
Una ex esclava de un harem… Un sicario arrepentido…
Una carrera por encontrar el artefacto religioso más poderoso de todos los tiempos…
Lady Selene Ware tan solo había sido una esclava de un harem cuando Kadar Ben Arnaud, un hombre entrenado en las artes oscuras de la muerte y la seducción, la ayudó a escapar y ponerse a salvo en su Escocia natal. Pero incluso con un mundo de por medio, continúa sin estar a salvo del jeque que la reclamó como su propiedad robada, y que ahora les obliga a ella y a Kadar a regresar con una oportunidad de recuperar su libertad. Lo cual, naturalmente, es una trampa. Primero deben encontrar la legendaria reliquia que los hombres de poder llevan buscando desde los tiempos del rey Arturo.
Para Selene y el ex asesino, es una peligrosa odisea que comienza en una erótica cautividad y que les lleva a encontrarse con el misterioso y solitario Tarik, que ahora posee el tesoro. Pero la verdad es mucho más explosiva, el riesgo mucho más letal, y cuanto más cerca están de descubrir el secreto, mayor es la posibilidad de perderse el uno al otro… así como las vidas de ambos. Pues aunque Selene tiene la llave de este antiguo enigma, Kadar puede traspasar la fina línea que separa el camino del mal del de la luz para salvarla.

Iris Johansen
El Tesoro
The Treasure (2008)
PROLOGO
3 DE MAYO, 1196
FORTALEZA DE MAYSEF, MONTAÑAS NOSAIRI
SIRIA
Su poder decaía, se apagaba como ese sol rojo sangre que se escondía tras las montañas al atardecer.
Jabbar Al Nasim apretó los puños con furia al ver el sol hundiéndose en el horizonte. ¿Por qué se sentía así? No era lógico que estuviera tan afligido. La debilidad era para esos otros idiotas, no para él.
Sin embargo, siempre supo que este momento llegaría.
Incluso le había sucedido a Sinan, el Anciano de la Montaña. Pero siempre fue más fuerte que el Anciano, tanto de mente como de espíritu. Sinan se había inclinado bajo el yugo, pero Nasim se preparó para ello.
Kadar.
– ¿Me habéis mandado a llamar, amo?
Se volvió para ver a Alí Balkir acercándose a grandes zancadas por la almenada muralla. El hombre hablaba en voz baja y su tono era inseguro, mostraba temor en el rostro.
Nasim sintió una sacudida de intenso placer al comprobar que el capitán no había detectado la pérdida de un ápice de su poder.
¿Por qué tendría que notarlo? Nasim siempre había sido el amo de ese lugar, a pesar de lo que pensaran los de afuera.
Sinan podría haber sido el Rey de los Asesinos, temido por monarcas y guerreros, pero Nasim fue quien había guiado sus pasos. Todos en la fortaleza lo sabían y se postraban a sus pies.
Y seguirían postrándose. No permitiría que algo tan terrible le sucediera a él.
Balkir retrocedió un paso apresuradamente cuando vio la expresión de Nasim.
– Quizá estaba equivocado. Le ruego su clemencia por haberlo importun…
– No, quédate. Tengo un trabajo para ti.
Balkir respiró tranquilo.
– ¿Otro ataque a los barcos francos? Un placer. Os traje mucho oro de mi último viaje. Les traeré incluso más esta…
– Silencio. Deseo que vuelvas a Escocia, donde dejaste a Kadar Ben Arnaud y a los extranjeros. No le dirás nada de lo que ha ocurrido aquí. No me menciones. Dile solamente que Sinan quiere cobrarse lo suyo. Tráelo a mi presencia.
Los ojos de Balkir se abrieron como platos.
– ¿Sinan? Pero Sinan está…
– ¿Me estás cuestionando?
– No, nunca señor. -Balkir se humedeció los labios-. ¿Y si se niega?
Nasim percibió que Balkir estaba aterrorizado, y no precisamente ante la posibilidad a fallarle. Nasim había olvidado que Balkir estaba en la fortaleza en la época en que Kadar hizo su entrenamiento; Balkir sabía lo experto que era Kadar en todas las artes oscuras. Más hábil que cualquier otro nombre que Nasim hubiera conocido jamás, y Kadar era solo un niño de catorce años cuando vino a la montaña. ¡Qué orgulloso de él había estado Sinan! ¡Cuántos planes había hecho para ambos! Nunca hubiera imaginado que Nasim tenía sus propios planes para Kadar.
Todo se echó a perder cuando Kadar abandonó el camino oscuro y rechazó a Sinan para vivir con los extranjeros.
Qué necio había sido el Anciano dejándolo marchar.
Pero no era demasiado tarde. Lo que Sinan había perdido, Nasim podría recuperarlo. Si Kadar no moría como otros habían muerto.
Bien, si elegía morir, peor para él. Kadar era solo un hombre; lo único que de verdad importaba era el poder.
– No rehusará -dijo Nasim-. Le dio su palabra a Sinan a cambio de las vidas de los extranjeros.
– ¿Y si se niega?
– ¿Estás dudando de mí? -replicó Nasim con una suavidad peligrosa.
Balkir palideció.
– No, señor. Por supuesto que no se negará. No si decís que no lo hará. Yo solo…
– Vete. -Nasim lo despidió con la mano-. Zarpa de inmediato.
Balkir asintió nervioso y retrocedió un paso.
– Lo traeré. Aunque no quiera venir, lo traeré a la fuerza…
Sus palabras se cortaron bruscamente cuando Nasim le dio la espalda. El hombre solamente intentaba ganar respeto a sus ojos. A la fuerza no tendría más posibilidades con Kadar de las que tenía con Nasim, y seguramente lo sabía.
Pero no tendría que utilizar la fuerza. Kadar iría. No solo por la promesa que había hecho, sino porque sabía lo que le esperaba si no lo hacía. Sinan había perdonado las vidas de lord Ware, su mujer, Thea, y la niña Selene y les proporcionó a todos una nueva vida en Escocia. Nasim había permitido semejante insensatez porque quiso mantener seguro a Kadar hasta que llegara la hora de utilizarlo.
Pero nadie sabía mejor que Kadar que la seguridad otorgada por Sinan podría serle retirada en cualquier momento.
Kadar había mostrado una debilidad desconcertante hacia su amigo lord Ware y un vínculo aún más extraño con la niña Selene. Tales emociones eran comunes en el sendero luminoso, pero no es eso lo que Nasim había enseñado a Kadar.
Parecía que su señor le había echado el lazo, ya que ignoró sus enseñanzas.
La puerta de la fortaleza se abrió y Balkir salió cabalgando por ella. Espoleaba su caballo en una loca carrera montaña abajo. En pocos días estaría en Hafir y zarparía en cuanto abasteciera su barco, el Estrella oscura.
Nasim retornó al sol del poniente. Este había descendido bajo el horizonte casi por completo y la oscuridad lo fue envolviendo. Pero mañana saldría otra vez, haciendo resplandecer todo con su poderío.
Del mismo modo que Nasim.
Su mirada se desplazó al norte, hacia el mar. Kadar estaba al otro lado de esas aguas, en las frías tierras de Escocia, jugando a ser uno de ellos, de los necios, de los inteligentes. Sin embargo, volvería junto a él, solo era cuestión de meses. Nasim había esperado cinco años. Podía esperar un poco más. No obstante una extraña impaciencia comenzaba a sustituir su ira y desesperación. Lo quería de vuelta en ese mismo momento.
Sintió cómo se llenaba de energía, cerró los ojos y envió la llamada.
– Kadar.
CAPÍTULO 01
4 DE AGOSTO, 1196
MONTDHU, ESCOCIA
– Se está comportando como una insensata. -Thea frunció el ceño mientras miraba a Selene al otro lado del gran salón-. Esto no me gusta, Ware.
– Ni a Kadar tampoco -dijo alegremente Ware mientras bebía un sorbo de vino-. Lo estoy disfrutando. Es interesante ver a nuestro frío Kadar desconcertado.
– ¿También te parecerá interesante cuando Kadar decida matar a ese pobre hombre a quien ella está sonriendo? -preguntó Thea con aspereza-. ¿O a lord Kenneth, que fue su pareja en el último baile?
– Sí. -Sonrió burlándose de ella-. Hemos estado muy tranquilos durante estos últimos años. Un poco de diversión no vendría nada mal.
– La sangre y la guerra solo divierten a los guerreros como tú. -Ella frunció aún más el ceño-. Además creía que eras feliz aquí, en Montdhu. Nunca te has quejado.
Él le cogió la mano y le besó la palma.
– Jamás me atrevería con un ogro por esposa.
– No me tomes el pelo. ¿Has sido infeliz?
– Solo cuando me robaste los artesanos de mi castillo con el fin de construir tu barco para comerciar con seda.
– Necesitaba ese barco. ¿De qué sirve producir bonitas sedas si no puedes venderlas? No fue prudente…-dijo negando con la cabeza-. Tú sabes que tenía razón, y ya tienes tu castillo. Es tan magnífico y robusto como tú querías. Esta noche, en la fiesta, todos comentan que nunca han visto una fortaleza más segura.
Su sonrisa se desvaneció.
– Y puede que pronto necesitemos nuestra fortaleza.
Ella frunció el ceño.
– ¿Tienes noticias de Tierra Santa?
Él negó con la cabeza.
– Pero la situación es delicada, Thea. Hemos tenido suerte de tener estos años para prepararnos.
Ware todavía miraba a sus espaldas, pensó Thea con tristeza. En realidad, ¿quién podía culparlo? Habían huido de la ira de los Templarios para refugiarse en esta tierra, y si los caballeros descubrían que Ware no estaba muerto, como pensaban, serían implacables en su persecución. Ware y Thea se habían librado por poco de ser capturados antes de iniciar su viaje. Fue Kadar quien negoció con Sinan, el cabeza de los asesinos, para que les prestaran un barco y así poder viajar a Escocia. Pero eso formaba parte del pasado, y Thea no quería que Ware estuviera de mal humor esa noche en la que había tanto que celebrar.
– No es que tengamos suerte, es que somos inteligentes. Y los Templarios son increíblemente estúpidos si piensan que tú los traicionarías. Me enervo cada vez que lo pienso. Ahora bébete el vino y disfruta de la velada. Hemos construido una nueva vida y todo está en orden.
El levantó su copa.
– ¿Entonces por qué dejas que te afecte el hecho de que tu hermana esté sonriendo coqueta a lord Douglas?
– Porque Kadar no ha dejado de mirarla ni un solo momento en toda la noche. -Volvió la mirada hacia su hermana. El vestido de seda oro pálido de Selene le daba reflejos de fuego a su cabello pelirrojo oscuro, y sus ojos verdes brillaban con viveza… y temeridad. La pequeña diablesa sabía perfectamente lo que hacía, pensó Thea enfadada. Selene era impulsiva a veces, pero éste no era el caso. Todas y cada una de sus acciones esa noche tenían la intención de provocar a Kadar-. Y no he invitado a todo el mundo a ver tu espléndido castillo para que ella los exponga al caos.
– Díselo. Selene te quiere. No querrá que te pongas triste.
– Lo haré, -Se levantó y atravesó el salón hacia la gran chimenea, ante la cual Selene tenía su corte. Ware tenía razón: Selene podía ser obstinada, pero tenía buen corazón.
Jamás haría daño a ninguno de los que amaba. Thea no tenía más que enfrentarse a su hermana, expresarle su consternación, y el problema estaría resuelto.
Quizá.
– No la detengas, Thea.
Miró sobre su hombro y vio a Kadar tras ella. Hacía unos segundos estaba apoyado en el pilar más distante, aunque ya estaba acostumbrada a sus silenciosos movimientos.
– ¿Detenerla? -Sonrió-. No sé qué quieres decir.
– No me mientas. -Los labios de Kadar se endurecieron-. Esta noche no estoy humor para disimulos. -La cogió por el brazo y la llevó hasta un rincón del salón-. Además, nunca lo has hecho bien. Tienes la desgracia de tener un corazón puro y honesto.
– Y yo supongo que eres el diablo en persona.
Él sonrió.
– Solo un discípulo.
– Tonterías.
– Bueno, quizá medio diablo solamente. Nunca he podido convencerte de que soy un pecador. Jamás has querido ver ese lado mío.
– Tú eres amable y generoso y nuestro amigo más querido.
– Ah, sí, lo que prueba el buen juicio que tienes.
– Y arrogante, testarudo y sin sentido de la humildad.
Él inclinó la cabeza.
– Pero tengo la virtud de la paciencia, mi señora, lo que debería compensar mis otros defectos.
– Deja de burlarte. -Se volvió para mirarlo-. Tú estás enfadado con Selene.
– ¿De veras?
– Sabes que sí. Has estado vigilándola toda la noche.
– Y tú has estado vigilándome a mí. -Levantó un lado de la boca con una media sonrisa-. Me preguntaba si habías decidido atacarme a mí o a Selene.
– No tengo intención alguna de atacar a nadie. -Lo miró directamente a los ojos-¿Y tú?
– No de momento. Te acabo de decir lo paciente que soy.
Se sintió aliviada.
– Ella no pretende nada. Solo se está divirtiendo.
– Pretende algo. -Él miró de nuevo hacia la chimenea-. Lo que intenta es atormentarme y herirme, llevarme al límite. -Su voz era inexpresiva-. Lo hace realmente bien, ¿verdad?
– Es culpa tuya. ¿Por qué no te declaras? Ya sabes que a Ware y a mí nos encantaría que se casaran este año. Selene tiene diecisiete años. Es hora de que tenga marido.
– Me halaga que hayan considerado digno de ella a un humilde bastardo como yo.
– No es un halago. Sabes lo que vales.
– Por supuesto, pero el resto del mundo diría que sería un mal partido. Selene es ahora una dama de buena familia.
– Solo porque tú nos ayudaste a escapar de Tierra Santa y a empezar una nueva vida. Selene era una esclava en la casa de Nicolás y solamente una niña cuando compraste su libertad para hacerme un favor. Ella estaba destinada a pasarse la vida bordando sus espléndidas sedas y ofreciéndose a los clientes para su disfrute. Tú la salvaste, Kadar. ¿Crees que sería capaz de mirar a otro hombre si la dejaras acercarse a ti?
– No te entrometas, Thea.
– Me entrometeré. Ya lo sabes. Te adora desde los once años.
– ¿Que me adora? Ella nunca me ha adorado. Me conoce demasiado bien. -Sonrió-. Puede que no creas en mis cualidades diabólicas, pero ella sí. Ella siempre ha sabido lo que soy. Igual que yo siempre he sabido lo que es ella.
– Ella es una mujer trabajadora, honrada y cariñosa que necesita un marido.
– Ella es más que eso. Es extraordinaria, es la luz en mi oscuridad. Y todavía no está preparada para mí.
– ¿Preparada? La mayoría de las mujeres de su edad ya tienen hijos.
– La mayoría de las mujeres no han sufrido lo que ella. Aquello le dejó cicatriz. Puedo esperar hasta que cure.
– ¿Podrá hacerlo? -Thea miró de nuevo hacia la chimenea. Dios mío, Selene ya no estaba allí.
– Está bien. Ella y lord Douglas acaban de abandonar el salón y salieron al patio.
¿Cómo lo sabía? A veces parecía que Kadar tenía ojos en la espalda.
– Kadar, no…
Él se inclinó.
– Con tu permiso, iré por ella y la traeré.
– Kadar, no quiero violencia esta noche.
– Descuida, no derramaré sangre en las preciosas alfombras nuevas. -Avanzó hacia el patio-. Aunque las piedras del patio se limpian fácilmente.
– ¡Kadar!
– No me sigas, Thea. -Su voz era suave pero inflexible-. Mantente al margen. Esto es lo que ella quiere, por lo que lleva provocándome toda la noche. ¿No te das cuenta?
¿Dónde estaba Kadar?, se preguntaba Selene impaciente. Llevaba ahí fuera más de cinco minutos y todavía no había aparecido. No sabía cuánto tiempo podría retener a lord Douglas antes de llevarlo de vuelta al salón. Era un joven pesado y aburrido, y se había escandalizado cuando ella le sugirió salir al patio.
– Hace una noche maravillosa. Me siento mucho mejor ahora que he tomado un poco de aire fresco.
Lord Douglas parecía incómodo.
– Entonces deberíamos volver dentro. No creo que a lord Ware le parezca bien que estemos aquí solos. No es apropiado.
– Enseguida. -¿Dónde estaba? Había estado sintiendo su mirada durante toda la noche. Habría visto…
– El sarraceno nos vigilaba -dijo lord Douglas-. Estoy seguro de que se lo contará a lord Ware.
– ¿El sarraceno? -Ella lo miró a la cara-. ¿Qué sarraceno?
– Kadar Ben Arnaud. ¿No es un sarraceno? Así lo llaman ellos.
– ¿Quiénes son ellos?
Él se encogió de hombros.
– Todo el mundo.
– La madre de Kadar era armenia, su padre era franco.
Él asintió.
– Un sarraceno.
Debería haberla divertido que hubiera colocado a Kadar, que nunca podía ser etiquetado, en un nicho tan estrecho. Pero no le parecía gracioso. Le molestó enormemente el tono ligero y condescendiente de su voz.
– ¿Por qué no le llamas franco como su padre? ¿Por qué sarraceno?
– Simplemente parece… No es como nosotros.
Se parece a un sarraceno lo mismo que una pantera a una oveja o un diamante a una piedra llena de musgo, pensó furiosa.
– Kadar es uno de nosotros. Mi hermana y su marido lo consideran un hermano.
– No estaría tan seguro. -Parecía ligeramente sorprendido-. Aunque estoy convencido de que es bueno en lo que hace. Estos sarracenos son buenos marineros, y él comercia con tus sedas, ¿no es así?
Sentía ganas de abofetearlo.
– Kadar es mucho más que simplemente el capitán de nuestro barco. Es parte de Montdhu. Estamos orgullosos y nos sentimos afortunados de tenerlo entre nosotros.
– No era mi intención hacerte…
Ella dejó de prestarle atención.
Kadar se estaba acercando.
Sabía que la seguiría. Aun así, Selene reprimió un salto de alegría cuando lo vio aparecer por la puerta. Bajaba por las escaleras deliberadamente despacio, sin prisa. Eso no era bueno. No era la respuesta que esperaba de él. Se acercó un paso hacia lord Douglas y se tambaleó.
– Creo que todavía me siento un poco mareada.
Él instintivamente le puso una mano en el hombro para sujetarla.
– Quizá debería llamar a lady Thea.
– No, quédate…
– Buenas noches, lord Douglas. -Kadar se dirigía hacia ellos-. Creo que aquí fuera hace demasiado frío para Selene. ¿Por qué no vas a buscar su capa?
– Estábamos a punto de entrar -se apresuró a decir Lord Douglas-. Lady Selene se sentía algo indispuesta y…
– ¿Indispuesta? -Kadar arqueó las cejas y se detuvo junto a ellos-. A mí me parece que está perfectamente.
«Él no es como nosotros», había dicho Douglas.
No, en realidad no había ningún hombre como él entre todos los que habían acudido a honrar a Ware esa noche. No se parecía a nadie que Selene hubiera conocido. Ahora, de pie junto al grueso y colorado lord Douglas, las diferencias eran francamente aparentes. Los oscuros ojos de Kadar dominaban un atractivo rostro color bronce que reflejaba humor e inteligencia. Era alto, su cuerpo aparentemente delgado era fuerte, y mostraba una elegancia y una seguridad de la que di otro hombre carecía. Pero las diferencias no se limitaban a la superficie. Kadar era tan profundo e insondable como el cielo nocturno, no era de extrañar que esos estúpidos no pudieran darse cuenta de lo excepcional de su persona.
– No se sentía bien -repitió lord Douglas.
– Pero estoy seguro de que ahora se encuentra mejor. -Kadar hizo una pausa-. Así que ya puedes quitarle la mano del hombro.
Selene sintió una oleada de satisfacción. Eso estaba mejor. El tono de Kadar era suave, pero también lo es el gruñido de un tigre antes de saltar.
Evidentemente, lord Douglas no paso por alto la amenaza. Retiró la mano como si se hubiera quemado.
– Le daba miedo…
– Selene no tiene miedo a nada -dijo sonriendo a Selene-. Aunque debería.
Menos mal, éste sí era el Kadar al que ella quería provocar. Pero él se equivocaba: ella le temía en este momento.
Lo ocultó devolviéndole la sonrisa.
– No tengo motivos para tener miedo. Lord Douglas puede protegerme.
– No lo creo, porque se va a buscar tu capa, ¿no es así, lord Douglas?
Lord Douglas paseaba la mirada de uno a otro nerviosamente.
– Quizá todos deberíamos entrar…
– Tengo que hablar con lady Selene. Seguro que lo comprenderás.
Douglas respiró hondo y enderezó los hombros.
– Creo que mi deber es quedarme hasta que se encuentre lo suficientemente bien como para volver al salón.
Ella no había contado con eso. Pensaba que saldría disparado cuando Kadar mostrara sus garras. ¿Es que no se daba cuenta del peligro que representaba Kadar? Le dio un escalofrío.
– Tengo frío. ¿Serias tan amable de traerme mi capa, Douglas?
El dudó y después, para su inmenso alivio, tomó la salida que ella le había dado. Se inclinó.
– Como desees.
Lo vio alejarse por el patio.
– Pensaba que conocías mejor a las personas. -La mirada de Kadar también estaba en lord Douglas-. Ha estado más valiente de lo que esperabas.
– Sí. -No intentó disimular. Nunca funcionaba con Kadar. Él la conocía demasiado bien-. Valiente o ciego. Quizá sea a él a quien lo falta el juicio-. Ella se volvió hacia él, con creciente emoción-. ¿Qué habrías hecho si no lo hubiera despedido?
– ¿Tú qué crees?
– Te lo estoy preguntando.
– Matarlo -dijo sin darle importancia-. Nuestro joven lord me estaba impacientando. Sentía ganas de darle una puñalada en el estómago. Habría muerto lenta y dolorosamente.
– ¿Por qué te impacientaba?
El sonrió.
– Ya sabes por qué.
– Dímelo.
– Te ha tocado. Ya sé que tú lo has provocado, pero aun así te ha tocado. ¿Qué sentías cuando tenía su mano sobre ti?
Apenas había percibido ese toque. Estaba demasiado concentrada en su efecto sobre Kadar.
– Emoción.
Ahogó una risa.
– Mientes.
– Bien, podría haber sido emocionante… en otras circunstancias. Tengo la sensación de estar viviendo la vida como una monja en el convento. No tienes derecho a quejarte. ¿Crees que no llega a mis oídos con cuántas mujeres te acuestas? No has dejado una sola joven de las Highlands sin tocar, y solo Dios sabe lo que harás en tus viajes a España e Italia.
– El cielo lo sabe.
– No tiene gracia. Y tampoco me parece justo.
– La vida no es justa.
– Bien, pues ya estoy harta de ser la única mujer en Escocia con la que no te has acostado.
– Así que me has incitado a la acción con la espada de los celos. Que yo recuerde, ya me has amenazado con alguna estratagema antes. Muy hábil. -Ladeó la cabeza-. Pero peligroso.
– Eso fue hace años. Todavía era una niña.
– Aún lo eres en muchos aspectos.
– No lo soy. Aunque me tratas como si lo fuera. -Respiró profundamente y atacó-. Quiero que te cases conmigo.
Su sonrisa se desvaneció.
– Ya lo sé.
– Me… importas.
– Lo sé.
– Y sientes algo por mí. Yo también lo sé, Kadar.
– Por supuesto.
– Entonces cásate conmigo. -Intentó sonreír-. No podrías hacer nada mejor. Thea y yo compartimos las ganancias del negocio de la seda que empezamos aquí, en Montdhu. Soy un buen partido.
– Para cualquier hombre. -Negó con la cabeza-. Ahora no, Selene.
– ¿Por qué no? Te lo he dicho. Ya no soy una niña. Nunca me he sentido como una niña.
– Eso es parte de nuestro problema.
La invadió una fuerte decepción. Pero ya se lo esperaba. Lanzó su segunda andanada.
– Entonces acuéstate conmigo. Ahora. Esta noche.
Él se quedó inmóvil. Ella percibió cómo apretaba los labios, el ligero aleteo de la nariz. Dio un paso hacia él. Había dado en el blanco.
– Quiero que lo hagas.
– ¿De verdad?
– No quiero seguir así. -Respiró hondo-. Acaríciame.
El no se movió, pero podía sentir la tensión en su cuerpo.
– Nunca me tocas.
– Hay una buena razón -dijo él de manera densa.
Ella se acercó más, le cogió la mano y se la llevó al hombro. La notaba cálida y fuerte a través de la seda de su vestido. Sintió un estremecimiento de temor mezclado con un extraño y ardiente cosquilleo.
– He visto copular a hombres y mujeres en la Casa de Nicolás cuando era una niña. Un momento de placer y ya. Sé que no significará nada para ti.
– ¿Entonces por qué quieres hacerlo?
Porque quería estar cerca de él. Había deseado esa cercanía desde que lo había conocido hacía ya muchos años, y ahora veía la oportunidad de conseguirlo.
– ¿Por qué lo desean tus amantes?
– Pero tú no eres ninguna de ellas.
– Ware y Thea no tienen por qué enterarse. Podemos vernos en las colinas y…
– ¿Piensas que no me acostaría contigo por mi amistad con Ware y Thea? -Negó con la cabeza-. Tú no me conoces tan bien como crees. Si estuviera seguro de que es lo mejor para nosotros, nada en este mundo me detendría.
Un destello de esperanza surgió dentro de ella.
– Lo es. Ya lo verás,
– Ojalá.
– Entonces deja de desearlo y haz algo. -Le tomó la otra mano y se la depositó en el hombro-. Ahora.
Ahogó una risa.
– Careces de sutileza, ¿Debería arrastrarte por esas piedras?
– Si lo deseas… -Lo estaba perdiendo, percibió desesperada. Mientras el deseo se desvanecía, la atracción y la ternura ocupaban su lugar. Seguramente lo estaba haciendo todo mal. Ella deslizó una de las manos de él hacia su pecho -Cualquier cosa que desees.
Su sonrisa desapareció.
– Selene… -Tensó la mano en su pecho y lo apretó suavemente, con sensualidad.
Ella se quedó sin aliento y sintió cómo se le encogía el estómago. Tenía los ojos abiertos como platos de la impresión.
– ¿No te lo esperabas? -El presionó de nuevo, mirándola a la cara-. Qué placer será enseñarte a disfrutar.
Ella se arrimó hacia él.
– Entonces deja de hablar y hazlo…
Él se inclinó y le rozó el cuello con sus labios. Ella se estremeció cuando una ola de calor invadió su cuerpo.
– Pero no ahora -susurró-. No estás preparada. Vuelve al salón, Selene.
Se sintió como si le hubieran echado un jarro de agua fría. La conmoción se convirtió en enfado. Lo apartó de sí.
– ¿Preparada? Estoy harta de esa palabra. Ahora o nunca. No voy a esperar a tu conveniencia. Me marcharé. Me casaré con lord Douglas, o con Kenneth, o… -Le dio la espalda-, Te odio, Kadar.
– No, no me odias.
Efectivamente, no lo odiaba. Ojalá lo odiara, pero el vínculo de tantos años era demasiado fuerte. Le brillaban los ojos por las lágrimas cuando lo miró por encima del hombro.
– Espera y verás. Aprenderé a odiarte.
El sonrió con tristeza.
– Pero eso me rompería el corazón.
– Nada puede romperte el corazón.
– Tú puedes. Por eso debo tener paciencia.
– Que el cielo maldiga tu paciencia.
– En realidad el cielo la aplaude. No es frecuente que un pecador abrace tanta virtud.
– No tiene sentido. ¿Por qué?
– Ten fe. No confías en mí. Necesito tu confianza desesperadamente.
– Confío en ti.
Él negó con la cabeza.
– Tú no confías en nadie. A excepción quizá de Thea. Quieres hacernos creer a los demás que confías en nosotros.
– Te equivocas.
– Tengo razón. Recibiste lecciones muy duras en la Casa de Nicolás. Una de ellas fue la falta de confianza. -Sonrió y dijo con delicadeza-: Pero yo merezco tu confianza. He dedicado un buen número de angustiosos años en ganármela. Después de la vida que he llevado, me sorprende que me importe tanto tu fe ciega en mí. Pero lo quiero todo de ti, Selene. No me conformaré con menos.
Ella lo fulminó con la mirada.
– ¿Y se supone que tendré que esperar hasta que consideres que te merezco?
– Se supone que tienes que permitirme enseñarte que soy un hombre en quien puedes confiar. -Bajó la voz a un tono de amenaza velada-. Pero te diré lo que no tienes que hacer. No sonreirás a ninguno de esos pobres diablos que están ahí dentro. Me enerva en grado sumo. Y si dejas que cualquiera de ellos te roce siquiera otra vez, no seré tan indulgente como lo he sido con lord Douglas.
– Tú no me das órdenes. Haré lo que me plazca. -Salió corriendo como un torbellino y subió los escalones hacia el salón.
Se detuvo tras una columna rota por el dolor. Maldito seas. Todos sus esfuerzos no habían servido para nada. ¿Por qué él no…?
– ¿Selene? -Thea se encontraba a su lado-. ¿Estás bien?
No, no estaba bien. Estaba enfadada y frustrada, y le dolía todo el cuerpo. Procuró sonreír.
– Desde luego que estoy bien. ¿Qué te hace pensar lo contrario?
– Por ejemplo las lágrimas que corren por tus mejillas -respondió Thea secamente.
– Tonterías. Yo nunca lloro. -Pero sabía que ahora lo estaba haciendo. Mira lo que había conseguido este idiota testarudo-. Se me habrá metido algo en el ojo.
Thea asintió.
– Bueno, ven a mi habitación y te ayudaré a sacártelo. -Empujó a Selene suavemente hacia las escaleras de piedra que se dirigían a sus aposentos-. No puedes volver a la fiesta de este modo.
No quería encontrarse con nadie. Deseaba irse a la cama y ponerse a dar puñetazos en la almohada para olvidar a Kadar y sus estupideces. Sin embargo, eso sería una victoria para él. Haría precisamente lo que él le había ordenado no hacer. Acompañaría a Thea y se lavaría los ojos, se pellizcaría las mejillas para sacarles color y bajaría para hacerle saber a Kadar que no le importaba nada de lo que le había dicho.
Bueno, es posible que no hablara dulcemente con ninguno de los hombres del salón. No tenía por qué, y tampoco era justo para ellos sabiendo ahora que Kadar había dado un aviso. Pero bailaría, reiría y le demostraría que le importaba un bledo su… Virgen Santa, ¿por qué no podía dejar de sufrir?
Thea abrió la puerta.
– Siéntate en la banqueta. -Se dirigió hacia la palangana y humedeció un paño-. No tardaré nada. ¿De qué ojo se trata?
Selene se dejó caer en el asiento.
– Las dos sabemos que no tengo nada en el ojo.
– No estaba segura de si estabas preparada para admitirlo. -Thea pasó el paño suavemente por las mejillas de Selene-. No deberías culpar a Kadar. Lo has hecho enfadar mucho.
– No, nunca debo culpar a Kadar -remedó amargamente-. Kadar a tus ojos es perfecto. Yo soy la única que causa trastornos.
– Kadar no es perfecto, pero le confiaría todo lo que poseo.
Otra vez con la confianza.
– Entonces confías en un necio. No toma lo que se le ofrece y encima pretende que se lo espere mientras cata a todas las mozas de Escocia.
Thea ahogó la risa.
– Puede que no todas las mozas. Pasa mucho tiempo en el mar.
– Seguramente para escapar de mí.
– Es una posibilidad. Tengo que preguntarle si utiliza el comercio de nuestra seda como excusa. Parecen demasiadas molestias solamente para evitar a una joven. Aunque también es verdad que puedes ser una gran molestia cuando te empeñas.
– Te estás riendo de mí.
Thea le acarició la mejilla.
– Eso nunca.
– Duele, Thea. -Apoyó la cabeza sobre el pecho de su hermana-. Nunca he querido esto. Pensaba que Ware y tu eran unos insensatos, ya sabes. Parecía peligroso querer tanto a alguien. ¿Y si te abandonan o si mueren, como mamá murió?
– Siempre es peligroso querer. Hay que tener fe.
Fe, confianza. ¿Por qué todo el mundo le arrojaba esas palabras?
– Kadar dice que no confío. ¿No es una estupidez?
Thea permaneció en silencio.
Selene levantó la cabeza.
– ¿Thea?
– Nunca pensé que pudiera darse cuenta. Eso significa que Kadar es más perspicaz que la mayoría de la gente. Ya veo hasta qué punto le importa a Kadar que no confíes en él. Kadar no ofrece su afecto a la ligera, y sus sentimientos hacia ti son muy fuertes. Lo quiere todo y le molesta que te quedes con algo -dijo apartando el cabello de la cara a Selene-. No es culpa tuya ser tan precavida. Todos a los que has amado se han ido de tu vida.
– Tú no.
– Incluso yo. Cuando escapé de la Casa de Nicolás y te dejé allí. Sabía que te haría mucho daño.
– Pero regresaste.
– Sin embargo no estabas segura de que fuera a hacerlo, ¿verdad?
– Claro que lo estaba. -Entonces movió la cabeza. Nunca se habían mentido la una a la otra-. No, pero esperaba…
– ¿Ves?
– Eso fue hace mucho tiempo. He crecido.
– ¿Y amas a Kadar?
– Sí… me importa mucho.
Thea asintió con la cabeza.
– Incluso temes demasiado pronunciar esas palabras. Creo que Kadar es un hombre muy inteligente.
– ¿Qué significan unas pocas palabras? -estalló aguijoneada-. Debes ser tan estúpida como Kadar.
– ¿En serio?
Sintió remordimiento al instante. Thea era pura lealtad y cariño.
– No, yo soy la estúpida. Perdóname. Deberías darme una bofetada.
Thea sonrió.
– No mientras estés tan triste. Aunque reconozco que antes te habría mandado fustigar.
Selene la miró estupefacta.
– ¿Por qué?
– No quería un derramamiento de sangre esta noche.
– Nunca habría llegado hasta ese punto. -Pero había estado tan concentrada en su plan para provocar a Kadar que no se percató de la preocupación de Thea, pensó sintiéndose culpable-. Sabes que nunca haría nada que te hiciera daño.
Thea se encogió de hombros.
– Lo sé. A veces no piensas las cosas.
– Es cierto. Soy una persona horrible, horrible. He sido una egoísta. -Se puso en pie-. Vamos. Bajemos, y te prometo portarme muy, muy bien. Kadar pensará que es por él, aunque solo tú sabrás la verdadera razón. Y mañana te levantarás tarde y pasarás el día jugando con mi ahijado. Yo atenderé a los invitados y haré la ronda por las barracas para inspeccionar el tejido yo misma.
– Debes estar muy arrepentida. -Thea sonrió divertida mientras se dirigía hacia la puerta-. Ya veremos.
Pero lo más seguro es que no se acostara hasta el amanecer, como de costumbre, pensó Selene. Puede que comentara con Ware lo cansada que parecía Thea. Una sola palabra bastaría para que se preocupara de verdad. Cuando Thea cayó enferma con fiebre tras el nacimiento de Niall, Ware estaba destrozado. Selene nunca había visto un hombre tan perdidamente enamorado de su mujer.
¿Pero seguiría tan embelesado cuando Thea no fuera tan joven y encantadora? Nicolás solía mostrarse apasionado con las esclavas más jóvenes y atractivas, mientras que las mayores recibían poca atención. Y los hombres a los que Nicolás permitía usar sus mujeres elegían solamente las que rebosaban juventud y belleza. Sabía que Thea pensaba que Ware no la amaría para siempre, pero ¿cómo podía estar tan segura…?
– ¿Selene? -Thea se encontraba en la puerta, mirándola inquisitivamente.
– Ya voy. -Atravesó la estancia con rapidez. Ya pensaría en ello más tarde. Ahora le quedaba el resto de la velada por delante, y debía ayudar a Thea a compensar ese lapso.
Confianza…
CAPÍTULO 02
Dios mío, cómo la deseaba.
La mano de Kadar se aferraba a la copa, seguía a Selene con la mirada mientras ésta se movía por el salón.
Se comportaba de manera sumisa y educada, como un ángel enviado del cielo hablando con las señoras mayores que estaban sentadas en un lado de la sala, siguiendo los pasos de Thea y ayudando a los criados.
Ella no lo había mirado ni una sola vez desde que regresó al salón con Thea, pero sabía que él estaba pendiente de ella igual que ella lo estaba de él.
La conciencia siempre estaba ahí. Había estado ahí desde el principio. Desde la primera vez que la vio en la Casa de Nicolás, con la espalda llena de cicatrices del látigo de ese bastardo, sintió un vínculo que nunca había sentido antes por nadie.
¿Por qué seguía aquí? La pequeña diablesa no lo miraba, y era evidente que había decidido no provocarlo más.
Al menos esa noche.
No estaba seguro de que ella se hubiera dado por vencida. Era tan testaruda y decidida como Thea, y mucho más resuelta. Lo mejor sería marcharse de Montdhu durante una temporada. Quizá a su regreso ella le diera lo que él quería.
A lo mejor tiraba por la borda esa detestable prudencia y se olvidaba de todo menos de llevársela a la cama. ¿Por qué no hacerlo ahora? No debería darle tanta importancia. Nada era perfecto. Su vida había estado llena de compromisos. Se había criado en las calles de Damasco, el hijo bastardo de un franco que había tomado a su madre armenia y la abandonó a su suerte y encinta. Había satisfecho todo tipo de infamias y oscuros placeres, desde los burdeles de Damasco hasta la banda de asesinos capitaneada por Sinan, el Anciano de la Montaña.
Sabía todo sobre la obscenidad, la muerte y los escasos preciosos momentos que hacen que la vida valga la pena.
Entonces Selene entró en su vida, era solo una niña, pero lo tocó en el corazón, atándolo y frenando obstinadamente la oscuridad. Era un regalo más allá de lo que jamás había esperado poseer. Debería aceptar lo que Selene le daba y conformarse. Pero, maldita sea, quería tener por lo menos una cosa intachable en su vida.
Ella se había parado bajo una antorcha; le brillaba el cabello bajo la luz parpadeante. Nunca tendría la belleza de Thea, pero su espíritu iluminaba ese ahumado salón más que mil antorchas. Deseaba calentarse las manos en ese fuego, abrazarla, enseñarla…
Dios, se estaba excitando con solo mirarla.
No podía aguantar más. Cruzaría el salón y le tendería la mano, la sacaría de aquel lugar y le haría…
Murmuró una maldición y salió a grandes zancadas del salón.
El aire fresco no hizo nada por refrescarlo, aunque bien sabe Dios que lo necesitaba. Seguramente no pegaría un ojo esa noche. Le estaba bien empleado. Siempre había creído que los mártires merecían su destino, y él estaba siendo repugnantemente noble.
– ¿Lord Kadar?
Se dio la vuelta y vio al joven Haroun, el paje de Ware, corriendo hacia él.
– ¿Qué ocurre?
– Acaba de atracar un barco en el puerto.
Se puso tenso.
– ¿Nuestro puerto?
– No, el puerto de Dalkeith, donde desembarcamos la primera vez cuando vinimos a estas tierras, Robert lo ha avistado y cabalgó para alertarnos.
Ya había llegado. Siempre temió que los Templarios se enterasen de que Ware no estaba muerto y lo persiguieran.
– ¿Solamente un barco?
Haroun asintió. Solamente un barco, podría ser peor.
El castillo estaba fortificado y Ware había mantenido a sus hombres de batalla preparados.
– ¿Dijo Robert quién capitaneaba el barco?
– Alí Balkir. -Haroun se humedeció los labios-, Es el Estrella oscura, lord Kadar. El barco que nos trajo aquí.
Sinan.
Kadar sintió cómo se apoderaba de él ese escalofrío tan conocido. En algunas ocasiones había llegado a olvidar a Sinan. No, eso no era verdad. Había enterrado su memoria, pero el Anciano era como un río subterráneo, siempre presente, un eterno peligro. Dirigente de una banda de asesinos cuya habilidad y poder había intimidado incluso al mismísimo Saladino, era imposible deshacerse de Sinan tan fácilmente.
– El capitán ha enviado un mensaje. Desea que vayáis a reuniros con él.
Era lo que se imaginaba. Asintió.
– Iré inmediatamente. Ensilla mi caballo.
– ¿Queréis que os acompañe?
El chico tenía miedo. Y no era para menos. Balkir era la mano derecha de Sinan, y toda la cristiandad temía al Anciano de la Montaña.
– No, iré solo.
Haroun sintió un profundo alivio.
– Iré a decírselo a lord Ware. Quizá desee acompañaros.
– No.
– Pero debo hacerlo. Querrá saber lo del barco.
– El Estrella oscura no constituye una amenaza para él. ¿Por qué molestarlo cuando está con sus invitados? Se lo diré yo mismo… más tarde. Dile a Robert que regrese al puerto de inmediato.
– ¿Seguro que no hay ningún peligro?
– Lord Ware no está en peligro, ni tampoco Montdhu -repitió Kadar.
Haroun lo miró preocupado, pero se apresuró a los establos.
Ware se pondría furioso cuando se entere de que Kadar se había guardado las noticias para sí. Quizá se lo diría más tarde. Tomaría la decisión después de hablar con Balkir.
Podría ser seguro. A lo mejor no se encontraba aquí por la razón que él sospechaba.
¡Kadar!
Levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia el sur, donde el Estrella oscura permanecía atracado en el puerto. Imaginaciones. No podía haber oído al Anciano llamarlo desde el otro lado del mundo. Era del todo imposible.
Pero no para el hombre que siempre estuvo a la sombra de Sinan. Nasim, el maestro, el maestro de asesinos, el hombre que solo esperaba la oportunidad de llegar a ser tan poderoso como Sinan. Kadar había visto muchos acontecimientos misteriosos y alucinantes relacionados con Nasim.
Le recorrió un escalofrío con solo pensarlo. Tonterías.
Nasim era solamente un fantasma del pasado. Sinan ni siquiera le había mencionado en ese último viaje a Maysef. Era Sinan quien había enviado el Estrella oscura, y Kadar siempre se había entendido con él.
Kadar fue sincero al decirle a Haroun que no existía amenaza para Montdhu. Sinan no estaba interesado en Ware, Thea o Selene, excepto como herramientas. Kadar podría mantenerlos a salvo.
Lo único que tenía que hacer era atender a la llamada.
Era inútil intentar dormir.
Selene saltó de la cama y, envuelta en una manta que cubría su cuerpo desnudo, se dirigió hacia la ventana. Sentía la piedra fría bajo sus pies. Pasada la medianoche hubo refrescado.
Escudriñó en la oscuridad. Kadar estaba allí, en algún lugar. Había desaparecido mucho antes de que la velada tocara su fin. No lo vio marcharse, pero percibió su falta. Cuando él abandonaba una estancia parecía como si una llama se extinguiera, como si se escapara la vida. ¿Dónde habría ido? ¿A los establos para jugar a los dados con Haroun y los otros hombres? Quizá al Ultima esperanza. Tenía un aposento en el castillo, pero a menudo pasaba la noche a bordo de su barco.
¿Estaría con alguna mujer? Nunca llevaba a sus amantes al castillo, pero al barco…
La rabia le quemaba por todo el cuerpo y bloqueó ese pensamiento rápidamente. No tenía ningún sentido torturarse con fantasía. Había descubierto por qué Kadar la mantenía a raya, y también descubrió algo sobre ella.
¿Qué problema había si era precavida y desconfiada? ¿Qué esperaba? Thea y ella habían nacido esclavas en la Casa de la Seda de Nicolás en Constantinopla. Pasaron casi toda su niñez en el gineceo, trabajando de sol a sol en los telares. La única confianza que aprendieron en casa de Nicolás era la seguridad de que el látigo caería sobre ellas si cometían errores en sus tareas o intentaban escapar de su cautiverio. ¿Por qué Kadar no podía aceptarlo? No podía dar lo que no poseía.
Pero si ella no le daba lo que él quería, podría perderlo.
Podría cansarse de esperar e irse con otras…
Ya estaba otra vez. Confianza. ¿Por qué no podía confiar en que él no fuera a abandonarla?
Porque ello significaría bajar la guardia y hacerse vulnerable. Significaría ceder esa parte de su ser que tan celosamente había protegido durante toda su vida.
¿Cómo era posible sentirse más vulnerable de lo que se encontraba en ese momento ante Kadar? No podía pensar en otra cosa más que en ese estúpido hombre.
Los ojos le escocían de nuevo. No lloraría. No era de las que gimoteaban y lloriqueaban mientras pudiera ponerse en acción para encontrar una solución.
Pero, Dios mío, la solución al problema era tremendamente dura. Ni siquiera estaba segura de saber cómo abordarla.
– ¿Entiendes el mensaje? -preguntó Alí Balkir.
Kadar asintió.
– Era lo que esperaba.
– Prometiste a Sinan que acudirías y harías cualquier cosa que te encomendara. Ahora te llama. Obedecerás, por supuesto.
– ¿Seguro? -dijo Kadar sonriendo-. Tendré que pensarlo.
El pánico invadió a Balkir. Era lo que más había temido desde que Nasim le encomendara esta misión. Desde que era un muchacho, Kadar siguió su propio camino, e incluso había desafiado a Nasim abandonándolo.
– Tienes que venir.
La sonrisa de Kadar se desvaneció.
– He dicho que lo pensaría.
– No seas estúpido. Es Sinan quien manda por ti.
– Te comunicaré mi decisión dentro de tres días.
– Zarpamos mañana. Sinan te necesita de inmediato.
– Entonces tendrá que esperar. -Kadar se dirigió hacia la pasarela-, Y mantén a tus hombres a bordo. No quiero peleas ni violaciones aquí en Montdhu.
– Entonces más te vale tomar la decisión correcta.
Kadar lo miró por encima del hombro y le dijo en voz baja:
– No me gustan las amenazas, Balkir.
Balkir reprimió un estremecimiento cuando se encontró con la mirada de Kadar. La aplastante amenaza fue casi tan fuerte como lo que sintió al enfrentarse a Nasim.
– Es la amenaza de Sinan, no la mía. Tendrás que venir conmigo.
– Tres días. -Le dio la espalda y bajó por la pasarela.
La mano de Balkir se tensó en la barandilla mientras lo veía marchar. Por Alá, estaba seguro de que tendría problemas. ¿Qué haría si Kadar decidía no obedecer a sus órdenes?
El terror le heló la sangre. Le habían encomendado una misión, y no sería él quien fallase una misión de Nasim.
Sin embargo, si atacaba el castillo, se arriesgaría a herir a Kadar, y a los ojos de Nasim eso también sería un fracaso. Tendría que encontrar otros medios para asegurarse la conformidad de Kadar.
– Murad -gritó por encima del hombro-, síguelo. Asegúrate de que no va a ningún otro lugar que no sea Montdhu. Quiero saber a quién ve y lo que hace. No lo pierdas de vista.
Murad salió disparado por la cubierta y bajó por la pasarela.
– ¿Por qué no me lo dijiste anoche, Kadar? -le preguntó Ware con aspereza-. Es solo un barco. Podemos organizar un ataque.
– Pero, si sobreviven, organizarán su propio contraataque y estropearán nuestro precioso castillo nuevo -replicó Kadar con tono ligero-. Deja de pensar como un guerrero, Ware. Aquí no necesitamos una batalla.
– Soy un guerrero. -Ware frunció el ceño-. Y tú eres un necio si piensas que voy a permitir que te vayas y accedas a la petición de ese bastardo.
– Hice una promesa.
– Las promesas a los asesinos no deberían cumplirse.
Kadar soltó una carcajada.
– Fue a hablar el hombre que nunca faltó a su palabra.
– Yo nunca he dado mi palabra a ese diablo de Sinan.
– Todos tenemos nuestros demonios. El mío resulta ser un auténtico diablo. O al menos eso es lo que dicen sus hombres.
– Deberías saberlo. Una vez fuiste uno de ellos.
– He conocido demonios peores.
– Pues yo no -respondió Ware levantándose-. Llamaré a mis hombres a las armas. Iremos a…
– No, Ware -dijo con tranquilidad-. Te lo acabo de decir, nada de batallas. Le he dicho a Balkir que le comunicaría mi decisión en tres días. No quiero que interfieras. Si atacas el Estrella oscura, tomarás la decisión por mí. Incluso si derrotas a Balkir, encontraré otro modo de llegar a Sinan.
– Maldito seas -dijo Ware con frustración-. ¿Por qué no me permites que te ayude? Hiciste esa promesa a Sinan para garantizar nuestra liberación.
– ¿Por qué piensas eso? -se burló Kadar-. Yo me liberé a mí mismo. Simplemente os traje conmigo porque me divertíais. Ya sabes lo que odio aburrirme.
– Deja de tomarme el pelo.
– La risa es lo único que hace la vida soportable. Nunca he conseguido que lo aprendas. -Se volvió para marcharse-. No se te ocurra decirles nada de esto ni a Thea ni a Selene. No hay necesidad de preocuparlas.
– ¿Y cómo diantre haré para que no se enteren? Ellas viajan por toda la cañada, visitando las granjas.
– Ya encontrarás la manera. No me obligues a tomar una decisión prematura. -Cerró la puerta al salir y bajó las escaleras hacia el patío. Ya había tomado la decisión, y estaba seguro de que Ware sospechaba la verdad. Por ese motivo le había dicho que se decidiría en tres días. No se fiaba de que Ware no estallara en acción a medida que se acercara la fecha límite.
Lo más inteligente habría sido no decir nada y zarpar con Balkir la noche anterior. Lo habría hecho si el capitán no se hubiera mostrado tan exigente.
Se estaba mintiendo a sí mismo. Necesitaba esos tres días. Siempre fue el extranjero, viviendo fuera, pero por primera vez en su vida comenzó a sentirse en casa. Montdhu lo había atraído y ahora era parte de él. Deseaba pasar tiempo con Thea y Ware. Quería pasear por las colinas y hablar con las personas que se habían convertido en sus amigos.
Deseaba estar con Selene.
No, eso sería un error. Debía mantenerse alejado de Selene. La llamada de Sinan lo había llenado de frustración y rabia. Su instinto lo empujaba a aferrarse a lo que tenía allí.
Se sentía demasiado desesperado, y los hombres desesperados a veces destruyen lo que más quieren proteger.
Sí, la vigilaría desde la distancia, pero debía mantenerse alejado de Selene.
– Kadar Ben Arnaud no ha hecho ningún intento de dejar Montdhu -le dijo Murad a Balkir-. No ha hecho nada digno de mención durante los dos últimos días. Deambula por el campo. Juega a los dados en la posada del pueblo. Visita su barco, el Última esperanza.
– ¿Está preparando el barco para emprender un viaje?
Murad negó con la cabeza.
Balkir frunció el ceño.
– ¿Nada más?
– No puedo vigilarlo mientras está dentro de las murallas del castillo. Los guardianes de lord Ware no dejan entrar a nadie que no tenga que ver con la casa. Solo puedo informar de lo que hace fuera de esos muros.
Y eso era actuar como si el Estrella oscura no existiera, pensó Balkir, No era buena señal.
– ¿Ha hablado con alguien largamente?
– No fuera del castillo. Estará esta noche otra vez en su barco. ¿Quieres que vuelva y lo vigile?
La frustración de Balkir era creciente.
– Por supuesto. ¿Qué otra cosa podemos hacer? -Tomó una decisión repentina-. Espera, iré contigo.
– ¿Está aquí? -Selene subió por la pasarela del Última esperanza.
El primer oficial de Kadar, Patrick, asintió.
– En su camarote, lady Selene. ¿Queréis que le diga algo?
Se sintió enormemente aliviada. No estaba segura de encontrarlo en el barco.
– Se lo diré yo misma. -Se dirigió con presteza a la puerta que conducía al camarote. Conocía bien el camino. Recordaba la primera vez que había subido a bordo del Última esperanza. Entonces tenía trece años y Kadar acababa de regresar de un viaje. Estaba realmente impaciente por verlo, pero lo había ocultado cuidadosamente. Siempre temió que Kadar supiera que él dominaba sus pensamientos. No le hacía ningún bien. Kadar siempre parecía conocer sus sentimientos como nadie.
Se detuvo ante la puerta. ¿Y si había una mujer con él?
Bien, ¿y si así fuera? No había ido hasta allí para volver al castillo. Despediría a la joven.
Abrió la puerta de par en par. No había ninguna mujer, comprobó aliviada. Kadar estaba sentado en su escritorio, examinando unos papeles.
Ella cerró dando un portazo.
– ¿Has estado ignorándome?
El se recostó en el respaldo de la silla.
– No deberías estar aquí.
– He intentado hablar contigo en dos ocasiones durante la cena de esta noche y te has comportado como si apenas me conocieras.
Él desvió la mirada.
– ¿Sabe Ware que estás aquí a estas horas de la noche?
– Nadie lo sabe. ¿Y qué si lo supiera? Nadie vería problema alguno en ello. No contigo.
Él se levantó.
– Te llevaré de vuelta al castillo.
– No. -Ella se humedeció los labios-. Todavía no. Tengo algo que decirte.
– Me lo puedes decir mañana. Regresaré al castillo antes del mediodía y podrás…
– No. -Negó con la cabeza-. ¿Por qué me tratas así? Ambos sabemos que no soy como las demás mujeres de por aquí. No me importa en absoluto lo que estos escoceses estimen apropiado. ¿Crees que no sé perfectamente que me rehuirían como a una leprosa si supieran lo de la Casa de Nicolás? Los señores y las damas en sus enormes castillos me tratan con amabilidad solo porque Ware es un guerrero y un poderoso aliado.
– No del todo. -Sonrió burlón-. Les he oído decir que tienes una preciosa cabellera y una dulce sonrisa.
Parecía que la abandonaba algo de la tensión inicial, y ella debía aprovechar cualquier momento de debilidad.
– Necesito hablar contigo. -Se acercó hasta ponerse frente a él-. Nunca me habías rechazado antes.
Su sonrisa desapareció.
– Siempre hay una primera vez.
– Bien, pues esta vez no será la primera. No lo permitiré. -Apretó las manos nerviosamente-. Esto es demasiado importante.
– Por eso tengo que rechazarte.
– No lo entiendo.
– Vuelve al castillo, Selene.
Ella posó la cabeza en su pecho.
– No lo hagas.
Sus músculos se pusieron rígidos.
– Esto es muy duro para mí -susurró ella-. Tienes que dejarme que te lo diga.
– ¡Dios mío!
El corazón de él latía con fuerza bajo su oreja.
– ¿Quieres que confíe en ti? Lo intentaré. No, ya confío en ti. -Restregó la cara en su pecho, luchando por sacar las palabras-. Yo… me importas mucho, Kadar. Siempre me has importado. Creo que siempre será así.
– Ahora no, Selene -dijo él con brusquedad.
– Tiene que ser ahora. No sé si volveré a tener el valor en otra ocasión. -Se dio cuenta de que estaba temblando-. Desde mi niñez, todas las personas que me importaban me han ido abandonando; mamá, Thea… y en la Casa de Nicolás veía cómo los hombres siempre abandonaban a las mujeres después de… Esto… me asustaba.
– Lo sé.
– Era más seguro estar sola o no esperar nada.
– Selene, tienes que marcharte. -El permanecía rígido, sin tocarla-. Ahora.
– Y entonces llegaste tú. Te convertiste en… mi amigo. Yo no quería, pero parecía no poder… Me asustaba más que nada en el mundo. Porque no sabía si soportaría el que tú también te fueras. Y pasaron los años y yo…
– Vamos. -La agarró por la muñeca y la arrastró hacia la puerta.
– No, no quiero…
El la ignoraba. La llevó casi a rastras a través de la cubierta, se cruzaron con un desconcertado Patrick y la obligó a bajar por la pasarela.
– Kadar, para. Tienes que escucharme…
– Ya he oído bastante. Demasiado.
Iba tirando de ella colina arriba hacia el castillo. Tropezó con un montón de brezo.
– Déjame.
– Cuando te devuelva a Ware.
– No me devolverás a nadie. -Comprobó con desesperación que todo era en vano. Había echado abajo las barreras, sacrificó su orgullo e independencia, y todo ello no significaba nada para él. Dudaba incluso que hubiera escuchado sus palabras. Luchaba por liberarse.
– Suéltame el brazo. No te preocupes. Volveré al castillo. Ya no quiero estar contigo.
Se detuvo en el camino y se volvió para mirarla.
– Tengo que… ¡por lo que más quieras!, no llores.
– No estoy llorando. Jamás lloraría por un estúpido patán como tú que no puede…
– Selene… -La rodeó con sus brazos y la meció suavemente-. Por favor… No puedo soportarlo más. Me rompes el corazón.
¡Dios, cómo le gustaba estar tan cerca de él! Pero no, no de ese modo. Le puso las manos en el pecho intentando apartarlo. -No te atrevas a compadecerme.
– ¿Compadecerte? -Sonrió-. Nunca se me ocurriría. Es a mí a quien compadezco. -Le acarició el pelo con suavidad en la sien-. He intentado hacer lo mejor para… No es el momento, Selene.
– El momento oportuno. No es el momento. Tú no tienes derecho a decidir cuándo no es el momento para mí.
– Nadie tiene más derecho que yo. Tú me perteneces. Siempre has sido mía.
– Yo no pertenezco a nadie más que a mí misma.
– ¿Entonces me permitirás que sea yo quien te pertenezca? -quiso saber Kadar, sonriendo-. Seré una buena posesión, dócil, atento, siempre dispuesto a…
– Déjalo. -Apenas podía distinguirlo entre las lágrimas-. Solo quiero que me dejes marchar.
– Me temo que es demasiado tarde. No creo que pueda dejarte ir ahora. -Le quitó la capa de los hombros-. Lo deseo demasiado. ¡Señor, cómo lo deseo!
– ¿Qué es lo que tanto deseas? -Fue entonces cuando se percató de lo que pretendía, y se quedó paralizada-. ¿Quieres hacerme el amor?
Se inclinó hacia ella y le rozó suavemente los labios con los suyos.
– Dime que no. Será difícil, pero puedo parar si me dices que no.
El contacto con su lengua le hizo sentir un cosquilleo en los labios, sentía cómo le alcanzaba el calor de su cuerpo.
La invadió el pánico. Dile que no. Siempre le había revelado demasiado sobre ella. Dar el paso de ceder su cuerpo era otra renuncia más.
Confía en él. Él es diferente. No te abandonará.
¿Pero y si lo hacía?
Retrocedió un paso.
Él se quedó quieto.
– ¿No? -Exhaló profundamente-. Muy bien, si tu…
– Calla. -Todos esos años, todos esos fuertes lazos de fraternidad no podían pasarse por alto. Cerró los ojos, bajó las manos y se sacó el vestido por la cabeza. -En la Casa de Nicolás las mujeres iban desnudas a los hombres a los que tenían que complacer. ¿Es eso lo que quieres?
Oyó la fuerte respiración de él.
– Sí, eso es lo que quiero.
Ella abrió los ojos para ver cómo le contemplaba el cuerpo.
– No sé… Siento algo muy fuerte, pero no estoy segura… He visto cómo copulaban las mujeres con los clientes en la Casa de la Seda y parecía que… ¿No me harás daño?
– ¿Hacerte daño? Dios, todavía no estás preparada. Debería esperar hasta… -Se acercó un paso, con los dientes apretados-. Pero no puedo. Que Dios me perdone, tengo que hacerlo.
Le posó la mano en los senos.
Ella arqueó la espalda mientras una ola de calor le recorría todo el cuerpo. Se quedó sin respiración.
– ¿Es así como empieza?
– A veces. -La tendió suavemente en el suelo-. Depende. -Se despojaba de sus ropas con rapidez mientras le rodeaba los pezones con sus labios-. Pero siempre es placentero. -Jugueteaba con la lengua mientras succionaba más fuerte.
¿Placentero? A ella no le parecía placentero. Notaba como un sofoco y un cosquilleo a la vez. Además, una extraña y frenética necesidad invadía su ser. Era como si no pudiera acercarse a él lo suficiente. Percibía el olor del brezo aplastado bajo su cuerpo y el aroma de Kadar sobre ella. Conocido, muy conocido. Nada que temer. Kadar nunca le haría daño.
Pero sí lo hizo. Fue solo un momento y de repente se encontraba dentro de ella. Él se detuvo, su pecho se levantaba y se hundía, sin dejar de mirarla.
– ¿Sabes cuánto tiempo he deseado estar aquí, así? -Se flexionó lentamente y ella contuvo la respiración-. Estás muy rígida. Procuraré ir más despacio-. Tenía las facciones tensas del esfuerzo mientras sus caderas empezaron a moverse con suavidad-. No te muevas, déjame hacer a mí.
Tenía que moverse. Se sentía plena, con el cuerpo extendido, sin embargo, necesitaba más. Se movió hacia arriba, embistiéndolo con fuerza.
Él dio un grito ahogado, sosteniéndola por los hombros.
– No.
– Lo necesito…
– No te muevas.
Ella hizo caso omiso. Buscaba con los labios para tomar lo que necesitaba.
Él se mordió el labio inferior.
– De acuerdo. Como tú quieras. Debería habérmelo imaginado, sabía que pasaría esto. -Se hundió en ella aún más. Retrocedió. Arremetió de nuevo. Rápido. Fuerte. Más fuerte.
Ella no podía respirar.
Ritmo. Fuego. Fricción. Plenitud.
Ella quería gritar, pero ningún sonido salió de su garganta.
Le agarraba los hombros con fuerza.
Kadar. Parte de ella. Calor. Deseo.
Siempre. Para siempre.
– Quédate… -acertó a articular-. No me abandones.
– Nunca. -Tenía los dientes marcados en los labios-. Esto es demasiado bueno. Me quedaría dentro de ti toda la eternidad.
No, él no comprendía, y ella no podía explicárselo.
Ahora no. Algo estaba ocurriendo. Algo…
– Ahora. -Él la miró, tenía el rostro retorcido por el tormento-. Por favor… No puedo esperar más.
Ella gritó cuando él arremetió con fuerza. Él arqueó la espalda y cerró los ojos.
Descarga.
Él cayó sobre ella.
Ella lo rodeó fuertemente con los brazos.
Kadar… Kadar…
Suya.
Él se echó hacia un lado sin apartar los ojos de ella.
– Te he engañado. -Se inclinó hacia ella y la besó prolongadamente-. Perdóname. Te deseaba demasiado. No he podido aguantarme.
Ella lo miró, desconcertada.
– ¿Engañado? Pues me ha parecido muy agradable.
– Y se quedaba corta. Es verdad que todavía se sentía agitada y tenía la extraña sensación de no haber terminado, pero…-. ¿Debería haber algo más?
– ¡Vaya! -dijo haciendo una mueca-. ¡Maldita sea! Pretendía que todo fuera perfecto contigo. Todos estos años imaginándome cómo sería este momento y yo…
– Deja de quejarte. Estoy satisfecha. -Se acurrucó contra él. Lo conocía muy bien, sin embargo el cuerpo desnudo de Kadar sobre ella le resultaba desconocido. Blando en algunas partes, duro y musculoso en otras; notaba el hirsuto y masculino pelo del pecho contra la suavidad de sus senos. Extraño y estimulante-, Lo único que te pido es que te quedes.
– Es tarde. Tengo que devolverte al castillo. -Se levantó y le alcanzó su vestido-. Póntelo.
– Quiero volver al barco contigo.
El hizo un gesto negativo.
– ¿Por qué no? -Su sonrisa se desvaneció al ver la expresión en su cara-. ¿Qué hay de malo en ello?
– ¿Aparte del hecho de haberte echado en el suelo como si fueras una ramera de la calle? -Se vestía apresuradamente, sin mirarla-. Ha sido un error. ¡Dios, y qué error!
– Yo no… ¿de qué estás hablando? Yo lo he querido.
– Tú no querías, chantre. Tú qué sabrás lo que quieres o no quieres. Eras virgen.
– Bueno, quería estar junto a ti.
– Entonces yo he tomado lo que he querido porque sabía que no te negarías.
– ¿Por qué hablas de ese modo? -Apretó las manos nerviosamente-. Me estás confundiendo. He venido a ti porque me dijiste… Tenía que demostrarte que confiaba en ti.
– Y has pagado un precio muy alto. ¡Por los clavos de Cristo! ¿No te das cuenta de que podrías llevar un hijo mío dentro de ti?
¿Culpabilidad? Ella sonrió, aliviada.
– ¿Eso es todo? Nada que no tenga solución. Cásate conmigo, Kadar.
– No puedo.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
– ¿No deseas casarte conmigo?
– No puedo. -Sus labios se endurecieron-. Me marcho mañana.
Ella lo miró fijamente, atónita.
– No tenías planes de viaje. ¿Adónde?
El permaneció en silencio.
– Dímelo.
Solamente obtuvo una negativa por respuesta.
– ¿Cuándo estarás de vuelta?
– No estoy seguro.
– Iré contigo.
– No donde voy esta vez.
– A cualquier lugar.
Negó de nuevo con la cabeza.
– Tienes que quedarte aquí.
Sola. La abandonaba. Era como todos los demás. Primero la tomaba y luego la dejaba.
– Muy bien. -Se levantó despacio y entumecida se puso el vestido.
– No me mires así. -Le puso las manos sobre los hombros-. ¿Crees que quiero marcharme?
– Los hombres siempre hacen lo que quieren. -Apartó la mirada hacia otro lado-. Copulan y luego se van.
– ¡Por el amor de Dios! Yo no soy como los hombres de la Casa de Nicolás. Y tú lo sabes.
– Yo no sé nada. Excepto que te vas. -Se separó bruscamente de él-. Y que soy una tonta. -Sus ojos echaban chispas-. No lo seré más. No tienes que salir corriendo porque creas que te voy a molestar. Copular no significa nada. Los animales del campo lo hacen y luego se largan.
– No ha sido así. No piensas lo que dices, Selene.
No, solo estaba dejándose llevar por sus sentimientos.
El dolor y la rabia crecían por segundos.
– Habría hecho cualquier cosa. Vine a ti y te dije cosas que me dolía decir. No tuve orgullo. Quería demostrarte… ¿confianza? No tienes derecho a reclamármela. -Cogió con brusquedad la capa del suelo-. No tenías derecho a pedirme nada.
Se dio la vuelta y echó a correr colina arriba.
– Espera. -Kadar iba en pos de ella-. Iré contigo.
– No des ni un paso más -dijo ella sin volverse-. Acércate a mí y te juro que te haré rodar colina abajo.
El viento le azotaba sus cabellos mientras apresuraba el paso.
Más rápido. Escapa del dolor.
Procura dejar el daño atrás.
Las manos de Kadar se convirtieron en puños mientras veía a Selene correr colina arriba.
La había herido. Después de tantos años de cariño y paciencia se había limitado a alargar la mano para coger lo que quería. Ella había ido a darle lo que él deseaba. Él había ignorado ese regalo y en su lugar tomó su cuerpo. Y luego, al instante siguiente, destruyó esa incipiente confianza.
¿Qué se supone que debería hacer? ¿Contarle lo de Sinan? Ni Ware ni ella debían saberlo antes de que partiera en el Estrella oscura.
¡Diantre, qué difícil había sido no contárselo! Ella le había ofrecido todo lo que él deseaba, y así se lo devolvía.
Que Dios te maldiga, Sinan.
Ella ya se había perdido entre las sombras de los muros del castillo. Él se dio la vuelta para mirar hacia el puerto. Embarcaría en el Estrella oscura por la mañana y le diría a Balkir que zarpara de inmediato. Cuanto antes llegara a Maysef, antes podría cumplir su misión y regresar a casa.
Si salía vivo de ello.
Sobreviviría. No permitiría que Sinan ganase reclamándole su alma o su vida. Regresaría a Montdhu.
Volvería a Selene.
Kadar ya no la seguía.
Se adivinaba el puente levadizo en la oscuridad.
Selene apenas podía distinguir nada en la densa sombra que proyectaban los muros de piedra del castillo.
Pronto alcanzaría sus aposentos, terminando con las sombras, terminando con Kadar.
Tonta. Había sido una tonta. Nunca más.
Construye de nuevo un muro. No dejes que nadie entre.
Así estarás más segura. No dejes que nadie.
Un dolor agudo le quemó la sien izquierda.
Oscuridad.
CAPÍTULO 03
Alí Balkir estaba esperando en la cubierta mientras Kadar embarcaba por la pasarela del Última esperanza.
– Buenas noches. Buen barco. Casi tanto como el Estrella oscura.
– Mejor -dijo Kadar con brusquedad. Estaba dolido y frustrado y esta noche no estaba de humor para discutir con Balkir. Si el capitán lo apretaba demasiado, seguramente le partiría el cuello a ese bastardo-. Vuelve a tu barco. Ya te dije que…
– Me darías tu decisión mañana -terminó Balkir por él-. Pero Sinan no nos da opción a ninguno de los dos. Tengo órdenes y deben cumplirse. Ya hemos esperado demasiado. He decidido partir esta misma noche.
– ¿Ah, sí?
Balkir dio un paso atrás y luego se detuvo.
– Sería poco prudente de tu parte que me hicieras daño. Si no vuelvo al Estrella oscura, las consecuencias podrían ser de lo más desagradables. He tomado medidas para asegurarme tu conformidad.
Kadar se puso rígido.
– ¿Qué medidas?
La sonrisa de Balkir era petulante.
– Era necesario. El amo debe ser obedecido.
– ¿Qué medidas?
– La mujer. La pariente de lord Ware, la hermana de su esposa. La hemos cogido. En estos momentos viene de camino al Estrella oscura.
– ¿Selene? -Un farol. Tenía que ser un farol-. Mientes.
– No estoy mintiendo. Ordené a Murad que la cogiera mientras regresaba al castillo. -Hizo una pausa-. Después que te vimos copular con ella en la colina.
El terror le heló la sangre. No era un farol.
– Veo que te afecta -afirmó Balkir-. Es natural.
Está claro que ella te importa.
Había sido un error dejar que Balkir notara esa primera reacción. Le había proporcionado un arma.
– Es solo una mujer. La olvidé nada más abandonar su cuerpo. ¿Qué te hace pensar que hay algo más?
– No lo hago. Como bien dices, no es más que el cuerpo de una mujer, un juguete.
– Entonces suéltala.
– Pero esta mujer es importante para tu amigo lord Ware. Podrá canjearla por territorios y encontrar aliados a través del matrimonio. -Ladeó la cabeza como si estuviera considerándolo-. Aunque su valor ahora ha disminuido desde que has comprobado que ya no es una virginal damisela. Sin embargo, sigue siendo atractiva, y eso siempre ayuda.
Kadar se dio cuenta de que Balkir estaba disfrutando con todo esto. La sabandija creía que tenía la sartén por el mango.
– Ella es valiosa para Ware. No para mí. Suéltala.
– Me parece que también es valiosa para ti. No creo que quisieras enfrentarte a tu amigo con su sangre en las manos. -Hizo una pausa-. Así que vendrás conmigo al Estrella oscura y zarparemos de inmediato,
– Has hecho todo esto sin motivo. -Apretó los puños-. ¡Maldita sea! Pensaba ir contigo de todas formas.
– Entonces no te importará venir conmigo ahora mismo. -Avanzó hacia la pasarela-, Antes de que mis hombres se impacienten. No han visto una mujer desde que salimos de Hafir, y las mujeres de piel clara, a sus ojos, solo sirven para una cosa. Estoy seguro de que Murad les dirá con qué ganas te ha tomado entre sus muslos esta misma noche.
Kadar puso todo su empeño en controlar su ira. Ya llegaría la hora de matar a Balkir, pero no era el momento.
– Si voy, ¿la soltarás?
– Ya veremos. -La sonrisa de Balkir era descaradamente triunfante-. Tendré que pensarlo. Ahora ven conmigo. Debemos apresurarnos.
Selene tenía los ojos cerrados. Un fino hilo de sangre bajaba serpenteando lentamente desde la herida de la sien.
– Bastardo, la has herido. -Kadar apartó los ojos de Selene, que estaba tumbada en un camastro, para dirigir una mirada letal a Murad-. ¿Es grave?
– Creo que pronto despertará. -Murad se acercó instintivamente a Balkir como para protegerse-. Había que darse prisa. Estábamos casi a las puertas del castillo.
– Más vale que se despierte pronto, o la herida que te voy a hacer en tu sien te atravesará ese cerebro de buey. -Kadar se sentó en la litera-. Traedme agua fría y un paño suave y limpio.
– Necesito a Murad para que me ayude a hacernos a la mar -dijo Balkir-. Volverá en cuanto no sea requerido para otros quehaceres más importantes.
– Agua y un paño -repitió Kadar-. Ahora.
Balkir dudó y luego se encogió de hombros.
– Como desees. Unos minutos más no harán daño a nadie.
– Muy sensato. -Kadar le miró directamente a los ojos-. ¿Tendré que suponer que no tienes intención alguna de liberarla?
– Creo que comprenderás que es una posibilidad. Parece que la mujer tiene más valor para ti del que pensaba. Estoy seguro de que Nas… Sinan aprobará que le entregue un arma para guiarte por el camino que él elija.
Sí, Kadar sabía bien que había muchas posibilidades de que ese hijo de puta hiciera pleno uso de Selene. Este pensamiento no enfrió en absoluto la ira que le quemaba todo su ser.
– Esto es entre Sinan y yo. Ella no tiene nada que ver.
– Como te acabo de decir, es un arma. -Se volvió para marcharse-. Nos haremos a la mar a medianoche. Necesito a Murad a esa hora. Estará a tus órdenes hasta entonces.
Murad lanzó a Kadar una rápida mirada antes de salir disparado tras su capitán.
La atención de Kadar volvió a Selene. Apenas se dio cuenta de cuándo zarparon. Le apartó suavemente el cabello de la frente. Por Dios santo, qué pálida estaba. ¿Por qué no se despertaba?
Selene abrió los ojos lentamente y lo primero que vio fue el rostro de Kadar muy cerca del suyo.
La inundó una gran alegría.
Kadar.
– Gracias al cielo. Te has tomado tu tiempo. -La voz de Kadar era vacilante-. ¿Cómo te sientes?
Dolor. Alegría. Desconcierto. Demasiados sentimientos para poder dar una respuesta.
– ¿Te duele el estómago? -Empapó un paño en una palangana con agua y le dio unos toques en la sien-. ¿Me ves con claridad?
– No. Sí. -Frunció el ceño, algo confundida. ¿Por qué le hada esas preguntas? Debía de estar enferma. No recordaba nada.
Entonces se acordó. Kadar. La pena desgarradora y la rabia. La huida por la colina. Dolor. Oscuridad.
– ¿Tú… me golpeaste?
– Señor, no. -Torció los labios-. Todavía no he llegado a esos extremos de depravación. Aunque comprendo que lo pienses.
– ¿Quién…? -Miró a su alrededor. Se encontraba en el camarote de un barco, pero no el Última esperanza. Se percató del movimiento de balanceo. Volvió la mirada hacia Kadar-. ¿Estamos en el mar?
– Todavía no.
– ¿Qué barco es éste?
– El Estrella oscura.
Se le pusieron los ojos como platos. Susurró:
– El Anciano de la Montaña, Sinan…
Él asintió.
– Ha enviado a Balkir a buscarme. No tengo más remedio que ir. -Hizo una pausa-. Y parece que tú tampoco tienes alternativa.
– Siempre se puede hacer algo. -Intentó incorporarse, pero el mareo la golpeó como un martillo.
El la empujó suavemente para que se recostara.
– No deberías moverte.
No estaba segura de ser capaz de hacerlo.
– No puedes ir con Sinan.
– Le di mi palabra.
– A un asesino. Sabes lo malvado que es.
– La promesa sigue vigente. Sinan y yo nos entendemos.
Ella sabía que así era, y solo pensar en ello la aterrorizaba más que el propio Sinan. Había visto cómo esa oscura vida tiraba de Kadar.
– Me niego a ir. Volvemos al castillo.
El negó con la cabeza.
– Es demasiado tarde. Estoy camino de Maysef, al igual que tú. Balkir considera que eres un valioso rehén. -Entrelazó su mano con la de ella-. No tengas miedo. Te lo prometo, nadie te hará ningún daño.
– No me mires así. Esto no entraba en mis planes. -La voz de Kadar vibraba con intensidad-. Lo último que deseaba en el mundo era que tú te vieras involucrada.
– No -respondió ella débilmente-. Tú lo que pretendías era escapar y terminar conmigo. -Cerró los ojos. Le retumbaba la cabeza, la mente le daba vueltas-. Tengo que pensar.
– Solo tienes que descansar.
Abrió los ojos y lo miró fijamente.
– ¿Y dejar que tomes las decisiones por mí? No lo permitiré. Tu estupidez nos ha metido en este dilema. Nadie te pidió que le hicieras esa promesa a Sinan. Habríamos encontrado la manera de liberarnos. Ahora tenemos que encontrar el modo de mantener a Thea y a Ware a salvo en Montdhu.
– Le dije a Ware que el Estrella oscura había venido a buscarme.
– Pero a mí no me lo dijiste. -Procuró suavizar la amargura del recuerdo. Había otras cosas que considerar en ese momento-. ¿Cuándo zarparemos?
– A medianoche. Quizá en menos de una hora.
– ¿Dónde estamos amarrados?
– En Dalkeith.
– Nuestro hombre, Robert, está en Dalkeith.
– Y Haroun.
– ¿También él lo sabía? Me preguntaba por qué Haroun no estaba en el castillo estos últimos días. -Se apoyó con cuidado sobre el codo-. Necesito pluma y papel. Tengo que enviar una nota a Ware.
– ¿Diciéndole qué?
– ¿Tú qué crees? Que me voy a Maysef voluntariamente y que no nos sigan. El me creerá. Thea sabe que te seguiría a cualquier parte.
– ¿En serio?
Ignoró la pregunta.
– No eres el único culpable de esta situación. Yo nunca tendría que haber sido tan idiota como para dejar el castillo e ir a buscarte esta noche. No permitiré que nadie más sufra por ello. ¿Qué estás esperando? ¿Quieres que Ware salga detrás de nosotros y caiga otra vez en manos de los Templarios? Ware y Thea aquí están a salvo. Deben continuar así. Tráeme pluma y pergamino.
Él asintió lentamente y se dirigió hacia el escritorio que había en un rincón del camarote. Rebuscó en el cajón y encontró pergamino y tinta.
– Puede que ni siquiera esto sirva de ayuda.
– Tienen un hijo y responsabilidades aquí, en Montdhu, y confían en ti. -Se sentó lentamente en la litera-. Pero tengo que ser yo quien dé el mensaje a Haroun. -Se atusó el cabello, cubriendo con cuidado la herida con un mechón-. Dile a Balkir que mande llamar a Haroun.
– Iré yo mismo. Dudo que venga acompañado por Balkir. -Se dirigió hacia la puerta-. Quédate aquí y descansa hasta que yo vuelva.
– ¿Cuánto tardarás?
– Están acampados en la colina frente al puerto. Un cuarto de hora.
– ¿Crees que Balkir te permitirá ir?
– Desde luego. No quiere tener problemas con Ware, y cree que ha encontrado una manera de tenerme controlado. -Sonrió con gesto adusto desde la puerta-. Te tiene a ti.
– Descansaré un rato y luego saldré a la cubierta. Sube a Haroun a bordo. Le daré la nota yo misma. Tiene que comprobar que todo está en orden. -Apretó los dientes para protegerse contra el dolor cuando puso los pies en el suelo. Levantó los ojos y vio que Kadar seguía mirándola-. Bueno, ¿qué haces ahí parado? No necesito tu ayuda.
– Mis excusas. Estaba distraído. -Inclinó la cabeza-. Estaba pensando lo orgulloso que estoy de ti.
Se marchó antes de que ella tuviera oportunidad de contestarle.
Ve al escritorio y escribe una nota. No pienses en cuánto te habrían gustado sus palabras de alabanza ayer mismo, sin ir más lejos. No pienses en Kadar en absoluto. Tus esfuerzos deben centrarse ahora en mantener a Ware y Thea fuera de este embrollo.
– No intentes escapar-le advirtió Bailar a Selene-. Le darás tu mensaje al hombre y luego regresarás a tu camarote.
– ¿Crees que quiero que le hagan daño? -Selene se aferraba a la barandilla para no bambolearse. Virgen Santa, cómo Je retumbaba la cabeza-. Será mejor que no te quedes ahí mirando como si estuvieras a punto de estrangularme.
– Aquí vienen -anunció Murad.
Siguió su mirada y vio a Haroun con semblante preocupado mientras ascendía por la pasarela corriendo tras Kadar.
Forzó una sonrisa y dio un paso hacia delante.
– Gracias por venir, Haroun. Quiero que esta nota llegue sin falta a lord Ware.
– No deberíais estar aquí, lady Selene -susurró, matando con la mirada a Balkir-. Volved conmigo. Lady Thea no estará complacida con esto.
– Estoy segura de que Kadar te ha explicado todo. Debo ir con él. No te preocupes, él me cuidará.
– Estará a salvo. -Kadar la agarró del brazo. Ignoró su inmediata rigidez y añadió-: Dile a lord Ware que tiene mi palabra.
Haroun asintió con nerviosismo.
– Sé que él valora tu palabra. Pero lady Thea no…
– Tendrás que darte prisa -interrumpió Selene-. Zarparemos enseguida. -Le entregó la nota y le rozó la mejilla con sus labios-. Ve con Dios, Haroun.
Él le dirigió una última mirada angustiada, luego se dio la vuelta y descendió por la pasarela.
Selene soltó un suspiro de alivio. Ya estaba hecho.
– Lo has hecho muy bien -murmuró Kadar.
Se deshizo de él y retrocedió.
– Ahora hagámonos a la mar antes de que Ware tenga la oportunidad de venir cabalgando hasta aquí e intente hacerme cambiar de idea.
– Yo mando en este barco -dijo Balkir con impertinencia-. Ninguna mujer me dice cuándo tengo que zarpar.
– ¿Prefieres librar una batalla? No me extraña. Ya me he dado cuenta de que tienes el cerebro de un…
– Shh. -Kadar la cogió entre sus brazos y empezó a bajar hacia el camarote.
– Bájame.
– Cuando te tenga a salvo tras la puerta. Por si no te has dado cuenta, estamos en desventaja, y dudo que pudiera impedir que Balkir te estrangulara si persistes en contrariarlo.
– Es un idiota.
– Totalmente de acuerdo. Y tendrá su merecido. Pero no ahora. -Abrió la puerta del camarote y la dejó en el suelo-. Échate mientras ayudo al idiota a ponemos en camino. Volveré en cuanto pueda. Tenemos que hablar.
Asintió con la cabeza.
Él cerró la puerta y se apoyó en ella.
– Deja de tratarme como si fuera tu enemigo. Nada ha cambiado. Soy el mismo hombre que has conocido durante todos estos años.
– Sí, lo eres. -Cruzó el camarote y se sentó en la litera-. Exactamente el mismo.
– Sin embargo, ahora no quieres saber nada de mí.
– Ibas a dejarme.
– Tenía que dejarte.
– ¿Sin decirme nada? ¿Sin darme una oportunidad? Me prometiste un día que si alguna vez volvías con Sinan me lo dirías. Me has mentido.
– Sí -reconoció torciendo el gesto-. Pensé que sería más seguro.
– Y fue tu decisión. Siempre es el hombre quien decide. Si decide tomar el cuerpo de una mujer, lo hace. Si desea abandonarla después, lo hace -dijo apretando los puños-. Bien, pues no me sentaré dócilmente ni dejaré que un hombre tome las decisiones por mí. No permitiré que tomes mi cuerpo y luego te largues adonde quieras. No me importa. Jamás me importará.
– Eso ni lo sueñes. No puedes cambiar lo que hay entre nosotros.
– Puedo y lo haré. -Se recostó sobre la almohada y cerró los ojos-. No tengo ganas de seguir hablando.
– Mejor dejo que Bailar te estrangule -masculló entre dientes.
– La típica solución de los hombres a los problemas.
– Selene, ya es bastante complicado. Tenemos que… No me estás escuchando.
– Me duele la cabeza y además ya estoy harta de escucharte. Vete, Kadar.
Él masculló algo entre dientes y después oyó cerrarse la puerta.
Abrió los ojos. ¿Complicado? Era casi imposible arrancar de raíz todos esos años de cariño. Construiría un muro más alto. Ella era capaz.
Lo único que tenía que hacer era mantenerse alejada de él.
Un cuarto de hora más tarde levaron anclas y el barco salió del muelle sin dificultad.
Apenas cinco minutos después oyó un griterío en la cubierta.
¡Dios mío! ¿Ware? No, no le habría dado tiempo a llegar cabalgando desde el castillo.
Se levantó de un salto y salió a cubierta. Vio a Kadar y a Bailar en medio de una multitud de marineros en la cubierta. Marineros enfadados. Balkir también estaba furioso. Levantó el palo que tenía en la mano.
Kadar lo cogió y habló rápidamente a Balkir.
Ella corrió hacia ellos.
– ¿Qué ocurre? ¿Qué…? -Se paró en seco cuando vio una figura acurrucada en medio de la multitud-. ¿Haroun?
El chico estaba empapado hasta los huesos y miraba con los ojos desencajados de terror a Kadar y a Balkir.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Vino nadando y se agarró a la cuerda del ancla -dijo Kadar sin mirarla-. Nuestro capitán quiere apalearlo y lanzarlo por la borda.
– ¡No!
– Eso mismo he dicho yo.
– Cuando una rata sube al barco, se mata antes de que devore nuestras raciones -dijo Balkir-. Te ha desobedecido. Se suponía que tenía que entregar la nota.
– Se la di a Robert para que se la entregara -dijo Haroun-. Tenía que venir. Lady Thea querría que cuidara de lady Selene.
Y había venido a pesar de que estaba obviamente aterrorizado, pensó Selene. Parecía tremendamente triste, incapaz de cuidarse a sí mismo, mucho menos de cualquier otra persona.
Balkir luchaba por soltarse de Kadar.
– Déjame.
– Solo si prometes dejar con vida al muchacho -dijo Kadar-. Puede parecer una rata, pero le tengo mucho aprecio. Mira qué suerte tienes. Otro rehén para Sinan.
– No necesito ningún otro… -Cambió cuando encontró la mirada de Kadar. Se humedeció los labios-. Quizá otro rehén no nos venga mal del todo.
Kadar le soltó el brazo y retrocedió.
– Sabía que entrarías en razón. -Se agachó y ayudó a levantarse a Haroun-. Ve con lady Selene. Estoy seguro de que encontrará algo seco que ponerte-. Hizo un gesto reprobatorio con la cabeza-. Realmente eres un estorbo, Haroun.
– Lo siento, lord Kadar -susurró.
– Yo también. Ojalá hubieras sido menos noble y más sensato. -Se volvió hacia Balkir-. Quiero ver tus cartas de navegación. Conozco estas aguas mejor que tú, y quiero asegurarme de que mi destino sea Maysef y no el fondo del mar.
– He hecho esta travesía en dos ocasiones. No te entrometerás en mi…
– No te hará ningún daño enseñarme las cartas de navegación. Sinan te ordenó que me llevaras hasta él. ¿Y si se hunde el barco? -Le dio un codazo a Balkir-. Dicen que es capaz de maldecir incluso a los muertos. ¿Quieres que esté enfadado contigo en el más allá?
Bailar frunció el ceño y giró sobre sus talones.
– Sígueme.
Kadar guiñó un ojo a Selene por encima del hombro antes de seguirla a paso tranquilo.
Pícaro insolente. Ella hizo amago de sonreír y luego cambió de idea. Era muy fácil caer en las viejas costumbres de años.
– Ven conmigo, Haroun. -Lo condujo por la cubierta hacia su camarote.
– Lo siento, lady Selene. -Las sandalias de Haroun chorreaban mientras se apresuraba tras ella-. Tenía que venir.
– Lo sé. -Abrió la puerta y lo hizo pasar al interior del camarote. Cogió un paño de felpa de la jofaina y se lo tendió-. Sécate el pelo.
Él empezó a frotarse la cabeza.
– El capitán es un hombre malo. Deberíais haber esperado para hablar con lord Ware.
– Y tú deberías haber hecho lo que te habían dicho que hicieras. -Cogió la manta de la litera-. Quítate la ropa y envuélvete en esto.
El se puso colorado como un tomate.
– No puedo. No sería apropiado que un hombre me desnudase en vuestra presencia.
– No sería apropiado para mí tener que atenderte si enfermaras a causa de tu estupidez. Por Dios Santo, no es la primera vez que veo un hombre desnudo. Además, tú eres poco más que un niño.
– Soy mayor que vos -replicó indignado.
Vaya, debía serlo, se percató con sorpresa. Ella siempre había considerado a Haroun como el niño que conoció muchos años atrás, antes de llegar a Escocia. Había sido el superviviente de una masacre cometida por los Caballeros Templarios, y Ware y Thea lo habían tomado para formar parte de su séquito. Qué entusiasta y joven parecía entonces.
Pero los muchachos crecen, y ella había herido su orgullo.
Thea sabría qué decir en ese caso para aliviar el escozor. Thea siempre sabía qué decir. Bien, Thea no estaba allí, y Selene debía procurar hacer las cosas lo mejor posible y a su manera.
– Tienes razón, no es apropiado, pero esto es una emergencia. Me daré la vuelta. -Se puso mirando hacia la puerta-. Pero date prisa, necesito sentarme. No me siento muy bien.
Oyó el crujido de la ropa a sus espaldas.
– Ya os podéis dar la vuelta.
Haroun estaba envuelto desde las orejas bástalos tobillos con la manta gris.
– Siéntate. -Recogió del suelo la ropa mojada y la extendió sobre las sillas.
– No tenéis que servirme.
Ella sonrió.
– Y tú no deberías haber venido nadando y haberte agarrado de la cuerda del ancla. Pero, ya que lo has hecho, debemos olvidarnos de lo que es apropiado y procurar ayudarnos a mantenernos con vida.
– No le dijisteis a lord Ware la verdad en la nota, ¿verdad?
– No. Soy un rehén, igual que tu. -Se sentó en la cama-. Pero no queremos que lord Ware se entere, ¿verdad? Ambos sabemos el peligro que correríamos si viniera en nuestra búsqueda.
El asintió.
– Por eso le dije a Robert que no pasaba nada cuando le entregué la nota.
– Buen chico… digo hombre. -Cielo santo, qué cansada estaba. Lo único que le apetecía era echarse a dormir-. Mientras estés a bordo de este barco, no harás nada que provoque a los hombres de Balkir. Mantente alejado de ellos.
– Lo intentaré.
Por supuesto que lo haría. Parecía estar aterrorizado de todo lo que tuviera que ver con Sinan.
– Normalmente no soy un… cobarde -afirmó, como si pudiera leerle el pensamiento-. Lord Ware me ha entrenado para ser un guerrero. Dice que soy un buen soldado. Solo que… toda la vida he oído hablar del Anciano de la Montaña. Su gente no es como los demás. Son… demonios. Uno no puede luchar contra los demonios.
– No seas ridículo. Kadar fue una vez uno de los hombres de Sinan. ¿Es acaso un demonio?
El negó con la cabeza.
– Pero lord Kadar es diferente. El camina en solitario.
– ¿Cuántas veces te he visto jugando con él a los dados? Es tu amigo,
– Cierto. -Parecía confuso-. Pero él es… distinto.
Ella se dio por vencida. Kadar era diferente. Solo había que estar con él un rato para darse cuenta de que bajo aquella fachada aparentemente superficial y encantadora yacían unas profundidades impenetrables.
– ¿Pero confías en él?
A Haroun se le iluminó la cara.
– Naturalmente.
– Entonces confía en que procurará que nada malo te ocurra en Maysef.
– No solamente me preocupo por mí. Una mujer puede recibir un gran daño. Yo sé que pertenecéis a lord Kadar, pero aun así el peligro es…
– Yo no pertenezco a Kadar.
– Sin embargo, todo el mundo sabe que vos… -Observó su expresión y añadió apresuradamente-: Pero parece que vos…
– No siempre las cosas son lo que parecen. Yo no pertenezco a nadie más que a mí misma.
– Pero una mujer deber pertenecer a alguien. Es… -Sentía la tormenta acercarse y cambió de tema-. No importa. Yo cuidaré de vos.
Seguramente sería ella quien cuidara de él, pero sus intenciones eran buenas, así que se reprimió las ganas de decírselo.
– Gracias Haroun. Si necesito tu ayuda, no dudaré en…
Paró cuando se abrió la puerta y entró Kadar en el camarote.
Miró a Haroun de arriba abajo.
– Vaya, tienes un aspecto lamentable.
– Lady Selene me ha obligado a despojarme de mis ropas. ¿No estaréis enfadado por encontrarme con ella de esta guisa, verdad? Ya le dije que no era apropiado.
– No estoy enfadado -repuso con una sonrisa-. Es difícil no hacer lo que ella dice, ¿verdad?
Asintió, aliviado.
– Además tiene unas ideas muy raras sobre… Aunque dice que ella no os pertenece, espero contar con vuestra ayuda para cuidar de ella durante este viaje.
– Ah, ¿así que eso es lo que ella dice? -preguntó Kadar con voz de seda-. Espero realmente que no cometieras el error de creerle.
– No, todo el mundo sabe… -Lanzó una mirada a Selene-. Quiero decir que todo el mundo cree que…
– Ya basta. -Selene estaba a punto de estallar-. ¿Qué pasa con Balkir? ¿Estás seguro de que Haroun ya está fuera de peligro?
– Mientras no se convierta en una molestia…
– Puede quedarse conmigo en este camarote.
– ¡No! -Los ojos de Haroun estaban horrorizados.
Kadar negó con la cabeza.
– Eso lo pondría en una posición aún más delicada. Si los marineros piensan que podría estar obteniendo favores que se les niegan a ellos, querrían tirarlo por la borda. El caso es que solamente hay dos camarotes en este barco, y uno está ocupado por Bailar. -Volvió la mirada hacia Haroun-. Supongo que tendremos que dormir en la cubierta delante del camarote de lady Selene. De ese modo cualquiera que intentase entrar tendría que pasar por encima de nosotros.
Haroun asintió enérgicamente.
– Mucho más sensato.
Ciertamente pensaba que el plan de Kadar era más sensato que el de Selene. Ambos eran hombres.
– Largaos, los dos. -Se recostó y cerró los ojos-. Espero que Bailar os ahogue a ambos.
– Entonces carecerías de toda protección. Me parece que en este momento no valemos nada para ti, pero podemos ser útiles en algo. -Kadar dio unas palmaditas en el hombro a Haroun-. Vamos. Procuraremos encontrarte algo para vestir que no sea la manta. Ella puede necesitarla si refresca por la noche. -Abrió la puerta-. Volveré por la mañana, Selene.
Ella no respondió y oyó que se cerraba la puerta tras ellos.
A dormir. No pienses en Kadar ni en este barco surcando las aguas camino de Sinan.
Imposible. Ahora que estaba sola y ya no tenía necesidad de actuar, no podía pensar en otra cosa. Se dio cuenta de que estaba temblando. Debilidad. Se alegró de que Kadar no estuviera allí para verlo. Pronto estaría bien. Dormiría y se pondría fuerte, y al día siguiente podría enfrentarse a Kadar con la mente fría y bajo control.
Al día siguiente…
CAPÍTULO 04
A la mañana siguiente, después de dar un ligero toque en la puerta, Kadar entró en el camarote. Llevaba los brazos llenos de ropa.
– Buenos días. -Atravesó la estancia y depositó su carga encima de la litera-. Pensé que necesitarías algo que ponerte, ya que Balkir no te dio la oportunidad de hacer el equipaje.
Cogió un manto y arrugó la nariz.
– Apesta.
– Tuve que negociar con los marineros, y ya te habrás dado cuenta de que en general no son muy pulcros. Esperaba que Balkir contara con algunas prendas femeninas a mano, ya que también se dedica a la piratería, pero desgraciadamente no tenía ninguna. -Sonrió-. Aunque las prendas masculinas no te son del todo ajenas. ¿Recuerdas cuando te traje desde Constantinopla? Insististe en montar tu propio caballo y te vestiste como un muchacho.
– Lo recuerdo. -Había sido una gran aventura, su primer bocado de libertad, y lo había saboreado al máximo-. Pero no apestaban como éstas.
– Ah, una chaqueta pequeña. Le diré a Haroun que busque una tina.
– ¿Qué tal está?
– Sin queja alguna sobre su apestosa ropa, joven desagradecida.
– ¿Con qué negociaste para conseguir la ropa?
– Otra hora de vida. Es un artículo de gran valor. -Su sonrisa se desvaneció-. No has dormido bien.
Debería haber imaginado que reconocería los signos.
La conocía demasiado bien.
– Naturalmente que sí.
Él negó con la cabeza.
– Anoche estuve a punto de venir a ti.
Ella se puso rígida.
– Te lo aseguro, tengo otras cosas en las que pensar aparte de la seducción. Aunque también tenemos que hablar de ello.
– No tenemos que hablar de ello. Se acabó.
Él hizo un ademán de impaciencia.
– No ha terminado. Apenas acaba de empezar. Lo único que pasa es que no es el momento adecuado para enseñarte cómo se hace. -Suspiró-. Como de costumbre, me has distraído. Ese no era el motivo por el que había venido a tu camarote.
– No tenías razones para venir aquí. No te necesitaba.
– Sí me necesitabas. Nos necesitamos el uno al otro. Siempre ha sido así y siempre lo será. -Extendió la mano y le acarició el cabello con suavidad-. Recházame todo lo que quieras, pero acepta mi consuelo. Te lo ofrezco de todo corazón, y me duele tu rechazo.
Ella sintió que se derretía, como siempre, pero procuró armarse de valor para enfrentarse a ello.
– No quiero tu consuelo. No quiero nada que venga de ti.
El se la quedó mirando largamente.
– ¿Y no te importa en absoluto si me haces daño? -Apretó los labios-. Sé que he cometido un error. Extendí la mano y cogí lo que no debía. Tenía que haber tenido paciencia. Pero, por Dios, he tenido paciencia durante años. No soy un monje. Estabas allí y estabas dispuesta, y yo sabía que me marchaba y que quizá no volvería a verte… durante mucho tiempo.
– Te marchabas -repitió ella-. Sabías que te marchabas y aun así tomaste lo que te ofrecí. ¿Qué me importa que tomaras mi cuerpo? Eso no tiene ninguna importancia comparado con el hecho de que me mintieras. Si de verdad tanto te importaba, habrías encontrado la manera de llevarme contigo dondequiera que fueses. Yo nunca te habría abandonado. Predicas sobre la confianza y tú ni siquiera me dijiste nada de Sinan.
– No sirve de nada hablar contigo. No me escuchas. Muy bien, entonces abrázate fuerte a tu dolor. Apártame de ti. Pero cuando lleguemos a Maysef, obedéceme. Podría salvar nuestras vidas. -Se dirigió hacia la puerta-, Y mientras estés a bordo de este barco, permanece en el camarote. Si necesitas tomar el aire, dímelo y te escoltaré. No te metas entre los marineros tú sola.
– No soy estúpida. Ya sé que a los hombres solo les importa una cosa de las mujeres.
– A algunos hombres. Si eso hubiese sido lo único que yo quería de ti, lo habría obtenido hace años. -Abrió la puerta-. Enviaré a Haroun con algo de comida para que desayunes.
La puerta se cerró tras él con una fuerza tal que pareció casi un portazo. Estaba enfadado. Bien, eso era bueno. La rabia lo distanciaría. El ligero malestar que sentía era solo el recuerdo persistente de aquella época en la que se preocupaba hasta por cada vez que respiraba.
Aquellos tiempos habían pasado.
– ¿Me has mandado llamar? -preguntó Kadar.
– Estoy volviéndome loca aquí encerrada. -Selene lo fulminó con la mirada-. No tengo nada que hacer. En Montdhu tenía llenas todas las horas del día. Llevamos cuatro semanas en este barco. ¿Cuándo llegaremos a Hafir?
– Dentro de otras dos semanas, quizá. ¿Haroun no te entretiene? Te envié un tablero de ajedrez que pedí prestado al bueno del capitán.
– Hace lo que puede. No se puede estar jugando al ajedrez a todas horas. -Frunció el ceño-. Además, siempre gano yo.
– Pobre Haroun. No hay muchos jugadores que puedan igualarse a ti. Te ofrecería mis servicios, pero me dejaste bien claro que no querías nada de mí. -Arqueó una ceja-. ¿No habrás cambiado de idea, verdad?
– No he cambiado de idea. Pero juegas bien al ajedrez. ¿Por qué engañarme a mí misma? Es culpa tuya que yo tenga que soportar este interminable y aburrido viaje.
– Y mi deber es hacerlo menos aburrido. -Hizo una reverencia-. Reconozco mi responsabilidad. Estoy a tu servicio. ¿Saco el tablero?
– No. -Se puso en pie-. Quiero salir a la cubierta. Creo que me voy a ahogar si permanezco un minuto más en este camarote.
– Podrías haberme llamado antes. Te he estado esperando -dijo él con una sonrisa-. Esperarte parece haberse convertido en la vocación de mi vida. -Le abrió la puerta-. El sol brilla hoy con fuerza. No estés mucho tiempo fuera.
Necesitaba esa claridad. Aspiró hondo el aire fresco y salado y miró con satisfacción los rayos de sol reflejados en el azul del mar.
– No quiero volver a meterme ahí.
Kadar se quitó el gorro de la cabeza y se lo caló a ella.
– Por lo menos cúbrete la cabeza. Esa cabellera pelirroja es como un faro, y ya atraes suficientemente la atención.
Por primera vez percibió las miradas que recibía de los marineros. Parte de su alegría se desvaneció.
Kadar la llevó con presteza a la barandilla y se posicionó entre ella y todos los demás.
– Mira las gaviotas.
– ¿Estamos cerca de tierra firme?
– Puedes verla en el horizonte. -Apuntó con el dedo-. Eso es Italia.
– Donde vive el papa.
– En Roma, sí.
– Estuviste allí el año pasado para vender nuestras sedas.
Él asintió.
– Duros negociantes. Prefiero tratar con los españoles.
– Quería ir contigo. Quería ver Roma y Nápoles. Quería verlo todo. Y no me llevaste contigo.
– Quizá debería haberte dejado venir. -Hizo una mueca-. Siempre es igual, como de costumbre. -Bajó la voz-. Si hubieras venido, te garantizo que no te habrías aburrido.
Sintió el calor quemándole las mejillas.
– ¿Te refieres a la copulación? No me pareció gran cosa. Tampoco se puede pasar uno semanas copulando.
– Pero hay que intentarlo -murmuró él-. Creo que conozco suficientes variaciones como para estar entretenidos durante todo ese tiempo. ¿No te he contado nunca que cuando era un niño trabajé en una casa de placer en Damasco?
Ella abrió los ojos.
– No, no me lo habías dicho.
– Seguramente lo consideré inapropiado para tus oídos vírgenes. Pero ya no eres una virgen, ¿no es así? Así que puedo hablarte de Jebra, que se pasaba más tiempo de rodillas que tumbada. O de los intensos besos que pueden dar más placer que…
– No me interesa.
– Sí que te interesa. Posees un gran entusiasmo por la vida, y tienes la curiosidad de un gato por todo lo que te rodea. Pero hasta ahora estabas mirando desde fuera. -Sonrió-. Igual que yo en la casa de placer durante los primeros meses. Entonces decidí que si tenía algo que aprender, pondría todo mi ser en la labor. Descubrí que hay muchos caminos que explorar, tanto luminosos como oscuros.
– ¿Luminosos y oscuros?
– Ah, estás intrigada. -La miró atentamente a la cara-. Si quieres, puedo conducirte por el camino oscuro. No muy profundo, o te volverás…
– No. -Apartó la mirada y respiró hondo-. Te he dicho que no quería hablar de esto.
– Pero considero mi deber distraerte. Ir rozando las aguas oscuras produce fascinación en la mayoría de la gente. No te preocupes, te sacaré a flote. Nunca dejaré que te hundas.
– El camino luminoso, el camino oscuro. Me suena a Sinan.
– ¡Ah, no! Todo era oscuro mientras estaba con Sinan. El solamente creía en los placeres oscuros. Mucho más oscuros que todo aquello que practiqué en casa de Jebra.
Buscó desesperadamente una manera de cambiar de tema.
– ¿Qué tarea te ha asignado Sinan?
– No lo sé. Solo sé que le prometí venir cuando me necesitase.
– ¿No lo sabes? ¿Hiciste una promesa a ciegas?
Él se encogió de hombros.
– Tenía que encontrar el modo de conseguir que nos dejara marchar. No es peor que otras cosas que he hecho en mi vida.
– Pero podría ser más peligroso.
– Seguramente sí. Sinan siempre consigue lo que quiere.
Y esta vez quizá lo que quería era la sangre de Kadar.
Tenía la mirada perdida en el mar.
– Eres un loco.
– Entonces mejor para tenerte entretenida. -Permaneció en silencio unos instantes-. Hay algo que deberías saber. Sinan intentará utilizarte.
– No me necesita para hacerte cumplir su cometido. Todos estáis más que dispuestos.
– Aun así te utilizará, a no ser que yo pueda evitarlo. Está acostumbrado a doblegar la voluntad de todo el mundo, y yo no me doblego. Es una batalla librada entre nosotros durante años. Es mejor que crea que no significas nada para mí, -Torció el gesto-. Si es que puedo engañarlo. A lo mejor es imposible. Solo conozco un hombre más inteligente.
– ¿Quién? -preguntó ella con curiosidad.
Encogió los hombros.
– Nasim. El estaba… -Quería encontrar la palabra adecuada-. Ligado a Sinan.
Ella frunció el ceño.
– Nunca te he oído hablar de él.
– Porque no tiene importancia. Eso ocurrió hace mucho tiempo. -Volvió al tema del principio-. Creo que Sinan percibió lo que has significado para mí todos estos años. Estará muy complacido con Balkir cuando te entregue en sus manos.
– No me utilizará. No lo permitiré.
– Espero que tengas razón. Supongo que será una tontería pedirte que no te entrometas.
– ¿Por qué habría de entrometerme? Tú fuiste el idiota que le prometió cumplir su voluntad. Me conformo con que nos libere a Haroun y a mí para que podamos regresar a Montdhu. Asegúrate de ello en cualquier negociación que hagas con él.
– Lo intentaré. Lo único que puedo prometeros es que ambos sobreviviréis. -La agarró por el codo-. ¿Has tomado suficiente aire? Creo que será mejor que volvamos al camarote. Aquel marinero de popa no te ha quitado los ojos de encima y se está acercando por momentos. No quiero verme forzado a tirarlo por la borda.
Ella no se había dado cuenta de nada, estaba concentrada solamente en la conversación, pero Kadar sí se había fijado. Kadar siempre estaba al tanto de todo lo que ocurría a su alrededor. Sinan no era el único que tenía una capacidad extraordinaria.
– Supongo que ya estoy lista.
– Es sorprendente -murmuro Kadar mientras la acompañaba de vuelta al camarote-. Sabiendo cuan a disgusto estás conmigo, estaba seguro de que no te habría importado que me metiera en problemas para deshacernos de él.
– Sinan ya te dará suficientes problemas cuando lleguemos a Maysef. No necesita que yo lo ayude.
Sinan…
Después de que Kadar llevara a Selene a su camarote, volvió a la barandilla para contemplar el mar. El último comentario de Selene había removido la preocupación que había estado creciendo en él durante esas últimas semanas a bordo del Estrella oscura.
Algo no era como debía ser. Cuando había hablado con indiferencia de Sinan a los marineros, éstos se habían quedado helados y se habían inventado excusas para salir corriendo.
Y el lapsus de Balkir la noche de su partida. En ese momento no le dio importancia, pero evidentemente se le había quedado marcado en la memoria.
Nas… Sinan.
Nasim?
Ese escalofrío ya conocido le recorrió la espina dorsal cuando pensó en esa posibilidad tan poco grata.
Sin embargo, hay que enfrentarse a las posibilidades antes de que se conviertan en realidades y te tomen por sorpresa.
Se volvió sobre sus talones y se dirigió hacia la proa, donde se encontraba Balkir.
– Hay algo que deberías saber -murmuró Kadar mientras ayudaba a Selene a bajar por la pasarela en Hafir. -No fue Sinan quien envió el Estrella oscura.
– ¿Qué? -preguntó perpleja-. Pero tenía que…
– Sinan está muerto. Murió hace años.
Se sintió enormemente aliviada. Hasta ahora no se había dado cuenta de lo atemorizada que estaba pensando en enfrentarse a ese malvado viejo de nuevo. La alegría dio paso al alivio cuando se percató de que la amenaza que había estado pendiendo sobre la cabeza de Kadar todos estos años se había desvanecido.
– Gracias a Dios.
– Puede que no sea ocasión de regocijo. Nasim envió a Balkir para que me trajera aquí.
– ¿Nasim? -Recordó que ya se lo había mencionado-. ¿El hombre que estaba unido a Sinan?
Asintió.
– Sheik Jabbar Al Nasim.
– ¿Qué quieres decir con unido?
– Cuando alguno de los seguidores de Sinan era considerado preparado para seguir el camino oscuro, Sinan se lo enviaba a Nasim.
– ¿Para qué?
– Para ser adiestrado.
– Yo pensaba que Sinan te había adiestrado a ti.
– Y lo hizo. La manera de enseñar de Nasim era… diferente. Algunos lo llamaban el hechicero. Sinan solo fue capaz de llegar hasta ahí. No es fácil dar el paso final en el camino oscuro o conducir a alguien para que lo dé.
Eso no le gustaba nada. Parecía imposible que alguien fuera más amenazador que Sinan, pero el tono de Kadar la estaba preocupando.
– No estaba en Maysef cuando estuvimos allí.
– Tiene su propio campamento a un día de viaje. Rara vez venía a Maysef, solo durante el adiestramiento o cuando quería algo de Sinan. -Hizo una pausa-. Y siempre conseguía lo que quería, Selene. Nunca he visto a Sinan ceder ante nadie a excepción de Nasim.
– ¿Y ahora lidera a los seguidores de Sinan?
Negó con la cabeza.
– Nunca estuvo interesado en esa clase de gloria. Solo quería el poder. Según Balkir, Nasim se limita a ir y venir como de costumbre, vigilando las luchas por el poder entre los seguidores de Sinan. Siempre se quedó al margen.
– ¿Entonces por qué Balkir le obedece?
– Él adiestró a la mayoría de los asesinos de Sinan, y es difícil zafarse… Supongo que el miedo sigue ahí. No es fácil describirla influencia que ejercía. Tenía un control absoluto sobre nosotros. -Se detuvo junto a una yegua cuyas riendas estaban en manos de uno de los marineros de Balkir-. No tengas miedo. Todo saldrá bien. Solo quería avisarte.
¿Que no tuviese miedo? Le acababa de decir que este hombre era incluso más malvado que Sinan, ¿y esperaba que estuviera tranquila?
– ¿Qué pretende de ti?
Él se encogió de hombros.
– No lo sé. Balkir dijo que solamente le habían dado órdenes de traerme y de que no me enterara de que Sinan estaba muerto.
– No me gusta nada.
– Ni a mí tampoco -replicó Kadar sobriamente-. Nada en absoluto.
La fortaleza de Maysef seguía tal y como la recordaba Selene: el castillo robusto, inhóspito, amenazador; los seguidores vestidos de blanco se movían como fantasmas por el patio y los oscuros salones. No se había percatado de lo clara y vívidamente que su memoria conservaba aquel lugar.
– Espera aquí. -Balkir desmontó de su caballo-. Tengo que ir y reportar a mi amo. Ya mandaré por ti si desea verte.
– Pero a Kadar no le gusta esperar. -Había un hombre con una gran capa negra en lo alto de la escalera, mirándolos-. Así que he venido a darle la bienvenida.
Kadar inclinó la cabeza.
– Buen día, Nasim.
– Es un buen día, ahora que estás aquí. Llevo esperándote mucho tiempo.
Selene reprimió un estremecimiento cuando vio la penetrante mirada de Nasim posarse sobre Kadar como las garras de un águila. No sabía por qué, pero ese hombre le inspiraba desconfianza. No había temido a Sinan, aunque se supone que debería haberlo hecho. Pero ese hombre… La amenaza y el poder que lo rodeaban eran casi tangibles, Nasim era claramente un anciano. Su cara tenía profundas arrugas y tenía el oscuro cabello, con canas en las sienes, recogido en una coleta. Pero sus ojos brillaban con una vitalidad casi febril que desafiaba la edad.
Kadar no parecía tener miedo. Le dijo en tono ligero:
– Es lo menos que podías hacer después del largo camino que he recorrido a petición tuya.
– Orden.
– Petición -repitió Kadar con una sonrisa-. Hace tiempo que no obedezco órdenes de nadie, Nasim.
– Valientes palabras. Lo que cuentan son los hechos. No pareces estar sorprendido de que sea yo quien te ha llamado. -Volvió la mirada hacia Balkir.
El capitán estremecido y se apresuró a decir:
– Lo ha adivinado, pero no hasta que estábamos casi aquí. Yo no se lo he dicho. Ya lo sabía cuando vino a mí y…
– Tienes el cerebro de un buey. -La mirada de Nasim se trasladó a Selene-. ¿Quién es ella?
– Lady Selene -respondió Balkir-. No hubo más remedio…
– Tienes ojos valientes -observó Nasim-. Demasiado audaces para una mujer.
– Baja los ojos -murmuró Balkir.
Ella no bajaba los ojos.
– ¿Por qué está aquí, Balkir? -Nasim no esperó la respuesta-. ¿Idea tuya, Kadar?
– No, un error por parte del capitán -dijo Kadar-. Se cruzó en el camino.
– Copula con ella -se apresuró a decir Balkir-. Lo he visto.
– ¿Y no viste que el conflicto entre nosotros sería peor que ese hecho sin importancia?
– Pensé que podría sernos útil. -La mirada desesperada de Balkir estaba fija en Nasim-. Pero si no os agrada, me desharé de ella.
– ¿Por qué hacerlo? -preguntó Kadar-. Envíala de vuelta a Montdhu con el chico. Apaciguará a lord Ware y evitará la posibilidad de que venga tras ella.
– ¿El chico?
Balkir sacudió la cabeza en dirección a Haroun, que se encontraba tras él.
– Es el sirviente de lord Ware. ¿Me deshago de ellos, lord Nasim?
La mirada de Nasim iba de Selene a Kadar y viceversa.
– Creo que no. Nunca se sabe cuándo la escoria puede convertirse en oro. Prepárales aposentos. -Se volvió hacia Kadar-. Ven conmigo. Tenemos que hablar.
Kadar asintió.
– Cuanto antes, mejor. -Deliberadamente evitó mirar a Selene cuando desmontó de su caballo y empezó a subir las escaleras-. Dales algo de comer, Balkir. Hace horas que desayunaron. No queremos devolverlos a lord Ware en malas condiciones.
– Si los devolvemos. -Nasim entró en el castillo seguido de cerca por Kadar.
– Ven. Rápido. -Balkir sacudió el hombro de Selene-. Ya has oído al amo.
Selene se bajó del caballo.
Haroun inmediatamente se puso a su lado. Estaba temblando, con la mirada fija en el temible castillo.
– No os preocupéis, Yo os protegeré.
– Sé que lo harás. -No lo creía en absoluto. No había esperado verlo tan agitado-. Pero no hay un gran peligro. Creo que Nasim está soltando un farol.
– ¿De verdad? -preguntó Haroun no muy convencido.
No se imaginaba que ese diablo soltase faroles alguna vez, pero no servía de nada alarmar a Haroun. Siguió a Balkir por las escaleras.
– Por supuesto. Ya has visto que Kadar no le teme.
– Pero lord Kadar es… Parecen… iguales.
Ella se dio media vuelta para mirarlo.
– No son iguales -dijo con fiereza-. No se parecen en absoluto.
Él retrocedió un paso.
– Mis excusas, lady Selene. Lo que quería decir…
– Déjalo. -Trató de mantener la voz firme. No debería haber explotado de esa manera. Las palabras de Haroun habían provocado una respuesta que no sabía de dónde hubo salido.
Ella estaba mintiendo. Se había cegado a sí misma.
No quiso ver lo que Haroun había visto. Esperaba que el tiempo y la distancia produjeran cambios que no habían ocurrido. Al mirar a Kadar y a Nasim había visto los lazos que los unían. El vínculo entre la banda de asesinos y Kadar aún seguía ahí.
– No quería decir que lord Kadar… He hablado sin pensar -se defendió Haroun.
– Lo sé. -Subió deprisa las escaleras. El comentario de Haroun había sido instintivo, y a veces el instinto resulta más revelador que el pensamiento.
Y mucho más aterrador.
– Puedes sentarte en mi presencia, Kadar. -Nasim señaló hacia una cama turca con almohadones. -El viaje debe haberte extenuado.
Kadar negó con la cabeza.
– No estoy cansado.
– ¡Claro que no!, tú eres joven y fuerte. -dijo Nasim impasible-: Tus años en esas frías tierras no te han debilitado.
– ¿Es eso lo que imaginabas?
– Nunca se puede decir lo que ocurrirá cuando se camina por la senda luminosa. La fuerza a veces se disipa. El camino oscuro siempre mantiene la fuerza.
– ¿Seguro?
– ¿Dudas de mis palabras? -arremetió Nasim-. Entonces eres un necio. ¿Quieres que te enseñe…? -empezó a decir tomando aliento-. Siempre te las arreglas para enfadarme. Pero te perdonaré porque estoy contento de que estés aquí.
– ¿Y por qué estoy aquí?
– Porque es el lugar al que perteneces.
– Ya no. Sinan está muerto, y eso ha cortado mi última atadura.
Nasim hizo un gesto negativo.
– Te estoy reclamando el servicio que le prometiste a él.
A Kadar no le sorprendió.
– ¿Con qué derecho?
La sonrisa de Nasim era fría.
– Con el único derecho que ambos reconocemos. Poder.
Kadar movió la cabeza.
– Podía haber hecho que Balkir atacase el castillo de Montdhu. Me aguanté, pero aún puedo hacerlo. No te precipites al rechazarme. Mi humor no es el de antes.
Kadar percibía la turbulencia de las aguas bajo la superficie, y le sorprendió. El Nasim que él recordaba siempre había sido frío como el hielo y controlado.
– ¿Y qué me tienes preparado?
– Deseo que encuentres un tesoro que no tiene precio.
– ¿Qué tesoro?
Nasim negó con la cabeza.
– Te diré más cuando llegue el momento de emprender el viaje. He enviado un mensajero para verificar que el tesoro todavía se encuentra en el mismo sitio. Cuando regrese Fadil, partirás y me lo traerás.
Kadar frunció el ceño.
– ¿Cuándo crees que estará de vuelta?
– En una semana, quizá dos. -Se encogió de hombros-. Si Fadil sobrevive. Puede que no.
– ¿Y quieres que espere aquí?
– Ah, estás deseoso de ponerte en camino. Soy yo quien debería estar impaciente. -Nasim arqueó una ceja-. Hay otros trabajos que puedes hacer para mí. Estoy seguro de que encontraremos algo interesante que hacer mientras estés aquí. Ya tengo algunas ideas.
– ¿Qué ideas?
– Eso lo dejo a tu imaginación. Tienes una imaginación privilegiada, Kadar. Utilízala. -Hizo un gesto con la mano para despedirlo-. Te mandaré llamar cuando decida que es el momento de cumplir mi petición.
– No he dicho que vaya a cumplir tu petición, Nasim.
– Es cierto. -Sonrió-. La niña Selene se ha convertido en una mujer, ¿verdad? Recuerdo a Sinan hablándome de ella cuando estuvo aquí la otra vez.
Kadar fingió indiferencia.
– Dudo que se molestara en confiarte algo de tan poca importancia.
– Ya sabes que Sinan me lo contaba todo. Yo decidía lo que era poco importante. ¿Qué tal copula, Kadar?
Se puso rígido.
– Nada especial.
– Es demasiado audaz para no ser algo especial. -Nasim le dio la espalda y se dirigió hacia la ventana-. Puedes marcharte.
Kadar se le quedó mirando la espalda durante unos segundos más. Por Dios santo, no quería irse dejando esta conversación sin resolver. Sabía que Nasim había metido a Selene en la conversación con la esperanza de destruir su compostura. Y lo había conseguido.
– Sinan me dijo que quiso probarla cuando era una niña y tú lo detuviste -afirmó Nasim.
– Entonces no era nada especial. Ahora sigue sin ser nada especial. A sus ojos. -Hizo una pausa-. Y a tus ojos.
– Ya veremos. Pensaré en ello. -El tono de Nasim dejaba traslucir alguna finalidad.
Kadar había oído ese tono antes en muchas ocasiones.
Era inútil intentar hablar más con él en este momento. Volvió sobre sus talones y abandonó la estancia.
– ¿Qué quiere de ti? -le preguntó Selene en cuanto Kadar entró en su aposento.
– No me lo ha dicho. Solo sé que implica un viaje para traerle un gran tesoro, un tesoro que no tiene precio. Está esperando a un mensajero. Dijo que habrá que esperar una semana o dos antes de tener la información.
– Un tesoro que no tiene precio -repitió Selene-. ¿Qué considerará ese demonio inestimable?
Kadar se encogió de hombros.
– No tengo ni idea, pero sea lo que sea, lo quiere a toda costa.
– ¿Y nosotros tenemos que quedarnos aquí?
Asintió.
Ella apretó los puños.
– ¿No hay nada que podamos hacer?
– ¿Escapar? -Negó con la cabeza-. Tengo que hacer las tareas que me encomiende o perderé todo lo que he ganado de él.
– Y tú odias perder.
– Igual que tú. Especialmente cuando afecta a las personas que amas. -Se acercó a la ventana y miró hacia el patio-. Tengo que quedarme contigo en este aposento. No es seguro que estés sola.
Ella se puso rígida.
– No me discutas esto. Hemos compartido habitación en el pasado y por la misma razón. -Su tono era distraído-. Pondré un jergón en el suelo.
– ¿Es necesario?
– Sin duda alguna.
– Entonces, adelante. Te lo permitiré.
– No te impondré mi presencia más de lo estrictamente necesario. Nasim me dará libertad para circular por el castillo y sus alrededores.
– Pero a Haroun y a mí no. -Era una afirmación.
– Haroun tendrá una libertad limitada. No es seguro para ti que abandones esta estancia.
Pero Kadar estaría paseándose entre esos asesinos y estaría a menudo en presencia de Nasim. Solo pensarlo le helaba la sangre. Dijo sin darle importancia:
– No pensarás que voy a permitir que me abandones, ¿verdad? El aburrimiento aquí no será menor que en el Estrella oscura. Tienes que entretenerme.
Él sonrió débilmente.
– Ah, ¿debería?
– Sí, y también necesito algo más para vestir. Estoy harta de esta ropa tan basta. Consígueme telas e hilo y aguja. Y deseo que me ayudes con ello.
– ¿Quieres que yo cosa?
– ¿Es demasiado para tu orgullo?
– ¿Orgullo? He acometido tareas mucho más humildes, pero encuentro inusual que requieras mi ayuda.
Ella encogió los hombros.
– Ya que estás aquí, podrías ayudar.
– ¿Algo más?
– No por el momento. Quizá más tarde.
– Vendré inmediatamente cuando sea requerido. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Echa el cerrojo y ábreme solamente a mí.
Cuando él salió apoyó la frente contra el marco de la puerta tras echar el cerrojo. Todo estaba saliendo mal. Pretendía mantener a Kadar a distancia, pero se había visto obligada a acercarse a él. Bien, sería sólo durante su corta estancia aquí.
No permitiría que ese diablo de hombre tuviera a Kadar.
CAPÍTULO 05
– ¡Virgen santa! -maldijo Kadar al pinchase por enésima vez con la aguja a través de la suave muselina -. No podrás ponerte este vestido. Está manchado con la sangre de mil pinchazos.
– Es de color marrón. -Selene se inclinó para avivar el fuego de la chimenea antes de volver a sentarse en su taburete. -No creo que se note mucho.
Él frunció el ceño.
– No me gusta esta tarea. ¿Por qué tenemos que coser también por la noche? Sobreviviría si pudiera ver qué estoy haciendo.
– El fuego da suficiente luz. Solo hemos terminado un vestido. Necesito otro.
De repente levantó la vista de su labor.
– ¿En serio? No te creo.
– ¿Por qué me molestaría tanto entonces? ¿Crees que me gusta estar oyendo tus maldiciones y tus quejidos por un pinchazo de nada?
– ¿Un pinchazo de nada? Tengo los dedos… -Se quedó callado-. Qué lista eres. Casi me distraes. -Dejó a un lado la tela y se abrazó las rodillas. -Tú no necesitas otro vestido. Lo que quieres es tenerme cerca de ti.
– Tonterías. Tu vanidad va más allá de cualquier límite.
El la miró, esperando.
– ¿Qué necesidad tengo yo de tenerte cerca? Maldices, te quejas todo el rato y tengo que enseñarte puntadas que hasta un bebé podría hacer en la cuna.
– Lo que intentas es enojarme -dijo sonriendo-. Pero nunca seré tan poco galante como para mostrar el enfado a mi salvación.
– ¿Salvación? No entiendo a qué te refieres.
– Nunca hemos hablado de ello, pero lo sabes. Siempre has sido mi salvación. -Dirigió sus ojos hacia las llamas-. Es muy fácil escoger el camino oscuro. Fácil y excitante. Y una vez que lo has probado, siempre quieres volver. Es como el primer aroma del hachís. Quieres más.
– Pero tú no quisiste más. Lo dejaste aquí.
– Porque no quería ser como Nasim. Podía imaginarme a mí mismo hundiéndome más y más… La vida no me ha tratado con una bondad especial, y me gustaba la idea de poder que Sinan y Nasim ejercían.
– Nasim es malvado.
– Sí, pero por aquel entonces yo también lo era. Todos los hombres tienen un lado malvado.
– Tú no eres malo. Puedes ser poco ingenioso y desleal, pero no eres como él.
– Parte de mí sí lo es. Pero puedo controlarlo, si tengo motivos para luchar. -Su mirada pasó de las llamas a los ojos de ella directamente-. Tú me das motivos, Selene.
Su pelo oscuro brillaba a la luz del fuego, y sus ojos…
Dios mío, ella se estaba derritiendo. Quería extender su mano y tocarlo.
No se vería arrastrada de esta manera. No sufriría otra vez.
Ella desvió la mirada.
– Entonces ya puedes buscar otra razón. No quiero ser responsable de tu virtud ni de tu falta de ella.
– No puedes evitarlo. -Sonrió-. ¿Por qué otra razón estaría yo aquí sufriendo dolorosas heridas? No confías en mí lo suficiente como para perderme de vista.
– No puedo evitarlo. Prefiero… Haroun y yo no tenemos a nadie más en este horrible lugar. Lo más sensato es… No te rías de mí. -Le tiró el vestido a la cabeza.
– ¡ Ay! -Se quitó el vestido de la cara y se tocó con cuidado el arañazo de la mejilla-. Podías haber quitado los alfileres.
– Lárgate. Vete con ese horrible viejo y camina por tu sendero oscuro. ¿Crees que me importa? Fuera de mi vista…
Iba camino de la puerta. La invadió el pánico.
– Espera. -No le salían las palabras-. No puedes marcharte con este vestido a medio terminar. Yo no…
Él le sonrió, con esa cálida y hermosa sonrisa.
– No voy con Nasim. Voy a dar un paseo por el patio. Volveré antes de una hora.
Procuró esconder su alivio.
– No me importa adónde vas.
– Dios mío, qué obstinada eres. -Suspiró-. A veces desearía que no fueras tan fuerte. Me lo harías mucho más fácil.
Ella no se sentía fuerte. Se sentía vapuleada. Él nunca le había hablado antes de su pasado ni de sus luchas anteriores. Ver más allá de esa fachada fría y burlona hacía que ella se sintiera infinitamente más cerca. No lo quería tan cerca.
– Si quieres dar un paseo, vete. -Recogió el vestido del suelo y empezó a coser-. No vuelvas esta noche. No quiero que me despiertes.
La noche era fresca y clara, la luna llena inundaba de luminosidad plateada las piedras grises del patio. Era el tipo de noche que Kadar odiaba en la época en que realizaba su adiestramiento. Era difícil moverse con la mortífera invisibilidad que Nasim requería en una noche semejante, y errar terminaba en castigo inmediato y brutal. Pero había aprendido, la luz de la luna solo significaba reajustes, distracciones y un…
– ¿Conque te ha liberado de tus labores de mujer, eh?
Kadar se dio la vuelta y vio a Nasim acercándose hacia él.
– Me he liberado yo mismo. -No le sorprendía que Nasim supiera lo que ocurría tras una puerta cerrada. La principal ocupación de Nasim consistía en conocer todo lo que ocurría a su alrededor-. Necesitaba un poco de aire fresco.
– ¿Por qué le permites que te deshonre de este modo?
– Aprender una nueva habilidad nunca es un deshonor. Puede que me sea de utilidad en el futuro.
– ¿Deseas hacer más vestidos para mujeres? -preguntó Nasim con desprecio cuando llegó hasta él.
– No, pero coser un vestido requiere la misma destreza que coser una herida. -Miró a Nasim-. ¿Qué quieres?
– A lo mejor yo también necesito aire fresco.
– En ese caso irías a la muralla, como solías hacer. Apostaría a que me has visto desde allí y has decidido reunirte conmigo. ¿Por qué?
– Creo que me estás haciendo perder el tiempo -dijo secamente-. Estás aquí para hacerme un servicio y pasas el tiempo con una mujer, cosiendo.
– Ya discutiremos el servicio cuando llegue tu mensajero. ¿Por cierto, sabes algo de él?
– No, pero discutiremos sobre el servicio ahora. Necesito tu palabra.
Kadar hizo un gesto negativo.
– Me darás el servicio que prometiste a Sinan, y por el mismo motivo. -Nasim sonrió maliciosamente-. Si no accedes, pondrás a tus amigos de Escocia en una situación de lo más incómoda. Tendré que decidir entre arrasar el castillo yo mismo o enviar a los Templarios para que lo hagan por mí. ¿Dudas acaso de que lo haría?
– Entonces dame tu palabra.
– Siempre me has dicho que las mentiras son el arma de un hombre inteligente.
– Pero esa lección nunca la aprendiste. Tú no faltas a tu palabra, y quiero que te pongas esa cadena. Dame tu palabra o enviaré a Balkir y un ejército a Montdhu al amanecer.
El bastardo iba en serio. No le quedaba otro remedio.
– Muy bien, tienes mi promesa de hacer un trabajo para ti.
– Sabía que aceptarías. -Sonrió-. Además he pensado en una tarea útil y divertida que podemos realizar mientras esperamos.
– Te he prometido solo un servicio.
– Bueno, creo que en esto me complacerás. -Elevó la mirada hacia el cielo-. Esta noche hay luna llena, es una buena señal. Los adivinos dicen que la luna llena hace la tierra más fértil y trae buenas cosechas.
– A ti no te importan las buenas cosechas. Tú cobras tributo.
– Cierto. Pero últimamente me interesa la fertilidad. También es una sorpresa para mí. -Permanecía con la mirada fija en el cielo nocturno-. Sinan deseaba que le sucedieras como amo aquí, ya lo sabes. Hablábamos de ello a menudo. Yo aprobé su plan. Sería estimulante controlarte igual que a Sinan. Una palabra mía y te plantarías en tu puesto como cabecilla de los asesinos.
– No me atrae nada la idea. Es demasiado limitado.
– Mientes. Pero eres obstinado. Podrías seguir haciéndolo a tu manera.
– Cuenta con ello.
– No cuento con nada que no me guste. Sin embargo, debo tomar precauciones. Los hombres mueren.
– Nadie lo sabe mejor que tú.
Nasim se echó a reír.
– Sí, he hecho un estudio sobre la muerte. Un maestro deber ser capaz de aprovechar estos conocimientos para algo que valga la pena. No he encontrado un acólito como tú, Kadar. -Su sonrisa se desvaneció-. Así que he decidido que me proporciones otro.
– ¿Y cómo habría de hacerlo? -preguntó con recelo.
– La mujer. -Nasim frunció el ceño-. Aunque me ha contrariado atándote a la aguja y el hilo. Eso constituye un insulto para mí.
– No tiene nada que ver contigo. No veo la relación.
– Todo lo que tú haces está relacionado conmigo, porque yo he decidido que así sea. -Hizo una pausa-. Por eso llevarás a la mujer a la torre cada noche durante las próximas dos semanas.
Kadar se quedó inmóvil.
– Te he dicho que no tiene nada especial, está muy por debajo de ti.
– No debe tener nada de especial, ya que duermes en el suelo en lugar de en su lecho.
– Ella no me interesa.
– Pero a mí sí. Es atrevida, y siempre es emocionante vencer a los valientes. -Sonrió de nuevo-. Sin embargo, me temo que deberás interesarte en ella. Eres tú quien copulará con ella.
– ¿Por qué?
– Quiero un hijo suyo. Tu hijo.
Kadar respiró profundamente.
– ¿Qué locura es ésta?
– No puedo ser padre. Lo he intentado con varias hembras, pero sin resultado. -Levantó la barbilla-. No tiene nada que ver con mi hombría. He llegado a la conclusión de que cuando un hombre está dotado con poderes especiales, a veces Alá no ve con buenos ojos que se comporte como los demás hombres. Aunque eso no significa que no pueda obtener lo que quiero. Si no puedo moldearte, tomaré un sustituto.
– No tengo ningún deseo de preñarla.
– Ya, ya, ella no está interesada en ti. No obstante, ocurrirá.
Kadar se dio cuenta con frustración de que Nasim lo tenía todo decidido y de que era inútil discutir con él una vez que había tomado su decisión. Tendría que dar un rodeo.
– Si deseas que tenga un hijo, envía una ramera a la habitación de la torre. Al menos tendrá la habilidad de divertirme.
– A nuestras rameras les falta temple. La mujer extranjera tiene la valentía que busco.
– Detestas su descaro.
– En una mujer, no en el hijo que traería al mundo.
Probó con otra táctica.
– A lo mejor sale una hembra. ¿Qué harías entonces?
– Matarla. Las perras no sirven para nada. Pero nunca engendrarías una hembra, Kadar. Somos demasiado parecidos.
– Yo no deseo a esa mujer.
– Lo harás. ¿Recuerdas el aposento de la torre, Kadar?
La mirada de Kadar se dirigió hacia la torre. Sí, lo recordaba. El dulce aroma a hachís, cuerpos desnudos en cojines de seda, actos de libertinaje supremo. Sintió cómo se excitaba solo con recordarlo.
– ¿Lo ves? -Nasim sonrió maliciosamente-. Ocurrirá.
Eso era lo que se temía.
– ¿Y qué pasará si me niego?
– En ese caso ella se preñará de todas formas, pero de alguno de mis hombres, menos valiosos que tú. De hecho, podría ponerle entre los muslos a un hombre diferente cada noche y que el destino decida quién será el padre, ¿Crees que lord Ware la aceptaría de vuelta tras un mes con semejante trato?
– ¿Y si ella no es fértil? ¿Retrasaré tu misión para aparearme con una simple mujer?
La sonrisa de Nasim desapareció.
– Nada te causará retraso alguno. Cuando llegue el mensaje, te irás. Ya he esperado demasiado. -Se dio la vuelta y atravesó el patio indignado-. La torre. Mañana, al anochecer.
Kadar lo observó hasta que desapareció dentro del castillo. Por los clavos de Cristo, Nasim no podía haberlo puesto ante un dilema peor. Selene luchaba por distanciarse, ¿cómo iba a pedirle sin más que copularan hasta concebir un hijo? Le tiraría algo más que un vestido.
Maldita sea, y justo cuando ella había empezado a ablandarse un poco.
Pero en él no había amago de suavidad en ese momento; estaba duro como una piedra, y se estaba excitando por momentos. Era exactamente la respuesta que Nasim había esperado. Sin embargo le gustaría estar tan seguro de los motivos de Nasim como lo estaba de sus manipulaciones. ¿Realmente deseaba un acólito con la sangre de Kadar, o lo que en realidad quería era hundirlo en lo más profundo del cenagal?
En otra época le habían ofrecido beneficios sexuales como aliciente y recompensa, y Kadar se había deleitado con ello.
Nasim recordaría ese hecho igual que recordaba todo lo demás. Era un arma potente que no dudaría en blandir.
Los ojos de Kadar se fueron de nuevo a la torre.
La torre. Mañana, al anochecer.
– No lo haré. -Selene se puso en pie de un salto, como aguijoneada-. No seré una esclava ni haré lo que ese hombre pide. Nunca volveré a ser una esclava.
– Ya te he hablado de las consecuencias si te niegas. Admite que al menos soy la alternativa menos ofensiva. -Kadar hizo una mueca-. O quizá no quieras admitirlo. Pero te juro que yo no he planeado esto.
Ella lo sabía. Kadar podría intentar seducirla, pero nunca la obligaría a acostarse con él. Aunque saberlo no aplacaba su rabia.
– ¿Se cree que voy a llevar a tu hijo en las entrañas y que luego voy a entregárselo? ¿Está loco para creer que haría tal cosa?
– Se lo llevaría… si fuera un niño. Si fuera una niña, la mataría.
El horror hizo presa en ella.
– Estás tan tranquilo. Lo aceptas.
Él negó con la cabeza.
– Estoy tranquilo porque nunca lo aceptaría. No sucederá. Jamás un hijo mío estará sujeto a la voluntad de Nasim.
Su rabia decreció un poco.
– ¿Y cómo podremos evitarlo?
– Todavía no tengo la respuesta. A lo mejor no tenemos que evitarlo. Dos semanas no es tanto tiempo. Muchas mujeres no conciben de forma inmediata.
– A Thea le costó años. -Se vio golpeada por otra oleada de ira-. No tiene ningún sentido. Es un hombre viejo. Puede que no viva para ver crecer a un niño.
– Es posible que el niño no sea su objetivo.
– ¿Qué quieres decir?
Encogió los hombros.
– Sabe que la torre me traerá recuerdos de mi vida pasada. Sabe que a ti no te trato como a las demás mujeres. Si me obliga a tratarte así en ese aposento, será una victoria para él. Podría pensar que me ha arrastrado por el camino oscuro.
– Dios mío, es un demonio -susurró.
– Efectivamente.
– Y yo seré un peón en esta batalla entre vosotros. -Le lanzaba dardos con la mirada-. No seré un peón. No lo haré,
– Muy bien. Entonces, mañana al anochecer no iremos a la torre.
– ¿Y qué pasará?
– Mandará un hombre por ti y yo lo mataré. Enviará dos y también los mataré. -Añadió con tranquilidad-: Pero no puedo luchar contra todos ellos, Selene. Al final me matarán ellos a mí.
– Nasim no permitirá que eso ocurra.
– Quizá no quieran matarme, porque soy muy bueno. Tendrían que asesinarme antes de que yo te tomara contra tu voluntad.
Y era verdad.
– No, deberías dejar que me tomaran. Copular no significa nada. No les daría la victoria.
– Puede que no -añadió simplemente-, pero yo no podría soportarlo.
Y moriría en el intento de evitarlo, pensó con estupor.
– ¿No hay manera de parar todo esto? ¿Y si vamos a la torre y no hacemos nada?
Negó con la cabeza de nuevo.
– Hay una mirilla en la estancia contigua que permite a Nasim observar cuando lo desea.
– ¿Cómo lo sabes?
– Yo también he mirado. Muchas veces. A veces mirar es excitante.
El calor le subió por las mejillas cuando se imaginó a Kadar mirando cuerpos desnudos, retorciéndose.,.
– Eres tan depravado como ese viejo malvado -dijo con aspereza.
– En esto podría haber sido más depravado. Por eso quiere atraerme de nuevo al deporte cinegético.
– ¿Deporte cinegético? ¿Con una mujer como presa?
Maldijo en voz baja.
– ¿Qué quieres que te diga? Sí, era cazador, y las mujeres eran la presa. Pero a ti nunca te he tratado como a una presa.
– Sin embargo, Nasim espera que lo hagas.
– Por supuesto, y no te voy a mentir. No sé cómo te usaré si accedes a la demanda de Nasim. Es muy fácil perder el control en la habitación de la torre.
– ¿Y satisfacer a ese horrible hombre?
– También satisfacerme a mí mismo. Seguramente no estaría pendiente de Nasim ni de nadie más. -Se puso de rodillas y se acurrucó en su jergón en el suelo-. No sirve de nada seguir hablando. Te he dado la oportunidad de hacer tu elección. Piensa en ello y dame tu decisión por la mañana.
¿Elección? ¿Qué elección? La muerte de Kadar o permitir que poseyera su cuerpo. Se deslizó entre las sábanas, se sacó el vestido por la cabeza y lo tiró al suelo. Por si era poco dejarlo que poseyera su cuerpo, encima tendría a ese aborrecible viejo mirándolos…
Volvió la mirada hacia Kadar, que se encontraba junto a la chimenea. Tenía los ojos cerrados, pero no estaba dormido. Ella siempre sabía cuándo el sueño se lo arrebataba.
Se lo arrebataba.
¿De dónde había salido esta idea? Nadie podía arrebatarle lo que no era suyo, además ella lo había rechazado. Pensar así de Kadar se había convertido en un hábito. No estaban unidos. Ella se pertenecía solamente a sí misma, al igual que él.
Pero si acudía a la habitación de la torre, se unirían en cuerpo aunque no se unieran en alma. Él entraría en ella como aquella noche en Montdhu. La tocaría y encendería esa extraña y abrasadora oleada de calor que invadía todo su ser.
Pero esa emoción no había durado mucho. Cuando él dejó su cuerpo ella todavía era Selene. El mundo no había cambiado porque ellos hubieran copulado.
Sin embargo, el mundo sí cambiaría en caso de que mataran a Kadar si no copulaba con él. Si significaba tan poco, ¿por qué lo rechazaba?
Porque temía cualquier forma de acercamiento a él, temía que el vínculo que ella había roto se uniera de nuevo.
Bien, entonces tendría que reforzar las barreras que había levantado, porque no podía enfrentarse a la alternativa.
– Kadar.
– Sí.
– Iré contigo a la habitación de la torre.
Ella vio cómo se le tensaban los músculos, pero él no respondió.
– Pero debe acabar en cuanto veamos una salida.
– ¿Y si decides que no quieres terminar?
– Eso no ocurrirá.
El se volvió dándole la espalda.
– Dímelo cuando llevemos una semana en la habitación de la torre.
El olor era dulce, como a almizcle, vagamente familiar, y provenía de la habitación de la torre. Selene se detuvo antes de llegar al último escalón.
– ¿Qué es ese olor?
– Hachís. ¿Sabes lo que es?
– Huele a… algo conocido.
– Debería. Nicolás me ofreció hachís cuando estuve en la Casa de la Seda. Lo fumaba en ocasiones. Dicen que relaja y potencia las sensaciones.
– ¿Lo tomaste?
– No, fui allí para comprarte. Tenía que conservar el juicio, y sabía los efectos que el hachís puede causar en un hombre. -Paró frente a la pesada puerta de roble-. Nasim lo mantiene encendido en un brasero de cobre. No puedes evitar respirarlo. No es tan potente como si se fuma en una pipa, pero te afectará.
– ¿Cómo?
– Te relaja, aumenta la sensualidad, hace que todo te parezca más intenso. -La miró desde arriba-. ¿Estás preparada para entrar?
– No. -Le temblaban las manos cuando se le adelantó y abrió la puerta-. Pero tampoco lo estaré más tarde. -Entró en la estancia-. Si hay que hacerlo, hagámoslo y terminemos cuanto antes.
El aposento era redondo y sorprendentemente lujoso comparado con la austeridad del resto del castillo. Había solamente dos velas encendidas iluminando la tenue oscuridad de la habitación, pero pudo distinguir ricas alfombras que daban calidez al frío suelo de piedra, tapices con una cacería de león en el desierto ocupando la pared desde la puerta y dos divanes enfrentados con un montón de almohadones de seda en el centro de la habitación.
– Este aposento no parece pertenecer a este castillo.
– Dirigió sus ojos hacia el rincón donde estaba el gran brasero de cobre que Kadar había mencionado-. Creo que me estoy acostumbrando a ello. Ya no percibo el olor.
– Yo sí. -Alargó la mano y le desabrochó la capa. Se deslizó por sus hombros hasta el suelo-. Desvístete.
Ella permaneció sin moverse.
– ¿Nos está mirando?
Se estaba desvistiendo con rapidez.
– Probablemente.
– ¿Desde dónde?
– Quizás desde el tapiz. Desde los ojos del león.
Se dio la vuelta para observar el tapiz. La luz era tan tenue que solo podía distinguir la silueta del león.
– ¿Estás seguro de que está ahí?
– No, pero estoy convencido de que aparecerá en algún momento a lo largo de la noche.
Nasim estaba allí, mirando. Ahora sí pudo distinguir un brillo húmedo donde debería estar el ojo del león. La impotencia que sentía se convirtió de repente en furia. Esta vez no le permitiría que obtuviera la victoria.
– No me importa. ¿Me oyes, Nasim? No estoy haciendo esto porque me estés obligando. Es por mi voluntad. -Se despojó de sus vestiduras y se quitó las sandalias-. No siento vergüenza. La vergüenza es tuya. Mira todo lo que desees, viejo asqueroso.
– Selene. -Kadar se encontraba detrás de ella. Le posó las manos sobre los hombros. Unas manos cálidas y fuertes que le hicieron sentir un estremecimiento en todo su cuerpo.
Se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho. Sentía bajo su mejilla el oscuro triángulo de vello mullido.
– Odio esto -susurró. -Me enerva de tal manera que le metería un palo en el ojo a través del tapiz.
– Ignóralo. -Le levantó la cara y la miró directamente a los ojos-. O demuéstrale que de verdad no tiene ningún poder sobre nosotros.
– Claro que lo tiene. Estaba mintiendo.
– Entonces hazlo realidad. -Bajó la cabeza lentamente hasta casi rozarla. Le tocó el labio inferior con la lengua-, Ayúdame y te prometo que te olvidarás de que está mirando.
Sintió algo extraño en el labio bajo la cálida humedad de su lengua; estaba como pesado, hinchado. Sus senos, presionados contra él, empezaban a sentir esa misma pesadez.
– ¿Qué quieres que haga?
– Ponte cómoda. Relájate. -La acercó hacia sí mientras deslizaba sus manos por la espalda, acariciándola-. Resultará más fácil si tú… No estás relajada. -Ella notaba su excitación presionando contra ella, dura, exigente.
– No tengo que estarlo. Recuerda, es de vital importancia que no lo esté.
El bajó las manos hasta coger sus nalgas.
– Te voy a levantar. Rodéame la cadera con tus piernas.
– ¿Por qué…? -Instintivamente lo estrechó con las piernas cuando él se hundió profundamente en ella. Cerró los ojos y se le cortó la respiración. La sensación era tensa, prolongada, ardiente-. Qué manera tan peculiar de… -El se estaba desplazando. Ella se agarró a él-. ¿Dónde…?
– Aquí. -Presionó su espalda contra el tapiz-. Nasim no puede vernos aquí. Solo cuando estamos de frente.
Nasim. Debería estar agradecida de que no pudiera verla, pero parecía no poder pensar. Su mente estaba concentrada en Kadar dentro de ella y en el suave tapiz donde se apoyaban sus nalgas.
Cuando Kadar empezó a embestir con frenesí dentro y fuera de ella, solo fue consciente de las sensaciones que invadían su cuerpo.
– Necesito más. Muévete.
Ella emitía suaves gritos ahogados desde lo más profundo de su garganta a medida que crecía la fiebre.
Él la alcanzó entre ellos, explorándola con el pulgar, encontrando lo que buscaba.
Ella le clavó los dientes en el hombro para sofocar un grito mientras su pulgar presionaba, jugueteaba, giraba.
– Ah, ¿te gusta?
No era capaz de responder. Los músculos abdominales se tensaban y relajaban con cada movimiento, y la tensión no paraba de crecer.
– Kadar, esto es…
– Lo sé. -Su mano la abandonó y la penetró más fuerte, más rápido-. Déjate llevar -le aconsejó entre dientes-. Lo estoy intentando, pero no sé si…
Liberación. Más fuerte y excitante que nada de lo sentido anteriormente. Ella se agarró a él con más fuerza. Las lágrimas le corrían por las mejillas.
– ¡Dios! -dijo él jadeando-. ¡Oh, Dios! -Se hundió en lo más profundo.
Ella apenas era consciente de los estremecimientos de él, de cómo arqueaba el cuerpo, solo se agarraba a él desesperadamente.
Él respiraba con dificultad.
– ¿Estás bien? ¿Te he hecho… daño?
Ella ignoraba si estaba bien o no. Se sentía como si acabara de atravesar una tormenta que había arrancado de raíz todo lo conocido y lo había lanzado a los cuatro vientos.
– ¿Selene?
– No me has hecho daño. Yo estoy… Ha sido…
– Calla. Pronto te sentirás bien. -Abandonó su cuerpo y cambió de postura. La llevó hacia el diván.
Suavidad bajo su cuerpo. Kadar junto a ella, acunándola.
– Al principio era agradable -susurró -. Esto último no ha sido… agradable. Parecía como si… no fuera yo misma. No sabía que sería así.
– No, agradable no es la palabra. Demasiado insulsa. -Le rozó los labios con los suyos-. Pero creo que tu placer ha sido tan intenso como el mío.
Sí, había habido placer, comprobó con satisfacción. La sensación había sido tan intensa que era difícil de identificar.
– ¿Será igual la próxima vez? ¿Es eso lo que sientes todas las veces?
– El placer está muy dentro de ti. -Ahuecó la mano para envolverle el pecho con ella-. Pero será igual cada vez.
– Ahora entiendo por qué yacías con todas las mujeres de Escocia.
El ahogó una risa.
– Me alegro de que me comprendas. -Se inclinó y le pasó la lengua por el pezón-. Pero me temo que me has dejado inservible para estar con otras mujeres.
El pecho de ella se hinchaba al sentir el roce de él, y sentía un cosquilleo entre las piernas.
– ¿Vas a…?
– Enseguida. Pero ya no hay urgencia. -Le hurgaba con los dedos entre los muslos-. Estaba pensando que antes podríamos jugar un poco.
– ¿Jugar? -En casa de Nicolás no había juego. Las uniones que ella había presenciado eran rápidas y brutales; luego el hombre dejaba la casa de las mujeres como si su pareja nunca hubiera existido-. ¿Qué vas a…?
Arqueó la espalda con un grito cuando él introdujo sus dedos en ella y empezó a moverlos.
– ¿Ves? -susurró Kadar-. Juega, Selene.
– Esto se te da realmente bien -dijo Selene somnolienta mientras se acurrucaba más junto a él-. Creo que apruebo tu aprendizaje en esa casa de Damasco.
– Me alegro. -Le rozó la cabeza con los labios-. Al menos un episodio de mi malvado pasado cuenta con tu aprobación.
– Pero que me haya gustado no significa que mis ideas hayan cambiado. Esto simplemente lo convierte en… tolerable.
– Muy tolerable.
– ¿Te estás riendo de mí?
– Jamás me atrevería.
De repente la golpeó un pensamiento. Nasim. Se había olvidado de él por completo. Miró por encima de Kadar hacia el tapiz. ¿Estará todavía ahí?
– No, no durante horas.
Ella comprobó con sorpresa que se sentía diferente. Kadar tenía razón; si no dejaban que les importara Nasim, la victoria era de ellos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Siempre siento su presencia.
Ese terrible vínculo entre ellos.
– ¿Y cuando estábamos copulando?
– No, en ese momento no. -Soltó una risita ahogada-. Solo te sentía a ti.
– Como debe ser. -Se relajó contra su cuerpo de nuevo-. ¿Tenemos que irnos ya?
– No hasta el amanecer. ¿Estás incómoda?
Estaba demasiado cómoda. Se encontraba envuelta en una suave neblina de satisfacción. Era raro pensar en lo nerviosa y temerosa que estaba cuando abrió esa puerta hacía solo unas horas.
– ¿Es el hachís lo que me hace sentir tan feliz?
– En parte. -Tensó el brazo que la rodeaba-. Solamente en parte.
Lo que quería decir era que también se debía a que estaban juntos. Ella negó con la cabeza.
– Esto no cambia…
– No digas nada. -Le puso dos dedos en los labios-. Ahora descansa. Deseo enseñarte un camino más hacia el placer antes de irnos.
– ¿Otro? Ni siquiera podía soñar que hubiera tantos.
– ¿He olvidado hablarte de la meretriz india que aseguraba que había más de cien caminos hacia el placer?
– Creo que mentía. No es posible -dijo bostezando-. Además estoy demasiado cansada.
– Entonces duerme. -Su voz era profunda, un murmullo relajante para sus oídos-. Te despertaré al amanecer.
Ella asintió, acomodando la mejilla en su hombro.
– O antes -susurró-, porque ella no mentía, Selene.
CAPÍTULO 06
– Os veo más… fuerte. -Haroun ladeó la cabeza como estudiándola.
– ¿En serio? -Selene movió el alfil.
– Tenéis buen color. No entiendo como este horrible lugar puede sentaros tan bien.
El buen color se hizo más intenso.
– No me sienta bien. Lo odio.
– Yo también.
Levantó la mirada del tablero de ajedrez.
– ¿Han sido muy duras para ti estas últimas semanas?
– No especialmente. Sois amable conmigo, y lord Kadar me permite salir a montar con él todos los días. -Se mordió el labio de abajo-. Pero es un lugar maldito. Ojalá pudiéramos volver a Montdhu.
Pobre Haroun. ¿Por qué no había notado su preocupación y tampoco le brindó más comprensión?
Pregunta estúpida. No había estado al tanto de casi nada de lo que ocurría a su alrededor. Es como si durante el día estuviera envuelta en un capullo de seda, cosiendo, pasando el tiempo con Haroun y… esperando.
Esperando el momento en que Kadar la tomara de la mano para subir las escaleras de caracol.
Y la despojara de su vestido para entregarse en sus brazos.
Y él le mostrara otro camino hacia el placer.
– Lady Selene -urgió Haroun, mirándola perplejo.
Oh, Dios mío, seguro que se le notaba que se le estaban derritiendo las rodillas. Bajó la mirada precipitadamente hacia el tablero-. Os toca mover.
– Ya he movido.
– Ah, ya veo. -¿Qué diantre le ocurría? Tenía la sensación de ver y sentir todo a través de un velo.
Todo menos Kadar.
Kadar le tendió la mano.
– Deberíamos hablar -dijo ella.
– Más tarde. Está anocheciendo.
Crepúsculo. La torre. Placer.
Se levantó de manera instintiva.
El la cogió por la mano.
– Ven.
Estaba sonriendo, pero ella notaba la tensión en su cuerpo.
Era tan fuerte como la tensión que la atenazaba a ella. Los pechos se le hinchaban y empezaba el cosquilleo entre los muslos, aunque él solamente le hubiera tocado la mano. A veces incluso ocurría sin que llegara a tocarla. Con solo mirarlo se sentía inundada por una tormenta de sensualidad y expectación.
Eso no era bueno. Tenía que obligarse a pensar además de sentir.
– Ya no te veo durante el día. ¿Dónde vas?
– A ninguna parte. -Empezó a subir las escaleras-Lejos de ti.
– ¿Por qué?
– Tengo la impresión de que no puedo fijar los límites que marca la torre. Apenas puedo pensar en otra cosa que no sea hacer el amor contigo. Tengo que dejarte descansar.
Ella se quedó sin respiración.
– No creo que esto sea.,. sano. Yo nunca he… ¿es Nasim o el hachís?
Él negó con la cabeza.
– Somos nosotros dos. Siempre supe que sería así.
– Es una locura-. Susurró. Añadió con voz entrecortada-: Yo tampoco puedo pensar en otra cosa. Mi cuerpo no debería gobernar mi mente. Tengo que parar esto.
– Mañana. -Abrió la puerta de la habitación de la torre-. Hablaremos de ello mañana.
Hachís.
Seda.
La tenue luz de una vela caía sobre el diván donde tenía lugar el placer.
– De acuerdo. -Entró despacio en el aposento-. Mañana.
El sonrió.
– Después de todo, es solamente placer. ¿Qué daño puede…? ¡ Dios mío!
Su mirada siguió a la de él hacia el diván.
– ¿Qué es esto?
– Nasim.
Sobre los blandos almohadones había un fino látigo con correas de cuero.
Kadar se acercó lentamente hacia el diván.
– ¿Qué hace esto aquí? -susurró.
Él no respondió. Cogió el látigo y lo levantó.
– Kadar.
– Sal de aquí -dijo con los dientes apretados.
– ¿Por qué? ¿Qué significa esto?
Se volvió hacia el tapiz.
– Por Dios, no, Nasim.
Arrojó el látigo al tapiz.
Al instante la agarró por el brazo y la empujó hacia la puerta.
– Fuera.
Dieron un portazo al salir y él, entre tirones y empujones, la hizo bajar por la escalera de caracol. Imprecaba en voz baja, con maldad.
– ¿Qué está pasando?
El no le prestaba ninguna atención.
Se detuvo al pie de las escaleras.
– No avanzaré ni un paso más. Dime algo.
Respiró profundamente, luchando por recuperar el control.
– No estamos divirtiendo a Nasim lo suficiente. Quiere que utilice el látigo contigo.
– ¿Acaso quiere castigarme?
– No exactamente… Es otra forma de obtener placer.
– ¿Qué?
– A veces el dolor aumenta la intensidad.
Ella se lo quedó mirando, aturdida.
– ¿Para ti?
– A mí nunca me ha gustado. Ni siquiera cuando la mujer disfruta con ello.
– No puedo creer que haya alguien a quien le guste. De niña sufrí el látigo a menudo y…
– Lo sé. Simplemente créeme. A algunas mujeres les gusta. -La empujó hacia el interior de su aposento-. Cierra la puerta con llave. Voy a hablar con Nasim.
Recordaba la rabia con la que había lanzado el látigo.
– Estará enfadado contigo.
– No lo dudo. -La empujó suavemente con el codo-. Continúa.
Un Nasim enfadado podría ser temible, y Kadar tendría que sufrir su desagrado.
– Te dejaré que lo hagas.
– ¿Qué has dicho?
Ella procuró sonreír.
– No será la primera vez que me fustiguen. No significa nada. He disfrutado todas y cada una de las cosas que me has hecho; quizá no sea tan…
– No. -Se acercó un paso y le enmarcó la cara con las manos. La miró con una ternura que le cortó el aliento. La besó en la frente. -De ninguna manera. -Le dio un ligero beso en la punta de la nariz-. Nunca.
Antes de que ella pudiera responder, él ya se había marchado.
– Me has faltado al respeto -dijo Nasim bruscamente en el momento en que Kadar entró en el salón-. Debería cortarte el pescuezo de oreja a oreja.
– En ese caso no tendrías a nadie que cumpliera tu misión.
– Quería saber cómo respondía al látigo.
– Pero yo no tengo ningún deseo de utilizarlo con ella.
– Yo sí quiero.
– No. -Sostuvo la mirada de Nasim-. He hecho todo lo que me has pedido. Pero esto no lo haré.
Por un instante Kadar pensó que Nasim insistiría, pero Nasim desvió la mirada y se encogió de hombros.
– No tiene importancia. Solo pensé que podía ser divertido. Ya le has hecho todo lo demás.
– Yo no lo encuentro divertido.
– Pero sí disfrutas con ella -dijo Nasim-. Ella es… extraordinaria. Mentías cuando dijiste que no tenía nada de especial.
– Cualquier mujer puede ser especial en la habitación de la torre.
– ¿El Hachís? No lo creo -replicó sonriendo-. ¿Crees que la habrás preñado ya?
– ¿Cómo quieres que lo sepa? Solo han sido dos semanas, y ella me ha dicho que no es el momento de su menstruación. -Kadar cambió de tema-. ¿Todavía no sabes nada de tu mensajero Fadil?
– Aún no.
– ¿Viene por mar?
– Sí-respondió arqueando una ceja-. ¿Tan impaciente estás por emprender tu viaje?
– Los hombres nos aburrimos cuando no tenemos desafíos.
– Tú en especial, Kadar. Siempre has necesitado encontrar nuevas maneras de recorrer viejos caminos. No obstante, este reto podría ser demasiado para ti.
– Pero valdrá la pena -dijo sonriendo-. Un tesoro incalculable.
Nasim frunció el ceño.
– Mi tesoro. No lo olvides. Mi tesoro.
– Estoy seguro de que encontrarás la manera de recordármelo. -Se dio la vuelta para marcharse-. Mientras tanto, no volveré a la habitación de la torre. Tengo que tener la mente clara y necesito descansar para el viaje.
– Ciertamente has estado enérgicamente ocupado. -Nasim soltó una carcajada-. Muy bien, admito que has hecho todo lo posible para asegurarte de dejarla encinta. Puedes descansar hasta que veamos si tu semilla ha prendido.
– Muy agradecido -dijo Kadar con ironía.
– Insolente. -Nasim hizo un gesto para que se retirara-. Estoy sorprendido de habértelo permitido.
Kadar ya se marchaba.
– Pero sigo pensando que el látigo podría resultar interesante. Si no está encinta, lo intentaremos la próxima vez que vuelvas a la torre.
Kadar no se molestó en discutir. Nasim siempre tenía que ganar, pero Kadar acababa de comprar una demora. Cuando surgiera el tema de nuevo, el mensajero ya habría llegado.
Ahora debía pensar qué medidas tomar cuando llegara ese momento.
– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Selene en cuanto le abrió la puerta.
– Nada importante. -Kadar entró en el aposento-. No tendremos que volver a la torre. Al menos, no por el momento.
Se vio afectada por una sacudida y por otra emoción menos identificable.
– ¿Por qué no?
El sonrió torciendo la boca.
– He alegado agotamiento. No quiere que me quede sin fuerzas antes de empezar mi viaje.
– ¿Ha llegado ya el mensajero?
– Todavía no. -Se quitó el manto y se dirigió en cueros hacia su jergón-. Nasim quiere que esperemos hasta ver si estás encinta. Si no lo estás, tendremos que volver a la habitación de la torre.
– Ya veo. -Se dirigió lentamente hacia su lecho. Era la primera vez desde que habían empezado a acudir a la torre que se había planteado la posibilidad de estar embarazada. El placer del propio acto había estado por encima de todo lo demás.
– ¿Y si lo estoy?
– Esperemos que no lo estés. La habitación de la torre es el menor de los peligros.
– Puede que no lo sepamos enseguida. Mi menstruación suele retrasarse. -Se quitó el vestido, apagó la vela y se encaramó al lecho.
Un hijo…
Estaba tendida con los ojos abiertos en la oscuridad. Solamente había pensado en el peligro del rechazo, no en la criatura misma. Un hijo de Kadar y suyo. A lo mejor un niño como el de Thea, Niall. Gorjeos y risas, suave y sedoso como…
Un bebé que Nasim podría llevarse o matar.
La inundó el pánico. Un hijo nacido en ese oscuro lugar y arrebatado. Nasim…
– Por lo que más quieras, deja de temblar, -Kadar estaba sentado en el borde de la cama junto a ella.
¿Cómo sabía que estaba temblando desde el otro lado de la habitación? Kadar siempre sabía todo. Buscó sus manos y las apretó con fuerza.
– No le permitiré que se lleve a mi bebé -dijo con firmeza-. No puede llevárselo.
– Todavía no sabemos si tú…
– No me importa. Lo mataré antes de permitirle…
– Shh… -Levantó las sábanas y se deslizó dentro de la cama junto a ella-. Eso no ocurrirá nunca. -La atrajo hacia sí y la rodeó con sus brazos-. Te prometo que jamás tocará a ningún hijo nuestro.
Parte de su terror se tranquilizó.
– Es solo que… Nunca lo había pensado antes. La posibilidad parecía tan remota… -Y ahora estaba tan cerca.
Una semana o dos y sabría si…
– ¿Es que no puedes parar de temblar? -dijo con rudeza-. Me estás desgarrando el corazón. Nunca te he visto tan asustada.
– No es por mí. Es por el niño. No tenemos derecho. Un bebé es indefenso y no puede…
– Pero nosotros no estamos indefensos. Si es necesario, lo protegeremos. -Se arrimó más a ella-. Ahora olvídate de ello y duérmete.
Sí, tenía razón. Ellos protegerían a su hijo. Kadar y ella juntos podrían hacer cualquier cosa. Se relajó pegándose aún más a él y le dijo:
– No deberías estar en mi lecho. Dijiste que Nasim lo sabría…
– Nasim puede irse al infierno.
– Allí estaría en su casa. -Permaneció en silencio unos instantes, pensativa-. No me quedaré aquí sin ti.
– Nunca se me habría ocurrido dejaros aquí a Haroun o a ti.
– ¿Entonces qué haremos?
– ¿Sería mucho pedir que dejaras de preocuparte y que dejaras el asunto en mis manos?
– Sí. No puedo evitar preocuparme. -Hizo una pausa-. Pero tú conoces a Nasim mejor que yo. Estoy deseando oír tus sugerencias.
– Gracias.
– No hay de qué. -Bostezó-. Ahora me voy a dormir. Tengo la sensación de no haber dormido profundamente desde hace…
– ¿Semanas? -dijo Kadar riendo-. ¿Por qué habrá sido?
No quería pensar en el motivo, ni en el sensual y apasionado Kadar de la habitación de la torre. En ese momento se sentía cómoda, apreciada y segura.
– Ya sabes por qué. Por favor, ten la delicadeza de no hablar de ello.
Le rozó el cabello con los labios.
– Sí, mi señora. Lo que ordenéis. Cualquier cosa que deseéis.
Ni hablar, pensó somnolienta, aunque se encontraba demasiado cansada como para rebatirlo. Al día siguiente le diría que desde que se conocían nunca había poseído algo tan enteramente como…
Durmió tan profundamente que ni siquiera oyó el estruendo al otro lado de la puerta unas horas después.
Levantó la cabeza adormilada cuando Kadar abandonó el lecho.
– ¿Qué es eso?
Kadar no respondió y fue a abrir la puerta.
Nasim se precipitó en la estancia.
Selene se sentó de golpe, cubriéndose el pecho con las sábanas.
Esfuerzo inútil. Nasim no le prestó ni la más mínima atención, como si fuera invisible.
– Mi mensajero ha llegado. -El viejo encendió la vela que había en la mesilla, con los ojos brillantes de emoción-. Por Alá, estaba convencido de que volvería hecho pedazos, pero ha venido cabalgando hace tan solo una hora. Debes partir de inmediato.
– ¿Puedo cubrir mi desnudez primero? -preguntó Kadar secamente mientras se metía la túnica por la cabeza-, ¿Y quién se dedica a despedazar a tus mensajeros?
– Tarik. Él guarda el tesoro. Un hombre inteligente y peligroso. -Sonrió con melancolía mientras miraba cómo se calzaba Kadar. -Y no le gusta mi gente.
– ¿Cuántos has enviado?
– Cinco durante los últimos doce años. Mis asesinos más inteligentes y mejor dotados. Este es el único que ha regresado. -Frunció el ceño-. Tendré que preguntarme por qué le han permitido volver indemne.
– Quizá ese Tarik no es tan temible como en su día. Los hombres se debilitan con los años.
– Tarik jamás Saquearía. Ya comprobarás lo temible que es.
– Si ha permitido regresar a tu mensajero, quizá haya sido porque consideró que era demasiado para él. Envía de nuevo a Fadil para que consiga tu tesoro.
– Fadil es bueno, pero no está a la altura de Tarik. Yo estaría a su altura. Nadie más. -Hizo una pausa-. Excepto tú.
– Entonces más te vale romper tu silencio y decirme dónde tengo que ir a buscar tu tesoro. -Kadar estaba lavándose la cara en la jofaina-. Y cómo crees que puedo conseguirlo.
– Ése es tu problema. -Por primera vez desde que había entrado en el aposento, miró a Selene-. Las mujeres tienen las orejas grandes y la lengua floja.
– Tienes razón. Vístete y espera en el salón, Selene.
– Espera. -Nasim sonrió-. Estás demasiado deseoso de deshacerte de su presencia.
– Solo quiero proteger tus secretos.
– Lo que quieres es protegerla a ella. Si se entera, nunca le será permitido salir de aquí.
– A menos que te entregue el tesoro. Entonces su localización ya no será un secreto, Pero si la enviamos…
– Ella se queda. Estás demasiado deseoso de que se vaya -dijo Nasim con rotundidad-. El tesoro está guardado en el castillo de Sienbara en Toscana.
– Italia.
– Sí, un viaje no excesivamente largo -añadió maliciosamente-, pero que no dudo encontrarás interesante.
– ¿Cómo está guardado en el castillo?
– Suficientemente guardado como para luchar contra un ejército, pero un hombre como tú puede entrar donde los ejércitos no pueden. Te deslizarás en su interior como un fantasma y le arrancarás el tesoro a Tarik.
– Si es que no me convierte antes en un fantasma verdadero, ¿Dónde se guarda el tesoro?
– Está escondido en los aposentos de Tarik. Está dentro de un gran cofre de oro con una cruz de piedras preciosas en la tapa. Lo reconocerás inmediatamente.
– ¿Una cruz? ¿Es una reliquia santa?
– ¿Acaso te importa?
– Me importa tanto en cuanto Tarik pueda llamar a la Iglesia para que proteja el tesoro.
– No llamará a la Iglesia. Está solo.
– Sin contar con el ejército que guarda su fortaleza. ¿Cómo llegaré hasta allí?
– Alí Balkir te llevará en el Estrella oscura. Se quedará contigo y te traerá de vuelta cuando tengas el tesoro.
– Y para asegurarse de que regreso.
Nasim asintió.
– Aunque no necesito esa seguridad mientras tenga a la mujer y al chico como rehenes.
– No.
Nasim se puso rígido y entrecerró los ojos.
– ¿A qué te refieres?
– Me refiero a que la mujer y el chico vienen conmigo.
– Y yo digo que se quedan.
– Entonces tendrás que esperar mucho tiempo para tener tu tesoro.
– ¿Faltarás a tu palabra?
– Ya sabes que no. Pero puedo tardar otros doce años en cumplir tu misión, y pareces estar muy impaciente.
Nasim masculló una maldición.
– En esto no te saldrás con la tuya.
– ¿Por qué no? Envías a Balkir conmigo. Dile que mate a la mujer y al chico si intento engañarte.
Nasim miró a Selene.
– ¿Y si ella está encinta? Quiero ese niño.
– ¿Y qué deseas más? ¿Ese tesoro o al niño que puede o no ser una realidad?
– Ambos.
– No puedes tener las dos cosas. Elige. -Miró a Nasim directamente a los ojos-. O te juro que esperarás mucho, mucho tiempo antes de que yo te traiga el tesoro.
– Podría arreglarlo todo arrojándolos a los dos desde la muralla ahora mismo.
– ¿Y privarte a ti mismo de tus rehenes? Además, eso me enfurecería. Nunca me has visto enfadado, Nasim. No tienes ni idea de cómo podría reaccionar.
Nasim se quedó callado unos instantes. Luego se encogió de hombros.
– Como bien dices, cuento con Balkir para matarlos si intentas traicionarme.
– Ésa será la única parcela en la que Balkir no estará a mis órdenes. Te encargarás de que me obedezca en todo lo demás.
– Eso no le va a gustar.
– ¿Te ha importado eso alguna vez? Ya va a ser suficientemente difícil robar ese cofre como para tener que preocuparme por un capitán que puede largarse en cualquier momento y dejarme en la estacada.
Nasim se encogió de hombros.
– Muy bien, le daré órdenes para que te obedezca como si fueras yo mismo. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Mandaré ensillar los caballos. Baja al patio inmediatamente. Quiero darte más detalles sobre la ubicación de la cámara de Tarik.
Selene esperó a que cerrara la puerta antes de decir:
– Lo has manejado muy bien. -Se puso en pie de un salto-. Aunque me daban ganas de darle una patada para que dejara de tratarme como si no estuviera en la misma estancia.
– Mejor, eso habría llamado su atención. Me alegro de que te hayas frenado. -Hurgó en sus alforjas y sacó la ropa de marinero que llevaba ella puesta cuando llegaron-. Estaba en la cuerda floja.
– No soy estúpida. Me di cuenta de que lo único importante era sacarnos de aquí. Ya nos preocuparemos de escapar de Balkir cuando llegue el momento. -Se puso la ropa como pudo y se pasó los dedos por el cabello. Le habría gustado trenzárselo para el viaje, pero era mejor salir cuanto antes.
No quería darle tiempo a Nasim para que cambiara de idea. Se dirigió hacia la puerta.
– Recoge tus cosas mientras voy a despertar a Haroun.
– Balkir está furioso. -Selene miraba cómo el capitán iba dando zancadas por el barco y emitiendo órdenes a voces-. Casi hubiera preferido que Nasim hubiera elegido a otra persona para acompañarnos.
– Yo no. -Kadar apoyó los codos en la baranda y miró al mar-. Si no le hubiera dado la misión a Balkir, yo se lo habría pedido.
Ella se volvió y lo miró sorprendida.
– ¿Por qué?
Él cambió de tema.
– No sé si tendré la oportunidad de liberaros a ti y a Haroun antes de llegar a Toscana. A Balkir le atemoriza ofender a Nasim, así que estará en guardia. Pero a lo mejor surge una oportunidad cuando empiece la acción.
Se refería a cuando tuviera que buscar el camino para entrar en la fortaleza de Tarik.
– Nasim está loco, ¿Cómo puede esperar que un hombre haga lo que no puede hacer un ejército?
– Ya veremos. A lo mejor es posible. -Sonrió con sorna-. Ya te lo he dicho antes: soy muy, muy bueno, Selene.
– Estarás muy, muy muerto.
– ¿Y entonces llorarás por mí?
Ella negó con la cabeza,
– Ya lloraste una vez por mí.
– Era una niña y una tonta.
– Una niña quizá, pero una tonta jamás.
Ella miró las aguas.
– No lo hagas, Kadar.
– Tengo que hacerlo. Si le traigo el cofre, dejará en paz a Montdhu. Además le he dado mi palabra.
– Una promesa a ese demonio no significa nada.
– Significa algo si la he hecho yo. Le traeré su cofre de oro.
Ella se dio la vuelta, estallando de ira.
– Y entonces me mandarás lejos y volverás con él.
Arqueó las cejas.
– ¿No dijiste que querías dejarme?
– Deja de reírte. Quiero ir. ¿Te imaginas que la habitación de la torre ha significado algo para mí? Placer para el momento. Eso fue todo. Ya ha terminado.
– ¿Tendré que asumir que no me vas a permitir compartir tu lecho nunca más?
– Te dije que solo copularía contigo en caso de ser estrictamente necesario.
– Así lo hiciste.
– Pero ya no es necesario.
– No para salvar vidas, pero quizá para salvar almas
– ¿Copular salvará tu alma? No lo creo.
– Hacerlo es una manera de estar juntos, y esa cercanía puede salvar almas. A lo mejor salva incluso la tuya, Selene.
– No digas tonterías. Mi alma no tiene nada que ver contigo.
– Tiene que ver todo conmigo. Igual que mi alma tiene que ver todo contigo. -Se le borró la sonrisa-. Hay un destino que nos guía a todos. Nosotros estamos hechos el uno para el otro. A veces el destino se tuerce, pero esta vez no. Puedes luchar contra él todo lo que quieras, pero al final estaremos juntos.
Él estaba convencido de lo que estaba diciendo, su intensidad hizo llegar una ola de preocupación hasta ella. Incluso si sus palabras eran insensatas, no le gustaba la idea de que la empujaran, quisiera o no, por un camino decretado por una fuerza que no fuera la suya. Se dio la vuelta.
– Piensa lo que quieras, pero no será en mi lecho donde estaremos juntos.
CAPÍTULO 07
El Estrella oscura atracó en el pequeño puerto de Lantano poco más de una semana después.
– No hemos tardado tanto como pensaba. -Selene tenía la mirada fija en la suave y curvilínea costa-. ¿No me habías dicho que Toscana estaba más al norte?
– Este puerto está a mitad de camino entre Roma y Toscana. Tendremos que conseguir caballos y provisiones. Desde aquí iremos por tierra. -Kadar la agarró del brazo y la instó a bajar por la pasarela-. No hay ningún puerto cerca de Sienbara.
– Eso hará más difícil nuestra huida con el tesoro. Seguro que habrá una persecución.
– Es posible.
– Sabes que la habrá. -Su mirada se centró en el rostro de Kadar-. ¿En qué estás pensando?
El sonrió.
– Simplemente en que alguien tiene que dirigir la persecución.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo al darse cuenta de lo que eso significaba.
– ¿Matarás a ese tal Tarik?
– Sería lo más seguro para nosotros.
– No.
– Es evidente que él no tuvo ningún remilgo a la hora de asesinar a los hombres de Nasim.
– Eso es distinto. Estaban intentando robarle. Lo mismo que estás haciendo tu.
– ¿Y cómo sabes que él no ha robado antes este tesoro?
– ¿Qué más da si lo ha robado o no? No vas a deshonrar tu alma cometiendo un asesinato. -Su tono se volvió implacable-. ¿Me has oído? Quiero que me lo prometas.
– ¿Y qué harás si me niego?
– No te negarás. Sabes que tengo razón.
– Pero ése no es motivo para contener mi mano. ¿Tendré que contarte cuántas veces en mi vida la rectitud no ha tenido nada que ver con lo que he hecho?
– Tú ya no eres así. Dame tu palabra.
Le sostuvo la mirada largamente.
– ¿Por qué te importa tanto? -le preguntó con suavidad.
Ella apartó la mirada de él precipitadamente.
– ¿Por qué crees tú? Si matas, estarás haciendo lo que Nasim quiere que hagas. No deberías darle esa victoria.
Soltó una carcajada.
– Esa no es la única razón. ¿Es que no te vas a cansar nunca de…?
– Piensa lo que quieras. Ya te he expuesto mis razones. Ahora dame tu palabra o seré yo quien vaya al castillo a robar ese tesoro.
– ¡Vive Dios que lo harías! -Se había desvanecido todo rastro de humor en su tono de voz-. Te mantendrás alejada del castillo. ¿Lo entiendes?
– Tu promesa.
Masculló una maldición.
– Está bien, no lo mataré a menos que lo encuentre absolutamente necesario. Eso es todo lo que conseguirás de mí.
No esperaba más. No deseaba atar a Kadar de manos y pies robándole su defensa. Además, tampoco estaba tan segura de no actuar ella misma si las circunstancias lo requerían.
Sería mejor cambiar de tema.
– ¿Cuánto falta para llegar a Sienbara?
– Si el camino está bien, una semana cabalgando de sol a sol.
Apretó el paso.
– Entonces vayamos a buscar esos caballos. Estoy deseando terminar con todo esto.
Selene se estremeció.
– Parece muy sólido.
El castillo de Sienbara estaba construido en lo alto de una de las colinas de la campiña toscana. Aunque pequeño, sus murallas y el foso eran los más impresionantes que había visto nunca. Incluso las ventanas estaban bien ubicadas. Había visto a Ware construir su castillo y conocía el valor de las ventanas bien posicionadas para lanzar flechas.
Los ojos de Kadar estaban en el castillo.
– Estás asustada. ¿Por qué? Es menos temible que la fortaleza de Nasim.
Eso era cierto. Maysef era como un alcázar fantasma rodeado de inhóspitas montañas. Sienbara era simplemente un pequeño y bien guardado castillo rodeado por un bonito y sinuoso pasaje. No entendía por qué sentía esa alteración.
En el mismo momento en que había puesto sus ojos sobre Sienbara, su inquietud había surgido como un volcán que se despierta de su letargo.
Kadar buscó su mirada.
– Yo también lo noto -dijo en voz baja.
– ¿Acampamos aquí? Está oscureciendo -preguntó Balkir mientras cabalgaba hasta ellos. Lanzó una mirada de desprecio hacia el castillo-. No es nada. Nasim debería haberme enviado a mí solo. No te necesitaba.
Era obvio que Bailar no sentía la preocupación que compartían Kadar y ella, dedujo Selene. Miró a Haroun. El chico parecía cansado pero no asustado. Nadie excepto Kadar y ella parecían percibir ese inminente…
Kadar asintió.
– Di a los hombres que acamparemos para pasar la noche. -Desmontó para ayudar a Selene a bajar del caballo-Pero mantengámonos alerta.
Selene se revolvía intranquila entre sus sábanas. Estaba exhausta, cansada del largo viaje, pero no podía conciliar el sueño. ¿Por qué Kadar no volvía al campamento? Después de cenar se había ido sin decir palabra colina arriba en dirección a Sienbara.
Todavía se encontraba allí. Ella había dejado la portezuela de la tienda abierta y había visto su silueta recortada a la luz de la luna.
¿Qué estaría pensando?
Bien, nunca lo sabría a menos que se lo preguntara, pensó con impaciencia.
Retiró la manta a un lado y salió de su tienda. Un momento después estaba subiendo la colina.
– Te estaba esperando. -Su mirada no se apartó del castillo cuando ella se puso a su lado-. Has tardado mucho.
– No puedo dormir. ¿Qué estás haciendo?
– Estoy escuchando.
– ¿Escuchar?
– ¿No oyes la llamada?
Inclinó la cabeza. La noche estaba en calma, y sin embargo, ¿oía algo…?
– No oigo nada. Estás loco.
– Quizá. -Le dedicó una sonrisa-. O quizá tengas miedo de escucharlo.
– No hay nada que escuchar excepto el viento soplando a través de los cipreses.
– Nasim me enseñó que siempre hay algo más que escuchar de lo que uno se imagina. Los sitios te llaman, la gente te llama. Solamente debes abrir tu mente para oírlos.
Levantó la cabeza, volviendo los ojos hacia el castillo, y ella percibió su nerviosismo. Era un lugar extraño.
Eso la asustaba.
– Solo es el viento. Volvamos al campamento y vayámonos a dormir.
– Espera un momento.
– Ahora.
– Eres una joven muy insistente. -Se giró y emprendió el descenso-. No hay nada que temer. Deberías dar la bienvenida a nuevas experiencias.
– Como por ejemplo encontrar una manera de entrar en un castillo enemigo para llevarse una estúpida caja. -Se puso a su lado-. ¿Cuándo irás?
– Mañana por la noche. A medianoche. Escalaré el muro sur.
– ¿Solo?
– Estaré más seguro yo solo. Nasim tenía razón en eso.
– Entonces que hubiera venido él.
– Creo que tenía miedo.
– ¿Cómo?
– Nunca hubiera imaginado que temería algo, pero me parece que tenía miedo de venir aquí. Interesante, ¿verdad?
Más aterrador que interesante.
– ¿Así que te mandó a ti para resolver esta situación? Ya sabes que Tarik suele devolver a los hombres de Nasim en pedazos. No has hecho ningún intento de esconder nuestra presencia aquí. ¿Y si descubre que hay extraños en las inmediaciones?
– Ya lo sabe.
Ella lo miró estupefacta.
– Nos han estado vigilando desde esta mañana. Tiene que haber sido Tarik.
– ¿Y aun así piensas ir al castillo mañana por la noche?
Asintió.
– ¡Dios mío, tu sí que eres un auténtico loco! -dijo ella procurando mantener la voz firme-. ¿Por qué?
– Me está esperando.
– Entonces déjalo que espere.
– Entonces no habría desafío.
– Al cuerno con tu desafío.
Continuó como si no la hubiera escuchado.
– Le diré a Balkir y a sus hombres que me esperen cerca del muro sur. Que deje solamente un guardia para Haroun y para ti. Será tu mejor oportunidad para escapar. Corre por el bosque y escóndete. Yo te encontraré.
¿Se suponía que ella tenía que escapar mientras él estaba en el castillo de Tarik?
– Me niego.
– Será mejor para mí no tener que preocuparme por ti.
– Es que yo quiero que te preocupes por mí. Deberías preocuparte. Estamos aquí por tu culpa. Si estuvieras preocupado de verdad no estarías tan deseoso de arriesgarte por hombres que… -Interrumpió la frase para tomar aliento-. No me iré hasta que hayas regresado.
Si es que regresaba.
– Volveré -aseguró, como si le hubiera leído el pensamiento-. Hay algo esperando aquí, pero no creo que sea… -Se encogió de hombros-. Aunque podría estar equivocado. La muerte se enmascara de muchas formas para engañar a un hombre.
Ella apretó los puños.
– No te atrevas a morirte. Ni se te ocurra.
– Procuraré complacerte. -Se habían detenido junto a la tienda de ella-. Hay algo que debo preguntarte.
– Entonces pregúntamelo.
– ¿Estás encinta?
– ¿Te detendría si lo estuviera?
– No, pero necesito hacer planes y encontrar un sacerdote que nos case. Tengo que ocuparme de mi hijo.
Haría planes para protegerlos a ella y al niño, pero de todas formas seguiría su camino, igual que lo había hecho aquella noche en Montdhu. No lo permitiría.
– No me casaré contigo. No estoy encinta.
– ¿Estás segura?
No lo estaba del todo. Le tocaba tener su menstruación, pero solía retrasarse, ya le había ocurrido otras veces.
Podría ser cierto.
– Naturalmente que estoy segura.
El torció el gesto.
– Sé que debería estar aliviado, pero da la casualidad de que estoy desilusionado. Últimamente he estado imaginándote encinta, cómo estarías, cómo te sentirías… -La empujó suavemente dentro de la tienda y levantó su manta-. Ya está bien. Ahora acuéstate y duérmete… si puedes.
– Claro que podré. -Se arrodilló en su jergón y le arrebató la manta de sus manos-. ¿No creerás que me voy a quedar aquí tumbada preocupándome por ti? Esta noche estaba intranquila, simplemente.
– Deberías preguntarte por qué. ¿Era preocupación o escuchaste lo que yo…?
– Ninguna de las dos cosas. Se debía al dolor de tripa que me causó el estofado de conejo que cené. -Se acurrucó y cerró los ojos.
El sonrió por lo bajo, divertido.
Pero cuando ella abrió los ojos unos minutos después, él ya no sonreía. Se encontraba arrodillado en su manta, a unos pocos metros de la tienda. Tenía la cabeza alzada al cielo nocturno.
Estaba escuchando.
Kadar subió los últimos metros hasta coronar la muralla.
No había guardia.
Demasiado fácil.
Se quedó helado en el sitio, rastreando con la mirada el patio que tenía bajo sus ojos. Había soldados en la puerta y en el otro lado de la muralla, pero no donde él estaba.
¿Por qué?
No importaba. Ahora no podía dejarlo. Crecía su nerviosismo con cada respiración. Se movió en silencio por las almenas, abrió la puerta de roble y emprendió el descenso por las serpenteantes escaleras.
No había ninguna antorcha iluminando la espesa negrura, pero estaba acostumbrado a la oscuridad. Apretó con la mano la empuñadura de su daga.
¿Dónde estás, Tarik? ¿Al doblar esta esquina? ¿Al pie de las escaleras?
Comprobó casi con decepción que no había nadie al final de la escalera. Se movió con rapidez por el salón.
Segunda puerta a la izquierda, le había indicado Nasim.
Se paró bruscamente.
La puerta estaba abierta.
– Entra. Entra. -De la habitación salía una voz profunda que sonaba impaciente-. Tengo que cerrar esta puerta. Hay una corriente tremenda.
Kadar avanzó con cautela.
– Date prisa.
– ¿Tarik?
– Naturalmente. Y ten la amabilidad de quitar la mano de esa daga. No estoy armado.
Kadar se encontraba todavía al otro lado de la puerta.
¿Cómo había sabido Tarik que tenía la mano empuñando la daga?
– Has venido a robar, Kadar. Es lógico que lleves un arma, y tu preferida siempre ha sido la daga. Ahora entra. Ya sabes que te resulta difícil no satisfacer tu curiosidad una vez que te ha picado.
Tenía razón. Kadar desenfundó su daga, dio un paso hacia delante y se plantó en el umbral de la puerta.
– Vaya, vaya, pareces un temible asesino. -Tarik estaba tranquilamente sentado sobre unos almohadones al otro lado de la estancia-. Cuando termines de comerme con los ojos, por favor cierra la puerta.
Kadar había sido entrenado para no hacer nunca suposiciones, pero debía habérselas hecho sobre Tarik, porque se sorprendió. No parecía ser el temible guerrero capaz de provocar temor en Nasim. Era delgado, quizá cerca de los cuarenta, y vestía una túnica de color morado. La tenue luz del fuego de la chimenea iluminaba un cabello negro carbón con un acabado mate. Su rostro era lo más convincente. Tenía la frente ancha y alta, la nariz aguileña y una expresión burlona en los oscuros ojos que dominaban el rostro de piel dorada. No era una cara atractiva, pero la viveza y la inteligencia de su expresión la hacían fascinante.
– ¿Suficiente? -preguntó Tarik-. Ambos nos hemos tomado ya la medida. Ahora podemos relajamos.
– ¿Podemos?
– Qué cauto eres. No tengo soldados detrás de la puerta listos para saltar sobre ti. Habrían estado esperando en el muro sur si hubiera querido interceptarte.
– Pensé que era demasiado fácil. ¿Cómo supiste que elegiría el muro sur?
– Es el que yo habría elegido. -Sonrió-. Y eres un hombre muy inteligente, Kadar.
– ¿Cómo es que conoces mi nombre? -Cerró los ojos cuando le vino a la cabeza un pensamiento-. ¿Nasim?
– ¿Crees que Nasim te ha traicionado? -Negó con la cabeza-. Veo cuál es tu razonamiento. Nasim es traicionero y enrevesado, pero te aseguro que no me ha enviado mensaje alguno.
– ¿Entonces como sabes de mí y de mi misión?
– Tengo mi propia gente en Maysef.
Kadar lo miró con escepticismo.
– Claro, piensas que como los seguidores de Nasim son tan fanáticos yo no he podido introducir a alguien mío entre los suyos. Fue difícil pero no imposible.
– ¿Por qué lo haces?
– Porque Nasim es inteligente y perseverante. Sabía que al final encontraría a alguien que él considerase capaz de quitarme el cofre. Te eligió bien. He seguido tus progresos con interés desde que eras un muchacho. Eres verdaderamente único.
– Eres muy amable -dijo Kadar irónicamente.
– No soy amable en absoluto… a menos que me conmueva. Y cuesta bastante conmoverme últimamente. -Tarik señaló la silla que estaba frente a él.
– Bien, ¿vas a enfundar esa daga de una vez? ¿Por qué no entras y te pones cómodo?
– ¿Qué harías si no lo hiciera?
– Te la quitaría.
– ¿En serio?
– Sin hacerte daño, por supuesto. Eres demasiado valioso para hacerte daño. Incluso Nasim se dio cuenta de ello.
– ¿Crees que serías capaz de hacerlo?
– No era mi intención despertar tu instinto competitivo. -Suspiró-. Sí, podría hacerlo. Eres muy bueno, pero soy más viejo y tengo más experiencia.
– El ser más viejo no siempre es mejor.
– En este caso sí lo es. Pero no tengo intención de humillarte. Aunque creo que eres uno de los pocos hombres que lo aceptaría e incluso aprendería de ello. Siempre lo has hecho.
Hablaba con una seguridad tan absoluta que Kadar estaba intrigado. ¡Qué demonios! La situación era demasiado interesante como para no explorar. Metió la daga en su vaina y cerró la puerta con el pie.
– Bien.
Kadar atravesó la estancia y se dejó caer en la silla que Tarik le había indicado.
– ¿Por qué no fortificaste el muro sur?
– No habría sido muy hospitalario.
– ¿Por qué? -insistió.
– Porque te quería aquí -respondió Tarik con simpleza-. Llevaba esperando mucho tiempo a que Nasim perdiera la paciencia y te enviara a ti.
– ¿Querías que yo robase tu tesoro?
– No -respondió Tarik sonriendo-. Quería robarte de Nasim.
Kadar se puso tenso.
– No soy un esclavo. Nasim no me posee.
– El posee una pequeña parte de ti. Intentas desembarazarte de este vínculo, pero es muy fuerte. ¿Por qué estás aquí si no?
– Es obvio que sabes por qué estoy aquí.
– Ah, sí, mi tesoro. ¿Te dijo Nasim lo que era?
– Un cofre de oro con una cruz.
– ¿Y dentro del cofre?
Kadar se encogió de hombros.
– No me importa.
– Porque no eres un hombre avaricioso. Pero eres curioso. La curiosidad te mueve en la vida. Estás sediento de saber. Es un don bueno y maravilloso.
– ¿Por qué me querías traer aquí? -Los labios de Kadar se torcieron en un gesto de ironía-. ¿Tú también tienes una tarea para mí? ¿Robar un tesoro? ¿Asesinar a un hombre?
– Ah, sí. Tengo una tarea. Una tarea mucho más difícil y terrible que la que Nasim te ha encomendado.
– Tan terrible que no puedes dejar de sonreír.
– Siempre hay que estar sonriendo o llorando. Sonreír es mejor.
– ¿Qué tarea?
– Todavía no estoy seguro. Creo que eres la persona que he estado buscando, pero debo asegurarme. -Dio un sorbo de vino-. Así que te quedarás aquí conmigo una temporada.
– ¿Me estás tomando prisionero?
– No, a menos que sea necesario. Deseo que vengas voluntariamente. -Se inclinó hacia delante, abriendo y cerrando los ojos-. Considéralo. Estarás en posición de ganar mi confianza, dar tregua a mis sospechas y luego arrebatarme el tesoro delante de mis narices.
– ¿Y si prefiriera llevar a cabo la misma tarea a mi manera?
– Me temo que no te será permitido. He tomado mis precauciones. -Se puso en pie-. Y ahora sé que estarás deseando partir y volver con lady Selene. Estará sin duda preocupada.
Kadar se puso rígido.
– ¿Qué sabes de Selene?
– Sé que debe de ser excepcional para que te importe de esta manera. Podrás traerla contigo, por supuesto. Será muy bienvenida en Sienbara. El capitán Balkir y sus hombres pueden quedarse fuera. El actúa con rudeza en ocasiones, y deseo una época tranquila y sin problemas. Hay que tomar decisiones, y las batallas son muy perturbadoras.
– Creo que te estás quedando corto con la descripción -afirmó Kadar secamente.
– Depende de la batalla. Balkir me ocasionaría pocos problemas. ¿Puedo esperar que estés de vuelta después del amanecer?
– ¿Por qué debería volver, si puede saberse? ¿Por qué no volver con Nasim y decirle que he fracasado?
– Porque no has fracasado. Dices que te he allanado el camino para entrar. ¿No me lo has puesto fácil tú también? Eres muy listo. ¿Por qué no has maquinado un plan más complicado? ¿Por qué te has limitado a saltar el muro?
– En ocasiones los planes sencillos son los mejores.
– Para Balkir, posiblemente. No para ti.
– ¿Estás insinuando que deseaba que me capturaras?
– Lo único que digo es que todos seguimos caminos misteriosos y maravillosos -dijo haciendo una mueca-. Y otras veces, no tan maravillosos. Incluso pueden ser extremadamente desagradables. Pero ambos sabemos que no has fracasado y que no hay peligro de que te rindas y le digas eso a Nasim.
Kadar calló por unos instantes, recordando la emoción e impaciencia que sentía mientras escalaba el muro esa misma noche. Esa emoción aún estaba presente.
– Consideraré la vuelta.
– ¿Te parece que añada alguna exquisitez más a la olla? Ten en cuenta que será mucho más fácil para lady Selene y el muchacho escapar si los separas de Balkir. Considera también que te prometeré sacar el cofre de su escondite y dejártelo ver. ¿Acaso no es tentador?
Era tentador.
– ¿Me permitirás también ver el contenido del cofre?
– Ah, parece que vamos llegando a un acuerdo. No, me temo que debo ser más precavido. -Se paró a pensar unos instantes-. Pero te mostraré el objeto que ha hecho a Nasim redoblar sus esfuerzos para obtener mi tesoro. ¿Te parece bien?
– Como he dicho, lo consideraré.
– Bien. Me habrías decepcionado si te hubieras rendido tan fácilmente. Piénsalo. Sopesa la amenaza y las ventajas.
– Lo haré.
Kadar se dirigió hacia la puerta. Tarik gritó a sus espaldas:
– Y sal por la puerta principal. Nadie te detendrá. No me gustaría que te rompieras la cabeza cuando todo está saliendo tan espléndidamente.
– No me gusta -dijo Selene-, ¿Cómo sabemos que no es una trampa?
– Me podría haber atrapado esta noche. No tenía por qué dejarme marchar.
– Todo esto es de lo más extraño. ¿Qué clase de hombre es?
Kadar sonrió.
– De lo más peculiar.
– Pero no como Nasim.
– En absoluto como Nasim. Es difícil de describir.
Ella lo estudió.
– Por todos los santos, creo que hasta te gusta.
– Es demasiado pronto para hacer juicios, pero lo respeto.
– Y te intriga -dijo Selene perspicaz-. Siempre te han gustado los rompecabezas. ¿Se te ha ocurrido pensar que puede haber amañado toda esta situación para darte algo que desenmarañar?
– Sí, se me ha ocurrido.
– Y aun así quieres regresar al castillo.
– El rompecabezas existe. -Hizo una pausa-. Pero no necesitas venir conmigo. Existe la posibilidad de que Tarik quiera utilizarte como rehén de la misma manera que lo hizo Nasim. Podría pedirle que esperase unos días para poder organizar tu huida y la de Haroun.
Ella negó con la cabeza.
La sonrisa de Kadar se hizo más amplia.
– No creo. Tú también tienes una buena dosis de curiosidad.
– Tonterías.
– No, tú solamente intentas suavizarlo porque la curiosidad te puede llevar por caminos peligrosos y apartarte de puertos seguros.
La mirada de ella se dirigió hacia el castillo.
– Como el que lleva hasta allí.
– Podría ser.
– Entonces no vayas.
– Pero hay un rompecabezas que resolver y un reto al que enfrentarse -dijo como sin darle importancia.
– Y un tonto al que asesinar. No te arriesgues.
Él perdió la sonrisa.
– Cuando era un niño, solía aterrarme a la seguridad igual que tú. Luego aprendí que la muerte y la pobreza te siguen buscando, no importa si te escondes tras unos muros o si duermes en un campo de batalla. También se puede vivir la vida al máximo cada minuto del día.
– Yo no me estoy escondiendo tras ningún muro -replicó ella secamente.
– No, pero has salido a la fuerza. Nunca habrías dado el paso tú sola. Esos años en Montdhu te han hecho precavida a la hora de dejar atrás la seguridad. -Se le endurecieron los labios-. No es de extrañar, después de haber encontrado un rincón seguro. Nicolás se aseguró de que tu niñez fuera un infierno en la tierra.
¿Sería esto verdad? Se preguntó Selene con repentina incertidumbre. ¿Habrían sido aquellos años en la Casa de Nicolás los culpables de no querer arriesgarse a desbaratar la paz conseguida? Bien, no importaba si era cierto o no. Había sido feliz en Montdhu, y sencillamente lo más sensato era aferrarse a lo que la hacía feliz.
– Nadie en su sano juicio querría dormir en medio de un campo de batalla. Mi único deseo es regresar a Montdhu, donde pertenezco. -Desvió la mirada-. Pero las palabras de Tarik acerca de separarnos de Balkir tienen fundamento. Sería más fácil escapar una vez dentro del castillo.
– A menos que Tarik se convierta en la amenaza en lugar de Balkir.
– Pero tú no crees que Tarik sea una amenaza -añadió con sarcasmo-. Es solamente un rompecabezas.
– Podría ser una amenaza una vez resuelto el rompecabezas. Quiero que reflexiones sobre ello y…
– Vamos. -La miró con exasperación-. Primero me dices que no hay seguridad en el mundo, y después no paras de hacer advertencias y discutir conmigo.
Se encogió de hombros.
– Nunca he dicho que fuera sensato.
– Entonces ¿por qué hacerte ningún caso? -replicó dándole la espalda-. Iré a decírselo a Haroun.
Al amanecer Balkir cabalgó con ellos hasta las puertas del castillo.
Se volvió hacia Kadar mientras se abrían las puertas lentamente.
– Estaré aquí esperándote -dijo en tono violento-. Si no sales con el tesoro de Nasim dentro de una semana, lanzaré mi ataque. No creas que puedes engañarme fácilmente.
– Nunca -dijo Kadar-, pero podrías considerar que quizá tarde más de una semana, y a Nasim no le gustaría que te precipitaras y estropearas mis posibilidades.
La mirada torva de Balkir se dirigió hacia Selene.
– Ella debería quedarse aquí conmigo. Tengo órdenes.
– Ya te lo he dicho, Tarik quiere que me acompañe. ¿De qué tienes miedo? Como dijiste, es un pequeño castillo endeble que no merece tus esfuerzos. Estarás acampado justo al otro lado de las puertas. Puedes tomártelo como quieras. -Espoleó su caballo al trote-. Buenos días, Balkir.
Selene oyó al capitán mascullar una maldición mientras seguía a Kadar y atravesaba las puertas.
Haroun acercó su caballo al de ella cuando vio a los guardias apostados entre las almenas.
– ¿Es esto prudente?
– Eso creo. Ya veremos.
– Sea bienvenida, lady Selene. -Un hombre alto se acercaba andando… no, cojeando, hacia ella. Kadar no había mencionado que Tarik estuviera lisiado-. Estoy encantado de que encontrarais adecuado acompañarnos. Soy Tarik.
Ella asintió con cautela.
– Lord Tarik.
– Solo Tarik -apuntó con una sonrisa-. Es cierto que soy el señor de este castillo, pero nunca he conseguido acostumbrarme a que se dirijan a mí de ese modo. Crecí entre la escoria de las calles, y eso nunca se olvida.
Parte de su preocupación se alivió ante la franqueza de él.
– ¿Crecisteis en Toscana?
– No, mucho más al este. -Se volvió hacia Haroun-. Ha llegado a mis oídos que eres un hombre valiente y un excelente nadador. Me gustaría tenerte como soldado. ¿Hay posibilidad de convencerte para que te unas a mi guardia?
Haroun negó con la cabeza.
– Mi deber es quedarme junto a lady Selene.
– Lady Selene no puede estar más segura. -Tarik hizo una seña y un soldado se acercó corriendo-. Éste es Adolfo. Supongamos que vas con él para que te enseñe lo bien tratados que están mis hombres.
Haroun vaciló.
– No puedo.
– Lealtad. Eso es bueno -dijo Tarik sonriendo-, ¿pero no echas de menos la vida en Montdhu, ser un soldado entre soldados?
Haroun frunció el ceño, dubitativo.
– Sí.
– Adelante -le animó Kadar-, te mandaré llamar si ella te necesita.
– ¿Lady Selene?
Vio impaciencia además de emoción en la expresión de Haroun. El chico quería ir. Parecía un alma en pena danzando alrededor de ella durante las últimas semanas. Ella asintió.
– Te llamaré si te necesito.
Él sonrió aliviado y se apresuró a seguir a Adolfo a través del patio.
– Ahora estará más contento -afirmó Tarik.
Se volvió al notar cómo la miraba Tarik.
– Un soldado siempre es un soldado. Ha estado incómodo con el papel que le has asignado.
Y ella estaba incómoda con el hecho de que él supiera tanto sobre todos ellos.
– ¿Esto te lo ha contado tu espía en la fortaleza de Nasim?
– No, tengo ojos en la cara.
Esos ojos veían demasiado, pensó ella mientras lo miraba fijamente. Una sola mirada le había bastado para pronunciar las palabras exactas para apagar su hostilidad; otra mirada y había identificado y resuelto de un plumazo el problema de Haroun.
– ¿Y ahora, en qué estáis pensando? -preguntó Tarik con suavidad.
– Estoy pensando que sois un hombre muy inteligente. -Hizo una pausa antes de añadir deliberadamente-: Y que más nos vale examinar detenidamente cada palabra que pronunciéis.
Kadar reprimió una carcajada.
Tarik parpadeó con sorpresa antes de recobrar la compostura.
– Bueno, es cierto, soy un hombre taimado. -Dio un paso hacia delante y la ayudó a bajar del caballo-. Pero solamente miento cuando es necesario. Y ahora no lo es. En este momento no soy una amenaza para vuestro amigo Haroun ni para Kadar. Espero sinceramente que todos disfrutemos de una interesante y gratificante estancia en Sienbara.
Kadar desmontó.
– Balkir nos dará problemas si la visita dura más de una semana.
– Nos ocuparemos de Balkir cuando llegue el momento-dijo Tarik-. Venid. Debéis descansar. Os mostraré vuestros aposentos. Estoy seguro de que no habéis pasado una sola noche tranquila. -Avanzó por el patio-. Pero ahora que os habéis tranquilizado respecto a mis excelentes intenciones…
El aposento que le dieron a Selene era tan cómodo como el que ocupaba en Montdhu. Sedas de color crema cubrían la cama y había cojines y tapices por toda la habitación.
Los rayos de sol que entraban por la estrecha ventana bruñían una jarra de bronce tachonado con lapislázuli junto a la jofaina.
– ¿Es de vuestro agrado? -preguntó Tarik.
Ella asintió.
– Es precioso. Qué tapiz tan bonito.
– Sí -dijo él mirándolo-. Mi esposa lo trajo como parte de su dote.
– ¿Vuestra esposa?
– Mi segunda esposa, Rosa. Murió -Se dio la vuelta bruscamente-. Ven, Kadar. Tu aposento está justo al lado. Creo que lady Selene y tú no ocupáis el mismo lecho. Una lástima.
Parecía saberlo todo sobre ellos. Pero la irritación de Selene se templó con la compasión ante el dolor que había percibido en su rostro cuando mencionó a su esposa. El podría ser más listo y perspicaz de lo que ella imaginaba, pero también era humano.
– Mandaré sirvientes con agua caliente y una tina para que toméis un baño. En mi casa todo el mundo toma un baño a diario. -Hizo una mueca-. Nunca me he acostumbrado a esta asquerosa costumbre de dejar el cuerpo sin asear durante días. Donde me crié, el agua se consideraba una bendición, no una maldición. No puedo soportar la suciedad. Puedo aceptar casi todo lo demás, pero semejantes sacrificios son demasiado para mí.
– A nosotros tampoco nos gusta la suciedad -replicó Kadar pausadamente-. ¿Dónde pasaste tu juventud?
Tarik no respondió.
– Enviaré un criado para que os traiga algo para romper vuestro ayuno. Aunque espero que consideréis oportuno reuniros conmigo más tarde para una comida más consistente. -Se apresuró a enseñar a Kadar la salida.
Selene se desabrochó la capa lentamente y la dejó caer en el taburete que había junto a la ventana. Era verdad que no había dormido muy bien la pasada noche, pero dudaba que pudiese dormir es ese momento. Tenía demasiadas preguntas en su mente. Ahora veía claro por qué Kadar estaba intrigado con el rompecabezas que Tarik le había presentado.
Era un hombre fuera de lo común.
CAPÍTULO 08
– No has probado bocado -dijo Tarik con tono reprobatorio-¿No te gusta mi comida?
– No tengo hambre -respondió Selene.
– Puedo ordenar que te traigan otra cosa.
– La comida es excelente. Es que últimamente no tengo mucho apetito.
– Es bueno comer con ganas al mediodía. Te da fuerzas para…
Kadar interrumpió:
– Si no desea comer, no la fuerces.
– Vaya, qué rápido saltas en su defensa, incluso por un pequeño detalle como éste -dijo Tarik sonriendo-. No quería ofender. No tengo intención de forzar a comer a la dama. Lo único que deseo es que ambos disfrutéis de vuestra estancia aquí.
– No estamos aquí para divertirnos. Me prometiste que me enseñarías el cofre.
– Y así lo haré -dijo poniéndose en pie-. En este mismo instante. Acompáñame a mis aposentos. -Se volvió hacia Selene-. ¿Te gustaría verlo a ti también? Es un objeto de gran belleza, y seguro que sientes curiosidad.
– Casi nunca siento curiosidad. -Evitó la divertida mirada de Kadar y se levantó de la mesa-. Pero no tengo nada mejor que hacer.
El aposento de Tarik era tan austero y simple como la habitación que le había dado a ella, era suave y llena de texturas. Tenía un jergón cubierto con una tela de gasa en lugar de una cama. No había tapices para protegerse del frío de la noche, solo una mesa y dos sillas sin adornos. El único objeto ornamentado en la estancia era el arcón situado contra la pared. Parecía muy antiguo, pero estaba muy bien cuidado.
La complicada escena tallada en la oscura tapa de teca representaba un pequeño barco a la deriva en un río y tres aves zancudas caminando entre gráciles juncos.
– Es precioso, ¿verdad? -Tarik levantó la tapa-. Fue tallado por un joven esclavo de la corte.
Kadar dio un respingo.
– ¿De qué corte?
Tarik se limitó a sonreír.
– Pero este arcón de madera es mucho menos impresionante que el objeto que alberga. Estoy seguro de que estaréis de acuerdo.
Los ojos de Kadar se abrieron con sorpresa, ya que solamente vio una pequeña estatua de madera descansando en un lecho de seda color púrpura.
– Me temo que no estoy de acuerdo.
Ni tampoco Selene. Esperaba algo esplendoroso, y la estatuilla de madera de apenas dos palmos no tenía nada de esplendoroso. La figura, que parecía toscamente tallada, representaba a una mujer con cabeza de chacal y vestida con una túnica.
– Tu estatua parece interesante, pero no un tesoro inestimable-dijo Selene.
– Lo es para mí -Tarik acarició la estatuilla con cariño-. Dime, Kadar, ¿tu tampoco le encuentras belleza alguna? -Cuando Kadar ofreció un silencio por respuesta, lo miró detenidamente-. ¿Qué te ocurre?
Kadar estaba mirando la estatua con los ojos entornados.
– Nada. Es solo que me resulta… familiar.
– ¿Has visto antes algo similar en alguna parte?
– No, no… -Encogió los hombros-, Quizá, pero no puedo recordar dónde. -Dirigió la mirada hacia el rostro de Tarik-. ¿Es una treta para engañarnos? No he venido aquí por una estatua. ¿Dónde está el cofre?
– Me ofendes -suspiró Tarik-. Bueno, a lo mejor prefieres esto. -Con un gesto dramático quitó la seda púrpura sobre la que descansaba la estatua.
Selene se quedó sin respiración.
– ¡Por Dios santo! -susurró Kadar.
El resplandeciente cofre de oro tenía quizás sesenta por treinta centímetros y estaba finamente tallado. No con un tranquilo paisaje, como el arcón, sino con extraños y angulosos símbolos. Piedras de lapislázuli formaban una cruz como de aguja enrollada que cubría el cofre por completo.
Selene extendió la mano y tocó suavemente la cruz.
– Es realmente una maravilla…
– Sí.
– No me extraña que Nasim lo quiera -afirmó Kadar.
Tarik se encogió de hombros.
– Dejaría que sus caballos lo aplastaran con tal de conseguir lo que hay dentro.
Selene hizo un gesto negativo.
– No puedo creerlo. Aunque no le importe la belleza en absoluto, debe ser de gran valor.
– Lo destruiría. -Tarik cubrió de nuevo el cofre con la seda, colocó la estatua encima y cerró el arcón-. Sin pensarlo dos veces.
– La cruz ha de tener algún significado -probó a decir Kadar-, aunque Nasim me aseguró que el contenido no era una reliquia religiosa y que no tendría problemas con los caballeros de la Orden de los Templarios.
Tarik arqueó las cejas.
– ¿Y le creíste?
– No del todo. ¿Es una reliquia santa?
– Algunos podrían considerarla como tal.
– ¿Y la guardas aquí, en tu aposento, sin vigilancia?
– Mis hombres son leales. No sería una labor fácil arrebatármela -dijo encogiéndose de hombros-. Y puede que, en el fondo de mi corazón, desee que me la roben. A veces la carga se hace demasiado onerosa.
Kadar sonrió.
– Entonces déjame ayudarte.
– Quizá lo haga. -Se dirigió hacia la puerta-. Ya veremos. ¿Te gustaría inspeccionar mi cuartel de la guardia para ver cómo he instalado a tu amigo Haroun?
– ¿Por qué no?
Tarik miró a Selene.
– Os pediría que nos acompañarais, señora, pero mis soldados son rudos y no están acostumbrados a las damas.
– No tengo deseo alguno de ir con vosotros. -Selene se dirigió hacia la puerta-. Regresaré a mis aposentos.
– Allí te aburrirás -Kadar se estremeció-. Así que lo dejaremos para otro momento, Tarik.
Tarik sofocó una risita.
– ¿Ayudaría si mandara llevar ricas sedas para bordar?
– Quizá.
– Según tengo entendido es una buena jugadora de ajedrez. A lo mejor podría tener el honor de jugar una partida después de cenar esta noche.
– No si seguís hablando como si no estuviera en la misma habitación -remarcó Selene sin rodeos.
Tarik sonrío entre dientes e hizo una profunda inclinación.
– Mis excusas, dulce señora. ¿Tendría la amabilidad de perdonar a este humilde siervo y entretenerme esta noche?
– Yo no juego para entretenerme. Yo juego para ganar.
– Gracias por la advertencia. -Su sonrisa se desvaneció y de repente se mostró muy preocupado-. No he ansiado una victoria desde hace mucho, mucho tiempo. Debe ser agradable preocuparse tanto por cosas tan pequeñas.
– A las mujeres solo se nos permite disfrutar de pequeños placeres.
– Es verdad para la mayoría de las mujeres. Pero cuando a vos no se os permite algo, lo tomáis. ¿No es cierto?
– Así es -sonrió Kadar-, la has calado bien, Tarik,
– Se parece mucho a mi esposa.
– ¿Rosa? -preguntó Selene, recordando aquel momento en su habitación.
– No, a mi primera esposa, Layla. Rosa tenía un corazón dulce y solo tomaba lo que se le ofrecía.
– ¿Un cambio agradable? -quiso saber Selene.
– No necesariamente. Amaba mucho a las dos.
De nuevo Selene pudo entrever una gran tristeza en él. De manera instintiva alargó la mano y le tocó el brazo para consolarlo.
– Siento vuestra pérdida. Sé cómo debéis sentiros.
– Tenéis un buen corazón. -Buscó con los ojos su rostro-. Pero no podéis saberlo. Nunca habéis sentido una gran pérdida. Eso está aún por llegar.
– Sí he tenido una gran pérdida. Mi madre murió cuando era una niña.
Él negó con la cabeza y apartó su mano del brazo con suavidad.
– Aún está por llegar.
Selene se vio invadida por un tropel de emociones mientras los veía marcharse. Él le gustaba. Nunca se habría esperado esta reacción ante un hombre tan complicado. Tarik podía estar de buen humor un momento, dulce e inteligente el siguiente, pero también era un enigma. Era peligroso sentirse atraída por él.
– Jaque mate -anunció Selene triunfante levantando la vista del tablero-. Esa última jugada no ha sido muy inteligente, Tarik.
Tarik refunfuñó y se apoyó en el respaldo de su silla.
– No solo me dais una paliza, sino que me fustigáis verbalmente. -Dirigió la mirada hacia Kadar, que estaba sentado en la chimenea a poca distancia de ellos-. Sálvame, Kadar.
– Siempre dices lo mismo, pero sigues jugando con ella -dijo Kadar, sonriendo y volviendo la mirada hacia las llamas-. Ella tiene razón, la última jugada fue un poco estúpida.
– Estaba distraído -se defendió Tarik-. Al fin y al cabo, soy un hombre con muchas preocupaciones.
Selene hizo un ruido despectivo.
– Eso ha sonado sospechosamente como un bufido -comentó Tarik con el ceño fruncido-. Y es una total falta de respeto a un hombre de mis años.
– Pido disculpas. ¿Cuántos años tenéis? ¿Cuarenta?
Él se estremeció.
– ¿Aparento cuarenta?
Ella reculó.
– Bueno, puede que algo menos de cuarenta.
– Sois muy amable -dijo con ironía-. Soy un hombre en la flor de la vida. Solo los jóvenes granujas como vos y Kadar sois capaces de echarme más años.
– ¿Otra partida?
– Ahora no. -Se levantó y fue cojeando hasta la mesa que había al otro lado de la estancia-. Necesito una copa de vino.
Selene sonrió.
– Cobarde.
– Seguís insultándome… -murmuró.
– Con Selene la amenaza es constante -dijo Kadar.
Esta noche no flotaba amenaza alguna en el ambiente, pensó Selene. Solamente había paz, buen humor y tranquilidad. Era extraño lo cómodos que habían conseguido estar en presencia de Tarik durante los últimos ocho días. Ni siquiera en Montdhu se había sentido nunca tan a gusto, y notaba que a Kadar le sucedía lo mismo. Pasaba la mayor parte del tiempo con Tarik, y por las noches habían tomado la costumbre de reunirse en el salón para jugar al ajedrez.
Sin embargo, Kadar había estado muy callado durante toda la noche, notó ella de repente. Había jugado primero con él, luego Tarik había ocupado su puesto. Entonces Kadar se había sentado junto a la chimenea y permaneció mirándolos sin hacer ninguna de sus bromas habituales.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó-. Apenas has abierto la boca.
– Estaba pensando.
– Ah, una práctica peligrosa en un hombre como tú -intervino Tarik mientras vertía el vino de la jarra en su copa-. Creo que tú también necesitas otra copa de vino.
– No -respondió mirándolo a los ojos-. Creo que lo que necesito es ver el objeto por el que Nasim me envió aquí.
Tarik se paró en seco.
– Me preguntaba cuándo me ibas a recordar esa particular promesa. -Dejó la jarra sobre la mesa-. Pero estaba disfrutando tanto de vuestra compañía que casi la había olvidado.
– No creo que te olvidaras. Aunque nos ha resultado fácil olvidarla.
– ¿Crees que he hecho que os confiarais demasiado? Te equivocas, aquí estáis seguros. Cada día que pasa estoy más convencido de que poneros en peligro es lo último que haría en el mundo.
– El objeto -urgió Kadar.
– Mañana por la mañana.
– Esta noche.
– Eres muy persistente -suspiró Tarik-. Muy bien, esta noche. -Dejó su copa y cogió un candelabro-. Seguidme, está en la cámara al final del pasillo.
La estancia a la que Tarik los llevó era pequeña y estaba escasamente amueblada. Una mesa larga de roble y dos sillas ocupaban el centro de la habitación. En la mesa había un pedestal de madera en el que descansaba un manuscrito encuadernado en piel marrón.
Tarik señaló con el dedo.
– Ahí está.
– Eso no es un tesoro -dijo Selene.
– Pero es lo que llevó a Nasim a buscar el tesoro -respondió Tarik-, y el valor de un manuscrito está en cuan valioso lo considere su poseedor.
Selene sintió una oleada de emoción.
– ¿Una habitación entera para un manuscrito?
– No le des tanta importancia a eso. Si pudiera conseguir más volúmenes, lo haría. Tengo pasión por las palabras.
¡Qué raro placer encuentro en ellas en este agitado mundo!
Kadar ya se había sentado a la mesa y estaba abriendo el volumen.
– Necesito luz. Déjame las velas, Tarik.
– La luz sería mucho mejor si esperas a que sea de día.
– Déjame las velas.
Tarik puso el candelabro en la mesa.
– Te vas a quedar ciego. La escritura no es muy clara. Fue escrito por un escriba, no por el monje de un monasterio. -Se volvió hacia Selene-. ¿Tendrías tú, al menos, la sensatez de irte a la cama?
– Enseguida. -Se sentó en la silla al otro lado de la mesa, frente a Kadar-. Me quedaré un poco más.
La mirada de Tarik iba de uno a otro, con una ligera sonrisa que le curvaba los labios.
– Debería haber sabido que no serviría de nada discutir. Un sorbo nunca es suficiente cuando se está sediento, y ambos tenéis una sed voraz de vivir.
– Igual que vos -dijo Selene.
– La tuve tiempo atrás. Pero he bebido lo suficiente como para calmar mi sed. -Se dirigió hacia la puerta-. En fin, me voy a la cama. No me despertéis. No responderé a ninguna pregunta hasta mañana.
Cuando se cerró la puerta tras él, los ávidos ojos de Kadar se concentraron en el pergamino.
Selene se recostó sobre la silla, mirándolo a la cara, esperando.
La estaban subiendo por las escaleras.
Selene abrió unos ojos soñolientos y vio el rostro de Kadar mirándola. Su expresión denotaba nerviosismo y tensión.
¿Iban a la habitación de la torre?
No, esto era diferente. No se percibía el aroma del hachís…
– Kadar, ¿dónde…?
– Shh, te quedaste dormida sobre la mesa. -La llevaba a su aposento, para acostarla en la cama.
¿Se había quedado dormida sobre una mesa? Qué extraño… ¡el manuscrito!
– ¿Qué decía? -Se incorporó de un salto, completamente despejada-. ¿Qué había en él?
Él se sentó en la cama junto a ella.
– Nada interesante. Me parece que el manuscrito debe ser una broma de Tarik.
– ¿Una broma?
– Es un cuento de trovador. Le Conté du Graal de Chrétien de Troyes. Narra la historia de un rey y un caballero errante llamado Perceval.
– ¿Y no menciona el cofre? -preguntó, desilusionada.
– No.
Apenas lo distinguía bajo la tenue luz de la luna, pero había algo extraño en su tono de voz. No le estaba contando todo.
– ¿Y no hay nada más?
– No lo creo. -Hizo una pausa-. A menos que sea el grial.
– ¿Grial?
– La copa usada por Cristo en la Última Cena. Un cáliz con poderes especiales buscada por los caballeros de la corte del Rey Arturo.
– ¡Dios Santo! -susurró ella.
– Un cuento de trovadores. Aunque a veces no se interpreta como un cuento, y Chrétien de Troyes habla de otro documento del que él tomó esta historia.
– ¿Podría ser ese grial lo que contiene el cofre que se encuentra en la cámara de Tarik?
– O lo que Nasim piensa que es el verdadero grial. El adora el poder. Haría cualquier cosa para conseguir el grial mágico que otorgaría poderes divinos a su poseedor.
– Es un hombre malo, malo de verdad. No puedo creer que Dios le diera más poder del que ya tiene.
– Pero no es lo que tú creas, sino lo que Nasim cree. Para él, Dios es Alá, y Alá siempre le ha sonreído.
– No puede ser. Tiene que tratarse simplemente de un cuento de trovador, como tú dices.
– Bien, pues no podemos despertar a Tarik para preguntarle. Dejó bien claro que tendríamos que esperar hasta mañana. -Se puso en pie-. Vayamos a dormir.
¿Ir a dormir cuando tenía la mente llena de cofres de oro y griales mágicos?
– ¿Te irás tú también?
– Quizá. -Se inclinó hacia delante, le rozó la frente con los labios y susurró-: Conozco un remedio que nos haría dormir a los dos profundamente.
Ella no respondió.
– ¿No? -Suspiró y se dirigió hacia la puerta-. Entonces me temo que nuestras mentes no van a descansar más que nuestros cuerpos esta noche.
Ella se acercaba hacia él, moviéndose con elegancia, rítmicamente, parecía que sus pies desnudos apenas rozaban el suelo de piedra,
Tarik esperó.
Ella casi estaba ahí.
El corazón le latía con fuerza, estaba sudando con anticipación.
Ella se detuvo frente a él. Observó la belleza resplandeciente de sus ojos oscuros iluminando el impasible rostro de chacal.
Él dio un paso hacia delante, impaciente, alcanzándola.
Ella negó con la cabeza.
Sintió un dardo de agonía por todo el cuerpo. El dolor la hacía retorcerse, le partía el corazón.
¿Por qué?
No podía ver el movimiento de los labios, pero sabía la palabra que quería pronunciar.
Necio.
Ella pasó de largo.
¡No!
Tenía que seguirla.
No podía moverse. Estaba encadenado.
Miraba, indefenso, cómo desaparecía por el horizonte.
Vacio. Soledad.
Vuelve.
Pero ella nunca volvió.
Las lágrimas recorrían las mejillas de Tarik cuando abrió los ojos.
Hacía mucho tiempo que no tenía ese sueño, sin embargo sabía que volvería. Siempre volvía cuando encontraba conflicto en su alma. En otras ocasiones había podido bloquearlo, pero no cuando la añoranza de libertad era tan abrumadora.
¿Y era esa añoranza tan terrible? Había tomado la decisión. ¿Por qué dudaba cuando lo había reflexionado y planeado durante tanto tiempo? ¿No merecía liberarse?
Ella le diría que sí.
Le había llamado necio.
Se puso de lado y miró hacia el tapiz que Rosa le había hecho.
Rosa nunca lo llamó necio. Rosa había sido amable y dulce con él, como una rosa sin espinas. Siempre había querido lo mejor para él. Nunca hubo tormento ni crisis de conciencia mientras la tuvo a su lado. Debería estar soñando con Rosa.
Pero nunca soñaba con Rosa.
Cuando soñaba, siempre era con su amor, su pasión, su justo castigo. La mujer que se movía con la gracia exquisita de una bailarina y que lo miraba con desdén tenía cara de chacal.
Selene y Kadar estaban sentados, esperando, cuando Tarik irrumpió en el gran salón a la mañana siguiente.
– Es casi mediodía -dijo Kadar.
Tarik levantó las cejas.
– ¿Acaso es un pecado? Selene me recordó lo avanzado de mi edad. Pensé que un anciano impedido necesitaba su descanso.
– O quizá decidió atormentarnos por instarle a mostrarnos el manuscrito -sugirió Selene.
– ¿Estáis atormentados? -sonrió solapadamente mientras se dejaba caer en una silla y estiraba las piernas-. ¡Qué pena!
– ¿Por qué Nasim cree que tú tienes el grial? -preguntó Kadar.
– ¿Preguntas antes de mi desayuno?
– ¿Por qué? -repitió Kadar.
– Ha habido rumores sobre mi precioso cofre dorado en los últimos tiempos. Sois conscientes de que Nasim sabe todo lo que ocurre en la cristiandad. Cuando nos conocimos, hace muchos años, sentía curiosidad por el tesoro. Luego, cuando consiguió una copia de Le Conté du Graol, se convenció de que mi cofre de oro contenía el grial.
– ¿Por qué?
Tarik se encogió de hombros.
– Quizá porque lo desea desesperadamente. Ha estado estudiando la manera de conseguir poder durante toda su vida y creyó que éste era el camino verdadero.
– Dios no le daría poder a ese monstruo -afirmó Selene con rotundidad.
– Si es que el grial está hecho por Dios.
– ¿Qué quieres decir con esto?
– ¿Has leído que De Troyes tomó esta historia de otro documento? Los antiguos celtas tienen muchas leyendas relativas al grial. Siempre hay un rey que guarda el tesoro, siempre hay un caballero errante, pero el resto de las historias difieren. Algunas dicen que el tesoro no es un vaso, sino una piedra preciosa que se cayó de la corona de Lucifer durante su lucha contra Dios. ¿Crees que esa historia llamaría la atención de Nasim?
– Sí. -Kadar miró a Tarik directamente a los ojos-. ¿Hay un grial en tu cofre?
Tarik sonrió.
– ¿Y tú qué crees?
– No nos lo vas a decir -intervino Selene con frustración-. ¿Entonces por qué nos has enseñado el manuscrito?
– Os prometí enseñaros lo que había persuadido a Nasim para implicaros en estas maquinaciones. No os prometí nada más. ¿No sería una estupidez que os diera una descripción del tesoro que Kadar pretende robar? Es posible que le diera más ganas de arrebatármelo.
– Tonterías. No lo quiere para él. Le hizo una promesa a Nasim, y para él las promesas son sagradas.
– ¿Y para ti no?
– No si se han hecho a un hombre que rompería cualquier promesa según su conveniencia.
– Ah, es que las mujeres sois mucho más prácticas que nosotros los hombres en lo que respecta al honor. Parecemos estar cegados por nuestro propio código. -Miró a Kadar-, ¿Pero y si fuera el grial y le diera a Nasim más poder? ¿Aún así se lo darías?
Kadar asintió despacio.
Tarik reprimió una risa,
– Eso pensaba. Es un obstáculo que tengo que superar si quiero vencerte. Le daría la tarea a Selene, pero, desgraciadamente, todavía no está preparada.
– ¿En qué consiste esta tarea? -preguntó Kadar.
Tarik negó con la cabeza.
– Aún no. Nos estamos acercando día a día, pero necesito estar seguro.
– No puedo quedarme aquí para siempre. Ha pasado más de una semana. Esta tarde saldré de la fortaleza para hablar con Balkir antes de que decida echar abajo las puertas.
– Muy sabio de tu parte. Es un hombre muy impetuoso. De todas formas, ve y tranquilízalo, dile que estás haciendo todo lo que está en tus manos para arrancarme mi tesoro. -Hizo una pausa-. Mantendré a Selene y a Haroun a salvo hasta tu vuelta, por supuesto.
Selene se puso rígida.
– ¿Prisioneros?
– Qué palabra tan fea. Invitados. Kadar no desearía que fueras con Balkir. Yo soy la mejor opción.
– Efectivamente -reconoció Kadar-. ¿Y quién sabe, Selene? A lo mejor decide que estás más preparada de lo que cree y te da su gran tarea a cambio.
– Te he elegido a ti. Ella no tiene tu experiencia ni tu mente inquisitiva. Eso vendrá con el tiempo, pero ya estoy harto de esperar.
– Y porque soy una mujer.
Tarik negó con la cabeza.
– No soy tan estúpido. Conozco el valor de las mujeres. El ser humano más inteligente que he conocido nunca fue mí primera mujer.
– ¿Poseía ella esa mente inquisitiva? -preguntó Selene.
– Más que yo -respondió él con tristeza-. Ella brillaba como el sol.
– Bueno, yo no tengo deseo de brillar como el sol.
Simplemente quiero ser libre para hacer lo que quiera y a mi manera.
– Igual que ella. Pronto. -Tarik se dio la vuelta-. Iré a decir a los guardias de la puerta que tienes permiso para salir, Kadar. Procura regresar antes del anochecer. Estoy deseando pasar la velada juntos. Selene, ¿te reunirás conmigo en el patio para despedirlo?
– Quizá.
Tarik le sonrió por encima del hombro.
– Difícil. Pero las mujeres interesantes siempre lo son. Creo que estarás allí.
– ¿Por qué?
– Porque la vida es incierta y tu corazón es más grande que tu tozudez. No dejarás que Kadar vaya con Balkir sin un último adiós.
Buscó la mirada de Tarik y luego miró hacia otro lado.
– No me conoces tan bien como te crees.
Tarik sonrió cuando vio acercarse a Selene.
– No has podido resistirlo.
No lo miró a él, sino a Kadar, que ya salía por las puertas.
– Solo porque no tenía nada mejor que hacer. No va a ponerse en peligro. A Balkir no le conviene hacerle daño. Nasim lo mataría.
– Y tú también -se atrevió a decir Tarik siguiéndole la mirada-. Lo amas, ¿Por qué te resistes?
– No lo amaré. Me mintió. Iba a abandonarme. No le importaba su promesa. Y además no tienes ni idea de cómo soy. No puedes saber lo que siento.
– Ya sé que a veces las excusas a las que nos aferramos para no hacer algo no son el motivo que realmente nos mueve a hacerlo.
– Esto no es una excusa.
– Yo creo que sí. Tu instinto no es salir corriendo, sino luchar. Entonces, ¿por qué no estás luchando por Kadar? ¿Tienes miedo?
– ¿Por qué habría de tenerlo?
Él encogió los hombros.
– No lo sé. Puedes temer amarlo demasiado. Tienes una idea de lo que es y quizá presientes en qué se puede convertir. Tu instinto no te engaña. Está en un gran peligro.
Ella sintió que una oleada de pánico le recorría todo el cuerpo.
– No seas necio. Kadar es demasiado listo. Nasim no lo tendrá.
– Nasim no. Yo.
Ella lo miró sorprendida.
– ¿Tú? No le harás daño. No estoy ciega. Kadar te gusta.
– Tenemos un gran vínculo. Eso no me impedirá hacerle el mayor daño que un ser humano puede hacer a otro. -Torció el gesto-. La tentación es demasiado grande.
– ¿Por qué me estás contando esto? -susurró ella.
– Porque las malas ideas causan pérdidas e infelicidad. Sé de qué estoy hablando. No habría perdido a Layla si hubiera sido capaz de ver la verdad en lugar de mi propio dolor. Incluso ahora no estoy tan seguro… Selene, me agradas. No quiero que cometas el mismo error.
– ¿Y qué importa lo que yo sienta o haga si de todas formas pretendes destruir a Kadar?
– El amor siempre importa. Tenemos que agarrarlo y conservarlo hasta el último momento.
Último momento. Un escalofrío heló todo su ser al escuchar estas palabras. Se refería al último momento de Kadar.
– Le contaré tus intenciones de hacerle daño.
– No lo dudo, pero no se sorprenderá. Kadar y yo nos entendemos. -Hizo una pausa-. Y también entiende que a veces el destino nos fuerza a todos a hacer lo que tenemos que hacer para sobrevivir. -Sonrió con tristeza-. A menudo me veo reflejado en Kadar.
– Él no es como tú. Él nunca te mataría por cualquier motivo. -Se dio media vuelta-. Vamos a dejarlo aquí. No te permitiré que lo hagas.
– Él no acudirá. Puede que te envíe a ti, pero él no irá. Escucha la llamada.
Su temor aumentó cuando recordó aquella noche en que Kadar había llegado al castillo.
– ¿Qué llamada?
– Curiosidad. Destino ¿Quién sabe lo que llama a un hombre? El caso es que él lo oye.
– No es cierto.
– Ah, creo que sabes que lo es. -Miró hacia Kadar, que se estaba acercando a tienda de Balkir -. Si te lo permitieras, tú también lo escucharías.
– Nunca me permitiré caer en semejante estupidez.
– Selene, nunca es mucho tiempo.
CAPÍTULO 09
– Dios mío, ya llevas ahí más de una semana. ¿Cuánto tiempo más vas a tardar? -preguntó Balkir.
– No tengo ni idea -respondió Kadar.
– Entonces quiero que la mujer vuelva conmigo.
– Tarik prefiere que se quede en el castillo. Dudo que la deje marchar.
– ¿Por qué no? -Balkir apretó los puños con frustración-. ¿A qué va con todo esto?
Kadar sonrió.
– Se trata de conseguir el tesoro para Nasim. ¿Por qué otra razón habríamos de estar aquí?
– Estoy seguro de que a Nasim no le gustaría esto. Envié un mensajero para contarle lo que estabais haciendo en el mismo momento en que franqueasteis las puertas del castillo.
La sonrisa de Kadar se desvaneció.
– ¿Y ha respondido?
– Aún no. Pero lo hará. Me dirá que destruya este castillo y que me apodere del tesoro que tú no cogiste.
– Es más listo que todo eso. Te dirá que esperes y obedezcas mis instrucciones. -Kadar se dio la vuelta para marcharse-¡ Si no vuelvo con el tesoro dentro de otra semana, saldré y te informaré sobre mis progresos.
– No esperaré toda la vida. -La voz de Balkir bajó hasta un tono de amenaza-. No me enfrentaré a la ira de Nasim solo porque quieras entretenerte. Me parece que estás pensando en traicionarlo.
– Tonterías. Estaré en contacto contigo. -Kadar abandonó la tienda y se dirigió hacia su caballo. Mientras montaba, vio a Balkir de pie bajo el toldo a la entrada de la tienda, con la mirada torva. En otras circunstancias, Kadar no le habría dado mayor importancia, pero presentía un cambio en la actitud de Balkir. Se estaba volviendo más beligerante, y el temor a la ira de Nasim crecía por momentos.
Los hombres asustados siempre son peligrosos.
– ¿Ha mandado un mensaje a Nasim? -Tarik frunció el ceño mientras movía su peón-. Eso no es bueno.
– Pero era lo esperado. -Kadar estudió el tablero de juego-. No puedes retenernos aquí indefinidamente sin tomar ninguna acción.
– ¿Os estoy reteniendo aquí? -dijo Tarik sonriendo-. Me parece que ahora os quedaríais sin tener en cuenta lo que yo dijera o hiciera.
Tenía razón, pensó Kadar. Cada día que pasaba se sentía más atrapado en la telaraña que Tarik estaba tejiendo a su alrededor. ¡Qué extraño!, luchó contra el poder de Nasim, pero no estaba luchando contra Tarik. Seguramente pensaba que podría apartar a un lado esta delicada red y liberarse en cualquier momento. Dirigió su mirada hacia Selene, que estaba de pie junto a las ventanas al otro lado del salón.
– He notado un cambio en Balkir. La quiero lejos de aquí. Encuentra la manera de alejarla del castillo sin que Balkir se entere y envíala a Montdhu.
– No querría irse.
– Sí quieres que me quede, tendrás que ponerla a salvo fuera de aquí. Sabrás cómo hacerlo.
Tarik se recostó en la silla y lo miró a los ojos.
– No estoy seguro de querer hacerlo. ¿Y si mis planes para ti se quedan en agua de borrajas y necesito buscar en otro sitio? Sería un gran inconveniente tener que ir a buscar a Selene hasta Montdhu.
La cabeza de Kadar se vio invadida por una repentina amenaza.
– No te permitiré que la utilices.
– Qué rápido saltas en su defensa. Es realmente conmovedor.
– Estoy harto de tus juegos y tu sarcasmo. Acabemos con todo esto de una vez. Dime qué tendría que hacer y te diré sí o no.
– Te estás volviendo muy impaciente.
– Y tú solo hablas con enigmas y secretos. ¿Está el grial en tu cofre?
– ¿Temes que la ira de Dios recaiga sobre ti si robas una reliquia santa?
– Responde.
Tarik se quedó callado.
– Entonces dime cómo conseguiste el cofre.
– Vaya, qué insistente eres. -Levantó la voz-. Selene, ven. Kadar me ha convencido para que le revele mis secretos. No te dejaré fuera de esto.
– No la involucres más en esto -dijo Kadar en voz baja-. Te dije que la quería fuera.
Tarik sonrió y le tendió la mano a Selene, que se acercaba hacia ellos.
– Kadar no está siendo justo. Quiere excluirte de nuestra discusión.
Selene se sentó en un banco junto al fuego.
– No me sorprende.
– ¿Dónde conseguiste el cofre? -preguntó de nuevo Kadar.
– Me lo dio un joven príncipe. Dijo que era un regalo, pero sé que lo que buscaba era sobornarme para que le diera el tesoro. Cogí el regalo y no le devolví nada. Pensé que sería una buena lección para él. -Hizo una mueca-. No, no es cierto. Lo cogí porque era un hombre pobre y el oro y las joyas del cofre me deslumbraron.
– Dijiste que habías nacido entre la escoria de las calles. ¿Qué tiene que ver la escoria con los príncipes?
– Cualquier hombre puede hacerse valioso para la realeza si posee algo que ésta desea.
– ¿Y qué corte hizo esa principesca gracia?
Tarik negó con la cabeza.
– Nunca cejas en tu intento de atraparme, ¿verdad?
Kadar probó con otra pregunta:
– ¿Cómo supo el príncipe lo del tesoro?
– Layla se lo dijo. Ella tenía miedo y quería protegernos.
– Regalando el tesoro.
– No lo comprendes.
– ¿Cómo podemos entenderlo si no nos dices nada que valga la pena? -preguntó Selene.
– Vaya, queréis que os diga algo importante. -Tarik echó la cabeza hacia atrás lentamente-. Déjame pensar… ¿Qué le parece importante a Nasim?
– Poder -respondió Kadar.
– Y piensa que mi tesoro se lo proporcionará. -Hizo una pausa-. Es cierto, se lo dará.
Kadar se quedó inmóvil.
– ¿Cómo?
Tarik ignoró la pregunta.
– El poder es un faro. Te atrae, ¿no es así, Kadar? ¿Y si te dijera que podrías tener un inmenso poder, pero que a cambio perderías todo lo que realmente te importa y que lo ejercerías tú solo?
– Más acertijos. -Pero Kadar era consciente de que la lentitud de Tarik era solamente una pose; la mirada del otro nombre estaba fija observando su cara-. ¿Qué hombre desearía tanto poder?
– Nasim. -Tarik echó la silla para atrás y se levantó-. Pero aparentemente tú no. Pensaba que no, pero siempre hay esperanza. Parece que todavía tengo que tomar una decisión.
– ¿Qué decisión? -preguntó Selene.
– El bien o el mal. Os he tomado afecto. Yo mismo estoy titubeando. -Apretó los labios-. Pero soy un hombre egoísta. Sin duda el amor a uno mismo triunfará al final. -Se dio la vuelta y abandonó el salón.
El entusiasmo se apoderó de Kadar mientras lo seguía con la mirada.
– ¿Qué habrá querido decir? -preguntó Selene.
– No estoy seguro. -Pero estaba empezando a captar una luz en el horizonte. Imposible. Es imposible que… No, imposible.
– Me asusta más que Nasim -dijo Selene-. Quiere destruirte.
Kadar negó con la cabeza.
– No seas necio -dijo Selene con ferocidad-. Ya lo has oído. Tenemos que marchamos. Y no me digas que tienes que mantener tu promesa a Nasim. Estoy harta de esta locura.
– Entonces no te lo diré. -Ella tenía miedo y él quería cogerla entre sus brazos y consolarla. Sabía que no se lo permitiría. En cambio, le acarició suavemente la mejilla con el dedo índice-. Nunca me arriesgaría a enfadarte.
– No bromees. -Retiró la cara para evitar sus caricias-. ¿Vendrás conmigo?
– Pronto.
– ¿Por qué no ahora, esta noche?
– ¿Por qué estás tan ansiosa por marcharte? No hay una amenaza mayor esta noche que la que había hace una semana.
– Sí, la hay. ÉL… está cambiando. Era… y ahora es… Va a suceder algo.
Él también podía sentirlo. Pero esa sensación le trajo expectativas, no temor.
– He hablado con Tarik sobre la posibilidad de sacarte de la fortaleza y mandarte a Montdhu. Por tu seguridad, haré lo que sea…
– Pero tú no irás -dijo apretando los puños-. Burro. Idiota. Bufón. Me dan ganas de golpearte.
Le dio la espalda y salió corriendo del salón.
Estuvo tentado de seguirla y consolarla, pero si lo hacía, habría más discusiones. Esperaría a que recuperase la compostura e intentaría hablar con ella por la mañana.
Cogió su peón del tablero y jugueteó con él entre los dedos. ¿Somos para ti simplemente las piezas del ajedrez, Tarik?
Puede que al principio sí, pero eso había cambiado. El instinto de Kadar le decía que Tarik se había involucrado más de lo que pretendía. Ahora que Tarik había tomado conciencia de esa realidad, tomaría cartas en el asunto.
¿Pero qué haría?
Algo estaba a punto de suceder.
Era un estúpido.
El puño de Selene se estrelló contra el alféizar de piedra de la ventana. Ojalá fuera la cabeza de ese testarudo de Kadar o esos ojos que se negaban a ver.
Apoyó la mejilla contra la pared mientras miraba sin ver el patio a sus pies.
¿Por qué no la escuchaba? Él había visto el peligro en Nasim, pero parecía ajeno a cualquier amenaza proveniente de Tarik. Kadar no parecía darse cuenta de la oscura tempestad que ella sentía cerniéndose sobre él.
Tenían que abandonar ese lugar. Balkir no constituía una amenaza en absoluto comparado con Tarik.
Y allí estaba ella escondida en su habitación magullándose la mano contra el muro de piedra cuando debería estar haciendo algo para remediar la situación.
Piensa.
¿Qué obligaría a Kadar a marcharse?
No era fácil razonar. Tenía demasiado miedo de ese torbellino que sentía acercarse por momentos.
Algo estaba a punto de suceder.
El temor le estaba atenazando el estómago, pero la emoción la había dejado sin aliento.
Era la misma sensación que había experimentado cuando se escapó de la Casa de Nicolás muchos años atrás, pensó Selene.
Se echó la capa por encima. Respira hondo. No muestres emoción alguna.
El guardia del muro sur se encontraba apostado en la parte alta de la escala de cuerda que tenía sobre ella. Era joven pero no obtuso. Ella se dio cuenta de que le preocupaba que alguien invadiera su puesto de vigilancia en mitad de la noche.
Esperaba que no estuviera demasiado preocupado. Lo había saludado con la mano para desarmarlo antes de subir por la escala. Le sonrió al aceptar su mano cuando la ayudó a subir los últimos peldaños.
– Gracias.
– No deberíais estar aquí, lady Selene.
– Lo sé -suspiró-. No podía dormir.
Él la miró con recelo.
– Lord Kadar ha ido hoy a visitar el campamento del capitán Balkir. Ha dicho que el capitán había amenazado con irrumpir en el castillo. -Ella se estremeció-. Me ha asustado.
La actitud del joven soldado pareció suavizarse levemente.
– No deberíais preocuparos. Sus fuerzas no son tan grandes como para imponerse sobre nosotros.
– No estoy tan segura. El capitán Balkir es un hombre fiero y cruel. De repente desperté de un sueño en el que se iba acercando sigilosamente a esta muralla. He intentado volver a dormirme, pero me he quedado temblando sobre la cama. -Se mordisqueó el labio inferior mientras perdía la mirada en la oscuridad-. Pensé que si pudiera ver con mis propios ojos que él no se encuentra cerca de aquí, podría descansar. ¿Es aquello su campamento?
El soldado asintió.
– Y no ha habido muestras de movimiento en toda la noche.
– ¿Seguro? ¿Y si se las ha arreglado para deslizar a sus hombres fuera del campamento? ¿Y si él y sus hombres están ahora mismo justo al pie de la muralla, esperando para disparar sus flechas?
Él sonrió con indulgencia.
– Ahí no hay nadie.
– ¿Y si hubiera alguien?
– Os lo demostraré. -Avanzó un paso hacia la balaustrada e inclinó el cuerpo para poder ver lo que había justo debajo de él-. No hay rastro de nadie. ¿Veis? Nadie en…
Dio un gruñido cuando Selene lo golpeó con la jarra de latón que llevaba escondida bajo la capa.
Lo agarró mientras se desplomaba para que no se cayera al patio.
– Lo siento -susurró. Esperaba no haberle hecho algo más que atontarle. Parecía un joven agradable.
Un instante después soltó un suave quejido. Una bendición contradictoria. Ahora tendría que preocuparse por si recuperaba el sentido antes de que pudiera bajar el muro.
Desató la cuerda que llevaba enrollada en la cintura y la ató a un contrafuerte.
El guardia se quejó de nuevo.
Empezó a descender por la muralla.
– Por fin te encuentro. -Tarik abrió de par en par la puerta de la biblioteca y entró cojeando en la estancia. Tenía su oscuro pelo algo despeinado, pero estaba completamente vestido-; He estado buscándote por todo el castillo. ¿Qué estás haciendo aquí en mitad de la noche?
Kadar cerró la cubierta del manuscrito de De Troyes.
– Me acordé de algo y quise releer algunos pasajes.
Tarik entrecerró los ojos.
– ¿Por qué?
Kadar replicó:
– ¿Por qué estás tan preocupado por mi paradero como para venir a buscarme en plena noche?
– Pensaba que tú también te habrías marchado.
Kadar se puso rígido.
– ¿Marchado?
– A Selene le pareció apropiado golpear a un guardia del muro sur y abandonar la fortaleza.
– ¡Santo cielo! -Kadar murmuró una maldición por su propia estupidez. Sabía que estaba alterada. Debería haberla seguido-. ¿Y Haroun?
Tarik negó con la cabeza.
– Se ha ido sola.
– Y tú has venido a buscarme.
– No creía que ella hubiera sido capaz de convencerte para marcharte, pero pensé que podías haberla seguido para intentar encontrarla.
– Lo haré -dijo con gesto adusto.
– No hay necesidad. Cuando el guardia volvió en sí, vio el campamento de Balkir en movimiento. El capitán ha debido interceptarla cuando intentaba escapar.
– Ella no estaba intentando escapar.
– ¿Cómo?
– Si hubiera querido escapar, se habría llevado a Haroun. Lo siente bajo su responsabilidad.
– ¿Entonces por qué ha saltado la muralla?
– Yo no quería irme con ella. Sabía que la seguiría si se ponía en manos de Balkir.
Tarik frunció los labios y emitió un silbido sordo.
– Inteligente.
– Tengo ganas de estrangularla. ¡Dios mío! Apostaría a que se plantó en el campamento de Balkir y los despertó para que la hicieran prisionera.
– Esa escena no está exenta de una cierta gracia.
– Para mí no la tiene en absoluto. -Kadar se dirigió hacia la puerta-. Yo soy quien tiene que ir a buscarla.
– Espera.
Kadar le dirigió una fría mirada por encima del hombro.
– No permitiré que permanezca en manos de Balkir, Tarik.
– No pensaba que lo hicieras. Simplemente me preguntaba si querrías una escolta para acompañarte.
– Si Balkir ve que existe la mínima oportunidad de perderla, le cortaría el cuello. Iré solo.
– ¿La mataría? ¿Ella no era consciente del peligro?
– Lo sabía. No ha sido un impulso irreflexivo. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
– Entonces intentará impedirte que regreses -dijo en voz baja.
– Yo voy, Tarik. No intentes detenerme.
– No me beneficiaría que te fueses ahora.
Kadar se puso rígido ante la velada amenaza en el tono de su interlocutor. Lo miró directamente a los ojos.
– No la dejaré allí. Tendrás que matarme para impedirme que vaya.
– No, no lo haría. Hay muchas maneras de… -Tarik se detuvo y la amenaza desapareció de su expresión. Entonces dijo algo con tono cansado-: Pero parece que carezco de la voluntad para utilizarlas. -Hizo un gesto con la mano-. Vete. Tráela de vuelta. Dejaremos que la fortuna decida. Quizá tengamos suerte. Quién sabe, el destino me debe una.
– Sabía que vendrías -dijo Balkir a Kadar con una sonrisa petulante-. Aunque no tengo ni idea de por qué serías tan estúpido, Al fin y al cabo no es más que una mujer.
– Y bastante problemática, por cierto -añadió Kadar-. No sé por qué me molesto en venir a buscarla. Tuvimos un pequeño desacuerdo y decidió castigarme huyendo.
– ¿Entonces no te importará que me quede con ella, verdad?
– No me importaría, pero Tarik desea que vuelva. ¿Dónde está?
– En su tienda. -Hizo una pausa antes de añadir-Donde se quedará hasta que vuelvas con el tesoro.
– Ya te he dicho que debes tener paciencia hasta…
– Se me acabó la paciencia. Tráeme el tesoro o mataré a la mujer.
– Nasim no aprobaría este comportamiento tan impetuoso. Te castigaría por…
– Muy al contrario, yo lo apruebo.
Kadar se dio la vuelta hacia la salida de la tienda.
Nasim apareció de repente.
– Hola Kadar. A mí también se me ha acabado la paciencia.
– No sabía que te encontraras aquí.
– Llegué hace tan solo una hora. Justo antes del amanecer. No me gustó el mensaje que recibí de Balkir. Apestaba a traición.
– Te dije que te traería el cofre. Y lo haré.
– Si Tarik no te tienta para que te alejes de mí. Lo encuentras muy persuasivo, ¿no es así?
– Te traeré el cofre.
Negó con la cabeza.
– Ya no confío en ti.
– Nunca lo has hecho. Tú no confías en nadie.
– Desde luego no en alguien contaminado por ese diablo de Tarik. -Sonrió-. Así que nos quedaremos con la mujer hasta que traigas el cofre. Tienes hasta mañana al amanecer. Por cierto, ¿está encinta?
– No.
– Una pena. Tendré que poner remedio a ello cuando estemos de vuelta en Maysef.
No muestres tu rabia. Contrólate.
– Tarik desea que regrese al castillo. Será más fácil para mí robar el cofre si lo tenemos contento.
– ¿Contento? ¿También está copulando con ella?
– No, pero mientras ella está en el castillo siente como si me tuviera más agarrado.
– Y así es -dijo Nasim-. Así que ella se quedará aquí.
Kadar se dio cuenta con frustración de que no cambiaría de opinión. Tenía muy pocas posibilidades de convencer a Balkir para que soltase a Selene, pero con Nasim allí no tenía ninguna.
– ¿Puedo verla?
– Por supuesto. Incluso puedes copular con ella si lo deseas -dijo Nasim sonriendo-, como gesto de buena voluntad. Yo también quiero tenerte contento.
Kadar giró para marcharse.
– ¿Te ha dicho Tarik qué hay dentro del cofre? -preguntó Nasim.
Lo miró por encima del hombro.
– No.
– ¿Ni siquiera una ligera idea?
No sería muy sensato mentir. Nasim podría tener un hombre en el castillo de Tarik.
– Me enseñó el manuscrito de De Troyes.
– Ah, ¿y qué opinas tú de ello?
– Que no es más que una fábula de trovador. Estoy seguro de que tú no puedes darle crédito.
– En la mayoría de las fábulas hay algo de verdad -afirmó, sosteniéndole la mirada a Kadar-. Y tú eres demasiado inteligente como para no cribar la paja y ver el oro que hay debajo.
– Eso es lo que tú te imaginas.
– Cuanto más arriesgues, más posibilidades habrá de conseguirlo. Una vez en mi poder, lo pondré a prueba y lo sabré enseguida.
– ¿Ponerlo a prueba?
Nasim lo despidió con la mano.
– Ve con la mujer. Quiero que estés de vuelta con Tarik al anochecer y tener el tesoro en mis manos por la mañana. El hecho de estar tan cerca me hace desear con más fuerza que todo esto acabe de una vez.
Kadar también sentía lo mismo. Los negros ojos de Nasim brillaban, y sus mejillas estaban ligeramente arreboladas. Nunca había visto a Nasim en tal estado de excitación.
No pintaba bien.
Pero a menudo señales que parecen adversas pueden volverse ventajosas si se encuentran los medios para hacerlo.
Sin embargo, solo Dios lo sabe, no veía la forma de salir de este embrollo.
– ¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó Selene cuando vio entrar a Kadar en su tienda-. He visto llegar a Nasim. Corremos un gran peligro, ¿no es verdad?
– Sí, creo que sí. Parece que se ha hartado de esperar.
– ¿No puedes hacer nada con él?
– Esta vez no.
Y era ella quien lo había llevado hasta las manos de Nasim, pensó con desesperación. Levantó los hombros.
– Bien, di algo.
– ¿Qué?
– Ya sé que es culpa mía. Quería que te mantuvieras alejado de Tarik. Pensé que aquí estarías más seguro. Sabía que Balkir no era un peligro real para ti.
– Lo que no sabías era que Nasim vendría.
– Aun así sigue siendo culpa mía.
– Sí, en efecto -dijo sonriendo-. Cuando Tarik vino a decirme que te habías escapado me entraron ganas de estrangularte.
Pero ahora no estaba enfadado. Estaba preocupado, y eso hacía que ella se sintiera peor.
– Te estabas comportando como un necio. No me escuchabas.
– Te escucharé ahora si me dices cómo salir de ésta. Debo regresar al castillo antes del anochecer, y tengo que traerle el cofre a Nasim al despuntar el día.
– ¿Y yo tendré que quedarme aquí?
Asintió.
– Nasim no es tonto. Sabe que vendré a buscarte.
– Tarik te matará si intentas robar el cofre.
– Y Nasim nos matará a los dos si no lo hago.
– Entonces tenemos que escapamos y libramos de los dos.
– Así de simple. -Negó con la cabeza-. Si conseguimos escapamos, volveremos a Tarik.
– ¡No!
– Es mejor aliarse con Tarik que ser perseguidos campo a través por ambos.
– Pero Tarik te…
– ¿Matará? No, he estado dándole vueltas a algo. No creo que sea eso lo que tiene en mente.
– Ya te he contado lo que me dijo.
– Te dio un aviso porque sabía que me lo repetirías. Cuando abandoné el castillo dijo que la fortuna decidiría.
– ¿Decidir qué?
– No estoy seguro. Se me está ocurriendo una idea y tengo la intención de hacerla realidad cuando volvamos.
– ¿Puedo convencerte para que no regreses con él?
– Es lo más sensato.
– No se trata de sensatez. Se trata de tu curiosidad.
Negó con la cabeza,
– Arriesgaría mi cabeza, pero nunca la tuya, Selene.
Ella lo sabía, pero no por ello iba a aceptar su decisión más fácilmente.
– Está bien, volveremos -dijo frunciendo el ceño-, pero no te prometo quedarme allí.
Él sonrió.
– La próxima vez te costará más saltar el muro. Estoy seguro de que Tarik ha castigado severamente al guardia que golpeaste en la cabeza.
– Espero que no. Parecía una buena persona. -Cambió de tema-. ¿Cómo vamos a escaparnos? La tienda está vigilada.
– Tengo que pensar en ello.
– Yo ya he pensado en una manera. -Desvió la mirada-Tendrás que volver al castillo. Yo me escaparé más tarde, esta noche. Me esperarás en la puerta norte y me dejarás entrar.
Él negó con la cabeza.
– Es el mejor plan. Sabes que lo es. Si intentas llevarme, nos pueden matar a los dos.
– Iremos juntos.
– No seas tan terco. ¿Crees que necesito contar contigo para conseguir ayuda? Yo me he metido en este aprieto y soy yo quien tiene que salir de él.
– Juntos -dijo él sonriendo-, siempre juntos. ¿Todavía no has aprendido la lección?
Ella sintió cómo se le llenaban los ojos de lágrimas.
– No podría soportar que te hicieran daño por mi culpa-susurró.
– Lo soportarías. Podrías soportar cualquier cosa.
Sonrió temblorosa.
– Claro que podría. De todas formas no sé por qué me preocupo tanto por ti. Tú eres el culpable de todo lo que ha ocurrido.
– Creía que te estabas culpando a ti misma. Me alegro de que hayas recuperado la razón.
– Ahora estamos en peligro por mi culpa, pero estaríamos a salvo en Montdhu si tú…
– Calla. -Estaba riendo entre dientes cuando negó con la cabeza-. Muy bien, todo es culpa mía. Lo admito.
– Bueno, casi todo, -Se dirigió hacia la entrada de la tienda y clavó la mirada en los muros de la fortaleza-. Si no se te ocurre otro plan mejor, llevaremos a cabo el mío. ¿Lo comprendes?
– Lo que comprendo es que me estoy hartando de tanto ultimátum. El tuyo me gusta tan poco como el de Nasim.
Ella empezó a desesperarse.
– Por favor -susurró.
– Ven aquí.
Miró por encima del hombro. Se había dejado caer en el jergón y le tendía la mano.
– ¿Por qué?
– Y porque estoy preocupado y un poco desanimado, y necesito consuelo. ¿Me lo darás?
Ella sentía cómo su resistencia se derretía. ¿Qué otro hombre reconocería su debilidad y la necesidad de una mujer?
Se acercó a él despacio.
– No deberías preocuparte si te vas y luego me permites…
– Shh. -La empujó dentro el jergón-. No digas nada. Solo déjame abrazarte.
– Deberíamos estar haciendo planes.
– Tenemos varias horas, y mi mente no parece funcionar adecuadamente en este momento.
Ella se acercó a él con instinto protector.
– Seguro que salimos de ésta. Ya pensaré algo.
– ¿Lo harás? -dijo besándole la sien-. Sería un gran alivio.
No había yacido con él desde la última noche en Maysef, y el momento era de una cálida dulzura. Seguro que no habría nada de malo en tenderse ahí y consolarlo.
Y consolarse a sí misma.
Kadar se fijó en que los rayos de sol que entraban en la tienda se estaban alargando. No les quedaba mucho tiempo.
Debía despertar a Selene.
Ella se había quedado dormida hacía más de una hora, pero él permaneció despierto pensando, sopesando las alternativas. No es que tuvieran mucho donde elegir. Solamente veía una oportunidad con una mínima posibilidad de éxito.
– Es tarde. -Selene abrió los ojos, su expresión era de pánico-. Está bien. No hay prisa. -Se incorporó-. He decidido que tu plan al fin y al cabo es el mejor.
Ella también se sentó en la cama.
– ¿En serio?
– ¿Por qué estás tan sorprendida? Me aseguraste que era nuestra mejor opción.
– Pero no siempre entras en razón.
– Puedo aceptar la premisa, pero no todos los detalles. Regresaré al castillo al anochecer. Cerca de la medianoche, cuando el campamento esté dormido, volveré por ti.
La sola idea la aterrorizaba.
– No, te matarán.
– Si no hubiera aprendido cómo infiltrarme en un campamento, Nasim me habría desterrado el primer día de mi adiestramiento. Estate preparada.
– No vengas. No estaré aquí. Cuando llegues me habré marchado.
Él sonrió.
– Pues entonces sí que me matarán, porque tendré que ir tropezándome por todas partes mientras te busco. -Se inclinó y le rozó la nariz con los labios-. Estate preparada.
Selene estaba desesperada. Ya debería estar allí.
Él dijo hacia la medianoche.
¿Lo habrán apresado?
No, habría oído algo.
¿Por qué? Introducir una daga entre las costillas de un hombre no hacía ningún ruido.
Selene respiró hondo. Déjalo ya. Imaginarse lo peor no te hace ningún bien.
Enderezó los hombros, que tenía encorvados, y se deslizó hacia la entrada de la tienda. A través de la rendija pudo ver a dos guardias vigilando a pocos metros. ¿Cómo podría un hombre eliminar a dos guardias sin despertar a todo el campamento?
Uno de los guardias levantó la cabeza como si estuviera escuchando algo. Habló con el otro guardia y luego rodeó la tienda por el lado derecho.
¿Qué habría oído?
Entonces lo oyó ella también. Un suave sonido, como el trino de un pájaro.
Pero no era eso.
A través de la fina tela de la tienda escuchó el ruido de un cuerpo desplomándose.
Todavía quedaba un guardia, y ahora que había eliminado a su compañero, Kadar lo tendría más difícil para sorprenderlo.
Dio un salto y abrió la portezuela de la tienda. El guardia se dio la vuelta.
– Quiero ver a Nasim -dijo-. Tengo algo que decirle.
El guarda negó con la cabeza.
– Mañana.
– Ahora. -Salió de la tienda y se dirigió hacia la izquierda, sin perderlo de vista-. Te castigará si no lo despiertas.
El guardia se dio media vuelta, siguiéndola.
– Lo más seguro es que me castigue si…
Kadar se abalanzó sobre él. Le tapó la boca con la mano mientras le apuñalaba en el corazón. El hombre cayó al suelo.
Kadar avanzó silenciosamente y Selene voló a su lado.
La empujó delante de él rodeando la tienda por la derecha.
Selene casi se tropieza con el cuerpo del primer guardia que Kadar había engañado. Entonces Kadar la cogió de la mano y la arrastró entre el laberinto de tiendas.
Al cabo de unos minutos alcanzaron el límite del campamento. Selene soltó un suspiro de alivio. Era demasiado pronto para estar a salvo, pero al menos habían llegado hasta allí sin ser descubiertos. Ahora solo les quedaba la carrera hasta el castillo y…
– Sabía que vendrías por ella.
Se dieron la vuelta y vieron a Balkir bajo un árbol a pocos metros de distancia. La luz de la luna hacía brillar la hoja de la espada que empuñaba.
– He estado esperándolos. Nasim se equivocó al confiar en ti. Debería haberme encargado a mí que viniera a buscar su tesoro. Yo nunca lo traicionaría.
Kadar agarró a Selene por el codo.
– Corre -le susurró al oído-. Ya te seguiré.
Ella se negó. No lo dejaría enfrentarse solo a Balkir.
– Dejad de cuchichear. Estáis perdidos. Nasim piensa que eres muy inteligente, pero seré yo quien le dé lo que quiere. -Balkir avanzó hacia delante con el rostro demudado por el odio-. Y te quitaré lo que tú quieres.
Arremetió contra él, apuntando con la espada en el pecho de Selene.
Morir. Iba a…
Kadar dio un salto para interponerse, tirando a Selene al suelo.
La espada penetró en su pecho.
– ¡No!
Balkir arrancó la espada y Kadar cayó al suelo. Selene vio salir un chorro de sangre de la herida. Cayó de rodillas junto a él.
– Oh, Dios mío, por favor…
Kadar tenía los ojos abiertos.
– Corre…
– No. -Un torrente de lágrimas surcaba sus mejillas-. No hables. Estás herido…
– Corre. -Sus ojos se cerraron y se desplomó sobre su costado.
¿Muerto?
La desesperación le partió el alma. Le acunaba entre sus brazos, meciéndole como a un niño.
– Aléjate de él -dijo Balkir.
Ella apenas podía oírlo.
Él dio un paso amenazante hacia ella.
– He dicho que te alejes de ese…
– Por Alá, ¿qué has hecho, Balkir? -Nasim se acercaba hacia ellos a zancadas desde las tiendas.
Balkir pareció encogerse.
– Estaban intentando escapar. Dijiste que mataríamos a la mujer si él nos traicionaba.
– Estúpido torpe, no te dije nada de matar a Kadar.
– Se plantó delante de mi espada.
Nasim se arrodilló junto a Kadar.
Selene se aferró aún más a él.
– No lo toques -dijo con fiereza.
El la ignoró mientras examinaba la herida causada por la espada.
– Todavía no está muerto, pero es una herida mortal. -Fulminó con la mirada a Balkir-. No pasará de esta noche.
– Se puso delante de mi espada -repitió Balkir.
– Déjanos en paz -dijo Selene-. No morirá. No lo dejaré morir.
– Nadie puede salvarlo. Está herido de muerte -dijo Nasim-. Nos ha engañado a los dos, a Tarik y a mí. -De repente se quedó parado-. O quizá no. -Se volvió hacia Balkir-: Prepara una camilla y acuéstalo en ella. Con cuidado. Que tu torpeza no lo mate demasiado deprisa. Se lo devolveremos a Tarik.
Balkir salió disparado.
Nasim se volvió hada Selene.
– Ve con él. Tarik puede curarlo si quiere. Convéncelo para que use sus poderes. -Se dio la vuelta y siguió los pasos de Balkir sin siquiera mirar otra vez a Kadar.
Tarik podía curarlo. Se aferraba desesperadamente a esa última esperanza que Nasim le había otorgado. Kadar no tenía por qué morir. Tarik lo ayudaría.
Dios santo, Kadar estaba tan quieto… Parecía imposible que no estuviera muerto todavía.
Selene se aferró a él aún más mientras le mecía entre sus brazos.
Vive, Kadar… Hasta que pueda llevarte hasta Tarik, vive.
CAPÍTULO 10
Tarik salió a su encuentro mientras atravesaban las puertas.
– ¡Por todos los dioses! -El rostro de Tarik se torció de dolor cuando vio a Kadar tendido en la camilla en mitad del patio-. ¿Qué ha sucedido?
– Él me salvó -dijo Selene-. No va a morir por haberme salvado. ¿Me oyes? No puede morir.
Tarik se inclinó para examinar la herida.
– Acércame esa antorcha -ordenó a un soldado que estaba a pocos pasos detrás de él.
La luz de la antorcha parpadeó sobre el pálido rostro de Kadar. Tarik retiró suavemente la tela de lino que cubría la herida. Cerró los ojos por un momento cuando vio el agujero abierto.
– Una herida de muerte.
Las mismas palabras que Nasim había pronunciado.
– No es una herida mortal. -Selene lo miró fijamente-. Deja de decir eso.
Tarik le acarició el cabello con suavidad.
– Niña, se está muriendo.
Se sacudió sus caricias.
– Entonces haz algo. O dime qué puedo hacer. Nasim dijo que podrías curarlo. Hazlo.
Él se puso rígido.
– ¿Nasim dijo eso?
– Dijo que tenías el poder para sanar.
– Maldito sea.
– Si tienes algún poder, tienes que curar a Kadar.
– No soy un hechicero. -Frunció el ceño-. A Nasim no le importa Kadar. Es una prueba, y no le permitiré que me manipule para hacer lo que él desea.
– No me digas eso. -Los ojos centelleaban en su pálido rostro-. Kadar no es un campo de batalla para que vosotros dos midáis vuestras fuerzas. Él es un hombre, un hombre mucho mejor que ninguno de vosotros. No me importa si usas la brujería o la oración. No me importa mientras lo cures.
Su expresión era hermética.
– Sí que importa. Más de lo que te imaginas.
Selene se percató de que no iba a prestarles su ayuda.
Iba a dejar que Kadar muriera. Cerró los ojos mientras la invadían oleadas de dolor.
– Por favor -susurró-. Haré lo que me pidas durante el resto de mi vida. ¿Quieres una esclava? Seré tu esclava.
Pero sálvalo.
– Selene…
Cuando abrió los ojos apenas pudo verla con claridad, las lágrimas se lo impedían.
– Respóndeme. ¿Puedes salvarlo?
Permaneció en silencio unos instantes antes de decir:
– Es posible. Tengo algunos conocimientos de medicina.
– Entonces utilízalos,
– Está demasiado enfermo para dar su consentimiento, no podré ayudarlo.
– ¿Qué tendrá eso que ver? Yo daré mi consentimiento. Yo asumiré la responsabilidad.
– La responsabilidad puede ser una terrible carga. Hay que considerar cuidadosamente que…
– Deja ya de hablar -dijo procurando mantener la voz calmada-. Está aquí tendido muriéndose. Puede irse en cualquier momento.
Se quedó mirándola. Luego dio media vuelta.
– Llevadlos a sus aposentos y metedlo en la cama. Me reuniré con vosotros enseguida.
Vio una luz de esperanza. Se puso en pie como pudo, pero sin soltar la mano de Kadar mientras los soldados levantaban la camilla.
– Resiste. Te pondrás bien -susurró-. ¿Me oyes, Kadar? Ahora tenemos una oportunidad.
Estaba arrodillada junto al lecho de Kadar cuando Tarik entró en la habitación con una bolsa de cuero negro.
– ¿Dónde has estado? Has tardado casi una hora.
– Tienes suerte de que esté aquí. No estoy muy convencido de que mi interferencia sea lo correcto. -Abrió la bolsa y puso dos botellitas sobre la mesilla-. Quizá Dios haya dispuesto que Kadar muera esta noche.
– No.
– Puede que muera. Es posible que sea demasiado tarde para salvarlo. -Apuntó hacia la botellita azul-. Haz que trague hasta la última gota del contenido de este vial. Le arreglará el estómago. -Tiró del cordón de la bolsa-. Como te he dicho, puede que aun así muera. La medicina es muy fuerte y apenas respira.
– ¿Cuándo lo sabré?
– Si aún sigue vivo antes del amanecer, tendrá alguna oportunidad. -Le dio la espalda y abandonó la estancia.
Al alba. Por lo menos faltaban cuatro horas para que empezara a clarear. Tarik no esperaba que Kadar sobreviviera para ver el nuevo día.
Viviría.
Le quitó el tapón a la botellita azul. Un vial muy pequeño para contener todas sus esperanzas. Le temblaba la mano al acercársela a los labios de Kadar.
Le separó los labios y le vertió una pequeña cantidad en la boca, después le acarició la garganta hasta que se lo hubo tragado. Repitió la operación tres veces hasta vaciar la botella. Puso el vial vacío en la mesilla. Una hora más y le daría la poción que le aliviaría el estómago.
Si es que vivía lo suficiente.
Se arrodilló de nuevo en el suelo junto a su lecho y colocó la mejilla en su mano.
– Ayúdame, Kadar -susurró-. Hemos estado juntos mucho tiempo. No creo que pueda vivir si tú mueres.
Él no se movió. Estaba tan quieto que daba la sensación de estar muerto.
Ella se estremeció y procuró bloquear ese horrible pensamiento. No debía pensar en la muerte, sino en la vida.
La medicina de Tarik lo curaría.
Ojalá aguantase hasta el amanecer.
El alba llegó y pasó. El mediodía llegó y pasó.
Kadar vivía pero permanecía envuelto en ese mortífero sopor.
Se acercaba el anochecer cuando Tarik volvió a la habitación.
– ¿Todavía vive? -Se acercó al lecho y examinó la herida-. No hay úlcera. A lo mejor está empezando a curarse.
– No se despertará. Necesito darle más medicina.
Tarik negó con la cabeza.
– Es demasiado fuerte. En estos casos no es raro un sueño profundo. Despertará cuando esté listo.
– ¿Pero vivirá?
Tarik asintió.
– Sin duda.
La alegría y el alivio renacieron en ella con vigorosa fuerza.
– Gracias a Dios.
– Quizá. -Le dio la espalda para marcharse- Enviaré a Haroun para que te ayude. Necesitarás de sus servidos cuando Kadar se despierte. Volveré mañana para ver cómo sigue la herida. -La miró por encima del hombro-. Y duerme algo. Tienes un aspecto peor que el suyo.
– Dormiré cuando se despierte.
– Podrían pasar días. -Ella no respondió y él se encogió de hombros, sonriendo débilmente-. Haz lo que quieras. Supongo que unos días sin sueño no te harán daño.
Ella forzó una sonrisa.
– Si es así, puedes darme un poco de tu magnífica medicina.
Su sonrisa se desvaneció.
– No, no interferiré de nuevo. Si te haces daño, tendrás que curarte tú misma.
Puso los ojos en el vial vacío sobre la mesa.
– ¿Es una pócima de hechicero?
– Pensé que no te importaba, mientras salvara a Kadar.
– Y no me importa. Solo quería saberlo.
– No es una pócima de hechicero. No tengo poderes mágicos. De joven trabajé en una casa donde se utilizaban este tipo de medicinas ocasionalmente.
– Pero dijiste que Nasim te había enviado a Kadar como una prueba. Está firmemente convencido de que tienes poderes mágicos.
– ¿En serio?
– Sabes que sí.
– Lo que sé es que cuestiona todo y a todos. ¿Crees en la magia, Selene?
– No lo sé. He visto cosas extrañas. -Enderezó los hombros-. No importa. Si la magia cura a Kadar, no puede ser mala.
Él sonrió entre dientes.
– Siempre con la mente clara y práctica. Utilizarías al mismísimo diablo si te conviniera.
– ¿Por qué no? -Se volvió hacia Kadar-. Necesitaré un caldo reconstituyente para alimentarlo. ¿Mandarás que me lo traigan?
– ¿Puedo retirarme? -Denotaba un cierto regocijo en su tono de voz-. Sí, me encargaré de ello, Selene.
Kadar se despertó poco antes del amanecer del día siguiente. Dormía profundamente y de repente lo encontró mirándola, completamente despierto.
– ¿Qué ocurre? Tienes un aspecto deplorable. ¿Estás enferma? -susurró.
– No, el enfermo eres tú. -Procuró dominar la alegría que se le disparó por todo el cuerpo. Estaba vivo. Volvía a estar con ella-. ¿No te acuerdas?
Pensó durante un instante.
– Balkir.
Ella asintió.
– ¿Hace cuánto tiempo?
– Éste es el segundo amanecer. -Se estremeció-. Ha sido una herida terrible. Todos pensaban que morirías, pero Tarik te ha salvado.
– ¿Cómo?
– Tenía una poción medicinal que te ha hecho sanar.
– ¿Y cómo es que estoy aquí de vuelta?
– Nasim mandó traerte aquí. Afirmó que Tarik podría salvarte.
– Interesante. ¿Qué más…?
– Silencio, Debes ahorrar fuerzas.
– No me siento débil. Me siento más fuerte a cada momento.
– Vaya, no estás débil en absoluto. Por eso llevas durmiendo como un tronco todo este tiempo.
– Si estoy enfermo, deberías apiadarte de mí y abstenerte de aguijonearme con tu lengua de serpiente. Podrías hacerme recaer.
¿Estaría diciendo la verdad? Por Dios bendito, no tenía intención de…
– No me mires así. Estaba bromeando.
– Una broma muy burda -dijo ella vacilante.
El extendió su mano y le acarició suavemente la delicada piel bajo los ojos.
– Ojeras. Te has marchitado y demacrado como una andana. Cualquiera se enfermaría al ver esa cara.
– Zoquete desagradecido.
– Ve y descansa. Necesito que me atienda alguien más agradable de contemplar y que sepa apreciar mejor mi sentido del humor.
Se puso en pie.
– Entonces no seguiré malgastando mi tiempo contigo. Enviaré a Haroun para que atienda tus necesidades.
– Que sea durante el próximo día y su noche. Después te habrás recuperado lo suficiente como para que yo pueda tolerarte.
– ¿Tendré yo que tolerar tus insultos? Eres un necio, nunca debería haber sufrido y trabajado para mantener tu cadáver con vida. Yo no te pedí que te pusieras delante de la espada de Balkir.
– No me quedó otro remedio. -Cerró los ojos-. Pero en este momento siento unas punzadas de arrepentimiento. Este agujero en mi pecho debe ser tan grande como una madriguera.
Ella frunció el ceño con preocupación,
– ¿Te duele?
– Quizá -dijo abriendo un ojo y sonriendo con malicia-, o a lo mejor es que no veo otra manera de retenerte a mi lado. No puedes atacar a un hombre en tan lamentable estado.
– Podría -replicó dirigiéndose hacia la puerta-, y lo haré si no te comportas como es debido.
– Procuraré hacerlo.
Su voz no era más que un hilo, y ella miró hacia atrás con pánico renovado. Parecía estar muy débil y pálido. Había estado muy cerca de la muerte, y ese espectro podría estar todavía cerniéndose sobre él.
– Balkir casi te mata. Los dos nos equivocamos con él.
– Sabía que podría ser peligroso si se sentía acorralado.
– Y sin embargo querías que viniera con nosotros. Dijiste que lo habrías requerido.
– Prefería tenerlo cerca.
– ¿Por qué?
– Tenía que pagar por lo que hizo en Montdhu -respondió sin siquiera abrir los ojos-. Te hizo daño…
Tarik se encontraba junto a él cuando Kadar se despertó de nuevo.
– Así que has sobrevivido -dijo Tarik-. No estaba seguro de que lo hicieras.
– Pareces decepcionado.
– No estoy decepcionado. Simplemente no me gusta interferir cuando la muerte llama a la puerta.
– Entonces no deberías haberme ayudado a vivir.
Tarik hizo una mueca.
– No tuve más remedio. Selene me habría cortado el cuello si no hubiera encontrado el modo de mantenerte con vida. Puede llegar a ponerse muy agresiva.
– ¿Es la única razón por la que me salvaste?
– Puede que sí, puede que no. Prefiero no examinar mis motivos. ¿Cómo te sientes?
– Bastante bien.
– ¿Te duele algo?
– Sí. ¿Me puedes dar alguna poción que me alivie?
– No, tienes que aguantarte. No tengo ninguna poción para prevenir el dolor de la curación. Además, ya he hecho demasiado. Seguramente llegará a los oídos de Nasim que aún estás vivo y que me he servido de algún truco de hechicero para conseguirlo.
– ¿Y lo has hecho?
– ¿Tú también? -exclamó con un suspiro-. No soy un hechicero, y deberíamos convencer a Nasim de esta verdad. Ahora estará más seguro que nunca de que mi tesoro proporciona poder y no tengo ningún deseo de pelear con él en este momento.
– Se irá si le das el cofre de oro. -Kadar hizo una pausa-. Y el grial que contiene.
Tarik sonrió.
– Pero entonces no tendrías motivos para permanecer aquí y me quedaría desolado sin el placer de vuestra compañía. No, creo que tendremos que pensar en otra treta para deshacernos de Nasim.
– ¿Nosotros? Vine aquí cumpliendo una misión suya.
– ¿Pero no crees que una espada atravesada en tu pecho te libera de cualquier promesa que hayas podido hacerle? Este hecho haría cambiar de opinión incluso a alguien tan terco como tú. -Se dio la vuelta para marcharse-. Piensa en ello. Volveré mañana para comprobar tus progresos. Me parece que vas a sanar rápido, pero nunca se sabe con un pecho herido.
Al cabo de una semana, Kadar estaba suficientemente bien como para sentarse en la cama. Al cabo de unos días más ya estaba dando paseos por la habitación. Al final de la segunda semana merodeaba como un tigre y daba pruebas de lo imposible.
– Siéntate -ordenó Selene-. Nunca he visto un hombre tan estúpido. ¿Y si se te abre la herida?
– Se está curando bien. No creo que haya ningún peligro. -Hizo una pausa y luego dijo con indecisión-: Me parece que hoy bajaré al patio.
– Ni se te ocurra. -Lo empujó para que se sentara de nuevo-. Tu impaciencia no va a estropear todos mis esfuerzos por ponerte bien.
– ¿Te está dando problemas? -Tarik se encontraba en el umbral de la puerta-. En ese caso podríamos tirarlo por las almenas para que Nasim lo recoja.
– ¿Estás seguro de que Nasim está aquí todavía? -quiso saber Kadar.
– Desde luego, por lo que sé está aún esperando como una cobra hambrienta tras el rastro de un platillo de leche. -Avanzó irnos pasos-. Siempre me han dado miedo las cobras. Cuando era niño, no era raro despertarse y ver una serpiente deslizándose por el suelo de la choza. Aprendí a no dejar nada que pudiera atraerlas.
– No aprendiste bien la lección.
Tarik rió entre dientes.
– ¿Te estás refiriendo a mi tesoro? Siempre se debe sopesar la amenaza con el valor. Algún día quizá llegue a la conclusión de que la amenaza es mayor que el premio, pero esa hora aún no ha llegado. Además, el tesoro podría no ser el único platillo de leche que Nasim está deseando. Creo que lo que tiene es curiosidad.
– ¿Por saber cómo Kadar ha logrado sobrevivir? -preguntó Selene.
– Exacto. -Retiró el vendaje y examinó la herida-. No es muy bonita, pero no creo que tengas que preocuparte más por él, Selene. Déjalo que siga su camino.
Sintió una especie de pérdida, pero lo ocultó rápidamente.
– Bien. No tengo por qué soportar más ninguna de sus tonterías, Ha sido un auténtico fastidio.
Kadar sonrió con complicidad.
– ¿Eso es lo que he sido para ti?
Ella lo ignoró y se dirigió hacia Tarik.
– ¿Atacará Nasim?
Tarik se encogió de hombros.
– ¿Quién sabe lo que hará Nasim? Todavía no ha atacado.
A lo mejor está vigilando y esperando el momento oportuno.
– ¿Y te conformas con quedarte aquí y dejarlo que lo haga?
– ¿Qué otra cosa sugieres?
– No me importa lo que hagas. Simplemente déjanos marchar. Kadar aún está débil, y nosotros no tenemos nada que ver con lo que pueda haber entre Nasim y tú. Me escapé una vez de aquí y podría haber evitado a los hombres de Balkir. Podremos saltar la muralla de nuevo.
– Qué firmeza tan admirable posees -alabó Tarik-. Ignoras todo excepto lo que te interesa proteger. Me temo que no es tan simple. -Desvió la mirada hacia Kadar-. ¿Me equivoco?
Kadar lo miró a los ojos.
– Su plan no es tan malo.
Selene se dio cuenta con frustración de que la estaban liquidando. Por la mirada que intercambiaron dedujo que había entendimiento entre ellos y algo más que no supo cómo definir.
– ¿Entonces os iréis? -preguntó Tarik.
– Todavía no he terminado lo que vine a hacer.
– Has estado a punto de perder la vida. Balkir casi te saca el corazón -le recordó Selene con crudeza-. ¿Quieres quedarte aquí y que te ocurra lo mismo otra vez?
– No volverá a ocurrir -aseguró Tarik. -Me he metido en un gran problema al mantenerlo con vida, y no me gusta desperdiciar ningún esfuerzo. Ahora considero mi deber guardar a Kadar.
– No puedes estar seguro de que no ocurrirá de nuevo.
– Lo único que sé es que tiene más oportunidades bajo mis cuidados que bajo los tuyos. -Añadió con rotundidad-: Ambos sabemos que nunca lo habrían herido si tú no hubieras abandonado el castillo.
Eso fue como si la hubiera golpeado.
– Tarik -dijo Kadar en tono de advertencia.
– No deseo herirla, pero no he dicho ninguna mentira.
– Fue decisión mía ir a buscarla.
– Deja de defenderme. -Selene tragó saliva para suavizar la garganta reseca-. Tiene razón. Fue culpa mía. Pero eso no significa…-Las caras se volvieron borrosas. No podía continuar en esta habitación sin romper a llorar como una niña-. Tengo que marcharme. Necesito… he olvidado…
Salió corriendo de allí en dirección al salón.
Estaba ya en la escalera cuando sintió una mano en el hombro.
– Detente -pidió Tarik-. No puedo bajar esas escaleras tras de ti sin caerme rodando. ¿No te apiadarías de un pobre viejo lisiado?
Ella ni siquiera lo miró.
– No, tú no necesitas mi piedad. Incluso lisiado, puedes mantener a salvo a Kadar mejor que yo. Tenías razón. Fue culpa mía que…
– Ya está bien. Yo también me siento bastante culpable. Los dos sabemos que utilicé aquellas duras palabras con el propósito de hacer las cosas a mi manera.
– Palabras verdaderas.
– Verdaderas pero crueles. Ahora date la vuelta y déjame ver si mis palabras te han aliviado.
Se dio la vuelta despacio y se puso frente a él.
– ¿Por eso has venido tras de mí?
– En parte. Te he tomado mucho afecto. No me gusta verte sufrir.
Sus palabras parecían sinceras y su expresión era la más amable que había visto nunca en él.
– De todas formas lo hiciste deliberadamente.
– No por mi voluntad. Nunca te haría daño a sabiendas, Selene.
Su tono tenía una nota de tristeza y finalidad que la hicieron desconfiar.
– Dijiste que calmarme era solamente parte del motivo por el que me has seguido.
Asintió.
– Habla.
– Quiero que abandones el castillo. Te proporcionaré un guardia, oro y una manera de salir de aquí bastante más segura que la que elegiste la otra vez. Hay un túnel bajo las mazmorras que termina en el bosque a varias leguas de aquí. Haroun y tú podríais llegar a Escocia antes que las tormentas invernales.
– Haroun y yo -repitió lentamente-. Kadar no.
– Kadar se queda aquí.
– No me iré sin él.
– Estará muy seguro. Una vez que tú estés a salvo lejos de aquí, lo sacaré de la misma manera.
– ¿Entonces por qué no le permites que venga conmigo?
Hizo un gesto negativo.
– ¿Por qué?
– Me hiciste una promesa. Juraste hacer cualquier cosa que te pidiera si salvaba la vida de Kadar. Lo he salvado. Ahora te pido que cumplas tu palabra.
– Yo no soy Kadar, que obedece las promesas a ciegas. ¿Crees que voy a permitir que maten a Kadar por cumplir alguna misión que tú le encomiendes?
– ¿Preferirías que lo mataran por protegerte?
Sintió una punzada de dolor.
– Eso no es justo. No tendría por qué pasar otra vez.
– Ojalá pudiera creerte. Pero no puedo. El no estará seguro hasta que tú estés a salvo de vuelta en Montdhu.
– Te lo dije, nada le habría sucedido si todo hubiera ido de acuerdo a mis planes. Ignoraba que Nasim vendría a…
– Cierto, pero las circunstancias rara vez pueden manipularse. Las cosas salen mal y todo el mundo tiene su punto débil. Tú eres el de Kadar.
– Yo no soy el punto débil de nadie -dijo erizándose-. Y desde luego no el de Kadar.
– Casi pierde la vida por ti. Y lo haría de nuevo sin dudarlo. Nasim lo sabe igual que yo. Tengo que quitarte de en medio. En este momento no puedo permitirme tenerlo amenazado ni distraído. -Hizo una pausa-. Estoy diciendo la verdad. Y lo sabes. Eres un peligro para él. Admítelo, Selene.
Pero ella se negaba a admitirlo. Quería rebatirle, decirle… ¿qué? Tenía razón. Casi había causado la muerte de Kadar. Nasim la había utilizado antes e intentaría utilizarla de nuevo.
Notó cómo las lágrimas le escocían en los ojos y se dio la vuelta precipitadamente.
– ¿Cuándo quieres que me marche?
– Esta noche. Cuanto antes, mejor.
– No. Kadar no está bien del todo. Todavía me necesita.
Tarik negó con la cabeza.
Ella levantó la cara e intentó sonreír.
– Está bien, me iré. De todas formas pensaba dejarlo. Era solamente una cuestión de tiempo. -Tenía la voz temblorosa y pugnaba por darle firmeza-. Y no me mires como si hubiera sido la única que lo ha herido. Estoy bien. Es exactamente lo que quería hacer.
– ¿En serio?
– Por supuesto que sí -dijo dándose la vuelta-; Estaré lista para partir después de darle la cena a Kadar esta noche. -Se volvió para mirarlo y dijo con valentía-: Pero estás mintiendo. Si le ocurre algo por tu culpa, volveré y te arrancaré el corazón.
– No le pasará nada -dijo él suavemente-. Te lo prometo, Selene. Deseo que esté bien y a salvo tanto como tú.
Le creía. Lo decía en serio. Pero eso no significaba que consiguiera proteger a Kadar.
– ¿Cuándo lo sacarás de aquí?
– Mañana por la noche. Cuando tú estés a salvo.
– ¿Tienes algún lugar seguro donde esconderlo de Nasim hasta que se recupere?
– Lo tengo -respondió-. Sé que te es difícil dejarlo marchar, pero es por el…
– No es difícil. Simplemente no me parece prudente que después de lo que he luchado por su vida vengas tú a ponerla en peligro otra vez. -Empezó a bajar hacia el salón-. Ahora volveré con él. Haz tus preparativos.
– Así lo haré. -Le siguieron sus palabras-: Una cosa más. No le digas palabras de amor. No tiene que ser un adiós dulce. No debe seguirte.
– Yo no lo amo… -No logró terminar. Ella sí amaba a Kadar. Siempre lo había amado y, con la ayuda de Dios, seguramente siempre lo amaría. Le habían sucedido muchas cosas como para seguir negándolo. Se había protegido contra el temor de que algún día la dejara, y mira dónde la había llevado-. No importa si lo amo o no. Lo estoy haciendo porque es lo mejor para él. No cambia nada.
– Puede cambiarlo todo. Pero no debe ser así en este caso. Estás mejor lejos de él.
Lejos. Separada. Sintió una oleada de soledad.
– Estoy de acuerdo, pero no porque tú lo digas. -Sentía su mirada en la espalda mientras se apresuraba por el pasillo.
Kadar dejó de mirar por la ventana cuando ella entró en su aposento. La miró fijamente, como examinándola.
– ¿Estás bien?
– ¿Por qué no habría de estarlo? ¿Crees que unas cuantas palabras hirientes pueden hacerme daño? -Abrió la cama-. Es hora de que duermas la siesta. Hoy ya llevas mucho tiempo levantado.
– Tarik no debería haber dicho eso. Fue decisión mía. El fallo fue mío.
– Por supuesto que lo fue. Yo no podía pensar con claridad. Me di cuenta inmediatamente, en cuanto reflexioné sobre ello. -Le hizo un gesto señalando la cama-. Ahora ven y acuéstate. Tarik cree que estás bien, pero yo no lo creo.
Él dudó, luego atravesó la estancia y se sentó en el borde de la cama.
– En realidad no necesito descansar. Últimamente no he hecho otra cosa.
Lo obligó a recostarse y lo arropó con la sábana.
– Deja de hablar y cierra los ojos.
– No me voy a dormir.
– Cierra los ojos,
– Entonces no podré verte. No querrás privarme de mi único placer, ¿verdad?
Él sonreía intentando convencerla y ella no pudo resistirse. No sabía cuándo volvería a ver esa sonrisa de nuevo.
Quizá nunca. Se sentó en un taburete junto a la cama.
– Haz lo que quieras. Ya te he dicho lo que es bueno para ti.
– Tú eres buena para mí -dijo guiñándole un ojo-. Y si te metieras en la cama conmigo, te enseñaría cómo puedes curar todos mis males.
Ella estuvo tentada. No por la pasión que sabía podría surgir, sino por estar cerca de él una vez más. ¿En qué estaba pensando? Solamente haría la agonía de su partida más intensa. Allí, sentada junto a él, percibía cada matiz de su voz, cada cambio en su expresión.
– ¿No? -suspiró-. Pensé que las palabras de Tarik te habrían inspirado suficiente culpabilidad como para Saquear. Parece que ha pasado un siglo desde que estuvimos por última vez en la torre.
– Me dijiste que no debía sentirme culpable.
– ¿Pero cuándo me has escuchado?
– Cuando hablas con sensatez en lugar de decir tonterías.
– Ah, entonces admites que no soy del todo estúpido.
– No por completo. -Notó que su voz empezaba a fallar y decidió cortar la conversación-. Solo cuando hablas y deberías estar durmiendo. No voy a consentir tu insensatez.
– Algo falla -dijo estudiando su rostro-. ¡Dios, qué cansada pareces! Descansa. No vengas mañana a cuidarme.
Ella asintió despacio. Quería seguir mirándolo, pero desvió la mirada. El siempre veía demasiado. No debía ver nada más que el cansancio.
No debía ver el dolor.
– Sujeta la antorcha un poco más alto. -Selene se agarraba a la pared mientras bajaba con cuidado los peldaños de piedra-. No se ve absolutamente nada y los escalones están resbaladizos. ¿Quieres que baje la escalera rodando?
– Deja de quejarte. El lisiado soy yo, no tú-. Tarik sostuvo la antorcha más alto-. No falta mucho. La puerta del túnel está justo después de estas escaleras.
– ¿Estás seguro de que Haroun estará esperándome en el bosque?
– Ya te lo he dicho, lo envié a él junto a uno de mis hombre, Antonio, esta tarde para que pudieran ir a buscar caballos al pueblo. -Se detuvo al final de la escalera y giró para mirarla-. Deja de hacerme preguntas, Selene. Sabes que esto no es una trampa.
– ¿Cómo puedo saberlo?
Él sonrió.
– Porque confías en mí.
– ¿Y por eso me escapé? -preguntó ella con sarcasmo.
– No, huiste porque yo fui lo suficientemente necio como para pensar que podía alterar el destino asustándote para que reaccionaras.
Ella abrió los ojos.
– ¿Me estás diciendo que querías que fuera al campamento de Balkir?
El se encogió de hombros.
– Puede que sí. Soy humano. He estado titubeando desde que Kadar y tú habéis entrado en mi vida. Mis motivos a veces se han alterado por las emociones. -Abrió con dificultad la pesada puerta de hierro-. Esto no ha cambiado la situación. El destino rara vez permite que el camino elegido se desvíe.
Ella estaba tensa intentando escudriñar en la oscuridad.
– Estarás segura. No hay nada en ese túnel excepto algunas ratas. -Tarik le dio la antorcha-. Dentro de una semana estarás en Génova, a bordo de un barco rumbo a Escocia. Le he dado a Antonio una nota para el capitán de mi barco. Zarpará de inmediato.
– ¿Qué pasará con Kadar?
– Iremos a Roma y allí nos perderemos entre la multitud.
– ¿Ese es tu magnífico escondite?
Negó con la cabeza.
– Simplemente la primera parada.
– Tendrás que mantenerlo… -Su voz se entrecortó cuando sus ojos se encontraron con los de él.
¿En qué estaba pensando? Él era un enigma. Nunca había confiado por completo en Tarik, incluso en los momentos más íntimos. Pero hablar de ello ahora era inútil. Ya había tomado su decisión, y estaba todo dicho.
– No sé por qué tendría que fiarme de ti, pero me fío. Ni se te ocurra traicionamos.
Se adentró en la oscuridad del túnel.
CAPÍTULO 11
– Pareces tremendamente aburrido esta tarde -comentó Tarik al entrar en la habitación de Kadar-. ¿Qué haces otra vez metido en la cama? ¿Te encuentras mal?
Kadar se encogió de hombros.
– Estoy bien. Selene necesita descansar. Le dije que no viniera hoy, pero puede que venga de todas formas. Si me ve en la cama, podré convencerla de que no necesita estar encima todo el tiempo.
Tarik no dijo nada por el momento.
– Bien pensado. -Cambió de tema-: He venido para decirte que vamos a tener visita. Nasim ha enviado un mensajero diciendo que quiere verte.
– ¿Y vas a permitirlo?
– Siento un cierto placer malicioso en satisfacer su curiosidad. Además, tengo mis razones para mantener su mente ocupada.
– ¿Y qué razones son esas?
– Nasim estará dentro de la fortaleza en cualquier momento. -Se volvió hacia la puerta-. ¿Por qué no bajas y lo recibes en el gran salón?
Kadar hizo una mueca.
– A Selene no le gustaría que abandonara mi aposento. Me lo haría pagar caro.
– No creo que eso sea un problema. Hoy no la he visto.
Entonces será que se ha quedado en la cama, como le dije, pensó Kadar con repentina ansiedad. Debía de estar aún más agotada de lo que imaginaba. Cuando se fuera Nasim, pasaría por su habitación para ver si…
– Bueno, ¿vienes?
– Sí -dijo retirando las sábanas e incorporándose-. Ve a darle la bienvenida. Enseguida bajo.
Nasim y Tarik estaban entrando por la puerta principal en el momento en que Kadar llegaba al pie de las escaleras.
Nasim examinó el rostro de Kadar con una mirada de disgusto.
– Pareces más débil que un bebé recién nacido.
– Yo también te doy los buenos días, Nasim -dijo Kadar.
– Creía que habías dicho que estaba recuperándose bien, Tarik.
– Tan bien como cualquiera, considerando la gravedad de su herida -replicó Tarik-. Al contrario de lo que piensas, no puedo hacer milagros.
– ¿Seguro que no puedes? -preguntó, desconfiado, entrecerrando los ojos y mirando fijamente a Tarik-. Nunca he visto sobrevivir a ningún hombre con una herida tan profunda. Ha sido un milagro.
– Kadar es muy fuerte.
– Ningún hombre es tan fuerte. Ha sido brujería. El grial te dio el poder.
Tarik lo miró con expresión inocente.
– ¿Qué grial?
Nasim se volvió hacia Kadar.
– Ya que estás bien, harás lo que te ordené.
Kadar arqueó las cejas.
– ¿No crees que la espada que me clavó Balkir terminó con mi obligación?
– Eso no fue por mí voluntad. -Señaló hada Tarik-. Lucharás contra su magia y volverás conmigo.
– No es un hechicero.
– ¿No? -Nasim sonrió de manera lúgubre-. Pregúntale por las circunstancias de nuestro primer encuentro.
– Por lo que recuerdo, no fue un encuentro inusual. -Tarik hizo como que pensaba-. ¿Atraje rayos del cielo?
– Por Alá, no te reirás de mí -advirtió Nasim con la mirada encendida-. Conseguiré tu magia, Tarik. Y luego tendré tu cabeza.
– ¿En serio?
Nasim se dio la vuelta.
– He venido a ver lo que he venido a ver. Harás lo que te pido, Kadar, o sufrirás por… -De repente se quedó callado antes de alcanzar la puerta-. Por cierto, ¿dónde está la mujer?
Kadar se puso rígido.
Nasim se volvió para verle la cara.
– ¿Dónde está?
– ¿Por qué lo preguntas? Según tú las mujeres no tienen sitio entre los asuntos de hombres.
– Pero ella es una mujer muy entrometida, y tú se lo permites. Me parece muy extraño que no esté aquí.
Tarik se apresuró a decir:
– Estaba exhausta de cuidar a Kadar y no hemos creído conveniente informarle de tu visita.
Nasim lo estudió durante unos instantes en silencio,
– Aun así me parece raro.
Tarik lo miró con el ceño fruncido mientras abandonaba la estancia.
– Mala suerte. Esperaba que no notara su ausencia.
– ¿Por qué?
– Es un hombre muy inteligente. Puede que esto lo haga pensar.
– Deja de hablar con rodeos. -Kadar se acercó a él-. ¿Por qué estás tan preocupado por su comentario sobre Selene?
– Porque ella ya no está aquí.
Kadar se quedó helado.
– ¿Qué?
– Haroun y ella se marcharon anoche. Ya deberían estar de camino al barco que los llevará de vuelta a Escocia.
– ¿Dónde está atracado el barco?
Tarik se negó a contestar.
– Esta vez no la seguirás, Kadar.
– No me vas a… -Kadar intentó reprimir la ira que lo invadía por momentos-. Maldito seas, ¿dónde está?
– Más segura de lo que estaba aquí -respondió Tarik-. Está con Haroun y mi mejor hombre, Antonio, para escoltarla. Antonio tiene instrucciones de reunirse con nosotros en Roma e informarnos de si está a salvo y en camino, tan pronto como embarque.
– ¿Roma?
– Este lugar ya no es seguro para ninguno de los dos. No podemos contar con que Nasim nos espere eternamente ahí fuera.
Kadar estaba maldiciendo.
– ¿Por qué estás tan afectado? Una vez me pediste que la sacara de aquí.
– Entonces era diferente. No deberías haberlo hecho. No con Nasim esperando al otro lado de las puertas para abalanzarse sobre ella. No sin decírmelo.
– No la he secuestrado. Ella lo ha decidido así. Sabía que era lo mejor. -Miró a Kadar a los ojos-. Y tú también. Ella está más segura en Montdhu. Ya has oído a Nasim. Mientras estuviera a su alcance, intentaría utilizarla en tu contra.
– No tienes derecho. Ella es mía.
– Piénsalo.
Kadar no quería pensar. Quería estrangular a Tarik.
– Yo la habría puesto a salvo. La hubiera llevado a…
– Y habrías tenido a Nasim pisándote los talones. Eso la habría puesto en una situación aún más peligrosa. Mi plan es mejor. Os mantendrá vivos a los dos. -Movió la cabeza al ver la expresión de Kadar-. Estás demasiado furioso como para ver las cosas con claridad. Vendré a verte cuando hayas tenido la oportunidad de calmarte.
– No me voy a calmar en lo concerniente a Selene -dijo salvajemente-. No somos piezas de ajedrez que puedas mover a tu antojo.
– Si lo fuerais, mi parte sería mucho más fácil -suspiró-. Ambos sois muy difíciles. Selene confió en mí. ¿No puedes hacer tú lo mismo?
Kadar no respondió.
– He ultimado los preparativos para que abandonemos el castillo esta noche, después de las doce. Ven a mis aposentos. Y, por favor, estate preparado.
Kadar pronunció una blasfemia.
Tarik se encogió de hombros e inició el ascenso de la escalera.
– Más tarde.
Kadar apretó los puños mientras lo veía marchar. Se sentía impotente, furioso y aterrorizado.
Selene.
Siempre había sabido dónde estaba, siempre había sido capaz de llegar a ella y protegerla, desde que se habían conocido cuando ella era tan solo una niña. Ahora estaba sola. No importaba que Tarik hubiera hecho lo que Kadar seguramente habría hecho en su lugar. No tenía derecho. Tendría que habérselo dicho. Debería haber permitido que Kadar fuese con ella y que él mismo la embarcara.
Y Nasim los habría seguido.
De todas formas, Tarik no tenía derecho. Kadar no le permitiría…
Estaba permitiendo que la ira hiciera pedazos su control y no lo dejara pensar. Eso era peligroso. Si había aprendido algo con los años, era que solo los estúpidos dejaban que la furia controlase sus emociones.
Selene se encontraba ahí fuera y él no podía protegerla.
Respiró profundamente. Tarik lo había impulsado a pensar. Pensaría.
Pero dudaba que a Tarik le importasen los resultados de sus consideraciones.
Era casi medianoche cuando Kadar entró a zancadas en los aposentos de Tarik.
Tarik estaba sentado tranquilamente en una silla junto al fuego, recordando la primera noche que Kadar llegó al castillo.
– Bueno, supongo que esto significa que vienes conmigo, ¿verdad? -preguntó Tarik.
– Quizá. Cuando tenga respuestas. -Se dirigió hacia el arcón tallado al otro lado de la estancia-. Estoy harto de tus secretos. Abre el arcón. Quiero ver el grial.
Tarik negó con la cabeza.
Kadar se dio la vuelta y lo miró fijamente a los ojos.
– No te lo estoy preguntando. Abre el arcón o lo destrozaré yo mismo.
Tarik volvió a negar con la cabeza.
– Tú no eres del tipo que destroza las cosas. Sería una falta de sutileza y diplomacia.
– No me siento sutil en absoluto. -Hizo una pausa-Y en este momento me produciría un gran placer hacerte pedazos a ti o a tu arcón. Tú eliges.
– No me gusta ninguna de las dos opciones. Supongamos que elijo discutir a cambio -argumentó Tarik-. Me parece que necesitas un incentivo. Naturalmente que me llevo el arcón conmigo. Y supongamos que además accedo a abrirlo cuando lleguemos a Roma…
– Ahora.
Lo estudió detenidamente.
– Sospechaba que te enfadarías, pero no que perderías el control Esto me convence de que tenía razón al enviar a Selene lejos de aquí. Es realmente tu talón de Aquiles.
– Abre el arcón.
– No estás preparado.
– Ábrelo.
– En Roma. -Se apresuró a levantar la mano cuando Kadar se acercó un paso más hacia el arcón-. Espera.
Kadar se detuvo.
– Quiero respuestas. Dame respuestas y esperaré hasta que lleguemos a Roma para ver el grial.
Tarik suspiro.
– Muy bien. Haz tus preguntas.
– ¿De verdad es el grial lo que hay en el cofre?
– Es una manera de decirlo.
– Estoy cansado de tu lengua bífida. Contesta.
– Ya lo he hecho. -Tarik lo miró directamente a los ojos-. Creo que ya has llegado a sacar tus propias conclusiones y que simplemente quieres que te las confirme. ¿No es cierto?
– Puede que sea así.
Tarik sonrió entre dientes.
– Es cierto. ¿Fue el manuscrito?
Kadar guardó silencio.
– Dímelo. ¿Qué secretos te revelé enseñándote mi maravilloso libro? -Se inclinó hacia delante-. ¿Soy el mago que Nasim cree que soy?
– No -dijo haciendo una pausa-. No eres un mago.
– Oh, vaya, no se lo digas a Nasim. Se llevaría una gran decepción.
– Nunca se me ocurriría decírselo. No después de todas las molestias que te has tomado para engañarlo.
– ¿Es eso lo que he hecho? ¿De qué manera?
– Pienso que el manuscrito lo has escrito tú mismo.
La sonrisa de Tarik se desvaneció.
– Interesante. ¿Y qué te ha hecho pensar eso?
– En todas las leyendas celtas que menciona el manuscrito hay un rey pescador que custodia el grial. Siempre está lisiado. La coincidencia es demasiado patente. Tú has escrito el manuscrito.
– ¿Por qué habría de hacerlo?
– ¿Cómo quieres que lo sepa? A lo mejor para hacer creer a Nasim que el guardián tiene que ser lisiado y hacer de ti el candidato más obvio. Quizá sea parte del juego que os traéis entre manos Nasim y tú. Puede que rodearte de poderes místicos sea la manera de proteger tu tesoro.
– ¿No sería más lógico asumir que Nasim tiene razón acerca de mis poderes? ¿O es que no crees en la magia?
– He visto muchas cosas en mi vida que no puedo explicar, pero ésta sí. Tú no eres un mago, Tarik. Aunque seas lo suficientemente inteligente como para engañar a Nasim haciéndole creer que sí lo eres.
– Habría tenido que querer engañarlo con muchas ganas para pasarme todos estos años escribiendo ese denso manuscrito. ¿Me crees tan paciente?
Kadar asintió lentamente.
– Pienso que puedes ser cualquier cosa que te propongas.
– Ojalá fuera eso verdad -dijo Tarik suspirando con nostalgia-. La vida sería mucho más fácil.
– ¿Has escrito tu el manuscrito?
– No.
– ¿Lo mandaste escribir con alguien?
Tarik sonrió.
– También podría darse el caso de que yo no tenga nada que ver con su creación. Ya te he hablado de mi adoración por los libros.
Kadar dio un salto.
– ¿Así que lo admites?
– Lo único que reconozco es que tienes toda la razón al pensar que no soy un mago. -Se levantó y fue cojeando hasta la puerta-. Ahora recoge el arcón y sígueme. Es hora de que nos vayamos.
– No te he dicho que iría contigo.
– Por supuesto que vendrás conmigo. Nunca he tenido ninguna duda al respecto. La única manera de saber que Selene está segura es acompañándome a Roma para recibir el mensaje de Antonio. Además, no querrías quedarte aquí. Te sentirías muy solo. He dispuesto todo para que Sienbara sea abandonado dentro de cuatro días. Mis hombres usarán este túnel y se esfumarán en el campo. No voy a dejar que nadie se sacrifique para que Nasim se desahogue. -Se volvió hacia la puerta-. Espera aquí. Tengo que bajar a buscar el manuscrito. Es solo cuestión de tiempo que Nasim descubra que nos hemos marchado. No puedo correr el riesgo de que se enfurezca y lo destruya.
– Actúas como si el manuscrito fuera más importante que el arcón.
– ¿No lo encuentras raro?
– A menos que no exista el de De Troyes y seas tú quien ha creado el manuscrito.
Tarik sonrió.
– Esa sería una buena y singular razón. Pero otra podría ser que, para mí, la palabra escrita es más valiosa que cualquier otro tesoro. Puedes intentar averiguar qué es lo más probable de camino a Roma.
– No te prometo quedarme contigo en Roma. Cuando Antonio llegue con el mensaje, tendré con él unas palabras. -Hizo una pausa-. Y si descubro que me has mentido en lo concerniente a meterla en un barco rumbo a Escocia, no vivirás un día más.
– No te he mentido. He hecho todos los preparativos necesarios. -Se encogió de hombros-. Pero a menudo los preparativos de los hombres se ven alterados por el destino. Siempre hay que tener eso en cuenta.
– No si Selene está involucrada. Más le vale a ese Antonio cuidar bien de ella.
– Le di muchas vueltas antes de escoger a Antonio para esta tarea. -Tarik empezó a bajar hacia el salón-hemos fiarnos de que hará lo que sea necesario.
GENOVA
– No me fío de él -susurró Haroun con la mirada fija en Antonio, que cabalgaba a pocos metros delante de ellos-Y no creo que éste sea el camino hacia la costa.
Ni tampoco se lo parecía a Selene. Había visto fugazmente el mar a las afueras de Génova y desde que habían cruzado las puertas parecía que se estaban alejando de él. Pero podría estar equivocada, y la primera opinión de Haroun era la que más valía.
– ¿Por qué no te fías de él?
– No lo sé. Se guarda todo para sí. Es demasiado tranquilo. Cuando estaba en el cuarto de la guardia, no era… No era como los otros soldados.
– Eso no es motivo para condenarlo. Todas las personas son diferentes. Dime algo con más consistencia.
– No me fío de él -dijo Haroun frunciendo el ceño-. Y además no deberíamos estar aquí. A lord Kadar no le habrá gustado que os hayáis escapado sin decirle nada.
No era la primera vez que le daba a conocer sus impresiones sobre ese tema, y estaba de mal humor. El viaje había sido largo y además lo estaba haciendo en contra de su voluntad. Las críticas de Haroun eran como añadir sal en la herida.
– No me importa lo que le guste o no a lord Kadar -afirmó apretando los dientes-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que yo no le pertenezco a él ni a ningún otro hombre? Yo tomo mis propias decisiones.
Haroun se retractó inmediatamente.
– Mi intención no era… Es que Antonio no es…
– Antonio nos ha traído hasta aquí sanos y salvos. Si hubiera querido traicionarnos con Nasim, ya lo habría hecho antes de dejar Toscana. Y lord Tarik fue quien lo eligió para nosotros. ¿También sospechas de él?
Haroun negó con la cabeza.
– Lord Tarik es un hombre de honor. Pero Antonio podría estar pagado por Nasim. A lo mejor le ha pagado para traemos aquí, donde pueda atraernos hasta sus redes.
– ¿Y a lo mejor tú has decidido servir a lord Tarik y no deseas volver a casa con lord Ware?
– No. -Los ojos de Haroun se abrieron atemorizados-. De ninguna manera, lady Selene. Lord Ware es mi amo. Es cierto que he disfrutado sirviendo a las órdenes de lord Tarik, pero yo nunca…
– Ya sé que tú jamás lo harías -le cortó Selene. La aspereza de su propio dolor la estaba obligando a ser injusta.
Haroun estaba preocupado genuinamente, y no convenía ignorar su instinto. Ojalá su mente estuviera más clara para poder considerar la situación. Desde que habían abandonado Sienbara se sentía como si estuviera caminando por la niebla-. Vigilaremos a Antonio de cerca hasta que veamos al capitán del barco de lord Tarik.
Haroun asintió con satisfacción.
– Debemos prepararnos para…
– Ya hemos llegado. -Antonio volvía cabalgando hada ellos, exhibiendo una amplia sonrisa. Era la primera vez que lo veía sonreír desde que habían emprendido el viaje. Señaló hacia una pequeña construcción frente a ellos-. Pensé que sería mejor traeros a una posada donde pudierais tener una cama limpia y agua para quitaros el polvo del camino antes de embarcar. Apostaría que os hartaréis de agua salada antes de terminar el viaje.
Oyó a Haroun maldecir mientras desmontaba.
– Iré a ver si las habitaciones son dignas de vos. Y a comprobar que no había una trampa esperándolos dentro. No podía permitirle que lo hiciera.
– No, iré yo misma.
– Está limpia de sobra -dijo Antonio haciendo girar a su caballo-. He estado aquí varias veces. Pero comprobadlo vos misma. Iré a buscar al capitán.
Vio cómo se alejaba sin prisa. En caso de que hubiera tendido una trampa, no lo parecía. Puede que no se tratara de una trampa. A lo mejor las sospechas de Haroun no tenían fundamento. Se deslizó de la silla.
– Espera aquí.
– No, entraré y…
– Espera aquí -repitió ella-. Es una orden, Haroun. -Entró dando zancadas en la posada antes de que él pudiera protestar.
El salón era pequeño y estaba lleno de mesas de madera toscamente talladas. Le llegó un fuerte aroma a carne y hierbas proveniente del hogar que había al otro lado de la estancia.
Los juncos del suelo eran frescos, las mesas estaban limpias. Había visto muchas posadas como ésa antes. El posadero, regordete y calvo, se acercó a ella sonriendo alegremente.
– ¡Bienvenida! Soy Mario. ¿En qué puedo serviros?
No vio amenaza alguna en aquel lugar. Realmente era un sitio demasiado pequeño para esconder soldados enviados por Nasim. Relajó parte de su tensión.
– Una habitación, un baño y comida caliente para mí y para mí criado, que está en el establo.
– Inmediatamente. -La condujo hacia las escaleras-. Solo tengo una pequeña habitación. Sois afortunada de que no esté ocupada. Vuestro criado tendrá que dormir en el establo con los demás.
Una habitación. De nuevo, un lugar demasiado pequeño para que nadie pudiera esconderse.
– Solo la necesitaré para una noche, quizá menos. El baño es lo más importante. -Habían llegado a la habitación en lo alto de la escalera y Mario estaba abriendo la puerta-Necesitaré jabón y…
Había alguien de pie mirando por la ventana.
Alto.
Con una gran capa negra. Cabello oscuro recogido en una coleta.
Nasim.
Se dio la vuelta en dirección a las escaleras.
– No. -La mano de Mario le sujetaba el hombro. Su tono ya no era tan jovial.
Selene le dio un rodillazo en la ingle.
Él dio un grito, pero no aflojó la mano.
Ella empuñó la daga que llevaba bajo la capa.
No tuvo oportunidad de sacarla.
– Perra. -Mario la metió de un empujón en la habitación y le dio un puñetazo por detrás del cuello.
Dolor.
Se caía.
No debía desmayarse. Nada de marearse. Nasim se inclinaría sobre ella. Debía estar preparada para clavarle el cuchillo en el pecho.
Pasos en el suelo de madera. Mantuvo los ojos cerrados.
Él se estaba acercando.
– Idiota. Te dije que no le hicieras daño.
– Tuve que hacerlo. Intentó quitarme mi hombría.
– Lo haría yo misma si no supiera que tienes el cerebro en los testículos.
Esa voz grave no era la de Nasim. Selene abrió los ojos de golpe.
– ¡Una mujer!
– Así que Mario no te ha hecho tanto daño como me temía -dijo la mujer con la mirada fija en el rostro de Selene-. Estás pálida, pero podría ser del miedo.
– No te tengo miedo.
– Escapaste.
– Pensé que eras otra persona. Nasim.
– No es muy halagador que creyeras que soy un hombre. Pero puedo ser mucho más peligrosa que Nasim. -Se dio la vuelta hacia Mario-. Ve a buscar al chico, Haroun, y dale de comer. Dile que ella está tomando un baño y que hablará con él más tarde.
Mario salió apresuradamente de la habitación.
– ¿Quién eres? -preguntó Selene-. ¿Eres uno de los adeptos de Nasim?
– Yo no soy adepta de nadie. -La mujer se dirigió hacia el lavamanos que había al fondo de la estancia-. Siéntate y retira la mano de la daga. No deseo hacerte daño hasta que averigüe lo que necesito saber.
La mano de Selene permaneció en la empuñadura de la daga mientras se incorporaba. Se sentó y vio cómo la mujer empapaba un paño en la jofaina. Debía rondar los treinta años, era tan alta como la mayoría de los hombres y de hombros anchos; la capa negra que llevaba revelaba y escondía a la vez su delgada figura. Sus facciones no eran bellas. Tenía la nariz demasiado grande, la mandíbula era firme y ancha, pero sus labios eran carnosos y bien formados, y los ojos eran oscuros y realmente bellos.
– No te diré nada.
– No te precipites. No tienes ni idea de lo que quiero saber. -Se estaba acercando a Selene y se detuvo a unos pasos de ella. Le lanzó el paño húmedo al regazo-. Límpiate la cara y luego ponte el paño en la parte de atrás del cuello. Lo haría por ti, pero no creo que aprecies mis servicios, además no se me dan bien estas cosas. -Se sentó en una silla y estiró sus largas piernas-. Hablaremos en cuanto termines.
Selene no tocó el trapo.
– Hablaremos ahora.
– He dicho que hablaremos… -La mujer estudió la expresión de Selene y asintió lentamente-. Muy bien.
Incluso sentada, esa mujer poseía poder y aplomo, y Selene instintivamente cambió hacia una actitud menos servil. Se puso en pie como pudo para ser ella quien mirara hacia abajo.
La mujer asintió de nuevo en tono de aprobación.
– Mejor todavía.
– ¿Quién eres?
– Mi nombre es Tabia.
– ¿No estás relacionada con Nasim?
– No he dicho eso. Dije que no le debía sumisión.
– ¿Te ha pagado para que me traigas aquí?
Tabia negó con la cabeza.
– Nasim no tiene nada que ver en esto, ya te habrías dado cuenta de ello si hubieras pensado un poco. Nasim tiene la arrogancia y la estupidez de la mayoría de los hombres cuando hay alguna mujer involucrada. Nunca pensaría que somos lo suficientemente inteligentes como para tender una buena trampa. -Hizo una mueca-. Y en la mayoría de los casos tendría razón. Hemos dejado que los hombres apaguen nuestra inteligencia; nos han mentido durante tanto tiempo que las mujeres nos hemos convertido en seres dignos de lástima. ¿No estás de acuerdo?
– No. Yo no soy digna de lástima. Nunca lo seré.
Por primera vez asomó una ligera sonrisa en los labios de Tabia.
– Creo que dices la verdad. Es reconfortante. No puedo explicarte lo harta que estoy de tanto lloriqueo…
– ¿Por qué estoy aquí?
– Porque Tarik te envió a mí.
Selene se puso rígida.
– ¿Tarik me ha traicionado?
Negó con la cabeza.
– Tarik no tiene la sutileza necesaria para mentir ni traicionar.
– Sabe cómo mentir. Me dijo que me enviaría a mi hogar en Escocia. Por eso estoy aquí en Génova.
– Y estoy segura de que mandó un mensaje con Antonio al capitán de su barco dándole instrucciones precisas para ello.
– Entonces no me ha enviado a ti. Lo que dices no tiene sentido.
– Tarik es un hombre en conflicto. A veces quiere las cosas de cualquier manera. Tiene un instinto excelente, y pienso que sabía que Antonio es mi empleado. Sabremos lo buenos que son esta noche. -Se puso en pie-. Llamaré a Mario y le diré que nos traiga vino y algo de comer.
– No comeré contigo.
– ¿Por qué piensas que soy tu enemiga?
Selene la miró atónita.
– Me das un golpe en el cuello. Me traes hasta aquí. Es una suposición razonable.
– Pero no siempre la razón cuenta la historia completa. No soy tu enemiga. A lo mejor soy tu mejor amiga. Ya veremos después de contestar a mis preguntas.
Selene negó con la cabeza.
– Hay que fiarse de las impresiones. Mírame. ¿De verdad crees que quiero hacerte daño?
La mirada de Tabia era valiente, directa y aparentemente sin malicia. ¿Y qué? Selene pensó con impaciencia. Sería una locura confiar en ella.
Tabia sonrió.
– Estoy segura de que Tarik te dejó frustrada y confundida. Es una costumbre en él. Comprobarás que yo soy mucho más abierta. ¿No sientes curiosidad por conocer los planes que tiene para Kadar?
Selene se quedó helada.
– ¿Y qué sabes tú de Kadar?
– Mi principal ocupación es saber todo lo posible sobre los quehaceres de Tarik -dijo frunciendo el ceño-. Pero no sé por qué eligió a Antonio para traeros hasta aquí. Tengo que saber todo lo que ha ocurrido en Sienbara.
– Entonces pregunta a Antonio.
– Él no puede decirme lo que pasa tras las puertas. Lo negociaré contigo. Tú me dices lo que necesito saber y mañana por la mañana el chico y tú seréis libres. -Miró a Selene directamente a los ojos-. Conociendo a Tarik, dudo que lo que hayas adivinado tenga alguna relevancia que creas peligrosa para ti o para Kadar.
– ¿Entonces por qué necesitas saberlo?
Se encogió de hombros.
– Es parte del juego que nos traemos entre manos Tarik y yo. No comprendo este movimiento y eso me preocupa.
Selene se vio invadida por una oleada de rabia. Primero Tarik se había atrevido a usarlos, y ahora esa mujer estaba intentando hacer lo mismo.
– Yo no formaré parte de vuestro juego.
Tabia levantó las cejas.
– ¿Ni siquiera para salvar a tu Kadar?
Selene respiró hondo, procurando ocultar que las palabras habían dado en el clavo.
– Yo no sé si puedes o quieres salvarlo, y que yo sepa no está en peligro.
– Sí que lo está. ¿No te gustaría saber por dónde le viene el peligro?
– ¿Prometes decírmelo?
– Lo prometo -dijo Tabia-. Comprobarás que yo no tengo tantos secretos como Tarik.
Selene se clavó las uñas en las palmas de las manos al apretar los puños. La mujer tenía razón: lo que había ocurrido en Sienbara no representaba una evidente amenaza. Podría evitar mencionar el cofre y el manuscrito que…
– Por ejemplo, apostaría a que os enseñó el cofre de oro pero se negó a mostraros el interior. Yo nunca sería tan descortés.
Selene abrió los ojos de par en par.1
– ¿Sabes lo del cofre?
Tabia desvió la mirada.
– ¿Todavía lo guarda con esa horrible estatua de madera?
– Sí.
– Es un tonto sentimental. -Tabia se dio la vuelta en dirección hacia la puerta-. Pediré algo de comer.
– No ceo haber dicho que haya cambiado de idea.
– Sabes que ya lo has hecho.
– Evidentemente puedo decirte poco que ya no sepas. -Selene hizo una pausa-. Solo espero que mantengas tu promesa.
– Sí, de acuerdo. -Tabia hizo un gesto de impaciencia con la mano. -Lo sé todo. ¿Te imaginas que soy tonta?
No, la mujer era inteligente, manipuladora, con un desprecio absoluto por todo menos por ella misma.
– Quería dejarlo bien claro.
– ¿Y qué harías si decidiera no cumplir con nuestro trato?
– Encontraría la manera de hacerte daño.
Tabia parpadeó.
– ¿En serio? Qué interesante. -Abrió la puerta y gritó -: Comida, Mario. Y el mejor vino que tengas en la casa.
CAPÍTULO 12
– ¿Y eso es todo? -preguntó Tabia apoyándose en el respaldo de la silla-. ¿Me has contado todo?
– Sí. Te dije que seguramente estarías al corriente de lo que yo sabía.
– No de todo -dijo Tabia limpiándose los dedos con la servilleta antes de retirarla a un lado y coger la copa-. ¿Y las heridas de tu Kadar se han curado lo suficiente como para viajar?
– No es mi Kadar -replicó Selene bebiendo un sorbo de su vino-. Casi pierde la vida. No debería viajar.
– ¿Pero podría?
Selene asintió.
– Entonces apostaría a que Tarik ya le tiene a mitad de camino de Roma en este momento.
– Yo no he mencionado Roma.
– Ya he notado esa omisión. Pero Tarik tiene una casa allí, y es un lugar razonable para esconder a Kadar mientras lo instruye.
– ¿Instruirlo?
– Sí. -La mirada perdida de Tabia estaba fija en el rostro de Selene-. Ésta es la primera vez que Tarik me ha enviado a alguien. Debe tenerte mucho aprecio. ¿Se ha acostado contigo?
A Selene casi se le salen los ojos de las cuencas
– No.
– No creía que lo hubiera hecho. Eres demasiado atrevida para sus gustos actuales. Le gustan las mujeres sumisas y dulces. Tú no tienes nada de dulce -afirmó haciendo una mueca-. Eso es bueno. El sabor a miel me pone enferma. Disfruto más con unos dientes afilados que con la suavidad. ¿Más vino?
– No, gracias.
– Una copa más. Te ayudará a dormir. -Se levantó y se dirigió hacia la mesa que había junto a la puerta, donde Mario había dispuesto una jarra llena. Llevó la jarra a la mesa y sirvió vino en la copa de Selene-. Lo necesitarás.
– ¿Estás segura ahora de que Tarik me envió a ti a propósito?
– No me cabe la menor duda. Aunque probablemente lo negaría.
– ¿Por qué lo haría?
– Quiere que yo haga lo que él no puede.
Selene se puso tensa.
– ¿Y qué es ello, si puede saberse?
Tabia sofocó una risa.
– Por todos los dioses, ¿pensabas que me refería a matarte?
– Se me ha pasado por la cabeza.
La sonrisa de Tabia se desvaneció.
– Yo no mato. Ni siquiera mataría a ese monstruo de Nasim. La muerte me horroriza.
Selene le creía. Había pronunciado cada palabra con pasión.
– Pretendía mantenerme alejada de Kadar. Quizá no sepa lo que sientes.
– Oh, sí que lo sabe. -Se dejó caer en la silla-. Nos conocemos muy bien el uno al otro. Acábate el vino y te contaré lo bien que nos conocemos.
Selene bebió su vino lentamente, en pequeños sorbos.
– No me interesan tus asuntos con Tarik.
– ¿Incluso si esos asuntos están relacionados contigo y con Kadar? Por supuesto que te interesan.
– Muy bien, ¿qué significa Tarik para ti?
– Es mi esposo.
Selene se la quedó mirando, atónita.
– Su mujer está muerta. Al menos eso me dijo.
– ¿Rosa? Ella nunca fue su esposa. ¿Cómo podría serlo si cuando se casó con ella yo aún estaba viva? -Miró hacia otro lado-. Yo soy su única esposa.
– Layla…
Volvió la mirada hacia Selene.
– ¿Te habló de mí?
– Me habló de Layla, su primera mujer. Me dijo que yo era como ella.
Torció la boca.
– Te aseguro que no fue un cumplido. No nos llevamos lo que se dice muy bien.
Un torbellino de pensamientos se arremolinaba en la cabeza de Selene.
– Me dijiste que te llamabas Tabia.
– Una pequeña mentira necesaria.
– ¿Por qué una mentira es necesaria?
– Ya estabas bastante confundida. No veía la necesidad de acrecentar el embrollo. Tarik y yo nos separamos hace mucho tiempo.
– Pero todavía mandas espías a Sienbara.
– Porque tenemos un interés común. No por ninguna razón personal.
– ¿El tesoro?
– Tarik es un soñador. No siempre puede uno fiarse de que los soñadores hagan lo mejor. El cofre es demasiado valioso como para dejarlo en sus manos solamente.
– ¿Entonces contiene el grial?
Layla asintió.
– Hay un grial. Pero no hay ninguna magia relacionada con él, como Nasim se imagina.
– ¿Es el grial de la Última Cena?
Layla se encogió de hombros.
– No lo creo. Quizá. El grial es muy antiguo y estuvo una vez en Tierra Santa.
– ¿Una vez?
– Llegó a mis manos y a las de Tarik en Alejandría. -Bebió un buen trago de su copa de vino-. ¿Has estado alguna vez en Alejandría?
– Está en Egipto. Mientras estaba en la Casa de Nicolás conocí a clientes que venían de allí para comprar seda.
– Ah, sí, ahora lo recuerdo. -Sonrió cuando vio a Selene ponerse rígida-. No te gusta que conozca tus raíces. Te dije que tenía que saberlo todo sobre los que se relacionan con Tarik.
– La relación no fue por voluntad nuestra.
– Pero existe. -Cambió de tema-. Además, deberías estar orgullosa de haber escapado de esa prisión en la que creciste. Fue una batalla bien ganada.
– Kadar me sacó de la casa de Nicolás.
– Eso me han contado. Pero con el tiempo habrías encontrado la manera de liberarte tú sola -dijo haciendo una mueca-. Sin embargo, es cierto que tuviste suerte. Yo no pude liberarme de mi prisión hasta que fui adulta.
– ¿Tu prisión?
– Crecí en la Casa de la Muerte.
A Selene se le pusieron los ojos como platos.
– Pero, por supuesto, no sabes lo que es. Nací en una pequeña aldea al norte de Alejandría. Cuando tenía ocho años, fui elegida por los sacerdotes para ser llevada a la Casa de la Muerte en Alejandría. Nunca volví a ver a mis padres.
– ¿La casa de la Muerte?
– Sí, la casa donde llevan a los muertos para prepararlos antes del enterramiento. El lugar donde envuelven sus cuerpos para preservarlos para la eternidad y los sacerdotes guían sus almas a la tierra de la alegría eterna -El tono de Layla estaba cargado de ironía-, Y yo fui elegida por los dioses para ayudarlos a cruzar. ¿Crees que es una tarea adecuada para una niña de ocho años?
– ¿Dioses? Solamente hay un Dios.
– Aquí, en la Cristiandad. En Egipto muchos todavía creen en los antiguos dioses. Es una religión muy reconfortante. Uno no necesita ser bueno si es rico o poderoso. Y es posible llevarse consigo todos los bienes terrenales más preciados. Siempre que los ladrones no encuentren la ubicación de tu tumba. Los ladrones incluso han llegado a quitar los vendajes de los cuerpos para ver si se habían dejado alguna joya.
Selene se estremeció.
– Nunca había oído nada semejante.
– Los ladrones son ladrones. Tanto si roban a los muertos como a los vivos. En mi opinión, es menos horrible robar a los muertos. Los vivos necesitan sus posesiones.
– Por lo que dices, de acuerdo con tu religión, lo muertos también las necesitan.
– Ya no es mi religión. Puede que nunca lo fuera. Empecé a dudar en el momento en que atravesé el umbral de la Casa de los Muertos. No podía soportar ser utilizada de esa manera.
– ¿Qué tenías que hacer?
– Yo era el símbolo de Akuba. Llevaba la máscara del chacal y permanecía de pie junto al cadáver mientras los sacerdotes cantaban y purificaban el cuerpo. -Hizo una pausa-. Y tenía que estar ahí mirando cuando les sacaban los órganos.
A Selene se le estaba revolviendo el estómago.
– ¡Dios mío!
– No sufras tanto. Al final te acabas acostumbrando. Al poco tiempo ni siquiera olía la podredumbre de la carne mezclada con el aroma del incienso. Los niños se acostumbran a cualquier cosa.
Los ojos de Selene buscaban su rostro.
– Me parece que estás mintiendo.
Layla levantó su copa haciendo un brindis burlón.
– Eres inteligente. Odié cada minuto de mis días mientras estaba despierta y soñaba con ello cada noche. Lo único que quería era ser libre. Intenté escapar una vez y ellos me devolvieron allí. Me golpearon hasta el límite de lo soportable. Me dijeron que la próxima vez mi castigo sería la muerte. Conocía la muerte. Decidí no arriesgarme hasta estar segura de que no me atraparían. Así que me quedé en la Casa de la Muerte hasta mi vigésimo sexto cumpleaños. Escuché, aprendí, busqué el modo de liberarme. Y lo encontré.
– ¿Cómo?
– Escuché la historia de un hombre joven llamado Selket que había trabajado en la Casa de la Muerte antes de que yo llegara allí. Los sacerdotes lo habían asesinado.
– ¿Por qué?
– Había encontrado un tesoro especial entre las pertenencias de uno de los muertos y no lo había compartido con dios. Lo torturaron hasta la muerte, pero murió sin revelar dónde lo había escondido. Selket era listo. Se aseguró de que tras su muerte no pudieran encontrarlo.
– ¿Qué tesoro? ¿El grial?
Asintió.
– Y si los sacerdotes lo querían, comprendí que no debían tenerlo. Yo lo habría enterrado o quemado antes de permitir que ellos tuvieran algo que deseaban. Los sacerdotes se dieron por vencidos en su búsqueda al cabo de unos años. Yo no. Veía el tesoro como mi salvación. Durante años lo busqué, excavé e hice preguntas. Debía tener mucho cuidado de que los sacerdotes no se enterasen de lo que estaba haciendo. Con el tiempo empezaron a pensar que estaba acobardada y sumisa ante cada uno de sus caprichos. Incluso se me permitió ir sola por la ciudad. Entonces encontré una pista. Dos semanas antes de su muerte, Selket había visitado a su tío, que era un escriba en las salas de la Gran Biblioteca.
– ¿Biblioteca?
– Un lugar donde se guardan miles de pergaminos y documentos. Los eruditos y los escribas venían de todo el mundo a trabajar y visitar la biblioteca. Descubrí que el tío de Selket había muerto, pero aún quedaba algo que me señalaría el camino. Era un escriba: a lo mejor había escrito algo en alguno de los pergaminos. Tenía que encontrar a alguien que me ayudara. Observé y estudié a las personas que trabajaban en la biblioteca y finalmente elegí a un escriba que parecía más accesible que otros. Había vivido entre los muros de la biblioteca durante casi toda su vida, y su trabajo era su única pasión. -Sonrió-. Se llamaba Tarik.
– ¿Tarik era un escriba? -En realidad no le sorprendió tanto cuando recordó la expresión en su rostro al mostrarles el manuscrito-. Continúa.
Layla negó con la cabeza.
– Me parece que ya te he contado bastante por el momento. Mucho más de lo que a Tarik le gustaría. Siempre ha aconsejado prudencia. Además, ya estás casi lista para deshacerte de la fatiga. Es hora de irse a dormir.
– No, deseo oír…
Layla se había puesto en pie y se dirigía hacia la puerta.
– Espera. No des un paso más hasta que me digas qué planes tiene Tarik para Kadar.
– Oh, desea que guarde el grial. -La respuesta era tajante.
– ¿Eso es todo?
– Te aseguro que es más que suficiente para causarle muchos problemas. -Abrió la puerta-. Tendremos que compartir el lecho. Acábate el vino y métete en la cama mientras bajo y me aseguro de que le han dado comida y cama a Haroun.
– Yo puedo hacer…
Selene se detuvo cuando la puerta se cerró tras Layla.
Estaba claro que la mujer no iba a tolerar discusión alguna.
Bien, quizá tuviera razón. Selene estaba cansada y le zumbaba la cabeza con todos los acontecimientos y revelaciones del día.
Pero no quería irse a dormir. Quería escuchar más. La había impresionado y horrorizado la historia de Layla. La época que pasó en la casa de Nicolás fue tremenda, pero vivir en una Casa de la Muerte… Podía entender por qué la mujer parecía dura y obstinada. Era un milagro que Layla se las hubiera arreglado para sobrevivir y no volverse loca en un lugar como ése.
Selene se dio cuenta con sorpresa de que estaba inventándose excusas para perdonar a Layla. La mujer era voluble, temeraria y seguramente dura como la piedra. Selene debería estar recelosa de compartir su aposento con ella, y esa noche ocuparían el mismo lecho. ¿Por qué no era más cautelosa?
Porque presentía que Layla tenía un resquicio de vulnerabilidad bajo esa dura capa en la superficie.
A lo mejor Layla y ella poseían cualidades similares. A Selene también le desagradaba que indagaran en su interior y le gustaba hacer las cosas a su manera. Bien, una de esas cosas era asegurarse de que Kadar estaba a salvo, y no podría hacerlo hasta saber de dónde venía el peligro. Mañana intentaría que Layla le contara más cosas.
Apuró su copa de vino y la puso en la mesa antes de desnudarse y meterse en la cama.
¿Dónde estaría Kadar en este momento?
La invadió una dolorosa soledad. No tenía ninguna lógica sentir este dolor. ¿Iba a estar así de atontada el resto de sus días?
Oh, Señor, mucho se temía que sí.
Selene estaba profundamente dormida, tendida sobre la cama como un bebé.
Layla movió la cabeza arrepentida mientras posaba su mirada en ella. No podía meterse en la cama con ella sin despertarla, y no quería hacerlo. Selene necesitaba dormir esa noche.
Bueno, Layla había dormido en una silla muchas otras veces. Se dejó caer en la que había frente a la chimenea. Hizo una mueca de dolor cuando intentó alcanzar su copa. Esa silla no tenía almohadones y era más incómoda de lo habitual.
Deja de quejarte. De todas formas no habrías dormido mucho.
Su mirada vagaba entre el fuego y Selene. Demasiado dolor. Demasiada pasión. Se daba cuenta de por qué Tarik había vacilado. Seguramente se había involucrado mucho con Kadar y Selene durante esas últimas semanas.
No te preocupes, Tarik. No te fallaré.
Pobre Tarik. ¿Era el cansancio o el desánimo lo que lo estaba empujando hacia ella? No importaba. Nada le importaba. Con tal de que volviera con ella.
Cerró los ojos con fuerza mientras la invadían oleadas de recuerdos.
Se estaba marchando.
– Pero te amo. -Las manos de Layla se aferraban a sus brazos con frenesí.
– Lo sé. -Los labios de Tarik estaban lívidos de dolor-. No importa.
– ¿Cómo puedes decir eso? Sí que importa. Quédate.
– Eres demasiado fuerte. Siempre me convencerías de que tú tienes la razón y de que yo estoy equivocado.
– Tengo razón.
Tarik negó con la cabeza y se separó de ella.
– No puedo seguir haciéndolo por más tiempo.
Esto la estaba matando. ¿Es que no se daba cuenta de que no podía vivir sin él?
– Entonces no lo hagas. Solo quédate conmigo.
– ¿Y ver cómo lo haces tú? Es lo mismo. No fue culpa tuya.
Él abrió la puerta. Ella no sería capaz de detenerlo, se dio cuenta de ello con desesperación.
– Entonces márchate. Vive con tu maldita culpabilidad. Come con ella, duerme con ella.
– No quiero hacerte daño.
– No me lo estás haciendo. -Ella alzó la barbilla-. Te olvidaré. ¿Para qué necesito un necio como tú?
Él cerró la puerta tras de sí.
¡Tarik!
No debía dejar que volvieran los recuerdos. La angustia era demasiado intensa. Es como si lo estuviera reviviendo de nuevo. ¿Cuántas veces durante los últimos años había sofocado sus recuerdos de esa escena y cerrado esa parte de su corazón?
Pero ahora estaba bien recordar. Había motivos para pensar que por fin estaba cediendo.
Le había enviado a Selene.
Selene se percató de que estaba terriblemente enferma incluso antes de abrir los ojos.
Apenas pudo llegar hasta el lavamanos que había al otro lado de la estancia antes de empezar a vomitar.
– ¿Qué sucede?
Había alguien detrás de ella. Layla.
– Respóndeme.
Dios santo, ¿es que esa estúpida mujer no veía que era incapaz de contestar?
Layla se encontraba a su lado, rodeando los hombros de Selene con el brazo mientras la ayudaba a caminar.
– No es nada… creo.
– Sí es algo. Me estoy muriendo. -Tenía el estómago vacío pero todavía se sentía fatal. Fue tambaleándose hasta la cama y se metió como pudo bajo las sábanas-. Vete.
– No te estás muriendo. -Layla estaba de pie junto a su lecho-. No lo permitiré.
Abrió los ojos y vio a Layla con el ceño fruncido, mirándola.
– Vete.
– No estás siendo sensata. Si estuvieras enferma de verdad, yo sería la única que podría ayudarte. Ahora no digas nada mientras decido qué medidas tomar.
Selene se sentía demasiado enferma como para discutir. Cerró los ojos, procurando luchar contra las náuseas que la abrumaban.
Corrían hilillos de agua fría por su cara y por las sábanas.
Dio un grito entrecortado, abrió los ojos de golpe y vio a Layla blandiendo con vigorosa autoridad un paño chorreando.
– Me estás ahogando.
Layla la miró enfadada.
– Bueno, no sé hacerlo de otra manera. Ya te dije que no se me daban bien este tipo de cosas.
– Tienes toda la razón.
– Y además no puedes estar enferma. No entraba en mis planes… ¿Por qué estás así?
Por si no era suficiente con estar enferma, esa despiadada mujer encima pretendía que se disculpara.
– Seguramente es por estar en la misma habitación que tú -dijo entre dientes.
– No lo creo. ¿Te duele algo?
– Todavía no. -Se acurrucó entre las sábanas-. No tengo ganas de hablar.
– Debemos encontrar dónde está el problema. ¿Te sentó mal el estofado de carne que cenamos anoche?
– Quítame ese trapo de encima o te lo tiraré a la cara.
– Está bien. De todas formas no te está sirviendo de nada. Siempre he tenido la sospecha de que mojar la frente está sobrevalorado.
– Procuraré dormirme otra vez. Déjame sola.
– Supongo que te sentará bien. -Layla se dejó caer sobre la silla-. Pero te despertaré si el sueño parece demasiado profundo.
Seguramente con otro baño de agua helada.
– Si lo vuelves a hacer, te estrangulo.
– Infeliz desagradecida. -Sin embargo la suavidad con la que acomodó las sábanas de Selene contrastaba con la rudeza de su tono-. Descansa. No dejaré que nada te haga daño.
La náusea se le había pasado cuando de nuevo abrió los ojos.
– ¿Mejor? -preguntó Layla-. ¿Te apetece comer algo?
Aún tenía la mente demasiado nublada por el sueño como para pensar con claridad.
– No lo sé.
– Deberías comer algo. Ya ha pasado el mediodía. Has estado durmiendo toda la mañana.
Se dio cuenta con asombro de que tenía hambre. Había desaparecido todo rastro de enfermedad y se sentía maravillosamente bien. Era como si la enfermedad de esa mañana nunca hubiera existido.
Mareo mañanero.
¡Madre de Dios!
– Pareces enferma otra vez -suspiró Layla-, ¿Necesitas una palangana?
– No -susurró-. Estoy bien.
– Te has puesto pálida -dijo frunciendo el ceño-. Dime algo o te juro por Dios que vuelvo a empaparte la cara.
– Estoy encinta.
– ¿Qué?
Selene se sentía tan aturdida como la propia Layla.
– Tengo mucho retraso en mi menstruación, y este mareo es como el que tenía mi hermana durante los primeros meses de embarazo.
– ¿Estás segura?
No le cabía la menor duda. Qué extraño y maravilloso a la vez estar tan segura de que el hijo de Kadar estaba creciendo en su vientre.
– No quería creerlo. Me negaba a pensar en ello.
– ¿Es que no quieres a este hijo?
– Por supuesto que sí. -La respuesta le salió con una ferocidad que incluso le sorprendió a ella.
Layla la cogió de la mano.
– No la tomes conmigo. Es una pregunta razonable. Has dicho que no querías creerlo, y tanto tú como tu bastardo lo tendréis difícil en este mundo.
– Lo sé. -Pero no quería ser razonable. Se sentía tranquila y apacible como la miel tibia. Nunca había imaginado que sería así. ¿Dónde estaban todos aquellos miedos y temores? Un hijo era un inconveniente, incluso un peligro. Nada de eso parecía tener importancia-. ¿Crees que permitiría que llamaran a mi hijo bastardo?
– ¿Cómo podrás evitarlo?
– Me casaré con Kadar. -Se sentó en la cama y se puso en pie de un salto-. Me desposará para proteger a nuestro hijo.
– ¿Y luego qué?
– Regresaré a Montdhu como era mi intención. -Se acercó hasta la jofaina y se enjuagó la boca. Madre mía, tenía un sabor horrible-. Llama a Mario. Necesito un baño y una comida antes de ponerme en camino.
– ¿Y adónde vamos?
– A Roma. Me vas a llevar a casa de Tarik.
– ¿Ah, sí?
– Si no iré yo sola a buscarla. -Selene la miró por encima del hombro-. Seguro que aquí no me voy a quedar, y no creo que me dejes ir sola, si crees que Tarik me envió a ti.
– Muy lista. Yo no lo haría -dijo frunciendo el ceño-, aunque las cosas no están saliendo como esperaba.
La euforia no duraría mucho, el miedo y la depresión podrían llegar pronto, pero ahora debía aprovechar el buen momento en que se encontraba.
– Aprovecharemos lo bueno de esta situación.
Layla sonrió débilmente al ver el rostro radiante de Selene.
– Sí, lo intentaremos. -Se dio la vuelta-. Muy bien, pero nos llevaremos a Haroun y a Antonio.
– No quiero que Antonio venga.
– ¿Porque es mi sirviente? Vendrá de todas formas. No te preocupes, le diré que se mantenga lo más alejado posible, fuera de nuestra vista. No emprenderé este viaje sin un guardia que nos haga la vigilancia. -Miró por encima del hombro-. Nasim no es estúpido. Nos perseguirá.
SIENBARA
– Génova -dijo Balkir-. Tarik tiene un barco allí. Hemos preguntado a todo el mundo en el castillo y en el pueblo. Tiene que ser Génova.
– Es demasiado obvio -dijo Nasim frunciendo el ceño-. Demasiado fácil. Tarik es un hombre engañoso.
– ¿Voy otra vez a preguntar?
– Estúpido. ¿Y si es Génova? ¿Vamos a dejarles que hagan la mitad del camino a Escocia antes de alcanzarlos?
– Pero dijisteis que…
– Probaremos con Génova -dijo furioso-. Es posible que la mujer haya salido antes de aquí que Tarik y Kadar. A lo mejor han intentado despistarme yendo en diferentes direcciones. Es una trama digna de Kadar y Tarik.
– ¿Entonces abandonamos Sienbara de inmediato?
Asintió de manera cortante mientras se montaba en su caballo.
– Sin más tardanza.
– Otra vez no -suspiró Layla mientras se arrodillaba por tierra junto a Selene-. Es la tercera vez desde que emprendimos el viaje. ¿Cuándo se acaban estos mareos mañaneros? Son de lo más desagradable.
– No puedo evitarlo -dijo entre arcada y arcada-. Además no tienes ni idea de cómo va esto si crees que puedo controlarlo. Apuesto a que tú vomitaste muchas veces en la Casa de la Muerte.
– Solamente una vez. Los golpes que recibí por mostrar mis emociones me hicieron dudar antes de mostrar debilidad otra vez.
– Bien, pues no me das ninguna pena. -Pero el caso es que sí se la daba, y eso le fastidiaba aún más-. Vuelve a tu jergón y déjame sola.
– Eres tú la que me despiertas con tus arcadas entre los matorrales -dijo poniendo cara de asco-. Y además me molesta que Haroun me mire con esos ojos llenos de reproche. No has creído apropiado contarle el por qué de tu aflicción y se imagina que soy una mujer cruel y antinatural por ignorarte.
– No me importa. Tiene razón. Eres una mujer cruel y antinatural.
– Anda, toma. -Layla le extendió un paño húmedo-. Mójate tú misma la frente, ya que mis cuidados no te satisfacen.
– ¿Cuidados?
– Lo procuro. ¿Acaso no hago la vista gorda dejándote dormir toda la mañana después de haberme despertado al amanecer con toda esta tontería?
– No son tonterías. Muchas mujeres tienen este problema cuando están encinta. Y además nunca te he pedido…
– Sí, lo sé, -Le retiró suavemente el cabello de las sienes-. Es un milagro que las mujeres tengan más de un hijo si tienen que pasar por esto cada vez.
– No seas tonta. ¿Cómo podrían evitarlo?
– Hay maneras.
El mareo estaba por fin remitiendo. Se sentó sobre los talones y respiró profundamente.
– ¿Nunca has tenido un hijo?
Layla negó con la cabeza.
– Y seguramente ha sido por mi bien. Como puedes ver, no soy muy tierna que digamos.
Selene sintió una leve punzada de dolor bajo las aparentemente descuidadas palabras de Layla y dijo de manera impulsiva:
– Creo que serías muy buena madre.
Los ojos de Layla se abrieron con sorpresa.
– Lo serías -insistió Selene-. Eres fuerte e inteligente, y protectora.
– Eso haría de mí un buen padre, no una buena madre -afirmó Layla secamente.
– Bueno, ¿quién dice que tiene que haber ternura? Además, pienso que cuando quieres también sabes ser… tierna.
– Casi te atragantas al pronunciar esa palabra. -Layla cogió el paño húmedo y le dio a Selene unos ligeros toques en los labios-. Es evidente que estás algo mareada. Es hora de volver al jergón.
– No estoy mareada. -Pero cuando intentó ponerse en pie notó lo débil que se sentía debido al bebé que llevaba dentro de ella-, No tengo que dormir toda la mañana. Me conformo con descansar un rato. Sé que no tenemos tiempo que perder.
Layla asintió y se levantó.
– No, hay demasiadas personas en Sienbara que saben que Tarik tiene un barco en Génova. Nasim no tendrá problemas para encontrar alguien que lo informe de ello, y Génova es un lugar pequeño.
– Pero ya no estamos en Génova.
– Mario todavía está allí, y su lengua es tan floja como su cerebro.
– ¿Crees que le dirá hacia dónde nos dirigimos?
– Con un poco de persuasión -respondió encogiendo los hombros-, o quizá no tanta.
– Entonces debemos ponemos en camino de inmediato.
– ¿Y arriesgarnos a que te caigas del caballo y te rompas algo? Entonces sí que tendríamos un problema. Unas pocas horas darán igual. Las recuperaremos al final del día, antes de parar para dormir.
Selene no estaba tan segura de que diera igual.
– Solo una cabezada.
– Ya veremos. -Agarró a Selene por el brazo y la empujó suavemente hacia la hoguera-. Déjamelo a mí. Yo también necesito dormir un poco después de presenciar el desagradable espectáculo que has ofrecido.
– Yo no te he pedido… -Las protestas para Layla eran como si oyera llover. Además, empezaba a darse cuenta de que debía prestar más atención a las acciones de Layla que a sus palabras. Hablaba con crudeza y con una falta total de delicadeza, pero durante los últimos días no se había apartado ni un momento de su lado, vigilándola discretamente, ayudando siempre que podía. A lo mejor Layla no podía ser de otra manera después de la vida que le había tocado vivir. Selene comprendía su necesidad de construir muros alrededor. Ella misma los había levantado, y bien altos-. Te… agradezco tu ayuda.
Layla la miró con sorpresa.
– ¿Entonces ya no soy cruel y estúpida?
– Sí, pero he decidido que no puedes evitarlo y que se te debe perdonar -dijo con una leve sonrisa-, aunque te advierto que quizá mañana por la mañana, cuando empieces a despotricar contra mí, no sienta lo mismo.
– Entonces deberías procurar controlar estos mareos. Me fastidian.
– Díselo al bebé. -Había llegado hasta su jergón y se había arrodillado-. Parece que no puedo controlarlo. A mi hermana le duraron hasta bien entrado el cuarto mes.
– No tiene por qué ser así. No es justo que las mujeres sufran así. Si yo estuviera encinta, encontraría una cura para prevenir esos estúpidos…
– Seguro que lo harías -dijo Selene acurrucándose entre las mantas y cerrando los ojos-. De todas formas, busca algo para prevenirlos. Pero calladita -dijo bostezando-, muy calladita. Necesito dormir un poco más.
– Muy bien. -Oyó cómo Layla se metía entre sus mantas al otro lado de la hoguera-. Sin embargo no deberías sucumbir ante ello. Es un insulto a nuestro cuerpo el que tengamos que pasar por esta prueba. Las mujeres deberíamos encontrar una manera de no sufrir a la hora de traer hijos al mundo.
– Bien, encuéntrala. Necesito dormir.
– Así que se pasa después de los cuatro meses. ¿Y si tienes otro hijo? ¿Tendrías que pasar por todo esto otra vez? No sería…
– Layla.
Layla suspiró y luego permaneció en silencio.
Selene ya estaba casi dormida cuando Layla murmuró:
– Probaremos con hierbas.
CAPÍTULO 13
ROMA
– Muy agradable, Tarik. -Los ojos de Kadar escudriñaban la estructura de columnas de piedra que había en la colina. El camino que llevaba hasta el impresionante edificio de color crema estaba bordeado por árboles. Al norte de la casa, Kadar vio el brillo de un tranquilo estanque rodeado de estatuas-. Un auténtico palacio. Pero yo no elegiría un sitio sin fortificar. No es seguro. Los hombres de Nasim podrían invadirnos en un abrir y cerrar de ojos.
– Les llevaría algo más de tiempo. Tengo guardias vigilando todos los caminos, así que estaríamos avisados con antelación. -Tarik espoleó su caballo para ponerlo al trote-. Y Nasim no puede atacar lo que no sabe que existe.
– Conocía la existencia de Sienbara.
– Porque yo quería que lo supiera. Tenía que lanzarle un poco de información para asegurarme de que no ahondaba más -dijo sonriendo-. Creo que aquí estarás cómodo. Esta villa perteneció una vez a la amante del papa Jubo. Se la regaló cuando le dio un hijo. Por lo visto, Aurelia era una gran belleza, y es evidente que tenía un gusto exquisito. Le compré la villa a su hijo. Un hombre muy interesante. Te contaré más cosas de él cuando nos hayamos instalado.
– No me interesa el hijo del papa ni tampoco me preocupa nuestra comodidad -dijo haciendo un gesto brusco con la cabeza hacia el cofre atado al caballo de delante-Ya sabes lo que me interesa.
– ¿Ni siquiera vas a dejar que me proteja entre mis muros antes de atacarme?
– No. Me prometiste que cuando llegáramos a Roma me lo enseñarías.
Tarik suspiró.
– Está bien, esta noche después de cenar. -Levantó la mano cuando Kadar abrió la boca para protestar-. No discutas. Es la única victoria que me vas a arrancar.
Kadar conocía suficientemente bien a Tarik como para darse cuenta de que se mantendría en sus trece y no habría forma de hacerlo cambiar de idea. Al fin y al cabo se trataba solamente de unas horas. Ni siquiera sabía por qué se había molestado en coaccionarle. No solía ser tan impaciente.
Sabía por qué. Rebosaba frustración y preocupación por Selene. No podía hacer nada para remediar esta situación sino esperar, por lo que procuraba controlar todo lo demás que se encontraba a su alcance.
– Pronto sabremos algo -dijo Tarik mirándole fijamente a la cara-. Antonio estará aquí en unos días para decirnos que ella está sana y salva de camino a Montdhu.
Después de cenar, Tarik mandó a sus criados a la cama y fue cojeando hasta el lugar donde había dejado el arcón de madera.
– Enciende otra vela. Si deseas ver el grial, querrás verlo bien.
Kadar encendió una segunda vela con la que había en la mesa.
– Por fin.
– No es necesario tanto sarcasmo. Tenía que estar seguro de ti.
– ¿Y ahora lo estás? Siento decepcionarte, pero no me manipularás más de lo que ya hizo Nasim.
– A ambos se nos ha ido de las manos. -Puso el arcón sobre la mesa y lo abrió con llave-. El destino a veces es así. ¿No lo has notado?
– Lo que he notado es que disfrutas jugando con el destino.
– De hecho he sufrido mucho por intentar no jugar con él. -Levantó la tapa del arcón, sacó la estatua y la dejó a un lado-. Últimamente es cuando he empezado a cansarme y a ceder ante la tentación. -Apartó la seda color púrpura y abrió el cofre de oro-. Aquí está tu grial. Es precioso, ¿verdad?
El tono de Tarik era de lo más despreocupado… demasiado despreocupado. Kadar entrecerró los ojos y luego se acercó un paso para mirar dentro del cofre. La luz de la vela hacía brillar el objeto de oro que albergaba un nido de terciopelo.
– Es un grial.
Tarik sonrió,
– Te lo dije, ¿No estás ahora avergonzado de haber desconfiado de mí?
– No. Considerando esa lengua viperina tuya, estaría avergonzado si no hubiera desconfiado. ¿Puedo sacarlo del cofre?
– Por supuesto.
Kadar levantó con cuidado el grial y lo sujetó bajo la luz de la vela. El trabajo era magnífico. Cada pulgada de oro del grial estaba laboriosamente tallada con símbolos pictóricos. Kadar pasó el dedo suavemente por una de las escenas.
– ¿Qué es esto?
– Es mi lengua materna. Mucho más clara y civilizada que la escritura de los griegos y los romanos.
– La he visto antes.
– Eso pensé cuando dijiste que la estatua te resultaba familiar. -Miró hacia la talla que estaba sobre la mesa-. Esperaba que la reconocieras. Has viajado más que la mayoría de los hombres, y cuentas con una mente curiosa.
– Egipto.
– Sí.
Miró otra vez la copa.
– ¿Qué dice?
– Es la historia de un joven y su búsqueda. Te gustaría.
– Entonces cuéntamela.
– ¿Quieres historias? Qué raro -dijo sonriendo-A Nasim no le interesarían las historias, solamente el poder de la copa. ¿No sientes la magia del grial? ¿No sientes su fuerza recorriendo tu cuerpo al sostenerlo entre tus manos?
– No.
Tarik se echó a reír.
– Nasim lo sentiría. Él cree en el grial.
– Entonces es un idiota. No hay magia en él.
– No serías capaz de convencerlo. Es imposible persuadir a un hombre como Nasim de que no puede tener todo lo que quiere. Y a veces es mejor no intentarlo.
– Dime qué hay escrito en la copa.
– Muestras impaciencia de nuevo. Es una larga historia, pero te lo diré. -Inclinó la copa de manera que Kadar pudiera ver la inscripción grabada en el interior-. Dice: «Proteger». Es lo que he estado haciendo. Pero ya estoy cansado. Merezco descansar. Es hora de que alguien más se haga cargo de esta tarea.
– ¿Yo?
Tarik asintió.
– Has escogido al hombre equivocado. No deseo proteger tu grial. No significa nada para mí.
– Pero lo hará. Siéntate. -Se sentó y estiró su pierna coja-. Tómate tu tiempo. Querías ver el grial, ahora examínalo a tus anchas.
Kadar se puso cómodo y lo giró lentamente.
– Hay algo más al otro lado de la copa.
– Exacto.
Kadar lo miró inquisitivamente.
– Me parece que ya has digerido bastante por el momento. Siempre he creído que es mejor ir con precaución cuando una historia es tan larga y complicada.
– Quiero escucharla ahora.
Tarik negó con la cabeza.
– Tómalo, acostúmbrate a él. Luego lo depositaré en el cofre otra vez hasta que considere que ha llegado el momento apropiado.
Kadar agarró la copa con fuerza.
– No me gusta tanta burla. ¿A qué estás jugando conmigo, Tarik?
– A un juego en el que yo dicto las reglas. -Tarik se apoyó en el respaldo de la silla-. Ya basta de hablar del grial. Ahora relájate y te hablaré sobre el hombre que me vendió esta bonita villa.
Selene escupió la hoja.
– No comeré más. ¿Me oyes? Sabe horrible.
– Puede que ya hayas tomado suficiente. Layla metió la última de las hojas en la bolsa que llevaba en la cintura y puso su caballo al trote-. Mañana veremos.
– Hemos probado con romero, tomillo y las hojas de ese arbusto con la fruta roja. ¿Cuándo lo dejaremos?
– Cuando dejes de tener náuseas.
– Ya es bastante desagradable estar así como para que empeores la situación obligándome a tomar esas repugnantes plantas.
– Deja de quejarte. Es algo que vale la pena. No solo para ti, sino para todas nosotras, las mujeres.
– ¿Nosotras? Soy yo la que está sufriendo.
– Yo lo haría si estuviera encinta.
Lo más exasperante era que Selene sabía que decía la verdad. Layla era implacable y estaba absolutamente convencida de que lo que hacía era lo correcto. Era difícil rechazar a alguien con una dedicación tan extrema. Solo le quedaba esperar que su mal se le pasara pronto de manera natural o que Layla encontrara algo que disipara su atención.
– Si me das una sola asquerosa pócima más, no viviré para soportarlo… -Vio que Layla no la estaba escuchando.
Tenía la mirada perdida, la frente arrugada de tanto pensar.
– Si no funciona, mañana probaremos con albahaca.
Selene quería tirar a la obstinada mujer de su caballo.
Murmuró una imprecación y espoleó su caballo para que avanzara hasta donde se encontraban Haroun y Antonio.
Haroun se retrasó para cabalgar a su lado.
– ¿Qué ocurre?
– Nada -respondió secamente-. ¿Por qué debería ocurrir algo?
– Parecéis… trastornada. Además esta mañana también estabais indispuesta. -Se humedeció los labios-. No es bueno vomitar todos los días. Estoy preocupado.
– No es bueno, pero no es nada que deba preocuparnos.
– ¿Es la fiebre?
Negó con la cabeza.
– Deberíamos parar y esperar a que os recuperéis.
¿Por qué no decírselo? No podría mantenerlo en secreto durante mucho tiempo, ya que él la veía todos los días.
– Tardaré varios meses en recuperarme de este mal. Estoy encinta, Haroun.
Exhibió una amplia sonrisa.
– Me lo imaginaba… Recuerdo a lady Thea con ese mismo mal. ¿Es ése el motivo por el que vamos a buscar a lord Kadar?
– Sí.
– Es lo más sensato. Él es honorable, tanto vos como el bebé estaréis a salvo con él.
– No voy a ponerme en sus manos. Tras la boda, regresaré a Montdhu.
Él asintió enérgicamente.
– Hasta que sea seguro para él llegar hasta donde estéis. Esta tierra no es lugar para vos. No os preocupéis, yo os cuidaré.
– No necesito que… -No pudo terminar. Haroun estaba muy contento y hablaba completamente en serio. Aunque su actitud fuera molesta, también era muy dulce. Estaba conmovida-. Te agradezco tu preocupación. Procuraré no ser una carga. -Dios santo, esa última frase casi le revuelve el estómago otra vez-. Sé que estaré a salvo contigo, Haroun.
Él se ruborizó y su sonrisa se hizo aún más radiante.
– Lo estaréis. Os lo prometo. Os cuidaré. Estaréis a salvo, lady Selene.
– El muchacho pulula a tu alrededor como una abeja en el panal -comentó Layla en voz baja mientras observaba cómo Haroun le preparaba el jergón esa noche-. ¿Se lo has contado?
Selene asintió.
– Iba enterarse antes o después. Lo notaba preocupado.
– Deberíamos habérselo dicho antes. Parece un buen chico.
Vaya una alabanza, viniendo de Layla. Selene sonrió.
– Muy bueno.
– Pero sus desvelos te van a fastidiar un poco.
– Probablemente. -Pero no tanto como en el pasado, pensó para sus adentros. Es como si el bebé hubiera amortiguado y suavizado todas las aristas. Le hada pensar con más claridad y reaccionar menos impulsivamente.
– Te sientes bien esta noche. -Layla la estaba estudiando.
Ella sonrió.
– Hoy no me has obligado a tomar ninguna de tus hierbas.
– Mañana. No siempre es bueno mezclar. -Negó con la cabeza-, No, es algo más.
Esperanza. No sabía de dónde había salido esa idea.
Qué extraño. La esperanza había sido algo poco común en su vida. Había tenido demasiadas decepciones. Actuaba para cubrir sus necesidades; sin esperar nada más allá. Sin embargo, en ese momento era la esperanza lo que la impulsaba por dentro. Había estado creciendo día a día durante el viaje.
¿Sería el niño?
– Siento… -No podía explicar lo que no comprendía ella misma-. Siento como si todo fuera a salir bien.
– Ojalá.
Hizo una mueca.
– O quizá esta satisfacción es la manera que Dios tiene de proteger a los bebés.
– Es posible. La verdad es que a ti te ha cambiado. Ni siquiera has mencionado a Tarik o el grial desde que has descubierto que estás encinta.
No parecía tan importante. Lo único que importaba ahora era el bebé y reunirse con Kadar.
– Kadar dice que cuando se me mete algo en la cabeza no puedo pensar en otra cosa. Supongo que tiene razón.
– Parece conocerte muy bien.
– Sí. -Habían pasado juntos muchas horas, días y años-. ¿Cuánto queda para llegar a Roma?
– Tres días.
Faltaban tres días para volver a ver a Kadar. Tres días y sabría lo del niño. No es que fueran a cambiar las cosas, pero podría verle la cara y eso sería…
– Virgen santa, ¿te encuentras mal otra vez?
Su mirada sobresaltada voló hacia el rostro de Layla.
– ¿Qué te hace pensar así?
– Tienes una expresión idiotizada y confundida.
Selene frunció el ceño.
– No es cierto. Simplemente estaba… -Se detuvo al ver que Layla estaba sonriendo-. Tu sentido del humor no es muy amable.
– El humor es el humor. Amable o no, es nuestra salvación. Acostúmbrate a mi rudeza. No sé ser de otra manera. -Dirigió su mirada hacia el fuego-. ¿Te quedarás con él?
– No.
– Pero estás luchando contra ello.
– No, ya no lucho contra ello. Pero eso no significa que me vaya a quedar con él. Seguramente lo que significa es que no debería hacerlo. -Hizo una pausa-. Pensaba que era la única persona en esta tierra que nunca me mentiría. Pero lo hizo.
– ¿Traición?
– No exactamente.
– Todos mentimos alguna vez en nuestra vida. Para bien o para mal. -Hizo una pausa-. Igual que nos mentimos a nosotros mismos.
Se puso rígida.
– ¿Quieres decir que me estoy engañando a mí misma?
– Es posible. Me comentaste que Tarik te dijo que eras como yo. Hay una parte de nosotros en lo más profundo de nuestro ser que permanece aislada e intacta. Es difícil permitir que nadie se acerque a ese punto, ni siquiera la persona amada. Puede que tú seas igual. -Levantó la mirada-. Si tienes una buena razón, abandona a este Kadar, pero no te engañes a ti misma para proteger esa isla. La soledad puede ser muy amarga.
– Yo nunca me engaño a mí misma -se apresuró a decir Selene-. Y además, Tarik dijo que si me quedaba con Kadar sería un peligro para él.
– Tarik tiene sus propias razones para quererte alejada de él.
– Pero creo que está en lo cierto.
– Hay otras soluciones que no consisten en salir corriendo. -Se enrolló con la manta y cerró los ojos-. Piénsalo.
– No necesito pensarlo. He tomado una decisión y no…
– Ve a dormir -dijo Layla bostezando-. Estoy cansada de hablar contigo y necesito descansar. Sin duda me despertarás temprano con esas terribles arcadas.
Selene se dio cuenta con frustración de que había dado el tema por zanjado. Se dio la vuelta y se dirigió hacia su jergón.
– Parecéis preocupada. ¿No os encontráis bien? -preguntó Haroun desde su jergón a pocos metros de distancia.
Ella hizo un esfuerzo por sonreír mientras se acostaba.
– Solamente es cansancio.
– No deberíamos forzar la marcha. Necesitáis reposo.
– Eso es lo que intento. -Se tumbó de lado y cerró los ojos-. Estoy bien. Solo serán tres días más.
Pero no estaba segura de poder sobrevivir a las atenciones de Haroun durante tres días más sin estallar. Nunca debería haberle dicho lo del bebé.
– ¿Necesitáis otra manta?
– No, estoy bien así.
– Puedo avivar el fuego.
Despacio y con cuidado, haciendo una pausa entre cada palabra, dijo:
– No necesito nada, Haroun.
No sabía qué era peor: Layla, con su incansable determinación por utilizarla para mejorar la condición de todas las mujeres, o Haroun, que quería asfixiarla bajo esta manta de mimos. Se alegraría de llegar a Roma.
Y a Kadar.
Aunque no pudiera estar con él, no le haría daño imaginar su alegría cuando se enterara de lo del niño. Había crecido solo en las calles, y un bebé, alguien suyo, significaría mucho, tanto para él como para Selene.
¿Demasiado? Si se marchaba con el bebé le rompería el corazón. Dios mío, jamás haría daño a Kadar.
Poco a poco. Afrontaría las consecuencias más tarde.
Ahora solo tenía que preocuparse por llegar a Roma y asegurarse de que el bebé estaría protegido con los votos sagrados de las crueldades del mundo.
– ¡Lady Selene!
Haroun.
Tenía su mano en el hombro y la agitaba bruscamente.
– Tenéis que despertaros. Debemos partir. Nasim…
Nasim.
Se despertó al instante y vio el rostro preocupado de Haroun sobre ella.
– Antonio dice que se acercan jinetes por el camino. -La ayudó a levantarse-. Cree haber reconocido a Nasim.
Aún estaba oscuro. Solamente se filtraba un hilo de pálida luz de luna por las nubes de un cielo cubierto. ¿Cómo podría Antonio estar tan seguro de…?
No podían arriesgarse.
– ¿A qué distancia?
– No lo sé. Minutos… Se dio la vuelta, corrió hacia los caballos y se apresuró a ensillar su yegua.
Layla había terminado de ensillar su caballo y se lo llevaba a Selene.
– Monta mi caballo y lárgate de aquí -dijo Layla secamente-. Date prisa.
– No, esperaré a…
– No hay tiempo. Estaremos justo detrás de ti. ¿Quieres arriesgar la vida de tu hijo?
Quiero ese niño.
La invadió una oleada de terror. Si Nasim se enteraba de que estaba encinta, se llevaría al bebé si nada varón y lo mataría si era niña. No podía poner en peligro al niño. Dejó de discutir y se subió al caballo de Layla.
– ¿Dónde nos encontraremos?
Layla señaló hacia un denso bosque en la lejanía.
– Será fácil esconderse entre los árboles. -Espoleó a su caballo en las ancas traseras y la obligó a correr como alma que lleva el diablo.
El viento le cortaba las mejillas.
Tenía la ropa pegada al cuerpo.
Se atrevió a mirar a sus espaldas.
No venía nadie. ¿Dónde estaban Layla y…
No debía dejarse llevar por el pánico. Solo habían pasado unos minutos.
Sintió un gran alivio cuando divisó a Layla, a Haroun y a Antonio cruzando el claro.
No veía a nadie persiguiéndolos. Quizá todo había sido un error. A lo mejor no era Nasim.
O puede que sí.
Espoleó a su caballo.
El bosque estaba justo frente a ella.
Y allí estaba, a su alrededor. Oscuridad. Sombras. El denso palio de ramas sobre su cabeza. Seguridad.
– Baja del caballo. -Layla cabalgaba a su lado y bajó de un salto-. Dale un azote a tu caballo para que salga corriendo y escóndete entre los matorrales. Se está acercando.
– ¿Nasim? -Desvió la mirada en dirección al camino.
Los jinetes se acercaban al galope hacia el bosque, liderados por Bailar y Nasim.
Se deslizó por la silla y le propinó a su caballo un buen cachete. El equino se adentró en la espesura.
Antonio y Haroun habían llegado también, Antonio desmontó de su caballo. Haroun se encontraba todavía en su montura, mirando hacia atrás.
– ¡Por todos los santos, date prisa, Haroun! -gritaba Selene con frenesí mientras se adentraba entre la maleza.
– Están demasiado cerca. -Tenía el rostro demudado por el miedo-. Os encontrarán. Tengo que…
Espoleó su caballo al galope.
Ella abrió los ojos de espanto.
– ¡Haroun!
Layla le tapó la boca con la mano a la vez que la tiraba al suelo.
Tenían encima a los jinetes.
Polvareda. Estruendo. Ruido de ramas rotas.
Selene veía los cascos volar a corta distancia de donde se encontraba.
– ¡Allí! ¡Adelante! -Era la voz de Balkir-¡El muchacho!
La tierra tembló cuando los jinetes pasaron entre los arbustos donde estaban escondidos.
Layla retiró la mano de la boca de Selene.
– Lo matarán. -Escudriñaba en la oscuridad con ojos agonizantes el lugar donde habían desaparecido los jinetes-. Lo apresarán.
– No podemos quedarnos aquí. -Layla se levantó y la ayudó a ponerse en pie-. Volverán. Tenemos que encontrar un lugar donde escondernos. -Se volvió hacia Antonio-. Sigue adelante. Dirígete hacia el sur. Busca una cueva. Encuentra aunque sea un árbol al que podamos trepar. Cualquier cosa que nos permita estar fuera de su alcance.
Antonio asintió y se esfumó entre los matorrales.
– Vamos. -Layla la agarró por el brazo-. Tenemos que salir de aquí.
– Tenemos que ayudar a Haroun. Lo matarán.
– No podemos ayudarlo. Tiene que arreglárselas él solo. Quizá consiga escaparse. De cualquier modo, no podríamos alcanzarlo a pie. Aunque lo intentáramos, no podríamos detenerlos. Estamos en minoría.
– Tenemos que intentarlo. Sabes que lo matarán si lo apresan.
– Por supuesto que lo matarán. -La voz de Layla hería como un látigo-. No seas estúpida. Nos matarán a todos si les damos la oportunidad. Puede que a ti no te maten, pero te utilizarán a ti y al niño para llegar a Kadar y a Tarik. ¿Quieres entregarnos a Nasim por intentar salvar a un hombre que no puede ser salvado?
– El intentó salvarnos.
– Sí, y sabía perfectamente lo que estaba haciendo. ¿Vas a dejar que su sacrificio sea en vano? Usa la cabeza.
Selene no quería entrar en razón. Intentó zafarse de Layla, que la tenía agarrada.
– El niño -dijo Layla-piensa en el niño. No tienes derecho a arriesgarte a que muera.
El niño.
Haroun.
Nadie tenía derecho a elegir quién debía vivir o morir. Cerró los ojos al sentir fuertes oleadas de dolor.
– Ven -dijo Layla agarrándola por el codo de manera suave pero firme-. Es lo mejor que podemos hacer.
Layla siempre parecía saber qué era lo mejor en cada momento, pensó Selene débilmente. Qué reconfortante debe ser. Bien sabe Dios que ella no era capaz.
Permitió a Layla que la condujera en dirección opuesta a la tomada por Haroun y Nasim.
Unas horas más tarde, Antonio localizó una pequeña cueva en la ladera de una colina.
Emplearon la hora siguiente en camuflar la entrada de la cueva con ramas. Antonio se apostó cerca de la abertura. A partir de ese momento solo les quedaba esperar y vigilar.
Y preocuparse por Haroun.
– No te apures más. -Los ojos de Layla estaban posados en el rostro de Selene-. No te conviene.
– No seas tonta. ¿Cómo puedo dejar de preocuparme? -Selene tenía apoyada la mejilla en la fría pared de piedra de la cueva-. Deberíamos haber ido tras él.
– Entonces échame a mí la culpa. La decisión fue mía.
– No, yo la tomé. Yo soy la culpable. No tenía por qué ir contigo.
– Eso es verdad. Pero entonces te habría tenido que golpear en la cabeza y Antonio habría tenido que llevarte en brazos. De cualquier forma no habrías podido ir tras Haroun.
– No eras tú quien tenía que tomar esa decisión.
– Aun así, la tomé -dijo torciendo la boca-. Para mí era más fácil. Quería que tú y el bebé vivierais, y mi afecto por Haroun es menor. Además, estoy acostumbrada a tomar decisiones de esa naturaleza.
Selene se dio cuenta de que estaba hablando de la vida y de la muerte.
– ¿Has matado alguna vez a alguien?
– No intencionadamente. Ya te dije que no podría soportarlo. Sin embargo, las cosas pasan -dijo encogiéndose de hombros-. Y no me esconderé de ello. No soy como Tarik.
Selene no sabía a qué se refería Layla, pero estaba demasiado aturdida y entumecida para investigar. No podía quitarse de la cabeza la expresión de Haroun el momento antes de espolear a su caballo y adentrarse en el bosque.
– Nasim la aterraba-susurró-, Haroun no era un hombre valiente.
– Te equivocas; se necesita mucho valor para enfrentarse a los temores de uno.
– Era el bebé. Me prometió que cuidaría de mí. No debería haberle dicho nada del bebé.
– ¿Y no crees que lo habría hecho de todas formas?
– Quizá. -Cerró los ojos-. No lo sé. Arriesgó su vida en Montdhu para venir tras de mí.
– Entonces el bebé no tenía nada que ver con ello. Ahora deja ya de darle vueltas. Procura dormir.
¿Dormir? Si no hubiera estado tan entumecida, se habría echado a reír,
– ¿Cuándo podremos salir a buscarlo?
– Dentro de un día, quizá dos. A lo mejor más tiempo. Cuando estemos seguros de que Nasim se ha dado por vencido y abandone su búsqueda y el bosque.
– No se dará por vencido.
– Lo hará si se imagina que nos las arreglamos para esquivarlo y que ya no estamos aquí. Por eso no debemos hacer ningún movimiento.
– ¿Cómo sabremos cuándo se marcha?
– Antonio se desenvuelve muy bien en el bosque, pero no lo dejaré salir hasta que crea que es seguro.
– Por supuesto que no. -Lo último que deseaba era poner en peligro a otra persona inocente. Su carga de culpabilidad era ya demasiado grande.
Cerró los ojos. Que no le pase nada. Por favor, que Haroun esté a salvo.
Al día siguiente pasaron jinetes en dos ocasiones a pocos metros de la cueva. En una de ellas dos jinetes desmontaron y anduvieron por los matorrales para aliviar sus necesidades.
Pero no descubrieron la entrada.
El tercer día Layla envió a Antonio a hacer un reconocimiento.
Cuando regresó unas horas más tarde hizo una negativa con la cabeza.
– Todavía están aquí. Pero están acampados en el límite del bosque hacia el oeste. Puede que se estén preparando para marcharse.
– ¿Haroun? -preguntó Selene-.¿Lo tienen prisionero?
– No lo he visto en el campamento.
El temor la hizo estremecerse.
– No pienses lo peor -recomendó Layla-. Puede que sean buenas noticias. Podría estar escondido en el bosque. Ahora siéntate y tómate estas bayas que Antonio nos ha traído.
– No tengo hambre.
– Cómetelas de todas formas. Apenas has probado bocado en estos últimos días. Si Haroun ha muerto, no habrá sido en vano. El niño debe vivir.
Alargó la mano, cogió una baya y empezó a comer.
Al día siguiente Antonio se aventuró de nuevo. Cuando volvió, les informó que Nasim y sus hombres habían abandonado el bosque.
Esperaron hasta el anochecer para asegurarse de que no regresaba y entonces comenzaron a buscar a Haroun.
Lo encontraron el segundo día, tirado en un barranco como un desecho.
Lo habían cortado en pedazos.
– No mires. -Layla se puso delante de Selene, cortándole el camino-. Antonio y yo nos haremos cargo de él.
– Quítate de mi camino -dijo Selene, empujándola hacia un lado y arrodillándose junto a Haroun. No tenía cara. No tenía cara. Ya ni siquiera era Haroun-. ¡Dios mío!
Layla le puso la mano en el hombro.
– Lo siento.
– No tenían por qué hacerle esto -susurró Selene-. Podían haber tenido suficiente con matarlo. Ese monstruo no tenía por qué cometer esta atrocidad.
– Selene, tenemos que enterrarlo -dijo Layla con suavidad-. Ya ha pasado mucho tiempo.
– Sí -dijo tristemente.
– Antonio y yo lo haremos. Tú regresa a la cueva y espera hasta…
– No, yo también lo haré.
– Es demasiado. Tú…
Se puso en pie de un salto y se dio la vuelta hacia Layla.
– He dicho que lo haré -dijo con fiereza-. Tú no lo conocías. A ti no te importaba. Se merece tener a alguien… -Se le rompió la voz y tuvo que parar hasta que fue capaz de continuar-. Antonio y tú excavaréis la tumba. Yo lo prepararé.
– No es lo más sensato. Sería más fácil para…
– No me importa. No pretendo que sea fácil. A él no se lo pusieron fácil. -Se volvió hacia Haroun-. Marchaos.
Un momento después oyó cómo Layla y Antonio se alejaban.
Necesitaba una mortaja. Se quitó su capa y la tendió en el suelo.
– Tenemos que hacer esto juntos, Haroun -susurró-. Tú siempre me has ayudado. Ahora déjame que te ayude yo a ti.
Dispusieron a Haroun para descansar al atardecer.
Selene permaneció largo tiempo con la mirada fija en el montón de tierra. No estaba bien que la vida de ningún hombre terminara así. Tenía que haber… algo más.
– ¿Estás lista para marchar? -preguntó Layla.
– Todavía no.
No pudo evitar llevarse de recuerdos.
Haroun riendo mientras jugaba a los dados con Kadar en el establo de Montdhu.
Haroun mojado y tiritando después de haberse agarrado al ancla del Estrella oscura.
Haroun con su amplia sonrisa, revoloteando a su alrededor después de enterarse de que estaba encinta.
El dolor atenazó cada parte de su ser al recordar cómo se había enojado con sus mimos.
– ¡Selene!
Layla parecía alarmada, por fin Selene reaccionó. Algo estaba pasando.
Por supuesto que algo estaba ocurriendo. La oscuridad los rodeaba por completo. Haroun estaba muerto. Haroun había sido despedazado…
– Cógela, Antonio.
Demasiado tarde. Se desplomó en el suelo junto a la tumba de Haroun.
CAPÍTULO 14
Layla le estaba mojando la frente a Selene cuando ésta abrió los ojos.
– Ya era hora -dijo Layla apartando el suave paño a un lado-. Estaba empezando a creer que nunca te despertarías. ¿Es que no te das cuenta de que me estoy aficionando a esta aburrida tarea?
Selene percibió que estaban en la cueva.
– ¿Cuánto tiempo…?
– Te desmayaste hace tres días.
– Tres… -dijo moviendo la cabeza sin poder creerlo-. No es posible. Ningún desmayo dura tanto.
Layla desvió la mirada.
– Ha habido otros problemas.
Ella se puso rígida.
– ¿Qué otros problemas?
– Has… sangrado.
– ¿Qué?
Layla volvió sus ojos hacia ella.
– Creo que has perdido el niño.
– ¡No!
– Supongo que a veces ocurre. El disgusto de la muerte de Haroun, la tensión de los últimos días…
– No.
– ¿Crees que me resulta fácil decirte esto? -preguntó Layla con aspereza-. Quería que tuvieras a ese niño. Pero ha sucedido así y es mejor que nos enfrentemos a ello cuanto antes.
No quería aceptarlo. Quería dormirse otra vez y volver a la inconsciencia.
– Ni se te ocurra. -Layla la cogió por los hombros-. Abre los ojos. Mantente despierta. Dios no es justo, lo sé, pero tienes que seguir adelante.
– Todo esto para nada -susurró Selene-. Haroun murió por…
– Haroun murió porque Nasim lo descuartizó. No fue culpa tuya. Y nada de lo que has hecho ha causado la muerte de tu bebé. Si quieres culpar a alguien, échale la culpa a Nasim. Él ha sido el responsable de ambas muertes.
Ahora Selene no quería pensar en culpar a nadie. Quería volver a los momentos en que su bebé aún estaba vivo bajo su corazón.
– Deberías estar lista para viajar en unos días -dijo Layla-. ¿Quieres volver a Génova y embarcar en el barco de Tarik o prefieres proseguir nuestro viaje a Roma?
– No lo sé. -Se dio media vuelta y se acurrucó mirando hacia la pared de la cueva-. Yo… no puedo… pensar con claridad.
– No vuelvas a dormirte.
– Dudo que pueda volver a dormir nunca más. -Tenia la mirada fija. Vacía. Se sentía fría, vana y sola. Qué extraño sentirse abandonada por un bebé que nunca llegó a estrechar entre sus brazos.
– He oído que a veces llorar ayuda -dijo Layla torpemente-. Inténtalo.
– No quiero llorar. -Lo que ella sentía era demasiado profundo para las lágrimas, la agonía era demasiado intensa como para permitirle desahogarse-. Todo ha salido mal. Haroun… mi bebé… Nada de esto tendría que haber sucedido.
– Lo sé -dijo Layla acariciándole el cabello-. Lo sé, Selene.
Layla no lo sabía. Nunca había experimentado ese tipo de dolor. No tenía ni idea del vacío que sentía.
No podía sentir la rabia que sentía ella.
Selene no pronunció una sola palabra durante los dos días siguientes. Se negó a probar bocado y Layla dudaba que hubiera dormido algo. Cuando Layla intentaba hablar con ella, Selene movía la cabeza negativamente y se daba la vuelta. Ni la ternura ni la brusquedad producían respuesta alguna.
Era como si se hubiera encerrado en un capullo de dolor y no permitiera a nadie desenmarañarlo.
Layla se despertó en mitad de la tercera noche. Dirigió la mirada hacia el jergón de Selene.
Vacío,
Murmuró una maldición y apartó la manta. Idiota. No debería haberse dormido. Su deber era proteger a Selene.
Quién sabe dónde andaría…
Selene estaba de pie en la entrada de la cueva, con la mirada fija en la oscuridad.
Layla soltó un suspiro de alivio antes de levantarse y ponerse a su lado.
– Deberías volver a tu jergón. Necesitas descansar.
– Enseguida.
Fue la primera palabra que pronunció en días, pero el alivio de Layla fue efímero. El tono de Selene era tranquilo, contenido, sin rastro de su anterior pasión y dolor. No era natural, y esto para Layla era motivo de preocupación.
– Necesitas dormir. Llevas mucho tiempo sin descansar.
– No, tengo que pensar.
– En estas circunstancias no es bueno darle tantas vueltas a las cosas.
– No estaba pensando en ello. Intentaba sacar algún sentido a todo esto.
– ¿Y lo has encontrado?
Selene se volvió para mirarla y Layla se puso rígida de la impresión. A la luz de la luna, su rostro le recordaba a alguno de los que había visto grabados en los camafeos: suave, duro, sin expresión.
– No, pero ya tengo decidido lo que vamos a hacer.
– ¿Y qué es, si puede saberse?
– Partir hacia Roma mañana mismo.
– Es peligroso. Antonio ha dicho que las huellas de Nasim iban en esa dirección. Seguramente su intención es adelantarnos, pero puede retroceder.
– Tendremos cuidado.
– Necesitas descansar. Unos días más no importarán demasiado.
– Te equivocas -dijo yendo hacia su jergón-, sé exactamente lo que necesito, y no es descansar precisamente.
Al día siguiente emprendieron la marcha a pie hacia Roma. No pudieron encontrar ninguna aldea donde comprar caballos hasta el segundo día. Aun así actuaron con cautela y enviaron a Antonio en avanzadilla varias veces para asegurarse de que no se cruzaban en el camino de Nasim. En consecuencia, no llegaron a la villa de Tarik hasta más de una semana después.
Layla cabalgó hasta el pie de la colina.
– Continúa hacia delante. Antonio y yo iremos más tarde. Tarik y yo no nos hemos visto en mucho tiempo. Es mejor que no haya nadie delante cuando nos encontremos -dijo haciendo una mueca-. Además, a Kadar no le gustará saber que Antonio te traicionó. Necesitas tener la oportunidad de contarle que no te ha hecho ningún daño antes de que Kadar le corte el cuello.
– Muy bien. -Selene supuso que tendría que haber sido ella quien considerase las consecuencias, pero solamente parecía capaz de sentir, no de pensar. Eso tenía que acabar.
Debía reflexionar con calma, fríamente, bloquear en su mente todo excepto lo que tenía que hacer.
– Yo le diré a Tarik que lo estás esperando aquí fuera.
Tarik y Kadar estaban bajando las escaleras cuando Selene entró a caballo en el patio.
– Gracias a Dios. -Kadar corrió hacia ella. Una sonrisa iluminó su rostro cuando la cogió para bajarla de la silla-. Casi me vuelvo loco al ver que Antonio no venía. Estaba a punto de salir para Génova. ¿Te sientes bien?
– No. -Se volvió hacia Tarik-. No hemos encontrado ningún impedimento para acercarnos. ¿Estamos seguros aquí?
– Sí, no estábamos seguros de que fueras tú, pero sabíamos que venían tres jinetes. Si hubieras parecido una amenaza, habríamos estado preparados.
– ¿Cómo lo sabías?
– Un guardia apostado en una colina a varias leguas de la villa nos trajo el mensaje.
– ¿Qué significa: no? -Las manos de Kadar la sujetaban por los hombros-, ¿Qué sucede? ¿Por qué no embarcaste en Génova?
Sintió un hormigueo de calidez cuando él la tocó. Qué raro, pensaba que sería incapaz de sentir algo nunca más.
Raro y peligroso. Las emociones podrían despertarla e interponerse en su camino. Retrocedió un paso y miró a Tarik.
– No quiero hablar más. Llevamos días cabalgando, necesito descansar y darme un baño.
Tarik asintió.
– Pero había dos jinetes más. ¿Quiénes son?
– Están al pie de la colina. Layla dijo que quería encontrarse contigo a solas.
Se puso rígido.
– ¿Layla?
– Tu esposa. -Él parecía realmente sorprendido, pensó Selene. Quizá Layla estaba equivocada sobre Tarik enviándole a Selene-. ¿No sabías que Antonio estaba pagado por ella?
– Por supuesto que no. -Hizo una pausa-. No te habrá… hecho daño, ¿verdad?
Selene negó con la cabeza.
– No ha sido cariñosa, pero hemos llegado a entendemos.
– No, rara vez es cariñosa. -En su expresión se mezclaban la impaciencia con el temor cuando miraba al pie de la colina-. Será mejor que vaya a ver.,. -Atravesó el patio con presteza.
– ¿De qué estáis hablando? -preguntó Kadar.
– Después. ¿Me podrías enseñar dónde voy a dormir?
– Selene… qué es… -Se interrumpió, la cogió por el brazo y empezó a subir las escaleras-. De acuerdo. No hablaremos ahora.
Ella sintió de nuevo esa emoción y se alejó de él.
– No me toques.
– Por Dios santo, no estoy intentando… -dijo centrando su mirada en el rostro de ella-. Nunca te he visto así. Estás fría como el mármol. ¿Qué te ha ocurrido?
– No quiero tener que repetirlo dos veces. Hablaré contigo, con Tarik y con Layla esta noche.
– Me estás dejando fuera -dijo entre dientes-. No me gusta que me metas en el mismo saco que a Tarik y a esa tal Layla. No lo permitiré.
– Esta noche -repitió mientras se paraba ante la puerta-. ¿Me enseñarás ahora dónde voy a dormir?
Se quedó mirándola unos instantes y después hizo ademán a un muchacho que pasaba por allí.
– Muéstrale un aposento, Benito. Uno que esté cerca del mío. Encárgate de que le lleven agua para tomar un baño.
Benito asintió deseoso de complacer y se apresuró por el largo pasillo de mármol.
– Espera -dijo él al ver que ella seguía al muchacho-. Necesitarás ropa. Mandaré a alguien para que baje hasta el pie de la colina y le diga a Haroun que te traiga tu equipaje.
– No hay equipaje que traer. Me las arreglaré con lo que llevo puesto -dijo sin ni siquiera mirarlo-. Además nadie puede decirle nada a Haroun. Está muerto.
Se estaba acercando.
Layla instintivamente se preparó cuando vio a Tarik bajar por la colina. Parecía el mismo que aquel día la había abandonado. Bien, ¿qué esperaba? Por supuesto que parecía el mismo. No podía esperar que hubiera languidecido de añoranza. Él había hecho todo lo posible por demostrarle que ya no la necesitaba, incluso había tomado otra esposa.
Pero sí que la necesitaba. Igual que ella lo necesitaba a él.
Forzó una sonrisa y posó sus ojos sobre él.
Él no le devolvió la sonrisa.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Selene se empeñó en venir.
– Si la hubiera querido aquí, la habría traído con nosotros. Tenía que ir a Escocia.
– Por eso elegiste a Antonio para acompañarla -dijo mirándolo a los ojos-. Me parece que estás mintiendo. No creo que tuvieras intención alguna de ponerla a salvo en Escocia. Pienso que sabías que Antonio me la traería a mí.
– No tenía ni idea de que tuvieras comprado a Antonio.
Por un momento se quedó sorprendida ante la rotundidad de esa afirmación.
– Lo sabías de sobra. Apostaría a que conoces a la perfección si alguno de tus sirvientes está pagado por mí o por Nasim.
– Perderías. No sabía lo de Antonio. ¿Por qué debería suponer que tienes espías en mi campamento?
Porque te amo. Porque sabes que nunca te dejaría marchar.
Se humedeció los labios.
– Eshe. ¿Qué si no?
– Me enviaste el cofre. ¿No confías en mi custodia?
Ella se lo había mandado porque quería forjar un vínculo que lo llevara de vuelta a ella.
– Tienes tendencia a comportarte como un tonto. Tenía que estar segura. Cuando me enviaste a Selene, esperaba que tuvieras las cosas más claras.
Él se quedó paralizado.
– ¿Y por qué piensas que te he mandado a Selene?
– Eshe. Para hacer lo que tú no eras capaz.
El respiró profundamente.
– Por Dios bendito, ¿qué has hecho?
Sintió una punzada de dolor.
– No pienses tan mal de mí. No soy ningún monstruo, -Levantó la barbilla y lo miró desafiante-. No le he hecho nada. ¿Creías que iba a salir corriendo a complacerte? Solo pensaba…
– ¿Entonces por qué has traído aquí a Selene?
– Ha sufrido una gran pérdida y pensé que era lo mejor para su recuperación. Ella no estaba…
– ¿Qué pérdida? ¿Qué le ha ocurrido a Haroun? -Kadar bajaba la colina a grandes zancadas hacia ellos-. ¿Cómo murió?
– Tú debes ser Kadar. -Era una afirmación. Era lo suficientemente joven como para ser el amante de Selene y era un hombre de envergadura considerable, digno de ser elegido por Tarik-. Yo soy Layla.
– No me importa quién eres tú. -Le temblaba la voz de rabia y frustración-. Quiero saber qué le ha sucedido a Haroun y qué le ocurre a Selene.
– No hay motivo para semejante rudeza -dijo Tarik-. Layla no ha hecho ningún daño a Haroun.
La estaba defendiendo. Layla sintió una tibia oleada de placer. Era lamentable comprobar el inmenso gozo que le producía algo tan insignificante.
– ¿Cómo lo sabes? Según tú soy capaz de cualquier cosa.
– ¿Cómo murió Haroun? -repitió Kadar.
– Nasim lo asesinó. -Relató brevemente su huida hacia el bosque y el descubrimiento del cuerpo de Haroun.
– Por los clavos de Cristo -murmuró Kadar-. Haroun…
– Parecía un buen muchacho y muy leal a Selene.
– Sí, lo era.
– Especialmente al final. -¿Debería contárselo? ¿Por qué no? Ignoraba si Selene tenía intención de contarle lo del niño, pero le había resultado imposible comunicarse con Selene durante los últimos días. Quizá Kadar pudiera acceder a ella-. Sobre todo después de saber que Selene estaba encinta.
Los ojos de Kadar se abrieron como platos de la impresión.
– ¿Qué?
– Por eso venía a verte. Pensaba que le darías tu nombre y protección al niño.
Asomó una leve sonrisa que iluminó el rostro de Kadar, y en ese instante Layla pudo comprender por qué Selene se sentía atraída por él.
– Por supuesto que yo…
– Espera. -Como de costumbre, había actuado con torpeza-. Perdió el bebé después de encontrar a Haroun.
Su sonrisa se desvaneció.
– Dios mío -susurró.
– Fue un golpe terrible para ella. Además de la muerte de Haroun, fue como si… Pareció cambiar de la noche a la mañana.
– No hace falta que lo jures -dijo apretando los puños-. Nunca la he visto así. No es la misma.
– No seas estúpido. Claro que no es la misma. Algunas mujeres necesitan hijos para sentirse completas. Perder un bebé te arranca el corazón. ¿Esperabas que no mostrara…?
– Tranquila -dijo Tarik posándole la mano en el brazo-. Todos sabemos que Selene lo está pasando mal. Ahora debemos encontrar un modo de ayudarla.
– Si nos deja -añadió Kadar-. Haremos todo lo posible para que así sea. -Algún músculo de su tensa mejilla se movió bruscamente-. ¿Me oyes? No permitiré que siga sufriendo de esta manera.
– El tiempo y la paciencia le ayudarán a sanar la herida -dijo Tarik.
– Selene nunca ha entendido qué es la paciencia, no sé por qué habría de tenerla ahora.
– Tú eres el que parece no tener paciencia.
– Lo está pasando mal. No lo soporto. Necesito hacer algo para remediarlo. -Fulminó a Tarik con la mirada-. Y tú vas a ayudarme. Le darás todo lo que te pida, lo que necesite, lo que sea.
– Si está en mi mano.
– Eso no es suficiente. Se lo darás. -Paseó la mirada de Tarik a Layla y de nuevo a Tarik-. No me importa lo que haya entre vosotros. No me importa el grial. Estoy harto de que Nasim y tú os entrometáis en nuestras vidas. No volverá a suceder.
– Kadar, no estoy hablando de…
– Quiere hablar con todos nosotros después de cenar esta noche. -Se dio la vuelta y emprendió el ascenso por la colina-. Vas a escucharla y, por Dios que si dices una sola palabra que la trastorne, te lo haré pagar.
– ¿Por qué no me lo dijiste? -preguntó Kadar.
Selene se dio la vuelta y la vio en el umbral de la puerta de su aposento. Tenía la cara pálida y echaba chispas por los ojos. Ella instintivamente se puso tensa.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– ¿Es que no tenía derecho a saberlo? -Entró y dio un portazo tras de sí-. Era mi hijo, por Dios santo.
– Te lo iba a decir.
– ¿Cuándo? ¿Esta noche? ¿Un anuncio conjunto a Tarik y a mí? ¿No crees que me merecía escucharlo a solas? -Le puso las manos sobre los hombros-. Has dejado que la esposa de Tarik, una extraña, sea quien me dé la noticia.
Ella desvió la mirada.
– No quería hablar de ello.
Él suavizó su expresión.
– Selene, -Le acarició los hombros con suavidad-. Tenemos que hablar de ello. Compartimos el placer que creó al niño, ahora déjame compartir el dolor. Puedo ayudarte.
Notaba cómo se suavizaba ella también, inclinándose hacia él como una rama a merced de la brisa. Él lo entendería.
El había querido ese niño.
Pero no debía ablandarse. Tenía que permanecer fuerte y dura como una roca.
– ¿Quieres que llore y gimotee? Mi bebé está muerto. Haroun está muerto. Mis lágrimas no me los devolverán.
– No quiero que llores. Solo quiero que me permitas compartir tu dolor. No estás siendo justa conmigo.
Ella se apartó de él.
– Ahora quiero que te marches. Te veré esta noche.
– Estás loca si piensas que voy a dejarte -dijo avanzando un paso-. No puedes darme un empujón y meterme en el mismo saco con Tarik y Layla. Hemos sido compañeros y amantes. Por Dios santo, hemos concebido un hijo. Hemos compartido demasiado.
– Eso no tiene importancia.
– Sí que la tiene. Nada importa más que… -Respiró hondo-. Esto no está bien. He perdido el control. No tenía intención de discutir contigo. Solo quería prestarte mi cariño y mi comprensión.
– Entonces comprende que deseo que te vayas.
– Ya me voy -dijo dirigiéndose hacia la puerta-. Y a partir de ahora me quedaré al margen, donde tú quieres que esté. Pero no por mucho tiempo, Selene. No permitiré que esta situación dure mucho.
Cerró la puerta sin dar portazo, pero de una manera crispada y decidida.
Se había marchado. Se cruzó de brazos con la esperanza de parar el temblor. Creía que estaba congelada, sin embargo acababa de comprobar que seguía completamente viva.
Había deseado desesperadamente acercarse a él y recibir el consuelo que él le ofrecía. Sabía perfectamente que Kadar sería capaz de saltar cualquier barrera para llegar a ella.
Pero ella no había cedido, y él se había ido.
Triunfó.
No sentía haber triunfado. Sentía un sabor amargo, inseguridad y una tremenda soledad.
Kadar apretaba los puños con fuerza mientras bajaba a ciegas al salón.
Ella estaba sufriendo y él no podía ayudarla.
Por Dios, no podía soportarlo.
Ella se había encerrado en sí misma y lo había apartado de su lado. Ya había ocurrido antes, pero sabía que con paciencia y tiempo siempre llegaba a ella. Pero esta vez no era lo mismo. Nunca la había visto igual. Aparentaba varios años más, y los muros que había levantado a su alrededor eran duros como el acero.
Deja de sentir y empieza a pensar. Siempre se puede hacer algo. Tenía que haber algún modo de acercarse y que ella aceptara.
Se conocían demasiado bien. Ella estaría a la defensiva contra cualquier treta conocida. Cualquier camino que tomara debería ser uno por el que no hubiera andado con anterioridad.
Esa noche Selene estaba a punto de abandonar su aposento cuando Kadar llamó a la puerta.
– Confío en que no tendrás objeción en que te acompañe, ¿verdad? -preguntó Kadar con toda la suavidad que fe fue posible-. Puede que ya no te importe, pero tengo mis costumbres.
Pasó por su lado y empezó a bajar hacia el salón.
– No es necesario.
– Pero no conoces la villa -dijo poniéndose a su lado-. Podrías perderte.
– Lo dudo. Ni siquiera es tan grande como Sienbara.
– Entonces dame ese placer. Ese vestido te sienta muy bien. Siempre me ha gustado el blanco para ti. ¿De dónde lo has sacado?
– Tarik. Supongo que será de alguna de las sirvientas. Todas van de blanco.
– Muy considerado. Debería habérseme ocurrido a mí, pero estaba un poco preocupado.
Ella lo miró con cautela. No quedaba nada de la difícilmente reprimida frustración y desesperación que tenía antes. Su tono era tranquilo, su comportamiento un tanto burlón, pero le notaba otra emoción que no podía definir, y eso la preocupaba.
El sonrió.
– He sugerido a Tarik y a Layla que nos esperen en la terraza. Hace una noche espléndida como para estar dentro. ¿Has visto el atardecer?
– No.
– Siempre se debe prestar atención a la belleza. Nunca se sabe cuándo nos va a abandonar. -La acompañó hasta una puerta con columnas a su izquierda-. Deberías considerarlo.
Se adelantó y salió a la terraza.
Layla y Tarik estaban de pie junto a la balaustrada y se dieron la vuelta cuando vieron llegar a Selene.
– Ah, pareces más descansada. Espero que te hayas acomodado bien. -Tarik miró a Kadar y sonrió con complicidad-. No quiero ni pensar qué sería de mí si algo te desagradara. Al parecer Kadar está un poco molesto con nosotros.
– A decir verdad ya he recuperado mi buen humor. No te preocupes. -Kadar se dejó caer en una silla junto a la mesa de madera bajo la pérgola emparrada-. Siempre que prestes atención a nuestra importante discusión. -Miró a Selene-. Ya estamos aquí. Reunidos según tus órdenes, esperando dócilmente tus palabras. ¿Qué deseas de nosotros?
Ignora esta burla. Di lo que tengas que decir.
– Quiero a Nasim muerto.
La expresión de Kadar no se inmutó.
– Pensaba que sería eso.
– Necesitaré ayuda. Lo haría yo misma, pero tiene demasiado poder, demasiados hombres.
– Considero tu afirmación correcta. No se me ocurre nadie que pueda enfrentarse a él sin ayuda. Algunos dirían que es imposible. Rara vez está solo. Puede contar con sus sicarios en todo momento.
– ¿Me estás diciendo que no vas a ayudarme?
– No, lo que digo es que será difícil y posiblemente mortal -afirmó con tono indiferente-. Además, no estás entrenada para acometer semejante hazaña con éxito.
– Pero vosotros sí. Podríais enseñarme.
– ¿Deseas invertir tantos años como yo en aprender el camino oscuro? -Negó con la cabeza-. No lo creo. No va con tu temperamento, Selene.
– Lo que quiero es verlo muerto. Haré lo que sea necesario para conseguirlo.
– Eso te crees, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Requiere un buen grado de ferocidad que tú no posees.
– Entonces la adquiriré. He aprendido muchas lecciones últimamente. No tengo más que recordar a Haroun -dijo con voz repentinamente violenta-. ¿Te ha contado Layla cómo Nasim lo cortó en pedazos? Intentó salvarnos, y ese monstruo…
– Me lo ha contado -interrumpió-. Pero las emociones van y vienen, y suelen interponerse en el camino para conseguir objetivos. Ese recuerdo no te ayudará, sino que te lo pondrá más difícil.
Él se mostraba frío y objetivo, totalmente distinto al Kadar que ella conocía. No sabía qué se esperaba, pero seguro que no era esa lejanía. Kadar nunca se había distanciado de ella.
– No puedo evitarlo. Las emociones están ahí. Y siempre lo estarán. -Luego añadió deliberadamente-: Supongo que no puedo esperar que sientas nada por el hijo que murió a causa de Nasim. Para ti no fue real.
Asomó una ligera emoción en su expresión, pero se desvaneció al instante. Arqueó las cejas y dijo:
– ¿Esa puñalada pretendía sacar sangre? Más te vale disparar tus flechas hacia el verdadero enemigo. Una de las primeras cosas que aprendí es que hay que concentrarse en lo importante e ignorar el resto.
– Lo único importante es matar a Nasim, no permitiré que salga impune. No sería justo. Nada de lo ocurrido está bien. No podemos permitir que destruya y salga corriendo. No le permitiré que… -Se le quebró la voz, pero procuró atemperar la pasión en ella contenida-. Ya no saldré corriendo a esconderme. Esto tiene que acabar.
– Ten paciencia. El tiempo a su manera vence a los peores enemigos -dijo Tarik con suavidad-. El riesgo es demasiado grande, Selene.
Se volvió hacia él.
– No me hables de paciencia. Tú eres casi tan pérfido como Nasim. Desde el principio habéis estado jugando entre vosotros y nos habéis manejado a Kadar y a mí a vuestro antojo, como si fuéramos peones en vuestro tablero.
Tarik suspiró.
– Precisamente porque sois importantes habéis sido arrastrados hasta nuestras maquinaciones. Estaba muy cansado. Creía que tenía el derecho de… Nunca quise haceros daño a ninguno de los dos.
– Bien, pues lo has hecho. A Kadar casi lo matan Haroun ha sido asesinado. Yo he perdido un hijo.
– Deja de atacarlo -dijo Layla-, Tú no entiendes nada. Ha cometido errores, pero no pretendía hacer daño. Ha sido Nasim el que ha hecho todo esto.
– Es cierto. No entiendo nada. Los dos os habéis encargado de que no entendiéramos nada -afirmó mirando fijamente a Tarik-. Pero eso va a cambiar. No voy a seguir vagando por la oscuridad como antes. Nasim quiere el grial. Es el arma que utilizaremos para atraparlo. Necesito saber por qué lo quiere. Quiero saberlo todo sobre él.
– Lo siento, no puedo decírtelo.
– No digas eso. Me merezco saberlo.
– Díselo-intervino Layla de repente.
– Permanece en silencio, Layla.
– No callaré. Ella tiene razón y tú estás equivocado.
– Siempre has pensado que estaba equivocado cuando el problema es que soy demasiado responsable.
– No eres Dios; solo puedes intentar hacer las cosas lo mejor posible. ¿Te va a impedir eso tomar alguna iniciativa al respecto? ¿Y qué pasa con Kadar? ¿No le vas a decir nada de lo que ha pasado?
– Iba a decírselo. Pero poco a poco.
– ¿Por qué? No da la impresión de ser demasiado sensible. No tiene por qué responder como Chion.
– Esa afirmación me ofende. Tengo un corazón muy sensible. -Kadar hizo una pausa-. Pero debo admitir que mi curiosidad es más grande que la delicadeza de mis sentimientos. Me encantaría que dejaras ya esta discusión y le proporcionaras a Selene la información que desea.
– Díselo, Tarik -instó Layla-. O lo haré yo.
Tarik permaneció en silencio durante largos instantes.
– Es un error.
– Entonces comete un error. Te sentará bien.
Se encogió de hombros.
– De ti depende.
Layla sonrió.
– Podré soportarlo.
Tarik se volvió hacia Selene.
– Pregunta lo que quieras.
– ¿Por qué Nasim quiere el grial?
– Cree que le proporcionará poder.
– Pero está equivocado.
– No, podría darle poder pero no de la manera que él se imagina.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– El grial tiene una inscripción -dijo Kadar-. ¿Qué significa? ¿La localización de un gran tesoro?
– Sí-respondió Tarik torciendo el gesto-. O del infierno.
– No tiene nada que ver con el infierno -replicó Layla con fiereza-. Es un gran regalo.
Tarik negó con la cabeza.
– Lo es -insistió Layla-. Si quisieras ver que hay posibilidades de que… -Se detuvo para tomar aliento-. No es un mapa, son las indicaciones para… No, no lo estoy haciendo bien. Debes empezar desde el principio, Tarik.
– No me has dado la oportunidad -dijo encogiéndose de hombros-. El principio para mí fue cuando llegaste a la Gran Biblioteca. -Miró a Kadar-. Ya te he hablado de la biblioteca y de lo que significaba para mí. Cuando vino Layla y me dijo que deseaba investigar entre los pergaminos para encontrar un documento dictado por Selket, simplemente me lo tomé como un reto. No me habló del contenido del pergamino.
– ¿Pergamino? ¿Y qué me dices del grial?
– El grial vino después. Me llevó varias semanas localizar el pergamino. Solo podía buscarlo en mi tiempo libre. Al caer la noche, permitía a Layla entrar en la biblioteca y entre los dos rastreábamos todos los pergaminos griegos. Al principio no estaba seguro de que fuera el que buscábamos, pero al inicio había una palabra que no podía dar lugar a dudas. Fue entonces cuando Layla me habló del contenido del pergamino. No podía creerlo. Me reí de ella. Cogió el pergamino e intentó reunir en una lista todas las hierbas mencionadas en él. No fue fácil. Algunas eran completamente desconocidas para nosotros, y el ingrediente principal era una rara planta que crecía en la ribera del Nilo. Por fin creímos tener todos los ingredientes necesarios. Alquilamos una pequeña cabaña cerca del mercado y comenzamos a hacer la mixtura. Para mí era meramente una aventura. Un ejercicio de aprendizaje. -Hizo una pausa-. Pero Layla creía en ello. Estaba obsesionada. Corría grandes riesgos cada vez que venía a la cabaña. Los sacerdotes empezaron a sospechar de ella y yo intenté convencerla para que se viniera conmigo al campo, donde estaríamos seguros. Pero no quiso. Tenía que terminar el trabajo.
Layla hizo un gesto de indiferencia.
– Y cuando por fin lo conseguimos, no sabíamos qué hacer con ello. ¿Cómo probarlo? ¿Cómo saber si Eshe era verdad o mito?
– ¿Eshe?-preguntó Selene.
– La palabra grabada en la copa -murmuró Kadar.
Tarik asintió.
– Y la palabra que reconocí en el pergamino.
– ¿Y qué significa?
– Vida-dijo simplemente-. Selket llamó a esa mezcla Eshe porque es lo que era: una manera de engañar a la muerte. Pensó que había encontrado un modo de prolongar la vida más allá de lo normal. -Sonrió-. Los dos me estáis mirando con la misma cara que puse yo cuando Layla me habló sobre el contenido del pergamino. No me creéis. -Se encogió de hombros-. Sabía que ésta sería vuestra respuesta. Sois inteligentes, y ésta es la reacción inteligente.
– Huele a brujería, y nunca he creído en elixires mágicos -dijo Kadar-. Los hombres siempre han buscado una manera de evitar la muerte y siempre ha sido en vano. No veo por qué esto sería diferente.
– ¿Y tú, Selene?
Negó con impaciencia.
– Incluso si lo creyera, no importaría. Lo único que importa es que Nasim lo cree y que podemos utilizarlo para atraparlo.
– Vida y muerte -dijo Tarik-. Os he presentado una posibilidad fascinante. ¿Ni siquiera os tienta morar en la vida y no en la muerte?
Selene se dio cuenta de que él no entendía nada.
Hasta que Nasim no recibiera su castigo, no podía pensar en otra cosa.
– Hablas de ese Eshe -dijo Kadar-. ¿Qué tiene que ver con el grial?
– Los papiros son frágiles y se destruyen con facilidad. El oro es el metal más duradero. Layla y yo grabamos la información del pergamino en la copa.
– Y Nasim oyó rumores sobre el grial y pensó que era un cáliz mágico -dedujo Kadar.
– Hace tiempo que Nasim dejó atrás su juventud y su poder está menguando -reconoció Tarik-. A diferencia de ti, él cree en la brujería. Semejante historia debió llamar su atención.
– ¿Entonces haría cualquier cosa por conseguirlo? -preguntó Selene.
– Me parece que ya lo ha demostrado en Sienbara -dijo Tarik.
– Tengo que estar segura.
– No es posible, Selene -intervino Layla con suavidad-: Sé perfectamente cómo te sientes, pero no podemos usar el grial como cebo para Nasim. Te daremos oro, soldados, cualquier cosa que desees. Pero no podemos arriesgarnos a perder el grial
– No tienes ni idea de cómo me siento. Y lo utilizaremos.
La expresión de Layla se endureció.
– No. ¿Crees que he luchado y trabajado por Eshe para dejar que…?
– Creo que es hora de dar las buenas noches-dijo Kadar levantándose y agarrando a Selene por el codo-. Podemos discutir sobre esto mañana. ¿Qué tal si nos vemos aquí dos horas después de que amanezca?
– Quiero discutirlo ahora -dijo Selene.
– No, de ninguna manera. Todos necesitamos reflexionar sobre este problema y sus soluciones. Te llevaré hasta tu aposento. -Medio a empujones, Selene llegó hasta la puerta-. Mañana.
Antes de darse cuenta, ya estaba en el salón. Se soltó de las manos de Kadar.
– Esto tiene que solucionarse esta noche.
– Se solucionaría. Tarik y Layla se mantendrían en sus trece y te rechazarían. ¿Es eso lo que quieres?
– Por supuesto que no. -Pero es lo que pasaría, pensó con sensatez. La desesperación y la rabia la habían llevado a presionar demasiado, además, ni Tarik ni Layla respondían bien ante la coacción. No importaba cuan desesperada estuviera ella por poner un plan en acción, tendría que esperar y acometer la situación desde otra perspectiva-. Hablaré con ellos mañana. -Inició el descenso hacia el salón.
– Estás siendo muy sensata -murmuró cuando se puso a su altura-. No es una buena señal.
– Yo no me siento tan sensata -dijo ella sin mirarlo-, ¿Vas a ayudarme?
– Todavía no lo he decidido. El camino que has elegido es muy peligroso.
Una sacudida le recorrió el cuerpo. La ayuda de Tarik y de Layla nunca había sido segura, pero jamás había dudado de contar con la ayuda de Kadar, con su consentimiento o no.
– Es lo correcto.
– Como te he dicho, aún no lo he decidido. Tendré que pensarlo.
Habían llegado a la puerta y ella se volvió hacia él.
– Esta noche pareces diferente.
Él sonrió.
– ¿En serio? A lo mejor es que me ves con más claridad. Dudo que nadie más pueda apreciar la diferencia.
No, pero nunca había estado con ella igual que con el resto del mundo. Delante de los demás había mostrado la ironía, la oscuridad, los límites bajo la superficie. A ella nunca le había mostrado esa faceta.
Hasta esa noche.
– ¿Por qué te comportas así?
– ¿Piensas que debería ser amable contigo? Tú no quieres mi amabilidad. Tú quieres de mí lo mismo que el resto del mundo. Un hombre para matar, una tarea que cumplir. -Hizo una reverencia-. Así que debo tratarte igual que a cualquier otra persona y sopesar las ventajas y las consecuencias de darte lo que quieres. -Le abrió la puerta-. Te deseo que pases una buena noche. Que duermas bien, Selene.
– Yo no quería… -Se quedó callada. ¿Qué podía decir? Lo necesitaba, y planeaba utilizarlo, como él mismo había dicho. No le extrañaba que se hubiera distanciado-. No quería hacerte daño. No quiero que mates a Nasim. Solo quiero que me enseñes cómo hacerlo yo.
No respondió. Ya se había ido.
No pienses en el daño que debes haberle hecho para llegar a convertirlo en ese extraño. Piensa en Haroun. Piensa en Nasim. Piensa lo que tienes que hacer.
CAPÍTULO 15
– No nos creen -dijo Layla.
– Tampoco esperábamos que lo hicieran. -Tarik se asomó por la balaustrada para contemplar el jardín-. Es una historia absurda.
– Sí -dijo ella poniéndose a su lado-. No estoy segura de que Kadar sea la persona adecuada. Le gusta demasiado hacer las cosas a su manera.
– ¿Ya ti no?
Ella hizo una mueca.
– Me gusta, pero casi nunca lo consigo. No contigo.
– Que yo recuerde, solo te he dicho «no» una vez.
Pero había sido el ruego más importante, cuando le había pedido que se quedara.
– Aunque siempre discutíamos -dijo cruzando los brazos-. ¿Por qué te casaste con ella?
– ¿Con Rosa? Era tierna. Me sentía solo.
– Yo también me sentía sola. Nunca busqué un marido para aplacar mi soledad.
– No deseo hablar de Rosa.
– Yo tampoco. Solo me preguntaba por qué. -Paseo la mirada por los árboles y las flores del jardín a la luz de la luna, la clara serenidad del estanque rectangular-. Es muy agradable. Me recuerda un poco a nuestra casa en Grecia. ¿La compraste por eso?
– No. La compré porque estaba harto de vivir entre los muros de una fortaleza.
– Yo nunca me he aislado del mundo. Tú tampoco tenías por qué hacerlo.
– Me enviaste el grial.
– Pero fuiste tú quien creó las cadenas a tu alrededor. Cuando tratas un tesoro como si no lo fuera, atraes menos la atención de los curiosos. Yo lo hubiera cubierto de barro, lo habría metido en las alforjas de mi caballo y me habría olvidado de él.
– No, no lo habrías hecho. Guía tu vida.
– Guía las vidas de los dos. Pero eso no significa que lo sea todo. Tenemos que vivir nuestra vida con alegría.
Posó la mirada sobre la de ella.
– ¿Han sido estos años felices para ti, Layla?
Ella miró hacia otro lado.
– Ha habido momentos de alegría.
– Tiene que haber sido doloroso para ti saber que Selene estaba encinta.
– ¿Tan mezquina me crees? Me alegré por ella. Quería que tuviera lo que yo nunca pude tener -dijo volviéndose hacia él-. Y además quería ver a Nasim muerto por lo que hizo. He procurado calmarla y hablar de lo bueno y lo sensato, pero sé perfectamente cómo se siente.
– Layla. -Alargó el brazo, pero se quedó con la mano en el aire sobre su hombro.
Ella contuvo la respiración.
La mano cayó sin tocarla.
No debía dejarle ver su dolor. Sonrió forzadamente.
– Pero, como de costumbre, debemos olvidar nuestros sentimientos y proteger el grial. Puede que sea más difícil protegerlo de Selene y Kadar que de Nasim. -Tenía que retirarse. Ya había tenido bastante por esa noche-. Me parece que me voy a acostar. Estoy agotada del viaje.
Tarik asintió.
– Buenas noches.
Sintió la mirada de Tarik en la espalda mientras se dirigía hacia la puerta.
Aquí estamos juntos por fin. No me dejes marchar.
Detenme. Dime la verdad.
Acaríciame.
Él no hizo ninguna de estas cosas.
Miró cómo se alejaba.
Había alguien en el aposento.
Selene se despertó por completo, escudriñando en la oscuridad.
– No tengas miedo. Soy yo -dijo Kadar.
Se encontraba sentado en el suelo con las piernas cruzadas junto a su lecho. Apenas adivinaba su silueta bajo la pálida luz de la luna que entraba por las ventanas. La luz iluminaba su pelo oscuro, aunque el lado izquierdo de su rostro se mantenía en la sombra.
– No estoy asustada. ¿Qué estás haciendo aquí?
– Mirarte. No podía dormir. Tenía muchas cosas en qué pensar.
– No puedes verme en la oscuridad.
– Sí puedo. Fui adiestrado por Sinan y Nasim. ¿Me has oído cuando me deslicé dentro de tu habitación? -preguntó sabiendo que la respuesta sería negativa-. Nadie es capaz de oírme. Nasim estaría ya muerto.
Se quedó estupefacta,
– ¿Qué te ocurre? ¿No es eso lo que quieres?
Había sentido su alteración con ese sexto sentido que siempre había habido entre ellos.
– Lo quiero muerto. No quiero que te abalances sobre él mientras está profundamente dormido.
– ¿Deseas que tenga una muerte honrosa? No hay muertes honrosas o deshonrosas. Simplemente hay muertes.
– No quiero que tú… Yo lo haré.
– Ya veremos.
– ¿Has decidido ayudarme?
– Quizá-dijo en tono burlón-. Todo depende del preció. Soy un asesino sin par. No pretenderás que te salga barato.
– ¿Precio?
– Quería a tu hijo. No sabía cuánto hasta que Layla me dijo que estaba muerto. -Hizo una pausa-. Ése es mi precio, Selene. Tendrás que darme un hijo.
Ella se quedó sin aliento.
– Nunca renunciaré a un hijo.
– Yo no te he pedido que me entregues al bebé. Sé lo que es crecer sin una madre. Tú eres parte del trato -dijo con voz aterciopelada-. Aceptarme no debería ser un trago tan horrible. Nuestros cuerpos se aman, y una vez de vuelta en Montdhu estaremos los dos ocupados en nuestras tareas. Tendremos que intercambiar los votos, por supuesto. No dejaré a mi hijo desprotegido cuando vaya tras Nasim.
– No puedo… yo no…
– ¿No quieres otro hijo?
Ni siquiera lo había considerado. El dolor de la pérdida era demasiado reciente. Estaba confundida y aturdida con solo pensarlo.
– ¿Ahora?
– No sería ahora. Creo que se tardan nueve meses.
– Me refiero a…
– Es mi precio, Selene. Dámelo y convenceré a Tarik y a Layla para que nos permitan utilizar el grial. Te enseñaré cómo llegar a Nasim y yo mismo lo mataré si es tu voluntad.
– No es mi voluntad. -Se humedeció los labios-. Además no estoy segura… Te conozco, Kadar. No creo que tenga que hacer nada por ti para que tú hagas esto por mí.
– Muy lista. Es cierto que habría hecho casi cualquier cosa por ti. Aún podría. Pero no lo sabes, ¿o sí? ¿Crees que de verdad me conoces?
No a ese Kadar. No al Kadar que se había presentado a su puerta esa noche.
– No me gusta el poder que los votos otorgan a los hombres.
– A mí sí. Con una mujer como tú, un hombre necesita alguna ventaja que reclamar. Y creo recordar que una vez me pediste que me casara contigo.
– Eso fue hace mucho tiempo. -Parecía un siglo desde aquella última noche en Montdhu-. Ya no soy aquella mujer.
– No, no lo eres. Así que te estoy ofreciendo una buena oportunidad.
– Lo… consideraré.
– Tienes poco tiempo. Hay que golpear rápido y duro a un hombre como Tarik. Si no le daremos tiempo para que refuerce sus defensas.
– No se trata solamente de Tarik, sino de Layla. Parecían muy decididos. ¿Estás seguro de que podrás ejercer alguna influencia sobre ellos?
– Los convenceré. -Añadió con tono ligero-: Y si no, robaré el grial para ti.
– En ese caso tendríamos que huir de ellos además de urdir un plan para atrapar a Nasim. Tienes que persuadirlos.
– ¿Y si lo hago?
Se agarró con fuerza a las sábanas. Podría ser un gran error. Ya no estaba segura de nada. Ni de Kadar. Ni de ella misma.
Bueno, de una cosa sí estaba segura. Nasim debía ser castigado.
– Tendrás lo que pides.
– Bien.
Silencio en la estancia. Empezó a sentirse incómoda al ver que él no hada ningún movimiento, seguía sentado mirándola fijamente.
– Vamos vete a tu cama. No tenemos nada más que hablar.
– Enseguida. Estoy disfrutándolo.
– Yo no. Vete.
– Disfrutarías, si te lo permitieras. La oscuridad hace todo más sensual, ¿no es cierto? Siempre me ha gustado tu olor. Soy capaz de percibir cada cambio en tu respiración. Tienes un rayo de luna acostado en tu cuerpo. Tienes los senos cubiertos por la manta, pero los hombros están desnudos y relucen… -De repente se echó a reír-. Tu respiración se acelera. ¿Por qué?
Sabía muy bien por qué. Siempre lo sabía todo sobre las reacciones de su cuerpo,
– Quiero que te marches.
– ¿Seguro? -Entonces se puso de rodillas en el suelo, junto a su lecho. Todavía tenía las facciones en penumbra-. Quiero poner la mano sobre ese rayo de luna. -Sacó la mano de la oscuridad y la posó sobre la manta, en su vientre. Los músculos de su abdomen se tensaron al ser rozados-. Míranos -susurro.
No pudo evitar mirar. Su toque era ligero, pero el calor parecía quemarla a través de la manta. La mano se veía pálida sobre la oscura cubierta de lana. A partir del antebrazo él permanecía en la sombra, pero su mano se mostraba clara y audaz, fuerte, con los dedos separados y rígidos.
Ella respiraba con dificultad.
– Ésta no es mi voluntad.
– Shh, no es raro que un hombre de mi profesión reciba un pequeño adelanto como garantía de pago. -Estaba apartando la manta.
Debería moverse.
Pero no podía.
Él tenía la mejilla apoyada en su vientre, y la movía acariciándolo lentamente. Sentía la ligera aspereza masculina contra la suavidad de su piel.
– Aquí-susurró-. Pronto, Selene.
Un hijo. Estaba hablando de un bebé.
Movía la mano de arriba abajo acariciando, frotando, pellizcando.
Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo.
Antes de que pudiera darse cuenta tenía los labios en su pezón y lo succionaba con fuerza, con fruición.
Sus dedos se hundieron profundamente dentro de ella.
Entonces dio un grito y arqueó la espalda.
– Sí. -Él le daba más, dentro, fuera, rápido, profundo.
– Grita. Quiero escucharte.
Ella clavaba las uñas en las sábanas.
Más rápido. Más fuerte.
– Ven a mí.
Oscuridad. Profundidad. Calor abrasador.
Ella dio un grito cuando su tensión llegó al clímax.
Él se detuvo, con la frente ligeramente inclinada descansando en su estómago. Su aliento se sentía cálido en la piel de ella, el pecho le palpitaba con fuerza.
Ella jadeaba. El corazón le latía demasiado deprisa. Parecía que se le iba a salir por la boca.
El levantó la cabeza. Su mano la abandonaba, cubriendo su cuerpo con la manta. Se puso en pie y se alejó de la cama.
– Ya me voy. Buenas noches, Selene.
Ella se quedó atónita.
– Pero tú no has…
– Ah, no, y lo sufriré esta noche. Yo no suelo cobrar hasta que el trabajo está terminado. Necesitaba tocarte, el resto puede esperar.
– Pero tú… ¿qué significa todo esto?
– Quiero demostrarte que el placer sigue ahí, esperando ser llamado. Debes procurar que tu cuerpo reviva otra vez. Hay que preparar el camino. -Se dirigió hacia la puerta-. Mañana tengo que hablar con Tarik y Layla a solas. Vendré a visitarte más tarde a lo largo del día.
Selene se acurrucó bajo la manta cuando se cerró la puerta tras él. No podía seguir temblando de esa manera.
Debes procurar que tu cuerpo reviva otra vez.
Dios mío, su cuerpo estaba demasiado vivo. La sangre corría por sus venas, y sentía la piel ruborizada y con un leve hormigueo. Había un doloroso vacío entre sus muslos.
La torre.
Él le había dado placer, pero no había sido suficiente.
Quería más.
Podía tener más. No significaba una rendición, no se perdía a sí misma. Había llegado a un acuerdo.
Podría ser como en la torre.
Tarik y Layla se encontraban sentados en el banco cuando Kadar, a la mañana siguiente, se plantó dando grandes zancadas en la terraza. Ambos lo miraron con cautela.
– ¿Dónde está Selene? -preguntó Tarik.
Kadar sonrió.
– He pensado que podríamos hablar con más libertad sin ella. Ya le contaré después lo que hablemos.
– No creo que te dé las gracias por hacer algo a sus espaldas -replicó Layla secamente.
– Oh, estamos completamente de acuerdo. Anoche tuve una larga conversación con ella. Sabía que rechazaríais sus planes. No quería que se sintiera más frustrada.
– Ninguno de nosotros lo desea -afirmó Tarik.
– Pero no podemos darle lo que pide -dijo Layla-. Habrá que encontrar otra manera.
– Lo haría, pero ella tiene razón. El grial es el único cebo que atraerá a Nasim. -Sonrió-. Por lo tanto será el señuelo que utilizaremos.
Tarik negó con la cabeza.
– Sí -reafirmó Kadar.
– ¿Vas a amenazarnos? -preguntó Tarik-. Me imagino que sabrás que eso no te va a llevar a ninguna parte.
– Depende de la amenaza. -Kadar avanzó hacia la balaustrada y miró el azul del cielo-. Siempre me ha gustado la noche. Las estrellas, las sombras. Pero el día también es bueno. ¿Sientes la frescura de la brisa? Desde que estuve tan cerca de la muerte a causa de la espada de Balkir, he aprendido a apreciar incluso más esos pequeños placeres. -Calló unos instantes-. ¿Qué contenía la poción que me curó tan milagrosamente, Tarik?
Tarik guardó silencio.
– Por el momento, Selene está demasiado aturdida y solo piensa en cómo puede utilizar el grial para atraer a Nasim, pero, como tú mismo has dicho, la balanza empezó a inclinarse a mi favor. Había algo más que el grial en el cofre, ¿no es cierto? ¿Eshe?
Tarik asintió.
– Y Selene me lo dio.
– Te salvó la vida. No estaba seguro de que lo hiciera. Estabas medio muerto.
Kadar levantó una ceja.
– ¿Me estás diciendo que ese Eshe puede curar una herida de espada?
– No, por eso me sorprendió que te ayudara. Parece que simplemente aumenta la fuerza del cuerpo y repele la enfermedad. -Dedicó una sonrisa sardónica a Layla-. Pero quizá deberías preguntar a mi esposa. Ella tiene una experiencia mucho más amplia con Eshe que yo.
– Porque tú escondes la cabeza y no quieres tratar con ello -intervino Layla-. Sin embargo, por lo que yo sé, no es especialmente bueno para las heridas. Debería haber muerto -afirmó encogiéndose de hombros-. Es difícil valorarlo. Nunca se lo he dado a nadie en circunstancias tan extremas. Habría sido un desperdicio.
– Tú estabas suficientemente mal como para darte una oportunidad -dijo Tarik-. Tuve una gran lucha interna.
– ¿Para mantenerme vivo? -dijo Kadar mirándolo directamente a los ojos-. ¿O para prolongar mi vida?
Sonrió.
– Me dijiste que no creías que eso fuera posible.
– Pero tú sí lo crees.
– Ah, claro que lo creo. ¿Habría protegido el grial durante todos estos años si no fuera así?
– Sin embargo estás cansado de protegerlo. Pretendías pasar la responsabilidad a alguien más. Me elegiste a mí.
– Fue una elección muy dolorosa. Especialmente después de conocerte.
– Creo recordar muestras de inseguridad y remordimiento.
– No hay razón para que Tarik sienta remordimiento -añadió Layla-. Te salvó la vida y te otorgó un gran regalo.
– No creo que él lo considere un gran regalo. ¿Qué opinas, Tarik?
Negó con la cabeza.
– Es una terrible carga, terrible.
– Porque tú la consideras así -dijo Layla-. No hay motivo para que sufras tanto. Simplemente mira a Kadar. No tiene nada que ver con Chion. Podrá soportarlo.
– Eso espero.
– ¿Quién es ese Chion? -preguntó Kadar a Tarik.
– Mi hermano.
– ¿Y qué le ocurrió?
– Yo lo amaba. Quería compartir Eshe con él. -Apretó los labios por el dolor-. Se volvió loco. Se quitó la vida.
Kadar se puso rígido.
– No es una perspectiva muy halagüeña. Creo que me estoy empezando a hartar de ti, Tarik. ¿Suele esta poción desequilibrar a quien la toma?
– Chion siempre fue delicado y nervioso -apuntó Layla-. Nunca había pasado antes, ni tampoco después.
– ¿Cómo lo sabes? -quiso saber Tarik-. Eres tan generosa con Eshe que estoy seguro de que no has hecho un seguimiento de todos a los que se lo has dado.
– Sí que lo hago. -Le lanzaba dardos con la mirada-. Sí, soy generosa, pero no irresponsable. Nunca ha habido otro Chion.
– Con uno ya tuvimos bastante. -Tarik se volvió hacia Kadar-. Yo esperaba que no tuviera ningún efecto adverso contigo. Jamás se me habría ocurrido dártela de no haber estado tan malherido. Parecía como si el destino hubiera tomado la decisión por mí.
– Lo tomaré como un consuelo, si veo que me empiezo a volver loco -dijo Kadar secamente.
– Eso no sucederá -replicó Layla-. Tampoco necesitas hacer que Tarik se sienta culpable. No sabe sentir otra cosa. Tú has sido la primera persona a quien él ha dado Eshe desde que Chion murió.
– Me siento honrado -dijo Kadar-. ¿Entonces tendré que asumir que actuó meramente como protector del grial?
– Sí. -Sus labios se curvaron con una amarga sonrisa-. Como él no tenía otro modo de ayudarme, pensé que lo más justo era mandarle el grial para que lo guardara.
– ¿Guardarlo? -repitió Tarik-. ¿Sabes cuántas veces he estado tentado de fundirlo y enterrarlo?
– Pero no pudiste hacerlo. Porque, en el fondo de tu alma, sabes que estás equivocado.
Kadar paseaba la mirada del uno al otro. Casi podía percibir la tensión y la emoción que vibraba en el ambiente. Había estado tan obcecado con su propia frustración, que no había prestado atención a la extraña química que existía entre los dos. Era como si un tumultuoso río fluyese bajo la superficie y arrastrase en su corriente engaño, restricciones, pasión y lealtad.
– ¿Por qué está equivocado?
– No estoy equivocado -se defendió Tarik-. Deberíamos dejarlo aquí.
– ¿Por eso se lo diste a Kadar?
– Se lo di porque quería salvar… -Movió la cabeza cansinamente-. No, eso fue una excusa. Se lo di porque fui egoísta y quería ser libre.
– Por fin -dijo Layla-. Cuando admitas que tú también tienes derecho a ser egoísta y que no tienes el deber de ser como Dios, habremos hecho un gran avance.
– No estoy de acuerdo -intervino Kadar-. Me siento agraviado ante cualquiera que sea egoísta con mi bienestar.
– Era el momento de tomar el control-. Me parece que estás en deuda conmigo, Tarik.
Se palpaba en el ambiente la repentina vuelta a la cautela.
– No te debe nada -replicó Layla-. Eres tú quien está en deuda con él.
Kadar ignoró sus palabras, concentrándose en Tarik.
– Has trastocado el curso de mi vida, has arriesgado mi cordura. -Recordó otro detalle mencionado por Tarik que parecía importante para él-: Además, no me diste oportunidad de elegir.
– No podía darte la opción -dijo Layla-. Habrías muerto si él…
– No digas nada, Layla. No necesito que me defiendas. -La mirada de Tarik se centró en el rostro de Kadar-. Lo admito todo.
– ¿Admites que estás en deuda conmigo?
– Quizá. -Hizo una negativa-. Pero no puedo permitir que utilices el grial.
Kadar estaba chocando contra un muro de piedra. Decidió cambiar el rumbo.
– Te tengo un gran aprecio. Has pasado momentos muy difíciles por elegirme para actuar como guardián de tu grial.
– ¿Entonces?
– Selene quiere a Nasim muerto. Tengo que darle lo que quiere. Con el grial será mucho más seguro. Pero, con él o sin él, tengo que entregarle a Nasim. Soy muy bueno, aunque es con certeza una tarea prácticamente imposible. Eso significa que las posibilidades de que me maten están enteramente en tus manos.
Layla abrió los ojos como platos.
– ¡Vaya, si serás bastardo!
– Para ser sincero, eso es exactamente lo que soy, Pero también es verdad que la culpa sería de Tarik si no me proporciona el arma que necesito. -Le dedicó una sonrisa a Layla-. Y tú acabas de mencionar su tendencia a sentir culpabilidad.
– Pero no su tendencia a la estupidez.
– Si fuera un estúpido, procuraría engañarle. Simplemente le estoy diciendo la verdad. -Volvió los ojos hacia Tarik-. Mi muerte no servirá ni a tu conciencia ni a tu bienestar. ¿A quién le encasquetarás el grial? Todas tus preocupaciones y tus búsquedas habrán sido en vano. Mejor que lo tenga yo.
– No -dijo Layla con rotundidad.
– La decisión es mía, Layla -añadió Tarik sarcásticamente-, al fin y al cabo, tú me confiaste su custodia.
– El riesgo es demasiado grande.
– Te prometo devolvértelo en perfecto estado -propuso Kadar.
– Los muertos no pueden cumplir sus promesas.
– ¿Tarik?
– Pensaré en ello. -Levantó la mano para acallar las protestas de Layla-. Está diciendo la verdad, Layla. Podría morir. Nasim podría matarlo.
– Cualquiera de nosotros moriría por evitar que el grial cayera en manos de Nasim.
– Pero sería por elección propia.
Kadar sabía que había hecho todo lo posible. Pensó que seguramente ya era suficiente.
– ¿Me lo harás saber mañana?
Tarik asintió.
– Mañana por la noche. Consideraré todo lo que me has dicho.
Kadar se dio la vuelta para marcharse.
– Pero ahora quiero que me prometas algo.
Kadar lo miró inquisitivo por encima del hombro.
– Dices que Selene está demasiado aturdida como para pensar en otra cosa que no sea Nasim, ¿pero y tú? ¿No estarás tu también evitando pensar en Eshe? Se me ocurren al menos tres preguntas que deberías haber hecho y que no has cuestionado. ¿Dónde está tu curiosidad, Kadar? Quizá no creas que Eshe puede hacer lo que Selket deseaba, ¿pero y si pudiera? ¿Y si no fuera un mito? ¿Y si cualquiera pudiera vivir más allá de los sesenta años? Prométeme que pensarás en ello. -Tarik sonrió adusto-. Y considera lo que arriesgas si pierdes el grial, si no se trata de un mito.
Kadar asintió lentamente.
– Es un justo intercambio.
Sin embargo no quería considerar esas posibilidades, pensó mientras abandonaba la terraza. Tarik tenía razón: había estado evitando pensar sobre cualquier cosa excepto los modos y maneras de cumplir con lo que Selene deseaba. Sabía que la razón por la que había rechazado al instante la promesa de Eshe era la fascinación que le producía la idea. Le picaba la curiosidad, y ésta siempre había sido el acicate que lo impulsaba a moverse. La oportunidad de aprender, de investigar, de ser más que antes de empezar.
Sin embargo, no debía dejarse llevar por esa fatal atracción. Debía dedicar su entera atención a ayudar a Selene, y no pensar en algo claramente imposible…
Y para ayudar a Selene, había hecho una promesa a Tarik. Esa promesa lo había forzado prácticamente a pensar en la posibilidad del mito seductor.
Oh, sí.
Se sumergió con impaciencia en el asombroso territorio de lo imposible.
– Has tardado mucho. Es media tarde. -Selene abrió la puerta de golpe-. Te habría dado tiempo para convencer a Dios de que creara otro mundo.
– Para eso habría tardado un poquito más. -Kadar entró en la estancia-. Aunque si de verdad hubiera traído todos mis poderes de persuasión, sería capaz de…
– ¿Qué ha pasado?
– Tarik va a considerarlo -dijo levantando la mano-. No me cabe la menor duda de que lo hará.
– Siempre habrá dudas hasta que dé su aprobación. No debería tardar tanto. ¿Por qué no has venido a decírmelo antes?
– Estaba ocupado.
– ¿Haciendo qué?
– He dado un largo paseo.
– ¿Un paseo? Y mientras yo aquí esperando… -le dijo concentrando la mirada en su rostro. Apenas mostraba expresión alguna, sin embargo, notaba que había algo bajo la superficie. Agitación. La misma agitación que había visto en su cara la noche antes de llegar a Sienbara-. ¿Qué ha ocurrido?
– Nada.
– ¿Entonces por qué pareces…?
– No tiene nada que ver con Nasim. Y ése es el único tema en el que estás interesada, ¿no es así?
Se equivocaba. Ella estaba sumamente interesada en cualquier cosa que provocara esta agitación. Pero estaba claro que no iba a compartirlo con ella. Reprimió su desilusión y asintió.
– Eso es lo único importante en este momento.
Él sonrió.
– ¿Estás segura?
– Naturalmente, estoy segura. ¿Cuándo lo sabremos?
– Mañana por la noche.
Su decepción y frustración crecían por momentos.
– Quizá debería hablar yo con ellos.
– Ya sé que te fastidia sentarte y no hacer nada, pero no creo que eso fuera lo mejor. Déjalo que tome la decisión por sí mismo.
– Y mientras nosotros aquí esperando de brazos cruzados.
– No, mientras bebemos. Hablamos. Tengo que decirte más cosas sobre Layla. Él lucha contra ello, pero ella ejerce una gran influencia sobre Tarik. Es, quizá, como una partida de ajedrez. -Hizo una reverencia-. Si me concedes el honor.
– No me apetece jugar al ajedrez.
– Qué lástima. En tu estado de angustia te machacaría fácilmente. ¿Entonces deseas que me vaya?
– ¿Lo harías? -preguntó, escéptica.
– No, soy un egoísta. Después de poner en marcha estos planes, no sé cuándo podré disfrutar de tu compañía. Pretendo aprovechar al máximo este período de calma.
– Entonces, si no me queda más remedio, supongo que tendré que soportarte.
– E incluso mi humilde compañía será un alivio para ti a la hora de pasar el tiempo. -Le brillaban los ojos maliciosamente-. Admítelo.
Efectivamente era un alivio. No deseaba pasar más tiempo sola y, por alguna razón, esa faceta dura de Kadar parecía haberse desvanecido.
– Quizá -sonrió-. Está bien, lo admito.
– Ah, qué gentileza en medio de este mundo cruel. -La cogió por el brazo y la llevó hacia la puerta-. Ven. Te enseñaré el jardín.
– Es preciosa -dijo acariciando con suavidad los pétalos de una espectacular rosa carmesí que crecía en un arbusto junto al camino-. Nunca he visto rosas en esta época tan avanzada del año. Escocía no es muy amable con las rosas.
– Esta tierra es más benigna. ¿Podrías acostumbrarte a ella?
Se encogió de hombros.
– Supongo que uno puede acostumbrarse a cualquier cosa pero prefiero Montdhu. La vida aquí es demasiado fácil, no me explico cómo esta gente no se vuelve más indulgente.
Se echó a reír.
– No todo el mundo necesita un reto diario.
– Pues debería. -Fijó la mirada en la serena quietud del cristalino estanque-. Es encantador, pero no me imagino aquí sentada todos los días.
– Estoy seguro de que la mujer para quien se compró esta villa no era de tu naturaleza. Tarik me contó que el Papa compró esta casa de campo para su amante favorita. Creó este mundo a su gusto.
– Pues debía de ser una mujer muy dócil y reprimida.
– No tan reprimida, o al Papa no le habría compensado mantenerla. -Hizo una pausa-. Tarik me contó que le dio un hijo. Fue el hijo quien le vendió la villa a Tarik.
Su tono era extraño. Ella preguntó:
– ¿Y qué?
– Se llamaba Vaden.
Abrió los ojos con sorpresa.
– ¿Vaden? -¡Qué extraño! No podía ser el mismo guerrero que había sido caballero de la Orden de los Templarios con Ware. El enigmático caballero que los había perseguido y, finalmente, salvado a todos. Aunque ella había oído que Vaden provenía de Roma y nadie sabía nada sobre su pasado-. ¿El hijo del Papa?
– Esto explicaría por qué fue aceptado entre los caballeros templarios.
– No puede ser nuestro Vaden. Sería demasiada casualidad.
– La descripción que me dio Tarik se acerca mucho.
– Miró pensativo las aguas cristalinas del estanque-. ¿No te has fijado en que algunas personas parecen estar ligadas a lo largo de sus vidas? Sus caminos se entrecruzan aquí y allá, se unen y se separan, formando un patrón.
– Sorprendente -murmuró, todavía dándole vueltas a la coincidencia-. ¿Todavía está en Roma?
– No tengo ni idea. Quizá. Tarik dijo que había formado un pequeño ejército y que vendía su espada a las fracciones enfrentadas de estas tierras.
– Averigua si está aquí.
– ¿Por qué? -Posó la mirada en su rostro-. ¿Qué tienes ahora en mente?
– Vaden era un gran guerrero. Ayudó a Ware una vez. ¿No sería posible pedirle que nos ayudara?
Kadar se echó hacia atrás y soltó una carcajada.
– Debería haberlo imaginado.
– ¿Por qué te ríes? Es una posibilidad.
– No me río de tu idea, solamente de tu obsesión. Te traigo para que admires las rosas y tú solo piensas en reclutar caballeros para luchar bajo tu estandarte.
– Averígualo.
Aún mantenía la sonrisa.
– Lo averiguaré.
– Mañana.
– Mañana. ¿Ahora podrías pensar en otra cosa?
– No puedo.
Su sonrisa se había desvanecido.
– Lo sé. Inténtalo. -Miró de nuevo al estanque-. Te daré algo más en qué pensar. ¿Y si su Eshe es el milagro que ellos creen que es?
Negó con la cabeza.
– Sé que es improbable, pero…
– No improbable, imposible.
– En las escrituras hay historias sobre longevidad.
– Hombres elegidos por Dios. Dudo que Dios eligiera a paganos de Egipto para recibir semejante bendición.
– Quién sabe -murmuró Kadar.
– ¿Estás empezando a creerte el cuento de Tarik? -preguntó sorprendida.
– Pienso que él lo cree. Y Tarik no es un idiota. De Layla no sé qué decir. Tú la conoces mejor que yo.
– Incluso una mujer inteligente puede estar cegada por lo que quiere ver.
– Muy bien. Entonces asume que es meramente un sueño interesante. No hace ningún daño imaginar cómo sería. -Arrugó la frente-. Conozco a muchos hombres que han vivido más allá de los cuarenta años. Sesenta es una edad avanzada. ¿Y si pudieras vivir más? ¿Querrías hacerlo?
Se lo pensó.
– La única persona que conozco tan mayor es Niall McKenzie. Tiene sesenta y dos. Le duelen las articulaciones, cada vez ve menos, se sienta junto al fuego y solo piensa en su juventud. -Expresó negación-. Eso no es vida. Es mejor desaparecer como la llama de una vela a merced del viento.
– ¿Pero y si pudieras conservar tu fuerza? Piensa en todas las cosas que podrías aprender.
Comprendía por qué semejante perspectiva intrigaba a Kadar. Su curiosidad por todo nunca se veía satisfecha.
– Sería una maravilla. -Calló unos instantes-. ¿No se llegaría a un punto en el que no se aprendería más, en que todo pareciera igual?
– Si se llega a ese momento, sería otro reto -respondió sonriendo-. Y dudo que se pueda aprender todo en este mundo.
– A menos que todos envejecieran contigo, sería una vida muy solitaria. -Le dio un escalofrío-. No podría soportar ver morir a toda la gente que amo.
Su sonrisa se evaporó.
– Y si todo el mundo llegara a muy viejo, habría demasiada gente que alimentar. El hambre engendra las guerras. -Torció el gesto-. Y seguro que la guerra mataría a muchos más que la edad. Jaque mate.
Kadar había pensado en las guerras, y ella había pensado en Ware y Thea y en todas las personas de Montdhu que le importaban. Era demasiado triste. No pensaría más en ello.
Sacudió los hombros como desprendiéndose de una carga.
– Si no tienes una conversación más agradable que la guerra y el hambre, pensaré en algo mejor que hacer en vez de pasar la tarde contigo. De yodas formas ya sé por qué te gusta meditar sobre esas imposibilidades.
Sonrió.
– Es mi lado oscuro. Solamente deseaba oír tus ideas al respecto.
– Ya las has escuchado. Ahora llévame de vuelta a la casa. Con esta conversación sobre el hambre me han entrado ganas de comer.
CAPÍTULO 16
– Puedes utilizar el grial -anunció Tarik-. Pero Layla y yo iremos contigo, y si consideramos que el grial está en peligro, no esperes que lo dejemos a tu custodia.
Kadar asintió.
– Esta es la decisión de Tarik. Espero que estés satisfecho. Te has aprovechado de su sentimiento de culpabilidad -arguyo Layla-. No es mi voluntad. Creo que es una auténtica locura. Te vigilaré muy de cerca.
– Sé que lo harás -replicó Kadar-. Yo también te estaré vigilando.
Ella lo miró inquisitivamente.
– Te considero una mujer peligrosa si alguien te contraría en tus planes.
Se miraron a los ojos.
– Ni te lo imaginas.
– También creo que en el pasado tú también te aprovechaste de los sentimientos de Tarik.
– Sí, es cierto. Habría utilizado a cualquiera para liberarme de los sacerdotes y de esa odiosa casa -admitió con calma-, pero eso ocurrió hace mucho tiempo,
– ¿Cuánto tiempo exactamente?
Miró a Tarik.
– ¡Ah, preguntas y más preguntas! Ha estado pensando desde que le hiciste la oferta.
– Yo cumplo mis promesas -aseguró Kadar-. Deseabas que hiciera preguntas y las estoy haciendo. -Se volvió hacia Tarik-. Dices que al principio no creías en Eshe. ¿Y ahora?
Tarik asintió.
– ¿Por qué?
– La única manera de probarlo era tomándolo nosotros mismos. Una noche Layla y yo tuvimos una celebración. Tomamos pastelillos de miel y vino, y al final de la velada hicimos un brindis. -Se encogió de hombros-. Y al día siguiente nada había cambiado. No sabíamos qué esperar, pero tenía que haber algo.
Layla sonrió, rememorando viejos tiempos.
– Había algo. Un fuerte dolor de cabeza provocado por el vino.
– Cierto. -Tarik le devolvió la sonrisa-. Y la convicción de que todos nuestros esfuerzos habían sido en vano.
– Tu convicción. Yo todavía creía.
Tarik asintió.
– Yo solamente deseaba olvidar y continuar con nuestras vidas. Hicimos planes para huir de la ciudad. Me las arreglé para sacar a escondidas a Layla de la ciudad y llevarla donde vivía mi hermano, Chion, en el campo. Iba a reunirme con ella a la semana siguiente.
– ¿Y no lo hiciste?
– Los sacerdotes se enteraron de que Layla me había visitado la noche antes de su desaparición. Intentaron persuadirme para que les informara de su paradero.
– ¿Persuadirte?
– Lo torturaron -susurró Layla-. Le rompieron todos los huesos del pie, pero no habló.
– Tuve suerte de que fuera lo único que les dio tiempo a hacer. El bibliotecario mayor era un gran amigo mío y tenía influencia en la corte. Se las arregló para hablar con Ptolomeo y obligar a los sacerdotes a que me liberasen. Luego encontró la manera de sacarme de la ciudad.
– Estuvo un año sin poder andar. -El tono de Layla sonaba forzado-. Y cuando lo consiguió, mira cómo quedó. Fue un tonto. Tenía que haberles dicho dónde me encontraba.
– Ya hemos hablado de esto muchas veces -dijo Tarik-. Deja de culparte. Si hubiera hablado, me habrían matado. Lo hice por mí.
Ella negó con la cabeza.
– ¿Y los sacerdotes nunca te encontraron?
– No -respondió Tarik-. Cuando me recuperé, abandonamos Egipto y fuimos a Grecia. Mi hermano, Chion, se vino con nosotros.
Kadar recordó:
– El hermano que se volvió loco.
– No fue culpa de Tarik -abogó Layla en su defensa.
– No he dicho que lo fuera. No tengo por qué saberlo. Pero estoy intentando averiguarlo. Si tú no te volviste loco después de tomar la poción, ¿por qué Chion sí?
– No se volvió loco de repente. Fue después.
– ¿Cuánto tiempo después?
Tarik se encontró con su mirada.
– Doscientos años.
Kadar se quedó de piedra.
– Doscientos…
– Como dijo Layla, era un hombre sencillo, débil. Había visto morir a demasiados seres queridos.
– Doscientos años. -Kadar no podía sobreponerse a semejante afirmación. Negó con rotundidad-. No es posible. Pensé que quizá ochenta. Y eso, poniendo mucha imaginación.
Ambos se le quedaron mirando, esperando.
Conocía la pregunta cuya respuesta esperaban impacientes.
– ¿Hace cuánto te tomaste la poción?
– Ptolomeo XIV estaba en el poder. Murió el año en que nosotros nos fuimos a Grecia y su hermana Cleopatra ocupó el trono que le dio Julio César. Esto tuvo lugar más de cuarenta años antes del nacimiento de Cristo.
– ¿Antes del nacimiento de Cristo? -Kadar lo observó maravillado-. ¿Me crees loco a mí también?
– Incrédulo, no loco.
– ¿Y cuánto tiempo pretendes estar vivo?
Tarik se encogió de hombros.
– Yo no pretendo nada. No me atrevería. No sabemos nada de esto. Podría morir mañana mismo.
– ¿O vivir para siempre?
– ¡Dios mío, espero que no!
– ¿Y no habéis envejecido?
Tarik negó con la cabeza.
– Ahora podrás comprender por qué me siento tan culpable por dejarte utilizar el grial. Es una enorme carga la que he depositado en ti.
– Es más bien un enorme regalo, diría yo -corrigió Layla.
– Como puedes comprobar, Layla y yo tenemos diferentes puntos de vista respecto a Eshe. Después de que Chion muriera, no pude darle la poción a nadie más. No tenía derecho.
– ¿Quién más tiene el derecho? -preguntó Layla-. ¿Deberíamos esconderlo en una cueva y dejarlo en el olvido? A medida que pasen los años, seguramente llegará el tiempo en que será seguro sacarlo a la luz.
– ¿Y no crees que ya ha llegado la hora? -cuestionó Kadar.
– Algunas de las hierbas son raras. Solamente se podría hacer una pequeña cantidad al año. ¿Te das cuenta de la conmoción que sacudiría a la cristiandad si todo el mundo supiera de su existencia pero solo pudiéramos ofrecérselo a unos pocos?
– Desde luego -reconoció Kadar torciendo el gesto-. Y tú tendrías suerte si no te quemaran por brujería… o blasfemia.
– He estado a punto de ello en un par de ocasiones últimamente -dijo Layla-. Juicios erróneos. Es una época terriblemente oscura, y no todo el mundo puede aceptar regalos. Les asusta.
– Me pregunto por qué -comentó Kadar con sequedad.
Tarik estaba mirando a Layla.
– No me lo habías contado.
– ¿y por qué había de importarte? No estabas allí. Estabas viviendo felizmente en Sienbara con tu Rosa. -Apretó los labios-. Me sorprende que no estuvieras tentado de darle Eshe a ella también.
– Podría haberlo hecho. No tuve la oportunidad. Murió al caerse de un caballo.
Kadar apenas los escuchaba.
– Y, si tengo que creerte, ¿podría vivir tanto como tú?
– Es posible. -Tarik lanzó una mirada a Layla-. Cedo la palabra a su gran experiencia.
– Casi seguro -respondió Layla.
Kadar se sintió como si lo hubieran aporreado. Había estado jugueteando, dándole vueltas a la idea en menor escala. Pero esto era algo completamente distinto.
– Esto es como para aturdir a cualquiera. Por ese motivo siempre hemos ido muy despacio antes de contárselo a alguien. -Tarik no apartaba la mirada del rostro de Kadar-. Yo tuve suerte. No me llevé un susto como el tuyo. Los años fueron pasando y fui aceptándolo gradualmente.
Kadar procuraba encontrar la salida de este laberinto.
– El manuscrito…
– Vagué por ahí durante mucho tiempo cuando Layla y yo nos separamos. Me instalé una temporada en Bretaña. -Sonrió-. Me hizo gracia oír hablar de la obra de De Troyes. No me divirtió tanto cuando Nasim se abalanzó sobre ella con tal ferocidad. Nos encontramos en dos ocasiones. La primera cuando Nasim era joven y la segunda hace nueve años. Él había envejecido, yo no.
– Y había oído rumores sobre tu tesoro.
– Efectivamente. -Tarik ladeó la cabeza y lo miró con curiosidad-. ¿Alguna otra pregunta?
– Solo una. Selene. ¿Le diste a ella la poción?
Cualquier rastro de regocijo desapareció de la expresión de Tarik
– No, nunca. Ella es maravillosa, pero no es como tú. Tú estabas curtido por cien batallas. Presentía que sería más seguro dártelo a ti. Selene tiene un carácter muy impetuoso y yo no podía prever ninguna de sus respuestas. Si quieres que lo tome ella también, se lo tendrás que dar tú mismo. Yo no me haré responsable.
– ¿Cuándo vas a tomar alguna responsabilidad, Tarik? -preguntó Layla-. No puedes reducir tus posibilidades a un solo hombre. ¿Y si se muere? ¿Quién protegerá el grial? ¿Quién tomará la decisión cuando sea la hora de que el mundo conozca la existencia de Eshe?
– Tú, si pudieras, darías Eshe a todas las personas sobre la faz de la tierra. ¿Y su sacrificio? -Se volvió hacia Kadar-. Estarás tentado de darle la poción a Selene. La amas y querrás mantenerla contigo. Pero una vez tomada, no hay vuelta atrás. ¿Arriesgarías su cordura? ¿Y toda la amargura y el dolor que sufriría? ¿Y qué me dices del aburrimiento y del cansancio? ¿Qué me dices del viajar constante para no echar raíces y evitar que la gente de alrededor se dé cuenta de que ella aún es joven y atractiva mientras ellos envejecen? Por no hablar del peligro de la tortura y la muerte por parte de aquellos que la teman o quieran el secreto para ellos.
– Estás pintando un panorama espantoso -comentó Kadar.
– Puede ser espantoso.
– La vida también -intervino Layla-. Pero también puede ser agradable. ¿Es que tenemos que morir todos en el vientre por temor a enfrentarnos a los rigores de la vida?
No había duda de que estaba presenciando una vieja y amarga batalla entre ellos, y Kadar ya tenía bastante con lo suyo como para tener que escuchar sus discusiones.
– La decisión no será mía. Yo no soy como tú, Tarik. Yo le daría la oportunidad de elegir.
Tarik se estremeció.
– Eso no es justo. Tú no eres capaz de…
– Sin embargo, tú estabas planeando hacerlo de todos modos. Manipulaste a Nasim para que me trajera hasta tu puerta y luego… -Movió la cabeza cuando se dio cuenta del tema que estaba discutiendo-. Por Dios santo, estoy hablando como si creyera en todo esto. Es la historia más increíble que he oído en mi vida, y no hay manera de comprobar si es verdadera o falsa.
– Obtendrás la prueba dentro de unos cien años -dijo Layla-. Suponiendo que no cometas ninguna tontería y te maten en el campo de batalla.
– Cien años. -No podía soportarlo más. Se dio la vuelta para marcharse-. Tengo que ir a contarle a Selene que habéis accedido a dejarnos utilizar el grial.
– ¿Y nada más?
– ¿Por qué habría de decirle algo que ni yo mismo creo?
La sonrisa de Tarik era triste.
– Sin embargo estás empezando a creértelo, ¿no es cierto? Que Dios lo ayudase, así era. No creía en brujería, y si Tarik y Layla le hubieran dicho que el grial era mágico, podría haber hecho caso omiso del resto de la historia. Pero el descubrimiento de la poción a través de una curiosidad insaciable y un duro trabajo era un concepto con el que él podía identificarse. Por experiencia propia, sabía los milagros que se podían forjar con esas dos armas.
– No importa si lo creo o no. Hasta que no pueda comprobarlo, solo tengo que vivir mi vida como si esta historia fuera una locura. -Añadió haciendo una mueca-: Lo que probablemente será verdad.
– Entonces ahora tendrás más cuidado con el grial -dijo Tarik-, porque, en el fondo de tu corazón, conoces su valor.
– Tendré cuidado porque te he dado mi palabra y no por otro motivo. No puedo tener en cuenta nada de esta locura. Hay que hacer planes.
– Me sorprende que no los hayas hecho ya. -El tono de Tarik estaba teñido de un leve sarcasmo-. Parecías muy seguro de mí.
– Tengo algunas ideas al respecto -reconoció Kadar sonriendo-, pero Selene también tiene sus planes. Desea involucrar a un viejo conocido que seguramente te costará una buena cantidad de oro. ¿Sabes algo del paradero de Vaden?
– Éste es un lugar repugnante. -Selene iba sorteando con cautela los desechos que llenaban el callejón por doquier-. Además huele a estiércol y…
– Deja ya de quejarte. Tú has querido venir. -Kadar la agarró por el codo-. La posada está ahí delante. No te alejes de mi lado. Por lo que dijo Tarik, es un antro frecuentado solo por soldados y prostitutas. -Empujó la puerta-. No te sorprendas si ves cosas que no quieres ver. En un lugar como éste, nadie busca intimidad cuando quiere dar rienda suelta a su deseo.
– Entonces no se diferencia mucho de la Casa de Nicolás.
Pero sí era diferente. Aquel lugar era como comparar la limpieza inmaculada de la seda de la casa de Nicolás con el cuero.
Poca iluminación.
Ruido.
Humo.
El olor acre a sudor, a vino y a cerveza inundó la nariz de Selene mientras seguía a Kadar por la habitación. Solo había algunas velas encendidas en medio de la oscuridad. La estancia estaba abarrotada, las mesas llenas, pero no podía distinguir las caras de ningún hombre o mujer allí presentes.
– No lo veo. ¿Estás seguro de que lo encontraremos en este lugar?
– No. Tarik dijo que solía pasar aquí sus ratos libres mientras no estaba vendiendo su lanza a los señores de estos pagos. Puede que incluso no se halle en Roma. ¿Por qué estás tan empeñada en encontrarlo?
Ni ella misma lo sabía. Quizá fuera la casualidad la que repentinamente había sacado a Vaden de las tinieblas del tiempo. Casi parecía una señal.
– Él nos ayudó en el pasado. Si sigue vendiendo su lanza, Tarik podrá comprarlo para nosotros-. Frunció el ceño-. Esto está muy oscuro. Tendremos que adentrarnos hasta el fondo si queremos encontrarlo.
– En realidad yo nunca conocí a Vaden. ¿Serías capaz de reconocerlo?
– Tiene el pelo claro. -Ella solamente lo había visto una vez, luego su rostro se había ennegrecido por el humo del tiempo-. Como un león. Reconocería su pelo.
Nadie parecía prestarles mucha atención mientras se movían entre las mesas. Estaban demasiado ocupados con sus propios placeres.
– Bien, no veo ninguna cabellera clara en este lugar. Los romanos suelen ser morenos.
Selene se fijó en una mujer desnuda sentada a horcajadas sobre un joven soldado que emitía sonidos guturales desde el fondo de su garganta. Pensaba que no la iba a impresionar, pero la visión le trajo demasiados recuerdos de las mujeres que había conocido de niña.
– ¿Has poseído alguna vez a una mujer en un lugar como éste?
– Solo cuando el hambre aprieta y no queda más remedio.
– ¿Las pagaste bien?
– Sí, ya te lo he dicho, pasé algún tiempo en una casa de placer. Nunca las engañaría.
– Estas mujeres no parecen… ¿Crees que les pagarán bien?
– No. -Concentró la mirada en su rostro-. Las cosas son así. Es una vida dura. Tienen algo que vender y con ello se pagan una comida, un lugar donde pasar la noche. Nada más. En comparación, las mujeres en la Casa de Nicolás eran muy afortunadas.
– No eran más afortunadas. Eran esclavas. Por lo menos estas mujeres pueden elegir.
– Efectivamente. -Una expresión indefinible asomó en el rostro de Kadar-. Elegir es importante.
Tenía la extraña sensación de que ya no se refería a las mujeres de la Casa de Nicolás.
Pero enseguida se le pasó y miró hacia otro lado.
– Si no lo ves, podemos marcharnos. Este sitio es muy desagradable…
– Ahí. ¿Qué es eso? -Había divisado algo en un rincón oscuro del salón… algo brillante, que se movía. Se acercó con impaciencia-. Podría ser…
Una cabellera de color aleonado flotando sobre unos hombros desnudos…
Los hombros no eran la única parte de su cuerpo que estaba al descubierto. Tenía la túnica tirada en el suelo, y se encontraba en cuclillas entre los muslos de una mujer igual de desnuda que él. Él se movía con rapidez, arremetiendo con fuerza, murmurando palabras excitantes a la ramera que tenía debajo. No necesitaba estímulo alguno. Era evidente que estaba entregada por completo y que su placer era absoluto.
– ¿Es él? -preguntó Kadar.
– No puedo verle la cara. -La cabeza del hombre estaba apoyada sobre la mujer, largos mechones de pelo aleonado velaban sus rasgos-. Tendré que verlo más de cerca.
– No te acerques demasiado. Si lo interrumpes en estos momentos podría molestarse.
– Me parece que está demasiado ocupado como para enterarse.
– Es la mujer la que está ocupada. Él es un guerrero y está adiestrado para percibir un ataque.
– No lo estoy atacando -dijo acercándose más-. Solo deseo ver su…
Levantó la cabeza y se echó el pelo hacia atrás.
Vaden.
Incluso cubierto de humo y hollín no le cabía la menor duda de que era él. La regularidad de sus facciones era inconfundible, aunque nunca se había fijado en lo atractivo que era. Esos profundos ojos color azul zafiro eran imposibles de pasar por alto. Su rostro era lo más sorprendente: podría haber pertenecido a Adonis, o teniendo en cuenta el color pardo rojizo de su pelo, quizás a Apolo.
– ¿Y bien? -preguntó Kadar.
– Es Vaden.
Debió oír su nombre. Se quedó paralizado, apartó la mirada de la mujer.
Selene se preparó instintivamente cuando sus ojos se encontraron con los de Vaden. En menos de lo que se tarda en parpadear, se sintió evaluada, juzgada y rechazada.
Vaden volvió a su apareamiento.
Ella estaba desconcertada.
– ¿Y ahora qué hacemos?
– Bien, no lo interrumpamos. Terminará enseguida.
Esperaba que fuera así. Se sentía incómoda ahí de pie viéndolo copular.
Y no solamente incómoda.
– Nadie se dará cuenta -le murmuró Kadar al oído-. Podemos buscar un rincón para nosotros.
Kadar solo obtuvo una negativa por respuesta.
Pero mirar a un hombre tan apuesto como Vaden en pleno acto sexual estaba provocando en ella una oleada de calor por todo el cuerpo. Nunca había entendido el significado del tapiz en la habitación de la torre y la excitación que produce ver cómo fornican otros.
Ahora lo entendía.
Gracias a Dios, estaban terminando. Un momento después él se levantó, empujando a la ramera hacia un lado.
Se reía a carcajadas cuando se puso la túnica y buscó la bolsa con el dinero. Acarició la espalda de la mujer y le puso una moneda en la mano. Se volvió hacia Selene y sonrió.
– Estoy un poco cansado en este momento, pero dame tiempo. La noche es larga.
Kadar no pudo reprimir la risa al ver la expresión de horror en el rostro de Selene.
– ¿Qué esperabas? Te lo dije, aquí solo vienen prostitutas. No viene a fornicar contigo, Vaden. No estamos aquí por eso. -Se acercó un paso-. ¿Te acuerdas de mí?
La expresión divertida abandonó el rostro de Vaden.
– Kadar.
– Esperaba que me reconocieras. Nunca nos hemos visto, pero yo estaba con Ware en la época en que lo vigilabas y acechabas. -Hizo avanzar a Selene-. A lo mejor no recuerdas a Selene. Ella era mucho más joven cuando os conocisteis.
– Creo que debería acordarse -dijo Selene secamente-. Si tenemos en cuenta que me tiró del caballo y amenazó con matarme.
Vaden sonrió.
– Claro que te recuerdo. Eres la hermana de la mujer de Ware.
– Su esposa -corrigió ella-. Están casados.
Vaden hizo un gesto de indiferencia.
– No puedo acordarme de todo. -Se dejó caer en una silla y cogió su copa de vino-. Ella no debería estar aquí, Kadar.
– Lo sé. Insistió en venir. ¿Podría persuadirte para abandonar este lugar y venir con nosotros?
– No. -Se llevó la copa a los labios-. Me gusta esto.
– Apesta -dijo Selene sucintamente.
– Cierto. Deberías salir de aquí antes de que tu delicada nariz se ofenda más. Pero estoy un poco bebido y tengo por costumbre no meterme en oscuros callejones a menos que tenga todos mis sentidos alerta.
Selene tomó asiento en la silla que había frente a él.
– Queremos que nos ayudes.
– Ya te ayudé una vez -dijo sonriendo-. No esperes más de mí. No soy un hombre generoso.
– No estamos pidiendo tu generosidad -repuso Selene-. Necesitamos tu espada. Te pagaremos bien.
– ¿Ware?
Ella negó con la cabeza.
– Ware no sabe nada de esto. Tarik. ¿Lo recuerdas?
Bebió un sorbo de vino.
– ¿Cómo podría olvidarlo? Le vendí mi derecho de nacimiento. ¿Lo está disfrutando?
– Es una casa preciosa.
– Sí. -Desvió la mirada hacia Kadar-. Estás encima de ella igual que lo estabas con Ware. ¿No te hartas de proteger a todos los que te rodean?
– Se ha convertido en una costumbre.
– Siempre me ha parecido raro. Especialmente después de descubrir tu asociación con los asesinos.
– Ware me dijo que pasaste algún tiempo con Sinan. ¿Tuviste la oportunidad de conocer a Nasim?
– Vino en un par de ocasiones a la fortaleza mientras yo estaba allí. Sinan parecía aprender de él. -Sonrió-. Era divertido verlos juntos. Nunca pude dilucidar quién de los dos tenía el alma más oscura.
– Nasim -aseguró Selene.
– Es posible -dijo apoyándose en el respaldo de la silla-. Me imagino que es Nasim a quien queréis derrotar.
– Sí.
– Entonces la discusión ha tocado a su fin.
– No sin ayuda -intentó convencer Kadar.
– Ya conoces el poder de los asesinos -dijo Vaden-. No tiene límites. Si mato a Nasim, sus sicarios me perseguirán durante el resto de mis días.
– No serías tú quien tendría que darle el golpe de gracia.
– En ese caso solo me perseguirían durante la mitad de mi vida.
– Tarik te pagaría muy bien -intervino Selene-. ¿Qué es lo que quieres?
– Ya tengo lo que quiero. -Hizo un gesto señalando al oscuro salón. Un ambiente que levante los ánimos. Compañía agradable. Buen vino.
– ¿Qué quieres? -repitió Selene.
– Vivir un año más.
– Si te prometemos que Nasím nunca se enteraría…
– Se enteraría -dijo fijando sus ojos en ella-. Estás muy decidida. ¿Por qué yo? Hay otros guerreros. Lo reconozco, no tan magníficos como yo. Y no muchos se enfrentarían a Nasim, pero podría darte un par de nombres.
– Te quiero a ti.
Le brillaron los ojos.
– Ya te he dicho que estoy cansado. Pero si insistes, procuraré…
– Déjalo. -Selene sentía cómo el rubor le subía por las mejillas-. Estás intentando disuadirme. No lo conseguirás por ese camino.
– La sugerencia de intimidad me está empezando a molestar -dijo Kadar con una sonrisa sardónica-. Selene cree que tu participación es imprescindible. Para ser sinceros, tu aparición en este preciso momento y lugar parece caída del cielo.
– No tengo nada que ver con el cielo y no tengo credenciales en ese lugar.
– Ni me importa. Te necesito -insistió Selene-. Ware confiaba en ti. Si nos ayudas, te prometo que nadie te hará daño.
Kadar le presionó el hombro.
– Vamos a dejarlo que lo piense. Estaremos en la villa. Cuando tengas la mente más despejada, quizá puedas hacernos saber tu decisión.
Selene se levantó a regañadientes. Suponía que Kadar tenía razón. No estaban llegando a ninguna parte con Vaden.
– Ayúdanos, Nasim es un monstruo. Hace daño a mucha gente.
Vaden se la quedó mirando con esos fríos ojos azules que parecían un lago glaciar.
– ¿Te ha hecho daño a ti?
– Sí-susurró-. Me ha hecho daño.
Fijó la mirada en su copa de vino.
– A mí no me ha hecho nada.
Selene se volvió sobre sus talones y se dirigió hacia la salida.
Kadar la alcanzó fuera.
– No está perdido del todo.
– Ya no sé cómo persuadirlo.
– No estoy seguro. Es difícil saber lo que Vaden está pensando.
– Nos ha dicho lo que pensaba. Y su respuesta ha sido no.
– Eso no significa que sea su última palabra. Incluso Ware dudó en algún momento de Vaden. Esperaremos unos días y luego lo intentaremos otra vez.
– Ya no estoy segura de seguir queriendo su ayuda. Es muy arrogante, demasiado indulgente consigo mismo, brutal…
– Y un gran guerrero, mejor incluso que Ware. Sí que lo quieres.
Suspiró.
– Sí, lo quiero.
Al cabo de dos días Vaden apareció en la villa. Llevaba puesta una armadura ligera que brillaba a la luz del atardecer. Estaba limpio, sobrio, e incluso más extraordinariamente atractivo a la luz del día.
– ¡Cielo santo! -murmuró Layla al verlo subir las escaleras-. Magnífico. ¿Quién es?
– Vaden. Estoy segura de que él estaría de acuerdo contigo. -Selene se acercó, deseosa de saludarlo-. Has venido. ¿Por qué?
– Lady Selene. -Hizo una reverencia-. Era necesario. Me había quedado sin vino.
– Aquí tenemos todo el que necesites. -Kadar se acercó hasta donde se encontraba Selene.
– Bien. Entonces mi viaje no habrá sido en balde. -Paseó la mirada por la antesala y fijó los ojos en un busto del Papa Julio.
– Lo había olvidado. Me sorprende que no os hayáis deshecho de esa estatua de Su Santidad.
– ¿Por qué? Está muy bien elaborada -dijo Tarik-. Todo en esta casa está exquisitamente trabajado. Tu madre tenía un gusto excelente.
– No tenía gusto para ella misma. Estudiaba los gustos y caprichos de Su Santidad y le daba todo lo que él quería. -Su tono carecía de expresión-. Era un espejo. -Se volvió hacia Kadar-. Primero el vino y después la conversación. ¿Salimos a la terraza? -No esperó respuesta y salió de la antesala dando grandes zancadas.
– Como te parezca -murmuró Tarik-. ¿Tendré que recordarte que ya no eres el amo de este lugar?
– Dudo que le hiciera ningún bien. -Selene corrió en pos de Vaden, seguida de Kadar, Layla y Tarik.
– Pagaste demasiado, Tarik -dijo Vaden apoyándose en la balaustrada de espaldas al jardín-. Habría aceptado mucho menos con tal de deshacerme de este sitio.
– Lo sé -reconoció Tarik sentándose en el banco-, pero entonces la culpa habría estropeado mi regocijo.
– Es la perdición que gobierna su vida -comentó Layla.
Vaden se volvió hacia ella.
– ¿Y tú eres…?
– Layla. Soy la esposa de Tarik. -Kadar sirvió una copa de vino y se la ofreció a Vaden-. Tu vino. ¿Tendremos que esperar a que termines para empezar a hablar?
– Nada debe interferir con una buena copa de vino -dijo Vaden sonriendo-. Pero supongo que puedo hacer una excepción.
– ¿Has decidido ayudarnos? -preguntó Selene.
– Si alcanzas mi precio.
– Lo alcanzaremos.
– No seas tan impaciente -intervino Tarik-, es mi boIsa de dinero la que estás vaciando.
– Sin duda eres un hombre rico -afirmó Vaden-. Solamente los muy ricos pueden permitirse sentirse culpables.
– ¿Cuál es tu precio?
– Primero dime qué papel desempeño en este asunto.
– Lo que siempre haces: tú y tus huestes atacaréis cuando nosotros lo estimemos necesario -respondió Selene.
– Cuando yo lo estime necesario -corrigió Kadar-. Un ejército con demasiadas cabezas suele terminar con todas ellas cortadas.
– Por eso seré yo quien tome las decisiones -resolvió Vaden.
Kadar negó con la cabeza.
– Conozco a Nasim, y tu papel en esto podría ser menor, dependiendo de cómo lo posicionemos.
– Mi papel nunca es menor -dijo mirando a Kadar y encogiéndose de hombros-. Pero podemos decidir los detalles más tarde.
Era una victoria importante, pensó Selene, además no había esperado que Kadar la ganase.
– Lo primero que hay que hacer es encontrar a Nasim. Creemos que está en algún lugar cerca de Roma.
– Pompeya -dijo Vaden-. Los asesinos nunca se aventuran demasiado cerca de cualquier ciudad de la cristiandad. El miedo es una de sus armas, y la distancia les da un aire de misterio. Nasim y sus hombres han establecido su campamento sobre las ruinas.
– ¿Cómo lo sabes? -quiso saber Selene.
– Esto es Roma. Es el lugar donde nací. Me ocupo de saber todo lo que pasa por aquí.
– Entonces sabías que Nasim estaba aquí la primera vez que hablé contigo.
– Sabía que estaba cerca, y lo localicé ayer por la mañana. -Vaden exhibía una sonrisa angelicalmente bella-. Pero aún no se me había acabado el vino.
Ella tenía ganas de golpearlo. Respiró profundamente.
– Nasim nos está buscando. Tenemos que alcanzarlo antes de que descubra dónde nos encontramos.
– Podríamos atraerlo hasta aquí. -Vaden observó a su alrededor la fresca belleza de los azulejos de la terraza-. De hecho, me parece una idea espléndida. La villa podría ser un buen campo de batalla. Si Nasim se adentra aquí con sus caballos, Tarik podría librarse de varias de esas abominables estatuas.
– Eso no tiene ninguna gracia -remarcó Tarik-. Es evidente que no solo pretendes convertirme en un mendigo, sino que además deseas privarme de mi propiedad.
– Bien, de todas formas no creo que pudiéramos atraerlo hasta aquí -reconoció Vaden-. Tendremos que confiar en el ataque.
– Podemos atraerlo con un señuelo. Tenemos algo que él quiere -le informó Kadar-. No obstante, elegiremos un lugar que no sea esta casa.
Vaden lo miró fijamente.
– ¿Qué tienes que Nasim tanto desea?
– No es asunto de tu incumbencia -replicó Layla.
– Todo lo que afecta a mi vida y a la de mis hombres es de mi incumbencia. -Se detuvo unos instantes-. No será el cofre dorado, ¿verdad?
Layla se puso rígida.
– ¿Qué sabes tú de…?
– Rumores -respondió devolviendo la mirada a Tarik-. Circulaban muchas historias interesantes sobre ti cuando te vendí esta casa de campo. Estuve tentado de venir y coger el cofre yo mismo.
– Tuve suerte de que no lo intentaras.
– No seré yo quien juzgue a Nasim por interesarse en un pequeño tesoro. ¿Qué hay en el cofre?
– Ya sabes, lo suficiente -dijo Layla.
– No, tiene razón -intervino Selene en su defensa-. Está poniendo en juego su vida. En el cofre solo hay un grial.
Dio un silbido.
– ¿Un grial? He oído historias sobre el Santo Grial.
– Te lo aseguro, este grial no tiene nada de santo -añadió Tarik.
– ¿Entonces por qué Nasim lo quiere? -Vaden hizo un gesto de negación-. No importa, no quiero saberlo. Seguramente se tratará de alguna locura mística con la que no deseo llenarme la cabeza. -Apuró el vino y apoyó la copa en la balaustrada-. Ya que hemos terminado nuestra conversación, regresaré a la ciudad y correré la voz entre mis hombres para que se reúnan. Tardarán dos días. -Se dirigió hacia la puerta-. Kadar, si no tienes un plan razonable para entonces, tendrás que hacerte a un lado y dejármelo a mí.
– Tendré un plan preparado -aseguró Kadar-, pero no le has dicho a Tarik cuál es tu precio. ¿No crees una falta de consideración tenerlo en ascuas?
Vaden miró a Tarik por encima del hombro.
– Prefiero dar mi precio después de derrotar a Nasim. Prometo no quitarte todo lo que tienes.
– Un acuerdo muy poco corriente -dijo Tarik secamente-. ¿Y si decido no pagarte?
– Me pagarás. -La sonrisa de Vaden parecía la de un tigre-. Todo el mundo me paga.
CAPÍTULO 17
– Y bien, ¿estás satisfecha? -preguntó Kadar a Selene mientras la escoltaba a su aposento un rato después.
– Sí-contestó no muy convencida-. Aunque no me explico por qué. Es un hombre de lo más perturbador. No logro adivinar en qué está pensando.
– Tampoco necesitamos saberlo. Lo único que debe preocuparnos es su fuerza en la batalla y su lealtad.
– Soy de la opinión de que Vaden es un hombre al que no le gusta que lo aten corto. ¿Hasta dónde llegará su lealtad?
– No sirve de nada discutir sobre ello. Ya está hecho. Nos limitaremos a vigilarlo.
Ella frunció el ceño de repente.
– Parecía incómodo al hablar sobre el grial.
– Ware me dijo que Vaden era un hombre que solamente creía en lo que podía coger con las manos -dijo sonriendo-. Sin embargo viajó hasta Escocia para entregarle su estandarte a tu hermana. Apostaría a que estaba incluso más incómodo realizando esa tarea.
– Sin embargo lo hizo -repuso apretando la mandíbula-. Y hará esto por nosotros. -Se detuvo frente a su puerta-. ¿Tendrás un plan para dentro de dos días?
– Sí, tendré un plan. -Hizo una pausa-. Pero no es lo único que tenemos que hacer en estos dos días. Le dije a Tarik que necesitaríamos un sacerdote para mañana por la noche.
– ¿Un sacerdote? ¿Por qué habríamos de necesitar…? -Entonces comprendió. Los votos matrimoniales-. ¿Aún lo deseas?
– Tenemos un acuerdo. He convencido a Tarik para que nos permita utilizar el grial. Ahora yo estoy listo para ayudarte a atrapar a Nasim. ¿Qué te hace pensar que he cambiado de idea en lo que respecta a mi recompensa?
El motivo era que no le había mostrado ese otro lado oscuro suyo durante los últimos días. Seguía siendo el Kadar de siempre, y el que había hecho la petición había sido el otro Kadar.
Se humedeció los labios.
– Sería más sensato esperar.
El sonrió.
– Yo no soy como Vaden. Yo pienso cobrarme el grueso de mi recompensa por adelantado. Nunca se sabe lo que puede pasar y no deseo prescindir de los frutos de mi trabajo.
– No te sucederá nada. No lo permitiré.
– Me complace esa seguridad en ti misma. -La miró a los ojos-. Pero los votos matrimoniales tendrán lugar mañana por la noche.
Su tono había adoptado ese perfil duro y frío, al igual que su expresión, observó ella con desaliento. El Kadar de siempre se había esfumado. Se había deslizado hacia el lado oscuro con facilidad.
– Así se hará si es eso lo que deseas. Nunca he pretendido engañarte.
– Lo sé. -Su sonrisa desterró la dureza-. Es solo que los votos no son lo más importante para mí. -Le cogió la mano y la rozó con los labios-. Y espero que vuelvan a convertirse de nuevo en algo importante para ti. Que descanses. Hasta mañana.
Ella se lo quedó mirando hasta que desapareció tras la esquina que conducía al salón. Votos matrimoniales.
Al día siguiente estaría casada. La idea le resultaba extraña. En estos últimos días había desechado de su mente esa perspectiva por completo. Tendría que considerarlo de nuevo esa noche.
Porque empezaba a sentir un cosquilleo de excitación e ilusión que le impedía pensar en todo lo demás. Kadar siempre había dominado sus pensamientos más que cualquier otra persona o cosa, y ahora él era una distracción que no se podía permitir.
Podría evitarlo esa noche, pero ¿y al día siguiente? Los votos matrimoniales no habían sido su único precio.
La torre.
No pienses en la torre. No pienses en su cuerpo ni en la música que había producido al fundirse con el suyo. No pienses en nada.
– Te he comprado algo para que te lo pongas mañana -dijo Layla cuando Selene abrió la puerta. Hizo un gesto hacia el suave tejido azul que llevaba plegado sobre el brazo-. No es apropiado que lleves un vestido de sirvienta para semejante ocasión.
– Es muy amable de tu parte, pero yo no…
– Por supuesto que sí. -Layla entró en la habitación y cerró la puerta-. Las bodas son muy importantes. -Dejó la tela sobre la cama-. En realidad no es un vestido. Es solamente un corte de seda, pero el color es bonito y te sentará muy bien. Volveré mañana por la mañana y te enseñaré cómo plegarla.
Selene frunció el ceño, escéptica al mirar la pieza de tela.
– ¿Plegarla?
– Las mujeres en Egipto e India se visten así. Es mucho más elegante que la ropa cosida -dijo sonriendo-, Y mucho más fácil de quitar.
– Creo que prefiero los vestidos hechos con puntadas.
– No para mañana. -Permaneció en silencio unos segundos-. Me sorprende que esta vez hayas decidido desposarte. He notado que Kadar puede llegar a ser muy dominante. ¿Lo haces por voluntad propia?
– Es mi voluntad.
– Porque si no lo es, dímelo. No eres tú misma, y no permitiré que te intimide.
– No me está intimidando. -Se encontró sonriendo-. Además, sigo siendo yo misma y sería capaz de evitar semejante abuso. Te agradezco tu preocupación.
– Te he tomado cariño. -Las palabras le salían torpes-. Quiero que las cosas salgan bien. Puede que estés resentida conmigo por haber intentado evitar que Tarik te permitiera usar el grial, pero eso no significa que no comprenda tu dolor.
– No te guardo ningún rencor. -Selene se dio cuenta de que era verdad. Lo que estaba claro era que la pasión de Layla por proteger el grial era tan fuerte como la suya por aprovechar cualquier medio para sus fines-. Siempre has sido amable conmigo -dijo con sinceridad-, excepto aquella primera noche. Todavía no te he perdonado aquel golpe.
– Te lo dio Mario, no yo -corrigió Layla sonriendo-. Si hubiera sido mío, habría sido más fuerte. Yo nunca doy un golpe a menos que sea para inutilizar al adversario. ¿Has cenado?
– Todavía no.
– Bien. Pediré algo de comer. Cenaremos juntas.
– ¿No deseas cenar con Tarik?
Layla desvió la mirada.
– Me está evitando. -Se dirigió hacia la puerta-. No es que me importe. Parece simplemente un movimiento absurdo. No quiero incomodarlo.
Dolor y soledad. Esas palabras daban una impresión cruda y descarnada. Selene tuvo un impulso de acariciarla y consolarla, pero sabía que Layla negaría esa necesidad de consuelo. No obstante había algo que Layla aceptaría.
– Cenaré contigo encantada. -Miró hacia el tejido azul que estaba encima la cama-. Y gracias por la tela.
Layla se echó a reír.
– De verdad que te sentará bien. Ya verás.
– ¿Te pusiste esa prenda el día de tu boda?
Su sonrisa se desvaneció.
– No, nosotros nos casamos en secreto. Llevaba la misma túnica blanca de lino que usaba a diario. Pero me puse una flor de loto en el pelo. Tarik me dijo que estaba muy bella. -Se encogió de hombros-. Sabía que mentía, pero a veces las mentiras proporcionan un gran consuelo.
– Estoy segura de que estabas muy bella.
– En realidad no importaba. Yo me sentía bella. -Abrió la puerta-. Vuelvo enseguida.
Tarik le besó el pecho antes de susurrar:
– ¿Te casarás conmigo, Layla?
Ella se quedó rígida.
– ¿Casarme? -Se apoyó sobre un brazo y lo miró a los ojos-. ¿Quieres casarte conmigo?
El sonrió.
– ¿Por qué te sorprende tanto? Ya sabes que te amo.
– Sí.
– Y tú también me amas.
Ella permaneció en silencio.
– ¿Layla?
Acomodó la cabeza en el hueco de su hombro.
– ¿Por qué quieres casarte? Copulamos, disfrutamos juntos.
– ¿Por qué tú no?
Escudriñó en la oscuridad más allá de la ventana al fondo de la habitación. Hacía calor, era una noche húmeda y había dejado las persianas abiertas. Percibía el aroma a incienso de aceite de palma que ella había encendido para ocultar el hedor de las calles. Conocía ese vecindario: ladrones que robaban a los vivos y a los muertos, mendigos, prostitutas. Se había visto obligada a caminar por esos caminos y a aprender la maldad que se desprendía en cada esquina. Pero era un mundo que Tarik nunca había conocido tras los muros de la Gran Biblioteca.
Hasta que ella lo había forzado a salir de aquellas cuatro paredes.
– Layla.
– Yo no… soy como tú.
– ¿Y eso qué importa?
– Yo no medito y venero a esos grandes filósofos cuyas palabras copias en los pergaminos. Me paso el tiempo apenas sin pensar. Me limito a hacer lo que creo mejor, lo que quiero hacer.
– Tú piensas mucho. Eres la mujer más inteligente que conozco.
– Claro que soy inteligente. No me refiero a eso. -Se acurrucó aún más contra él mientras escogía las palabras que lo distanciarían-. No soy… yo no… no debería casarme contigo. Tú no me conoces.
El la besó en la cabeza.
– Lo suficiente. Me has contado todo lo que necesito saber.
– No sabes nada. Soy egoísta y… ¿sabes por qué me metí en tu lecho por primera vez? Pensé que tu interés por encontrar el pergamino estaba disminuyendo. Necesitaba retenerte. Desde el primer momento en que te vi en la biblioteca, lo que pretendía era utilizarte para conseguir lo que deseaba.
– Lo sabía.
Se sentó y lo miró atónita.
– ¿Lo sabías?
Él se echó a reír.
– Eres muy mala disimulando, amor mío.
– Eso no es cierto -replicó indignada-. No lo he hecho mal engañando a los sacerdotes durante todos estos años.
– Entonces quizá ahora veo con más claridad porque te amo.
– ¿Y por qué me amas? -le preguntó intrigada-. Me miro a mí misma y no veo nada que pueda gustarte. Soy egoísta y mordaz y lo único que he hecho ha sido utilizarte.
– Sí, has hecho algo más.
– ¿El qué?
– Me has amado -respondió simplemente-. No al principio, pero gradualmente fue llegando el amor.
– Yo no… -No pudo acabar la frase. Cerró los ojos-. No sé nada de este amor. Hace tanto tiempo… Si de verdad te amo, lo que siento es duro, extraño y doloroso.
– Será mejor cuando te acostumbres a la idea. ¿Te casarás conmigo, Layla?
Abrió los ojos, aunque todavía estaban bañados por las lágrimas.
– Es una locura. No serás feliz.
– No seré feliz sin ti. ¿Te casarás conmigo?
Se tendió de nuevo junto a él.
– Tienes razón, no serías feliz -dijo con voz temblorosa-. Seguramente te he estropeado para cualquier otra mujer. ¿Quién sería tan inteligente y lista y…?-Tuvo que parar un momento-. Así que supongo que es mi deber desposarme contigo. Lo haremos mañana.
Sonrió.
– Y ponte una flor de loto azul en el pelo.
– Las flores no me quedan bien.
– Hazlo para complacerme.
Sabía que al día siguiente llevaría una flor de loto en el cabello.
– Layla.
Se dio la vuelta y vio a Kadar bajando hacia el salón.
La miraba con curiosidad.
– Estabas absorta en tus pensamientos. Te he llamado tres veces.
Recuerdos, no pensamientos, y daba igual que la hubiera arrancado de ellos.
– Sí, ¿qué quieres?
– Una tregua. Aunque no nos pongamos de acuerdo sobre el grial, tenemos que trabajar juntos.
– Ya tienes a Tarik -añadió con ironía-. ¿Cómo es que necesitas la ayuda de una simple mujer?
– Porque esa simple mujer puede causar innumerables dificultades, si se empeña.
– Eso es totalmente cierto. Eres lo suficientemente inteligente como para darte cuenta de ello, y más aún para reconocerlo ante mí -dijo centrándose en su mirada-. Pero siempre he sabido que eres inteligente. Lo que no sabía era lo egoísta que puedes llegar a ser.
– Tan egoísta como cualquiera. Sin embargo cumplo con mi palabra. El grial está seguro.
Asintió lentamente.
– ¿Y Selene está igual de segura?
El la miró sorprendido.
– ¿Acaso te importa?
– No carezco de sentimientos. He empezado a considerar a Selene como mi amiga.
– No tienes que preocuparte por Selene. La he cuidado durante mucho tiempo. Eso nunca cambiará.
– ¿Nunca? -Torció el gesto-. Eso podría ser más tiempo del que te imaginas. ¿Has considerado en algún momento la posibilidad de darle la poción a Selene?
– Sí. No he podido evitarlo.
– A pesar de tu escepticismo sobre Eshe.
– Sí.
– Me lo imaginaba. Es natural que quieras jugar seguro con las vidas de las personas que quieres. Has estado pensando que la poción no te ha hecho daño y que, si esperas hasta comprobar si es verdad lo que te hemos contado, Selene será una anciana. Así que te estás planteando el dársela ahora.
– Solamente si ella quiere.
– Siempre te elegirá a ti, aunque no sea lo que en realidad quiere.
– No en este momento. Ahora tiene la mente en otras cosas -dijo levantando una ceja-¿Por qué estás preocupada? Creo recordar que para ti representa un gran regalo.
– Es un gran don. -Hizo una pausa-. Pero está Chion. Y Selene sufrió terriblemente cuando Haroun y su bebé murieron. ¿Cómo sabré el efecto que causará en ella con los años? -Ella lo miró a los ojos-. ¿Quieres mi ayuda? La tendrás con una condición. Si decides darle Eshe a Selene, primero lo discutiremos tú y yo.
– Hecho.
– Y tiene que poder elegir. ¿Lo entiendes? No importa lo tentado que estés, es lo único que debes tener en cuenta.
– Por supuesto.
Ella respiró aliviada.
– Bien. Y ahora que está todo hablado, tendré que buscar un criado para decirle que nos lleve a su aposento comida para las dos.
– Yo lo haré -se ofreció Kadar-. Vuelve y hazle compañía. Te necesitará. La veo inquieta esta noche.
– Inquieta. Una palabra extraña para describir a una novia.
– No más extraña que la situación -replicó sonriendo-. Ni que las personas que rodean a la novia, incluyéndote a ti, Layla.
– Yo no soy extraña. Soy muy… -Hizo una mueca y luego dijo a regañadientes-: Quizá un poco rara, si quien me mira tiene una mente aburrida y sin imaginación.
Él asintió con solemnidad.
– Y a quien no le importa aburrirse de todas formas.
Se echó a reír.
Y ella se sorprendió de que no le importara. Su risa era como la de Tarik, sin malicia, solo buen humor que invitaba a ser compartido.
– Exactamente. -Se giró sobre sus talones-. No para aquellos que hablan mucho y no hacen nada. Espero que un criado con comida llame a la puerta del aposento de Selene en un cuarto de hora.
El sacerdote murmuraba sus palabras y hacía gestos con el crucifijo.
Ya tenía que estar a punto de acabar, pensó Selene. No recordaba que la ceremonia de Ware y Thea hubiera durado tanto. Parecía que Kadar y ella habían estado arrodillados ante el sacerdote una eternidad.
– No frunzas el ceño. No ha sido tan largo -susurró Kadar.
Ella lo miró sorprendida. Le había leído el pensamiento, como de costumbre.
Estaba sonriendo.
– ¿Podrías estar un poco menos seria? Layla desconfía. No quiero que venga corriendo y te saque de aquí antes de firmar.
Desvió la mirada hacia Layla y Tarik, que se encontraban al otro lado de la estancia.
– Ella no hará nada -susurró-. Anoche me habló muy bien de ti.
– ¿Bien? ¿Layla?
– Bueno, mejor de lo habitual. ¿Qué le has…? -Se calló al darse cuenta de que el sacerdote la estaba mirando con severidad. Seguramente no mostraba suficiente respeto. Pero Kadar había hablado primero, y el sacerdote no lo miraba mal a él. Ahora que reparaba en ello, el sacerdote había ignorado a ambas, a Layla y a ella, cuando había llegado a la villa. A los ojos de la iglesia la mujer no servía para nada excepto cuando había que echarle la culpa de algo. En ese caso la mujer siempre era la culpable, pensó con enfado. Susurró a propósito en voz más alta-: No me gusta este sacerdote. Es descortés y me estoy aburriendo.
Kadar se aguantó la risa.
– No creo que él considere que su deber consista en divertirte a ti.
– Además esta ceremonia no es como los esponsales de Ware y Thea. -Dios santo, le temblaba la voz. ¿De dónde había salido esta tristeza tan repentina?
Kadar apretó la mano con más fuerza.
– Shh, no pasa nada. Esto en realidad no tiene nada que ver con nosotros.
¿Cómo podía decir eso? Los votos eran para siempre. El sacerdote podría no ser importante, pero los votos se elevaban como una inmensa sombra sobre todo lo que los rodeaba.
– Mírame. -Él le sostuvo la mirada, con la voz suave pero vibrando con fuerza-. Sigue mirándome. No pasa nada, Selene. Nunca ha pasado nada. Desde aquel primer día en que te conocí en la Casa de Nicolás.
No podía dejar de mirarlo. Ya no escuchaba las palabras del sacerdote. No existía nadie excepto Kadar. Kadar cogiéndole de la mano en la oscuridad. Kadar bromeando mientras jugaban al ajedrez. Kadar tendido junto a ella en la habitación de la torre. Kadar…
– Ya está hecho -anunció Kadar. Una brillante sonrisa iluminaba su rostro-. Bueno, no ha sido tan doloroso, ¿o sí?
– ¿Qué? -Estaba hablando de sus votos. Por fin el sacerdote había terminado. Kadar estaba de pie, ayudándola a levantarse-. No, me imagino que no.
Él la hizo girar y la empujó suavemente hacia Tarik y Layla.
– Enseguida me reuniré con vosotros. Creo que voy a despedir al sacerdote antes de que sigas insultándolo. Puede que necesitemos el poder de la Iglesia antes de que todo esto termine.
– Muy bien.
– Dios santo, ¿docilidad?
Ella estaba tan sorprendida como él. De alguna manera, esos últimos momentos habían hecho olvidar toda la tensión y la impaciencia. No se sentía dócil, sino soñadora, tibia y serena.
Tan serena como cuando se había enterado de que iba a ser madre.
No supo de dónde salió esa idea. De eso trababa todo aquello. Esa noche estaría otra vez con Kadar y podrían concebir otro hijo.
Pero no era esa impaciente y feliz expectativa lo que estaba haciéndole sentir un cosquilleo por todo el cuerpo.
– ¿Selene? -preguntó Kadar.
Ella le sonrió y luego se dio la vuelta para ir hacia Tarik y Layla.
– ¿Estás segura de que es lo que deseas? -preguntó Layla en voz baja-. El hecho de desposarte no significa que tengas que acostarte con él.
Selene sonrió.
– La mayoría de la gente piensa que es un segundo paso necesario.
– Pero tú no.
– ¿Por qué te preocupas? No es como si nunca hubiera copulado antes.
– Sientes las cosas de manera muy profunda. La pasión a veces domina a las personas y las obliga a hacer cosas que no son buenas para ellas. Kadar puede ser muy persuasivo.
– Sí, en efecto.
Kadar en la habitación de la torre, moviéndose dentro de ella, susurrando palabras excitantes.
– No me estás escuchando -dijo Layla con disgusto-. Tienes una expresión suave como la seda. Deberías ir a tu aposento. Yo te enviaré a Kadar.
Kadar todavía estaba hablando con el sacerdote, sonriendo, reparando cualquier enfado que pudiera sentir aún.
Era su esposo. Estaban unidos.
– Ve -dijo Layla-. No me gusta la idea de verte derretir ante mis ojos.
– Exageras. -Pero no mucho, pensó un poco a su pesar. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Además estoy harta de verte gruñir. Te veré por la mañana.
Sentía la suavidad de sus ropajes acariciándole el cuerpo a cada paso. El roce era sensual, como una caricia.
Como Kadar…
¿Por qué no podía pensar en otra cosa?
Cerró la puerta y se apoyó contra ella.
Pronto estaría allí.
Su corazón latía con fuerza. Se encontraba rara, como sin aliento.
No podía quedarse ahí esperando. Tenía que hacer algo.
La habitación estaba casi en penumbra. Encendió una vela.
– Me gustas con ese vestido.
Se dio la vuelta y vio a Kadar de pie en el umbral de la puerta.
Se humedeció los labios.
– En realidad no es un vestido. Layla me lo ha enrollado… -Se olvidó de lo que estaba diciendo cuando sus ojos se encontraron-. ¿Se ha ido ya el sacerdote?
– Después de que Tarik le compensara generosamente. -Cerró la puerta y se acercó a ella-. No le has gustado nada. Me ha compadecido por mi mala suerte al adquirir semejante arpía por esposa. Quería saber si tu dote era suficiente para compensar el sufrimiento que me traerías.
– ¿Y qué le dijiste?
– Le conté que había cometido numerosos y enormes pecados y que tú eras mi penitencia. -Se detuvo ante ella podía sentir el calor de su cuerpo-. Me respondió que debería haberme confesado con él y que jamás me habría impuesto semejante expiación.
Ella apenas podía encontrar sentido a sus palabras. Le temblaban las rodillas y solo podía mirarlo. ¿De qué estaba hablando? Algo sobre el sacerdote.
– No le gustan las mujeres.
– Eso no está mal en un hombre que ha tomado los votos de castidad.
– Debería tener un respeto por… -Respiró hondo cuando él le tocó con el dedo pulgar el hueco de la garganta.
– Siento los latidos de tu corazón -dijo él con voz aterciopelada-. Pero los siento mejor cuando estoy dentro de ti. Es como si todo tu cuerpo tomara vida y se cerrara en torno a mí. Apretado y suave como… -Cerró los ojos y tensó los labios-. Dios, no quería tocarte. No sé si voy a poder parar.
Por supuesto que la había tocado intencionadamente, y parar estaba totalmente fuera de lugar. Ella se acercó más a él.
– No necesitas… Te prometí que si tú…
– No. -Abrió los ojos y respiró hondo-. No, Selene. Sin condiciones. Sin tratos. Sin promesas. -Retiró la mano y se alejó un paso-. No tiene que haber pretextos para estar juntos. Cuando hagamos el amor, será porque tú lo desees, porque tú lo necesites y porque te hayas dado cuenta de que no puede ser de otra manera.
Ella lo miró fijamente, desconcertada.
– ¿Qué quieres decir? Eres tú quien ofreció el acuerdo.
– Porque era la única manera que vi para protegerte.
– Dijiste que deseabas un hijo.
– Y es cierto, pero nunca negociaría por ello.
– ¿Me has mentido?
– Estás levantando muros de nuevo. No lo hagas, maldita sea. No te escondas de mí. No me explico por qué siempre has pensado que tenías que protegerte de mí. Lo entendía cuando eras una niña, pero ahora eres una mujer. Confía en mí. Entrégate a mí. Déjame que me entregue a ti. Sí, te mentí, y lo haría otra vez si considerase que con ello podría ayudarte. Haría cualquier cosa para mantenerte a salvo y a mi lado. -Cambió el gesto-. Me he acostumbrado a coger las cosas y a moldearlas a mi antojo. Puede que siga haciéndolo. Pero ahora tengo que intentar dar un paso atrás y dejarte que elijas -dijo mirándola directamente a los ojos-. Te entregaré a Nasim hagas lo que hagas. Tómame. Recházame. No importa. Nunca he pretendido nada más. Habría ido tras él aunque me hubieras suplicado que no lo hiciera. ¿Crees que le voy a permitir seguir viviendo después de lo que te hizo a ti y a Haroun? -Se giró y fue hacia la puerta-. Así que piénsatelo. No hay trato, no hay excusa. Ésta es la última vez que vendré a ti. Si vienes a mí, será porque aceptas lo que soy y lo que tú eres y porque nos debemos el uno al otro.
Se marchaba, acertó a percibir en medio de la neblina de desconcierto que lo rodeaba.
– ¿Adónde vas?
– A algún lugar lejos de ti y de esta villa.
Se marchó dando un portazo.
Dios, qué estúpido.
Kadar atravesó el salón a grandes zancadas, procurando poner tierra de por medio entre los dos cuanto antes.
Idiota.
Ella había estado dispuesta. No hubo coacción. ¿Pero y la próxima vez? Había mucho más en juego que los escarceos amorosos de una noche.
Ese vestido de seda azul, colgando de su pecho, revelando la suavidad de sus hombros.
Deja de pensar en ella. Se sentía torpe y herido.
¿Habría hecho algún daño acostarse con ella esa noche? En ese caso no habría habido sinceridad entre ambos. Estaría dentro de ella y sintiendo el calor de la fricción que…
– ¿Dónde vas? ¿Por qué no estás con Selene?
Se dio la vuelta y vio a Layla de pie en la puerta. Lo único que le faltaba era tener que darle explicaciones, pensó exasperado.
No respondió y bajó las escaleras corriendo.
La había abandonado.
Selene se cruzó de brazos, intentando dejar de temblar. Se había ido.
Pues, buen viaje. Le había mentido y…
¿Pero acaso no se había mentido también a ella misma? ¿Quién era más culpable que el otro?
Excusas. Mentiras.
– ¿Qué ha ocurrido? He visto a Kadar abandonar la villa. -Layla entró en la habitación sin llamar-. Sabía que no le despacharías a menos que hiciera algo… Pareces una vaca enferma.
Selene negó con la cabeza. No podía vérselas con Layla en este momento.
– No ha hecho nada.
– No te creo -dijo Layla con rotundidad.
– No me importa si lo crees o no. ¿Me dejarías en paz?
Layla frunció el ceño.
– Tienes razón, no es asunto mío. Solo me preguntaba si te habría dicho algo de… Ya me voy. -No se movió-. Pero si quieres que vuelva, podría mandar a alguien para…
– No quiero que vuelva. -Claro que deseaba que volviera, pero no sabría qué decirle. Estaba confundida, dolida y asustada. Las palabras de Kadar tenían un tono terminante.
Es como si hubiera quitado todas las barreras y subterfugios a los que ella se había aferrado durante años, durante toda su vida.
¿Abandonar qué?
– Llámame si me necesitas.
Layla se marchaba, Selene la vio entre sombras. Apenas oyó cerrarse la puerta.
Sin tratos, sin excusas.
Ahora eres una mujer.
Confía en mí. Entrégate a mí.
– Ya te dije que no estaría listo hasta mañana. -Vaden estaba recostado en la silla y miraba a Kadar con curiosidad-. ¿Qué estás haciendo aquí?
– Esto es lo más lejos de la villa que he podido llegar. -Se sentó al otro lado de la mesa frente a Vaden-. ¿Deduzco que este repugnante lugar ahora tiene vino suficiente para ti?
Vaden asintió lentamente, con la mirada fija en el rostro de Kadar.
– En fin, puede que no tenga suficiente para mí.
– Interesante. Te considero un hombre al que le molestaría perderse entre los brazos de Baco. ¿Qué ha sucedido?
– Me he desposado hoy.
Vaden echó la cabeza hacia atrás y se rió con sonoras carcajadas.
– Por Dios, ésa es razón suficiente para cualquier nombre. ¿Quién es la novia? ¿Lady Selene?
– Sí.
– Una mujer difícil, pero nunca pensé que te echaría de sus aposentos.
– La situación es complicada.
– Es complicada la vida. Tengo experiencia con mujeres difíciles. -Hizo una pausa-. Pero no creo que hayas venido a mí solamente para alejarte de la dama.
– Tienes razón, soy un hombre precavido. Si bajo la guardia, debo estar con alguien en quien confíe no se aproveche.
– ¿Y yo soy esa persona? Qué raro. -Permaneció en silencio unos instantes y luego levantó la mano haciendo una señal a un criado-. Vino para mi amigo.
Kadar arqueó las cejas con sorpresa.
– ¿Me consideras un amigo, Vaden?
– Mientras el vino fluye todos somos amigos. -Vaden levantó su copa para brindar-. Además ¿cómo podría ser otra cosa que no fuera tu más honrado amigo si me eliges a mí para pasar tu noche de bodas en lugar de a tu novia?
CAPÍTULO 18
La puerta del aposento de Selene se abrió con tal fuerza que chocó contra la pared.
– Te he traído un regalo
Selene se incorporó de un salto en la cama y se arropó con la sábana para cubrir sus senos cuando Vaden entró en la estancia.
– ¿Qué estás…?
Vaden depositó a Kadar en la cama y dio un suspiro de alivio.
– Pesa más de lo que imaginaba. No lo habría animado a beber esa última copa de vino de haber sabido que tendría que hacer de mulo de carga. Quería marearlo un poco, pero no dejarlo inconsciente. -Se bamboleó antes de enderezarse-. Claro, se habría resistido si hubiera visto dónde lo traía. Seguramente esto es lo mejor.
– Estás borracho.
– Y mucho. Pero no tan bebido como tu Kadar. -Le sacó la túnica por la cabeza y luego se agachó para quitarle las sandalias-. No me sorprende… está claro que es un hombre que rara vez se deja llevar. Los que se lo proponen suelen arreglárselas para superarme en la bebida. Tu novio se lo propuso.
– Llévalo a su aposento.
Negó con la cabeza.
– Eso lo estropearía todo. Me contó que hubo complicaciones que le impidieron acostarse contigo. -Arropó el cuerpo desnudo de Kadar-. Mira, sin complicaciones. -Se dirigió hacia la puerta-. Es muy fácil.
– Espera. No puedes…
Aparentemente sí podía. Estaba hablando a las paredes. Posó la mirada en Kadar. Parecía desvalido. Nunca había visto bebido a Kadar. Como Vaden había dicho, Kadar siempre estaba en guardia, siempre bajo control. En ese momento desde luego no lo estaba. ¿Qué iba a hacer con él?, se preguntaba con exasperación. Había estado pensando mucho a lo largo de toda la noche, pero aún no estaba preparada para enfrentarse a Kadar. En especial a un Kadar totalmente borracho.
Preparada o no, él estaba ahí y tenía que aceptarlo. Se deslizó fuera de la cama y se desplazó, desnuda, hasta la ventana. Los primeros rayos del amanecer iluminaban el cielo. No tenía por qué permanecer allí. Se vestiría e iría a sentarse al jardín, y luego volvería cuando Kadar se despertara. Quizá ya se habría ido cuando ella volviera. No había sido su deseo importunarla. Se mantendría apartada de su camino hasta que…
No te escondas de mí.
¿Se estaba escondiendo, como afirmaba Kadar? El plan para evitarlo había salido fácilmente.
Acepta lo que soy.
Aún no estaba preparada. Tenía que pensar, dejar que los planes de él dieran sus frutos.
Confía en mí.
Cuánto había luchado con el problema de la confianza.
Dios santo, ¿por qué se encontraba ahí de pie, tiritando? Nunca había puesto reparos a la hora de enfrentarse a nada. En realidad, la decisión ya estaba tomada.
Se dio la vuelta y se acercó al lecho. Permaneció allí mirando a Kadar durante un rato.
Luego se metió en la cama junto a él y esperó hasta que se despertara.
Kadar no abrió los ojos hasta bien entrada la tarde. Entonces los cerró inmediatamente.
– Dios santo, cómo me duele la cabeza…
– Te está bien empleado -le riñó Selene.
Abrió los ojos de nuevo.
– ¿Qué estás…? -Su mirada iba de su rostro hasta el desnudo cuerpo bajo la manta-. Cielo santo.
– Ve a enjuagarte la boca. Apestas a vino.
Se sentó con cautela y luego se estremeció cuando giró la cabeza para mirarla de arriba abajo.
– ¿Qué estoy haciendo aquí?
– No viniste por tu propio pie, si eso es lo que te preocupa. Vaden te trajo. Te soltó en mi lecho como un fardo de paja.
Se estremeció de nuevo al levantarse para ir a lavarse.
– Espero que no hayas utilizado esa comparación con Vaden. He comprobado que tiene un perverso sentido del humor.
– No me dio la oportunidad de decir nada. Parecía estar demasiado henchido de felicidad por haberte quitado de encima las complicaciones como para fijarse en nada más.
– En cambio él se ha metido en muchas más. -Se lavó la cara con agua y se enjuagó la boca-. No veo el momento de ser yo mismo otra vez para ir a romperle el pescuezo.
– Yo no llegaría tan lejos. Su franqueza me ha resultado útil.
Se detuvo a mitad de camino mientras se secaba la cara.
– ¿Qué?
Selene respiró profundamente. No te escondas. Sé sincera. Ábrete.
– Creo que me has oído perfectamente. Ahora, si puedes acercarte a mí sin intoxicarme con ese olor nauseabundo, me gustaría que volvieras a la cama.
Colocó la toalla lentamente en su sitio.
– ¿Por qué?
– Deseo hacer el amor contigo -dijo humedeciéndose los labios-. Aunque no entiendo por qué has considerado oportuno privarme de mi noche de bodas.
– Selene.
– No discutas. -Recorrió su cuerpo con la mirada-. No estoy ciega. Veo que estás preparado para mí.
– Y tú, ¿estás preparada para mí?
Se refería a algo más que lo físico.
– Creo… -Encontró su mirada y dijo con claridad-: Claro, sé que estoy lista para ti.
Una brillante sonrisa iluminó su rostro.
– Supongo que debería hacer preguntas y darte la oportunidad de que tú también te cuestiones a ti misma. Sería lo más noble. -De tres zancadas se plantó en la cama y apartó las sábanas-. Pero ya he ido por ese camino y no volveré a hacerlo nunca más. -Le separó los muslos y se colocó entre ellos-. Ya he sido noble para el resto de mi vida.
– Nunca te he pedido que seas…
Perdió el habla y el aliento cuando él se hundió profundamente y empezó el movimiento rítmico. Lo rodeó fuertemente con sus brazos.
Acepto. Confío. Me entrego.
Oh, sí, me entrego.
– Lo has hecho muy bien -dijo besándole en el hombro-. Admito que tenía mis dudas. Nunca te había visto ebrio.
– Me empujaron a ello. -Se apoyó en el codo y fijó la mirada en ella-. Y no es que lo haya hecho solo bien, mi actuación ha sido magnífica.
– Fanfarrón. -Reflexionó sobre ello-. Quizá la primera vez.
– La tercera ha sido incluso mejor.
Ella sonrió tímidamente.
– Estaba demasiado agotada para darme cuenta.
– Me ofendes. -Le apartó el cabello de la cara con una suave caricia-. Pero es cierto, he notado una falta de entusiasmo en ti. Creía haberte enseñado que una mujer debe ser tan diestra en esto como un hombre… -Suspiró profundamente-. ¿Me quitarías… por favor… la mano?
Ella le dio un apretón.
– En realidad, una mujer no tiene que ser tan diestra. Veo que respondes a las cosas más simples.
– ¿Simples? -Se puso rígido mientras ella le acariciaba con las yemas de los dedos-. Si no deseas unirte a mí otra vez en el próximo minuto, deberías quitar la mano.
Ella se echó a reír y lo soltó.
– No hasta que haya cenado algo. -Sacó los pies de la cama y se puso en pie-. Y después deseo un baño bien caliente. -Se enrolló el cuerpo sin poner mucho cuidado con la pieza de seda azul. Layla tenía razón, esa vestimenta tenía muchos usos. Le gustaba la sensación de suavidad en sus pechos. Notaba su cuerpo tan elegante y sedoso como la tela-. Y después veré qué otras cosas sencillas te divierten.
Sentía cómo la seguía con su mirada mientras se acercaba a la ventana. La noche había caído hacía horas y la luz de la luna se reflejaba en el estanque rectangular. Tan sereno. También ella se sentía serena. Hacía solamente unos minutos había estado entregada a la más frenética de las pasiones, pero ahora se sentía tan calmada como ese fresco y tranquilo estanque.
– ¿En qué estás pensando? -quiso saber Kadar.
– Pienso en que los sentimientos rara vez permanecen iguales por mucho tiempo.
– Algunos sí. -Hizo una pausa-. Amor. Odio.
– Sí, pero eso no es lo mismo. -Volvió hacia él-. Además, ahora no quiero pensar en el odio. -Se arrodilló en el suelo junto al lecho y descansó la mejilla en su mano-. Te amo, Kadar -susurró-. Te he amado toda la vida -dijo restregando la mejilla contra él. Añadió con voz entrecortada-: Pensé que podría vivir sin ti. Pensé que estaría bien. Estaba equivocada. Necesito estar contigo.
– Selene.
– Así que cuídate -ordenó con fiereza-. ¿Me oyes? No permitiré que mueras por mí.
– ¿Ah, no? -Acunó su mejilla con la palma de la mano. Le temblaba la voz-. Procuraré complacerte.
– Además tienes que prometerme que me amarás por siempre jamás.
– Eso es fácil. -Le levantó la barbilla y la miró directamente a los ojos-. Te amaré hasta el día de mi muerte, Selene.
– Me gustan estos votos mucho más que los que hemos hecho ante el sacerdote -dijo ella temblando-. Yo también te amaré hasta el día de mi muerte, Kadar.
Por un segundo afloró una expresión indefinible en su rostro, luego desapareció.
– Te lo agradezco. -Inclinó la cabeza y le rozó los labios con los suyos-. Procuraré no traicionar tu confianza.
– Más te vale. Acabo de dártela. -Se levantó-. Aunque yo nunca hago las cosas en corta medida. Ahora confío en ti, hagas lo que hagas.
– ¿De verdad? -Se percibía un matiz extraño en su tono-. ¿Estás segura?
Ella sonrió.
– Estoy segura.
– Ahora las cosas se me ponen más difíciles.
– Yo diría que las simplifica. -Lo miró a través de las pestañas-. Ya hemos establecido mi gusto por la simplicidad.
Movió los hombros como sacudiéndose de una carga. Sonrió.
– Dios bendiga la simplicidad. ¿Seguro que necesitas comer ahora mismo?
– No. -Los pliegues de la seda azul se posaron en sus pies. Pasó por encima de ellos y se acercó a él-. Hemos hecho nuestros propios votos, y eso hay que celebrarlo de alguna manera. -Se metió en la cama y dejó que él la abrazara. Susurró-: Y no tiene que ser necesariamente una manera simple. Eres realmente bueno con las complicaciones.
– Ya he tenido suficiente paciencia. -Vaden entró en la habitación de Selene dando grandes zancadas y un portazo-. Sal de la cama y vístete.
Kadar se sentó y se apresuró a cubrir a Selene con las sábanas.
– Es de buena educación llamar a la puerta, Vaden.
– No sabe cómo se hace -comentó Selene con sarcasmo.
– ¿Habrías contestado a mi llamada? Tarik dice que llevas sin salir de aquí dos días. Copular está muy bien, pero no puede interferir con el asunto que tenemos entre manos. Como he sido yo el que te he arrojado a su lecho, me sentía obligado a permitirte un poco más de tiempo para disfrutar de ella, Kadar, pero yo…
– ¿Permitirme? -repitió Kadar.
– No seas tan susceptible. Requerías mis servicios. Aquí los tienes. No me voy a quedar esperando mientras tú disfrutas…
– Largo de aquí, Vaden -ordenó Kadar.
Vaden se sentó en una silla.
– Cuando tú lo hagas.
– Vamos, Kadar -dijo Selene-. No tengo intención de quedarme aquí tumbada mientras vosotros discutís. Además, a lo mejor tiene razón. Tenerlo ahí esperando ha sido descortés.
Vaden le dedicó una radiante sonrisa.
– Gracias. Rara vez encuentro una mujer que sea hermosa y comprensiva a la vez.
El hermoso era él, no podía ni imaginar cuántas mujeres se habrían derretido ante esa impresionante sonrisa.
– No soy hermosa, y tampoco soy tan estúpida como para creerme ese cumplido. Llévate de aquí tus dulces palabras mientras me visto.
Hizo un guiño y luego se puso en pie.
– Como desees.
Kadar se estaba vistiendo a toda prisa.
– ¿Dónde están Tarik y Layla?
– En la terraza. No parecían tener mucha prisa en molestaros. ¿Detecto por casualidad una cierta renuencia en ellos?
– Más que eso, pero no afectará a tus honorarios.
– Por supuesto que no. -Se dirigió sin prisa hacia la puerta-. Ante el temor a la ira de vuestra dama, te esperaré fuera, en el salón.
Selene dudaba si habría temblado alguna vez en su vida, pero juraría que nunca por el disgusto de una dama. Jamás había visto un hombre tan frío y seguro de sí mismo.
Tan pronto como se hubo marchado, dijo a Kadar:
– No me esperes. Deseo lavarme. Me reuniré con vosotros cuando esté vestida.
Kadar asintió.
– Aunque en realidad deberíamos tenerlo esperando. No es bueno que siempre se salga con la suya en todo.
– ¿Y que vuelva a irrumpir aquí otra vez? Prefiero mi intimidad a darle lecciones de urbanidad.
Había terminado de vestirse y se inclinó para rozarle los labios con los suyos.
– Le partiría la cabeza -susurró-. Ésta no es la manera en que yo quería…
– ¿Terminar? -remató ella cuando él se quedó sin palabras-. Nada ha terminado. ¿Qué estás pensando? Tampoco podíamos quedamos aquí de este modo para siempre. -Le dio un beso largo y profundo-. No decidas nada importante hasta que yo llegue, no importa lo impaciente que esté Vaden.
– Ni se me ocurriría -dijo con una sonrisa, acariciándole suavemente el hoyuelo de la mejilla-. Yo también tiemblo ante tu posible ira.
– Efectivamente, deberías. -Lo apartó de sí y retiró la tela a un lado-. Ahora vete y mantén a raya a Vaden para que no ataque a Nasim antes de que termine de arreglarme.
Antes de acabar la frase ya se había marchado. A pesar de sus palabras, ella notaba su impaciencia. El placer y la sensualidad estaban muy bien, pero Nasim destellaba en el horizonte y Kadar nunca se resistía a un desafío.
Nasim.
El miedo la atenazó los músculos del estómago. Esto era lo que ella había querido: una confrontación final y Nasim castigado por sus pecados. Todavía era lo que deseaba. Lo correcto era lo correcto.
Pero, por Dios santo, ¿qué iba a ser de Kadar? Había estado tan ciegamente decidida a conseguir su meta que apenas se había permitido pensar en otra cosa. Había necesitado su ayuda y se había dicho a sí misma que lo implicaría lo menos posible.
Pero nadie podía detener a Kadar a la hora de involucrarse una vez que había decidido lo que quería hacer. Ningún argumento ejercía influencia sobre él. Sencillamente seguía su camino y hacía las cosas a su manera.
Además podía morir, igual que Haroun, igual que su bebé.
No lo permitiría. Después de todo lo que habían pasado hasta llegar a ese punto, no iba a perderlo ahora.
Respiró profundamente para aliviar la tensión de su pecho. No debía dejarse llevar por el pánico, ni que Kadar viera su miedo o cualquier reticencia relativa a su participación. Esa niña-mujer que había pataleado inútilmente contra su resolución se había ido y nunca debía volver. Tenía que pensar, planear y encontrar una manera de asegurarse de que Kadar sobreviviría.
– Ya era hora de que te unieras a nosotros. -La sonrisa de Vaden brillaba a la luz del sol, pero su tono estaba al borde del ataque de nervios-. Muy inteligente de tu parte enviar a Kadar para pacificar mi impaciencia y luego decirle que no hable hasta que llegues. -Lanzó una mirada a Kadar-. Le he dicho que era demasiado pronto para ser un esposo tan dominado por su mujer.
– He tardado mucho menos de una hora. Puesto que me sacaste de la cama, debería haber tardado más. -Selene entró y se sentó al lado de Layla-. Y mejor que sea Kadar quien trate contigo, porque yo no tengo tanta paciencia con la mala educación.
– Ah, sí. La paciencia es una de mis principales virtudes -murmuró Kadar-. Paciencia y un amor desmedido por la simplicidad.
Granuja. Sintió cómo le subía el rubor por las mejillas, pero evitó mirarlo.
– Ya estoy aquí, Vaden. -Buscó con la mirada a Tarik y a Layla y deliberadamente dirigió sus disculpas a ellos-. Siento haberos hecho esperar.
Tarik asintió.
– Como ya sabes, no tengo ninguna prisa por llevar esto a cabo. Yo me limitaría a hacer crecer la impaciencia de Nasim, liaría el petate y me embarcaría.
– No se impacientará -dijo Kadar.
– Además, si hubiera trasladado su campamento me habría enterado -informó Vaden-. No me he metido en todo este lío para que se me escape el pez.
– ¿Qué lío? -preguntó Selene.
– He reunido a mis hombres, los he armado y los tengo acampados al sur de la ciudad.
– Yo diría que el lío es para ellos, no para ti.
Vaden hizo una mueca.
– Espero que Ware haya tenido mejor suerte al elegir esposa, Kadar. Aunque me pareció ver los mismos signos de testarudez.
Kadar sonrió a Selene.
– Ya estoy acostumbrado. No me gustaría que fuera de otra manera.
– Obviamente eso es porque estas enamorado. ¿Tienes la mente lo suficientemente clara como para dedicarla a cosas tan mundanas como un plan de ataque?
Los ojos de Kadar volvieron a Vaden.
– Usaremos el grial. Primero me reuniré con Nasim y le diré que me las he arreglado para robarle el grial a Tarik. Es la tarea que me encomendó, así que no le parecerá raro. Como ya no tiene a Selene como rehén, le diré que estoy en posición de ponerle precio al grial. Fijaré un lugar para recibir el pago y darle el grial, luego dispondrá de mí como crea conveniente. Aun así exigirá un pequeño ejército para protegerlo y veinte de sus hombres valen lo que cincuenta de los tuyos.
Vaden lo miró incrédulo.
– Créeme, es cierto. Los seguidores de Nasim son fanáticos que morirían por él. ¿Morirían por ti tus hombres?
– Espero que no. Los prefiero vivos y causando estragos entre mis enemigos. ¿Pretendes que ataque a sus fuerzas de camino al lugar de encuentro?
– Eso no será posible. No verás a los asesinos hasta que quieran ser vistos, y con toda probabilidad él será quien elija el sitio y luego me enviará un mensajero una vez hayan llegado. Esperará que haga un reconocimiento de la zona y me cerciore de que todo es seguro para mí, pero estaré vigilado. No podrás acercarte mucho.
– Es difícil atacar desde cierta distancia -replicó Vaden secamente.
– No puedes atacar hasta que haya cumplido con mi parte.
– ¿Y cuál es?
– Matar a Nasim.
Selene sabía que llegaría a este punto, pero aun así se puso nerviosa.
Vaden levantó una ceja.
– ¿Y qué pasa con esos guardias dispuestos a morir por él? ¿Qué estarán haciendo ellos?
– Tendré que encontrar la manera de estar con él a solas. Una vez que lo haya matado, os haré la señal de ataque.
– Me he dado cuenta de que Nasim es un tipo de lo más desagradable, pero ¿por qué no podemos atacar y tú matas a Nasim después de haber asegurado el campo?
– Podría escabullirse. No es un guerrero con un código de guerrero. Yo me adiestré con él. Le conozco. No le importaría dejar morir a sus hombres en un ataque, si de ello dependiera su supervivencia.
– ¿Y cuál será la señal?
Kadar se encogió de hombros.
– No lo sabré hasta que se presente la oportunidad.
– Este no es un plan tan seguro como me gustaría.
– Nada es seguro con Nasim. -Kadar miró a Tarik-. Ya conoces a Nasim. ¿Se te ocurre un plan mejor?
Solo obtuvo una negativa por respuesta.
– ¿Y qué pasará con el grial?
– Será simplemente el señuelo. Tendré que llevarlo conmigo y enseñárselo. Si no, estaré muerto dos minutos después de llegar al campamento.
– ¿Y si Nasim se escapa? -intervino Layla-. Como podrás imaginarte, se llevará el grial.
– Tendrás que confiar en mí para asegurarte de que no huye.
– ¿Y yo qué? -preguntó Selene-. Este plan solo es para Vaden y para ti. He sido yo quien ha puesto todo esto en marcha. ¿Me tendré que quedar sentada esperando sin hacer nada?
– El motivo principal de la reunión descansa en el hecho de que ya no eres un rehén y estás fuera del alcance de Nasim.
– Entonces ya puedes ir pensando en otro plan.
Kadar negó con la cabeza.
Ella se volvió hacia Layla y Tarik.
– Es demasiado peligroso.
– Estoy de acuerdo -repuso Layla-. Tanto para Kadar como para el grial.
– Entonces dame otro plan que también tenga posibilidades de funcionar -propuso Kadar.
Silencio.
– No lo hagas -susurró Selene.
Sonrió.
– No es tan peligroso como parece. Siempre surgen oportunidades cuando uno menos se lo espera. La vida es así.
– No permitiré… -Era inútil. Había tomado su decisión y no había nada que pudiera hacer para que la abandonara. Quería gritarle. Debería haberse imaginado que urdiría un plan dejándola a ella al margen-. Esto no es justo. -Madre mía, qué pobre sonaba esta protesta. Era la típica queja que se había prometido no hacer nunca más.
– La justicia no tiene nada que ver con esto -intentó explicarle Kadar-. Es el único plan que nos llevará a conseguir nuestro objetivo.
– Podría funcionar -intervino Vaden frunciendo el ceño, pensativo-. Pero dependes demasiado de la suerte.
– O de una mente brillante y una magnífica ejecución. -Kadar sonrió furtivamente a Vaden-, Dudo que alguna vez hayas achacado alguna de tus victorias a la buena suerte.
– Ten por seguro que no.
– Pues bien, yo tampoco.
– ¿Cuándo irás a ver a Nasim? -se interesó Tarik.
– Mañana.
La palabra le asestó a Selene un duro golpe. Demasiado pronto. ¿Cómo encontraría con tan poco tiempo el modo de evitar que cometiera esta locura?
– Bien -dijo Vaden-. Me temía que quisieras volver al tálamo nupcial y que me tuvieras esperando otras dos semanas. -Se volvió hacia Selene-. Sus perspectivas no son tan sombrías. Hagámonos a la idea. Sería una locura intentar disuadirlo.
– No tengo intención de disuadirlo. -Se puso en pie-. ¿Por qué habría de hacerlo? Como tú bien dices, sería una locura. -Se dirigió hacia la puerta sin mirar a Kadar-. Es evidente que ya ha tomado su decisión.
– Selene.
No se detuvo. Tenía que largarse de allí. Todos eran fríos y sensatos, y ella era presa del pánico. Tenía que recuperar la compostura antes de enfrentarse de nuevo a Kadar. Tenía que trazar un plan o pensar en un buen argumento que le hiciera cambiar de idea.
Esa perspectiva estaba lejos de hacerse realidad.
Así que tendría que diseñar ella misma un plan para mantenerlo a salvo.
Mañana.
Por todos los santos, mañana.
– Está molesta -comentó Vaden-, pero es más sensata de lo que me imaginaba.
– Demasiado sensata. -Kadar estaba intranquilo. Esperaba que Selene hubiera discutido más. No había duda de que sus palabras la habían encendido, sin embargo no había explotado. Tenía que hablar con ella.
– La estás engañando -acusó Layla-. No aprecia el hecho de que la protejas a costa de su venganza.
– No podía hacer otra cosa. -Se encontró con sus ojos fijos en él e hizo un gesto de indiferencia-. Muy bien, no haré nada más.
– Entonces tendrás que aceptar las consecuencias -añadió Layla cambiando de tema-. Tarik y yo vamos con Vaden. Quiero asegurarme de estar allí si Nasim se te escapa de la red con el grial.
– Es tu privilegio. -Kadar miró a Vaden-. No quiero ni rastro de tu presencia en la zona mañana cuando me encuentre con Nasim.
– Como quieras. No tengo deseo alguno de que los asesinos se enteren de mi participación en esto antes de lo estrictamente necesario. Estableceré mi campamento a cierta distancia y nos veremos cuando dejes a Nasim
Kadar se volvió hacia Tarik.
– Además, quiero que traigas el grial al campamento mañana por la noche.
– ¿Y si Nasim te sigue y ataca con todo su ejército?
– Tendré cuidado. Nasim y Sinan me enseñaron a no dejarme seguir nunca y aprendí el modo de evitarlo. Dudo que Nasim ni siquiera lo intente. -Dirigió su mirada hacia la puerta-. ¿Hemos terminado? Necesito hablar con Selene.
– No te hará ningún bien a no ser que le digas lo que desea oír -dijo Layla.
– Ve. -La sonrisa de Vaden era maliciosa-. Te propongo un desafío. A ver si puedes convencerla para que te dé placer. Teniendo en cuenta su estado de ánimo, se pondría realmente a prueba tu mente brillante y tu magnífica ejecución.
Ni siquiera consideraría ese reto, pensó Kadar mientras cruzaba el salón a grandes zancadas. Se conformaría con hacer comprender a Selene que el peligro no era tan grande como ella imaginaba.
¿Y cómo iba a hacerlo si probablemente era incluso mayor?
– ¿Estás enfadada conmigo?
Selene se encontraba mirando por la ventana y giró para ver a Kadar en el umbral de la puerta.
– No -respondió ella tranquilamente.
Notó que la respuesta lo había dejado desconcertado. Era evidente que esperaba sin duda tener que apaciguarla. No se daba cuenta de que no era enfado, sino temor y justicia.
– Supongo que encuentras natural intentar protegerme. Es lo que has estado haciendo desde el primer momento en que nos conocimos hace ya muchos años.
– Pero te lo aseguro, es la mejor manera.
– No desde mi punto de vista. -Sus miradas se cruzaron-. Aunque no puedo convencerte de hacer otra cosa, ¿o sí?
Obtuvo una negativa por respuesta.
– Tarik y Layla acompañarán a Vaden. Puedes ir con ellos.
– ¿Y estar a salvo?
– Vaden discutiría ese punto.
– A salvo en comparación con lo que tú haces.
– Quizá.
– No te quejes por tonterías. Sabes que es así. ¿Crees que yo no…? -Tuvo que parar para reafirmar su voz-. No me trates como a una idiota, Kadar.
– De acuerdo, es peligroso. -Cruzó la estancia para ponerse frente a ella-. Además quiero mantenerte a salvo. ¿Es eso tan terrible? -Extendió la mano y le acarició la mejilla-. Soy un egoísta. Siempre he estado más cerca del lado oscuro que de la luz, y cuando estoy contigo la oscuridad desaparece. -Las palabras que siguieron parecían forzadas-. Tú me das calor, y necesito esa tibieza. Nadie más que tú puede dármela, y no creo que quiera vivir sin ella.
Kadar nunca le había hablado de ese modo. Su tono era triste, las frases eran rígidas, no parecía Kadar, cuyas palabras solían fluir como miel tibia. Tenía ganas de extender su brazo y tocarlo, abrazarlo, rendirse a lo que le pidiera para erradicar ese dolor. No podía hacerlo.
– No, no es tan terrible. Simplemente no puedo aceptarlo.
Él se pliso rígido.
– Has dicho que no estabas enfadada.
Ella sonrió.
– ¿Por qué habría de estarlo? ¿Esperas que te rechace? Ya he cometido esa tontería en el pasado y no la repetiré. Yo también soy egoísta, y no tengo intención de perderte. Sencillamente no estamos de acuerdo. -Lo besó ligeramente en los labios-. Pero hay cosas en las que sí estamos de acuerdo. Deberíamos disfrutar de ellas durante el tiempo que nos queda. ¿A qué hora partes mañana para ir a ver a Nasim?
– Por la tarde. -La miró preocupado-. ¿Por qué?
– Entonces tendremos tiempo para pasear por el jardín, cenar, hablar. -Sonrió burlonamente-. Y disfrutar de de las cosas sencillas de la vida. -Él se estaba relajando. Eso era bueno. No quería que hubiera tensión esa noche-. Además, te prometo no procurar disuadirte de que vayas mañana. -Dio un paso hacia atrás-. No soy tan tonta como para desaprovechar mi tiempo. Ahora ve y date un baño. Vuelve a mí dentro de dos horas. Yo haré lo mismo y pediré que nos traigan la comida.
Sonrió.
– Si es tu deseo…
Le devolvió la sonrisa.
– Eso es exactamente lo que deseo… de momento.
CAPÍTULO 19
La luna se reflejaba en las aguas del estanque y la brisa ondulaba la superficie dando movimiento a las estatuas que lo rodeaban.
– No me gustan estas estatuas -dijo Selene-. Son demasiado frías. -Se inclinó hacia delante para verse la cara reflejada en el agua-. Pero yo también parezco fría. ¿No es extraño?
– Sí. Nadie es menos frío. -Él la sujetaba dándole seguridad-. Pero eso puede cambiar si te caes al agua.
Ella se echó a reír.
– ¿Te tirarías para salvarme?
– Siempre.
– Bien, dudo que necesites rescatarme. El estanque apenas tiene una vara de profundidad.
– Se han dado casos de hombres con armaduras que se han ahogado en aguas poco profundas.
– Les está bien empleado por hacer la guerra.
– Tú le estás haciendo la guerra a Nasim.
De repente se puso seria.
– Eso es distinto.
– Todos los contendientes dicen eso de sus guerras.
Hizo una mueca.
– Esta noche no quiero hablar de la guerra.
– Ni de Nasim.
– Mucho menos de Nasim. -Se alejó y fue a sentarse en el banco que había junto al estanque-. Así que hablemos de otras cosas.
– Estás demasiado tranquila. ¿No estarás planeando saltarla muralla otra vez? -preguntó Kadar.
Ella negó con la cabeza.
– No creo que pudiera engañar a Vaden igual que a aquel guardia de Sienbara, además estoy segura de que le habrás advertido que me vigile.
Se sentó junto a ella y le tomó la mano.
– Por supuesto. También Layla le ha avisado sobradamente. Ha tenido la ocasión de conocer muy bien tu temperamento en este corto espacio de tiempo.
– Pensamos igual en muchas cosas. Imaginaba que lucharía más por evitar que usáramos el grial.
– Fue Tarik quien tomó la decisión. Como yo tenía un arma a mi disposición, centré mis esfuerzos en él.
– ¿Qué arma?
– Culpabilidad.
Frunció el ceño, perpleja.
– Es Nasim quien tiene la culpa, no Tarik. No creo que Tarik tenga motivos para sentirse en deuda.
– No cabe duda de que Tarik es un hombre con escrúpulos de conciencia.
– No creo que te estés refiriendo a… -Estudió sus facciones-. Me estás ocultando algo.
– No es lo que te imaginas. No es que quiera tener ningún secreto, es simplemente que no es el momento. Primero tengo que tomar una decisión.
– ¿Tiene que ver con el grial?
Asintió.
– ¿Acordaste hacerte cargo de él por Tarik? ¿Por eso nos permite utilizarlo? Nunca deberías haber…
– Solamente le prometí que lo protegería de Nasim mientras estuviera bajo mi responsabilidad. -Le cogió la mano y le besó la palma-. ¿No crees que es hora de que vayamos dentro?
Ella lo miró con asombro.
– Me parece que estás empezando a creer a Tarik. ¿Cómo has podido? Es imposible.
– En ocasiones uno se ve forzado a considerar la posibilidad de lo imposible -dijo sonriendo-. Pero no debes preocuparte por ello. Tú misma me dijiste que la meta por la que Tarik y Layla han trabajado tanto no es de tu incumbencia.
Le dio un escalofrío.
– Me sentiría muy extraña y sola.
– Quizá no tan sola. Podríamos hacerlo… -Respiró profundamente y le apretó la mano casi con demasiada fuerza-. Dios mío, es una tentación intentar convencerte. Podría hacerlo. Sé que podría hacerlo.
– Me estás haciendo daño. -Y la estaba asustando-. ¿Convencerme?
Le brillaron los ojos al encontrarse con los suyos.
– Dices que ahora confías en mí. No te fíes de mí en esto. Me importa demasiado.
– ¿De qué estás hablando? -dijo abriendo los ojos como platos-. Tarik te prometió algo. No le creas. Es una locura. Eshe es un sueño.
– ¿Y si no lo es?
– Entonces sería una pesadilla. Prométeme que no dejarás que Tarik te diga cómo crear ese Eshe siguiendo las instrucciones del grial.
Permaneció en silencio unos segundos.
– Lo prometo.
Su alivio disminuyó por culpa de un malestar incesante. Aún sentía la tensión bajo la superficie.
– ¿Y tú me prometes que procurarás olvidar la pesadilla y considerar el sueño? Porque podría ser tal… -Murmuró una maldición y se puso en pie de un salto-. Ven, volvamos a la casa. Ya hemos hablado bastante. Parece que no puedo dejar de intentar…
Atravesó el jardín con pasos largos, dejándola atrás, ante su desconcierto.
Se puso a su altura llegando a la casa.
– Creo que voy a hablar de Nasim -dijo casi sin aliento-. Él no levanta semejante furor en ti.
– No hablaremos de ninguno de los dos. -En el corto espacio de tiempo que habían tardado en alcanzar la casa, Kadar había cambiado otra vez. Su sonrisa era muy seductora cuando la tomó de la mano-. No vamos a hablar en absoluto. Te he guardado algo muy especial para hacerte una demostración de los años que pasé en la casa de placer. Creo que esta noche es el momento de enseñártelo.
– Eso ha sido muy malicioso -dijo jadeando mientras se ponía boca arriba-. No creo que debas…
– ¿Te ha gustado? -La besó en el hombro-. Entonces debería haberlo hecho. Descansa y te mostraré otra manera.
Jamás habría podido soñar con la intensidad y la sensualidad de las habilidades que Kadar le había mostrado esa noche. Siempre era un maestro, pero esa noche se había superado, había sido puro instinto. La había hecho sentir viva, un cosquilleo le recorría todo el cuerpo, y todavía quería más.
– Estoy mareada. Me siento como cuando en la torre… hachís.
– El placer puede ser tan fuerte como el hachís, y puede convertirse en una adicción. -Le besó uno de sus senos-. Tu cuerpo puede acostumbrarse tanto que luego no puede pasar sin ello. Puedo hacer que me desees así. Tu cuerpo anhelará el mío tanto que…
– ¿Qué pasa?
Se apartó de su lado.
– Nada. -Se tendió junto a ella y le dio la espalda-. Vamos a dormir.
¿Ir a dormir cuando había pasado de brujería a una lejanía total en un abrir y cerrar de ojos?
– No quiero. -Le agarró la mano con fuerza y lo hizo darse la vuelta-. ¿Qué ocurre?
Él levantó el brazo e hizo anidar la cabeza de ella bajo su hombro.
– Lo que pasa es que ni siquiera en esto puedes confiar en mí -susurró-. Yo tampoco pretendía hacerte esto. He sucumbido a la tentación, te toqué y…
– No seas ridículo. He disfrutado igual que tú. Ha sido un poco inusual, pero me ha gustado…
– No me refiero a eso.
– Vaya, ¿crees que con tus malvadas artimañas puedes hacer de mí una esclava? -dijo mordiéndole el hombro-. Eres un engreído.
– ¿En serio?
– ¿Por qué me querrías como esclava? No te van las esclavas.
– Tú sí eres para mí. Además te quiero de cualquier manera que pueda tenerte.
– Sabes que ya me tienes.
– ¿De verdad?
– Si no te dejas matar por Nasim. -Levantó la cabeza y le sonrió burlona-. Y si no me niegas placer, porque eres tan vanidoso que piensas que tienes algún tipo de poder amatorio mágico.
– No es magia, es habilidad -dijo sonriendo-. Además, estoy tentado de enseñarte que eso no es vanidad. Has dañado seriamente mi amor propio.
Esa intensidad casi desesperada se había esfumado, notó ella con alivio. Se acurrucó aún más y metió la cabeza bajo su hombro.
– Más tarde. Necesito recuperar fuerzas. Además, también me gusta. ¿A ti no?
Él le acarició suavemente el cabello de las sienes.
– Desde luego. Contigo todo me gusta, amor mío.
Él estaba dormido.
Deseaba unirse a su sueño, pensó Selene con los ojos fijos en la oscuridad. No quería estar ahí tendida, pensando.
Si hubiera imaginado que estaría así de despierta esa noche, habría imaginado que sería por causa de Nasim. No cabía duda de que la reunión entre Kadar y Nasim sería más preocupante que su extraño comportamiento de esta noche. Eshe.
Imposible.
Sin embargo, Tarik y Layla eran inteligentes, personas sensatas, y lo creían posible. Kadar no era un hombre que se lanzara a lo loco a ninguna conclusión, y no obstante estaba empezando a creerlo también.
Además, se había dado cuenta de que Kadar se sentía atraído ante la perspectiva que se presentaba. Era natural que preguntase y explorase.
¿Y si resultaba que no podía resistirse a ese último reto? Pero había prometido que no aceptaría ese desafío. ¿Tenía ella derecho a exigirle esa promesa? Naturalmente que sí. Ella lo amaba. Tener escarceos con lo desconocido podría ser peligroso. Tenía que protegerlo de ese riesgo.
El no temía el riesgo. Pero ella le temía a él. ¿O se temía a sí misma? Cuando Tarik había dicho de ella que no estaba preparada, se refería a Eshe. Él había visto lo que ella ya sabía: no estaba preparada para enfrentarse a la posibilidad de perder lo que le deparara un futuro incierto. La incertidumbre había gobernado su vida. Ahora necesitaba algo seguro y predecible.
¿Seguro? Nada podía ser menos seguro que su futuro inmediato, ese peligro estaba ahí y era su responsabilidad.
– Tienes el ceño fruncido. -Kadar tenía los ojos abiertos, pero la voz somnolienta-. Deja de preocuparte por Nasim y duérmete ya.
– Eso haré.
– Todo saldrá bien. No me pasará nada.
– Lo sé. -Y es que ya había tomado la decisión de que no habría ocasión de que le ocurriera nada a Kadar. Cerró los ojos-. Duérmete otra vez. Necesitas recuperar fuerzas. Pretendo despertarte dentro de unas horas para que me des placer.
– Ahora no tengo tanto sueño.
– Pero me merezco algo mejor.
Se echó a reír y le rozó la mejilla con los labios.
– A tus órdenes.
No cuando se trataba de elegir entre su voluntad o protegerla de Nasim.
Bien, era un desafío que estaba dispuesta a asumir. Nada del misterioso Eshe, nada de andar a tientas con el futuro, sencillamente una tarea que cumplir, una deuda que saldar.
Una vida para ser vivida.
– ¿Por qué habría de creerte? -preguntó Nasim fijando la mirada en el rostro de Kadar-. Robarle el grial a Tarik no es cosa de niños. ¿Y si es mentira? Podría ser una trampa.
– ¿Por qué querría atraparte? Quiero oro, no sangre. -Miró a Balkir, que pululaba por la entrada de la tienda, y sonrió con malicia-. Bueno, algo de sangre sí. Lo quiero a él. Esa herida del pecho a veces todavía me duele.
Balkir se puso rígido, sus ojos volaron hacia Nasim.
Nasim no lo miró.
– Yo no tengo por qué darte nada. Si de verdad has robado el grial, podría torturarte hasta que me dijeras lo que necesito saber.
Kadar soltó una carcajada.
– Pero no lo harás. Tardarías demasiado. Tú eres quien me ha enseñado a soportar la tortura. ¿Quién sabe? Incluso podría morir antes de que te dijera dónde lo he escondido. ¿No sería un grave contratiempo?
Nasim guardó silencio.
– ¿Cuánto oro?
– Quiero el cofre de oro que contiene el grial y suficientes sacos de oro para llenarlo. -Volvió la mirada hacia Balkir-. Quizá no tan lleno. Tiene que quedar sitio para la cabeza de Balkir.
Balkir enrojeció de la ira.
– El amo no consentirá semejante acuerdo.
– ¿No? -Kadar volvió los ojos a Nasim y dijo en voz baja-: Realmente lo quiero, Nasim.
Nasim hizo un gesto de impaciencia.
– Ya sabes que eso no es posible. ¿Qué más?
– El Estrella oscura me llevará a Montdhu y tu promesa de que Montdhu seguirá existiendo.
– Un precio muy alto.
– ¿Demasiado alto para el grial?
– Cree que puede mendigar contigo -intervino Balkir-. Déjamelo a mí. Yo haré que te entregue el grial.
– Estás interrumpiendo -dijo Nasim con voz glacial-. Déjanos solos.
Los ojos de Balkir se abrieron como platos.
– Yo no quería… perdonadme. Solo deseaba…
– ¿Te he pedido tu ayuda?
Balkir negó con la cabeza y se retiró apresuradamente de la tienda.
– Es un estúpido -comentó Kadar-. Me sorprende que lo soportes.
– Un estúpido leal. No como tú, Kadar. Siempre he podido contar con tu brillantez, nunca con tu lealtad.
– Porque no soy un tonto. No tiro mi lealtad por la borda. -Sonrió-. Ahora que se ha marchado, podemos hablar libremente. No estaba bromeando. Lo quiero muerto.
Nasim hizo un gesto de indiferencia.
– Eso no tiene importancia. Sin embargo, el barco…
– Eso también carece de importancia -y añadió tras una pausa-: Si lo sopesamos en la balanza. Mírame, Nasim: yo era un hombre muerto.
Se puso rígido.
– ¿Sabes si fue el grial?
– ¿Qué si no? Ya viste la herida.
Los ojos de Nasim escrutaban hambrientos el rostro de Kadar.
– ¿Sabes la suerte que tienes? Eres joven y estás congelado en el tiempo. Cada año que pasaba sabía que el cuerpo me iba fallando y no podía echar mano del grial -confesó frunciendo el ceño-, pero quizá si bebo constantemente del grial, los años pasarán hacia atrás. ¿Es eso posible?
Hizo un gesto de indiferencia.
– Sé poco sobre el grial.
– Tarik no parece rejuvenecer. Se limita a quedarse igual -dijo torciendo la boca-. Así que tomaré lo que pueda.
– ¿Aceptas el acuerdo?
– Con mis condiciones. No iré sin protección al lugar de encuentro, y seré yo quien te haga saber el lugar mañana por la tarde.
– Haz llegar el mensaje al viejo ciprés cerca del arroyo que se encuentra a dos leguas de aquí. Creo que será mejor que tú no sepas dónde estoy exactamente de ahora en adelante -añadió con sorna-. No es que no me fíe de ti, pero Balkir podría estar tentado de atacar mientras estoy descuidado y ensartarme con otra vez con su espada.
– Tú nunca estás descuidado -replicó Nasim sonriendo furtivamente-. ¿Quieres que te envíe a Balkir con el mensaje mañana?
– ¿Estás enfadado con él? ¿No quieres volver a verlo vivo?
– Pensándolo bien, enviaré a otra persona. No te entregaré a Balkir hasta que vea ese cofre de oro.
– Como prefieras, pero más vale que no siga respirando ni un minuto más después de que eso ocurra.
– No vivirá más que tú si intentas traicionarme. -Hizo una pausa-. Y si encuentro a la mujer, la mataré también. No podrás esconderla para siempre.
– No estoy preocupado. Cuando tengas el grial, perderás interés en nosotros dos.
– Eso es cierto. -Los ojos de Nasim resaltaban brillantes en su tenso rostro-. Nada es más importante. Tráeme el grial. Tengo que poseer el grial.
– Mañana -dijo Kadar dándose la vuelta para marcharse-. No te decepcionaré. Asegúrate tú de no decepcionarme a mí.
El ejército de Vaden estaba acampado a unas cinco leguas al este del campamento de Nasim, en la ladera sur del Monte Vesubio.
Selene, Tarik y Layla llegaron al campamento al atardecer. Kadar salió cabalgando a su encuentro.
– ¿Lo has traído?
Tarik hizo un gesto con la cabeza indicando la mula tras él.
– Selene ha visto que lo he hecho. Me ha vigilado como un halcón mientras lo cargaba en la mula. No estaba dispuesta a que fueras a Nasim sin algo con lo que negociar. ¿Qué tal ha ido todo hoy?
– Tal y como esperábamos. -Kadar se volvió hacia Selene y le dedicó una sonrisa-. Ya ves, tanta preocupación para nada.
– No estaba preocupada. -Eso era mentira. El alivio que sintió al verle casi le provocó un mareo-. No esperaba que ocurriera nada hoy. Confiaba plenamente en que pudieras evitar que Nasim te matara al ponerle delante de las narices el grial. -Se deslizó de la silla-. Los dos sabemos que el momento más peligroso será cuando se apodere del grial. ¿Está Vaden preparado?
– Yo siempre estoy preparado -replicó Vaden uniéndose a ellos-, pero no estoy seguro de que me den la oportunidad de probar mi preparación. Estamos demasiado lejos.
– Una vez haya recibido mañana el mensaje sobre la nueva localización de Nasim, tendrás la oportunidad de acercarte. Si es que puedes hacerlo sin que los guardias de Nasim te vean.
– Podré hacerlo. -Dirigió la mirada hacia el arcón atado a la mula-. ¿Es eso?
Layla asintió.
– Y más te vale estar preparado para protegerlo.
– Yo protegeré a Kadar y haré lo posible por destruir a Nasim y a sus hombres. Es mi única obligación. No quiero tener nada que ver con tu grial. Ya he tenido mi ración. -Giró sobre sus talones y se alejó.
– Vaden no está muy entusiasmado con los objetos de poder -comentó Kadar-. Tendrás que confiar en mí -dijo volviéndose hacia Selene-. Nuestra tienda está ahí. ¿Estás lista para comer o preferirías asearte un poco?
– Ninguna de las dos cosas. Me siento entumecida de la cabalgata. -Se dirigió hacia el perímetro del campamento-. Me apetece dar un paseo.
Kadar la alcanzó.
– ¿Puedo ir contigo?
– Si lo deseas…
– ¿No me invitas?
– Estoy de pésimo humor. No seré una compañía agradable.
– Prefiero estar contigo de mal humor que con cualquier otra persona de buen humor.
Ella sintió cómo se derretía ante sus palabras. No era una noche para discutir con él, por muy tensa que estuviera. Aminoró el paso y caminaron en silencio durante un rato.
– ¿Tienes alguna idea de dónde querrá encontrarse contigo?
– Tengo una ligera idea del lugar que yo elegiría. He explorado la zona y hay una meseta en el lado oeste de la montaña. Está lo suficientemente abierto como para divisar cualquier fuerza de ataque por un lado, y el acantilado cae en picado por el otro lado del valle. Me sorprendería que Nasim escogiera otro sitio.
– No puedes limitarte a cabalgar hasta su campamento con el grial.
– Hay un grupo de rocas a poca distancia de allí. Esconderé el grial allí y procuraré alejar a Nasim del campamento.
– He estado pensando en Balkir. El siempre acompaña a Nasim.
– Me parece que he encontrado una manera de deshacerme de él. Ya veremos mañana.
Especulación. Todo se mostraba tremendamente inseguro. Ella sintió cómo se le encogían los músculos del estómago solo con pensarlo. No pienses en ello. No todavía.
Se detuvo al llegar a un promontorio desde donde se divisaban las ruinas que había debajo.
– Tarik dice que hay gente, una ciudad entera enterrada bajo todas esas piedras. -Le dio un escalofrío-. Una noche estaban vivos y contentos y al día siguiente estaban enterrados. Todos sus planes, todas sus preocupaciones y todas sus alegrías se esfumaron.
– Deja de darle vueltas. Su situación no tenía nada que ver con la nuestra. Este tipo de desastres sucede una vez cada mil años. Ningún volcán va a entrar en erupción ni nos va a enterrar vivos. Nosotros controlamos nuestro destino.
– Lo sé. -Sin embargo sentía una fuerte melancolía al mirar las ruinas-. De todas formas tuvo que ser horrible. Tarik oyó decir que el cielo permaneció negro durante días.
– Dudo que lo oyera de segunda mano.
Los ojos de ella volaron hacia el rostro de él.
– ¿Por qué dices eso?
No la miró.
– Seguramente estaba aquí o por los alrededores.
– ¿Cómo? -susurró ella-. Eso tuvo lugar hace siglos.
– Efectivamente.
– ¿Qué me estás queriendo decir?
– Pregúntale a Tarik -dijo atrayéndola hacia sí-. Pero no ahora. Quiero abrazarte.
Siglos, pensó ella incrédula.
– No es posible. Pensé en algunas décadas.
– Igual que yo.
– ¿Y Layla?
– Lo mismo. -Hizo una pausa-. Sabía que te asustaría, pero era importante que lo supieras. Nadie debería tomar una decisión sin saber la verdad completa.
– Es más increíble ahora que nunca.
– No cuando hablas con ellos.
– Con ellos no quiero hablar de esto. -Se puso rígida-. ¿A qué decisión te refieres?
– Ahora no. Te sientes un poco desesperada, y no sería justo.
– Quiero saberlo.
El negó con la cabeza.
Ella se aferró a sus brazos. Tenía una escalofriante idea de la opción que se le ofrecía.
– Entonces dime qué decisión has tomado tú.
– Yo no tuve más remedio.
Sus palabras le golpearon como un puñetazo.
– No te entiendo.
Él le posó los dedos sobre sus labios.
– Shh, ya está bien. Esta noche no. Maldije a Tarik por haberlo hecho, pero tenía razón al ir despacio. Solamente quería prepararte.
– Eres tan malo como ellos. Como si no tuviera bastante preocupación con que vayas a ver mañana a Nasim, me dejas atónita con esto.
Él sonrió.
– Así compartimos la preocupación. Estabas demasiado pesimista. Habrías estado toda la noche dándole vueltas a Nasim.
– Más te valía que hubiera estado dándole vueltas a una estúpida decisión. Bien, no lo haré. No pensaré en ti en absoluto. -Le dio la espalda y se alejó de él-. Idiota.
– ¿Significa eso que no dormirás conmigo esta noche? -le gritó.
– Por supuesto que dormiré contigo. ¿Piensas que viviría el resto de mis días con la culpa si pierdes tu estúpida cabeza? Mantente fuera de mi vista hasta que se me pasen las ganas de abofetearte.
– Sí, señora -dijo sumiso-. Afortunadamente, Vaden no desprecia tanto mi compañía. Le gustaría que llevásemos el plan a cabo esta misma noche.
Ella no respondió y apretó el paso. Unos minutos después se encontraba en la tienda que Kadar le había indicado. Imbécil. ¿Qué le hada pensar que introducir un nuevo peligro debilitaría el impacto del primero? Era típico de un hombre pensar que una mujer no podía pensar en dos cosas al mismo tiempo.
Nasim.
No tuve otra alternativa.
Iba cundiendo el pánico, pero tenía que mantener la calma si quería llegar a mañana. ¿Cómo podría mantener la calma si se sentía como un torbellino en la oscuridad? Salió de la tienda y fue a buscar a Layla.
– Te noto preocupada -dijo Layla con cautela cuando Selene entró en su tienda-. ¿Has discutido con Kadar?
– No, estaba demasiado ocupado mascullando idioteces sobre alternativas, sobre Pompeya y sobre Tarik y tú viviendo durante siglos.
– Ah.
– Bien, habla conmigo. -Selene se derrumbó sobre los almohadones-. Y no me digas que vaya despacio o que no estoy preparada porque te lanzaré la jarra a la cara.
– No, por favor -dijo Layla sonriendo-. Ya va a haber suficiente violencia mañana. ¿Qué te ha dicho?
– Nada. Ha sido tan precavido y enervante como el resto de vosotros. -Se mordió el labio inferior-. Me dijo que no había tenido más remedio. ¿Qué ha querido decir con eso?
– Eso significa que es muy torpe.
– ¿Qué quería decir?
Layla se dejó caer en los cojines frente a ella.
– ¿Quieres que empiece desde el principio?
– Si no lo haces te estrangularé.
– ¿Otra amenaza? -cloqueó Layla en tono reprobatorio-. Ya que todo esto es culpa de Kadar, creo que debería ser él quien lo sufriera. Levantó la mano para detener las palabras de Selene-. De acuerdo, te contaré todo lo que Kadar sabe.
No se oyó nada en la tienda durante un buen rato hasta que Selene susurró:
– Mil años…
Layla asintió.
– Parece un largo tiempo, pero pasa más rápido de lo que te imaginas.
– ¿Por qué nadie me ha dicho que Kadar ya había tomado Eshe?
– ¿De verdad querías saberlo? -inquirió Layla-. Kadar dijo que solo podías pensar en Nasim.
Suponía que aquello era verdad. Si no hubiera estado tan obsesionada, se habría dado cuenta de que Kadar le estaba ocultando algo.
– Además fui yo quien le dio la poción a Kadar.
– No sabías lo que era.
– Tarik sí lo sabía.
– Y le salvó la vida a Kadar. ¿Preferirías que estuviera muerto?
– No. -Recordó haber reconocido que no le importaba que fuese brujería con tal de curar a Kadar-. Se la daría también mañana si su vida estuviera en juego.
– Bien, lo mantendrá vivo durante mucho, mucho tiempo. -Layla hizo una pausa-. ¿No te pidió que lo tomaras tú también?
– No. No creo que lo haga. Le dije que… me daba miedo.
– ¿Más que verte envejecer y perder fuerzas mientras Kadar permanece joven y fuerte? ¿Más que dejarlo solo cuando te necesite?
– ¿Quieres que lo haga?
– Lo que digo es que es una decisión a tomar por ti. No puedes esconder la cabeza bajo el ala como el avestruz e ignorar los hechos.
– Ni siquiera sé si hay hechos o si es un mito extravagante. No sé nada sobre Eshe.
– Nosotros tampoco. No podemos dárselo al suficiente número de personas como para verlo con perspectiva.
– ¿Así que tengo que decidirme ahora?
Asintió.
– ¿Qué otra cosa podemos hacer?
– ¿En base a qué?
– ¿Pretendes que te diga que tenemos reglas? No las tenemos. A veces se trata de alguien brillante y que tiene todavía mucho que dar al mundo. En otras ocasiones se trata de alguien a quien no soportaríamos perder.
– ¿No hay reglas?
– Elección. Quien lo toma debe estar de acuerdo.
– ¿Y qué pasa con sus familias?
– No somos monstruos, pero las cantidades son escasas. A cada persona elegida para recibir Eshe se le otorgan cinco viales. No más.
– ¿Y son ellos quienes eligen qué miembros de su familia han de vivir o morir?
– Nunca dije que fuéramos perfectos. Hacemos lo que podemos.
– Yo no podría hacerlo.
– Sí puedes. Yo lo hice.
– Tú no lo hiciste. No tenías hijos. -Se puso tensa al pensar en ello-. Hijos… ¿Es Eshe la razón por la que nunca has tenido hijos?
– Al principio pensé que era por eso, pero ha habido otras mujeres que han tomado Eshe y después han concebido y dado a luz. -Torció el gesto-. Así que no puedo echarle la culpa a la poción. Simplemente soy estéril.
– ¿Y qué pasa con los hijos? ¿Se congelan en el tiempo como Tariky tú?
– ¿Qué quieres decir, que nunca crecen? Eshe no funciona así. El crecimiento se produce tal y como Dios ha planeado. Cuando el crecimiento termina, el envejecimiento se detiene.
– Pero tú no podías saberlo. Debes haberte arriesgado mucho dando la poción a niños.
– Yo nunca se la he dado -y añadió deliberadamente-: Pero tampoco he impedido a nadie que se la den. El primer niño que la tomó fue el hijo de ocho años de una mujer griega. Se llamaba Niko, y lo apreciaba mucho.
– No lo suficiente como para esperar a que creciese.
– ¿Sabes cuántos niños mueren cada año? ¿Sabes que pocos alcanzan la juventud? Era el séptimo hijo de Anana. Los otros habían muerto, y Niko era un niño extremadamente delicado. Ella deseaba desesperadamente mantener a éste con vida. ¿Tenía acaso el derecho de impedírselo? -Buscó a Selene con la mirada-. Y sí, es cierto, quería saber si era seguro dárselo a otros niños. La única manera de descubrir los límites de Eshe era probándolo. Pero no hasta que desees ponerte en mi lugar.
– No lo deseo. No quiero… -Apretó los puños-. Solo espero que todo esto sea una mentira.
– Sin embargo ya no estás tan segura de que lo sea -afirmó Layla con una débil sonrisa en los labios-. Da mucho que pensar, ¿no es así? Pero ya te acostumbrarás a la idea.
– ¿Seguro?
– Es un regalo extraordinario.
– Si tú lo dices…
– Porque es verdad. La muerte, no Eshe, es el enemigo.
– Tarik escogió a Kadar no solo para darle Eshe, sino también para que protegiese el grial. Y no creo que le diera la oportunidad de elegir.
– Fue muy difícil para Tarik. Eshe ha sido siempre una carga insoportable para él. Debe haber estado desesperado para renunciar al grial.
– Y piensas que me envió a ti porque no podía darme la poción a mí. ¿Tú lo habrías hecho?
– Desde luego. Yo también estaba desesperada. He estado sin Tarik durante mucho tiempo. Pensaba que me estaba tendiendo la mano. -Cambió de expresión-. Habría hecho cualquier cosa, y soy bastante más desconsiderada que Tarik.
– Sí, lo eres. Por Dios santo, si tu historia es cierta, pensaría que los años te han hecho más civilizada.
– El alma nunca cambia. Soy de la opinión de que todos nacemos con el alma que nos llevamos a la tumba. Aprendemos, pero no podemos cambiar esa parte de nosotros. En todo caso, aumentamos lo que empezamos a ser.
– Entonces que Dios nos ayude.
– A veces lo hace. En otras ocasiones nos ayudamos a nosotros mismos. -Layla hizo una pausa-. Y otras veces titubeamos y cometemos errores. Cuando esto sucede, o te perdonas a ti mismo o dejas que ello te destruya. No permitiré que Tarik o yo nos destruyamos por lo que le ocurrió a su hermano. Simplemente tenemos que seguir adelante. -Movió los hombros como sacudiéndose de una carga-. Ya es suficiente. Te he contado todo lo que me has pedido. No me resulta fácil estar aquí sentada frente a ti, mirándome y preguntándome cosas que yo misma me he cuestionado. Ahora vete y déjame que encuentre algo de paz.
Selene se puso en pie a regañadientes. Paz. No conocería la paz esa noche. Tenía la cabeza demasiado ocupada con sus crecientes emociones.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Layla.
– ¿Sobre Eshe? No lo sé. -Se dirigió hacia la entrada de la tienda-. Quizá no haya que hacer nada. Puede que Tarik y tú estéis locos y que no exista Eshe ni nada parecido. En este momento no puedo seguir pensando en ello. Ya estoy bastante trastornada, y ahora hay que ocuparse de Nasim.
Se detuvo en el umbral de la tienda y respiró hondo. Había caído la noche y el aire fresco le sentaba bien a sus arreboladas mejillas. Se dio cuenta de que estaba temblando. Era fácil decir que no podía permitirse pensar en Eshe ahora, pero ¿cómo evitarlo?
No tuve alternativa.
Cinco viales… No más.
No puedes esconder la cabeza bajo el ala.
Sin embargo procuraría no enfrentarse a ello esa noche. Ya sabía lo que quería. Ahora no apartaría su atención de Nasim.
Recorrió el campamento con la mirada y vio a Vaden y a Kadar conversando junto al fuego. Bien, tendría tiempo de recobrar la compostura antes de hacer lo que tenía que hacer.
CAPÍTULO 20
Kadar estaba sentado a la entrada de la tienda cuando ella llegó dos horas más tarde.
Se puso en pie.
– Has desaparecido un buen rato. Pensaba que te habrías escapado.
– No, no es verdad. Sabes que nunca cometería esa locura. ¿Por qué habría de engañarme a mí misma?
Él sonrió.
– Aun así estaba tan preocupado que comprobé si tu caballo seguía con los demás. ¿Dónde estabas?
– Hablando con Layla.
Su sonrisa se evaporó.
– ¿Y?
– Ella no tiene tantos reparos como tú a la hora de pensar en mis sentimientos.
– Es que no te ama como yo.
– No ama a nadie más que Tarik, pero creo que me tiene aprecio. Aunque eso tampoco la detendría si tuviese que sacrificarme en el altar. Sin embargo, es sincera, realmente sincera. Y es una cualidad que he empezado a valorar últimamente. -Se acercó y le cogió la mano-. Y ahora quiero acostarme contigo. No quiero hablar de Layla, Tarik, Nasim o Eshe. Quiero abrazarte y que me abraces. Quiero que me hagas el amor. Quiero dormirme en tus brazos y espero que ya te hayas marchado cuando despierte. No deseo volver a verte hasta que estés de vuelta del campamento de Nasim sano y salvo. ¿Entendido?
– Perfectamente. -Sonrió y la llevó al interior de la tienda-. ¡Cómo no! Ven y acuéstate a mi lado, amor mío.
Las tiendas estaban junto al acantilado que miraba hacia las colinas occidentales, tal y como el mensajero de Nasim había dicho a Kadar en su anterior reunión.
Kadar cabalgaba a unos cien metros de distancia. No tenía ante sus ojos el formidable ejército de Nasim, pero aun así parecía bastante peligroso.
Kadar pudo divisar a Nasim y a Balkir de pie frente a la más grande de las tiendas, con los ojos fijos en él. Acertó a contar al menos veinte asesinos arremolinados en el campo.
Bien, era lo que esperaba. Tendría que confiar en su ingenio y en la oportunidad.
Puso su caballo al trote.
– ¿Dónde está el cofre? -preguntó Nasim.
– Cerca de aquí. ¿De verdad creías que lo traería conmigo? -Los ojos de Kadar recorrieron el círculo de hombres que rodeaba a Nasim-. ¿Qué te impediría rebanarme el cuello y coger el cofre sin más?
– Mi promesa.
Kadar soltó una carcajada.
– Eso sí que tiene gracia.
– ¿Dónde?
– Te llevaré hasta allí. Pero solamente a ti y a Balkir. Estaremos a la vista de tus hombres, pero quiero que una cabeza salga disparada una vez tengas el grial. -Miró a Balkir-. Ve a buscar las bolsas de oro y átalas a tu silla.
Nasim hizo una negativa.
– No vamos a ninguna parte.
– ¿De qué tienes miedo? -Kadar señaló hacia la caída vertical junto a la que se asentaba el campamento de Nasim-. Has comprobado que no hay trampa posible. Desafío a cualquiera a escalar ese acantilado. -Desenfundó su daga y la tiró al suelo-. Estoy desarmado.
Nasim guardó silencio por unos instantes, luego montó en su caballo.
– Vamos. Pero no perderé de vista el campamento.
– ¿Balkir? -preguntó Kadar.
– Esto no me gusta -dijo Balkir.
– Ve a buscar el oro, Balkir -ordenó Nasim.
Balkir dudó, pero luego entró en la tienda. Salió al cabo de unos instantes con cuatro sacos y los ató a su montura.
– Muy bien -dijo Kadar.
Balkir no le quitaba los ojos de encima mientras se subía al caballo y les seguía los pasos desde el campamento.
– ¿Dónde has escondido el grial? -quiso saber Nasim tras haber cabalgado unos cientos de metros.
Kadar señaló hacia un montón de rocas en la distancia.
– No muy lejos de aquí.
– Detrás de esas piedras no me meteré. Permaneceré en campo abierto, a la vista de mis hombres.
– Por supuesto. -Kadar espoleó suavemente a su caballo para que apretase el paso-. No esperaba otra cosa.
Cuando llegaron a las rocas desmontó de un salto y desapareció tras las piedras. Reapareció un momento después, con un cofre de madera. Lo depositó frente a Nasim.
– Bajaos los dos del caballo y examinadlo.
Balkir desmontó despacio, con la mirada fija en el arca. Nasim ya había descendido de su cabalgadura, enrojecido por la impaciencia.
– ¿Esto es todo? -susurró-. ¿Es realmente el grial?
– No estoy tan loco como para haberte traído otra cosa. -Abrió el cofre y retiró la seda púrpura que lo cubría. El dorado cofre brillaba a la luz del sol.
Nasim quiso tocarlo.
Kadar se puso delante y miró a Balkir.
– ¿No olvidas algo? -preguntó en voz baja.
– Hazlo tú mismo -respondió Nasim con impaciencia-. No necesitas una daga para semejante individuo.
– No lo haré con todos tus asesinos mirando desde el campamento.
– De acuerdo. -Nasim se sacó la daga, giró bruscamente y la hundió en el corazón de Balkir.
Los ojos de Balkir se salieron de las cuencas, la expresión de sorpresa quedó congelada para siempre en su rostro.
Nasim observó cómo se desplomaba en el suelo antes de dirigirse de nuevo a Kadar.
– ¿Satisfecho?
– Sí. -Kadar se apartó del cofre-. Rápido. Grácil. Pero yo lo habría hecho mejor.
– Nadie lo hace mejor. -Nasim no apartaba la vista del cofre-. Ábrelo. ¿Crees que te voy a dar la espalda?
Maldición. Tenía la esperanza de que la ansiedad de Nasim hubiera sobrepasado su precaución. Unos pocos segundos le habrían bastado para atacarle por detrás y partirle el cuello.
– ¿Y piensas que quien te dé la espalda voy a ser yo?
– Poco importa. De todas formas el grial no está ahí dentro-intervino Selene.
Kadar se quedó de piedra. Se volvió hacia las piedras y vio a Selene acercándose hacia ellos.
– Dios mío-susurró-, vete de aquí, Selene.
– Ah, la mujer-murmuró Nasim desenvainando su espada-¿Y se puede saber dónde está el grial?
– Aquí. -Sacó la copa de debajo de su capa. El cáliz brillaba a la luz del sol-. ¿Lo quieres, Nasim?
Tenía los ojos fijos en el grial.
– Sí, lo quiero.
– Entonces ven por él -dijo moviéndose hacia el borde del acantilado-, o lo tiraré. Es muy profundo, y debe estar lleno de grietas. Puede que lo encontraras después de buscarlo durante unos cuantos años.
Nasim miró cautelosamente a Kadar antes de dar un paso hacia ella.
– Tú nunca tirarías semejante tesoro.
– Para mí no constituye ningún tesoro. A veces desearía no haber oído hablar nunca de él -dijo buscando sus ojos-. Mírame. ¿Te estoy diciendo la verdad?
– Estás loca. -Dirigió la mirada hacia el campamento-. Mis hombres se están moviendo. Les dije que atacasen a la primera señal de algo extraño. Estarán aquí enseguida.
– Si llegan hasta aquí antes de que tú te acerques más a mí, el grial habrá desaparecido. No moriré además de darte lo que tanto deseas.
– Mujer estúpida. ¿Sabes lo que estás…? Atrás. -Su espada apuntaba de nuevo a Kadar.
– No me he movido -dijo Kadar.
– Te estabas preparando.
– Ven y cógelo -repitió Selene. Giró y corrió hacia el borde del precipicio, moviendo ágilmente los pies por el rugoso terreno.
Nasim soltó una maldición y empezó a acercarse a ella.
Kadar no pudo esperar más. Dio un salto moviéndose hacia la izquierda al mismo tiempo.
La parte plana de la espada de Nasim chocó contra el lateral de su cabeza.
Oscuridad.
Nasim le estaba ganando terreno.
Selene corría más rápido.
Le empezaba a faltar el aliento, respiraba con dificultad, tenía los pulmones trabajando al máximo.
Escuchó el ruido de cascos de caballos.
Los hombres de Nasim se acercaban desde el campamento.
Más rápido.
Tenía que correr más.
¿Dónde estaba Kadar?
Se arriesgó a mirar por encima del hombro pero solo veía a Nasim.
Kadar…
Solo un poco más. Tenía que llegar hasta el borde…
La mano de Nasim cayó sobre su hombro.
Ella se zafó como pudo.
Demasiado cerca, y además tenía la espada.
La invadió el pánico.
Si aminoraba el paso, moriría.
– Detente -murmuró Nasim.
Si tropezaba, moriría.
Tendré que agotarlo. Hacer que vacile.
– ¿Por qué intentas atraparme? Eres un hombre viejo. Eres débil. Morirás pronto. Jamás conseguirás el grial.
Oyó una explosión de ira tras ella.
De acuerdo. Era el momento.
Redujo el paso. La punta de la espada le tocó la espalda cuando él arremetió contra ella.
Cayó al suelo y rodó hasta él.
Dio un gruñido al tropezar y caer sobre el cuerpo de ella.
Le oyó gritar al tambalearse en el borde del precipicio.
Intentó dar un paso atrás.
– ¡No! -Ella se lanzó hacia las rodillas de él.
Nasim resbaló por el acantilado, intentando agarrarse a cualquier cosa, arañando con las uñas la pared. Se aferró a la cabellera de Selene. Sintió un intenso dolor cuando le arrancó algunos mechones.
Se precipitó al vacío.
Y ella vio cómo el terror retorcía su rostro.
– Rápido. -Kadar se estaba poniendo en pie-, ¡Vienen hacia aquí!
Los asesinos.
La arrastró hacia las rocas.
Cascos de caballos.
Cerca. Demasiado cerca.
Se precipitaron en una loca carrera por la llanura.
Pero el sonido de los caballos ya no estaba detrás.
Estaba delante, y luego alrededor de ellos.
Vaden.
Sintió un gran alivio.
Kadar la empujó hacia un lado para esquivar la corriente de jinetes que pasaron como una exhalación hacia la horda de asesinos que llegaba en dirección contraria.
– Ocúltate detrás de las rocas -ordenó Kadar con brusquedad-. No creo que quieras ver esto.
Estaba preparada para verlo. Se estremeció al ver cómo la espada de Vaden decapitaba a uno de los líderes de la carga. Volvió la cabeza y dejó que Kadar la condujera hacia las rocas donde se había escondido para esperarlo.
Allí también había muerte.
Balkir.
Kadar la arrastró hacia las piedras.
Ella se apoyó en una roca y cerró los ojos.
– ¿Estas contenta? -preguntó Kadar con rudeza-. Casi te mata.
Nadie lo sabía mejor que ella. La frenética huida hacia el borde del precipicio la había aterrorizado. Susurró:
– Yo empecé esto. Era mi responsabilidad. Él era mío.
– Y no podías habérmelo dejado a mí.
– No.
– ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Me seguiste?
Negó con la cabeza.
– Si los asesinos no podían seguirte sin que te dieras cuenta, sabía que yo tampoco podría. Me contaste dónde creías que Nasim establecería el campamento. Estaba allí antes que tú y te vi esconder el cofre.
– Sin embargo, tu caballo estaba apostado cuando partí.
– Vaden me dejó uno de sus caballos.
– Vaden. -Murmuró una maldición-. ¿Y si te hubiera visto uno de los guardias de Nasim?
– Tuve mucho cuidado. No me vieron.
Kadar hizo otro juramento en voz baja.
– No tienes ni idea de la suerte que has…
Los ojos de ella se abrieron como platos.
– Tuve cuidado, no suerte -replicó con orgullo-. Ahora deja ya de regañarme. ¿Te crees que quería hacerlo? ¿Piensas que lo iba a dejar todo para ti? Ni siquiera portabas un arma.
– Hay muchas maneras de matar sin una espada. Habría podido hacerlo.
– No podía arriesgarme. No estaba dispuesta a perderte a ti también. Aunque ahora me pregunto por qué me habré molestado. Eres un necio y no tienes más seso que… -De repente se encontró entre sus brazos, con el rostro hundido en su pecho-. Déjame marchar.
– No -respondió con la voz apagada-. Nunca más. El miedo me sacó de mis cabales. Ahora tranquilízate y procura dejar de temblar.
– Yo no estoy… -Se dio cuenta de que sí estaba temblando-. ¿Por qué había de preocuparme? Nunca había matado antes a nadie. Su rostro… -respiró hondo-pero estuvo bien. Lo haría cien veces si me viera obligada a ello…
– Así no. No deseo tener una esposa calva. Si tienes que matar a alguien, recuérdame que te enseñe mejores maneras.
– No quiero aprender maneras mejores. Fue…
– Shh, lo sé. -Tomó el grial que ella aún agarraba con fuerza y lo tiró al suelo. Presionó con la mano la cabeza de ella contra su pecho-. Nunca más tendrás que hacer nada semejante.
Todavía escuchaba vagamente los gritos y demás sonidos de la batalla. Más muerte. ¿Cuándo se acabaría?
Ignoraba el tiempo que permanecieron pegados el uno al otro mientras discurría la batalla. Parecía mucho tiempo.
– Por todos los santos, ¿no podéis esperar a que volvamos al campamento para besaros? -preguntó Vaden-. La guerra merece una cierta dignidad.
Ella levantó la cabeza y vio a Vaden montado en su caballo a unos metros de distancia. Se había quitado el casco y el contraste entre su belleza casi angelical y la sangre que tenía salpicada era una visión extraña y macabra.
Kadar la soltó y se volvió hacia Vaden.
– Tú, bastardo, se suponía que tenías que vigilarla.
– Ella tenía otras ideas -sonrió Vaden-. Anoche vino a mi tienda y me convenció de que no te lo podíamos dejar todo a ti. No tuvo que persuadirme mucho, me convenció cuando me dijo que tendría que atacar cuando viera morir a Nasim. Era bastante mejor que esperar a que tú me hicieras alguna vaga señal. No me gustaba la idea de no tener el control.
– Casi pierde la vida, maldita sea.
– Pero no la ha perdido, ni tú tampoco. Aunque a juzgar por la herida en tu cabeza, has estado más cerca que ella.
Selene volvió la mirada hacia Kadar. Ni siquiera se había percatado del fino hilillo de sangre que le corría entre el oscuro cabello de su sien.
– No es nada -la tranquilizó Kadar encogiéndose de hombros-. Nasim me golpeó con la hoja de la espada. Solamente me dejó aturdido unos instantes.
– ¿Lo ves? Tenías demasiado encima. ¿Y si te hubiera matado? No habría podido cobrar mis honorarios -añadió Vaden-. Por cierto, tu afirmación de que los asesinos eran mejores guerreros que mis hombres ha resultado ser tan falsa como me imaginaba. -Vaden hizo dar la vuelta a su caballo-. No puedo seguir conversando con vosotros. He de rematar mi tarea.
Kadar miró hacia el escenario de la batalla.
– Yo diría que ya has acabado. No queda nadie en pie. ¿No hay prisioneros?
Vaden hizo un gesto negativo.
– Supervivencia. Pretendo disfrutar de una larga vida, y la única manera de hacerlo es asegurarse de que nadie vuelva a Maysef contando lo ocurrido. Yo ya he terminado aquí, pero iré a atacar el campamento principal. -Espoleó su caballo y se puso al galope-. Y, después de eso, al Estrella oscura.
Selene se estremeció cuando lo vio marchar.
– Es tremendo, ¿no te parece? No me imaginaba que pudiera provocar un baño de sangre.
– Es un baño de sangre que seguramente nos salvará a todos. Tiene razón: el único modo de salvaguardarnos de los asesinos es asegurarse de que nadie se entere en Maysef de lo que ha ocurrido aquí.
Los hombres de Vaden habían prendido fuego a las tiendas y el humo ascendía en columnas rizadas, ennegreciendo el claro azul del cielo.
– Es hora de regresar al campamento -dijo Kadar-. ¿Dónde está tu caballo?
Señaló hacia las rocas tras las cuales había esperado varias horas a Kadar.
– Iré por él. Quédate aquí.
No discutió con él. Estaba fascinada mirando cómo se quemaban las tiendas. Destrucción y muerte… y justicia.
– Ya está hecho, Haroun -susurró.
Layia y Tarik se reunieron con ellos cuando entraron cabalgando en el campamento.
– El grial está seguro. -Selene señaló con la cabeza hacia el arcón atado a la silla de Kadar-. Puedes comprobarlo tú mismo.
Nadie hizo amago de acercarse al cofre.
– ¿Y cómo estás tú? -preguntó Layla.
¿Cómo estaba ella? No lo sabía. Triste. En paz.
– Cansada, supongo. -Desmontó del caballo-. Lo único que deseo es irme a dormir.
– ¿Nasim?
– Muerto -dijo torciendo el gesto-. Según Vaden, estarán todos muertos antes de que todo esto acabe.
– Es lo más seguro -dijo Tarik.
– Lo sé. -Pero no quería pensar en ello. Estaba exhausta. Sentía que le fallaban las piernas mientras se dirigía hacia su tienda.
Kadar la acompañó, agarrándola por el brazo.
– No necesito…
– Silencio. Sí, lo necesitas. No es nada malo necesitar a alguien. Solo Dios sabe cuánto te necesito.
El tenía razón, lo necesitaba. Era hora de aceptar esa necesidad. Se apoyó en él mientras la ayudaba a llegar a la tienda.
Estaba oscuro cuando se despertó. Kadar estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo junto al jergón. Igual que la noche después de llegar a la villa de Tarik, pensó somnolienta. No, en realidad no. Kadar entonces se había mostrado severo y extraño, pero en ese momento no había nada amenazante en él.
Él le dedicó una sonrisa.
– Has dormido como un lirón. Casi ha amanecido. ¿Te sientes mejor?
– Eso creo. He estado soñando.
– ¿Pesadillas?
Asintió.
– Nasim. Era un hombre terrible. Merecía morir. ¿Por qué atormenta mi sueño?
– No debería. Los sueños pasan.
Ella se estremeció.
– Eso espero. -Se incorporó y se retiró el pelo de la cara-. ¿Ha regresado Vaden?
– Hace más de una hora. No habrá nadie que vuelva a Maysef.
– ¿Y qué pasa con el Estrella oscura?
– Está atracado cerca de Roma. Parece que tenemos un barco para llevarnos a casa, a Montdhu. Tendremos que conseguir una tripulación nueva, claro.
– A casa.
– ¿Quieres volver a casa?
– Sí. -Montdhu. Estaba deseando verlo otra vez, se moría de ganas, casi le dolía pensar en ello. Quería dejar esas costas extranjeras y regresar a todo lo que le resultaba conocido y amado-. ¿Tú no?
El asintió.
– Pero tengo una decisión que tomar.
– ¿El grial? ¿Por qué debería importarte? Que lo hagan Tarik y Layla.
– Quizá -sonrió-. Pero siento una pequeña punzada de responsabilidad. Y puede que aún eligiera hacerlo.
– ¿Por qué deberías? Tú no elegiste tomar Eshe.
El se puso rígido.
– ¿Qué te contó Layla?
– Todo lo que deberías haberme contado tú. -Apartó la manta a un lado-. Ahora ve y tráeme algo de comer. Necesito lavarme y comer antes de hablar de ciertos asuntos.
Kadar se puso en pie y la ayudó a levantarse.
– No tenemos nada de qué hablar. Hay tiempo.
– Más tiempo para ti que para mí -replicó dándose la vuelta-. Por eso debemos hablar. Luego iremos a dar un paseo y lo discutiremos.
El cielo era una explosión de rosa anaranjado cuando empezó a amanecer sobre las ruinas de Pompeya. Parecía imposible que solo hubiera pasado un día desde que estuvieran en ese mismo lugar, pensó Selene.
– Iba a contártelo -dijo Kadar.
– Cuando considerases oportuno, siempre a tu conveniencia.
– Parecía mejor esperar.
Ella se encogió de hombros.
– No estoy segura de creer nada de esto, ya lo sabes.
– Lo sé.
– ¿Y tú?
– Todo lo que se puede creer sin pruebas.
Desvió la mirada.
– Entonces quiero que me des la poción.
El tensó todos sus músculos.
– ¿Por qué?
– ¿Dónde está la diferencia? Simplemente dámela.
– Hay una diferencia considerable. He estado luchando conmigo mismo para no convencerte desde que me hablaron de Eshe.
– Entonces deja de luchar. La batalla está ganada. Ve donde Tarik y dile que me la dé.
Hizo un gesto negativo.
– No será porque yo lo quiera.
– Bien, entonces hazlo porque yo lo quiero.
– Pero no es así. Me dijiste que nunca lo elegirías.
– Tenía miedo.
– ¿Y ya no lo tienes?
– Puede -susurró.
Él la miró.
– De acuerdo, todavía tengo miedo. Pero más temo no tomarlo. No te dejaré solo. Me necesitas.
– Eso no es razón suficiente.
– No estoy siendo razonable en esto. La sola idea es una locura. ¿Por qué debería ser sensata?
– Porque no te dejaré que lo hagas por mí. Tendrá que ser porque tú lo quieres para ti.
– Quizá lo quiera. -Se humedeció los labios-. Mientras huía de Nasim estaba aterrorizada. Cada momento pensaba que iba a morir. No quería morir. Quería vivir contigo y criar a tus hijos. Quería ver a Thea de nuevo. Quería vivir.
– No hay nada tan dulce como la vida cuando estás a punto de perderla. ¿Y si cambias de idea?
– No lo haré. ¿Por qué estás discutiendo conmigo?
– Porque significa mucho. Es demasiado importante.
– Estás siendo egoísta -acusó intentando sonreír-. Quieres que envejezca, que me ponga fea y arrugada para después poder reírte de mí.
– ¿Cómo lo has adivinado?
Ella se lanzó a sus brazos y enterró la cara en su pecho.
– Dame la poción -susurró-. Por favor, Kadar.
La rodeó fuertemente con sus brazos.
– No puedo -dijo con brusquedad-. Lo siento en el alma, pero no puedo.
– La tomaré de todas formas. Iré donde Tarik o Layla y se la pediré yo misma.
– Y yo le diré a Tarik que si te la da, no actuaré como guardián del grial.
– Me dijiste una vez que teníamos que estar juntos. Me aseguraste que tenía que ser así.
– Así no. No puedo obligarte a…
– Tú no me estás obligando. -Se apartó y lo miró directamente a los ojos-. Deja de ser noble. No te perderé. No a causa de tu muerte. No a causa de la mía. Vamos a estar juntos. Sí, tengo miedo. Sí, veo una montaña de problemas. Pero no permitiré que nada ni nadie me separe de ti.
Él tenía el rostro pálido y tenso.
– Y tampoco dejaré que me odies después por empujarte a hacerlo.
– ¿Empujarme? Pero si ni siquiera puedo convencerte para que… -Su respiración era desigual. Él no iba a ceder. Tendría que abordarlo de otra manera-. Está bien, no nos precipitaremos. Preferiría tomar Eshe ahora y olvidarme del asunto, pero puedo esperar. No voy a envejecer en una noche. Seguramente me encontrarás tan deseable como ahora dentro de un par de semanas.
– Es posible -dijo con una débil sonrisa-, pero dos semanas no es tiempo suficiente para tomar una decisión semejante.
– La decisión está tomada. Simplemente tengo que persuadirte de que olvides tus escrúpulos. Creo que debemos estar nosotros solos durante un tiempo. No quiero que estés cerca de Tarik. El ya tiene demasiados escrúpulos.
– Deseabas regresar a Montdhu.
– No sin antes tomar la poción.
– Temes que cambie de opinión.
– No cambiaré de opinión. Tú cambiarás la tuya. Haremos el amor y hablaremos y estaré tan atractiva y cautivadora que no serás capaz de resistirte. -Lo tomó por el brazo y emprendió la vuelta hacia el campamento-. Así que ahora más te vale olvidar tu terquedad y cumplir con mis deseos.
– Esto no es terquedad -se defendió él-. Es desesperación. No podría soportar que acabaras odiándome.
– ¿Me consideras tan injusta? Déjalo. Obviamente no puedes pensar con claridad. Serás más razonable cuando te haya hecho mío.
– No debería ir contigo.
– Pero lo harás -dijo con una sonrisa encantadora-, ¿cierto?
El suspiró.
– Mucho me temo que sí.
– Te estás comportando con muy poca delicadeza -dijo Tarik mientras miraba cómo Kadar ayudaba a Selene a montar en la silla-. ¿No podríais al menos decirnos adonde vais?
– No -respondió Selene-. Ya hemos tenido demasiadas intromisiones. Regresa a la villa. Volveremos allí cuando estemos listos.
– Esto no me gusta nada -intervino Layla.
– Porque no puedes controlarnos -replicó Selene-. No te preocupes: esta vez haré exactamente lo que querías que hiciera. Pero no toleraré ninguna interferencia.
– De todas formas creo que deberíamos saberlo. ¿Y si tenemos que contactar con vosotros?
– Vaden sabe dónde estaremos. Le pregunté a él dónde podríamos encontrar una casita de campo tranquila y segura cerca de Roma.
Selene hizo una mueca.
– Solo espero que no nos haya enviado a un tugurio como en el que estaba cuando lo encontramos. Sería típico de él.
– Vaden -repitió Tarik pensativo.
– No albergues tantas esperanzas. -Kadar se montó en su caballo-. Le he advertido que si te revela nuestro paradero le cortaré el cuello.
– No creo que nos merezcamos esa falta de confianza -confesó Tarik.
– Sí, la merecemos -reconoció Layla -, por lo menos yo. Deja de discutir, Tarik, no te hará ningún bien. -Dio un paso adelante y miró a Selene directamente a los ojos-. Tenlo claro. No hay vuelta atrás.
Selene asintió y giró su caballo. Al instante siguiente ella y Kadar estaban galopando por el sendero colina abajo.
– El va a intentar convencerla de que tome Eshe -dijo Tarik mientras observaba cómo desaparecían en la curva del camino.
Layla negó con la cabeza.
– No, ella está procurando persuadirlo para que la deje tomarlo. -Hizo una mueca-. Y yo creía que era a Kadar a quien tenía que prevenir. Debería haberme dado cuenta de que una vez que ella tomara su decisión tiraría su cautela por la borda.
– ¿Entonces de qué te preocupas? -dijo en tono burlón-. Eshe es perfecto, ¿no? La salvación de la humanidad.
– No es perfecto, sino maravilloso. Lo único que tenemos que hacer es aprender a usarlo. Hubo un tiempo en que pensabas lo mismo. -Se dio la vuelta para que él no viera su dolor-. Perturbamos sus vidas. No estoy tan segura de dejarlos vagar por el campo sin consejo si lo necesitan. Hablaré con Vaden para ver si puedo averiguar dónde irán.
– No te lo dirá. Tiene debilidad por Kadar. -Dio un paso hacia ella-. Pero iré contigo. Tengo que hablar con él de todas formas. Todavía no me ha dicho cuál es su precio por destruir el ejército de Nasim.
– ¿Estás seguro de querer saberlo?
– No -respondió torciendo el gesto-. No, pero siempre será mejor que tener el asunto rondándome por la cabeza como la espada de Damocles.
Tarik y Layla llegaron a la villa dos días después. Al día siguiente, Vaden y su ejército se fueron y se dirigieron hacia el norte.
– ¿Vas a hacerlo? -La mirada de Layla se posó sobre la figura de Vaden, que se alejaba.
– ¿Tengo elección? -preguntó Tarik-. Apostaría a que Vaden piensa que no me queda otro remedio.
– Sí lo tienes -dijo ella volviéndose de repente hacia él-. ¿Por qué siempre te engañas a ti mismo pensando que cualquiera puede controlar tu destino menos tú? Te pareces más a mí de lo que te imaginas. Pensabas que nunca le habrías dado la poción a Kadar si no lo hubieran herido. Pero sí lo habrías hecho. Si no, toda tu filosofía y tu búsqueda del alma se habría quedado en nada. Porque eres humano, Tarik.
– Nunca lo he negado -reconoció con expresión de dolor-, pero procuro limitar las oportunidades de error.
– Lo sé. -Intentó controlar el temblor de su voz-. Nadie lo sabe mejor que yo misma. Yo fui uno de tus errores.
– No, no fue…
– Deja de mentir. -Parpadeó para deshacerse de las lágrimas que le escocían en los ojos-. Siempre lo he sabido. Bien, ya no necesitas soportar mi presencia. Cuando Kadar y Selene estén establecidos, me marcharé.
Él se puso rígido.
– ¿De verdad te irás?
– ¿Por qué no? Nunca me has querido aquí. Hiciste esa…
Se sentía incapaz de permanecer allí por más tiempo. Echó a correr por los pasillos y salió al jardín. Por Dios santo, no debería haber perdido la compostura. Desde que había llegado a la villa se había cuidado muy mucho de no dejar que Tarik percibiera su dolor. ¿Dónde estaba su orgullo? Perdido en algún lugar entre el dolor, el pesar y la…
– Tú nunca has sido un error -dijo Tarik a sus espaldas.
Ella no se dignó a mirarlo.
– Sí. Lo fui. Desde el principio, nunca me quisiste realmente. Bueno, quizá a mi cuerpo. Pero amabas tus pergaminos, tus doctas discusiones y tu vida tranquila. Entonces llegué yo y todo cambió. Te obligué a dejar la biblioteca, fui la causa de tu cojera y te involucré con Eshe… y encima no te di hijos.
– Y me llevaste desde la oscuridad a la luz del sol. Solo tenía que mirarte para sentirme vivo. -Hizo una pausa-. Exactamente igual que cuando bajé esa colina y te vi de nuevo.
Ella se puso rígida. No seas tonta. No concibas esperanzas.
– ¿Cómo puedes decir eso? Me abandonaste.
– Ya sabes por qué.
– Eshe. Pero no tenía que ver nada con nosotros.
– Tenía que ver todo con nosotros. Y aún es así. Es lo que nos hizo reunimos otra vez. Es lo que nos separó.
– ¿Tiempo pasado? -Se le paró el corazón y después comenzó a galopar-. Yo no he cambiado. No puedo cambiar. No respecto a Eshe. Lo he intentado. Creo que te equivocas, Tarik.
Él permaneció en silencio.
– Quizá podamos llegar a algún acuerdo.
Ella aguantó la respiración.
– ¿Por qué?
– Si te dieras la vuelta y me miraras, creo que lo sabrías.
No podía enfrentarse a él. Todavía no.
– ¿Por qué?
– No quiero seguir luchando. No quiero luchar. Pensé que buscaba la paz, pero la paz puede resultar muy aburrida.
– Eso lo dices ahora. Pero ya me abandonaste un día.
– No porque hubiera dejado de amarte. Era esa detestable forma de ser mía. Pero con los años he descubierto que soy más fuerte de lo que creía. Ahora sé que puedo luchar contigo si hace falta.
– ¿Y?
– ¿Por qué? Porque te merezco, Layla. Para bien o para mal, para el resto de nuestras vidas, te merezco.
– Eso no parece una declaración de amor. ¿Para mal? ¿Me insultas? ¿Crees que dejaría que algo malo…
– Mírame, Layla. Estoy harto de verte la espalda.
Ella respiró hondo y se volvió hacia él.
Le estaba sonriendo. Le tendió la mano.
Una inmensa alegría inundó todo su ser. Quería salir corriendo hacia él.
No, ella siempre había sido la agresora. Eso era parte de su problema. Llegar a un acuerdo. Esta vez él debía ir a ella.
– Seguramente tienes razón -dijo ella con voz temblorosa-. Hay una posibilidad de que me merezcas.
Y él dio un paso hacia ella.
CAPÍTULO 21
– Te estás comportando como un auténtico cabezota. -Selene se puso boca arriba y estiró el cuerpo-. ¿Qué necesitas para convencerte de que no puedes vivir sin mí? Estoy segura de que ahora soy tan experta como cualquiera de aquellas mujeres en esa casa de placer donde aprendiste.
– Te concentras en la seducción del cuerpo, no de la mente. -Kadar se sentó, cogió una brizna de hierba y se la tiró burlonamente a la boca-. Pero de todas formas, continúa.
Ella retiró su mano.
– Solo porque tú no me hablas a mí.
– Hace un día demasiado bonito como para discutir. El cielo está azul, brilla el sol, y tú…
– Ayer el cielo estaba tormentoso y tampoco quisiste hablar. Ya llevamos más de un mes y no hemos hecho nada más que el amor.
Él hizo un gesto negativo.
– ¡Qué pérdida de tiempo!
– Es cuando deseo…
Cubrió los labios de ella con los suyos.
Ella le dio un mordisco.
Kadar dio un salto y se llevó la mano al labio inferior.
– Ya veo que vas en serio.
– Quiero que volvamos a la villa y le digas a Tarik que me dé la poción.
Su respuesta fue negativa.
Por Dios santo, sí que era obstinado. No imaginaba que tendría tantos problemas para convencerlo.
– Sabes que al final lo haré. No puede ser de otra manera.
– Quizá.
– ¿Qué tengo que hacer para convencerte?
– Tengo que darte tiempo.
– ¿Cuánto tiempo? ¿Una semana? ¿Un mes? -Abrió los ojos como platos cuando vio que no contestaba-. ¿Un año?
– Cinco años sería un tiempo prudencial para considerar las consecuencias.
– Cinco… -repitió moviendo la cabeza enérgicamente-. No.
– ¿Se te ha ocurrido pensar por qué estás tan deseosa de acabar con esto? ¿Tienes miedo de cambiar de opinión?
– No. Quiero que termine porque estaremos en ascuas hasta que se haya hecho. No deseo eso entre nosotros. No quiero más turbaciones ni conflictos, Kadar.
Él la arrastró hacia sí.
– Me gustaría poder creer que ése es el único motivo para…
– Me gustaría golpearte. -Le dio un empujón y se puso en pie-. De acuerdo, no creo que este Eshe sea un milagro. Pero bien sabe Dios que me lo voy a tomar. -Emprendió la bajada de la colina.
– ¿Adónde vas? -le gritó a sus espaldas.
– Lejos de ti. Vuelve a casa, estúpido. No quiero verte por lo menos en una hora. -Había alcanzado la arboleda y la sombra la envolvía con un agradable frescor. Necesitaba ese frescor. Se sentía frustrada y enojada y no veía la manera de…
Se quedó helada de la impresión.
No.
Otra vez.
Alcanzó tambaleándose un roble cercano y se apoyó en él.
Imposible.
– No te has ausentado durante mucho rato. -Kadar no levantó la vista del estofado que estaba removiendo en la chimenea-. ¿Significa que estoy perdonado? ¿O que me vas a hacer a la fuerza…? Dios mío, ¿qué te ocurre?
– Regresamos a la villa.
Se acercó a ella.
– Estás pálida. ¿Te sientes mal?
– No. Sí. No lo sé. -Empezó a recoger sus cosas-. Tenemos que regresar a la villa.
– Dime qué sucede.
Recibió una negativa por respuesta. ¿Cómo podía contarle lo que ni siquiera comprendía ella misma?
– Solo quiero que me lleves a la villa.
Había un gran alboroto en la villa cuando llegaron allí al cabo de medio día. El patio estaba lleno de carretas cargadas con cajas y muebles. Por todas partes había criados que entraban y salían de la casa a las carretas cargados con pesados bultos.
– ¿Qué está pasando aquí? -murmuró Kadar mientras ayudaba a Selene a desmontar de su caballo-. Se diría que están abandonando el lugar.
– Abandonando no. -Tarik bajaba las escaleras hada ellos-. Simplemente nos estamos mudando. Nunca es prudente quedarse demasiado tiempo en ningún sitio. Tú también te darás cuenta de ello, Kadar.
– ¿Dónde está Layla? -preguntó Selene-. Tengo que ver a Layla. ¿Sigue aquí?
– Por supuesto. Pero habéis llegado justo a tiempo -Se volvió hacia la puerta y la llamó-Layla.
– Un momento. No puedo… -Layla apareció en el umbral de la puerta-. Bueno, ya era hora de que regresarais. Os hemos estado esperando durante semanas.
– Según parece ya no pensabais esperar más -replicó Kadar secamente-. Si hubiéramos vuelto mañana, la villa habría estado desierta.
– Habríamos dejado dicho dónde íbamos. Vaden se está impacientando.
– ¿Vaden? -se sorprendió Kadar-.¿Qué chantre tiene que ver Vaden en todo esto?
– Déjalo. Nada importa ya. -Selene se adelantó unos pasos-. Tengo que hablar con Layla.
– No tienes buen aspecto. -La mirada de Layla escudriñaba el rostro de Selene-. Estás muy pálida.
– Estoy encinta.
Sintió cómo Kadar, a su lado, se ponía tenso con la noticia. Una brillante sonrisa iluminó el rostro de Layla.
– ¿Otra vez? Qué noticia tan maravillosa. Será…
– Otra vez no. Siento vida. Thea no sintió movimiento dentro de ella hasta casi el cuarto mes. Tiene que ser el mismo niño. No perdí a mi bebé.
– ¿Qué?-exclamó Layla, atónita.
– Lo que has oído. ¿Cómo puede ser? Me dijiste que había perdido el bebé.
– Eso es lo que yo creía. Sangraste…
– ¿Cuánto sangré?
– No mucho, pero estabas inconsciente y la conmoción… Supuse que lo habías perdido. -Se le pusieron los ojos como platos cuando una idea se le vino a la cabeza-. A menos que fuera…
– ¿Qué? -preguntó Selene cuando Layla se quedó callada.
– Nada, ¿Qué sé yo de bebés? No soy comadrona. Siempre he procurado mantenerme al margen de… me dolió mucho cuando supe que no podía concebir.
– Layla -dijo Tarik.
Layla lo miró con recelo.
– Pensé que lo querías.
– Oh, Dios mío -susurró él.
– Eshe -dijo Kadar.
– Fue la única vez en la que no di a elegir -se apresuró a decir Layla a Tarik-. Tú se lo has dado a Kadar, y estaba claro que no querías que estuviera solo. Ella lo amaba.
– Me lo pusiste en el vino aquella primera noche -susurró Selene.
La mirada de Layla permanecía aún fija e inquieta en el rostro de Tarik.
– Pensé que lo querías.
Y obviamente ésa era la única cosa importante en el mundo de Layla, se percató Selene con frustración. Tarik negó con la cabeza.
– No debe ocurrir otra vez, Layla. No sin dar la oportunidad de elegir.
– Desde luego, no volverá a suceder -dijo claramente aliviada -, pero ya da igual, ¿no crees?
– No, no lo creo -intervino Kadar lúgubremente-. Has robado a Selene.
– La oportunidad de elegir. -Layla se volvió hacia Selene-. Pero habrías perdido el bebé. Tuvo que ser Eshe lo que lo mantuvo con vida.
– ¿Estás segura? -quiso saber Selene.
Layla movió la cabeza negativamente.
– No sabemos lo suficiente como para estar seguros. Nunca he dado Eshe a nadie que estuviera esperando un hijo. No sabía que estuvieras encinta cuando te lo di. Pero tiene lógica que una poción que lucha contra la enfermedad y fortalece a la madre pudiera también fortalecer al niño, ¿no?
– Sí -dijo Selene aturdida.
– Entonces hice exactamente lo que tenía que hacer.
– No lo hiciste -replicó Kadar entre dientes-. ¿Pensabas engañarnos indefinidamente en la creencia de que podía elegir? Por Dios santo, incluso me hiciste prometerte que no le daría Eshe sin discutirlo antes contigo.
– Porque no estaba segura del efecto que tendría en ella. No sabemos lo suficiente sobre…
– Siempre estás diciendo lo mismo -atacó Kadar-. Estaba convencido de que te abstendrías de actos imprudentes hasta que lo supieras.
– Eso dímelo cuando te enfrentes a una elección parecida. -Se volvió hacia Tarik-. Creo que ya tenemos hecho el equipaje. ¿Estás listo para partir?
Asintió y la ayudó a montar en su caballo.
– ¿Dónde vais? -preguntó Selene.
– Primero al norte. Vaden ha reclamado sus honorarios. Parece que desea una propiedad y tiene que casarse con una dama para conseguirla.
– ¿Casarse?
Tarik asintió.
– Pero hay dificultades. La dama ya está casada. -Se subió a su caballo-. Y después de eso probablemente zarparemos en el Estrella oscura hacia Irlanda. Ninguno de los dos hemos estado nunca allí.
– Pero no te preocupes -intervino Layla-. No perderemos el contacto. Estaremos allí para ayudaros cuando nos necesitéis.
– ¡Qué maravilla! -exclamó Kadar.
– Solo tenéis que mandarnos llamar -dijo Layla ignorando el sarcasmo de Kadar y dirigiéndose a Selene-. Y hazme saber cuando nazca el bebé. Al fin y al cabo siento una cierta responsabilidad hacia él.
– ¡No quiera Dios! -murmuró Kadar.
– Como necesitamos el Estrella oscura para nuestros propósitos, he dado órdenes a mi capitán para que lleve mi barco a Génova y lo ponga a vuestra disposición, así podréis llegar hasta Montdhu -dijo Tarik girando su montura-. Creo que eso es todo. Adiós.
– Espera -dijo Kadar.
Tarik hizo un gesto negativo.
– Ahora no es el momento de hablar. Estás demasiado molesto con Layla y me sentiría en la obligación de defenderla. Será mejor que dejemos las cosas así hasta que te acostumbres a la situación.
– ¿Cuándo? ¿Dentro de otros cien años?
Tarik soltó una carcajada.
– Mucho antes. Te sorprenderías. -Alzó la mano y espoleó a su caballo.
Layla se rezagó unos instantes.
– El bebé -le recordó a Selene-. Haznos llegar la noticia.
Selene asintió, aún aturdida.
La sonrisa de Layla le iluminó la cara.
– Te dije que Eshe era maravilloso.
Un momento después se encontraba saliendo del patio en pos de Tarik.
Selene sintió de repente que le fallaban las rodillas. Se sentó como pudo en los escalones y observó cómo rodaban las carretas lentamente saliendo del patio.
– ¿Te encuentras bien? -se apresuró a preguntar Kadar.
Asintió.
– Es solo que… jamás habría esperado… creía que había perdido…
– ¡Qué necia mujer!
– Ella no es necia.
– No, es una despiadada, egoísta…
– Calla. -No podía negar la condena, pero se sentía en la obligación de defender a Layla-. Estaba desesperada. Ama a Tarik.
– Por eso no te permitió elegir. ¿Tienes una idea de la lucha que he mantenido conmigo mismo para preservarte de la tentación? Y esa maldita mujer ya te lo había dado.
– ¿Por qué estás tan molesto? Yo habría llegado a la misma conclusión de todas formas. Ya te había dicho cuál iba a ser mi decisión.
– Eso no importa. ¿Y si después hubieras cambiado de opinión?
Ella lo negó con rotundidad.
– Estoy aliviada. Ahora no tendré que soportar tu noble restricción durante los próximos cinco años. No podía aguantar semejante…
– Te he traído un regalo. -Vaden entró al galope en el patio-. Aunque dudo que sea de tu agrado. A mí no me gustaría. -Desmontó de su cabalgadura y desató el arcón de madera-. Tarik me encomendó comunicarte que ahora es tu responsabilidad. Quería empezar de cero y había demasiados argumentos que lo atormentaban. -Puso el cofre en el suelo de piedra del patio-.Así que aquí está.
– Devuélveselo -ordenó Kadar.
Vaden se negó.
– No quiero que se distraiga. Tiene obligaciones hacia mí. Ésa es la única razón por la que accedí a traértelo. -Volvió a montar en su caballo-. Dale recuerdos a Ware.
Antes de que pudiera abrir la boca para protestar, había salido del patio al galope.
Selene se quedó mirando el cofre tallado. Kadar soltó una maldición entre dientes.
– Por Dios. No me van a colocar esto en contra de mi voluntad. Estoy tentado de salir corriendo de aquí y dejarlo ahí tirado.
– No, no lo estás.
– ¿Cómo?
– No es en contra de tu voluntad. Me parece que ya te habías hecho a la idea. Creo que incluso lo estabas deseando.
– ¿Y tú qué? ¿Pretendías que yo también te obligara?
Hizo un gesto negativo.
– Pero tú esperabas… -Cerró los ojos. Se sentía como en medio de una neblina, como ebria-. Permíteme que píense un momento. Todo ha ocurrido demasiado rápido. Yo nunca soñé…
– No hay nada que pensar. Ya tenemos bastante con no haber podido elegir Eshe. Tú no quieres esto.
– ¿Seguro?
– Sabes que no.
– No creía saberlo. Solamente deseaba tomar la poción porque era el único modo para estar juntos. Parecía que había demasiado peligro de infelicidad… -Abrió los ojos y lentamente se levantó y se dirigió hacia el cofre. Puso una mano indecisa en la tapa labrada. Era suave, se sentía agradable bajo su palma-. Todavía existe ese peligro.
El la miraba fijamente.
– Pero también hay algo más. -Movió la mano suavemente, como acariciándolo-. Te dije que no creía que Eshe fuera un milagro, pero si salvó a mi bebé, entonces tiene que serlo a la fuerza. Si salvó a mi bebé, entonces merece que lo protejamos. Puede que sea tan maravilloso como Layla nos quiere hacer creer.
– ¿Puedo puntualizar que estás pensando con el corazón y no con la cabeza? -preguntó Kadar con suavidad.
– ¿Qué hay de malo en ello? -La palma de su mano pasó de acariciar el cofre de madera a su vientre. No había palpitaciones, pero volverían de nuevo. Estaba maravillada con la idea. Vida. Eshe-. Los sentimientos son buenos. El instinto es bueno. Dejaré que lo consideres en frío y con tranquilidad. Parece muy aburrido. -Se dio la vuelta y empezó a ascender por la escalera-. Ahora trae el cofre dentro. Tenemos que planear cómo vamos a transportarlo a Montdhu de una manera segura. ¿Y si el barco se hunde? No debe pasarle nada. -Se dio la vuelta cuando escuchó su risa-. ¿Qué te parece tan divertido?
– Me estás recordando a Layla. -Cogió el cofre y la alcanzó en la escalera-. También me estaba preguntando si Tarik no debería haber dejado el grial a tu cuidado en vez de al mío.
– Entonces es que eres un tonto -dijo sonriéndole-. Juntos, Kadar. ¿Qué tengo que hacer para convencerte de que todo lo que hagamos debemos hacerlo juntos?
EPÍLOGO
MONTDHU
– No es tan grande como lo recordaba. -Selene se encontraba apoyada en la barandilla del barco, con su impaciente mirada fija e en el castillo de la colina-. ¿No es extraño? En mi memoria Montdhu era gigantesco.
– Es bastante grande. -El brazo de Kadar la rodeaba por la cintura-. ¿O no? ¿Desearías tener tu propio castillo?
– ¿Y dejar a Ware y Thea? ¿Por qué desearía semejante cosa? ¿Y qué hay del bebé? Necesitará compañía. Los niños no deben crecer solos. El hijo de Thea, Niall, será un buen primo y compañero.
– Que Dios lo ayude. -Hizo una pausa-. No te estaba sugiriendo llevarte muy lejos. Pensaba que vivir a cierta distancia podría ser una medida prudente.
– ¿Lo dices por la poción? -Perdió un poco de su impaciencia-. ¿Crees que podría ser peligroso para nosotros no mostrar signos de envejecimiento?
– Lo que creo es que es algo a lo que tendremos que enfrentarnos -respondió con dulzura-. Ambos sabemos que llegará algún día.
– Le he estado dando vueltas al asunto -dijo sin mirarlo-. ¿Quién sabe si Tarik y Layla tienen razón? ¿Por qué solo cinco viales?
Kadar negó con la cabeza.
– Pronto no quedaría nada si lo repartieras por toda la cañada. Me doy cuenta de cómo te sientes. Yo siento lo mismo. Pero Eshe es una responsabilidad. Tiene que haber límites.
Sospechaba que ésa sería su respuesta, pero ella todavía no podía considerar las limitaciones de Eshe con calma.
No estaba bien. Debía haber algo que pudieran hacer.
– Los límites vienen marcados por la rareza de la hierba que crece en las riberas del Nilo. Bien, es probable que esa hierba también crezca en algún otro lugar. El mundo es grande. Quizá más grande de lo que conocemos. Podríamos encontrarla. Debemos encontrarla.
Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
– Cielo santo, debería haberme imaginado que no aceptarías sumisa las restricciones de Tarik y Layla. Dime, ¿quieres que demos la vuelta al barco y naveguemos en busca de esta dichosa hierba?
– No seas ridículo. Podemos esperar un tiempo. Acabamos de llegar a nuestro hogar.
Hogar. Se vio abrumada por un torrente de emociones al divisar entre la neblina el castillo en la lejanía. Pronto vería a Thea y Ware.
– Tan sólido. Tan tranquilo -susurró-. Es bonito, ¿verdad?
– Ciertamente. -Kadar la estrechó aún más contra sí-. El hogar siempre suele ser bonito. Me alegro de que hayas decidido permitirnos disfrutar de él un tiempo.
– Sabes que tengo razón en cuanto a lo de buscar… Oh, mira, se está abriendo la puerta. Deben haber avistado el barco.
– Apostaría a que Ware nos ha visto desde su atalaya hace unos minutos.
– ¿Entonces por qué…? ¡Dios santo, nos van a atacar! -Selene observaba atónita cómo atravesaban las puertas los soldados, con Ware a la cabeza.
– ¿De qué te sorprendes? -Soltó una carcajada-. Es lo que cabía esperar. Este barco es desconocido para ellos, y Ware es un hombre precavido.
– No tiene gracia. No me esperaba algo así. No hemos vuelto a casa desde tan lejos para que la gente que nos ama nos hunda en el puerto.
– Entonces tendremos que asegurarnos de que sepan quiénes somos. -Seguía riéndose cuando se acercó a la barandilla e hizo gestos con el brazo, repitiendo sus palabras-. Tan sólido. Tan tranquilo.
El tenía razón. Montdhu no era más tranquilo que cualquier otro lugar, y Selene no tenía la certeza de que fuera de otro modo.
El cielo está muy bien, pero también puede resultar aburrido. Al tomar su decisión sobre Eshe, había rechazado su derecho a esconderse de la vida. Tenía que seguir adelante y afrontarla.
Sin embargo, había una diferencia entre esconderse y echar raíces. Ella deseaba esas raíces, y por Dios que encontraría la manera de alcanzar un equilibrio y mantener lo que quería.
– Lo estás haciendo fatal, Kadar. Parece que estás intentando capturar una gaviota -dijo-. Tendrás una flecha en el pecho antes de atraer su atención. Déjame a mí. -Se adelantó un paso y su voz atravesó las aguas hasta llegar a su cuñado, que acababa de llegar a la orilla-. Ware, estúpido, no te atrevas a atacarnos. ¿Estás ciego? Somos Kadar y Selene. Hemos vuelto a casa.
Iris Johansen

Iris Johansen, autora norteamericana nacida en 1938. Vive cerca de Atlanta, Georgia. Empezó a escribir una vez que sus dos hijos empezaron en el colegio, ya era una gran lectora de novela romántica. Y descubrió que era tan voraz escritora como lo era como lectora. Es uno de los grandes nombres en la novela romántica de suspense, con más de veinticinco millones de ejemplares publicados, muchos premios literarios y una legión de lectores en todo el mundo.
Trabajó varios años en una compañía aérea, y comenzó a escribir en la década de los ochenta, primero novelas románticas, después histórico románticas y finalmente policiacas. Sus libros han aparecido en numerosas ocasiones en las listas de éxitos del New York Times.
***
