p> <p>—No —mi abastecimiento de sangre había disminuido tanto que había tenido que empezar a racionarlo y mi energía había empezado a disminuir. No sabía cómo estaría Cyrus cuando lo encontrara. Si lo habían convertido, tendría que mantenerlo con vida hasta que volviéramos a Michigan. Y con lo que había logrado racionar, los dos podríamos morir de hambre.</p> <p>—Hay un lugar en la frontera de Nevada que os sirve a las de tu clase.</p> <p>—¿A las de mi clase?</p> <p>Volvió a reírse.</p> <p>—Damas vampiro. Hay un burdel a unos treinta kilómetros pasada la frontera del estado. Todos son hombres muy guapos y sólo admiten a clientela femenina.</p> <p>—Es una casa de Donantes.</p> <p>—Es un burdel. Pero si les pagas dinero extra, te enseñarán un poco de cuello —emitió un suspiro de nostalgia—. Qué suerte tienes.</p> <p>—Lo siento, pero no me alimento de humanos —lo había hecho dos veces, una de Dahlia y otra con Ziggy, y ambas ocasiones me habían dejado bastantes dosis de culpabilidad.</p> <p>—¿En serio? Entonces, ¿de dónde sacas la sangre que bebes?</p> <p>—De dónde sacó mi sangre no es asunto…</p> <p>—Eh, no estoy juzgándote, sólo intento darte algunas sugerencias. Sobrevivir en el duro y agreste Oeste es muy distinto a tu vida pija del Medio Oeste. Por lo menos eso es lo que Road Dog ha estado diciéndome.</p> <p>—¿Road Dog? —recordé a su hirsuto compañero—. Por alguna razón, no puedo imaginármelo diciendo eso.</p> <p>—Bueno, me lo dijo su lenguaje corporal cuando estaba comiéndose a un camionero —Byron se detuvo—. Entonces, ¿quieres la dirección?</p> <p>Mirando la nevera portátil, suspiré.</p> <p>—¿Ahí la puedo conseguir a grandes cantidades?</p> <p>—Sí.</p> <p>—Bien. Dame la dirección.</p> <p>Casi estaba amaneciendo cuando llegué a la elegante casa solariega de ladrillo rojo. A pesar del hecho de que estaba situada en una carretera árida en mitad del desierto, el césped que rodeaba la casa era exuberante y verde, al menos según podía ver entre los barrotes de la alta verja de hierro. No había un vecino en quince kilómetros, pero sabía que su preocupación por la seguridad no se extendía a unos simples ladrones.</p> <p>Llamé al portero automático colocado en el portón. Una voz salió por el altavoz un segundo después y di la contraseña que Byron me había dado.</p> <p>—Retirada.</p> <p>—Pase —al instante, el portón se puso en movimiento y se abrió lo suficiente como para dejarme entrar con el coche y recorrer el camino de adoquines.</p> <p>Dejé la camioneta al cuidado de un aparcacoches con aspecto aburrido y subí corriendo los escalones de mármol hasta la oscura puerta de madera.</p> <p>Cuando Byron había dicho «burdel», me había imaginado un prostíbulo al estilo del Viejo Oeste, con papel pintado en color rojo, lámparas antiguas con hileras de cuentas y prostitutas tendidas sobre sillones de terciopelo. A pesar del aburrido aspecto exterior, el interior estaba decorado como una casa sacada de una revista de arquitectura.</p> <p>—La <i>madame</i> estará con usted en un momento —me informó el mayordomo.</p> <p>Lentamente, caminé por el vestíbulo. A mi izquierda y a mi derecha había unas enormes puertas dobles que me impedían seguir explorando, pero el pasillo que se extendía detrás de la escalera parecía de propiedad pública. Avancé por él fijándome en los cuadros y deteniéndome para ver uno en particular.</p> <p>—Klimt.</p> <p>La áspera voz me sorprendió y cuando me giré vi a una mujer de generosas curvas con una melena gris que caía sobre sus hombros en forma de cascada.</p> <p>—Sí, lo sé, pero no es el original, ¿verdad?</p> <p>—Pues sí que lo es.</p> <p>Sonriendo, intenté disculparme por mi metedura de pata.</p> <p>—Mi antiguo Creador tenía una buena colección de arte, pero eran copias en su mayor parte, así que todo lo veo sospechoso.</p> <p>—Oh, cariño, no me importa —la mujer se detuvo a mi lado y sacó un paquete de cigarrillos de una de las mangas de su caftán—. Si fuera falso, te lo diría.</p> <p>—No quería ofender.</p> <p>—¿Te he oído bien? ¿Has dicho «antiguo Creador»?</p> <p>Eso sí que había sido un error estúpido.</p> <p>—No recuerdo su nombre.</p> <p>Una sonrisa se extendió hasta sus ojos.</p> <p>—Eso es porque no te lo he dicho. Soy Marzo. Soy lo que llamarías «el chulo» de aquí, pero decimos «madame» porque suena mejor. Y no te preocupes por tu pequeña indiscreción. Me gustan los secretos, con tal de que no traigan problemas a mi propiedad.</p> <p>Me aclaré la voz y alcé la mirada hacia el alto y arqueado techo.</p> <p>—Tiene una casa preciosa.</p> <p>—Gracias, pero no has venido aquí para ver la casa. ¿Vienes a por almuerzo líquido o a divertirte?</p> <p>—Necesito sangre.</p> <p>—Pues es tu día de suerte —Marzo empujó las puertas que tenía a mi izquierda.</p> <p>Tal vez me había equivocado con lo de la decoración del lugar, pero había dado en el clavo con las «prostitutas». Allá adonde mirara, había hombres guapísimos tendidos sobre muebles de piel ultramasculinos. Se me saltaron los ojos ante la variedad. Morenos, rubios, pelo largo, pelo corto, cuerpos andrógenos, cuerpos excesivamente musculosos…</p> <p>—Elige —dijo Marzo con orgullo.</p> <p>—Em… —señalé hacia el vestíbulo, donde estaba el mayordomo con mi bolso. Una de las muchas reglas de Nathan era «estáte siempre preparada». En mi bolso llevaba todo lo necesario para tomar sangre de un Donante.</p> <p>—No soy lo que se podría llamar… tradicional —le dije a Marzo.</p> <p>La <i>madame</i> se rió.</p> <p>—No hay nada que pueda sorprenderlos.</p> <p>—No, quiero decir que yo no muerdo —di un paso al frente y muchos pares de ojos masculinos se giraron hacia mí—. Estoy buscando a alguien a quien no le den miedo las agujas.</p> <p>De pronto, algunos de los hombres apartaron la vista como si de pronto les interesaran mucho las paredes. El resto parecían preocupados o entretenidos, o una mezcla de las dos cosas.</p> <p>—No es nada pervertido —les aseguré—. Sólo necesito sangre.</p> <p>—¿Por qué no nos muerdes? —preguntó un hombre alto y delgado con aspecto de modelo.</p> <p>—¿Cómo dices? —Marzo se puso las manos en las caderas y los miró enfadada—. ¿Os pago para que les hagáis preguntas a las dientas?</p> <p>—No —respondieron algunos.</p> <p>—No puedo oíros —insistió Marzo llevándose la mano a la oreja.</p> <p>Una voz se alzó por encima del coro de voces resultantes.</p> <p>—Lo haré yo.</p> <p>Cuando encontré la fuente de la voz, sentí un cosquilleo en el estómago. El tipo era guapísimo, con el pelo largo y rubio y un bronceado que habría hecho que Adonis llorara de envidia. No llevaba camiseta y sus vaqueros desteñidos dejaban ver sus caderas.</p> <p>Se me secó la boca y le indiqué que se acercara.</p> <p>—¿Qué grupo sanguíneo tienes?</p> <p>Él se rió.</p> <p>—¿Estas de broma, verdad?</p> <p>—No. He llevado a cabo algunas investigaciones —le expliqué sintiéndome como una tonta incorregible antes de preguntarme por qué me importaba que un prostituto pensara que era una empollona. Por eso, continué—: Los vampiros pueden metabolizar de un modo más eficiente la sangre que beben si el grupo del Donante y el suyo, antes de convertirse en vampiro, es el mismo. Con metabolizar quiero decir…</p> <p>—Sé lo que significa «metabolizar» —dijo con una sonrisa que podía hacer que te derritieras—. Soy O positivo. Donante universal.</p> <p>—Creo que os llevaréis bien —dijo Marzo acercándose y echando su brazo sobre el hombro del hombre, a pesar de su diferencia de altura—. Por desgracia, tenemos que discutir el tema del pago y de las restricciones. ¿Lo hacemos en privado?</p> <p>—¿Por qué no? —seguí a Marzo y al semidiós hasta el vestíbulo, donde me detuve—. Pero necesito mi bolso.</p> <p>El mayordomo no parecía dispuesto a soltarlo.</p> <p>—Cuando lo haya registrado, <i>madame.</i> Después se lo llevaré a su dormitorio inmediatamente.</p> <p>Marzo me guiñó un ojo.</p> <p>—Es algo rutinario. Hemos tenido algunas invitadas interesantes, ¿verdad, Evan?</p> <p>—Sí,<i> madame.</i></p> <p>Los seguí arriba. Marzo se tomó su tiempo mientras me contaba la historia del lugar.</p> <p>—Esta casa me la dejó mi difunto marido, Edgar… que Dios lo tenga en su gloria. Viví en ella desde que nos casamos hasta que la trasladé aquí en 1973 —en lo alto de la escalera, tocó la pared cariñosamente—. Me la trajeron desde Massachussets en bloques, volvieron a montármela y después la remodelé. Claro que Edgar se retorcería en su tumba si supiera lo que estoy haciendo con ella. Nunca tuvo mucho interés por el sexo heterosexual —suspiró y señaló un pasillo a la derecha—. Os pondré ahí.</p> <p>Ni siquiera la mansión de Cyrus podía hacerle sombra al esplendor de aquella casa. Nos detuvimos en la séptima puerta a la izquierda y Marzo se sacó una diminuta llave dorada de la manga.</p> <p>—En Nevada hay veintinueve burdeles con licencia y nosotros somos los únicos que atendemos a vampiros. Hay postigos de acero automáticos en cada habitación, y me refiero a cada habitación, para evitar que entre el sol. También hay un médico de guardia por si alguna sesión se va un poco de las manos.</p> <p>—Yo soy médico —dije con orgullo mientras una voz interior me provocaba diciendo: «Querrás decir que eras médico».</p> <p>Marzo pareció quedarse impresionada con esa declaración y sentí que de algún modo éramos almas gemelas. Ambas éramos mujeres con una profesión luchando por avanzar en un mundo de hombres.</p> <p>El brillo de admiración abandonó sus ojos.</p> <p>—Bueno, no quiero que se vaya de las manos. Pareces una buena chica, no quiero tener que ponerte en mi lista negra, ¿me has oído?</p> <p>—No se preocupe. ¿Y el dinero? Ha dicho que teníamos que hablar de dinero.</p> <p>—Puedo pedírtelo al anochecer. La habitación estándar son doscientos dólares al día. Los precios de los servicios tienes que hablarlos con Evan —abrió la puerta dejando ver una habitación impresionante que parecía sacada de una revista de decoración, con una cama ultramoderna sobre una plataforma, moqueta blanca, sillones de cuero negro y mesas de brillante madera de ébano. El único color vivo lo aportaba un jarrón de tulipanes rosas en la mesilla.</p> <p>Mientras Evan y yo cruzábamos el umbral de la puerta añadió:</p> <p>—Y una última cosa. Puede que seas inmortal, pero ellos no lo son. Todos mis chicos tienen que usar protección, ¿entendido?</p> <p>—Oh, nosotros no haremos… —el suave sonido de la puerta al cerrarse cortó mis palabras.</p> <p>—¿No? —el semidiós pareció decepcionado. Su calor corporal llegó hasta mí cuando se acercó y sentí su duro pecho contra mi espalda.</p> <p>Me giré para mirarlo.</p> <p>—¿Acaso nunca tienes una noche libre?</p> <p>Una sonrisa deliciosamente pícara cruzó su rostro.</p> <p>—No, normalmente no.</p> <p>En ese momento me recordó tanto a Cyrus que no pude respirar, pero una suave llamada a la puerta me hizo reaccionar.</p> <p>—Su bolso, <i>madame</i> —el mayordomo entonó las palabras con desaprobación mientras abría la puerta.</p> <p>—Gracias.</p> <p>Cuando volví a estar a solas con mi descomunal supermacho, respiré hondo.</p> <p>—Siéntate en esa silla y… —me detuve y miré su torso desnudo—. Iba a decirte que te subieras la manga, pero supongo que ya no será necesario.</p> <p>—Podría quitarme otra cosa —se ofreció lanzándome esa depredadora sonrisa.</p> <p>—No, así está bien. Estás todo lo desnudo que puedo soportar ahora mismo —metí la mano en mi bolso y saqué un tubo de goma, una bolsa hermética, una aguja y algodón antiséptico.</p> <p>Él no se inmutó y se recostó en el sillón.</p> <p>—Éste es mi brazo bueno.</p> <p>Miré la gruesa vena azul con interés médico, pero mi estómago hambriento traicionó mi intento.</p> <p>—¿Te sacan mucha sangre?</p> <p>—Sí, por mi trabajo —agarró una de las gasas antisépticas y rompió el envoltorio—. Tienen que hacernos análisis de enfermedades de transmisión sexual con frecuencia porque de lo contrario perdemos nuestra licencia.</p> <p>—¿Entonces qué les pasa a tus amigos que parecían tan asustados? Quiero decir, ¿preferirían que los mordiera un vampiro antes que les clavaran una aguja diminuta? —uní el tubo a la bolsa.</p> <p>—Probablemente no es eso —estiró las piernas y pude ver lo largas que eran—. Tenemos muchas clientas y no todas son pilares de la comunidad de vampiros. O tal vez lo son, y ése es el problema. Pero cuando pasa un tiempo, todos hemos aprendido lecciones y no solemos confiar en vampiros que traen sus propios útiles.</p> <p>Emití un sonido de entendimiento mientras le ataba una tira de látex alrededor del bíceps. No quise pensar en qué clase de depravada tortura se habrían visto expuestos esos chicos.</p> <p>—Entonces, ¿por qué has confiado en mí?</p> <p>Evan se rió; fue un sonido aterciopelado que me recorrió la espalda.</p> <p>—Porque pareces inofensiva. Y buenísima.</p> <p>—Vale —apenas pude contener la risa—. Estoy cruzando el desierto sin poder ducharme y racionando mi ropa interior y llevo varios días durmiendo en una camioneta. Vas a tener que esforzarte más con tus cumplidos para que te dé el dinero que tanto me ha costado ganar.</p> <p>—No estoy mintiendo —dijo con un entusiasmo que no parecía ni fingido ni ensayado—. No estás cubierta de un maquillaje raro ni vas toda vestida de negro como el resto de nuestras clientas. Dejaría que me mordieras gratis.</p> <p>Resultó un escenario tentador, al menos para mi lado de monstruo. Una breve y vivida imagen en la que me vi aplastada bajo ese duro cuerpo mientras yo hundía mis dientes en su cuello se me pasó por la mente y cerré los ojos mientras sacudía la cabeza para deshacerme de ella.</p> <p>—Bueno, ¿cuánto cobras? —le pregunté para evitar pensamientos impuros.</p> <p>—¿Por qué? ¿Por la sangre o el sexo?</p> <p>—No habrá sexo —insistí, más para mí que para él.</p> <p>—Vamos —me animó, deslizando la mano sobre mi brazo—. No me dirás que no estás aburrida de estar día tras día en la parte trasera de esa camioneta.</p> <p>En su voz había una nota de necesidad. Ese hombre quería algo de mí y sólo había una cosa que los humanos pudieran querer de los vampiros. Que los convirtieran.</p> <p>—No —dije en voz baja—. No me he aburrido.</p> <p>Me pasaba todo el día despierta por las pesadillas; en cuanto salía el sol, los gritos de Nathan llenaban mi cabeza. Cyrus estaba en alguna parte del desierto y tenía que encontrarlo antes de que su padre le pusiera las manos encima. Para nada me había aburrido.</p> <p>Con un suspiro de exasperación, hundí la aguja en la vena de Evan mientras él seguía planeando su próxima táctica. Sentía que me iba a explotar la cabeza. El dolor y la fatiga mental me invadieron.</p> <p>—¿Hay un cuarto de baño? Necesito quitarme la suciedad de la carretera.</p> <p>Evan me indicó el camino.</p> <p>Entré en el espacioso cuarto de baño de mármol y abrí el grifo para llenar la bañera. Obtendría lo que quería de Evan, le pagaría, le diría que se fuera y me daría un buen baño caliente.</p> <p>Apoyé la frente contra el frío cristal del espejo que había sobre el lavabo y respiré hondo mientras me preparaba para bajar la guardia y abrir el lazo de sangre. En cuanto lo hice, Nathan estaba ahí, furioso y gritando como lo había hecho durante los últimos días. Pero había otra presencia también, una que no había sentido desde la noche que Nathan me había pasado su sangre mientras estaba inconsciente.</p> <p>Tenía que ser un error.</p> <p>El vapor del agua caliente se volvió horrorosamente opresivo y me costó tomar aire. Me aparté el pelo húmedo de la frente con una mano temblorosa. Si no era un error, había sido un castigo impuesto por el más cruel de los destinos.</p> <p>El sonido de él, un único corazón latiendo en un pecho humano, casi ahogó el sonido de la agonía de Nathan mientras mis dos Creadores luchaban por dominar mi mente.</p> <p>Me agarré a la encimera de mármol con tanta fuerza que pensé que había dejado boquetes en la piedra. Cuando exhalé, una única palabra salió de mi boca.</p> <p>—Cyrus.</p> <p>No sentí nada cuando me desplomé en el suelo.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 11</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Conexiones</p> </h3> <p>En esta ocasión, cuando se despertó, tuvo cuidado de no molestar a Ratón. No quería tener que explicarle nada sobre Carrie, ni sobre por qué aún podía sentirla.</p> <p>Porque ni siquiera él tenía esa respuesta.</p> <p>Temblando, se situó bajo la pequeña y alta ventana. La luna estaba llena y llenaba el sótano de una fantasmagórica luz. Arriba, las fuertes pisadas que había aprendido a no oír sacudían el suelo.</p> <p>En los últimos días casi había olvidado que había sido igual que ellos, pero la voz de Carrie en su sueño se lo había recordado. La había oído en sus recuerdos en el mundo de las sombras y la sensación que había provocado en él había sido de furia. Sin embargo, ahora no podía odiarla ni un poco. Resultaba agotador ser consumido por una emoción, y ya no quería perder el tiempo.</p> <p>Tal vez por eso la había oído decir su nombre. Tal vez su subconsciente le había dado alguna especie de señal. Después de todo, la escuela de la interpretación de los sueños no podía ser una completa tontería. El sueño era una advertencia. Volvería a verla.</p> <p>La idea de que Carrie, que no pudo amarlo cuando era poderoso y tenía influencia, lo viera en su cáscara de humano, no le molestaba tanto como debería. La humanidad tenía algunas ventajas y una de ellas era estar acompañado. Como vampiro, jamás habría tolerado la compañía de alguien como Ratón. Había querido a las que harían cualquier cosa por estar con él y, aunque era tímida, Ratón tenía dignidad. No era ni tan franca ni tan brusca como lo había sido Carrie… unas cualidades que Cyrus había admirado en su momento. Ratón se había acostumbrado a su extraña situación gradualmente y cada día un poco más de lo que él asumía que era su verdadera personalidad iba saliendo a la luz. Iba a tener que dejar de llamarla Ratón, aunque de ningún modo empezaría a llamarla Stacey.</p> <p>Se había ido a dormir con el pelo mojado, para enfado de Cyrus, pero ahora su melena caía suavemente en forma de rizos alrededor de su cara. El hecho de que durmiera tan profundamente en su presencia le dio un poco de esperanza. Confiaba en él para que la protegiera de los monstruos. De él mismo.</p> <p>«Que Carrie plague mis sueños», pensó con amargura. Si su imagen le recordaba cómo había sido su vergonzoso pasado, lo soportaría, porque la vergüenza parecía algo integral a la humanidad, y si eso lo hacía más humano, mejor que mejor.</p> <p>Impactado, se dio cuenta de que pretendía seguir así, de que quería alejarse permanentemente de los que antes habían sido sus iguales, aunque lo más probable era que eso lo hubiera sabido en alguna parte de su inaccesible alma desde el momento en que dio su primer respiro de humano.</p> <p>Ratón se movió. Él fue a su lado y se tumbó sobre la estrecha cama.</p> <p>—¿Has tenido una pesadilla?</p> <p>Cyrus echó la manta sobre los dos y la acercó a sí.</p> <p>—No.</p> <p>Ella apoyó la cabeza en su hombro.</p> <p>—¿Estás mintiendo?</p> <p>—No, pequeño Ratón. No estoy mintiendo.</p> <p>Es más, cuando cerró los ojos, Cyrus durmió sin soñar por primera vez en setecientos años.</p> <p></p> <p>Cuando desperté, me pareció que la cabeza iba a estallarme de dolor. La habitación estaba oscura, gracias a los postigos metálicos y al control de iluminación. Había dos bolsas de sangre en un cubo bien lleno de hielo sobre la mesilla de noche.</p> <p>Evan se había ido.</p> <p>Me incorporé y me estremecí ante el dolor de mi cráneo. Entre las dos bolsas había un frasquito con una nota adjunta. Tuve que entrecerrar los ojos para leer.</p> <p>El médico ha pillado a Evan con esto. Yo de ti le echaría un ojo si no quieres convertirte en su Creadora.</p> <p>Marzo.</p> <p>Llena de ira, agarré el frasco y me miré el brazo. Me había puesto una tirita en la cara interna del codo, aunque no la necesitaba y cualquiera que se hubiera documentado un poco, o que hubiera leído <i>El Sanguinarius</i>, por ejemplo, el libro más conocido y respetado en la comunidad vampiro, lo habría sabido. Tal vez es porque soy médico, pero creo que cualquiera que esté a punto de hacer un cambio fisiológico debería saber por lo menos lo básico de dónde está metiéndose.</p> <p>La cabeza me zumbaba y se me nubló la visión; era como si fuera a empezar a oír voces, así que respiré hondo e imaginé una pared de ladrillo, tal y como me había enseñado Nathan. Claro que cuando él me lo había explicado, había utilizado un escudo de luz blanca, pero a mí un muro de ladrillo con un poco de hiedra trepadora me parecía un poco más fuerte que esos disparates hippies del <i>New Age</i>. Así evitaba que otras mentes, la de Nathan y ahora la de Cyrus, entraran en la mía y me arrebataran mi fuerza.</p> <p>Levanté el frasquito que contenía mi propia sangre, quité el tapón y me la bebí, ignorando el sabor. Para mi lengua de vampiro, la sangre humana es increíble: espesa, rica con sabor metálico, no tiene nada que ver con la comida que puede experimentar un humano. La sangre de vampiro, al menos la de Nathan y la de Cyrus, en las pocas ocasiones que las había probado, sabía igual, pero con cierto vacío, como si mis sentidos me dijeran que de ella no recibiría la clase de sustento que necesito. Además, era igual que los fritos o la comida cargada de azúcar para un humano; podía cargarse tu metabolismo de manera permanente, como en el caso del Devorador de Almas, y para un vampiro algo permanente era un tiempo terriblemente largo. Sin embargo, mi propia sangre sabía como la sangre corriente, no fue agradable, y tuve que contener una arcada para poder tragarla. Aun así, era mejor que dejarla para que la encontrara uno de los chicos de Marzo.</p> <p>Me rugió el estómago al recordar la sangre que antes se me había negado, y alargué la mano hacia el cubo para sacar una bolsa. Bajo circunstancias normales, la sangre sería sospechosa, pero estaba demasiado hambrienta y débil como para convencerme de no bebería. Mis manos rozaron algo que definitivamente no era hielo bajo la bolsa, sino una nota doblada cuya tinta estaba empezando a extenderse por la humedad del hielo.</p> <p>He dejado Tylenol en la cómoda. Descansa hasta que se ponga el sol y después, si sabes lo que te conviene, aléjate de aquí todo lo posible.</p> <p>Evan.</p> <p>Volví a leerla y la metí en el cubo de hielo. De ninguna manera iba a tomarme las pastillas que Evan había dejado. Sabía muy bien que no debía aceptar caramelos de los desconocidos, sobre todo cuando ya habían intentado robarme la sangre. Además, mi dolor de cabeza no era algo que un poco de comida y una siesta no pudieran arreglar.</p> <p>Me sentía perezosa y, en lugar de buscar un vaso, deslicé mis colmillos sobre el fino plástico de la bolsa. No me había alimentado lo suficiente en el viaje, y si me costó dormir en la parte trasera de la camioneta, más difícil todavía me resultó hacerlo en una cama extraña en un burdel. Todo ello me dejó con mucho tiempo para pensar y, de las dos personas que estaban en mi cabeza, la única que no quería que habitara seguía abriéndose paso en mis pensamientos.</p> <p>Probablemente, porque Evan había estado a punto de ponerme en la situación a la que Cyrus se había visto forzado. Siempre había imaginado que Cyrus tuvo alguna especie de siniestro motivo para convertirme en vampiro, aunque había insistido en que fue un accidente, y lo que podía recordar de aquella noche no me sugería otra cosa. Por mucho que odiara la idea de que él podría haber sido una víctima de las circunstancias igual que yo, parecía que podía ser verdad.</p> <p>¿Y si Evan hubiera tomado mi sangre? Cuando me había convertido en la Iniciada de Nathan, el miedo a perderme lo había incapacitado. Más precisamente, el miedo al dolor que sentiría si me hubiera perdido. Cyrus lo había intentado todo para mantenerme a su lado, pero yo sabía que era más fuerte que él. Debí de serlo para mirarlo a los ojos mientras atravesaba con un cuchillo su corazón. Había dado por hecho que era más fuerte que Nathan, pero eso ahora no parecía justo. Nathan había perdido a su hijo y había obtenido otra carga emocional junto con nuestro lazo de sangre. Y a todo eso había que añadirle la culpabilidad que acarreaba por la muerte de su esposa. ¿Cómo podía yo medir mi fuerza contra un hombre que había pasado por un interminable dolor emocional?</p> <p>En ocasiones sentía que a Nathan se le había pasado un componente clave de nuestro lazo de sangre. Aunque le dolía la soledad por la pérdida de su mujer y de su hijo, me tenía a mí. Podíamos reírnos, bromear y acostarnos juntos, pero jamás compartió ni una sola emoción conmigo.</p> <p>No había considerado la posibilidad de que Nathan oyera mis pensamientos hasta que un desgarrador dolor casi me partió el cráneo en dos. No hubo palabras al otro lado del lazo de sangre, sólo arrepentimiento.</p> <p>«Ahora quieres ser parte de mi vida». Sabía que Nathan estaba en alguna prisión infernal, pero yo no podía soportar ni un segundo más el dolor emocional y físico que sentía estando atada a él. Bloqueé el lazo de sangre y sequé de mis ojos las lágrimas de vergüenza.</p> <p>Estaba tan cansada que casi olvidé la advertencia de Evan. «Aléjate todo lo posible». ¿Estaba en peligro? ¿Entraría alguien y me mataría en cuanto me quedara dormida? Encendí la lámpara de la mesilla y me recosté sobre las almohadas. Miré hacia la puerta. Tenía que haber un modo de cerrarla desde dentro; reuní la poca fuerza que me quedaba y fui hasta la puerta. No había ningún cerrojo y tampoco había un pestillo ciego, pero entonces ¿por qué Marzo había utilizado una llave? Intenté girar el pomo. No se movió. Me habían encerrado.</p> <p>A pesar de lo mucho que lo necesitaba, me pareció que después de todo no iba a dormir mucho.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 12</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Es un mundo pequeño</p> </h3> <p>La mujer lobo esperaba a alguien.</p> <p>Max la observaba desde su coche de alquiler mientras ella estaba sentada en una cafetería. Para un ojo poco entrenado, Bella habría parecido una de esas mujeres segurísimas de sí mismas que iban solas a las cafeterías, sin un libro, sin un ordenador portátil y ni siquiera un periódico para distraerla de su soledad. Enmarcada como estaba por el único cristal del diminuto establecimiento, llamaba la atención de todo el que pasaba por la calle. Un hombre se chocó contra un buzón de correos, totalmente ajeno al mundo que lo rodeaba mientras estuvo mirando a Bella.</p> <p>Ella parecía estar absorta en sus pensamientos, pero Max notó cómo sus ojos dorados analizaban a cada persona que pasaba por delante y vio que el café que había tenido en la mano hacía tiempo que se había enfriado. En el cielo, la luna estaba llena, pero ella no tomaría su forma animal. Muy pocos lo hacían, aunque negaban que el uso de la ciencia fuera lo que lo hubiera detenido. No, hacían hechizos, probablemente con asquerosos ingredientes como lenguas de bebé y ojos de tritón. ¡Y aun así consideraban que un pinchacito de aguja una vez al mes era un pecado merecedor de la muerte!</p> <p>La cálida luz del interior de la cafetería salpicaba la calle, iluminándola desde detrás como un sol artificial. Increíblemente inmóvil, parecía una figura en un cuadro. Sus admiradores no tenían la mínima idea de lo letal y misteriosa que era esa misteriosa belleza.</p> <p>Sacudiendo la cabeza, Max gruñó. Ella no era una belleza; lo único que le pasaba era que estaba excitado.</p> <p>Una figura vestida con un grueso abrigo negro entró por la estrecha puerta de la cafetería. En la ventana, Bella se puso derecha y olfateó al aire. El movimiento acentuó su esbelto cuello y la forma de sus venas azules, que parecían visibles incluso desde el otro lado de la calle. «Tonterías, estás imaginándote cosas». Aun así, a Max le rugió el estómago y su miembro se endureció. Sólo podía solucionar una de esas dos cosas sin que lo arrestaran, y por eso alargó la mano hasta el asiento de atrás para agarrar su termo de sangre.</p> <p>—Eres un jodido pervertido, Harrison —dijo para sí mientras desenroscaba la tapa. B positivo. El mejor grupo sanguíneo.</p> <p>La figura se sentó delante de Bella. Era una mujer con un brillante y negro pelo cortado a lo Bob, a media melena, y un generoso escote. Algo en ella le parecía extrañamente familiar, pero tal vez estaba confundiéndola con alguna chica de una película.</p> <p>Aunque no podía interpretar la expresión facial de la mujer lobo y el rostro de la curvilínea mujer estaba oscurecido por la sombra de una lámpara, sospechaba, a juzgar por su lenguaje corporal en la mesa, que estaban hablando de negocios.</p> <p>—Lo que pagaría por oír lo que está pasando por esa cabecita tuya, loba —Max se llevó el termo a la boca queriendo terminar la sangre rápidamente. Nunca le habían gustado los coágulos.</p> <p>Apenas había terminado de tragar cuando vio que Bella ya no estaba en la ventana. La mirada de Max fue hasta la acera, por donde se alejaba con paso enérgico.</p> <p>Contó hasta diez antes de salir del coche y dirigirse a la cafetería. Unos segundos después, la socia de la mujer lobo salió. Max estaba esperándola. Le tapó la boca con la mano y la llevó hasta el callejón que había entre la cafetería y una óptica que estaba cerrada.</p> <p>—No hagas ni un ruido, o…</p> <p>Ella lo mordió. Por impulso, la soltó y al instante se maldijo por ello.</p> <p>La mujer se rió, a carcajadas, como loca.</p> <p>—¿O harás qué?</p> <p>La familiaridad que había sentido a primera vista le produjo un cosquilleo por la espalda y contuvo el resultante temblor.</p> <p>—¿Quién eres?</p> <p>—¿Acaso no me recuerdas? —volvió a reírse y se agarró unos mechones de su pelo negro. La peluca se separó de su pelo en un suave movimiento y una melena de rizos rojos, que parecía demasiado voluminosa como para poder haber estado escondida debajo, cayó sobre sus hombros.</p> <p>—¿Cómo iba a olvidarme? —Max dio un paso adelante y la acorraló contra el húmedo ladrillo—. Aunque tu nombre se me escapa. ¿Begonia?</p> <p>—Dahlia. Pero me alegra ver que te causé impresión.</p> <p>Max gruñó cuando ella deslizó la mano sobre la parte delantera de sus vaqueros y el sustancial bulto que había en ellos. La noche que había acompañado Nathan para ayudar a Carrie a librarse de Cyrus, había quedado a merced de esa insaciable bruja recién convertida en vampira. Lo cierto era que nunca se había sentido atraído por mujeres con cuerpos tan generosos, pero siempre había dicho que lo probaría todo alguna vez, sobre todo sin con ello lograba salvarse el pellejo.</p> <p>Habían sido los mejores veinte minutos de su vida, pero eso formaba parte del pasado y Max nunca miraba atrás. Se liberó de sus ansiosas manos y dijo:</p> <p>—Escucha, jamás diría que no pasé un buen rato contigo, pero…</p> <p>—Pero estás loco por la chica con cara de perro. Supongo que en cuestión de gustos no hay nada escrito.</p> <p>—No me van las pulgas —dijo esperando mostrar cara de disgusto.</p> <p>—Bueno, da igual, no puedo leerte la mente —Dahlia enarcó una ceja exageradamente—. ¿O sí que puedo?</p> <p>—¿Qué le has dicho?</p> <p>—Cinco mil dólares —extendió su regordeta mano y sacudió los dedos.</p> <p>—Estás de coña. Vamos, cariño, sabes que no tengo ese dinero.</p> <p>—Pues es una pena —dijo suspirando de manera teatral.</p> <p>—Vamos, venga —sonrió y se inclinó sobre ella—. Haré que merezca la pena.</p> <p>—Eso es otra cosa —lo adentró más en el callejón.</p> <p>Él levantó los brazos.</p> <p>—Eh, estaba pensando en algo como un hotel. Por lo menos, deja que te lleve al coche como un verdadero caballero.</p> <p>Ella lo empujó contra la pared con tanta fuerza que Max pensó que rompería los ladrillos.</p> <p>—¿Pero qué co…?</p> <p>—Cierra la boca —le dijo entre dientes y echándole la cabeza atrás—. ¿Crees que te diría algo a cambio de un toqueteo?</p> <p>—Eh, creía que eras esa clase de chica.</p> <p>«Sigue haciéndote el duro», dijo la voz de Dahlia al colarse en su mente, y él casi gritó de dolor. «Voy a lanzarte amenazas, limítate a responder y escúchame».</p> <p>—Cierra la jodida boca, zorra —logró responder. Le parecía que le iba a reventar la cabeza. Hacía tiempo que no se comunicaba mediante un lazo de sangre, pero lo recordaba y no era nada parecido. Intentó responderle, centrándose en sus pensamientos a través del laberinto de dolor que reverberaba en su cráneo. «¿Qué estás haciéndome?».</p> <p>«Simple invasión mental. Bella no está lejos. Oiría cada palabra que dijéramos. Éste es el único modo de comunicarnos sin que nos oiga».</p> <p>Dahlia le dio una patada en la entrepierna y él se dobló hacia delante con un gemido de dolor.</p> <p>«Tenemos que hacer que parezca que estamos luchando, para que no sospeche. Pero ésta ha sido por olvidarte de mi nombre».</p> <p>—Que te jodan —le gritó. «¿Cómo sabía dónde encontrarte? ¿Y qué quería?».</p> <p>«No lo sé. Tal vez ha buscado a todos los vampiros de la zona que no pertenecen a tu estúpido club. Seguro que tenéis un listado en alguna parte. Quería saber a donde ha ido tu amigo de la librería. Yo no tengo ni idea. Le he dicho que pruebe en los cementerios, pero te sugiero que la sigas porque puede que no me haya equivocado mucho».</p> <p>Dahlia acercó peligrosamente su rostro al de Max y se transformó en una furiosa vampira. Podría haberlo intimidado si no hubiera estado acariciándole el pelo de la nuca.</p> <p>—Escucha, zorra. Dime qué está pasando o te rajaré el cuello de oreja a oreja —metió la mano en su abrigo y encontró los botones de su blusa, de los cuales desabrochó unos pocos para deslizar la mano dentro.</p> <p>Ella cambió su rostro y se acercó más para acariciarle la oreja con la lengua. ¡Qué bien sabía utilizar esa lengua!</p> <p>—Me gustaría ver cómo lo haces después de que te haya arrancado esa gorda cabeza de los hombros.</p> <p>«¿Gorda cabeza?».</p> <p>«No te lo tomes como algo personal». Dahlia le envió el mensaje telepáticamente a la vez que se encogía de hombros. «He oído que Cyrus está en Nevada».</p> <p>«¿Quién te lo ha dicho?».</p> <p>—Quítame las manos de encima —gruñó, pero Dahlia le había bajado la cremallera de los pantalones y él negó con la cabeza indicándole que no hiciera caso de lo que acababa de decirle.</p> <p>—Oblígame —le respondió ella bruscamente a la vez que le explicaba: «Me lo han mostrado las imágenes de mi cabeza. Lo único que veo es Louden, y Hudson y Nevada. Y por alguna razón a la Virgen María. No me preguntes de dónde ha salido todo esto. Y ahora, en serio, apártame. Es lo único que puedo contarte y ella está empezando a sospechar».</p> <p>Al instante, Bella entró en el callejón y su fría mirada se posó en Dahlia.</p> <p>—Ha sido patético. ¿Creías que ibais a engañarme?</p> <p>Dahlia alzó las manos y pronunció unas enigmáticas palabras. Una brillante bola azul creció entre sus dedos y, antes de poder soltarla, Bella sacudió su brazo y un arco de luz roja partió la esfera en dos, lanzando a Dahlia hacia atrás con violencia. Después, la mujer lobo apuntó al pecho de Max con una ballesta.</p> <p>—Estabas advertido —le recordó ella fríamente.</p> <p>Él no tuvo tiempo para negociar y Bella disparó.</p> <p>«Max Harrison no muere en un sucio callejón con la bragueta bajada». Intentó esquivar el disparo, pero fue alcanzado en el hombro. Con un rugido de dolor, cayó al suelo. Bella se agachó y agarró el extremo de la flecha antes de girarla cruelmente y arrancársela de la piel.</p> <p>—Una vez más, vampiro. Una vez más, y estarás muerto.</p> <p>Y, como una sombra atravesando la luz, desapareció.</p> <p>Dahlia gimió de dolor al levantarse del suelo, aunque Max sospechaba que le dolía más el orgullo que el cuerpo.</p> <p>—¿Quieres que te lleve a casa? —se ofreció él, a pesar de que el brazo le sangraba como una tubería rota.</p> <p>—Tú haz lo que tengas que hacer. Ha estado bien volver a verte… sea cual sea tu nombre.</p> <p>—Max.</p> <p>—Ya, como que voy a acordarme —volteó los ojos y salió del callejón cojeando sobre el tacón roto de una bota.</p> <p>Max inspeccionó la zona que rodeaba la cafetería antes de cruzar la calle. Una vez en el coche, sacó el teléfono y marcó el número de Carrie.</p> <p></p> <p>Me dejé arrastrar hasta un mundo blanco. No, no blanco. Un mundo de luz.</p> <p>«¿Por qué aún puedo oírte?».</p> <p>La voz de Cyrus amenazó con partirme la cabeza en dos. Hacía frío. Todo estaba frío.</p> <p>—No quiero estar aquí.</p> <p>Una intensa luz me hizo caer y antes de tocar el suelo, los vi. Dos cuerpos, tendidos en el suelo, como muñecas de trapo. Y sangre. Mucha sangre. Después, la luz desapareció y me dejó en una absoluta oscuridad. Me entró el pánico. ¿Estaba muerta? ¿Estaba soñando? ¿Por qué no podía despertarme, ni moverme, ni abrir los ojos?</p> <p>«Carrie, relájate».</p> <p>Me sorprendí ante la voz de Nathan dentro de mi cabeza, que sonó calmada y coherente por primera vez desde que lo habían alejado de mí.</p> <p>«No me han alejado de ti. Aún no. Pero se me acaba el tiempo».</p> <p>—¡Nathan! —intenté gritar, pero no emití ningún sonido. «¿Qué ha pasado?, ¿estás mejor?».</p> <p>«No». La palabra envió una ola de desesperación a través del lazo que nos conectaba. «Está durmiendo. Tiene que dormir».</p> <p>«¿Qué tiene que dormir?». Pensé en el demonio que se había puesto su piel, lo imaginé como una cosa viscosa y escamosa atrapándolo en sus crueles garras.</p> <p>«No lo sé. No sé lo que es». Había una nota de urgencia en su voz. «Dios, Carrie, no sé qué está pasándome».</p> <p>«Estás poseído. Max está buscándote para ayudarte. ¿Dónde estás?».</p> <p>«No lo sé. En la oscuridad. Carrie, por favor, ayúdame». La última parte me llegó a la vez que un sollozo salía de mi propia garganta. «No estoy poseído. Esta cosa…».</p> <p>Silencio. Había perdido mi vínculo con él. Lo llamé, mi cerebro intentaba fervientemente ponerse en contacto con él.</p> <p>—¡Despierta!</p> <p>Di un grito ahogado cuando desperté y sentí la presión de una estaca contra mi pecho.</p> <p>Marzo estaba de pie a mi lado y tenía los nudillos blancos por la fuerza con que agarraba la estaca. Le temblaba el cuerpo con furia y retorció la madera clavando la punta en mi piel.</p> <p>—¿Para quién trabajas?</p> <p>«Así es como muero».</p> <p>—Yo no trabajo para nadie —resistí las ganas de mirar a mi alrededor en busca de una salida ya que eso la animaría más a matarme en ese mismo momento—. No soy del Movimiento, ya te lo he dicho.</p> <p>—¡Eso ya lo sé! ¿Crees que soy estúpida? Comprobé si eras o no del Movimiento antes de que entraras en esta habitación —la presión de la estaca ahora era más leve—. Pero no es el Movimiento lo que me preocupa.</p> <p>—Entonces, ¿qué te preocupa?</p> <p>Se inclinó más hacia mí hundiendo la estaca en mi esternón. Pensé que podía con ella. Era mayor que yo y por lo tanto debería ser más fuerte, pero cuando se convirtió no debía de estar en la flor de la vida. Además, estaba arrodillada sobre el borde de la cama y no mantendría el equilibrio si le daba una patada.</p> <p>—¿Quién te envía?</p> <p>—Byron —apreté los ojos y recé porque fuera la respuesta correcta. Cuando la presión en mi pecho disminuyó, sentí un poco de esperanza.</p> <p>Marzo se puso de pie y se encendió un cigarrillo con manos temblorosas. Me lo ofreció mientras sostenía la estaca con la otra mano. Pensé en arrebatársela y utilizarla contra ella, pero seguía encerrada en la habitación y era obvio que la mujer tendría un gran sistema de seguridad. No lograría salir del edificio.</p> <p>—No, lo he dejado —no podía recordar cuándo, no había sido consciente de la decisión. «Es curioso las cosas en las que piensas cuando estás a punto de morir».</p> <p>—Evan estaba allí cuando te desmayaste y dice que estabas diciendo algo sobre un lazo de sangre doble —se detuvo para dar una larga calada y siguió hablando mientras exhalaba—. ¿Quieres hablarme de ello?</p> <p>Me incorporé y me froté el pecho.</p> <p>—¿Por qué no me dices a qué le tienes tanto miedo?</p> <p>—¿Por qué no me dices quién era tu antiguo Creador?</p> <p>—Oh, qué divertido. Creo que habría preferido que me atravesaras con la estaca antes que estar hablando como unas niñas de trece años —me senté en el borde de la cama. Si volvía a atacarme, quería tener los pies en el suelo.</p> <p>—De acuerdo —Marzo alzó una mano como para indicarme que me quedara donde estaba—. De todos modos lo sé.</p> <p>—¿Lo sabes? ¿Cómo?</p> <p>—Copias de arte. La primera persona en la que pensé fue Cyrus Seymour —sonrió—. Eso y que, al parecer, gritaste su nombre cuando te desmayaste. Relacioné las dos cosas.</p> <p>—Muy bien —miré la estaca con terror renovado. Estaban acosándome sólo por ser Iniciada de Cyrus, y yo que pensaba que esos días habían quedado atrás—. ¿Cómo lo conoces?</p> <p>Antes de que pudiera darme cuenta, Marzo se abalanzó sobre mí con la estaca. La esquivé fácilmente (una cosa muy importante que me había enseñado Nathan era que estar calmado en una lucha te daba ventaja sobre un oponente que había enloquecido) y me giré, preparada para su próximo ataque. Mi bolso seguía en el suelo, junto al sillón. Fui retrocediendo lentamente hacia él.</p> <p>—Marzo, no trabajo para nadie. Simplemente estaba de viaje y Byron me dijo que me pasara por aquí.</p> <p>Estaba a dos pasos del bolso, pero Marzo me seguía lentamente, con la estaca en alto por encima de la cabeza como la madre psicópata al final de la película Carrie.</p> <p>—¿Y crees que no sé qué trama? ¿Siguiendo a los Colmillos por todo el desierto, haciendo lo que sea que le piden?</p> <p>¡Byron! ¿Esa pequeña rata me había vendido? No tenía que haber confiado en él.</p> <p>Me arrodillé y recogí mi bolso. Pesaba menos de lo que recordaba; ni siquiera tuve que mirar para darme cuenta de que mis estacas habían desaparecido. Intenté esquivar su siguiente ataque, pero acabé en el suelo de espaldas y me golpeé la cabeza de una forma que me hizo saber lo que significaba la expresión «ver las estrellas». Cuando mi visión se aclaró, vi a Marzo inclinada sobre mí con la estaca aún en la mano. Le dio una larga calada al cigarrillo y sonrió.</p> <p>—Por lo que sé, tenemos una conexión. Por lo menos, la tienen tu Creador y el mío.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>Echó las cenizas directamente sobre el suelo y unas cuantas me cayeron en la cara.</p> <p>—Jacob Seymour. El Devorador de Almas.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 13</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Rendición</p> </h3> <p>Bajaron las escaleras cuando se puso el sol.</p> <p>Lo primero en lo que pensó Cyrus fue que debería haber echado el cerrojo. Después recordó que había echado el cerrojo y entonces la puerta, con parte de la moldura aún unida a las bisagras, cayó por las escaleras. Aterrizó sobre la barata mesa de comedor, que se volcó con un fuerte golpe.</p> <p>Ratón gritó y se incorporó en la cama, al lado de él, mientras se cubría el pecho con las sábanas.</p> <p>Sólo eran tres, pero Cyrus era humano. Débil y humano. Cuando uno lo agarró, no pudo soltarse y lo único que pudo hacer fue ver como los otros dos sujetaban a Ratón sobre la cama. Ella gritaba su nombre, le suplicaba ayuda.</p> <p>Pensó en la razón por la que no se había resistido cuando mataron a la monja y por qué no había rezado entonces ni le había pedido ayuda a Dios: porque nadie estaba escuchando y ahora ella tenía esperanzas.</p> <p>«Tienes que tratarla con frialdad, tienes que fingir que no significa nada para ti y así dejará de resistirse». Pero eso no podía hacerlo. Su arsenal de crueles palabras, siempre preparado, se había desvanecido, aunque de no ser así tampoco estaba seguro de que hubiera podido llegar a utilizarlas.</p> <p>Le había prometido seguridad. Había mentido. No era más que un inútil jugando al héroe. No podía salvar a esa damisela.</p> <p>La bestia que estaba encima de ella le echó la cabeza hacia atrás y dejó expuesto su cuello. Al ver las marcas de dientes en él, el vampiro se rió. Durante un perverso segundo, Cyrus se sintió aliviado de que su sangre fuera lo único que quería ese monstruo, pero después, se reprendió por valorar más su castidad que su vida. «No hay duda de que eres el hijo de tu padre». Y darse cuenta de ello fue como un golpe en el pecho. Cerró los ojos y rezó para que todo sucediera deprisa, para que ella no sufriera más de lo que había sufrido ya.</p> <p>Los agudos gritos de Ratón se transformaron en un gesto de incredulidad y las ásperas manos que la sujetaban la soltaron. Cyrus abrió los ojos y vio a Ratón cubriéndose mientras el vampiro que tenía encima ardía en llamas. Rápidamente, un esqueleto de ceniza quedó suspendido en el aire durante un instante y sus costillas se desintegraron alrededor de la ardiente bola azul de su corazón. Después, el órgano en llamas se extinguió y la bestia cayó sobre la cama como una nube de polvo negro. La estaca que lo había atravesado cayó con fuerza sobre las sábanas junto a Ratón.</p> <p>Los otros dos subieron las escaleras a rastras, pero unas estacas los atravesaron y corrieron la misma suerte.</p> <p>En lo alto de la escalera, Angie apagó un cigarrillo.</p> <p>—Siento lo de la puerta.</p> <p>Cyrus quiso correr hacia ella con un pedazo de la moldura rota y atravesarle el corazón, pero Ratón estaba en silencio, pálida y temblando, cubierta por los restos de un vampiro muerto, y sus instintos le dijeron que fuera a su lado en lugar de matar a Angie.</p> <p>La ayudó a levantarse, le sacudió las cenizas del pelo y le echó atrás unos mechones para examinarle el cuello. No había heridas nuevas. Aun así, le preguntó:</p> <p>—¿Te ha hecho daño?</p> <p>Ratón negó con la cabeza.</p> <p>Angie bajó las escaleras lentamente contemplando la escena con una mirada fría. Los gritos de Ratón volvieron a oírse cuando vio el rostro de la vampira.</p> <p>Cyrus se situó entre las dos.</p> <p>—¡Estás asustándola! ¡Por amor de Dios, quítate esa cara!</p> <p>Encogiéndose de brazos, la vampira sacudió la cabeza y transformó sus rasgos.</p> <p>—¿Le han hecho daño?</p> <p>Él se giró y envolvió a Ratón en sus brazos. Ella hundió la cara en su pecho y sus lágrimas de histeria salpicaron la piel desnuda de su torso.</p> <p>—¡Teníamos un trato! —le gritó a Angie. Por un momento reconoció algo del antiguo Cyrus en su voz y eso le dio fuerzas para enfrentarse a ella—. ¿Qué demonios ha sido eso?</p> <p>—Yo no he tenido nada que ver. Esos imbéciles han bajado aquí por su cuenta —se encendió otro cigarrillo—. Además, lo he solucionado, ¿no?</p> <p>Y lo había hecho, pero eso no disminuía su enfado. Podrían haber matado a Ratón y habría sido igual que matarlo a él. ¿Qué motivos tenía para vivir si ella moría?</p> <p>Un miedo frío le atravesó el corazón. No podía negarlo. El modo en que sus ojos la buscaban durante el día, el modo en que su pecaminoso cuerpo se excitaba contra sus inocentes formas mientras estaba tendido a su lado, por las noches, mirándola. No era sólo lujuria. Estaba muy familiarizado con la lujuria y podía distinguirla fácilmente de lo que sentía ahora.</p> <p>—¿Y la puerta? ¿Cómo evitaremos ahora que entren?</p> <p>Ella se rió mientras sujetaba un cigarrillo entre sus labios.</p> <p>—Antes tampoco evitó que entraran, ¿verdad? Pero quedará arreglada esta noche.</p> <p>—Asegúrate de que así sea —le tembló la voz mientras hablaba, y las manos también. Esa maldita vampira creería que le tenía miedo, cuando lo que en realidad temía estaba aferrada a él entre sollozos.</p> <p>Angie se detuvo en mitad de las escaleras.</p> <p>—El mensajero de tu padre estará aquí mañana por la noche.</p> <p>Los dedos de Ratón se hundieron en los hombros de Cyrus con desesperación. La vampira no prestó atención a su reacción.</p> <p>—Haré que recoja a alguien de reserva en la ciudad, por si no quieres tomarla a ella cuando te conviertas.</p> <p>—Gracias —fue extraño decir eso, pero estaba verdaderamente agradecido de no tener que verse tentado a matar a Ratón.</p> <p>«Por lo menos, no mañana».</p> <p>Una vez que lo convirtieran, ¿sería capaz de verla como algo más que comida? Cuando había sido humano en otra ocasión, no le había tenido tanto respeto a la vida como ahora. ¿Sería un vampiro diferente o el sádico que acechaba en su despreciable alma demostraría ser más fuerte que esa sospechosa humanidad?</p> <p>Llevó a Ratón hasta el dormitorio, comenzó a limpiar las cenizas de las sábanas y volvió a hacer la cama. Mientras colocaba la manta, por el rabillo del ojo la vio a los pies de la escalera con un recogedor y una escoba. Se los quitó de las manos y comenzó a barrer. Pensó que le calmaría los nervios centrarse en la labor de limpiar los restos de esos monstruos, pero lo único que logró con ello fue agitarse más.</p> <p>Habían sido mucho más fuertes que él. Si Angie no hubiera aparecido, habría tenido que ver cómo moría Ratón. El recuerdo de sus gritos fue como sal sobre las heridas de su orgullo, y soltó la escoba maldiciendo. Él jamás compartía sus preocupaciones con nadie, pero ésas no podía ocultárselas.</p> <p>—No he podido protegerte. No puedo protegerte así.</p> <p>—¿Así cómo? —lo miró de arriba abajo—. ¿Desnudo?</p> <p>Cyrus se habría reído si hubiera estado de mejor humor. Sintiéndose de pronto vulnerable, expuesto, recogió sus pantalones de los pies de la cama y se los puso.</p> <p>—No estoy bromeando. Así no sirvo para nada.</p> <p>—Eso no es verdad.</p> <p>—¡Soy humano! —se pasó una mano por el pelo—. Mientras sea así, no puedo protegerte. Y una vez que me conviertan, no podré protegerte de mí mismo.</p> <p>—Estás asustándome.</p> <p>No quería asustarla. Disfrutaba más viéndola esbozar tímidas sonrisas y charlando con él, pero quería más. Quería que ella estuviera a su lado voluntariamente, quería saber que estaba a salvo y quería que ella lo supiera.</p> <p>—No quiero que mueras —fue hacia la cama y se dejó caer antes de cubrirse la cara con las manos. Las palabras, una vez que comenzó a hablar, resultaron sorprendentemente sencillas y aterradoras—. Quiero que estés viva, conmigo. Quiero marcharme de este lugar y quiero que me sigas. Por una vez, quiero que alguien me siga. Porque te quiero. Te amo y…</p> <p>La chica se arrodilló a su lado y apoyó la mano sobre su rodilla, aunque no habló.</p> <p>Esas palabras habían brotado de su boca como las lágrimas que estaban acumulándose en sus ojos. Levantó la cabeza para mirarla; la expresión de ella era afectuosa y preocupada.</p> <p>—¿Podrías amarme alguna vez?</p> <p>Ella no respondió enseguida. ¿Qué clase de puerta de hierro se le cerraría si le decía que no? ¿Enterraría su dolor en la crueldad, como había hecho siempre que alguien lo había rechazado? Esa no era la clase de persona que quería ser.</p> <p>—¿Podrías…? —intentó repetir, pero ella lo interrumpió.</p> <p>—No puedes amarme —con ojos tristes, le acarició la mejilla—. Sólo hace tres días que me conoces.</p> <p>Cyrus se rió.</p> <p>—Es como si fuera…</p> <p>—Real —terminó por él. Después de un momento de vacilación, le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de él—. Lo sé. Y sé que no puede ser real. Pero siempre he rezado porque sucediera algo. Algo que me hiciera feliz. Sé que voy a morir. Tal vez tú… tal vez ésta es toda la felicidad que voy a tener.</p> <p>Su razonamiento le atravesó el corazón, pero no era tan tonto como para pensar que no podía amarla en realidad. La misma desesperación que había visto en cientos de chicas asustadas la vio en ella. Y en él mismo. Abrió la boca para mostrar su desacuerdo, para insistir en que ella viviría, pero Ratón lo besó y lo rodeó con los brazos. Él perdió el equilibrio y cayeron al otro lado de la cama mientras Cyrus la abrazaba con tanta fuerza que apenas podía respirar. La soltó, no quería asustarla, porque de algún modo sentía que si ella se apartaba en ese momento, la perdería para siempre.</p> <p>La chica posó las manos sobre su pecho y él deslizó los labios desde su hambrienta boca hasta la delicada curva de su mandíbula y su oreja. Ella gimió, un sonido a la vez inocente y dolorosamente excitante. Sentirla y olería desenterraron todas las noches que había pasado en brazos de amantes y esposas deseando que le devolvieran el afecto que les daba, pero eso nunca lo hicieron, ni siquiera cuando él lo pidió. Tal vez ella tampoco lo haría, pero Cyrus no le había pedido que pronunciara esas palabras; le había pedido que lo amara y en los besos de Ratón había encontrado la respuesta. Podía amarlo y lo amaba. Por la razón que fuera, confiaba en él y lo quería.</p> <p>La tendió de espaldas mientras le acariciaba las piernas y cubría su cuerpo con el suyo y ella abrió los ojos impactada. Por un momento pensó que no seguirían adelante, pero entonces los ojos de Ratón se iluminaron de deseo. La besó antes de que pudiera dudar otra vez. Ratón creía que él era su última oportunidad para ser feliz y Cyrus no pudo evitar pensar que tal vez ella también era la suya.</p> <p>La joven alzó las caderas contra su cuerpo y Cyrus miró hacia las escaleras; sabía que nadie estaría mirando, que no bajarían, no se atreverían después del destino que habían encontrado sus camaradas. Le quitó la camiseta y, cuando quedó expuesta ante él, la chica se cubrió los pechos con los brazos. Cyrus los apartó delicadamente y pudo ver sus rosados y endurecidos pezones. Le cubrió un pecho con la palma de la mano y Ratón gimió arqueándose hacia él. Cyrus luchó contra la tentación de compararla con otras, con las que había seducido para que le entregaran sus cuerpos y sus vidas. Pero esto era diferente. Cuando la noche llegara a su fin, la chica seguiría a su lado, y ésa era una idea reconfortante y aterradora a la vez.</p> <p>Hundió la cabeza en su cuello y la besó. Cuando sus labios rozaron la marca del mordisco que le había dado aquella primera noche, ella no se tensó, pero él se quedó paralizado.</p> <p>—No pasa nada. Fue sin querer.</p> <p>—No —se apartó—. Pretendía hacerte daño. Disfruté con ello.</p> <p>Ella recogió su camiseta, se cubrió, y con una comprensiva mirada que lo hizo odiarse más a sí mismo le dijo:</p> <p>—Te perdono.</p> <p>Cyrus cerró los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con brotar y ella se acercó para besarlo en el pecho. Cuando él no mostró oposición, Ratón continuó besándolo y acariciando su torso hasta llegar a la cinturilla de sus pantalones. Se quedaron tumbados el uno al lado del otro y Cyrus se deslizó hacia abajo para posar la cara sobre su muslo. Si fuera un vampiro, habría rasgado la piel de encima de su rodilla para beber su sangre, ése siempre había sido su momento favorito. Como humano, no tenía ningún deseo de hacerle daño y por ello comenzó a acariciar su piel con su lengua, y a medida que iba ascendiendo y acercándose a su sexo, la respiración de ella se aceleraba. Cuando Cyrus se arrodilló en el suelo, la llevó hasta el borde de la cama y trazó con su lengua el punto donde se unían sus muslos, ella se arqueó, jadeando, y hundió los dedos en sus hombros.</p> <p>El sabor, el aroma y la calidez de la joven lo embriagaron mientras ella enredaba las manos en su pelo para acercarlo a sí. Cyrus gimió contra sus resbaladizos pliegues y hundió un dedo en su interior. No se había equivocado la primera vez que la había tocado de un modo tan íntimo: era virgen. Y aunque ahora se ofrecía voluntariamente a él, esa fina barrera seguía ahí.</p> <p>—Sé que es pecado —le dijo Ratón con un gemido—, pero te deseo. Quiero que lo hagas.</p> <p>Él siguió acariciando su delicada piel con su lengua y sus dientes hasta que el cuerpo de la joven se tensó y el sonido de su clímax comenzó como un suave gemido que acompañó al temblor de su cuerpo. Antes de que ese placer se desvaneciera, Cyrus se levantó y se colocó entre sus piernas. Ella levantó las manos como para empujarlo y él se preguntó si querría parar, porque si eso era lo que ella quería, lo haría. Pero entonces Ratón bajó los brazos, como preparándose para lo que tuviera que pasar.</p> <p>—¿Estás segura? —el calor y la humedad de su cuerpo lo excitaban, pero no quería hacerle el daño que le había hecho a otras chicas.</p> <p>Ratón vaciló un segundo, se humedeció los labios y asintió; antes de que pudiera preguntarse cuándo sentiría el dolor, él se adentró en ella atravesando esa fina barrera. La joven se tensó y Cyrus pensó que iba a gritar, pero ese sonido nunca llegó a oírse.</p> <p>—No ha sido tan malo —susurró con una pequeña carcajada y alzó las caderas contra él dejando que se adentrara más en ella—. Esto no está tan mal.</p> <p>Juntos se rieron y él la besó. Su pecho rebosaba de felicidad. Ratón supo superar sin problema su falta de experiencia; se movió y meció contra él, se aferró a sus hombros y Cyrus tuvo que cerrar los ojos para que esa erótica imagen no le hiciera perder el control. Pero lo que no pudo evitar fue oír sus gemidos de placer ni sentir la ardiente humedad que lo rodeaba. Con su dedo la acarició hasta que su frenética respiración entrecortada le indicó que ella estaba alcanzando la culminación de su placer. En ese momento, se olvidó de toda delicadeza y se hundió en ella con todas sus fuerzas. Ratón gritó y él se liberó en su interior mientras temblaba sobre su cuerpo. Cuando volvió en sí, se apartó y se quedaron tumbados en silencio un largo rato. La luz de la luna que entraba por la pequeña ventana situada encima de ellos bañaba de plata la piel de la joven.</p> <p>—Tengo frío —susurró ella con voz adormecida. Cuando Cyrus fue a cubrirla con la sábana, vio la sangre y cerró los ojos. ¿Cómo había podido deleitarse con el dolor de otras jóvenes como ella? ¿Cómo había disfrutado arrebatándoles la vida cuando ahora se sentía tan culpable sólo por ver la mancha de la sangre de una virgen?</p> <p>Esos días de crueldad pertenecían al pasado y ahora lo único que importaba era que la mujer que tenía a su lado era real y lo amaba, incluso a pesar de tenerle miedo.</p> <p>«Esta vez será diferente», se aseguró esperanzado por la felicidad que sentía creciendo en su alma, pero estaba engañándose porque ahora era un humano débil y, aunque tuviera la fuerza de un dios, no sobreviviría si perdía a Ratón.</p> <p></p> <p>Aunque el amanecer se cernía rosa en el horizonte, Max le dio a Dahlia el beneficio de la duda y decidió ir a registrar el último cementerio. En los dos primeros sólo había encontrado vagabundos durmiendo y adolescentes en busca de emociones, pero a esa hora de la madrugada, ambas clases de personas ya se habían ido a otra parte.</p> <p>Detuvo el coche junto al portón cerrado e ignoró las horas de visita anunciadas mientras trepaba por la pared de piedra. El rocío de la madrugada hizo que el ascenso fuera resbaladizo. Cuando llegó al otro lado, tenía la camiseta pegada al cuerpo y sentía los pantalones fríos contra sus muslos.</p> <p>—Nathan, si estás aquí, voy a matarte.</p> <p>Aunque tampoco podía decirse que quisiera encontrarlo. Desde el día en que le habían perdonado la vida, Max seguía la norma de nunca contrariar al Movimiento. Claro que había sido menos que diligente a la hora de perseguir a algunas presas, pero había una gran diferencia entre perder la oportunidad y toparse cara a cara con ella para luego dejarla escapar.</p> <p>Dos caminos se curvaban en direcciones opuestas alrededor de una colina salpicada de lápidas inclinadas y rotas. Unos elaborados mausoleos se alineaban en los bordes de los caminos, casas de mármol que apestaban tanto a muerte que Max no podía creer que un humano no pudiera olerlo.</p> <p>Comenzó a avanzar por un camino, decidido a terminar su ronda antes de acabar con quemaduras solares terminales, pero entonces captó el olorcillo de algo siniestro en el aire. Al principio había pensado que era simplemente el olor de otro cuerpo, probablemente otra víctima de Nathan, pero después captó que el metálico aroma tenía cierta calidez y se movió en dirección a esa sangre.</p> <p>Lo primero que vio fue su pierna estirada hasta el final de una cripta cubierta de hiedra. La bota negra de cuero estaba llena de barro y rasgada, como si la lucha hubiera sido larga y dura. Una raja en la pata de su pantalón dejaba ver un sangriento corte desde la rodilla hasta el tobillo y estaba tan abierta que podía verse el blanco del hueso. La imagen fue suficiente como para hacerle sentir náuseas. Cuando lo había atacado en el exterior de la cafetería, había parecido invencible; ahora, Bella había quedado reducida a un montón de partes destrozadas.</p> <p>Quien fuera que lo hubiera hecho tenía que seguir allí, respirando entrecortadamente, escondido. Max fue hasta la esquina de la cripta y se detuvo en seco.</p> <p>Le llevó un momento reconocer al monstruo que estaba junto a ella: era Nathan. No pudo moverse para sacar su arma. La criatura que una vez había sido su mejor amigo se giró con el rostro ensangrentado por estar comiendo y gruñó. Pero en lugar de atacarlo, miró al cielo cada vez más claro, saltó a lo alto del mausoleo y desapareció tras él.</p> <p>Max se preparó para salir detrás de la bestia, pero oyó a Bella gemir. No sabía nada sobre hombres lobo y no podía estar seguro de que sobreviviera hasta que alguien la encontrara.</p> <p>«Que la jodan. Ha intentado matarme», se recordó. «Si está muerta, ya tengo algo menos de lo que preocuparme».</p> <p>Pero él no funcionaba así, aunque deseaba poder hacerlo.</p> <p>Con el amanecer a escasos minutos, no tenía tiempo de perseguir a Nathan, y hacerlo probablemente los mataría a los dos. Y mujer lobo o no, Bella era compañera del Movimiento. No podía dejarla morir.</p> <p>Maldiciendo su estupidez bien alto por si ella podía oírlo, se agachó y levantó su cuerpo.</p> <p>—Más te vale rezar para que Nathan tenga un botiquín de primeros auxilios en el apartamento porque de lo contrario estarás en un gran problema, señorita.</p> <p>Tuvo que maniobrar bastante para saltar el muro con ella sin romperle el cuello. La metió en el coche y le colocó la cabeza contra la ventana para que pareciera que estaba durmiendo y no herida de muerte.</p> <p>—Si te desangras en el asiento, te borraré de mi lista de felicitaciones de Navidad.</p> <p>En alguna parte del cementerio estaba escapando su objetivo. Miró las piedras en lo alto de la colina y a la mujer moribunda que llevaba al lado. Maldiciendo, aporreó el volante y arrancó.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 14</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">El pasado vuelve para perseguirte</p> </h3> <p>Las habitaciones privadas de Marzo estaban en la parte trasera de la casa. Me llevó hasta un enorme invernadero, una burbuja de cristal llena de plantas y árboles en flor. El suelo, un intrincado mosaico de diminutas baldosas, formaba serpenteantes caminos que convergían en el centro de la habitación, donde el agua caía por el lado de una escarpada roca que casi llegaba hasta el techo y que tenía delante una impresionante puerta <i>Shinto</i> roja.</p> <p>Marzo me indicó que me sentara junto a una elaborada mesa de hierro forjado y a pesar de mi enfado, lo hice. Fijé mi atención de nuevo en la puerta <i>Shinto</i>.</p> <p>—Eso que tienes ahí es un símbolo agresivamente espiritual, teniendo en cuenta lo que eres.</p> <p>—¿Acaso un vampiro no puede ser espiritual? —estaba impactada, y la contradicción no me sorprendió. La mujer era tan difícil de interpretar como un libro leído al revés—. La tradición <i>Shinto</i> se preocupa principalmente de los temas espirituales de los vivos. Como yo vivo eternamente, no veo el daño que puede haber en creer algo.</p> <p>—No me refiero a eso —le expliqué mientras se servía sangre de una tetera estilo Victoriano—. Me ha parecido algo excesivamente espiritual teniendo en cuenta que eres una vampira proxeneta que espía a la gente para matarla mientras duerme.</p> <p>Ella se estremeció y dejó escapar una carcajada.</p> <p>—¿Por qué has tenido que emplear esa palabra? Es una etiqueta bastante desagradable para lo que hago.</p> <p>—¿Qué te parece secuestro o detención ilegal intencional? ¿Qué tal te vienen esos términos? —no hice intención de ocultar mi desconfianza cuando rechacé la sangre que me ofreció. Es cierto que me había dado un sitio donde alojarme, pero también había intentado matarme. Que hubiera decidido invitarme a desayunar no significaba que fuéramos a hacernos grandes amigas.</p> <p>Por loco y paranoico que pudiera parecer, no podía evitar sospechar que sabía lo que había ido a hacer al desierto.</p> <p>—Bueno, ¿podemos dejar todo eso atrás? Después de todo, tu Creador es el Iniciado de mi Creador y eso nos convierte prácticamente en familia.</p> <p>La miré.</p> <p>—Prácticamente. Excepto que Cyrus ya no es mi Creador —vacilé—. Está muerto.</p> <p>—¿Ah, sí? —dio un sorbo de sangre sin dejar de mirarla. Cuando terminó, se limpió los labios con su servilleta de lino dejando unas delicadas motas de sangre en ella—. ¿No es triste? Eres huérfana.</p> <p>Pensé en Nathan y la palabra «huérfana» se grabó en mi cerebro como si estuviera marcada con fuego.</p> <p>—No lo soy. Y aunque lo fuera, no consideraría al Devorador de Almas como mi pariente.</p> <p>—¿Sabes? A mí nunca me ha gustado ese nombre. Es muy agresivo y hace que parezca que él está haciendo algo malo —se encendió un cigarrillo con la misma actitud que si estuviéramos hablando del tiempo.</p> <p>—Tienes que estar de broma. ¡Mata a vampiros para comer!</p> <p>—Y tú matas a gente para comer. ¿Qué diferencia hay? —ante mi gesto vacilante, tuvo todo lo que necesitaba saber. Yo no mataba por sangre y, en sus ojos, eso me hacía débil. Una presa.</p> <p>—No importa cómo me alimente, tengo vínculos con el Devorador de Almas.</p> <p>—Y yo también. Y sé que no puede soportar a los de tu clase, cobardes lloricas que niegan su verdadera naturaleza.</p> <p>No pude discutir con ella. Si el Devorador de Almas se salía con la suya, los vampiros serían mucho más agresivos en cuanto a su estatus como lo más alto de la cadena alimenticia.</p> <p>—¿Sabías quién era cuando vine aquí?</p> <p>Ella se encogió de hombros y echó la ceniza de su cigarrillo sobre el plato.</p> <p>—Un amigo me llamó y me dijo que una persona de interés iba a aparecer por aquí.</p> <p>—Entonces, si soy una persona de interés, debes de saber algo de lo que está pasando con el Devorador de Almas.</p> <p>—Sé que trama algo, pero es probable que sepas más que yo, teniendo en cuenta que has venido hasta aquí —Marzo se recostó en su silla—. Supongo que pensabas que yo tendría todas las respuestas y que te las daría.</p> <p>Asentí.</p> <p>—Supongo que soy una estúpida. Pensé que tu papaíto vampiro te mantendría informada.</p> <p>Se quedó mirándome mientras se mordía el labio. Respiró hondo y exhaló.</p> <p>—¿Estás buscando al tipo del desierto?</p> <p>—Tengo dinero. Te pagaré.</p> <p>—No metas en esto la vulgaridad del dinero. Me pregunto qué me esperará si te entrego a Jacob.</p> <p>—Te matarán —me estrujé el cerebro en busca de algún detalle para influir en ella, alguna advertencia, aunque decir la verdad me pareció lo mejor—. Intenta convertirse en un dios. Admito que no conozco muy bien a ese tipo, pero con un nombre como «Devorador de Almas», no quiero que tenga un poder cósmico. Iniciada o no, tienes que admitir que si logra lo que planea, todo el mundo lo llevará claro.</p> <p>—Supondrá el final de la raza humana y con el tiempo el final de los vampiros, bla, bla, bla —suspiró mientras agitaba una campanilla de plata—. Lleva años hablando sobre hacer algo así, y ha estado trabajando en ello con su hijo, pero nunca lo logrará.</p> <p>—¿Ah, sí? —le dije bruscamente—. Adivina a quién han levantado de entre los muertos.</p> <p>Su sorpresa no fue tanta como debería haber sido. Apagó el cigarrillo y después de un momento mirándome con un resentimiento apenas disimulado, admitió la derrota.</p> <p>—Amo a Jacob con todo mi corazón, pero amar no es lo mismo que confiar. ¿Qué necesitas de mí?</p> <p>—Aquí no tengo ningún contacto. Necesito un mapa de carreteras, por lo menos. Y periódicos viejos, si tienes —allá adonde iban los Colmillos, los seguía el caos. Era imposible que en una zona como el Valle de la Muerte pasara desapercibida una horda de vampiros. Algo acabaría saliendo en las noticias.</p> <p>Con un largo suspiro, levantó la campanilla de plata y volvió a hacerla sonar. El mayordomo apareció y le hizo una reverencia. Marzo le dio el platillo que había convertido en cenicero y le preguntó:</p> <p>—¿Ya has sacado lo reciclado?</p> <p>¿Reciclado? Por lo menos Marzo tenía conciencia medioambiental, si no de otra cosa.</p> <p>Mirándome con desdén, el sirviente se aclaró la voz.</p> <p>—Creo que eso es cada dos jueves.</p> <p>—Carga los periódicos en su camioneta. Sólo los locales —volvió a girarse hacia mí y enarcó una ceja—. A menos que pienses que hojear el <i>New York Times</i> vaya a ayudarte…</p> <p>—¿Había en ellos algo fuera de lo normal? ¿Algo que sonara… más sensacionalista que de costumbre? —le pregunté al mayordomo.</p> <p>—Lo siento, señorita, yo no los leo —respondió, y dirigiéndose a Marzo añadió—: ¿Es todo, <i>madame</i>?</p> <p>—Sí, eso creo.</p> <p>Y se marchó.</p> <p>—Siento no haberte sido de más ayuda. Nos aseguraremos de que tengas lo necesario para tu viaje —sonrió, como complacida consigo misma.</p> <p>Yo estaba convencida de que ocultaba algo.</p> <p>—Gracias por la hospitalidad —esperaba que captara el sarcasmo.</p> <p>—Bueno, cariño, tengo un montón de negocio humano esta noche. El autobús de las Mujeres Episcopalianas. Les han dicho a sus maridos que van a una reunión de la iglesia sobre el matrimonio gay —se levantó, indicándome que yo hiciera lo mismo. Lo capté. Ya no me daría más información que me condujera hasta la muerte de su Creador.</p> <p>—Sólo una última pregunta…</p> <p>Después de un momento de vacilación, asintió.</p> <p>—¿Por qué no?</p> <p>—¿Por qué no devoró tu alma? —comenzamos a andar.</p> <p>—Porque tomó la de otro.</p> <p>Un escalofrío me recorrió ante el recuerdo de cómo había tomado a la mujer de Cyrus sin pensar en la felicidad de su hijo.</p> <p>Marzo se encogió de hombros.</p> <p>—No voy a decir que estuviera bien, pero me alegré de no ser yo la que murió.</p> <p>Creo que hay un momento en la vida de todo el mundo en el que sellan su propio destino mediante palabras y actos. Mis padres lo hicieron cuando se subieron al coche para ir a visitarme a la facultad y, seis horas después, acabaron desangrándose en la carretera. Yo lo había hecho cuando había ido a la morgue para ver el cuerpo de Cyrus, y él había pasado de ser otro John Doe a la criatura que rondaba mis pesadillas. No sabía cuándo, ni sabía cómo, pero sabía que Marzo ya había puesto en movimiento los sucesos que la llevarían a la muerte.</p> <p>—Aún no estás muerta —le recordé—, pero lo estarás.</p> <p>Mi advertencia no le alarmó tanto como me había imaginado.</p> <p>—Bueno, a todos nos llega el día. No tiene sentido temerlo.</p> <p>—Yo he muerto. Témelo.</p> <p>Estuvimos mirándonos en silencio durante un minuto; habría pagado varios miles de dólares por saber lo que pensaba, pero su máscara de oscuridad emocional estaba firmemente colocada.</p> <p>—El último pueblo antes de adentrarte en el verdadero desierto es Louden. Conduce a toda velocidad y podrás llegar allí antes de que salga el sol.</p> <p>No volví a ver a Marzo después de que me dejara en el vestíbulo. No dijo adiós.</p> <p>Me devolvieron lo que me habían quitado del bolso, junto con otros artículos a los que dudaba darles uso: píldoras para dormir, cloroformo, una cuerda, y vendajes. Los miré y enarqué una ceja hacia el mayordomo.</p> <p>—Para «discusiones de humanos». Idea de <i>madame</i> —no parecía contento con estar ayudándome.</p> <p>De un bolsillo interno de la chaqueta, sacó un mapa.</p> <p>—Verá que la mejor ruta hasta el Valle de los Muertos está subrayada.</p> <p>—¿Por qué estás ayudándome? —agarré mi bolso, ahora más pesado, y me guardé el mapa en el bolsillo de los vaqueros. Mientras caminaba hacia la puerta, agradecida de salir de ahí, la voz del mayordomo me detuvo.</p> <p>—Tal vez no crea que usted lo logre. ¿Se le ha ocurrido que puede estar ayudándola a morir? —su tono imperioso estaba empezando a ponerme nerviosa—. Pero creo que es más un caso de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo».</p> <p>No me giré para mirarlo y seguí andando, deteniéndome sólo para abrir la puerta.</p> <p>—No fracasaré. Esto es pan comido comparado con lo que he pasado.</p> <p>—La <i>madame</i> también desea que sepa que si vuelve a verla, la matará.</p> <p>Salí para adentrarme en la fría noche de Nevada. Las estrellas parecían brillar con más intensidad ahí, y era como si pudiera tocarlas. La imagen me hizo ver la realidad de lo que me esperaba. Tenía la mayoría de las piezas del puzzle; ahora era sólo cuestión de encajarlas.</p> <p>—No volverá a verme —respiré hondo el fresco aire del desierto—, pero dile que yo he dicho lo mismo.</p> <p>No miré atrás, porque creo que me esperaba ver que ese lugar había sido un espejismo, evaporado en olas de calor en el aire.</p> <p></p> <p>Los vampiros enviados a arreglar la puerta los despertaron. Cyrus agarró a Ratón, que se aferraba a él con un terror mortal mientras las dos criaturas, con mucho respeto, retiraban la puerta rota y la llevaban arriba. Se disculparon por adelantado por el ruido que harían.</p> <p>Tal fue su comportamiento que Cyrus casi se esperó que les hicieran una reverencia; lo más probable era que Angie les hubiera metido miedo.</p> <p>—Se han ido —le susurró a Ratón cuando los vampiros habían subido las escaleras—. No tienes que tener miedo.</p> <p>Pero sonó como una mentira; ya había demostrado que no podía protegerla.</p> <p>Si ella había relacionado sus palabras con su vergonzoso fracaso de antes, no lo demostró. Se apartó ligeramente de él, ocupando su espacio en la estrecha cama, y se quedaron un rato tumbados en la oscuridad mientras escuchaban las voces de los vampiros trabajando arriba. A pesar de lo cansado que estaba, Cyrus no pudo dormir. Por muy educados que hubieran sido, no era tan estúpido como para confiar en esas criaturas. Y al parecer, Ratón tampoco confiaba en ellas, porque aunque Cyrus creía que estaba durmiendo, lo sorprendió diciendo:</p> <p>—¿Aún es de noche?</p> <p>—Has dormido poco —una parte de él le recordó que Ratón necesitaba descansar, pero la otra se alegraba de que estuviera despierta. Le gustaba hablar con otra persona, algo que no había hecho lo suficiente durante su antigua vida, y temía los cambios que estaban a punto de suceder y que, probablemente, lo convertirían en vampiro. Por mucho que quisiera seguir siendo humano, si su padre pedía lo contrario, poco podría hacer por evitarlo. Sin embargo, se aseguraría de que Ratón jamás encontrara el mismo destino que sus antiguas mujeres. Ella nunca sería un vampiro, y por lo tanto nunca la utilizarían para saciar el hambre de almas de su padre. Eso no lo permitiría.</p> <p>—¿Cómo eras cuando eras uno de ellos? —la pregunta le resultó sorprendentemente familiar.</p> <p>—Ya te lo he dicho —dijo avergonzado.</p> <p>—No me respondiste. Intentaste asustarme, pero ahora no te tengo miedo —como para demostrarlo, le apartó un mechón de pelo de los ojos.</p> <p>Él no quería admitir la verdad, pero no mancharía el vínculo que existía entre los dos con mentiras.</p> <p>—Estaba intentado asustarte, pero te dije la verdad. He hecho… cosas terribles.</p> <p>—¿Y por qué?</p> <p>La primera razón que se le vino a la mente, la que con más probabilidad sería verdad, era monstruosa, pero no tenía otro motivo que darle:</p> <p>—¿Aburrimiento?</p> <p>El miedo y la repulsión que esperaba haber visto en ella nunca llegaron a reflejarse en su rostro.</p> <p>—¿Mataste y torturaste a personas porque estabas aburrido?</p> <p>—Y solo.</p> <p>—¿Cómo no ibas a estar solo si matabas a todo el mundo que tenías a tu alrededor? —le sonrió.</p> <p>—No a todo el mundo. Intenté conservar a algunas personas —la rodeó con los brazos—, pero ahora que te tengo, no recuerdo por qué quise hacerlo.</p> <p>—Eso me gusta —se rió y hundió la cabeza en su pecho—. Me tienes. Es agradable pertenecer a alguien.</p> <p>Después de un largo silencio, ella alzó la mirada.</p> <p>—¿Cómo eran?</p> <p>No quería hablar del tema en ese momento. Le parecía que estaba mal, como si viviera una doble vida. «En cierto modo, lo has hecho». Era una vida distinta, pero no podía olvidarla. Si olvidaba sus pecados del pasado, tal vez olvidaría cómo ser el hombre que era ahora. Y le gustaba ese hombre.</p> <p>—Tuve una esposa —se rió—. Bueno, tuve muchas esposas. Diez, creo. Después de cinco, cuesta recordarlo. Y después hubo otras mujeres con las que no me casé.</p> <p>—¿Las amabas? —le preguntó con voz temblorosa.</p> <p>—No las amé más de lo que te amo a ti —era una verdad aterradora. Las había llorado a todas, pero había llegado a acostumbrarse a que un día iría perdiéndolas.</p> <p>Al parecer, los vampiros habían terminado su trabajo y cerraron la puerta de golpe. Cyrus pensó en echar el cerrojo, pero ya que antes no había servido para evitar la entrada de los intrusos, no veía ningún sentido en levantarse de la cama para hacerlo.</p> <p>—¿Convertiste a alguien en vampiro?</p> <p>Estuvo a punto de responderle «¿qué importa eso?», pero entonces entendió la razón de su interés.</p> <p>—Yo jamás te convertiría en uno de ellos —se incorporó y la llevó hacia sí. Sabía que la abrazaba con tanta fuerza que estaría haciéndole daño, pero no podía soltarla. Tenía que hacerle entender que la devoción que sentía por ella no dependía de su humanidad—. Dime que confías en mí.</p> <p>—Confío en ti —dijo vacilante—. Tú no me convertirías en uno de ellos.</p> <p>—Dime que me quieres —de pronto le resultó vital oírlo.</p> <p>—Te quiero —una lágrima se deslizó por su mejilla—. Te quiero.</p> <p>Volvieron a hacer el amor, desesperadamente al principio y con unos besos intensos. Una vez que estuvo dentro de ella, sin embargo, se dejó envolver por la reconfortante calidez de su cuerpo y ese frenesí se desvaneció.</p> <p>La miró a los ojos.</p> <p>—Vuelve a decírmelo.</p> <p>Ella se humedeció sus inflamados labios y los acercó a su cara para decirle al oído:</p> <p>—Te quiero.</p> <p>Lo repitió una y otra vez y él se lo permitió.</p> <p>Era algo que nunca antes nadie le había dicho.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 15</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">La llave</p> </h3> <p>De no ser por la extensa biblioteca de libros de medicina que tenía Carrie, Bella no habría sobrevivido más de una hora después del alba. Y eso era mucho decir, teniendo en cuenta lo cerca que había estado Max del amanecer. Había salido del coche con su cuerpo a cuestas y había cruzado la acera frente al apartamento justo cuando la mañana bañó la calle con una letal ola.</p> <p>«Por poco», pensó mientras se aplicaba un poco de antiséptico sobre su hombro carbonizado. Su piel ya había empezado a sanar y a los vampiros no les afectaban ni los gérmenes ni las bacterias, pero el frío líquido disminuía la quemazón de su quemadura.</p> <p>Con una mirada preocupada hacia la mujer lobo inconsciente tendida en el sofá, apartó la botella de antiséptico y los algodones y agarró uno de los libros de medicina que había abiertos sobre la mesa de café. Había logrado detener la hemorragia de las heridas que Nathan le había causado, pero los hombres lobo se curaban más despacio que los vampiros. Algunas de las lesiones requerirían sutura, una labor que no estaba deseando llevar a cabo.</p> <p>Por lo menos estaba dormida. Así se ahorraría tener que oír los inevitables gritos de la mujer, aunque si tenía que ser sincero, lo que de verdad le daba miedo era que si estaba despierta, lo vería desmayarse cuando intentara atravesar la carne con la aguja.</p> <p>Después de darle un trago a la botella de <i>whisky</i> escocés que Nathan creía que había escondido bien, Max se levantó y se acercó al cuerpo inmóvil de Bella.</p> <p>Dormida, no parecía tan maliciosa como cuando estaba despierta, pero tal vez eso se debía a la pérdida de sangre.</p> <p>—Está bien, tenemos toallas limpias, tenemos sedal para pescar, tenemos… —contuvo una náusea—. Tenemos una aguja y estas gasas esterilizadas. Creo que podemos empezar —no había podido encontrar las extrañas pinzas con las que el tipo de la imagen estaba sujetando la aguja, pero ¿tan difícil sería utilizar los dedos?</p> <p>Arrodillado junto al sofá, Max le agarró el tobillo. Si hubiera estado consciente probablemente le habría atravesado el corazón con una estaca por atreverse a tocarla. Tenía suerte de haber decidido recibir una herida mortal cuando él se sentía caritativo.</p> <p>La pernera de sus pantalones de cuero se abría en su rodilla del mismo modo que lo hacía su piel. Agarró el bote de Bactine y lo aplicó generosamente dentro de la herida.</p> <p>—Esto acabará con lo que sea que se haya metido dentro —dijo y después se sintió como un imbécil por molestarse en darle explicaciones a una mujer lobo medio muerta.</p> <p>Echó atrás la tela para acceder mejor a la herida, y cuando decidió que tendría que quitarle los pantalones, se sintió como un pervertido.</p> <p>Primero, intentó hacerlo de un modo civilizado, con paciencia y sirviéndose de unas tijeras de cocina, pero cuando pareció que lo que más bien iba a hacer era apuñalarse o apuñalarla a ella, agarró la tela y tiró, rasgándola hasta la cintura. Con otro tirón, su pierna quedó desnuda, desde la cintura hasta los dedos de los pies.</p> <p>¡Dios santo! Llevaba ropa interior negra de encaje.</p> <p>Dio otro trago de <i>whisky</i> para tomar fuerzas y acabar con el demonio de su pecaminosa alma. Ahí estaba ella, prácticamente muerta, y en lo único que podía pensar él era en cómo su piel se tensaba sobre su suavemente redondeada cadera.</p> <p>Apretando los dientes, le sacó del pantalón su pierna sana y tiró a un lado la prenda rota. Sujetando su pie contra su pecho, miró el libro. Por muchas veces que estudiara las ilustraciones, jamás estaría preparado. Por eso le quitó el envoltorio a la aguja y enhebró el hilo de nylon, antes de respirar hondo y ponerse a trabajar.</p> <p>Las primeras puntadas fueron torpes y torcidas, pero pronto encontró el ritmo de ir cerrando la carne. En más de una ocasión, la aguja, húmeda por la sangre y el sudor de sus manos, se le escapó… haciéndole ver la razón por la que en la ilustración el hombre usaba pinzas; sin embargo, tampoco pensaba que estuviera haciendo un mal trabajo. Se sumió tanto en la tarea que aunque un avión se hubiera estrellado en la habitación, no se habría dado cuenta.</p> <p>—No está mal.</p> <p>Dio un salto ante el sonido de su voz y ella farfulló de dolor cuando la aguja rozó la piel.</p> <p>—¡No me asustes! —se secó el sudor de la frente y la miró, pero no pudo ocultar la furia cuando vio el estado en que se encontraba.</p> <p>Su habitual dorada piel estaba lívida y el sudor le salpicaba la frente.</p> <p>—Creí que te gustaría oír algún comentario positivo —esbozó una sonrisa con sus pálidos labios.</p> <p>—No tienes muy buen aspecto —volvió a concentrarse en la tarea que tenía entre manos intentando, sin lograrlo, ignorar sus gritos de dolor contenidos mientras el acero le atravesaba la piel.</p> <p>—Puedes darle las gracias a tu amigo —le dijo con la respiración entrecortada.</p> <p>—Porque estás herida, voy a dejar pasar esto, junto con el hecho de que esta noche has intentado matarme. Has perdido mucha sangre. Cuando termine, te haré una transfusión.</p> <p>—¿Sabes cómo hacerlo? —le preguntó con evidente sorpresa.</p> <p>Él volteó los ojos.</p> <p>—Soy un vampiro. Somos expertos en meterle sangre a la gente.</p> <p>—Sé que sabéis sacársela a la gente —se frotó el cuello, algo sorprendida al encontrarlo vendado—. Pero sólo me ha mordido una vez.</p> <p>—A lo mejor no le ha gustado el sabor a perro —volvió a hundir la aguja en su piel y se estremeció ante el sonido de dolor que ella emitió a modo de respuesta.</p> <p>—Estás haciendo que me duela más a propósito —lo acusó. Si no la hubiera visto tan indefensa, le habría mostrado cómo sería si la hiriera intencionadamente.</p> <p>Le dio su <i>whisky</i>.</p> <p>—¿Necesitas un descanso?</p> <p>Ella echó la cabeza hacia atrás para terminarse el frasco y, después de secarse los labios, adoptó una expresión de determinación.</p> <p>—Vamos, sigue.</p> <p>Para distraerse de los pequeños gemidos de dolor que Bella no podía contener, y para distraerla del dolor todo lo que podía, le hizo unas preguntas:</p> <p>—Bueno, ¿y cómo ha pasado?</p> <p>—Seguí el consejo de tu novia y fui a echar un vistazo a los cementerios —Bella se aferró al respaldo del sofá como si fuera a saltar por encima para salir corriendo.</p> <p>—Relájate. Me costará más terminar si tengo que perseguirte por todo el apartamento —respiró hondo—. Y Dahlia no es mi novia.</p> <p>—Bueno, fue un buen consejo… —hizo una mueca de dolor—… en teoría. Creí que lo tenía, parecía estar lúcido hasta que me di cuenta de que no estaba hablándome a mí, sino a una persona que no estaba ahí.</p> <p>—¿Estaba hablando? —si Nathan se había vuelto loco, no podrían ayudarlo. Sólo existía un lugar para los vampiros que perdían la razón, y el Movimiento probablemente no iba a recibir a un vampiro marcado.</p> <p>—Fue un rato. Después, cambió por completo.</p> <p>—¿Se convirtió en un vampiro? —Max sacudió la cabeza para quitarse el pelo de los ojos y por un segundo le mostró sus rasgos de vampiro.</p> <p>—No hagas eso —dijo ella con un brillo de furia en las pupilas—. Y no, seguía pareciendo humano.</p> <p>—¿Te ha hecho esto con su aspecto normal? —le preguntó incrédulo mientras le miraba la pierna.</p> <p>—Se las apañó para herirme con la flecha con la que yo le había disparado —se encogió de hombros—. No era mi noche de buena puntería.</p> <p>—¿Y sigues pensando que no está poseído? —la herida ya estaba casi cerrada. Lo único que faltaba era atar el hilo.</p> <p>Ella tardó un momento en responder.</p> <p>—No me gusta reconocer que me equivoqué…</p> <p>—Te equivocaste por completo.</p> <p>—Lo sé. Cuando me atacó, no tenía control sobre sí mismo.</p> <p>Con cuidado, Max le bajó la pierna hasta el sillón.</p> <p>—Creo que tienes dos opciones.</p> <p>—Estoy deseando oírlas —estrechó los ojos y se cruzó de brazos, y ese gesto de desafío en su rostro pálido y cubierto de sudor despertó una sonrisa en Max.</p> <p>—La primera es que puedes unirte a mí para intentar descubrir qué está pasando con Nathan…</p> <p>—¿Y el Movimiento?</p> <p>—A mí van a matarme, pero ¿qué van a hacerte a ti? ¿Despedirte?</p> <p>—Continúa.</p> <p>—O puedes quedarte aquí hasta que la situación esté bajo control. Tú eliges —se levantó y se estiró mientras le daba a ella un momento para asimilar sus palabras.</p> <p>—¿Crees que puedes retenerme aquí contra mi voluntad? Tendrás que dormir en algún momento.</p> <p>Él se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y sacó unas esposas. Las había encontrado en el armario de Nathan mientras buscaba el botiquín y, aunque no había querido especular qué uso les daba su amigo, sí que dio las gracias por haberlas encontrado.</p> <p>—Hasta te dejaré elegir dónde quieres que te las ponga, cariño.</p> <p>—Te rajaré en dos —lo amenazó y la última de sus palabras salió en forma de gruñido.</p> <p>—Perro malo. No vas a hacer nada de eso. Por lo menos, no en el estado en que estás.</p> <p>Se había esperado, e incluso había deseado, la malevolencia con que ella le respondería, pero se limitó a cerrar los ojos y se frotó la frente con un suspiro de cansancio.</p> <p>—Tienes razón. No puedo luchar contra ti. Todavía.</p> <p>—Entonces, ¿interpreto con eso que vamos con la opción número dos? Recuerda, ha sido tu elección.</p> <p>—Y recuerda tú, aún queda una noche de luna llena. Puede que olvide el código de mi gente, sólo esta vez —su tono fue puro odio convertido en palabras.</p> <p>—Lo siento, cielo. Max Harrison no morirá siendo comida para perros.</p> <p>Si las miradas matasen, la que ella le lanzó habría sido una estaca de madera.</p> <p>—No te comería. Tu carne sabría a carroña.</p> <p>—Me ha hecho daño, señorita —dijo mofándose y con la mano en el corazón.</p> <p>Ella extendió las manos y agitó las muñecas diciendo:</p> <p>—Cerca del baño, por favor.</p> <p>Max volvió a meterse las esposas en el bolsillo y fue a examinar las estanterías en el extremo más alejado de la habitación.</p> <p>—No voy a esposarte hasta que vaya a echarme un sueñecito.</p> <p>—¿Y qué vas a hacer mientras tanto? —no parecía interesada lo más mínimo. Más bien era como si estuviera buscando pelea.</p> <p>Pero Max no se la daría.</p> <p>—Voy a empezar por los libros de Nathan, e intentar descubrir qué está pasándole y si la posesión tiene algo que ver con lo que el Devorador de Almas tiene entre manos.</p> <p>—¿El Devorador de Almas? ¿Tu amigo tiene vínculos con el Devorador de Almas?</p> <p>Max dejó a un lado un libro de hierbas medicinales.</p> <p>—Eh, sí, Nathan es su Iniciado. ¿No os documentáis nunca?</p> <p>—Yo no pregunto. Me dieron una orden de ejecución y las instrucciones para llevarla a cabo inmediatamente —por lo menos parecía un poco avergonzada de haber dejado pasar ese detalle.</p> <p>—Bueno, si te hubieras molestado en preguntarme, en lugar de en dispararme, podría haberte informado. El Devorador de Almas intenta convertirse en un dios y creemos que eso tiene algo que ver con el hecho de que su hijo acaba de regresar de entre los muertos y su Iniciado se ha vuelto un esquizofrénico —Max esperó un minuto a que asimilara sus palabras antes de añadir—: ¿No te sientes como una tonta por intentar ayudarme?</p> <p>—¿Sabe el Movimiento lo que está pasando?</p> <p>—No, que yo sepa. Nos subieron al avión antes de que lo descubriéramos. Oráculo se lo dijo a Carrie —otro libro de hierbas. O a Nathan le gustaba saber de todo o tenía mucha fe en ese rollo del <i>New Age.</i></p> <p>—¿Oráculo? —la voz de Bella fue suave, casi asustada.</p> <p>—Aquí está el trato. Tú me ayudas a encontrar a Nathan, y yo confío en que no vas a salir corriendo. Si lo encontramos y podemos descubrir un modo de curarlo de lo que sea que tiene, lo dejas tranquilo. Si resulta que ya no tiene solución, puedes atravesarlo con una estaca y llevarte el mérito ante Breton. Yo incluso renunciaré al salario por este trabajo.</p> <p>Ella lo pensó por un momento, y Max continuó:</p> <p>—¿Qué es lo peor que podría pasar? Que no llegues a matarlo, pero hay muchos otros vampiros ahí fuera para matar. Y lo consideraré como un favor personal.</p> <p>Ella levantó una mano para hacerlo callar.</p> <p>—Te ayudaré a encontrar a tu amigo poseído y no lo mataré. Por lo menos, no hasta que estemos seguros de que no tiene esperanza.</p> <p>—Eso —dijo Max con renovada determinación—, es lo único inteligente que has dicho desde que nos conocemos.</p> <p></p> <p>Entré en Louden justo antes de que saliera el sol y aparqué la camioneta en el aparcamiento de un centro comercial semidesierto. Eché el cerrojo de las puertas, volví a comprobar que las cortinas de lona estaban bien cerradas y me metí detrás, donde me sumergí en una enorme pila del <i>Hudson Herald</i> y del <i>Louden Times</i>. El mayordomo había seguido las instrucciones de Marzo y le había cargado en el coche toda una semana de las dos publicaciones. Era tentador empezar por la fecha de la posesión de Nathan y seguir desde ahí, pero la facultad de Medicina me había enseñado mejor.</p> <p>Había leído unos artículos sobre algunos sucesos totalmente irrelevantes de la zona como la apertura de un nuevo Wal-Mart y un ranchero de ochenta y seis años al que habían pillado cultivando marihuana en el sótano. Cuando cambié de lectura, allí estaba; en lo alto de la pila y con unas letras tan largas como la palma de mi mano estaba escrita la palabra <i>¡Fuego!</i></p> <p>Leí la página desesperadamente buscando la fecha. Tres días antes de que perdiera a Nathan:</p> <p>La iglesia católica de Santa Ana ha ardido a primera hora de esta mañana y hay tres feligreses desaparecidos.</p> <p>La imagen de mi sueño voló libre por mi mente. Dos muertos cubiertos de sangre. Había pensado que se trataba de una premonición, cuando en realidad mi estresado cerebro estaba pasándoselo en grande inundándome de unas imágenes terroríficas. El artículo pasaba a enumerar la lista de las personas desaparecidas; se decía que un sacerdote, una monja y una secretaria de la parroquia se habían adentrado en el desierto y a estos datos los acompañaba una nada alentadora advertencia sobre las altísimas temperaturas que hacían que sus probabilidades para sobrevivir fueran escasas. Las personas desaparecidas no habían hecho intención de ponerse en contacto con las autoridades cuando estalló el fuego, y eso me hizo sospechar que había gato encerrado.</p> <p>Para un tranquilo pueblo como Louden, un gran incendio era toda una noticia. Y que hubiera tres personas vagando por el desierto cuando deberían haber estado descansando en la cámara refrigeradora de la morgue del condado lo convertía en una noticia interesante. Si los Colmillos estaban en la ciudad, ¿cuáles eras las probabilidades de que las víctimas nunca llegaran a llamar a los bomberos porque ya estuvieran muertas? Sería muy propio de los Colmillos haber destrozado una iglesia.</p> <p>Seguí leyendo buscando más historias extrañas hasta que no pude mantenerme despierta más tiempo y me quedé dormida con la cabeza apoyada contra la página de los resultados de la liga femenina de voleibol. No sé cuánto tiempo llevaba durmiendo cuando sonó el teléfono.</p> <p>—¿A qué clase de motel me has enviado? —farfullé después de aceptar la llamada—. ¡Ayer un prostituto intentó robarme la sangre!</p> <p>—Em… soy Max.</p> <p>—Oh —me había imaginado que Byron llamaría para regodearse o darme otro consejo para mi viaje—. ¿Cómo van las cosas por Michigan?</p> <p>—Al parecer no tan interesantes como en… ¿has dicho que has estado en un burdel?</p> <p>—Bueno, técnicamente…</p> <p>—Oh, genial —estaba furioso—. Me he sumergido en un universo paralelo donde todo el mundo logra tener sexo y yo tengo que ir por ahí con una erección permanente. Estoy en el Infierno.</p> <p>—No seamos tan gráficos.</p> <p>Max se quedó en silencio un momento.</p> <p>—He encontrado a Nathan.</p> <p>Oh, Dios. ¿Lo había matado? Intenté desesperadamente conectarme al lazo que había bloqueado antes. Por puro egoísmo, me había aislado de él y ahora estaba muerto. Había desperdiciado mis últimos momentos con él.</p> <p>—¿Carrie, estás ahí?</p> <p>Emití un sonido para asentir, al no querer sollozar por el teléfono.</p> <p>—Ha herido de gravedad a la otra asesina y no lo he visto desde entonces.</p> <p>Si hubiera estado de pie, me habría caído redonda al suelo, ya que el alivio me habría disuelto las rodillas en ese mismo momento. Quería abrir la boca y lanzar oraciones al Cielo, pero lo único que dije fue:</p> <p>—¿Eh?</p> <p>—Bueno, tampoco te asombres ni te quedes tan impresionada —dijo con ironía—. He tenido que seguir a Bella DeCesare por todas partes, me ha dado una patada en la cara, me ha disparado, pero… vale, es verdad, todo mi trabajo no ha sido para tanto.</p> <p>—¿Te disparó? Max, ¿estás bien?</p> <p>—Sí, me pondré bien. Sólo es una herida. Voy a volver a salir cuando se ponga el sol. ¿Tú tienes algo?</p> <p>—Creo que sí, aunque puede que no sea nada. No sé, este viaje ha sido extraño.</p> <p>—Oh, lo entiendo, con todo eso de los prostitutos. Pero va a ser más raro todavía. Me he encontrado con Dahlia.</p> <p>Me quedé paralizada ante sus palabras.</p> <p>—¿Dahlia?</p> <p>—Sí. Tuvo una especie de visión. No estoy seguro de qué trata y no invertiría mucho en ella hasta no agotar otras posibilidades, pero…</p> <p>—Yo lo haría —Dahlia tenía poderes que yo jamás subestimaría—. ¿Qué te dijo?</p> <p>—Louden. Y Hudson —respondió Max, sin saber que esos nombres estaban produciéndome escalofríos por la espalda—. Oh, y la Virgen María encaja en alguna parte.</p> <p>—Max, tengo que colgar —resistí las ganas de decirle una vez más que tuviera cuidado y colgué. Volví a leer el artículo sobre el incendio. Había demasiadas coincidencias, demasiado en la visión de Dahlia que apoyaba mis sospechas. Cyrus estaba en Santa Ana o lo había estado antes de que la iglesia ardiera.</p> <p>Me obligué a dormir; no sabía a qué me enfrentaría en el desierto y necesitaba estar preparada, pero el rugido de unas motos me despertó justo después de que se pusiera el sol.</p> <p>Allí, en un centro comercial de Louden, los Colmillos y yo nos topamos. Lo primero que pensé fue seguirlos, pero después me lo pensé mejor y decidí que una camioneta naranja brillante oxidada no era probablemente el mejor camuflaje. Estaba en el buen camino; no podía estropearlo todo siendo impaciente.</p> <p>Se marcharon después de salir de la lavandería que había en el centro comercial… y me impresionó bastante que hicieran uso de ese servicio; después, me dirigí a la máquina dispensadora de prensa y compré una ejemplar del <i>Louden Times</i>. Una semana había puesto algo de espacio entre la historia que buscaba y la primera plana, pero encontré un seguimiento de la noticia en el lateral de una página. La policía no había podido localizar el cuerpo de Stacey Pickles, de dieciocho años, pero se habían recuperado los cadáveres de las otras dos víctimas. El estado de los restos daba indicios de un crimen y cualquiera que supiera del paradero de la chica desaparecida debía llamar a las autoridades.</p> <p>Haciendo uso de los artículos y el mapa que Marzo me había dado, estaba segurísima de que podía encontrar el lugar. Que pudiera encontrarlo antes de que los Colmillos hicieran lo que fuera que tenían planeado hacer con Cyrus era otra cosa, y también estaba el pequeño detalle de conseguir que viniera conmigo, pero supuse que pensar en negativo limitaría mis posibilidades de éxito.</p> <p>Además, aún tenía el cloroformo.</p> <p>Había llegado el momento. Preparada o no, había llegado el momento de volver a ver a Cyrus.</p> <p>Un fuerte golpe en el asiento del copiloto me sobresaltó. Desde fuera del coche, Byron me sonreía con expresión estúpida.</p> <p>—¡Hola! ¿Estás pasándolo bien?</p> <p>Me estiré sobre el asiento, abrí la puerta y lo agarré del cuello de la camisa de volantes que llevaba. Protestó, pero no tuvo más opción que entrar.</p> <p>—¡Eh! ¡Es una camisa muy cara! —gruñó quitándome la camisa de las manos.</p> <p>—¡Pues está a punto de ensuciarse! —agarré una estaca y la puse contra su pecho. Esperaba que rasgara la preciada seda—. ¿Por qué lo tenías todo preparado?</p> <p>—¿Preparado? Yo no he preparado nada.</p> <p>—¡Marzo me dijo que te pusiste en contacto con ella y que le dijiste que yo era una persona de interés! —giré la estaca.</p> <p>—Nunca pretendí hacer daño, ¡lo juro! ¡Creí que ella podría ayudarte!</p> <p>—¿Ayudarme? —dejé de hacer tanta presión. No era tan estúpida como para creerme que habría acudido a mí sin nueva información, y no me ayudaría nada matarlo accidentalmente—. ¿Qué quieres decir?</p> <p>—Pensé que ya que estabas buscando a este tipo, ella podría ayudarte. Marzo tiene muy buenos contactos —apartó la estaca y le dejé.</p> <p>—Tiene contactos, sí, pero tiene contactos con el Devorador de Almas —me guardé la estaca en el bolsillo y enarqué una ceja mientras le preguntaba—: ¿Has oído hablar de él?</p> <p>Él asintió sin dejar de frotarse la herida imaginaria que le había hecho con la estaca.</p> <p>—¿Que si he oído hablar de él? Incluso en mi época corrían rumores sobre él. Los vampiros siempre han sido muy populares. ¿Alguna vez has leído <i>El retrato de Dorian Gray</i>? </p> <p>—Ese libro no era de vampiros.</p> <p>—¿Ah, no? —me dijo con una sonrisa.</p> <p>Suspiré.</p> <p>—Escucha, no tengo tiempo para hablar de literatura. Es probable que tus amigos de ahí abajo vayan a recoger a Cyrus esta noche, y tengo que llegar antes de que lleguen ellos.</p> <p>—Razón por la que estoy aquí —Byron se metió la mano en el bolsillo de su ajustado vaquero y sacó lo que parecía una canica fluorescente.</p> <p>—¿Qué es eso? —quería añadir un malicioso comentario sobre el hecho de que le hubiera contado a Marzo lo que pretendía hacer, pero claro, él no podría haber sabido que éramos enemigas.</p> <p>—Es una llave. Los Colmillos están utilizando un hechizo para ocultar el lugar donde están escondiendo a tu hombre. Si la tienes, puedes ver lo que no ve nadie más —sonrió ampliamente—, y lo que mis zafios compañeros no podrán ver, ahora que la he robado. Pero no tienes mucho tiempo. Estaban esperándolos en una hora y de eso hace por lo menos media hora. Además, pronto se darán cuenta de que les falta algo.</p> <p>—Espera —resultaba demasiado sospechoso que estuviera dispuesto a arriesgar su vida para ayudarme—. ¿Por qué estás dándome esto?</p> <p>—Eso tiene un precio —en ese momento se puso serio y me tomó las manos—. Déjame escribir sobre ti.</p> <p>—¿Qué? —me eché hacia atrás.</p> <p>—No puedo sacar un libro de esos cretinos. Son malvados e incivilizados. ¡No puedo sacar una historia de heroísmo de ellos!</p> <p>—Oh, ¿y puedes sacar una de mí? —como si yo fuera una gran heroína.</p> <p>Asintió con vehemencia y gesticulando con sus mangas de volantes mientras comenzaba a hablar de mis virtudes.</p> <p>—Eres como… una Corday moderna, dando un solitario pero poderoso golpe por tu causa en un Reino del Terror que no puedes soportar. ¡A los lectores les encantará!</p> <p>No estaba tragándomelo.</p> <p>—Y el hecho de que resultes ser el que me vendió el cuchillo…</p> <p>—Naturalmente, eso tendría que explicarlo… como narrador. De manera secundaria, claro, aunque la esencia de la historia sería tu valerosa y noble lucha por el bien.</p> <p>—Oh, ¿como <i>Sangre caliente</i>?</p> <p>—Búrlate si quieres, pero no puedes tener la llave hasta que me des tu bendición —alzó la canica entre sus dedos. Brillaba como azul helado, como si una diminuta galaxia de estrellas blancas existiera en su interior.</p> <p>Suspiré resignada.</p> <p>—Vas a escribirlo de todos modos, ¿verdad?</p> <p>Asintió.</p> <p>—De acuerdo —agarré la llave. Me había esperado sentir algo mágico de algún modo, pero no fue más que un ligero y suave peso en mi palma—. ¿Adónde vas a ir? Te matarán cuando te encuentren, lo sabes.</p> <p>—Lo sé. Para eso está aquí ella —se apartó de la ventanilla para que pudiera ver el Volkswagen naranja aparcado junto a un poste de luz. Una mujer que parecía tener unos cuarenta años, con el pelo teñido de rubio y un pintalabios demasiado ligero para su anaranjado bronceado, nos miró con ojos de preocupación—. Se llama Penny. Va a llevarme al siguiente pueblo.</p> <p>—No me digas cómo tienes que pagar la gasolina —bromeé cuando abrió la puerta y bajó.</p> <p>—Te deseo lo mejor, querida Charlotte —dijo con una sinceridad que de verdad creí.</p> <p>Sonreí, muy a mi pesar.</p> <p>—Me llamo Carrie.</p> <p>Se giró hacia el coche donde esperaba Penny y mientras se alejaba, me dijo:</p> <p>—No en mi libro.</p> <p>Y así tuve lo que necesitaba.</p> <p>Ahora lo único que tenía que hacer era mentalizarme para el trabajo. Cuando me había preparado para el viaje, había imaginado el combate físico como una probabilidad muy lejana, y ahora que era una realidad, me entró el pánico. ¿Cómo podía luchar contra unos vampiros? Nathan me había enseñado algo de defensa personal, pero estos vampiros servían al Devorador de Almas, una misión lo suficientemente peligrosa. Les gustaba luchar y matar casi tanto como les gustaban sus motos y la idea de que alguien tan inexperto como yo venciera en un combate físico a uno, y mucho menos a un grupo, resultaba bastante remota.</p> <p>Y si sobrevivía al acoso de esos asesinos, aún quedaba el problema de Cyrus. Si habían vuelto a convertirlo en vampiro, ¿recuperaría su antigua fuerza? ¿O sería humano? ¿Tendría que contener mi sed de venganza?</p> <p>Los últimos dos meses no habían sido suficientes para adormecer el recuerdo de su crueldad. Había sentido más lástima que rabia por él al final, pero yo era más humana de lo que la mayoría de los vampiros admitirían. Después del dolor de perder a Nathan y de la soledad de los últimos días, ¿descargaría mi agresividad con Cyrus?</p> <p>Además, había otra posibilidad más aterradora. Cuando había estado unida a Cyrus, me había sentido atraída hacia él de un modo que no podía explicar. No había sido amor, sino una siniestra parodia de ese sentimiento. Me tenía completamente embelesada. Ahora que nuestra conexión mental estaba regenerándose, ¿volvería a caer presa de esa peligrosa atracción?</p> <p>No. Era una persona más fuerte y ya lo había derrotado una vez. Aun así, la idea de volver a verlo no me inspiraba mucha confianza.</p> <p>«Lo primero es lo primero», pensé. Tenía que llegar hasta él sin toparme con los Colmillos.</p> <p>Los restos de la iglesia católica de Santa Ana yacían como una gigantesca hoguera abandonada en la arena. Había ardido por completo. Cómo los Colmillos habían podido ocultar a alguien aquí, sin nada con que protegerse de los elementos, era algo que se me escapaba.</p> <p>Conduje por delante de las ruinas, consciente de que alguien podía estar vigilando, y busqué un lugar discreto donde dejar la camioneta. A diferencia de los dibujos del Correcaminos, no había rocas detrás de las que poder esconderme, al estilo del Coyote, mientras aguardaba para una emboscada. Por otro lado, los Colmillos que habían ido al pueblo seguían fuera. Me paré en un lado de la carretera y abrí el capó, rezando porque los intermitentes no agotaran la batería. Ni todo el sigilo y la astucia del mundo podrían ayudarme si lograba llevarme a Cyrus, pero no tenía un modo de transporte con el que alejarme de la escena del crimen.</p> <p>Me sentí un poco tonta cuando miré los objetos que me había proporcionado Marzo. Yo jamás había atacado a alguien con cloroformo, jamás había atado a nadie… al menos, no con el fin de secuestrarlo… Me sentí como un esquiador principiante mirando la pendiente de la pista.</p> <p>—¿Dónde está la maldita rueda de repuesto? —dije muy alto por si había alguien por allí. Saqué esa canica brillante que Byron me había dado y la rodé en la palma de mi mano.</p> <p>Al instante, un rayo de luz parpadeó en el suelo, y un milisegundo después, el rugido de un motor llenó mis oídos. Me giré hacia el origen del sonido y prácticamente me froté los ojos hasta que recordé que se suponía que yo no podía ver esa escena. Como sacada de ninguna parte, la iglesia se había vuelto a levantar y las ventanas estaban iluminadas por los extraños colores de la tierra del desierto. Bañado en el brillo azul de una luz de mercurio, unos cuantos vampiros aceleraron con impaciencia mientras las otras dos figuras charlaban animadamente delante de ellas.</p> <p>Con el sonido de los motores cubriendo las voces, no podía saber de qué estaban hablando, pero no les preocupaba mi presencia a un lado de la carretera y eso era lo único que importaba. Pensaban que eran invisibles, y eso era positivo, siempre que no decidieran aprovecharse del elemento sorpresa y salir a por la automovilista que se había quedado tirada y que tenía aspecto sabroso. Después de varios minutos fingiendo estar buscando algo en la parte trasera de la camioneta, fui hacia la parte delantera, me apoyé bajo el capó como si pasara algo y vi la conversación evolucionar de unos empujones a una pelea de puñetazos con todas las de la ley. Ahora podía imaginar por qué estaban peleando. Los Colmillos que había visto en el pueblo no habían regresado. Finalmente, las motos comenzaron a rugir y a avanzar por la carretera con la intención de buscar a sus amigos, supuse. La forma de un vampiro inconsciente quedó sobre el pavimento mientras el resto de la horda se alejaba en la dirección por la que yo había llegado. No tendría mucho tiempo antes de que los dos grupos se encontraran.</p> <p>Con una sensación de «ahora o nunca», me metí el cloroformo en el bolsillo trasero, una estaca en el de al lado y me puse en marcha.</p> <p>Fue una suerte que el vampiro volviera en sí justo en ese momento. Se llevó las manos a la cabeza y maldijo mientras parpadeaba rápidamente como para aclararse la visión. Al hacerlo, su rostro de vampiro se encendió y se apagó, como un cartel de neón. Me aclaré la voz para llamar su atención según me acercaba.</p> <p>—Joder —repitió, pellizcándose el puente de su ensangrentada nariz.</p> <p>—Hola. He tenido un problema con el coche. ¿Tienes un teléfono ahí dentro? —sonreí esperando que su cabeza no se aclarara y no recordara que se suponía que tenía que ser invisible.</p> <p>—No, no hay ningún teléfono —gruñó, pero su actitud cambió al instante cuando apartó su mirada de mis zapatos y la arrastró hasta mis piernas y más al norte—. Alguien debe de haberse olvidado de pagar la factura.</p> <p>Cuando se rió, sonó como si unas burbujas de suciedad estallaran en su garganta y mostró unos dientes rotos y podridos. Su cabello sucio colgaba bajo un raído pañuelo, pero parecía como si de verdad pensara que me resultaba atractivo.</p> <p>—Oh, vaya —me metí las manos en los bolsillos traseros y cerré los dedos alrededor de la estaca. Esperé al momento en que se diera cuenta de que sucedía algo y, cuando lo invadiera la confusión, lo atacaría.</p> <p>No tuve que esperar tanto como pensaba. Apenas había hablado cuando él frunció el ceño y estrechó los ojos.</p> <p>—Espera un minuto, no deberías poder…</p> <p>Me abalancé sobre él y bajé la estaca con tanta fuerza que le penetró el esternón. Sentí la vibración del impacto subiendo por mi brazo y sacudiéndolo con dolor, pero había dado en el blanco. No tuvo tiempo de gritar antes de arder en llamas.</p> <p>«Bien», pensé mientras me frotaba el codo; la verdad es que no me encontraba en forma para luchar.</p> <p>Me parecía que se requerían demasiadas agallas para entrar de sopetón por la puerta principal. Además, habían pintado una enorme y complicada marca en ella, y tenía la sensación de que era otra especie de hechizo para evitar el paso de intrusos o alertarlos sobre ellos. Rodeé un lado del edificio, donde ninguna luz indicaba la presencia de los Colmillos.</p> <p>Una puerta lateral se abría a una sala oscura. No, yo jamás acusaría a los Colmillos de ser una organización inteligente. Tardé un minuto en reconocer la cocina y mi mirada se posó en la pila vacía. Si Cyrus era humano, o bien no estaban alimentándolo o estaban fregando los platos diligentemente.</p> <p>Me sentía bastante segura cuando crucé hacia la puerta que tenía enfrente de mí. Se abrió y por ella entró el vampiro más feo que había visto en mi vida.</p> <p>Creo que era una mujer, pero no tuve tiempo de preguntar antes de que agarrara un cuchillo de carnicero y me lo arrojara. Lo esquivé y me giré hacia la enorme cocina industrial de gas. Agarré uno de los quemadores de acero y se lo lancé. Ella lo atrapó en el aire con su enorme brazo y siguió avanzando.</p> <p>Saqué la estaca del bolsillo y me preparé, pero no me atacó con un contacto físico pleno; por el contrario, se abalanzó, me agarró unos mechones de pelo y me levantó.</p> <p>Toda la experiencia que había tenido en Urgencias al atender a mujeres maltratadas me había dado un valioso conocimiento de combate: «Nunca dejes que tu pelo vaya donde no va tu cuerpo». Una vez que el cuero cabelludo se separaba del cráneo, ya no volvía a crecer con facilidad. Yo no estaba dispuesta a arriesgarme, así que dejé de resistirme, tiré la estaca y me agarré la cabeza con las dos manos mientras la mujer me llevaba hasta los fuegos la cocina. Giró los mandos y encendió los quemadores.</p> <p>Sentí un fuerte dolor en la espalda cuando el fuego entró en contacto con mi fina camiseta y me quemó la piel. Gritando, y tendida en posición horizontal, comencé a dar patadas. Logré enganchar los talones en el borde de la encimera y me arqueé hacia arriba, pudiendo liberarme lo suficiente como para quedar fuera del alcance de las llamas.</p> <p>Aunque me aparté de los quemadores, seguía estando en llamas. Caí al suelo y rodé sobre las increíblemente frías baldosas gritando de forma agonizante mientras mi camiseta se separaba de la piel.</p> <p>La vampira intentó atraparme de nuevo cuando me puse de pie. Salté a un lado y gracias a que falló tuve una oportunidad. Recogí la estaca del suelo y se la hundí entre las costillas. Su rostro se contrajo con expresión de incredulidad mientras unas llamas subían por su cuerpo. Me agarró el brazo y mi mano seguía aferrada a la estaca, como si ese simple acto fuera suficiente para arrastrarme al Infierno con ella. Después, su mano se convirtió en cenizas y me caí hacia atrás, sobre mis codos chamuscados.</p> <p>Con todo el ruido que habíamos hecho, me esperaba que la habitación se llenara de vampiros moteros hambrientos, y cuando pareció que eso no iba a pasar, me puse de pie y me sacudí los restos de mi camiseta.</p> <p>¡Ya podía haber llevado un sujetador con un aspecto más decente!</p> <p>«¿Por qué te importa lo que lleves puesto cuando lo encuentres?», me preguntó mi cerebro en tono acusatorio. «Que no vaya a importarte más tu aspecto que el hecho de que probablemente tengas quemaduras de tercer grado, ¿eh?», añadí con ironía.</p> <p>Sacudiendo la cabeza como si pudiera deshacerme de esos pensamientos, crucé con cuidado la puerta de la cocina para salir a un ancho pasillo donde el suelo se arqueaba para adaptarse a una pared interna curvada. Yo nunca había sido una creyente practicante, pero sabía lo suficiente como para suponer que la habitación al otro lado del muro sería la importante. Según avanzaba por el curvado pasillo, vi las grandes puertas dobles de la entrada principal junto al juego de puertas que conducían al interior de la iglesia propiamente dicha. Otro sigil trazado con tiza marcaba estas últimas. Al otro lado de ellas, el sonido de la música no ocultó el de unas voces furiosas.</p> <p>No me extrañó que los vampiros no hubieran oído el forcejeo en la cocina. Pegué la oreja contra la puerta, evitando la marca de tiza, para oír mejor.</p> <p>—¿Dónde cojones está Angie? El hechizo no durará mucho más tiempo si no vuelve a arrastrar su trasero hasta el círculo —advirtió la agitada voz de un hombre.</p> <p>—Volverá —respondió una mujer, más calmada—. Seguro que ha ido a ver al tipo.</p> <p>«El tipo». Ése sólo podía ser Cyrus. El corazón me palpitaba frenéticamente contra el pecho.</p> <p>—Si no vuelve en cinco minutos, voy a ir a por ella —declaró la voz masculina. Sus pisadas se acercaron más a la puerta.</p> <p>Retrocedí y miré a mi alrededor en busca de algo con lo que cerrar las puertas desde fuera. Una hilera de sillas estaba alineada al estilo de sala de espera junto a unos panfletos sobre métodos naturales de planificación familiar y sobre cómo rezar el rosario. Agarré la silla más cercana y la levanté del suelo para que sus patas no hicieran ningún ruido. Conteniendo el aliento, coloqué el respaldo entre los pomos y lo deslicé hacia arriba hasta que las patas traseras quedaron fijas contra la alfombra. No aseguraría las puertas indefinidamente, pero si tenía suerte, les daría algún problema.</p> <p>Al fondo del pasillo encontré otra puerta; era de una madera lisa con los bordes ásperos y un endeble pomo. Lo giré y vi que no estaba cerrada con llave. «¿Acaso hoy en día nadie se preocupa por la seguridad?».</p> <p>Unas escaleras conducían hasta un oscuro sótano que, a primera vista, parecía estar vacío. Tenía el pie en el segundo escalón cuando el rítmico crujido de unas sábanas me detuvo. Una mujer y un hombre gemían en la oscuridad. Se me erizó el vello de la nuca. Reconocí la voz masculina. «Supongo que sí que Angie ha ido a ver al tipo». Una inesperada sensación de celos ardió en mi estómago y la achaqué al lazo de sangre y al hecho de que no me había esperado encontrármelo en mitad de un acto sexual.</p> <p>Me puse contra la pared, rezando porque no se me viera desde la cama, donde fuera que estuviera. Bajar las escaleras e iniciar una pelea sólo serviría para que me mataran, sobre todo teniendo en cuenta que Angie al parecer tenía algo que ver con el hechizo que servía para ocultar el lugar. Ya me había topado con brujas… bueno, al menos con una… y no me apetecía arriesgarme con otra.</p> <p>Me pareció una eternidad hasta que terminaron, probablemente por lo extraño e incómodo de la situación. Comencé a preguntarme cuánto tiempo había pasado, y si los vampiros de arriba bajarían buscando a Angie. Aún no los había oído aporrear las puertas, pero también podía haberlo confundido con el golpeteo de la cama contra el suelo. Por fin, sus sonidos de éxtasis cesaron y la cama crujió cuando Angie se levantó de ella.</p> <p>—Estaré en el cuarto de baño.</p> <p>Me resultó extraño que una bruja con el poder de hacer desaparecer un edificio entero le hablara a Cyrus con esa timidez, ya fuera humano o vampiro. Pero claro, el terror hacia su querido papaíto probablemente le inspiraba una inusual reserva a la mayoría de sus seguidores.</p> <p>Oí el suspiro de satisfacción de Cyrus sobre el sonido de las sábanas mientras se colocaba en la cama. Una bofetada de anhelo me atravesó, como cuando uno ve a su ex comprando felizmente con su nuevo amor. «Puedes meter al vampiro en el humano, pero no puedes sacar al humano del vampiro».</p> <p>Cuando la puerta del baño se cerró, oí el sonido del agua correr. Bajé las escaleras con tanto silencio y tanta rapidez como pude, pero aun así me oyó. Mis ojos se ajustaron fácilmente a la oscuridad y lo encontré, mirándome con incredulidad.</p> <p>Seguía siendo humano; lo sabía por su olor y por la calidez que parecía envolverme. Se había cortado el pelo. Abrió la boca, probablemente para pedirle ayuda a Angie, aunque lo único que consiguió decir antes de que le cubriera la boca con un trozo de mi camiseta quemada empapado en cloroformo fue:</p> <p>—No, ella no es…</p> <p>Quedó inconsciente y me lo eché sobre el hombro. Cargar con su peso fue fácil, lo más difícil fue subirlo por las escaleras. Por suerte, la mujer del baño parecía estar llenando la bañera y no me oyó mientras subí, recorrí el pasillo y entré en la cocina.</p> <p>Metí a Cyrus en la parte trasera de la camioneta y me adentré en el desierto antes de que alguien pudiera seguirnos.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 16</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Descubrimientos desagradables</p> </h3> <p>A pesar del hecho de que apenas podía caminar, la maldita mujer insistió en ir con él. Max apretó los dientes cuando se detuvo por enésima vez para no dejar atrás a Bella.</p> <p>—¿Sabes? Iría mucho más rápido si te hubieras quedado en casa.</p> <p>—Ese lugar no es mi casa.</p> <p>—Ya sabes lo que quiero decir —le permitió adelantarlo unos cuantos pasos antes de seguir—: No es que vayas precisamente de incógnito con ese olor a sangre que llevas encima.</p> <p>—Si hubieras hecho un mejor trabajo remendándome, no olería a sangre —cojeó unos cuantos pasos y después se forzó a ir derecha.</p> <p>Max suspiró de frustración y la alcanzó fácilmente.</p> <p>—¿Quieres que te lleve en brazos?</p> <p>—¡Claro que no! —respondió ella con sus ojos dorados cargados de furia.</p> <p>Vaya. Habría sido divertido que se hubiera subido a caballito, con las piernas rodeándolo por la cintura.</p> <p>—Oh, por el amor de Dios —maldijo él en voz alta. Pensar de un modo sexual en una mujer lobo era prácticamente zoofilia. Y si iba a darse a ello, más le valía hacerlo con algo que no hablara tanto como ella, como una cabra o un poni, por ejemplo. Aliada suya o no, seguía poniéndolo de los nervios.</p> <p>La expresión de ella titiló por un momento en el que pareció estar ofendida. Después, Max recordó que había hablado en alto y que Bella habría pensado que el comentario iba dirigido a ella.</p> <p>Había abierto la boca para explicarse cuando lo interrumpió.</p> <p>—Vale. Llévame, si crees que así iremos más deprisa.</p> <p>—Vale —respondió con una sonrisa desdeñosa.</p> <p>Se situó detrás de él, le colocó las manos sobre los hombros y Max alargó las manos hacia atrás para alzarla… y, claro, el lugar donde puso las manos fue su perfectamente redondeado trasero.</p> <p>«Pervertido», se reprendió.</p> <p>—Vamos allá.</p> <p>—Esto es humillante —gruñó ella con la boca tan cerca de su oído que su aliento le puso el vello de punta.</p> <p>—No te sentirías humillada si te hubieras quedado en casa… o mejor dicho, en el apartamento.</p> <p>—Vale, tienes razón y yo, una mujer, estoy equivocada. ¿Así mejor?</p> <p>—Mucho mejor. ¿Seguimos rectos?</p> <p>Ella se había negado a dejarlo conducir el coche mientras buscaban a Nathan porque había dicho que así no podía olfatear bien. Se alzó ligeramente y olfateó al aire.</p> <p>—No, gira ahí delante —le dijo a la vez que le tiró de la camiseta.</p> <p>—Deja de hacer eso, no soy un caballo.</p> <p>—Lo siento —respondió ella con un tono que dejó claro que no le importaba qué clase de animal fuera—. Pero gira ahí delante.</p> <p>Cuanto más lo adentraba en el vecindario, más familiar le parecía, y sintió miedo.</p> <p>—¿Estás segura de que vamos en la dirección correcta?</p> <p>—¿Tienes un modo mejor de encontrarlo? He dicho que gires a la derecha.</p> <p>Con la excusa de colocarla más arriba en su espalda, le dio un golpe a su pierna herida.</p> <p>—Lo siento, ¿te ha dolido?</p> <p>—Eres un rencoroso. Me alegraré cuando todo esto termine —de pronto sonó cansada e incluso apoyó la cabeza sobre su hombro.</p> <p>No por primera vez esa noche Max se preguntó cuánto dolor estaría pasando y cuánto estaba intentando ocultarlo y haciéndose la fuerte. Idiota. Si le dijera que necesitaba descansar, él se lo permitiría… aunque no se mereciera su piedad.</p> <p>Tal vez era bueno que estuvieran en el mismo equipo. De no ser así, podría haberla matado ya.</p> <p>Estuvieron caminando en silencio durante un momento. Aunque era esbelta, su cuerpo pesaba sorprendentemente; era todo músculo y firmeza, pero no estaba dura debido a la fina capa de femenina grasa que suavizaba la forma de sus curvas. «Podría lucirse un poco más», pensó él.</p> <p>Cuando creía que se había quedado dormida, Bella le sorprendió poniéndose completamente recta y diciéndole:</p> <p>—Está cerca. Por ahí.</p> <p>—Claro —respondió Max, girando en la dirección que ella le indicó a la vez que tiraba con impaciencia de su camiseta.</p> <p>Iba en dirección a la antigua casa de Cyrus. Max sintió furia.</p> <p>—Sé adónde va.</p> <p>—Entonces vamos más deprisa —le ordenó ella con impaciencia.</p> <p>—¿Por qué? No estás en forma para luchar y yo no puedo contigo encima como si fueras un mono.</p> <p>Ella le dio un golpe en la cabeza.</p> <p>—Soy un lobo. Por favor, no me acerques a tu patética raza más de lo que estoy ya.</p> <p>—Oh, lo siento, pero parece que olvidas que no soy humano.</p> <p>—Una vez lo fuiste —le dijo ella como si fuera algo malo.</p> <p>Él lo dejó pasar.</p> <p>—Si no me equivoco… y como ya hemos dejado claro, yo no suelo equivocarme… se dirige a la mansión de Cyrus.</p> <p>—¿En la calle Plymouth? —sonó muy sorprendida.</p> <p>—Ahí mismo. ¿Teníais algún rollete? —ningún hombre lobo que se respetase a sí mismo se lo montaría con un vampiro.</p> <p>—Durante mi entrenamiento leí los archivos del Movimiento. Él era uno de los vampiros proscritos más conocidos en esta zona, así que es muy posible que siga teniendo contactos por aquí. Como tu amiga, por ejemplo.</p> <p>—Ella no es mi… —sacudió la cabeza—. Esto es Plymouth. Si voy por ahí, iremos a la casa de Cyrus.</p> <p>—¿No hay más casas en esa calle?</p> <p>—Te vas a sentir muy estúpida cuando te equivoques.</p> <p>Pero no estaba equivocada. Caminaron unas cuantas calles y un par de ancianos los miraron mal.</p> <p>—Deberías haberte quedado en casa —le susurró Max cuando levantó una mano para saludar a la mujer—. Van a llamar a la policía.</p> <p>—Entonces volveré y me comeré a sus gatos —le dijo Bella al oído y un escalofrío completamente involuntario (porque no se sentía nada atraído a ella) recorrió a Max ante el roce de sus labios.</p> <p>—Oh, apuesto que esperabas que no notara eso —dijo ella entre risas.</p> <p>—Ha sido por el cansancio muscular, te lo aseguro.</p> <p>—Entonces, supongo que podría volver a hacerlo. O tal vez…</p> <p>Algo cálido, húmedo y rugoso, sin duda una picara lengua, le acarició la oreja. A Max le fallaron las rodillas y estuvo a punto de caer al suelo.</p> <p>—No hagas eso —dijo con un poco más de brusquedad de la que había pretendido.</p> <p>—¿Por qué no? ¿No te gusta? —estaba provocándolo deliberadamente, cuando debían estar trabajando.</p> <p>Él dejó escapar un suspiro de frustración.</p> <p>—Porque entreno a mis perros para que no laman. Son malos modales.</p> <p>Las carcajadas de ella fueron sorprendentemente femeninas, a pesar de que él se habría esperado algo más ronco y seductor, como su voz.</p> <p>Bella deslizó un dedo sobre su cuello y después le rascó bajo la barbilla afectuosamente.</p> <p>—Puedes llamarme perro sin ofenderme. Sé lo que soy.</p> <p>—¿Una patada en el trasero? ¿Una gorda patada en el trasero? —no, estaba siguiéndole la corriente.</p> <p>—Yo no estoy gorda. Tengo grasa donde es necesario —y para demostrar lo que decía, apretó más sus pechos contra la espalda de Max.</p> <p>Alguien debía de haberla drogado; era la única explicación para ese extraño comportamiento.</p> <p>—¿Estás insinuándote? Porque si lo estás haciendo… —no tuvo tiempo de terminar. La mansión se alzaba ante ellos.</p> <p>Con una claridad sorprendente, recordó aquella noche. Nunca había visto a Nathan tan nervioso. «No puedo perderla, Max. Si la pierdo, tienes que hacerme un favor», le había dicho antes de ponerle una estaca en la mano. Max no habría sido capaz de hacerlo en ese momento y sabía que ahora tampoco podría. Tendrían que llevarse a Nathan vivo sin importarle las consecuencias.</p> <p>—¿Por qué has parado? —le preguntó Bella—. ¡No está aquí!</p> <p>—¡Genial! —Max no pensaba gritar, pero estaba demasiado nervioso—. ¿Adónde vamos?</p> <p>Ella volvió a olfatear al aire y le tiró de la camiseta.</p> <p>—Por ahí. Y recto por ese césped.</p> <p>Sus direcciones los llevaron a otra casa; pasaron por delante de un guardia de seguridad que, atónito, no intentó detenerlos hasta que estuvieron cerca de la valla trasera. Había un portón y, milagrosamente, no estaba cerrado, de modo que pudieron colarse antes de que el guardia llamara a la policía.</p> <p>—Es un desperdicio tener unas casas tan grandes —dijo Bella; el tono insinuante ya había desaparecido por completo de su voz.</p> <p>—Bueno, a lo mejor son heredadas.</p> <p>—Entonces los que desperdiciaban el dinero fueron sus antepasados.</p> <p>No se podía discutir con ella.</p> <p>Cuando cruzaron el siguiente jardín, ella volvió a sacarlo a la calle.</p> <p>—Podríamos haber rodeado la calle directamente.</p> <p>—El rastro está fresco. ¡Cruza la calle! —se sentó sobre él como un cazador de zorros alzándose en su silla de montar.</p> <p>—Cuesta llevarte cuando te mueves así —cruzó corriendo la calle, agradecido por la ausencia de tráfico en esa parte de la ciudad después de las nueve.</p> <p>Estaban cruzando otro jardín cuando vio a Nathan, desnudo y sangrando y corriendo entre unos matorrales.</p> <p>—¡Joder! —Max soltó a Bella, aunque ella intentó evitarlo.</p> <p>—¡No me dejes aquí! —le gritó—. Creí que necesitabas ayuda.</p> <p>—¡Necesito ir ligero para poder atraparlo! —Max corría hacia el matorral.</p> <p>—¡Perderás su olor! —Bella corría a su lado con el rostro contraído de dolor.</p> <p>—Vas a hacerte daño.</p> <p>Ella respiraba entrecortadamente, pero siguió a pesar del dolor que Max sabía que sentía. Su resistencia fue impresionante cuando saltaron un alto muro de ladrillos y aterrizaron en otro amplio jardín.</p> <p>—Tienes que estar de broma —gruñó Max cuando Nathan rodeó la esquina de una pequeña cabaña.</p> <p>—Espera. Ha estado aquí antes. Puedo olerlo. Y huelo a muerte.</p> <p>Llegaron hasta la enorme casa, una impresionante mansión de estuco con baldosas españolas y yedra trepadora. No había luces encendidas, a excepción de una vela en una de las ventanas del piso bajo. Max le indicó a Bella que lo siguiera hasta la puerta trasera.</p> <p>El impresionante panel de madera no estaba cerrado. Conducía a una pequeña habitación con un suelo de mosaico y un expositor lleno de plantas. Se tropezó con algo en la oscuridad y maldijo en silencio.</p> <p>—¿Qué es… eso? —Bella se cubrió la nariz con la manga.</p> <p>Max le dio una patada al bulto.</p> <p>—Diría que son los antiguos dueños de esta casa.</p> <p>—¿Cuántos? —ella levantó un brazo del suelo, pero el miembro se separó por completo de la pila y ella lo soltó con un grito.</p> <p>—Hay dos cabezas.</p> <p>—Es imposible. Aquí hay más de dos cuerpos. Tiene que haber más —sus pupilas se dilataron y su respiración se aceleró visiblemente—. No estamos a salvo. Vamos.</p> <p>Con su zapato, Max apartó otra pila de algo húmedo.</p> <p>—¿Por qué dices eso?</p> <p>—¡No es una broma! Hay tanta muerte aquí que no puedo respirar. Viene alguien. ¡Corre! ¡Ahora!</p> <p>Al instante, lo oyeron: varios pares de pies avanzando hacia ellos. Max empujó a Bella para que saliera delante de él, pero con la pierna herida iba demasiado lenta. La levantó en brazos y corrió por el jardín lanzándola por encima del muro. A continuación, saltó y cayó sobre la hierba al lado de ella.</p> <p>—¿Qué podría haber hecho esto? ¿Y quién tiene esa clase de seguridad? —preguntó Bella asomando la cabeza por encima del muro.</p> <p>—Los tipos del Devorador de Almas. Parece que alguien nos vigila.</p> <p>—O vigila a alguien más.</p> <p>A Max se le heló la sangre más de lo que era normal para un vampiro.</p> <p>—Tienes razón. Tenemos que encontrar a Nathan o es hombre muerto.</p> <p></p> <p>Era la segunda vez en una semana que Cyrus se había despertado con frío y desnudo en un lugar desconocido, y no le gustaba. Un hedor químico y asqueroso se coló por su nariz. Parecía que fuera a estallarle la cabeza y tenía la visión borrosa. La única cosa clara era la sensación de una áspera alfombra bajo la espalda y el inconfundible sonido del asfalto.</p> <p>—¿Dónde estoy? —se incorporó y el movimiento del vehículo en el que se encontraba le hizo perder el equilibrio.</p> <p>—Estás en la parte trasera de la camioneta de Ziggy.</p> <p>Reconoció la voz al instante.</p> <p>—¿Recuerdas quién era?</p> <p>—La verdad es que no —Cyrus se frotó los ojos y miró a su alrededor en busca de algo con lo que cubrirse—. No, espera. El chico. El hijo de Nolen.</p> <p>«Y tú eres mi Iniciada», añadió en silencio. «O lo eras».</p> <p>—Bien. Me alegra ver que conservas la memoria.</p> <p>—¿Adónde me llevas? —tenía la sensación de que estaba olvidando algo, algo importante.</p> <p>—De vuelta a Michigan. Vas a ayudarnos a solucionar lo que le ha pasado a Nathan.</p> <p>—Para el coche. Voy a vomitar.</p> <p>Para su sorpresa, la camioneta se detuvo en seco y la puerta del conductor se abrió con un chirrido. Unos segundos después, las puertas de atrás se abrieron dejando ver una desierta autopista, un cielo de noche… Y a Carrie.</p> <p>Miedo, vergüenza, dolor y alivio cayeron sobre él en forma de cascada. Desorientado, alargó la mano hacia ella, pero Carrie dio un paso atrás. Aún llevaba su pelo rubio recogido en una cola de caballo y lo miraba con uno fríos ojos azules. Él había mirado esos ojos una vez mientras rezaba por ver un poco de calidez en ellos, algo de amor. Ese recuerdo volvió a producirle la sensación de que había olvidado algo. Salió de la camioneta y cayó de rodillas sobre la carretera.</p> <p>¡Ratón!</p> <p>—Tienes que llevarme de vuelta —insistió antes de echar la cena encima de la arena. Se levantó, aún aturdido por los efectos de lo que fuera con que lo había drogado—. Tengo que volver.</p> <p>—No vas a ir a ninguna parte.</p> <p>—Van a matarla. No sé nada de lo de Nolen, déjame volver. La amo.</p> <p>—Sí claro, como me amabas a mí —Carrie se rió—. Escucha, no voy a dejarte volver con tu novia vampira para que los dos podáis tramar algo.</p> <p>—No lo entiendes —pero tampoco se veía capaz de hacérselo entender; estaba drogado con… ¿era cloroformo?—. Por favor, tengo que volver.</p> <p>Ella se acercó y lo miró detenidamente corno si pudiera mirar dentro de su mente y detectar otros motivos. «Que busque, no va a encontrar nada», pensó Cyrus.</p> <p>—Por favor —apretó los puños. Sabía que había un detalle que la haría cambiar de opinión, pero no podía pensar con claridad. Por eso no dejaba de repetir una y otra vez—: Por favor, por favor.</p> <p>Algo cambió en sus ojos. Era mucho más dura que antes o, al menos, estaba mucho más furiosa.</p> <p>—Sube a la furgoneta.</p> <p>—No lo haré —se dio cuenta de que sonó como un crío petulante y de que debía de parecer ridículo ahí desnudo en el desierto y negándose a refugiarse. Pero tenía que buscar a Ratón, antes de que ellos descubrieran que él se había ido—. Tengo que volver a por ella.</p> <p>—Entra en la camioneta, Cyrus —repitió Carrie.</p> <p>No había nada que hacer. Era más fuerte que él, lo sabía, y él seguía embriagado por el cloroformo. De modo que entró en la camioneta llorando como un niño. Matarían a Ratón y él volvería a estar solo.</p> <p>Cuando se incorporaron a la carretera, una botella marrón envuelta en un trapo raído rodó hasta él como empujada por una mano divina. Si hubiera creído en Dios, le habría dado las gracias.</p> <p>Los asientos delanteros estaban separados de la parte trasera por unas gruesas cortinas de lona. Empapó el trapo con cloroformo y metió la mano entre las cortinas.</p> <p>Ella intentó apartarle la mano y la camioneta se sacudió. Cyrus se agarró a las cortinas y volvió a intentarlo; en esa ocasión logró cubrirle la cara. Carrie tuvo la sensación de haber pisado el freno y el vehículo se detuvo justo cuando ella cayó inconsciente.</p> <p>—Tenemos que volver a buscarla porque es humana —explicó él mientras metía el cuerpo de Carrie en la parte de atrás. Cuando se situó detrás del volante, sacudió la cabeza para despejarse—. «Humana». Ésa era la palabra que estaba buscando.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 17</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Ratón</p> </h3> <p>Cuando volví en mí, creí que estaba en un barco, en medio de una tormenta. Después reconocí la camioneta y me pregunté quién estaba conduciendo tan mal. Y entonces me acordé de Cyrus.</p> <p>Aparté la cortina y él dio un grito de sorpresa.</p> <p>—Atrás, Carrie, ¡o te juro que te atravieso con una estaca!</p> <p>—¿Con qué? —le pregunté metiéndome la mano en el bolsillo.</p> <p>—Con esto —dijo él mientras levantaba la estaca que tenía al lado—. Ahora siéntate y cierra la boca. Vamos a volver a buscarla.</p> <p>—¿A quién? ¿A Angie? —me reí—. Estoy seguro de que encontrarás una sustituía.</p> <p>—¿Angie? —pisó más a fondo el acelerador—. ¡No! A Ratón. Tenemos que volver antes de que se den cuenta de que no estoy. Maldita sea, ¿es por aquí?</p> <p>—¿Ratón?</p> <p>—Sí. Así es como la llamo. Su nombre verdadero es ridículo. Es humana.</p> <p>—¿Era humana? —me senté en el asiento del copiloto, impactada—. No sabía que era humana.</p> <p>—Pues lo es —insistió golpeando el volante—. ¿Voy bien por aquí?</p> <p>Asentí. ¿Había dejado a un humano en ese lugar? ¿Con esos vampiros? Temblando, me metí la mano en el bolsillo y saqué la llave.</p> <p>—Toma esto.</p> <p>—¿Qué es eso? ¿Una canica?</p> <p>—Te ayudará a encontrar el lugar. A menos que… quieras que conduzca yo.</p> <p>—No hay tiempo —respondió él bruscamente.</p> <p>Estaba tan ansiosa como él por sacar a la chica de allí, pero no estaba dispuesta a morir en un accidente de coche.</p> <p>—¿Has conducido alguna vez?</p> <p>—No. En las películas parece mucho más fácil.</p> <p>Delante estaba la intersección anterior a la iglesia. En la distancia, donde debería haberse visto la pequeña forma de las ruinas del incendio, la fantasmal silueta de la iglesia rompía la línea del horizonte. Cualquiera que fuera el hechizo que habían utilizado los Colmillos, estaba perdiendo su efecto.</p> <p>—A lo mejor se han ido y la han dejado allí —dije esperanzada, pero sabía que no sería así, y Cyrus también.</p> <p>Los frenos chirriaron cuando se detuvo en el aparcamiento; si creía que los Colmillos seguían allí, no parecía importarle hacer tanto ruido. Agarró la estaca y abrió la puerta de un golpe.</p> <p>—No me harán daño, aunque a ti probablemente te maten.</p> <p>—Correré el riesgo —me metí una estaca en el bolsillo, por si acaso.</p> <p>—¡Ratón! —gritó al entrar en el oscuro vestíbulo, pero su voz se apagó ante la imagen de las puertas del santuario arrancadas de las bisagras y tiradas sobre la moqueta como astillas para una hoguera. Se quedó paralizado un instante—. No.</p> <p>—Cyrus, espera —le supliqué cuando corrió hacia la puerta del sótano. Quería ir primero; por alguna extraña razón quería protegerlo de ver algo terrible.</p> <p>Iba dos escalones detrás de él. Una única bombilla iluminaba el apartamento y al otro lado de la luz vi unas pálidas piernas, que apenas podían distinguirse de las sábanas, abiertas y formando un extraño ángulo sobre la cama.</p> <p>Ni eso ni las sábanas ensangrentadas evitaron que Cyrus se subiera a la cama.</p> <p>—¿Ratón? Despierta. Despierta.</p> <p>—Cyrus… —comencé a decir, pero él no podía oírme. Los ojos muertos de la chica estaban abiertos. Parecían mirarlo con expresión acusatoria.</p> <p>—¿Ratón? Despierta, por favor.</p> <p>Hundió la cara junto a su cuello desgarrado de oreja a oreja. Puso una mano sobre su cabello empapado de sangre, pero cerró la mano en un puño mientras alzaba la cabeza y emitió un sonido que fue un gemido, un grito y un sollozo al mismo tiempo.</p> <p>Con la espalda apoyada contra la pared de hormigón, me dejé caer hasta el suelo. Nunca había visto una emoción tan auténtica y poderosa en él. Nunca lo había imaginado capaz de esa clase de sincero sentimiento.</p> <p>La amaba. Fue como si una fría mano me abofeteara. ¿Lo había sabido yo? ¿Lo había sentido e intencionadamente la había dejado atrás? Si había hecho algo así, si había abandonado a una humana y la había dejado expuesta a esa muerte tan humillante y cruel, lo había hecho por pura maldad.</p> <p>«No lo sabías», me dijo la voz de la sensatez en mi cabeza. Pero esa voz no me pertenecía; era la voz de Nathan en un momento de extraña lucidez, y estaba más preocupado por mí que por él. Eso me partió el corazón.</p> <p>«Nathan, no sé si puedo ayudarte». Estaba cansada, cansada del viaje y cansada por haber presenciado esa carnicería. Sólo quería meterme en la cama y llorar durante años.</p> <p>La claridad de Nathan desapareció de nuevo.</p> <p>—Lo siento —susurraba Cyrus mientras acunaba el cuerpo sin vida de la chica—. Lo siento.</p> <p>Hundida por el dolor de Nathan y por mi sentimiento de culpa por la muerte de la chica inocente, cerré los ojos. No había nada que pudiera hacer para enmendar mi error, nada que pudiera hacer para reconfortar a Cyrus o hacer que se sintiera mejor. La vida de esa chica pendería como una soga alrededor de mi cuello durante el resto de mi vida.</p> <p>Cuando Ziggy había muerto, me había culpado por no protegerlo, pero había podido echarle gran parte de la culpa a Cyrus, que era el que lo había matado en realidad. Incluso había culpado un poco a Nathan por reaccionar de forma exagerada después de encontrar a su hijo en una situación comprometida y hacer que se escapara de casa. Pero no tenía forma de evitar mi culpa ahora, ningún modo de asimilarlo. Lo había estropeado todo y ahora esa chica estaba muerta.</p> <p>No me extrañaba que a algunos vampiros no les gustara matar. ¿Cómo iba a gustarles con esa sensación siempre pendiendo sobre ellos? Por primera vez, comencé a comprender una fracción del dolor de Nathan. La agonía que yo sentía por esa chica reflejaba de algún modo la agitación que Nathan estaba experimentando ahora. Algo cambió en mi mente, como si una de esas piezas del puzzle hubiera encajado inexplicablemente, pero no tuve tiempo para pensar en ello. Cuando alcé la vista, la fría y azul mirada de Cyrus se clavó en la mía con una intensidad mortífera.</p> <p>—Tú has hecho esto —susurró—. Tú la has matado.</p> <p>—No lo sabía —me levanté lentamente, consciente de que ese gesto reflejó mi miedo por él. Pero ¿qué tenía que temer? Era humano. Yo era un vampiro. Tenía más fuerza física y unos reflejos más rápidos que los suyos.</p> <p>Sin embargo, él ya no tenía nada que perder.</p> <p>—Intenté decírtelo —su voz tenía esa calma que conocí en los días que pasé a su lado. Una calma que se convertiría en furia sin previo aviso—. No me has dejado explicártelo y ahora está muerta.</p> <p>—Y tú también lo estarás si no salimos de aquí —fue una amenaza vacía. El lugar estaba abandonado.</p> <p>—Me quedo con ella.</p> <p>—No puedes hacer nada por ella.</p> <p>—La he abandonado —le besó su frente ensangrentada del mismo modo que una madre besaría la cabeza de su hijo—. No voy a volver a hacerlo.</p> <p>—Tú no la has abandonado. Te he secuestrado —le recordé—. Por favor, Cyrus, deja que te saque de aquí antes de que tu padre te encuentre.</p> <p>Las palabras cayeron como un velo sobre él, oscureciendo la expresión del Cyrus humano lo suficiente como para que en él pudiera reconocer la fría expresión del Cyrus que conocía.</p> <p>—Mi padre —pronunció esas palabras como si estuviera a punto de escupirlas—. No, creo que me gustaría ver a mi padre.</p> <p>—No puedo dejarte hacer eso. Sabes que no puedo.</p> <p>—¿Por qué? —dejó a Ratón sobre la cama y se levantó—. ¿Crees que tienes poder para detenerme?</p> <p>Avanzó con la depredadora elegancia que recordaba, con esos lánguidos movimientos que una vez me habían hecho temblar de deseo y terror. Incluso sin su carisma de vampiro, parecía peligroso.</p> <p>—Tienes que dormir en algún momento y cuando lo hagas, te arrojaré a la arena del desierto y veré cómo ardes, igual que tú me viste arder a mí.</p> <p>—¿Y cómo te vi arder?</p> <p>—Sin remordimientos —respondió al instante—. Con placer.</p> <p>Se giró, fue hacia la cómoda y sacó ropa. Esperé a que tuviera unos pantalones puestos para responder.</p> <p>—Yo no lo recuerdo así.</p> <p>—Me preocupa muchísimo cómo lo recuerdes —ironizó—. Por favor, anótalo para poder leerlo si algún día llega a importarme.</p> <p>—Tanto si te importa como si no, no puedes acusarme de ser despiadada —una inesperada humedad cubrió mis ojos—. Quise salvarte muchas veces.</p> <p>—¿Ah, sí?</p> <p>—Quise que fueras una mejor persona. Creí que podía ver algo bueno en ti…, pero nunca lo hice. Jamás me mostraste ni un ápice de lo bueno que había en ti. Si lo hubieras tenido, podría haberte amado.</p> <p>Miró al techo y echó la cabeza hacia atrás con gesto de derrota. Después, me rodeó con una velocidad aterradora y me puso contra la pared. Me hacía daño en los hombros, pero no me resentí. Se acercó a mi cara.</p> <p>—¿Así que tenía que demostrarte lo bueno que había en mí? ¿Tenía que hacer que me amaras?</p> <p>Señaló el cadáver que había en la cama.</p> <p>—Ella me amaba. ¡Me amaba! Así que tal vez el problema no residía en mí.</p> <p>—¡Estaba atrapada en un sótano contigo! ¡Eras el único humano que quedaba cerca de ella! —las palabras fueron crueles, pero no pude reprimirlas—. Claro que te amaba, ¡si la protegías de sus captores!</p> <p>Me abofeteó, aunque apenas lo sentí.</p> <p>—¡No me digas esas cosas! ¿No crees que yo mismo las he pensado? Me amaba. Me amaba y yo… —se le saltaron las lágrimas—. Me amaba —repitió mientras me golpeaba una y otra vez contra la pared.</p> <p>Podría haber reaccionado con furia, podría haberlo atacado y arrastrarlo hasta la camioneta, porque aún estaba la amenaza de los Colmillos y, peor todavía, la posibilidad de que alguien que pasara por allí viera en pie la iglesia que supuestamente había quedado reducida a cenizas. A pesar de todo ello, lo rodeé con los brazos y lo llevé contra mi cuerpo mientras le susurraba palabras de disculpa y le expresaba mi auténtico remordimiento. Los Colmillos lo habían traído desde el Más Allá, pero ella, esa chica, lo había hecho humano. Se necesitaba algo más que unos cuantos días en cautividad y un caso grave de Síndrome de Estocolmo para lograr eso.</p> <p>Cyrus lloró tanto que se quedó sin lágrimas, pero no pudo controlar los violentos sollozos que sacudían su cuerpo. Con las manos en sus hombros, lo aparté suavemente.</p> <p>—Cálmate.</p> <p>—¿Que me calme? —me miró con los ojos enrojecidos—. ¿Cómo puedes decirme que me calme? ¡Está muerta!</p> <p>«Vale, mala táctica».</p> <p>—Sé que está muerta y que eso te hace daño, pero no vas a hacerle ningún favor si te quedas aquí y dejas que te maten.</p> <p>—Tienes razón —se levantó y fue a la cama—. Pero no vamos a dejarla así.</p> <p>—¿Quieres enterrarla?</p> <p>Cyrus la miró como si la chica fuera un objeto frágil de gran valor y no un cuerpo muerto.</p> <p>—No, ahí fuera sólo hay arena. No quiero que un animal la encuentre —se le rasgó la voz ligeramente al pronunciar esas últimas palabras, pero no lloró—. Tráeme unas toallas del baño para que pueda limpiarla.</p> <p>Y así pasamos el resto de la noche. Con cuidado, Cyrus le limpió la sangre de la piel y me pidió que le vendara su cuello rasgado y las marcas de mordiscos que tenía por el resto del cuerpo. La peinó, a pesar de la sangre que enmarañaba su pelo, y posó su cabeza sobre la almohada. Utilizando la técnica que había aprendido en la facultad de Medicina, con cuidado cambiamos las sábanas manchadas sin mover su cuerpo del colchón y le pusimos el vestido de tirantes que parecía ser su única prenda de ropa.</p> <p>—Casi ha salido el sol. Deberíamos irnos.</p> <p>—¿Vienes conmigo? —me pregunté qué motivos tendría para hacerlo. No podía confiar del todo en él.</p> <p>Asintió sin apartar la mirada de la cabeza de la chica, sin dejar de mirarla a los ojos. Con gesto ausente, alargó la mano y le cerró los párpados. Así parecía que estaba dormida.</p> <p>—No puedo dejarla aquí para que… —se cubrió los ojos con la mano—… se pudra.</p> <p>—¿Crees que deberíamos enterrarla? —miré al cielo. No teníamos mucho tiempo, por lo menos yo no—. La policía va a ver que este sitio ha reaparecido. Estarán aquí por la mañana, me sorprende que no hayan llegado ya. ¿De verdad quieres estar enterrando un cuerpo cuando lleguen?</p> <p>—Oh, sí. Eso sería lo peor que podría pasarme, que me mandaran a la silla eléctrica —se rió amargamente, pero creo que aún no llegaba a comprender lo que significaba volver a ser humano, lo importante que le parecería su vida cuando estuviera a punto de perderla.</p> <p>Cyrus se cubrió la cara con las dos manos.</p> <p>—Lo quemaremos —me miró con determinación—. Quemaremos este lugar.</p> <p>Lo dejé a solas con ella mientras iba a buscar cosas que podíamos usar. Los Colmillos se habían dejando una lata de gasolina casi llena. Le di gracias a Dios por ello y la vertí formando una línea desde la cocina, alrededor de los bancos del santuario y por los escalones hasta donde Cyrus estaba arrodillado junto a la cama, con la mano sobre los dedos de la chica muerta.</p> <p>—¿Ya está? —preguntó él mirándome con el rostro surcado de lágrimas.</p> <p>Tuve que aclararme la voz antes de poder hablar.</p> <p>—Sí. Bueno, aunque me falta soltar la tubería del gas de la cocina y dejar que la naturaleza siga su curso. Deberías mover la furgoneta.</p> <p>—¿Y tú? ¿Cómo vas a salir? —miró a la chica y respiró hondo—. No quiero que mueras por esto.</p> <p>—Creí que querías matarme —dije intentando imbuir mi voz de algo de humor.</p> <p>—Oh, claro que quiero matarte —su voz quedó reducida a un susurro—, pero no quiero que mueras.</p> <p>Por muy extraño que sonara, lo entendí. Yo había sentido lo mismo hacia él.</p> <p>—Estaré bien, pero tenemos que darnos prisa antes de que el gas se evapore.</p> <p>Se agachó y besó los labios exangües de la chica mientras le acariciaba el cabello. Después, con una repentina violencia que me impactó, arrancó un trozo de tela de la falda de su vestido. Se lo acercó a la nariz y lo olió antes de guardárselo en el bolsillo y apartarse de la cama.</p> <p>—Vamos.</p> <p>Provocar un incendio resultó ser algo más difícil de lo que pensaba. La cocina pesaba demasiado como para moverla yo sola y por eso, después de prenderle fuego a una guía telefónica sobre uno de los quemadores, la aparté, encendí todos los demás y soplé para apagar la llama del piloto. Mientras corría por el vestíbulo tiré la guía en llamas sobre el rastro de gas. Por un momento, me preocupó que no prendiera y me quedé paralizada al ver que la llama parecía estar extinguiéndose, pero entonces, lo que quedaba de guía comenzó a consumirse y las llamas viajaron lentamente por la moqueta. Me giré, salí corriendo y crucé el aparcamiento hasta donde Cyrus me esperaba junto a la camioneta al otro lado de la carretera.</p> <p>—¡Métete detrás! —le grité, recordando demasiado tarde la clase de heridas que podían producir los restos voladores de la explosión. El gas de la cocina se prendió antes de que él pudiera moverse y me lancé encima para protegerlo con mi cuerpo.</p> <p>—Dios mío —susurró Cyrus mientras nos levantábamos.</p> <p>—No esperaba que esto fuera tan rápido.</p> <p>Nos quedamos un momento uno al lado del otro, mirando el fuego. Intenté no pensar en la chica que habíamos dejado en el sótano, pero cuando miré a Cyrus, supe que eso era lo único en lo que estaba pensando él y el pecho se me encogió de culpa.</p> <p>—¿Sabes dónde está mi padre? —me preguntó en voz baja y con los ojos llenos de lágrimas.</p> <p>No sabía si mentir o decir la verdad.</p> <p>—No. Sé que está planeando algo y sé que tenía que encontrarte.</p> <p>Ladeó la cabeza.</p> <p>—¿En serio? ¿Y cómo lo has sabido?</p> <p>—Por Oráculo —no me molesté en explicarlo, estaba segura de que sabría quién era—. Me dijo que tu padre intenta convertirse en un dios, pero no me dijo lo que supone todo eso. Sí que me dijo que tenía que buscarte y que estarías en la tierra de los muertos.</p> <p>A pesar de la circunstancia en que nos encontrábamos, se rió.</p> <p>—Así que sigue hablando como Nostradamus.</p> <p>—Cyrus, ¿qué está haciendo tu padre? —él tenía que saberlo, Oráculo no me habría enviado hasta allí para nada.</p> <p>—No lo sé —miro hacia la iglesia—, pero haré todo lo que pueda para descubrirlo.</p> <p>—¿Lo harás?</p> <p>—Si mi padre no hubiera decidido levantarme de entre los muertos… Ella ha muerto por su culpa.</p> <p>Pero yo me culpaba a mí y apenas podía respirar por ello.</p> <p>Volví a tener la sensación de que una pieza había encajado en su sitio y comprendí que el dolor que Nathan me enviaba a través del lazo de sangre era lo mismo que yo sentía por la muerte de la chica. Y entonces lo supe. Allí, de pie en el desierto, viendo las llamas de la iglesia mezclándose con el nuevo día que iluminaba el horizonte, me di cuenta de que el único demonio que poseía a Nathan era él mismo. Pero no sabía cómo salvarlo.</p> <p>No puedo imaginarme mi vida sin ella, pero cada día tengo más claro que se la llevarán de mi lado.</p> <p>Max se frotó los ojos y volvió a leer la frase. Hasta ese momento, el diario de Nathan sólo le había dado datos de una parte de su vida, la parte más insegura y deprimida. Levantó la mirada del libro y miró a Bella. Estaba tumbada sobre unas sábanas y una pila de almohadas que había colocado en el suelo y leía una copia raída de <i>El Sanguinarius</i>. Se había quedado sorprendido cuando ella le había dicho que se lo iba a leer. Aunque era el libro más importante en la lista de lecturas obligatorias para los vampiros asesinos, Bella le había dicho que durante el entrenamiento para pertenecer al Movimiento los hombres lobo no habían tenido acceso a él. Max esperaba no estar quebrantando ninguna ley por compartir el libro con ella, pero después recordó todas las reglas que ya habían rotos los dos.</p> <p>—¿Vas a seguir mirándome o vas a terminar de invadir la intimidad de tu amigo? —no alzó la mirada mientras habló.</p> <p>Max suspiró.</p> <p>—No estoy sacando nada de aquí, sólo páginas y páginas de cuánto ama a Carrie y cuánto dolor le causa eso.</p> <p>—Pues eso ya es algo —Bella se incorporó con un movimiento grácil y felino a pesar de pertenecer al grupo canino—. En ocasiones lo único que necesitas para llegar hasta el alma atrapada es algo de información personal. Tal vez si Carrie hablara con él…</p> <p>—Hay algo más… su ex mujer.</p> <p>—¿Está divorciado? Jamás entenderé esa costumbre humana.</p> <p>—No es una costumbre, es una excepción —la corrigió Max—. Yo tampoco la entiendo. Si no te casas, las cosas son mucho más sencillas.</p> <p>—Lo que quería decir era que es antinatural estar separado de tu pareja —le arrojó una almohada.</p> <p>Él la agarró y se la volvió a tirar.</p> <p>—Nathan no está divorciado. Su mujer murió. Él la mató.</p> <p>—¿Y por qué hizo algo así?</p> <p>Max pasó unas cuantas páginas y leyó:</p> <p>—«Cada noche deseo haber actuado de otro modo. Ojalá les hubiera dejado matarme de hambre. Si hubiera sido fuerte entonces, ahora estaría muerto, en lugar de vivir con este sentimiento de culpabilidad» —cerró el libro—. Supongo que se la comió. ¿No ponía eso en su informe?</p> <p>—Tal vez en su informe sellado de la libertad condicional. Hablas de estas cosas como si no importaran. ¡Como eres una criatura que no sabe lo que es la muerte, la vida no te importa nada! —el cuerpo de Bella temblaba de rabia y miedo, o por ambas cosas.</p> <p>Él se puso de pie, furioso por la acusación.</p> <p>—Escucha, sé mucho sobre la muerte —el rostro de Marcus apareció en sus recuerdos—. Yo ya no mato.</p> <p>—Pero lo hiciste. Una vez lo hiciste.</p> <p>Eso era una verdad que no pudo discutirle.</p> <p>—Casi todos lo hemos hecho, en un momento u otro. Y tú eres una asesina. Matas vampiros. ¿Qué diferencia hay?</p> <p>—Que yo mato a los que se alimentan de los débiles. Mato por la necesidad de orden y paz.</p> <p>—Claro, y satisfacer tu instinto animal es sólo una ventaja que viene incluida.</p> <p>La charla estaba convirtiéndose en una discusión; una que no le apetecía tener. Habían estado unas horas muy tranquilos.</p> <p>—Yo no disfruto matando —dijo con los dientes apretados—. Los que aprecian el significado de nuestra verdadera naturaleza no quieren convertirse en uno de esos lupins asesinos.</p> <p>Para sorpresa de Max, se santiguó y escupió después de pronunciar ese nombre.</p> <p>—Sí, claro, vuestra verdadera naturaleza. ¿Te importaría darme una pista?</p> <p>Ella se bajó la cremallera. Debajo de su cazadora de cuero negro sólo llevaba un sujetador. El lado más calenturiento de la mente de Max vio que hacía juego con las braguitas que le había visto puestas el día antes y que ahora colgaban sobre la barra de la ducha en el cuarto de baño. No tuvo tiempo de seguir imaginando su cuerpo desnudo bajo los vaqueros de Carrie que Bella se había puesto; la mujer lobo se quitó la chaqueta y le resultaron más interesantes las oscuras líneas de texto que le envolvían los brazos.</p> <p>Ella levantó un brazo para que pudiera leer. Había algo de latín, de hebreo, de una extraña lengua que no podía identificar y un poco de italiano. Con facilidad pudo traducir algunas de las palabras escritas en latín:</p> <p>Una deuda que se debe a la muerte del Dios hecho Hombre, Yeshua, Joshua, Jesús, el Cristo de Nazaret, y que nunca será pagada.</p> <p>La oración cambiaba a italiano y ahí perdió su capacidad de leer. Sacudiendo la cabeza, le agarró el otro brazo.</p> <p>La semilla de Pilatos será sembrada en campos áridos, y la cosecha de la expiación se burlará de él como asesino del Cordero. Que su sangre esté en nuestras cabezas y en las cabezas de nuestros hijos.</p> <p>—Lobos —dijo Bella en voz baja—. Todos somos descendientes de un hombre. El asesino de Cristo.</p> <p>Max le soltó el brazo y se pasó la mano por la cara.</p> <p>—¿De Poncio Pilatos?</p> <p>—Es una maldición. Buscamos modos de expiación, de pagar la deuda de sangre, ¿pero cómo es de grande la deuda de un dios muerto?</p> <p>—He leído la Biblia. Él debía morir —genial, ahora estaban discutiendo sobre teología—. El final se habría estropeado si no hubiera muerto.</p> <p>Bella se encogió de hombros.</p> <p>—Judas Iscariote arde en el Infierno también, pero la historia no habría estado completa si no hubiera traicionado a Cristo. No hay razón para la cólera de Dios. Es algo que he llegado a aceptar.</p> <p>—Eso me resulta demasiado pesimista.</p> <p>Ella se puso la cazadora.</p> <p>—Oímos la historia de nuestra carga cada día cuando somos niños y, cuando crecí, mi padre me lo grabó en la piel. Es un recordatorio de que esta maldición forma parte de mí.</p> <p>Max se rió.</p> <p>—Sospecho que tiene más que ver con las diferencias entre los lupins y los hombres lobo que lo que dejáis ver.</p> <p>Ella esbozó una pequeña sonrisa.</p> <p>—Los vampiros pensáis que lo sabéis todo, pero tenéis razón. La reciente división por la ciencia contra la magia sólo ha servido para ampliar la escisión entre nuestras facciones y llevarnos a aliarnos con el Movimiento. Los lupins se aferran a los antiguos modos romanos, mientras que los hombres lobo hemos abrazado la tierra.</p> <p>Y con eso pareció dar el asunto por zanjado. Volvió a <i>El Sanguinarius</i> y pasó las páginas como si su mente no estuviera centrada en el material contenido ahí. Max se aclaró la voz.</p> <p>—Voy a por algo para comer antes de seguir intentando leer la letra de Nathan. ¿Quieres algo?</p> <p>—¿Un vampiro tiene algo que comer aparte de sangre? —dijo, de nuevo, con algo de humor en su voz y haciendo que Max se sintiera un poco aliviado.</p> <p>—Sí, hay comida. Al contrario de lo que cree todo el mundo, podemos comer y algunos hasta disfrutamos con ello.</p> <p>Bella lo siguió hasta la cocina, y cuando Max se movió para poner la tetera sobre el fuego, se chocaron accidentalmente. Las disculpas farfulladas de ambos no sirvieron para remitir la otra clase de tensión que sentía Max, ésa que le hacía imaginarse lo que sus cuerpos podían hacer juntos.</p> <p>—Me deseas.</p> <p>Él abrió la boca para responder, pero se atragantó y tosió durante un rato antes de poder recuperar el aliento. «Tranquilo, Harrison».</p> <p>—No tienes nada de que avergonzarte —le aseguró—. Soy muy guapa y debo de resultarle muy exótica a un vampiro.</p> <p>—Yo no me siento atraída por ti. Como mucho, estoy tolerando que estés aquí. No me gustan los hombres lobo.</p> <p>Ella se rió.</p> <p>—Vale.</p> <p>—¿De verdad te resulta tan imposible que haya alguien que no te encuentre atractiva? —intentó sonar arrogante, aunque no le salió bien. Abrió la puerta de la nevera en busca de la bolsa de B positivo que había visto antes—. Escucha, estoy seguro de que de entre todos los de tu especie, tú eres el mejor partido, pero no me gusta el rollo del estilo perrito.</p> <p>—No tendríamos que hacerlo al estilo perrito —presionó su cuerpo contra su espalda y lo obligó a girarse hacia ella.</p> <p>Max lo hizo, metió las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros y le echó las caderas hacia delante.</p> <p>—Así que antes estabas insinuándote.</p> <p>—No me había dado cuenta de lo descarada que tenía que ser para llamar tu atención —lo rodeó por el cuello y lo besó, no en los labios, sino en la comisura de la boca. La piel de Bella era sorprendentemente cálida.</p> <p>Ella volvió a hablar, con un <i>sexy</i> y suave susurro contra su mejilla.</p> <p>—No estamos en una situación ideal, pero me siento atraída por ti. Y somos adultos. ¿Qué problema habría en liberar un poco de… tensión?</p> <p>Max no podía discutir contra esa lógica, y por eso le permitió que lo tendiera sobre el suelo mientras ensayaba la disculpa que tendría que dar por cometer unos atroces actos de placer carnal en la cocina de Nathan.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 18</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Rocas y sitios duros</p> </h3> <p>Cyrus había fantaseado con dos formas de matar a Carrie mientras atravesaba el inhóspito y abrasador desierto. Un modo habría sido arrancar la cortina y dejar que el sol azotara su cuerpo dormido, pero lo había descartado de inmediato. Seguro que ella viviría lo suficiente para envolverse en la cortina y dragarlo con el cloroformo otra vez y se pasaría el día atado al asiento del copiloto. Eso era con lo que Carrie lo había amenazado y sabía que lo haría.</p> <p>El otro modo era mucho más divertido. Se detendría en un lado de la carretera, se subiría detrás llorando y buscando su consuelo. Cuando ella intentara rodearlo con sus traicioneros brazos, le hundiría la estaca en la espalda. Pero sin nadie que condujera por la noche mientras él dormía, el viaje sería más dificultoso. Eso sin mencionar el hecho de que no llegaría muy lejos sin dinero y sólo con la ropa que llevaba encima.</p> <p>Agarró el volante con fuerza. No, ésa no era la única razón. No podía matarla porque cada vez que se lo imaginaba, recordaba la ternura con la que lo había ayudado a ocuparse de Ratón y después se imaginaba a Ratón mirándolo desde el Cielo y sintiéndose decepcionada con él.</p> <p>Era una estupidez pensar eso; ya había estado muerto antes y sabía lo que pasaba. Una… nada de color azul. Por un lado esperaba que Ratón no quedara decepcionada con la realidad de la vida después de la muerte, y por otro lado, su alma mortal se atrevía a dudar de que ella fuera al mismo lugar donde él había estado al morir. Tal vez la realidad era que el Infierno sólo estaba reservado para los vampiros y los pecadores, y ella había poseído un corazón puro.</p> <p>Se sintió culpable. Tal vez lo que habían hecho juntos la había privado para siempre del Cielo en el que tanto había creído la chica. Esos malditos santos sobre los que tanto había hablado habían sido premiados por su castidad. Por un momento deseó poder llamar a alguno de ellos, poder llamar a alguien y explicarlo todo. «Escuchad, no fue culpa suya. Fueron unas circunstancias atenuantes. Estaríais cometiendo un grave error si la culpáis por ello».</p> <p>Pensó en las historias que le había contado, ésas en las que las doncellas puras y de buen corazón creían tanto en Cristo y en su Santa Madre que incluso algo tan vergonzoso como ser violada por un hombre no les impedía la beatificación. Ésa tenía que ser la respuesta. Él había sido el monstruo que se había aprovechado de su carne sin ser capaz de tocar su alma.</p> <p>«Vamos, no te pongas dramático». Pisó el freno y se detuvo en un <i>stop.</i> Notó un extraño sonido y lo achacó a un fallo mecánico; descansó la cabeza sobre el volante un momento.</p> <p>Claro que Ratón había ido al Cielo. Para él, ni la Santísima Virgen podía competir con ella en cuestión de pureza.</p> <p>Cruzó la intersección y aceleró. ¿Cómo era posible que lo que Ratón y él habían hecho fuera un pecado? Eran dos adultos consentidores y lo habían hecho movidos por el amor. Bueno, por lo menos él. Ella le había dicho que estaba adaptándose a la situación, pero Cyrus prefería no pensar así. Lo había amado… y alguien la había apartado de su lado. Sin embargo, no sólo culpaba a Carrie por su dolor, ya que nunca habría ido a buscarlo de no ser por su padre. En realidad, Jacob Seymour había sido el responsable de todas las muertes de sus amores y, cuando lo encontrara, haría que el Devorador de Almas pagara por todas ellas.</p> <p>—He hecho todo lo que me has pedido. ¿Cómo has podido?</p> <p>El crujido del saco de dormir de Carrie lo devolvió al presente.</p> <p>—¿Estás rezando?</p> <p>—Vuelve a dormir —¡una oración! Qué idea tan novedosa. Después de todo, era humano y eso significaba que Dios, si es que existía, tenía que cuidar de él. Eso era lo que le habían dicho esos misioneros que iban puerta por puerta. Claro que se habían retractado y lo habían maldecido como si fuera el diablo justo antes de que los hubiera matado, aunque se alegrarían de saber que su mensaje había calado hondo.</p> <p>«Dios, Jesús, a quien sea que tengo que enviar esta oración, siento lo que le he hecho». Algo le hizo quedarse sin respiración. «Por favor, no la tomes con ella, deja que esté bien donde está. Dile que la amé de verdad, que en esta ocasión no era un juego. Lo juro».</p> <p>Sería la última vez que lo admitiría, decidió, porque le dolía demasiado. Lo guardaría todo en la parte trasera de su mente, encontraría a su padre y se vengaría. Probablemente moriría en el proceso, pero encontraría al hombre que había sido un monstruoso padre y un Creador más cruel todavía. Lo encontraría y vengaría a Ratón.</p> <p></p> <p>Cuando Cyrus me despertó al ponerse el sol, unos círculos oscuros rodeaban sus ojos. Lo había oído varias veces durante el día, hablando solo, de un modo que indicaba que no estaba hablando exactamente.</p> <p>Yo probablemente tenía el mismo aspecto de agotada que él. Me había costado dormir y bajar la guardia cuando la persona del asiento del conductor parecía estar perdiendo la cabeza lentamente.</p> <p>—¿Estás bien? —le pregunté cuando pasé de la parte trasera al asiento delantero.</p> <p>—He estado mejor, pero sobreviviré —se deslizó hasta el asiento del copiloto y se puso el cinturón—, pero necesito comida.</p> <p>—¿Te vale comida rápida?</p> <p>Sorprendentemente ni puso cara de asco, ni hizo ningún comentario, ni rechazó la idea de pleno. Simplemente se encogió de hombros y respondió:</p> <p>—Con tal de que no sea ésa del insípido payaso.</p> <p>Condujimos en silencio hasta el siguiente pueblo, donde encontramos una hamburguesería. Cyrus tenía un apetito voraz y se comió la cena con unos terribles modales nada propios de él.</p> <p>—Ya no eres un vampiro. Esto es malísimo para tu salud —le recordé.</p> <p>—Esto es malísimo, punto —pareció recordarse a sí mismo y se limpió la boca con una de las baratas servilletas de papel—. Está grasiento y es desagradable, pero hace un día que no como. Tengo que satisfacer las exigencias del estómago humano.</p> <p>—Entonces, ¿te han alimentado?</p> <p>No me miró.</p> <p>—No. Ratón cocinaba la mayor parte del tiempo. Aunque yo sé hacer un perrito caliente en el microondas.</p> <p>—Bueno, por lo menos no te morirás de hambre cuando estés solo —en ese momento pensé que me imaginaba un futuro para él más allá de lo que sucediera cuando regresáramos. A cada momento que pasaba, Cyrus me parecía más humano y menos un monstruo.</p> <p>De pronto pareció incómodo con el tema y se mostró más interesado en su refresco que en nuestra conversación. Cuando volvió a hablar, fue como si hubiera levantado un muro, anulando tanto al nuevo Cyrus humano como al aterrador y familiar Cyrus que me había creado.</p> <p>—Así que Oráculo te dijo que el Devorador de Almas intenta convertirse en un dios. ¿Dijo de qué clase?</p> <p>Sorprendida ante el hecho de que se hubiera referido a Jacob Seymour con ese nombre y no como su adorado padre, me tomé un momento para responder y entonces asimilé la pregunta:</p> <p>—¿Qué quieres decir con «de qué clase»?</p> <p>Cyrus suspiró, claramente molesto por el hecho de que no me hubiera documentado.</p> <p>—Ya sabes, ¿un semidiós?, ¿un dios sacrificado?, ¿un dios de ritos de la fertilidad?</p> <p>—No tengo ni idea. Simplemente dijo un dios. Perdóname por no preguntarle nada más, pero estaba intentando arrancarme la cabeza.</p> <p>—Bueno, no importa. De todos modos, todos implican el mismo proceso.</p> <p>—No tenía ni idea de que los vampiros podían convertirse en dioses —la de cosas que no se molestaban en publicar en <i>El Sanguinarius.</i></p> <p>—Cualquiera puede convertirse en dios, lo único que hace falta es una colección de almas. No sé por qué padre no convence a alguna de esas religiones de los ovnis de que él es un Mesías. Sería más sencillo que lo que pretende hacer.</p> <p>Mi cerebro gritaba «¿podrías ser más enigmático todavía?», aunque cuando abrí la boca, lo que dije fue algo más educado:</p> <p>—¿Y cómo va a hacerlo?</p> <p>Con una lentitud exasperante, Cyrus comenzó a toquetear el salpicadero.</p> <p>—Bueno, estoy aquí, obviamente, y no lo estaría a menos que mi padre me necesitase. Ya que sólo hay un ritual que yo conozca en el que me necesitaría vivo, doy por hecho que va a consumir las almas de los vampiros que ha creado.</p> <p>—¿Qué? —la camioneta zigzagueó bruscamente.</p> <p>—¿Pero qué cono estás haciendo?</p> <p>—¿Has dicho que intenta comerse a los vampiros que ha creado? —pregunté con una voz algo histérica y aguda.</p> <p>—Bueno, a los que no se haya comido todavía —me lanzó una mirada de furia cuando pudo volver a sentarse derecho después del bandazo que le había dado a la camioneta—. Bueno, ¿vamos a quedarnos aquí en mitad de la carretera toda la noche?</p> <p>Con los dientes apretados, levanté el pie del freno y pisé el acelerador.</p> <p>—Hay un ritual que estaba buscando allá por el siglo XVII. Al parecer, un devorador de almas que emergió en la era prehistórica ansiaba convertirse en un dios que, con el tiempo, fue venerado en la antigua Grecia. El ritual que utilizó fue una de las primeras ceremonias de ocultismo de que se tiene constancia.</p> <p>—¿Funcionó? —pregunté con miedo.</p> <p>—¿Alguna vez has oído hablar de Hades? —Cyrus se rió y sacudió la cabeza como si estuviera hablando de un viejo amigo—. No lo sé con seguridad, pero padre estaba demasiado obsesionado con el ritual como para que no sea el que está utilizando ahora. Creo que para ello tiene que consumir las almas de todos los que ha matado. Debe de llevar siglos trabajando en ello.</p> <p>Cyrus volvió a caer en un reflexivo silencio. Justo cuando yo estaba a punto de hablar, comenzó a golpear el salpicadero con los puños.</p> <p>—Debería habérmelo dicho. Lo serví fielmente… ¡debería habérmelo dicho!</p> <p>—No pudo decírtelo —dije con voz suave—. En ese caso habrías sabido que iba a matarte.</p> <p>Mis palabras no produjeron ningún efecto en él.</p> <p>—No me extraña que quisiera que le diera asilo a esos asquerosos moteros hace años…</p> <p>—La verdad es que eso fue sólo hace meses —lo corregí, pero de nuevo, pareció no oírme.</p> <p>—Debería haberlo sabido. Debería haber sabido que estaba planeando algo así. Lo veneraba —dijo con cara de verdadera repulsa—. Si me lo hubiera pedido, le habría dejado tomar mi alma.</p> <p>—No, no se lo habrías permitido —recordé cómo se había arrodillado ante el ataúd de su padre como si fuera una reliquia sagrada—. Eras demasiado egoísta como para haber hecho algo así.</p> <p>—Puede que tengas razón —una fina sonrisa cruzó sus labios—. ¿Sabes?, hoy he estado pensando en matarte.</p> <p>—Contaba con que lo intentaras —por eso había tenido el cloroformo a mano y había escondido las estacas debajo de mi saco de dormir.</p> <p>—¿No vas a gritar y a despotricar contra mí? —se rió—. La Carrie que recuerdo no es así.</p> <p>—Bueno, la Carrie que recuerdas ha pasado dos meses intentando superar lo que pasó contigo. Quiero decir, intentando superar lo que me hiciste. Ya no me pones nerviosa.</p> <p>—¿Intentas superar eso?</p> <p>Por mucho que hubiera cambiado durante los últimos dos meses, no había sido suficiente para acabar con su ego.</p> <p>—Todo lo que digo sobre ti lo digo en serio, recuérdalo. Intento superar las cosas horribles que me hiciste, tu absoluta falta de humanidad y cosas como ésa.</p> <p>—Yo también he estado pensando en ello —de pronto su voz sonó ronca, como si estuviera a punto de llorar.</p> <p>«Por favor, por favor, que no tenga un momento Oprah mientras estoy conduciendo. No creo que pudiera soportarlo».</p> <p>—Aunque, claro, eso ha sido hasta que accidentalmente la has matado… —apartó la cara de modo que sólo pude ver su perfil—. Bueno, no puedo culparte del todo por lo que le ha pasado.</p> <p>—Qué generoso —tragué el nudo de culpabilidad que se había formado en mi garganta—. Lo siento. Sabes que no me gusta ver que gente inocente resulta herida.</p> <p>—Pero a mi padre sí. No importa. Hablemos de otra cosa, ¿vale?</p> <p>—¿Como qué? ¿El tiempo? —increíble. Era exactamente igual que su antiguo yo, si pensaba que era apropiado no hablar sobre el hecho de que me culpara de la muerte de la chica—. Eres un cretino.</p> <p>—Carrie, lo siento —cerró los ojos, pero en realidad no había pretendido disculparse y lo lamentó—. ¡Y me cuesta mucho decirte esto! ¡Me rechazaste! —agarró con fuerza el reposabrazos.</p> <p>Recordaba perfectamente su tendencia a la violencia y me aparté un poco.</p> <p>—Sinceramente, creo que acabaste con tus posibilidades cuando me arrancaste el corazón.</p> <p>—Después de que entraras en mi casa y me traicionaras —su voz cayó hasta sonar como un mortífero murmullo—. Después de que entraras en mi cama por propia voluntad, estuviste conspirando a mis espaldas mientras estaba dentro de ti.</p> <p>Si hubiera podido apartar mis manos del volante, lo habría abofeteado.</p> <p>—Sabía que la humanidad no te cambiaría. Pareció impactado y molesto por mi comentario.</p> <p>—No sabes nada sobre cómo he cambiado.</p> <p>—Cyrus, compartimos un vínculo telepático una vez y vi exactamente lo desviada que estaba tu mente. ¿Estás haciendo un intento de convencerme de que todo lo que vi en tu cabeza era una mentira?</p> <p>—No, no fue una mentira —se cubrió la cara con las manos.</p> <p>—Estás cansado. Deberías ir atrás y dormir.</p> <p>—No, quiero decirte esto —se frotó la frente—. Era un monstruo cuando me conociste. No puedo cambiar eso, pero ya no soy ese hombre. No sé de qué otro modo explicártelo, pero lo único que puedo decir es que ella, Ratón, sí que me hizo algo que nadie había hecho nunca y eso marcó una diferencia. ¡Ah!, sueno como un completo imbécil.</p> <p>Y así era… un poco. Yo jamás me había tragado la idea de que alguien pudiera cambiar por algo tan milagroso como un vínculo con otra persona, aunque Cyrus había estado a punto de cambiarme a peor cuando estábamos conectados por el lazo de sangre. Pero, a juzgar por sus palabras, él sí que creía que había cambiado. Y si lo creía, eso era suficiente para hacer que sucediera, ¿no?</p> <p>Tragué saliva; de pronto, la lengua se me había quedado seca.</p> <p>—¿Qué te hizo? —«espero que no sea nada desagradable». No pude evitar sospechar que esas muestras de emoción podían estar preparadas, que era otra de sus trampas. Eso siempre se le había dado muy bien.</p> <p>—Me dijo que me amaba —se rió un poco, pero en ese sonido sólo hubo pesar.</p> <p>Una vez él me había preguntado si lo amaba… o mejor dicho, me había exigido que pronunciara esas palabras, pero yo me había negado y ahora me sentía culpable; ¿habría bastado con eso? Si hubiera seguido mintiéndole, si le hubiera hecho creer que lo amaba, ¿podríamos haber sido felices juntos?</p> <p>Aparté ese pensamiento de mi mente. Claro que me había sentido atraída hacia él. Había sido un hombre atractivo y esa atracción no había tenido nada que ver con nuestra conexión mediante el lazo de sangre. Pero si aquella noche hubiera cedido ante él, no lo habría cambiado para mejor, sino que me habría condenado a mí a vivir como un monstruo.</p> <p>«No fuiste lo suficientemente buena como para cambiarlo». Darme cuenta de ello hizo que se me saltaran las lágrimas y me aclaré la voz y parpadeé para librarme de ellas. Si se percató de ello, no lo dijo.</p> <p>—Ésa era la clave. Nadie más, ni mis esposas, ni mis hermanos, ni mi padre siquiera, me habían dicho que me querían. Creo que estaba retando a alguien para que me demostrara que me equivocaba con la percepción que tenía de mí mismo.</p> <p>—Me alegra que te conozcas tan bien —dividida entre el remordimiento y la rabia, mantuve los ojos en la carretera sin querer mirarlo.</p> <p>—Hoy he tenido mucho tiempo para pensar —el sonido de su cinturón de seguridad me indicó que iba a situarse en la parte trasera—. Me voy a dormir.</p> <p>Mientras estaba entre los dos asientos, me puso una mano en el brazo. Su tacto quemaba, justo como recordaba.</p> <p>—Lo siento por todas las veces que te hice daño, Carrie. Tanto si me crees como si no, necesitaba que lo oyeras.</p> <p>Le aparté la mano de mi cuerpo.</p> <p>—Te lo agradezco —supe que sonó a sarcasmo, pero era lo que pensaba en realidad; significaba algo para mí que lo lamentara, pero aún no podía confiar en él…</p> <p></p> <p>Cuando estuve segura de que Cyrus dormía, saqué el teléfono móvil de la guantera y marqué el número de Max.</p> <p>Tardó una eternidad en responder, y por un momento me alarmé. Nada, a excepción de la muerte o un desmembramiento, podían evitar que ese hombre respondiera al teléfono. Por fin contestó, con la respiración entrecortada.</p> <p>—Harrison.</p> <p>—¿Qué pasa? —lo primero que pensé fue que a Nathan le había pasado algo.</p> <p>Las risas de Max no hicieron nada para reconfortarme.</p> <p>—Nada, nada. Sólo estoy… ya sabes… preparándome para salir y luchar.</p> <p>—Deberías estar buscando a Nathan, no luchando con nadie. ¿Estás seguro de que no pasa nada?</p> <p>Volvió a reírse, aunque estaba nervioso.</p> <p>—Oh, sí, sólo estoy… Bueno, entonces, ¿ya estás allí?</p> <p>Casi había olvidado por qué lo había llamado.</p> <p>—La verdad es que estoy volviendo.</p> <p>—¿Con Cyrus?</p> <p>—Con Cyrus —miré por el retrovisor temerosa por un segundo de verlo allí, escuchándome, pero entonces lo oí exhalar en su sueño y casi me reí de alivio—. Y ronca.</p> <p>—¿Tenía alguna información?</p> <p>Me mordí el labio. Había muchas cosas que Max no tenía que saber, aunque no podría mantener en secreto mucho tiempo ni lo de la chica de la iglesia ni los terribles celos que había despertado en mí. Pero aún tenía tiempo para contarlo, de modo que le daría a Max la mínima información para mantener la finalidad de su operación a flote.</p> <p>—Carrie, ¿sigues ahí?</p> <p>—Lo siento. Estoy pendiente del tráfico.</p> <p>—Bueno, ¿qué ha pasado? —dijo entre suspiros.</p> <p>Lo informé sobre lo que había aprendido sobre el ritual del Devorador de Almas y, cuando terminé, Max dijo:</p> <p>—Bueno, no puedo asegurarte que no nos estén vigilando.</p> <p>—¿Quién?</p> <p>—El Devorador de Almas. Anoche encontré un nido de sus matones cuando estaba siguiendo a Nathan —dio un pequeño grito y después farfulló algo—. Lo siento, me he pinchado.</p> <p>—Max, ¿hay alguien ahí contigo? —tal vez no me dijo porque pensó que me enfadaría con él por «entretenerse» mientras Nathan estaba en peligro, pero después de todo, se trataba de Max. No estaba segura de que pudiera subsistir sólo a base de agua; dependía muchísimo del sexo.</p> <p>—No, no, para nada —respondió con un tono demasiado animado que no se correspondía con la pregunta que le había hecho.</p> <p>—En ese caso no tendrás ningún problema en admitir que eres gay —le dije con una sonrisa.</p> <p>—¿Qué? —se rió—. ¿Por qué iba yo a decir algo así?</p> <p>—Si no lo dices, sé que ahora mismo estás con una mujer —¿Max Harrison admitiendo que es gay? Eso jamás pasaría, y menos si una atractiva fémina podía oírlo.</p> <p>—Estás comportándote como una cría.</p> <p>Y así era.</p> <p>—Dilo. Di: «A mí, Max Harrison, me gustan las colitas». Dilo.</p> <p>—¡De acuerdo! He encontrado a la otra asesina y está aquí ahora mismo.</p> <p>—¿Qué? —el volante se me escapó de la mano unos segundos—. ¿Qué está haciendo ahí?</p> <p>—Cálmate, es guay, y está de nuestro lado, al menos por ahora. El Movimiento no la informó del todo sobre su asignación y ha reajustado sus prioridades.</p> <p>—Tú también deberías hacerlo —dije bruscamente—. ¡No puedo creer que estés dejando al enemigo andar tan campante por mi casa!</p> <p>—No es el enemigo. Por Dios, Carrie, ¿no has escuchado ni una palabra de lo que he dicho? Ahora que sabe lo que de verdad está pasando, ¡va a ayudarnos! —gritó por el teléfono.</p> <p>—Sí, claro. ¡Va a ayudarse a sí misma a llegar a la cabeza de Nathan después que de la conduzcas directamente hasta él! —me alegraba que estuviéramos a kilómetros de distancia, porque estaba lo suficientemente enfadada como para atravesarlo con una estaca.</p> <p>—¡Nathan la atacó! Ha sobrevivido por poco, pero recuerda el ataque y sabe que estaba poseído y que el Devorador de Almas está involucrado.</p> <p>Max no lucharía tanto si tuviera alguna duda en cuanto a su lealtad hacia nuestra causa. Tal vez era un mujeriego, pero no era estúpido. Aunque eso no se lo diría en ese momento, estaba demasiado enfadada.</p> <p>—Está bien, cuéntame más sobre lo del Devorador de Almas.</p> <p>—No hay mucho más que contar. Había cuerpos por todas partes, pero ningún guardia apostado. Llevan allí un tiempo. Creo que están buscando a Nathan —se detuvo—. Escucha, estaba acercándose bastante, pero lo ahuyentamos, y me parece que no es buena idea que esté solo si su papaíto está buscándolo.</p> <p>—Eso es lo que estaba pensando yo, pero aunque lo atrapemos, ¿cómo vamos a retenerlo?</p> <p>—Podríamos usar las esposas que encontré en su dormitorio… Pervertidos…</p> <p>—¿Has hurgado en nuestras cosas? —me alegré de que no pudiera ver lo sonrojada que estaba al pensar exactamente en lo que habíamos empleado esas esposas. Me invadió el mismo rubor que había tenido la noche que Nathan las había traído a casa en broma… o casi en broma. Un vampiro que había escapado de la policía las llevaba puestas cuando se había topado con Nathan, que por ese momento aún pertenecía al Movimiento. Después de que lo hubiera atravesado con una estaca, había recogido las esposas. «Ten un poco de respeto por los muertos, Nathan».</p> <p>«Vamos, apuesto a que el muerto habría querido que le diéramos buen uso», me había respondido.</p> <p>¡Y tanto que lo hicimos!</p> <p>—¿Sigues ahí? —la voz de Max me sacó de mis recuerdos.</p> <p>—Sigo aquí. No es mala idea, podemos atraparlo y esposarlo, pero ten cuidado. No lo mates. Y no dejes que esa… como se llame… lo haga tampoco.</p> <p>—No pienso permitirlo —habló con firmeza.</p> <p>—Está bien, pero…</p> <p>—¿Que tenga cuidado? —no estaba burlándose de mí. Sabía muy bien lo mucho que dependía de Nathan—. Sabes que lo tendré.</p> <p>—Gracias, Max.</p> <p>Después de que colgáramos y de que el sonido de la carretera fuera lo único que me distraía de mi situación, me apoyé en las palabras de Max como si fueran mi balsa de salvación. Eso evitó que me imaginara a Nathan muerto a manos del monstruo que lo había creado.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 19</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Rescate</p> </h3> <p>Según Max, el mejor modo de encontrar a Nathan era volver a buscar por el barrio donde habían estado la noche anterior, y hacerlo lo antes posible.</p> <p>—Vamos por aquí —sin esperar a que Bella respondiera, porque sabía que ella diría lo contrario, se metió entre los matorrales.</p> <p>—¡Por ahí no!</p> <p>Oyó el suave sonido de una valla eléctrica un momento antes de que sus tobillos la sintieran.</p> <p>—¡Joder!</p> <p>—Es culpa tuya —le reprendió ella riéndose y cayendo de espaldas—. Podía olerlo.</p> <p>—¿Puedes oler vallas eléctricas?</p> <p>Ella se encogió de hombros.</p> <p>—Ya no. Ahora huelo a ozono y a piel quemada. A ver.</p> <p>Él echó la pierna atrás cuando Bella se arrodilló a su lado.</p> <p>—No pasa nada.</p> <p>—Claro que sí —le agarró el tobillo—. Déjame ver.</p> <p>—De acuerdo —él se subió el pantalón dejando al descubierto la piel rosada e hinchada donde el maldito alambre lo había herido.</p> <p>—No está tan mal como pensaba —dijo ella algo impresionada.</p> <p>—Pretendo complacer —no se dio cuenta del doble sentido de sus palabras hasta que ella miró a otro lado sonrojada.</p> <p>—No quería decir…</p> <p>De pie, ella se colocó la cazadora.</p> <p>—Tengo su olor, pero no es fresco. ¿Tal vez de anoche?</p> <p>Maldita sea. Max creía que las cosas habían ido bien entre los dos. Después de un buen y largo revolcón en el suelo de la cocina de Nathan, habían pasado el día investigando y lanzándose unas indirectas no muy sutiles, pero entonces él había hecho una simple pregunta, y todo se había ido al traste.</p> <p>—¿Los hombres lobo pueden convertirse en vampiros y al revés? —había preguntado al alzar la vista de <i>Un compendio de demonios de Warlock.</i> Ella había palidecido y rápidamente había mirado la libreta donde Nathan tenía una lista de los vampiros de la zona.</p> <p>—No sé qué quieres decir.</p> <p>—Sí, claro que sí, eres una chica lista —Max se había sentado en el suelo a su lado—. Imaginemos que me muerdes ahora mismo, ¿me convertiría en un hombre lobo?</p> <p>—Tendría que morderte con intención —carraspeo—. Es decir, tendría que querer que te convirtieras, pero no sé si es posible ser las dos cosas.</p> <p>—Vale, de acuerdo. Entonces, ¿si te sacara la sangre y te diera la mía, te convertirías en un vampiro? —le apartó un mechón de pelo de los ojos, pero ella le apartó la mano cuando lo hizo y se levantó del suelo de un salto.</p> <p>—¡No! No, no es posible. ¿No tienes nada mejor que hacer que molestarme con preguntas estúpidas?</p> <p>Después de eso, se había mostrado peor que la perra despiadada que había amenazado con matarlo unas noches antes. Se había mostrado completamente indiferente hacia él.</p> <p>Ahora se alejaba por la acera con los brazos cruzados, aunque no llegó muy lejos antes de darse cuenta de que iba sola.</p> <p>—¿Vienes, vampiro?</p> <p>Vampiro. Una gran diferencia de cómo había repetido su nombre una y otra vez durante la noche anterior, cuando él había tenido la cabeza hundida entre sus piernas. Aún le dolía el cuero cabelludo de los tirones que Bella le había ido y con los que casi le había arrancado el pelo.</p> <p>—Así que vuelvo a ser sólo un vampiro, ¿eh?</p> <p>—¿Y cómo iba a llamarte? —le preguntó al acercarse.</p> <p>Max se cruzó de brazos.</p> <p>—Bueno, teniendo en cuenta el hecho de que me he pasado gran parte de la noche haciéndote cosas que son ilegales en la mayoría de los estados, creí que ya habíamos pasado a la fase en la que nos llamábamos por nuestros nombres de pila.</p> <p>—Max, lo de anoche significó mucho más para ti que para mí.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—No puedes ocultar tus sentimientos.</p> <p>—¿Qué? ¡Yo no tengo sentimientos!</p> <p>—Hablas en sueños —lo agarró por la barbilla y él dio un paso atrás.</p> <p>—¡No!</p> <p>—No quiero hacerte daño, Max, y no pretendo avergonzarte diciendo estas cosas. Creí que deberías saber…</p> <p>—Me da igual —dijo Max y se dio la vuelta.</p> <p>—Max, por favor —lo agarró del brazo—. Creí que no era más que una aventura. Jamás lo habría sugerido si hubiera sabido que sentías algo por mí.</p> <p>—¡Ya te he dicho que yo no tengo sentimientos! —y por lo que él sabía, así era. No estaba interesado ni en ella ni en ninguna otra mujer en ese sentido.</p> <p>—No me lo creo —insistió Bella—. Lo que sea que sientes por mí, tu subconsciente quería que yo lo supiera. Y no quiero hacerte daño cuando te des cuenta de que no formas parte de mis planes de vida.</p> <p>—¿Parte de tus planes de vida? —¿qué habría dicho para que ella lo hubiera interpretado de esa forma?—. Esto no puede estar pasando. ¡Estás equivocada!</p> <p>—Max…</p> <p>—No, olvídalo. Me largo de aquí —se dio la vuelta, pero chocó contra un sólido muro de piel y músculo.</p> <p>—¡Max, cuidado!</p> <p>Era demasiado tarde. Cayó al suelo con su atacante y rodó por la calle.</p> <p>El olor a sangre corrompida le dio una sacudida a su cuerpo, similar a la de la corriente de la valla eléctrica. Habían salido a buscar a Nathan, pero había sido él el que los había encontrado a ellos.</p> <p>—¡El tranquilizante! —gritó Max dándole una patada a su amigo y lanzándolo hacia atrás. Habían decidido que drogar a Nathan sería el modo más sencillo de capturarlo y Max creía que Bella sería más rápida con la pistola tranquilizadora que le habían dado en el Movimiento—. ¡El tranquilizante! —repitió y después maldijo cuando Nathan se soltó y atravesó un matorral.</p> <p>En esa ocasión Max se aseguró de no rozarse con la valla metálica, y para cuando salió de entre las ramas, Nathan ya había saltado por el muro donde se habían encontrado.</p> <p>—Bella, ¡corre!</p> <p>Ella pasó corriendo a una velocidad que él no lograría superar, de modo que ni se molestó en intentarlo. Por un momento, pensó en esperarla, ya que sin duda lo alcanzaría antes que él, pero entonces recordó en qué estado había quedado después de su último encontronazo con Nathan y un fiero instinto de protección lo hizo ponerse en marcha.</p> <p>«No estoy preocupado por ella por las cosas que ha dicho. Sólo voy tras una amiga que podría estar en un problema. Dos amigos que podrían estar en un problema. Estoy haciendo lo correcto. Y no tengo sentimientos».</p> <p>Trepó el muro y lo primero que vio al otro lado fue la pistola tirada en la hierba. Levantó la mirada y vio a Bella debajo de Nathan.</p> <p>—¡Dispárale! —le gritó ella. Estaba aterrorizada—. ¡Dispárale!</p> <p>La criatura que se hacía pasar por su mejor amigo rugió con un sonido que a Max le erizó el vello de la nuca. El rostro de Nathan se transformó por un momento y después recuperó unos rasgos más reconocibles, pero no fue el monstruo lo que Max vio allí. Nathan tenía los ojos llorosos y enrojecidos y abrió la boca para emitir un desesperado grito.</p> <p>—¡Dispárame!</p> <p>Max no lo dudó y apretó el gatillo. No estaba seguro de qué habría hecho si Bella hubiera insistido en que le clavara una estaca. Viéndola ahí, temblando e indefensa, se dio cuenta horrorizado de que habría matado a Nathan si ése era el único modo de evitar que le hiciera daño a Bella.</p> <p>El disparo dio en el pecho de Nathan y por un momento Max temió haberlo matado. Corrió hacia su amigo.</p> <p>Cuando sus ojos se encontraron, Nathan pareció comprender su preocupación.</p> <p>—No me has dado en el corazón. No me has dado en el corazón —y entonces cerró los ojos.</p> <p>Max cayó sobre la hierba a su lado, pero se levantó un segundo después. Bella.</p> <p>Ella estaba tirada en el suelo y respirando entrecortadamente. Cuando giró la cabeza y lo vio, sonrió débilmente.</p> <p>—Lo siento, creía que lo tenía.</p> <p>—¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño? —se arrodilló a su lado—. No deberías moverte por si te has roto algo.</p> <p>—¿Debería quedarme aquí hasta que los dueños de ese palacio llamen a la policía y me arresten por entrar en una propiedad privada? —lentamente, se puso de pie y se sacudió la ropa y las manos—. Me pondré bien. Además, tenemos que llevarlo al apartamento antes de que se pase el efecto de las drogas.</p> <p>—¿Cuánto tiempo tenemos?</p> <p>—Noventa minutos como mucho —movió el hombro como para intentar recolocarselo—. Nunca antes he tenido que cargar con nadie.</p> <p>Max miró el cuerpo de su amigo y después a la mujer que tenía a su lado.</p> <p>—Creo que pesará demasiado para mí, pero no quiero que me ayudes si no estás bien.</p> <p>—Estoy bien. Tratarme como si fuera de porcelana no va a cambiar nada —dijo firmemente.</p> <p>Max no discutió. No tenía sentido mientras ella siguiera creyendo que estaba totalmente encaprichado de ella.</p> <p>«Ése es el problema», decidió Max. «Está haciéndose ilusiones». Y saber eso hizo que el camino de vuelta al apartamento se le hiciera mucho más fácil de soportar.</p> <p></p> <p>Para cuando subieron las escaleras, el tranquilizante ya casi había perdido efecto. Nathan pendía entre ellos (Bella lo sujetaba por los pies y Max lo alzaba por los hombros) como un trozo de carne blanda y muy pesada.</p> <p>—Llévalo al dormitorio —ordenó Max asintiendo en la dirección de la habitación de Nathan—. Tiene un cabecero de hierro forjado, ahí podremos esposarlo.</p> <p>—Se te ha ocurrido con mucha facilidad —murmuró Nathan entre risas—. ¿Has estado fantaseando conmigo?</p> <p>—Si está lúcido, tal vez no es necesario atarlo —sugirió Bella con sus ojos dorados clavados en los de Max durante un incómodo momento.</p> <p>Él miró a otro lado.</p> <p>—¡No! —gritó Nathan mientras Max intentaba sujetarlo.</p> <p>Gruñendo por los esfuerzos de cargar con el cuerpo de su amigo, Max señaló hacia el dormitorio con otro rápido movimiento de cabeza.</p> <p>—He visto lo que ha estado a punto de hacerte. Hasta que todo esto esté solucionado, vamos a tenerlo esposado.</p> <p>Bella hizo intención de discutir, pero cerró la boca.</p> <p>—Es buena señal que esté hablando —dijo. Estaba claro que intentaba sonar animada por el bien de Max.</p> <p>—¿Sí? —preguntó él con los dientes apretados. No necesitaba su compasivo optimismo.</p> <p>—No lo sé. ¿Debería decir «quizá»?</p> <p>—Eso significa que no está poseído. Por lo menos, no por un demonio —si lo estuviera, estaría en Babia. Max no era un exorcista ni nada parecido, pero había visto unos cuantos casos de posesión demoníaca en sus tiempos. Lo que fuera que se había apoderado de Nathan no estaba controlándolo en todo momento.</p> <p>Recorrieron el pasillo hasta el dormitorio. Max pensó en hacer un comentario a Bella sobre que ése era el lugar donde se habían conocido de verdad, pero prefirió no seguir dándole motivos para hacerse ideas equivocadas sobre él.</p> <p>—Súbelo aquí.</p> <p>Nathan gimió cuando lo subieron a la cama y, por primera vez, Max vio las oscuras heridas que cubrían prácticamente cada centímetro de su cuerpo. Antes, cuando lo habían capturado, estaba oscuro, y habían estado más preocupados por los extraños símbolos tallados en su piel como para fijarse en el resto del cuerpo.</p> <p>—¡Dios! —exclamó, y fue lo único que se le ocurrió decir.</p> <p>Bella se cubrió la boca y sus ojos dorados se abrieron de par en par, impactados.</p> <p>—¿Qué le ha pasado?</p> <p>—No tengo ni idea. Apostaría dinero a que el Devorador de Almas tiene algo que ver con esto —su furia era tal que podría haberse atragantado con ella. Se giró, con los puños apretados. Habría tirado la lámpara de la mesilla de un golpe para descargar algo de su ira. Con un intenso suspiro, volvió a girarse hacia la cama.</p> <p>—¿Dónde está Carrie? —los ojos de Nathan, empañados por la droga, buscaron el rostro de Max con una intensidad que hizo que se le pusieran los pelos de punta.</p> <p>¿Cuánto sabía Nathan? ¿Y cuánto debía contarle Max?</p> <p>Por suerte, Bella tomó las riendas.</p> <p>—Estará aquí pronto. Túmbate. Iré a por algo para curarte.</p> <p>—Hay agua de hamamelis en la tienda. Las drogas están perdiendo efecto. ¡Haced algo! —gritó Nathan.</p> <p>—Dame las esposas —para haberle tenido miedo antes, ahora Bella estaba completamente al mando de la situación.</p> <p>Max fue a la cómoda para recogerlas y ella alargó las manos para que se las diera, pero él la ignoró.</p> <p>—Lo siento, colega —le dijo a Nathan mientras le estiraba los brazos por encima de la cabeza.</p> <p>—No permitas que vuelva a pasar. No me dejes volver allí —los dedos de Nathan rodearon el brazo de Max con una fuerza aterradora.</p> <p>—Vamos a intentar ayudarte.</p> <p>Durante un momento impresionante, el rostro de Nathan se contrajo en su forma de vampiro y gruñó. Después, como si fueran cera derritiéndose, sus rasgos volvieron a la normalidad y cerró los ojos.</p> <p>—Vuelve a estar inconsciente —comentó Bella.</p> <p>Max cerró una de las esposas alrededor de la muñeca y la enganchó por detrás de las barras del cabecero mientras que Bella improvisó una cuerda con la sábana hasta que pudieran encontrar algo más apropiado y le ató los pies a la cama.</p> <p>—Estará incómodo.</p> <p>—Mejor que esté incómodo que nosotros muertos —dijo Max mientras le esposaba la otra muñeca.</p> <p>Ella se encogió de hombros, como aceptando su lógica, y con un gesto extrañamente maternal levantó una colcha del suelo y la tendió sobre Nathan, doblando la parte superior con delicadeza.</p> <p>Max la siguió hasta el salón, donde ella volvió a abrir uno de los libros de texto que habían dejado allí la noche anterior.</p> <p>—Deberías dormir un poco antes de que salga el sol —sugirió él—. Así, si necesitamos algo durante el día estarás despierta —en realidad, la quería inconsciente para no tener que hablar con ella, y que estuviera dormida le suponía menos problemas que dejarla sin sentido.</p> <p>Para su enfado, ella se acomodó en el sofá y no en el enmarañado nido de sábanas del suelo que parecía ser su lugar favorito.</p> <p>—Estaré bien. Voy a repasar estos libros para ver si hay algo que pueda hacer para ayudar a tu amigo.</p> <p>—Bajaré a la tienda para ver si se me ha pasado algo —Max se marchó antes de que ella pudiera ofrecerse a ir con él, y bajó las escaleras de dos en dos.</p> <p>Fuera, la noche lentamente estaba dando paso a la mañana. Desde el día después de su conversión, Max siempre había podido decir cuándo acababa un día y empezaba otro sin necesidad de mirar al reloj.</p> <p>«Es el olor. La noche huele a muerte y a suciedad. Cuando la mañana despierta, no importa lo oscuro que pueda estar el cielo, todo vuelve a oler a nuevo. Incluso esta asquerosa ciudad».</p> <p>Max se secó la mejilla mientras recordaba los labios de su Creador sobre ella. Marcus le había enseñado mucho aquella noche mientras estaban sentados en la cornisa en lo alto de su edificio, contemplando el impresionante horizonte de Chicago. Por entonces era diferente, por supuesto. Cuando Max estaba en casa, lo cual no sucedía a menudo, y cuando no podía encontrar a alguien o algo con lo que distraerse de su soledad, lo cual era más raro incluso, subía al tejado y se preguntaba por los cambios que se habían producido, a pesar de su breve vida.</p> <p>«Ojalá estuvieras aquí, Marcus. No tengo la más mínima idea de lo que estoy haciendo».</p> <p>Pero su Creador se habría reído, habría dicho algo dulce e inspirador, algo como un «te creo» o «ten fe en ti mismo», y Max habría tenido que confiar en ello.</p> <p>Sacudiendo la cabeza ante el recuerdo, se giró para ver un par de ojos dorados observándolo detenidamente.</p> <p>—¡Jesús, haz algún ruido cuando te acerques tan sigilosamente a alguien! —le gritó a Bella.</p> <p>—No deberías pronunciar su nombre en vano —ella pasó delante de él—. He bajado para buscar en la despensa de hierbas. Puede que haya algo que pueda usar para calmarlo.</p> <p>—Buena idea —dijo Max introduciendo una llave en el cerrojo de la puerta y sosteniéndola para que ella pasara—. Por cierto, ¿cómo sabías que había una despensa de hierbas?</p> <p>—Cuando estaba siguiéndolo, entré. No me resultó difícil. Sobre esa ventana rota sólo hay un cartón.</p> <p>Max miró hacia la puerta y vio cómo la cinta adhesiva que había utilizado para pegar el cartón a la ventana pendía de una esquina.</p> <p>—¿Te llevaste algo?</p> <p>—Soy una asesina, no una ladrona.</p> <p>La siguió, a pesar de que había bajado para escapar de ella.</p> <p>—Carrie volverá pronto. Creo que será mejor que lo vea cuando no esté… ya sabes… loco.</p> <p>Bella asintió mientras analizaba las hileras de hierbas cuidadosamente empaquetadas en pequeñas bolsas de plástico.</p> <p>—Tu amigo sabe lo que está haciendo. Tiene todo lo que una bruja necesitaría y más.</p> <p>—¿Entonces puedes ayudarlo?</p> <p>—Eso espero. Un poco de hoja de Mullein servirá para mantener acorralado a ese otro ser. Le daré valeriana para inducirle el sueño y… nébeda.</p> <p>—¿Nébeda? ¿Quieres que le consiga también un instrumento de cuerda para que lo toque? —no le iba todo ese rollo hippie de las hierbas.</p> <p>—Te alegrará saber que a mí tampoco me gusta demasiado, pero es una planta calmante. Con suerte, estas cosas pueden funcionar.</p> <p>Había por lo menos cien hierbas secas distintas en la pared, sin mencionar lo que fuera que las botellas y frascos sobre las estanterías contenían.</p> <p>—¿No necesitas más? Por ejemplo… ¿qué hace esto?</p> <p>Ella le quitó el bote y miró la etiqueta.</p> <p>—Es aceite de raíz de Orris. Podrías usarlo para un hechizo de amor, pero no te ayudaré.</p> <p>—Muy graciosa —dijo él devolviéndole la botella al instante.</p> <p>—Sólo voy a usar una para cada propósito. Estas plantas, a pesar de estar secas, aún tienen una energía muy intensa. Imagina que te pidiera que vinieras a una fiesta para hacer trucos de magia…</p> <p>—Eso no va a pasar nunca.</p> <p>—Imagínatelo. Y que también les pidiera a otras tres personas que hicieran el mismo truco porque pensara que tú no podrías hacerlo solo. ¿Te sentirías insultado?</p> <p>—Supongo que sí, contando con que fuera un mago mariquita. Podría sacudir mi capa e irme a casa —se rió. Le sentó bien bromear para liberarse un poco de la tensión de la noche.</p> <p>Y ella pareció pensar lo mismo porque le dio unas palmaditas en el brazo. Cuando levantó la mano para volver a hacerlo, le rodeó el bíceps con los dedos.</p> <p>La idea de destruir el armario de hierbas de Nathan en un arrebato de pasión no le pareció tan excitante como debería, probablemente por el hecho de que Bella hubiera insistido tanto en que estaba enamorado de ella. Él le apartó la mano y siguió con las hierbas.</p> <p>—Déjalo. Tenemos que trabajar.</p> <p>—Sí, yo tengo trabajo que hacer y quiero hacerlo sola.</p> <p>Su rechazo molestó a Bella, Max pudo notarlo, de modo que ¿dónde estaba el orgullo que debería haber acompañado a esa victoria? ¿Y por qué se sentía como si fuera él el que había perdido?</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 20</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Bienvenido otra vez. Segunda Parte</p> </h3> <p>Sólo había estado fuera una semana, pero cuando las luces del centro de la ciudad emergieron al tomar una curva de la 1-96, me pareció que habían pasado años.</p> <p>—Que Dios me ayude, no he pasado tanto tiempo lejos de este apestoso lugar —murmuró Cyrus desde el asiento del copiloto.</p> <p>—¿Sabes? Creo que podrías dormir. He oído que es lo que los humanos hacen por la noche —yo tampoco había dormido lo suficiente durante el viaje. Anhelaba mi cama, aunque entonces me di cuenta de que no era en realidad mi cama donde anhelaba estar.</p> <p>Un golpe de nostalgia hizo que se me saltaran las lágrimas. Quería estar tumbada al lado de Nathan, inhalando su aroma, escuchando su sangre mientras se movía por mis venas. Por un momento, el dolor fue tan intenso que casi grité como una niña pequeña con un gran berrinche.</p> <p>Necesitaba a Nathan. Amaba a Nathan. Todo el mundo menos él lo sabía.</p> <p>—¿Estás bien?</p> <p>Aún no me había acostumbrado al nuevo Cyrus, y por eso tardé un momento en darme cuenta de que en sus palabras no había una trampa oculta. Me sequé los ojos y asentí.</p> <p>—Estoy bien. Sólo un poco cansada.</p> <p>—Podrías haberme dejado conducir. Me habría dado más prisa una vez me sintiera más cómodo frente al volante —se detuvo para mirar por la ventana—. Dios mío. No ha cambiado nada.</p> <p>—Bueno, hay cosas que han cambiado —señalé hacia la zona sur de la ciudad—. Te lo enseñaré, pero primero prefiero llegar a casa antes de convertirme en una patata frita.</p> <p>Él asintió.</p> <p>—No pretendo sonar grosero, ¿pero qué voy a hacer exactamente aquí?</p> <p>Me cambié al carril que conducía directamente al centro de la ciudad.</p> <p>—Bueno, aún no lo he pensado. Puedes quedarte con nosotros un tiempo.</p> <p>—No creo que a Nolen le haga gracia —Cyrus habló casi con tono de disculpa, aunque probablemente lo hizo porque no quería volver a dormir en la camioneta.</p> <p>—Ahora mismo Nathan no está en disposición de oponerse a nada, pero no estoy pidiéndote que te quedes como invitado. Tienes que estar con nosotros porque no quiero que tu padre se apodere de ti, y tampoco quiero que tú intentes encontrarlo.</p> <p>—Sí, señora —respondió con tono de mofa.</p> <p>—No quiero discutir contigo por esto, Cyrus —aún le dolía pronunciar su nombre.</p> <p>—No te preocupes. No es que te haya apuñalado el corazón ni nada por el estilo. Ahora soy humano. No tienes nada que temer de mí.</p> <p>Abrí la boca para objetar, pero su intenso suspiro me interrumpió.</p> <p>—Quiero encontrar a mi padre, pero no por las razones que sospechas.</p> <p>Tragando un nudo de pavor, intenté sonar animada.</p> <p>—Bueno, tal vez te he juzgado mal.</p> <p>Me dirigió una mirada acusatoria.</p> <p>—Eso es lo único que has hecho siempre.</p> <p>Preferí no hacer caso del comentario y estuvimos en silencio el resto del trayecto.</p> <p>Según nos acercábamos al apartamento no fui capaz de tranquilizar mi mente. Tuve que recordarme que todo no había hecho más que empezar y que no tenía la más mínima idea de lo que iba a encontrarme cuando llegáramos. Para cuando me detuve delante del edificio, apenas podía sacarme de la cabeza la imagen de la cabeza de Linda Blair, la niña de <i>El exorcista,</i> dando vueltas.</p> <p>Respiré hondo para tomar fuerzas y agarré el pomo de la puerta.</p> <p>—Vamos allá.</p> <p>—Espera —los dedos de Cyrus, sorprendentemente cálidos sobre mi piel muerta, me rodearon el brazo—. Me parece como si sólo hubieran pasado unos días desde que me dejaste. Mi chófer me traía aquí todos los días y me paraba en esta misma curva y te imaginaba arriba con Nolen. Me hiciste daño. Creo que no te amaba… Y no te amaba. Pensaba que sí, pero ahora sé que me equivocaba. Sin embargo, me importabas. Me importabas mucho.</p> <p>Tragué saliva. No supe qué decir ni cómo reaccionar. Ni siquiera pude decir lo que se suponía que estaba sintiendo.</p> <p>—Me partiste el corazón, Carrie —me miró fijamente y por primera vez no vi más que honestidad en esas claras y azules profundidades de sus ojos.</p> <p>Se inclinó hacia delante lentamente; su elegancia no había desaparecido ni con la muerte ni con la resurrección, y antes de poder pensar con racionalidad, me besó.</p> <p>La expresión «como montar en bici» me vino a la mente. A pesar de que habían pasado dos meses, durante la mayor parte de los cuales había estado muerto, mi cuerpo respondió ante él del mismo modo que lo había hecho cuando compartíamos la misma sangre. Un deseo absoluto e incontrolado me invadió como una marea y arrastró con él todo pensamiento racional.</p> <p>No lo toqué, pero tampoco me aparté. Él me envolvió en sus brazos. Fue extraño porque el volante estaba en medio, pero seguía besando igual de bien que cuando era un vampiro. Se me encogieron los dedos de los pies y me moví en el asiento intentando sin éxito ignorar el cosquilleo de deseo que invadía mi cuerpo.</p> <p>Él se echó atrás, sonrojado y con sudor en la frente. Me miró a los labios y después a los ojos antes de mirar hacia el parabrisas.</p> <p>—Oh, mira —dijo señalando algo a través del cristal—. Ahí es donde te saqué el corazón.</p> <p>Lo dijo así, como si nada, con naturalidad, sin el más mínimo remordimiento. El dolor de aquella noche (tanto el mío como el que había sufrido Nathan) me atravesó como lo había hecho el cuchillo de Cyrus. Bajo el peso de la tensión y la preocupación que había estado arrastrando, ese dolor fue demasiado como para soportarlo. Los ojos se me llenaron de lágrimas y lo abofeteé, dejándole la marca de mi mano en la cara. Intentó tocarme, pero le aparté la mano.</p> <p>—¿Cómo pudiste hacerlo? —quería limpiarme su beso de la boca, borrar esa sensación de mis labios—. ¿Cómo pudiste…?</p> <p>No pude terminar. No quería decir que me había besado. Odiaba admitir que aún tenía ese seductor poder sobre mí y que no había tenido nada que ver con el lazo de sangre que habíamos compartido. Y odiaba que, fuera cual fuera esa atracción, hubiera logrado hacerme olvidar a Nathan durante un momento.</p> <p></p> <p>En lo alto de las escaleras, la puerta se abrió para dejar ver a una mujer muy alarmada con una ballesta. Reconocí su larga melena negra y sus exóticos rasgos. Era Bella, la asesina del despacho del general Breton. La ropa que llevaba me resultaba familiar, también. Era mía.</p> <p>Nos recorrió con la mirada y se echó la ballesta al hombro.</p> <p>—Debes de ser Carrie.</p> <p>Asentí y abrí la boca para hablar, pero un grito ensordecedor me interrumpió.</p> <p>—Suena peor de lo que es. Le he administrado una decocción de hierbas para calmarlo, pero no ha hecho efecto.</p> <p>Farfullé un «gracias». El grito me había enervado, nunca antes lo había oído fuera de mi cabeza.</p> <p>Max salió del pasillo, secándose las manos en los pantalones.</p> <p>—Por lo menos ha comido —se quedó helado al vernos, con una indecisa sonrisa jugando en sus labios—. Has vuelto.</p> <p>—Lo sé —probablemente fue cruel por mi parte no correr al lado de Nathan, pero no pude. No después de lo que había pasado, o lo que había dejado que pasara, en el coche.</p> <p>Max frunció el ceño, como si captara mi sentimiento de culpa, y se dirigió a Cyrus.</p> <p>—Hola, soy Max.</p> <p>Cyrus no dejó que su expresión delatara nada; era una habilidad que rozaba la perfección después de siete siglos de intriga y manipulación. Era como un programa que se encendía automáticamente y di gracias por ello.</p> <p>Estrechó la mano de Max con firmeza.</p> <p>—Nos conocimos cuando tus amigos y tú entrasteis en mi casa y me matasteis.</p> <p>La noble sonrisa de Max no tembló ni por un instante y carraspeó antes de decirme:</p> <p>—Nathan ha estado preguntando por ti.</p> <p>—Entonces está… —no sabía cómo expresar la pregunta, y por eso miré a Bella que, por extraño que resultara, me parecía más compasiva que Max.</p> <p>—No, sigue poseído. Estuvo mucho más lúcido después de que le disparáramos un dardo tranquilizante —dijo Max echándose la ensangrentada toalla al hombro—. Está destrozado físicamente, cubierto de heridas. Y está aterrorizado. Tal vez tú puedas ayudarlo a calmarse.</p> <p>Al instante, otro grito ocupó el aire.</p> <p>—Sí —miré a Cyrus—. Quédate aquí. Max se portará bien.</p> <p>Me esperé algún comentario mientras avanzaba por el pasillo, pero debería haber imaginado que Max me reprendería en privado, después de que lo más duro hubiera pasado.</p> <p>La habitación estaba oscura, probablemente para minimizar la estimulación de Nathan. Cuando crucé la puerta, gritó y se retorció contra eso con lo que Max lo tenía retenido. Su gran cuerpo tensó las sábanas e hizo que la cama crujiera. El sonido inmediatamente me trajo recuerdos de todas las veces que había oído ese mismo ruido bajo unas circunstancias mucho más placenteras. Después, de pronto me sentí culpable y perversa.</p> <p>Me pregunté si sabía que yo estaba ahí. «Podría escapar ahora. No tengo por qué quedarme aquí con él sabiendo lo que he hecho». Pero entonces recordé el lazo de sangre y quise golpearme la cabeza por ello; no lo había bloqueado de mis pensamientos. ¿Los habría oído? ¿Me entendería si le hablaba? La última vez que lo había visto, había sido un animal salvaje empapado en sangre. Nos habíamos comunicado mediante el lazo de sangre, pero sólo por un momento, antes de que lo que fuera que estaba causando estragos en su mente se hubiera apoderado de él de nuevo.</p> <p>Aunque, de todos modos, yo no podía hablar. Abrí la boca, ¿pero qué podía decirle? Me apoyé contra la fría puerta de madera con la respiración demasiado fuerte en ese torturado silencio.</p> <p>Finalmente, Nathan habló. Su voz sonó exhausta, pero era la de Nathan, no la del monstruo que me había atacado.</p> <p>—¿Carrie?</p> <p>—Soy yo —con cautela, di un paso adelante. Aunque sabía que estaba atado, aunque sabía que era mi Creador y que no tenía nada que temer, lo único que podía recordar era la sangre de su piel rasgada goteando sobre mí. Por morboso que pareciera, la sangre de Nathan siempre me había olido a hogar, pero el recuero del hedor putrefacto la noche que me había atacado hizo que mis pies quedaran clavados al suelo.</p> <p>—Me han atado, <i>dotaír</i> —el uso de la palabra gaélica para «doctora» me hizo esbozar una triste sonrisa—. Y me han drogado.</p> <p>—Te he echado de menos —para pronunciar esas palabras tuve que esquivar un nudo en mi garganta y contener las lágrimas—. ¿Cómo te encuentras?</p> <p>—Drogado —repitió entre risas de embriaguez—. Yo también te he echado de menos.</p> <p>—Bueno, tienes mejor aspecto que la última vez que te vi —intenté ponerle algo de humor a mi comentario, pero lo único que recibí como respuesta fue un silencio.</p> <p>Por un momento, me pregunté si Nathan se había quedado dormido. Después, en voz baja, él dijo:</p> <p>—¿Te hice daño? No lo recuerdo.</p> <p>Con una repentina violencia, se sacudió contra sus ataduras y gritó en la aterradora lengua que había utilizado la noche que lo habían poseído para terminar diciendo:</p> <p>—¡Deja que me levante!</p> <p>—No puedo hacerlo, Nathan —intenté mostrarme firme, pero mi voz tembló. Y también mis manos, cuando me acerqué a la cama y las posé sobre su pecho.</p> <p>Inmediatamente, él cayó sobre el colchón.</p> <p>—¿Carrie?</p> <p>Después de todo lo que había pasado en mi vida, la muerte de mis padres, el dolor de unas relaciones fracasadas, el dolor físico cuando literalmente me arrancaron el corazón, nada me había dolido tanto como ver a mi Creador luchando contra su enemigo invisible.</p> <p>—Soy yo.</p> <p>—No me dejes solo —me suplicó.</p> <p>—No lo haré —me subí a la cama—. No voy a dejarte, Nathan.</p> <p>Se relajó más cuando acerqué mi cara a él y le eché un brazo sobre el pecho. A pesar de la oscuridad, vi algo cambiar en sus ojos. Pude reconocerlo aunque los tenía vidriosos por las hierbas que Bella le había administrado. Ahora lo reconocí en ellos.</p> <p>Su pie logró salir de debajo de las sábanas y se enroscó en mi tobillo.</p> <p>—Lo he estropeado todo, ¿verdad?</p> <p>—No —le aseguré mientras le apartaba un mechón de pelo de la frente—. Vamos a solucionar esto.</p> <p>—Me refería a que lo he estropeado todo contigo.</p> <p>Ya no pude contener más las lágrimas, pero me negaba a que las viera y hundí la cara en su costado.</p> <p>—No te tengo miedo, Nathan. No has hecho nada para hacerme daño.</p> <p>—Fuiste mi segunda oportunidad —dijo con voz adormecida—. Y lo he estropeado todo.</p> <p>Me quedé con él, en parte porque lo había prometido, y en parte porque necesitaba tocarlo para asegurarme de su presencia física, si no mental. Estar ahí pareció contener a la bestia y, por lo menos, podía ofrecerle algo de descanso. Aun así, sus palabras resonaban en mi cerebro.</p> <p>«Fuiste mi segunda oportunidad». ¿Era su segunda oportunidad para el amor? ¿Su segunda oportunidad de tener una relación con alguien a quien no terminara matando? ¿O qué probabilidades había de que estuviera dirigiéndose a algún demonio en otra dimensión? ¿O en ésta? Miré a mi alrededor, asustada. La habitación estaba oscura. Era demasiado mayor como para tener miedo a la oscuridad, sobre todo ya que mi otra mitad le tenía pavor a la luz.</p> <p>Bueno, no la mitad. Tenía que quedar también espacio para la culpabilidad. Durante dos meses había estado conteniendo ese sentimiento, pero ahora estaba calando en mí. ¿Por qué? Me pregunté cómo Nathan había podido vivir con ello y entonces caí en la cuenta.</p> <p>No podía vivir con ello, y eso era lo que lo tenía en ese estado. Su culpa lo tenía prisionero.</p> <p></p> <p>En cuanto Carrie había salido de la habitación, Cyrus se vio solo ante los dos asesinos que quedaban.</p> <p>—Haz algo útil —gruñó Max y la mujer le dio a Cyrus un grueso libro con páginas amarillas. Mientras se inclinaba hacia él, Cyrus captó un olor a lo que sólo podía describirse como olor a perro mojado.</p> <p>—¿Eres una lupin? —le preguntó con expresión animada.</p> <p>Debería haberse dado cuenta de su error antes de cometerlo, pero cayó en la cuenta justo cuando ella se abalanzó sobre él y hundió sus uñas en sus hombros y dejó los dientes a pocos centímetros de su garganta.</p> <p>—¡Bestia asquerosa y asesina! —le escupió y dio una patada con tanta vehemencia que se levantó del suelo.</p> <p>—Eh, cálmate. Es un error fácil de cometer —dijo Max apartándola.</p> <p>«Ese pobre bastardo lo lleva claro», pensó Cyrus riéndose por dentro. Si el mayor insulto para un lupin fuera que lo llamaran «hombre lobo», era diez veces peor al contrario.</p> <p>—Me disculpo, no pretendía ofender. En el pasado, mi única experiencia ha sido con tus extraños hermanos.</p> <p>—¡No son nuestros hermanos, cobarde asesino! ¡Sé quién eres!</p> <p>—¿Nos conocemos? —fue un comentario intencionadamente cruel. Se cruzó de brazos y esperó a lo que ella diría inevitablemente.</p> <p>—¡He leído los informes! Conozco lo cruel que eres con los de mi especie y las cacerías que planeaste para diversión de los lupins. ¡Sólo que tú los llamabas «perros de pelea» cuando bromeabas con amigos tuyos!</p> <p>El vampiro le echó un brazo por encima en un gesto protector. «Muy interesante».</p> <p>—Ha hecho muchas cosas —Max miró a Cyrus—, pero lo necesitamos por el momento.</p> <p>Suspirando profundamente y con teatralidad, Cyrus alargó las manos.</p> <p>—Mirad, siento mucho todo el mal que haya hecho, intencionada o accidentalmente, contra cualquier miembro de vuestra manada o criadero de perros. Lo digo con sinceridad, desde lo más profundo de mi ser. Pero estoy cansado. Por favor, imaginad lo que es que te levanten de entre los muertos una secta de vampiros moteros para ser arrastrado por el país en una camioneta conducida por tu ex amante y ex Iniciada, que te odia. Tampoco tengo ni la energía ni las ganas de redactar una carta de disculpas oficial por los males que he cometido en el pasado, y si esperáis que lo haga, mejor meteos bajo las ruedas de un tren en marcha.</p> <p>Cuando había comenzado a hablar, las palabras no sonaron tan mal. No fueron muy diplomáticas, pero tampoco le parecieron contenciosas. Al parecer, el vampiro tenía una percepción distinta de las cosas y en esa ocasión fue Max el que se lanzó a por él y Bella la que lo detuvo.</p> <p>—¡No le hables de ese modo!</p> <p>—Hablaré como me apetezca —la paciencia de Cyrus, agotada por la pena y por demasiadas horas sin dormir, había rozado los límites—. No he elegido estar aquí. Si por mí fuera, saldría por esa puerta y jamás volvería a veros.</p> <p>Excepto a Carrie. Ya la había perdido una vez. Desde que había vuelto a estar a su lado, había vuelto a sentir con intensidad el dolor de corazón que lo había acompañado cuando había muerto. Pero si ella se lo hubiera permitido, se habría quedado con Ratón, en el desierto, hasta que la muerte hubiera vuelto otra vez a por él. Parecía que la muerte era lo único que le daba algo de paz.</p> <p>—Nadie va a detenerte —gritó el vampiro mientras su rostro se transformaba en el aterrador hocico y los colmillos que marcaban su verdadera identidad.</p> <p>Por un momento, la mujer lobo dio un paso atrás. Como si pudiera sentir su miedo, Max sacudió la cabeza para recuperar su rostro humano. Y entonces, tal vez pensando que había herido sus sentimientos, Bella le puso una mano sobre el brazo.</p> <p>—Necesitamos que nos ayude, Max. Está cansado y ha pasado por muchas cosas. No podemos esperar a que reaccione de otro modo. Es humano.</p> <p>Las palabras pretendían hacerle daño, pero Cyrus se alegraba de haber dejado de encajar en la extraña realidad paralela en la que habitaban. Recogió el libro y se dejó caer en el sillón mientras pasaba las páginas sin mirarlas en realidad.</p> <p>Resultaba extraño e incómodo estar ahí, en la casa de Nolen. Por todas partes había fotografías en marcos baratos llenando las estanterías y las mesillas. Algunas de ellas eran de Ziggy, el joven al que Nolen llamaba su hijo. Cyrus lo recordaba con cariño. Había sido un chico brillante y amable y de mucho talento en su dormitorio, y él se lo había pagado con crueldad. Se avergonzó al recordarlo: «Sabes que tu padre y yo tenemos una historia en común, ¿verdad? Claro que él no era tan receptivo como lo eres tú. ¿Eso te excita? ¿Saber que eres mejor en la cama que él? Dios, ¿qué pensaría si te viera, apoyado de pies y manos y suplicándome que abuse de ti?».</p> <p>Y le había suplicado. Cyrus se había asegurado de que lo hiciera.</p> <p>Con gesto ausente, volcó la fotografía más cercana para no tener que ver las caras sonrientes de padre e hijo mirándolo.</p> <p>Inmediatamente, Max se acercó y colocó la foto.</p> <p>Ah, así que sería así. Tenía sentido. Durante su vida Cyrus había hecho cosas abominables y peores que ésas y ahora estaba recibiendo su castigo. Pero si ese vampiro engreído pensaba que podía repartir lo peor de su castigo, lamentablemente estaba muy equivocado. Algunos vampiros en el desierto ya habían reclamado su particular premio.</p> <p>Morbosamente, la mente de Cyrus volvió al sótano de la iglesia. ¿Aún habría humo del fuego? ¿La habría encontrado alguien? ¿Se había consumido su cuerpo? Se sentía mal por haberla dejado allí y aunque su mente lógica admitía el hecho de que ella ya no podía sentir dolor, sus emociones desbarataron su cerebro, mostrando imágenes de su sereno rostro contraído de terror mientras se despertaba y se encontraba abandonada entre las llamas. Debería haber hecho que Carrie lo dejara allí con ella, para poder haberle dicho adiós en privado. No, no, no la habría utilizado como a las chicas que él mismo había matado. La idea resultaba asquerosa cuando la aplicaba a una persona que le importaba, una persona cuya vida había valorado. Pero todo había sido precipitado. Había querido abrazarla, tenderse a su lado, cerrar los ojos y fingir que estaba viva, a pesar de la rigidez de sus extremidades y de la frialdad de su piel. Tal vez se habría quedado allí unos cuantos días, sin moverse. Tal vez habría muerto con el corazón roto.</p> <p>Era una posibilidad que ahora se le escapaba. Su dolor, al que había dejado algo descuidado, había remitido un poco. No quería sobrevivir al hecho de haberla perdido, pero la circunstancia lo había forzado a recuperarse. La anhelaba, la deseaba, pero no podía recordar ese dolor porque lo arrastraría a una locura que le haría más daño todavía.</p> <p>La mujer lobo, Bella, como la había llamado Max, caminó haciendo círculos alrededor de una montaña de sábanas antes de tumbarse. Apoyó la barbilla sobre sus brazos, estirados delante de ella como si fueran las patas de un perro, y comenzó a hojear un libro.</p> <p>Max estaba tumbado en el sillón, intentando leer algo escrito a mano. Sus ojos se posaban de vez en cuando en las páginas de la mujer del suelo.</p> <p>Cyrus quiso advertirles; el amor era fugaz y podían arrebatártelo con facilidad, pero ellos no le importaban lo suficiente como para hacerlos partícipes de ese conocimiento, y si fueran listos, ya lo sabrían. Por el contrario, señaló al libro de Max y dijo:</p> <p>—¿Qué es eso?</p> <p>—El gran libro de no es asunto tuyo —frunció el ceño como si hubiera estado concentrándose en las palabras escritas y no en el objeto de su deseo.</p> <p>—Parece un diario.</p> <p>Max no alzó la mirada.</p> <p>—Es un diario, y puedes dejar de hablar cuando quieras.</p> <p>—Me gustaría saber qué se supone que tengo que estar buscando. A menos que lo que queráis sea un informe del libro entero —cerró el libro de un golpe y de él salió una pequeña nube de polvo. Grabadas en tinta de oro barata estaban las palabras <i>Hechizos vudú de posesión y control.</i></p> <p>Precioso.</p> <p>Por fin, Max se dignó a levantar la mirada, furioso.</p> <p>—Sabrás mucho mejor que nosotros lo que está tramando.</p> <p>Cyrus se encogió de hombros con gesto inocente.</p> <p>—Si te refieres a mi padre, estás equivocado. No sé nada de él desde antes de que muriera, y entonces no le hizo gracia verme.</p> <p>—Bien, y se supone que tenemos que creernos eso. Imagino que no sabes por qué te han traído de entre los muertos —Max se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, pero no le resultó lo suficientemente intimidante; es más, lo absurdo de la situación le hizo reírse, aunque enseguida contuvo las carcajadas.</p> <p>—No, eso sí que lo sé. Carrie me lo ha dicho. Intenta convertirse en un dios, pero aquí no vais a encontrar nada para detenerlo.</p> <p>—¿Y dónde íbamos a encontrarlo? —por fin Bella entró en la conversación. A Cyrus le habría parecido atractiva si no fuera porque era un perro, pero no creía que fuera sensato insinuarse delante de su novio, sobre todo cuando parecía estar tan loco por ella.</p> <p>—No lo sé —respondió Cyrus—. Como le dije a Carrie, mi padre estuvo obsesionado un tiempo con la búsqueda de un antiguo hechizo que lo ayudaría a lograr cierto estatus. Pero no sé si encontró ese hechizo en particular y, de ser así, dónde lo encontró. Y desconozco cómo detenerlo. Si es algo parecido a la mayoría de los ritos antiguos, será imposible detenerlo una vez haya comenzado. Y debe de haberlo hecho, si yo estoy aquí. Padre se ajusta a una agenda muy estricta cuando se trata del ocultismo.</p> <p>—Intentamos encontrar un modo de ayudar a Nathan. Pensamos que puede que tu padre le haya hecho algo —dijo Bella ignorando la mirada de Max.</p> <p>—Oh, seguro que le ha hecho algo —asintió Cyrus antes de dirigirse a Max y preguntarle—: ¿No es increíble la de cosas que descubres cuando preguntas algo de un modo civilizado?</p> <p>—Cierra la boca y cuéntanos lo que sabes, imbécil —Max se apoyó contra el marco de la puerta.</p> <p>—Tengo hambre. ¿Nolen tiene algo de comer que no sea sangre?</p> <p>—Tráele algo —le ordenó Bella a Max. El vampiro la miró furioso, pero se giró para hacer lo que le había ordenado.</p> <p>«Oh, sí, que Dios nos salve a todos de un vampiro enamorado», se dijo Cyrus.</p> <p>Sólo cuando Max había salido de la habitación, Cyrus comenzó a hablar, y lo hizo intencionadamente para que el vampiro se sintiera fuera de lugar.</p> <p>—Si mi padre está empleando el ritual que creo, necesitará purificar las almas de todos a los que ha convertido. El único modo de hacerlo es consumirlos, y en ese punto lleva a cabo otra parte del ritual. No estoy seguro de qué conlleva exactamente, pero cuando se hace y todas las almas han quedado destruidas…</p> <p>—¿Destruidas? —preguntó Bella impactada.</p> <p>—Sí. Una vez que se ha borrado todo lo impuro, podrá terminar el ritual —se rió, encogiéndose de hombros—. Ese será el mejor modo de detenerlo. Evitar que reúna las almas que necesita.</p> <p>—Eso es lo que tiene planeado hacer —Max volvió de la cocina con una bolsa de algún aperitivo salado en las manos—. Toma. La cocina está cerrada.</p> <p>Aunque tenían un sabor horrible, Cyrus fingió disfrutar con esas bolitas de queso.</p> <p>—Bueno, estoy dando por hecho que mi padre ha hecho uso de su lazo de sangre para llamar a Nathan.</p> <p>—¿Lazo de sangre? Estoy bastante familiarizado con ello, y en mi caso no podría hacer que me dividiera y que fuera cometiendo asesinatos.</p> <p>—No, pero tal vez te volverías un poco loco si pasaras la mayor parte del tiempo intentando bloquearlo. Conozco a mi padre. Solía atormentarme día y noche con visiones de…</p> <p>No. No compartiría esos horrores con unos extraños.</p> <p>—Con visiones de cosas desagradables. Lo haría con Nolen hasta que le diera lo que quería.</p> <p>—Si pudiéramos averiguar qué está haciendo…</p> <p>—Seguiremos buscando —dijo Bella sacando otro libro—. Nathan tiene una colección impresionante. Encontraremos algo.</p> <p>Según pasaban las horas, Max, tirado en el sillón, miraba furtivamente a la mujer lobo mientras pretendía no estar fijándose en ella y Cyrus, que fingía estar interesado en el polvoriento texto que tenía sobre el regazo, encontró un poco de paz. Aunque sus compañeros no lo aceptaban, se sentía involucrado en su misión y se contagió de la esperanza que les daba energía para continuar. Tal vez no moriría esa semana ni a la siguiente. Podría vivir todo un año o tal vez dos con tal de tener ese optimismo que sólo se les permitía a los chicos buenos.</p> <p>«Ahora soy un chico bueno, Ratón», pensó creyendo con todo su corazón que ella podía oírlo. «Y creo que puedo seguir así».</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 21</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">La Oscura Noche del Alma</p> </h3> <p>Me desperté antes de que se pusiera el sol. Drogado por lo que le hubieran administrado, Nathan no se movió cuando me aparté de su lado. No había descansado durante el día. Me había despertado varias veces al borde de la cama, a punto de caerme, y al despertar a su vez a Nathan, había tenido que asegurarle que no me marcharía. Me anoté mentalmente que tenía que decirle a Bella que le diera una dosis doble al día siguiente, para poder dormir un poco.</p> <p>En el salón, Max estaba tumbado en el sillón y un libro viejo le cubría la cara. Bella estaba tumbada en el suelo sobre unas mantas, gimoteando como un perro cuando tiene una pesadilla. No había rastro de Cyrus, pero la puerta de mi dormitorio estaba entreabierta.</p> <p>Me apoyé contra el marco y abrí la puerta esperando que no chirriara. Dentro, todo estaba tal y como lo había dejado, con una notable excepción. Cyrus yacía en posición fetal sobre mi cama con las sábanas enroscadas de un modo muy artístico alrededor de su cuerpo desnudo.</p> <p>Verlo allí me resultaba muy extraño, como si estuviera fuera de lugar. Sentí un cosquilleo en el estómago y me agarré al pomo para mantener el equilibrio.</p> <p>Siempre había habido una clara división entre mis vidas, la actual y la anterior. El apartamento donde había vivido siendo humana había ardido, de modo que no tenía nada que me uniera a aquella época. Mis únicos encuentros con Cyrus habían tenido lugar en el hospital, en su casa, que se suponía que ahora pertenecía a Dahlia y que, por lo tanto, no tendría que visitar, y también en el callejón donde me había arrancado el corazón, un lugar que evitaba con todas mis fuerzas. En mi mente había espacios de Cyrus y espacios de Nathan y rara vez coincidían. El hecho de que los dos hubieran chocado con tanta fuerza y bajo unas circunstancias tan estresantes era… bueno… era sencillamente aterrador.</p> <p>—¿Qué estás haciendo?</p> <p>Me sobresalté ante el sonido de la voz de Max y me giré para verlo estirándose aún adormecido y rascándose la tripa.</p> <p>—Visitando el escenario de mis pesadillas.</p> <p>Max se rió.</p> <p>—Vaya, así que el pequeño gilipollas está hecho polvo.</p> <p>—Se suponía que ibas a ser agradable con él —lo reprendí. Aunque no debería importarme cómo tratara a Cyrus con tal de que lo dejaran vivir, cada vez que intentaba mostrar indiferencia hacia él recordaba a la chica muerta en el desierto y el dolor que su muerte le había causado.</p> <p>Max no tenía ese problema.</p> <p>—Bueno, debería estar muerto. Si no puede tener buena educación, ¿por qué iba a tenerla yo?</p> <p>—Ahora es distinto —me pregunté si estaría durmiendo de verdad o si simplemente estaba fingiendo y escuchando todo lo que decíamos.</p> <p>Con un profundo suspiro de dolor, Max sacudió la cabeza.</p> <p>—¿Qué te pasa con este tipo, Carrie? Quiero decir, sé que es… que fue… tu Creador, pero ya no lo es. Y después de todo lo que te hizo y lo que ahora está haciéndole a Nathan… ¿por qué no puedes olvidarte de él?</p> <p>Ese comentario me puso furiosa, no pude evitarlo. Lo que sentía por Cyrus, por muy enrevesado que fuera, era algo que protegía como una preciada reliquia familiar. Cerré la puerta con el mínimo ruido posible y miré a Max.</p> <p>—No lo entenderías.</p> <p>—Explícamelo de un modo que pueda entender. Tenemos mucho tiempo —se apoyó contra la pared y se cruzó de brazos retándome.</p> <p>Podría haberlo ignorado, pero era mi amigo y últimamente no estaba muy sobrada de amigos.</p> <p>—Cuando vivía con él, Cyrus jugó tanto con mi cabeza que me costó mucho distinguir qué sentimientos eran míos y cuáles eran consecuencia de su manipulación —respiré hondo. No me gustaba hablar de temas personales con nadie, ni siquiera con Nathan. Por lo menos con él, que sabía lo que estaba sintiendo antes de expresarme, nuestras «conversaciones» eran poco más que intercambios telepáticos de emoción—. No me aclaré hasta que murió y, ahora que ha vuelto, algunos de esos sentimientos han regresado.</p> <p>—¿Lo amas?</p> <p>—No, no lo amo. No en un sentido romántico —por lo menos eso sí que podía negarlo.</p> <p>—¿Y qué me dices de otras sensaciones?</p> <p>—No lo amo, pero veo que tiene potencial para convertirse en una buena persona y, sí, siento mucha admiración y afecto por el hombre que es cuando baja la guardia. Pero eso no significa que vaya a fugarme con él ni nada parecido —pensé en Nathan tumbado en la otra habitación y en lo que pasaría si no podíamos salvarlo. ¿Estaba preparada para vivir sola?—. Pero no te he pedido que seas agradable con Cyrus porque sienta algo por él —me parecía casi cruel revelar una información tan privada sobre mi antiguo Creador, pero Max tenía que comprender por qué le suplicaba que fuera sensible en lo que concernía a Cyrus.</p> <p>»Algo pasó en el desierto. No entre él y yo, pero fue culpa mía. Él no era el único humano retenido por los Colmillos. Había una chica, supongo que la mantenían con vida para que lo vigilara o cuidara de él. Pero… intimaron. Y yo cometí un estúpido error que hizo que la chica muriera. Max, creo que de verdad la amaba. La joven logró colarse en su interior, en un lugar que yo sabía que existía pero al que nunca pude acceder. Ahora que se ha ido, me temo que él ha cerrado esa parte otra vez y que eso puede hacerlo susceptible a lo que sea que el Devorador de Almas pueda ofrecer. No quiero que vuelva a ser un monstruo.</p> <p>Max no habló. ¿Qué podría haber dicho? Cómo no, antes de que pudiéramos decir más, la puerta de mi dormitorio se abrió y de ella salió Cyrus ataviado sólo con los pantalones negros que había llevado en el viaje.</p> <p>—¿Susurrando cosas en el pasillo? Qué romántico.</p> <p>—No —dijo Max poniéndose muy derecho.</p> <p>Cyrus se rió y me estremecí ante ese sonido que tanto se parecía al del monstruo que me había creado.</p> <p>—Estaba de broma. Sé que te gusta la mujer lobo.</p> <p>Ahora me reí yo.</p> <p>—Claro que le gusta. Él es Max y ella es una chica.</p> <p>Una paciente sonrisa se formó en los labios de Cyrus y Max miró a otro lado.</p> <p>—Oh —carraspeé—. Bueno, estoy impresionada, Max. Estaba empezando a pensar que siempre serías de esos tipos de relaciones de una sola noche.</p> <p>Él dejó escapar un suspiro de exasperación.</p> <p>—Eh, soy de esos tipos, y no la quiero. No fue más que… un revolcón por aburrimiento.</p> <p>Intercambié una mirada con Cyrus, una que equivalía a «gracias, pero no queremos los detalles».</p> <p>—Voy a darme una ducha —dijo Cyrus mientras caminaba hacia el baño—. Os dejaré a solas.</p> <p>Seguí a Max, que fue a la cocina a tomar un poco de sangre. Cuando sacó la tetera, le dije:</p> <p>—Ya lo hago yo.</p> <p>Él negó con la cabeza.</p> <p>—No, necesito algo para mantener mi mente ocupada. ¿Cómo está Nathan?</p> <p>—Bien —me senté a la mesa disculpándome por el chirrido de la silla contra el suelo.</p> <p>—No te preocupes por despertarla, duerme como un muerto, o por lo menos, como un muerto que no está poseído —me guiñó un ojo mientras ponía la tetera en el fuego—. ¿Has dormido algo?</p> <p>—Nada. Bueno, ¿qué hay entre Bella y tú? —al ver el modo en que me miró, levanté las manos—. Lo siento, soy médico, y los médicos hacemos preguntas.</p> <p>—¿Sobre la vida personal de la gente? —enarcó una ceja.</p> <p>Me encogí de hombros.</p> <p>—A veces.</p> <p>—Tú no eres esa clase de médico.</p> <p>—¿Ya qué clase de médico te refieres?</p> <p>Se sentó en la otra silla y descansó sus grandes antebrazos sobre la mesa de fórmica.</p> <p>—Un médico que trata la cabeza. Un loquero. Admite que tienes un caso de amiguitis entrometida.</p> <p>—De acuerdo, tengo un caso de amiguitis entrometida. Ahora, responde a mi pregunta.</p> <p>Dentro de él algo estaba librando una batalla. Podía verlo en sus juveniles ojos azules. Suspiró y se recostó en la silla.</p> <p>—No tengo ni idea. Primero nos odiamos y después me la encuentro destrozada como un perrito caliente demasiado cocinado. La traigo aquí y acabamos liados.</p> <p>—Pues tuvo que dolerle mucho.</p> <p>Él me miró con una expresión que me sugería que mantuviera la boca cerrada.</p> <p>—No fue así, directamente. Primero le cosí las heridas. Gracias a Dios que tenéis todos esos aburridos libros de medicina.</p> <p>—Vivo para servir —dibujé figuras con mi dedo sobre la mesa mientras buscaba una forma delicada de formular mi siguiente pregunta—. Entonces… ¿significa eso que… eres… su pareja o algo así?</p> <p>—Bueno, sí que nos «aparejamos», por así decirlo. Y os debo unos cuantos platos rotos…</p> <p>—¡Vaya!</p> <p>—Sí —sacudió la cabeza—. Lo que pasa es que cree que estoy enamorado de ella.</p> <p>—¿Y tengo que pensar que no lo estás? —me reí—. Max, podrías ahorrarte muchos problemas si no te bajaras la cremallera de los pantalones.</p> <p>—Esta vez no es así. Cree que la quiero y ella no me quiere, así que piensa que está hiriendo mis sentimientos, o algo así —la tetera silbó y Max se levantó de un salto para apagar el fuego. Una vez que la sangre hierve, se quema y toma un desagradable sabor a tostado.</p> <p>—Bueno, entonces no tienes ningún problema, ¿no? —pasé por delante de él para preparar dos tazas—. Si no os queréis, entonces estás libre.</p> <p>—¿Y se irá pensando que me ha abandonado? —maldijo, aunque no sé si fue por el hecho de que lo rechazaran o porque se había quemado con la tetera.</p> <p>—¿Es eso lo peor del mundo? —sabía que Max tenía un serio problema de orgullo, pero no me había dado cuenta de que era tan grave.</p> <p>Sirvió la sangre en unas tazas y dejó la restante en la tetera. Supuse que lo había dejado para Nathan y su amabilidad hizo que se me saltaran las lágrimas, aunque las contuve y las achaqué al hecho de estar tan sensible por la falta de sueño.</p> <p>—No es lo peor —dijo Max mientras volví a la mesa con nuestro desayuno—, pero tampoco es bueno. Tengo una reputación que mantener.</p> <p>Alargué la mano sobre la mesa para darle una palmadita en el hombro. Se rió.</p> <p>—Además, no podría estar con ella permanentemente. Pienso en ello, después pienso en Marcus y…</p> <p>—¿Tu Creador?</p> <p>Asintió.</p> <p>—Pienso en el hecho de que se ha ido, y que desde entonces lo único que he hecho ha sido anhelarlo, querer sentirme como me sentía con él. Pero ya sabes, de una forma heterosexual. Aunque luego pienso: «¡vaya!, el amor». Es una cosa sobre la que no tengo poder, y podría estar bien sentir que no estoy solo, pero es como si estuviera traicionándolo.</p> <p>—No estás traicionándolo por seguir adelante —le hablé con tanta vehemencia que incluso el sonido de mi voz me sorprendió. Avergonzada, me aclaré la voz y seguí con un tono más suave—. ¿Qué os pasa a los hombres que creéis que tenéis que cargar con todo?</p> <p>—¿Qué quieres decir? —dio un trago de sangre y me miró por encima de la taza.</p> <p>—Lo sabes exactamente. Nathan cree que tiene que cargar con un saco de culpa por lo de Marianne y por eso no puede recuperarse. Tú estás haciendo lo mismo. La culpa que sientes por el modo en que murió tu Creador te es tan preciada que te niegas a soltarla por un segundo por si acaso lo superas y sigues adelante.</p> <p>—Deberías haber sido loquera —dijo Max de un modo que no llegó a sonar como un cumplido.</p> <p>Nos quedamos sentados en silencio, bebiendo nuestro desayuno y haciendo todo lo posible por ignorar la conversación que acabábamos de tener. De vez en cuando, él alzaba la cabeza ante algún sonido imaginario procedente del salón, pero cuando Bella no aparecía, su rostro mostraba decepción.</p> <p>Pensé que estaba imaginándose cosas cuando maldijo y se levantó de la mesa de pronto; a punto estuvo de volcarla antes de salir de la cocina.</p> <p>—¿Qué estás haciendo?</p> <p>A pesar del hecho de que Bella dormía, corrió al salón, encendió las luces y comenzó a levantar libros. Bella se incorporó adormecida.</p> <p>—¿Qué pasa?</p> <p>—¿Dónde está el libro que estabas leyendo anoche?</p> <p>—¿Cuál? —preguntó Bella frotándose los ojos.</p> <p>—Max, ¿qué estás haciendo? —salvé a un libro especialmente preciado de caer sobre un vaso de agua en la mesa de café.</p> <p>—Has dicho que Nathan está cargando con mucha culpa por haber matado a Marianne. ¿Quién, además de tú y yo, lo sabe? —agarró el libro que Bella le ofreció y comenzó a hojearlo con tanta fuerza que me preocupó que fuera a arrancar las hojas. Un rizo de pelo dorado le cayó sobre la frente acentuando la locura que parecía haberse apoderado de él.</p> <p>—Bueno, Cyrus lo sabe. Él estuvo allí. Y también el Devorador de Almas… ¿No creerás que tiene algo que ver con…? —me dio un vuelco el estómago y tuve la sensación de que pronto vomitaría la sangre que acababa de tomar.</p> <p>Unas fuertes manos me agarraron los hombros.</p> <p>—¿Tiene algo que ver con qué? —el aliento de Cyrus me erizó el vello de la nuca.</p> <p>Max tosió y yo me aparté de Cyrus.</p> <p>—¿Recuerdas el nombre del hechizo sobre el que nos habló Bella anoche? —preguntó Max.</p> <p>Cyrus y Bella respondieron al unísono, en dos idiomas distintos. Las palabras de Cyrus fueron las que yo pude entender.</p> <p>—La Oscura Noche del Alma.</p> <p>Bella, que ya estaba totalmente despierta, se situó junto a Max e intentó quitarle el libro.</p> <p>—No es por ahí, ¡está por detrás!</p> <p>Me giré hacia Cyrus, consternada al ver que sólo llevaba una toalla colgando de sus caderas.</p> <p>—Creemos que sabemos lo que tu padre le está haciendo a Nathan.</p> <p>—Les conté a Max y a Bella exactamente lo que está haciendo y no me creyeron hasta que ella se topó con ese maldito libro —me explicó Cyrus al percibir mi desconcierto—. Al parecer, mi palabra sólo es válida si puedo respaldarla con pruebas escritas.</p> <p>—¿Qué está haciendo? —le tomé las manos, sin importarme lo que pudiera pensar Max—. Por favor, Cyrus, tengo que recuperar a Nathan.</p> <p>—¿Lo amas? —las palabras absorbieron el aire de la habitación. Incluso Max y Bella se quedaron paralizados.</p> <p>—¿Importa?</p> <p>Nos quedamos mirándonos un largo rato. En los ojos de Cyrus vi el dolor que sentía por haber perdido a la chica en el desierto y el dolor que sentiría si pensara que no había oportunidad de que yo volviera a su lado.</p> <p>Sentí cómo la palabra salió de mis labios antes de siquiera haberla pensado.</p> <p>—Sí —admitirlo hizo que algo se abriera dentro de mí y sentí el veneno que había estado invadiéndome durante los dos últimos meses salir y evaporarse—. Sí, lo amo.</p> <p>Lo que fuera que se hubiera abierto en mí equivalía a algo que se había cerrado en Cyrus. Se encogió de hombros como si la conversación le fuera indiferente y miró a otro lado.</p> <p>—La Oscura Noche del Alma se remonta a un tiempo muy lejano. Comenzó como un hechizo para probar la fe de un chamán o un místico. Básicamente, los obliga a vivir los momentos más perturbadores y dolorosos de su vida una y otra vez. Lo único que evita que se vuelvan locos es la fuerza de su mente y su creencia en los estudios que han recibido. Por ejemplo, una persona muy religiosa podría pedirle fuerzas al dios judeocristiano al pasar por una prueba, y su propia fe rompería el hechizo —se detuvo; la emoción reflejada en sus ojos fue difícil de interpretar—. Pero si lo empleas en alguien que desde el principio no tiene esperanza… —supe enseguida en qué consistía la Noche Oscura de Nathan.</p> <p>—Está matándolo.</p> <p>—Una y otra vez —continuó Cyrus—. Padre no lo liberaría tan fácilmente.</p> <p>—¿Pero por qué? —preguntó Bella—. ¿De qué le sirve volverlo loco?</p> <p>—No está loco —explicó Cyrus—. Está lo suficientemente cuerdo como para saber lo que está haciendo, pero no puede controlar el recuerdo. Ya ha sucedido, de modo que no puede cambiar sus actos. Por lo menos sabe quién es el responsable de que él matara a su mujer. Padre necesita reunir las almas de los vampiros que ha corrompido. ¿Qué mejor forma que enfurecerlos y torturarlos hasta que ellos mismos lo busquen para eliminar el hechizo?</p> <p>—Si matamos al Devorador de Almas, ¿se detendrá el hechizo? —como siempre, Max dispuesto a acabar con los problemas de raíz. Y no podía culparlo; en ese momento, yo también quería matar a Jacob Seymour.</p> <p>—Eso es lo bueno del hechizo. Que perdura incluso después de que el que lo ha lanzado muera.</p> <p>—Los sigiles —interpuso Bella—. Son las anclas.</p> <p>Cyrus asintió, algo sorprendido por la astucia de su padre.</p> <p>—Bueno, entonces qué, ¿no tiene solución?</p> <p>—No —Bella hojeaba el libro, aún en manos de Max—. No será fácil, pero tiene que haber un modo de solucionar esto.</p> <p>—Bueno, eso es un alivio.</p> <p>—Todo tiene un opuesto. No existe ningún hechizo que no pueda romperse —le quitó a Max el libro de las manos—. Estaré abajo. Supongo que puedo utilizar lo que necesite, ¿verdad?</p> <p>—Por supuesto —estaba convencida de que Nathan se habría deshecho de todo su inventario a cambio de escapar del infierno en el que se encontraba.</p> <p>Bella cerró el libro y se lo metió debajo del brazo mientras se alejaba.</p> <p>—¿Te tengo a mi disposición?</p> <p>—Por supuesto —repetí—. ¿Qué tendré que hacer?</p> <p>Se sacudió el pelo y se encogió de hombros.</p> <p>—Tal vez nada.</p> <p>Al pasar por delante de Cyrus se detuvo un instante para mirar su desnudez de arriba abajo. Después, descolgó las llaves que había en la pared y se marchó.</p> <p>—¿No tienes ropa? —preguntó Max con un gruñido.</p> <p>Cyrus sonrió.</p> <p>—Por desgracia es la misma que llevo desde hace una semana.</p> <p>—Te prestaré algo, pero póntelo —fue hacia los pies del sillón, donde tenía su bolsa de viaje. Sacó un par de vaqueros y una camiseta y se los tiró a Cyrus antes de añadir dirigiéndome una mirada furiosa:</p> <p>—Voy a darle de comer a Nathan.</p> <p>—Mantente alejado de mi chica —murmuró Cyrus con un exagerado acento estadounidense cuando Max salió de la cocina y recorrió el pasillo.</p> <p>—Déjalo. Está pasando un mal momento —me giré cuando Cyrus se quitó la toalla. Ya lo había visto desnudo en el desierto, no tenía que verlo a cada oportunidad que surgiera.</p> <p>—¿Un mal momento? ¿Acaso lo tenéis blasonado en algún retorcido emblema familiar? —sus palabras se oyeron amortiguadas, como si estuviera poniéndose la camiseta.</p> <p>Me giré justo cuando estaba colocándose los pantalones en las caderas. Le quedaban algo grandes.</p> <p>—Si seguís dándome de comer de forma intermitente, no tendré problemas de peso.</p> <p>—Lo siento. Sírvete lo que quieras de la cocina —contando con que hubiera algo en la cocina. Ni siquiera había mirado desde que había vuelto a casa. Resultaba curioso que cuando era humana la comida había dominado todas las facetas de mi vida: ¿estaba comiendo demasiado?, ¿cuántas calorías tenía esa porción de pizza? Ahora que era un vampiro, el tema de la comida me había desaparecido por completo de la mente.</p> <p>Aunque no el disfrute. Nathan tenía un buen almacén de comida basura. Me encantaban las noches en las que el abastecimiento parecía estar disminuyendo porque siempre acabábamos en el supermercado que abría las veinticuatro horas. Cargábamos el carro de todas las cosas malas para los humanos que encontrábamos, desde Doritos hasta tartas de cumpleaños, volvíamos al apartamento, nos poníamos al borde de un coma de azúcar y nos quedábamos dormidos viendo vídeos. Nathan prefería las películas de guerra y los dramas psicológicos. Yo siempre votaba por las comedias románticas o las películas históricas con suntuosos trajes. Inevitablemente llegábamos a un acuerdo con disparatadas comedias como <i>El jovencito Frankenstein </i>o <i>Medio flipado.</i></p> <p>—Se pondrá bien —dijo Cyrus interrumpiendo mi ensueño, y con una sonrisa de disculpa, añadió—: Tenías esa mirada.</p> <p>—¿Qué mirada? —no me gustaba que pudiera leer mis pensamientos en mi expresión facial; una parte de mí no quería darle ese poder, y a esa misma parte le preocupaba que si Cyrus supiera lo importante que era Nathan para mí, eso le daría munición para hacerme daño. Mi lógica me permitía reconocer los cambios que se habían producido en él, pero mis emociones aún vivían en un lugar donde Cyrus era mi manipulador Creador.</p> <p>—Tienes esa mirada cuando piensas en él. Eso solía volverme loco —lo que comenzó como una sonrisa en su rostro se convirtió en una mueca de lamento. Como si aún pudiera leerme el pensamiento. Tal vez podía—: ¿Cuál sería tu pesadilla si te hubieran lanzado a ti el hechizo? Eso era lo único en lo que yo podía pensar cuando me di cuenta de lo que estaba pasando: «¿Y si mi padre me hubiera hechizado a mí, qué momento horrible de mi vida habría recreado una y otra vez?».</p> <p>—La muerte de mis padres —me reí por lo absurdamente humana que ahora me parecía esa idea, comparado con todo el infierno por el que había pasado desde entonces—. O tú. No lo sé.</p> <p>—¿Yo? —no sonó del todo sorprendido—. Cuando te convertí, supongo. No fue una circunstancia de lo más ideal.</p> <p>—No. Cuando te maté —la lágrima que se deslizó por mi cara me sorprendió y me la sequé, aunque no antes de que Cyrus se fijara en ella y viniera a mi lado.</p> <p>Una emoción que habría sido de tristeza de no ser porque supuso tanto alivio me nubló la cara.</p> <p>—He oído lo que le has dicho a tu amigo esta mañana. Sobre mí.</p> <p>«Justo lo que había sospechado».</p> <p>—No pretendía que lo oyeras…</p> <p>—No tienes que preocuparte por haberme convertido en un monstruo. Yo elegí comportarme como lo hice. Sí, hubo veces en las que me hiciste daño, especialmente cuando me atravesaste el corazón con un cuchillo y me enviaste a un extraño purgatorio, pero no fuiste tan devastadora como para destruir mi humanidad cuando me rechazaste. Cuando te conocí, ya no quedaba nada que destruir.</p> <p>Unas lágrimas inesperadas salpicaron mis ojos. Me las sequé con el dorso de la mano.</p> <p>—No soy tan egocéntrica como para haber pensado… bueno, no sé lo que pensaba.</p> <p>Nathan gritó, el sonido recorrió el pasillo y me hizo emitir un fuerte sollozo. Cyrus alargó los brazos, pero no me abrazó, estaba claro que esperaba que yo diera el primer paso. Fui hacia él porque por primera vez no dudé de sus razones ni de su humanidad, porque era humano, vio mi dolor y quería ayudarme. Sentí sus fuertes brazos alrededor de mi espalda, su rostro cálido donde lo había hundido contra mi hombro. Si hubiera sido así de sincero cuando era mi Creador, podría haberme enamorado de él. Se retiró y me apartó un mechón de la cara.</p> <p>—¿Puedo hacerte una pregunta?</p> <p>—Con tal de que no sea «¿quieres casarte conmigo?».</p> <p>Nos reímos como viejos amigos reunidos después de un largo tiempo separado, pero entonces su expresión se tornó seria.</p> <p>—¿Me dejas matar a mi padre?</p> <p>—¡Rotundamente no!</p> <p>—¿Por qué? ¿Temes que me pase al lado oscuro? Nunca creerás que he cambiado.</p> <p>Tragué el nudo de lágrimas que se me había formado en la garganta.</p> <p>—Creo que has cambiado. De verdad. Pero no estoy dispuesta a permitir que corras ese riesgo.</p> <p>Nathan volvió a gritar; el cabecero golpeaba contra la pared y resonaba por toda la casa. Decidí ignorar hasta qué punto me inquietaba y me centré en Cyrus, que seguía hablando.</p> <p>—… el riesgo de volver al lado de mi padre? ¿De que me convierta en el monstruo que recuerdas? —sacudió la cabeza—. Eso no va a pasar.</p> <p>No respondí, intentaba bloquear los sonidos de la suplicante voz de Nathan que provenía del dormitorio.</p> <p>—De acuerdo. No soy más que un humano de mente débil que sucumbirá al Devorador de Almas ante la primera promesa de poder y riqueza —Cyrus se dio la vuelta bruscamente y fue hasta mi habitación. Lo seguí.</p> <p>El modo en que caminaba de un lado a otro de la pequeña habitación me alarmó. Me preocupó que hiciera algo violento o rompiera algo. Por el contrario, agarró la fotografía enmarcada de Ziggy que había en mi escritorio y me la lanzó. Su rostro se retorció con remordimiento.</p> <p>—Yo maté a este chico. Lo maté porque eso fue lo que me dijeron que hiciera.</p> <p>Ziggy me sonreía desde la foto. Se me encogió el corazón.</p> <p>—Mi padre me enseñó a matar por diversión y placer. Me pidió que hiciera cosas terribles por él y las hice. ¿Cómo me lo devolvió? Llevándose a todas las personas que he amado hasta que ya no pude sentir más amor. Lo único que podía sentir era este ardiente y egoísta deseo. Deseaba poseerlas, eso era todo —sonó como si fuera a derrumbarse y echarse a llorar.</p> <p>Al otro lado de la pared, Nathan estaba mostrándose más inquieto. Cerré los ojos y me llevé las manos a las sienes. Cyrus estuvo a mi lado en un instante y esta vez sí que me rodeó con sus brazos sin pedir permiso. Me besó el pelo mientras susurraba:</p> <p>—Si mi padre estuviera muerto… Mientras esté vivo siempre existirá la posibilidad de volver a su lado, de volver a ser como era. ¡Y no quiero volver a ser ese hombre nunca! ¿Lo entiendes? Quiero matar a mi padre.</p> <p>Otro grito de dolor llenó el aire.</p> <p>—Tengo que irme. No puedo soportar esto.</p> <p>Salí corriendo de la habitación hasta la puerta principal, ignorando a Cyrus.</p> <p>—¡Carrie, espera!</p> <p>Bajé los escalones de dos en dos. Ya no podía oír los gritos de Nathan, pero el recuerdo me perseguía. Era peor ahora que sabía qué lo causaba. Pensar que Nathan se veía obligado a matar a su mujer cada segundo, la mujer que aún amaba tanto, era demasiado como para que yo pudiera soportarlo. Fui tambaleándome hasta la camioneta aparcada en la acera y apoyé la frente contra un lateral sin molestarme en contener los sollozos que sacudían mi cuerpo.</p> <p>Oí pasos detrás de mí y supe que era Cyrus. Me puso una mano en el hombro y me giré.</p> <p>—No creo que te conviertas en un monstruo, ¡pero no quiero que vayas porque no quiero que mueras! No sé qué haría si… —no pude pronunciar el resto, pero esas palabras resonaban en mi cabeza. «Volviera a perderte».</p> <p>Aunque no las había pronunciado, Cyrus las oyó. Me miró con esos ojos azules que siempre me habían parecido tan fríos y que me habían mirado con una intensidad que él podía haber estado fingiendo.</p> <p>Me imaginé a Nathan arriba, invadido por el dolor. Pensé en la agonía por la que debía de estar pasando Cyrus de pensar en lo que su padre les había hecho tanto a él como a la chica del desierto. Quería que de algún modo ese dolor me atacara más a mí, ya que me temía que no estaba sintiéndolo lo suficiente como para comprenderlo del todo, y entonces me di cuenta de que eso era lo único que había estado haciendo… sintiendo todo ese horror y culpa hasta que se me hizo normal.</p> <p>Cuando Cyrus me besó en esa ocasión, no fue ni con pasión ni con rabia. Sus manos se entrelazaron en mi cabello, su boca estrujó la mía como si así pudiera borrar todo mi dolor. Le importaba haberme hecho daño en el pasado y ahora buscaba el modo de enmendarlo.</p> <p>No me resistí. Aún amaba a Nathan, era mi Creador, pero habían quedado demasiadas cosas sin resolver entre Cyrus y yo. No fue una traición, fue un punto final.</p> <p>Oí la puerta trasera de la camioneta abrirse. En ningún momento me soltó ni apartó la boca de la mía mientras me llevó hacia ella y me tumbó sobre la horrible alfombra dorada que había dentro. Tal vez pensó que si rompía el contacto y me daba un segundo para pensar, le diría que parase, pero no lo habría hecho porque por un momento quería sentir algo por él que no me hiciera daño.</p> <p>Entró y cerró la puerta. Hubo un segundo de duda por su parte durante el cual supe que estaría pensando «no deberíamos estar haciendo esto», pero me quité la camiseta, lo agarré y lo besé. Al instante se relajó y me tendió hacia atrás para a continuación tumbarse sobre mí.</p> <p>Cuando se quitó su camiseta prestada, intenté sacar todo pensamiento de mi cabeza, para bien o para mal. No hablamos, pero nos movimos en un extrañamente fácil baile en el que nos desnudamos y nos besamos. No fue ni romántico ni tierno, fue sexo en el sentido más inconexo de la palabra.</p> <p>Se hundió dentro de mí fácilmente y yo gemí involuntariamente ante lo cálido y vivo que lo sentí. Los vampiros eran fríos, él era humano. Cuando sus manos se cerraron sobre mis caderas para acercarme a él, fueron unas manos humanas y no las retorcidas garras de un monstruo.</p> <p>Me agarré a su espalda y a sus hombros y cuando llegó al éxtasis dentro de mí, temblé. Él se retiró inmediatamente sin mirarme.</p> <p>—Ha sido un error —dijo con una voz ronca.</p> <p>Asentí intentando encontrar mi voz.</p> <p>—Olvidémoslo.</p> <p>Nos vestimos en silencio, sintiéndonos sucios sin llegar a culparnos el uno al otro. Sólo cuando abrió la puerta y el aire limpio y frío de la noche entró, hablé.</p> <p>—Me has preguntado qué vería si el Devorador de Almas me hubiera puesto bajo ese hechizo. ¿Y si hubieras sido tú? —le pregunté y me miró—. ¿Qué estarías viviendo entonces?</p> <p>—Fuego —dijo sin vacilar y mi corazón se encogió al pensar en la chica del desierto—. Recordaría el fuego.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 22</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Otra oportunidad</p> </h3> <p>Un largo paseo siempre ayudaba a Max a aclararse las ideas, pero vagar por las calles con los matones del Devorador de Almas en la ciudad no le parecía tan buena idea. Había bajado hasta la tienda al recordar que Bella estaba allí y se había quedado sentado en las escaleras bajo la lluvia y paralizado por los pensamientos que se arremolinaban en su cabeza.</p> <p>¿Cómo Carrie había podido hacer eso? Acababa de drogar a Nathan para pasar la noche cuando Cyrus y ella habían entrado con la ropa descolocada y la culpabilidad que sigue al sexo grabada en sus rostros. Ya era bastante negativo que Carrie hubiera metido a ese bastardo en la casa de Nathan, pero ¿que se hubiera acostado con él? ¿Después de lo que había hecho? Sólo pensarlo lo hizo sentirse utilizado, traicionado.</p> <p>Había más palabras asociadas a esa idea. Palabras como «engañado», «zorra» y «perra». Después, palabras de perdón como «estresada», «dolida», «confusa». Pero prefirió no racionalizar su comportamiento. El hecho era que Carrie se había acostado con su antiguo Creador mientras que el nuevo yacía prácticamente muerto en su cama atrapado en sus pesadillas.</p> <p>Bueno, de acuerdo, no era la cama de los dos propiamente dicho ya que no tenían ningún compromiso mutuo, aparte del lazo de sangre, pero para Max eso ya era un compromiso suficiente.</p> <p>Aunque él no estuviera prácticamente muerto, (eso era una exageración y Max odiaba exagerar), Nathan estaba reviviendo constantemente la peor noche de su vida, una noche en cuyo horror había participado Cyrus.</p> <p>Max era un hombre inteligente. Podía engañarse a sí mismo con la rabia que sentía, pero tarde o temprano tendría que enfrentarse a la verdadera razón por la que la traición de ella le molestaba tanto.</p> <p>Era un espejo de la suya.</p> <p>Una ligera llovizna mojó el suelo. Pronto llegaría la mañana. Debería buscar refugio, pero si subía, Carrie estaría allí, esperando a que Nathan se mejorara para poder abandonarlo o esperando a que muriera para no tener que hacerlo. Abajo, estaba Bella.</p> <p>Y la tentación. Más le valía evitarla.</p> <p>Ya fuera por una atracción natural o por una cuestión de repulsión entre ellos, Bella le hacía dolorosamente consciente de su cuerpo. Hacía que la sangre le vibrara en las venas sólo con hablar. Se excitaba sólo con mirarla. El recuerdo de su sabor y de su olor le atormentaba. Incluso sus extraños hábitos caninos le resultaban <i>sexys</i> en cierto modo. No había podido dormir durante los últimos días porque ella estaba allí y durante ese tiempo apenas había pensado en Marcus.</p> <p>Pero no tenía derecho a olvidar. No tenía derecho a tener que recordarse que su propia estupidez había hecho que su Creador muriera. La imagen de la chica con la dulce sonrisa y los ojos fríos se coló en su mente. Como siempre, comenzó el desfile de los «¿y si…?». ¿Y si hubiera resistido el ridículo deseo de reunirse con ella otra vez? ¿Y si le hubiera hablado de ella a Marcus antes de que las cosas se le hubieran ido de las manos?</p> <p>No, sabía por qué no lo había hecho. Marcus le habría dicho que le pusiera fin, tanto si conocía la verdadera identidad de la chica como si no. Marcus había querido a Max con intensidad y de un modo demasiado protector.</p> <p>Ojalá Max se hubiera dado cuenta de que era una asesina. Si no hubiera sido tan joven, tan estúpido, si no hubiera estado tan enamorado, las señales le habrían resultado obvias. Pero ya había aprendido. Sabía que el amor no llevaba a ninguna parte y no merecía la pena porque acarreaba demasiados problemas.</p> <p>Con el aire cada vez más cálido a pesar de la lluvia, se decidió por ir a ver a Bella y entró en la librería.</p> <p>Cuando abrió la puerta, las campanitas lo anunciaron y ella levantó la mirada. Estrechó los ojos y su cuerpo se tensó justo antes de reconocerlo y sonreír. Tenía una sonrisa increíble, pero todo en Bella lo era. El modo en que se movía, como si fuera consciente de cada músculo de su cuerpo. El modo en que lograba que su expresión se mantuviera neutral en todo momento sin dejar ver qué estaba pasando por su mente.</p> <p>«Es demasiado buena para ti», decidió. Pero entonces, en un intento de calmar su ego herido, se corrigió. «No, no demasiado buena. Demasiado complicada».</p> <p>—Estás empapado.</p> <p>—Estaba dando un paseo —mintió—. Pensando.</p> <p>—¿Ah, sí? —se giró hacia el mostrador, donde había toda una variedad de velas, botellas y hierbas—. Estabas al otro lado de la puerta. Podía olerte.</p> <p>—No te quiero —le dijo él.</p> <p>Bella lo miró, claramente sorprendida, y eso a él le produjo cierta satisfacción.</p> <p>—Bien.</p> <p>—Acabo de romperte el corazón, señorita. Lo sabes y lo sé. De lo contrario, no estarías todo el tiempo con este rollo de «no quiero una relación».</p> <p>—Pienso todo lo que digo y, aunque no dejes de repetirme que me equivoco, sigo temiendo que no lo comprendas.</p> <p>—Muchas mujeres han dicho muchas cosas para intentar atarme, cariño. No eres la primera que se hace la dura —en el momento en que pronunció esas palabras tuvo la sensación de que había quedado como un cretino—. No estás jugando, ¿verdad?</p> <p>—No intento tenderte una trampa —se rió suavemente—. Me gustas. Eres divertido y bueno en la cama, pero en mi vida no hay sitio para una relación.</p> <p>—En la mía tampoco —asintió enérgicamente. Si eso era lo que había estado buscando, ¿por qué se sentía como si estuviera perdiendo algo?</p> <p>Ella siguió con su inventario.</p> <p>—No, tú estás atado a tus obligaciones.</p> <p>—¿Por qué lo dices así? —fue hasta el mostrador y se sentó encima.</p> <p>—Cuenta esto —le dijo dándole un puñado de velas—. Tiene que haber siete.</p> <p>Max ni se molestó en mirarlas antes de apartarlas.</p> <p>—¿Crees que yo no estoy ocupado con otras cosas como para tener una relación?</p> <p>Con un suspiro, Bella respondió:</p> <p>—¿Olvidas que tengo instintos animales? ¿Crees que no puedo sentir lo que sientes cuando estás dentro de mí?</p> <p>—Sé que cuando estamos… sé que no siento nada por ti.</p> <p>—Estás aferrado a un sentimiento de culpa que yo no alcanzo a comprender. Te importaba mucho esa persona a quien perdiste, pero lo único que se interpone entre el amor y tú es tu renuencia a dejar que el pasado muera.</p> <p>—¿Por qué no siento nada por ti?</p> <p>—Porque no hay nada que sentir —respondió ella rápidamente, como si esas palabras estuvieran ensayadas… o las hubiera utilizado mucho.</p> <p>Lo invadió una fría furia. Bajó del mostrador y la miró a la cara.</p> <p>—¿De qué va todo esto?</p> <p>—¿Qué? —estaba confundida.</p> <p>—¡Ya lo sabes! Estás jugando conmigo para que me enamore de ti y luego puedas disfrutar rechazándome. ¿A cuántos hombres les has hecho esto?</p> <p>—¡A ninguno!</p> <p>¿Eran lágrimas lo que veía en sus ojos?</p> <p>—De acuerdo, no has jugado por propio disfrute. Me sedujiste por capricho, no puedo creer que me dejara convencer.</p> <p>—¡No fue un truco! Tú has sido el único.</p> <p>Max tragó saliva.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—El único. En toda mi vida —miró a otro lado—. He sido una estúpida.</p> <p>—Eso es imposible. Dijiste…</p> <p>—¿Antes era una mentirosa y ahora todo lo que digo es verdad? —lloró abiertamente, algo que él creía que nunca vería—. ¡No es justo que cambies las reglas!</p> <p>—¿Por qué no me lo dijiste? Habría… —no, no lo habría hecho. Las vírgenes no eran para él. A él le gustaban las chicas con experiencia, una chica que no necesitara mimos, una chica con la que pudiera… Dios, iba a ir al Infierno.</p> <p>—Las reglas son distintas para mi gente. Debemos fingir que somos humanos en un mundo donde nuestra cultura es tachada de estar pasada de moda. Esto del sexo casual no es algo que haga un hombre lobo, pero ¿tengo que fingir que soy una chica normal? Tal vez si lo fuera las cosas serían menos complicadas —sonrió tristemente mientras una lágrima se deslizaba por su cara—. Los hombres lobo se aparejan de por vida. No podría experimentar lo que experimenté contigo con alguien de mi especie sin un compromiso por medio. Quería fingir por un minuto que contigo era una mujer normal. No sé por qué te elegí a ti. No era una trampa. Por la reputación que tienes en el Movimiento creí que eras un hombre que se iría a la cama con una mujer sin pensarlo. Los dos estaríamos a salvo. Pero me gustas mucho, aunque no haya posibilidades de que entre nosotros haya algo más que un feliz recuerdo.</p> <p>Las lágrimas de una mujer eran algo que Max no podía soportar. La abrazó y sintió la calidez y la vida que había en ella.</p> <p>Por supuesto que no tenían futuro. Él era poco más que un cadáver con pretensiones. Ella, un canino con una maldición. ¿Qué clase de vida podrían tener, aparte de una con complicaciones? Todo era una bonita fantasía. ¿Cómo podía sentirse ofendido cuando Bella lo había utilizado para crear en su mente algo tan hermoso?</p> <p>La besó en la frente con la única intención de reconfortarla. Su cuerpo, por muy muerto que pudiera estar, no quedó satisfecho con un momento tierno, y pronto estaba besándola sin saber cómo había llegado hasta ese punto.</p> <p>—El ritual —murmuró ella contra sus labios y apartando la cara ligeramente.</p> <p>—Tenemos tiempo —le prometió él. El reloj de la pared marcaba las seis—. Y de todos modos, tal vez ya se me ha hecho tarde para lograr salir y subir.</p> <p>—¿Entonces, debería tener compasión y acostarme contigo? —sonrió.</p> <p>—No —él alzó la cabeza y la miró—. Finjamos que no hemos hecho esto nunca.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—Déjame hacerlo bien. Si lo hubiera sabido, no habría sido tan…</p> <p>—¿Avanzado?</p> <p>No quería que pensara que estaba riéndose de ella, pero tampoco podía mostrarse serio.</p> <p>—Es una forma de decirlo. Podría haberlo hecho mejor para ti.</p> <p>—Estuvo bien, aunque no fue genial —la Bella que recordaba había vuelto, provocándolo con su misteriosa expresión—. Lo intentaremos a tu modo. Haré lo que sea una vez. Dos veces.</p> <p>Max quiso creer que había encontrado algo de paz en su mente por haberla reconfortado, pero cuando se deslizó dentro de ella en la cama que habían improvisado con la ropa que se habían quitado, supo que sólo había logrado perderse más a sí mismo.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 23</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Miedo y odio</p> </h3> <p>Estaba esperando en el salón con Cyrus cuando el sol cayó y Max y Bella volvieron de la librería. No había dormido mucho. Estoy segura de que no tenía mejor aspecto que ellos, aunque esperaba que mi expresión no fuera tan adusta como la suya cuando entraron por la puerta. Me fijé en cómo se agarraban de la mano y durante un aterrador momento pensé que lo peor había pasado.</p> <p>—¿Entonces no hay esperanza? —susurró Cyrus.</p> <p>—¿Por qué dices algo así? —preguntó Max.</p> <p>—Porque tenéis cara de que haya pasado algo horrible.</p> <p>—No ha pasado nada horrible. Es más, he encontrado una forma de curar a Nathan —Bella se soltó de Max—, aunque no es ideal.</p> <p>—Con eso quiere decir que funcionará, pero que es una locura —Max se situó detrás del sofá sin decir más.</p> <p>—¿Quiere alguien decirme de qué se trata? —me puse de pie y me aparté de Cyrus al darme cuenta de que estábamos demasiado cerca. Sabía que Max y Bella también se habían percatado. Y también Cyrus, al parecer, porque se fue al otro lado de la habitación como para poner el máximo espacio posible entre los dos.</p> <p>—La Oscura Noche del Alma sólo funciona si alguien tiene un recuerdo vergonzoso o algo que lamentar —comenzó a decir Bella mirando a Max—. Max me ha dicho que tú sabes mejor que nadie cuál sería ese recuerdo.</p> <p>—Tuve una visión de la noche en la que Nathan se convirtió —me centré en los ojos de Bella, tan claros y libres de prejuicios. Si miraba a Cyrus y veía su remordimiento, o a Max y veía su furia, no podría continuar—. Cyrus me lo enseñó, al mezclar su sangre con la de Nathan. Nathan había llevado a Marianne, su esposa, a ver al Devorador de Almas pensando que era una especie de curandero.</p> <p>Narré la historia con los detalles gráficos que había visto, y la historia que Nathan me había contado. Marianne había sido joven y bella hasta que un cáncer se había apoderado de su cuerpo y había dejado a Nathan con pocas opciones para salvarla. Había llevado a su debilitada esposa hasta Brasil por medio de un médico que le había recomendado a Jacob Seymour. Nathan no podía haberlo sabido, pero el Devorador de Almas les había tendido una trampa la noche del Año Nuevo Vampiro, una trampa en la que había colaborado.</p> <p>Cyrus. Al llegar, Marianne y Nathan habían descubierto demasiado tarde la clase de monstruos que eran esas manos en las que habían caído. Cyrus había abusado brutalmente de Nathan delante de su esposa. Cerré los ojos mientras describía sus gritos de horror y el modo en que le había suplicado a Cyrus que no parara y que hiciera lo que deseara con él con tal de que Marianne no muriera.</p> <p>Mientras hablaba, Cyrus se dejó caer al suelo y sollozó abiertamente bajo la mirada de odio de Max.</p> <p>—Su padre lo obligó a hacerlo —dije en voz baja cuando me pareció que Max iba a cruzar la habitación para arrancarle las extremidades a Cyrus una a una—. Déjalo.</p> <p>Aun así, no me guardé nada para proteger a Cyrus mientras le explicaba a Bella como él había bebido la sangre de Nathan y lo había dejado debilitado para el Devorador de Almas.</p> <p>—Después de que Jacob lo convirtiera, atormentó a Nathan. Su sangre ya estaba diluida después de un año sin alimentarse, y no fue suficiente para saciar el hambre de Nathan. No le ofreció nada con que aliviarse y Nathan no tuvo más remedio que matar a su mujer y alimentarse de ella.</p> <p>Cyrus estaba sentado en el suelo con los brazos alrededor de las rodillas y la cabeza agachada. Cuando miró arriba, tenía los ojos rojos. Abrió la boca como para hablar, pero Max lo interrumpió.</p> <p>—Si hablas ahora, juro por Dios que te arrancaré la cabeza.</p> <p>—Max… —comencé a decir, pero Bella me interrumpió.</p> <p>—No puedes cambiar el pasado matándolo.</p> <p>Para mi sorpresa, Max volvió al lado de ella, aunque no dejó de lanzarle miradas asesinas a Cyrus.</p> <p>—¿Se ha enfrentado a Cyrus por esto?</p> <p>Asentí.</p> <p>—No tuvieron una gran reconciliación con lágrimas. Intercambiaron palabras cargadas de ira.</p> <p>—Y ahora el Devorador de Almas está controlándolo, así que tienen un vínculo abierto —añadió Bella—. Funcionará.</p> <p>—Es maravilloso —dije secándome las lágrimas con la manga—. Pero ¿os importa decirme en qué consistirá?</p> <p>—Bella piensa que si Nathan hace las paces consigo mismo, el Devorador de Almas no podrá usar el recuerdo para controlarlo —dijo Max apretando los dientes.</p> <p>—Nathan se ha enfrentado a dos de las partes involucradas, pero debe reconciliarse con la tercera parte —explicó Bella pacientemente.</p> <p>—Marianne —dije—. Pero está muerta.</p> <p>—Yo también lo estaba —interpuso Cyrus con la voz ronca por haber llorado—, y sin embargo aquí estoy.</p> <p>—¿Puedes traer de vuelta a Marianne? —se me encogió el estómago ante la idea. Si Marianne regresaba, ¿en qué posición me dejaría a mí eso?</p> <p>Me reprendí en silencio por mi egoísmo. ¿Qué importaba? Debería alegrarme de que Nathan pudiera estar con su mujer y volver a ser feliz. Si pudiera darle esa felicidad, aunque ello supusiera mi sufrimiento, lo haría. Era mi Creador. Sería lo correcto. Con ello no compensaría haberlo traicionado con Cyrus, pero lo haría encantada. Se lo merecía.</p> <p>—No exactamente —dijo Bella. Eso debería haberme alegrado, pero lo que dijo a continuación destruyó esa sensación de alivio—. No soy tan avanzada como otros miembros de mi raza, pero tuve una oportunidad de estudiar necromancia durante mis prácticas con el Movimiento. Puedo traer a Marianne del plano astral durante un breve tiempo.</p> <p>—El plano astral, ¿es ahí donde estuve cuando morí? —pregunté y un escalofrío me recorrió al pensar en las indefinidas figuras que probablemente estaban deslizándose sin que las viéramos por la misma habitación en la que nos encontrábamos.</p> <p>—No, a menos que murieras como humana. El plano astral, o Cielo, o la Tierra del Verano, lo llames como lo llames, es sólo para almas que no están corrompidas. Los vampiros, o cualquiera que esté maldito, van a un mundo intermedio. El Infierno, para los que creen en el dios judeocristiano. Esos espíritus aún existen en este plano físico, pero están separados de los vivos.</p> <p>—¿El limbo? —preguntó Max—. Creía que la Iglesia Católica dejó esa enseñanza hace años.</p> <p>Me reí.</p> <p>—Pues el Universo no debe de saberlo, porque yo he estado ahí.</p> <p>La habitación se quedó en silencio y lo único que se pudo oír fue el tictac del reloj. Me preocupó que Nathan estuviera tan callado.</p> <p>—¿Qué le has dado?</p> <p>—Está empeorando. Las hierbas no lo han ayudado nada. He tenido que inyectarle otro tranquilizante para evitar que se arrancara las manos a mordiscos para escapar —dijo Max estremeciéndose—. Creo que podría haberme ahorrado este detalle.</p> <p>No podía soportar la idea de que Nathan se sintiera como un animal enjaulado. Él solía ser el que me calmaba, el que tenía las cosas bajo control.</p> <p>—Tenemos un alijo de drogas en el botiquín de primeros auxilios, morfina y merepidina, y un poco de Valium, creo. Cuando se pase el efecto del tranquilizante, probaré con un cóctel de farmacia antes de que tengas que volver a dispararle —me mordisqueé el pulgar mientras mi cabeza le daba vueltas a los detalles de la noche.</p> <p>Marianne. Mi rival secreta por el afecto de Nathan. Hasta el momento, estaba ganando, y eso que ni siquiera tenía pulso. No tenía duda de que, si utilizábamos el alma de Marianne como cebo para traerlo del oscuro lugar al que había ido, no serviría para nada cuando él tuviera que volver a desprenderse de ella.</p> <p>—No sé. Supongamos que funciona, por un minuto o así, y cuando la devolvamos al plano astral él vuelve a enloquecer. ¿Entonces qué? Volveríamos a estar en el punto en que estamos hoy. ¿Es la única forma?</p> <p>—Con tal de que consiga liberarse de sus remordimientos, aunque sea por un segundo, el hechizo quedará anulado. El Devorador de Almas tendría que volver a conjurarlo —Bella miró a Cyrus como esperando que hablara, pero él estaba perdido en su propia vergüenza y mirando al infinito con los párpados hinchados—. Y sería imposible que lo hiciera si conseguimos que Nathan deje de sentirse culpable por la muerte de su esposa.</p> <p>—Eso no va a pasar —dijo Max—. A los chicos nos gusta cargar con esa clase de cosas.</p> <p>Odié que utilizara nuestra conversación privada para mofarse de mí.</p> <p>—Cierra la boca.</p> <p>—¿Qué pasa? Sólo estoy diciendo lo que es —dijo Max, pero el tono de su voz no mostraba más que inocencia—. Aquí tu amiguito violó a tu Creador y lo obligó a que matara a su esposa, y ahora tiene remordimientos. Y a ti te da miedo solucionarlo porque temes que una vez que Nathan haya visto a Marianne, ¡ya no va a quererte!</p> <p>—Cierra la boca —repetí con un susurro.</p> <p>—Max, no estás ayudando nada.</p> <p>—Oh, lo siento. ¡No me he dado cuenta de que tenía que ser un pilar de fuerza mientras que todo el mundo empieza a tomar decisiones equivocadas! Lo siento, pero ahora me toca a mí derrumbarme. ¡Es mi amigo el que está ahí dentro, y he estado cuidándolo, dándole de comer, limpiando sus vómitos y su sangre y sentándome a su lado mientras desvaría y… ella se va por ahí a divertirse con el chico malo! Aunque, claro, ya no es un chico malo porque ahora es humano. ¡Todo esto es una mierda!</p> <p>—¡Max! —gritó Bella poniéndose de pie.</p> <p>Él no la miró, sino que me miró directamente a mí.</p> <p>—Carrie, ¿por qué no te lanzas a la posibilidad de salvar a Nathan?</p> <p>—¡Porque me da miedo perderlo! —grité con la voz rota—. ¡Tienes razón, me da miedo lo que pasará cuando vuelva a ver a Marianne! Me da miedo el dolor que sentirá cuando ella se vaya una vez más, porque creo de verdad que eso le destrozará. ¡Y no soy lo suficientemente fuerte para vivir sin él!</p> <p>Me llevé las manos a la cara y al instante unos fuertes brazos me rodearon. Supe, por el frío que radiaba de su piel, que era Max. Otro par de manos se posaron en mí, una en mi cabeza y la otra me acariciaba la espalda. Bella se acercó para susurrarme palabras de consuelo en su lengua natal y después, con dulzura, me dijo:</p> <p>—Necesito que seas fuerte. Lo que te pediré que hagas será muy duro.</p> <p>Miré sus cándidos ojos dorados. No recuerdo lo que dije a través de mis lágrimas, pero debió de ser algo que la convenció de mi fuerza, porque respondió:</p> <p>—Necesito que seas la receptora del alma.</p> <p>El temor se apoderó de mí ante la idea de ese mundo intermedio y de la posibilidad de quedar perdida para siempre.</p> <p>—¿Qué quieres decir con receptora?</p> <p>—Permanecerás en tu cuerpo, pero no lo controlarás. La mayor parte de ti pertenecerá a Marianne durante el tiempo que pueda mantener el hechizo. A través de ti, ella puede hablar con Nathan y con suerte lo perdonará por lo que le hizo.</p> <p>—¿Con suerte? —preguntó Max.</p> <p>—No voy a mentiros. Si el espíritu de Marianne está furioso, si no lo perdona, no puedo hacer nada. Pero tal vez sólo la confrontación será suficiente —Bella intentó sonar esperanzada, pero estaba claro que tenía tantas dudas como optimismo.</p> <p>—Lo haré —dije firmemente.</p> <p>—No —susurró Cyrus.</p> <p>—Tengo que hacerlo —miré a Cyrus y después a Max y a Bella—. Si no hacemos esto, Nathan se irá para siempre. Aunque las cosas no funcionen, preferiría poder decir que al menos hicimos todo lo que pudimos.</p> <p>Hubo un momento de silencio antes de que Cyrus volviera a hablar.</p> <p>—Pero mi padre sigue vivo, y jamás lo permitirá mientras necesite el alma de Nathan para completar su ritual.</p> <p>—Cuando consigamos que Nathan esté bien —dijo Max, claramente extenuado—, llamaré al Movimiento y reuniré un equipo de ataque. Nos libraremos de ese cabrón de una vez por todas. No te ofendas.</p> <p>—No me ofendo. Me encantaría ver cómo nos libramos de ese cabrón.</p> <p>—Bueno, entonces, ¿cuándo hacemos el ritual? —aunque apoyaba lo que Bella había planeado, una parte de mí rezaba porque tuviéramos más tiempo. Para hacer qué, era algo que desconocía, pero quería ir posponiendo lo inevitable.</p> <p>Bella se levantó y fue hojeando una libreta que había recogido de la mesita de café.</p> <p>—Tengo que reunir suministros y documentarme un poco más, pero el hechizo debe realizarse a medianoche. Es la última noche de luna menguante.</p> <p>Lo había dicho como si yo supiera lo que eso significaba.</p> <p>—¿Y eso significa…?</p> <p>—La fase menguante de la luna es el mejor momento para detener la magia.</p> <p>—¿Y si no hacemos el ritual esta noche?</p> <p>—Pasará otro mes antes de que podamos hacerlo —dejó la frase en el aire un momento antes de añadir—: Iré a prepararlo todo. Por favor, tienes que estar lista a medianoche.</p> <p>Medianoche. Antes de que me diera tiempo a pensar demasiado en ello.</p> <p>—Perfecto.</p> <p>A medianoche Nathan se reuniría con su mujer y yo me abandonaría a un futuro incierto.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 24</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Primeras impresiones. Reconciliados</p> </h3> <p>Aunque estaba agotada mentalmente, no estaba físicamente preparada para dormir. Era demasiado pronto. Bella se fue a la tienda a preparar el ritual, Max farfullaba algo sobre necesitar tiempo para él y se marchó. No sé a donde fue, pero esperaba que no fuera lejos. Cyrus se quedó donde estaba en el suelo y rechazó todos mis intentos de consolarlo.</p> <p>—Necesito algo de tiempo para pensar, Carrie —dijo acariciándome la mano cuando la puse sobre su brazo—. No es nada personal.</p> <p>Le dije que lo entendía y era verdad, pero no quería estar sola. Si estaba sola, podía pensar y lo único en lo que pensaba era que me aterraba lo que pasara a medianoche.</p> <p>Me duché y dejé que el agua arrastrara mi tensión, pero sobre todo quería borrar la sensación de haber tenido las manos de Cyrus sobre mi cuerpo, el olor a él que seguía pegado a mí.</p> <p>Qué estupidez tan enorme había cometido. ¿Cómo me había podido convencer mi cerebro de que era buena idea tener sexo con él, aunque sólo fuera por última vez? ¿Acaso había sido alguna vez una buena idea?</p> <p>Salí de la ducha y me sequé evitando ver mi reflejo en el espejo. El sexo debería estarme prohibido. Nunca tomaba decisiones acertadas en ese aspecto.</p> <p>Toda mi ropa limpia estaba en la habitación de Nathan, pero no quería molestarlo. Por lo menos aún tenía mi bolsa del viaje y fui a mi dormitorio para ponerme algo de lo que estuviera menos sucio.</p> <p>Me sorprendió encontrarme allí a Cyrus, inmóvil en la oscuridad de la cama, después de haberlo dejado en el suelo del salón. Intenté, sin éxito, cubrirme más con la toalla.</p> <p>—No sabía que estabas aquí…</p> <p>—Ojalá no lo hubiéramos hecho —cuando me miró tenía los ojos llenos de lágrimas.</p> <p>Me senté a su lado y le eché una mano sobre los hombros.</p> <p>—Sí, te entiendo.</p> <p>Se secó la nariz con el dorso de la mano, un gesto nada propio de Cyrus, y sacudió la cabeza.</p> <p>—No. No me entiendes.</p> <p>Se levantó, abrió la cremallera de mi bolsa y sacó una camiseta y unos vaqueros; supuse que el gesto que puso fue por el olor de la ropa.</p> <p>—Ponte algo encima.</p> <p>—Ya me has visto desnuda antes —le dije con voz suave mientras me ponía la camiseta y él miraba hacia la pared—. Y sí que sé lo que estás pensando.</p> <p>—¿De verdad? —soltó una breve y áspera carcajada—. Entonces, dime, ya que eres tan sabia, ¿por qué exactamente lamento nuestro encuentro?</p> <p>—Ya puedes darte la vuelta —me terminé de subir los pantalones—. Te sientes mal por la chica.</p> <p>—Tiene un nombre.</p> <p>—Por Ratón —esa loca y celosa parte de mí se preguntó por qué le habría puesto ese apodo—. Crees que la has traicionado.</p> <p>—¿Y la he traicionado? —descorrió las cortinas; la ventana daba al estrecho callejón donde me había dejado muerta. Tardó un momento en reconocerlo y al instante cerró bruscamente las cortinas—. No puedo traicionarla. Está muerta.</p> <p>Mi puerta estaba abierta unos centímetros. Fue hacia ella, la cerró del todo y se apoyó contra la madera.</p> <p>—Nunca voy a librarme de ti.</p> <p>—¿Cómo dices? ¿Qué quiere decir eso?</p> <p>Sus preciosos labios se combaron en una triste sonrisa.</p> <p>—No te lo tomes como algo personal. Hubo un tiempo en el que habría hecho lo que fuera por mantenerte a mi lado, pero ahora soy humano.</p> <p>—Y la gente que te rodea no lo es —terminé por él.</p> <p>—Nunca voy a poder alejarme de esta vida. De la sangre, del sexo y del horror. Sabía lo que pasaría entre nosotros. Era cuestión de tiempo. Y sabía lo que significaría cuando lo hiciéramos, pero cedí por propia voluntad a esa parte de mí contra la que debería haber luchado. Podría haberte matado en el desierto y desaparecer.</p> <p>—Qué pensamiento tan alegre —vi la lima de uñas al borde de mi escritorio y pensé que podía usarla como arma si intentaba atacarme. «Podrías usarte a ti misma. Eres un vampiro».</p> <p>Se aclaró la voz y parecía realmente arrepentido.</p> <p>—Lo siento, no pretendo ofenderte, pero es lo que pienso. Podría haber empezado de nuevo y tener todas las cosas que quise la primera vez que fui un hombre.</p> <p>—¿Qué querías?</p> <p>Hubo una larga pausa. Ya no estaba conmigo en mi habitación. Esa mirada sugería que se había alejado de mí unos siete siglos.</p> <p>—Un campesino sabe muy bien que no puede desear tener una vida buena y una muerte fácil. En mis fantasías, tenía mi propia casa y una cama de verdad. Mi primera esposa tuvo que pasar la noche de bodas en el suelo de la cabaña de mi familia, con mis hermanos y mi padre y sus mujeres a nuestro lado. Así fue siempre, no podíamos evitarlo. Pero yo era un soñador, igual que mi padre. Probablemente por eso hemos logrado tolerarnos todos estos años.</p> <p>—¿Tuviste hijos? —cuando fui su Iniciada nunca habíamos tratado el tema de su familia.</p> <p>—No, pero quise tenerlos. Y no es que no cumpliera mi deber como esposo para lograrlo. Pero nunca logré dejarla embarazada. Se suicidó después de que la convirtiera. Por eso no quería volver a caer en esta vida. Se suponía que era mi segunda oportunidad.</p> <p>—Aún puede serlo —insistí, pero no estaba hablándole sólo a él—. Puedes tener todo lo que quieras. Sólo tienes que superar esto.</p> <p>—El ritual que Bella ha mencionado me ha hecho pensar… Bueno, es una tontería.</p> <p>—Cuéntame —me gustaba el Cyrus humano y quería animarlo. Por otro lado, si pudo sobrevivir a todo eso, yo también podría sobrevivir a lo que me esperaba. Cosas más extrañas habían pasado.</p> <p>—Si hacer las paces es lo que Nathan necesita para sentirse bien, tal vez yo debería mirar dentro de mí —Cyrus se rió—. Pero no. Tengo mucho que expiar.</p> <p>—No puede ser malo intentarlo.</p> <p>—Supongo que tienes razón —sonrió y se pasó una mano por el pelo—. O tal vez estoy dándote la razón porque estoy exhausto.</p> <p>Me levanté y señalé hacia la cama.</p> <p>—Por favor, siéntete como en tu casa. Voy un rato con Nathan.</p> <p>Cuando me giré para salir de la habitación, Cyrus me agarró de la muñeca.</p> <p>—No te he utilizado.</p> <p>—Lo sé —me puse de puntillas y lo besé junto a la boca, como lo haría una vieja amiga.</p> <p>No haría ningún daño dejarle creer eso, que no me había usado simplemente para satisfacer una necesidad. Pero mientras me sentaba al lado de Nathan y lo veía dormir, supe por qué Cyrus y yo habíamos hecho lo que habíamos hecho.</p> <p>Nos sentíamos solos y estábamos castigándonos por ello.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 25</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">La desagradable lección del corazón</p> </h3> <p>No sé cuándo me quedé dormida, pero me desperté con el suave roce de la mano de Bella sobre mi hombro. Alcé la cabeza y vi a Nathan. Estaba despierto, aunque claramente drogado. Unas horas antes había acercado una silla a su cama y, cuando finalmente el cansancio me había vencido, había apoyado la cabeza sobre la cama junto a él. Ahora, me dolía la espalda y una fría capa de baba me cubría la mejilla.</p> <p>—Buenos días.</p> <p>—Tenemos que hablar —dijo ella muy seria—. Sobre el ritual.</p> <p>—Dime qué tengo que hacer.</p> <p>Me llevó hasta la cocina, donde esperaban Max y Cyrus. El primero me dio una taza de sangre y Cyrus se levantó para ofrecerme su silla. Le indiqué que se sentara y me giré hacia Bella.</p> <p>—Vale, dame los detalles morbosos.</p> <p>El ritual parecía bastante sencillo. A pesar de su estado, Bella insistió en que no le administráramos otro sedante a Nathan ya que eso permitiría que estuviera consciente durante el ritual y funcionara. Pero dado que seguía enloquecido, Max lo representaría como una especie de abogado, supuse, ya que Nathan no era capaz de dar su consentimiento. Me pareció bastante democrático para tratarse de un ritual mágico. Claro que mi noción de «magia» provenía de varios artículos sensacionalistas sobre brujas y espectáculos de David Copperfield. La combinación creó en mi cabeza una extraña imagen de Max con una túnica con capucha sacudiendo hierbas mientras Bella me abría en dos.</p> <p>Decidí no pensar en ello e intenté concentrarme en las instrucciones de Bella.</p> <p>—Serás totalmente consciente de lo que esté pasando a tu alrededor, pero no podrás controlar ni tu cuerpo físico ni tu cuerpo astral. Una vez que llegues allí, será importante que no te pongas nerviosa.</p> <p>—¿Que llegue adónde? ¿Adónde voy a ir? —no estaba preparada para los viajes astrales ni todas esas cosas que tanto le interesaban a Nathan.</p> <p>Bella vaciló y miró a Max y a Cyrus antes de decir:</p> <p>—Volverás a la noche en la que murió Marianne.</p> <p>—No hay problema. Ya he estado ahí.</p> <p>—Pero no lo viste con tus propios ojos —interpuso Cyrus—. ¿Estás segura de que puedes hacerlo? ¿Estás preparada para saber lo que es que Nolen te mate?</p> <p>Aunque esas palabras me produjeron un escalofrío, me obligué a proyectar una ilusoria valentía.</p> <p>—¿Podéis dejar de actuar como si estuvierais preparando mi funeral? Puedo con ello.</p> <p>Max miró a Bella.</p> <p>—Creo que deberíamos pensar en esto un poco más.</p> <p>—¡No! —di una patada al suelo—. ¿Podéis dejar de tratarme como si fuera tan frágil? Si va a ayudar a Nathan, ¡vamos a hacerlo!</p> <p>No sé por qué me costaba tanto lograr que mis compañeros se pusieran en marcha cada vez que teníamos una tarea monumental entre manos, pero era algo que estaba empezando a desquiciarme. Claro que eso no era justo por mi parte. Probablemente no estaban tan acostumbrados a las aventuras que había vivido yo. Verlo así me hizo sentirme un poco orgullosa, pero con mucho gusto habría cambiado todas esas experiencias por unos cuantos años de aburrimiento.</p> <p>Bella me explicó el resto del proceso y a medianoche, Max y nosotras fuimos hacia el dormitorio. Cyrus se quedó atrás y cuando le pregunté qué haría durante el ritual, se encogió de hombros y me respondió:</p> <p>—¿Echar una siesta?</p> <p>—No me parecía que fuera muy sensato hacerlo participar, teniendo en cuenta que él tuvo algo que ver en… bueno… —Bella carraspeó—. ¿Estamos preparados?</p> <p>—Más que nunca —dijo Max girando y estirando el cuello—.¿Y tú, Carrie?</p> <p>Respiré hondo. Estaba a punto de entregar mi cuerpo completamente al fantasma de una mujer muerta hacía mucho tiempo, que probablemente estaba muy cabreada, y con cuyo marido había estado acostándome durante los últimos dos meses.</p> <p>—Hagámoslo.</p> <p>Bella abrió la puerta y nos indicó que estuviéramos callados. Nathan seguía durmiendo profundamente y recé porque siguiera así. No podíamos permitirnos que algo saliera mal.</p> <p>Tal y como nos había indicado que hiciéramos, Max y yo ocupamos nuestros sitios: él, al lado de Nathan, y yo arrodillada en el suelo a los pies de la cama. Bella trazó con sus pasos un círculo irregular de un lado a otro de la cama mientras vertía arena blanca de una jarra. El círculo se rompió en el punto donde se cruzaba con la cama, de modo que ella continuó echando la arena sobre las sábanas y las almohadas.</p> <p>Entre las cuatro esquinas de la habitación había colocado cuatro velas. Bella caminó en el pequeño espacio que quedaba dentro del círculo, abanicando con una larga pluma el humo que salía de un ramillete de hierbas ardiendo. Después, con una voz suave que resultaba mucho menos impresionante que los gritos de los hechiceros en las películas, dijo simplemente:</p> <p>—Consagro este espacio con el único fin de hacer el bien dentro de él.</p> <p>La mirada escéptica de Max se topó con la mía; todo eso parecía más bien el juego de una hippie que quería invocar a una musa con su guitarra. «Es la única que ha pensado en una solución», me recordé.</p> <p>Junto a cada una de las velas, farfulló un conjuro pidiéndoles a los espíritus que le prestaran sus poderes a nuestro «círculo». Cuando las velas estuvieron encendidas y el círculo consagrado, le dio una gruesa vela a Max y otra a mí.</p> <p>—Agárrale la mano —le dijo a Max antes de sacarse del bolsillo una punta de cuarzo y sostenerla por encima de su cabeza—. Badb, Anubis, Hades, Lucifer, y todos los guardianes del Averno y del Más Allá en vuestros muchos nombres, unios ahora a nosotros en este círculo.</p> <p>Bajó el brazo trazando la forma de un arco y se arrodilló de modo que el cristal entrara en contacto con el suelo. Las velas titilaban y proyectaban misteriosas sombras sobre las paredes. Debió de ser un truco de la luz, pero habría jurado que vi la forma de la cabeza de un chacal crecer dentro de las sombras de la esquina y a un cuervo cruzar el techo. Se me secó la garganta. Mientras había estado ocupada asegurándole a todo el mundo que estaba preparada y tranquila, supongo que no había pensado en lo seria que era la situación. «Es por Nathan», me recordé, desviando la mirada de las formas que parecían crecer y multiplicarse sobre nosotros.</p> <p>—Bella… —la voz de Max fue un ronco susurro en el silencio de la habitación.</p> <p>Pero no había silencio. Una extraña tensión llenaba el aire y empapaba el círculo con un ruido fuerte y carente de sonido.</p> <p>Bella levantó una mano y comenzó a murmurar palabras de agradecimiento a cada entidad que había invocado. Badb, una antigua diosa. Anubis, un dios de la muerte. Hades, el señor de los muertos. Lucifer, el ángel caído de Dios. Satán, si recordaba bien mi educación católica. No entendía cómo podía estar de nuestro lado si las historias que yo había oído eran ciertas. Se me erizó el vello de la nuca. Intenté razonar que no debía temer esas presencias que ella misma había invocado, pero por otro lado no podía ignorar la nube de malevolencia que parecía rodearme. Me imaginé un millón de dedos de oscuridad cerrándose alrededor de mi garganta, aplastándome la tráquea, cortándome arterias. Imaginé las garras de Cyrus rajándome el cuello en la morgue del hospital seis meses antes. Y quise correr.</p> <p>Max también parecía sentirse incómodo. Nathan comenzó a moverse; murmuraba algo y su voz iba subiendo de volumen. Sólo cuando estaba dando golpes y gritando, reconocí lo que dijo. Era una oración al arcángel Miguel.</p> <p>—¿Eso va a gustarles? —susurró Max, como si las deidades que nos rodeaban no pudieran oírlo.</p> <p>—Está enloquecido —le recordó Bella a Max, o tal vez a los espíritus—. No pretende ofender —alzó la voz por encima de los rezos de Nathan—. Humildemente suplicamos la liberación del alma de Marianne Galbraith, unida en alma a este hombre mediante el sacramento del matrimonio.</p> <p>Un frío cuchillo me atravesó el corazón ante esas palabras. «Unida en alma». Eso sonaba mucho más fuerte que el lazo de sangre. Si mi corazón quedaba destrozado, ya no quedaría nada que me uniera a Nathan. Marianne, sin embargo, hacía años que se había ido, y aun así su vínculo con él seguía siendo lo suficientemente fuerte como para controlar su mente. Lo suficientemente fuerte como para traerla de entre los muertos. Un alma humana… era eterna.</p> <p>—Ahora necesito el consentimiento de Nathan —le recordó Bella a Max.</p> <p>Él me miró y después miró a su amigo retorciéndose de pánico en la cama.</p> <p>—Bella, no sé… Carrie no tiene buen aspecto…</p> <p>—Estás aquí para dar consentimiento en representación suya. Es tu única función en este círculo. Si no puedes hacerlo, ¡márchate! —dijo ella bruscamente. Su mirada era dura y cargada de furia, pero le temblaban las manos. Tenía miedo y ese miedo intensificó el mío.</p> <p>Max tragó saliva y me miró. Quise comunicarme con él de algún modo, pero no sabía si quería que detuviera eso o que continuara. Algo me paralizó. Me pregunté si Marianne ya estaba dentro de mí, si por esa razón no podía pensar con claridad ni mover las extremidades, o si se trataba sólo de un miedo y una tristeza atroces.</p> <p>Como el golpe del mazo de un juez después de dictar sentencia, Max se aclaró la voz y susurró:</p> <p>—Sí.</p> <p>Bella dio un paso adelante y encendió la vela de Max. Después, se giró hacia mí y me pidió permiso también. Sólo en ese momento encontré mi voz, pero cuando abrí la boca, no les dije que había cambiado de opinión. Abrí la boca y pronuncié un calmado:</p> <p>—Sí.</p> <p>Bella encendió mi vela, pero en lugar de volver a su sitio, me agarró la muñeca y volvió a alzar el cristal sobre su cabeza.</p> <p>—Guardianes del Averno, devolved ahora a este círculo el alma de Marianne Galbraith.</p> <p>Cerró los ojos. Su mano ardía ahí donde estaba agarrando mi muñeca y todo su cuerpo parecía vibrar de poder.</p> <p>Inhalé enormes cantidades de aire, como una persona que está ahogándose y que se prepara para ser arrastrada por las olas. Me habría ayudado saber lo que estaba pasando, pero ésa era la parte que Bella había omitido convenientemente. Mientras Nathan rezaba el padrenuestro, yo hice lo mismo.</p> <p>Cuando la espera me pareció interminable, cuando parecía que habíamos fracasado, el alma de Marianne entró en el círculo. Supe el momento exacto en el que su espíritu llegó. La locura de Nathan cesó un momento, y después volvió en forma de pánico. Su cuerpo se arqueó en la cama y gritó; fue el sonido más lastimoso de dolor y miedo que había oído en mi vida. Estaba aterrorizado por hacerle daño.</p> <p>Max estaba visiblemente afectado. Agarró la muñeca de Nathan y se giró hacia Bella asustado.</p> <p>—¡Tenemos que parar esto!</p> <p>—Marianne Galbraith —gritó Bella por encima de la voz de Nathan—. ¡Toma este recipiente vacío y haz con ella lo que desees!</p> <p>Antes de poder apartarme, ella me echó hacia delante y me puso el cristal sobre la frente. El dolor no podría haber sido más intenso si hubiera utilizado un hacha. La fría superficie de la piedra centró el dolor en un hilo que me recorrió la espalda, penetró en mi torso y se extendió por mis extremidades. No había espacio para mí en mi propio cuerpo y esa cosa seguía creciendo y llenándome.</p> <p>Los ojos se me pusieron en blanco. Lo último que vi fue el rostro de Max mientras gritaba, pero un tremendo bramido llenó mis oídos y retumbó sobre él. Entonces mi visión se volvió plateada y comencé a caer. No fue como la suave sensación de succión que había experimentado cuando mis Creadores habían compartido sus recuerdos conmigo. Eso había sido algo desconcertante; esto no era más que dolor y horror. Y después, me fui.</p> <p></p> <p>De pie ante las grandes puertas dobles de roble, Marianne observó al hombre que tenía a su lado. «Mi marido es guapísimo y yo soy casi un cadáver».</p> <p>Nolen le sonrió y le apretó la mano. Ella conocía esa sonrisa; no era la misma que la había seducido cuando era una chica joven, guapa y libre de dolores. No era la que la había hecho entregarse a él en el almacén de la tienda de su padre. Hacía aproximadamente un año que no veía esa sonrisa. Desde la última pérdida de su bebé. Desde que ella había empezado a desmoronarse.</p> <p>No, ésa era una sonrisa de lástima. Ya no volvería a mirarla como lo había hecho siempre, ni siquiera aunque ese «curandero» la sanara.</p> <p>—¿De verdad tengo buen aspecto? —Marianne jugueteaba con la pesada cadena que tenía alrededor del cuello. «¿Cuántas veces más me llevarás por todo el mundo a costa del dinero de mi padre? ¿Cuántos tratamientos más tendré que soportar antes de que me dejes morir?».</p> <p>—Eres como una visión —sonrió y tocó el colgante que pendía de su cuello. Sus dedos nunca tocaron su piel.</p> <p>Pesaba demasiado y le dolían los hombros. ¿Qué haría Nolen si se desplomaba allí mismo y echaba por tierra la buena impresión que él esperaba dar?</p> <p>«Un curandero. Para que funcione, primero haría falta que yo tuviera un poco de fe». No se lo había dicho a su marido, pero había dejado de creer en Dios. Cada noche, cuando él le agarraba las manos y rezaban, ella recitaba unas palabras vacías. Estaba demasiado enfadada como para hablar con el Señor o la Virgen. Se consideraba algo sagrado compartir el dolor de Cristo, pero en los peores días, cuando el cáncer parecía estar disolviéndole los huesos con garras de ácido, lo envidiaba. Cristo sólo había sufrido dos días. Por otro lado, le parecía demasiado cruel venerar a la Santísima Virgen. ¿Qué se merecía ella? Había sufrido el dolor de perder a un hijo, pero Marianne había pasado por ese infierno cinco veces y nunca había podido abrazar a sus hijos. Se habían ido a su propia Gólgota dentro de ella y habían ascendido al Cielo en forma de una hemorragia de sangre. El fruto de su vientre era menos que sagrado, era la enfermedad que ahora la destruía desde su interior.</p> <p>Nolen creía que Dios les enviaría un milagro, que tendrían un futuro.</p> <p>Las puertas se abrieron. Marianne había dado por hecho que se reunirían con Jacob, Simon y la bella y joven mujer de éste, Elsbeth, al igual que las dos veces que los habían invitado a cenar en la mansión. Bueno, Nolen había ido más veces, ya que Jacob le había tomado un cariño casi paternal y le había enviado invitaciones que lo habían hecho dejar sola a su mujer enferma por las noches. No sabía qué había sucedido esas noches, pero el grupo ahora reunido alrededor de la mesa, con gesto de aburrimiento, le sorprendió. Todas sus miradas contenían una especie de hambre mientras decenas de pares de ojos la examinaban. Con una repentina claridad, supo que algo iba terriblemente mal.</p> <p>Esos invitados se transformaron en monstruos ante sus ojos. Se movieron más deprisa que Nolen y la apartaron de él mientras su marido intentaba protegerla.</p> <p>El mundo de Marianne quedó reducido a un vacío lleno de garras y colmillos. Le cortaron y arrancaron carne, pero ella agradeció ese dolor. Era distinto a ese ardor lento de la enfermedad que la devoraba. Más deprisa. Así sería mejor.</p> <p>Por fin iba a morir. Se le nubló la visión y después volvió como una ola acercándose a la orilla. Lo cierto es que se sintió decepcionada cuando esa claridad regresó, porque quería ver lo que había al otro lado de la oscuridad. Quería ver si estaba condenada por su falta de fe. Pero el premio al final de la carrera parecía estar muy cerca, cuando se lo arrebataron cruelmente de las manos. Un dolor explotó en su cabeza cuando tocó el suelo. Esas manos la habían dejado caer.</p> <p>Estaban solos con la persona que conocía como «Simon». Nolen estaba rezando, invocando la ayuda de María y del arcángel contra el demonio que lo rodeaba. Las manos de Simon acariciaban a su marido como las manos de un amante. «Ríndete a él», le dijo sin palabras. «Pronto acabará. Se aburrirá y te matará».</p> <p>Pero Simon no pretendía violar a Nolen sin más; lo que hizo fue más siniestro. Se mostró tierno y cariñoso con la intención de seducirlo para que consintiera, obligando al cuerpo de Nolen a traicionarlo y a sentir placer de un pecado imperdonable.</p> <p>«Es culpa mía». En ese momento la tristeza y el arrepentimiento se apoderaron de ella.</p> <p>Simon se tomó su tiempo con Nolen y Marianne, demasiado débil como para girarse, vio a su marido llorar y temblar mientras llegaba al éxtasis en la boca y las manos de Simon a la vez que ese monstruo lo penetraba.</p> <p>—Tu marido te ha hecho esto, Marianne —le dijo Simon entre gemidos de placer mientras golpeaba sus caderas contra el cuerpo de Nolen—. Dile cuánto lo odias por ello.</p> <p>Ella logró sacar algo de voz y susurró:</p> <p>—No —lo amaba, no dejaría que muriera pensando que ella lo despreciaba. Vio cómo los dedos de Nolen se aferraban inútilmente al resbaladizo suelo de mármol justo antes de que sus ojos se cerraran.</p> <p>A medida que la vida siguió consumiéndose en ella, Marianne deseó tener fuerzas para llorar de alegría. Pronto los dos se habrían ido después de que esos monstruos hubieran abusado de ellos hasta la muerte, y entonces se liberaría de un dolor peor, el dolor de ver cómo su marido pasaba de considerarla un objeto de deseo a una mártir intocable.</p> <p>«Tengo que decírselo a Nathan». Ese pensamiento me sorprendió principalmente porque había recorrido mi mente con mucha claridad. Al instante recordé dónde estaba, qué estaba sucediendo, pero ¿dónde había estado? Lo había visto todo, aunque no había sido yo. Marianne se había apoderado de mí por completo. Ahora, mientras moría en el pasado, su control sobre mí comenzó a desvanecerse.</p> <p>Sentí cómo iba apartándome de su titilante alma. Unos plateados hilos de dolor se enmarañaron en mi mente, pero logré esquivarlos. Oía sonidos provenientes de mi presente, sobre todo a Bella ordenándome que dejara de luchar.</p> <p>—Es importante —no reconocí mi propia voz. ¿Era la voz de Marianne, o era yo Marianne sin reconocer la voz de Carrie? ¿Dónde terminaba ella y empezaba yo?—. Quiero morir —sentí la moqueta bajo mis rodillas al mismo tiempo que el frío mármol sobre mi espalda. Sacudí la cabeza. No, sacudí la cabeza de Marianne y ella la mía. Me levanté sobre unas piernas débiles mientras ella se deleitaba con las mías, más fuertes—. Nolen, quiero morir.</p> <p>Estábamos solos en el comedor del Devorador de Almas. La cama de Nathan estaba allí ahora, con él esposado a ella, pero no había rastro de la locura que le atormentaba.</p> <p>Lo toqué con la mano de Marianne y sentí su piel bajo la mía en otro tiempo y otro lugar. Su garganta convulsionó al tragar y una lágrima brotó de su ojo.</p> <p>—No quiero volver a matarte. Te mato cada vez que cierro los ojos.</p> <p>—No puedes tenerme aquí más tiempo. Me duele estar en este cuerpo —¿era yo la que hablaba o era ella? ¿Hablaba del pasado o de lo que estaba sufriendo ahora?—. Me dolió, Nolen, pero respondiste a mis plegarias. Me bendijiste con la muerte. Ahora, déjame ir.</p> <p>En el pasado, una mano fantasmal se cerró alrededor de la muñeca de Marianne mientras ella intentaba liberar a su marido. En el presente, Max me sujetaba la mano mientras yo intentaba soltar a Nathan.</p> <p>—Déjala —dijo Bella y al instante Nathan quedó libre.</p> <p>Al principio luchó intentando contener la locura.</p> <p>—No puedo. Quiero quedarme contigo.</p> <p>—No puedes tenerme —oí mi voz hablando con un delicado acento escocés. La voz de Marianne—. Mátame por última vez. Libéranos a los dos.</p> <p>Cuando la rodeó con sus brazos, me quedé sin aire en los pulmones. Cuando sus colmillos atravesaron mi cuello, ella gritó su nombre. Unas lágrimas surcaban el rostro de Nathan mientras bebía mi sangre. Aunque el alma de Marianne estaba en mi cuerpo y yo invadía su mente, mi sangre era de él y en ella vio la verdad. No podía cambiar lo sucedido aquella noche y ahora sabía que tampoco desearía hacerlo.</p> <p>Mientras yo moría, también moría Marianne, pero yo tenía una distancia mucho más grande por la que caer. Cerró los ojos; su segunda muerte supuso un alivio mucho mayor que la primera y en esta ocasión murió con el nombre de su marido en los labios.</p> <p>Cuando su alma abandonó mi cuerpo me desperté, temblando incontrolablemente por la sangre que Nathan había consumido. Aún tenía la boca enganchada a mi cuello, pero ya no bebía. Besó mi piel herida y sollozó, aplastándome contra el muro de su pecho.</p> <p>—Se ha ido —oí decir a Bella y durante un aterrador minuto pensé que se refería a mí.</p> <p>Cuando Nathan levantó la cabeza, sus ojos encontraron los míos y fueron fríos. Mi corazón se heló con ellos. No era yo a quien quería. Por un momento, había vuelto a tener a su esposa entre sus brazos, pero ahora que Marianne se había ido, sólo quedaba yo.</p> <p>Tengo que reconocer que ocultó su dolor enseguida e intento sonreírme como si sus lágrimas fueran de alegría por haberse reunido conmigo.</p> <p>—¿Te he hecho daño?</p> <p>«Más de lo que sabes». No quise responderle, no confiaba en mí misma. Me aparté e intenté levantarme.</p> <p>Cuando caí al suelo, Max me agarró y me susurró:</p> <p>—Siento haberte dejado hacer esto.</p> <p>Lo había visto. Había captado la decepción en los ojos de Nathan cuando me había visto a mí en sus brazos.</p> <p>—Atenderé a Nathan. Asegúrate de que ella está bien —le dijo Bella.</p> <p>Quería golpearla y gritarle, pero ni tenía fuerzas ni era culpa suya. Ella había prometido curar a Nathan de su posesión y su ritual había hecho justamente eso. Nunca me había garantizado que yo fuera a quedar vacía y dolida durante el proceso.</p> <p>Max me levantó en brazos y me llevó al salón para tenderme sobre el sofá.</p> <p>—Te daremos sangre.</p> <p>—Podríais dejar que me desangrara —intenté que sonara como una broma, pero él me miró horrorizado.</p> <p>—No digas eso. Estás traumatizada por todo esto —me apretó la mano—. No puedo ni llegar a imaginarme por lo que has pasado.</p> <p>—Un infierno —tosí y al hacerlo sentí humedad en mis labios. Cuando me sequé, vi que era sangre.</p> <p>Max fue a la cocina y armó un jaleo terrible. Corrió como si mi vida dependiera de ello, y en cierto modo, supongo que estaba en peligro. Pero haría falta mucho más para matarme.</p> <p>La madera del suelo del pasillo crujía y Nathan salió de entre las sombras. Aún tenía el pelo enmarañado, y la piel cubierta de los sigiles que se había grabado, pero al menos estaba medio vestido, llevaba unos vaqueros, y esa feroz furia ya se había ido de sus ojos. La ternura de su rostro me partió el corazón mientras me acarició el pelo.</p> <p>—Gracias.</p> <p>—De nada. No es la peor cena en la que he estado —sonreí débilmente, pero por dentro estaba derrumbándome. Lo amaba lo suficiente como para sacrificarme a mí misma, al menos simbólicamente, en el altar de su dolor. Y aunque estaba claro que él apreciaba mi devoción, me era imposible olvidar que en realidad deseaba a otra persona. Yo jamás podría ser Marianne y él no estaba dispuesto a olvidarla. Y sabía que yo lo sabía. Me agarró la mano y la besó.</p> <p>—No me odies.</p> <p>—No puedo odiarte. Te quiero demasiado —no contuve las lágrimas. Me abrazó, pero fue un consuelo agridulce. Tocarlo, olerlo, sentir el lazo de sangre entre los dos no me era suficiente. Nunca sería suficiente.</p> <p>Por lo menos ahora estábamos admitiéndolo.</p> <p>Los tablones del suelo volvieron a crujir y Bella se unió a nosotros. Max salió de la cocina y Nathan me soltó a regañadientes.</p> <p>Me sequé los ojos mientras veía a Bella abrir la puerta de mi dormitorio. Después de lo que había visto y todo por lo que había pasado, no tenía fuerzas para explicar por qué Cyrus estaba en nuestro apartamento.</p> <p>—A lo mejor ahora no es un buen momento…</p> <p>—¿Dónde está? —Bella entró en mi dormitorio. La luz se encendió y ella maldijo.</p> <p>—¿De quién está hablando? —preguntó Nathan mientras me apoyaba en su hombro para ponerme de pie.</p> <p>Antes de que ella regresara con un papel doblado en la mano, lo supe. No había tiempo para proteger los sentimientos de Nathan.</p> <p>—Está hablando de Cyrus. Y sé a donde se dirige.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 26</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Desesperación</p> </h3> <p>—¿Cómo has podido dejarlo entrar en mi casa? —gritó Nathan por tercera vez desde que había comenzado nuestra conversación.</p> <p>Di otro trago de sangre mientras Max abría el armario de las armas. Dentro había apiladas hachas, ballestas y estacas afiladas, como si estuviéramos planeando un regreso a la Edad Media. Yo no sería de mucha ayuda porque aún estaba débil por la pérdida de sangre, pero estaba recuperándome y contribuiría con toda la fuerza que pudiera.</p> <p>—Ya lo he explicado. Ahora es humano y necesitábamos mantenerlo alejado del Devorador de Almas.</p> <p>Max levantó un hacha y me la dio. Mi brazo cayó con el peso y la taza que tenía en la otra mano se ladeó derramando sangre sobre el suelo. Max sujetó el hacha.</p> <p>—Tú no vas a venir, aún estás demasiado débil. Bella y yo nos ocuparemos de esto.</p> <p>—No va a ir nadie —gruñó Nathan mientras le quitaba el arma a Max.</p> <p>En mi opinión, alguien acabaría muerto si no dejaban de pasarse el hacha de uno a otro, pero no lo dije.</p> <p>—Has estado fuera de juego durante el tiempo que ha durado todo este jaleo, así que tal vez no sepas lo que sucederá si el Devorador de Almas se apodera de Cyrus. No tenemos mucho tiempo para detenernos en los detalles, de modo que te haré un breve resumen. ¡Las cosas se van a poner feas si el Devorador de Almas cena esta noche!</p> <p>Nathan tiró el hacha al suelo.</p> <p>—No me importa, ¡no vais a ir a salvarlo!</p> <p>—Nadie va a comerse a nadie esta noche —dijo Bella, sin ayudar lo más mínimo a nuestra causa—. No sabemos si el Devorador de Almas está en la ciudad. Sin embargo, sus subalternos sí que están aquí y estoy de acuerdo con Max y Carrie en que no deberíamos permitir que Cyrus caiga en sus manos.</p> <p>—Cyrus se ha reformado —dije a pesar de que no me gustó nada la forma en que sonó, como si estuviera defendiendo sus acciones pasadas—, pero su padre es muy persuasivo. Si lo convierte…</p> <p>—Lo mataré y me aseguraré de que esta vez permanece muerto. No es una discusión. Os estoy diciendo que no vamos a salvarlo.</p> <p>—Bien. No lo salvaré. Iré a matar a los hombres del Devorador de Almas —Max agarró un hacha más grande del armario y se la echó al hombro como retando a Nathan.</p> <p>—¿Estás loco? —por muy machote que fuera, ni siquiera Max, Bella y yo juntos podríamos con su infinita recua de guardaespaldas—. Nos matarán.</p> <p>—No es una mala idea —dijo Bella dejándonos a todos callados—. Si los matas, eso haría que el Devorador de Almas dejara de esconderse y entonces podríamos exterminarlo.</p> <p>Nathan se puso delante de la puerta.</p> <p>—No voy a dejaros correr ningún riesgo.</p> <p>—¡No quiero que Cyrus muera! —grité sin pensar.</p> <p>La pérdida de sangre me había idiotizado. «Elige bien tus palabras», me advirtió una voz interior. «Puede que no creas que las cosas podrían ir peor entre vosotros dos, pero acabas de demostrar esta noche que eso siempre puede suceder».</p> <p>Miré a Nathan, aunque no le ofrecí ninguna disculpa.</p> <p>—No quiero que Cyrus muera. No se lo merece. ¡Tú mataste a Marianne!, no él. Y en cuanto a los otros crímenes que ha cometido, ¡ya ha cumplido su pena!</p> <p>—Cada vez que me voy a dormir por las mañanas me acuerdo de haber abrazado tu cuerpo muerto en el callejón —se golpeó el pecho con el puño—. Cada vez que cierro los ojos, veo la cara de Marianne…</p> <p>—¡Eso es culpa tuya, no suya! ¿No has aprendido nada esta noche? Marianne llevaba muerta mucho tiempo antes de que cayerais en esa trampa. No es Cyrus a quien odias, ni siquiera al Devorador de Almas, ¡es a ti! Te odias a ti mismo porque no pudiste salvarla, no del cáncer, sino de ti mismo. ¡Y odias que quisiera dejarte! Pero todo ha terminado, Nathan. ¡Ha terminado!</p> <p>Él asintió.</p> <p>—Tienes razón, Carrie. Ha acabado.</p> <p>Pasó por delante de mí y se dirigió a Max.</p> <p>—Haced lo que queráis. Yo ya no pertenezco al Movimiento. Buscad la ayuda de otro.</p> <p>La puerta de la habitación se cerró con un golpe tan fuerte que pensé que iba a salirse de las bisagras. Con adusta determinación, me giré hacia Max y Bella.</p> <p>—Vamos a encontrar a Cyrus.</p> <p>—No podemos dejar a Nathan aquí. Si los tipos del Devorador de Almas vinieran, estaría solo —dijo Max.</p> <p>—Nathan lleva viviendo en el mismo edificio quince años y ha trabajado en el mismo sitio casi tanto tiempo. Si el Devorador de Almas de verdad lo quisiera, de verdad nos quisiera a alguno, ya habría enviado a alguien. ¿No lo entiendes? ¡Sólo está jugando con nosotros y yo ya estoy harta de que jueguen conmigo!</p> <p>—Tiene razón —dijo Bella—. El Devorador de Almas sabe dónde estamos, conoce todos nuestros movimientos. ¿Por qué, si no, iba a tener hombres en la ciudad?</p> <p>—Entonces, ¿qué? ¿Ya no va a convertirse en un dios? ¿Os habéis vuelto locas? ¡No estáis pensando con claridad!</p> <p>—¡Y tú no estás escuchando! —Bella le puso a Max una mano en el hombro y eso pareció calmarlo—. Independientemente de cuáles sean sus planes, no vendrá a por Nathan esta noche.</p> <p>—Pareces estar muy segura de eso —dijo antes de salir por la puerta y dar otro portazo.</p> <p>Pero ella estaba segura y me di cuenta cuando nos quedamos mirándonos la una a la otra en silencio. Lo que fuera que quisiera el Devorador de Almas, no era matar a Nathan… al menos por el momento.</p> <p>Y eso me aterrorizaba más que cualquier otra cosa.</p> <p></p> <p>Bella localizó a Cyrus con impresionante velocidad y no pude evitar que me resultara cómico que lo hubiera hecho asomando la cabeza por la ventanilla y olfateando al aire mientras conducíamos alrededor del barrio donde habían visto a los guardaespaldas del Devorador.</p> <p>—¡A la izquierda! —gritó y Max giró el volante para dar la vuelta.</p> <p>—¡Ésta es una calle de un sentido! —grité yo agarrándome al salpicadero.</p> <p>—Tocaré el claxon para hacerme notar —dijo Max con los dientes apretados—. No creo que haya nadie corriendo por aquí…</p> <p>—¡Cuidado! —gritó Bella cuando una figura entró en la carretera tambaleándose.</p> <p>Max pisó el freno y nos detuvimos a escasos metros del hombre que nos miraba a través de unos ojos ennegrecidos e hinchados. Una hilera de sangre goteaba de una herida en el nacimiento de su pelo. Tenía la ropa rasgada.</p> <p>—Es Cyrus —abrí la puerta y corría a su lado.</p> <p>Me miró con una expresión de asombro, como si no me reconociera.</p> <p>Le agarré la mano con cuidado de no asustarlo. Gracias a Dios, no estaba frío, y lo interpreté como una señal de que aún no lo habían convertido.</p> <p>—Cyrus, soy yo, Carrie. ¿Sabes quién soy? —intenté llevarlo hasta el coche mientras hablaba, pero se resistió.</p> <p>—Me quiere ver muerto. Los ha enviado… Me quiere ver muerto —sus palabras sonaron como si vinieran de una habitación vacía. Cyrus no estaba en su mente en ese momento.</p> <p>—Vamos, vayamos a un lugar seguro —miré en la dirección por la que había venido. Los hombres del Devorador de Almas estarían buscándolo.</p> <p>Max había bajado del coche, pero se quedó tras él vigilándonos en la distancia. Cuando le pedí ayuda, corrió a mi lado.</p> <p>—Los vampiros que os encontrasteis, ¿recuerdas dónde estaban? —le pregunté a Max en voz baja. Las enormes casas parecían siniestras en la oscuridad de la madrugada, como si pertenecieran a un set de grabación de películas de miedo.</p> <p>—No estaba lejos de aquí. Podrían estar en cualquier parte. Iré a echar un vistazo.</p> <p>—Ten cuidado —le dijo Bella mientras él se alejaba por la calle corriendo. Ella se acercó a nosotros como si Cyrus fuera un animal salvaje que yo había domado y que no quería que escapase.</p> <p>—Necesita atención médica. ¿Puedes llevarlo al hospital? Lo llevaría yo misma, pero no quedan muchas horas hasta que salga el sol y no quiero quedarme atrapada en Urgencias —ni que me viera alguien que conociera. Sería un encuentro bastante extraño e incómodo con mis antiguos compañeros si me presentara allí con un hombre confuso y ensangrentado.</p> <p>—¿No puedes ocuparte tú de él? —Bella no quería estar sola con Cyrus y después de lo que había visto en el círculo, yo tampoco habría querido.</p> <p>—No puedo llevarlo al apartamento. Por Nathan —me encogí de hombros. Cyrus ya había pasado por suficientes cosas esa noche y no tenía probabilidades de vivir mucho más.</p> <p>Yo tampoco. Todo lo del ritual y sus secuelas me habían dejado demasiado confusa. Necesitaba tiempo para mí, para pensar… otra cruel ironía, ya que días antes había estado volviéndome loca de soledad en la carretera.</p> <p>Max apareció quitándose hojas secas del pelo. Parecía como si hubiera saltado varios matorrales… o se hubiera caído en alguno.</p> <p>—¿Los has encontrado? —le grité mientras corría hacia él.</p> <p>—¿A los vampiros? Se han ido. He visto a una pareja peinando un parque en esa dirección, pero no creo que me hayan visto. Así que he vuelto a la casa y ha saltado la alarma. La poli llegará enseguida y con suerte eso hará que salgan corriendo.</p> <p>Y así, al instante, un diminuto sonido de sirenas acercándose llegó hasta nosotros arrastrado por la brisa. Suspiré.</p> <p>—Maldita sea.</p> <p>—¡Vamos! —dijo Max.</p> <p>Volvimos corriendo al coche donde, con la ayuda de Bella, logré meter a Cyrus en el asiento trasero. Max condujo las pocas calles hasta el servicio de Urgencias más cercano. Se paró para que Bella y Cyrus bajaran y le di estrictas instrucciones de que no les permitiera que lo atendieran en psiquiatría.</p> <p>No sabía si Bella lo llevaría de vuelta al apartamento o si él se marcharía solo, y se me hizo un nudo en la garganta al imaginarme a Cyrus, sin techo y sin dinero, intentando sobrevivir en el mundo de los mortales.</p> <p>O peor aún, regresando al lado de Dahlia.</p> <p>A pesar de todo, Max y yo no teníamos tiempo que perder. Pronto saldría el sol y teníamos que regresar.</p> <p>Fue un trayecto corto, pero nos encontramos con todos los semáforos en rojo. Estuvimos guardando un incómodo silencio durante un buen rato hasta que Max encendió la radio y dijo:</p> <p>—Podrías volver a Chicago conmigo.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>Él se encogió de hombros.</p> <p>—Has pasado por muchas cosas. Si yo hubiera hecho por alguien lo que tú acabas de hacer y me hubieran tratado como Nathan te ha tratado a ti, necesitaría tiempo para recuperarme.</p> <p>—Tiempo para recuperarme. Suena bien —intenté forzar una sonrisa—. Así que Chicago, ¿eh?</p> <p>—Sí. Tengo un piso bastante bonito con vistas al Grant Park —se rió—. No es mi estilo, pero fue un regalo. No paso mucho tiempo allí.</p> <p>Me mordí el labio mientras le daba vueltas a la idea. Chicago no estaba lejos y si en algún momento necesitaba volver al lado de Nathan, podría hacer el viaje en una noche. Además, así saldría de la ciudad y eso me ayudaría a tener una perspectiva más clara de las cosas.</p> <p>—No sé… tengo que pensarlo.</p> <p>Me preocupaba lo que Nathan haría solo si el Devorador de Almas probaba con otro hechizo y, por otro lado, no quería estropear ningún plan romántico que Max y Bella pudieran tener.</p> <p>—Y querrás preguntárselo a Bella, por supuesto.</p> <p>—No creo que Bella vaya a suponer un problema. Lo más probable es que no volvamos a vernos después de esto —habló con un tono ligero, pero a juzgar por el modo en que su sonrisa tembló, supe que le dolería perderla.</p> <p>—Lo siento —no tenía energía suficiente para encontrar una forma mejor de consolarlo—. Entonces puede que sea divertido. Dos vampiros rechazados viviendo a tope en la gran ciudad.</p> <p>—Hay unos clubes de <i>blues</i> increíbles —dijo.</p> <p>—No quiero dejar solo a Nathan. Estoy preocupada por él —me detuve—. Deja que hable con él y vea si podemos arreglar algo.</p> <p>—Es una invitación abierta —dijo Max con la mirada fija en la carretera—. Es un lugar grande y estaría encantado de tener compañía. Así me parecería que la casa está menos vacía.</p> <p>—Ésa no es la razón por la que no vas tan a menudo. Es porque allí viviste con tu Creador.</p> <p>Asintió.</p> <p>—Es curioso, cuando tienes un lazo de sangre con alguien y de pronto lo pierdes, las cosas que nunca pensaste que te preocuparían… te duelen.</p> <p>—Lo sé —me reí amargamente—. Créeme. Lo sé.</p> <p></p> <p>Bella regresó al apartamento algo más tarde esa mañana. Nathan estaba dormido y por eso, cuando me preguntó si Cyrus podía subir, le dije que no había problema.</p> <p>Nos sentamos a la mesa de la cocina mientras él miraba con gesto sombrío el sándwich de mantequilla de cacahuete y gelatina que le había preparado. Aún tenía los ojos rodeados de unos feos moretones morados, pero ya no tenía sangre en la cara. Unas pequeñas líneas de puntos resaltaban de su pálida piel en el nacimiento de su pelo y en la barbilla. Tenía los labios hinchados y partidos y se estremeció de dolor cuando intentó beber el refresco que le ofrecí.</p> <p>—¿En qué estabas pensando? —no pretendía sonar tan enfadada, pero me había asustado.</p> <p>—No lo sé —respondió sin alzar la mirada—. Quería morir, pero cuando llegué allí y los guardias de mi padre… Cuando estaban golpeándome, me di cuenta de que no quería morir. Luché contra ellos, pero cuando logré escapar el dolor volvió. No sé lo que es, Carrie. Es algo que me hace querer morir, pero cuando estoy cerca… ¿Por qué duele tanto?</p> <p>—Es la culpa. Tiene que doler.</p> <p>Levanté la mirada. Nathan estaba en la puerta de la cocina con el rostro extenuado. Bajo las mangas de su camiseta pude ver las oscuras líneas de las costras de los sigiles. No supe qué hacer. Si Nathan iba a por Cyrus, yo no podría hacer nada por evitarlo, porque era demasiado fuerte y un luchador mucho mejor que yo.</p> <p>—Nolen —dijo Cyrus con un gesto inexpresivo.</p> <p>Nathan me miró antes de responderle.</p> <p>—¿Te has encontrado con tu padre?</p> <p>—Con sus matones —dijo Cyrus llevándose a la boca la lata de refresco.</p> <p>—No puedo decir que no lamente que no te hayan matado —se apoyó contra el marco de la puerta.</p> <p>—Lo entiendo.</p> <p>Nathan se acercó y se situó delante de nosotros, encarándose con Cyrus.</p> <p>—¿Qué? ¿No vas a hacer ningún comentario insidioso? ¿No vas a tratarme con superioridad?</p> <p>—Basta —le advertí.</p> <p>—Déjale —dijo Cyrus con un suspiro de resignación. Nathan abrió la boca, pero no dijo nada y Cyrus le sonrió con tristeza—. Es mi regalo para ti, Nolen. Puedes decirme todo lo que quieras.</p> <p>—¿Por qué? ¿Para que puedas sentirte mejor por lo que le hiciste a Marianne? —se le entrecortó la voz de emoción—. ¿Por lo que me hiciste a mí?</p> <p>—Era un enfermo —no estaba disculpándose y tampoco estaba justificándose—. A muchos otros les hice cosas peores.</p> <p>—¿Como a Ziggy? Podría hacerte pedazos ahora mismo.</p> <p>—Ojalá lo hicieras, sería mucho más fácil para mí —Cyrus apoyó la frente sobre la mesa.</p> <p>Nathan, con los puños apretados, me miró y después miró a Cyrus.</p> <p>—No estoy aquí para facilitarte las cosas y no voy a perdonarte. Quiero que recuerdes todas las cosas que has hecho. Quiero que te atormenten por las noches, pero hazme un favor.</p> <p>—¿Qué? —le preguntó Cyrus levantando la cabeza y mirándolo a los ojos.</p> <p>—Si alguna vez quieres volver a suicidarte, deja que yo haga los honores —y con esas palabras salió de la cocina.</p> <p>Cyrus y yo nos quedamos en silencio durante un rato. Nathan no lo había perdonado, pero había hecho un progreso al no destrozarlo allí mismo.</p> <p>—¿Qué vas a hacer ahora? —le pregunté finalmente.</p> <p>Él le dio un mordisco al sándwich y masticó antes de responderme.</p> <p>—Imagino que nadie le ha notificado nada a los parientes de Ratón.</p> <p>—La policía tendrá que encontrar sus… —no quería referirme a alguien que él había amado como «restos».</p> <p>—Lo sé, pero no podrán encontrar a su familia. Se parecía mucho a mí en el sentido de que no tenía muchos lazos terrenales.</p> <p>Cuando se terminó el sándwich, se levantó y sin decir nada fue hacia la puerta. Una tristeza más intensa que la que sentí cuando atravesé su corazón con un cuchillo se apoderó de mí.</p> <p>—Si alguna vez necesitas algo, dinero o… —comencé a decir, pero me interrumpió.</p> <p>—No voy a pedirte nada. Ya has hecho bastante —me acarició la mejilla y me observó como si estuviera grabando mis rasgos en su memoria. Lo abracé y hundí la cara en su hombro.</p> <p>—No quiero que desaparezcas.</p> <p>Me acarició el pelo y me dio un beso en la frente, pero no me prometió nada. Lo gracioso de tener un corazón roto es que no recuerdas lo que se siente hasta que vuelve a pasarte. Aunque te suceda dos veces en un mismo día.</p> <p>—Adiós, Carrie —me dio un beso en la mejilla y se giró para ir hacia la puerta.</p> <p>A pesar de todo por lo que me había hecho pasar desde que nos conocíamos, me senté en el suelo y lloré por él.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid; margin-top: 15%"> <p style="margin-top: 0.8em">Capítulo 27</p> <p style="margin-bottom: 0.8em">Cabos sueltos</p> </h3> <p>Max ya había cargado su escaso equipaje en el coche cuando Bella llegó para despedirse. Estaba en la acera y lo vio fingir estar ocupado con algo en el maletero.</p> <p>—¿Cuándo sale tu vuelo? —le preguntó él sin mirarla.</p> <p>—El chárter del Movimiento está en África. Voy a estar aquí un par de días más… —se acercó a él—. Tu amigo me ha ofrecido muy amablemente el sillón del salón.</p> <p>La idea de que Bella se quedara sola con Nathan le revolvió las entrañas, pero no porque pensara que su amigo fuera a intentar algo, sino porque la parte más cavernícola de Max quería retar a Nathan a una especie de lucha para proteger a su mujer.</p> <p>—Si alguna vez vas a España, ya sabes dónde encontrarme —dijo ella.</p> <p>Actuando en contra de su letanía de «Max Harrison nunca suplica», le dijo:</p> <p>—Quédate conmigo.</p> <p>—Sabes que no puedo —respondió ella al instante como si hubiera estado preparándose para esa pregunta.</p> <p>Eso hizo que Max se odiara más todavía por decir:</p> <p>—No, no lo sé. Hay algo entre los dos, Bella.</p> <p>Ella se estremeció ante el sonido de su propio nombre.</p> <p>—Estás confundiendo sexo con amor.</p> <p>—¿En serio? ¿Eso crees? —se rió furioso—. Me alegra mucho que sepas lo que siento. ¿Puedes darme el número de tu línea directa en caso de que alguna vez no sepa decidir si estoy enfadado o si sólo necesito ir a cagar?</p> <p>—¡No seas tan vulgar sólo porque te hayas creado una fantasía según la cual me derrito en tus brazos y renuncio a mi vida por estar contigo! —se cruzó de brazos—. Ya te dije desde el principio lo que era esto. Es algo puramente físico.</p> <p>—¡Eso es mentira!</p> <p>Cerró el maletero de un golpe y caminó hacia el apartamento. Si no se ponían en carretera pronto, no les daría tiempo a llegar antes de que amaneciera. Pero no podía dejar así a Bella. Si iba a salir de su vida para siempre, tendría que escuchar lo que tenía que decirle.</p> <p>Cuando se giró hacia ella, la joven seguía mirándolo con sus ojos dorados carentes de expresión.</p> <p>—Me gustas, Bella. No sólo por el sexo, ni por las circunstancias en las que nos hemos visto. Me gustas, independientemente de todo lo demás.</p> <p>A ella se le saltaron las lágrimas, pero no dio ninguna otra muestra de emoción.</p> <p>—Y sabes que podríamos tener algo juntos si estuvieras dispuesta a intentarlo.</p> <p>Bella cerró los ojos.</p> <p>—Siento haberte hecho daño.</p> <p>—Ya somos dos —se alejó de ella con la sensación de que el dolor había manchado los buenos recuerdos.</p> <p>Y ahí la dejó, de pie en la acera mientras él entraba en el apartamento.</p> <p></p> <p>—¿Llamarás?</p> <p>Nathan estuvo a mi lado mientras hacía las maletas; intentaba mostrarse preocupado, pero irradiaba furia y alivio al mismo tiempo. Sus emociones eran demasiado fuertes y no tenía ningún sentido que intentara ocultármelas. Yo las habría captado de todos modos.</p> <p>Me había esperado que discutiera conmigo cuando le propuse la idea de marcharme para darnos un respiro el uno al otro, y la velocidad con la que se había mostrado de acuerdo me sorprendió.</p> <p>—Te llamaré en cuanto llegue —le dije mientras metía otro puñado de ropa interior en la bolsa—. ¿Estarás bien?</p> <p>—Estaré bien. Sólo necesito tiempo.</p> <p>—Tiempo alejado de mí.</p> <p>—Tú también necesitas tiempo lejos de mí.</p> <p>Se quedó en silencio y me mordí el labio para evitar iniciar esa discusión. Cerré la cremallera. Lo que fuera que hubiera olvidado, ya lo compraría en Chicago. Ahora mismo lo único que quería era huir. Enseguida.</p> <p>—Deberías marcharte. No es seguro que te quedes aquí. Max dice que Dahlia está en la ciudad y los hombres del Devorador de Almas también están aquí. Tienes que irte.</p> <p>—No —dijo en voz baja y sacudiendo la cabeza—. Me lo ha quitado todo y no voy a permitir que me saque también de mi casa.</p> <p>—Eres tan testarudo…</p> <p>Estaría dispuesto a dejarse matar sólo para demostrarle a su Creador que no le tenía miedo. Estaba claro que teníamos unas ideas muy distintas de lo que era ganar.</p> <p>—Sé que no lo entiendes —su expresión se suavizó—. Llevo aquí quince años, Carrie. Es lo primero que he poseído de verdad en mi vida. Este apartamento tiene todo lo que me ha importado. Es donde creció Ziggy, es donde te conocí. Éste es nuestro hogar.</p> <p>Un pequeño sollozo escapó de mis labios y me cubrí la boca.</p> <p>Él me agarró de la muñeca.</p> <p>—Sigues siendo mi Iniciada, no lo olvides.</p> <p>—¿Cómo iba a olvidarlo? —unas frías lágrimas salpicaron mis mejillas. Intentó tomarme en sus brazos, pero sacudí la cabeza enérgicamente y me eché la bolsa al hombro—. Soy tu Iniciada, pero eso no me basta, Nathan.</p> <p>No le di un beso de despedida porque hacerlo habría confundido a mi corazón, ese órgano traidor que con tanta frecuencia vencía a mi mente. Si lo besaba, le diría que quería quedarme, me convencería a mí misma de que merecía la pena quedarme a su lado a pesar del dolor de saber que jamás me amaría más a que a la mujer que nunca podría volver a tener.</p> <p>Max me esperaba en el coche.</p> <p>—¿Lista?</p> <p>Asentí.</p> <p>—Más que nunca.</p> <p>Metí la bolsa en la parte de atrás y me senté en el asiento del copiloto. Me preparé para lo que vendría, iban a ser cinco horas de viaje muy largas.</p> <p>—¿Crees que estará bien? Quiero decir, ¿qué pasa con los tipos del Devorador? Aún podrían… —comenzó a decir Max.</p> <p>Sacudí la cabeza contundentemente.</p> <p>—Quiere quedarse. Y quiere que me vaya.</p> <p>—Entrará en razón —me dijo con forzada seguridad—. Espera y verás.</p> <p>Espera y verás. La pregunta era, ¿durante cuánto tiempo?</p> <p>¿Cuánto tendría que esperar Nathan hasta que su Creador lo reclamara para que acudiera a su lado? El Devorador de Almas no se rendiría después de un único revés. No, se reagruparía y volvería más fuerte que antes. Y el Movimiento no dejaría de buscar a Nathan, que estaría esperándolos a los dos, demasiado valiente como para marcharse, demasiado débil como para protegerse de esas amenazas.</p> <p>¿Cuánto tendría que esperar yo antes de que mi Creador estuviera muerto y mi corazón roto otra vez? ¿Cuánto tiempo hasta que la siguiente calamidad me pusiera a prueba?</p> <p>«Espera y verás». Podíamos empezar ahora, ponernos en guardia, prepararnos para lo que fuera que nos iba a venir. O podíamos esperar a ver.</p> <p>Sin embargo, desde donde me encontraba, no me parecía que tuviéramos todo ese tiempo.</p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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